7. Berlín 1931. La ciudad de los swingjugend, de los comunistas y de los nazis
Llego a la terminal de trenes de Berlín y ya me están esperando, lo cual es un gran alivio, porque una de mis pesadillas es perder el contacto y quedar desconectado, perdido aquí en Europa, más que ya tengo poco dinero y hace mucho frío. Me llega a recoger Hermann, un joven alemán con un divertido acento mexicano, que según me cuenta lo aprendió en el “mero Tepito” en el corazón del DF, rincón exclusivo de la revolución mexicana. Usa botas y cinturón de charro, así como un mostacho estilo Villa. Solo le faltan las carrilleras cruzadas.
Me pregunta por muralistas y revolucionarios mexicanos pensando que en América Latina todos los comunistas nos conocemos. ¿Conoces al gordo Diego Rivera? ¿Conoces a su mujer, la loca de la Frida Kahlo? ¿Conoces a Campa? Chingado güey, no puede ser que no los conozcas. Y dice muchas barbaridades en la conversación con la mayor naturalidad, como “oye pendejo” “chinga tu madre”, “cabrón” etc.
Me quedare en su departamento, que aunque queda un poco lejos del centro de la ciudad, me explica que el sistema de tranvías es muy bueno. Vive con su mamá y hermano menor Willy en un edificio de un barrio obrero. Por la noche salimos a dar un paseo y al escuchar música le pregunto y me responde que es un salón de baile. Pero la música me parece muy familiar, claro, se trata del jazz que escuche en New Orleans. Le pido que entremos a ver.
Y quedo maravillado, sorprendido, es un galpón en el primer piso de un edificio semiderruido. Lo que me impacta es ver a parejas de jóvenes besándose libremente y sus vestimentas que parecen disfraces de una obra de teatro, las chicas con faldas cortas, flores en el pelo, y los muchachos con el pelo hasta los hombros, o engominado, con collares, paraguas, abrigos grandísimos, sombreros tipo hongo, zapatos de plataforma, y bailando estrepitosamente, haciendo acrobacias circenses. ¿Cómo se llama el baile? Es el swing. La música te cautivaba y te obligaba a moverte.
Pero de repente, todo se detuvo y cambiaron repentinamente el baile desenfrenada por una tranquila e inofensiva danza típica alemana. ¿Qué ha pasado, porque dejaron de bailar? Pregunto. Me responde que es por los nazis, la Hitler Jugend, que se aparecen sorpresivamente y empiezan a golpearlos si los encuentran bailando música “decadente de judíos y negros.” Y porque no los enfrentan entre todos. Ellos son pacifistas, rechazan la guerra y la patria, “su chingadera es la música, el jazz”, además tienen su propio slang, me explica Hermann. Al irse la patrulla nazi, minutos después, reinicia el jolgorio de jazz.
¿Nos vamos? No, quedémonos un momento, me gusta. ¿Te gusta? ¡Sí! Le vas a simpatizar a Willy, solo aquí pasa. Ahí viene mira. Ese es mi hermanito. Nos mira y sonríe. Nos presenta a amigas. Salgo a bailar con una chica llamada Helga, pero me cuesta seguirle el ritmo. It dont mean a thing if it aint got that swing. Y cuando bailan algunos gritan “Swing Heil” y levantan sus paraguas, y me explica Hermann que esta es una burla al ridículo Seig Hail, que es el típico saludo nazi con el brazo levantado. Salimos del lugar cuando estaba ya amaneciendo y la mayoría todavía se quedaba bailando. Estaba exhausto y emocionado.
Hermann me pide el siguiente día que no le cuente a la gente del Partido donde habíamos estado la noche anterior. Y ¿por qué? Los pinches jefes no lo ven con buenos ojos, dicen que se trata de copiar esquemas culturales deformantes de los países capitalistas. A mí me pareció que era una forma de oponerse a los nazis, de rechazo a sus valores de falsa superioridad y odiosa disciplina, una interesante rebelión juvenil. ¿Será que estoy madurando políticamente o que el sistema me está asimilando? El tiempo lo dirá.
Me lleva al local de la Rote Hilfe. Es mucho más grande que el de Frankfurt, pero hay menos extranjeros. Los locales me reciben fraternalmente. Me explica el responsable de relaciones, Jurgen, un joven de aspecto militar, que están ya evaluando la mejor ruta para enviarme a Moscú y que por de pronto debía quedarme al cuidado de Hermann, el “mexicano.” Y que gente de la dirección del Partido me quieren conocer.
Me dice el Mexicano que debe hacer algunos mandados y que regresara al mediodía. Me deja en el local “entre camaradas.” Buscan un traductor y varios jóvenes me piden que les hable sobre las luchas populares en El Salvador. Les explico sobre la reciente formación del Partido Comunista y las luchas contra el militarismo y la oligarquía. Me preguntan por las luchas de los indígenas y hago un rodea para explicarles sobre los campesinos y la lucha por la tierra. Cuando regrese debo averiguar más sobre la situación de los indígenas en Sonsonate. Pero ¿hay indígenas en El Salvador? Lo dudo. Bueno, quizás en Sonsonate.
Por la tarde regresa el Mexicano y nos vamos a su casa. Ya las calles me están pareciendo familiares. Esta vez la mamá, Frau Dora, ha cocinado para la cena una sopa típica alemana como recibimiento. Y logro platicar más con Willy. Me cuenta para mi sorpresa que pertenece a la Hitler Jugend de su liceo y me enseña su uniforme con la suástica. Pero ¿y el swing?
El swing es por vocación, lo de la Hitler Jugend es por conveniencia, o por sobrevivencia, ya que todos mis maestros y maestras son simpatizantes del nacionalsocialismo. Se pone a imitar el modo de hablar, saludar y de caminar de Hitler. Te aseguro que todos mis compañeros de clase son swingers, pero por la seguridad de sus familias, por el temor a ser denunciados como decadentes y traidores, deben vestir el uniforme y someterse a los ridículos rituales de los nazis. Y la peor pesadilla es que te acusen de tener raíces judías y que te cambiaste el apellido para insertarte socialmente, pero que ocultamente sigues siendo practicante del judaísmo.
Salimos en la noche, esta vez solo con Willy a un club de swing, ya que el Mexicano se sentía indispuesto. Me siento ya como un local, solo necesito dejarme crecer el pelo. Al regreso una lluvia tenaz hizo que se destruyera mi pasaporte. Lo hubieras dejado en casa, me riñe Willy. Necesito un nuevo pasaporte. Mañana, mejor dicho, más tarde porque ya es de madrugada, le pediré al Mexican Boy, que me acompañe al consulado por la tarde.
La Legación de Salvador en Berlín
La Legación del Salvador está ubicada en una exclusiva zona residencial, rodeada de un bosque, a la que se accede luego de pasar un puesto de policía. Hermann se encarga de toda la logística. La Legación es un típico edificio al estilo alemán. Tengo que confesar que me enternecí al contemplar la bandera azulyblanco resistiendo el ataque inclemente del viento invernal berlinés. Tocamos y nos abre la puerta un mayordomo meritoreando para guardaespaldas.
Pasamos a una salita donde nos recibe la secretaria del Embajador. Es una típica belleza alemana, alta, esbelta, elegante, ya en el inicio del otoño. Se llama Frau Alvarez. Habla español y ¡es salvadoreña! Me tarea hoy consiste en evitar que el pinche Hermann saque su esmerilada caja de lustre. Veo que le gusta, a mí también. ¿salvadoreña? Sí, de padres salvadoreños, aunque nací aquí en Berlín. Sus ojos azules son fascinantes. Sí, él está y los va atender. Siéntense. Desean un café, café salvadoreño, de exportación. Disculpe y ¿cómo se llama el Embajador? Herr Gavidia. ¿Gavidia? ¿Quién será? ¿Y el nombre completo? Herr Francisco Gavidia. Ya lo conozco, fue mi profesor de Historia en la U, el viejito Chico Gavidia, por cierto, retire su materia y creo que no me lo perdonó. ¿Nos va recibir? Si, dijo que lo esperaran.
Pero va pasando el tiempo, pasa una hora, me estoy poniendo nervioso, le pido a Frau Alvarez que le pregunte de nuevo si nos va recibir. Se niega a hacerlo porque a él no se le puede interrumpir Y…pasa otra hora. Hermann está en una deliciosa conversación con la Frau Alvarez y se carcajean, creo que le está contando chistes o pasajes de su vida bohemia en México, y creo entender que hasta en El Salvador ¡Qué mentiroso! Yo me siento incomodo, necesito esperar pero siento que Don Chico me está castigando. Se enciende una pequeña lucecita y entiendo que es la contraseña para que entremos a la oficina del Embajador. ! Adelante, pueden pasar!
Me recibe con un abrazo un tanto forzado. ¿Cómo está? Señorito Regalado. ¿Señorito? Tiempo de no verlo. Y ¿qué le trae a estas nórdicas tierras? Estoy visitando a un amigo que conocí en México, aquí lo traigo para que lo conozca. Y le presento a Hermann ¿Habla español? No, habla poco. Sí, hablo español, mucha español. Se queda Don Chico perplejo y Frau Alvarez riéndose. Me la presenta oficialmente: Margarita es la nieta de Álvarez, el más renombrado poeta de la independencia, el lugarteniente de Morazán, un liberal de capa y espada. Le presento a otro poeta el Señorito Víctor Regalado. Ya nos hemos conocido, responde. Y también a su amigo.
Deseo disculparme con Ustedes por hacerlos esperar pero es que los martes le dedico tres horas al aprendizaje del árabe y había un aspecto del verbo que me tenía enchibolado y no lograba entenderlo, pero al final lo comprendí. Querido Señorito Víctor, el aprender idiomas es una de mis debilidades principales, que son muchas. Cuando dijo esto, pasó por mi cabeza la idea que era probable que Don Chico le estuviera contando las canas a la hermosa Frau Alvarez, que estaba bien buena y este pensamiento por más que trataba de hacerlo desaparecer, resurgía con más fuerza. Me dice: ah y no se preocupe ya envié a pedir al consulado en Frankfurt un nuevo pasaporte y podre entregárselo la próxima semana. Lamentablemente aquí no hay consulado. Disculpe ¿cómo está su mamá? Bien, muy bien. ¿Conoce Usted a mi mamá? Claro que si, somos amigos. Me hace sentir incomodo.
Y continúa: Mientras tanto sería para mí un gran honor que pudiera quedarse en la Residencia del Embajador como Invitado especial, dada la amistad que existe entre nuestras familias. ¿Amistad entre nuestras familias? Al ver mi cara de desconcierto me comparte que participó como testigo en el casamiento de mis padres, y que fue amigo de mi papá. Nunca me imagine esto.
Trato de escabullirme pero reflexiono que no puedo arriesgarme a que se enfade. Estoy en sus manos, y así como es él, capaz que me obliga repetir el curso de Historia. Le digo que me mudare mañana mismo. Está bien, lo espero. Nos despedimos. Al salir, el atrevido Mexicano le da un fuerte abrazo y varios besos en la mejilla a Frau Alvarez. Casi la amontonaba y no sé porque me puse un poco celoso. Así se acostumbra aquí en Alemania, me explica doctoralmente. O sea que el Mexicano no solo aprendió el idioma sino también los usos y costumbres de los latinos, lo que lo convierte en una amenaza pública. Esta será quizás mi última noche de desenfreno swing. La Patria rescataba a uno de sus hijos descarriados…
Antes de despedirnos Herr Gavidia nos explicó amablemente que en árabe no existe el infinitivo en el verbo sino que se enuncia mediante la tercera persona del singular masculino del pretérito pasado (huwa, él). Por ejemplo, kataba significa tanto escribir como él escribió. Y los verbos se dividen en primitivos (muyarrad), que tiene solo letras radicales y derivados (mazid) que tiene letras que se añaden a la raíz. Y existe el curioso concepto de letras sanas y letras enfermas, estas últimas son exclusivamente las vocales largas.
Sabe Usted Señorito ¿por qué es importante aprender el árabe? Porque los árabes fueron los padres de la matemática sobre la cual está construido el edificio de la ciencia europea, el Logos europeo, el algebra fue inventada por los árabes pero los europeos tuvieron la capacidad de asimilar esos conocimientos y lo mismo hicieron con la filosofía griega y con la tecnología china y ponerlos al servicio de sus intereses. Y de paso apoderarse de esos países y acusarlos de atrasados, de salvajes. Es una hábil inversión mental e invasión lógica. Nosotros somos hoy los atrasados, los inferiores, los orientales y ellos los aventajados, los avanzados, los industrializados. Es un problema de óptica, depende del lugar que se le vea.
Al oírlo sentía que una máquina del tiempo me había regresado a la U de hace algunos años. Salimos y él se queda con el dedo índice elucubrando sobre el árabe y las culturas del mundo. Genio y figura hasta en Alemania.
La última noche de copas
Al llegar a la casa le explico a Willy que esa será mi última noche de copas, que he sido adoptado por un familiar lejano. Y me responde que para celebrar la despedida iremos a un nuevo club que se ha abierto en el norte de la ciudad, en el que los swingers no son tan pacifistas y se enfrentan con los nazis. Esto me entusiasma.
Hermann como hermano mayor nos advierte acerca de La Calaca. ¿La Calaca? ¿No sabes acerca de la Calaca? No. Escucha esto, y se concentra hasta que encuentra estos versos acompañados de un tonillo de corrido mexicano: “Mucho cuidado señores/ Porque la muerte anda lista/ En el Panteón de Dolores/ Ya nos tiene una pocita/ Para los compositores/ Y uno que otro periodista/ Licenciados y doctores/ Todos están en la lista.”
Y señalando al Willy: “Tuku, tuku, tuki, taka/ Qué recanija calaca/ Cuando menos lo pensamos/ Nos hace estirar la pata/ Yo me le escapé una vez/Pero por poco y me atrapa…” La pinche Frida me le enseño…Nos carcajeamos de la letra de la canción.
Al llegar al lugar me siento como en casa, ya las señales del pelo largo y la ropa estrafalaria me parecen normales. Willy es saludado por muchos chicos y chicas. Me siento fuertemente atraído hacia las rubias ojos azules. Empezamos a bailar y no paso mucho tiempo sin que sucediera lo esperado y a la vez temido.
Apareció de manera petulante una patrulla de jóvenes nazis de nuestra misma edad, pero la música no fue interrumpida y seguimos bailando y a la vez viéndolos, midiéndolos, sudando de expectación, con miedo, pero esperando la mínima provocación para responder masivamente, pero percibieron nuestra decisión ya que dieron una vuelta por el salón de baile y miraron con desprecio nuestras contorsiones, pero sin atreverse a actuar.
Fue un breve pero tenso momento que parecía interminable. Al final cuando abandonaron el local, todos de manera unánime lanzamos una exclamación de victoria, nos abrazamos, saltábamos de alegría, los habíamos derrotado, les ganamos la moral, éramos inmortales. Y al unísono se alzaron los paraguas al grito desafiante que seguramente ellos afuera escucharon claramente: ¡Swing Heil! ¡Swing Heil!
Al salir del local ya de madrugada regresamos a la casa gritando como locos por las calles y en el tranvía consignas contra los nazis, la gente nos escuchaba alarmada, estábamos ebrios y habíamos perdido el juicio y el miedo. Gritábamos y nos reíamos de una noche que siempre íbamos a guardar en nuestras memorias de luchadores sociales como una noche especial de dignidad y valentía. Le habíamos ganado una batalla al nazismo, no eran invencibles. La emoción no nos permitía dormirnos y Hermann nos escuchaba embelesado, incrédulo, mientras le contábamos y repetíamos la misma historia sin cesar, agregando detalles y convirtiéndola en mito, con el cuidado que mamá no nos escuchara.
Al despertar de unas pocas horas de sueño, en el que tuve pesadillas en las cuales era capturado por la patrulla nazi de la noche anterior y me torturaban inmisericordemente, decidí enrumbar hacia la embajada ya que contar con un pasaporte era crucial para la continuidad de mi proyecto.
Al estar en el lugar, Herr Gavidia había salido lo que me permitió platicar por horas y horas, entre té, café y deliciosos pastelitos, con Frau Alvarez, que lucía un elegante vestido amarillo con puntitos azules, de manera seductora o así me lo parecía. Tenía que evaluar con fineza de relojero suizo lumpen hasta donde llegaba su coquetería y hasta donde debía llegar mi atrevimiento. Decidí al final optar por la prudencia del zorro sobre la audacia de la tortuga, y quizás fue lo mejor, aunque cuando platicábamos me la imaginaba desnuda suplicándome que volviéramos a hacer el amor, y que nunca la fuera a abandonar.
Don Chico llega por la tarde y se nos queda viendo entre enigmático y confundido, tratando infructuosamente de descubrir en nuestras miradas sentimientos de culpa. Me conduce hacia una habitación que será mi residencia oficial hasta que me marche hacia el Norte. Y ¿hacia dónde se dirige? A Italia. ¿Seguro? No será que se dirige al país de los zares derrocados. Algo sospecha este viejito intrigante con el pelo jiludo. Ah y mire, ella es casada. No esperaba este comentario que me deja sorprendido.
Asimismo me avisa que por la noche nos visitara para cenar un profesor alemán especialista en nahuat, recién llegado de El Salvador, de nombre Leonardo. ¿Especialista en nahuat? Exacto. Interesante. No me aguanto para conocerlo. Llega de manera puntual. Es un hombre ya entrado en años, de aspecto humilde, concentrado en sí mismo, con espejuelos redondos que se le bajan y debe estar subiéndoselos repetidamente. Es zoólogo y antropólogo. Don Chico me presenta como poeta.
La cena con el antropólogo Leonardo
Nos explica que ha pasado tres meses en El Salvador, más específicamente en Izalco, Sonsonate. Quisiera preguntarle por la situación política pero parece estar locamente enamorado exclusivamente del mentado nahuat, el cual supuestamente maneja a la perfección. Me pregunta por mi regreso al país y le digo que será pronto. Es un bonita país. Viviendo tres meses. Habla español con un fuerte acento germánico. Gustar pupusas y tamales. Y ¿el clima? Mucha calor ¿el clima político? Hay tensiones evidentes. ¿Le gustaron las salvadoreñas? Mujeres bonitas… Mejor ¿Cuéntenos de su trabajo?
Estoy investigando a los mitos cosmogónicos, a las leyendas que existen todavía dichas en la lengua materna de los pipiles de Izalco, es su visión de mundo. Y en particular me interesa obtener datos sobre el llamado Manuscrito o Crónica Pipil, que se encuentra desaparecido desde finales del siglo XVI, y supuestamente fue enterrado en una de las ermitas que curas franciscanos instalaron en Nahuizalco, y desenterrado por la familia Guirola que lo guarda desde entonces, pero se niega a mostrarlo para evitar una supuesta maldición de aquel que lo lea. En ese escrito se relatan las batallas de los aztecas salvadoreños contra los españoles extremeños.
Viaje varias leguas por lodazales dejados por las tormentas para poder hacer muchas entrevistas a su pueblo indígena pipil, y además preguntar por el manuscrito del que le hable. Mi búsqueda en las comunidades es la de la tradición oral desde su propia cultura campesina. Son de la familia Yuto-Azteca, diferentes de sus primos los mayas. Sus antepasados dividían el universo en cuatro grandes territorios: las frutas del campo entre estas el maíz, la tierra, el agua y los astros del cielo.
Y existían los Muchachos de la Lluvia (Tepeúa). Todo esto me lo contó Don Inés Masin, un sabio indígena sobre mitología y gramática, que vive en el cantón Cuyagualo, uno chero mío, yo soy el humilde transcriptor. Creo que tanto Chico como yo nos quedamos estupefactos. Este alemán nos daba una lección breve pero magistral, sobre cultura indígena del charquito donde nacimos, del paisito lejano y volcánico, oloroso a pólvora del que veníamos. Me atrevo a preguntarle sobre las tepolcúas ante la mirada irascible de Don Chico. No comprendo me dice. Se trata de unas culebras que habitan nuestros campos, le explico. Estuvimos platicando casi hasta el amanecer…
Entre otras cosas, Leonardo me explica que los primeros 45 años dentro de la colonización fueron muy estrictos respecto a la necesidad de aprender el castellano, pero que esta política inicial fracaso y se vieron obligados a flexibilizar y a entender que había que acercarse a los lenguajes indígenas para poder influenciar ideológicamente y convertir a naturales en súbditos.
Y uno de estos, el más brillante y a la vez terco y caprichoso, de nombre Diego Cashaca, fue el que escribió de manera clandestina entrevistando a sus abuelos rebeldes en las espesuras de los bosques, la controversial y desaparecida Crónica Pipil, de este manuscrito hay un único ejemplar que describe las principales batallas y a los más destacados jefes de la resistencia de los naturales. Posteriormente Diego Cachaca fue capturado por las autoridades por provocar desordenes en la vía pública, por quemar la bandera roja de dos puntas, y fue condenado a galeras y murió aún joven encarcelado en la Cabaña, en La Habana.
En la Crónica Pipil de finales del siglo XVI, se menciona también a las nacionalidades de las tropas indígenas aliadas que acompañaron a Alvarado, entre estas de Tenochtitlan, Tlatelolco, Texcoco, Tlaxcala, Cholula, Quauhquechollan (Puebla), Otumba, Tehuantepec, etc. Se rumora además de la existencia del Codicé Izalco, guardado en los salones del Museo Británico, así como diversas vasijas policromas que narran la caída de Cuscatan y que se encuentran en el Salón Mesoameriano del Museo Metropolitano de Nueva York. En los lienzos y códices la conquista se representa como una espada clavada en una montaña, y la resistencia se manifiesta con la imagen de barricadas.
Por casualidad conoce Usted allá en Salvador a Judas Pérez Flores, me pregunta Leonardo viéndome fijamente a los ojos. No ¿de quién se trata? Es un comerciante de telas allá en Izalco, pero es originario de San Salvador, fue muy servicial con mi persona. Desearía que me lo salude al regresar a su país. Esta muy bien, solo me da su dirección. Se lo agradeceré mucho. Me le lleva esta fotografía que tome en San Salvador de él con su esposa. Al ver la fotografía por poco me desmayo.
La vida me jugaba una broma, si, se trataba, sin duda alguna de…de… la Josefina, aunque vestida muy recatadamente, y acompañada me imagino de familiares y de su “esposo.” Sí, era ella. Y él era aquel judicial con el que nos encontramos en La Garita cuando iba saliendo junto con Galileo. Si, lo reconozco. Pero ¿qué estaría haciendo en Izalco? ¿Comerciante de telas? No lo creo. Aquí está la dirección. Gracias, pierda cuidado, yo le llevo la foto. Miraba y remiraba la fotografía y no podía creerlo.
Despierto hasta mediodía y me voy a buscar a mis camaradas del Socorro Rojo. Los encuentro reunidos en un taller sobre la situación electoral y política del país. Me invitan a incorporarme pero no encontramos ningún traductor, y en realidad, no lograba entender. Regreso a la Legación a platicar con Frau Alvarez, que me informa que su esposo Ahmet desea conocerme y que estamos invitados junto con Don Chico a cenar esta noche (a las diecinueve horas).
La cena turca
Será una noche turca me advierte, así que te pido querido ¿querido? que estés abierto a experimentar nuevos horizontes culinarios, porque no va a haber tortillas ni frijoles. No hay problema, no te preocupes, y ¿a qué se dedica tu esposo? Fue embajador del fenecido Imperio Otomano hasta 1924 y ahora se dedica a la importación de productos turcos a Alemania. Tengo que irme pronto porque necesito cocinar. Así me gusta verte, cumpliendo con tus deberes como mujer. Mejor callate…te llevas a Herr Gavidia. ¿Y la dirección? Él ya conoce.
Llegamos donde la Margara, es un lujoso apartamento en un edificio céntrico, y sale a recibirnos junto con su esposo Ahmet, vestidos ambos en trajes típicos turcos. Nos saludan con un sonriente Merhaba. El esposo es algunos años mayor que ella y muy simpático y amigable. En realidad, lucen muy felices. Aunque debe reconocer que en mis adentros me imagino a la Margara como una odalisca ejecutando una sensual danza otomana y suplicándome que la convierta en la primera esposa de mi harén.
Ahmet habla un poco de español y me cuenta que ha estado en Salvador “comiendo pupusas.” Dice que le gustaron mucho los volcanes y los lagos. Y ¿la gente? También. Se escucha una música oriental, con un instrumento de cuerdas, que me imagino es una mandolina, y al preguntar me dicen que se trata de una baglama.
La Margara nos ofrece de plato fuerte en la cena un Imam Bayildi (el imam desmayado) de una leyenda culinaria turca que narra la historia de un líder religioso que ante la sabrosura de este platillo cayó desmayado. Se trata de berenjenas asadas en aceite de oliva y rellenas con cebolla, ajo y tomate. Junto con arroz pilav, con hortalizas y pedacitos de carne de cordero. Delicioso, el Imam Bayildi se come acompañado de pide, pan plano de harina parecido a la pita griega.
Asimismo nos deleitan con la llamada leche de león, el famoso raki, que es un aguardiente ( 45 grados) anisado extraído de la uva destilada, que se toma con agua, y con sus respectivas boquitas, llamadas meses, (de berenjena, tomates, pepinos, etc.). Al chocar los vasos de raki nos enseñan a decir: ¡serefe! ¡salud! Lo que más me gusto es el adiós turco: gule, gule.
El siguiente día observo a Frau Alvarez, o mejor dicho la Margara como triste, extraña, melancólica… al final me confiesa que no había podido dormir toda la noche reflexionando sobre su identidad y su futuro. Me dice: “en el caso de vos y de Don Francisco la cosa está arreglada. Ustedes hacen las maletas y se regresan a su tierra, sin problemas. Pero en mi caso, nací aquí en Alemania pero sé que no soy alemana, no soy tampoco turca aunque ame mucho esa cultura, y cuando he ido a El Salvador me siento extranjera, como visitante, sin amistades, sin un pasado, sin raíces, me siento como una gaviota perdida en los cielos sin nido donde regresar…y entonces ¿de dónde soy? ¿Seré del linaje infame de los apátridas?” Me sorprende y me confunde, no sé qué aconsejarle.
Le digo: vos sos salvadoreña, llevas la mancha mongólica en la frente. ¿Mancha mongólica? Es un lunar en la espalda con el que nacemos. ¿Lo tendré yo? Si querés ¿lo revisamos? Ya empezas con tus bayuncadas. Viste que hablás como salvadoreña, caminás como salvadoreña, vestís como salvadoreña ¿que sos? Salvadoreña. Entonces llévame con vos de regreso. ¿Qué? ¿De qué estás hablando? ¡Estás loca! Que quiero irme con vos para Salvador. Dicen que allá se acostumbra que los galanes te arrebatan de los caminos en caballo y te llevan al río y allá te hacen el amor y ya sos la mujer del que te llevo. ¿Vamos entonces al río?
Y ¿el caballo? Y ¿tu marido? Que se consiga una turca él. Llévame como amiga entonces no como mujer. No puedo llevarte. ¿Por qué? ¿No te gusto? Estoy muy joven para acompañarme. Entonces llévame como amiga. No puedo llevarte. No quiero romper un hogar. Esas son excusas, mejor decime la verdad. No puedo decirte la verdad. Sos un gran egoísta. Y vos una gran desagradecida, abandonar a un hombre que te ama. Yo sé, pero es que no soy feliz, no me siento realizada. Y de todas maneras no tenemos ni hijos a los que responder.
¿Estás hablando en serio? Sí, veo que estás llorando. ¿Por qué no le pedís a Don Chico que te lleve? Porque sé que él no lo va hacer…ya se lo he pedido antes y me ha tratado de convencer de que desista de esta obsesión. Voy a hablar con él. Te va decir que no me andés ilusionando. Llevame como amiga. No puedo…Prometeme que lo vas a pensar. Está bien, lo voy a pensar.
Por la noche, veo y hablo con Don Chico y le cuento acerca de la Margara. Me dice: “lo supe desde un principio pero no podía evitarlo, cada vez que conoce a un salvadoreño o salvadoreña se emociona con nostalgia de patria, y hasta puede sentirse enamorada, pero después pasado el tiempo lo olvida, ojala así suceda esta vez. Yo ya le he explicado que allá las cosas son diferentes porque la gente vive, vivimos bajo la presión de la supervivencia y fácilmente la gente allá con su rudeza la lastimarían, estoy seguro de esto. Ella ha vivido toda su vida rodeada de lujos y de personas que la estiman y temo que allá los lobos y los alacranes, y de esos hay muchos, se la comerían, y no quiero que sufra, la conozco desde que era una niña, ella es una mujer muy tierna y bondadosa.”
Coincido con Don Chico pero luego reflexionando en mi cuarto pienso si no le estaremos privando a la Margara de su derecho de ser libre y de decidir dónde y con quien vivir. Y me acuerdo de mis ya lejanas clases de catecismo y de aquel dicho bíblico de que no solo de pan vive el hombre. Me parece que la Margara tiene hambre de patria y en el fondo hambre de libertad, es un rechazo a ser un pececito dorado en la pecera o un pajarito exótico en la exquisita jaula de las Europas, y pienso como en la vida cada quien carga con su propio cacaxtle.
Y tengo un sueño en donde me veía regresando a El Salvador junto con la Margara y ya teníamos hijos pequeños rubios y saltarines, y mi mamá y mi papá nos recibía en Acajutla y nos querían en la aduana cobrar bastante por tantas maletas que traíamos, y entonces salió el general Martínez y nos pidió mordida por dejarnos entrar.
En la mañana despierto con la claridad mental que la Margara tiene todo el derecho a que la muerdan y se la coman los alacranes. Es la decisión de su vida. Se lo voy a decir cuando la vea. Me siento justo y brillante. Pero este día lo voy a dedicar a mis camaradas olvidados, voy a ir al local del Socorro Rojo. Llego y el local esta semivacío, la mayoría anda apoyando a una huelga de los trabajadores cerveceros. Pido la dirección y me voy a buscarlos.
En la militancia combativa
Me alegra, me entusiasma encontrarlos en su charco cotidiano, en plena faena militante; gritando consignas afuera de la fábrica (¡Streik!) en solidaridad con los huelguistas que han cerrado los portones para que no pasen los esquiroles, protegidos por la policía. Esto nos hace familia. Me integro a la gritería y encuentro a Hermann, que rodeado de banderas, me saluda muy contento. Hablamos y me informa que debo viajar pronto a Hamburgo porque ya está resuelta mi partida hacia la patria de Lenin y de Stalin. ¿Cuándo? Cuando quieras. Puede ser mañana si estás listo. Muy bien, a qué horas vengo. Por la tarde, porque se viaja de noche, vas hacia Hamburgo. Estaré aquí a las 6 p.m. Muy bien.
Al llegar a la residencia de Don Chico lo encuentro en su medio natural, leyendo. Me saluda: Buenas tardes, señorito Regalado. Cada vez que me dice señorito me enputa porque se bien que lo hace por joder, por colocarse como alguien popular y colocarme como niño riquito. Pero por el respeto y hasta cariño se la dejo pasar. Le cuento que me voy mañana mismo al nomás recibir mi nuevo pasaporte. Va de prisa, señorito, me responde. Más o menos.
Y puede saberse hacia ¿dónde se dirige? Voy hacia Hamburgo. Veo que cada vez se acerca más a su destino final, me responde con un dejo irónico. No le respondo. Allá en Hamburgo vive un amigo que me gustaría que fuera a saludarlo, es un compatriota, de nombre Darío González. Será un placer, le digo.
Me explica que el Dr. González anda afanado en la eugenesia, y también que le gusta mucho la cucharada de jarabe, lo que me provoca conocerlo, ya que Don Chico si es cerradamente abstemio. Me invita a cenar…
La última cena…con Don Chico
Vamos a un restaurante modesto en el centro de la ciudad, solitario y acogedor. Se encuentra en modo dialogante ya que no ha dejado de hablar desde que le conté que mañana me marcho como se quisiera en breves momentos reparar los monosílabos y el silencio que ha acompañado nuestra relación.
“Vengo de una cuna humilde, allá en Oriente, en Cacahuatique, de gente trabajadora, y desde muy joven he luchado por un país más justo. En esto nos parecemos mucho. En lo que nos diferenciamos en el culto de la violencia, que ustedes practican y que forma parte de la médula de la doctrina comunista, la lucha y el odio de clases. Yo le aseguro que quitándole a los ricos no es el camino. Para eso está el diálogo para que nos entendamos como personas civilizadas…” me daban ganas de responderle, pero decidí dejarlo que siguiera porque lo hacía de buena fe.
“No podemos o mejor dicho no debemos aspirar a distribuir la miseria, a sembrar el caos y el desorden social que lo que van ocasionar es mayor desempleo, mayores sufrimientos para las clases trabajadoras. Es por esto que yo rechazo a la facción que dirige Agustín, a él yo lo conozco y sé que es buena persona, ilustrado, de allá de Teotepeque, viene de buena familia, no viene de la pobrería, pero desde muy joven se ha dejado hipnotizar, seducir por esa serpiente maligna que es el comunismo… y eso seguramente lo va llevar a la tumba, pero Usted tiene la oportunidad de cambiar, de abrir los ojos y convertirse en una persona recta, pacífica, democrática…” Me miraba de reojo como para calibrar la impresión que me producían sus palabras. Por mi parte, trataba de guardar la calma. Machete, estate en tu vaina.
“Créame que Usted tiene la oportunidad de formarse académicamente aquí en esta Europa que es la cuna de la cultura y la ciencia, bebiendo de las fuentes originales del saber. Qué no daría cualquier salvadoreño por esta valiosa oportunidad en este Mundo Libre que Usted se afana en desperdiciar, en rechazar oyendo el canto de sirenas de esa tierra violenta y gélida de los zares que hoy se dice “soviética” y “socialista.”
“Pero veo que mis palabras no logran horadar la coraza ideológica que Usted mismo se ha forjado con lecturas contumaces y agrestes, salpicadas del veneno materialista que todo lo reduce al horizonte de burgueses y proletarios. Así que ya no voy a seguir aconsejándole que abandone esa locura sangrienta y equivocada, porque como dicen en mi pueblo que al que por su gusto muere, aunque lo entierren parado. Pero ojala que solo sea trate de un error de juventud. ”
“Hablemos de otra cosa, hablemos de poesía. Y pidamos otra botella de buen vino. Fíjese que de todos los oficios que he desempeñado con el que más me identifico es con el de vate. Y como todo en la vida, en este viaje de la poesía he cruzado diversos senderos. Cabalgue inicialmente por el romanticismo, por la búsqueda de lo misterioso, de lo exótico. Incursione asimismo por la temática unionista, por la gesta sagrada de Morazán y de Barrios, liberales ambos y en esa bandera me cobijo con orgullo.
“También he buceado en las profundidades de nuestra historia prehispánica, en búsqueda muchas veces fallida, de nuestras raíces indígenas, de las memorias del quetzal y de los sueños de nuestros antepasados, de ese pasado glorioso que nos fue cortado de tajo por la llegada de Europa, que también fue fructífera porque nos lego el idioma y la religión y la cultura. Y lo más importante: el mestizaje, la fusión de nuestras razas indígena azteca y española extremeña en una nueva esencia divina de nuestra nacionalidad. ¿Ha leído mi Xochitl? Y me ha interesado indagar también sobre lo que fue la vida colonial, el cruce racial, la economía del añil, la emergencia de las ideas sagradas de independencia, democracia y libertad. ¿Ha leído mi Jupiter?”
“Y de colofón descubrí, digamos descubrimos para evitar la trifulca, junto con mi querido Rubén, mi querido amigo, el nica genial y bohemio, atrevido y pedorro, la belleza del alejandrino francés y su impacto sonoro al traducirlo en versos al español, en lo que se ha llamado literariamente la aventura azul del modernismo.”
“Como Usted ha de saber he publicado mucho pero mi obra mayor, la trascendental, mi orgullo mayor es Soteer, o Tierra de Preseas. ¿La ha leído? Se la voy a obsequiar como símbolo de amistad. Ah y también le voy a regalar una copia de La Raza Cósmica del mexicano José Vasconcelos. Pienso que es la obra cumbre de las letras y del pensamiento indoamericano, opuesto al agresivo pensamiento anglosajón, léala y le aseguro que le será de gran utilidad en ampliar sus horizontes intelectuales.” Platicamos hasta muy entrada la noche.
Rumbo a Hamburgo
Por la tarde llego a buscar Hermann y ya me está esperando. Me han preparado en el Socorro Rojo una despedida en la que se realizan brindis y hay bocadillos y abundantes botellas de vino. Me cuenta Hermann que la dirección del Partido autorizó el gasto para el “camarada salvadoreño.” A las 9 de la noche todos me acompañan – parece procesión- a la terminal de trenes. Es por seguridad me explican ya que los nazis andan patrullando las calles y realzando capturas de judíos y “otros.”
Y efectivamente nos encontramos en el camino a un destacamento que nos vieron con odio pero a la vez con temor y respeto, ya que sabían que frente a cualquier agresión iba a darse la respectiva respuesta por parte de la autodefensa comunista. Me cantan La Internacional para despedirme y abordar el tren, y debo de contener las lágrimas. Viajare toda la noche.
Hace mucho frío al llegar. Me están esperando con un letrero con mi nombre, y arriba de este una hoz y un martillo, lo que me da risa y me indica que se sienten muy seguros. Me llevan a un hotel del Partido y me dicen que vendrán por mí a mediodía. Me piden el pasaporte para obtener la visa soviética. En el hotel me ofrecen un delicioso desayuno con café y pan negro con mantequilla (de centeno).
A mediodía llegan y vamos al local del Rote Hilfe. Es un local amplio y céntrico. Hay una fotografía de combatientes de la Revolución Mexicana que es muy impresionante. Me asignan a Karl como contacto, tiene mi misma edad. Le pregunto por los swingjugend y lanza una carcajada de sorpresa. ¿Cómo es que Usted sabe? También tenemos acá.
Me informa que salgo el próximo miércoles y que viajare en un crucero sueco vía Rostock, Tallin hasta Leningrado, y que mientras tanto puedo conocer la ciudad. A mediodía me lleva el pasaporte ya con el sello y quedo maravillado de ver impreso el escudo con la hoz y el martillo.
Salimos y regresamos al Hamburger Hafen, que es gigantesco como una ciudad, caminamos bastante y no terminábamos de recorrerlo hasta que decidimos tomar un autobús y hacer el recorrido de esta forma. Pasamos la tarde haciendo turismo y terminaos en una cervecería, con gigantescos vasos helados y espumosos. Prost! Han ido pasando las semanas como un torbellino de acontecimientos, olores y sabores, como un tiovivo que alguna vez tendrá –espero-que parar. A veces me siento triste, en la confusión de un laberinto…
En la cervecería Karl me pregunta si estoy cansado y deseo irme a descansar o si seguimos la rumba. Ya me siento un poco mareado, pero le respondo que soy materia dispuesta al relajo y entonces me dice que caminemos un rato, cenemos y luego iremos a un salón de baile, si a un swingjugend. Caminamos por el malecón, el puerto por la noche es como durante el día, bullicioso y transitado, barcos y marineros de todo el mundo, ladrones y prostitutas de todo el orbe.
Cenamos un típico y delicioso Fischbrötchen. Subimos a la torre de la iglesia luterana San Miguel, o Michel, que es como el símbolo de la ciudad. Me estoy empezando a sentir ansioso de llegar y darle término a este periplo, y ya estoy un poco cansado de visitar iglesias, terminales de trenes, restaurantes, parques e incluso bares. Y por primera vez he sentido la nostalgia del calor tropical y además me gustaría ver a la Jose…
El miércoles aborde el barco e inmediatamente me encierro en mi camarote, deseo que pase el tiempo rápidamente. Llegamos por la noche a Rostock, y seguiremos hasta mañana el viaje. Decido bajar del barco para caminar por las calles, necesito sentirme en tierra, pisar la tierra, lo concreto. Es un pueblito comparado con Hamburgo y las mujeres son muy lindas, como muñecas. Al entrar en una cafetería por una bebida, siento una mirada que me penetra y me incomoda. Trato de reconocerlo pero me parece que nunca lo he visto. Me mira fijamente. ¿Será un policía? Salgo rápidamente del lugar y logro evadirlo ¿quién será? O puede que sean solo mis nervios que me juegan una broma de persecución al otro lado del mundo. Regreso al barco y m encierro en mi camarote.
Al día siguiente, durante el desayuno, vuelvo a sentir la mirada inoportuna y molesta. Se trata de alguien de mi edad, de pelo rojizo, pecoso, con una barba muy cuidada, que me ve y me sonríe, tratando de llamar mi atención. Hago como que no lo veo, y sigo comiendo mi desayuno, pero él sujeto no me despega la vista. No sé si enfrentarlo o evadirme. Decido terminar mi desayuno y correr a refugiarme en mi camarote. Pero me ha dejado preocupado. ¿De qué se tratará? ¿Qué pretende el rojizo?
A mediodía vuelvo a salir para ir al comedor y me lo encuentro en el pasillo y me aborda. Sprachen Deusch? Nein. English? No. Español. Sí. ¿Cómo tú llamarte? Eh, Víctor. ¿Para almuerzo, comida? Eh sí. Yo me llamo Marcus. ¿Eres español? No. ¿De dónde eres? De El Salvador. ¿Salvador? ¿Brasil? No, en Centro América. Ya no me lo puedo quitar de encima así que voy a averiguar de qué se trata. Al toro por los cuernos…Me mira de manera insistente. Y ¿que tú haces en Alemania? Soy periodista se me ocurre decirle. Yo soy estudiante de arquitectura. ¿Vas a Tallin o hasta Leningrado? Eh, a Leningrado. ¿Eres comunista? No, soy periodista. Yo visito a abuelo en Tallin. Al hablar mueve sus manos de manera extraña y no para de sonreír. ¿Te gusta Alemania? Si, es muy bonito. ¿Te gusta la lectura? Claro. ¿Has leído a Goethe? Si, el Fausto. ¿Qué otro autor? Eh, Schiller. Sí, son muy buenos. Bueno tengo que irme, ha sido un gusto. Lo mismo, nos vemos más tarde.
No sé qué pensar de este rojizo, parece buena gente y no me parece que sea policía, pero me desconciertan algunas de sus actitudes como su permanente sonrisa y la forma como me mira, es como si…como si me deseara. Exacto, de eso se trata. Es un afeminado, un maricón, un sucio culero de puerto y parece que le gusto. Esa es la explicación de su vocecita y sus maneras finas, y la forma como camina. No había caído, pero hoy si lo entiendo. Me le voy a tener que zafar, pero como hago para evadirlo, porque es muy amable y no me ha faltado el respeto. O sea que soy objeto de cacería y ni cuenta me había dado.
Salí a cenar y me estaba esperando a la entrada del comedor. Me dice: pensé que no ibas a venir a cenar y te iba ir a buscar a tu camarote. Hoy si ya me siento consciente de lo que está pasando, como acosado. Quizás me leyó la impresión en mi rostro porque me pregunta: ¿te pasa algo? No, no es nada. Pero me siento incomodo porque lo siento como más atrevido, incluso creo que se ha maquillado y pintado un poco los labios.
No sentamos en una mesa y luego de un momento siento el contacto de su pierna y aparto rápidamente la mía. Estaba esperando mi reacción y me dice con una mirada cómplice: discúlpame, pero siempre sonriendo. Pienso que me están tratando de seducir y no sé cómo reaccionar a menos que me porte grosero y me levante de la mesa. Se pone a preguntarme sobre la vida en mi país, pero intuyo que quiere dirigir la conversación hacia mi vida privada y le respondo con monosílabos. Termino de comer y le digo que estoy cansado y que me retiro. Buenas noches. Camino hacia mi camarote temiendo que me persiga, llego, quito lleva y me encierro.
Me siento raro, confundido, nunca había vivido una experiencia de acoso. Al estarme desvistiendo escucho que tocan la puerta. Me visto rápidamente. Es él. Abro y me dice que me trae un libro de recuerdo porque mañana temprano bajara en Tallin. Lo tomo y él atrevido aprovecha para empujar la puerta y pasar. Se sienta en mi cama y me dice que solo estará un momento porque se siente solo. No sé si sacarlo a patadas o permitirle que se quede. Me siento confundido. Veo que trae su camisa desabotonada y me pide con los ojos que me siente en la cama. Me quedo de pie y empieza a contarme de su vida y de repente como quien no quiere la cosa, posa su mano sobre mi miembro y entonces me desencajo y le grito que salga, que se vaya y veo que se asusta y me pide disculpas, pero no se va sino que se desabotona toda la camisa y me enseña su pecho como de mujer y me dice: ¿te gusta? ¿Quieres verme las piernas? ¿Te las muestro? ¿Quieres verme las nalgas? Y se las toca. Y veo que empieza a desabotonarse el pantalón y entonces le grito -ya perro-que se vaya. Me mantengo firme en mi exigencia hasta que se levanta, se abotona la camisa lentamente y sale aún sonriendo, relamiéndose, aun viéndome con ojos de lujuria, deseándome. Nunca me había sentido deseado por un hombre y nunca volví a verlo más, pero esa noche no pude dormir y pensé mucho en la Jose y sus piernas morenas danzando entre las mías, y no puedo negar que también pensé en que hubiera pasado si hubiera accedido a las urgencias del Rojizo…
Me duermo y me despierto al siguiente día al escuchar que avisan por parlantes que alistemos nuestros equipajes y pasaportes porque hemos llegado a nuestro destino final, hemos llegado a Leningrado…Aún no puedo creerlo, mi misión está por concluir, he llegado, estoy ya respirando el aire del país de los soviet, estoy en Leningrado, en la patria de Lenin y de Stalin…
8. Esperando a la mentada María
No he podido dormir por la ansiedad de que mañana voy a ver a la María. Doy vueltas y vueltas en el desgastado petate, y siento la garganta reseca, como cuando fumo puros patas de cabra. Me levanto de la cama y salgo al patio a orinarle, digo a regarle a la Niña Tomasa sus macetas de barro con Hoja de la Suerte. El cielo todavía esta estrellado y hace un friyito rico con sabor a madrugada. Me la imagino dormida soñando conmigo. Por más que trato no puedo apartármela de la mente.
Me voy al mercado a buscarla. La encuentro en su sitio acostumbrado y la saludo. Me recibe con una sonrisa coqueta. ¿Qué me trajo? Nada, falle, no se me ocurrió comprarle nada. Me dice: bien creído se hacía, no me quiso hablar el domingo. No la vi. ¿Dónde? Hágase que no me vio. Ah, en el mitin de los revoltosos. No somos revoltosos. ¿Y qué son pues? Solo exigimos nuestros derechos. Me salió garañona esta jodida. Mejor le cambio de tema.
Bien bonita ha venido. Mire y ¿cuál es su gracia? ¿su nombre? Verdad que ¿ya se le olvido? Adivine. No me lo quiere decir ¿verdad? Las chiches se le miraban bajo la tela bien paraditas y su boquita era un chupete. Platicando estábamos cuando pasan anunciando que a partir de esta tarde, en el predio de Don Serapio, se iba a instalar el Circo México. ¿Vamos? La invito. No, ya muy tarde, y no me va dar permiso mi mamá. Yo le pido el permiso cuando venga. No le diga nada que me va regañar. ¿Vamos el domingo por la tarde? Hay le voy a avisar. Por la tarde, al despedirse, me da la mano y no se la suelto. Me dice riéndose que la suelte. No lo hago. Apúrese que tengo que irme, voy a llegar tarde. La suelto y cuando se va me voltea a ver. Le tiro un besito. Y se ríe…Ya cayó.
El Circo México de Chocolate
En la noche después de cenar me atrapa la curiosidad de ir a ver al circo del mentado Don Eladio. Llego y es una carpa enlodada y llena de hoyos, con unas tablas duras de asientos. Pase, pase y disfrute del espectáculo más atrevido que hayan visto sus ojos, el salto de la muerte, por solo un medio por persona. Y los niños a la mitad del precio. El anunciante parece ser el dueño, un payaso con gigantescos zapatos rojos y la cara embadurnada de pintura.
Disfrute de este grandioso espectáculo, de las travesuras del payaso más payaso del mundo, el gran comediante Chocolate, y su ayudante el cantante de parodias, Farolito. “Ya no estás más a mi lado Encarnación, te llevaste los dos reales y el zurrón…”En eso veo que sale una bicha piernuda, con el pelo amarillo chiltota y una faldita corta celeste, y un calzoncito rosado en que se le alcanzan a marcar las nalgas cheles y el sexo peludo y mieludo. Y ya quedo hipnotizado, vagabundo sumido en la más profunda reflexión erótica.
Y para este selecto público, desde Colombia la Reina de la Cumbia, Yesenia. Pero veo que alguien se le acerca y la toma de la cintura con confianza. Se trata del maldito trapecista, que ya lo están anunciando. Y con Ustedes, Marvin, el señor de los cielos, el gran malabarista, el señor del trapecio y los cuchillos. Mejor debieran de decir, el marido de la Yesenia. Pase adelante, disfrute, sonría, edúquese ¿Edúquese? Ni que fuera escuela. Ya me siento hasta celoso de este cuchillero, de entrada me ha caído mal por abusivo.
Entro y paso a sentarme a esperar que inicie la función. Pasan vendiendo tamales y horchata. Dicen que son tamales de carne de mapache con achiote, la especialidad de la temporada. Quiero -como la mayoría de hombres que han entrado-y vengo para ver a la piernuda Yesenia.
Pero quien sale a cantar una ranchera es Farolito: “Mi mujer me dejó afuera, al cuarto metió a otro chero, y yo llorar y llorar. Llorar y llorar/ Te dije ándate desgraciada, me has hecho esta pandeada, y me las vas a pagar/ Con dinero o sin dinero, yo consigo cualquier cuero, y mi físico es la ley/ No saben ni de dónde vengo, con este las entretengo, aunque digan que soy buey”. En los últimos versos se observa y toca impúdicamente el pene, provocando las carcajadas y aplausos delirantes de los asistentes. Alguien de galería grita: ¡Qué salga la piernuda!
Y ahora con ustedes desde las profundidades de las selvas africanas el temible y violento, el descuartizador de hombres y de aldeas, Júpiter, el increíble rey león. Y aparece un animal semidormido, huesudo, con algunas trazas de haber sido un felino hace muchos años y que ante el atemorizante sonido del látigo con mucha dificultad sube en un reducido cubo de madera y voltea a ver al público más en un gesto de suplica que de amenaza.
Y luego anuncian que el domador meterá su cabeza en las fauces de este león ya calvo. Y se oye un sonido de pandereta que anuncia el momento cumbre, pero el triste animal no da muestras de abrir el hocico y el domador se ve obligado a improvisar una breve apertura forzada, por la cual saluda y pide el aplauso bondadoso del público. Se oye una voz que grita: ¡Delen de comer al león! ¡Delen de comer al domador! ¿Donde está la piernuda?
Como siguiente acto aparece Yesenia, la Mujer Culebra, pero como contorsionista, y luego aparecerá como bailarina y malabarista. Su presentación es larga, requiere paciencia para que ella se concentre y empiece a acomodar su cuerpo a posturas complicadas. Lo logra, se contorsiona, y a la vez logra el costoso aplauso. La artista arquea su tronco hacia atrás y lentamente alcanza el suelo con su rostro. Allí, toma con su boca una flor amarilla, y cuando se desenreda y hace su reverencia, la gente, asombrada, aplaude.
Y luego reaparece Marvin, el domador de leones esta vez convertido en trapecista. Le ponen una escalera y trepa a una base desde donde se desplaza por los aires y cambia de un trapecio a otro, ante la tensión creciente de la concurrencia, que expectante teme que de un momento a otro pierda el equilibrio y caiga destripado en el escenario.
Continúa el Pequeño Guillén con tres, cuatro, cinco aros, y culmina haciendo malabares con tres sombreros, alternando dos en el aire y uno en su cabeza. Se gana los aplausos del público. Y luego se escucha una música caribeña de chachacha y sale el número esperado la inigualable Yesenia, con una faldita reducida que permite observar sus calzoncitos, y unos movimientos de cadera seductores y eróticos. El público empieza a corear ante cada movimiento de pelvis, ay, ay, ay, ay, ay como imitando el acto sexual. Y se oyen gritos y chifladuras. Es el clímax del espectáculo.
Y por último aparece Chocolate, el dueño del circo. Y se pasea por el escenario como buscando a alguien, y dice: ¿no han visto a Pecuecho? Pecuecho, ¿dónde estás? La gente se mira entre sí y lanza una carcajada colectiva, a la que termino uniéndome, aunque se perfectamente a que se está refiriendo. Está hablando de mi General Martínez. Pecuecho, ¿dónde te has metido?
Me dan ganas de irle a zampar un par de vergazos a este payaso irrespetuoso, igualado. No me parece esta jodarria, habría que prohibirla. Se oye: Pecuecho, no te me andés escondiendo. Detrás le sigue un enano también vestido de payaso, que nos indica con gestos de sus manos y boca, que los olores que despide el trasero de Chocolate, son sumamente tóxicos y letales.
Y vemos salir a Pecuecho, otro payaso, con corbatín y sombrerito verde. Pecuechito, ¿qué te me habías hecho? Estaba enfermo. Y ¿qué tenías, animal? Mal de ojo. ¿Mal de ojo? Sí, no podía ver. ¿Estabas ciego entonces? No, estaba estreñido. ¿No era del ojo entonces? Sí, pero del ojo del cubanito soy señores. Y se oyen las carcajadas y los aplausos por esta jayanada. Y la función ha terminado y me regreso a casa pensando en la Yesenia del circo, me dejó picado, afiebrado.
Al llegar al hospedaje me encuentro con Leonardo, un joven alemán que ha llegado a vivir ahí y que me parece un personaje sospechoso, alega que es investigador del nahuat pero para mí que anda metido en este ajo de la pobrería rebelde y seguramente por andar metiendo la cuchara donde no debe se lo va llevar putas, más que es sequito como vara de cohete. Un día de estos le voy a dar seguimiento para ver a qué se dedica. A mí no me engaña su aspecto inofensivo.
Leonardo, el alemán sospechoso
Al día siguiente, Leonardo me invita a desayunar y acepto. Vamos al mercado, la gente se nos queda viendo en el camino porque es raro ver a extranjeros en el pueblo. Me pide que ordene sin problema que él va pagar y entonces nos damos un banquete matinal con huevos con chorizo, frijoles aguados con crema, tamales, tortillas tostadas, y una guacalada de chocolate. Me pide que le ayude a realizar su trabajo y que me lo va recompensar, lo que le acepto y agradezco porque una nueva entrada de pisto no me cae nada mal, y además aprovecho para enterarme en que anda metido porque todavía mantengo mis sospechas que este chele es subversivo. Me pregunta si hablo nahuat y le respondo que un poco aunque creo que se refiere a la lengua de los naturales, de la que no entiendo ni el bendito, pero trabajo es trabajo.
Al salir del mercado nos encontramos con Amílcar y otros dos policías los que nos saludan muy respetuosamente, pero luego de pasar y sin que el alemán se enterara, me hacían muecas obscenas, señales con las manos referidas al coito y se burlaban diciendo que iba con mi marido y otras bayuncadas. Así son las amistades por estos lados, viejos pero todavía con virgadas de cipotes escueleros.
Me dice mi nuevo “jefe” que debemos regresar “a la casa” para que me explique el trabajo en el que debo ayudarle. Lo hacemos. Inicia su discurso indicándome que es un trabajo muy delicado porque se trata de ganar la confianza de los naturales para que estos nos cuenten sus historias del pasado, particularmente los más ancianos. Precisa que lo que más le urge es hacer los contactos para visitar sus comunidades y que le permitan tomar fotografías.
No lo veo muy complicado y hasta me ayuda para mis labores de detective, me da cobertura, así ganamos todos. Y ¿Cuándo comenzamos? Ya date por contratado. Y ¿la paga? Cada quince días, lo que convinimos. De acuerdo. Y ¿qué hay que hacer? Este día necesito sentarme a planificar, pero lo más seguro es que este miércoles realicemos la primera salida de campo a unos cantones, me interesan Cuyagualo, Cuntan y Tapalshucut, así que estate pendiente, yo te avisare. ¿los conoce? Sí, claro.
El miércoles salimos de madrugada hacia Cuyagualo. Me toca hacerla de marañón con la cámara que se ve frágil pero pesa un mundo. Veo a Leonardo muy emocionado. Ha alquilado un jeep descapotado y destartalado que nos va conducir hasta el Amate Caído y de ahí tendremos que caminar o esperar que pase una carreta. El jeep camina un trecho y luego hay que bajarse a empujarlo para que reinicie la marcha. El chofer reparte puteadas como si fueran pupusas o mariposas.
Esta ya amaneciendo cuando llegamos al desvío del Amate Caído, y el jeep nos deja y se regresa al pueblo. Hay una polvazón que nos envuelve el rostro. Pasan indias con canastos de nances y mangos maduros a vender al mercado. Y entre estas indias viene la…mi Mariyita que hace como que no me conociera, baja la mirada, mientras su mamá se me queda viendo encolerizada como que le debiera algo, o como si la hubiera embarazado.
No vemos ninguna carreta así que nos toca caminar. Leonardo continúa alegre como niño que han sacado a recreo. Nuestros pies se hunden en el polvo y suerte que ando con botas. El traje blanco de Leonardo ha tomado una coloración beige, y sus cabellos rubios se han vuelto blancos, pero luce sonriente, inmerso en su salsa de explorador y antropólogo, en búsqueda de tribus salvajes, culturas misteriosas y lenguajes olvidados.
El camino es una cuesta empinada hacia el volcán, silencioso, y a veces acompañado con múltiples chillidos de pájaros, rodeado de cafetales, amates gigantescos, bondadosos madrecacaos, y huellas de culebras y mapaches. Casi a mediodía, sudados y cansados, estábamos llegando a la Quebrada de los Marroquines, donde vive el Taita Tiburcio Tushte, razón de nuestro viaje. Divisamos en una hondonada un conjunto de ranchos dispersos y un cipote nos señala que en el más lejano ya casi llegando al río, es donde vive el Taita Tiburcio. Eso significa que todavía nos falta una media hora para llegar a nuestro destino.
En la champa del Taita Tiburcio
Al llegar cerca del rancho señalado salen a recibirnos un grupo de cipotes, que nos informan que el Taita Tiburcio nos espera. Es una champa de paja común y corriente. En el patio desfilan gallinas con sus polluelos, y hay algunos patos, así como muchos chuchos y gatos. Nos sale a recibir el mentado Taita Tiburcio que ¡achís! es un viejito cadavérico, arrugado y con la piel como cascara de tabaco, que alega poseer la llave que abre las puertas del pasado y que si se lo propone incluso puede conversar con las estrellas Lo miro de reojo y no encuentro ninguna señal de grandeza sino que es un indio ordinario pero bien animala para que se enganche a este chele estudiado.
El viejito me mira fijamente pero evado su mirada. De entrada ambos sabemos que no nos gustamos. Mah cualli xihualacan (Bienvenidos) Ya hace ratus que lo estaba esperandu le dice al Chele Leonardo. Este le responde quitándose el sombrero en señal de respeto, dándole las buenas tardes y agradeciéndole que nos recibiera en su hogar. Más parece que hemos llegado a la corte de un país extranjero que a este miserable rancho perdido en las juruneras del volcán. Siéntense.
Niños, traigan agua para los invitados. Y nos llevan agua fresquita en guacales que elimina nuestra sed. ¡Vive lejos! le dice Leonardo y el Tiburcio le pide que se acerque más porque no le oye, y luego responde: Para mí es cerca y al hacerlo se ríe y deja ver que le faltan dos dientes delanteros. Es un viejito cholco. Nos aconseja descansar en unas hamacas para reponernos del esfuerzo realizado y aceptamos. Al despertar nos informan que el taita Tiburcio anda bañándose en el río y vamos a encontrarlo.
Lo hayamos sentado en una poza y nos invita a acompañarlo. Leonardo se desnuda y se mete. En mi caso, prefiero subirme a un palo a bajar jocotes de azucaron. Leonardo me llama para que los acompañe pero finjo sentirme mal del estomago. Al regresar al rancho ha llegado una india refajada a cocinar y echar tortillas. Van a saborear el pan changa nos dice el viejito. Nunca lo he probado y ojala no nos vaya a envenenar este indio jodido. Nos sirven en hoja de huerta calentada en el comal una masa de maíz, requesón, y también dulce de panela, junto con café de maíz tostado.
En realidad debo reconocer que la cena estuvo deliciosa. Luego de cenar Leonardo y el viejito se pusieron a platicar, y a veces hablaban en castilla y a veces en lengua. Suerte que no me llamó para traducir porque hubiera hecho el ridículo. A la luz de un candil Leonardo apunta emocionado todo lo que el viejito le dice. Pasan las horas y decido dormirme en la hamaca. El cielo se ve totalmente estrellado. Ya esta amaneciendo y los dos continúan hablando y cómo cada vez más entusiasmados. Al final ambos quedan dormidos exhaustos en sus respectivos taburetes (cucas). No obstante esto, ambos se levantan temprano. Leonardo me avisa que iremos a visitar a la Montaña Azul, y que regresaremos a Izalco luego del mediodía.
Empezamos a caminar por veredas en las montañas que atraviesan vaguadas y que a veces se vuelven casi intransitables, por el crecimiento de la hierba en el invierno. Hace un poco de frío y Leonardo le ha prestado una chumpa de cuero negra al viejito cacarico, que camina por el monte como si fuera un joven, saltando ramas caídas y sorteando obstáculos. Como en media hora llegamos a la entrada de una cueva escondida en el corazón de la montaña. Es un lugar sagrado dice el viejito y hay que descalzarse, lo que no me gusta mucho.
Es una cueva grande donde bien cabe una carreta de bueyes. Los cipotes que nos acompañan llevan un tizón con el que encienden una antorcha que nos permite ingresar ante la sorpresa y huida de cientos de murciélagos, que tranquilamente descansaban colgados del cielo de la cueva. El viejito le va señalando a Leonardo lo que llaman “pinturas rupestres” de venados y de monos. Me pregunto quién vendría a dibujar a estas soledades y oscuranas.
Avanzamos alrededor de quinientos metros y entonces el viejito se detuvo y pidió que le llevaran una matata, de la que sacó una manta que extendió en el suelo, así como candelas de colores y fósforos, y cucuruchos de varias yerbas. A medida que arreglaba un improvisado centro ceremonial iba explicándole a Leonardo el significado de cada elemento. Primero saludó y bendijo a los cuatro rumbos cardinales, y encendió una vela azul para el norte, negra para el sur, roja para el este y amarilla para el oeste. Luego sacó un tambor y le explicó que era el alma de la montaña y lo llamó huehuet y le explicó que él a su vez era un huehuet (anciano). Saco unos granos de resina de copal y al quemarlos su humo blanco y olor cítrico inundó la cueva.
Luego encendió el fuego sagrado y le confió que era el corazón de la vida y a la vez iluminaba para encontrar el camino que nos conduce al otro lado del río, al mundo de los muertos. Además proporciona calor y abrigo. Ya me estaba dando un poco de miedo al oír hablar de difuntos a este viejito, metidos aquí en este hoyo de la montaña. Sacó una caracola blanca (atecocoli) y al tocarla explicó que el sonido nos regresaba al vientre de nuestra madre agua, que estaba contenida en un recipiente de barro.
Siguió el viejito explicando en voz baja, casi en susurros y sacando cosas del morral. Sacó unos granos de maíz, los colocó en el mantel y los comparó con el sol cotidiano de la tortilla en nuestras mesas para calentar nuestras panzas; así como unas hojas de tabaco que lanzó al fuego y luego enrolló como cigarros, encendió uno y compartió otro con Leonardo. El viejito le fue echando humo por todo su cuerpo, iniciando con los ojos y la boca.
Luego le pidió que repitiera el ritual con su persona como símbolo de amistad tanto en este mundo de la vida como en el de la muerte. Después tomó el tambor y empezó a tocarlo, era una melodía triste, melancólica, de dolor inmemorial. Al concluir la ceremonia el viejito parecía cansado, como en trance. Y durante el camino de regreso no pronunció ninguna palabra, hasta que nos despedimos en un cruce de caminos. Leonardo, lo abrazo y hasta lloró al despedirse, ya que seguía fuertemente emocionado.
Al regresar a Izalco le pedí que me relevara de la obligación contraída, porque en realidad ni comprendía ni me gustaba acompañar la labor que él realizaba. Leonardo lo entendió y me reiteró su amistad. Por mi parte me sentí liberado y anhelaba regresar a mi labor de comerciante en telas, y de detective.
El viernes me compro un mi tecomate de chaparro y me lo paso descansando, meditando en los próximos pasos para cumplir la misión encomendada. En la tarde pasan vendiendo yuca frita con chicharrones y me doy una buena apretada. Tengo varios sujetos a los que debo toparlos al cerco y además debo continuar la visita a los pueblos, así como ir preparándole el próximo informe a mi General Calderón. Decido que me voy a tirar para el oriente del departamento. Mañana mismo salgo para Guaymoco, al que también lo conocen como San Silvestre Armenia, que está a cuatro leguas sobre el camino real, como yendo de regreso a la capital.
Rumbo a Guaymoco
Decido irme en tren y no en la camioneta, porque esta aunque más rápida lo deja uno en la entrada del pueblo y hay que subir una cuesta empinada. Al nomás bajarme en la estación se oye el sonido de las vendedoras, a las que se incorporan las indias refajadas que van en el tren, que vienen con sus canastos llenos de fruta desde Izalco y Caluco, Se ve que hay comercio en este pueblo, más que en Izalco. Debo buscar donde instalarme con mi venta, al final encuentro una esquina donde hace sombra un amate, lo que si debo tener cuidado que ningún pájaro me vaya cagar la mercadería porque me la jode.
Al momento pasan ofreciéndome desayuno el que alegremente acepto porque la tripa ya estaba protestando. Venden aquí mucho acapetate y bálsamo. Pasan las horas y ni he vendido ni he observado nada fuera de lo común, cuando de pronto veo aparecer una joven que me llama la atención, es muy elegante, un vestido lila y el pelo a lo garzón, y se hace acompañar de su sirvienta, una india que va echando en una cesta lo que ella le señala de los canastos de frutas. No puedo dejar de verla. Le pregunto a un vendedor sobre su identidad y me dice que se trata de la hija del gringo Brannon, que viene a visitarlo los fines de semana, ya que estudia en Santa Ana en un colegio de monjas, y que viven allá – son platudos-en el barrio San Sebastián. Me iba regresar en el tren de la tarde para Izalco pero esta bicha me obliga a quedarme, mañana me le pego para ver donde vive.
Busco pieza en una pensión cerca de la estación del tren y en la noche salgo a parrandear, pero todo parece apagado, hay un silencio sepulcral, las calles son muy oscuras y hasta me puedo conseguir una mi cuchillada por andar de arrebatado. Cuando ya me daba por vencido alcance a oír una música lejana que me condujo hasta un cuchitril de mala muerte, atendido por un indio cholco y chuco, en el que me vendieron una guacalada de chicha, la que disfrute con unos cigarros de tusa que ahí también vendían y que me dejaron la garganta irritada. Había un par de meretrices ya viejas que no me llamaron a brama. En realidad no hay nada más sabroso que los puros patas de cabra, pero aquí como que ni los conocen. Mejor me regrese para la hamaca de la pensión.
En la mañana ya más confiado llego al mercado a instalar mi venta y a esperar que aparezca la bicha de mis sueños, blanca alta, elegante, con pómulos salientes y ojos dormidos de tecolote, una preciosidad. A mitad de la mañana ya la vide, hoy viene con un vestido verde musgo y me parece que le gusta mucho la fruta, porque va llevando guayabas, zapotes, mangos, un par de papayas, tamarindos. La sigo con la vista y recojo mi venta y me voy tras su rastro.
Ya me siento hasta emocionado de regresar a mis labores favoritas, a mi naturaleza canina de sabueso con olfato agudo y dispuesto siempre para la caza. Veo que se meten a una cafetería frente al parque y pide un espumoso para ella y otro para la india, y observo que llega un joven a saludarla ¿será el novio? O ¿un familiar? Luego se zampan a la iglesia, se ponen unas mantillas, entran, se sientan en las bancas traseras, se arrodillan y se ponen a rezar. Y veo que el sacristán llega a saludarlas. Terminan de rezar, se levantan, salen y toman rumbo a su residencia.
Las sigo y veo que llegan a una casa blanca grande, con ventanas y puerta de madera y un par de cocoteros enanos a la entrada. La puerta se cierra pero puede verse desde afuera que hay un jardín interior cultivado de rosas. Necesito ahora buscar un lugar cercano desde donde establecer el punto de vigilancia y está un poco difícil porque es una calle solitaria. Tendrá que ser de lejos porque no hay otra salida y ya me estoy asoleando demasiado porque este sol está cabrón. Lo importante es que agora ya te vide.
Una visita misteriosa
Como a mediodía observo que llega un vehículo Ford de color verde oscuro e ingresa a la casa, ha de ser el tata de la bicha, que me han dicho que es un viejo gringo. Me voy a almorzar al mercado y al regresar no se ve movimiento, estoy instalado a cuadra y media del punto de observación. No sé si seguir o levantar la operación. Cuando estoy por irme veo movimiento, están llegando otros vehículos y se bajan viejos en trajes de casimir, lo que me inquieta es que entran como a hurtadillas, como que no quieren que los vean, como que andan conspirando y en este país los únicos que conspiran y contra el gobierno de mi General Martínez son los comunistas o los araujistas ¿de qué raza serán estos viejos cerotes es algo que tengo que averiguar?
Pero ¿cómo? Ya se me junto el corazón con el trabajo, pero así es la vida. Me decido a pasar frente a la casa pero de nada me sirve porque ni se ve ni se oye nada, únicamente pude ver a dos perros muy grandes que parecían osos estaban jugando entre ellos. Como a las dos horas pasan a traer a los visitantes sus choferes. Ya sé, la clave está en buscar relación con los choferes. Es más fácil conseguir información de ellos, creo no sé. Y ¿dónde encontrarlos? ¿En las chicherías, en los comedores, en las casas de citas? Voy a quedarme en el pueblo e informarme.
El siguiente día pregunte en el mercado por los vehículos que eran de color negro y muy lujosos. Y mi sorpresa fue que los únicos que tenían vehículo en el pueblo eran las familias Araujo, Zepeda y los Brannon. Y ya los vas a ver pasar, y efectivamente no tardaron en pasar pero uno era azul y el otro blanco y ya un poco golpeados por la vida, mientras los que vi ayer eran los dos negros, finísimos, de lujo, un Bugatti y un Pierce-Arrow. Por algo he trabajado en talleres de mecánica, para conocer las marcas.
O sea que no eran del pueblo ¿habrían venido de Izalco o del mismo San Salvador? Ya se me complico el asunto, pero lo vuelve más interesante. Lo que no tengo claro es como proseguir la investigación, y aunque creo que me encuentro en un callejón sin salida, como judío errante, pero confío que ya se me ocurrirá algo. Por de pronto, hay deseos y sueños perversos que me confunden… como que la sangre debe ser derramada, no hay otra solución.
Regreso por la tarde a la pensión, a la hamaca en la que he identificado algunas pulgas hostiles pero que me sirve de refugio. Si mañana no encuentro salida a este callejón regresare a buscar otros callejones en Izalco. Y pensar en regresar a Izalco es pensar en ver a la Mariyita, que hoy se me aparece atravesada por este nuevo rostro rival, chelito y elegante, del cual no conozco ni su nombre. Me duermo temprano. Sueño con la de aquí vestida de india hablándome y escribiéndome poemas en nahuat y la de allá vestida a la moda, ya plegada, sin el cuashte y con falda, pero siempre descalzonada.
El siguiente día, cuando voy camino a la calle real para regresar a Izalco me sorprendo de ver pasar a uno de los carros negros, el Bugatti. Así que me regreso al pueblo y efectivamente al llegar a la cuadra de mi amada ahí esta parqueado, inconfundible e impresionante, pero no pude ver quienes se bajaron, así que me toca montar de nuevo el punto de observación. Pasan las horas y a mediodía veo que la misma cholera que acompaña a mi novia al mercado, sale a comprar tortillas, y es tremendo rimero el que trae de regreso. O sea que hay bastantes almorzando. Ojala me invitaran porque ya está haciendo hambre.
Por la tarde veo que salen tres viejos ensacuchados, ven hacia todos lados recelosos, y abordan el Bugatti. Y por suerte estos ojos de lince lograron reconocer a uno de ellos, se trataba del dueño de un periódico llamado Patria, era el mismísimo Gilberto Masferrer, un viejo afeminado con peinado de nalga que dicen que con su labia es capaz de levantar un muerto. Me acuerdo de él de la campaña electoral del derrocado Araujo. Así que como me lo imaginaba, en esta casa son araujistas, esa es la jugada, por ahí va el hilo conductor. O sea que mi Cielo es araujista y en su casa está la conspiradera, la gusanera traidora. Ojala que mi General me mande capturarlos y tenga la dicha de así conocer a mi Amada y salvarle el cuero rico que tiene.
Ya no me fui para Izalco sino que me fui directo para Sonsonate a buscar a mi General para ponerlo en autos de esta nueva situación, y que me instruya sobre cómo proceder. Llego y no lo encuentro porque anda por San Salvador, me dicen que regresa mañana. Así que me voy para Izalco. Al siguiente día llego al cuartel y me recibe mi General. Y ¿qué te habías hecho? No viniste el sábado. Es que ando en la jugada, muy ocupado. Contame entonces. Le voy a contar lo último ¿sabe quién nos estuvo visitando en Armenia?
Desembucha. El mero Gilberto Masferrer. Es Alberto. Bueno, el Alberto ese. Y ¿quién te dijo? Si yo mismito lo vide. ¿Seguro? Se lo juro por esta (y cruzaba los dedos en cruz). Contame todo. Resulta que yo andaba investigando si habían rastros de comunistas cuando vi pasar a dos carros sospechosos y me dispuse a seguirlos, y vi que se parquearon y entraron en la casa de un viejo chele con aspecto de gringo. ¿Nombre? Eh, Granon, Tranon…Si, los Brannon. Exacto. ¿Los conoce? Más o menos.
Y ¿qué más averiguaste? Este viejo gringo tiene una hija. Sí, Claudita. ¿La conoce? ¿Qué te importa? Vos seguí informando. Eso fue el viernes pero seguí investigando y regresaron el domingo, se están reuniendo y por eso fue que no pude venir el sábado. Te felicito, es buena información. Y ¿podemos capturarlos? Eso no te corresponde. Vos dedicate a ubicar a los comunistas que a los araujistas nosotros nos encargamos. Además, acordate que vos no sos operativo, vos sos oreja, detective, metido, trabajas encubierto. Vos solo ves y avisas, ves y avisas. Nosotros damos los pijazos.
Dale seguimiento a todo ese sector que lo tenemos abandonado. Ah, y necesito que le sigas los pasos al sacristán de la iglesia de los caitudos, hay me mantenés al tanto. La situación ya está por reventar y hay que estar preparados. Ah, y no te perdás cabrón, reportate siempre, que para eso te pagamos. Sí mi General. Sí mi General.
Esta ha sido una de las reuniones más socadas que he tenido, quizás andaba desvelado mi General o no sé, pero estuvo grosero y malcriado, desconocido, ganas me daban de mandarlo a la solemne mierda pero me podía fusilar, es malo ese viejo odioso. Me regreso a Izalco a pie, voy a buscar un sitio en la bajada de Atecosol, donde me han dicho que hacen una sopa de puya deliciosa.
Las confidencias del sacristán
Cuando voy subiendo la cuesta de Izalco, al pasar por la iglesia, me encuentro con el mentado Toribio, el sacristán, y como que sospecha algo porque baja la mirada y me evade. Pero hoy por la tarde o mañana le caigo para interrogarlo. Al llegar al comedor y sentarme me pregunta la Niña Noy: ¿sola o con leche de tigra? Con leche. ¿Cuántas tortillas? Cinco ¿Tostadas? Sí. ¿En plato o en guacal de morro? En guacal. Y la sopa es deliciosa, la tripa de res bien cortadita, el plátano con cascara y con su respectivo limón y chilito chiltepe, chile de hombre, del que paraliza la lengua y bloquea la respiración. Pego una gran sudada hasta mojar los calzoncillos. Y ya un poco tecolote después de este sopón me voy a dormir la siesta a la pensión.
Me despierto cuando ya está oscureciendo, y salgo en busca del ladino Toribio, y me lo encuentro detrás de la iglesia, en un rincón, bien acaramelado con una señora viuda muy conocida, le había logrado quitar el vestido y ya iba con el corpiño. Y él se encontraba con la bragueta abierta de donde salía un pene minúsculo, como dedo de niño, que estaba siendo devorado por la inquieta señora. Y pensar que se corría el rumor que al sacristán se le soltaban las trenzas. Al verme aparecer se asustan y ella se tapa la cara y sale abochornada. El me recibe al principio malhumorado quejándose pero luego cambia por una actitud servil.
-Buenas tardes le de Dios, patroncito. ¿En qué puedo servirle? Servido acabas de estar vos y bien servido. Sos pícaro, quien te viera tan mansito. Y lanza una carcajada mescla de orgullo y temor. Mirá, necesito que me proporciones información sobre cualquier tipo de movimiento que veas con la indiada y quiénes son los cabecillas. Yo ya sabía que usted era judicial, pero ¿por qué no habla mejor con el padre? Lo voy a hacer pero vos sos el que pasás aquí más tiempo.
Mire, yo he visto que estos indios chucos se pasan secreteando y como que algo andan planeando y a veces cuando he querido escucharles sus juntas se alejan o se ponen a hablar en lengua y uno ni les entiende las jerigonzas que dicen, hasta puteandolo pueden estar y uno ni se entera. Y a veces hasta han venido forasteros, gente de los ferrocarrileros o hasta de San Salvador, y toman la iglesia como punto de reunión, aquí hacen los contactos. Y hasta una mamayita vino una vez que es de los mismos de ellos. Ya me empezaba a inquietar las confidencias de este sacristán porque sospechaba que estaba inventando, de la misma manera que yo lo hacía con mi General, así que lo pare en seco: mirá, necesito que me informes, que te pongas alerta, pero si yo descubro que me estás mintiendo habís de saber que te va ir mal. Lo que Usted diga patroncito, y le agradecería si tiene algo que me deje, porque la situación está jodida. Lo que te puedo dejar es el hocico bien quebrado para que aprendas a respetar a la utoridad. Se lo dije así porque sabía que solo con amenazas entienden estos cabrones pelados. No se preocupa patroncito, pronto tendrá noticias mías.
Al ir de regreso a la pensión escucho ruido de aplausos y carcajadas. Es en la gallera de Don Bartolo Noyola, el primo del alcalde. Esta lleno el local pero logro meterme hasta quedar cerca del círculo del palenque. Está repleto el lugar de viejos pistudos, finqueros de los alrededores con botas lustradas y sombreros finos, que están empinando el codo aunque algunos se me quedan viendo altaneros. Se han de preguntar que hace aquí este igualado. Pero me hago el desentendido porque quiero ver este deporte, que dicen es el favorito de mi Presidente.
Anuncian la pelea de los gallos Norteño y Carelampio y se abren y cierran las apuestas. Los pesan en una báscula, y luego los lanzan al ruedo y observo que los gallos están ennavajados. El Norteño es blanco, de Juayúa y el Carelampio rojo y local. Se miden, se hacen fintas, se escucha el aleteo, se lanzan picotazos, hasta que se trenzan a navajazos por los aires y el Carelampio sale invicto y se pavonea orgulloso de la sangre derramada de su adversario, y durante todo el espectáculo se oyen los chiflidos, bromas, insultos, carcajadas. No puede evitar uno el entusiasmarse ya que es contagiante. Pido una Payaso y me animo a apostarle un real a un gallo negro de apodo Sombra de Muerte. Pero ya en el ruedo de entrada me le degollan el pescuezo. Mejor voy a seguir viendo la jugada sin apostar. Hoy entiendo porque hay gente que se queda sin casa por esto de las peleas de gallos.
El siguiente día me fui para ver a la Mariyita en el mercado del pueblo. La encuentro en su puesto y me sonríe. Y ¿qué se había hecho? Buscándome la vida, he andado tratando de vender estos cortes. Y usted ¿cómo ha estado? Lo mismo. Y ¿el novio? ¿Cuál novio? Me va decir que no tiene novio. Ya va usted con sus cosas. Y ¿usted es casado? ¿Verdad? Aquí lo ha estado viniendo a buscar su esposa, que le deje la de la leche para el niño, le dejo dicho.
Y me le acerco y le digo: ¿júremelo? Y se pone a reír. Y aprovecho para tomarle la mano. Y me la quita pero sigue coqueteando. ¿Cuándo vamos a dar una vuelta? le pregunto. Es que me regaña mi mamá. No le diga. Hay le voy a avisar. Pero que sea cierto. Y entonces veo que se acerca mi querida suegra y me pongo mejor a platicar con Julián, el vendedor de petates y tombillas. Y ¿el petate del muerto? Le pregunto. Aquí te lo tengo mirá, me dice y se toca el pene. Ya vas con tus bayuncadas. Madurá, ya estás viejo.
Y ¿qué te habías hecho? Por ahí, buscando el billete que no aparece. Aquí circuló la versión en el gremio de vendedores, que te habían metido preso allá en Sonsonate por bolo escandaloso, y porque habías raleado a un cristiano. La otra era que te habías tirado allá en la Calle sin Ley a vender tu cuerpo por una desdicha de amor. Ja, ja, ja, veo que les gusta tocar la pianola del chambre. Mejor andá a arrear pichiches…
Platicando y riéndonos estábamos con el Julián cuando pasan ofreciendo desayuno. Hijita, tráigame tamales de huevos de toro. Uy… de esos no tenemos. Son bromas, lo mismo, lo de siempre, lo único que en vez de café me trae chocolate. O sea que te has achocolatado, no te digo pues, no se te quitan tus culeradas. Y las uñas ¿no te las has pintado? Te da envidia mi educación. Mañana saldré de nuevo de viaje.
Cacaluta y el saludo de los Cumpas
Voy por tren rumbo a Cacaluta. Es un pueblito de pocas casas, de calles de tierra y muy pobre. Pero en el camino observe varias banderas rojas en las copas de los árboles y esta es una señal que la plaga del comunismo ha penetrado también por estos lados, principalmente en sus cantones y caseríos. Es una amenaza que hay que eliminar y mientras más pronto mejor. Y me resulta complicada mi labor porque ni mercado hay, la gente va a Guaymoco cuando necesita ir a comprar. Lo que veo que se cultiva aquí es bálsamo y cacao y hay pocos ladinos, solo indiada caituda, cotonuda.
Pregunto por una chichería o cantina y me indican que queda allá por aquel amate. Voy y estoy tan salado que ni bolos hay en este pueblo. El dueño de la cantina se llama Jesús y me mira sorprendido que ande buscando chupar tan de mañana “o es de goma que anda. “¿Usted es judicial? ¿vea? Me pregunta. ¿Se me nota? A la legua, es que yo soy reservista ya hice la platada allá en Sonsonate. Y ¿qué le intereseya por estos lados? Decido jugármela: ando en busca de subversivos. Y ¿esos que son? Los que ponen las banderas rojas en los palos. Ah…los comunistas. ¿Sí? ¿Los conoce?
No se dan color pero sospecho de unos cimarrones de allá por Los Lagartos, que tienen sus ranchos en unos chiribiscales, esa gente vive de vender cangrejos, se lo digo porque en veces he visto gente desconocida, sospechosos que pasan a visitarlos en aquellos manglares. Y ¿no me podría ir a enseñar? Momento…ahí solo se llega con autoridad, armado y con tropa, si va uno solo es para ser comida de zopes, desde antes que uno llegue ya lo tienen venadeado.
Si aquí como los puede agarrar es cuando pasan para Guaymoco a vender cangrejos o piel de lagarto, deles una esperada, por lo general, pasan los domingos en sus bestias. Y mire ¿no me podría vender un poco de comida? Aquí majonchos y mangos comemos y hay la vamos pasando, pero si quiere frijoles parados con chengas allá hay una señora que le puede vender, se llama Niña Eduviges, y no es carera.
Cuando estábamos platicando se oyen el estallido de cohetes de vara y vemos aparecer por una vereda la imagen de un santo, que lo vienen cargando en hombros dos señoras enmantilladas y acompañados por una turba de indios en oración, aunque algunos bien a pichinga o manudos, porque traen cantaros de chicha y tecomates de chaparro. Me explica Jesús que se trata de San Lucas Evangelista, patrono de Cuisnahuat y que se dirigen hacia Tepecoyo donde va realizarse el “tope de los cumpas” porque se va encontrar con su alero San Cristóbal, que va bajar de Jayaque. Allá en Tepecoyo serán recibidos los cuatro cheros santos por Los Historiantes, un grupo de bailarines indígenas, que reproducen antiguas danzas de “moros y españoles.”
O sea que son santos y a la vez son cheros, cuatro compadres, Lucas, Cristóbal, Esteban y Toño, que se visitan. Interesante este bolado, no sabía yo de esto. Y a la par de los santos y cuidándolos en la caminata por las fincas viene la cofradía, que garantiza el tambor y la flauta de caña, los tamales, las riguas, el café con marquesote y la bebida espiritual para las vigilias.
Me cuenta el Reservista que además de ellos hay otra pareja de santos cheros, se trata de San Esteban de Tepecoyo y de San Antonio de Los Sitios, que también se realizan visitas, como dicta la tradición, y los que los acompañan son penitentes que están cumpliendo promesas, o son comunidades que se visitan todos los años. Aquí van a hacer estación para descansar y para cambiar de cargadores del santo. Lo bueno fue que unas “hermanas” bastante chachalacas por cierto, y todavía con algunas partes buenas, nos invitaron a desayunar, y ya hasta ganas me están dando de incorporarme a esta caminata. Mejor regreso a Izalco. Llego cansado a descansar.
El siguiente día salgo para Sonsonate, para de ahí viajar en camioneta a Cuisnahuat, que queda bien metido en la montaña, entre balsamares, y donde presumo hay también movimiento de los rojos. Llego casi al mediodía y lo que me impresiona es que las pocas casas del pueblo, todas son de madera. Un pueblo de casas de madera, limpio y ordenado, pero desierto, como pueblo fantasma, la mayoría de la gente aquí son jornaleros que salen a trabajar a los cafetales de Izalco, y algunos se dedican todavía a trabajar el bálsamo, a sacarle su resina.
En el camino se pasa por El Estocal, una cueva grande donde bien caben unas doscientas personas, que era antes utilizada por los indios para sus ceremonias religiosas. Como en Cacaluta, aquí no hay mercado, y la gente viaja a Sonsonate para aperarse. Voy usar la misma táctica usada allá para obtener información, la de buscar la cantina del pueblo.
Pero esta vez falle porque estaba cerrada, el dueño de nombre Isidro andaba por Ishuatan, pueblo que queda cerca me dicen. Decido irme caminando para Ishuatán, al que llego luego de atravesar montañas, balsamares y ríos, ya cuando está oscureciendo. Me invento la leyendo que soy de Cacaluta, y ando buscando unas reses que se me escaparon pero nadie parece creerme, porque aquí todos se conocen, pero me presento entonces como primo de Don Jesús, el cantinero, y pregunto por la familia de Isidro y al encontrarla pido y recibo posada para pasar la noche.
Me permiten dormir en un tapesco fuera del rancho. Aquí la pobreza es tal que ni candelas tienen para alumbrarse. A la madrugada me despiertan los ruidos de la mujer del primo de Isidro, que todavía oscuro, se levanta a calentar el comal para echar las tortillas y la oigo echar como puteadas en su lengua, ojala que no se refieran a mi persona. Y una hija de ella se levanta también para ir a traer un cántaro de agua al río. Andan lo más tranquilas sin blusa, con las chiches de fuera… Y yo que estaba soñando con la Jose…
Cuando se levantan Isidro y su primo me miran como desconfiados. ¿Así que usted es familiar del Chus? Sí, somos primos lejanos. Y ando buscando unas reses que me han dicho que por acá las han visto. Ah, y ¿Cuántas son? Son dos, una de piel negra y otra rojiza, están marcadas. Ojala que las encuentre pero por aquí no han pasado. Ojala, sino me va tocar regresarme.
Me invitan a una tortilla tostada con requesón y café de maíz. Desayuno y me despido. Regreso a Izalco y me parece que me toma menos tiempo que durante la venida. Llego entrada la tarde y me lanzo hacia una hamaca en el portal del hospedaje. Y la primera idea que se me viene a la mente es: ¿Dónde estará el poeta? ¿Dónde estará el culpable de toda esta condenada andadera?