Marcha sindical en El Salvador contra Ley de Función Pública

SAN SALVADOR, 21 de marzo de 2013 (SIEP) Centenares de trabajadores marcharon esta mañana en repudio al proyecto de Ley de la Función Pública, que fomentara mayores niveles de flexibilización laboral y atenta contra conquistas sindicales ya logradas.

La multitudinaria marcha, de empleados estatales, convocada por la Coordinadora Sindical Salvadoreña, CSS, inició en la Plaza Cívica, recorrió las principales calles de la capital y concluyó con una concentración frente a la Asamblea Legislativa.

Los oradores sindicales señalaron que con esta ley se pretende amordazar al movimiento de los trabajadores estatales y obligarlos a una situación de inseguridad laboral, para de esta manera coartar sus justas luchas por mejores condiciones salariales y de trabajo.

Por su parte, la Iglesia Luterana Popular, ILPES, se solidarizó con estas justas demandas de los trabajadores y los exhortó a no desmayar en esta lucha, hasta lograr que este proyecto de ley sea derrotado. Insistieron en enfatizar que solo el pueblo salva al pueblo y que pueblo que lucha triunfa.

A mi abuelo lo mataron en el 32…Entrevista con Emiliano de las FAL

SAN SALVADOR, 20 de febrero de 2013 (SIEP) “A mi abuelo lo fusilaron en el 32, mi padre me lo contó y somos miles los que llevamos aquí esta herencia…” nos comparte Emiliano, que durante la Gran Guerra Democrática (1980-1992), combatió en las filas de las Fuerzas Armadas de Liberación, FAL.

“Fíjate que el embrión inicial de las FAL fueron los Grupos de Acción Revolucionaria, los famosos GAR. Y la primera experiencia la realizamos cuando nos tomamos la Plaza Libertad después del fraude electoral del 20 de febrero de 1977…claro, a un nivel muy básico, teníamos palos por fusiles, algunas pistolas, patrullábamos, yo si cargaba un cohete (pistola)…”

“Mi padre era originario de Tenancingo, campesino, trabajaba en las zafras y en las cortas de café, él presenció el fusilamiento de su padre y nos trasmitía ese hecho como determinante de un rumbo, de una dirección en la vida. Mi papá fue activista en las jornadas de abril y mayo del 44, luchó contra la dictadura del General Martínez; y en esas actividades conoce, se vincula a gente del Partido Comunista.”

Y cuando se radica en Ciudad Delgado establece amistad con Julio Galán, y con Luís García padre. Y así se va vinculando al Partido. Participa en el 66 activamente en la campaña del PAR Nueva Línea, que llevaba como candidato presidencial al Dr. Fabio Castillo.

Indirectamente, me voy sumando a estos esfuerzos de lucha, acompañándolo de niño. Luego él se involucra en la campaña de la UNO en 1971. Y de nuevo, soy arrastrado a estas jornadas de accionar político.

Pero lo que realmente me impacta, y marca mi involucramiento político fue la matanza de estudiantes del 30 de julio de 1975. Estudiaba Plan Básico ahí en Ciudad Delgado. Y a los 18 años, en 1976… me integro a una célula de la Juventud Comunista, por cierto el responsable era Luisito, el hijo de Luis García. Realizábamos actividades del PCS por medio del partido legal UDN. Me fueron atrayendo las acciones vinculadas a la autodefensa.la vigilancia periférica, a brindar seguridad. Juramento como Roque y luego me cambio a Álvaro.

En 1977 trabajaba en una venta de repuestos y ya organizado participaba de las actividades del local central del UDN; que quedaba al costado sur del Teatro de Cámara. Y me tire la campaña de la UNO de ese año allá en Ciudad Delgado. Incluyendo las jornadas que te mencionaba antes de la toma de la plaza Libertad y su respectiva represión del 28 de febrero. Esa madrugada nos metimos en la Iglesia El Rosario. Y nos fueron sacando por grupos. Tomamos hacia la Terminal de Oriente. Y logramos escapar.

En 1978 trabajaba en el centro y esto me permitía participar en todas las actividades que realizaban las diversas organizaciones populares, casi todos los días había actividades de calle…era una gran efervescencia popular. Inolvidable. Por cierto me llamaron la atención del Partido porque no debía de participar en actos de otras organizaciones. Y pensar que nosotros éramos los más unitarios.

Mi responsable seguía siendo Lunita, o sea Luís García hijo. Moreno, de pequeña estatura, pelo liso, con anteojos culo de botella, de oficio sastre. Entiendo que dejó un hijo de nombre Lucio. Y otros miembros de la célula eran Manuel, que era primo de ellos, de los García. Moisés, que vive en Chalatenango; Hugo, otro hermano de Carlos, que vive en Suecia y que fue de las FAL; Ulises, el hermano más pequeño; Marcos y Eusebio, que también era sastre.

A Luís lo desaparecieron el 22 de enero de |1979. A otro hermano, Alberto, lo capturaron y lo torturaron. Pero sobrevivió y llegó a ser de dirección de las FAL.

Esos años hasta el 80 estuvimos en la clandestinidad, realizando acciones de propaganda y de reclutamiento de nuevos miembros. Me acuerdo que patrullábamos las calles de la ciudad como ejercicio militar. Y ya empezaban las reuniones de los GAR, en la facultad de Derecho, al llegar nos distribuían en unidades, y aprendíamos a realizar planes para operativos, como emboscadas, ataques a guarniciones, sabotajes. Fíjate que hicimos ya en el 80 un ataque a un puesto de la Comandancia de San Martín, pero fue fallido.

En noviembre de 1980 salgo para Nicaragua y luego para Cuba a prepararme. Hice un curso de jefes de pelotón. Regreso en noviembre de 1981 y se me asigna para ayudar a levantar el Frente en Occidente, en Cutumay Camones, Santa Ana. El responsable en ese entonces del campamento era el Chele Ramón Suarez. Para esos días me acuerdo capturaron y desaparecieron a Néstor, que era de los que habían llegado desde la URSS.

En febrero del 82 me mandan para San Salvador. Para esos días el enemigo realiza una redada de comunistas en Apopa que incluyen a Crucito y a Miltón, un camarada que tenía un negocio a la par de la Policía de Hacienda, en San Salvador. Quedo desconectado y buscó a Julio Salinas, y me dice que me preparara, que haría viaje para Usulután.

Dicho y hecho, llegó a un lugar en Jucuaran llamado El Jícaro. Me encuentro de nuevo con Ramón Suarez en la comandancia junto con Pedro, o sea David Pereira. Me da mucha alegría encontrarme con Dieguito, un compañero de Chalchuapa, que luego cae combatiendo, a los 22 años.

Otros que estaban ahí y murieron peleando son Padilla y Nacho. El Negro Roque a la altura de 1994 todavía vivía, espero que lo siga haciendo. En este frente me bautizo como explosivista y luego como jefe de escuadra, adopto el pseudónimo de Emiliano. Me acuerdo que participamos en la ofensiva militar sobre Usulután para las elecciones de ese año. Y luego en las jornadas de agosto del 82 hasta mediados del 83.

Para ese tiempo había llegado el capitán Walter (Roberto Lorenzana) a la zona y pertenecía a un pelotón fogueado en el combate que luego se convirtió en escuadras de expansión. Patrullábamos, hacíamos nuevos reclutas, adiestrábamos a la nueva tropa, visitábamos los cantones, como la isla San Sebastián de la Bahía de Jiquilisco.

Me acuerdo de Zamuria, era un lugar en el que tanto nosotros como el enemigo sabíamos que estábamos presentes, nos veíamos, conocíamos nuestras ubicaciones claramente pero no nos atacábamos, manteníamos una tregua no pactada, y estaban también las Playas de El Espino, donde habían dos acantonamientos de tropas enemigas, pero que nos visitaban solo cuando estaban en campañas militares o cuando detectaban que íbamos a salir en misión. Era extraño, pero así era el estilo de guerra en esta zona, de baja intensidad.

En el 83 tuvimos una visita importante. Llegó Schafik Handal, el Comandante Simón, a Jucuaran. Iba rumbo al IV Pleno del PCS y a una reunión de la CG del FMLN que iba tener lugar en Morazán, en territorio bajo control del ERP. Llega y se me asigna como seguridad, para mí era un gran honor y una gran responsabilidad. Tenía mucha curiosidad en saber cómo era nuestro jefe máximo. La seguridad era una escuadra de 8 hombres, que mantenía un perímetro inaccesible, a menos que él lo indicara.

Fue una experiencia muy significativa en mi vida, resultó ser un tipo simpático, muy dado con nosotros, no marcaba distancias, y esto nos impactaba. A los días salimos de Jucuaran, alcanzamos la Panamericana. Apareció un convoy del ejército, y se decide seguirlo, al final nos fuimos custodiados por el tal convoy. Llegamos a San Miguel, San Gerardo, San Luis La Reina, y de este punto hasta las montañas del norte de Morazán.

En el camino nos paraba tropa del ERP sorprendida por nuestra presencia: ¿quiénes son? No sabían que había otras organizaciones. Era interesante observar nuestros estilos militares diferentes. El de ellos era una mística militar influenciada por los capitanes Mena Sandoval y Cruz Cruz. Tenían población y tropa junta, ya en San Gerardo, en Torola, en San Fernando, en Perquin.

Para la reunión del PCS se había citado a algunos dirigentes del movimiento popular influenciado por nuestra organización, entre estos me acuerdo de Edito Genovés Aguilar, de la FUSS. Llegamos a Morazán en octubre del 83. Y salimos hasta mayo del 84.

Con rumbo a San Vicente, pasando por San Miguel, Cabañas, Cuscatlán, y de nuevo hacia Chalatenango, a otra reunión de la Comandancia General del FMLN. Esta vez los anfitriones serían los compañeros de las FPL. Luego de la reunión, venimos a dejar a Schafik hasta Nejapa y de ahí nos regresamos a Chalate. Me incorporan a la plantilla de la escuela de las FAL.

El responsable de la escuela era el capitán David. Y en el equipo de coordinación estaban el Choco Mariano, Rodi, Lito (hermano de Octavio) y un “esquimal” de pseudónimo Marcos. Tuve dificultades con el estilo de conducción y me deserte. Conocía el camino de regreso así que pase por Radiola, que era la zona aledaña al lago y que estaba bajo la responsabilidad del capitán Joaquín, hasta llegar al cerro de Guazapa, bajo la conducción de Ramiro.

Hablo con él y le explicó que pasó. Estamos a principios del 85. Me deja quedarme pero como combatiente, ya no como jefe de escuadra. Allá en Chalate, el teniente David en un claro abuso me había quitado mi grado de sargento, cuando el grado no lo puede quitar nadie, es para toda la vida. Combatí con grado de sargento y de jefe de escuadra.

Fíjate que antes no había grados en las FAL, antes me refiero de llegar al frente. Sólo había combatientes y jefes. Ahí en el frente se inicio esa cultura del grado, cuando llegaron los “esquimales” se les otorgó a todos ellos por sus estudios el grado de “capitán” y a los que habían estudiado en Cuba, que era mi caso, recibimos el grado de “sargento.”

Las otras organizaciones nos bromeaban que no teníamos ni tropa para tanta oficialidad. Aunque hoy que me acuerdo hubo un esquimal que fue sargento. Ya cayó, me refiero a Adán, cayó en el kilometro 21 de la troncal del Norte. Dejó un hijo en Rusia. Mi primer grado fue el de cabo. Me acuerdo que Tito como político era capitán también, llegó de San Vicente. No existía la plantilla y después corrigieron. Por ejemplo, Erik el Quemado no tenía grado.

En Guazapa el frente era diferente que en Chalate. En Chalate era tranquilo. Aquí había más movimiento, se operaba diariamente. Para esta hora, alrededor de las cuatro, bajaban las escuadras para regresar a la madrugada, fue el frente más movido, mirá, fue heroico ese cerro, curtido con ganas de vencer…hay mucha historia enterrada en sus vaguadas.

No fuí de la BRAC ni de las Fuerzas Especiales. Integraba la Columna Jacobo Campos Valle, dirigente sindical comunista asesinado. Su hermano estaba en Guazapa. Nos basificamos en Guazapa junto con las Fuerzas Especiales. En el 85 el responsable de la Unidad de Expansión era René Armando. Y se actuaba sobre la zona de San Laureano, el Cortés, Plan del Pino, ya cerca de San Sebastián, Ciudad Delgado. La misión era ir abriendo corredores.

En noviembre del 85 fuimos capturados en San Laureano junto con Alex
(Carlos Alberto). Nos topamos con el ejército que ya empezaba a patrullar la zona porque tenía noticias que nosotros nos paseábamos por ahí, y nos sorprendieron, nos emboscaron.

Nos enviaron a Mariona. Estuve dos años. Me integre al COPPES. En esa época el responsable de este trabajo era Martín. Y entre los huéspedes de este famoso hotel se encontraban René Armando, El Fuga, El Chispita (Carlos) Alex, Emilio (El Prautico), originario de Las Vueltas en Chalate y el papá de Misael; el Viejo Ricardo Erazo, sindicalista de CEL y originario de Sonsonate, conocido como El Cumpa y que cae en el Volcán, y que salió con la primera fuga.

Formo parte de las Comisiones de Celda, que atendían políticamente a todos los miembros de la celda, además del abastecimiento logístico, alimentos, lo material y captar y resolver cualquier problemática. En una de esas llega el Socorro Jurídico del Arzobispado y asumen mi defensa. En agosto del 87 recibo mi carta de libertad.

Al salir Julio Castro (el Viejo Hilario) de Santa Ana, era el responsable político. Al salir de la cárcel me entero que mi compañera Yamileth, que deje preñada en el cerro, era madre ya y puedo conocer a mi hijo Gonzalo, a los 15 días de nacido. Hoy tiene ya 27 años. Me recomiendan enviar a Yamileth para Usulután, porque ella allá tiene familia. Pero decido no hacerlo por el peligro de la represión y nos quedamos en San Salvador.

Empezamos a activar junto con la UNTS. Ingresamos a CODYDES. Y la Iglesia Luterana nos ayudaba. En 1988 me vuelven a capturar. La Policía de Hacienda me dio seguimiento. Y me interrogaron sobre mis vínculos con el PCS y la UNTS. Dijeron que ya me conocían. Hasta me sacaron en una campaña publicitaria llamada ¡Que no te enganchen! Me pusieron “Sargento Emiliano baja del cerro”. Ya me conocían, y nos tenían ubicados, después de mi captura mataron a cinco compañeros de la zona.

Al mes salí. El Guardión me fue a traer. Edito me dio refugio en la FUSS que quedaba en el Edificio Marenco. Y me tocó buscar a Julio Salinas de nuevo para orientarme. Esta vez me envió para México, semanas antes de la Ofensiva. En el 91 estuve en Cuba, ahí vi al Viga, Carlos Castaneda, que hoy es viceministro. Me aconsejo que todavía no regresara.

Lo hice después de los Acuerdos de Paz para desmovilizarme en la Ciudadela Guillermo Ungo, junto con mis compañeros. Pude terminar la guerra. Y tuve el orgullo en 1994 de haber sido activista en la campaña de Schafik para Alcalde de San Salvador. Y hasta aquí dejémosla. Seguimos en otra ocasión.-

“Y la hierba se movía…”Entrevista con El Chiri, fundador del Grupo Musical El Indio

SAN SALVADOR, 14 de enero de 2013 (SIEP). La música contagiosa de El Indio acompañó las luchas combativas de los sectores populares urbanos salvadoreños de finales de los ochenta del siglo pasado. En los momentos de mayor represión de la dictadura militar, la música se convirtió en la alegre certeza de la victoria popular. Íbamos a vencer.

Y no era la nostálgica música andina ni la ranchera mejicana, era el pulún-pulún de la ciudad enfrentada a la tiranía, era el cumbión, el ritmo de los luchadores que desafiaban la represión y bailaban en los sindicatos y en las calles proclamando abiertamente las victorias guerrilleras del FMLN de esos años.

El baile se transformó en combate. En reto al imperio y sus sirvientes. “Y la hierba se movía…se movía… y Duarte se cagaba…se cagaba…igual que la oligarquía…”

Y uno de sus fundadores fue el legendario Chiri, nacido Jaime Cerna en 1953, que luego de exaltar en la plaza a la guerrilla tenía que regresar a su casa, clandestino, escondiendo el bajo y los timbales, hasta la próxima presentación.

Fueron tiempos heroicos en los que la vida se ofrecía generosa para el triunfo de los ideales revolucionarios. No había mezquindad. A continuación El Chiri, con su característica humildad y fraternidad, nos cuente su historia que es la historia de El Indio y mucho más.

“Ah, imagínate, te voy a explicar cómo es que surgimos, fue por necesidad, como tarea revolucionaria, había que proyectarnos…y surgimos como expresión sindical revolucionaria, en el sindicato de ANDA, yo trabajaba como programador de computadoras, en aquellos tiempos con el lenguaje COBOL…éramos gente organizada, militantes de la Resistencia Nacional…”

“Aunque te voy a contar, venimos de una misma familia… –sus ojos azules irradian luces de complicidad- yo estuve antes organizado con el Partido Comunista, fui de la Juventud Comunista en 1971. ¡Imagínate, hace 42 años!

“Soy originario de Santa Ana, ingresé allá al Centro Universitario de Occidente, a Áreas Comunes, y empecé a reunirme, pero mi responsable era alguien ya mayor, Rafael Quinteros, Don Lito, que era empresario, atendía con su hermana la agencia de granos básicos llamada Tienda Rosita, en la Avenida Jaime Moran. Vivíamos en el mismo barrio, el Barrio Santa Lucía, que entonces estaba lleno de pinos. Me acuerdo que también era del PC, Carlos Olmedo, que era de la escuela de paracaidistas, del Cuerpo de Bomberos y voluntario de la Cruz Roja.

Estudie bachillerato en el INSA, entonces no estaba organizado, era el año 66, pero cuando entre a la U a Áreas Comunes ya estaba organizado. Y logre conseguir una beca clase B, que significaban 150 bolas en 1971. Me acuerdo de esa época del Cacho, que hoy anda con la TR, que ya estudiaba ahí, y con él y otros amigos pasábamos fumando monte en el redondel del Palmar, nos poníamos bien pedo. Elevados…

Ahí participe en mi primer Desfile Bufo, era todo un espectáculo de creatividad artística y de contenido erótico contra el gobierno y la oligarquía, y nadie se salvaba, mucho menos las queridas de los militares, y los gringos imperialistas. Entonábamos orgullosos el himno estudiantil obligado de aquello época. “Gorilas hijos de puta, los estudiante somos vergones…” y al final pinpirinpiripin… ¿te acordás?

En el 72 nos cayó la Jura, mi primera captura, nos dieron una gran verguiada, el siguiente día nos sacaron a la calle amarrados a todos, y ya en la calle nos dejaron libres, esto me hizo perder mi beca en la U…para ese tiempo mi papá era motorista de la ANDA y él se rebuscó…El le manejaba el jeep al Ing. Francisco José Gómez, que era el jefe de la Zona Occidental. El mismo que acaba de verguear el Batallón Presidencial. Mi papá hablo conmigo y me dijo: mire ya no puedo mantenerlo, lo que puede hacer es irse a trabajar a San Salvador. Acepte y me vine. Alquile un cuarto.

Me consiguieron trabajo en el Ministerio de Salud. Como instructor de salud. Mi jefe era Jaime Rodolfo Morales Ehrlich, el hermano de Toño Morales Ehrlich. El de la Junta de Gobierno cuando Duarte. Me correspondía impulsar una campaña financiada por la OPS contra el Mosquito Aedes Aegiptis. Me tocaba andar inspeccionando domicilios y vigilar que las recomendaciones se cumplieran.

Así pase cuatro años, del 72 al 76 y ya no estaba organizado, porque el contacto lo perdí, y en Salud no había sindicato. En el 76 terminó el proyecto. Y me quede sin chamba. Luego conseguí ubicarme en la Droguería Centro Americana, DROCASA, haciendo medicamentos en laboratorio, ahí se hacían las Mejoral, el colirio Eyemo, etc.

En el 78 trasladan al Ing. Gómez a San Salvador como jefe de la Zona Central de ANDA. Fui a verlo y me atendió. Era abril del 78. Me mandó donde el jefe de personal. En mayo ya estaba trabajando. Me tocaba andar repartiendo recibos de agua en las colonias. Y por la noche me dedique a estudiar, hasta me gradué de contador.

Luego conseguí que me pasaran al departamento de procesamiento de datos. Y me gustó. Hice varios cursos, de sistemas numéricos binarios, de programar en RPG-1, Basic Fort, COBOL, etc. Todo esto me sirvió para conocer sobre diferentes generaciones de computadoras. Después me volví digitador…

Con el PRTC…

En el 78 al regresar a ANDA regrese también a la U y entre en contacto con el Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos, el PRTC. Conocí a Humberto Mendoza, que usaba el pseudónimo de José Lorenzana, el se convirtió en mi Responsable. Fíjate que Humberto fue un amigo muy querido y muy respetado, fue el dirigente principal del Movimiento de Liberación Popular.

Y una hija de él, Tatiana Mendoza murió decapitada, el bombazo en Fenastras en el 89 le voló la cabeza…Humberto era un excelente camarada, cherada, jovial, alegre, humilde, fraternal, muy sensible…además muy disciplinado, ordenado, aprendí mucho de él…en esa época mi pseudónimo era Máximo. En la RN fui Max Enrique.

Reingrese a la U en la facultad de Economía, que en ese entonces se encontraba en la Corte de Cuentas, por donde esta ANDES. Ahí alquilaban. Me metí en administración de Empresas. Me acuerdo del número del carnet: ED 71008.

Con el contacto establecido en la U organice en ANDA el Comité de Bases Obreras, CBO, vinculado al PRTC. Durante la semana era empleado de ANDA pero los sábados y domingo visitaba San Esteban Catarina y Cerros de San Pedro en San Vicente para adiestramiento militar. En una de esas visitas me jodí la rodilla. De esa época me acuerdo de Ricardo Cestoni, que era de oficina, de corbata, pero estaba organizado y participaba en acciones. Me acuerdo de Cazaca, que era el responsable de nuestro colectivo, era alto. Otro de apellido Guevara.

Del 79 al 80 nos declaramos en huelga. Y hasta pusimos una bomba en el Edificio Pacífico. Te aclaró que para esa época no era del sindicato, me refiero a la directiva sino solo afiliado, nosotros como CBO éramos clandestinos, y nuestras actividades eran político-militares, acciones de milicias, sabotajes, propaganda armada…

Y tuve la dicha de participar en la gloriosa marcha del 22 de enero de 1980, junto con las Ligas para la Liberación, que era el frente universitario del PRTC. Mi responsable era José, otro José, sequito, daba clase de arme y desarme en Las Cabañas de la U. Ya entonces había trasladado mi residencia para la UES, aquí vivíamos, aquí comíamos, hacíamos política y todo lo que te podas imaginar. A este José lo matan en diciembre de 1980. Un fuerte golpe para todos nosotros.

Y entonces quede sin contacto. En ese momento todos se replegaron, el colectivo se disolvió, todos estaban chiveados, hasta una compañera sequita de nombre Rita se fue y quede en el aire, aislado…esto hace que no participe en la Ofensiva “final” de enero del 81.

Con la RN…

En el 81 me eligen como secretario para el Comité de Recreación y Deporte de ANDA, cargo institucional. Al año siguiente, me eligen para la directiva del sindicato, del SETA, encargado de relaciones. El secretario general era Carlos Zometa. Ya murió, militante de la RN.

En la primera reunión asiste un asesor de Fenastras, de nombre Mario Cabrera, que en ese entonces militaba en la RN y luego se pasó para el ERP. Le pregunto que como está la jugada ahí. Y me responde: -mirá aquí ya están organizados, metéte a un colectivo de la RN. Le respondo: -cachimbón. Y quedo conectado de nuevo.

Me integro a un colectivo. Era un trabajo muy amplio, había varios colectivos. Y en ese momento me ayuda mucho los conocimientos adquiridos con Don Lito porque de lo que se trataba era de instruir ya no en lo militar sino políticamente a decenas de militantes nuevos, darles a conocer la teoría revolucionaria, el marxismo. Don Lito como buen PC me hizo que estudiara filosofía, economía, historia, sociología, nos preparó en el marco teórico y esto me sirvió mucho en este nuevo desafío, para salir adelante.

Me dedicaba exclusivamente al trabajo político, sin responsabilidades militares. Aunque reclutábamos combatientes en el sindicato. La directiva estaba conducida por un colectivo de cuatro compañeros: Zometa ya mencionado, Eduardo, Chanchan y mi persona. Zometa era el responsable, tenía el pseudónimo de Milton. Te aclaro que hay dos Julio Zometa. El asesor era un compañero de apellido Vanegas.

A mí me tocaba atender a cinco colectivos. Hacíamos análisis de la situación política a la luz de documentos bajados por la entonces Comandancia General del FMLN. En los años más peliagudos de la represión, me refiero a los años 82 al 84, le hicimos huevo en la directiva del SETA.

Nace el Grupo El Indio.

En el año 84, platicando con Rodrigo, que era responsable del FMLN y junto con Joaquín, un zarco, le dije: mirá, toquemos en las asambleas del sindicato. Y me respondió: cachimbón, solo los dos. Acordate que yo era responsable de relaciones, y empezamos a tocar los dos con guitarra y a la gente le gustó. Y luego se fueron incorporando otros instrumentos como la Chanchona (con Gerardo Rivas). Empezamos a tocar sin ponernos nombre. Tocábamos los tres.

Desde cipote aprendí a tocar instrumentos musicales. A los 13, 14, 15 años tocaba en el barrio Santa Lucía y en El Palmar. Y pertenecí a la orquesta American Mazariego. Bueno empezamos a tocar en las actividades del sindicato, Joaquín la guitarra y yo la flauta. Tocamos música popular, de los Guaraguao, de Víctor Jara y empiezan a invitarnos para amenizar huelgas, marchas, actos políticos…

Estuvimos acompañando cuanta huelga hubo en ese tiempo: Etiquetas y elásticos, CIRCA, la Búfalo, que ahí trabajó Febe Velásquez…y también una hermana mía. Quedaba en Cuscatancingo. En huelgas de la misma ANDA, del ISSS. Además de grupo musical El Indio era un colectivo político de militantes de la RN.

En las reuniones hacíamos las canciones de manera colectiva o recibíamos colaboraciones, por ejemplo de Juan José Mejía, de la CEL; llegó y nos dijo: aquí les dejo esta canción…era La suavecita…una cumbia…pero nosotros le pusimos otro ritmo y pegó…era de las favoritas…báilala suavecita…o La hierba se movía…o El Guayabo revolucionario.

Otto Guevara nos regaló Canción para ahuyentar a los malos espíritus…hasta estudiantes del centro Universitario de Oriente, en San Miguel nos daban colaboraciones…en realidad era un trabajo de producción artística colectiva cachimbón…aprovecho para agradecerte porque ustedes también en Comunicaciones de la U nos echaron la mano, me acuerdo de la grabación del cassette. Y te acordas que fue el propio Raúl Beltrán el que hizo la grabación, fue su aporte a la revolución. Fíjate que la primera semana sin paja vendimos 1,000 cassettes, en el 87.

En el 85 me echan de ANDA por subversivo. Echan a toda la directiva del sindicato. Echan a todo el sindicato, completo. Perdomo, el actual jefe de la OIE era el presidente de ANDA y decidió “deshacerse” del sindicato. Perdomo nos acusó a 137 afiliados de pertenecer al FMLN. Para ese entonces mi responsable político era Doroteo Gómez Arias.

Me fui a buscarlo, todo triste y al verlo le dije: me echaron a la mierda de ANDA. Y el saltó de alegría, me abrazó y me dijo: vergón…hoy te quedas a tiempo completo para la revolución…de lo que a mí me dan te voy a dar la mitad. A él le decían El Indio por su aspecto.

El fue capturado el 9 de agosto de 1985. A los días lo mataron. Y apareció “muerto” en la Policía Nacional. Me dolió mucho su asesinato. Y así empecé mi trabajo como funcionario de la revolución. A tiempo completo. 24 horas al día pensando, cantando, escribiendo, luchando por la revolución. Tenía estipendio para mi familia. A la casa ya ni llegaba, aunque ya vivía en el cantón El Cabañal, en Colón.

Entonces me pusieron otro responsable para atender mi trabajo, como se estilaba en ese tiempo. En eso consistía estar organizado. Éramos como un eslabón de una gran cadena, la cadena de la revolución. En realidad fueron dos, uno de pseudónimo Braulio que se llamaba Ronald y Rubén Rojas (Roberto Cañas). Después tuvimos a Fidelina, la de Filosofía, como responsable.

Para ese entonces ya éramos cinco: Joaquín, Gerardo, Carlos Morataya, Rafael Zepeda y este servidor. Y entonces en una reunión les dije: en homenaje pongámonos Grupo El Indio. Y empezamos a presentarnos con este nombre. Fíjate que íbamos a los frentes guerrilleros y armábamos tremendos bailongos.

Por esos años viaje a México a una Escuela Política de la RN. Una capacitación sobre comunicaciones y propaganda. Me acuerdo que allá estaba exilado Eliseo Ortiz, que trabajaba en el CECARI. Y estaba el Chino Quan. Estuve también en Nicaragua en una capacitación de manejo de armas y explosivos. Usábamos un polígono de tiro del EPS.

En el 87 me sacan del trabajo del Grupo El Indio. Me clandestinizan, y me sacan para Nicaragua. Ya como parte del Plan Calentamiento, de generar actividades de masas para lo que se llamaba el Momento Insurreccional. Se crea la Comandancia del Frente Metropolitano. Ahí están Gerson, Roberto Cañas. Lo que después fue la Ofensiva de Noviembre del 89. Regreso de Nicaragua en el 88.

Presos en la Guardia Nacional

Y al nomas regresar me caen a la casa. Fue un claro dedazo. Nos llegan a sacar chulones a la Vilma y a mí. Nos secuestra la Guardia Nacional. Vivíamos en El Modelo, en la calle 15 de septiembre.

Y fue la noche del 24 de diciembre de 1988. Pasamos la Navidad bien vergueados…los dos, nos entubaron hasta el año 89. Me tocó recorrer las cárceles de Mariona, Santa Ana y Sonsonate. Tenían miedo los vigilantes, me acuerdo, que se atacaran los penales.

Gracias a los esfuerzos de Félix Ulloa, Omar Pastore y otros logre salir. Fue Omar el que me sacó con un recurso de habeas corpus. Por cierto hoy lo he visto acompañando a Dago en este esfuerzo del MNP. Salí en abril del 89. De la cárcel me fui para el monte. Estuve en Ciudad Barrios, en Texistepeque, en Comasagua, hasta que llegó la Ofensiva de Noviembre del 89.

Alquilamos una casa en la Colonia Santa Marta y empezamos a llenarla con armas, dos barriles de pólvora, 10 mil detonantes, y el mero día 11 hicimos una fiesta, un pachangón y de la fiesta salimos armados a tomarnos la colonia y así incorporarnos a la ofensiva en todo el país.

Lo que no esperábamos y nos sorprendió es que nos hiciera mierda el enemigo, nos dieron con todo, y ya para matarnos logramos que nos sacaran los de la Cruz Roja, y nos llevaron al Sagrado Corazón, allá en la Escalón, con la hermana Hilda. Y para terminar de joder la Vilma andaba preñada. Imagínate. Pero cuando la monjita me vio llegar al refugio me dijo: ay no usted es muy conocido. Y mejor llamó al embajador mexicano.

Al rato apareció el embajador. Don Hermilio López Bassol. Hablamos y esa misma tarde llegó a traernos. Él personalmente nos llevó al aeropuerto y se aseguró que abordáramos el avión y saliéramos del país hacia México. En México nos llevan a un hotel. Dios días después nos está visitando Oscar Fernández y su mujer Ligia.

Nos incorporamos al trabajo de solidaridad. Todo el 90 nos recorrimos la república mexicana. Hicimos un programa llamado “Poemas y canciones” en el que incluíamos canciones nuestras, y poemas de Escobar Velado, de Roque…estuvimos en Puebla, Colima, Cuernavaca, etc.

En el 91 regreso a la patria…trabaje en la secretaría de relaciones internacionales de Fenastras. Junto con Gerardo Díaz, fuimos nosotros los que hicimos las gestiones Para la construcción del edificio del que luego se apodero y lucró Huezo.

En el 92 me incorporo a un proyecto radial, a la radio Cabal, con un programa de radio junto con Mario Maida. Y luego a la radio Clave. Hicimos un programa llamado El Cabal, el luchador de la radio Cabal. Luchador Social, me refiero.

Eso que me preguntas es otro gran rollo…en síntesis: existe a nivel mundial la Colectiva de la Media Luna y su misión es infiltrar las organizaciones y reclutar mujeres así fue que cayó la Colocha…Otro día te lo cuento.

Del 92 al 95 regreso a estudiar en la UES. En el Plan de Filosofía. Nos graduamos en el local de Fenastras. O sea que soy filósofo dicen. Del 98 al 2000 estuve en Fenastras. Luego me dedique a hacer investigaciones sociales. Fíjate que en el 2005 quede ciego…sí, ciego. Me cayó la diabetes. Y ya no pude trabajar. Y me dedique al comercio y a cantar en chupaderos…

En la actualidad colaboro con los programas artísticos que realiza la facultad de derecho de la UES. He regresado a la fuente…y sigo soñando y luchando por los mismos ideales.

El Salvador: contienda social y contienda electoral

Las luchas sociales y populares Marzo estuvo marcado por la celebración de dos grandes acontecimientos: el día internacional de las mujeres y un nuevo aniversario del martirio de Monseñor Romero. En medio de estos acontecimientos transcurrió el 20 aniversario de la Ley de Amnistía, algunas acciones sindicales en contra de la Ley de Asocios Públicos-Privados y la Ley de la Función Pública así como el inicio de una nueva crisis entre la Asamblea Legislativa y la Corte Suprema de Justicia.

La celebración del día internacional de las mujeres tuvo dos vertientes: la convocada por Las Dignas que se concentró en el Parque Cuscatlan y la marcha caravana convocada por la Concertación Feminista Prudencia Ayala. Ambas concluyeron en la Asamblea Legislativa.

Reconocieron Las Dignas que con la entrada en vigor de la Ley de Igualdad, Equidad y Erradicación de la Discriminación contra las Mujeres y la Ley Especial Integral por una Vida Libre de Violencia para las Mujeres se han dado avances importantes a nivel institucional.

No obstante esto, denunciaron que “prevalece un sistema de justicia que promueve la impunidad; la violencia brutal contra mujeres jóvenes; la penalización absoluta del aborto, diversos hechos de violencia simbólica, la expropiación y saqueo de nuestros territorios y la falta de protección y el incumplimiento de los derechos laborales de las trabajadoras.”

Por su parte, la CFPA explicaron que “a partir del 2012, luego que entrarán en vigencia leyes que tienen el mandato de garantizar el ejercicio pleno de los derechos de las mujeres, se genera el reto al Estado de que estas leyes sean aplicadas de manera efectiva para la erradicación de la discriminación y violencia en que las mujeres vivimos cotidianamente.”
Por otra parte, el 10 de marzo el GOES inauguró la cuarta Ciudad Mujer en San Martín, al oriente de San Salvador.

En otro orden, diversas organizaciones defensoras de derechos humanos, incluyendo a IDHUCA y FESPAD, presentaron el 20 de marzo una solicitud para que la Corte Suprema de Justicia declare como inconstitucional la Ley de Amnistía, que fue aprobada hace 20 años y mediante la cual ha predominado la impunidad.

Asimismo el Frente Sindical salvadoreño marchó el 12 de marzo hacia la Embajada de Estados Unidos para exigir a la Embajadora Mari Carmen Aponte que cese sus presiones para aprobar la Ley de Asocio Público-Privado.

Finalmente, centenares de empleados públicos marcharon el 20 de marzo hacia la Asamblea Legislativa para repudiar el proyecto de Ley de la Función Publica, que coarta drásticamente conquistas sindicales y legaliza la flexibilización laboral. La Coordinadora Sindical de los Trabajadores se reveló con esta marcha como un espacio popular con capacidad de convocatoria y de lucha combativa.

Un nuevo round entre la Asamblea Legislativa y la Corte Suprema de Justicia

La decisión de la Asamblea Legislativa de elegir a los magistrados de la Corte de Cuentas sin tomar en cuenta y burlándose de las recomendaciones giradas por la Sala de lo Constitucionales es un nuevo round de una ya prolongada disputa entre estas dos instituciones. Es parte de la recomposición institucional provocada por la llegada al gobierno en 2009 de una alianza entre sectores democráticos y el FMLN.

No obstante que en la pelea anterior en el 2012, al final el FMLN-PDC-PCN y GANA tuvieron que ceder ante el creciente repudio popular, parece que en esta ocasión desean probar de nuevo suertes, a partir de contar entre otros cambios, con la presidencia de la Sala de lo Constitucional.

De esta nueva crisis provocada por el bloque mayoritario de partidos, parece ser que los más afectados serán por una parte, el presidente de la Republica, que de nuevo aparecerá sea como cómplice silencioso de un esfuerzo orientado a romper las reglas de juego del sistema lo que lo debilita frente a su aliado principal o como incapaz de imponer su voluntad y evitar una nueva crisis, y garantizar así un Fomilenio II en un país estable, lo que lo presenta como débil y confundido. Es una frágil posición de perder-perder.

El otro afectado será el candidato presidencial del FMLN, que tendrá de nuevo que separarse de su partido, como ocurrió en el reciente caso de las reformas a la LAIP, donde la presión social le obligo a cambiar discurso, o tendrá que acuerpar la decisión, cargando como candidato con el peso de un craso error político.

Y ya hay costos, ya que mientras Quijano e incluso Saca opinan que debe cumplirse con el fallo, Sánchez Ceren opta por no opinar. Pero tendrá que hacerlo, y en cualquier dirección que lo haga, pagará factura. Es una frágil posición de perder-perder.

Es interesante como la compleja dinámica legislativa, que debería de favorecer al candidato presidencial del FMLN por el peso legislativo de este partido, viene ya en repetidas ocasiones, a favorecer a los candidatos de la derecha Quijano y Saca. Y favorecerá seguramente al candidato de izquierda, Gutiérrez.

Por otra parte, las últimas encuestas revelan con claridad que una segunda vuelta es inevitable y segura, dado el congelamiento numérico de los candidatos del FMLN y de ARENA, lo cual queda ratificado con las últimas encuestas de marzo que ya agregan en un virtual empate triple al candidato del Movimiento de Unidad. Y que pronto posiblemente agregaran al candidato de la coalición CD-MNP-PSD. En este marco las alianzas antes, durante y después de la primera vuelta pasan a jugar un papel estratégico.

La decisiva batalla de Maduro en Venezuela

La historia ha colocado al movimiento revolucionario venezolano en una encrucijada. La perdida de su líder máximo le obliga a someter de nuevo a la consulta popular la continuidad del proyecto bolivariano gestado por Hugo Chávez. Seguramente se lograra la victoria electoral pero no puede negarse que estamos en una nueva etapa del proceso, con nuevos desafíos y nuevas amenazas.

El desenlace del 15 de abril afectará en cuatro escenarios: en primer lugar en el desarrollo del proceso interno de lucha de clases, pero a la vez impactará en la solidaridad con Cuba y los gobiernos vinculados al Alba como Bolivia, Ecuador y Nicaragua; en la cooperación e integración latinoamericana y caribeña, que nos involucra como país; y finalmente, en el papel a nivel internacional de oposición a los imperios y de alianza con Irán, China y Rusia.

No es poco lo que esta en juego y la derecha latinoamericana y los Estados Unidos lo saben. Y no escatimaran esfuerzos y recursos para inclinar la balanza a su favor. Capriles y la derecha venezolana están conscientes de esta situación. Y los revolucionarios venezolanos también.

Panorama electoral

Los cuatro candidatos presidenciales –Sánchez Ceren, Quijano, Saca y quizás Gutiérrez- tendrán que usar de toda su imaginación mediática, para lograr sobrevivir los largos meses de campaña 2013 que les esperan y en los cuales su principal habilidad será la de evitar convertirse en personajes aburridos y previsibles, como ya esta sucediendo.

Parece ser que mientras la obediente fracción proestadounidense de la Administración Funes se ha resignado a cumplir fielmente con la doctrina de neutralidad electoral, y dedicarse a implementar sus proyectos insignia como Fomilenio II, la influyente y audaz fracción probrasileña continua con sus preparativos para irrumpir en la escena electoral y esta vez respaldando a un conocido crítico de este gobierno.

Efectivamente, todo parece indicar que el Partido Social Demócrata (PSD) conducido por el actual Secretario de Vulnerabilidad, Jorge Meléndez, sea aprobado o desaprobado por el TSE, junto con el también socialdemócrata Centro Democrático (CD) van a probar suertes con la Tendencia Revolucionaria y llevar como candidato presidencial a su dirigente máximo, Dagoberto Gutiérrez.

Esta coalición PSD-CD-TR, a la cual podría sumarse la UNDPC, viene a debilitar al FMLN de la misma manera que la candidatura de Saca esta debilitando ya en las encuestas a ARENA. Parece ser que las gestiones realizadas a último minuto y con veinte años de atraso por la dirección del FMLN para atraer a la TR; no dieron los resultados esperados, por la existencia de compromisos previos de la TR con el Proyecto Socialdemócrata.

Con la candidatura de Dagoberto el proyecto socialdemócrata se fortalece ya que gana un político de altos quilates y ojala que el movimiento popular no pierda a uno de sus principales impulsores. El tiempo nos dirá si en esta alianza van a prevalecer los intereses de la socialdemocracia internacional o los de la revolución, que claramente no son los mismos.

Es de notar que Dagoberto llega debilitado a esta alianza ya que su proyecto de partido MNP no pudo lograr las firmas exigidas para su inscripción. Y tendrán que buscar posada con la franquicia del CD. Pero también es de reconocer que es actualmente el más brillante pensador de izquierda salvadoreño. Es también significativo que este esfuerzo es el cruce histórico de sectores con raíces en los antiguos ERP, PDC y PCS.

El presidente Funes por su parte, decidió resucitar este 15 de marzo al Movimiento Ciudadano por el Cambio, ente creado en mayo de 2010 en Apaneca, pero que nunca cuajó. Y parece marcar así su separación de la Unidad Nacional por la Defensa y Profundización de los Cambios, UNDPC.

Sánchez Ceren y Quijano, por su parte, continúan desarrollando una campaña electoral de corte tradicional y se encuentran empantanados con las benditas encuestas. Las aguas electorales están llegando a su nivel. Posiblemente este mes lleguen a su nivel.

Los dueños del país (la banca colombiana en El Salvador)

Los cinco principales bancos en (y no de) El Salvador han cosechado suculentas ganancias durante el 2012, seis años después de ser absorbidos por el capital internacional. Estamos hablando del Banco Agrícola; del Scotiabank, anteriormente Banco de Comercio; del Citibank, anteriormente Banco Cuscatlan; del Davivienda, anteriormente HSBC y originalmente Banco Salvadoreño; y del Banco de América Central.

El Banco Agrícola, que es el número uno y propiedad del Bancolombia, reportó a la Superintendencia del Sistema Financiero activos en el orden de $ 3,833 millones, con un patrimonio de $ 598.5 millones y una línea de crédito que ascendió a $2,574 millones. A noviembre de 2010 sus activos ascendían a $3,776 millones y a noviembre de 2011 bajó a $3,599 millones. En el 2012 logra recuperarse.

El Scotiabank, en el segundo lugar, y de capital canadiense, reportó activos por $1,951 millones, un patrimonio de $228.4 y créditos por $1,421. A noviembre de 2010 contaba con activos en el orden de $2,221 y a noviembre de 2011 bajó a 1,867 millones. Ocupaba entonces el tercer lugar en el ranking bancario.

El Citibank, en tercer lugar y de capital estadounidense reportó activos por $1,877 millones, un patrimonio de 317.7 y créditos por 1,119. A noviembre de 2010 poseía activos por $2,221 millones y a noviembre de 2011 bajó a 1,976 millones, y ocupaba el segundo lugar en el ranking bancario.

Davivienda, en cuarto lugar y de capital colombiano, reportó activos por $1,865 millones, un patrimonio de $283.6 y créditos por $1,236. A finales de 2010 como HSBC, de capital inglés, poseía activos en el orden de $1,885.6 millones.

El BAC, quinto lugar y propiedad del grupo financiero colombiano Aval reportó activos por $1,376 millones, un patrimonio de $160.2 y créditos por $909.2. A finales de 2010, como BAC-Credomatic poseía activos por $1,216 millones.

En el ranking bancario centroamericano, el hoy colombiano Banco Agrícola es el único que logra colarse en el listado de los primeros quince puestos. En el 2008 ocupó el puesto numero siete, con activos por $3,817 millones, en el 2009 se mantuvo en el puesto siete, en el 2010 en el puesto diez, mientras que el año 2012 se colocó en el puesto once, con $3,833 millones. El ranking esta casi monopolizado por instituciones bancarias panameñas, ocho de los quince puestos encabezados en el 2008 por el Banco General y en el 2012 por el HSBC Panamá.-

DESDE LA PATRIA DE MONSEÑOR ROMERO PROCLAMAMOS AL MUNDO A SAN HUGO DE AMERICA, PATRONO DE NUESTRA PATRIA GRANDE LATINOAMERICANA-CARIBEÑA

SAN HUGO DE AMERICA Aristóteles, en su sicología racional, nos dice que el humano, a diferencia de los animales irracionales, nace sin instintos. Según él, todos nosotros y nosotras nacemos apenas con un cuasi instinto, que él llamaba sindéresis, el cual, en forma vaga y general, nos dice que debemos evitar el mal y hacer el bien pero sin especificar, con claridad, cuál es ese bien que debemos hacer y cuál es ese mal que debemos evitar.

El ser humano, por lo tanto, norma su vida, su conducta, por hábitos que adquiere en su etapa de formación y a lo largo de su vida. A los malos hábitos Aristóteles los llamaba vicios y a los buenos hábitos, virtudes. Esta es la razón por la cual al ser humano, en el proceso de adquisición de las virtudes que le ayudarán al buen vivir, le es muy útil y, posiblemente indispensable, contar con el ejemplo de personas que, en forma heroica, han practicado virtudes esenciales para el buen vivir. Esas son personas que se convierten en seres paradigmáticos y nos invitan a emularlos para, así, ir adquiriendo también nosotros esas virtudes esenciales, que nos inmunicen contra los vicios o anti-valores de la cultura burguesa-imperial-capitalista, que tantos estragos está ocasionando al mundo, amenazando, incluso, con la desaparición de nuestra propia especie.

En el mundo occidental, se usa la “canonización” como medio de señalar a personas dignas de ser emuladas por el nivel de heroísmo y riesgo con que asumieron la revolución que Jesús trajo a este mundo, la de cambiar la cultura burguesa-imperial, caracterizada por la codicia, la injusticia, la desigualdad, la exclusión, el racismo, más guerra, sufrimiento, muerte, destrucción e insolidaridad.

Jesús, obviamente, no solo desafía la cultura dominante de su tiempo, la que Él llama el reino de este mundo. Él nos propone una alternativa que llama “el Reino de Dios aquí en la Tierra”, este reino que Jesús proclama se caracteriza por la equidad, la igualdad, la tolerancia, la justicia, la no violencia, la inclusión, el amor, la solidaridad y la paz.
Este reino de Dios aquí en la Tierra es el que el mundo ha anhelado y sigue anhelando con cada vez mayor urgencia. Pero el mensaje de Jesús realmente no ha sido difundido adecuadamente, mediante el ejemplo y la palabra.

La alta jerarquía de la iglesia ha pretendido apropiarse de Jesús a quien, en verdad, y generalmente hablando, no ha ni comprendido, ni aceptado, ni seguido. Pero Jesús es patrimonio de la humanidad, no pertenece solo a los curas, obispos y mucho menos al Vaticano o a su tan justamente cuestionada Curia Romana. Tampoco pertenece exclusivamente a católicos, cristianos, en general y gente que tiene fe explicita en la existencia de Dios.
Pertenece también a los que se dicen agnósticos o ateos. Nosotros creemos que no podemos seguir permitiendo que la iglesia que, en todo caso, es una institución disfuncional, siga pretendiendo asumir, con exclusividad, el derecho de señalar quienes son los verdaderos revolucionarios que todos debemos emular, esos que aun sin darse cuenta, son, o han sido, seguidores de Jesús.

Es por esto que nosotros, los integrantes del Capitulo nicaragüense de En Defensa de la Humanidad, acompañados de diferentes organizaciones de obreros, campesinos, etnias, mujeres, además de personalidades de la sociedad nicaragüense, espiritual y socialmente comprometidas, entre quienes habemos sacerdotes, cristianos de diferentes denominaciones, musulmanes y representantes de todas cuantas creencias religiosas puedan existir en nuestro país, como también de agnósticos y ateos, hemos decidido lo siguiente:

1. Dejar claramente establecido que todos nosotros y nosotras amamos a Jesús de Nazaret y lo consideramos como el primero y más grande revolucionario de todos los tiempos.
2. Afirmar que el mundo necesita conocer más a Jesús y saber qué es lo que la fidelidad a Él y a Su memoria significa hoy en día en nuestros respectivos países y latitudes.
3. Expresar que América Latina y el Caribe están, hoy, viviendo los mejores años de su historia debido a que hoy son muchos los gobernantes, presidentes y jefes de gobierno, que realmente representan los intereses y legítimos derechos de sus pueblos, pobres y muy pobres en su inmensa mayoría. Que consideramos que todos estos son los santos retoños del Héroe Mundial de la Solidaridad, Fidel Castro Ruz, de la heroica y siempre solidaria hermana república de Cuba.
4. Y, por lo tanto, tomando en cuenta que el Comandante Presidente Hugo Rafael Chávez Frías de la República Bolivariana de Venezuela, vivió en absoluta fidelidad a Jesús de Nazaret, entregando su vida entera a los más pobres, desposeídos y excluidos por la rapaz y diabólica cultura burguesa-imperial-capitalista y que, de esta forma, nos enseñó cómo es que hay que seguir a Jesús en estos días, nosotros, llenos de amor, fe y esperanza,

5. DECLARAMOS al Comandante Presidente San Hugo de América y Patrono de nuestra Patria Grande, latinoamericana-caribeña

Los abajo firmantes lo hacen en nombre propio y, si fuere el caso, en nombre también de todas las y los miembros que integran las organizaciones que presiden o representan.

Rev. Ricardo Cornejo, pastor de Iglesia Luterana Popular
Presidente
Capítulo salvadoreño de:
En Defensa de la Humanidad

Junta Directiva
Licda. María Isabel Villegas Asociación Cristiana de Mujeres
Sra. Vilma Hernández Unidad de Vendedoras Tinecas de San Martín
Sra. Donna Rockholm Cornejo (Maestra)
Sra. Reyna Villatorro Comunidad Las Victorias
Rev. Roberto Pineda, Asociación Cristiana de Jóvenes
Rev. Alex Orantes, Iglesia Bautista Cordero de Dios de Atiquizaya
Pastor Efraín Cerna. Iglesia Luterana de Guaymango
Lic. Guillermo Campos Docente de Filosofía de Universidad de El Salvador

DERES Y LIDERESAS DIRIGENTE DEL MOVIMIENTO SOCIAL
SALVADOREÑO.

Diputado Santiago Flores del FMLN
Francisco García Dirigente Sindical y Coordinador de CONPHAS
Carlos Rodríguez Dirigente Campesino ANTA
Leonardo Peña Vía Campesina El Salvador
Mario Chávez Dirigente Comunal CORDECOM
Delmy Chávez Dirigente de la Campanera
Isai Arevalo Dirigente de la Universidad Nacional de El Salvador – Sociólogo.
Martín Montoya Dirigente del Movimiento de Vendedores Informales
Israel Montano Coordinador de la CIRAC-ANDES 21 de Junio
Wilfredo Berríos Líder del Frente Sindical Salvadoreño
Miguel Ángel Orellana ASICOSAM
Mario Francisco Aguirre Cornejo ABODEL
Ennio Luna Profesor de la UES Psicología
Lic. Carlos Garcia Lider de Mov. de Nejapa

San Salvador, El Salvador, 24 de marzo de 2013

Para adherirse a este pronunciamiento comunicarse con
Rev. Ricardo Cornejo
COFEVI
6 Ave. Norte No. 1622 Col. La Rabida San Salvador, El Salvador
Teléfono 503- 7022-7443
Correo electrónico: Ordonez@integra.com.sv

Reforma universitaria y revolución

17 de octubre de 1959 Estimados compañeros, buenas noches,Tengo que pedir disculpas al calificado público asistente por la demora en la iniciación de este acto, que es culpa mía y del tiempo que ha estado muy mal en todo el camino, y hemos tenido que parar en Bayamo.

Es muy interesante para mí venir a hablar de uno de los problemas que ha tocado más de cerca a las juventudes estudiosas de todo el mundo; venir a hablar aquí, en una Universidad revolucionaria, y precisamente en una de las más revolucionarias ciudades de Cuba.

El tema es sumamente vasto; tanto es así que varios conferencistas han podido desarrollar diferentes facetas de él. En mi condición de luchador, me interesa analizar precisamente los deberes revolucionarios del estudiantado en relación con la Universidad. Y para eso tenemos que precisar bien qué es un estudiante, a qué clase social pertenece, y si tiene algo que lo defina como entidad o como núcleo, o si simplemente responde en sus reacciones, a las reacciones generales de las diferentes clases a que puede pertenecer. Y entonces nos encontramos con que el estudiante universitario es precisamente el reflejo de la Universidad que lo aloja, porque ya hay limitaciones que pueden ser de diferentes tipos, pero que finalmente son limitaciones económicas que hacen que el estudiantado pertenezca a una clase social donde sus problemas no sus problemas económicos no son tan grandes como en otras; pertenece por lo general a la clase media, no aquí en Oriente, en Santiago de Cuba, sino en todo Cuba, y podemos decir que en toda América. Hay naturalmente excepciones todos las conocemos; hay individuos de extraordinaria capacidad que pueden luchar contra un medio adverso con una tenacidad ejemplar y llegar a adquirir su título universitario. Pero en general, el estudiante universitario pertenece a la clase media y refleja los anhelos e intereses de esa clase; aunque muchas veces, precisamente en momentos como ahora, la llama vitalizadora de la revolución puede llevarlo a posiciones más extremas. Y eso es lo que tratamos de analizar en estos momentos: las tendencias generales de la Universidad respondiendo al núcleo social del cual sale, y sus deberes revolucionarios para con la comunidad entera.

Porque la Universidad es la gran responsable del triunfo o la derrota, en la parte técnica, de este gran experimento social y económico que se está llevando a cabo en Cuba. Hemos iniciado leyes que transforman profundamente el sistema social imperante: se han liquidado casi de un plumazo los latifundios, se ha cambiado el sistema tributario, se está por cambiar el sistema arancelario, se están creando incluso cooperativas de trabajo industriales; es decir, toda una serie de fenómenos nuevos, que traen aparejados instituciones nuevas, están floreciendo en Cuba. Y todo ese inmenso trabajo lo hemos iniciado solamente con buena voluntad, con el convencimiento de que estamos siguiendo un camino verdadero y justo, pero sin contar con los elementos técnicos necesarios para hacer las cosas perfectamente.

Y no contamos con ellos porque precisamente estamos innovando, y esta institución que es la Universidad estaba orientada a dar a la sociedad toda una serie de profesionales que encajaban dentro del gran cuadro de las necesidades del país en la época anterior. había necesidad de muchos abogados, de médicos; ingenieros civiles había menos, y otras carreras seguían así. Pero nos encontramos de pronto con que necesitamos maestros agrícolas, ingenieros agrónomos, ingenieros químicos, industriales; físicos, incluso matemáticos, y no hay. En algunos casos no existe siquiera la carrera; en otros, está ocupada por un pequeño número de estudiantes que han visto la necesidad de empezar a estudiar cosas nuevas, o simplemente han caído allí porque no había lugar en otra escuela, o porque querían estudiar y no había nada que les gustara exactamente. En fin, no hay una dirección estatal para llenar todos los claros que estamos viendo que existen en la tecnificación de nuestra Revolución.

Y eso nos lleva al centro preciso del problema universitario en cuanto puede tener de conflictivo, en cuanto pueden tener de agresivo, si ustedes quieren, los planteamientos que voy a hacer. Porque el único que puede, en este momento, precisar con alguna certeza cuál va a ser el número de estudiantes necesarios y cómo van a ser dirigidos esos estudiantes de las distintas carreras de la Universidad, es el Estado. Nadie más que él lo puede hacer; por cualquier organismo, por cualquier instituto que sea, pero tiene que ser un instituto que domine completamente todas las diferentes líneas de la producción y esté al tanto también de las proyecciones de la planificación del Gobierno Revolucionario.

Grandes materias que son la base del triunfo de países más avanzados, como las matemáticas superiores y la estadística, prácticamente no existen en Cuba. Para empezar a hacer estadísticas de lo que necesitamos, nos encontramos con que no tenemos estadísticos, con que hay que importarlos, o buscar algunas personas que han desarrollado su especialidad en otros lugares. este es el nudo central del problema; si el Estado es el único organismo o el único ente capaz de dictaminar con algún grado de certeza cuáles son las necesidades del país, evidentemente, el Estado tiene que tener participación en el gobierno de la Universidad. Hay quejas violentas contra ello; incluso se levantan entre las candidaturas estudiantiles en La Habana, casi como cuestión de principio, la intervención o la no intervención del Estado, la pérdida de la autonomía, como llaman los estudiantes. Pero hay que definir exactamente qué significa autonomía. Si autonomía significa solamente que haya que cumplir una serie de requisitos previos para que un hombre armado entre en el recinto universitario para cumplir cualquier función que la Ley le asigne, eso no tiene importancia; no es ese el centro del problema, y todo el mundo está de acuerdo en que esa clase de autonomía se mantenga. Pero si hoy significara autonomía que un gobierno universitario desligado de las grandes líneas del Gobierno Central es decir: un pequeño Estado dentro del Estado ha de tomar los presupuestos que el Gobierno le dé y ha de trabajar sobre ellos, ordenarlos y distribuirlos en la forma que mejor le parezca, nosotros consideramos que es una actitud falsa. Es una actitud falsa precisamente porque la Universidad se está desligando de la vida entera del país, porque se está enclaustrando y convirtiéndose en una especie de castillo de marfil alejado de las realizaciones prácticas de la Revolución. Y además porque van a seguir mandando a nuestra República una serie enorme de abogados que no se necesitan, de médicos que incluso no se necesitan en la cantidad en que en estos momentos están ingresando, o de toda una serie de profesiones, por lo menos cuyos programas deben ser revisados para adaptarlos.

Surge entonces, frente a esta encrucijada de dos caminos o siglos, el levantamiento de grupos más o menos importantes, de sectores estudiantiles que consideran como la peor palabra del mundo la intervención estatal o la pérdida de la autonomía. En ese momento, esos sectores estudiantiles, lo digo con responsabilidad y sin ánimo de herir a nadie, están cumpliendo quizá el deber de la clase a que pertenecen, pero están olvidando los deberes revolucionarios, están olvidando los deberes contraídos en la lucha con la gran masa de obreros y campesinos que pusieron sus cuerpos, su sudor y su sangre al lado de los estudiantes en cada una de las batallas que se libraron en todos los frentes del país para llegar a esta gran solución que fue el primero de enero.

Y esta es una actitud sumamente peligrosa. No hoy, no hoy porque no se han definido todavía los campos, porque todavía hay mucha gente que aun herida en sus intereses económicos, cree que la Revolución ha sido un acierto, gente que tiene la virtud de ver mucho más lejos que donde alcanza su bolsillo y ve los intereses de la patria. Pero todo ese pequeño problema, que gira en torno a la palabra autonomía, tiene correlaciones e interrelaciones que van aún mucho más lejos que en nuestra Isla. Desde afuera se van tendiendo las grandes líneas estratégicas encargadas de aglutinar a todos los que sienten que han perdido algo con esta Revolución; no a los esbirros, no a los malversadores o a los miembros del anterior Gobierno, sino a los que quedándose al margen, o incluso apoyando en alguna forma este Gobierno, sienten que han quedado atrás o que han perdido algún bien económico. Toda esta gente está dispersa en distintas capas sociales, y puede manifestar su descontento con toda libertad en el momento que quiera; pero la tarea a que está encaminada en este momento la reacción nacional e internacional es aglutinar todas las fuerzas descontentas contra el Gobierno, y constituirlas en un conglomerado sólido para tener ese frente interno necesario a sus planes de invasión o depresión económica, o quién sabe cuál será.

Y la Universidad, dando batallas a veces feroces, luchando encarnizadamente en torno a la palabra autonomía, como naturalmente luchando encarnizadamente en torno a cuestiones de menor importancia como es la elección de los líderes estudiantiles, están creando precisamente el campo para que se siembre con toda fertilidad esa simiente que tanto anhelan sembrar los reaccionarios. Y este lugar, este lugar que ha sido en las luchas vanguardia del pueblo, puede convertirse en un factor de retroceso si no se incorpora a las grandes líneas del Gobierno Revolucionario.

Y lo que digo no es un análisis teórico de la cuestión ni una opinión festinada; es que esto es lo que ha pasado en la América entera, y los ejemplos podrían abundar considerablemente. Recuerdo en este momento el ejemplo patético de la Universidad de Guatemala que fue, como las Universidades cubanas, vanguardia del pueblo en la lucha popular contra los regímenes dictatoriales, y después, en el Gobierno de Arévalo primero, pero sobre todo en el Gobierno de Arbenz se fueron transformando en focos decididos de lucha contra el régimen democrático. Defendían precisamente lo mismo que ahora se está defendiendo: la autonomía universitaria, el derecho sagrado de un grupo de personas a decidir sobre asuntos fundamentales de la Nación, aun contra los intereses mismos de la Nación. Y en esa lucha ciega y estéril, la Universidad se fue transformando, de vanguardia de las fuerzas populares, en arma de lucha de la reacción guatemalteca. Fue necesaria la invasión de Castillo Armas, la quema en un acto público de un vandalismo medioeval de todos los libros que hablaran de temas que fueran mal vistos por el pequeño sátrapa guatemalteco, para que la Universidad reaccionara y volviera a tomar su lugar de lucha entre las fuerzas populares. Pero el camino perdido había sido extraordinariamente grande, y Guatemala hoy está, como ustedes lo saben, saliendo a medias de aquella situación caótica y buscando de nuevo, entre tropiezo y tropiezo, una vida institucional de acuerdo con las normas democráticas. Ese es un ejemplo palpitante, que todos ustedes recuerdan porque pertenece a la historia de estos días.

Pero es que podríamos ir mucho más lejos en el análisis de la gran conquista de la reforma universitaria del dieciocho que precisamente se gestó en mi país de origen y en la provincia a la cual pertenezco, que es Córdoba; y podríamos analizar la personalidad de la mayoría de aquellos combativos estudiantes que dieron la gran batalla por la autonomía universitaria frente a los gobiernos conservadores que en esa época gobernaban casi todos los países de América. Yo no quiero citar nombres para no provocar incluso polémicas internacionales; quisiera, que ustedes tomaran el libro de Gabriel del Maso, por ejemplo, donde estudia a fondo la reforma universitaria, buscarán en ese índice los nombres de todos aquellos grandes artífices de la reforma y buscarán hoy cuál es la actitud política, buscarán qué es lo que han sido en la vida pública de los países a que pertenecen, y se encontrarán con sorpresas extraordinarias, con las mismas sorpresas con que me encontré yo, cuando creyendo en la autonomía universitaria como factor esencial del adelanto de los pueblos, hice ese análisis que les aconsejo hacer a ustedes. Las figuras más negras de la reacción, las más hipócritas y peligrosas porque hablan un lenguaje democrático y practican sistemáticamente la traición, fueron las que apoyaron, y muchas veces las que aparecen como figuras propulsoras en sus países de aquella reforma universitaria. Y aquí entre nosotros, investiguen también al autor del libro porque también habrá sorpresas por allí.

Todo esto se lo decía para alentarlos precisamente sobre la actitud del estudiantado. Y más que en ningún lugar en Santiago, donde tantos estudiantes han dado su vida y tantos otros pertenecen a nuestro Ejército Rebelde. Nosotros, como tenemos un ejército que es popular y dignidad, a nadie le preguntamos cuál es su actitud política frente a determinados hechos concretos; cuál es su religión, su manera de pensar. Eso depende de la conciencia de cada individuo. Por eso no les puedo decir cuál será la actitud misma de los miembros del Ejército Rebelde. Espero que entiendan bien las líneas generales del problema y que sean consecuentes con las líneas de la Revolución. Tal vez sí, tal vez no.

Pero estas palabras no van dirigidas a ellos, una minoría, sino a la gran masa estudiantil, a todos los que componen este núcleo. Yo recuerdo que tuve una pequeña conversación con algunos de ustedes hace varios meses, y les recomendaba entrar en contacto con el pueblo, no llegar al pueblo como llega una dama aristocrática a dar una moneda, la moneda del saber o la moneda de una ayuda cualquiera, sino como miembro revolucionario de la gran legión que hoy gobierna a Cuba, a poner el hombro en las cosas prácticas del país, en las cosas que permitan incluso a cada profesional aumentar su caudal de conocimiento y unir, a todas las cosas interesantes que aprendieron en las aulas, las quizás mucho más interesantes que aprenden construyendo en los verdaderos campos de batalla de la gran lucha por la construcción del país.

Es evidente que uno de los grandes deberes de la Universidad es hacer sus prácticas profesionales en el seno del pueblo, y es evidente también que para hacer esas prácticas organizadamente en el seno del pueblo necesitan el concurso orientador y planificador de algún organismo estatal que esté directamente vinculado a ese pueblo, o incluso de mucho más de un organismo estatal, pues actualmente para hacer cualquier obra en cualquier lugar de la república, se ponen en contacto tres, cuatro o más organismos, y se está iniciando recién en el país la tarea de planificar el trabajo y de no dilapidar esfuerzos.

Pero centralizando el tema en el estudio, en el derecho a estudiar y en el derecho a elegir una carrera de acuerdo con una vocación, nos tropezamos siempre con el mismo problema: ¿Quién tiene derecho a limitar la vocación de un estudiante por una orden precisa estatal? ¿Quién tiene derecho a decir que solamente pueden salir 10 abogados por año y deben salir 100 químicos industriales? Eso es dictadura, y está bien: es dictadura. Pero ¿es la dictadura de las circunstancias la misma dictadura que existía antes en forma de examen de ingreso o en forma de matrículas, o en forma de exámenes que fueran eliminando los menos capaces? Es nada más que cambiar la orientación del estudio. El sistema en este caso permanece idéntico, porque lo que se hacía antes es tratar de dar los profesionales que iban a salir a la lucha por la vida en las diferentes ramas del saber. Hoy se cambian por cualquier método: examen de ingreso, o una calificación previa; en fin, el método es lo de menos. Y se trata de llevarlo hacia los caminos que la Revolución entiende que son necesarios para poder seguir adelante con nuestra tarea técnica. Y creo que eso no puede provocar reacciones. Y salta a la vista que la integración de la Universidad con el Gobierno Revolucionario no debe provocar reacciones.

No queremos aquí esconder las palabras y tratar de explicar que no, que eso no es pérdida de autonomía, que en realidad no es nada más que una integración más sólida, como la es. Pero esa integración más sólida significa pérdida de la autonomía, y esa pérdida de autonomía es necesaria a la Nación entera. Por tanto, tarde o temprano, si la Revolución continúa en sus líneas generales, encontrará las formas de lograr todos los profesionales que necesita. Si la Universidad se cierra en sus claustros y sigue en la tarea de lanzar abogados, o toda una serie de carreras que no son tan necesarias en este momento (no vayan a pensar que la he agarrado especialmente con los abogados); si sigue en esa tarea, pues tendrán que formar algún otro tipo de organismo técnico. Ya se está pensando en La Habana en hacer un Instituto Técnico de Cultura Superior que dé precisamente una serie de estas carreras, instituto que tendrá una organización diferente a la Universidad quizás, y que puede convertirse, si la incomprensión avanza, en un rival de la Universidad o la Universidad en una rival de esa nueva institución que se piensa crear en la lucha por monopolizar algo que no se puede monopolizar porque es patrimonio del pueblo entero, como es la cultura.

También esas cosas que se están creando en Cuba se han hecho en otros países del mundo, y sobre todo de América. También se han producido esas luchas entre los miembros de organismos, de escuelas técnicas o politécnicas de un grado de cultura por lo general menor y la Universidad. Lo que yo no sé si se ha dicho o si se ha precisado bien claro, es que esa lucha es el reflejo de la lucha entre una clases social que no quiere perder sus privilegios, y una nueva clase o conjunto de clases sociales que están tratando de adquirir sus derechos a la cultura. Y nosotros debemos decirlo para alertar a todos los estudiantes revolucionarios, y para hacerles ver que una lucha de esa clase es sencillamente la expresión de eso que hemos tratado de borrar en Cuba, que es la lucha de clases, y que quien se oponga a que un gran número de estudiantes de extracción humilde adquiera los beneficios de la cultura, está tratando de ejercer un monopolio de clases sobre la misma.

Ahora bien, cuando aquí se hablaba de reformas universitarias, y todo el mundo ha estado de acuerdo en que la reforma universitaria es algo importante y necesario para el país, lo primero que se ha hecho es, por parte de los estudiantes, tomar en cierta manera el control de las casas de estudio, imponer a los profesores una serie de medidas e intervenir en el gobierno de la Universidad en mayor o menos grado. ¿Es correcto? Esa es la expresión de un grupo que ha triunfado, ha triunfado y ha exigido sus derechos después del triunfo. Los profesores algunos por su edad, otros por su mentalidad incluso no participaron en la misma medida en la lucha, y los que lucharon y triunfaron adquirieron ese derecho. Pero yo me pregunto si el Gobierno Revolucionario no luchó y triunfó, y no luchó y triunfó con tanto o más encarnizamiento que cualquier sector aislado de la colectividad porque fue la expresión de la lucha toda del pueblo de Cuba por su liberación. Sin embargo, el Gobierno no ha intervenido en la Universidad, no ha exigido su parte en el festín, porque no considera que esa sea la manera más lógica y honorable de hacer las cosas. Llama simplemente a la realidad a los estudiantes; llama al raciocinio, que es tan importante en momentos revolucionarios, y a la discusión, de la cual surge necesariamente el raciocinio.

Ahora se están discutiendo programas de reforma universitaria y enseguida se vuelve la vista hacia las reformas universitarias del año dieciocho, hacia todos los supersabios que traicionaron su ciencia y su pueblo después pero que en el momento en que lucharon por una cosa noble y necesaria como era la reforma universitaria en aquel momento, no conocían nada de nada, eran simples estudiantes que la hicieron porque era una necesidad. Teorizar, teorizaron después, y teorizaron cuando ya tenían un sentido malévolo de lo que habían hecho. ¿Por qué nosotros tenemos entonces que ir a buscar la reforma universitaria en lo que se ha hecho en otros lados? ¿Por qué no tomar aquello sino simplemente como información adicional a los grandes problemas nuestros, que son los que tenemos que contemplar por sobre todas las cosas, a los problemas que existen aquí, que son problemas de una revolución triunfante con una serie de gobiernos muy poderosos, hostiles que nos atacan, nos acosan económicamente y a veces también militarmente; que riegan de propaganda por todo el mundo una serie de patrañas sobre este Gobierno, de un Gobierno que ha hecho la reforma agraria en la misma manera que yo aconsejo hacer la reforma universitaria, mirando hacia adelante pero no hacia atrás, tomando como simples jalones lo que se había hecho en otras partes del mundo, pero analizando la situación de nuestro propio campesino; que ha hecho una reforma fiscal y una reforma arancelaria, y que está ahora en la gran tarea de la industrialización del país, de este país de donde hay que sacar entonces los materiales necesarios para hacer nuestra reforma; de un país donde se reúnen los obreros que no han logrado todas las reivindicaciones y que aspiraron y lógicamente aspiran, y resuelven, en asambleas multitudinarias y por unanimidad, dar una parte de su sueldo para construir económicamente al país; de un Gobierno Revolucionario que lleva como bandera de lucha a la Reforma Agraria, y que la ha impulsado de una punta a la otra de la Isla, y que constantemente sufre porque no tiene los técnicos necesarios para hacerla, y porque la buena voluntad y el trabajo no suple sino en parte esa deficiencia, y porque cada uno de nosotros debemos volver sobre nuestros pasos constantemente y aprender sobre el error cometido, que es aprender sobre el sacrificio de la Nación.

Y cuando tratamos de buscar a quien lógicamente nos debe apoyar, a la Universidad; para que nos dé los técnicos, para que se acople a la gran marcha del Gobierno Revolucionario, a la gran marcha del pueblo hacia su futuro, nos encontramos con que luchas intestinas y discusiones bizantinas están mermando la capacidad de estos centros de estudios para cumplir con su deber de la hora. Por eso es que aprovechamos este momento para decir nuestras verdades quizás agrias, quizás en algunas cosas injustas, muy molestas quizás para mucha gente, pero que transmite el pensamiento de un Gobierno Revolucionario honesto, que no trata de ocupar o de vencer una institución que no es su enemiga, sino que debe ser su aliada y su más íntima y eficaz colaboradora; y que busca precisamente a los estudiantes porque nunca un estudiante revolucionario puede ser, no enemigo, ni siquiera adversario del Gobierno que representamos; porque estamos tratando en cada momento de que la juventud estudiosa, aúne al saber que ha logrado en las aulas el entusiasmo creador del pueblo entero de la República y se incorpore al gran ejército de los que hacen, dejando de lado esta pequeña patrulla de los que solamente dicen.

Por todo eso he venido aquí, más que a dar una conferencia, a presentar algunos puntos polémicos, y a llamar, naturalmente, a la discusión, todo lo agria, todo lo violenta que se quiera, pero siempre saludable en un régimen democrático, a la explicación de cada uno de los hechos, al análisis de lo que está sucediendo en el país, y al análisis de lo que sucedió con los que mantuvieron las posiciones que hoy mantienen algunos núcleos estudiantiles.

Y para finalizar, un recuerdo a los estudiantes interesados en estos problemas de la reforma universitaria: investiguen la vida futura, futura pero ya pasada, desde el momento en que se inició la reforma del dieciocho hasta ahora; investiguen la vida de cada uno de aquellos artífices de la reforma. Les aseguro que es interesante. Nada más.

La conformación histórica de una memoriosa institución original

Los militares, los diplomáticos, todos los profesionales dan mayor valor a la historia de la institución a la que pertenecen que los profesores universitarios a la historia de la universidad en general y a la de aquélla en la que trabajan, afirma Buarque (1993: 82), quien sostiene que ese desprecio resulta en parte de la visión departamentalizada que ve a la curiosidad histórica como una obligación de historiadores, así como un exotismo extravagante y poco serio cuando la desempeñan docentes de otras áreas. Ese desprecio por la historia, afirma el autor citado, dificulta la comprensión y la superación de la crisis actual. Coincidiendo con ese punto de vista, desde nuestra preocupación por el futuro, comenzamos por una mirada al pasado.

La Universidad Hispanoamericana

Suele hablarse de la Universidad Latinoamericana. Pero, cuando se mira a la historia, una división se impone. En la sección americana del imperio portugués la universidad realmente no existió, mientras que, en la América que fuera conquistada por los españoles, la universidad es una institución cuya trayectoria de más de cuatro siglos se inicia con la conquista misma, y se vio profundamente alterada por una “revolución”, el Movimiento de la Reforma Universitaria, que se desencadenó cuando en Brasil la universidad, en sentido propio, todavía no existía.

“En América Latina y el Caribe, la Universidad fue creada antes que el resto de la educación y, por muchísimo tiempo, fue la única institución que impartió enseñanza postsecundaria. A menos de medio siglo del descubrimiento, cuando ‘aún olía a pólvora y todavía se trataba de limpiar las armas y herrar los caballos’, según la frase del cronista Vázquez, se establece en Santo Domingo, en 1538, la primera Universidad del Nuevo Mundo.” (Tünnerman, 1996: 17) En 1551 se crean las Universidades de San Marcos de Lima y de México, cuando todavía no había ninguna en lo que sería los Estados Unidos. “A la época en que Harvard fue fundada (1636) América Latina contaba con 13 Universidades, que llegaron a 31 al producirse la independencia.” (ídem)

Entre las potencias coloniales europeas, la prioridad acordada a la fundación de universidades en tierras colonizadas constituye una verdadera excepción española. Portugal, por el contrario, consideró a la obligación de estudiar en la metrópoli, impuesta a quienes quisieran acceder a la universidad y hubieran nacido en las colonias, como un sustento de la dependencia de estas últimas. (Steger, 1974: 103-104, 156)

Pero, aunque las creaciones formales de universidades fueron más de 30, algunas no pasaron de lo nominal, y se ha dicho que sólo se puede reconocer nivel acorde al nombre a unas pocas que incluyen las de México, Lima, Córdoba y Santiago de Chile.

“Las universidades llegaron a América […] como un producto experimentado y surgido del contexto histórico europeo. Fueron transplantadas y recibidas aquí junto con el poder real y con la cruz. Unas fueron autorizadas por el Papa, como las de Santo Domingo, Bogotá y Quito; otras por el Rey, como en los casos de las Universidades de México, Lima y Santiago de la Paz (Santo Domingo). Al igual que en Europa, su tierra de origen, la universidad americana quedó colocada desde su propia instalación en el Nuevo Mundo entre los poderes eclesiástico y real. Pero, a diferencia de las viejas universidades europeas, ella nació de la voluntad de esos poderes antes que desarrollarse ‘contra ellos’, como ocurrió en París, Oxford o Bolonia.

En efecto, en esos lugares, al igual que en Salamanca o Alcalá, las autoridades daban su aval a congregaciones previamente establecidas; reconocían meramente a una societas o ayuntamiento que preexistía a su sanción por parte del poder. Podía ser una congregación de alumnos, como fue en Bolonia, de doctores y maestros, como en París, o de ambos, como quizás fue el caso de Salamanca. Al decir de Le Goff, estas corporaciones se organizaron lentamente, mediante conquistas sucesivas. Los estatutos que reciben sólo vienen a sancionar esas conquistas; no las crean por anticipado como ocurriría, en cambio, en el caso de la universidad americana. En seguida, las viejas universidades europeas adquieren su autonomía luchando ‘contra los poderes eclesiásticos tanto como contra los poderes laicos’ [Le Goff]. Por el contrario, en el Nuevo Mundo, las universidades son importadas y su establecimiento es otorgado desde arriba y desde fuera, por un acto administrativo.” (Brunner, 1990:14-15)

Lo que se importa, por decisión de los poderes laicos y religiosos, es pues una institución cuya idea de universidad responde al modelo medieval europeo.

Más concretamente: “Salamanca y Alcalá de Henares, las dos universidades españolas más famosas de la época, fueron los modelos que inspiraron las fundaciones universitarias en el Nuevo Mundo.” (Tünnerman, 1999: 14) La primera de todas, en Santo Domingo, respondió al modelo de “convento-universidad” de Alcalá, universidad centralmente preocupada por la teología, cuyo rector era también el prior del convento, y con mayor independencia del poder civil. Salamanca en cambio, la primera universidad de España, se vinculó en sus orígenes con la idea de servicio a la nación, o más bien a la monarquía. “Las dos fundaciones universitarias más importantes del período colonial, Lima y México, ambas de 1551, fueron creadas por iniciativa de la corona y tuvieron el carácter de universidades mayores, reales y pontificias. Su influencia en las restantes universidades del Nuevo Mundo fue decisiva. Sus constituciones y estatutos, inspirados en la tradición salamantina hasta en los menores detalles, fueron adoptados o copiados por muchas otras universidades del continente. En su trayectoria evolucionaron hasta constituirse en ‘universidades del virreinato’, y son las precursoras de las universidades nacionales de América Latina. Santo Domingo, en cambio, puede considerarse como el antecedente de las universidades católicas o privadas.” (Idem: 17-18)

Importa detenerse todavía en las características de los modelos y en la evolución posterior de las copias.

Se ha sostenido que ya en el siglo XIII las universidades en tierras españolas se caracterizaban por su estrecha relación con las monarquías de sus respectivos territorios: de acuerdo a la posición que Alfonso el Sabio asignó a Salamanca, cada una disponía del monopolio docente en un territorio determinado y estaban bajo la directa autoridad real. Cabe pues calificarlas de universidades estatales. (Steger, 1974: 160) Este “modelo salamantino” orientó a tres de las seis universidades hispanoamericanas fundadas en el siglo XVI, las de México, Lima y Santiago de la Paz, esta última la segunda establecida en tierras dominicanas, y en oposición a la ya existente. Como ya se observó, las otras tres universidades las de Santo Tomás de Aquino en Santo Domingo, Bogotá y Quito respondían al modelo de Alcalá; este último devino hegemónico, tanto en España como en América a partir del desencadenamiento de la Contrarreforma, sobrepasando la influencia original de las pautas culturales de Salamanca, universidad que había tenido un espíritu más abierto, dispuesto incluso a aceptar las enseñanzas de Copérnico. Así, un cierto talante humanista habría caracterizado los primeros tiempos de la Universidad de México. Pero ello no duró: más allá de las diferencias de origen y de estructura de los diversos establecimientos, la importación de la universidad a la América Hispana tiene lugar en el clima espiritual de la Contrarreforma; la institución debe formar los nuevos grupos dirigentes y ser un puntal de la “conquista espiritual”. (Steger, 1974: 163-164) Este propósito lo ilustra elocuentemente el impulso fundacional de los jesuitas, que en el breve lapso que va de 1622 a 1625 establecieron seis universidades en América del Sur (Idem: 182).

Esa institución importada tuvo, como sus modelos originales, un carácter unitario: “La estructura académica de la Universidad colonial respondió a una concepción y a un propósito muy definidos, lo que le permitió ser una institución unitaria. Se organizó como una totalidad y no como un simple agregado de partes, con una visión propia del mundo, del hombre y la sociedad.” (Tünnerman, 1996: 18)

Se ha destacado asimismo “la pretensión de la universidad colonial de autogobernarse mediante la acción de sus claustros, pretensión que constituye un antecedente importante de la autonomía universitaria, de la cual la universidad colonial jamás llegó a disfrutar plenamente. También debemos recordar la participación estudiantil en el claustro de consiliarios de algunas de estas universidades, así como el derecho a votar en el discernimiento de las cátedras de que disfrutaron sus alumnos, preciosos antecedentes de la co-gestión universitaria, que constituye una de las características de la universidad latinoamericana.” (Tünnerman, 1999: 22) Este rasgo se vincula también a la tradición original de Salamanca, que incorporaba rasgos propios de la “universidad de estudiantes” según el modelo de Bolonia, por oposición al de París, “universidad de profesores”; así, los estudiantes de la Universidad de México intervenían en la designación de los docentes, pero en ese caso como en los otros el dominio de la institución correspondía a los profesores y a la disciplina religiosa (Steger, 1974: 160-161, 201).

Ahora bien, en el Viejo Mundo, la Universidad fue una creación colectiva original. Pero su evolución histórica la mantuvo al margen de las corrientes culturales más renovadoras de la época en que la misma fue transplantada al Nuevo Mundo. El Renacimiento apenas la rozó. La ciencia moderna se creó y desarrolló en otros ámbitos. El libre examen, la experimentación, la atención a la práctica, el programa baconiano de aplicación de la ciencia naciente al progreso humano fueron rasgos especialmente ajenos a la cultura dominante de la España imperial. Su decadencia económica y cultural empezó a gestarse, cuando Colón no ha llegado a América, con la expulsión de los judíos; siguió con la destrucción de la agricultura mora, y se afianzó con el primado de la Inquisición. Es en una de sus versiones más pobres que aquella idea de universidad llegó a estas tierras, para dejar una huella duradera en la corrientes culturales dominantes, ajenas a las ciencias y a las ingenierías, despreciadoras de la tecnología y del trabajo práctico.

Sin desmedro de ciertas diferencias, como conjunto la universidad colonial tuvo “una vida propia del último período de la escolástica”. Incluso un cierto desarrollo de la actividad de investigación durante el siglo XVIII, visto como reflejo hispanoamericano de la Ilustración, tuvo el carácter de “ciencia extrauniversitaria”, basada en instituciones promovidas directamente por la monarquía borbónica y a menudo resistidas desde las universidades, como la Escuela de Minería, la Academia de Pintura y Escultura y el Jardín Botánico de Méxco, que llevaron a Humboldt a decir que se trataba de la ciudad del Nuevo Mundo, Estados Unidos incluidos, con las instituciones científicas más grandes y firmemente fundadas. (Steger, 1974).

La universidad colonial fue una institución de funcionamiento a menudo precario, con grandes problemas para conseguir catedráticos de alto nivel, muy escasa actividad científica y no demasiados alumnos. Sin embargo, no sólo brindó una formación de tipo universitario a un número significativo de personas sino que también preparó a muchos jóvenes de 12 a 17 años, que después no siguieron estudios superiores pero fueron maestros, sacerdotes, funcionarios: “desde su establecimiento, la universidad jugó en América un papel crucial en las ‘luchas por la hegemonía’ social, política y cultural, formando a un sector de las élites superiores y, a la vez, a un número significativo de las intelectuales intermedios e inferiores, al tiempo que por la propia estructura de la sociedad ella se mantenía relativamente alejada del mundo de la producción y de la difusión de las técnicas.” (Brunner, 1990: 16) Ese papel lo jugó contribuyendo al afianzamiento de una estructura donde la “limpieza de sangre” era requisito tanto para un puesto administrativo superior como para la admisión en los últimos exámenes universitarios (Steger, 1974: 203 nota). Todavía en 1805 la Universidad de Quito le negó al brillante estudioso José Mejía un título en derecho por su origen ilegítimo (Idem, 232)

No es de extrañar que la universidad colonial hispanoamericana se mostrara más bien ajena a las luchas por la Independencia. Actuó junto a los grupos dominantes y fue parte destacada de la estructura de poder creada por la conquista, con la cual inició su trayectoria secular.

Distinta fue la historia en la tierras de dominio lusitano. “A diferencia con el resto de América, el Brasil llega a la independencia sin contar con ninguna universidad. […] las universidades de la América española prepararon, durante el período colonial, 150.000 graduados. Se calcula que [… entre 1577 y 1822] tan sólo 2.500 jóvenes nacidos en Brasil siguieron cursos en Coimbra. Verifícase así cuán reducido fue el número de cuadros de nivel superior de que dispuso Brasil para dirigir su vida independiente. Este país recién instituyó sus primeras escuelas de enseñanza superior en la década anterior a la independencia [que tuvo lugar en 1822].” (Ribeiro, 1971: 62) No habrá allí universidad propiamente dicha antes del siglo XX. A esta experiencia nos referiremos especialmente en un capítulo posterior.

En Hispanoamérica, después de la Independencia, parecen coexistir a lo largo del siglo XIX la decadencia de la universidad colonial con los esfuerzos incipientes de las nuevas Repúblicas para crear una institución distinta.

Por un lado, se asiste a la disolución más o menos rápida de la vieja institución, calificada de escolástica, atrasada y rutinaria, que en algunos casos sobrevive de hecho hasta el siglo siguiente y en otros es disuelta, como sucedió con la Universidad de México, calificada por el gobierno que tomó la medida de “inútil, irreformable y perniciosa”. Por otro lado, se crean o se reestructuran universidades que dependen estrechamente del gobierno y, a la vez, tienen una responsabilidad muy amplia en el conjunto del sistema educacional.

Ilustra este doble proceso la clausura de la Universidad de San Felipe, decidida en 1839 por el gobierno chileno, y la creación en 1842 de la Universidad de Chile, ideada y regida por Andrés Bello. Alrededor del 75% de sus graduados entre 1844 y 1879 fueron licenciados de la Facultad de Leyes y Ciencias Políticas, mientras que en la institución precedente los grados otorgados en filosofía y teología fueron más que los de leyes. No en balde se ha dicho que la de Chile fue el modelo de la “universidad de abogados”, típica del siglo XIX latinoamericano. “La universidad que forma profesionalmente al ‘abogado’ (estudios de carreras), incorporada al antiguo ideal iluminista del ‘Estado docente’, encierra gracias a la acción de Andrés Bello los elementos decisivos para la configuración de una idea del Estado que será característica de la América Latina del siglo XIX”, dice Steger (1974: 291), cuyo último capítulo se titula precisamente “La ‘universidad de abogados’ en el siglo XIX”.

En este período “la carrera de abogado se transforma con el advenimiento de las repúblicas independientes en el principal canal de socialización y acceso hacia las élites políticas nacionales, asegurando a la vez la formación requerida para poder ocupar posiciones dentro del aparato de gobierno a las cuales se llegaba, habitualmente, mediante el patrocinio familiar o político.” (Brunner, 1990: 19)

Al aparato estatal, y a sus vértices, se llega por entonces también por la fuerza de las armas. El continente vive bajo gobiernos de generales y abogados, que pueden preocuparse o no de la educación en general, pero de cuyo campo de atención suelen estar muy lejos la ciencia, la tecnología y sus conexiones con el desarrollo de la producción.

En 1821 se crea la Universidad de Buenos Aires; en 1826 surgen, como reestructuraciones, la Universidad Central de Venezuela y la Universidad Central del Departamento del Ecuador; en 1849 culmina la instalación formal de la Universidad del Uruguay. Estas instituciones nuevas o renovadas se vinculan a un cometido esencial atribuido al sector público, el de desempeñarse como “Estado docente”, responsable de la educación nacional. Se esbozaba así una nueva idea de universidad , la “universidad nacional”, o republicana, cuya misión era promover la educación en todos los niveles, formar profesionales y en particular los cuadros del sector público, e impulsar el cultivo de las disciplinas académicas. (Brunner, 1990: 18-20)

En los hechos, lo definitorio de este modelo institucional para la educación superior fue su orientación profesionalista: “Una característica importante de las universidades latinoamericanas fue siempre el predominio de las escuelas profesionales de derecho, medicina, ingeniería y de las academias militares. En Europa, estas escuelas profesionales generalmente están situadas fuera de las universidades o por lo menos se organizan de forma independiente del núcleo académico central, normalmente orientado para la educación general, las humanidades y las ciencias básicas. Sin embargo, la educación superior en América Latina, desde sus inicios, fue definida casi siempre como sinónimo de educación para las profesiones. De esta manera, alguna calidad fue preservada en las mejores escuelas de ingeniería y medicina; mas también fue un factor de resistencia a las innovaciones oriundas de los nuevos grupos sociales que aspiraban a una educación superior más accesible, a la abertura de nuevas disciplinas y a las tentativas de mudanza provenientes de gobiernos y movimientos reformistas.” (Schwartzman, 1996: 31-32)

La universidad republicana conservó la enorme gravitación sobre el conjunto de la enseñanza que caracterizó a la institución desde su origen colonial, y que sólo gradualmente se irá modificando. Así por ejemplo, en el Uruguay, el reglamento de instalación de 1849 “confió a la Universidad Mayor de la República, la totalidad de las ramas de la enseñanza, erigiendo así el monopolio estatal de la educación. Hasta 1877 al sancionarse la Ley de Educación Común la enseñanza primaria continuará dentro de la Universidad; recién en 1934 se le segregará la enseñanza media.” (Paris, 1969: 163)

Ahora bien, en esa misión de la universidad republicana y pese a esfuerzos sostenidos de varios pioneros, las modernas ciencias de la naturaleza apenas si encontrarán un lugar de destaque. Esta tendencia vio facilitado su influjo por el modelo que inspiró a la “universidad republicana” y, a su vez, gravitó tanto en lo que de ese patrón inspirador se priorizó como en lo que se dejó a un lado.

Como bien se sabe, la Universidad republicana se estructuró de acuerdo al denominado “modelo napoleónico”. La expresión designa a la forma organizacional de la educación superior francesa durante el siglo XIX. Conviene recapitular sus principales rasgos.

“La enseñanza superior francesa, luego de la Revolución y por un período de cien años (1793-1986), no fue más que un sistema de escuelas superiores autárquicas que no respondían al nombre de universidad, organizadas como un servicio público nacional tal como la enseñanza primaria, la secundaria y la normal. Entre 1806 y 1808, Napoleón implantó un vasto monopolio educacional buscando unificar políticamente y uniformizar culturalmente al archipiélago de provincias, en una nueva entidad cohesionada, la Francia republicana.

Su núcleo básico estuvo formado por las escuelas autónomas de derecho, medicina, farmacia, letras y ciencias; separadamente se estructuraron la Escuela Politécnica, destinada a la formación de los cuadros técnicos y la Escuela Normal Superior, encargada de crear los educadores que actuarían como difusores, en toda la nación, de la nueva cultura erudita de base científica.

No es cierto que el seccionamiento de la universidad francesa la haya llevado a la decadencia. En los cuarenta años que siguieron a la reforma napoleónica, Francia conoció el mayor período de florecimiento intelectual y científico de su historia.

La nueva universidad se implantó como contraposición a la antigua; las inclinaciones nominalmente humanistas del pasado fueron sustituidas por un nuevo humanismo fundado en la ciencia, comprometido con la problemática nacional, con la defensa de los derechos humanos y empeñado en absorber y difundir el nuevo saber científico y tecnológico en que se basaba la revolución industrial.

La tradición universitaria anterior sería sustituida en ese proceso transformador por una burocracia racional, selectiva e impersonal, con sus defectos de rutina y formalismo que hicieron cada vez más difícil mantener e incentivar la creatividad cultural.

Recién bajo la Tercera República, en 1896, se reorganizaron algunas de estas escuelas dispersas constituyéndose primero, en un corpus de facultades autárquicas, y después -bajo el nombre de Universidad – en una federación de unidades independientes. Quedaron separadas del conjunto la Escuela Politécnica, la Escuela Normal Superior, el Colegio de Francia, el Institut y el Museo de Historia Nacional, a los cuales se agregarían más recientemente, el Museo del Hombre y el Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS).

De este modo, los órganos de enseñanza quedaron aislados de las entidades de cultivo del saber y de práctica de la ciencia.” (Ribeiro, 1971: 34)

Ahora bien, esa estructura académica francesa que emerge a comienzos del siglo XIX, a medida que éste se vaya desarrollando, resultará sensiblemente menos eficiente que la adoptada en Alemania, a la que nos referiremos más adelante. Fue la primera, sin embargo, la que se importó a nuestro continente, sumando defectos de la copia al original, pues si bien se imitó una parte del mismo, el sistema de facultades autárquicas, mucho menos se hizo por montar una estructura de investigación, de la que el original por cierto no carecía. En conjunto, ésta es otra huella duradera de la historia: “El modelo inspirador de las universidades latinoamericanas de hoy fue el patrón francés de la universidad napoleónica que, en realidad, no era universidad sino un conglomerado de escuelas autárquicas.” (Ribeiro, 1971: 70)

Parecería haber en verdad una tensión entre ese modelo y la noción anteriormente predominante de la universidad como institución unitaria, en la cual esta última, si se mantiene en las formas, va perdiendo terreno en los hechos ante la consolidación de una institucionalidad caracterizable como una confederación más o menos laxa de escuelas profesionales. En Uruguay, a partir de 1900, la tensión se expresó como una áspera contraposición entre dos corrientes universitarias, cuyo enfrentamiento derivó a la prensa y al parlamento. Este aprobó en 1908 una Ley Orgánica que, en líneas generales, consagraba la primacía de la corriente “descentralizadora”, al despojar al Rector y al Consejo Universitario de gran parte de sus funciones orientadoras tradicionales; la corriente opuesta afirmó que con ello casi se suprimía a la Universidad. (Paris, 1969: 169) La “federación de Facultades” así establecida sobrevivió a todos los avatares que vivió el Uruguay durante el siglo XX.

Notemos de paso que, si la mencionada Ley Orgánica se inscribía en el marco de la primera gran transformación institucional de la Universidad en el ámbito latinoamericano, de una institución unitaria a un modelo a la francesa, también anunciaba la segunda gran transformación que habría de vivir la Universidad Hispanoamericana: “Por otra parte, ese Estatuto de 1908 consagró, por primera vez en una ley orgánica universitaria de América, el principio de la representación estudiantil […] Aunque indirecta, esta representación en los Consejos de Facultad significa una innovación sin precedentes, anticipándose en una década a los postulados reformistas de Córdoba.” (Paris, 1969: 169)

El modelo emergente de la universidad republicana no adversó mayormente sino que más bien consolidó otra característica mayor de la universidad colonial, y de la entera sociedad hispanoamericana: su lejanía de la ciencia. Vale la pena detenerse brevemente en este punto.

En la Europa del siglo XIX, la gran transformación de la universidad “la revolución académica”, según una concepción a la que nos referiremos más adelante la constituyó la emergencia, primero y fundamentalmente en Alemania, de la moderna “universidad de investigación”.

Esa universidad transformada se convirtió en el gran teatro del avance científico, debido a la interacción fecunda entre la investigación y la enseñanza superior, elocuentemente argumentada por Humboldt en términos que mantienen plena vigencia: “la presencia y la cooperación de los alumnos es parte integrante de la labor de investigación, la cual no se realizaría con el mismo éxito si ellos no secundasen al maestro. Caso de que no se congregasen espontánemante en torno suyo, el profesor tendría que buscarlos, para acercarse más a su meta, mediante la combinación de sus propias fuerzas, adiestradas pero precisamente por ello más propensas a la unilateralidad y menos vivaces ya, con las fuerzas jóvenes, más débiles todavía, pero menos parciales, también y afanosamente proyectadas sobre todas las direcciones.” (en Fichte et al , 1959: 210)

El siglo XX ha mostrado acabadamente cuánto más fructífera resulta, tanto para la enseñanza como para la investigación, esa concepción de Humboldt que la alternativa de separar ambas actividades, encomendando la primera labor a las universidades y la segunda a las academias. Ya en 1810 aquél lo había establecido de manera neta: “Cuando se dice que la universidad sólo debe dedicarse a la enseñanza y a la difusión de la ciencia, y la academia, en cambio, a la profundización de ella, se comete, manifiestamente, una injusticia contra la universidad. La profundización de la ciencia se debe tanto a los profesores universitarios como a los académicos, y en Alemania más todavía, y es precisamente la cátedra lo que ha permitido a estos hombres hacer los progresos que han hecho en sus especialidades respectivas. En efecto: la libre exposición oral ante un auditorio entre el que hay siempre un número considerable de cabezas que piensan también juntamente con la del profesor, espolea a quien se halla habituado a esta clase de estudio tanto seguramente como la labor solitaria de la vida del escritor o la organización inconexa de una corporación académica. El progreso de la ciencia es, manifiestamente, más rápido y más vivo en una universidad, donde se desarrolla constantemente y además a cargo de un gran número de cabezas vigorosas, lozanas y juveniles. La ciencia no puede nunca exponerse verdaderamente como tal ciencia sin empezar por asimilársela independientemente, y, en estas condiciones, no sería concebible que, de vez en cuando, e incluso frecuentemente, no se hiciese algún descubrimiento.” (en Fichte et al , 1959: 215-216)

Dicha “revolución académica” se consolidó precisamente durante el período en que el auge de las tecnologías basadas directamente en la ciencia, como la electricidad o la química orgánica, motorizaba una “Segunda Revolución Industrial”, una de cuyas facetas mayores la constituyó “el matrimonio de la ciencia con las artes prácticas”. El “modelo alemán” se reveló así mucho más eficiente que el modelo napoleónico, que asignaba la investigación a organismos separados de la universidad; pero por supuesto, en Francia, tales organismos cumplían una tarea de envergadura. En Hispanoamérica, por el contrario, “no se crearon o no prosperaron las academias e institutos que en Francia asumieron la tarea de promover el adelanto del conocimiento.” (Tünnerman, 1996: 18) La dinámica económica no apuntaba en esa dirección, las ideas predominantes tampoco, y el modelo universitario no casualmente escogido como espejo no paliaba esa carencia mayor.

En Brasil, durante el siglo XIX y comienzos del siguiente, la enseñanza superior quedó a cargo de unas pocas facultades o escuelas profesionales autosuficientes, con un estudiantado muy reducido en términos relativos. La ciencia brasileña, que se institucionalizó durante las primeras décadas del siglo XX, no lo hizo en las instituciones de educación superior, que no tenían lugar para la investigación, sino en centros o institutos especiales que, con sus luces y sus sombras, parecen haber sido de los más exitosos del continente, sobre todo en la generación de conocimientos aplicados; a ello no fue seguramente ajeno el predominio de la ideología positivista en los sectores más modernos. La creación de las universidades, en cambio, es un proceso, al que nos referiremos brevemente más adelante, que no comienza propiamente antes de la tercera década del siglo XX.

Para entonces, ya cobraban fuerza los rasgos que constituirían la originalidad inmensa de la Universidad Hispanoamericana, donde se imbricaron muy conflictivamente una larga tradición y un gran movimiento de renovación. Este se alimentó de los intentos por reformar la enseñanza superior impulsados a lo largo del siglo XIX, durante el cual, como ya se apuntó, cabe decir que se contrapusieron el viejo modelo de la “universidad colonial”, en decadencia pero aún vigente, sobre todo en algunas de las zonas de más antigua colonización y mayor relevancia durante la dominación española, y el modelo de la “universidad republicana”, en dificultoso ascenso, más cerca de los gobiernos pero no sin conflictos con ellos.

“La principal consecuencia de la gran proximidad entre las universidades y el poder tal vez haya sido la intensa politización de los estudiantes y profesores universitarios, que hizo que los choques entre las élites gubernamentales y las académicas fueran constantes y llevaran a formas inesperadas de autonomía universitaria. En la medida en que los proyectos modernizadores eran colocados de lado por los gobernantes, estos eran incorporados por contra-élites que se formaban en los bancos académicos y ensayaban desde temprano la oratoria y la militancia político-partidaria que los llevaría al poder.” (Schwartzman, 1996: 33)

A comienzos del siglo XX, una revolución surgida de adentro de la institución sacudiría a la que pretendía ser la Universidad de la nación y lo era ante todo del patriciado: “La matriz francesa reducida a ese marco colonial resultaría en una universidad patricial, que preparaba a los hijos de los hacendados, de los comerciantes y de los funcionarios para el ejercicio de papeles ennoblecedores o para el desempeño de los cargos político-burocráticos, de regulación y mantenimiento del orden social o de las funciones altamente prestigiadas de profesionales liberales, puestos al servicio de la clase dominante.” (Ribeiro, 1971: 70) Esa muy reducida base social de la matrícula estudiantil preservó el carácter elitista de lo que era la Universidad de la república oligárquica.

“Las sociedades latinoamericanas siempre fueron muy estratificadas, y sus instituciones de educación superior eran probablemente adecuadas, hasta inicios de este siglo, para dar a sus élites la cantidad limitada de educación formal que ellas deseaban. Las tensiones comenzaron a surgir cuando nuevos grupos sociales hijos de inmigrantes, o de clases medias emergentes de las ciudades comenzaron a entrar en el sistema educacional y a percibir que esas instituciones eran demasiado rígidas para expandirse y asumir nuevos roles.” (Schwartzman, 1996: 25) Ello fue así, en particular, en los países donde la convergencia de una inmigración caudalosa y una temprana generalización de la educación pública elemental ese gran proyecto de las naciones nuevas elevó rápidamente el nivel promedial de instrucción.

Así, las dinámicas sociales e ideológicas que fueron minando el orden oligárquico, tan firme todavía hacia 1900, llegarían a infiltrarse en las casas de estudios superiores, desde donde configurarían una de las principales vertientes antioligárquicas de la democratización latinoamericana.
El Movimiento de la Reforma Universitaria

La insurgencia estudiantil

En febrero de 1908 se reunió, en el Teatro Solís de Montevideo, el Primer Congreso Americano de Estudiantes, en el que participaron “la casi totalidad de las asociaciones estudiantiles de América. El temario del Congreso fue denso, encarándose problemas que las Universidades de América Latina habían comenzado a plantearse separadamente: orientaciones pedagógicas en torno a sistemas de exámenes libres o régimen de exoneraciones, estudios libres o de reglamentación obligatoria. Se discutió además todo un programa que proponía estabilizar vínculos comunes, mediante la unificación de programas universitarios continentales, la equivalencia de títulos académicos, el otorgamiento de becas y bolsas de viaje, la celebración de torneos interamericanos destinados a fomentar un intenso contacto cultural. Una vasta acción gremialista, que anticipaba los principios del Reformismo de Córdoba, quedó también definida en el Congreso de Montevideo, abriendo así una etapa de la Universidad Latinoamericana, propiciando un clima de interrelación entre los universitarios de América y estimulando una perspectiva continental para el análisis de problemas comunes.” (Paris, 1969: 170)

El Congreso proclamó su aspiración a la representación estudiantil en la conducción de las universidades, meta ratificada en los siguientes congresos de Buenos Aires (1910) y Lima (1912). Como ya se anotó, en Uruguay a partir de 1908 rigió la llamada representación indirecta, según la cual los estudiantes elegían sus representantes a los Consejos de cada Facultad, los que debían ser egresados de la misma. En 1910, se incluyó a un estudiante con derecho a voz en el Consejo Directivo de la Universidad de México. (Brunner, 1990: 22)

En ese clima, de preocupaciones compartidas y de reivindicaciones comunes, estallará la insurgencia en lo que era una suerte de baluarte sobreviviente de la vieja universidad colonial. “Fundada a comienzos del siglo XVII, la Universidad de Córdoba era a principios del siglo XX uno de los bastiones del clero y del patriciado argentino. De las Universidades argentinas era la más apegada a la herencia colonial. Sobre ella seguía proyectando su sombra su fundador Fray Fernando de Trejo y Sanabria, Obispo de Tucumán. La Compañía de Jesús, que la gobernó en sus orígenes, continuaba, de hecho, rigiendo su pensamiento. Al iniciarse el Movimiento reformista, Argentina contaba con tres Universidades Nacionales (Buenos Aires, Córdoba y La Plata) y dos provinciales (Santa Fe y Tucumán). Buenos Aires y Córdoba eran ‘universidades clásicas’. La de La Plata, de tipo experimental, gracias al empeño de Joaquín V. González que la nacionalizó y reorganizó en 1905, aparecía como una institución más moderna, mejor adaptada a la época. La de Buenos Aires, reducto de la clase alta porteña, se dejaba penetrar por las corrientes liberales, no así la de Córdoba, que era la más cerrada y medieval de todas. Gobernada por consejeros vitalicios y con cátedras casi hereditarias, era el símbolo de lo anacrónico y de una enseñanza autoritaria y esterilizante.” (Tunnerman, 1998: 111-112)

Las insurgencias suelen ocurrir cuando ritmos muy diferentes de cambio exacerban las contradicciones y tornan intolerable lo que hasta entonces era usual. Argentina era, en las primeras décadas del siglo, un país en curso de acelerada y conflictiva modernización económica, política y cultural. Un punto de viraje en su historia lo constituyó el fin del control oligárquico sobre el gobierno, con la llegada a la presidencia en 1916 de Hipólito Yrigoyen.

En 1917, reivindicaciones de los estudiantes cordobeses que protestan por la clausura del internado en el Hospital de Clínicas y también por la forma de provisión de las cátedras no son atendidas. Los estudiantes organizan un Comité Pro-Reforma Universitaria que emite un Manifiesto a la Juventud Argentina: “La Universidad Nacional de Córdoba amenaza ruina, por la labor anticientífica de sus academias, por la ineptitud de sus dirigentes, por su horror al progreso y a la cultura, por sus mal entendidos prestigios y por carecer de autoridad moral. La juventud universitaria no quiere ni puede hacerse cómplice de la catástrofe, quiere que su corazón y su cerebro marchen a la par con el ritmo ascendente y fecundo de los nuevos ideales.” El estancamiento y la inmoralidad, que a su entender prevalecen en la Universidad, llevan al movimiento estudiantil a decretar la huelga general en marzo de 1918. Las autoridades universitarias clausuran la Universidad. La intervención de la misma es decretada por el gobierno nacional en abril, a pedido de los estudiantes. En Buenos Aires se funda la Federación Universitaria Argentina (FUA). El interventor instaura cambios en Córdoba, en cuyo marco deben elegirse nuevas autoridades, pero, según le dicen los estudiantes, “la reforma implantada por usted ha sido defraudada por el juego de las camarillas que resurgen en su esencia”. El 15 de junio los estudiantes interrumpen el acto electoral, ocupan la sala donde está reunida la asamblea de profesores y desconocen la elección del nuevo rector. Se dirigen al Presidente de la República: “Estamos atravesando una época de profunda renovación. La única autoridad que reconoce la colectividad estudiantil es la de ese superior gobierno.” El 21 de junio ve la luz el celebérrimo Manifiesto Liminar “La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sud América”. (Tunnerman, 1998: 112-113; Cúneo, s/f: 278)

Sus autores asumen sin vuelta de hoja lo que han hecho: “Se había obtenido una reforma liberal mediante el sacrificio heroico de una juventud. Se creía haber conquistado una garantía y de la garantía se apoderaban los únicos enemigos de la reforma. En la sombra los jesuitas habían preparado el triunfo de una profunda inmoralidad. Consentirla habría comportado otra traición. A la burla respondimos con la revolución. La mayoría expresaba la suma de la regresión, de la ignorancia y del vicio. Entonces dimos la única lección que cumplía y espantamos para siempre la amenaza del dominio clerical. La sanción moral es nuestra. El derecho también. Aquellos pudieron obtener la sanción jurídica, empotrarse en la ley. No se lo permitimos. Antes de que la iniquidad fuera un acto jurídico irrevocable y completo, nos apoderamos del salón de actos y arrojamos a la canalla, sólo entonces amedrentada, a la vera de los claustros. Que esto es cierto, lo patentiza el hecho de haber, a continuación, sesionado en el propio salón de actos la federación universitaria y de haber firmado mil estudiantes, sobre el mismo pupitre rectoral, la declaración de huelga indefinida.”

El movimiento se extiende a todo el país; la FUA convoca a su primer congreso para analizar una nueva ley universitaria; clausurada por tiempo indeterminado la Universidad de Córdoba, su edificio es tomado para reiniciar las clases bajo dirección estudiantil; 83 estudiantes son detenidos y procesados por sedición; la huelga estudiantil se generaliza y a ella se incorporan algunos sindicatos; en la Cámara de Diputados el socialista Juan B. Justo denuncia que en esa Universidad se enseña todavía un “punto muy peculiar en un país democrático como el nuestro”, los “deberes para con los siervos”; reclama una completa transformación de la institución; el gobierno nacional decreta una nueva intervención, que ejercerá el propio Ministro de Instrucción Pública, reformando los estatutos de la Universidad de modo tal que hace realidad varios reclamos del movimiento reformista; nuevas autoridades son electas y se reinician los cursos; en la Universidad de Buenos Aires, el filósofo Alejandro Korn es electo Decano de Filosofía y Letras con el voto estudiantil. (Tunnerman, 1998: 114; Cúneo, s/f: 280)

El conflicto ha terminado: como se ve, sólo una combinación muy peculiar de circunstancias posibilitó la conjunción improbable y casi teatral de audaces desafíos, proclamas inflamadas y acontecimientos dramáticos con reclamos razonables, evolución sin mayor violencia y desenlace feliz. Pero ello era sólo el principio de la historia: la toma de la Bastilla fue, en realidad, un pequeño tumulto que superó a la pequeña guarnición de una prisión ya sin presos pero emblemática, sugiriendo así que cambios grandes no eran imposibles. El Movimiento de la Reforma Universitaria, MRU, se extenderá por casi todo el continente, a situaciones similares o muy diferentes, y dando lugar a desarrollos muy variados, pero que tendrán en común tanto el panorama general de la Universidad Hispanoamericana como el vigor del cuestionamiento, en sociedades en pleno proceso de masificación modernizadora, al orden oligárquico en general o a sus remanentes.

En este sentido, bien dice Tunnerman (1998: 114) que “se trató de un movimiento latinoamericano que surgió en la Argentina, al darse allí una serie de factores que precipitaron su irrupción, y no de una proyección latinoamericana de un fenómeno argentino.” Sin desmedro de ello, notaríamos que la especificidad argentina fue fundamental para que el episodio de Córdoba resultara a la vez dramático y exitoso, motivo nada menor de su enorme impacto.

Del país de origen el movimiento se extendió rápidamente.

Repercutió ante todo en Perú: “En 1919, los estudiantes de San Marcos acogieron el ideario de la Reforma de Córdoba. Al año siguiente, el primer Congreso Nacional de Estudiantes, reunido en Cuzco, adoptó una resolución de gran trascendencia para el Movimiento: la creación de las ‘Universidades Populares González Prada’, uno de los mejores aportes del reformismo peruano. En estos centros confraternizaron obreros, estudiantes e intelectuales, ampliándose el radio de influencia de la Reforma”. Las principales aspiraciones estudiantiles fueron aceptadas por el gobierno, y también por la Asamblea Constituyente, aunque luego, como en casi todo el continente, sufrieran los vaivenes impuestos por gobiernos de facto. El reformismo peruano aparece como el más politizado; una de sus vertientes condujo a la fundación del APRA, la Alianza Popular Revolucionaria Americana, por quien fuera Presidente de la Federación de Estudiantes, Víctor Raúl Haya de la Torre; la vertiente marxista fue orientada por José Carlos Mariátegui, de cuyos famosos “Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana” se ha dicho que vincularon a las reformas universitarias con las reformas sociales en general. (Tunnerman, 1998: 115)

A partir de 1920 el reformismo se manifestó con vigor en Chile, Uruguay, Colombia, Guatemala, Ecuador, Bolivia, El Salvador, Cuba, Paraguay.

Se expresó de manera muy específica en el México post-revolucionario, donde en 1929 es aprobada una ley orgánica universitaria que establece la participación de toda la comunidad en el gobierno de las casas de estudios. En el contexto de la muy agitada historia anterior y posterior de la Universidad Nacional (Pallán Figueroa, 1989), “en 1929 y 1933, los estudiantes lucharían por conseguir que su Universidad fuera autónoma de hecho y de derecho, como se había previsto en el dictamen de las comisiones de instrucción pública que precedió a su creación.” (González, 1986: 15)

El movimiento alcazará también a Puerto Rico y al conjunto de Centroamérica. Ya en 1928 recoge adhesiones en medios de la educación superior brasileña. Sufre a menudo la represión y en varios casos debe enfrentar la persecución dictatorial, como en Venezuela, donde el embate reformista de 1928 fue desbaratado por el régimen de Juan Vicente Gómez pero hizo historia: la generación del 28 constituirá una referencia para la democratización venezolana. Su plataforma se va extendiendo al incorporar, según los casos, reivindicaciones sindicales, reclamos democratizadores, consignas antimperialistas. Se encuentra rápidamente con los nacientes movimientos obreros y se vincula con la organización de las izquierdas. Marcado por reiteradas victorias y derrotas, estrechamente vinculadas con los avances y los retrocesos de la democracia en el continente, sus avatares han jalonado la historia latinoamericana. (Tunnerman, 1998: 116-117; Cúneo, s/f: 282-294)

Desde el punto de vista propiamente universitario, el principal logro del MRU lo ha constituido la participación estudiantil en el gobierno de las casas de estudios superiores. Esa reivindicación fundacional fue expresada por el documento de los estudiantes cordobeses con palabras inolvidables, que cada generación de militantes estudiantiles sintió como el eco de su propia voz: “Reclama un gobierno estrictamente democrático y sostiene que el demos universitario, la soberanía, el derecho a darse el gobierno propio radica principalmente en los estudiantes.”

Las trayectorias nacionales del MRU resultaron bastante diferentes, pero su unidad esencial, su proyección latinoamericana y gravitación continental durante largas décadas no están en discusión: “Córdoba llenó el imaginario político-intelectual de la joven generación latinoamericana e inauguró el ciclo heroico de la reforma universitaria, el mismo que se cerró en los ’70, en medio del control militar de las universidades y de la apertura de la enseñanza superior a las dinámicas del mercado.” (Brunner, 1990: 21) En realidad, si bien en un contexto bastante diferente, todavía en los procesos de transición a la democracia de los ’80 en el Sur del continente los movimientos estudiantiles desempeñarán un rol destacado, y las consignas clásicas autonomía y cogobierno tripartito de las universidades públicas formarán parte de plataformas democratizadoras ampliamente respaldadas por la ciudadanía.

El Manifiesto de Córdoba será la fuente doctrinaria de un Movimiento verdaderamente continental, y el punto de referencia compartido por las militancias estudiantiles latinoamericanas durante más de medio siglo. Todavía se escuchan sus ecos en los claustros, en los que ha sido la voz más vigorosa de la tradición idealizada.

La Reforma en la visión de Darcy Ribeiro

Vale la pena citar de forma extensa la apreciación de Darcy Ribeiro tanto sobre el papel histórico de la Reforma de Córdoba en la configuración de la universidad continental como acerca del impacto diferencial de esa “revolución académica” que, a diferencia de otras, surgió desde el interior de la institución. Notemos desde ya que el contenido social que Ribeiro le atribuye a la Reforma es susceptible de cuestionamientos, a los que nos referiremos más adelante.

“La principal fuerza renovadora de la universidad latinoamericana fue el movimiento reformista iniciado en Córdoba en 1918. La verdad, sin embargo, es que el movimiento de reforma precedió a aquel evento y lo sucedió como un esfuerzo deliberado de los cuerpos universitarios, particularmente del estudiantado, de toda la región, especialmente de América hispana, por transfigurar las bases de la vida académica, superando sus contenidos más arcaicos.

El ideario de la Reforma expresado admirablemente en el Manifiesto de Córdoba correspondía como era inevitable al momento histórico en que ella se desencadenó y al contexto social latinoamericano cuyas élites intelectuales empezaban a tomar conciencia del carácter autoperpetuante de su atraso en relación a las otras naciones y de las responsabilidades sociales de la universidad, para reclamar una modernización que las volviese más democráticas, más eficaces y más actuantes hacia la sociedad.

Las características distintivas de las universidades hispano-latinoamericanas provienen del programa de Córdoba. Tal es el cogobierno por el cual se instituyó la representación del estudiantado con derecho a voz y voto, en proporciones variables en los órganos deliberativos de las facultades. Los países en los cuales los estudiantes alcanzaron más alta representación son Argentina, Uruguay, Bolivia, Perú y, más reciente y condicionalmente, México, Venezuela y Colombia. En los demás, esta representación es la principal reivindicación estudiantil, objeto de permanente combate junto con los demás objetivos de la reforma.

Las postulaciones básicas de la Reforma de Córdoba fueron:

1) El cogobierno estudiantil;

2) La autonomía política, docente y administrativa de la universidad;

3) La elección de todos los mandatarios de la universidad por asambleas con representación de los profesores, de los estudiantes y de los egresados.

4) La selección del cuerpo docente a través de concursos públicos que aseguren la amplia libertad de acceso al magisterio;

5) La fijación de mandatos con plazo fijo (cinco años generalmente) para el ejercicio de la docencia, sólo renovables mediante la apreciación de la eficiencia y competencia del profesor;

6) La gratuidad de la enseñanza superior;

7) La asunción por la universidad de responsabilidades políticas frente a la Nación y la defensa de la democracia;

8) La libertad docente;

9) La implantación de cátedras libres y la oportunidad de impartir cursos paralelos al del profesor catedrático, dando a los estudiantes la oportunidad de optar entre ambos;

10) La libre asistencia a las clases.

Además de este decálogo, los estudiantes latinoamericanos lucharon, en los últimos veinte años, por una serie de recomendaciones concernientes a la elevación del nivel de calificación del profesorado y la mejora de las condiciones de enseñanza.

Dada su amplitud y sus ambiciones, este programa sigue siendo la bandera de lucha, tanto de los estudiantes, como de gran parte del profesorado latinoamericano, formado bajo su inspiración. Su piedra de toque es, sin embargo, el régimen del cogobierno, acusado por unos de degradar la universidad, de politizarla y de impedirle el ejercicio de sus funciones esenciales; y apreciado por otros como el gran motivo de orgullo de la universidad hispanoamericana.

Estos dos juicios opuestos coinciden visiblemente con las posturas más reaccionarias y más progresistas, dentro de la universidad. Una apreciación crítica del cogobierno indica que él puede conducirla tanto a deformaciones como a progresos. A deformaciones, porque haciendo de los estudiantes los electores de decanos y rectores pueden llevar a ciertas formas de corrupción. A progresos, porque la presencia de estudiantes en los cuerpos deliberativos presta a éstos una sensibilidad mayor frente a los problemas de la enseñanza, una preocupación más honda por los problemas nacionales y les da una mayor conciencia de las responsabilidades sociales de la universidad.

El cogobierno permitió, por otra parte, enfrentar los intereses mezquinos que frecuentemente se encajan en los cuerpos docentes, cuando éstos son los únicos reglamentadores de sus propias carreras y obligaciones. Esas aserciones se comprueban destacando que las universidades latinoamericanas que más ampliaron las oportunidades de educación ofrecidas a la juventud, las que mayores exigencias introdujeron en la renovación de los mandatos docentes, desfeudalizando las cátedras y desburocratizándolas, son las que contaron con el cogobierno estudiantil.” (Ribeiro, 1971: 85-87)

El movimiento reformista y su contexto

La Reforma configuró decisivamente la personalidad de la universidad hispanoamericana. La clave de la Reforma, a la vez punto nodal de su programa e instrumento para hacer realidad el resto, fue el reclamo del cogobierno estudiantil. En torno a esta idea se configuró el actor central de la Reforma, el movimiento estudiantil, al punto que se puede decir que hubo Movimiento de la Reforma Universitaria porque hubo movimiento estudiantil y viceversa. Más precisamente, el accionar de grupos bastante amplios de estudiantes logró que ciertos postulados de la Reforma ingresaran efectivamente a la agenda reconocida, al debate educativo y más en general político, mientras que la visibilidad pública de tales postulados y su imbricación en un programa relativamente articulado convocaron a contingentes estudiantiles mucho más numerosos que los iniciales, y también con una representación geográfica expandida. En paralelo, el estudiantado fue pasando de “grupo latente” a “actor colectivo” propiamente dicho y una “idea de Universidad” se fue configurando.

Apenas diez años después del estallido de la insurgencia, Mariátegui comentaba: “los estudiantes de toda la América Latina, aunque movidos a la lucha por protestas peculiares de su propia vida, parecen hablar el mismo lenguaje”. Andando el tiempo, ese lenguaje llegará a predominar en el conjunto de las universidades, dándoles un aire de familia que no pasará inadvertido a cualquiera que recorra el continente. La cita la tomamos de Brunner, quien destaca ciertos rasgos medulares del movimiento estudiantil en sus primeros pasos. Entre ellos, su “discurso típicamente generacional perteneciente a una categoría de jóvenes intelectuales, que es lo que eran los hijos de esa clase media en ascenso en sociedades donde todavía predominaba largamente el analfabetismo y donde la incipiente modernidad tenía más que ver con las expectativas e imágenes culturales de esas contraélites emergentes.” Su posición muy particular las impulsaba a buscar un protagonismo colectivo: “En 1918, el movimiento estudiantil emergió de una realidad tan reducida como la que proporcionaban las universidades de la época. Se trataba, en ese caso, de minorías activas e ilustradas en el seno de unas sociedades donde la modernización recién arrancaba y aún subsistía en muchas partes el espíritu colonial, de hacienda, oligárquico, atrasado, con amplias masas campesinas y de población analfabeta.” (Brunner, 1990: 24-25)

El Movimiento de la Reforma Universitaria arraigó con fuerza particular en ciertos países del continente donde lo alimentaban tanto la evolución específica de las universidades como el ascenso de las clases medias y el vigor del movimiento democratizador antioligárquico. Vale la pena transcribir la caracterización que ofrece Halperin (1993: 305-306): “Esa distancia entre una renovación ideológica, a la vez muy ambiciosa y muy imprecisa, y objetivos concretos modestos, pero claros, se manifiesta en un movimiento que es acaso el más característico de la corriente antioligárquica: el de reforma universitaria, que en la primera posguerra se difunde por Latinoamérica a partir de Argentina. El movimiento reformista confiesa la doble inspiración de la revolución rusa y la mexicana; esos ejemplos le animan a luchar por una modificación de los estatutos universitarios que elimine el todo poder de los profesores (reclutados demasiado frecuentemente dentro de cliques que son, a su vez, parte de los sectores oligárquicos) obligándolos a compartir el gobierno con los estudiantes (provenientes en parte creciente de sectores sociales más modestos, aunque sólo excepcionalmente populares). Sin duda, el movimiento de reforma universitaria no agota su eficacia dentro de la Universidad; conduce a una politización permanente del cuerpo estudiantil, que ante la sólo incipiente movilización política de los sectores populares se constituye en más de un país en vocero de los que aún permanecen mudos.”

El impacto ideológico y político del MRU no se limitó a los países o regiones donde las dinámicas internas y externas a la Universidad confluían para propiciar y respaldar la insurgencia estudiantil, sino que se extendió por el continente, precisamente porque el movimiento antioligárquico, con grandes variantes en los tiempos y en los contenidos, fue cobrando fuerza en toda América Latina desde las décadas iniciales del siglo XX. Sin mengua de su heterogeneidad, ese movimiento se fue afirmando con el tránsito de la etapa del “crecimiento hacia afuera”, de base agro-exportadora, a la etapa del “crecimiento hacia adentro”, sustentado en la industrialización y vinculado con la expansión del sector público, de las clases medias urbanas, y de las ideologías vinculadas al movimiento obrero. Se ha dicho que, en la segunda etapa, ciertas facetas comunes económicas, políticas, ideológicas se fueron haciendo cada vez más notorias en la por otra parte irreductible diversidad latinoamericana. Una de tales facetas la constituyó la afirmación de una personalidad universitaria modelada, en medida significativa, por el MRU

Esa etapa estuvo signada por la búsqueda de caminos propios para el desarrollo del continente y, paralelamente, por la afirmación de su personalidad específica. La etapa precedente, el “crecimiento hacia afuera”, supuso, al decir de Halperin, la incorporación al “orden neocolonial”; la dependencia económica y cultural consiguiente generó a comienzos del siglo XX preocupaciones vigorosamente expuestas, que encontraban inspiración en el movimiento independentista anticolonial de cien años antes. Esas corrientes tuvieron una de sus principales fuentes en la insurgencia universitaria: “la Reforma de Córdoba trató de encontrar una respuesta americana a la crisis del momento. El ‘americanismo’ fue otra característica del Movimiento que conviene destacar, así como su denuncia del imperialismo. Ya en el Manifiesto de Junio de 1918, los jóvenes cordobeses aseguran estar viviendo una ‘hora americana’. Había llegado el momento de dejar de respirar aires extranjeros y de intentar la creación de una cultura propia, que no fuera simple reflejo o trasplante de la europea o norteamericana. La juventud, bajo el impacto de la guerra mundial, aspiraba a terminar con el vicio de ‘querer regir la vida americana con mente formada a la europea’. Esta actitud del reformismo merece ser subrayada, pues aun cuando no dio todos los frutos esperados, su vocación de originalidad latinoamericana señaló un rumbo que los actuales procesos de renovación universitaria no deben perder de vista. En su americanismo la juventud expresaba el anhelo de superar todas las formas de dependencia. De ahí que Gabriel del Mazo llegara a decir que la Reforma ‘es uno de los nombres de nuestra Independencia’… de la ‘vieja Independencia, siempre contenida o adulterada, pero siempre pugnante por revivir y purificarse’.” (Tünnerman, 1998: 108)

En el contexto evocado, el programa del MRU coadyuvó a la constitución de un movimiento estudiantil que, más allá de grandes diferencias nacionales en cuanto a su vigor y otras especificidades, tuvo realmente carácter latinoamericano. Podría aventurarse que se trató de una “comunidad imaginada” que compartía una “idea de Universidad” a construir. De la “universidad real” que en gran parte pero sólo en parte aquel programa modeló, de sus limitaciones y contrapuestas posibilidades, nos ocuparemos más adelante.

Sin desconocer pues las distancias entre el ideal y la realidad, siempre grandes y a menudo muy grandes, la historia muestra que la Reforma desbordó su escenario original y contribuyó de manera muy variada por cierto a que, desde cierto ángulo y sin mengua de la diversidad, pueda hablarse, en singular, de la Universidad Latinoamericana. En términos muy simplificados, ésta puede verse como el encuentro de una “revolución académica”, escenificada en la Universidad Hispanoamericana, con una gran dinámica de cambio social que, de una forma u otra, involucró a todo el continente.

La idea clave de esa revolución puede ser resumida así: se trataba de democratizar a la Universidad para convertirla en herramienta de la democratización de la Sociedad.
La universidad brasileña

Creación de conocimientos y educación superior antes de los ’30

Si en Hispanoamérica había cinco universidades ya en el siglo XVI, en la América lusitana las primeras facultades surgieron recién en el siglo XX; otra diferencia cardinal es que, si los españoles fundaron universidades dirigidas por la Iglesia, las primeras facultades establecidas en tierras brasileñas no tenían, en general, carácter religioso, y su orientación profesional era marcada (Oliven, 1992).

La creación de instituciones de enseñanza superior en el Brasil fue promovida, a partir de la instalación de la Corte portuguesa en Río de Janeiro, durante la primera década del siglo XIX. El impulso inicial fue vigoroso y con rasgos destinados a durar. “Una de las primeras medidas adoptadas por el príncipe regente trasladado a Río (que más tarde fue el rey Juan VI) consistió en fundar escuelas para la formación de nuevas promociones que se desempeñarían en la administración, el ejército, la economía y las instituciones sanitarias. El rey desembarcó en Río el 7 de marzo de 1808. Ya antes, el 18 de febrero de 1808, se había firmado el documento fundacional de la Academia de Cirugía de Bahía; el 5 de mayo de 1808 se funda la Academia de Marina; también en 1808 se crea la Escuela de Economía de Bahía; a fines de 1808 (el 5 de noviembre), la de Anatomía y el 25 de enero de 1809, la de Ginecología. En 1810 se crea la Academia Militar. Paralelamente con estas fundaciones se lleva a cabo la organización del Museo Nacional, el Jardín Botánico y la Academia de Bellas Artes. Todas estas instituciones se convirtieron en escuelas profesionales superiores, en el sentido estricto de la palabra. La tradición humanista-literaria de la escuela secundaria ya no encontró ningún correspondiente en las nuevas instituciones de nivel universitario.” (Steger, 1974: 250-251)

El proceso fue orientado, con consecuencias de largo alcance, por la reforma de la Universidad de Coimbra que el Marqués de Pombal realizara en 1772, apuntando a la introducción de una ciencia aplicada, concebida como un saber acerca de la naturaleza dirigido al progreso material, y con la preocupación centrada exclusivamente en la formación técnica. (Mazzilli, 1996: 73) Esa transformación “desde afuera y desde arriba” apuntaba a convertir a la universidad en una institución moderna al servicio del poder del Estado. La reforma pombaliana y el ciclo de fundaciones antes evocado influirán duraderamente en la educación superior brasileña.

La universidad propiamente dicha no surgirá en Brasil hasta el siglo XX. Schwartzman abunda en las razones de esa aparición tardía, que constituye una diferencia medular con la historia de la misma institución en la América Hispánica. Pese a que se plantearon diversas propuestas para la creación de la Universidad en Brasil, ello se demoró porque al “Imperio como a la República en sus primeras décadas le bastaban las escuelas profesionales.” Esa tesitura conjugaría el rechazo de las élites gobernantes a la instauración de una universidad que, de acuerdo al molde clásico ibérico, tendría cierta autonomía y estaría controlada por el clero, con la “falta de amplios sectores de la sociedad que viesen en el desarrollo de la ciencia y en la expansión de la educación el camino de su propio progreso.” (Schwartzman, 1979: 52) En particular, durante el Imperio, lo que hubo fueron “escuelas profesionales, burocratizadas, sin autonomía y totalmente utilitarias en sus fines.” (ídem: 80) Al respecto establece Ribeiro (1971: 62): “Cuando fue proclamada la República (1889), [Brasil] sólo contaba con cinco facultades, dos de Derecho en San Pablo y Recife, dos de Medicina en Bahía y Río de Janeiro y una Politécnica en esta misma ciudad. La matrícula de estos establecimientos era de 2.300 estudiantes.” Oliven (1992: 89) apunta una interpretación similar, sosteniendo que la hegemonía positivista en la República postergó la creación de la universidad, considerada como una institución anacrónica por los positivistas, que priorizaban en cambio la formación técnica profesional.

El énfasis en la educación técnica aplicada, que se destaca especialmente a partir de 1900, fue estimulado por la incipiente industrialización del país, por el predominio mencionado de las ideas positivistas, y por la inspiración original de las antiguas escuelas Militar, de Ingeniería y de Medicina. Sin embargo, como ya se destacó, los institutos de educación superior no ofrecieron un lugar a la naciente comunidad científica brasileña; pero ésta creció en centros creados específicamente para el desarrollo de la investigación en ciertas áreas de gran relevancia práctica. Fue particularmente importante lo que se realizó en materia bacteriológica y de medicina sanitaria (ver Schwartzman, 1979: 119-136). En materia agrícola, se atribuyó prioridad a la investigación ligada a los cultivos de exportación, no a los de la alimentación popular básica (ídem, 142). “Las primeras décadas del siglo XX constituyen, posiblemente, el período de la historia brasileña en el que más se sintió la presencia y el potencial de la ciencia aplicada. En la salud pública, la agricultura, la ingeniería, la geología, conocimientos técnicos son buscados y muchas veces aplicados con éxito. Con esto se relaciona una búsqueda grande de educación especializada y la creación de una serie de instituciones de tipo técnico.” (Idem., 161)

Recapitulemos brevemente. A diferencia de Hispanoamérica, Brasil no tuvo universidad colonial; durante el siglo XIX, el llamado “modelo napoleónico” de la educación superior fue implantado en una versión extrema, la de las escuelas profesionales prácticamente sin vinculaciones entre sí; pero la dimensión del modelo que atiende a la investigación, basado en institutos dedicados integralmente a esa actividad, parece haber tenido bastante más éxito en el caso brasileño que en los países de habla hispana en su conjunto. En estos últimos, las tendencias dominantes apuntaban a desdibujar a la universidad como institución unitaria, mientras que en Brasil, partiendo del otro extremo las facultades o escuelas aisladas, un proceso de signo opuesto, vale decir, de agrupamiento de escuelas profesionales, llevaría a un resultado comparable, la universidad como “confederación de facultades”.

Surgimiento y evolución de la universidad

“En el caso de Brasil, la primera universidad propiamente tal con rectorado que reúne varias facultades, bajo la dirección de un Consejo Universitario no se constituyó sino en 1920, con la creación de la Universidad de Río de Janeiro.” (García Guadilla, 1996a: 66) Dicha universidad fue constituida, por decreto del gobierno federal, mediante la reunión de tres escuelas aisladas que, como se dijo antes, provenían del período monárquico: las Facultades de Derecho y Medicina, y la Escuela Politécnica. Oliven (1992: 90) afirma que uno de los objetivos de dicha creación fue el propósito de otorgar un doctorado Honoris Causa al Rey de Bélgica, que habría de visitar Brasil. En 1927 se constituye la Universidad de Minas Gerais, de acuerdo al mismo modelo. (Mazzilli, 1996: 77).

No se evidencia por entonces mayor preocupación por la creación científica. A partir de los años 30’, diversos sectores que preconizan la inclusión de la investigación entre las funciones universitarias, manejan en ese sentido la expresión “idea de Universidad”. Así se aludía a una concepción específica, según la cual la universidad a la vez genera y transmite saber; la expresión se fue difundiendo a partir de la creación de la Universidad de Berlín, que encarnaba esa concepción, en contraposición al modelo de las Universidades de Oxford y Cambridge, a las que se atribuía sólo las tareas de difundir el saber universal y de formar a las élites.

También en la década de 1930, la influencia del Movimiento de Córdoba se hace sentir en Brasil, a través del llamado Movimiento de Pioneros, cuyas denuncias acerca de la situación de la enseñanza atrajeron la atención de la opinión pública, y cuyos reclamos incluían la incorporación no sólo de la investigación sino también de la extensión a las funciones de la universidad (Mazzilli, 1996: 213)

En la misma década, diversas iniciativas apuntan a la creación de un sistema universitario. Su reglamentación, por vez primera, la establece el Estatuto de las Universidades Brasileñas, decretado por el gobierno federal en 1931. (Mazzilli, 1996: 79) Enseñanza, investigación y también extensión son funciones asignadas a las universidades.

El Estado fija por esa vía un marco reglamentario, centralizado, rígido y poco favorable; en ese contexto fracasa una institución fundada durante 1935 en Río de Janeiro, la Universidad del Distrito Federal, la cual al decir de Darcy Ribeiro (1971: 90) “pareció demasiado radical y fue clausurada por la dictadura.” El proyecto fundacional incluía ideas renovadoras, en particular, la democratización de las decisiones y la participación estudiantil en la conducción de la institución. (Mazzilli, 1996: 84) Oliven (1992: 90-91) indica que la creación de esa universidad, por decreto del Director de Instrucción Pública del Distrito Federal Anísio Teixeira, puede ser vista como una victoria de los educadores liberales, lo que suscitó la crítica de los sectores conservadores de la Iglesia católica y llevó a su clausura en 1939.

Un hito mayor lo constituyó el surgimiento de la Universidad de San Pablo (USP), creada por ley de 1934, que constituyó una apuesta histórica de la élite paulista, recién derrotada en la “Revolución Constitucionalista” por el gobierno central. Tiene como antecedente la formación de la Escuela Libre de Sociología y Política.

“La USP fue una creación de la élite del estado en una época de intensa competencia con el gobierno federal; el objetivo era dotar a San Pablo de un lugar donde sus hijos dilectos pudiesen estudiar además de prepararlos para, a largo plazo, asumir el liderazgo nacional al que el estado estaba destinado, gracias a sus recursos económicos y empresariales. Considerado a una distancia de medio siglo, este proyecto parece haber alcanzado una dosis considerable de éxito.” (Schwartzman, 1996: 47)

La fundación de la USP reivindica, entre otras tesis innovadoras, la autonomía universitaria, que en ese caso fue respetada durante los primeros años de vida de la institución, y contó además con el sostén de un Estado con importantes recursos como San Pablo. Se previó el desarrollo de la extensión universitaria, como función separada de las otras y dedicada a la vulgarización de las ciencias. Desde el punto de vista de la estructura universitaria, se buscó agrupar a la escuelas dispersas en una institución cuya unidad provendría de la labor creativa y formativa de una nueva Facultad, la de Filosofía, Ciencias y Letras.

Con la instalación de la USP puede decirse que empieza una nueva etapa en la historia de la enseñanza superior en el Brasil. A lo largo de la misma, la USP ha jugado un papel central. En ello incidió tanto la riqueza del Estado de San Pablo, capaz de mantener un sistema universitario estatal de alto nivel cuando los demás estados tuvieron que buscar la inserción de sus universidades en el sistema federal, como la concepción inspiradora de la USP, sin paralelo con las otras universidades brasileñas, salvo tal vez la frustrada Universidad del Distrito Federal (Schwartzman,1979: 212). Refiriéndose a esta última dice Ribeiro (1971: 90) que “las mismas ideas básicas inspiraron más tarde la creación de las dos primeras Facultades de Filosofía, Ciencias y Letras, una en San Pablo y la otra en Río de Janeiro, contando ambas con la colaboración de un equipo de profesores extranjeros, principalmente franceses. Estos introdujeron en el país la enseñanza de las ciencias y la formación de investigadores científicos.” La última parte de la afirmación transcrita debe sin embargo ser matizada, pues desde hacía mucho tiempo se formaban científicos en diversos centros de investigación, particularmente en las áreas de la salud, la agricultura, la geología.

Destaca Schwartzman (1979: 197) que la base conceptual sobre la que se creó en 1934 la USP fue el denominador común legado por las discusiones de las décadas precedentes: “una universidad que no sería simplemente una agregación de escuelas profesionales superiores; cuyo eje central o célula mater sería una Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras, donde sería promovida la investigación a tiempo integral, contribuyendo al conocimiento universal, puro y desinteresado, dejando la aplicación de la ciencia a las escuelas profesionales; que sería ampliamente autónoma desde el punto de vista administrativo y académico; que formaría una élite cultural dinámica, capaz de asumir el liderazgo en el proceso de superación del estado de atraso en el que se encontraba el país.” Este papel de la Facultad mencionada, visto como clave para que la nueva institución fuera más que la sumatoria de escuelas profesionales, recogía una antigua reivindicación de la comunidad científica brasileña.

La creación misma de la USP constituyó un proceso rápido, motorizado por un pequeño grupos de personas, vinculadas estrechamente al gobernador del Estado de San Pablo, y con intervención decisiva de este último (Schwartzman, 1979: 200-203). Se trata, parecería, de algo bastante más afín a lo que podríamos calificar de transformación desde afuera y desde arriba, que de una transformación protagonizada por actores colectivos constituidos en el marco de la enseñanza superior.

El artículo 2o. de la ley de creación fijó los fines de la USP: (a) la investigación para el progreso de la ciencia, (b) la enseñanza de los conocimientos que enriquezcan el espíritu o sean útiles para la vida, (c) la formación de especialistas en todas las áreas de la cultura y de técnicos y profesionales en todas las profesiones de base científica o artística, (d) la difusión de las ciencias, las letras y las artes.

Para proveer las cátedras de la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras se procedió a una masiva contratación de investigadores extranjeros, particularmente alemanes, italianos y, sobre todo, franceses. Misiones gubernamentales fueron enviadas con tal propósito a Europa. En la larga lista de los profesores contratados ya para los años 1934-45 figuran nombres de la talla de Fernand Braudel y Claude Lévi-Strauss, por entonces en los inicios de sus carreras. La historia de esta Facultad fue, previsiblemente, compleja; pero se afirma que constituyó efectivamente, en cierto sentido, el alma mater de su universidad, en tanto ambiente académico fundamental para el desarrollo de la investigación de alto nivel en el Brasil. Sin embargo, a diferencia de lo proyectado, ni esa Facultad ni la homónima de Río de Janeiro se transformaron en ejes integradores de sus respectivas universidades, que en gran medida no dejaron de responder al “modelo napoleónico” de la yuxtaposición de escuelas profesionales.

La matrícula en la educación superior avanzó lentamente en las primeras décadas del siglo: “aún en 1940, todo el Brasil contaba sólo con 21.235 estudiantes de nivel superior y recién había aglutinado algunas facultades en seis universidades en proceso de estructuración.” (Ribeiro, 1971:62)

En esa década empieza a constituirse un sistema de enseñanza superior privada católica. Bajo el “Estado Novo” encabezado por Vargas surge, en 1941, la primera institución de ese tipo, la Facultad Católica de Río de Janeiro, transformada en universidad en 1946 (Mazzilli, 1996: 85). Durante la década siguiente se intensificará el debate que opone la enseñanza pública y la enseñanza privada. Paralelamente, el modelo norteamericano de universidad cobra fuerza como vía para una modernización de la enseñanza superior adecuada al proyecto desarrollista.

Las universidades públicas federales correspondían a la jurisdicción del Ministerio de Educación, el que ejercía un control centralizado y una vigilancia que se extendió a las instituciones privadas. En medio de grandes debates sobre la conducción y la estructuración de las universidades, la Ley de Directrices y Bases de la Educación Nacional de 1961 dejó sin embargo a cada institución de educación superior el definir los criterios para la selección de catedráticos y la representación estudiantil en los organismos colegiados. (Mazzilli, 1996: 89)

Las universidades federales ofrecían una enseñanza gratuita, pero extremadamente selectiva debido a los muy competitivos exámenes de ingreso los “vestibulares” que restringían la matrícula, favoreciendo a las clases más adineradas, porque los jóvenes de esas clases eran los que tenían mejores oportunidades de obtener una buena formación en la enseñanza secundaria privada, y consiguientemente acceder a la enseñanza universitaria pública por su desempeño en los “vestibulares”. (Schwartzman,1979: 286)

Con todo, el sistema creció con cierta rápidez: había 15 universidades en 1950, cuando la matrícula global alcanzaba a 37.548 estudiantes; en 1960 llegaría a unos 100.000 estudiantes y en 1965 a 160.000. (Ribeiro, 1971: 62-64)

En 1961, la primera “Ley de Directrices y Bases de la Educación Brasileña”, si bien posibilita cierta flexibilidad, ya destacada, de hecho consolida el modelo tradicional, al mantener la cátedra vitalicia, las escuelas aisladas y las universidades como yuxtaposición de escuelas profesionales, sin mayor preocupación por la investigación (Oliven, 1992: 91).

Hacia la misma época tomaba cuerpo una experiencia diferente, al ensayarse el ambicioso intento de crear una universidad nueva e integrada, más allá del modelo “napoleónico” de la suma de facultades que, de una forma u otra, ha primado en la evolución contemporánea tanto de la universidad hispanoamericana como de la brasileña.

Ese intento fue el proyecto de creación de la Universidad de Brasilia, surgido en 1960 “del esfuerzo de un centenar de científicos e intelectuales brasileños reunidos para repensar el proyecto mismo de universidad, ante la oportunidad ofrecida por la construcción de la nueva capital del Brasil. Este proyecto se inspiró básicamente en los esfuerzos pioneros de Anisio Teixeira, en la Universidad del Distrito Federal (1935-37) y en la lección extraída del fracaso de la tentativa de implantar la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras de la Universidad de San Pablo y de Río de Janeiro como órganos integradores de sus respectivas universidades.

Sin embargo, el proyecto de Brasilia sobrepasó ampliamente por sus ambiciones aquellos esfuerzos larvales. Allí se contó con recursos humanos y materiales que permitieron aspirar a la creación de una universidad efectivamente capacitada para el entero dominio del saber moderno, para el ejercicio de la función de órgano central de renovación de la universidad brasileña y para el desempeño del papel de agencia de asesoramieto gubernamental en la lucha por el desarrollo autónomo del país.

En el plan estructural de la Universidad de Brasilia se sustituía la división tradicional en facultades aisladas y en cátedras autárquicas y duplicativas por un nuevo modelo organizativo. Este estaba formado por tres cuerpos de órganos de enseñanza, de investigación y de extensión cultural integrados en una estructura funcional: los institutos centrales de ciencias, letras y artes (Matemáticas, Física, Química, Biología, Geociencias, Ciencias Humanas, Letras y Artes), las facultades profesionales (Ciencias Agrarias, Ciencias Médicas, Ciencias Tecnológicas, Ciencias Políticas y Sociales, Arquitectura y Urbanismo, y Educación), y de unidades complementarias (Biblioteca Central, Editorial, Radiodifusora, Estadio y Museum).

La experiencia de Brasilia sólo duró cuatro años: cuando daba sus primeros pasos el golpe militar del primero de abril de 1964, que sometió al Brasil a una dictadura agresiva, asaltó la universidad y le impuso un interventor.” (Ribeiro, 1971: 92-93)

Se ha cuestionado, empero, al proyecto referido en tanto mantenía el compromiso con la formación de las élites dirigentes, sin afrontar el carácter selectivo y por ende excluyente de la universidad brasileña. (Mazzilli, 1996: 90)

Parecería, por otra parte, que el funcionamiento de esa Universidad tenía un carácter altamente centralizado, con enorme peso del Rectorado, con absoluta preponderancia del orden docente, y una representación estudiantil muy reducida en los organismos de dirección.

Durante la misma década de 1960 cobraron fuerza las propuestas del movimiento estudiantil brasileño, vinculadas al accionar de los estudiantes hispanoamericanos y a los postulados del MRU, que apuntaban asimismo a la eliminación del examen de ingreso, el “vestibular”. (Oliven, 1992: 92). Los seminarios de la Unión Nacional de Estudiantes de 1961, 1962 y 1963 promueven la autonomía universitaria, didáctica, administrativa y financiera, la participación de docentes y estudiantes en la gestión universitaria, el régimen de trabajo de tiempo integral para los docentes, la ampliación de los cupos, la flexibilidad de los planes de estudio, y la extinción de las cátedras vitalicias (Fávero, 1994: 151).

Aún esta apretada síntesis pone en evidencia sustantivas confluencias y divergencias no menores entre la reforma impulsada por el estudiantado organizado y la simbolizada por la creación de la Universidad de Brasilia; sus principales énfasis no coinciden. El proyecto estudiantil converge con el de la Reforma de Córdoba. Por su parte, lo definitorio del modelo de Brasilia es la construcción de la universidad en torno a los institutos centrales de investigación y los departamentos unificados de enseñanza, al estilo de las universidades de los Estados Unidos, en vez de la estructura tradicional de escuelas profesionales y cátedras independientes. Se entendía que semejante estructura permitiría superar los viejos defectos del “modelo napoleónico”, integrar enseñanza e investigación, y alcanzar niveles de excelencia en el desempeño de ambas funciones.

Pese a la frustración del proyecto de la Universidad de Brasilia, el mismo se constituyó en fuente parcial de inspiración para otra “reforma universitaria”, que el gobierno militar decretó en 1968. El diagnóstico previo a la misma sostenía que la universidad no se había mostrado capaz de acompañar el extraordinario progreso de la ciencia moderna ni de crear los conocimientos indispensables para la expansión de la industria nacional (Fávero, 1994: 156).

El contenido esencial de la Reforma Universitaria brasileña de 1968 radicó en la creación de: (i) institutos centrales y departamentos académicos, por oposición tanto a la duplicación de actividades como a la compartimentación propia de las escuelas profesionales; (ii) núcleos básicos comunes a grandes áreas de conocimiento y sistemas de crédito; (iii) un sistema nacional de programas de postgrado, también de acuerdo al modelo norteamericano. (Schwartzman,1979: 291-4) Se buscaba aumentar la “productividad” de la Universidad; para ello, además de las disposiciones anotadas, se unificó el examen de ingreso y se estableció un sistema de créditos (Fávero, 1994: 157).

Esta transformación fue impulsada a la par que una política de desarrollo científico y tecnológico mucho más sistemática y vigorosa que en cualquier otro país de América Latina.

La matrícula universitaria creció rápidamente: si era poco superior a los 200.000 estudiantes en 1967, diez años después incluía a más de 1.100.000. Pero aún así alcanzaba a una proporción comparativamente escasa de la población del correspondiente tramo de edad, y no había perdido su carácter marcadamente elitista; al terminar esa década, ello podía apreciarse en los siguientes términos: “En los Estados Unidos y en muchos otros países, las escuelas privadas están generalmente entre las instituciones de alta calidad, adonde los que poseen medios envían a sus hijos, a fin de que obtengan un mejor nivel de educación. En Brasil, con algunas excepciones como la Escuela de Ingeniería Mackenzie de San Pablo, o la Universidad Católica de Río de Janeiro, las facultades privadas tienden a ser empresas orientadas al lucro, con un máximo de estudiantes y un mínimo de inversión en equipamiento y docentes. Las universidades públicas, por otro lado, pueden eventualmente alcanzar niveles bastante satisfactorios de formación profesional. La consecuencia es una situación en la cual los que pueden pagar los costos de una buena educación secundaria consiguen cursar una universidad mejor y gratuita, mientras que los que no tienen recursos para ello van a universidades pagas y de mala calidad.” (Schwartzman,1979: 292) Parecería que veinte años después la situación no ha cambiado sustancialmente.

La convergencia de proyectos

Pero volvamos a la primera mitad de los años ’60, durante la cual surgió un nuevo paradigma para la universidad brasileña, según lo afirma Sueli Mazzilli (1996: 95-107); en esta sección glosamos su enfoque, y a partir del mismo ensayamos por cuenta nuestra alguna conjetura.

En el período indicado, la universidad se vio envuelta en la crisis generalizada y en las grandes confrontaciones por entonces escenificadas, en las que se enfrentaban proyectos orientados a la revolución social con otros que procuraban eliminar los obstáculos para una modernización inserta en la economía capitalista internacional.

Una crítica global a la institución, impulsada desde la Unión Nacional de Estudiantes (UNE), puso en cuestión el “para qué” y el “para quién” del saber que se generaba o pretendía generar. La noción de extensión, asumida por la comunidad académica y recogida en los textos legales, no sobrepasaba, según esta perspectiva, la simple divulgación de conocimientos.

Se llegó a un punto de viraje. Hasta entonces, las tesituras enfrentadas atendían fundamentalmente a la estructura de la universidad, a su reorganización; las propuestas ensayadas aparecen como intentos de transformación “desde arriba”. Se había asistido más bien al enfrentamiento de proyectos que a la contraposición de actores colectivos en las universidades y a la “conquista desde adentro” de las mismas por una propuesta diferente, como ocurriera con la génesis y difusión del Movimiento de Córdoba. Pero, precisamente, el protagonismo en alza del estudiantado brasileño organizado trastocará tanto el marco como los términos del debate, trasladándolo de las cuestiones estructurales a las finalidades de la educación superior. Este enfoque ideológico converge con la prédica y la práctica de Paulo Freire, sobre las vinculaciones entre la concientización y la educación popular, así como con el accionar concreto del propio movimiento estudiantil, que lleva a cabo una vasta labor de extensión al margen de los marcos universitarios. Se apunta a la construcción de una “pedagogía de la libertad”.

Mazzilli afirma que, desde el punto de vista de la construcción de una idea de universidad en el Brasil, este período supuso un salto cualitativo, en el que se pasó de la investigación “desinteresada” y de la extensión como conjunto de cursos de “vulgarización del saber” a una concepción de universidad que tiene como foco el proceso social y como meta la transformación de las estructuras sociales.

Como sucediera, en el marco hispanoamericano, con los sectores mayoritarios del movimiento originado en Córdoba, esta concepción de la Reforma Universitaria brasileña desemboca en la comprobación de que no se puede transformar la universidad sin transformar la sociedad. En el segundo caso, el proceso empezó bastante más tarde, como la propia historia de la universidad. Pero avanzó más rápido, en parte debido al clima general de América Latina en los ’60, aunque quizás también porque tenía lugar en instituciones menos consolidadas por el paso del tiempo, donde los cambios estaban a la orden del día desde su surgimiento, y en las que se contraponía una diversidad de proyectos más amplia y más vinculada con las estrategias globales de élites y contraélites que en otras partes del continente.

No es casual que, después del golpe de 1964, tuviera tanta importancia para el nuevo régimen brasileño la concreción de su propio proyecto para las universidades, propósito que lleva a la implantación de la Reforma Universitaria de 1968. Se apuntaba a lograr varios fines mediante una típica “reforma desde arriba” que, como se dijo entonces, debía ser hecha “antes que otros la hagan”; hacía falta controlar a un movimiento estudiantil en ebullición y que en ese mismo año protagonizó grandes enfrentamientos con el régimen; se requería también una universidad capaz de jugar un papel importante en un proyecto de modernización capitalista y de crecimiento técnico-productivo. Así, se amplió en cierta medida la matrícula universitaria y se reivindicó la unidad indisociable entre la enseñanza y la investigación, en un una reforma cuya letra recogió varias demandas estudiantiles importancia de la extensión, autonomía, participación de los estudiantes en los órganos colegiados, fin de las cátedras, democratización y que fue seguida poco después por el dictado del Acta Institucional No. 5, la cual afianzó a la dictadura y sumió al país en el silencio.

En los ’60, la universidad brasileña fue un gran campo de enfrentamiento entre proyectos sociopolíticos contrapuestos. A diferencia de lo que sucedió en otros países latinoamericanos, donde por esa época se asiste más bien al enfrentamiento “externo”, entre gobiernos y universidades públicas, en general orientadas por la convergencia histórica del MRU y las izquierdas, en Brasil el enfrentamiento “interno” parece más ardiente, en parte quizás porque las grandes fuerzas contendientes a escala nacional están presentes dentro de las universidades, y éstas forman parte relevante de sus respectivas estrategias.

El movimiento transformador surgido en las viejas universidades hispanoamericanas tuvo pronto cierta influencia en el ambiente de la educación superior brasileña; de ello se ha mencionado ya algún ejemplo. Más aún, en respuesta a una consulta nuestra sobre el impacto del movimiento de Córdoba en el Brasil, Sueli Mazzelli (comunicación personal) ha resumido una de las conclusiones de su tesis reiteradamente citada más arriba, afirmando que el principio de la indisociabilidad entre enseñanza, investigación y extensión, incorporado tras largos esfuerzos a la Constitución Brasileña en su artículo 207, que expresa un proyecto de universidad socialmente comprometida, tiene su origen en las tesis del Manifiesto de Córdoba.

Por su parte, en una presentación de conjunto con perspectiva histórica de la problemática de la autonomía universitaria en Brasil, Fávero (1997) destaca una larga lucha por la construcción efectiva de esa autonomía, la cual llevó a la incorporación del mencionado artículo 207 al texto constitucional de 1988, el cual establece que las universidades disponen de autonomía didáctica, científica, administrativa y de gestión financiera y patrimonial, y deben atenerse al principio de la indisociabilidad entre enseñanza, investigación y extensión.

Es difícil dudar de que el activo relacionamiento entre los gremios estudiantiles latinoamericanos significó una vía de difusión de la doctrina reformista a todo el continente, favorecida asimismo por otros múltiples canales de vinculación académica, cultural y política.

A su vez, la acelerada evolución de las universidades en el Brasil dio lugar a un proyecto alternativo global, confluyente en varios sentidos con los postulados de Córdoba, muy notablemente en la centralidad atribuida a la extensión universitaria, y también con énfasis característicos. Entre estos últimos, quizás quepa destacar dos, cuya incidencia se extiende hasta hoy. Por un lado, la considerable atención a la temática de la investigación, probablemente vinculada a las concepciones más modernas que influyeron en el tardío surgimiento de las universidades brasileñas, así como a una mayor jerarquización del tema por el propio Estado. Por otro lado, la íntima conexión con propuestas globales de renovación de la educación.

También con carácter tentativo, cabría aventurar que la tradición reformista hispanoamericana ha insistido más en el libre acceso a la educación superior así como en la democratización de la conducción universitaria a partir de la primacía de los organismos colegiados y de la gravitación en los mismos de los estamentos organizados, en particular el gremio estudiantil. Estos rasgos se vinculan seguramente a procesos que incluyen los siguientes: la temprana expansión de la educación pública básica y media en algunos países hispanoamericanos; la también temprana conformación de fuertes movimientos sociales y políticos democratizadores; la larga experiencia de autonomía bastante significativa en el manejo de la gestión y la dilucidación de buena parte de los conflictos internos, propia de varias de las viejas universidades continentales.

En cualquier caso, cabe sostener en suma que, durante la década de los ’60, las dinámicas específicas pero vinculadas de la Universidad Hispanoamericana y de la Universidad Brasileña convergieron hacia una “idea de Universidad” propiamente latinoamericana.
Idea y realidad de la Universidad en América Latina

Sobre las revoluciones académicas

La emergencia, a lo largo del siglo XIX, de la moderna “universidad de investigación” ha sido calificada como “la primera revolución académica”, mientras que, en las últimas décadas del siglo XX se habría vivido una “segunda revolución académica”, con la irrupción de la “universidad empresarial” (Etzkowitz, 1990). A la última parte de esta tesis nos referiremos en un capítulo posterior; cualquiera sea su validez, es difícil discutir el carácter revolucionario del primero de los fenómenos anotados, seguramente el de mayor envergadura en la historia de la institución universitaria, después de su propia creación.

En una mirada de conjunto a la evolución histórica de las universidades europeas, Geuna (1999) distingue cuatro fases: (i) “el nacimiento de la universidad”, que incluye su desarrollo como institución original, y se extiende desde el siglo XII tardío hasta comienzos del siglo XVI; (ii) “el período de decadencia”, entre la segunda mitad del siglo XVI y fines del XVIII, cuando la revolución científica y la primera institucionalización de la ciencia moderna ocurrieron fundamentalmente por fuera de las universidades; (iii) “la recuperación y la transformación alemana”, desde comienzos del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial; (iv) “la expansión y diversificación”, desde 1945 hasta fines de los ’70. Agrega el autor mencionado que probablemente se esté viviendo una quinta fase, que podría ser denominada como “la reconfiguración institucional”.

En esa perspectiva, el comienzo de la fase (i) vale decir, la creación misma de la universidad y la fase (iii) aparecen como las grandes innovaciones; una constituye seguramente el más grande “invento” institucional en toda la historia de la educación superior, mientras que la unión de ésta con la investigación constituyó el núcleo de la otra gran innovación institucional.

Quizás quepa sugerir que la antedicha fase (ii), “el período de decadencia”, incluye en realidad dos etapas de aguda inadaptación de la universidad a otras tantas transformaciones culturales de inmensa envergadura: “El renacimiento humanista surgió fuera y contra la universidad escolástica. Cuando más tarde las universidades se hicieron humanistas y luego filológicas, surgió la renovación filosófica y cientifico-natural del siglo XVII una vez más fuera de éstas (Descartes, Spinoza, Leibniz, Pacal, Kepler).” (Jaspers, 1946: 457) En esta formulación, diríase que una revolución fue necesaria para que las universidades se hicieran científicas.

Ahora bien: ¿qué es, propiamente hablando, una revolución académica? No pretendemos resolver tamaño problema, ni tampoco buscar una caracterización muy precisa, que se ajuste sólo a un ejemplo u obligue a forzarla para incluir varios casos, pero sí aspiramos a delimitar un tanto los términos en uso.

Tentativamente, sugeriríamos que la expresión “revolución académica” ha de reservarse para:

(i) una gran transformación en las actividades de generación, transmisión y utilización de conocimientos avanzados, que

(ii) emerge en una confluencia de profundos cambios sociales y culturales, los cuales

(iii) dan lugar tanto a una reconfiguración institucional de aquellas actividades como a una reorientación de las mismas, a una reformulación de su misión en la sociedad, de modo tal que

(iv) semejantes innovaciones desbordan las fronteras,

(v) sustantivas alteraciones en las relaciones de poder vinculadas al conocimiento tienen lugar, y

(vi) una “idea de la Universidad”, un modelo ideal de lo que la institución debe ser, se conforma como una construcción ideológica con gran impacto en la realidad.

Desde semejante perspectiva, el nacimiento mismo de la universidad, esa creación esencialmente europea, constituye una “revolución académica”.

Surgidas en el apogeo de la civilización medieval, “las primeras universidades europeas eran en esencia, corporaciones de profesores y estudiantes que buscaban conseguir, muchas veces con grandes dificultades, el derecho al trabajo intelectual independiente, la autonomía administrativa y el derecho a fuero especial para sus miembros en relación a las autoridades eclesiásticas y políticas de entonces. […] cristalizaron el surgimiento y la diferenciación de una nueva forma de organización para el conocimiento, de tipo secular, de base racional, elaborado por una comunidad frecuentemente cosmopolita, consciente de su independencia en relación a los poderes locales, así como de sus derechos y autonomía. […] Las universidades en los países occidentales evolucionaron de pequeños apéndices de la Iglesia hacia la principal institución para el procesamiento del conocimiento del mundo moderno.” (Schwartzman, 1996: 14)

La generación y transmisión de conocimientos de tipo superior tiene una historia tan larga y diversificada como las civilizaciones. Pero la edificación de una serie de instituciones con una configuración similar, específicamente dedicadas a la educación superior, con personal docente estable y remunerado, vocación multidisciplinaria, programas regulares de cursos, y certificados de estudios ampliamente reconocidos a la vez que relativamente uniformes, constituye una transformación mayor. La universidad surgió como una corporación de gentes dedicadas a actividades académicas. Agrupó a todos los maestros y estudiantes de una misma ciudad. Luchó, con apoyo papal, real o imperial, por conquistar su autonomía frente a otros poderes locales, laicos o episcopales. Se configuró como una institución supra-nacional, característica de la “República cristiana”. Emergió y cobró vigor en el contexto de grandes cambios intelectuales y sociales, tan grandes como los que se mencionan a continuación:

el redescubrimiento por los europeos, a través del Islam, de la cultura de la Antigüedad, lo cual dio lugar a que estudiantes de todas partes del continente se reunieran desde fines del siglo XI para escuchar a un maestro leer y comentar la nueva traducción de un viejo texto, en agrupamientos informales que a partir del siglo XII se formalizarían como universidades (Kuhn, 1985);
el cambio cultural expresado por las formas de pensar y de enseñar que conforman la escolástica, basada en la dialéctica en tanto “ciencia del razonamiento”;
la afirmación del poder ideológico de la Iglesia en la Cristiandad de Occidente;
el renacimiento urbano del siglo XII y el surgimiento de la ciudad medieval como fenómeno específico (Pirenne, 1992).

“La organización universitaria del siglo XIII marca la integración de la vida intelectual a la vida de la ciudad” dice Le Goff (1977).

Geuna (1999, nuestra traducción) resume así las características de la institución: “Como lo testimonia el término universitas, la universidad medioeval fue un peculiar tipo de corporación. Peculiar en cuanto comunidad de magistres y scholares es decir, maestros y estudiantes que estaban involucrados en la elaboración y en la transmisión de un bien peculiar: conocimiento. Al igual que otros tipos de corporaciones, estaba compuesta por miembros que decidían libremente su unión. Era una comunidad con cohesión interna, organización articulada y personalidad corporativa. Era una entidad moral y legal que disfrutaba un cierto grado de independencia de poderes externos por ejemplo, el Papa, el Emperador, el Príncipe, los gobernantes de las ciudades, etc. y capaz de continuar en el tiempo. El objetivo primario de esta comunidad de practicantes era la transmisión de conocimiento de maestros a alumnos. La universidad medioeval era una institución de enseñanza responsable de la preparación para carreras educacionales, eclesiásticas, de gobierno y profesionales.” Y destaca su vocación cosmopolita: “Contrariamente a la naturaleza políticamente fragmentada de la sociedad medioeval, la universidad se desarrolló como una institución cosmopolita ‘supra-nacional’. Un lenguaje común (el latín), un tipo común de educación y una organización común permitió la creación de una comunidad internacional de maestros y sabios que viajaban de una institución a otra disfrutando de los mismos privilegios y deberes sin importar la ubicación geográfica. Las diversas universidades medioevales no eran solamente un tipo peculiar de institución de enseñanza sino que también eran, todas ellas, miembros de una unidad intelectual ‘supra-nacional’ dedicada a cultivar el conocimiento, disfrutando de un cierto grado de independencia del papado, del imperio y de la autoridad municipal.”

La idea originaria de Universidad, cuya incidencia en la realidad se extiende hasta nuestros días, la concibe como una corporación de “maestros” y “aprendices” que, como corresponde al modelo medieval, está dotada de cierta autonomía y se define por el cultivo de un arte bien definido, en este caso la elaboración y transmisión del conocimiento, en el marco de reglas precisamente establecidas.

El caso clásico

Ya nos hemos referido en una sección anterior a las características mayores de la “revolución académica” por antonomasia, el surgimiento desde Alemania de la moderna universidad de investigación.

“La reforma universitaria alemana en las primeras décadas del siglo XIX, que habitualmente se relaciona con el nombre de Wilhelm von Humboldt, estableció como principio perdurable la idea de la unidad entre investigación, docencia y estudio.” (Clark, 1997: 9) “Las acciones realizadas históricamente en nombre del principio humboldtiano condujeron a la revolución académica. En ocho siglos de vida universitaria en el mundo occidental, desde las Bolonias y París del siglo XII hasta las Stanford y Tokio del siglo XX, ningún otro cambio se puede comparar con el surgimiento y desarrollo de la moderna universidad de investigación.” (Idem: 10)

Retomamos la consideración de esa transformación a los efectos de confrontarla con la caracterización tentativa de “revolución académica” propuesta más arriba. El fenómeno puede describirse apretadamente como sigue.

(i) Consistió esencialmente en la gran transformación que supone vincular la generación de conocimientos con su transmisión al más alto nivel, como dos aspectos de una misma tarea realizada por la misma gente en la misma institución.

(ii) Ello se fue plasmando en paralelo con la difusión de la industrialización y con un gran cambio en la organización interna de la ciencia, su estructuración disciplinaria, y sobre todo en la gravitación externa de la misma, tanto por su reconocimiento social como por su incidencia directa en las tecnologías dinamizadoras de la “Segunda Revolución Industrial”.

(iii) Los procesos mencionados favorecieron y se vieron favorecidos por la reconfiguración de las actividades universitarias, donde la investigación apareció como una nueva misión junto a la enseñanza, y ambas se fertilizaron mutuamente, tanto por razones generales anticipadas por Humboldt como por motivos específicamente ligados al “matrimonio entre la ciencia y las artes útiles” que por entonces se fue consumando.

(iv) Esas innovaciones institucionales, si bien reconocen importantes antecedentes, particularmente durante la llamada “Ilustración Escocesa”, conocieron su verdadero “despegue” en el ámbito alemán durante las primeras décadas del siglo XIX; ello tuvo lugar, inicialmente, como parte de la reacción a la derrota militar prusiana frente a Francia, y después en el marco de un esfuerzo estratégico para absorber la ventaja económica que supuso la (Primera) Revolución Industrial para Inglaterra; tales innovaciones confluyeron reforzándose con los procesos recién anotados; por eso mismo fueron adoptadas y desarrolladas por todos los países “centrales”, Estados Unidos en primer lugar, desde fines del siglo XIX y a lo largo del siglo XX.

(v) Esta transformación de las universidades supuso por una parte una redistribución del poder interno, incluyendo una mayor gravitación de los especialistas en ciencias naturales, ingenierías y economía; constituyó por otra parte un factor relevante en los diferenciales de poder económico y militar, tanto entre los países del “centro” como de éste en su conjunto con relación a las “periferias”.

(vi) La concepción emergente cobró tanta importancia que, si hasta entonces para designar a cualquiera de los modelos contrapuestos se usaba la expresión “idea de Universidad”, la misma se reservará en adelante para el nuevo.

Las características de este modelo han sido formuladas por Jaspers (1946) en términos clásicos, que denotan tanto la continuidad con la idea originaria de la universidad medieval como su profunda transformación: “La universidad es una escuela pero escuela única en su género. En ella no sólo se debe enseñar: el alumno debe participar en la investigación y llegar así a una formación científica decisiva para su vida. De acuerdo con la idea, los alumnos son pensadores independientes, autorresponsables, que siguen con espíritu crítico a su maestro. Poseen la libertad de aprender.” (pág. 392) “La universidad quiere tres cosas: enseñanza para las profesiones especiales, formación (educación) e investigación. La universidad es escuela profesional, mundo de formación, establecimiento de investigación. […] en la idea de la universidad estos fines constituyen una indisoluble unidad.” (pág. 424) Se afirma pues que “ante todo la docencia necesita de la investigación para su sustancia. De ahí que el alto e irrenunciable principio de la universidad sea la vinculación de investigación y docencia […] porque de acuerdo con la idea el mejor investigador es a la vez el único docente bueno. […] sólo él pone en contacto con el propio proceso del conocimiento, y por intermedio de éste con el espíritu de las ciencias en vez del contacto con los muertos resultados, fáciles de aprender. Sólo él es ciencia viva, y es en el contacto con él que puede ser contemplada la ciencia tal cual es originariamente. El despierta impulsos similares en los alumnos. El conduce a la fuente de la ciencia. Sólo el que personalmente investiga puede enseñar esencialmente. El otro sólo transmite lo fijo, ordenado didácticamente. Pero la universidad no es escuela, sino alta escuela.” (pág. 428) Si tal es el papel ideal de la investigación para la docencia universitaria, es porque ésta sólo puede ser una “educación socrática: de acuerdo con su sentido, maestro y alumno se hallan a un mismo nivel. Según la idea ambos son libres.” […] “La educación es una mayéutica , es decir, que se ayuda al alumno a dar a luz sus capacidades, en él son despertadas existentes posibilidades, pero no son forzadas desde afuera.” (pág. 433) Se apunta así a una formación integral que “no constituye un cometido divisible. De ahí que juntamente con el principio de la vinculación de investigación y docencia, sea un segundo principio de la universidad el de la vinculación de investigación y docencia con el proceso de formación.” (pág. 435)

De la idea a la realidad siempre hay una gran distancia, incluso en el caso de una revolución exitosa, como seguramente lo fue la emergencia, principalmente en Alemania, de la universidad moderna caracterizada por la doble misión de enseñar e investigar.

Y por supuesto, una gran transformación no puede fecharse en un momento preciso. Antes de la fundación de la Universidad de Berlín, en 1809/1810, momento en el que convencionalmente se fija el surgimiento de la universidad moderna, importantes evoluciones habían tenido lugar, como ya se destacó antes. Durante el siglo XVIII, la universidad escocesa fue un importante escenario de la creación de conocimientos y en la propia Alemania se destacan las reformas introducidas en universidades como Halle y Göttingen, así como el avance de la investigación experimental, particularmente en química, dentro y fuera de los claustros.

La emergencia de la universidad de investigación como proceso gradual, con antecedentes más relevantes de los que a menudo se recuerdan ha sido presentada en términos que vale la pena glosar.

Cabe recordar, en primer lugar, la transformación inducida por la Revolución Francesa en las condiciones de generación del conocimiento.

En la segunda mitad del siglo XVIII el centro de gravedad de la actividad científica se desplazó de Inglaterra a Francia, pero sin que ello supusiera una superioridad muy notoria. En cambio, en las tres primeras décadas del siglo XVIII la supremacía francesa devino inequívoca; sólo en Francia, y más precisamente en París, científicos de primer nivel cubrían todos los campos de la ciencia de la época. (Ben-David, 1984: 88-89)

“La Revolución Francesa (a pesar del hecho de ser responsable de la muerte de hombres como Lavoisier y Condorcet) fue un gran estímulo para la ciencia en Francia. En 1794, el nuevo gobierno creó la Escuela Politécnica, con una asignación de unas 12.000 libras. La Escuela abrió con 400 estudiantes. Su cuerpo docente incluía a los matemáticos Lagrange y Laplace, al químico Berthollet y al cristalógrafo Haüy. Para 1800 el espírtu científico se encontraba firmemente establecido en Francia y había permeado la educación.” (Ashby, 1969: 32) “Francia fue la madre de la investigación científica organizada. Fue el primer país que alentó la práctica de la ciencia experimental en una vasta escala, sistemáticamente, y el primer país en darse cuenta que (como Bacon lo había predicho) el trabajo científico no sólo debe ser organizado, sino que debe también ser resumido y propagado. La Academia y las escuelas científicas estrechamente asociadas con ella, movilizaban el intelecto de la nación.” (Idem: 33)

El impulso encarnado en la fundación de la Universidad de Berlín constituyó una manifestación, en el campo del conocimiento, de la reacción nacional prusiana ante la superioridad francesa plasmada en el campo de batalla. Más adelante, ese impulso se constituirá en una clave de la estrategia nacional alemana ante la superioridad industrial inglesa. Notemos pues, respecto a lo primero, ciertas características de las actividades vinculadas al conocimiento, en Francia como en lo que habría de ser Alemania, que posibilitarían la reversión del panorama.

En la Francia del período revolucionario, se coincidía en que la educación necesitaba una reforma a fondo, pero no se advertían problemas en el campo de la investigación, donde el país se desempeñaba mejor que cualquier otro; por consiguiente, no surgieron impulsos para trasladar la sede de esa actividad de los laboratorios privados, donde los investigadores trabajaban de manera individual, a los establecimientos educativos. (Ben-David, 1984: 96) El florecimiento notable de la ciencia francesa entre 1800 y 1830 no se vincula a nuevas y grandes ideas o prácticas que puedan calificarse de “revolución académica”. En cambio, otras tradiciones universitarias contenían en germen una transformación mayor en las actividades de generación y transmisión de conocimientos.

El punto de partida podría encontrarse en el hecho de que, durante la emergencia de la revolución científica, en el siglo XVII, los científicos naturales de Alemania y de otros países culturalmente periféricos los de Escandinavia, Holanda, Escocia no se alejaron de las universidades, como lo hicieron en Inglaterra y Francia. En todo caso, los humanistas alemanes tendieron a modelar su trabajo según ciertas pautas propias de la nueva ciencia, con énfasis en lo empírico; en el estudio de las humanidades las motivaciones estéticas, morales y formativas fueron cediendo su lugar a enfoques despojados de consideraciones valorativas, que buscaban comprender la cuestión investigada de forma comparable a un fenómeno natural. Se forjó así una identificación de humanistas y científicos que constituyó la base para un reclamo común, el de que las facultades de filosofía tuvieran un reconocimiento similar al de las facultades profesionales, lo que constituyó un impulso a la concepción de las universidades como instituciones cuyos miembros se dedican a la investigación. (Ben-David, 1984: 112) Si la creación de la universidad de investigación parece más bien una “revolución desde afuera y desde arriba”, aquí se destaca la presencia de un importante actor interno de semejante transformación.

Durante el siglo XVIII “Halle y Göttingen [inaugurada en 1737] marcan un nuevo punto de partida en el modelo universitario. Las universidades alemanas medievales incluían las facultades convencionales de filosofía, teología, leyes y medicina. Hasta entonces la Facultad de Filosofía no había servido sino como doméstica de las facultades profesionales; en Halle y Göttingen, y sucesivamente en las demás universidades de Alemania, lo que se erigió en tarea de esta facultad fue la búsqueda del saber por el saber mismo, no como un requisito previo para las profesiones tradicionales. Los estudios filosóficos fueron basados en la razón y no en el dogma. Había libertas docendi y libertas philosophandi . Los grandes estudiosos no siguieron trabajando sólo como individuos: grupos de estudiantes avanzados se reunían alrededor de esos estudiosos para conocer mediante el aprendizaje, no mediante el estudio formal. Surgió el concepto de que el estudio privado y la investigación eran calificaciones esenciales para un profesor universitario; el sueño del estudioso fue simbolizado por una palabra mágica: Wissenchaft. Es siempre necesario preceder toda discusión de Wissenchaft diciendo que no se le puede traducir por el término inglés science , ni por el españo ciencia. Wissenchaft cubre el objetivo y el enfoque crítico de todo conocimiento. No podría haber una ilustración más vívida de esto que el hecho de haberse Wissenchaft convertido en la estrella polar de algunas universidades alemanas antes de que la revolución científica llegara a ellas. Aparte del fisiólogo Haller, que enseñó en Göttingen, los más de los grandes científicos alemanes del siglo XVIII trabajaban (como sus equivalentes ingleses lo hacían) fuera de las universidades; pero en esas universidades florecía la Wissenchaft, como un análisis objetivo de los clásicos, cuestionando, comparando, investigando las antiguas literaturas en pos de la verdad histórica, adonde quiera que ello pudiera conducir. Las primicias de esto fueron las ediciones autorizadas de los clásicos […]. Siguieron luego la filología, el estudio científico del lenguaje, el comienzo de la crítica bíblica […], y el enfoque desapasionado y científico de la historia […].” (Ashby, 1969: 35-36)

“De este modo los basamentos de la Wissenchaft el enfoque empírico del conocimiento fueron colocados en Alemania no por los científicos sino por los humanistas, y fueron colocados en las universidades. La universidad alemana, por consiguiente, fue un maravilloso suelo fértil para el trasplante del espíritu científico de Francia. Por supuesto, no hubo un momento dramático en el que la ciencia se volviera de repente una parte de la vida universitaria. Pero hubo un tiempo en el que se hizo obvio que todo lo que la ciencia había significado para el pensamiento francés iba ahora a significarlo también para el pensamiento alemán, y que las universidades iban a ser sus cuarteles generales. Tal vez ese tiempo date de las investigaciones de Gauss en Göttingen y de los escritos de Alejandro de Humboldt.” (Ashby, 1969: 37)

Conviene todavía señalar que la aclimatación en esas universidades, a comienzos del siglo XIX, de la investigación en el sentido emanado de la revolución científica del siglo XVII, no fue un proceso pacífico: “La adaptación de las universidades alemanas a la ciencia experimental no se efectuó sin resistencia. Del mismo modo que el flujo del pensamiento científico hacia Oxford y Cambridge había de ser, más adelante, obstaculizado durante una generación por la mística de la ‘educación liberal’, así también el flujo del pensamiento científico hacia las universidades alemanas fue detenido, durante un tiempo, por otra mística: Naturphilosophie. Este movimiento rechazaba el enfoque experimental de la naturaleza a favor de una filosofía que daba por sentada la impregnación de esa naturaleza por cierta misteriosa unidad y buscaba entender los fenómenos científicos especulando sobre tal unidad. Como escuela de pensamiento, guiada por Schelling e influida por Hegel, se convirtió en una escuela poderosamente atrincherada en muchas universidades alemanas. Sus discípulos más fervientes veían a Newton con desprecio y consideraban fútil la noción de acopiar datos.” (Ashby, 1969: 37-38)

Si bien el nuevo ideal de universidad que inspiró la fundación de la de Berlín estaba llamado a tener gran repercusión, corresponde destacar que aquél se basaba en una concepción que hacía de la investigación un medio para el desarrollo personal de cada uno de los integrantes de la comunidad de profesores y estudiantes, concentrando la atención en ciertos campos considerados de tipo elevado, como la filosofía, las matemáticas y las humanidades. La investigación de laboratorio recibía una valoración inferior, y la ciencia empírica debió luchar por su emancipación del dominio de la filosofía natural idealista, confirma Keck (1993: 117-118).

En una perspectiva similar, Ben-David (1984: 115, 117) sostiene que, si bien Humboldt no compartía el enfoque extremo de los filósofos idealistas y románticos, durante sus primeros veinte años de existencia la nueva universidad alemana quizás dañó más que benefició el cultivo empírico de las ciencias naturales, y más aún en el caso de las ciencias sociales; pero hacia 1830 la corriente cambió de sentido, y el enfoque experimental empezó a afianzarse, primero en los estudios de los fenómenos naturales y, en la segunda mitad del siglo, en relación a los fenómenos sociales y psicológicos.

A mediados del siglo XIX, la orientación hacia la investigación se había consolidado en las universidades alemanas, las que en esa actividad alcanzaron un alto nivel, ascendiendo incluso al liderazgo mundial en campos como la medicina, la química y la física. El proceso fue mucho menos autónomo de lo que “la idea de Universidad” establecía, pues fue impulsado, orientado y estrechamente controlado por altos funcionarios estatales. Por otra parte, la contribución de la universidad alemana, durante ese siglo, fue muy grande en la ciencia pero no en la ingeniería, que para profesores y administradores en general carecía de la dignidad de la ciencia y por lo tanto no fue admitida en la universidad. (Keck, 1993: 118-119) En este terreno, la prioridad corresponde más bien a los Estados Unidos, como lo recordaremos más adelante.

En Alemania, las escuelas de ingeniería y los politécnicos cuya fundación se remonta al siglo XVIII fueron elevando su nivel, ampliando el papel de las ciencias en sus cursos y conquistando el reconocimiento social. Contra una fuerte resistencia de las universidades, ciertos Politécnicos llegaron a conquistar el derecho a conceder doctorados. Junto a las enormes tensiones entre las universidades y los politécnicos se destacan, más en general, las registradas entre ciertos ideales humanísticos y las actividades industriales y tecnológicas: ni el proceso de industrialización en general ni en particular el sistema de educación científica y técnica resultaron de la aplicación de una ideología unificada. (Keck, 1993: 120, 123).

Fue pues de manera conflictiva y compleja que en Alemania llegó a configurarse un sistema de educación superior basado en la estrecha combinación de enseñanza e investigación, que la dotó de una ciencia del más alto nivel y de una proporción de científicos e ingenieros respecto al total de la población muy superior al de las otras potencias de la época, constituyéndose así en uno de los puntales de la afirmación económica y militar de ese país durante la “Segunda Revolución Industrial” que tuvo lugar en las últimas décadas del siglo XIX.

“A mediados de siglo, la tecnología seguía siendo aún esencialmente empírica y, en la mayoría de los casos, la forma más efectiva de transmisión de conocimientos siguió siendo mediante la experiencia directa en el trabajo. Pero desde que la ciencia comenzó a anticiparse a la técnica -y en parte esto ya comenzó a suceder hacia 1850-60- la educación formal se convirtió en un importante recurso industrial, y los países continentales vieron cómo lo que antes había sido un factor compensador de sus limitaciones pasaba a convertirse en una ventaja diferencial importante.” (Landes, 1979: 169) Países como Francia y Alemania, ante la superioridad tecnológica de Gran Bretaña, cuna de la Revolución Industrial, fomentaron la capacitación formal avanzada, en la que tempranamente aventajaron a su rival; cuando esa capacitación y la investigación científica se convirtieron en claves del avance industrial, el país más preparado para impulsar y combinar ambas actividades se vio ampliamente favorecido.

En la universidad alemana, entre 1825 y 1900, la investigación científica se convirtió en la actividad profesional, públicamente reconocida y organizada de un número considerable de personas, relacionadas entre sí de manera estable. Este cambio significativo, en relación al carácter primordialmente privado e individual que antes tenían las actividades científicas, ya era notorio hacia mediados del siglo XIX, cuando prácticamente todos los científicos de Alemania eran profesores o estudiantes universitarios, que trabajaban cada vez más en grupos constituidos por un maestro y varios discípulos. (Ben-David, 1984: 108)

Esa universidad contribuyó así decisivamente tanto al avance general del conocimiento como al de su país. En ambos aspectos, sin embargo, sus pecados no pueden ser olvidados. Ante todo, porque se trató de una institución ligada a un orden profundamente antidemocrático, donde fue grande el apoyo a corrientes nefastas: “ La universidad como institución había devenido, hacia el final de ese siglo, mundialmente renombrada por su trabajo científico pero, por desgracia, irracionalmente elitista. La libertad académica y la auto-administración seguían siendo el privilegio de un cuerpo académico minoritario, cultivando una atmósfera conservativa, a menudo xenófoba y fuertemente misógina., que le dió la bienvenida tanto al militarismo como al antisemitismo. No es por accidente que Alemania fue uno de los últimos estados europeos modernos que admitieron mujeres en sus universidades, alrededor de 30 o 40 años después que Francia, Suiza, Suecia u Holanda”. (Hagemann-White, 1996: 31, nuestra traducción)

Aún en lo puramente académico, es notorio el conservatismo de la universidad alemana clásica. La dominó la corporación de los catedráticos, que tendieron a hacer de los institutos sus feudos y a bloquear los cambios estructurales.

Ya nos hemos referido a la actitud que en ella prevaleció respecto a la tecnología. Fue, como también se apuntó, en Estados Unidos donde las universidades incorporaron tempranamente a la ingeniería y atribuyeron un lugar relevante a los laboratorios de desarrollo experimental. Conviene recordar que, si la instalación de la Universidad John Hopkins en 1876 suele ser vista como el origen de la adaptación del proyecto de Humboldt a los Estados Unidos (Muller, 1996: 20), la fundación del Instituto Tecnológico de Massachusetts en 1861 marcó un punto de viraje en el estudio de la ciencia con fines prácticos y en la introducción de la formación en el laboratorio como foco de la enseñanza de la ingeniería (Noble, 1977: 22-23)

Más en general, parecería que la emergencia de lo que hoy se llama la universidad de investigación constituye un proceso que sólo puede comprenderse si, además del surgimiento del “modelo alemán”, se considera su adopción con modificaciones sustantivas en Estados Unidos. Pasos cruciales en la importación creativa de aquel modelo fueron (Ben-David, 1984: 139-145):

(i) la introducción de la escuela para graduados, que posibilitó ofrecer sistemáticamente una formación avanzada para la investigación que, hacia fines del siglo XIX, ya era inviable en el marco de un programa único de grado;

(ii) la promoción de escuelas profesionales avanzadas y, sobre todo, la vinculación de la formación en esas escuelas con la investigación aplicada en medicina, ingeniería, agricultura, educación, el desarrollo de cuyas diversas disciplinas fue apoyado mediante la creación de programas de capacitación, titulación de postgrado, asociaciones especializadas, revistas y textos.

La importación creativa, de un sistema a menudo idealizado por los norteamericanos que iban a estudiar a Alemania, permitió dejar de lado algunos de los aspectos menos estimulantes para los cambios, como el predominio absoluto de la cátedra, institucionalizar mediante la escuela de postgrado potencialidades inherentes al sistema y, fundamentalmente, extender al campo de la tecnología la idea fundacional de vincular enseñanza e investigación. La reforma de la educación superior en Estados Unidos, para adaptarla al auge de la ciencia y bajo la influencia del modelo alemán, no supuso el abandono de la propia tradición de aprender a través de la práctica (Ben-David, 1984: 146).

Tampoco se dejó de lado, sino todo lo contrario, otra tradición vinculada a la recién anotada, la de vincular la generación de conocimientos con las actividades productivas: Desde el siglo XIX y durante el siglo XX, debido en gran medida al influjo de la inmigración de investigadores, fueron recreadas “en los Estados Unidos las tradiciones de trabajo y los padrones de excelencia típicos de las universidades europeas de élite [… sin que ello impidiera] que continuaran existiendo las centenas de grant land colleges, escuelas técnicas, institutos de ingeniería y otras instituciones que trabajaban íntimamente ligadas a la industria y a la agricultura y otorgaban a la investigación académica un puente natural y directo con el sector empresarial, que retribuía apoyando y financiando las instituciones universitarias.” (Schwartzman, 1996: 8-9)

Es a través de un proceso originado de un lado del Atlántico, importado y modificado del otro lado, para extenderse luego por ambos, que surge la universidad de investigación en el sentido moderno, orientada a combinar la enseñanza de las diversas disciplinas con una relevante labor de creación y aplicación de conocimiento científico y tecnológico. Los escenarios principales del surgimiento de esa institución fueron Alemania y Estados Unidos, los países que se constituyeron en líderes de los cambios técnico-productivos a partir de la Segunda Revolución Industrial, caracterizada por un gran salto en el estrechamiento de las relaciones entre ciencia, tecnología y producción.

Volvamos ahora al tema específico que ha motivado estas observaciones. En este caso clásico de transformación de la educación superior, ¿cómo parece dibujarse la interacción entre revolución académica, idea de universidad y universidad real? Da la impresión de que una cierta “idea” grosso modo, la expresada por Humboldt hacia 1810 resume tempranamente ciertas aspiraciones, e incluso algunos cambios en curso, constituyéndose en un factor de índole ideológica que, interactuando con varios otros, alimenta un proceso en el cual se va construyendo una institución, o más bien, un conjunto de instituciones con ciertas relevantes pautas compartidas, así como una autoimagen de trazos poderosos; ésta se relaciona estrechamente con aquella “idea” inicial, pero no es idéntica, pues amen de diferencias muestra aspectos que a la vez son nuevos y compatibles con la formulación original; semejante autoimagen se va convirtiendo en un factor de poder externo e interno, en un modelo simplificado a imitar y a preservar, por ende en un factor de cambio hacia afuera y de conservación hacia adentro.

La concepción inicial, vertebrada por la integración entre enseñanza e investigación en ciertas disciplinas consideradas superiores, como tarea de una comunidad autónoma de profesores y discípulos, fue cuestionada y modificada a lo largo de un proceso algunos de cuyos aspectos se evocaron sumariamente más arriba. En particular, se abrió así camino a un reconocimiento de la técnica por su peso en la economía y por el accionar tanto del gobierno como de otros actores, que llegó hasta la formulación de “la idea”. En términos de Jaspers (1946: 477): “la unión de la universidad y de la facultad técnica se convertiría en beneficiosa para ambas. La universidad se enriquecería, se modernizaría, abarcaría más; sus interrogantes fundamentales adquirirían un nuevo movimiento. El mundo técnico a su vez se haría más reflexivo, su sentido se convertiría en seria interrogante; su afirmación y su limitación, su arrogancia y su lado trágico llegarían a una concepción más honda.”

El proceso en cuestión delineó el modelo de universidad moderna, definida por el desempeño simultáneo de las funciones de enseñanza e investigación. El propósito de difundir o imitar semejante modelo devino un poderoso impulso transformador del mundo de la educación superior. Paralelamente, al convertirse en la idea de universidad por excelencia, el modelo se constituyó en una prominente fuerza estabilizadora, en la medida en que combinó en una misma institución, siempre memoriosa y ahora más gravitante, la tradición secular y el nuevo potencial científico-tecnológico.

Una exitosa “revolución académica”, iniciada poco después que la Gran Revolución disolviera a esas instituciones típicas del ancien régime que eran las universidades, las revitalizó transformándolas.

También en las redes u organizaciones constituidas en torno a las actividades ligadas al conocimiento generación, transmisión, utilización el poder tiene la doble condición que Mann (1986, 1993) destaca en las relaciones sociales en general: “poder colectivo”, de la organización en su conjunto con respecto a la naturaleza y/o a otros miembros de la sociedad, y “poder distributivo”, interno, de quienes ejerecen las funciones de coordinación y control en la organización sobre el resto de sus integrantes. Esta nueva configuración de la organización universitaria aportó mucho más al “poder colectivo” de la misma que los otros modelos en danza, en tanto se convirtió en vehículo fundamental de la expansión científica y tecnológica; por ende, robusteció también el “poder relativo” de los sectores dirigentes de las universidades modernas, y en especial su capacidad de resistencia ante otros intentos de cambio.

La Reforma de Córdoba en perspectiva

Las casas de estudios superiores del continente muestran las huellas de una historia secular, a lo largo de la cual se puede señalar la sucesión de ciertos “modelos” o “tipos ideales” universidad colonial, republicana, de la Reforma que en la realidad a menudo se yuxtaponen y nunca desaparecen del todo. De ese proceso, creemos, resultaron instituciones que, por sus semejanzas dentro de la diversidad, cabe agrupar en un mismo género. Si ello es así, ¿cuál es o mejor, cuál era hasta hace poco tiempo la “universidad real” de América Latina? A mediados de los ’90, la siguiente caracterización de “la universidad latinoamericana tradicional” fue propuesta por un gran conocedor del tema (Tunnerman, 1996: 22-23).

“Resultado de un largo proceso histórico la Universidad latinoamericana clásica es una realidad histórico social cuyo perfil terminó de dibujarse con los aportes de Córdoba. De manera muy esquemática, las líneas fundamentales que la configuran son las siguientes, aunque advertimos que en la actualidad muchas universidades del continente han superado ese perfil en diversos aspectos.

a) Carácter elitista, determinado en muchos países por la organización social misma y por las características de sus niveles inferiores de educación, con tendencia a la limitación del ingreso. La verdadera democratización de la educación hunde sus raíces en los niveles precedentes. Cuando el estudiante llega a las ventanillas de la Universidad, el proceso de marginación por razones no académicas, ya está dado.

b) Enfasis profesionalista, con postergación del cultivo de la ciencia y la investigación.

c) Estructura académica construida sobre una simple federación de facultades o escuelas profesionales semiautónomas.

d) Predominio de la cátedra como unidad docente fundamental.

e) Organización tubular de la enseñanza de las profesiones, con escasas posibilidades de transferencia de un currículo a otro, que suelen ser sumamente rígidos y provocan la duplicación innecesaria del personal docente, equipos, bibliotecas, etc.

f) Carrera docente incipiente y catedráticos que consagran en realidad pocas horas a sus tareas docentes, aún cuando tengan nombramientos de tiempo completo.

g) Ausencia de una organización administrativa eficaz, que sirva de soporte adecuado a las otras tareas esenciales de la Universidad. Poca atención a la ‘administración académica’ y a la ‘administración de la ciencia’.

h) Autonomía para la toma de decisiones en lo académico, administrativo y financiero, en grado que varía de un país a otro y con tendencia a su limitación o interferencia por los gobiernos en el aspecto económico.

i) Gobierno de la Universidad por los organismos representativos de la comunidad universitaria. Autoridades ejecutivas principales elegidas por ésta, con variantes de un país a otro.

j) Participación estudiantil, de los graduados y del personal administrativo, en diversos grados, en el gobierno de la universidad, activismo político-estudiantil, como reflejo de la inconformidad social; predominio de estudiantes que trabajan y estudian, especialmente en las instituciones públicas.

k) Métodos docentes basados principalmente en la cátedra y la simple transmisión del conocimiento. Deficiente enseñanza práctica y de métodos activos de aprendizaje por las limitaciones en cuanto a equipos, bibliotecas y laboratorios.

l) Incorporación de la difusión cultural y de la extensión universitaria como tareas normales de la Universidad, aunque con proyecciones muy limitadas por la escasez de los recursos, que se destinan principalmente a atender las tareas docentes.

m) Preocupación por los problemas nacionales, aunque no existen suficientes vínculos con la comunidad nacional o local, ni con el sector productivo, en buena parte debido a la desconfianza recíproca entre la Universidad y las entidades representativas de esas comunidades y sectores.

n) Crisis económica crónica por la insuficiencia de recursos, que en su mayor parte, en lo que respecta a las Universidades públicas, proceden del Estado. Ausencia de una tradición de apoyo privado para la Educación Superior pública, aún cuando se dan casos excepcionales en tal sentido.”

Teniendo presente semejante caracterización de la “universidad real” latinoamericana, y a cuenta de volver sobre la misma en próximos capítulos, intentemos una valoración global del Movimiento de Córdoba como respuesta a la siguiente interrogante: ¿La Reforma Universitaria fue una “revolución académica”?

(i) De acuerdo a la noción manejada más arriba, una “revolución académica” es, en primer lugar, una gran transformación en las actividades de generación, transmisión y utilización del conocimiento avanzado. En lo que más estrechamente se relaciona con esto, los cambios cardinales que el Movimiento de la Reforma Universitaria impulsó, y en medida apreciable logró plasmar en la realidad, apuntaban a la democratización de la enseñanza superior y a la renovación académica.

Lo primero dice relación, más específicamente, con la apertura de la universidad a sectores sociales más amplios, lo cual fue perseguido mediante:

la implantación de la libre asistencia a clases, en beneficio de los estudiantes que trabajan;
la gratuidad de la enseñanza superior;
la asistencia social a los estudiantes.

Por supuesto, el acceso a las universidades no dejó de estar reservado en gran medida a jóvenes provenientes de sectores relativamente acomodados. Pero ello no alcanza para valorar los logros del Movimiento. Como señala Tünnerman, la desigualdad de oportunidades se plasma fundamentalmente en los niveles anteriores de la enseñanza. Por otra parte: “La gratuidad de la enseñanza superior, incluida también en el programa reformista, es hoy día rasgo predominante de la Universidad Nacional latinoamericana.” (Tünnerman, 1998: 125)

Habría que tener en cuenta, además, qué hubiera sucedido, en un continente tan marcado por la desigualdad como América Latina, si no se hubiesen alterado las tendencias prevalecientes antes de la Reforma, cuando las casas de estudios superiores tenían un carácter netamente elitista; un análisis cuidadoso, que exigiría comparar las por cierto diferentes situaciones nacionales, mostraría creemos una importante correlación entre apertura de la universidad a sectores más amplios de la población, vigor del movimiento reformista y vigencia de sus dos reivindicaciones emblemáticas, la autonomía y el cogobierno.

En cuanto a la renovación académica perseguida por el reformismo, cabe destacar la incidencia que en mayor o menor grado alcanzaron postulados como los siguientes:

la selección de los docentes a través de concursos públicos;
la fijación de mandatos a término, con plazos fijos, para el ejercicio de la docencia, sólo renovables en la medida en que su ejercicio se hubiera demostrado competencia y dedicación a las funciones universitarias;
la libertad en el ejercicio de la docencia, incluyendo la implantación de cátedras libres, autorizadas a dictar cursos paralelos a los de los docentes con nombramiento, de esta manera permitiendo en principio el acceso a la docencia de todas las personas capacitadas, sin distinciones ideológicas o de otra índole, y dando a los estudiantes la oportunidad de escoger entre los distintos cursos ofrecidos.

Lo último no llegó a tener mayor envergadura, y es cada vez más difícil de implementar, en tanto la docencia universitaria de nivel adecuado exige una alta dedicación. Sin embargo, no corresponde minimizar el impacto que la posibilidad misma de establecer cátedras paralelas tuvo, sobre todo tiempo atrás, en la renovación de las cátedras más anquilosadas.

El concurso y los mandatos a término, con todas las limitaciones y distorsiones que su implementación ha registrado, como sucede con todas las normas, constituyen un aspecto fundamental de la renovación académica. No casualmente ambos procedimientos figuraron habitualmente entre las primeras víctimas de las reiteradas intervenciones padecidas por las universidades públicas, autónomas y cogobernadas del continente. En la medida variable en que éstas muestran un funcionamiento más eficiente y transparente que el promedio de los organismos públicos, ello tiene muchísimo que ver con la vigencia de las instituciones del concurso y del mandato a término, con renovación dependiente del desempeño. En ese sentido, ambas instituciones aparecen como claves para auténticas reformas progresistas de los aparatos estatales. Y ambas han colaborado sustantivamente a la democratización interna de las universidades, proceso siempre incompleto y realidad frágil en el mejor de los casos, pero que no dejará de ser notada por quien efectúe una comparación objetiva con el funcionamiento promedial de otros organismos, públicos o privados.

Ahora bien, sin desmedro de la importancia que atribuimos a los puntos anotados y por motivos que explicitaremos más abajo, es difícil sostener que la Reforma Universitaria haya dado lugar a una transformación mayor en las actividades ligadas al conocimiento en nuestro continente.

(ii) Una “revolución académica” emerge en el contexto de e interactúa con grandes cambios sociales y culturales.

A este respecto, no caben mayores dudas acerca de la relevancia de los cambios entre los cuales el Movimiento de la Reforma Universitaria se inscribió en la historia continental. Fue parte de un haz de impulsos democratizadores, de la activación social, la extensión de la participación política y, en especial, el ascenso de las clases medias, que caracterizaron a la etapa de grandes cuestionamientos al orden oligárquico. En su génesis, como ya fuera resaltado también, incidieron las conmociones generadas por la I Guerra Mundial y la Revolución Rusa; por entonces se vivía la sensación de que, por fin, la hora de los cambios políticos y culturales había llegado a un continente donde se ha dicho que el siglo XX comenzó recién en 1918. La Reforma se entretejió y expandió con las reivindicaciones americanistas y antimperialistas. Surgida como una de las expresiones más características de las tendencias antioligárquicas, llegó a ser una de las fuentes principales de las corrientes revolucionarias que hicieron eclosión en la década de 1960.

(iii) Una “revolución académica” implica tanto una reconfiguración interna de las actividades ligadas al conocimiento como una reorientación externa, a través de la reformulación de la misión social de las universidades.

En relación a lo primero, la Reforma, más allá de las intenciones de cambiar la enseñanza, implantando métodos activos de docencia y reorganizando las actividades académicas, dio lugar a transformaciones limitadas; sin disminuir la enjundia de los proyectos, de las innovaciones conceptuales y de no pocos logros, da la sensación de que el proceso en su conjunto, antes que una reconfiguración en profundidad, tuvo más bien el carácter de una actualización, que no modificó esencialmente la estructura académica previa.

La “confederación de facultades”, con escaso lugar para la investigación y predominio de la formación tradicional de profesionales, sobrevivió sin mayores alteraciones. Por cierto, nuevos espacios para la creación de conocimientos se fueron abriendo, con grandes esfuerzos y no pocos resultados, pero los avances fueron lentos, en conjunto bastante pequeños, y no puede en realidad hablarse de transformación mayor en este sentido. El Movimiento de Córdoba no incluyó un proyecto radical de cuestionamiento a la estructura académica generada por la importación del modelo napoleónico.

Pero la Reforma tuvo entre sus aspectos definitorios la inclusión de una nueva misión de la universidad:

“La “Misión social” de la Universidad constituía, como se ha dicho, el remate programático de la Reforma. De esta manera, el Movimiento agregó, al tríptico misional clásico de la Universidad, un nuevo y prometedor cometido, capaz de vincularla más estrechamente con la sociedad y sus problemas, de volcarla hacia su pueblo, haciéndolo partícipe de su mensaje, transformándose en su conciencia cívica y social. Acorde con esta inspiración, la Reforma incorporó la Extensión Universitaria y la Difusión Cultural entre las tareas normales de la Universidad latinoamericana y propugnó por hacer de ella el centro por excelencia para el estudio objetivo de los grandes problemas nacionales. Puntos de este programa fueron las ‘Universidades populares’, las actividades culturales de extramuros, las Escuelas de temporada, la colaboración obrero-estudiantil, etc.… Toda la gama de actividades que generó el ejercicio de esa misión social, que incluso se tradujo en determinados momentos en una mayor concientización y politización de los cuadros estudiantiles, contribuyeron a definir el perfil de la Universidad latinoamericana, al asumir éstas, o sus elementos componentes, tareas que no se proponen o que permanecen inéditas para las Universidades de otras regiones del mundo.” (Tünnerman, 1998: 121-122)

Enseñanza, investigación y extensión son las tres funciones de la Universidad de la Reforma. La tercera dio lugar a diversas innovaciones en la relación universidad-sociedad, pese a que nunca recibió atención comparable a las otras dos. Pero las tareas que fomentó configuraron el proyecto de difundir al pueblo la cultura universitaria; en las palabras del Congreso Internacional de Estudiantes de 1921, reunido en Ciudad de México, “la primera y fundamental acción que el estudiantado debe desarrollar en la sociedad es difundir la cultura que de ella ha recibido entre quienes la han de menester”. (Citado en Pallán Figueroa, 1989: 62). Por encima de todo, las tareas vinculadas con la extensión contribuyeron a delinear una nueva concepción de la misión social de la universidad, que es seguramente lo más característico del Movimiento de Córdoba.

(iv) Cabe hablar de “revolución académica” cuando las innovaciones involucradas no constituyen un fenómeno esencialmente local, sino que desbordan las fronteras dentro de las cuales emergieron.

También desde este punto de vista la envergadura transformadora de la Reforma Universitaria es muy notable. Se difundió por toda América Latina. Incidió profundamente en la configuración, en muchos sentidos similar, de sus universidades. Impactó, más todavía, en las ideas predominantes y en los valores profesados en las comunidades universitarias del continente. Y sus influencias se hicieron sentir bastante más allá, muy especialmente en la institucionalización de la función de extensión y en la reivindicación del cogobierno autonómico, con participación de toda la comunidad universitaria y énfasis en la representación estudiantil.

(v) Una “revolución académica” conlleva sustantivas alteraciones en las relaciones de poder vinculadas al conocimiento.

Las relaciones de poder dentro de la universidad cambiaron con la constitución del movimiento estudiantil como un actor colectivo relevante, con incidencia variable pero permanente y amplia en la vida universitaria. Nuevas relaciones se institucionalizaron al adoptarse, bajo diversas formas, regímenes de cogobierno con representación estudiantil directa.

Corresponde subrayar el carácter genuinamente revolucionario, en el marco de la historia de la institución universitaria, de la emergencia del cogobierno por oposición a las formas más o menos tradicionales de autogobierno. Escribiendo a fines de la década de 1950, Ashby pasa revista cuidadosa a la realidad del autogobierno de las universidades inglesas, como ejercicio del poder de decisión del cuerpo académico, entendiendo por tal los profesores en sentido estricto. Ninguna referencia hace a la participación estudiantil. El sistema que describe es el que considera, a la vez, como lo tradicional y como lo deseable, aunque no deja de advertir algunos de sus problemas. Concluye así su presentación (Ashby, 1969: 159-160):

“Hay una larga y noble heredad de libertad académica en Europa. Cuanto más uno estudia esta heredad, tanto más uno se vuelve un convencido de que no ha sido conservada por una particular forma de constitución universitaria sino por una técnica para trabajar casi con cualquier forma de constitución. Esa técnica consiste en asegurar el gobierno por consenso y, después de consultar, asegurar que haya un flujo de trabajo y de trazado de política dirigido hacia arriba y no hacia abajo. Aún en sociedades de autogobierno tan estricto como las universidades medievales, se pueden discernir los elementos de esta técnica. En Gran Bretaña ha sido aceptado por los gobernadores no académicos de las universidades modernas, aún a pesar de que hombres como esos están acostumbrados al flujo, más común, de trabajo hacia abajo en la industria y en los servicios públicos.

Esta es la anatomía del autogobierno en las universidades escocesas y en las más nuevas de la universidades británicas. Hay una condición importante para esta supervivencia, a saber, que el principio del flujo hacia arriba debe ser aplicado a través de la entera jerarquía, y no simplemente entre el Consejo y el Senado. No todos los profesores consultan a sus asistentes, antes de que las decisiones sean tomadas, con la misma escrupulosidad con la que ellos esperan ser consultados por los gobernadores no academicos en circunstancias similares. A medida que los consejos de facultad se hacen más amplios, surge la tentación, para una oligarquía de profesores de mayor antigüedad, de asumir las responsabilidades de gobierno en nombre de sus colegas más jóvenes. En esta dirección reside el peligro, pues cualquier debilitamiento del principio de autogobierno dentro del cuerpo académico hace más difícil preservar el autogobierno dentro de la universidad como un todo, y, de parejas, hace más difícil mantener la autonomía de la universidad en el moderno estado democrático.”

Un convencido defensor del sistema descubre así el peligro de que el autogobierno ejercido por la élite profesoral desemboque en lo que los estudiantes cordobeses del año 18 denunciaban: “Nuestro régimen universitario aun el más reciente es anacrónico. Está fundado sobre una especie de derecho divino: el derecho divino del profesorado universitario.”

El autogobierno universitario resultó profundamente modificado por la Reforma. También cambiaron las relaciones de poder externas, de las universidades con los gobiernos en especial, en la medida en que el otro gran reclamo del Movimiento de la Reforma, la autonomía universitaria, fue haciéndose realidad, lo cual era característico de gran parte del continente en los años ’40.

Bien se sabe que autonomía y cogobierno han experimentado alzas y bajas acordes a la tumultuosa historia contemporánea de América Latina. Pero, en conjunto, parece indudable que la Reforma implicó alteraciones sustantivas en las relaciones entre las universidades públicas y la sociedad. Si antes de 1918, aquéllas respondían sin mayores fisuras a los intereses sociales dominantes y aseguraban la reproducción de élites que asumían sus valores, el panorama se hizo mucho más complejo después. De las universidades emergieron élites y contraélites, contingentes de profesionales bien incorporados al sistema y movimientos contestatarios; las casas de estudios como tales y sus autoridades se enfrentaron frecuentemente a los gobiernos y a los sectores más poderosos de la sociedad; de ello hay ejemplos en otros tiempos y también en otras geografías, pero probablemente la envergadura del fenómeno no tenga parangón. La configuración, durante períodos bastante prolongados y en términos agudos, de la universidad como actor de poder contrapuesto a los sectores dominantes de la sociedad es un trazo mayor de la experiencia histórica de la Reforma de Córdoba.

Sin embargo, ese proceso no desembocó en una transformación sustantiva del papel del saber en nuestros países. Ya anotamos que la Reforma alteró poco y lentamente la estructura tradicional de las universidades latinoamericanas en lo que se refiere a la generación de conocimientos.

La “universidad de investigación” se afianzó en los países del “centro” por una variedad de causas entre las cuales seguramente la principal fue el “gran salto” contemporáneo en la importancia de la ciencia para el cambio técnico-productivo y específicamente para las nuevas fases de la industrialización. Ello entrelazó a la investigación científica y tecnológica con el crecimiento económico, uno de cuyos factores fundamentales llegó a ser la generación, transmisión y aplicación de saberes como actividades universitarias inseparables. En la periferia por el contrario, el crecimiento económico no se ligó de por sí con la demanda de conocimiento endógenamente generado; las dinámicas emanadas de la “división internacional del trabajo” apuntaban en sentido contrario. Ello ha de verse como una tendencia mayor o dominante, no como un destino predeterminado; en ciertas regiones que fueron periféricas, y ya no lo son, como Escandinavia o Japón, procesos socioculturales muy propios e iniciativas específicas de ciertos actores revirtieron la tendencia dominante. No sucedió así en nuestro continente. En particular, el Movimiento de Córdoba no atribuyó de hecho importancia decisiva al tema: sus inspiraciones culturales y sus basamentos sociales no lo impulsaron a hacer de la ciencia y la tecnología una palanca fundamental en la nueva revolución, por la segunda Independencia, que anunciaba. Una revolución en el papel del conocimiento en la sociedad no tuvo lugar en América Latina.

(vi) Una “revolución académica” da vida sustantiva a su propia “idea de la Universidad”, un modelo ideal de lo que la institución debe ser y una construcción ideológica con gran impacto en la realidad.

El Movimiento de la Reforma Universitaria alumbró un ideal original que ha tenido considerable impacto tanto hacia adentro como hacia afuera de los claustros universitarios.

Tünnerman (1998: 119) cita una ajustada síntesis del “movimiento político-académico que fue la Reforma”, debida a Augusto Salazar Bondy: “a) abrir la universidad a sectores más amplios de alumnos, sin consideración de su origen y posición social, y facilitar en todo lo posible el acceso de estos sectores a las profesiones y especialidades -de donde se derivó la reivindicación de la asistencia libre en beneficio de los estudiantes que trabajan; b) dar acceso a la enseñanza a todos los intelectuales y profesionales competentes, sean cuales fueren sus ideologías y sus procedencias, de donde la cátedra libre y la periodicidad del contrato profesional; c) democratizar el gobierno universitario de donde la participación estudiantil y la representación de los graduados; y d) vincular la Universidad con el pueblo y la vida de la nación de donde la publicidad de los actos universitarios, la extensión cultural, las universidades populares y la colaboración obrero-estudiantil.”

La “idea latinoamericana de Universidad” es la de una institución autónoma, cogestionada por la propia comunidad universitaria, en la cual la representación estudiantil es un factor tanto de democratización interna como de apertura externa, la cual vincula a la Universidad con los sectores postergados, convirtiéndola en palanca de democratización social y cultural.

De la idea a la realidad la distancia nunca fue pequeña, pero tampoco fue pequeña la gravitación de la idea sobre la realidad.

En suma, la Reforma Universitaria se pareció mucho a una “revolución académica”, pero quizás fue simultáneamente algo menos y algo más. Menos, porque ni las actividades vinculadas a la producción del conocimiento ni el papel social de éste cambiaron profundamente. Más, porque la academia llegó a ser, durante alrededor de medio siglo, un factor relevante de oposición socio-cultural al orden establecido.

Una institución con personalidad propia

El ciclo de la Reforma, como revolución en o desde los claustros, ha concluido. Probablemente no en los años ’70, durante la irrupción militar en las universidades y la apertura de éstas a las dinámicas del mercado, como lo ha sostenido Brunner, sino más bien con la culminación de los procesos democratizadores de los ’80, cuyas plataformas incluyeron la vigencia de una cierta autonomía de las universidades y la representación estudiantil en sus órganos colegiados de gobierno. En el actual régimen de funcionamiento relativamente normalizado, los postulados de Córdoba no generan grandes iniciativas para la transformación interna de las universidades, ni éstas son fuentes de cuestionamientos a las relaciones de poder predominantes.

Vivimos ya una nueva etapa, de contornos inciertos. Entre los factores que condicionarán los futuros posibles de las universidades latinoamericanas un lugar no pequeño corresponderá, creemos, a la gravitación de ese pasado a cuya caracterización hemos dedicado este capítulo inicial de nuestro trabajo. Ello es así porque la historia ha modelado una institución muy memoriosa y con personalidad propia.

Bien se ha dicho que las universidades son siempre memoriosas, quizás porque cultivar la memoria es una de sus actividades predilectas, y sin duda también porque su acontecer se inscribe en la muy larga duración, habiendo la institución demostrado una impresionante aptitud para persistir durante siglos e incluso para revivir, cambiada pero indudablemente la misma.

La universidad continental es parte de esa historia de continuidades y de la antigua tradición, con la cual se conecta incluso directamente a través de la universidad colonial hispanoamericana. Es memoriosa además porque no sólo en sus recuerdos sino también en su funcionamiento cotidiano están marcadamente inscritos rasgos que provienen de la antigua institución unitaria, junto a varios otros típicos de la estructuración de la enseñanza superior durante el siglo de la Independencia, y a los cambios sustantivos emanados de la Reforma. Debido a ésta, también y sobre todo, es una institución memoriosa: conserva vigente una tradición reciente, inspirada por un proceso autóctono y muy específico, en el curso del cual los modelos importados de universidad fueron parcial pero sustantivamente modificados en la realidad, dando lugar a nuevas formas de gobierno interno y de relacionamiento externo, que configuraron una institución original, la Universidad Latinoamericana con mayúsculas.

De acuerdo a su propia idea de lo que debe ser a una imagen que se va desvaneciendo pero que no ha sido reemplazada por otra y que aún gravita en los imaginarios colectivos, esa Universidad se considera llamada a colaborar de manera integral a la solución de los problemas colectivos y a la mejora de la calidad de vida, sobre todo de los sectores más postergados de la sociedad, siguiendo para ello cursos de acción autonómicamente resueltos por la comunidad universitaria.

La Universidad Latinoamericana del Futuro

Nuestro tiempo está signado por una nueva aceleración del cambio técnico que, generando a la vez nuevas posibilidades y nuevos riesgos, se constituye ante todo en un formidable factor de desestabilización de gran parte de las relaciones sociales. Muy grandes han llegado a ser las posibilidades técnico-productivas de solucionar los problemas básicos de la alimentación, la vivienda, la salud y la educación de todos; en breve, de erradicar la pobreza. Lo lejos que sigue estando esta meta muestra a las claras la insuficiencia de las visiones tecnocráticas que asimilan solución técnica con solución efectiva y real de los problemas. Paralelamente, se han multiplicado los riesgos éticos y ecológicos que el cambio técnico conlleva, su potencial para la violencia, su incidencia en la desocupación y en diversas formas de marginación. El control social de la ciencia y la tecnología se ha convertido en una cuestión decisiva.

Hemos entrado en la era de la economía global, basada en el conocimiento y motorizada por la innovación, que conjuga un formidable potencial productivo con un no menos formidable potencial destructivo y con la inestabilidad multiplicada. La centralidad del conocimiento y las dificultades para manejarlo constituyen la clave de bóveda de muy diversos conflictos y de nuevas divisorias entre clases, naciones y regiones; ciertos viejos poderes se diluyen y otros se afianzan, mientras emergen poderes y cuestionamientos nuevos. En ese marco, América Latina pugna por construirse un nuevo lugar en el mundo.

Las perspectivas varían de una zona a otra del continente, y en todos los casos ofrecen más de una posibilidad para el porvenir. Sin desmedro de esa diversidad, parece dibujarse como “escenario tendencial” una reinserción neoperiférica y dependiente de América Latina en la economía internacional. En esa dirección apuntan los caracteres más señalados de la transformación productiva en curso, la creciente subordinación de nuestra estructura económica a los intereses de la gran finanza y las corporaciones de los países centrales, la persistente inequidad y la elevada marginación, la brecha que se ahonda entre nuestros países y los del Norte en materia científica y tecnológica, las trabas múltiples que atenazan la innovación social en general. Las posibilidades colectivas para acceder al conocimiento, las capacidades para crearlo o adaptarlo, difundirlo y usarlo de forma socialmente fecunda, son demasiado escasas entre nosotros. La región como tal y gran parte de su población van sufriendo pues nuevas postergaciones.

En semejante panorama, una condicionante fundamental del futuro del continente será la evolución que vivan sus universidades públicas. Estas no sólo son las principales transmisoras del conocimiento avanzado sino también sus grandes creadoras; el papel de esas universidades en la investigación latinoamericana es en términos relativos muy superior al que se observa en los países industrializados. Además, la Universidad Latinoamericana constituye una institución original, fruto de una construcción histórica específica, cuya tradición la liga tanto a la crítica del conocimiento de sus contenidos y de sus usos como a la búsqueda de caminos propios para el desarrollo latinoamericano. Pues bien, quizás nunca en nuestra historia hemos necesitado con tanta urgencia como hoy capacidades para generar, transmitir y usar masivamente conocimientos del más alto nivel en formas críticas y originales. Razón no menor para creer esto es justamente el propio proceso de globalización, frente al cual la debilidad en materia de creación, transmisión y utilización de conocimiento equivale a una condena a seguir pautas ajenas. Cuánto más adaptadas son éstas a realidades particulares, más ineficiente puede resultar seguirlas en América Latina; sin nuestras universidades actuando como generadoras activas de conocimiento, demasiados problemas específicos de la región quedarán en el limbo de las preguntas por nadie formuladas.

La Universidad Latinoamericana llegó ya al fin de la etapa histórica forjadora de su personalidad original. Hoy se debate en un mar de incertidumbres y contradicciones, sacudida tanto por los procesos que están cambiando aceleradamente al continente como por la mutación global inducida por la nueva centralidad del conocimiento. Escudriñar los futuros posibles de nuestra universidad ofrece un punto de vista privilegiado para analizar las perspectivas de esta parte del mundo. Esa noción orienta nuestro trabajo que aspira a comprender un poco mejor, en relación al desarrollo humano autosustentable del continente, qué puede ser y qué quiere ser la Universidad Latinoamericana.

El marco de referencia y la prospectiva

Queremos abordar la problemática universitaria latinoamericana desde cuatro enfoques, interdependientes pero diferenciables: (i) normativo, (ii) fáctico o descriptivo, (iii) prospectivo, y (iv) propositivo. Cada uno de ellos condiciona a los demás y, al mismo tiempo, debe ser distinguido de ellos.

La idea que se tenga acerca del “deber ser” de nuestras casas de estudios superiores informa, por supuesto, las propuestas para transformarlas de modo que su accionar real contribuya más sustantivamente al avance hacia las metas postuladas. A su vez, éstas orientan el análisis de lo que ha sido y es, así como de lo que puede ser.

La realidad, sea cual sea su naturaleza última, resulta demasiado intrincada como para que el conocimiento humano pretenda dar cuenta global y objetiva de ella. Cabe sí aspirar a poner de manifiesto ciertos aspectos de su trama infinitamente compleja, si se es capaz de escoger puntos de vista y de diseñar instrumentos de observación que iluminen algunos elementos y relaciones relevantes, lo cual en el mejor de los casos dejará mucho en la penumbra o aún en la oscuridad; si además se dispone de esquemas conceptuales en los que insertar lo observado, de modo que tenga sentido y permita captar ciertas dinámicas sustantivas, se habrá realizado algún aporte al conocimiento de los hechos y de su entrelazamiento. El enfoque normativo condiciona la labor descriptiva por lo menos de dos maneras, pues incide tanto en el ángulo de observación que se escoge como en el color del cristal a través del cual se mira. Lo primero puede, en medida considerable, ser explicitado, y debe serlo, pues implica tanto asumir el carácter parcial del conocimiento generado, y su dependencia del punto de vista, como reconocer que en la selección de este último incide la aspiración a la pertinencia de la investigación emprendida.

El trabajo en las ciencias sociales, y no sólo en ellas, ha de prestar atención recurrente a la medida en que nuestros valores – y gustos, intereses, pasiones, aspiraciones, improntas culturales, prejuicios- colorean lo que creemos ver. Sabemos que no nos ha sido dado a los humanos el poder de captar todos los tonos y matices, pero la labor científica incluye la lucha permanente contra la tentación a reducir la paleta de colores reconocidos más allá de lo que es necesario para construir y comunicar el conocimiento. Hay allí una contradicción que no se puede resolver; quizás no sea tampoco deseable superarla, pues la tensión entre lo que se quiere descubrir o construir y lo que se hace con los datos de la realidad, si bien ha dado lugar a innumerables productos de deshecho, e incluso no pocos errores de grandes científicos, también ha aguzado algunas de las miradas más profundas e inspirado construcciones perdurables. En cualquier caso, asumir que el conocimiento humano no puede ser global y neutral no implica la renuncia a toda objetividad. La elaboración de los hechos científicos incluye, en todas las ciencias, convenciones y negociaciones; pero quien crea que eso es todo lo que hay debiera recordar que algunos cultores de la llamada sociología constructiva de la ciencia llegaron a descubrir, con asombro, la realidad del mundo material. Lo cual equivale a decir que no todo vale, ni en las ciencias de la naturaleza ni en las ciencias de la sociedad.

Más aún, la búsqueda de una cierta objetividad, aún parcial e históricamente condicionada, es imprescindible precisamente si las aspiraciones no se limitan a lo descriptivo. Parece evidente que, responsablemente, sólo se puede avanzar algunas propuestas, y cuestionar otras, a partir de una comprensión mínimamente objetiva de lo que se puede o no hacer. Pero el enfoque fáctico condiciona no sólo al enfoque propositivo sino también al normativo; en efecto, salvo que este último se limite a reivindicar el bien, la verdad, la belleza y la felicidad, debe construirse en diálogo conflictivo con lo posible. Tiene sentido postular el derecho a la atención médica, no a la vida eterna. La expansión de los conocimientos dotados de alguna objetividad enmarca, condiciona o moldea a las aspiraciones normativas; recíprocamente, corresponde a éstas contribuir a orientar a la investigación, impulsándola a ir más allá de lo que en cierto contexto parece posible, fijándole metas y también restricciones, como lo recuerda con fuerza la problemática contemporánea de la bioética.

Diseñar puentes entre el “deber ser” y lo que “realmente se hace”, o se hará, es lo propio de los enfoques propositivos. Elaborarlos presupone asumir con modestia la incertidumbre, la pluralidad de futuros posibles y lo limitado de nuestra capacidad para anticiparlos. Ahora bien, en rigor, el mero hecho de proponer un curso de acción implica aceptar, a la vez, que el porvenir no está determinado por el pasado, y que no es independiente del mismo. En esta óptica, la construcción de propuestas ha de recurrir a la ayuda de la prospectiva, entendida como conjunto de esfuerzos sistemáticos orientados a explorar lo que Bertrand de Jouvenel denominó los futuribles , vale decir, los futuros posibles.

En realidad, también el esfuerzo por conocer la realidad puede apelar a la prospectiva, pues a menudo no se comprende lo que algo es si no se tiene una idea de lo que puede llegar a ser, de las posibilidades de transformación que encierra. A la inversa, no tiene sentido escudriñar el futuro si no se conoce el presente y sobre todo el pasado: el estudio de los hechos con espesor histórico, que desde este ángulo se denomina retrospectiva, suele constituir la parte más extensa de una labor prospectiva.

En fin, a riesgo de subrayar lo obvio, recordemos los límites muy precisos de semejante labor, ajena por completo a la pretensión futurológica. Se ha dicho de la filosofía que se trata de un auxiliar para la discusión democrática de la sociedad consigo misma. En una vena similar, cabe decir que la prospectiva es un auxiliar para la toma democrática de decisiones, en tanto colabora a la discusión de las posibilidades que la realidad abre o cierra, y por ende a la elaboración y evaluación de propuestas.

Habiendo completado una sumaria referencia a los enfoques normativos, fácticos, prospectivos y propositivos, así como a sus conexiones mutuas, pasemos a resumir el contenido de lo que sigue.

Esquema de la monografía

En la siguiente sección, con la que concluye esta introducción general, sintetizamos nuestro enfoque normativo; su punto de partida lo constituye la noción de desarrollo humano autosustentable; el enfoque se elabora atendiendo a lo que ese tipo de desarrollo, en el caso de América Latina, requiere de sus universidades.

Surgen así ciertas metas generales, cuyo grado de viabilidad importa analizar. Las posibilidades que encierra el futuro dependen en medida significativa de la trayectoria pasada, del tipo de instituciones y de relacionamientos con la sociedad que la historia ha forjado. Recapitular ciertos aspectos relevantes de semejante trayectoria es el objetivo de la Primera Parte, “La Presencia del Pasado”, compuesta por un capítulo titulado “La conformación histórica de una memoriosa institución original”; ese ejercicio retrospectivo apunta a caracterizar la “idea de Universidad” que llegó a conformarse en nuestro continente.

Las interrogantes respecto a la viabilidad de las metas sugeridas orientan también la selección de los principales aspectos a estudiar de la realidad en la que está inmersa la universidad latinoamericana contemporánea. A ello está dedicada la Segunda Parte, “Dinámicas de cambio”, conformada por los capítulos 2, 3 y 4 de esta monografía, que se ocupan, respectivamente, de tres tipos de dinámicas interconectadas: las internas a las instituciones universitarias del continente, las que están transformando el conocimiento a escala universal, y las que están moldeando un nuevo período en la evolución económica de América Latina.

El capítulo 2, “Mutaciones y permanencias en las universidades latinoamericanas”, intenta sintetizar algunos cambios sustantivos de las últimas décadas, captar por debajo de los mismos ciertas continuidades sustantivas, y recapitular los mayores problemas que, en la visión de los actores internos, desafían a sus casas de estudios. La atención se concentra en las principales dinámicas que se despliegan dentro de la institución universitaria, signadas por la acelerada expansión cuantitativa de la educación superior, las dificultades materiales, y las contradicciones entre las realidades de hoy y la tradición de la Reforma Universitaria, que inspira tanto al cogobierno autonómico y participativo como a modalidades muy específicas de interacción con la sociedad.

El capítulo 3, “Nuevo papel económico del saber y transformaciones académicas”, se ocupa primero de las nuevas tendencias en lo que hace a la generación de conocimientos, vinculadas con la constitución de la ciencia y la tecnología en fuerza productiva fundamental de la economía contemporánea. Luego se analiza el impacto de ello en los rápidos cambios que está experimentando el quehacer académico en los países “centrales”.

El capítulo 4, “América Latina en la sociedad del conocimiento”, se refiere a las características de la inserción en curso del continente en la economía global y al papel que en la misma juega el conocimiento endógenamente generado, cuestiones que llevan a mirar en forma comparativa lo que sucede con la educación superior, la investigación y la innovación. La sección final del capítulo, que analiza las perspectivas futuras del desarrollo latinoamericano, sirve de introducción a nuestro enfoque prospectivo.

Ese es el tema de la Tercera Parte, “Escudriñando el mañana”. La misma está constituida por el Capítulo 5, “Miradas prospectivas”, que empieza revisando ciertos análisis acerca del porvenir de la educación superior. De esa forma se establece el contexto para lo que es el objetivo central del capítulo, una construcción, por cierto muy primaria, de escenarios alternativos para las universidades latinoamericanas del futuro.

Nuestro enfoque propositivo se presenta en la “Conclusión provisional: universidades y sociedades de aprendizaje”, donde primero discutimos las propuestas reformistas que levantara tres décadas atrás Darcy Ribeiro, y luego esbozamos ciertos criterios para la renovación de la idea latinoamericana de Universidad, desde la perspectiva de lo que requiere el desarrollo humano autosustentable del continente. No se aspira más que a contribuir al intercambio de ideas acerca de las vías más adecuadas para que la Universidad Latinoamericana sea el protagonista principal de su propia transformación. Esta última es nuestra preocupación mayor.

Exigencias del desarrollo humano austosustentable

Vivimos una época que conduce naturalmente a reconsiderar la misión o mejor quizás, las misiones de la Universidad.

Nuevos poderes, nuevas oportunidades y nuevos riesgos se asocian a la expansión de los conocimientos. La repartición de sus beneficios, y también de sus perjuicios, multiplica los conflictos, abiertos o encubiertos. La ciencia y la tecnología han devenido en un factor mayor de desestabilización generalizada, física y espiritual. La eseñanza avanzada, su calidad y su difusión, inciden cada vez más en la riqueza y la pobreza de las personas y las naciones, en la desigualdad entre individuos, grupos y regiones. Todo ello multiplica las tensiones que soportan las universidades, ámbitos por excelencia de conjugación de la investigación y la educación.

En cierto sentido, cabe hablar de la emergencia de una sociedad global del conocimiento. Ello es así en la medida en que el planeta entero experimenta inmensos impactos originados por la expansión explosiva del conocimiento, y por su redoblada incidencia en las relaciones de poder económico, político, ideológico y militar. Pero por supuesto el signo y la magnitud de las consecuencias de todo ello sobre la gente están lejos de ser uniformes. Parte de la heterogeneidad y la desigualdad a la que asistimos puede ser captada diciendo que, si acaso toda la humanidad resulta sumergida, de una manera u otra, directa o indirectamente, en los engranajes de la “sociedad del conocimiento”, gran parte de la humanidad está lejos de integrarse en una “sociedad del aprendizaje”. Usamos esta expresión, en una conceptualización muy primaria, para designar a las naciones o regiones donde la educación, la capacitación, la innovación y la difusión de los saberes en suma, los aprendizajes colectivos alcanzan niveles altos y tienden a expandirse sistemáticamente.

La emergente economía planetaria se basa en el conocimiento y es impulsada por la innovación. En esa economía, los “países centrales” y las “sociedades de aprendizaje” no constituyen conjuntos idénticos, pero seguramente tienen importantes puntos en común. En cambio, las naciones o regiones que no están lejos de ser “sociedades de aprendizaje” constituyen las periferias o semiperiferias de una nueva división internacional del trabajo y la riqueza.

Se ha dicho (Etzkowitz, 1997) que, en el mundo de hoy, las universidades devienen “instituciones nucleares”, profundamente insertas en el entramado de las relaciones sociales más gravitantes. La afirmación refleja una verdad profunda, pero debe ser elaborada y matizada al menos en dos sentidos. En primer lugar, su validez no es tan evidente en las periferias o semiperiferias como en el centro. En segundo lugar, la relevancia acrecentada que alcanzan ciertas universidades es un fenómeno ambivalente, pues abre caminos a muy diversos usos sociales del conocimiento y a complejas transformaciones de la cultura. Como la ciencia nunca ha sido fuente de poder tan grande como hoy, nunca ha sido tan válido como hoy el aforismo de Rabelais: “ciencia sin conciencia es la muerte del alma”.

A las razones generales que inducen a repensar la misión universitaria, vienen a sumarse otras específicamente latinoamericanas: la relevancia indudable de la institución en nuestro continente, el agotamiento de un ciclo histórico de la misma y, al mismo tiempo, el acrecentamiento de su contribución a la investigación regional, mayor en términos relativos que la registrada en los países centrales; la incidencia del conocimiento en el nuevo tipo de dependencia que va modelando la inserción de América Latina en la economía globalizada; los desgarramientos sociales y culturales que jalonan ese proceso.

La cuestión aquí encarada ha sido planteada de modo que involucra un amplio espectro normativo: “Es indispensable […] definir la nueva misión de la universidad y acentuar la responsabilidad social de los que tienen el privilegio de tener acceso a ella. En los cambios que se avecinan, a la universidad latinoamericana -además de los nuevos roles en cuanto a los desafíos científico-tecnológicos y del nuevo tipo de relaciones que debe establecer con la sociedad en general y con el sistema productivo en particular- le corresponde también el importante papel de estar vigilante para garantizar en sus comunidades:

una cultura de la justicia social y de los derechos humanos;
el rescate de los valores regionales, universales y de fe en los pueblos de este continente;
la formación de profesionales capaces de dominar intelectualmente el sistema productivo en pro de las culturas regionales latinoamericanas;
menor dependencia tecnológica y mayores esfuerzos para humanizar la tecnología;
mayor participación en la interacción cultura-desarrollo, de manera que la universidad asuma su doble función de mediación crítica y de servicio a las exigencias de la sociedad;
desarrollar una mayor articulación entre los centros académicos de alto nivel con vocación regional e internacional;
fortalecimiento de la identidad y pluralidad cultural;
producción de horizontes reflexivos sobre los cambios de la sociedad actual y del mejoramiento de una conciencia crítica y emancipadora, y el compromiso con una cultura de la ética basada en valores de solidaridad y justicia social.” (García Guadilla, 1996a: 123)

En contexto tan amplio y exigente, focalizaremos nuestra atención en ciertos aspectos algo más acotados, que se vinculan directamente con las exigencias del desarrollo humano autosustentable. Esta noción constituye nuestro hilo conductor normativo.

Por cierto, a este respecto reivindicamos la mejor tradición latinoamericana de las décadas de la Post Guerra, según la cual “desarrollo” denota algo muy próximo a lo que después se denominó “desarrollo humano”, como contraposición a la frustrante identificación entre crecimiento económico y desarrollo. Esta última noción se refiere pues aquí a una expansión de las capacidades productivas tanto como a una transformación de las relaciones sociales, que tienden a mejorar la calidad de vida y a disminuir las desigualdades étnicas, de clase, género o cualquier otro tipo. Semejante desarrollo es sustentable, según la noción que grandes esfuerzos durante un cuarto de siglo llegaron a convertir en un verdadero patrimonio compartido, cuando se lleva a cabo sin hipotecar las posibilidades de las generaciones futuras para construir sus propias opciones de desarrollo. La formulación tiende a resaltar la impronta plural otro logro de las últimas décadas que ha llegado a incorporar la noción de desarrollo: apunta a ciertas metas genéricamente humanas, pero no sugiere ninguna unicidad de modelo o trayectoria; alejándose del monismo y del determinismo, la noción resalta tanto la importancia de una diversidad de actores colectivos como la de las variadas capacidades para la innovación, técnico-económica, institucional, política y cultural. Asimismo, reformulando la idea del desarrollo endógeno de manera ajena a toda pretensión autárquica, pensándola en clave temporal de largo plazo, y reivindicando el valor de la autonomía cultural en sentido amplio, la autosustentabilidad del desarrollo alude a la capacidad de las generaciones presentes para construir las bases humanas, ambientales y materiales del desarrollo futuro.

En la acepción que venimos de esbozar, nuestro punto de partida, y también nuestro punto de llegada, será lo que el desarrollo humano autosustentable de América Latina requiere de sus universidades. Estas deben, en relación a dicho objetivo:

a) generar conocimiento pertinente y de la más alta calidad, lo que supone una amplia y diversificada capacidad de investigación;

b) transmitir el conocimiento e impulsar su uso, mediante la extensión universitaria y el relacionamiento, pensado con cabeza propia, tanto con el sector productivo como con otros sectores sociales;

c) formar profesionales creativos, socialmente y ambientalmente responsables, dotados de una sólida capacitación interdisciplinaria en lo que hace a las complejas relaciones entre Ciencia, Tecnología, Sociedad y Desarrollo, y con una amplia perspectiva cultural;

d) colaborar a la transformación global del sistema educativo, apuntando a la generalización de la enseñanza avanzada, de calidad y renovable a lo largo de la vida entera;

e) cooperar a la mejor comprensión y solución de los problemas colectivos, particularmente en su dimensión prospectiva, para pensar en el largo plazo;

f) en general, fomentar un tipo de vinculación con la sociedad que en un mundo donde cada vez más seres humanos quedan al margen de los cambios tienda a capacitar a la gente para conocer y decidir su propia posición ante las diversas transformaciones en curso, lo que equivale a colaborar en la forja de una “ciudadanía para los cambios”.

¡ABAJO EL PAQUETAZO DE LEYES EN CONTRA DE LA CLASE TRABAJADORA!

No hay dudas de que asistimos a uno de los más grandes ataques a los derechos de la clase trabajadora en los últimos años; el gobierno burgués de Funes y del FMLN, en complicidad con todos los partidos de la derecha, quiere aprobar todo un paquetazo de leyes que condenan aún más a la miseria al pueblo pobre y lo hacen cargar con los costos del déficit que esos mismos burgueses crearon. Dicho paquetazo incluye los siguientes proyectos:

1. Ley de la Función Pública.
2. Ley de Asocio Público Privado.
3. Reformas a Ley de la Carrera Docente.

Todas estas leyes atacan los derechos sindicales y laborales, pasando por encima del Código de Trabajo y de la Constitución. Por ejemplo, el Anteproyecto de Ley de la Función Pública, eje de esta movilización, flexibiliza la jornada laboral, determina que no se paguen horas extras ni aguinaldo proporcional, define nuevas formas de contratación (lo necesario es que todos sean contratados por concurso público con prueba de conocimiento).

Otro de los ataques contemplados en este paquetazo es la destrucción de las convenciones colectivas, pues impide que los sindicatos, a través de negociaciones, puedan mejorar la situación salarial y laboral de sus trabajadores.

Ante las maniobras del Gobierno por derrotar la lucha en las mesas de negociación que buscan quebrar el movimiento y apoyarse en pequeños grupos de dirigentes sindicales corruptos, el camino es seguir profundizando, organizando y masificando las movilizaciones y no dividir la lucha.

Desde la Unidad Socialista de Trabajadores (UST) apoyamos y nos sumamos totalmente a la movilización de este 21 de marzo. Hay que golpear juntos y cada vez más fuerte, mediante la acción colectiva agrupada en la COODINADORA SINDICAL SALVADOREÑA, bajo un solo plan de lucha clasista que responda a las exigencias de todos los sectores de la clase trabajadora.

¡DERROTEMOS LA LEY DE LA FUNCIÓN PÚBLICA CON MOVILIZACIÓN!
¡UNIDAD Y LUCHA DE TODA LA CLASE TRABAJADORA!
¡QUE LA CRISIS LA PAGUEN LOS RICOS!

UNIDAD SOCIALISTA DE TRABAJADORES
Liga Internacional de los Trabajadores – Cuarta Internacional

VICISITUDES HISTÓRICAS DE LA DOCTRINA DE CARLOS MARX

Lo principal de la doctrina de Marx es el haber puesto en claro el papel histórico universal del proletariado como creador de la sociedad socialista.
¿Ha confirmado esta doctrina el curso de los acontecimientos sobrevenidos en el mundo entero desde que la expuso Marx?

Marx la formuló por vez primera en 1844. El Manifiesto Comunista de Marx y Engels, aparecido en 1848, ofrece ya una exposición completa y
sistematizada, sin superar hasta hoy, de esta doctrina.

A partir de entonces, la historia universal se divide claramente en tres grandes períodos: 1) desde la revolución de 1848 hasta la Comuna de París (1871); 2) desde la Comuna de París hasta la revolución rusa (1905); 3) desde la revolución rusa hasta nuestros días.

Lancemos una ojeada a las vicisitudes de la doctrina de Marx en cada uno de estos períodos.

I
En los comienzos del primer período, la doctrina de Marx no era, ni mucho menos, la imperante. Era sólo una más de las numerosísimas fracciones o corrientes del socialismo. Las formas de socialismo que predominaban eran, en el fondo, afines a nuestro populismo: incomprensión de la base materialista del devenir histórico, incapacidad de discernir el papel y la importancia de cada una de las clases de la sociedad capitalista, encubrimiento de la esencia burguesa de las reformas democráticas con diversas frases seudosocialistas sobre el “pueblo”, la “justicia”, el “derecho”, etc.

La revolución de 1848 asestó un golpe mortal a todas esas formas aparatosas, heterogéneas y chillonas del socialismo premarxista. La revolución muestra en todos los países las distintas clases de la
sociedad en acción. La matanza de obreros que la burguesía republicana hizo en las jornadas de junio de 1848 en París demostró definitivamente que sólo el proletariado es socialista por naturaleza. La burguesía liberal teme cien veces más la independencia de esta clase que cualquier reacción,
sea la que sea. El cobarde liberalismo se arrastra a sus pies. Los campesinos se conforman con la abolición de los restos del feudalismo y se pasan al lado del orden, y sólo a veces vacilan entre la democracia obrera y el liberalismo burgués.

Toda doctrina de un socialismo que no sea de clase y de una política que no sea de clase se acredita como un vano absurdo.

La Comuna de París (1871) coronó este decurso de las transformaciones burguesas; sólo al heroísmo del proletariado debe su afianzamiento la república, es decir, la forma de organización del Estado en que las relaciones de las clases se manifiestan de la manera menos encubierta.

En los demás países europeos, un devenir más confuso y menos acabado conduce a la formación de esa misma sociedad burguesa. A fines del primer período (1848-1871), período de tempestades y revoluciones,
Muere el socialismo anterior a Marx.

Nacen los partidos proletarios independientes: la
Primera Internacional (1864-1872) y la socialdemocracia alemana.

II

El segundo período (1872-1904) se distingue del primero por su carácter “pacífico”, por la ausencia de revoluciones. El Occidente ha terminado con las revoluciones burguesas. El Oriente aún no está maduro para ellas.

El Occidente entra en la etapa de preparación “pacífica” para la época de las transformaciones venideras. Se constituyen por doquier partidos
socialistas de base proletaria que aprenden a utilizar el parlamentarismo burgués, a montar su prensa diaria, sus instituciones culturales, sus sindicatos y sus cooperativas. La doctrina de Marx obtiene un
triunfo completo y se va extendiendo. Lento, pero constante, prosigue el proceso de reclutamiento y concentración de fuerzas del proletariado, que se prepara para las batallas venideras.

La dialéctica de la historia es tal que el triunfo teórico del marxismo obliga a sus enemigos a disfrazarse de marxistas. El liberalismo, podrido por
dentro, intenta reavivarse bajo la forma de oportunismo socialista. Los enemigos del marxismo interpretan el período de preparación de las fuerzas para las grandes batallas en el sentido de renuncia a estas batallas.

Se explican la mejora de la situación de los esclavos para la lucha contra la esclavitud asalariada en el sentido de que los esclavos pueden vender por unos céntimos su derecho a la libertad.

Predican pusilánimes la “paz social” (esto es, la paz con el esclavismo), la renuncia a la lucha de clase etc. Tienen muchos adeptos entre los parlamentarios socialistas, entre los diversos funcionarios del
movimiento obrero y los intelectuales “simpatizantes”.

III

Aún no se habían cansado los oportunistas de ufanarse de la “paz social” y de la posibilidad de evitar los temporales bajo la “democracia”, cuando
se abrió en Asia una nueva fuente de tremendas tempestades mundiales. A la revolución rusa siguieron las revoluciones turca, persa y china. Hoy
atravesamos precisamente la época de esas tempestades y de su “repercusión” en Europa.

Cualquiera que sea la suerte reservada a la gran república china, frente a la cual se afilan hoy los colmillos las diversas hienas “civilizadas”, no habrá
en el mundo fuerza capaz de restablecer en Asia el viejo feudalismo ni de barrer de la faz de la tierra el heroico espíritu democrático de las masas populares de los países asiáticos y semiasiáticos.

A algunas gentes, que no se fijaban en las condiciones de preparación y desarrollo de la lucha de las masas, las había llevado a la desesperación
y al anarquismo la larga demora de la lucha decisiva contra el capitalismo en Europa. Hoy vemos cuán miope y pusilánime es la desesperación anarquista.

No desesperación, sino ánimo debe inspirar el hecho de que ochocientos millones de personas de Asia se hayan incorporado a la lucha por los mismos ideales europeos.

Las revoluciones asiáticas han puesto de manifiesto la misma falta de carácter y la misma ruindad del liberalismo, la misma importancia excepcional que tiene la independencia de las masas democráticas, el mismo deslindamiento neto entre el proletariado y la burguesía de toda laya. Quien, después de la experiencia de Europa y de Asia, hable
de una política que no sea de clase y de un socialismo que no sea
de clase, merece simplemente que se le enjaule y se le exhiba junto a algún canguro australiano.

Europa ha comenzado a agitarse después de Asia, pero no a la manera asiática. El período “pacífico” de 1872-1904 ha pasado para siempre a la historia. La carestía de la vida y la opresión de los trusts enconan más que nunca la lucha económica, que ha puesto en movimiento hasta a los obreros ingleses, los más corrompidos por el liberalismo. La crisis política
sazona a ojos vistas hasta en Alemania, el país más “pétreo”, de los burgueses y los junkers. La desaforada carrera de los armamentos y la política del imperialismo hacen de la Europa actual una “paz social” que se parece más que nada a un barril de pólvora. Mientras tanto, la descomposición de todos los partidos burgueses y la maduración del
proletariado siguen su curso incontenible.

Desde que apareció el marxismo, cada una de estas tres grandes épocas de la historia universal ha venido a confirmarlo de nuevo y a darle nuevos
triunfos. Pero aún será mayor el que, como doctrina del proletariado, le rendirá la época histórica que se avecina.

Publicado el 1 de marzo de 1913 en el núm. 50 del periódico “Pravda”.
T. 23, págs. 164.