Un ajuste analítico
4 de Febrero de 2014 a la(s) 6:0 – Geovani Galeas
A estas alturas los resultados de la primera ronda electoral son ya conocidos y no me detendré en su exposición, pero sí considero necesario realizar algún ajuste al análisis político que he venido exponiendo en esta columna desde hace ya varios meses y en función de la coyuntura electoral.
Sostuve que quien ganaría las elecciones presidenciales sería la fuerza más moderada y próxima al centro político. Pensaba en el movimiento Unidad, por supuesto. Sin embargo, Unidad quedó fuera de la competencia. Mi explicación de lo ocurrido es de carácter político. En la base de mi convicción estaba el siguiente diagnóstico: el principal obstáculo para el desarrollo del país es la polarización entre el FMLN y ARENA, dos proyectos excluyentes nacidos al calor de la guerra, anclados en el pasado y la ortodoxia ideológica. Siendo esto así, según mi análisis, la sociedad salvadoreña razonablemente se inclinaría hacia una tercera opción que pudiera romper esa polarización.
Pero había un error en la segunda parte de mi diagnóstico. Si bien es cierto que el FMLN se comportó como un partido radical y ortodoxo cuando su sector renovador, más cercano al pensamiento socialdemócrata, renunció o fue expulsado de sus filas, también es cierto que hacia 2008 ese partido comenzó a ejecutar un ajuste estratégico, un viraje al centro, cuando decidió postular a Mauricio Funes como su candidato presidencial. Ese viraje, no obstante, pareció anularse poco después cuando, ya siendo parte del gobierno, el partido protagonizó una serie de encontronazos con el presidente Funes, y por ello, entre otras causas, perdió las elecciones municipales y legislativas de 2012.
El retroceso a la ortodoxia pareció confirmarse con la decisión de postular la candidatura presidencial de Salvador Sánchez Cerén, uno de sus antiguos y más radicales dirigentes durante la guerra. Resultaba muy difícil prever que, en esas condiciones, el FMLN tendría la capacidad de reimpulsar de manera pragmática el ajuste estratégico iniciado en 2008. Por el otro lado, al expulsar a Tony Saca, que había rechazado el neoliberalismo ortodoxo y se había aproximado al centro, ARENA volvió a su fundamentalismo tradicional y a ponerse al servicio de los intereses de sus grandes financistas.
Es en esa doble situación que cobraba pleno sentido la necesidad de que emergiera una tercera opción política, y la posibilidad de que esta opción fuera electoralmente viable. De hecho, a los pocos meses de constituido el movimiento Unidad, ya algunas encuestas comenzaron a reportar un rápido crecimiento de este hasta el punto de llegar a configurarse un triple empate técnico en la competencia. Pero fue precisamente entonces cuando el FMLN volvió a corregir hacia el centro y la moderación con una excelente campaña despojada de todo radicalismo ideológico y más bien conciliadora e incluyente.
Con ese giro ganó votos de centro y atenuó el rol de Unidad como la única salida al conflicto permanente entre dos ortodoxias radicales. Al compartir moderación y decisión de dar, ampliar y profundizar la agenda social en sus respectivos programas, las diferencias entre el FMLN y Unidad comenzaron a difuminarse. Esto operó a favor del FMLN por cuanto tenía lo que a Unidad le faltaba: un voto duro consolidado, una sólida estructura partidaria y un eficiente aparato territorial, además de una chequera prácticamente ilimitada.
En suma, creo que el análisis de la no elegibilidad de los radicalismos ideológicos es esencialmente correcto, y es lo que explica la situación de una ARENA que se aferra a la ortodoxia. Los dirigentes del FMLN no generan miedo, no son unos barbudos armados, como en las imágenes del pasado, sino unos rechonchos y perfumados señores burgueses, por añadidura muy exitosos en los grandes negocios que han emprendido.