El pensamiento político y social latinoamericano ha sido muy fructífero en la producción de un conocimiento concreto en torno a la naturaleza de las crisis y los conflictos societales. El hecho de haber sido un continente sometido al orden colonial y sus elites políticas haber luchado por la independencia, destaca aún más las concepciones del cambio social y el tipo de sociedad que se pretende construir. Federalismo versus Unitarismo, Monarquía versus República.
El proceso de independencia facilitó la consolidación de un pensamiento político y social donde las tradiciones liberales y conservadoras se disputaron, en el marco de las doctrinas, la hegemonía teórica.
Revoluciones, reformas, conflictos y crisis fueron analizadas bajo el tamiz del pensamiento ilustrado. La gran revolución del siglo XVIII en Europa encontró su respaldo en la naciente idea de progreso.
Y el pensamiento económico, social y político utilitarista-contractual movilizó a la naciente burguesía en su lucha por instaurar un orden burgués fundado en el progreso científico-técnico.
El pensamiento social y político de la emancipación, está empapado de la idea ilustrada de orden y progreso.
Desde fines del siglo XVIII las concepciones de una sociedad fundada en la igualdad y la libertad de los individuos abrió la crisis del orden colonial.
Criollos y peninsulares.
Diferenciados por status en función de su nacimiento en América fueron inhabilitados para ejercer los cargos más relevantes del orden colonial. Por ello, los criollos defendieron las teorías del contrato social, la voluntad general y la división de poderes desarrolladas por Rosseau y Montesquieu. La influencia de la revolución francesa y la revolución norteamericana jugaron un papel decisivo a la hora de definir las estrategias y delimitar los contenidos ideológico-políticos de los procesos independentistas.
Tras la independencia, el positivismo había empapado todo el debate teórico acerca de la naturaleza de los conflictos y las crisis sociales. Curiosamente la democracia fue el pretexto que sirvió para negarla en su esencia. Considerada no apta para las emergentes sociedades políticas post-independencia se la concebía causante de caos y anarquía. Palabras claves durante todo el siglo XIX y principios de XX. Orden y progreso; la libertad de los modernos.
El llamado a la lucha por la democracia como orden social y político será causante de los primeros enfrentamientos sociales y de la posterior crisis del orden oligárquico.
El nacimiento de los partidos demócratas y socialistas, unido a la influencia de la Comuna de París, al igual que las doctrinas socialistas y comunistas, transforman el “tranquilo mundo” del orden oligárquico de fines del siglo XIX.
Sin embargo, la fuerza del positivismo y el debate liberal-conservador siguió siendo el eje central de debate. La sociedad, se dirá, debe generar un orden estable y permanente, jerárquicamente estratificado y políticamente asentado en el gobierno de los buenos y mejores.
Los discursos y escritos políticos de los gobernantes y ensayistas de América Latina de mediados del siglo XIX son exponentes de este pensamiento político hegemónico.
José María Mora, Justo Sierra y Benito Juárez en México, Justo Arosema en Panamá, Juan Bautista Alberdi, Domingo F. Sarmiento y José Ingenieros en Argentina, Miguel Lemos en Brasil, José V. Lastarria, Francisco Bilbao, en Chile, Jose Bustillo en Bolivia, Javier Prado en Perú, Enrique Varona en Cuba, Eugenio María Hostos en Puerto Rico, Floro Costa en Uruguay, son nombres que destacan en este entramado de ensayistas y políticos centrados en demostrar cuál era el mejor camino para evitar caer en el caos y la inestabilidad.[1]
La relación entre positivismo y orden social se estrecha. La discusión queda acotada por la pregunta: ¿qué tipo de orden social se concibe como apropiado para el desarrollo de la industria y el progreso?
Todas las interpretaciones estuvieron destinadas a dar respuesta a dicho interrogante.
La sociedad, pensada como un cuerpo biológico-social y formado de partes indisolubles, conduce a las primeras interpretaciones organicistas de los conflictos y las crisis sociales. Sirvieron de excusa a los gobiernos oligárquicos para reprimir y excluir a la disidencia política en cualquier circunstancia. Si en principio fueron las disidencias liberales y progresistas las más afectadas por dicha concepción, tras las reformas liberales de fines del siglo XIX, los destinatarios de dichas visiones organicistas fueron los demócratas, socialistas, anarquistas y comunistas. La cuestión social emergía. Los conflictos y las crisis adquirieron otra dimensión y una nueva interpretación.
El problema se situaba en el interior de una sociedad cuya elite política se sentía amenazada. La lucha por la democracia, las demandas sociales y de participación por parte de un proletariado urbano, minero y portuario, produjeron las primeras matanzas y represión generalizada del movimiento obrero y sindical en toda América Latina.
La sociedad tomaba cuerpo y también se definían sus contornos, sus actores, los sujetos y los horizontes de futuro. La dirección del cambio social se convierte en objeto de estudio. Con ello se analizan la cuestión social, las movilizaciones políticas y las alternativas de sociedad. Si el primer debate fue definir la sociedad, ahora se piensa: ¿qué tipo de sociedad se quiere?
Y esta pregunta acaba afectando necesariamente a la propia concepción de sociedad.
El fin del siglo XIX y los comienzos del XX fueron determinantes. Imperios en lucha y un imperialismo en expansión mostraban un mundo distinto. La discusión se torna clara. Las clases sociales y sus proyectos transforman lo social y lo político en un campo de fuerzas. La naturaleza de la sociedad dejaba de ser orgánica-biológica para ser social y política. Sin embargo, un nuevo organicismo hizo su aparición. La sociología cobraba carta de ciudadanía. Durkheim y Simmel aportaron los elementos comprensivos de un pensamiento global sobre el contenido y alcance de las crisis y los conflictos sociales.
Solidaridad orgánica y solidaridad mecánica. El uso de un concepto acuñado por Durkheim, anomia, se hace frecuente para identificar un comportamiento social disfuncional. “Pero puesto que no hay nada en el individuo que pueda fijarle un límite, éste debe venirle necesariamente de alguna fuerza exterior a él. Es preciso que un poder regulador desempeñe para las necesidades morales el mismo papel que el organismo para las necesidades físicas. Es decir, que este poder no puede ser más que moral. La sociedad sola, sea directamente y en su conjunto, sea por medio de sus órganos, está en situación de desempeñar este papel moderador; porque ella es el único poder moral superior al individuo, y cuya superioridad acepta éste”.[2]
Una sociedad concebida de manera orgánica funcional y solidaria era el referente para interpretar la dinámica de los conflictos y las crisis sociales y políticas.
Mientras, otra corriente de pensamiento, nacida en el siglo XIX y vinculada a la concepción marxiana, criticó y mantuvo una postura enfrentada a dicha visión orgánica funcional. Su lógica fue establecer como paradigma la inherente existencia de conflictos y crisis en cualquier orden social producido por el zoum politokoun. No cabía entender y explicar el origen y causa de los conflictos por comportamientos anómicos o por desviación social. Los conflictos y las crisis eran con-naturales a un orden social fundado en relaciones sociales de explotación.
Los conflictos y las crisis no son concebidos ni analizados catastróficamente; menos aún interpretados como actos disolventes y antisociales. Su fin no consiste en provocar un caos societal. Por el contrario, los conflictos y las crisis societales son espacios articulados, dependientes de intereses concretos de clases y grupos sociales cuyos proyectos son antagónicos y complementarios. La crisis y los conflictos se transforman en una contradicción dialéctica y lógica. Sobre este suelo se levantan los estudios de los comportamientos políticos, las demandas y las negociaciones sobre los cuales debía transitar la sociedad. Así, surge en Marx un concepto de crisis definido como un tipo concreto de conflicto no resuelto.
“Estas diversas influencias se hacen sentir, ora de manera yuxtapuesta en el espacio, ora de manera yuxtapuesta en el tiempo; el conflicto entre las fuerzas impulsoras antagónicas se desahoga periódicamente mediante crisis. Estas siempre son sólo soluciones violentas momentáneas de las contradicciones existentes, erupciones violentas que restablecen por el momento el equilibrio perturbado”.[3]
Dos tipos de sociedad, dos concepciones de sus conflictos y las crisis. El pensamiento social latinoamericano está atravesado por este debate. De un lado el pensamiento liberal-conservador asume la visión orgánica-solidaria y funcional. La sociedad es un todo armónico en la cual la solidaridad entre sus partes es necesaria para el normal y buen funcionamiento del sistema. Pensar en el antagonismo y la lucha de clases es pensar en el caos, la anarquía y por ello plantearse la disolución de la sociedad. De otro, el pensamiento socialista y democrático. Para éste, las relaciones so- ciales de explotación son las causas de la injusticia y falta de derechos sociales y políticos de las clases populares y subalternas. Reivindicar por la fuerza sus derechos es producto de una sociedad antagónica, con clases sociales cuyos intereses son contrapuestos y sus cosmovisiones encontradas. Lo natural-social del orden social es el conflicto y la crisis.
Las primeras décadas del siglo XX, en América Latina,estarán marcadas por esta dualidad a la hora de concebir la sociedad y su funcionamiento. En la primera corriente libe- ral-conservadora podemos poner como representantes a Laureano Vallenilla Lanz con su obra El cesarismo democrático (1919) y al chileno Alberto Edwards con La fronda aristocrática en Chile (1928). En la segunda corriente de pensamiento, los peruanos José Carlos Mariátegui y Victor Raúl Haya de la Torre y el brasileño Gilberto Freyre, entre otros.
El siglo XX se inicia con grandes confrontaciones. La revolución mexicana despierta al mundo. El fin del porfiriato y la instauración de un orden social revolucionario en México provoca un gran terremoto político en la región.
Los regímenes oligárquicos se ven amenazados por la expansión de las demandas sociales de tierra y libertad y sufragio efectivo y no reelección. La democracia era al mismo tiempo un debate teórico y un proyecto político y social. Su influencia en América Latina afectó a toda una generación de líderes políticos e intelectuales.
La primera guerra mundial, el consiguiente desarrollo del imperialismo y el triunfo de la revolución rusa son acontecimientos que, unidos a la revolución mexicana, dan un giro en los análisis del cambio social en la región. La concepción orgánico-funcional y solidaria de la sociedad va perdiendo su fuerza. Una sociedad en permanente conflicto va ganando espacio, introduciéndose en el conjunto de estudios sobre el carácter social de las estructuras de dominio y explotación en América Latina.
Surgen nuevas interpretaciones sobre la realidad social del continente. Desde la poesía, hasta los ensayos político-filosóficos, todo está imbuido de esta noción de cambio social y de lucha anti-oligárquica. Argentina da el pistoletazo de salida. Los estudiantes de la Universidad de Córdoba en marzo de 1918 se declaran en huelga. Su proclama va dirigida a: “La juventud Argentina de Córdoba a los hombres libres de Sud América”.
“Hombres de una república libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana”[4]
Es este llamado a la juventud y hombres libres de Sudamérica lo que sienta las bases para un pensamiento social latinoamericano de carácter anti-imperialista y democrático. La nación latinoamericana cobra carta de identidad. Un argentino, Manuel Ugarte, expresa dicha dimensión continental en su ensayo La nación latinoamericana y un mexicano José Vasconselos propone su La raza Cósmica. Haya de la Torre, Mariátegui, Julio Antonio Mella, Alfredo Palacios, José Arciniegas o Gabriela Mistral, entre otros, son nombres asociados con la emergencia de un pensamiento antiimperialista y democrático. La invasión de Estados Unidos a Nicaragua y la lucha de Augusto Sandino son un punto álgido en la concepción teórica y política en el devenir del pensamiento propio latinoamericano.
Una generación formada en las luchas anti-oligárquicas y reformadoras va copando los espacios políticos. Los regímenes oligárquicos sufren rupturas, cambios y reveses. En ocasiones logran sobrevivir y con ello los procesos de cambio se ven truncados. Sin embargo, los ensayos sobre los conflictos y las crisis en la sociedad latinoamericana ya no serán los mismos. La idea de ruptura y cambio social es relevante. La necesidad de reconocimiento político y ampliación de la ciudadanía a las clases obreras y los sectores medios arrincona las concepciones orgánico-anómicas.
Los años cuarenta se muestran fructíferos en el desarrollo de pensamiento propio latinoamericano.
Y a partir de los años cincuenta, las ciencias sociales cobran un gran protagonismo. Sus concepciones teóricas y sus propuestas de análisis terminan por cubrir el espacio del debate y las interpretaciones del cambio social.
Desarrollo y democracia. Modernización y cambio social. Racionalidad política y reformas sociales. Todos estos conceptos copan el espacio teórico y el debate político. Las viejas concepciones organicistas y las visiones más reduccionistas de un marxismo vulgar, ceden paso a interpretaciones más elaboradas de los conflictos y las crisis societales.
Tras la segunda guerra mundial, la recepción del cuadro teórico metódico de la sociología es ya completa. Definida por Max Weber como una ciencia que pretende comprender interpretando la acción social para de esa manera explicarla causalmente en su conexión de sentido, se convierte en el referente para el estudio de las estructuras sociales y de poder en América Latina.
Los conflictos y las crisis pasan a formar parte de los tipos de dominación, de las formas de racionalidad y de los mecanismos de legitimidad del poder. Una sociología del poder emerge con fuerza. Las teorías de la modernización herederas de la tradición weberiana se alzan triunfantes. Gino Germani y José Medina Echevarria serán los exponentes de esta postura. Para Germani, los años cincuenta del siglo XX están inmersos en un proceso de transición. Definido como un cambio generalizado de estructuras, altera el tipo de acción social, institucionaliza el cambio y facilita un mayor grado de especialización de las instituciones.[5]
Pensar la institucionalización del cambio es pensar la dinámica de los conflictos y las crisis.
Ya no son aspectos negativos, anti-sociales. Su existencia puede ser considerada un factor de modernización de las estructuras oligárquicas y tradicionales. Sin embargo, en América Latina, la transición está sometida a vaivenes donde las fuerzas contrarias al cambio social provocan resistencias, generando un fenómeno asincrónico que dificulta la modernización política, económica y social.
El conflicto se adjetiva: institucionalizado o desintegrador. “Si bien es cierto que en ciertas orientaciones el análisis funcional ha olvidado frecuentemente el papel del conflicto, ya sea como parte del funcionamiento normal de la sociedad, ya sea como expresión inevitable o difícilmente evitable del cambio, debe reconocerse que no hay ninguna incompatibilidad intrínseca. Desde nuestro punto de vista debemos reconocer dos tipos de conflictos: a) en primer lugar el conflicto institucionalizado, es decir, el que se halla ‘previsto’ dentro del marco normativo de la sociedad y que a la vez constituye una expresión de su funcionamiento ‘normal’ y esperado… b) en segundo lugar, el conflicto que surge en relación a un proceso de cambio.
En este sentido el conflicto expresa la existencia de un ‘desajuste’: desajuste entre normas y circunstancias reales, entre grupos. En todos estos casos el conflicto expresa la típica asincronía con la que suelen verificarse los cambios de estructura y ya sea que se le consideran como una ‘consecuencia’ del cambio o como una ‘causa’ del mismo o -más correctamente- como ambas a la vez, el conflicto ‘no institucionalizado’ supone, por definición, la existencia de desintegración”.[6]
Surge un arsenal teórico tendiente a mostrar la necesidad del cambio social y de articular una sociedad en torno a objetivos como la democracia plena y el desarrollo económico y social. Es un período rico en producción de conocimientos sociales acerca de la configuración de las estructuras económicas, políticas, culturales y sociales de América Latina.
La institucionalización del debate producto de la expansión de las ciencias sociales generaliza una concepción no catastrofista de los conflictos y las crisis. Sin embargo, en la esfera de la política contingente, el conflicto internacional post-segunda guerra mundial, entra en ebullición. El triunfo de la revolución cubana y la crisis de los misiles o cohetes a principios de los sesenta agudizan la guerra fría.
Las ciencias sociales se ven afectadas por esta situación. La división entre proposiciones de cambio se concreta en alternativas de sociedad. El mundo no sólo se divide en bloques ideológico-políticos enfrentados. Las ciencias sociales, producto de una realidad histórica se ven inmersas en dicha confrontación.
En relación a nuestro interés, la dimensión del análisis teórico de los conflictos y crisis queda delimitada por la dualidad socialismo o capitalismo. El posicionamiento es total. Las ciencias sociales son un campo de conflicto y de crisis permanente. No podría ser de otro modo, forman parte de una realidad social conflictiva y en constante cambio.
Esta circunstancia hizo que en América Latina, a diferencia de Europa, Africa o Asia, el pensamiento social se encuadrase en dos tendencias teóricas. La sociología de la modernización y la sociología crítica. Ambas crearán escuela. Nombres como Raúl Prebisch, Pablo González Casanova, Celso Furtado, Florestan Fernandes, María da Conceição Tavares, Costa Pinto, Orlando Caputo, Darcy Ribeyro, Leopoldo Zea, Gino Germani, Medina Echavarria, Sergio Bagú, Juan Bosch, Fernando Henrique Cardoso, Francisco Wefort, Agustín Silva Michelena, Ludovico Silva Michelena, Theotonio do Santos, Tomas A. Vasconi. Aníbal Quijano, Aníbal Pinto, Osvaldo Sunkel, Pedro Paz, Carlos Quijano, Gregorio Selser, Pedro Vuskovic Bravo, Hugo Zemelman, Torcuato di Tella, Edelberto Torres Rivas, Carmen Miro, Daniel Camacho, Octavio Ianni, Antonio García, Orlando Fals Borda, René Zabaleta, Agustín Cueva, Ruy Mauro Marini, Ernest Feder, Aldo Ferrer, Suzy Castor, Bania Vambirra, Jorge Graciarena, José Aricó, Matos M a r, Julio Cotler, Amílcar Herrera o Rodolfo Stavenhagen son algunos de los nombres asociados a dichas tendencias.[7]
Las ciencias sociales viven en los años sesenta una época dorada. La teoría de la dependencia y el imperialismo se despliega en múltiples vertientes: estructural, económica-política o ideológica-cultural. Sociología de la explotación, estudios de marginalidad social, colonialismo interno, concepción centro-periferia, desarrollo desigual o subimperialismo son propuestas y categorías de análisis emergentes durante este período para explicar el desarrollo histórico de América Latina.
El triunfo de la Unidad Popular en Chile (1970) abre el campo a nuevas concepciones del cambio social; pero sobre todo a los análisis de transición política del capitalismo al socialismo. Si hasta ahora la vía armada y la revolución eran los ejemplos históricos presentes, la victoria en las urnas de Salvador Allende introducía en la discusión la vía pacífica de transición al socialismo.
Los estudios sobre el conflicto social y las crisis son ya el resultado de enfrentamientos teóricos entre defensores de una modernización capitalista y racionalización política y quienes plantean la superación y la transformación de las estructuras sociales de explotación y dominio capitalista.
El debate encontró dos corrientes de pensamiento armadas teóricamente y cuya fuerza se hizo sentir en los proyectos políticos y sociales del momento. En plena guerra fría, el conflicto político tendió a ser expresión de esa relación directa y antagónica entre clases sociales que pugnan por direccionar el futuro.
El golpe de Estado en Chile, el 11de septiembre de 1973 es la primera pieza de dominó que cae. Le siguen Argentina y Uruguay. El Cono Sur se transforma en un conjunto de países dominados por regímenes militares anti-comunistas asentados en la doctrina de la seguridad nacional. Brasil en 1964 inauguró esta etapa, Paraguay con Stroessner era una realidad en 1955. Bolivia con Hugo Banzer y el proceso de involución peruano tras la muerte de Velazco Alvarado completan el cuadro.
Las concepciones organicistas son revividas para funda- mentar el nuevo orden social. Una sociedad integrada, sin luchas de clases y solidaria se impone como proyecto político de refundación del orden societal. El carácter diluyente de ideologías consideradas subversivas y foráneas al entorno latinoamericano justifican la persecución y el aniquilamiento de personas. Satanizar el pensamiento crítico y considerarlo causante de violencia es el argumento más sólido de las dictaduras para imponer su nuevo ordenamiento político. En él, el conflicto estaba superado o mejor dicho no estaba permitido.
Un período de impasse en los análisis, motivado por la represión, el cierre de universidades, la muerte y el asesinato caracteriza el fin de los años setenta. El neoliberalismo se impone en estas circunstancias. La lucha por la defensa de los derechos humanos centra la mayoría de los esfuerzos. En esta dinámica, el estudio de los conflictos y las crisis busca comprender cómo fue posible el surgimiento de estos regímenes de excepción de violencia inusitada y con la barbarie como insignia. El debate sobre regímenes burocrático-autoritarios y la caracterización de las dictaduras es el resultado de dicho proceso de reflexión.[8]
Igualmente se profundizan los análisis de clases y sus comportamientos políticos. La obra de Raúl Benítez Zenteno publicada en dos volúmenes por Siglo XXI México Las Clases sociales en América Latina y Las crisis políticas en América Latina, después del golpe militar en Chile, es muestra de lo anotado.
A fines de los años setenta, una nueva generación de científicos sociales emerge en esta discusión generando una dinámica de cambio. La revolución en Nicaragua ayuda a recuperar cierto optimismo perdido. Los años ochenta cuentan con nuevos nombres propios en el debate teórico. Los estudios sobre conflicto y crisis se subentienden como parte de una discusión centrada en señalar los condicionantes necesarios para “transitar” de las dictaduras a las democracias. Nombres como los de Atilio Borón, Luis Maira, Carlos Vilas, Manuel Antonio Garretón, Tomás Moulián, Norbert Lechner, Carlos Portales, Augusto Varas, Fernando Fanzylber, Fernando Calderón, José Joaquín Brunner, Juan Carlos Portantiero, Alejandro Foxley, Lorenzo Meyer, Nestor García Canclini, Ariel Dorfman, Héctor Díaz Polanco, Orlando Núñez, Juan Arancibia, Angel Quinteros, Gerónimo de Sierra o Carlos Delgado son algunos de ellos.
Formados a la luz del debate teórico de los años setenta, en los ochenta ocupan un lugar destacado en la literatura sobre conflicto, crisis y transición política en América Latina.
El mantenimiento de las dictaduras y la crisis centroamericana obligó a realizar un esfuerzo de comprensión mayor acerca del tipo y las formas de relación entre Estados Unidos y América Latina. El análisis de las relaciones internacionales, sus conflictos y las crisis en que se ven inmersas las relaciones entre los Estados latinoamericanos y Estados Unidos, son motivo de reflexión y estudio. A fines de los años setenta ya hay una producción importante sobre el sentido y forma de los conflictos y crisis en las relaciones Estados Unidos-América Latina. Una publicación destaca sobre todas. Editada por el Centro de Investigación y Docencia Económica C.I.D.E. en México ve la luz Cuadernos Semestrales. Estados Unidos: perspectiva latinoamericana.
Los años ochenta dejan un balance crítico. En el ámbito internacional, la caída de los regímenes políticos en la Europa del Este, el fin de la guerra fría y la profundización de las reformas afincadas en las doctrinas neoliberales. En América Latina se viven las guerras de baja intensidad, además de una invasión y una Guerra. Estados Unidos en Panamá y Gran Bretaña en las Islas Malvinas. En los `90 entrarán en Haití.
Los análisis teóricos sobre conflictos y crisis adquieren un rango destacado. Sin embargo forman parte de estudios específicos sobre transición y cambio social.
Y aquí está el gran debate de fines de los años ochenta y principio de los años noventa. Resquebrajadas las dictaduras y cuestionados sus regímenes. El cambio político se entiende como la salida del orden dictatorial. Lo que antes era una visión crítica y enfrentada a las formas políticas del capitalismo en cualquiera de sus formas, ahora se reducía a una crítica parcial a las formas dictatoriales de ejercicio del poder. Su máxima expresión teórica se encuentra en la obra colectiva coordinada por Guillermo O. Donnell, Philippe Schmiter y Laurence Whitehead (compiladores) cuyo título es significativo: Transiciones desde un gobierno autoritario. Editorial Paidos, Buenos Aires, IV volúmenes.
Lo que en los años setenta había constituido un cuerpo más o menos homogéneo de discusión, donde las concepciones teóricas de análisis social coinciden con proyectos de sociedad alternativos, entra en crisis. El llamado a los proyectos anti-capitalistas y democráticos ya no es un referente. Tampoco lo es mayoritariamente la crítica a las relaciones sociales de explotación.
En los años ochenta y profundizada en los noventa, se produce una diáspora en el pensamiento crítico latinoamericano. La visión organicista y funcional sobre el carácter de los conflictos y las crisis societales es asumida como un referente válido. Nuevamente orden y progreso. Gobernabilidad y paz social. Los llamados a mantener las reformas neoliberales del Estado, los procesos de privatización, así como los programas económicos sobre pactos de exclusión fundamentados en el mito del progreso nos hacen pensar en la refundación del poder. Una refundación totalitaria y neo-oligárquica, en la cual plantear un proyecto alternativo puede ser considerado subversivo y desarticulador del cuerpo social.
La llamada a evitar el riesgo de ingobernabilidad y la incertidumbre, se impone como expresión teórica de este pensamiento neo-positivista afincado en los mitos del orden y el progreso. Los conflictos y las crisis deben ser reguladores de un sistema solidario y orgánico, cuyas partes cooperan entre sí para un mismo fin común.
La entrada en el siglo XXI representa por ello un desafío en el ámbito de las ciencias sociales a nivel mundial y desde luego regional. En América Latina su desarrollo hace albergar un proceso de reversión de esta tendencia monista en el análisis social de los conflictos y las crisis societales.
Un nuevo pensamiento crítico, desligado de las viejas polémicas que acompañaron los debates políticos en tiempos de guerra fría, se abre paso. Las nuevas generaciones no sometidas a los dogmatismos teóricos y centradas en demostrar cómo funciona y se reproduce la economía mundo en el marco del actual proceso de internacionalización del capital, es el aliciente para revertir la situación.
La incorporación de elementos como la destrucción ecológica, el medio ambiente, los problemas de género, étnicos y los derivados de las actuales condiciones de colonialismo global y explotación global cambian completamente el estudio y la forma que asumen los conflictos y las crisis societales.
También altera la configuración de los proyectos democráticos y de cambio social en la región. Por ello, terminaría señalando que la acción de recuperar la democracia emprendida por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en México expresa como lo indica Pablo González Casanova, no la última revolución del siglo XX, sino el camino que han de seguir las revoluciones latinoamericanas en el siglo XXI.
“La contribución del EZLN quiere ser muy modesta y es también muy ambiciosa: defender por las armas, en la Selva Lacandona y en los Montes Azules, la tierra, la libertad y la dignidad que los alzados no pudieron defender de otra manera, e iniciar un cambio de conciencia del pueblo de Chiapas y de México para que con la democracia y la paz se logren objetivos de libertad y justicia no sólo en las nubes, ni sólo en la Selva, ni sólo en Chiapas, sino en el país. El EZLN recuerda la bella imagen de la mariposa que desata una tormenta, y la más exacta de los grandes movimientos que parecen empezar desde cero y que se vuelven universales. Implica una negociación que no sea ‘tranza’ y una revolución que ponga un alto a la violencia contra los pueblos indios, para abrir el paso a una democracia con libertad y justicia, con dignidad y autonomía. El proyecto se formula en dialectos particulares que se universalizan y en lenguajes universales que florecen entre mexicanos, tzeltales, tzotziles, choles, zoques y tojobales. Tal vez se realice. Pero en todo caso, sería una tragedia para la humanidad que no se realizara”.[9]
[1] La mejor síntesis se encuentra en las publicaciones de la Biblioteca Ayacucho, Caracas, Venezuela. Entre sus títulos destacamos cuatro: El pensamiento conservador (1815-1898); El pensamiento positivista ( Volúmenes I y II); El pensamiento político de la emancipación( Volúmenes I y II) y Pensamiento de la Ilustración.
[2] DURKHEIM, Emilio. El suicidio. Editorial AKAL, Madrid 1976, pág. 265.
[3] MARX, Karl. El Capital. Libro Tercero, Volumen 6. Editorial Siglo XXI, España, 1976, pág. 320.
[4] CUNEO, Dardo. La reforma universitaria. (1918-1930). Editorial Ayacucho, Venezuela, 1978, pág. 3.
[5] Consúltese las obras de Gino Germani: Sociología de la Modernización. Editorial PAIDOS, Buenos Aires 1971; y Política y Sociedad en una época de transición. Editorial PAIDOS, Buenos Aires, 1979. Igualmente de José Medina Echavarría: Consideraciones sociológicas sobre el desarrollo económico en América Latina. Editorial EDUCA, San José, Costa Rica, 1980.
[6] GERMANI, Gino. Política y Sociedad en una época de transición. Editorial PAIDOS, Buenos Aires, 1979, p. 59.
[7] Esta selección de nombres desde luego es ilustrativa, no es sistemática y tiene como objetivo mostrar el gran desarrollo de las ciencias sociales, así como de sus escuelas de pensamiento. Existen múltiples antologías de pensamiento social latinoamericano donde se recoge de manera general autores y debates. Sin embargo para nuestros fines recomiendo la lectura del texto de SOLARI, Aldo, FRANCO, Rolando y JUTKOWITZ, Joel : Teoría, acción social y desarrollo en América Latina. Editorial Siglo XXI, México.
[8] Este debate se puede seguir en los siguientes textos: CAVALLAROJAS, Antonio (Comp). Geopolítica y seguridad nacional en América.UNAM, México,1979. Autores Varios. El control político en el cono sur. Textos de ILDIS. Editorial Siglo XXI, México, 1978. MATTELART, Armand y Michèle ; Comunicación e ideologías de la seguridad. Cuadernos Anagrama, Barcelona, 1978. También el texto promisorio de O’DONNELL, Guillermo. Modernización y autoritarismo. Editorial PAIDOS, Buenos Aires, 1972, (existen múltiples trabajos en la década de los años ochenta. Pero se trata de visualizar el sentido histórico de los debates y su línea argumental. Los estudios compilados por Augusto Varas, destacan en los años ochenta).
[9] GONZALEZ CASANOVA, Pablo. Causas de la rebelión en Chiapas. Revista Política y Sociedad No. 16-17, Madrid, 1995, pags. 83-93