Cuando las vanguardias se quedan sin ideas

CUANDO LAS VANGUARDIAS SE QUEDAN SIN IDEAS

Jorge Gómez Barata

MONCADA

El socialismo real fracasó porque se quedó sin ideas, sin capacidad para innovar y sin posibilidades de rectificar sus propios errores. Ocurrió así porque sus jerarquías manipularon los procesos políticos y cooptaron a las instituciones, en primer lugar, al partido, convirtiéndose en inmunes a la crítica. A ello se añadieron la sacralización del marxismo-leninismo y las violaciones de la legalidad entronizadas por el stalinismo.

En 1917, desafiando la cultura política y las doctrinas económicas establecidas, incluso los preceptos propuestos por Carlos Marx, los bolcheviques se propusieron enmendar el curso de la historia, suprimir el capitalismo, la propiedad privada, la democracia liberal, liquidar a la burguesía, realizar una revolución mundial y construir una nueva sociedad en la cual vivirían hombres nuevos. El desmesurado proyecto requería una capacidad de innovación que no se desarrolló.

La oposición a las reformas se manifestó desde que Lenin fue confrontado al introducir la Nueva Política Económica, se hizo intransigente cuando Stalin rechazó la idea de la oposición obrera y reaccionó ante las críticas de Trotski expulsándolo del partido, suerte que también corrieron Bujarin, Zinóviev, Kámenev, Preobrazhenski y otros que terminaron ejecutados, entre otras cosas, por revisionistas, la mayor herejía en que podían incurrir los teóricos y líderes comunistas.

El revisionismo fue una expresión peyorativa acuñada para señalar a teóricos y políticos críticos del capitalismo que, aunque asumían algunos preceptos del marxismo disentían de otros. El socialdemócrata alemán Eduard Bernstein fue el primero en merecer este calificativo del cual a lo largo de cien años se abusó, anatematizando a decenas de marxistas, incluyendo a casi toda la vanguardia bolchevique, a prácticamente todos los marxistas occidentales, incluso a personalidades tan relevantes como Mao Zedong y Josip Broz (Tito).

Ante hechos tan evidentes como la rectificación requerida después que el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética conociera los desmanes del período stalinista prolongado por 30 años, ese mismo partido y su líder Nikita Kruzchov, se conformaron con medidas cosméticas que no resolvieron los problemas creados ni permitieron determinar por qué lo ocurrido fue posible.

De haberlo hecho, los herederos de los bolcheviques se habrían percatado de que el stalinismo y todas sus consecuencias fueron posibles por la falta de democracia en el partido, los soviets, el estado y la sociedad. De haber existido, Stalin no se habría encumbrado, la rectificación de sus errores hubiera sido genuina y el proceso se hubiera salvado, no solo en la Unión Soviética sino en todos los países socialistas.

Fidel Castro tuvo razón cuando en 1962, ante una peligrosa corriente sectaria promovida por cuadros del antiguo partido marxista, ante la televisión realizó una profunda crítica y declaró: “La seriedad de un partido revolucionario se mide ante sus propios errores”.

Las lecciones están a la vista. Quien sacrifica la democracia, corre el riesgo de sacrificarlo todo. Allá nos vemos.

La Habana 27/8/2018

¿Enfrentar la guerra de quinta generación con arcos y flechas?

¿Enfrentar la guerra de quinta generación con arcos y flechas?

Aram Aharonian

ALAI AMLATINA, 24/08/2018.- Alrededor del mundo, una inmensa gama de organismos gubernamentales y partidos políticos están explotando las plataformas y redes sociales para difundir desinformación y noticias basura, ejercer la censura y el control y socavar la confianza en la ciencia, los medios de comunicación y las instituciones públicas.

El consumo de noticias es cada vez más digital, y la inteligencia artificial, el análisis de la Big Data (que permite a la información interpretarse a sí misma y adelantarse a nuestras intenciones) y los algoritmos de la “caja negra” son utilizados para poner a prueba la verdad y la confianza, las piedras angulares de la llamada sociedad democrática occidental.

Son muy pocos los dueños de la infraestructura que permite el uso de la Internet en todo el mundo, y también los servicios que sobre ella se brindan. La propiedad de los cables de fibra subacuáticos, las empresas que se alojan y controlan el NAP de las Américas, los grandes centros de datos como Google, Facebook, Amazon o los llamados “servicios en la nube” como Google Drive, Amazon, Apple Store, OneDrive, veremos que son corporaciones trasnacionales, en su mayoría con capitales estadounidenses.

Hoy, de las seis principales firmas que cotizan en bolsa, cinco de ellas son del rubro de las TIC: Apple, Google, Microsoft, Amazon y Facebook.

Campo popular: aggiornar la lucha

Es que el mundo cambia constantemente, muchas veces al ritmo de la tecnología y pareciera que a la izquierda, a los movimientos y medios populares de comunicación, nos empujan a pelear en campos de batalla equivocados o ya perimidos, enarbolando consignas que no tienen correlato con este mundo nuevo.

Mientras, las corporaciones mediáticas hegemónicas desarrollan sus estrategias, tácticas y ofensivas en nuevos campos de batalla donde se pelea con nuevas armas, donde la realidad no importa, en lo que quizá ya ni se trata de la guerra de cuarta generación, la que ataca a la percepción y sentimientos y no al raciocinio, sino a una guerra de quinta generación, donde los ataques son masivos e inmediatos por parte de megaempresas trasnacionales, que venden sus “productos” (como el espionaje) a los Estados.

Hoy debiéramos estar más atentos a la integración vertical de los proveedores de los servicios de comunicación con compañía que producen contenidos, la llegada de los contenidos directamente a los dispositivos móviles, a la trasnacionalización de la comunicación, convirtiendo a la información en campañas de terrorismo mediático… mientras apenas denunciamos lo fácil que está siendo convertir a la democracia en una dictadura manejada por las grandes corporaciones

Debiéramos estar atentos a los temas de vigilancia, manipulación, transparencia y gobernanza de Internet, al video como formato a reinar en los próximos años, estar atentos al hecho de que los mismos televisores se van convirtiendo en una pantalla más a donde llegan los contenidos manipulados por las grandes corporaciones.

Pero desde el campo popular seguimos reclamando la democratización de la comunicación y la información, creyendo que una distribución equitativa de las frecuencias de radio y televisión entre los sectores público, comercial y popular puede significar el fin de la concentración mediática. Estamos peleando guerras que ya no existen, cuando el campo de batalla está en Internet, en el Big Data, en los algoritmos, en la inteligencia artificial.

Cansa la insistencia discursiva anclada en el pasado y con una agenda diseñada en países centrales, que no incluyen nuestras realidades. Se insiste en una necesaria renovación de la izquierda, en la necesaria búsqueda de nuevos caminos en las catarsis colectivas de seminarios, foros, reuniones, conciliábulos, escritos, pero no se buscan soluciones específicas al aislamiento y endogamia de nuestros sitios populares, alternativos a los mensajes hegemónicos, comunitarios, populares.

Estos temas no están en la agenda de los movimientos, de los partidos ni de los gobiernos (incluso los progresistas), más preocupados por seguir con la satanización de las nuevas tecnologías, por la denunciología, que en definir estrategias y líneas de acción. Hoy los gobiernos de la restauración conservadora disparan contra Unasur, que en su momento de auge no pudo concretar un canal propio de fibra óptica, que al menos le hiciera cosquillas al control de las megacorporaciones.

Hoy, el escenario digital puede convertirse en una vía para la reconexión del progresismo con sus bases, y en particular con los jóvenes, que es como decir con el futuro. Pero, no se ha avanzado en una agenda comunicacional común, pero tampoco en temas estratégicos para el futuro de la soberanía tecnológica, como la gobernanza de Internet, el copyright, la innovación, el desarrollo de nuestras industrias culturales.

Se habla de nuevos caminos, pero pocos parecen dispuestos a transitarlos, porque seguramente afectan su identidad, su memoria y su vida. Se insiste en denunciar la desinformación, la información basura, el terrorismo mediático (tenemos doctorados en denunciología y lloriqueo), pero no nos preparamos para aprender a usar las nuevas herramientas, las nuevas armas de una guerra cultural ciberespacial. Quizá el problema no sea formular, sino tener oídos dispuestos a intentar, dice el humanista Javier Tolcachier.

Cada sitio de medios y/u organizaciones sociales dirige sus mensajes a una masa crítica acotada, a los que ya están convencidos de su mensaje, en una gimnasia endogámica, sin definir una agenda propia, latinoamericanista, en defensa de los derechos humanos y de los trabajadores, una línea editorial que los pueda unificar y entonces entrar con fuerza en la guerra cultural, en la batalla de las ideas.

Sus lenguajes –y hablamos sobre la generalidad y por eso es de destacar los esfuerzos del mediactivismo de Fora de Eixo, Facción o Emergentes, por ejemplo- no se adecúan al momento histórico, cultural ni tecnológico. Están anclados en la denunciología, sin visibilizar las luchas, los anhelos, de los pueblos o sociedades que dicen representar.

El informe de Oxford

Un informe de Samantha Bradshaw y Philip Howard, investigadores de la Universidad de Oxford (Challenging Truth and Trust: A Global Inventory of Organized Social Media Manipulation), confirma que la manipulación de la opinión pública sobre las plataformas de medios sociales se ha convertido en una amenaza a la vida pública.

En 2017, el primer inventario de las tropas de ocupación cibernéticas globales realizado por estos investigadores arrojaron luz sobre la organización mundial de la manipulación de los medios de comunicación social por gobiernos y actores de partidos políticos. Este año revela las nuevas tendencias de manipulación organizada de los medios, y sus cada vez más crecientes capacidades, estrategias y recursos en las que se apoya este fenómeno, con evidencias de campañas de la manipulación organizada de los medios en 48 países, 20 más que el año anterior.

En cada país se constató que al menos un partido político o agencia gubernamental usaba los medios de comunicación social para manipular a la opinión pública nacional, en países donde los partidos políticos diseminan desinformación durante las elecciones, o donde la institucionalidad se siente amenazada por noticias basura e injerencia extranjera en los asuntos internos, y desarrollan sus propias campañas de propaganda cibernética.

En una quinta parte de estos 48 países, sobre todo en los del sur global, se hallaron pruebas de campañas de desinformación operando sobre las aplicaciones de chat como WhatsApp, Telegram y WeChat. La manipulación de las redes es un gran negocio, donde gobiernos, fundaciones, ONGs y partidos políticos han gastado más de 500 millones de dólares en investigaciones, desarrollo e implementación de operaciones psicológicas y manipulación de la opinión pública a través de internet.

En algunos países esto incluye “esfuerzos para contener al extremismo”, pero en la mayoría de los países esto implica la propagación de noticias basura y desinformación durante las elecciones, las crisis militares y complejos desastres humanitarios.

La Guerra de Quinta Generación

Si la guerra de primera generación se basa en movilizar la mano de obra, la segunda en el poder de fuego y la tercera en la libertad de maniobra, los paradigmas cambian sustancialmente en la de Cuarta Generación, donde tanto los recursos empleados como los objetivos e intereses a alcanzar engloban tanto al interés público como privado (intereses de corporaciones). La idea principal es que el Estado ha perdido su monopolio de la guerra, y a nivel táctico incluye desde el aspecto armamentista al psicológico.

Dada la enorme superioridad tecnológica alcanzada durante la etapa anterior frente a esta asimetría de fuerzas entre contendientes, solo es concebible el uso de fuerzas irregulares ocultas que ataquen sorpresivamente al enemigo, tratando de provocar su derrota al desestabilizar a su rival, con el uso de tácticas no convencionales de combate.

En la Guerra de Quinta Generación (también denominada guerra sin límites), introducida desde el 2009 como concepto estratégico operacional en las intervenciones EEUU-Otan, no interesa ganar o perder, sino demoler la fuerza intelectual del enemigo, obligándolo a buscar un compromiso, valiéndose de cualquier medio, incluso sin uso de las armas. Se trata de una manipulación directa del ser humano a través de su parte neurológica (ondas biaurales y componentes de cristales de magnetita del cerebro y los métodos sobre sus posibles manipulaciones).

Y los medios masivos y las redes sociales son parte integral del esquema de esta guerra, para generar desestabilización en la población a través de operaciones de carácter psicológico prolongado; se busca afectar la psiquis colectiva, afectar la racionalidad y la emocionalidad, además de contribuir al desgaste político y a la capacidad de resistencia.

Y se cuenta con mecanismos científicos de control total a través de no solo la manipulación de medio masivos de comunicación e información concentrados, sino también de sistemas financieros como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, miles de fundaciones y organizaciones no gubernamentales.

Zbigniew Brzezinski, exsecretario de Estado estadounidense, afirmaba que la clave estaba en el ataque al recurso emocional de un país por medio de la revolución tecnológica, La táctica para mantener la desintegración política en la sociedad consiste en crear complejos de inferioridad y en convertirse en referencia externa en todos los ámbitos, evitando que los proyectos y modelos colectivos o alternativos se consoliden en su identidad, pues la referencia será algo distinto a sí mismos; el mundo desarrollado y su modelo prevaleciente.

Los medios de difusión masiva se encargan de condicionar las mentes en las naciones subdesarrolladas, puesto que “el Tercer Mundo enfrenta, ahora, el espectro de las aspiraciones insaciables”, según escribía Brzezinski hace ya 44 años.

Redes sociales, aislacionistas

Las redes sociales son un conjunto de plataformas digitales de esparcimiento e interacción social entre sus diversos usuarios, ya sean personas, grupos sociales o empresas, que permiten el envío de mensajes, la comunicación en tiempo real y la difusión de contenido de distintos modos, entre los usuarios que se encuentren conectados entre sí, es decir, que sean “amigos” o “seguidores” .

La aparición masiva de las redes sociales, dice la experta británico-ecuatoriana Sally Burch, han revolucionado nuestras sociedades, pero también han causado preocupación porque al no estar reguladas son aprovechadas para la desinformación, la imposición de imaginarios colectivos con la difusión de información falsa, creando realidades virtuales lejanas a las realidades reales, la apropiación de datos personales para fines comerciales y/o de manipulación política e, incluso, para conculcar la intimidad de los ciudadanos, invadiendo sus espacios de trabajo, educación, ocio e incluso de socialización.

Las redes sociales tienen acceso y manipulan los datos de sus usuarios (direcciones de correos, números telefónicos, aficiones, gustos, amigos), gentilmente proporcionados por ellos mismos a través de la construcción de sus propios perfiles. Su atractivo principal es la masividad: el mismo mensaje, información –o la misma publicidad tácita o encubierta- puede ser enviado a millones de personas a la vez, a través de las distintas plataformas (computadoras, tablets, celulares).

Operan en base a algoritmos que organizan la información para mostrarnos más de aquello que nos guste y menos de lo que no. Cuando validamos un comentario, una publicidad o una noticia, retroalimentamos el sistema para que se adapte aún más a nuestros gustos puntuales. Ya que los algoritmos privilegian el contenido semejante al que hemos elegido (con un “me gusta”), restringiendo las oportunidades de recibir información real, no filtrada, donde el usuario solo accede a opiniones semejantes a las suyas (un efecto antidemocrático, sin duda), agrega Burch.

Por ejemplo, un algoritmo usado por Facebook se basa en la afinidad (cantidad de veces que unos e conecta con otro, publicando en sus muros, validando –me gusta- sus contenidos. Su peso es la cantidad de interacciones que tiene una publicación y el tiempo hace que la información decaiga en interés y baje en la cola de la información.

Las desventajas de las redes sociales apuntan a la ruptura con la presencia de los otros, instándonos a dejar de socializar en persona, en la construcción de sociedades ciberdependientes, nichos donde no tiene cabida el pensamiento contrario, la otredad.

¿El fin de la transparencia?

La consultora británica Cambridge Analytica (CA), la que protagonizó el escándalo por el uso de 87 millones de datos de usuarios de Facebook, si bien anunció el cese de todas sus operaciones, simplemente cambió de piel y seguirá sus manipulaciones, amenazando la transparencia de las elecciones en varios países, entre ellos Argentina, Colombia y México.

La compañía británica culpó de su quiebra a las denuncias de manipulación política que inundaron los medios internacionales en los últimos, pero lo cierto (y que no dice) es que sus principales activos ya trabajan en una empresa con fines similares llamada Emerdata Limited, en cuyo consejo de administración aparecen una serie de nombres directamente vinculados con CA, según destapó en marzo Business Insider.

Alexander Taylor fue nombrado director de Emerdata el 28 de marzo en sustitución del dimitido Alexander Nix, quien reconoció que trabajó en elecciones en países de todos los continentes, incluyendo Estados Unidos, Reino Unido, Argentina, Nigeria, Kenia y República Checa, y debió alejarse a raíz de un vídeo grabado por la televisión británica con cámara oculta donde hizo toda clase de comentarios inapropiados como ofrecer grandes cantidades de dinero a un candidato y amenazarle con publicarlo, para intentar extorsionarlo.

Según Business Insider, entre los responsables de Emerdata aparece Johnson Chun Shun Ko, un ejecutivo chino de Frontier Services Group, la firma militar presidida por el prominente partidario de Trump Erik Prince, fundador de la contratista militar estadounidense Blackwater y “casualmente” hermano de la secretaria de educación de Estados Unidos, Betsy DeVos, pilar de la internacional capitalista Red Atlas.

El Observatorio en Comunicación y Democracia señala que recién cuando el escándalo tomó dimensión global, Facebook .el principal agente empresarial involucrado en los cambios de tendencia en las urnas británicas (referendo por el Brexit) y estadounidenses (elección de Donald Trump) en 2016 reconoció que la consultora británica había accedido (¿o comprado?) a la información personal de al menos 87 millones de usuarios y la había utilizado para crear perfiles de votantes.

Facebook gestiona más de 300 millones de gigabytes en información personal de sus usuarios, un arsenal de perfiles que le permite disponer de una de las plataformas on line más importante del mundo, indispensable para beneficiarse de modelos de negocio que amplían consumidores y diversifican mercados al calor del incremento productivo de los robots y la automatización industrial.

Colofón

Todo esto acontece apenas dos decenios después de que Sergey Brin y Larry Page registraran el dominio google.com y once de que Steve Jobs presentara en sociedad, en San Francisco, el primer iPhone. Mientras, Facebook sigue creando perfiles de usuarios y los algoritmos que usara Cambridge Analytica siguen a disposición de quien los quiera (o pueda) pagar.

Difícil que un país sólo tenga capacidad de desarrollar los niveles necesarios de respuesta para mantener y/o recuperar la soberanía en algunas áreas, y por eso es imprescindible la suma de voluntades –gobiernos, academia, movimientos sociales- para sumar fuerza de negociación en temas básicos como inteligencia artificial y el big data. No hay otra salida: debemos apropiarnos del big data para poder pensar en herramientas liberadoras.

La única forma de luchar en esta guerra de Quinta generación es poniéndose al día en lo que respecta a la inteligencia artificial, es en la posibilidad de montar nuevas plataformas que evadan los filtros de las grandes corporaciones, es en la necesidad de adueñarse de las armas, las herramientas para poder pelear en esta guerra cultural, de generar agendas propias de acuerdo a los intereses de nuestros pueblos.

La carrera por una presión fiscal cada vez menor gana velocidad en los últimos años, de la mano de los gobiernos neoliberales y de los paraísos fiscales, que permiten la evasión y elusión fiscal, que a su vez priva a los gobiernos de obtener recursos para llevar a cabo políticas distributivas, agravando aún más la desigualdad

Si bien la desigualdad se redujo de manera considerable durante la última década en América Latina, de la mano de la actual ofensiva neoliberal –que tiene a los impuestos como uno de sus blancos a combatir–, el riesgo es su nivel vuelva a incrementarse.

El problema de la evasión fiscal ha ganado protagonismo entre la opinión pública en los últimos años gracias a la publicación masiva de los nombres de personas y entidades que utilizaban empresas y cuentas offshore en paraísos fiscales para evadir el pago de impuestos.

Los Panamá Papers en 2016 y los Paradise Papers en 2017 pusieron al descubierto el modus operandi de la evasión fiscal y a aquellos que hacían uso de ella, sindicando entre los evasores a presidentes latinoamericanos como el argentino Mauricio Macri, el colombiano Juan Manuel Santos y el chileno Sebastián Piñera, y excandidatos presidenciales como Doria Medina en Bolivia o Guillermo Lasso en Ecuador.

Pero según investigadores latinoamericanos, la publicación de los Papeles de Panamá obedecería a una gran estrategia de Washington para consolidar su posición en el mundo como un gran paraíso fiscal, en momentos en que tiene una grave crisis de liquidez. Con la publicación de esta investigación el dinero ya está buscando un refugio para ya no ser investigado y exhibido.

El investigador de la Universidad Autónoma Nacional de México, Ariel Noyola, afirma que este dinero vaya a parar a cualquiera de los cuatro paraísos fiscales que tiene EEUU: Delaware, Wyoming, Dakota del Sur o Nevada. Los principales bancos y fondos de cobertura de EEUU son los que colocan su dinero sin regular en los más de 30 paraísos fiscales que existen en el mundo, desde hace ya casi medio siglo.

El mensaje que dan los Papeles de Panamá es claro: señores empresarios y ciudadanos, su dinero no está seguro en Panamá como paraíso fiscal, deposítelo en EEUU, cuyos paraísos fiscales sí son seguros. A Noyola le llama la atención que en la investigación de los Panamá Papers no salieron a la luz nombres de empresas ni de ciudadanos estadounidenses.

Así, se podría interpretar que los fondos y la información que mantiene el territorio estadounidense en sus paraísos fiscales son impenetrables a estas estrategias de investigación y contrainformación. Y para demostrar su fiabilidad, los paraísos fiscales de EEUU tienen a su servicio al periódico alemán Süddeutsche Zeitung, del Consorcio Internacional de Periodismo de Investigación (con sede en Washington, a 170 kilómetros de Delaware), y a un ejército de ‘periodistas de investigación’ de todo el mundo que le hacen el juego.

Delaware, con una población de 920 mil habitantes, tiene 945 mil empresas registradas, Wyoming cuenta con 128 mil ‘entidades de negocios activas’, lo que equivale a una por cada 4.5 ciudadanos, pese a ser el segundo estado menos poblado del país. Pero los paraísos fiscales de EEUU no son del interés, ni de los medios de comunicación, ni del Consorcio Internacional de Periodismo de Investigación, filtradores de los Papeles.

Dos datos interesantes: el periódico alemán Süddeutsche Zeitung forma parte de un grupo mediático que pertenece, entre otros, a la corporación financiera estadounidense Goldman Sachs, y la investigación fue financiada, entre otros, por el Departamento de Estado de EEUU, según reconoció su portavoz Mark Toner.

Pero más allá de las actitudes poco leales de aquellos que mantienen cuentas o negocios en paraísos fiscales y a la vez dirigen los presupuestos públicos de sus países, es necesario algunos datos económicos sobre los perjuicios que ocasiona la existencia de los mismos dan escalofríos

Los países en desarrollo pierden alrededor de 100.000 millones de dólares anuales por la evasión y elusión fiscal de grandes empresas a través de paraísos fiscales. La pérdida estimada de estos países por el uso de incentivos fiscales a las grandes empresas es de otros 138.000 millones de dólares anuales.

Los paraísos fiscales tienen un filón con las grandes fortunas latinoamericanas. El 27% de la riqueza privada total de América Latina está depositada en países que ofrecen un tratamiento impositivo favorable para los más acaudalados, lo que le convierte en la región del mundo con mayor proporción de capitales privados en estas naciones, por delante de Oriente Medio y África (23%) y de Europa del este (20%). Y a años luz de Europa Occidental (7%), Asia-Pacífico (6%) y Estados Unidos y Canadá (1%), según el Boston Comsulting Group, una de las mayores consultoras estratégicas del mundo.

Susana Ruiz, responsable de justicia en la organización no gubernamental Oxfam. La apunta que “Holanda, Panamá, Suiza y Luxemburgo” son los países más utilizados por los latinoamericanos para evitar impuestos a través de cuentas bancarias. Saber cuánto dinero está oculto “es difícil, precisamente por la naturaleza misma de estos flujos”, pero hay investigadores que calculan que suma en “aproximadamente entre 20 y 32 billones de dólares, volumen equivalente al PIB de las dos potencias mundiales, Estados Unidos y China, juntas.

Mientras, la inversión mundial hacia paraísos fiscales ha aumentado un 45 por ciento entre 2008 y 2016, drenando recursos nacionales y eludiendo masivamente el pago de impuestos. Según el Fondo Monetario Internacional, los países en desarrollo son hasta tres veces más vulnerables que los países desarrollados a los efectos negativos que la legislación fiscal de un país tiene sobre otro.

A pesar de que en los últimos años los beneficios de las grandes transnacionales se han triplicado, su contribución tributaria ha caído, pasando del 3,6 por ciento del PIB en 2007 al 2,8 por ciento en 2014, según los datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), lo que motivó que durante 2017 algunos países comenzaran a tomar medidas contra la evasión fiscal e igualmente cortar la carrera bajista de la presión tributaria.

Es necesario comprender que los impuestos proporcionan al Estado el financiamiento para desarrollar sus políticas de lucha contra la pobreza y la desigualdad a través de su inversión en educación, sanidad o políticas sociales.

Los especialistas señalan que poner limitaciones legales claras a la evasión fiscal, aumentar la transparencia de los movimientos y el origen de los grandes capitales y apartar del servicio público aquellos que atentan de manera irresponsable contra el sector público, son algunas medidas necesarias para que la ofensiva en contra del Estado de la derecha regional no siga generando nuevas víctimas, en forma de desigualdad, en el camino.

– Aram Aharonian es periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la )

El victimismo y el folclorismo postergan las luchas indígenas

El victimismo y el folclorismo postergan las luchas indígenas

Ollantay Itzamná

MONCADA

Cuando observamos los empinados caminos de los pueblos indígenas en países con poblaciones mayoritariamente indígenas, como Bolivia y Guatemala, constatamos que los siglos de historias de sufrimientos son muy similares. Incluso bajo el colonialismo interno de estados republicanos bicentenarios.

Pero, la actitud y las inconclusas historias emancipatorias emprendidas por dichos pueblos son diferentes en estos dos países. Los pueblos andino amazónico de Bolivia avanzan en el ejercicio y defensa de sus derechos sociopolíticos y económicos, mientras en Guatemala, en buena medida, los pueblos indígenas aún no logran dar el salto de los derechos culturales (culturalismo) hacia el ejercicio de los derechos políticos (para disputar y ejercer poder).

La explicación de intelectuales indígenas y no indígenas sobre este atasco culturalista es: hay miedo en los pueblos indígenas, fruto de la guerra interna, para transitar hacia los derechos políticos. Aunque, en los hechos, en las comunidades indígenas en resistencia se constata todo, menos miedo.

¿Por qué los pueblos indígenas de Bolivia dieron saltos significativos en sus agendas emancipatorias, y en Guatemala aún no ocurre ello?

Rol de la memoria histórica de las luchas

En Bolivia, el siglo XVIII estuvo encumbrado por la rebelión encabezada de la pareja legendaria de Túpac Katari-Bartolina Sisa; el siglo XIX, con Zárate Villka, y continuas sublevaciones indígenas; el siglo XX, con el movimiento indianista/katarista (que sistematizó y socializó la agenda política indígena); el siglo XXI con el movimiento indígena-campesino que construye el Estado Plurinacional.

En Guatemala, no están registradas o debidamente registradas las revueltas o sublevaciones indígenas en la historia. Las luchas del pueblo quiché, mam, q’echí… son prácticamente desconocidas.

Aunque, sí existe, en Guatemala, literatura sobre la dimensión cultural de los sucesos históricos (sobre todo antropología rescatista o culturalista). Estos esfuerzos de investigaciones culturalistas fueron o son financiados, en buena medida, por cooperación internacional (como la USAID) o universidades privadas como la Universidad del Valle (con una intencionalidad política definida).

Rol del “academisismo” indígena.

Para inicios del presente siglo, la población indígena en Bolivia estaba absolutamente excluida de la academia. Por eso, en un foro continental, en la ciudad de Antigua, Guatemala, una quechua boliviana, hace algunos años atrás, desafiaba a indígenas guatemaltecos en los siguientes términos: Nosotras, sin títulos universitarios, hicimos los cambios en Bolivia. Aquí en Guatemala Uds. tiene bastantes profesionales indígenas…”. Y, efectivamente, en Guatemala hay más cantidad de indígenas profesionales que en Bolivia

Pero, por las condiciones coloniales, el o la indígena, cuanto más títulos o grados académicos posee, más doctrinero/a de la colonización se vuelve. En Guatemala existen muchos profesionales indígenas, pero, en su mayoría, desterritorializados y “despolitizados”, compitiendo entre sí por ventanillas en el Estado etnofágico y/o en la cooperación u ONG “apolíticos”. A ellos/as, casi nunca se los mira ni en las calles, ni en las comunidades ejerciendo el derecho a la resistencia creativa, junto a los suyos.

Por eso, mientras profesionales indígenas ejecutan proyectos sobre derechos culturales, los pueblos y comunidades indígenas debaten y plantean restitución de sus territorios, autodeterminación, Estado Plurinacional, proceso de Asamblea Constituyente Popular y Plurinacional.

En buena cuenta, el culturalismo y la victimización son más rentables económicamente para muchos/as indígenas graduadas y posgraduadas que impulsar procesos de cambios estructurales y profundos en el país.

Rol de la cooperación internacional culturalista y apolítica

Los Acuerdos de Paz cultivó la proliferación de ONG, becas de estudio para indígenas, etc. Pero, todo estaba orientado al culturalismo o al afianzamiento del libre mercado. Consecuencia de ello tenemos ingentes cantidades de ONG indígena o no, aun ejecutando proyectos centrados exclusivamente en “derechos culturales”. Nunca para el ejercicio de derechos políticos (porque las ONG y sus profesionales tienen que ser apolíticos)

Las agencias de cooperación, las ONG, las universidades privadas y el Estado cooptaron, casi en su totalidad a los profesionales indígenas. Y lo más difícil, grandes sectores del mundo indígena aún cree que los profesionales son portadores de verdad y benignidad para los pueblos. Así, el colonialismo interno estatal ya no requiere de doctrineros mestizos para controlar a los pueblos indígenas.

Bolivia tuvo la dicha de no tener Acuerdos de Paz, ni contar con cooperación en las dimensiones que Guatemala tuvo. El Bolivia, el sistema neoliberal se impuso, sin el aceite de los Acuerdos de Paz, y los pueblos indígenas se sublevaron sin mayores distracciones culturalistas.

Rol del pentecostalismo indigenista

Guatemala aventaja a Bolivia, no sólo en la megadiversidad de trajes e idiomas indígenas, sino también en la cantidad de “guías espirituales”. Pero, estos guías, en su gran mayoría, también son “apolíticos”. Únicamente se ocupan de la dimensión espiritual de la realidad. Espiritualismo, en otros términos.

En Bolivia, los yatires (sacerdotes andinos, en aymara) para ejercer su labor no requieren de la credencial oficial emitida por el Estado. En Guatemala, sí. Por eso, en Bolivia, en las protestas y movilizaciones indígenas casi nunca faltan ceremonias performativas y ofrendas a la Madre Tierra (también como signo de protesta o celebración). En Guatemala, el espiritualismo o pentecostalismo apolítico permea a indígenas y cristianos casi por igual.

Aquí o allá, sin una espiritualidad y mística transformadora, cualquier intento de cambios profundos será siempre más difícil.

Ollantay Itzamná

Defensor latinoamericano de los Derechos de la Madre Tierra y Derechos Humanos

https://ollantayitzamna.wordpress.com/

@JubenalQ

El lado más oscuro del Renacimiento

El lado más oscuro del Renacimiento
Walter Mignolo
Universidad de Duke, universitas humanística no.67 enero-junio de 2009 pp: 165-203 bogotá – colombia issn 0120-4807
Introducción
I
La idea del lado oscuro del Renacimiento trasciende los límites de la distinción que comúnmente se establece entre el Renacimiento y el periodo moderno temprano. Mientras que el concepto de Renacimiento se refiere al resurgimiento de los legados clásicos y a la constitución de la erudición humanística para la emancipación humana y el de periodo moderno temprano enfatiza la emergencia de una genealogía que anuncia el periodo moderno y posmoderno, el concepto del lado más oscuro del Renacimiento subraya la renovación de la tradición clásica como una justificación de la expansión colonial y la emergencia de una genealogía (el periodo colonial temprano) que anuncia el periodo colonial y el poscolonial.
Así, más que una sucesión lineal de periodos, concibo la coexistencia de nudos complejos (Renacimiento/lado más oscuro del Renacimiento; periodo moderno temprano/periodo colonial; iluminismo/lado más oscuro del Iluminismo; periodo moderno/colonial). Es decir, se concibe el Renacimiento junto a su lado más oscuro y el primer periodo moderno junto con el periodo colonial temprano.
¿Por qué el «lado más oscuro del Renacimiento» y los siglos XVI y XVII y no, por ejemplo, los tardíos siglos XVIII o XIX cuando la mayor porción del mundo estaba bajo dominación colonial?
Una de las razones es que mi campo de conocimiento no es la historia cultural inglesa sino las historias culturales española, latinoamericana e indígena. Pero más importante es que los legados del imperialismo británico y de la expansión colonial francesa y alemana no solo están indirectamente relacionados con mi entrenamiento profesional sino también con mis experiencias personales que son tan importantes en la teorización poscolonial.
Lo que concibo como periodo moderno/colonial (según las genealogías previas) es el momento cuando el inglés, el francés y el alemán se constituyen como las lenguas de la modernidad y del «corazón de Europa» (según Hegel), relegando al castellano y al portugués como lenguas no apropiadas para los discursos científicos ni filosóficos.
Cuando, hacia 1630 en Ámsterdam, René Descartes fusionó la cultura letrada con el conocimiento numérico y empleó de otro modo la noción de rigor científico y razonamiento filosófico en francés, los idiomas castellano y portugués quedaron atados a los legados letrados y humanísticos del Renacimiento europeo.
Si a comienzos del siglo XVII pudiéramos detectar una reorientación de los discursos filosóficos y científicos, notaríamos que ella estuvo atada a lenguas específicas (los idiomas del periodo moderno: inglés, alemán, francés) y que coincidió con el momento en que Ámsterdam comenzó a reemplazar a Sevilla como el centro occidental de las transacciones económicas al final del Renacimiento/primer periodo moderno/colonial y al comienzo de la Ilustración/periodo moderno/colonial.
Entonces, ¿por qué escribir este texto originalmente en inglés y no en español? En este momento, escribir en español significa quedar al margen de las discusiones teóricas contemporáneas. En el mundo donde las publicaciones académicas son significativas, hay más lectores en inglés y francés que en español. Como los estudiantes cuando escriben una disertación en estudios literarios, esto requiere un doble esfuerzo: conocer el canon y el corpus.
Escribir en español un intento por inscribir los legados hispano y latinoamericanos e indígenas en los actuales debates sobre el Renacimiento/periodo moderno temprano y en los legados coloniales y teorías poscoloniales significa marginalidad antes que tener la posibilidad de participar en una conversación intelectual que, desde el siglo XVIII, ha estado dominada por el alemán, el francés y, más recientemente, por el inglés. Diré más sobre este asunto unos párrafos más adelante cuando presente la contribución de Gloria Anzaldúa a la teorización de las herencias coloniales.
Los legados del Imperio Español en las Américas conectan los siglos XV y XVI con el presente, ya sea el de las sociedades plurilingüísticas y multiculturales andinas o mesoamericanas en Latinoamérica o las culturas latinas emergentes en los Estados Unidos. De tal manera, mi justificación para concentrarme en el primer periodo colonial y en el lado más oscuro del Renacimiento (en vez de hacerlo sobre el Imperio Británico) es que mi propia situación hoy –contraria a pensar desde y acerca de Australia, Nueva Zelandia o India coloniales– está conectada con las herencias del Imperio Español, con la más reciente expansión imperial de Estados Unidos hacia Latinoamérica y con las migraciones latinoamericanas hacia Estados Unidos.
Finalmente, la necesidad de reinscribir los legados del lado más oscuro del Renacimiento y del primer periodo colonial en la discusión actual sobre las herencias coloniales y las teorías poscoloniales emerge de la necesidad de descolonizar la erudición y de descentrar los lugares de enunciación epistemológica.
Estoy de acuerdo con quienes insisten en que el colonialismo no es homogéneo, que deberíamos poner más atención a la diversidad de discursos coloniales, que la poscolonialidad no puede generalizarse. Precisamente, porque estoy de acuerdo con la necesidad de diversificar las experiencias coloniales, estoy interesado en extender los lugares de enunciación desde donde se estudian y se reinscriben en el presente los legados coloniales. En otras palabras, sería erróneo asumir que las teorías poscoloniales solamente podrían emerger de los legados del Imperio Británico o postularlas como modelos teóricos y monológicos para describir las particularidades y la diversidad de experiencias coloniales; también sería equívoco asumir que los legados teóricos de las lenguas de la modernidad (francés, alemán, inglés) son los únicos con legitimidad científica.
Inscribir las lenguas del primer periodo colonial (español, portugués, quechua, aymara, náhuatl) en las lenguas teóricas de la modernidad es un primer paso hacia la descolonización intelectual y hacia la negación de la negación de la contemporaneidad.
Mi posición no es un interés personal ni intenta defender lenguas, culturas y tradiciones nacionales; por el contrario, está fundada en mi convicción de que un camino fértil de la teorización poscolonial es, precisamente, desarrollar las posibilidades de diversos y legítimos lugares de enunciación teóricos y, al hacerlo, reubicar al sujeto de conocimiento monológico y universal inscrito en el periodo moderno/colonial (Ámsterdam como el nuevo centro económico y Descartes como el ejemplo paradigmático de la inteligencia moderna).
Si el Imperio Español declinó en el periodo moderno/colonial y el castellano se volvió un idioma de segunda clase en relación con las lenguas de la modernidad europea –francés, inglés y alemán– esto fue, principalmente, porque el castellano había perdido su poder como idioma que generaba conocimiento: se convirtió en una lengua más idónea para expresiones literarias y culturales en el momento en que el conocimiento se articuló a fuerza de acentuar las cualidades primordiales de la razón en ideas y argumentos científicos y de suprimir las cualidades secundarias transmitidas en sentimientos y emociones.
En el periodo moderno se produjo una fractura dentro de las lenguas romances: aunque el francés mantuvo la facilidad expresiva atribuida a ellas, también fue la lengua del rigor filosófico y de uno de los poderes coloniales de la modernidad.
Este quiebre se enfatizó después de la Segunda Guerra Mundial cuando el planeta fue dividido en tres áreas clasificadas, y el castellano (y el portugués) se convirtió (se convirtieron) en una (dos de las) tercera(s) lengua(s) mundial(es).
La situación se mantuvo y reforzó por la coincidencia de la división del planeta en tres áreas lingüísticas y económicas categorizadas por la migración masiva de población hispanoparlante desde Latinoamérica y el Caribe español hacia Estados Unidos. Parte del mundo francófono (con excepción de Canadá) comenzó a compartir con el hispanoparlante su pertenencia al llamado «Tercer Mundo» (cf. Fanon, 1967) aunque, al mismo tiempo, el francés mantuvo el estatus de lengua del primer mundo.
La perspectiva que acabo de esbozar es relevante para ubicar la emergencia de la «etnología comparativa», de la «razón etnográfica», de la constitución del «mito de la modernidad» y de la configuración de la «razón poscolonial»; en otras palabras, para la articulación de entender el pasado y hablar el presente. Anthony Pagden (1982), un historiador británico cuyo campo de experiencia es el Imperio Español, ubicó la emergencia de la etnología comparativa en el Renacimiento/periodo moderno temprano/colonial, mientras Jean-Loup Amselle (1990), un antropólogo francés cuyo campo de trabajo es la expansión colonial francesa en África, localizó la emergencia de la razón etnográfica en el Iluminismo/periodo moderno/colonial.
La «etnología comparativa» de Pagden (1982) y la «razón etnográfica» de Amselle (1990) son dos caras de la misma moneda: la articulación racional de diferencias culturales que hace un observador europeo (o, si se quiere, diferentes tipos de observadores europeos) que, en ningún caso, tiene en cuenta la racionalización discursiva de un observador no-europeo (o de diferentes tipos de observadores no-europeos).
Aunque sean las dos caras de una misma moneda, la «etnología comparativa» y la «razón etnográfica» son significativamente diferentes (Amselle, 1990). Más allá de la diferencia del periodo en el cual se ubican, la primera es forjada por un historiador británico que tiene al Imperio Español como su campo de conocimiento, mientras la segunda fue fraguada por un antropólogo francés que tiene la expansión colonial francesa como campo de experiencia.
En el primer caso, la identificación erudita es con Europa y Pagden hace explícita su posición en las últimas publicaciones. Por otra parte, es claro que Amselle se identifica ante todo con una disciplina (la Antropología) e implícitamente con Francia como país, más que con Europa como una entidad transnacional. Aunque encuentro interesantes y útiles las contribuciones de Pagden y Amselle, no puedo inscribirme en sus programas.
En cambio, encuentro una base más compatible en la expresión de Enrique Dussel (filósofo argentino) de contrarrestar la modernidad desde una perspectiva colonial. El «mito de la modernidad» de Dussel es el equivalente de la «etnología comparativa» de Pagden y de la «razón etnográfica» de Amselle, que se expresa así:
La modernidad incluye un «concepto» racional de emancipación que afirmamos y subsumimos. Pero, al mismo tiempo, desarrolla un mito irracional, una justificación para la violencia genocida. Los posmodernistas critican la razón moderna como una razón de terror; nosotros criticamos la razón moderna por el mito irracional que oculta (Dussel, 1993: 66).
Al ubicar la emergencia de la modernidad hacia finales del siglo XV con el «descubrimiento» europeo de un «Nuevo Mundo», Dussel (1993) pone el acento en el periodo moderno temprano/colonial cuando Europa se mueve desde una situación periférica en relación con el Islam, hacia una posición central en relación con la constitución del Imperio Español, la expulsión de los Moros y el éxito de la expansión transatlántica.
En esa configuración, las Américas se convierten en la primera periferia del mundo moderno y en parte y parcela del mito de la modernidad. Al hacer frente común con Dussel y no con Pagden o con Amselle, intento enfatizar en la necesidad de hacer una intervención cultural y política inscribiendo la teorización poscolonial en legados coloniales particulares: en otras palabras, la necesidad de inscribir el lado más oscuro del Renacimiento en el espacio silenciado de las contribuciones hispano y latinoamericanas e indígenas a la historia universal y a la teorización poscolonial.
El escenario que acabo de describir podría remodelarse en términos de dos estadios (periodo temprano moderno/colonial y periodo moderno/colonial) de la colonización y la globalización occidental, que tienen en común una constante tendencia hacia la organización de jerarquías en una estructura temporal.
Aunque esta tendencia tuvo sus inicios a finales del siglo XVI cuando José de Acosta clasificó los sistemas de escritura según su proximidad al alfabeto como punto de llegada, Amselle (1990) ubica la emergencia de esta idea poderosa y transformadora en el libro de Lafitau de 1724, Moeurs des sauvages americains comparées aux moeurs des premiers temps: las complicidades entre el reemplazo del «otro» en el espacio por el «otro» en el tiempo y, por la misma razón, la articulación de diferencias culturales en jerarquías cronológicas.
Fabian (1983) bautizó esta transformación como la negación de la contemporaneidad. Aquí lo que nos debe llamar la atención es que el reemplazo del «otro en el espacio» por el «otro en el tiempo» fue enmarcado arbitrariamente en términos de límites y fronteras. A finales del siglo XV se construyeron las fronteras no solo en términos geográficos y relacionados con las extensiones y los límites del Océano Atlántico sino también en términos de las fronteras de la humanidad.
El ordenamiento aún no era abiertamente cronológico; solo llegó a ser así, claramente, en el siglo XVIII. Entonces, el problema planteado es la articulación de diferencias tanto en el espacio como en el tiempo, y los usos del espacio y el tiempo como medios para articular las diferencias culturales.
Así, mientras la negación de la contemporaneidad emergió como una de las principales consecuencias conceptuales de la exageración del privilegio del tiempo sobre el espacio en la organización y categorización de culturas y sociedades en el periodo moderno temprano/colonial, la negación de la negación de la contemporaneidad es una de las mayores tareas de la teorización poscolonial.
El tercer estadio de la expansión y la globalización occidental, del cual somos parte, habitualmente se ubica después de la Segunda Guerra Mundial. Algunos de los hitos de este tercer periodo son los movimientos de descolonización en las colonias británicas, francesas y alemanas, la creciente expansión de Estados Unidos y la sustitución de todas las formas de colonialismo territorial por el marketing y las finanzas globales.
Aunque el sujeto a quien le estoy escribiendo está localizado en el tercer estadio de la globalización, los sujetos [d]escritos están en el primero. De tal manera, un problema que se plantea es el de entender el pasado y hablar el presente. En el presente hablado (que también habla de nosotros), las teorías que articulan lo global hablan el presente en un mundo posmoderno y poscolonial.
Si posmoderno y poscolonial son expresiones sospechosas porque no estamos fuera de la modernidad o del colonialismo, o porque al usarlas se refuerza la preferencia que la modernidad atribuye al tiempo sobre el espacio, quisiera enfatizar que, a pesar de todas las ambigüedades, posmodernidad y poscolonialidad designan (en mi argumento) las ubicaciones de dos modos diferentes de rebatir la modernidad. Si «deconstrucción» es un modo u operación ligada con la primera, «descolonización» se asocia con la última.
Gloria Anzaldúa (1987), al teorizar sobre los bordes, las fronteras y los lugares de contacto cultural, provee más entendimientos teóricos de los que puedo desarrollar aquí. Solo mencionaré algunos de ellos. Primero, la doble re-inscripción del español: Anzaldúa reinscribe el español (una tercera lengua mundial) en el inglés (una primera lengua mundial) haciendo hincapié en las dificultades para domesticar una lengua salvaje.
Resulta muy curioso el replanteamiento que hace Anzaldúa del concepto de «domesticar una lengua». Semejante –a primera vista– a la filosofía del lenguaje de Nebrija, es en realidad Nebrija visto desde las consecuencias de su propia filosofía. Para Anzaldúa (1987) domesticar una lengua es una estrategia de resistencia, mientras que para Nebrija era una estrategia imperial de control, gobierno y colonización.
Por otra parte, Anzaldúa reinscribe el concepto azteca de pintar y escribir (Tlilli, In Tlapalli [la tinta roja, la tinta negra]) y, al hacerlo, refuta a Nebrija y a Aldrete negando que la escritura sea la representación del sonido (Nebrija), y que las lenguas sean fronteras en un territorio (Aldrete).
En segundo lugar, al ligar lengua y género, Anzaldúa tiene en cuenta reconfiguraciones geoculturales y cronológicas: geoculturales porque la «América Hispánica» [en el trabajo de Anzaldúa (1987)] se extiende e inscribe dentro de Estados Unidos y cronológicas porque la noción de «América Hispánica» desdibuja las fronteras entre lo colonial y lo neo o poscolonial, ya que el español fue la lengua oficial tanto del imperio colonial como de las naciones neo o poscoloniales, por una parte, y se habla en las comunidades latinas en Estados Unidos, por otra.
Aún más, los vínculos que establece Anzaldúa entre género y lengua tienen en cuenta los desplazamientos de conceptos neoculturales como América, Nuestra América, Hispanoamérica, Latinoamérica, etc., en cuanto ellos están fundados en y por formaciones discursivas que presuponen la masculinidad como el sujeto constitutivo de categorías neoculturales.
En cambio, Anzaldúa (1987) desplaza el acento desde la demarcación de los espacios geográficos hacia sus bordes, locaciones en las cuales lenguas (español, inglés, náhuatl) y género (macho, hembra, homosexual, heterosexual) son las condiciones de posibilidad para la creación de espacios-en-medio como una forma diferente de pensar.
La gran contribución teórica de Anzaldúa es crear un espacio-en-medio desde dónde pensar más que un espacio híbrido para hablar acerca de, un espacio de pensamiento híbrido de legados hispano/latinoamericanos e indígenas como la condición de posibilidad para teorías poscoloniales hispano/latinoamericanas e indígenas.
En este aspecto, las «tierras de frontera» de Anzaldúa empalman con el concepto de «fagocitosis» de Rodolfo Kusch (1962, 1973) (a quien comento en el siguiente acápite), con el «mito de la modernidad» de Dussel (1993), y con «un pensamiento otro» de Abdelkebir Khatibi (1990) quien, como Anzaldúa, construye un espacio transdisciplinario para pensar acerca de la colonización desde la inscripción lingüística y personal en legados coloniales más que para escribir sobre la colonización desde las reglas de un juego disciplinario. Tales son los lugares desde donde intento hablar el presente teorizando el pasado.
II
Quisiera mencionar solamente un puñado de los muchos artículos que se relacionan directamente con la línea general de mi argumento. “Eurocentrism and Modernity” , la primera de las conferencias de Enrique Dussel en Frankfurt, y su libro sobre el mito de la modernidad (Dussel, 1995) son un desarrollo de su primer trabajo sobre la filosofía de la liberación (Dussel, 1985b). Culture and Imperialism de Edward Said apareció en 1993. El libro es extenso y controversial, y aquí no puedo hacerle justicia ni tampoco a la polémica que ha suscitado. Me limitaré a dos aspectos relacionados con mi propio argumento.
Quien lea el libro de Said encontrará que el énfasis que yo pongo en la estrategia comparativa resuena en la estrategia analítica del contrapunteo de Said. De inmediato, el lector no se remite al «contrapunteo» del azúcar y el tabaco de Fernando Ortiz (1995). Cuando leí Culture and Imperialism, asumí que su análisis del contrapunteo era prestado de Ortiz.
Fernando Coronil (1995) me mostró mi error al destacar que dos críticos de las complicidades entre antropología e imperialismo, con cincuenta años de diferencia entre uno y otro, pensaron a la manera del contrapunteo y que ambos modelos derivaron de la música: de la clásica en Said, de la cubana y de tradición litúrgica popular en Ortiz.
Mi propia restitución de la estrategia comparativa viene de otro intelectual del «Tercer Mundo», Raimundo Pannikar (1988), un historiador de la religión que examina la tradición metodológica comparativa moderna (clásica) implementando una estrategia comparativa epistemológica y metodológica emergente moderna (colonial), al preguntar quién compara qué, por qué y cómo.
Al reformular la estrategia colonial en los legados coloniales y al introducir al sujeto comparado en el acto de comparar, Pannikar (1988) desbarata la idea de que las culturas son entidades monológicas que una mente científica observa, disecciona y compara.
La estrategia comparativa, así reformulada, se convierte en el análisis del proceso de transculturación (otro concepto introducido por Ortiz) del cual el sujeto comparado es parte y parcela: Ortiz, Said, Coronil y yo, tenemos diferentes intensidades y formas de inversión con los legados coloniales que promovieron nuestros análisis y críticas del colonialismo: por ejemplo, mientras Ortiz no transige con la cuestión del exilio, Said no puede evitarlo (Mudimbe, 1994).
De ahí la necesidad de mirar las interacciones entre la gente, las instituciones, y la producción cultural alineadas mediante relaciones de poder y dominación, y la necesidad de mirar las teorías poscoloniales en su conexión con los legados coloniales. En consecuencia, mi argumento está concebido y construido en la intersección de legados tanto del Renacimiento/periodo temprano moderno, de una parte, como del periodo colonial temprano/indígena, de otra.
En conexión con el locus de enunciación, se debe intentar menos describir y narrar cómo se dieron e implementaron la colonización de las lenguas, las memorias y el espacio, y más identificar los espacios del medio producidos por la colonización como la locación y la energía de nuevos modos de pensar, cuya fuerza reside en la transformación y en la crítica de las «autenticidades», tanto de las herencias occidentales como indígenas. Esta es la razón por la cual en mis trabajos me interesa más explorar nuevas formas de pensar acerca de lo que sabemos, que en acumular nuevo conocimiento bajo viejas formas de pensar.
Frecuentemente uso la palabra «tradición». Mi insistencia en entender el pasado y hablar el presente invita a una comprensión de «tradición» no como algo que está aquí para ser recordado, sino como el proceso mismo de recordar y olvidar. Por eso, mis trabajos hacen parte del proceso de reconfiguración de las tradiciones. En este sentido, las «tradiciones» serían un ensamblaje de actos múltiples y filtrados de decir, recordar y olvidar.
En tales promulgaciones, las «tradiciones» son los lugares donde la gente se afianza en comunidades por medio de las lenguas, los hábitos de comida, las emociones, las formas de vestir, de organizarse y concebirse a sí misma en un espacio dado (país o frontera) mediante la construcción de una imagen propia y del otro. Quiero insistir en que ésta es la razón por la cual estoy más atento a la emergencia de nuevas identidades que a la preservación de las viejas, y la territorialidad se concibe como el escenario de interacción de lenguas y memorias al construir lugares y definir identidades.
Semiosis colonial es la expresión que uso para sugerir un proceso –más que lugares– en los cuales la gente interactúa. Un concepto performativo de interacción semiótica me permite concebir los encuentros coloniales como un proceso de manipulación y control más que de transmisión de significado o representación. No estoy buscando representaciones sino, más bien, procesos e interacciones semióticas.
En la primavera de 1994 fue puesto en venta el tan esperado libro de Homi Bhabha, The Location of Culture. En ese momento, había leído casi todos los artículos que se convirtieron en capítulos del libro, con excepción de la introducción y la conclusión. Ya había dedicado muchas páginas (Mignolo, 1994) a comparar las contribuciones de Dussel (1993, 1995) y Bhabha (1994) a la crítica de la modernidad desde una perspectiva colonial y poscolonial.
Aquí solamente quisiera subrayar dos aspectos estrictamente relevantes a mi proyecto y a la línea de razonamiento que estoy tratando de articular. En primer lugar, Bhabha (1994) está rebatiendo la raíz de la modernidad desde las experiencias y las herencias del Imperio Británico en India y, en consecuencia, desde el legado del segundo estadio o globalización, desde el Iluminismo hasta la Segunda Guerra Mundial.
Así, su teorización está profundamente afianzada en la historia lingüística de la modernidad y en el predominio del inglés y del francés. Por ejemplo, encontré «natural» el entusiasmo intelectual y emocional que Terry Eagleton expresó por el libro, entusiasmo que yo mismo tiendo a poner en la crítica del occidentalismo de Kusch (1962, 1973), en la crítica de Dussel (1993, 1995) a la modernidad y en la ubicación crítica de Anzaldúa (1987) entre el habla azteca y las herencias escritas, entre el castellano como una lengua colonial con relación al náhuatl y al inglés; como una nueva lengua colonial que reemplaza y desplaza el papel del castellano en las historias complejas y en las genealogías de los periodos temprano moderno y temprano colonial.
Sus argumentos brotan de la herencia del Imperio Español y, en consecuencia, su teorización está profundamente enraizada en las lenguas e historias de la modernidad y el desplazamiento del castellano como una lengua propia para el conocimiento y el razonamiento filosófico.
Segundo, comparto con Homi Bhabha (1994) su énfasis en los «espacio del medio», un concepto que aprendí de la noción de Ortiz (1995) de «transculturación», de la noción de Kusch (1962, 1973) de «fagocitosis cultural», de la noción del novelista y crítico literario Silviano Santiago (1978) del «entre-lugar» de la literatura latinoamericana elaborada a comienzos de la década de los años setenta, de la noción de «tierra de frontera» de Anzaldúa (1987), de la palabra nepantla, acuñada por quienes hablaban náhuatl en Nueva España durante el siglo XVI para designar el entre-espacio entre culturas, de la noción de Khattibi (1990) de «un pensamiento otro» y de la transformación de «bi-lingüe» en «bi-lengua», que pone el acento en los espacios en medio más que en los dos polos implícitos en la noción de bilingüismo.
Todos esos ejemplos tienen en común su inscripción en el periodo colonial temprano y en el hecho de que están enraizados en el desplazamiento del castellano y el portugués en la historia de la modernidad. Khattibi parece ser la excepción. Sin embargo, el hecho de que en Khattibi el francés colonial está transculturado con el árabe, y que ésta sea la lengua sobre la cual el castellano construyó su momento triunfal en el periodo moderno temprano, me hace sentir más cerca al pensar y sentir de Khattibi que al de Amselle, por ejemplo, cuyas conceptualizaciones están investidas en la historia de las culturas y lenguas francesas y su expansión colonial.
En otras palabras, todo esto significa traer al primer plano la historia de la lengua (y la objetividad) en el periodo moderno y las inscripciones lingüísticas para teorizar y comprender el abigarrado campo de los legados coloniales .
En el acto de describir y explicar nos describimos y entendemos a nosotros mismos: comparaciones, diferencias y hermenéuticas pluritópicas.
Si la erudición no puede representar al colonizado fielmente ni permite hablar al subalterno, al menos puede romper una noción monolítica de éste y mantener una práctica discursiva alternativa, paralela tanto al discurso oficial del Estado –para el cual los mapas representan territorios y las historias se consideran la verdad de los eventos–, como al discurso establecido de la erudición oficial, en el que las reglas del juego académico son la sólida garantía del valor del conocimiento, independientemente de cualquier agenda política o interés personal .
Como dije anteriormente, trato de entender tanto el pasado como hablar del presente. Esta comprensión es una empresa comunal y dialógica, no solitaria ni monológica; el impulso hacia la comprensión no surge solamente de los imperativos disciplinarios y racionales sino también de los sociales y emocionales. El pasado no se puede volver un discurso neutral.
Ligado a una determinada disciplina, cualquier concepción de él será diseñada según las reglas de los reportes eruditos o científicos dentro de la disciplina. Los discursos eruditos (como cualesquier otros) adquieren su significado a partir de sus relaciones con el tema, con una audiencia, con un contexto de descripción (escogido para hacer del pasado un evento o un objeto absolutamente significativo) y con el locus de enunciación desde el cual uno «habla», y, hablando, contribuye a cambiar o a mantener sistemas de valores y creencias.
Para Foucault (1969), el locus enuntiationis (modo de enunciación, en su terminología) era uno de los cuatro componentes de las formaciones discursivas que él concebía en términos de roles sociales y funciones institucionales. Foucault se preocupó principalmente por la base disciplinaria e institucional de las formaciones discursivas y puso menos atención a la historia personal del sujeto que comprende (¿macho o hembra?, ¿con qué grupo étnico se identifica él o ella?, ¿a qué clase social pertenece él o ella?, ¿en qué configuración política particular está hablando o escribiendo él o ella?).
En su horizonte no estaba plantear preguntas acerca del locus de enunciación en situaciones coloniales. Desde la perspectiva del locus de enunciación, entender el pasado no puede separarse de hablar el presente, así como el sujeto disciplinario (o epistemológico) no puede separarse del no-disciplinario (o hermenéutico). Esto implica, entonces, que la necesidad de hablar el presente tiene su origen en un programa de investigación que necesita desacreditar, reformar o celebrar hallazgos disciplinarios previos y, a la vez, en la confrontación no disciplinar del sujeto (género, clase, raza, nación) con las urgencias sociales. Ciertamente, no abogo por reemplazar lo disciplinar por fundamentos políticos, sino que intento subrayar las inevitables dimensiones ideológicas de cualquier discurso disciplinar, particularmente en la esfera de las ciencias humanas.
Teniendo en cuenta estas consideraciones, debo decir que este texto ha sido escrito desde la perspectiva de un académico literario nacido y crecido en Argentina, un país impregnado más de una historia poscolonial con un gran componente de inmigración europea que de experiencias coloniales o tradiciones indígenas.
Como académico literario, me interesé en la relectura de textos y eventos de la conquista y la colonización del Nuevo Mundo desde la perspectiva de la expansión de la cultura letrada occidental, más que desde las fórmulas provistas por la interpretación literaria. Como latinoamericano y argentino, me interesé en la fusión de horizontes entre el presente, tal cual es narrado por los ancestros canonizados de la cultura española en Latinoamérica y el que nosotros, latinoamericanos y eruditos del presente, elegimos narrar.
Esta fusión de horizontes no es necesariamente amistosa pero podría ser crítica (por ejemplo, al trazar una genealogía que me ponga, como hijo de inmigrantes italianos, en riña con la tradición española en Latinoamérica). Al traer este fragmento de autobiografía a un primer plano, no tengo la intención de promover una relación determinista entre el lugar de nacimiento y el destino personal. No creo que alguien nacido en Nueva York será un corredor de bolsa, alguien nacido en San Luis Potosí será un minero o en Holanda un cervecero.
Pero entrego estas partes de mi procedencia que me hacen particularmente sensible a temas de bilingüismo y de comprensión transcultural: mi vivencia primero en una nación predominantemente española, Argentina, que no coincidía con mi propio estatus de hijo de inmigrantes italianos y luego, en otro, Estados Unidos, donde llegar a ser ciudadano resuelve una gran cantidad de asuntos prácticos pero no borra las propias memorias. En consecuencia, el esfuerzo de autoexaminarse críticamente es imperativo porque el erudito literario se entremezcla permanentemente con identidades lingüísticas y nacionales. Los lazos entre el pasado, que me esfuerzo por entender, y el presente, que me motiva a hablar y a escribir, no siempre son obvios. De ahí la constante necesidad de nuevas interpretaciones (entender el pasado y hablar el presente) de textos, eventos, acciones e ideas.
El nombre apropiado del campo de estudios de estas reflexiones oscila entre discurso colonial y semiosis colonial (Seed, 1991; Mignlo, 1992, 1993). El primero ha sido definido por Peter Hulme (1986, 1989) como toda clase de producción discursiva relacionada con y producida en situaciones coloniales desde –para usar sus propios ejemplos– las Capitulaciones de 1492 hasta La Tempestad, desde las órdenes y edictos reales hasta la más cuidadosa prosa escrita.
El discurso usado en este sentido tiene una enorme ventaja sobre la noción de literatura cuando el corpus que está en juego es colonial. Mientras la literatura colonial ha sido construida como un sistema estético dependiente del concepto renacentista de poesía, el discurso colonial pone la producción discursiva colonial en un contexto de interacciones conflictivas, de apropiaciones y resistencias, de poder y dominación.
Textos significativos como el Popol Vuh y muchos otros del mismo tipo adquieren un nuevo significado: en vez de considerarlos textos precolombinos admirados por su otredad, se convierten en parte de la producción discursiva colonial. No podría ser de otra forma ya que el Popol Vuh como lo conocemos fue escrito alrededor de 1550.
¿Cómo podría ser precolombino un texto escrito alfabéticamente si los indígenas no tenían letras, como todos los misioneros y hombres de letras constantemente nos lo recuerdan? Entonces, ¿cómo no podría estar relacionado este texto con el Renacimiento europeo cuando la celebración de la letra llegó a ser uno de sus fundamentos?
El Popol Vuh original, destruido durante la conquista, fue escrito en quiche, ciertamente una lengua no muy popular en el Renacimiento europeo, pero muy común en las colonias donde la mayoría de las lenguas (como el náhuatl, el zapoteca y el quechua) compitieron con el latín y el español, y desafiaron la continuidad de la tradición clásica y la expansión de la cultura letrada occidental.
Sin embargo, cuando se cruza la frontera, la noción de discurso colonial , deseable y bienvenida, no es la más exhaustiva para aprehender la diversidad de interacciones semióticas en situaciones coloniales ni para iluminar el lado más oscuro del Renacimiento.
La noción de discurso, aunque comprende tanto las interacciones orales como las escritas, no tiene en cuenta las interacciones semióticas entre diferentes sistemas de escritura, tales como el alfabeto latino introducido por los españoles, el sistema de escritura picto e ideográfica de las culturas mesoamericanas y los quipus en Perú colonial , los cuales delinean sistemas particulares de interacciones que tuvieron lugar durante el periodo colonial.
Si fuéramos a usar el término discurso para referirnos a interacciones orales y reserváramos texto para las escritas, necesitaríamos extender este último más allá de los documentos escritos alfabéticos para incluir todas las inscripciones materiales de signos . Al hacerlo, honraríamos el significado etimológico de texto (tejido, textil) que se empezó a perder cuando la escritura alfabética y la celebración renacentista de la letra oscurecieron el significado medieval más generoso.
La expresión semiosis colonial indica, de una parte, un campo de estudio paralelo a otros ya establecidos como la historia o el arte coloniales, pero, de otra, también intenta mostrar un cambio en nuestra comprensión de la construcción del Nuevo Mundo durante el siglo XVI, una perspectiva en la cual el lado más oscuro del Renacimiento se ilumina y cambia de voz: el Renacimiento europeo es visto desde la periferia colonial .
La introducción de la semiosis colonial como un campo de estudio va acompañada de una aproximación filológica y comparativa para su comprensión. Los procedimientos filológicos podrían generar poco entusiasmo entre los lectores interesados en estudios culturales y subalternos o en repensar las culturas populares, que esperarían un fundamento más ideológico. Sin embargo, creo que una «nueva filología» es esencial para contextualizar objetos culturales y relaciones de poder ajenas a la cotidianidad del académico y especialmente para (re)construir el conocimiento y las creencias que los españoles y los mexicas tuvieron acerca de sus propias interacciones semióticas y cómo percibieron las prácticas y las creencias del otro. La nueva filología que suscribo gira alrededor de dos axiomas: 1) cada mundo es exuberante porque dice más de lo que piensa; 2) cada mundo es deficiente porque dice menos de lo que se espera.
Los dos axiomas fueron propuestos por Ortega y Gasset (1959, 1963) quien [como Bakhtin (1986) por la misma época] estaba reaccionando contra la lingüística de Saussure y moviéndose hacia una comprensión más pragmática del lenguaje. En vez de mirar el «sistema de la lengua» de Saussure, Ortega y Gasset puso su atención en el «habla de la gente» [el decir de la gente]. Sin embargo, ni Ortega y Gasset ni Bakhtin enfrentaron el problema de una nueva filología o una imaginación dialógica que transara satisfactoriamente con la comparación entre eventos y artefactos desde culturas radicalmente diferentes y, mucho menos, con situaciones coloniales en las que los estudios comparativos deberían poner en primer plano la dominación cultural, la resistencia, la adaptación y la hibridación.
Mi énfasis está puesto en los eventos y artefactos culturales en sí mismos, y en los discursos mediante los cuales éstos se conceptualizan desde dentro y desde afuera de una comunidad dada. Las descripciones son, entonces, tan cruciales como los objetos y eventos descritos. La cuestión de quién describe, qué, cuándo y para quién guía mis reflexiones, tanto cuando describo las autodescripciones mexicas o españolas, o las descripciones españolas de los mexicas, como cuando me describo a mí mismo describiendo las descripciones de los mexicas o de los españoles sobre sí mismos o sobre el otro. Tomo la filología como una herramienta analítica para describir descripciones.
Para llevar a cabo un procedimiento analítico no se requiere estar afiliado a posiciones filosóficas e ideológicas. El hecho de que la filología durante los siglos XVIII y XIX se asociara cada vez más con la hermenéutica debería verse en sus contingencias históricas más que en sus necesidades ontológicas o lógicas. La scientia, antes de la emergencia de las ciencias humanas (Foucault, 1966: 355-398), fue entendida en el contexto de prácticas discursivas relacionadas con la lógica (o la dialéctica) y la retórica.
Entonces, si la hermenéutica en el siglo XX se separa de la interpretación del discurso y del texto para abarcar el espectro más amplio de las ciencias humanas (Ricoeur, 1981), es posible repensar los vínculos tradicionales entre hermenéutica y filología para entender prácticas semióticas transculturales.
Dos razones importantes respaldan una aproximación comparativa con situaciones coloniales desde la perspectiva de las ciencias humanas : la primera es que la misma definición de semiosis colonial implica la coexistencia de interacciones entre (y de) la producción cultural de miembros de tradiciones culturales radicalmente diferentes; la segunda es que el propio acto de entender tradiciones que no son nuestras implica una perspectiva comparativa entre lo que se entiende y el acto mismo de entender.
De tal manera, no percibo contradicciones en usar procedimientos filológicos y comparaciones para ocuparme críticamente de situaciones coloniales cuando, de hecho, los métodos que estoy proponiendo como una empresa descolonizadora han sido forjados por miembros de las mismas culturas que produjeron la expansión colonial.
Tampoco asumo que la filología será una aproximación más apropiada para el estudio del Renacimiento europeo que el estudio de la expansión colonial europea y del encuentro con pueblos de tradiciones culturales no occidentales. Sin embargo, dado que estoy tratando con situaciones coloniales, no estoy necesariamente obligado a cargar con los antecedentes adscritos al procedimiento metodológico mismo. De hecho, la filología y la comparación deberían permitirnos mirar el Renacimiento europeo mediante la localización del sujeto que comprende en las periferias coloniales.
No obstante, permítanme expandirme sobre las ventajas de las aproximaciones filológica y comparativa y justificar mi creencia de que tal método también puede ser benéfico tanto en el campo de los estudios culturales coloniales como para repensar las culturas populares y construir teorías poscoloniales.
En primer lugar, la semiosis colonial implica la coexistencia de las culturas «alta» y «baja», así como de las relaciones de poder entre quienes controlan la política y la economía, y las comunidades subalternas. En segundo lugar, es necesaria una aproximación filológica para entender la semiosis colonial en dos niveles: para distanciar críticamente al sujeto epistemológico de su propia educación, recuerdos y sensibilidad y para aproximarse críticamente a la conceptualización de prácticas semióticas extrañas a la cultura en la cual éste se ubica.
Este problema metodológico, común entre los antropólogos, también es relevante para quienes trabajan con signos o rastros del pasado más que con poblaciones en el presente. Por ejemplo, Mapa o geógrafo son nombres comunes para un ciudadano occidental educado, pero amoxtli y tlacuilo no. Aunque mapa y geógrafo también son nociones comunes en el discurso erudito, existe una tentación de hablar de «mapas indígenas» (cf. Robertson, 1959).
Es necesario comprender cómo entendían los indígenas un «mapa»; en este punto, la filología debe complementarse con una aproximación comparativa. Dado que mapa y amoxtli eran nombres con los cuales diferentes culturas y comunidades designaban los objetos gráficos y materiales en los cuales se describía el territorio, es esencial una comparación entre su forma y usos en su respectivo contexto cultural. La situación se vuelve más compleja cuando nos damos cuenta de que amoxtli podría también traducirse como «libro» y tlacuilo como «escribano».
En la Edad Media, mapa significaba «servilleta, tela con signos» y, por extensión, el material en el que se inscriben signos gráficos. Amoxtli se refería tanto al árbol del cual se extraía la superficie sólida para escribir («papel») como al objeto que contenía el material escrito (p. ej., «libro»). Entonces, amoxtli y «tela con signos» eran superficies sólidas sobre las cuales se inscribían los signos de la territorialidad.
Así, mientras la territorialidad fue común tanto a los españoles como a los grupos étnicos indígenas, mapa y amoxtli eran nombres relativos a culturas para objetos gráficos en los cuales se representaba la territorialidad. Un geógrafo se distinguía de un historiador en una cultura en la que escribir y hacer mapas eran actividades claramente diferentes.
Sin embargo, esto no era necesariamente así en una cultura en la que el tlacuilo pintaba tanto signos pictográficos que preservaban los recuerdos pasados como aquellos en los que se trazaban fronteras espaciales. Esta es la razón por la cual un sustantivo náhuatl que podía traducirse al español como pintura fue aplicado tanto a la escritura como al mapa. Una posible solución es introducir un concepto teórico como «organización territorial», o «conceptualización territorial» que autoriza un análisis comparativo de los mapas españoles y los amoxtli indígenas.
Si el análisis filológico y comparativo es la aproximación necesaria para entender la semiosis colonial debido a la coexistencia de sistemas de descripciones y al proceso coevolutivo, con diferentes grados y niveles de interferencia e hibridación, éste no puede justificarse desde la perspectiva de una hermenéutica filosófica (Gadamer, 1976), que implícita o explícitamente ubique tanto la filología como la comparación en la era moderna (Mueller-Vollmer, 1985).
La comprensión de «nuestra» tradición, en la que descansa el fundamento de la hermenéutica discursiva filosófica, implica que la tradición que debe conocerse y los sujetos de conocimiento son uno y el mismo; una tradición universal es entendida por un sujeto universal que, al mismo tiempo, habla por el resto de la humanidad. En contraposición a la comprensión monotópica de la hermenéutica filosófica, la semiosis colonial presupone más de una tradición y, por tanto, demanda una hermenéutica diatópica o pluritópica, un concepto que tomo en préstamo de Raimundo Panikkar (1988).
Evidentemente lo que estoy proponiendo no es nuevo. Enrique Dussel (1985b) ha desarrollado una perspectiva semejante para abordar un problema similar: las tensiones entre la tradición filosófica occidental tal como se practica en los centros de educación europeos y en las universidades del tercer mundo. Dussel (1985b) propone un método «analéctico» como una alternativa al «dialéctico». Al modificar la posición de Levinas de acuerdo con su propia experiencia en (y de) la historia latinoamericana, Dussel (1985b) va hacia una politización de la fenomenología al introducir la noción de pueblo como una alternativa al Dasein en la reflexión fenomenológica.
Criticado duramente por pensadores marxistas que inicialmente abrazaron su «filosofía de la liberación», también ha sido culpado por su concepto metafísico de pueblo [a pesar de tener raíces en las experiencias argentinas de la década de los años setenta y en la historia latinoamericana (Cerutti Guldberg, 1983)] y por su propio concepto totalizante de analéctica .
Pero ha sido reconocido por politizar la fenomenología como una forma oposicional de pensar enraizada en la perspectiva del Otro histórico, marginalizado y oprimido (indios, proletarios, mujeres). Aunque estoy de acuerdo con quienes han desaprobado a Dussel por proponer una alternativa metodológica que permanece dentro de la perspectiva monotópica que intenta confrontar, quisiera capitalizar su movimiento hacia una descolonización o liberación (en sus propias palabras) del pensamiento (Dussel, 1985a: 108-131; Dussel, 1989) .
En consecuencia, hay que hacer una distinción importante entre la analéctica y el concepto de hermenéutica pluritópica que estoy desarrollando aquí. Mientras la analéctica de Dussel permite entender, describir o interpretar un pensamiento radical del objeto, la hermenéutica pluritópica además pone en cuestión la posición y homogeneidad del sujeto epistemológico. Uno tiene la impresión que Dussel permanece dentro de un concepto representacional del conocimiento que cuestiona la conceptualización del Otro como un sujeto que debe ser entendido, sin cuestionar al mismo sujeto que conoce. No obstante, no debería descartarse su contribución a la construcción de lugares de enunciación disciplinarios poscoloniales .
No estoy interesado en el corpus completo de la filosofía de la liberación practicada por Dussel, sino en su politización de la fenomenología y en la introducción de la analéctica como un locus de enunciación alternativo. Tal movimiento ha enemistado a Dussel con los pensadores marxistas, dado que él ve la analéctica como una opción mejor que la dialéctica y la filosofía de la liberación como una alternativa al marxismo [para una crítica de la filosofía de la liberación, ver Schutte (1991)].
Mi problema particular con Dussel es que la introducción de la analéctica termina concibiendo los márgenes como fijos y ontológicos más que como un concepto relacional y móvil. Sin embargo, Dussel no es una voz solitaria que reclama el derecho al margen para hablar, producir y transmitir conocimiento. El escritor y crítico literario africano Ngugi Wa Thiong’O (1986, 1992) ha articulado una idea similar de manera diferente. Thiong’O habla de centros alternativos, en cambio de centros y periferias.
Al analizar El corazón de las tinieblas de Conrad, y En el castillo de mi piel de Lamming, Thiong’O (1986) concluye que Conrad está criticando al imperio desde el mismo centro de su expansión, mientras Lamming está criticándolo desde el centro de la resistencia. Edgard Kamau Brathwaite (1984) apoyó esta idea al leer y hablar de la poesía de Thiong’O .
Su búsqueda de un ritmo y una voz –que corresponde con su experiencia vivida en el Caribe– tuvo un momento crucial cuando la caída de una piedra en el océano le dio un sonido y un ritmo que podía encontrar leyendo a Milton o a Shakespeare; un segundo momento decisivo llegó cuando percibió las semejanzas entre el golpe de una piedra en el océano y el calipso, un ritmo que podía encontrar oyendo a Beethoven.
Por su parte, Michelle Cliff (1985: 13) indirectamente adhiere a estas afirmaciones cuando establece que uno de los efectos de la asimilación en el anglocentrismo de la cultura británica de las Indias Occidentales
[…] es que al hacerlo usted cree absolutamente en la hegemonía del inglés del rey y en la forma en la que se supone que uno debe expresarse. O si no, su escritura no es literatura; es folclor y nunca puede ser arte… El ideal anglicano –Milton, Wordsworth, Keats– fue mantenido ante nosotros con una garantía de que éramos incapaces y nunca podríamos componer un trabajo de similar corrección… No se habla reggae aquí.
Mientras Thiong’O, Lamming y Brathwaite simultáneamente construyen y teorizan otros centros, centros que fueron considerados los márgenes de los imperios coloniales, los latinos en Estados Unidos y los afroamericanos están demostrando que los márgenes también son centros o, como señala Thiong’O (1986), que el conocimiento y las normas estéticas no están universalmente establecidas por un sujeto trascendente sino que son universalmente instituidas por sujetos históricos en diversos centros culturales. Gloria Anzaldúa (1987), por ejemplo, ha articulado una poderosa estética alternativa y una hermenéutica política al ubicarse en el cruce de tres tradiciones (hispanoamericana, náhuatl y angloamericana) y al forjar un locus de enunciación donde se enfrentan diferentes formas de conocer y distintas expresiones individuales y colectivas.
Pero quizás el mejor ejemplo de un esfuerzo pionero para entender la colonización en el Nuevo Mundo, y particularmente en los Andes, mediante la práctica de una hermenéutica pluritópica –sin darle ese nombre– es el del filósofo argentino Rodolfo Kusch (1962, 1973). Por razones políticas, Kusch estaba enseñando en una universidad de Salta, en el norte de Argentina, durante la década de los sesenta. En el pasado, el norte argentino había sido parte del imperio inca, y allí Kusch comprendió cuánto del legado inca permanecía en el siglo XX en Perú, Bolivia y el norte de Argentina. Comenzó a practicar una etnofilosofía comparativa, yendo desde el sistema de pensamiento practicado por la elite inca en el siglo XVI (bajo el dominio español) y por campesinos de origen indígena, hasta la tradición filosófica occidental practicada en Europa y ensayada en la periferia colonial. El análisis de Kusch, al moverse desde una tradición de pensamiento a otra, no fue solo un ejercicio de hermenéutica pluritópica sino, me atrevo a decir, el paso mínimo para constituir lugares de enunciación diferenciales y para establecer una política de investigación intelectual que fuera más allá del relativismo cultural.
La investigación filosófica de Kusch estuvo motivada por la necesidad sentida por intelectuales latinoamericanos desde la segunda mitad del siglo XIX de descubrir o inventar la identidad cultural de América, un nombre ambiguo que algunas veces implica Suramérica o Latinoamérica y algunas veces el continente americano completo, incluyendo el Caribe. Kusch lo usa en ambos sentidos, indicando las diferencias entre las herencias indígenas y europeas en América del Sur, Central y del Norte. Su principal argumento gira alrededor de la distinción entre formas de pensar causales y seminales (de «semen», semilla», origen», «fuente»), en cuanto ellas se refieren a dos marcos conceptuales genéricos (y a sus secuelas) promulgados e ilustrados en Occidente.
El primero es un pensamiento racional en la tradición del Iluminismo en una economía capitalista; el otro, representado por los indígenas de los tiempos coloniales y por los campesinos descendientes de indígenas hoy, es un pensamiento racional en los sistemas económicos tributarios en Mesoamérica, una variedad de formas de vivir bajo la economía occidental desde los siglos XVI y XVII. Si hay una dicotomía presente en la investigación de Kusch, ella termina una vez que compara a los indígenas de ayer con los campesinos de hoy, el pensamiento europeo de ayer y de hoy, la gente de la ciudad y del campo, la clase media en los centros urbanos tanto de norte como del sur del Atlántico y del Pacífico. El análisis de Kusch vuelve a las formas de pensamiento anteriores a las del periodo moderno temprano cuando lo seminal, en el occidente venidero, estaba anclado en la religión.
Comienza localizando en Occidente dos modos de pensamiento, al mismo tiempo que subraya la liberación del pensamiento religioso proclamada por los ideólogos de la modernidad, desde el Renacimiento hasta el Iluminismo. Kusch intenta desenredar cómo interactúan estos dos modos de pensar en la historia de América (sus ejemplos paradigmáticos son Bolivia, Perú, Argentina y Chile y, más específicamente, la alta meseta de los límites entre Bolivia y Perú, de una parte, y Buenos Aires, de otra), mediante el análisis conceptual entremezclado con experiencias personales en el norte de Argentina y el sur de Bolivia y con el análisis de la clase media en las afueras de la ciudad de Buenos Aires.
En la dialéctica entre formas de pensar causales y seminales, Kusch encuentra y funda (sin nombrarlo), «un tercer espacio» en el que puede practicarse una hermenéutica pluritópica. Kusch usa el «nosotros» como miembro y participante de la sociedad conducida por formas de pensar causales. Como argentino filósofo, es capaz de ir más allá de una superficie de oposiciones dicotómicas y encontrar el patrón o lógica subyacente, experiencial, que conecta la resistencia seminal (oculta bajo la presencia de instituciones y formas occidentales de pensamiento) con actitudes indígenas explícitas que han resistido la asimilación al pensamiento causal.
Así vemos que los campesinos de origen indígena existen en un contexto híbrido donde la cosificación de las «artesanías» en los mercados campesinos domingueros no borra las actitudes seminales mantenidas entre los miembros de sus propias comunidades. Al comparar filosofías alternativas de su propio país y de los vecinos con la misma lengua oficial (español) y similares configuraciones lingüísticas indígenas, Kusch deja de ser el intruso que trata de entender al Otro desde lejos.
El Otro para Kusch es parte de su propio país, parte de su propia vida cotidiana y de su comunidad. El «nosotros» y el «ellos» están subsumidos en un tercer espacio en el cual ambos llegan a ser «nosotros», los miembros de este país, los herederos de un legado colonial. Kusch hace patente que siempre al describir y explicar algo nos explicamos y entendemos a nosotros mismos.
En un contexto más amplio, Kusch es –como los indígenas con quienes conversa y a quienes refleja– un miembro y un participante de las Américas. No es un antropólogo que, después de terminar sus dos o tres años de trabajo de campo, pasará el resto de su vida en un entorno primermundista escribiendo sobre sus amigos distantes, haciendo carrera fuera de su amplio campo de trabajo. Por eso, el ejercicio de una hermenéutica pluritópica es más que un ejercicio académico. Para Kusch es una reflexión sobre la política de una investigación intelectual y una estrategia de intervención cultural. «Escribir culturas» adquiere un significado totalmente nuevo cuando la investigación intelectual es parte de la cultura compartida por el mismo y por el otro, por el sujeto de estudio y por el sujeto que conoce.
Así, la hermenéutica pluritópica que estoy tratando de articular se mueve hacia un concepto interactivo de conocimiento y entendimiento que se refleja en el proceso mismo de construir (de poner en orden) esa porción del mundo para ser conocida . Hoy en día está de moda contar una historia desde diferentes puntos de vista para mostrar cuán relativa es la invención de la realidad. Una aproximación pluritópica no enfatiza la relatividad cultural ni el multiculturalismo, sino los intereses sociales y humanos presentes en el acto de contar historias o construir teorías. Lo que está en juego son las políticas de representar y de construir lugares de enunciación, más que la diversidad de representaciones resultantes de locaciones diferenciales al contar historias o construir teorías.
En este punto debería introducirse la dimensión ética del conocimiento y la comprensión que, para el entendimiento pluritópico, implica que mientras el sujeto de conocimiento tiene que asumir la verdad de lo que se conoce y comprende, él o ella también tiene que admitir la existencia de una política alternativa de locación con iguales derechos para reclamar la verdad. El problema ético surge cuando el relativismo ideal pasa por alto que la coexistencia de perspectivas siempre se da en medio de un despliegue de relaciones de poder y, algunas veces, de violencia. De tal manera, si los aspectos epistemológicos y ontológicos de una comprensión pluritópica podrían tratarse en términos de relativismo, su dimensión ética invita a mirar la configuración del poder. El relativismo cultural puede ser un paso importante para entender las diferencias culturales, pero la práctica de Kusch sugiere que éste se queda corto si no se analiza en el contexto del poder y la dominación. Desde este punto de vista, la colonización del lenguaje, la memoria y el espacio arroja luces sobre el mismo proceso de conocimiento.
Las situaciones coloniales invitan a repensar el legado hermenéutico. Si la hermenéutica es definida no solamente como una reflexión sobre el conocimiento humano, sino también como el mismo conocimiento humano , entonces, la tradición en la cual se ha fundamentado y desarrollado la hermenéutica tiene que replantearse en términos de la pluralidad de las tradiciones culturales y a través de las fronteras culturales. Panikkar (1988: 131; énfasis agregado) define su concepto de hermenéutica diatópica, de la que yo parto, así:
La hermenéutica diatópica es el método de interpretación requerido cuando la distancia que hay que superar, necesaria para cualquier conocimiento, no solo es una distancia dentro de una cultura única […], o temporal […], sino más bien la distancia entre dos (o más) culturas, que han desarrollado independientemente en diferentes espacios (topoi) sus propios métodos de filosofar y formas de alcanzar inteligibilidad y sus propias categorías.
Un aspecto distingue el concepto de Panikkar del mío: la clase de «diferentes espacios» implicados en situaciones coloniales. Así, las situaciones coloniales y la semiosis colonial presentan un dilema hermenéutico para el sujeto que conoce interesado en la jerarquía establecida por la dominación de una cultura (su historia, instituciones e individuos) sobre otra. Históricamente, el análisis de las situaciones coloniales se ha estudiado y narrado desde puntos de vista prevalecientes en diferentes dominios de las culturas colonizadas, aun cuando el intérprete defienda los derechos y bienes de las culturas colonizadas.
La semiosis colonial pone en primer plano el siguiente dilema: ¿cuál es el locus de enunciación desde donde el sujeto que conoce comprende las situaciones coloniales? En otras palabras, ¿en cuál de las tradiciones culturales que deben ser comprendidas se ubica realmente el sujeto que conoce al construir su locus de enunciación? ¿Cómo pueden repensarse el acto de leer y el concepto de interpretación dentro de una hermenéutica pluritópicamente orientada y de la esfera de la semiosis colonial? Estas preguntas no solo son relevantes cuando se están considerando amplios temas culturales como las situaciones coloniales y la semiosis colonial, sino también cuando se tienen en cuenta asuntos más específicos como raza, género y clase. En este sentido la analéctica de Dussel es un complemento necesario para una hermenéutica pluritópica, al enfatizar el locus de enunciación y desafiar la universalidad del sujeto que conoce.
Gadamer (1976: 28; énfasis agregado) establece claramente los objetivos y justificaciones de la hermenéutica filosófica:
Mi tesis es –y pienso que es una consecuencia necesaria de reconocer la operatividad de la historia en nuestra condicionalidad y finitud– que la hermenéutica nos enseña a ver a través del dogmatismo de afirmar una oposición y una separación entre la tradición natural, persistente y la apropiación reflexiva de ella. Detrás de esta afirmación está un objetivismo dogmático que distorsiona el mismo concepto de reflexión hermenéutica. En este objetivismo se ve a quien comprende –aún en las llamadas ciencias del conocimiento como la historia– no en relación con la situación hermenéutica y la constante operatividad de la historia en su propia conciencia, sino de una manera que implica que su propio conocimiento no se introduce en el evento.
El historiador y filósofo mexicano Edmundo O’Gorman (1958) merece una reconsideración en este punto por su contribución al descentramiento del conocimiento y del sujeto que conoce, y a la construcción de un locus de enunciación poscolonial . No discrepo y, en verdad, apruebo la crítica de Gadamer a la concepción positivista del conocimiento y la comprensión, sobre las mismas bases que acepto la crítica de O’Gorman (1947) a la historiografía positivista (ambos vienen de la misma fuente: de la crítica de Heidegger al conocimiento historiográfico) .
Sin embargo, mi posición se distancia de la de Gadamer al tiempo que me acerca a la de O’Gorman y asume la paradoja de que un modelo de pensamiento tan centrado en las prácticas filosóficas occidentales (como la hermenéutica filosófica) produjo un contradiscurso y una crítica a la historiografía de Occidente desde los centros coloniales (para seguir el planteamiento de Thiong’O).
De tal manera, la analéctica de Dussel y la invención de O’Gorman parten de la tradición filosófica que las engendra para convertirse en metodologías alternativas a procesos sociales de conocimiento y artefactos culturales alejados de una hermenéutica filosófica o de una pragmática universal. Quiero aprovechar los movimientos filosóficos de Dussel y O’Gorman más que sus posiciones filosóficas completas. Vamos a dar un paso más en esa dirección.
La noción de Gadamer de una «tradición natural, persistente» presupone una hermenéutica monotópica en la cual el locus de enunciación de quien conoce pertenece a la misma tradición inventada por el mismo acto de conocimiento. Al contrario, las situaciones coloniales parten de los acuerdos unificados de un proceso evolutivo (civilizatorio) hegemónico que sitúa todos los orígenes en Grecia, y que fue extendido a todos aquellos países que lo aceptaron como su propio origen.
Desde la perspectiva de las situaciones coloniales, es útil recordar que hacia el siglo XI tanto el cristianismo latino como la Arabia musulmana eran coherederos de los griegos; y que el latín y el árabe eran las lenguas del saber sagrado y secular. De tal manera, si la hermenéutica está restringida a «nuestra tradición natural persistente» y esa tradición es greco-latina, entonces la hermenéutica es regional y restringida a una clase específica de tradición. Pero, si la hermenéutica se extendiera más allá del legado greco-romano para entender las tradiciones no-occidentales, no podría ser monotópica sino pluritópica.
Es decir, debe rechazarse la idea de que un sujeto que –localizado en la «tradición persistente y natural» de Occidente– está en una posición de observador trascendental para entender legados no-occidentales, si este sujeto no cuestiona el mismo acto de conocer y, en cambio, proyecta un conocimiento monotópico sobre mundos multilingües y pluriculturales. De ahí que sea imperativo partir del hecho de describirnos describiéndonos a nosotros mismos a través de los otros. Cuando Gadamer lee en los románticos el deseo de superar a los clásicos y descubre el encanto del pasado, de lo lejano, de lo extraño –la Edad Media, India, China, etc– (Gadamer, 1985: 259), redefine la hermenéutica en el contexto del conocimiento intercultural, aunque el sujeto que conoce permanece localizado en una cultura específica, que clama el derecho al conocimiento hermenéutico intercultural:
La hermenéutica puede definirse como el intento de superar esta distancia en áreas donde la empatía fue difícil y no se alcanzó fácilmente el acuerdo. Siempre hay una brecha sobre la cual hay que tender un puente. Así, la hermenéutica adquiere un lugar central para ver la experiencia humana. Ésta fue realmente la intuición de Schleiermacher; él y sus socios fueron los primeros en desarrollar la hermenéutica como un fundamento, como el aspecto primario de la experiencia social, no solamente para la interpretación erudita de textos como documentos del pasado, sino también para entender el misterio de la interioridad de la otra persona.
Este sentimiento por la individualidad de las personas, la comprensión de que ellas no pueden clasificarse y deducirse según reglas generales o leyes, fue una aproximación nueva significativa para la concreción del otro (Gadamer, 1984: 57).
Superar la tradición clásica y encontrar lo remoto y lo extraño no cambió la hermenéutica monotópicamente concebida, que mantuvo una posición europea para el sujeto que conoce y su locus de enunciación. Nunca se hizo la pregunta de cómo un indio o un chino podrían conocer lo remoto y lo extraño, mucho menos cómo podrían entenderse hoy los encuentros entre europeos y chinos o entre europeos e indígenas en el siglo XVI, ni quién ni desde dónde tal conocimiento se alcanzó.
La tarea de entender los encuentros del siglo XVI durante la expansión de la cristiandad y el poder político y religioso europeo sería diferente si se asumiera desde la perspectiva de los miembros de los grupos conflictivos en el poder (que tuvieron la habilidad de hablar y ser oídos) en Europa, China, o (Latino)América. La hermenéutica monotópica sirvió para mantener la universalidad de la cultura europea y, al mismo tiempo, para justificar la tendencia de sus miembros de percibirse como el punto de referencia para evaluar todas las demás culturas. Lo que lograron países europeos como España y Portugal durante los siglos XVI y XVII (y lo que mantuvieron Inglaterra, Alemania y Holanda durante los siglos XVIII y XIX) fue el poder económico y político que hizo posible la universalización de valores regionales.
Las situaciones coloniales implican una tradición plural y no una «persistente natural», reclaman una redefinición de la hermenéutica filosófica de Gadamer e invitan a una hermenéutica pluritópica en lugar de una monotópica. Mientras en la hermenéutica de Dussel (1985b) el filósofo permanece como la voz del Conocimiento y de la Sabiduría, y en su caso, el Conocimiento y la Sabiduría del Pueblo, en un conocimiento dialógico el papel del filósofo o erudito es hablar y oír otras voces que hablan acerca de experiencias extrañas a él.
Si las tradiciones «naturales» son cuestionadas y regionalizadas (hay tantas tradiciones naturales como comunidades que las inventan), entonces, ya no puede mantenerse la posición universal del sujeto que conoce. Raza, género, clase y nacionalidad son dimensiones importantes en el proceso de conocerse uno mismo, así como también en el proceso disciplinario en el cual se responda a la pregunta de qué debe ser conocido.
Sin embargo, si un conocimiento pluritópico de semiosis colonial requiere de una metodología comparativa, podremos, entonces, caer fácilmente en la trampa de que el conocimiento comparativo es en sí mismo un producto de las expansiones coloniales (Wynter, 1976; Duchet, 1971; Pagden, 1982), o de que él comienza con Heródoto; o quizás aún antes, con Homero o con los escritores jónicos (Hartog, 1988: 212-259).
Prefiero pensar que si el proceso comparativo necesita un origen, ese –como muchos otros– no debería buscarse entre los griegos sino entre algunas de las características comunes a los organismos vivos. Discernir diferencias para construir identidades, y viceversa, también parece ser un rasgo de la inteligencia humana (Lenneberg, 1967; Rosch, 1978) y, en consecuencia, también son actitudes comparativas (Smith, 1973). ¿Por qué la comparación debe interpretarse como una invención griega y no como una necesidad humana para la (mejor) adaptación y supervivencia?
Podemos atribuir las categorías comparativas formuladas en términos disciplinarios a la expansión colonial de los siglos XV al XVII, lo que implica que solamente el fundamento occidental del conocimiento fue una forma autorizada de conocimiento, al comparar y formular categorías comparativas. Además, es posible argumentar que la mayoría de estudios comparativos (de literaturas, religiones, lenguas, historias, cartografías, etc.) está fundamentada en una hermenéutica monotópica. En consecuencia, una comparación alternativa basada en una hermenéutica pluritópica es al mismo tiempo una necesidad y un desafío: necesidad, porque las situaciones coloniales están definidas por la asimetría de las relaciones de poder entre los dos (o más) polos que se comparan; y desafío, porque una metodología alternativa debe ocuparse y desprenderse de las presuposiciones de los fundamentos filosóficos y metodológicos establecidos, de los que parte: en este caso, la comparación y la hermenéutica monotópica.
David Wallace (1991) ha observado que uno de los principales hitos históricos del Renacimiento es el «descubrimiento» y la colonización del cuarto y último continente, el Nuevo Mundo; y la más poderosa redefinición del paradigma del Renacimiento tuvo lugar en la Europa del siglo XIX en medio (y como parte de) la repartición de territorios africanos, asiáticos y australianos entre los poderes europeos, es decir, durante el último estadio de la expansión colonial.
Pero la cuarta parte del mundo fue conocida como tal solamente desde la perspectiva de la cosmografía europea. Las concepciones musulmanas y chinas de la tierra no dividían al mundo conocido de la misma manera. Nada en la naturaleza misma dividía el mundo en cuatro partes; esto fue más bien una invención humana dentro de una tradición cultural particular. Desde que los académicos vinculados al cada vez más amplio campo del discurso colonial han dado cuenta de un complejo sistema de interacciones semióticas encarnado en la expandida cultura alfabética de Occidente, un concepto como semiosis colonial tiene la ventaja de despojarlo a uno de la tiranía de las nociones de texto y discurso alfabéticamente orientadas, y la desventaja de acrecentar el ya vasto y algunas veces confuso vocabulario.
Las ventajas del concepto de semiosis colonial consisten en definir un campo de estudio de manera paralela y complementaria a términos preexistentes como historia colonial, arte colonial, economía colonial, etc. Pero, al mismo tiempo, la noción de semiosis colonial revela que los estudios coloniales centrados en la lengua están moviéndose más allá de la esfera de la palabra escrita para incorporar sistemas de escritura no alfabéticos y orales, y sistemas gráficos no verbales, y que deberían repensarse nociones relacionadas como arte colonial o historia colonial desde las perspectivas desarrolladas por una hermenéutica pluritópica.
Si los signos no definen propiedades ni orientaciones teológicamente divinas o intencionalmente humanas sino que adquieren tales cualidades cuando entran en una red de descripciones hechas por quienes de una manera u otra las usan, entonces, ¿cuáles son los criterios para validar una descripción sobre otra? La pregunta no es nueva ni insignificante. Esta es la respuesta simple que quisiera dar aquí: interpretación, no correspondencia; esta es la función de la descripción, más que la exactitud de la representación. Representar es interpretar, no es buscar correspondencias con el mundo o el verdadero significado de una frase, un texto, un objeto, un evento. Interpretar significa tanto tener la destreza como el conocimiento para usarla; la sola habilidad no es suficiente para hacer a una persona un buen jugador, una superestrella o el líder de una comunidad.
El punto que señalo es que los académicos que estudian la cultura (sea ésta nacional, étnica, o de género) a la cual pertenecen no son necesariamente subjetivos, así como los académicos que estudian culturas a las cuales no pertenecen no son imperiosamente objetivos. Puesto que creo que las teorías no son necesariamente los instrumentos requeridos para entender algo que yace fuera de la teoría, sino, por el contrario, que las teorías son instrumentos requeridos para construir conocimiento y comprensión (en la academia ellas serían llamadas «descripciones científicas o eruditas»), mi uso de «subjetivo» y «objetivo» constituye ejemplos, no enunciados epistemológicos.
Desde el punto de vista de una epistemología constructivista, en la cual el mundo (o el texto) es construido por el sujeto como «representación» (von Glasersfeld, 1984; von Foerster, 1984), o de una epistemología interpretativa (representativa), en la cual el sistema nervioso mismo se constituye como un sujeto de conocimiento y comprensión en un proceso constante de autodefinición y autoadaptación , será cierto que la situación personal (individual) y social del sujeto que conoce será representada dentro de reglas y procedimientos de una disciplina (aún en caso de que sean impugnados), así como dentro de la comunidad académica a la que pertenece.
A fin de cuentas, construir o interpretar conocimiento y comprensión implica que el organismo vivo y cualesquiera de sus posibles descripciones (sistema nervioso, persona, ser, académico, científico, etc.) prevalece en sus interacciones con el mundo, al mismo tiempo que compite con y se preocupa por otros organismos vivos de la misma especie en su diálogo y relaciones.
Lo opuesto sería cierto para una noción «objetiva» del conocimiento: el orden del mundo y las reglas disciplinarias prevalecerán sobre las necesidades del organismo, las obsesiones personales y los intereses humanos. Por consiguiente, en ningún caso podríamos decir que se logra un conocimiento y una comprensión mejores –más profundos, más exactos, más fidedignos, más informados, etc.– Ya sea que nos aproximemos al conocimiento y a la comprensión desde un punto de vista constructivista o performativo (aún teniendo en cuenta las diferencias entre ellos y limitándolo a la propia configuración de las iniciativas disciplinares), la agenda del investigador y la audiencia a la cual se dirige son igualmente relevantes en la construcción del objeto o del sujeto, tanto como la información y los modelos de que dispone el sujeto que conoce. Así, el locus de enunciación es parte del proceso de conocimiento y comprensión que constituye al sujeto tanto como lo son los datos para la construcción disciplinar (sociológica, antropológica, histórica, semiológica, etc.).
En consecuencia, el relato «cierto» de un tema en la forma de conocimiento o comprensión será negociado en las respectivas comunidades de interpretación tanto para su correspondencia con lo que se considera real, como para la legitimidad del locus de enunciación construido en el mismo acto de describir un objeto o un sujeto. Además, el locus de enunciación del discurso que está siendo leído no sería entendido en sí mismo, sino en el contexto de los lugares de enunciación previos que el discurso corriente refuta, corrige o despliega. Tanto el decir (y la audiencia está incluida) como lo dicho (y el mundo al que se refiere) preservan o transforman la imagen de lo real construido por el acto previo de decir.
Una investigación en semiosis colonial debe ser interdisciplinaria (o multidisciplinario, como algunos lo preferirían) en contenido y método. Por interdisciplinario quiero decir que practicantes de diversas disciplinas convergen al estudiar una situación o al resolver un problema; o un practicante de una disciplina toma en préstamo de (y relaciona sus hallazgos con) otras disciplinas. En ambos casos, se repiensan problemas, preguntas y métodos que han sido cuestionados por académicos previos en sus propias disciplinas.
Expandir las fronteras disciplinares es una tendencia de nuestro tiempo, claramente descrita por Clifford Geertz (1983), de la cual hablan constantemente los pensadores posmodernos (Harvey, 1989; Rosenau, 1992). No abordaré el tema de la fuerza que está detrás de esta tendencia. Sin embargo, quiero plantear, sucintamente, cómo afecta la eliminación de las barreras disciplinares los análisis de la semiosis colonial.
Mi entrenamiento disciplinar combina la historia de la literatura, el análisis del discurso y la semiótica bajo la etiqueta de «teoría de la literatura». La semiótica (o semiología, que prefiero por sus nexos con la filología) y el análisis del discurso han perdido el atractivo del que gozaban hace veinte años. Sin embargo, han establecido una agenda de preguntas y de problemas por resolver. La perspectiva semiológica introdujo en la agenda de las ciencias sociales y las humanidades preguntas relacionadas con los significados y las interpretaciones, centrándose en la producción, transmisión, recepción y procesamiento de signos.
Ciertamente, la semiótica de Peirce fue a la lógica lo que la semiótica de Saussure fue a la lingüística. En cambio, la aproximación de Lotman (Lotman et al. 1973; Lotman, 1990; Lotman y Ouspenski, eds., 1976;) a la perspectiva semiológica introdujo un contexto denominado como «semiótica de la cultura», que percibo compatible con los estudios culturales. De ningún modo fueron insignificantes las contribuciones de Bakhtin (1981, 1986): se introdujeron cuestiones ideológicas, se abordaron los géneros desde una perspectiva semiológica, y se remodeló el viejo debate entre ciencias hermenéuticas y epistemológicas, naturales y humanas, introducido por Dilthey. El propio trabajo de Derrida (1967, 1971, 1972), a finales de la década de los sesenta y comienzos de la de los setenta, debe mucho a la aproximación semiológica, aunque él se oponga.
De la grammatologie (1967) no podría haber sido concebida sin la amplia difusión de la lingüística semiológica saussureana y su adaptación por Lévi-Strauss (1958, 1973) en la antropología teórica. Finalmente, en esta genealogía de deudas, el concepto de Foucault (1969, 1971) de formación discursiva emergió de la necesidad de ir más allá de la aproximación abstracta al lenguaje significante/significado y de la necesidad de mirar no los códigos lingüísticos abstractos que regulan el habla sino el funcionamiento del discurso en la historia y la sociedad.
Este acercamiento no es distinto al de Bakhtin. Estas son algunas de las referencias que tengo en mente cuando hablo sobre la semiótica. Sin embargo, ninguna de las formulaciones anteriores contempló las situaciones coloniales en sus discusiones acerca de los aspectos abstractos o históricos de los signos y los discursos. Por ello, la necesidad de introducir la noción de semiosis colonial.
La producción y transmisión de signos a través de fronteras culturales y las negociaciones entre discursos orales y diferentes clases de sistemas de escritura abren nuevos horizontes que difícilmente puede encontrar el académico en una tradición de estudios literarios. Las descripciones y explicaciones de la comunicación humana a través de fronteras culturales confrontan al académico con los límites de una noción lineal de la historia y lo invitan a reemplazarla por una historia no lineal; a sustituir las relaciones causales por una red de conexiones; a aceptar que el «mismo» objeto o evento es concebido de manera muy distinta en diferentes culturas y que no es suficiente decir que cualquier pensamiento abstracto o actividad dirigida al pensamiento en culturas no occidentales es como la ciencia o la filosofía y, además, que hay narrativas y canciones que son como la literatura oral.
El quid de la cuestión es que cuando las diferencias culturales van más allá de los recuerdos comunes expresados en diferentes lenguas, no tenemos más alternativa que entender las diferencias en relación con nuestra propia identidad y mirarnos a nosotros mismos como otros. Ya que esto es, realmente, algo muy difícil de hacer, es precisamente lo que las ciencias humanas (ciencias sociales y humanidades) intentan: inventar un (meta)lenguaje mediante el cual podamos llegar a ser observadores de nuestras propias interacciones. El problema es que la distinción epistemológica tradicional entre participante y observador no es suficiente, ya que, como participantes, ya somos observadores. Es decir, somos observadores dos veces. Permítanme elaborar esta distinción.
He tratado de elaborar esto en términos de observador/participante y observador/académico(científico) con la ayuda de la distinción de Maturana (1978) entre descripciones y explicaciones, y del papel que juega el observador en cada una de ellas. Esta es una diferencia importante, claramente visible aunque no explícita, en la noción de observador de Maturana. Simplificando un argumento mucho más complejo, me aventuraría a decir que, de acuerdo con Maturana, nos concebimos como seres humanos que llegamos a ser observadores de nuestras interacciones y, en el proceso de convertirnos en observadores conscientes, generamos descripciones y representaciones de lo que hemos observado.
La palabra es, quizás, uno de los medios semióticos más poderosos para incrementar el dominio de la interacción comunicativa, pero también permite a los participantes en el habla reflexionar sobre la palabra misma y sobre las interacciones del habla. Brevemente, ser humano (siguiendo esta lógica) no es solamente interactuar semióticamente sino usar el lenguaje para generar descripciones del ámbito de las interacciones de las cuales participamos. De otra parte, si la palabra es un medio para describir nuestras interacciones semióticas, no es el único.
También tenemos la escritura y otras formas de usar sonidos y signos para interactuar, así como para describir nuestras propias interacciones. No me ocuparé aquí de si el habla (y la escritura alfabética) son los sistemas de signos más poderosos para comunicar y describir nuestras comunicaciones. El lenguaje (en cualquier manifestación, no solo el habla ni la escritura alfabética) permite un ámbito de interacciones, al tiempo que permite al observador describir sus propias interacciones como participante, tanto en las comunicativas semióticas como en cualquier otro tipo de interacciones sociales.
El hecho de que me interese por las primeras no debería hacernos olvidar que, como animales racionales, no solo interactuamos sino que hemos inventado sistemas de signos para describir nuestras interacciones. Así, un concepto interpretativo de cognición no solamente afecta nuestra descripción del mundo, sino también las descripciones de nuestras descripciones (humanas) del mundo. No solo usamos una herramienta; también justificamos sus usos al seleccionarla entre muchas posibilidades. El uso de la herramienta es tan ideológico como las descripciones inventadas para justificar su uso.
Pero, en otro nivel, el observador de Maturana ya no es la persona que describe sino quien explica. El segundo observador es el científico: «Como científicos, queremos dar explicaciones de los fenómenos que observamos. Es decir, queremos proponer sistemas conceptuales o concretos que se consideran intencionalmente isomórficos (modelos de) con los sistemas que generan el fenómeno observado» (Maturana, 1978: 29) . Entonces emerge el primer aspecto interesante cuando se comparan los objetivos del observador-académico(científico) y las funciones de los modelos y de las explicaciones en las prácticas científicas con los objetivos del participante-observador y las funciones de las definiciones y de las descripciones en las prácticas de la cotidianidad.
El desafío de las ciencias humanas no es solamente el que siempre se ha señalado –la fusión del objeto de estudio con el sujeto que lo estudia–, sino el posicionamiento y la politización del sujeto que conoce, así como el impulso y la necesidad que le lleva a conocer o entender. Cuando el académico o científico social tiene que negociar su propio mundo cultural, tal como lo concibe en la práctica cotidiana, debe resolver un conjunto de problemas más complejos: el esquema cultural del (meta)lenguaje disciplinar con el mundo cultural y el esquema conceptual del (meta)lenguaje disciplinar con otros mundos sociales.
En nuestro siglo, los antropólogos han comenzado a darse cuenta de que el azande no tenía prácticas disciplinares llamadas antropología. Sin embargo, si el antropólogo occidental puede «observar» al azande y describir sus costumbres como observador-participante y como miembro de una cultura diferente, así como observador-científico de un mundo disciplinar llamado antropología, se abren las posibilidades tanto de «ser observado», en varios niveles, como de reemplazar la propia autodescripción del azande por la más autoritaria y científica, provista por el entrenamiento antropológico.
Este punto nos lleva de nuevo a nuestra consideración previa de la movilidad del centro, el poder para hablar o escribir, y la construcción de los lugares de enunciación. En el caso del lado más oscuro del Renacimiento se ha tratado de un esfuerzo por entender de otra manera, de reestructurar radicalmente los patrones de conocimiento heredados del Renacimiento europeo y del Iluminismo francés, enfrentándolos con la desarticulación y rearticulación del conocimiento heredado de legados coloniales y neocoloniales.
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Informe del Comité Central al VII Congreso del Partido Comunista de El Salvador (1979)

INFORME DEL COMITÉ CENTRAL AL VII CONGRESO DEL PARTIDO COMUNISTA DE EL SALVADOR San Salvador, 12 de abril de 1979.

Desde el VI Congreso de nuestro partido, reunido en agosto de 1970, ha transcurrido un largo período extraordinariamente rico y complejo de la historia contemporánea del país.

El marco institucional durante este período muestra, asimismo, una enorme riqueza y complejidad, ha estado cargado de inapreciables enseñanzas y ejercido una fuerte influencia sobre el curso de los acontecimientos en El Salvador.

En el documento “Fundamentos y Tesis de la Línea General…”, discutido durante meses por todo el Partido y la JC, se ha abordado el estudio de muchos aspectos fundamentales de la historia de nuestro país, de su modo de producción, sus clases sociales y su sistema político. Esos análisis abarcan también aspectos muy importantes del proceso nacional y del marco internacional del período transcurrido desde el VI Congreso, de manera que este informe del CC prestará principal atención al examen y balance de la táctica y la actuación de nuestro partido, a los problemas relativos a su construcción y desarrollo, en los últimos nueve años, pero nos veremos obligados a incursionar en un pasado más lejano y en algunos casos estructurales y super-estructurales, en busca de las raíces también en los problemas de la situación actual y de nuestra conducta presente.

En la segunda mitad de los años cincuenta, dio comienzo un flujo de la lucha de clases, que culminaría a fines de 1962 y comienzos de 1963; aquellas luchas, el papel desempeñado por nuestro Partido y la influencia que aquellos acontecimientos ejercieron sobre él, configuraron muchos rasgos característicos del proceso político desde entonces y promovieron las tendencias ideológicas que mas tarde se desarrollaron y fraccionarían la izquierda.

La sucesión presidencial en 1956, desencadenó agudas contradicciones en las filas militares y el nuevo Presidente (Coronel José María Lemus), para consolidarse frente a sus rivales, se vio obligado a cesar la represión, derogar la anti-comunista Ley de Defensa del Orden Constitucional y Democrático”, permitir el retorno de los exiliados casi todos los comunistas y abrir un clima de tolerancia política, que duró los primeros dos años y medio de su gobierno.

La insurrección popular y militar que derrocó al sanguinario Pérez Jiménez en Venezuela (1958), pero sobre todo, el triunfo estremecedor de la Revolución Cubana, el 1 de enero de 1959, pusieron en marcha un gran ascenso revolucionario en nuestro continente, lo que podríamos llamar la “primera ola” de la revolución latinoamericana.

La revolución cubana, con su pronto avance hacia las posiciones antiimperialistas radicales y hacia el socialismo, abrió una etapa histórica nueva para América Latina y obligó al imperialismo yanqui a introducir sucesivas modificaciones y giros demagógicos a su política frente a nuestros países, comenzando por Alianza para el Progreso, hasta la actual “Política de los Derechos Humanos” paralelamente con sus furiosos y descarados esfuerzos en la promoción de la contrarrevolución, la conspiración y la agresión, contra la misma Cuba y contra todos los avances revolucionarios de los demás pueblos del continente.

Desde que se inició el lapso de tolerancia proveído por el gobierno de Lemus, nuestro partido actuó con mucha iniciativa organizativa y enérgica acción movilizadora:

– Organizó Fraternidad de Mujeres Salvadoreñas (FMS) en 1956. – Dio fuerte impulso al trabajo por el reagrupamiento y fortalecimiento del movimiento sindical, que había salido muy golpeado y dividido de los años de represión durante el gobierno de Osorio. Estos esfuerzos culminaron con la creación de la Confederación General de Trabajadores Salvadoreños (CGTS), en 1957. – Inició la organización de los primeros núcleos juveniles: Acción Estudiantil Universitaria (AEU), Clubs “Tazumal” y “Lamatepec”, “Asociación de la Juventud, 5 de Noviembre”, “Unión Nacional de Estudiantes de Educación Media (UNEEM), años 1955 a 1960. – Fundó e impulsó, junto con un grupo de jóvenes intelectuales de izquierda el “Movimiento Revolucionario Abril y Mayo” en 1959, que se convirtió en el Partido Revolucionario Abril y Mayo (PRAM), en 1960. – Impulsó activamente la movilización de masas:
a) alrededor de la solidaridad con la lucha de otros pueblos y principalmente la solidaridad con la Revolución Cubana desde antes de su victoria y en su defensa frente al imperialismo, después del 1 de enero de 1959. La consigna “Cuba sí, yanquis no”, llegó a convertirse en la consigna principal y saturadora de toda la movilización popular, cualesquiera que fueran sus motivaciones específicas.
b) Alrededor de la organización y lucha por la legalización del PRAM y por la conquista de reformas al sistema político, especialmente a la Ley Electoral, con el fin de garantizar la existencia y desarrollo de los partidos y la representación proporcional en la Asamblea Legislativa, lucha que condujo a la creación del Frente Nacional de Orientación Cívica (FNOC), que agrupó a los partidos opositores, incluyendo al PRAM, a la CGTS y a la AGEUS.

Alarmado frente al avance organizativo del movimiento obrero y popular en general, a su radicalización bajo la influencia del ejemplo cubano, a la activación y organización de las fuerzas democráticas y su unidad, el gobierno de Lemus clausuró la tolerancia y se lanzó a realizar una grosera represión, resistida heroicamente por las masas conducidas por el FNOC, durante las grandes jornadas de agosto-octubre de 1960, que llevaron a la crisis y facilitaron el derrumbe de aquel gobierno. Se abrió así un breve período de tres meses de libertad, cerrado por el contragolpe militar del 25 de enero de 1961, comprometido con la orientación reformista del gobierno yanqui encabezada por J.F. Kennedy.

Nuestro partido desempeñó un papel brillante durante todos esos años, particularmente en las jornadas que trajeron la caída de Lemus y en los meses siguientes: Se elevó mucho el prestigio de los comunistas; éramos también, aunque pequeño y débil, el movimiento más y mejor organizado, con la mayor y más ramificada influencia y organización entre las masas.

Todos aquellos progresos de nuestro partido se lograron sin que poseyera una línea general que definiera posición ante problemas fundamentales como el carácter, fuerzas motrices y vías de la revolución. Los comunistas asumíamos la defensa firme y consecuente de las masas, contra la arbitrariedad y la represión del régimen, luchábamos por conquistar una mayor libertad política, defendíamos el derecho de los trabajadores a organizarse, realizar la huelga, manifestarse; denunciábamos la intromisión del imperialismo y la sumisión del régimen a sus dictados; planteábamos la necesidad de una reforma agraria, demandábamos el derecho de las masas del campo a la organización; denunciábamos la extenúente explotación, la miseria, el hambre, el desempleo, el atraso en todo sentido, las demás lacras sociales impuestas al pueblo por el modo de producción, al cual caracterizábamos erróneamente como semi-feudal y semi-colonial, impulsábamos fuertemente la solidaridad con otros pueblos, defendíamos a la Unión Soviética contra la propaganda calumniosa, defendíamos el derecho de la humanidad a un mundo sin guerra; divulgábamos las nociones elementales acerca de lo que es la sociedad socialista, organizábamos y dirigíamos los sindicatos y sus luchas en las condiciones mas difíciles , cultivábamos su convivencia clasista, llevábamos a los trabajadores , a los estudiantes y a otros sectores populares las ideas progresistas; realizábamos una agitación y una movilización relativamente intensas alrededor de todo esto y así conquistamos el cariño de amplias masas. Pero no teníamos claros objetivos políticos.

En cuanto a tales objetivos, nos proponíamos vagamente “la democratización” orientada en sentido “anti-feudal” y “anti-imperialista”, postulábamos la reforma agraria, sin precisar su contenido, considerábamos que el carácter de la revolución en esta etapa era “democrático burgués”, nos esforzábamos por unir a las fuerzas democráticas en un “frente patriótico”, con la participación de un supuesto “sector antiimperialista de la burguesía, junto con la pequeña burguesía y los campesinos en alianza con la clase trabajadora y en alianza con ésta” (Pleno del CC de enero de 1956); no nos planteábamos la cuestión de la toma revolucionaria del poder y, en general, la considerábamos ésta como una meta muy distante.

La victoria de la revolución cubana puso ante nosotros, súbitamente, la necesidad de adoptar definiciones ante el problema del poder y los demás problemas estratégicos de la revolución, la necesidad de contar con una línea general y un programa.

La capacidad teórica de nuestro partido era sumamente débil y su composición social mayoritariamente pequeño burguesa (artesanos, intelectuales y pequeños núcleos de campesinos pobres).

En tales condiciones, como ocurrió también en otros países, la brillante experiencia de la Revolución Cubana fue superficialmente comprendida y asimilada por nosotros y ello nos indujo a adoptar una orientación que cultivó y elevó la vocación y la mística revolucionaria de nuestro Partido, lo llevó a realizar una gran jornada de organización, agitación y movilización de masas, pero que adolecía de la enfermedad izquierdista. En octubre de 1960, un Pleno ampliado del CC planteó por primera vez desde 1932, la tarea de poner rumbo hacia la toma revolucionaria del poder, por medio de la insurrección armada, línea que se vio interrumpida por el derrocamiento de Lemus y los cien días de la Junta de Gobierno.

En abril de 1961, una reunión del Comité Central, ampliada con la asistencia de cuadros de los Comités Departamentales de San Salvador y Santa Ana, (los únicos con que contaba el Partido entonces) de la Comisión Sindical y del frente universitario, apreció el momento siguiente al contragolpe del 25 de enero de 1961 como una situación revolucionaria madura y adoptó los siguientes acuerdos:

a) tomar el camino de la lucha armada, en el esquema de la guerra de guerrillas;
b) crear bajo la dirección del partido una organización revolucionaria en la que pudiera incorporarse a los elementos avanzados, más combativos y resueltos, surgidos de las masas durante las luchas de los años anteriores en los diferentes frentes de nuestro trabajo. Esta organización debería ayudarnos a realizar la preparación política de las masas para la revolución y dar base a la promoción de la lucha armada.

Aunque se manifestaron en la reunión ampliada del CC dos posiciones en cuanto a si debían o no combinarse con la lucha armada, la lucha económica, reivindicativa en general, y las formas de lucha legal, los acuerdos anteriormente aludidos se adoptaron por unanimidad.

El Frente Unido de Acción Revolucionaria (FUAR), surgió como resultado de la aplicación de aquella orientación. El FUAR irrumpió vigorosamente en la arena política nacional, con su estilo ágil de agitación y movilización de masas. Pronto se habría unilateralizado todo el trabajo del partido, girando de un modo prácticamente exclusivo alrededor de la agitación fuarista que anunciaba la proximidad de la revolución y propagandizaba la lucha armada con esquemas típicamente izquierdistas. Nuestro trabajo en los diferentes frentes de masas fue uniformemente puesto bajo esta orientación. Sufrió daño particularmente nuestro trabajo en los sindicatos. La CGTS fue sectarizada y el grupo de dirigentes oritianos de la CGS aprovechó nuestro sectarismo para debilitarla hondamente, arrancándole sindicatos y alejando de nosotros sectores obreros ansiosos de organización.

Mientras tanto, los preparativos para iniciar la lucha armada, emprendidos por nosotros febrilmente, sufrieron golpes serios que aplazaron sus posibilidades. Esos golpes del enemigo se vieron facilitados por nuestra inexperiencia y menosprecio de las normas de seguridad y también por la inexperiencia de nuestros compañeros de otros países, que nos prestaban ayuda y sufrieron penetración de la CIA.

En la base de aquel flujo de masas que llevó al derrumbe del gobierno de Lemus y permitió el surgimiento tan dinámico de un movimiento radical como el del FUAR, se encontraba el agravamiento de la crisis de la estructura agro-exportadora todavía absolutamente hegemónica en el capitalismo dependiente salvadoreño y también una crisis económica coyuntural (entre 1958 y 1962), que trajo un extenso desempleo.

Desde la segunda mitad de 1962, tomó un creciente ritmo la inversión en la industria ligada al Mercado Común Centroamericano, que comenzaba a funcionar con éxito. En 1963, la crisis económica cedió paso a la franca reanimación, que desembocaría en el auge económico de 1964-69. Estos cambios en la coyuntura económica modificaron de inmediato las condiciones para la lucha política: llegó a tope el flujo de la lucha de masas iniciado en la segunda mitad de los 50 y se comenzó el reflujo o “bajón”. Esto afectó también de un modo radical la posibilidad de poner en marcha el proyecto de la lucha armada acordado por el Pleno Ampliado del CC en abril de 1961.

Este aplazamiento de nuestras posibilidades de iniciar la lucha armada vino a coincidir con el surgimiento en la Dirección del partido de fuertes dudas acerca de si era correcto la línea que seguíamos; dudas que se convirtieron en sistemática demanda de corregir asumida por una parte de sus miembros. Después de varios meses, la aguda discusión en el seno de la Dirección culminó con acuerdos unánimes para modificar la línea, en junio de 1963, y se puso entonces en marcha la preparación del V Congreso. En realidad, fue el reflujo iniciado a fines de 1962 lo que hizo evidente e ineludible la necesidad de corregir nuestra línea, pero la corrección de los errores izquierdistas por el V Congreso (febrero de 1964), nos llevó a errores de economismo.

A pesar de los errores izquierdistas, fue aquella una fase dinámica y rica en progresos en la vida del Partido. La preocupación por darle una línea general y un programa, el estudio cada vez más profundo de nuestro país, de su historia, de sus clases sociales, etc., arranca precisamente de aquellos días. “Los apuntes para un Programa Revolucionario del partido”, la “Plataforma Programática del FUAR”, luego el Proyecto de Programa General” y el “Proyecto de Programa Agrario”, elaborados entonces, fueron nuestros primeros documentos programáticos.

Nuestro Partido logró con aquellas luchas fuaristas métodos ágiles de agitación y movilización, sacó su propaganda del primitivismo y el poquiterismo anteriores; sus filas crecieron y su organización se extendió a otros departamentos del país, recibió importante impulso la educación comunista y la formación de cuadros en general; ganó un lugar importante en la arena política nacional; incrementó fuertemente su prestigio e influencia entre la intelectualidad; logró hacer retroceder notablemente la influencia de la ideología anti-comunista entre las masas, elevar el prestigio y la influencia del socialismo, difundir ampliamente el antiimperialismo; dio un fuerte impulso a la toma de conciencia de la clase obrera y a la politización de las grandes masas; realizó un gran avance hacia la reconstrucción de la Juventud Comunista y la revolucionarización de las masas juveniles; inició la penetración de las masas del campo, de donde fuera brutalmente arrancado por la matanza de 1932 y prácticamente no había retornado desde entonces, sino de modo fugaz durante los cinco meses que siguieron a la caída del tirano Hernández Martínez en 1944.

Los análisis y orientaciones del V Congreso tuvieron muchas virtudes, que ayudaron al desarrollo del partido y de su trabajo entre las masas, mejoraron notablemente su conocimiento de la formación social de nuestro país, etc.; pero al mismo tiempo, ese Congreso no descubrió las raíces de nuestros errores izquierdistas y, aunque alertó contra ello, tampoco armó adecuadamente al Partido contra el peligro de la desviación de derecha.

Estas insuficiencias de la lucha ideológica y de la corrección, reflejaban la debilidad teórica y orgánica de nuestro partido, tenían raíces en su persistente composición social, predominantemente pequeño-burguesa, la cual se había visto reforzada por su crecimiento durante la lucha fuarista.

Las discusiones habidas en el Comité Central desde finales de 1962 hasta junio de 1963, hicieron el énfasis en señalar que la desviación izquierdista consistía en la “unilateral agitación política con el tema de la proximidad de la revolución y de la lucha armada”, lo cual había impedido que impusiéramos la lucha económica y reivindicativa en general, lucha a la cual se atribuía ser la forma “fundamental”, “principal”, etc., de la lucha de clases, “la forma de la lucha de clases mas fácilmente comprensible por las masas”, etc. Una vez que estos planteamientos triunfaron en el CC, fueron vaciados, bajo distintas modalidades, en los documentos llevados al V Congreso, pero sobre todo, se vaciaron y calaron profundamente en el pensamiento de los principales cuadros de dirección nacional e intermedia, en el curso de las reuniones en que se trasladaron las conclusiones del CC, antes del Congreso.

Los documentos del V Congreso fueron en apariencia portadores de una línea que propugnaba el desarrollo y combinación de todas las formas de lucha, pero sus formulaciones en ese sentido eran mas la repetición de principios generales consagrados de nuestra teoría, que la expresión de conclusiones y convicciones surgidas de aquel debate habido en el CC que, por lo contrario, había cimentado en los cuadros concepciones típicamente economistas, combatidas y superadas por el leninismo desde comienzos del siglo actual. Aunque se insistió en conservar la afirmación de que lo más probable, “hasta donde se alcanza a ver”, es que la toma del poder se realizará por la vía armada, el documento consignó la posibilidad también de la vía pacífica y el énfasis que en ello se hizo durante la discusión en la Dirección y después del Congreso, de hecho estuvo en la base de la falta de preocupación del CC elegido por el V Congreso para estudiar los problemas de la lucha armada e impulsar debidamente la construcción de nuestra Fuerza Armada. Este trabajo continuó, pero como algo al margen casi de la política real que aplicaba el Partido, hasta que el enemigo comenzó a agredir al movimiento de masas e, incluso, a asesinar camaradas maestros, Saúl Santiago Contreras, Oscar Gilberto Martínez Carranza (1967-68). Entonces, apareció un súbito interés por vencer el rezago en este trabajo y estudiar sus problemas. Este interés fue, sin embargo, fugaz y más bien condujo a complicar el avance en este terreno.

El entusiasmo revolucionario que reflejan algunos pasajes de la parte política del informe del CC al V Congreso, tiene su explicación en el hecho de que esa parte del informe había sido preparada desde fines de 1961 y comienzos de 1962, cuando se creyó realizar el V Congreso; es decir, fue escrita antes de la discusión en el CC, cuando predominaba sin contrapeso la tendencia izquierdista. Después, solo se agregaron nuevos capítulos a aquel mismo texto haciéndole apenas pequeñas correcciones, pues se consideró que la “línea trazada por el Pleno Ampliado del CC en abril de 1961 seguía siendo justa en lo fundamental”. Después del Congreso solo se organizó el estudio por el partido de su parte económica, a tono con la idea de que la economía determina de un modo rígido a la política y de que la lucha económica era lo principal y fundamental.

Nuestros errores izquierdistas se achacaron en gran parte a la debilidad teórica y en este punto se concluyó que el aspecto principal de dicha debilidad consistía en la falta de dominio de la teoría económica marxista, menospreciando la ignorancia que teníamos de la teoría leninista de la revolución, de su profunda lucha ideológica contra el oportunismo de derecha, el economismo, el revisionismo, etc. Y contra el izquierdismo.

Al final del Informe al V Congreso de decía, en efecto:

“En la tarea de educar ideológicamente a nuestro partido tendrá que jugar el papel principal el dominio de la teoría económica marxista y del conocimiento de la realidad nacional. Por aquí es donde ha estado nuestra mayor debilidad teórica”.

En efecto, así estuvo orientado el programa de estudio de la Escuela de Cuadros Intermedios que creamos después del Congreso.

Al hacer el balance de la aplicación de la línea del V Congreso, el Informe del CC al VI Congreso dice con gran justeza lo siguiente:

“La línea trazada por el V Congreso se presenta así como una línea multifacética y completa. Sin embargo, en los esfuerzos por corregir la mencionada unilateralidad que constituía un evidente error izquierdista siendo nuestro partido débil ideológicamente y teniendo una composición social marcadamente inclinada hacia la pequeña burguesía, en el mismo proceso de elaboración de la línea que después aprobó el V Congreso, se produjo una tendencia a incurrir en errores del tipo contrario. Nuestra actividad durante los dos primeros años siguientes al Congreso demostraron en la práctica que esa era la tendencia surgida del proceso de lucha ideológica habida dentro del Comité Central anterior”.

Y más adelante dice:

“En 1964-65 continuaba el reflujo iniciado a fines de 1962, y tales condiciones, dificultaban la aplicación de la línea trazada por el V Congreso. Esa línea encerraba cierta tendencia a unilateralizar el trabajo en el sentido de la lucha económica reivindicativa, la cual, unido a las condiciones del reflujo hizo que durante esos dos años desapareciera de nuestra parte, casi totalmente, la agitación política y la lucha política de masas.”

Las orientaciones del V Congreso no nos prepararon para enfrentar las tareas políticas que surgían con la nueva situación, a pesar de que ésta se encontraba ya configurada cuando el Congreso se reunió.

La salida de aquella crisis coyuntural (1958-62), vino ligada a modificaciones en el modelo estructural: el carruaje de la economía nacional, hasta entonces montado sobre la rueda única de la agro-exportación, adquiriría su segunda rueda, la industria vinculada al Mercado Común Centroamericano y dominada crecientemente por las transnacionales. De este modo se diversificaba pero también se hacía más dependiente.

Estas modificaciones estructurales no sólo acarrearon el cambio de las inmediatas condiciones políticas, sino también hondas transformaciones en la composición clasista de la sociedad que prepararon cambios aún más grandes en las posteriores condiciones para la lucha política en nuestro país.

Con la salida de la crisis económica y el fin del flujo de la lucha de masas desde fines de 1962, el gobierno del Coronel Rivera se consideró firmemente consolidado y, como una necesidad del nuevo proceso de desarrollo del capitalismo dependiente, dispuso la reforma de la Ley Electoral para conceder la representación proporcional en la Asamblea Legislativa, la misma por la que habíamos luchado en 1960 junto a las demás fuerzas democráticas, contra Lemus. Esta reforma política, el cese de la represión y la implantación de un clima de tolerancia, estimularon grandemente la actividad de los partidos políticos legales y las actividades legales de sectores democráticos en otras esferas. En fin de cuentas, esas reformas forzaron el desplazamiento del centro de la lucha política al terreno legal, sacándolo de la arena ilegal donde estuvo principalmente situado desde la resistencia a la represión desatada por el gobierno de Lemus en agosto de 1960, con la sola interrupción de los 100 días de vida de la Junta de Gobierno que lo derrocó.

La característica principal de esta nueva situación consistía en que la lucha electoral pasaba a ser la forma preponderante de la lucha política. Es esta una tendencia ajena a nuestra voluntad, que surgió sin nuestra previsión y se nos impuso. El V Congreso no nos preparó para ello.

El Informe del CC ante el VI Congreso, al analizar aquel momento y la conducta de nuestro partido frente al mismo, hizo las siguientes apreciaciones y señalamientos, que nos parecen enteramente justos:

“En 1963 se produjo la reforma de la Ley Electoral que permitió la representación proporcional en la Asamblea Legislativa y el PDC se lanzó a la “revolución cristiana” y por la “revolución de los pobres”. Las elecciones de marzo de 1964 se realizaron cuando nos encontrábamos en los preparativos finales para el V Congreso y cuando habían culminado ya las agudas discusiones en el anterior Comité Central. El evento electoral nos encontró sin una orientación política clara. No sabíamos que debíamos hacer en el terreno de la lucha política abierta y legal. Tuvimos que improvisar una posición frente a las elecciones y, como no podía ser de otro modo a causa de nuestra incompleta línea general, llamamos a votar contra el gobierno, lo cual tendía a favorecer a la democracia cristiana. Nuestra participación en las elecciones para diputados y munícipes en marzo de 1966 fue también el resultado de una discusión y una preparación tardía de parte de la Comisión Política y del Comité Central, pero tuvo el mérito de obligar a todo el Partido a analizar mejor la necesidad de su participación activa en la lucha política, poniéndolo sobre el camino de subsanar el vacío que se había creado durante 1964 y 1965. Además, nuestra participación en 1966, pese a los pobres resultados que obtuvimos, nos preparó para evaluar la situación, nos permitió conocer mejor el pensamiento de las masas y trazarnos planes acertados para nuestra participación en las elecciones presidenciales de 1967.”

Así, tardamos dos años en incorporarnos a la lucha política legal, como lo exigían las nuevas condiciones. Este retraso nuestro abrió al PDC, fundado en 1960, el espacio que no había podido abrirse con su participación en la mascarada que fueron las llamadas elecciones para la Asamblea Constituyente de diciembre de 1961, realizadas en las condiciones de la represión.

Nuestra participación en la campaña electoral presidencial de 1966-1967 fue la primera muestra de que comenzábamos a dominar esta forma de lucha y a ponerla al servicio de la causa democrática antiimperialista. Refiriéndose a esta memorable jornada, el Informe al VI Congreso dice:

“Sin duda alguna, nuestra participación en la campaña electoral y en las elecciones presidenciales de 1967 fue un acierto. La idea central de esa campaña consistió en llevar a las masas la conciencia de la necesidad de cambios profundos en nuestro país para resolver sus problemas sociales y políticos y en obligar a las demás fuerzas políticas a tomar posición sobre ese planteamiento. El eje de la propaganda durante la campaña estuvo en la difusión de la necesidad de una Reforma Agraria profunda, en los nexos causales de la concentración de la tierra en manos de la oligarquía, con los graves problemas de la injusta distribución del ingreso nacional, del atraso cultural, de la desocupación, de la miseria y el hambre. Aunque el programa de la campaña comprendía también el problema de la dependencia económica y política, los planteamientos en torno de esta cuestión clave fueron muy poco difundidos durante la campaña. La campaña electoral que hicimos consiguió en amplia proporción sus objetivos: la conciencia de la necesidad de cambios, se difundió extensamente, pero sobre todo en las ciudades. Las masas del campo, que eran presumiblemente el destino de nuestra propaganda sobre la Reforma Agraria, no reaccionaron como se esperaba porque pudo más la campaña de atemorizamiento del enemigo y porque nuestros métodos de trabajo hacia el campo no eran los apropiados. La campaña nos deja en este sentido una valiosa lección.”

“Objetivo principal de nuestra campaña fue el de recobrar nuestra influencia entre las masas obreras de San Salvador y otros centros industriales que habían caído bajo la influencia de la democracia cristiana mediante su propaganda sobre la “revolución de los pobres” Este objetivo fue alcanzarlo no solo en San Salvador, sino también en Santa Ana y otras ciudades”.

“En conjunto, la campaña nos llevó a importantes avances y amplias bases de influencia para continuar avanzando. Esto se pudo notar aún antes de las elecciones, cuando en enero de 1967 se inició el movimiento huelguístico recesado casi absolutamente durante los 20 años anteriores. El despertar del proletariado urbano, cuya composición era mayoritariamente industrial (proletariado nuevo y joven de edad), indudablemente fue ayudado y alertado por nuestra gran campaña política, una de cuyos trazos más activos fue el que tendió hacia las fábricas”.

Pero estos progresos no fueron debidamente valorados y aprovechados. El sentimiento de frustración invadió al grupo de intelectuales aliados nuestros, sobre todo cuando el gobierno canceló el registro del PAR, vehículo legal de aquella campaña. Nosotros no supimos manejar bien nuestras relaciones con ellos en aquella situación.

“Un nuevo brote de izquierdismo comenzó a surgir en nuestras filas, manifestándose después de la huelga obrera general de abril de 1967, como una tendencia voluntarista a promover la huelga de hecho bajo la consigna de que cada una de ellas debía ser respaldada por una huelga general, independientemente de si las condiciones eran o no favorables para ello.

Ese fue el esquema que siguió la huelga de panificadores en septiembre de 1967 y marcó el inicio de las discrepancias internas en el Partido.

Luego, cuando se realizaba la primera huelga de los maestros a comienzos de 1968 y fue reprimida la huelga obrera que intentamos en apoyo de éstos, siendo asesinados los compañeros Saúl Santiago Contreras y Oscar Gilberto Martínez, los izquierdistas se declararon enemigos de la participación en las elecciones, considerándolo una “traición a los intereses del proletariado”; mientras el gobierno hacía todo de su parte para impedir que nos volviéramos a abrir paso a la arena política legal y presentáramos batalla. La posición izquierdista tenía su principal representación en la dirección del CC y las agudas discusiones que esto provocó en su seno, impusieron al Partido una línea contradictoria e inestable frente a las elecciones de marzo de 1968: un Pleno del CC acordaba participar y luego venía otro que ordenaba realizar el boicot a las elecciones. Los izquierdistas alegaban que los maestros en huelga y los obreros golpeados por la represión “veían con asco las elecciones”.

El mayor beneficiario de esta conducta confusa de nuestro partido fue el nuevo PDC que, sin haberse jugado en apoyo a los huelguistas, convirtió en votos su descontento contra el gobierno y el de las masas que les daban apoyo, golpeadas por la represión. Resultó que los huelguistas no sentían asco por las elecciones, sino que las tomaron como un canal para manifestar su condena contra el régimen. La democracia cristiana obtuvo entonces la votación más alta que ha registrado en toda su existencia en el país, alcanzando 21 diputados (más del tercio de la Asamblea) y más de 70 alcaldías donde habitan más de dos tercios de la población nacional, incluyendo entre ellas San Salvador, Santa Ana y San Miguel.

Los izquierdistas, sin embargo, no reconocieron sus errores voluntaristas en el movimiento huelguístico ni respecto a las elecciones.

Apoyándonos en nuestro logros con el movimiento fuarista en la Universidad, ayudamos decisivamente a llevar a su dirección en 1962, un equipo de intelectuales progresistas y, junto con ellos, emprendimos un vigoroso movimiento de reforma universitaria.

El contenido de la enseñanza universitaria y sus métodos fueron modernizados, en medida considerable y comprometida con las posiciones democráticas antiimperialistas y de izquierda en general. El número de estudiantes se multiplicó varias veces; fueron abiertos los centros universitarios de occidente y oriente; fue derrotada por largo tiempo la influencia del anti-comunismo en la Universidad y ésta devino en un centro de difusión de las ideas progresistas incluso del marxismo-leninismo, y un punto de apoyo moral y material para el movimiento popular.

De 1968 en adelante comenzaron a perfilar en la Universidad grupos de estudiantes y docentes que abrazaban las posiciones izquierdistas en boga en América Latina de aquellos años. Uno de esos grupos se había desplazado desde las posiciones social cristianas. Pronto se les unirían algunos elementos desprendidos de la Unión de Jóvenes Patriotas (que era la Juventud Comunista en embrión) y, después, a comienzos de 1970, se desprendería de nuestro Partido la fracción izquierdista, que arrastró a otros cuadros de UJP y encontró en la Universidad una de sus principales bases de apoyo social y político para su crecimiento.

Durante 1964 y 1965, nos empeñamos en sacar al movimiento sindical clasista del lamentable estado de debilidad en que había caído; venciendo no sólo las dificultades que nos oponía la actividad divisionista y anticomunista del enemigo, sino también las viejas costumbres de pensamientos sectarios y métodos artesanales en nuestros mismos cuadros sindicales, se logró fundar la FUSS a fines de 1965, incluyendo a los pocos sindicatos (en su mayoría de obreros artesanales) que aún agrupaba la combativa CGTS y a muchos otros que se habían mantenido sin afiliarse a ninguna central y que principalmente agrupaban obreros de la industria. Más tarde, buscando organizar las 3 federaciones que exige la ley como mínimo para constituir legalmente una confederación, organizamos la FESTIAVTSCES.

En el seno de nuestros cuadros de la FUSS-FESTIAVTSCES se configurarían más tarde, en el marco del movimiento huelguístico de 1967-1968, las dos tendencias que entraron en aguda lucha: la izquierdista y la economista.

En 1966, se organizó la Asociación Nacional de Educadores Salvadoreños (ANDES 21 de Junio), agrupando prácticamente a todos los maestros de enseñanza primaria y media dependientes del Estado en nuestro país. A la formación de esta importante organización dio un decisivo aporte nuestro Partido; bajo cuya orientación había sido organizado el frente magisterial revolucionario durante la lucha contra Lemus, la Federación Magisterial Salvadoreña, durante los 100 días de la Junta, la Columna Magisterial del FUAR en 1961.

Las dos grandes huelgas de ANDES (1968 y 1971), conmovieron fuertemente al país, fueron centros promotores de una vasta politización y reagrupamiento popular contra el régimen, que facilitó la creación de la UNO. La huelga de ANDES en 1971 acerca al gobierno de Sánchez Hernández a la crisis que se precipitó con su pérdida de las elecciones presidenciales y el alzamiento militar frustrado del 25 de marzo de 1972.

Las luchas de ANDES, que incorporaron a la acción a ese numeroso sector de las capas medias, crearon también en sus filas favorables condiciones para que la corriente izquierdista, organizada desde 1970, encontrara terreno para hundir raíces.

El 14 de julio de 1969 se produjo la guerra contra Honduras. Era el resultado de las contradicciones engendradas en el Mercado Común Centroamericano, por los grandes contrastes y desequilibrios que acarreó a esta región la industrialización seudo-integracionista, dominada por los monopolios imperialistas, norteamericano principalmente; y la consecuencia también del brusco agravamiento del problema agrario en Honduras y El Salvador, cuyos gobiernos inútilmente habían pretendido soslayar.

Frente a la guerra contra Honduras, la Dirección del Partido cometió serios errores. En un comienzo del conflicto la CP se orientó bien, condenando y rechazando la posibilidad de la guerra, su contenido reaccionario y anti-popular, por ambos lados, promoviendo al Partido a realizar un gran esfuerzo por llevar a las masas esta orientación; pero luego se dejó confundir por la maniobra del gobierno de Sánchez Hernández, que se presentaba como partidario de un arreglo pacífico, frente al gobierno hondureño de López Arellano, que, con las expulsiones masivas de campesinos salvadoreños, surgía como “el principal provocador del conflicto”.

Confundidos ante la situación apoyamos la idea de que algunas organizaciones de masas guiadas por nosotros asistieran a la convocatoria de Sánchez Hernández para constituir un “Frente de Unidad Nacional” que buscaría preservar la paz”. Una sola de tales organizaciones (AGEUS), estuvo a tiempo para asistir a la primera reunión en Casa Presidencial; y ninguna asistió a otra reunión más. Al percibir que el “Frente de Unidad Nacional” tenía en realidad la finalidad de apoyar al gobierno para realizar la guerra, nos retiramos de inmediato y constituimos el Frente de Unidad Popular, que levantó la bandera de la paz.

Pero el chauvinismo había comenzado a influirnos y se dejó traslucir en nuestra Declaración, donde fijábamos posición. Aunque nos pronunciamos por la paz, dijimos allí también, que llamaríamos a defender la integridad territorial en caso de ser agredido el país, lo cual, aparte de que reflejaba una falsa apreciación de la situación, que nos bajaba la guardia a nosotros y a quienes nos rodeaban, ya que era el régimen salvadoreño el que se preparaba para agredir a Honduras y no al revés, significaba una posición ideológica extraña al proletariado revolucionario, capaz de conducirnos al abandono total de la justa posición en cualquier momento.

El gobierno de Sánchez Hernández realizó antes de la agresión la simulación de ataques de la aviación hondureña en la frontera y ello hizo estallar súbita y virulentamente el chauvinismo en la masa estudiantil y docente de la Universidad. Nosotros no luchamos con firmeza contra esa posición y, aunque no la apoyamos abiertamente, le cedimos paso.

Cuando la agresión a Honduras se produjo el 14 de julio de 1969, estalló en nuestro país una ola de chauvinismo de masa, apoyándola. La motivación principal que movía a las masas a adoptar aquella postura era la expulsión masiva y grosera de campesinos salvadoreños de Honduras durante las semanas anteriores, su identificación con ellos, como sector popular agredido. El ejército salvadoreño surgía así ante sus ojos como “defensor del pueblo”, cuando marchó contra Honduras.

Esta masiva reacción chauvinista popular impacto muy fuertemente sobre nosotros y la CP acordó cesar la campaña contra la guerra que veníamos desarrollando por medio de mítines y asambleas obreras, en San Salvador, Santa Ana y otras cabeceras departamentales, hasta pocas horas antes de producirse la agresión. Al mismo tiempo, ordenó la CP a las bases procurar incorporarse a los organismos de “Cruz Roja” y otros de la llamada “Defensa Civil”, con el objeto de estar en condiciones de orientar a las masas oportunamente.

No salimos en ningún momento a dar apoyo a la agresión y la CP se propuso retomar poco a poco la ofensiva de denuncia contra ella, “en la medida que las condiciones lo permitieran, pero estas vacilaciones y errores de principio inhibieron al Partido de realizar la acción orientadora que le correspondía y muchos elementos simpatizantes y aún algunos militantes nuestros (incluido un miembro de la CP, que ya no es militante del Partido desde 1970), se embarcaron en darle apoyo a la agresión.

Hay que decir claramente que en la CP no hubo unanimidad al acordar esos pasos. Hubo quienes se mantuvieron firmes en la justa posición de principio.

Los errores que cometimos frente a la guerra contra Honduras, lo mismo que la tolerancia de la dirección ante la corriente economista y burocrática en el frente sindical, fueron sin duda factores que contribuyeron a alimentar la corriente izquierdista. A pesar de que un Pleno Ampliado del CC con participación de los izquierdistas, reconoció y condenó los errores cometidos frente a la guerra, éstos no se dieron por satisfechos y pasaron a organizar formalmente su fracción y a trabajar por dividir al partido. La frustración de ese empeño, los llevó luego a renunciar del Partido y retirarse de nuestras filas a formar su propia organización.

Nuestro partido, utilizó su participación en las elecciones de diputados y alcaldes de marzo de 1970, para realizar una campaña de esclarecimiento a las masas sobre las verdaderas causas y el carácter reaccionario de la guerra contra Honduras. Esta tarea fue llevada a cabo por medio de decenas de mítines (mas de 50), del “Partido Revolucionario 9 de Mayo” (PR9M), sucesor del PAR encabezado por nosotros y al cual le fue rechazada su solicitud de registro.

III

Cuando se realizó nuestro VI Congreso, la crisis estructural del capitalismo dependiente de nuestro país estaba entrando en su fase madura, iniciada con la guerra contra Honduras (julio de 1969) y la quiebra consiguiente del sistema institucional del Mercado Común Centroamericano. En el terreno político, se había iniciado, desde 1967, con la cancelación del PAR, el cierre de la “apertura democrática limitada”, realizada por el gobierno del Coronel Julio Adalberto Rivera en 1963-1964.

La dictadura militar derechista se encontraba entonces en vísperas de precipitarse en la aguda y profunda fase actual de su crisis, como sistema de dominación; aunque sus jefes, embriagados por la acogida masiva del ejército en San Salvador, a su regreso de la agresión a Honduras, más bien veían su régimen “rejuvenecido” por la guerra, supuestamente apto para seguir adelante con todo el viento de la historia a favor.

Las fuerzas democráticas de nuestro país buscaban en 1970-71 nuevos esquemas tácticos y estratégicos que culminaría con un reagrupamiento general.

La Iglesia Católica en nuestro país iniciaba su viraje hacia las posiciones progresistas y una parte de su clero se desplazaba hacia el compromiso directo con el movimiento popular.

Surgían nuevas organizaciones revolucionarias postulando y emprendiendo la acción armada, afectadas por concepciones izquierdistas (1970).

En esa situación fue que nuestro Partido elaboró una táctica cuya aplicación culminaría en 1977 y que ejerció una influencia decisiva para la polarización de las fuerzas políticas, y el desencadenamiento de la gran crisis en que se encuentra la tradicional dictadura militar derechista.

Aunque con un retraso de 10-15 años, la fase madura de la crisis estructural de los países centroamericanos, y en particular de El Salvador, nos puso en concordancia con la fase similar en que se encontraba la mayoría de países de Sur América desde los años finales de la década de los 50.

El documento “Fundamentos y Tesis de la Línea General del PCS”, que se encuentra sometido a las consideraciones de este Congreso, hace un análisis profundo de esta situación. De allí tomamos algunos señalamientos y enfoques que son fundamentales:

“El Salvador, sufre esta profunda crisis estructural, característica de los países capitalistas dependientes de un desarrollo medio y al mismo tiempo, una profunda crisis de su sistema político; está así en crisis el capitalismo dependiente “salvadoreño” como sistema entero, su base y superestructura; su sistema de relaciones económicas, su sistema político y jurídico, las formas ideológicas dominantes tradicionales”.

“Es esta crisis de la formación social entera la que constituye la base material y política de la actual situación histórica, que vive nuestro país, cuyo atributo principal consiste en que la revolución es ahora una posibilidad objetiva real y no solo un buen deseo de los revolucionarios.”

“Pero esta etapa histórica también puede desembocar en una salida que imponga al país la continuidad del curso capitalista dependiente de evolución: Esta es también una posibilidad real, que solo la revolución podría impedir.”

“La salida de la crisis estructural hacia la continuación del curso capitalista de evolución, sería sólo un paliativo a la profunda crisis del capitalismo dependiente “salvadoreño”, no su definitiva solución”.

“Entre la crisis del sistema político y la crisis del sistema de las estructuras económico-sociales existe una interacción dialéctica: la una agrava a la otra, el alivio de una alivia a la otra, pero al mismo tiempo que hay interdependencia armónica entre ambas, existen contradicciones y también una autonomía relativa entre ellas:”.

“Ilustra muy bien la existencia de estas contradicciones y autonomía relativa, la experiencia centroamericana:

“Los tres países de nuestra región donde ha imperado tradicionalmente un sistema político autoritario (El Salvador, Nicaragua y Guatemala), son también aquellos donde la crisis del sistema político se ha vuelto mas aguda y ha conducido a una mayor polarización de las fuerzas; mientras que en Costa Rica, donde la democracia burguesa es tradicional, ha demostrado ser esta un marco suficientemente flexible para albergar el juego de las tendencias emanadas de la crisis estructural (en esencia, la misma que sufre toda Centroamérica), ora inclinando el timón del Estado hacia el “centro” y en ciertos momentos, incluso, hacia el “centroizquierda “, ora hacia la derecha, pero sin que todavía el enfrentamiento político haya adquirido – desde la guerra civil de 1948- un grado crítico de agudeza y polarización. Así, pues, Costa Rica sufre de crisis estructural, pero no vive una crisis del sistema político.”

“Puede también traerse a cuento el caso de Honduras, donde en diciembre de 1972 fue roto el modelo tradicional del sistema político bipartidarista, por el golpe militar reformista. Se originó así, una situación en la que, a pesar de la falta de juego electoral, imperó un clima de tolerancia que admitió durante 5 años la pugna de las tendencias de solución a la crisis estructural, sin provocar una extrema agudización del conflicto político. Cuando la flexibilidad del sistema político abierta en diciembre de 1972 agotó sus posibilidades reales, con la frustración (en todo lo principal), del proyecto reformista condensado en el “Plan Nacional de Desarrollo”, se inició en 1975-77 un período de inestabilidad del gobierno, empezó a clausurarse la tolerancia, apareció la garra de la represión sobre el movimiento obrero y popular, se intenta restaurar el sistema político tradicional bajo la supremacía del Partido Nacional –el ,mas conservador y antidemocrático- y así la crisis política toca de nuevo a la puerta de ese país.”

“La Lógica de estas realidades y experiencias centroamericanas apunta a esta conclusión: la democracia podría sacar al sistema político de su crisis, aliviar la crisis de la formación social en conjunto, alejar el peligro de revolución y facilitar la continuación por la ruta capitalista dependiente de evolución. Sin embargo, excepto Costa Rica, donde la democracia tiene hondas raíces históricas, en los demás países del istmo, la democratización es una tarea sumamente difícil y riesgosa para las clases dominantes: puede desatar y agudizar mucho sus propias contradicciones internas, ya que es imposible su unanimidad en torno a un proyecto de esta clase; puede encontrar tozuda resistencia de parte de las jefaturas militares, usufructuarias por décadas del privilegio de gobernar. Y puede facilitar la organización y la acción de las grandes masas trabajadoras, ahora marginadas del ejercicio de la libertad por la continua represión, ampliándose y agudizándose aún más la lucha de clases, en pos de las radicales transformaciones estructurales.”

Veamos más de cerca los problemas e interacciones de la crisis estructural y del sistema político en El Salvador.

a) En el marco de la crisis estructural y política y el estancamiento económico, ha tenido lugar un fuerte incremento de la actividad financiera especulativa, principalmente en derredor de la industria de la construcción y las inversiones turísticas, ha adelantado el aburguesamiento de los latifundios y la proletarización de los campesinos, ha adelantado el proceso de fusión entre el capital bancario, industrial, comercial y agro-exportador, configurándose una oligarquía financiera, monopolista, “modernizante”, cada vez mas entrelazada con las transnacionales imperialistas y sumamente poderosa; ha crecido considerablemente la esfera del capitalismo de Estado, pero casi únicamente en los servicios y las finanzas.

La oligarquía financiera, las sucursales de las transnacionales y la alta jerarquía militar, constituyen hoy el núcleo principal del bloque de poder. La burguesía agro-exportadora y terrateniente, una parte de la cual se ha fundido dentro de la oligarquía financiera, sigue ejerciendo fuerte influencia sobre ella, como pudo verse durante el enfrentamiento que suscitó la “Transformación Agraria”.

b) La pugna por imprimir una salida burguesa a la crisis estructural del capitalismo dependiente de mediano desarrollo, incluye tendencias económicas que en nuestro país son contradictorias, al menos en sus inicios: por un lado, la tendencia al capitalismo monopolista de Estado dependiente, que amengüe el papel del capitalismo privado y por el otro la tendencia al fortalecimiento del sector capitalista privado, alrededor de la oligarquía financiera y de las sucursales de las transnacionales, el cual se opone al incremento del control estatal sobre la economía.

Esta segunda tendencia (la privada) ha resultado hasta hoy más poderosa en nuestro país y ello trae implícito cierto recorte al autoritarismo estatal en la esfera económica que, en el fondo, es un obstáculo para un avance fácil y rápido hacia la configuración del Estado Fascista, como una parte del bloque de poder lo desea”.

c) “El Estado ha experimentado un rápido endeudamiento externo, sin que éste le haya servido para adelantar su participación en la esfera productiva, porque tal participación es rechazada por las mismas clases dominantes a las que sirve la dictadura militar derechista”.

“Las pequeñas reformas agrarias no ha sido posible realizarlas, porque fueron bloqueadas por el sector más reaccionario de la oligarquía financiera, por la burguesía agraria y los terratenientes”.

“Las transnacionales imperialistas han acrecentado sustancialmente su dominio sobre la industria y la economía nacional en conjunto, pero el volumen de sus inversiones ha estado muy lejos de lo esperado y de lo requerido para romper el estacionamiento de la industrialización”.

“El ritmo y el volumen de la inversión privada interna has sufrido una grave disminución desde 1977”.

“Todo esto ha agravado la crisis estructural y forzado la dependencia del financiamiento imperialista, de lo cual se derivan mas dificultades económicas y políticas, puesto que la concesión de dicho financiamiento se vincula, hoy por hoy, a las pautas y maniobras aperturistas del gobierno norteamericano en Centro América”.

d) “Así, pues, se encuentran estancados los propósitos principales pendientes a poner en marcha un nuevo modelo de desarrollo capitalista dependiente, postulado desde 1970 por la política económica oficial”.

“Al fracaso sufrido hasta hoy en la construcción de los pilares del nuevo modelo económico, han contribuido también la crisis económica del mundo capitalista (inflación, saltos en los precios del petróleo y devaluación del dólar especialmente) y la crisis política nacional, que ha alejado la inversión foránea y ha provocado la huída masiva del capital local. El retraso en romper el impase económico repercute, a su vez, agravando la crisis del sistema político.”

“Resolver la crisis del sistema político ha pasado a ser la cuestión clave, ya sea para dar una salida paliativa o una solución real a la crisis estructural, a la situación histórica en conjunto. Para las masas trabajadoras y populares, la solución no puede comenzar si no con el derrocamiento de la dictadura militar derechista y la instauración de poder revolucionario democrático antiimperialista; para las clases dominantes conseguir un paliativo comienza, necesariamente, con la introducción de modificaciones en el sistema político de la dictadura militar, el cual a su vez, busca angustiosamente su salvación”.

“Los sectores mas reaccionarios de la oligarquía financiera, más vinculados a la esfera del capitalismo de Estado, mayores beneficiarios de la misma; el sector mas reaccionario de las transnacionales que operan en el país, de los terratenientes y los militares, han estado empujando a la dictadura militar a convertirse en un régimen fascista moderno, que patrocina y garantiza el paso a la fase monopolista de Estado del capitalismo dependiente”.

“Otros sectores de las clases dominantes, coincidiendo con la orientación trazada por Washington, se inclinan a favor de ensayar con una maniobra aperturista, con la cual esperan disminuir la agudeza de la lucha de clases, normalizar el funcionamiento de la economía, incentivar las inversiones y marchar gradualmente, hacia la fase monopolista desplegada del capitalismo dependiente”.

“Aunque la alternativa fascista no ha podido realizarse plenamente, porque encara graves obstáculos ante todo el desarrollo y el ascenso del movimiento revolucionario, -la agudización de la lucha de clases -, es la que se aviene más con el carácter y tradiciones de la dictadura militar”.

“La dictadura militar derechista salvadoreña nació portando el germen de su propia crisis: se instauró como un régimen de excepción, en un momento también excepcional (el de la situación revolucionaria de 1931-32), y debía abandonar la escena una vez alejado el peligro de la revolución.”

“Los intereses del desarrollo “modernizante” del capitalismo dependiente requerían de un régimen político distinto, propio para los tiempos “normales”, “evolutivos”; pero el régimen de excepción se perpetuó a contra pelo de esta necesidad, como sistema político permanente. Este contrasentido tenía que chocar, y chocó, con las tendencias y necesidades del desarrollo capitalista y del desarrollo social en general; por eso hubo de realizarse en el pasado reparaciones y reajustes en el modelo de la dictadura militar, para salvarla. Pero esos reajustes sólo aplazaron su colapso, no han superado su crisis congénita.”

“De nuevo el país se avoca a las cercanías de otra situación revolucionaria y ello pareciera justificar para las clases dominantes la existencia de un régimen de excepción y avalar su fascistización; pero la dictadura militar derechista llega a este momento sumamente desgastada por 45 años de existencia postiza y, encomendada a ella, el fascismo no ha podido establecerse aquí de un modo eficientemente avasallador, como en Chile o Uruguay”.

“Es por eso que, en un momento en que las clases dominantes necesitan nuevamente de un régimen de excepción, se forman entre ellas grupos que prefieren ensayar con una maniobra “aperturista”, en vez de arriesgarse a que el desgaste y profundo desprestigio nacional e internacional de la vieja dictadura militar, favorezcan la victoria de la revolución. En esto hay, desde luego, un contrasentido, que ilustra la contradictoria y hasta incongruente conducta, que la crisis de la formación social impone a las clases dominantes”.

IV

Compañeros:

Como todos sabemos, después del VI Congreso dio comienzo un período en el que nuestro Partido mantuvo en el centro de su atención y de su actuación política la construcción y consolidación del frente único de las fuerzas democráticas y la utilización de las elecciones.

A lo largo de los nueve años transcurridos desde entonces, esta táctica nuestra alcanzó sus logros máximos, pero en febrero de 1977 llegó al tope de algunos de sus aspectos principales y hubo de ser modificada.

Este Congreso, el VII, tiene así la oportunidad de hacer el balance de la aplicación de esta táctica, examinar las modificaciones introducidas en abril de 1977 y evaluar la marcha de su cumplimiento durante los últimos dos años.

En 1970-71, nuestro Partido consideró que, desde un punto de vista político práctico, no solo no estaban agotadas o cerradas las posibilidades de utilización revolucionaria de la lucha legal en general y electoral en particular, sino que era, de hecho, imposible resolver los principales problemas y tareas políticas que la vida nos planteaba, sin trazar un táctica basada en la participación electoral.

Echemos un vistazo sobre las condiciones de entonces y sobre los problemas y tareas políticas que surgieron entre nosotros:

a) Las elecciones de diputados y alcaldes de marzo de 1970, a 8 meses de la guerra contra Honduras, arrojaron un sustancial fortalecimiento de la influencia del gobierno y el ensanche de su base social de apoyo como resultado de que pudo atraerse masas trabajadoras y de las capas medias confundidas aún por la marea chauvinista.
b) En las filas militares, en los equipos de tecnócratas y políticos civiles del régimen tomaba cuerpo una corriente reformista, que tendía a agruparse alrededor de una plataforma basada en la realización de alguna modalidad de reforma agraria democrática, la elevación del paso del Estado a niveles determinantes en ramas importantes de la producción, en el sistema financiero y en la conducción económica general del país. Sobre el logro de dicho objetivo, los reformistas planeaban recortar el rol hegemónico de la burguesía agro-exportadora y los terratenientes, adoptar medidas de mejoramiento social y asumir rasgos populistas en la conducción política del país. Tal era la respuesta reformista a la crisis estructural y del sistema político.
c) Por aquel tiempo tenía lugar en varios países latinoamericanos la experiencia de los gobiernos militares reformistas y, en diversos grados, antiimperialistas (Perú, Panamá, Bolivia, Ecuador); empezaba a moverse Venezuela hacia la recuperación de su riqueza en hierro y petróleo bajo el gobierno democristiano de Caldera; en México gobernaba Luis Echeverría, con su política “tercermundista” y de acercamiento a Cuba; en el Caribe surgían a la vida independiente las colonias inglesas y sus gobiernos tendían a alinearse en las posiciones disidentes frente a Washington; en Chile se instalaba por la vía electoral el gobierno de la Unidad Popular encabezado por Allende, por un programa que proclamaba ser una primera fase en marcha hacía el socialismo; en Argentina se cuarteaba la dictadura militar de Onganía y, con Lanusse, buscaban una salida democrática a la situación nacional y, en lo internacional, avanzaba la tesis de Allende del derecho de América Latina al pluralismo ideológico de sus gobiernos; en Costa Rica gobernaba el socialdemócrata Partido de Liberación Nacional; y, finalmente, la OEA se precipitaba en la crisis como instrumento de dominación del imperialismo yanqui, se derrumbaba el bloqueo diplomático contra Cuba impuesto por ésta.

En dos palabras, una ola de reformismo, populismo, antiimperialismo y revolución bañaba nuestro continente y formaba un clima favorable a la incubación de la tendencia reformista en el Estado Salvadoreño, aunque, en realidad, nunca llegó a ser ésta, ni podía ser, verdaderamente poderosa en nuestro país, por las razones que ya hemos expuesto al analizar la crisis de la formación económico-social.

d) El PDC salvadoreño, uno de los 3 de su género que en América Latina contaba con el arrastre electoral suficiente para acceder al gobierno, vio derrumbarse sus expectativas para las elecciones presidenciales de 1972, cuando el Partido oficial logró arrebatarle en 1970 la mayor parte de las alcaldías más importantes del país ganadas en 1968 y reducirle su fracción parlamentaria.

Debilitando el PDC, vacilaba su dirigencia entre ir a un pacto con la dictadura militar para presentarse con un candidato común a las elecciones presidenciales de 1972 y gobernar juntos al servicio del esquema reformista, o involucrarse en una alianza con las fuerzas de izquierda para recuperar sus posibilidades de conquistar la presidencia de la República en 1972 o en las elecciones siguientes.

Gran parte de los activistas y cuadros intermedios del PDC se encontraban ya, de hecho, involucrados en la unidad de acción con la izquierda, principalmente durante las jornadas de apoyo a la segunda huelga de ANDES y también ellos recibían una cuota de la represión.

La base organizada y la base de apoyo político del PDC, se componía de amplios sectores asalariados de las capas medias y otros sectores de las mismas (empleados, maestros, artesanos, vendedoras, pequeños y medianos empresarios, profesionistas, técnicos, ejecutivos de la empresa/privada, tecnócratas, etc.); por pequeños grupos obreros; por nutridos conjuntos de campesinos medios y grupos relativamente numerosos de asalariados agropecuarios y campesinos pobres.

Estaba muy claro en aquellos días, que debíamos encarar y resolver estas interrogantes principales:

¿Cómo reagrupar en aquellas condiciones existentes a las masas políticamente activas y levantar, así, de nuevo la bandera democrática, popular y antiimperialista como una alternativa real y no sólo propagandística?

¿Podríamos cumplir esa tarea con el PDC?

¿Debíamos permanecer indiferentes ante la posibilidad de que ese partido pactara con la dictadura militar y la ayudara a postergar su crisis, confundiendo a cientos de miles de trabajadores y elementos de las capas medias?

Al estudiar las posibilidades reales de desenvolvimiento del reformismo en América latina y El Salvador, en particular, el Pleno del CC celebrado en octubre de 1970, hizo esta conclusión, que resultó confirmada por la marcha de los años siguientes:

“En estas condiciones (que, además, no pueden ser otras, dada la naturaleza misma del capitalismo latinoamericano), el reformismo que es un camino planeado para cerrar el paso a la revolución, se convierte, de hecho, a contrapelo de los cálculos y deseos de los reformistas, en el centro de conflicto en el seno de los gobiernos de las clases dominantes y de los ejércitos, es la fuente de grandes tensiones políticas. Entre tanto, la lucha de masas se acrecienta en muchos de nuestros países y, dentro del marco ya descrito, aún sus demandas reinvidicativas se convierten con gran facilidad en contienda de alcance político. El reformismo, de esta manera, se está transformando en un elemento que objetivamente ayuda a la madurez del proceso revolucionario, en vez de impedirle el paso como se lo han propuesto. Naturalmente, que el reformismo, en sí mismo, tiene esencia reaccionaria y sólo se convierte en elemento revolucionario a condición de que haya en marcha “un fuerte y bien orientado movimiento revolucionario de masas”.

Para el Comité Central surgió muy claro que la respuesta práctica a estas interrogantes, únicamente podía encontrarse participando en las elecciones y pactando con el PDC y otras organizaciones democráticas (en los hechos fue, además, solamente el MNR), una alianza política en torno a un programa que, en esencia, recogiera la bandera que levantamos con el PAR en 1966-67 y en torno a una candidatura presidencial única.

En el mismo Pleno en que, ya en 1971, el CC aprobó los términos en que nos encaminábamos a esa alianza, también decidió no disputar candidatura con el PDC, aceptar de una vez la de José Napoleón Duarte, eliminando así obstáculos para el entendimiento y concentrar nuestra atención en la demanda de la adopción de un programa bien orientado.

Concertar la alianza no fue asunto fácil; dentro del PDC todavía forcejaban los dirigentes que querían llevarlo a la formula “una personalidad independiente como candidato común con el gobierno”.

Las bases del PDC jugaron un papel decisivo a favor de las alianza que proponíamos nosotros y en esta posición unitaria suya habían influido mucho las batallas que libraron en unidad de acción con nuestras bases durante los meses anteriores y la campaña a favor de este entendimiento que nosotros realizamos en plaza pública por ese mismo tiempo. Es necesario consignar también, que los más destacados dirigentes y líderes del PDC, incluido el propio Duarte, se decidieron por la opción de la Unidad Popular Democrática en aquella encrucijada.

La fórmula del arreglo con el gobierno fue abrumadoramente derrotada en el PDC y así fue que, tras derrotar nosotros otras manipulaciones marrulleras para despojarnos del instrumento político legal del que nos habíamos logrado proveer, surgió la Unión Nacional Opositora (UNO).

Hoy, a casi 8 años, el CC considera que aquel fue un notable acierto político de nuestro Partido. A las luchas electorales de la UNO está sin duda vinculado, más a que a nadie y a nada, el aislamiento político nacional y la condena internacional a que se llevó al régimen, el debilitamiento profundo del partido oficial, la reagrupación de la mayoría del pueblo en su contra y la polarización absoluta del enfrentamiento político en nuestro país. No es posible imaginar hoy ninguno de los rasgos de la situación política actual, sin esas premisas que sentaron las vastas movilizaciones de masas; la penetrante y convincente agitación y propaganda, la masiva promoción de activistas y organización de comités de apoyo, etc., realizadas durante las campañas electorales de la UNO, especialmente, en la última campaña presidencial, la huelga política, la enorme movilización y las acciones insurreccionales de la semana siguiente al día de las elecciones.

Durante estos años, todo nuestro Partido y la JC realizaron minuciosos balances de cada una de esas campañas, incluida la última.

Las principales conclusiones y análisis de esta experiencia las hemos divulgado entre las masas, a la opinión pública nacional e internacional. El documento “Fundamentos y Tesis de la Línea General”, también recoge dichas conclusiones. No creemos por eso necesario volver aquí sobre ello.

Únicamente vamos a analizar ciertos aspectos del desarrollo de nuestra táctica durante las luchas de la UNO y de su influencia ideológica sobre nosotros:

Primero: Cuando en 1966 iniciamos nuestra participación en las elecciones, veíamos en ello exclusivamente un medio para llegar a las más extensas masas, incluso a las más atrasadas políticamente, con la propaganda de nuestras ideas y orientaciones y menos apreciamos la importancia de convertir en votos la influencia, así lograda.

Era y sigue siendo justa la orientación de principio según la cual “nosotros no andamos a la caza de votos”, pero sólo si se le entiende en el sentido de que jamás renunciaremos a nuestros principios, ni nos plegaremos a las posiciones enemigas o demagógicas del ofrecimiento de ganguerías, con tal de conseguir votos. Pero nosotros absolutizábamos esta orientación, en el sentido de que de plano, a nosotros no nos interesaban ni debían interesarnos los votos.

Por eso no estábamos preparados en las elecciones presidenciales de 1972, para asumir, sería y eficazmente la responsabilidad de conducir a las masas a la lucha por hacer respetar su voluntad mayoritaria contra el descarado fraude y la grosera imposición que el gobierno se vio obligado a realizar. No habíamos reflexionado sobre la significación política concreta que tiene el hecho de que la mayoría del pueblo se pronuncie en las urnas en una dirección determinada. En tal caso, no basta con sentirse satisfecho por la propaganda realizada y la conciencia política de masas lograda; se vuelve absolutamente necesario, ineludible, ponerse a la cabeza de las masas para proseguir su lucha por alcanzar el poder. La votación nacional mayoritaria, pues, inmediatamente plantea las cosas en el terreno de la lucha por el poder.

Nosotros subestimamos los votos partiendo también de la premisa concretamente justa de que en las condiciones de las dictadura militar derechista de nuestro país, las elecciones no son una vía real de acceso al gobierno, y menos una vía para tomar el poder. Pero el problema no era ese, sino otro: las grandes masas, al expresar en las urnas su voluntad mayoritaria, se están pronunciando por alcanzar el poder, así lo entienden y están dispuestas a luchar por hacer respetar su voluntad y realizar su aspiración, exige que esa lucha se organice y se dirija firme y eficazmente.

El alzamiento militar del 25 de marzo de 1972 vino a demostrar paladinamente que la cuestión electoral, incluso en nuestro país, aunque por otros caminos y bajo otras modalidades, es también una cuestión de poder y no simplemente de propaganda. Tampoco estábamos preparados para actuar con agilidad y eficiencia cuando el alzamiento militar se produjo.

Así, pues, actuando dogmáticamente con las justas, puras y muy revolucionarias banderas del “anti-electorerismo”, de la condena de la “politiquería”, etc., también se puede, en las condiciones de la participación electoral, resultar haciendo involuntariamente el juego al enemigo.

Recogiendo esta enseñanza, nosotros, como es sabido, pasamos a considerar hasta el 28 de febrero de 1977, que la participación en las elecciones era un componente central de la vía hacia el poder. En consonancia con ello planeamos y ejecutamos nuestra táctica para las elecciones presidenciales de 1977.

Segundo: El alzamiento del 25 de marzo de 1972 y las experiencias de Portugal, de Etiopía y de otros países, vinieron a reafirmar la antigua reorientación marxista-leninista de que para la revolución es necesario ganar al menos una parte del Ejército. La lucha electoral demostraba en 1972 sus virtudes para la realización de esta tarea.

Esto nos llevó a analizar más a fondo el papel del Ejército al timón del sistema político de nuestro país, las experiencias del impacto en sus filas de las luchas democráticas a lo largo de más de 4 décadas de dictadura militar, etc.

De allí, dedujimos la tesis del “reencuentro del pueblo y la Fuerza Armada” para gobernar juntos y realizar la transformación del país, que constituyó uno de los elementos fundamentales de nuestra táctica en las elecciones presidenciales de 1977.

Nosotros consideramos que este enfoque del problema continúa siendo justo, aunque en aquella ocasión no rindiera aún los frutos deseados.

Pero consideramos que la tarea de ganar aunque sea una parte del Ejército debe ser realizada de un modo permanente y sistemático. Para ello, no basta con una tesis como aquella. Se necesita realizar un trabajo complejo dirigido a todos los niveles del Ejército, a las tropas, a los sub-oficiales, a los oficiales y aún a los jefes. Es un trabajo de propaganda, de penetración, de organización, de aislamiento y descomposición de los elementos enemigos, etc. La CP prestó atención a este asunto durante los años pasado y los frutos de sus elaboraciones, estarán a disposición del nuevo Comité Central que aquí elegiremos.

Tercero: Durante los once años de participación electoral de nuestro Partido, logramos contribuir a la radicalización del pensamiento de las masas, influimos, incluso, en el pensamiento de nuestros aliados y de sus bases. Pero es necesario apuntar también que las características propias de esas formas de lucha legal y el pensamiento, métodos y costumbres de conducta política de nuestros aliados, ejercieron, así mismo, influencia sobre nosotros, engendró condiciones favorables a la persistencia de viejas tendencias desviacionistas de derecha que arrastra nuestro Partido o haciendo surgir modalidades nuevas de las mismas. Ciertas ilusiones y enfoques no realistas, ciertas costumbres liberales, que han afectado nuestra disciplina, brotaron de ese terreno y, aunque hemos emprendido la lucha en su contra, aún no puede decirse que han sido superadas, como lo veremos más adelante en este informe.

V

En abril de 1977 la Comisión Política realizó el balance de la jornada electoral y post-electoral culminada el 28 de febrero anterior, trazó la orientación táctica para la lucha del Partido en el tiempo siguiente. Sus análisis, conclusiones y orientaciones fueron recogidas en un documento y llevados a todo el Partido y la JC, mediante la realización de seminarios de información y discusión.

He aquí algunos fragmentos medulares del documento de abril de 1977:

“Quizás no haya en este continente otro país donde se haya utilizado de modo tan multiforme y agotante las posibilidades de la lucha electoral, como lo hemos hecho en nuestro país.”

“ Hemos utilizado la participación en las elecciones como medio de concientización y organización de las masas trabajadoras, como instrumento de protesta y condena política contra el régimen, hemos utilizado la participación en las elecciones para construir el frente único de las fuerzas democráticas y para unificar el pensamiento político de las masas alrededor del programa de transformaciones democráticas; las hemos utilizado para disputar el ejército a la reacción y para alertar al pueblo sobre el peligro del fascismo y su naturaleza profundamente hostil a todos sus intereses; unas veces hemos llevado a las masas a votar positivamente, otras veces las llevamos a anular el voto, hicimos un retiro general de las elecciones, utilizándolo para elevar la movilización popular y luego hemos llevado de nuevo a las masas a la lucha electoral como parte directa de una batalla mayor por instalar un gobierno democrático e impedir la entronización de la dictadura fascista abierta. Pero no hemos conseguido que las elecciones abran a las fuerzas democráticas el acceso al poder”.

“Antes que permitir semejante función de las elecciones, la dictadura militar corrompió progresivamente el procedimiento electoral durante estos once años hasta destruirlos. En la medida que avanzaba la educación política del pueblo salvadoreño y se unía para alcanzar el poder, el régimen incrementaba el uso de viejos y nuevos procedimientos de fraude electoral, hasta volverlos totalmente descarados y llegar al punto a que se llegó el 20 de febrero de 1977, cuando ya ni siquiera se permitió votar a cientos de miles de ciudadanos, porque las urnas habían sido rellenadas desde antes de abrirse la votación”.

“En el curso de esta reiterada experiencia, las masas comprendieron ya en 1972-74, la fraudulencia de las elecciones en nuestro país, la falsedad e hipocresía de la “democracia” que defienden aquí las clases dominantes y su gobierno. Si concurrieron a las últimas elecciones fue porque aceptaron concientemente el llamamiento de la UNO a votar y defender el voto, a derrotar el fraude y hacer respetar la voluntad popular mediante su propia lucha, con el cálculo de que el evento electoral y la lucha contra el fraude dieron base a otras acciones decisivas posteriores. Las elecciones del 20 de febrero de 1977 y las batallas siguientes fueron el punto culminante de esa táctica apoyada concientemente por las masas; esta fue la ocasión en que apareció más cerca la posibilidad de realizarse exitosamente aquel plan”.

“Tras de esta última experiencia es necesario preguntarnos: ¿Qué valor puede tener en adelante la participación en elecciones, de esta manera corrompidas y destruidas en nuestro país? Dicho de otro modo, a sabiendas del enorme servicio que prestó la participación electoral durante once años, es necesario determinar si en adelante puede aportar o no provecho para el avance de la causa democrática y revolucionaria”.

“A este respecto nos parece muy claro hoy día que las elecciones han agotado sus posibilidades como componente central de la vía de acceso al poder para las fuerzas democráticas, no sólo ante las capas avanzadas y organizadas sino también ante las grandes masas del país, que lo han aprendido de su propia experiencia. Ha quedado así planteada la necesidad de reemplazar esa vía hacia el poder por otra. Las elecciones podrán en el futuro asumir algún valor táctico ocasional comprensible para las masas; pero a menos que este gobierno sea sustituido por un régimen de apertura democrática real, las elecciones no recuperarán su valor estratégico en relación con la vía hacia el poder”.

“Así, pues, la presente coyuntura también se diferencia de la de 1971-72 en que conduce necesariamente a un viraje estratégico y abre el paso a nuevas formas de lucha”.

“La Comisión Política, en su reunión del 7 de marzo determinó como el objetivo principal hasta el 1 de julio, el de impedir la instalación del gobierno de Romero y realizar con ese fin todas aquellas actividades y tareas que favorezcan la acción coordinada de las diversas fuerzas democráticas encaminadas hacia esta meta. Al analizar la situación y posibilidad de las distintas fuerzas opuestas al régimen actual, la CP señaló, hoy por hoy, de los sectores militares democráticos o simplemente desafectos a él, y que, por tanto, se ha puesto a la orden del día la necesidad de estimularlos y prepararse para realizar oportuna y eficaz coordinación de la acción popular de masas con la acción militar directa”.

“La camarilla de jefes militares fascistas, el sector fascista de la gran burguesía local y sus sirvientes, el sector fascista de los imperialistas yanquis, sus aliados y sirvientes en los gobiernos latinoamericanos, constituyen el enemigo principal más peligroso de la clase obrera y el pueblo salvadoreño en la actualidad. Contra este enemigo debemos concertar la punta de la lucha en nuestro país y la solidaridad internacional, para aislarlo, dificultar lo mas posible la aplicación de sus planes de destrucción de las organizaciones populares, debilitarlo y derrocarlo antes de que se consolide en el poder y, en todo caso, antes de que hunda sus raíces profundas en la organización del Estado y en la economía”.

“Para llevar a la práctica esta orientación, debemos promover un trabajo amplio por la construcción y desarrollo del frente único de las fuerzas anti-fascistas, civiles, militares, ahondar y a promover las contradicciones en el campo de las fuerzas enemigas principales y secundarias; poner especial atención al trabajo por unir a las fuerzas de izquierda y por la alianza obrero-campesina; esforzarnos por atraer al menos una parte de la F.A. al lado de las fuerzas anti-fascistas y revolucionarias; avanzar hacia las conquista de la dirección del movimiento revolucionario por la clase obrera y su partido; asegurar el avance, paso a paso, pero firmemente, hacia la combinación y coordinación de la lucha política y la lucha armada, sobre la base del sucesivo ensanche de las fuerzas políticas organizadas de masas en la ciudad y el campo y sobre la base de la construcción, paso a paso, de las fuerzas armadas revolucionarias a partir de la auto-defensa y marchar así hacia la insurrección a un plazo no muy largo.”
“A lo largo de este proceso hemos de combinar la lucha legal e ilegal, la lucha en las ciudades y en el campo, el movimiento obrero y el movimiento campesino, las formas abiertas y secretas de organización y acción, la lucha reivindicativa y las organizaciones amplias de masas, con la lucha política y las organizaciones avanzadas, particularmente con la construcción sistemática de nuestro Partido y la JC, en especial entre la clase obrera, el proletariado agropecuario, los campesinos y las capas medias urbanas, en este orden de prioridad”.

“Todo nuestro trabajo debe avanzar sorteando el peligro del aventurerismo izquierdista y el degradante inmovilismo del oportunismo de derecha, para lo cual debe impulsarse una lucha ideológica sistemática contra las manifestaciones de estas tendencias pequeño-burguesas y burguesas”.

La CP dedicó una serie de reuniones extraordinarias durante los meses de febrero, marzo y abril del año en curso, a realizar el balance de la aplicación de las orientaciones acordadas en abril de 1977. Los resultados de esas largas deliberaciones de la CP se recogen en el documento aprobado el pasado 2 de abril, que a continuación incluiremos:

I. El contenido del documento aprobado el 19 de abril de 1977, sus análisis, previsiones y orientaciones son en esencia justos, aunque en él se refleja que la CP sobreestimo las posibilidades reales que habían en el período del 28 de febrero al primero de julio de aquel año, para impedir la toma de posesión de la Presidencia de la República por el General Romero y, en consecuencia, para que ocurriera entonces una apertura democrática. La sobreestimación de tales posibilidades está ligada a las debilidades ideológicas de la Dirección de las que se habla mas adelante.
II. La Conclusión principal de la discusión habida en la CP, consiste en que nuestro Partido tiene un rezago de dos años en la realización del viraje que debió efectuar después del desalojo de la Plaza Libertad, el 28 de febrero de 1977.

En aquel momento, llegó a su fin la apertura democrática limitada, que se inició en 1963-64 con la reforma electoral que admitió la representación proporcional en la Asamblea Legislativa. Aquella reforma dio base a una creciente importancia de la participación en las elecciones, desplazando durante trece años (once para el PCS), el centro principal de la lucha política al terreno legal. El fraude en las elecciones presidenciales de 1977, culminación de un proceso evidente de corrupción del procedimiento electoral, no sólo para nosotros y los sectores avanzados, sino también para grandes masas trabajadoras y populares en general.

La intensa y extensa movilización de masas, la huelga general y las acciones insurreccionales en defensa de la voluntad popular, que siguieron al fraude en la votación del 20 de febrero, hasta el 28 del mismo mes, fueron un gran esfuerzo consciente, apoyado con su acción por extensas masas, que buscaba llevar la lucha por el poder a una fase superior.

Una gran parte del proletariado, de los campesinos y las capas medias habían ya tomado conciencia de que en nuestro país son indispensables hondas transformaciones políticas y estructurales, y que ellas sólo pueden realizarse por un gobierno democrático verdaderamente popular.

La reiterada impotencia de los tecnócratas y militares reformistas para aplicar sus planes, especialmente su vergonzosa capitulación ante los terratenientes y la gran burguesía en el intento de la llamada “transformación agraria” en 1976; la consiguiente aceleración del proceso de fascistización que venía avanzando desde 1972, en una combinación inestable con proyecto reformistas y populistas; y la frustración de las masas ante los reiterados fraudes electorales, principalmente el del 20 de febrero de 1977, en sus intentos de alcanzar el poder utilizando las elecciones, desplazaron el centro de la lucha política hacia el terreno ilegal y para las masas activas y avanzadas, la vía para alcanzar el poder quedó vinculada a la lucha armada.

Aunque podían, y aún pueden, ser aprovechados muchos espacios legales todavía abiertos y otros que lograran abrirse, incluyendo las elecciones mismas, la lucha política, como lucha por la instauración de un poder democrático que transforme al país, quedó situada en las arena ilegal e insurreccional para grandes masas del pueblo, desde el 20 de febrero de 1977. La combativa lucha de la semana siguiente tuvo ya en su base esta convicción de las masas.

El que aquella lucha de la semana siguiente al 20 de febrero no haya podido conducirse más allá del contragolpe enemigo del día 28 y el que la UNO se demostrara incapaz de continuar encabezando la lucha, fueron motivo indudable de frustración para las masas políticamente más activas y combativas. Esto, y el hecho de que nuestro Partido no haya realizado prontamente los cambios tácticos que la situación exigía, produjo un vacío de jefatura política, que otros comenzaron a llenar: primero fue la Arquidiócesis de la Iglesia Católica y, luego, gradualmente, también las organizaciones izquierdistas.

A pesar de que el documento aprobado por la CP en abril de 1977 registró este desplazamiento de la lucha política al terreno ilegal e insurreccional y trazó para nuestro Partido la tarea de organizar el viraje correspondiente, ello no ha sido realizado y ésta es la causa fundamental de la marginación que ha venido sufriendo durante los últimos años.

El Partido afronta hoy el peligro de ser marginado del todo y reducido al papel de un simple grupo propagandístico, dejando de ser el factor político real y crecientemente en el proceso histórico del país, que vino siendo hasta el 28 febrero de 1977.

Las causas que impidieron al Partido realizar el viraje señalado en el documento de abril, son de diversa índole, pero principalmente radican en la propia Comisión Política y el Secretariado del Comité Central. Son causas ideológicas, políticas y orgánicas, que implican responsabilidad colectiva e individual de la Dirección.

III. CAUSAS IDEOLÓGICAS.
1. El prolongado ejercicio unilateral de las formas legales de la lucha política fue una condición favorable para la perduración y fomento de ciertas manifestaciones desviacionistas de derecha, como, por ejemplo, posiciones de tipo economista o reformista, la falta de interés en las tareas de la construcción de nuestra fuerza armada, el abandono a la espontaneidad del trabajo de penetración en la clase obrera y en las masas del campo, la negligencia para estudiar los problemas de la insurrección, la resistencia franca, o no, a la combinación de la lucha política y la lucha armada, ciertas manifestaciones individuales de liberalismo en la conducta personal y de insensibilidad ante la apremiante necesidad de impulsar la lucha.
2. Apego a viejas concepciones erróneas acerca del carácter de la revolución democrática, separada de la revolución socialista, e ilusiones respecto de una vía evolutiva, incluso pacífica, hacia dicha revolución en nuestro país. Estas ilusiones, aunque nunca fueron teorizadas o adoptadas como línea en ningún documento partidario oficial estaban a la base de enfoques y decisiones políticas importantes adoptadas por la Dirección durante algunos años. Las contradicciones entre reformistas y conservadores en el gobierno y el Ejército, en nuestro país, entre 1967-1977, y las experiencias de varios procesos reformistas antiimperialistas en distintos países latinoamericanos, algunos de ellos encabezados por los militares progresistas (Perú, Panamá, Bolivia, Honduras), el acceso de la UP al gobierno de Chile por vía electoral, junto con el viraje más o menos general de la Iglesia Católica Latinoamericana hacia posiciones progresistas, fueron factores que, unidos a nuestra debilidad teórica y a la influencia de viejas concepciones erróneas en un tiempo predominantes en el MCI (“vía no capitalista de desarrollo”, revolución democrática y revolución socialista como dos revoluciones: separadas, énfasis en vía pacífica, etc.), cooperaron fuertemente en la configuración de nuestras concepciones confusas acerca del carácter y las vías de la revolución en nuestro país.

Las tendencias desviacionistas y las concepciones derechistas han comenzado a ser superadas en el proceso de elaboración y discusión de los documentos para el VII Congreso del Partido, pero aún existen y tienen raíces.

Por lo que se refiere a la militancia del Partido y la JC, debe tenerse en cuenta que en su gran mayoría (más del 89%), ingresaron a nuestras filas durante el período de lucha política legal que terminó el 28 de febrero de 1977 y, además, ha sido muy deficiente el trabajo realizado para educarlos y asimilarlos. Esto ha contribuido a dificultar el viraje acordado en abril de 1977 y ha cooperado en mantener vivas las expresiones desviacionistas de derecha en la Dirección del P., en la medida en que ésta no ha sido objeto de crítica por parte de la base, a pesar de que durante los últimos años se ha enriquecido la democracia interna del Partido y multiplicando los canales de comunicación entre base y dirección.

Así, pues, las tendencias desviacionistas de derecha no sólo afectan a la dirección, sino también al conjunto de la membresía y la corrección de las mismas exige la realización de una campaña ideológica interna, que parta de este reconocimiento auto-crítico de sus errores por la dirección del Partido.

IV. CAUSAS POLÍTICAS.
1. La dirección del Partido no comprendió en toda su importancia la necesidad de sustituir con agilidad el liderazgo de la UNO, cuando ésta abandonó su papel en la conducción de las masas promovidas mediante la compaña electoral y la lucha de la semana siguiente en defensa de la voluntad popular.

El documento de abril planteó este problema con claridad, así:
“Durante la campaña electoral y después de las elecciones, hasta el 27 de febrero, la jefatura del movimiento popular la tuvo en sus manos la UNO. Desde entonces se ha producido un vacío de jefatura. ¿Podrá y querrá la UNO asumir de nuevo la jefatura?; y si ello no fuera así, ¿Qué organización y cómo ha de llenar este vacío?: ¿Cuál será en el futuro el papel de la UNO? Tal es uno de los principales problemas a resolver…”

Sin embargo, las interrogantes planteadas con tanta claridad no encontraron una respuesta, ni en el documento de abril mismo, ni en las decisiones de la CP en el tiempo siguiente. A finales de 1977 la CP se planteó este problema de nuevo, pero no a partir de la necesidad de reemplazar el liderazgo de la UNO, sino a partir de las necesidad de dar a la actividad de masas de nuestro Partido una mayor coordinación, concentración y presencia, que le permitiera emular con otras organizaciones de masas dirigidas por los izquierdistas. Resolvió entonces reunir en nuestro frente político legal a los distintos frentes de masas que el partido y la JC dirigen.

Esta decisión adoleció de dos defectos, que, en definitiva, la volvieron casi inoperante:

a) Insistía en la promoción de la lucha política principalmente en el terreno legal, en un momento en que se había desplazado objetivamente a la arena ilegal.
b) Estaba en contradicción con la naturaleza no partidista de las principales organizaciones de masas influidas o dirigidas por el Partido, lo cual impedía su incorporación y dificultaba que el esquema acordado tomara, en la práctica, la envergadura necesaria.

Mientras tanto, el tiempo había transcurrido y el vacío de liderazgo político se había llenado parcial y pluralmente.

Aunque las organizaciones izquierdistas y la iglesia, han realizado brillantes y valientes actuaciones anti-fascistas y han mantenido en alto la moral combativa y la voluntad de resistencia de grandes masas, al mismo tiempo congestionaron a éstas de contradicciones ideológico-políticas y sectarismo, obstruyendo la posibilidad de concentrar sus energías combativas y dirigir su punta contra el enemigo principal.

Estas organizaciones y la iglesia, tomadas en conjunto, han logrado promover a la acción únicamente a una parte de las masas que marcharon tras la conducción de la UNO. Otra parte de ellas, se ha marginado de la acción, conservan un pensamiento opuesto al régimen pero prefieren no actuar, por confusión ante la división y la lucha virulenta entre las distintas fracciones del movimiento popular, por temor ante la represión, o por una mezcla de ambos factores.

Por otra parte, la fortaleza orgánica y la capacidad de convocatoria de algunas de dicha organizaciones izquierdistas han sufrido una mengua notable, como consecuencia de la represión y de sus propios errores de aventurismo.

2. Los factores que influyen para que la CP incurriera en esta omisión tan dañina al elaborar la táctica del Partido después del 28 de febrero de 1977, están relacionados, en su esencia, con los problemas ideológicos y orgánicos que se menciona en otro lugar de este documento, pero en lo inmediato, este error fue consecuencia de no haber existido acciones insurreccionales de la semana siguiente a las elecciones, más allá del desalojo de la Plaza Libertad, aunque era evidente el deseo de combatir que existía entre las masas y nosotros mismos.

Si hubiéramos estado preparados para llevar más lejos aquella gran batalla popular, su propio desenvolvimiento nos habría conducido, inevitablemente, a resolver en la práctica la cuestión del papel de la UNO, en la nueva fase de desarrollo de la lucha de clases que había quedado inaugurada en nuestro país.

3. El que no hayamos podido conducir la lucha más lejos de la frontera del 28 de febrero, tiene sus raíces en los aliados, problemas ideológicos y otros de tipo orgánico que se mencionan adelante, pero también en la división de la izquierda y el activo boicot contra nuestro Partido desarrollado por las organizaciones izquierdistas; y no sólo con su propaganda contra la participación en las elecciones, que hizo vacilar o neutralizar a importantes masas trabajadoras, sino también, con su boicot directo contra nuestra táctica cuando se había pasado a la lucha por hacer respetar la voluntad popular, burdamente negada por el fraude.

La preparación para llevar más lejos aquella gran batalla popular exigía, entre otras cosas, un acuerdo con las demás organizaciones de izquierda, nosotros estábamos conscientes de esta necesidad y buscamos tal entendimiento desde noviembre de 1976, pero fuimos rechazados.

V. CAUSAS ORGANICAS

La no realización del viraje acordado en abril de 1977 tiene también causas orgánicas que, ante todo, radican en la dirección del Partido. Tales causas son las siguientes:

a) Incumplimiento de sus funciones fundamentales por el Secretariado del CC y, principalmente, por el Sub-Secretario General.
b) Debilitamiento acentuado de la capacidad de la CP y el Secretariado del P y del CE de la JC, en los meses de mayo a agosto de 1977, por la salida del país de un número crecido de sus miembros a cumplir tareas internacionales, en la promoción de la solidaridad con nuestra lucha. Salieron en ese período los Secretarios Generales del CC del Partido y del CC de la JC, el Sub-Secretario General del CC del Partido, dos miembros de la CP y un miembro del CE de la JC.
c) Ausencia de un plan concreto de trabajo para llevar a la práctica las medidas acordadas en abril de 1977 y, sobre todo, ausencia de un control sistemático del cumplimiento de dichas medidas. La CP y el Secretariado, en conjunto, mostraron poca o ninguna energías y entusiasmo respecto a la promoción de esas medidas.
d) El incumplimiento de sus funciones por el Secretariado, el Sub-Secretario General y otros secretarios, los acentuados desniveles que hay en la CP en cuanto a la formación teórica, la capacidad política y de trabajo de sus miembros, junto con ciertas formas incorrectas de realizar algunas discusiones por parte del Secretariado General, afectaron la práctica de la dirección colectiva, y, con ello, la eficiencia y sabiduría de la dirección del Partido.
e) El fuerte deterioro numérico y de calidad sufrido por el CC electo por el VI Congreso, lo convirtió en un organismo casi estéril, lo incapacitó para ejercer un papel dirigente real y para permitir dentro de sus marcos una más racional distribución del trabajo, la renovación de la CP y sus demás órganos. Esto afectó también a la dirección colectiva y su capacidad política.

VI. LA CORRECION

La salida de la situación de relativo inmovilismo a que llevaron al Partido durante los dos últimos años las deficiencias, errores y desviaciones ideológicas de la dirección, está vinculada a la realización del viraje previsto por el documento de abril de 1977. Las condiciones no son exactamente las mismas que entonces y las formas concretas de ese viraje, las medidas y formas orgánicas a realizar diferirán también de las que aquel documento trazó, pero su esencia sigue siendo la misma y podemos, incluso, utilizar las mismas formulaciones empleadas por aquel documento, transcritas atrás.

Sobre la base de los esfuerzos por llevar al Partido y a la JC a cumplir esta orientación, y en el curso de estos esfuerzos práctico , tendremos que realizar una campaña interna de rectificación ideológica para derrotar y erradicar las tendencias desviacionistas de derecha y armar nuestras filas contra el peligro de incurrir en la desviación izquierdista; tendremos que superar nuestras deficiencias orgánicas – comenzando por las de la misma dirección-, elevar la disciplina, el espíritu de sacrificio, la entrega a la lucha y la combatividad de nuestra militancia y, así, imprimir a nuestro Partido los rasgos de un firme destacamento revolucionario en combate.

En términos inmediatos, la puesta en marcha del Partido y la J hacia el rumbo trazado exige resolver de un modo práctico, entre otros, los 5 problemas siguientes:
1. Asegurar un financiamiento suficiente y adecuado a las necesidades de nuestra lucha y desarrollo en todos los frentes.
2. Asegurar una propaganda escrita masiva, variada y oportuna, con una forma atractiva y un contenido certero revolucionario.
3. Imprimir un ritmo mayor a la construcción de nuestra F.A. y resolver bien el problema de sus relaciones orgánicas con el P y la J.
4. Crear los mecanismos orgánicos que nos permitan llegar al conjunto del P y la J a realizar una ágil, combativa y constante agitación y movilización de masas.
5. Trazar y llevar a la práctica las orientaciones concretas para comenzar nosotros a combinar la L.P. y la L.A.

Al mismo tiempo que ponemos en marcha las medidas adecuadas para resolver bien los 5 problemas anteriores, debemos trazar e iniciar la aplicación práctica conforme a planes, de las orientaciones que nos permitan:

• Penetrar rápidamente al corazón de la clase obrera.
• Sacar del estancamiento nuestros trabajo en el campo
• Comenzar a coordinar el movimiento obrero y al movimiento de las masas del campo
• Avanzar pasos concretos y sólidos en el terreno de la unidad de la izquierda, que abran a la unidad de acción.

El VII Congreso nos dará una línea general correcta y desarrollada, unos Estatutos aptos para desarrollar y modernizar nuestro Partido y un nuevo CC formado por el núcleo de nuestros mejores y más probados cuadros. En esta base y con estos instrumentos, podremos encarar a fondo los problemas que nos atan y, si ponemos en ello el empeño, la energía y decisión necesarios, resolveremos esos problemas en un plazo no muy largo.

Llegamos a nuestro Congreso en un momento en que nuestro Partido y J., han comenzado a vencer la inmovilidad de dos años y, aunque de un modo todavía disparado, se enfrascan y comprometen en la promoción y conducción de las masas trabajadoras al combate. Hemos cosechado ya los primero éxitos.

Esta es una buena manera de encaminarnos al encuentro de las complejas y difíciles tareas del necesario viraje que debemos realizar.

Compañeros:

Lo primero que debemos hacer ante nuestras dificultades, es comprender, con la mayor exactitud, cual es su lugar en el proceso de nuestra lucha, es decir, cuando aparecieron y en relación con cuáles condiciones y sucesos, cuál fue la fase anterior de nuestra actividad. Así es como podemos colocarnos en el camino correcto, encontrar las causas inmediatas y las raíces más profundas de nuestras dificultades, conocer su magnitud real y elaborar las medidas eficaces para superarlas, con ayuda de los instrumentos de nuestra teoría y del método insustituible de la crítica y la autocrítica.

Si nos limitamos a hacer el inventario de nuestra dificultades y desgracias, la lista de nuestros rasgos negativos actuales, a condenarlos y lamentarlos, reduciendo a un contenido puramente moral el ejercicio de la crítica y la autocrítica, únicamente lograríamos preocuparnos más, pero no encontraríamos las condiciones y causas de donde emanan nuestros problemas y no podríamos encontrar la ruta que conduce a resolverlos. Así, terminaríamos ofuscándonos, perdiendo la perspectiva y la capacidad de discernir nuestros pasos próximos, cometeríamos de seguro otros errores y empeoraríamos nuestra situación.

Con toda seguridad, como lo enseña la experiencia negativa de otros Partidos y organizaciones revolucionarias, semejante actitud ante nuestros problemas terminaría rompiendo la unidad de nuestras filas y orillándonos por mucho tiempo, o hasta por siempre, del torrente de lucha por la revolución y el socialismo.

Hay ahora compañeros que, llevados de su preocupación, siguen más este segundo camino que el primero al encararse ante la realidad de nuestros problemas y, así por ejemplo, los absolutizan, se refieren a los rasgos negativos de hoy como si ellos lo fueran todo, lo abarcaran todo y, lo que es peor, como si tales rasgos negativos hubieran existido siempre en nuestro Partido pero sólo hoy los estamos descubriendo.

Compañeros: En 1964 también fue colocado nuestro Partido ante la necesidad de realizar un viraje, por la realidad de los giros en la situación económico-social y sus consiguientes impactos en la lucha política y en los demás terrenos de la lucha de clases. Entonces la vida nos convocaba a desplazar la lucha del Partido en la arena legal, que era hacia donde había pasado a situarse el centro de la lucha política. También entonces fue difícil para nosotros y tardamos dos años en realizar el viraje. Cuando lo hicimos nos trajo desgarraduras.

En aquella ocasión, nuestro retraso benefició a la democracia cristiana, hoy nuestro retraso ha beneficiado a los izquierdistas que siguen condenando nuestra participación en las elecciones, pero se cuidan de no señalar que es, precisamente, de allí de donde han obtenido ellos las favorables condiciones para desarrollarse. Sus errores de voluntarismo y sectarismo los están colocando hoy ante el peligro de perder la influencia que así ganaron. Una parte de ellos comienza a entenderlo y a corregir sus pasos. ¡Bueno para ellos y bueno para todo el movimiento revolucionario!.

Nos toca a nosotros el turno de corregir y debemos reconocer que quizá fue más fácil hacerlo cuando el competidor era la Democracia Cristiana que lo será hoy, cuando el competidor son los izquierdistas.

En 1963-64 nuestra preocupación y discusión interna giraban en torno de nuestros pecados izquierdistas, y no fuimos suficientemente profundos en su examen y corrección que dio base a los errores derechistas del período siguiente y absorbidos en aquella discusión no vimos que en ese mismo momento estaban ocurriendo los cambios en la situación que obligarían pronto a un viraje general, para el cual no nos preparamos.

Ahora, debemos cuidar mucho de que no vaya a ocurrirnos algo parecido porque también estamos ante el peligro de incurrir en errores de izquierdismo al corregir las desviaciones de derecha. Otra similitud con la encrucijada de hace 15 años, aunque no sean en su esencia lo mismo, consiste en que también hoy estamos en un momento en el que pueden venir pronto algunos cambios importantes en la situación política, como resultado de la maniobra aperturista en que se encuentran empeñadas un sector de la gran burguesía, ciertos agrupamiento en los escalones militares y civiles del Estado, el Partido Demócrata Cristiano y, aunque con vacilaciones también, el Arzobispado, todo ello con el respaldo activo y cada vez más enérgico, del gobierno de Carter.

De las posibilidades reales y límites de esa maniobra hablaremos adelante. Lo que aquí queremos consignar es que sería un error que nosotros cerráramos los ojos ante ella y no nos preparáramos para actuar como corresponde.

Así de complejas son las condiciones y las dificultades en que debemos realizar nuestro viraje. La primera y más decisiva condición para que salgamos airosos es que nos enfrentemos a este reto firmemente unidos y resueltos.

VI.

Compañeros:

Durante los nueve años trascurridos desde nuestro VI Congreso, ha experimentado extraordinario desarrollo el movimiento revolucionario de nuestro país. El PCS ha hecho una considerable aportación a este desarrollo.

Todas las organizaciones revolucionarias, el PCS incluido, hemos fortalecido y ramificado los vínculos con las masas, hemos crecido orgánicamente y también hemos profundizado nuestros conocimientos de la realidad del país y de las características y regularidades de la lucha de clases; hemos debido modificar, unos más consecuentemente que otros, nuestras concepciones, corregir errores, mejorar nuestras relaciones, bajo el impacto de la viva experiencia propia, a veces muy negativa y dolorosa, bajo la influencia de nuestra mutua lucha ideológica y de las riquísimas enseñanzas de la formidable experiencia internacional de estos años.

Con el objeto de situarnos con los pies firmemente en la tierra, de no perder en ningún instante la perspectiva y de comprender a fondo el momento que vivimos, las posibilidades revolucionarias que encierra, es necesario que hagamos una evaluación en conjunto del trabajo, los avances y aportaciones de nuestro Partido durante estos nueve años. Es necesario que analicemos el terreno en que surgieron y se desarrollaron las demás organizaciones revolucionarias, la evolución de su línea y las posibilidades reales de la marcha hacia la unidad, en provecho de la revolución.

Es indispensable, asimismo, que analicemos la situación y la probable evolución de la política del gobierno, de las clases dominantes y del imperialismo en el futuro próximo.

Es necesario que nos situemos en el marco internacional de hoy, especialmente en la situación centroamericana, y analicemos su evolución probable.

En este apartado del informe, haremos la evaluación de conjunto del trabajo del Partido en este período y examinaremos las raíces y evolución de las demás organizaciones revolucionarias. Los dos apartados siguientes están dedicados al examen de la probable evolución de la política de las fuerzas dominantes en nuestro país, y de la situación centroamericana.

Otros apartados del Informe del Comité Central, que se conocerán después de este, están dedicados a informar y evaluar nuestro trabajo específicamente en cada uno de sus frentes de masas o internos. Aquí procuraremos presentar y evaluar en su conjunto el trabajo del Partido.

Esto es tanto más necesario hoy, que hemos sometido a crítica y autocrítica nuestra conducta en los dos últimos años y hemos puesto en la picota con la mayor honradez de que somos capaces, nuestros defectos, debilidades y errores. En momentos así, con una membresía de militancia tan reciente, se corre el riesgo de que ese lado de la realidad se absolutice, se apaguen ante nuestros ojos los méritos y, en definitiva, no sepamos en qué apoyarnos para salir adelante.

He aquí inventario de la obra del Partido desde 1970:

a) Nos proveímos de un nuevo instrumento político legal y dimos una determinante contribución a la constitución de la UNO, a la elaboración de su Programa, a la orientación de sus luchas y realizamos una intensa, organizada y decisiva participación en sus grandes campañas.
b) Organizamos ATACES (Asociación de Trabajadores Agrícola y Campesinos de El Salvador), mejorando nuestro trabajo de masas y la construcción partidaria en el campo.
c) Creamos nuestro periódico de masas, elevamos su circulación y le ganamos prestigio en lo nacional e internacional.
d) Emprendimos la lucha contra el economismo y el burocratismo en el frente sindical, lo cual nos obligó, incluso, a renovar totalmente el equipo de nuestros cuadros. Ahora poseemos un equipo joven que, aunque falto todavía de experiencia, muestra dinamismo, combatividad, claridad política, magníficas perspectivas para el desarrollo de su calidad y se ha ganado considerable prestigio.

La creación de la Confederación Unitaria Sindical (CUS), como un paso hacia la Central Única, fue lograda a fines de 1977 por este nuevo equipo de cuadros.

Este objetivo había sido trazado desde 1966, cuando se fundó la FUSS, pero había sido abandonado de hecho durante años bajo el predominio de los economistas y burócratas que, en realidad, daban la espalda a las directrices que en ese sentido les impartía reiteradamente la Comisión Política.

La Comisión Política se vio obligada a enviar a dos de sus propios miembros a ese frente, para sacar adelante la orientación trazada. Ellos fueron los compañeros Antonio y Rodrigo. Rodrigo fue absorbido por el economismo y el oportunismo personal; fue necesario sacarlo de la CP y del CC y, finalmente, salió de las filas del Partido. Antonio- seudónimo de Rafael Aguiñada Carranza- luchó firme y abnegadamente por aplicar la orientación del Partido, especialmente se empeñó en la lucha por crear la Confederación Unitaria y avanzar en la unidad más amplia del movimiento sindical. Enfrentándose a toda clase de dificultades con entereza comunista, el “Chele” conquistó un gran prestigio y logró empujar hacia delante un trecho decisivo al carro de la unidad. Hinchando la rabia ante este avance, el enemigo lo asesinó cobardemente. Fue uno de los primeros crímenes de los fascistas contra el movimiento obrero.

Hace pocas semanas, en medio del fragor de la lucha obrera de la gran jornada de febrero y marzo, nuestros esfuerzos por alcanzar la unificación del movimiento sindical han logra un nuevo y largo paso de avance, con la formación del Comité Coordinador Provisional, que abarca alrededor del 75% del movimiento sindical.

El contenido político de los acuerdos de unidad de acción, que constituyen el pacto que originó este Comité Coordinador Provisional, están correctamente orientados y ayudará a elevar mucho más el papel de la clase obrera en el conjunto del movimiento popular y democrático.

Se han sentado premisas concretas para una rápida y ramificada construcción de nuestro Partido y Juventud Comunista (JC) en la clase obrera.

Dependerá de nuestro trabajo futuro la materialización de tan buenas posibilidades.

e) Hemos desarrollado un trabajo cada vez mejor en el frente Magisterial.

El pequeño grupo de 7 ó 9 maestros comunistas con que contábamos en 1970 lo perdimos casi todo cuando la fracción izquierdista se fue de nuestras filas. Unos se fueron ganados por la fracción, la mayoría se marginó de la lucha, presas de las dudas y la confusión. Ahora contamos entre nosotros con algunas decenas de maestros comunistas en varios Departamentos del país. Hay también maestros en las filas de la JC. Fue constituida hace algunos años la Comisión Magisterial Nacional del Partido, por cuya consolidación ha trabajado la Dirección. Bajo la conducción de esta Comisión ha venido aumentando notablemente nuestra influencia en ANDES, donde nuestros camaradas han debido librar una larga, valiente y brillante lucha ideológica con las posiciones izquierdistas hegemónicas en el cuerpo directivo de dicha organización y, al mismo tiempo, han impulsado la unidad de acción, que ha empezado a abrirse paso.

Se han sentado bases para un mayor crecimiento del Partido y la JC entre la masa magisterial y nuestros cuadros, aunque de reciente militancia en su mayoría, muestran cualidades para desarrollarse.

f) Nuestra lucha por la reapertura de la Universidad y la reorganización del movimiento estudiantil y docente, después de la intervención militar de la misma en julio de 1972, nos permitió reconstruir la organización comunista y su frente abierto, elevar mucho nuestro prestigio y ganar la confianza de las masas, que pusieron casi exclusivamente en nuestras manos la dirección de aquella gran jornada.

Así nos recuperamos del profundo daño que los izquierdistas nos causaron en la Universidad.

Es cierto que después los izquierdistas, apoyándose en las características sociales de la masa estudiantil, en permanente renovación, lograron una posición hegemónica en la AGEUS, a costa de sacrificar la real existencia de ésta, y en otras asociaciones estudiantiles. Pero nuestro trabajo allí, pese a sus deficiencias, ha podido persistir y hundir raíces, como ha podido verse durante los últimos tiempos.

El prestigio del Partido entre los docentes y autoridades de la Universidad se ha elevado en estos meses. Hemos desempeñado y estamos desempeñando un papel influyente en la orientación del nuevo proceso universitario.

g) Un avance de gran significación y trascendencia para toda nuestra lucha fue la constitución de la Juventud Comunista en julio de 1973.

La JC puede considerarse ya una organización consolidada; su aporte a las luchas de todos estos años, ha sido inapreciable tanto por su volumen, como por la innovación en los métodos y formas, su agilidad y variedad.
Uno de los méritos de la JC es que abrió el trabajo comunista en el frente del arte y la cultura, que, de hecho, sólo había existido de manera fugaz y raquítica a lo largo de la historia del PCS.

La JC se esfuerza por desarrollarse entre la juventud obrera y trabajadora en general.

En las filas de la JC se ha originado un núcleo de cuadros talentosos y capaces, fieles al marxismo-leninismo, con una clara posición partidista, que hacen una importante contribución al desarrollo de todo nuestro movimiento.

h) En 1973 sometimos a un profundo estudio los problemas orgánicos que entorpecían el desarrollo del Partido y, como fruto de ello, emprendimos la rectificación a todos los niveles de nuestra organización. Apoyándonos en los logros de esa rectificación, siguiendo las orientaciones que trazó, logramos un importante crecimiento y cambiar sustancialmente la composición social de nuestras filas: en nuestra membresía pasó a predominar el origen proletario, los militantes que proceden de las capas medias vienen mayoritariamente del sector asalariado, se redujo radicalmente la cuota de los que proceden de la pequeña burguesía propiamente tal. La organización del Partido se extendió a 13 de los 14 Departamentos del país, duplicando así el área que abarca nuestro trabajo.

i) Hemos logrado un progreso importante en la construcción de nuestra fuerza armada, a pesar de que no se puso en ello todo el empeño que era debido. La calidad y seriedad que tiene hoy este trabajo, sienta bases sólidas para un desarrollo de más celeridad en el futuro inmediato.

j) Hemos logrado un extraordinario desarrollo multifacético de nuestra línea general, superando viejas concepciones erróneas y superficiales que nuestro Partido arrastró por décadas; y hemos hecho un esfuerzo sistemático por incorporar a todo el Partido y la JC al proceso de elaboración de la línea general y también de la táctica en cada momento. Poco a poco, como consecuencia de este esfuerzo, ha venido creciendo el número de cuadro que dominan los problemas de nuestra línea, que los estudian y aportan a su desarrollo.

Este Congreso aprobará el extenso documento “Fundamentos y Tesis de la Línea General del PCS”, en el cual se recoge el esfuerzo de todos estos años en pro del desarrollo de la estrategia y la táctica del Partido, del dominio de la teoría marxista-leninista de la revolución y su aplicación a las condiciones de nuestro país; el documento sintetiza también la propia experiencia de nuestro Partido.
En la discusión de este documento participó todo el Partido y la JC desde el mes de junio de 1978 y su aprobación por el Congreso nos dará una poderosa herramienta y una guía clara que facilitará nuestra marcha, nos permitirá asimilar mejor y más pronto a los nuevos militantes y promover el surgimiento de nuevos cuadro, en mayor número.

Es justo reconocer que el ataque constante que hemos recibido de parte de las organizaciones izquierdistas durante estos nueve años y nuestra larga polémica con ellos, fueron un acicate que nos obligó a empeñarnos en el desarrollo de nuestra línea, nos ayudó a superar algunas de nuestras concepciones equivocadas, superficiales y absolutas. La seriedad y fertilidad de este trabajo ha sido sin duda uno de los factores que más ha contribuido a mantener la cohesión del Partido y la JC.

Uno de los logros del desarrollo de nuestra línea, llamado a marcar una huella imborrable en el proceso de la lucha por la revolución en nuestro país, es la consigna de “la unidad de la izquierda” que lanzamos formalmente desde septiembre de 1976, consigna que dio pie a la elaboración de una política encaminada a ese objetivo, que ha sido recogida en el mencionado documento que se aprobará aquí.

Podemos informar al Congreso que la línea de la unidad de la izquierda ha comenzado a obtener éxito y lograr los primero frutos. Vemos hoy con optimismo esta perspectiva, sin dejar de reconocer sus tremendas dificultades.

k) Durante estos nueve años hemos logrado desarrollar mucho las relaciones y elevar el prestigio internacional de nuestro Partido. Esto ha jugado un papel decisivo para nuestra comprensión y aprovechamiento de la experiencia de otros Partidos, movimientos y luchas, ha despejado en muchos aspectos nuestro pensamiento, nos ha inculcado más profundamente las convicciones y el espíritu internacionalistas, nuestra fe en el socialismo y ha contribuido a promover la solidaridad mundial con la lucha de nuestro pueblo.

El PCS, fundado en marzo de 1930, cumplirá cincuenta años de vida el año próximo. A lo largo de su dilatada existencia, nuestro Partido ha hecho una gran contribución a la causa del proletariado y del pueblo salvadoreño en general.

Durante cuarenta años de sus cuarenta y nueve años de edad, el PCS fue un combatiente revolucionario solitario que empuñaba la bandera comunista del socialismo y la mantuvo en alto flameando, contra las adversidades, muchas veces sangrientas.

Los izquierdistas que nos atacan, encuentran en la edad del Partido uno de los argumentos que consideran más contundentes para “demostrar” la supuesta superioridad de sus organizaciones, que cuentan con menos de diez años de vida.

Nosotros debemos reflexionar con seriedad sobre esta cuestión, para conocer mejor los problemas de nuestro desarrollo y también para comprender más a fondo las características del desarrollo de la lucha política en nuestro país.

La primera pregunta que surge para la reflexión es esta:
¿Por qué no aparecieron mucho antes esas organizaciones izquierdistas, en cualquier momento entre los años 30 y los años 50 ó 60?.

Sus propagandistas suelen responder que antes el PCS era revolucionario y su influencia abarcaba todos los sectores del movimiento popular, monopolizaba-por decirlo así- el espacio para la…el PCS –según ellos- se volvió “revisionista”, lo cual hizo necesario el aparecimiento de otras organizaciones “genuinamente” revolucionarias.

Nosotros no pretendemos eludir, ni siquiera minimizar nuestros errores; los reconocemos y asumimos frente a ellos una posición auto-crítica, incluso, pensamos que algunos de nuestros errores y enfermedades ideológicas jugaron un papel que favoreció, en efecto, el surgimiento de las organizaciones izquierdistas. Pero consideramos que ello no basta para responder satisfactoriamente a la pregunta que hemos planteado, porque no es cierto que durante 40 años haya sido nuestro Partido la organización con el grado de desarrollo necesario para “monopolizar” todo el espacio disponible.
Al contrario, después de la destructiva derrota que el PCS sufrió a manos de la rabiosa contrarrevolución en 1932 y la represión de los años siguientes, fue reducido a un estado de prolongada debilidad, cercado por la persecución y el anticomunismo, ampliamente difundido. Más que la influencia de los comunistas, llenaba el espacio la influencia de los anticomunistas, la desorganización de las masas, su atraso político, su temor a la represión anticomunista.

El PCS, sin embargo, asumió una participación activa en todas las luchas y momentos cruciales de la historia nacional durante esas décadas, incluso ejerció influencia en el curso y el desenlace de los más importantes acontecimientos. Poco a poco, nuestro Partido logró romper el cerco de la venenosa campaña de calumnias que buscaba asfixiarlo y llevar las ideas progresistas y revolucionarias a sectores del proletariado, de la intelectualidad y del resto del pueblo. El PCS no abarcaba todo el espacio, se abrió paso, se abrió poco a poco un espacio y con ello lo abrió también para todos los matices y corrientes de la izquierda.

Estas corrientes, empero, no podían tampoco surgir sólo por que contaran con espacio. Era necesario que tuvieran un fundamento social, material, y este era sumamente estrecho durante decenios.

Sólo cuando se desplegó más el desarrollo del capitalismo dependiente y sus contradicciones, más exactamente, cuando éste entró en la tercera etapa de su desarrollo como formación económico-social, con la puesta en marcha de la industrialización, es que surgieron y se extendieron las bases sociales clasistas, que hicieron posible el surgimiento de las organizaciones izquierdistas, como expresión de determinadas clases y capas de la sociedad salvadoreña.

La industrialización de los años 50-70, como proceso dominado económica y tecnológicamente por los monopolios imperialistas y sus esquemas neocolonialistas y la aceleración de la expansión del capitalismo en la agricultura, trajeron consigo grandes deformidades y desequilibrios en la evolución social, una de las cuales consiste en el brusco surgimiento y crecimiento acelerado de las capas marginales y de las capas medias urbanas modernas, a un ritmo muy superior al crecimiento del proletariado industrial. En particular, cabe destacar el espectacular crecimiento experimentado por la masa de estudiantes universitarios y docentes (de unos 3000 en 1960 a más de 30,000 en 1979), en su mayoría sin posibilidades de graduación, ni de empleo. La proletarización masiva de los campesinos originó angustiosas tensiones y la agudización de la lucha de clases en el campo, sobre todo después de la guerra con Honduras, que redujo notablemente la posibilidad de un alivio al problema campesino mediante la emigración hacia las tierras de aquel país.

Incluso, la clase obrera industrial, ensanchada considerablemente en los 25 años últimos, por su reciente formación y su incipiente experiencia en la lucha de clases, conserva todavía rasgos sicológicos e ideológicos pequeño-burgueses o campesinos.

Se formó, así, una amplia base social para el surgimiento de organizaciones políticas pequeño-burguesas y para la proliferación de las corrientes izquierdistas; todo lo cual, junto con su propia inmadurez y sus errores, afectó también en cierta medida al desarrollo del PCS.

Así, pues, ni el PCS ocupaba el espacio disponible para la izquierda, durante los años treinta a los cincuenta, ni pudo ocuparlo todo cuando ese espacio se ensanchó descomunalmente en los años sesenta y setenta.

Es sintomático y demostrativo de lo dicho que, cuando nuestro Partido adoptó entre 1961-63 una línea izquierdista, pequeño-burguesa, también creció rápidamente, de modo principal entre los mismos sectores de las capas medias y las capas marginales, pero muy poco entre la clase obrera.

Nosotros luchamos por construir el Partido del proletariado, como Partido obrero real y no sólo por definición ideológico-teórica. No es que creamos que las capas medias y otros sectores del pueblo no pueden llevar la revolución al Poder. De hecho, eso ha ocurrido en varios países. Pero la suerte de la revolución, su avance hacia el socialismo y la construcción de éste no estarán asegurados mientras no estén en las manos del proletariado y del Partido del proletariado, también esto ha sido demostrado por la experiencia internacional.

Nuestro Partido aunque es el único verdaderamente obrero en nuestro país, lleva retraso en el cumplimiento de esta tarea esencial de su propia construcción en el corazón del proletariado, en el seno de las masas principales de obreros de la industria y el proletariado agropecuario sobre todo. Un mayor desarrollo del PCS, el destacamento revolucionario más maduro en El Salvador, contribuiría mucho más y mejor a superar el sectarismo, el desviacionismo y otras debilidades que aquejan al movimiento popular y, en consecuencia, a acortar el trecho para la victoria.
El desarrollo del PCS es, pues, hoy más que nunca, una tarea revolucionaria esencial. Esta es la consigna más importante que debe salir de este Congreso para los comunistas.

El hecho de que las organizaciones izquierdistas hayan comenzado a vincularse con el movimiento obrero es cierto que acarrea a los sindicatos a errores de aventurismo y trae confusión ideológica, sectarismo y división a sus filas, pero también esta vinculación está llamada a ejercer influencia sobre los izquierdistas y ayuda a crear condiciones en sus organizaciones en contra del sectarismo, a favor de la unidad de la izquierda, y de la corrección de muchos de sus esquemas ideológicos y políticos, como ha comenzado a verse en la práctica. Por otra parte, significa para nosotros un saludable reto a la emulación, que debemos aceptar.

Como ya hemos dicho atrás, la entrada en su fase madura de la crisis estructural y del sistema político, la búsqueda de una salida hacia el capitalismo monopolista de Estado dependiente, en las condiciones del ascenso del movimiento revolucionario en nuestro país, trajo consigo un proceso de fascistización de la dictadura militar que soporta el pueblo salvadoreño desde diciembre de 1931.

La tendencia al fascismo empezó a asomar cabeza desde los primeros días del gobierno del Coronel Arturo Armando Molina, julio de 1972, aunque sólo se configuró con toda nitidez cuando sufrió su primera derrota la corriente reformista que también abrigaba en su seno ese gobierno (salida del gabinete de los tres ministros reformistas, en octubre de 1973) y cobró un fuerte impulso después de la derrota del Primer Distrito de Transformación Agraria (octubre de 1976), el fraude en las elecciones del 20 de febrero de 1977 y la llegada del General Romero a la Presidencia de la República (1º de julio de 1977).

El fascismo era la forma de la contrarrevolución que por aquellos años estaba a la ofensiva en América Latina, apoyado y fomentado por la CIA, ciertas trasnacionales yanquis, el Pentágono y el gobierno del Partido Republicano.

Nuestro Partido tuvo el mérito de ver este peligro desde sus inicios y lo denunció. También vio desde el principio las dificultades que la fascistización enfrentaría en nuestro país y alertó contra el error de considerar el fascismo como un peligro fatal, inexorable: llamó a combatirlo firmemente.

El Pleno del CC realizado en agosto de 1972, fue el primero en señalar el surgimiento del peligro fascista, apuntar sus contradicciones y dificultades. Aunque no teníamos todavía nociones claras acerca de la naturaleza, el contenido clasista, objetivos y función histórica concretos del fascismo en países como el nuestro, el documento aprobado por ese Pleno del CC hizo un trazo bastante acertado al respecto.

He aquí algunos fragmentos:

“Es necesario que tomemos la más clara conciencia de que el asalto a la Universidad forma parte de una escalada hacia el entronizamiento de una tiranía fascista, para lo cual existen planes que maneja la alta jefatura militar, que es la que en realidad toma las más importantes decisiones en el gobierno actual.”

“La tendencia hacia el fascismo surge de la desesperada situación de deterioro en que se ha visto colocado el tradicional régimen militar derechista, por sucesivos flujos de la lucha popular, que han sido cada vez más poderosos. La guerra contra Honduras, como sabemos, le permitió al régimen un alivio de la presión popular y le proporcionó el espejismo de una consolidación duradera, que pronto fue roto por un flujo todavía más potente, el de 1971 y comienzos de 1972. Este último empuje popular condujo a la división en el ejército y al alzamiento fallido del 25 de marzo. Así, el régimen militar derechista ha sentido estremecerse el suelo bajo sus pies y ha encarado el peligro cierto del desmoronamiento”.

“¿Cómo anticiparse a un nuevo auge de la lucha popular, que puede ser más desastroso e incluso mortal para el régimen? Esta es la interrogante que se abrió para la estrategia enemiga”.

“Tres posibles respuestas surgen ante ellos para atajar el peligro”:

a) Un programa reformista;
b) Un vasto plan represivo;
c) Una combinación de ambos: una mezcla de garrote y reformas”.

“Esta última parece ser la fórmula que ha sido adoptada. Su objetivo político central es disputarle las masas al movimiento que encabezan las fuerzas revolucionarias y demás fuerzas democráticas. El enemigo pretende ganarse a las masas sobornándolas con migajas y, al mismo tiempo, aplicar selectivamente la represión contra las fuerzas revolucionarias, sus aliados y demás sectores progresistas, para debilitarlos o destruir su capacidad de dirección y su eficiencia para organizar y orientar al pueblo.

“Una línea basada únicamente en la represión, aislaría todavía más al régimen y forzaría el paso a las formas superiores de la lucha popular. Por lo demás, de las reformas no puede prescindirse porque ellas han llegado a ser indispensables para la expansión del capitalismo.”

“El fascismo exalta el militarismo y trata de impregnar con los procedimientos militares todas las actividades de su partido político, haciendo de él una especie de destacamento de choque, al tiempo que eleva el papel de la policía y demás cuerpos represivos y aplica la “solución militar” a todo conflicto social; militarizando empresas en huelga, disolviendo “manu militari” concentración y manifestación, etc.”.

“Los fascistas cuidan de dar a sus actos – al menos al comienzo- una apariencia legal, ya sea forzando mañosamente la aplicación de las leyes existentes o dictando leyes apropiadas para sus fines y procedimientos”.

“Los fascistas se esfuerzan por convertir las organizaciones de masas, en especial los sindicatos, en dóciles apéndices del gobierno. Con ese fin, procuran destruir la influencia de los comunistas y de otras tendencias progresistas en los sindicatos y demás organizaciones de masas, procediendo a la persecución de tales elementos e incluso disolviendo aquellas organización en las que resulta muy difícil erradicar la influencia revolucionaria.

“Todo indica, pues, que no debemos subestimar ni en lo mínimo el peligro fascista. Sin embargo, no debemos tampoco sobre-estimarlo. No debemos partir de que ya se ha entronizado una tiranía fascista, sino que debemos ser realistas y entender que está en marcha el plan de fascistización, pero no ha logrado todavía entronizarse”.

“Una descuidada caracterización de este gobierno de una vez como tiranía fascista, podría hacernos perder la perspectiva de la lucha y llevarnos a exagerar el papel de la lucha clandestina en la actualidad, abandonar o debilitar el amplio trabajo abierto y llevar confusión y fatalismo a las masas”.

“Para no sobre-estimar el peligro del fascismo debemos tener en cuenta que su llegada no supera las contradicciones dentro de las clases dominantes, ni dentro del ejército y que, mucho menos, supera las contradicciones entre el pueblo y sus explotadores y opresores. La fascistización trae consigo, además, nuevas contradicciones. El mismo hecho de que intente combinar represión con reformas lleva en sí una contradicción: el recrudecimiento de la represión fortalece las tendencias conservadoras y debilita a los sectores y elementos reformistas dentro del gobierno, hace más superficiales las medidas que lleguen a aplicarse; y, al contrario, entre más consecuentes son las reformas, más necesita el gobierno la movilización y apoyo populares para defenderlas y consolidarlas contra la resistencia de los sectores recalcitrantes, lo cual entra en conflicto con las acciones represivas”.

“No debemos olvidar que el proceso de fascistización que se está intentando no ocurre en un país capitalista desarrollado, si no en un país dependiente en el que ha avanzado mucho la crisis de estructura y son muy agudos los problemas sociales. Esto tiende a dificultar la marcha de la fascistización, puesto que para superar los graves problemas económicos y sociales no bastan los parches de superficie y no es muy fácil ganar con ellos la simpatía de las masas”.

“Contamos con dos factores especialmente favorables para enfrentar el plan de fascistización”:
a) La muy difundida actitud opositora de las masas hacia este gobierno;
b) El adelantado trabajo de frente único en el terreno político”.

Hasta aquí, las citas del documento del Pleno del CC de agosto de 1972. Su extraordinaria previsión y acierto saltan a la vista casi a siete años de distancia.

En efecto, el proyecto fascista se encuentra hoy atascado. Continúan los fascistas en el timón del Estado, principalmente al mando de la Fuerza Armada, continúan causando sufrimientos y derramamiento de sangre del pueblo trabajador, pero sus esquemas económicos y sus pretensiones de configurar un Estado verticalista se encuentran en el atolladero.

Por otra parte, la gran ofensiva del fascismo de los años 71-76 en América Latina, encontró su tope y dio principio el debilitamiento, el cuarteamiento, y, en algunos casos –como el de Bolivia-incluso el derrumbe de los fascistas.

Las dificultades que enfrentan los fascistas salvadoreños son crecientes. Las principal es la heroica resistencia y la solidaridad internacional; pero también otras que son graves; las crisis económica se ha agudizado por causas no solamente económicas sino, principalmente, por la crisis política, que promueve la fuga masiva de capital y bloquea la inversión externa; el apoyo a los fascistas de parte de la burguesía ha dejado de ser unánime con el aparecimiento de un sector aperturista, que incluye señores del gran capital, la condena internacional contra este gobierno terrorista encabezado por el General Romero se ha mantenido y crece. Incluso, la Comisión de Derechos Humanos de la OEA elaboró un informe gravemente acusatorio contra el gobierno de Romero. El gobierno Carter, como parte de las necesidades de su política hacia la dictadura de Somoza y Centroamérica en general, ha retornado, a su pesar, a las presiones aperturistas sobre el gobierno salvadoreño y despliega maniobras con una parte de las fuerzas opositoras. Resurge el descontento y la actividad golpista en el Ejército. La Iglesia, pese al martirio a que ha sido sometida por los fascistas y de lo que estos han conseguido dividir sus filas, no se les pliega y se mantiene en lucha. Un nuevo auge de la lucha de masas ha comenzado a levantarse, motorizado por el creciente movimiento huelguístico de la clase obrera; la unidad del movimiento revolucionario, una vez hecha la aleccionadora experiencia de los dos últimos años, desde el 28 de febrero de 1977, ha comenzado a dibujarse como una posibilidad real en el horizonte.

El desplome, a fines del año pasado, del régimen policial impuesto por los fascistas a la Universidad, con el llamado Consejo de Administración Provisional (CAPUES) a la cabeza, fue la primera muestra práctica de que el esquema de éstos no marcha. La reconquista de la influencia fundamental en la conducción de la Universidad por las fuerzas democráticas, fue un revés para los fascistas.

La reciente derogatoria de la Ley de Defensa y Garantía del Orden Público, instrumento típicamente fascista de represión, fue otra muestra de que el régimen necesita urgentemente de una maniobra política para capear la tormenta que se levanta en su horizonte.

Como lo apuntamos atrás, ante esta situación en la que el proyecto fascista se atasca y el peligro de revolución crece, una parte de las clases dominantes prefiere buscar una salida de tipo “aperturista”, antes de arriesgarse a que el desgaste de la dictadura militar facilite un mayor avance revolucionario, que puede volverse irreversible.

Por otra parte, la dirección del PDC, con la cual ha mantenido contactos sistemáticos la Embajada de los Estados Unidos, en San Salvador y el propio Departamento de Estado, de un modo más frecuente desde mediados de 1977, percibió lo que empezaba a ocurrir y trazó un esquema orientado a favorecer el agrupamiento y toma de posición de los señores de la burguesía incluidos a favor de una maniobra aperturista. Una parte de los dirigentes del PDC veían en ello y creemos que quizá ven todavía- sólo una táctica que busca estimular y utilizarlas para obtener algunas concesiones, que faciliten la lucha del pueblo. Otra parte de ellos miraban en esos acercamientos a los capitalistas y miran hoy con mayor determinación, la posibilidad de que el PDC asuma el papel real de partido de la burguesía y se le abra, así, el acceso al gobierno. Una preocupación común a toda la dirigencia del PDC es el lamentable estado de desorganización casi total de su Partido y el angustioso deseo de sacarlo a flote de nuevo, como condición indispensable para la continuidad de su movimiento y su ideología en la escena política del país.

El proyecto de llevar al PDC al servicio de la burguesía y de la política de Carter, implica, desde luego, su ruptura con el Programa de la UNO y con la UNO misma; ya que estos son claros compromisos con el movimiento popular, opuesto al imperialismo y a la burguesía, opuesto sobre todo a la dictadura militar en fascistización.

Desde mediados de 1978, empezaron a realizarse los encuentros entre dirigentes democristianos y señores del gran capital. A fines del año se había configurado un grupo bastante definido de éstos, a favor del ensayo aperturista y a comienzos de 1979 el PDC logró atraer a la masa de esas conversaciones a una representación del Arzobispado de San Salvador.

Paralelamente, con esto, la democracia cristiana latinoamericana conquistaba una posición de gran peso con el triunfo de Herrara Ca|mpins en las elecciones presidenciales de Venezuela y así la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA), cuyo Presidente es José Napoleón Duarte, renovó sus negociaciones con el gobierno de Carter, en busca de un entendimiento similar al que existe entre éste y la Internacional Socialista, para la instalación de gobiernos alineados con la actual política de Washington. Sobre la naturaleza, objetivos, limitaciones de este entendimiento y los intereses autónomos de estas fuerzas, se habla en el documento “Fundamentos y Tesis de la Línea General del Partido Comunista de El Salvador”.

Todo parece indicar que el pacto entre la DC y Washington, relativo a El Salvador, ha sido concluido y ha comenzado a rumorarse sobre que el próximo gobierno estará presidido por Duarte; en medios de la burguesía se comenta con entusiasmo que “el PDC se transformará en el poderoso partido que se necesita”. (es decir, que necesita la burguesía).

En febrero todo parecía listo para que una delegación del gobierno, ya nombrada por éste, se incorporara a la mesa donde negociaban el PDC, el grupo de s encabezados por Francisco de Sola y los representantes de la Iglesia. Pero justamente en ese momento y en ausencia del General Romero que estaba de visita oficial en México, la Guardia Nacional asaltó el centro católico “El Despertar”, asesinando a varias personas, entre ellas el sacerdote Octavio Ortiz Luna. La Iglesia se negó entonces a concurrir a la misma mesa con el gobierno y éste mostró interés en acudir a la cita que había aceptado.

La Comisión Política llegó a la conclusión de que el asalto a “El Despertar” fue una deliberada provocación montada por los fascistas para frustrar aquellas negociaciones, con las que no están muy de acuerdo.

Por ese mismo tiempo, entró en circulación la famosa Carta Abierta al General Romero, del “Comité de Defensa Nacional”, nombre tras el cual se agrupa el sector fascista de la gran burguesía, encabezado por Roberto Hill, Lemus O´Byrne y otros, es decir, por los jefes de los grupos financieros “Desarrollo” y “La popular”, que son los principales beneficiarios de la política económica del gobierno y del crédito del Banco Central. En la carta acusaban a Romero de vacilar en el cumplimiento de su compromiso de aplastar al movimiento revolucionario y le exigían declararle una guerra total, cortar cualquier diálogo aperturista, hasta que se haya impuesto “La Paz”, etc.

La lucha dentro de ANEP entre estas dos tendencias de la burguesía, condujo a que ésta adoptara una posición ecléctica, que busca conciliarlas. Esta posición se contiene en el “Llamamiento a la reflexión” a ANEP. Publicado a comienzos de marzo, en el cual, como tributo al sector fascista, se atacaba al Arzobispado. Luego vino la formidable jornada huelguística de los trabajadores y entonces los empresarios realizaron urgentes asambleas de la ASI y la Cámara de Comercio, donde prevaleció la línea del “Comité de Defensa Nacional”.

El gobierno, en cambio, mantuvo frente el movimiento huelguístico en aquellos días una posición amenazante y en cierto momento directamente represiva, pero al mismo tiempo cautelosa.

Estos sucesos se reflejaron en la mesa de las negociaciones aperturistas. Ya no aparecieron allí los capitalistas ni la Iglesia, pero en cambio se iniciaron los encuentros entre el gobierno y el PDC. Cuando ambos habían logrado que los capitalistas y la Iglesia aceptaran concurrir de nuevo, fue el Alto Mando de la Fuerza Armada el que decidió dejar en suspenso indefinido esas pláticas por considerar que los dirigentes democristianos y el Arzobispado actúan deslealmente, ya que prosiguen “haciendo ataques al gobierno”. En el equipo superior del gobierno se han formado también una agrupamiento aperturista y otro el que persiste en el esquema fascista.

Así están las cosas hoy. Entre tanto, el Departamento de Estado cambió a dos de los más importantes funcionarios de su Embajada en San Salvador, nombrando a elementos con experiencia en las maniobras políticas. Esta es una obvia manifestación de la determinación de Washington a alcanzar aquí los objetivos que se ha trazado y sus compromisos con la DC.

Los fascistas, por su parte, han procedido a reorganizar las bandas asesinas y se disponen a llevar adelante una campaña de exterminio de dirigentes y cuadro del movimiento obrero, campesino y en general del movimiento popular.

Este cuadro de contradicciones, pasos y contrapasos de una apertura limitada, ilustra muy bien lo que ya dijimos atrás: una maniobra de este tipo resulta sumamente difícil y riesgosa en las condiciones de nuestro país. Pero no debemos subestimarla en absoluto.

La posición de nuestro Partido, trazada por la Comisión Política desde el año pasado, se resume así:
• La bandera de una salida democrática debe tomarla en sus manos el movimiento obrero, con una plataforma de demandas políticas consecuente con los intereses populares, en torno de la cual debemos reunir si fuera posible, a todas las fuerzas civiles y militares. El movimiento por una salida democrática a la crisis política no debe quedar en manos de la burguesía y el imperialismo.
• Sólo desde esta posición popular e independiente, puede sacarse un provecho real para la causa revolucionaria a la lucha por una salida democrática.
• Debemos tratar de atraer a la Iglesia a un compromiso con este frente de fuerzas democráticas encabezado por el movimiento obrero.
• No debemos permanecer impasibles ante el arrastre del PDC a las posiciones de la burguesía; debemos disputárselo, tratar de retornarlo al compromiso popular.
• Estimular las contradicciones que se han abierto en el campo enemigo y, si es necesario, negociar con los sectores no fascistas de ese campo, pero desde las posiciones del despliegue del movimiento popular por una salida democrática.

Nosotros, en resumen, partimos de la base de que el problema de la “apertura” ha sido colocado en el centro del hacer político diario de todas las fuerzas, dominantes y dominadas; que este problema acarreará una mayor agudización de las contradicciones en el campo enemigo y también puede acarrear más contradicciones en el movimiento popular, prepararlo para aprovechar las contradicciones en el campo enemigo. La clave de esta táctica está en no ilusionarnos con la apertura de que hablan las clases dominantes y el imperialismo y no involucrarnos en su maniobra, como parte integrante, abierta o encubierta del frente de fuerzas que los aperturistas de “arriba” intentan formar en torno suyo. Así, mantendremos la independencia y podremos resolver bien los problemas de la formación y unificación del frente popular. He aquí los intrincados y complejos problemas que este momento concreto se plantean al trabajo de nuestro Partido por el Frente Único; y hemos de saberlo resolver correctamente.

Nosotros tenemos una línea clara y minuciosamente elaborada sobre el trabajo por el frente único y el aprovechamiento de las contradicciones en el campo enemigo. Esa es una gran ventaja para nosotros en este complicado momento.

Las orientaciones trazadas a este respecto por la CP el año pasado siguen siendo válida; y sólo eso, han comenzado a aplicarse con éxito. El Comité Coordinador Provisional del Movimiento Síndical, que como dijimos ya, abarca alrededor de las tres cuartas partes de éste, ha acordado convocar a un Foro de las fuerzas populares y democráticas para fecha próxima, en el que se discutirá el momento político actual y se buscará la formulación de una Plataforma común de demandas democráticas para la salida a la crisis política.

Este es, compañeros, un logro importante de nuestro trabajo que hemos de empeñarnos en llevar a su exitosa culminación.

VIII

Compañeros:

La convulsa situación que vive nuestro país forma parte de la crucial situación centroamericana actual. Centroamérica es la región donde radica hoy el centro más activo de la revolución latinoamericana. En Nicaragua, la revolución forcejea por derrumbar el último muro de contención; en Guatemala y El Salvador el proceso revolucionario ha tomado proporciones muy grandes, es un gran movimiento de masas.

La revolución, es cierto, enfrenta muchas dificultades y debe superar muchas debilidades de sus fuerzas organizadas. Especialmente, sufre por la división entre las organizaciones revolucionarias, que no facilita la tarea de reunir todas las fuerzas y lanzarlas concentradamente contre el enemigo común y principal. Es motivo de legítima alegría constatar que la unidad comienza a avanzar en Centroamérica. Nosotros saludamos la reunificación de las tres fracciones del Frente Sandinista bajo una dirección única; saludamos, así mismo, la creación del “Frente Patriótico” en Nicaragua.

Centroamérica está ahora más preñada de revolución que en ningún otro momento del pasado. Los comunistas debemos ser dignos de este momento, estar a la altura de sus exigencias. Nosotros celebramos con entusiasmo la nueva fase en que hemos entrado en las relaciones de los Partido Comunistas y Obreros de Centroamérica y México entre sí y de éstos con las demás fuerzas revolucionarias, fase de cooperación real, internacionalismo militante, crítica mutua fraternal.

Compañeros militantes del PCS, delegados a este VII Congreso; Compañeros de los Partidos hermanos que están aquí con nosotros; queremos concluir este informe de nuestro Comité Central, proponiendo a todos:

¡Viva el internacionalismo proletario y el marxismo-leninismo!

¡Viva la gran Comunidad Socialista encabezada por la Unión Soviética, bastión de la causa de todos los pueblos de la tierra!

¡Viva Cuba Socialista, ejemplar combatiente internacionalista!

¡Viva la revolución centroamericana y la unidad de todas sus fuerzas!

¡Viva la heroica clase obrera salvadoreña, nuestro combatiente movimiento popular todo!

¡Viva el Partido Comunista de El Salvador!

¡Viva el Comunismo!

San Salvador, 12 de abril de 1979.

Estatutos del Partido Comunista de El Salvador (1964)

ESTATUTOS DEL PARTIDO COMUNISTA DE EL SALVADOR

(P. C. S.)

Precio 0.50

Marzo de 1964

ESTATUTOS DEL PARTIDO COMUNISTA DE EL SALVADOR

Documentos Aprobados

INTRODUCCION

Camaradas
El V Congreso de nuestro Partido, tiene como una de sus trascendentales tareas, aprobar nuevos Estatutos.
Los Estatutos son la Ley Fundamental del Partido, establecen las normas de su vida interna, los principios de estructura orgánica y el método y formas de su actividad práctica.
Los Estatutos vigentes fueron aprobados en 1946. De esa fecha hasta este momento en que se efectúe nuestro V Congreso, han transcurrido 17 años. El cambio de Estatutos ha sido dictado por la vida, por las nuevas condiciones históricas en que el Partido tiene que actuar.
En los últimos años el Partido ha crecido numéricamente, ha adquirido una valiosa experiencia en materia de organización y en la dirección política de las masas. Los nuevos Estatutos tienen que registrar los cambios operados en la actividad practica y ponerse a la altura de las nuevas tareas que el Programa presenta al Partido.
Ante las grandiosas tareas los comunistas tenemos que realizar para conquistar la meta estratégica de la instauración de un régimen de’ liberación nacional, antifeudal y antiimperialista, como paso previo para la construcción de la sociedad Socialista, es indispensable ‘que elevemos nuestra combatividad y afinemos nuestra combatividad y afinemos nuestros métodos de trabajo y formas organizativas.
El camarada Lenin nos enseñó que, ante las nuevas tareas el Partido tiene que elaborar nuevas formas de organización, reglas y normas de su vida interna, que le permitan cumplir con éxito su papel de vanguardia. Apegarse a lo viejo, a lo caduco, es negar la vida, el proceso dialéctico, el fin, atar el Partido al pasado.
Del Partido y sus fines
El proyecto de nuevos Estatutos especifica que es el Partido Comunista de El Salvador, a que clases y sectores de clase representa y cuál es su base ideológica. Explica a grandes rasgos cuales son los fines que persigue. Ambos aspectos, muy importantes, no aparecen en los Estatutos vigentes.
El Partido Comunista de El Salvador, como parte integrante del movimiento comunista internacional, considera como cuestión básica para garantizar el triunfo definitivo del socialismo en el mundo entero, contribuir a fortalecer la unidad del movimiento comunista mundial, luchar por el mantenimiento de la paz mundial, por la coexistencia pacífica entre los estados de distinto régimen económico, político y social, y porque sea una realidad del principio leninista de la autodeterminación de los pueblos.

Se propone el cambio de lema del Partido. El lema nacional: “Por la liberación Nacional, Trabajadores Salvadoreños Uníos”, por el lema de la solidaridad internacional de los trabajadores: “PROLETARIOS DE TODOS LOS PAISES, UNIOS!”, palabras finales del Manifiesto Comunista de Marx y Engels de 1948, que ahora tiene más valor que nunca para el movimiento comunista internacional, frente a los ataques de los revisionistas y los dogmáticos, empeñados en disminuir importancia al principio del internacionalismo proletario.
El título de miembro del Partido.
El Proyecto de Estatutos contiene el principio leninista que norma la pertenencia al Partido. En la construcción del Partido tiene una importancia fundamental definir quiénes pueden pertenecer a él. De su composición depende, ante todo, su fortaleza y combatividad, al que pueda cumplir con su papel dde (así en el original) vanguardia de la clase obrera y del pueblo. El Partido tiene que agrupar en su seno a los mejores hijos de nuestro pueblo, a los hombres más honrados y concientes (así en el original), a los que demuestran en su actividad política y en su vida privada ser dignos de llevar el honroso título de comunistas.
En los actuales tiempos, cuando se han ido desmoronando como castillos de naipes todas las calumnias que contra los comunistas echó a rodar por el mundo la reacción internacional; cuando crece inconmensurablemente el prestigio del campo Socialista; cuando inclusive las mentes de muchas personas evolucionan rápidamente hasta llegar a aceptar las ideas marxista-leninistas, el título de miembro del Partido adquiere mayor importancia y aumenta también su responsabilidad frente al Partido y el pueblo.
En nuestro Partido hay camaradas que no cumplen a cabalidad con el principio leninista que norma la pertenencia al mismo. Son muchos los camaradas que, sin motivo justificado se ausentan varias semanas de su célula y que no pagan con regularidad sus cuotas de militante. Nosotros preguntamos: Estos camaradas son dignos de seguir llevando el honrosa título de miembros del Partido? Todos los organismos del partido deben tomar con toda resolución la tarea de corregir a corto plazo esta situación irregular que entraña el cumplimiento de las distintas tareas. El Partido, incuestionablemente, tiene que irse depurando de aquellos miembros que no hacen el esfuerzo por mejorar su militancia, de los que obstruyen el trabajo, de los miembros nominales que rompen la disciplina interna. Son verdaderos comunistas los que con el esfuerzo propio y la ayuda fraternal de los demás camaradas, superan sus debilidades y deficiencias.
Derechos y obligaciones del miembro del Partido
Los derechos y obligaciones son los fundamentos básicos de una buena militancia. El comunista debe ser un ejemplo en todos los órdenes de la vida, y no le es permisible empañar el prestigio del Partido. Los Estatutos le confieren el derecho de elegir y ser electo de acuerdo con sus capacidades y méritos, para cualquier cargo de dirección. Todos los militantes tienen que ser luchadores de primera línea por las reivindicaciones económicas y políticas del pueblo tienen el deber de salvaguardar por todos los medios la unidad ideológica y orgánica del Partido, que es la condición principal de su fuerza y poderío; tienen que mantener en alto vigilancia revolucionaria y proteger al Partido contra la penetración de los agentes del enemigo o de personas indignas de llevar el honroso título de comunistas; tienen que estrechar día a día sus vínculos con las masas; tienen que esforzarse por elevar continuamente su nivel ideológico y político, su grado de conciencia y por asimilar los fundamentos del marxismo-leninismo.
El comunista tiene que ser honrado y veraz, debe observar estrictamente la disciplina del Partido, que se fundamenta en su madurez ideológica y en su inquebrantable decisión de conducir a nuestro pueblo hacia la meta gloriosa de la construcción de una patria que sea de todos y no de un puñado de explotadores. El Partido nos exige que sirvamos con fidelidad a la causa de la clase obrera y de todo el pueblo trabajador.
El comunista debe por todos los medios a su alcance difundir los principios del marxismo-leninismo, explicar a las masas la política del Partido y atenerse a las indicaciones de Lenin, de que no sólo hay que enseñar a las masas sino aprender de ellas, estudiar y aprovechar su experiencias, tomar oportunamente sus problemas y luchar junto a ellas, sin olvidar que la grandeza del Partido reside en su ligazón con las masas y que está es la condición determinante para que aquél pueda cumplir con las grandes tareas que se ha trazado.
El método marxista-leninista con que cuenta el Partido, para corregir los errores y las debilidades de sus miembros y organismos, es el de la crítica y la autocrítica, luchar contra la tendencia a encontrarlo todo bueno, contra el conformismo por los éxitos obtenidos y contra la pasividad y la desmoralización entre los errores y fracasos. La crítica y la autocrítica son como un motor que impulsa al desarrollo del Partido, y quienes las obstaculicen le causan un grave daño al Partido. La crítica y la autocrítica son un derecho y un deber.
CANDIDATOS A MIEMBRO DEL PARTIDO
En el Proyecto de Estatutos se ha introducido un nuevo capítulo que contempla la necesidad de darle categoría interna a los candidatos a miembro. En esta forma se ayuda a que los organismos del Partido hagan una mejor selección de los futuros miembros.
En el pasado hemos tenido algunas experiencias negativas en el trabajo de reclutamiento. Este nuevo capítulo hará que los organismos aumenten su responsabilidad en las tareas de reclutamiento y trabajen en forma organizada con los candidatos.
En la selección de los nuevos miembros deben de escogerse los más avanzados y honrados, tomando en cuenta tanto su trabajo político, como la forman en que se comporten en su vida privada.
MEDIDAS DISCIPLINARIAS
La disciplina del Partido es consciente y obligatoria por igual para todos sus miembros.

Se establece cuáles son los motivos que den lugar a sanciones y, de acuerdo con ellos, cuál es la medida disciplinaria que debe aplicarse.
Por faltas leves se aplica medidas que ayuden a superar los errores y debilidades del militante. En este aspecto juega un papel de primer orden la crítica fraternal. Las medidas disciplinarias tienen un fin educativo y correctivo, excepto la expulsión.
Al mismo tiempo, las medidas disciplinarias contenidas en el Proyecto son inflexibles con los enemigos de la clase obrera, con los provocadores y degenerados, para conservar la pureza de la moral comunista y de los principios marxista-leninistas que sustenta nuestro Partido. Se establece nuevas categorías de sanciones disciplinarias y el procedimiento para aplicarlas que garantice el derecho democrático de cada miembro a participar en su propia defensa y apelar de cualquier medida que considere injusta.
LA DEMOCRACIA EN LA VIDA INTERNA DEL PARTIDO
La condición básica para el desarrollo de la iniciativa de los miembros del Partido consiste en garantizar la más amplia democracia en su vida interna.
El comunista no sólo se limita a cumplir los acuerdos, sino que mediante sus opiniones expresadas en su respectivo organismo, ayuda a elaborarlos. Es un derecho de todo miembro participar en la elaboración de los estatutos, programa y línea política del Partido.
En materia de organización y en su actividad interna, el Partido se rige por el principio leninista del centralismo democrático. El centralismo no contradice la democracia. Presupone el desarrollo de la iniciativa creadora.
El centralismo Democrático significa, por un lado, que el Partido tiene una dirección centralizada que lo permite disponer y movilizar todas sus fuerzas ante los cambios operados en la situación política nacional, concentrar sus esfuerzos en el cumplimiento de las históricas tareas presentes y venideras, y por otro lado, que se apoya en la voluntad libremente expresada de todos sus miembros.
El Centralismo Democrático asegura la más firme unidad ideológica y orgánica del Partido.
En los nuevos Estatutos se mantienen inalterables los fundamentales principios leninistas de organización y funcionamiento de otro modo seria desnaturalizar al Partido y éste dejaría de ser un Partido marxista-leninista.
Es norma en la vida interna del Partido no poner trabas a la libertad de opinar y discutir sobre todos los aspectos de su actividad política y práctica, impidiendo caer en discusiones interminables.
Cuanto más importante es la cuestión en debate, mayor cantidad de miembros deben de participar en el mismo.
Los acuerdos se toman mediante el más amplio intercambio de opiniones, y son obligatorios para todos, aún para aquellos que sostuvieron puntos de vista diferentes. Si se permitiera que los que no estuvieron de acuerdo llevaran a la práctica sus opiniones, se estarla introduciendo el fraccionalismo y la división. Esto no quiere decir que a aquellos que expresaron puntos de vista diferentes no tengan el derecho de guardar su opinión.
El Centralismo Democrático en la práctica, significa que:
Todos los órganos dirigentes son elegidos, de abajo arriba; los órganos del Partido informan periódicamente de su labor ante sus organizaciones; hay una estricta disciplina y subordinación en cada caso de la minoría a los acuerdos de la mayoría; los acuerdos de los órganos superiores son absolutamente obligatorios para los inferiores.
El principio de la dirección colectiva es el método básico de dirección, que pone al Partido a salvo del mandonismo, del caudillismo, que en última instancia conducen el culto a la personalidad. La dirección colectiva no excluye la responsabilidad individual.
La dirección colectiva disminuye las posibilidades de que el Partido tome acuerdos unilaterales y subjetivos. La violación de este principio directamente conduce a cometer serios errores del cálculo y a exponer al Partido a los golpes del enemigo.
El Partido, tomando en cuenta la experiencia internacional y la propia, lucha con todo empeño contra toda manifestación de revisionismo, sectarismo y dogmatismo. En los nuevos Estatutos se condena el culto a la personalidad, por ser extraño al marxismo-leninismo. El culto a la personalidad es una violación flagrante del principio leninista de la dirección colectiva y de las normas que rigen la vida interna del Partido.
DE LOS ORGANOS DEL PARTIDO
El Proyecto de Estatutos establece una nueva estructura más acorde con la realidad y las necesidades de desarrollo del Partido. Sus actuales órganos de dirección nacional son: Congreso Nacional, Consejo Supremo Nacional y Comité Central del Partido.
Los órganos intermedios son: Comités Departamentales, Comités Distritales o Seccionales; y los organismos de base, las Células.
En los nuevos Estatutos los organismos de dirección nacional son: Congreso Nacional del Partido, Comité Central, Comisión Política del Comité Central y Secretariado del Comité Central.
El Comité Central como organismo superior de dirección entre Congreso y Congreso, debe ser un organismo amplio, representativo de Iodo lo más activo, experimentado, audaz y dinámico que existe en el Partido; la Comisión Política del Comité Central, es un organismo encargado de aplicar la línea política trazada por el Comité Central, mientras éste no se encuentre reunido. El Secretariado es el organismo encargado de impulsar la ejecución diaria de los acuerdos tomados por los organismos superiores de dirección.
En cuanto a los organismos intermedios de dirección sus nombres han sido cambiados. Se ha dado el debido relieve a las asambleas como organismos superiores en los departamentos y localidades, con lo que se trata de garantizar el funcionamiento democrático del Partido en cada lugar, y el control de los militantes sobre sus organismos de dirección local y departamental.
LA CELULA
El Partido no es una suma de individuos, sino un conjunto de organismos, dentro de los cuales la célula es su fundamento básico.
La célula es el medio de contacto del Partido con las masas, recoge de ellas sus opiniones para llevarlas al seno del Partido, el que de esta manera elabore y desarrolla su línea política y sus resoluciones.
La célula tiene importancia fundamental para la orientación política de las masas, les toma el pulso, descubre sus necesidades, las moviliza y organiza, las educa y las orienta políticamente al calor de las luchas diarias.
El buen trabajo de la célula entre las masas que la rodean permite que éstas vean en el Partido al más firme defensor de sus intereses, y al mejor intérprete de sus aspiraciones y necesidades. Sólo en esta forma el Partido acrecienta su prestigio entre las masas y afianza su papel de vanguardia de la clase obrera y del pueblo.
LOS GRUPOS DEL PARTIDO
El Proyecto de Estatutos introduce un capítulo sobre el funcionamiento de los organismos formados por los comunistas que trabajan en las organizaciones de masas, que les permiten coordinar su labor en dichos frentes. Esto tiene importancia, porque facilita la vinculación del Partido con las masas populares, definiendo el trabajo de sus miembros en los distintos frentes de masas. En los nuevos Estatutos, tales organismos se denominan Grupo del Partido, y en los Estatutos anteriores se denominaban Fracciones.
EL PARTIDO Y LA JUVENTUD COMUNISTA
En los nuevos Estatutos se incluye un capítulo en el que se define que es la Juventud Comunista, cuáles son sus fines y cuáles sus fundamentales principios de organización y funcionamiento.
En las actuales circunstancias se han venido desarrollando condiciones objetivas para la formación de la juventud Comunista. Su constitución será un paso de trascendencia histórica en la vida de nuestro Partido y de nuestro pueblo.
La Juventud Comunista de El Salvador será una organización de jóvenes partidarios del marxismo-leninismo, con iniciativa propia, activo auxiliar del Partido y cantera inagotable en la formación de nuevos cuadros del Partido.
Los fines principales de la J.C.S. serán: Organizar, movilizar, educar y dirigir a las masas de jóvenes salvadoreños.
Se esforzará por canalizar la audacia, el arrojo y entusiasmo de la juventud hacia las luchas del pueblo salvadoreño. Defenderá incansablemente los derechos e intereses vitales de los amplios sectores de la juventud. Les preparará para que puedan cumplir sus altas tareas, y creará las organizaciones necesarias para ello.
La estructura y funcionamiento de la Juventud Comunista se regirá por los principios leninistas de organización y métodos de dirección.
LAS RELACIONES INTERNACIONALES DEL PARTIDO
Se ha introducido en el Proyecto. de Estatutos un nuevo capítulo relativo a las relaciones de nuestro Partido con el Movimiento Comunista internacional.
El Partido se guía en sus relaciones con los demás Partidos hermanos por el principio del internacionalismo proletario; en este terreno, en los últimos años ha dado importante pasos. Las relaciones con los Partidos hermanos de Centro América y del Campo Socialista se han ampliado en forma considerable, lo que ha permitido a nuestro Partido intercambiar valiosas experiencias con el Movimiento Comunista Internacional.
COMITE CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA. DE EL SALVADOR

ESTATUTOS DEL PARTIDO COMUNISTA DE EL SALVADOR

Capítulo 1
DEL PARTIDO Y SUS FINES
Art. 1- El nombre del Partido es “PARTIDO COMUNISTA DE EL SALVADOR” (P.C.S.).
Art. 2- El Partido Comunista de El Salvador es el Partido Marxista – leninista del proletariado. Está constituido por el conjunto de organismos en que se hallan agrupados conforme a estos estatutos, los elementos de vanguardia de la clase obrera, de la clase campesina y de las demás clases sociales.
Art. 3- Su emblema es un lienzo rectangular de color rojo vivo, con una proporción de 8 (horizontal) por 6 (vertical), con la Hoz y el Martillo en el ángulo superior izquierdo, de color amarillo oro. Su lema es “PROLETARIOS DE TODOS LOS PAISES, UNIOS) (así en el original). Su domicilio es la ciudad de San Salvador, y su representación jurídica y social la tiene la Comisión Política del comité Central, pudiendo ésta, delegarla en el Secretario General del Comité Central, En caso de necesidad su domicilio podrá ser cualquier otra ciudad de la República.
Art. 4- Sus objetivos inmediatos son:
a) el mejoramiento de las condiciones de vida, materiales y culturales, de los obreros, campesinos, empleados, artesanos, intelectuales y pueblo en general;
b) la destrucción de toda forma de opresión económica y política del pueblo;
c) la liquidación de toda discriminación racial y de sexo;
d) el desarrollo económico independiente y el progreso social y cultural del país;
e) la Reforma Agraria;
f) la formación de un gobierno democrático de liberación nacional antifeudal y antiimperialista;
g) la defensa de la paz mundial y de la coexistencia pacífica entre los estados con distintos régimen económico, social y político;
h) la preservación del derecho de autodeterminación de los pueblos;
i) la más amplia solidaridad con todos los pueblos que combaten contras las oligarquías y el imperialismo, con los que construyen el socialismo y el comunismo;
j) el fortalecimiento de la unidad del movimiento comunista internacional.
Su objetivo mediato es: la construcción del socialismo como paso previo para la construcción de la sociedad comunista.
CAPITULO II
DE LOS MIEMBROS DEL PARTIDO
Art. 5- Miembro del Partido es aquel que acepta su Programa, sus Estatutos, se compromete a cumplirlos y a luchar porque se cumplan, aplica sus decisiones, respeta su disciplina, pertenece a una célula y actúa bajo su control y dirección inmediata, y paga con puntualidad la cuota mensual que le corresponde.
Únicamente la Comisión Política del Comité Central podrá eximir de militar activamente en una célula a un miembro, pero sólo en atención a intereses superiores del partido o por enfermedad prolongada o impedimento físico.
Art. 6- Podrá ser admitido como miembro del Partido Comunista de El Salvador cualquier salvadoreño, o extranjero radicado en el país, mayor de 18 años, de uno u otro sexo, que sea de honesta conducta privada y pública.
Para ser admitido como miembro del Partido será necesario presentar a la célula correspondiente, previa autorización de la misma, una solicitud de ingreso individual y por escrito, respaldados por uno o más miembros con un año, por lo menos, de militancia que recomienden al candidato. La solicitud será discutida en la célula en que se haya presentado y, una vez aceptada por la mayoría de sus miembros, se pondrá en conocimiento del organismo superior inmediato, para su aceptación y para la definitiva ubicación del solicitante.
En atención a méritos relevantes o a acciones distinguidas, podrán ser admitidos corno miembros del Partido, personas menores de la edad establecida.
Art. 7- Al ingresar al Partido, el nuevo miembro deberá formular ante la Célula respectiva la siguiente promesa:
“Prometo solemnemente la más firme lealtad a los intereses de la clase obrera y del pueblo salvadoreño y a los movimientos progresistas del mismo. Prometo también permanecer fiel a los principios del Partido Comunista de El Salvador, mantener su unidad de propósitos y de acción, combatir toda labor de fracción en el seno del mismo, fortalecer su disciplina, observar la aplicación de sus Estatutos trabajar con el máximo de mi empeño por el cumplimiento de su Programa y por la aplicación de su línea política.
Prometo mantener una actitud solidaria con los movimientos de liberación nacional de todos los pueblos del mundo, por ser leal a los principios del internacionalismo proletario y luchar por la paz mundial”.
Art. 8- Ninguna célula podrá admitir a un militante de otra, sin la autorización del organismo inmediato superior, el cual deberá comunicar a las respectivas células el motivo del traslado.

Todo militante que cambie de lugar de residencia deberá comunicarlos con suficiente anticipación a su célula y ésta al organismo inmediato superior. Aquellos que desempeñen cargos en el Partido, necesitarán autorización del organismo en que tengan dicha responsabilidad.
Todo militante para ausentarse del país deberá hacerlo previa autorización de su célula, ratificada por el organismo inmediato superior. Los miembros de organismos superiores del Partido serán autorizados a ausentarse del país por la Comisión Política del C.C., y los de dirección intermedia podrán ser autorizados a ausentarse del país por el Secretariado del C.C. Dichas solicitudes deberán resolverse dentro de los 8 días siguientes a su presentación.
En los casos en que los organismos de dirección encarguen a un miembro tareas que impliquen ausencia de su célula, comunicarán esto último a la misma.
Art. 9- Los miembros del Partido que radiquen en el exterior deben militar en el Partido comunista u obrero del país donde se encuentren. Si, por razones especiales, no pueden hacerlo, seguirán organizados bajo la dirección del P.C.S.
Art. 10- El ingreso y permanencia de un miembro del partido es voluntario, y consciente. Nadie podrá ser admitido en el Partido, ni permanecer en el, si no es con su plena voluntad. Si en determinado momento un miembro expresa ya no tener voluntad de seguirlo siendo, se debe procurar persuadirlo y elevar su conciencia política; mas si después de esto persiste en su actitud, debe acordarse su separación del Partido. En este caso, deberá entregar documentación secreta al Partido.
CAPITULO III
DE LOS DEBERES Y DERECHOS DE LOS MIEMBROS
Art. 11- Todos los miembros del Partido serán los mas esforzados defensores de los intereses de nuestro pueblo y combatientes de vanguardia donde quiera que les toque actuar.
Art. 12- Son deberes de todo miembro del Partido:
a) Observar fielmente la disciplina del Partido;
b) Salvaguardar por todos los medios la unidad del Partido, condición principal de su fuerza y poderío;
c) Ser un activo combatiente en la aplicación y cumplimiento de la línea política del Partido;
d) Estrechar día a día los vínculos con las masas, tomar oportunamente sus problemas y luchar junto a ellas por la solución de los mismos;
e) Esforzarse por elevar continuamente su nivel ideológico y político, su grado de conciencia y por asimilar los fundamentos del marxismo-leninismo a través del estudio colectivo e individual y, aplicando estos principios a la práctica diaria, empeñarse constante y seriamente en la corrección de los propios errores, debilidades y prejuicios burgueses y pequeño-burgueses para llegar a convertirse en un verdadero comunista;
f) Reclutar nuevos miembros;
g) Aplicar y desarrollar en los organismos de base y dirección la crítica y la autocrítica, para corregir a tiempo los errores y defectos en el trabajo, luchando contra la tendencia a encontrarlo todo bueno y contra el conformismo por los éxitos obtenidos, así como contra la pasividad y desmoralización ante los errores y fracasos;
h) Dar a conocer, en su organismo respectivo los defectos y errores cometidos en el trabajo por cualquiera de los organismos de sus miembros. .E1 cumplimiento de este deber no puede ser impedido;
i) Ser veraz y no ocultar la verdad ante le (así en el original) Partido; no permitir que nadie oculte o tergiverse hechos que menoscaben los intereses del Partido;
j) Ejercer la vigilancia revolucionaria para proteger al Partido de la penetración de los agentes del enemigo; guardar con absoluta discreción las cuestiones que el Partido determine y, mientras éste permanezca en la clandestinidad, observar fielmente las reglas del trabajo secreto;
k) Al elegir a los cuadros para las tareas o cargos de dirección, guiarse exclusivamente por sus cualidades políticas o prácticas; desechando toda consideración de amistad, parentesco o aversión personal;
l) Divulgar los principios del marxismo-leninismo y la línea política del Partido lo mismo que difundir su literatura, su prensa y demás publicaciones;
ll) Esforzarse por enriquecer su iniciativa en la aplicación de la línea política del Partido, bajo el directo control de su célula;
m) Pertenecer a su respectivo sindicato o a la organización que guarde relación con su trabajo o actividad, y esforzarse por crear y desarrollar esas organizaciones donde no las haya;
n) Ser responsable en el trabajo personal, en los estudios, en el hogar y, en general, en todas las actividades de su vida pública y privada.
o) Asistir con puntualidad a las reuniones de su célula.
Art. 14- Son derechos de todo miembro del Partido:
a) Elegir y ser electo para cualquier puesto en los organismos del Partido.
b) Participar en la elaboración del Programa, de los Estatutos y de la línea política del Partido;
c) Expresar en las reuniones del Partido su punto de vista sobre cualquier cuestión con el fin de contribuir a liquidar las debilidades y a mejorar el trabajo; podrá criticar la actividad de cualquier organismo o militante, y, si lo considera necesario, podrá también exponer su punto de vista al organismo superior correspondiente, incluso al Congreso.
d) Exigir el funcionamiento regular de los organismos del Partido y la práctica de la dirección colectiva.
e) Participar personalmente en las reuniones de su organismo en que se discuta sobre su actuación política o conducta personal, y sobre todo en las reuniones que tengan como fin adoptar una decisión al respecto.
f) Recurrir contra cualquier decisión con la que no se esté de acuerdo, ante el organismo inmediato superior; pudiendo hacer llegar su recurso hasta el Congreso. Sin embargo, durante el trámite, el o los recurrentes deben cumplir la decisión objetada.
g) Recibir la solidaridad del Partido, particularmente cuando se encuentre en dificultades derivadas del cumplimiento de sus tareas políticas.
Art. 14- Para ser miembro del Comité Central y Candidato a miembro del mismo se requiere, como mínimo, tres años de militancia activa en el Partido y tener buena conducta personal. Para ser miembro de los organismos de dirección intermedia se requiere, como mínimo, dos años de militancia activa y buena conducta personal.
Con el fin de propiciar el desarrollo del Partido, pueden ser electos para los organismos de dirección intermedia, miembros del Partido que tengan menos de dos años de militancia activa, en aquellos casos en los que de otro modo no podrían organizarse adecuadamente dichos organismos de dirección intermedia.
CAPITULO IV
DE LOS CANDIDATOS A MIEMBROS DEL PARTIDO
Art. 15- Candidato a miembro del Partido es aquella persona que, habiendo manifestado su deseo de ingresar en él, sea recomendado por dos o más militantes, y aceptado como tal por una célula. El candidato permanecerá en tal calidad durante el tiempo necesario para que conozca el Programa, los Estatutos y la línea política del Partido, y para que la célula respectiva compruebe sus cualidades personales y su trabajo práctico.
Art. 16- La célula tiene la obligación de ayudar a cada candidato a prepararse para su ‘.ingreso y, cuando a juicio de ella hayan llenado satisfactoriamente las condiciones señaladas por el artículo anterior, le pedirá su solicitud de ingreso.
Art. 17- Los candidatos a miembros del Partido deben pagar con regularidad la contribución económica que voluntariamente se fijen y cumplir las tareas que se les encomienden.
CAPITULO V
DE LA DISCIPLINA
Art. 18- La disciplina del Partido es obligatoria para todos sus miembros, En el Partido no puede haber dos disciplinas: una para dirigentes y otra para militantes de base. La disciplina es conciente (así en el original) resultado del libre cambio de opiniones en la discusión.
Presupone la obligación del afiliado de aplicar rápida y escrupulosamente las decisiones de los organismos correspondientes
Art. 19- Cada afiliado tiene el derecho y el deber de discutir en su organismo todas las cuestiones y defender su punto de vista: pero una vez adoptada una decisión por la mayoría de miembros de su organismo, el cumplimiento de la misma es obligatorio para todos.
Art. 20- Son motivos de sanción:
La violación del Programa, de los Estatutos y de la línea política; el incumplimiento de las resoluciones de los organismos respectivos; la no asistencia reiterada a su base: revelar los secretos del Partido; el fraccionalismo y todo atentado contra la unidad del Partido; las infracciones a la moral proletaria falta de honestidad y sinceridad ante el Partido, difusión de calumnias, costumbres disolutas, mal comportamiento familiar, indebida conducta amorosa, embriaguez consuetudinaria-; los actos de provocación; el rompimiento de huelgas o la traición en cualquier forma a los trabajadores, al movimiento obrero o al pueblo; y todos aquellos actos que dañen al Partido y a su autoridad ante las masas.
Art. 21.- Tomando en consideración las circunstancias concretas y la gravedad de una o varias faltas contra la disciplina del Partido, los organismos respectivos aplicarán las siguientes sanciones:
a) CENSURA INTERNA: Consiste en el señalamiento dentro de un organismo del partido de la falta cometida por uno de sus miembros, acompañado de la advertencia de tomarse medidas más severas en el caso de reincidencia. La censura se dará a conocer al resto del Partido según la gravedad del hecho, en escala local, departamental o nacional, previo acuerdo del organismo superior respectivo.
b) CENSURA PUBLICA: Esta sanción consiste en el señalamiento fuera del Partido de la falta cometida por un compañero y sólo puede ser acordada por la Comisión Política del Comité central.
c) DESTITUCION DEL CARGO QUE SE OCUPA EN EL PARTIDO:
Es la remoción, como pena, del desempeño de una función en un organismo, ya sea éste superior, intermedio o de base.
d) SUSPENCION (así en el original) TEMPORAL COMO MIEMBRO ACTIVO DEL PARTIDO: Esta pena comporta el relevar a un miembro de su militancia en el Partido, aunque no de sus deberes en su respectivo frente abierto, durante un tiempo determinado. Comporta asimismo, el poner en observación su conducta, brindándosele ayuda fraternal para que la supere y corrija sus errores.
El suspendido temporalmente, por lo tanto, no tendrá derecho a concurrir a su célula a conocer las cuestiones internas del Partido y se le exigirá el pago de la cuota mensual.
e) SUSPENSION INDEFINIDA COMO MIEMBRO DEL PARTIDO: Esta es una sanción que se aplica cuando en base al examen de la conducta anterior y presente del autor de una falta grave y de las circunstancias en que ésta ha sido cometida, se considera que la suspensión temporal será ineficaz para la superación y corrección de sus errores. En virtud de esta sanción, el miembro queda privado de sus derechos como tal; sometido a la observación de su conducta pública y privada; y advertido de que, mediante sus esfuerzos personales debe corregir sus errores, defectos o posibilidades. Esta sanción comporta la ayuda fraternal del Partido al sancionado.
f) SEPARACION DEL PARTIDO: Esta sanción se aplica cuando un miembro d (así en el original) ha demostrado no remercer (así en el original) el honor de pertenecer al Partido, pero que no ha cometido actos de carácter público o privado que lo convierten en enemigo.
g) LA EXPULSION: Es la más severa sanción que pueda imponer el Partido, y comporta la nota de infamia a quien sea objeto de ella. Antes de decidir y ratificar la expulsión, debe procederse con el máximo cuidado y espíritu de camaradería; examinarse a fondo los hechos; y considerarse detenidamente los alegatos que a su favor haga el militante acusado.
El acuerdo de las sanciones cometidas en los literales c), d), e), f) y g) será informado en las bases por los canales adecuados; la expulsión, además, se dará a conocer a los amigos, aliados y simpatizantes del Partido, y en caso necesario, al público en general.
Art. 22- Las medidas disciplinarias, para que sean válidas, deben ser aprobadas por la mayoría de los participantes en la reunión del organismo correspondiente y sólo serán puestas en práctica cuando el organismo inmediato superior las ratifique. Se exceptúa de la ratificación la sanción de censura dentro de un organismo.
Art. 23- Los miembros titulares y candidatos a miembros del Comité central sólo pueden ser sancionados por el Congreso o por decisión del Comité Central. En el segundo caso, la decisión debe tomarse por los dos tercios por lo menos, de los miembros del Comité Central, y la sanción comenzará a aplicarse desde el momento de ser decidida. Sin embargo, las decisiones del Comité Central sobre este particular, serán llevadas oportunamente al conocimiento del Congreso.
Los actos de un miembro del Comité Central que sean criticados por su organismo de base y que sean merecedores de sanción, deberán ser considerados por el Comité Central al recibir el informe del organismo inferior correspondiente.
Art. 24- Podrán ser separados de sus cargos de dirección, los miembros que no justifiquen en el desempeño de sus funciones la confianza puesta en ellos por el Partido, o que pierden su honor y dignidad.

Art. 25- Será suspendido indefinidamente como miembro del Partido aquel que, sin causa justificada, debe (así en el original) de asistir a su célula durante un período de tres meses o deje de pagar su cuota mensual por el mismo período y no atienda las recomendaciones que se le hagan.
Art. 26- Las denuncias contra un miembro del Partido deben ser hechas en el organismo correspondiente. Este podrá exigir su ratificación por escrito. El acusado tendrá derecho a presentar en su defensa todas las pruebas que estime convenientes.
Las quejas y denuncias de personas no miembros del Partido contra alguno de sus miembros, deberán ser atendidas y tramitadas debidamente.
Art. 27- Todo miembro del Partido que estime injusta una sanción recibida podrá pedir su reconsideración, al organismo, que se la impuso. Caso de que no se reconsidere la sanción, podrá recurrir ante los organismos superiores, incluso ante el Congreso.
Art. 28 Para proceder al levantamiento de la suspensión ya sea temporal o indefinida, o a la readmisión de una persona separada, es necesario a) La superación de parte del sancionado, de sus errores; b) El informe sobre su actuación política y privada desde el momento de la aplicación de la sanción. El levantamiento de la suspensión y la readmisión serán tramitados por el organismo que impuso tales sanciones o por el inmediato superior.
Art. 29- A los individuos de quienes se compruebe que son agentes del enemigo, se les aplicará un procedimiento especial de expulsión, debiéndose tomar en cuenta la seguridad del Partido.
El miembro u organismo que tenga indicios de la presencia de un agente del enemigo en las filas del Partido, loc (sic!) comunicará a la Comisión Política del Comité Central, que tomará en sus manos e1 caso hasta fallarlo.
CAPITULO VI
DEL FUNCIONAMIENTO DEL PARTIDO
Art. 30- El funcionamiento del Partido se rige por el principio del centralismo democrático, que significa:
a) Elección democrática, directa o por medio de delegados, para todos los cargos y organismos dirigentes.
b) Obligación de los organismos dirigentes de informar regularmente de sus actuaciones a todos los miembros del Partido.
c) Obligación absoluta para los organismos inferiores de cumplir los acuerdos de los organismos superiores.
d) Subordinación de la minoría a la mayoría y observación de la disciplina firme y consciente del Partido.
e) Prohibición de la existencia de fracciones en el Partido.
Art. 31- La dirección colectiva es el principio rector del trabajo de los organismos del Partido, los que deben discutir y decidir colectivamente las cuestiones políticas y las tareas. La dirección colectiva está estrechamente unida a la responsabilidad individual y se complemente con ella.
El culto a la personalidad es extraño al Partido marxista-leninista.
Art. 32.- Los miembros de todos los organismos del Partido deberán ser elegidos democráticamente. Todas las elecciones deben reflejar cabalmente la voluntad de los electores y serán nominales.
Bajo las condiciones de su ilegalidad, en caso de no poderse celebrar elecciones en Asamblea, la designación la harán transitoriamente los organismos de dirección; pero en este caso, en el menos tiempo posible, deben someterse el nombramiento o nombramientos a la aprobación o desaprobación de la respectiva Asamblea.
Art. 33- Todos los miembros tienen derecho a discutir libremente en las reuniones las cuestiones políticas y del Partido. Los organismos dirigentes son responsables de asegurar la democracia interna para permitir la más amplia discusión, a fin de desarrollar la crítica y la autocrítica y fortalecer la disciplina consciente y voluntaria. Terminada la discusión, el voto de la mayoría decide y todos los afiliados están obligados a acatar la resolución adoptada. La discusión sobre el asunto en debate sólo puede ser reabierta por decisión de la mayoría del mismo organismo o por el organismo superior. El afiliado que mantenga desacuerdos con la decisión adoptada tiene derecho a recurrir ante el organismo superior, incluyendo al Comité Central y al Congreso, cuyas decisiones son definitivas; pero mientras la decisión no sea revocada, deberá ser aplicada incondicionalmente.
Todo miembro del Partido tiene el derecho de guardar su opinión si no está persuadido de que una resolución tomada es correcta; pero al mismo tiempo, debe aplicar esta resolución, incondicionalmente, con plena honradez y dedicación. Guardar la propia opinión no significa propagarla, sino conservarla, y exponerla en los organismos correspondientes, en los casos en que se reabra la discusión sobre el asunto de que se trate.
Art. 34- La crítica y la autocrítica deben ser practicadas ampliamente en todos los organismos del Partido, en la dirección y en la base. La crítica y la autocrítica constituyen la ley de su desarrollo, el método principal en la formación de sus militantes, el mejor procedimiento para enjuiciar su trabajo y examinar la conducta de su miembros. La más amplia libertad de crítica y autocrítica constituye la mejor manera de descubrir y combatir las debilidades los errores, y de superar y fortalecer a todos los organismos y miembros. La crítica y la autocrítica son un derecho y un deber, han de aplicarse partiendo de1 deseo de fortalecer la unidad de1 Partido.
La discusión de los problemas debe ser- organizada de tal modo que no degenere en una polémica sin límites que impida la realización de las tareas o sirva de pretexto para la formación de grupos f’raccionalistas que rompan la disciplina y la unidad del Partido.
El ejercicio de la crítica no puede ser coartado. Debe aplicarse en forma constructiva y nunca fuera de los organismos del Partido. Quien no aplica o impide la crítica y la reemplaza por el halago y la familiaridad causa un grave daño al Partido, lo mismo que quien haga la crítica con espíritu sectario.
CAPITULO VII
DE LA ESTRUCTURA DEL PARTIDO
Art. 35- Los órganos del Partido en escala nacional son los siguientes:
a) Congreso del Partido, integrado con la representación de todas las bases del Partido,
b) Comité Central (C.C.) del Partido, electo por el Congreso.
c) Comisión Política del C.C., electa por éste de su seno; y
d) Secretariado del C.C. electo por éste entre los integrantes de la Comisión Política.
Art. 36 – Los órganos del Partido en escala departamental son los siguientes:
a) Asamblea Departamental integrada con la representación proporcional de los miembros del Partido en el Departamento;
b) Comité Departamental, electo por la Asamblea respectiva.
Art. 37- Los órganos del Partido en escala local son los siguientes.
a) Asamblea Local, integrada con la representación proporcional de todos los miembros del Partido en una localidad;
b) Comité local, electo por la respectiva Asamblea.
Art. 38- Los órganos de dirección del Partido en un barrio, cuando sea necesario, son los siguientes:
a) Asamblea de Barrio, integrada por la representación proporcional de todos los miembros del Partido en el Barrio; y
b) Comité de Barrio, electo por la respectiva Asamblea.
Art. 39- El Comité central podrá crear organismos intermedios de dirección sin sujeción a un criterio territorial de sus atribuciones y autoridad cuando lo estime conveniente para el desarrollo del Partido o para la mejor aplicación de su línea en un frente de trabajo.
Art. 40- Las organizaciones de base del Partido son las células y en ellas el Partido organiza a sus miembros.
Las células pueden ser de empresa, taller, fábrica, finca, hacienda, barrio, pueblo, cantón, centro de estudios, gremio, etc., según sea que se agrupa a los militantes del Partido en una empresa, finca, hacienda, etc.
CAPITULO VIII
DE LOS ORGANOS NACIONALES DEL PARTIDO
Art. 41- El Congreso del Partido es su más alta autoridad y se integra con los miembros del Comité Central y con delegados electos por las células de acuerdo con una proporción fijada por el Comité Central. . Podrán asistir los candidatos a miembros del Comité Central y otros invitados con voz pero sin voto. El Congreso se celebrará cada tres años, previa convocatoria del Comité Central, y puede ser convocado extraordinariamente cuando el Comité Central lo considere necesario por mayoría de votos, o por petición de por lo menos la mayoría absoluta de Comités Departamentales al Comité Central. Cuando circunstancias especiales lo justifiquen podrá posponerse su reunión ordinaria.
Art. 42- El Congreso del Partido sólo podrá ser convocado por el Comité Central y con tres meses de anticipación por lo menos. El orden del día y los materiales y proyectos del mismo deberán ser elaborados por el Comité Central y después de haber sido aprobados por Éste serán entregados a las organizaciones de base, por lo menos, con tres meses de anticipación, para que puedan ser conocidos y discutidos ampliamente por todos los militantes del Partido.
El Comité Central tendrá la obligación de recoger y sintetizar las opiniones y sugerencias de las bases, fruto del estudio y discusión de estos materiales, y de darles a conocer al Congreso para que los acuerdos del mismo, sean el resultado del esfuerzo creador de todo el Partido.
Art. 43- Al instalarse el Congreso nombrará de su seno una mesa Directiva de 5 miembros que someterá a discusión el Reglamento Interno del mismo, dirigirá los debates y hará el resumen de las sesiones. Además, nombrará las comisiones que juzgue necesarias para que preparen los proyectos de resolución que deberán adoptarse todos los delegados al Congreso del Partido estarán en condiciones de igualdad. Todos los delegados opinarán y votarán en el Congreso atendiendo al mandato de las bases respectivas, o según su propio criterio formado al través de las discusiones desarrolladas en el’ seno del Congreso.
Art. 44- Las atribuciones del Congreso del Partido, exclusivamente suyas, son las siguientes:
a) Discutir, aprobar, improbar o modificar los informes que le presente el Comité Central.
c) Aprobar o modificar el Programa del Partido y los Estatutos del Partido.
d) Determinar la orientación fundamental de la política del Partido.
e) Fijar el número de los miembros del Comité Central y de los candidatos a miembros, no debiendo ser menos de quince el número de los titulares.
f) Elegir y sustituir a los miembros y a los candidatos a miembros del Comité Central.
g) Resolver sobre los recursos que sean sometidos a su consideración.
Art . 45- El Comité Central constituye la más alta autoridad del Partido mientras no esté reunido el Congreso. Ordinariamente durará en sus funciones tre (así en el original) años, El Comité Central se reunirá en pleno cada tres meses por convocatoria de la Comisión Política del Comité Central. El Comité Central podrá reunirse extraordinariamente o su reunión ordinaria podrá ser pospuesta, cuando las circunstancias así lo exijan.
Art. 46 Son atribuciones del Comité Central:
a) Dirigir la lucha del Partido de acuerdo con el Programa y las resoluciones del Congreso;
b) Velar por el cumplimiento de los Estatutos;
c) Tomar todas aquellas medidas que sean necesarias para la aplicación de la línea política del Partido trazada por el Congreso, estando autorizado para introducirle las modificaciones necesarias de -acuerdo con los cambios de la situación concreta;
d) Elegir y remover a la Comisión Política, cuyo número no deberá ser menos de nueve miembros, al Secretariado y al Secretario General del Comité Central;
e) Designar a los directores de los órganos centrales de expresión del Partido;
f) Nombrar responsables de las Comisiones del Comité Central;
a) Elegir a la Comisión de Control y Vigilancia del C.C.;
b) Crear y disolver organismos del Partido cuando así convenga a los intereses, a la buena marcha y la disciplina del mismo;
c) Conocer de los recursos y de todas aquellas cuestiones que sean elevados a su consideración.
Art. 47- Los candidatos a miembros del Comité Central podrán asistir a los plenos del Comité Central con derecho a voz pero sin voto. En caso de que se produzcan vacantes en el Comité Central éste designará a los sustitutos, eligiéndolos entre los candidatos a miembros del CC.
El Secretario General del Comité Central preside a la Comisión Política y al Secretariado del Comité Central.
Art. 48- La Comisión Política del Comité Central (C.P. del C.C.) es la autoridad más alta entre Pleno y Pleno del Comité Central, se reunirá periódicamente en la forma que ella misma lo establezca; dirigirá la actividad del Partido, en tanto no esté reunido el C.C., dentro de los acuerdos del Congreso y del Comité Central. Además será el organismo encargado de concluir los pactos y alianzas políticas, escoger a los miembros que serán candidatos para cargos de elección popular y dirigir a los diputados que pertenezcan al Partido.
Art. 49 El Secretariado del Comité Central está integrado por el numero secretarios que acuerde el Comité Central. El Secretariado del Comité Central es el responsable del trabajo diario de la dirección del Partido, de cumplir y hacer cumplir los acuerdos del Comité Central y de la Comisión Política del Comité Central, de la distribución y formación de los cuadros, debiendo informar sobre sus actividades a la Comisión Política del Comité Central.
CAPITULO IX
DE LOS ORGANISMOS INTERMEDIOS DF DIRECCION
Art. 50 El organismo Superior del Partido en cada departamento es la Asamblea Departamental, integrada por delegados de las células y por los miembros del Comité Deaprtamental (así en el original). La proporcionalidad de la representación de las Células de la jurisdicción será fijada por el Comité Departamental de acuerdo con la Comisión Política del CC.
Se reunirá una vez cada seis meses, convocada por el Comité Departamental. Puede remover a uno o a más miembros del Comité Departamental, aún (así en el original) cuando no hayan cumplido el período para el cual fueron electos, si de acuerdo con los estatutos hay motivo para ello. Extraordinariamente podrá ser convocada por el Comité Departamental o cuando lo soliciten la mayoría de organismos de base del departamento o por decisión de la Comisión Política.
Art. 51- E1 Comité Departamental tendrá el número de integrantes que determine la Asamblea Departamental. Deberá reunirse por lo menos una vez cada quince días ordinariamente y extraordinariamente cada vez que sea convocado por su Secretario General, por tres de sus miembros o por su Secretariado.
El Comité Departamental, cuando sea necesario, podrá integrar de su seno un Secretariado con la cantidad de miembros que se estime conveniente. Sus funciones serán las de coordinar el trabajo del Comité Departamental y ejecutar todos sus acuerdos, Deberá informar de lo actuado en cada reunión del Comité Departamental (así en el original).
El Comité Departamental designará las comisiones de trabajo que considera necesarias, dirigirá la actividad del Partido en el Departamento, y aplicará las decisiones de los organismos superiores,
Art. 52- El organismo superior del Partido en cada localidad es la Asamblea Local, integrada por los miembros del Comité Local y por los delegados de las células de la jurisdicción. La proporcionalidad de la representación de las células será fijada por el Comité Local de Acuerdo con el Comité Departamental respectivo, y por los organismos superiores de dirección cuando lo estimen necesario.
La Asamblea se reunirá una vez cada seis meses, discutirá el orden del día fijado y designará cada año al Comité Local.
La Asamblea Local podrá ser convocada en forma extraordinaria por el Comité Local o a pedido de la mayoría de las células de su jurisdicción, por el Comité Departamental, o por los organismos superiores de Dirección.
Art. 53- El Comité Local tendrá el número de integrantes que determine la Asamblea Local. Deberá reunirse ordinariamente cada semana, y extraordinariamente cada vez que sea convocado por su Secretario General o tres de sus miembros. Podrá designar las comisiones de trabajo que considere necesarias.
El Comité Local dirigirá la actividad del Partido en su jurisdicción y aplicará las decisiones de los organismos superiores.
Art. 54- El organismo superior del Partido en los barrios donde sea necesaria su existencia será la Asamblea de Barrio, integrada por los miembros del Comité de Barrio y por los delegados de las células de la jurisdicción. La proporcionalidad de la representación de las células será fijada por el Comité de Barrio, de acuerdo con el Comité Local. Podrá ser fijada, en caso necesario, por los organismos superiores.
La Asamblea de Barrio se reunirá ordinariamente cada seis meses, discutirá la orden del día fijada por el Comité de Barrio, y designará al Comité de Barrio cada año.
La Asamblea de Barrio podrá ser convocada extraordinariamente por el Comité de Barrio o a pedido de la mayoría de los organismos de su jurisdicción o por un organismo superior a ella.
Art. 55- El Comité de Barrio tendrá el número de integrantes que determine la Asamblea de Barrio. Deberá reunirse ordinariamente una vez por semana y cada vez que sea convocado por el Secretario General o por tres de sus miembros.
El Comité de Barrio dirigirá la actividad de las organizaciones del Partido en su jurisdicción y aplicará las decisiones de los organismos superiores a él.
Art. 56- Ninguno de los organismos departamentales, locales, de barrio, ni las células o sus representantes, podrán hacer pronunciamientos públicos sobre problemas políticos de carácter nacional o internacional en los que aún el Partido no haya adoptado su línea; sin embargo, podrán realizar discusiones dentro de sus respectivas organizaciones y hacer proposiciones a los organismos nacionales del Partido.
Los organismos locales deberán desarrollar la suficiente iniciativa y actividad en todos los asuntos de su respectiva jurisdicción
CAPITULO X
DE LAS ORGANIZACIONES DE BASE DEL PARTIDO
Art. 57- La célula es la organización fundamental del Partido. Es la que permite aprovechar el esentusiasmo (así en el original), la voluntad y la iniciativa de los militantes y al mismo tiempo formarlos en el espíritu del Partido. Es la receptora de las necesidades y de las aspiraciones del pueblo, la transmisora de los mismos a los organismos de dirección, e igualmente la ejecutora de la línea del Partido en el seno de las mismas.
Art. 58- Las células tendrán como mínimo tres miembros, con una organización interna de tres responsables, por lo menos: un responsable de la célula, que podrá asumir al mismo tiempo la organización; un responsable de finanzas y otro de educación y propaganda. La célula podrá nombrar más responsables cuando lo juzgue necesario.
Art. 59- Las células podrán ser organizadas por un organismo intermedio, o directamente por el Secretariado del Comité Central o por el Responsable de Organización del Comité Central.
Art. 60. Las células deberán reunirse ordinariamente una vez por semana; extraordinariamente todas las veces que fuere necesario. Pueden convocar a una reunión extraordinaria, el responsable de la célula o dos de sus miembros. También podrá ser convocada extraordinariamente la reunión de la célula por un organismo superior a ella.
Art. 61- Aquellas células, que por pertenecer a grandes empresas o concentraciones agrícolas, o por otras razones, reclamen atención especial, podrán depender directamente de la Comisión Política del CC. o del Comité Departamental respectivo, previa decisión de la Comisión Política.
Art. 62- La célula vincula estrechamente al Partido con la clase obrera, los campesinos y demás clases populares. Sus principales tareas son:
a) Realizar trabajo de dirección, agitación, propaganda y organización entre las masas; difundir entre ellas el marxismo-leninismo, su línea política, su prensa y literatura.
b) Organizar a los trabajadores y a la población de su jurisdicción para la lucha general de la clase obrera y el pueblo, por la liberación nacional y social. Conocer de las necesidades y sentimientos de los trabajadores y del pueblo y comunicarlo a los órganos superiores del Partido. Discutir los problemas de 1as masas y esforzarse de manera creadora por encontrarles soluciones adecuadas. Hacer que los miembros del partido tengan participación activa en los sindicatos y organismos de masas, atendiendo a los problemas políticos, económicos y culturales de los trabajadores y del pueblo, para que se organicen y luchen por la solución de todos los problemas que les afectan.
c) Reclutar sistemáticamente nuevos afiliados, educándolos políticamente y ayudándoles a asimilar los fundamentos del marxismo-leninismo.
d) Desarrollar la crítica y la autocrítica, para proceder a la corrección de los errores, mejorar el trabajo del Partido y educar a los afiliados en el espíritu de lucha intransigente frente a los defectos en el trabajo del Partido.
e) Hacer llegar Fondos al Partido.
CAPITULO XI
GRUPOS DEL PARTIDO EN LAS ORGANIZACIONES DF MASAS
Art. 63- Los miembros del Partido que pertenezcan a una misma organización de masas, o algunos de ellos, según lo estime conveniente el organismo superior correspondiente, constituirán un Grupo del Partido. El trabajo en Grupo del Partido no exime a los miembros del deber fundamental de pertenecer a una célula. El Grupo del Partido no es un organismo de base del Partido, sino solo un órgano auxiliar que agrupa a los miembros del Partido en las organizaciones de masas; su misión es coordinar el trabajo, acrecentar la influencia del Partido y aplicar la línea política en ese sector.
Art. 64- Los Grupos del Partido están subordinados a los correspondiente (asi en el original) organizaciones del Partido (Comité Central, Comité Departamental, Comité Local o de Barrio), y tiene la obligación de regirse por las resoluciones de los organismos dirigentes del Partido y por sus propias resoluciones adoptadas dentro de la línea política de éste.
CAPITULO XII
EL PARTIDO Y LA JUVENTUD COMUNISTA
Art. 65- La Juventud Comunista de El Salvador (J.C.S.,) es una organización de jóvenes partidarios del marxismo que cuenta con iniciativa propia y constituye una activa auxiliar y reserva inagotable en la formación de nuevos miembros para el Partido.
Art. 66- La J.C.S. ayuda al Partido, de acuerdo con sus características y peculiaridades, a la tarea de organizar, educar y dirigir a las masas juveniles salvadoreñas, para incorporarlas a la lucha por sus propias reivindicaciones y a la lucha general del pueblo por la revolución de liberación nacional, anti-feudal y anti-imperialista.
Art. 67- Las organismos de la J.C.S. gozan del derecho de amplia iniciativa en el examen y planteamiento de sus problemas. La J.C.S, realiza sus actividades de acuerdo con sus Estatutos su Programa (sic!), las resoluciones emanadas de sus organismos, y bajo la dirección del Partido.
Art. 68- El principia rector de la estructura orgánica de la J.C.S. es el centralismo democrático.
Art. 69- Dejan de pertenecer a la J.C.S. los afiliados que ingresan al Partido o que sean candidatos a miembros, salvo el caso de que ocupe puestos de dirección en ella.
Art. 70- Durante el período de consolidación y organización de la J.C.S. el Partido Comunista de El Salvador prestará especial solicitud y tomará todas las medidas necesarias para asegurar el correcto proceso de su formación
CAPITULO XIII
DE LAS FINANZAS Y FONDOS DEL PARTIDO
Art. 71- Los ingresos del Partido están formados por las cuotas ordinarias y extraordinarias de todos los miembros del Partido, el producto de las campañas financieras, los aportes voluntarios de amigos y simpatizantes, y los fondos obtenidos por todos los medios que no comprometan en ninguna forma la independencia y el prestigio del Partido.
Art. 72- Los miembros del Partido que ocupan cargos de elección popular, deben entregar su sueldo íntegro al Partido, el que, de acuerdo con los salarios anteriormente devengados por aquellos, y tomando en cuenta sus nuevas necesidades y los gastos de representación de los cargos que ocupen les designará los sueldos que les permitan vivir honestamente, dentro de las posibilidades del Partido, considerándolos como funcionarios del mismo.
Art. 73- Las cuotas ordinarias se fijarán voluntariamente por los miembros del Partido y se pagarán mensualmente en el Comité de Base, pero en ningún caso podrán ser inferiores a las que resulten de aplicar las tabla siguiente: medio por ciento (1/2%) para los que tengan un salario mensual hasta de 5O colones; uno por ciento (1%) para los que tengan un salario mensual mayor de 50 colones hasta 200 colones; dos por ciento (2%) para los que tengan un salario mensual mayor de 200 colones hasta 300 colones; tres por ciento (3%) para los que tengan un salario mayor de 300 colones hasta 500 colones.
Los que ganen más de 500 colones darán una cuota convenida con la Comisión de Finanzas del Comité Departamental respectivo, la cual nunca podrá ser menor del tres por ciento (3%). En los casos que por excesivas cargas familiares un miembro no pueda pagar la cuota que le corresponda según la tabla, podrá solicitar una reducción ante la Comisión de Finanzas.
Los compañeros que carezcan de ingresos monetarios pagarán una cuota simbólica convenida en su organismo de base.
Art. 74- La Comisión de Finanzas y la Comisión de Organización del Comité Central controlará el pago regular de las cuotas.
En casos especiales las células podrán disponer de parte de sus ingresos previa autorización del organismo inmediato superior.
Art. 75- La Comisión de Finanzas del Comité Central, elaborará el presupuesto general del Partido, cuyos fondos serán administrados por el responsable de la misma.
Art. 76- El Comité Central recibirá balances e informaciones periódicas de la Comisión de Finanzas del Comité Central, los revísar (a?) (sic!) y a su vez informará al Congreso del Partido.
Art. 77- El patrimonio del Partido está formando por sus ingresos, bienes muebles e inmuebles.
CAPITULO XIV
DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES
Art. 78- El Partido Comunista de El Salvador, consecuente con el internacionalismo proletario, mantendrá y fortalecerá constantemente las relaciones fraternales de solidaridad con los demás Partidos hermanos, aprovechando al máximo sus experiencias y enseñanzas. El desarrollo de estas relaciones corresponde a la Comisión Política del Comité Central.
Mantendrá solidaridad con todos los pueblos y procurará mantener relaciones con sus organizaciones revolucionarias.

Todos tienen un acento (sí, tú también)

Todos tienen un acento (sí, tú también)

Por Roberto Rey Agudo 18 de julio de 2018

Tengo acento. Y tú también.

Soy un inmigrante que ha pasado casi tanto tiempo en Estados Unidos como en mi país de origen, España. También soy el director de los programas de español y portugués de la Universidad Dartmouth. Estos dos factores explican, aunque solo parcialmente, por qué siento una debilidad especial por el programa The Americans, en el cual Keri Russell y Matthew Rhys interpretan a Elizabeth y Philip Jennings, un matrimonio de agentes encubiertos de la KGB que vive en los suburbios de Washington. Es imposible que sea el único que vio con buenos ojos que los nominaran al Emmy este año.

Lo que me interesa como lingüista es que los Jennings son, como lo dice el primer episodio, “espías supersecretos que viven en la casa de al lado” y “hablan mejor inglés que nosotros”. Ni siquiera su vecino, un agente del FBI que trabaja en el área de contraespionaje, sospecha nada.
EXPLORA NYTIMES.COM/ES
En el Perú, una alternativa a Machu Picchu aún oculta

Por la vida que llevo, inmerso a profundidad en el trabajo de enseñar y aprender otro idioma, fue divertido ver una serie en la cual la capacidad para hablar una segunda lengua de los personajes principales era tan crucial para la trama. Sin embargo, la premisa de que se puede hablar otro idioma sin acento es equivocada. En realidad, no es posible.

Peor aún, volver un fetiche ciertos acentos y menospreciar otros puede generar una verdadera discriminación al momento de presentarse en entrevistas laborales, al realizar evaluaciones de desempeño y al solicitar información para tener acceso a una vivienda, por tan solo mencionar algunas de las áreas en las que hablar o no hablar con determinado acento acarrea consecuencias graves. Es muy común que, en el hospital o en el banco, en la oficina o en un restaurante —incluso en el salón de clases—, acojamos la idea de que existe una manera correcta en la que nuestras palabras deben sonar y de que el acento perfecto es aquel que no solo es inaudible, sino también invisible.

Si se considera el problema desde un punto de vista sociolingüístico, no tener acento es imposible, punto final. El acento es tan solo una manera de hablar que toma forma mediante una combinación de geografía, clase social, educación, etnicidad e idioma materno. Yo tengo uno; tú tienes uno; todo el mundo tiene uno. No existe nada parecido al inglés perfecto, neutral y sin acento; ni el español, si es el caso, ni ningún otro idioma. Decir que alguien no tiene acento es tan creíble como afirmar que alguien no tiene rasgos faciales.

Lo sabemos pero, a pesar de todo, en un momento en que el porcentaje de los residentes en Estados Unidos que nacieron en el extranjero está en su punto más alto desde hace un siglo, la distinción entre “nativo” y “no nativo” se ha vuelto cada vez más mezquina, y vale la pena recordar una y otra vez: nadie habla sin acento.

Decir que alguien no tiene acento es tan creíble como afirmar que alguien no tiene rasgos faciales.

Cuando decimos que alguien tiene acento, por lo general nos referiremos a una de dos cosas: a un acento no nativo o al llamado “acento no estándar”. Los dos pueden tener consecuencias para sus hablantes. En otras palabras, vale la pena reconocer que la gente discrimina según el acento de su propio grupo lingüístico y que también lo hace en contra de las personas que se consideran foráneas lingüísticas. El estatus privilegiado del acento estándar se origina, claro está, en la educación y el poder socioeconómico.

El acento estándar no tiene que ser el mismo que el acento del estatus más alto. Simplemente es el acento dominante, el que se escucha con mayor frecuencia en los medios, el que se considera neutral. Los acentos nativos que no son estándar también están infrarrepresentados en los medios y, como en el caso de los acentos no nativos, es probable que se les estereotipe o se haga burla de ellos. Los términos como el southern drawl (se refiere a la forma en que la gente del sur de Estados Unidos arrastra las letras de las palabras), el midwestern twang (hace referencia a una especie de tono gangoso del Medio Oeste estadounidense) o el valley girl upspeak (manera de hablar estereotípica de algunas mujeres de California) enfatizan el estatus por capas que va ligado a formas de hablar particulares.

Estos juicios son básicamente sociales; para los lingüistas, las distinciones son arbitrarias. No obstante, la noción del acento neutral y perfecto es tan generalizada que los hablantes con acentos estigmatizados suelen internalizar el prejuicio al que se enfrentan. La reciente reevaluación del personaje de Apu en Los Simpson brinda un ejemplo importante de cómo los medios y la cultura popular utilizan los acentos para hacer chistes fáciles y molestos.

Cuando aprendes un idioma, el acento marcado también suele venir acompañado de otros rasgos, como un vocabulario limitado o errores gramaticales. En el salón de clases, entendemos que es una etapa normal en el desarrollo del dominio de un idioma. A mi familia de Madrid le habría costado trabajo entender el español de los alumnos angloparlantes que cursan mi clase de primer semestre.

Debemos hacer a un lado la ilusión de que hay una forma de hablar única y auténtica.

Posteriormente, los mismos alumnos estudian en el extranjero —en Barcelona, Cusco o Buenos Aires— y a menudo tienen problemas para hacerse entender. Sin embargo, es tal el privilegio del inglés —y esto es clave— que nadie que escuche sus acentos estadounidenses supone que son menos capaces, menos ambiciosos o menos honestos porque sus erres no vibran mejor. No obstante, este es exactamente el tipo de supuesto que un acento español —y muchos muchos otros— podría producir en Estados Unidos.

Es cierto que un acento marcado puede interferir en la manera en que te haces entender. La gente que aprende inglés como segunda lengua y otras personas reciben el buen consejo de trabajar en su pronunciación. Como maestro, intento dirigir a mis estudiantes hacia alguna versión de ese ideal fallido, el acento nativo. Una de las ironías del asunto es que, junto con la mayoría de mis colegas profesores de los veinte países (sin contar a Puerto Rico) donde el español es el idioma oficial, desde hace mucho tiempo perdimos las entonaciones que surgen de la clase social y la región y el vocabulario específico que constituyen, o alguna vez lo hicieron, nuestros acentos nativos. No quiero decir que debemos olvidar el objetivo de entablar una comunicación que se entienda con facilidad… es evidente que esa no ha dejado de ser la meta. Sin embargo, debemos hacer a un lado la ilusión de que hay una forma de hablar única y auténtica.

El inglés es un idioma global con muchas variedades nativas y no nativas. A nivel mundial, los angloparlantes no nativos superan a los nativos en un rango de tres a uno. Incluso en Estados Unidos, el país con la población más grande de angloparlantes nativos, hay casi 50 millones de hablantes de inglés como segunda lengua, de acuerdo con un estimado. ¿Cuál podría ser siquiera el significado de sonar como un nativo cuando para tantos angloparlantes el inglés es su segunda lengua? A menos que seas un espía encubierto como los Jennings, es contraproducente considerar que la pronunciación nativa es la barrera que debes superar.

El acento por sí solo es una medida superficial del dominio de un idioma, el equivalente lingüístico de juzgar a las personas por su apariencia. Más bien deberíamos ser más conscientes de nuestros prejuicios lingüísticos y aprender a escuchar mejor antes de crearnos juicios. ¿Qué tan amplio y variado es el vocabulario de la persona? ¿Puede participar en la mayoría de las interacciones diarias? ¿Cuántos detalles puede dar cuando vuelve a contar algo? ¿Puede defenderse a sí misma en una discusión?

La discriminación lingüística con base en el acento no es solo una idea académica. Hay experimentos que demuestran que la gente suele hacer suposiciones con estereotipos negativos sobre los hablantes con acento no nativo. El efecto se extiende hasta el prejuicio en contra de los hablantes nativos cuyos nombres o etnicidad son extranjeros. Los estudios revelan que, cuando los hablantes no nativos responden a la publicidad de viviendas, es más probable que, en promedio, sus conversaciones con los posibles arrendadores sean infructuosas en comparación con las personas que hablan “sin acento”.

Así que espero que te guste mi acento tanto como a mí me gusta el tuyo.

Roberto Rey Agudo es el director del programa de idiomas del Departamento de Español y Portugués en la Universidad Dartmouth y miembro del programa Public Voices Fellows de OpEd Project.

Epistemologías del Sur

Epistemologías del Sur
Boaventura de SOUSA SANTOS
Director del Centro de Estudios Sociales, Facultad de Economía,
Universidad de Coimbra, Portugal.
Recibido: 22-05-2011 • Aceptado: 12-07-2011

INTRODUCCIÓN

Contrario al trompeteo triunfalista del pensamiento convencional burgués y la jeremiada pesimista del pensamiento crítico eurocéntrico, yo he venido insistiendo, por todo el mundo, que hay alternativas prácticas al actual status quo del que, no obstante, raramente nos damos cuenta, simplemente porque tales alternativas no son visibles ni creíbles para nuestras maneras de pensar. He venido reiterando, por lo tanto, que no necesitamos alternativas, sino más bien maneras alternativas de pensamiento.

En los últimos diez años he intentado someter esta idea a prueba analizando, primero, el Foro Social Mundial, proceso que empezó en Porto Alegre en 2001 y, más recientemente los procesos políticos en Bolivia y Ecuador .
En el primer caso, he usado el FSM para demostrar la existencia de una globalización contra-hegemónica; en el segundo, me he centrado en las intensas movilizaciones políticas, en particular, en los movimientos indígenas, que han posibilitado sendas Constituciones políticas altamente innovadoras que contienen la promesa de concepciones alternativas del estado (plurinacionalidad, democracia participativa), del desarrollo (Sumak Kawsay o buen vivir) y de los derechos humanos (incluyendo, los derechos de la naturaleza). Como sus nombres lo indican, algunas de estas alternativas recurren a filosofías y visiones del mundo no occidentales.
La primera se ocupa del límite de la tradición crítica occidento-céntrica para analizar y evaluar procesos políticos que recurren a universos simbólicos y culturales contrarios a los que subyacen en aquella tradición. La segunda cuestión concierne la exploración de alternativas epistemológicas y teóricas que proveerán eventualmente una salida de la calle ciega en la que la tradición crítica occidento-céntrica parece estar atrapada.
En este trabajo, expongo el contexto intelectual y social que genera este tipo de cuestionamiento y ofrezco algunos ejercicios prelimares que conciernen el fundamento epistemológico de una respuesta adecuada a esas preguntas.
En relación al contexto, describo los desafíos que confronta la tradición crítica occidental bajo los siguientes enunciados: lo viejo y lo nuevo; la pérdida de sustantivos críticos; la relación fantasmal entre la teoría crítica y la transformación social; el fin del capitalismo sin fin; el fin del colonialismo sin fin.
Con respecto a las nuevas direcciones epistemológicas, ofrezco como sugerencias las epistemologías del Sur basadas en las ecologías de los conocimientos y sobre la traducción intercultural.
1.EL PROYECTO YASUNI: ¿MUY VIEJO O MUY NUEVO?
Ilustraré los nuevos campos de alternativas hasta ahora “desaprovechados” o ignorados por la tradición crítica occidental a través de una de las transformaciones siendo propuesta en América Latina: el proyecto Yasuni ITT en Ecuador, proyecto extremamente controversial como lo demostró el pasado coup d’état en Ecuador.
El proyecto Ishpingo-Tambococha-Tiputini (ITT), presentado por primera vez en 2007 por el entonces ministro de Energía y Minas, el gran intelectual y activista Alberto Acosta, que posteriormente fue presidente de la Asamblea Constituyente, es una alternativa al modelo capitalista extractivista de desarrollo que hoy prevalece en América Latina. Se trata de un ejercicio de corresponsabilidad internacional que apunta hacia una nueva relación entre los países más y menos desarrollados y hacia un nuevo modelo de desarrollo: el modelo post-petrolífero.
Ecuador es un país pobre a pesar de o a causa de ser rico en petróleo. Su economía depende fuertemente de la exportación de petróleo: el rendimiento petrolífero constituye el 22% del producto interior bruto y el 63% de las exportaciones. La destrucción humana y ambiental causada por este modelo económico en la Amazonia es verdaderamente impactante.
Como consecuencia directa de la explotación de petróleo por parte de Texaco-Chevron, más tarde-, entre 1960 y 1990, desaparecieron dos pueblos amazónicos enteros: los tetetes y los sansahauris.
La iniciativa ecuatoriana trata de romper con este pasado y consiste en lo siguiente. El Estado ecuatoriano se compromete a dejar en el subsuelo reservas de petróleo calculadas en 850 millones de barriles existentes en tres pozos – Ishpingo, Tambococha y Tiputini, de ahí el acrónimo de la iniciativa – del Parque Nacional amazónico Yasuní, una de las regiones más ricas en biodiversidad del planeta, a condición de que los países más desarrollados compensen a Ecuador con la mitad de los ingresos que el Estado ecuatoriano dejaría de obtener a consecuencia de esa decisión.
El cálculo prevé que la explotación generará, a lo largo de 13 años, un rendimiento de 4 a 5 billones de euros y emitirá para la atmósfera 410 millones de toneladas de CO2. Esto podría evitarse si Ecuador fuese compensado con cerca de 2 billones de euros mediante un doble compromiso.
Ese dinero se destinaría a inversiones ambientalmente correctas: energías renovables, reforestación, etc.; y el dinero se recibiría bajo la forma de certificados de garantía, unos créditos que los países “donantes” recuperarían, y con intereses, en el caso de que Ecuador explotara el petróleo.
Contrariamente al Protocolo de Kioto, esta propuesta no busca crear un mercado del carbono; busca evitar su emisión. No se limita, por tanto, a apelar a la diversificación de las fuentes energéticas; sugiere la necesidad de reducir la demanda de energía, cualesquiera sean sus fuentes, lo que implica un cambio de estilo de vida. Combina preocupaciones medioambientales occidento-céntricas con concepciones indígenas de la Pachamama (Madre
Tierra).
Vindica el derecho de la naturaleza a ser protegida como ente viviente siempre que la estabilidad y regeneración de sus ciclos vitales son amenazados. Proclama la idea de Sumak Kawsay, buen vivir, como una alternativa a las concepciones de desarrollo occidento-céntricas (todas ellas consideradas insustentables) y al crecimiento infinito.
Debe ser interpretada como una contribución indígena al mundo entero, pues está ganando adeptos en sectores cada vez más amplios de ciudadanos y movimientos a medida que se va haciendo evidente que la degradación ambiental y la depredación de los recursos naturales, además de insustituibles y socialmente injustas, conducen al suicidio colectivo de la humanidad.
La turbulencia política interna que esta propuesta provocó es una señal clara de la magnitud de lo que la propuesta envuelve. Lo que está en causa es la primera gran ruptura con el modelo económico desarrollista-extractivista que desde el periodo colonial ha dominado el hemisferio. La posibilidad de convertirse en un precedente para otras iniciativas similares en otros países es muy amenazante para al capitalismo global y en especial para los poderosos intereses petroleros.
Por otro lado, la propuesta exige un padrón igualmente nuevo de cooperación internacional, una cooperación sustentable a lo largo de muchos años que equilibre dos intereses igualmente fuertes: el interés de Ecuador en preservar su soberanía nacional dados los riesgos en que incurre al internacionalizar sus planes de desarrollo; y los intereses de los contribuyentes internacionales de que sus contribuciones no se desvíen para fines que no sean los acordados.
Será una cooperación muy distinta de la que ha dominado las relaciones centro-periferia en el sistema mundial moderno, dominada por el imperialismo, los estándares dobles, los ajustes estructurales, el trueque desigual, el alineamiento forzado, etc.
Esta propuesta plantea varios desafíos teóricos y políticos. Probablemente el primero sea cómo lidiar con la ubicación temporal de esta iniciativa. ¿Es nueva en tanto apunta a un futuro post-capitalista y constituye una novedad sin precedentes dentro de la lógica moderna de desarrollo, o es nueva, más bien, porque exige un retorno sin precedentes al antiguo pasado pre-capitalista y porque está enraizada en concepciones de la naturaleza no-occidentales?
En el primer caso, la novedad se acerca a la utopía; en el segundo, al anacronismo.
A continuación presentaré algunos de los dilemas analíticos.
No es fácil analizar procesos sociales, políticos y culturales nuevos o innovadores. Existe un riesgo real de someterlos a marcos conceptuales y analíticos viejos que son incapaces de captar su novedad y por ello propensos a desvalorizar, ignorar o demonizarlos.
Esta dificultad lleva a un dilema no inmediatamente obvio: sólo es posible crear nuevos marcos conceptuales y analíticos sobre la base de los procesos que generan la necesidad misma de crearlos. ¿Cómo se definiría esta necesidad? ¿Cómo se debería sentirla?
Esta necesidad es metateórica y metaanalítica, es decir, implica la escogencia política para poder considerar semejante proceso como nuevo, y no como extensiones de los viejos procesos. No se trata de una escogencia que pueda adecuadamente teorizarse a sí misma, puesto que los mismos procesos, a excepción del caso de rupturas estructurales totales, podrían decidirse por cualesquiera de las escogencias por razones igualmente creíbles. Detrás de la escogencia hay una apuesta y un acto de voluntad e imaginación, más que un acto de razón especulativa.
Escoger la novedad implica una novedad voluntariosa. ¿Qué fundamenta esta voluntad? Un sentido de incomodidad y no-conformismo con respecto a nuestro presente, un presente que no deseamos perpetuar porque creemos que merecemos algo mejor. Por supuesto, para que la apuesta sea creíble es necesario invocar argumentos sensatos. Pero tales argumentos circulan en contra de un trasfondo incierto y de la ignorancia, los ingredientes mismos de la apuesta.
El asunto se vuelve aún más complejo una vez que la novedad mira el futuro apuntando al pasado, e incluso al pasado antiguo. Para un modo de pensamiento enmarcado en la concepción moderna del tiempo lineal esto es absurdo: cualquier objetivo de volver al pasado es viejo y no nuevo. Para ser mínimamente consistente esto debe suponer la invención del pasado en cuyo caso el por qué y el cómo de la invención se convierten en la cuestión. Esto nos regresa a la cuestión de la novedad.
Esta dificultad podría tal vez ser mayor: la apuesta exitosa en la novedad no implica la sustentabilidad de la novedad exitosa. En otras palabras, un inequívoco proceso nuevo o novel podría fracasar precisamente por ser nuevo. Lo nuevo debe lidiar no sólo con el autoevidente dejá vu (conceptos y teorías viejas), sino también con las fuerzas sociales y políticas que se movilizan con particular eficiencia cuando son confrontadas con algo nuevo.
El significado fundamental del conservadurismo reside en su resistencia a lo nuevo que, en su mejor expresión, se concibe como una amenaza a lo que puede lograrse por medio de lo viejo. Este conservadurismo puede emerger tanto de la derecha como de la izquierda.
De nuevo aquí la posible naturaleza dual de la novedad regresa. El conservadurismo será confrontado en dos modos contrastivos: bien porque lo nuevo no tiene precedente en el pasado, bien porque lo nuevo recurre a un pasado demasiado antiguo para pertenecer a la concepción conservadora del pasado.
En el caso particular de América Latina, reclamar un pasado pre-colonial es una propuesta revolucionaria para los conservadores y es por esto totalmente rechazada por ellos.
Existe aún una tercera dificultad. Lo nuevo o novel sólo puede ser analizado en sus propios términos mientras ocurre. Una vez que la incidencia concluye – el momento y la naturaleza de la conclusión suelen ser muy polémicos – deja de ser nuevo. Lo viejo se aferra, tanto a lo viejo-viejo como a lo nuevo-viejo. Para resistir a la conclusión, la apuesta en lo nuevo deber ser seguida por la apuesta en la no-conclusión, en el Todavía-No.
La segunda apuesta requiere que el análisis deba ser siempre tan abierto e incompleto como aquello que está siendo analizado. Esta apuesta acompaña los procesos en curso en tiempo real analítico, por así decir. Lo que está siendo analizado hoy puede ya no existir mañana. La significación política puede incluso cambiar rápidamente, tan rápido como fuerzas políticas diferentes destruyen, cooptan o subvierten las agendas de sus adversarios.
Cualquier construcción teórico-analítica por lo tanto tiene necesariamente una dimensión pragmática. Semejante dimensión no debe sin embargo concebirse como la vanguardia de un proceso social y político en curso, siempre al borde de ser traicionado por la realidad mediocre. Por el contrario, es más bien una construcción en retaguardia que examina cómo los procesos sociales y políticos más estimulantes acumulan temas olvidados, alianzas perdidas, errores no reconocidos, promesas incumplidas, y traiciones disfrazadas.
EL FIN DE LO QUE NO TIENE FIN
Dos dificultades persiguen en los últimos treinta años al pensamiento crítico de raíz occidental. Son dificultades casi dilemáticas porque ocurren a nivel de la propia imaginación política que sostiene la teoría crítica y, en última instancia, la política emancipadora.
EL FIN DEL CAPITALISMO SIN FIN
La primera dificultad de la imaginación política puede formularse así: es tan difícil imaginar el fin del capitalismo cuanto es difícil imaginar que el capitalismo no tenga fin.
Esta dificultad ha fracturado el pensamiento crítico en dos vertientes que sostienen dos opciones políticas de izquierda distintas. La primera vertiente se ha dejado bloquear por la primera dificultad (la de imaginar el fin del capitalismo). En consecuencia, dejó de preocuparse por el fin del capitalismo y, al contrario, centró su creatividad en desarrollar un modus vivendi con el capitalismo que permita minimizar los costos sociales de la acumulación capitalista dominada por los principios del individualismo (versus comunidad), la competencia (versus reciprocidad) y la tasa de ganancia (versus complementariedad y solidaridad).
La socialdemocracia, el keynesianismo, el Estado de Bienestar y el Estado Desarrollista de los años 60 del siglo pasado son las principales formas políticas de este modus vivendi. En el Continente, el Brasil del Presidente Lula es hoy el ejemplo más elocuente de esta vertiente de la tradición crítica y de la política que ella sostiene.
Es una socialdemocracia de nuevo tipo, no asentada en derechos universales sino en significativas transferencias condicionadas de dinero a los grupos sociales considerados vulnerables. Es también un Estado neo-desarrollista que articula el nacionalismo económico mitigado con la obediencia resignada a la ortodoxia del comercio internacional y de las instituciones del capitalismo global.
La otra vertiente de la tradición crítica no se deja bloquear por la primera dificultad y, en consecuencia, vive intensamente la segunda dificultad (la de imaginar cómo será el fin del capitalismo). La dificultad es doble ya que, por un lado, reside en imaginar alternativas pos-capitalistas después del colapso del “socialismo real” y, por otro, implica imaginar alternativas pre-capitalistas anteriores a la conquista y al colonialismo.
Aun cuando usa la noción de “socialismo”, busca calificarla de varias maneras –la más conocida es “socialismo del siglo XXI”– para mostrar la distancia imaginaria que existe entre lo que propone y lo que en el siglo pasado se presentó como socialismo. Los procesos políticos en curso hoy en día en Bolivia, Venezuela y Ecuador representan muy bien esta vertiente.
Esta dificultad de la imaginación política no está igualmente distribuida en el campo político: si los gobiernos imaginan el pos-capitalismo a partir del capitalismo, los movimientos indígenas imaginan el pos-capitalismo a partir del pre-capitalismo. Pero ni unos ni otros imaginan el capitalismo sin el colonialismo interno.
La coexistencia de estas dos vertientes son formas de respuesta a la imaginación política es lo que más creativamente caracteriza el continente latinoamericano de este período.
Son muy distintas en los pactos sociales que las sostienen y en los tipos de legitimación que buscan, así como en la duración del proceso político que protagonizan. La primera, más que interclasista, es transclasista en la medida en que propone a las diferentes clases sociales un juego de suma positiva en el que todos ganan, permitiendo alguna reducción de la desigualdad en términos de ingresos sin alterar la matriz de producción de dominación clasista.
Por otro lado, la legitimación resulta del aumento de las expectativas de los históricamente excluidos sin disminuir significativamente las expectativas de los históricamente incluidos y súper-incluidos. La idea de lo nacional-popular gana credibilidad en la medida en que el tipo de inclusión (por vía de ingresos transferidos del Estado) oculta eficazmente la exclusión (clasista) que simultáneamente sostiene la inclusión y establece sus límites.
Por último, el proceso político tiene un horizonte muy limitado, producto de una coyuntura internacional favorable, y de hecho se cumple con los resultados que obtiene (no con los derechos sociales que hace innecesarios) sin preocuparse por la sustentabilidad futura de los resultados (siempre más contingentes que los derechos).
En el caso de la segunda vertiente, el pacto social es mucho más complejo y frágil porque: 1) la lucha de clases está abierta y la autonomía relativa del Estado reside en su capacidad de mantenerla en suspenso al gobernar de manera sistemáticamente contradictoria (la confusión resultante torna posible el armisticio pero no la paz); y 2) en la medida en que la explotación capitalista se combina con las dominaciones propias del colonialismo interno, las clases entre las cuales sería posible un pacto están atravesadas por identidades culturales y regionales que multiplican las fuentes de los conflictos y hacen la institucionalización de estos mucho más problemática y precaria. Puede así ocurrir un interregno de legitimación.
La legitimidad nacional-popular ya no es viable (porque la nación ya no puede omitir la existencia de naciones que quedarán fuera del proceso de democratización) y la legitimidad plurinacional-popular no es todavía posible (las naciones no saben todavía cómo se pueden sumar a una forma de Estado adecuada). Lo popular, al mismo tiempo que cuestiona a las clases dominantes por hacer de la nación cívica una ilusión de resultados (ciudadanía excluyente), cuestiona también la nación cívica por ser la ilusión originaria que hace posible la invisibilidad/exclusión de las naciones étnico-culturales.
Las transferencias financieras del Estado a los grupos vulnerables son de hecho procesos internos de inter-nacionalidad, pero paradójicamente tienden a polarizar las relaciones entre la nación cívica y las naciones étnico-culturales. La redistribución de la riqueza nacional no produce legitimidad si no es acompañada por la redistribución de la riqueza plurinacional (autonomía, autogobierno, reconocimiento de la diferencia, interculturalidad).
Por esta razón, el proceso político tiene necesariamente un horizonte más amplio porque sus resultados no son independientes de derechos y más aún de derechos colectivos que incorporan transformaciones políticas, culturales, de mentalidades y de subjetividades.
Las dos vertientes de la difícil imaginación política emancipadora, a pesar de ser muy distintas, comparten tres complicidades importantes. Primero, las dos son realidades políticas a partir de movilizaciones populares muy fuertes. Hoy es evidente en varios países del Continente que las clases populares tienen disponibilidad para “la asunción de nuevas creencias colectivas”, como diría Zavaleta .
Las mediaciones democráticas parecen más fuertes y si no sustituyen las formas tradicionales de dominio, por lo menos las enmascaran o hacen su ejercicio más costoso para las clases dominantes. Segundo, las dos vertientes amplían el mandato democrático en la misma medida en que amplían la distancia entre las experiencias comunes de las clases populares y sus expectativas en cuanto al futuro.
Tercero, las dos vertientes usan un espacio de maniobra que el capitalismo global ha creado sin poder interferir significativamente en la configuración o permanencia de ese espacio, incluso si para la segunda vertiente esta incapacidad resulta de la inexistencia de un movimiento fuerte de globalización contra-hegemónica o de una nueva Internacional.
EL FIN DEL COLONIALISMO SIN FIN
La segunda dificultad de la imaginación política latinoamericana progresista puede formularse así: es tan difícil imaginar el fin del colonialismo cuanto es difícil imaginar que el colonialismo no tenga fin. Parte del pensamiento crítico se ha dejado bloquear por la primera dificultad (imaginar el fin del colonialismo) y el resultado ha sido la negación de la existencia misma del colonialismo.
Para esta vertiente las independencias significaron el fin del colonialismo y por eso el anti-capitalismo es el único objetivo político legítimo de la
política progresista. Esta vertiente del pensamiento crítico se centra en la lucha de clases y no reconoce la validez de la lucha étnico-cultural. Al contrario, valora el mestizaje, que caracteriza específicamente el colonialismo ibérico como manifestación adicional de la superación del colonialismo. Paralelamente, la idea de democracia racial es celebrada como realidad y no defendida como aspiración.
Al contrario, la otra vertiente de la tradición crítica parte del presupuesto de que el proceso histórico que condujo a las independencias es la prueba de que el patrimonialismo y el colonialismo interno no sólo se mantuvieran después de las independencias, sino que en algunos casos incluso se agravaron. La dificultad de imaginar la alternativa al colonialismo reside en que el colonialismo interno no es sólo ni principalmente una política de Estado, como sucedía durante el colonialismo de ocupación extranjera; es una gramática social muy vasta que atraviesa la sociabilidad, el espacio público y el espacio privado, la cultura, las mentalidades y las subjetividades.
Es, en resumen, un modo de vivir y convivir muchas veces compartido por quienes se benefician de él y por los que lo sufren. Para esta vertiente de la tradición crítica la lucha anti-capitalista tiene que ser conducida de modo paralelo a la lucha anti-colonialista. La dominación de clase y la dominación étnico-racial se alimentan mutuamente, por tanto, la lucha por la igualdad no puede estar separada de la lucha por el reconocimiento de la diferencia.
Para esta vertiente el desafío del post-colonialismo tiene en el Continente un carácter originario. Nadie lo formuló de manera tan elocuente como José Mariátegui cuando, al referirse a la sociedad peruana (pero aplicable a las otras sociedades latinoamericanas), hablaba del pecado original de la conquista: “el pecado de haber nacido y haberse formado sin el indio y contra el indio” . Y todos sabemos que los pecados originales son de muy difícil redención.
Los dos desafíos a la imaginación política progresista del continente latinoamericano – el pos-capitalismo y el pos-colonialismo – y el tercer desafío de las relaciones entre ambos marcan la turbulencia que actualmente atraviesa las ecuaciones que planteaba René Zavaleta :
forma clase/forma multitud; sociedad civil/comunidad; Estado/nación; transformación por la vía del excedente económico/transformación por la vía de la disponibilidad democrática del pueblo.
Estos tres desafíos son de hecho las corrientes de larga duración, las aguas profundas del Continente que ahora afloran a la superficie de la agenda política debido al papel protagónico de los movimientos indígenas, campesinos, afro-descendientes y feministas en las tres últimas décadas.
El papel protagónico de estos movimientos, sus banderas de lucha y las dos dificultades de la imaginación política progresista ya mencionadas son precisamente los factores que determinan la necesidad de tomar alguna distancia en relación a la tradición crítica eurocéntrica.
Además de ellos, hay dos otros factores de raíz teórica que refuerzan esa necesidad: la pérdida de los sustantivos críticos y la relación fantasmal entre la teoría y la práctica.
LA PÉRDIDA DE LOS SUSTANTIVOS CRÍTICOS
Hubo un tiempo en que la teoría crítica era “propietaria” de un conjunto vasto de sustantivos que marcaban su diferencia en relación a las teorías convencionales o burguesas.
Entre ellos: socialismo, comunismo, dependencia, lucha de clases, alienación, participación, fetichismo de las mercancías, frente de masas, etc. Hoy, aparentemente, casi todos los sustantivos desaparecieron. En los últimos treinta años la tradición crítica eurocéntrica pasó a caracterizarse y distinguirse por vía de los adjetivos con que califica los sustantivos propios de las teorías convencionales.
Así, por ejemplo, si la teoría convencional habla de desarrollo, la teoría crítica hace referencia a desarrollo alternativo, democrático o sostenible; si la teoría convencional habla de democracia, la teoría crítica plantea democracia radical participativa o deliberativa; lo mismo con cosmopolitismo, que pasa a llamarse cosmopolitismo subalterno, de oposición o insurgente, enraizado; y con los derechos humanos, que se convierten en derechos humanos radicales, colectivos, interculturales. Hay que analizar con cuidado este cambio.
Los conceptos (sustantivos) hegemónicos no son, en el plano pragmático, una propiedad inalienable del pensamiento convencional o liberal. Como afirmo adelante, una de las dimensiones del contexto actual del Continente es precisamente la capacidad que los movimientos sociales han mostrado para usar de modo contra-hegemónico y para fines contra-hegemónicos instrumentos o conceptos hegemónicos .
Hay que tener en cuenta que los sustantivos aún establecen el horizonte intelectual y político que define no solamente lo que es decible, creíble, legítimo o realista sino también, y por implicación, lo que es indecible, increíble, ilegitimo o irrealista. O sea, al refugiarse en los adjetivos, la teoría acredita en el uso creativo de la franquicia de sustantivos, pero al mismo tiempo acepta limitar sus debates y propuestas a lo que es posible dentro de un horizonte de posibilidades que originariamente no es lo suyo.
La teoría crítica asume así un carácter derivado que le permite entrar en un debate pero no le permite discutir los términos del debate y mucho menos discutir el por qué de la opción por un debate dado y no por otro. La eficacia del uso contra-hegemónico de conceptos o instrumentos hegemónicos es definida por la conciencia de los límites de ese uso.
Estos límites son ahora más visibles en el continente latinoamericano en un momento en que las luchas sociales están orientadas a resemantizar viejos conceptos y, al mismo tiempo, a introducir nuevos conceptos que no tienen precedentes en la teoría crítica eurocéntrica, tanto más que no se expresan en ninguna de las lenguas coloniales en que fue construida. Si la distancia en relación a esta última no ocurre con éxito, el riesgo radica en no aplicar ni la sociología de las ausencias ni la sociología de las emergencias a las novedades políticas del Continente o, en otras palabras, no identificar o valorar adecuadamente tales novedades.
LA RELACIÓN FANTASMAL ENTRE TEORÍA Y PRÁCTICA
La discrepancia entre la teoría y la práctica es casi constitutiva del pensamiento crítico occidental del siglo XX. Después del optimismo epistemológico del primer Gyorgy Lukács (o de la Historia de la Conciencia de Clase), el pesimismo se instaló representado por la Escuela de Frankfurt Theodor W. Adorno y Max Horkheimer.
Pero pienso que hoy en día estamos confrontados con un fenómeno nuevo, a saber la enorme discrepancia entre lo que está previsto en la teoría y las prácticas más transformadoras en curso en el Continente.
En los últimos treinta años las luchas más avanzadas fueron protagonizadas por grupos sociales (indígenas, campesinos, mujeres, afro-descendientes, piqueteros, desempleados) cuya presencia en la historia no fue prevista por la teoría crítica eurocéntrica. Se organizaron muchas veces según formas (movimientos sociales, comunidades eclesiales de base, piquetes, autogobierno, organizaciones económicas populares) muy distintas de las privilegiadas por la teoría: el partido y el sindicato.
No habitan los centros urbanos industriales sino lugares remotos en las alturas de los Andes o en llanuras de la selva amazónica. Expresan sus luchas muchas veces en sus lenguas nacionales y no en ninguna de las lenguas coloniales en que fue redactada la teoría crítica. Y cuando sus demandas y aspiraciones son traducidas en las lenguas coloniales, no emergen los términos familiares de socialismo, derechos humanos, democracia o desarrollo, sino dignidad, respeto, territorio, autogobierno, el buen vivir, la Madre tierra.
Esta discrepancia entre teoría y práctica tuvo un momento de gran visibilidad en el Foro Social Mundial (FSM), realizado la primera vez en Porto Alegre en 2001. El FSM ha mostrado que la brecha entre las prácticas de la izquierda y las teorías clásicas de la izquierda era más profunda que nunca. Desde luego, el FSM no se encuentra solo, como atestiguan las experiencias políticas de América Latina, la región donde surgió el FSM.
Desde el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas a la elección de Lula en Brasil; desde los piqueteros argentinos al Movimiento Sin Tierra(MST); desde los movimientos indígenas de Bolivia y Ecuador al Frente Amplio de Uruguay, a las sucesivas victorias de Hugo Chávez en Venezuela y a la elección de Evo Morales en Bolivia, de Fernando Lugo en Paraguay y de José Mujica en Uruguay; desde la lucha continental contra el ALCA al proyecto de integración regional alternativo liderado por Hugo Chávez (ALBA) , nos encontramos con prácticas políticas que se reconocen como emancipadoras, pero que no estaban previstas por las grandes tradiciones teóricas de la izquierda eurocéntrica o que incluso las contradicen.
Como evento internacional y punto de encuentro de tantas prácticas de resistencia y proyectos de sociedad alternativos, el Foro Social Mundial ha dado una nueva dimensión a esta ceguera mutua – de la práctica frente a la teoría y de la teoría frente a la práctica – y ha creado las condiciones para una reflexión más amplia y profunda sobre este problema.
La ceguera de la teoría acaba en la invisibilidad de la práctica y, por ello, en su sub-teorización, mientras que la ceguera de la práctica acaba en la irrelevancia de la teoría. La ceguera de la teoría se puede observar en la manera en que los partidos convencionales de la izquierda, y los intelectuales a su servicio, se han negado inicialmente a prestar atención al FSM o han minimizado su significado. La ceguera de la práctica, a su vez, está manifiestamente presente en el desdén mostrado por la gran mayoría de activistas del FSM hacia la rica tradición teórica de la izquierda eurocéntrica y su total desprecio por su renovación.
Este desencuentro mutuo produce, en el terreno de la práctica, una oscilación extrema entre la espontaneidad revolucionaria o pseudo-revolucionaria y un posibilismo autocensurado e inocuo; y, en el terreno de la teoría, una oscilación igualmente extrema entre un celo reconstructivo post factum y una arrogante indiferencia por lo que no está incluido en semejante reconstrucción. En estas condiciones, la relación entre teoría y práctica asume características extrañas.
Por una parte, la teoría deja de estar al servicio de las prácticas futuras que potencialmente contiene, y sirve más bien para legitimar (o no) las prácticas pasadas que han surgido a pesar de sí misma. Deja de ser una orientación para convertirse en una ratificación de los éxitos obtenidos por omisión o confirmación de fracasos preanunciados.
Por otra, la práctica se justifica a sí misma recurriendo a un bricolaje teórico centrado en las necesidades del momento, formado por conceptos y lenguajes heterogéneos que desde el punto de vista de la teoría, no son más que racionalizaciones oportunistas o ejercicios retóricos. Desde el punto de vista de la teoría, el bricolaje teórico nunca se califica como teoría. Desde el punto de vista de la práctica, una teorización a posteriori es un mero parasitismo.
Las causas de esta relación fantasmal entre la teoría y la práctica son múltiples, pero la más importante es que mientras la teoría crítica eurocéntrica fue construida en unos pocos países europeos (Alemania, Inglaterra, Francia, Rusia e Italia) con el objetivo de influenciar en las luchas progresistas de esa región del mundo, las luchas más innovadoras y transformadoras vienen ocurriendo en el Sur en el contexto de realidades socio-político- culturales muy distintas.
Sin embargo, la distancia fantasmal entre teoría y práctica no es solamente el producto de las diferencias de contextos. Es una distancia más bien epistemológica o hasta ontológica. Los movimientos del continente latinoamericano, más allá de los contextos, construyen sus luchas con base en conocimientos ancestrales, populares, espirituales que siempre fueron ajenos al cientismo propio de la teoría crítica eurocéntrica.
Por otro lado, sus concepciones ontológicas sobre el ser y la vida son muy distintas del presentismo y del individualismo occidental. Los seres son comunidades de seres antes que individuos; en esas comunidades están presentes y vivos los antepasados así como los animales y la Madre tierra. Estamos ante cosmovisiones no occidentales que obligan a un trabajo de traducción intercultural para poder ser entendidas y valoradas.
En una perspectiva occidental, el régimen de historicidad que domina después de 1989 es el presentismo (dominio del presente sobre el pasado y el futuro), y aquí concuerdo con Hartog. Con todo, en las perspectivas epistemológicas no occidentales (por ejemplo, indígenas), el Occidente fue siempre presentista (como demuestra el pillaje llevado a cabo en la secuencia de la conquista del Nuevo Mundo) y su presentismo consistió en reivindicarse como señor absoluto de “su” futuro (no existe futuro más allá del futuro occidental) y en la negación de los pasados de los pueblos por ellos encontrados.
Por otro lado, a penas desde un punto de vista occidental podemos considerar que los pueblos indígenas dan prioridad al pasado. Para ellos, el pasado “forma parte” del presente. En el terreno, participé en diversas reuniones de los pueblos indígenas en el decurso de las cuales los antepasados eran invitados a formar parte de nuestro círculo de diálogo. Todos los antropólogos y sociólogos que trabajaron en estas regiones del mundo comparten ciertamente esta experiencia.
En su brillante recorrido por la historia progresista del continente latinoamericano y, en especial, por las varias “concepciones del mundo” de carácter contestatario y emancipador que dominaron Bolivia en los dos últimos siglos, Álvaro García Linera analiza de modo lapidario cómo la “narrativa modernista y teleológica de la historia” se transformó, a partir de cierto momento, en una ceguera teórica y un bloqueo epistemológico ante los nuevos movimientos emancipadores.
Dice García Linera:
Esta narrativa modernista y teleológica de la historia, por lo general adaptada de los manuales de economía y de filosofía, creará un bloqueo cognitivo y una imposibilidad epistemológica respeto a dos realidades que serán el punto de partida de otro proyecto de emancipación, que con el tiempo se sobrepondrá a la propia ideología marxista: la temática campesina y étnica del país .
La pérdida de los sustantivos críticos, combinada con la relación fantasmal entre la teoría crítica eurocéntrica y las luchas transformadoras en la región, no sólo recomiendan tomar alguna distancia en relación al pensamiento crítico pensado anteriormente dentro y fuera del Continente; mucho más que eso, exigen pensar lo impensado, o sea, asumir la sorpresa como acto constitutivo de la labor teórica.
Y como las teorías de vanguardia son las que, por definición, no se dejan sorprender, pienso que, en el actual contexto de transformación social y política, no necesitamos de teorías de vanguardia sino de teorías de retaguardia.
Son trabajos teóricos que acompañan muy de cerca la labor transformadora de los movimientos sociales, cuestionándola, comparándola sincrónica y diacrónicamente, ampliando simbólicamente su dimensión mediante articulaciones, traducciones, alianzas con otros movimientos. Es más un trabajo de artesanía y menos un trabajo de arquitectura. Más un trabajo de testigo implicado y menos de liderazgo clarividente. Aproximaciones a lo que es nuevo para unos y muy viejo para otros.
La distancia que propongo en relación a la tradición crítica eurocéntrica tiene por objetivo abrir espacios analíticos para realidades “sorprendentes” (porque son nuevas o porque hasta ahora fueron producidas como no-existentes), donde puedan brotar emergencias libertadoras. En las dos secciones siguientes indico algunos caminos por los cuales tal distancia se puede concretar.
LA DISTANCIA EN RELACIÓN A LA TRADICIÓN CRÍTICA EUROCÉNTRICA
Tomar distancia no significa descartar o echar a la basura de la historia toda esta tradición tan rica, y mucho menos ignorar las posibilidades históricas de emancipación social de la modernidad occidental. Significa asumir nuestro tiempo, en el continente latinoamericano, como un tiempo que revela una característica transicional inédita que podemos formular de la siguiente manera: tenemos problemas modernos para los cuales no hay soluciones modernas.
Los problemas modernos de la igualdad, de la libertad y de la fraternidad persisten en nosotros. Sin embargo, las soluciones modernas propuestas por el liberalismo y también por el marxismo ya no sirven, incluso si son llevadas a su máxima conciencia posible (para usar una expresión de Lucien Goldmann) como es el caso de la magistral reconstrucción intelectual de la modernidad occidental propuesta por Habermas.
Los límites de tal reconstrucción están inscritos en la versión dominante de la modernidad occidental de la que parte Habermas, que es, de hecho, una segunda modernidad construida a partir de la primera modernidad, la modernidad ibérica de los conimbricenses del siglo XVI .
Lo que caracteriza la segunda modernidad y le confiere su carácter dominante es la línea abismal que establece entre las sociedades metropolitanas (Europa) y las sociedades coloniales .
Esta línea abismal atraviesa todo el pensamiento de Habermas. Su extraordinaria lucidez permite verla, pero no superarla. Su teoría de la acción comunicativa, en cuanto nuevo modelo universal de racionalidad discursiva, es bien conocida. Habermas entiende que esa teoría constituye un telos de desarrollo para toda la humanidad y que con ella es posible rehusar tanto el relativismo como el eclecticismo.
Sin embargo, consultado sobre si su teoría, en particular su teoría crítica del capitalismo avanzado, podría ser útil a las fuerzas progresistas del Tercer Mundo, y si tales fuerzas podrían ser útiles a las luchas del socialismo democrático en los países desarrollados, Habermas respondió: “Estoy tentado a contestar no en ambos casos. Estoy consciente de que ésta es una visión limitada y eurocéntrica. Preferiría no tener que contestar” .
Esta respuesta significa que la racionalidad comunicativa de Habermas, a pesar de su proclamada universalidad, excluye de hecho la participación efectiva a unas cuatro quintas partes de la población del mundo. Esta exclusión es declarada en nombre de criterios de inclusión/exclusión cuya legitimidad reside en su supuesta universalidad.
Por esta vía, la declaración de exclusión puede ser simultáneamente hecha con la máxima honestidad (“Estoy consciente de que ésta es una visión limitada y eurocéntrica”) y con la máxima ceguera en relación a su no-sustentabilidad (o, para ser justos, la ceguera no es total si atendemos la salida estratégica adoptada: “Preferiría no tener que contestar”).
Por tanto, el universalismo de Habermas termina siendo un universalismo benévolo pero imperial, ya que controla en pleno la decisión sobre sus propias limitaciones, imponiendo a sí mismo, sin otros límites, lo que incluye y lo que excluye.
Más allá de las versiones dominantes hubo otras versiones de la modernidad occidental que fueron marginalizadas por dudar de las certezas triunfalistas de la fe cristiana, de la ciencia moderna y del derecho moderno que simultáneamente produjo la línea abismal y la hizo invisible. Me refiero, por ejemplo, a Nicolás de Cusa y Pascal, los cuales (junto con muchos otros igualmente olvidados) mantienen viva todavía hoy la posibilidad de un Occidente no occidentalista.
La distancia en relación a las versiones dominantes de la modernidad occidental conlleva así la aproximación a las versiones subalternas, silenciadas, marginalizadas de modernidad y de racionalidad, tanto occidentales como no occidentales.
Tomar distancia significa entonces estar simultáneamente dentro y fuera de lo que se critica, de tal modo que se torna posible lo que llamo la doble sociología transgresiva de las ausencias y de las emergencias. Esta “sociología transgresiva” es de hecho una demarche epistemológica que consiste en contraponer a las epistemologías dominantes en el Norte global, una epistemología del Sur en el sentido mencionado abajo.
SOCIOLOGÍA DE LAS AUSENCIAS
Por sociología de las ausencias entiendo la investigación que tiene como objetivo mostrar que lo que no existe es, de hecho, activamente producido como no-existente, o sea, como una alternativa no creíble a lo que existe. Su objeto empírico es imposible desde el punto de vista de las ciencias sociales convencionales. Se trata de transformar objetos imposibles en objetos posibles, objetos ausentes en objetos presentes.
La no-existencia es producida siempre que una cierta entidad es descalificada y considerada invisible, no-inteligible o desechable. No hay por eso una sola manera de producir ausencia, sino varias. Lo que las une es una misma racionalidad monocultural.
Distingo cinco modos de producción de ausencia o no-existencia: el ignorante, el retrasado, el inferior, el local o particular y el improductivo o estéril.
La primera lógica deriva de la monocultura del saber y del rigor del saber. Es el modo de producción de no existencia más poderoso. Consiste en la transformación de la ciencia moderna y de la alta cultura en criterios únicos de verdad y de cualidad estética, respectivamente.
La complicidad que une las “dos culturas” reside en el hecho de que se arrogan, en sus respectivos campos, ser cánones exclusivos de producción de conocimiento o de creación artística. Todo lo que el canon no legitima o reconoce es declarado inexistente.
La no existencia asume aquí la forma de ignorancia o de incultura.
La segunda lógica se basa en la monocultura del tiempo lineal, la idea según la cual la historia tiene sentido y dirección únicos y conocidos. Ese sentido y esa dirección han sido formulados de diversas formas en los últimos doscientos años: progreso, revolución, modernización, desarrollo, crecimiento, globalización. Común a todas estas formulaciones es la idea de que el tiempo es lineal y al frente del tiempo están los países centrales del sistema mundial y, junto a ellos, los conocimientos, las instituciones y las formas de sociabilidad que en ellos dominan. Esta lógica produce no existencia declarando atrasado todo lo que, según la norma temporal, es asimétrico en relación a lo que es declarado avanzado.
Bajo los términos de esta lógica, la modernidad occidental ha producido la no contemporaneidad de lo contemporáneo, la idea de que la simultaneidad esconde las asimetrías de los tiempos históricos que en ella convergen. El encuentro entre el campesino africano y el funcionario del Banco Mundial en trabajo de campo ilustra esta condición, un encuentro simultaneo entre no contemporáneos. En este caso, la no existencia asume la forma de residualización, la cual, a su vez, ha adoptado, en los últimos dos siglos, varias designaciones, la primera de las cuales fue la de lo primitivo o salvaje, siguiéndole otras como la de lo tradicional, lo pre-moderno, lo simple, lo obsoleto o lo subdesarrollado.
La tercera lógica es la lógica de la clasificación social, la cual se asienta en la monocultura de la naturalización de las diferencias. Consiste en la distribución de las poblaciones por categorías que naturalizan jerarquías. La clasificación racial y la clasificación sexual son las manifestaciones más señaladas de esta lógica. Al contrario de lo que sucede con la relación capital/trabajo, la clasificación social se basa en atributos que niegan la intencionalidad de la jerarquía social. La relación de dominación es la consecuencia y no la causa de esa jerarquía y puede ser, incluso, considerada como una obligación de quien es clasificado como superior (por ejemplo, “la carga del hombre blanco” en su misión civilizadora).
Aunque las dos formas de clasificación (raza y sexo) sean decisivas para que la relación capital/trabajo se estabilice y profundice globalmente, la clasificación racial fue la que el capitalismo reconstruyó con mayor profundidad, tal y como han mostrado, entre otros, Wallerstein y Balibar y, de una manera más incisiva, Césaire , Quijano , Mignolo , Dussel , Maldonado-Torres y Grosfoguel .
De acuerdo con esta lógica, la no existencia es producida bajo la forma de una inferioridad insuperable, en tanto que natural. Quien es inferior lo es porque es insuperablemente inferior y, por consiguiente, no puede constituir una alternativa creíble frente a quien es superior.
La cuarta lógica de la producción de inexistencia es la lógica de la escala dominante. En los términos de esta lógica, la escala adoptada como primordial determina la irrelevancia de todas las otras escalas posibles. En la modernidad occidental, la escala dominante aparece bajo dos formas principales: lo universal y lo global.
El universalismo es la escala de las entidades o realidades que se refuerzan independientemente de contextos específicos. Por eso, se adjudica precedencia sobre todas las otras realidades que dependen de contextos y que, por tal razón, son consideradas particulares o vernáculas.
La globalización es la escala que en los últimos veinte años adquirió una importancia sin precedentes en los más diversos campos sociales. Se trata de la escala que privilegia las entidades o realidades que extienden su ámbito por todo el globo y que, al hacerlo, adquieren la prerrogativa de designar entidades o realidades rivales como locales.
En el ámbito de esta lógica, la no existencia es producida bajo la forma de lo particular y lo local. Las entidades o realidades definidas como particulares o locales están aprisionadas en escalas que las incapacitan para ser alternativas creíbles a lo que existe de modo universal o global.
Finalmente, la quinta lógica de no existencia es la lógica productivista y se asienta en la monocultura de los criterios de productividad capitalista. En los términos de esta lógica, el crecimiento económico es un objetivo racional incuestionable y, como tal, es incuestionable el criterio de productividad que mejor sirve a ese objetivo. Ese criterio se aplica tanto a la naturaleza como al trabajo humano. La naturaleza productiva es la naturaleza máximamente fértil dado el ciclo de producción, en tanto que trabajo productivo es el trabajo que maximiza la generación de lucro igualmente en un determinado ciclo de producción.
Según esta lógica, la no existencia es producida bajo la forma de lo improductivo, la cual, aplicada a la naturaleza, es esterilidad y, aplicada al trabajo, es pereza o descalificación profesional.
Estamos así ante las cinco formas sociales principales de no existencia producidas o legitimadas por la razón eurocéntrica dominante: lo ignorante, lo residual, lo inferior, lo local o particular y lo improductivo. Se trata de formas sociales de inexistencia porque las realidades que conforman aparecen como obstáculos con respecto a las realidades que cuentan como importantes: las científicas, avanzadas, superiores, globales o productivas.
Son, pues, partes des-cualificadas de totalidades homogéneas que, como tales, confirmanlo que existe y tal como existe. Son lo que existe bajo formas irreversiblemente des-cualificadas de existir.
SOCIOLOGÍA DE LAS EMERGENCIAS
La sociología de las emergencias consiste en sustituir el vacío del futuro según el tiempo lineal (un vacío que tanto es todo como es nada) por un futuro de posibilidades plurales y concretas, simultáneamente utópicas y realistas, que se va construyendo en el presente a partir de las actividades de cuidado.
Llamar la atención acerca de las emergencias es, por naturaleza, algo especulativo y requiere alguna elaboración filosófica. El significado profundo de las emergencias puede ser detectado en las más diferentes tradiciones culturales y filosóficas. En lo que respecta a la filosofía occidental, las emergencias son un tema marginal y quien mejor lo trató, entre los autores contemporáneos, fue Ernst Bloch.
El concepto que preside la sociología de las emergencias es el concepto de “Todavía-No” (Noch nicht) propuesto por Bloch . Bloch se rebela contra el hecho de la dominación de la filosofía occidental por los conceptos de Todo
(Alles) y Nada (Nicht), en los cuales todo parece estar contenido como latencia, pero donde nada nuevo puede surgir. De ahí que la filosofía occidental sea un pensamiento estático.
Para Bloch, lo posible es lo más incierto, el concepto más ignorado de la filosofía occidental . Y, sin embargo, sólo lo posible permite revelar la totalidad inagotable del mundo.
Bloch introduce, así, dos nuevos conceptos: el No (Nicht) y el Todavía-No (Noch nicht). El No es la falta de algo y la expresión de la voluntad para superar esa falta. Por eso, el No se distingue de la Nada (1995: 306). Decir no es decir sí a algo diferente.
Lo Todavía-No es la categoría más compleja, porque extrae lo que existe sólo como latencia, un movimiento latente en el proceso de manifestarse. Lo Todavía-No es el modo como el futuro se inscribe en el presente y lo dilata. No es un futuro indeterminado ni infinito. Es una posibilidad y una capacidad concretas que ni existen en el vacío, ni están completamente determinadas.
De hecho, ellas re-determinan activamente todo aquello que tocan y, de ese modo, cuestionan las determinaciones que se presentan como constitutivas de un momento dado o condición. Subjetivamente, lo Todavía-No es la conciencia anticipadora, una conciencia que, a pesar de ser tan importante en la vida de las personas, fue, por ejemplo, totalmente olvidada por Freud .
Objetivamente, lo Todavía-No es, por un lado, capacidad (potencia) y, por otro, posibilidad (potencialidad). Esta posibilidad tiene un componente de oscuridad u opacidad que reside en el origen de esa posibilidad en el momento vivido, que nunca es enteramente visible para sí mismo; y tiene también un componente de incertidumbre que resulta de una doble carencia: el conocimiento apenas parcial de las condiciones que pueden concretar la posibilidad y el hecho de que esas condiciones sólo existan parcialmente.
Para Bloch (1995: 241) es fundamental distinguir entre estas dos carencias, dado que son autónomas: es posible tener un conocimiento poco parcial de las condiciones, que son muy parcialmente existentes, y viceversa.
La sociología de las emergencias consiste en la investigación de las alternativas que caben en el horizonte de las posibilidades concretas. En tanto que la sociología de las ausencias amplía el presente uniendo a lo real existente lo que de él fue sustraído por la razón eurocéntrica dominante, la sociología de las emergencias amplía el presente uniendo a lo real amplio las posibilidades y expectativas futuras que conlleva. En este último caso, la ampliación del presente implica la contracción del futuro, en la medida en que lo Todavía-No, lejos de ser un futuro vacío e infinito, es un futuro concreto, siempre incierto y siempre en peligro. Como dijo Bloch, junto a cada esperanza hay un cajón a la espera .
Cuidar del futuro es un imperativo porque es imposible blindar la esperanza contra la frustración, lo porvenir contra el nihilismo, la redención contra el desastre; en suma, porque es imposible la esperanza sin la eventualidad del cajón.
La sociología de las emergencias consiste en proceder a una ampliación simbólica de los saberes, prácticas y agentes de modo que se identifique en ellos las tendencias de futuro (lo Todavía-No) sobre las cuales es posible actuar para maximizar la probabilidad de la esperanza en relación a la probabilidad de la frustración.
Tal ampliación simbólica es, en el fondo, una forma de imaginación sociológica que se enfrenta a un doble objetivo: por un lado, conocer mejor las condiciones de posibilidad de la esperanza; por otro, definir principios de acción que promuevan la realización de esas condiciones.
La sociología de las emergencias actúa tanto sobre las posibilidades (potencialidad) como sobre las capacidades (potencia). Lo Todavía-No tiene sentido (en cuanto posibilidad), pero no tiene dirección, ya que tanto puede acabar en esperanza como en desastre. Por eso, la sociología de las emergencias sustituye la idea mecánica de determinación por la idea axiológica del cuidado. La mecánica del progreso es, de este modo, sustituida por la axiología del cuidado. Mientras que en la sociología de las ausencias la axiología del cuidado es puesta en práctica en relación con las alternativas disponibles, en la sociología de las emergencias se lleva a cabo en relación con las alternativas posibles. Esta dimensión ética hace que ni la sociología de las ausencias ni la sociología de las emergencias sean sociologías convencionales.
Hay, sin embargo, otra razón para su no convencionalidad: su objetividad depende de la calidad de su dimensión subjetiva. El elemento subjetivo de la sociología de las ausencias es la conciencia cosmopolita y el inconformismo ante el desperdicio de la experiencia.
El elemento subjetivo de la sociología de las emergencias, en tanto, es la conciencia anticipadora y el inconformismo ante una carencia cuya satisfacción está en el horizonte de posibilidades. Como dijo Bloch , los conceptos fundamentales no son accesibles sin una teoría de las emociones. El No, la Nada y el Todo iluminan emociones básicas como hambre o carencia, desesperación o aniquilación, confianza o rescate. De una forma o de otra, estas emociones están presentes en el inconformismo que mueve tanto la sociología de las ausencias como la sociología de las emergencias.
Una y otra buscan alimentar acciones colectivas de transformación social que exigen siempre una cobertura emocional, sea el entusiasmo o la indignación. En su óptimo, lo emocional realiza el equilibrio entre las dos corrientes de la personalidad, a las que llamo la corriente fría y la corriente cálida. La corriente fría es la corriente del conocimiento de los obstáculos y de las condiciones de la transformación. La corriente cálida es la corriente de la voluntad de acción, de transformación, de vencer los obstáculos. La corriente fría nos impide ser engañados; conociendo las condiciones es más difícil dejarnos condicionar.
La corriente cálida, a su vez, nos impide desilusionarnos fácilmente; la voluntad de desafío sustenta el desafío de la voluntad. El equilibrio entre ambas corrientes es difícil y el desequilibrio, más allá de cierto límite, es un factor de perversión. El miedo exagerado de que seamos engañados acarrea el riesgo de transformar las condiciones en obstáculos incontrovertibles y, con eso, conducir a la quietud y el conformismo.
A su vez, el miedo exagerado de desilusionarnos crea una aversión total a todo lo que no es visible ni palpable y, por esa otra vía, conduce igualmente a la quietud y el conformismo. La sociología de las ausencias y la sociología de las emergencias marcan la distancia en relación a la tradición crítica occidental. A partir de ellas es posible delinear una posible alternativa, a la cual he llamado epistemología del Sur .
UNA EPISTEMOLOGÍA DEL SUR
Entiendo por epistemología del Sur el reclamo de nuevos procesos de producción y de valoración de conocimientos válidos, científicos y no científicos, y de nuevas relaciones entre diferentes tipos de conocimiento, a partir de las prácticas de las clases y grupos sociales que han sufrido de manera sistemática las injustas desigualdades y las discriminaciones causadas por el capitalismo y por el colonialismo.
El Sur global no es entonces un concepto geográfico, aun cuando la gran mayoría de estas poblaciones viven en países del hemisferio Sur. Es más bien una metáfora del sufrimiento humano causado por el capitalismo y el colonialismo a nivel global y de la resistencia para superarlo o minimizarlo. Es por eso un Sur anticapitalista, anticolonial y anti-imperialista. Es un Sur que existe también en el Norte global, en la forma de poblaciones excluidas, silenciadas y marginadas como son los inmigrantes sin papeles, los desempleados, las minorías étnicas o religiosas, las victimas de sexismo, la homofobia y el racismo.
Las dos premisas de una epistemología del Sur son las siguientes . Primero, la comprensión del mundo es mucho más amplia que la comprensión occidental del mundo. Esto significa, en paralelo, que la transformación progresista del mundo puede ocurrir por caminos no previstos por el pensamiento occidental, incluso por el pensamiento crítico occidental (sin excluir el marxismo).
Segundo, la diversidad del mundo es infinita, una diversidad que incluye modos muy distintos de ser, pensar y sentir, de concebir el tiempo, la relación entre seres humanos y entre humanos y no humanos, de mirar el pasado y el futuro, de organizar colectivamente la vida, la producción de bienes y servicios y el ocio.
Esta inmensidad de alternativas de vida, de convivencia y de interacción con el mundo queda en gran medida desperdiciada porque las teorías y conceptos desarrollados en el Norte global y en uso en todo el mundo académico, no identifican tales alternativas y, cuando lo hacen, no las valoran en cuanto contribuciones válidas para construir una sociedad mejor.
Por eso, en mi opinión, no necesitamos alternativas, sino un pensamiento alternativo de alternativas.
ECOLOGÍA DE SABERES
Las dos ideas centrales de la epistemología del Sur son la ecología de saberes y la traducción intercultural. El fundamento de la ecología de saberes es que no hay ignorancia o conocimiento en general; toda la ignorancia es ignorante de un cierto conocimiento, y todo el conocimiento es el triunfo de una ignorancia en particular . Aprender ciertas forma de conocimiento puede suponer olvidar otras y, en última instancia, volverse ignorante de ellas.
En otras palabras, en la ecología de saberes, la ignorancia no es necesariamente el estado original o el punto de partida; puede ser el punto de llegada. Por ello en cada fase de la ecología de saberes es crucial cuestionar si lo que se está aprendiendo es valioso, o si debería ser olvidado o no aprendido. La ignorancia es solamente una forma descalificada de ser y hacer cuando lo que se ha aprendido es más valioso que lo que se está olvidando. La utopía del inter-conocimiento es aprender otros conocimientos sin olvidar el propio. Esta es la idea de la prudencia que subyace en la ecología de saberes.
La ecología de saberes comienza con la asunción de que todas las prácticas de relaciones entre los seres humanos, así como entre los seres humanos y la naturaleza, implican más de una forma de conocimiento y, por ello, de ignorancia. Epistemológicamente, la moderna sociedad capitalista se caracteriza por el hecho de que favorece prácticas en las que predomina el conocimiento científico.
Este status privilegiado, concedido a las prácticas científicas, significa que las intervenciones en la realidad humana y natural, que ellas pueden ofrecer, también se ven favorecidas. Cualquier crisis o catástrofe que pueda resultar de esas prácticas es socialmente aceptable y vista como un inevitable coste social que puede ser superado mediante nuevas prácticas científicas.
Ya que el conocimiento científico no está socialmente distribuido de manera proporcionada, las intervenciones en el mundo real que favorece tienden a ser aquellas que atienden a los grupos sociales que tienen acceso al conocimiento científico. La injusticia social se basa en la injusticia cognitiva. Sin embargo, la lucha por la justicia cognitiva no tendrá éxito si se sustenta únicamente en la idea de una distribución más equilibrada del conocimiento científico.
Aparte del hecho de que esta forma de distribución es imposible en las condiciones del capitalismo global, este conocimiento tiene límites intrínsecos en relación a los tipos de intervención en el mundo real que se pueden alcanzar. Estos límites son el resultado de la ignorancia científica y de una incapacidad para reconocer formas alternativas de conocimiento e interconectar con ellas en términos de igualdad.
En la ecología de saberes, forjar credibilidad para el conocimiento no científico no supone desacreditar el conocimiento científico. Simplemente implica su utilización contra-hegemónica. Consiste, por una parte, en explorar prácticas científicas alternativas que se han hecho visibles a través de las epistemologías plurales de las prácticas científicas y, por otra, en promover la interdependencia entre los conocimientos científicos y no científicos.
Este principio del carácter incompleto de todos los conocimientos es la condición para la posibilidad de un diálogo y un debate epistemológico entre ellos. Lo que cada conocimiento aporta a semejante diálogo es la manera en que conduce una cierta práctica para superar una cierta ignorancia. La confrontación y el diálogo entre conocimientos son confrontación y diálogo entre diferentes procesos a través de los cuales las prácticas que son ignorantes de modos diferentes se vuelven prácticas de conocimiento de modos diferentes.
Todos los conocimientos tienen límites internos y externos. Los límites internos se refieren a la restricción de las intervenciones en el mundo real. Los límites externos resultan del reconocimiento de intervenciones alternativas hechas posibles por otras formas de conocimientos.
Las formas hegemónicas de conocimiento entienden solamente los límites internos. La utilización contra-hegemónica de la ciencia moderna constituye una exploración paralela de los límites tanto internos como externos. Por ello, la utilización contra-hegemónica de la ciencia no se puede restringir solamente a la ciencia; únicamente tiene sentido dentro de una ecología de saberes.
LA TRADUCCIÓN INTERCULTURAL
La segunda idea central de una epistemología del Sur es la traducción intercultural, entendida como el procedimiento que permite crear inteligibilidad recíproca entre las experiencias del mundo, tanto las disponibles como las posibles. Se trata de un procedimiento que no atribuye a ningún conjunto de experiencias ni el estatuto de totalidad exclusiva ni el de parte homogénea. Las experiencias del mundo son tratadas en momentos diferentes del trabajo de traducción como totalidades o partes y como realidades que no se agotan en esas totalidades o partes. Por ejemplo, ver lo subalterno tanto dentro como fuera de la relación de subalternidad.
El trabajo de traducción incide tanto sobre los saberes como sobre las prácticas (y sus agentes). La traducción entre saberes asume la forma de una hermenéutica diatópica. Este trabajo es lo que hace posible la ecología de los saberes.
La hermenéutica diatópica consiste en un trabajo de interpretación entre dos o más culturas con el objetivo de identificar preocupaciones isomórficas entre ellas y las diferentes respuestas que proporcionan. He propuesto un ejercicio de hermenéutica diatópica a propósito de la preocupación isomórfica con respecto a la dignidad humana entre el concepto occidental de derechos humanos, el concepto islámico de umma y el concepto hindú de dharma.
Otros dos ejercicios de hermenéutica diatópica me parecen importantes. El primero consiste en la traducción entre diferentes concepciones de la vida productiva entre las concepciones de desarrollo capitalista y, por ejemplo, la concepción de swadeshi propuesta por Gandhi, o la concepción de Sumak Kawsay de los pueblos indígenas (que trato con más detalle adelante).
Las concepciones de desarrollo capitalistas han sido reproducidas por la ciencia económica convencional.
Esas concepciones se basan en la idea de crecimiento infinito obtenido a partir de la sujeción progresiva de las prácticas y saberes a la lógica mercantil. A su vez, el swadeshi y el Sumak Kawsay se asientan en la idea de sustentabilidad y de reciprocidad.
El segundo ejercicio de hermenéutica diatópica consiste en la traducción entre varias concepciones de sabiduría y diferentes mundovisiones y cosmovisiones. Tiene lugar, por ejemplo, entre la filosofía occidental y el concepto africano de sagacidad filosófica. Este último es una contribución innovadora de la filosofía africana propuesta por Odera Oruka , entre otros.
Se basa en una reflexión crítica sobre el mundo protagonizada por lo que Oruka llama sabios, sean poetas, médicos tradicionales, contadores de historias, músicos o autoridades tradicionales. Según Odera Oruka, la filosofía de la sagacidad:
Consiste en los pensamientos expresados por hombres y mujeres de sabiduría en una comunidad determinada y es un modo de pensar y de explicar el mundo que oscila entre la sabiduría popular (máximas corrientes en la comunidad, aforismos y verdades generales de sentido común) y la sabiduría didáctica, una sabiduría y un pensamiento racional explicados por determinados individuos dentro de una comunidad. Mientras que la sabiduría popular es frecuentemente conformista, la sabiduría didáctica es, a veces, crítica en relación con el contexto colectivo y con la sabiduría popular.
Los pensamientos pueden expresarse a través de la escritura o de la oralidad, o como dichos, proverbios, máximas y argumentos asociados a ciertos individuos. En el África tradicional, mucho de lo que podría considerarse filosofía de la sagacidad no está escrito, por razones que deben realmente ser obvias para todos. Algunas de estas personas, tal vez, hayan sido influenciadas en parte por la inevitable cultura moral y tecnológica de occidente, aunque su apariencia externa y su forma cultural de estar pertenecen básicamente a las del África rural tradicional. Exceptuando un puñado de ellas, la mayoría es “analfabeta” o “semi-analfabeta” .
La hermenéutica diatópica parte de la idea de que todas las culturas son incompletas y, por tanto, pueden ser enriquecidas por el diálogo y por la confrontación con otras culturas.
Admitir la relatividad de las culturas no implica adoptar sin más el relativismo como actitud filosófica. Implica, sí, concebir el universalismo como una particularidad occidental cuya supremacía como idea no reside en sí misma, sino más bien en la supremacía de los intereses que la sustentan.
La crítica del universalismo se sigue de la crítica de la posibilidad de la teoría general. La hermenéutica diatópica presupone, por el contrario, lo que designo como universalismo negativo, la idea de la imposibilidad de completitud cultural. En el período de transición que atravesamos, la mejor formulación para el universalismo negativo tal vez sea designarlo como una teoría general residual: una teoría general sobre la imposibilidad de una teoría general.
La idea y sensación de carencia y de incompletitud crean la motivación para el trabajo de traducción, el cual, para fructificar, tiene que ser el cruce de motivaciones convergentes originadas en diferentes culturas. El sociólogo hindú Shiv Vishvanathan formuló de una manera incisiva la noción de carencia y la motivación que yo aquí denomino como motivación para el trabajo de traducción: “Mi problema es cómo ir a buscar lo mejor que tiene la civilización india y, al mismo tiempo, mantener viva mi imaginación moderna y democrática” .
Si, imaginariamente, un ejercicio de hermenéutica diatópica fuese realizado entre Vishvanathan y un científico de cultura eurocéntrica es posible imaginar que la motivación para el diálogo, por parte de este último, se formularía del siguiente modo: “¿Cómo puedo mantener vivo en mí lo mejor de la cultura occidental moderna y democrática y, al mismo tiempo, reconocer el valor de la diversidad del mundo que aquella designó autoritariamente como no-civilizado, ignorante, residual, inferior o improductivo?” ¿Y cómo se realizaría la hermenéutica diatópica entre cualquiera de ellos y una científica (blanca, negra, indígena) de la América Latina?

Rousseau y la Ilustración

Rousseau y la Ilustración
José Álvarez Junco

nº 184 • diciembre / enero 2012/2013

Jonathan I. Israel
Radical Enlightenment. Philosophy and the Making of Modernity 1650-1750 Nueva York, Oxford University Press, 2001; Enlightenment Contested. Philosophy, Modernity, and the Emancipation of Man 1670-1752 Nueva York, Oxford University Press, 2006; Democratic Enlightenment. Philosophy, Revolution and Human Rights 1750-1790 Nueva York, Oxford University Press, 2011; A Revolution of the Mind. Radical Enlightenment and the Intellectual Origins of Modern Democracy Princeton, Princeton University Press, 2010 – David Edmonds y El perro de Rousseau: el relato de la guerra entre dos grandes pensadores de la época de la Ilustración Trad. de José Luis Gil Aristu Barcelona, Península, 2007 – 416 pp. 27 €
Robert Zaretsky y John T. Scott. La querella de los filósofos. Rousseau, Hume y los límites del entendimiento humano Trad. de Josep Sarret Barcelona, Buridán, 2010- 318 pp. 24 €

La Ilustración, reinterpretada

Cualquier momento debería ser bueno para reflexionar sobre la huella intelectual, política y estética dejada por Jean-Jacques Rousseau, un genio filosófico y literario de inmensa influencia tanto sobre su época como sobre las siguientes. Pero este año 2012 coincide con el tercer centenario de su nacimiento y el convencionalismo del número redondo nos invita a dedicarle una atención especial.
Ocurre, además, y esto sí que es importante, que se han publicado en los últimos tiempos diversas obras que obligan a repensar nuestros juicios heredados no sólo sobre Rousseau sino sobre toda su época. De especial impacto han sido los tres sólidos volúmenes –de unas mil páginas de apretada letra cada uno– escritos por Jonathan Israel sobre la Ilustración.
Con Democratic Enlightenment, aparecido en 2011, ha culminado una imponente trilogía iniciada con Radical Enlightenment (2001) y proseguida con Enlightenment Contested (2006).
Pese a sus dimensiones y su despliegue de erudición, son libros escritos con estilo vivo y apasionado, cuya lectura no reviste especial dificultad, aunque exige tiempo. Israel, debe aclararse desde el principio, no es un académico angloamericano al uso. Británico, actualmente en Princeton, y especializado en historia de Holanda y del judaísmo, es un cosmopolita, capaz de manejar casi una decena de lenguas, entre ellas el latín y el español.
La visión de Israel, panorámica y detallada a la vez, apenas deja rincón sin explorar. Lo que, en principio, debería hacer muy difícil resumir su idea central en unas pocas páginas. Pero no es así, porque la plantea de forma muy nítida (lo que es, quizá, su problema). Su gran pregunta versa sobre los orígenes intelectuales de la Revolución Francesa, o de la modernidad occidental en general. Y defiende sin equívoco alguno que the big cause, la causa principal, de ambos acontecimientos fue la «filosofía moderna» (lo que hoy llamaríamos ideas políticas, económicas y sociales); y, dentro de ella, la «Ilustración radical». Un fenómeno desarrollado, según él, entre 1650 y 1800.
Algo que debería destacarse ante todo es que, frente a la tendencia dominante en las últimas décadas a ver la Ilustración como una multitud compleja de manifestaciones sin denominador común, nuestro autor intenta definirla de manera unitaria. Vuelve con ello al clásico planteamiento de Ernst Cassirer (La filosofía de la Ilustración, 1932), al que añade además un muy novedoso esfuerzo por verla desde ambos lados del Atlántico, con incursiones aun en Asia. Para Israel, la Ilustración fue un gran movimiento político-intelectual comprometido con la idea de que era posible y necesario mejorar la suerte de la humanidad gracias al uso de la razón para eliminar ideas o instituciones heredadas nocivas para la felicidad humana.
Un proyecto dirigido por la «filosofía», pero que inevitablemente desembocaba en principios políticos, como la libertad y los derechos humanos. Es decir, que abría el camino para las revoluciones que acabaron en la implantación de las actuales democracias representativas. «A Revolution of the Mind» llama, en efecto, a la Ilustración –en un compendio muy legible que sintetiza sus tres volúmenes–, y dice que fue el acontecimiento cultural más importante ocurrido en el mundo desde hace quizás un milenio, «con un significado crucial también para la comprensión de nuestra política y nuestra filosofía».
Frente a estudios recientes que distinguían la Ilustración francesa, alemana, norteamericana o escocesa, Israel sólo acepta dos variantes dentro del movimiento global: la Ilustración moderada y la radical; ambas comprometidas con la mejora de la condición humana, pero la primera, la más pública y notoria (mainstream), dominada por el escepticismo intelectual y el temor ante cambios políticos drásticos, aceptaba el compromiso con aristócratas y monarcas; apoyada por estos mismos poderes (court-sponsored), basada en un «complejo de superioridad eurocéntrico» y ligada al misticismo deísta de la masonería, no tenía reparos en distinguir entre el racionalismo que intentaba expandir entre las elites cultas y el mantenimiento de la religión y las supersticiones milagreras entre las clases populares, conveniente para que aceptaran su condición subordinada.
La otra rama ilustrada, la radical, creó una «conciencia revolucionaria completamente nueva» a partir del principio de la igualdad humana; pero vista en los círculos oficiales, tendió a expresarse de forma más clandestina y a ligarse al racionalismo de los Illuminati.
Esta división en dos ramas tuvo carácter universal, según Israel, pues no se limitó a Francia o Gran Bretaña, sino que apareció en la Europa central o en el mundo latino, e incluso en las colonias americanas que pasarían a ser los Estados Unidos, como ejemplifican las diferencias entre John Adams y Tom Paine.
Enemigos tanto de moderados como de radicales eran, por supuesto, los antiilustrados, que seguían apoyándose en la fe, en lugar de la razón, y cuyo saber por excelencia era la teología, a partir de la exégesis de los textos revelados. Los poderes existentes, anclados en el derecho divino y la legitimidad heredada, se alineaban en principio con estos últimos, pero el siglo ilustrado hizo que algunos de ellos giraran hacia posiciones ambiguas, dado su deseo de legitimarse también por su potencial para fomentar el progreso y el bienestar de sus súbditos.
La Ilustración moderada –continúa Israel– fue la dominante hasta 1770. Su origen, como ya señalara Cassirer para todo el conjunto, radicaba en Newton, que había compatibilizado ciencia y fe religiosa y había extendido la creencia de que las leyes de la física podrían aplicarse también a los fenómenos políticos y sociales.
Su primer adalid, en el XVIII, había sido Montesquieu, ferviente admirador de la división de poderes británica, y su gran patriarca era Voltaire, aunque también encarnaba en Turgot o Grimm; todos ellos estaban dispuestos a apoyar a déspotas reformistas en Austria, Prusia o Rusia y a exaltar las excelencias de la religión para el pueblo.
Entre los moderados se alinearían asimismo los ilustrados escoceses, aunque más en la práctica que en la teoría: Adam Smith, muy renovador en cuanto a la liberalización de los mercados, pero partidario del mantenimiento del imperio inglés y del poder aristocrático y eclesiástico; o Hume, de un escepticismo devastador en relación con la filosofía heredada, pero favorable a la aceptación de los hábitos dominantes, por razones prácticas, en lugar de predicar una reorganización social general a partir de normas universales de justicia o de moral. Todos eran, en definitiva, para Israel, «racionalizadores del Antiguo Régimen».

El programa moderado impulsó reformas, desde luego, pero era incapaz de realizar las transformaciones necesarias para acabar con los despóticos regímenes existentes. Eso sí, en su combate contra los radicales, los moderados difundieron involuntariamente sus doctrinas, con lo que facilitaron la transición a una segunda fase, dominada ya por estos últimos, que preparó el camino para la gran Revolución de 1789. No hará falta añadir que, al iniciarse esta, los moderados la rechazarían con horror, al revés que los radicales; pues la revolución se basaba en sus mismos principios: la igualdad de las personas, la destrucción de los privilegios arbitrarios y la creencia de que los gobiernos habían de trabajar por la felicidad humana y servir a los intereses globales de la sociedad en lugar de a los gobernantes. Otra cosa sería la evolución de cada cual a medida que el proceso revolucionario se despeñó hacia el Terror.

Un rasgo distintivo de la obra de Israel es su decidida localización del origen de la Ilustración radical. Al rastreo del nacimiento y desarrollo de esta línea de pensamiento, piedra angular de la modernidad, dedica este autor la mayor parte de su inmenso trabajo. Todo se remonta, para él, a Baruch Spinoza, protagonista de su primer volumen.

Su metafísica basada en el monismo materialista minó las creencias en la divina providencia y en la autoridad eclesiástica y llevó a la repulsa de la teología, la revelación, los milagros y la idea de recompensas o castigos tras la muerte, defendiendo, en cambio, a la razón como única guía legítima en los asuntos humanos. Este racionalismo extremo del spinozismo sería el rasgo fundamental de la Ilustración radical, frente a la moderada, que intentaría limitar la razón al papel de auxiliar o acompañante de la revelación y la autoridad eclesiástica. Y es también la llave que abre el camino al relativismo moral, la defensa de la igualdad, los derechos individuales, la libertad de opinión y la de cultos.
El materialismo spinoziano fue desarrollado en el siglo ilustrado por una serie de pensadores audaces: Bayle, Helvecio, Mandeville, Diderot, d’Holbach, Raynal. Frente a los moderados, que tendían a ser religiosos (protestantes, católicos o judíos), los radicales fueron deístas, agnósticos o ateos y combatieron el dominio social de las religiones. Ese deísmo o ateísmo que les caracterizó les ayudó también a rechazar cualquier compromiso con el pasado y a alinearse con quienes proponían barrer las estructuras sociales y políticas existentes. Los radicales predicaron el racionalismo universal, el materialismo, el secularismo, la tolerancia, el humanitarismo, la igualdad y, en definitiva, la democracia, único sistema en el que el individuo no abdica de su libertad y derechos naturales a favor de ningún grupo o individuo sino de su propia comunidad. Cimentaron, así, la modernidad política.
Israel se atreve a proponer otra serie de consecuencias del spinozismo que tiende a exagerar y, sobre todo, a englobar en un solo bloque. Una de ellas es el multiculturalismo, iniciado por la Histoire philosophique des deux mondes, de Raynal, obra clave (colectiva, como la Encyclopédie) que denunció la expansión colonial europea y sacó a la luz la codicia y la brutalidad de los colonos.
Ello permitió por primera vez un planteamiento universal de la opresión política (pues las atrocidades coloniales no se atribuían ya al carácter cruel de ciertos pueblos o religiones, sino a la estructura opresiva) y el respeto hacia otras culturas, frente a la tradicional defensa de la superioridad europea.
Al proclamar, como Helvecio, que sólo hay una moral, basada en la razón y aplicable a todos los habitantes del globo, los radicales condenaron la esclavitud, junto con el «fanatismo» y el «despotismo». A través de las observaciones de Raynal sobre la «tiranía» ejercida por los hombres sobre las mujeres en las tribus indias, situación que el «progreso» exigía superar, llegaron incluso al inicio del feminismo. En todo ello, los radicales se distanciaban de Rousseau, que idealizaba a los «primitivos» y consideraba natural y conveniente la subordinación femenina.
Lo más innovador en este tercer tomo de la serie de Israel es la conexión entre esta Ilustración radical y el planteamiento revolucionario. Dedica la cuarta parte del último volumen a los debates filosóficos inmediatamente anteriores a la Revolución Francesa, o contemporáneos con esta, muy centrados, según él, en el spinozismo.
La Revolución iniciada en 1789 no sería sino «la apoteosis de la Ilustración», pues sólo una ruptura completa con el pasado jerárquico y corrupto podía acabar con el yugo temporal que esclavizaba y degradaba a las sociedades. La exigencia de igualdad de la Ilustración radical derivó en la denuncia del privilegio y esta fue «the only important direct cause of the French Revolution».
En las radicales transformaciones que inauguraron el mundo moderno tuvo, por tanto, para este autor, una importancia crucial la «filosofía». Ella fue la que llevó a la conciencia de los derechos y la exigencia de democracia; y sin los debates alrededor de estos temas no puede entenderse por qué se desencadenaron las revoluciones americana y francesa. Pero no todos aquellos debates tuvieron un origen puramente intelectual. Un gran motivo de reflexión fue, por ejemplo, el terremoto de Lisboa en 1755 (precedido por otros varios, devastadores, en la América española, a lo largo del medio siglo anterior).

En páginas muy brillantes, Israel describe cómo impresionó aquel terremoto que, después de destruir buena parte de la capital portuguesa, fue seguido por un tsunami que quitó la vida a muchos de los que, agradecidos por haberla salvado, rezaban en las calles. Los radicales vieron aquella catástrofe en términos de ciegas fuerzas naturales y prueba contundente de la inexistencia de un Dios justo y misericordioso. Los clérigos, en cambio, lo presentaron como un castigo divino por los pecados colectivos. Y los moderados adoptaron la vía media: algunos terremotos podían ser expresión del disgusto divino, pero otros eran puramente naturales.

Aunque no centre su atención en ella, son de especial interés sus referencias a la Revolución Americana, tema, no hace falta decir, estudiado hasta la saciedad antes de su trabajo, pero no desde esta perspectiva del enfrentamiento entre Ilustración moderada y radical. La Declaración de Independencia estaba, para Israel, saturada de ideas moderadas, religiosas, lockeanas.

La base de su racionalidad, que nos presenta como «evidentes» verdades como que todos los hombres han sido creados iguales y dotados de derechos inalienables, como la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, es la existencia de un Dios creador del universo. Pero, a través de Jefferson o Tom Paine, encuentra también en ella ideas radicales. De ahí la actitud crítica, a la vez que entusiasta, del radicalismo ilustrado ante el modelo americano.

A partir de lo dicho, no es difícil adivinar a cuántos y a quiénes va a irritar, o lo ha hecho ya, el planteamiento de Israel: a los fundamentalistas religiosos, a los estructuralistas y a los posmodernos, como mínimo. Los primeros se oponen, por supuesto, al secularismo defendido por este autor como aspecto crucial de la sociedad moderna y democrática. Los segundos, y en especial el marxismo, siguen denunciando la historia intelectual como «idealista» y atribuyendo las conmociones revolucionarias a intereses de clase o a la actividad de una «burguesía en ascenso».
En defensa de una historia basada en las ideas, Israel afirma tajantemente que quienes predicaron la posibilidad de un proyecto político contrario al «despotismo» y dirigieron incluso de hecho el proceso revolucionario fueron una elite de filósofos y publicistas. Lo cual, en el fondo, no es gran novedad. Que los grandes pensadores iluminan la marcha del mundo era un lugar común del racionalismo progresista. Y que la nouvelle philosophie, al minar la autoridad del rey y la Iglesia, había sido la culpable de la Revolución fue una denuncia lanzada desde el primer día por los clérigos antirrevolucionarios.
En cuanto al posmodernismo, es directamente contrario a la posición de Israel tanto por su declarada intención de cortar toda conexión entre metafísica, ética y política como por su denuncia de la Ilustración por machista y defensora de la superioridad occidental frente a las culturas alternativas; con su entronización de la razón y la ciencia, ha espetado a Israel algún crítico posmodernista, la Ilustración condujo a Robespierre, a corto plazo, y, a más largo, a Auschwitz.
Nuestro autor, por el contrario, defiende radicalmente la conexión entre metafísica y política, y arremete contra el relativismo. No creer en el carácter objetivo de la verdad es, según él, «una amenaza grave contra los valores igualitarios y democráticos y contra la libertad individual […] tan carente de coherencia moral como política».
Pese a las muchas críticas recibidas, el planteamiento de Jonathan Israel es muy atractivo. Interpreta de manera coherente una amplia etapa de la historia europea y se atreve a entrar en multitud de temas y a describir situaciones muy variadas sin aportar grandes novedades, pero sin decir desatinos. Su tesis de que dentro del marbete general de «ilustrados» existían facciones, y muy enfrentadas, es un punto de vista del que no será fácil prescindir de aquí en adelante.
También es cierto, sin embargo, que sus conclusiones son simplificadoras: ni el panorama ilustrado se dividía sólo en radicales y moderados, ni el radicalismo constituía un único bloque. Es palmaria, por otra parte, su predisposición favorable a los radicales, frente a la incoherencia o poquedad que encuentra siempre en los moderados. A lo que puede añadirse otra parcialidad más, que es su concentración en la Ilustración franco-holandesa, frente a la anglo-americana, encarnación para él de la «moderación», carente de cosmopolitismo y cargada de prejuicios (excepto Jefferson o Tom Paine, que son sus héroes).
Israel deja de lado datos como que los cuáqueros, por ejemplo, pese a ser religiosos, repudiaban la esclavitud, o que algunos Estados de la Unión la abolieron tempranamente. Y son injustas su negativa a incluir entre los radicales a Levellers y Diggers –de nuevo, por ser religiosos– o su escasa valoración de la contribución americana a la libertad de prensa.
La principal objeción que podría ponerse a la tesis de Israel, con todo, es su relativa falta de complejidad. Antes de él, los historiadores recientes habían tendido precisamente a lo contrario: a subrayar la coexistencia de religión e Ilustración o el origen escolástico de muchos avances racionalizadores. Él, en cambio, sólo encuentra ruptura, y ésta es completa, en Spinoza. Y relega la coexistencia de ideas viejas y nuevas al sector «moderado».
No es cierto que todo el que tenía creencias religiosas sinceras fuera por necesidad políticamente moderado. Como tampoco es tan automática la conexión de Spinoza con el reformismo radical y con la revolución. No siempre los avances más importantes en el pensamiento filosófico llevan a los puntos de vista más radicales en política.
Puede que Spinoza, aparte de no ser consciente de las consecuencias político-sociales a las que podía llevar su filosofía, ni siquiera hubiera estado de acuerdo con ellas; no parece que fuera, en realidad, un entusiasta de las revoluciones. También es excesivo atribuirle la paternidad de la idea de volonté générale, arrebatándosela a Rousseau.
No menos exagerado es atribuir una visión multicultural a todos los ilustrados radicales; más bien partían de lo contrario: una sola razón, y unos únicos principios políticos, aplicables universalmente. O defender que las ideas de Spinoza fueron más importantes para los revolucionarios que los agravios políticos de cada situación y país concretos. O que los radicales que quedaban vivos en 1789 recibieran el proceso político iniciado en Francia con palmas de alegría. El abate Raynal, uno de los héroes del relato de Israel, y el único radical importante vivo al iniciarse el proceso revolucionario, no se sintió muy feliz con lo que llegó a ver.
Tampoco fue la revolución tan coherente con los principios racional-liberales. Salvo en su primera fase, no estableció la libertad de expresión o de cultos. Y, sobre todo, ¿cómo explicar el Terror? Israel se lo plantea, desde luego, y concluye que hubo una primera «revolución de la razón», de 1788 a 1792, y una segunda «revolución de la voluntad», de 1792 a 1794.
La primera no sería responsable de los horrores de la segunda, porque los jacobinos eran «fanáticos rousseaunianos», es decir, antifilosóficos, antiateos y antimaterialistas: antiilustrados, en definitiva. La revolución se inició gracias a la influencia de las ideas de los ilustrados radicales, como Spinoza, Helvecio, d’Holbach, Diderot o d’Alembert (y no, desde luego, de Locke, Montesquieu ni Voltaire). Y evolucionó mal porque se escapó de las manos de sus herederos; para irse a las de los rousseaunianos.
Con lo cual llegamos a nuestro tema.
El sensible Jean-Jacques
La figura de Rousseau es imposible de clasificar dentro de un esquema, como el de Israel, tan tajantemente dividido entre antiilustrados, ilustrados moderados y radicales. Pero parece útil seguir esta distribución para analizar las complejidades del pensamiento rousseauniano, ya que el ginebrino tiene algo de las tres cosas. Quizá por eso, nuestro autor le profesa una nada disimulada ojeriza.
No llega, pero se acerca, a la línea de Graeme Garrard en su Rousseau’s Counter-Enlightenment (Albany, State University of New York Press, 2003), que lo veía directamente como el padre de la reacción antiilustrada. Para Israel, Rousseau fue hostil al radicalismo ilustrado, partidario de la censura, enemigo de la democracia representativa y de la sociedad en general, nacionalista, protototalitario, padre del «lado más oscuro» de la Revolución Francesa (pero no de la Revolución en sí, aunque los censores previos persiguieran con tanta saña sus obras; según Israel, los censores se equivocaban).
De lo que no hay duda es de que Jean-Jacques era complejo, como pensador y como persona. Hasta los treinta y tantos años, estuvo integrado en el círculo ilustrado radical de Diderot, Condillac y d’Alembert, que redactaba la Encyclopédie –de la que fue activo colaborador–, y visitó diariamente al primero de ellos cuando estuvo encerrado en la prisión de Vincennes.
Sin embargo, frente al materialismo ateo que dominaba en aquellos medios, siempre se declaró ferviente deísta. Como todos ellos, eso sí, era un apasionado partidario del principio de igualdad. De este principio, de la equivalencia en valor de cada uno de los ciudadanos, se derivaba como sistema político, para todos ellos, la democracia, basada en la toma de decisiones por una mayoría de las voluntades individuales, definidora del «interés público».
Pero la democracia en la que Rousseau pensaba era muy distinta a la de los demás. Porque para él era la forma de acercarse al estado de naturaleza, donde, a partir del sentimiento humano de compasión, había surgido la moral y la conciencia de los derechos políticos.
La convicción de que la naturaleza es buena y que la sociedad está, en cambio, corrompida, es el punto de partida para Rousseau. «La naturaleza ha creado todo de la manera más sabia posible. Nosotros queremos hacerlo mejor aún y estropeamos todo», escribió; o «la naturaleza me demuestra su armonía y proporción, mientras que la raza humana sólo me muestra confusión y desorden».
La sociedad nos corrompe porque hace que nos entreguemos a algo tan artificial y mudable como la opinión de los otros, en lugar de confiar exclusivamente en nuestros propios sentimientos. Frente al modelo hobbesiano de un mundo natural salvaje y en guerra, Rousseau cree que el hombre en estado de naturaleza no es sólo libre, dueño absoluto de sí mismo, sino que carece de agresividad; vive en igualdad con sus semejantes, lo que produce armonía.
De aquella situación salió la humanidad, para empeorar, al establecerse la propiedad privada: «el primero que valló un campo, que dijo “esto es mío” y encontró gente suficientemente crédula como para aceptarlo fue el verdadero fundador de la sociedad civil». La desigualdad institucionalizada en la propiedad dividió, a partir de aquel momento, a la sociedad y produjo injusticia, opresión y resentimiento. Un planteamiento que acerca a Rousseau a los círculos más extremos del radicalismo, partidarios de la igualdad o comunidad de bienes, y que desembocaría en Babeuf y el socialismo utópico.
También estaría de acuerdo Rousseau con los radicales en que, por medio del contrato social, el individuo transfiere a la colectividad su derecho a actuar libremente, aquella facultad absoluta que poseía en el estado de naturaleza. De ahí que el dominio de la sociedad sea también absoluto, que tenga derecho a imponer a todos sus miembros, sin límite alguno, sus leyes, expresión de la volonté générale.
En esto tampoco se distancia Rousseau de los radicales. La voluntad general, eje del pensamiento rousseauniano, no es ajena a Diderot y d’Holbach –y, según Israel, tampoco a Spinoza–, que se apartaron en este punto del individualismo de Locke y del corporativismo de Montesquieu.
Pero Rousseau introdujo un matiz: la voluntad general no deriva de (ni está limitada por) la «razón» y la «verdad», sino que deriva de la «voluntad del pueblo». La legitimidad no se basa en la razón, sino en la voluntad. Y la voluntad es de un pueblo concreto, de una comunidad específica que se autogobierna, es decir, que convierte en ley sus propios deseos; que son, por cierto, infalibles cuando esa colectividad decide sobre su propio interés.
Es voluntad particular, por tanto, no universal, al revés de lo que pensaba el círculo de Diderot, que creía en una voluntad general universal, basada en la razón; es decir, que la razón, la igualdad y la justicia, principios universales que deben guiar la acción de todo buen gobierno, eran comunes a la raza humana en su conjunto, pues esta no es sino una «vasta sociedad a la que la naturaleza impone las mismas leyes».
Coinciden, por tanto, Rousseau y la Ilustración radical de inspiración spinoziana en su rechazo absoluto de la tradición heredada, en su deslegitimación de las estructuras políticas existentes, en su igualitarismo, en su doctrina de la voluntad general o en su convicción de que la libertad individual debe someterse al bien común.
Pero hay, a la vez, divergencias cruciales tanto en su interpretación particularista de la voluntad general como en sus creencias sobre un creador e impulsor primero del universo, la inmortalidad del alma y la existencia de premios y castigos tras la muerte.
Lo que en Spinoza es planteamiento universal, basado en la razón –de la que se deriva la justicia– y lleva a Diderot o d’Holbach a denunciar el colonialismo o defender los derechos de la mujer, de los esclavos o de las razas no europeas, es en Rousseau «religión cívica», anclada en la voluntad de un pueblo (traducción, en definitiva, del sentimiento y, peor aún, del interés de ese pueblo).
Es, por tanto, particular, intolerante y puede llevar a la censura o al patriotismo agresivo; a Rousseau, recordémoslo, le entusiasmaba Esparta y en sus proyectos constitucionales para Córcega y Polonia recomienda inculcar a los ciudadanos un intenso patriotismo a la espartana.
En su esquema, no sólo puede obligarse al individuo a cumplir la ley sino también a que comparta el credo colectivo y adapte sus ideas y gustos a los de la colectividad. De aquí la deriva totalitaria de la Revolución. Este enfrentamiento teórico entre spinozismo y rousseaunianismo, según Israel, «impregna toda la lucha ideológica que comenzó en Francia en 1788»; es la fundamental diferencia entre «el republicanismo de Rousseau, que lleva a la revolución robespierrista, y el republicanismo democrático de los líderes revolucionarios de 1788-92».

En todo caso, Rousseau se alejó del círculo de Diderot y los enciclopedistas al mediar la década de 1750. Les reprochaba, sobre todo, su falta de fe en una providencia creadora y protectora del universo, pero también se sentía lejos de ellos por su propia opción por el sentimiento, frente a la razón, o por la naturaleza, frente a la sociedad. Tampoco podía, sin embargo, alinearse con los moderados, que no tenían inconveniente en cooperar con tiranos como Pedro el Grande (a quien Rousseau reprochaba no tanto que su poder no tuviera límites como que pretendiera hacer que sus súbditos fueran alemanes o ingleses en vez de «verdaderos rusos»).
Jean-Jacques había ganado ya, por entonces, el premio de la Academia de Dijon con su primer Discurso, el de las artes y las ciencias, al que añadió poco después el segundo, sobre el origen de la desigualdad, y escribió una ópera que se estrenó ante el propio Luis XV con mucho éxito. Pero cuando ganó renombre de verdad fue en 1761-1762, cinco años después de su alejamiento de los enciclopedistas, cuando publicó La nueva Eloísa, Emilio y El contrato social.
Estas obras, sobre todo las dos primeras, produjeron gran impresión y le atrajeron una muchedumbre de lectores fervorosos. Rousseau inauguró, en cierto modo, el fenómeno del mercado literario de masas.
En la década de 1760 se produjo también el acercamiento a, y muy poco después la ruptura con, David Hume, uno de los episodios más curiosos de la época y sin duda revelador de la gran distancia que pronto saldría a plena luz entre el racionalismo ilustrado y sentimentalismo romántico. Lo que hubo entre ellos no fue exactamente un choque intelectual, lo cual facilitaría su análisis, sino un problema personal, en el que los pronunciamientos teóricos se vieron muy afectados por el apasionamiento de la pelea.
Hace unos diez años, los periodistas David Edmonds y John Edinow (previamente autores de un best-seller con El atizador de Wittgenstein, sobre una historia en cierto modo paralela: el debate entre Ludwig Wittgenstein y Karl Popper) publicaron un libro de gran éxito sobre este tema bajo el título El perro de Rousseau. Ahora, Robert Zaretsky y John Scott han vuelto sobre aquel célebre conflicto con un libro muy distinto: The Philosophers’ Quarrel, aparecido en 2009. Son filósofos, especialistas en Rousseau. De ahí que expliquen con mucho más detalle las ideas tanto de Hume como de Rousseau y el ambiente intelectual de la época.
El gran filósofo escocés David Hume (en aquel momento conocido sobre todo como historiador) desempeñó en la década de 1760 el puesto de secretario de la embajada británica en París. Además de inteligente, Hume era un hombre encantador: él mismo se autodescribió una vez –pero otros muchos lo confirmarían– como «de disposición templada, de humor abierto, sociable y alegre, dotado para los afectos pero poco inclinado a la enemistad, de gran moderación en sus pasiones».
En París frecuentó los salones, hizo esfuerzos por expresarse en francés y trabó buenas amistades. «Le bon David», lo llamaban. Una de sus amigas, madame de Boufflers, le pidió que ayudara al gran Rousseau, al infeliz Rousseau, que era objeto de persecución por sus escritos tanto en Francia como en su Ginebra natal. Hume ofreció llevarlo a Inglaterra, donde le aseguró que podría escribir y vivir en libertad. Tras muchas dudas, y pese a no saber ni palabra de inglés, el ginebrino aceptó.
Sin hacer caso de quienes le advertían de que tendría problemas con esa «víbora que está criando a sus pechos» –d’Holbach dixit–, Hume viajó con él. Corría el año 1766. Todo había ido bien entre ellos hasta ese momento. Rousseau opinaba de Hume que tenía «grandes ideas, impresionante ecuanimidad, genio», y que estaría situado «muy por encima del resto del género humano si no se sintiera usted tan unido a él por la bondad de su corazón». Hume comparó al ginebrino con el perseguido Sócrates y dijo que le parecía persona «suave, amable, de buen humor» y que «su modestia no parece ser buena educación sino ignorancia de su propia excelencia».
Pero Londres era una ciudad demasiado poblada y ruidosa para Rousseau, que expresó su deseo de refugiarse en el campo. Hume apeló entonces a sus contactos para conseguirle un alojamiento digno y retirado, a la vez que le gestionaba una pensión real (a la que su protegido, en principio, no se negó). Seguía todavía Hume describiéndolo en términos favorables, aunque ya ambiguos: en la soledad del campo, escribía a un amigo escocés, Rousseau «será infeliz, como lo ha sido siempre. No tendrá ocupación, compañía ni diversiones. Ha leído muy poco a lo largo de su vida y ahora ha renunciado a leer ya. Ha visto muy poco y no tiene curiosidad por ver más. Ha reflexionado, en sentido estricto, y estudiado muy poco, y no tiene demasiados conocimientos. Sólo ha sentido, a lo largo de toda su vida; y su sensibilidad ha alcanzado un nivel superior a cualquier otro que yo conozca; pero eso mismo le produce más dolor que placer. Es como un hombre desprovisto no sólo de ropa, sino de piel».
El día en que Rousseau por fin salía de Londres, estalló el conflicto. Se debió a una pequeñez: el pago del coche que lo trasladaba a su nueva residencia, que habían asegurado a Jean-Jacques que era gratuito, cuando este sospechó, con razón, que sus protectores lo pagaban a sus espaldas. El ginebrino reprochó el engaño al escocés, en una escena teatralmente sentimental que terminó en un abrazo aderezado con lágrimas.
A partir de ahí, en el pecho de Jean-Jacques se levantaron sospechas que acabaron en cartas en las que denunciaba una gran conspiración contra él dirigida por el propio Hume: «usted me trajo a Inglaterra, aparentemente para conseguirme un refugio, pero en realidad para deshonrarme». Intentando rebajar la tensión, el filósofo se limitó, al principio, a pedir pruebas de aquellas acusaciones. Hasta el día en que no pudo más y perdió la calma.
Empezó a enviar copia de las cartas de Rousseau a sus amigos parisienses, preguntándoles si aquel hombre estaba loco o era, directamente, un malvado. El asunto –no hace falta decirlo– se convirtió en la comidilla de los salones parisienses. Y los amigos franceses animaron a Hume a publicar todos aquellos textos, comentados por él mismo, cosa que al final hizo. Esta vez, la actitud elegante correspondió a Rousseau, que respondió con el silencio. Voltaire, a quien también llegaron todos los textos, se mostró encantado: «Yo siempre he elevado a Dios una plegaria, muy corta: Señor, haz que nuestros enemigos sean ridículos; y Dios me lo ha concedido».
Si algo tenían en común Hume y Rousseau era su postura crítica en relación con la utilidad de la «razón» tanto para conocer el mundo como para guiar los actos humanos, lo cual les distanciaba de la mayoría de sus colegas ilustrados. Pero su crítica al racionalismo era de muy distinto carácter: Hume pensaba racionalmente para marcar, precisamente, los límites de la razón; veía imposible fundamentar racionalmente la ética, por ejemplo; en cuanto a la vida práctica, consideraba a la razón esclava de las «pasiones» y creía que los humanos nos dejamos guiar más por estas que por aquella.
Rousseau, en cambio, daba primacía directamente a las emociones sobre la racionalidad. Tampoco era sociable, como Hume, sino que odiaba el mundo urbano; de ahí su deseo de aislarse en el campo, que también coincidía con su creencia de que era mejor vivir cerca de las «emociones» primitivas. Hume era hombre de dudas; Rousseau, de certezas (su proclamación de la infalibilidad de la voluntad general es sintomático). Los dos, contrarios a las religiones reveladas. Pero Rousseau quería fundar una nueva religión civil y una nueva moral, basada en el republicanismo. Su intenso y sincero deísmo, expresado en la «Profesión de fe del vicario saboyano», fue la base del culto revolucionario al Ser Supremo. Nada semejante sería concebible en un Hume.
En muchos sentidos, Rousseau fue consecuente: se refugió en la soledad y acabó por rechazar la pensión que su majestad británica estaba a punto de ofrecerle. Pero también le encantaba ser conocido y cuidaba teatralmente sus apariciones –con una llamativa túnica y un gran gorro de piel armenios, y llevando en brazos a su perro Sultán– para que nadie pasara por alto su presencia.
Consecuente también con su filosofía, cuando Hume le pidió pruebas de sus acusaciones, le replicó que la principal fuente de su información era su propio corazón. Al exigir esas pruebas, «le bon David» también era, por su parte, coherente con su defensa de la evidencia empírica como base del conocimiento. Pero acabó dejándose llevar a terrenos muy emocionales, interceptó y abrió el correo de Jean-Jacques, se dedicó a investigar sus finanzas y participó en alguna maniobra nada limpia para desacreditarlo. De ahí el subtítulo del libro: «The Limits of Human Understanding».
La historia cuestiona y arroja luces muy dudosas sobre sus dos protagonistas. Hume era un enorme filósofo (el autor a quien había que leer para iniciarse en filosofía, según Ortega), cuyos principios escépticos llevaron nada menos que a la destrucción irreparable de sistemas filosóficos tan arraigados en la historia del pensamiento humano como los basados en el «Derecho natural». Fue su crítica, en muy buena medida, la que obligó a Kant a reformular los principios básicos del conocimiento humano.
Sabemos que la personalidad de Hume era, además, muy seductora: sociable, equilibrado, paciente y dotado de un envidiable sentido del humor. Pero la relación con el ginebrino puso a prueba todo eso; y zozobró. En cuanto a Rousseau, se había ganado muchos enemigos en el curso de su vida y en sus años finales estaba bastante desacreditado como pensador político en los círculos ilustrados franceses. Seguía siendo muy popular y leído, desde luego, pero no por su Contrato social sino por su Emilio o su Nueva Eloísa.
Sólo con el inicio de la Revolución, más de diez años después de haber muerto, su estatura política retomaría el vuelo. De nuevo, no fue su filosofía básica lo que atrajo; no fue su idealización del estado de naturaleza, ni su ataque a las ciencias o al progreso. Fue su retórica, su uso de términos como democracia, patriotismo, vertu publique, sus elogios a los sentimientos del «pueblo», o su negativa a aceptar unas instituciones intermedias, una representación o «poder constituyente» separado del pueblo soberano.
Con cada paso que avanzaba la Revolución, crecían las invocaciones a Rousseau, como disminuían las referidas a Montesquieu y al modelo británico. La Ilustración moderada era abiertamente inadecuada para la nueva situación revolucionaria. Pero tampoco la radical poseía la retórica que el momento exigía. La devoción debida a la «virtud pública», en cambio, era la mejor justificación para el uso de la movilización popular y la coacción consiguiente. Lo era igualmente aquella voluntad general que no admitía representación, es decir, asamblearia. Rousseau no poseía el universalismo moral de Diderot o d’Holbach pero, a cambio, proporcionaba el entusiasmo colectivista y patriótico del que estos carecían.
La batalla, en resumen, a muy corto plazo fue ganada por Hume pero, veinte años después, en la Europa que contemplaba con pasión la tragedia francesa, nadie hubiera subestimado la importancia de Rousseau. Han pasado más de dos siglos y se diría que nuestras simpatías –las de los pocos que hoy nos interesemos por estos temas– vuelven a recaer sobre Hume. Pero no podemos olvidar que Rousseau –su persona, sus escritos– suscitó durante mucho tiempo pasiones infinitamente mayores que su contrincante.
El peor favor que puede hacérsele a Rousseau es, en definitiva, simplificar su pensamiento y reducirlo a una categoría como revolucionario o reaccionario. Israel, me temo, lo hace: era un antiilustrado. Lo que significa no valorar los otros aspectos modernos, como los estéticos, en los que Rousseau sí estuvo en la vanguardia.
La Ilustración española e hispanoamericana
No podemos terminar un artículo sobre este tema en una revista española sin referirnos con algún detalle a un aspecto importante al que Jonathan Israel dedica bastantes páginas: la Ilustración española e hispanoamericana. En ellas se distancia abiertamente de la benévola versión iniciada por la gran obra de Jean Sarrailh L’Espagne éclairée de la seconde moitié du XVIIIe siècle (París, Imprimerie Nationale, 1954).
A partir de Sarrailh, se impuso entre nosotros la idea de que en España hubo una Ilustración potente, similar a la de tantos otros países europeos, e incluso más ejemplar que otras por su moderación y realismo. Visión hecha suya por José Antonio Maravall o por Julián Marías, en su La España posible en tiempos de Carlos III, y lanzada a bombo y platillo en los fastos de los centenarios, iniciados casi en la propia Transición, inspirados por la necesidad política de reconciliar modernidad y democracia con un pasado al que no le sobraban aspectos presentables.
Pero Israel –un generalista que, por una vez, y gracias a su amplio bagaje lingüístico, otorga un lugar relevante al mundo hispánico– no es tan optimista. La Ilustración española es, para él, el ejemplo extremo de la versión moderada. Una Ilustración muy moderada, abiertamente insuficiente en términos de libertades o reformas sociales. Bajo los Borbones, una serie de ministros e intelectuales quisieron hacer más eficaz la administración, impulsar la agricultura, la artesanía y la navegación, volver a controlar el comercio americano, todo ello sin meterse en debates filosóficos, sin críticas a la religión, sin revolución política ni disturbios sociales.
Eran ilustrados pragmáticos y sensatos. Se inscribían en la línea Locke-Montesquieu, con añadidos procedentes de Beccaria o Muratori. Pero fracasaron. No por falta de claridad de ideas ni de coraje, dice Israel, sino por la «incapacidad innata de la Ilustración moderada para funcionar en un contexto de ese tipo». En todos y cada uno de los problemas graves que los reformistas intentaron resolver se toparon con dificultades insuperables derivadas de la rigidez de la jerarquía social o del control del clero.
Toda iniciativa importante chocó con la unanimidad religiosa, la censura regia o la subordinación colonial a la metrópoli o suscitó cuestiones sobre el poder de la aristocracia, la Iglesia, las corporaciones privilegiadas o la propia monarquía. Para Israel, el caso español demuestra como ningún otro que las soluciones ilustradas «moderadas» no podían superar las dificultades estructurales ni evitar generar un proceso de debate político y cultural que amenazaba con engullir el sistema de poder civil y eclesiástico existente.
Problemas cruciales para superar el atraso económico eran, por ejemplo, el excesivo número de clérigos y conventos, la tierra amortizada y, por tanto, infrautilizada, el comercio monopolístico o hiperregulado con América y las Filipinas, los costes militares del mantenimiento del imperio o el bajo nivel de consumo debido a la miseria popular.
Campomanes y otros animaron, ciertamente, la discusión de estos problemas y las «sociedades económicas» dieron premios a memorias para solucionarlos, a la vez que establecían escuelas con el fin de mejorar la agricultura, minería, comercio, navegación, industria y artes. Eran sociedades nada subversivas, «antifilosóficas», nutridas por el clero y la nobleza junto con funcionarios y abogados prominentes. Pero se enfrentaban con problemas insolubles. El sueño era convertir a la nobleza castellana y aragonesa en una elite empresarial, basada en una ética del trabajo similar a la calvinista, cuando la repugnancia nobiliaria hacia el trabajo era precisamente un rasgo básico del mundo mental y la estructura social hispánicos.
Lo que realmente impulsó las reformas en el imperio no fueron las sociedades económicas ni las ideas ilustradas, sino las derrotas, especialmente la de 1763, la pérdida de Florida y otros territorios en el golfo de México, que obligó a reforzar las fortificaciones de La Habana y Nueva Orleans, y a profesionalizar el ejército y la armada frente a la creciente amenaza británica. Esto requería dinero y de ahí las reformas de Gálvez.
Desde la década de 1760 fue liberalizado el comercio con América, liquidando el monopolio gaditano, y creado el nuevo virreinato del Río de la Plata como barrera frente a la expansión británico-portuguesa en el Atlántico Sur.
También se dictaron medidas liberalizadoras del comercio interior, pero fue preciso dar marcha atrás después del motín de Esquilache. Aranda, jefe del partido aristocrático ilustrado, llegó entonces al poder y aprovechó para culpar a los jesuitas por el motín y expulsarles. La causa de aquella medida no fue tanto una política ilustrada como el disgusto del rey con el ultramontanismo de la Compañía y su inmenso poder tanto en España como en América, que les llevaba a rivalizar con el propio monarca en lugares como Paraguay.
La expulsión de los jesuitas proporcionó una oportunidad única para la reforma de la educación. Y en ese momento se comprobó que los reformistas regios no se planteaban en modo alguno sustituir la escolástica como línea oficial de pensamiento, sino abrir algún hueco a nuevas ciencias, como las matemáticas, medicina o física. La idea era establecer un compromiso entre teología y ciencia, pero manteniendo el control de la filosofía en manos de los eclesiásticos (pese a que las demás órdenes demostraron ser incapaces de llenar el vacío jesuítico).
El objetivo de los ministros reformistas no era, pues, secularizar la sociedad o reducir el poder de la Iglesia, sino someter al clero al control regio y reducir sus propiedades, exentas de tributación. Gozaron entonces del favor real obispos y publicaciones «jansenistas», en principio partidarios de una piedad religiosa más pura y menos ceremonial. Pero no era tampoco un impulso exactamente ilustrado, pues los jansenistas eran enemigos del secularismo y de las novedades filosóficas, que tomaban por impiedad.
Las ideas ilustradas –las moderadas, en general– tuvieron, pues, seguidores entre las elites cultas en España, pero estos de ningún modo podían lanzar sus propuestas en público sin provocar una reacción general antiilustrada. En la España de Carlos III, el mejor momento de la Ilustración española, no era posible ni siquiera defender la libertad de expresión, la tolerancia religiosa o la secularización universitaria. Voltaire, el buque insignia de la Ilustración moderada, no podía ser ni mencionado en ambientes hispánicos. No digamos Rousseau, profundamente religioso, pero considerado por la Iglesia enemigo de la religión; su naturalismo, se decía, era peor incluso que el ateísmo declarado.
Bacon, Locke, Newton o Muratori, los grandes defensores de la conjunción armoniosa de ciencia y teología, también tenían problemas para ser difundidos en los territorios de la monarquía hispánica. Beccaria, publicado en principio a iniciativa de Campomanes, y muy influyente por ejemplo sobre Jovellanos, acabó siendo prohibido en 1777. La Scienza de Filangieri, también publicada en 1787 con apoyo oficial, fue igualmente prohibida por la Inquisición tres años después.
La única posibilidad que tenía la Ilustración moderada de penetrar en territorios españoles era execrar todos esos nombres, pero adoptar solapadamente sus ideas. Así lo hizo, por ejemplo, el obispo de Puebla, Manuel de Lardizábal y Uribe, en su Discurso sobre las penas (1782). Quienes adoptaron una línea más abierta y desafiante, como Olavide, sufrieron las consecuencias por ello. El procesamiento y condena de este último mostró con toda claridad los límites de la Ilustración española.
Por todo lo cual, no es de extrañar que España siguiera siendo, para los ilustrados europeos, el prototipo de monarquía despótica e inquisitorial. La utopía de Louis-Sébastien Mercier L’An 2440 imaginaba el momento en que, en el siglo xxv, en París se erigiría una estatua a la humanidad sufriente. En ella, «España», «más criminal aún que sus hermanas», pediría perdón por la Inquisición y los treinta y cinco millones de cadáveres de las Indias. No hará falta decir que el libro fue prohibido por la Inquisición y el gobierno real, y quemado en público por el verdugo.
La persecución contra las publicaciones subversivas se intensificó, por supuesto, en el momento revolucionario francés. Aumentó el control sobre los libreros, como aumentaron las quemas públicas de libros y las detenciones de sus propietarios. La Inquisición nunca pudo evitar que grandes personajes, como Aranda, Almodóvar o Azara, poseyeran las obras de la Ilustración moderada y las comentaran en sus círculos cercanos. Pero detuvo a los hijos del fabulista Iriarte, por poseer traducciones de Voltaire, o a Bernardo María de Calzada, a quien se encontraron obras de Condillac, Diderot y Voltaire.
Un problema para que se desplegara en la monarquía católica la oposición entre las alternativas moderada y radical de la Ilustración era que ni la censura regia ni la inquisitorial eran capaces de distinguir entre ambas. Tan prohibidas estaban la Enciclopedia, Spinoza o Bayle como Montesquieu, Adam Smith, Beccaria o Voltaire.
Los círculos antiilustrados, en general eclesiásticos, aprovechaban además cualquier coyuntura, como por supuesto la revolucionaria francesa, para condenar a todo el que se hubiera apartado un ápice de la línea oficial (los clérigos «jansenistas», por ejemplo, o el clero criollo con proclividades autonomistas). Todo era «falsa filosofía», rebelión, inmoderados deseos de «pensar por su cuenta», falta de respeto hacia el altar y el trono; todo conspiraba en favor del desorden social.
El célebre fraile Jerónimo de Cevallos, en su Juicio final del Voltaire (1778), acusaba a toda la secta de los «filósofos», dirigida por Voltaire, Beccaria y Mirabeau. Deísmo, ateísmo, materialismo, libertinismo: todo caía dentro del mismo saco de la «falsa filosofía» y la subversión. El objetivo de todos era el mismo: reemplazar la Summa Theologica tomista, y la moral cristiana en general, por el Tractatus de Spinoza, el Leviatán de Hobbes, el De l’Esprit de Helvecio y la Enciclopedia en general.
Tras los acontecimientos iniciados en 1789, Cevallos atribuyó la Revolución a la conspiración filosófica previa. Para él, y para quienes él representaba, entre los «filósofos» no había dos bandos, sino uno solo, que había desatado una guerra contra la religión, los monarcas, la moralidad, la autoridad y el orden social. Ese grupo de rebeldes y ambiciosos estaba organizado como secta secreta, cuyos primeros dirigentes habían sido, sí, Spinoza, Bayle y Voltaire, pero cuya inspiración última se remontaba a Lutero. En conjunto, el asalto desatado en los últimos siglos contra la «verdadera filosofía» era el mayor sufrido por el cristianismo desde las persecuciones romanas.

La conclusión de Israel es que la Ilustración española fue muy débil y apenas llegó a formar parte ni de la corriente moderada. Un verdadero programa de reformas era imposible en España. Hubiera requerido abolir la Inquisición, reducir drásticamente el número de clérigos, eliminar su control sobre el mundo de la cultura, decretar la tolerancia religiosa; en la América colonial, abrir la inmigración a protestantes, musulmanes o judíos, liberar a los esclavos, eliminar las cargas opresivas sobre los indios, acabar con las restricciones mercantilistas sobre el comercio.
Ninguna de estas medidas podía tomarse sin romper la alianza histórica entre la corona, la Iglesia y la nobleza y sin cambiar radicalmente el carácter católico, aristocrático y militar del imperio. Con lo que todo quedó en un debate intelectual, aunque duro.
No siendo Jonathan Israel un especialista en historia española, nada de lo que dice es absurdo. Y coincide con algunas valoraciones recientes emitidas, por ejemplo, por Francisco Sánchez Blanco. No es, sin embargo, muy coherente con su visión de la América española. Pues defiende que allí las elites reformistas se vieron muy influidas por la Ilustración; y no por la moderada, sino por la radical.
En ello coincide con el relato canónico dominante hasta hace poco en América Latina sobre su propia salida de la situación colonial, según el cual la Ilustración había penetrado, vía Francia e Inglaterra, en las mentes de unos cuantos personajes egregios, que adquirieron conciencia de la situación de opresión que vivían sus países y encendieron la llama de la revuelta contra la atrasada y despótica España.
Los estudios más recientes, sin embargo, han tendido a variar ese relato (cosa que no ha afectado al discurso oficial, desde luego, que ha guiado las celebraciones de los centenarios). La causa de la revolución, se dice ahora, radicó más bien en la circunstancia, un tanto fortuita, de la invasión napoleónica y el vacío de poder creado por igual en la Península y el imperio. Israel se alinea, pues, con la posición tradicional y resalta la existencia de una corriente ilustrada radical en Iberoamérica (de raíz sobre todo francesa e italiana, más que inglesa y norteamericana) y el papel que estas elites desempeñaron en la lucha emancipadora.
La idea de una revolución sin más causa que «un accidente», escribe, es «intrínsecamente muy poco plausible». Pero él mismo se ve obligado a reconocer que las revoluciones americana y francesa tuvieron que causar gran impacto sobre el «unrelenting conservatism, monarchism, and religious subservience of traditional Spanish American culture and values». Del mismo modo que reconoce que existía un malestar previo, por la tradicional rivalidad entre criollos y peninsulares por los cargos y el sistemático favor de la corona hacia los segundos; y que los impuestos y reformas sobrevenidos a raíz de la Guerra de los Siete Años aumentaron ese malestar.
Para Israel, en todo caso, lo esencial fue el movimiento intelectual. Desde el tercer cuarto de siglo, las elites criollas estaban educándose mejor. A comienzos de la década de 1770 había ya «a highly articulated political dissent», y hacia 1780, «a fully conscious ideological clash». Así pues, el impacto de la Ilustración en la América española fue clave para comprender la emergencia de una conciencia revolucionaria.
Los intentos de introducir una nueva mentalidad ilustrada, por parte del poder español, se redujeron en definitiva a seguir enseñando escolástica más algo de «ciencias exactas útiles», como metalurgia, química, matemáticas, medicina o botánica. Eso sí, se realizaron más de una cincuentena de expediciones científicas, que estudiaron la flora y fauna desde California a Chile, siguiendo el sistema de Linneo. Pero, en conjunto, el esfuerzo fue «wholly anodyne from a religious and philosophical standpoint». Y no pudo fructificar en unas universidades desastrosamente equipadas para esta tarea.
Como es lógico, el cuadro que pinta para la América española no es muy distinto del que ofrece para España: pobreza cultural, debida a la incomunicación con el mundo exterior y a la doble censura regia e inquisitorial; atraso del mundo universitario, dominado por el clero y la escolástica tradicional; y, por supuesto, dificultad de aplicar reformas políticas o sociales. Y, sin embargo, su conclusión es diametralmente opuesta: la Ilustración desarrollada en la Península fue tan débil que apenas puede considerarse un ejemplo de la versión moderada y no tuvo consecuencias ni siquiera reformistas; mientras que en la América española fue fuerte y radical y tuvo consecuencias revolucionarias.
No se sabe qué opinaría este autor de la revolución gaditana; coherente con su firme hipótesis de que no hay revolución material posible sin una previa tormenta de ideas animada por un racionalismo radical, debería concluir que en España se había desarrollado también necesariamente en algún momento una fuerte corriente ilustrada radical.
En todo caso, se esté o no de acuerdo con sus juicios, no hay duda de que es muy útil valorar el fenómeno ilustrado español en términos comparados a partir de una descripción panorámica de tan impresionante amplitud. En esta clasificación europea y mundial, la Ilustración española queda en uno de los puestos más rezagados. Me temo que tiene más razón en sus juicios sobre España que en su tesis sobre la América colonial.
José Álvarez Junco es catedrático de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense. Es autor de Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX (Madrid, Taurus, 2001), que recibió el Premio Nacional de Ensayo en 2002, y ha editado, con Mercedes Cabrera, La mirada del historiador. Un viaje por la obra de Santos Juliá (Madrid, Taurus, 2011).

¿Primera persona o tercera persona? ¿Cuál elegir?

¿Primera persona o tercera persona? ¿Cuál elegir?

Posted by Álex | Recursos para Escritores | 20 |
¿Primera persona o tercera persona? ¿Cuál elegir?

Para contar una historia, el narrador es imprescindible. Ya sea oral o escrita, toda narración implica una voz que hace de unión entre la historia y el receptor de la misma. Este narrador dispone el enfoque y el tono de la historia, por lo que es de suma importancia tenerlo muy presente antes de iniciar cualquier tipo de narración. Existen dos formas de narrar una historia: en primera persona y en tercera persona. Está además la segunda persona, pero es tan inusual que no representa una auténtica competencia ante las otras dos. Aquí vamos a hablar exclusivamente de las dos primeras.

Basicamente, la primera persona es aquella que sitúa al narrador como personaje y es contada desde el “yo”, recallendo la acción directamente sobre el propio narrador. Por otro lado, la tercera persona, constituye una voz omnisciente que cuenta algo que le ha ocurrido a un tercero y que, en la mayoría de ocasiones, no tiene nada que ver con la historia.
¿Cuál elegir?

Ante la pregunta: ¿Qué es mejor, escribir en primera persona o en tercera persona? La respuesta es simple y compleja a la vez: Depende de lo que vayas a contar. Si esperabas una respuesta que se decantase por una de las dos formas, vas muy desencaminado en lo que a narrativa se refiere. No importa el género o el estilo de la novela, sino lo que quieres contar. Es decir, la historia en sí.

Una novela donde el personaje es un detective que investiga un asesinato paseandose por los barrios bajos de una ciudad, muy probablemente funcione mejor en primera persona. Las reflexiones del protagonista serán más profundas y sus deducciones podrán ser cotejadas por el propio lector.

Una novela con diversos personajes que se desarrolla en lugares muy distintos o en momentos de tiempo paralelos, invita más a un narrador en tercera persona. Especialmente en aquellas historias que necesitan mostrar muchas vivencias de distintos personajes para poder comprender la totalidad de la obra.

Pero vamos paso a paso.
Escribir en primera persona

La primera persona es una narración subjetiva donde el narrador no es omnisciente. El narrador se equivoca y se arrepiente; sus pasos son inciertos y es incapaz de predecir lo que va a ocurrir a continuación. Con el uso de la primera persona gramatical, lo que se está indicando es que el narrador es testigo en esa primera forma gramatical.

Pongamos un ejemplo de narración en primera persona:

“Por espacio de casi media hora deambulé entre los entresijos de aquel laberinto que olía a papel viejo, a polvo y a magia. Dejé que mi mano rozase las avenidas de lomos expuestos, tentando mi elección. Atisbé, entre los títulos desdibujados por el tiempo, palabras en lenguas que reconocía y decenas de otras que era incapaz de catalogar. Recorrí pasillos y galerías en espiral pobladas por cientos, miles de tomos que parecían saber más acerca de mí que yo de ellos. Al poco, me asaltó la idea de que tras la cubierta de cada uno de aquellos libros se abría un universo infinito por explorar y de que, más allá de aquellos muros, el mundo dejaba pasar la vida en tardes de fútbol y seriales de radio, satisfecho con ver hasta allí donde alcanza su ombligo y poco más. Quizá fue aquel pensamiento, quizá el azar o su pariente de gala, el destino, pero en aquel mismo instante supe que ya había elegido el libro que iba a adoptar. O quizá debiera decir el libro que me iba a adoptar a mí. Se asomaba tímidamente en el extremo de una estantería, encuadernado en piel de color vino y susurrando su título en letras doradas que ardían a la luz que destilaba la cúpula desde lo alto. Me acerqué hasta él y acaricié las palabras con la yema de los dedos, leyendo en silencio.”

La Sombra del Viento – Carlos Ruiz Zafón

Pros de escribir en primera persona
Mayor credibilidad

La primera persona aporta una mayor credibilidad a la historia. Esto puede resultar difícil de entender, ¿por qué iba a resultar más veraz algo contado en primera o en tercera persona? Por el mismo motivo por el que resulta más veraz una historia que nos cuenta alguien que lo ha vivido directamente, a contar una versión de un tercero. La mera forma de decirlo podría hacernos pensar que hay ligeros cambios o que estamos escuchando una versión distorsionada.
Mayor profundización del personaje

Si el protagonista es un personaje interesante, complejo, con múltiples aristas y bien construido, merece la pena que sea él quien narre la historia. Al lector le resultará más interesante lo que éste está contando si puede sentir cómo el protagonista se va transformando en cada escena, mientras revela qué piensa u opina de todo cuando hace y todo cuanto ocurre a su alrededor.
Mayor intimidad

Es más fácil conseguir que el lector se sienta identificado y empatice más con alguien que no guarda ningún secreto ante él. Todo lo que piensa, el personaje lo narra sin tapujos. En cierto modo, estamos invadiendo la intimidad más absoluta del personaje protagonista. Es como si leyesemos su diario y esto nos convierte en complices de todo lo que hace. En cierto modo, el lector es el confidente del narrador.
Mayor suspense

Es más fácil sorprender al lector haciendo pasar por verdadera información falsa. Un narrador no puede mentir, pero sí puede equivocarse. Es decir, no tendría sentido que un narrador omnisciente mintiese sobre algo que está contando, pues su punto de vista es totalmente objetivo. Pero en primera persona, al ser un nivel subjetivo, el autor puede engañar a su protagonista y hacerle narrar algo falso, para engañar al lector y sorprenderle aprovechando sus prejucios. Recuerda que incluso los errores que comete el protagonista tienen sentido para el narrador, no dejes nada al azar.
Contras de escribir en primera persona
La narración es muy limitada

Narrando en primera persona, expresar ideas profundas de personajes secundarios resulta extremadamente difícil sin que quede forzado. Por mucha confianza que tenga en sus amigos, el protagonista no puede leer las mentes de quienes le rodean para garantizar qué es lo que sienten y piensan en cada momento.
El protagonista monopoliza la acción

Por muy interesante que sea aquello que no está contando el protagonista, puede llegar a un punto en el que resulte exasperante pasar tanto rato en su compañía. Este punto es especialmente fuerte si el prota tiene la mala costumbre de saltarse todas las escenas de acción. Supongamos que, en un momento determinado de la historia, se está llevando a cabo una batalla épica. Mientras, nuestro protagonista se prepara unas salchichas. A nosotros, por desgracia, nos tocará leer la parte de las salchichas y enterarnos luego de qué ha pasado en la batalla.
El protagonista puede arruinar la historia

Puede que la historia que se cuenta sea genial, pero si el protagonista que cuenta la historia no es agradable para el lector, todo se irá por la borda. Imagínate que alguien que te cae mal te cuenta una historia de 400 páginas, ¿acaso disfrutarías del relato?
Escribir en tercera persona

La tercera persona cuenta desde fuera la acción, mediante un narrador oculto y omnisciente (lo sabe todo de todos). Aquí, el autor impone su autoridad. Él conoce tanto la acción como las sensaciones y pensamientos de cada personaje. Es el modelo más cómodo, aunque también tiene grandes desventajas.

Una narración en tercera persona:

“Despertó con las primeras luces del alba. Últimamente dormía mal; el suyo era un sueño inquieto, desapacible. Se aseó en regla y extendió después sobre una mesita, junto al espejo y la jofaina con agua caliente, el estuche con sus navajas de afeitar. Enjabonó cuidadosamente las mejillas, rasurándolas con esmero, según era su costumbre. Con las viejas tijeritas de plata recortó algunos pelos del bigote, y pasó después un peine de concha por los húmedos cabellos blancos. Satisfecho de su apariencia se vistió con parsimonia, anudándose al cuello una corbata de seda negra. De sus tres trajes de verano escogió uno de diario, de ligera alpaca color castaño, cuya larga levita pasada de moda le prestaba el distinguido porte de un viejo dandy de principios de siglo. Cierto era que el fondillo de los pantalones estaba algo ajado por el uso, pero los faldones de la levita lo disimulaban de forma satisfactoria. De entre los pañuelos limpios escogió el que le pareció en mejor estado, y vertió en él una gota de agua de colonia antes de colocárselo en el bolsillo. Al salir, se puso una chistera y tomó bajo el brazo el estuche de sus floretes.”

El maestro de esgrima – Arturo Pérez-Reverte

Pros de escribir en tercera persona
El narrador es ajeno a la historia

Ofrecer al lector una visión objetiva de la historia es, sin lugar a duda, la mayor ventaja de escribir en tercera persona. No importa lo que hagan los personajes, el narrador no juzgará sus actos y esto permitirá al lector crear su propio juicio y tener su propia opinión sobre el elenco sin la menor contaminación.
El narrador lo sabe todo

Escribir desde los zapatos de una entidad omnisciente es la mayor comodidad a la hora de narrar. No hay que marearse para expresar ideas o acontecimientos sin que queden forzados, simplemente basta con ubicar al lector en un sitio y en un momento determinado y decir lo que tengamos que decir. Pueden estar ocurriendo dos eventos de gran relevancia para la historia al mismo tiempo, que el narrador omnisciente sabrá lo que ha acontecido en ambos lugares y podrá narrarlo con todo lujo de detalles. Para conseguir esto último con un texto en primera persona, habrá que romperse la cabeza para hallar la forma menos retorcida de aportar esa información al lector.
Puedes expresar pensamientos de todos los personajes

Narrando con una voz en tercera persona, también es posible expresar, no solo acciones, sino sentimientos o pensamientos que los personajes se guardan para sí mismos. Aquí no es el protagonista el único que revela al lector lo que siente, sino que cualquier miembro del elenco puede manifestar sus emociones y pensamientos a través del narrador. Esta ventaja facilita muchísimo la tarea de hacer que hasta el personaje más secundario tenga una profundidad reseñable.
Puede aportarse mucha información, incluso detalles insignificantes

No importa la intensidad de la escena, el narrador lo ve todo y en todo momento. Esto es inadmisible en una escena de acción narrada en primera persona, pues si al protagonista lo persigue un coche lleno de gánsteres armados hasta los dientes, no tiene sentido que éste se fije en el color del vestido de la vecina que está asomada a la ventana. Por otro lado, un narrador omnisciente podría describir la textura del vestido y el olor del perfume de la señora.
Contras de escribir en tercera persona
La narración puede perder fuerza si nos perdemos en los detalles

El último pro mencionado es un arma de doble filo, pues detallar demasiado una escena puede ser contraproducente. El ritmo narrativo sufre muchísimo con las largas descripciones y un narrador con demasiado tiempo libre como para perderse en aspectos insignificantes e irrelevantes puede ser un auténtico somnífero.
Requiere una mayor complejidad argumental

Un inconveniente de la tercera persona es la necesidad de pluriemplerar al narrador. Es decir, que se deben sostener uniformemente todas las tramas. No basta con contar aquello que nos interesa, también deben de respetarse esas subtramas y darles una continuidad y seguimiento activo. Para un escritor inexperto, incluir demasiados personajes en su historia, y con una voz en tercera persona, puede convertirse en un auténtico calvario.
Es difícil profundizar objetivamente en los personajes

La voz en tercera persona no puede pecar de subjetividad, al menos no demasiado. Si el narrador se implica activamente en las vivencias de los personajes, deja de ser un narrador fiable. Por otro lado, al no hacerlo, es francamente difícil mostrar la vida interior de cada uno de ellos sin caer en clichés. en personajes bidimensaionales.

Si ninguna de estas dos opciones te convence, existe una alternativa híbrida que está muy de moda últimamente: La novela río. Es una forma muy creativa de contar, tanto en primera como en tercera persona, las vivencias de distintos personajes y en lugares y momentos completamente diferentes.

¿Y tú, con qué voz te quedas para tu novela? Déjamelo en los comentarios.