¿Qué militantes populares, qué movimientos populares, qué proyectos políticos populares van constituyendo sus resistencias y alternativas en este tiempo histórico?
¿Qué lugar tiene en sus propuestas la batalla cultural?
¿Cómo avanzar en la formación de militantes y movimientos populares, con capacidad de aprehensión y transformación de la complejidad de la trama social en la que se recrean las posibilidades de existencia, no sólo de un grupo, sino de toda la humanidad y la naturaleza? ¿Dónde afirmar el dinamismo de estos procesos?
Intentaré aproximar algunas reflexiones, que sostienen nuestra práctica de formación política, que realizamos junto a diferentes movimientos populares, y que ahora integramos como programa específico del OSAL[1]
Nuevos desafíos en el siglo XXI
Los movimientos populares latinoamericanos iniciaron el siglo XXI enfrentando nuevos desafíos, que multiplican las tareas ya planteadas y proponen nuevos horizontes. Se amplía la resistencia a las políticas neoliberales y comienzan a ensayarse alternativas populares a las mismas.
Este doble movimiento, de negación y afirmación, de rechazo y de propuesta, requiere de militantes con capacidad para analizar los complejos procesos en los que desarrollan su actividad, y para asumir iniciativas diversas, tanto en la confrontación con la dominación, como en los esfuerzos de creación de experiencias de poder popular.
Sin embargo, por múltiples razones, se han debilitado los procesos de formación de militantes. Entre muchas causas no podemos omitir el impacto de la devastación producida por las dictaduras latinoamericanas, que liquidaron físicamente y destruyeron moralmente a miles de luchadores y luchadoras, introduciendo en la subjetividad del pueblo y en sus organizaciones la desconfianza, el miedo, el derrotismo, la desmoralización, y una cultura de sobrevivencia basada en el “sálvese quien pueda”.
Sobre esta base resultó eficaz la acción desorganizadora del pensamiento de izquierda y popular promovida por la cultura neoliberal.
El desconcierto, la crisis teórica, la vulnerabilidad frente a la pérdida de certezas –muchas veces basadas en dogmas– se reforzaron ante el cambio brusco en las relaciones de fuerzas producido a nivel mundial después de la desarticulación de la Unión Soviética y de las experiencias del Este europeo, del controvertido rumbo de China y de otras revoluciones asiáticas, así como de los procesos de descolonización africanos.
En nuestro continente, la derrota del sandinismo y la frustración de las expectativas sobre una revolución centroamericana[2], así como el cuadro continental post-dictaduras, afirmaron la sensación de triunfo mundial del capital, que se reforzó con la ofensiva ideológica conservadora asociada a los contenidos del Consenso de Washington[3].
Las políticas neoliberales desplegaron una auténtica guerra cultural destinada a ganar las mentes y los corazones de los pueblos.
El desmoronamiento de un socialismo en el que el poder popular había sido enajenado mucho tiempo antes de su caída formal fue presentado como triunfo del capitalismo. El fin de la historia, el fin del trabajo, la desaparición de la clase obrera, la utopía desarmada fueron algunas de las ideas fuerza que horadaron en el imaginario popular las convicciones sobre las posibilidades del cambio social, las revoluciones, el socialismo, el marxismo, dejando el campo abierto a la posmodernidad y a su prédica funcional a la fragmentación del movimiento popular.
Sin embargo, la historia no terminó. Bastaron dos décadas de políticas neoliberales para que los pueblos comenzaran a expresar en América Latina el hartazgo frente a sus consecuencias: la devastación de la naturaleza, la superexplotación de los trabajadores y trabajadoras, la pérdida de derechos sociales, la precarización de todas las formas de trabajo y de vida, la exclusión de amplias franjas de la sociedad, el refuerzo de los fundamentalismos conservadores, las invasiones y guerras, las opresiones culturales, diversas formas de genocidio, la corrupción en distintas esferas de la gestión política y económica, la degradación de una parte de la humanidad, sostenida por debajo de los límites mismos de la sobrevivencia a través de políticas de asistencialismo y de control social, la criminalización de la pobreza y la judicialización de la miseria.
Este hartazgo produjo fuertes crisis de gobernabilidad y acentuó la deslegitimación de las políticas neoliberales y de aquellas fuerzas partidarias que las aplicaron. Como expresión de este cansancio, se multiplicaron levantamientos populares locales y nacionales, se realizaron diversos ensayos de poder popular, se practicaron distintas formas de acción directa, se desplegaron movilizaciones masivas, lucha de calles –que en algunas oportunidades se transformaron en estallidos de rebeldía.
Las organizaciones nacidas o desarrolladas en estos años desplegaron una enorme imaginación en esfuerzos de sobrevivencia, en la recuperación de saberes ancestrales, en la creación de nuevos saberes sobre salud, alimentación, educación, comunicación, y en variadas modalidades de batalla cultural. En levantamientos populares masivos en algunos casos, y utilizando también los espacios de disputas electorales, se derrocaron gobiernos y se destituyeron a los sectores políticos que venían implementando los mandatos políticos y sociales del poder mundial.
En estas intensas jornadas se va recuperando la confianza en las propias fuerzas, se reinventan formas de trabajo comunitario o colectivo, se rompen cercas latifundiarias, se cuestiona la propiedad privada desde las fábricas sin patrones, se realizan intentos de una nueva institucionalidad, se crean nuevas constituciones, se discuten los límites de estas democracias, se ejercitan modalidades de democracia participativa y de democracia directa, se libran batallas en la justicia contra la impunidad, se realizan nuevas maneras de integración política, económica, social y cultural de los pueblos que desafían las imposiciones imperialistas.
En este contexto, el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela y su impulso a la revolución bolivariana rompieron el aislamiento internacional en el que la Revolución Cubana venía sosteniendo la defensa del horizonte socialista. Posteriormente, la llegada al gobierno de Evo Morales en Bolivia comenzó a dar oportunidades para la constitución de un eje de integración de gobiernos del continente nucleados en el ALBA (Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe), que con apoyos tímidos de otros gobiernos permitieron poner freno al proyecto del imperialismo presentado como ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas).
Aunque este se haya metamorfoseado en una cantidad de tratados de libre comercio, de programas de militarización, de instalación de bases, de ejercicios conjuntos, de propuestas de canje de deuda por educación, por naturaleza, etc. , de iniciativas como el IIRSA (Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana), que son otras formas de continuidad de la política norteamericana de control del continente para imponer su hegemonía en el mundo, también se crearon –gracias a las resistencias populares y a la voluntad política de algunos de estos gobiernos– mejores posibilidades para proponer un modelo de integración de cara a las necesidades de los pueblos, tarea en la que es imprescindible el protagonismo de los movimientos y redes alternativas.
Se presenta, sin embargo, el dilema de que el desgaste de los proyectos neoliberales se precipitó más rápidamente que la recomposición de las propuestas estratégicas y de las fuerzas organizadas alrededor de proyectos políticos populares. Es así como en momentos aún de defensiva para las organizaciones políticas de izquierda y los movimientos populares, se produjeron flujos de ascenso de las luchas –incluso sin conducción política, como el 19 y 20 de diciembre de 2001 en Argentina–, o el acceso al gobierno de fuerzas que provienen de tradiciones de izquierda, con bajos niveles de movilización e iniciativa popular.
De esta manera, se va reconfigurando el mapa de América Latina, con gobiernos democrático- populares, algunos de los cuales plantean perspectivas socialistas, y otros que simplemente ponen cosméticos discursivos “progresistas” a las políticas neoliberales. Estos gobiernos provienen de procesos peculiares y han asumido distintas definiciones, tanto en lo que hace a su rumbo político, económico y social, como a su relación con los intereses de poder, con el imperialismo y también con los movimientos populares.
No es el propósito de este artículo analizar el carácter de clase y los compromisos de cada uno, sino llamar la atención respecto de que, a pesar de que en algunos enfoques se tiende a generalizar una caracterización del proceso político latinoamericano, cargándolo de cierto exitismo en la valoración de la nueva relación de fuerzas, un análisis más detallado podría recomendar no establecer fáciles paralelos y simetrías, y asumir que existe una distancia considerable entre el cansancio social hacia las políticas neoliberales y los procesos reales basados en la fuerza organizada del poder popular.
Esto crea el riesgo de que los avances logrados puedan resultar transitorios, y que en la medida en que no se conjugue el dinamismo popular con proyectos que rompan los límites actuales del programa capitalista, y con la creación de fuerzas organizadas del pueblo que sustenten esos proyectos, los procesos pueden ser rápidamente revertidos, dando lugar al retroceso de lo conquistado y al avance inclusive de las fuerzas de la derecha, que utilizan esta etapa para reorganizarse.
A pesar de los límites señalados, es cierto que como resultado de la acumulación de rebeldías, en las batallas populares producidas en estos comienzos de siglo, se revalorizó la lucha política, no como gerenciamiento empresarial sino como causa colectiva; y se insinuaron distintas maneras de amasar identidad y proyecto, en un esfuerzo solidario que al tiempo que sueña el proyecto, intenta construirlo en las prácticas cotidianas, modificando las relaciones de opresión y dominación.
También en esta etapa se multiplicaron las expresiones de sujetos políticos que se organizan para denunciar y enfrentar formas de subordinación o exclusión que no dependen solamente de variables económicas, a la visibilización como son las demandas ligadas al reconocimiento de la identidad cultural; de diversos campos de las percepciones, pensamientos, sentimientos y experiencias de las mujeres, de sectores de la diversidad y de la disidencia sexual; a la recuperación de las culturas indoamericanas y afrodescendientes, y de aquellas espiritualidades populares que desafían la prédica del pensamiento capitalista y patriarcal, el fundamentalismo religioso y la homogeneización de las subjetividades alrededor de un patrón cultural burgués, machista, racista, homofóbico, xenófobo, colonizador, guerrerista y violento.
Algunos debates en los movimientos populares
Reconocer las dinámicas que conducen a la fragmentación social –uno de los obstáculos fundamentales de este tiempo– es imprescindible tanto para asumir los enfoques de creación de un bloque popular contrahegemónico, como para debatir el carácter y la metodología de las propuestas de formación política.
Los actuales procesos de fragmentación social tienen en su base material la desarticulación de las clases y grupos organizados de acuerdo a intereses comunes colectivos, como resultado de la flexibilización y precarización laboral, la desindustrialización, el despoblamiento del campo –entre otros motivos–, y como causas subjetivas, el retroceso en los niveles de conciencia social producido por la dictadura primero, así como el impacto de la cultura neoliberal en los movimientos populares, e incluso en la militancia.
Las urgencias de la sobrevivencia generan formas de militancia basadas en el pragmatismo y el cortoplacismo, que son parte de la manera efímera de constitución y desarticulación sucesiva de los agrupamientos de hombres y mujeres agredidos, que no alcanzan a volverse sujetos políticos en la vivencia cotidiana de la inmediatez.
En la recomposición de los movimientos populares se plantean nuevos debates, dirigidos tanto a cuestionar sus propias formas organizativas, como lo que estas implican para los procesos de formación política.
Conviven en el pueblo organizaciones tradicionales, como los sindicatos, centrales campesinas, estudiantiles, barriales; movimientos nacidos como respuesta a la exclusión, o a partir de búsquedas de reconocimiento; movimientos que plantean demandas económicas o culturales. Conviven movimientos estructurados de manera fuertemente jerárquica, basados en la separación de dirección y bases; y otros con dinámicas asamblearias, o de horizontalidad, que suelen tener grandes dificultades para crear un auténtico protagonismo de las mayorías, y que tienden a desestructurarse con facilidad.
En los años ochenta y noventa tomaron cuerpo los movimientos organizados alrededor de las políticas de identidad, que expresan formas de resistencia cultural frente a la lógica capitalista del pensamiento único, que al tiempo que homogeneiza ideas, deseos, sentimientos, con la fuerte intervención de los medios masivos de comunicación, agrieta y diluye las identidades clasistas, niega las identidades nacionales, y ha llegado incluso a negar la identidad individual de las personas (como ocurrió a través de la apropiación de niños y niñas durante la dictadura).
Frente a la ofensiva capitalista que vulnerabilizó a los sujetos colectivos, sobre la base de la desestabilización de las personas, de sus grupos familiares, de sus roles, las políticas de reconocimiento actúan como formas de afirmación de los grupos o movimientos que reivindican ser considerados como personas, en su diferencia, desde sus culturas, sus elecciones vitales, sus proyectos y sueños (Fraser, 1999).
Sin embargo, un fuerte límite de algunas prácticas con que se han desarrollado las políticas de identidad ha sido colocar el valor de la diferencia por sobre la necesidad de confluencia del conjunto de los oprimidos y oprimidas por el capitalismo, el patriarcado y el colonialismo. Si bien estos límites pueden leerse como una reacción frente a políticas tradicionales de las izquierdas y de los movimientos clasistas, que niegan o subestiman el valor de la diversidad, no puede actuarse con inocencia frente a un esfuerzo sistemático desarrollado desde usinas ideológicas como el Banco Mundial, o numerosas ONG y fundaciones, que invirtieron recursos importantes en estimular la despolitización de las demandas, sustentando teóricamente la imposibilidad de conocimiento del mundo, negando los aportes del marxismo, la teología de la liberación, el feminismo y las teorías emancipatorias en general.
Ya no quedaría desde esos enfoques otra perspectiva ideológica que aquella que justifica los crímenes del capital y las distintas maneras de opresión.
Por este camino se reforzó la fragmentación del sujeto histórico, y se estimuló una forma de acción política que sustituye las políticas de acumulación de fuerzas de mediano y largo plazo por la acción y reacción frente a las emergencias. En su impacto en la formación política, estas concepciones llevan al desprecio por la teoría, a la acentuación de la ruptura entre teorías y prácticas, a la limitación a procesos acotados de “capacitación” pero no de formación, a la subordinación ideológica y cultural a las diversas “modas”, que se van renovando desde las usinas de la producción cultural hegemónica.
Las batallas por la transformación del mundo y los procesos de formación política de los militantes necesitan del diálogo pedagógico de las experiencias populares, que son la base en la que se fundamentan las diferentes perspectivas teóricas emancipatorias, como el marxismo –considerado fundamentalmente como un método de análisis de la realidad y como una guía para la acción–, los aportes realizados por la teología de la liberación, el feminismo, las cosmovisiones de los pueblos originarios, las miradas holísticas del Universo, y la diversidad de aprendizajes realizados en nuestro continente en más de 500 años de resistencia indígena, negra y popular.
La conquista y colonización de América promovió la hegemonía de una cultura racista, legitimadora del saqueo de nuestros recursos naturales, la devastación de nuestros territorios, el genocidio de nuestros pueblos, y la imposición de una visión del mundo sobre las muchas existentes en estas tierras. La descolonización cultural implica avanzar en la crítica de nuestros sentidos del mundo, de nuestras concepciones de lucha, de nuestra lectura de la historia, de nuestras modalidades de resistencia; en la valorización y el reconocimiento de los saberes ancestrales, de las culturas originarias, de las diferentes cosmovisiones que se crearon en nuestras tierras.
Significa también una actitud concreta frente a la historia del capitalismo en América Latina, construido sobre la base del genocidio de los pueblos, realizado una y otra vez en nombre del “progreso”, la “civilización”, el “desarrollo”.
La descolonización cultural obliga a pensar también, de manera sistemática y profunda, los dilemas que se plantean a los proyectos socialistas latinoamericanos, en términos de crítica a las maneras de destrucción y explotación de la naturaleza y los pueblos realizadas por el capitalismo, y a pensar nuevos proyectos de vida sobre la tierra, que no reproduzcan aquellos modelos, ni el autoritarismo con que se ejercen esas formas de dominación.
Son los movimientos populares los que expresan con más claridad en este tiempo la diversidad de demandas que se han ido creando en las batallas anticapitalistas, antipatriarcales, antiimperialistas, contra las diversas formas de colonización cultural. Siendo estas demandas en muchos casos limitadas, por su carácter sectorial, económico o local, es, sin embargo, en su interacción, articulación y diálogo que pueden volverse develadoras de distintos aspectos de un proyecto político popular, de carácter civilizatorio, mucho más amplio, fecundo y vital que los programas populistas o neodesarrollistas, reproductores de lógicas viciadas de estatismo, que suelen exhibirse como la suma de las transformaciones “posibles” de ser realizadas, en este contexto latinoamericano y mundial.
Aceptando las posibilidades que ofrece el Estado nacional como trinchera de disputa de las políticas de soberanía nacional y popular, es necesario cuestionar las concepciones que niegan la autonomía de los movimientos populares y pretenden manipularlos desde la gestión estatal, atravesada como está por fuertes lógicas de burocracia, clientelismo y corrupción.
La autonomía de los movimientos populares, en esta perspectiva, no significa la reclusión en un lugar testimonial de crítica o de oposición a uno u otro gobierno, sino la capacidad de los mismos para actuar no como correas de transmisión de las esferas del Estado, sino de acuerdo a sus propias demandas y proyectos, como parte de un proyecto político estratégico en construcción.
Si nunca fue posible creer en una “revolución desde arriba”, esto resulta mucho más complejo de pensar después del fracaso de las experiencias realizadas en nombre del socialismo real, en las que incluso aquellos procesos que nacieron de una verdadera fuerza revolucionaria popular, como fue la Revolución Rusa o la Revolución China, fueron progresivamente enajenados por las burocracias estatales, siendo vaciados de su contenido popular y socialista. Cobra fuerza en esta perspectiva la creencia mariateguiana de que el socialismo en América Latina no puede se calco ni copia, sino creación heroica de los pueblos.
Pedagogía de la resistencia y de las emancipaciones: diálogo de saberes
En estos momentos, se han dado algunos pasos para que puedan interactuar las distintas experiencias, y, como resultado de las luchas comunes, de la participación en redes de acción local o continental y de los diálogos pedagógicos realizados en el marco de estas batallas compartidas, los movimientos diversifican sus miradas del mundo, son atravesados por otras demandas, se “contaminan” mutuamente con sus sueños libertarios, lo que comienza a traducirse en nuevas formas de articulación, y en la ampliación de la perspectiva emancipatoria de los movimientos existentes.
Los cambios en las prácticas abren nuevos horizontes teóricos que permiten cuestionar las utopías disecadas en propuestas dogmáticas, cuestionando tanto las políticas de homogeneización cultural neocoloniales, como las simplificaciones de aquellos proyectos políticos que miran la realidad con una lógica jerárquica, que subordina y reduce el conjunto de las demandas a la resolución de una principal.
Es importante entonces, a la hora de pensar los horizontes actuales de la formación política, someter a crítica no sólo la cultura capitalista, sino también aquellos modelos que en nombre del socialismo cimentaron diferentes formas de dogmatismo, una de cuyas características comunes es la negación de la dialéctica. Los enfoques dogmáticos resultan de un pensamiento simplificador de la realidad en unas pocas contradicciones antagónicas–retrato en blanco y negro–, y reaccionan ante los procesos de despolitización y desideologización, regresando a los enfoques tradicionales de homogeneización política.
Estas modalidades de formación, que pueden considerarse también como parte de la educación tradicional o “bancaria” –como la denominara Paulo Freire(1970)–, más que dialogar con las experiencias de los movimientos, pretenden interpretarlas, nombrarlas, reforzando de este modo las distancias entre el lugar del saber y el lugar del hacer.
En ellas, los supuestos poseedores del saber “transfieren” o “depositan” su conocimiento en los militantes populares, sin buscar los núcleos de la experiencia de estos militantes y de sus movimientos, que permitan integrar las diversas temáticas que es necesario trabajar pedagógicamente. De esta manera, el saber resulta ajeno a los militantes, y se refuerza la distancia entre teoría y práctica, entre intelectuales y luchadores “prácticos”.
También se reproduce en estos modelos la jerarquía del saber académico, o de un conjunto de visiones elevadas al rango de ideología científica, por sobre los saberes nacidos y creados en la lucha. En definitiva, se reproducen modelos de enajenación de los sujetos, al reforzar la vivencia de un saber que desvaloriza el conocimiento construido por los colectivos populares.
El diálogo de saberes, de miradas del mundo, de prácticas de resistencia y de poder popular, no puede ser compactado en una compilación de textos sustitutiva de los antiguos manuales de adoctrinamiento.
Es imprescindible avanzar en la creación de una nueva experiencia subversiva frente a las propuestas domesticadoras, disciplinadoras o simplemente testimoniantes de la negatividad del orden social que impone la dominación capitalista y patriarcal. Estas respuestas se amplían y profundizan, en la medida en que se integran o se entrelazan con el conjunto de la cultura de rebeldía acumulada en las últimas décadas.
La dialéctica entre las tendencias conservadoras y las revolucionarias atraviesa también el campo de las izquierdas. Pasado ya el tiempo en que esta contradicción se reflejaba entre la llamada izquierda tradicional y la nueva izquierda (que en los sesenta y setenta se identificaba con la lucha armada), y superada teóricamente y en menor medida en las prácticas la disyuntiva entre lo social y lo político planteada en las décadas del ochenta y noventa, hoy es imprescindible identificar, en el pensamiento y la acción de los movimientos populares, lo que convive de conservador y de revolucionario en cada una de nuestras acciones y postulados.
Es necesario reconocer que los muros que se levantaron para proteger las débiles acumulaciones creadas por los movimientos populares en los años de contrarrevolución conservadora se han vuelto en algunos casos fortalezas en las que se enquistaron dogmatismos, anacronismos e incluso vulgares prejuicios provenientes de la asunción de aspectos esenciales de la cultura dominante.
Renovar la cultura política implica producir rupturas, derribar muros, sin perder los cimientos. Es necesario, en esta perspectiva, pensar en términos de nuevas posibilidades epistemológicas, y nuevas maneras de conocer al mundo y de revolucionarlo. Abandonar el ejercicio infecundo de superponer monólogos en nuestros procesos de reflexión, para abrirnos al diálogo real, en el que escuchamos la palabra que nombra experiencia, desde nuestros cuerpos preparados no sólo para decodificar lenguajes, o categorías, sino fundamentalmente para comprender las acciones, sentimientos, pensamientos e ideas que estos nombran.
La necesidad de colocar en el centro de la acción política la tarea de formar un bloque político social contrahegemónico no puede resolverse pretendiendo instalar una lógica disciplinadora de las diferencias.
La posibilidad de desafiar al imperialismo y al capitalismo realmente existente en América Latina está en relación directa con la capacidad que tengamos para constituir al movimiento popular como sujeto histórico de los cambios.
La complejidad con que los pueblos van entretejiendo las tramas de sus resistencias y la creación de alternativas populares nos plantea la necesidad de cuestionar una y otra vez los conceptos, metodologías y prácticas con que venimos desarrollando estas experiencias.
La pedagogía política liberadora hoy se encuentra desafiada a revisar sus propuestas, simplificando las maneras de educar, sin perder profundidad en el proyecto. Simplificar para multiplicar, pero profundizar para enfrentar a un poder mundial que desarrolla modalidades de dominación cada vez más sofisticadas, que tienen un aspecto central en la búsqueda de golpear la voluntad de combate, integrando o domesticando al activismo social formado en las últimas décadas.
Se vuelve un desafío urgente desarrollar en los militantes populares un pensamiento complejo que acompañe, problematice y sugiera prácticas cada vez más audaces, y que adquiera y desarrolle herramientas político pedagógicas y metodológicas capaces de ampliar las posibilidades de los y las militantes, para comprender y transformar el mundo.
Para derrotar al capitalismo necesitamos horadar su cultura y su ideología, sus valores introyectados en nuestras propias prácticas y en nuestras ideas del mundo. Esta batalla no sólo es una batalla de ideas –siendo esta fundamental– sino también de valores, creencias, sentidos, muchos de los cuales se forjan en la vida cotidiana.
Por ello, en esta etapa, los movimientos populares comienzan a realizar procesos de formación política, con una concepción que abarca simultáneamente los momentos educativos tradicionales –seminarios, talleres, escuelas– y los procesos pedagógicos que se viven cotidianamente en la lucha, en la organización del movimiento y en la vida cotidiana. Se trata del desafío de movimientos populares que, trabajando en el campo inmediato de la lucha por la sobrevivencia, puedan al mismo tiempo trabajar dimensiones estratégicas que les permitan ir constituyéndose como sujetos políticos, como intelectuales colectivos, formando en el mismo proceso a sus propios intelectuales orgánicos.
Desde esta perspectiva, la relación práctica-teoría-práctica, comprendida en el concepto de praxis, es aquella en la que las experiencias históricas de los pueblos es fuente de conocimiento; en la que la teoría se construye colectivamente en los esfuerzos por leer y reescribir el mundo que cambiamos con nuestras luchas, y en la que el sentido de los procesos de conocimiento no se agota en las búsquedas académicas o en las investigaciones realizadas de acuerdo con las imposiciones de los centros que financian y condicionan mundialmente la producción de saberes, sino que, en diálogo con los saberes académicos y con diversos saberes populares, conforma su consistencia teórica en la experiencia de transformación del mundo que intentan y hacen los movimientos populares y revolucionarios.
Es un diálogo que apunta a crear colectivamente los conocimientos que permitan conocer la realidad que se pretende cambiar y apuntar caminos para experimentar esa transformación. Este diálogo tiene como premisa la democratización de los procesos de conocimiento, desandando lo que en siglos se ha formado como jerarquización de unos saberes sobre otros, de unas reflexiones sobre otras, de unos poderes sobre otros.
Es un diálogo que se plantea la descolonización cultural, y también la crítica de la creación de teoría social desde los intereses de la burguesía, del imperio, y desde una visión androcéntrica del mundo.
La formación política, en esta perspectiva, no es sólo ni principalmente transmisión de saberes, sino reflexión crítica sobre los saberes que la humanidad construyó históricamente como verdaderos. Implica un análisis teórico y práctico sobre cómo se ha ejercido la dominación, cuáles son sus instrumentos, cuáles las ideas, los sentidos, las visiones del mundo que la sostienen y reproducen, y cuáles las ideas, los posibles sentidos y visiones del mundo eficaces para combatirla.
Es estudio de la realidad y reflexión crítica de las experiencias e intentos de su transformación. Es crear un espacio de libertad para imaginar los posibles cambios de la misma, y los caminos para realizarlos. Es diálogo entre los saberes creados en la academia, en los centros de investigación, y los saberes forjados en la confrontación y creación popular, en una relación en la que se suprima toda jerarquía pre-establecida para una forma del saber sobre otra.
Este enfoque de formación política presupone también un debate sobre el rol de los intelectuales y su aporte como sujetos de la transformación histórica junto a los movimientos populares, y el reconocimiento de los múltiples lugares donde el saber se crea y se recrea, y donde se va forjando una nueva intelectualidad, orgánica, que es parte del quehacer fértil de los movimientos populares, que al crear a sus intelectuales, se crean a sí mismos como intelectuales orgánicos.
Diálogo y formación política se vuelven así una forma de encuentro, que permite no sólo reconocer al otro o a la otra, sino crear un nosotros y un nosotras en el que se respeten y valoren las múltiples expresiones, maneras de decir y de actuar, y se creen vínculos de solidaridad, de mutuo aprendizaje, que no cancelen ni posterguen sueños, sino que permitan que los mismos nutran las raíces de los procesos de formación/transformación, que ya no serán por lo tanto dos términos separados en tiempo y lugar, sino dos dimensiones del mismo espacio de revoluciones.
Diálogo de saberes, creación colectiva de conocimientos, relación práctica-teoría-práctica, pensamiento crítico, pedagogía del ejemplo, historicidad de los procesos sociales, cultura de rebeldía, educación como un momento organizativo de constitución de los sujetos son algunas claves que estamos buscando.
El cuerpo que lucha tiene que aprender a involucrarse con todos los sentidos y, por lo tanto, la formación política no puede reducirse a una esgrima de palabras, sino que requiere pensar desde los pies que duelen, desde las manos que trabajan, desde el corazón que no se cansa de bombear sangre para que la lucha continúe. Por ello, la formación política incorpora momentos de mística, de creatividad, de ejercicio de sentidos, de reencuentro de pensamientos, cuerpos y sentimientos.
La concepción de educación popular, que intenta desafiar las ideas y formatos de educación alienantes, recupera de Paulo Freire su esencia radical: concebir la pedagogía de los oprimidos (y no para los oprimidos) y oprimidas como una práctica de la libertad; como pedagogía de la rabia, de la indignación, de la esperanza y de la autonomía.
Estas dimensiones, rabia, indignación, esperanza, autonomía, son también constituyentes de las políticas de los movimientos populares, que no pueden determinarse exclusivamente por razones de orden estrictamente superestructural o por las geopolíticas de los estados, sino que tienen que nutrirse de la necesidad y los deseos de los hombres y mujeres, que van encontrando los modos de rebelarse frente a las múltiples formas de opresión.
Bibliografía
Fraser, Nancy 1999 Iustitia interrupta (Bogotá: Universidad de los Andes/Siglo del Hombre).
Freire, Paulo 1970 Pedagogía del oprimido (Montevideo: Tierra Nueva).
Williamson, John 1990 Latin American adjustment. How much has happened? (Washington DC: Institute for International Economics).
[1] OSAL 227 [Año VIII Nº 22 – Septiembre de 2007] La formación política de los movimientos
populares latinoamericanos Claudia Korol* * Coordinadora del Área de Formación Cogestionada con los Movimientos Sociales del OSAL y del Equipo de Educación Popular “Pañuelos en Rebeldía”, investigadora del Centro de Investigación y Formación Política de los Movimientos Sociales Latinoamericanos. Área de Formación Cogestionada con los Movimientos Sociales del OSAL, creada en el año 2007.
[2] “Si Nicaragua venció/ El Salvador vencerá/ y Guatemala lo seguirá” era la consigna que sintetizaba esas esperanzas en América Latina.
[3] En noviembre de 1989, el Institute for International Economics realizó en Washington DC un seminario en el que se sistematizó el “catecismo” neoliberal, alrededor de un conjunto de medidas como el ajuste económico, el achicamiento del Estado, la política antiinflacionaria basada en la recesión, la desindustrialización, la flexibilización laboral, la disciplina fiscal, las tasas de cambio “competitivas”, la liberalización del comercio, las inversiones extranjeras, las privatizaciones y la desregulación. El debate fue publicado en el libro de Williamson (1990).