Mujerismo y feminismo

Mujerismo y feminismo

El feminismo no es algo biológico, sino una ideología transformadora abierta a cualquier ser humano

Una de las consecuencias de las últimas elecciones ha sido que el número de mujeres elegidas en las listas del PP en las comunidades autónomas y en los ayuntamientos supera al de las del PSOE. Este fenómeno, que apenas ha sido comentado, se explica con orgullo por el partido conservador por su actuación de promoción de las mujeres más dotadas sin tener que recurrir a la artificiosidad de las cuotas.
Es sabido que los partidos de derechas pueden situar algunas mujeres en las cúpulas de su dirección, así como llevarlas hasta la presidencia de un Gobierno, como fue el caso de Margaret Thatcher, siempre que sean absolutamente fieles a los planteamientos del partido.
Lo que no pueden explicar desde las filas de las mujeres socialistas es cómo después de años de implantación de cuotas femeninas en el partido, de haber hecho de sus señas de identidad la aprobación de las leyes de igualdad y de paridad, de la creación durante un tiempo de un Ministerio de Igualdad y el mantenimiento ahora de una Secretaría de Igualdad aparte de la campaña continua de sus afiliadas presumiendo de la promoción de mujeres en puestos de dirección política, en la actualidad la proporción femenina de presidentas de comunidad, de diputadas y de concejalas sea inferior a la de un partido de derechas.
La explicación se encuentra en la forma en que pretendiendo la igualdad se ha rehuido el feminismo. La estrategia socialista, desde hace más de una década, se ha centrado en llevar más mujeres a la política independientemente de su adscripción ideológica, considerando que con aumentar el número estaba resuelta la evidente diferencia de participación femenina en todos los estratos de la política.
Mientras, los partidos feministas planteábamos que es imprescindible exigir a quienes nos representen en las instituciones la conciencia de lucha y el compromiso con las reivindicaciones fundamentales del feminismo, ya que de lo contrario lo único que se consigue es duplicar el voto de derechas. Al negarse que la ideología es el eje de toda actividad política y social, se despolitizó la lucha por el aumento de representación femenina en todos los estamentos sociales, que se convirtió, en consecuencia, en un argumento para que también las conservadoras lo hicieran suyo.

Recuerdo que en 1999, cuando una coalición feminista formada por el Partido Feminista de España, el de Catalunya y el de Euskadi nos presentamos al Parlamento Europeo y participamos en un acto electoral en Barcelona, las socialistas y las populares hicieron un frente único femenino que se centraba casi únicamente en exigir a los hombres la corresponsabilidad en el trabajo doméstico.

Y siendo este un problema que pesa sobre las mujeres desde tiempos inmemoriales, no es posible reducir el feminismo a la limpieza y el cuidado de niños. El feminismo no es una cuestión biológica, no se es feminista por el azar de haber nacido con ovarios y matriz. Esta condición anatómica será en todo caso el argumento de la sociedad patriarcal para destinar las mujeres solo a la reproducción, pero el pensamiento y la acción para cambiar tal reparto sexual del trabajo y de la sociedad es producto de una reflexión profunda, de una teoría que se ha elaborado en el curso de más de 200 años, de un compromiso sincero y valiente con las luchas transformadoras, que comporta múltiples peligros y marginaciones. Compromiso que, como sabemos, pocas mujeres, y hombres, contraen, mientras una mayoría sigue las normas establecidas, se somete a su papel secundario e incluso lo defiende.

El feminismo es una ideología transformadora de la sociedad para acabar con todas las injusticias las de clase, las de sexo, las de raza y a la que, por supuesto, pueden adscribirse todos los seres humanos y sin la que resulta inocuo, cuando no perjudicial, plantear únicamente el frente hombre o mujer.
Recuerdo el rechazo de Dolors Renau y de Anna Balletbó, con otras de sus compañeras, cuando dije que prefiero un hombre socialista a una mujer del Opus, precisamente cuando en la mesa, y después en Bruselas, se sentaba una dirigente de Unió de pública adscripción a la Obra a la que, al parecer, deseaban sumar a su estrategia, a la que me referí como mujerismo en contraposición al feminismo.
Plantearse que solo por el hecho de ser mujer se poseen y defienden los valores feministas no solo es equivocado, sino, lo que es peor, enemigo del feminismo, ya que las mujeres que se han colocado en las instancias públicas por las formaciones de derechas están defendiendo la involución en todos los derechos que habíamos logrado implantar, con tanto esfuerzo, desde el movimiento.
La defensa del mujerismo ha servido para que en los parlamentos autonómicos y los ayuntamientos aumente el número de derechistas y opusdeístas que se oponen a la ley de aborto, a la del matrimonio homosexual ambas recurridas por el PP en el Tribunal Constitucional y a la inversión económica en los servicios sociales que son fundamentales para que las mujeres puedan entrar en el mercado de trabajo, solución bastante más eficaz y socialista que el reparto privado de las tareas domésticas.

Notas para contribuir a una discusión sobre los nuevos actores sociales

Notas para contribuir a una discusión sobre los nuevos actores sociales Publicado En Revista Pasos Nro.: 36-Segunda Época 1991: Julio – Agosto Por: Helio Gallardo
Observaciones preliminares
a) Estas Notas… no intentan constituir un argumento acabado acerca de los nuevos actores y movimientos sociales latinoamericanos y caribeños, sino sólo contribuir a situar una consideración sobre su realidad compleja, su eventual desarrollo político y su papel en un necesario proceso de liberación; b) la expresión “político” en estas Notas… no remite únicamente a la escena tradicional, abierta de la política, sino, en sentido amplio, a la capacidad de los actores sociales para realizar acciones que alcancen efectos significativos para el conjunto de la reproducción social (es decir, cuyas acciones tienen efecto o pueden llegar a tenerlo, bajo ciertas condiciones, sobre sus instancias axiales) y, en un sentido más restringido, a las acciones que se ejecutan en el espacio social específico de la reproducción de la producción de relaciones de producción (sanción política), en cualesquiera sentidos (básicamente: mantenerlas, fortalecerlas, debilitarlas o romperlas); c) las Notas… designan al pueblo al interior de un sistema específico de dominación (el sistema imperial de dominación); “pueblo” indica, por consiguiente, o al pueblo social (los diversos sectores que padecen asimetrías sociales y, también, su conjunto) o al pueblo político (los sectores que se movilizan para cancelar sus asimetrías específicas y que logran ponerse en relación con un eje de liberación popular: movimiento popular); “pueblo” no incluye, por tanto, a los diversos sectores que configuran a las oligarquías latinoamericanas; d) la redacción de estas Notas…, su forma, es provisoria. Se trata de cuestiones ofrecidas a la discusión. No se intenta mediante ellas dar cuenta de ninguna realidad nacional o regional específica.
I. Consideraciones económico-sociales básicas
La década del fin del siglo nos muestra un mundo polarizado en un Mundo Rico y fuerte y un Mundo Pobre y débil (“débiles” y “fuertes” al interior del sistema dominante mundial). Esta polarización no es nueva. Lo son, en cambio, la velocidad y el carácter del desplazamiento que separa a estos mundos.
Sobre las bases de las nuevas tecnologías de punta (biotecnología, informática, nuevos conductores, robotización) el Mundo Rico se aleja velozmente del Mundo Pobre y, en el mismo movimiento, se integra (producción, circulación, consumo) tanto en términos globales como en los términos de la constitución de macrounidades regionales (EUA-Canadá-México; CEE, más los que fueron los países de la Europa del Este y eventualmente la URSS; Japón-Corea-Taiwán-Singapur y la costa de China).
El Mundo Pobre, en cambio, permanece fragmentado y dividido y su peso relativo y absoluto en la economía mundial (si se exceptúa a los países exportadores de petróleo) tiende a debilitarse en el mismo movimiento en que cambia de carácter. Considerada globalmente, América Latina está dentro de este Mundo Pobre. El fenómeno de desplazamiento-integración-diferenciación del Mundo Rico respecto del Mundo Pobre se realiza sin abandono de la relación asimétrica Mundo-Rico-Mundo Pobre.
El signo más evidente de este no-abandono es el vínculo de la deuda externa. Mediante este vínculo —- entendido como la obligación de pagar- , las instituciones financieras del Mundo Rico administran a los países del Mundo Pobre —- transnacionalización de las decisiones políticas- y esta administración adquiere hoy día las características de un chantaje: si no se efectúan las sugerencias y recomendaciones del FMI o del Banco Mundial e incluso de la AID, se suspenden los créditos y el acceso a ellos.
De este modo, se conforma un mecanismo de transnacionalización de las decisiones políticas cuyo eje de sentido es la acumulación derivada de la lógica del mercado mundial (determinado enteramente por las relaciones entre las sociedades ricas) y no las necesidades materiales (ni mucho menos las espirituales) de los pueblos pobres. El chantaje transnacional es posible, en parte, por la creciente subordinación del Mundo Pobre respecto del Mundo Rico. Dicho sueltamente: no podemos ni sabemos producir sin ellos (sin sus tecnologías en particular) y ellos (Mundo Rico) tienden hacia la auto- suficiencia, es decir nos necesitan cada vez menos.
El chantaje incluye una voluntad política de impedir el desarrollo (en el sentido económico más elemental) de las sociedades pobres entendidas como región global. Se está forzando a estas sociedades a producir bienes que la evolución de la economía mundial tomará obsoletos en el mediano y largo plazo y a emplear procedimientos que refuerzan la fragilidad y distorsión (teratologización, fragmentación) de las economías pobres y que incluyen tecnologías (y metas económicas) destructivas del medio.
El chantaje incluye la presión para abrir enteramente las economías de los países de modo de transformar a estas sociedades en eventuales espacios de inversión privilegiada. Otro aspecto del chantaje incluye mantener a los territorios ocupados por sociedades pobres como proveedores, actuales o de reserva, de materias primas estratégicas.
En general, mediante el nexo de la deuda se amplía una política en la que somos o resultamos espacios naturales interesantes, pero social e históricamente prescindibles (la guerra en el Golfo Pérsico ilustra, en el límite, este punto. “En el límite” porque uno de sus objetivos fue resguardar las fuentes de petróleo, pero resultó dejando decenas de pozos encendidos e inutilizados.
Desde la producción de ideología, el punto fue avisado en el ensayo de Fukuyama: The End of History?). Con lo grave que es el nexo de la deuda, éste no constituye, sin embargo, el vínculo más poderoso que une al Mundo Rico con el Mundo Pobre.
Desde el punto de vista ideológico, las sociedades pobres (y la población en general) han internalizado —- como horizonte de realización posible o como frustración permanente y sentimiento de culpa, etc.-, los valores y, básicamente, el estilo de vida (o de producción de muerte), la manera de hacerse humano, del Mundo Rico.
Los pueblos pobres, al menos en América Latina, llevan al Mundo Rico en su corazón, lo han internalizado. Perciben y valoran el desarrollo y la felicidad bajo la forma de ser como Miami o Roma o Bonn. El desplazamiento o alejamiento sin abandono entre los Mundos Rico y Pobre puede leerse, entonces, o desde el Mundo Rico, perspectiva desde la cual aparece ligada a procedimientos coactivos y selectivos de corto y mediano plazo, cuyos efectos fragmentarizadores y destructivos pueden incluir el genocidio de las poblaciones del Mundo Pobre o desde el Mundo Pobre, desde el cual la articulación puede valorarse como materializando el horizonte de existencia posible y deseable.
Coyunturalmente, la crisis de las sociedades del socialismo histórico incide en las prácticas ligadas a estas dos perspectivas y a sus articulaciones. No resulta, por consiguiente, difícil de entender que la nueva política regional de la dominación (los ajustes estructurales, el anti-estatismo, el neoliberalismo, el neoconservantismo, las democracias de Seguridad Nacional, el nuevo giro exportador, etc.), situaciones todas ligadas al proyecto de privatización transnacional de las economías de las sociedades pobres, sea introducida con relativa comodidad sociopolítica por los gobiernos nativos como la única salida posible para evitar mayores sufrimientos.
Básicamente, estamos diciendo que sometido a esta ‘espiritualidad’ cada individuo o cada familia tiende a pensarse y a asumirse como saliendo singularmente, contra otros, y no colectivamente, con otros, de los problemas sociales que percibe-valora como situaciones de disfuncionalidad . Así, Chile será desarrollado, no importa lo que ocurra en América del Sur, o Costa Rica será desarrollada, no importa lo que ocurra en el resto de América Central y del Caribe.
Esta misma competitividad no solidaria puede ser reproducida y expresada por las distintas regiones, provincias o ciudades en un mismo país y por los individuos (bajo la forma del “éxito” personal), de modo de hacer posible su derivación hacia un fenómeno de corrupción social generalizada (como en el caso popular extremo de los sicarios, en Colombia) y de anomia (en el sentido de desmoralización) .
La dominación se expresa así, matricialmente, como la práctica global y específica de una constante y agresiva (destructiva) insolidaridad social e histórica (que es enteramente compatible con fenómenos de solidaridad corporativa e intraeclesial, excluyentes, como mencionaremos más adelante).
La sensibilidad de dominación pone el énfasis en la eficacia y eficiencia de cada punto humano, instrumental o natural de inversión. “Eficacia” y “eficiencia” son medidas por su capacidad para dinamizar al sistema en su conjunto. En este proceso de comodidad relativa con que se “acopla” el “camino inevitable” hacia el Nuevo Orden Económico Mundial (privatización transnacional bajo hegemonía del gran capital), influyen, además: a) la acentuación de la subordinación de las oligarquías nativas respecto de los países y de las oligarquías centrales y de sus mecanismos financieros (mercado mundial); estas oligarquías han traducido la crisis del sistema capitalista y su reconfiguración y los efectos de ambas sobre las sociedades pobres —- que ellos, por delegación, administran -. como el “agotamiento” de un modelo (de substitución de importaciones) y la aparición de un “nuevo modelo” (economías abiertas de exportación).
El paso de uno a otro modelo supone el cambio del desarrollo por el crecimiento (o lo que es lo mismo, el desplazamiento político de la atención por la calidad integral de la vida humana para concentrarla en la maximización del empleo de los factores económicos de una sociedad). La pugna interoligárquica en cada país se produce en relación con la función de dirección o administración nativa de este nuevo modelo, puesto en relación, también, con el control nacional de los flujos financieros ;
b) la complicidad y frivolidad —- ausencia de perspectiva nacional y popular- de los medios masivos (comerciales) de comunicación y su saturación por el discurso (contenidos y procedimientos) que proviene del Mundo Rico. Hoy existe una relación directa entre comunicación masiva y sensibilidad social;
c) los caracteres de los procesos de crisis de las sociedades del socialismo histórico (su derrumbe y fragilidad sociales, políticos e ideológicos y, en particular, la impotencia soviética), crisis que es publicitada y propagandizada como “muerte de la revolución” en tanto que alternativa y utopía y proyecto político y como “triunfo-para-siempre-del- capitalismo” (metamorfoseado como la “idea liberal”);
d) la agudizada corrupción antievangélica (idolátrica) de las jerarquías eclesiales cristianas, con sus efectos en la espiritualidad popular y en la legitimación de los nuevos órdenes social e internacional, y
e) el debilitamiento efectivo del Estado como instrumento facilitador de organización y participación populares con efectos de reestructuración y equilibrio sociales. A este debilitamiento efectivo del carácter social del Estado lo ha acompañado-sucedido la promoción de los gobiernos democráticos de Seguridad Nacional (es decir, las democracias nativas que deben subordinarse al Imperio de la Ley, del ‘Nuevo Orden” en un Mundo Cruel).
La sensibilidad generada inmediatamente por la nueva matriz económica se ve así facilitada o favorecida como mecanismo de dominación, produciendo en muchos sectores sociales populares un efecto de “muerte de la esperanza” y culpabilidad (y con ello una marcada disposición al autosacrificio). Estos efectos globales se ven reforzados debido a la corrupción histórica generalizada de la escena política tradicional actual de las sociedades latinoamericanas y logran prolongarse, como resultado de todos estos procesos, al campo de la mentalidad popular. Puntualizaremos algunas de estas situaciones más adelante.
II. Efectos sociales específicos del modelo abierto de ex-portación (privatización transnacional)
Las características de la reconfiguración de la inserción de las economías pobres en el mercado mundial durante esta etapa produce económica y socialmente (políticamente) lo que CEPAL ha llamado la “década perdida” y un período de “doloroso aprendizaje”. La primera calificación corresponde centralmente a los efectos económico-sociales básicos.
La segunda, a cuestiones sociales, políticas e ideológicas (no puede existir un desarrollo alternativo ni un proyecto de acumulación nacional; si él se levanta, el pueblo o sociedad o gobierno que lo encame será castigado con el bloqueo e incluso con la guerra).
Se ha producido un desplazamiento ideológico global hacia la derecha: antes el tabú era una economía alternativa socialista o con lógica popular; ahora lo es explícitamente una economía capitalista nacional (el desarrollo, en el antiguo lenguaje). La economía con lógica popular es declarada simplemente imposible. Resuelta así, mediante una imposición, coactivamente, la cuestión del tipo de economía, la sociedad pobre determinada por ella reproduce internamente, en principio, la polarización Mundo Rico-Mundo Pobre que hemos caracterizado con anterioridad.
Desde un punto de vista social, podríamos hablar de la conformación de dos series paralelas de existencia: la serie de los internacionalmente integrados al circuito del mercado mundial, aunque lo hagan desde diversas posiciones, y la serie de los nacionalmente excluidos (excluidos de los mercados internos: pobres de la ciudad y del campo).
Se trata de series paralelas en cuanto, en general, los modos de existencia de estos sectores no se tocan en relación con las necesidades de la producción sociales. Los sectores nacionalmente excluidos resultan así enteramente desechables por el sistema (en algunos países se organizan ya cacerías de pobres y de niños deambulantes, a quienes simplemente se asesina. No se trata de asesinatos políticos en el sentido tradicional, sino de asesinatos sociales que forman parte de una política.
Se constituyen así grupos de la población de los que se puede (y se debe) prescindir. Al interior del mundo de los internacionalmente integrados, y si prescindimos de los agentes directos del capital transnacional, podemos ubicar socialmente a dos grandes sectores: las élites nativas, que administran la producción y reproducción locales del sistema —- políticos, tecnócratas, militares, religiosos, empresas periodísticas- y la base social productiva, permanentemente amenazada por la cesación de servicios derivada de la velocidad del cambio y del desplazamiento tecnológicos inducidos desde el exterior y por la facilidad relativa con que algunos de sus sectores pueden ser reemplazados debido al constante y creciente excedente de fuerza de trabajo.
Pese a sus diferencias, se trata de sectores sociales productiva o reproductivamente insertos en el sistema, aun cuando su inserción pueda contener diversos grados y caracteres de fragilidad. Articulados de mejor o peor manera con estos sectores se encuentran los grupos medios de la población configurados por el modelo anterior y agotado de la economía, permanentemente inducidos, por consiguiente, o al colapso total o a su transformación en función del nuevo modelo (estos grupos medios incluyen sectores empresariales, campesinos, profesionales, técnicos, estudiantiles, obreros).
La base social productiva de la serie internacionalmente integrada puede albergar sectores significativos de “trabajadores informales” (trabajo a destajo, superexplotación, ausencia de garantías sociales, fragmentación, básicamente). En todo caso, se trata de un polo productivo inserto en el sistema mundial, aunque esta inserción puede enseñar distintas temporalidades y niveles de provisoriedad, niveles que bordean, en su punto más bajo, con la precariedad que caracteriza al otro polo.
En el polo integrado encontramos, por consiguiente desde el consumo conspicuo e insolente hasta la pobreza social, coexistiendo al interior de un sistema frágil y explosivo, estructuralmente rígido aunque situacionalmente volátil y que sólo admite cambios fragmentarios o “soluciones” individuales. El otro polo social está caracterizado por la precariedad de las condiciones de existencia, decir por la amenaza permanente de muerte.
Los excluidos son pobres de la ciudad y del campo, mujeres, niños, jóvenes y ancianos pobres, adultos sin mayor calificación, grupos sociales que pueden configurar otro sector de la economía informal o los simplemente excluidos. En general, se trata de población marcada por el signo de la precariedad de sus condiciones de vida, por la amenaza constante a su existencia biológica.
Salir de esta precariedad es o imposible o el resultado de una situación singular (que puede ser valorada ideológicamente como “suerte” o “fortuna”). Desde luego, la amenaza social directa contra la continuidad de la existencia biológica genera una resistencia vital, básicamente reactiva (de supervivencia) y, por las condiciones descritas (expulsión del mercado), ‘naturalmente’ ensimismada. Es, sin embargo, en esta resistencia vital, más que social, de estos sectores, en la que encontramos los valores básicos de una reivindicación popular: el derecho a la vida traducido como integración económica y social —- para que este derecho devenga político, es decir legitimo, en las condiciones actuales, hace falta, desde el punto de vista social, que el excluido se solidarice consigo mismo (se asuma como sujeto social) y con otros como él y que reciba solidaridad y legitimidad desde otras instancias como el Estado, las iglesias, los medios de comunicación de masas y también desde el otro polo de la existencia social, tanto interno como fuera de la nación -.
Su tarea sociopolítica es que se le reconozca como sujeto humano. Además de estos elementos socioideológicos, fundados en su capacidad de resistencia, se toma necesario un proyecto político (de producción-reproducción sociales) en el que estas solidaridades complejas puedan instrumentalizarse. La polarizada configuración social descrita es altamente frágil y explosiva por el peso determinante de los factores externos (el pago de la deuda, por ejemplo) y por su agudizada diferenciación negativa interna.
Ella es la matriz de las explosiones sociales puntuales (Dominicana, Panamá, Venezuela, Argentina, etc.), pero también del temor y la pasividad y la frustración popular generalizados y reforzados en algunas sociedades por un pasado reciente o una actualidad de brutal represión. La pasividad-desencanto histórico generalizada deriva tanto del temor a la muerte (que ahora aparece como una delimitación no biológica sino social) como del mensaje saturante positivo acerca de la necesidad del esfuerzo individual (objetivamente contra otros) para salir de la pobreza, como de la ausencia o pérdida de un horizonte de esperanza, y de situaciones más coyunturales como la amenaza de un eventual retorno militar para remediar los “excesos” democráticos.
La expresión “pasividad” popular no indica aquí un mero no-hacer, un dejarse hacer, sino un negarse a hacer fuera del sistema de la dominación en cuanto se ha socialmente frustrado o perdido la idea misma de que existe o es posible un ‘afuera’ del sistema. Esta “pasividad” tiende a bloquear, por consiguiente, el trabajo político partidista tradicional de las organizaciones de izquierda e incluso algunas de las formas del trabajo pastoral religioso desde la base, pero no niega ni el oportunismo ni la explosividad sociales.
Todas estas situaciones obtienen su eficacia de una matriz básica que muestra que la sociedad obedece a fuerzas que están fuera de su control (mercado mundial, tecnología, etc.: el “mundo cruel” en el lenguaje de Rosenthal). La sensibilidad de desesperanza y muerte es una ideología que prescinde del sujeto. Algunas sectas cristianas y el mismo catolicismo sacan ventajas ideológicas de esta nueva sensibilidad de muerte que en su discurso “esperanzador” (pseudocomunitario, en realidad ‘corporativo’) anuncia la proximidad del Reino más allá de la historia.
III. Observaciones sobre el espacio político latino-americano tradicional
Articulada con las situaciones antes descritas. encontramos un acusado deterioro del espacio político tradicional de las sociedades latinoamericanas, deterioro cuyos signos más obvios son la crisis estatal (en realidad, varias crisis), las crisis recurrentes de liderazgo, las crisis de los partidos (en general, de las organizaciones) y de los regímenes de gobierno y la tendencia a desvirtuar y desplazar a las ideologías políticas que prevalecieron tras la Segunda Guerra: democraciacristiana, socialdemocracia, marxismo, etc. por ideologías tecnocráticas (neoliberalismo, Seguridad Nacional, gerencialismo y sus combinaciones) o sencillamente por nuevos discursos publicitarios.
El deterioro se advierte, entonces, tanto en la fragilidad de las instituciones y escenarios políticos como en el empobrecimiento ideológico. La devaluación generalizada —- ya no resulta posible percibir y valorar el espacio político como un ámbito en el que se busca realizar el bien común- posee determinaciones tanto histórico-estructurales, propias de las sociedades del capitalismo dependiente —- básicamente la transformación de la escena política en mercados de transacción de intereses que se negocian como privilegios, combinado con la tendencia al estrechamiento del espacio en el que deben moverse las élites políticas nativas -, como determinaciones situacionales e incluso coyunturales, como las ideologías antiestatistas ligadas a la promoción neoliberal-conservadora del mercado como sociedad perfecta, la crisis ideológica y política de las sociedades del socialismo histórico y del socialismo, etc.
El deterioro del espacio político (de lo político y de la política, por lo tanto) condensa en su nivel, como indicamos antes, matrices económicas y sociales y retoma sobre ellas para sancionar su reproducción. En Costa Rica, por ejemplo, junto al cinismo con que se valora la acción de los políticos oficiales —- con la ambigüedad que implica despreciarlos por corruptos y envidiarlos porque tienen “éxito”-, sectores de ciudadanos asumen independientemente el papel de la policía y de los tribunales de justicia (apresando delincuentes y castigándolos e incluso organizándose para darles muerte), o sea realizando tareas que advierten el gobierno o el Estado ya no cumplen o no están en condiciones de asegurar.
Se trata aquí, obviamente, de un efecto no necesariamente deseado, aunque puede serlo, del fenómeno global de privatización de la sociedad que publicita el conservantismo neoliberal como único mecanismo de crecimiento económico y de normalidad social.
La ilustración costarricense condensa la reducción del rango (cobertura) socio-nacional del Estado en los campos de la seguridad policial (o de la salud, como mencionábamos en el ejemplo chileno) y la tendencia a que la nación sea constituida, articulada, mediante el mercado, los aparatos militares (la iglesia católica permanece también como instancia nacional, pero amenazada por la estimulación de las sectas) y la administración de la justicia mercantil.

Esta degradación del ámbito político se articula parcialmente en forma conflictiva con los procesos inducidos de democratización sostenidos durante la década del ochenta en América Latina. La degradación generalizada de la política, por definición, constituye un elemento inhibidor y destructivo para un clima político democrático, aun cuando se considere a éste en su versión más limitada. Sin embargo, al producirse esta articulación entre fenómenos de distinto rango social (la degradación es estructural, la democratización situacional), la conflictividad se ‘resuelve’ mediante la adaptación de los signos y elementos democráticos a la degradación generalizada.

Por medio de esta adaptación, son gobiernos democráticos, aunque sin respaldo social efectivo, los que conducen a sus países a su plena inserción en el Nuevo Orden Mundial. Desde luego, este “rostro democrático” implica costos políticos, tanto internos como internacionales, para quienes intentan presentar resistencia social a estos mecanismos de inserción y que denuncian las situaciones de transnacionalización, del chantaje de la deuda, de la insuficiencia democrática, del costo social de los programas de ajuste, de la destrucción ambiental, etc.

En este clima, el reclamo por justicia social —- incluyendo las denuncias contra las violaciones de los derechos humanos y los reclamos por justicia para los asesinados y desaparecidos- puede ser ideológicamente anatematizado como “antidemocrático” . En estas condiciones, el espacio político tradicional tiende a dejar de ser el referente o la meta obligatoria inmediata de las reivindicaciones sociales (esta cuestión admite un antecedente histórico en la liquidación o neutralización del espacio político tradicional por los regímenes de Seguridad Nacional y el consiguiente traspaso de las actividades políticas reivindicativas o de oposición —- muchas veces de denuncia- a instancias de la sociedad civil o consideradas hasta entonces privadas).

Existe en la población un sentimiento generalizado, aunque difuso, acerca de que las mediaciones del espacio político (instituciones administrativas, partidos, etc.) y él mismo como globalidad son disfuncionales respecto de muchos requerimientos sociales y que los intereses de los grupos emergentes —- o de antiguos grupos sin resonancia oficial o sin legitimación nacional, como los indígenas, por ejemplo- sólo pueden ser satisfechos mediante una presión social (político-comunitaria) directa e independiente de los canales tradicionales de la política .

El fenómeno de la corrupción-desgaste (lo que no implica que deje de funcionar, en cierto sentido) de la esfera política y de sus actores, instrumentos e instancias en el contexto de una democratización genera, en lo que nos interesa aquí, una doble dinámica: a) de una parte, los actores tradicionales de la política, de derecha y centro-derecha, en coyunturas de democratización, buscan resonancia mediante mecanismos de reinserción en sus espacios socio-ideológicos históricos (populismo, clientelismo, civilismo, tradición, eclesialidad, retórica acerca de los derechos humanos, etc.), pero el estrecho marco de maniobra que les permite la configuración actual del sistema imperial de dominación, con el consiguiente enangostamiento y sobrecorrupcción del espacio nativo de la política, los orienta hacia el “recurso Menem”, es decir a engañar masivamente durante las campañas electorales y a gobernar después siguiendo los dictados del FMI y neoligarquizando el país (lo que supone consumar su ‘modernización’ perversa).

El “recurso Menem”, ya aplicado en Argentina, Perú, Brasil, América Central., es un mecanismo que se agota en el corto plazo y que contribuye a reforzar y a acelerar los caracteres de corrupción y desgaste del ámbito político. La búsqueda de resonancia tropieza aquí, pues, con una apatía derivada de las condiciones que exigen esa misma búsqueda de resonancia (la democratización implica una capacidad de convocatoria y de movilización sociales con las que se supone los gobernantes civiles muestran su poder frente a las FF.AA.) y conduce, también, al cinismo.
Los procesos de democratización tienden a reducirse así a técnicas de procedimientos electorales, más manipulación de masas. El régimen democrático deja de valorarse como una forma de participación efectiva e integradora y se reduce a un juego electoral técnico y publicitario sin mayor significado vital para la existencia social. Coyunturalmente, sin embargo, este sistema o forma de gobierno es valorado como “mejor” que las dictaduras militares directas.

Pese a la corrupción, generalizada y radical de su espacio político, y la subsecuente frustración de sus aspiraciones sociales, el subcontinente respira, sin paradoja, este tiempo, de la “democratización”. Las organizaciones de izquierda, con su crisis particular (en especial el colapso ideológico de las sociedades del socialismo histórico) al interior de la crisis global, tienden a movilizarse todavía como si el deterioro estructural del espacio político —- y la reconfiguración de la economía y de la sociedad- no se hubiera producido o no se estuviera produciendo, es decir aspiran a obtener o ganar un espacio de poder (de privilegio) en el ámbito tradicional de la política. De aquí se siguen sus variados comportamientos, muchas veces mezclados y erráticos: reformismo desarrollista (ligado o a un “recurso Menem” desde la izquierda o a un “socialdemocratismo” neoligarquizante), democratismo, revolucionarismo (organizaciones político-militares, especialmente), principismo, conformismo, etc.
El común denominador suele ser la confusión y su efecto político inevitable: la ineficacia. En la mayor parte de los casos se tiende a reproducir la fórmula vanguardia +<->masas (base social), propia de la antigua forma de hacer política popular (que correspondía a una sociedad escindida en clases, pero a la vez susceptible de ser nacionalmente movilizada).
Esta manera tradicional de hacer política ‘popular’, desde arriba, unilateralmente, está condenada al fracaso por la configuración hoy de una sociedad escindida-fragmentarizada sin un “espontáneo” contenido social global ni nacional, lo que no implica que haya desaparecido de ella la escisión de clases (en esta sociedad de hoy los grupos tienden ‘naturalmente’ a refugiarse en sí mismos).
La innovación o renovación a la que estas organizaciones aspiran, en su trabajo político, suele reducirse al reclamo por una mayor democracia al interior de la pareja vanguardia +<->masas. Esta aspiración es, al menos en este período, autodestructiva ;
b) los grupos sociales emergentes o renovados que carecen de posibilidades de presión —- es decir que no ocupan posiciones de poder que les permitan intercambiar privilegios —- en el espacio político tradicional (ciertos grupos ecologistas, por la libertad de escogencia sexual, campesinos, jóvenes, indígenas, pobladores, negros, cristianos no idólatras, grupos que reivindican derechos humanos, desocupados, trabajadores urbanos, etc.) o cuyas reivindicaciones son mediatizadas y desvirtuadas por los actores que sí las poseen (por ejemplo, una ley de igualdad real parlamentaria mediante la cual se frena y bloquea el carácter estratégico de la lucha por la liberación (liberaciones) de las mujeres), se agitan, explotan, se encuentran, se organizan y se movilizan con relativa independencia en los espacios sociales que les permiten ganar identidad y calidad de actores sociales y políticos (mediante el encuentro práctico con su identidad histórica van configurando una nueva manera de hacer política).
Desde luego, como indicamos antes, su acción puede estar orientada sólo a ganar un espacio de legitimación en el sistema (grupo reivindicativo o corporativo) o a romper con el sistema al que se experimenta como la traba estructural que impide el logro tras el cual se movilizan (movimiento social, grupo histórico, actor político; grupo histórico-político). Este último ámbito se configura, entonces, tanto por la acción de grupos emergentes (ecologistas, por ejemplo), como de sectores tradicionales y marginados (indígenas o pobladores, por ejemplo), pero que en esta etapa deben ser considerados como grupos renovados.
De aquí la calificación de nuevos y renovados grupos o sectores sociales. A esta caracterización, a partir del contenido de sus demandas y su historicidad, deben agregarse las determinaciones ligadas al tipo de metas perseguidas (reivindicativo- corporativas, reivindicativo-políticas, de denuncia, rupturistas, etc.), las características derivadas de su procedimientos de activación, agrupación, resistencia y lucha y las que se relacionan con sus adscripciones diferenciadas en los polos Internacionalmente Integrado y Nacionalmente Excluido y a las posiciones que ocupan en ellos y a sus dinámicas correspondientes .
Se trata, obviamente, de una situación social altamente heterogénea que no puede ser conceptualizada mediante simplificaciones y reducciones —- como las que a veces están contenidas en expresiones como “Nuevo Sujeto Histórico”-. Llamamos a este conglomerado, cuando lo consideramos como receptor de asimetrías, pueblo social.
El variado descontento y resistencia, reacciones, organización y movilización —- esta emergente o renovada vida popular, inevitable dada la nueva configuración social objetiva y la ausencia de horizonte de esperanza que la caracteriza- se enfrenta con la estrechez, rigidez, pobreza y con la ideologización decadente del espacio que conforman y se autoatribuyen los actores tradicionales de la política latinoamericana.
Las dinámicas descritas se articulan, entonces, a través de los esfuerzos que por cooptar y administrar a estos nuevos o renovados sectores sociales llevan a cabo los actores políticos tradicionales (partidos, parlamentarios, instituciones gubernamentales) y los esfuerzos que por defender y conservar su independencia realizan los nuevos o renovados actores sociales.
Aunque esta dinámica conflictiva no tiene por qué ser antagónica, ha dominado en ella hasta ahora el encuentro destructivo: los actores políticos intentando hegemonizar el movimiento social, considerándolo sin más y en el mejor de los casos como su base social natural, y los movimientos y actores sociales resistiendo o rechazando de plano (sin paradoja, esta dureza puede tornarlos, bajo ciertas condiciones, muy susceptibles de cooptación) su instrumentalización o utilización por los actores tradicionales a los que perciben y valoran como insuficientes y fracasados o corruptos e inviables.
La conflictividad destructiva, excluyente —- tengo aquí presentes en particular las experiencias colombiana y dominicana- impide a los nuevos y renovados actores sociales aprender o asimilar críticamente de la experiencia histórica (incluyendo las tensiones y aberraciones ideológicas) de los actores políticos tradicionales, especialmente de los que intentaron levantar banderas populares (sociales, nacionales, integradoras) y a éstos el revitalizarse y configurarse (renacer), incluso ideológicamente, desde la efectiva y diferenciada fuerza vital de sus pueblos. Desde luego, el efecto global de este desencuentro es que los ámbitos social y político prolongan y refuerzan su separación y mutua exclusión artificiales (ideologizados), propios de la dominación.
La conflictividad destructiva (el opuesto seria una tensión constructiva) acentúa así, al mismo tiempo, las condiciones que favorecen la explosividad puntual, inorgánica y la pasividad política, histórica, la desconfianza y la tendencia al ensimismamiento de los grupos (y también de los individuos que se encuentran aislados entre las diversas conflictividades), como ocurre con los nacionalismos étnicos, por ejemplo, o con la pérdida del horizonte colectivo mayor de algunos grupos que se activan en torno a la liberación femenina.
Todos estos juegos de fuerzas, de autoidentificación, de resistencia y de defensa y de activación, organización y movilización, se expresan al interior del marco dominante —- económico-social, político, ideológico- de la fragmentación social y pueden o reforzarla o expresarse históricamente en contra de él y de sus tendencias a la fragmentación y por procesos de integración social y de solidaridad nacional.
Sólo en este último caso encontramos que los actores sociales, nuevos, o renovados, devienen actores políticos (grupos histórico-políticos), pero político les viene de la riqueza de su horizonte (estratégico), no del espacio social en el que se manifiestan directamente, en particular en sus orígenes. De aquí que también, ahora, lo político- popular puede manifestarse mediante muchos rostros y en muy diversos ámbitos, constituyendo ésta la manera en que se manifiesta su fuerza política.
Debe destacarse, en todo caso, dentro de esta situación fundamental, la tendencia al desplazamiento de lo político desde la escena política tradicional (ámbito ideológico- político burgués, en realidad) hacia la sociedad civil y hacia la esfera considerada privada (esto es obvio en el caso de la ideología práctica conservadora neoliberal que hace del mercado su instrumento político central y del totalitarismo que exuda, su ideología).
Por decirlo con una imagen: los problemas “clásicos” del Estado y del gobierno, traducidos como problemas del ciudadano, empieza a llenarse con los problemas de la gente efectiva, de carne y hueso: pobladores, explotados, mujeres, negros, campesinos, cristianos no-idólatras, luchadores-denunciadores de la violación de derechos de gente específica, defensores de la vida, jóvenes, indígenas, etc.
Esta realidad social —- que la misma dinámica del sistema torna posible- que puede madurar como realidad histórica, señala hacia una reconfiguración de lo político, de su práctica y, con ello, hacia la necesidad de su reconceptualización .
IV. Actores sociales, movimiento popular: el pueblo como actor político y sujeto histórico.
Esquemáticamente propuesto, nos encontramos con dos sistemas enfrentados: (A) (B) Sistema de dominación sistema alternativo (liberador) Fragemen- exclusión muerte integración vida tación nación participación (privatización (construcción de la nació- transnacional) nalidad popular: soberanía desarrollo) Estado— Sociedad totalitarismo
Hemos indicado que el sistema A acentúa los conflictos y la explosividad sociales inherentes al capitalismo dependiente y los combina con otras conflictividades expresadas originalmente en los centros de sistema global (ecologismo. feminismo, etc.).
Al agravamiento de las tensiones no resueltas en A o por A (desnutrición, desempleo, exclusión, alcoholismo, alienación, machismo, idolatría, destrucción del hábitat, etc.), corresponden reacciones sociales que o pueden ser semicooptadas por A (es posible institucionalizar a los grupos ecologistas, por ejemplo, mediante una legislación que recoge mejor o peor sus planteamientos y los oficializa o semioficializa pero siempre al interior del sentido de la dominación —- y este el caso de la política de “naturaleza por deuda”, por ejemplo -, e igualmente se puede practicar esta política con el movimiento de pobladores, etc. o rechazadas por el sistema A (reivindicaciones étnicas, por ejemplo, o lucha por el pleno empleo), generando en los actores sociales, emergentes o renovados, una acentuación de la resistencia y defensa hacia adentro (resistencia corporativa).
En ambos casos, sin duda disímiles, el actor social que sufre la asimetría sólo reacciona ante el sistema no se pone en relación con él como totalidad, (esto implica una autoidentificación insuficiente, ineficaz), y, por ello, no se sitúa en condiciones de actuar históricamente. En el caso de nuestro esquema, no puede transitar a B y jugar un papel en él. Activarse socialmente desde el punto de vista del pueblo quiere decir, entonces, historiarse. La historización de un actor social popular (indígenas, mujeres, cristianos, jóvenes, etc.) se manifiesta por su capacidad para relacionarse horizontalmente y para crecer en profundidad. Relacionarse horizontalmente significa poner en relación su asimetría con las sufridas por otros sectores sociales populares.
Pasar desde una resistencia y denuncia contra el machismo, por ejemplo, a la comprensión de su especificidad en relación con la campesina indígena y de la vinculación de la precaria situación de esta última con la situación de explotación-exclusión más general del campesinado y de las etnias excluidas y en peligro permanente de liquidación.
“Pasar de…” no implica, desde luego, un abandono del punto de partida —- la denuncia y la lucha contra el machismo- sino sólo su más rica concreción histórica. El referente popular fundamental es siempre la amenaza contra la vida y la necesidad de la integración y configuración de la nación (compuesta por sectores diferenciados pero que no se excluyen entre sí), como respuesta societal fundamental para poder mantener y producir y reproducir la vida.
La expresión “amenaza contra la vida” comprende desde la precariedad de la continuidad biológica de todos los individuos hasta la más alta calidad histórica de la existencia humana (liquidación de la alienación, tendencia al equilibrio: personal, social, productivo). Crecer en profundidad significa para los grupos asumirse históricamente, es decir ponerse en relación con las condiciones que los producen socio-históricamente como grupo o sector (con sus carencias y posibilidades: con su identidad) y con los procedimientos que pueden llevarlos a fortalecerse, tanto para resistir la destructividad del sistema A como para reconocer y asumir su papel en la construcción de una alternativa (sistema B).
El crecimiento en profundidad, por tanto, se expresa como una tensión (proceso) entre la identidad y las condiciones histórico-sociales de producción de esa identidad. Toda autoidentificación histórica liberadora supone una utopía (o sea un horizonte de esperanza: políticamente, una alternativa).
En los procesos simultáneos de crecimiento horizontal y en profundidad, el actor social deviene movimiento social (pueblo político), específicamente movimiento popular, o sea actor político popular y sujeto histórico. Aquí, la expresión “sujeto histórico” designa, al mismo tiempo, a un actor político determinante y a su utopía, en cuanto concepto trascendente, es decir a su capacidad para imprimirle a la producción y reproducción sociales un sentido de vida.
Crecer horizontalmente y en profundidad no es algo que pueda realizarse sin una expansión y maduración constantes de la conciencia y del espíritu. De esto se sigue, por ejemplo, tanto la importancia fundamental del intercambio de información (diálogo) que es capaz de producir conceptos al interior de cada grupo y sector popular y en el movimiento en su conjunto, como, en una ilustración más singular, la significación estratégica de la denuncia y lucha antiidolátrica y contra sus instituciones eclesiales y no eclesiales al interior de los diversos sectores populares, del movimiento social y del movimiento popular y, por supuesto, al interior de las iglesias.
De aquí también el valor estratégico de los cristianos antiidolátricos y de la producción de pensamiento (conceptualización-espiritualidad) popular efectiva . Resumiendo y avanzando, en términos escuetos: la expresión “movimiento popular” se entendió tradicionalmente en América Latina bajo la forma de una relación entre una conducción o vanguardia elitaria que representaba a la mayoría de los que sufrían explotación —- pensada en términos básica o decisivamente económicos- y marginación.
El movimiento popular se configuraba, por lo tanto, mediante la dinámica “vanguardia” +->masas’” en la que el pueblo social era o abstracto o proletarizado. Así, el indígena campesino encontraría su liberación en el socialismo (entendido como la proletarización del conjunto de la sociedad o la existencia de un área decisiva de propiedad estatal); con otra imagen: liberarse, para el negro, la mujer o el cristiano no idólatra, consistía en devenir proletario. Por razones históricas, que no deben leerse como sólo el pasador formulación anterior (y las prácticas que le correspondían) se ha tornada obsoleta, políticamente ineficaz.
Por un lado, el movimiento popular tiene que configurarse ahora mediante la articulación de muchos sectores que resienten de diversas maneras el sistema de dominación (como exclusión y muerte, alteración, explotación y rebajamiento permanentes) y que asumen que las asimetrías que padecen no pueden ser resueltas por el conjunto o totalidad productiva que las genera. Estos sectores poseen rostros específicos: son mujeres campesinas, pobladores, jóvenes de zonas urbanas, cesantes, obreros, centros de promoción de la mujer, etc.
Por sí mismos, cada uno por separado, no son movimiento popular. Articulados positivamente, constructivamente —- consigo mismos, con sus condiciones históricas de producción social, con otros- de modo de poder reconocer y enfrentar a sus adversarios situacionales y estructurales, constituyen el movimiento popular. Pero ahora este movimiento no es una abstracción: por decirlo así, se compone sólo de aliados con inspiración económica, social, ideológica y cultural estratégicos diferenciados y cuyos intereses específicos deben ser conocidos, discutidos, respetados y asumidos por los otros sectores sociales populares.
El movimiento popular no resulta entonces una abstracción economista o una relación unilateral entre una élite y sus bases sociales, sino una articulación práctica e histórica de grupos diversos que coinciden en un punto de partida: el rechazo a la exclusión y a la destrucción y mutilación de la vida de todos y de cada uno y, también, en la necesidad, posibilidad y voluntad de llevar a cabo rupturas y transformaciones que sólo pueden realizarse con éxito mediante su articulación social.
Esta articulación exige el crecimiento horizontal y en profundidad de cada actor social popular. De no poseer estos caracteres, fracasará en su intento de proponer y de construir una sociedad alternativa del capitalismo dependiente. Desde otra perspectiva, la dinámica del sistema de dominación no promueve hoy particularmente una eventual solidaridad de clase.
El sistema prospera sobre la base de la fragmentación social excluyente y competitiva (que traduce como eficiencia y modernización) y esto implica que su lógica interna lo conduce tanto a la expulsión sistemática de sectores sociales como a la exaltación de falsas identidades de grupo y sector, ya para conducirlas a su “éxito” o para frustrarlas o rechazarlas.
De este modo, la cuestión de la exaltación de las falsas identidades sociales (piénsese sólo en el auge de las sectas), derivadas o del éxito particular e individual o del ensimismamiento provocado por la frustración y el permanente rechazo excluyente, cuestiona directamente las antiguas bases de la solidaridad de clase y nacional que servían como referente unitario para las prácticas de movilización popular tradicionales.
En este punto juega también un papel la actual imagen ideológica de EUA como Estado triunfante. Dicho en términos más conceptuales: el sistema ha extendido o está extendiendo su capacidad para ocultar el sentido de su reproducción política también a la periferia o a las sociedades pobres del capitalismo dependiente de modo que sus víctimas objetivas tienden a sentirse responsables de la agresión de que son objeto (culpables subjetivos).
En esta situación, la solidaridad sólo puede ser exigida desde la fuerza interior de los grupos, sectores e individuos que luchan. En las condiciones de existencia actuales no existe un (único) referente estructural exterior, inmediato, o si existe, no resulta ni visible ni conceptualmente expresable. El referente es, en cambio, una asumida y particular-variada defensa de la vida y el rechazo a la exclusión (la no integración, la no participación, la no integración plena) social de cada uno y del género humano.
La solidaridad es una oferta asumida y efectiva de lucha histórica desde la identidad que cada grupo debe construirse con y desde las víctimas o los sectores populares. Todavía en otro ángulo: la crisis del socialismo histórico debía tener como efecto, al menos en el mediano plazo, el debilitamiento del sectarismo y del dogmatismo al interior de las organizaciones políticas populares y, con ello, en el conjunto de organizaciones que se dicen liberadoras. Desde este arranque fundamental puede seguirse un estímulo al diálogo y a la confrontación constructiva y, sobre todo, a la humildad como condición necesaria para aprender constantemente de la historia, actitud que constituye el fundamento de una política de articulación popular.
V. Sobre la creación de tejido social
Dada la extensión que han adquirido estas Notas…, realizaremos sólo algunas indicaciones puntuales: a) la actual organización económico-social del capitalismo dependiente y el carácter efectivamente mundial del capitalismo multiplican los espacios de encuentro para los grupos y sectores sociales que sufren las asimetrías sociales: desamparo material y espiritual e insuficiencia radical en la realización de la oferta de calidad de la existencia que se estimula y ofrece (engañosamente), contrastados con la ostentación de la opulencia y el derroche de medios de vida, son las condiciones para esa multiplicación; b) estos espacios de encuentro son, sin embargo, heterogéneos; responden a motivaciones muy diversas (puntuales, situacionales, estratégicas) y pueden ubicarse en dinámicas sociales muy dispares y manifestarse mediante procedimientos de resistencia y lucha muy diferentes; c) su punto común —- no necesariamente asumido en el origen de su práctica por los actores sociales- es el de estar constituidos por víctimas de la exclusión y el estar sometidos a una ley respecto de la cual no pueden actuar como sujetos (patriarcado, capital-mercado, racismo, Dios-ídolo-fetiche, cultura urbana, etc.).
Los valores estratégicos de estos grupos son, por consiguiente: solidaridad (inclusión-participación desde identidades sociales efectivas: integración constructiva: diferenciada), rechazo a la producción de muerte, libertad; d) estos valores no pueden materializarse en los meros espacios de encuentro (aun cuando ellos puedan ser anunciados allí); la dinámica interna de estos espacios debe llevarlos hacia su autoelevación (conceptual, pasional) en espacios de organización (crecimiento de profundidad respecto de la identidad social del grupo, crecimiento histórico desde el que es posible articularse tanto horizontalmente como con el sí mismo social en un sentido popular); e) a este trabajo de facilitar espacios de encuentro que devengan espacios de organización, lo llamamos crear (contribuir a crear) tejido social), son sus mismos actores los que deben configurar los caracteres específicos de este tejido; f) el tejido social no puede desplazar ni reemplazar por decreto la antigua existencia política popular (sindicatos tradicionales, partidos, organizaciones político-militares, etc.).
Los actores del tejido social gestan sus propias formas de organización y expresión políticas (en un nuevo sentido que no excluye al antiguo). El encuentro de estas formas con las organizaciones políticas populares tradicionales debe ser de encuentro constructivo (conocimiento: humildad para crecer juntos). La articulación de las diversas expresiones del tejido social con el aparato estatal debe permitirle evitar o resistir la represión y el aislamiento, conseguir reconocimiento (legitimidad, no necesariamente legalidad) y prevenir y rechazar la cooptación.
El tejido social constituye la trama de la fuerza efectiva del movimiento popular. Su historización real. Es, por consiguiente, el referente central de toda práctica alternativa, liberadora.
Bibliografía
Calderón, Fernando (compilador): Los movimientos sociales ante la crisis. UNU- CLACSO-DSUNAM, Buenos Aires. Argentina. 1986. CEPAL: Transformación productiva con equidad. Santiago de Chile, 1990. CEPAL: El desarrollo sustentable: transformación productiva, equidad y medio ambiente, Santiago de Chile. 1991. Gallardo, Helio: “El pueblo como actor político y como sujeto histórico”, en Pasos, No. 16, marzo-abril 1988, San José. Costa Rica. Gallardo, Helio: “Tres formas de lectura de los fenómenos políticos latinoamericanos”, en Pasos. No. 124, julio-agosto 1989 San José, Costa Rica. Hinkelammert, Franz: “Nuestro proyecto de nueva sociedad en América Latina. El papel regulador del Estado y los problemas de la autoregulación del mercado”, en Pasos. No. 33, enero-febrero 1991, San José, Costa Rica. Touraine, Alain: América Latina. Política y sociedad. Espasa-Calpe, España 1989.
Notas: No podemos producir sin ellos porque necesitamos producir en los términos de una competencia mundial (mercado mundial) para la que histórica y socialmente el mismo sistema mundial y regional (oligárquico) de dominación nos ha inhabilitado. La ‘inversión privilegiada’ se refiere a puntos específicos dentro de los territorios de los países pobres, definidos por sus ventajas circunstanciales comparativas.
No se trata, por consiguiente, de inversión para el desarrollo nacional ni de una política estratégica. En la historia reciente, la elección de un gobernante popular en Haití es un contraejemplo de esta situación generalizada. La lávalas (“avalancha”, en creol) condensa un movimiento de solidaridad social entre los más pobres y oprimidos de la población haitiana.
Políticamente más complejo, a la distancia, es discernir si ellos no perciben su situación de miseria o como disfunción o como efecto político exclusivo del régimen dictatorial. Este aspecto incide en el refuerzo de la corrupción en los niveles empresarial y gubernamental. Se trata de obtener la máxima ganancia en el corto plazo. En economía, se privilegian las actividades especulativas. La política deviene enteramente un mercado de influencias. El Secretario Ejecutivo de la CEPAL, G. Rosenthal, ha sintetizado en su código esta situación al señalar que los gobiernos y los pueblos latinoamericanos deben resignarse a vivir en un mundo inequitativo (“Este es un mundo cruel…” enfatiza varias veces) en el que se debe funcionar sin poder alterar sustantivamente las relaciones entre países y sectores sociales fuertes y débiles (Gen Rosenthal: “La necesidad de actuar colectivamente” (entrevista), en El Día Latinoamericano, año l. No.43, 18-3-1991).
La misma CEPAL ha consignado esta constatación, producida durante los años ochenta, como la “década del doloroso aprendizaje”. Pero. claro, el “dolor” no se distribuye por igual entre los sectores sociales fuertes y los débiles. Esta última comprobación forma parte importante, sino decisiva, del aprendizaje político. No hemos considerado en este apartado ni, en general, en las Notas…, las conflictividades posibles entre los grandes actores del sistema mundial, por no ser centrales, en este momento, para este tipo de exposición.
Señalemos únicamente que la imagen de que ha cesado la conflictividad Este-Oeste debido al derrumbe del socialismo es enteramente ideológica. La conflictividad Este-Oeste se mantendrá, bajo formas diversas, mientras persistan las grandes potencias con sus respectivos proyectos hegemónicos.
El conflicto Este-Oeste es fundamentalmente un conflicto geopolítico, no ideológico. Que se trata de una explícita política social criminal lo demuestra, por ejemplo, el desmantelamiento del sistema de Salud Social en Chile, realizado entre 1973 y 1986. Durante ese período se liquida al Servicio Nacional de Salud y se lo reemplaza por otras instancias que sólo persiguen fines de lucro. Los consultorios y postas rurales son trasladadas a las Municipalidades y, por su intermedio, a la empresa privada en las llamadas Corporaciones de Desarrollo Comunal.
Una sola muestra del costo social de este mecanismo de privatización-exclusión: el porcentaje de desnutridos entre los excluidos por el mercado en Chile se eleva al 30%. La articulación ‘mejor’ tiene que ver con situaciones; la peor, con la dinámica fundamental del sistema.
Llamo de izquierda política (una imagen) en América Latina a aquellas organizaciones que programáticamente se han movilizado por una reforma agraria y por la integración y soberanía nacionales efectivas (estos son conceptos). Su trabajo se inscribe, normalmente, al interior de un modelo social de desarrollo (declarado actualmente muerto por la dominación) lo que supone su permanente referencia a un horizonte de esperanza aquí en la tierra. A partir de la escisión cuerpo/alma y del rechazo a la historia que puede atribuirse a imágenes recortadas del discurso evangélico, como “mi Reino no es de este mundo”. Pero su alcance es, obviamente, global. Es en el contexto de este deterioro que J. Petras, por ejemplo, analiza la “insignificancia política actual” de muchos de los intelectuales latinoamericanos (transformados en la década del ochenta en “trabajadores intelectuales”, es decir en un tipo de agentes de la conservación del statu quo).
Los grupos y sectores que reclaman justicia son descalificados principalmente mediante dos etiquetas: “populistas” (Alan García) y “revanchistas” (Madres de la Plaza de Mayo). Tanto los populistas como los revanchistas son agentes de la desestabilización y el caos. Desde luego, mediante o en este proceso y procedimiento puede difuminarse también el adversario fundamental contra el que se dirige la protesta o la reivindicación.
La acción de los grupos, tanto emergentes como históricos, puede, así, orientarse hacia la obtención de identidad y cohesión internas (ensimismamiento, corporativización) y perder o no ganar nunca un referente de totalidad (pérdida o no encuentro del sentido histórico, político, de la acción). Sometida a la altísima agresividad y destructividad del Orden Mundial, con sus actores internacionales y nativos, la pareja vanguardia +<->masas, “democrática” o centralizada, legal o armada, no logra acumular la fuerza política necesaria no ya para encabezar una política de desarrollo nacional, sino que para resistir la exclusión y la agresión y crecer.
El eje del movimiento popular debe derivar su fuerza hoy de la solidaridad y organicidad de múltiples y diferenciadas organizaciones populares (sociales y políticas, para usar el lenguaje tradicional), cada una de las cuales obtiene su vigor de su raíz social y de su representatividad siempre puestas al día. Una ilustración esquemática: algunos grupos feministas obtuvieron su impulso inicial desde el exterior (Europa, EUA).
Desde este inicio, vinculado al polo Internacionalmente Integrado pueden o estancarse en una lucha estéril (“el enemigo son los hombres”) o historizarse (lucha por la reivindicación social y personal de la mujer, con el hombre, contra el capitalismo salvaje y el patriarcalismo).
Claro que todo esto último se dice mucho más fácil de lo que se hace. “Movimiento social” es una categoría de análisis más específica que “actor social”. Designa una acción colectiva que enfrenta a formas sociales opuestas de utilización de los recursos y de los valores culturales. La lucha campesina contra la propiedad latifundista y por una Reforma Agraria con dimensiones económico-sociales, políticas y culturales, ilustra adecuadamente la noción de “movimiento social”.
Participación de base, conflictividad, discernimiento de lo que se debe atacar y cambiar para lograr los objetivos propios son componente sustanciales de la noción de ‘movimiento social’. Por “actor social” entendemos aquí, en cambio, latamente, un agente social identificable cuyas acciones provocan efectos sociales. Los movimientos sociales y los actores sociales no se relacionan en términos de mutua exclusión. La articulación negativa refuerza lo que se considera hoy una crisis del Estado.
Pero debe recordarse que éste no lo está por su exceso de ocupaciones o su gasto desmedido sino porque no posibilita ni promueve la vida de su sociedad civil. La exigencia del pleno empleo sintetiza bien los alcances de una política de integración económico-social y de solidaridad nacional. Antes, el pueblo efectivo tenía un solo rostro: militante y de clase, y esto orientaba su lucha directamente contra el Gobierno y el Estado.
Múltiples rostros implican múltiples identidades y múltiples luchas y enemigos, luchas en las que el gobierno y el Estado pueden resultar aliados eventuales. Pero, claro, esto resulta imposible sin una capacidad para ejercer presión social sobre los gobiernos y Estados. Cf. Hinkelammert: “Nuestro proyecto de nueva sociedad en América Latina. El papel regulador del Estado y los problemas de la auto-regulación del mercado”, en: Pasos, No. 33.
En el trabajo se apunta hacia una nueva conceptualización del Estado que descansa en la categoría de totalidad tensional (Marx) y no en la imagen de infra y superestructura y supone una teoría general de la resistencia social bajo la organización capitalista de la vida, todavía no desarrollada. Después de la explosión social contra el presidente C.A. Pérez (Venezuela, 1989), los organismos financiero internacionales se han mostrado dispuesto a otorgar algunas migajas para paliar el costo social de sus programas de ajuste.
Parte de estas migajas son empleadas por las oligarquías nativas para corromper abierta o encubiertamente a los dirigentes sociales populares (comprándolos o becándolos, por ejemplo) o para conceder selectivamente privilegios a los frentes sociales mejor activados y, por ello, potencialmente más peligrosos. En cuanto a la conversión de naturaleza por deuda, ésta se ha transformado en un gran negocio especulativo financiado por el Estado (Cf., por ejemplo: CEPAL: El desarrollo sustentable: transformación productiva, equidad y medio ambiente).
Ninguna de estas demandas puede ser satisfecha por las actuales formas y tendencias de la acumulación mundial. De hecho, el sentido de esta acumulación ni siquiera las considera legítimas. Tanto si lo consideramos como oligarquía nativa o como burguesía central o como capital, el antiguo sujeto histórico llena los requerimientos de constituirse como un actor político determinante y de ser capaz de entregarle a la existencia social, sino un sentido de vida, una realidad de destrucción y muerte, puesto que así es como materializa su utopía y su dominación.
Por esto, el Nuevo Sujeto Histórico se quiere así mismo revolucionario. Ambos ejemplos están orientados: autoproducción de conocimiento popular y adhesión cristiana a la lucha popular son elementos decisivos para una resistencia latinoamericana real. La propaganda desea identificar “Estado triunfante” con “sociedad triunfante”. Así, por ejemplo, el presidente Bush insiste en que en la guerra en el Golfo Pérsico venció “todo lo que es correcto”. En realidad, una sociedad (y un mundo) que es capaz de apoyar un crimen de esa magnitud es profundamente obscena y puede considerarse dramáticamente enferma. En la guerra contra el pueblo de Irak venció, en realidad, un Estado apoyado en su superioridad geopolítica y técnica. Estado al que desearíamos la sociedad norteamericana, en algún momento, no apoyarse.

July 4, 2017

July 4

July 4, 2017

1. I’ve heard it said that it was the act of fighting and dying in the Civil War that earned slaves and freed Black people their citizenship rights.

There is obviously truth in that notion.

But leaving it there misses an important point. Citizenship rights shouldn’t have to be “earned.” They should be inalienable, natural, and universal, that is, derivative from our humanity. Clearly neither whiteness (nor gender nor property rights) should be a condition for obtaining and exercising these rights. Nor should they depend on combat credentials.

But, obviously, we don’t live in a just world in which full citizenship is the unqualified birthright of every person. In the case of the African American people, their unrelenting struggle for full citizenship rights continues to this day. And, as at the time of the Civil War, it carries great moral and political force not only because they spilled blood in the Civil War and wars that followed (despite the fact that Black troops were segregated and discriminated against until after World War II). But, more broadly, because they can righteously claim long seniority in this land, a singular and outsized contribution to the nation’s economic take off and subsequent development (obtained by violently coerced unpaid and then underpaid labor) and, not least, their front row position in every phase and dimension of the country’s democratic and progressive advance.

And that history also is the social and material basis for full restorative justice and remuneration on the stockpile of promissory notes earned by and owed to the African American community.

2. Below is an excerpt from Frederick’s Douglass on July 4, 1952 in Rochester, NY. It retains its power today, especially against the background of the rise of right four decades ago and Trump’s election last year.

“Fellow-citizens, I will not enlarge further on your national inconsistencies. The existence of slavery in this country brands your republicanism as a sham, your humanity as a base pretense, and your Christianity as a lie. It destroys your moral power abroad: it corrupts your politicians at home. It saps the foundation of religion; it makes your name a hissing and a bye-word to a mocking earth. It is the antagonistic force in your government, the only thing that seriously disturbs and endangers your Union. it fetters your progress; it is the enemy of improvement; the deadly foe of education; it fosters pride; it breeds insolence; it promotes vice; it shelters crime; it is a curse to the earth that supports it; and yet you cling to it as if it were the sheet anchor of all your hopes. Oh! be warned! be warned! a horrible reptile is coiled up in your nation’s bosom; the venomous creature is nursing at the tender breast of your youthful republic; for the love of God, tear away, and fling from you the hideous monster, and let the weight of twenty millions crush and destroy it forever!”

3. Here is a song, Independence Day, written and sung by Bruce Springsteen. Actually, it has nothing to do with July 4, except perhaps in a very roundabout way, But I thought I would include it in this post. It resonates deeply with me. It’s about Springsteen’s conflict and eventual break with his father.

I had a similar Independence Day. Like Springsteen, I had conflicted feelings toward my father in my younger years. He could be kind and gentle. He was never absent in a physical sense, and he provided for our family. I also knew his life hadn’t been easy. He lost his father and moved from Canada to Maine at a young age, dropped out of high school early on, and did sweated labor his whole working life. He also suddenly lost his first wife (my mother) in his early fifties and surely felt ill equipped to raise three young boys, which as it turned out he didn’t have to do, thanks to my elderly grandmother and my step mother whom he married a couple of years after my mother’s death.

But my father also struggled with the terrible illnesses of alcoholism and depression. And when drunk, which was too many weekends, he got mean and verbally abusive. Needless to say, that took its toll on me and the rest of the family. So much so that when my father reached the ugly side of drunk on Christmas Day 1968, as we were sitting down for dinner, I snapped and left the table, and took a bus to Portland where I spent a couple of nights in the YMCA before making my way back to Connecticut, where I was then living and going to school. I forget exactly what I said as I walked out the door on that cold, wintry day other than he would never see my face on a holiday again — a promise that I unfailingly kept to his final day.

At the time it seemed like the right thing to do, and even a half century later I still think I did what I had to do. If I have any regrets it is that we never found a way to talk about our troubled relationship, even when he was at death’s door. I told him how much I loved him as I sat by his hospital bed, but we left it at that. Neither one said a word about the earlier pain between us.

But since then I have had many imaginary conversations with him. In fact, as strange as it may seem, I sometimes wish that we could sit down for a good drinking session in a neighborhood bar. I figure that some of the walls of loneliness, heartache, and anger that surrounded and divided us might melt away as we drained a glass or two of beer. Maybe it’s wishful thinking, but who knows? Sometimes drink can open a person’s heart and give voice to deep heartache, as the juke box plays and someone yells, “drinks all around.”

4. A left that doesn’t contest with the right over the meaning of national traditions, symbols, and historical events isn’t doing itself any favors. If we are looking for an example of someone who did this, we can probably do no better than to turn to the life and legacy of Martin Luther King. He was in my opinion the outstanding revolutionary democrat of the 20th century insofar as he sunk his program, oratory, and vision of radical democracy into the best of our nation’s traditions and broadly appealed to the American people.

5. Any strategic policy worth its salt should not only point out the main obstacle to social progress, but also the larger class and social forces that have to be assembled if there is any hope of slaying the immediate dragon and moving on to confront other dragons that block the doorway to freedom. Once this is done then a whole range of other questions — issues of struggle, forms of action, approach to unity, main sites of mass engagement as well as popular demands, slogans, and messaging become easier to resolve on grounds that move beyond individual political preferences and rest on larger objective realities.

Aproximación a la obra de Rosa Mena Valenzuela (2013)

Aproximación a la obra de Rosa Mena Velenzuela (2013)

A propósito de la trayectoria y el trabajo de esta artista plástica salvadoreña.
Por Mario Castrillo
El 12 de septiembre se desarrolló en el Museo de Arte de El Salvador un conversatorio sobre la vida y obra de Rosa Mena Valenzuela en el cual participaron Luís Lazo, Jaime Balseiro, Marta Eugenia Valle, Mario Castrillo y Roberto Galicia, quien coordinó el evento.
Antecedentes inmediatos
Haré un intento de situar a Rosa Mena Valenzuela coma artista plástica en su contexto histórico en El Salvador.
En nuestro país, la mujer se desarrolló primeramente en el ámbito literario y político. Es hasta en la década de los años 50 del siglo pasado cuando incursiona en las artes plásticas, siendo Rosa Mena Valenzuela es una de las más destacas artistas.
Dentro de la literatura, Ana Guerra de Jesús incursiona en la literatura en el siglo XVII, es la primera mujer en desarrollar actividades que no fueran las del trabajo domestico de la cual tenemos registro.

Elena Salamanca ha desarrollado una investigación sobre el papel de las mujeres salvadoreñas dentro de las estructuras de las cofradías de San Lucas Cuisnaguat. Registra el nombramiento de Francisca de Rosario como “tenance” de la Cofradía de san Lucas Evangelista, cargo que compartió con Alexandro Martín. Salamanca afirma que el pueblo de Cuisnauat guardó durante más de 350 años una serie de libros de la Cofradía en la que figuran 28 nombres de mujeres indígenas que fueron elegidas a cargos públicos en 1795. Una década después se registra la actividad de Juana Ygnocente, como tenance mayor, y María Tomasa y Dominga de la Cabrada sus compañeras, en 1797; y “1º Capitana María del Socorro, su compañera María de la Asunción, Juana Eligilca, María Ramos, Micaela Gerónima, en 1799. Salamanca, Elena. Mujeres comunes del siglo XVII. Segunda entrega. El Faro, El Ágora, 20 de junio de 2012.

Por su parte Carlos Cañas Dinarte hace referencia a las sublevaciones ocurridas en Santa Ana, el 17 y el 24 de noviembre de 1811, de igual manera registra levantamiento en Metapán, entre el 24 y el 26 de noviembre y el 29 de diciembre de 1811 se alzó Sensuntepeque, participando en estos levantamientos decenas de mujeres.

En San Miguel, Santa Ana y San Vicente durante el segundo intento emancipador de San Salvador y en San Salvador mismo, realizado el 24 de enero de 1814, participan igualmente mujeres.

En la fundación de la Sociedad Confraternidad de Señoras de la República de El Salvador juega un papel destacado María Solano Álvarez de Guillén, esto sucede el 19 de abril de 1922.

En el siglo XIX destaca Ana Dolores Arias y Aurelia Lara. Dentro del modernismo que impulsara en nuestro país Francisco Gavidia destacan en las letras las escritoras María Álvarez de Guillén Rivas, María Mendoza de Bratta, María Loucel y Soledad Mariona Alas. A ellas debemos agregar a Antonia Galindo, Luz Arrué de Miranda, María Teresa de Arrué, Florinda B. González, Jesús López, Mercedes Quinteros, Antonia Navarro, primera mujer graduada en la Universidad de El Salvador. Hay que mencionar de igual manera en la órbita literaria, a Alice Lardé de Venturino. Mención especial merece Lilian Serpas, Amparo Casamalhuapa, Tula Van Severén, Blanca Lidia Trejo, Bertha Fúnez Peraza.

Dentro del Grupo Cactus (1933) junto a Alberto Guerra Trigueros, Salarrué, José Mejía Vides destacan Emma Posada y Mercedes Viau Rochac. Seis años después (1940) se conforma el Grupo Seis a los cuales pertenece Antonio Gamero, Manuel Alonso Rodríguez, Oswaldo Escobar Velado, Alfonso Morales, Cristóbal Humberto Ibarra y las mujeres Matilde Elena López, Margot O´connor y Pilar Bolaños. A finales de los años 40 y principios del 50 del siglo pasado publican obra poética Dora Guerra, Juanita Soriano de Ayala y Claribel Alegría de Flakol. (Luis Gallegos Valdés. Panorama de la Literatura Salvadoreña, Juan Felipe Toruño, Desarrollo Literario de El Salvador).
Durante el siglo XX, en 1944 durante el derrocamiento del régimen martinista” una serie de mujeres se dedican al periodismo e inician el cultivo de las artes, entre ellas: Lydia Valiente, María Loucel, Ana Rosa Ochoa, Claudia Lars, Lilian Serpas, Lavinia de Flores, Margarita de Nieva, Rosa América Herrera, Laura de Paz, Mercedes Maití de Luarca, Rosa Amelia Guzmán, Clara Luz Montalvo, Tránsito Huezo Córdova de Ramírez y Mercedes de Altamirano. Cañas Dinarte, Carlos. El poder del voto femenino. El largo camino hacia el voto femenino. http://www.elsalvador.com/vertice/2004/210304/deportada.html
En el derrocamiento de Martínez jugaron un papel importante María Loucel, Lydia Valiente, Pilar Bolaños y Matilde Elena López. Es imprescindible mencionar a Altagracia Kalil y a Adelina Suncín a quienes el poeta Oswaldo Escobar Velado dedicara uno de sus más ardorosos poemas: Romance de las dos mujeres, en su libro inigualable: Árbol de Lucha y Esperanza editado por la imprenta Arias en 1951.
Durante el gobierno del coronel Oscar Osorio, quien dirigió el destino del país durante los años de 1950-1956, se emprendieron unas series de reformas sociales y de modernización del país. Contradictoriamente a su programa populista se adhirió la corrupción y una férrea represión al movimiento popular.
En ese ámbito surge la Generación Comprometida que marcó un hito en la literatura nacional; dentro de esta Generación podemos mencionar a Mercedes Durand e Irma Lanzas. Dentro del área de lo identitario, María de Baratta juega un papel fundamental con su investigación Cuzcatlán típico editado en dos tomos por el Ministerio de Cultura en 1952.
Mujeres en las artes plásticas
Como precursor de la plástica salvadoreña es identificado Wenceslao Cisneros (1823-1878) pero la mayor parte de su trabajo artístico lo realizó en el exterior. Cisneros se fue muy joven del país hacia Europa primero y luego hacia Cuba, país en donde murió.
Es más tarde que surgen personalidades que tendrán mayor impacto en el desarrollo de las artes plásticas en el país, entre ellos figuran Alberto Imery.
En este ámbito cultural y político hacen incursión las mujeres en las Artes Plásticas, siendo ellas Zélie Lardé y Ana Julia Álvarez. Zélie Lardé se desarrolló dentro del arte ingenuo o naif. Sin formación académica alguna en lo que a la plástica se refiere, esta mujer desarrolló un mundo donde reina la imaginación y lo espontáneo, lo ingenuo y lo intuitivo. Ana Julia Álvarez recibió formación plástica con Miguel Ortiz Villacorta, con Salarrué y con el guatemalteco Carlos Mérida. Ana Julia Álvarez se desarrolló dentro del Art Decó y el Fauvismo.
En esa época le fue concedida una beca a Julia Díaz en 1948 junto a Noé Canjura y Raúl Elas Reyes para estudiar pintura en Europa. Julia Díaz, alumna de Valero Lecha, es la primera mujer becada por el Estado salvadoreño y la primera en abrir una galería de Arte en El Salvador, la Galería Forma en 1958, después convertida en Museo.
En ese período se erige el Monumento a la Revolución de 1948, que diera origen a la Constitución de 1950, la más democrática que haya existido en El Salvador hasta estos días. En la elaboración de este monumento laboró Violeta Bonilla, quien cursó estudios en la Academia Valero Lecha, posteriormente, en México, fue asistente del muralista Diego Rivera, así mismo, estudió en la Academia de San Carlos y en la Esmeralda.
Olga Salarrué, hija mayor del matrimonio de Salvador Salazar Arrué (Salarrué) y Zélie Lardé, al igual que su madre y su hermana Maya, se dedica a las artes plásticas. Su producción es parca.
En este ámbito destaca en la plástica salvadoreña Rosa Mena Valenzuela (1924-2004), quien cursara sus primeros estudios en la Academia de Valero Lecha, Academia que mantuvo abierta sus puertas desde 1935 a 1968, siendo sus compañeros de generación Pedro Acosta García , Miguel Ángel Orellana , Ernesto San Avilés , Víctor Manuel Rodríguez Preza, María Teresa Ticas, Miguel Ángel Polanco, Bernardo Crespín. Rosa Mena Valenzuela continuó sus estudios en Europa gracias a una beca gestionada por Salarrué en 1960 ante el gobierno de Italia.

Influencias predominantes en la obra de Rosa Mena Valenzuela.
Para aproximarnos a su obra, es necesario remitirnos al surrealismo, al expresionismo, a las técnicas del grafismo, el papel y los objetos encolados y el collage. A nivel filosófico podemos ubicar a Rosa Mena Valenzuela dentro de la filosofía de Bergson, sobre todo en lo referente al concepto del Tiempo, tan importante en su obra.
La concepción del tiempo bergsoniano parte de que la vida es tiempo. No tiempo abstracto, sino tiempo real, concreto. Es una evolución, algo que se está haciendo a cada instante, el despliegue temporal de una fuerza libre y creadora, de un impulso vital. En Bergson, el tiempo está cualificado por la duración, que se presenta como una corriente de nuestros estados de conciencia, sin establecer separación entre el estado presente y los anteriores. La duración no es homogeneidad, sino heterogeneidad. En la duración no predomina la cantidad, sino la cualidad. El tiempo es la duración, el movimiento, el flujo de la conciencia, el prolongar el pasado en el presente.
En arte, la filosofía de Bergson se manifestó por excelencia en el cine, donde el límite del espacio y el tiempo son fluctuantes. El espacio pierde su estado estático y se torna dinámico, móvil, fluyente.
Su obra
Las obras de madurez de Rosa Mena Valenzuela producen la impresión de emplear el tiempo bergsoniano, donde los límites espaciales y temporales son flotantes, en ciertas formas difusas, donde acontecimientos concurrentes y simultáneos pueden ser mostrados sucesiva y simultáneamente en múltiples exposiciones y montajes. No solamente son simultáneos y concurrentes los acontecimientos sino también, y sobre todo, los estados del Alma.
En las obras de Mena Valenzuela tiene preponderancia lo gráfico, cobrando vital importancia la línea y sus valores, las manchas, las zonas raspadas sobre el lienzo, produciendo efectos de formas fantasmales, siendo consecuente con el expresionismo que se niega a reproducir lo burdo de la realidad e intenta alejarse de la lógica y del racionalismo.
En su obra, el dibujo espontáneo tiene prominente importancia. Interpreta gráficamente y de una manera personal lo que el tema le inspira. Sus obras están impregnadas de grafía, de signos, de símbolos. Todos ellos entremezclados con las figuras que insinúan y materializan a sus personajes y sus temas.
La iluminación es artificiosa. Sus personajes son seres retorcidos, la generalidad de las veces apenas insinuados por unas breves temblorosas líneas de pincel. Sus colores son fuertes y puros.
Rosa mena Valenzuela ha desarrollado el retrato, temas religiosos, la realidad nacional, especialmente durante el conflicto bélico del siglo recién pasado, y obras de desbordante y rica imaginación. Dentro de su producción destacan algunas apropiaciones, que ya es signo de posmodernidad, especialmente del artista español Diego da Silva Velázquez, en concreto las obras Las Meninas y las Hilanderas.
Muchos de los elementos que figuran en su obra han perdido sus funciones para desempeñar otras: las ventas, las puertas, las calles… Por ellos se penetra a un mundo desconocido que la artista va develando en sus obras.
En 1973 funda la Academia de Dibujo y Pintura “Rosa Mena Valenzuela” extendiendo desde ese año el cúmulo de sus conocimientos a sus alumnos y de donde han surgido importantes jóvenes valores formados por ella. Dos años después, se edita el libro “Rosa Mena Valenzuela” dedicado exclusivamente a su obra. El mismo año, la Asamblea Legislativa de El Salvador en Sesión Solemne le otorga “Pergamino de Reconocimiento”. Ilustra el Periolibro dedicado al antipoeta chileno Nicanor Parra, tarea que le es encomendada por los responsables del proyecto “Periolibros” de la UNESCO. En 1997, viaja a España en calidad de Invitada Especial para participar en la inauguración de la muestra itinerante IBEROAMERICA PINTA parte del Proyecto Periolibros, la cual se inauguró en la Casa de América, Madrid, España en el mes de octubre. El Consejo Nacional para la Cultura y el Arte (CONCULTURA), en 1998, organizó una Exposición Retrospectiva de la obra de Rosa Mena Valenzuela en la Sala Nacional de Exhibiciones en San Salvador. En los últimos años, la Maestra ha sido homenajeada por importantes instituciones gubernamentales y de la sociedad civil en reconocimiento a su genial labor dentro de la plástica nacional.
Su vida en fechas

1960 Su primera exposición la realizó en las instalaciones del Instituto Salvadoreño de Turismo (Istu) que aún se encuentra en la Calle Rubén Darío.
1963 Realizó un viaje a Nueva York (Estados Unidos) y a diversos países de Europa donde visita varios museos de arte contemporáneo.
1964 Ganó el premio República de El Salvador.
1973 Fundó su Academia de Dibujo.
1990 El Gobierno de Francia le otorgó la Orden de las Artes y las Letras.
2004 Murió el 6 de enero.

Navidad 1922

Navidad 1922
Miércoles, 04 Enero 2012
E-mail Imprimir PDF
Twitter
inShare
SocButtons v1.4

Edgardo Quintanilla (*)

LOS ÁNGELES – A finales de diciembre de 2011 me encontré con el muralista, visionario, y artista salvadoreño Héctor Ponce, en la celebración de un cumpleaños para una amiga en común en una casa en las colinas de Hollywood cerca del observatorio Griffith. Ver www.hectorponce.com

Salió a cuento en nuestra plática su observación que El Salvador es un país maldito ya que en toda su historia siempre ha tenido que lidiar con la violencia a todo nivel social. Mi ciudad no es tampoco una excepción ya que terminó el 2011 con una racha de varios incendios de autos, garajes, y casas de parte de un incendiario de origen europeo que afectaron West Hollywood y el Valle de San Fernando. Pero nunca he escuchado a nadie decir que mi metrópolis angelina padece de una maldición sobre todo cuando es la capital del entretenimiento a nivel mundial. Escuchar www.jazzandblues.org.

Al contemplar la llegada del 2012 y recordar el terruño maldecido que Ponce rememora, reparo que pronto llegarán a esa vieja patria los usuales discursos políticos haciendo de la matanza del ’32 una lección para el presente. Asimismo se dejarán caer las huestes rojas que irán a la tumba de Farabundo Martí (1893-1932) en el Cementerio de los Ilustres en San Salvador para corear y vivar al líder comunista fusilado por un pelotón del ejército salvadoreño un primero de febrero.

Farabundo, ó Farrabundo como era también llamado por gustar a lo grande de la bebida alcohólica (uno de los hechos que lo alienó del abstemio líder Augusto César Sandino), nunca supo que en su nombre una revolución iba a ser pretendida ó un partido político salvadoreño iba a ser fundado y que a diferencia de Sandino nadie lo vería como un mesías de la luz y la verdad. Ver Marco Aurelio Navarro-Génie, “Augusto ‘César’ Sandino: Messiah of Light and Truth” (Syracuse University Press 2002).

Lo más seguro es que las reseñas oficiales del actual gobierno efemelenista no hagan ninguna referencia a la masacre de un lunes, 25 de diciembre de 1922, en el entonces glorificado “Paseo de la Independencia” de San Salvador. Ver Héctor Ismael Sermeño, “El Paseo Independencia”, contrACultura (Diario Digital), 5 de octubre de 2011. Debería de existir una mejor remembranza ya que casi han pasado 90 años del acontecimiento en un país donde han habido masacres al escoger, pero lo que distingue a esta masacre es que fue básicamente una masacre de una manifestación política de mujeres en una época en que la mujer salvadoreña no tenía el voto, no tenías los mismos derechos legales que un hombre, y era vista como el sexo débil. Ver Edgardo Quintanilla, “Consuelo Suncín en San Francisco,” ContraPunto, 17 de septiembre de 2010 (republicación).

Los académicos americanos Jeffrey Gould y Aldo Lauria-Santiago hacen una breve referencia a la única matanza política navideña en toda la historia de San Salvador en “To Rise in Darkness: Revolution, Repression, and Memory in El Salvador, 1920-1932” (Duke University Press 2008). Haciendo uso de un escrito hecho por un simpatizante de las marchantes, Miguel Ángel Hernández, dicen que ese día como un millar de mujeres de todas la clases sociales de San Salvador vestidas de azul ó con un botón azul en apoyo a un hombre político de oposición, un tal Tomás Molina, se congregaron a las dos de la tarde con pancartas para manifestarse y marchar por el lujoso Paseo Independencia bajo la mirada de sus compañeros de vida y familiares masculinos que iban a llevarlas a casa al terminar el evento, que empezaron a marchar a las cuatro de la tarde, que luego fueron agredidas por ametralladoras disparadas por elementos de las fuerzas armadas de El Salvador, y por macheteros de una organización paramilitar llamada Liga Roja compuesta de campesinos é indígenas, resultando con varias mujeres muertas y heridas. Ni Gould, Lauria-Santiago, ó Hernández dan por lo menos el nombre de una de estas mujeres que participaron en esa marcha fatídica.

Hay muchas preguntas que se forman sobre el incidente, empezando con los y las organizadores reales de la marcha, los nombres de testigos y testigas del suceso que debieron de haber contado lo que pasó en una narrativa que debió haberse repetido a lo largo de cuatro generaciones, si existen actas de defunción de las muertas, y por qué la ausencia de fotografías, de mujeres muertas tendidas en la tarde de una Navidad sansalvadoreña. No se sabe cuántas murieron.

Luego viene la duda, el escepticismo sobre lo que Gould, Lauria y Hernández pretenden recontar. En 1922 existía una amplia y clara división social de mujeres de alta sociedad y sus sirvientas en San Salvador, y si por ejemplo iban a misa, no iban a la misma iglesia, ni se sentaban en la misma banca. Ver Dana G. Munro, “The Five Republics of Central America” (Oxford University Press 1918). Dudo que haya sido una marcha de mujeres de todas las clases sociales.

Espero que desde el país maldito que me habla Ponce surja una novela, una película, una recreación imaginativa de esta masacre, ya que el arte ayuda a re-entender y cuestionar el pasado. Si era Navidad en el opulento Paseo Independencia, el olor a pólvora de la quema de cuetes de la noche anterior no se había ido, y la tarde bajo un cielo azul intenso bien pudo haber estado fresca en un San Salvador rodeado de cafetales donde las cortas ya habían terminado, mujeres sin nombre con vestidos largos hasta el calcañal con botones azules en el pecho, mirando impaciente hacia el poniente, hacia donde el sol caía sobre el volcán de San Salvador, esperando que la marcha empezara ó que 90 años más tarde se les diera un nombre.

(*) Abogado de ley migratoria en los Estados Unidos y columnista de ContraPunto

El largo camino hacia el voto femenino

El largo camino hacia el voto femenino
Carlos Cañas Dinarte
Durante los siglos de gobierno español, las vidas de las mujeres criollas, mestizas, indígenas y negras esclavas se desarrollaron entre el hogar, la iglesia, el hospital y la labranza.

Privadas de asistencia médica ginecológica y de acceso masivo a la educación elemental, salvo que se educaran mediante el sacrificio de su libertad al ingresar a alguno de los conventos de monjas de la región centroamericana, muchas de esas mujeres dependían de los hombres de su casa —padres, hermanos, esposos, cuñados— para escribir o leer documentos personales y judiciales.

Los hombres eran los únicos que poseían los rudimentos necesarios para leer, escribir y hablar “en Castilla”, el lenguaje importado por las tropas europeas de conquista y colonización.

Pese a ello, las leyes imperiales ibéricas cobraban tributo a las mujeres, por lo que les permitían realizar transacciones de fuertes sumas monetarias por tierras o por hatos de ganado, a la vez que les negaban derechos políticos como participar en las elecciones periódicas de autoridades municipales o de la intendencia.

Por estas y otras razones, no resulta extraño que las mujeres hayan tomado parte en muchos de los más importantes motines y alzamientos populares que hubo en la provincia sansalvadoreña y sonsonateca entre los siglos XVI y XVIII. Abrigaban la esperanza de que los cambios radicales les legaran una nueva sociedad que reconociera sus aspiraciones femeninas y les abrieran, de lleno, las puertas de la política, la educación y de la historia.

Aunque la participación política directa de las mujeres era casi nula en la Intendencia de San Salvador y en la Alcaldía Mayor de Sonsonate, la población femenina no se mantenía indiferente a los afanes por separarse de la corona española. Influidas por un fuerte sentido libertario, algunas “exaltadas mujeres” —como las definieron los informes judiciales de la época— tomaron parte en las acciones independentistas de noviembre y diciembre de 1811, realizadas en San Salvador, Metapán y Sensuntepeque.

Entre aquellas olvidadas mujeres destacan las metapanecas Juana de Dios Arriaga, Úrsula Guzmán, Gertrudis Lemus, Micaela Arbizú, Sebastiana Martínez, Manuela Marroquín, Patricia Recinos, Rosa Ruiz, María Isabel Fajardo, Luciana Vásquez, Juana Vásquez, Juliana Posada, Feliciana Ramírez, Petrona Miranda, Teresa Sánchez, Eusebia Josefa Molina y María Teresa Escobar, al igual que las santanecas Juana Ascencio, Dominga Fabia Juárez de Reina, Juana Evangelista, Inés Anselma Ascencio de Román, Cirila Regalado, Irene Aragón, Romana Abad Carranza, María Nieves Solórzano y Teodora Martín Quezada.

Estos grupos estuvieron encabezados por la viuda María Madrid y la joven Francisca de la Cruz López, quienes, tras ser capturadas y sometidas a largos interrogatorios y acusaciones de alta traición contra el imperio ibérico, fueron liberadas gracias al indulto promulgado el 3 de marzo de 1812.

Pero también hubo bajas en el sector libertario femenino. Así, María Feliciana de los Ángeles Miranda fue procesada y ejecutada, en público, en la plaza central de la ciudad de San Vicente de Austria y Lorenzana, a inicios de 1812. Hasta la fecha, es la única independentista salvadoreña que ha sido reconocida como prócer, mediante un decreto legislativo de noviembre de 1976.

Aparte de estas mujeres a las que la historia tradicional salvadoreña ha alejado del sitial de promotoras de la independencia centroamericana y fundadoras del Estado salvadoreño, a partir de 1814 otras mujeres sirvieron como defensoras judiciales de sus esposos, padres o hermanos, encarcelados en las ciudades de Guatemala y San Salvador, de las que los liberaron con éxito.

Este fue el caso de María Teresa Escobar, María Felipa de Aranzamendi y Aguilar, Ana Andrade Cañas y Manuela Antonia de Arce y Fagoaga.

Mujeres y feminismo

Durante buena parte del Siglo XIX, las salvadoreñas sólo tuvieron presencia en tres terrenos sociales.

El magisterio, la poesía y los campos de batalla fueron esos escenarios. Por esto, no es raro encontrar vagas referencias a mujeres connacionales que, en compañía de los soldados regulares, defendieron al país y a la ciudad de San Salvador en acciones bélicas contra el Imperio Mexicano del Septentrión (1822-1823) o contra las tropas guatemaltecas que invadieron y sitiaron a San Salvador, en 1863, para derrocar al general Gerardo Barrios.

Como el Siglo XIX estuvo marcado por las guerras centroamericanas y las revoluciones nacionales, tampoco resulta extraño que una de las primeras organizaciones de notable presencia femenina fuera la de la Cruz Roja Salvadoreña, fundada en 1885 y una de cuyas primeras acciones fue la de auxiliar a los heridos en la batalla de Chalchuapa de inicios de abril de ese año, librada contra las fuerzas invasoras guatemaltecas.

Después, los intereses organizativos femeninos se volcarán hacia la organización y edición de revistas literarias, como “Ramo de violetas”, publicada en 1890 en San Salvador, bajo la dirección de Rafaela Contreras (1869-1893), escritora que hizo suyo el nuevo lenguaje “azulino” propuesto por Rubén Darío, al grado tal que escribió muchos cuentos modernistas que, por décadas, fueron confundidos con los del escritor nicaragüense. En junio de 1889 se convirtió en la primera esposa del bardo.

Hacia el fin de esa centuria e inicios del Siglo XX, El Salvador contaba ya con algunos de los primeros clubes o asociaciones femeninas que trabajaban por la regeneración social de las mujeres y por obtener el derecho al voto.
Una de estas organizaciones fue el club feminista “Adela de Barrios”, establecido en la ciudad de Ahuachapán en momentos en que comenzaba a estremecerse la sociedad salvadoreña con la llegada de ideas femeninas sufragistas, las faldas cortas y los reducidos cortes de pelo. Eran corrientes que provenían de Europa y Norteamérica que pronto fueron condenadas por los sacerdotes desde sus púlpitos, que no tuvieron mucho éxito con las amenazas de excomunión.

¡A las calles!

En 1890, algunas salvadoreñas de espíritu combativo iniciaron un proceso que estaba llamado a causar una verdadera revolución legal en el país.

Se trataba de alcanzar el que fue denominado por la revista “La juventud salvadoreña”, como “el más importante y elemental de los derechos del ciudadano en la democracia moderna”: el sufragio o derecho al voto para todas las salvadoreñas, hasta entonces excluidas de las decisiones políticas del país.

Influidos por las ideas modernas vigentes en otras latitudes, esas mujeres y algunos intelectuales alabaron los inicios del proceso, que contaba con fuertes apoyos en la recepción de socias en la Academia de Ciencias y Bellas Artes de San Salvador (mayo de 1888) y en la graduación de la primera universitaria centroamericana, con el doctorado obtenido en septiembre de 1889 por la salvadoreña Antonia Navarro Huezo (1870-1891).

Para muchos de sus contemporáneos masculinos, esos esfuerzos fueron atrevidos, pioneros, abanderados o locos, según quien los interpretara.

Incluso, algunos llegaron a tildarlos de descabellados, cuando los diputados de tres países centroamericanos, reunidos en la capital hondureña, promulgaron la última Constitución Federal del Istmo, en septiembre de 1921. Allí, en letra muerta desde el inicio mismo de su redacción, quedó consignado el derecho al voto para las guatemaltecas, salvadoreñas y hondureñas.

Ciudadanía y sufragio
En San Salvador este logro fue celebrado con repique de campanas, misas solemnes de acción de gracias y otros eventos sociales.

Después de eso, el silencio electoral fue evidente.

Estimulada por aquella acción legal, el 19 de abril de 1922, una salvadoreña de ascendencia colombiana, María Solano Álvarez de Guillén Rivas, fundó la Sociedad Confraternidad de Señoras de la República de El Salvador, la que contó con el apoyo de la Liga de Mujeres Neoyorquinas.
En una de sus primeras marchas por el centro capitalino, realizada el día de Navidad para apoyar al candidato presidencial de la oposición, doctor Miguel Tomás Molina, la respuesta gubernamental fue de fuego y sangre: uniformadas de azul, veintidós de las participantes murieron acribilladas a tiros.

Sin embargo, el baño de sangre no detuvo los ímpetus y afanes de las organizaciones de mujeres sufragistas, pues el fin era lograr apoyo político para alcanzar el derecho al voto y el reconocimiento a su ciudadanía. Por entonces toda mujer nacida en suelo salvadoreño estaba privada de nacionalidad propia, por lo que al casarse con un extranjero adoptaba, de inmediato, la nacionalidad de su esposo.
Así lo denunció la escritora Alice Lardé de Venturino en una carta dirigida a su cuñado Salarrué, la cual le remitió desde Buenos Aires, en enero de 1928: “Amo a mi patria hasta el dolor. Amo a esta patria mía que me niega —por sus leyes arbitrarias y crueles—, a esta patria mía que me ha visto crecer, y que ha presenciado los terribles sacudimientos de amor y dolor con que me abrió los ojos a la Verdad, el Destino, y que, a pesar de todo esto, por sus leyes antipatrióticas, me niega el derecho de llamarme suya, de llamarme salvadoreña, que al casarme, por una cláusula que deben abolir cuanto antes, perdí o quieren que pierda y que yo, a pesar de todo esto, grito con más amor que nunca: ¡Soy salvadoreña! ¡Soy salvadoreña! Que mi grito tremendo llegue hasta el corazón de mi patria y al ser conmovido por él, griten los salvadoreños en mi nombre para que reformen la ley, aboliendo esta cláusula que hace perder a la mujer su derecho de nacionalidad patria”.

El sufragismo femenino internacional había cobrado presencia en países anglosajones y europeos, al grado tal que España había ya consignado el voto femenino en su legislación, a partir del primer día de octubre de 1931, gracias a las encendidas intervenciones hechas por la activista y diputada Clara Campoamor (1888-1972).

Cuatro años más tarde, en enero de 1935, las capitalinas Emma Aguilar, Nelly Hernández, Irene Chicas, Amanda Rodríguez, Paula Alvarenga, Juana Araujo, Dominga López y Elvira Vidal se convirtieron en las primeras salvadoreñas en ejercer el voto, aunque, por decisión del Dr. José Casimiro Chica, presidente de la junta electoral de San Salvador, sus papeletas les fueron tomadas en forma honoraria, pero sin que contaran para el escrutinio final, en franca violación al Artículo 180 de la Constitución de 1886 y a las listas de personas electoras del municipio capitalino.

Por la creciente presión social, el 5 de diciembre de 1938 la Asamblea Legislativa emitió una ley en la que reconoció que tenían derecho al voto las casadas mayores de 25 años, que presentaran su cédula de vecindad y su acta matrimonial, mientras que las solteras debían tener más de 21 años de edad y un título profesional o ser mayores de 30 años y poseedoras, al menos, del certificado de sexto grado de escolaridad. Así quedó consignado en la Constitución Política de 1939, aunque tuvo poca aplicación práctica.

Frente a la dictadura

Durante el régimen dictatorial de 1931 a 1944, algunas salvadoreñas se dedicaron al periodismo como profesión. Asimismo cultivaron las letras, las artes y las ciencias; algunas veces a través de medios de moda, como la radiodifusión.

Allí se consolidaron nombres de escritoras y sufragistas, como Lydia Valiente, María Loucel, Ana Rosa Ochoa, Claudia Lars, Lilian Serpas, Lavinia de Flores, Margarita de Nieva, Rosa América Herrera, Laura de Paz, Mercedes Maití de Luarca, Rosa Amelia Guzmán, Clara Luz Montalvo, Tránsito Huezo Córdova de Ramírez y Mercedes de Altamirano.

En sus programas de radio, estas mujeres abarcaban temas propios de su momento: discusiones en torno al sufragio femenino parcial, los derechos ciudadanos de las mujeres, la prostitución, la violencia intrafamiliar, la educación femenina formal e informal, el alcoholismo, la mortalidad infantil, la maternidad y paternidad irresponsables, la delincuencia organizada, el trabajo femenino y otros más.

Estas escritoras y periodistas, en su mayoría jóvenes, contaban con el apoyo del semanario capitalino “Azogue”, editado en febrero de 1938 con la misión de contribuir al mejoramiento social de la mujer salvadoreña, entendida “no sólo como mantenedora del hogar, sino como opinante y como fuerza social”, que se puso de manifiesto en las acciones cívico-militares de abril y mayo de 1944, cuando varios sectores del pueblo salvadoreño se organizaron y derrocaron la dictadura del general Maximiliano Hernández Martínez.

Tras superar muchos prejuicios, las mujeres que luchaban por el voto universal y los demás derechos femeninos contaron con poderosos aliados en los gremios obreros y en el ambiente prodemocrático creado en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Esto condujo a una toma colectiva de conciencia, en especial en organizaciones como la Juventud Democrática Salvadoreña (1941) y el Frente Democrático Femenino, cuyas acciones serían decisivas en la lucha antitotalitaria de abril y mayo de 1944, que condujo al derrocamiento del régimen martinista.

Pese a que, en septiembre de 1944, millares de mujeres marcharon por las calles de San Salvador para solicitar la puesta en marcha del voto irrestricto, el Poder Ejecutivo declaró que ese no era un tema de su competencia, sino de la Asamblea Legislativa. El voto universal aún tendría que esperar mejores momentos políticos.

Tras nuevas discusiones, en enero de 1946, el derecho y deber ciudadano al voto fue universalizado hasta que entró en vigencia la nueva Constitución política, promulgada en septiembre de 1950. Por entonces hacía ya varios meses que funcionaba la Liga Femenina Salvadoreña y estaba en circulación su fuerte órgano informativo titulado, “El heraldo femenino”, que fue fundado el 14 de julio de 1950. Sin embargo, el trabajo publicitario por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres en El Salvador fue realizado por la Liga desde 1947, mediante las páginas editoriales de periódicos como “El Diario de Hoy”, “La Tribuna” y “Tribuna Libre”.

Si bien es cierto que medio siglo más tarde ese panorama ha cambiado, aún falta mucho trabajo por hacer y muchos cambios por lograr para que la igualdad de derechos entre hombres y mujeres sea una realidad cotidiana en El Salvador. Y, para eso, el voto es una arma poderosa en manos de hombres y mujeres de cualquier credo, razón social o ideología política, porque es una de las más altas expresiones de su libertad y de su apoyo al ejercicio democrático que el sufragio representa.

Crisis, volver a las fuentes (2008)

Crisis, volver a las fuentes

Jorge Luis Cerletti
herramienta.com.ar

“La estabilidad mundial está en tela de juicio”(del director gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn)
Esta verdad de Perogrullo, dicha en medio de la conmoción económica actual, sólo tiene relevancia en función de quien la dijo: el director de la alicaída institución mundial que patrocina los intereses del gran capital y de las naciones hegemónicas.
La ininterrumpida marea de información da cuenta de los desastrosos efectos de la resonante crisis del sistema capitalista mundial y de los esfuerzos por ponerle freno de parte de los gobiernos implicados. Paralelamente, las “críticas” de los responsables del desmadre financiero expresan un cínico mea culpa para capear la tormenta en defensa de los negocios que ellos representan.
Discursos engañosos del poder dominante que enmascara su verdadero rostro sin poder ocultar los conflictos que se agravan y las sordas luchas por ver quiénes y cómo se pagan los costos. Remembranzas del crack del 29/30 que responde al mismo código genético que portan los sucesos actuales. Muestras superlativas de los recurrentes procesos cíclicos que van del auge a la depresión de distintos grados de intensidad y extensión, consustanciales a la economía capitalista que es el alma de la política vigente hoy en el mundo.
Esta crisis económica y sus proyecciones en el campo político y social tiene alcances tan impredecibles como extraordinaria es su magnitud. Los reacomodamientos a que dé lugar y las perspectivas abiertas inquietan a sus gestores que pretenden adivinar el curso de los acontecimientos soslayando la matriz que los nutre. Matriz que motiva nuestras reflexiones y que se expresa en los fantásticos números en danza que exhiben las agudas contradicciones del capitalismo. Y aunque todavía no se avizoran alternativas reales al mismo, la importancia de la crisis actual estimula el desarrollo de los embriones que anidan en las distintas sociedades y que alimentan nuevas políticas opuestas al deletéreo imperio del capital.
Algunas cuestiones teóricas y los números “indigeribles”.
En épocas de crisis, en que el crédito se reduce o desaparece en absoluto, pronto el dinero se enfrenta de pronto de un modo absoluto a las mercancías como medio único de pago y como la verdadera existencia de valor. De aquí la depreciación general de las mercancías, la dificultad, más aún, la imposibilidad de convertirlas en dinero, es decir, en su propia forma puramente fantástica. (El Capital, Carlos Marx, T.III, p.484)
…la crisis capitalista es una crisis de sobreproducción de valores de cambio. Se explica por la insuficiencia, no de la producción o de la capacidad física de consumo, sino de la capacidad de pago del consumidor. Una abundancia relativa de mercancías no encuentra su equivalente en el mercado, no puede realizar su valor de cambio, resulta invendible y arrastra a sus propietarios a la ruina. (Tratado de economía marxista, Ernest Mandel, T.I, p.320)
El formidable despegue del capital financiero especulativo respecto del capital productivo está en la raíz del estallido de la burbuja que comenzó con el derrumbe de los créditos hipotecarios en los EE.UU. que ilustran la avidez por la ganancia fácil, sin sustento real, propio de los mercados derivados (los que operan sin un valor intrínseco).
El capital financiero nace del ahorro de la parte no consumida del producto social transformada en capital dinero por los Bancos y que también incluye el valor excedente del capital fijo no empleado en su renovación hasta que se completen las amortizaciones que habilitan su reposición. Ésta es la base real en que se asienta el crédito, indispensable para impulsar el proceso de acumulación capitalista.
Condición sistémica al margen de los complejos instrumentos financieros que potencian los recursos disponibles. Pero cuando éstos se independizan de dicho soporte y de la producción de mercancías reales generando una masa de valores ficticios, tarde o temprano emergen las crisis que evidencian las contradicciones internas del sistema y cuya magnitud surge a posteriori según sean los factores que intervienen en cada caso.
Ellen Brown en su artículo“¿Por qué el Banco Federal va al rescate de la más grande compañía de Seguros del Planeta?” del 26/9/08, publicado en el blog de Repro, dice:
…el negocio de los papeles derivados ha crecido en forma exponencial, y en este minuto es mayor que la entera economía global. (…) El producto doméstico bruto de todos los países del mundo es solamente cercano a los 60 trillones de dólares. (…) Ellos (los jugadores) pueden apostar el dinero que no tienen y ahí aparece el riesgo. [Un trillón es igual a un millón de billones, o sea, la unidad seguida de 18 ceros.]
Consideremos ahora sucintamente conceptos teóricos que desnudan la esencia del sistema capitalista y que hacen inteligible la marea informativa con las abismales cifras que nos abruman.
La teoría del valor de Marx ha sido ignorada cuando no vilipendiada por la derecha, algo razonable en función de sus intereses, pero también ha sido cuestionada por izquierda con argumentos nada convincentes como los aportados por Toni Negri. Mas, ésta es una discusión de otra índole que cae fuera del objeto de este artículo.
No pretendemos deificar la ley del valor ni negar los trabajos que la puedan enriquecer. Sencillamente consideramos que sus fundamentos constituyen una base sólida para interpretar el funcionamiento del capitalismo. Fundamentos que, por cierto, se deben adecuar a los análisis de las situaciones concretas y a la dinámica de cambios del sistema. Pero justamente por tratarse de un sistema y en la medida en que no cambie su naturaleza, el eje vertebral de sus conceptos siguen teniendo vigencia. Otra cosa es su transplante al campo político que dio lugar a diversas interpretaciones como las que alentaron un determinismo economicista que fue desmentido por los hechos. Lo cual, en cierta y menor medida, también comprende al mismo Marx.
Los momentos de crisis, indisociables de los ciclos capitalistas, permiten apreciar los aciertos de su edificio teórico. Y como es imposible sintetizar en unas pocas líneas semejante construcción, sólo apuntaremos algunos núcleos que ayudan a visualizar las entrañas del despegue que venimos comentando.
El funcionamiento de la reproducción ampliada del capitalismo se asienta en el capital productivo que es el único que genera valor. El capital mercantil y el capital dinero (base del financiero) son momentos del ciclo del capital en su conjunto y no añaden valor sino que participan de la plusvalía en virtud de la ganancia comercial y del interés.
Ese plus valor nace de una mercancía muy particular, la fuerza de trabajo cuyo precio lo expresa el salario con que el capital paga la potencialidad del trabajo del obrero que se pone en acto a través de la producción. Pero lo que compra no es el equivalente de lo que produce aquél sino la parte que repone los medios de subsistencia del trabajador (variable según las características de cada sociedad y los momentos históricos). En realidad, compra la capacidad de realizar trabajo y no lo que éste rinde efectivamente.
De esa diferencia brota la plusvalía apropiada por el capital y que, en buen romance, expresa la explotación propia de este orden social. Explotación invisibilizada por la transmutación del trabajo que esconde la parte gratis que los obreros ceden involuntariamente a sus patrones. Semejante escamoteo, naturalizado en el imaginario social por obra de los capitalistas, le otorga legitimidad al sistema.
Ahora bien, en la composición de valor del capital productivo intervienen: el capital constante (inversión en medios de producción), más el capital variable (destinado al pago de salarios), más la plusvalía (el valor agregado generado en la producción y que se expropia a los trabajadores).
Así, del proceso de producción salen las mercancías preñadas de nuevo valor que, para realizarse, necesitan ser vendidas. Y como consecuencia de la división del trabajo social, se diferencian el capital mercantil y el financiero, otras formas de expresión del capital que integran el ciclo económico en su conjunto.
Esta somera reseña muestra en qué se funda la creación de valor y a la vez da una idea aproximada de la matriz del sistema que abarca a todas las ramas de la producción. Cuando se genera una sobreproducción que por diversas razones no puede ser absorbida por el consumo y/o crece desproporcionadamente el capital financiero especulativo superando ciertos límites, se engendran las crisis que comportan una enorme destrucción de valor traducidas en quiebras, corridas bancarias, semiparalización del crédito y, finalmente, una plétora de mercancías irrealizables.
Del lado del capital, sobreviene un salto en la concentración económica donde los más fuertes hacen pingües negocios con la falencia de los más débiles. Del lado del trabajo, implica caída de salarios, desocupación, extensión de la pobreza y de la marginalidad.
Las condiciones de la explotación directa y las de su realización no son idénticas. No sólo difieren en cuanto al tiempo y al lugar, sino también en cuanto al concepto. Unas se hallan limitadas solamente por la capacidad productiva de la sociedad, otras por la proporcionalidad entre las distintas ramas de producción y por la capacidad de consumo de la sociedad. Pero ésta no se halla determinada ni por la capacidad productiva absoluta ni por la capacidad absoluta de consumo, sino por la capacidad de consumo a base de las condiciones antagónicas de distribución que reducen el consumo de la gran masa de la sociedad a un mínimo susceptible sólo de variación dentro de límites muy estrechos. (El Capital, C. Marx; TIII, pág.243)
La fuerte crisis actual, a pesar de sus particularidades, responde a los cánones clásicos que sintéticamente esboza esta cita. Así, el desplazamiento del crack financiero a la “economía real”, el capital industrial productor de mercancías, se manifiesta en que éstas al almacenarse sin poder venderse, se desvalorizan frenando la producción. Pero los afligidos “gurúes” nada hablan de cómo y dónde se crea valor pues, lo que tan bien explica Marx, conduciría a reconocer la explotación inherente al régimen capitalista.
Cuando se precipita la crisis, se produce la estampida de los patrones del sistema que corren presurosamente a refugiarse en valores “reales”, se trate del oro, promesas “fiables” como los bonos del tesoro de los EE.UU., o de activos que suponen amparados por su “solidez” económica, en rigor reblandecida por la crisis. Lo cual se refleja en la caída de las Bolsas de casi todo el mundo que incineran formidables masas de valor con el vertiginoso derrape de las acciones, fenómeno que exhibe el “espanto” que preludia la proliferación de mercancías invendibles inherente a la expansión de la crisis.
Así, en el 2008 la Bolsa de Tokio perdió casi el 40%. Ésta acumulaba en valor de todas sus empresas más de US$ 4 billones y en los últimos tres días de la primer semana y media de octubre perdió US$ 700 mil millones. Mientras que los inversores de Wall Street perdieron 44 billones de dólares por la caída del mercado bursátil entre setiembre de 2007 y el mismo mes de 2008. Estas astronómicas cifras dan idea de la magnitud del despegue financiero así como de la formidable fluidez en curso que los socorros estatales intentan estabilizar.
Es que el valor monetario de los papeles de los activos de las compañías que cotizan en Bolsa, en tiempos de zozobra se “enloquece” al compás del miedo que es su combustible. Fiel testimonio de ese voluble “estado de ánimo” es el notable repunte que registraron las Bolsas al día siguiente en que quince países de la zona del euro concretaran el compromiso de rescate concertado en la reunión de París del 12/10 para caer nuevamente dos días después. Pero los bruscos y enormes saltos que se producen no hacen más que evidenciar la fragilidad que los sostiene, directamente proporcional a los niveles de especulación que crecen desmedidamente en tiempos de bonanza para caer estrepitosamente cuando se desata la crisis.
“La crisis de confianza” (el terror a las pérdidas) es el “mal” que se propaga bajo la amenaza de devastar a todo el sistema bancario. Desde los grandes especuladores hasta los pequeños ahorristas, corren a retirar sus depósitos para salvar lo que puedan desfondando la liquidez del sistema y por tanto arrastrando en la caída a grandes Bancos que a su vez se desconfían mutuamente congelando los préstamos interbancarios.
Lo que tardará en frenarse este proceso, aún con el auxilio de los formidables aportes estatales, no se puede medir a priori pero sin duda la recesión económica en marcha castigará a la mayoría de los países aunque varíe su intensidad según los casos. Ergo, nos hallamos ante la “globalización” de los quebrantos que en lo fundamental se transfieren al conjunto de la sociedad.
Todo esto (y mucho más) es absolutamente coherente de acuerdo a la esencia del sistema y a la racionalidad del mismo. Sólo que mirado desde otro lugar, o sea, con una lógica que considere el bienestar de los seres humanos sin distingo de clases ni de etnias, se transparenta su monstruosa irracionalidad. Porque el capitalismo no se mueve en función de esa lógica sino que responde al móvil de las maximización de las ganancias sin que importen los medios ni el tendal de víctimas que deje a su paso. Su motor es la codicia, no la solidaridad, ni la equidad, ni la justicia.
Los “números” de la economía aplicados a la política y a lo social.
“…es mucho lo que el gobierno federal puede hacer por la economía. Puede otorgar más beneficios a los desocupados. Puede facilitar ayuda de emergencia a los gobiernos locales. Puede recomprar hipotecas y renegociar las condiciones para que las familias puedan quedarse en sus casas. Lo responsable en este momento es darle a la economía la ayuda que necesita. No es momento para preocuparse por el déficit.” (de Paul Krugman, en Clarín del 18/10/08)
Esta opinión de un “gurú” de moda es muy elocuente. La aparente preocupación por las víctimas remite a la reanimación de la economía, o sea, dineros públicos para “ayudar” a los capitalistas mientras que de las personas sólo importa su “propensión a consumir”.
Luego, es menester traducir el imperio de la economía al lenguaje de la política y de lo social. Vale decir, apreciar la cuestión del poder y los efectos depredadores del sistema. Tarea que incluye desnudar a la tecnocracia cuyos “expertos” están al servicio del gran capital pontificando desde la economía como si se tratara de una “ciencia” autónoma, imparcial e inapelable. Desde este ángulo, la cabalgata de los “números” adquiere una dimensión distinta lo mismo que el rol del Estado.
Cinismos aparte, es innegable que los salvatajes del sector financiero son el salvavidas de los conglomerados de capital que hacen agua. Y es tan cierto que se pretende destrabar el funcionamiento del sistema como que el poder político emplea los recursos públicos para rescatar del abismo a las grandes corporaciones financieras en grave riesgo. Para quien quiera verlo, se transparenta la relación entre la política y los intereses económicos, así como que de estos últimos brota el poder que sostiene a la gran mayoría de los gobiernos que vienen a ser sus operadores desde el Estado.
Nunca como ahora se ha internacionalizado el poder de las grandes corporaciones que constituyen una red de intereses mundiales que liga a las más diversas naciones y cuyas jerarquías son directamente proporcionales al peso de aquéllas. También se hace visible que hoy los une más el espanto que la competencia y las disputas hegemónicas. Pero éstas subyacen y también emergen como por ejemplo cuando Alemania, la mayor potencia de Europa, se resistió a integrar fondos comunes en la UE. pues eso la obligaba al pago de una cuota mayor en beneficio de salvatajes ajenos. O al comienzo, cuando se jugó una carrera por ver quien ofrecía mejores garantías a los inversores y al público para frenar la caída de sus propios Bancos absorbiendo las fugas de los otros.
Acudamos nuevamente a la feria “numérica” para ponderar su significación y avanzar un poco más por sobre la superabundante y fluctuante información disponible.
El monto de la quiebra del fondo de inversión Lehman Brothers que ocupaba el 4º lugar en USA, fue de 639 miles de millones de dólares. Algo más que la sumatoria de los PBI. de Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Perú. Al margen de lo inflado o ficticio de semejante capital financiero, ¿cómo subestimar el nivel de influencias y capacidad de presión de tales “cíclopes” sobre los Estados, y en particular sobre los periféricos? ¡El producto íntegro del trabajo humano de todo un año de los países señalados era inferior al equivalente de la masa de capital de aquél gigante caído!

Tomemos ahora los rescates prometidos por EE.UU. e Inglaterra. De los iniciales 700 mil millones de dólares aprobados por el primero dos veces el PBI de Argentina, 500 mil millones están destinados a sólo cuatro grandes corporaciones financieras maestras del “apalancamiento”. El de Gran Bretaña, por su magnitud relativa, es más impactante aún. Se trata de $US 850.000 millones, casi el 35% del PBI. de ese país y cuyos principales auxiliados son sus dos mayores Bancos comerciales.

Y si de “astronomía” se trata, rondarían 1,7 billones de euros comprometidos por los Estados en el auxilio del sistema bancario del conjunto de los países de la UE. En todos los casos los dinerillos provendrán del erario público y de la “capacidad productiva” de fabricar moneda, mientras que las promesas de futuro resarcimiento nos recuerdan la teoría del derrame. Sólo una fracción de tamañas sumas alcanzaría para solucionar el problema del hambre y la salud en el mundo en lugar de salvar a los especuladores.

Prosigamos ahora pero centrándonos en términos cultural-políticos. Para sintetizar la cuestión nos valdremos de dos ejemplos, uno exterior y otro interno. Se estima que en EE.UU. el 75% de la población destinó sus ahorros a la compra de acciones (no importa si en parte o totalmente). El famoso “consumismo”, la contratara de la realización del capital, en el plano del ahorro asumió un carácter especulativo notable que se hizo carne en el ciudadano de a pie.

¿Dónde quedó la cultura del trabajo y el ahorro de otras épocas? ¿Qué tipo de personas está pariendo este capitalismo de las grandes corporaciones? Porque además del desenfreno por el consumo superfluo que paga el resto del mundo y el deterioro del planeta, la avidez por la ganancia fácil o la timba financiera si se prefiere, ha ganado el imaginario y la práctica de importantes masas humanas. Éste es un aspecto sustantivo para cualquier cambio social que se precie. Y aunque se trata de la principal potencia capitalista del orbe y no de un país periférico, ¿acaso nuestros vastos sectores medios no padecen de ese virus?
Antes de referirnos a ello, una muestra sustantiva del exacerbado consumo del “primer mundo” y de la especulación que lo acompaña. Hablamos de la caída del precio del petróleo a bastante menos de la mitad del máximo alcanzado. Dos caras del mismo fenómeno: el enorme despilfarro energético implicado en el desquiciante consumo y la formidable ganancia extraordinaria que vinieron embolsando los oligopolios petroleros.
Vayamos ahora a nuestra experiencia reciente. La resolución 125 sacudió al país que durante un mes y medio vivió pendiente de los enfrentamientos que lo acompañaron hasta la “no positiva” derrota del gobierno. Aquí la especulación pivotó sobre otro plano, la del comercio exterior vinculado a los precios de las comodities y en particular, los de la estrella del momento, la soja.
La caída del precio de la soja a casi la mitad de su valor pico puso en evidencia tanto la burbuja económica como la voracidad de la plana mayor del “campo” que “enlazaron” a la sociedad argentina con su “heroica batalla” en defensa de los grandes intereses agropecuarios, y éste es el punto que nos interesa destacar aquí. Sin contar a los trasnochados grupos “izquierdistas” que los apoyaron, lo preocupante apunta a los vastos segmentos de nuestra clase media que se hizo eco del discurso del “sacrificado trabajo” agrario “saqueado” por el gobierno, como si lo retenido al capital privado no integrara parte del erario público.
Si bien entraron en la volteada pequeños productores, hoy más perjudicados que antes del fin de la resolución cuestionada, nadie se conmovió por los peones rurales, los verdaderos explotados del campo, ni por las numerosas familias campesinas despojadas de sus tierras debido a las expropiaciones sojeras. La fuerte ofensiva de las cúpulas dirigentes del agro amplificada por ”los medios” cómplices y asociados (y favorecida por el torpe manejo del gobierno), logró encolumnar a buena parte de los sectores medios de las ciudades.
Y en el teatro de la “batalla”, el campo, la especulación creció al ritmo de los pools de siembra y de los arrendamientos, los que suplían la “transpiración” por los elevados intereses y los jugosos alquileres de las tierras. Es que la seducción por la ganancia fácil pareciera que se ha hecho carne en los sentimientos y el bolsillo real o deseado de buena parte de “la gente.” Periféricos, subdesarrollados o como se nos quiera llamar, portamos el mismo virus que circula en las entrañas del primer mundo, la cultura mercantil del capitalismo.
Los cantos de sirena de “los mercados” han ido generando una subjetividad política y cultural que no se condice con la que prevaleció en las tres décadas anteriores al triunfo de la dictadura genocida. Mas hoy que rebrotan evocaciones de aquel pasado, las grandes expectativas de vastos sectores populares en torno al Estado omite que, bajo el amparo de esa misma institución, actúa gran parte de la dirigencia política que ayer fue cómplice de la devastación económica y social más formidable de nuestra historia.
Lo cual no significa negar los aspectos positivos que introdujo este gobierno sino que pone en primer plano la importancia que tiene la conformación de los sujetos en la gestación de políticas favorables a la emancipación que promuevan el desarrollo de una nueva subjetividad. Por ello confundir los términos y los protagonistas porta la amenaza de que todo lo rescatable del presente vuelva a desembocar en otro “canto del cisne”.
El Estado versus el mercado.
Ahora esbozaremos algunas conclusiones vinculadas a lo que venimos exponiendo.
El entramado de relaciones capitalistas mundiales constituyen una red que transmite sus impulsos a cualquier punto de la misma y en la que predomina netamente el poder de las grandes corporaciones que trascienden los límites territoriales de las naciones. Cuanto más grande es la masa económica de las corporaciones y de las naciones centrales, mayores son los efectos de sus movimientos a escala internacional y al interior de los países. No obstante, el Estado Nación sigue siendo una organización macro insustituible para el capitalismo que lo originó pues liga los intereses económicos con el orden jurídico político que rige las relaciones sociales.
A su vez, el control del Estado refleja las luchas sectoriales por imponer la hegemonía política en tanto que el peso del gran capital establece límites y condiciona a esas pugnas. Estas conclusiones que reflejan nuestra visión, nos conducen hacia la problemática del Estado y a las polémicas que giran alrededor de los márgenes de autonomía de las naciones. Tema candente que remite a las políticas que plantean la domesticación del “capitalismo salvaje” promoviendo una suerte de neo desarrollismo de “rostro humano”.
Y si bien los efectos que produce el capitalismo pueden variar de acuerdo a las luchas políticas y la presión social, su esencia es inmutable: hay un sólo sistema capitalista por más que existan distintas variantes según los países y las diferentes etapas. Es que la legalidad interna de este orden social admite gran diversidad de manifestaciones mientras no se impulse su ruptura, pero su matriz permanece inalterable.
Lo cual no implica ignorar las situaciones favorables a la satisfacción de las necesidades de amplios sectores de la población, algo más que atendible. Ahora, si pensamos en aportar al cambio de este injusto orden social, no debemos pasar por alto que la radicalidad protagonizada por el socialismo en el mundo no evitó su posterior implosión. Vale decir, aprender de la historia para luchar por un futuro mejor hace insoslayable entender las causas de lo acontecido con “el socialismo real”, cuestión que no termina de saldarse.
Retornando a la coyuntura actual, pensamos que la crisis va a ser superada por el capitalismo con todos los ajustes y cambios que recompongan el sistema financiero, algo que ya está en marcha, estableciendo nuevas reglas como en su momento ocurrió con Bretton Woods después del descalabro de la 2ª guerra mundial. Los enormes daños que acarree y los niveles de hegemonía subsiguientes se verán más tarde. Pero mientras no surjan nuevos protagonismos y políticas emancipatorias que asimilen experiencias y superen a este orden social, el mismo no caerá por sí solo. El tema es quiénes y cómo aprovechan las grandes fisuras que presenta.
En función de lo expuesto y referente a los debates actuales, es importante considerar la consigna Estado versus mercado que ha prendido con fuerza pues creemos que tal oposición confunde conceptos.
El Estado no es sinónimo de gobierno. Es la estructura jurídico-política que organiza el funcionamiento de la sociedad y cuyo control posibilita el ejercicio del poder. Sólo que dicha estructura se adecua y es producto del orden social que la determina. En cambio, los gobiernos son la expresión política de las luchas sectoriales que responden a diversos intereses de clases y/o distintos segmentos de las mismas.
En tanto que mercado es el lugar (físico y/o virtual) donde se realizan los intercambios de mercancías incluidas las distintas formas en que se manifiesta el valor (dinero, acciones, bonos, etc.). Así, el uso del término “los mercados” resulta el eufemismo con que los capitalistas se ocultan cosificando a los sujetos reales. Además, el Estado forma parte del mercado toda vez que incluye empresas bajo su control. Luego, se trata de una falsa oposición que induce a errores políticos cuando se confunde Estado con gobiernos.
Esa confusión incide en la valoración política de los Estados nacionales, cuestión polémica dado el proceso de concentración y centralización del capital y la poderosa influencia político-económica de las Corporaciones que operan en todo el planeta. Las controversias remiten a si las políticas de sesgo popular en los países periféricos pueden recrear su independencia relativa respecto de los centros de poder mundial y regenerar en el presente estadios anteriores.
Lo cierto es que ante la ausencia de alternativas emancipatorias gravitantes, se han abierto expectativas favorables a varios gobiernos que intentan despegarse de la hegemonía actual. Pero dichos gobiernos se desenvuelven en medio de una estructura estatal dependiente del gran capital en un período donde su poder económico está más interrelacionado y también más consolidado que antes.
Por lo tanto, la equívoca oposición Estado versus mercado debe encararse en otros términos que es preciso sincerar. Porque distinto es optar por el desarrollo capitalista de los países periféricos a plantear un cambio de sistema. Esto trasciende lo coyuntural y sus tiempos y plantea la orientación política y la forma de construcción de las opciones que se asumen. A su vez, dicha orientación define los lugares de interpretación de las coyunturas y la praxis correspondiente.
El Estado, esta gran estructura de poder, nunca se extinguió. Ni con el “neoliberalismo” ni con el socialismo. Esa creación histórica albergó procesos liberadores como lo fueron la Revolución Francesa, la Comuna de París y las grandes revoluciones socialistas del siglo XX. Pero a la luz de los hechos, constituyó un dispositivo indócil que terminó amparando la explotación y la dominación.
Así, la experiencia socialista, promesa de cambio sustancial, se ancló en otra versión del capitalismo de Estado que, por otra vía, produjo un atípico proceso de acumulación capitalista.
¿En qué sentido el “socialismo real” resultó un capitalismo de Estado? En lo fundamental, porque el excedente económico generado por los productores directos quedó bajo el control y la administración de quienes conducían el aparato estatal, o sea, los que en definitiva eran quienes asignaban los recursos y la distribución del producto social y manejaban el aparato jurídico ideológico que regulaba las relaciones humanas sin llegar a sustituir el carácter mercantil de su economía.
Luego, bajo el control inicial del aparato del Estado por fuerzas opuestas al capitalismo, crecieron las formas invisibilizadas de la dominación enquistadas al interior de las vanguardias y del Estado, antesala del retorno de la explotación que se plasmó con el correr de los años. O sea, la lucha contra le explotación extendió una garantía ilusoria sobre la política llamada a erradicarla.
En la actualidad, después del nefasto período de supremacía absoluta del capitalismo en el mundo con los EEUU como potencia hegemónica, surgieron en Latinoamérica diversas manifestaciones que expresan las resistencias que se fueron incubando en su seno. Y sin entrar al análisis de los distintos gobiernos producto de la presión y las luchas populares, vamos a rescatar lo que nos parece realmente valioso dentro del variable espectro que componen.
En primer lugar, la potencia de los movimientos sociales de signo político que proliferan en el subcontinente, en particular en Bolivia, Ecuador y Venezuela. Y no es casualidad que en esos países hermanos surgiera la consigna del “Socialismo del siglo XXI”, un modo de convalidar sus grandes objetivos unido al intento de conferirle una nueva identidad. Intento que no consideraremos aquí pero que exhibe un notorio contenido simbólico.
Sólo destacaremos algunos rasgos del fenómeno boliviano que nos parecen originales y dignos de tener en cuenta, más allá de cómo deriven los acontecimientos. A saber: la articulación de los movimientos sociales con la conducción del Estado; las enseñanzas que brinda el nexo y las tensiones entre ambos mediados por la cultura de los pueblos originarios; el efecto simbólico de un presidente indígena; el proceso de nacionalización profunda en contra de las grandes empresas transnacionales y los designios del imperio aliado a las “roscas” oligárquicas; y sobre todo, el grado de participación popular en una democracia en formación que busca salir de las trampas de la democracia representativa que instrumenta el sistema de opresión capitalista.
Tal fenómeno que obviamente no va a modificar el tablero de poder mundial, muestra posibilidades y alternativas que no figuran en la agenda de dicho poder y que se incorpora a otras experiencias alentadoras. La historia continúa y las luchas del campo popular, con sus contradicciones incluidas, instauran oportunidades para el desarrollo de nuevas políticas y nuevos protagonismos que reviertan las nefastas consecuencias de la crisis mundial parida desde el centro del poder capitalista de Occidente. No se trata de transpolar ni de copiar, cada quien construye su propio camino. Y transitando por ellos, deberemos aprender de las enseñanzas del pasado y sumar los aportes del presente para establecer los necesarios lazos entre quienes impulsan la emancipación.
Nadie puede adivinar el futuro pero esta gran crisis, producto de la insaciable voracidad del capital, convoca al desarrollo de nuevos sujetos cuyo horizonte sea la superación de este orden social que la engendró.

Las Mujeres en la Independencia

Las Mujeres en la Independencia
Patricia Iraheta
Publicado el 05 Septiembre 2008

Mujeres en la Independencia

Los acontecimientos históricos del proceso independentista dieron vida a una serie de expresiones y movimientos socio-políticos que hasta la fecha se consideran poco investigados y analizados, pero sólo se conocen las versiones tradicionales de los acontecimientos y actores, invisibilizando hechos y protagonistas importantes.
Hasta hace poco tiempo que el proceso independentista está siendo investigado rescatando la participación y rol de las mujeres; de ahí que investigaciones realizadas como la de Carlos Cañas Dinarte sobre las mujeres en la independencia nos proporcionan evidencias importantes sobre el rol de las mujeres en esa época, que es fundamental reflexionar.
Cañas Dinarte constata que “Las mujeres de esa época: criollas, mestizas, indígenas y negras esclavas, compartían algunas funciones y labores comunes, a las que se les denominaba: “oficios mujeriles”. El hogar, la iglesia, el hospital y el campo de labranza eran sus principales espacios para desempeñar éstas labores. La mayoría de mujeres eran excluidas del derecho a la educación, siendo esta, además de exclusividad de una élite, eminentemente religiosa y segregada para hombres y mujeres.
Sin embargo, la historia de la independencia está sellada por la firma sólo por próceres y fue hasta 1975, que en el marco del Año Internacional de la Mujer y a iniciativa de la Liga Femenina de El Salvador, se reconoció la participación de una prócer: María de los Ángeles Miranda, declarada Heroína de la Patria mediante el decreto legislativo 101 (30 de septiembre de 1976).
Estos datos nos indican que las mujeres independientemente de sus condiciones sociales y étnicas compartían un mismo ámbito y espacio que las colocaba en una misma condición de género, determinada por su exclusión de otros espacios sociales en el ámbito público–político y destinadas a sus roles de madres, esposas, cuidadoras.
A pesar de este contexto, fueron muchas las mujeres que formaron parte de este proceso independentista – que según la investigación citada – tuvieron que intervenir activamente y haciendo aportes importante a este momento histórico; entre ellas recordamos:
Las metapanecas Juana de Dios Arriaga, Inés Anselma Ascencio de Román, Dominga Fabia Juárez de Reina, Úrsula Guzmán y Gertrudis Lemus. Las dos últimas suministraron piedras y armas a los indios y mulatos que, el 24 de noviembre de 1811, participaron en enfrentamientos en esa localidad santaneca, dirigidos por el prócer Juan de Dios Mayorga.
María Madrid –viuda oriunda de Tejutla (Chalatenango), de 43 años de edad- y Francisca de la Cruz López –joven de 30 años de edad, soltera y nativa del lugar-, quienes fueron liberadas gracias al indulto promulgado el 3 de marzo de 1812, tras ser capturadas y sometidas a largos interrogatorios y acusaciones de alta traición contra el imperio ibérico.
Se reconoce como una mártir a Mercedes Castro –fusilada en San Miguel por sus afanes libertarios-, al igual que los de las viroleñas Josefina Barahona, Micaela y Feliciana Jerez.
Las más destacadas en la historia salvadoreña están hermanas María Feliciana de los Ángeles y Manuela Miranda, quienes, entusiasmadas por los afanes libertarios en San Salvador, propagaron las noticias independentistas por la campiña de Sensuntepeque, misión patriótica llevada a cabo con sus fuertes voces y un tambor. La zona se alzó en insurrección el 29 de diciembre de 1811, en el punto conocido como Piedra Bruja. Capturadas por las autoridades españolas, las hermanas Miranda fueron procesadas en Sensuntepeque y fueron recluidas después en el Convento de San Francisco de la localidad de San Vicente de Austria y Lorenzana, las hermanas Miranda escucharon la sentencia que las condenó a sufrir cien azotes cada una, para ingresar más tarde como siervas sin paga en el convento local y en la casa del cura párroco. María de los Ángeles murió a principios de 1812, cuando su espalda desnuda recibió las descargas del látigo de su verdugo frente a la multitud reunida en la Plaza Central de San Vicente. Al momento de su muerte, rondaba los 22 años de edad.
María Felipa Aranzamendi y Aguiar, Ana Andrade Cañas, Manuela Antonia de Arce y María Teresa Escobar, abogaron por la libertad de sus cónyuges: Manuel José Arce, Santiago José Celis, Domingo Antonio de Lara y Juan de Dios Mayorga y les apoyaron de diversas maneras – visitas, bienes, exilio, privaciones, mensajería y más- para lograr la emancipación centroamericana, mientras purgaban sus penas en las cárceles, entre 1814 y 1819.
El 15 de septiembre de 1821, en las afueras del Palacio de los Capitanes Generales, una mujer fue determinante para decidir la balanza de la historia a favor de la Independencia. María Bedoya de Molina, esposa del prócer guatemalteco doctor Pedro Molina, hizo que una banda tocara música en la plaza y llamó al pueblo a concentrarse en el lugar, mediante la quema de cohetes de vara. A los pocos minutos, una multitud se reunió frente al edificio y así los notables se vieron obligados a decretar la emancipación política de las provincias centroamericanas.
Las labores hechas por las mujeres como activistas, como defensoras públicas, convocantes, mensajeras, así como los registros de mujeres presas políticas y mártires, han sido hechos menos valorados, y consideradas como tareas de apoyo y no determinantes en este proceso histórico, se confirma el carácter sexista de la historia escrita que ha destacado el protagonismo masculino como lo determinante para los cambios socio–políticos y desvirtúa el valor “político” al aporte y acciones de las mujeres.
Se confirma entonces que el registro de los acontecimientos políticos y sociales no es neutral en cuanto al sexo de las personas. En los procesos sociales participan hombres y mujeres en determinados espacios, pero al darse en un sistema socio político que privilegia lo masculino e invisibiliza y subvalora el aporte de las mujeres.
La reproducción de este sistema de valores ha sido el principal motor de las desigualdades sociales entre hombres y mujeres – la historia oficial lo demuestra – por el que las mujeres seguimos luchando por ocupar espacios, donde no somos nuevas, sino donde se nos ha valorado de manera inequitativa.
Patricia Iraheta
Coordinadora de Programa de Educación para la Equidad de Género

La “segunda ola” del marxismo en Costa Rica

La “segunda ola” del marxismo en Costa Rica: los linderos del discurso y la práctica
Leandro Zúñiga, Vilma; Dobles Oropeza, Ignacio
Revista de Ciencias Sociales (Cr), vol. II, núm. 100, 2003, pp. 189-205
Universidad de Costa Rica
San José, Costa Rica

RESUMEN

En este trabajo se abordan los retos y dilemas de la izquierda marxista costarricense en los años 60-80, analizando los textos producidos por quienes han intentado contra o analizar la experiencia. Se establecen algunas comparaciones entre esta coyuntura y la enfrentada por el Partido Vanguardia Popular en los años cuarenta.

Se analiza la problemática de las alianzas, de la concepción acerca de la democracia, acerca de la valoración de la doctrina marxista y la valoración de las coyunturas y las tareas a realizar.

DE LA INTRODUCCIÓN

Se ha dicho hasta la saciedad que Marx está muerto. Pero ya sabemos que es un muerto un tanto complicado, que si el siglo antepasado se dedicaba a perfilar espectros que recorrían el continente europeo, a casi ciento cincuenta
años de su muerte todavía hace temer a algunos que pueda ser una especie de “ave fénix” que eche a perder algún diseño posmoderno.

Después de todo, la obra principal del alemán tenía que ver con analizar a fondo el modo de producción capitalista, y, como nos recuerda Zizek (1998) sigue habiendo capitalismo, incluso más capitalismo, y fenómenos como el “fetichismo de la mercancía” (Marx, 1976) cobran toda su vigencia.

El marxismo, con todos sus altibajos, busca ser una respuesta a problemas derivados de este modo de producción, y que sepamos, muchos de esos problemas siguen vigentes. Al menos podemos contar con que sea elemento
fundamental de algunas de las respuestas que se presenten, por lo que quizás no sea oficio perdido seguir dedicando alguna atención a lo que ha sido su devenir.

Las personas abordadas en esta investigación quisieron ser parte de la
historia escrita y actuada por quienes de una u otra manera se inspiraron en Marx y sus seguidores para intentar incidir en la vida política nacional.

Pretendemos en este escrito trabajar la problemática de un tipo de discurso y práctica, de un poder social, en el contexto específico de nuestro país: nos referimos, precisamente, a los avatares de los proyectos políticos afianzados en el marxismo, que han intentado incidir de manera efectiva en la realidad social costarricense.

Debemos resaltar el hecho bien conocido de que se trata de discursos y prácticas que han tratado de ser “liberadoras” desde una perspectiva de clase, siendo su fundamento teórico-filosófico, sin duda, hijo de la Ilustración y enmarcado en el proyecto de la Modernidad, lo que a la vez, quizás, condiciona los aspectos más “positivistas” de la teoría marxista, como la teleología de la secuencia de modos de producción o incluso algunas “predicciones” venidas a menos.

Sin embargo, también es preciso especificar que lo que sigue no es una discusión filosófica o conceptual, sino una exploración de los textos que han intentado, de una u otra forma, explicar la práctica de organizaciones políticas marxistas en nuestro medio. Evitamos, en esta ocasión referirnos a los debates en torno a los “clásicos” o retomar la discusión actual internacional sobre el marxismo.

Intentamos, entonces, perfilar los alcances, los límites y las contradicciones, en algunos ejes temáticos, de los diversos intentos de articular prácticas políticas con una base marxista (o marxista-leninista) sobre todo en lo que consideramos fue la “segunda ola” del marxismo político en nuestro país, en el contexto de la convulsión centroamericana de los años 60-80, siendo este el período de interés para nuestra investigación.

Volviendo a nuestro “muerto incómodo” quizás un asunto a considerar es que si su obra es producto de la modernidad, como proyecto “ilustrado”, su posible vigencia está condicionada, paradójicamente, por la del modo de producción que pretendía superar.

En lo que nos concierne, muchos de los dilemas, discusiones, y contradicciones enfrentados por el marxismo político costarricense en esta etapa histórica, aunque pertenecen a una coyuntura que difícilmente podrá repetirse de la misma forma, siguen siendo, a nuestro juicio, dilemáticos para
cualquier intento de articulación de proyectos políticos transformadores, por más que el mismo concepto de “política” y también de “proyectos políticos revolucionarios o transformadores” sea actualmente polémico y discutible, o bien que haya cambiado sustancialmente el perfil de los actores sociales “revolucionarios” y que algunos de los protagonistas de estos eventos
hayan terminado poniendo en práctica aquello que escribió José Emilio Pacheco de que “somos aquellos contra lo cual combatíamos hace veinte años”.

Efectivamente, la problemática de lo táctico/estratégico, lo nacional/internacional, el sectarismo/la amplitud, lo violento/pacífico,
la masa/los cuadros, son algunos de los temas y disyuntivas que aparecen cuando las coyunturas políticas y sociales, o las crisis, ponen en juego posibilidades de transformación social, o, para no ser demasiado optimistas,
cuando lo hacen las mismas exigencias de supervivencia.

Por más que los ejes de la discusión (izquierda/derecha, multitud/clase, etc.) se
puedan o no haber corrido, o diluido, la experiencia reciente continental, por ejemplo de Argentina, Venezuela o Brasil sigue demostrando que en el contexto de prácticas políticas reales, los actores individuales o sociales tienen que tomar decisiones sobre la base de valoraciones tácticas o estratégicas en que las disyuntivas que hemos señalado se hacen presentes.

Poco después de la caída del “socialismo real”, el académico Rafael Ángel Herra organizó y publicó, en Costa Rica, una serie de conferencias
acerca de la vigencia del marxismo, en que participaron ponentes tan disímiles como Miguel Ángel Rodríguez y Helio Gallardo.

Llama la atención, no obstante, que en este debate sobre la vigencia del marxismo, realizado en nuestro país, los participantes no se refirieran a
la muy rica, (y en muchos aspectos poca ortodoxa) experiencia de los partidos políticos nacionales que afianzaron su quehacer en el marxismo.

Aún así, el ex-presidente Rodríguez no dejó de ofrecer en esa ocasión consejos a los “comunistas” (el asunto no estaba para sutilezas
partidarias o político-ideológicas): “No quedaría más opción abierta al comunista de buena fe que observa la muerte de su sistema y que desea apoyar una posición sostenible sin recurso a la violencia que escoger el camino de la democracia y la libertad, del estado de derecho y de los mercados, de las sociedades abiertas y evolutivas” ( Rodríguez, en Herra, 1991, 55).

Ya vemos, siguiendo esta lógica, que cualquier opción al “estado actual de cosas” (neoliberalismo) tendría que ser “violento” y que se exime de “violencia” al orden de cosas regido por la lógica del mercado. Aunque las organizaciones marxistas que actuaron en el período desaparecieron del mapa político nacional, o han quedado reducidas a expresiones menores, eso no elimina la riqueza de la experiencia, a la vez que permite discernir los límites y las contradicciones de discursos y prácticas radicales de transformación social en uno de los países que ha demostrado mayor
estabilidad institucional y política en América Latina.

Vérselas con un país con las características de Costa Rica no ha sido fácil para organizaciones políticas marxistas1. Desde una lectura, podríamos postular que es uno de los países más reacios a cambios radicales en su sistema político. Aquí no hay premios de consolación, como el que se imagina José Fabio Araya, quien al hacer un recuento y una interpretación de esta “segunda ola marxista” expresa que: “Hay en todo esto una nota positiva… A pesar del cuadro desolador que se presenta en las expresiones orgánicas de la izquierda, no ocurre lo mismo con la izquierda como corriente de pensamiento… el debilitamiento de los partidos ha tenido como reacción un fortalecimiento de esta corriente de pensamiento” (Araya, 1989, 130).

1 Al referirse a las “particularidades” de Costa Rica, Salom expresa lo siguiente: “No es el nuestro, por ejemplo, el caso de un país sojuzgado por una tiranía de corte militarista, tan característica en cambio en la historia de la mayor parte de los países latinoamericanos. Más bien, por el contrario, en Costa Rica ha prevalecido a través de su historia, en el presente siglo principalmente, un “régimen de derecho” de libertades públicas y de sufragio relativamente estable, que constituye parte del patrimonio histórico de nuestro pueblo y un dato ineludible con el que cualquier perspectiva de transformación social tiene que contar” Salom, R. La crisis de la izquierda en Costa Rica. San José: Editorial Porvenir, 1987, 14.

Escrita en los ochenta, la frase puede sonar “inspiradora” teniendo en cuenta hechos como la lucha contra el “Combo del ICE”. Sin embargo, al no precisar que se entiende por “corriente de pensamiento de izquierda” terminamos con la misma ambigüedad con que se pueden interpretar las secuelas de la misma lucha contra el combo. Tampoco aclaran mucho, a nuestro juicio, apreciaciones un tanto difusas que ubican la discusión sobre la izquierda y sus
expresiones orgánicas en una especie de ubicuidad, como la siguiente apreciación sobre el partido Comunista, de parte de Manuel Mora,
relatada por Addy Salas:
El Partido no ha dejado de existir. Ha dejado de existir una forma de organización de ese partido, pero vendrá otra forma, el partido está vivo en la conciencia del pueblo… Nuestro mensaje está vivo en el pueblo… El Partido que está vivo en el pueblo, en la conciencia del pueblo, ya lo verás levantarse dentro del pueblo… (Salas, 1998, 290).

En lo que sigue, pretendemos pasar revista a los textos (de diverso signo) que se han escrito acerca de la experiencia marxista costarricense de la “segunda ola” intentando, de una u otra manera dar sentido (crítico o no) a la experiencia vivida. Estos textos fueron escritos en su mayoría después del debilitamiento de los partidos de izquierda de la época (consumado en la primera parte de los años ochenta) y en algunos casos después de la caída del “socialismo real”.

Muchos de los que escriben tuvieron cargos de dirección partidaria en estas organizaciones, lo que es un dato nada despreciable. Al procesar este material, variado, queda claro, una vez más, que hay que inscribir lo ocurrido en esta etapa en el marco de una historia de la izquierda política marxista que en su forma orgánica nace con la fundación del partido Comunista
Costarricense el 16 de junio de 1931, y que está marcado por todos sus avatares en una larga, compleja, y a ratos muy dura historia, que no ha sido del todo entendida, como se está encargando de demostrar el historiador
Iván Molina en algunos de sus estudios más recientes (Molina, 2002).

No es casual que la izquierda política marxista nazca como producto, en buena parte, de una crisis económica e histórica mundial, y que se debilite severamente en una crisis regional de profundos alcances. Esto trae a colación
algunos textos que hacen referencia a otros momentos de esta historia, y también a documentos fraguados en el calor de los hechos de los 60-80, tratándose fundamentalmente de documentos políticos de las organizaciones o intervenciones de dirigentes en polémicas.

La historia, sin duda, pesaba en el discurso y la práctica de las organizaciones marxistas, pero no necesariamente en la forma en que lo proclamaban. Esto es más que claro, como veremos, en las contradicciones y eventualmente la división del partido Vanguardia Popular en 1983, en que abiertamente florecieron discrepancias presentes desde los años cuarenta.

Detrás de las reiteradas referencias de Manuel Mora a los hechos del 48, había un manojo de diferencias políticas no resueltas por la propia dirigencia del PVP.

La acepción del discurso de la política ofrecida por Gallardo (1987) que remite al origen mismo de la palabra, ligado a la polis griega, en tanto se dirimen también proyectos de convivencia humana, de identidad colectiva, de
solidaridad posible. Efectuar esta operación permite introducir el tema de la ética, por más que autores como Ruiz más bien otorguen a Maquiavelo una ventaja sobre el marxismo en tanto no apela a ética alguna para fundamentar su tecnología de dominio, mientras el marxismo
impulsa una propuesta utópica que para Ruiz (1993) es perversa.

Lo anterior, aplicado a la discusión sobre el marxismo, permite a algunos autores diferenciar el marxismo como teoría social lo que se asemeja a la dimensión de construcción de identidad de la política y también como tecnología del poder lo que remite al ámbito que asociaríamos con Maquiavelo.

Nos referimos, en todo esto, a autores que han discutido acerca del marxismo en nuestro país. Por ejemplo, al escribir sobre el marxismo como teoría social, Sobrado y Vargas lo ubican, precisamente, en el proyecto ilustrado de la modernidad con algunas de sus características ideológicas más
salientes (1991).

No es este el lugar para profundizar el debate. Cabe hacer la observación, no obstante, de que seguir esta estrategia discursiva para encarar la discusión acerca de la vigencia del marxismo corre el riesgo de llevar a una
dicotomización entre el buen marxismo (el marxismo como teoría social, como construcción de identidad) y el marxismo malo (el marxismo como tecnología o ideología de poder), o como hace Cerdas en el mismo debate,
ubicarlo en un plano ético sin correlatos prácticos (1991).

En realidad, y vale para la discusión que sigue, ambas dimensiones puntualizadas por Gallardo están en juego, porque proyectos de sociabilidad
que no encaren entramados concretos de correlaciones de fuerzas, de posibilidades, faltos de tácticas, etc. son meros ejercicios especulativos, y, por el otro lado, juegos de poder y dominio que carezcan de proyectos identitarios, en el sentido precisado, son empresas que rayan en el cinismo.

Que la historia del marxismo y los esfuerzos terrenales de convertirlo en
prácticas políticas hayan oscilado en uno u otro sentido es de suma importancia, pero hay que tener las dos dimensiones presentes para poder
precisarlo.

DE LOS TEXTOS

Podríamos denominarlo el género de los textos sobre la segunda ola de la izquierda en Costa Rica, y se caracterizan por haber sido escritos por ex dirigentes de las organizaciones de izquierda posterior a 1983.

Encontramos algunos escritos que de una u otra manera se inscriben en el marco de los debates de la época dentro de la izquierda, sobre todo los de dirigentes históricos como Arnoldo Ferreto, Eduardo Mora y Manuel Mora.

Por ejemplo los trazos autobiográficos producidos por Arnoldo Ferreto en Vida militante (1984) tienen como intertexto la polémica abierta por la división del partido Vanguardia Popular, lo que ocurrirá también con lo
producido por Manuel Mora y su hermano, Eduardo.

Incluso, en un planteamiento cuestionable, Roberto Salom, (1987) en lo que sigue siendo, a nuestro juicio, el análisis político más completo sobre las organizaciones de izquierda que constituyeron la Alianza Pueblo Unido, considera que los juicios de Ferreto carecen de legitimidad por haber sido escritos en medio de esa contienda. Esta advertencia es a nuestro criterio
incorrecta, porque la observación se podría aplicar a cualquier escrito de la época, incluyendo el del propio Salom.

El texto de este último pretendía ser, en cuanto a esta izquierda política:
Un estudio crítico de sus concepciones doctrinales y de la evolución de sus análisis estratégicos y tácticos en cada coyuntura de su ya importante evolución histórica (Salom, 1987, 7). [La tesis fundamental sostenida, que compartimos, es que:] La agudización de la crisis de la izquierda estaba estrechamente ligada al desencadenamiento de la crisis económico-social en nuestro país y de la crisis política centroamericana a raíz del triunfo de la Revolución Popular Sandinista y del ascenso del movimiento revolucionario en El Salvador (Salom, 1987, 11).

Con pretensiones de análisis político, pero con un carácter menos académico, José Fabio Araya Monge, quien fuera dirigente del Movimiento
Revolucionario del Pueblo publica el libro, ya citado, titulado Mitos y sinrazones (los “mitos” son de la izquierda, las “sinrazones” de la derecha) en 1989.

Este libro cobra un estatuto un tanto ambiguo, ya que su autor lo califica
expresamente como un texto que no es un “tratado científico”, sino que propone un “conjunto de juicios y reflexiones” sobre la práctica de la
izquierda en el país. Con muy poco de anecdótico, postula propuestas de perspectivas futuras.

No solo escribe un ex dirigente de una de las organizaciones influidas directamente por la Revolución Cubana y que quiso presentarse como
una “nueva izquierda” en el período en cuestión, sino que quien escribe es, además, miembro de una prominente familia política palmareña, de gran influencia en la política nacional, y sus reflexiones, de alguna manera, son las del “ala izquierda” de esta influyente familia.

Hay a nuestro juicio dos ejes fundamentales en la crítica que hace Araya a la acción de los partidos de izquierda marxista en el país en el período en cuestión: uno tiene que ver con la derrota del partido Vanguardia Popular en la Guerra Civil de 1948, que en la concepción del autor es una especie de “huella histórica” que impide, a su juicio, que Vanguardia Popular pueda tener influencia política en el país en los 70-80, y el segundo eje es la “indecisión” de las nuevas fuerzas políticas de izquierda de la época, que no separaban claramente su línea y práctica de las de los comunistas.

Ya retomaremos estos elementos en la discusión posterior aunque cabe hacer la observación de que prácticamente no aparecen en los relatos de nuestros
entrevistados y entrevistadas.

Tres de los textos trabajados, aunque tienen características diferentes, articulan su elaboración en torno a la figura de Manuel Mora.

El texto Con Manuel. Devolverle al pueblo su fuerza, de Addy Salas (1998), es una elaboración interesante, porque la autora, quien fuera la compañera de vida de Mora, utiliza su narración para presentar el pensamiento autobiográfico del líder comunista, logrando hacerlo como, señalan González y Solís, (2001) con mucho afecto y con gran lirismo. Dice la autora:
“Este libro es testimonial y se centra en la actividad y las apreciaciones de Manuel. No es el desarrollo de ninguna tesis. No es un tratado de historia” (Salas, 1998, 21). En otro lado expresa que “este libro no quiere ser una biografía, ni es un manual de historia, sino un testimonio” (Salas, 1998, 13 ).

José Merino y Gerardo Contreras, por su parte2, ofrecen dos textos que tratan, con distinto grado de profundidad, el problema clave de la democracia, relacionando directamente su producción con la figura de Mora Valverde. El texto de Merino, que tiene el curioso subtítulo de Viaje al interior del partido Comunista (viaje que se nos queda debiendo, por cierto) tiene la virtud de tratar la democracia no sólo en su vertiente externa, sino también en relación con las contradicciones internas y eventualmente el rompimiento en Vanguardia Popular.

En esta época fue publicado también por la UNED el interesante texto de Jaime Cerdas La otra vanguardia, en que este fundador del partido
Comunista de Costa Rica ofrece una autobiografía muy bien elaborada, con gran sentido crítico. Este texto, aunque toca muy poco lo relativo a esta segunda ola de la izquierda es bastante útil para ofrecer la perspectiva de alguien que vivió intensamente la militancia comunista, aunque eventualmente rompiera con Vanguardia Popular, y apoyara la creación por parte de su hijo, Rodolfo Cerdas, del Frente Popular Costarricense, organización que no está incluida en nuestra investigación.

2 Merino Del Río, J. Manuel Mora y la democracia costarricense. Viaje al interior del partido Comunista. Heredia: Fundación UNA, 1996; Contreras, G.
Manuel Mora y los logros de la democracia costarricense, San José: Imprenta Nacional, 1995. El trabajo de Merino es su tesis de graduación de la Escuela de Ciencias Políticas de la UCR. El tratamiento del significado del tema de la democracia para la izquierda no es nuevo para este autor, véase: Merino, J. “La lucha por la democracia como parte integrante de la lucha por el socialismo”. Trabajo, 2,3,46-50.

Un libro que evidentemente tiene pretensiones diferentes es Como fue que no hicimos la revolución, escrito por Francisco Gamboa y publicado en 1991 por la Universidad Nacional Estatal a Distancia. Gamboa, ex miembro de la Comisión Política del partido Vanguardia Popular y uno de sus protagonistas
más conspicuos en la división de dicho partido, dedica pocas páginas de su texto a la historia nacional y regional de que fue parte, y presenta poca reflexión política, histórica o filosófica.

Pasando cuenta, con una autocrítica ligera, a algunas de las prácticas y acontecimientos de los países del socialismo real, Gamboa ofrece muy poco en sus cortos relatos que pueda rescatarse para esta discusión. Su escrito parece tener el propósito claro de demostrar que escribe como un insider. Esto se evidencia en el epílogo de la obra, en que cuenta de su “regreso” a la
URSS, que fenecía como tal, en 1990, en compañía de funcionarios del gobierno costarricense de entonces y de Elliot Abrahams, personero del
gobierno de George Bush, para participar, dado su conocimiento de la forma en que se “operaba” en esas tierras, en un evento que analizaba la necesidad de cambios drásticos en las relaciones entre lo que quedaba de la URSS y Cuba. La autocrítica de Gamboa es tímida, superficial, y muchas interrogantes quedan al descubierto.

También encontramos el libro de Ángel Ruiz, ex-dirigente trotskista y del Comité Patriótico Nacional (COPAN) Ocaso de una utopía. En las entrañas del marxismo, que es más bien una especie de tratado político-filosófico, centrado en la obra de Marx, que busca demostrar porque el marxismo, desde sus fuentes, es contrario a la libertad humana. Ruiz y su organización,
el COPAN, rompen con el marxismo y el trotskismo a mediados de los años ochenta. No hay en este libro referencias a la práctica política
concreta de que fue parte el autor en el período que nos ocupa, ya que no es su propósito hacerlo.

Estos son los textos que hemos encontrado y trabajado, con las características que señaláramos al inicio. Hacemos uso en lo que sigue, también, de otros documentos y textos complementarios.

DE LA HISTORIA

El príncipe, para ejercitar su espíritu, debe leer las historias; y, al contemplar las acciones de los varones insignes, debe notar
particularmente cómo se condujeron ellos en las guerras, examinar las causas de sus victorias, a fin de conseguirlas él mismo; las de sus pérdidas, a fin de no experimentarlas
(Maquiavelo, 1975, 75).

La historia, como señalaba Benjamin en sus Tesis sobre la Historia (1994) no es un continuum homogéneo, uniforme, sino que parece condensarse en sus momentos mesiánicos. Para quienes escriben acerca de las particularidades de
la izquierda marxista costarricense la historia tiene que ver con los hechos de los años cuarenta del siglo pasado, y sobre todo, con las actuaciones del partido Vanguardia Popular en esa época.

Para Maquiavelo, la historia se presenta como recurso, para calibrar mejor las tareas del presente.

El problema es que para que esta historia concentrada sirva en esta capacidad, hay que procesarla, lo que implica la discusión abierta acerca de las interpretaciones de los acontecimientos, y eso, evidentemente, ha sido problemático para la izquierda marxista costarricense.

Para Araya, como ya he señalado, la derrota histórica del partido Vanguardia Popular en ese decenio de los cuarenta condiciona la actuación posible de toda la izquierda en el período en cuestión (el de la segunda ola), y esto es un eje articulador de su discurso. Es la historia como lastre. En otros escritos, como el de Salom, surge como condicionante de una
especie de añoranza en la dirigencia del PVP, y especialmente en Manuel Mora, de querer reeditar la alianza política de la época en otra coyuntura.

González y Solís identifican en esta añoranza unos supuestos sobre la realidad costarricense que interpretan en términos de la socialización familiar de Manuel Mora3.

3 Véase González, A. y Solís, M. Del desarraigo al despojo, San José: Editorial Universidad de Costa Rica, 2001.

En la dinámica de la Centroamérica de los años 80, en lo que se refiere al debate interno en Vanguardia Popular, estos hechos del 48 cobran renovado interés polémico: es la historia como tarea inconclusa, es la historia sin clausura.

En Costa Rica se pueden evidenciar dos momentos de auge de la izquierda marxista, que nace de manera orgánica el 16 de junio de 1931 con la fundación del partido Comunista4.

4 La fundación del partido Comunista encuentra antecedentes en numerosos intentos de aglutinar a fuerza populares en el país a inicios de siglo. Botey
y Cisneros ofrecen una periodización de estos esfuerzos: primero a finales del siglo XIX con las primeras organizaciones de trabajadores, esfuerzos que culminan con la fundación de la Confederación General de Trabajadores en 1913, año en que se celebra por primera vez el Primero de Mayo en las calles de la capital. Un segundo período tiene que ver con la fundación del partido Reformista al disolverse la Confederación General de Trabajadores
y un tercer período que se inicia en 1923, con la búsqueda de una organización política de nuevo tipo, con un acentuado antiimperialismo. Aquí encontramos el esfuerzo del grupo Germinal, la Liga Cívica, ARCO (Asociación Revolucionaria de Cultura Obrera), etc. Botey, A.M., Cisneros, R. La crisis de 1929 y la fundación del partido Comunista de
Costa Rica, San José: Editorial Costa Rica, 1984.

Se puede plantear, además, que los tres momentos políticos más importantes de esta izquierda coinciden con situaciones de crisis de modelos: 1929, con el derrumbe del sistema financiero internacional, los años cuarenta con el agotamiento del modelo cafetalero-patriarcal, y los años 70, con el agotamiento del modelo de estado interventor y la crisis centroamericana, aunque de ninguna manera se puede establecer una relación mecanicista entre estos eventos y lo que ocurrió en la izquierda.

Al respecto, escriben Botey y Cisneros acerca de la fundación del partido Comunista:
La crisis no fue decisiva para la fundación del partido Comunista, pero si logró generar una situación que permitió al arraigo de sus planteamientos. Aceleró la acción de un “sujeto social” que asumió y tomó a su cargo el proyecto de transformación social. Evidentemente, para que este proyecto de transformación social, fuera comprendido debieron existir condiciones objetivas en la base material y social que lo posibilitaran y las condiciones subjetivas del desarrollo de la lucha de clases, en el ánimo social e individual que lo realizaran (Botey y Cisneros, 1984,138).

El primero de estos momentos abarca los años treinta y cuarenta, con el surgimiento y desarrollo del partido Comunista hasta los hechos de la guerra civil del 48, que marcaron una derrota y un declive. Esta etapa, a la vez,
puede subdividirse en dos: una primera de un partido Comunista radicalizado, si se quiere ultraizquierdista, contrario a alianzas con otros
sectores políticos, y una segunda etapa que se inserta en el cuento mayor de los frentes únicos o frentes amplios, lo que da lugar al famoso (y polémico) cambio de nombre del partido Comunista en entendimiento con Monseñor Sanabria5 y a la alianza con Calderón Guardia que por un lado promueve las garantías sociales y por otro lado amarra al partido Vanguardia Popular en una coalición a ratos extraña, que terminará conduciéndolo a una participación en la guerra civil con graves consecuencias para los comunistas.
5 Hecho insólito en la historia de los comunistas (me refiero a los partidos comunistas en general) que por lo demás siempre fue criticado por un sector más doctrinario del PVP, encabezado por Ferreto. Se puede argumentar, a mi juicio, que el PVP se anticipaba, históricamente, mutis mutandis, a lo que luego ocurriría a mayor escala en Centroamérica en los años setenta.

Hay graves implicaciones de la decisión del PVP de apoyar la anulación de las elecciones de 1948, aunque hay distintas versiones de los hechos. Cabe destacar que con el resultado de esas elecciones, Vanguardia Popular llegaba a tener nueve diputados en el Congreso. Ya volveremos sobre este punto, que marca el evento clave para la visualización de la huella de la derrota que tanto pesa en el texto de Araya, a la vez que demuestra como la construcción de la historia se vuelve nebulosa, podríamos decir que hasta se vuelve síntoma, con consecuencias en la práctica política.

El segundo momento de auge relativo está marcado por la aparición de nuevas fuerzas de izquierda, influenciadas por la Revolución Cubana, y por corrientes maoístas y europeas, en los años setenta, con una intensificación de la lucha popular en Centroamérica y un clima
político y cultural, sobre todo en la juventud, conducente a la participación política.

En este contexto la lucha contra ALCOA es un acontecimiento nacional sumamente significativo, así como lo es el auge de la izquierda estudiantil en la Universidad de Costa Rica. El protagonista del primer momento, el PVP se fortalecía también en este nuevo salto. Contreras escribe:

De modo que cuando el partido Vanguardia Popular arribó a su XIII Congreso Nacional, era un partido revolucionario en perspectiva de constituirse en un gran partido de masas. Era un partido que, en ese momento, tenía a su haber una experiencia de casi medio siglo. Su dirección nacional estaba integrada por connotados revolucionarios de distintos períodos
históricos (Contreras, 111).

Para Araya, como ya he señalado, lo que ocurre en el período que nos interesa se articula directamente con los hechos del 48, lo que de antemano significaba que parte de la batalla de sus colegionarios por establecer una nueva izquierda en la época estaba perdida de antemano.

Por otro lado, la agudización de las diferencias y contradicciones en el más grande de los partidos, Vanguardia Popular, evidenciaron que el 48 era un capítulo inconcluso para los dirigentes de dicho partido, y de alguna manera una “nebulosa”.

Basta revisar el prólogo escrito por Humberto Vargas al texto de Vida militante de Ferreto, cuando escribe: “Después de la Guerra Civil de
1948, momento en que, por decirlo así, hicieron explosión los errores políticos y deficiencias acumulados durante años” (destacado nuestro).
(Vargas Carbonell, en Ferreto, 1985, 15).

El punto clave de la derrota histórica de los comunistas en los cuarenta está definido por el apoyo a la anulación de las elecciones que le daban la victoria a Otilio Ulate. Mientras que autores como Rojas Bolaños, basándose en Aguilar Bulgarelli6 manejan la versión de que Manuel Mora se había opuesto a dicha medida, en la histórica reunión de la Comisión Política del PVP que se llevó a cabo en San Pedro, Jaime Cerdas refiere en La otra vanguardia, que aunque se manifestaron dudas, todos los miembros de la dirección del PVP votaron a favor de esta anulación.

La versión de Cerdas contradice a Rojas Bolaños también en que este último refiere que el PVP no tenía pruebas del fraude, mientras que Cerdas explica en detalle como él mismo era el portador de dicha prueba. Manuel Mora, por su parte, relata que había decidido mantener en secreto su oposición en la Comisión Política a la anulación de las elecciones “… Hasta que Ferreto, en forma totalmente sorpresiva para mí, lo publicó en una serie de reportajes del periodista Guillermo Villegas Hoffmaister en el periódico Excelsior del 29 setiembre de 1977” (Salas, 1998, 224).

Por último, Ferreto en su libro Vida militante puntualiza que:
El C. Mora expresó, en ese sentido, sus vacilaciones. Estaba convencido de que la nulidad de las elecciones era la guerra civil, y manifestó dudas de que en tal emergencia nuestro campo saliera triunfante, en vista de las debilidades de Teodoro Picado, de la presión a que el imperialismo le hacía objeto y de algunos otros factores de menor importancia (1984, 125).

Esto viene incluido en su libro como parte de un informe partidario elaborado en 1950, pero en 1984 le añade, mediante un asterisco, que a pesar de que hiciera estas consideraciones Mora vota afirmativamente por la anulación de
las elecciones, en lo que coincide con la versión de Jaime Cerdas. Parece que lo que pretende Ferreto, haciendo este agregado en medio de la polémica de la división del PVP es no eximir a Mora de los errores políticos cometidos.

6 Rojas Bolaños, M. Lucha social y guerra civil en Costa Rica 1940-1948. San José: Editorial Porvenir. S.f.

Hacer este recuento detallado de versiones no busca privilegiar a alguna o fundamentar veracidades. Lo que queremos demostrar es como una decisión tomada veinte o veinticinco años antes, y la forma en que se hizo, pesaba sobre la actuación de organizaciones en los 60-80.

La operación de Ferreto, de combinar publicidad de informes partidarios con sus notas al margen, treinta y cinco años después, demuestra la importancia que tenía establecer la superioridad de las versiones sobre los acontecimientos. Quizás todo esto nos diga algo, en esos a ratos extraños giros que parecen tomar los acontecimientos, que podría cobrar importancia
también para el futuro dirimir lo que ocurrió en la segunda ola que venimos comentando.

SOBRE LAS ALIANZAS

Lo que a nuestro juicio emerge en esta discusión es uno de los puntos de mayor tensión que condicionan los discursos sobre la práctica de la izquierda en el país y a la vez pone en tensión al discurso liberador como tal, y es lo que tiene que ver con las alianzas, con la amplitud. Si como se esmeraban en discutir los partidos, se trataba de ser el partido marxista leninista de la clase obrera ¿De qué manera se podía proponer compartir con otros sectores
sociales tareas de transformación social? ¿A quién apoyar? ¿En quién apoyarse?

De nuevo la historia, en los momentos claves de la vida política nacional, se asoma, y podríamos remitirnos a la mítica foto en la que encima de un jeep (que conduce Ferreto, por cierto) se ubican Manuel Mora, Rafael Ángel
Calderón y Monseñor Sanabria, simbolizando la inédita alianza que se dio en los años cuarenta.

Para Araya se trata de un esfuerzo en que, a fin de cuentas: “El PVP puso las masas, el sacrificio de sus militantes y dirigentes, y hasta los muertos en la guerra civil y sus aliados cargaron con las glorias. Esos son los costos de una
alianza en la que no se resguardó la soberanía política e ideológica” (Araya, 1989, 138).

Esto es parte de la “derrota histórica” que se ubica como “lastre” para Araya, y que lo lleva a plantear, en lo que concierne al llamado Pacto de Ochomogo y su presunto incumplimiento por parte de Figueres Ferrer: “Es por esto que
resulta un tanto ridículo ese reclamo reiterado que han hecho los dirigentes comunistas a José Figueres por el incumplimiento del llamado Pacto de Ochomogo, independientemente de que se hubiera firmado o no un pacto” (Araya, 1989, 139). Los hechos imprimen su propia lógica (y ética) parece insinuar Araya, emulando a Maquiavelo en cuanto a su consideración de
que “los fines justifican los medios” (Maquiavelo, 1975, 41, 47).

Los vencidos son los vencidos, y no tienen derecho a reclamos, debido a sus
propios errores. Jaime Cerdas, quien en esa época era dirigente vanguardista, y por lo tanto actor de primera línea, valora así la famosa alianza:
La dialéctica política de ser aliados, manteniendo la independencia, naufragó
cuando deliberadamente impulsamos un caudillismo útil en el corto plazo, que
producía dividendos electorales, pero fatal en el largo plazo por su costo en el
plano político y el histórico. Las masas terminaron por creer que las reformas les venían de arriba, y que no eran fruto de su propia siembra y cosecha (Cerdas, 1993, 154).

Lo que en el discurso de Araya, cobra contornos de “marca de derrota” para el PVP, es, según Salom, una experiencia que se quiere reeditar en los setenta, en el afán de Manuel Mora y a ratos del PVP de buscar alianzas con
partidos de la burguesía, aunque fuera en defensa de las libertades democráticas y contra el fascismo. Así, la historia se vuelve añoranza.

Al agudizarse la situación centroamericana, y la situación económica nacional,
parece perfilarse un curioso paralelo entre la situación del 48 y la situación coyuntural nacional, y, al agudizarse las diferencias dentro del propio PVP, la valoración de los hechos de los cuarenta cobra renovada importancia. Es
así como Ferreto, en Vida militante publica su informe al congreso partidario en 1950, en que critica la política de alianzas del PVP e incluso reafirma su convicción de que el abandono del nombre de partido Comunista en el famoso entendimiento con Monseñor Sanabria, fue una concepción política inadmisible, seguidora del llamado Browderismo 7.

7 Se refiere a la tesis proclamada en los años 40 por Earl Browder, del partido Comunista de los EEUU, de que los partidos comunistas deberían disolverse dada la alianza contra los nazis en la guerra. Ferreto expresa en Vida militante que: “Nuestro principal pecado con ese pacto consistió en fomentar ilusiones entre los trabajadores costarricenses, en el sentido de que la jerarquía católica como tal, podía observar una línea “progresista” respecto al problema social, dificultando así la comprensión del papel de la iglesia como uno de los baluartes del capitalismo hoy en día” (Vida militante), 119.

¿Hasta qué punto un partido que se proclama obrero o vanguardia de la clase obrera puede, coherente con su discurso, emprender tareas conjuntas con otros sectores sociales? Y ¿Cómo hacerlo sin perder su fisonomía propia?

Esto parece ser lo que está en juego. La propensión de Manuel Mora a querer reeditar una política de alianzas alabada por unos y criticada por otros sería atribuida por González y Solís, rayando en el psicologismo, a una presunción del dirigente comunista, afianzada por su propia socialización, de que en Costa Rica prevalecen (o pueden hacerlo) relaciones “amables”, en que hay: “… un mundo de “conocidos”, en el cual los puntos de contradicción y conflicto son móviles y relativos, y solo con dificultad se pueden identificar sucesos que llevan a rupturas definitivas e irreconciliables” (González y Solís,
2002, 25 ).

En Salom, quien considera la política de alianzas del PVP en los cuarenta (salvo por la incapacidad para trabajar con las capas medias) adecuada pero en los setenta “excesiva”, encontramos más bien una interesante discusión política, en que contrasta los planteamientos de la época de los partidos comunistas y obreros sobre la revolución democrático-burguesa con los de Manuel Mora. Para los primeros se trataba de una tarea a cumplir, que definía una política de alianzas, para el segundo se trataba de
una tarea ya cumplida en Costa Rica (Salom,1987, 58), y la política de alianzas la definía la necesidad de preservar conquistas.

En Salom (y organizaciones como el MRP o el PSC de la época) está muy presente el peligro de un partido de la clase obrera yendo a la zaga de fuerzas más poderosas, aparte de las consideraciones de planteamientos políticos específicos, parecieran estar dando cierta interpretación a preocupaciones de Maquiavelo:
Es necesario notar aquí que un príncipe, cuando quiere atacar a otros, debe cuidar siempre de no asociarse con un príncipe más poderoso que él, a no ser que la necesidad le obligue a ello… porque si este triunfa, queda esclavo en algún modo. Ahora bien, los príncipes deben evitar, cuanto les sea posible, el quedar a la disposición de los otros (Maquiavelo, 1975, 112).

Los hechos del 48 son muy aleccionadores al respecto. Maquiavelo insiste en la necesidad de que el príncipe, hasta donde sea posible, base sus acciones en sus propias fuerzas. ¿Qué quiere decir esto para el problema que nos ocupa?

Entre otras cosas remite a una de las características problemáticas del discurso marxista: de la de quién es sujeto de la revolución, y, en las franjas más extremas del discurso, sobre todo en medios donde no hay una clase obrera fuerte, con tradiciones de lucha, la exaltación de la categoría obrero o proletario (Muchas veces confundiendo, al contrario de lo que hacía Lenin, al partido marxista-leninista con la clase como un todo)8.

8 Lenin, V. Qué hacer. Problemas candentes de nuestro movimiento, Moscú: Editorial Progreso, s.f.

Este es un núcleo problemático importante en el discurso marxista, que ha sido señalado irónicamente por Rodolfo Cerdas: “La otra actitud fue la ingenuidad candorosa de atribuir un imaginario angelismo, de intención y conducta, a un obrero tan inexistente como abstracto, ubicado más allá de toda determinación psicológica, e inmune a cualquier condicionamiento inconsciente” (Cerdas, R. 1991, 32).

Su padre, Jaime Cerdas, escribe en sus memorias como el Obrerismo ocupó un lugar tal en los primeros años del partido Comunista que para las elecciones de 1934 hasta el propio Manuel Mora, que llegaría a destacarse como congresista, consideraba que solo obreros podían integrar papeletas. Para Cerdas el ideal de ese obrero combatiente se hacía realidad en la persona de Adolfo Braña, quien tuvo una memorable gestión como munícipe en San José en los años treinta, como parte de una vida que lo llevó entre otras cosas a los campos de concentración nazi y la resistencia francesa (Braña, 1979). Cerdas escribe:

Para mí, Braña encarnaba al obrero que yo adivinaba en las obras de Marx: digno, valiente y orgulloso. Su forma de hablar, y sus gestos espectaculares, eran una especie de símbolo de la llegada de los obreros a los organismos del estado, donde hasta entonces habían estado ausentes. Años después, en la campaña electoral de 1986, la consigna de la izquierda, que decía “pura vida” me recordó a Braña y su lenguaje.

Ya no se trataba de conquistar al obrero que, como Braña, irrumpía con su lenguaje y su cultura en los puestos de mando, sino de llegarle más bien a un sector de pachucos y de lo que para Marx era el “lumpen” (1993, 65).
La cita es interesante, en el contraste efectuado por Cerdas entre épocas históricas, en un primer momento se le llega al “ideal”, encarnado en la figura de Braña, en el segundo lo que tenemos es una degradación, que para el
desencantado Cerdas denota, claramente, la degradación de la izquierda. Sin quitarle mérito alguno a Braña, o a tantos otros militantes proletarios
como el mismo Carlos Luis Fallas, el problema es que el relato de Cerdas recuerda aquellas estatuas soviéticas del proletario firme, recio, con la mirada puesta al futuro, conformando un ideal de pureza que solo se
encontraba en casos excepcionales, y por supuesto, como consecuencia lógica del mismo discurso, cualquier falla, debilidad o incluso error, se podía siempre atribuir a que se carecía de suficiente temple proletario o a la influencia pequeño burguesa.

El discurso, en sus extremos, sobre todo aplicado a países con las características de Costa Rica crea su propia imposibilidad. El otro
problema político que se deriva de todo esto es al que apunta por su parte Araya: el de menospreciar el potencial revolucionario de otros sectores
sociales.

En partidos que se disputaban ser los representantes de la clase obrera, la dimensión de clase cobraba matices muy interesantes, en lo que a fin de cuentas era una experiencia socializadora multiclasista, desde procesos de desclasamiento, hasta la idealización ya señalada, o el reclamo a la procedencia pequeño burguesa de direcciones.

DE LAS OPORTUNIDADES

El discurso de las organizaciones marxistas de la segunda ola enfatizaba la importancia del poder político centralizado, lo que es fácil contrastar con otras apuestas de hoy, más fragmentarias o dirigidas a la microfísica del poder (a lo Foucault) como discute Jameson (1998). En juego estaría, como se insistió tantas veces, el espinoso tema del poder, y en la convulsionada Centroamérica de los setenta, las apreciaciones sobre el asunto en la izquierda
eran muy variadas.

Si el discurso enfatiza, tarde o temprano (dependiendo de la concepción de etapas de la revolución) la toma del poder, el límite de ese discurso es entonces la puesta en práctica de la propuesta, pasar de las palabras a los hechos, el asalto al cielo, la situación revolucionaria, etc.

Examinando los textos en lo que se refiere a esto, vuelve a actualizarse la discusión sobre el 48, y por otro lado tenemos situaciones paradójicas, como que las organizaciones surgidas en los sesenta (MRP, PSC) que a veces tendían a ser estrategistas9 y que surgen precisamente enfatizando la necesidad de una práctica más explícita en relación con el tema del poder,
acusando al PVP de tímido, terminan más bien girando en sentido contrario10, mientras que el PVP, ese partido de “veteranos”, termina planteando a través de sus órganos directivos la existencia de una situación “prerrevolucionaria” en el país.

9 Véase Salom, 78.
10 Ya para el año 1982, el MRP, considerada la más “radical” de las tres organizaciones que integraron la Coalición Pueblo Unido establece en su Congreso

Por otro lado, y como caso aparte (y fuertemente reprimido) tenemos la experiencia del grupo denominado por la prensa “La familia” que intentó llevar a la práctica una estrategia de lucha armada en el país.

Así, mientras a los “ultraizquierdistas” del MRP, por ejemplo, les “pasaba la fiebre”, a una parte importante del PVP apenas le empezaba
a arder la frente. Para Araya, perteneciente a los primeros, los cuadros dirigentes del PVP:
“Actuaron como unos bisoños imberbes, sin percatarse, que mientras ellos viraban a la izquierda, el país como un todo gravitaba hacia la derecha” (Araya, 1989, 169). Para Salas, eran años de “peligrosos entusiasmos” ( 1998, 258).

Y de nuevo surge el 48. En medio de las discrepancias en el PVP, Ferreto, como ya hemos señalado, publica sus memorias en que incluye su informe al congreso partidario del año 1950 en que se hace un balance del 48 y sus consecuencias.

En esa ocasión afirma que el PVP “perdió la perspectiva del poder” en esos años, y por lo tanto no actuó consecuentemente como un buen partido marxista-leninista. La apreciación de Salom, sin embargo, apunta en sentido
totalmente contrario.

Para este, apoyándose en afirmaciones de Manuel Mora de que nunca tuvo el PVP tanta influencia política como en esos tiempos, y en la consideración de que el PVP sobrevaloraba sus posibilidades de triunfo, incluso en el plano militar, el error fue más bien considerar que se estaba en condiciones de afirmar un poderío, cuando el problema fundamental era que el PVP no era, de manera alguna, hegemónico en el proceso. Las contradicciones, las tensiones, la coyuntura, más bien crearon un cierto estado de ánimo beligerante que el mismo Ferreto reconoce en sus memorias: “Un cierto espíritu aventurista se apoderó de los dirigentes de nuestro partido. Todos querían ser militares”, escribía (1985, 129).

Hay un cierto paralelismo, de nuevo, con una situación centroamericana en los setenta en que organizaciones revolucionarias de América Central habían pasado a la ofensiva, y el Frente Sandinista lograba derrocar a Somoza en Nicaragua. Mientras que el Movimiento Revolucionario del Pueblo y el partido Socialista Costarricense, sufriendo varias divisiones, redefinían sus líneas políticas, en Vanguardia se desarrollaban contradicciones que darían lugar al resquebrajamiento del más monolítico de los partidos de izquierda en el país11.

11 La Comisión Política del partido Socialista Costarricense, en un “Análisis político del proceso electoral 1982” expresaba que “todos los partidos de la izquierda hemos cometido errores en esa dirección. El partido Vanguardia Popular ha confundido la crisis económica con una crisis de carácter político. Algunos dirigentes vanguardistas cayeron en el error de plantear que nos estamos acercando a una situación revolucionaria, extrapolando así las
experiencias de otros países del área” p. 11.

En el fondo parecía estar la valoración de las tareas del momento de los revolucionarios en Costa Rica. El resultado final parece ser una amalgama de
contradicciones irresueltas de los años cuarenta, de divorcio de la teoría y la práctica, de diferentes apreciaciones y prácticas en relación con la situación centroamericana, y en lo orgánicopartidario (no necesariamente en la influencia política) ineficacia.

En lo que se refiere a la explicación de la división del partido Vanguardia Popular, mientras que Manuel Mora, José Merino y Arnoldo
Ferreto la explican en términos de divergencias políticas, Eduardo Mora en sus memorias recurre a un argumento anecdótico al señalar el marcado peso juvenil de una dirección del PVP como el detonante de la crisis (Mora, E., 2000)12.

12 Lo que no explica el peso de una figura veterana como Ferreto en el otro bando. Mora recurre a la estadística, puntualizando que el 42% de esa dirección ultraizquierdista (Mora, M., 1984) y en la línea de la purificación Arnoldo Ferreto (1985,15) escribirá
que con la escisión de Manuel Mora y su grupo del PVP se facilitarían las acciones consecuentemente revolucionarias.

Manuel Mora se referiría a una conspiración que: “En las condiciones políticas del país donde priva la acción política abierta, construir una organización clandestina, no es ni más ni menos que liquidarse como proyecto político alternativo, frente a la crisis, dejando pendiente para el futuro las reivindicaciones históricas que claman por salir a la superficie para que sean materializados por nuestro pueblo… en estos momentos en vez de escondernos hay que dar la cara, hay que convencer…” (Salom, 102).

En el libro de Merino Manuel Mora y la democracia costarricense
encontramos un tratamiento más detenido del asunto, destacando las consecuencias de las diferentes visiones:
La discusión trascendía el interés puramente teórico, pues sus consecuencias
prácticas eran evidentes. Si en Costa Rica maduraba la situación revolucionaria, lo que se imponía era una acción política orientada en el corto plazo a la lucha por la toma del poder, por el contrario, si esas condiciones objetivas de la situación revolucionaria no estaban presentes, la línea del partido sería otra, más en clave de acumulación de fuerzas en el terreno de la democracia que en la toma del poder (Merino, 1999, 199).

Con Gramsci podríamos preguntarnos: ¿Asalto al poder o guerra de posiciones? Lo cierto es que los textos analizados revelan claramente
que en situaciones de alta tensión, de “crisis” si se quiere, un discurso que apunta a la “toma del poder” o al “salto revolucionario” (sea revolución socialista, democrático-popular, antimperialista, etc.) es llevado a su límite,
y las tensiones y fracturas generadas develan cuan cerca estaba la ilusión del “asalto al cielo”.

Es curioso, para finalizar nuestro tratamiento de este aspecto, que en el texto de Araya, representante de quienes primero plantearon una línea más agresiva en este campo en la época de la segunda ola se refiera que las propuestas
más beligerantes no fueran llevadas a cabo porque prevalecía lo que denomina, enigmáticamente, una “inercia instintiva” (Araya, 1989, 151).

Es interesante, por otro lado, que estas discusiones de las “alturas” no necesariamente reflejan la forma en que las divisiones fueron vividas por las militancias. De esto hay abundante evidencia en las entrevistas.

La clave estaba, entonces, en la valoración de la situación. Hay que decir que en estos casos, volviendo a las consideraciones de Maquiavelo, este no recomienda la prudencia, sino el impulso decidido. Esto podemos evidenciarlo en lo que sigue, un párrafo que sin duda, por lo demás, evidencia la misoginia presente en el pensamiento del florentino:
Concluyo, pues, que, si la fortuna varía y los príncipes permanecen obstinados en su modo natural de obrar, serán felices, a la verdad, mientras que semejante conducta vaya acorde con la fortuna; pero serán
desgraciados desde que sus habituales procederes se hallen discordantes con
ella. Pesándolo todo bien, sin embargo, creo juzgar sanamente diciendo que vale más ser impetuoso que circunspecto, porque la fortuna es mujer, y es necesario, por esto mismo, cuando queremos tenerla sumisa, zurrarla y zaherirla (destacado nuestro). (Maquiavelo, 1975, 185).

DE LA DOCTRINA

Como destacan Sobrado y Vargas (1991) el marxismo conlleva un metarrelato de progreso, que debe entenderse dialécticamente, pero no
siempre lo es. Pero no queremos referirnos aquí a la discusión acerca de las leyes de la dialéctica, sino examinar de qué manera se discute la apropiación
de la teoría marxista para la práctica política en los textos de interés. Están en juego, entonces, asuntos como doctrinarismo/realismo, aplicación de la teoría a realidades concretas, cientificidad de la teoría, etc.

Lo primero a comentar tiene que ver con el llamado método del marxismo. En esto se contraponen doctrina/realidad, utopía/realidad concreta. En un informe de Álvaro Montero a la dirección del PSC, citado por Salom en su libro, se atisbaba la problemática: “Los revolucionarios solemos hablarle a nuestro pueblo del futuro, sin explotación capitalista y libre de la dominación imperialista. Pero no hemos sido capaces de brindarle un conjunto importante de propuestas de lucha para el presente” (Salom, 1987, 133).

era nueva, lo que agravaría los problemas. Pero la
discusión que he venido desarrollando en este trabajo
demuestra claramente que estos no son problemas
generacionales. Véase Mora Valverde, E. 70
años de militancia comunista, San José: Editorial
Juricentro, 2000.

Lo que aparece como tema de discusión es el llamado realismo de Manuel Mora, que se evidencia en afirmaciones como la siguiente:
No se puede fundamentar la actividad, la vida, en abstracciones, ilusiones, deseos, ni incluso en ideales, hablamos de ideales, y hablemos también del saber, si esos ideales y ese saber no se confrontan permanentemente, porque la realidad está en constante cambio, y un cambio por aquí repercute en otro por allá, aparecen factores nuevos en situaciones viejas que es necesario tomar en cuenta para que ese saber no se convierta en una tapadera como las que ponen a caballos de carretón… para mí el marxismo es una ciencia en el sentido en que es un método de estudio de la realidad (Salas, 1998, 58-59).

[O]: Es necesario construir la imagen de una vida superior desde las comprensibles aspiraciones del pueblo, y es más posible levantar la lucha contra el imperialismo, contra la oligarquía, partiendo no de las posiciones librescas sino de la confrontación misma de las aspiraciones y la lucha por mejores niveles de vida (Mora, M., 1984, 25).

Esta visión, del marxismo como método científico, es compartida también por Salom, al hacer el señalamiento crítico de que: “Con frecuencia también el marxismo no ha sido utilizado como un método y un instrumento al servicio de la comprensión de la realidad, sino como una “camisa de fuerza” que se ha querido imponer a esa realidad” (Salom, 1987, 139).

En el marco de las discrepancias inter e intrapartidarias surgidas en el período de la segunda ola estas consideraciones sobre realismo/doctrinarismo salpicaron discusiones sobre temas como la democracia y, por supuesto, sobre
la estrategia y la práctica. También tienen que ver con la forma de asimilar la influencia de lo internacional, especialmente —en el caso del PVP— de lo que suponía la URSS y el llamado socialismo real.

Históricamente, está el llamado hecho a finales de los años 30 para promover un comunismo a la tica13 y el intento de Rodolfo Cerdas de liderar una izquierda con sello14 y están, inscritos en la historia acontecimientos como las alianzas de los años 40. Desde el otro lado de la polémica, el llamado al realismo se asociaba con la aceptación del dominio
de clase:
Nuestro Partido tiene que mantener la guardia en alto para impedir que, sobre
la base de falsas imputaciones de ultraizquierdismo, se le aparte de la línea consecuentemente revolucionaria, se le pretenda confundir con el argumento de que la cuestión de la perspectiva de poder debe ser desechada, para caer en las posiciones de quienes consideran que en Costa Rica no se puede ni se debe ir más lejos de la democracia burguesa que tenemos, exagerando sus virtudes y negando sus tremendos vicios e inconsecuencias (Ferreto, 1985, 84).

13 Véase Salom, 30.
14 Nos referimos al Frente Popular Costarricense, y su organización estudiantil, FAENA.

González y Solís, en su recientemente publicado análisis del libro de Addy Salas, consideran que Manuel Mora (con la colaboración de la autora) quería presentarse a sí mismo como líder en una línea de continuidad con lo que han sido los momentos más positivos de la historia nacional. Esta supuesta “continuidad” aparece también, de alguna manera, en el libro de Salom cuando este polemiza con la manera en que Mora visualizaba la revolución democrático-burguesa que consideraba ya estaba en marcha. González y Solís refieren que Mora entendía el marxismo como una “reflexión científica sobre las determinaciones contextuales” (2002, 270), contrastando la posición de este con la de Ferreto (una vez más: la contraposición
entre estos dos): “Ferreto sería un marxista identificado con los valores que se desprenderían del mismo marxismo. Para él el marxismo no sería un método sino una ciencia y una filosofía de vida” (González y Solís, 2002, 270).

Esta resulta una frase poco precisa ya que no se especifican cuales serían esos valores “que se desprenden del mismo marxismo” ni mucho menos queda claro cual sería esa “filosofía de vida”.

Para Ferreto el marxismo era también un método a aplicar, que sin duda
consideraba científico. La historia que hemos contado es de quienes querían cambiar la vida, el mundo social, y las discrepancias están en la forma de aplicar la doctrina de la cual se nutrieron.

La diferencia puede estar, entonces, no en que se aprecie el marxismo como método o no, sino en la forma en que se hace. En efecto ha estado en juego la concepción de lo que se consideraba eran las tareas verdaderamente
revolucionarias para contribuir a completar o profundizar una serie de tareas del desarrollo del país visto como una continuidad con el pasado (sobre esto escriben Solís y González).

En 1971, en un texto clave, Manuel Mora específica cuales tareas considera que ya han sido cumplidas en Costa Rica (Mora, M. 1984,
24-25). La contraposición a esta visión considerada evolucionista por Salom en 1987, tiene que ver con la idea de un salto cualitativo revolucionario, que en algunas versiones que operan hasta el día de hoy, es un salto directo al
socialismo15.
15 Nos referimos, por ejemplo, al partido Revolucionario de los Trabajadores.

Alguna voz cínica podría decir que actualmente esta discusión de a donde se
va y cómo carece de sentido, porque no se puede asumir que se vaya a alguna parte, pero esto, por supuesto, es difícil traducirlo a una propuesta política que busque trastocar el orden de las cosas, el statu quo.

En esta línea de discusión, ¿sería el marxismo, en lo político, un instrumento para completar tareas del capitalismo (de la modernización, en este caso) en una línea de continuidad, para impulsar saltos hacia otras formas de organización social, o alguna combinación dialéctica entre ambos tipos de tareas?

Eso parece haber estado en diferentes momentos, y a veces cambiando de lugar los protagonistas, en un debate, que creemos no será el último
de este tipo en nuestro país. En el período que nos concierne, una
parte de las discrepancias en los partidos tenía que ver con esta aproximación a la doctrina.

Mientras que unos se quejaban de que los partidos se volvían más doctrinarios y alejados de la realidad nacional, otros insistían, casi con un
afán tecnocrático, en que había que aceitar un engranaje que ya estaba casi preestablecido en cuanto a sus regulaciones y mecanismos. Por ejemplo, refiriéndose a la problemática orgánica de su partido a principios de los ochenta, Vargas Carbonell escribe:
En nuestro partido se producen fenómenos negativos en el comportamiento de
los cuadros, en su trabajo, en sus métodos de dirección, por falta de disciplina
de trabajo se pierde mucho tiempo en reuniones mal organizadas o que se desorganizan en el curso de la discusión por intervenciones extemporáneas o
simplemente por la tendencia a superponer temas, todo lo cual dificulta llegar a conclusiones claras sobre los temas sometidos a conocimiento del organismo
(1988, 18).

¿Se ubican los problemas de eficacia política de partidos revolucionarios en el funcionamiento de su dinámica interna o en su relación e incidencia con el acontecer político nacional? ¿si estos dos aspectos no se contraponen, de qué manera interactúan? Este parece ser otro aspecto del debate de los ochenta. Tiene que ver también con la clásica discusión de la disyuntiva partido de masas/partido de cuadros.

Por otro lado, de la mano del asunto del doctrinarismo parece ir aquel otro del sectarismo que tanto va a aparecer en los relatos de las entrevistas, en clave autocrítica.

DE LA DEMOCRACIA

Por último, retomamos la discusión en torno a las particularidades que presentaba Costa Rica para la actividad política de izquierda en el período en cuestión, subrayando la discusión sobre la democracia. Para Araya, es aquí
donde está el quid de las dificultades políticas de la izquierda en Costa Rica:
Darle connotación burguesa a las banderas democráticas ha sido el principal
crimen político de la izquierda costarricense, que educaba a sus militantes para
repudiar sus contenidos y sus formas de expresión. Jamás se entendió que la
clase dominante incorporó muchas reivindicaciones democráticas a su proyecto político, no porque con ellas representen sus intereses de clase, sino porque con ellas articulaba a la mayoría del pueblo a respetar y acomodar a su hegemonía de clase (Araya, 1989, 190).

Sin embargo el estilo hiperbólico de Araya (“un crimen…”) soslaya el hecho de que esta era parte importante de las controversias que se dirimían en Vanguardia Popular, por ejemplo, con las apreciaciones ya mencionadas de
Manuel Mora sobre las características de la revolución
democrática-burguesa en Costa Rica.

Para una parte de la izquierda el tema de la democracia cobraba más bien una enorme importancia. ¿Logro popular o trampa? La pregunta
política clave, en lo que concierne a lo electoral la formula Salom:
¿Constituye la democracia vigente en Costa Rica, o más concretamente, el sistema de sufragio, una especie de trampa, que hace prácticamente inexpugnable el acceso al poder político para aquellas organizaciones
que manifiestan su intención de impulsar grandes transformaciones en la estructura económico-social y política de nuestros países? (Salom, 1987, 25).

En un país con las características históricas y políticas de Costa Rica, esto generaba grandes dilemas para la izquierda, con mucho margen de ambigüedad, como el de participar en un proceso electoral y a la vez utilizar la
consigna “no basta votar”.

El análisis que hemos efectuado busca resaltar algunos de los retos y los dilemas que enfrentó la izquierda política marxista en esta segunda ola. Entre esos retos ha estado el de cómo lidiar con su propia historia, y hemos visto en el camino como se vuelven a presentar problemáticas ligadas con intentos de
transformación radical de la sociedad, que a la vez tocan las fibras mismas de la conformación histórica y cultural. Casi podríamos decir que en este campo hay, a lo Freud, se dan (1997) retornos de lo reprimido pero esto nos llevaría por un camino que no podemos de momento emprender.

Lo que sí esperamos es que nuestro trabajo, intenta la identificación
de propuestas políticas que lidiaron con lo que pueden ser los límites de sus propios discursos y acciones y, contribuya a una discusión necesaria, para esbozar de mejor manera alternativas más justas de construcción de lo político.

BIBLIOGRAFÍA

Araya, J. F. Mitos y sinrazones. San José: Edit. Uruk, 1989.
Benjamin, W. Discursos interrumpidos. Barcelona: Planeta, 1994.
Botey, A.M.; Cisneros, R. La crisis de 1929 y la fundación del partido Comunista de Costa Rica, San José: Editorial Costa Rica,1984.
Cerdas, R. “Marx sin marxismo” en Herra, R.A. ¿Sobrevivirá el marxismo? San José: Editorial Universidad de Costa Rica, 1991, 23-39.
Cerdas, J. La otra vanguardia, San José: UNED, 1993.
Comisión Política del Partido Socialista Costarricense, “Análisis político del proceso electoral”. 1982 .
Contreras, G. Manuel Mora y los logros de la democracia costarricense, San José: Imprenta Nacional, 1995.
Ferreto, A. Vida militante, San José Editorial Presbere, 1984.
Freud, S. Moisés y la religión monoteísta, Madrid: Biblioteca Nueva, 1997, 3241-3324.
Gallardo, H. Elementos de política en América Latina. San José: Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1986.
González, A.; Solís, M. Del desarraigo al despojo, San José: Editorial Universidad de Costa Rica, 2001.
Jameson, F. Teoría de la posmodernidad, Madrid: Trotta, 1998.
Lenin, V. Qué hacer. Problemas candentes de nuestro movimiento. Moscú: Editorial Progreso, s.f.
Maquiavelo, N. El príncipe. México: Escasa-Calpe Mexicana SA, (vigésima cuarta edición) 1989.
Marx, K. El capital. Madrid: AKAL, 1997.
Merino Del Río, J. Manuel Mora y la democracia costarricense. Viaje al interior del partido Comunista. Heredia: Fundación UNA, 1996.
Molina, I. “Un pasado comunista por recuperar: Carmen Lyra y Carlos Luis Fallas en la década de 1930”. Artikelit Maaliskut 1/2002.
Mora Valverde, E. 70 Años de militancia comunista, San José: Editorial Juricentro, 2000.
Mora Valverde, M. “La crisis en el partido: discrepancias y lucha por la unidad”, Documento presentado al XIV Congreso del PVP. San José: 1984.
Rodríguez, M.A. “La caída del mito” en Herra, R.A. ¿Sobrevivirá el marxismo? San José: Edit. Universidad de Costa Rica, 1991.
Rojas Bolaños, M. Lucha social y guerra civil en Costa Rica 1940-1948. San José: Editorial Porvenir. S.f.
Ruíz, A. Ocaso de una utopía. En las entrañas del marxismo. San José: Editorial Universidad de Costa Rica, 1993.
Salas, A. Con Manuel. Devolverle al pueblo su fuerza. San José: Edit. Universidad de Costa Rica, 1998.
Salom, R. La crisis de la izquierda en Costa Rica. San José: Editorial Porvenir. 1987.
Sobrado, M.; Vargas, J. “El paraíso no es un hecho científico” en Herra, RA ¿Sobrevivirá el marxismo? San José: Editorial Universidad de Costa Rica, 1991, 93-117.
Vargas Carbonell, H. “Prólogo” en Ferreto, A., Vida militante, San José: Presbere, 1984.
Zizek,S. “Multiculturalismo o la lógica cultural del capitalismo multinacional” en Jameson, F. y Zizek, S. Estudios culturales. Reflexiones sobre el multiculturalismo. Buenos Aires: Paidós, 1998.
Vilma Leandro Zúñiga
vilmaleandro@latinmail.com
Ignacio Dobles Oropeza
idobles@cariari.ucr.ac.cr

Carta Abierta a las fuerzas revolucionarias y progresistas de América Latina y el Caribe (1990)

Carta Abierta a las fuerzas revolucionarias y progresistas de América Latina y el Caribe

Esta carta abierta fue escrita colectivamente en febrero de 1990 en La Habana, Cuba. Trabajó en la misma, además de los firmantes, el comandante Manuel Piñeiro Losada (“Barbarroja”), cuyo nombre en aquella época no era conveniente que apareciera. Esta carta surge tras la debacle ideológica que se produjo ante la caída del bloque socialista. En este material histórico, quedó plasmada la justa y digna posición de cinco Partidos Comunistas que, a través de sus representantes, reafirmaron su voluntad de lucha contra el capitalismo y la necesidad de seguir buscando caminos para construir el Socialismo.
/strong>*
-Apreciados compañeros y amigos:
En estos días de aguda crisis, de intensa ofensiva imperialista y de grandes potencialidades revolucionarias, hemos decidido hacer llegar a ustedes nuestras inquietudes y reflexiones sobre el complejo período en que vivimos. El momento no es para inhibiciones. Está en una etapa crucial para las revoluciones y las luchas patrióticas y populares en nuestra América Latina y en todo el Tercer Mundo.
-La crisis del sistema imperialista
Nunca antes nuestro continente y todo el Tercer Mundo habían vivido una crisis tan profunda y generalizada. Nunca antes el poder imperialista de los Estados Unidos ha tenido tantos problemas y tantos riesgos derivados de su política de sometimiento.
El estrangulamiento de las posibilidades de desarrollo de América Latina y del Tercer Mundo se le revierte al imperialismo en una masiva emigración que traslada a su propio territorio los males provocados y que amenaza su estabilidad social interna.
La tendencia a los estallidos sociales y a la inestabilidad política crece en los países dependientes.
Las profundas y cada vez más amplias aspiraciones democráticas de nuestros pueblos no se satisfacen con democracias considerablemente restringidas, negadoras de una participación real y del poder de decisión de nuestros pueblos.
Las drogas que inundan la sociedad norteamericana en un proceso de indetenible descomposición social, sólo benefician a los intereses mercantiles de los más encumbrados sectores de poder estadounidense aliado con las mafias narcotraficantes latinoamericanas que aprovechan el ahogamiento económico de América Latina y condenan a grandes masas a depender directa e indirectamente de estas actividades. La situación así creada tiene hoy, dada su gravedad, un importante efecto desestabilizador en la sociedad estadounidense. Los Estados Unidos van perdiendo terreno como superpotencia económica dentro del propio sistema capitalista. Pierde terreno en esa vertiente frente a Japón y a Europa Occidental y se refugia fundamentalmente en su poderío militar para mantener su hegemonía.
-Dos crisis paralelas
El poder imperialista de los Estados Unidos, sin embargo, está ensoberbecido, a pesar de la profunda, prolongada y dramática crisis que afecta su sistema de dominación y de la creciente descomposición en su propia sociedad. Esa actitud se aprovecha del hecho de que su grave crisis coexiste ahora con la crisis de determinados modelos socialistas seriamente afectados por el alto grado de burocratismo, centralismo, dogmatismo y otros factores estructurales y coyunturales.
Estamos frente a dos grandes crisis. Por un lado la crisis del sistema capitalista mundial, cuya existencia ahora es la causa de los agudos y dramáticos problemas que afectan a la inmensa mayoría de los seres humanos; y, por el otro, la crisis de modelos socialistas que se burocratizaron y se tornaron ampliamente autoritarios y represivos, alejándose así del ideal original que fundía la justicia social con la democracia, para garantizar un continuo proceso de autosuperación.
Del mismo modo que la carrera armamentista emprendida por el imperialismo norteamericano constituye la causa de su actual crisis, la dinámica armamentista en la Unión Soviética, aunque por motivaciones distintas y bajo el funcionamiento de mecanismos económicos diferentes, es asimismo la que condujo al período de su estancamiento económico y a la crisis. La «perestroika» surgió como una necesidad de enfrentar esa crisis y de renovar el socialismo.
Los nuevos lineamientos, que primero se circunscribieron a plantear la aceleración económica y el paso del desarrollo extensivo al desarrollo intensivo, rápidamente fueron precipitados al terreno de la democratización política y de la transparencia informativa. Ese necesario viraje se produjo, sin embargo, presentando problemas imprevistos, evidenciando grandes debilidades ideológicas así como las enormes dificultades de la carencia de una estrategia coherente de renovación socialista y una fuerza capaz de impulsarla y conducirla exitosamente.
El cambio sacó a la superficie los problemas acumulados en la Unión Soviética y desató los demás procesos en Europa Oriental, desarrollando un complejo clima de desestabilización institucional y de pugnas políticas que hacen más tortuosa la democratización, crean nuevas complicaciones y presentan nuevas desviaciones.
La exacerbación de la prepotencia de la administración Bush se deriva, pues, de las profundas debilidades existentes en el campo de las fuerzas del socialismo. Esas debilidades se expresan en crisis, desviaciones e insuficiencias teóricas que han conducido a un embotamiento preocupante del antiimperialismo, del internacionalismo y de las posiciones revolucionarias en no pocos de los componentes de esas fuerzas.
-El imperialismo sigue existiendo
Dentro de esa línea, las posiciones extremas llegan al colmo de plantear la «inexistencia» del imperialismo y a considerar a las potencias capitalistas como «no adversarios» e incluso, como posibles «socios» dentro de un proceso de convergencia entre sistemas y fuerzas realmente antagónicas. Nuestra objeción a ese pensamiento y a esa actitud es categórica.
Es claro que el imperialismo de hoy no es idéntico al que Lenin describió en las primeras décadas de este siglo. Pero también es más que evidente que el imperialismo existe y que sigue siendo el principal enemigo de los pueblos y el gran responsable de las más conmovedoras penurias y sufrimientos que hoy azotan a la humanidad.
El sistema imperialista no debe ser juzgado exclusivamente por sus polos subdesarrollados, por sus centros más ricos, por los países capitalistas que exhiben mejores niveles de bienestar económico y social.
El sistema imperialista es mucho más que eso y precisamente esos polos han sido el producto de una depredación, un saqueo, una explotación y una extorsión sin paralelo en la historia mundial. El denominado Tercer Mundo, del cual forman parte nuestra América Latina y el Caribe, constituye la dimensión dramática y trágica de este sistema, plagado de injusticias, discriminaciones, inseguridad social, desempleo y formas de alienación presentes en el propio mundo desarrollado.
La realidad es que el imperialismo existe con mayores niveles de voracidad y agresividad y con recursos, capacidades tecnológicas y experiencias acumuladas que le garantizan una opresión más global y multifacética, y con un uso más intenso de potentes medios de dominación, mucho más modernos y sofisticados que los empleados en otras etapas.
Porque vivimos y sufrimos esta realidad, porque luchamos por transformarla, nos alarman y nos indignan las nuevas tesis sobre la supuesta caducidad del antiimperialismo y de las revoluciones populares en estas regiones oprimidas, superexplotadas y empobrecidas; tesis que lamentablemente tienen incluso ya una determinada gravitación en el «nuevo pensamiento» o «nueva mentalidad» impulsadas desde la «perestroika».
Sólo a través de un enfoque limitado a la pérdida relativa de la importancia económica de los países dependientes dentro del sistema imperialista y de un abandono de la visión crítica del capitalismo, puede arribarse a esas tesis improcedentes, que entendemos deberían abandonarse.
-Por la paz, el humanismo y la revolución
Esa firme convicción no limita nuestra valoración positiva de los esfuerzos de la Unión Soviética y otros países, destinados a lograr acuerdos interestatales con las grandes potencias capitalistas que eviten las grandes tragedias que amenazan la existencia de la humanidad. Tampoco obstruye una equilibrada reflexión sobre los cambios que tienen lugar en otras partes del mundo.
Comprendemos la preocupación presente en Europa por los amenazantes problemas globales relacionados con los peligros de guerra termonuclear y con los dramáticos desequilibrios ecológicos provocados por la civilización industrial. Nos solidarizamos con los anhelos de paz duradera y respaldamos las iniciativas y acuerdos en esa dirección.
Nos alegramos cuando las aspiraciones de renovación, democratización y autodeterminación cobraron fuerza en los países del Este europeo, cuyos modelos burocráticos entraron en crisis y en fase de agotamiento.
Saludamos las proclamas iniciales sobre la necesidad de revitalizar el humanismo en esa zona del mundo. Nada de esto ha tenido ni tiene objeción de nuestra parte. El dogmatismo, la unilateralidad y el aferramiento a viejos esquemas o a extremismos infecundos no forman parte de nuestra manera de pensar y actuar. Compartimos todo lo que es creatividad, renovación, democratización, valoración de lo nuevo y esfuerzos para superar la falta de desarrollo de la teoría revolucionaria.
-Puntualizaciones y objetivos
Pero en torno a estos aspectos, consideramos imprescindible hacer algunas puntualizaciones, dada la negativa evolución de esos procesos. No creemos que la democratización deba circunscribirse al este europeo y asumirse copiando esquemas y modelos de democracia representativa, que en el mundo occidental han entrado en crisis y revelado sus limitaciones, porque resultan extremadamente formales y no garantizan la participación y el poder de decisión de los pueblos. No creemos en la sinceridad de las proclamas de libertad y democracia que formulan países capitalistas y fuerzas neoliberales que oprimen, condenan al hambre, el analfabetismo y la insalubridad a cientos de millones de seres humanos. Nos solidarizamos con las fuerzas democráticas y progresistas que luchan al interior de esos países por los intereses más amplios de la sociedad. No creemos que la renovación y democratización necesarias dentro del socialismo deban ser desviadas por senderos de la privatización capitalista que tantas injusticias y males han provocado. No creemos que el internacionalismo y la solidaridad deban ser reemplazados por el egoísmo nacional y la contemporización o complacencia con el imperialismo. No creemos en una paz que se reduzca a la paz entre los grandes. No creemos en un humanismo que se limite a los países del Norte o se quede en la Casa Común Europea y desprecie las dos terceras partes de los habitantes del planeta que viven y sufren en el Tercer Mundo, aunque valoramos positivamente todo lo que esa Casa Común signifique para la independencia de Europa frente a los Estados Unidos. No creemos que los Estados Unidos y demás países imperialistas puedan ser definidos como «no adversarios» de los pueblos y del socialismo. No creemos en el repliegue y el desarme unilateral del socialismo y de las fuerzas revolucionarias, mientras los Estados Unidos refuerzan su estrategia de guerra de baja intensidad y sus planes de militarización del espacio para lograr hegemonía en materia de armamentos. No creemos que ningún interés global pueda ser contradictorio con la redención de los pueblos oprimidos del tercer mundo y con las luchas por la democracia, la paz, la justicia y la autodeterminación que se libran en Centroamérica, Palestina, Sudáfrica y en todas las naciones vilmente pisoteadas de Asia, África y América Latina. Nos indigna la prepotencia imperial en cada uno de esos lugares. Nos indigna que nos quieran imponer como «ideal» su cuestionable modelo de democracia lleno de limitaciones y cargado de discriminaciones y manipulaciones, que ya han motivado un alto nivel de objeción y abstención en su propia sociedad y que sirve de disfraz a múltiples atropellos y opresiones dentro y fuera de sus fronteras. Nos indigna su descaro y su cinismo actual. Nos preocupa que la «perestroika» esté siendo distorsionada, que se esté separando de sus propósitos de ofrecer más socialismo y más democracia; nos preocupa que dentro de ella se desarrollen y ganen terreno los partidarios de corrientes procapitalistas, los nacionalismos separatistas y contrarrevolucionarios y los enterradores del internacionalismo revolucionario atraídos por la convergencia con los Estados Unidos y otras potencias capitalistas. Estamos profundamente convencidos de que el debilitamiento del internacionalismo en la Unión Soviética fortalece el chovinismo contrarrevolucionario que amenaza debilitar e incluso desintegrar ese estado multinacional. El repliegue en materia de antiimperialismo e internacionalismo se revierte contra la propia unidad de la Unión Soviética. Aunque nos preocupa el debilitamiento político sufrido por la Unión Soviética y más aún en los países de Europa Occidental a causa de la crisis y de la ausencia de vanguardias esclarecidas y con autoridad ante los pueblos para asegurar el rumbo socialista de los acontecimientos que allí se están desarrollando, tenemos que reconocer que las dirigencias políticas de la Unión Soviética y de los países de Europa del Este enfrentan de diferente manera la lucha que se libra entre preservación y renovación socialista y regresión capitalista. Mientras en algunos países de Europa Oriental sus dirigencias se inclinan abiertamente por la inserción de sus países en el capitalismo, la situación en la Unión Soviética y algunos otros países se presentan de modo distinto y en general la regresión capitalista está por verse. Comprendemos lo difícil del presente período en esos países, lo complicado que resulta retomar el rumbo socialista que rearticule el socialismo con la democracia, valoramos los desvelos de todos los que se empeñan en que la renovación implique una fase cualitativamente superior de socialismo y no sea desnaturalizada por la influencia capitalista. Alentamos sus trascendentes esfuerzos y les deseamos los mejores éxitos en esa nueva batalla. Nos preocupa que las debilidades del socialismo hayan facilitado la intervención militar en Panamá, la contraofensiva derechista en Nicaragua, las maniobras de los Estados Unidos y el deteriorado y genocida régimen salvadoreño, las graves amenazas que se ciernen contra Cuba revolucionaria, la escalada imperialista en toda la región.

-Nuestras convicciones

Creemos firmemente en la paz para todos y con dignidad. Creemos en la renovación socialista. Creemos en la democracia con poder popular, en una democracia que potencie la participación de las organizaciones y de los nuevos sujetos políticos y sociales. Creemos en la necesidad de rescatar el ideal socialista original que reúne en un mismo proyecto las transformaciones sociales y la democracia. Ese ideal sigue en pie y lucharemos por conquistarlo. Creemos en la paz entrelazada con la liberación y la renovación. Creemos en la necesidad y la posibilidad de las revoluciones populares para alcanzar la democracia, la justicia social y la soberanía. Creemos en el internacionalismo revolucionario y en la necesidad de sostener con firmeza las banderas del antiimperialismo. Nuestros pueblos son víctimas del imperialismo y no podemos renunciar a la lucha revolucionaria por su emancipación y por la nueva democracia que esa dominación obstruye. En nuestro Tercer Mundo la situación es desgarradora. Las estructuras y modelos capitalistas dependientes carecen de soluciones y agravan los males que provocan. Las instituciones se corrompen, la democracia se mutila y restringe, la soberanía es pisoteada y las tensiones sociales y políticas se acumulan. Esta es una crisis de exclusiva responsabilidad del sistema capitalista, en continuo proceso de empeoramiento. Por estos y otros factores, el centro de la ebullición revolucionaria se ha trasladado desde finales de la década de 1950 al Tercer Mundo. En el presente, esta realidad es todavía más intensa y palpitante, presentando una gran potencialidad revolucionaria en América Latina y un especial dinamismo revolucionario en Centroamérica y en el Caribe, sin dejar de poner atención a la riqueza de los procesos políticos y sociales que se desarrollan en Brasil, Uruguay, Perú, Argentina y otros países. La vida indica que América Latina y el Caribe no tienen alternativa de desarrollo, de democracia y de soberanía dentro de la dominación imperialista, ya que es precisamente esa dependencia la que nos ha hundido en el atraso, en la pobreza y en la carencia o limitaciones a la libertad. Las necesidades políticas, sociales y económicas de los pueblos latinoamericanos no pueden satisfacerse con estas democracias en crisis, vaciadas de contenido social, tuteladas por grupos poderosos y por el poder imperialista. Nuestros países requieren de revoluciones profundamente democráticas que den participación y poder de decisión a todos los componentes del pueblo trabajador y a todos los sectores que pueden contribuir al desarrollo con justicia social y sienten las bases para llevar a cabo el ideal socialista.
-La revolución es el gran reto histórico
Lo anterior no sólo quiere decir que la revolución continúa vigente históricamente, sino que constituye una necesidad y la posibilidad para la solución de los problemas de América Latina y el Caribe y del Tercer Mundo. Esto nos impone un gran reto. El reto es mayor si se tiene en cuenta, además, que los virajes revolucionarios en el Tercer Mundo, particularmente en América Latina y el Caribe, tienen capacidad de impactar, e incluso alterar y desestabilizar el sistema imperialista y podrían, de incrementarse y ampliarse, revertir la euforia temporal de sus dirigentes y forzarlos progresivamente a aceptar la idea de un nuevo orden económico y político internacional, basado en un auténtico humanismo abarcador de todos los pueblos, de toda la humanidad. Nuestro movimiento revolucionario y las fuerzas democráticas, antiimperialistas y progresistas de esta parte del mundo debemos y podemos aceptar ese reto y disponernos a encarnar la nueva esperanza. Es preciso crear y potenciar las vanguardias revolucionarias a través de la unidad, la lucha y la relación estrecha con las masas populares. Es preciso construir una gran alianza por la democracia y la autodeterminación. Es preciso fortalecer el tercermundismo y el latinoamericanismo para librar una lucha sin cuartel por la victoria de nuevos proyectos democrático-revolucionarios y por la liberación de nuestros pueblos. Esto incluye una firme defensa de Cuba socialista como pionera de la transición revolucionaria latinoamericana y baluarte del antiimperialismo y el internacionalismo en esta región. Incluye, asimismo, una firme solidaridad con las reservas de la Revolución Popular Sandinista, representadas en el FSLN y en los demás factores de poder popular que perduran después del revés electoral, sobre cuyas causas es preciso reflexionar para superar errores. Incluye, muy especialmente la solidaridad para con la lucha del FMLN, y de todas las fuerzas patrióticas y democráticas salvadoreñas que apuntan hacia una nueva y trascendente victoria y, asimismo, con el batallar ascendente del URNG en Guatemala y con las luchas democráticas que hoy se libran en Haití, Colombia, Brasil, Perú, Argentina, Chile, Honduras y otros países. Esta es una gran verdad y una gran necesidad.
-Pensar con cabeza propia
Pero dentro de la agenda revolucionaria latinoamericana no es posible obviar el impacto de lo que acontece en Europa Oriental. Esos problemas han tenido un impacto contradictorio en las fuerzas revolucionarias y progresistas del continente: en una parte de ellas han provocado desmoralizaciones y estímulos a concepciones alejadas de nuestras necesidades y trasplantadas de procesos europeos, en otros sectores han reafirmado profundas convicciones revolucionarias, antiimperialistas y socialistas dentro de una clara determinación de independencia creadora. Nosotros nos ubicamos entre estos últimos y nos disponemos a poner nuestros corazones y esfuerzos en dirección a pensar con cabeza propia y a desarrollar nuestra posición en medio de las extraordinarias potencialidades revolucionarias existentes en este continente. Nuestro viraje integral, nuestra rectificación revolucionaria, la renovación nuestra, tiene su propia problemática y sólo podría ser fructífera dentro de una línea de unidad y combate antiimperialista y de estrecha vinculación entre revolución popular y democracia participativa e integral. Nuestra renovación debe tener bien presente todo lo positivo de las corrientes renovadoras y democratizadoras a escala mundial, adecuándolas a nuestras condiciones particulares a través de un gran esfuerzo de elaboración propia y de búsqueda de la originalidad necesaria. Los procesos en Europa del Este, con todos sus aspectos positivos en cuanto a ejemplos de democratización y autodeterminación que contrastan con la opresión vigente en América Latina y el Tercer Mundo, responden a condiciones y crisis particulares y exhiben desviaciones, debilidades y modalidades que no tienen por qué ser trasplantadas o copiadas. Es improcedente copiar tanto lo negativo como lo que no se ajusta a nuestras realidades. Dediquémonos nosotros a elaborar y a luchar en función de nuestras necesidades y particularidades y teniendo en cuenta nuestras tradiciones históricas y las características de nuestras sociedades en crisis. Busquemos alternativas democráticas, revolucionarias e innovadoras.
-Llamamiento
Agrupemos fuerzas en esa dirección.
No dejemos que la dispersión y la desmoralización se tornen irreversibles.
Coordinemos nuestras capacidades y voluntades transformadoras.
Unámonos para luchar en todos los frentes; para relanzar el ideal revolucionario, para superar dogmatismos, para enfrentar las desviaciones derechistas y las claudicaciones, para combatir con vigor a nuestros enemigos, para hacer rectificaciones y renovaciones auténticamente revolucionarias, para fortalecer el antiimperialismo, para darle contenido popular a la lucha por la democracia, para avanzar hacia nuevas revoluciones democráticas y patrióticas, para rescatar el valor de las metas socialistas, para desarrollar luchas concretas que eleven la moral y la capacidad de las fuerzas liberadoras en la periferia y los centros del sistema capitalista mundial.
Unámonos para combatir y demostrar que las fuerzas del cambio pueden y deben recuperarse del impacto de estos fenómenos negativos, que los reveses sufridos son pasajeros, que las dificultades actuales pueden ser superadas, que la crisis del sistema imperialista y de nuestros enemigos es un tremendo potencial a nuestro favor.
En este Tercer Mundo, en este continente convulsionado, deben cifrarse las nuevas esperanzas revolucionarias, esperanzas que los cristianos, los antiimperialistas, los marxistas, los demócratas, los socialistas, los nuevos líderes populares, los movimientos sociales innovadores, podemos contribuir a convertir en realidad, procurando además que en todo el planeta las fuerzas del progreso se decidan por detener y derrotar la contraofensiva imperialista estadounidense.
En este mundo y en este continente convulsionado deben cifrarse las nuevas esperanzas revolucionarias.
En América Latina los sujetos de la liberación y la transformación se integran por una inagotable pluralidad social, política, religiosa e ideológica que reúne a obreros, campesinos, semiproletarios, marginales, empleados, maestros, estudiantes, intelectuales, cristianos, empresarios, etc., bajo las banderas de los más amplios intereses nacionales, populares y democráticos.
Es digno destacar el papel que dentro de esta pluralidad desempeñan los cristianos al vincular los contenidos humanistas del cristianismo con la lucha por resolver la dolorosa realidad social, política y económica de las masas latinoamericanas.
Esa posibilidad existe; pues, pese a todo, en esta parte del mundo las dificultades del imperialismo norteamericano son enormes y en la propia sociedad estadounidense su sistema pierde credibilidad y crecen en la actitud de protesta y los nuevos movimientos sociales.
Nuestra lucha se entrelaza así con la lucha del pueblo norteamericano y su promisorio abanico de fuerzas solidarias, cada vez más amplio y más sensible, cada vez más firme en su desafío a las discriminaciones, a los falsos valores, a la descomposición y a todo lo inhumano de ese sistema opresor.
Clamamos por una expresión unitaria de esa necesaria voluntad de lucha en todos los rincones de la Tierra.
Clamamos por la más amplia y vigorosa unidad de todas las fuerzas y sectores que en el continente están por los ideales de justicia, independencia, democracia y paz.
Clamamos por más firmeza antiimperialista.
Clamamos por más creatividad revolucionaria. Clamamos por la revitalización del internacionalismo revolucionario.
Clamamos por darle continuidad a los grandes ideales latinoamericanos de Bolívar, Sucre, San Martín, Morelos, Santa María, Morazán, Martí, Sandino y Farabundo Martí.
Abrazos fraternales,
Humberto Vargas Carbonell, Partido Vanguardia Popular Costa Rica
Rigoberto Padilla Rush, Partido Comunista de Honduras
Narciso Isa Conde, Partido Comunista Dominicano
Schafik Jorge Hándal, Partido Comunista de El Salvador
Patricio Echegaray, Partido Comunista de la Argentina