El mandato sacrificial y la cultura política del comunismo chileno

El mandato sacrificial y la cultura política del comunismo chileno*
Manuel Loyola**
El golpe de Estado del 73 no sólo trajo el quiebre de miles de vidas, sino también el desbarajuste ideológico del conjunto de las fuerzas de la izquierda chilena. Todas estas, cual más cual menos, comenzaron diversos procesos de reflexión y replanteamientos en empresas que buscaban dar cuenta no solo del pasado y las causas de la derrota, sino también de las opciones futuras; no solo de lo hecho, sino por sobre todo de lo no hecho, de los errores, carencias y de cómo podría ser nuevamente viable una alternativa democrática y de cómo, en tal tránsito, podía engancharse una solución socialista para Chile, si es que aun ella pudiera tener vigencia teórica.
Como se sabe, una de estas vertientes de renovación fue la que expresó el Partido Comunista de Chile, en especial con lo que fue conocido como la elaboración y aplicación de la Política de la Rebelión Popular de Masas, a partir de 1980. Si esta renovación fue un cambio en la línea o de la línea política, en verdad es un tema que interesa poco a nuestros fines: lo que sí nos importa es que ella fue la oportunidad de ver reiterado el signo que estimo central de la cultura política de este Partido, esto es, el signo del mandato sacrificia1l, ahora, en una versión bastante más nítida y exigente de lo que había sido en el pasado de la organización.
Es muy probable que, del conjunto de la izquierda del país, haya sido en el PCCh donde con mayor intensidad y dramatismo se hayan experimentado los hechos y consecuencias del golpe y la necesidad de adoptar ostensiblemente nuevos métodos de lucha, no obstante las discrepancias y tensiones que esto produjo a nivel de su dirigencia superior. 1 La noción de mandato que aquí empleamos corresponde a la usual de orden o precepto que un superior cualquiera da a quienes tienen una posición inferior a él. En la tradición comunista, si bien se contemplan mecanismos de consulta que harían del mandato la expresión consensuada de un colectivo (la llamada “democracia partidaria”), la permanente disposición a que los términos de los acuerdos se haga a base de las propuestas ideopolíticas resueltas en instancias de dirección superiores, hacen que este mandato, en los hechos, se atenga más a esta definición que a lo que acuerde una figura de soberano (asamblea, pueblo, colectivo deliberante). Este aspecto es esencialmente difícil de realizar por una organización que por sus fines transformadores, es decir, de antagonismo con la condiciones de su presente – como lo es la situación del PC – tiende a ocupar métodos discrecionales antes que deliberativos, los que se hayan bastante acotados. Sobre esto, tengamos sólo presente que la fórmula del “centralismo democrático”, por lo general ha dejado sin opciones de tratamiento a las posiciones de minoría, enconándose no pocas frustraciones. Por último, un dato crucial y que aquí no abordaremos es el de la correspondencia prácticamente biunívoca que existe entre este mandato de la cultura comunista con el de la obediencia sacrificial, tal como ha sido señalado por algunos militantes actualmente activos.
Que así se haya expresado (que en el PCCh se haya experimentado devastadoramente el golpe) seguramente estuvo ligado a un dato esencial y de carácter eminentemente subjetivo: la enorme valoración que respecto de sí mismo se tenía (y aun se tiene) como tal vez la fuerza política que más había hecho – al menos desde los años 50 en adelante, en un comportamiento intachable y generoso – para labrar y sostener el proyecto de gobernabilidad de la izquierda chilena que, finalmente, cuajó en el gobierno de la Unidad Popular. Esto, siendo motivo de enorme orgullo para su militancia y dirigencia, no solo era resaltado respecto de las demás organizaciones de la izquierda, sino que, por sobre todo, era un orgullo que jugaba a favor de una cierta razón histórica que, aunque aparezca paradojal en sus términos, era tan inmanente como trascendente, tal como apreciaremos luego. De este modo, el mandato sacrificial que había dado frutos tan importantes como un gobierno popular en 1970, hechas las correcciones pertinentes debía ahora, diez años más tarde, retomar sus aspiraciones de triunfo, animando a la militancia con nuevos saberes y nuevas prácticas.
Como lo dijéramos, ante el panorama de destrucción y muerte que significó la irrupción y permanencia de la Dictadura, la perplejidad comunista fue total: “Qué vuelta a la nada, qué fin”, como dijera en una de sus canciones Pablo Milanés, y era cierto: ¿qué podía rescatarse de aquello, de todo ese pasado, de esa promesa, de lo que tanto había costado y que ahora se perdía irremediablemente?: poco, o demasiado poco. Costaba tanto asimilar lo ocurrido: la cotidianidad había sucumbido de un día para otro y no se tenía repuesto, todo era precario, inseguro, no había mucho de donde sostenerse ya que no solo la rutina era otra, sino que también la política era muy distinta: ahora era la fuerza persecutoria y criminal desembozada, sin miramientos, sin piedad, sin nada parecido a lo razonable: un trauma, una pesadilla, un drama que solo podía enfrentarse oponiéndole la fortaleza juramentada, el sacrificio y la entrega sincera no solo para capear el temporal represivo, sino, mejor aún, para terminar con el terror y dar paso a un gobierno, sino socialista, al menos lo más cercano posible a él. Así, todo estaba o debía estar unido en un solo movimiento con todas las soluciones de continuidad requeridas por la demanda de la lucha: la política se hizo fuerza o, mejor dicho, acumulación de fuerzas – estoy hablado del sentir militante aunque en la dirigencia tampoco fue tan distinto – pues, soportado el chaparrón de los años iníciales, la disposición era solo para la lucha, y el léxico de entonces lo acusó: ser militante pasó a ser una condición genérica, lo primordial ahora era ser combatiente. Es aquí donde se insertó o cobró pleno auge el sello subjetivo que marcó e impactó a tantos y a tantas: el sello del mandato sacrificial antifascista.
Pero si, de un lado, esta nueva versión del mandato tuvo mucho de restauración de lo se consideraba era la identidad, de llamado a la fidelidad y de convocatoria al heroísmo, de otra, no dejó de nutrirse también de innumerables críticas a lo que había sido la conducción previa, aquella que había protagonizado la derrota del 73: ahora sí y de una vez por todas, había que curarse de derechismo, de reformismo, de ilusión burguesa, de aquel pragmatismo que había llegado a desconocedor las leyes de la historia y de la revolución. En fin, segunda mitad de los años 70 y lentamente fue creciendo entre la militancia que yo conocí, más nueva que vieja, la idea de que si estábamos en el jota y aspirábamos a mantenernos en el partido era porque debíamos hacer lo que correspondía, algo que antes no se había hecho por irresponsabilidad y acomodo: la revolución o algo parecido a ella, y como de la Dictadura no esperábamos nada, esta revolución seguramente debía ser armada, por tanto, había que prepararse.

¿Qué pensaba o sentía el joven militante comunista de la segunda mitad de los 70 sobre esta nueva situación que se imponía?, y nos preguntamos por el militante y no por el partido en un sentido institucional donde, por lo común, a este tipo de interrogantes se le responde con el examen de los documentos de los equipos de dirección.
No disponemos aun de antecedentes amplios, diversos y sistematizados, sin embargo, de los que he logrado indagar (por lo común, expresiones verbales de la memoria de varios militantes y ex militantes), es posible sugerir algunas pistas que, puestas en contacto, nos permitirían disponer de algo parecido a lo que Raymond Williams llamó estructuras de sentimiento2.
Veamos algunos datos de los entrevistados3:
2 Los significados y valores tal como son vividos por una generación determinada en un período definido, constituyen para Williams una estructura de sentimiento: “Las estructuras de sentimiento no deberían ser ignoradas en el análisis histórico, en la medida en que, aun que representen formas emergentes o preemergentes, no necesitarían de una definición, una clasificación o una racionalización para ejercer presiones concretas y establecer límites efectivos sobre la experiencia y la acción”, ver Diego Chein: “Posiciones epistemológicas en las teorías social, cultural y literaria de Raymond Williams”, en http://www.sinc.sunysb.edu/Publish/hiper/num4/artic/chein.htm
3 Datos provenientes de entrevistas a 14 militantes de las JJCC, activos entre mediados de los 70 y mediados de los 80 (10 hombres y tres mujeres). Al preguntárseles por los medios que utilizaban para formarse políticamente, analizar y disponer de cierta opinión sobre la situación chilena y sus expectativas de mediano o largo plazo, mencionan una serie de medios o recursos a que echaban mano no sin cierta dificultad en la obtención de algunos de ellos.
En general todos acudían a recursos más inmediatos como eran escuchar noticieros de radios opositoras: radios Balmaceda y Chilena, que copan las preferencias hasta comienzos de los años 80 (especialmente la Radio Chilena, con los programas de Miguel Davagnino y Johnny Smith, por lo general de música folclórica de la NCCH y del Canto Nuevo); la lectura, más ocasional que regular, de revistas como HOY, APSI y Análisis; con más frecuencia leían el boletín de la V. de la Solidaridad. Con los primeros años de los 80, la lectura del Fortín Mapocho se tornó general para casi todos los entrevistados. Son escasas las alusiones a otros medios de acceso público, como podía ser el cine, donde muy pocos de mis entrevistados dicen haber asistido; los que sí lo hacía preferían el cine arte: Toesca, Santa Lucía y Normandie.

Al preguntarles sobre el arco de informaciones que de alguna manera les permitía fundamentar su decisión, es decir, una interrogante por los “consumos políticos” más expresamente militantes sobresale, en primer lugar, la sintonía de radio Moscú, la que era tenida como una muy estimable fuente de información y de obtención de orientación política, lo que llevaba a que fuese tarea permanente escucharla y comentar algo de sus noticias en las reuniones de células o bases. Además, las emisiones de esta radio significaba una suerte de tónico anímico para varios de mis entrevistados, una forma de sentirse acompañados y respaldados y, sin duda, las voces de sus locutores/as, sus espacios de comentarios (en particular, los de Volodia Teitelboim) y las músicas incidentales, aun los llenan de emoción al momento de rememorarlas.

Luego de la radio Moscú, otros medios requeridos fueron ciertas “lecturas clandestinas” que, en su conjunto, daban cuenta de insumos “preparatorios”, “aleccionadores” o “motivadores”. Así, consultados por las lecturas que más demanda tenían por su aporte formativo en la experiencia militante, aparecen citados títulos como La Madre, de Gorki; Así se templó el acero, de Nikolai Ostrovki; la novela del héroe ruso Chapáev, de Dimitri Furmánov, y, por sobre todo, el relato Reportaje al pie del patíbulo, del checo Julius Fusik es decir, novelas de vidas ejemplares y heroicas, de abnegación y entrega hasta el martirio, al igual que La Montaña es algo más que una inmensa estepa verde, del sandinista Omar Cabezas, también referida por varios de mis entrevistados (mujeres).

En segundo lugar, dentro estas lecturas formativas o propedéuticas, estaban algunos de los clásicos del marxismo-leninismo cuyos contenidos tuviesen más cercanía con las perspectivas de la lucha nacional, como lo eran: El Estado y la Revolución; Qué hacer y Escritos militares, de Lenin; El Manifiesto Comunista o La Comuna de París, de Marx y Engels; la Guerra de guerrillas, del Ché; La Insurrección armada, de A. Neuberg. También hubo menciones a novelas del espionaje soviético de la 2GM, como son La orquesta roja, o Dora informa.

A esta relación de “consumos culturales” y, más aun, del tipo de “recepción” y “representación” (Roger Chartier) que tales consumos importaron entre nuestros militantes consultados, se unió, con mayor o menor anticipación, toda la carga emocional que ya mencionamos sobre el golpe y sus dramáticas repercusiones para el imaginario partidario, suscitándose la estructura de sentimientos que hizo enteramente propicias las condiciones para el advenimiento del mandato sacrificial de la PRPM. Hasta aquí he hecho mención del mandato sacrificial como eje nocional que nos permite articular el relato, pero su valor no es solo de recurso literario general sino también, de categoría historiográfica para el estudio de la cultura política comunista. Aboquémonos a la explicación de esta categoría que deriva de una teorización previa. Nuestro planteamiento, esquemáticamente expuesto, es el siguiente: recurriendo a algunas categorías y nociones del pensamiento o filosofía crítica latinoamericana, diremos que la cultura política comunista en Chile, como toda cultura política históricamente consistente, ha dimanado de un núcleo mítico-ético4 que, de acuerdo a este par de términos, dispone tanto de una visión de mundo como de un anhelo de mundo.

La visión de mundo es una teodicea, una forma de dar cuenta del universo natural e histórico, de sus causas y fines (una filosofía de la naturaleza y de la historia); en tanto que el anhelo de mundo representa, básicamente, un a priori antropológico (A.A. Roig), una imagen del hombre como proyecto de realización (es decir, una filosofía política o social).

No obstante sus similitudes en el plano eminentemente teleológico (nociones que se rigen por fines), ambos no comparten una igualdad esencial u ontológica: si el primero es inmanente, esto es, que mantiene inalterada su condición pues responde más al campo dogmático que al histórico, el segundo es trascendente, esto es, que su naturaleza es inherente al despliegue entre las cosas o datos de la historia.
Ahora bien, que ambos factores se conformen en núcleo, es decir, se relacionen y se fundan no obstante esta relación no es necesariamente una fatalidad ( hay muchos casos en que este encuentro no se produce o se hace de un modo históricamente contradictorio), es porque entre ambos se ha llevado a cabo lo que M. Löwy ha llamado la afinidad electiva, a propósito del estudio que hiciera sobre el encuentro entre mesianismo judío y el utopismo socialista en personalidades intelectuales judeomarxistas de la Europa Central de las primeras décadas del siglo XX5.
Preguntémonos en este momento, ¿ Cuál ha sido el resultado más relevante de la afinidad electiva que se ha dado entre los componentes del núcleo cultural que nos ocupa?.

4 Tomamos la referencia de la filósofa argentina Dina Picotti. Sostiene que la noción de núcleo mítico-ético se refiere, en el ámbito de la filosofía de la cultura y de las ciencias humanas, a la concepción básica de la realidad y de la propia identidad que va configurando un pueblo como sujeto histórico y que se va relatando a través del lenguaje simbólico de los mitos. Se habla de “núcleo” por cuanto se trata de creencias y concepciones fundamentales desde las que se articula su lenguaje y su cultura; de “mítico”, dado que se juega en el ámbito originario del simbólico del mito, que guarda religación con la vida y con la totalidad; y de “ético”, por corresponder al nosotros comunitario el que configura el lenguaje y la cultura en la interrelación (ética) de recíproco reconocimiento del yo-tu-él. Véase de la autora, la voz “núcleo ético-mítico”, en Ricardo Salas (Coordinador), Pensamiento Crítico Latinoamericano. Conceptos Fundamentales, Ediciones UCSH, Santiago, Vol. 2, pp. 707-715
5 Dice Löwy: “Designamos por “afinidad electiva” un tipo muy particular de relación dialéctica que se establece entre dos configuraciones sociales o culturales, que no es reducible a la determinación causal directa o a la “influencia” en sentido tradicional. Se trata, a partir de una cierta analogía estructural, de un movimiento de convergencia, de atracción recíproca, de confluencia activa, de combinación capaz de llegar a la fusión” Michel Löwy Redención y Utopía. El judaísmo libertario en Europa Central, El Cielo por Asalto, Bs. Aires, 1997, p.9
Respondiendo a una consecuencia recurrente a este tipo de fenómenos, el resultado ha sido la materialización de lo que hemos llamado el mandato sacrificial, esto es, la generación, imposición y asunción al interior de la organización y su militancia, de objetivos sobredeterminates, a los que se debe servir, aportar y honrar de modo irrestricto, pues en ello se juega, por lo común, las condiciones de la lealtad o la traición a la causa, con un peso de sanción tan enorme en el casos de “fallas” o “debilidades” que, en numerosas oportunidades, tales “flaquezas” son padecidas por la militancia con todo el dolor o la vergüenza de la culpa. A mayor abundamiento, podemos incluso agregar que la nominación del mandato sacrificial en cuanto a su carácter rector de la política y actuaciones comunistas, radica en las características prometeicas o anticipatorias de futuro que el mismo provee en virtud de las estructuras ideáticas que lo fundamentan: idea de mundo e idea de hombre, de modo que las prácticas partidarias y militantes que le han dado vida, han estado completamente supeditadas a las demandas permanentes y emergentes definidas como los desafíos y tareas necesarias para modificar o terminar con los obstáculos que han impedido la realización de las promesas. En este sentido, este mandato ha resultado ser un dictado refractario o muy poco dado a todo quehacer o inquietud militante que, en materias orgánicas, intelectuales o creativas, no se perciban, por parte de quienes administran y custodian el mandato, como funcional o contribuyente a los objetivos prometeicos que, como se ha anunciado, están en buena medida ya definidos para el ejercicio militante. Habrán, como en todo orden de cosas, excepciones a esta regla, pero sólo son eso, alteraciones que no alcanzarán para desmentir el sentido general del modo de ser comunista. Esta impronta ha tenido consecuencias encontradas en la vida partidaria: de una parte, le ha granjeado al PC una imagen y hasta un prestigio público e interno de organización disciplinada, institucionalizada y seria, mientras que de otra, le ha significado también los costos de diversos quiebres, aislamientos y empobrecimientos. Llegado a este punto y de manera que nuestra tarea no se limite a una mera descripción de la cultura militante comunista, podemos preguntarnos ¿ es posible que el mandato sacrificial disponga de nuevos elementos racionales que le permitan contar con mayor flexibilidad procurando que los encierros ideológicos, si bien no podrían desaparecer, al menos se atenúen y no dañen de manera irreversible la adhesión militante y la actuación pública de la organización? o, ¿ es posible que esta predeterminación de la actuación militante – tan parecida a la predestinación protestante – esté hoy en condiciones de verse afectada a raíz de los impactos que significan los cambios culturales del presente?. Sin duda que cualquier respuesta afirmativa a este respecto, por muy moderada que ella sea, encontrará las resistencias de las cristalizaciones de poder que ella ha generado en la organización. Me parece que las eventuales respuestas a esto son muy necesarias a la luz de las difíciles situaciones por la ha atravesado la vida partidaria en las últimas décadas y en vistas a su propio futuro.

Desde luego, siendo el núcleo mítico-ético comunista un dato tan relevante para la propia identidad de la organización y para el cumplimiento de su rol en una sociedad y un tiempo que demandan cambios sustanciales en las condiciones de vida de la población, las modificaciones en el mandato sacrificial no pueden suponer su abandono sino su reforma en todo lo que sea pertinente a las actuales circunstancias, reformas que de ser plenamente incorporadas a la institucionalidad y cotidianidad partidistas, serán de enorme valor para su mayor madurez y gravitación social.

Contextualicemos nuestra inquietud trayendo a colación los avatares del mandato sacrificial en la historia del P. Comunista.
Los años anteriores a 1936 – año de creación del Frente Popular – son ricos en la demostración de la dinámica impositiva del mandato sacrificial: luego de un lustro (1922-26) de esfuerzos secularizadores del mismo (recordemos las dificultades experimentadas por el mismo Recabarren en este primer período y su confrontación con quienes consideró como jóvenes advenedizos en la dirección del recién creado Partido), la aparición de Ibáñez y su disciplinamiento estatalista, trajo consigo un cambio de giro en el mandato, apelándose a lo más esencial de la fe revolucionaria mediante las posturas que propiciaban el enfrentamiento de clase contra clase ante, lo que se estimaba, era el inminente colapso del capitalismo mundial. En esta ocasión (hablamos del período de los años 1927 hasta 1934), las pruebas del martirio y el sacrificio corrieron por cuenta de las relegaciones a Más Afuera, las muertes del profesor Anabalón o de Meza Bell, la sublevación de la marinería, en Talcahuano, el episodio de Lonquimay, en el Alto Bío Bío, o la Pascua trágica, de Copiapó.
Acabada la oleada del mandato sacrificial identitario – VII Congreso de la Internacional Comunista mediante – éste volverá a un contenido que favorecerá lo modernizante y lo hará de un modo tan elocuente y avasallador que sus actuaciones no tardaron en generar cuestionamientos entre no pocos militantes (tengamos en mente las críticas al Browderismo y el reemplazo de Contreras Labarca por Ricardo Fonseca, en la Secretaria General). Se trató, en este caso, de la yuxtaposición, dentro del mandato, de una renovada aparición identitaria que no se detuvo aquí pues no faltaron quienes, aprovechando una coyuntura que estimaron adecuada (la persecución anticomunista de González Videla), intentaron un paso más hacia posiciones “genuinamente revolucionarias”, buscando promover un nuevo giro partidario que asumiera el imperativo revolucionario de la clase: nos referimos a Reinoso, Cares, Palma y otros que, como ya sabemos, fracasaron en su propósito fundamental, siendo expulsados de la organización. Fueron contrarrestados a tiempo, al decir de Corvalán, aunque su asomo llevó a corregir con más prontitud las practicas del “derechismo” partidario, buscándose dotar al mandato no solo de un renovado brillo ideológico con los enunciados de la política de la Liberación Nacional, sino también, de un renovado esplendor secular, en los planos de la racionalidad de la ciencia social de la época. En efecto, el mandato, tras el asomo identitarista de Reinoso y los suyos, se vio notablemente favorecido y remozado con la adopción de la matriz teórica del desarrollismo cepaliano, en especial en sus versiones de los años 50 y 60, bastante más radicalizadas que las primeras propuestas de Prebisch de dos décadas antes, y a escasos metros de lo que pronto se conocería como el dependentismo, sin duda, el non plus ultra de la sociología y la economía marxistas latinoamericanas de entonces. Premunido de tal arsenal analítico, el mandato, más pragmático que identitario, arribó a un momento de enorme fortaleza que sintonizaba ampliamente con los tiempos y la militancia así lo asumió: más que nunca parecía que no solo la historia sino también el saber estaban de nuestro lado. Y más importante aun a nuestros propósitos: la afinidad electiva daba un fruto superior: la potente fusión entre sus factores, en tanto la promesa emancipadora estaba a punto de revelarse en un instante definitivo y definitorio: el proyecto de la Unidad Popular, el mismo que, una vez derrotado, modificaría de nuevo el contenido del mandato, determinando un curso histórico que, por sus resultados, pareciera se ha prolongado demasiado. ¿Qué podemos concluir de esta relación?. Probablemente son varias las conclusiones, sin embargo, hay una que me asalta como la más apropiada a las interrogante iniciales, a saber: es la lectura de la realidad mediatizada por los componentes estructurales de la cultura comunista la que determina el mandato. Pero este aserto, a fin de rescatarlo de lo obvio y darle operatividad, debe especificarse: es la lectura mediatizada, sí, pero en tal proceso, para forjar un producto inteligible, una determinada lógica de comprensión de la realidad y asunción de las obligaciones militantes, debe primar uno u otro factor estructural; de no ser así, de no primar ninguno o primar ambos simultáneamente, el mandato se neutraliza o diluye en su carga imperativa. De ahí que, como lo señaláramos en el párrafo anterior, ha habido en el mandato momentos más identitarios y momentos más seculares (o menos identitarios) en la práctica militante, y si ahora debemos responder a la pregunta por las posibilidades de reforma del mandato sacrificial, deberemos buscar una nueva síntesis entre los factores, una nueva afinidad electiva, donde el factor secular o la imagen del hombre, logre primar de manera adecuada al interior de la cultura comunista. Se trataría, entonces, de apelar a los recursos
identitarios a fin de secularizarlos, es decir, interpretarlos desde las circunstancias del presente, aminorando o eliminado sus ropajes icónicos y dogmáticos para que, en diálogo renovado con las dichas circunstancias, se imprima un nuevo sello al mandato.

Las preguntas que dejáramos dichas en páginas anteriores no podrán ser respondidas sino en el largo plazo y en los contextos propios de la vida del comunismo nacional, de suerte que no nos asiste ninguna misión especial al respecto. Cuando más, sólo nos atrevemos a proponer algunos ejercicios de diálogo que, por cierto, serán acogidos únicamente por quienes quieran hacerlo.

Esto lo señalo como método pero también como necesidad concreta ante el distanciamiento que se produjo entre los factores estructurales de esta cultura a partir de los años 80, a raíz de la primacía prácticamente total que expresó el factor inmanente por razones que en su momento, digamos, los 10 primeros años de la dictadura, resultaron del todo justificadas. De esta manera, reiterémoslo otra vez: ¿Cómo avanzar hacia la reforma del mandato y, en consecuencia, hacia su relegitimación a base de una nueva afinidad electiva tomando en cuenta que la realidad de hoy no es la misma de hace 50 años atrás?.

Una propuesta de diálogo es la siguiente: la reflexión sobre el “recabarrenismo”. Recabarren, como padre fundador del movimiento obrero y del PCCh, es una figura, como se diría hoy, “de culto” en la vida militante. Pero ¿ qué es o fue el recabarrenismo?

Se han escuchado últimamente, por ejemplo, en los valiosos trabajos de Rolando Álvarez, aluciones al recabarrenismo, pero ¿ qué es el recabarrenismo?: es sólo un recurso retórico?, ¿ se busca por medio de él valorar determinadas prácticas militantes que se perdieron? ¿ es asambleísmo, es obrerismo? ¿ es antiestatalismo o es, como lo insinúa Gabriel Salazar, una forma de antipartidismo?, etc. Se podrá decir que son todas estas cosas y otras más, con lo cual no creo que avancemos mucho: recabarrenismo así sería una pura e interminable adjetivación, una especie de constante referencia totémica.

Propongamos otra cosa: el recabarrerismo o la actuación pública de Recabarren, fue y bien puede ser rescatado ahora en este sentido, una forma concreta del a priori antropológico que dio cuenta de un cierto comunismo liberal o libertario. Empíricamente, la actuación de Recabaren fue una vastedad de iniciativas organizacionales, asociativas, cooperativas, periodísticas, empresariales, agitativas, electorales, intelectuales, educacionales, artísticas, gremiales, etc., que, siendo impulsadas en colaboraciones diversas, tuvieron el sello del “emprendimiento
particular”, no para el provecho lucrativo de unos pocos, sino para el beneficio de un “nosotros”, llámese este gremio, pueblo, clase o sociedad. Si en algo hemos de concordar con Salazar, es en el hecho que la modernización estatalista de los años 30 en adelante liquidó, en las prácticas políticas y militantes de la izquierda, el sentido más autonómico del emprendimiento de décadas anteriores. En adelante, y esto lo digo yo, este emprendimiento ya no sería comunista liberal o recabarriano, sino paraestatal y corporativo, férreamente controlado y regulado, no siempre por las entidades estatales, sino también por los panópticos partidistas, sindicales o estudiantiles.
No idealizaré la práctica política de la izquierda de antes de la década de los años 30, suponiendo que ella era un dechado de delicias democráticas; ni tampoco voy a satanizar la institucionalización estatalista de la misma, condenando por espurias la actuación de las organizaciones políticas y sindicales del mundo popular, tal como corrientemente se ha hecho en los últimos 20 años por cierta historiografía de izquierda de corte basista y movimientista. Si ahora traigo a discusión al recabarrenismo, es solo para poner en relieve un indicio, un rasgo, o una constatación en calidad de perspectiva y no me interesa si tal recabarrenismo se dio mucho o poco, si se dio siempre o de modo intermitente, o si fue la marca de gestión preponderante de los sectores del trabajo – modernos o tradicionales – de comienzos del siglo XX. Si fue una práctica habitual, bien, ello podría facilitar su reinstalación actual; si, en cambio, fue una forma aislada, bien también, pues, en este caso, debe importar más la calidad que la cantidad, en tanto lo que nos interesa es dar nueva fuerza al ideario emancipador en las condiciones históricas del presente. Creo que las condiciones para replantear un comunismo libertario están siendo cada vez propicias y esto no por un particular aliento interno, sino, como siempre ha ocurrido, por exigencias del contexto y por el total agotamiento del mandato sacrificial de los años 80.

La descolonización y el giro des-colonial

La descolonización y el giro des-colonial1
NELSON MALDONADO-TORRES2
University of California, Berkeley, USA
nmt@berkeley.edu
1 Este artículo es producto de la investigación del autor sobre descolonización y giro des-colonial. Una versión anterior ha sido presentada en la conferencia «Insurgencias Políticas Epistémicas y Giros De-coloniales» en la Universidad Andina Simón Bolívar, Quito, Ecuador, del 17-19 de julio del 2006. Previamente publicado en Comentario Internacional: Revista del Centro Andino de Estudios Internacionales, no. 7 (2006-2007):65-78.
2 Ph.D. in Religious Studies, Brown University. Profesor en el Departamento de Estudios Étnicos en la Universidad de California en Berkeley y Presidente de la Asociación de Filosofía del Caribe.
Tabula Rasa. Bogotá – Colombia, No.9: 61-72, julio-diciembre 2008 ISSN 1794-2489

Intentaré delinear dos asuntos en este trabajo. El primero versa sobre la vigencia actual de la descolonización, y el segundo sobre la idea de un giro des-colonial. Este segundo tema conlleva discusión acerca de la idea de descolonización, cuyo origen se encuentra en el horror ante el «mundo de la muerte» creado por la colonización. Ese escándalo u horror es también el fundamento central de lo que denomino la actitud des-colonial.
Esta actitud es la base principal para una postura ético-política y teórica que plantea nuevas bases para el conocer, lo que denominaremos como razón des-colonial. Tanto la actitud como la razón des-coloniales son partes fundamentales de lo que se presenta aquí como el giro des-colonial, el que plantea la descolonización (y no la modernidad) como proyecto todavía inacabado a nivel global (El tema de la descolonización como proyecto inacabado se discute en Grosfoguel, Maldonado-Torres, y Saldívar, 2005:3-27. Véase también Mignolo, 2003).
I. Vigencia actual del discurso sobre la descolonización
La descolonización ya no es hoy una referencia extraña o una referencia a procesos políticos del pasado. No le debemos esto sólo a la propagación de los estudios poscoloniales en Estados Unidos y América Latina, sino que vemos el termino descolonización usado en referencia a procesos políticos actuales tanto en Estados Unidos con relación a la presencia desafiante de chicana/os, puertorriqueña/os y migrantes de América Latina en el seno de la sociedad estadounidense, y en América Latina, por grupos de afro-descendientes e indígenas tanto en Ecuador, como en Bolivia y Brasil (Ver Grosfoguel, Maldonado-Torres, y David Saldívar, 2005; Walsh, 2005). El tema se va extendiendo a Francia después de las revueltas de argelinos y otros africanos en los suburbios de París, en Alemania, con el esfuerzo de intelectuales alemanes de mostrar otro lado de Europa (tanto la colonizadora como aquella que se benefició con la interacción con África y la presencia negra en Europa), y aun en Rusia donde intelectuales de los antiguos territorios de la Unión Soviética intentan comprender su situación y opciones actuales tras la caída del imperio que los unía.3 Lo mismo puede decirse de sujetos en Cataluña y Palestina, quienes ya han notado paralelismos con poblaciones racializadas fronterizas en los Estados Unidos en el caso de los primeros, y con pueblos indígenas en el caso de los segundos.4 El tema de la descolonización no atañe pues solamente a poblaciones marginadas en las Américas. Es más bien un tema que progresivamente adquiere relevancia mundial pues la colonización se ha vuelto y ya ha sido desde mucho tiempo el modus operandi mismo de la globalización. Pudiera aún decirse que el problema del siglo XXI será en gran parte el problema de la colonización en la forma del empobrecimiento continuo de poblaciones racializadas, de la invasión de sus territorios por parte de un nuevo imperialismo que busca hacer de los mismos piezas claves en el triunfo de la expansión de la lógica del capital en todo el mundo, y de la creación de murallas de contención entre las zonas privilegiadas y el antes llamado Tercer Mundo—tómese el caso de la frontera México/Estados Unidos. Debemos también considerar que la globalización de la cultura estadounidense lleva consigo tanto la propagación del deseo por ciertos patrones de consumo, cierta visión del sujeto sumamente individualista y consumista, así como también, como apunta Lewis Gordon, las distintas fobias racistas que le fueron constitutivas a los Estados Unidos como nación (Gordon, 2000:159). Es decir, la globalización continúa funcionando en parte como expansión de ideales truncados de humanidad y subjetividad, tanto como de poder y conocimiento.
3 Temas relacionados a la descolonización han aparecido recientemente en Francia en discusiones sobre los «indígenas de la república», en Alemania en el Instituto de Estudios Poscoloniales y Transculturales (Institut für Postkoloniale und Transkulturelle Studien, INPUTS) en la Universidad de Bremen, y en Rusia en el trabajo de intelectuales como Madina Tlostanova. Agradezco a Ramón Grosfoguel por ponerme al tanto de la discusión intelectual en Francia luego de las revueltas y a Walter Mignolo por el contacto con INPUTS. 4 Se han tenido discusiones sobre estos temas en los Programas de Estudios Latinos/Chicanos y de Estudios Étnicos Comparados en la Universidad de California, Berkeley. 65 TABULA RASA No.9, julio-diciembre de 2008 Tabula Rasa. Bogotá – Colombia, No.9: 61-72, julio-diciembre 2008 ISSN 1794-2489
La izquierda mundial tiende a entender, sin embargo, la dinámica imperialista como una oposición entre poder hegemónico por un lado y países periféricos por otro, es decir entre un bloque privilegiado y uno explotado, sin notar que el imperialismo también procede a través de la implantación de jerarquías de ser y de valor que dividen al mundo, por un lado entre blancos y sujetos de color en el norte, y entre distintos tipos de mestizos y poblaciones excluidas de proyectos nacionales en el sur. Para pensar la complejidad de la colonialidad vale pensar, tal como Aníbal Quijano ha apuntado, que la llamada «dependencia» no se puede explicar sólo a partir de fuerzas exteriores que se imponen a los países previamente colonizados, sino también a fuerzas interiores que mantienen distintas jerarquías raciales en los países en cuestión (Quijano, 2000, 1997). Son estás jerarquías las que continúan siendo reproducidas tanto en las formas de imperialismo actual como en proyectos de nacionalización basados en la hegemonía blanca o mestiza. Además hay que añadir que entre los racializados mismos también se establecen jerarquías de valor, lo que significa que la «diferencia colonial» (Mignolo) no sólo plantea una división epistémica entre sujetos investidos en el proyecto de colonización y los colonizados, sino también una heterogeneidad colonial jerárquica que se desenvuelve de forma distinta en distintos contextos y momentos históricos.5 El olvido de estas dimensiones lleva a que la crítica al imperialismo tienda a hacer invisible la existencia continua de las fuertes divisiones raciales en el mundo previamente colonizado, y el rol de estas divisiones en mantener el carácter subordinado de tales territorios en la economía mundial. La crítica al imperialismo a menudo tiende también a dejar de lado la dimensión prospectiva y de cambio de proyectos de descolonización. Todo esto hace pensar en un planteamiento de la feminista negra estadounidense Patricia Hill Collins cuando señala que si bien el problema del siglo XX pudo haber sido, tal y como lo reclama el sociólogo afro-americano W.E.B. Du Bois, el problema de la línea-de-color, el problema del siglo XXI será tanto el problema de la afirmación de las jerarquías raciales tradicionales y de su expansión como el de la negación de su existencia por sectores que las plantean como irrelevantes o como ya resueltas.6

Una alternativa a este problema constaría en investigar las formas en que las estructuras de poder modernas y posmodernas continúan produciendo la división entre amos y esclavos de las que habla Frantz Fanon, a la vez que mantiene y propaga divisiones raciales al interior mismo del espacio de los colonizadores como en el de los colonizados.7 Muy ligadas y emparentadas a las divisiones raciales también se encuentran otras formas fundamentales de diferenciación jerárquica como las de género y de sexualidad. Una teoría crítica hoy tendría que iluminar y proveer salidas ante esta realidad compleja. Es este tipo de teoría que mejor respondería a la exigencias de pueblos como el de Bolivia o de sectores en el pueblo chicano y latino en los Estados Unidos, para mencionar sólo a dos grupos que se encuentran o recientemente se han encontrado en primera plana (los latinos después de las marchas más numerosas en la historia de los EEUU a favor de los derechos de migrantes) por plantear desafíos descolonizadores en los que tanto el Estado, como la economía y la educación están envueltos.8 La conciencia sobre la relevancia y urgencia de esta tarea es lo que llamamos hoy el giro des-colonial.
5 Para una discusión de la noción de diferencia colonial véase Mignolo, 2003. Para un desarrollo más amplio del concepto de heterogeneidad colonial véase Maldonado-Torres, 2005.
6 Collins expuso esta idea en un panel dedicado a Du Bois en la reunión anual del 2004 de la Asociación Americana de Sociología llevada a cabo en San Francisco, California. Ver también Du Bois, 1969.
7 La relación amo y esclavo es discutida por Fanon en diálogo crítico con Hegel en el séptimo capítulo de Piel negra, máscaras blancas. Ver Frantz Fanon, 1973.
8 Estas agendas se reflejan en Grosfoguel y Cervantes-Rodríguez, 2002; Walsh, Schiwy, y Castro-Gómez, 2002.Nelson Maldonado-Torres La descolonización y el giro des-colonial 66 Tabula Rasa. Bogotá – Colombia, No.9: 61-72, julio-diciembre 2008 ISSN 1794-2489
II. El giro des-colonial9 Ya estamos acostumbrados en la academia a escuchar distintos tipos de giros. Toménse por ejemplo los giros lingüísticos y pragmáticos en los que tantos posmodernos como neo-kantianos basan su trabajo. Estos giros plantean que ya sea el universo del sentido en general o el de los actos de habla proveen las claves fundamentales para entender las formas en que nuestro mundo, es decir el mundo humano preñado de significado, opera. El giro des-colonial se refiere más bien, en primer lugar, a la percepción de que las formas de poder modernas han producido y ocultado la creación de tecnologías de la muerte que afectan de forma diferencial a distintas comunidades y sujetos. Este también se refiere al reconocimiento de que las formas de poder coloniales son múltiples, y que tanto los conocimientos como la experiencia vivida de los sujetos que más han estado marcados por el proyecto de muerte y deshumanización modernos son altamente relevantes para entender las formas modernas de poder y para proveer alternativas a las mismas. En este sentido, no se trata de una sola gramática de la descolonización, ni de un solo ideal de un mundo descolonizado. El concepto de giro des-colonial en su expresión más básica busca poner en el centro del debate la cuestión de la colonización como componente constitutivo de la modernidad, y la descolonización como un sinnúmero indefinido de estrategias y formas contestatarias que plantean un cambio radical en las formas hegemónicas actuales de poder, ser, y conocer. Un tercer elemento del giro des-colonial trata de una diferenciación entre la idea y el sentir por un lado, y el proyecto de descolonización por otro. La idea de descolonización es tan vieja como la colonización moderna misma. Se trata primeramente no de una idea como tal, sino de un sentimiento y sentido de horror ante el despliegue de las formas coloniales de poder en la modernidad, formas que se encargaron de dividir el mundo entre jerarquías de señorío y distintas formas de esclavitud basadas, ya no en diferencias étnicas o religiosas, sino más propiamente en diferencias presumidamente naturales, esto es, ancladas en la corporalidad misma de sujetos considerados como no enteramente humanos. Nos referimos a lo que se puede considerar como un grito de espanto por parte de un sujeto viviente y donador de sentido ante la aparición del mundo moderno/colonial que plantea la dispensabilidad de ciertos sujetos humanos como elemento constitutivo de su avance civilizatorio y de expansión global. La idea de descolonización también comprende el primer momento del giro des-colonial propiamente hablando. Este se trata de un cambio radical en la actitud del sujeto que confronta o es testigo de la expansión de este mundo de amos y esclavos.
9 Elaboro este tema en Maldonado-Torres, 2006:173-96. En esta sección también recojo, pero a la vez amplío y reviso algunos temas explorados en Maldonado-Torres, 2006b.67
La actitud des-colonial nace cuando el grito de espanto ante el horror de la colonialidad se traduce en una postura crítica ante el mundo de la muerte colonial y en una búsqueda por la afirmación de la vida de aquellos que son más afectados por tal mundo. Estamos hablando pues de una transición del horror a lo que se podría llamar, tomando la pista de la teórica chicana Chela Sandoval, como amor des-colonial (2000). El surgimiento de la actitud des-colonial envuelve pues un estado afectivo que le es fundamental, a la vez que puede considerarse, tal y como lo hace claro el afro-caribeño Frantz Fanon en su Piel negra, máscaras blancas (1973), en principio de un tipo particular de filosofía y producción teórica. Para entender la dimensión filosófica o teórica de la actitud des-colonial valdría la pena consultar recuentos sobre el origen del indagar filosófico. Uno de los clásicos y más influyentes es el recuento del fenomenólogo alemán Edmund Husserl, quien, siguiendo a Aristóteles, apuntaba al «asombro» del filósofo ante el mundo como punto de partida para el pensar filosófico (Husserl, 1981). La filosofía surge así cuando el mundo cotidiano adquiere un carácter no familiar, lo que resulta de una suspensión de las creencias usuales que tenemos acerca del mismo. El «asombro» ocurre pues cuando lo familiar se vuelve extraño, que apunta a limitaciones en el mundo mítico o tradicional de una sociedad en cuestión para entender el mundo. De ahí nace una indagación acerca de la verdad oculta que explica aquello que asombra. El surgimiento de la actitud des-colonial está relacionada de cierta manera pero es distinta de esta actitud filosófica. Distinto a la actitud teórica del filósofo en su concepción tradicional, la actitud des-colonial nace no a partir del «asombro» ante la naturaleza o lo usual, sino a partir del «horror» o espanto ante la muerte. El pensador en este caso no busca meramente hallar la verdad sobre un mundo que se le aparece como extraño, sino determinar los problemas de un mundo que se le aparece como perverso y de hallar las vías posibles para su superación. La búsqueda de la verdad aquí está inspirada no por el desinterés teórico, sino por la no-indiferencia ante el Otro, expresado en la urgencia de contrarrestar el mundo de la muerte y de acabar con la relación naturalizada entre amo y esclavo en todas sus formas.10 La teoría surge en este caso con un telos o finalidad definida: esta es la restauración de lo humano o la construcción del mundo del Tú, tal y como Fanon lo plantea (1973:192). La pregunta del qué y para qué conocer queda respondida aquí en términos de la oposición a la muerte del Otro y la posibilidad de la generosidad y el amor como superación de divisiones jerárquicas naturalizadas. 10 El tema de la no-indiferencia como actitud fundamental ante la diferencia queda planteada en Lévinas, 1974.Nelson Maldonado-Torres La descolonización y el giro des-colonial 68 Tabula Rasa. Bogotá – Colombia, No.9: 61-72, julio-diciembre 2008 ISSN 1794-2489
El cambio de la actitud natural racista o individualista de la modernidad a la actitud des-colonial de cooperación en la ruptura con el mundo de la muerte colonial es el momento más fundamental del giro des-colonial. La descolonización no se puede llevar a cabo sin un cambio en el sujeto. Este asunto está relacionado a lo que otros han denominado como la descolonización de la mente o del imaginario histórico y la memoria (Pérez, 1999; Ngugi, 1986). También está relacionado a una ética y una política de la liberación y al surgimiento de giros subjetivos descolonizadores particulares a distintas comunidades pero con relevancia más allá de ellas, tales como la atitude quilombola o cimarrona sobre las que algunos se encuentran trabajando hoy.11 Tal y como ya se ha planteado, el giro des-colonial en términos de un cambio de actitud fundamental en el sujeto que confronta o es testigo radical del colonialismo en alguna de sus formas es quizás tan viejo como el mundo colonial mismo. Este ha inspirado distintos proyectos des-coloniales en distintos momentos de la modernidad. No fue, sin embargo, hasta entrado el siglo XX que estos proyectos des-coloniales empezaron a encontrarse entre sí y llegaron a crear una conciencia global sobre la relevancia del proyecto inacabado de la descolonización. Aquí podemos listar como actores principales al movimiento pan-africanista y a las distintas gestas explícitas de descolonización por parte de indígenas en las Américas, africanos, asiáticos e inclusive algunos mestizos en los siglos XIX y XX. Esto muestra que si bien es cierto que no hay cambio des-colonial del mundo sin cambio en la actitud de sujetos, es a la vez cierto que cambios en el mundo abren nuevas posibilidades en términos de conocimiento y actitud. Cambios en el tiempo o en el espacio pueden facilitar o truncar las posibilidades en la toma de conciencia des-colonial y del proyecto mismo de descolonización.
11 Sobre filosofía y ética de la liberación ver Enrique Dussel, 1998. Con respecto a otros giros descolonizadores me refiero específicamente aquí al trabajo intelectual y activismo de los jóvenes afro-brasileiros del grupo Atitude Quilombola, y a Edison León, quién bajo la tutela y enseñanza del honorable maestro Juan García, se encuentra explorando los recursos des-coloniales de las comunidades cimarronas en América Latina.
Un incidente de gran escala que facilitó la propagación de la noción de un proyecto inacabado de descolonización a ser forjado por todos aquellos a nivel global que se oponen a la colonialidad en todas sus formas fue el decaimiento de Europa en la Segunda Guerra Mundial. Europa por mucho tiempo representó el lugar privilegiado de producción de modelos de convivencia y de control de la naturaleza que más afín eran al progreso humano. Por eso durante las revoluciones de independencia de los siglos XVIII y XIX en las Américas, las nuevas naciones rechazaban la hegemonía de un poder europeo, por ejemplo el español o portugués, pero sólo para seguir el modelo provisto por otro país europeo—siendo Francia el más notable. El siglo XIX se destacó así por distintas posturas de anti-imperialismo eurocéntrico. Se rechazaba la empresa imperial europea para justificar una empresa nacional o imperial local todavía inspirada por ideales de nación o imperio formulados en Europa que todavía continuaban la colonialidad del poder en distintas formas. Algo distinto ocurrió en al menos algunos de los procesos de independencia en el siglo XX después de la Segunda Guerra Mundial. En ese momento Europa completa fue desprestigiada, y distintas comunidades alrededor del mundo ya perdían su fascinación con la misma. El intelectual, poeta, y político martiniquense Aimé Césaire (2006) lo expresó de forma sucinta: «Europa es indefendible» (cursivas en el original). En el momento que escribe, ya no era posible para sujetos como él rechazar una parte de Europa para reclamar otra. Europa entera y su proyecto civilizatorio estaban en cuestión. La situación era distinta tanto existencial como intelectualmente con relación a las revoluciones anti-imperialistas anteriores. Ya no podía confiarse en modelos hegemónicos del pasado, sino que había que construir nuevos modelos o poner en función previos modelos no totalmente europeos de convivencia e interacción con la naturaleza.

En su juicio sobre Europa, Césaire respondía a posiciones que intentaban justificar el colonialismo y por tanto oponerse a los nuevos procesos de descolonización en el siglo veinte haciendo uso de una supuesta conexión entre colonización y civilización. Se planteaba que la gesta colonial le había al menos traído la civilización a los colonizados, que les había llevado la «luz» de la civilización y los había sacado de las tinieblas del primitivismo—aunque, añadiríamos hoy, los conduciera a la realidad patética de la pobreza extrema y el subdesarrollo. Por tanto, con toda su rabia los colonizados también deberían estar agradecidos y respetar a aquellos que les trajeron la civilización. La respuesta de Césaire no pudo ser más visceral. Primero advierte la hipocresía del colonizador en su último intento por mentirle al colonizado.
Y como hoy se me pide que hable de la colonización y de la civilización, vayamos al fondo de la mentira principal a partir de la cual proliferan todas las demás.
¿Colonización y civilización?
La maldición más común en este asunto es ser la víctima de buena fe de una hipocresía colectiva, hábil en plantear mal los problemas para legitimar mejor las odiosas soluciones que se les ofrecen.
Eso significa que lo esencial aquí es ver claro y pensar claro, entender atrevidamente, responder claro a la inocente pregunta inicial: ¿qué es, en su principio, la colonización? (Césaire, 2006:16).
Césaire plantea de forma resumida aquí nuevas dimensiones de la actitud des-colonial en el momento histórico global del giro des-colonial. Se trata para Césaire de «ver claro» y de «entender atrevidamente», posturas que se plantean como antídotos a una hipocresía colectiva que insiste en darle continuidad al mundo colonizado de la muerte. El Discurso sobre el colonialismo de Césaire se presenta, tal y como he argumentado en otro lugar, como un nuevo «discurso del método» para el buen razonar (Descartes) tras el fracaso europeo (Maldonado-Torres, 2006). Se trata de la articulación precisa de la razón des-colonial cuya finalidad primordial no es solamente el cambio en métodos de conocimiento, sino también el cambio social. Me limitaré aquí a comentar sobre esta forma de razón y dejaré para otra ocasión la articulación de otros dos tipos de razones: la razón imperial y la razón colonial—una tiene que ver con la producción de la «mentira» e hipocresía imperial y la otra con formas de conocer e investigar que sucumben ante o son seducidas por las mismas. Se puede matar en Indochina, torturar en Madagascar, encarcelar en el Africa negra, causar estragos en las Antillas. Los colonizados saben que, en lo sucesivo, poseen una ventaja sobre los colonialistas. Saben que sus «amos» provisionales mienten (Césaire, 2006:13).
Tal y como la propone Césaire, la razón des-colonial puede vincularse a la percepción como mentirosos que los esclavos racializados han tenido de sus amos moderno/coloniales, pero que ahora ante la caída moral y espiritual de Europa, se hace más evidente:El giro-descolonial se refiere pues al momento cuando la sospecha del esclavo queda ratificada y altera la conciencia del esclavo de forma global. A la razón del colonizador investida de mentira, se opone en este caso una razón des-colonizadora (razón des-colonial) que se opone a la mentira y la hipocresía moderna/colonial. Es a partir de esta forma de razón que Césaire hace sus planteamientos y juicios, el primero de los cuales es que «la distancia de la colonización a la civilización es infinita, que de todas las expediciones coloniales acumuladas, de todos los estatutos coloniales elaborados, de todas las circulares ministeriales expedidas, no se podría rescatar un solo valor humano» (Césaire, 2006:14). Luego Césaire plantea que la colonización no sólo no civiliza al colonizado sino que desciviliza al colonizador. Es a partir de esta idea que Césaire plantea una relación íntima entre el colonialismo y el surgimiento del fascismo nazista en Europa. A los campos de concentración le preceden las colonias. El salvajismo de la colonización le regresa como boomerang al colonizador. De aquí que se planteen tareas descolonizadoras no sólo para el colonizado, sino también para el colonizador. La última oportunidad que tiene Europa consiste para Césaire no tanto en crear una Unión Europea, sino en unirse a los procesos de descolonización en el mundo, que son múltiples y diversos (Césaire, 2006:43). Con esto volvemos a los temas tocados en la primera parte donde se discute la vigencia actual de discursos sobre la descolonización. A eso le tendríamos que ahora añadir la relevancia actual de la actitud y la razón des-colonial. En conclusión, el giro des-colonial se trata pues de una revolución en la forma en que variados sujetos colonizados percibían su realidad y sus posibilidades tras la caída de Europa en la Segunda Guerra Mundial. Ya las bases del giro des-colonial estaban planteadas de antemano en el trabajo de intelectuales racializados, en tradiciones orales, en historias, canciones, etc., pero, gracias a eventos históricos particulares, se globaliza a mitad del siglo XX. De ahí en adelante puede decirse que se planteó un giro, ya no sólo al nivel de la actitud de sujetos o de comunidades específicas, sino al nivel del pensamiento mundial. El tema de la descolonización adquirió vigencia para distintos grupos que ahora se veían más seriamente entre sí, en vez de buscar en Europa las claves únicas para elaborar su futuro. El giro-descolonial que hace ver la descolonización como proyecto
inacabado a nivel mundial está acompañado de giros des-coloniales en distintas partes con características locales pero en relación y diálogo con otros tales giros. Me parece que es esta la tarea a profundizar en nuestros días, más aún cuando escuchamos gritos de revoluciones culturales que promueven precisamente la descolonización, e.g., Bolivia. Sujetos normativos en América Latina, es decir, comunidades mestizas, pero también otros sujetos comprometidos con visiones nacionales tradicionales, incluyendo a negros e indígenas mismos, han estado anclados en los anti-imperialismos eurocentristas o neo-coloniales de los siglos XIX y XX. ¿Podremos todos juntos entrar en el proyecto variado y múltiple de la descolonización? ¿Y en qué consistiría tal proyecto hoy? Me parece que ese es el reto que tenemos hoy ante nosotros.
Referencias
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Gordon, Lewis R. 2000. Existentia Africana: Understanding Africana Existential Thought. New York, Routledge.
Grosfoguel, Ramón, y Ana Margarita Cervantes-Rodríguez, eds. 2002. The Modern/Colonial/Capitalist World-System in the Twentieth Century: Global Processes, Antisystemic Movements, and the Geopolitics of Knowledge. Westport, Conn., Greenwood Press.
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Husserl, Edmund. 1981. Crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental. México, D.F., Ediciones Folios.
Lévinas, Emmanuel. 1974. Autrement qu’être; ou, Au-delà de l’essence. Dordrecht, The Netherlands, Kluwer Academic Publishers, Nelson Maldonado-Torres La descolonización y el giro des-colonial 72 Tabula Rasa. Bogotá – Colombia, No.9: 61-72, julio-diciembre 2008 ISSN 1794-2489

Hacia un pluri-versalismo transmoderno decolonial

Hacia un pluri-versalismo transmoderno decolonial1
RAMON GROSFOGUEL2
University of California – Berkeley, USA
grosfogu@berkeley.edu
Resumen
Este artículo discute el concepto de «Universal» en la tradición filosófica occidental y propone maneras otras, decoloniales, de pensar la Uni-versalidad como Pluri-versalidad a partir del pensamiento de Aimé Césaire, Enrique Dussel y los zapatistas. La primera parte discute el concepto de «Universal» desde Descartes hasta Marx pasando por Kant y Hegel.

La segunda parte discute el concepto otro de «universal» que desde una perspectiva decolonial afro-caribeña propone Aimé Césaire. La tercera parte analiza el concepto de «universal» implicado en la noción de transmodernidad propuesto por Enrique Dussel. La cuarta parte discute la diferencia entre posmodernidad y transmodernidad usando como ejemplo la noción posmoderna de hegemonía propuesta por Laclau y la noción transmoderna y pluriversal de la política propuesta por los Zapatistas en la Otra Campaña. Finalmente, se discuten las implicaciones de todo esto para el debate de la izquierda acerca del partido de vanguardia vs. movimiento de retaguardia.
1 Este artículo es producto de la investigación que el autor hace sobre pensamiento descolonial.
2 Profesor Asociado en el Departamento de Estudios Étnicos en University of California, Berkeley y Profesor Asociado en la Maison des Science de l’Homme en Paris. Ph.D., Temple University, 1992, Sociology.
Tabula Rasa. Bogotá – Colombia, No.9: 199-215, julio-diciembre 2008 ISSN

El Universalismo Occidental: Desde Descartes hasta Marx
En Occidente hay una larga tradición de pensamiento acerca de lo Universal. Descartes (1999), fundador de la filosofía moderna con su lema del «yo pienso, luego soy», entendía lo universal como un conocimiento eterno más allá del tiempo y el espacio, es decir, equivalente a la mirada de Dios.
En la lucha contra la teología cristiana hegemónica a mediados del siglo XVII, –que, siguiendo a Mignolo (2000), llamaré aquí la teo-política del conocimiento–, Descartes puso como fundamento del conocimiento al «yo» donde antes estaba el «Dios cristiano».
Todos los atributos del «Dios cristiano» quedaron localizados en el «sujeto», el «yo». Para poder reclamar la posibilidad de un conocimiento más allá del tiempo y el espacio, desde el ojo de Dios, era fundamental desvincular al sujeto de todo cuerpo y territorio, es decir, vaciar al sujeto de toda determinación espacial o temporal. De ahí que el dualismo sea un eje fundamental constitutivo del cartesianismo.
El dualismo es lo que le permite situar al sujeto en un «no-lugar» y en un «no-tiempo» que le posibilite hacer un reclamo más allá de todo límite espacio-temporal en la cartografía de poder mundial. Para poder situar al sujeto individual como fundamento de todo conocimiento, el monólogo interno del sujeto sin ninguna relación dialógica con otros seres humanos le permite hacer un reclamo de acceso a la verdad sui generis, es decir, como autogenerado, aislado de todas las relaciones sociales con otros seres humanos.
El mito de la auto-producción de la verdad por parte del sujeto aislado, es parte constitutiva del mito de la modernidad de una Europa auto-generada que se desarrolla por sí misma sin dependencia de nadie en el mundo. Entonces, al igual que el dualismo, el solipsismo es constitutivo de la filosofía cartesiana. Sin solipsismo no hay mito de un sujeto con racionalidad universal que se confirma a sí mismo como tal. Aquí se inaugura la ego-política del conocimiento que no es otra cosa que una secularización de la cosmología cristiana de la teo-política del conocimiento.
En la ego-política del conocimiento el sujeto de enunciación queda borrado, escondido, camuflado en lo que Santiago Castro-Gómez (2005) ha llamado la filosofía del punto cero. Se trata entonces de una filosofía donde el sujeto epistémico no tiene sexualidad, género, etnicidad, raza, clase, espiritualidad, lengua, ni localización epistémica en ninguna relación de poder y produce la verdad desde un monólogo interior consigo mismo sin relación con nadie fuera de sí. Es decir, se trata de una filosofía sorda, sin rostro y sin fuerza de gravedad. El sujeto sin rostro flota por los cielos sin ser determinado por nada ni por nadie.
Enrique Dussel (1994) nos ha recordado en múltiples ocasiones que el «ego cogito» cartesiano del «yo pienso, luego soy» está precedido por 150 años del «ego conquirus» imperial del «yo conquisto, luego soy». Recordemos que Descartes escribía su filosofía desde Ámsterdam, justo en el momento en que Holanda pasa a ser centro del sistema-mundo a mediados del siglo XVII. Lo que Enrique Dussel nos dice con esto es que las condiciones de posibilidad políticas, económicas, culturales y sociales de que un sujeto asuma la arrogancia de hablar como si fuera el ojo de Dios, es el sujeto cuya localización geopolítica está determinada por su existencia como colonizador/conquistador, es decir, el Ser Imperial.
De manera que el mito dualista y solipsista de un sujeto auto-generado sin localización espacio-temporal en las relaciones de poder mundial, inaugura el mito epistemológico de la modernidad eurocentrada de un sujeto autogenerado que tiene acceso a la verdad universal más allá del espacio y el tiempo por medio de un monólogo, es decir, a través de una sordera ante el mundo y por medio de borrar el rostro del sujeto de enunciación, es decir, a través de una ceguera ante su propia localización espacial y corporal en la cartografía de poder mundial.
El solipsismo cartesiano va a ser cuestionado por la filosofía occidental misma. Sin embargo, lo que va a perdurar como una contribución más permanente del cartesianismo hasta hoy en día es la filosofía sin rostro del punto cero que será asumida por las ciencias humanas a partir del siglo XIX como la epistemología de la neutralidad axiológica y la objetividad empírica del sujeto que produce conocimiento científico.
Aún cuando algunas corrientes como el psicoanálisis y el marxismo hayan cuestionado estas premisas, todavía los marxistas y psicoanalistas producen conocimiento desde el punto cero, es decir, sin cuestionar el lugar desde el cual hablan y producen conocimiento. Esto es fundamental para nuestro tema porque el concepto de universalidad que va a quedar impreso en la filosofía occidental a partir de Descartes es el universalismo abstracto.
Abstracto en dos sentidos: el primero tipo, en el sentido de los enunciados, un conocimiento que se abstrae de toda determinación espacio temporal y pretende ser eterno; y el segundo tipo, en el sentido epistémico de un sujeto de enunciación que es abstraído, vaciado de cuerpo y contenido, y de su localización en la cartografía de poder mundial desde el cual produce conocimientos para así proponer un sujeto que produce conocimiento con pretensiones de verdad, como diseño global, universal para todos en el mundo. El primer tipo de universalismo abstracto (el de los enunciados) es posible solamente si se asume el segundo (el del sujeto de enunciación). El primer sentido de universalismo abstracto, el del universalismo basado en un conocimiento con pretensiones de eternidad espacio-temporal, de enunciados que se «abstraen» de toda espacialidad y temporalidad, ha sido cuestionado dentro de la propia cosmología y filosofía occidental. Pero el segundo sentido de universalismo abstracto, en el sentido epistémico del sujeto de enunciación sin rostro ni localización espacio-temporal, el de la ego-política del conocimiento, ha continuado hasta nuestros días con el punto cero de las ciencias occidentales aún entre los críticos del propio René Descartes y es uno de los legados más perniciosos del cartesianismo.
Immanuel Kant (2004a), un siglo más tarde (s. XVIII), pretende resolver algunos de los dilemas del universalismo cartesiano poniendo las categorías de espacio y tiempo como localizadas en la mente de los «hombres» y por tanto como categorías universales a priori de todo conocimiento. El sujeto trascendental kantiano no puede producir conocimiento fuera de las categorías de tiempo y espacio, como pretende el cartesianismo, porque dichas categorías ya están en la mente de todos los hombres (Kant 2004a). Para Kant, estas son las condiciones de posibilidad de la intersubjetividad universalista, es decir, de que todos los hombres puedan reconocer un conocimiento como verdadero y universal. Contrario a Descartes, para Kant el conocimiento humano tiene límites y no puede conocer «la cosa en sí». Pero reformando y continuando la tradición cartesiana, para Kant son las categorías a priori innatas de la mente compartidas por todos los hombres, las que organizan el caos del mundo empírico de tal manera que se pueda producir un conocimiento que sea reconocido intersubjetivamente como verdadero y universal.
El eurocentrismo implícito en Descartes, Kant (2004b) lo va a hacer explícito. En Kant (2004b) la razón trascendental no va a ser una característica de todos los seres que desde una perspectiva descolonizadora anti-racista y anti-sexista incluiríamos como seres humanos. Para Kant la razón trascendental solamente la tienen aquellos considerados como «hombres». Si tomamos sus escritos antropológicos, vemos que para Kant (2004b) la razón trascendental es masculina, blanca y europea. Los hombres africanos, asiáticos indígenas, sureuropeos (españoles, italianos y portugueses) y todas las mujeres (incluidas las europeas) no tienen acceso a la «razón». La geografía de la razón cambia con Kant pues él escribe su filosofía desde Alemania en el siglo XVIII, justo en el momento en que otros imperios en el noroeste de Europa (incluidos Francia, Alemania e Inglaterra) desplazan a Holanda y en competencia entre sí constituyen el nuevo centro del sistema-mundo.

En Kant se mantiene el dualismo mente-cuerpo y el solipsismo cartesiano, pero reformado y actualizado. Kant cuestiona el primer tipo de universalismo abstracto cartesiano (el de los enunciados), es decir, la posibilidad de un conocimiento eterno de la cosa en sí, más allá de toda categoría de espacio-temporalidad. Pero mantiene y profundiza el segundo tipo de universalismo abstracto cartesiano, el epistemológico, en el hace explícito lo que en Descartes era implícito: solamente el hombre europeo tiene acceso a producir conocimientos universales, es decir, un sujeto de enunciación particular define para todos en el planeta lo que es universal. De ahí que cuando Kant propone su cosmopolitismo, se trata de un provincialismo europeo camuflado y vendido al resto del mundo como diseño global / imperial /universal.
Hegel (1999), en las primeras tres décadas del siglo XIX, revoluciona de dos maneras fundamentales la filosofía occidental. Hegel va a cuestionar el solipsismo para situar el sujeto de enunciación en un contexto histórico-universal (Hegel, 1997, 1999) y va a superar el dualismo al plantear la identidad del sujeto y el objeto (Hegel, 2004). Esto lo logra Hegel cuestionando el trascendentalismo kantiano de dos maneras: 1) en lugar de categorías innatas, Hegel (1999) historiza las categorías filosóficas y 2) en lugar del dualismo kantiano acerca de la imposibilidad de conocer la cosa en sí, para Hegel la verdad es el todo, es decir, el proceso mismo de movimiento dialéctico del pensamiento que capta el movimiento de la cosa misma (Hegel, 2004). Para Hegel el movimiento del pensamiento va de lo abstracto a lo concreto. El desarrollo de las categorías corre paralelo a la historia universal, siendo ésta una expresión de la primera. Las categorías o conceptos se deducen a partir de las mediaciones, contradicciones y negaciones del pensamiento y se mueven de universales abstractas hacia universales concretas. Por negación de categorías, Hegel no entiende desaparición de las mismas sino subsunción, es decir, que las categorías simples se mantienen como determinaciones de las categorías más complejas. A través de ese movimiento, Hegel pretende llegar a un Saber Absoluto válido más allá de todo tiempo y espacio. Por universalismo abstracto, Hegel entiende categorías simples, es decir, sin determinaciones, que no contienen dentro de sí otras categorías. Este es el punto de partida hegeliano.
Lo universal concreto para Hegel serían aquellas categorías complejas que, luego de que el pensamiento ha pasado por varias negaciones y mediaciones, son ricas en múltiples determinaciones (Hegel, 1997, 1999). Por múltiples determinaciones, Hegel entiende aquellas categorías complejas que contienen subsumidas (sin que desaparezcan) las categorías más simples luego de éstas ser negadas a través de un proceso dialéctico de pensamiento. El método dialéctico hegeliano es una maquinaria epistémica que va a subsumir y transformar toda alteridad y diferencia en parte de lo mismo hasta llegar al Saber Absoluto que sería «el saber de todos los saberes» y que coincidiría con el fin de la historia pues de ahí en adelante nada nuevo puede ser producido a nivel del pensamiento y de la historia humana. En la pretensión de Saber Absoluto, Hegel termina traicionando su innovación a nivel del universalismo epistémico, el de los enunciados, cuando en lugar de continuar con su historización de las categorías y los enunciados, el saber absoluto sería un nuevo tipo de universalismo cartesiano verdadero para toda la Humanidad y para todo tiempo y espacio. La diferencia entre Descartes y Hegel es que para el primero el universalismo eterno es a priori, mientras que para el segundo el universal eterno solo es posible a través de una reconstrucción histórica a posteriori del Espíritu Universal a través de toda la historia de la humanidad. Pero por «Humanidad», Hegel no reconoce a todos los humanos. Hegel se veía así mismo como el filósofo de los filósofos, como el filósofo del fin de la historia. Hegel, en continuidad con el racismo epistémico de los filósofos occidentales que le antecedieron, concebía el espíritu universal, la razón, moviéndose de Oriente hacia Occidente (Hegel, 1999).
Oriente es el pasado que quedó estancado, Occidente es el presente que desarrolló el Espíritu Universal y la América blanca es el futuro. Si Asia forma una etapa inferior del espíritu universal, África y el mundo indígena no forman parte del mismo y las mujeres ni siquiera son mencionadas excepto para hablar del matrimonio y la familia. Para Hegel, el Saber Absoluto, si bien es un universal concreto en el sentido de que es el resultado de múltiples determinaciones, solamente podía ser alcanzado por un hombre-blanco-cristiano-heterosexual-europeo y la multiplicidad de las determinaciones del saber absoluto son subsumidas al interior de la cosmología / filosofía occidental. Nada queda fuera como alteridad en el Saber Absoluto hegeliano. Por consiguiente, el racismo epistemológico cartesiano y kantiano del universalismo abstracto epistémico (Tipo II), donde desde un particular se define lo universal, queda intacto en Hegel. Filosofías otras como las orientales son despreciadas y en el caso de filosofías indígenas y africanas no son dignas de ser llamadas filosofía pues el Espíritu Universal nunca pasó por allá.
Marx, a mediados del siglo XIX, hace variaciones importantes dentro de la trayectoria del pensamiento filosófico occidental. Vamos a limitarnos aquí a los dos tipos de universalismo en discusión. Marx hace una crítica a la dialéctica hegeliana por su idealismo y al materialismo de Feuerbach por su mecanicismo / reduccionismo, por su ausencia de dialéctica frente a la práctica humana de transformación de la naturaleza y de sí mismo. Para Marx, el movimiento hegeliano de lo abstracto a los concreto no es un movimiento simplemente de categorías filosóficas sino de categorías de la economía política (Marx, 1972). Contrario a Hegel, para Marx las determinaciones de la economía política sobre la vida social de los humanos adquiere primacía sobre las determinaciones conceptuales. De ahí que en Marx, el elevarse de lo abstracto a lo concreto hegeliano sea un movimiento del pensamiento en el interior de las categorías de la economía política de su época (Marx, 1972). Aunque la definición de abstracto y concreto es muy parecida a la de Hegel, en la que lo concreto es lo rico en múltiples determinaciones, Marx se diferencia de Hegel en la primacía que le da a las categorías de la economía política y en el hecho de que hay un movimiento anterior al elevarse de lo abstracto a lo concreto que Hegel no reconoce y es el movimiento de lo concreto hacia lo abstracto, es decir, desde la percepción sensorial y realidad empírica situada en un momento de la evolución de la economía política y la lucha de clases hacia las categorías más abstractas (Marx, 1972).
Al igual que Hegel, Marx historiza las categorías. Sin embargo, lo que para Hegel es el punto de partida, es decir, las categorías universales más abstractas de las cuales deduce la realidad, en Marx (1972) las categorías abstractas son puntos de llegada. En el giro materialista de Marx, las categorías más abstractas son aquellas que se producen a partir de un proceso histórico-social de pensamiento muy complejo. De manera que para Marx el movimiento del pensamiento va, primero, de lo concreto hacia lo abstracto para producir categorías simples y abstractas y, luego, hace el retorno de lo abstracto hacia lo concreto para producir categorías complejas.
Hegel veía el segundo movimiento (de lo abstracto a lo concreto, de conceptos simples a conceptos complejos), pero por su idealismo era ciego ante el primer movimiento (de lo concreto hacia lo abstracto, de conceptos vacíos hacia los conceptos más simples). Por ejemplo, la categoría trabajo es una categoría simple que surge en un momento particular de la historia humana cuando socialmente el trabajo se abstrae de su multiplicidad concreta. De acuerdo a Marx, esto solamente se da en el sistema capitalista cuando las relaciones mercantiles se hacen dominantes en las relaciones sociales de producción. El pensamiento económico solamente puede abstraer esta categoría como concepto simple y abstracto en determinado momento de desarrollo de la historia humana. Anteriormente, para hablar de trabajo se hacía referencia al trabajo concreto que realizaba la persona: zapatero, costurero, agricultor, etc. Es cuando socialmente se miden los diversos trabajos por su valor de cambio (tiempo de trabajo socialmente necesario para producir una mercancía) y no por su valor de uso (el tipo de trabajo cualitativo envuelto para producirla) cuando se posibilita socialmente la emergencia de la categoría «trabajo» como concepto abstracto con indiferencia del trabajo concreto particular. Es decir que para Marx el pensamiento no surge de la cabeza de la gente en determinado momento de desarrollo del espíritu como pareciera ocurrir con Hegel, sino que surge de determinada situación histórico-social concreta del desarrollo de la economía política. Así, Marx sitúa epistémicamente la producción de conocimiento, no como resultado del desarrollo del Espíritu de una época sino del desarrollo material de las relaciones de producción. Este aterrizaje de la historia del Espíritu hegeliano hacia la historia de la economía política y su relación con el pensamiento de una época, es lo que hace a Marx darle un viraje materialista a la dialéctica hegeliana. Por consiguiente, Marx va a enfatizar en el carácter de clase de la perspectiva política, teórica y filosófica en cuestión. El punto de vista del proletariado será para Marx el punto de partida epistemológico para una crítica frente a lo que él caracterizaba como la economía política burguesa. Esto representaba una ruptura importante con la tradición filosófica de occidente en cuanto a los dos tipos de universalismos. En el tipo A, el universalismo de los enunciados, Marx situaba los enunciados, al igual que Hegel, en contexto histórico. Diferente a Hegel, el contexto histórico ya no era el Espíritu universal sino el desarrollo de la economía-política, del modo de producción y de su correspondiente lucha de clases. Las condiciones de producción toman primacía sobre la conciencia en toda época histórica, enunciado todavía universal abstracto, pero en cada época variaría el cómo opera la determinación «en última instancia» de los proceso económicos. Tenemos aquí un universal abstracto que se llenaría con los contenidos de la economía política de cada época histórica, haciéndose concreto. Por su parte, en el universalismo abstracto tipo B, Marx situaba el sujeto de enunciación según su relación con las clases y con la lucha de clases. De manera, que contrario a la tradición que va desde Descartes hasta Hegel, Marx sitúa su geopolítica del conocimiento en relación con las clases sociales. Marx piensa desde la situación histórico-social del proletariado europeo.
Desde ahí propone un diseño global / universal como solución a los problemas de toda la humanidad: el comunismo. Lo que Marx mantiene en común con la tradición filosófica occidental es que su universalismo a pesar de que surge desde una localización particular, en este caso el proletariado, no problematiza el hecho de que dicho sujeto sea europeo, masculino, heterosexual, blanco, judeo-cristiano, etc. El proletariado de Marx es un sujeto en conflicto con el interior de Europa, lo que no le permite pensar fuera de los límites eurocéntricos del pensamiento occidental. La diversalidad cosmológica y epistemológica así como la multiplicidad de relaciones de poder sexual, de género, racial, espiritual, etc., no queda incorporada ni situada epistémicamente en su pensamiento.
Al igual que los pensadores occidentales que le antecedieron, Marx participa del racismo epistémico en el que solamente existe una sola epistemología con capacidad de universalidad y ésta sólo puede ser la tradición occidental. En Marx, en el universalismo epistémico de segundo tipo, el sujeto de enunciación queda oculto, camuflado, escondido bajo un nuevo universal abstracto que ya no es «el hombre», «el sujeto trascendental», «el yo», sino «el proletariado» y su proyecto político universal es «el comunismo». De ahí que el proyecto comunista en el siglo XX fuera desde la izquierda otro diseño global imperial / colonial que bajo el imperio soviético intentó exportar al resto del mundo el universal abstracto del «comunismo» como «la solución» a los problemas planetarios. Marx reproduce un racismo epistémico muy parecido al de Hegel que no le permite afirmar que los pueblos y sociedades no-europeas son coetáneos ni que tienen la capacidad de producir pensamiento digno de ser considerado parte del legado filosófico de la humanidad o de la historia mundial. Para Marx, los pueblos y sociedades no-europeas son primitivos, atrasados, es decir, el pasado de Europa. No habían alcanzado el desarrollo de las fuerzas productivas ni los niveles de evolución social de la civilización europea. De ahí que a nombre de civilizarlos y de sacarlos del estancamiento ahistórico de los modos de producción pre-capitalistas, Marx apoyara la invasión británica de la India en el siglo XVIII y la invasión estadounidense del norte de México en el siglo XIX.
Para Marx, el «modo de producción asiático» era el concepto orientalista con que caracterizaba a las sociedades no occidentales. El «modo de producción asiático» se caracterizaba por su incapacidad de cambio y transformación, es decir, por su siempre infinita y eterna reproducción temporal. Marx participaba de la linealidad del tiempo del pensamiento evolucionista occidental. El capitalismo era un sistema más avanzado y, siguiendo la retórica de salvación de la modernidad eurocentrada (Mignolo, 2000), era mejor para los pueblos no-europeos acelerar por medio de invasiones imperiales su proceso evolutivo hacia el capitalismo que continuar estancados en formas antiguas de producción social. Este evolucionismo economicista llevó a los marxistas en el siglo XX a un callejón sin salida. El pensamiento marxista desde la izquierda quedó atrapado en los mismos problemas de eurocentrismo y colonialismo en que quedaron atrapados pensadores eurocentrados desde la derecha.
Hasta aquí quiero destacar dos puntos cruciales:
Cualquier cosmopolitismo o propuesta global que se construya a partir del 1. universalismo abstracto de segundo tipo, es decir, del epistemológico, de la ego-política del conocimiento, no escapará de ser un diseño global imperial /colonial. Si la verdad universal se construye a partir de la epistemología de un territorio, una sola tradición de pensamiento y un cuerpo particular (sea occidental, cristiano o islámico) en exclusión y marginalización de los otros, entonces el cosmopolitismo o propuesta global que se construya desde dicha epistemología universalista abstracta será inherentemente imperialista / colonial.
El universalismo abstracto epistémico en la tradición de la filosofía occidental 2. moderna forma parte intrínseca del racismo epistemológico. Si la razón universal y la verdad solamente puede partir de un sujeto blanco-europeo-masculino-heterosexual y si la única tradición de pensamiento con dicha capacidad de universalidad y de acceso a la verdad es la occidental, entonces no hay universalismo abstracto sin racismo epistémico. El racismo epistemológico es intrínseco al «universalismo abstracto» occidental que considera inferiores a todas las epistemologías no-occidentales y encubre quién habla y desde dónde habla en las relaciones de poder global. Entonces, si no existe pensamiento fuera de alguna localización particular en el mundo, la pregunta es: ¿cómo salir del dilema entre particularismos provinciales aislados versus universalismos abstractos camuflados de «cosmopolitas» pero igualmente particulares y provinciales? ¿Cómo descolonizar el universalismo occidentalista?
Aimé Césaire y su Universalismo Otro
Para salir del atolladero de la ego-política del conocimiento es indispensable mover la geografía de la razón hacia una geopolítica y corpo-política del conocimiento «otra». Aquí cambiaremos la geografía de la razón de los filósofos occidentales hacia el pensador afro-caribeño Aimé Césaire, de la isla de Martinica y quien fuera el maestro de Fanon. Aimé Césaire en su carta de renuncia al Partido Comunista Francés a mediados de los años cincuenta del siglo pasado y dirigida al Secretario General en la época, Maurice Thorez, ataca el universalismo abstracto del pensamiento marxista eurocéntrico. Césaire dice lo siguiente:
¿Provincialismo? En absoluto. No me encierro en un particularismo estrecho. Pero tampoco quiero perderme en un universalismo descarnado. Hay dos maneras de perderse: por segregación amurallada en lo particular o por disolución en lo “universal”. Mi concepción de lo universal es la de un universal depositario de todo lo particular, depositario de todos los particulares, profundización y coexistencia de todos los particulares (Césaire, 2006: 84)
El eurocentrismo se perdió por la vía de un univeralismo descarnado que disuelve todo particular en los universalismos. El concepto de «descarnado» es aquí crucial. Para Césaire, el universalismo abstracto es aquel que desde un particularismo hegemónico pretende erigirse en diseño global imperial para todo el mundo y que al representarse como «descarnado» esconde la localización epistémica de su locus de enunciación en la geopolítica y la corpo-política del conocimiento. Este movimiento epistémico típico de las epistemologías eurocéntricas del «punto cero» y de la «ego-política del conocimiento» ha sido central en los proyectos coloniales. Con esta crítica, Césaire, desde la memoria de la esclavitud y la experiencia de la corpo-política del conocimiento de un negro caribeño, desvela y visibiliza la geopolítica y la corpo-política de conocimiento blanca-occidental camuflada bajo el universalismo abstracto «descarnado» de la ego-política del conocimiento. El imperio francés con su republicanismo universalista ha sido uno de los exponentes mayores del universalismo abstracto al pretender subsumir, diluir y asimilar a todos los particulares bajo la hegemonía de una sola particularidad, en este caso, el hombre blanco occidental. Este es el universalismo que gran parte de las élites criollas blancas latinoamericanas, imitando el republicanismo imperial francés, han reproducido en los discursos de «nación» disolviendo las particularidades africanas e indígenas en el universal abstracto de la «nación» que privilegia la particularidad de la herencia europea de los blancos criollos sobre los demás. Pero vemos también la reproducción del universalismo colonial eurocentrado no solamente en los discursos de derecha, sino también en corrientes contemporáneas marxistas y pos-marxistas, como discutiremos más adelante.
Frente al proyecto del universalismo abstracto racista e imperial y contrario a los fundamentalismos tercemundistas, la descolonización para Césaire desde la experiencia afro-caribeña no pasa por afirmar un particularismo estrecho y cerrado que conduzca a un provincialismo o a un fundamentalismo segregacionista que se amuralla en su particularidad. Para Césaire, la descolonización pasa por la afirmación de un universalismo concreto depositario de todos los particulares. Si el universalismo abstracto establece relaciones verticales entre los pueblos, el universalismo concreto de Césaire es necesariamente horizontal en sus relaciones entre todos los particulares. Aquí la noción de universalismo concreto adquiere otra significación muy distinta a la de Hegel y Marx. Si el universalismo concreto en Hegel y Marx eran aquellos conceptos ricos en múltiples determinaciones pero dentro de una misma cosmología y una mismo episteme (en este caso la Occidental), donde el movimiento de la dialéctica tritura toda alteridad en lo mismo, en Césaire el universalismo concreto es aquel que es resultado de múltiples determinaciones cosmológicas y epistemológicas (un pluri-verso, en lugar de un uni-verso). El universalismo concreto «césaireano» es el resultado de un proceso horizontal de diálogo crítico entre pueblos que se relacionan de igual a igual. El universalismo abstracto es inherentemente autoritario y racista mientras que el universalismo concreto de Césaire es profundamente democrático. Esta intuición filosófica de Césaire, pensada desde la geopolítica y corpo-política afro-caribeña, ha sido fuente de inspiración para pensar en salidas prácticas a los dilemas contemporáneos de la explotación y dominación del sistema-mundo contemporáneo. Inspirado en estas intuiciones filosóficas de Césaire intentaré contestar las siguientes preguntas: ¿Que sería hoy día un proyecto de descolonización universalista concreto césaireano? ¿Cuales son las implicaciones políticas de este proyecto? ¿Cómo concretizar estas intuiciones filosóficas de Césaire en un proyecto de transformación radical del patrón de poder colonial de este «sistema-mundo europeo/ euro-norteamericano capitalista / patriarcal moderno / colonial»?
La transmodernidad como proyecto utópico descolonizador
Un diálogo horizontal liberador, en oposición al monólogo vertical de Occidente, requiere de una descolonización en las relaciones globales de poder. No podemos asumir el consenso habermasiano o las relaciones horizontales de igualdad entre las culturas y los pueblos cuando a nivel global están divididos en los dos polos de la diferencia colonial. Sin embargo, podemos comenzar a imaginar mundos alter-nativos más allá de la disyuntiva eurocentrismo versus fundamentalismo. La transmodernidad es el proyecto utópico que, desde la mirada epistémica mestiza en América Latina, propone Enrique Dussel (1994) para trascender la version eurocéntrica de la modernidad. En oposición al proyecto de Habermas que propone como tarea central la necesidad de culminar el proyecto inacabado e incompleto de la modernidad, la transmodernidad de Dussel es el proyecto para culminar a través de un largo proceso el inacabado e incompleto proyecto de la descolonización. La transmodernidad sería la concretización en el nivel del proyecto político del universalismo concreto que la intuición filosófica césaireana nos invita a construir. En lugar de una modernidad centrada en Europa / Euro-norteamérica e impuesta como proyecto global imperial / colonial al resto del mundo, Dussel argumenta por una multiplicidad de propuestas críticas descolonizadoras contra la modernidad eurocentrada y más allá de ella desde las localizaciones culturales y epistémicas diversas de los pueblos colonizados del mundo.
Si no hay un afuera absoluto a este sistema-mundo, tampoco hay un adentro absoluto. Las epistemologías alternas podrían proveer lo que el crítico cultural caribeño Edward Glissant propone: una «diversalidad» de respuestas a los problemas de la modernidad realmente existente. La filosofía de la liberación sólo puede venir de los pensadores críticos de cada cultura en diálogo con otras culturas. La liberación de la mujer, la democracia, los derechos civiles, las formas de organización económicas alternas a este sistema solo pueden venir de las respuestas creativas de los proyectos ético-epistémicos locales. Por ejemplo, las mujeres occidentales no pueden imponer su noción de liberación a las mujeres del mundo islámico o indígena. De igual forma, el hombre occidental no puede imponer su noción de democracia a los pueblos no-europeos. Esto no representa un llamado a buscar soluciones fundamentalistas o nacionalistas a la colonialidad del poder global. Es un llamado a buscar en la diversalidad epistémica y la transmodernidad una estrategia o mecanismo epistémico hacia un mundo descolonizado transmoderno que nos mueva más allá de los fundamentalismos del tipo eurocentrista primermundista y del tipo eurocentrista tercermundista.
Por los últimos 513 años del sistema-mundo Europeo / Euro-americano moderno / colonial capitalista / patriarcal fuimos del «cristianízate o te mato» en el siglo XVI, al «civilízate o te mato» en los siglos XVIII y XIX, al «desarróllate o te mato» en el siglo XX y, más recientemente, al «democratízate o te mato» a principios del siglo XXI. Ningún respeto ni reconocimiento a formas de democracia indígenas, islámicas o africanas. Las formas de alteridad democráticas son rechazadas a priori. La forma liberal occidental de democracia es la única legitimada y aceptada, siempre y cuando no comience a atentar contra los intereses hegemónicos occidentales. Si las poblaciones no-europeas no aceptan los términos de la democracia liberal, entonces se les impone por la fuerza en nombre del progreso y la civilización. La democracia necesita ser reconceptualizada en una forma transmoderna para poder decolonizarla de su forma liberal occidental, es decir, de la forma racializada y capitalista de la democracia occidental. Por medio de la radicalización de la noción de exterioridad de Levinas, Dussel ve el potencial epistémico de aquellos espacios relativamente exteriores que no han sido completamente colonizados por la modernidad europea.
Estos espacios exteriores no son ni puros ni absolutos. Ellos han sido producidos y afectados por la modernidad / colonialidad del sistema-mundo. Es desde la geopolítica y corpo-política del conocimiento de esta exterioridad o marginalidad relativa que emerge el pensamiento crítico fronterizo como una crítica de la modernidad hacia un mundo descolonizado transmoderno pluriversal de múltiples y diversos proyectos ético-políticos en los que una real comunicación y diálogo horizontal con igualdad pueda existir entre los pueblos del mundo más allá de las lógicas y prácticas de dominación y explotación del sistema-mundo. Sin embargo, para lograr este proyecto utópico es fundamental transformar el sistema de dominación y explotación del patrón de poder colonial del presente «sistema-mundo europeo / euro-norteamericano moderno-colonial capitalista / patriarcal».
¿Pos-modernidad vs. trans-modernidad?
Todo lo dicho hasta ahora no tiene nada que ver con la perspectiva posmodernista. La perspectiva transmoderna no es equivalente a la crítica posmodernista. La posmodernidad es una crítica eurocéntrica al eurocentrismo. Reproduce todos los problemas de la modernidad / colonialidad. Tomemos de ejemplo al posmodernismo de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (1985) y contrastémoslo con el zapatismo. Para Laclau y Mouffe los procesos de formación de hegemonía se constituyen cuando un sujeto particular se convierte en significante vacío a través del cual todos los particulares se identifican y lo imprimen de sentido, estableciendo cadenas de equivalencia entre sí y creando simultáneamente cadenas de diferencia contra un enemigo común. Este bloque de poder contra-hegemónico es siempre hegemonizado por un particular que se convierte en representante de todas las formas de opresión contra un enemigo común pero que no incorpora cada particularidad en sí misma sino que las disuelve en el universal abstracto del significante vacío representativo del sujeto particular que articule las cadenas de equivalencia entre los oprimidos. Por eso para Laclau un ejemplo de proceso hegemónico es el grito de «Viva Perón» (Laclau, 2005). Este grito de «Viva Perón», a través del cual todos los oprimidos se identificarían, disuelve todas las demandas particulares en un universal abstracto, en este caso privilegiando el movimiento peronista con su significante «Perón», que hegemoniza el bloque de poder popular contra el enemigo común. El problema con Laclau y Mouffe es que no pueden concebir otras formas de universalismo que no sea la del universalismo abstracto eurocentrado donde un particular se erige en representativo de todos los particulares sin reconocerlos a plenitud y disolviéndolos en su particularidad
y sin que el nuevo universal sea resultado de una negociación entre todos los particulares. Por supuesto, para Laclau y Mouffe la diferencia que se alcanza a reconocer tiene un límite: la alteridad epistemológica. La alteridad epistémica de los pueblos no-europeos no es reconocida. Se reconocen solamente las diferencias en el interior del horizonte de significaciones de la cosmología y epistemología occidental. Para Laclau y Mouffe no hay un afuera, ni siquiera un afuera relativo al pensamiento occidental. Observemos el contraste entre esta forma de universalismo y la que proponen los Zapatistas con la «Otra Campaña». Vale aclarar que aquí no estoy prejuzgando el éxito o fracaso de una visión política pues en la lucha política nada está garantizado. Se puede ganar o perder, lo que quiero enfatizar aquí es la concepción «otra» de hacer política. Los Zapatistas lejos de ir al pueblo con un programa pre-hecho y enlatado como hacen todos los partidos de derecha e izquierda, parten de la noción de los indígenas tojolabales del «andar preguntando». El «andar preguntando» plantea una manera otra de hacer política muy distinta al «andar predicando» de la cosmología judeo-cristiana occidental reproducida por marxistas, conservadores y liberales por igual. El «andar preguntado» está ligado al concepto tojolabal de democracia entendida como «mandar obedeciendo» donde «el que manda obedece y el que obedece manda» lo cual es muy distinto a la democracia occidental donde «el que manda no obedece y el que obedece no manda». Partiendo de esta cosmología «otra», los Zapatistas, con su «marxismo tojolabaleño», comienzan la «Otra Campaña» desde el «retaguardismo» que va «preguntando y escuchando», en lugar del «vanguardismo» que va «predicando y convenciendo». La idea de la «Otra Campaña» es que al final de un largo «Diálogo Crítico Transmoderno» con todo el pueblo mexicano se articule un programa de lucha, un universal concreto que incluya dentro de sí las demandas particulares de todos los sujetos y epistemes de todos los oprimidos mexicanos. Los zapatistas no parten de un universal abstracto (El Socialismo, El Comunismo, La Democracia, La Nación, como significante flotante o vacío) para luego ir a predicar y convencer de la justeza del mismo a todos los mexicanos. Ellos parten del «andar preguntado» en el que el programa de lucha es un universal concreto construido como resultado, nunca como punto de partida, de un diálogo crítico transmoderno que incluye dentro de sí la diversalidad epistémica y las demandas particulares de todos los oprimidos de México. Observen cómo éste es un «Universal Otro», como diría Walter Mignolo (2000), un pluriversal muy distinto a los universales abstractos del «significante vacío» de los procesos hegemónicos de Laclau y Mouffe, el «subalterno» de Gramsci o la «multitud» de Hardt y Negri. La descolonización de la noción de universalidad occidental eurocentrada es una tarea central para hacer posible el lema Zapatista de construir «un mundo donde quepan otros mundos». Partido de Vanguardia vs. Movimiento de Retaguardia
Esta discusión tiene implicaciones fundamentales para los debates de la izquierda contemporánea. El partido leninista parte de una noción cosmológica mesiánica cristiana. Cuando Lenin (1977) nos dice que «sin teoria revolucionaria, no hay movimiento revolucionario» usa a Kautsky como modelo. Lenin cita a Kautsky para decir que los obreros eran incapaces de producir conciencia de clase y teoría revolucionaria porque éstos no tenían la capacidad de producir espontáneamente ni su teoría ni su conciencia de clase. Por tanto, esto solo les puede llegar desde afuera, es decir, predicándola. ¿Y quienes son los que producen esta teoría y van a predicarla? De acuerdo con Kautsky, apoyado por Lenin, solamente los intelectuales burgueses, críticos de su propia posicionalidad de clase, les es posible producir la conciencia y la teoría que el proletariado necesita para emanciparse. De ahí la necesidad de un partido de vanguardia. Este es otro viejo debate, que hay que revisar con lentes decoloniales. En Lenin, vía Kautsky, se reproduce la vieja episteme colonial donde la teoría es producida por las élites blancas-burguesas-patriarcales-occidentales y las masas son entes pasivos, objetos y no sujetos de la teoría. Tras el supuesto secularismo, se trata de la reproducción del mesianismo judeo-cristiano encarnado en un discurso secular marxista de izquierda. La diferencia entre Lenin y Kautsky es en el tipo de mesianismo. En Lenin se reproduce de manera muy cruda el mesianismo cristiano, mientras que en Kautsky se reproduce el mesianismo judío. En el mesianismo judío, como el Mesías nunca ha llegado, lo importante es el mensaje y no el mensajero. Por el contrario, en el mesianismo cristiano, a diferencia del mesianismo judío (¿Kautsky?), como el mesías llegó, resucitó y todavía vive, es más importante el mensajero que el mensaje. En el mesianismo judío están los profetas anunciando la llegada del mesías y el fin de los imperios terrestres. En el mesianismo cristiano está el mesías y se trata no tanto de cuestionar lo que dijo sino de entregarse al mesías sin mucho cuestionamiento. Del mesianismo cristiano leninista, llegamos a Stalin, seminarista cristiano convertido al bolchevismo. En fin: Stalin es un resultado de Lenin. ¿Qué pasa cuando la política sale de la cosmología judeo-cristiana hacia cosmologías otras? Sin negar la posibilidad de mesianismos otros, en los zapatistas el giro decolonial se da en una forma «otra» de hacer política que partiendo de cosmologías indígenas en el sur de México proponen formas alternas de práctica política. Los zapatistas parten del «andar preguntado» y de ahí proponen un «movimiento de retaguardia» que contribuya a articular un amplio movimiento pensado desde los «condenados de la tierra» de todo México. El «andar preguntando» lleva a lo que los Zapatistas llaman «movimiento de retaguardia» frente al «andar predicando» del leninismo que lleva al «partido de vanguardia». El partido de vanguardia parte de un programa a priori enlatado que como es caracterizado de «científico» se autodefine como «verdadero». De esta premisa se deriva una política misionera de predicar para convencer y reclutar a las masas a la verdad del programa del partido de vanguardia. Muy distinta es la política pos-mesiánica Zapatista que parte de «preguntar y escuchar» donde el movimiento de «retaguardia» se convierte en un vehículo de un diálogo crítico transmoderno, epistémicamente diverso, y por consiguiente, decolonial.
Referencias
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Marx, Karl. 1972. Introducción General a la Crítica de la Economía Política, Buenos Aires, Cuadernos Pasado y Presente.
Mignolo, Walter. 2000. Local Histories, Global Designs: Coloniality, Subaltern Knowledges and Border Thinking, Princeton, Princeton University Press.

De la metafísica de la subjetividad al sujeto como persona

De la metafísica de la subjetividad al sujeto como persona
Marta-Cecilia Betancur G

Danilo Cruz-Vélez no sólo tiene el valor de haber introducido en Colombia los estudios sobre fenomenología y hermenéutica, sino de haber realizado investigaciones que descubren los aportes más importantes de las filosofías de Heidegger y de Husserl, como sucede en el estudio llevado a cabo por el pensador en “La superación de la metafísica de la subjetividad” [Cruz Vélez, Danilo. Filosofía sin supuestos. Universidad de Caldas: Manizales, 2001.]

En este escrito, el pensador descubre el alcance de la teoría de Heidegger sobre el ser del hombre en cuanto hace una crítica radical a la concepción de toda la metafísica occidental sobre el hombre como sujeto. La obra del filósofo alemán es para Danilo Cruz una destrucción de la metafísica de la subjetividad, lo cual se ha visto confirmado por la lectura atenta de la obra de Heidegger y por la influencia que éste ha ejercido en la filosofía contemporánea a través de filósofos como Ricoeur, Vattimo y Charles Taylor.
Efectivamente, la superación de la metafísica de la subjetividad en gran parte fue obra del filósofo alemán. Además, la crítica realizada por Wittgenstein a la substancialización del yo, así como a la idea de que el sujeto o la substancia pensante se conoce por introspección, confirman la pertinencia de los estudios de Danilo Cruz sobre Heidegger.
Éste critica la noción de sujeto como substancia pensante y como supuesto soporte permanente de accidentes. Wittgenstein también discute esa noción de substancia y critica el supuesto conocimiento netamente introspectivo y autorreflexivo de ese sujeto.
Las dos críticas han incidido en una nueva concepción sobre el hombre, en la cual ha avanzado de manera considerable Paul Ricoeur. En “la superación de la metafísica de la subjetividad”, Danilo Cruz defiende y demuestra que mientras que Husserl es la culminación de la metafísica del sujeto, Heidegger, por el contrario, es su superación.
“La pieza que ambos persiguen en el camino histórico es el sujeto afirma el pensador pero sus intenciones son diferentes. Lo que Husserl pretende es justificar la convicción que sustenta todo su pensamiento, según la cual el sujeto es la fuente del ser. Heidegger, en cambio, quiere desenmascarar esta convicción como un supuesto insostenible”[[Ibíd., pp. 112-113.]].
Heidegger orienta el estudio del ser del hombre por un nuevo rumbo al investigarlo como Dasein, como ser en el mundo, como ser existente o como ser en el tiempo, y, para hacerlo, debe destruir el camino seguido por la metafísica tradicional, especialmente desde Descartes, que ha consolidado la concepción del hombre a partir de la asunción de éste como yo pienso o substancia pensante.
Mientras el objetivo de Heidegger[Varias razones da Danilo Cruz para defender la idea de que ese es el interés de Heidegger, así no aparezca el camino deconstructivo expresado de manera abierta en Ser y Tiempo: en primer lugar, la expresión misma “Metafísica de la subjetividad” “es una expresión acuñada por Heidegger para designar el período del pensamiento europeo que va de Descartes a Husserl” (2001: p.107), segundo, el título que dejó señalado Heidegger para la segunda parte de “Ser y tiempo” y que no se publicó: “Destrucción de la historia de la ontología”, en la cual se proponía un estudio de la res cogitans de Descartes. Y, por último, sus clases en Marburgo, las cuales inicia con un curso y un seminario sobre “El comienzo de la Filosofía Moderna”.] es la superación de la metafísica de la subjetividad para elaborar una nueva concepción del hombre, “lo que Husserl pretende es justificar la convicción que sustenta todo su pensamiento según la cual el sujeto es la fuente del ser”[Ibíd., p. 113.], el yo o el sujeto persisten como fundamento trascendental del conocimiento y del mundo.
En este sentido la fenomenología de Husserl es la síntesis del pensamiento sobre el sujeto que se inaugura desde Descartes y que será objeto de la rebeldía de Heidegger. Para reconstruir el camino crítico recorrido por Heidegger, Danilo Cruz se ocupa de tres temas: la identificación del sujeto y el yo en la filosofía moderna, el yo y el sujeto trascendental en Kant y la concepción del yo en Husserl.
La tarea de Heidegger y la labor reconstructiva de Danilo Cruz consisten en desentrañar el origen de los conceptos de objeto y sujeto, según como fueron concebidos desde la filosofía moderna. El significado que ellos adquirieron en esa época y que domina el escenario filosófico hasta hoy, fue completamente nuevo y orientó la investigación sobre el ser del hombre y del mundo considerados desde entonces a partir de esa relación.
Estos son puntos de vista originarios de la época moderna, con Descartes. Una novedad filosófica es que el sujeto pasa a ser el sujeto pensante, el yo pienso, la substancia pensante. Pero ¿de dónde vienen estos conceptos y qué cambios se ha dado en ellos? El término ¨sujeto¨ proviene de ¨Subjectum¨ que significa soporte y sustrato permanente de cualidades; en la época moderna se utilizó Subjetctum como hipokeímenon o substantia que significa el substrato o soporte permanente de cualidades y propiedades, dado que éstas no se pueden dar en la nada. Las propiedades son propiedades de algo, una substancia.
Antes de la asunción de hipokeímenon como subjectum, el significado de este término era muy distinto al del término de ¨sujeto¨ en la filosofía moderna. En ésta es lo arrojado a la base, lo subpuesto; ontológicamente “el ese en se en el que reposan y se fundan las propiedades”[[Ibíd., p.125.]] (2001: p. 125). En el latín anterior ¨el sujeto¨ estaba ligado a la noción gramatical de sujeto como aquello de lo cual se habla en la proposición. Y aquello de lo que se habla son las cosas, la casa, el árbol, Juan. Esta forma de entenderlo va a aparecer de nuevo en la Filosofía Contemporánea con la teoría de la acción de Ricoeur y de algunos otros filósofos del lenguaje.
Al asumir hipokeímenon como subjectum en la filosofía moderna, las cosas cambian, éste término acoge las notas esenciales de aquél, por lo que recoge las características de sustrato absoluto y soporte de propiedades que reposa en sí mismo. Mientras que subjectum no tenía que ver con el yo, objectum, si que tenía que ver, puesto que era lo representado por el yo. Objeto eran la cosa en cuanto idea y representación del hombre.

Así, la moderna metafísica de la subjetividad se basa en la relación sujeto/objeto, pero no a partir de la manera como eran entendidos en la filosofía medieval, sino por una transformación de su significado. En Descartes el sujeto pasa a ser el yo, el ego cogito. ¿Pero, cómo ocurre ese tránsito? Veamos. Todo se origina en la necesidad planteada por Descartes de encontrar la certeza, de aspirar a un conocimiento cierto, a la certitudo.

Esta búsqueda de la certeza lo lleva mediante el método de la duda a buscar una primera verdad indubitable, un fundamento absoluto que encuentra en el “yo pienso”. Este es el subjectum que satisface las exigencias de la verdad como certeza, el subjectum indubitable.

“Por tanto, el ego cogito es ese subjectum privilegiado que se busca”[[Ibíd., p 131]]. Descartes también pregunta por el hipokeímenon, esto es, por el ser que es sustrato permanente, por el ser en sí, pero lo hace mediante la palabra latina substantia que había recibido de la filosofía medieval. Desde Descartes, el yo que piensa es el ser por excelencia. De lo único que se tiene certeza es de que “yo pienso”; todas las cosas y los conocimientos, en principio, no son más que contenidos de mi conciencia.
Ahora bien: “si el ego cogito es el subjectum por excelencia, en él tienen que reaparecer las notas del hipokeímenon fijadas anteriormente, pero elevadas de acuerdo con su excelencia al sumo grado. El subjectum, el sujeto o el yo pienso, es lo subyacente en todos los actos, lo permanente en los cambios y el sustentáculo o soporte de propiedades. Por último, el yo es el fundamento por ser lo absoluto. Las cosas son relativas a mí, a la substancia.
“El único subjectum es el yo. La metafísica moderna saca esta consecuencia implícita en el punto de partida cartesiano; pero esto no ocurre de un golpe, sino en lenta evolución. Descartes emplea aún en las Meditaciones el término subjectum en el sentido medieval. En Kant encontramos una completa identificación de sujeto y yo, aun cuando algunas veces, muy pocas, usa el primero en el viejo sentido. Desde el llamado idealismo alemán (Fichte, Schelling y Hegel) hasta Husserl, la identificación sí es total.
El sujeto y el yo son lo mismo”[Cruz Vélez. Op. cit., pp. 132-133.] Danilo Cruz sigue con sumo rigor el desarrollo de esa idea en Kant y Husserl, para demostrar que ni uno ni otro superan la posición cartesiana, los dos giran en los mismos presupuestos. Kant quiere destruir el concepto errado del yo elaborado por Descartes, quien descubrió un yo trascendental pero lo explicó como un yo empírico, dado que encontró un yo que es condición trascendental del conocimiento o de los contenidos de conciencia, pero lo estudió como una substancia pensante, aplicándole los conceptos recibidos de la tradición, esto es, de la ontología de las cosas.
El sujeto, en Kant, en cuanto “yo pienso” o ego cogito es un yo fundamento, puro, trascendental, condición de posibilidad de todas las representaciones del mundo. Sigue siendo lo permanente, en Kant. Es sujeto, ya no en cuanto substancia, o substrato real de lo objetivo, sino en el sentido de que hace posible toda representación, es sujeto del pensar, de la unión en el juicio predicativo, de la construcción de síntesis. “Por ello, el yo es subjectum: actividad unificante, siempre idéntica a sí misma, que está a la base de la multiplicidad de las representaciones… el yo es forma de toda representación; es decir, aquello que fija la ley invariable del representar”[Ibíd., p.150.]
Sin embargo, lo que plantea Heidegger es que Kant no logra superar completamente ni la cosificación del yo ni la metafísica de la subjetividad. Esto es así porque el filósofo le sigue otorgando al ego cogito las características del hipokeímenon o de la substancia: “la permanente presencia… El yo es lo permanentemente presente en todas las representaciones, lo idéntico a sí mismo en todos sus actos, lo que no cambia en la multiplicidad cambiante del representar”[[Ibíd., p.151.]].
La concepción substancialista y cosificadora sigue haciendo sus trampas, como el genio maligno cartesiano, al aparecer de nuevas formas en la filosofía de Kant[Realmente la noción de substancia, el dualismo substancialista, la cosificación y, por tanto, la metafísica de la subjetividad aparecen en toda la filosofía moderna, incluyendo al empirismo inglés, como lo han mostrado muy bien Heidegger y Wittgenstein. Existen hoy importantes escritos sobre este problema. Cfr. Risieri Frondizi. Substancia y función en el problema del yo. Jorge Vicente Arregui. Acción y sentido en Wittgenstein. EUNSA: Barañain-Pamplona, 1984, cap. 8.]
Señalando lo que interesa destacar, retomemos las ideas que Husserl construye sobre el yo. Convirtiendo la duda metódica de Descartes en una epojé fenomenológica, que pone entre paréntesis el mundo empírico trascendente, se vislumbra un yo no empírico que se constituye en subjectum, soporte o sustrato permanente de los datos subjetivos o del flujo constante de las corrientes de vivencias. Es un yo puro, que, en efecto, en el §57 de Ideas, aparece, como señala Danilo Cruz, determinado mediante algunas unas observaciones.
“¿Qué es entonces el yo puro? Las vivencias constituyen una corriente, un flujo incesante en que todo está cambiando. Pero en la base de ellas hay un substrato invariable que las sustenta: el yo puro. Este es por lo tanto, subjectum. Y sus notas ontológicas fundamentales son la permanencia y la identidad”[Husserl. Ideen 57. Citado por Danilo Cruz. Ibíd. P. 159.]
Como se ve, en el yo puro aparecen de nuevo las características del subjectum de la Filosofía Moderna en todo el esplendor de la metafísica. El mundo es trascendente y no aparece más que como una corriente de vivencias en un yo puro trascendental, que es condición de ellas. Frente a la continuidad del cambio, al carácter fluctuante de las vivencias que son ausencia y presencia, la permanencia y la identidad están en el yo puro trascendental.
Lo que importa resaltar aquí es la forma como llega Husserl a encontrar “el yo” en cada caso: siempre en medio de la búsqueda de un sustrato o soporte de propiedades. Analizando en primera persona ciertos contenidos mentales, lo que queda es un soporte a sustrato de tales contenidos. Se parte de un yo que piensa, que siente, que recuerda y que imagina. Ahora bien, ¿qué método nos ha brindado este resultado? El camino de la reflexión. Husserl ha seguido el método sugerido por Descartes.
De nuevo, como éste, ha partido de la primera persona y ha realizado el estudio del yo a partir o de la reflexión sobre sí mismo. Es una indagación a partir de la primera persona, del conocimiento privado o íntimo. “En la reflexión me vuelvo sobre el yo que percibe convirtiéndolo en objeto”[Ibíd., p. 169.] Se da una división del yo, en un yo que percibe, que piensa, y un yo objeto de la percepción interna.
En la argumentación de este filósofo se conservan los supuestos no sometidos a la discusión, que serán el objeto de la crítica de Heidegger, Wittgenstein y Ricoeur: el primer problema es la ubicación en la primera persona, el segundo, la conservación del prejuicio substancialista y el tercero la aceptación de la intuición y la reflexión, consideradas como autorreflexión sobre vivencias.
La crítica de estos tres filósofos supone la asunción de una nueva concepción sobre el hombre, y un gran valor de Danilo Cruz consiste en haber señalado el cambio para la teoría del hombre que significa la posición nueva defendida por Heidegger. “Por ello afirma el profesor Cruz Vélez decíamos al comienzo que el tema efectivo de la obra es el Dasein. Desde este punto de vista hay que considerarlo como una superación de la metafísica de la subjetividad, pues la tematización del hombre como Dasein lo que viene a superar primeramente es la idea del hombre como sujeto, la cual es el fundamento de dicha metafísica”[Ibíd., p. 190.]
Dasein y sujeto de la acción
Con el fin de evitar una presentación muy complicada del problema, conviene ubicar la crítica a esos supuestos en la discusión realizada por Ricoeur, quien nos llevará a las posiciones de Heidegger y de Wittgenstein. En primer lugar, cabe advertir que el mayor interés de la filosofía de Ricoeur se centra en el estudio del hombre. Su filosofía es en gran medida una Antropología filosófica en cuanto tiene por objetivo principal avanzar en la comprensión de sí del hombre, para lo cual se apoya en la empresa iniciada por Heidegger y en algunas indicaciones de Wittgenstein de gran importancia en la superación de la metafísica de la subjetividad.
Lo que hace Ricoeur, entonces, siguiendo a Heidegger, es superar la metafísica de la subjetividad, que, como hemos visto asimila el sujeto con el yo y con el hombre, desde Descartes. Ricoeur busca superar el estudio del hombre del ámbito en el cual se había instalado de Descartes a Husserl, a saber, la metafísica de la subjetividad. Se trata de superar la concepción del hombre que lo consideraba como substancia pensante y en la cual se pasaban por alto características y propiedades fundamentales.
Se trata de bajar al hombre del rango metafísico e idealista en que se asumía para su estudio, entre lo que cabe destacar la pérdida del carácter corporal, del carácter vivencial o vital y del carácter temporal. De manera muy resumida, sinteticemos las críticas realizadas por Ricoeur a ese modelo fundado en Descartes: En primer lugar el hombre no es una substancia pensante.
Con Heidegger, Ricoeur afirma que antes que seguir considerando al hombre como un sujeto que conoce y se enfrenta a un objeto por conocer, hay que llevarlo a su modo de ser más originario, en cuanto “ser en el mundo”. Para Ricoeur como para Heidegger el hombre es un ser vital, un existente, un ser en el que su manera de ser es “existir”. Ricoeur parte de las fórmulas que había propuesto Heidegger para analizar al hombre y que son tan bien expuestas por Danilo Cruz. Frente al sujeto moderno pensado como condición trascendental de conocimiento, Heidegger propone girar la pregunta hacia la relación del hombre con el ser, a la relación más originaria del hombre con el mundo; de modo que el que entra en relación no es un sujeto frente a un objeto sino el ser humano. El hombre es un Dasein, es una relación con el ser que se caracteriza por el comprender. El Dasein es existencia.
En segundo lugar, la crítica a la concepción del hombre como sujeto enfrentado a un objeto y como substancia pensante lleva consigo en Ricoeur una segunda objeción: la crítica a la teoría de Descartes y de Husserl de que el yo es lo primero que se conoce y cuyo conocimiento se realiza por intuición, es decir por un conocimiento inmediato, no mediado y por introspección o mediante la percepción de un objeto interior.
Ricoeur discute esas dos posiciones y afirma que el yo del hombre no es lo primero que se conoce sino lo más complejo por conocer; que el conocimiento del hombre es un proceso, es una interpretación a lo largo de su vida. A esa concepción cartesiano-husserliana, por tanto, Ricoeur le opone la idea de que el hombre se conoce de manera mediada a través de los símbolos, del lenguaje y de su objetivación a través de la cultura.
A partir de la idea de que el conocimiento de sí del hombre no es inmediato, Ricoeur lleva la crítica más lejos, pues considera que este conocimiento tampoco puede darse solamente por introspección y autorreflexión. Y en este aspecto acude a la crítica realizada por Wittgenstein al conocimiento y al lenguaje privados. Esta crítica está ligada en Wittgenstein a una crítica a la perspectiva egocéntrica de la que parte la filosofía moderna de Descartes y del empirismo inglés y que aparecen en la Filosofía Contemporánea en el positivismo lógico y la fenomenología[Cfr. Wittgenstein. Investigaciones filosóficas § 240 a 323.]
La perspectiva egocéntrica consiste en realizar el estudio del conocimiento, del mundo y del hombre a partir de la primera persona, del yo o del estudio del propio caso. “Este punto de vista filosófico fue inaugurado oficialmente por Descartes cuando, como resultado de la duda metódica, decidió filosofar partiendo de los datos que le eran accesibles desde la clausura del cogito, pero no es privativo del cartesianismo, ni siquiera de la tradición del racionalismo continental, sino que se encuentra también en los empirismos clásico y contemporáneo”[García Suárez, Alonso. La lógica de la experiencia. Madrid: Tecnos, 1976, p. 72.]
En la perspectiva egocéntrica el estudio de los problemas se lleva a cabo desde la primera persona, por lo que ha tenido como consecuencias la caída en el solipsismo y el escepticismo, por un lado, y en el conductismo, por el otro. La caída en el solipsismo y en el lenguaje privado se ha hecho evidente en la dificultad de Descartes para intentar de nuevo la recuperación del mundo y del propio cuerpo. Una vez se ha asumido la perspectiva egocéntrica todo en el mundo pasa a ser una construcción del sujeto. Esto también se ve claramente en la dificultad de un sector de la filosofía contemporánea para demostrar la existencia de las otras mentes, pregunta mediante la que pretenden plantear la existencia de los “otros hombres”.
Para Wittgenstein la existencia misma del lenguaje nos permite salir de esa postura. El lenguaje no es nunca privado, ni es posible un lenguaje completamente privado y limitado al sujeto que lo usa. El lenguaje es desde siempre, originariamente, público. El lenguaje es social, intersubjetivo y público. Las reglas del lenguaje, para que sean reglas, deben ser seguidas por más de un hombre, en más de una ocasión. El significado del lenguaje en ninguna ocasión es un objeto interior o privado. El significado lo establece el uso, de manera social; es en medio de la praxis social como se establecen y se aprenden los significados. La teoría del lenguaje privado surge, para el Wittgenstein de las investigaciones, en el equivocado modelo del nombre y del referente como su significado, que condujo a la substancialización y a la cosificación.
Con base en estos planteamientos Ricoeur hace un giro y realiza una propuesta nueva sobre lo que es el hombre como sujeto. Observemos que Ricoeur no quiere renunciar a la idea del hombre como sujeto, sino a la forma como se concibe desde la filosofía moderna, para lo cual inicia una redefinición y reconceptualización del término. Para hacerlo se apoya en lo que había afirmado: que el hombre se conoce a través de sus obras, del lenguaje y de sus acciones.
En este caso va a acudir al lenguaje y concretamente al lenguaje de la acción. Se había dicho que el sujeto era también en la gramática y en la filosofía medieval el sujeto de la oración, aquello de lo cual se predica en la oración. Pues bien, aquello de lo cual se habla son los seres del mundo, entre los cuales se encuentra un sujeto especial, que aparece en un tipo especial de oraciones, los enunciados de acción. El hombre es el sujeto agente del cual se habla en los enunciados referidos a las acciones, y es además, el que enuncia el enunciado. En las oraciones de primera persona como “te juró que te esperaré”, el sujeto es autorreferencial, dado que coincide con el sujeto locutor del enunciado, esto es, quien habla. En dos obras se refiere Ricoeur específicamente al hombre como sujeto, El discurso de la acción y Sí mismo como otro.
En El Discurso de la Acción realiza el análisis lingüístico del sujeto agente que se desprende de las frases de acción. El sujeto que de allí surge es un sujeto que realiza acciones de diverso rango de voluntariedad, motivadas por intencionalidades, causas o motivos; un agente que es responsable de sus acciones en cuanto puede tomar decisiones y cambiar el rumbo de los acontecimientos; una persona capaz de tomar decisiones y de actuar de acuerdo con ellas. Por otra parte, numerosas frases de acción descubren un sujeto que no sólo actúa libremente sobre el mundo de acuerdo con intenciones, sino también un sujeto que es paciente, que padece, en el sentido de que también sufre las determinaciones del mundo, lo que quiere decir que el sujeto es agente y paciente.
Ahora bien, ¿cuál es la conveniencia de iniciar el estudio del sujeto a partir del análisis lingüístico? El recurso al lenguaje saca al discurso filosófico de la fenomenología del tinte idealista que tenía, a partir de la intuición personal de esencias y de vivencias. El estudio se saca de la perspectiva egocéntrica y se ubica donde lo posicionó Wittgenstein, en el análisis del lenguaje como medio social intersubjetivo y público donde se arraigan y originan esas experiencias; el análisis lingüístico descubre que la persona de la enunciación es el sujeto agente de la acción.
Y la descripción fenomenológica descubre a la persona y el mundo de símbolos y significados en que habita ese sujeto. Un sujeto que es cuerpo, que es naturaleza pero que es también sociedad y cultura. Una persona que da sentido a la experiencia, a través del universo de símbolos. Esta forma de interpretar al hombre deja al descubierto el mundo social y cultural en que habita. Esto nos demuestra que las investigaciones y los aportes realizados por Danilo Cruz a la crítica de la Metafísica de la subjetividad llevada a cabo por Heidegger son plenamente acertadas y pertinentes, lo cual se percibe claramente por el desarrollo que ha tenido el problema a través de filósofos como Paul Ricoeur.

Conoce a cinco de los hombres más ricos de Centroamérica 2016

Conoce a cinco de los hombres más ricos de Centroamérica 2016
Forbes Centroamérica presentó la lista de los empresarios más ricos e importantes del área.
Empresarios centroamericanos destacan en la lista de los hombres más ricos, según Forbes. / Foto Por ShutterStock

Por elsalvador.com

May 02, 2017- 05:30

Según la Revista Forbes, durante 2016, la riqueza y las inversiones de los hombres más prominentes de Centroamérica se caracterizaron por la búsqueda de nuevos mercados para diversificar sus respectivos nichos de negocio, fue un año muy activo en ese sentido, lo que refleja la visión y la pericia de los cinco hombres que conforman es listado de empresarios este año.

Los millonarios centroamericanos se reinventaron, pese a la situación económica y política de sus países, logrando ganancias, ya que buscaron nuevos horizontes en diferentes industrias o seguir expandiéndose en sus rubros.

Mario López Estrada

Nació en 1938 y estudió Ingeniería Civil en la Universidad pública de Guatemala. Según un análisis financiero del portal de Internet ¨bloomberg¨ en el periodo de 1986 a 1991, se desempeñó como Ministro de Comunicaciones, Infraestructura y Vivienda.

En 1983 incursionó en el agresivo negocio de la telecomunicación en el año de 1993, desde entonces ha logrado colocar a la empresa Tigo Guatemala, como la empresa de telecomunicaciones número uno en ese país. El empresario ha trabajado en la industria de la construcción, telecomunicaciones y energías renovables.

Hoy día compite por el control de las telecomunicaciones en Guatemala nada menos que con Carlos Slim Helu, el segundo hombre más rico del mundo. Actualmente ocupa el cargo de presidente de Telefónica Tigo Guatemala.

Posee activos de 1,000 millones de dólares y estima que sus ingresos son de 2,555 millones de dólares. Opera en Centroamérica, Paraguay y Bolivia.

Ricardo Poma

El empresario salvadoreño Ricardo Poma es presidente del Grupo Poma. Posee activos totales por el orden de los 1,400 millones de dólares. Tiene operaciones en Estados Unidos, Colombia, Centroamérica y República Dominicana.

Dentro de su conglomerado, Grupo Poma cuenta con cuatro divisiones: el Grupo Roble, que opera centros comerciales en Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá, y ha edificado 60,000 viviendas; Excel Automotriz; y Real Hotels & Resorts, que opera 28 hoteles en Centroamérica, Estados Unidos, México, Panamá, República Dominicana y Colombia.

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También es propietario de Grupo Solaire, unidad industrial que produce implementos para el sector de la construcción. Según la revista Forbes, el grupo está incursionando en el negocio de la eficiencia energética y el desarrollo de proyectos de energía renovable.

Roberto Kriete

Es cofundador de Avianca Holdings y presidente de Grupo Kriete. Aunque no hay una cifra actualizada de sus activos totales, el reporte financiero de Avianca Holdings a 2016 indica que llegan casi a unos $6,590 mil millones.

Según el portal de Avianca, Kriete es fundador y miembro del Consejo Directivo de la línea aérea Volaris, de México; Presidente de la Junta Directiva de Avianca Taca y Presidente de la Asociación Latinoamericana de Líneas Aéreas (Alta).

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La Compañía de Inversiones del Grupo Kriete, la cual preside, realiza inversiones locales e internacionales en bienes raíces, agroindustria, hotelería, capital de riesgo y acciones de capital privado.

Kriete tiene una maestría en Administración de Empresas, por el Boston College, Massachussets; y una licenciatura en Economía, por la University of Santa Clara, de Santa Clara, California, Estados Unidos.

Carlos Pellas

El nicaragüense Carlos Pellas es presidente de Grupo Pellas, Según Forbes, sus activos totales a 2015 suman los $1,100 millones.

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El conglomerado económico aglutina 25 empresas, entre éstas: Flor de Caña, SER, Casa Pellas, BAC Florida Bank, E. Chamorro, CEM JWT, División Internacional, GBM, Seguros América, Alpesa, GID Américas, Hospital Metropolitano Vivian Pellas, VOS TV, Coinca, Comunicaciones Inalámbricas de Centroamérica, Pellas Development Group, Guacalito de la Isla, Nicaragua’s Emerald Coast, Mukul, Beach, Golf & Spa; Santa María, Golf & Country club, Zona Deportiva, Frutan Nicaragua, Distribuidora Istmania, Centro Plaza Occidente, Distribuidora Salvadoreña y Grupo Pellas-Motta.

Con presencia en Estados Unidos, Centroamérica y el Caribe, se estima que Grupo Pellas tiene ventas por $1,500 millones anuales, que representan el 13% del PIB nicaragüense . Se estima que el Grupo Pellas da empleo a 23,000 personas en Centroamérica (dato a 2016).

Stanley Motta

Stanley Motta es el presidente del Grupo Assa, Motta International y Copa Holdings. En 2016 el empresario posee activos totales: 6,134 millones de dólares. El dato de este año aún no está disponible. Según datos de Forbes, solamente Copa holding factura: 2,721 millones de dólares.

La fortuna de Motta proviene de sus inversiones en tiendas libres de impuesto, las aerolíneas, las comunicaciones, los puertos y la banca. Desde 1990, el presidente del grupo ha impulsado Attenza, la cadena de duty free con presencia en veinte aeropuertos latinoamericanos donde distribuye productos de cosmética, perfumería, relojería y accesorios de marcas como Carolina Herrera, Bulgari, Calvin Klein y Clinique, entre otras.

Fue el negocio de las tiendas tiendas libres el que llevó a Motta a la industria de la aviación, específicamente a Copa Airlines, una aerolínea de la cual es socio mayoritario. La historia de la riqueza de la familia Motta comienza en 1950 cuando el panameño Alberto Motta puso en marcha el primer comercio en la Zona Libre de Colón (ZLC), que empezó con la distribución de licores y periódicos.

Y sí, las izquierdas han colapsado

Y sí, las izquierdas han colapsado
Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero
06/10/2016

El discurso del FMLN contiene una interpretación peregrina de las dificultades institucionales experimentadas por su Gobierno; en particular, las causadas por las sentencias de la Sala de lo Constitucional. Para el FMLN, esas sentencias serían el origen de todos sus problemas. Según esa interpretación, que el presidente expuso ante la Asamblea General de Naciones Unidas, todo obedecería a una conspiración de la derecha para arrebatarle el poder, tal como lo hizo en Brasil y pretende hacerlo en Venezuela. La explicación es absurda, porque pasa por alto la diferente realidad de los tres países. Más bien, refleja la desesperación de un Gobierno atrapado en su propia maraña política y con cierta debilidad por la teoría conspirativa, resabio de las épocas de clandestinidad guerrillera.

Únicamente en el caso de Brasil se puede hablar de una conspiración de la derecha y solo hasta cierto punto, porque el Gobierno de Rousseff favoreció su desarrollo con su ineptitud y exceso de confianza. La presidenta no observó el techo del déficit público, impuesto por la legislación, y maquilló las cuentas nacionales para disimularlo. Tampoco escuchó a sus asesores, que le advirtieron que arriesgaba demasiado. Además, el principal beneficiario de su destitución resulta ser su antiguo aliado político, el vicepresidente ahora presidente, sin quien difícilmente hubiera ganado la elección presidencial. Uno de los cabecillas de la destitución de Rousseff también ha perdido su cargo, acusado de corrupción. Más aún, no sería extraño que incluso el presidente actual sea depuesto por el mismo delito. Todos ellos están vinculados al escándalo de corrupción de la principal empresa estatal, dedicada a la explotación del petróleo. Una clica de corruptos, tal como gusta decir nuestro Fiscal General de la República.

La situación de Venezuela es diferente a la de Brasil y El Salvador, aunque los tres países tienen en común una rampante corrupción institucional. Pero hasta ahí las coincidencias, porque en Brasil caen grandes empresarios, altos cargos públicos y figuras políticas. Eso no ocurre en Venezuela ni en El Salvador. El experimento socialista bolivariano fue viable mientras la explotación del petróleo venezolano fue rentable. La drástica caída del precio internacional, la mala administración y la dilapidación de la principal riqueza nacional socavaron el fundamento del socialismo. En un esfuerzo desesperado, el Gobierno venezolano reemplazó a los agentes de la actividad económica con funcionarios y generales, y la situación, en lugar de mejorar, ha empeorado y empeorará más. Sin fundamento económico y cada vez con menos respaldo popular, la cúpula gobernante se aferra al poder para no ir a parar a la cárcel.

En cualquier caso, el fracaso de las izquierdas latinoamericanas es evidente. Pero quizás no por conspiración de la derecha, sino porque su modelo ha colapsado. No solo el llamado socialismo real colapsó, sino que también lo ha hecho el modelo socialdemócrata. El comunismo hizo implosión víctima de su propia inconsistencia. Su fracaso muestra que cuando el Estado reemplaza a los otros agentes sociales y económicos —aun cuando lo haga con la mejor buena intención, pues piensa que los objetivos de estos agentes son interesados y que solo él vela por el bien común—, generaliza la ineficiencia y empeora la situación, que se vuelve más invivible que aquella que pretendía revertir. Los partidos socialdemócratas —que consiguieron una simbiosis entre el trabajo y el capital, e institucionalizaron una cierta cohesión social, logros muy apreciables— han sucumbido al consumismo y a la corrupción. En la actualidad, se limitan a proponer y a gestionar algunas medidas compensatorias, nada desdeñables por cierto, dada la pobreza y la desigualdad predominantes; pero no se atreven, ni saben cómo, erradicar el origen de esos males sociales.

Cabe, pues, preguntarse si el fracaso de las izquierdas no se debe a que hace tiempo perdieron la capacidad para imaginar alternativas, para desearlas, para proponerlas convincentemente e impulsarlas concienzudamente. La facilidad con la que se han acomodado al orden establecido, cuyas ventajas disfrutan sin escrúpulo, tal como lo hacen los políticos de la derecha, muestra con claridad que han perdido esa capacidad. Desde esa posición, es imposible imaginar alternativas e impulsarlas, porque pondrían en peligro su vida regalada en el orden establecido por la derecha. En la práctica, no desde la teoría y el discurso retórico, es difícil distinguir al político de izquierdas del de derecha. La aceptación de ese orden, o la resignación ante lo aparentemente inexorable, aun cuando experimenten su injusticia e incluso les duela sinceramente, ha hecho de las izquierdas la izquierda de la extrema derecha. Ni siquiera llegan al centro.

Ante la crisis de Venezuela la izquierda carece de crítica

Edgardo Lander: Ante la crisis de Venezuela la izquierda carece de crítica

Publicado en 1 abril, 2017
Entrevista al sociólogo venezolano Edgardo Lander.

Edgardo Lander no es sólo un académico, profesor titular de la Universidad Central de Venezuela e investigador asociado del Transnational Institute. Es una persona vinculada desde hace años a los movimientos sociales y a la izquierda en su país. Desde ese lugar, afirma que el apoyo incondicional de las izquierdas de la región al chavismo reforzó las tendencias negativas del proceso. Sostiene que las izquierdas a nivel global no han tenido “capacidad de aprender”, que terminan respaldando un “gobierno de mafias” como el de Nicaragua, y que cuando “colapse el modelo venezolano” es posible que simplemente “miren para otro lado”.
–Hace tres años caracterizaste la situación en Venezuela como la “implosión del modelo petrolero rentista”. ¿Ese diagnóstico sigue vigente?
-Lamentablemente, los problemas que pueden caracterizarse como asociados al agotamiento del modelo petrolero rentista se han acentuado. El hecho de que Venezuela ha tenido 100 años de industria petrolera y de estadocentrismo girando en torno a cómo se reparte la renta ha conformado no sólo un modelo de Estado y de partido, sino también una cultura política e imaginarios colectivos de Venezuela como un país rico, de abundancia, y la noción de que la acción política consiste en organizarse para pedirle al Estado.
Esa es la lógica permanente. En el proceso bolivariano, a pesar de muchos discursos que aparentaban ir en la dirección contraria, lo que se hizo fue acentuar esto. Desde el punto de vista económico se acentuó esta modalidad colonial de inserción en la organización internacional del trabajo. El colapso de los precios del petróleo simplemente desnudó una

cosa que era evidente, cuando uno depende de un commodity cuyos precios necesariamente fluctúan.
–Las críticas a la situación de la democracia en Venezuela se han acentuado tras la asunción de Nicolás Maduro. ¿Por qué es así? ¿Cómo se compara con la situación bajo el gobierno de Hugo Chávez?
-Primero hay que tomar en cuenta qué fue lo que pasó en el tránsito de Chávez a Maduro. Yo soy de la opinión de que la mayoría de los problemas con los que nos encontramos hoy son problemas que venían acumulándose con Chávez. Los análisis de parte de la izquierda venezolana que reivindican la época de Chávez como la época de gloria, en la que todo funcionaba bien y de repente aparece Maduro como un incompetente o un traidor, son explicaciones demasiado maniqueas y que no permiten desentrañar cuáles son las lógicas más estructurales que llevan a la crisis actual.
El proceso venezolano, por decirlo muy esquemáticamente, siempre estuvo sustentado sobre dos pilares fundamentales: por un lado, la capacidad extraordinaria de Chávez de comunicar y de liderazgo, que generó una fuerza social; por otro lado, precios del petróleo que llegaron en algunos años a más de 100 dólares el barril.
En forma casi simultánea, en 2013, estos dos pilares colapsaron: murió Chávez y los precios del petróleo se vinieron abajo. Y el emperador quedó desnudo. Quedó claro que esto tenía un alto grado de fragilidad, por depender de cosas de las cuales no se podía seguir dependiendo. Además, hay diferencias muy importantes entre el liderazgo de Chávez y el de Maduro.
Chávez era un líder con capacidad de dar orientación y sentido, pero también tenía un extraordinario liderazgo dentro del gobierno bolivariano como tal, de manera que cuando él decidía algo, esa era la decisión. Eso genera falta de debates y muchos errores, pero genera también una acción unitaria, direccionada. Maduro no tiene esa capacidad, nunca la ha tenido, y

ahora en el gobierno cada quien jala por su lado. Por otra parte, durante el gobierno de Maduro ha habido un incremento de la militarización, quizá porque Maduro no viene del mundo militar, entonces para garantizar el apoyo de las Fuerzas Armadas tiene que incorporar a más integrantes de las Fuerzas Armadas y darles más privilegios.
Se han creado empresas militares, actualmente la tercera parte de los ministros y la mitad de los gobernadores son militares, y están en lugares muy críticos de la gestión pública, donde ha habido mayores niveles de corrupción: la asignación de divisas, los puertos, la distribución de alimentos. El hecho de que estén en manos de militares hace más difícil que sean actividades transparentes, que la sociedad sepa qué es lo que está pasando.
–¿Qué sucedió con los procesos de participación social que promovieron los gobiernos bolivarianos?
-Hoy en Venezuela hay una desarticulación del tejido de la sociedad. Después de una experiencia extraordinariamente rica de organización social, de organización de base, de movimientos en relación a la salud, a las telecomunicaciones, a la tenencia de la tierra urbana, a la alfabetización, que involucró a millones de personas y generó una cultura de confianza, de solidaridad, de tener la capacidad de incidir sobre el propio futuro, uno suponía que en momentos de crisis habría capacidad colectiva de responder, y resulta que no.
Por supuesto, hablo en términos muy gruesos, hay lugares donde hay mayor capacidad de autonomía y autogobierno. Pero en términos generales se puede decir que la reacción que se vive hoy es más en términos competitivos, individualistas. De todos modos, creo que quedó una reserva que en algún momento puede salir a flote.
–¿Por qué no pudo mantenerse esa corriente de participación y organización?

-El proceso estuvo atravesado desde el principio por una contradicción muy seria, que es la contradicción entre entender la organización de base como procesos de autogestión y de autonomía, de construcción de tejido social de abajo hacia arriba, y el hecho de que la mayor parte de estas organizaciones fueron producto de políticas públicas, de promoción desde arriba, desde el Estado.
Y esa contradicción se jugó de manera diferente en cada experiencia. Donde había experiencia organizativa previa, donde había dirigentes comunales, había una capacidad de confrontar al Estado; no para rechazarlo, sino para negociar. Además, a partir de 2005 hay una transición del proceso bolivariano desde algo muy abierto, desde un proceso de búsqueda de un modelo de sociedad diferente al soviético y al capitalismo liberal, a tomar ya la decisión de que el modelo es socialista, y a una interpretación del socialismo como estatismo.
Hubo mucha influencia político-ideológica cubana en esta conversión. Entonces estas organizaciones ya empiezan a ser pensadas en términos de instrumentos dirigidos desde arriba, y empieza a consolidarse una cultura estalinista en relación a la organización popular. Y eso le ha dado obviamente mucha precariedad.
–¿Cómo es la situación de la democracia en términos liberales?
-Obviamente es mucho más grave [durante el gobierno de Maduro], y es más grave porque es un gobierno que ha perdido muchísima legitimidad y que tiene niveles crecientes de rechazo por parte de la población. Y la oposición ha avanzado significativamente.
El gobierno tenía hegemonía de todos los poderes públicos hasta que perdió aparatosamente las elecciones (parlamentarias) en diciembre de 2015. Y a partir de allí empezó a responder en términos crecientemente autoritarios. En primer lugar, desconoció la Asamblea, primero desconociendo los resultados de un Estado que le quitaba la mayoría calificada a la oposición en la Asamblea, con razones absolutamente tiradas

de los cabellos. Posteriormente, ha habido un franco desconocimiento de la Asamblea como tal, que desde el punto de vista del gobierno no existe, es ilegítima.
Y es tan así que hace unos meses era necesario renovar los integrantes del Consejo Nacional Electoral [CNE], y entonces la Corte desconoció a la Asamblea y nombró a los integrantes del CNE, que por supuesto son todos chavistas. Maduro tenía que presentar a comienzos de año una memoria de gestión del año anterior, y como no reconocen a la Asamblea, la memoria se presentó ante la Corte.
Lo mismo sucedió con el presupuesto. Teníamos un referéndum revocatorio para el cual se habían cumplido todos los pasos. Debía hacerse en noviembre del año pasado y el CNE resolvió posponerlo, y eso significó matarlo: simplemente ahora no hay referéndum revocatorio. Era constitucionalmente obligatoria la elección de gobernadores en diciembre del año pasado, y simplemente la pospusieron indefinidamente.
Entonces estamos en una situación en la que hay una concentración total de poder en el Ejecutivo, no hay Asamblea legislativa, Maduro tiene ya más de un año gobernando por decreto de emergencia autorrenovado, cuando debe ser ratificado por la Asamblea. Estamos muy lejos de algo que pueda llamarse práctica democrática. En ese contexto, la respuestas que se dan son cada vez más violentas, de los medios y de la oposición, y la reacción del gobierno, ya incapacitado de hacer otra cosa, es la represión de las manifestaciones, los presos políticos. Se utilizan todos los instrumentos del poder en función de preservarse en el poder.
–¿Qué consecuencias tiene esta situación a largo plazo?
-Yo diría que hay tres cosas que son extraordinariamente preocupantes de las consecuencias de todo esto a mediano y largo plazo. En primer lugar, hay una destrucción del tejido productivo de la sociedad y va a tomar muchísimo tiempo recuperarlo. Recientemente hubo un decreto presidencial de apertura de 112.000 kilómetros cuadrados a la minería transnacional a gran escala en un territorio donde están los hábitats de diez pueblos indígenas, donde están las mayores fuentes de agua del país, en la selva amazónica.

En segundo lugar está el tema de cómo la profundidad de esta crisis está desintegrando el tejido de la sociedad, y hoy como sociedad se está peor de lo que se estuvo antes del gobierno de Chávez; esto es algo muy duro de decir, pero efectivamente es lo que se vive en el país. En tercer lugar, cómo se han revertido las condiciones de vida en términos de salud y de alimentación.

El gobierno dejó de publicar estadísticas oficiales y hay que confiar en estadísticas de las cámaras empresariales y de algunas universidades, pero estas indican que hay una pérdida sistemática de peso de la población venezolana, algunos cálculos dicen que es de seis kilos por persona. Y eso, por supuesto, tiene consecuencias en desnutrición infantil y tiene efectos a largo plazo. Por último, esto tiene extraordinarias consecuencias en relación a la posibilidad de cualquier imaginario de cambio. La noción de socialismo, de alternativas, está descartada en Venezuela. Se ha instalado la noción de que lo público es necesariamente ineficiente y corrupto. Es un fracaso.
–¿Cómo ves las reacciones de los partidos de izquierda a nivel global, y especialmente en América Latina, respecto de Venezuela?

-Creo que uno de los problemas que ha arrastrado históricamente la izquierda es la extraordinaria dificultad que hemos tenido como izquierda de aprender de la experiencia. Para aprender de la experiencia es absolutamente necesario reflexionar críticamente sobre qué pasa y por qué pasa. Por supuesto, sabemos toda la historia de lo que fue la complicidad de los partidos comunistas del mundo con los horrores del estalinismo, y no por falta de información.
No fue que se enteraron después de los crímenes de [Iósif] Stalin, sino que hubo una complicidad que tiene que ver con ese criterio de que como uno

es antiimperialista y es un enfrentamiento contra el imperio, vamos a hacernos los locos con que se mató tanta gente, vamos a no hablar de eso.
Creo que esa forma de entender la solidaridad como solidaridad incondicional, porque hay un discurso de izquierda o porque haya posturas antiimperialistas, o porque geopolíticamente se expresen contradicciones con los sectores dominantes en el sistema global, lleva a no indagar críticamente sobre cuáles son los procesos que están ocurriendo. Entonces se genera una solidaridad ciega, no crítica, que no solamente tiene la consecuencia de que yo no fui a criticar lo otro, sino que tiene la consecuencia de que activamente se está celebrando muchas de las cosas que terminan siendo extraordinariamente negativas.
El llamado hiperliderazgo de Chávez era algo que estaba allí desde el principio. O el modelo productivo extractivista. Lo que hoy conoce la izquierda en su propia cultura sobre las consecuencias de eso estaba ahí. Entonces, ¿cómo no abrir un debate sobre esas cosas, de manera de pensar críticamente y aportar propuestas? No que la izquierda europea venga a decirles a los venezolanos cómo tienen que dirigir la revolución, pero tampoco esta celebración acrítica, justificativa de cualquier cosa.
Entonces, los presos políticos no son presos políticos, el deterioro de la economía es producto de la guerra económica y de la acción de la derecha internacional. Eso es cierto, está ahí, pero obviamente no es suficiente para explicar la profundidad de la crisis que estamos viviendo.
La izquierda latinoamericana tiene una responsabilidad histórica en relación, por ejemplo, a la situación de Cuba hoy, porque durante muchos años asumió que mientras estuviese el bloqueo de Cuba no se podía criticar a Cuba, pero no criticar a Cuba quería decir no tener la posibilidad de reflexionar críticamente sobre cuál es el proceso que está viviendo la sociedad cubana y cuáles son las posibilidades de diálogo con la sociedad cubana en términos de opciones de salida.

Para una gran proporción de la población cubana, el hecho de que se estaba en una especie de callejón sin salida era bastante obvio a nivel individual, pero el gobierno cubano no permitía expresar eso y la izquierda latinoamericana se desentendió, no aportó nada, sino simplemente solidaridad incondicional.
El caso más extremo es pretender que el gobierno de Nicaragua es un gobierno revolucionario y parte de los aliados, cuando es un gobierno de mafias, absolutamente corrupto, que desde el punto de vista de los derechos de las mujeres es de los regímenes más opresivos que existen en América Latina, en una alianza total con sectores corruptos de la burguesía, con el alto mando de la iglesia católica, que antes era uno de los grandes enemigos de la revolución nicaragüense.
¿Qué pasa con eso? Que se refuerzan tendencias negativas que hubiera sido posible visibilizar. Pero además, no aprendemos. Si entendemos la lucha por la transformación anticapitalista no como una lucha que pasa allá y vamos a ser solidarios con lo que ellos hacen, sino como una lucha de todos, entonces lo que tú haces mal allá nos está afectando a nosotros también, y también tengo responsabilidad de señalarlo y de aprender de esa experiencia para no repetir lo mismo. Pero no tenemos capacidad de aprender, porque de repente, cuando termine de colapsar el modelo venezolano, vamos a mirar para otra parte. Y eso, como solidaridad, como internacionalismo, como responsabilidad político-intelectual, es desastroso.
–¿Por qué la izquierda adopta estas actitudes?
-Tiene que ver, en parte, con que no hemos terminado de descargar al pensamiento de izquierda de unas concepciones demasiado unidimensionales de qué es lo que está en juego. Si lo que está en juego es el contenido de clase y el antiimperialismo, juzgamos de una manera.
Pero si pensamos que la transformación hoy pasa por eso, pero también por una perspectiva crítica feminista, por otras formas de relación con la

naturaleza, por pensar que el tema de la democracia no es descartar la democracia burguesa, sino profundizar la democracia; si pensamos que la transformación es multidimensional porque la dominación también es multidimensional, ¿por qué este apoyo acrítico a los gobiernos de izquierda coloca los derechos de los pueblos indígenas en un segundo plano, coloca la devastación ambiental en un segundo plano, coloca la reproducción del patriarcado en un segundo plano?
Entonces termina juzgando desde una historia muy monolítica de lo que se supone que es la transformación anticapitalista, que no da cuenta del mundo actual. Y obviamente, ¿de qué nos sirve liberarnos del imperialismo yanqui si establecemos una relación idéntica con China? Hay un problema político, teórico e ideológico, y quizá generacional, de personas para las que esta era su última apuesta por lograr una sociedad alternativa, y se resisten a aceptar que fracasó.
https://redfilosoficadeluruguay.wordpress.com/2017/04/01/edgardo-lander-ante-la-crisis-de-venezuela-la-izquierda-carece-de-critica/

Hegemonic transitions and cultural change

Hegemonic transitions and cultural change: The making and unmaking of hegemonic modernity in the modern world system

Steven Marc Sherman
PhD Dissertation State University of New York at Binghamton 325 (1999)

The meaning of contemporary cultural change has been the source of considerable debate. The ‘Americanization’ of the world and the emergence of Postmodern forms of thought and cultural production have been interpreted as signs variously of limitless American political strength, Japanese/East Asian weakness and a profound epistemological break with enlightenment forms of thinking. This project attempts to situate these phenomena historically by comparing them to similar phenomena in the past.

Three periods are investigated. In the first, 1500-1650, Italian culture dominates the imagery, texts, and habits of the elites of Europe. Yet Italy had by 1500 become politically subordinate to Spain and France.

“The European Renaissance”, constituted by a scattered, transnational intellectual community, uncovered diverse approaches to the study of the world. Yet its dreams of a new age of enlightened investigation were smashed by the onset of the thirty years war. By 1650, the Dutch Republic had emerged as the greatest power in Europe. Yet its major cultural production, genre painting, was distinct from the Italian dominated trend.

The Dutch Republic also provided the context for Descartes, whose attempt to abstract and rise above empirical knowledge marked a break with the diverse, often hermeneutic approaches of the Renaissance.

In the next period, 1650-1820, France emerged as the center of elite culture in Europe. While France was not entirely eclipsed as a great power, its declining military fortunes stood in inverse relation to its ascending popularity. Exiled, dispersed Huguenots led the way to the creation of a new transnational community, searching for economic, political and religious enlightenment through unhindered investigative daring and the cultivation of the ‘republic of letters’. Yet they too, were eclipsed by the period of wars and revolutions beginning in 1789.

The ascending power, the United Kingdom, was most distinguished by its production of novels, which, like Dutch painting, were not widely regarded as serious culture. After the period of wars, as it attained hegemony, the British substituted of economic liberalization for political liberation and the advocacy of family, tradition, and religion as bulwarks against excessively rapid change.
In the final period, 1848-1950, Britain enjoyed considerable cultural popularity, although perhaps not as great as France or Italy. Nevertheless, the belle epoque it presided over ended abruptly in 1914, and upper-middle class, nineteenth century culture was rapidly eclipsed thereafter.

A new transnational community, led by the diasporic community of secular Jews, produced modernist ways of thought which pulled all elements of social life into the reign of science as well as producing unprecedented explorations of subjective life. Alliances between modernists and state leaders were short lived, however, as populist forms of culture proved more valuable in assuring the consent of the governed.

The rising power, the US, was most notable for producing the cinema, again ignored in ‘serious’ intellectual circles. On its ascension, the US circumscribed modernism by narrowing the subjective to the purely internal and detaching social science from history. In the conclusion, this history is employed to cast doubt on the ideas suggested in the introduction that the Americanization of the world indicates US political/military strength and that the emergence of postmodernism indicates a linear progression towards a new epistemology.

Un análisis histórico-económico clásico de la actual crisis (2009)

Un análisis histórico-económico clásico de la actual crisis. Entrevista con Robert Brenner
22/02/2009
Seongjin Jeong entrevistó para el diario coreano Hankyoreh (22 de enero 2009) a nuestro amigo y miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO Robert Brenner, que nos hizo llegar el original inglés del texto. Quien ha hecho en los últimos 10 años los análisis histórico-económicos acaso más profundos y premonitorios sobre la naturaleza de la vida económica capitalista mundial del final del siglo XX, se confirma aquí como uno de los más lúcidos y penetrantes analistas del presente. SP.
La mayoría de analistas califican la presente crisis como crisis financiera. ¿Está usted de acuerdo con esta denominación?

Es comprensible que los analistas de la crisis hayan situado el punto de partida en la banca y el mercado de valores. Pero el problema es que no han ido más allá. Empezando por el propio secretario del Tesoro, Paulson, y el presidente de la Reserva Federal, Bernanke, han sostenido que la crisis puede explicarse en simples términos de problemas en el sector financiero.
Al mismo tiempo, aseveran que la economía real subyacente es fuerte, que los llamados fundamentos están en forma. La desorientación no podría ser mayor. El principal origen de la crisis actual está en el declive del dinamismo de las economías avanzadas desde 1973 y, especialmente, desde 2000. El crecimiento económico en los EEUU, Europa occidental y Japón se ha deteriorado seriamente en cada ciclo en términos de indicadores macroeconómicos muy estándar: PIB, inversión, salarios reales, etc. Aún más, el ciclo económico recién acabado, desde 2001 hasta 2007, ha sido, con mucho, el más endeble desde el período de posguerra, y ello a pesar del mayor estímulo económico público de la historia de los EEUU en tiempo de paz.

¿Cómo explicaría el debilitamiento a largo plazo de la economía real desde 1973, lo que usted llama la larga caída?
Lo que lo explica es sobre todo un declive profundo y duradero de la tasa de rendimiento en inversión de capital desde finales de los sesenta. La incapacidad de recuperar la tasa de beneficio es lo más destacable a la vista de la enorme caída de los salarios reales durante el período. La causa principal, aunque no la única, del declive de la tasa de beneficio ha sido una tendencia persistente a la sobrecapacidad en las industrias manufactureras mundiales. Lo que ha ocurrido es que nuevos poderes industriales fueron ingresando, uno tras otro, al mercado mundial: Alemania y Japón, los nuevos países industrializados del noreste asiático, los tigres del sureste asiático y, finalmente, el Leviatán chino.
Esas economías de desarrollo tardío producían los mismos bienes que ya producían las economías más tempranamente desarrolladas, pero más baratos. El resultado ha sido un exceso de oferta en relación con la demanda en una industria tras otra, y eso ha implicado precios y, por lo mismo, beneficios bajos. Las empresas que han sufrido reducción de beneficios, además, no han abandonado dócilmente sus industrias. Han intentado conservar su lugar recurriendo a la capacidad de innovación, aumentando la inversión en nuevas tecnologías.
Huelga decir que eso no ha hecho más que empeorar la sobrecapacidad. A causa de la caída de su tasa de rendimiento, los capitalistas obtenían plusvalías cada vez menores de sus inversiones. De ahí que no tuvieran más opción que aminorar el crecimiento en maquinaria, equipo y empleo; y, al tiempo, a fin de restaurar la rentabilidad, contener las indemnizaciones por desempleo, mientras los gobiernos reducían el gasto social. Pero la consecuencia de todos estos recortes de gasto ha sido un problema de demanda agregada a largo plazo. La persistente endeblez de la demanda agregada ha sido el origen inmediato de la endeblez a largo plazo de la economía.
La crisis, en realidad, ha sido provocada por el estallido de la histórica burbuja inmobiliaria, que se ha estado inflando durante toda la década. ¿Cómo juzga su importancia?
La burbuja inmobiliaria debe entenderse en relación con la sucesión de burbujas de precios de activos que ha sufrido la economía desde mediados de los noventa y, especialmente, con el papel de la Reserva Federal estadounidense en alimentar dichas burbujas. Desde el principio de la larga caída, las autoridades económicas públicas han intentado capear el problema de una demanda insuficiente incentivando el aumento del préstamo, tanto público como privado. De entrada, recurrieron al déficit presupuestario, evitando así recesiones verdaderamente profundas. Pero, con el tiempo, los gobiernos conseguían inducir cada vez menos crecimiento económico de lo que tomaban a préstamo.
En efecto, a fin de conjurar el tipo de profundas crisis que han acosado históricamente al sistema capitalista, han tenido que aceptar la tendencia hacia el estancamiento. Durante los primeros noventa, los gobiernos en los EEUU y Europa, encabezados por la administración Clinton, intentaron célebremente romper su adicción al endeudamiento, poniendo todos proa de consuno hacia el territorio de los presupuestos equilibrados. La idea era dejar que el mercado libre gobernara la economía. Pero, como aún no se había recuperado la rentabilidad, la reducción de los déficits asestó un duro golpe a la demanda y contribuyó a producir, entre 1991 y 1995, la peor de las recesiones y el más bajo crecimiento de la era de posguerra.
Para lograr que la economía volviera a una senda de crecimiento, las autoridades estadounidenses acabaron adoptando un enfoque aplicado por primera vez en el Japón de fines de los ochenta. Mediante la imposición de tipos de interés bajos, la Reserva Federal facilitaba el préstamo al tiempo que incentivaba la inversión en activos financieros. Al dispararse los precios de los activos, las empresas y familias obtendrían enormes aumentos de riqueza, al menos sobre el papel. Estarían, por tanto, en condiciones de tomar préstamos a una escala titánica, de incrementar infinitamente la inversión y el consumo y, así, conducir la economía.
El déficit privado, pues, vino a substituir al déficit público. Lo que podría llamarse keynesianismo de precios de activos sustituyó al keynesianismo tradicional. Por tanto, durante la última docena de años hemos asistido a un extraordinario espectáculo en la economía mundial, y es que la continuación de la acumulación de capital ha dependido literalmente de unas oleadas de especulación de dimensiones históricas cuidadosamente alimentadas y racionalizadas por los diseñadores ─y reguladores─ de las políticas públicas: primero, la burbuja del mercado de valores de finales de los noventa, y después, las burbujas de los mercados inmobiliario y crediticio de los primeros años 2000.
Usted fue profético al prever la actual crisis, así como la recesión de 2001. ¿Cuál es su perspectiva respecto a la economía mundial? ¿Empeorará o se recuperará antes del final de 2009? ¿Espera que la actual crisis sea tan severa como la gran depresión?
La crisis actual es más seria que la peor de las recesiones previas del período de posguerra, la que se dio entre 1979 y 1982, y es concebible que rivalice con la Gran Depresión, a pesar de que no hay modo de saberlo realmente. Quienes se dedican a la realización de pronósticos económicos subestimaron su virulencia porque sobreestimaron la solidez de la economía real, sin comprender hasta qué punto dependía ésta de una acumulación de deuda fundada en las burbujas de los precios de los activos.
En los EEUU, el crecimiento del PIB durante el reciente ciclo económico de 2001-07 ha sido, con mucho, el más bajo de la época de posguerra. No ha aumentado el empleo en el sector privado. El incremento de maquinaria y equipo ha sido cerca de un tercio más bajo que el de la posguerra. Los salarios reales se han mantenido prácticamente estancados. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, no se han registrados aumentos en el ingreso medio familiar. El crecimiento económico ha ido a parar íntegramente al consumo personal y a la inversión en residencia, lo que ha sido posible por el crédito fácil y el aumento de los precios de la vivienda. El resultado económico ha sido esta endeblez, aun a pesar del enorme estímulo de la burbuja inmobiliaria y de los enormes déficits federales de la administración Bush. La vivienda por sí sola sumó casi un tercio del crecimiento del PIB y cerca de la mitad del aumento del empleo entre 2001 y 2005. Era, por tanto, esperable que cuando reventara la burbuja inmobiliaria, cayeran el consumo y la inversión en residencia y se hundiera la economía.
Muchos sostienen que la actual es una típica “crisis Minsky”, no una crisis marxiana, aduciendo que la explosión de la burbuja financiera especulativa ha jugado un papel central en ella. ¿Cómo les respondería?
Es ocioso contraponer así los aspectos reales y financieros de la crisis. Como he resaltado, es una crisis marxiana: hunde sus raíces en una caída a largo plazo de la tasa de beneficio y en la incapacidad de recuperación de la misma, lo que está en el origen principal de la disminución de la acumulación de capital hasta ahora. En 2001, la tasa de beneficio de las empresas no financieras fue la menor del período de posguerra, con la excepción de 1980. Las empresas no han tenido, por tanto, otra opción que contener la inversión y el empleo, pero eso ha agravado el problema de la demanda agregada, nublándose así el clima económico. Esto es lo que explica el extremadamente bajo crecimiento observable en el ciclo económico que acaba de terminar. Sin embargo, para comprender el colapso actual hay que demostrar la conexión entre la endeblez de la economía real y el desplome financiero.
El vínculo principal es la que se da entre la cada vez mayor dependencia del préstamo para que la economía siga funcionando y la predisposición pública, todavía mayor, a confiar en las subidas de los precios de los activos para lograr mantener viva la dinámica del préstamo. La condición básica de las burbujas en los mercados inmobiliario y crediticio era la perpetuación de un coste bajo del préstamo. La endeblez de la economía mundial, especialmente después de las crisis de 1997-98 y 2001, además de las enormes adquisiciones de dólares por parte de gobiernos asiáticos para mantener al mismo nivel sus divisas y el crecimiento del consumo estadounidense, provocó unos tipos de interés insólitamente bajos.
Al mismo tiempo, la Reserva Federal mantuvo los tipos de interés a corto plazo más bajos que nunca desde los años cincuenta. Como prestaban tan barato, los bancos estaban dispuestos a conceder préstamos a especuladores cuyas inversiones provocaban un precio cada vez más alto de activos de todo tipo y un rendimiento en el préstamo (tipos de interés de los bonos) cada vez menor. Sintomáticamente, los precios de la vivienda se dispararon y el rendimiento en términos reales de los bonos del tesoro estadounidense se hundió. Pero como los rendimientos cayeron cada vez más, a las instituciones del mundo que dependían de los rendimientos del préstamo les resultó cada vez más difícil obtener beneficios suficientes.
Los fondos de pensiones y las compañías de seguros fueron golpeados de forma particularmente dura, pero también se vieron afectados los fondos hedge de cobertura y los bancos de inversión. Esas instituciones se mostraron más que dispuestas a realizar enormes inversiones en unas obligaciones respaldadas por hipotecas subprime más que dudosas a causa de los insólitamente elevados rendimientos ofrecidos y con desprecio de unos riesgos no menos insólitamente elevados. Lo cierto es que no lograron sacar tajada suficiente.
Su masiva adquisición de obligaciones hipotecariamente respaldadas es lo que facilitó a los institutos bancarios generadores de hipotecas seguir realizando préstamos a prestatarios cada vez menos calificados. La burbuja inmobiliaria alcanzó proporciones históricas y permitió que prosiguiera la expansión económica. Ni que decir tiene, eso no podía durar mucho. Cuando cayeron los precios de la vivienda, la economía real entró en recesión y el sector financiero se desplomó, porque el dinamismo de una y de otro se fundaba en la burbuja inmobiliaria.
Lo vemos ahora es que la recesión está empeorando el desplome, porque contribuye a exacerbar la crisis inmobiliaria. Y que el desplome está intensificando la recesión, porque está dificultando el acceso al crédito. Precisamente es esa interacción entre una crisis de la economía real y una crisis del sector financiero que se alimentan mutuamente lo que hace que el despeñadero hacia la depresión se resista a todas las políticas intentadas por las autoridades y que el potencial de catástrofe resulte tan evidente.
Aun concediendo que el capitalismo de posguerra hubiera entrado en un período de larga caída en los años setenta, parece innegable que la ofensiva capitalista neoliberal ha impedido el empeoramiento de la caída de la producción desde los ochenta.
Si por neoliberalismo se entiende el giro hacia las finanzas y la desregulación, no veo cómo puede haber ayudado eso a la economía. Pero si por neoliberalismo se entiende el desmedido asalto de los empresarios y los gobiernos a los salarios obreros, a las condiciones laborales y al estado del bienestar, la cosa ofrece pocas dudas: se ha impedido que la caída de la tasa de beneficio haya sido todavía peor. Con todo, la ofensiva de la patronal no esperó hasta la denominada era neoliberal de los ochenta. Comenzó con el despertar de la caída de la rentabilidad, iniciada a principios de los setenta, de la mano del keynesianismo. No condujo, empero, a la recuperación de la tasa de beneficio, y no hizo sino exacerbar el problema de la demanda agregada. El debilitamiento de la demanda agregada terminó por obligar a las autoridades económicas a adoptar formas de estímulo económico más potentes y temerarias: el “keynesianismo de precios de activos” que condujo al actual desastre.
Hay quien ha defendido que un nuevo paradigma de “financiarización” o “capitalismo financiero” ha provocado un llamado “resurgimiento del capital” (Gerard Dumeneil) desde los ochenta hasta el presente. ¿Qué piensa de las tesis de la “financiarización” o “capitalismo financiero”?
La idea del capitalismo financiero es una contradicción en los términos, porque, genéricamente hablando ─hay excepciones significativas, como el préstamo al consumidor─, el beneficio financiero sostenido depende de la obtención de beneficios sostenidos en la economía real. Para responder a la caída de la tasa de beneficio, algunos gobiernos, encabezados por el de los EEUU, incentivaron el giro hacia las finanzas mediante la desregulación del sector financiero. Pero, como la economía real seguía languideciendo, el principal resultado de la desregulación fue la intensificación de la competencia en el sector financiero, lo que hizo más difícil la obtención de beneficios e incentivó una especulación aún mayor y la adopción de riesgos.
Destacados ejecutivos de bancos de inversión y fondos hedge estaban en condiciones de obtener fabulosas fortunas, ya que sus remuneraciones dependían de los beneficios a corto plazo. Podían asegurarse temporalmente altos rendimientos mediante la expansión de sus préstamos basados en activos e incrementando el riesgo. Pero esa forma de hacer negocio, tardara más o menos en verse, era a expensas de la salud financiera a largo plazo de las propias empresas, y en el caso más espectacular, condujo a la caída de los bancos de inversión más importantes de Wall Street.
Todas y cada una de las sedicentes expansiones financieras habidas desde los años setenta han terminado rápidamente en una desastrosa crisis financiera y han precisado de enormes rescates públicos. Lo que vale para el boom crediticio del tercer mundo en los años 70 y principios de los 80, no menos que para el auge del ahorro y el crédito, la manía de compra apalancada de empresas y la burbuja de los bienes raíces comerciales de los 80, o para la burbuja del mercado de valores de la segunda mitad de los 90 y, huelga decirlo, para las burbujas inmobiliaria y crediticia de los primeros años 2000. El sector financiero parecía dinámico sólo porque los gobiernos estaban dispuestos a hacer lo que hiciera falta para apoyarlo.
El keynesianismo o estatismo parece presto a volver como el nuevo Zeitgeist [espíritu de la época]. ¿Cuál es su valoración general del keynesianismo o estatismo renaciente? ¿Puede contribuir a resolver o, cuando menos, aliviar la actual crisis?

Los gobiernos actualmente no tienen otra opción que la de volver al keynesianismo y al estado para intentar salvar la economía. Después de todo, el libre mercado se ha demostrado totalmente incapaz de impedir o hacer frente a la catástrofe económica, por no hablar de asegurar la estabilidad y el crecimiento económicos. De aquí que las elites del mundo político, que todavía ayer celebraban la desregulación de los mercados financieros, se hayan vuelto de un día para otro y sin excepción keynesianas. Pero hay razones para dudar de que el keynesianismo –en el sentido de enormes déficits públicos y crédito fácil para hinchar la demanda— pueda llegar a tener el impacto que muchos esperan.
Lo cierto es que durante los últimos siete años, y merced a la burbuja inmobiliaria cebada por el préstamo y el gasto de la Reserva Federal y por los déficits presupuestarios de la administración Bush, hemos asistido a lo que probablemente sea el mayor estímulo económico keynesiano de la historia en tiempos de paz. Y sin embargo, no ha alcanzado sino para lograr el ciclo económico más endeble de la época de posguerra. Ahora el desafío es mucho mayor, todavía. A medida que colapsa la burbuja inmobiliaria y que la obtención de crédito se hace más y más difícil, los hogares reducen el consumo y la inversión en residencia.
Por consecuencia, caen los beneficios empresariales. Lo que trae consigo recortes salariales y un ritmo acelerado de despido de trabajadores, lo cual, a su vez, genera una espiral descendente de demanda y rentabilidad a la baja. Las familias han contado durante largo tiempo con el aumento de los precios de la vivienda para estar en condiciones de que les presten más y han ahorrado para ello. Pero ahora, forzadas por la acumulación de deudas, tienen que reducir el préstamo y aumentar el ahorro; y eso, en el preciso instante en que la economía más necesita que consuman.
Lo presumible es que el grueso del dinero que el estado ponga en manos de las familias será destinado al ahorro, no al consumo. Si el keynesianismo a duras penas logró activar la vida económica en la fase de expansión, ¿qué puede esperarse que haga en medio de la peor recesión desde los años treinta? Para obtener un efecto significativo en la economía, la administración Obama tendrá probablemente que pensar en una enorme oleada de inversiones públicas directas o indirectas; en realidad, en una forma de capitalismo de estado.
No obstante, acometer esa tarea en serio exige superar enormes obstáculos políticos y económicos. La cultura política estadounidense es tremendamente hostil a la empresa pública. Por otro lado, el nivel de gasto y endeudamiento que todo eso implicaría podría amenazar al dólar. Hasta ahora, los gobiernos del Este asiático han financiado alegremente los déficits externos y públicos estadounidenses, a fin de mantener, a un tiempo, el consumo estadounidense y sus propias exportaciones. Pero con una crisis que está llegando a afectar hasta a China, esos gobiernos podrían ver menguada su capacidad de financiación de los déficits estadounidenses, sobre todo porque estos últimos se han disparado a una magnitud sin precedentes. La perspectiva verdaderamente aterradora que asoma en el horizonte es el desplome del dólar.
¿Cuál es su valoración general de la victoria de Obama en las últimas elecciones a la presidencia? ¿Piensa que Obama es el “mal menor”, comparado con la administración Bush? Muchos consideran a Obama el Franklin D. Roosevelt del siglo XXI. Obama promete un “nuevo New Deal”. ¿Cree usted que los progresistas anticapitalistas pueden dar apoyo crítico a algunas medidas de este “nuevo New Deal”?
El triunfo de Obama en las elecciones debe ser bienvenido. Una victoria de McCain habría sido una victoria para el Partido Republicano y habría dado un enorme impulso a las fuerzas más reaccionarias de la escena política estadounidense. Se habría visto como un aprobado al hipermilitarismo y al imperialismo de la administración Bush, así como a su programa explícito de eliminación de lo que queda de sindicalismo, estado de bienestar y protección ambiental. Dicho esto, Obama es, como Roosevelt, un demócrata de centro, de quien no puede esperarse que, por sí propio, haga gran cosa en defensa de los intereses de una inmensa mayoría que seguirá estando sometida a un desapoderado asalto empresarial empeñado en recuperar sus menguantes beneficios mediante la reducción del empleo, de las indemnizaciones, etc.
Obama apoyó el titánico rescate del sector financiero, que acaso represente el mayor expolio al contribuyente estadounidense de la historia norteamericana, sobre todo porque se concedió sin contrapartidas para poner brida a los bancos. También apoyó el rescate de la industria automovilística, aun a sabiendas de que estaba a enormes reducciones de las indemnizaciones para los trabajadores. El balance es de Obama, como de Roosevelt, sólo puede esperarse que tome acciones resueltas en defensa del pueblo trabajador si se le empuja por la vía de la acción directa desde abajo. La administración Roosevelt sólo aprobó el grueso de la legislación progresista del New Deal, incluyendo la Ley Wagner y la Seguridad Social, arrastrado por la presión de una gigantesca y masiva oleada de huelgas. Algo parecido puede acaso esperarse de Obama.
Según Rosa Luxemburg y, más recientemente, David Harvey, el capitalismo supera su tendencia a la crisis mediante la expansión geográfica. Según Harvey, ello a menudo se incentiva mediante inversiones enormes en infraestructura para apoyar al capital privado, a menudo a la inversión extranjera directa. ¿Cree usted que el capitalismo puede encontrar una solución a la crisis actual, en la terminología de Harvey, mediante un “arreglo espacio-temporal-espacial”?
Ésta es una cuestión compleja. Para empezar, creo que es verdadera –y de importancia decisiva— la afirmación, según la cual la expansión geográfica ha sido un elemento esencial en todas las oleadas de acumulación de capital que registra la historia Puede decirse que el crecimiento del volumen de la fuerza de trabajo y el crecimiento del espacio geográfico son condiciones sine qua non, esenciales, del crecimiento capitalista.
El auge de la posguerra es un buen ejemplo, porque se dieron espectaculares expansiones del capital en el sur y el suroeste de los EEUU y en una Europa occidental y un Japón devastados por la guerra. Las inversiones de los EEUU jugaron un papel decisivo, no sólo en los propios EEUU, sino también en la Europa occidental de la época. Sin duda, la expansión de la fuerza de trabajo y del área geográfica capitalista era indispensable para las altas tasas de beneficio que hicieron tan dinámico el boom de posguerra.
Desde un punto de vista marxista, éste fue un ciclo clásico de acumulación de capital, e implicó, necesariamente, tanto la integración de enormes masas de trabajadores fuera del sistema, especialmente del agro precapitalista en Alemania y en Japón, como la incorporación o reincorporación de espacios geográficos adicionales a una escala enorme. Sin embargo, yo creo que, vista en perspectiva, la pauta mostrada por el largo declive al que hemos venido asistiendo desde finales de los sesenta y principios de los setenta, ha sido diferente. Es cierto que el capital ha respondido a la rentabilidad menguante mediante la expansión exterior, intentando combinar técnicas avanzadas con mano de obra barata. Se calla por sabido que el Este asiático constituye el caso principal: representa indudablemente un momento de alcance histórico-universal, una transformación esencial, del capitalismo. Pero a pesar de que la expansión al Este asiático puede interpretarse como respuesta a una rentabilidad menguante, no ha sido, en mi opinión, una solución satisfactoria. Porque, a fin de cuentas, la nueva producción industrial que tan espectacularmente ha surgido en el Este asiático, a despecho de que produzca más barato, se solapa demasiado con lo que se produce en el resto del mundo. El problema es que, a escala sistémica, eso exacerba más que resuelve el problema de sobrecapacidad. En otras palabras: la globalización ha sido una respuesta a la rentabilidad menguante; pero como las nuevas industrias, lejos de ser esencialmente complementarias en la división mundial del trabajo, son redundantes, el resultado ha sido la persistencia de los problemas de rentabilidad. El balance, creo yo, es que para resolver realmente el problema de rentabilidad que ha asolado durante tanto tiempo al sistema ─lenta acumulación de capital y generación de niveles de préstamo cada vez mayores para mantener la estabilidad─, el sistema necesitaba una crisis que había sido durante tan largo tiempo aplazada. Y como el problema es la sobrecapacidad, enormemente agravada por la acumulación de deuda, lo que aún se necesita, según la visión clásica, es una depuración sistémica, esto es, la purga de las empresas de costes altos y beneficios bajos, con el consiguiente abaratamiento de los medios de producción y la reducción del precio de la mano de obra. Ésta de la crisis es la vía histórica por la que el capitalismo ha logrado restaurar la tasa de beneficio y sentar las bases necesarias para una acumulación de capital más dinámica. Durante el periodo de posguerra se logró evitar las crisis; el coste de evitarlas fue la incapacidad para reactivar la rentabilidad, lo que llevó a empeorar la situación de estancamiento. La crisis actual es la depuración que nunca sucedió.
Entonces, ¿cree usted que sólo la crisis puede resolver la crisis? Ésta es una respuesta marxiana clásica.

Creo que es lo más probable. La analogía sería como sigue. De entrada, a principios de los años treinta, el New Deal y el keynesianismo resultaron ineficaces. En realidad, a pesar de la amplitud temporal de toda una década, no lograron sentar las bases de un nuevo boom, como se vio con la caída en la profunda recesión de 1937-38. Pero, finalmente, como resultado de la larga crisis de los treinta, se llegó a la purga de los costes altos y de los medios de producción con beneficios bajos, lo que terminó por sentar las bases para unas tasas de beneficio altas. De manera que, a fines de los años treinta, podía decirse que la tasa potencial de beneficio era alta y que todo lo que se necesitaba era un estímulo de la demanda. Esa demanda, huelga decirlo, vino a proporcionarlas el enorme gasto armamentístico de la Segunda Guerra Mundial. Así pues, durante la guerra se obtuvieron tasas de beneficio altas, y esas tasas altas sentaron las bases necesarias para el ulterior boom postbélico. Pero yo creo que, aun si se hubieran ensayado, los déficits keynesianos no habrían podido funcionar en 1933, porque antes era necesario, por decirlo en términos marxianos, una crisis que saneara el sistema.
¿Cree que la actual crisis supondrá un desafío a la hegemonía de los EEUU? Teóricos del sistema-mundo como Immanuel Wallerstein, también entrevistados por Hankyoreh, sostienen que la hegemonía del imperialismo americano está en declive.
Ésta es una cuestión muy compleja. Tal vez ande yo muy errado, pero pienso que muchos de los que creen que ha habido un declive de la hegemonía estadounidense tienden a ver esa hegemonía en términos de poder geopolítico, y al final, como capacidad militar norteamericana. Desde este punto de vista, es principalmente el predominio estadounidense lo que produce el liderazgo americano, es el poder estadounidense sobre y contra otros países lo que mantiene a los EEUU en la cumbre. Yo no veo así la hegemonía estadounidense.
Yo veo a las elites del mundo, especialmente a las del núcleo capitalista en el sentido lato de la palabra, muy satisfechas con esa hegemonía norteamericana, porque eso significa que son los EEUU quienes asumen el papel y el coste de policías del mundo. Eso vale también, en mi opinión, incluso para las elites de los países más pobres. ¿Cuál es el objetivo de los policías del mundo norteamericanos? No es atacar a otros países. Es, sobre todo, mantener el orden social a escala mundial, crear condiciones estables para la acumulación de capital global.
Su principal propósito es erradicar cualquier desafío popular al capitalismo, proteger las relaciones de clase existentes. Durante la mayor parte del periodo de posguerra, hubo desafíos nacionalistas-estatistas, especialmente desde abajo, al libre albedrío del capital. Fueron, desde luego, sometidos por los EEUU con la fuerza más brutal, con las expresiones más descarnadas de la dominación estadounidense. Aunque dentro del núcleo lo que había hegemonía norteamericana, fuera de ese núcleo había dominación. Pero, con la caída de la Unión Soviética, la entrada de China y Vietnam en la vía capitalista y la derrota de los movimientos de liberación nacional en lugares como Sudáfrica y Centroamérica, la resistencia al capital en el mundo en vías de desarrollo fue, al menos temporalmente, debilitada.
Así, actualmente, los gobiernos y elites no sólo de Europa occidental y oriental, Japón y Corea, sino también de Brasil, la India y China ─la mayoría de países que pueda usted nombrar─ prefieren el mantenimiento de la hegemonía estadounidense. La hegemonía norteamericana no caerá por el surgimiento de algún otro poder capaz de competir con ella por el dominio del mundo. China, más que nadie, prefiere la hegemonía americana. Los EEUU no planean atacar a China y, hasta la fecha, han mantenido su mercado completamente abierto a las exportaciones chinas. Con los EEUU en el papel de policías del mundo y asegurando un comercio y unos movimientos de capital cada vez más libres, China puede competir en términos de costes de producción en un campo en igualdad de condiciones, y eso es increíblemente beneficioso para China; mejor, imposible. ¿Puede seguir la hegemonía estadounidense con la actual crisis? Ésta es una pregunta harto más ardua.
Pero creo que, en el primer caso, la respuesta es sí. Las elites del mundo quieren por encima de todo mantener el actual orden globalizado y los EEUU son la clave para ello. Nadie, entre las elites del mundo, intenta explotar la crisis y los enormes problemas económicos de los EEUU para desafiar a la hegemonía norteamericana. China sigue diciendo “no vamos a seguir pagando para que los EEUU sigan derrochando”, en alusión a los actuales récords en déficits por cuenta corriente sufragados por China durante la pasada década y a los titánicos déficits presupuestarios que están generando actualmente los EEUU.
Pero ¿cree usted que China cortará ahora con los EEUU? En absoluto. China todavía está vertiendo todo el dinero que puede en los EEUU para intentar que mantengan a flote su economía y poder ella mantener así su vía de desarrollo. Claro está que siempre es posible todo lo que se desea. La profundidad de la crisis china puede llegar a ser de tal calado, que ya no le permita financiar por más tiempo los déficits de los EEUU. O la política de la Reserva Federal de embarcarse en unos déficits cada vez mayores e ir imprimiendo moneda podría terminar llevando al hundimiento del dólar y provocando una verdadera catástrofe.
Sea ello como fuere, los dados están echados. Si tales cosas llegaran a suceder, habría que construir un nuevo orden. Pero en condiciones de crisis profunda sería extremadamente difícil, porque en circunstancias así, los EEUU, lo mismo que otros estados, podrían fácilmente deslizarse por la pendiente del proteccionismo, el nacionalismo o incluso de la guerra.
Creo que en este momento las elites del mundo están todavía tratando de evitar esa deriva: no están preparadas para eso. Lo que quieren es mantener los mercados, el comercio, abiertos. Y ello porque han comprendido que la última vez que el estado recurrió al proteccionismo para resolver el problema fue durante la Gran Depresión, lo que no sirvió más que para empeorarla, porque cuando algunos estados iniciaron políticas proteccionistas todo el mundo hizo lo propio y el mercado mundial se cerró. Luego, por supuesto, vino el militarismo y la guerra. En la actualidad, el cierre de los mercados mundiales sería evidentemente desastroso; por eso elites y gobiernos se afanan de consuno en impedir salidas proteccionistas, estatistas o militaristas.
Pero la política no es sólo la expresión de lo que las elites quieren, y además, las elites son tornadizas, y lo que quieren puede cambiar de un día para otro. Por lo demás, las elites suelen estar divididas, y la política tiene autonomía. De manera que, por poner un ejemplo, difícilmente puede descartarse que, si la crisis se pone muy fea ─lo que llegados a este punto no sería una gran sorpresa─, asistamos al regreso de políticas derechistas de carácter proteccionista, militarista, xenófobo o nacionalista. Este tipo de políticas podría tener no sólo un amplio atractivo popular. Sectores crecientes del mundo empresarial podrían llegar a verla como la única salida, puesto que si ven a sus mercados hundirse y al sistema en depresión, pueden considerar necesaria la protección contra la competencia y subvenciones públicas a la demanda mediante el gasto militar.
Ésta fue, huelga decirlo, la respuesta que prevaleció en gran parte de Europa y Japón durante la crisis del periodo de entreguerras. Tenemos ahora a una derecha apabullada por los fracasos de la administración Bush y por la crisis. Pero si la administración Obama no es capaz de impedir el hundimiento económico, podría volver fácilmente… sobre todo porque los demócratas no ofrecen la menor alternativa ideológica real.
Ha hablado de una crisis potencial en China. ¿Qué piensa del estado actual de la economía china?
Creo que la crisis china irá a peor, mucho peor de lo que la gente espera. Por dos razones esenciales. La primera es que la crisis norteamericana, y la crisis global más en general, es mucho más grave de lo que la gente esperaba, y en última instancia, la suerte de la economía china depende inextricablemente de la suerte de la economía estadounidense y de la de la economía global. No sólo porque China depende en gran medida de sus exportaciones al mercado estadounidense; también porque la mayor parte del resto del mundo depende a su vez mucho de los EEUU, y eso incluye especialmente a Europa.
Si no voy errado, Europa se ha convertido recientemente en el mayor mercado de las exportaciones chinas. Pero como la crisis originada en los EEUU ha llegado a Europa, el mercado europeo se contraerá también para los bienes chinos. De modo, pues, que la situación es para China mucho peor de lo que la gente esperaba, porque la crisis económica es mucho peor de lo que se esperaba. La segunda razón es ésta: el entusiasmo con el crecimiento realmente espectacular de la economía China ha llevado a mucha gente a ignorar el papel desempeñado por las burbujas en curso seguido por la economía china. China ha crecido básicamente con las exportaciones, y señaladamente, merced a un creciente excedente comercial con los EEUU. A causa de ese excedente, el gobierno chino ha tenido que tomar medidas políticas para mantener baja su moneda y competitiva su industria.
Concretamente, ha comprado a gran escala activos denominados en dólares estadounidenses imprimiendo enormes cantidades de renminbi, la moneda china. Pero el resultado ha sido la inyección de enormes cantidades de dinero en la economía china, haciendo cada vez más fácil el crédito durante un largo periodo. Por un lado, las empresas y gobiernos locales han utilizado este crédito fácil para financiar inversiones en masa. Pero esto ha hecho cada vez mayor la sobrecapacidad.
Por otro lado, han usado el crédito fácil para comprar tierras, casas, acciones y otros tipos de activos financieros. Pero eso ha contribuido a generar grandes burbujas de precios de activos, las cuales, lo mismo que en los EEUU, han contribuido a su vez a disparar préstamos y gastos. Cuando estallen las burbujas chinas, el calado de la sobrecapacidad se hará más evidente. El estallido de las burbujas chinas representará, también en gran parte del resto del mundo, un duro golpe para la demanda de consumo e inducirá una dañina crisis dañina. En suma: la crisis china puede llegar a ser una cosa muy seria, y podría hacer que la crisis global tomara un rumbo todavía más grave.
Así, usted cree que la lógica capitalista de superproducción se da también en China.
Sí, como en Corea y en gran parte del Asia oriental a finales de los noventa. No es tan distinto. Lo único que no ha ocurrido todavía es el tipo de revaluación de la moneda que mató, que liquidó realmente a la expansión industrial coreana. El gobierno chino está haciendo todo por evitarlo.
Por lo tanto, no está usted de acuerdo con la definición de la sociedad china como “economía de mercado no capitalista”.
No, en absoluto.
¿Cree usted, pues, que China es actualmente capitalista?
Creo que es totalmente capitalista. Acaso pudiera haberse dicho que China tenía un mercado no capitalista durante los ochenta, cuando experimentaba un impresionante crecimiento merced a las empresas urbanas y aldeanas. Eran de propiedad pública, de los gobiernos locales, pero operaban en el mercado. Esa forma económica puede decirse que iniciaba la transición al capitalismo. Así, tal vez hasta principios de los noventa, se mantuvo un tipo de sociedad de mercado no capitalista, especialmente porque había un gran sector industrial de propiedad y dirección del estado central. Pero a partir de entonces lo que ha habido es una transición al capitalismo que, a día de hoy, puede darse por completamente colmada.
¿Qué piensa de la dureza de la crisis económica coreana que se avecina? ¿Cree que podría ser más grave que la crisis del FMI de 1997-98? Para hacer frente a la crisis venidera, el gobierno de Lee Myung-bak está resucitando ahora la inversión para construir enormes infraestructuras sociales al estilo de Park Cheng-Hee, especialmente el “Gran Canal” de la península coreana, al tiempo que copia las políticas de crecimiento verde de Obama. Sin embargo, el gobierno de Lee Myung-bak intenta todavía mantener las políticas de desregulación neoliberal del período que siguió a la crisis de 1997, especialmente mediante el Acuerdo de Libre Comercio entre los EEUU y Corea. Podría llamársele propuesta híbrida, ya que combina lo que parece un anacrónico retorno al método de desarrollo dirigido por el estado al estilo de Park Cheng-Hee con el neoliberalismo contemporáneo. ¿Servirá para combatir o paliar la crisis que se avecina?
Lo dudo mucho. No necesariamente porque represente una vuelta al capitalismo organizado por el estado, al estilo de Park, ni porque abrace el neoliberalismo. Es porque, cualquiera que sea su forma interna, sigue dependiendo de la globalización en un momento en que la crisis global está produciendo una extraordinaria contracción del mercado mundial. Hablando de China daba yo hace un rato por probable que se encuentre con un grave problema. Pero China tiene salarios bajos y un mercado interno potencial enorme, de manera que con el tiempo es concebible que pueda tener una posición mejor que Corea para afrontar la crisis, aunque tampoco estoy totalmente seguro de eso. Descuento, en cambio, como seguro que Corea se verá duramente golpeada por la crisis. Ya le ocurrió en 1997-98, pero le salvaron la burbuja del mercado de valores estadounidense y el consiguiente crecimiento del préstamo, el gasto y las importaciones norteamericanos. Pero cuando reventó la burbuja del mercado de valores estadounidense en 2000-02, Corea cayó en lo que se antojaba como una crisis aún más grave que la de 1997-98. Hete aquí, sin embargo, la burbuja inmobiliaria estadounidense vino recientemente al rescate de Corea. Pero ahora ha reventado esa burbuja, la segunda burbuja estadounidense, y no hay una tercera para sacar a Corea de la crisis. No es necesariamente porque Corea lo esté haciendo mal. Es que no creo que haya en parte alguna del mundo una vía de salida fácil para nadie que se haya convertido en parte de un sistema capitalista verdaderamente global e interdependiente.
Así, está diciendo que el entorno externo está mucho peor que nunca antes.
Ésa es la idea principal.
¿Cuáles son, pues, las tareas más urgentes de los progresistas en Corea? Los coreanos progresistas son muy críticos con Lee Myung-bak. Suelen apoyar el estado del bienestar y la redistribución de la renta como alternativa al proyecto de Lee de invertir en la construcción del Canal, con grandes costes sociales. Ésta es la cuestión más caliente en la sociedad coreana de hoy. Los progresistas coreanos señalan que, a pesar de que Lee Myung-bak hable de crecimiento verde, su proyecto de construcción destruiría ecosistemas enteros. ¿Está de acuerdo con ellos?
Evidentemente, hay que oponerse a esos proyectos, ecológicamente desastrosos.
¿Cree que, en plena crisis económica, la construcción de un estado del bienestar como el de Suecia sería una estrategia razonable para los progresistas coreanos?
Creo que lo más importante para los progresistas coreanos es el refuerzo de las organizaciones del movimiento obrero. Sólo reconstruyendo el movimiento obrero coreano puede la izquierda construir el poder que necesita para obtener cualquiera de sus reivindicaciones. La única manera de que el pueblo trabajador pueda realmente desarrollar su poder es mediante la construcción de nuevas organizaciones en el transcurso de la lucha, y solo mediante la lucha puede lograr el advenimiento de políticas progresistas o la definición de lo que debería ser una política progresista en este momento. Creo que la mejor manera de forjar una respuesta política de izquierda actualmente es contribuir a que la gente más afectada se organice y logre poder para definir colectivamente sus intereses. De modo que, más que intentar resolver ahora, de modo tecnocrático, desde arriba, la cuestión de cuál sea la mejor respuesta, la clave para la izquierda es catalizar la reconstitución del poder del pueblo trabajador. Obviamente, el movimiento obrero coreano se ha visto debilitado desde la crisis de 1997-98. Como mínimo, la prioridad para los progresistas debería se plantearse qué hacer para mejorar el contexto de la organización de la fuerza de trabajo, qué hacer, precisamente ahora, para reforzar los sindicatos. Sin una reactivación del poder de la clase obrera, la izquierda no tardará en descubrir que la mayor parte de cuestiones de políticas públicas se convierten en materia de pura especulación académica. Quiero decir que si la izquierda tiene que influir en las políticas públicas, ha de haber un cambio, un gran cambio, en la correlación de fuerzas de clase.
¿Espera usted que los recientes fracasos del neoliberalismo abran puertas a los progresistas de todo el mundo?
El fracaso del neoliberalismo ofrece, desde luego, importantes oportunidades que no teníamos antes. El neoliberalismo nunca resultó atractivo para buena parte de la población. El pueblo trabajador jamás se ha identificado con mercados libres, finanzas libres y todo eso. Pero creo que la mayor parte de la población se había convencido de que era la única opción, de que no había alternativa. Pero ahora la crisis ha revelado la bancarrota total del modelo neoliberal de organización económica, y puede vislumbrarse el cambio. Se ha manifestado eso con vigor en la oposición del pueblo trabajador americano a los rescates de los bancos y del sector financiero. Dicen, sobre poco más o menos: “nos han contado que salvar las instituciones financieras, los mercados financieros, es la clave para restablecer la economía, la prosperidad. Pero no nos lo creemos. No queremos que ni un centavo más de nuestro dinero vaya a aquellos que no hacen más que robarnos”. De modo que hay un gran vacío ideológico y se ha abierto un importante flanco para la penetración de ideas de izquierda. El problema es que hay muy poca organización del pueblo trabajador; está solo, carece de expresión política. Así que puede decirse que hay grandes oportunidades creadas por el contexto político o por el clima ideológico, pero que eso, por sí mismo, no proporcionará soluciones progresistas. De modo que, nuevamente, la máxima prioridad para los progresistas ─para cualquier activista de izquierda─, allí donde deberían ser más activos, es en el intento de reavivar las organizaciones del pueblo trabajador. Sin resucitar el poder de la clase obrera, poco progreso podrá hacerse, y el único modo de revivir ese poder es la movilización para la acción directa. Sólo mediante la acción, colectiva y masiva, del pueblo trabajador se podrá crear la organización y acumular la energía necesaria para proporcionar la base social para una transformación, por así decirlo, de su propia conciencia, para la radicalización política.
Robert Brenner, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es director del Center for Social Theory and Comparative History en la Universidad de California-Los Ángeles. Es autor de The Boom and the Bubble (Verso, Londres, 2002), un libro imprescindible para entender la historia económica del último medio siglo, el origen de la llamada “globalización” y la situación presente. (Hay una excelente versión castellana de Juan Mari Madariaga: La expansión económica y la burbuja bursátil, Akal, Madrid, 2003).
Traducción para www.sinpermiso.info: Daniel Escribano
Fuente:
Hankyoreh, 22 enero 2009

Power, socialism, and the communist movement

Power, socialism, and the communist movement

April 12, 2017

I stopped by a neighborhood organization recently to inquire about upcoming actions against our local Republican congressman, and in the course of the conversation with a young staff person, she mentioned to me that their aim is to “build power,” as they engage in their day to day activities.

Her response didn’t surprise me. Power, after all, is a reality in social conflicts. It counts a lot in deciding the outcome of clashes between contending sides in disputes over one thing or another. The sheep seldom comes out the winner when matched against the wolf.

But the conversation reminded me of an article on power, socialism, and the communist movement that has been gathering dust, so to speak, on my Google cloud. I began it months ago with the expectation that it would see the light of day long before now, but what with the election last year, and Trump’s first 100 days, I got preoccupied and, as a result, its stay on the cloud was extended. And had it not been for this recent conversation, it would have probably remained there.

In the communist movement of the 20th century where I spent most of my adult life, the main frame for understanding and changing the world was the balance of power among contending class and political forces. If the balance tilted toward the capitalist class and its allies, the prospects of progressive and radical change were narrowed; or, still worse, if the tilt turned into a decisive swing, they disappeared and democratic movements found themselves on the defensive, as they do now. If, on the other hand, the balance shifted towards the working class and its allies, then opportunities arose to expand economic, social, and political rights and freedoms. The New Deal period comes to mind.

Going a step further, a seismic shift in power to the advantage of the working class opened the door to a socialist future. This shift, however, was only the first moment of an extended process in which the working class and its “vanguard” party secured, consolidated, and expanded their power to radically construct a new state, economy, and society. Whatever facilitated this process was welcomed and needed little or no justification. Meanwhile, anything that hindered it was to be resisted by any means necessary.

In this framing, socialist values, norms, and aims — most importantly the creation of a field of action on which working people and their allies become the actual creators, architects, and producers of a new society that is democratic, egalitarian, sustainable, and humane — took a back seat to the exigencies of power against socialism’s “enemies.” If there were any tensions, ambiguities, contradictions, or dangers in such an approach and practice, they were rarely acknowledged and thus more rarely the subject of any serious examination.

Now, it was one thing to hold this view in the early part of the last century, when socialism was in its infancy and it felt like a turning point in human history had arrived, compelling everyone, in the words of “The Internationale” (the song of the international communist movement) “to stand in their place.”

But to subscribe to it long into the second half of that century, as I (and most communists) did, is quite another thing.

A critical look at the experience of socialism should have told us that a transfer in power, while necessary, is nothing close to a sufficient condition for socialism. Nor is it the defining feature of a socialism that measures up to its ideals, aspirations, and potentials.

Frederick Engels once wrote that revolutions are authoritarian affairs that turn on the question of power. He failed to add that once power passes from the hands of the old ruling elite, a process, both structured and spontaneous, of devolving and decentralizing power to democratic institutions and a popular majority should ensue on a broad scale.

This didn’t happen in the Soviet Union, except for a short burst of freedom in the early days. Instead, power became further centralized and it begat still more centralization in fewer and fewer hands in order to combat socialism’s opponents.

Moreover, what was temporary and contingent became permanent and institutionalized as it acquired a social constituency, consisting of upper and middle level leaders and managers of the party, state, and economy that had a stake in maintaining the existing political, economic, and ideological setup. This made it a stubborn thing to uproot, even when conditions changed and popular desires for a more democratic and humane socialism grew.

Power, in short, became detached from socialism’s overarching essence, values, and aims. Stalin, it goes without saying, played an outsized role in this process. His desire for unchecked power, reinforced by his distortions of marxism and skewed notions of building socialism in conditions of encirclement and backwardness made for a hyper explosive brew. And the fallout was staggering — to the Soviet people, first of all, but also to the image and future of socialism.

Indeed, a near singular emphasis on the accumulation and centralization of power led to the eventual meltdown of the USSR as well as other socialist countries in Eastern Europe with barely a whimper from the class that the ruling parties claimed to represent.

But well before that happened, what seemed unimaginable became the ideologically sanctioned practice of Soviet authorities under Stalin: torture, executions, and show trials, labor camps and mass incarcerations, relocations of entire peoples, gross violations of democratic rights, the hollowing out of democratic institutions, massive surveillance and an accompanying climate of fear and suspicion, and the deaths of millions of innocents.

After Stalin’s death, the worst practices of those years ended and attempts were made to liberalize Soviet and the Eastern European socialist societies, but each attempt quickly ran up against concentrated bureaucratic and political power — sometimes police authorities and military might — that placed narrow limits on the reforming impulse. As a result, democracy and human freedom remained formal and cramped, civil society languished, and an independent press and culture worthy of its name never saw the light of day. Dissent fled into the kitchen and other crevices of private life.

It is ironic that U.S. communists — and again, I was one of them — expressed great outrage at the mention of the McCarthy period’s violations of democracy and attacks on communists, but, with some notable exceptions, had little to say about the social disaster and horror of the Stalin period and the long arc of unfreedom and eventually stagnation that followed. And when we did, it was either a claim that no other alternatives were available, or an admission (at times reluctant) that “mistakes” were made, or an insistence on a “balanced” assessment of Soviet socialism.

Our mistake, however, wasn’t so much an inability to recognize irony. But more to the point, it was an indefensible failure of political, moral, and intellectual imagination, caught, as we were, in an embedded internal culture and world movement that resisted by and large critical thinking and reflection on such matters.

Responsibility for the downgrading of socialist values and humanism and the reduction of democracy from a core feature to simply an instrument of policy — not to mention the transformation of a marxism that is dialectical, open to new experience, and subject to critique into a rigid ideology referred to as Marxism-Leninism that legitimized practices that were inhumane, undemocratic, and anti-socialist — lies, in the first place, with its communist protagonists in the 20th century. However, a measure of responsibility also falls on Marx, Engels and Lenin. In their efforts to counter utopian notions, place socialism on a materialist theoretical foundation, and elaborate a path to socialism in the heat of the battle, they made sweeping assertions that didn’t always include cautionary warnings about the limits of their application or point to the operation of competing tendencies. Nor did they give sufficient emphasis in their analysis to socialism’s democratic, ethical, and emancipatory vision as an essential frame for the elaboration of revolutionary and socialist practice.

Even if we assume that the 21st century leaders of the left have learned the necessary lessons from the experience of the 20th century, we still have to ask what measures are necessary to guarantee that power and its practitioners are subordinated to (and, when necessary, reined in by) socialist values, norms, vision, and democratically constituted bodies.

This is a discussion for the many who are laboring in today’s vineyards, but I will make a few general observations.

1) Power should never again be the property of any one party (or movement). There is little evidence for the notion that under socialism social contradictions disappear and thus obviating the need for a multi-party system. Certainly, the idea of a constitutionally enshrined vanguard party should be left in the past, where it made its unfortunate entrance.

Much the same can be said about state-controlled media. Experience abounds that an independent and broadly based media is crucial in socialist as well as capitalist societies. Among other things, it is a key, and sometimes the only, reliable voice that will expose misdeeds and corruption at the top levels of official society.

2) There must be legal prohibitions on unchecked use of power that eviscerates democratic freedoms and rights. E. P. Thompson, the great British historian who wrote in the Marxist tradition, made this observation in his famous afterword to Whigs and Hunters: The Origins of the Black Act (1975):

“I am told that, just beyond the horizon, new forms of working class power are about to arise which, being founded upon egalitarian productive relations, will require no inhibition and can dispense with the negative restrictions of bourgeois legalism. A historian is unqualified to pronounce on such utopian projections. All that he knows is that he can bring in support of them no evidence whatsoever. His advice might be: watch this new power for a century or two before you cut down your hedges.”

Good advice, even if we believe with great conviction that we will never be so wrongheaded or shortsighted as were many communist leaders in the last century.

3) Power has to be devolved and decentralized to the people and popular institutions. In other words, the socialist state, economy, culture, and society have to be creatively transformed and thoroughly democratized and socialized in accordance with the emancipatory values and vision of socialism. And the only hope of such an outcome is a multi-racial, working class-based, majoritarian movement of great depth, understanding, and unity, that acts as socialism’s midwife and stays engaged long into its old age.

In case you think I have been hard on Engels, let me end with a quote from Marx’s closest collaborator that is germane and incisive:

“If the conditions have changed in the case of war between nations, this is no less true in the case of the class struggle. The time of surprise attacks, of revolutions carried through by small conscious minorities at the head of unconscious masses is past. Where it is a question of a complete transformation of the social organization, the masses themselves must also be in it, must themselves already have grasped what is at stake, what they are going in for with body and soul. The history of the last fifty years has taught us that.”