Literatura salvadoreña: Voces alimentadas por un sueño

Literatura salvadoreña: Voces alimentadas por un sueño

Luis Antonio Chávez *

Hablar sobre la cultura poética salvadoreña, es remontarse a la época precolombina, cuando nuestros antepasados escribían versos románticos para enamorar a las indígenas o rendir honores a sus dioses, canto con el que buscaban enaltecer la belleza, pues a través del símil comparaban su amor con el cielo, el lago, el surgimiento de una flor o la cosecha abundante.
Aquellas eran voces llenas de pureza, creadas sin el academicismo desmedido, pero alimentadas por la fuerza poética sin igual, de tal forma que dejaban sentir sus odas a la vida o líneas épicas que celebraban al guerrero.
“Gozad, poderosos reyes/ esa majestad tan alta/ que os ha dado el rey del cielo; / con gusto y placer gozadla; / que en esta presente vida/ de esta máquina mundana, / no habéis de imperar dos veces; gozad porque el bien se acaba”, escribía Netzahualcoyolt. (1)
Con los años nos encontramos con escritores como José Batres Montufar (1809-), quien escribió: “Yo pienso en ti/ tú vives en mi mente/ sola, fija, sin tregua/ a toda hora/ aunque tal vez el rostro indiferente/ no deje reflejar sobre mi frente/ la llama que en silencio me devora”.
Miguel Álvarez Castro (San Miguel 1795-1856, (2), ubicado entre lo romántico y neoclásico); Carlos Bustamante (S.S. 1891-1952, escribió Amerispalia, poesía 1952); Francisco Díaz (S.S. 1812- Honduras 1845, publicó en poesía Epístola (1842) La tragedia de Morazán, entre otros), (3) Cristóbal Humberto Ibarra (Zacatecoluca 1920, perteneció al Grupo SEIS y publicó Gritos y Elegía de Junio, además de prosa); Vicente Acosta (Apopa 1867- Honduras, 1908); Vicente Rosales y Rosales (Jucuapa, San Miguel, 1894-1980); Francisco Gavidia, (San Miguel 1863-1955), a quien se le ve como el padre de la literatura salvadoreña, pues además de incursionar en los diferentes géneros, desde la poesía, el ensayo, el teatro… fue gran amigo del vate nicaragüense Rubén Darío…
Los tiempos siguen y la poesía también nos da alegría, nace nuestra poetisa Claudia Lars, seudónimo de Carmen Brannon (Armenia, Sonsonete, 1899- San Salvador, 1974), “considerada como una de las más altas voces poéticas salvadoreñas y como la que alcanza la mayor perfección dentro de la poesía lírica nacional.” (4)
Tampoco dejaremos de mencionar al poeta de Cuscatlán, Alfredo Espino (Ahuachapán 1900-1928, escribió un solo libro Jícaras tristes); Manuel Andino (1892-1958); Hugo Lindo (La Unión 1917- SS.1985); Juan Coto (1900-1938); Antonio Gamero (San José Villanueva, 1917-1974, perteneció al Grupo SEIS, publicó TNT (1943), Bajo el temblor de Dios (1950), autor de los poemas iconoclastas La Saliva y TNT); Pedro Geoffroy Rivas (Santa Ana 1908-1979, autor del libro Los nietos del jaguar, entre otros textos no menos importantes); Oswaldo Escobar Velado (Izalco, 1911-1961, quien escribiera su famoso poema Patriaexacta, Cantaré Cantarás y Regalo para un niño)… voces que apuntalan su pluma y con su visión de mundo le cantan al amor, a la desesperanza o a la injusticia.
Además aparecen escritores de la talla de Raúl Contreras (Cuscatlán 1896-1973, quien levantara polvo en el tinglado literario salvadoreño al escribir su libro Niebla, con el seudónimo de Lydia Nogales); Serafín Quiteño (Santa Ana 1906-1987), de este poeta, el escritor David Escobar Galindo, reseña: “en versos de sencilla musicalidad, hace vivir las estampas del sentimiento provinciano, en la más emotiva acepción del término.” (5)
Pero como el hombre es un ser social por naturaleza, aparecen grupos literarios, como el Grupo SEIS, con escritores de la talla de la poetisa Matilde Elena López (1922, ha publicado Cartas a Grosa, Los sollozos oscuros, entre otros); con Hugo Lindo (La Unión 1917-SS. 1985), y en la década del 50 surge el Círculo Literario Universitario, al que pertenece Roque Dalton (1935-1975, quien escribiera la novela autobiográfica Pobrecito poeta que era yo, además de los poemarios La ventana en el rostro, Un libro rojo para Lenin, Poemas clandestinos, Un libro levemente odioso, Los hongos, Taberna y otros lugares, entre otros), Otto René Castillo, publicó junto a Roque Dalton el libro Dos puños sobre la tierra, Castillo murió calcinado en las cárceles de Guatemala, de donde era originario…
Fue el escritor Ítalo López Vallecillos (S.S.1932-1987 historiador, dramaturgo, periodista), quien al regresar de México encuentra a varios jóvenes inquietos por la literatura, entre ellos Waldo Chávez Velasco (SS, 1932-2003, publicó Quien secuestró a Scot (Novela), Sonata de la violencia (Novela), Bomba de Hidrógeno (Poesía); Irma Lanzas (Cojutepeque 1933), Eugenio Martínez Orantes (1932-2005, publicó en poesía Bomba de hidrógeno, Llamas de insomnio, (1952); Ballet (1956); El arcángel de la luz (México 1958); Fragua de amor (1959); Bajo este cielo de Cobalto (cuento, 1964); Mar sobre mi mundo (poesía, 1978); Tunil (cuento, 1992); y la antología poética 32 escritores salvadoreños (1993), este poeta, a juicio de Luis Antonio Chávez, “presenta en su poesía una carga emotiva sin igual, pues lee a los clásicos con avidez e imanta sus versos de un lirismo sin igual, cargando sus versos de una sensualidad sin caer en el erotismo vulgar, pero sí impregnándole un sello que gusta y que apasiona”); Manlio Argueta (San Miguel 1935, se inició como poeta, pero después observó que podía decir más en la novela e incursiona en ese rumbo, obteniendo premio con su primer libro titulado El valle de las hamacas, después le siguen Un día en la vida, Caperucita en la zona rosa, El milagro de la paz, El siglo del O(g)ro, entre otros ), Tirso Canales (1933, seudónimo de José Antonio Canales, ha escrito muchos libros, entre ellos aparece en la antología De aquí en adelante), José Roberto Cea (Izalco 1939, su libro Todo el códice mereció un premio centroamericano de poesía, además ha incursionado en todos los géneros literarios, desde el teatro, la novela y el ensayo), Roberto Armijo (Chalatenango 1937, París 1997, publicó ensayo y poesía, entre ellos La noche ciega al corazón que canta (poesía 1959), Seis elegías y un poema (UES), Francisco Gavidia y la odisea de su genio(ensayo, en colaboración con el escritor y jurisconsulto José Rodríguez Ruiz); Ricardo Bogrand (seudónimo de José Antonio Aparicio, nació en San Pedro Arenales, San Miguel 1930, ha publicado Perfil de la raíz (poesía); Roque Dalton (1935-1975), Orestes Posada (no ha publicado obra, pero sí muchos artículos de opinión, tiene obra inédita e incluso una elegía que escribiera en Alemania a raíz del asesinato de Roque Dalton), Álvaro Menen Desleal (Santa Ana 1931- S.S. 2004); Ítalo es quien bautiza a este grupo como la Generación Comprometida… una pléyade de escritores cuya voz es reconocida, no sólo dentro del país sino fuera de nuestras fronteras…

Más canto
A David Escobar Galindo (Santa Ana 1943, con más de 40 textos publicados, escribió Los jazmines heredados y muchos libros más, también incursiona en el cuento, la novela, la fábula y el teatro); Francisco Andrés Escobar (SS. 1944, tiene entre sus publicaciones Andante cantabile (cuento 1974); Una historia de pájaro y niebla, cuento 1978; Petición y ofrenda, poesía, libro con el que obtuvo primer lugar en los juegos florales de Quezaltenango 1978, entre otros); Elisa Huezo Paredes, Lilian Serpas (Santa Tecla 1905, publicó sus libros de poesía Urna de ensueño (1927), Nácar (1929), Huésped de la eternidad, La flauta de los pétalos, Girofonía de las estrellas, Corazón y esfera, Voces sin tiempo, (1978), Paredes murió en 1985) Alice Lardé de Venturino (Atiquizaya 1876, S.S. 1945), Mercedes Durán (1933, escribió Sonetos elementales, 1958); Corina Bruni, Alberto Guerra Trigueros (1917-1950), Ulises Masís (Antiguo Cuscatlán, La Libertad, 1925-S.S. 1992, publicó en poesía Amo mi soledad y Para cuando nazca el sol, en coautoría con el poeta Daniel Eguizábal); Alejandro Masís (Antiguo Cuscatlán, La Libertad 1947); Ricardo Lindo (S.S. 1947, ha publicado XXX (cuento, 1970), Rara avis en terra (cuento 1983) Jardines (poesía 1980), entre otros; Renán Alcides Orellana (Poeta, escritor y periodista, nació en Villa El Rosario, Morazán, en 1936, ha publicado De casi seres humanos (cuento, 1975) Corazón adentro (poesía, 1999), Allá al pie de la montaña (Novela 2002) y Línea sin fin (poesía 2004); Allá al pie de la montaña (Novela, 2005); Lo que pasa cuando el tiempo pasa (2009), Rolando Elías, Claribel Alegría (1924-), Lil Milagro Ramírez (SS.1945-1979), Maura Echeverría (Sensuntepeque, Cabañas 1935-), Claudia Hérodier (SS. 1950-, ha publicado Volcán de mimbre (poesía, Guatemala 1972), Traición a la palabra (poesía UTEC, 2002, tiene mucha obra inédita); Reyes Gilberto Arévalo (1949-), Mauricio Marquina (Jucuapa, San Miguel 1946-); Luis Galindo (1929), Juan Carlos Rivas, Aída Párraga (SS. 1966-), Federico Hernández Aguilar (S.S.1974, ha publicado Con el permiso de ustedes, El segundo verbo, entre otros); María Cristina Orantes (México, 1955, ha publicado, Llama y espina, El libro de los conjuros) (6); Nora Méndez (SS nació 24 de marzo de 1969, además de poeta ha incursionado en la música. Ha publicado Atravesarte a pie toda la vida (UTEC 2002), La estación de los pájaros (poesía CONCULTURA, 2004, entre otros); Silvia Elena Regalado (SS. 1961, su poesía aparece publicada en varias antologías como Octubre es el culpable (ASTAC 1993), Patria chiquita, Palabras de la siempre mujer, Poesía a mano, Mujeres en la literatura salvadoreña, Ochi di rossa y en la antología francesa Poesía salvadoreña del siglo XX, hecha por la estudiosa y traductora francesa Dra. María Plumier, también ha publicado Pieles de mujer, Desnuda de mí e izquierda que aún palpitas, entre otros), de esta poeta, el escritor Luis Antonio Chávez, escribe: “Sus versos están imantados con una ternura que le nace, su canto al amor está rodeado de todas esas cosas que le rodean, su familia, sus hijos… sin embargo, cuando intenta tocar el aspecto social no hace más que socavar una altura poética ya definida”,); Silvia Ethel Matus (Nejapa 1950, ha publicado En la dimensión del tránsito e Insumisa primavera); René Chacón Linares (Febrero de 1965, ha publicado en poesía La fiera de un ángel y aparece en la antología hecha por la estudiosa de la literatura francesa Dra. María Poumier, titulado Poetas por El Salvador); Carmen Tamacas (1975-), Carmen González Huguet (SS. 1958, ha publicado Mujeres (cuento), Oficio de mujer (poesía), entre otros); Danilo Umaña Sacasa (Sonsonate, 1954, periodista, poeta, cuentista y novelista, ha publicado la novela Los tentáculos del verdugo, además posee mucha obra inédita); Orlando Fresedo (seudónimo de Aníbal Bolaños, nació en Santa Ana en 1932); Mauricio de la selva (Soyapango 1930, publicó Canto a Guatemala y Palabras); Hidelbrando Juárez (Apopa 1939, publicó Poemas para recordar que no somos unigénitos); y Rolando Acosta, estos escritores no pueden dejarse de mencionar.
Continuamos con los grupos literarios y en la década de los 60, tras la Generación Comprometida, aparece De aquí en adelante, (1967) “que intenta ser una ruptura, un borrón y cuenta nueva en la literatura salvadoreña” (7), integrado por José Roberto Cea (1939), Manlio Argueta (1935-); Tirso Canales (1930), Roberto Armijo (Chalatenango, 1937-París, 1997) y Alfonso Quijada Urías (1940) Este último poeta ya perfilaba su voz con la fuerza innata cuando publica su primer libro titulado Los estados sobrenaturales, texto que levantó polvo en su momento entre los escritores ya reconocidos. Actualmente reside en Canadá.
Tras Piedra y Siglo (1966), formado por Jorge Campos (1938), Rafael Mendoza (padre, 1943), Julio Iraheta Santos (Santa Tecla 1940, ha publicado Confidencias para académicos y delincuentes, Todos los días el hombre y Espantapájaros); Luis Melgar Brizuela, José María Cuéllar (Ilobasco 1942-1980, escribió La Cueva); Uriel Valencia (Metapán, Santa Ana 1940-2005), Ricardo Castrorrivas (1938), Ovidio Villafuerte (Sonsonate 1940-2007, obtuvo premios en Guatemala con su libro Ritual de piedra en aventura de Honda, ha publicado Cuzcatlán, en la sangre y la protesta, El elogio de la vida, Del hombre un solo rostro, En el ala de un sueño); aparece Cinco Negritos, integrado por los poetas Salvador Juárez (Apopa, 1946, ha publicado Al otro lado del espejo, Tomo la palabra, Puro Guanaco), Joaquín Meza (1956 ha publicado SALMitos (1983), Poesía colorada (1985) Vicent, tú y las golondrinas, entre otros; La Masacuata, con Alfonso Hernández, Roberto Monterrosa (San Vicente 1945), para mencionar algunos; La Cebolla Púrpura, con David Hernández (S.S. Barrio Concepción, 1955 -, ha publicado En la prehistoria de aquella declaración de amor, Poesía, Edic. Taller de los vagos 1977; Salvamuerte, novela, 1992, obtuvo premio certamen latinoamericano de novela; Putolión, 1996, Berlín años guanacos, premio Alfaguara, 2004, además escribió ensayo Alejandro de Humbols, la otra búsqueda del dorado). Jorge Alberto Morazán (S.S. Santiago Texacuangos, 1943), Rigoberto Góngora (San Vicente, Municipio de Santa Clara 1950-1982); Jaime Suárez Quemain (S:S. abril de 1950-1980, publicó Un disparo colectivo, póstumo, además de Desde la crisis donde el canto llora, con el que ganó premio Cultura en 1970); con Gilberto Santana, (Barrio Candelaria, SS, 1947, ha publicado Calendario clandestino, UES, y las antologías hechas por el escritor Luis Antonio Chávez, De barro somos y Del silencio a la alternativa un solo verbo, también en la antología Poética 1985); Humberto Palma (SS 1947); Francisco Rivera (San José Guayabal, 1957-); Nelson Brizuela (S.S. 1955, Nic. 1990), en este grupo también estuvieron los pintores Augusto Crespín y Antonio Bonilla. Y, el Taller Literario Francisco Díaz, con Rafael Góchez Sosa (Santa Tecla, La Libertad, entre sus obras están Poemas para leer sin música); Heriberto Montano (1950-2007), Manuel Sorto, Daniel Eguizábal (San Miguel 1962, ha publicado Hojarasca 1980; Poemas en blanco y negro (1985) y en 1986 El diablo en Santa Rosa de Lima, en coautoría con el cuentista Danilo Blanco (La Unión ), Para cuando nazca el sol (en Coautoría con el poeta Ulises Masís); Piel de ojos (1996) Hojas de Polvo (1998) autorretrato en tecnicolor (1998) …
Aquí también vemos voces nuevas como las de Sonia Miriam Kury (1948, y a quien se le ha perdido la huella); José Luis Valle (Chalchuapa, Santa Ana, 1944-, ha publicado 25 poetas jóvenes de El Salvador, novela, teatro…); Miguel Ángel Chinchilla (S.S. 1956, poeta, dramaturgo y narrador, ha publicado cuatro libros de poesía, dos novelas, crónicas y cuento); Miguel Huezo Mixco (1954-), autor de los poemarios Unas boca entrando en el mundo, La margarita emocionante, La canción del verdulero, Pájaro y volcán, entre otros; Mario Noel Rodríguez (Mejicanos 1955-) publica Por aquí pasaba un río (1991), Agítese antes de leerse (Poesía Edit, Lis), Crónica de un actor y el ensayo Nombre de Guerra, sigue en cuento con Carta después de la crucifixión, de este cuento, el escritor Luis Antonio Chávez, dice “El poeta deja entrever que en medio de la guerra había tiempo para el sarcasmo y el humor”; Nelson Brizuela, Róger Lindo, Roberto Quezada. (8)
Dejamos la década del 70 e ingresamos a los 80, con el Taller Literario Xibalbá, comandados por el poeta Otoniel Guevara (Quezaltepeque, La Libertad, 1964, ha publicado Hojarasca, El violento hormiguero, Tanto, Lo que ando, Despiadada ciudad, No apto para turistas, además dirigió el Suplemento Cultural 3000 de Co Latino); Álvaro Darío Lara (SS. 1966, ha publicado Minotauro, Antología de una década…); Arquímedes Cruz (San Sebastián, San Vicente, 1964); Claudia María Jovel, Amílcar Colocho (Ciudad Arce, La Libertad, 1965); Javier Alas (Quezaltepeque, La Libertad, 1964, ha publicado Mar te deberé mi cadáver, Piedras en el huracán y otros dos libros más que escapan a mi memoria); Wilfredo Peña (Aguilares 1964, ha publicado en cuento Sortilegio, en poesía Tragaluz y Yo pecador confieso que te amo); Edgar Alfaro Chaverri (S.S. 1958, publica Noche bruja); Edgar Iván Hernández (Cuscatlán, 1965); Keni Rodríguez (Quezaltepeque 1969); Eva Ortiz (SS 1960), Ernesto Flores, José Antonio Domínguez (SS. 1963), Antonio Casquín (Quezaltepeque 1965), Rafael Herrera, David Morales (Abogado, tiene mucha obra inédita); Pablo Morales, Pedro Hernández, Jorge Vargas Méndez (SS. 1961, tiene publicado Cantos breves para una mujer exacta (Edic. Atisba), entre otros textos); Manuel Barrera (Usulután, 1967, Licenciado en Letras, ha publicado Mitómano suelto); Vladimir Baiza (Sensutepeque, Cabañas, agrónomo, no tiene obra publicada); Carlos Bucio y Luis Alvarenga (SS. 1969, ha publicado Otras guerras y el Libro del sábado, mientras que en ensayo La mágica raíz, donde compila todo el material ensayístico del poeta chalateco Roberto Armijo), entre otros.
Y el mundo de la poesía sigue poblándose. Los grupos citados, además de Patriaexacta integrado por Luis Antonio Chávez (S.S. Barrio Concepción, 1961, estudió Contaduría Pública y Periodismo en la UES, además de obtener premios en juegos florales nacionales, servir como jurado calificador junto a David Escobar Galindo, dirigió con César Ramírez, Caralvá, el suplemento Cultural 3000 de Colatino, ha representado al país en diversas actividades culturales en todo Centroamérica y México, sus publicaciones han aparecido en EE.UU. España, Brasil, Argentina, Francia, Alemania… ha publicado en poesía Amortajando los colores (en Costa Rica, 1991), Un grito a dos voces (1993, en coautoría con la poeta Eva Ortiz), Poesía para un canto nuevo (Octubre es el culpable 1993); Después de la tormenta llega la calma (Edit. Canizález, 1996); Oda a la soledad (Edit. Lis, 2002) Los hijos del trueno, (Edit. Molino de viento, 2003), ha editado las antologías De Barro Somos (CONCULTURA, 1992, en homenaje al poeta Ulises Masis) y la antología del Silencio a la alternativa un solo verbo (CONCULTURA, 1993) Poética universitaria (Antología UES 2001); aparece también en las antologías publicadas por la Alianza Francesa Primavera de los poetas (2005-2006) Primavera entre versos (editada por él a través de CONCULTURA 2006); Poetas por El Salvador (antología hecha por la literata francesa Dra. María Poumier, 2008) entre otros. Su poesía ha sido traducida al francés, italiano, inglés y alemán. Ha escrito cuento y las novelas cortas Secuestro, La cita, y en la actualidad escribe simultáneamente las novelas El duende y De la luz a la oscuridad). Participó en el II Festival de poesía y el evento El Turno del ofendido, realizado por el poeta Otoniel Guevara, además ha dado recitales en infinidad de colegios, radios, universidades e institutos nacionales. A Patriaexacta también pertenecieron Carlos Roberto Paz Manzano (Estudio lenguaje y literatura en la UES, y después viaja a España a sacar su doctorado, nació en San Salvador en 1964, además de haber pertenecido a Xibalbá, ha publicado El giro de la vida, Edit. Mazatli 1997); Mauricio Paz Manzano, Blanca Mirna Benavides, Marcos Alvarenga, Arturo Romero, Víctor Manuel Acevedo, Orestes Figueroa, Eduardo Carranza, Edgar Iván Hernández y muchos más); estos grupos nacen bajo el amparo de la Universidad de El Salvador.
En los 90 también aparecen grupos como Abrapalabra, formado por Javier Alas, Jim Casalbé, Carlos Cañas Dinarte… le sigue Segunda Quincena, integrado por Salvador Juárez, Wilfredo López, Antonio Silva, Julio Iraheta Santos… Grupo Literario Silencio, con Daniel Eguizábal, Jim Cazalbé, Gilberto Santana, Luis Antonio Chávez, Refugio Duarte, Ulises Masís y más.

Paralelo a éste surge Alternativa Literaria Somos de barro, cuyos integrantes son Vidal Garay (San José Guayabal 1958, publica Algunos sueños salvadoreños y tres cuentos); Otto del Valle (seudónimo de Manuel Antonio Mejía, nació en Berlín, Usulután en 1939), Patricia Iraheta, Rodolfo Preza Renderos (Santa Tecla 1957, SS. 2004) y quien esto escribe…

La guerra también permitió que se crearan grupos en los frentes de batalla como Roble, guiados por el poeta Miguel Huezo Mixto, quien publica la antología Pájaro y volcán, donde se compilan versos de algunos combatientes. Aquí también surge otro poeta cuyo seudónimo era Augusto Morel, y a quien le perdimos la huella.

Mientras que en Zacatecoluca se funda el Grupo Literario Simiente, de corta estadía, pero donde surgen voces como Juan Carlos Cárcamo (1972) (9) Milton Doño, Carlos Domínguez, Wilfredo Catedral, Ixbalanqué Barrera (Zacatecoluca 1958); Luis Alfredo Domínguez, Wilfredo Mármol Amaya ((psicólogo, Zacatecoluca, 1959) Antonio Alfredo Herrera, entre otros; El Taller Literario Tareya, de corta trayectoria, integrado por Rolando Elías, André Cruchaga (Chalatenango 1957, ha publicado Alegoría de la palabra (1992); Fantasía del agua (1993) Fuego de la intimidad (1993) entre otros, y Mario Noel Rodríguez.

Nos alejamos un poco de la guerra y tras los Acuerdos de paz nace Talega (Taller de Letras Gavidia), cuyos miembros son Alfonso Fajardo (SS. 20 de marzo 1975, miembro fundador de Talega, estudió Derecho, ha obtenido varios premios y CONCULTURA le ha nombrado Gran Maestre del Saber; ha publicado en 1999, Juego infinito, Novísima antología, Los Fusibles Fluorescentes, con el que obtuvo primer lugar en los Juegos Florales de Quezaltenango, Guatemala); Rainier Alfaro (Santa Tecla 1975, se casó con la poetisa hondureña Armida García, vive en Honduras, no ha publicado); Pedro Valle (Chalatenango, La Palma 1965, miembro fundador de Talega, ha obtenido varios premios y CONCULTURA le ha nombrado Gran Maestre del Saber, tiene publicado Habitante del alba, 1998; Juego Infinito, 1999, Poesía del Siglo XX editado en Francia por la estudiosa de la literatura Dra. María Poumier); Eleazar Rivera (Santo Domingo, San Vicente, 1976, Prof. de Lenguaje y Literatura, ha obtenido varios premios y CONCULTURA le ha nombrado Gran Maestre del Saber, ha publicado Juego Infinito, 1999, 500 años de prosa y verso, en Brasil; Escombros Edit. UES, 2003 y dos libros más que escapan a la memoria); Roberto Betancour (Santa Tecla, 1976, Excelente ensayista, abandona la literatura para dedicarse a la docencia); Alex Canizález (Nació en Chalchuapa, Santa Ana 8 de enero de 1964, Biólogo y poeta, ha obtenido varios premios y publicado Las raíces del canto, CONCULTURA 1995, La Ciudad Amurallada, 1995; Poemas escritos en el agua, 1997; Juego infinito 1999; Poemas del hombre muerto 2002; La jaula en el pecho, en 2003, en coautoría con el poeta Luis Antonio Chávez, además de Casa prestada 2005, en el que rescata los sufrimientos de los inmigrantes. De Canizález, el poeta Luis Antonio Chávez, expresa: “La poesía de Alex Canizález se caracteriza por su penetración psicológica, en sus versos describe el sentir y pensar del latinoamericano”), Edgar Iván Hernández (Cojutepeque, Cuscatlán, 1965), Mercedes Seeligman (San Vicente)
Todos estos grupos mencionados, al igual que las otras voces publican sus escritos en las páginas del suplemento Cultural 3000 del diario CoLatino, espacio cultural creado por el poeta Gabriel Otero, quien tiene como coordinador a César Ramírez, conocido como Caralva.

Ya casi para culminar el milenio aparecen voces como las de William Alfaro (SS 1973, ha publicado Dejavú y otros libros), Susana Reyes (SS. 1971 ha publicado La historia de los espejos y Los verbos perdidos de la luna); Oswaldo Hernández (Chalatenango 1976, ha publicado Parqueo para sombrillas), Carlos Clará (SS. 1974, ha publicado Montaje invernal); Mauricio Vallejo Márquez, hijo del poeta Mauricio Vallejo, asesinado en la década de los 80; Lya Ayala, Rafael Mendoza (hijo), Tere Andrade, Krisma Mancía (ha publicado La era del llanto); Jorge Galán, (1973, ha publicado El día interminable, entre otros), Róger Guzmán, Nilson Alas (San José Las Flores, Chalatenango, 1966, ha publicado Cuaderno solar) Alberto López (La Libertad 1982); Lea Romero, pertenece al Grupo Literario El Perro Muerto, René Figueroa, quien recientemente obtuvo premio en los Juegos Florales de Ahuachapán (2010), entre otros que escapan en el tintero… pero que ya empiezan a hacer bulla en el tinglado literario salvadoreño.

Una experiencia exquisita

Todo este recorrido poético es muestra de que El Salvador ha sido y sigue siendo un semillero de poetas, desde los que han preferido el verso clásico, los iconoclastas y los que escriben poemas “no comprometidos” para evitarse problemas futuros.
No puedo obviar también los esfuerzos por la divulgación literaria, que en nuestro país ha sido una lucha titánica y hasta quijotesca, de algunos medios impresos que por algún tiempo cedieron espacios (como un favor) como La Prensa Gráfica, con sus Periolibros, revista dominical y otras páginas sabatinas; El Diario de Hoy, con sus páginas sabatinas dirigidas por el Lic. Luis Fuentes, el Diario El Mundo, quien cedió por algún tiempo su espacio a los compañeros de Cinco Negritos, la página Cultural publicada los martes, a cargo de la Dra. Matilde Elena López y el suplemento cultural Astrolabio, editado los sábados y dirigido por el poeta Javier Alas, pero el medio que sí le ha apostado a la literatura a sabiendas de que no lleva fondos a sus arcas es el centenario Co Latino, pues desde las páginas dirigidas por Juan Felipe Torruño, Quino Caso, Sábados Culturales y el Suplemento Cultural 3000 iniciado por el poeta Gabriel Otero, a finales de la década de los 80, no ha dejado un solo sábado de aparecer dicho suplemento, ni aún el día de la ofensiva denominada hasta El tope y más, lanzada por el FMLN.
Pero continuemos con la quijotada y la apuesta alimentada por un sueño, pues sólo el hecho de traer a escritores de fama internacional ya es bastante, hablamos de la labor emprendida por el poeta Otoniel Guevara, con la fundación Metáfora, que realizan cada mes de mayo el evento El turno del ofendido, como un homenaje a Roque Dalton, y cuya actividad tiende a mantenerse, siempre y cuando goce del patrocinio de quienes confían en la divulgación de la palabra.
Guevara, conocedor de los vaivenes de la literatura, le ha apostado a un evento que, además de ser un homenaje a Dalton, uno de los íconos de la poesía nacional, ultimado por sus compañeros de armas del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), trae cada año a poetas ya curtidos en ese ambiente.
También está la Fundación Poetas de El Salvador con su actividad anual. Aquí se han dado cita las más laureadas voces del continente americano y europeo, lo cual ha sido como un remanso de luz en esta trajinada vida para quienes nos movemos en este campo, pues confirma que la poesía salvadoreña también ha cruzado estas tierras para colarse en otros lugares.
Y entre esa gran lista de poetas que han llegado a El Salvador, están Juan Rosa Pita (Cuba); Rafael Valero Oltra (España); Alberto Nessi (Suiza); Silvia Favaretto (Italia); David Huerta (México, hijo del poeta Efraín Huerta); Raúl Henao (Colombia); entre otros del primer impulso por dejar huella en la palestra poética nacional, donde comparten pluma los salvadoreños Carlos Clará, Álvaro Darío Lara, Miguel Huezo Mixto, David Escobar Galindo y más.
En el II Festival de poesía, acumulada la experiencia del primer ensayo, llegan al país Saúl Ibargoyen (Uruguay); y con quien compartí mi lectura en la Universidad Don Bosco; a la par de Lauren Mendinueta (Colombia); Víctor Redondo (Argentina); Humberto Mello (Brasil); Adriano Corrales (Costa Rica); y Dina Posada (El Salvador-Guatemala).
Voces nuevas llegaron a deleitarnos con sus versos en cada festival de poesía, nos referimos a Jorge Boccanera (Argentina); Carlos Trujillo (Chile); Marita Troiano (Perú); Yelena Rounova (Rusia); Ledo Ivo (Brasil); Paúl Pines (EE.UU.); Noma Dimic (Serbia); Anna Rossetti (España); Maya Bejerano (Israel); André Cruchaga (El Salvador).
El cuarto, quinto y sexto Festival no fue la excepción. Aterrizamos aquí, ya que justo en octubre de este año se estaría celebrando el VII Festival de poesía, con lo cual se confirma que la quijotada emprendida por los poetas Mario Noel Rodríguez, Federico Hernández Aguilar y la tenista Paulina Aguilar de Hernández, junto a muchos más ven con buenos ojos que aquel esfuerzo no fue en vano, por lo que sólo me resta decirles que sigan adelante y ¡que la poesía nos salve!

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1) Verso traducido por el escritor y académico mexicano Fernando de Alva Ixtlixochitl y aparece en el libro editado por el escritor David Escobar Galindo, titulado El árbol de todos. (Dirección de Publicaciones e Impresos DPI, 1996).
2) Escobar Galindo, David, Índice antológico de la literatura salvadoreña.
3) Escobar Galindo, David, Índice antológico de la literatura salvadoreña.
4) González Huguet, Carmen. Obras completas de Claudia Lars. (DPI, marzo de 1999).
5) Escobar Galindo, David. Biblioteca Básica (14) DPI. 1997.
6) Tomado de la revista Alkimia
7) Castellanos Moya, Horacio. Prólogo al libro La margarita emocionante, Edit. Universit. UES, 1979.
8) Antología literaria de los Nonualcos
9) Castellanos Moya, Horacio. Prólogo al libro La margarita emocionante, Edit. Universitaria. UES, 1979.

  • Nota. Algunos apuntes fueron tomados por el autor de otras fuentes, entre ellas el libro Poesía Salvadoreña 1963-1973 editado en México, Antología Literaria de Los Nonualcos y el mismo Suplemento Cultural 3000 de Co Latino. No hay duda de que el mundo de la literatura salvadoreña ha dado más nombres, pero en esta ocasión sólo nos enfocamos al campo de la poesía. Espacio que aprovecho para disculparme si faltaron nombres en el tintero.
  • Luis Antonio Chávez, es periodista y escritor salvadoreño.

Lecturas cartesianas: de Freud a Lacan

Lecturas cartesianas: de Freud a Lacan
21/05/2011- Por Mariano Acuña

Se suele reconocer en René Descartes, al fundador de la filosofía moderna occidental. Como resultante principal de este rol, aparecen; el estatuto de sujeto, una metodología científica apropiada para la investigación y la posibilidad de cuestionar, con la misma, los saberes esgrimidos con anterioridad. Abundan las lecturas cartesianas, la filosofía da marcadas muestras de ello, mientras que distintas disciplinas vinculadas a las ciencias sociales, lo hacen también.
En tanto el psicoanálisis, al decir de Lacan, distingue a Descartes como uno de los pensadores indispensables para la gestación de la teoría freudiana. Al respecto, ¿qué valor le otorgó Freud a la obra cartesiana? La respuesta debe sostenerse, desde el inicio, en el establecimiento de una paradoja. Dicha paradoja, consiste en la negación (extrema) del maestro vienés a citar cualquier frase, texto, párrafo del filósofo en cuestión.
Negación, que no impide encontrar en el modo de plantear los esquemas conceptuales freudianos, una similitud con la estructuración ideacional cartesiana. Por otra parte, en la obra de Lacan, que aparece poblada de menciones a Descartes, se distingue una radical ruptura con núcleos conceptuales del filósofo francés. Paradojas, que en el presente texto intentamos desarrollar.
René Descartes brilla en la historia de occidente. Brilla con luz propia, irradiada con la fuerza del mérito (también propio) de raigambre creacionista. Brilla, a partir de una decisión subjetiva, con o sin vacilaciones, pero suya. Decisiones que se convirtieron en acto cuando supo (o quiso, en definitiva) plasmar sus dudas en conceptos, sus conceptos en escritos, y con valentía, a estos, firmarlos con su nombre.

Durante un prolongado tiempo, quince siglos (si nos remitimos a la temporalidad cronológica) las ideas se gestaron en evidentes conciliación con las anteriores. Enumeremos, pues, algunos casos que corroboran el argumento expuesto. Comencemos por Sócrates y su intervención en el banquete (los lacanianos, siguiendo a nuestro maestro, abordamos la lectura de esta obra con cierta recurrencia. Leemos el texto, por ejemplo, para entender, incorporar, y en el mejor de los casos, exponer conclusiones sobre el amor, o sobre la transferencia) quién formulará su intervención principal, explayándose sobre un relato que pertenece a una anciana llamada Diotima, oriunda de Mantinea.

Al respecto, recordemos que en la Grecia antigua, el saber provenía de un espacio, una cultura, una ciudad. Por ende, la pertenencia a un sitio se convertía en el mejor de los reconocimientos, mientras que el destierro, la peor de las injurias.

De aquí en adelante, aunque con disidencias particulares, encontramos alumnos (en algunos casos predilectos) continuando con las proclamas de sus maestros. De esta manera, ubicamos al joven Platón, poseedor de una calificada pluma, en la tarea de escribir, en tono de novela, sobre la vida de su inspirador. Así, al otorgar a Sócrates el lugar de vocero (situación que dificulta el establecimiento de límites precisos al momento de adjudicar la autoría de los conceptos) de su basamento doctrinal, se proclamó la teoría de la reminiscencia y la puntualización del dualismo (mundo sensible y mundo inteligible).

En tanto, Aristóteles, reformista e ideólogo, más tarde sistematizó la filosofía nutriéndose de los conceptos platónicos (la Metafísica, del Fedón; Política, de República y Las Leyes). Que decir de lo sucedido ya, en era cristiana, en la que encallan, a modo de primeros monumentos conceptuales, los platónicos; Plotino y San Agustín, o los aristotélicos; San Anselmo y Santo Tomás. Así, hasta arribar a Descartes, momento de radical ruptura con la anterioridad.

Descartes agotó sus días de estudiante sumiéndose en la profunda lectura de la filosofía aristotélica. Filosofía, que le era presentada por jesuitas impregnados de la perspectiva escolástica. Tarea, que le demandó años de dedicación, años de investigación, de lectura minuciosa, hasta los últimos detalles. Lo guió sus ganas de aprender, lo alentó su interés por encontrar verdades. Precisamente, este mismo interés por encontrar verdades, lo encaminó a instalar un manto de duda sobre la teoría en cuestión. El afán por encontrar verdades, lo llevó a dudar, en modo radical, de los conocimientos estudiados. Esta duda, posteriormente, lo condujo hasta el primer punto de certidumbre.
Certidumbre que se establece con la postulación de su res cogito: pienso, luego existo. De aquí que el sujeto (como tal, naciente con Descartes), es una cosa que piensa. (DESCARTES 1958,98) En este punto, recordemos que Immanuel Kant, sugiere a la humanidad (libre y bien pensante) el deber de independizarse de cualquier tipo de tutores, poderosos(o no), sabios (o no).

Precisamente, entendía Kant que al superar la minoría de edad, se ensancharía el espíritu racional, conducente hacia el pensamiento propio. (KANT 2004,34) Con énfasis, Descartes, lo logró un siglo antes de los postulados kantianos.

Logro, que promulgó una dimensión original al pensamiento, y un principio metodológico para su postulación. Según Jacques Lacan, “Una vez que la escena prevalece, lo que ocurre es que el mundo entero se sube a ella, y que con Descartes se puede decir sobre la escena del mundo, yo avanzo, como él hace, larvatus, enmascarado” (LACAN 2006,44).

La resultante inicial de este principio metodológico es la primera concepción del sujeto (en correlación con el objeto. Dimensión de objeto, dicho sea de paso, que se establece como el elemento constitutivo de la teoría del conocimiento) A partir de aquí, el pensamiento (tal como lo concebían los griegos) se sustancializa: yo (sujeto) soy(es) una cosa que piensa. Resultante, a la vez; la filosofía de la ciencia, con una metodología propia. Resultante, finalmente; un edificio doctrinal sustentado en los criterios de racionalidad y autonomía subjetiva, aunque sin obviar el afectuoso mundo de las pasiones. (1)

Legado conceptual, el cartesiano, que generó influencias en la filosofía, la ciencia moderna y el psicoanálisis. Hasta allí iremos en este caso.
Los intentos por establecer una posible articulación entre Descartes y Sigmund Freud, suelen abandonarse a poco de iniciados. La pretensión de ambos en gestar solventes postulados amparándose en criterios de cientificidad, sucumben ante una lectura más elemental, más inmediata, más encandilante, que considera irreductible la supuesta bifurcación epistémica entre los mencionados.

Se dice (o dirá, llegada la oportunidad) con cierta inteligibilidad, Freud establece una diáspora radical con la concepción (cartesiana) de sujeto racional, autónomo, reflexivo. Se dice, también, que la dispersión freudiana constituye el último eslabón del tridente (con Galileo y Darwin) que se encarga de herir narcisísticamente a la cultura occidental.

Dispersión histórica conceptual, que postula un aparato psíquico movilizado bajo las leyes del inconciente (condensación y desplazamiento). Aparato psíquico, asimismo, que demuestra a la vez, los efectos de la escisión, y la confluencia dinámica en sus componentes. En esta dirección, la aludida lectura rupturista entre la filosofía cartesiana y el psicoanálisis, se consolida al momento de abordar la concepción de temporalidad subjetiva.

En efecto, la temporalidad cartesiana (la del instante reflexivo, allí junto al fuego de su estufa, en el que comienza a cuestionar los conocimientos adquiridos) sistematizada con énfasis por Kant, en su Estética Trascendental (2), queda severamente confrontada por la temporalidad del inconciente instituida por Freud. (3)

Los pensadores modernos, heredaron con gusto la tesis cartesiana de la implementación de un sujeto, como centro del mundo que habita. Mundo racional para Kant y Hegel, para interpretarlo hasta el límite del entendimiento según el primero, hasta la idea absoluta (ya sin lo nouménico mediante) para Hegel. Mundo racional, que al decir de Marx, debe ser subvertido en su dimensión material, dimensión que constituye, en tanto estructura económica, el campo de la religión, la justicia, la filosofía y las ideas en general (MARX 1946, 44,45).

Posiciones atacadas por Freud, desde la génesis de sus postulados. Al respecto, vale destacar la conocida mención, en esferas de la segunda tópica: el yo (cuya composición es centralmente inconciente) no es el dueño de su hogar, ya que sin atenuantes, apenas puede con el ello, el superyó y la realidad externa. (4)

Ahora bien, llegados a este punto, proponemos introducir ciertas paradojas que revisarán la lectura lineal, directa, ortodoxa, que describimos hasta aquí. Paradojas, que proponemos como parte de una relación más compleja entre Descartes, Freud y Lacan. Relación, que mantenga las diferencias de cuadros (teóricos), pero que, asimismo, permitan visualizar las articulaciones más ricas que se puedan alcanzar. Por consiguiente, comencemos por la estructura del cogito cartesiano, es decir, su lógica constitutiva.
Dice Lacan, el campo freudiano solo pudo constituirse a partir de la emergencia del sujeto cartesiano. Por ende, la comprensión de la invención freudiana, se sitúa sobre las bases de la creación cartesiana, sin rodeos, ni vacilaciones, así lo lee Lacan (LACAN 1987,55). En esta línea, afirma Lacan, las maneras de proceder de Descartes y Freud se asemejan, convergen; por ejemplo, en la importancia de la duda.

Para Lacan, la delimitación cartesiana de un sujeto detrás de la duda, resulta similar a la que postula Freud en la Interpretación de los sueños (LACAN 1987,44) Podríamos señalar, que en este punto estamos frente a una escena de confluencias apreciables. Aquí la duda, ergo, resulta un elemento trascendental de la metodología a aplicar.

La duda cartesiana, se presenta como más apreciable, la freudiana, en cambio, se plasma sobre atajos más dificultosos. Atajos que aborda Lacan, y por el hecho de hacerlo, los clarifica, al menos en parte. Mencionamos, al respecto, que Lacan se detiene específicamente en la interpretación de sueños.

Recordemos, en efecto, que Lacan elogia la actitud ética de Freud, cuando insiste en continuar con su propio sueño (conocido como “el Sueño de la inyección de Irma”) para intentar encontrar el deseo que causa al mismo.

Ubicamos un segundo punto de articulación entre los pensadores en cuestión, en la pretensión de alcanzar rigor científico (flamante ciencia en Descartes, al extremo de que él contribuye a su creación. Ciencia consolidada y en auge durante la invención freudiana.) en sus respectivos postulados. En este caso, abordamos la consideración de ambos, sobre los principios de la metodología de la investigación. Por caso, en la Segunda Regla, de la Segunda Parte del discurso del Método, Descartes sugiere dividir cada una de las dificultades a examinarse, en la mayor cantidad de partes posibles, para encontrar una mejor solución de la cuestión que se trate (DESCARTES 1958,38)

Aquí, ¿no estaríamos acaso ante el mismo criterio utilizado por Freud, para abordar la interpretación de los sueños? Al respecto, consideremos que el primer paso en el trabajo de interpretación, destaca que no debe tomarse como objeto de investigación el sueño completo, sino los fragmentos singulares de su contenido. Y, una vez establecido esto, acomete la interpretación del sueño, en presentarles estos fragmentos al soñante para que pueda (el soñante) desplegar las ocurrencias pertinentes. Por lo tanto, según Freud, su método de interpretación se aparta de los llamados métodos populares (la superación radical de los métodos anteriores, resulta otro punto de coincidencias entre ambos) generando un nuevo método: “método de descifrado”. Finalmente, la interpretación en detalle, refleja que el sueño es un conglomerado de formaciones psíquicas. (FREUD 1979,125. A)

El tercer elemento de encuentro conceptual entre Descartes y Freud, remite a la dualidad cartesiana, y al modo en que Freud postula su propio dualismo. Descartes plantea su res-cogitas (pensamiento) y su res-extensa (materia). De aquí que su esquema: S-O. En tanto Freud, desde sus textos iniciales, trabaja sobre un esquema similar, estableciendo una relación entre adentro-afuera. Por ejemplo, cuando establece las Neuropsicosis de defensas, señala que la defensa extrema frente a la realidad (externa), genera un yo agujereado, no apto para la práctica analítica (FREUD 1981,60)

Tres décadas posteriores (Neurosis y psicosis, y La pérdida de realidad en neurosis y psicosis), con énfasis, postula que la realidad constituye la cuarta instancia, es decir: yo-ello-superyó-realidad. (FREUD 1979.B)

Argumentación que retoma la lógica de interior-exterior. Por lo tanto, se mantiene aquí un sesgo cartesiano en el planteo. Al respecto, postula Alfredo Eldelsztein “En la obra de Freud reina una concepción espacial del cuerpo en la que se lo considera res extensa regida por el partes extra partes cartesiano, lo que quiere decir que las partes son todas exteriores las unas respectos de las otras” Freud, entonces, sostiene un plano exterior( realidad, decimos nosotros) y otro interior “intensidad del cuerpo biológico, allí donde Freud consideró que se localizaban el manantial de las pulsiones y el aparato psíquico” (ELDELSZTEIN 2008)

En este punto, afrontamos la paradoja sugerida. Freud, lector acérrimo del pensamiento de las diferentes épocas. Lector profundo de científicos, literatos, antropólogos, sociólogos y filósofos, puebla su obra con infinidad de menciones a autores validados. Sin embargo, no sin curiosidad, comprobamos que las Obras Completas de Amorrortu editores, solo presenta una referencia a Descartes (FREUD 1979, 198.C). Ahora bien, lo paradójico surge cuando ubicamos las coincidencias en los esquemas de constitución de la subjetividad, ya que a Freud, no le interesó crear un matema superador del cartesiano: S-O.

Es decir, aunque Freud plantee un aparato psíquico con cualidades radicalmente disímiles a la concepción de sujeto cartesiano, continua tomando a este (esquema) como una referencia conceptual insustituible. Referencia, que evidencia un marco de coincidencias de estructura. Coincidencias, que tal como puntuamos, posibilitan a Freud establecer su creación bajo un evidente prisma cartesiano. Prisma cartesiano, que según Lacan, como destacamos, se constituye en elemento del edificio doctrinal del propio psicoanálisis.

A diferencia de la obra freudiana, la lacaniana, está poblada de citas y referencias al filósofo francés. Ubiquemos algunas de estas referencias.
En El tiempo lógico… Lacan ubica la duda cartesiana como referencia de juicio de certidumbre (LACAN 1971. A), y en Acerca de la causalidad psíquica, establece que este juicio de certidumbre (cartesiano), vía el pensamiento, se convierte en juicio de existencia: cogito ergo sum (LACAN 1971. 149. B). Esto demuestra que Lacan, desde el inicio de sus planteos conceptuales, fija una posición con respecto a Descartes. Posición, que le resulta relevante a Lacan para ir construyendo su propio concepto de sujeto (con su respectivo matema). Recordemos que al final de Acerca de la causalidad…, Lacan dirá que Descartes (como Sócrates, Marx, Freud) pertenece a los pensadores insuperables, que valorizan sus postulados aferrándose al mismo objeto: la verdad. (LACAN 1971.B)

En tiempos del seminario sobre Los cuatro conceptos… el clima de cierta ruptura conceptual con Freud, se establece, en distintos pasajes, vía el propio Descartes. Aquí pareciera que el filósofo es presentado por Lacan, como una raíz ineludible del psicoanálisis. Como si fuese un mensaje elíptico hacia Freud, Lacan, en este seminario afirma que el pensamiento cartesiano aparece como un antecedente directo del psicoanálisis. Para Lacan, el campo freudiano, es posible cierto tiempo después de la emergencia del sujeto cartesiano (LACAN 1987,55).

En efecto, el deseo freudiano puede ser localizado en el nivel del cógito (LACAN 1987,147). En esta línea, Lacan afirma que el yo pienso cartesiano introduce en la historia el velo de la alienación “Con el proceder cartesiano, por primera vez, se toma el velo como constitutivo de la dialéctica del sujeto, y de allí en adelante se hace imposible eliminarlo de su fundamento radical” (LACAN 1987,230). Al cierre de este seminario, Lacan sentencia con énfasis: Descartes inaugura las bases iníciales de una ciencia en la que dios nada tiene que ver.
En el seminario El reverso del psicoanálisis Lacan continua con la valoración de los postulados cartesianos “La ciencia solo nació el día que alguien, en un miramiento de renuencia a este saber, mal adquirido, si puedo decirlo así, extrajo por primera vez la función de la relación estricta entre S1 con S2, me refiero a Descartes” (LACAN 1992,21)

El cogito cartesiano, resultó (tal como lo demostramos) un foco de interés para Lacan. Aun con disímil interés, Lacan abordo el planteo cartesiano a lo largo de toda su obra. Por ejemplo, tres décadas después de Acerca de la causalidad psíquica, afirma que “Descartes nunca pretendió decir a propósito de su yo gosoy que gozaba de la vida. De ninguna manera. ¿Qué sentido tiene su yo gosoy? Es exactamente el de mi sujeto, el yo je del psicoanálisis” (LACAN 1988,75))

Al igual de lo que hicimos con Freud, ubicamos en Lacan, dos instancias en las que se centra la relación con el filósofo. En primer lugar, se destaca la posición de ambos para establecer el concepto de subjetividad. Al respecto, insistimos con nuestra observación señalando que Descartes y Lacan, son los pensadores que han constituido una propia intelección sobre la idea de sujeto, y su notación a modo de matemas.

El hallazgo cartesiano se constituye cuando establece: yo, soy una cosa que piensa. De aquí que, el enlace ente res cogitans y res extensa, permite graficar la relación S (sujeto)- O (objeto). Notación que es continuada por la filosofía, la sociología, y hasta el mismo Freud (la radical crítica a las caracterizaciones del sujeto cartesiano-kantiano-hegeliano, establecida con la formulación del aparato psíquico- en sus dos tópicas- no lo llevo a superar la notación mencionada)

Fue Lacan quién se encargó de postular un nuevo concepto de sujeto, superador del anterior. La resultante de tal cambio es el matema S (barrado). Matema que cuestiona la notación gestada por Descartes. Matema que se constituye con las cualidades del aparato psíquico freudiano. Desde este punto, Lacan manifiesta las diferencias de criterio con la filosofía. Por caso, en Los cuatros conceptos…, leemos que, Descartes era sujeto de una certeza… “pero nosotros sabemos, gracias a Freud, que el sujeto del inconciente se manifiesta, que piensa, ates de entrar a la certeza” (LACAN 1987,44)

En consecuencia, la instancia relevante de esta diferencia conceptual, se marca cuando Lacan da cuenta del “error” cartesiano. Pues “Su error es decir que algo sabe sobre esta certeza y no hacer del yo pienso un simple punto de desvanecimiento” (LACAN 1987, 233).

Este punto, tal vez el más significativo al momento de acentuar las disimetrías en cuestión, refleja una bifurcación irreductible entre el filósofo en cuestión y el psicoanálisis.

Diana Rabinovich, sostiene que, en el seminario “El acto analítico”, Lacan presenta el esquema del grupo de Klein, desde el cual aborda en profundidad la condición falaz que sostiene al cogito cartesiano. Según Lacan, el planteo: pienso, luego existo (por lo tanto, unión de pensamiento y ser) es lisa y llanamente un pasaje al acto. Aquí mismo, Lacan puntualiza que existe una elección alienante: yo no pienso, o yo no soy. Mientras que el yo no pienso, se relaciona con el ello, el yo no soy, se vincula con el inconciente. Por ende, si un conjunto es verdadero (pensar), el otro será falso (ser) (RABINOVICH 1999, 61,66)

En efecto, dice Lacan que al pensar en la música del ser, Descartes equivoca el camino. “Sería más trigo limpio, sin duda, si se diera cuenta de que su saber va mucho más allá de lo que cree, de acuerdo con la escuela, que hay gato encerrado, digamos, y por el solo hecho de que habla, pues por hablar la lengua tiene un inconsciente, y está despistado, como cualquiera que se respete” (LACAN 1988,75))

Ahora bien, el matema lacaniano del sujeto, contrastante radicalmente con el anterior, refleja una toma de posición, no solo en relación al algoritmo de S (sustituido por: S barrado), sino también al del objeto(O). Recordemos que Lacan sostiene que su único invento es el objeto a, lo demás, dice Lacan, fue extraído de su re-lectura de Freud. Este objeto a, en tanto trascendental invención, se distingue del objeto de la filosofía(es decir, del objeto de conocimiento).

Para Lacan,… “de lo que nosotros tenemos que hablar haciendo uso del término a es precisamente de un objeto externo a toda definición posible de la objetividad” (LACAN 2006,98). Objeto, sin estatuto de objetividad, objeto constituido con los elementos aportados por Freud: objeto mítico de satisfacción, objeto de raigambre pulsional (aunque la pulsión no tenga objeto). Objeto, que en Lacan encarna, centralmente, una función doble; ser causa de deseo, y ser plus de gozar. Lacan llega a afirmar que este objeto (a) resulta imprescindible para sostener el concepto adecuado de sujeto (la suposición de sujeto), ya que este mismo, es causado por este objeto (LACAN 1989, 56)

El segundo elemento a destacar, en el intento de articular Descartes con Lacan, surge cuando trabajamos con el dualismo conceptual instituido por el filósofo. Resulta oportuno recordar que en este tema, encontramos una acentuada analogía entre Descartes y Freud. Para abordar la postura de Lacan, en este tema, continuaremos con el seguimiento de las reflexiones emitidas por Eldelsztein. Comencemos por enaltecer un sesgo ideológico importante que presentan algunos de los aforismos lacanianos de los años cincuenta.

En estos aforismos, con solvencia, Lacan presenta su propia teoría del inconciente, inherente a una reflexión que ubica el psicoanálisis en un lugar dispar (claramente dispar) a como lo entendían los post-freudianos. Así, por ejemplo, formular que el inconsciente es el discurso del Otro, o que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, es romper radicalmente con una lectura (pos) freudiana que ubicaba al inconciente en las profundidades del alma humana.

Según Eldelsztein, Freud no establece las nuevas concepciones sobre temporalidad y especialidad, en relación al estatuto del inconciente “Fue necesario el paso dado por Lacan” (ELDELSZTEIN 2008). Precisemos las características de este paso; en esta índole sostenemos que la concepción lacaniana de significante y discurso, conllevan a postular, a la vez, una posición distante… “partes extra partes de la sustancia extensa” (ELDELSZTEIN 2008).

Para Eldelsztein, ni el sujeto (S barrado), ni la demanda (D), pueden ser biológicos o internos al cuerpo tridimensional, ya que sus recorridos se realizan en el campo del Otro. Asimismo, para establecer el fundamento de la constitución subjetiva a partir de la injerencia del campo del Otro, es necesario “… una geometría que opere con objetos (superficies) en los que se pueda plantear la inmixión de las mismas, por ejemplo, que lo central de una de ellas (el sujeto) consistiendo en una oquedad, es ocupado por la otra (el Otro) y viceversa como sucede en la interpenetración de dos toros. Sólo así se puede comprender la fórmula: uno recibe su propio mensaje desde el Otro, y operar con el objeto a concebido como equivalente a un hueco en una superficie” (ELDELSZTEIN 2008))
En esta línea, el citado autor afirma que la topología combinatoria, en tanto geometría, puede operar con objetos bidimensionales (superficies) que permiten autopenetrarse como en los casos del cross-cap, situación que es imposible de lograr en la geometría euclidiana utilizada por Freud. “La autopenetración es la contradicción pura del partes extra partes” (ELDELSZTEIN 2008)

El concepto de espacio de Lacan, diferente al cartesiano-freudiano, conlleva a establecer una superación del planteo que sitúa, a un sujeto vinculado a una realidad externa. En esta instancia, también encontraremos un planteo crucial y radical en Lacan. Al respecto, Lacan, afirma que la realidad es, en todos los casos, fantasmática. Este fantasma, recordemos, se establece con la conjunción de lo imaginario y de lo simbólico. Según Osvaldo Umérez, el fantasma tiene dos nombres (deseo y realidad) que conciernen a una sola y misma sustancia. “Obviamente, la sola misma sustancia es la realidad”. Por consiguiente el fantasma es lo que centra el mundo del sujeto, ya que constituye su propio principio de realidad. (UMÉREZ 1999, 41-42)

En efecto, este concepto de realidad subjetiva-fantasmática, rompe con las dimensiones dentro-fuera, creadas por descartes y sostenidas por Freud. En este plano, la postura de Lacan ilumina la concepción de superficie, en la que se establecen las relaciones fundamentales entre el sujeto, sus Otros y también los semejantes y prójimos (equivalentes a otros imaginarios).
Paradojas, decíamos. Paradojas que se vinculan con las posturas de Freud y Lacan, de aquí los vaivenes frente al pensamiento cartesiano, frente a la lógica cartesiana.

Así notamos que Freud, sin citar a Descartes, sin siquiera reconocerlo como referencia aproximada (lo hizo con Schopenhauer y Nietzsche, por mencionar algunos) establece una arquitectura ideológica en la que subyace el modelo cartesiano. Sesgo ideológico en correlación conceptual con el filósofo. Correlación conceptual, que se evidencia toda vez que se considere que, con su radical descubrimiento del aparato psíquico regido por las leyes (de condensación y desplazamiento) propias del inconsciente, aún con semejante hallazgo, no se decidió a graficar una dimensión de subjetividad (diferente a la de S-O) y una de espacio (diferente a la de adentro-afuera).

En tanto Lacan, cuya obra presenta múltiples referencias a Descartes, incluso desde la inicial década del cuarenta, sistematiza una ruptura de tono estructural con la lógica cartesiana. Ruptura que se sintetiza en dos planos teóricos; su subversivo criterio para definir la subjetividad, y la ubicación del inconsciente en la superficie, como eslabón inicial de las figuras topológicas. Topología que utiliza Lacan en su intento de distinguirse de los planteos filosóficos, de la dimensión freudiana y de la posfreudiana del psicoanálisis(al menos en este punto).

Para concluir, paradojas que reflejan un Freud cartesiano, y un Lacan lacaniano, que en los temas tratados, utiliza el pensamiento de estos como fuente de inspiración para su propia creación, insistimos, de clara raigambre subversiva.

Notas
1- Según Elisabeth Goguel, Descartes compuso su Tratado de las pasiones para satisfacer a la princesa Elisabeth, quién pretendía obtener aclaraciones sobre la naturaleza de las pasiones. Para Descartes, las pasiones pertenecen a la estrecha unión entre el alma y el cuerpo. Estas pasiones, lejos de ser condenadas por el filósofo francés, originan la mayor felicidad del hombre. Ergo, para Descartes, el problema no es refrendarlas, sino usar de ellas con sabiduría y moderación, procurando quedar uno (sujeto) como árbitro de las suyas, al conseguir oponerlas unas a otras. (GOGUEL, Elisabeth. Descartes y su tiempo. Editorial Yerba Buena. 1945)
2- Según Kant, existen dos formas puras de la intuición sensible como principios del conocimiento a priori; ellas son: espacio y tiempo. El espacio no es un concepto empírico derivado de experiencias externas, debido a que, para que el sujeto pueda repesentarse las cosas como exteriores a él, debe existir en principio, la representación del espacio. Por ende, considera Kant que el espacio es la condición (a priori) de posibilidad de los fenómenos, y no una determinación dependiente de ellos. Finalmente, Kant sostiene, respecto al espacio, no es ningún concepto general de las relaciones de las cosas, sino una intuición pura. (Sección primera de la Estética Trascendental. Crítica de la Razón Pura)
En relación al concepto de tiempo, este tampoco es un concepto empírico, derivado de la experiencia. Con énfasis propositito, Kant afirma que el tiempo está dado a priori, y que sólo a partir de este, será posible establecer la realidad de los fenómenos. Con una visión más radical que la cartesiana, dice el filósofo alemán “El tiempo no es ningún concepto discursivo o, como se dice, general sino una forma pura de la intuición sensible. Tiempos diferentes no son más que partes del mismo tiempo.”(Sección Segunda de la Estética Trascendental. Crítica de la Razón Pura. Pág., 94).
3- Al establecer los criterios fundamentales sobre la temporalidad del inconciente, Freud delimita una posición argumentativa, que refleja una ruptura con las posturas de los filósofos en cuestión. Así lo refiere, “La tesis de Kant según la cual tiempo y espacio son formas necesarias de nuestro pensar puede hoy someterse a revisión a la luz de ciertos conocimientos psicoanalíticos. Tenemos averiguado que los procesos anímicos inconscientes son en sí atemporales. Esto significa, en primer término, que no se ordenaron temporalmente, que el tiempo no altera nada en ellos, que no puede aportárseles la representación del tiempo. ” (Más allá del principio del placer, pág28)
4- En Neurosis y psicosis, Freud expresa que mientras en la neurosis el conflicto es entre el yo y el ello, en la psicosis, el mismo, se da entre el yo y la realidad externa. El efecto patógeno depende, para Freud, de las respuestas yoicas ante la tensión conflictiva: si permanece fiel hacia el mundo exterior en procura de sujetar al ello, o si se deja arrancar de la realidad. En La pérdida de realidad en la neurosis y la psicosis Freud afirma que perder la realidad es perder la objetividad. Por ende, tanto en neurosis, como en psicosis, se expresa la rebelión del ello contra el mundo exterior, quedando como resultante su incapacidad para adaptarse al apremio de la realidad. En este punto, queda claro la afinidad entre los criterios de realidad que puntúan, tanto Descartes como Freud.

Bibliografía – DESCARTES, R. Discurso del Método. Meditaciones Metafísicas. 1937. Espasa Calpe. Argentina. – EDELSZTEIN, A. “Función y campo de la topología en psicoanálisis”. Imago Agenda N 120. Junio de 2008. p. 17-18 – FREUD, S. Las Neuropsicosis de defensa. Volumen 3. p60.Obras completas. 1981. Amorrortu editores. Buenos Aires. – FREUD, S. La interpretación de los sueños. Volumen 4. p 125. 1979. op. cit. – FREUD, S. -A-Más allá del principio del placer. P 28. Volumen 18.op.cit. – FREUD, S. B Neurosis y psicosis. Volumen 19.op.cit. – FREUD, S. –C- La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis .op.cit. – FREUD, S. –D- Carta a M. LeRoy sobre un sueño de Descartes. Volumen 21. op.cit. – GOGUEL, E. Descartes y su tiempo. 1945. Editorial yerba buena. La plata. P. 72 – KANT, I. Respuesta a la pregunta ¿Qué es la ilustración? 2004. La plata. Terramar. Caronte. P33-34 – KANT, I. Crítica de la razón pura. 1940. Editorial Sopena. – LACAN, J. A- El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. 1971. Escritos 1. . Siglo XXI. Buenos Aires. – LACAN, J. B- Acerca de la causalidad psíquica. op. cit. p 149 – LACAN, J. El seminario. Libro 10. 2006. Paidós. Buenos Aires. p. 44 – LACAN, J. El seminario. Libro 11. 1987. op. cit. – LACAN, J. El seminario. Libro 17. 1992. op.cit. – LACAN, J. La tercera. Intervenciones y textos 2. Manantial. 1988. Buenos Aires. p. 75 – LACAN, J. El seminario. Libro 20, en ELDELSZTEIN, A. op.cit. – Marx, C. Crítica de la economía política. 1946. Editorial “El Quijote”. Buenos Aires – RABINOVICH, D. El deseo del psicoanalista. Libertad y determinación en psicoanálisis. 1999. Manantial. Buenos Aires – UMEREZ, O. deseo-Demanda-Pulsión y Síntoma. JVE ediciones. 1999. Buenos Aires
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EL PESO DE LA SANGRE.
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y Max S. Hering Torres 2011

ÍNDICE GENERAL
1. Introducción: sangre, mestizaje y nobleza 9
2. Limpieza de sangre en España. Un modelo de interpretación, Max S. Hering Torres 29
3. La nobleza ibérica y su impacto en la América española: tendencias historiográficas recientes, Óscar Mazín 63
4. Limpieza de sangre y construcción étnica de los vascos en el imperio español, Bernd Hausberger 77
5. La limpieza de sangre en Nueva España, entre la rutina y la formalidad, Javier Sanchiz 113
6. Pureza, prestigio y letras en Lima colonial. El conflicto entre el Colegio de San Martín y el Colegio Real de San Felipe y San Marcos (1590-1615), Alexandre Coello de la Rosa 137
7. La limpieza de sangre: de las normas a las prácticas. Los casos de Melchor Juárez (1631) y del padre fray Francisco de Pareja, comendador de La Merced (1662), Solange Alberro 169
8. Inquisición y limpieza de sangre en Nueva España, Nikolaus Böttcher 187
9. Informaciones y probanzas de limpieza de sangre. Teoría y realidad frente a la movilidad de la población novohispana producida por el mestizaje, Norma Angélica Castillo Palma 219
10. Ilegitimidad, cruce de sangres y desigualdad: dilemas del porvenir en Santa Fe colonial, Marta Zambrano 251
11. Del mestizo al mestizaje: arqueología de un concepto,Guillermo Zermeño 283
Abreviaturas 319

INTRODUCCIÓN: SANGRE, MESTIZAJE Y NOBLEZA
La nobleza aunque andaluz
no la estimo: pues si creo
fueron mis padres cristianos,
lo dudo de mis abuelos.
(JOSÉ DE VARGAS, cit. por Caro Baroja, 1986, vol. 3, p. 171).

PRELIMINAR

La sangre pesa, nadie lo negará. Lo hace, evidentemente, en términos fisiológicos, pero también, de forma muy diferenciada, a nivel simbólico y discursivo. El giro, el peso de la sangre, hace referencia a la sangre como un axioma de las relaciones sociales y como un determinante de jerarquías.

En pocas palabras: la sangre ha sido históricamente y sigue siendo una representación, un vehículo de poder para cimentar las relaciones entre grupos fenotípicos, religiosos, sociales y de género. En este sentido, los imaginarios y las representaciones sobre la sangre si bien pueden ser un punto de partida para el disciplinamiento social,1 también pueden promover prácticas y discursos subalternos.

La limpieza de sangre, el mestizaje y la nobleza son sólo tres de los numerosos campos en los cuales la sangre codifica el cuerpo con significados y hace de él un texto para el historiador. Estos tres ejes temáticos, tratados con énfasis evidentemente desiguales en el presente libro, comparten un común denominador: su carácter diferenciador.

La limpieza de sangre fue en España un instrumento de diferenciación genealógica y, como consecuencia de la expansión ultramarina, se convirtió en una categoría genealógica que se articuló con el color de la piel y la “cali¬dad” de las personas. El mestizaje se interpretó en Hispanoamérica, según la perspectiva, como una posible fuente de “impureza” relacionada adicional¬mente con el nacimiento ilegítimo, o bien como un medio de blanqueamiento.
1 El disciplinamiento social (Sozialdisziplinierung) es un término desarrollado por Gerhard Oestreich (1968) para analizar la sociedad y la política del Antiguo Régimen; véase, por ejemplo, Hausberger, 2009.

No obstante, en la modernidad, el imaginario sobre el mestizaje invierte parcialmente su significando convirtiéndose en una insignia que pretendía camuflar la diferencia en aras de imaginar la nueva nación; es por eso que algunos historiadores lo denominan como un fenómeno nuevo en términos de la modernidad, distanciándolo de los posibles antecedentes coloniales. La nobleza, por su parte, es un escalafón social que pertenece a un orden diferenciado de las restantes esferas sociales, como el clero y el tercer orden. La sangre marcaba diferencias entre los estamentos con base en las virtudes y en el ethos estamental anclado a ella. Dicho en otros términos, la inequidad social de ese entonces se zanjaba por medio de la sangre, entendiendo dicha desigualdad como una voluntad divina. Lo interesante del término de la nobleza es que en América se utilizó en muchos casos como sinónimo de limpieza,2 siendo jurídicamente algo disímil. La limpieza de sangre constitu¬ye el eje principal del libro y de ésta se desprenden, con todas sus contradic¬ciones, dos de sus ramificaciones: la nobleza y el mestizaje. La nobleza precede en términos cronológicos a la existencia de la limpieza, sin embargo convive más adelante con ella y la entrecruza en muchos casos; el mestizaje colonial, por su parte, se puede entender como la disensión y contrariedad de la limpieza de sangre —hecho que cuestiona la idea de la pureza.
Ahora bien, para hilvanar los tres ejes temáticos de estas reflexiones introductorias, es importante señalar el principio que articula explícita o implícitamente la nobleza, la limpieza y el mestizaje. Se trata del concepto de la raza, aunque no en la lógica semántica de la modernidad, sino en su acepción dentro de la modernidad temprana.

Raza significaba, ya a mediados del siglo XV, linaje; en este sentido, la nobleza —entre los otros estamentos— se justificaba a partir de la raza; sin embargo, a principios del siglo XVI, raza también aludía a linaje maculado y en este sentido representaba una sinonimia de la impureza de sangre; por último, mestizaje se podría explicar a partir de la terminología colonial como mezcla de mala y buena raza entendiéndolas como “linajes” que se visualizan y exteriorizan a partir del color de la piel.3
El telón de fondo de los campos estudiados en este libro es evidente-mente la monarquía española. Por eso es pertinente presentar algunas reflexiones que ayuden a entender la situación político-estructural en el mundo hispánico.¬
2 Jaramillo, 1965, p. 29.
3 Hering Torres, 2003; 2006, pp. 217-246; 2010 (en prensa).

La unión entre Castilla y Aragón (1479), la reconquista cristiana de la Península Ibérica, la expulsión de los judíos y, sobre todo, la nueva ola de conversiones (después de la de 1391), sin olvidar la expansión castellana al Nuevo Mundo en 1492, desataron toda una serie de dinámicas parcialmente contradictorias entre sí. Las tendencias centralizadoras de la monarquía apuntaban hacia un absolutismo temprano, sin que la Corona hubiera podido superar su carácter “compuesto”.4 La monarquía encubría una gran heterogeneidad política, cultural y religiosa. Al mismo tiempo, su ampliación, los intentos integradores y la creciente movilidad de la pobla¬ción causaban el debilitamiento, la transformación y la pérdida de muchas tradiciones que habían regido en tiempos anteriores. Indudablemente la sociedad experimentó un proceso de transformación y reordenamiento. Como consecuencia se forjaron estrategias, tanto prácticas como discursi¬vas, orientadas hacia el ordenamiento de un mundo en movimiento, para superar la diversidad cultural. Como bien se sabe, en España la unidad religiosa fue considerada esencial para la estabilidad de la monarquía e iba de la mano del concepto de la verdad universal del cristianismo. Paradójicamente, los poderes particulares propiciaban la diferenciación de la comunidad cristiana a partir de la noción de limpieza de sangre. Así las cosas, la insistencia en la pureza evidenciaba una falaz contradicción con la política de integración. Las conversiones, en teoría eran una práctica de integración cristiana, pero en realidad una quimera, por cuanto que al exigir la limpieza de sangre se excluía a los neófitos cristianos por la impureza de su sangre, es decir: por ser conversos o por tener antepasados judíos, musulmanes o de otra “secta recientemente convertida”.5 Si bien las conversiones, en muchos casos forzadas a partir de finales del siglo XV, debían garantizar la unidad, no resolvieron dos problemas desde la vieja perspectiva cristiana. Por un lado, la sinceridad de la fe, considerada imprescindible, y por otro, la posi¬bilidad de reconocer, diferenciar y controlar las prácticas criptoheréticas, veladas por el bautizo. En teoría, las conversiones habían abolido los antagonismos religiosos entre cristianos, musulmanes y judíos, cada uno de los cuales había tenido con anterioridad un estatus jurídico diferente. La lim-pieza de sangre, por ende, no solamente fue un intento de conservar las diferencias sociales, al menos en cuanto al acceso a oficios y beneficios pú-blicos y eclesiásticos, sino también un claro intento de institucionalizar la desconfianza, manifiesta en el recelo, la inseguridad y el temor ante los re-cién convertidos, con el ánimo de tantear la certeza de la fe cristiana.

4 Elliott, 1992.
5 Expresión habitualmente usada en los interrogatorios sobre la limpieza de sangre.
El principio de la limpieza de sangre como norma se aplicó por primera vez en el cabildo de Toledo en 1449, el que procedía contra los “sospechosos de fe” mediante la Sentencia-Estatuto que excluía a los judeocon-versos de cargos públicos. A pesar de las disputas y contradicciones jurídicas, esta norma operó como un eje paradigmático para el resto de la Península. Progresivamente, con el consentimiento tanto del rey como del papa, dicha norma se empezó a difundir en una gran variedad de organis-mos e instituciones bajo el nombre de estatutos de limpieza de sangre. Dicha difusión se explicó no como una iniciativa del poder monárquico, antes bien como iniciativa institucional del poder particular; por lo tanto, los “estatutos” nunca representaron una normatividad centralizada. Encontramos estas normas en algunas provincias vascas, en las órdenes religiosas, en los colegios mayores, en los cabildos catedralicios, en las órdenes militares, en la Casa de la Contratación y, por supuesto, en la Inquisición. Estas informaciones, junto a los archivos o “bancos de datos” inquisitoriales,6 eran útiles a la monarquía para controlar a sus súbditos con el propósito de do¬mesticar y normalizar su comportamiento social y religioso, pero también sexual. A su vez, la limpieza de sangre sirvió como discurso subalterno, pues la gente común reclamaba su propio honor, frente a una nobleza im¬putada en algunos casos como “impura”. Incluso los habitantes de las re¬giones del norte, sobre todo las provincias vascas, reclamaban privilegios ante los castellanos a causa de su limpieza que, según el imaginario sobre el pasado, se había logrado conservar debido al aislamiento de sus tierras, supuesto hecho histórico mediante el cual se pretendía evidenciar que al norte nunca habían llegado musulmanes o judíos.7
En América, al igual que en España, la limpieza de sangre operó como un sistema de inclusión y exclusión en los organismos e instituciones de poder. La transferencia de dicho ideario hacia el Nuevo Mundo partía, desde luego, de un principio de control social, político y religioso de las provincias de ultramar por parte de la Península.8 Aunque el sistema era propenso a la tergiversación y manipulación de las genealogías, resultó ser —en teoría— un mecanismo para excluir de las instituciones civiles, educativas, militares y eclesiásticas hispanoamericanas no sólo a los descendientes de los ju¬deoconversos sino, posteriormente, a los africanos, la población indígena,9 sus descendientes y las mezclas de estos grupos.
6 Según Contreras y Henningsen, 1986.
7 Véase Hausberger en este mismo volumen.
8 Almarza Villalobos, 2005, p. 306.

El poder colonial marcaba tanto a los nativos de la plebe como a los afro-descendientes como fuente de impureza y percibía cualquier mezcla entre ellos en términos negativos. No obstante, en muchos casos se insistió con especial énfasis en la impureza de la “negregura”, como se denominaba en aquel entonces y, sobre todo, en la primera mitad del siglo XVII. En otras palabras: lo impuro se originaba en la mezcla entre la sangre mala y la sangre buena. De esta suerte, adentrado ya el siglo XVIII, las prácticas de la limpieza de sangre en las Américas dejaron de ser, por lo menos en un primer plano, la obsesiva búsqueda de un ante-pasado judío o musulmán. En otros términos, la supuesta impureza judía o musulmana, palpable solamente a partir de la memoria y de las categorías genealógicas, se transfirió al color de piel y se articuló con la calidad de las personas. Fue así como negros, mulatos, zambos, tercerones, cuarterones, etc. se convirtieron en nuevos objetos de exclusión, subordinación y menos¬cabo en el sistema de valores de la limpieza de sangre. De ahí que el “blan¬queamiento”, esto es la búsqueda de un mejor estatus mediante casamientos con personas “más blancas”, se convirtió en un eje paradigmático de con¬ducta con el fin de evitar la impureza del color o del linaje.10
Dada la escasez de mujeres europeas en Hispanoamérica, la mezcla en la Colonia temprana se hizo inevitable y, progresivamente, sobre todo en el siglo XVIII, la diferenciación por medio del color se convirtió en algo real¬mente difuso. La distinción entre los colores perdió su nitidez y así el con¬trol social mediante un rígido sistema de castas se hizo cada vez más difícil. A partir del término casta se intentó conferir inteligibilidad al amplio aba¬nico de colores y fenotipos. Aunque ser mestizo implicaba un privilegio tributario y podía ser una vía de ascenso social por medio del blanquea¬miento, el mestizaje desde la perspectiva del blanco y del indígena era ne¬gativo: para el blanco siempre fue considerado como “algo envilecedor”, era una “mancha de color vario”,11 para el indígena, era algo ignominioso.
9 Véase Castillo Palma en este mismo volumen; en su artículo se discute, entre otros argumentos, la relación entre la nobleza indígena y la limpieza de sangre, teniendo en cuenta que la nobleza indígena no fue objeto de discriminación por parte del princi¬pio de pureza de sangre.
10 Hering Torres, 2008, pp. 101-130; Hering Torres, 2010 (en prensa); Böttcher en este volumen.
11 Lavallé, 1990, p. 320.

La construcción del concepto de casta durante la Colonia se explica por la necesidad de las élites de controlar la sociedad, de identificar y diferenciar a los individuos. Los estudios sobre la pintura de castas han demostrado que las representaciones encarnan el complejo proceso de mestizaje entre españoles, indígenas y africanos. Uno de los tantos ejemplos citados en la historiografía sobre el tema son las categorías desarrolladas en los cuadros de castas. Por ejemplo, Castro Morales cita las Noticias de los escritores de la Nueva España (1746) en el cual el autor, Andrés de Arce y Miran¬da, le comenta a Juan José Eguiara y Eguren, catedrático de la Real y Pon¬tificia Universidad de México, el “pensamiento ingenioso” del duque de Linares por haberle dado a conocer al rey y a la Corte de España las castas a partir de la obra de Juan Rodríguez Juárez; incluso comenta que el obispo auxiliar de Puebla le encomendó al pintor Luis Barruecos elaborar unos cuadros similares incorporando 16 tableros de castas, que se citan a conti¬nuación.12
1. Español con india: mestizo
2. Mestizo con española: castizo
3. Castizo con española: español
4. Español con negra: mulato
5. Mulato con española: cuarterón
6. Cuarterón y española: salta atrás
7. Salta atrás con india: chino
8. Chino con mulata: lobo
9. Lobo con mulata: gíbaro
10. Gíbaro con india: alvarasado de Alvarado (id est según me explicó el pin¬tor) lugar junto a Veracruz, en la costa
11. Alvarasado con negra: cambujo
12. Cambujo con india: sambaigo
13. Indio con mulata: calpamulato
14. Calpamulato con sambaiga: tente en el aire
15. Tente en el aire con mulata: no te entiendo
16. No te entiendo con india: ahí te estás
En la administración no se utilizaba la categoría casta y tampoco el amplio abanico de taxonomías coloniales que eran inoperantes en este con texto. ¬
12 Castro Morales, 1983, p. 680.

Por lo general, se empleaban denominaciones de color o designaciones que hacían referencia al tinte de la piel: blancos, indios, negros, mulatos, morenos, pardos y libres de todos los colores. Éstas y otras categorías explícitas o implícitas de color aparecían en documentos oficiales tales como “codificaciones de la legislación colonial, libros parroquiales, procesos inquisitoriales, casos criminales, censos y en las Relaciones geográficas que la Corona solicitó con regularidad a las autoridades coloniales a partir del siglo XVI”.13

A la luz de lo anterior, podemos afirmar que la limpieza de sangre indudablemente se trasladó a las Américas. Se trata entonces de una transferencia cultural de España a una sociedad colonial, progresivamente mestiza, diferenciada por estamentos y cuyo orden político-social se regía según criterios de procedencia y origen. Es evidente que esta transmisión debe ser analizada con cautela y sería importante rescatar similitudes sin pretender negar sus discrepancias. Parece existir una táctica del poder a la que se recurre para describir, controlar y gobernar la sociedad en ambas partes del Atlántico. Indudablemente existe la idea de orden y jerarquía mediante la fragmentación de la sociedad en grupos definidos por su origen genealógi¬co. No hay duda alguna de que la reconquista de Granada y la conquista de América se diferencian fundamentalmente; incluso que el trato hacia los judíos y los musulmanes en España y la actitud frente a los indígenas y africanos se diferencian de forma notable. Pese a lo anterior, es posible rescatar una analogía: la división de la sociedad en república de indios y república de españoles; en cierta forma, era una réplica de la tradición ibé¬rica y de lo que podría denominarse como interacción de un nosotros y un vosotros —entre cristianos y judíos y musulmanes.

Sin embargo, es evidente que a lo largo del tiempo las diferencias marcadas por la religión, incluso por el ordenamiento territorial —que en la Península separaba a los grupos religiosos y en las Américas al español del indio—, se empezaron a desvanecer a partir de las misiones, las conversio¬nes e incluso el mestizaje y la migración: procesos que conllevaron a cues¬tionar las delimitaciones reales o imaginadas. En cuanto a la migración habría que tomar en cuenta el establecimiento ilegal de españoles en los pueblos indígenas, el traslado de indígenas a las minas, haciendas y ciuda¬des españolas y la inmigración forzada de los africanos. En la medida en que se quebrantaba el ordenamiento regional, el sincretismo sociocultural se incrementaba dando paso al mestizaje y cuestionando la pureza.
13 Katzew, 2004, p. 43.

Pero también es importante rescatar los contrastes entre España y las Américas, porque es evidente que este discurso adquirió otros significados en los te¬rritorios americanos y fue adaptado a los distintos contextos y a los cam¬bios en el tiempo reflejados en la compleja terminología de las castas.
*
BREVES ANOTACIONES AL ESTADO DE INVESTIGACIÓN

A continuación sólo mencionaremos algunos trabajos sobre el tema de este volumen, sin pretender agotar el amplio estado del arte. Especialistas como Marcel Bataillon, Marcelino Menéndez Pelayo, Américo Castro, Antonio Domínguez Ortiz y Julio Caro Baroja destacaron la importancia de la lim¬pieza de sangre para la Península Ibérica.14 Pero sólo en 1960 Albert Sicroff publicó la primera y hasta hace poco única obra dedicada exclusivamente a la limpieza de sangre (¡la edición española se publica en 1985!). En los años setenta, sin embargo, Juan Ignacio Gutiérrez Nieto ya había hecho aportes importantes y, más adelante, en especial en los años noventa, los hicieron Baltasar Cuart Moner, Jaime Contreras, Juan Hernández Franco y, recientemente, Mikel Azurmendi y Max S. Hering Torres.15 Estas contribuciones han facilitado el entendimiento institucional de sus objetos de estudio y han brindado casos microhistóricos sobre la realidad social. Incluso algunos han discutido la tensión de la limpieza de sangre entre los espacios del saber (teología, medicina, historia) y la cotidianidad.

Con todo, parece haber una falta de colaboración entre los continentes para la comprensión del problema desde una perspectiva transatlántica. En cuanto a América, es verdad que existen muchas investigaciones sobre la categoría de la “raza” y la esclavitud en las sociedades hispanoamericanas, pero éstas no integran de forma sistemática la idea de la limpieza de sangre peninsular y, en muchos casos, se opera con categorías contemporáneas para el análisis colonial. La pureza de sangre se menciona en estudios vin¬culados a la Inquisición. Autores como Liebman y Solange Alberro para México; Castañeda Delgado y Hernández Aparicios para Perú, y García Merino, Böttcher y Splendiani para Cartagena de Indias, demuestran la importancia de los tribunales americanos, pero tratan el tema de la limpie¬za sólo en el contexto de la historia institucional y social.16
14 Bataillon, 1937; Menéndez Pelayo, 1946-1948; Castro, 1948; Domínguez Ortiz, 1955; Caro Baroja, 1986 [1961]; Caro Baroja, 1972.
15 Gutiérrez Nieto, 1973a; 1973b; 1975; Cuart Moner, 1991; Contreras, 1992; Hernández Franco, 1997; Azurmendi, 2000; Hering Torres, 2003; 2006.

Indudablemente, existen otras publicaciones recientes que rescatan la importancia de la limpieza y el mestizaje, dando paso a nuevas perspectivas entre Europa y América y enriqueciendo los acercamientos interpretativos sobre el tema. Por ejemplo, el foro Purity of Blood and Social Order, en The William and Mary Quarterly, los trabajos publicados por Lira Montt, Sanguinetti, Frutta, Castro-Gómez, Almarza Villalobos, Hering Torres, Chaves, sin olvidarnos del trabajo de Martínez y Coello de la Rosa.17
En cuanto a la historia social disponemos de una base sólida de trabajos sobre el orden racial y el fenómeno del mestizaje en las Américas: Ko-netzke, Mörner, Bernard y Gruzinski y De la Cadena; para México, los de Israel, Chance y Castillo Palma; para el Nuevo Reino de Granada, Jaramillo Uribe, Rodríguez Jiménez, Dueñas Vargas y Gutiérrez de Pineda y Pineda Giraldo.18 También es un hecho que el tema de las castas, tan relevante para la investigación de la limpieza, ha sido objeto de estudio desde múltiples perspectivas que indudablemente han enriquecido su investigación.19 Por último, cabe añadir que Javier Sanchiz, Óscar Mazín y Marta Zambrano en sus artículos del presente volumen nos brindan una revisión historiográfica ampliada, incluyendo otros autores que han trabajado sobre la limpieza, el mestizaje y la nobleza.
Estas breves anotaciones demuestran que en esta obra no nos aden-tramos en un campo de estudio sin explorar; todo lo contrario, es innega-ble que durante las últimas décadas han proliferado las investigaciones sobre estos temas. Aun así, también es claro que la temática no se ha ago-tado y que aún quedan preguntas por resolver. De hecho, en el libro se pretende dilucidar tanto el discurso como las prácticas gestadas en torno a los conceptos de sangre, mezcla, linaje, raza o nobleza para describir el peso de la sangre en las sociedades hispanoamericanas.
16 Liebman, 1970; 1973a; 1973b; Alberro, 1981; Castañeda Delgado y Hernández Aparicios, 1989; García Merino, 1966; Böttcher, 1995; 1997; Splendiani, 1997. Véanse además los trabajos pioneros de Medina, 1903; Lea, 1922; Kamen, 1965; Vekene, 1982-1983; Contreras, 1982; Conteras y Henningsen, 1986; Millar Corbacho, 1983; Quiroz, 1985; Pérez Villanueva y Escandell Bonet, 1984-2000; Dedieu, 1989.
17 The William and Mary Quarterly, 2004, 61/3; Lira Montt, 1997; Sanguinetti, 2000; Frutta, 2002; Castro-Gómez, 2005; Almarza Villalobos, 2005; Hering Torres, 2007; 2008; 2010 (en prena); Chaves, 2007; Martínez, 2008; Coello de la Rosa, 2008.
18 Konetzke, 1946; 1961; Mörner, 1974; Bernard y Gruzinski, 1993; De la Cadena, 2007; Israel, 1975; Chance, 1978; Castillo Palma, 2001; Jaramillo Uribe, 1965; Rodrí¬guez Jiménez, 1991; Dueñas Vargas, 1997; Gutiérrez de Pineda y Pineda Giraldo, 1999; Fisher y O’Hara, 2009.
19 Stafford, 1981; Castro Morales, 1983; Fisher, 1992; Carrera, 2003; Katzew, 2004.

Se trata pues de sondear si de esta forma se abre una nueva veta para comprender mejor el ordenamiento de las sociedades americanas después de la conquista espa¬ñola. Vale la pena discutir la importancia de la sangre como un mecanis¬mo que ayuda a conservar el desequilibrio social y cómo éste intenta per¬petuarse mediante la invención de un sistema de valores apoyado en el imaginario de la sangre. Asimismo, también se justifica la reconstrucción de la limpieza de sangre como un instrumento subalterno que pretende equilibrar las tan marcadas inequidades sociales.20 En este sentido, consi¬deramos provechoso estudiar los temas a partir de casos de estudio en diferentes instituciones, regiones, temporalidades y con un énfasis temá¬tico disímil. En el futuro, con seguridad, será necesario elaborar investiga¬ciones que discutan los mecanismos de la división social, las articulacio¬nes entre los temas tratados, su variabilidad histórica y su continuidad, como también los quiebres en la transición de las colonias a las repúblicas independientes.
ARTÍCULOS
Esta compilación es resultado del coloquio realizado en El Colegio de México el 6 de diciembre de 2007, que contó con el generoso apoyo de la Fritz Thyssen Stiftung. Lamentablemente, algunos ponentes no pudieron atender la invitación para publicar sus conferencias en este volumen; en consecuencia se amplió el espacio a otros colaboradores. Los artículos aquí incluidos se caracterizan por la pluralidad interpretativa que garantiza el debate abierto y enriquece el panorama historiográfico —en ningún mo¬mento se intentó homogeneizar las opiniones.
El libro abre con un artículo sobre la limpieza de sangre en España en la Edad Moderna elaborado por Max S. Hering Torres. Con él, el lector tendrá un primer acercamiento al tema de la limpieza desde una perspecti¬va ibérica para facilitar la comprensión del origen de la pureza en las Amé¬ricas. Aunque la temática central del artículo es la limpieza, se señalará, por un lado, su relación con el concepto de la nobleza medieval en Castilla y, por el otro, algunos argumentos clave para entender el mestizaje en el mundo colonial.
20 Scott, 1985.

Sin embargo, el objetivo esencial del artículo es presentar un modelo interpretativo sobre la pureza de sangre. En este sentido, se propone una lectura diferente sobre el tema por medio de tres niveles de significado: normatividad, sociedad e idearios discursivos. A partir de este planteamiento se discute si la normatividad de la limpieza se puede conce-bir como una reacción a los cambios sociales y si el derecho positivo, más adelante, determinó nuevos campos de coexistencia social. Desde este pun-to de partida, se reconstruye la operacionalidad del poder del discurso como una instancia legitimadora tanto del derecho como de las relaciones sociales, cuya intención fue avalar la funcionalidad socionormativa del sis-tema de la limpieza de sangre.
Óscar Mazín investiga la cuestión de la nobleza ibérica y su impacto en la América española. Con base en los aportes de tres autores sobre la sangre y la nobleza, el autor presenta un balance historiográfico sobre el tema. A saber: se discuten dos artículos de la medievalista Adeline Rucquoi, que realzan la evolución del concepto de nobleza ibérica, sus principales trans¬formaciones entre los siglos XIII y XVI, y su diferencia como categoría moral de la pureza de sangre. El autor discute adicionalmente un estudio de An¬tonio Manuel Hespanha quien, apoyado en el lenguaje del derecho, tradu¬ce el concepto de “movilidad social” a los términos de los siglos XVI al XVIII. Mazín termina su artículo señalando cómo Jean-Paul Zúñiga dilucida las implicaciones de la pureza de sangre y de la nobleza peninsular en las rea¬lidades sociales americanas del siglo XVII.
Bernd Hausberger discute en su trabajo cómo algunos autores vascos, entre el siglo XVI y la primera mitad del XVIII, utilizaron el concepto de la limpieza de sangre, tanto en Europa como en América. En este contexto la limpieza de sangre se convierte en una piedra angular que ayuda a cimentar la identidad con base en el pasado. Ésta se mostró altamente funcional, puesto que los planteamientos se elaboraron, en algunos casos, en la diás¬pora de los vascos en todo el imperio. Un pasado colectivo y limpio les sirvió para construirse a sí mismos como minoría privilegiada dentro del marco de la monarquía, para orientarse psicológicamente y posicionarse en el mundo de la emigración. Su argumentación se apoyaba en una reinter¬pretación de toda la historia ibérica a partir del Diluvio Universal como mito fundacional. El trabajo de Hausberger brinda luces sobre el desarrollo de la limpieza de sangre y de la nobleza como categorías de etnización del imaginario vasco a partir de la construcción de un pasado colectivo, subra¬yando la tendencia protorracista del discurso.

En el marco de Nueva España Javier Sanchiz, Solange Alberro y Niko-laus Böttcher se ocupan de la limpieza de sangre y la Inquisición. Es evi-dente que en Nueva España el Santo Oficio fue la institución generadora de las probanzas genealógicas más específicas. Javier Sanchiz destaca en su estudio sobre la limpieza de sangre en México cómo la transferencia de esta idea al Nuevo Mundo sirvió como principio de control y orden social. La limpieza de sangre constituyó parte de la base ideológica de un sistema tanto de estratificación social jerárquica como de valores, y sirvió como filtro racial. En este sentido, el autor resalta que se debería analizar la cali¬dad de “limpio de sangre” como uno de los conceptos que conformaron los valores de una sociedad y vincularlo a los imaginarios sobre la “legitimi¬dad”, las “buenas costumbres” o, incluso, la “aptitud”, más que tratar de equipararla a la calidad de nobleza.
Solange Alberro aporta dos casos de estudio, el de Melchor Juárez y el de fray Francisco de Pareja, comendador de La Merced. Las informaciones de limpieza de sangre fueron imprescindibles para ocupar cargos civiles y eclesiásticos, sin embargo la práctica se alejó de las normas. Incluso en la Inquisición, una institución supuestamente rigurosa, se detectan serias irregularidades en la época de mayor actividad contra el judaísmo. Alberro demuestra que —sobre todo en América— en las informaciones de la lim¬pieza se solía acatar el procedimiento, pero no se pretendía su cabal cum¬plimiento debido a la lejanía, el estado de desarrollo de los medios de co¬municación, la debilidad de la red institucional y la naturaleza de la sociedad colonial. El caso de fray Francisco de Pareja es un ejemplo de cómo el estatus personal de un individuo impidió que se acataran debida¬mente las exigencias de la limpieza de sangre, a pesar de que sus antece¬dentes familiares fuesen claramente “sospechosos”.
Nikolaus Böttcher ofrece una imagen del trabajo inquisitorial de las informaciones de la limpieza a lo largo de la época virreinal. Se evidencia la evolución y la metamorfosis del concepto de la limpieza de sangre desde la persecución de los judeoconversos hasta la diversificación de las activida¬des inquisitoriales dentro de la sociedad de castas. Confirmando la hipóte¬sis de Alberro, el análisis de varios casos demuestra tanto la rigidez teórica de las informaciones como los cambios y fisuras en su aplicación práctica. Los ejemplos presentados muestran la dificultad de cumplir, desde los vi¬rreinatos americanos, con las exigencias de la limpieza. No abundaban, como sucedía en la sociedad metropolitana, las élites y en general las per¬sonas dotadas de las cualidades en principio imprescindibles para ejercer algunos cargos y para recibir ciertas distinciones.

En fin, “la limpieza de sangre fue, como las cédulas reales, formalmente acatada en tierras ameri¬canas, pero no cumplida a cabalidad”.21
El siguiente artículo, de Norma Angélica Castillo Palma, se titula “In-formaciones y probanzas de limpieza de sangre. Teoría y realidad frente a la movilidad de la población novohispana producida por el mestizaje”. Según este trabajo, la actitud de las corporaciones e instituciones hacia la pureza de sangre fue cambiando poco a poco. En primer término, pasó de ser un reparo sobre la religiosidad a un mecanismo de discriminación de los can¬didatos según su origen, ya no sólo orientado hacia la práctica religiosa, sino encauzado a señalar los linajes infames. Este estudio trata de mostrar los cambios de actitud hacia las probanzas de pureza de sangre en diversas corporaciones civiles. Se analiza cómo instituciones e individuos obraron discrecionalmente. Por tanto, durante esas coyunturas, las informaciones o bien no fueron en particular requeridas o las denuncias no fueron conside¬radas como un impedimento serio para el acceso a los privilegios.
Es importante analizar otros espacios coloniales fuera de Nueva Espa-ña, como por ejemplo Santa Fe de Bogotá y Lima en los siglos XVI y XVII. Alexander Coello de la Rosa y Marta Zambrano se acercan a este asunto desde perspectivas disímiles. Coello de la Rosa ofrece, a partir de una his¬toria institucional, la forma en que el peso de la sangre —la limpieza y el mestizaje— operó como vehículo de los conflictos que enfrentaron al Co¬legio de San Martín y al Colegio Real de San Felipe y San Marcos a princi¬pios del siglo XVII en Lima. El aporte representa una aproximación a la his¬toria institucional y así rescata las rivalidades políticas y los intereses económicos de dos de las instituciones educativas más prestigiosas de esa ciudad. Una contienda que trascendió las aulas y reflejó los conflictos so¬ciales entre diferentes grupos de poder en la lucha por los mejores cargos administrativos y eclesiásticos del virreinato peruano. Como se demostra¬rá, la sangre será el motor principal de estas inquinas institucionales en las cuales se reclamaban prestigio y honor.
De una historia institucional pasamos a una historia del género, de la sexualidad y del mestizaje. Marta Zambrano ilustra, mediante el análisis del discurso y de la crítica de género, basándose en material de archivo, las dificultades y paradojas provocadas por el mestizaje en el Nuevo Reino de Granada. Es un artículo que transita entre la historia y la antropología cultural y en el que se discuten las dificultades creadas por la inscripción de los mestizos y mestizas en el orden social determinado por las jerarquías y categorías de la época. ¬
21 Véase Alberro en este mismo volumen, p. 185.

En definitiva, el artículo explora algunas facetas del accidentado cruce entre prácticas sexuales y producción de significados que suscitaron las ambiguas y elusivas nociones de “mestizo” en Santa Fe.
Es crucial ver cómo, mediante la experiencia colonial en Europa a media¬dos del siglo XIX, el mestizaje para algunos empezó a ser entendido como el causante de un supuesto descenso de las civilizaciones —en términos de Jo¬seph Arthur de Gobineau se trataba de una mélange de races que condenaba la civilización, puesto que un ascenso sólo era posible a partir de la pureza racial. Gobineau, sin embargo, tuvo opositores en Francia: Victor Courtet, por ejemplo, afirmaba que las naciones se constituían por una mezcla de ra¬zas y se recomponían por una nueva mezcla. Aunque Guillermo Zermeño no profundiza dicho debate europeo, por no ser parte de su objetivo, sí discute en su artículo el mestizaje, ya no como una matriz del orden colonial, sino como un nuevo factor de integración nacional en México. A la luz de los an-teriores artículos esto representa un giro conceptual fundamental, porque a lo largo del siglo XIX el mestizaje invierte su semántica: para entonces el mestiza¬je se convertía en argumento proclive para imaginar una cohesión nacional —aunque evidentemente estos argumentos también reprodujeron lógicas de jerarquías, tal como lo comprueba el autor. No obstante, a primera vista, el “cruce de razas” pasa de ser una fuente de contaminación a un supuesto prin¬cipio de integración. Lo valioso de este aporte es que nos ofrece la posibilidad de señalar la historicidad del concepto sobre la “mezcla poblacional”: el mes¬tizaje en la Colonia temprana no es lo mismo que el mestizaje en el siglo XIX.
A partir de estas reflexiones es indudable que el peso de la sangre tiene un papel primordial a la hora de definir la posición social de un individuo. Tanto la pertenencia a un grupo como la identidad de una persona depen¬den de su origen, aunque su determinación social no sea definitiva y pueda fluctuar. Pero traspasar las fronteras impuestas por los imaginarios sobre la sangre —como metáfora del origen— siempre fue negociable y esta barrera pudo ser derribada mediante la falsificación de papeles o el manejo de so¬bornos en el sector administrativo. Algunos logran el ascenso social, otros fracasan, pero la gran mayoría de la población reproduce las lógicas de di¬cha normatividad sociocultural bien sea para de-construirlas o cimentarlas. De este modo, el presente volumen también intenta señalar diferentes es¬trategias del zoon politikon, del sujeto, en su lucha diaria por una mejor vida en una sociedad marcada por matrices de integración y de exclusión.

En este sentido consideramos esta recopilación como un panorama y un apor¬te al estudio sobre la sociedad colonial. La idea ha sido seguir labrando el campo de la sangre, sin poder agotarlo debido a su complejidad y a las in¬numerables fuentes aún por conocer. Por tanto, nos abstenemos de ofrecer conclusiones generalizantes. Somos conscientes de que subsiste una varie¬dad de problemas y preguntas por resolver, espacios geográficos e institu¬ciones por estudiar. Incluso, la mayoría de las informaciones genealógicas resultó positiva, es decir, fue aprobatoria, sin brindar informaciones sobre los posibles trasfondos e intereses sociales que conllevaron a dichas conclu¬siones. Más aún, sería enriquecedor estudiar si gran parte de la población, tanto en España como en el Nuevo Mundo, se vio afectada directamente por las pruebas de sangre. El cuestionamiento de la representatividad de la limpieza como un mecanismo regulador de las relaciones sociales para la totalidad de la población, por ahora seguirá siendo un enigma. Tal vez otras investigaciones nos revelen otras historias y den cuenta de los silencios que también integran el presente libro.
Como ya hemos mencionado, este libro tiene su origen en un coloquio apoyado por la Fritz Thyssen Stiftung. Pero ha sido el entusiasmo de los colaboradores la mejor contribución para llevar a buen fin la edición. Ade-más se enriqueció por los comentarios y sugerencias de los dos dictamina¬dores anónimos que leyeron el manuscrito. Omar Velasco nos ha ayudado en la elaboración del mismo. La publicación no hubiera sido posible sin el interés en el proyecto de El Colegio de México y de la Universidad Nacional de Colombia. A todos les expresamos nuestra gratitud.
Berlín, Bogotá y México, D.F., abril de 2010
NIKOLAUSTTCHER
BERND HAUSBERGER
MAX S. HERING TORRES
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Crónica de Nahuizalco 1898

El Salvador es el más pequeño de los estados centroamericanos, pero también el más poblado, el más rico y el más cultivado. Exceptuando al estado diminuto de Rhode Island en Estados Unidos, no existe en el continente americano ninguna otra región tan densamente poblada. Toda el área la constituyen 21,070 kilómetros cuadrados y allí habitan 800,000 individuos. La mayor parte de la población la conforma la raza mestiza entre el español y el indígena. En la parte occidental de El Salvador habitan cerca de 100,000 aztecas, cuya expansión territorial limita al este con una franja habitada por otras tribus indígenas, que son actualmente civilizadas y que hace tiempo han perdido su idioma, por lo que no se sabe nada acerca de su origen. Karl Sapper supone, aunque no explica en qué se basa para ello, que se trata de los pokomames. En la región oriental de El Salvador habitan unos miles de matagalpas que han sido poco estudiados. No alcancé a visitarlos, pero he visto algunos de estos individuos ofreciendo sus productos, fabricados de fibra de maguey, en los mercados aztecas.

A mi llegada a El Salvador me dirigí directamente a la capital, donde conseguí que el Ministerio de Educación me entregara una recomendación escrita para las autoridades civiles y el de Guerra, una similar para las militares.

Durante el viaje a la capital tuve la oportunidad de ver algunos indígenas de las tribus que tenía planeado estudiar en primer lugar, es decir, los aztecas y los pipiles. En la pequeña estación de tren de Ceiba observé a unos veinte individuos que marchaban en fila, atados entre sí con una cuerda, como si fuesen esclavos negros. Iban escoltados por un grupo de soldados armados con fusiles y bayonetas caladas. Le pregunté a mis compañeros de viaje si se trataba de presidiarios. “No, seguro que no”, fue la respuesta, “se trata de voluntarios de Nahuizalco, que son trasladados al cuartel de la capital”. Tal como luego me enteré, los cuarteles de El Salvador, dependiendo de la necesidad que exista, se atiborran de indígenas obligados a cumplir con el servicio militar. Estos suelen ser soldados más confiables y valerosos que los ladinos.

Sin embargo, producía lástima ver a esos individuos amarrados entre sí, con sus ropas de algodón blanco sucias por el polvo del camino. Parecían ser indígenas corrientes, pertenecientes seguramente a la misma raza que se ve en la capital de México. Eran de una estatura baja, de piel amarillenta, ojos marrón oscuro y pelo corto y negro. Su vestidura era la típica de los trabajadores centroamericanos, camisa de algodón blanca, pantalones también blancos y sombrero de paja.

En la capital me habían aconsejado que comenzara mi trabajo entre los aztecas de la comunidad de Nahuizalco, cerca de Sonsonate, porque allí la lengua que se hablaba era pura. Estuve tratando infructuosamente de localizar este lugar en el último mapa oficial de El Salvador y, como no pude encontrarlo, supuse que sería un poblado diminuto, de unos doscientos habitantes. Una tarde cabalgué hasta Sonsonate, y al anochecer llegué a Nahuizalco. Cansado por el viaje me acosté sin tener la oportunidad de saludar al dueño de la casa, el ex comandante de la ciudad, que ya se había ido a dormir.

Por lo tanto, mi sorpresa fue muy grande cuando, al despertarme la mañana siguiente, me encontré con que estaba en un poblado indígena de miles de casas, donde habitaban alrededor de 8,000 aztecas. Este era sin lugar a dudas el poblado indígena más grande que había visto hasta entonces. Durante mi estancia entre las tribus indígenas del norte de México, muy rara vez encontré alguna aldea con más de treinta o cuarenta chozas, exceptuando algunas que tenían unas doscientas viviendas entre los indígenas mayo y los yaqui de la región del Pacífico.

En este poblado todo parecía ser muy ordenado y civilizado, si se comparaba con la situación de los pueblos cazadores y nómadas de la Sierra Madre, así que di por hecho que aquí podría, rápidamente y sin impedimentos, comenzar a medir la constitución física y fotografiar a un número elevado de nativos. Pero no imaginaba cuán profundamente arraigadas estaban las ideas supersticiosas ni cómo esta gente desconfiaba de todo lo nuevo. Ni siquiera por medio de una retribución al contado, independientemente de lo alto que fuese el pago ofrecido, parecía posible conseguir que unos pocos individuos se dejaran medir y fotografiar. Decidí entonces utilizar las cartas de recomendación del Gobierno y, con este fin, me dirigí al alcalde de la ciudad, un indígena anciano quien también era presidente del consejo del pueblo. Este me respondió primero en forma diplomática, diciendo que haría lo posible por ayudarme, tan pronto como sus ocupaciones se lo permitieran. Pero uno de sus colegas, conocido como el alguacil, se adelantó para contarme una historia triste que le había pasado de verdad a un amigo suyo quien, luego de que un hacendado alemán de la capital le tomara fotografías, había cogido una fiebre muy alta de la cual murió, dejando a la viuda y muchos niños sin subsistencia asegurada. Me pidió por ello posponer la cosa hasta el mes próximo. El nuevo alcalde tomaría entonces el riesgo, según él, de negociar con el hombre de los grandes anteojos, tal como me habían bautizado por el lente de la cámara fotográfica.

Logré finalmente conseguir que el nuevo alcalde prometiera prestarme su ayuda. Envió a un cabo, acompañado por seis soldados armados, a buscar a dos individuos que me ofrecieron como objeto de experimentación. Después supe que estos, a quienes el alcalde había recordado con benevolencia en primera instancia, eran los peores enemigos que él tenía en la ciudad. Pude medir a uno de ellos que parecía un condenado a cadena perpetua y cuando puse la cabeza debajo del trapo negro de la cámara para fotografiarlo, su compañero, con un arriesgado salto, se tiró por la ventana desapareciendo en el bosque cercano. Ni ese día ni los próximos logré conseguir a otro voluntario.

La gente estaba tan irritada que el alcalde no quiso arriesgar su autoridad por ayudarme. Poco después hice el intento de fotografiar sus hermosas danzas con bastones al aire libre, pero me amenazaron con reprimendas en azteca y con la posibilidad de recibir una paliza, por lo que quedé muy contento de salir ileso y de que la cámara no resultara dañada. En esta danza, al igual que en todos sus festejos –aunque nunca en los religiosos–, la mayoría estaba ebria pero pacífica a pesar de su condición aventurada. Salí a la plaza pensando en tomar una imagen de las mujeres que allí vendían y compraban, pero al verme colocaron sus cestos sobre la cabeza y se dispersaron como un enjambre de gorriones.

Sienten temor, según sus propias palabras, a ser pintados por la cámara porque poseen la creencia de que mediante la foto se les roba algo que pertenece a su interior. Es el tounal (fuerza, espíritu protector) lo que temen perder. Piensan que esta parte mística de sí mismos que, según creen, aparece representada en la fotografía la llevan los hombres blancos a zonas lejanas con fines desconocidos e incomprensibles, pero malignos y que, por medio de brujerías, les ocasionarían desgracias. Cuando los tepehuanos del nordeste de México miraban sus fotos solían decir: “¡Estos sinvergüenzas, personas insolentes que vienen a nuestras comunidades, pura y simplemente para robarnos nuestras almas!” Es indudable que obligarlos a fotografiarse les causa gran sufrimiento psíquico.

Una muchacha de Nahuizalco, que parecía tomarlo desde el punto de vista práctico, me respondió una vez que logré convencerla para que me dejase sacarle una fotografía: “¿Por qué debería dejarte que me quitases mi sombra por un peso cuando de regreso a tu isla quizás la vendas por varios cientos?”

Finalmente comprendí que me resultaría casi imposible realizar el trabajo antropométrico en esta comunidad y decidí posponerlo para otra ocasión. Sin embargo, este lugar parecía ser interesante y adecuado para recopilar el material lingüístico y etnográfico, que comencé a estudiar la lengua de sus habitantes, sus usos y costumbres, etcétera.

Los aztecas de El Salvador o pipiles viven casi exclusivamente de la agricultura, los huertos y la industria de la cestería. En las laderas de las montañas y en las gargantas de los valles de los alrededores de Nahuizalco, a una milla de distancia a la redonda, se extienden las parcelas cuadradas e irregulares, rodeadas de cercos formados por setos de piñas salvajes, de ciruelos del trópico (Spondias sp) o de arbustos espinosos (Erythrina). Y entre las arboledas de palmeras, árboles de naranja y de zapote se encuentran desparramadas las casas de los indígenas. En los campos se siembra maíz de formas y colores variados, diferentes clases de frijoles, plátano, caña de azúcar, yuca, piña, tomate, tabaco y gran variedad de granos básicos y otros cultivos. También muchas verduras europeas como la lechuga, la coliflor y los rábanos, entre otras, se han impuesto y se plantan todo el año. El maíz es la siembra tradicional de mayor importancia. Antes de que la tierra se parcelara, unos treinta años atrás, todos los habitantes de la aldea trabajaban el campo en forma conjunta y después se ofrendaba al dios del maíz. Para ello se reunían todos los trabajadores con sus herramientas y, dirigidos por los ancianos de la comunidad y los líderes, desfilaban por el campo al sonido de las flautas de bambú y de los tambores. Las mujeres los acompañaban cargando abundantes alimentos que preparaban al aire libre y chicha de maíz. Lo mismo se repetía cuando era la época de la cosecha. Parecía ser más una fiesta que un pesado trabajo y todos participaban con igual interés en la cosecha, que era propiedad comunal. El reparto de la tierra en todos estos países fue, sin excepciones, poco afortunado para los indígenas, quienes de improvisto debieron pasar de un sistema comunal a otro individualista, dando posibilidad a los blancos para introducirse y convertir a los indígenas en su fuerza de trabajo esclava.

Aún hoy, cuando llega la época de la siembra, los pipiles cuelgan guirnaldas de hojas multicolores de Tradenscatia versicolor –una planta comúnmente cultivada por nosotros– alrededor de sus dioses del maíz –ídolos de piedra pequeños y toscos– y por las noches encienden velas y les ofrecen incienso. Vi ídolos de piedra similares en los campos de maíz, a poca distancia de la iglesia católica construida en el siglo XVI en el altar de la propia ciudad de Nahuizalco, así como escondidos en grutas de los valles fluviales.

Cuando llega la época de las lluvias el cielo se cubre con nubes oscuras de lluvia y tormenta. Los indígenas salen entonces de sus casas en medio de la noche y se escuchan tocando unas trompetas fabricadas con caracoles para ahuyentar los huracanes del campo.

Las mujeres aztecas se distinguen en la preparación de cantidad de alimentos con base de maíz, tantos que es imposible contar o describir. El pan de maíz se amasa para cada comida y es superior al de trigo, tanto en sabor como en valor alimenticio. Sus huertos producen cada año una cantidad importante de vegetales y también la flora salvaje obsequia a la cocina azteca muchos productos valiosos y de buen sabor. Varias clases de flores con aroma delicado se utilizan para preparar comidas especiales. Existe aquí una gran variedad de abejas salvajes, cuya miel tiene aroma diferente. Además se hacen conservas de distinto tipo de frutas como los tamarindos, los jocotes (Spondias, una clase de ciruela ácida), los chilacayotes (una especie de calabaza grande, verde con pintas blancas) y otras. Los aztecas han domesticado dos clases de abejas, una del tamaño de una mosca y la otra del de un mosquito, y ambas se ven alojadas en campanas de cáscara de calabaza que cuelgan de las paredes de las casas. También aprovechan diferentes clases de hongos. En la costa se cultiva por lo general el cacao, aunque no tanto como antaño. Aquí, igual que entre los aztecas de México, el chocolate es una bebida muy apreciada.

Los niños tienen diferentes clases de juguetes. Las muñecas se confeccionan de junco o de madera. Tirando fuertemente de un cordón que se encuentra atado al trompo, este se echa a girar en el suelo y a veces tiene un clavo pequeño en la punta. También entre los pueblos xinca de Guatemala los niños usan esta misma clase de trompos.

En las regiones cálidas, las mujeres visten simplemente una falda de tela de algodón fina y lisa, enrollada al cuerpo en dos vueltas. Por lo general van desnudas de la cintura para arriba. En las aldeas de las montañas altas se utiliza también una especie de blusa (huepil) y en Izalco y Ataco es común un cinturón liso alrededor de la cintura. La vestimenta masculina consistía no hace mucho solo de un pequeño cinturón entre las piernas (mastate), pero actualmente siempre llevan pantalón y camisa de algodón blanco. Entre los xinca de Guatemala encontré el mastate aún en uso.

En la mayoría de las regiones de Centroamérica todas las pruebas de objetos artísticos de producción indígena han desaparecido. Sin embargo, entre los pipiles existía algo, pero se requería de mucho tiempo y era bastante difícil traer cualquier colección etnográfica, debido a que los nativos se niegan absolutamente a vender esos objetos a los extraños, por temor a que después los utilicen para embrujarlos. Debí inspeccionar sus casas escudándome en todos los pretextos imaginables, para poder persuadirlos de que me mostraran dichos objetos. Y muy rara vez pude realizar alguna compra inmediatamente, ya que debían llevarse a cabo verdaderos Consejos de familia para decidir algo tan importante como la venta de, por ejemplo, una vértebra de ciervo (sus dados) o un trompo. Mi intérprete, José Beltrán, debió regresar a menudo en el momento adecuado para finalizar la compra de lo que yo deseaba.

Entre los aztecas de El Salvador, así como en otros lugares de América donde hace siglos los españoles tienen sus iglesias, los sacerdotes han tratado por todos los medios de destruir las representaciones religiosas antiguas. En primer lugar, rechazaron a los ídolos, así como las prácticas culturales y costumbres que se relacionaban con aquellos y las ceremonias y danzas, entre otras. Diego García de Palacio, quien visitó El Salvador por encargo del rey de España en 1576, describe cómo los aztecas del lugar tenían las mismas creencias religiosas que los de México. Había grandes hechiceros y escribas que interpretaban los libros sagrados. El sacerdote más importante, tecti, llevaba una vestimenta larga y ancha de color azul índigo y lucía en su cabeza una diadema, en la que colocaba plumas verdes de quetzal (Trogon splendens), el pájaro sagrado. Tenían unos ídolos de piedra grandes y realizaban sacrificios humanos, arrancándoles a las víctimas el corazón y sosteniéndolo hacia el sol. La sangre se dejaba caer en cuatro puntos cardinales.

Los indígenas han aprendido a adorar a los santos de las iglesias católicas. Hace tiempo que han desaparecido los sacrificios humanos, así como otras ceremonias parecidas. Algunos de esos ídolos de piedra todavía existen y son adorados por los indígenas. Se les ofrenda flores, incienso y velas. Para acabar con esta competencia molesta, los sacerdotes han destruido, cuando han podido, dichos ídolos de piedra. En un lugar no muy lejano de Nahuizalco, el alcalde me mostró un ídolo gigantesco al lado de una antigua piedra de sacrificio que un sacerdote había hecho dinamitar pocos años antes. Al lado del camino que conduce a Nahuizalco hay, desde tiempos inmemoriales, una figura de piedra del tamaño de un hombre, al que se conoce como El Guardián o Señor del Camino. Poco antes de mi llegada, y por encargo del sacerdote, lo habían hecho rodar hasta el mar. Sin embargo, los indígenas lo buscaron y lo pusieron de nuevo en su antiguo lugar. El sacerdote ordenó entonces que lo tiraran a un precipicio donde, con toda seguridad, acabó por romperse.

La mayoría de los indígenas de Centroamérica se convirtió al cristianismo solo nominalmente. Fueron obligados a abandonar muchos de sus cultos antiguos, costumbres y ceremonias. Sin embargo, su visión del mundo es básicamente la misma que la de sus antepasados. Cuando los aztecas de El Salvador se santiguan en la iglesia, nombran a Dios con el nombre de Tuteco, lo que significa “poderoso”, “grande” o “muy apreciado” entre otros. Pero esta misma palabra la utilizan también para referirse al sol, hacia el que los ancianos se vuelven al amanecer con los brazos alzados para presentar sus ruegos y sus quejas. De igual manera se designa a los santos de madera de las iglesias y a los ídolos de piedra que se ponen en las grutas y en los campos de maíz. Y también a los que, vistiendo ropas multicolores, se pasean en grupos por los caminos, arrastrando gigantescas cruces de madera. La palabra Tuteco se utiliza, además, en el sentido de “señor de la casa” para dirigirse a cualquier persona de influencia entre los indígenas. Los campos y los bosques están habitados por seres inmateriales que dominan la naturaleza. Así como las personas tienen un Tuteco o espíritu protector, también lo tiene la mayoría de los animales, como el ciervo, el conejo o los cangrejos, y también el maíz y los demás cultivos.

Los hechiceros poseen un poder místico sobrenatural que les permite tomar por las noches la apariencia de diferentes animales: gatos, jaguares, cerdos, lechuzas y otros. La creencia en estas metamorfosis es generalizada y muy profunda, así como la convicción de que algunas personas pueden ocasionar enfermedades o desgracias. Esto suscita muchas veces desavenencias y en ocasiones el odio entre individuos o familias puede subsistir durante toda la vida. Algunas leyendas sombrías que pude recopilar entre estos indígenas testimonian lo antedicho. En ellas el protagonista es el hombre que se transforma en animal. Busqué infructuosamente en Nahuizalco durante mucho tiempo a algún joven que pudiera asistirme con diversas tareas. Cuando después de muchas molestias, y mediante un pago ventajoso, conseguí a un muchacho de 12 años tuve que prometerle a su madre que no lo transformaría en gato y que tampoco lo enviaría de regalo a mis compatriotas del otro lado del mar.

Y por las noches, para mayor seguridad, él tenía que ir a dormir a casa de sus padres. En mi cabalgata a Guatemala llevaba como guía y cargador a un indígena de unos 20 años, originario de Nahuizalco. El primer día me confesó, entre otras cosas, que estaba hechizado. Unos envidiosos le habían metido con malas artes una víbora en su estómago y desde entonces sufría de mala salud. Cuando llegamos a Comapa, el último pueblo azteca de la frontera, se le fue el valor y quiso romper su contrato conmigo. Finalmente, acabó por quejarse al Consejo del pueblo, que estaba conformado por puros indígenas, y les contó que no había podido dormir las últimas noches del temor que sentía de que yo me bajase de mi hamaca para dispararle un tiro o que lo enviase de regreso a Nahuizalco con la apariencia de gato. “¿Cómo va a reconocerme mi esposa?”, exclamó y comenzó a gemir y a llorar. A la mañana siguiente regresó a su casa y me suministraron, a cuenta de la comunidad ya que deseaban deshacerse de mí, otro guía para que me acompañase hasta el pueblo próximo. Allí logré convenir con unos indígenas quichés, que son más inteligentes, para que me acompañaran a la capital de Guatemala.

Entre las costumbres paganas que aún subsisten y que dan testimonio de la importancia religiosa de los cuerpos celestes, debe nombrarse en primer lugar la ruidosa ceremonia durante los eclipses de luna. Tan pronto como la sombra oscura se ve a un lado de la luna, las mujeres pipiles trasladan sus morteros de mano (unas piedras planas rectangulares) y martillean en ellas con rodillos de piedra. También se hace bulla de otras maneras; por ejemplo, haciendo ruido con ollas y tapas. Este alboroto se propaga de casa en casa. En los eclipses de luna creen ver una lucha y dicen que “el sol se quiere comer a la luna” y, como todos simpatizan con la luna, quieren ahuyentar al sol por medio del bullicio. Las mujeres se lamentan “pobre, pobre luna, qué enferma está, cómo sufre, dejen que la ayudemos”, y mientras tanto martillean. Si se llevase a cabo esta ceremonia en un pueblo cercano, cuya población fuese de indígenas y de ladinos, los primeros verían con amargura, casi con espanto, la irreligiosidad y la falta de compasión de los segundos por la luna. La virgen María es para la mayoría de los aztecas igual que la luna. Esta misma costumbre existía entre los pueblos indígenas más conocidos de Sudamérica, los altamente civilizados peruanos, quienes, cuando había un eclipse lunar, hacían barullo pegando a sus perros para que se lamentasen.

Los algonquinos, los indígenas iraquíes y los esquimales de Groenlandia tenían una costumbre idéntica.

Los pipiles observan determinadas reglas durante el oscurecimiento. Llenan de agua sus artesas rectangulares de jardín (batea) y ponen dentro una vela encendida. En el agua se ve el reflejo de la lucha entre el sol y la luna. Había escuchado que esto se hacía en un par de pueblos abajo, en el litoral montañoso y el día de Navidad de 1898, cuando se esperaba un eclipse de luna, cabalgué hasta la comunidad de Tepecoyo, ubicada en la cumbre de una montaña al lado del mar. No hubo, sin embargo, ningún eclipse aquel día, pero los indígenas me mostraron lo que acostumbraban a realizar en aquellas ocasiones. Según sus declaraciones, la imagen oculta del disco de la luna se refleja en el agua iluminada por la luna como si fuera un animal oscuro, un gato que se mantiene en continuo movimiento.

Poco después de mi llegada a Nahuizalco, los indígenas de allí celebraron su fiesta del primero de noviembre en memoria de los muertos. El día anterior había en todos los cementerios del pueblo grupos de mujeres y niños. Limpiaban las fosas, localizadas hacia el este y el oeste, y ordenaban las piedras de alrededor. Después se cubrían las tumbas con las flores anaranjadas de los muertos, una clase de tagetes. Por la noche todos los habitantes de la comunidad se encontrarían en el cementerio para comer, beber y danzar.

Sin embargo llovió, así que la mayoría se quedó en su casa y solo llegaron unos doscientos. Estos se reunieron junto a un cobertizo de bambú, en el que se desarrolló la danza de parejas (tiutíat), que realizaron dos hombres al ritmo de las flautas de bambú y del tambor. Comieron tamales de pavo calientes, envueltos en hojas de plátano y bebieron hidromiel de maíz (chicha). En todas las viviendas del pueblo se festejó de igual manera. En los altares de cada casa había una mesa o un tronco cubierto con una estera de junco multicolor. Allí habían puesto bebida y comida para los muertos. Alrededor de los altares colgaban guirnaldas hechas con las flores amarillas de los muertos, con las hojas relucientes y multicolores del Tradescantia zebrina y con las bandas brácteas de tono rojo fuego del Poinsettia pulcherrima. En los altares había plátanos, zapotes, chirimoyas, naranjas, granos de cacao y cestos llenos de tortillas y tamales, otras comidas derivadas del maíz y una vasija con chocolate e incienso encendido que esparcía su olor por el cuarto. A los invitados a la fiesta no les permitían tocar nada de eso. Tanto afuera en los cementerios como en los altares de las casas se oían los cantos y lamentos de las mujeres entremezclados con sus llantos.

En caso de defunción, envuelven al muerto en una estera de junco y lo ubican en una camilla liviana cargada de hombros hasta el cementerio. Junto con el cuerpo entierran vasijas con comida y utensilios, pero esta costumbre está tendiendo a desaparecer.

Grandes extensiones se encuentran despobladas, especialmente los pueblos nómadas. Y en otras zonas en donde, como ya se ha dicho predomina lo español, la cultura indígena tradicional que aún existe en algunos estados está amenazada por un rápido y completo aniquilamiento. El canal de Nicaragua, que pronto convertirá a los estadounidenses en los amos de los países centroamericanos, va a acelerar dicho proceso. La influencia anglosajona y la germánica resultan cada vez más visibles en aquellos países que poseen riquezas naturales de importancia y ya se han construido ferrocarriles que recorren la zona en varias direcciones. Todo señala que ha sonado la última campanada para los pueblos nativos americanos y que solo queda un tiempo limitado para tratar de salvar los últimos restos de la cultura primitiva que todavía existen.

  • La versión completa del artículo se publicó en la edición de junio de 2001 de la revista Mesoamérica. Las imágenes forman parte de la colección del MUPI.

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Intelectualidad y racismo en Guatemala y El Salvador a finales del siglo XIX

Intelectualidad y racismo en Guatemala y El Salvador a finales del siglo XIX
Chester Urbina Gaitán

Introducción

Hacia mediados del siglo XIX, en Europa, surge la moderna teoría racista
articulada sobre obras antropológicas de clasificación del género humano a
partir de los conceptos biológicos de “especie” y “raza”, desarrollados por los científicos desde el siglo XVIII.

También tuvieron gran influencia los estudios que afirmaron la existencia de una supuesta raza aria y la teoría proveniente de los descubrimientos realizados por la lingüística del siglo XIX. En este sentido, destacan las propuestas de Comte, Darwin, Spencer, Gobineau, Le Bon, Mendel, Lombroso y de la eugenesia.

El presente artículo pretende explicar por qué la regeneración física no incidió en el desarrollo de los pueblos indígenas en Guatemala y El Salvador a finales del siglo XIX.

Guatemala

En 1871 ascendió al poder en Guatemala un grupo de gobernantes de filiación liberal, que buscó crear el Estado-nación. Este proyecto político no tuvo una dimensión integradora, pues terminó por ser selectivo. Esta selección se hizo ladino e indígena por la lógica estatal de promover una “ciudadanización diferenciada” entre la población.1

Es palpable el interés estatal en transformar a los trabajadores urbanos y sus redes de poder ladina e indígena rurales en sustento de apoyo a su ideario.
Aunque teóricamente la principal herramienta de construcción de la hegemonía ha sido la política de educación pública.2

La política de educación estatal en Guatemala no tuvo como objetivo trastocar las costumbres de los sectores subalternos. Debido a que el régimen de trabajo forzado imposibilitó a los sectores indígenas el acceso a la educación; y, cuando la tenían, era en escuelas para indígenas, especializándose en una educación campesina. Por el contrario, el trabajo si desempeñó un claro papel como medio de coacción y control social y, por lo tanto, de constructor y reproductor de visiones y realidades hegemónicas.

Es durante el período liberal que se origina un proceso de asimilación cultural al proyecto nacional ladino promovido por el Estado. Al respecto, Taracena y colaboradores aportan que dicho proceso estaba minado por una realidad segregatoria desde el momento en que la producción de la riqueza agrícola del país se basaba en el trabajo forzado de los indígenas.

Además, los indígenas debían lidiar con otro elemento que socavaba su proceso de asimilación, el del discurso ideológico que, aparte de “bárbaros”, los designaban como producto de una “degeneración” histórico-cultural, que se manifestaba en la humillación, la embriaguez, la criminalidad, la idiotez y la suciedad. Esto justificaba su condición de trabajadores forzados y la imposición de su tutela ciudadana por parte del Estado, dando como resultado una ciudadanía diferenciada.3

Sobre el racismo en Guatemala durante el período liberal Marta Casaús señala que es ahí cuando el racismo empieza a operar como racialismo, valorando las diferencias biológicas y raciales en lugar de las diferencias culturales o sociales. El imaginario racista se modifica sustancialmente por la influencia del liberalismo, el positivismo y el darwinismo social, y empieza a operar como un fuerte mecanismo de diferenciación política y social al producirse la transición de una sociedad de casta a una sociedad de clases, de un Estado corporativo estamental a un Estado constitucional basado en la igualdad entre los ciudadanos y ante la ley, donde se hacía necesario crear nuevos mecanismos que permitieran mantener la diferencia como desigualdad, la desigualdad como discriminación y esta como explotación.4

En 1888 aparece publicado, en la ciudad de Guatemala, el libro del salvadoreño Francisco Esteban Galindo Elementos de Pedagogía, donde señala que, de los tres millones de habitantes que pueblan Centroamérica —no contando las tribus errantes— millón y medio son indígenas. El autor también apuntaba que el día en que se civilizaran esos hijos primogénitos de la tierra centroamericana, la nación habrá duplicado sus fuerzas vivas y sería arrebatada por un vértigo de progreso.5

Para Galindo el pueblo indio y el ladino son dos pueblos superpuestos el uno
sobre el otro; los medios civilizadores tienen que ser diferentes, tratándose de
una o de otra masa social, so pena de que los medios generales sean, en uno u
otro sentido, ineficaces.6

El poco impacto de la educación en los indígenas radicaba en que los padres
indígenas querían que sus hijos se les parecieran en todo, amando con entrañable amor sus costumbres, como tradición sagrada de sus mayores. Los
padres indígenas comprendían que en la escuela los niños se aproximaban sin sentir al modo de ser de la otra raza, y se conjuran contra la asistencia de sus hijos a los planteles de enseñanza.7

Así mismo, Galindo acota que la embriaguez —pasión dominante entre la
raza indígena— era una barrera con la que tenía que enfrentarse el maestro. El indio enseñaba a beber a sus hijos; y cuando esto no sucedía, el niño, al crecer, adoptaba el vicio de sus padres y la enseñanza quedaba esterilizada.8

En 1899 el Dr. Darío González, de origen salvadoreño, saca a la luz Nociones de Pedagogía en pequeñas lecciones. El libro estaba destinado a servir de texto en los establecimientos de enseñanza. Fue premiado con diploma y medalla de oro por el Gran Jurado de la Exposición Centroamericana de 1897.

Esta obra había sido publicada por primera vez ese año en el periódico de la
Escuela Normal de Señoritas de Guatemala. Las lecciones fueron redactadas
para las alumnas de aquella institución, en vista de la carencia de un texto propio para la enseñanza elemental de la Pedagogía.

González resaltaba que la necesidad de la educación física era evidente, ya que por su medio se conservaba y mejoraba la salud, haciéndose así el cuerpo fuerte, robusto, ágil y apto para toda clase de trabajos, sin exceptuar los intelectuales.9

Pese a estas ideas, el autor nunca expuso la necesidad de que el mundo indígena guatemalteco se beneficiara de la práctica del deporte y de la educación física.
Dr. Darío González
(1835-1911)

El Salvador

A fines del siglo XIX los intelectuales salvadoreños que trabajaban para el
Estado trataron de promover un proyecto de nación sustentado en el pensamiento europeo de la época, que los llevó a compartir la fe en el progreso, así como al rechazo a la tradición cultural indígena, considerada como muestra de atraso y, en consecuencia, un freno al desarrollo.10

Uno de los más destacados intelectuales de esta época fue Francisco Gavidia,
quien se encargó de realizar una reelaboración literaria del pasado precolombino.11 Pese a la formulación de esta mitología indígena, los liberales salvadoreños prefirieron elaborar otros mitos más acordes con sus ideales. En realidad, el discurso dominante fue aquel que propugnaba por la modernización y el progreso. Los mitos indígenas a lo sumo podrían ser aceptados como accesorios, pero no iban a ser incorporados como parte fundamental de la cultura.

En 1883 el Dr. David Joaquín Guzmán publicó su libro Apuntamientos sobre la topografía física de la República de El Salvador. En este texto el médico señala que la migración es el medio más eficaz, pronto y seguro del mejoramiento de las razas, la rehabilitación del sistema de gobierno, la fuente más vasta de prosperidad material y la más sólida, fácil y fecunda esperanza del acrecentamiento de la riqueza pública.12

También acota que los indios no se mezclan con los blancos y ladinos, resistiéndose a comunicar cualquier cosa sobre su forma de vida.13
Para Guzmán los indígenas salvadoreños eran menos civilizados que sus antecesores, y recelaban aquello que se les presentaba como una innovación.14 Termina Guzmán planteando la inquietud sobre cuál es el porvenir de la raza india en el país y su definitiva metamorfosis, a lo que responde diciendo que su única alternativa era ser parte de la vida social y de la escuela.15

En torno a esto, López señala que, en la medida en que los patrones culturales
tradicionales eran incompatibles con el proyecto modernizante de la elite se
hacía necesaria la imposición. A Guzmán no le interesó preguntarse cuáles
eran los intereses de los indígenas, más creía que al final estos serían beneficiados al ser absorbidos por el mestizaje, borrando de ese modo las antiguas diferencias.16

Según Georgina Hernández las posturas racialistas de intelectuales
como Guzmán, a pesar de no concretarse en un racismo práctico, sí
ejercieron un papel simbólico en el ejercicio del racismo al mantener
la idea de una jerarquía social racialmente diferenciada, en la cual el
blanco detentaba la escala mayor y gozaba de un papel director frente a
las minorías, a las que creía atrasadas, feas, y apáticas. Estos juicios de
valor tenían una carga negativa que permitió la generación de estereotipos,
que fueron instrumentalizados para poner de relieve la dominación y la inferiorización.

Guzmán fue uno de estos intelectuales influidos por el pensamiento racialista, y que se veían a sí mismos como parte del grupo blanco
que debía llevar las riendas del país: su poder lo ejerció desde cargos públicos
y a través de la política, desde donde impulsó proyectos de regeneración
del indígena a partir de la educación.17

Dr. David Joaquín Guzmán Martorell
(1843-1927)

Conclusión

La implantación de una ciudadanía diferenciada y el apego a posturas racistas
hacia lo indígena llevo a los Estados guatemalteco y salvadoreño a no permitirle el acceso a la modernidad y la regeneración física a través de la práctica del deporte y la educación física a finales del siglo XIX. Así mismo, la idea de regenerar a los indígenas a través de la educación no se concretó debido al poco apoyo y a la fragilidad económica de la hacienda pública. En la práctica los indígenas quedaron al margen del proyecto liberal de nación, dejándolos sin fundamento cultural.

Referentes bibliográficos

1 En este sentido es necesario la consulta a: Taracena Arriola.Arturo, et.al. Etnicidad, Estado y nación en Guatemala 1808-1944. Guatemala: Nawal Wuj, 2002. Asimismo véase: Piel, Jean. “¿Fuera el Estado del Estado? ¿Afuera la nación? El Quiché oriental frente al Estado-nación guatemalteco de 1821 a 1970”. En: Taracena A., Arturo y Piel, Jean. Identidades nacionales y Estado moderno en Centroamérica. San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1995. p.188. En la misma línea Little-Siebold apunta que, el
Estado guatemalteco por su fragilidad económica no pudo tener un fuerte control social de la población. Little-Siebold, Todd. “Guatemala en el período liberal: patria chica, patria grande. Reflexiones sobre el Estado y la comunidad en transición”. En: ibid. pp.223-236.
También: Taracena Arriola, Arturo. Invención criolla, sueño ladino, pesadilla indígena. Los altos de Guatemala: de región a Estado, 1740-1871. Antigua: Editorial Porvenir S.A.-Cirma, 1997; y, Little-Siebold, Todd. “La centrifugación del Estado: sueños centralistas, realidades locales. Formación, deformación y reformación del Estado guatemalteco, 1871-1945”. En: Piel, Jean y Little-Siebold, Todd. Entre comunidad y nación. La historia de Guatemala revisitada desde lo local y lo regional. Antigua: Cirma, 1999. pp.143-165.

2 González Orellana, Carlos. Historia de la educación en Guatemala. Guatemala: Editorial Universitaria, 1987.
3 Taracena Arriola, Arturo, et.al. Etnicidad, Estado y nación en Guatemala 1808-1944. Guatemala: Nawal Wuj, 2002. p.37.
4 Casaús Arzú, Marta Elena. “Prácticas sociales y discurso racista de las elites de poder en Guatemala (Siglos XIX y XX)”. En: Van Dijk, Teun. Racismo y Discurso en América Latina. Barcelona: Gedisa, 2007. p.233.
5 Galindo, Francisco E. Elementos de Pedagogía. Guatemala: Tipografía La Unión, 1888. p.49.
6 Idem.
7 Ibid. p.50.
8 Idem.
9 González, Darío. Nociones de Pedagogía en pequeñas lecciones. Segunda edición. Guatemala: Tipografía Nacional, 1899. p.19.
10 Algunos de los más destacados intelectuales de la época fueron los siguientes: Darío González, Jorge Lardé, Santiago I. Barberena, Alberto Sánchez, David J. Guzmán, Pedro Fonseca, Rafael Reyes, Antonio Cevallos, Vicente Acosta y Francisco Gavidia.
11 Hernández Aguirre, Mario. Gavidia. Poesía, literatura y humanismo. San Salvador: Dirección de Publicaciones, Ministerio de Educación, 1968. p.389.
12 Guzmán, David Joaquín. Apuntamientos sobre la topografía física de la República de El Salvador. San Salvador: Tipografía El Cometa, 1883. p.446.
13 Ibid. p.500.
14 Ibid. p.501.
15 Ibid. p.517.
16 López Bernal, Carlos Gregorio. “La historia cultural en El Salvador: Un campo de estudio en ciernes”. En: Marín Hernández, Juan José; Vega Jiménez, Patricia y Cal Montoya, José Edgardo. La historia cultural en Centroamérica: Balance y perspectivas. Guatemala. Cefol-Usac, 2006. p.53.
17 Hernández Rivas, Georgina. “David J. Guzmán: la institucionalización del discurso racista en las elites simbólicas del poder”. En: Asociación para el Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica. Boletín No.41. http://afehc-historia-centroamericana.org/index.php?action=fi_aff&id=2222

Giro decolonial, teoría crítica y pensamiento heterárquico

Giro decolonial, teoría crítica y pensamiento heterárquico

Este volumen reúne una serie de trabajos nacidos y crecidos en el interior del
grupo de investigación que, parafraseando a Arturo Escobar, denominamos
“Proyecto latino/latinoamericano modernidad/colonialidad” (Escobar, 2004).

Para dar una idea a los lectores de los intereses teórico-prácticos de este grupo
y de los artículos aquí presentados, ofreceremos primero una breve reseña
de su trayectoria, comentando después algunas de las categorías claves que
guían su quehacer investigativo. En este punto introduciremos la categoría
‘decolonialidad’, utilizada en el sentido de giro decolonial, desarrollada originalmente por el filósofo puertorriqueño Nelson Maldonado-Torres (2006), que, como tendremos oportunidad de argumentar, complementa la categoría ‘descolonización’, utilizada por las ciencias sociales de finales del siglo XX.

EL GRUPO MODERNIDAD/COLONIALIDAD

Hacia el año de 1996, el sociólogo peruano Aníbal Quijano se encontraba
vinculado a la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY), en la ciudad
de Binghamton, trabajando junto con su colega norteamericano Immanuel
Wallerstein, por ese entonces director del Centro Ferdinand Braudel en París.
Tanto Quijano como Wallerstein se habían hecho un nombre internacional
durante los años setenta: el primero como colaborador activo del grupo de
pensadores latinoamericanos asociados a la ‘teoría de la dependencia’, y el segundo como fundador de uno de los enfoques más innovadores de la sociología occidental en aquella época: el análisis del sistema-mundo.

Quijano daba conferencias y seminarios en el Departamento de Sociología de SUNYBinghamton y participaba en los seminarios organizados por el “Coloniality Working Group”, dirigido por Kelvin Santiago, un sociólogo puertorriqueño que —al igual que sus compatriotas Ramón Grosfoguel (profesor de Sociología) y Agustín Lao-Montes (estudiante doctoral)— se encontraba trabajando en aquel entonces en el mismo departamento. De ese grupo también formaba parte la pensadora afro-caribeña Sylvia Wynters, muy conocida en los Estados Unidos por su trabajo sobre las herencias coloniales.

En el año de 1998, Edgardo Lander (sociólogo radicado en Venezuela), por
un lado, y Ramón Grosfoguel y Agustín Lao-Montes (ambos activos en la Universidad Estatal de New York), por el otro, organizaron talleres independientes uno de otro pero ambos apuntando en la misma dirección. Desde la Universidad Central de Venezuela y con el apoyo de la CLACSO, Edgardo organizó en Caracas un evento al cual fueron invitados Mignolo, Escobar, Quijano, Dussel y Coronil. De ese evento salió uno de los libros más importantes producidos hasta el momento por el grupo: La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales, editado por Lander y publicado en Buenos Aires en el año 2000.

Por su parte, Ramón y Agustín organizaron en Binghamton el congreso
internacional Transmodernity, historical capitalism, and coloniality: a postdisciplinary dialogue, al cual, además de Quijano y Wallerstein, fueron invitados el filósofo argentino Enrique Dussel y el semiólogo, también argentino, Walter Mignolo. Dussel era conocido en América Latina por ser uno de los fundadores de la “filosofía de la liberación” en los años setenta, mientras que Mignolo empezaba a ser reconocido en el creciente círculo de los estudios poscoloniales a raíz de su libro The Darker Side of the Renaissance.

Fue en este congreso en donde Dussel, Quijano y Mignolo se reunieron por primera vez para discutir su enfoque de las herencias coloniales en América Latina, en diálogo con el análisis del sistema-mundo de Wallerstein.
Al año siguiente, el grupo de Binghamton organizó el evento Historial Sites
of Colonial Disciplinary Practices: The Nation-State, the Bourgeois Family and the Enterprise, en donde se abrió el diálogo con las teorías poscoloniales de Asia, África y América Latina. En este evento participaron Vandana Swami, Chandra Mohanty, Zine Magubane, Sylvia Winters, Walter Mignolo, Aníbal Quijano y el antropólogo venezolano Fernando Coronil. Este acercamiento entre el análisis del sistema-mundo y las teorías latinoamericanas sobre la colonialidad continuó en marzo de 2000, cuando Ramón Grosfoguel organizó en Boston la conferencia correspondiente a la edición número 24 del PEWS (Political Economy of the World-System), invitando a los filósofos colombianos Santiago Castro-Gómez y Oscar Guardiola Rivera, del Instituto Pensar de la Universidad Javeriana.

Fruto de este encuentro es el libro The Modern/Colonial/
Capitalist World-System in the Twentieth Century, editado en el año
2002 por Ramón Grosfoguel y Ana Margarita Cervantes-Rodríguez.
Paralelamente al desarrollo arriba descrito se estaba formando un nuevo
nodo de la red en Colombia, gracias a la actividad iniciada por Santiago Castro-Gómez en el Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar. Junto
con Oscar Guardiola, y con el apoyo de la Pontificia Universidad Javeriana,
Santiago organiza en agosto de 1999 el Simposio Internacional “La reestructuración de las ciencias sociales en los países andinos”.

Este evento sirvió como catalizador de todo lo que venía ocurriendo en los otros nodos de la red, pues fue a partir de allí que se firmó un convenio de cooperación académica entre la Universidad Javeriana de Bogotá, Duke University, University of North Carolina y la Universidad Andina Simón Bolívar de Quito para organizar actividades y publicaciones en torno al tema de las geopolíticas del conocimiento y la colonialidad del poder.

Además de Mignolo, Lander, Coronil, Quijano, Castro-Gómez y Guardiola, en el evento de Bogotá participaron dos personas que se unirían a este grupo transdisciplinario y plurinacional: la semióloga argentina Zulma Palermo y la romanista alemana Freya Schiwy. De ese evento resultaron dos libros que, junto con el de Lander, constituirían las primeras publicaciones del grupo: Pensar (en) los intersticios. Teoría y práctica de la crítica poscolonial (1999) y La reestructuración de las ciencias sociales en América Latina (2000), ambos editados por el Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar.

Para el año 2001 las cosas estaban ya maduras como para organizar un primer
encuentro grupal y discutir los avances realizados. El evento-reunión fue
organizado por Walter Mignolo en Duke University bajo el nombre Knowledge and the Known, del cual nació un dossier de la revista Nepantla, coordinado por Michael Ennis y Freya Schiwy. En el evento de Duke se unieron al grupo el teórico cultural boliviano Javier Sanjinés y la lingüista norteamericana Catherine Walsh, profesora de la Universidad Andina Simón Bolívar, quien fue precisamente la encargada de organizar la segunda reunión grupal en el año 2002 en la ciudad de Quito. Además de establecerse un diálogo entre los miembros del grupo con intelectuales indígenas y afroamericanos del Ecuador, la reunión produjo el libro Indisciplinar las ciencias sociales. Geopolíticas del conocimiento y colonialidad del poder, editado por Catherine Walsh, Freya Schiwy y Santiago Castro-Gómez, y publicado por la editorial Abya-Yala de Quito.

La tercera reunión tuvo lugar en la Universidad de California (Berkeley), organizada en el año 2003 por Ramón Grosfoguel y José David
Saldívar. Allí se unió al grupo el filósofo puertorriqueño Nelson Maldonado-Torres, quien, junto con Ramón y José David, trabajó en la edición del libro que será publicado como fruto de esa reunión: Unsettling Postcoloniality: Coloniality, Transmodernity and Border Thinking (Duke University Press, 2007).

La cuarta reunión se celebró en abril de 2004 en la Universidad de California, en Berkeley, tras la cual se publicaron dos volúmenes: el libro titulado Latin@s in the World-System: Decolonization Struggles in the 21st Century US Empire (Paradigm Press, 2005), y el volumen editado por Ramón Grosfoguel en una revista académica dirigida por Immanuel Wallerstein, titulado From Postcolonial Studies to Decolonial Studies (Review, Vol. XIX, No. 2, 2006). Esta conferencia, organizada por Ramón Grosfoguel, Nelson Maldonado-Torres y José David Saldívar, tuvo como tema principal la descolonización del imperio norteamericano en el siglo XXI. Allí el grupo modernidad/colonialidad comenzó un diálogo con el filósofo afro-caribeño Lewis Gordon (presidente de la Asociación de Filosofía del Caribe) y con el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, uno de los organizadores y teóricos más importantes del Foro Social Mundial.

La quinta reunión fue organizada unos meses después, en junio de 2004, por Arturo Escobar y Walter Mignolo, en las ciudades de Chapel Hill (Universidad de Carolina del Norte) y Durham (Duke University), bajo el nombre “Teoría crítica y decolonialidad”. De ella saldrá este año (2006) un número de la revista Cultural Studies —editada por Larry Grossberg—, coordinado por Mignolo/Escobar, titulado Globalization and Decolonial Thinking.

Finalmente, la sexta reunión, llamada Mapping the Decolonial Turn (título que llevará el libro que se editará de esta conferencia), se organizó de nuevo en Berkeley, en abril de 2005, fue liderada esta vez por Nelson Maldonado-Torres, coordinada junto con Ramón y José David, y contó con la participación de miembros de la Asociación Filosófica Caribeña y de
un grupo de intelectuales latinoamericanos, afro-americanos y chicanos.

Una nueva reunión tuvo lugar en julio de 2006, en la ciudad de Quito, organizada por Catherine Walsh.

Las actividades y publicaciones mencionadas son producto de la actividad
del grupo; pero también es preciso destacar las contribuciones individuales de
algunos de sus miembros, que han resultado claves para generar el lenguaje
común que los lectores podrán identificar en este volumen. Nos referimos a
libros como El encubrimiento del otro. Origen del mito de la modernidad (1992), de Enrique Dussel; The Darker Side of the Renaissance (1995) e Historias locales / Diseños globales (2002), de Walter Mignolo; Modernidad, identidad y utopía en América Latina (1988) y artículos seminales como “Colonialidad y Modernidad/Racionalidad” o “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”, de Aníbal Quijano; La invención del Tercer Mundo (1999) y El final del Salvaje (2000), de Arturo Escobar; The Magical State (1999), de Fernando Coronil; La ciencia y la tecnología como asuntos políticos (1994), de Edgardo Lander; Colonial Subjects (2003), de Ramón Grosfoguel; y Crítica de
la razón latinoamericana (1996) y La hybris del punto cero (2005), de Santiago Castro-Gómez.

Es necesario decir que el grupo modernidad/colonialidad no se especializa
sólo en publicar libros dirigidos a expertos, sino que participa también en varios proyectos académico-políticos. Algunos de sus miembros se encuentran
vinculados con el movimiento indígena en Bolivia y Ecuador, y otros organizan actividades en el marco del Foro Social Mundial. En el último Foro Mundial de Caracas el grupo coordinó tres paneles bajo el título “Decolonialidad del saber: saberes otros, revoluciones otras”.

En Berkeley, el grupo se articula con activistas chicanos/as en torno a proyectos culturales, epistémicos y políticos, y en el Caribe con los movimientos negros.

Por último, es necesario señalar que la red modernidad/colonialidad cuenta
en este momento con una buena cantidad de jóvenes investigadores e investigadoras que han incorporado ya la perspectiva decolonial en sus estudios.

Uno de los objetivos de este libro es, precisamente, dar a conocer algunos de
estos trabajos. Nos referimos concretamente a los textos de Carolina Santamaría, Juan Camilo Cajigas-Rotundo, Fernando Garcés, Mónica Espinosa y Juliana Flórez-Flórez, ellos y ellas vinculados a proyectos de investigación que se desarrollan actualmente en Colombia, Ecuador y los Estados Unidos.

Estas y otras personas conforman lo que ya podríamos llamar una ‘segunda
generación’ del grupo modernidad/colonialidad, que en el futuro inmediato
seguirá creciendo gracias al fortalecimiento de programas académicos, como
el Doctorado en Estudios Culturales de la Universidad Andina Simón Bolívar
(Quito), la Maestría en Estudios Culturales de la Universidad Javeriana (Bogotá), la Maestría en Investigación sobre Problemas Sociales Contemporáneos del IESCO (Bogotá), y el Seminario-Taller “Fábrica de Idéias” (Salvador de Bahía, Brasil). Es en estos ‘laboratorios de investigación’ en donde se están formando las nuevas generaciones críticas de la modernidad/colonialidad, cuyas voces estaremos escuchando, sin duda, dentro de muy poco.1
1 Véase, por ejemplo, el número especial de la revista Nómadas (26, 2007), que será publicado por el Instituto de Estudios Sociales Contemporáneos IESCO, dedicado al tema “Biopolítica y colonialidad”, en el que se incluirán algunos trabajos de estos nuevos investigadores.

DECOLONIALIDAD Y COLONIALIDAD GLOBAL

Presentaremos ahora una somera descripción de los conceptos, los debates
teóricos y las intervenciones epistémicas en las cuales se ha venido involucrando el grupo latino/latinoamericano modernidad/colonialidad durante los últimos años. En este contexto cabe resaltar el uso de las categorías ‘decolonialidad’ y ‘colonialidad del poder’, así como los debates entablados con algunas corrientes de pensamiento social, tales como la teoría de la dependencia, el análisis del sistema-mundo, el marxismo contemporáneo y los estudios poscoloniales.

El concepto ‘decolonialidad’, que presentamos en este libro, resulta útil
para trascender la suposición de ciertos discursos académicos y políticos,
según la cual, con el fin de las administraciones coloniales y la formación de
los Estados-nación en la periferia, vivimos ahora en un mundo descolonizado
y poscolonial. Nosotros partimos, en cambio, del supuesto de que la división internacional del trabajo entre centros y periferias, así como la jerarquización étnico-racial de las poblaciones, formada durante varios siglos de expansión colonial europea, no se transformó significativamente con el fin del colonialismo y la formación de los Estados-nación en la periferia.

Asistimos, más bien, a una transición del colonialismo moderno a la colonialidad global, proceso que ciertamente ha transformado las formas de dominación desplegadas por la modernidad, pero no la estructura de las relaciones centro-periferia a escala mundial. Las nuevas instituciones del capital global, tales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), así como organizaciones militares como la OTAN, las agencias de inteligencia y el Pentágono, todas conformadas después de la Segunda Guerra Mundial y del supuesto fin del colonialismo, mantienen a la periferia en una posición subordinada.

El fin de la guerra fría terminó con el colonialismo de la modernidad, pero dio inicio al proceso de la colonialidad global. De este modo, preferimos hablar del ‘sistema-mundo europeo/euro-norteamericano capitalista/patriarcal moderno/colonial’ (Grosfoguel, 2005) y no sólo del ‘sistema-mundo capitalista’, porque con ello se cuestiona abiertamente el mito de la descolonialización y la tesis de que la posmodernidad nos conduce a un mundo ya desvinculado de la colonialidad.

Desde el enfoque que aquí llamamos ‘decolonial’, el capitalismo
global contemporáneo resignifica, en un formato posmoderno, las
exclusiones provocadas por las jerarquías epistémicas, espirituales, raciales/étnicas y de género/sexualidad desplegadas por la modernidad.

De este modo, las estructuras de larga duración formadas durante los siglos XVI y XVII continúan jugando un rol importante en el presente.
ESTUDIOS POSCOLONIALES Y ANÁLISIS DEL SISTEMA-MUNDO: UN LLAMADO AL DIÁLOGO DESDE LA DECOLONIALIDAD

Una perspectiva ‘decolonial’ podría modificar y complementar algunas suposiciones del análisis del sistema-mundo y de los ‘postcolonial studies’ anglosajones.2
2 Introducimos aquí una distinción temática y epistémica entre la perspectiva de los estudios poscoloniales anglosajones (“Postcolonial Studies”) y la perspectiva de los estudios poscoloniales latino/latinoamericanos, que identificamos en este libro como una “perspectiva decolonial”.

La mayoría de los análisis del sistema-mundo se enfocan en cómo
la división internacional del trabajo y las luchas militares geopolíticas son
constitutivas de los procesos de acumulación capitalista a escala mundial. El
análisis del sistema-mundo ha desarrollado el concepto de ‘geocultura’ para referirse a las ideologías globales. Sin embargo, creemos que este concepto se mueve todavía dentro del paradigma marxista de infraestructura/superestructura.

Por razones que desarrollaremos a continuación, creemos que el ámbito discursivo/simbólico que establece una división entre poblaciones blancas y no-blancas no es una ‘geocultura’ en el sentido de Wallerstein, sino que es un ámbito constitutivo de la acumulación de capital a escala mundial desde el siglo XVI. Es decir que no se trata de un ámbito ‘superestructural’,
derivado de las estructuras económicas, sino que forma con éstas una ‘heterarquía’, es decir, la articulación enredada (en red) de múltiples regímenes de poder que no pueden ser entendidas desde el paradigma marxista (Kontopoulos,1993).

La literatura anglosajona poscolonial comparte con el enfoque de sistema-
mundo una crítica al desarrollismo, a las formas eurocéntricas de
conocimiento, a la desigualdad entre los géneros, a las jerarquías raciales
y a los procesos culturales/ideológicos que favorecen la subordinación de
la periferia en el sistema-mundo capitalista. Ambos enfoques comparten
también la crítica a lo que Leopoldo Zea, parafraseando a Rodó, llamó la ‘nordomanía’; esto es, el esfuerzo de las elites criollas de la periferia para imitar los modelos de desarrollo provenientes del norte, mientras reproducían las antiguas formas de colonialismo (Zea, 1986, pp. 16-17).

La caracterización de la periferia como sociedades ‘del pasado’, ‘premodernas’ o ‘subdesarrolladas’, por parte de las elites criollas latinoamericanas de descendencia europea, sirvió para justificar la subordinación de los Estados-nación poscoloniales al despliegue del capital internacional durante los siglos XIX y XX; proceso que continúa hasta hoy.

Sostenemos que la ‘nordomanía’ de la que habla Zea conlleva lo que Johannes
Fabian (1983) llamó la negación de la coetaneidad en el tiempo. La
negación de la simultaneidad epistémica, esto es, la coexistencia en el tiempo y el espacio de diferentes formas de producir conocimientos crea un doble mecanismo ideológico. En primer lugar, al no compartir el mismo tiempo histórico y vivir en diferentes espacios geográficos, el destino de cada región es concebido como no relacionado con ningún otro.

En segundo lugar, Europa/Euro-norteamérica son pensadas como viviendo una etapa de desarrollo (cognitivo, tecnológico y social) más ‘avanzada’ que el resto del mundo, con lo cual surge la idea de superioridad de la forma de vida occidental sobre todas las demás. Así, Europa es el modelo a imitar y la meta desarrollista era (y sigue siendo) ‘alcanzarlos’.

Esto se expresa en las dicotomías civilización/barbarie, desarrollado/subdesarrollado, occidental/no-occidental, que
marcaron categorialmente a buena parte de las ciencias sociales modernas.
Decimos, entonces, que el enfoque del sistema-mundo proporciona una crítica
radical a estas ideologías desarrollistas europeas, y que la crítica poscolonial
proporciona también una crítica radical de los discursos del ‘orientalismo’
y el ‘occidentalismo’ que han postulado a los pueblos no-europeos como los
‘otros’ inferiores.

Sin embargo, los puntos de vista críticos de ambos enfoques hacen énfasis
en diferentes determinantes. Mientras que la crítica de los ‘postcolonial studies’ hace énfasis en el ‘discurso colonial’, el enfoque del sistema-mundo señala la interminable e incesante acumulación de capital a escala mundial como la determinación en ‘última instancia’. Mientras que las críticas poscoloniales enfatizan la agencia cultural de los sujetos, el enfoque del sistema-mundo hace énfasis en las estructuras económicas. Con todo, algunos investigadores de la teoría poscolonial anglosajona, como Gayatri Spivak (1988), reconocen la importancia de la división internacional del trabajo como constitutiva del sistema capitalista, mientras que otros investigadores del sistema-mundo, como Immanuel Wallerstein (1991a, 1991b), reconocen la importancia de los discursos racistas y sexistas como inherentes al capitalismo histórico.

Sin embargo, en general, los dos campos todavía están divididos entre las
oposiciones binarias discurso/economía y sujeto/estructura. En parte esto
es una herencia de las ‘dos culturas’ que dividen a las ciencias (naturales y
sociales) de las humanidades, división basada en el dualismo cartesiano mente/cuerpo.

Con muy pocas excepciones, la gran mayoría de los teóricos poscoloniales
de los Estados Unidos provienen de campos humanísticos como la literatura, la historia y la filosofía, y sólo un pequeño número de ellos proviene de las ciencias sociales, en particular de la antropología. Por otra parte, los investigadores del sistema-mundo provienen sobre todo de ciencias sociales como la sociología, la antropología, la ciencia política y la economía. Algunos pocos provienen de la historia, quienes tienden a tener más afinidad con el enfoque del sistema-mundo, y casi ninguno proviene de la literatura o la filosofía.

Hemos señalado las disciplinas que predominan en ambos enfoques
porque creemos que estas fronteras disciplinarias explican algunas de las diferencias teóricas entre ellos.

La crítica que proviene de los estudios culturales y de los ‘postcolonial
studies’ caracteriza al sistema-mundo moderno/colonial como un sistema
de significaciones culturales. Creen que ámbitos semióticos tales como los
imaginarios massmediáticos y los ‘discursos sobre el otro’ son un elemento
sobredeterminante de las relaciones económico-políticas del sistema capitalista, y que la lucha por la hegemonía social y política del sistema pasa necesariamente por el control de esos códigos semióticos.

Para ellos, las relaciones económicas y políticas no tienen sentido en sí mismas, sino que adquieren sentido para los actores sociales desde espacios semióticos específicos (o ‘epistemes’).

Por el contrario, la mayoría de los investigadores del sistemamundo
hacen énfasis en las relaciones económicas a escala mundial como
determinantes del sistema-mundo capitalista. Para ellos, los imaginarios,
los discursos y las epistemes son ámbitos derivados de los procesos de acumulación capitalista. El hecho es que los teóricos del sistema-mundo tienen dificultades para pensar la cultura, mientras que los teóricos anglosajones de la poscolonialidad tienen dificultades para conceptuar los procesos político-económicos. Muchos investigadores del sistema-mundo reconocen la importancia del lenguaje y los discursos, pero no saben qué hacer con ellos o cómo articularlos al análisis de la economía política sin reproducir un economicismo vulgar. De igual forma, muchos investigadores del poscolonialismo reconocen la importancia de la economía política, pero no saben cómo integrarla al análisis cultural sin reproducir un culturalismo vulgar.

De este modo, ambas corrientes fluctúan entre los peligros del reduccionismo económico y los desastres del reduccionismo culturalista.

Desde la perspectiva decolonial manejada por el grupo modernidad/colonialidad, la cultura está siempre entrelazada a (y no derivada de) los procesos de la economía-política. Al igual que los estudios culturales y poscoloniales, reconocemos la estrecha imbricación entre capitalismo y cultura. El lenguaje, como bien lo han mostrado Arturo Escobar (2000) y Walter Mignolo (1995), ‘sobredetermina’, no sólo la economía sino la realidad social en su conjunto.

Sin embargo, los estudios culturales y poscoloniales han pasado por alto que
no es posible entender el capitalismo global sin tener en cuenta el modo como
los discursos raciales organizan a la población del mundo en una división
internacional del trabajo que tiene directas implicaciones económicas: las
‘razas superiores’ ocupan las posiciones mejor remuneradas, mientras que
las ‘inferiores’ ejercen los trabajos más coercitivos y peor remunerados.

Es decir que, al igual que los estudios culturales y poscoloniales, el grupo modernidad/colonialidad reconoce el papel fundamental de las epistemes, pero les otorga un estatuto económico, tal como lo propone el análisis del sistemamundo.

Quijano, por ejemplo, ha mostrado que la dominación y explotación
económica del Norte sobre el Sur se funda en una estructura etno-racial de
larga duración, constituida desde el siglo XVI por la jerarquía europeo vs.
no-europeo. Éste realmente ha sido el ‘punto ciego’, tanto del marxismo como
de la teoría poscolonial anglosajona (Castro-Gómez, 2005a).

De ahí que una implicación fundamental de la noción de ‘colonialidad del
poder’ es que el mundo no ha sido completamente descolonizado. La primera
descolonialización (iniciada en el siglo XIX por las colonias españolas y seguida en el XX por las colonias inglesas y francesas) fue incompleta, ya que se limitó a la independencia jurídico-política de las periferias.

En cambio, la segunda descolonialización —a la cual nosotros aludimos con la categoría decolonialidad— tendrá que dirigirse a la heterarquía de las múltiples relaciones raciales, étnicas, sexuales, epistémicas, económicas y de género que la primera descolonialización dejó intactas.

Como resultado, el mundo de comienzos del siglo XXI necesita una decolonialidad que complemente la descolonización llevada a cabo en los siglos XIX y XX. Al contrario de esa descolonialización, la decolonialidad es un proceso de resignificación a largo plazo, que no se puede reducir a un acontecimiento jurídico-político (Grosfoguel,2005).

Todavía necesitamos desarrollar un nuevo lenguaje que dé cuenta de los
complejos procesos del sistema-mundo capitalista/patriarcal moderno/colonial sin depender del viejo lenguaje heredado de las ciencias sociales decimonónicas.

Por ejemplo, el hecho de que en la perspectiva del análisis del
sistema-mundo se caracterice el capitalismo como una ‘economía-mundo’
lleva a muchos a pensar que las estructuras de dominio poseen una lógica
exclusivamente económica. El mismo Wallerstein reconoce que el lenguaje
que utiliza en sus análisis todavía se encuentra atrapado en el lenguaje de la ciencia social del siglo XIX.

Proporcionar un lenguaje alternativo es uno de los desafíos teóricos más grandes que tenemos ahora. Debemos entender que el capitalismo no es sólo un sistema económico (paradigma de la economíapolítica) y tampoco es sólo un sistema cultural (paradigma de los estudios culturales/poscoloniales en su vertiente ‘anglo’), sino que es una red global de poder, integrada por procesos económicos, políticos y culturales, cuya suma mantiene todo el sistema.

Por ello, necesitamos encontrar nuevos conceptos y un nuevo lenguaje que dé cuenta de la complejidad de las jerarquías de género, raza, clase, sexualidad, conocimiento y espiritualidad dentro de los procesos geopolíticos, geoculturales y geoeconómicos del sistema-mundo.

Con el objeto de encontrar un nuevo lenguaje para esta complejidad, necesitamos buscar ‘afuera’ de nuestros paradigmas, enfoques, disciplinas y campos de conocimientos. Necesitamos entrar en diálogo con formas no occidentales de conocimiento que ven el mundo como una totalidad en la que todo está relacionado con todo, pero también con las nuevas teorías de la complejidad (véanse las contribuciones de Walsh, Cajigas y Castro-Gómez en este volumen). En pocas palabras: necesitamos avanzar hacia lo que el sociólogo griego Kyriakos Kontopoulos denominó pensamiento heterárquico (1993).

El pensamiento heterárquico es un intento por conceptualizar las estructuras sociales con un nuevo lenguaje que desborda el paradigma de la ciencia social eurocéntrica heredado desde el siglo XIX. El viejo lenguaje es para sistemas cerrados, pues tiene una lógica única que determina todo lo demás desde una sola jerarquía de poder.

Por el contrario, necesitamos un lenguaje capaz de pensar los sistemas de poder como una serie de dispositivos heterónomos vinculados en red. Las heterarquías son estructuras complejas en las que no existe un nivel básico que gobierna sobre los demás, sino que todos los niveles ejercen algún grado de influencia mutua en diferentes aspectos particulares y atendiendo a coyunturas históricas específicas.

En una heterarquía, la integración de los elementos disfuncionales al sistema
jamás es completa, como en la jerarquía, sino parcial, lo cual significa que en
el capitalismo global no hay lógicas autónomas ni tampoco una sola lógica
determinante ‘en última instancia’ que gobierna sobre todas las demás, sino
que más bien existen procesos complejos, heterogéneos y múltiples, con
diferentes temporalidades, dentro de un solo sistema-mundo de larga duración.
En el momento en que los múltiples dispositivos de poder son considerados
como sistemas complejos vinculados en red, la idea de una lógica ‘en
última instancia’ y del dominio autónomo de unos dispositivos sobre otros desaparece.

MÁS ALLÁ DEL PARADIGMA DE LA DEPENDENCIA

En América Latina, muchos dependentistas (teóricos de los años setenta
vinculados a la ‘escuela de la dependencia’ en la economía política latinoamericana) privilegiaban las relaciones económicas y políticas en los procesos sociales a costa de las determinaciones culturales e ideológicas.

La ‘cultura’ era considerada por la escuela dependentista como instrumental para los procesos de acumulación capitalista. En muchos aspectos, los dependentistas reproducían el reduccionismo económico de los enfoques marxistas ortodoxos. Esto condujo a dos problemas: primero, a subestimar el papel de lo simbólico en la conformación de las jerarquías moderno/coloniales y, segundo, a un empobrecimiento analítico que no podía dar cuenta de las complejidades de los procesos heterárquicos del sistema-mundo.

Para la mayoría de los dependentistas, la ‘economía’ era la esfera privilegiada del análisis social. Categorías tales como ‘género’ y ‘raza’ eran frecuentemente ignoradas, y cuando se usaban eran reducidas a la ‘clase’ o a los ‘intereses económicos de la burguesía’.

Las ideas de Aníbal Quijano representaron una de las pocas excepciones a este enfoque. Su teoría de la ‘colonialidad del poder’ busca integrar las múltiples jerarquías de poder del capitalismo histórico como parte de un mismo proceso histórico-estructural heterogéneo. Al centro de la ‘colonialidad del poder’ está el patrón de poder colonial que constituye la complejidad de los procesos de acumulación capitalista articulados en una jerarquía racial/étnica global y sus clasificaciones derivativas de superior/inferior, desarrollo/subdesarrollo, y pueblos civilizados/bárbaros.

De igual modo, la noción de ‘colonialidad’ vincula el proceso de colonización
de las Américas y la constitución de la economía-mundo capitalista como
parte de un mismo proceso histórico iniciado en el siglo XVI. La construcción de la jerarquía racial/étnica global fue simultánea y contemporánea espaciotemporalmente con la constitución de una división internacional del trabajo organizada en relaciones centro-periferia a escala mundial.

Para Quijano no existe una ‘pre’ o un ‘pos’ de la jerarquía racial/étnica a escala mundial en relación con el proceso de acumulación capitalista. Desde la formación inicial del sistema-mundo capitalista, la incesante acumulación de capital se mezcló de manera compleja con los discursos racistas, homofóbicos y sexistas del patriarcado europeo. La división internacional del trabajo vinculó en red una serie de jerarquías de poder: etno-racial, espiritual, epistémica, sexual y de género. La expansión colonial europea fue llevada a cabo por varones heterosexuales
europeos. Por donde quiera que fueran, exportaban sus discursos y
formaban estructuras jerárquicas en términos raciales, sexuales, de género y
de clase. Así, el proceso de incorporación periférica a la incesante acumulación de capital se articuló de manera compleja con prácticas y discursos homofóbicos, eurocéntricos, sexistas y racistas.

En oposición al análisis del sistema-mundo desarrollado por Wallerstein,
lo que Quijano subraya con su noción de colonialidad es que no hay una sola lógica de acumulación capitalista que instrumentalice las divisiones étnico/ raciales y que preceda a la formación de una cultura eurocéntrica global. Al no tener en cuenta la creciente complejidad de las relaciones sociales, esta visión permanece atrapada en el viejo lenguaje de las ciencias sociales del siglo XIX.

Para Quijano, la relación entre los pueblos occidentales y no occidentales
estuvo siempre mezclada con el poder colonial, con la división internacional
del trabajo y con los procesos de acumulación capitalista. Además, Quijano
usa la noción de ‘colonialidad’ y no la de ‘colonialismo’ por dos razones
principales: en primer lugar, para llamar la atención sobre las continuidades históricas entre los tiempos coloniales y los mal llamados tiempos ‘poscoloniales’; y en segundo lugar, para señalar que las relaciones coloniales de poder no se limitan sólo al dominio económico-político y jurídico-administrativo de los centros sobre las periferias, sino que poseen también una dimensión epistémica, es decir, cultural.

El segundo problema de la subestimación dependentista de las dinámicas
culturales es que empobreció su propio enfoque político-económico.
Las estrategias simbólico/ideológicas, así como las formas eurocéntricas de
conocimiento, no son aditivas sino constitutivas de la economía política del
sistema-mundo capitalista. Así, por ejemplo, como bien lo vieron los teóricos poscoloniales, los Estados-nación metropolitanos desarrollaron estrategias ideológico/simbólicas en su sistema educativo y en sus estructuras jurídicas, al imponer un tipo de discurso ‘occidentalista’ que privilegiaba la cultura occidental sobre todas las demás.

Esto se puede observar claramente en los discursos desarrollistas que surgieron como una forma de conocimiento ‘científico’ durante los últimos sesenta años. Este conocimiento privilegió a ‘Occidente’ como modelo de desarrollo. El discurso desarrollista ofrece una receta colonial de cómo imitar a ‘Occidente’ (Escobar, 1999).

LA CRÍTICA AL EUROCENTRISMO

Un componente básico del grupo modernidad/colonialidad es la crítica de
las formas eurocéntricas de conocimiento. Según Quijano y Dussel, el eurocentrismo es una actitud colonial frente al conocimiento, que se articula de forma simultánea con el proceso de las relaciones centro-periferia y las jerarquías étnico/raciales.

La superioridad asignada al conocimiento europeo en muchas áreas de la vida fue un aspecto importante de la colonialidad del poder en el sistema-mundo. Los conocimientos subalternos fueron excluidos, omitidos, silenciados e ignorados. Desde la Ilustración, en el siglo XVIII, este silenciamiento fue legitimado sobre la idea de que tales conocimientos representaban una etapa mítica, inferior, premoderna y precientífica del conocimiento humano.

Solamente el conocimiento generado por la elite científica y filosófica de Europa era tenido por conocimiento ‘verdadero’, ya que era capaz de hacer abstracción de sus condicionamientos espacio-temporales para ubicarse en una plataforma neutra de observación. El ‘punto cero’ fue privilegiado de este modo como el ideal último del conocimiento científico (Castro-Gómez, 2005b).

Es necesario decir que la visibilización de los conocimientos ‘otros’ propugnada por el grupo modernidad/colonialidad no debe ser entendida como
una misión de rescate fundamentalista o esencialista por la ‘autenticidad
cultural’. El punto aquí es poner la diferencia colonial en el centro del proceso de la producción de conocimientos (Mignolo, 2000).

La ‘otredad epistémica’ de la que hablamos no debe ser entendida como una exterioridad absoluta que irrumpe, sino como aquella que se ubica en la intersección de lo tradicional y lo moderno. Son formas de conocimiento intersticiales, ‘híbridas’, pero no en el sentido tradicional de sincretismo o ‘mestizaje’, y tampoco en el sentido dado por Néstor García Canclini a esta categoría, sino en el sentido de ‘complicidad subversiva’ con el sistema. Nos referimos a una resistencia semiótica capaz de resignificar las formas hegemónicas de conocimiento desde el punto de vista de la racionalidad posteurocéntrica de las subjetividades subalternas (véase la contribución de Walter Mignolo en este volumen).

Estas ‘epistemes de frontera’, ubicadas en lo que Mary Louis Pratt denominaba ‘zonas de contacto’, constituyen una crítica implícita de
la modernidad, a partir de las experiencias geopolíticas y las memorias de la
colonialidad. Según Mignolo y Dussel, éste es un espacio ‘transmoderno’ en
donde se están creando formas alternativas de racionalidad ética y también
nuevas formas de utopía.

Todo esto tiene importantes implicaciones para la producción de conocimiento. ¿Vamos a producir un conocimiento que repita o reproduzca la visión universalista y eurocéntrica del punto cero? Desde la perspectiva del grupo modernidad/colonialidad, el análisis de los procesos del sistema-mundo se hace tomando en cuenta los conocimientos sometidos/ subalternizados por la visión eurocéntrica del mundo, es decir, el conocimiento práctico de los trabajadores, las mujeres, los sujetos racializados/coloniales, los gays y los movimientos anti-sistémicos.

Esto quiere decir que aunque se tome el sistemamundo como unidad de análisis, reconocemos también la necesidad de una corpo-política del conocimiento sin pretensión de neutralidad y objetividad.

Todo conocimiento posible se encuentra in-corporado, encarnado en sujetos
atravesados por contradicciones sociales, vinculados a luchas concretas, enraizados en puntos específicos de observación (punto 1, punto 2, punto n…).

La idea eurocentrada del ‘punto cero’ obedece a una estrategia de dominio económico, político y cognitivo sobre el mundo, del cual las ciencias sociales han formado parte. Es por eso que, desde sus inicios, el grupo modernidad/colonialidad ha venido propugnando por una reestructuración, decolonización o postoccidentalización de las ciencias sociales.

En efecto, la ciencia social contemporánea no ha encontrado aún la forma
de incorporar el conocimiento subalterno a los procesos de producción de
conocimiento. Sin esto no puede haber decolonización alguna del conocimiento ni utopía social más allá del occidentalismo. La complicidad de las ciencias sociales con la colonialidad del poder exige la emergencia de nuevos lugares institucionales y no institucionales desde donde los subalternos
puedan hablar y ser escuchados. Es en este sentido, siguiendo a Nelson
Maldonado-Torres (2006), que hablamos de un ‘giro decolonial’, no sólo de
las ciencias sociales, sino también de otras instituciones modernas como el
derecho, la universidad, el arte, la política y los intelectuales. El camino es
largo, el tiempo es corto y las alternativas no son muchas. Más que como una
opción teórica, el paradigma de la decolonialidad parece imponerse como una necesidad ética y política para las ciencias sociales latinoamericanas.

Santiago Castro-Gómez y Ramón Grosfoguel

BIBLIOGRAFÍA

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Popayán: Universidad del Cauca, Instituto Pensar.
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El pensamiento decolonial: desprendimiento y apertura

EL PENSAMIENTO DECOLONIAL: DESPRENDIMIENTO Y APERTURA
Un manifiesto
Walter D. Mignolo

LA PEQUEÑA HISTORIA

En mayo del 2003, Arturo Escobar y yo reunimos en la ciudad de Chapel Hill
al colectivo del proyecto modernidad/colonialidad. El tema de esta reunión
fue “Teoría crítica y decolonización”. Los participantes fueron invitados con
antelación a reflexionar sobre el asunto siguiente:

¿Cómo luce hoy día el proyecto de Horkheimer de una “teoría crítica”, cuando están teniendo lugar una serie de revoluciones globales y pluriversales ancladas en historias locales que durante los últimos 500 años no pudieron evitar el contacto, conflicto y complicidad con Occidente? ¿Cuál debiera ser el papel de la “teoría crítica” en un momento en que los damnés de la terre (Fanon) y la multitud (Hardt y Negri) ocupan el lugar del proletariado al que hacía referencia Horkheimer en los años 20? ¿Qué tipo de transformaciones necesita el proyecto de la “teoría crítica” para posicionar temas como el género, la raza y la naturaleza en un escenario conceptual y político?

Finalmente, ¿cómo puede ser asimilada la “teoría crítica” en el proyecto latinoamericano de modernidad/colonialidad? ¿Tal asimilación sugiere acaso la necesidad de abandonar el proyecto original de la teoría crítica formulado por Horkheimer a comienzos del siglo XX?1

1 Insistamos en la geopolítica del saber o del conocimiento: Horkheimer y la Escuela de Frankfurt se pueden leer de distintas maneras, no en el sentido de la pluralidad hermenéutica de cada lectura sino en la distribución geopolítica de la labor intelectual a través de la diferencia colonial (y también de la diferencia imperial). Geopolíticamente, un tipo de interpretación correspondería al lugar que la Escuela de Frankfurt ocupa en la genealogía del pensamiento europeo. Otras lecturas estarían orientadas por y a través de la diferencia epistémica colonial en la genealogía pluriversal del pensamiento decolonial (tal como lo presento en este artículo). Claro está, también puede ocurrir otra cosa: que la Escuela de Frankfurt (o corrientes de pensamiento equivalentes) sea empleada por la inteligentzia local en las ex-colonias como un signo de distinción (eurocentrada) sobre otros sectores intelectuales presuntamente atrasados con respecto a las últimas ideas-mercancía provenientes de las fábricas epistemológicas de Europa o de Estados Unidos.

Los temas y las preguntas propuestos no eran nuevos sino que, por el
contrario, continuaban reflexiones, conversaciones y artículos publicados
con anterioridad. Enrique Dussel y Santiago Castro-Gómez (2000) habían
introducido ya en el proyecto la reflexión sobre la teoría crítica de Frankfurt2 y Nelson Maldonado-Torres la reflexión sobre la agencia de los damnés de la terre, una categoría que re-coloca y regionaliza categorías forjadas en otras experiencias históricas.3

2 Presupongo que el pensamiento decolonial es crítico de por sí, pero crítico en un sentido distinto del que le dio Immanuel Kant a la palabra y del que, en esa tradición, retomó Max Horkheimer a través del legado marxista. “Decolonial” es el concepto que toma el lugar, en otra genealogía de pensamiento (que es uno de los objetivos de este artículo), del concepto “crítico” en el pensamiento moderno de disenso en Europa. Esta distinción —que motivó precisamente el encuentro en Duke al que aludiré enseguida— se verá más claramente en el resto del argumento. El proyecto decolonial difiere también del proyecto poscolonial, aunque, como con el primero, mantiene buenas relaciones de vecindario. La teoría poscolonial o los estudios poscoloniales van a caballo entre la teoría crítica europea proveniente del postestructuralismo (Foucault, Lacan y Derrida) y las experiencias de la elite intelectual en las ex-colonias inglesas en Asia y África del Norte.
3 Por un lado, los subalternos y la subalternidad moderna de Antonio Gramsci y los subalternos y la subalternidad colonial de Ranajit Guha y el proyecto surasiático; por el otro, la categoría de “multitud” reintroducida a partir de Spinoza por Paolo Virno, Michael Hardt y Antonio Negri.

A partir de esa reunión, el proyecto colectivo fue incorporando más y más la categoría “decolonialidad” como suplemento de la de “modernidad/colonialidad”. Una secuela tuvo lugar en Berkeley, en abril del 2005, bajo el título de “El mapeo del giro decolonial” (Mapping the decolonial turn), en un encuentro organizado por Nelson Maldonado-Torres, en el cual miembros del proyecto modernidad/colonialidad dialogaron con miembros de un proyecto de la Asociación Caribeña de Filosofía llamado “Shifting the Geographies of Reason” y también con un grupo de filósofas y
críticos culturales latino/as. A través de estas dos reuniones quedó claro que
mientras modernidad/colonialidad es una categoría analítica de la matriz
colonial de poder, la categoría decolonialidad amplía el marco y los objetivos del proyecto. No obstante, la conceptualización misma de la colonialidad como constitutiva de la modernidad es ya el pensamiento decolonial en marcha.

El argumento básico (casi un silogismo) es el siguiente: si la colonialidad
es constitutiva de la modernidad, puesto que la retórica salvacionista de la
modernidad presupone ya la lógica opresiva y condenatoria de la colonialidad
(de ahí los damnés de Fanon), esa lógica opresiva produce una energía de
descontento, de desconfianza, de desprendimiento entre quienes reaccionan
ante la violencia imperial. Esa energía se traduce en proyectos decoloniales
que, en última instancia, también son constitutivos de la modernidad. La modernidad es una hidra de tres cabezas, aunque sólo muestra una: la retórica de salvación y progreso. La colonialidad, una de cuyas facetas es la pobreza y la propagación del SIDA en África, no aparece en la retórica de la modernidad como su necesaria contraparte, sino como algo desprendido de ella. Por ejemplo, el Plan del Milenio de las Naciones Unidas, liderado por Kofi Anan, y el Earth Institute en Columbia University, liderado por Jeffrey Sachs, trabajan en colaboración para terminar con la pobreza (como lo anuncia el título del libro de Sachs).4
4 Jeffrey D. Sachs, The End of Poverty. Economic Possibilities for our Time (2005) y Kofi Anan (s.f.). El proyecto imperial/colonial, articulado en la modernidad/colonialidad, cubre todos los flancos. El Plan del Milenio invita a que nos quedemos sentados y veamos cómo los grandes pensadores de los proyectos imperiales son conscientes de las injusticias imperiales. Como Las Casas ayer, los Waman Puma de hoy son invitados a supeditarse a las buenas maneras de la razón imperial crítica.

Pero en ningún momento se cuestionan la ideología de la modernidad ni los pozos negros que oculta su retórica (las consecuencias de la economía capitalista —en la cual tal ideología se apoya— en sus variadas facetas, desde el mercantilismo del siglo XVI, el libre comercio de los siglos
siguientes, la revolución industrial del siglo XIX, la revolución tecnológica del
XX), sino sus desafortunadas consecuencias.

Por otra parte, todo el debate en los media sobre la guerra contra el terrorismo, por un lado, y todo tipo de levantamientos de protestas y movimientos sociales, por el otro, en ningún momento insinúan que la lógica de la colonialidad, escondida bajo la retórica de la modernidad, genera necesariamente la energía irreductible de seres humanos humillados, vilipendiados, olvidados y marginados.

La decolonialidad es, entonces, la energía que no se deja manejar por la lógica de la colonialidad, ni se cree los cuentos de hadas de la retórica de la modernidad. Si la decolonialidad tiene una variada gama de manifestaciones —algunas no deseables, como las que hoy Washington describe como “terroristas”—, el pensamiento decolonial es, entonces, el pensamiento que se desprende y se abre (de ahí “desprendimiento y apertura” en el título de este trabajo), encubierto por la racionalidad moderna, montado y encerrado en las categorías del griego y del latín y de las seis lenguas imperiales europeas modernas.
EL GIRO EPISTÉMICO Y LA EMERGENCIA DEL PENSAMIENTO DECOLONIAL

Mi tesis es la siguiente: el pensamiento decolonial emergió en la fundación
misma de la modernidad/colonialidad como su contrapartida. Y eso ocurrió en las Américas, en el pensamiento indígena y en el pensamiento afro-caribeño; continuó luego en Asia y África, no relacionados con el pensamiento decolonial en las Américas, pero sí como contrapartida de la reorganización de la modernidad/colonialidad del imperio británico y el colonialismo francés.

Un tercer momento ocurrió en la intersección de los movimientos de descolonización en Asia y África, concurrentes con la guerra fría y el liderazgo ascendente de Estados Unidos. Desde el fin de la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, el pensamiento decolonial comienza a trazar su propia genealogía. El propósito de este artículo es contribuir con ella. En este sentido, el pensamiento decolonial se diferencia de la teoría poscolonial o de los estudios poscoloniales en que la genealogía de estos se localiza en el postestructuralismo francés más que en la densa historia del pensamiento planetario decolonial.

El giro epistémico decolonial es una consecuencia de la formación e instauración de la matriz colonial de poder, que Aníbal Quijano, en un artículo pionero en el cual se resume la plataforma del proyecto modernidad/colonialidad, describe de la siguiente forma:
La crítica del paradigma europeo de la racionalidad/modernidad es indispensable. Más aún, urgente. Pero es dudoso que el camino consista en la negación simple de todas sus categorías; en la disolución de la realidad en el discurso; en la pura negación de la idea y de la perspectiva de totalidad en el conocimiento. Lejos de esto, es necesario desprenderse de las vinculaciones de la racionalidad-modernidad con la colonialidad, en primer término, y en definitiva con todo poder no constituido en la decisión libre de gentes libres. Es la instrumentalización de la razón por el poder colonial, en primer
lugar, lo que produjo paradigmas distorsionados de conocimiento y malogró las promesas liberadoras de la modernidad. La alternativa, en consecuencia, es clara: la destrucción de la colonialidad del poder mundial. (Quijano, 1992, p. 437)

Aunque la reflexión sobre el giro epistémico decolonial es de factura reciente,
la práctica epistémica decolonial surgió “naturalmente” como consecuencia
de la formación e implantación de la matriz colonial de poder que Aníbal
Quijano describió hacia finales de los 80’s. Por lo tanto, no sorprende que la
genealogía del pensamiento decolonial (esto es, el pensamiento que surge del giro descolonial) la encontremos en “la Colonia” o el “periodo colonial” (en la jerga canónica de la historiografía de las Américas).

Ese periodo de formación, en el siglo XVI, no incluye todavía las colonias inglesas ni en el norte ni en el Caribe, ni tampoco las francesas. Sin embargo, el giro decolonial reaparece en Asia y en África como consecuencia de los cambios, adaptaciones y nuevas modalidades de la modernidad/colonialidad generados por la expansión imperial británica y francesa a partir de finales del XVIII y principios del XIX.

De modo que las primeras manifestaciones del giro decolonial las encontramos en los virreinatos hispánicos, en los Anáhuac y Tawantinsuyu
en el siglo XVI y comienzos del XVII, pero las encontramos también entre
las colonias inglesas y en la metrópoli durante el siglo XVIII.

El primer caso lo ilustra Waman Poma de Ayala, en el virreynato del Perú, quien envió su obra Nueva Corónica y Buen Gobierno al Rey Felipe III, en 1616; el segundo caso lo vemos en Otabbah Cugoano, un esclavo liberto que pudo publicar en Londres, en 1787 (diez años después de la publicación de The Wealth of Nations, de Adam Smith), su tratado Thoughts and Sentiments on the Evil of Slavery. Ambos son tratados políticos decoloniales que, gracias a la colonialidad del saber, no llegaron a compartir la mesa de discusiones con la teoría política hegemónica de Maquiavelo, Hobbes o Locke.

Reinscribirlos hoy en la genealogía del pensamiento político decolonial es una tarea urgente. Sin esta genealogía, el pensamiento decolonial sería nada más que un gesto cuya lógica dependería de algunas de las varias genealogías fundadas en Grecia y Roma, reinscrita en la modernidad imperial europea en algunas de las seis lenguas imperiales ya mencionadas: italiano, castellano y portugués, para el Renacimiento; francés, inglés y alemán, para la Ilustración.

Waman Poma y Cugoano pensaron y abrieron la ranura de lo impensable
en la genealogía imperial de la modernidad, tanto en sus facetas de derecha
como en sus facetas de izquierda. Ellos abrieron las puertas al pensamiento
otro a partir de la experiencia y memoria del Tawantinsuyu, el uno, y de la
experiencia y memoria de la brutal esclavitud negra del Atlántico, el otro.

Ninguno de quienes defendieron a los indígenas en el siglo XVI, ni de quienes
se manifestaron en contra de la esclavitud en el siglo XVIII llegaron a pensar
desde el espacio y las experiencias de la herida colonial infligida a indios y
negros, tal como la epistemología imperial clasificó la diversidad del Nuevo
Mundo (ver Quijano en este mismo volumen). La teoría política en Europa
(desde Maquiavelo a Carl Schmitt, pasando por Thomas Hobbes y John Locke) se construyó sobre las experiencias y la memoria de los reinados y principados europeos, la formación de los Estados y la crisis del Estado liberal.

¿Cómo interpretar la metáfora del párrafo anterior: abrieron las puertas
al pensamiento otro? Como desprendimiento y apertura.5

5 Me refiero a la noción de “desprendimiento epistémico” en la cita anterior de Quijano. Este desprendimiento epistémico difiere, en el sentido de la diferencia colonial, del uso que Samir Amin le dio al término “la déconnection” (traducido al inglés como “de-linking”). Amin se mantuvo en la burbuja de la episteme moderna, y su de-linking sugirió un cambio de contenido, no de los términos de la conversación. El “desprendimiento epistémico”, en cambio, señala el momento de quiebre y de fractura, momento de apertura. Este sentido, “apertura”, difiere también del sentido que un concepto similar tiene en Agamben: L’aperto: L’uomo e l’animale, traducido al inglés como “the open”. En el pensamiento decolonial la apertura es el desprendimiento, precisamente, de dicotomías naturalizadas como “el hombre y el animal”. Tal distinción no sería pensable como punto de partida ni para Waman Poma ni para Ottobah Cugoano.

Quizás con otra metáfora que ayude a la inteligibilidad del tipo de puertas del que hablo en este caso. Ya no se trata de las puertas que conducen a la “verdad” (aletheia), sino a otros lugares: a los lugares de la memoria colonial; a las huellas de la herida colonial desde donde se teje el pensamiento decolonial.6

6 El concepto de herida colonial proviene de Gloria Anzaldúa (1987), en una de sus frases ya célebres: “The U.S.-Mexican border es una herida abierta where the Third World grates against the first and bleeds”. Obviamente, la expresión tiene valor de cambio en todas aquellas situaciones en las cuales Europa y Estados Unidos infligieron y continúan infligiendo la fricción de la misión civilizadora, desarrollista y modernizadora.

Puertas que conducen a otro tipo de verdades cuyo fundamento no es el Ser sino la colonialidad del Ser, la herida colonial. El pensamiento decolonial presupone siempre la diferencia colonial (y en ciertos casos, que no voy a analizar aquí, la diferencia imperial). Esto es, la exterioridad en el preciso sentido del afuera (bárbaro, colonial) construido por el adentro (civilizado, imperial); un adentro asentado sobre lo que Santiago Castro-Gómez (2005) denominó la “hybris del punto cero”, en la presunta totalidad (totalización) de la gnosis de Occidente, fundada, recordemos una vez más, en el griego y el latín y en las seis lenguas modernas imperiales europeas.

El giro decolonial es la apertura y la libertad del pensamiento y de formas de vida-otras (economías-otras, teorías políticas-otras); la limpieza de la colonialidad del ser y del saber; el desprendimiento de la retórica de la modernidad y de su imaginario imperial articulado en la retórica de la democracia. El pensamiento decolonial tiene como razón de ser y objetivo la decolonialidad del poder (es decir, de la matriz colonial de poder). Este programa fue también diseñado por Quijano en el artículo
citado:
En primer término [es necesaria] la decolonización epistemológica, para dar paso luego a una nueva comunicación ínter-cultural, a un intercambio de experiencias y de significaciones, como la base de otra racionalidad que pueda pretender, con legitimidad, a alguna universalidad. Pues nada menos racional, finalmente, que la pretensión de que la específica cosmovisión de una etnia particular sea impuesta como la racionalidad universal, aunque tal etnia se llama Europa occidental. Porque eso, en verdad, es pretender para un provincianismo el título de universalidad. (Quijano, 1992, p. 447
[las itálicas son mías])

¿En dónde, en la vida cotidiana, emergen los síntomas de la irresoluble
tensión entre retórica de la modernidad y lógica de la colonialidad, su constitutividad de dos cabezas en un solo cuerpo? ¿En dónde emerge la energía decolonial y cómo se manifiesta?

Los levantamientos en Francia, en noviembre de 2005, revelan un punto de articulación entre la ilusión de un mundo que se piensa y se construye a sí mismo como EL único mundo posible (lógica de la modernidad) y las consecuencias debajo de esa retórica (lógica de la colonialidad).

En y desde ese mundo, lo aparente es la barbarie: irracionalidad, juventud, inmigración que hay que controlar por la fuerza policial y militar,
encarcelar y usar para enarbolar la retórica de la modernidad. La tendencia
liberal propondrá educación, la tendencia conservadora, expulsión, y la tendencia de izquierda, inclusión. Cualquiera de estas soluciones deja intacta, sin embargo, la lógica de la colonialidad: en los países industrializados, desarrollados, ex-primer mundo, G-7, la lógica de la colonialidad vuelve como un boomerang a largo plazo, en un movimiento que comenzó en el siglo XVI.

En los países en desarrollo, no industrializados, ex-tercer mundo, la lógica
de la colonialidad continúa su marcha de trepanadora (hoy, literalmente,
en la zona amazónica y en el oeste de Colombia, en donde la presencia de
los bulldozers amarillos constituye, junto con los helicópteros y las bases
militares, la evidencia insoslayable de la marcha de la modernidad a toda
costa). El boomerang retorna desde los territorios fuera de las fronteras de
los G7: el boomerang entra (las torres gemelas de New York, el tren de Madrid, el autobús y el metro de Londres), pero también sale (Moscow, Nalchik, Indonesia, Líbano). El hecho de que condenemos la violencia de estos actos —en los que nunca se sabe en dónde están los límites entre los agentes de la sociedad civil y política, los Estados y el mercado— no significa que debamos cerrar los ojos y sigamos entendiéndolos como nos los presenta la retórica de la modernidad, en los mass media y en ¡los discursos oficiales del Estado!

El pensamiento decolonial no aparece todavía, ni siquiera en las publicaciones
de la más extrema izquierda. Y la razón es que el pensamiento decolonial ya
no es izquierda, sino otra cosa: es desprendimiento de la episteme política
moderna, articulada como derecha, centro e izquierda; es apertura hacia otra cosa, en marcha, buscándose en la diferencia.

Una de las razones por las cuales los movimientos de descolonización “fracasaron” es que, como en el socialismo/comunismo, cambiaron el contenido pero no los términos de la conversación y se mantuvieron en el sistema del pensamiento único (griego y latín y sus derivados moderno/imperiales).

En la apropiación del Estado por elites nativas, en Asia y en África (como antes en las Américas, Haití es un caso particular que no puedo analizar aquí, en lo que respecta a la construcción del Estado colonial por elites criollas, de descendencia ibérica en el sur y británica en el norte), los Estados descoloniza dos siguieron las reglas del juego liberal, como en India; en otros casos intentaron una aproximación al marxismo, como ocurrió con Patrice Lumumba (Primer Ministro de la República Democrática del Congo).

La enorme contribución de la descolonización (o Independencia), tanto en la primera oleada desde 1776 a 1830 en las Américas, como en la segunda en Asia y en África, es haber plantado la bandera de la pluriversalidad decolonial frente a la bandera y los tanques de la universalidad imperial.

El límite de todos estos movimientos fue no haber encontrado la apertura y la libertad de un pensamiento-otro, esto es, de una descolonización que llevara, en términos de los zapatistas, a un mundo en donde cupieran muchos mundos (la pluriversalidad); lo cual, en el Foro Social Mundial se reafirma en el lema “otro mundo es posible”.

Es importante observar que las aperturas hacia lo que Ramón Grosfoguel
describió como “segunda descolonización” ocurren después de la conclusión
de la guerra fría: no sólo en el caso de los zapatistas y el Foro Social Mundial,
sino también en el de Hugo Chávez. La plataforma epistémico-política de
Hugo Chávez (metafóricamente, la revolución bolivariana) ya no es la misma plataforma en la que se afirmó Fidel Castro (metafóricamente, la revolución socialista).

Son otras las reglas del juego que están planteando Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia. Pedagógicamente, podríamos ver a Lula da Silva, Néstor Kirchner y Tabaré Vázquez como “momentos de transición”
entre la plataforma epistémico-política de Castro, por un lado, y la de Chávez
y Morales, por otro.

Lo que quiero decir es que ese “otro mundo” que empezamos a imaginar
ya no puede ser sólo liberal, cristiano o marxista, ni una mezcla de los tres
que aseguraría que la burbuja moderno/colonial, capitalista e imperial triunfara; triunfo que marcaría lo que Francis Fukuyama celebró como el fin de la historia. Así, me imagino qué pensaría Fukuyama: toda la población de
China; toda la población islámica desde el oeste medio hasta Asia central y
desde allí hasta Indonesia; todos los indígenas de las Américas desde Chile
a Canadá; Australia y Nueva Zelandia; toda la población africana del sur
del Sahara, más la diáspora en las Américas; todos los latino/as y otras
minorías en Estados Unidos; en fin, todos esos millones de personas, que
cuadruplican o quintuplican la población de la Europa atlántica y la América
del norte, se rendirán a los pies del modo de vida paradisíaco del Occidente
capitalista y el Estado-liberal democrático.

Un modo de vida que, entretenido por una industria televisiva y musical sin parangón, momificado por una tecnología que cada minuto crea un nuevo ‘trick’ de embelesamiento y jubileo, se proyecta sobre un éxito sin límites, una excelencia sin fronteras y un crecimiento tecno-industrial-genético que asegura el paraíso para todos los mortales. En ese panorama, el marxismo continuaría como la necesaria oposición para el mantenimiento del sistema.

El “fin de la historia” sería, así, el triunfo del liberalismo, secundado por la cristiandad conservadora frente a la constante protesta de la izquierda marxista y de la filosofía de la liberación.

Así sería, hasta el fin de los tiempos. Pero, nos guste o no, después del “fin de
la historia” llegaron Afganistán, Irak, Katrina y Francia 2005. Literalmente, empezó otra historia, la historia en la que el pensamiento colonial, gestado desde el momento fundacional de la modernidad/colonialidad, comienza a tomar el liderazgo.

Repensemos, desde el punto al que acabamos de llegar en la argumentación,
la interpretación a la que fueron reducidas las Independencias descolonizadoras.

Se interpretaron como procesos de liberación imperial: en el siglo XIX, Inglaterra y Francia apoyaron la descolonización de las colonias de
España y Portugal; en el siglo XX, Estados Unidos apoyó la descolonización de las colonias de Francia e Inglaterra. En realidad fueron liberadas de un imperio para caer en manos de otro en nombre de la libertad.

La posibilidad del pensamiento decolonial fue silenciada por las interpretaciones oficiales. Las denuncias de Amílcar Cabral, de Aimé Césaire y de Frantz Fanon fueron admiradas para ser descalificadas, como se celebraron los logros de Patrice Lumumba después de cortarle el cuerpo en pedazos. Repensar los movimientos de Independencias descolonizadoras (en sus dos momentos históricos, en América y en Asia-África) significa pensarlos como momentos de desprendimiento y apertura en el proceso de decolonizar el saber y el ser; momentos que fueron velados por la maquinaria interpretativa de la retórica de la modernidad, el ocultamiento de la colonialidad y, en consecuencia, la invisibilización del pensamiento decolonial en germen.

En otras palabras, las Independencias descolonizadoras se interpretaron en la misma lógica “revolucionaria” de la modernidad, según el modelo de la revolución gloriosa en Inglaterra, la revolución Francesa y la revolución bolchevique en Rusia.

Repensar quiere decir desprender la lógica de las Independencias descolonizadoras de las revoluciones burguesas y socialista.

TAWANTINSUYU, ANÁHUAC Y EL CARIBE NEGRO: LAS “GRECIAS” Y “ROMAS” DEL PENSAMIENTO DECOLONIAL

El pensamiento decolonial surgió y continúa gestándose en diálogo conflictivo con la teoría política de Europa, para Europa y desde ahí para el mundo. De ese diálogo conflictivo surge el pensamiento fronterizo, que sería redundante llamar crítico (aunque a veces es necesario para evitar confusiones), después de leer a Waman Poma y Cugoano. En todo caso, si lo llamamos “crítico” sería para diferenciar la teoría crítica moderna/posmoderna (Escuela de Frankfurt y sus secuelas postestructuralistas) de la teoría crítica decolonial, que muestra su gestación en los autores mencionados. El pensamiento decolonial, al desprenderse de la tiranía del tiempo como marco categorial de la modernidad, escapa también a las trampas de la poscolonialidad.

La poscolonialidad (teoría o crítica poscolonial) nació entrampada con la posmodernidad.

De ahí que Michel Foucault, Jacques Lacan y Jacques Derrida hayan sido los puntos de apoyo para la crítica poscolonial de Said, Bhaba y Spivak. El pensamiento decolonial, por el contrario, se rasca en otros palenques.

En el caso de Waman Poma, en las lenguas, en las memorias indígenas
confrontadas con la modernidad naciente; en el caso de Cugoano, en las
memorias y experiencias de la esclavitud, confrontadas con el asentamiento
de la modernidad, tanto en la economía como en la teoría política. El pensamiento decolonial, al asentarse sobre experiencias y discursos como los de Waman Poma y Cugoano en las colonias de las Américas, se desprende (amigablemente) de la crítica poscolonial.
Veremos, primero, en qué consisten estos dos pilares del pensamiento
decolonial en la colonización de las Américas y en la trata de esclavos, y luego especularemos sobre las consecuencias de estos silencios en la teoría política y la filosofía, en Europa. Insisto en la localización, si es todavía necesario recordarlo, puesto que sabemos ya desde hace tiempo que todo pensamiento está localizado, pero, a pesar de saber esto, hay una tendencia general a entender el pensamiento construido a partir de la historia y la experiencia europeas como si estuviera des-localizado.

Estos sutiles deslices pueden ser de graves consecuencias: en el siglo XVIII muchos intelectuales de la Ilustración condenaron la esclavitud, pero ninguno de ellos dejó de pensar que el negro africano era un ser humano inferior. Estos prejuicios y cegueras perpetúan la geopolítica del conocimiento.

El pensamiento decolonial da vuelta a la tortilla, pero no como su opuesto y contrario (como el comunismo en la Unión Soviética opuesto al liberalismo en la Europa occidental y Estados Unidos), sino mediante una oposición desplazada: el pensamiento decolonial es el de las variadas oposiciones planetarias al pensamiento único (tanto el que justifica la colonialidad, desde Sepúlveda a Huntington, como el que condena la colonialidad (Las Casas) o la explotación del obrero en Europa (Marx). Esto es: todo el planeta, a excepción de Europa occidental y Estados Unidos, tiene un factor en común: lidiar con la invasión, diplomática o guerrera, beneficiosa o desastrosa, de Europa occidental y Estados Unidos.

A la vez, Europa occidental y Estados Unidos tienen algo en común: una historia de quinientos años de invasión, diplomática o armada, en el resto del mundo.

Waman Poma y Ottobah Cugoano abrieron un espacio-otro, el espacio del
pensamiento decolonial, en la diversidad de las experiencias a las que seres humanos fueron forzados por las invasiones europeas en estos dos casos.

Me detendré en ellos como los fundamentos (semejantes a los fundamentos
griegos para el pensamiento occidental) del pensamiento decolonial. Estos
fundamentos históricos (históricos, no esenciales) crean las condiciones para una narrativa epistémica que remite la genealogía global del pensamiento decolonial (realmente otra en relación con la genealogía de la teoría poscolonial) hasta Mahatma Gandhi, W. E. B. Dubois, Juan Carlos Mariátegui, Amílcar Cabral, Aimé Césaire, Frantz Fanon, Fausto Reinaga, Vine Deloria Jr., Rigoberta Menchú, Gloria Anzaldúa, el movimiento Sin Tierras en Brasil, los zapatistas en Chiapas, los movimientos indígenas y afros en Bolivia, Ecuador y Colombia, el Foro Social Mundial y el Foro Social de las Américas.

La genealogía del pensamiento decolonial es planetaria y no se limita a individuos, sino que se incorpora en movimientos sociales (lo cual nos remite a movimientos sociales indígenas y afros: Taki Onkoy para los primeros, cimarronaje para los segundos) y en la creación de instituciones, como los foros que se acaban de mencionar.

Veamos cómo puede lucir esta genealogía. Waman Poma estructuró la
tesis general del manuscrito que le envió a Felipe III en el título del mismo:
Nueva Corónica y buen gobierno. La tesis es, básicamente, la siguiente: 1) una nueva corónica es necesaria porque todas las crónicas castellanas tienen sus límites. Los límites que tienen, sin embargo, no son límites en cuanto al paradigma teológico cristiano desde el cual se narran; por ejemplo, la diferencia que puede haber entre un jesuita, un dominico o un soldado; ni tampoco es cuestión de si el cronista castellano fue o no fue testigo presencial (¿testigo presencial de qué? ¿De siglos de historia Aymara o Nahuatl?).

Algunas disputas internas ocurrían entre quienes sustentaban el privilegio del “yo lo vi” y aquellos que reflexionaban sobre las Indias desde Castilla (lugar físico) y desde un lugar epistémico greco-latino-cristiano, como López de Gómara frente a Bernal Díaz del Castillo. Esos límites no fueron reconocidos (quizás tampoco percibidos) por los castellanos. Quien podía verlos era Waman Poma.

No sólo los castellanos no percibieron lo que percibió Waman Poma, sino que
tampoco estaban en condiciones de comprender lo que Waman Poma percibía.
En consecuencia, Waman Poma fue “naturalmente” silenciado durante
cuatrocientos años. Y cuando se lo “descubrió”, dio lugar a tres líneas interpretativas:
la de los conservadores, que insistieron en la falta de inteligencia de un indio; la posición académica progresista (con Franklin Peace en Perú, Rolena Adorno y Raquel Chang-Rodríguez en Estados Unidos, Birgit Scharlau
en Alemania, y Mercedes López Baralt en Puerto Rico), que comprendió
tanto la contribución de Waman Poma como su silenciamiento por parte de
los hispanos peninsulares y los criollos de América del sur; y, por último, la
incorporación de Waman Poma en el pensamiento indígena como uno de sus fundamentos epistémicos (a la manera como han sido interpretados Platón y Aristóteles para el pensamiento europeo). Así, en los debates actuales de la Asamblea Constituyente en Bolivia, la posición indígena privilegia la presencia y re-inscripción del Tawantinsuyu y los legados del pensamiento decolonial en la organización social y económica de Bolivia, mientras que el Estado liberal privilegia la continuación del modelo europeo de Estado.

La universidad intercultural de los pueblos y naciones indígenas del Ecuador
(Amawtay Wasi) forjó su currículo y objetivos de enseñanza superior en el
Tawantinsuyu y en el Kichua, aunque también se “use” el castellano,7 mientras que la universidad estatal continúa la reproducción de la universidad napoleónica, encerrada en los legados del griego, el latín y las seis lenguas imperiales europeas modernas. En este caso, el castellano es la lengua hegemónica, con total desmedro y olvido del Kichua.

7 Véase el artículo de Catherine Walsh en este volumen. Las motivaciones políticas, filosofía educativa, conceptualización del curriculum y estructura de los ciclos de aprendizaje (y de desaprendizaje de lo aprendido, en el proceso de colonialidad del saber para descolonizar el saber y el ser) están explicadas en detalle en Sumak Yachaypi, Alli Kawsaypipash Hachakuna (Aprender en la sabiduría y el buen vivir) (2004). Parte del proceso de gestación puede verse en el Boletin Icci-Rimai (2001).

El potencial epistémico y descolonizador ya está presente en la Nueva
Corónica. Waman Poma miraba y comprendía desde la perspectiva del sujeto colonial (el sujeto formado y forjado en el Tawantinsuyu y en el Keswaymara, confrontado con la presencia repentina del castellano y del mapamundi de Ortelius) y no del sujeto moderno que en Europa comenzó a pensarse a sí mismo como sujeto a partir del Renacimiento. También tenía acceso a informaciones a las que no tenían acceso los castellanos: pocos de ellos dominaban el Aymara y el Quechua, y quienes llegaron a comprenderlo en sus andanzas por los Andes, quedaron todavía lejos de igualar su comprensión de la lengua con sus años de escolaridad en latín y griego.

Imaginen ustedes a Waman Poma en Castilla, contando las historias de los castellanos y sus antigüedades greco-latinas. Pues en buena y justa hora los castellanos se hubieran sentido humillados y le hubieran dicho que en realidad no entendía muy bien de qué hablaba; que el latín, el griego y la Cristiandad no son cosas que se comprenden en un par de años. De modo que, si bien el nativo, andino o castellano, no tiene privilegios en cuanto a la verdad de la historia, sí tiene una subjetividad y una localización geo-histórica (lenguas, tradiciones,mitos, leyendas, memorias) en las cuales se basa su manera de comprenderse a sí mismo, a los otros y al mundo. Y esta singularidad de experiencia y de vivencias no les puede ser negada ni a los unos ni a los otros (eran todos “hombres” en este contexto), aunque los castellanos asumían una universalidad que les era propia y que no pertenecía a ningún otro habitante del planeta que no fuera cristiano.

Además, como sujeto colonial, Waman Poma fue una subjetividad de frontera (doble conciencia, conciencia mestiza en la terminología de hoy), subjetividad que no pudo forjar ninguno de los castellanos, incluido Juan de Betanzos, quien se casó con una princesa Inca. El pensamiento fronterizo surge de la diferencia imperial/colonial del poder en la formación de las subjetividades.

De ahí que el pensamiento fronterizo no sea connatural a un sujeto que habita la casa del imperio, pero sí lo sea en la formación de sujetos que habitan la casa de la herida colonial. La Nueva Corónica es precisamente eso: un relato en donde la cosmología andina (Keswaymara) comienza a rehacerse
en diálogo conflictivo con la cosmología cristiana, en toda su diversidad
misionera castellana (dominicos, jesuitas, franciscanos), y con la mentalidad
burocrática de los organizadores del Estado imperial bajo las órdenes de
Felipe II.

Waman Poma y los cronistas castellanos están separados por la diferencia colonial epistémica, invisible para los castellanos, visible como una
gran muralla para Waman Poma. Es en la confrontación con esa muralla que Waman Poma escribe. El hecho de que para los castellanos, y para quienes ven las cosas desde la diversidad de la cosmología europea, esa muralla (la diferencia epistémica colonial) fuera invisible, llevó a la no-comprensión de la propuesta de Waman y a su silenciamiento.

¿Qué proponía Waman Poma? Un “buen gobierno” basado en una “nueva
corónica”. Era natural que así fuera. El historiador catalán Joseph Fontaná
dijo en algún momento, no hace mucho tiempo, que hay tantas historias como proyectos políticos. La diversidad de proyectos políticos de los castellanos se montaban sobre un concepto de historia cuyas fuentes estaban en Grecia y Roma (Heródoto, Tito Livio, Tasso). En cambio, las fuentes epistémicas del proyecto político que ejemplifican Waman Poma y Taki Onkoy no se apoyaban en la memoria de Grecia y Roma.

¿Cómo proponía Waman Poma este nuevo proyecto político (“buen gobierno”)?

En primer lugar, estructuró el relato histórico con una constante y
coherente crítica ético-política. Criticó por igual a los castellanos, a los indios, a los negros, a los moros y a los judíos. La zona del Cuzco, en la segunda mitad del siglo XVI, era sin duda una sociedad “multicultural” (diríamos hoy).

Pero no una sociedad “multicultural” en el imperio, sino en las colonias. ¿Hay alguna diferencia? Multiculturalismo es multiculturalismo, no importa dónde, se argumentaría desde una epistemología des-corporalizada y des-localizada. Se puede pensar, como simple correlación, en la sociedad “multicultural” de la península ibérica durante la misma época: cristianos, moros, judíos conversos que ponían en movimiento las tres categorías religiosas.

En las colonias, en cambio, los pilares eran indios, castellanos y africanos, sobre todo desde finales del siglo XVI. Además, en las colonias aparece la categoría de mestizaje y los tres mestizajes “básicos” a partir de los tres pilares del triángulo etno-racial: mestizo/a, mulato/a y zambo/a. La teoría política de Waman se articula en dos principios: primero, la crítica a todos los grupos humanos identificables en la Colonia, según las categorías clasificatorias del momento. Pero, ¿cuál es el criterio que emplea Waman para su crítica? El cristianismo. ¿Cómo?, preguntó un estudiante en una de mis clases sobre Waman Poma: ¿cómo puede ser este un pensamiento decolonial si abrazó el cristianismo?8
8 Durante las sesiones del programa de doctorado en Estudios Culturales, en la Universidad Andina Simón Bolívar, en Quito (julio 2005), discutimos en una de las clases de Catherine Walsh la crítica de Waman Poma a los africanos. Edison León puso en cuestión la posibilidad de considerar decolonial a Waman Poma, precisamente por esas críticas. En ese
momento mi lectura de Waman Poma estaba un poco olvidada, pero pensaba retomarla
precisamente para un seminario que dictaría en el otoño de 2005, en Duke University.
Efectivamente, la relectura de Waman Poma reveló aspectos (como siempre en la lectura
de este complejo y rico texto) a los cuales no había prestado atención anteriormente. Lo
que aquí afirmo es producto de las conversaciones sostenidas con Catherine y Edison, y
de mi relectura posterior sobre el asunto.

Sin embargo, así es. Reflexionemos. A finales del siglo XVI y principios del XVII no había Diderot, ni Rousseau, ni Kant, ni Spinoza, ni Marx, ni Freud. Es decir, la crítica secular ilustrada no existía todavía. Waman Poma asume la cristiandad histórica y éticamente, en la medida en que argumenta la cristiandad de los andinos antes de la llegada de los castellanos.

Históricamente Waman Poma sería un mentiroso, puesto que no hay cristianismo antes de la llegada de los castellanos. Pero en un nivel
lógico-epistémico, el cristianismo en Europa no sería sino la versión regional
de ciertos principios que afectan a la conducta humana y que establecen
criterios para la convivencia, para el “buen vivir”. El argumento de Waman
Poma debe leerse en este segundo nivel y no en el primero. La lectura del
primer nivel es eurocéntrica y le otorga a la cristiandad occidental europea (la que se expande hacia América) la posesión de principios universales bajo el nombre de cristianismo.

“Cristianismo”, en el argumento de Waman Poma, es equivalente a “democracia” en la pluma y la palabra de los zapatistas: la democracia no es propiedad privada del pensamiento y la teoría política de Occidente, sino un principio de convivencia, de buen vivir, que no tiene dueño. Waman Poma se apoderó de los principios cristianos a pesar de y en contra de los malos cristianos españoles, así como los zapatistas se apoderan de los principios democráticos a pesar de y en contra del gobierno mexicano en contubernio con la comercialización de la democracia en el mercado de Washington.

Esta analogía tiene una doble función: pedagógica, para familiarizar
al lector con la situación de Waman Poma hace cuatro siglos y medio;
política y epistémica, para recordar la continuidad del pensamiento decolonial
a través de los siglos, en sus diversas manifestaciones.

Una vez realizada la crítica a todos los grupos humanos presentes en la
Colonia y después de haber identificado también las virtudes de todos ellos,
Waman Poma propone un “buen gobierno” de los virtuosos, sin importar si estos son indios/as, castellanos/as, moros/as o negros/as. El “buen gobierno”, en otras palabras, se propone como el lugar de la convivencia y
la superación de la diferencia colonial. Los dos grupos fuertes —política y
demográficamente— en el Perú eran, sin duda, los castellanos y los indios; y
Waman Poma no oculta su identificación con los indios, aunque podría haber optado por identificarse con los castellanos, asumiendo que nunca sería un castellano en subjetividad aunque lo fuera por legalidad. En la medida en
que el pensamiento decolonial surge de un giro geo- y corpo-político frente a la teo-política (des-incorporada y des-localizada o, mejor, localizada en el no-lugar de espacio que media entre Dios y sus representantes en la tierra), “la hybris del punto cero” es incongruente con el pensamiento decolonial: epistemología del punto cero funda y sostiene la razón imperial (teo- y ego-políticamente). 9

9 La ego-política desplazó pero nunca eliminó la teo-política. Ambas se reúnen, entre otros
muchos lugares, en el pensamiento político de Carl Schmitt; ejemplarmente, en su Politische Theologie (1922).

Waman Poma construyó la idea de “buen gobierno” en el Tawantinsuyu.
Contrario a las utopías occidentales modernas iniciadas por Tomas Moro,
un siglo antes, la utopía de Waman Poma no se ubica en un no-lugar del
tiempo (las utopías occidentales modernas se afincan en el no-espacio de
un futuro secular), sino en la reinscripción de un espacio desplazado por
los castellanos. En verdad, lo que propone Waman Poma es una “topía” de
la razón fronteriza y de pensamiento decolonial. Razón fronteriza porque
su “topía” se estructuró en el Tawantinsuyu. Como se sabe, Tawantinsuyu
significa aproximadamente “los cuatro lados o rincones del mundo”. Para
quien no esté familiarizado/a con el diagrama del Tawantinsuyu, imagine
las diagonales de un cuadrado (sin los cuatro lados, sólo las diagonales).

Los cuatro espacios formados por las diagonales son los cuatro suyus, o espacios significativos en la estructura y jerarquías sociales de los Incas. El centro, en el incanato, lo ocupaba Cuzco; y en las zonas o pueblos del incanato, todos ellos organizados en Tawantinsuyu, se ubicaba el pueblo en cuestión. En este esquema, Waman Poma situó al rey Felipe III en el centro del Tawantinsuyu, puesto que ocupaba el trono, tanto en Castilla como en el Tawantinsuyu.

Luego, Waman Poma distribuyó los suyus a cada uno de los grupos mencionados. En un suyu situó a los indios, en otro a los castellanos, en otro a los moros y en el cuarto a los africanos. En la medida en que el Tawantinsuyu es una estructura jerárquica, Waman Poma mantuvo esa jerarquía en la distribución de los suyus (detalles que no vienen al caso aquí, puesto que nuestro objetivo es localizar la emergencia del pensamiento decolonial y no entrar en el análisis de su estructuración).

No obstante, el “buen gobierno” se propuso como un espacio de coexistencia con Castilla, por un lado, y de coexistencia entre varias comunidades (o naciones) en el Tawantinsuyu. Es decir, coexistencia trans-nacional y coexistencia ínter-cultural. Ínter-cultural y no multi-cultural, porque en la propuesta de Waman Poma Felipe III no es el soberano de una estructura política hispánica en el Tawantinsuyu, sino que es el soberano del Tawantinsuyu. Felipe III queda así des-colocado de su memoria, tradición, lengua, formación y pensamiento político hispánicos.

Semejante teoría política es producto del pensamiento fronterizo crítico
y, por eso, de un pensamiento decolonial. La última sección de la Nueva
Corónica, extensa, está dedicada a la descripción de “los trabajos y los días”
en el Tawantinsuyu. El ritmo de las estaciones, la convivencia en y con el
mundo natural: sol, luna, tierra, fertilidad, agua, runas (seres vivientes que
en Occidente se describen como “seres humanos”) conviven en la armonía
del “buen vivir”. Esta armonía es significativa, a principios del siglo XVII,
cuando la formación del capitalismo ya mostraba un desprecio por vidas humanas desechables (indios y negros, fundamentalmente), sometidas a la
explotación del trabajo, expropiadas de su morada (la tierra en donde eran),
y su morada transformada en tierra como propiedad individual. Momento
en que los europeos, en sus proyectos económicos, no contemplaban la armonía del vivir ni el movimiento de las estaciones, sino que concentraban
todos sus esfuerzos en el aumento de la producción (oro, plata, café, azúcar,
etc.), muriera quien muriera.

La teoría política de Waman Poma se contrapone a la teoría política europea; es una alternativa al régimen monárquico y capitalista-mercantil del sistema-mundo. El “triunfo” (hasta hoy) del modelo imperial relegó el modelo del Tawantinsuyu al mundo de las fantasías de un indio desorientado e inculto: caso ejemplar de la colonización del ser mediante la colonización del saber, a la cual responde Waman Poma con un fundamental proyecto de pensamiento decolonial.

Pero si Waman Poma es una puerta de entrada al lado más oscuro del Renacimiento, Ottobah Cugoano es una puerta de entrada al lado más oscuro de la Ilustración.

Cugoano es el menos conocido de los cuatro ex-esclavos (Egnatius Sancho, John Marrant y Loudah Equiano son los otros tres) que, en Inglaterra, en la segunda mitad del siglo XVIII, lograron convertirse en escritores. Se estima que Cugoano llegó a Inglaterra hacia 1770. Habría sido esclavo en las plantaciones inglesas del Caribe, de un tal Alexander Campbel. Nacido en lo que hoy es Ghana, alrededor de 1757, fue capturado por los propios africanos cuando tenía alrededor de trece años, y vendido como esclavo a mercaderes europeos. Cugoano llegó a Inglaterra poco después de
que se proclamara la “decisión Mansfield”, en junio de 1772, en favor de un
esclavo cimarrón (run away slave), en las colonias. Esta decisión, conocida,
por cierto, con gran euforia por unos veinte mil africanos en Inglaterra, fue de
gran importancia en el proceso de la declaración de la ilegalidad de la esclavitud.

Dos siglos de comercialización de esclavos y explotación del trabajo en las
plantaciones isleñas preceden el momento en que Cugoano publicó en Londres, en 1787, su tratado político decolonial. El título es el siguiente: Thoughts and Sentiments of the Evil and Wicked Traffic of the Slavery and Commerce of the Human Species, Humbly Submitted to the Inhabitants of Great Britain, by Ottobah Cugoano, a Native of Africa.

El dominio que tiene Cugoano de la lengua inglesa es comparable al dominio que tiene el Inca Garcilaso de la Vega de la lengua castellana. Waman Poma, en cambio, no tuvo contacto con el espacio del imperio, pero su castellano, gramaticalmente deficiente, no fue obstáculo para exponer sus ideas y argumentos, acompañado por diseños de mapas, personajes y situaciones. La fuerza política de ambos tratados no tienen paralelo, que yo conozca, ni en las Américas ni en otros lugares del planeta donde la colonización inglesa y francesa no había comenzado todavía.

Como Waman Poma, Cugoano no tiene otro criterio de juicio que la cristiandad. El pensamiento de la Ilustración, del cual es parte Cugoano, recién empezaba a configurarse. La teo-política del conocimiento era todavía el marco de referencia frente al cual la ego-política del pensamiento iluminista reclamaba su derecho de existencia. Como Waman Poma, Cugoano tomó los principios morales de la cristiandad al pie de la letra, y a partir de ahí proyectó su crítica a los excesos de los cristianos ingleses en la brutal explotación de los esclavos. Veamos un ejemplo:

The history of those dreadfully perfidious methods of forming settlements, and acquiring riches and territory, would make humanity tremble, and even recoil, at the enjoyment of such acquisitions and become reverted into rage and indignation at such horrible injustice and barbarous cruelty, “It is said by the Peruvians, that their Incas, or Monarchs, had uniformly extended their power with attention to the good of their subjects, that they might diffuse the blessings of civilizations, and the knowledge of the arts which they possessed among the people that embraced their protection; and during a succession of twelve monarchs, not one had deviated from this beneficent character”. Their sensibility of such nobleness of character would give them the most poignant dislike to their new terrible invaders that had desolated and laid waste their
country. (Cugoano, 1999, p. 65)10
10 La sección entre comillas del parágrafo proviene de History of America (1777) de William Robertson.

En el párrafo me interesa subrayar varias cosas: el manejo de la lengua; el
conocimiento y la solidaridad con la población indígena bajo la colonización
castellana, que Cugoano asemeja a la deshumanización de ambos, del indio
y del negro; la crítica directa, brutal, de un negro esclavo a los comerciantes
y explotadores blancos (tan directa y brutal como la de Waman Poma).

Estas críticas (la de Cugoano y la de Waman Poma) no se sitúan ya en el mismo nivel (paradigma) que la crítica de Las Casas a sus propios compatriotas. La crítica de Cugoano y Waman Poma se ubica en otra parte, en el espacio del giro decolonial. En este sentido, el párrafo citado es uno de tantos otros semejantes en los que la crítica va dirigida a las formas de gobierno y a la comunidad imperial formada por España, Portugal, Francia e Inglaterra.

Para Cugoano, la distinción entre naciones imperiales no tiene sentido. La
diferencia colonial no se detiene en las fronteras ínter-imperiales. Para la
diferencia imperial, en cambio, la formación nacional está en juego, y es
así que, desde 1558, Isabel I de Inglaterra (1533-1603) tejió en su imperio
británico la leyenda negra contra los abusos de los castellanos en América, gracias a la información y las críticas suministradas por Bartolomé de Las Casas. De ello hace eco Cugoano, pero castigando a su vez a los ingleses por sus brutalidades contra los esclavos negros, semejantes o peores a las de los castellanos contra los indios. Sin embargo, Isabel I no criticó la brutalidad de los ingleses que ella había condenado en los castellanos. La crítica de Cugoano se ubica y se piensa en y desde la diferencia colonial. La leyenda negra se ubica y se piensa en y desde la diferencia imperial. Cugoano no se engaña ni se distrae con las polémicas imperiales. Para un ex-esclavo, todos los gatos son pardos:
That base traffic of kidnapping and stealing men was begun by the Portuguese on the coast of Africa […] The Spaniards followed their infamous example, and the African slave-trade was thought most advantageous for them, to enable themselves to live in ease and affluence by the cruel subjetion and slavery of others. The French and English, and some other nations in Europe, as they founded settlements and colonies in the West Indies, or in America, went on in the same manner, and joined hand in
hand with the Portuguese and Spaniards, to rob and pillage Africa a well as to waste and desolate inhabitants of the Western continents. (Cugoano, 1999, p. 72)

La transformación de vidas humanas en materia desechable es algo más
que la “nuda vida” que Giorgio Agamben descubrió en el holocausto. Cugoano contribuyó a iniciar una crítica que hoy en día se reproduce, por ejemplo, en la “necropolítica” de Achille Mbembe, quien, partiendo de la “biopolítica” de Michel Foucault, la desplaza al espacio epistemológico de deslinde y apertura del pensamiento decolonial. Las divisiones imperiales/nacionales quedan al desnudo cuando se las mira desde las consecuencias de la lógica de la colonialidad: peleas imperiales por la mercadería humana.

Las reflexiones de Agamben son importantes, pero tardías, regionales y limitadas. Partir de los refugiados de la segunda guerra mundial y del holocausto significa ignorar los cuatrocientos años de historia moderno/colonial en la que los refugiados y el holocausto nazi son tan sólo un momento más en la larga cadena de desechabilidad de la vida humana.

Este fue precisamente uno de los argumentos más fuertes de Cugoano, como veremos enseguida. La genealogía del pensamiento decolonial es desconocida en la genealogía del pensamiento europeo. Así, Agamben vuelve a Hanna Arendt y a Heidegger, pero ignora, desconoce o simplemente no le afecta el pensamiento de Aimé Césaire, canónico en la genealogía del pensamiento imperial. En 1955, Césaire podía ver lo que quizás pocos (si es que algunos) pensadores europeos podían “ver”, tan desposeídos como estaban y están del archivo construido por la herida colonial. Observaba Césaire en su Discurso sobre el colonialismo:
Yes, it would be worthwile to study clinically, in detail, the steps taken by Hitler and Hitlerism and to reveal to the very distinguished, very humanistic, very Christian bourgeous of the twentieth century that without his being aware of it, he has a Hitler inside him, that Hitler inhabits him, that Hitler is his demon, that if he rails against him, he is being inconsistent and that, at bottom, what he cannot forgive Hitler for is not the crime in itself, the crime against man, it is not the humiliation of man as such, it is the crime against the white man, the humiliation of the white man, and the fact that he applied to Europe colonialist procedures which until then had been reserved exclusively for the Arabs or Algeria, the “coolies” of India, and the “niggers” of Africa. (Césaire, 2000, p. 5)11
11 Cito aquí la traducción inglesa. La primera traducción castellana está a punto de salir
(Madrid: Ediciones Akal).

Así, la “nuda vida” que “descubrió” Agamben, y que tanto entusiasmó a
la mentalidad blanca de la Europa occidental y de los Estados Unidos, es
tardíamente lo que indios y negros ya sabían desde el siglo XVI. Que las vidas de la gente blanca pudieran ser desechables fue una novedad para Europa y Anglo-América. Esa novedad es también parte de la ceguera del “hombre blanco”; una ceguera en la que el descubrimiento de la desechabilidad de la vida humana permite ahora construir argumentos “críticos” basados en la humillación del hombre blanco. El pensamiento decolonial, que también atiende a los horrores del holocausto, lo hace desde su gestación histórica en el siglo XVI, en historias paralelas, en Europa, en las Américas y en las poblaciones de Asia.

Llegados a este punto nos conviene volver a la ubicación, no sólo geo-histórica sino también epistémica (y el correlato entre ambos), del pensamiento.

En la historia de las ideas, de la filosofía, de la ciencia en Europa y de Europa
este asunto se dio por sentado, porque se asumió que lo importante es aquello que y sobre lo que se piensa y no desde dónde y a partir de dónde se piensa.

Veamos un botón de muestra. Con gloriosa prosa que recuerda la música
de Wagner, Jean-Jacques Rousseau anuncia de esta forma su ubicación
epistémica, ética y política en el Discours sur l’origine et les fondements de
l’inégalité parmi les hommes (1755):
Refiriéndose mi tema al hombre en general, procuraré buscar un lenguaje que convenga a todas las naciones; mejor aún, olvidando los tiempos y lugares para pensar tan sólo en los hombres a quienes hablo, supondré que estoy en el Liceo de Atenas repitiendo las lecciones de mis maestros, teniendo por jueces a los Platón, y los Jenófanes y al género humano por oyente. (Rousseau, 1977, p. 152)

Pero Waman Poma y Ottobah Cugoano difícilmente imaginarían el Liceo
de Atenas como escenario de su palabra, ni se “olvidarían del tiempo y del
espacio”. Dirían —me puedo imaginar— que su tema es de interés para la
humanidad en general, puesto que hablan de una civilización que ha llegado
a desechar vidas humanas. Pero puntualizarían la diferencia colonial que, a
partir del siglo XVI, “re-organizó el género humano” como posible “audiencia” y ocultó que en ese género humano hay vidas que no tienen valor.

Rousseau escribió un párrafo que revela el encandilamiento del deseo y voluntad de hablar por la humanidad, en un momento en que la transformación masiva de la vida en materia desechable (que por primera vez comenzó a ocurrir en la historia del “género humano” en el siglo XVI), llevaba ya más de dos siglos de historia. Como Cugoano unos veinte años después, y como Waman Poma unos dos siglos antes, Rousseau estaba preocupado por la desigualdad entre los hombres. Observando la escena europea, en su presente y en su historia, pero desatento a las desigualdades y a la herida infligida por la diferencia colonial, Rousseau observó:
Concibo en la especie humana dos clases de desigualdad: una que llamo natural o física porque ha sido establecida por la naturaleza y que consiste en la diferencia de edades, de salud, de las fuerzas del cuerpo y las cualidades del espíritu o del alma; otra, que puede denominarse desigualdad moral o política, pues depende de una especie de convención y está establecida, o cuando menos autorizada, por el consentimiento de los hombres. Esta última consiste en los diferentes privilegios de los que gozan unos en detrimento de los otros, como el ser más ricos, más honrados, más poderosos que
ellos o, incluso, hacerse obedecer. (Rousseau, 1977, p. 150)

Para Rousseau, preguntarse por el origen de la desigualdad natural no
tenía sentido puesto que esa pregunta, según él, estaba ya respondida de
antemano por la simple definición de la palabra: la desigualdad es natural, y
no hay nada más que preguntar. Es aún más absurdo preguntarse —continúa
Rousseau— si hay alguna conexión esencial entre las dos desigualdades,
puesto que hacer esta pregunta significaría preguntar si quienes están en el
poder y en posición de mandar son necesariamente mejores que aquellos que
están en posición de obedecer. Este tipo de preguntas, concluye Rousseau,
sería adecuado en una discusión de los esclavos en una audiencia con su
amo, pero totalmente inconducente e incorrecta si tales preguntas fueran
dirigidas a “hombres razonables y libres en búsqueda de la verdad” (Rousseau,
1977, p. 150).

Como tantos otros ilustrados del siglo XVIII (Kant entre ellos), Rousseau condenó la esclavitud, pero tal condena no se derivaba de que se aceptara sin más la igualdad de los europeos y los esclavos africanos. La “desigualdad natural” es un principio racional suficiente para distinguir en el mismo plumazo lo injusto de la esclavitud, pero también la inferioridad
de los negros africanos.

Ottobah Cugoano dio un giro de ciento ochenta grados a los debates sobre
el derecho y la ley natural que ocupó a los ilustrados blancos del siglo
XVIII. Mientras que Waman Poma respondía al debate imperial de toda una
pléyade de misioneros y hombres de letras (Las Casas, Acosta, Murúa, a
quienes menciona al final de la Nueva Corónica), Cugoano respondía a ideas
en boga durante la Ilustración y en un momento de ascendencia intelectual
en Inglaterra, Alemania y Francia. Entre los nombres que dominaban el terreno intelectual, filosófico y político de la época, cuentan: George Berkeley, Principles of Human Knowledge (1710), Alexander Pope, Essay on Man (1734), David Hume, Inquiry Concerning Human Understanding (1748) y Ephraim Lessing, Educación de la raza humana (1780).

Los análisis económicos de las relaciones entre la esclavitud y el mercado que ofrece Cugoano también dan un giro de ciento ochenta grados al tratado de Adam Smith, The Wealth of Nations, publicado unos diez años antes que el de Cugoano. Más aún, al haber titulado su discurso Thoughts and Sentiments, Cugoano alude directamente al tratado de Smith, La teoría de los sentimientos morales (1759). En resumen, el tratado de Cugoano es una brutal crítica ética a los depredadores imperiales y robadores de hombres (expresiones que aparecen repetidas veces en su discurso), en nombre de la ética cristiana; un análisis de la economía y la esclavitud, insistiendo constantemente en la desechabilidad de la vida de los negros (“our lives are accounted of no value”). Cugoano concluye su discurso con propuestas concretas para terminar con la esclavitud, compensar las naciones africanas por los daños infligidos y legalizar el trabajo.

Independiente de que estas cuestiones que plantea Cugoano estén abiertas
todavía hoy, lo importante para mi argumento es identificar en qué consiste
el giro decolonial. Anthony Bogues marca sin dudar el desenganche y la
apertura de Cugoano en el ámbito de la teoría política. En relación con los
debates y temas en discusión entre filósofos y tratadistas políticos europeos de
Inglaterra, Alemania y Francia en el siglo XVIII, Bogues afirma lo siguiente:
Cugoano’s political discourse suggests the existence of a different stream that articulates notions about natural liberty and natural rights. For Cugoano, the fundamental natural right was the right of the individual to be free and equal, no in relationship to government but in relationship to other human beings. (Bogues, 2005, p. 45)12
12 Las citas de Anthony Bogues son tomadas de “The Political Thought of Quobna Cugoano: Radicalized Natural Liberty” (2005).

Bogues agrega que el argumento de Cugoano, que reclama la igualdad de
los negros en un mundo en donde la teoría política y el concepto de humanidad estaba en manos de los blancos (la “desigualdad natural”), complementa el giro decolonial al plantear que los seres humanos son iguales y libres frente a otros seres humanos y no frente al Estado.

Recordemos que el argumento de Rousseau, en cambio, es la igualdad formal de los hombres frente al Estado y su desigualdad en el “estado de naturaleza”. Este giro es el que separa a Cugoano del resto de los abolicionistas blancos, quienes argumentan contra la esclavitud pero mantienen la inferioridad del negro:
When we add these things together, we cannot escape the conclusion that there existed in Cugoano’s slave narrative a political counternarrative that moved in a different direction than the political horizons of the Enlightenment. (Bogues, 2005, p. 45)

La “dirección diferente” que toma Cugoano en el horizonte político de la
Ilustración es precisamente lo que aquí intento describir como el giro decolonial y la gestación del pensamiento decolonial en la fundación misma del sistema-mundo moderno/colonial. La fuerza y la energía del pensamiento decolonial estuvo siempre “ahí”, en la exterioridad, en lo negado por el pensamiento imperial/colonial.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Podríamos continuar la genealogía del pensamiento decolonial, deteniéndonos, por ejemplo, en Mahatma Gandhi. Mencionarlo aquí es importante por lo siguiente: Cugoano y Gandhi se encuentran unidos, en distintos puntos del planeta, por el Imperio Británico, del mismo modo en que Waman Poma y Cugoano están unidos por la continuidad de los imperialismos de Europa occidental en América. Podríamos continuar con Frantz Fanon y conectarlo con Cugoano por la herida colonial en los africanos y también por la complicidad imperial entre España, Inglaterra y Francia (a pesar de sus conflictos imperiales). Con ello quiero señalar lo siguiente: la genealogía del pensamiento decolonial se estructura en el espacio planetario de la expansión colonial/imperial, contrario a la genealogía de la modernidad europea, que se estructura en la línea temporal de un espacio reducido, de Grecia a Roma, a Europa occidental y a Estados Unidos.

El elemento genealógico en común entre Waman Poma, Cugoano, Gandhi y Fanon es la herida infligida por la diferencia colonial. El giro decolonial (la decolonización epistémica) operado por Waman Poma y Cugoano tuvo lugar en el horizonte de las monarquías, antes de la emergencia del Estado moderno (burgués) y de la emergencia de las tres ideologías seculares imperiales del sistema-mundo moderno: el conservatismo, el
liberalismo y el marxismo (Wallerstein, 1995).

Por eso, en el horizonte epistémico de ambos, la teología es reina. Con todo, la genealogía del pensamiento decolonial es pluriversal (no universal). Así, cada nudo de la red de esta genealogía es un punto de despegue y apertura que reintroduce lenguas, memorias, economías, organizaciones sociales, subjetividades, esplendores y miserias de los legados imperiales. La actualidad pide, reclama, un pensamiento decolonial que articule genealogías desperdigadas por el planeta y ofrezca modalidades económicas, políticas, sociales y subjetivas “otras”. El proceso está en marcha y lo vemos cada día, a pesar de las malas noticias que nos llegan del Oriente medio, de Indonesia, de New Orleans y de la guerra interior en Washington.

BIBLIOGRAFÍA

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El absurdo de enseñar Francés

El absurdo de enseñar Francés
¿Por qué insistir en exigir el aprendizaje del Francés en lugar de aplicar los recursos invertidos en ese idioma a la enseñanza de otros más demandados en el mercado como un mejor Inglés, Portugués, Alemán o Mandarín?
Lunes 13 de Junio de 2016
EDITORIAL

Se supone que el diseño de la currícula escolar y colegial se basa fundamentalmente en los objetivos del proyecto político social impulsado desde el gobierno, dentro de los cuales la preparación de los educandos para su incorporación a la economía nacional debiera ser el más importante, con el complemento de elementos culturales que deben abarcar a TODA la población de un país.

Si aceptamos lo anterior, debe sorprendernos la noticia que reseña Nacion.com, sobre la presentación por parte del Ministerio de Educación Pública (MEP) de Costa Rica, de los nuevos programas de Francés, con los cuales promete elevar la calidad de la enseñanza de ese idioma en los centros educativos del país.

En momentos en que se discute la rigidez de los altos índices de desempleo (10%) e informalidad laboral (47%) que padece Costa Rica, y se menciona como causa principal de esa rigidez la falta de preparación de esos desempleados para incorporarse a las actuales formas de producción de bienes y servicios, las autoridades gubernamentales debieran explicar la razones por las que impulsan la dedicación de recursos del Estado y de tiempo de los educandos, a la enseñanza y aprendizaje del Francés. Es esencial que expliquen por qué no se dedican esos recursos a aprender mejor el Inglés, y en todo caso, otros idiomas mucho más demandados en Costa Rica, como el Portugués, el Alemán, o el Mandarín.

En el Siglo XXI la influencia de Francia en el ámbito de la diplomacia es desmesurado en relación a la relevancia de ese país en la economía mundial. La utilización del Francés como lengua oficial en los organismos internacionales globales persiste, sin ninguna razón práctica demostrable que apunte al beneficio de los habitantes de los países que integran esas instituciones. La única explicación de la persistencia de esa situación es la costumbre, a lo que se agrega esa desproporcionada presencia de Francia en los ámbitos diplomáticos, y especialmente el fuertísimo lobby que ejercen las embajadas francesas en todo el mundo. Y esto no lo decimos en menoscabo de la importancia histórica de Francia en el desarrollo de la civilización occidental, sino que es la simple descripción de la realidad actual.

La corporación diplomática internacional imbricada en los miles de organismos internacionales, como corporación que es, tiene intereses que muchas veces difieren de los nacionales a los que debieran servir exclusivamente. El fortísimo lobby francés en pro de la enseñanza de su idioma se apoya muchas veces en la necesidad de los funcionarios gubernamentales locales de cultivar relaciones interpersonales que les ayuden a continuar sus carreras en organismos internacionales.

Esto que decimos nos alegraría que fuera refutado con la explicitación de las razones por las que los jóvenes costarricenses deben dedicar tiempo y esfuerzos a estudiar el francés, en detrimento de un mejor inglés, del portugués, el alemán, o el Mandarín, que son los idiomas que actualmente más demanda el mercado.

SI ya en los 60’s el declive de Francia como potencia política y económica hacía absurdo el estudio obligatorio del Francés, 50 años más tarde es un grave despropósito que demuestra lo alejados que están algunos gobiernos centroamericanos de la realidad, y de las necesidades de sus ciudadanos y de las economías que deben gestionar.

Prefacio de IMPERIO

Prefacio

El Imperio se está materializando ante nuestros ojos. Durante las últimas décadas, mientras los regímenes coloniales eran derrocados, y luego, precipitadamente, tras el colapso final de las barreras soviéticas al mercado capitalista mundial, hemos sido testigos de una irresistible e irreversible globalización de los intercambios económicos y culturales.

Junto con el mercado global y los circuitos globales de producción ha emergido un nuevo orden, una nueva lógica y estructura de mando –en suma, una nueva forma de soberanía. El Imperio es el sujeto político que regula efectivamente estos cambios globales, el poder soberano que gobierna al mundo.

Muchos sostienen que la globalización de la producción capitalista y el
intercambio significa que las relaciones económicas se han vuelto más
autónomas de los controles políticos, y que, consecuentemente, ha declinado
la soberanía política. Algunos celebran esta nueva era como la liberación de
la economía capitalista de las restricciones y distorsiones que las fuerzas
políticas le habían impuesto, otros se lamentan por el cierre de los canales
institucionales a través de los cuales los trabajadores y ciudadanos podían
influir o responder a la fría lógica de la ganancia capitalista. Ciertamente es
verdad que, frente al proceso de globalización, la soberanía de los Estadosnaciones, aunque aún es efectiva, ha declinado progresivamente.

Los factores primarios de la producción y el intercambio –dinero, tecnología,
gente y bienes– se mueven con creciente facilidad a través de los límites
nacionales; por lo que el Estado-nación posee cada vez menos poder para
regular estos flujos e imponer su autoridad sobre la economía. Incluso los
Estado-nación más poderosas ya no pueden ser consideradas como
autoridades supremas y soberanas, tanto fuera como dentro de sus propias
fronteras. La declinación de la soberanía de los estados-naciones, sin
embargo, no significa que la soberanía como tal haya declinado.1
De un extremo a otro de las transformaciones contemporáneas, los controles
políticos, las funciones del Estado y los mecanismos regulatorios han
continuado dirigiendo el reino de la producción económica y social y del
intercambio. Nuestra hipótesis básica es que la soberanía ha tomado una
nueva forma, compuesta por una serie de organismos nacionales y
supranacionales unidos bajo una única lógica de mando.

Esta nueva forma global de soberanía es lo que llamamos Imperio.

La soberanía declinante de las naciones-estado y su progresiva incapacidad
para regular los intercambios económicos y culturales es, de hecho, uno de
los síntomas principales de la llegada del Imperio. La soberanía del Estadonación fue la piedra basal de los imperialismos que las potencias Europeas construyeron durante la Era Moderna.

Por “Imperio”, sin embargo, entendemos algo diferente de “imperialismo”. Los límites definidos por el moderno sistema de Estados-naciones fueron fundamentales para el colonialismo europeo y la expansión económica: los límites territoriales de la nación delimitaron el centro de poder desde el cual se ejerció el mando sobre territorios externos y ajenos, por medio de un sistema de canales y barreras que, alternativamente, facilitaron u obstruyeron los flujos de producción y circulación.

El imperialismo fue realmente una extensión de la soberanía de los Estados-nación europeos más allá de sus fronteras. Eventualmente casi todos los territorios del mundo podían ser parcelados, y todo el mapa mundial
podía ser codificado en colores europeos: rojo para los territorios británicos, azul para los franceses, verde para los portugueses, etc.

Adonde se afianzara la moderna soberanía, construía un moderno Leviatán que reproducía su dominio social e imponía fronteras territoriales jerárquicas, tanto para vigilar la pureza de su propia identidad como para excluir cualquier otra distinta.

El pasaje al Imperio emerge del ocaso de la moderna soberanía. En contraste con el imperialismo, el Imperio no establece centro territorial de poder, y no se basa en fronteras fijas o barreras. Es un aparato de mando descentrado y desterritorializado que incorpora progresivamente a todo el reino global dentro de sus fronteras abiertas y expansivas.

El Imperio maneja identidades híbridas, jerarquías flexibles e intercambios plurales por medio de redes moduladoras de comando. Los diferentes colores del mapa imperialista del mundo se han unido y fundido en el arco iris imperial global.

La transformación de la geografía moderna imperialista del mundo y la
realización del mercado mundial señalan un pasaje dentro del modo
capitalista de producción. Más aún: la división espacial de los tres Mundos
(Primero, Segundo y Tercer Mundo) se ha entremezclado de modo tal que
hallamos continuamente al Primer Mundo en el Tercero, al Tercero en el
Primero, y al Segundo, en verdad, en ningún lado.

El capital parece enfrentar a un mundo suavizado – o, realmente, un mundo definido por nuevos y complejos regímenes de diferenciación y homogeneización, deterritorialización y reterritorialización. La construcción de los pasajes y límites de estos nuevos flujos globales ha estado acompañada por una transformación de los propios procesos productivos dominantes, con el resultado que el rol del trabajo fabril industrial ha sido reducido y la prioridad otorgada al trabajo cooperativo, comunicacional y afectivo. En la
posmodernización de la economía global, la creación de riqueza tiende cada
vez más hacia lo que denominamos producción biopolítica, la producción de
la misma vida social, en la cual lo económico, lo político y lo cultural se
superponen e infiltran crecientemente entre sí.

Muchos ubican a la autoridad última que gobierna el proceso de globalización y del nuevo orden mundial en los Estados Unidos. Los que sostienen esto ven a los Estados Unidos como el líder mundial y única superpotencia, y sus detractores lo denuncian como un opresor imperialista. Ambos puntos de vista se basan en la suposición de que los Estados Unidos se hayan vestido con el manto de poder mundial que las naciones europeas dejaron caer. Si el siglo diecinueve fue un siglo británico, entonces el siglo veinte ha sido un siglo americano; o, realmente, si la modernidad fue europea, entonces la posmodernidad es americana.

La crítica más condenatoria que pueden efectuar es que los Estados Unidos están repitiendo las prácticas de los viejos imperialismos europeos, mientras que los proponentes celebran a los Estados Unidos como un líder mundial más eficiente y benevolente, haciendo bien lo que los europeos hicieron mal.

Nuestra hipótesis básica, sin embargo, que una nueva forma imperial de soberanía está emergiendo, contradice ambos puntos de vista. Los Estados Unidos no pueden, e, incluso, ningún Estado-nación puede hoy, constituir el centro de un proyecto imperialista. El imperialismo ha concluido. Ninguna nación será líder mundial, del modo que lo fueron las naciones modernas europeas.

Sin embargo, los Estados Unidos ocupan un lugar privilegiado en el Imperio, pero este privilegio deriva no de sus similitudes con las viejas potencias imperialistas europeas, sino de sus diferencias. Estas diferencias pueden reconocerse claramente en las bases propiamente imperiales (no imperialistas) de la constitución de los Estados Unidos, y por “constitución” queremos decir tanto la constitución formal, el documento escrito junto con sus variadas enmiendas y aparatos legales, y la constitución material, es decir, la continua formación y re-formación de la composición de sus fuerzas sociales. Thomas Jefferson, los autores de El Federalista, y los otros miembros fundadores de los Estados Unidos fueron todos inspirados por el antiguo modelo imperial; todos ellos creían que estaban creando al otro lado del Atlántico un nuevo Imperio, de fronteras abiertas y expansivas, donde el poder estaría efectivamente distribuido en redes. Esta idea imperial ha
sobrevivido y madurado a través de la historia de la constitución de los
Estados Unidos, y ha emergido ahora en una escala global, en su forma
plenamente realizada.

Debemos enfatizar que aquí utilizamos la palabra “Imperio” no como una
metáfora, que requeriría demostrar las semejanzas entre el mundo actual y
los Imperios de Roma. China, las Américas y demás, sino como un concepto,
que pide primariamente un acercamiento teórico. 2

El concepto de Imperio se caracteriza fundamentalmente por una falta de fronteras: el mando del Imperio no tiene límites. Primero y principal, entonces, el concepto de Imperio incluye a un régimen que, efectivamente, abarca a la totalidad espacial, o que, realmente, gobierna sobre todo el mundo “civilizado”. Ninguna frontera territorial limita su reinado.

Segundo, el concepto de Imperio no se presenta a sí mismo como un régimen histórico originado en la conquista, sino como un orden que, efectivamente, suspende la historia, y así fija el estado existente para la eternidad. Desde la perspectiva del Imperio este es el modo en que serán siempre las cosas, y el modo en que siempre debió ser.
El Imperio presenta su mando no como un momento transitorio en el movimiento de la historia, sino como un régimen sin límites temporales, y, en este sentido, fuera de la historia, o en el fin de la historia.

Tercero, el mando del Imperio opera sobre todos los registros del orden social, extendiéndose hacia abajo, a las profundidades del mundo social. El Imperio no sólo maneja un territorio y una población, sino que también crea al mundo que habita. No sólo regula las interacciones humanas, sino que también busca, directamente, regir sobre la naturaleza humana. El objeto de su mando es la vida social en su totalidad, y por esto el Imperio presenta la forma paradigmática del biopoder.

Finalmente, aunque la práctica del Imperio está continuamente bañada en sangre, el concepto de Imperio está siempre dedicado a la paz- una paz perpetua y universal, fuera de la historia.

El Imperio que enfrentamos ejerce enormes poderes de opresión y
destrucción, pero este hecho no debe hacernos sentir nostalgia por las viejas
formas de dominación. El pasaje hacia el Imperio y su proceso de
globalización ofrece nuevas posibilidades a las fuerzas de liberación. La
globalización, por supuesto, no es una única cosa, y los múltiples procesos
que reconocemos como globalización no están unificados ni son unívocos.

Nuestra tarea política, argumentaremos, no es, simplemente, resistir a estos
procesos, sino reorganizarlos y redirigirlos hacia nuevos fines. Las fuerzas
creativas de la multitud que sostienen al Imperio son también capaces de
construir un contra-Imperio, una organización política alternativa de los flujos e intercambios globales. Las luchas para contestar y subvertir al Imperio, como asimismo aquellas para construir una alternativa real, tendrán lugar en el mismo terreno imperial – y desde luego esas luchas ya han comenzado a emerger.

Por medio de esas luchas y muchas más como ellas, la multitud
deberá inventar nuevas formas democráticas y un nuevo poder constituyente que habrá de llevarnos algún día a través y más allá del Imperio.
La genealogía que seguiremos en nuestro análisis del pasaje desde el
imperialismo hacia el Imperio será primero europea y luego euro-americana, no porque creamos que estas regiones son la fuente privilegiada y exclusiva de ideas nuevas e innovaciones históricas, sino simplemente porque este es el principal camino geográfico que siguieron los conceptos y prácticas que animan al Imperio desarrollado actualmente – paralelamente, como
sostendremos, al desarrollo del modo capitalista de producción. 3

Aunque la genealogía del Imperio sea en este sentido eurocéntrica, sin embargo, sus poderes actuales no están limitados a ninguna región. Lógicas de mando que, en algún sentido, se originaron en Europa y los Estados Unidos, ahora invisten prácticas de dominación por todo el mundo. Más importante aún: las fuerzas contestatarias del Imperio, que efectivamente prefiguran una sociedad global alternativa, no están ellas mismas limitadas a ninguna región geográfica. La geografía de estos poderes alternativos, la nueva cartografía, está aún aguardando a ser escrita – o, realmente, está siendo escrita hoy con las luchas, resistencias y deseos de la multitud.

Al escribir este libro hemos intentado con nuestra mayor habilidad emplear un
enfoque interdisciplinario amplio. [4] Nuestros argumentos pretenden ser
igualmente filosóficos e históricos, culturales y económicos, políticos y
antropológicos. En parte nuestro objeto de estudio demanda esta
interdisciplinariedad, puesto que en el Imperio las fronteras que pudieron
justificar previamente enfoques disciplinarios estrechos están quebrándose
progresivamente. En el mundo imperial, el economista, por ejemplo, necesita
de un conocimiento básico de producción cultural para entender la economía,
y del mismo modo el crítico cultural requiere un conocimiento básico de los
procesos económicos para entender la cultura. Ese es un requerimiento que
nuestro proyecto demanda. Deseamos haber contribuido con este libro a un
marco teórico general y una herramienta conceptual para teorizar y actuar
contra el Imperio.5

Como la mayoría de los libros extensos, este puede ser leído de muchos
modos: de adelante hacia atrás, por partes, salteadamente, o por
correspondencias. Las secciones de la Parte 1 introducen la problemática
general del Imperio. En la parte central del libro, Partes 2 y 3, narraremos el
pasaje de la modernidad a la posmodernidad, o, en verdad, del imperialismo al Imperio. La Parte 2 cuenta el pasaje básicamente desde el punto de vista de la historia de las ideas y la cultura, desde el período moderno temprano a la actualidad. El hilo rojo que recorre esta parte es la genealogía del concepto de soberanía. La Parte 3 narra el mismo pasaje desde el punto de vista de la producción, donde la producción es entendida en sentido amplio, desde la producción económica a la producción de subjetividad. Esta narración ocupa un período más breve, y enfoca principalmente las transformaciones de la producción capitalista desde fines del siglo diecinueve hasta el presente. Las estructuras internas de las Partes 2 y 3, pues, corresponden a: las primeras secciones de cada una se ocupan de la fase moderna, imperialista; las secciones medias tratan de los mecanismos del pasaje; y las secciones finales analizan nuestro mundo posmoderno, imperial.

Hemos estructurado el libro de este modo para enfatizar la importancia del
desvío desde el reino de las ideas al de la producción. El Intermezzo entre las
Partes 2 y 3 funciona como una bisagra que articula el movimiento desde un punto de vista hacia el otro. Pretendemos que este cambio de un punto de
vista al otro funcione como el momento en que Marx, en El Capital, nos invita
a abandonar la ruidosa esfera del intercambio y descender a la escondida
morada de la producción. Es en el reino de la producción donde se revelan
claramente las desigualdades sociales, y, más aún, donde aparecen las más
efectivas resistencias y alternativas al poder del Imperio. En la parte 4
intentaremos identificar estas alternativas que hoy están trazando las líneas
de un movimiento más allá del Imperio.

Este libro fue iniciado al finalizar la Guerra del Golfo Pérsico y terminado
antes del inicio de la guerra en Kosovo. Por ello el lector deberá situar el
argumento en el punto medio entre estos dos eventos significativos en la
construcción del Imperio.

Las mutaciones de la teoría crítica: Un mapa del pensamiento radical hoy

Las mutaciones de la teoría crítica: Un mapa del pensamiento radical hoy

7 Jun 2016

| Por:

Razmig Keucheyan*

No es sencillo construir un mapa de las denominadas “teorías críticas”; no obstante, es posible analizar algunas tendencias, como su “norteamericanización”, la profesionalización de sus impulsores, el giro hacia la abstracción y el fin de la hegemonía marxista. Paralelamente, las referencias a la religión son un síntoma de las dificultades y falta de certezas, que lleva a preguntarse por la fe y las creencias. Con la actual crisis del capitalismo, parecen más necesarios compromisos intelectuales más conectados con organizaciones políticas y sociales, basados en diagnósticos más precisos de las fuerzas en disputa.

Hoy en día, trazar mapas políticos es una actividad crucial, aunque muy difícil. Como señaló Fredric Jameson, un aspecto de la crisis de la izquierda, o más en general de la crisis de la “historicidad”, radica en nuestra dificultad para “representar” o “totalizar” el presente, para comprender el periodo histórico en que nos encontramos, las escalas cambiantes de la política y las fuerzas sociales existentes. Como es bien sabido entre los estrategas militares, el mapeo es una condición de la estrategia, ya que no es posible un pensamiento estratégico sin buenos mapas. El estancamiento estratégico de la izquierda –por ejemplo en Francia, desde donde escribo– es en parte consecuencia de la dificultad para trazar mapas precisos del campo de batalla y para entender la interacción de las fuerzas que operan en él: las fuerzas de la izquierda y las de la derecha.

El mapeo de ideas críticas es parte de este intento más general de esbozar mapas políticos. Se podría sostener que las ideas siempre han sido más importantes para la izquierda que para la derecha. El objetivo de la izquierda es quebrar el consenso existente, concebir ideas nuevas que sean el cimiento de nuevos mundos posibles. Es por eso que desde las primeras revoluciones modernas la izquierda se ha mantenido en un estado de permanente innovación intelectual. Por supuesto, esto no quiere decir que la derecha carezca de ideas. Obviamente, ha producido ideologías muy poderosas a lo largo de la historia contemporánea, de las cuales la última es el neoliberalismo. Pero cuando la derecha se encuentra en una situación de estancamiento intelectual, la mayoría de las veces puede recurrir al consenso existente y esperar tiempos mejores. La izquierda no puede hacer lo mismo, porque el consenso existente es casi siempre esencialmente conservador.

Entonces la pregunta es: ¿en qué estado se encuentra hoy la izquierda desde el punto de vista intelectual? ¿Cuáles son sus principales ideas y en qué condiciones políticas y sociales se producen? Esa es la cuestión que trataré de abordar. Me ocuparé del contenido de las ideas críticas contemporáneas, así como de las condiciones sociales y políticas de su producción. De hecho, lo que necesitamos entender es la interacción entre ambas.

Tres puntos breves antes de comenzar. Primero, voy a usar las expresiones “teorías críticas” o “radicales” para referirme en general a las ideas de la izquierda. Por supuesto, se requiere una definición más precisa de estos términos, por lo que retornaremos a este problema durante la discusión. El punto principal es que la definición de lo que se considera como teorías críticas es histórica, no una categoría transhistórica o trascendental. Lo que en el presente constituye una teoría crítica no lo era necesariamente en el pasado. Por ejemplo, el liberalismo –o algunas formas de liberalismo– era una teoría crítica en el siglo XVIII, cuando gobernaban regímenes absolutistas. En la actualidad ha dejado de serlo.

En segundo lugar, a lo que me estoy refiriendo aquí es a teorías críticas en plural, y no a la Teoría Crítica en singular y con mayúsculas. La Teoría Crítica en singular hace referencia habitualmente a la Escuela de Fráncfort, a la famosa distinción de Max Horkheimer entre teoría “tradicional” y teoría “crítica”. Teorías críticas en plural es una categoría mucho más amplia, que incluye no solo a miembros actuales y pasados de la Escuela de Fráncfort, sino también muchas otras escuelas críticas de pensamiento.

En tercer lugar, hasta no hace mucho se hubiera hablado de marxismo y no de teorías críticas, porque el marxismo fue muy dominante como teoría crítica durante todo un siglo. Pero ya no lo es, por lo que debemos ampliar las categorías que utilizamos y hacer espacio para teorías críticas no marxistas. Estaremos trabados en esta noción insatisfactoria de “teoría crítica” hasta que nuevos acontecimientos políticos nos permitan clarificar nuestros conceptos.

Globalización

Entonces, ¿cuáles son las principales características de las teorías críticas en el presente? Una primera característica es que están cada vez más globalizadas. La globalización afecta el comercio, las finanzas, la comunicación, la literatura, como lo han demostrado los académicos de la Weltliteratur. También afecta a las teorías críticas. Entonces, la primera pregunta es: ¿de qué naturaleza es esta globalización de las ideas críticas?

Las ideas siempre se han desplazado por el mundo. La globalización del pensamiento en general, y del pensamiento crítico en particular, no es en verdad un fenómeno nuevo. Entre muchos otros, el historiador francés Serge Gruzinski estudió, en su gran libro “El pensamiento mestizo”(1), lo que llama “las dinámicas intelectuales de la colonización y la globalización”, que comenzaron en América Latina en el siglo XV. Estas dinámicas también afectan a las doctrinas críticas.

José Carlos Mariátegui, uno de los fundadores del marxismo latinoamericano, es un caso interesante. En 1928, Mariátegui publicó su clásico titulado “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana”. En este libro, adapta una teoría crítica, concretamente el marxismo, nacida en Europa a mediados del siglo XIX, al contexto de América Latina y, en particular, a la realidad social andina. Esta adaptación lo lleva a introducir una innovación teórica en el marxismo, porque en el Perú de esa época la clase trabajadora era débil en términos numéricos y existía un amplio campesinado indígena. Mariátegui es uno de los primeros en unir el marxismo y el indigenismo, una teoría híbrida central para la política latinoamericana progresista contemporánea en lugares como, por ejemplo, la región mexicana de Chiapas, Ecuador o Bolivia. Este es entonces un claro ejemplo de teoría crítica itinerante, y hay otros. Podríamos pensar en Cyril Lionel Robert, Tran Duc Thao, Frantz Fanon, etc.

Sin embargo, a partir del último tercio del siglo XX, digamos desde el final de los años 70, ha habido una clara aceleración de la globalización de las teorías críticas. Desde el siglo XIX hasta ese momento, eran principalmente elaboradas en Europa occidental y oriental. En el presente, por el contrario, se encuentran diseminadas por todo el planeta. Así, entre los pensadores más leídos y debatidos del presente encontramos al peruano Aníbal Quijano, el esloveno Slavoj Žižek, el chino Wang Hui, la india Gayatri Spivak, el japonés Koijin Karatani, el argentino-mexicano Néstor García Canclini, el argentino residente en Gran Bretaña Ernesto Laclau (fallecido en 2014), el camerunés Achille Mbembe, entre otros. Esta diversidad geográfica es sin duda una novedad en la historia de las teorías críticas. Europa sigue siendo un importante centro para su producción. Se puede pensar en autores como Alain Badiou, Antonio Negri, Jacques Rancière, Giorgio Agamben o Axel Honneth. Pero en los últimos casi 30 años, comenzó un movimiento profundo que ha llevado a la deslocalización o descentralización de las teorías críticas hacia nuevos países.

Por supuesto que no estoy diciendo que estos países no hayan producido pensamiento crítico hasta el momento. Lo que sostengo es que, de acuerdo con el modelo de la República de las Letras de Pascale Casanova, en la actualidad se encuentra en proceso de formación una República de las Teorías Críticas, y que las teorías elaboradas en los países que estaban ausentes en la república de Casanova se vuelven cada vez más visibles.

Norteamericanización

Esta globalización de las teorías críticas está íntimamente conectada con su norteamericanización. La globalización y la norteamericanización, en otras palabras, son dos características interconectadas de las teorías críticas. En esta República de las Teorías Críticas de la que hablé, como en la globalización en general, hay poderes hegemónicos y hay uno en particular: Estados Unidos. Históricamente, el centro hegemónico de gravedad de las teorías críticas se ha movido hacia el oeste: primero, Europa central para el marxismo clásico, luego Europa occidental para el llamado marxismo “occidental”, y ahora, la América anglosajona. Si este movimiento hacia el oeste continúa, Asia podría convertirse en el futuro en un nuevo centro de gravedad para las teorías críticas.

Todos los pensadores que acabo de citar, incluyendo los europeos, enseñan de forma habitual en universidades estadounidenses. Algunos han hecho toda su carrera académica allí, otros llegaron más recientemente. Algunos enseñan en forma simultánea en universidades de otros países, por ejemplo en universidades de sus países de origen. Otros solo enseñan en EEUU. Sin embargo, en todos los casos, el mundo académico ha sido un gran atractivo para ellos. Esto, por supuesto, tiene consecuencias importantes en términos del contenido de las teorías críticas que elaboran, y también desde el punto de vista de su relación con la política. Retomaré este punto más adelante.

Dos razones principales explican la atracción de los pensadores críticos contemporáneos por las universidades estadounidenses. La primera es que el mundo académico estadounidense tiene una larga historia de integración de intelectuales exiliados o “académicos refugiados”, según la célebre fórmula de Lewis Coser. Durante la Segunda Guerra Mundial, muchos científicos –de las ciencias naturales o sociales– se establecieron allí. Ese fue el caso de los miembros de la Escuela de Fráncfort o de los positivistas lógicos, por ejemplo. Desde entonces, el mundo académico estadounidense se convirtió en un “nodo” intelectual global. De modo que la globalización de las teorías críticas tiene en realidad dos componentes: primero, una diversificación del origen nacional de los pensadores críticos; en segundo lugar, la norteamericanización de sus carreras.

La norteamericanización de las teorías críticas no significa que estos pensadores hayan perdido la especificidad intelectual o política relacionada con sus países de origen. En esta República de las Teorías Críticas, los orígenes nacionales todavía importan. Dos ejemplos: primero, el caso de Ernesto Laclau. El intelectual argentino se mudó a Gran Bretaña en la década de 1960 y desde entonces participó en debates angloestadounidenses sobre posmarxismo, hegemonía, el “significante vacío”, etc. Sin embargo, sus teorías siempre tuvieron la influencia de sus orígenes nacionales y, en particular, de un fenómeno típicamente argentino: el peronismo, ya sea en su forma clásica, el impulsado por el propio Juan Domingo Perón, o en su forma contemporánea: el kirchnerismo. No se puede entender la teoría de Laclau sobre la “razón populista” sin tener esto en cuenta(2). De hecho, siendo un joven filósofo en Buenos Aires, fue miembro de la “izquierda nacional”, un movimiento conducido por Jorge Abelardo Ramos(3). Y en los años previos a su muerte, se convirtió en un ferviente defensor de las políticas de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner.

Segundo ejemplo: Gayatri Spivak. También llegó a EEUU en la década de 1960. Es la traductora de De la gramatología [1967](4), de Jacques Derrida, y ha sido una importante protagonista en debates sobre la teoría poscolonial, principalmente enunciada en el lenguaje teórico del posestructuralismo. Sin embargo, también en su caso los orígenes nacionales importan. Por ejemplo, en su famoso texto “¿Puede hablar el subalterno?”(5), discute la dinámica racial y de género involucrada en la práctica del sati, el ritual religioso indio por el cual las viudas se inmolaban con sus esposos y que fue prohibido por los británicos en el siglo XIX. Así que también en este caso el origen importa.

En resumen, la norteamericanización implica una cierta homogeneidad intelectual, pero esa homogeneidad no es total. Las trayectorias personales de los pensadores críticos todavía importan. Y lo que también importa es el relativo poder de su país de origen en la República de las Teorías Críticas. Es evidente que provenir de un país pequeño sin tradición crítica, con instituciones de educación superior o empresas editoriales débiles y un idioma que no es internacional, no es lo mismo que provenir de EEUU o Europa.

Profesionalización

Una tercera característica de las teorías críticas es la profesionalización, es decir, el hecho de que en la actualidad los pensadores críticos son casi exclusivamente académicos. Los periodistas, los líderes sindicales o partidarios o los guerrilleros como el Subcomandante Marcos también producen teorías críticas. Pero en la mayoría de los casos, estas teorías son elaboradas por profesores, y para ser más precisos, por profesores de humanidades. En el pasado, se podían encontrar pensadores críticos con antecedentes en ciencias naturales como Piotr Kropotkin, Anton Pannekoek o Amadeo Bordiga. Pero esto ya no sucede hoy, por causas que tienen que ver con la evolución de las ciencias naturales. La académica y ensayista Donna Haraway se graduó como bióloga, pero su caso es claramente una excepción.

Esta profesionalización de las teorías críticas tiene varias consecuencias. Primero, en parte explica la norteamericanización de estas teorías –y esta es la segunda causa de la norteamericanización de la que he estado hablando–. El hecho de que los pensadores críticos sean en su mayoría académicos implica que están sujetos a las leyes que gobiernan el campo académico global. Este campo está dominado por las universidades estadounidenses, en términos de medios financieros y de influencia intelectual. Por eso la norteamericanización y la profesionalización están interconectadas, en el sentido de que la profesionalización refuerza la norteamericanización. El hecho de que el idioma inglés sea la lingua franca de nuestro tiempo también contribuye a este predominio de las universidades estadounidenses.

En segundo lugar, la profesionalización no se refiere solo a las teorías críticas. Es un proceso mucho más amplio, que en el presente afecta la producción del conocimiento en las ciencias naturales y sociales en general. Esta profesionalización es una consecuencia de la mayor división del trabajo. De acuerdo con la visión de Karl Marx, la profundización constante de esta división del trabajo es una condición de la acumulación del capital, en el proceso del trabajo en general y en el trabajo intelectual en particular. Las teorías críticas, como cualquier otro tipo de teoría, están atrapadas en este proceso.

Una tercera consecuencia de esta profesionalización es que representa una ruptura mayor con periodos anteriores de la historia de las teorías críticas, y en particular con el marxismo clásico. Marx, Vladimir Lenin, León Trotski, Rosa Luxemburgo o Antonio Gramsci no eran académicos, eran líderes políticos y periodistas. Cuando enseñaban o escribían, lo cual ocurría con frecuencia, lo hacían en escuelas partidarias y periódicos, y no en universidades y publicaciones académicas convencionales. En aquel momento, las universidades eran de hecho instituciones elitistas, que poco tenían que ver con las instituciones masivas en que se han convertido desde entonces. Por supuesto, el hecho de que los pensadores críticos de la actualidad sean en su mayoría académicos tiene consecuencias importantes respecto a la forma en que se moldean sus ideas, al lenguaje conceptual que utilizan y, también, a su relación con la política.

Política

Una cuarta característica de las teorías críticas es su creciente distancia con la política. Este rasgo se conecta con el anterior, dado que la lógica de la profesionalización ha desviado a estos pensadores del campo político. De hecho, este último y el campo intelectual se han separado cada vez más o se han vuelto cada vez más autónomos durante la segunda mitad del siglo XX.

En este punto, es útil retomar el concepto de Perry Anderson acerca de la transición del marxismo clásico al marxismo occidental. De acuerdo con Anderson, el fracaso de la revolución alemana de 1923 produjo una ruptura en la historia del marxismo que dio origen a la distinción entre marxismo clásico y marxismo occidental. Los marxistas clásicos (Karl Kautsky, Lenin, Trotski, Luxemburgo, etc.) tenían dos características distintivas. Primero, eran historiadores, economistas y sociólogos, es decir que sus escritos eran en su mayoría empíricos. Casi todos estos escritos se vinculaban, de hecho, con la coyuntura política inmediata.

Segundo, los marxistas clásicos eran líderes de organizaciones, eran estrategas políticos que enfrentaban problemas políticos reales. Estas dos características distintivas del marxismo clásico estaban interconectadas. Dado que eran líderes políticos, necesitaban conocimiento empírico del ambiente social en que operaban. Por otro lado, sus posiciones de liderazgo en el movimiento obrero les brindaban conocimiento de primera mano sobre el mundo social.

El marxismo occidental surge cuando estas dos características del marxismo clásico se diluyen. A mediados de la década de 1920, las organizaciones de la clase obrera son vencidas en la mayoría de los países europeos. Esta derrota histórica dio origen a una nueva relación entre los intelectuales marxistas y las organizaciones obreras. Aunque diferentes en muchos aspectos, los marxistas destacados del siguiente periodo histórico (de 1923 a 1968, digamos) –es decir, Theodor Adorno, Jean-Paul Sartre, Louis Althusser, Galvano Della Volpe, Herbert Marcuse, etc.– tienen características que son exactamente opuestas a las de los marxistas tradicionales. En primer lugar, ya no tienen vínculos orgánicos con las organizaciones obreras y, en particular, con los partidos comunistas, y por cierto, ya no ocupan posiciones de liderazgo. En los casos en que son miembros de partidos comunistas –como Althusser, Georg Lukács o Della Volpe–, mantienen relaciones conflictivas con los líderes de esos partidos.

Más aún, las ideas que elaboran los marxistas occidentales son abstractas. La abstracción es una característica central del marxismo occidental. Mientras que los marxistas tradicionales hacían una aproximación al mundo social de tipo empírico, los marxistas occidentales son en su mayor parte filósofos, con frecuencia especializados en epistemología y estética. Y como en el caso del marxismo clásico, las dos características de los marxistas occidentales están conectadas: el lenguaje abstracto con que escriben tiene su origen en el hecho de que cada vez están más alejados de las organizaciones de la clase obrera. Así, es típica del marxismo occidental una especie de “fuga hacia la abstracción”. Si se compara El capital financiero de Rudolf Hilferding (1910)(6) con Minima moralia. Reflexiones desde la vida dañada de Adorno(7), o El Estado y la revolución de Lenin(8) con La revolución teórica de Marx de Althusser(9), se puede tener una idea de esta distinción entre marxismo clásico y occidental.

Por supuesto, no estoy diciendo que la abstracción sea necesariamente mala o sinónimo de derrota política. Existe lo que se podría llamar una “política (revolucionaria) de la abstracción”. Pero la abstracción es a veces un síntoma de la derrota. En resumen, una creciente separación entre la teoría y la práctica es algo característico del marxismo occidental.

La transición del marxismo clásico al occidental puede explicarse por diferentes causas. Con el ascenso del estalinismo en la segunda mitad de la década de 1920, surge un marxismo dogmático ortodoxo, que se convierte en la doctrina oficial de la Unión Soviética y de sus partidos satélites en Occidente. Esto pone a los intelectuales marxistas en una posición difícil: o se resignan a abrazar esta nueva ortodoxia, o bien deben distanciarse de las organizaciones de la clase obrera. Permanecer intelectualmente creativos la mayor parte del tiempo lleva a los marxistas a distanciarse de esas organizaciones. Entonces, ¿cómo podemos situar las teorías críticas contemporáneas en relación con la distinción entre el marxismo clásico y el occidental? Es claro que esta separación entre teoría y práctica, que se inició con el marxismo occidental, se ha ampliado hoy en las teorías críticas. En la actualidad, es altamente improbable que los pensadores críticos integren organizaciones de la clase obrera, y más improbable aún que ocupen posiciones de liderazgo. Žižek, por ejemplo, fue disidente en Eslovenia en las décadas de 1970 y 1980. Incluso fue candidato en la elección presidencial de 1990. Pero hoy no tiene lazos orgánicos con organizaciones, y se puede decir lo mismo de la mayoría de los pensadores críticos. Hay unas pocas excepciones: el filósofo francés Daniel Bensaïd, que fue líder de la Liga Comunista Revolucionaria y luego del Nuevo Partido Anticapitalista en Francia, es uno de ellos. Pero esta organización (pos)trotskista es muy pequeña si la comparamos, por ejemplo, con la socialdemocracia alemana de los comienzos del siglo XX o con el Partido Comunista italiano de la década de 1960, ambas organizaciones integradas por millones de miembros.

Hay una excepción interesante a esta regla: Álvaro García Linera, el vicepresidente de Bolivia. García Linera es autor de textos influyentes sobre la cuestión indígena o los movimientos sociales en Bolivia y de escritos más teóricos sobre Lenin, Nicos Poulantzas o Pierre Bourdieu. Y, al mismo tiempo, está muy comprometido con la política de masas, a punto tal de haberse convertido en vicepresidente de su país. Entonces se podría decir que García Linera es una especie de marxista clásico (aunque ideológicamente ecléctico), en un periodo histórico en el que ya quedan muy pocos.

¿Y qué pasa con la abstracción típica del marxismo occidental? Las teorías críticas contemporáneas ¿son abstractas en el mismo sentido? Por cierto que sí. Se podría sostener que hay un retorno a los temas “metafísicos” –incluso a los temas religiosos, como veremos luego– en las teorías críticas actuales, como en la obra de Alain Badiou, por ejemplo. La crítica del “sujeto” que se puede encontrar en la teoría feminista o poscolonial, o en la Escuela de Liubliana (Žižek, Mladen Dolar, Alenka Zupancic), es otro ejemplo de las cuestiones “metafísicas” que se debaten hoy en muchos ámbitos. Por otro lado, un objeto tan central para el marxismo clásico como el Estado capitalista no ha recibido ningún tratamiento original desde el debate clásico entre Poulantzas y Ralph Miliband de los años 70, con excepción del gran libro La construcción del capitalismo global. La economía política del imperio estadounidense, escrito por Leo Panitch y Sam Gindin(10), que es un importante aporte a la comprensión del funcionamiento de EEUU como un Estado global.

Al mismo tiempo, ha habido en algunos casos un retorno al análisis empírico que se inició en las décadas de 1960 y 1970. El análisis de clase de Erik Olin Wright, el estudio de las oleadas de desarrollo capitalista realizado por Giovanni Arrighi o el de la crisis capitalista por Robert Brenner son ejemplos de esta tendencia. Es decir que la “fuga hacia la abstracción” continúa dentro de las teorías críticas contemporáneas, aunque con algunas contratendencias. Se podría sostener –o más bien esperar– que la gran crisis del capitalismo que comenzó en 2008 cambiará el paisaje intelectual y reforzará estas contratendencias.

Religión

Una característica interesante de las teorías críticas es que contienen muchas referencias a la religión, principalmente al cristianismo y al judaísmo, y en mucha menor medida al islam. He aquí algunos ejemplos. Badiou dedicó un libro importante a San Pablo, titulado “San Pablo. La fundación del universalismo”(11). Allí, sostiene que San Pablo es un típico ejemplo de un “sujeto” que se constituye en “fidelidad” a un “acontecimiento”, un acontecimiento religioso, en este caso, pero un acontecimiento que puede ser político, científico o artístico. Esta relación entre sujeto y acontecimiento se desarrolla con mayor profundidad en sus libros “El ser y el acontecimiento”(12) y “Lógicas de los mundos”(13), donde también hay referencias a doctrinas religiosas, como por ejemplo a Blaise Pascal.

Giorgio Agamben también escribió un libro sobre San Pablo titulado “El tiempo que resta: comentario a la carta de los romanos”(14), que es un comentario a la “Epístola a los Romanos”. En la obra de Agamben son frecuentes las referencias a la ley sagrada romana (por ejemplo, en “Homo sacer”), a la escatología cristiana o a la tradición hebrea. En su libro “Imperio”, Michael Hardt y Antonio Negri(15) se refieren a San Francisco de Asís, el llamado “Poverello”. Negri también ha escrito un libro sobre Job, titulado “Job: la fuerza del esclavo”(16). Muchos de los libros de Žižek hacen referencia a cuestiones religiosas, como por ejemplo “El frágil absoluto”, cuyo subtítulo es “¿Por qué merece la pena luchar por el legado cristiano?”(17)

Además de Badiou, hay otra veta pascaliana en las teorías críticas contemporáneas, la que ejemplifica Bensaïd. Este antiguo militante trotskista es el autor del libro “Le pari mélancolique” [La apuesta melancólica](18), en el que se establece una analogía entre el compromiso revolucionario y la famosa apuesta de Pascal. Bensaïd es también autor de un libro sobre Juana de Arco(19) y de otro sobre los marranos –los judíos que fueron obligados a convertirse en España y Portugal a partir del siglo XV, pero que continuaron practicando su religión en secreto–(20). En estos tiempos oscuros, de acuerdo con Bensaïd, los revolucionarios son un poco como los marranos: tienen que seguir creyendo en secreto.

¿Cómo podemos explicar esta presencia de referencias religiosas en las teorías críticas? Me detendré en dos puntos breves antes de responder esta pregunta: en primer lugar, esta relación entre las teorías críticas y las doctrinas religiosas es de una importancia estratégica crucial. La manera en que las teorías críticas conciben la religión tendrá un impacto en la forma en que los movimientos progresistas y revolucionarios interactúen con los movimientos religiosos en el futuro, tanto en el mundo occidental como en otros lugares (y me estoy refiriendo a la mayor revolución de nuestros tiempos, la “primavera árabe”). Por lo tanto, no se trata de una cuestión menor.

En segundo lugar, las teorías críticas pasadas ya han hecho referencia a doctrinas religiosas. Roland Boer escribió un gran libro sobre este tema llamado “Criticism of Heaven. On Marxism and Theology” [Crítica del cielo. Sobre marxismo y teología](21). Se puede pensar en el estudio de Ernst Bloch sobre Thomas Münzer, publicado en 1921, “Münzer, teólogo de la revolución”(22), o en el de Lucien Goldmann “El hombre y lo absoluto. El dios oculto”(23), un estudio de la “visión trágica” en Jean Racine y Pascal. De hecho, Goldmann comparó la creencia en el socialismo con una forma de fe religiosa. Mariátegui escribió sobre Juana de Arco(24). Asimismo, es bien conocido el proyecto de Walter Benjamin que conectaba el materialismo histórico y algunos aspectos del mesianismo judío.

Sin embargo, estas referencias al pensamiento religioso eran relativamente marginales en las teorías críticas pasadas. En el “canon” marxista, es decir, en los principales pensadores marxistas hasta la década de 1970, la religión era sin duda un objeto de análisis. Pero una cosa es estudiar la función de la religión en una sociedad capitalista, como lo hicieron Marx o Lenin, y otra totalmente diferente inspirarse en doctrinas religiosas como lo hicieron Goldmann y Benjamin, o como lo hacen en la actualidad Badiou, Negri, Žižek y hasta hace poco Bensaïd. Entonces, ¿cómo podemos explicar esta presencia de la religión en las teorías críticas contemporáneas? La respuesta tiene tres componentes. En primer lugar, es el resultado lógico de la “fuga hacia la abstracción” típica del marxismo occidental. En otras palabras, después de la epistemología y la estética, viene la teología. En segundo lugar, estas referencias religiosas no se refieren a la religión en general, sino a un problema teológico en particular: el problema de la creencia o la fe. De eso se trata en el caso de Pascal, San Pablo, los marranos y Job. La pregunta que plantean estas figuras es la siguiente: ¿cómo es posible seguir creyendo, cómo mantener la fe en Dios, cuando las circunstancias son hostiles a la creencia? ¿Por qué se debería creer en Dios cuando el mundo parece tan injusto o irracional?

Los pensadores críticos contemporáneos han sentido la necesidad de responder una pregunta similar, porque en el siglo XX todos los intentos de construir una sociedad socialista fracasaron o terminaron en desastre. A fines del siglo pasado, el registro histórico no resultaba, obviamente, muy bueno para la creencia en el socialismo. Esa es la razón por la cual esta creencia, como la creencia en Dios, necesita justificación, contra toda evidencia. Y entonces es cuando entran en escena Pascal o San Pablo. La justificación de la creencia contra toda evidencia es lo que mejor hace la teología, y por esa razón los pensadores críticos están hoy tan interesados en tales argumentos. Así, puede observarse en las teorías críticas de la actualidad una suerte de fideísmo, un fideísmo político (una teoría de la fe no racional).

Un segundo aspecto de esta cuestión es más sociológico. El así llamado “retorno de la religión” de fines del siglo XX no es solo observable en las teorías críticas. Es un fenómeno mucho más general. Si hoy persiste el “desencanto del mundo” o se está produciendo un retorno de la religión, es de hecho una cuestión que se puede debatir. Pero lo que parece cierto es que la religión ha hecho un estruendoso reingreso en el campo político, con corrientes como el islamismo o el fundamentalismo evangélico. Esta nueva alianza entre religión y política es una característica importante de la política contemporánea.

Por ese motivo, algunos pensadores políticos –como por ejemplo Terry Eagleton o Michael Löwy– han aceptado el desafío y tratan de mostrar que hay un aspecto progresista o hasta revolucionario en las religiones. Básicamente, esto es lo que Eagleton ha dicho en sus controversias con Christopher Hitchens y Richard Dawkins(25), o en la introducción a una nueva edición de “Jesucristo. Los evangelios”(26). Esto es también lo que Löwy trata de mostrar en sus varios escritos sobre la Teología de la Liberación en América Latina.

El fin de la hegemonía marxista

La última característica de las teorías críticas contemporáneas que mencionaré es quizás la más importante. Es un hecho que el marxismo ya no es hegemónico entre las teorías críticas. Como teoría, hoy el marxismo goza de buena salud. Se podría incluso sostener que nunca en su historia ha sido tan rico e interesante desde un punto de vista analítico, en particular en el mundo anglosajón, aunque no solo allí. Autores como Robert Brenner, Giovanni Arrighi, Immanuel Wallerstein, David Harvey, Mike Davis, Leo Panitch, entre otros, han desarrollado perspectivas marxistas innovadoras en sus campos respectivos. En los últimos tiempos, el marxismo también pudo adoptar nuevos objetos, como la ecología. Así, el marxismo ecológico, con autores como John Bellamy Foster, Daniel Tanuro, Paul Burkett, Ted Benton o James O’Connor, es una de las áreas más creativas del marxismo. Esta capacidad de adaptarse a los desafíos intelectuales de una nueva época es quizás el principal criterio por el que se puede juzgar la vitalidad de una tradición intelectual, y creo que es evidente que el marxismo ha pasado el examen.

Sin embargo, aun si el marxismo está en su punto más interesante desde el punto de vista analítico, perdió su hegemonía sobre las teorías críticas, la clase obrera y los movimientos sociales más en general. Desde fines del siglo XIX la década de 1980, el marxismo fue el idioma principal en que se formuló la experiencia de la injusticia, no solo en Occidente, sino en muchas otras áreas del mundo. El marxismo no era solo una teoría elaborada por y para intelectuales, era una ideología transmitida por organizaciones y regímenes que incluían a millones de personas. Casi todas estas organizaciones han desaparecido. Hoy, por primera vez en su historia, los marxistas se han convertido en una minoría dentro de un conjunto amplio de teorías críticas en el que dominan las teorías críticas no marxistas. El idioma teórico dominante en este conjunto amplio es el posestructuralismo, que se puede encontrar, por ejemplo, en los estudios poscoloniales y culturales.

Entonces, una hipótesis que se puede formular es que la actual crisis económica, que es una crisis orgánica del sistema en su totalidad, va a cambiar las relaciones intelectuales de fuerza dentro del campo de las teorías críticas. El marxismo es una teoría de la crisis par excellence, mientras que las teorías críticas no marxistas, como el posestructuralismo, la filosofía de Jacques Rancière o la teoría del reconocimiento de Axel Honneth, tuvieron poco que decir sobre la crisis. Por lo tanto, luego de un paréntesis posmarxista, es posible –y deseable, en mi opinión– que regrese el marxismo en formas más clásicas.

Conclusión

Para concluir, me gustaría comparar dos formas de compromiso intelectual que están separadas por más de 40 años. Durante la ocupación del Zucotti Park en Nueva York en el otoño de 2011, intelectuales críticos aclamados –entre los que se encontraban Žižek, Judith Butler y Cornel West– se acercaron para dar su apoyo a los ocupantes y hablar frente a ellos. Sus discursos eran transmitidos a través de los llamados “micrófonos humanos”. Una extraña ley neoyorquina prohíbe el uso de micrófonos eléctricos en espacios públicos, por lo que la única forma de que las voces de los oradores se trasmitieran era que los que estaban en las primeras filas le repitieran a la multitud en voz alta cada una de sus afirmaciones. Estos discursos fueron rápidamente publicados en YouTube.

Por supuesto que esta no fue la primera vez que intelectuales políticamente comprometidos hablaron en apoyo de un movimiento de protesta. La escena del Zucotti Park evoca un célebre discurso que dio el filósofo francés Jean-Paul Sartre en la planta automotriz de Renault en Boulogne-Billancourt, cerca de París, en 1970. Una famosa fotografía muestra a Sartre parado sobre un barril, dirigiéndose a los huelguistas y diciéndoles que la alianza entre los intelectuales y la clase obrera que existió alguna vez debía ser reconstruida. Eran tiempos de agitación revolucionaria, tanto en Francia como en otros lugares, y los intelectuales eran forzados a tomar partido. Se puede encontrar la fotografía en internet.

A pesar de las similitudes visuales, estas dos escenas, separadas por más de 40 años, son de hecho muy diferentes. En primer lugar, Sartre hablaba frente a trabajadores de la industria automotriz, mientras que Žižek, Butler y West se dirigieron a una audiencia mucho más indefinida. La sociología exacta del movimiento Occupy y de las recientes movilizaciones globales aún está en debate. Pero parece indiscutible que sus miembros se han reclutado más entre las clases medias que en el movimiento obrero al estilo del de los siglos XIX y XX, grupos con un “capital cultural” más alto, aunque también se involucren importantes sectores de las clases trabajadoras.

En segundo lugar, Žižek, Butler y West no hablaron frente a una fábrica ocupada, como lo hizo Sartre, sino en un espacio público. La ocupación de espacios públicos es el sello de estos nuevos movimientos, no solo del movimiento Occupy sino también de la “primavera árabe”, por ejemplo. La diferencia con los movimientos pasados es importante. La ocupación de los espacios públicos es, de hecho, una cuestión de “reclamar la calle” o de demandar el “derecho a la ciudad”, como diría Harvey. Pero también es un síntoma de que estos movimientos no saben qué más ocupar. Se ocupan fábricas cuando se desea hablar y organizar a la clase obrera, cuando se piensa que la clase trabajadora es una clase revolucionaria. Pero ¿a quién desean organizar los movimientos actuales cuando ocupan lugares públicos? Al “99%”, pero sin dudas esta es una categoría muy vaga…

Hay una tercera diferencia crucial entre las dos escenas. Sartre nunca fue en realidad un miembro de una organización de la clase obrera. Pero su universo político e intelectual estaba construido alrededor de la existencia de estas organizaciones, y ellas estructuraron el campo político en que Sartre habló cuando se dirigió a los trabajadores. Sartre fue compañero de ruta, primero del Partido Comunista francés (PCF), y luego de las organizaciones maoístas. Y ¿qué se puede decir sobre Žižek, Butler y West? Como ya mencioné, los intelectuales críticos de la actualidad, sin importar cuán políticamente comprometidos y radicales puedan ser, “flotan libremente” y no están orgánicamente conectados a ningún tipo de organización.

Creo que cuando tratamos de entender qué son las teorías críticas contemporáneas, necesitamos entender las diferencias entre estas dos escenas: Sartre en 1970, por un lado, y Žižek, Butler y West en 2011, por el otro. Es evidente que no se puede volver al tiempo de Sartre, no es posible ni deseable. Pero es indudable que con la actual crisis del capitalismo se necesitan compromisos intelectuales que estén más conectados con organizaciones políticas y sociales existentes y que, a la vez, estén basados en mapas más precisos de las fuerzas sociales efectivas

(1) Paidós, Barcelona, 2000.

(2) E. Laclau: La razón populista, FCE, Buenos Aires, 2005.

(3) Abelardo Ramos (1921-1994) animó la llamada «izquierda nacional» –con un fuerte contenido antiimperialista y latinoamericanista– y una interpretación revisionista de la historia argentina. Estas visiones lo acercarían al peronismo. Es autor, entre otros libros, de Revolución y contrarrevolución en la Argentina (cinco tomos) e Historia de la nación latinoamericana (dos tomos) [N. del E.].

(4) Hay edición en español: Siglo XXI, México, DF, 2000.

(5) Cuenco de Plata, Buenos Aires, apostilla de Marcelo Topuzian.

(6) Tecnos, Madrid, 1985.

(7) Taurus, Madrid, 1998.

(8) Alianza, Madrid, 2006.

(9) Siglo XXI, México, DF, 1967.

(10) Akal, Madrid, 2015.

(11) Anthropos, Barcelona, 1999.

(12) Manantial, Buenos Aires, 1999.

(13) Manantial, Buenos Aires, 2008.

(14) Trotta, Madrid, 2006.

(15) Paidós, Madrid, 2002.

(16) Paidós, Buenos Aires, 2004.

(17) Pre-Textos, Valencia, 2002.

(18) Fayard, París, 1997.

(19) Jeanne de guerre lasse, Gallimard, París, 1991.

(20) D. Bensaïd: Une lente impatience, Stock, París, 2004.

(21) Brill, Leiden-Boston, 2007.

(22) Antonio Machado, Madrid, 2002.

(23) Península, Barcelona, 1995.

(24) «La santificación de Juana de Arco y la mujer francesa» en El Tiempo, 23/8/1920, disponible en www.marxists.org.
(25) T. Eagleton: Razón, fe y revolución, Paidós, Barcelona, 2012.

(26) Akal, Madrid, 2012

Tomado por acuerdo con la Revista Nueva Sociedad (http://nuso.org/) del número 261, Enero-Febrero 2016, y publicado con autorización de su autor.

  • Profesor titular de Sociología en la Universidad de París-Sorbonne (París IV). Es autor de Hemisferio izquierda. Un mapa de los nuevos pensamientos críticos (Siglo XXI, Madrid, 2013) y de La nature est un champ de bataille. Essai d’écologie politique (La Découverte, París, 2014).