Sobre aquellos diálogos para evitar la guerra…, recuerdos cuatro décadas después (I)
Por Alberto Arene
29 de Noviembre de 2018 – 00:00 HS
Alberto Arene / Economista/analista
Alberto Arene / Economista/analista
Hace una década, en el conocido “Blog de Neto Rivas”, publiqué estos “recuerdos” con una década menos en el título al que hoy le agrego una más, con algunos recortes por razones de espacio para poder compartirla con mis lectores en dos entregas.
Cinco años después del fraude electoral de 1972 que llevó a la Presidencia al coronel Arturo Armando Molina, el ejército salvadoreño y su Partido de Conciliación Nacional organizaron un masivo fraude electoral en marzo de 1977 que llevó a la Presidencia al general Carlos Humberto Romero. El régimen político salvadoreño, para entonces la dictadura militar más antigua del mundo, entró en un progresivo aislamiento nacional e internacional y en una crisis política que condujo al golpe de Estado del 15 de octubre de 1979 y a la 1.ª Junta de Gobierno, tres meses después del triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua.
Un año antes del golpe, se sostuvieron varias e interesantes reuniones de diálogo entre grupos de ciudadanos diversos que preocupados por la crisis nacional decidimos explorar caminos para la paz y la democracia en El Salvador. Estos son algunos de mis recuerdos…
Con varios fraudes electorales, el exilio y la persecución de los principales líderes de la oposición, y la represión cada vez más generalizada a lo largo de la década del setenta, el Partido Demócrata Cristiano, principal fuerza en la Unión Nacional Opositora (UNO), se debilitaba cada vez más mientras las organizaciones político-militares y sus frentes de masas se fortalecían. Su consigna “Electoreros al Basurero…” ganaba terreno y legitimidad.
A finales de 1977/principios de 1978, en ausencia de los líderes históricos del PDC, un grupo de jóvenes llegamos a formar parte de la dirección del partido: Marianella García Villas, Francisco Paniagua, Eduardo Colindres, Francisco Díaz, Óscar Menjívar y yo, Alberto Arene, el menor con solo 23 años. Le propusimos al Partido que impulsáramos un diálogo nacional que contribuyera a despolarizar al país y encontrar una salida democrática que evitara la guerra. Luego Óscar y yo visitamos a Fidel Chávez Mena en su oficina del último piso de la Torre Roble donde trabajaba con el grupo Poma. Fidel asumió el reto y habló con Neto Rivas y sus amigos del sector privado. Así celebramos varias reuniones en la linda oficina de Neto de su compañía naviera enfrente de la Cámara de Comercio, con la participación de don Chico de Sola, Roberto Palomo y Francisco Calleja, entonces presidente de ANEP. Este grupo fue conocido después como “la lotería grande”. Luego hubo reuniones con otros dos grupos más jóvenes del sector privado: Roberto Murray Meza, Rafael Castellanos y otros a quienes les llamaron “la lotería media”, y con Ricardo Boet, Alex Dutriz y Guillermo González llamados “la lotería chica”.
Un tiempo después, Fidel, Óscar y yo fuimos al encuentro de Monseñor Romero, monseñor Ricardo Urioste y monseñor Jesús Delgado quienes aceptaron reunirse conjuntamente con nosotros y el sector privado en la oficina de Neto. Más allá de algunas diferencias naturales, las coincidencias sobre la necesidad de buscar una salida pacífica democrática a la crisis ganaron espacio y fuerza. Recuerdo particularmente a Monseñor Romero, tan sencillo y profundo a la vez, tan firme en su denuncia pero tan esperanzado que estos diálogos pudieran eventualmente conducir a una salida que evitara el baño de sangre. Esta mesa de tres fue conocida como la mesa 1, particularmente la del PDC y los grandes del sector privado.
La mesa 2 fue conformada por los partidos políticos de la oposición, los sindicatos y otras organizaciones sociales. Guillermo Ungo, líder del Movimiento Nacional Revolucionario (MNR), jugó un rol de importancia en esta mesa de diálogo. En ella participaron activamente Mario Aguiñada Carranza y Norma Guevara, del UDN, brazo electoral del Partido Comunista de El Salvador. La activa participación de Memo en esta mesa, su liderazgo en el MNR y su amistad con Román Mayorga Quiroz a quien la juventud militar buscó para liderar la Junta días antes del Golpe del 15 de octubre de 1979, contribuyeron a su integración a la misma, junto con Mario Andino como interlocutor de la empresa privada, siendo los tres civiles que integraron la Primera Junta Cívico-Militar.
Chico Díaz y yo también nos reunimos algunas veces con Joaquín Villalobos (Atilio) por un lado, y con Eduardo Sancho (Fermán) por el otro, ambos en la clandestinidad. Cada quien tenía sus “preferidos”, con Chico coincidíamos más con Fermán (RN), a Marianella le gustaban más los “felipes” (FPL) mientras que a Mario Zamora Rivas le hacíamos bromas con el PC y con Schafik que como principal dirigente del PC seguía de cerca, con especial interés, los diferentes diálogos.
Algunos políticos y analistas sostienen que dichos diálogos, y particularmente aquellos con el gran capital, contribuyeron a debilitar al régimen militar e indirectamente al golpe de Estado mismo. Pero los jóvenes militares que lideraron el golpe perdieron progresivamente el poder frente a los coroneles y generales vinculados a los otros dos golpes que estaban en camino, uno de ellos apoyado por la estrategia del gobierno de los Estados Unidos que terminó imponiéndose.
Así se recompusieron las relaciones de poder en el liderazgo militar, abortándose el proyecto político original de la Juventud Militar recogida en su proclama, lo que a su vez condujo a una mayor represión y a la renuncia, primero de la Primera Junta de Gobierno los primeros días de enero de 1980, y de la Segunda Junta dos meses después. La Democracia Cristiana se dividió, una parte de los jóvenes líderes renunciamos del gobierno y del partido para integrarnos a la revolución primero y a la búsqueda de una solución político-democrática después, mientras el sector liderado por Napoleón Duarte impulsó con apoyo norteamericano y venezolano las reformas y la guerra contrainsurgente con elecciones para “impulsar la democracia”. Algunos de los prominentes empresarios de “las tres loterías” apoyarían primero el surgimiento de ARENA y de su líder histórico, y diez años después la negociación de la paz con Alfredo Cristiani de presidente.
Con Neto Rivas volvimos a coincidir por tercera vez en la vida unos años después del golpe de Estado, él como embajador en Estados Unidos del gobierno de Magaña primero y de Napoleón Duarte después. Él, adversado por una parte de la derecha y de sus antiguos amigos del gran capital, pero muy apreciado por la administración Reagan y por el liderazgo en el Congreso. Yo, junto con Francisco Altschul, como embajadores –sin cartera– del FDR-FMLN intentando abrir espacios en el establecimiento político de Washington para una futura solución política negociada del conflicto.
En esta nueva etapa de la vida democrática del país hemos vuelto a encontrarnos con Neto al igual que con varios participantes de aquellas mesas de diálogo. Nuestras lecturas de dichos diálogos y acontecimientos pueden ser más o menos diferentes o coincidentes, pero estoy seguro de que la mayor parte concluirá conmigo que más allá de la buena voluntad y de los esfuerzos realizados para encontrar una salida pacífica democrática que evitara la guerra, el país estaba perfectamente maduro y programado para desatar la guerra civil que nos dividiría y ensangrentaría durante los 12 años siguientes. Cuatro décadas de dictadura con la última de fraudes electorales y represión crecientes, con limitada cultura y organización democrática, en un nuevo contexto regional e internacional de exacerbación de la guerra fría, habrían hecho de El Salvador el diseño perfecto para la guerra civil que padeceríamos.
Muchos reconocen en el golpe de Estado de octubre de 1979, en la proclama de la Juventud Militar y en el gobierno de la Primera Junta, la última oportunidad que nos quedaba a los salvadoreños de realizar los cambios necesarios para evitar la guerra y enrumbar al país por nuevos caminos. Pero esta tesis contrasta con las realidades de la visión del país y del mundo de los liderazgos más importantes del sector privado, de los principales medios de comunicación social, de las organizaciones guerrilleras en ascenso y de la política de los Estados Unidos en Centroamérica. La historia de El Salvador, particularmente en la década del setenta, es la dramática crónica de una guerra anunciada.
Estos son algunos de mis recuerdos… Ojalá otros participantes de estos diálogos compartan los suyos.