La Ecología Política en América Latina.Un campo en construcción*

La Ecología Política en América Latina.
Un campo en construcción*

Enrique Leff**

Emergencia de la Ecología Política

La ecología política se encuentra en el momento fundacional de un campo teórico-práctico. Es la construcción de un nuevo territorio del pensamiento crítico y de la acción política. Situar este campo en la geografía del saber no es tan sólo delimitar su espacio, fijar sus fronteras y colocar membranas permeables con disciplinas adyacentes. Más bien implica desbrozar el terreno, dislocar las rocas conceptuales y movilizar el arado discursivo que conforman su suelo original para construir las bases seminales que den identidad y soporte a este nuevo territorio; para pensarlo en su emergencia y en su trascendencia en la configuración de la complejidad ambiental de nuestro tiempo y en la construcción de un futuro sustentable.

La ecología política en germen abre una pregunta sobre la mutación más reciente de la condición existencial del hombre. Partiendo de una crítica radical de los fundamentos ontológicos y metafísicos de la epistemología moderna, más allá de una política fundada en la diversidad biológica, en el orden ecológica y en la organización simbólica que dan su identidad a cada cultura, la ecología política viene a interrogar la condición del ser en el vacío de sentido y la falta de referentes generada por el dominio de lo virtual sobre lo real y lo simbólico, de un mundo donde parafraseando a Marshal Berman, todo lo sólido se desvanece en el aire. A la ecología política le conciernen no sólo los conflictos de distribución ecológica, sino el explorar con nueva luz las relaciones de poder que se entretejen entre los mundos de vida de las personas y el mundo globalizado.

Pues si la mirada del mundo desde la hermenéutica y el constructivismo ha superado la visión determinista de la historia y el objetivismo de lo real, si el mundo está abierto al azar y a la incertidumbre, al caos y al descontrol, al diseño y a la simulación, tenemos que preguntarnos, ¿que grado de autonomía tiene la hiperrealidad del mundo sobre-economizado, hiper-tecnologizado y súper-objetivado sobre el ser? ¿en qué sentido se orienta el deseo, la utopía, el proyecto, en la reconfiguración del mundo guiado por intereses individuales, imaginarios sociales y proyectos colectivos? ¿Qué relaciones y estrategias de poder emergen en este nuevo mundo en el que el aleteo de las mariposas puede llegar a conmover, derribar y reconstruir las armaduras de hierro de la civilización moderna y las rígidas estructuras del poder y del conocimiento? ¿Qué significado adquiere la libertad, la identidad, la existencia, la política?

La ecología política construye su campo de estudio y de acción en el encuentro y a contracorriente de diversas disciplinas, pensamientos, éticas, comportamientos y movimientos sociales. Allí colindan, confluyen y se confunden las ramificaciones ambientales y ecológicas de nuevas disciplinas: la economía ecológica, el derecho ambiental, la sociología política, la antropología de las relaciones cultura-naturaleza, la ética política. Podemos afirmar sin embargo que no estamos ante un nuevo paradigma de conocimiento o un nuevo paradigma social. Apenas comenzamos a indagar sobre el lugar que le corresponde a un conjunto de exploraciones que no encuentran acomodo dentro de las disciplinas académicas tradicionales. La ecología política es un campo que aún no adquiere nombre propio; por ello se le designa con préstamos metafóricos de conceptos y términos provenientes de otras disciplinas para ir nombrando los conflictos derivados de la distribución desigual y las estrategias de apropiación de los recursos ecológicos, los bienes naturales y los servicios ambientales. Las metáforas de la ecología política se hacen solidarias del límite del sentido de la globalización regida por el valor universal del mercado para catapultear al mundo hacia una reconstrucción de las relaciones de lo real y lo simbólico; de la producción y el saber.

La ecología política emerge en el hinterland de la economía ecológica para analizar los procesos de significación, valorización y apropiación de la naturaleza que no se resuelven ni por la vía de la valoración económica de la naturaleza ni por la asignación de normas ecológicas a la economía; estos conflictos socio-ambientales se plantean en términos de controversias derivadas de formas diversas –y muchas veces antagónicas– de significación de la naturaleza, donde los valores políticos y culturales desbordan el campo de la economía política, incluso de una economía política de los recursos naturales y servicios ambientales. De allí surge esa extraña politización de “la ecología”.

En la ecología política han anidado así términos que derivan de campos contiguos –la economía ecológica–, como el de distribución ecológica, definido como una categoría para comprender las externalidades ambientales y los movimientos sociales que emergen de “conflictos distributivos”; es decir, para dar cuenta de la carga desigual de los costos ecológicos y sus efectos en las variedades del ambientalismo emergente, incluyendo movimientos de resistencia al neoliberalismo, de compensación por daños ecológicos y de justicia ambiental. La distribución ecológica designa “las asimetrías o desigualdades sociales, espaciales, temporales en el uso que hacen los humanos de los recursos y servicios ambientales, comercializados o no, es decir, la disminución de los recursos naturales (incluyendo la pérdida de biodiversidad) y las cargas de la contaminación” (Martínez-Alier 1997).

La distribución ecológica comprende pues los procesos extraeconómicos (ecológicos y políticos) que vinculan a la economía ecológica con la ecología política, en analogía con el concepto de distribución en economía, que desplaza a la racionalidad económica al campo de la economía política. El conflicto distributivo introduce a la economía política del ambiente las condiciones ecológicas de supervivencia y producción sustentable, así como el conflicto social que emerge de las formas dominantes de apropiación de la naturaleza y la contaminación ambiental. Sin embargo, la distribución ecológica apunta hacia procesos de valoración que rebasan a la racionalidad económica en sus intentos de asignar precios de mercado y costos crematísticos al ambiente, movilizando a actores sociales por intereses materiales y simbólicos (de supervivencia, identidad, autonomía y calidad de vida), más allá de las demandas estrictamente económicas de propiedad de los medios de producción, de empleo, de distribución del ingreso y de desarrollo.

La distribución ecológica se refiere a la repartición desigual de los costos y potenciales ecológicos, de esas “externalidades económicas” que son inconmensurables con los valores del mercado, pero que se asumen como nuevos costos a ser internalizados por la vía de instrumentos económicos, de normas ecológicas o de los movimientos sociales que surgen y se multiplican en respuesta al deterioro del ambiente y la reapropiación de la naturaleza.

En este contexto se ha venido configurando un discurso reivindicativo en torno a la idea de la deuda ecológica, como un imaginario y un concepto estratégico movilizador de una conciencia de resistencia a la globalización del mercado y sus instrumentos de coerción financiera, cuestionando la legitimidad de la deuda económica de los países pobres, buena parte de ellos de América Latina. La deuda ecológica pone al descubierto la parte más grande y hasta ahora sumergida del iceberg del intercambio desigual entre países ricos y pobres, es decir, la destrucción de la base de recursos naturales de los países llamados subdesarrollados, cuyo estado de pobreza no es consustancial a una esencia cultural o a su limitación de recursos, sino que resulta de su inserción en una racionalidad económica global que ha sobre-explotado a su naturaleza, degradado a su ambiente y empobrecido a sus pueblos. Sin embargo, esta deuda ecológica resulta inconmensurable, pues no hay tasas de descuento que logren actualizarla ni instrumento que logre medirla. Se trata de un despojo histórico, del pillaje de la naturaleza y subyugación de sus culturas que se enmascara en un mal supuesto efecto de la dotación y uso eficaz y eficiente de sus factores productivos.

Hoy, este pillaje del tercer mundo se proyecta al futuro, a través de los mecanismos de apropiación de la naturaleza por la vía de la etno-bio-prospección y los derechos de propiedad intelectual del “Norte” sobre los derechos de propiedad de las naciones y pueblos del “Sur”. La biodiversidad representa su patrimonio de recursos naturales y culturales, con los que han co-evolucionado en la historia, el hábitat en donde se arraigan los significados culturales de su existencia. Estos son intraducibles en valores económicos. Es aquí donde se establece el umbral entre lo que es negociable e intercambiable entre deuda y naturaleza, y lo que impide dirimir el conflicto de distribución ecológica en términos de compensaciones económicas.

El campo de la ecología política se abre en un horizonte que desborda el territorio de la economía ecológica. La ecología política se localiza en los linderos del ambiente que puede ser recodificado e internalizado en el espacio paradigmático de la economía, de la valorización de los recursos naturales y los servicios ambientales. La ecología política se establece en ese espacio que es el del conflicto por la reapropiación de la naturaleza y de la cultura, allí donde la naturaleza y la cultura resisten a la homologación de valores y procesos (simbólicos, ecológicos, epistemológicos, políticos) inconmensurables y a ser absorbidos en términos de valores de mercado. Allí es donde la diversidad cultural adquiere derecho de ciudadanía como una política de la diferencia, de una diferencia radical, en cuanto que lo que está allí en juego es más y otra cosa que la distribución equitativa del acceso y los beneficios económicos derivados de la puesta en valor de la naturaleza.

Desnaturalización de la Naturaleza

En el curso de la historia, la naturaleza se fue construyendo como un orden ontológico y una categoría omnicomprensiva de todo lo real. Lo natural se convirtió en un argumento fundamental para legitimar el orden existente, tangible y objetivo. Lo natural era lo que tenía “derecho de ser”. En la modernidad, la naturaleza se convirtió en objeto de dominio de las ciencias y de la producción, al tiempo que fue externalizada del sistema económico; se desconoció así el orden complejo y la organización ecosistémica de la naturaleza, en tanto que se fue convirtiendo en objeto de conocimiento y en materia prima del proceso productivo. La naturaleza fue desnaturalizada para convertirla en recurso e insertarla en el flujo unidimensional del valor y la productividad económica. Esta naturalidad del orden de las cosas y del mundo –la naturalidad de la ontología y la epistemología de la naturaleza– fue construyendo una racionalidad contra natura, basada en leyes naturales inexpugnables, ineluctables, inconmovibles.

No es sino hasta los años sesenta y setenta en adelante que la naturaleza se convierte en referente político, no sólo de una política de Estado para la conservación de las bases naturales de sustentabilidad del planeta, sino como objeto de disputa y apropiación social, al tiempo que emergen por fuera de la ciencia diversas corrientes interpretativas, en las que la naturaleza deja de ser un objeto a ser dominado y desmembrado para convertirse en un cuerpo a ser seducido, resignificado, reapropiado. De allí todas las diversas ecosofías, desde la ecología profunda (Naess), el ecosocialismo (O´Connor) y el ecoanarquismo (Bookchin), que nutren a la ecología política. En estas perspectivas, la ecología viene a jugar un papel preponderante en el pensamiento reordenador del mundo. La ecología se convierte en el paradigma que, basado en la comprensión de lo real y del conocimiento como un sistema de interrelaciones, orienta el pensamiento y la acción en una vía reconstructiva. De esta manera se establece el campo de una ecología generalizada (Morin) donde se configura toda una serie de teorías y metodologías que iluminan y asechan el campo de la ecología política, desde las teorías de sistemas y los métodos interdisciplinarios, hasta el pensamiento de la complejidad (Floriani 2003).

Se propuso así un cambio de paradigma epistemológico y societario, del paradigma mecanicista al paradigma ecológico, que si bien contraponía al fraccionamiento de las ciencias la visión holística de un mundo entendido como un sistema de interrelaciones, interdependencias y retroalimentaciones, abriendo el conocimiento hacia la novedad y la emergencia, al caos y a la incertidumbre, la conciencia y la creatividad, no renunció a su pulsión totalizadora y objetivante del mundo. Se generó así un nuevo centralismo teórico, que si empezaba a enfrentar el logocentrismo de las ciencias, no ha penetrado el cerco de poder del pensamiento unidimensional asentado en la ley unitaria y globalizante del mercado. La ecología se fue haciendo política y la política se fue ecologizando, pero a fuerza de abrir la totalidad sistémica fuera de la naturaleza, hacia el orden simbólico y cultural, hacia el terreno de la ética y de la justicia (Borrero 2002).

Las corrientes dominantes de pensamiento que alimentan la acción ecologista, van complejizando a la naturaleza, pero no logran salir de la visión naturalista que, desde la biosociología hasta los enfoques sistémicos y la ecologís generalizada, no han logrado romper el cerco de naturalización del mundo en el que la ley natural objetiva vela las estrategias de poder que han atravesado en la historia las relaciones sociedad-naturaleza.

La ecología política es por ello el terreno de una lucha por la desnaturalización de la naturaleza: de las condiciones “naturales” de existencia, de los desastres “naturales”, de la ecologización de las relaciones sociales. No se trata tan sólo de adoptar una perspectiva constructivista de la naturaleza, sino política, donde las relaciones entre seres humanos entre ellos y con la naturaleza se construyen a través de relaciones de poder (en el saber, en la producción, en la apropiación de la naturaleza) y los procesos de “normalización” de las ideas, discursos, comportamientos y políticas.

Más allá de los enfoques ecologistas que siguen dominando el pensamiento ambiental, nuevas corrientes constructivistas y fenomenológicas están contribuyendo a la desconstrucción del concepto de naturaleza, resaltando el hecho de que la naturaleza es siempre una naturaleza marcada, significada, geo-grafiada. Dan cuenta de ello los recientes estudios de la nueva antropología ecológica (Descola y Pálsson 2001) y de la geografía ambiental (Gonçalves 2001), que muestran que la naturaleza es producto no de una evolución biológica, sino de una coevolución de la naturaleza y las culturas que la han habitado. Son estas “naturalezas orgánicas” (Escobar), las que han entrado en competencia y conflicto con la naturaleza capitalizada y tecnologizada por una cultura globalizada que hoy en día impone su imperio hegemónico y homogeneizante bajo el dominio de la tecnología y el signo unitario del mercado.

La ecología política se establece en el encuentro, confrontación e hibridación de estas racionalidades desemejantes y heterogéneas de relación y apropiación de la naturaleza. Más allá de pensar estas racionalidades como opuestos dialécticos, la ecología política es el campo en el cual se están construyendo –en una historia ambiental cuyos orígenes se remontan a una historia de resistencias anticolonialistas y antiimperialistas– nuevas identidades culturales en torno a la defensa de las naturalezas culturalmente significadas y a estrategias novedosas de “aprovechamiento sustentable de los recursos”, de los cuales basta citar la invención de la identidad del seringueiro y de sus reservas extractivistas en la amazonía brasileña, y más recientemente el proceso de las comunidades negras del Pacífico de Colombia. Estas identidades se han configurado a través luchas de resistencia, afirmación y reconstrucción del ser cultural frente a las estrategias de apropiación y transformación de la naturaleza que promueve e impone la globalización económica. Porto Gonçalves ha caracterizado a estos procesos culturales como movimientos de re-existencia.

Política Cultural/Política de la Diferencia

La diferencia es siempre una diferencia radical; está fundada en una raíz cuyo proceso y destino es diversificarse, ramificarse, redificarse. El pensamiento de la diferencia es el proyecto de desconstrucción del pensamiento unitario, aquel que busca acomodar la diversidad a la universalidad y someter lo heterogéneo a la medida de un equivalente universal, cerrar el círculo de las ciencias en una unidad del conocimiento, reducir las variedades ontológicas a sus homologías estructurales y encasillar las ideas dentro de un pensamiento único. La ecología política enraíza el trabajo teórico de desconstrucción del logos en el campo político, donde no basta reconocer la existencia de la diversidad cultural, de los saberes tradicionales, de los derechos indígenas, para luego intentar resolver el conflicto que emana de sus diferentes formas de valorización de la naturaleza por la vía del mercado y sus compensaciones de costos.

Hablamos de ecología política, pero habremos de comprender que la ecología no es política en sí. Las relaciones entre seres vivos y naturaleza, las cadenas tróficas, las territorialidades de las especies, incluso las relaciones de depredación y dominación, no son políticas en ningún sentido. Si la política es llevada al territorio de la ecología es como respuesta al hecho de que la organización ecosistémica de la naturaleza ha sido negada y externalizada del campo de la economía y de las ciencias sociales. Las relaciones de poder emergen y se configuran en el orden simbólico y del deseo del ser humano, en su diferencia radical con los otros seres vivos que son objeto de la ecología.

Desde esta perspectiva, al referirse a las “ecologías de la diferencia”, Escobar pone el acento en la noción de “distribución cultural”, como los conflictos que emergen de diferentes significados culturales, pues “el poder habita a los significados y los significados son la fuente del poder” (Escobar 2000:9). Pero si bien el poder se moviliza por medio de estrategias discursivas, la “distribución cultural” no surge del hecho de que los significados sean directamente fuentes de poder, sino de las estrategias discursivas que generan los movimientos por la reivindicación de sus valores culturales, es decir, en los procesos de legitimación de los significados culturales como derechos humanos. Pues es por la vía de los derechos (humanos) que los valores culturales entran en el juego y el campo del poder establecido por los “derechos del mercado”.

Pero en realidad la noción de distribución cultural puede llegar a ser tan falaz como la de distribución ecológica cuando se le somete a un proceso de homologación y homogeneización. La inconmensurabilidad no sólo se da en la diferencia entre economía, ecología y cultura, sino dentro del propio orden cultural, donde no existen equivalencias entre significaciones diferenciadas. La distribución siempre apela a una materia homogénea: el ingreso, la riqueza, la naturaleza, la cultura, el poder. Pero el ser que funda los derechos es esencialmente heterogéneo, en el sentido de que implica pasar del concepto genérico del ser y del ser ahí heideggeriano, aún herederos de una ontología existencialista esencialista y universal, a pensar la política de la diferencia como derechos del ser cultural, específico y localizado.

La ecología política en América Latina está operando así un proceso similar al que Marx realizó con el idealismo hegeliano, al “poner sobre sus pies” a la filosofía de la posmodernidad (Heidegger, Derrida), al volver al Ser y a la diferencia en la sustancia de una ecología política. La esencial diversidad del orden simbólico y cultural se convierte en la materia de la política de la diferencia.

Pero la diferencia de valores y visiones culturales no se convierte por derecho propio en fuerza política. La legitimación de esa diferencia que le da valor y poder, proviene de una suerte de efectos de saturación de la homogeneización forzada de la vida inducida por el pensamiento metafísico y la racionalidad modernizante. Es de la resistencia del ser al dominio de la homogeneidad hegemónica, de la cosificación objetivante, de la igualdad inequitativa, que surge la diferencia por el encuentro con la otredad, en la confrontación de la racionalidad dominante con lo que le es externo y con aquello que excluye, rompiendo con la identidad de la igualdad y la unidad de lo universal. De esa tensión se establece el campo de poder de la ecología política, de la demarcación del pensamiento único y la razón unidimensional, para valorar la diferencia del ser y convertirlo en un campo de fuerzas políticas.

Hoy es posible afirmar que “las luchas por la diferencia cultural, las identidades étnicas y las autonomías locales sobre el territorio y los recursos están contribuyendo a definir la agenda de los conflictos ambientales más allá del campo económico y ecológico”, reivindicando las “formas étnicas de alteridad comprometidas con la justicia social y la igualdad en la diferencia” (Escobar 2000:6, 13). Esta reivindicación no reclama una esencia étnica ni derechos fincados en el principio jurídico y metafísico del individuo, sino en el derecho del ser, que incluye tanto los valores intrínsecos de la naturaleza como los derechos humanos diferenciados culturalmente, incluyendo el derecho a disentir de los sentidos preestablecidos y legitimados por poderes hegemónicos.

La política de la diferencia no sólo implica diferenciar criterios, opiniones y posiciones. También hay que entenderla en el sentido que asigna Derrida (1989) a la diferencia, que no sólo establece la diferencia en el aquí y el ahora, sino que la abre al tiempo, al devenir, al advenimiento de lo impensado y lo inexistente. En este sentido, frente al cierre de la historia en torno al cerco del pensamiento único y del mercado globalizado, la política de la diferencia abre la historia hacia la utopía de la construcción de sociedades sustentables diferenciadas. El derecho a diferir en el tiempo abre el sentido del ser que construye en el tiempo aquello que es potencialmente posible desde lo real y del deseo, “lo que aún no es” (Levinas 1977).

La ecología política reconoce en el ambientalismo luchas de poder por la distribución de bienes materiales (valores de uso), pero sobre todo de valores-significaciones asignadas a los bienes, necesidades, ideales, deseos y formas de existencia que definen los procesos de adaptación / transformación de los grupos culturales a la naturaleza. No se trata pues de un problema de inconmensurabilidad de bienes-objeto, sino de identidades-valoraciones diferenciadas por formas culturales de significación, tanto de la naturaleza como de la existencia misma. Esto está llevando a imaginar y construir estrategias de poder capaces de vincular y fortalecer un frente común de luchas políticas diferenciadas en la vía de la construcción de un mundo diverso guiado por una racionalidad ambiental (hibridación de diversas racionalidades) y una política de la diferencia. De ese otro mundo posible por el que claman las voces del Foro Social Mundial; de otro mundo donde quepan muchos mundos (Sub-comandante Marcos).

Las reivindicaciones por la igualdad en el contexto de los derechos humanos genéricos del hombre, y sus aplicaciones jurídicas a través de los derechos individuales, son incapaces de asumir este principio político de la diferencia que reclama un lugar propio dentro de una cultura de la diversidad, pues como afirma Escobar,

Ya no es el caso de que uno pueda contestar la desposesión y argumentar a favor de la igualdad desde la perspectiva de la inclusión dentro de la cultura y la economía dominantes. De hecho, lo opuesto está sucediendo: la posición de la diferencia y la autonomía está llegando a ser tan válida, o más, en esta contestación. El apelar a las sensibilidades morales de los poderosos ha dejado de ser efectiva […] Es el momento de ensayar […] las estrategias de poder de las culturas conectadas en redes y glocalidades, de manera que puedan negociarse concepciones contrastantes de lo bueno y el valor de diferentes formas de vida y para reafirmar el predicamento pendiente de la diferencia-en-la-igualdad. (Escobar 2000:21).

Conciencia de clase, conciencia ecológica, conciencia de especie

La política de la diferencia se sitúa en otro plano que el de una ecología política subsumida en el pensamiento ecológico. Pues la significancia de la naturaleza que mueve a los actores sociales en el campo de la ecología política no podría proceder ni fundarse en una conciencia genérica de la especie humana. La “conciencia ecológica” que emana de la narrativa ecologista como una noosfera que emerge desde la organización biológica del cuerpo social humano –esa formación discursiva desde la cual la gente habla del amor a la naturaleza, se conmueve por el cuidado del ambiente y promueve el desarrollo sostenible– no es consistente con bases teóricas ni con visiones y proyectos compartidos por la humanidad en su conjunto. Por ello los “tomadores de decisiones” pueden anteponer la conciencia económica a la de la supervivencia humana y del planeta, y negar las evidencias científicas sobre el cambio climático; por ello los principios del desarrollo sostenible (las responsabilidades comunes pero diferenciadas, el consentimiento previo e informado, el pensar globalmente y actuar localmente, o el principio de quien contamina paga) se han convertido en slogans con un limitado efecto en la construcción de una nueva racionalidad ambiental. El movimiento ambientalista es un campo disperso de grupos sociales que antes de solidarizarse por un objetivo común, muchas veces se confrontan, se diferencian y se dispersan tanto por el fraccionamiento de sus reivindicaciones como por la comprensión y uso de conceptos que definen sus estrategias políticas.

Para que hubiera una conciencia de especie sería necesario que la humanidad en su conjunto compartiera la vivencia de una catástrofe común o de un destino compartido por todo el género humano en términos equivalentes, como aquella que llevó el silogismo aristotélico sobre la mortalidad del hombre a una conciencia de sí de la humanidad cuando la generalización de la peste convirtió el simbolismo del silogismo en experiencia vivida, transformando la máxima del enunciado en producción de sentido de un imaginario colectivo (o la que fundó la cultura humana en la prohibición del incesto y de la cual el simbolismo del complejo de Edipo vino solamente a convertir en sentido trágico y manifestación literaria una “ley cultural” vivida, que no fue instaurada ni por Sófocles ni por Freud). Pues como ha afirmado Lacan (1974-5), del enunciado de Aristóteles “todos los hombres son mortales” no se desprende el sentido que sólo anidó en la conciencia una vez que la peste se propagó por Tebas, convirtiéndola en algo “imaginable” y no sólo una pura forma simbólica, una vez que toda la sociedad se sintió concernida por la amenaza de una muerte real.

En la sociedad del riesgo y la inseguridad en que vivimos podemos afirmar que el imaginario del terror está más concentrado en la realidad de la guerra y la violencia generalizada que en el peligro inminente de un colapso ecológico. Pareciera que el holocausto y los genocidios a lo largo de la historia humana no hubieran sido capaces de anteponer una ética de la vida a los intereses del poder; menos aún una conciencia que responda efectivamente al riesgo ecológico o con un imaginario colectivo que reconduzca sus acciones hacia la construcción de sociedades sustentables. La crisis ambiental que se cierne sobre el mundo aún se percibe como una premonición catastrofista de una naturaleza que se presume cada vez más controlada, más que como un riesgo ecológico real para toda la humanidad. La amenaza que se ha establecido en el imaginario colectivo y que mantiene pasmado al mundo actual es la del terrorismo que se manifiesta en un miedo generalizado a la guerra desenfrenada, al holocausto humano, al derrumbe de reglas básicas de convivencia y de una ética de y para la vida, más que como la conciencia de la revancha de una naturaleza sometida y sobreexplotada.

Ciertamente prácticamente todo el mundo tiene hoy conciencia de problemas ecológicos que afectan su calidad de vida; pero estos se encuentran fragmentados y segmentados según su especificidad local. Estos generan una variedad de ambientalismos (Guha y Martínez Alier 1997), pero no todas las formas y grados de conciencia generan movimientos sociales. Más bien prevalece lo contrario, y los problemas más generales, como el calentamiento global, son percibidos desde visiones y concepciones muy diferentes, desde quienes ven allí la fatalidad de catástrofes naturales hasta quienes lo entienden como la manifestación de la ley límite de la entropía y el efecto de la racionalidad económica. El ambientalismo es pues un kaleidoscopio de teorías, ideologías, estrategias y acciones no unificadas por una conciencia de especie, salvo por el hecho de que el discurso ecológico ha empezado a penetrar todas las lenguas y todos los lenguajes, todos los idearios y todos los imaginarios.

La ley límite de la entropía que sustentaría desde la ciencia tales previsiones y los desastres “naturales” que se han desencadenado y proliferado en los últimos años parecen aún disolver su evidencia en los cálculos de probabilidades, en la incertidumbre vaga de los acontecimientos, en el corto horizonte de las evaluaciones y la multiplicidad de criterios en los que se elaboran sus indicadores. Lo que prevalece es una dispersión de visiones y previsiones sobre la existencia humana y su relación con la naturaleza, en la que se borran las fronteras de las conciencias de clase, pero no por ello las diferencias de conciencias alimentadas por intereses y valores diferenciados, en los que el principio de diversidad cultural está abriendo un nuevo mosaico de posicionamientos que impide la visión unitaria para salvar al planeta, a la biodiversidad y a la especie humana. Cada visión se está convirtiendo en nuevos derechos que están resquebrajando el marco jurídico prevaleciente, construido en torno al principio de la individualidad y del derecho privado, de la misma forma que esos pilares de la racionalidad económica se colapsan frente a lo real de la naturaleza y los sentidos de la cultura.

Esta recomposición del mundo por la vía de la diferenciación del ser y del sentido rompe el esquema imaginario de la interdisciplinariedad, e incluso de un “diálogo de saberes” entendido como la concertación de intereses diferenciados a través de una racionalidad comunicativa (Habermas). La conciencia de la crisis ambiental se funda en la relación del ser con el límite, en el enfrentamiento del todo objetivado del ente con la nada que alimenta el advenimiento del ser, en la interconexión de lo real, lo imaginario y lo simbólico que oblitera al sujeto, que abre el agujero de donde emerge la existencia humana, el ser y su relación con el saber. El sujeto de la ecología política no es el hombre construido por la antropología ni el ser-ahí genérico de la fenomenología, sino el ser propio que ocupa un lugar en el mundo, que construye su mundo de vida como “producción de existencia” (Lacan 1974/75): la nada, la falta en ser y la pulsión de vida que van impulsando y anudando el posible saber en la producción de la existencia, forjando esa relación del ser y el saber, del ser con lo sido y lo que aún no es, de una utopía que está más allá de toda trascendencia prescrita en una evolución ecológica, sea esta orgánica o de una dialéctica ecologizada de la naturaleza (Bookchin 1990).

La conciencia ecológica se inscribe así en una política de la diferencia referida a los derechos del ser y a la invención de nuevas identidades atravesadas y constituidas en y por relaciones de poder.

Ecología Política / Epistemología Política

La ecología política es la política de la reapropiación de la naturaleza. Pero como toda política, no es meramente una estrategia práctica; su práctica no sólo está mediada por procesos discursivos y por aplicaciones del conocimiento, sino que es esencialmente una lucha que se da en la producción y apropiación de los conceptos. No sólo porque el ambientalismo crítico combate las ideologías que fundan la racionalidad de la modernidad insustentable (Leis 2001), sino porque la eficacia de una estrategia de reconstrucción social implica la desconstrucción de los conceptos teóricos e ideológicos que han soportado y legitimado las acciones y procesos generadores de los conflictos ambientales. La orientación de las acciones hacia la construcción de sociedades sustentables se da en un campo de luchas teóricas y de politización de conceptos. Así, los conceptos de biodiversidad, territorio, autonomía, autogestión, están reconfigurando sus significados en el campo conflictivo de las estrategias de reapropiación de la naturaleza.

La política de la diferencia se abre a una proliferación de sentidos existenciales y civilizatorios que son la materia de una epistemología política que desborda al proyecto interdisciplinario en su voluntad de integración y complementariedad de conocimientos (las teorías de sistemas), reconociendo las estrategias de poder que se juegan en el campo del saber y reconduciendo el conflicto ambiental hacia un encuentro y diálogo de saberes. Ello implica una radical revisión del conocimiento, de la relación entre lo real, lo simbólico y lo imaginario, donde la solución no se orienta a copiar a la naturaleza, a subsumirse profundamente en la ecología, ó a generalizar la ecología como modelo de pensamiento y comportamiento, sino a situarse políticamente en lo imaginario de las representaciones de la naturaleza para desentrañar sus estrategias de poder (del discurso del desarrollo sostenible). Se trata no sólo de una hermenéutica de los diferentes sentidos asignados a la naturaleza, sino de saber que toda naturaleza es captada desde un lenguaje, desde relaciones simbólicas que entrañan visiones, sentimientos, razones, sentidos e intereses que se debaten en la arena política. Porque el poder que habita al cuerpo humano está hecho de lenguaje.

Es dentro de esta epistemología política que los conceptos de territorio-región funcionan como lugares-soporte para la reconstrucción de identidades enraizadas en prácticas culturales y racionalidades productivas sustentables, como hoy lo construyen las comunidades negras del Pacífico colombiano. En este escenario,

El territorio es visto como un espacio multidimensional fundamental para la creación y recreación de las prácticas ecológicas, económicas y culturales de las comunidades […] Puede decirse que en esta articulación entre identidad cultural y apropiación de un territorio subyace la ecología política del movimiento social de comunidades negras. La demarcación de territorios colectivos ha llevado a los activistas a desarrollar una concepción del territorio que enfatiza articulaciones entre los patrones de asentamiento, los usos del espacio y las prácticas de usos-significados de los recursos. (Escobar 1999:260)

Una ecología política bien situada se sustenta en una teoría correcta de las relaciones sociedad-naturaleza, o en la desconstrucción de la noción ideológico-científica-discursiva de la naturaleza, capaz de articular la sustancia ontológica de lo real del orden biofísico, con el orden simbólico que la significa, que la convierte en referente de una cosmovisión, de una teoría, de un discurso sobre el desarrollo sustentable. La ecología política remite directamente al debate sobre monismo/dualismo en el que hoy se desgarra la teoría de la reconstrucción / reintegración de lo natural y lo social, de la ecología y la cultura, de lo material y lo simbólico. Es allí donde se ha desbarrancado el pensamiento ambiental, bloqueado por efecto del maniqueísmo teórico y la dicotomía extrema entre el naturalismo de las ciencias físico-biológico-matemáticas y el antropomorfismo de las ciencias de la cultura; unas llevadas al polo positivo del positivismo lógico y empirista; el otro al relativismo del constructivismo y de la hermenéutica. En el naufragio del pensamiento ante su polarización extrema, pensadores y científicos se han agarrado de la tabla de salvación que les ha ofrecido la ecología como ciencia por excelencia e las interrelaciones de los seres vivos con sus entorno, llevando a una ecología generalizada que no logra desprenderse e esa voluntad de totalización del mundo, ahora guiada por el objetivo de construir un pensamiento de la complejidad (Morin 1993). Surgen de allí todos los intentos por reconciliar a esos entes no dialogantes (mente-cuerpo; naturaleza-cultura; razón-sentimiento), más allá de una dialéctica de contrarios, unificados por un creacionismo evolucionista, de donde habría de emerger la conciencia ecológica para reconciliar y saldar las deudas de una racionalidad anti-ecológica. Este pensamiento complejo en búsqueda de un paradigma monista fundado en la ecología no ofrece bases sólidas a una ecología política capaz de guiar las acciones hacia una sustentabilidad fundada en una política de la diferencia.

La otra falla del pensamiento epistemológico reciente ha sido querer reunificar la naturaleza y la cultura sobre la base de una perspectiva fenomenológica a partir de la constatación de que las cosmovisiones de las sociedades “tradicionales” no reconocen una distinción entre lo humano, lo natural y lo sobrenatural. Empero estas “matrices de racionalidad” no constituyen “epistemologías” conmensurables, equiparables con la epistemología de nuestra civilización “occidental”. De manera que si bien podemos inspirarnos en las gnoseologías de las sociedades tradicionales para una política de la diferencia basada en el derecho de sus saberes, el campo general de la epistemología que anima y legitima la política de la globalización económico-ecológica debe desconstruirse desde el cuerpo mismo de sus fundamentos.

La posmodernidad está marcada por el fin de los universalismos y los esencialismos; por la emergencia de entes híbridos hechos de organismo, símbolos y tecnología (Haraway); por la imbricación de lo tradicional y lo moderno. Pero es necesario diferenciar este reenlazamiento de lo natural, lo cultural y lo tecnológico del mundo actual de la complejidad, del mundo de vida de los primitivos que desconocen la separación entre cuerpo y alma, vida y muerte, naturaleza y cultura. Esta continuidad y fluidez del mundo primitivo se da en un registro diferente a la relación entre lo real, lo simbólico y lo imaginario en la cultura moderna.

El problema a resolver por la ecología política no es sólo el dejar atrás el esencialismo de la ontología occidental, sino el principio de universalidad de la ciencia moderna. Pues la ciencia ha generado, junto con sus universales a priori, al hombre genérico que se convirtió en el principio de discriminación de los hombres diferentes. De esta manera, los derechos humanos norman y unifican al tiempo que segregan y discriminan. Por ello, la ecología política debe salir a la desconstrucción de todos los conceptos universales y genéricos: el hombre, la naturaleza, la cultura, etc., pero no para pluralizarlos como “hombres”, “naturalezas” y “culturas” (con sus propias “ontologías” y “epistemologías”), sino para construir los conceptos de su diferencia. Así pues, el ecofeminismo no debe tan sólo diagnosticar los lugares asignados a la mujer en la economía, la política, la familia. Su diferencia sustantiva no radica en el lugar (diferente, subyugado) que le asigna la cultura jerárquica falocéntrica, sino en decir su diferencia con un lenguaje propio, que no es sólo el agregado de sensibilidad a la supuesta racionalidad inconmovible del machismo. La ecología política habrá de edificarse y convivir en una babel de lenguajes diferenciados, que se comunican e interpretan pero que no se traducen en un lenguaje común unificado.

Esta epistemología política trasciende el juego de interrelaciones e interdependencias del pensamiento complejo fundado en una ecología generalizada (Morin) y en un naturalismo dialéctico (Bookchin), ya que está situada más allá de todo naturalismo. Esta emerge desde ese orden que inaugura la palabra, el orden simbólico y la producción de sentido. En esta perspectiva, la ecología política no emerge del orden ecológico preestablecido, ni de una ciencia que haría valer una conciencia-verdad capaz de vencer los intereses antiecológicos y antidemocráticos, sino en un nuevo espacio donde el destino de la naturaleza se juega en un proceso de creación de sentidos-verdades y en sus respectivas estrategias de poder. Ese reanudamiento entre lo real, lo simbólico y lo imaginario es lo que pone en juego las leyes de la naturaleza (entropía como ley límite de lo real) con lo simbólico de su teoría y con la discursividad del desarrollo sostenible. Esta cuestión epistemológica no se dirime en el campo del conocimiento, sino en el de la política que hace intervenir otros símbolos, otros imaginarios y otros reales, en el sentido de que la naturaleza (la biodiversidad) no son entidades objetivas desde el momento en que la naturaleza se construye desde el efecto de poder de los procesos imaginarios y simbólicos que la transforman en geopolítica del desarrollo sostenible.

Ética y Emancipación

La ecología política busca su identidad teórica y política en un mundo en mutación, en el que las concepciones y conceptos que hasta ahora orientaron la inteligibilidad del mundo y la acción práctica, parecen desvanecerse del campo del lenguaje significativo. Sin embargo, el pensamiento dominante se resiste a abandonar el diccionario de las prácticas discursivas que envuelven a la ecología política (como a todos los viejos y nuevos discursos que acompañan la desconstrucción del mundo) a pesar de que han perdido todo peso explicativo y resuenan como la nostalgia de un mundo para siempre pasado, para siempre perdido: el del pensamiento dialéctico, el de la universalidad y unidad de las ciencias, el de la esencia de las cosas y la trascendencia de los hechos. Y sin embargo algo nuevo puja por salir y manifestarse en este mundo de incertidumbres, de caos y confusión, de sombras y penumbras, donde a través de los resquicios y resquebrajamientos de la racionalidad monolítica del pensamiento totalitario, se asoman las primeras luces de la complejidad ambiental. Llamemos a ese algo inconformidad, lucidez mínima, necesidad de comprensión y de emancipación. Mientras los juegos de lenguaje son infinitos para seguir imaginando este mundo de ficción y virtualidad, también lo son para avizorar futuros posibles, para construir utopías, para reconducir la vida. Y el pensamiento que ya nunca será único ni servirá como instrumento de poder, busca comprender, enlazar su poder simbólico y sus imaginarios para reconducir lo real. Y si este proceso no deberá sucumbir al poder perverso y anónimo de la hiperrealidad y la simulación guiadas por el poder o por la aleatoriedad de las cosas, un principio básico seguirá sosteniendo la existencia en la razón, y es la de la consistencia del pensamiento, consistencia que nunca será total en un mundo que nunca será totalmente conocido y controlado por el pensamiento. Que nunca más será regido por razones de fuerza mayor.

La crisis ambiental marca el límite del logocentrismo y la voluntad de unidad y universalidad de la ciencia, del pensamiento único y unidimensional, de la racionalidad entre fines y medios, de la productividad económica y la eficiencia tecnológica, del equivalente universal como medida de todas las cosas, que bajo el signo monetario y la lógica del mercado han recodificado al mundo y los mundos de vida en términos de valores de mercado intercambiables y transables. De allí que la emancipación se plantee no sólo como un antiesencialismo, sino como de-sujeción de la sobre-economización del mundo. Lo anterior implica resignificar los principios liberadores de la libertad, la igualdad y la fraternidad como principios de una moral política que terminó siendo cooptada por el liberalismo económico y político –por la ecualización y privatización de los derechos individuales, de fraternidades disueltas por el interés y la razón de fuerza mayor–, para renombrarlos en la perspectiva de la desujeción y la emancipación, de la equidad en la diversidad, de la solidaridad entre seres humanos con culturas, visiones e intereses colectivos, pero diferenciados.

La ecología política es una política de la diferencia, de la diversificación de sentidos; más allá de una política para la conservación de la biodiversidad que sería recodificada y revalorizada como un universal ético o por el equivalente universal del mercado, es una transmutación de la lógica unitaria hacia la diversificación de proyectos de sustentabilidad y ecodesarrollo. Esta política es una revolución que abre los sentidos civilizatorios, no por ser una revolución de la naturaleza ni del conocimiento científico-tecnológico (biotecnológica), sino por ser una revolución del orden simbólico, lo que implica poner el espíritu desconstruccionista del pensamiento posmoderno al servicio de una política de la diferencia, proponer la “imaginación abolicionista” como principio de libertad y de sustentabilidad:

La agenda abolicionista propone comunidades autogestionarias establecidas de acuerdo al ideal de organización espontánea: los vínculos personales, las relaciones de trabajo creativo, los grupos de afinidad, los cabildos comunales y vecinales; fundadas en el respeto y la soberanía de la persona humana, la responsabilidad ambiental y el ejercicio de la democracia directa “cara a cara” para la toma de decisiones en asuntos de interés colectivo. Esta agenda apuntaba a cambiar nuestro rumbo hacia una civilización de la diversidad, una ética de la frugalidad y una cultura de baja entropía, reinventando valores, desatando los nudos del espíritu, sorteando la homogeneidad cultural con la fuerza de un planeta de pueblos, aldeas y ciudades diversos. (Borrero 2002:136)

El discurso de la ecología política no es el discurso lineal que hace referencia a los “hechos”, sino aquél de la poesía y la textura conceptual que al tiempo que enlaza la materia, los símbolos y los actos que constituyen su territorio y su autonomía de su campo teórico-político, también llevan en ciernes la desconstrucción de los discursos de los paradigmas y las políticas establecidas, para abrirse hacia el proceso de construcción de una nueva racionalidad a partir de los potenciales de la naturaleza y los sentidos de la cultura, de la actualización de identidades y la posibilidad de lo que “aún no es”.

La ecología política no solamente explora y actúa en el campo del poder que se establece dentro del conflicto de intereses por la apropiación de la naturaleza; a su vez hace necesario repensar la política desde una nueva visión de las relaciones de la naturaleza, la cultura y la tecnología. Más que actuar en el espacio de una complejidad ambiental emergente, se inscribe en la búsqueda de un nuevo proyecto libertario para abolir toda relación jerárquica y toda forma de dominación. Más allá de estudiar los conflictos ambientales, está constituida por un conjunto de movimientos sociales y prácticas políticas que se manifiestan dentro de un proceso de emancipación. La ecología política se funda en un nuevo pensamiento y en una nueva ética: una ética política para renovar el sentido de la vida (Leff 2002, PNUMA 2002).

Así, dentro de la imaginación abolicionista y el pensamiento libertario que inspira a la ecología política, la disolución del poder de una minoría privilegiada para sojuzgar a las mayorías excluidas es tarea prioritaria para la ecología política. La ecología política de América Latina deberá ser un árbol cultivado por nuestras vidas y las de tantos movimientos sociales que se cobijan bajo su follaje; un árbol con ramas que enlacen diversas lenguas, una Babel donde nos comprendamos desde nuestras diferencias, donde cada vez que alcemos el brazo para alcanzar sus frutos degustemos el sabor de cada terruño de nuestra geografía, de cada cosecha de nuestra historia y cada producto de nuestra invención. De ser así, tal vez no tardemos mucho en darle nombre propio a su savia, como esos seringueiros que se inventaron como seres en este mundo bajo el nombre de ese árbol del que con su ingenio extrajeron el alimento de sus cuerpos y vida de su cultura.

*Este texto fue elaborado y presentado en la reunión del Grupo de Ecología Política de CLACSO, celebrada en la ciudad de Panamá los días 17-19 de marzo de 2003.
**Coordinador Regional de la Red de Formación Ambiental del PNUMA

Bibliografía

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El mundo medio siglo después

El mundo medio siglo después

(Tomado de CubaDebate)

Al cumplirse hace dos días el 51 aniversario del triunfo de la Revolución, acudieron a mi mente los recuerdos de aquel 1º de Enero de 1959. Ninguno de nosotros imaginó nunca la peregrina idea de que transcurrido medio siglo, que pasó volando, lo estaríamos recordando como si fuera ayer.

Durante la reunión en el central Oriente, el 28 de diciembre de 1958, con el Comandante en Jefe de las fuerzas enemigas, cuyas unidades élites estaban cercadas y sin escape alguno, este reconoció su derrota y apeló a nuestra generosidad para buscar una salida decorosa al resto de sus fuerzas. Conocía de nuestro trato humano a los prisioneros y heridos sin excepción alguna. Aceptó el acuerdo que le propuse, aunque le advertí que las operaciones en curso proseguirían. Pero viajó a la capital e instigado por la embajada de Estados Unidos promovió un golpe de Estado.

Nos preparábamos para los combates de ese día 1º de Enero, cuando en la madrugada llegó la noticia de la fuga del tirano. Se impartieron órdenes al Ejército Rebelde de no admitir el alto al fuego y continuar los combates en todos los frentes. A través de Radio Rebelde se convocó a los trabajadores a una Huelga General Revolucionaria, secundada de inmediato por toda la nación. El intento golpista fue derrotado, y en horas de la tarde de ese mismo día nuestras tropas victoriosas penetraron en Santiago de Cuba.

El Che y Camilo recibieron instrucciones de avanzar rápidamente por la carretera, en vehículos motorizados con sus aguerridas fuerzas, hacia La Cabaña y el Campamento Militar de Columbia. El ejército adversario, golpeado en todos los frentes, no tendría capacidad de resistir. El propio pueblo sublevado, ocupó los centros de represión y las estaciones de policía. El día 2, en horas de la tarde, acompañado por una pequeña escolta, me reuní en un estadio de Bayamo con más de dos mil soldados de los tanques, artillería e infantería motorizada, contra los cuales habíamos estado combatiendo hasta el día anterior. Portaban todavía su armamento. Nos habíamos ganado el respeto del adversario con nuestros audaces, pero humanitarios métodos de guerra irregular. De este modo, en solo cuatro días —después de 25 meses de guerra que reiniciamos con unos pocos fusiles—, alrededor de cien mil armas de aire, mar y tierra y todo el poder del Estado quedaron en manos de la Revolución. En solo pocas líneas relato lo ocurrido aquellos días hace 51 años.

Comenzó entonces la principal batalla: preservar la independencia de Cuba frente al imperio más poderoso que ha existido, y que nuestro pueblo libró con gran dignidad. Me complace hoy observar a aquellos que por encima de increíbles obstáculos, sacrificios y riesgos, supieron defender a nuestra Patria, y en estos días, junto a sus hijos, sus padres y sus seres más queridos, disfrutan la alegría y las glorias de cada nuevo año.

En nada se parecen, sin embargo, los días de hoy a los de ayer. Vivimos una época nueva que no tiene parecido con ninguna otra de la historia. Antes los pueblos luchaban y luchan todavía con honor por un mundo mejor y más justo, pero hoy tienen que luchar, además, y sin alternativa posible, por la propia supervivencia de la especie. No sabemos absolutamente nada si ignoramos esto. Cuba es, sin duda, uno de los países políticamente más instruido del planeta; había partido del más bochornoso analfabetismo, y lo que es peor: nuestros amos yankis y la burguesía asociada a los dueños extranjeros eran los propietarios de las tierras, los centrales azucareros, las plantas de productos de bienes de consumo, los almacenes, los comercios, la electricidad, los teléfonos, los bancos, las minas, los seguros, los muelles, los bares, los hoteles, las oficinas, las casas de vivienda, los cines, las imprentas, las revistas, los periódicos, la radio, la naciente televisión y todo cuanto tuviera un valor importante.

Los yankis, apagadas las ardientes llamas de nuestras batallas por la libertad, se habían arrogado la tarea de pensar por un pueblo que tanto luchó por ser dueño de su independencia, sus riquezas y su destino. Nada en absoluto, ni siquiera la tarea de pensar políticamente, nos pertenecía. ¿Cuántos sabíamos leer y escribir? ¿Cuántos llegábamos siquiera al sexto grado? Lo recuerdo especialmente un día como hoy, porque ese era el país que se suponía pertenecía a los cubanos. No cito más cosas, porque tendría que incluir muchas más, entre ellas las mejores escuelas, los mejores hospitales, las mejores casas, los mejores médicos, los mejores abogados. ¿Cuántos éramos los que teníamos derecho a ello? ¿Quiénes poseíamos, salvo excepciones, el derecho natural y divino de ser administradores y jefes?

Ningún millonario o sujeto rico, sin excepción, dejaba de ser jefe de Partido, Senador, Representante o funcionario importante. Esa era la democracia representativa y pura que imperaba en nuestra Patria, excepto que los yankis impusieran a su antojo tiranuelos despiadados y crueles, cuando convenía más a sus intereses para defender mejor sus propiedades frente a campesinos sin tierra y obreros con o sin trabajo. Como ya nadie habla siquiera de eso, me aventuro a recordarlo. Nuestro país forma parte de los más de 150 que constituyen el Tercer Mundo, que serán los primeros aunque no los únicos destinados a sufrir las increíbles consecuencias si la humanidad no toma conciencia clara, cierta y bastante más rápida de lo que imaginamos de la realidad y consecuencias del cambio climático ocasionado por el hombre, si no se logra impedirlo a tiempo.

Nuestros medios de comunicación masiva han dedicado espacios a describir los efectos de los cambios climáticos. Los huracanes de creciente violencia, las sequías y otras calamidades naturales, han contribuido igualmente a la educación de nuestro pueblo sobre el tema. Un hecho singular, la batalla en torno al problema climático que tuvo lugar en la Cumbre de Copenhague, ha contribuido al conocimiento del inminente peligro. No se trata de un riesgo lejano para el siglo XXII, sino para el XXI, ni lo es tampoco solo para la segunda mitad de este, sino para las próximas décadas, en las que ya comenzaríamos a sufrir sus penosas consecuencias.

Tampoco se trata de una simple acción contra el imperio y sus secuaces, que en esto, como en todo, tratan de imponer sus estúpidos y egoístas intereses, sino de una batalla de opinión mundial que no se puede dejar a la espontaneidad ni al capricho de la mayoría de sus medios de comunicación. Es una situación que por fortuna conocen millones de personas honradas y valientes en el mundo, una batalla a librar con las masas y en el seno de las organizaciones sociales e instituciones científicas, culturales, humanitarias, y otras de carácter internacional, muy especialmente en el seno de las Naciones Unidas, donde el Gobierno de Estados Unidos, sus aliados de la OTAN y los países más ricos trataron de asestar, en Dinamarca, un golpe fraudulento y antidemocrático contra el resto de los países emergentes y pobres del Tercer Mundo.

En Copenhague, la delegación cubana, que asistió junto a otras del ALBA y el Tercer Mundo, se vio obligada a una lucha a fondo ante los increíbles acontecimientos que se originaron con el discurso del presidente yanki, Barack Obama, y del grupo de Estados más ricos del planeta, decididos a desmantelar los compromisos vinculantes de Kyoto —donde hace más de 12 años se discutió el peliagudo problema— y a hacer caer el peso de los sacrificios sobre los países emergentes y los subdesarrollados, que son los más pobres y a la vez los principales suministradores de materias primas y recursos no renovables del planeta a los más desarrollados y opulentos.

En Copenhague, Obama se presentó el último día de la Conferencia, iniciada el 7 de diciembre. Lo peor de su conducta fue que, cuando tenía ya decidido enviar 30 mil soldados a la carnicería de Afganistán —un país de fuerte tradición independentista, al que ni siquiera los ingleses en sus mejores y más crueles tiempos pudieron someter— asistió a Oslo para recibir nada menos que el Premio Nobel de la Paz. A la capital noruega llegó el 10 de diciembre, donde pronunció un discurso hueco, demagógico y justificativo. El 18, que era la fecha de la última sesión de la Cumbre, se apareció en Copenhague, donde pensaba permanecer inicialmente solo 8 horas. El día anterior habían llegado la Secretaria de Estado y un grupo selecto de sus mejores estrategas.

Lo primero que hizo Obama fue seleccionar a un grupo de invitados que recibieron el honor de acompañarlo a pronunciar un discurso en la Cumbre. El Primer Ministro danés, que presidía la Cumbre, complaciente y adulón, le cedió la palabra al grupo que apenas rebasaba 15 personas. El jefe imperial merecía honores especiales. Su discurso fue una mezcla de edulcoradas palabras aliñadas con gestos teatrales, que ya aburren a quienes, como yo, se asignaron la tarea de escucharlo para tratar de ser objetivos en la apreciación de sus características e intenciones políticas. Obama impuso a su dócil anfitrión dinamarqués que solo sus invitados podían hacer uso de la palabra, aunque él, tan pronto pronunció las suyas, hizo “mutis por el foro” por una puerta trasera, como duende que escapa de un auditorio que le había hecho el honor de escuchar con interés.

Concluida la lista autorizada de oradores, un indígena aymara de pura cepa, Evo Morales, presidente de Bolivia, que acababa de ser reelecto con el 65% de los votos, exigió el derecho a usar la palabra, que le fue concedida ante el aplauso abrumador de los presentes. En solo nueve minutos expresó profundos y dignos conceptos que respondían a las palabras del ausente Presidente de Estados Unidos. Acto seguido se levantó Hugo Chávez para solicitar hablar en nombre de la República Bolivariana de Venezuela; a quien presidía la sesión no le quedó otra alternativa que concederle también el uso de la palabra, que utilizó para improvisar uno de los más brillantes discursos que le he escuchado. Al concluir, un martillazo puso fin a la insólita sesión.

El ocupadísimo Obama y su séquito no tenían, sin embargo, un minuto que perder. Su grupo había elaborado un Proyecto de Declaración, repleto de vaguedades, que era la negación del Protocolo de Kyoto. Después que salió precipitadamente de la plenaria, se reunió con otros grupos de invitados que no llegaban a 30, negoció en privado y en grupo; insistió, mencionó cifras millonarias de billetes verdes sin respaldo en oro, que constantemente se devalúan y hasta amenazó con marcharse de la reunión si no se accedía a sus demandas. Lo peor fue que se trató de una reunión de países superricos a la que invitaron a varias de las más importantes naciones emergentes y a dos o tres pobres, a las cuales sometió el documento, como quien propone: ¡Lo tomas o lo dejas!

Tal declaración confusa, ambigua y contradictoria —en cuya discusión no participó para nada la Organización de Naciones Unidas—, el Primer Ministro danés trató de presentarla como Acuerdo de la Cumbre. Ya esta había concluido su período de sesiones, casi todos los Jefes de Estado, de Gobierno y Ministros de Relaciones Exteriores se habían marchado a sus respectivos países, y a las tres de la madrugada, el distinguido Primer Ministro danés lo presentó al plenario, donde cientos de sufridos funcionarios que desde hacía tres días no dormían, recibieron el engorroso documento ofreciéndoles solo una hora para analizarlo y decidir su aprobación.

Allí se incendió la reunión. Los delegados no habían tenido siquiera tiempo de leerlo. Varios solicitaron la palabra. El primero fue el de Tuvalu, cuyas islas quedarán bajo las aguas si se aprobaba lo que allí se proponía; lo siguieron los de Bolivia, Venezuela, Cuba y Nicaragua. El enfrentamiento dialéctico a las 3 de aquella madrugada del 19 de diciembre es digno de pasar a la historia, si la historia durara mucho tiempo después del cambio climático.

Como gran parte de lo ocurrido se conoce en Cuba, o está en las páginas Web de Internet, me limitaré sólo a exponer en parte las dos réplicas del canciller cubano, Bruno Rodríguez, dignas de ser consignadas para conocer los episodios finales de la telenovela de Copenhague, y los elementos del último capítulo que todavía no han sido publicados en nuestro país.

“Señor Presidente (Primer Ministro de Dinamarca)¼ El documento que usted varias veces afirmó que no existía, aparece ahora. Todos hemos visto versiones que circulan de manera subrepticia y que se discuten en pequeños conciliábulos secretos, fuera de las salas en que la comunidad internacional, a través de sus representantes, negocia de una manera transparente. “

“Sumo mi voz a la de los representantes de Tuvalu, Venezuela y Bolivia. Cuba considera extremadamente insuficiente e inadmisible el texto de este proyecto apócrifo¼ “

“El documento que usted, lamentablemente, presenta no contiene compromiso alguno de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero.

“Conozco las versiones anteriores que también, a través de procedimientos cuestionables y clandestinos, se estuvieron negociando en corrillos cerrados que hablaban, al menos, de una reducción del 50% para el año 2050¼ “

“El documento que usted presenta ahora, omite, precisamente, las ya magras e insuficientes frases clave que aquella versión contenía. Este documento no garantiza, en modo alguno, la adopción de medidas mínimas que permitan evitar una gravísima catástrofe para el planeta y la especie humana.”

“Este vergonzoso documento que usted trae es también omiso y ambiguo en relación con el compromiso específico de reducción de emisiones por parte de los países desarrollados, responsables del calentamiento global por el nivel histórico y actual de sus emisiones, y a quienes corresponde aplicar reducciones sustanciales de manera inmediata. Este papel no contiene una sola palabra de compromiso de parte de los países desarrollados. “

“¼ Su papel, señor Presidente, es el acta de defunción del Protocolo de Kyoto, que mi delegación no acepta.”

“La delegación cubana desea hacer énfasis en la preeminencia del principio de ‘responsabilidades comunes, pero diferenciadas’ , como concepto central del futuro proceso de negociaciones. Su papel no dice una palabra de eso.”

“La delegación de Cuba reitera su protesta por las graves violaciones de procedimiento que se han producido en la conducción antidemocrática del proceso de esta conferencia, especialmente, mediante la utilización de formatos de debate y de negociación, arbitrarios, excluyentes y discriminatorios¼ “

“Señor Presidente, le solicito formalmente que esta declaración sea recogida en el informe final sobre los trabajos de esta lamentable y bochornosa 15 Conferencia de las Partes.”

Lo que nadie podría imaginar es que, después de otro largo receso y cuando ya todos pensaban que solo faltaban los trámites formales para dar por concluida la Cumbre, el Primer Ministro del país sede, instigado por los yankis, haría otro intento de hacer pasar el documento como consenso de la Cumbre, cuando no quedaban ni siquiera Cancilleres en el plenario. Delegados de Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Cuba, que permanecieron vigilantes e insomnes hasta el último minuto, frustraron la postrera maniobra en Copenhague.

No concluiría, sin embargo, el problema. Los poderosos no están habituados, ni admiten resistencia. El 30 de diciembre la Misión Permanente de Dinamarca ante Naciones Unidas, en Nueva York, informó cortésmente a nuestra Misión en esa ciudad que había tomado nota del Acuerdo de Copenhague del 18 de diciembre de 2009, y adjuntaba copia avanzada de esa decisión. Textualmente afirmó: “¼ el Gobierno de Dinamarca, en su calidad de Presidente de la COP15, invita a las Partes de la Convención a informar por escrito a la Secretaría de la UNFCCC, lo antes posible, su voluntad de asociarse al Acuerdo de Copenhague.”

Esta sorpresiva comunicación motivó la respuesta de la Misión Permanente de Cuba ante Naciones Unidas, en la que “¼ rechaza de plano la intención de hacer aprobar, por vía indirecta, un texto que fue objeto de repudio de varias delegaciones, no sólo por su insuficiencia ante los graves efectos del cambio climático, sino también por responder exclusivamente a los intereses de un reducido grupo de Estados.”

A su vez, originó una carta del Viceministro Primero del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente de la República de Cuba, Doctor Fernando González Bermúdez, al Sr. Yvo de Boer, Secretario Ejecutivo de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, algunos de cuyos párrafos transcribimos:

“Hemos recibido con sorpresa y preocupación la Nota que el Gobierno de Dinamarca circulara a las Misiones Permanentes de los Estados miembros de las Naciones Unidas en Nueva York, que usted seguramente conoce, mediante la cual se invita a los Estados Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático a informar a la Secretaría Ejecutiva, por escrito, y a su más pronta conveniencia, su deseo de asociarse al denominado Acuerdo de Copenhague.”

“Hemos observado, con preocupación adicional, que el Gobierno de Dinamarca comunica que la Secretaría Ejecutiva de la Convención incluirá, en el informe de la Conferencia de las Partes efectuada en Copenhague, un listado de los Estados Partes que hubieran manifestado su voluntad de asociarse con el citado Acuerdo.”

“A juicio de la República de Cuba, esta forma de actuar constituye una burda y reprobable violación de lo decidido en Copenhague, donde los Estados Partes, ante la evidente falta de consenso, se limitaron a tomar nota de la existencia de dicho documento.”

“Nada de lo acordado en la 15 COP autoriza al Gobierno de Dinamarca a adoptar esta acción y, mucho menos, a la Secretaría Ejecutiva a incluir en el informe final un listado de Estados Partes, para lo cual no tiene mandato.”

“Debo indicarle que el Gobierno de la República de Cuba rechaza de la manera más firme este nuevo intento de legitimar por vía indirecta un documento espurio y reiterarle que esta forma de actuar compromete el resultado de las futuras negociaciones, sienta un peligroso precedente para los trabajos de la Convención y lesiona en particular el espíritu de buena fe con que las delegaciones deberán continuar el proceso de negociaciones el próximo año”, concluyó el Viceministro Primero de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente de Cuba.

Muchos conocen, especialmente los movimientos sociales y las personas mejor informadas de las instituciones humanitarias, culturales y científicas, que el documento promovido por Estados Unidos constituye un retroceso de las posiciones alcanzadas por los que se esfuerzan en evitar una colosal catástrofe para nuestra especie. Sería ocioso repetir aquí cifras y hechos que lo demuestran matemáticamente. Los datos constan en las páginas Web de Internet y están al alcance del número creciente de personas que se interesan por el tema.

La teoría con que se defiende la adhesión al documento es endeble e implica un retroceso. Se invoca la idea engañosa de que los países ricos aportarían una mísera suma de 30 mil millones de dólares en tres años a los países pobres para sufragar los gastos que implique enfrentar el cambio climático, cifra que podría elevarse a 100 mil por año en el 2020, lo que en este gravísimo problema, equivale a esperar por las calendas griegas. Los especialistas conocen que, esas cifras son ridículas e inaceptables por el volumen de las inversiones que se requieren. El origen de tales sumas es vago y confuso, de modo que no comprometen a nadie.

¿Cuál es el valor de un dólar? ¿Qué significan 30 mil millones? Todos sabemos que desde Bretton Woods, en 1944, hasta la orden presidencial de Nixon en 1971 —impartida para echar sobre la economía mundial el gasto de la guerra genocida contra Viet Nam—, el valor de un dólar, medido en oro, se fue reduciendo hasta ser hoy aproximadamente 32 veces menor que entonces; 30 mil millones significan menos de mil millones, y 100 mil divididos por 32, equivalen a 3 125, que no alcanzan en la actualidad ni para construir una refinería de petróleo de mediana capacidad.

Si los países industrializados cumplieran alguna vez la promesa de aportar a los que están por desarrollarse el 0,7 por ciento del PIB —algo que salvo contadas excepciones nunca hicieron—, la cifra excedería los 250 mil millones de dólares cada año.

Para salvar los bancos el gobierno de Estados Unidos gastó 800 mil millones. ¿Cuánto estaría dispuesto a gastar para salvar a los 9 mil millones de personas que habitarán el planeta en el 2050, si antes no se producen grandes sequías e inundaciones provocadas por el mar debido al deshielo de glaciares y grandes masas de aguas congeladas de Groenlandia y la Antártida?

No nos dejemos engañar. Lo que Estados Unidos ha pretendido con sus maniobras en Copenhague es dividir al Tercer Mundo, separar a más de 150 países subdesarrollados de China, India, Brasil, Sudáfrica y otros con los cuales debemos luchar unidos para defender, en Bonn, en México o en cualquier otra conferencia internacional, junto a las organizaciones sociales, científicas y humanitarias, verdaderos Acuerdos que beneficien a todos los países y preserven a la humanidad de una catástrofe que puede conducir a la extinción de nuestra especie.

El mundo posee cada vez más información, pero los políticos tienen cada vez menos tiempo para pensar.

Las naciones ricas y sus líderes, incluido el Congreso de Estados Unidos, parecen estar discutiendo cuál será el último en desaparecer.

Cuando Obama haya concluido las 28 fiestas con que se propuso celebrar estas Navidades, si entre ellas está incluida la de los Reyes Magos, quizás Gaspar, Melchor y Baltasar le aconsejen lo que debe hacer.

Ruego me excusen la extensión. No quise dividir en dos partes esta Reflexión. Pido perdón a los pacientes lectores.

Fidel Castro Ruz
Enero 3 de 2010
3 y 16 p.m.

Cumbre en Copenhague: El Salvador y los efectos del cambio climático

Cumbre en Copenhague: El Salvador y los efectos del cambio climático

La región centroamericana se ha unido para exigir 105 mil millones de dólares como indemnización por los daños del cambio climático
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La frecuente llegada de leones marinos a las playas cuscatlecas; los miles de damnificados por las lluvias; las pérdidas en maíz, frijol y otros alimentos debido a la sequía; entre otros son algunos de los signos de que el cambio climático no es una película de ciencia ficción, que es un problema que vivimos ahora los salvadoreños. FOTO / edh
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Carolina Amaya
Domingo, 6 de Diciembre de 2009

Este año, los efectos de las lluvias dejaron en el país a 198 muertes y más de 13,000 albergados. El informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) estimó los daños y pérdidas en más de $239 millones. A juicio del organismo ambientalista Gotas Verdes, estos son los “refugiados y los daños concretos ocasionados por el cambio climático”.

Christian Jiménez, miembro de Gotas Verdes, explicó que “lo que pasó en Verapaz, fue producto de la transformación climatológica que se ha dado a nivel mundial”. El ambientalista expresó que Centroamérica enfrenta desastres naturales constantemente, los que antes no sucedían, “nosotros pagamos las consecuencias de la industrialización de los países desarrollados”.

La región centroamericana produce menos del 0.5% de los gases de efecto invernadero (GEI) del planeta, pero es una de las más vulnerables por el calentamiento global.

Centroamérica unida

Este lunes inicia la XV Conferencia de las Naciones Unidas para el Cambio Climático en Copenhague, Dinamarca. En la sesión, que durará dos semanas, los gobiernos de países pobres y ricos negociarán la ayuda que se destinará para mitigar los efectos del cambio climático.

Los ministros de medio ambiente de Centroamérica ya están en la ciudad danesa, para exigir 105 mil millones de dólares como indemnización por los efectos del cambio climático.

La vice ministra de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Lina Dolores Pohl, asegura que las comisiones llevan propuestas concretas: “Pediremos que se amplíen los financiamientos para los países de centroamericanos, en el tema de adaptación frente a estas consecuencias que no son responsabilidad nuestra. Hay una posición bastante consolidada para que ellos tomen en cuenta que los efectos del cambio climático son efectos que estamos padeciendo ya ahora”.

El uso de los recursos

Oneyda Cáceres, presidenta de Gotas Verdes, está de acuerdo con la postura de la región. Sin embargo, señala que muchas veces estos recursos económicos no son utilizados en pro del medio ambiente.

Un ejemplo muy claro está en la Ley de Medio Ambiente: “Se sanciona a las grandes empresas, pero ese dinero ¿a dónde va? Es destinado al Fondo General de la Nación, entonces este dinero termina siendo ocupado para construir carreteras y otras infraestructuras, ¿y qué hay de la reparación ambiental a nivel de país?”.

Uno de los objetivos de la reunión en Copenhague es precisamente establecer estrategias nacionales que incentiven la mitigació

PNUD advierte sobre impacto del cambio climático en el desarrollo humano

PNUD advierte sobre impacto del cambio climático en el desarrollo humano

El último índice de Desarrollo Humano mundial evalúa los costos del cambio climático para las sociedades que menos responsabilidad tienen sobre este problema. La cooperación internacional, pero también una mayor inversión local en lo social, son indispensables para enfrentarlo en los países en desarrollo. En el ranking mundial de desarrollo humano, El Salvador cayó al lugar 103.

Edith Portillo
cartas@elfaro.net
Actualizada el 27 de noviembre de 2007-06:15 pm – El Faro

La causa que mereció este año el Premio Nóbel de La Paz es compartida por el último Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD. Se trata de la lucha por mitigar los efectos del cambio climático, un fenómeno de aumento de la temperatura global del planeta provocado por las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) producidas por los humanos y que, de continuar al ritmo actual, podría tener efectos catastróficos para el planeta.

Aumento en el nivel del mar, períodos más prolongados de sequía o de fuertes lluvias, inundaciones, aumento de hasta unos cinco grados centígrados en la temperatura, daños en la producción agrícola mayores probabilidades de epidemias de dengue o paludismo son algunas de las posibles consecuencias durante este siglo.

Todo esto, principalmente como resultado de las altas emisiones de GEI (ver recuadro) de las principales potencias industrializadas del mundo y que, según el protocolo de Kyoto, están obligadas a reducir sus emisiones para el año 2012. Estados Unidos, siendo el país que más produce GEI en el mundo, se retiró del protocolo durante la administración de George W. Bush y por tanto abandonó ese compromiso.
Los primeros 15 emisores de CO2 en el mundo

País

Emisiones al 2004
(Mt de CO2)

Proporción del total mundial (%)

Estados Unidos

6,046

20.9

China

5,007

17.3

Rusia

1,524

5.3

India

1,342

4.6

Japón

1,257

4.3

Alemania

808

2.8

Canadá

639

2.2

Reino Unido

587

2.0

República de Corea

465

1.6

Italia

450

1.6

México

438

1.5

Sudáfrica

437

1.5

Irán

433

1.5

Indonesia

378

1.3
Francia
373

1.3

Fuente: Informe de Desarrollo Humano 2007-2008 del PNUD

  • El Salvador, con un 0.9 de toneladas de CO2 per cápita (al año 2004), no representa ni un decimal de las emisiones a nivel mundial. El informe lo registra como 0.0%.

Paradójicamente no son estas potencias las que sufrirán los mayores efectos del cambio climático. “El desafío distributivo se hace particularmente difícil porque quienes han sido en gran parte causantes del problema no serán quienes sufran las perores consecuencias en el corto plazo. Los más vulnerables son los pobres y ellos ni contribuyen actualmente ni contribuyeron en el pasado de manera significativa a la emisión de gases de efecto invernadero”, dice el texto, titulado “La lucha contra el cambio climático: solidaridad frente a un mundo dividido”.

Según los cálculos del PNUD, en los países desarrollados apenas una de cada mil 500 personas han sido afectadas por efectos del cambio climático en los últimos años, mientras que en aquellos en vías de desarrollo los afectados son uno por cada 19.

El informe plantea que esos países desarrollados, como responsables primeros del problema, deben jugar un rol más importante en la mitigación de los efectos en los países en vías de desarrollo. Invertir desde ya en esa prevención, sostienen los autores del documento, resulta además mucho más barato: “un dólar invertido en prevención son siete dólares de ahorro en pérdidas” por desastres naturales asociados al fenómeno.

“Y el problema no es predominantemente de carácter técnico o económico, sino político, porque la humanidad sí está en la capacidad técnica y económica para hacer frente al problema”, dice William Pleitez, coordinador del Informe sobre Desarrollo Humano para El Salvador.

Para el PNUD, este es el momento de la cooperación internacional. “Para la parte más desarrollada del mundo, la adaptación implica levantar infraestructuras elaboradas de protección contra el clima y construir casas flotantes. Para la otra parte, significa que la propia gente debe aprender a flotar en caso de una inundación”.

El impacto en los Objetivos del Milenio

La principal preocupación que plantea el informe es cómo el cambio climático puede afectar al alcance de los ocho Objetivos del Milenio (ODM), que los 191 países miembros de las Naciones Unidas acordaron conseguir para el año 2015.
Las principales recomendaciones

* Desarrollar un marco multilateral para evitar el cambio climático peligroso en el contexto posterior a Kyoto 2012.
* Adoptar políticas de fijación de presupuestos sostenibles de carbono (el programa de mitigación).
* Fortalecer el marco de la cooperación internacional.
* Ubicar la adaptación al cambio climático en el centro del marco posterior a Kyoto 2012 y de las alianzas internacionales de reducción de la pobreza.

Estos son erradicar la pobreza extrema y el hambre, lograr la enseñanza primaria universal, promover la igualdad de géneros y la autonomía de la mujer, reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud materna, combatir el VIH/SIDA, la malaria y otras enfermedades, garantizar la sostenibilidad ambiental y fomentar una asociación mundial para el desarrollo.

Si el ritmo de emisión de gases de las grandes naciones no se desacelera, dice el PNUD, estos objetivos tendrían más dificultades para lograrse. “A largo plazo, el cambio climático constituye una amenaza masiva para el desarrollo humano y en algunas partes ya está minando los esfuerzos de la comunidad internacional por reducir la extrema pobreza”, sostiene la organización.

El cambio climático, agrega, hará disminuir los ingresos de las familias más vulnerables y reducirá su seguridad alimentaria; puede hacer que los niños, en medio de un desastre natural, tengan menos disponibilidad de tiempo para atender sus estudios; que se ponga en riesgo la existencia de muchos ecosistemas en el planeta y que la niñez esté más propensa a adquirir enfermedades que se dan por los estragos de huracanes e inundaciones. Sólo en El Salvador, recuerda Pleitez, entre 2006 y lo que va de este año se ha registrado un aumento de ha habido un aumento de cerca de dos mil personas afectadas por el dengue.

Carolina Dreikorn, experta en cambio climático del PNUD El Salvador, agrega que “el aumento del nivel del mar, en los manglares, en todos los kilómetros de costa que tenemos, eso también significaría un impacto económico fuerte porque incidiría en la industria del turismo”.

Para contrarrestar estos efectos en un país como El Salvador, debe haber entonces también una mayor inversión social, valora William Pleitez. Actualmente El Salvador se encuentra en la posición 103 de 177 países en el Índice de Desarrollo Humano, un retroceso de dos plazas en el ranking mundial con respecto al año anterior.

“El IDH ha mejorado, pero hay una desaceleración en su crecimiento. Debe incrementar sustancialmente las inversiones en los sectores de salud, educación, aprovisionamiento de agua segura. Prácticamente la lectura de las cifras correspondientes a El Salvador señalan que el país tiene un nivel de ingreso per cápita que le permite hacer inversiones en desarrollo humano mayores que las que se están realizando (…) El Salvador podría avanzar hasta 15 ó 20 posiciones si hubiera una decisión de invertir más en lo social”, dice Pleitez.

La semana pasada trascendió que El Salvador, en la evaluación que anualmente hace la Corporación del Reto del Milenio (MCC) de Estados Unidos, reprueba en cuatro de los seis indicadores relacionados con inversión en la gente.

Para matizar estos datos, la vicepresidenta de la República, Ana Vilma de Escobar, habló entonces, durante la presentación del informe, sobre las razones del retroceso en el ranking. “El descenso se explica porque hay dos países que estaban antes detrás de nosotros, Cabo Verde y Jamaica, que han tenido mejores progresos, pero ajustando el índice al resultado del último censo (que indica que el país tiene una población de un millón menos de lo que se estimaba), entonces pondría al país en la posición 100”, justificó la funcionaria.

Luego, De Escobar defendió el presupuesto en inversión social para el año 2008, indicando que este ha experimentado un aumento de 246 millones respecto de 2007.

Los esfuerzos locales en camino

Aunque El Salvador no es un país con alta emisión de GEI, el PNUD ve algunos esfuerzos que desde el Ejecutivo, sobre todo desde el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN), se están haciendo para comprender el fenómeno y sus implicaciones concretas para el país.
Documentos relacionados

* Resumen de Informe sobre Desarrollo Humano 2007-2008. “La lucha contra el cambio climático: solidaridad frente a un mundo dividido”.
* Índice de Desarrollo Humano El Salvador 2007-2008.
* Informe Stern: la Economía del Cambio Climático.
* Protocolo de Kyoto

Para constatarlo, el titular del MARN, Carlos Guerrero, aprovechó el acto de presentación del informe para hacer público que el Ministerio, en conjunto con el PNUD, se encuentra creando un grupo de consulta nacional sobre cambio climático. El grupo está conformado por distintos sectores, incluyendo organizaciones ambientalistas, rectores de universidades, representantes de la empresa privada e incluso el sector industrial.

Al grupo de consulta, comentó Juan Marco Álvarez, director ejecutivo de SalvaNATURA, fueron invitados hace un mes. “Hasta ahora se ha tenido solo esa reunión informativa y luego en diciembre, tengo entendido, se convocará ya a una primera reunión formal de trabajo”, dijo.

Uno de los primeros esfuerzos en el país fue también la Primera Comunicación sobre el Cambio Climático, un acercamiento inicial hacia un diagnóstico local y tener cifras nacionales sobre la producción de estos gases. Actualmente se está desarrollando la Segunda Comunicación, de la que resultará también un “Plan Nacional de Cambio Climático”.

Otra iniciativa en curso con el apoyo del MARN y la participación de la empresa privada es el ingreso del país al mercado mundial de la venta de certificados de carbono (CO2, uno de los principales GEI). Estos bonos son un mecanismo avalado por el protocolo de Kyoto, según el cual los países industrializados tienen la oportunidad de reducir sus emisiones no sólo en sus territorios, sino también comprando estos certificados a proyectos en naciones en vías de desarrollo y sumando las toneladas de CO2 que estos reducen como si fuesen suyas.

Actualmente El Salvador es, después de Nicaragua, el segundo país de Centroamérica con mayor participación en ese mercado, con un ingreso potencial por año de 26 millones 215 mil 216 dólares. Hace dos semanas, también tras un estudio del MARN, la Asamblea Legislativa aprobó una Ley de Incentivos Fiscales para el Fomento de las Energías Renovables en la Generación de Electricidad, precisamente para promover las fuentes de energía renovable.

Estos incentivos, valora Pleitez, son positivos, pero deben ir también acompañados del establecimiento de presupuestos nacionales de carbono e incorporarlos en la legislación. “El punto de partida es poner precio al carbono a través de impuestos de emisión o sistemas de emisiones de carbono negociables con fijación de límites máximos”, dice el informe.

Para Jessica Faieta, la representante del sistema de Naciones Unidas en El Salvador, el hecho de que el tema esté ya en la agenda pública y que exista ahora un “ambiente político favorable” en el mundo puede contribuir a que se empiecen a dar pasos más firmes.

¿Qué si en El Salvador ese ambiente político también es favorable? “Debo decir que hemos visto con mucho aprecio el compromiso del Ministerio de Medio Ambiente (…) El presidente Saca también en su último discurso en la Asamblea General de Naciones Unidas aboga por el cambio climático, y yo creo que lo importante de este informe es que es una oportunidad para los políticos de ahora de ver más allá de sus tiempos electorales”, dice.

Los Efectos del Cambio Climático en El Salvador

Los Efectos del Cambio Climático en el Salvador

Por Jorge Vargas Méndez

El informe elaborado a lo largo de seis años por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU (IPCC) y que recientemente fue aprobado en la capital belga, ha dejado perplejos tanto a gobiernos incrédulos como negligentes de todo el planeta. Y no es para menos, pues finalmente se confirma que el cambio climático no sólo es inminente sino que, además, arrasará con amplias regiones costeras en varios continentes e impondrá la miseria a millones de personas en las próximas décadas.

Esa noticia, en realidad, no sorprendió a instituciones y grupos ecologistas de los distintos países que desde hace décadas venían insistiendo en que el fenómeno sería una realidad si continuaba la degradación ambiental y, particularmente, la emisión indiscriminada de gases causantes del efecto invernadero. Pero, al igual que con otros temas de interés vital para la población, poco o nada hicieron los gobiernos ni los sectores de poder económico y/o político ante los llamados que hicieron.

Lejos de eso, en algunos casos se les llegó a tildar de grupos pro-izquierdistas o anacrónicos y, en el menos peor de los casos, de grupos ecofatalistas. Nuestro país, por cierto, no escapó de esa situación.

Una crisis ambiental anunciado desde hace décadas en El Salvador Ciertamente, fenómenos naturales como lluvias torrenciales, tsunamis, huracanes, sequías y otros, siempre han estado presentes en nuestro territorio –y en Latinoamérica– desde épocas inmemorables. En mayo de 1586, por ejemplo, hubo una lluvia tan abundante que causó inundaciones en los pueblos indígenas de la zona central del actual territorio salvadoreño.

Varios siglos después, en julio de 1926, un huracán que golpeó fuertemente en Sonsonate arrebató a una niña de los brazos de su madre y tras golpearla contra el suelo la mató de inmediato; ese mismo mes, pero días antes, las lluvias inundaron los barrios de México D.F., y paralelamente, en Nueva York, la temperatura se incrementó tanto que causó la muerte de varias personas. De 1932 a 1936, los copiosos inviernos aumentaron el caudal de todos los ríos del país y éstos al desbordarse destruyeron puentes y centenares de viviendas, provocando cuantiosas pérdidas materiales, decenas de muertes y miles de familias damnificadas. En agosto de 1936, las lluvias fueron tan abundantes que en pocos días aumentaron el nivel del lago de Ilopango, lo que requirió de la implementación de un proyecto especial para desaguarlo al mes siguiente.

Coincidentemente, por esos mismos años, el mismo diario local denunciaba a menudo los altos niveles de deforestación y sentenciaba sobre los efectos que ello tendría en el futuro. Pero no se hizo nada para evitar la deforestación abusiva y la degradación ambiental se volvió cada vez más antrópica. Y es que el futuro, en aquellos días como hoy, era algo muy lejano y prematuro. Mas el pasado es el mejor augurio del futuro y aquel escenario anunciado constituye hoy un problema presente o, para quienes lo quieran ver así, una amenaza para el tiempo vecino, pero siempre, muy inmediato.

Quien siembra degradación ambiental cosecha tempestades

Hace una década los estudios especializados hablaban de que para este siglo habría un 2.5º C de incremento máximo en la temperatura, pero ahora se pronostica que podría alcanzar hasta 6º C y más al final de la centuria. De hecho, en los últimos cincuenta años la temperatura ha aumentado 1.4º C, lo que indudablemente ha hecho posible considerar que la amenaza puede estar a la vuelta de la esquina y en los niveles que antes parecían impredecibles.

Eso explica por qué la década del noventa fue considerada la más cálida del siglo XX, aunque sin tomar en cuenta las olas de calor que se registraron en 2001, 2003 y 2005. En consecuencia, el deshielo se ha hecho más que evidente en el polo norte –ha sido menor en el polo sur–, un 10% de los glaciares alpinos ya no existe y en otras regiones del planeta el hielo se derrite permanentemente aportando millones de litros al caudal de los ríos que, por supuesto, desembocan en el mar.

Para colmo, según afirma Paul G. Knight del departamento de Meteorología de la Universidad de Pennsylvania, EUA, un aumento en el nivel del mar de más de 50 centímetros daría lugar a mayores sistemas de tormentas y abundantes lluvias, lo que sugiere que ya hubo un aumento significativo pues en los últimos años han habido más huracanes, tormentas tropicales e inviernos abrumadores. Es debido a todo eso que se ha vaticinado, finalmente, que el nivel del mar podría aumentar 0.5 metros al cierre del siglo XXI. Pero ¿qué significa eso para nuestro país?

La actual costa salvadoreña posiblemente termine bajo el mar

En la actualidad, nuestro país cuenta con alrededor de 320 kilómetros de playas costeras desde los límites con Guatemala hasta el Golfo de Fonseca. Pero, según los augurios dados a conocer en Bruselas recientemente, a finales del siglo XXI esa situación podría presentar cambios drásticos y dramáticos. Y aunque se ignora en qué medida el mar penetrará tierra adentro, es seguro que un aumento en su nivel traiga implícito un fenómeno como el mencionado, cuyas consecuencias si bien hoy son impredecibles no resultan nada difíciles de enumerar.

Para empezar, millares de familias que habitan en las playas y cercanías se verán obligadas a desplazarse hacia otras zonas del país cuando el mar comience a hacer inviable su existencia ahí donde se encuentran ahora. Pero no sólo eso. También desaparecerán grandes extensiones de tierra que hoy están orientadas a diversos cultivos y que sirven para el sostén de millares de familias; asimismo, quedarían bajo el mar muchas fuentes de agua dulce, tal es el caso de pozos perforados artesanalmente, y aguas superficiales como pozas, riachuelos y ríos.

En ese contexto, los recursos pesqueros también se verán severamente reducidos debido al cambio en los ecosistemas marinos y costeros. Por lo general, los bancos de peces y otras especies emigran durante cierto tiempo o a veces para siempre frente a las modificaciones bruscas de su hábitat, y no digamos cuando un aumento en el nivel del mar destruya los escasos bosques salados o manglares, que es donde se lleva a cabo la reproducción de muchas especies y que al mismo tiempo les sirven de protección frente a sus depredadores.

Otras secuelas de esa amenaza causada por la especie humana

Como efecto de todo anterior se generarán conflictos sociales al interior de los municipios afectados debido a la usurpación de tierras y asentamientos ilegales por parte de las familias que buscarán lugares más seguros para habitar y tierras con vocación para sus cultivos. Algunos conflictos, además, tendrían a su base la disputa por el agua que, debido al proceso de salinización del agua apta para beber y el aumento en la demanda de la misma, escaseará mucho más que en la actualidad.

Con ese panorama asolador no es difícil imaginarse, además, las cuantiosas pérdidas económicas que implicará la destrucción de la infraestructura existente en los diferentes municipios y principalmente en ciudades portuarias como Acajutla, El Triunfo y La Unión, así como también, la desaparición de grandes extensiones de tierras hoy orientadas a cultivos como el algodón, caña de azúcar y otros. De hecho, a medida que aumente la temperatura global también se verán afectadas la flora y la fauna de todo el territorio. La biodiversidad se verá reducida.

El rubro turístico también se verá totalmente afectado con la destrucción de grandes complejos hoteleros y centros de recreación o balnearios, los cuales perderán su calidad de oferta para el turismo nacional e internacional. En suma: toda la infraestructura privada y pública, nacional o extranjera, que ahora existe quedará abandonada y con los efectos del oleaje marino poco a poco se convertirá en ruinas. Una imagen parecida a lo que podría ocurrir a lo largo de la costa salvadoreña, la tuvimos con los inviernos pasados en la infraestructura que quedó cubierta a orillas del lago de Ilopango, tras obstruirse su desagüe durante los terremotos de 2001.

Algunos efectos económicos y sociales del incremento en el nivel del mar

Como consecuencia de todo lo anterior se puede inferir que también habrá un descomunal incremento del desempleo en la zona rural y, particularmente en la franja costera, luego de verse afectadas actividades como la agricultura de manutención, la pesca artesanal, el comercio de temporada, etc., todo lo cual impondrá mayor presión sobre el mercado laboral en el Gran San Salvador y en otras ciudades del centro y norte del territorio.

En la capital, se concentrarán millares de personas en busca de empleo y vivienda y, más temprano que tarde saldrán organizaciones y partidos políticos “dispuestos” a llevar a las últimas consecuencias tales demandas en virtud de su compromiso “con las mayorías populares” o “con las más pobres de los pobres que deberán convertirse en pequeños propietarios”. Una experiencia muy conocida para las actuales generaciones, pero que nunca se tradujo en bienestar para la mayoría de la población.

Así las cosas, el desempleo y el hambre en sus máximas expresiones –porque ya existe en niveles alarmantes–, serán el detonante de una nueva etapa de confrontación nacional. El Salvador, otra vez, arderá en llamas. Y la emigración hacia el exterior se vería más estimulada. Todo ello, podría ocurrir, en la segunda mitad del siglo XXI. Pero hay más.

La salud, el aumento en el nivel del mar y el cambio climático

Por ahora, aunque lo anterior tenga visos de eco-alarmismo, esa situación parece que está lejos, pero como el tiempo avanza vertiginosamente no deja de ser preocupante. Y tan es así, que de inmediato nos asalta la siguiente pregunta: ¿Cómo afectará la salud de la gente un mayor aumento en el nivel del mar?

Al darse un desplazamiento masivo de poblaciones humanas costeras hacia otras zonas, aumentará la contaminación del aire y del agua de consumo, se incrementará la producción de desechos sólidos y aguas residuales; habrá mayor hacinamiento en los lugares de destino o de reasentamiento, lo que en definitiva hará más vulnerable a las familias frente a varias enfermedades epidémicas y, sobre todo, aquellas que son las más frecuentes en el país como las gastrointestinales y respiratorias.

Esa situación hará colapsar por completo el sistema de salud pública. Y si ahora las personas tienen que cargar con el 50% (o más) de los costos de atención médica en los servicios que ofrece el Estado, para entonces es posible que no haya nadie con capacidad económica para tener acceso a tales servicios. Y si actualmente, la mujer, la niñez y las personas de la tercera edad, constituyen los grupos más vulnerables en materia de salud, no hay por qué dudar que en un panorama semejante mejore su situación.

Y según afirman especialistas, todo aumento en la temperatura global no hace más que favorecer la proliferación de vectores que transmiten enfermedades como la malaria y el dengue, entre otros, lo que ha hecho que las epidemias se extiendan geográficamente en los últimos años a tal punto de volverse endémicas.

¿Será posible que ocurra ese descalabro en nuestro país?

Lo que no se puede ocultar es que el calentamiento global es una realidad –como intentaron hacerlo las delegaciones de algunos países en Bruselas, al momento de publicar el informe del IPCC–, pues eso es mucho más grave para el futuro en el sentido de que no permite la adopción de medidas para reducir el impacto del fenómeno. Y tampoco podemos asegurar que El Salvador, como muchos otros países, saldrá incólume.

En realidad, el nivel del incremento térmico que pueda sufrir el planeta depende mucho de las acciones que emprendan de aquí en adelante gobiernos, organismos mundiales y los sectores económicos y políticos del poder mundial. Bastaría, según especialistas, con darle cumplimiento a los compromisos internacionales que han buscado desde hace años reducir y eliminar las emisiones abusivas de contaminantes atmosféricos. Pero no se hizo antes y no se espera que lo hagan ahora. Los países que más contaminan, por cierto, están dando muestras de esa falta de voluntad.

Ahora bien, hay que tener claro que en cada país –y para el caso en El Salvador– la situación del medio ambiente determinará el nivel de impacto que tendrá el aumento en la temperatura global en los próximos años. Y eso, por de pronto, no es nada favorable. Como tampoco lo son las condiciones de vulnerabilidad económica y ambiental en la que viven millares de familias a lo largo y ancho del territorio, aun cuando se sabe que la población que más saldrá afectada será la más pobre y desposeída. En esto, hay mucha tela que cortar y, por supuesto, algo en lo que pueden comenzar a trabajar desde ya el gobierno central y las municipalidades con la implementación de planes y programas de mediano y largo plazo, siempre y cuando se hagan al margen de intereses personales, grupales y partidistas, algo que es muy difícil pero no imposible.

Después de todo es una deuda por cobrar que tiene la población que se verá afectada, pues los Estados han dejado en evidencia que el “desarrollo sostenible” después de veinte años (1987) sólo fue un ardid para obtener financiamiento y respaldo político, mas nunca un compromiso serio por proteger el medio ambiente, y eso es una realidad irrefutable que hoy se comprueba a escala mundial mediante el informe del IPCC y, a nivel de cada país, por la fragilidad ambiental y la falta de voluntad política en la protección del medio ambiente en beneficio de un modelo de vida, cuya forma de producir, distribuir y consumir es totalmente incompatible con el entorno natural. He aquí un esbozo de ese posible escenario y ojalá que no esperemos a que ese futuro nos alcance.

jvargasmendez@yahoo.com

La minería, mercado y poder

La minería, mercado y poder

Dagoberto Gutiérrez

Después de largos años y de prolongado silencio en los socavones oscuros de las mina, las empresas transnacionales, descubren y ubican oro en el norte del país, una prolongada franja como río de sangre corre a lo largo de los departamentos norteños y así como la sangre atrae a las aves de rapiña, así el oro atrae a los mercaderes de la minería metálica, se rompe el silencio y las empresas inician el proceso que va de la exploración, pasa a la explotación y llega al mercadeo.

La Pacific Rim, empresa con capital canadiense, resulta ser la más animosa y la que abre brecha en las comunidades del departamento de Cabañas, porque la zona de El Dorado ha resultado ser, según las pesquisas mineras, un área de fuerte carga aurífera.

La quietud de la comunidad se rompe como el espejo de una poza al caerle una piedra; pero la gente no reacciona al principio y el ir y venir de las máquinas, de los camiones y de personas extrañas y extranjeras, desconocidas y sospechosas, silenciosas y de mirada huidiza, llega a alterar la vida comunitaria después de varios meses, porque la exploración es la que indica a los mercaderes si hay oro en ese suelo pedregoso, cuanto oro hay y cuanto vale aproximadamente.

Como suele ocurrir, se trata de terrenos rústicos sin valor aparente en la superficie, pedregoso, con arbustos, pero vinculado a fuentes de agua de superficie y subterráneas y por eso las comunidades tienen una vida íntimamente unida a estos suelos que ocultan en sus intimidades cavernosas, el oro apetecible. El punto es que los gobiernos sucesivos han entregado toda la riqueza minera del país a las grandes empresas y nunca han establecido ninguna responsabilidad y mucho menos culpabilidad por los daños ocasionados a la naturaleza ni a los seres vivos, humanos y no humanos, y ahora ante la crisis del dólar, los capitalistas planetarios prefieren tener su dinero convertido en barras de oro y no en billetes verdes, que de un día para otro no valen nada; ese metal se vuelve de nuevo, codiciado y buscado, y ¡ay de aquella sociedad con la mala suerte de tener oro en sus suelos!, porque todos los buitres, de todo plumaje y picotazo, le sacara los ojos a la gente, a la tierra, a los animales y a la naturaleza por una onza de oro.

La mala noticia de tener oro en tu suelo, o petróleo, carbón , agua, o gas natural, nace del hecho de tener, al mismo tiempo, un gobierno y una oligarquía sirvientes de las empresas que extraerán esos recursos sin que el país ni la sociedad obtengan ningún beneficio de su explotación , y por el contrario, sufran y paguen el costo de la destrucción del medio ambiente de la contaminación del suelo, de las aguas , de los seres humanos y de sus animales, todo esto se llama externalidades, que las pagan las comunidades, mientras las empresas se embolsan, eso si, las utilidades.

Este intercambio desigual y perverso, es lo que produce la resistencia popular a la minería, y es lo que vuelve a esta actividad capitalista en una amenaza mortal para los seres humanos. Tratándose de un país como El Salvador, con mínimo territorio, mínimos recursos naturales, mínimos gobiernos, gran población y gran voracidad en sus oligarquías, esta minería genera la resistencia esperable en una sociedad que aprende ,día a día, a ser digna.

Por supuesto, que existiendo una boda rigurosa y secreta entre guerra y mercado, y siendo la utilidad mercantil, ciega, sorda y muda, ante todo que implique bienestar humano, es la minería fuente permanente de guerras, conflictos internos, desangramientos intercomunales, desplazamiento de poblaciones, golpes de estado y divisiones sociales.

La lógica de esta realidad parte del hecho de que la minería se realiza en medio de las comunidades, en sus tierras de labranza, en las vegas de sus ríos y ojos de agua, porque los metales no han aprendido a evitar a la gente y allí donde hay metales hay buitres, que tratan de convertir a los pobladores en la carroña, y al metal buscado en el paciente privilegiado, que vale mas , mucho mas que cualquier ser humano con sombrero, con zapatos empolvados, con camisa sin abotonar y pantalones con bolsillo sin dinero que proteste e intente impedir a la empresa su negocio.

Todo esto ocurre en el departamento de Cabañas, y la empresa minera que ha creado la figura llena de humor trágico de La Minería Verde, ha capturado también la imaginación de una parte de sus víctimas, ofreciendo empleo seguro, en un océano de desempleados; carreteras, escuelas, clínicas etc. Son ofertas que en un mundo de desamparados logran atraer y bajar la cohesión humana. La empresa también captura a los gobiernos, financian campañas electorales, pueden financiar gestiones gubernamentales y pueden controlar el poder político local, con tal de llevarse al final la riqueza apetecida.

En Cabañas se ha llegado hasta el asesinato y por ahora hay tres personas muertas con el estilo de la ejecución de las bandas de ultraderecha, dos hombres y una mujer embarazada y madre de 7 hijos, todos resistentes contra esta minería, todos miembros de las comunidades, todos abandonados por el gobierno por el que votaron, y todos cubiertos por un manto de silencio espectral que vuelve impenetrable a las manos asesinas y a los autores intelectuales.

Las comunidades de Cabañas resistentes ante la minería, los asesinados y el silencio gubernamental ante los hechos son la prueba de fuego del momento que determinara quien gobierna a quien en nuestro país, por ahora el mercado tiene las mejores cartas, pero el pueblo, como siempre, tiene la ultima palabra.

La izquierda mexicana: lo uno y lo diverso

CARLOS MONSIVÁIS

La izquierda mexicana: lo uno y lo diverso

La investigación histórica de Barry Carr, La izquierda mexicana en el siglo XX (Ediciones Era, 1997), informada y muy legible, indica una vez más la necesidad de estudios a fondo de un sector político y cultural tan importante y tan relegado por sus errores y sus fracasos (nunca necesariamente lo mismo). Para estudiar a la izquierda mexicana, Carr elige a la corriente comunista, hasta su conversión en Partido Socialista Unificado de México (PSUM), su reagrupamiento en el Partido Mexicano Socialista y su participación relevante en 1988, en la campaña presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas. De 1919 a 1988 la izquierda partidaria conoce triunfos, crecimiento, sectarismos atroces, generosidad, espíritu de sacrificios, dogmatismo, reducción numérica, influencia y pérdida de influencia, clandestinidades, persecución, climas de Guerra Fría, devoción irracional por la URSS, heroísmo, mezquindad doctrinaria. Acercarse a este proceso es importante por lo que revela de los aciertos y los extravíos de la mentalidad revolucionaria, por lo que exhibe de la fuerza y los poderes de asimilación del régimen de la Revolución Mexicana, y por el cúmulo de líderes, héroes, “comisarios del pueblo”, marxistas talmúdicos y arrepentidos, que la izquierda genera.
“Señores, a orgullo tengo/ el ser antiimperialista/
Señores, a orgullo tengo/ el ser antiimperialista/
y militar en las filas/ del Partido Comunista
y militar en las filas/ del Partido Comunista.”
(Con la música del Corrido de Cananea)

¿Es posible hablar de una “mentalidad homogénea” en la izquierda partidaria? Por lo menos de 1919 (la fundación del Partido Comunista Mexicano) a nuestros días, sí es evidente una expresión dominante, única en los momentos de crisis se vuelve única. Lo homogéneo viene de la profesión de fe marxista, de la creencia en la versión soviética del socialismo, del culto a la Revolución. En los veinte y en los treinta la meta es la condición del bolchevique, recio como el acero, abnegado, dispuesto a darlo todo por el Partido (así, a secas) que es la vanguardia de la humanidad, el depositario –a través del centralismo democrático– de la sabiduría colectiva. Son numerosos los testimonios de entrega, de interpretación religiosa de la militancia. De modo obvio, el sectarismo es preocupación religiosa por la ortodoxia, por el acatamiento estricto de la doctrina del materialismo histórico.

Los procesos de los partidos comunistas en el mundo no difieren en lo esencial, por la obediencia a la fuente de legitimidad: la URSS. Y en las variantes nacionales cuenta muchí-simo la personalidad de los líderes. En el caso de México las figuras primordiales del periodo 1919-1988 son, sin duda, Hernán Laborde, Valentín Campa, Vicente Lombardo Toledano, Dionisio Encinas, Demetrio Vallejo, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Revueltas, Heberto Castillo y Arnoldo Martínez Verdugo. Son dirigentes inflexibles, encarnaciones del dogma, heréticos e inquisidores, artistas, intelectuales, luchadores sociales. Viven la marginalidad sin prestigio, y la marginalidad que se reconoce pese a todo. Son internacionales y son despiadadamente localistas. Adoran a Stalin, así algunos se den el lujo de admirar a Trotsky, y su idolatría les hace renunciar a la autocrítica y a su visión moral. Se entusiasman ante los avances del socialismo en el mundo, y se amargan ante la solidez de la burguesía en el país vecino de Estados Unidos, y ante la sordera del proletario. Resisten a Plutarco Elías Calles y a su revolucionarismo anticomunista, se entusiasman con Lázaro Cárdenas y aceptan que un genuino Partido Comunista requiere de la purificación de las expulsiones periódicas.

El Partido Comunista aumenta su membresía en el periodo de Lázaro Cárdenas, y luego, en los sexenios de Manuel Ávila Camacho la disminuye notoriamente. Lo acosan y lo reducen diversos factores: la fuerza del aparato de la Revolución Mexicana (entidad que usa un lenguaje muy parecido al de la izquierda, y con técnicas abundantes de asimilación); la

1935. Primer congreso de la LEAR. Aparecen entre otros, Silvestre Revueltas, Juan Marinello, Nicolás Guillén, Waldo Frank, Martín Luis Guzmán y Luis Chávez Orozco.

presencia de Lombardo Toledano, que es la izquierda parti-daria del gobierno, la prédica stalinista y el rechazo al título de “comunista”; el entusiasmo generalizado ante el despegue industrial y la importación de comodidades; el optimismo panamericano que durante la Segunda Guerra Mundial borra un buen número de enconos históricos contra Estados Unidos, la impresión causada por el asesinato de Trotsky y last but not least la Guerra Fría, que dura con intensidad de 1947 a 1968, aproximadamente, aunque sus efectos todavía perduran. De todo lo citado, seguramente lo de consecuencias más extremas es la Guerra Fría, que convence a la población de la maldad intrínseca de los comunistas, a partir de una vasta campaña de calumnias… y del horror demostrable del stalinismo.

“Al burgués implacable y cruel/ no le des paz ni cuartel/
no le des paz ni cuartel”

A fines del régimen de Miguel Alemán, el organismo que en los treinta moviliza decenas de miles se vuelve el grupo voluntarismo, sacrificial y sectario, apegado al discurso de bloques verbales. Sin que se advierta, y sin que se pueda evitar, el lenguaje heroico y agitativo se va petrificando, e impide el fluir de las ideas, y el acercamiento de otros contingentes. Víctimas de campañas de linchamiento moral, combatidos por la iglesia católica, aislados políticamente, sin el asidero de la solidaridad interna de los comienzos, convencidos en el fondo de vivir en un país al margen de la historia, sumergidos en la cólera que actúa a modo de sentimiento analítico, los militantes abandonan irremisiblemente los ideales bolcheviques. Ya no caminarán desafiantes por Perspectiva Nievski alguna, ya no harán de la Cámara de Diputados su Palacio de Invierno. Y se instala la militancia seca y gris, descrita por Revueltas en Los días terrenales, donde se confunden clandestinidad y anonimato, y en donde el temperamento heroico (concentrado en la provincia) emerge para ser mejor reprimido por el gobierno y por la burocracia del PCM.

La izquierda de los cincuenta es el campo del resentimiento. Nadie, sinceramente, cree posible la revolución, no hay Condiciones Objetivas para la toma del poder. Todos insisten en la Revolución para que la fe los vuelva a ellos posibles. Y ni la liturgia partidista ni el discurso de la izquierda latinoamericana permiten la revisión de metas y programas. Todo es porque así ha sido, y se habla y se escribe con frases largas como folletos, que portan su “cinturón de castidad”, sin consideraciones para la respiración del lector, inflexibles, monótonos, que de tanto oírse y decirse se vuelven conjuros pétreos. ¡Larga vida a la tradicional amistad de los pueblos rumano y mexicano! ¡Contengamos ahora la política alcista y represora del gobierno mexicano, vasallo incondicional del imperialismo norteamericano en su fase última de concentración monopólica! ¡Alto a la política entreguista de la burguesía, que atenta contra la soberanía nacional y la tradicional amistad entre los pueblos!

Si alguien revisa el periódico del PCM La Voz de México, lo hallará, creo, orgullosamente ilegible. No se hace el periódico para la opinión pública sino para fieles que no necesitan leerlo. Y al carácter devocional de la prensa y del discurso, contribuyen los manuales soviéticos. Hablar es comunicar verdades eternas. Imprecar al enemigo es exorcizarlo. Defender a la URSS es rodear a la zona sagrada de artículos, reuniones y manifestaciones como rezos. Definir la ideología de la Revolución Mexicana es identificar lo “democrático-burgués” con aquello que “por su naturaleza misma es malvado”. (Hay términos de resonancia teológica.)

“Si no tomamos el poder, es por las dificultades de convocar para el lunes al Comité Central”

Insisto en el lenguaje de la izquierda porque éste ha sido una de sus grandes prisiones, un lenguaje no para transmitir sino ratificar convicciones inamovibles, elemento central en la parálisis y la desintegración de la izquierda partidaria. Ciertamente, la rigidez en el habla no es sólo patrimonio de la izquierda en el periodo a que me refiero; también la ejercen, y devastadoramente, la derecha política y social, los sectores gubernamentales y los grupos eclesiásticos, pero en ellos en verdad no hay la pretensión de representar a la razón histórica sino a la verdad revelada (por la Revolución Mexicana, Dios, la Familia y las tradiciones, según sea el caso). En cambio, la izquierda se pretende guiada por principios científicos, y por eso es tanto más pesado el letargo idiomático que quiere hacer las veces de discurso político. A nombre del pensamiento marxista se desemboca en la Verdad Revelada.

Entre 1920 y 1950 la izquierda partidaria y la izquierda social comparten entusiasmos, lecturas, proyectos, rechazos. Pero la izquierda política pierde sus espacios en la vida pública y se confina en el ghetto, y el nacionalismo revolucionario, tan insistente en materia cultural, y tan cercano al PRI, aleja a una parte considerable de la izquierda social. Entonces, pese a que la izquierda en general abarca un sector muy amplio, lo que se reconoce como izquierda es muy pequeño, y se le distingue por características que parecen fatales: vida de ghetto, confinamiento doctrinario que imposibilita el diálogo y la presencia convincente en otros sectores, “turismo revolucionario”, acatamiento de las directrices de Moscú.

Y al Partido Comunista sólo llegan los muy convencidos de la necesidad del proyecto socialista y, también, los persuadidos

1958. Ferrocarrileros son conducidos a Lecumberri

en el fondo de la imposibilidad de triunfos a corto y mediano plazo. La izquierda partidaria, en rigor, trabaja para la Revolución que no cree posible.

El aparato público se derechiza progresivamente, y el muro de contención de las medidas represivas es la izquierda social, que no evita golpizas, torturas y asesinatos de militantes, pero que sí es contrapeso mínimo a los linchamientos morales que anhelan los representantes mexicanos de la Guerra Fría (casi toda la prensa, el gobierno, la iglesia católica, el PRI, la CTM, la derecha organizada, algunos intelectuales). Casi obligadamente, la izquierda social también profesa la psicología marcada por los acomodos entre lo que se cree y lo que se obtiene, entre el socialismo a que se aspira y la adaptación al medio regido por el capitalismo salvaje.

En el periodo de 1940-1968 aproximadamente, una versión diluida de la “ideología de la Revolución Mexicana” (un nacionalismo que vigila de lejos al individualismo competitivo capitalista) se impone en las clases medias al tiempo que la despolitización distribuye la certeza: la política es sólo asunto de los gobernantes y, por lo demás, es corrupta por esencia. Si a la izquierda partidaria la frena la fuerza de un Estado que concede satisfacciones mínimas, asimila a un porcentaje de los disidentes, expropia periódicamente el idioma contestatario, y mantiene un adecuado comportamiento en política exterior, la izquierda social crece con rapidez estimulada por la Revolución Cubana, e interesada un tiempo en el Movimiento de Liberación Nacional (1961-1964), que en principio alienta el general Lázaro Cárdenas.

En 1959 la Revolución Cubana suscita en América Latina la esperanza, y le propone un sentido y una dirección al deseo de cambio de millones de latinoamericanos. En sus primeros años, el régimen de Fidel Castro es innovador, se enfrenta a la desnutrición, el analfabetismo, la falta de atención médica e impone a través de la Casa de las Américas su política cultural que mucho contribuye a la comunicación interna de los creadores latinoamericanos. La izquierda apoya incondicionalmente a la Revolución Cubana, considera ejemplares todos sus actos, endiosa a Fidel Castro y al Che Guevara, y no atiende a las sucesivas muestras de autoritarismo, a la prepotencia caudillista, a la frase no tan ambigua como opresiva de Castro a los intelectuales y artistas cubanos: “Dentro de la Revolución, todo; fuera de la Revolución, nada”.

¿Para qué discrepar en lo mínimo de quien derribó la tiranía batistiana y casi politizó por su cuenta a la izquierda latinoamericana, fomentando entusiasmos, facilitando el renacimiento de metas en que ya nadie soñaba siquiera, radicalizando a grupos nuevos, entre ellos y muy inesperadamente a sectores católicos, auspiciando visiones de la pedagogía, la cultura, los términos mismos del discurso revolucionario? Los izquierdistas mexicanos viajan a Cuba y a su regreso, como el norteamericano Lincoln Steffens al volver de la URSS en los años veinte, afirman regresar del futuro “que funciona”. Lo más destacado: el culto por la Revolución Cubana solidifica la lealtad ya un tanto vacilante en torno al socialismo real: “No hay que darle armas al enemigo”. Y el marxismo-leninismo, hasta entonces manía de pequeños círculos de estudio, se expande y recobra el status religioso de que gozó en los años treinta, en medio de discusiones de corte metafísico sobre las ideologías burguesas o pequeño-burguesas, el diversionismo, el revisionismo, el trotskismo, el maoísmo. Esto podrían decir: “Nuestra doctrina es un dogma y un método de inacción”.

“Ante la crisis mundial del capitalismo, nosotros debemos…”

El Movimiento de Liberación Nacional nace limitado al extremo por sus contradicciones: el afán de responder de alguna manera al ánimo modernísimo de la Revolución Cubana, y el viejo lenguaje del antiimperialismo lombardista, con su incapacidad orgánica para distanciarse en lo ideológico y lo político de los dos árboles totémicos: la Revolución Mexicana y la Revolución Soviética. El MLN atrae antiguos militantes, intelectuales nacionalistas, estudiantes, líderes campesinos, agitadores obreros, figuras retiradas del mundo oficial. Pero no logra ampliar su espacio social y político, se deja ganar por la retórica de la vieja izquierda y pasada la emoción del principio, se va consumiendo lentamente. Mientras, la izquierda desfila apoyando a la Revolución Cubana, dándole la bienvenida al presidente de Cuba Osvaldo Dorticós, repudiando la intervención norteamericana en Santo Domingo. Y el gobierno reprime, rehabilita el discurso anticomunista, usa a la izquierda como argumento escénico en las negociaciones con Estados Unidos, y le da vida artificial a lo que ya nada significa: “el espíritu revolucionario”.

Encerrada en un discurso cada vez menos audible, la izquierda necesita, para aclararse y oscurecerse su proceso, del estallido del movimiento estudiantil de 1968 y de los movimientos revolucionarios en América Latina. El movimiento del 68 es, muy esquemáticamente descrito, el duelo más que desigual entre el afán democratizador de sectores de clases medias y la parte más tradicionalista del aparato político, encarnada en el presidente Díaz Ordaz. Entre las causas del movimiento (las principales: la protesta contra la represión policíaca y la cerrazón presidencial al diálogo) figura la defensa de los derechos humanos y la libertad a los presos políticos de 1959. Arduamente, los estudiantes y el sector de la clase media que los apoya se enteran de la mecánica gubernamental: se protesta por la barbarie policíaca, se les golpea y detiene; se insiste en el carácter legal y constitucional del movimiento; se les masacra en la plaza pública. Y un efecto colateral del 68 es el principio de la disolución de la paranoia anticomunista o antisubversiva como reflejo condicionado de la sociedad.

Nada ejemplifica mejor el desencuentro, por así decirlo, de la época moderna y la izquierda tradicional que las reacciones de Vicente Lombardo Toledano en 1968 (año de su muerte). Lombardo, agente del stalinismo, hombre de confianza del gobierno en horas de prueba, no entiende el movimiento estudiantil, más allá de su horizonte cultural y político. Así, condena al gobierno de Dubak, aplaude la invasión soviética de Checoslovaquia, defiende la política de Díaz Ordaz. En un primer intento de una política autónoma, el Partido Comunista, víctima de la histeria policíaca desde el 26 de julio, apoya a los estudiantes, censura la invasión soviética y quiere poner al día su lenguaje. No lo consigue, ni siquiera la persecución de Díaz Ordaz moviliza el lenguaje calcificado o consigue una apertura cultural.

El 68, entre otras cosas, ahonda el abismo entre sectores cada vez más numerosos de la izquierda social y la izquierda partidaria, reacia a modernizarse. Algo cambia la situación al incorporarse al PSUM grupos de universitarios que vienen en lo político del 68, y en lo cultural de la explosión de los sesenta. El PSUM organiza tocadas de rock y ocasionalmente algún aparatchik tendrá desplantes “alivianados”, pero todo es inútil. Se impone el lenguaje del optimismo, del auge indetenible de las masas, de la unidad a toda costa, de las contradicciones irresolubles en el seno de las masas. Y este lenguaje predetermina a tal punto la mentalidad pública de la izquierda política que al cabo de los proyectos de apertura, la impresión no se modifica: he aquí el anacronismo hablando a nombre del Progreso. Y en buena medida, esto se da a pesar de las buenas intenciones.

“¡No queremos apertura. Queremos revolución!”

El sucesor de Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez (1970-1976), toma muy en cuenta las lecciones del 68, y anhela reconciliarse con los sectores universitarios y con la izquierda social. Para eso, aumenta desproporcionadamente los presupuestos de los centros de enseñanza superior, sostiene una política exterior si no muy coherente sí notable en partes (entre otras acciones, apoya al gobierno de Salvador Allende, condena y rompe relaciones con el régimen de Pinochet, y recibe en México a un contingente de exiliados chilenos), atrae a un buen número de intelectuales convencidos de hallarse ante la última oportunidad de contener la oleada fascista, y modifica el discurso oficial añadiendo la variante del Tercer Mundo y la crítica a la oligarquía financiera.

Nada de eso le evita la desconfianza de la izquierda social, y la crítica de la izquierda partidaria. El régimen de Echeverría, afirma el líder del PCM, Arnoldo Martínez Verdugo, se sostiene sobre un reformismo verbalista y no puede desviar la ola del descontento. Y se lanza el lema: “¡Ninguna confianza, ninguna ilusión, ningún apoyo al gobierno de Echeverría!” No que fuera mucho el apoyo encontrable en la izquierda partidaria. En 1973 –informa Enrique Condés Lara en su interesante y polémico libro Los últimos años del Partido Comunista (1969-1981)– el PCM carece de local, no hay campañas económicas, sólo se dispone de veinte profesionales (algunos a medio sueldo) y el gasto mensual no llega a los cuarenta mil pesos. Y a esto se le añade la persecución policíaca, el descrédito social, la atmósfera de ghetto.

Uno de los sectores más alejados de las seducciones de Echeverría es el de los jóvenes radicales, que siguen con devoción los acuerdos de la Tri-Continental, memorizan los discursos posbolivarianos del Che Guevara (“Crear uno, dos, tres,… muchos Vietnam”), sufren la muerte del héroe en las soledades bolivianas y se indignan ante el “entreguismo” de los demócratas, y se apasionan con los ensayos de Régis Debray, el apóstol del foquismo (y luego, uno de los profetas de Mitterrand). En 1971 hace su aparición pública la guerrilla, en gran parte fruto de escisiones de la Juventud Comunista. Surgen el Frente Urbano Zapatista, Comandos Armados del Pueblo, Lacandones, Movimiento de Acción Revolucionaria, Frente Revolucionario Armado Popular, Guajiros, Unión del Pueblo, y de modo estelar, la Liga Comunista 23 de Septiembre. Entre 1972 y 1975, son asesinadas cerca de cinco mil personas (guerrilleros, policías, transeúntes, familiares y amigos de los guerrilleros) en diversas acciones armadas o en asaltos a “casas de seguridad”; se contabilizan más de quinientos desaparecidos, la mayoría de ellos presumiblemente torturados y asesinados; de la guerrilla rural en el estado de Guerrero se desprenden dos leyendas populares (Genaro Vázquez Rojas, muerto en accidente de automóvil, y Lucio Cabañas, muerto en enfrentamiento con el ejército); la mayor parte de los grupos desaparece pronto, a causa de la infiltración policíaca, y la Liga 23 de Septiembre, al principio reducto del idealismo desesperado, se extingue en la descomposición militarista, luego de numerosos asaltos y crímenes (entre ellos, el del industrial Eugenio Garza Sada).

Todas las lecciones extraídas de la guerrilla culminan en la misma moraleja: en las condiciones de México, la violencia revolucionaria desemboca por fuerza en la matanza de unos y otros, en la brutal metamorfosis psíquica de los idealistas, en la militarización mental, en la derrota, la frustración y, lo peor, la impunidad para los responsables de la guerra sucia. Casi nada queda de la vehemencia de quienes pretenden el asalto al poder. Una consecuencia del clima de la militancia armada sí es evidente: la intolerancia de la extrema izquierda, que se esparce en los centros de enseñanza media y superior, origina fenómenos tan lamentables como “la tropa galáctica” en la Universidad Autónoma de Puebla, y “los enfermos” en la Universidad Autónoma de Sinaloa, grupos de activistas, por lo común muy jóvenes, radicalizados a partir de unas cuantas lecturas y de su propia experiencia amarga (“los enfermos”, que producirán el lema: “Torta o muerte”, se enorgullecen de su nombre: “Estamos enfermos de ansiedad revolucionaria”). El 68, filtrado por el trituramiento anímico de la clandestinidad falsa y verdadera, da por resultado la fiebre del asambleísmo y de la denuncia de los reformistas.

En universidades de provincia, en la Facultad de Ciencias, en Ciencias Políticas, en Filosofía y Letras, en Economía, en preparatorias y colegios de Ciencias y Humanidades se intimida y amenaza en nombre del marxismo. Se divulgan nociones dogmáticas, enseñadas con celeridad parroquial, y la irritación malinformada le infunde un punto de vista (el que sea) a nuevos contingentes que masifican las universidades y que provienen en su mayoría de familias de escasos recursos. En la academia, una generación de ensayistas, politólogos y sociólogos marxistas quiere romper con un pensamiento anquilosado, y en las escuelas la impaciencia quiere hacer las veces de ideología del advenimiento del cambio.

Let it be: la revolución como pasión

En la década de los sesenta, ya la izquierda social se ha escindido, y grupos cada vez más numerosos se sienten internacionalistas, en lo político y, ésta es la novedad, en lo cultural. Se rechaza la intervención norteamericana en Vietnam y se defiende la Revolución Cubana, pero también –lo que para la izquierda partidista es sacrilegio– se oye rock, se reverencia a los Beatles y los Rolling Stones, se fuma mariguana, se lee con devoción a escritores “burgueses”. Mientras, la izquierda tradicional se aferra al realismo socialista (y sus variantes, entre ellas la poesía que genera la Revolución Cubana, y la horrísona “canción de protesta”), mantiene su lectura rígida del muralismo, aplaude la tesis siqueiriana de “No hay más ruta que la nuestra”, condena el “arte decadente” y “degenerado”, y se sumerge en el ámbito equidistante de la letra impresa y el analfabetismo: los manifiestos donde el lenguaje usado impide la lectura y congela el pensamiento.

Un dato entre otros: en 1971 un alegato guerrillero de Raúl Ramos Zavala, que abandona la juventud comunista y elige la vía armada, lleva el título de Let it be, la frase internacionalizada por los Beatles, que expresa conformidad ante el destino. Si la Liga 23 de Septiembre se probará inmisericorde y dogmática al extremo, en sus inicios al menos comparte la nueva visión cultural que la izquierda partidaria no logra asir, inmersa en el feroz anacronismo que la lealtad a la URSS provoca. A los comunistas mexicanos y a los integrantes de los demás grupúsculos, el Futuro (el socialismo) compensa por vivir en el pasado (el arrinconamiento que niega los cambios circundantes para no contaminarse de burguesía). Y lo que desde fuera se ve como empecinamiento, ellos se lo explican como “paradoja de la Historia”.

En los años setenta el marxismo se pone de moda, influye no tan disimuladamente en el discurso oficial y en los medios académicos y periodísticos, y se integra al paisaje explicativo de la realidad nacional, contaminando incluso el discurso de la derecha política (los del PAN le toman a la izquierda lemas, fraseología, guiños ideológicos). Pero tal seducción no se traduce en una mínima presencia social, ni en mayor influencia sobre los sectores organizados. En donde el marxismo fructifica especialmente es en la revisión histórica, punta de lanza de la perspectiva de izquierda, interrumpida desde el sexenio de Lázaro Cárdenas, por la Guerra Fría y la sujeción del PCM al aparato de propaganda soviética. Por otra parte, y crecientemente, son muchos los que abandonan las ideas opresivas, el vivir siempre “en transición”, el admitir el presente sólo como un trámite para el futuro liberador, el concebir el país como boceto inacabado, porque el verdadero México se iniciará con el socialismo. Y los historiadores van recuperando la gran tradición soterrada, la de los militantes infatigables que a lo largo del siglo han sido, pese a todo, parte fundamental de la conciencia moral de México, ejemplos de congruencia y generosidad.

La “apertura democrática” del gobierno de Echeverría quebranta el anticomunismo oficial (el PRI se acerca a la Internacional Socialista), y el gobierno de José López Portillo (1976-1982), simpatizante declarado de los sandinistas y de la Revolución Cubana (“Quien toca a Cuba, toca a México”, declara López Portillo en La Habana), al tiempo que lanza al país por la ruta del endeudamiento y la falsa abundancia petrolera, pone en marcha la Reforma Política que en 1979 le permite al PMC, por vez primera desde 1946, participar legalmente en las elecciones. Los resultados son de algún modo sorprendentes: 750 mil votos para la coalición de izquierda y dieciocho diputados en la Cámara.

La unión hace las siglas

El 5 de noviembre de 1981 cinco grupos se unifican y forman el Partido Socialista Unificado de México, el PCM, el Partido del Pueblo Mexicano, el Movimiento de Acción Unificada Socialista, el Partido Revolucionario Socialista y el Movimiento de Acción Popular. A la fusión la domina la convicción implícita y explícita: los escasos beneficios del término comunista se han agotado, hay que darle oportunidad a nuevas concepciones y abandonar las ilusiones a largo plazo. Al principio, el PSUM es recibido con entusiasmo y llena la plaza de la Constitución en la campaña electoral de 1982 (“el Zócalo Rojo”), pero el proyecto no cuaja como se esperaba, la integración de grupos y grupúsculos no se consuma, algunos se separan pronto y el PSUM queda como una alternativa más, la menos débil, de un conjunto de donde participan el Partido Revolucionario de los Trabajadores, de filiación trotskista, y el Partido Mexicano de los Trabajadores, cuyo líder, Heberto Castillo, es el crítico más agudo de la política petrolera de López Portillo.

La fuerza de la izquierda social (movimientos de opinión pública, sectores intelectuales y magisteriales, corrientes sindicales, órganos de prensa, enclaves académicos) no disminuye, pero las posibilidades de la izquierda política se atomizan.

1968. Estudiantes y ejército en el Zócalo.

Fragmentados, sin proyectos consistentes, escindidos en esfuerzos ni irreconciliables ni integrables, los grupos de izquierda no aumentan significativamente su votación en las elecciones de 1985.

Frente a la lentitud y la inercia de la izquierda tradicional, una izquierda distinta, autogestionaria y dispuesta a renunciar al autoritarismo, surge en las colonias populares, en los grupos ecologistas, en los pequeños sindicatos, en las cooperativas de barrio, en las comunidades eclesiales de base, en las agrupaciones campesinas, en las secciones magisteriales. Aún no se advierte su impulso desde una perspectiva nacional y ciertamente las organizaciones partidarias no son ahora sustituibles, pero esta izquierda diferente hace ver la urgencia de nuevos proyectos nacionales, regionales, locales. Así, paradójicamente, no obstante la debilidad de la imagen pública de la izquierda (evaporado el fantasma de la “subversión comunista”), son muy vigorosos los movimientos populares de izquierda, y la izquierda cultural.

El 88 sorprende a todos, precisamente porque se creía anulada o extinguida la izquierda, víctima de su propia avidez de lucha interna, de la eficacia histórica con que prende el anticomunismo, de la rigidez de su dirigencia, de su antiintelectualismo, de la eficacia calumniadora y asimiladora del Estado, y, muy principalmente, de su pérdida de poder de convocatoria y su relegamiento de las causas de la justicia social. Pero dista de ser un espectro, y la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas lo ratifica. El impulso extraviado o sepulto o traspapelado renace en un instante y es muy probable que Cárdenas hubiese ganado las elecciones, aunque también es muy probable que Salinas de Gortari las hubiese perdido. Pero lo cierto es que ya en 1988 la izquierda comunista es un cadáver sin prestigio, y a la causa socialista le quedan pocos meses de vida. Cuauhtémoc Cárdenas dista de ser la izquierda tradicional, es el nacionalismo revolucionario, si se quiere también anacrónico, pero con la fuerza que le infunde la necesidad de participación de millones que simplemente no se acercarían al PCM, al PSUM, al PMS. Luego, tiene lugar el sexenio de Salinas.

Carlos Monsiváis, “La izquierda mexicana: lo uno y lo diverso”, Fractal n° 5, abril-junio, 1997, año 2, volumen II, pp. 11-28.

Entrevista con Silvio Rodriguez

“Cuando me puse a cantar evité hacer panfletos”

Entrevista del poeta argentino Jorge Boccanera a Silvio Rodríguez por la publicación del libro “Cancionero”. – junio de 2009. Cubadebate publica en exclusiva el texto íntegro del diálogo entre Boccanera y Silvio.

1- Hace poco más de 30 años te entrevisté en México en un diálogo que inició con una frase de Martí, cuando decía: “¿A qué leer a Homero en griego cuando anda vivo, con la guitarra al hombro, por el desierto americano”. La presencia de Martí asoma, a mi ver, en temas como “De donde crece la palma”, “Yo te quiero libre” o “El vigía”, ¿Se podría hablar de influencia suya en tus trabajos, en tu pensamiento?
Tu pregunta me remite a La Edad de Oro, una de mis primeras lecturas. Más exactamente a la edición que hizo Emilio Roig de Leuchsering en 1953 para celebrar el centenario del Apóstol. Este historiador tuvo la buena idea de introducir el libro, escrito por Martí para los niños, con un prólogo llamado “Martí niño”, donde cuenta la eticidad que empezó a manifestarse en Martí desde temprano. Desde aquella lectura el José Martí que me acompaña es el ser humano, el hijo, el amigo, el compañero que fue, además del patriota de espíritu cosmopolita. Así van conmigo también sus versos sustanciales y hermosos.
2- Es posible leer este libro como una especie de balance; ¿qué recordás de aquel joven que debutó en 1967 en “Música y estrellas” justamente un martes 13…
Aquel era un joven desconcertado. Precisamente el día anterior habían terminado sus tres años de servicio militar obligatorio. El cambio de un día al otro fue tan fuerte que no se volvió loco de milagro. Pero no sólo recuerdo aquel joven sino que todavía le encuentro semejanzas con el sesentón que ahora soy. Una sigue siendo el desconcierto. Otra es la afición por los misterios.
3- Prácticamente tu preludio de “Cancionero” lo dedicás a subrayar la importancia de la letra… ¿cuánto de tu formación, de tus lecturas, pasa por la poesía?
“Cancionero” reúne las letras de las canciones de mis discos y algunas de las muchas que se me fueron quedando por el camino. Ahí explico que cuando escribí mis primeros textos ya me guiaba alguna noción de lo poético. Y es que desde que era un niño supe que existía la poesía, gracias a mi padre. El viejo Dagoberto era un obrero agrícola que leía a Rubén Darío, a Martí, a Juan de Dios Peza, a Nicolás Guillén. Después, en los primeros años de la Revolución, pasaban por televisión un anuncio sobre Rubén Martínez Villena, con aquellos luminosos y extraños ojos suyos, mientras un locutor recitaba La pupila insomne. Aquello me hizo buscar poemas de Rubén, quien se ha quedado entre mis escasos de cabecera. En un campamento militar conocí a un recluta que leía en voz alta a Saint-John Perse, enamorado de la exuberancia de sus imágenes, de lo que me contagié hasta nuestros días. Fue por entonces cuando apareció Emilia Sánchez, una joven camagüeyana que me presentó a César Vallejo, el cholo que me condenó a la fascinación eterna. Entre esos hallazgos transcurrían los años en que empezaba a hacer canciones y a buscar poesía, como quien intuye que por esos rumbos queda lo necesario. Los últimos meses que pasé en las fuerzas armadas fueron en la revista Verde Olivo, que por entonces dirigía Luis Pavón Tamayo. Él me dio a leer a José Zacarías Tallet y a Eliseo Diego, poetas que me dieron un par de buenas sacudidas. También me prestó una maravillosa edición bilingüe de los sonetos de Shakespeare -que le devolví veinte años más tarde, de estúpido que soy.
4- En uno de tus primeros temas (”Mientras tanto”- decís: “Yo tengo que hablar, cantar y gritar/ la vida, el amor, la guerra, el dolor”; ¿persiste esa idea?
Cuando yo comenzaba creía que había que ampliar la temática y el vocabulario de las canciones. Tenía la sensación de que casi siempre se cantaban los mismos asuntos y, lo que era peor, más o menos con las mismas palabras. Ya yo era amigo de los poetas de la revista literaria El Caimán Barbudo y hablaba con ellos de esas cosas. ¿Por qué en las canciones no se usa la palabra herramienta?, decía uno. ¿O zapato?, agregaba otro. Así que hubo un tiempo en que anduve a la caza de palabras que no se usaban, para hacer canciones con ellas. Esa búsqueda a veces me llevó hasta vocablos que la moral predominante discriminaba. De ahí salió que La era está pariendo un corazón era contrarrevolucionaria -porque para algunos la palabra parir era inmoral, y mucho más puesta en una canción. O sea que declarar que pretendía cantar y gritar la vida, el amor, la guerra, el dolor, era poco menos que un sacrilegio. Pero debo admitir que todavía me interesa cantar lo que resulta un reto; lo prohibido siempre es interesante, sobre todo cuando va más allá del jueguito de “a ver si te atreves”.
5- Uno de los temas inéditos de “Cancionero” es “Una canción de amor esta noche”. El amor viene de tus primeros temas desplegado en una lucha de opuestos (compañía-soledad, plenitud-muerte, búsqueda-desencuentro, anhelo-desesperanza), ¿lo considerás como uno de los ejes principales de tu obra?
¿Qué sería del ritual de apareamiento humano sin las llamadas “canciones de amor”? Esas canciones son una especie de hilo conductor desde todos los tiempos y lugares. Son una temática inagotable que cada grupo humano y cada época renuevan con sus características. Pero no hay que ser nuevo para que las canciones de amor tengan sentido.
6- También hay un núcleo casi paralelo: la muerte, presente desde tus canciones primeras: “Muerto”, “Testamento”, etc. ¿Lo ves así?
Para cantar a la muerte solo necesitamos darnos cuenta de que la maravilla de la conciencia es un accidente. Después uno se entera de cómo están ligados el amor y la muerte en el arte antiguo, cuanta iconografía, cuanta poesía al respecto. John Keats, que sólo vivió 26 años, dejó escrito el epitafio que figura en su tumba: “Aquí yace uno cuyo nombre fue escrito en el agua”. Los lama dicen que el sentido de su doctrina es prepararnos para el reencuentro con la eternidad. Eso me ha hecho pensar que magnificar la función del artista nos deja como unos pretenciosos que quieren algo parecido de forma más interesada.
7- En las letras de tus canciones hay un tono de cosa íntima, confidencial, que aún en los temas más sociales no cae nunca en la altisonancia. Muchas veces ese tono se desliza hacia un interlocutor (”Vamos a andar…”). En “Amigo mayor” decís: “Sé amigo manantial en mi desierto”, en esa dirección se estructura el inédito: “Yo te invito a caminar conmigo”. ¿Sentís que en tu poesía aparece el diálogo con un compañero de ruta?, ¿campea un nosotros?
Desde niño salí a la calle a apoyar con entusiasmo el proceso revolucionario, pero cuando me puse a cantar evité hacer panfletos. Las pocas alabanzas que he suscrito suelen señalar su excepcionalidad desde el título, con un distanciamiento casi brechtiano. Canción urgente a Nicaragua es buen ejemplo. Oda a mi generación tuvo y tiene implicaciones desafiantes, ante una generación del Moncada aún vigente y a veces demasiado paternal. He preferido estos riesgos porque para hacer propaganda sobran especialistas, pero también porque soy de ese tipo de gente que no soporta adular lo que respeta. Creo que la Revolución ha sido un hermoso proyecto de Nosotros, con mayúsculas, a pesar de momentos que pudieran confundir su nobleza. El nosotros que identificas en esas canciones debe ser necesidad de establecer que el cantor es parte de una dignidad colectiva.
8- Hay una línea de temas tuyos donde se cruza la leyenda, el relato infantil y la alegoría, como en la bruja de “Es sed”, “La leyenda del águila”, “El rey de las flores”, “Sueño con serpientes”, “Canción del elegido”, Fábula de los tres hermanos” y “El reparador de sueños” ¿Leías de niño cuentos infantiles de este tenor?
Leía y leo. Mi padre también tenía un tomo de las Fábulas de Esopo. Andersen y los Grimm son bastante más que maravillosos. Yo aún repaso Las mil y una noches y bebo cuanta historia de derviches, chamanes u otros portentos me caiga en las manos. ¿Has leído La oración de la rana, de Anthony de Mello? Me fascina la sabiduría de las parábolas sufíes. Ojalá mis canciones pudieran ser tan útiles.
9- Hay temas tuyos que están en un cruce entre el autorretrato y el manifiesto personal (como “La maza o esos versos de “El necio”: “yo me muero como viví”) posición que se repite ahora en el inédito “Los compromisos” y en un tema de tu próximo disco “Trovador antiguo”. ¿Crees que los versos de esos temas te definen?
No sé si tanto como definirme, pero sería bueno que al menos mostraran lo que he creído ser cuando trabajaba en ellos.
10- Lo más significativo de tu obra es la calidad y la persistencia, pero además una mirada crítica que no baja la guardia y que además sale a defender su humanidad frente a aquellos que más que a hacer, juzgan, reclaman, dictaminan… ¿Una canción como la inédita “Defensa del trovador” apunta a eso?
Cuando empezamos a cantar, las canciones que se consideraban revolucionarias eran las apologéticas, como las que hacía aquel singular trovador que fue Carlos Puebla. La autocrítica comprometida era un fenómeno nuevo en la canción cubana y los primeros que la hicimos pagamos el precio de la incomprensión. Sólo nos sostenía el ánimo que nos dábamos entre amigos. Entonces Haydeé Santamaría y Alfredo Guevara nos dieron un apoyo que nos vinculó a las instituciones que dirigían, lo que a ojos vistas fue importante para nuestra identidad política. Pero a nivel personal cada uno de nosotros asumió los rechazos, censuras y suspensiones oficiales como pudo. A mí me dio por sostener un diálogo quemante con mi pequeño público, que era sobre todo de jóvenes, para quienes no hice la más mínima concesión. Más que cantar, me sometía a terapia de choque. A pesar de que hoy pudiera parecer desmesurada, Defensa del trovador es una especie de arquetipo de mi quehacer de aquella etapa, cuando cada canción que lanzaba era respiración boca a boca. Por eso la seleccioné para “Cancionero”.
11- La canción “Tonada del albedrío” de tu próximo disco está dedicada al Che. ¿Qué facetas de ese “hombre sin apellido”, de ese revolucionario al que volvés una y otra vez, pesan más para vos?
Para mí la huella del Che es siempre diferente, siempre va contrastada contra la marea universal. En las últimas dos décadas la posibilidad de un mundo más justo, al menos de la forma en que se preconizó entre el siglo XIX y el XX, se ha hecho más dudosa. He visto como los explotadores se proclaman progresistas y como la frescura que antes representaba lo revolucionario ha sido reducida a las más lamentables experiencias del socialismo real. Veo que años después del derrumbe de la Europa del Este continúa un bombardeo mediático que distorsiona el sentido de la redención humana. Pero según muchos investigadores como Chomsky la mayoría de los grandes medios, incluyendo Internet, pertenecen a poderosos consorcios de derecha. Entre los ejemplos revolucionarios que esa globalización machaca para pulverizar, siempre está el Che. En Tonada del albedrío toco tres aspectos del pensamiento de Ernesto Guevara que considero cardinales: la lucidez con que caracterizó al imperialismo, el amor que motivó su condición revolucionaria y su concepto del socialismo, que no pretendía según sus propias palabras “asalariados al pensamiento oficial”.
12- En mayo pasado te demoraron la visa estadounidense para participar en un homenajes por los 90 años del músico “folk” Pete Seeger en un claro acto de discriminación, en momentos en que el presidente Obama habla de acercamiento entre USA y Cuba…
Llevamos muchos años de hostilidad y eso ha condicionado ambas partes. En los Estados Unidos muchos mecanismos siguen funcionando en el sentido obsoleto de la guerra fría. En Cuba sucede otro tanto, con el atenuante de que históricamente hemos sido el país agredido. A mí me gustaría ver qué nos toca a los cubanos que vivimos Cuba de ese cambio proclamado por la nueva administración norteamericana. No quisiera creer que la buena voluntad de ese gobierno es sólo para los que quieren vivir allá o para los que piensan como ellos.
13- En tus inicios a la par de la música hacías historietas de hecho hay viñetas tuyas en “Cancionero” y además compusiste temas sobre personajes como Elpidio Valdés. ¿Te sigue atrayendo el género de la historieta?
De alguna forma mis canciones contienen una gráfica que adquirí como lector y como dibujante de historietas. En Cuba proliferaron las publicaciones de este género, pero los problemas económicos cercenaron aquel florecimiento. Fue una pena para el desarrollo de la historieta en Cuba, aunque el mundo de la animación fue asimilando y reencaminando a algunos de aquellos creadores.
14- La nueva trova surgió como continuidad de la trova tradicional cubana, pero también como una ruptura en cuanto a las formas musicales. En ese camino, qué otras rupturas musicales le sucedieron y cuáles son los artistas de la música en Cuba que te interesan hoy?
De la trova originaria Sindo Garay fue siempre mi héroe favorito. Hay una película en la que él afirma que uno de los rasgos fundamentales de la trova cubana son los dúos. Mi generación de trovadores se caracterizó por la diversidad, porque cada cual compuso como le pareció, con los referentes que tuvo. Ocasionalmente hicimos dúos, tríos, cuartetos, pero no se pudiera afirmar que las canciones a dos voces están entre lo que nos distingue. Sin embargo en los trovadores más jóvenes se nota un resurgir de esa forma de proyectar la canción. Hay muchas parejas interesantes, como pudieran ser el dúo Karma, Ariel Díaz y Lilliana Héctor, el dúo Enigma, y unos matanceros llamados Lien y Rey, que hacen un notable trabajo de vanguardia. Como trabajo interesante también distingo al excelente trío de cuerdas pulsadas “Trovarroco”, naturales de Villa Clara. Pero lamentablemente los medios cubanos siguen reflejando poco lo que sucede en el mundo trovadoresco.
15- Otro argentino que a ratos citas en tus entrevistas es Atahualpa Yupanqui, ¿Sentís que está vigente?
Yupanqui es un poeta que elevó a la excelencia el arte de payar. Asumió la música de la pampa y de los andes y con ellas creó una escuela de resonancia universal. Señores de la guitarra como Leo Brouwer reconocen ese magisterio. Yo me encontré por primera vez con Don Ata cuando él ya era bastante mayor, en febrero de 1985, en un Berlín blanco de nieve. Lo había escuchado muchas veces en discos, lo había visto incluso por televisión, pero recibirlo en directo me mató. Aquella noche, con su inmenso susurro y sus manos torcidas articuló un recital perfecto. Allí descubrí su canción Los tres pablos, que le hizo a Neruda, a Picasso y a Casals. Una obra maestra que interpretó brillantemente, con una sobriedad escénica que irradiaba una energía misteriosa. Cuando uno presencia algo así, aprende lo que es el arte como fulgor inverosímil.

Jorge Boccanera
Cubadebate

Mi primera huelga de hambre… Entrevista con Roberto Pineda (4)

SAN SALVADOR, 30 de diciembre de 2009 (SIEP) “Ese día observe movimientos extraños, ropa que se buscaba y se guardaba, miradas de complicidad entre mi madre y mi hermana, hoy comprendo que estaban preparando la fuga, estaban conspirando contra el poder establecido…”nos comparte Roberto Pineda.

Vivíamos en la Colonia La Rabida, en el número 1615 de la 10ma. Avenida. Norte. Era un taller de mecánica. Y al final del taller estaba nuestra casa. Una sala que servia como comedor y oficina y una habitación a cada lado. Antes habíamos vivido en la Colonia Mugdan, que fue donde nací.

Mi padre era El Maestro del Taller. Y había sido educado en la práctica del autoritarismo. Su palabra era ley. Su mirada demoledora. En las relaciones familiares predominaba la opresión patriarcal…Era el menor de cuatro hermanos. La mayor era Ester. Trabajaba como secretaria…Se había casado para liberarse de mi padre y descubrió que las cadenas eran también usadas por su esposo. Y se volvió a liberar…

Mi hermano mayor Guillermo luego de desafiar la autoridad paterna también se dio a la fuga. El fútbol de la vida le resolvía la vivienda y la alimentación. Mi otro hermano, Carlos, obtuvo una beca para estudiar ingeniería en el IPN del México de Tlatelolco. Yo era el mas pequeño. Y desde mis ocho años solo observaba lo que pasaba…

Un domingo mi papa, que se llamaba Francisco, informo que ese día estaría fuera en Tamanique reparando un tractor. Vi como el rostro de mi madre Adela se transformaba tratando de disimular su nerviosismo. Le preparo comida y lo despidió. Era el Día D. Unos minutos después me dijo: Armando apúrese, que nos vamos. Ya esta bueno de aguantar…

Anudo un fajo de ropa que ya tenía preparada y nos fuimos. Solo se quedo triste mi perro Ranger, cuidando la casa. Salimos y abordamos la ruta 3 hacia nuestro nuevo hogar en la Colonia Atlacatl, que era el apartamento donde vivía mi hermana que recién había dado a luz a mi sobrino Carlos Ernesto. Era en un tercer piso del edificio con la letra D frente a un parque con la estatua del Indio Atlacatl.

Siempre fui un niño solo que coleccionaba paquines y construía ciudades con cajas de repuestos, o jugaba en los carros del taller. Pero eso cambio. Había muchos niños en ese edificio, incluso Roberto, un compañero de clase. Eran 16 familias por edificio. Estudiaba cuarto grado en la Escuela parroquial Nuestra señora de Fátima. Y me permitieron salir a jugar. Era también mi liberación porque en el Taller no salía a la calle. Hice una pausa para almorzar y por la tarde de nuevo a jugar a la calle.

Esa misma noche llego mi papa enfurecido y por poco me descubre jugando en la calle con mis nuevos amigos. Pero vi el vehiculo y corrí a avisarle a mi mama. Era el momento en que ella iba a enfrentar al faraón y su furia. Mi hermana tenía temor que la opresión internalizada obrara en mi madre y que esta regresara sumisa al hogar patriarcal.

Pero mi madre se mantuvo firme. Lo encaro con todos los maltratos que diariamente y por muchos años había recibido. Si la sopa estaba fría el plato se arrojaba al suelo…si la ropa no estaba almidonada como se requería la ropa se tiraba al suelo…y las múltiples y reiteradas infidelidades.

Mi papa rogó para que “el hogar no se destruyera por tu capricho en no regresar” pero no obtuvo la respuesta que deseaba. Y entonces salí a escena. Mi papa indico que “como vos te quedas yo me llevo al niño.” Y me tomo de la mano y me obligo a acompañarlo. Mi mama se quedo llorando pero firme. Empecé una campaña de protestas y llantos.

Al día siguiente no comí en el desayuno. Y no salí a “estar” en el taller con los mecánicos. Para el almuerzo me llevo a un comedor al centro y tampoco comí. Y no paraba de llorar y suplicarle que me regresara a donde mi mama. Esa tarde cedió y me fue a dejar donde mi madre. Habíamos vencido.

Unos meses después mi hermana se fue para Nueva York. En octubre de ese año vino mi hermano Carlos de vacaciones. Descubrí México…traía periódicos y revistas. Allá todo era diferente, hasta el color de los fósforos. Me impresiono el gesto de los atletas negros en las Olimpiadas de México, alzando el puño de protesta…

1968 y la década del caos

1968 y la década del caos
En los sesentas ocurrieron acontecimientos que conmovieron a una generación

Por Mario Osava
IPS/DiariodigitalRD.Com

RÍO DE JANEIRO, may (IPS) – 1968 es un año símbolo, pero no necesariamente un año síntesis. Acontecimientos espectaculares, violentos y multitudinarios le imprimieron el sello de revolucionario, pero definir la naturaleza de esa revolución es lo arduo. Los enigmas y las polémicas se han hecho interminables.

Ampliar el foco a la década ayuda a entender el contexto en el que 1968 ingresó a la historia, con la insurrección estudiantil de mayo en Francia, la invasión de tropas soviéticas a Checoslovaquia, y la ofensiva del Tet que determinó la derrota de la intervención estadounidense en Vietnam. Algunos autores franceses se refieren a los “años 1968”.

Años más o menos, en la década de 1960 surgió en Italia la reacción contra los manicomios, se vivió el auge de las luchas negras por los derechos civiles en Estados Unidos, nacía el movimiento de los homosexuales, el feminismo se volvía más complejo, ampliando sus objetivos de la simple igualdad a la equidad de género y los derechos reproductivos. El ecologismo daba sus primeros pasos, despertando a la importancia vital de la diversidad biológica.

El reconocimiento de la diversidad como valor y principio vital, contrariando siglos de entronización de la homogeneidad —“masificación” era el término de la época— fue una transformación que el mundo sufrió en aquella década.

Pasó a estar a la orden del día el respeto a la diversidad étnica, sexual, humana, biológica, de pensamiento, religiosa, cultural. En este aspecto, el tropicalismo brasileño estuvo más acorde con los nuevos tiempos que otras corrientes artísticas y que los propios militantes revolucionarios.

La industrialización de las sociedades había exacerbado la esquematización de casi todo, en nombre de la productividad. La familia debía tener padre, madre y dos hijos (desde el salario mínimo hasta los automóviles fueron concebidos para cuatro personas), la escuela era una fábrica de profesionales calificados. Casas, ropas, comidas, carreras, todo lo más parecido posible, hecho en una línea de producción.

El ideal de uniformización no tenía ideología, de allí que el comunismo lo llevara más a fondo, con la vigencia de partidos únicos que intentaban extirpar las ideas disidentes.

Esta tendencia se hizo más evidente en la alimentación, por ejemplo. En el transcurso de su historia, la humanidad se alimentó de unas 10.000 especies vegetales, hoy reducidas apenas a 150, y con más de la mitad del volumen consumido concentrado en sólo cuatro: arroz, papa, maíz y trigo. Este es uno de los factores de la actual crisis alimentaria.

Las nuevas perspectivas de supervivencia de los indígenas con sus lenguas y culturas, como pueblos con identidad propia, también son producto de la “revolución de la diversidad” que puede ubicarse en los años 60, así como la libre opción sexual, la ciudadanía de las personas con deficiencia y la idea de inclusión en general.

El ser indígena ya no es, como se creía, un estadio prehistórico que se supera con la extinción o la asimilación.

No se trata sólo de valores o derechos reconocidos, sino también del enriquecimiento de la humanidad, de mayor creatividad y, a menudo, de nuestra supervivencia. Pero son ideas que demoran en arraigar. Sólo ahora, Bolivia y Ecuador buscan definirse como estados plurinacionales, y en Brasil aún hay generales que ven los territorios indígenas en la frontera como amenazas a la soberanía nacional.

América Latina obtuvo su potencial de agitación política con la Revolución Cubana y el “Ché” Guevara asumiendo la misión de diseminar guerrillas, hasta ser asesinado en 1967 en Bolivia. Los grupos insurgentes se volvieron habituales, inclusive en la próspera Europa.

La rebelión de 1968 devino pandémica sobre todo por el movimiento estudiantil. En Brasil desafió a la dictadura con la “Passeata dos Cem Mil” en Río de Janeiro y con otros choques callejeros con la policía, hasta la captura y prisión de toda su dirigencia en octubre de aquel año.

En México, los estudiantes tuvieron como respuesta la masacre de la plaza de Tlatelolco, con decenas o cientos de muertos, nunca se ha sabido con certeza. Alemania, Estados Unidos, Italia, Japón y otros países ricos y democráticos también reprimieron con violencia a sus jóvenes.

El mayo francés fue emblemático por la amplitud de la sublevación y de los cuestionamientos. Las barricadas de París contagiaron a millones de trabajadores que paralizaron el país, ocupando unas 300 fábricas. “Prohibido prohibir”, “abajo el Estado”, “la imaginación al poder”, “sé realista, pide lo imposible” o “no confíes en nadie mayor de 30 años” fueron lemas imperativos de los manifestantes.

La furia del rechazo a todo fue el grito de libertad de una juventud emergente que ya no podía tolerar las camisas de fuerza heredadas.

La píldora anticonceptiva existía desde 1960, pero la moral vigente reprimía el sexo. Nada de relaciones sexuales antes del casamiento. Las religiones eran omnipresentes y castradoras. Ser ateo era casi un crimen. Y el pelo largo una señal de delincuencia. El orden jerárquico era absoluto, casi militar, en las relaciones familiares, laborales y escolares y entre el Estado y la sociedad.

Europa prosperaba, con un sistema de protección social sin precedentes. Pero era una euforia de reprimidos, al menos para los estudiantes.

Hoy cuesta imaginar que la segregación racial era legal en muchos estados estadounidenses hasta 1964, cuando se aprobó la Ley de Derechos Civiles, reivindicación del movimiento negro cuyas protestas se volvieron masivas a partir de 1955. En aquel año, Rosa Parks se negó a ceder su asiento en el autobús a un blanco, iniciando una rebelión contra la ley segregacionista de Alabama. En 1968 fue asesinado Martin Luther King, el principal líder negro.

La intolerancia reinante se agravaba por la guerra fría, que aterrorizaba al mundo con la inminencia de una conflagración nuclear y cercenaba la actividad y las ideas políticas con las “fronteras ideológicas”.

En Brasil o se era parte de la “ civilización occidental, cristiana y democrática” o comunista, y por tanto sujeto a prisión y torturas a partir de 1964.

La cosa no era muy diferente del otro lado de la “cortina de acero”. La invasión de Checoslovaquia en agosto de 1968 sofocó un intento de flexibilizar el régimen con un “socialismo de rostro humano”. Muchas insurgencias de entonces fueron esfuerzos para crear un socialismo distinto del soviético, y en ese aspecto la Revolución Cubana fue una esperanza frustrada.

Pero fue también una época extremadamente creativa. No sólo dio origen a los más diversos movimientos, sino a una gran variedad de nuevas ideas y creaciones artísticas. Los grandes compositores populares brasileños surgieron en aquellos años, así como el educador Paulo Freire, la iglesia progresista, la Teología de la Liberación.

Era un período de utopías, esperanzas y generosas entregas. En África nacían nuevos países independientes, algunos luego de sangrientas guerras anticoloniales, como Argelia —con un millón de muertos—, y con promesas revolucionarias. También se intentaban “revoluciones pacíficas”, como la elección de Salvador Allende en Chile, en 1970.

Fueron ilusiones, en la mayoría de los casos. Allende murió en el golpe de Estado de Augusto Pinochet, en 1973. Los gobiernos africanos autoproclamados marxistas eran una imposibilidad que acabó en guerras internas y corrupción. Muchos manifestantes del mayo francés saludaron la Revolución Cultural china, ignorando que ella entrañaba la negación del espíritu libertario de los estudiantes.

No por casualidad, también en los años 60 se desarrolló la “teoría del caos”, o de los sistemas dinámicos no lineales. Esos estudios constataron que pequeñas alteraciones en un sistema, antes consideradas despreciables, pueden alterar por completo el resultado. Es el llamado “efecto mariposa”, el aleteo que puede provocar tempestades del otro lado del mundo, un grado de incertidumbre que fue incorporado a las ciencias.

“Todos somos sujetos” fue uno de los gritos de 1968. El estudiante no es un “pre-ciudadano” aún en formación. Las minorías, las mujeres, todos son actores relevantes y con causas propias.

Se rompieron también las amarras de la izquierda. La revolución y la lucha por conquistas sociales dejaron de ser privativas de los obreros y los sindicatos, como postulaban los marxistas. Los movimientos sociales se multiplicaron y ganaron las calles, desembocando en la fragmentación actual. El mundo siempre fue un mosaico no lineal, sólo que hasta entonces no era reconocido como tal.(FIN/2008)