Conflicto y crisis en el pensamiento social latinoamericano. Marcos Roitman Rosenmann. 2000

El pensamiento político y social latinoamericano ha sido muy fructífero en la producción de un conocimiento concreto en torno a la naturaleza de las crisis y los conflictos societales. El hecho de haber sido un continente sometido al orden colonial y sus elites políticas haber luchado por la independencia, destaca aún más las concepciones  del  cambio  social  y  el  tipo  de  sociedad  que  se pretende construir. Federalismo versus Unitarismo, Monarquía versus República.

El  proceso  de  independencia  facilitó  la  consolidación de un pensamiento político y social donde las tradiciones liberales  y  conservadoras  se  disputaron,  en  el  marco  de  las doctrinas, la hegemonía teórica.

Revoluciones, reformas, conflictos y crisis fueron analizadas bajo el tamiz del pensamiento ilustrado. La gran revolución del siglo XVIII en Europa encontró su respaldo en la naciente idea de progreso.

Y el pensamiento económico, social  y  político  utilitarista-contractual  movilizó  a  la  naciente burguesía en su lucha por instaurar un orden burgués fundado en  el progreso científico-técnico.

El  pensamiento  social  y  político  de  la  emancipación, está  empapado  de  la  idea  ilustrada  de  orden  y  progreso.

Desde fines del siglo XVIII las concepciones de una sociedad  fundada  en  la  igualdad  y  la  libertad  de  los  individuos abrió  la  crisis  del  orden  colonial

Criollos  y  peninsulares.

Diferenciados  por  status  en  función  de  su  nacimiento  en América  fueron  inhabilitados  para  ejercer  los  cargos  más relevantes  del  orden  colonial.  Por  ello,  los  criollos  defendieron las teorías del contrato social, la voluntad general y la división de poderes desarrolladas por Rosseau y Montesquieu. La influencia de la revolución francesa y la revolución norteamericana jugaron un papel decisivo a la hora de definir las estrategias y delimitar los contenidos ideológico-políticos de los procesos independentistas.

Tras la independencia, el positivismo había empapado todo el debate teórico acerca de la naturaleza de los conflictos y las crisis sociales. Curiosamente la democracia fue el pretexto que sirvió para negarla en su esencia. Considerada no apta para las emergentes sociedades políticas post-independencia se la concebía causante de caos y anarquía. Palabras claves  durante  todo  el  siglo  XIX  y  principios  de  XX. Orden y progreso; la libertad de los modernos.

El llamado a la lucha por la democracia como orden social y político será causante de los primeros enfrentamientos sociales y de la posterior crisis del orden oligárquico.

El nacimiento de los partidos demócratas y socialistas, unido a la influencia de la Comuna de París, al igual que las doctrinas socialistas y comunistas,  transforman el “tranquilo mundo” del orden oligárquico de fines del siglo XIX.

Sin embargo, la fuerza del positivismo y el debate liberal-conservador  siguió  siendo  el  eje  central  de  debate.  La sociedad,  se  dirá,  debe  generar  un  orden  estable  y  permanente, jerárquicamente estratificado y políticamente asentado en el gobierno de los buenos y mejores. 

Los discursos y escritos políticos de los  gobernantes y ensayistas  de  América  Latina  de  mediados  del  siglo  XIX son  exponentes  de  este  pensamiento  político  hegemónico.

José María Mora, Justo Sierra y Benito Juárez en México, Justo Arosema en Panamá, Juan Bautista Alberdi, Domingo F. Sarmiento y José Ingenieros en Argentina, Miguel Lemos en Brasil, José V. Lastarria, Francisco Bilbao, en Chile, Jose Bustillo en Bolivia, Javier Prado en Perú, Enrique Varona  en  Cuba,  Eugenio  María  Hostos  en  Puerto  Rico,  Floro Costa en Uruguay, son nombres que destacan en este entramado de ensayistas y políticos centrados en demostrar cuál era el mejor camino para evitar caer en el caos y la inestabilidad.[1]

La  relación  entre  positivismo  y  orden  social  se  estrecha. La discusión queda acotada por la pregunta: ¿qué tipo de orden social se concibe como apropiado para el desarrollo de la industria y el progreso?

Todas las interpretaciones estuvieron destinadas a dar respuesta a dicho interrogante.

La sociedad, pensada como un cuerpo biológico-social y formado de partes indisolubles, conduce a las primeras interpretaciones organicistas de los conflictos y las crisis sociales. Sirvieron de excusa a los gobiernos oligárquicos para reprimir y excluir a la disidencia política en cualquier circunstancia. Si en principio fueron las disidencias liberales y progresistas las más afectadas por dicha concepción, tras las reformas liberales de fines del siglo XIX, los destinatarios de  dichas  visiones  organicistas  fueron  los  demócratas,  socialistas, anarquistas y comunistas. La cuestión social emergía. Los conflictos y las crisis adquirieron otra dimensión y una nueva  interpretación.

El  problema  se  situaba  en  el  interior  de  una  sociedad cuya elite política se sentía amenazada. La lucha por la democracia, las demandas sociales y de participación por parte  de  un  proletariado  urbano,  minero  y  portuario,  produjeron las primeras matanzas y represión generalizada del movimiento obrero y sindical en toda América Latina.

La  sociedad  tomaba  cuerpo  y  también  se  definían  sus contornos, sus actores, los sujetos y los horizontes de futuro. La dirección del cambio social se convierte en objeto de estudio. Con ello se analizan la cuestión social, las movilizaciones  políticas  y  las  alternativas  de  sociedad.  Si  el  primer debate fue definir  la sociedad, ahora se piensa: ¿qué tipo de sociedad se quiere?

Y esta pregunta acaba afectando necesariamente a la propia concepción de sociedad.

El fin del siglo XIX y los comienzos del XX fueron determinantes. Imperios en lucha y un imperialismo en expansión  mostraban  un  mundo  distinto.  La  discusión  se  torna clara. Las clases sociales y sus proyectos transforman lo social y lo político en un campo de fuerzas. La naturaleza de la sociedad dejaba de ser orgánica-biológica para ser social y política. Sin embargo, un nuevo organicismo hizo su aparición.  La  sociología  cobraba  carta  de  ciudadanía.  Durkheim  y  Simmel  aportaron  los  elementos  comprensivos  de un pensamiento global sobre el contenido y alcance de las crisis y los conflictos sociales.

Solidaridad orgánica y solidaridad mecánica. El uso de un  concepto  acuñado  por  Durkheim,  anomia,  se  hace  frecuente para identificar un comportamiento social disfuncional. “Pero puesto que no hay nada en el individuo que pueda fijarle un límite, éste debe venirle necesariamente de alguna fuerza exterior a él. Es preciso que un poder regulador desempeñe  para  las  necesidades  morales  el  mismo  papel que el organismo para las necesidades físicas. Es decir, que este  poder  no  puede  ser  más  que  moral.  La  sociedad  sola, sea directamente y en su conjunto, sea por medio de sus órganos, está en situación de desempeñar este papel moderador; porque ella es el único poder moral superior al individuo, y cuya superioridad acepta éste”.[2]

Una sociedad concebida de manera orgánica funcional y solidaria era el referente para interpretar la dinámica de los conflictos y las crisis sociales y políticas.

Mientras,  otra  corriente  de  pensamiento,  nacida  en  el siglo  XIX  y  vinculada  a  la  concepción  marxiana,  criticó  y mantuvo  una  postura  enfrentada  a  dicha  visión  orgánica funcional. Su lógica fue establecer como paradigma la inherente existencia de conflictos y crisis en cualquier orden social producido por el zoum politokoun. No cabía entender y explicar  el  origen  y  causa  de  los  conflictos  por  comportamientos anómicos o por desviación social. Los conflictos y las  crisis  eran  con-naturales  a  un  orden  social  fundado  en relaciones sociales de explotación.

Los conflictos y las crisis no son concebidos ni analizados catastróficamente; menos aún interpretados como actos disolventes y antisociales. Su fin no consiste en provocar un caos societal. Por el contrario, los conflictos y las crisis societales son espacios articulados, dependientes de intereses concretos  de  clases  y  grupos  sociales  cuyos  proyectos  son antagónicos y complementarios. La crisis y los conflictos se transforman en una contradicción dialéctica y lógica. Sobre este suelo se levantan los estudios de los comportamientos políticos, las demandas y las negociaciones sobre los cuales debía transitar la sociedad. Así, surge en Marx un concepto de crisis definido como un tipo concreto de conflicto no resuelto.

“Estas diversas influencias se hacen sentir, ora de manera  yuxtapuesta  en  el  espacio,  ora  de  manera  yuxtapuesta  en  el  tiempo;  el  conflicto  entre  las  fuerzas  impulsoras  antagónicas  se  desahoga  periódicamente  mediante crisis. Estas siempre son sólo soluciones violentas  momentáneas  de  las  contradicciones  existentes, erupciones violentas que restablecen por el momento el equilibrio perturbado”.[3]

Dos tipos de sociedad, dos concepciones de sus conflictos y las crisis. El pensamiento social latinoamericano está atravesado por este debate. De un lado el pensamiento liberal-conservador asume la visión orgánica-solidaria y funcional. La sociedad es un todo armónico en la cual la solidaridad entre sus partes es necesaria para el normal y buen funcionamiento del sistema. Pensar en el antagonismo y la lucha de clases es pensar en el caos, la anarquía y por ello plantearse la disolución de la sociedad. De otro, el pensamiento socialista y democrático. Para éste, las relaciones so- ciales de explotación son las causas de la injusticia y falta de derechos sociales y políticos de las clases populares y subalternas. Reivindicar por la fuerza sus derechos es producto de una sociedad antagónica, con clases sociales cuyos intereses son contrapuestos y sus cosmovisiones encontradas. Lo natural-social del orden social es el conflicto y la crisis.

Las primeras décadas del siglo XX, en América Latina,estarán marcadas por esta dualidad a la hora de concebir la sociedad y su funcionamiento. En la primera corriente libe- ral-conservadora podemos poner como representantes a Laureano Vallenilla Lanz con su obra  El cesarismo democrático (1919) y al chileno Alberto Edwards con  La fronda aristocrática en Chile  (1928). En la segunda corriente de pensamiento, los peruanos José Carlos Mariátegui y Victor Raúl Haya de la Torre y el brasileño Gilberto Freyre, entre otros.

El siglo XX se inicia con grandes confrontaciones. La revolución mexicana despierta al mundo. El fin del porfiriato  y  la  instauración  de  un  orden  social  revolucionario  en México  provoca  un  gran  terremoto  político  en  la  región.

Los  regímenes  oligárquicos  se  ven  amenazados  por  la  expansión de las demandas sociales de tierra y libertad y sufragio  efectivo  y  no  reelección.  La  democracia  era  al  mismo tiempo un  debate teórico y un proyecto político y social. Su influencia en América Latina afectó a toda una generación de líderes políticos e intelectuales.

La  primera  guerra  mundial,  el  consiguiente  desarrollo del  imperialismo  y  el  triunfo  de  la  revolución  rusa  son acontecimientos que, unidos a la revolución mexicana, dan un  giro  en  los  análisis  del  cambio  social  en  la  región.  La concepción  orgánico-funcional  y  solidaria  de  la  sociedad va  perdiendo  su  fuerza.  Una  sociedad  en  permanente  conflicto va ganando espacio,  introduciéndose en el conjunto de estudios sobre el carácter social de las estructuras de dominio y explotación en América Latina.

Surgen nuevas interpretaciones sobre la realidad  social del continente. Desde la poesía, hasta los ensayos político-filosóficos, todo está imbuido de esta noción de cambio social y de lucha anti-oligárquica. Argentina da el pistoletazo de salida. Los estudiantes de la Universidad de Córdoba en marzo de 1918 se declaran en huelga. Su proclama va dirigida a: “La juventud Argentina de Córdoba a los hombres libres de Sud América”.

“Hombres de una república libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua  dominación  monárquica  y  monástica.  Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen.  Córdoba  se  redime.  Desde  hoy  contamos  para  el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana”[4]

Es este llamado a la juventud y hombres libres de Sudamérica lo que sienta las bases para un pensamiento social latinoamericano  de  carácter  anti-imperialista  y  democrático. La nación latinoamericana cobra carta de identidad. Un argentino,  Manuel  Ugarte,  expresa  dicha  dimensión  continental en su ensayo  La nación latinoamericana y un mexicano José Vasconselos propone su  La raza Cósmica. Haya de la Torre, Mariátegui, Julio Antonio Mella, Alfredo Palacios, José Arciniegas o Gabriela Mistral, entre otros, son nombres  asociados  con  la  emergencia  de  un  pensamiento antiimperialista y democrático. La invasión de Estados Unidos a Nicaragua y la lucha de Augusto Sandino son un punto  álgido  en  la  concepción  teórica  y  política  en  el  devenir del pensamiento propio latinoamericano.

Una generación formada en las luchas anti-oligárquicas y reformadoras va copando los espacios políticos. Los regímenes oligárquicos sufren rupturas, cambios y reveses. En ocasiones  logran sobrevivir y con ello los procesos de cambio  se  ven  truncados.  Sin  embargo,  los  ensayos  sobre  los conflictos y las crisis en la sociedad latinoamericana ya no serán los mismos. La idea de ruptura y cambio social es relevante. La necesidad de reconocimiento político y ampliación de la ciudadanía a las clases obreras y los sectores medios arrincona las concepciones orgánico-anómicas.

Los años cuarenta se muestran fructíferos en el desarrollo de pensamiento propio latinoamericano.

Y a partir de los años cincuenta, las ciencias sociales cobran un gran protagonismo.  Sus  concepciones  teóricas  y  sus  propuestas  de análisis terminan por cubrir el espacio del debate y las interpretaciones del cambio social.

Desarrollo y democracia. Modernización y cambio social. Racionalidad política y reformas sociales. Todos estos conceptos copan el espacio teórico y el debate político. Las viejas concepciones organicistas y las visiones más reduccionistas de un marxismo vulgar, ceden paso a interpretaciones más elaboradas de los conflictos y las crisis societales.

Tras la segunda guerra mundial, la recepción del cuadro teórico metódico de la sociología es ya completa. Definida por Max Weber  como una ciencia que pretende comprender interpretando la acción social para de esa manera explicarla  causalmente  en  su  conexión  de  sentido,  se  convierte en el referente para el estudio de las estructuras sociales y de poder en América Latina.

Los conflictos y las crisis pasan a formar parte de los tipos de dominación, de las formas de racionalidad y de los mecanismos  de  legitimidad  del  poder.  Una  sociología  del poder  emerge  con  fuerza.  Las  teorías  de  la  modernización herederas de la tradición weberiana se alzan triunfantes. Gino Germani y José Medina Echevarria serán los exponentes de esta postura. Para Germani, los años cincuenta del siglo XX  están  inmersos  en  un  proceso  de  transición.  Definido como un cambio generalizado de estructuras, altera el tipo de acción social, institucionaliza el cambio y facilita un mayor grado de especialización de las instituciones.[5]

Pensar  la  institucionalización  del  cambio  es  pensar  la dinámica  de  los  conflictos  y  las  crisis. 

Ya  no  son  aspectos negativos, anti-sociales. Su existencia puede ser considerada un factor de modernización de las estructuras oligárquicas  y  tradicionales.  Sin  embargo,  en  América  Latina,  la transición está sometida a vaivenes donde las fuerzas contrarias al cambio social provocan resistencias, generando un fenómeno asincrónico que dificulta la modernización política, económica y social.

El conflicto se adjetiva: institucionalizado o desintegrador. “Si bien es cierto que en ciertas orientaciones el análisis funcional ha olvidado frecuentemente el papel del conflicto, ya sea como parte del funcionamiento normal de la sociedad, ya sea como expresión inevitable o difícilmente evitable del cambio, debe reconocerse que no hay ninguna incompatibilidad intrínseca. Desde nuestro punto de vista debemos reconocer dos tipos de conflictos: a) en primer lugar el conflicto institucionalizado, es decir, el que se halla ‘previsto’ dentro del marco normativo de la sociedad y que a la vez constituye una expresión de su funcionamiento ‘normal’ y esperado… b) en segundo lugar, el conflicto que surge en relación a un proceso de cambio.

En este sentido el conflicto expresa la existencia de un ‘desajuste’: desajuste entre normas y circunstancias reales, entre grupos. En todos estos casos el conflicto expresa la típica asincronía con la que suelen verificarse los cambios de estructura y ya sea que se le consideran como una ‘consecuencia’ del  cambio o como una ‘causa’ del mismo o -más correctamente- como ambas a la vez, el conflicto ‘no institucionalizado’ supone, por definición, la existencia de desintegración”.[6]

Surge un arsenal teórico tendiente a mostrar la necesidad del cambio social y de articular una sociedad en torno a objetivos como la democracia plena y el desarrollo económico y social. Es un período rico en producción de conocimientos sociales acerca de la configuración de las estructuras económicas, políticas, culturales y sociales de América Latina.

La institucionalización del debate producto de la expansión de las ciencias sociales generaliza una concepción no catastrofista de los conflictos y las crisis. Sin embargo, en la esfera de la política contingente, el conflicto internacional post-segunda guerra mundial, entra en ebullición. El triunfo de la revolución cubana y la crisis de los misiles o cohetes a principios de los sesenta agudizan la guerra fría.

Las ciencias sociales se ven afectadas por esta situación. La división entre proposiciones de cambio se concreta en alternativas de sociedad. El mundo no sólo se divide en bloques ideológico-políticos enfrentados. Las ciencias sociales, producto de una realidad histórica se ven inmersas en dicha confrontación.

En relación a nuestro interés, la dimensión del análisis teórico  de  los  conflictos  y  crisis  queda  delimitada  por  la dualidad  socialismo  o  capitalismo.  El  posicionamiento  es total. Las ciencias sociales son un campo de conflicto y de crisis permanente. No podría ser de otro modo, forman parte de una realidad social conflictiva y en constante cambio.

Esta circunstancia hizo que en América Latina, a diferencia de Europa, Africa o Asia, el pensamiento social se encuadrase en dos tendencias teóricas. La sociología de la modernización y la sociología crítica. Ambas crearán escuela. Nombres como Raúl Prebisch, Pablo González Casanova, Celso Furtado, Florestan Fernandes, María da Conceição Tavares, Costa Pinto, Orlando Caputo, Darcy Ribeyro, Leopoldo Zea, Gino Germani, Medina Echavarria, Sergio Bagú, Juan Bosch, Fernando Henrique Cardoso, Francisco Wefort, Agustín Silva Michelena, Ludovico Silva Michelena, Theotonio do Santos, Tomas A. Vasconi. Aníbal  Quijano, Aníbal Pinto, Osvaldo Sunkel, Pedro Paz, Carlos Quijano, Gregorio Selser, Pedro Vuskovic Bravo, Hugo Zemelman, Torcuato di Tella, Edelberto Torres Rivas, Carmen Miro, Daniel Camacho, Octavio Ianni, Antonio García, Orlando Fals Borda, René Zabaleta, Agustín Cueva, Ruy Mauro Marini, Ernest Feder, Aldo Ferrer, Suzy Castor, Bania Vambirra, Jorge Graciarena, José Aricó, Matos M a r, Julio Cotler, Amílcar Herrera o Rodolfo Stavenhagen son algunos de los nombres asociados a dichas tendencias.[7]

Las ciencias sociales viven en los años sesenta una época dorada. La teoría de la dependencia y el imperialismo se despliega en múltiples vertientes: estructural, económica-política o ideológica-cultural.  Sociología de la explotación, estudios de marginalidad social, colonialismo interno, concepción centro-periferia, desarrollo desigual o subimperialismo son propuestas y categorías de análisis emergentes durante este período para explicar el desarrollo histórico de América Latina.

El triunfo de la Unidad Popular en Chile (1970) abre el campo  a  nuevas  concepciones  del  cambio  social;  pero  sobre todo a los análisis de transición política del capitalismo al socialismo. Si hasta ahora la vía armada y la revolución eran los ejemplos históricos presentes, la victoria en las urnas  de  Salvador  Allende  introducía  en  la  discusión  la  vía pacífica de transición al socialismo.

Los estudios sobre el conflicto social y las crisis son ya el resultado de enfrentamientos teóricos entre defensores de una  modernización  capitalista  y  racionalización  política  y quienes  plantean  la  superación  y  la  transformación  de  las estructuras sociales de explotación y dominio capitalista.

El  debate  encontró  dos  corrientes  de  pensamiento  armadas teóricamente y cuya fuerza se hizo sentir en los proyectos  políticos  y  sociales  del  momento.  En  plena  guerra fría, el conflicto político tendió a ser expresión de esa relación directa y antagónica entre clases sociales que pugnan por direccionar el futuro.

El golpe de Estado en Chile, el 11de  septiembre  de  1973  es  la  primera  pieza  de  dominó  que cae. Le siguen  Argentina y Uruguay. El Cono Sur se transforma  en  un  conjunto  de  países  dominados  por  regímenes militares anti-comunistas asentados en la doctrina de la seguridad nacional. Brasil en 1964 inauguró esta etapa, Paraguay con Stroessner era una realidad en 1955. Bolivia con Hugo  Banzer  y  el  proceso  de  involución  peruano  tras  la muerte de  Velazco Alvarado completan el cuadro.

Las concepciones organicistas son revividas para funda- mentar el nuevo orden social. Una sociedad integrada, sin luchas de clases y solidaria se impone como proyecto político de refundación del orden societal. El carácter diluyente de ideologías consideradas subversivas y foráneas al entorno latinoamericano justifican la persecución  y el aniquilamiento de personas. Satanizar el pensamiento crítico y considerarlo causante de violencia es el argumento más sólido de las dictaduras para imponer su nuevo ordenamiento político. En él, el conflicto estaba superado o mejor dicho no estaba permitido.

Un período de impasse en los análisis, motivado por la represión, el cierre de universidades, la muerte y el asesinato caracteriza el fin de los años setenta. El neoliberalismo se impone en estas circunstancias. La lucha por la defensa de los derechos humanos centra la mayoría de los esfuerzos. En esta dinámica, el estudio de los conflictos y las crisis busca comprender cómo fue posible el surgimiento de estos regímenes de excepción de violencia inusitada y con la barbarie como insignia. El debate sobre regímenes burocrático-autoritarios y la caracterización de las dictaduras es el resultado de dicho proceso de reflexión.[8]

Igualmente se profundizan los análisis de clases y sus comportamientos políticos. La obra de Raúl Benítez Zenteno publicada en dos volúmenes por Siglo XXI México Las  Clases sociales en América Latina  y Las crisis políticas en América Latina, después del golpe militar en Chile, es muestra de lo anotado.

A fines  de  los  años  setenta,  una  nueva  generación  de científicos sociales emerge en esta discusión generando una dinámica  de  cambio.  La  revolución  en  Nicaragua  ayuda  a recuperar  cierto  optimismo  perdido.  Los  años  ochenta cuentan  con  nuevos  nombres  propios  en  el  debate  teórico. Los estudios sobre conflicto y crisis se subentienden como parte de una discusión centrada en señalar los condicionantes necesarios para “transitar” de las dictaduras a las democracias.  Nombres  como  los  de  Atilio  Borón,  Luis  Maira, Carlos  Vilas,  Manuel  Antonio  Garretón,  Tomás  Moulián, Norbert Lechner, Carlos Portales, Augusto Varas, Fernando Fanzylber, Fernando Calderón, José Joaquín Brunner, Juan Carlos Portantiero, Alejandro Foxley, Lorenzo Meyer, Nestor  García  Canclini,  Ariel  Dorfman,  Héctor  Díaz  Polanco, Orlando Núñez, Juan Arancibia, Angel Quinteros, Gerónimo de Sierra o Carlos Delgado son algunos de ellos.

Formados  a  la  luz  del  debate  teórico  de  los  años  setenta,  en  los ochenta  ocupan  un  lugar  destacado  en  la  literatura  sobre conflicto, crisis y transición política en América Latina.

El mantenimiento de las dictaduras y la crisis centroamericana obligó a realizar un esfuerzo de comprensión mayor acerca del tipo y las formas de relación entre Estados Unidos y América Latina. El análisis de las relaciones internacionales, sus conflictos y las crisis en que se ven inmersas las relaciones entre los Estados latinoamericanos y Estados Unidos, son motivo de reflexión y estudio. A fines de los años setenta ya hay una producción importante sobre el sentido y forma de los conflictos y crisis en las relaciones Estados Unidos-América Latina. Una publicación destaca sobre todas. Editada por el Centro de Investigación y Docencia Económica C.I.D.E. en México ve la luz  Cuadernos Semestrales. Estados Unidos: perspectiva latinoamericana.

Los años ochenta dejan un balance crítico. En el ámbito  internacional,  la  caída  de  los  regímenes  políticos  en  la Europa del Este, el fin de la guerra fría y la profundización de las reformas afincadas en las doctrinas neoliberales. En América Latina se viven las guerras de baja intensidad, además de una invasión y una Guerra. Estados Unidos en Panamá y Gran Bretaña en las Islas Malvinas. En los `90 entrarán en Haití.

Los análisis teóricos sobre conflictos y crisis adquieren un rango destacado. Sin embargo forman parte de estudios específicos sobre transición y cambio social.

Y aquí está el gran debate de fines de los años ochenta y principio de los años noventa. Resquebrajadas las dictaduras y cuestionados sus regímenes. El cambio político se entiende como la salida del orden dictatorial. Lo que antes era una visión crítica y enfrentada a las formas políticas del capitalismo en cualquiera de sus formas, ahora se reducía a una crítica parcial a las formas dictatoriales de ejercicio del poder. Su máxima expresión teórica se encuentra en la obra colectiva coordinada  por  Guillermo  O.  Donnell,  Philippe  Schmiter  y  Laurence  Whitehead  (compiladores)  cuyo  título  es  significativo:  Transiciones  desde  un  gobierno  autoritario. Editorial Paidos, Buenos Aires, IV volúmenes.

Lo que en los años setenta había constituido un cuerpo más  o  menos  homogéneo  de  discusión,  donde  las  concepciones  teóricas  de  análisis  social  coinciden  con  proyectos de  sociedad  alternativos,  entra  en  crisis.  El  llamado  a  los proyectos anti-capitalistas y democráticos ya no es un referente.  Tampoco lo es mayoritariamente la crítica a las relaciones sociales de explotación.

En los años ochenta y profundizada en los noventa, se produce una diáspora en el pensamiento crítico latinoamericano. La visión organicista y funcional sobre el carácter de los conflictos y las crisis societales es asumida como un referente válido. Nuevamente orden y progreso. Gobernabilidad y paz social. Los llamados a mantener las reformas neoliberales del Estado, los procesos de privatización, así como los programas económicos sobre pactos de exclusión fundamentados en el mito del progreso nos hacen pensar en la refundación del poder. Una refundación totalitaria y neo-oligárquica, en la cual plantear un proyecto alternativo puede ser considerado subversivo y desarticulador del cuerpo social.

La  llamada  a  evitar  el  riesgo  de  ingobernabilidad  y  la incertidumbre,  se  impone  como  expresión  teórica  de  este pensamiento neo-positivista afincado en los mitos del orden y el progreso. Los conflictos y las crisis deben ser reguladores de un sistema solidario y orgánico, cuyas partes cooperan entre sí para un mismo fin común.

La entrada en el siglo XXI representa por ello un desafío en el ámbito de las ciencias sociales a nivel mundial y desde luego regional. En América Latina su desarrollo hace albergar un proceso de reversión de esta tendencia monista en el análisis social de los conflictos y las crisis societales.

Un  nuevo  pensamiento  crítico,  desligado  de  las  viejas polémicas que acompañaron los debates políticos en tiempos de guerra fría, se abre paso. Las nuevas generaciones no sometidas  a  los  dogmatismos  teóricos  y  centradas  en  demostrar cómo funciona y se reproduce la economía mundo en  el  marco  del  actual  proceso  de  internacionalización  del capital, es el aliciente para revertir la situación.

La  incorporación  de  elementos  como  la  destrucción ecológica, el medio ambiente, los problemas de género, étnicos  y  los  derivados  de  las  actuales  condiciones  de  colonialismo  global  y  explotación  global  cambian  completamente el estudio y la forma que asumen los conflictos y las crisis societales.

También altera la configuración de los proyectos  democráticos  y  de  cambio  social  en  la  región.  Por ello, terminaría señalando que la acción de recuperar la democracia  emprendida  por  el  Ejército  Zapatista  de  Liberación  Nacional  en  México  expresa  como  lo  indica  Pablo González Casanova, no la última revolución del siglo XX, sino el camino que han de seguir las revoluciones latinoamericanas en el siglo XXI.

“La contribución del EZLN quiere ser muy modesta y es también muy ambiciosa: defender por las armas, en la Selva Lacandona y en los Montes Azules, la tierra, la libertad y la dignidad que los alzados no pudieron defender de otra manera, e iniciar un cambio de conciencia del pueblo de Chiapas y de México para que con la democracia y la paz se logren objetivos de libertad y justicia no sólo en las nubes, ni sólo en la Selva, ni sólo en Chiapas, sino en el país. El EZLN recuerda la bella imagen de la mariposa que desata una tormenta, y la más exacta de los grandes movimientos que parecen empezar desde cero y que se vuelven universales. Implica una negociación que no sea ‘tranza’ y una revolución que ponga un alto a la violencia contra los pueblos indios, para abrir el paso a una democracia con libertad y justicia, con dignidad y autonomía. El proyecto se formula en dialectos particulares que se universalizan y en lenguajes universales que florecen entre mexicanos, tzeltales, tzotziles, choles, zoques y tojobales. Tal vez se realice. Pero en todo caso, sería una tragedia para la humanidad que no se realizara”.[9]


[1] La mejor síntesis se encuentra en las publicaciones de la Biblioteca Ayacucho,  Caracas, Venezuela. Entre sus títulos destacamos cuatro:  El pensamiento conservador (1815-1898);  El pensamiento positivista ( Volúmenes I y II);  El pensamiento político de la emancipación( Volúmenes I y II) y  Pensamiento de la Ilustración.

[2] DURKHEIM, Emilio.  El suicidio. Editorial AKAL, Madrid 1976, pág. 265.

[3] MARX, Karl.  El Capital. Libro Tercero, Volumen 6. Editorial Siglo XXI, España, 1976, pág. 320.

[4] CUNEO, Dardo.  La reforma universitaria. (1918-1930). Editorial  Ayacucho, Venezuela, 1978, pág. 3.

[5] Consúltese las obras de Gino Germani: Sociología de la Modernización. Editorial  PAIDOS,  Buenos  Aires  1971;  y  Política  y  Sociedad  en  una  época  de transición. Editorial PAIDOS, Buenos Aires, 1979. Igualmente de José Medina Echavarría: Consideraciones sociológicas sobre el desarrollo económico en América Latina. Editorial EDUCA, San José, Costa Rica, 1980.

[6] GERMANI, Gino.  Política y Sociedad en una época de transición. Editorial PAIDOS, Buenos Aires, 1979, p. 59.

[7] Esta selección de nombres desde luego es ilustrativa, no es sistemática y tiene como objetivo mostrar el gran desarrollo de las ciencias sociales, así como de sus escuelas de pensamiento. Existen múltiples antologías de pensamiento social  latinoamericano  donde  se  recoge  de  manera  general  autores  y  debates. Sin embargo para nuestros fines recomiendo la lectura del texto de SOLARI, Aldo, FRANCO, Rolando y JUTKOWITZ, Joel : Teoría, acción social y desarrollo en América Latina. Editorial Siglo XXI, México.

[8] Este debate se puede seguir en los siguientes textos: CAVALLAROJAS, Antonio (Comp). Geopolítica y seguridad nacional en América.UNAM, México,1979. Autores Varios. El control político en el cono sur. Textos de ILDIS. Editorial Siglo XXI, México, 1978. MATTELART, Armand y Michèle ; Comunicación  e  ideologías  de  la  seguridad. Cuadernos  Anagrama,  Barcelona,  1978. También  el  texto  promisorio  de  O’DONNELL,  Guillermo.  Modernización y autoritarismo. Editorial PAIDOS, Buenos Aires, 1972, (existen múltiples trabajos en la década de los años ochenta. Pero se trata de visualizar el sentido histórico de los debates y su línea argumental. Los estudios compilados por Augusto Varas, destacan en los años ochenta).

[9] GONZALEZ CASANOVA, Pablo. Causas de la rebelión en Chiapas. Revista Política y Sociedad No. 16-17, Madrid, 1995, pags. 83-93

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