Presentan en 106.9 Radio, libro de Roberto Pineda sobre Iglesia Luterana  y Movimiento Popular

SAN SALVADOR, 7 de julio de 2023 (SIEP). Esta mañana fue presentado en las ondas de 106.9 radio, el último libro publicado por Roberto Pineda, que lleva el título de Iglesia Luterana y Movimiento Popular 2001-2002, y que es una visión desde la fe sobre ese momento histórico.

Explicó Pineda que “la Iglesia Luterana tuvo la capacidad de insertarse en ese decisivo momento en la coyuntura de la lucha contra la privatización de la salud, que era un proyecto impulsado por el gobierno oligárquico de Francisco Flores, el tercer presidente de ARENA.”

Señaló en la entrevista radial que “los movimientos populares, -al igual que las personas- atraviesan por momentos de una gran iniciativa histórica y luego por momentos de pasividad, y que el papel de las iglesias es el de acortar e4sos momentos de pasividad, porque las transformaciones sociales se logran en ,los momentos de auge popular….”

Mencionó que el actual momento de pasividad que vive el movimiento popular puede abordarse desde tres momentos: el de los veinte años de gobierno de ARENA (1989-2009) en el que el movimiento popular estuvo en la calle, logrando incluso grandes victorias, como la de evitar la privatización de la salud.”

“El segundo momento- continúo diciendo- es con la llegada al gobierno del FMLN (2009-2019) en el cual el movimiento popular fue cooptado, hubo dirigentes populares que se convirtieron en Ministros como el caso de Humberto Centeno, o fueron alcaldes o concejales, o diputados.”

Concluyó que “fueron precisamente estos diez años en que estuvo el FMLN en el gobierno, y en el cual la gente se sintió defraudada, lo que explica la llegada de este tercer momento, de este nuevo gobierno de Nayib Bukele (2019-2023) de naturaleza bonapartista, que pretende colocarse por encima de las clases, y que con medidas como el combate a las pandillas, ha logrado altos niveles de popularidad.”

¿Era Lenin un perverso?»: Oscar Ariel Cabezas y Miguel Valderrama. Marxismo Crítico. 2017

A cien años de la Revolución Rusa, Oscar Ariel Cabezas y Miguel Valderrama interrogan el espesor interpretativo del revolucionario más celebre del siglo veinte. Este es el primer episodio de una serie de cinco conversaciones que giran en torno a la crítica del leninismo y sus posibilidades dentro de un universo académico y teórico más bien hostil a la figura de Lenin.

El teórico y el estratega de la revolución bolchevique parece ser un perro muerto, un cadáver en descomposición acelerada y, sin embargo, hay en la estela de su archivo y de máquinas de lectura que resonaron tanto en Europa como en América Latina una especie de resto indivisible que permite pensar en que hay más de un fantasma de Lenin.

Una multiplicidad de fantasmas de Lenin conforman hoy el punto ciego de lo que aún queda o resta por pensar en torno al legado o des-legado del calvo más celebre de las revoluciones del siglo veinte. En este primer episodio Valderrama y Cabezas repiten la pregunta de Oscar Del Barco —¿Era Lenin un perverso?— para abrir una discusión sobre las posibilidades o imposibilidades de repetir hoy a Lenin.

Miguel Valderrama: ¿Era Lenin un perverso?

La pregunta sirve de título a una de las numerosas intervenciones que Oscar del Barco realizó sobre Lenin y el leninismo a comienzos de la década de los ochenta del siglo pasado. Intervenciones polémicas, apasionadas, valientes, y que tuvieron por corolario el Esbozo de una crítica a la teoría y práctica leninista. Libro publicado en Puebla, en 1980, y que nosotros, sin duda, no podemos leer sin pensar en las Cuestiones de teoría marxista publicadas por Tomás Moulian ese mismo año en Santiago de Chile.

El título de la intervención de Del Barco en realidad es de autoría de la dirección de la revista mexicana El machete, lugar donde apareció originalmente el artículo en 1980. Un título de marca leninista, en donde bajo traducción freudiana se interroga no solo por la posibilidad de analizar a Lenin, sino por el hecho mismo de que Lenin sea analizable. 

¿Lenin un perverso? Ni del Barco, ni Moulian tenían en mente esta pregunta, aun cuando podría decirse que la circundaban ciegamente. Y es que no es errado asociar a Lenin a la perversión. No, al menos, si atendemos a la compleja lógica de la lectura a que invita la palabra.

Corrupción, maldad, transgresión, desvío, crueldad, mal radical, son algunas de las significaciones que suelen venir a la memoria al momento de hablar de una figura que no deja de multiplicarse. De igual modo, desde Kant y Freud se acostumbra observar que la predisposición a la perversión no es algo raro y especial, sino una parte de la constitución normal del sujeto.

Kant la reconoce habitando en las amistades más estrechas, incluso ahí donde un sincero querer no excluye sin embargo el reparo de que “en el infortunio de nuestros mejores amigos, hay algo que no nos es del todo displacentero”. Freud describe la sexualidad infantil como “disposición perversa polimorfa”, y a través de esta descripción parece desplazarse a una definición de la sexualidad humana como perversa, en la medida en que nunca se desprende de sus orígenes, que le hacen buscar la satisfacción, no en una actividad específica, sino en la ganancia de placer.

Refiero de entrada estas dos fuentes de la lectura leninista que se anuncian en el título de Del Barco, pues creo advertir en ellas no solo la superficie imantada sobre la que han girado las relecturas de Lenin en América Latina en el siglo pasado, sino porque de algún modo es posible observar que la “reactivación”, el “retorno” o la “repetición” de Lenin que tiene lugar en nuestros días se organiza nuevamente a partir de la pregunta por la perversidad leninista.

Oscar Ariel Cabezas: El texto de Del Barco que citas es anterior a On The Edge of The New Century (2000) en el que Eric Hobsbawn sitúa como punto de partida del siglo veinte el año del triunfo de la Revolución Rusa.

1917 es, así, la data desde la que emerge el siglo veinte. Es el gran acontecimiento que cambia la historia y que al mismo tiempo la autodetermina como el lugar de las “verdades” de la concepción moderna de la emancipación. Lenin aparece en la escena mundial como un genio de la táctica y las estrategias para conquistar, por asalto, el Palacio de Invierno. 

En medio de las urgencias de un presente cargado de ahora, Lenin, el héroe intelectual y militante de la epopeya del pueblo ruso, coincide con la realización del sueño de la razón, con sus desvíos y su terror.

El sueño del marxismo realizado por el partido de los bolcheviques engendrará la ilusión del avance hacia la perfectibilidad de lo humano por lo humano. Pero en la máxima de la célebre frase de Goya con la que comienza Del Barco, el “sueño de la razón engendra monstruo”, Lenin no solo se halla desmitificado como héroe de la más importante de las epopeyas del siglo veinte.

Toda la monstruosidad del acontecimiento bolchevique, traicionado para lectores como Del Barco, no podría jamás evadir la verdad histórica de que el partido de Lenin dividió el globo en los poderes imperiales que Carl Schmitt conceptualizó como nomos de la tierra.

La transformación de la URSS en un super-poder tecnológico y militar causante de los campos de concentración y de los horrores de la violencia de un Estado asesino es lo que Del Barco lee en la perversión de Lenin. 

Pero leído desde hoy y bajo la sospecha de que el leninismo no es más que un conjunto de libros que aún permanecen en los anaqueles de despistados militantes o postmilitantes, la pregunta formulaica, si era o no Lenin un perverso, encierra una máquina de lectura que devuelve el cuerpo muerto del revolucionario ruso al pasado de su perversión.

El engendro monstruoso de ese sueño de hierro, de industrialización forzada del campo, de burocratización extrema, de ilustración mezquina y elitista compuso la historia del desarrollismo estatalizado de la URSS y su correlato en la promesa emancipadora del fin de la explotación capitalista. 

Si bien esta es una lectura que permite hablar del fracaso del proyecto socialista habría que aún salvar, restarse, sustraer cierto leninismo póstumo, a la idea de que Lenin es un perro muerto que hay que olvidar. ¿No habrá algo que olvida Del Barco en su violenta destrucción de Lenin?

Mientras Del Barco pone en marcha su máquina de lectura, localizada en los ochenta, Ronald Reagan inaugura en Centroamérica uno de lo peores genocidios bajo la idea de que la URSS es “The Evil Empire” (1983) y el comunismo el alma diabólica que el lado no oscuro de la fuerza debe, por todos los medios, derrotar.

El genocidio en Centroamérica y el triunfo de la Revolución Sandinista es el contexto en el que la crítica da ese Lenin ilustrado y desarrollista es soslayada por el, sin duda, magnífico libro de Del Barco.  Este olvido es también el olvido de que el partido de los bolcheviques transformó la historia de un pueblo que estaba destinado a ser el granero del mundo en una superpotencia imperial. 

Pero Del Barco es honesto en su crítica y en el rigor con que desmitifica a Lenin, pues nos descifra que en nombre del socialismo el líder del bolchevismo y el estalinismo produjeron gran parte de los horrores del siglo veinte con  la “Vida como absoluto”.

En nombre de la vida como tal, de la vida misma, el principio desmitificador pasa por alto que el horror del siglo veinte fue generado por la fuerza nómica de la URSS y la de EEUU. Para Del Barco el escenario de las vanguardias militantes de Lenin y sus efectos en el leninismo no es otro que el arte de dar la muerte en nombre de los “sueños de la razón”. 

Esto es lo que hace perversa la lectura de Del Barco, pues inclina su crítica a Lenin desde la “razón crítica” destruyendo con ello todos los lugares textuales del leninismo y, así, demonizándolo hasta el punto que no habría retorno a los grafemas que Lenin legó a quienes se aventuren a pensar con ellos y en ellos. 

En la crítica de Del Barco a Lenin no hay retorno. ¿Cuál es el costo de esta perversión que deniega del retorno? No me atrevería a decir que Del Barco queda del lado de la filosofía de Reagan y su lectura de la URSS como “imperio del mal”. No obstante, es posible decir que su intento radical por destruir la figura y el legado del leninismo hipostasia la condición ilustrada arrojándola al “mal radical”.

En Del Barco no es posible imaginar un Lenin herético, por ejemplo, como el que imaginará el pensador chileno Tomás Moulian. En el autor de “¿Era Lenin un perverso?” el legado del leninismo queda radicalmente obliterado por la crítica de Del Barco a teoría ilustrada de Lenin y su concepción del partido.

No tengo dudas de que Moulian suscribiría, posiblemente, no solo todas las críticas que hace Del Barco a Lenin y a la metafísica desde la que se irguió el capitalismo del Estado patriarcal de la URSS, sino también la sospecha de que la santificación de Lenin es algo que el pensamiento debe resistir; el texto de Moulian comparte con Del Barco la desmitificación de la figura de Lenin.

Pero, a diferencia del pensador argentino, Moulian explica y critica el mito de Lenin como obra de la estalinización del partido bolchevique.  Mientras que Del Barco considera que Lenin nunca dejó de ser un discípulo de Karl Kautsky y de la violencia ilustrada, Moulian lee en Lenin el lugar del desvío de las ortodoxias kautskyanas.

En relación a un pensamiento herético la lectura de Moulian es más parecida a la idea que tiene Gramsci de Lenin que al extremismo demonizador de Del Barco.  La sensibilidad de Moulian, opuesta a toda forma de desencanto teórico-político, le hace interesarse por el  Lenin analista de la política, es decir, por el Lenin que analiza correlaciones de fuerzas y, así, calcula posibilidades políticas en una situación que requiere del desvió y de la pasión por el análisis.

Moulian está interesado en algo que a Del Barco —probablemente radicalizado por el desencanto y por una rigurosa filosofía “anti-ilustrada”— le ha dejado de interesar a comienzo de los ochenta, esto es, repetir el gesto y el impulso del analista político que hay en Lenin. En el  ensayo que mencionas, compilado tres años después en su libro Democracia y socialismo en Chile (1983), Moulian logra captar lo que podríamos llamar  la verdad de la perversión leninista, es decir, su agencia en los movimientos políticos con la potencia de impulsar —al igual que lo hicieron los bolcheviques— un nuevo comienzo.

En una estela de pensamiento muy similar a la de Moulian, el artículo de Javier Lieja Lenin o como recomenzar (1979), dice que “Lenin no tiene nada de monolítico ni sagrado; por el contrario, es la figura abstracta y necesariamente inacabada…” con la que el pensamiento de la política debe entrar en relación.

Como perverso lector de Lenin, traductor de Walter Benjamin, lector de Martin Heidegger y filósofo orillero nacido en Ecuador, Lieja no duda en trabajar el nuevo comienzo a partir de una figura que evoca desde la praxis de la política. La política no es la figuración de un santo, sino desfiguración de todo orden santoral. Por eso, para Lieja, como para Moulian, el leninismo no es la topología textográfica desde donde demonizar al “Imperio del Mal”, sino más bien, el topos inacabado de lo que el pensamiento político debe inventar.

MV: Una máquina de lectura, un conjunto de libros, un archivo sin duda, también en eso se ha transformado la obra de Lenin. Eduardo Sabrovsky, en un texto leído hace un par de años en el Instituto de Humanidades de la Universidad Diego Portales, proponía una “lectura deconstructiva” del archivo Lenin.

Un “archivo olvidado”, que en palabras de Sabrovsky demandaba de la izquierda una lectura deconstructiva, “atenta a lo que se suele llamar la materialidad del significante”, “la manera como lo real-histórico deja su huella incluso cuando, a nivel de su significado explícito, el discurso intenta, por su propia naturaleza, digerir y negar tal materialidad, imponiéndole una forma, un sentido” (Lenin, el archivo olvidado).

Sin esta lectura, concluía Sabrovsky, la izquierda es nada, tanto política como intelectualmente. Y sin embargo, cabe preguntarse si este recurso al “archivo”, a las “topologías textográficas”, a las “máquinas de lectura”, permite en realidad avanzar un paso en la pregunta que se apuntaba en el título del artículo de Oscar Del Barco. ¿Era Lenin un perverso?

La pregunta reconduce el análisis a los problemas que conlleva pensar juntos perversión y política. En cierto sentido, confunde las cartas, reorganiza los paralelismos, da lugar a otras escenas, a otros cuestionamientos. ¡Sade entra en escena! ¡Kant con Sade!, se apresurará a recordar algún lector o lectora de Jacques Lacan.  Y sí, sin duda, no es posible referirse a la perversión sin pensar en la figura histórica y literaria del “divino marqués”.

La monstruosidad, la desmesura, lo sublime y la abyección, son atributos que Lenin parece compartir con Sade. Sin embargo, antes de atrevernos a sondear lo que puede ser esa historia de perversos, quisiera detenerme un momento más en lo que la pregunta por la perversidad de Lenin parece prometer al análisis como problema primero.

En otras palabras, hay en esa pregunta otra pregunta, la perversión de otra pregunta, de otra vuelta o reversión capaz de hacer entrar en catástrofe la estructura de la pregunta misma, las líneas de contención y trayectoria que la problemática ofrece como objeto y posibilidad a la lectura.

Y no es solo que la pregunta por la perversidad de Lenin ponga entre paréntesis la lógica contextual necesaria a toda lectura historicista de Lenin, no es solo que el rostro fijo de la perversión termine por hacernos preguntar finalmente ¿dónde está Lenin? La cuestión del archivo, del mal de archivo, no se plantea aquí como una cuestión primera.

Por el contrario, aquello que parece desvelarse en la pregunta por la perversidad leninista no es otra cosa que la pregunta por la posibilidad de leer a Lenin, de analizarlo realmente, de someterlo a una estructura de análisis archivológica o historicista. Bajo esta óptica, el archivo Lenin deviene irrepresentable, anarchivable, inenarrable.

Si la perversión es el nombre de un problema antes que una respuesta, lo es por lo que despunta como irrepresentable en su representación. De ahí que ante los envites de lectura de Sabrovsky, Del Barco, Moulian o Echeverría, cabría advertir de la necesidad primera que la izquierda tiene de arreglar cuentas con la perversión, con las metamorfosis del deseo perverso, que es también deseo de lectura y representación. Este giro anti-representacional en la lectura de Lenin debería precavernos de leer algo más y algo menos que un laberinto en el laberinto archivológico en que se ha transformado el archivo Lenin.

OAC: No importa desde dónde la enunciemos, la palabra archivo encierra los nombres de la historia consumada por la violencia ilustrada de la modernidad. La frase de Benjamin, aunque hoy devenida en cliché académico, de que no hay documento de cultura que no sea al mismo tiempo de barbarie corrobora que las tonalidades del archivo, sus acentos, sus modos de circulación, están alojados en las tramas de la violencia.

Por un lado, sus modos de existencia censurados, su inconfesa, desacreditada o legitimada relación con la fabricación de la muerte constituyen el lugar desde donde interpelar un saber como expresión del poder sobre los cuerpos. Por otro, el archivo es también el lugar desde donde se pueden nominar aquellos cuerpos a los que los nombres de la historia de los vencedores el poder sepultó

En esta trama Lenin es la nominación de un saber del archivo como nombre de la historia del poder y también — no debemos olvidarlo— el de un contrapoder cuya traza histórica está dada por el triunfo de la Revolución Rusa. El Lenin analista de la política, de las coyunturas y las contingencias es, sin duda, el Lenin de las pulsiones contra el poder de los zares. Es el Lenin, por decirlo así, capaz de ofrecer la desmantelación de las instituciones edípicas. 

Este no es el Lenin de Del Barco, es decir, no es el Lenin entregado a la metafísica ilustrada de conformación del archivo como puro documento de barbarie. En ese laberinto archivológico la pregunta sobre el archivo es también la pregunta contemporánea del cómo escapar a la monumentalización de estos y, por lo tanto a la facilidad del archivo como fetiche pactado con el poder.

¿Puede el archivo transformarse en un contra-poder? ¿Puede el devenir perverso del deseo subvertir las redes del poder y de los tejidos políticos del orden? En la referencia lacaniana que haces a Kant y Sade es posible pensar la perversión como topología en la que ocurren “contravenciones” a la ley, es decir, lugares antinómicos o conductas antijurídicas y, así, lugares de una contra-ley.

Si pensamos en el deseo como topología en la que se corrobora la hipótesis de Lacan de que la perversión es a Sade lo que el imperativo moral es a Kant, las contravenciones, la contra-ley es indisociable del espacio de regulación del deseo y de la perversión como deseo. En esta identificación entre la ley y lo que la contradice o la transgrede no solo estaría en juego la ley del cuerpo teórico y del archivo leninista como deseo por desprogramar la monarquía zarista, sino también la distancia de la tradicional idea de que la perversión es el desvío de la norma (sexual) y el rompimiento con las leyes de la moralidad.

¿Con qué leyes rompe Lenin? ¿Cuál es el núcleo de su perversión política? Sabemos que Lacan es quien desplaza la idea tradicional de la perversión como apertura al “mal moral” en que, por ejemplo, habría devenido el imperio de los Romanov. Si esta apertura perversa fuera la llave maestra para abrir la puerta de salida de la habitación del zar, la salida leninista se habría orientado, como pulsión patológica, a la “felicidad en el mal” y no a la destrucción política del imperio ruso. 

La perversión en Lenin es de tipo político y no sigue la estela de la felicidad del mal. Por eso, quizás tu intuición de poner en marcha una máquina de lectura perversa está más cerca de un Lenin lacanizado, un Lenin leído lacanianamente, puesto que la perversión será vinculada por Lacan al imperativo de goce

En principio, la política como goce perverso es en Lenin política de una pasión atea, sin dios, sin onto-teo-logia; pasión destructiva por el orden sacrosanto de los Romanov.  La pregunta que debemos hacernos aquí es la siguiente: ¿Es la perversión política de Lenin una perversión ética?

Desde un punto de vista lacaniano, en su Ethics of the Real (2000),  Alenka Zupancic nos recuerda que, la moralidad kantiana es una demanda imposible en la que “reconocemos la topología de nuestros deseos”. Atada al deseo, esta forma de entender la moral no solo hace del imperativo kantiano una revolución; además, vuelve también compleja la idea de que la perversión sádica pueda pensarse en términos de un sujeto que supera o destruye las leyes del orden (sexual y político).

En el sádico perverso la transgresión no tiene lugar como hito excepcional ni como superación o destrucción de la ley. ¿Es Lenin un sádico? Si Lenin es enmarcable en el cuadro de los síntomas de un sádico su laberinto archivológico no tiene más interés que el del archivo por el archivo.

En una época en que su legado es considerado el de un perro muerto o, peor que eso, el mal del retorno a lo que debería estar bien sepultado el legado de Lenin no puede ser simplemente reducido al de un perverso sin transvaloración de los valores tradicionales que representaba el zarismo.

En la medida que la transgresión perversa no es necesariamente una transvaloración de la diagramación del deseo por el orden tradicional, Lenin sería alguien mucho “peor” mucho más “malo” que un sadeano. El perverso sádico confirma el orden moral y aunque puede llevarlo a su límite en la fórmula de Lacan no es exactamente un destructor.

El sádico pone a funcionar la perversión como un ciclo vicioso en el que lo anómico complementa y confirma lo nómico. En  esta dialéctica de la no-ley y ley moral no se avecina la novedad como nuevo comienzo de la historia, es decir, no hay destrucción de las convenciones morales, sino más bien, sustitución o inversión dialéctica de estas.

Pero no hay destrucción. En su celebre Lenin. Una biografía (2001) — prologada en su versión castellana por Manuel Vázquez Montalbán— Robert Service comenta que no fue hasta 1991 que se tuvo acceso al archivo del calvo.

A partir de la apertura de este archivo Service afirma casi en un registro de interpretación sadeana que a Lenin “[l]e impulsaba más la pasión destructora que el amor por el proletariado”.  ¿Pero que sería esta pasión destructora sin el desvío perverso de la afirmación de la dictadura del proletariado? Un vulgar criminal cuya posición en el mundo habría sido la del terror por el terror. Que la destrucción no tome lugar como acontecimiento es, quizá, el límite de la perversión sadeana puesto que ésta se halla más bien ligada a la topología del deseo por el cuerpo del otro como deseo sexual.

En  el  otro calculado por la perversión sadeana se consuma el goce (sexual) sin destrucción del orden y esto no deja de abrir una posibilidad y, al mismo tiempo, rayar el límite. En cambio, la perversión del orden de la ley es aún mayor que la perversión sadeana ya que puede contener lo sádico como momento libidinal de su corroboración.

Sin destrucción del espacio de la economía del deseo del orden tradicional el momento sádico, su dialéctica entre la no-ley y la ley, no es más que la formalización del goce. En otras palabras, la no-ley, la negatividad como goce, es todavía la ley del orden. Por eso, en su Sade avec Kant (1966) Lacan dirá que Sade “se detuvo…en el punto en que se anuda el deseo a la ley”.

Si esto es así, la transgresión sadeana corrobora que en la apología del derecho “delictivo” al uso del cuerpo del otro el “Ser supremo queda restaurado en el Maleficio”, es decir, no hay destrucción o superación de la ley, sino más bien, restauración, restitución y, me atrevo a decir, confirmación del deseo de poder como límite del límite de la pulsión sádica.

La transgresión de la ley es el “límite” de Sade. Pero no es menos cierto que el límite de la ley se halla en las formas en que el sadismo retuerce la ley o la desfigura sin dialectizarla en el espacio del deseo y de aquellas jerarquías que el orden considera en los márgenes.

Deberíamos, sin duda, sospechar de que en la perversión política de Lenin se halla el conato de un quiebre radical con el orden de la ley monárquica de los Romanov y, así, sospechar de que Lenin fue simplemente un perverso capaz de subvertir el orden de la ley monárquica del Zar mediante la inscripción de su “perversión” en el maleficio, digamos profano, de la revolución bolchevique.

En términos lacanianos pareciera que la sospecha de la pregunta de Del Barco, “¿era Lenin un perverso?”, ni puede ser inscrita en las convenciones de la moralidad tradicional ni tampoco en el programa bolchevique gestado y organizado por un conspirador a tiempo completo como Lenin.

La lectura de Zupancic nos advierte que la tesis de Lacan no es solo que hay un valor perverso en la ética kantiana, sino también un valor ético en la perversión sadeana. A partir de esta  lectura de Zupancic, la ética cobra una dimensión que transvalora la dimensión de la moralidad. Convierte a la posición ética en una ética imposible de lo Real.

¿Es esta ética una ética de la perversión leninista? Si la respuesta es afirmativa, ética y política serían no solo dimensiones de un archivo de la perversión política, sino también el lugar en el que se hace posible pensar la ética como lugar impensado de la perversión sádica o no del leninismo.  ¿Era Lenin un histérico? Esta es la otra pregunta que deberíamos hacernos.

Pero no sin pasar por la distinción entre histeria y perversión como dos afecciones que habitan la composición misma de la política. En esta distinción está, sin duda, en juego la posibilidad de pensar que el clamor por el archivo de Lenin es una interrogación ética y política del Real-histórico que trama a todos los archivos de la izquierda que de una u otra forma han sido herederos del “archivo olvidado de Lenin”.

El “mal de archivo” se advierte en los síntomas en que una posición de perversión política trasforma el tiempo “no recobrado” en el tiempo que se resta a su caducidad. Este es el tiempo de un leninismo que por restarse a su envejecimiento deviene tiempo de la escucha en el oído sordo de una perversión política que solo ve el perro muerto sin ver que el sonido de Lenin es más bien el del gato desviado y desviante que aúlla a la luna.

El tiempo que no se amojona en moho amurallado del archivo sin interrogación perversa, sin tiempo de espera y actualización, es el tiempo del deseo por repetir al Lenin de la pregunta por los “nuevos comienzos”. El leninismo como perversión desviada de una temporalidad que aúlla a la luna no puede, sin embargo, escapar a la interpretación de la política, ¿cuál es el Real-histórico del nuevo comienzo de la política revolucionaria? ¿Tiene la forma política de la izquierda necesidad de repetir a Lenin?

Con el curioso seudónimo que evoca a Lieja, ciudad ardiente de  Polonia, en el artículo ya mencionado sobre el natalicio de Lenin, Bolívar Echeverría no responde a estas preguntas y, no obstante, las abre como dimensiones que están contenidas en la posibilidad o imposible de repetir el legado de Lenin toda vez que se desea pensar en “un nuevo comienzo”.

Quizá en el pensador ecuatoriano, Heidegger y Lenin no solo componían el horizonte posible de futuro, sino también el de toda futuridad. Se trataría de aquella posibilidad que no teme al retorno porque ve en este la condición de posibilidad del futuro. Pensar en el archivo como retorno de lo olvidado de Lenin no solo sería pensar más allá de la eficiente crítica de Del Barco a Lenin como el arcano del estalinismo, sería también pensar el olvido de este olvido como la más fuerte y anquilosada morada de los prejuicios contra Lenin y el comunismo. 

En otras palabras, el archivo de Lenin hoy es también una forma de exorcizar los fantasmas del inconsciente político de la abigarrada conciencia burguesa y liberal de los intelectuales “progresistas” que reproducen lo más repúgnate del anticomunismo. En relación al archivo de Lenin hay que pensar también que el anticomunismo es y ha sido siempre el otro nombre del anti-intelectualismo.

El anticomunismo históricamente funciona como una máquina de lectura anti-perversa que opera a través del a priori del orden y la protección de lo dado, es decir, del ordo burgués naturalizado. Las máquinas de lectura del archivo de Lenin no solo pueden ser eso que tú, citando a  Ranajit Guha, llamas prosa de contrainsurgencia, también son el orden de los enunciados que intentan asegurar que lo que un día desestabilizó y amenazó la normalidad del orden no retornará.

Si hay algo revolucionario en la perversión política de Lenin esta no es otra cosa que la del cortocircuito entre la conciencia intelectual burguesa de su época y la de la invención política de la perversión del orden. Liberar la perversión de la pre-potencia anticomunista es una premisa insoslayable para una transvaloración de los valores liberal-burgueses que sostienen, hasta el día de hoy, el orden de lo político.

Por eso, recuperar lo que Sabrovsky ha llamado el archivo olvidado de Lenin pasa por reconducir la propia pulsión perversa de la lectura en el cuerpo teórico y político de Lenin. ¿No es esto acaso lo que ha hecho Tiqqun al pervertir la pregunta por el qué hacer de Lenin como pregunta por la organización del partido tradicional-moderno?

El verosímil del retorno de Lenin como “perro muerto” es un regreso a la vida de todos los perros que han sido declarados muertos por el desencanto y la pereza de actualizar y repetir la grandeza de Lenin. El retorno es el fin del muerto y el prolegómeno de un movimiento que debería alojarse en máquinas de lecturas tan perversas con respecto al orden de enunciados mortuorios o apocalípticos como opuestas al anticomunismo que opera en el inconsciente político y, así, como soterrada premisa de lectura.

La figura del calvo de ojos tártaros, barba desenfadada y antecedentes judaicos no solo permite  preguntarnos por cuál es el Lenin perverso del retorno y cuál es hoy el lugar de la perversión política y del archivo que retorna. La figura de Lenin en su retornar es desfiguración de la modernidad de los principios políticos de Lenin porque el contexto, esto es una obviedad, ha cambiado. De hecho, la archivología como laberinto es el indicio de que el recorrido del archivo de Lenin no puede hacerse sin desfigurarlo, sin interpretarlo hasta el infinito y más allá.

El anticomunismo intelectual, el desprecio a la lógica no-moderna de la militancia y la indiferencia de los acomodaticios hacen hoy imposible un retorno político y no estético o puramente académico del archivo de Lenin.

MV: Leer a Lenin, ¿es acaso posible? Es posible y deseable iniciar o reactivar una lectura de Lenin. Promover algo así como un retorno a Lenin, un recomienzo que tendría como punto de partida una fuente o nombradía que se encontraría hoy extraviada entre las historias de la Guerra Fría, la llamada Glásnost, la Perestroika y el neoliberalismo presente.

Una historia de deshielos y desencantos que es también hoy la historia de un mal nombre, de un “desastre oscuro” que amenaza con sepultar de una vez y para siempre toda idea comunista, todo movimiento emancipatorio fundado en la idea del terror revolucionario. Lenin, su nombre, parece convocar problemas diversos no solo asociados a la experiencia comunista, sino también a una particular comprensión de la política donde el terror revolucionario tiene un lugar cardinal en la construcción del nuevo orden.

De igual modo, el nombre de Lenin sirve como contraseña o conjuro de un conjunto de prácticas que pueden identificarse con la delegación de la decisión política revolucionaria a un líder o a un grupo dirigente. El fetichismo de la autoridad y la exaltación de una simbólica dictatorial o autoritaria no están lejos aquí de una práctica política que tiene en el partido y en el líder populista una de sus más puras expresiones. Lenin, por último, es el lugar de la estrategia, el dispositivo epistemológico y el instrumento de organización de la continuidad de un proceso revolucionario.

De otro lado, y tal como lo adelantó Mario Tronti en “Lenin en Inglaterra”, el archivo Lenin designa en su inmensa bastedad el resto inasimilable de una política revolucionaria, la ruina y el esplendor de aquello que insiste como extremidad en la política de izquierda. Dentro y fuera a la vez, Lenin parecería pertenecer y no pertenecer a la política contemporánea. Ya sea que se lo piense como táctica y estrategia revolucionaria, ya sea que se lo piense encerrado en un mundo al que ya no se pertenece, las continuas referencias al archivo leninista tienen algo de ese furor melancólico propio del duelo y de la perversión.

Se diría que su memoria pertenece a la melancolía de una izquierda que aún no ha hecho el duelo de la revolución (¿cómo hacerlo?), o que al menos aún sigue atada a esa experiencia irrenunciable que fue la revolución de octubre. Y sin embargo, más allá de las memorias que trae a escena el archivo leninista, se diría que aún no nos hemos confrontarnos realmente con todo aquello que se sobredetermina en la nombradía leninista.

Preguntarse una y otra vez por una vuelta a Lenin, por la posibilidad de leer a Lenin parece reabrir viejos problemas asociados a la propia posibilidad de la lectura que se activa tras esta operación de retorno o de recomienzo. Problemas que de un modo u otro suponen, quiérase o no, una teoría de la lectura y del texto leninista, una teoría leninista de la lectura de Lenin.

¿Es acaso ello posible? ¿Cómo abrir el archivo Lenin sin quedar atrapado en la gramática de sus enunciados, en el orden de su discurso? La relectura de Lenin, el recomienzo de Lenin es una operación de lectura que ya se encuentra en acto en el XX Congreso del PCUS. Podría decirse que Althusser mismo se inscribe en esta operación de lectura, en este intento desesperado por rescatar a Lenin de la crisis del marxismo, y del movimiento comunista internacional, que se anuncia ya tras la muerte de Stalin.

Ahora bien, que se puede aprender de la relectura althusseriana de Lenin, de una relectura que tiene a la filosofía como campo de operaciones de la razón leninista. En principio, que esa relectura plantea de entrada la cuestión del “texto cerrado” o del “texto abierto”, de lo que puede significar leer, no ya a Lenin, ni a Althusser mismo, sino a todos aquellos contemporáneos que en nuestros días se proponen repetir o reiniciar a Lenin.

En este sentido, llama la atención, justamente, que Yves Sintomer al republicar el ensayo de Althusser sobre “Lenin y la filosofía” (1968), en La soledad de Maquiavelo, se vea obligado a introducir una nota aclaratoria sobre un “texto cerrado”, considerado pieza crucial de una “nueva ortodoxia”, de un nuevo “dogmatismo” que se enuncia y se escribe en una lengua muerta o al menos que ya ha agotado casi toda su fuerza vital.

Para Sintomer, la lectura de Lenin emprendida por Althusser terminaría sofocada por el leninismo, por cierto espíritu de ortodoxia o dogmatismo que se asocia con el líder de la revolución de octubre. El marxismo se marchita con el leninismo, se nos dice, se muere en los campos de concentración de la sociedad comunista. Esta es la lectura de Del Barco, esta es la lectura que Moulian y Sabrovsky se esfuerzan por confirmar y superar en los años ochenta y noventa a través de la revalorización de la democracia, del legado gramsciano, del socialismo democrático.

Y sin embargo, y sin embargo, se diría que aún no hemos comenzado a leer a Lenin, a preguntarnos si es posible acaso leer a Lenin hoy, leerlo a partir de los problemas que la lectura plantea a todo texto, ya sea como texto cerrado o texto abierto. ¿Es posible aprehender el texto leninista? Aprehenderlo a partir de una operación de contextualización o de historización que pareciera esencial al momento de estabilizar su lectura. Y, de igual modo, aprehender este proceso de contextualización del texto leninista se vuelve una tarea imposible e irrenunciable cuando aquello que hilvana los bordes de texto y contexto es justamente un proceso inaprehensible que por comodidad reconocemos bajo el signo de la revolución.

¿Leer a Lenin es hoy posible? ¿Es analizable Lenin? Vuelvo obsesivamente sobre estas preguntas pues pienso que su perversión, la monstruosidad de su figura, parecen escapar a todo análisis, a todo intento de lectura moderna o postmoderna de su legado. Repetir a Lenin, recargarlo, recuperar el impulso del gesto leninista en las actuales condiciones del capitalismo global, exige primeramente hacerse cargo de la cuestión aquí planteada bajo la pregunta que da pie al artículo de Del barco, exige elaborar una teoría de las relaciones entre perversión y política, de los nexos y mixturas que hacen posible pensar una en otra, una y otra.

Fuente: http://anarquiacoronada.blogspot.com.es/2017/04/era-lenin-un-perverso-oscar-ariel.html

Faetón y el carro del sol

Faetón, hijo de Helios, presumía siempre ante sus amistades de sus orígenes divinos, pero estos no le creían. Un día, retado por un compañero, quiso conducir el carro de fuego de su padre con el fin de demostrar el origen su linaje.

Después de suplicarle a su padre que le dejara manejar su carro, Helios accedió temeroso. Faetón se aventuró y los caballos iniciaron una loca carrera. Pronto, el joven perdió el control del carro y se precipitó contra tierra, provocando incendios en montes y llanuras. También se estampó varias veces contra la bóveda del cielo, sembrando el pánico.

Zeus, atemorizado por la catástrofe, se vio obligado a intervenir destrozando el carro con un rayo. Faetón cayó al río Erídano. Sus hermanas, las Helíades, sufrieron tanto que las lágrimas que derramaron se transformaron en sauces.

Significado del mito. Faetón representa el orgullo desmedido, pues sus actos reflejan como arrogancia evoca al desastre. Con sus actos, quiso demostrar al resto cuál era su lugar en el mundo sin medir las consecuencias.

If China Arms Russia, the U.S. Should Kill China’s Aircraft Industry. FP. March 2023

Beijing’s aerospace future is uniquely dependent on Western companies. U.S. and EU trade sanctions could bring its indigenous aviation sector to a halt.

As Chinese President Xi Jinping meets in Moscow with Russian President Vladimir Putin this week, the war in Ukraine will be high on the agenda. While the Chinese leader might pressure Russia to pursue a peace deal, there are also worries in Western capitals that the authoritarian allies could agree to work together more closely.

A Chinese decision to provide Russia with weapons would change the world. Only China has the stockpiles and industrial capacity to replace Russia’s ruinous equipment losses in its war against Ukraine. Worse, it would help cement a Russia–China alliance, one pitted against Western interests. U.S. President Joe Biden and other Western leaders have warned China’s leadership that providing lethal technologies to Russia, on top of the non-lethal aid already provided, would have serious consequences.

Indeed, the West does have some leverage. One option would be to bring China’s commercial aircraft industry to a halt, thereby striking a blow against Beijing’s economic, technological, and transport aspirations. It would be a major blow to Xi’s prestige, too, since he has made technological self-sufficiency a key priority for the country.

The aviation industry is not just a matter of pride; it is foundational to China’s infrastructure and an essential mode of transport for many middle-class Chinese. According to the World Bank, passenger air traffic in China grew more than tenfold between 2000 and the 2019 peak, from 62 million passengers to 660 million passengers.

The exponential growth in passenger numbers has made China a major customer for Western-made jets: based on manufacturer-reported numbers, in 2000, China took 2 percent of world jetliner production. In 2018, the peak year for imports, it took 23 percent of world jetliner production.

Orfeo y Eurídice. Michel Martin

Orfeo, hijo de Apolo y Calíope, se enamoró perdidamente de la ninfa Eurídice y la hizo su esposa.

Un día, una tragedia sacudió a Eurídice mientras huía de Aristeo, hijo de Apolo, cuando fue mordida por una serpiente. Después de esto, Eurídice murió. Orfeo no aceptó su pérdida y decidió descender a los infiernos para buscarla.

En el camino, Orfeo tuvo que sortear diferentes riesgos, incluso consiguió amansar al temible Cerbero. Finalmente, Hades y Perséfone, conmovidos, permitieron que Eurídice volviera con Orfeo. Para ello, le pusieron una condición: que Eurídice fuera detrás de él y que Orfeo no mirara para atrás hasta que no hubieran llegado al mundo de los vivos.

Orfeo fue incapaz de resistirse y volvió la cabeza para ver a su esposa. Entonces, Eurídice desapareció, pero esta vez para siempre.

Significado del mito. Este mito representa el amor más allá de la muerte. El proceso de duelo del Orfeo podría verse representado en ese descenso a los infiernos que realiza para hallar de nuevo a Eurídice. El camino de vuelta desde el inframundo atiende a la inevitabilidad de la pérdida y, en consecuencia, la aceptación de los finales.

II:

El mito de Orfeo y Eurídice.

¿A quién no le gustan las historias de amor? Pues en el post de hoy hablaremos de la que posiblemente es la historia de amor más antigua. El mito de Orfeo y Eurídice. Orfeo era un joven muy apuesto, pero no solo era conocido por eso, sino que era conocido porque con su lira era capaz de tocar las melodías más maravillosas que los humanos hubiesen escuchado. Fue así como Eurídice se enamoró de Orfeo y poco después decidieron casarse.

Pero lamentablemente Eurídice murió poco después de casarse por culpa de la picadura de una serpiente. Orfeo entro en una profunda pena, hasta que se decidió a bajar hasta el mismísimo inframundo para así poder salvar a su amada. Y así fue, bajo hasta el inframundo y una vez allí intento llevarse a Euridice. Pero Hades no permitía que Orfeo se llevara a Eurídice. Así que Orfeo se puso a cantar para Hades y Eurídice, hasta que ellos se comparecieron de él y permitieron que se llevara a Orfeo con una condición: No podía mirar a su amada hasta que estuviera totalmente bañada por la luz del sol. Así lo hicieron y cuando salieron al exterior Orfeo se giró para verla. Pero no se percató que un pie se había quedado en las sombras así que Eurídice desapareció en la oscuridad del inframundo y esta vez para siempre. Orfeo triste pereció en batalla a las pocas semanas, pero al morir e irse al inframundo, consiguió por fin estar al lado de su amada, para toda la vida.

El mito de Orfeo y Eurídice nos recuerda que el amor persiste por encima de todo, incluso de la propia muerte. Cuando alguien ama verdaderamente es capaz de ir hasta el infierno para estar en compañía de aquel a quien ama.

III:

El síndrome de Orfeo: ¿por qué siempre acabamos mirando atrás?

A veces, nos aferramos, como Orfeo, a lo que ya está perdido, a lo que no puede ser. El pasado es solo un reflejo al que no conviene volver, aunque duela dejarlo ir. Es necesario entrenar al cerebro para que se abstenga de viajar en pretérito cuando hacerlo pueda suponer un obstáculo para nuestro avance. Se denomina síndrome de Orfeo a esa necesidad tan común de llevar la mirada hacia atrás. A eso que ya está perdido, pero que nos sigue obsesionando. Amores del pasado, recuerdos de la infancia, instantes felices o momentos en los que nuestra vida era más plácida y hasta previsible… Las personas somos “adictas” a rememorar lo que ya se fue.

Es cierto, somos almas nostálgicas que evocan casi a cada minuto fragmentos del ayer. Sin embargo, nada de esto sería preocupante ni negativo si el acto de rememorar no impidiera nuestro avance. Uno puede, por ejemplo, estar progresando en nuevos y revitalizantes proyectos, pero de pronto visitar mentalmente los fracasos del ayer e impregnar con ellos el presente de inseguridad. Y, ¿si vuelve a suceder lo mismo?

Bien es cierto que solemos decirnos aquello de que hay que usar el pasado como trampolín y no como sofá. Esta frase enunciada por el ministro británico Harold Macmillan sigue usándose con frecuencia. Sin embargo, lo pretérito continúa siendo ese lugar sobre el que reposamos con frecuencia nuestra mirada y enfoque personal. Algo que, en ciertos momentos, puede ser tan fatídico como lo que le sucedió al desdichado Orfeo.

IV:

¿Cómo lo digo? ¿Cómo explico, aquí, qué tiene el mito de Orfeo y Eurídice de especial que hace que perdure hoy en día? Tal vez es porque las tragedias perduran en nuestra memoria mucho más que las comedias, pero me cuesta creer que ese es el único motivo. Tal vez es porque, como sociedad, hemos decidido que un final trágico es mucho más literario que un final feliz; ¿cuántas veces confundimos tristeza con profundidad o, peor aún, con calidad literaria? Nos hemos vuelto lo suficientemente cínicos como para rechazar los finales felices, alegando que no son realistas y, por lo tanto, menguan el talento del escritor. Como si fuera realmente difícil matar a un personaje, dañarlo o condenarlo para siempre al sufrimiento.

Supongo que, en realidad, es porque una vez que Eurídice se desvanece en el Inframundo, nosotros soltamos un suspiro, el aliento que hasta entonces habíamos estado conteniendo. Se ha realizado la catarsis: nos hemos dejado llevar por las pasiones a pesar de conocer el final de la historia de antemano, y al terminar, sentimos que se nos ha quitado un peso de encima, hemos sido purificados. A los lectores y espectadores de a pie no nos interesa tanto la perfección literaria como las emociones que nos despierta la obra. Si me preguntan por qué me obsesiona el mito de Orfeo y Eurídice, me veré obligada a reconocer que me ata a él un componente sentimental; hay algo en la historia, en los personajes, en sus acciones desmedidas que me atrae como una polilla a la luz.

La historia es la siguiente: el día de las nupcias, Eurídice es mordida por una serpiente y muere. Es Orfeo quien encuentra su cadáver e, inconsolable, empieza a tocar la lira, conmoviendo a todos los árboles, animales y ninfas a su alrededor. Guiado por el desespero, baja al Hades a buscar a su esposa y, en un último intento desesperado de rescatarla, toca una melodía acongojante para Hades y Perséfone. Perséfone, conmovida, intercede a su favor y le devuelve a Eurídice, pero con una condición: Orfeo debe guiarla hasta el mundo de los vivos, andando siempre por delante de ella, y no puede girarse a verla hasta que ambos estén sanos y salvos nuevamente sobre la superficie. Orfeo acepta, empieza su ascenso, Eurídice lo sigue. Aquí las versiones difieren: Eurídice se tropieza; Eurídice no sabe nada sobre la condición impuesta por Hades y lo llama desesperada creyendo que ya no la ama; Orfeo cree que lo han engañado; Orfeo llega a la superficie y, sin saber si Eurídice ha llegado también, se da la vuelta. Sea como fuere, el desenlace es el mismo: Orfeo se da la vuelta y Eurídice se desvanece para siempre. La historia, como todas las historias, sigue, pero lo que viene después ya no suele interesarnos tanto. Es el mito de Orfeo y Eurídice, no el mito de Orfeo después de Eurídice. La pérdida es literaria, el duelo es mundano.

Podemos reescribir el mito, ¿pero con qué pretexto salvamos a Eurídice? Su muerte es condición sine qua non para que Orfeo demuestre la potencia de su amor, su desvanecimiento termina de estremecernos. Si Orfeo consiguiera salvarla nos alegraríamos, obvio, nos enorgulleceríamos de la condición humana, diríamos: «la quiso tanto que luchó contra su naturaleza para traerla de vuelta a la vida». Pero no nos habría marcado de la misma forma.

El mito nos desgarra el corazón precisamente porque Orfeo es humano, porque mira atrás. No por egoísmo, ni por maldad, ni por debilidad. No por cobardía, como sostiene Platón, que en su cruzada contra los poetas arremete también contra Orfeo por no suicidarse tras la muerte de Eurídice. Orfeo fracasa precisamente porque ama a Eurídice: porque esta tropieza y él, en un acto reflejo, se da la vuelta para ayudarla a levantarse; Eurídice lo llama y lo llama desesperada y él, incapaz de seguir escuchando sus lamentos, se da la vuelta para calmar sus miedos; Orfeo no oye sus pasos y teme que los dioses lo hayan engañado, por lo que se da la vuelta alarmado; Orfeo llega primero a la superficie y, emocionado, se da la vuelta, olvidando que la segunda parte de la condición es que ambos deben llegar a la meta.

El mito de Orfeo y Eurídice nos revela algo de la condición humana, del material del que se construyen las relaciones humanas. Si el amor de Orfeo por Eurídice es desmedido, ¿por qué podemos medirlo por las pequeñas acciones? El amante que se da la vuelta para ayudar a Eurídice a levantarse del suelo es el mismo que baja al Hades a recuperar su cadáver. Lo mundano construye el mito. Los detalles que nos son familiares ayudan a que este eche raíces en el imaginario colectivo; todos podemos imaginar a nuestros padres y a nuestros abuelos ayudándose mutuamente al tropezar. ¿Qué hay más tangible que eso? Debo confesar que esa es mi versión favorita del mito: la cotidianidad que se filtra entre los resquicios del mito, que hace acto de presencia en el momento más inoportuno, el acto irreflexivo, la fisicalidad del momento en un espacio reservado a las almas. Orfeo, más humano que nunca, dándose la vuelta, tal vez la mano extendida hacia Eurídice. Como humanos, empatizamos completamente, nos vemos reflejados en sus actos.

Por suerte o por desgracia, el acto de Orfeo convierte esta historia de amor en eterna, trasciende el tiempo no solo porque el mito pervive gracias a la literatura, sino precisamente porque al darse la vuelta, Orfeo condena a Eurídice a la muerte permanente. Solo tras la muerte el amor puede ser eterno. El amor real, terrenal, mundano se convierte en cenizas, se deteriora con el paso del tiempo, se transforma. Al bajar al Inframundo, Orfeo prueba que su amor es sublime, pero su triunfo supondría la vuelta a un amor imperfecto y físico, mientras que la muerte permanente de Eurídice asegura un amor eterno, idealizado. Algo me dice, sin embargo, que no era amor eterno lo que buscaba Orfeo, o se habría inmolado. El amor eterno es para la muerte, pero a los humanos lo que nos interesa es la vida y Orfeo baja precisamente a buscarla para devolverla a la tierra, a la luz del sol y a las plantas que florecen en primavera, a todo lo que es rico y exuberante y abundante.

Tal vez sigo sin haber esclarecido la relevancia del mito; de hecho, es probable que haya revelado más de mí misma que de su valor literario. No puedo tener todas las respuestas, ni fingir que sé más de lo que realmente sé. A veces, simplemente, una historia nos conmueve más que otra y hacemos de todo para justificar ese sentimiento. Así es la literatura.

V:     Mito: Orfeo y Eurídice

En la época en que dioses y seres fabulosos poblaban la tierra, vivía en Grecia un joven llamado Orfeo, que solía entonar hermosísimos cantos acompañado por su lira. Su música era tan hermosa que, cuando sonaba, las fieras del bosque se acercaban a lamerle los pies y hasta las turbulentas aguas de los ríos se desviaban de su cauce para poder escuchar aquellos sones maravillosos. Un día en que Orfeo se encontraba en el corazón del bosque tañendo su lira, descubrió entre las ramas de un lejano arbusto a una joven ninfa que, medio oculta, escuchaba embelesada. Orfeo dejó a un lado su lira y se acercó a contemplar a aquel ser cuya hermosura y discreción no eran igualadas por ningún otro. – Hermosa ninfa de los bosques –dijo Orfeo-, si mi música es de tu agrado, abandona tu escondite y acércate a escuchar lo que mi humilde lira tiene que decirte.

La joven ninfa, llamada Eurídice, dudó unos segundos, pero finalmente se acercó a Orfeo y se sentó junto a él. Entonces Orfeo compuso para ella la más bella canción de amor que se había oído nunca en aquellos bosques. Y pocos días después se celebraban en aquel mismo lugar las bodas entre Orfeo y Eurídice.

La felicidad y el amor llenaron los días de la joven pareja. Pero los hados, que todo lo truecan, vinieron a cruzarse en su camino. Y una mañana en que Eurídice paseaba por un verde prado, una serpiente vino a morder el delicado talón de la ninfa depositando en él la semilla de la muerte. Así fue como Eurídice murió apenas unos meses después de haber celebrado sus bodas. Al enterarse de la muerte de su amada, Orfeo cayó presa de la desesperación. Lleno de dolor decidió descender a las profundidades infernales para suplicar que permitieran a Eurídice volver a la vida. Aunque el camino a los infiernos era largo y estaba lleno de dificultades, Orfeo consiguió llegar hasta el borde de la laguna Estigia, cuyas aguas separan el reino de la luz del reino de las tinieblas. Allí entonó un canto tan triste y tan melodioso que conmovió al mismísimo Carón, el barquero encargado de transportar las almas de los difuntos hasta la otra orilla de la laguna.

Orfeo atravesó en la barca de Carón las aguas que ningún ser vivo puede cruzar. Y una vez en el reino de las tinieblas, se presentó ante Plutón, dios de las profundidades infernales y, acompañado de su lira, pronunció estas palabras:

– ¡Oh, señor de las tinieblas! Heme aquí, en vuestros dominios, para suplicaros que resucitéis a mi esposa Eurídice y me permitáis llevarla conmigo. Yo os prometo que cuando nuestra vida termine, volveremos para siempre a este lugar. La música y las palabras de Orfeo eran tan conmovedoras que consiguieron paralizar las penas de los castigados a sufrir eternamente. Y lograron también ablandar el corazón de Plutón, quien, por un instante, sintió que sus ojos se le humedecían. – Joven Orfeo –dijo Plutón-, hasta aquí habían llegado noticias de la excelencia de tu música; pero nunca hasta tu llegada se habían escuchado en este lugar sones tan turbadores como los que se desprenden de tu lira. Por eso, te concedo el don que solicitas, aunque con una condición. – ¡Oh, poderoso Plutón! –exclamó Orfeo-. Haré cualquier cosa que me pidáis con tal de recuperar a mi amadísima esposa.

 – Pues bien –continuó Plutón-, tu adorada Eurídice seguirá tus pasos hasta que hayáis abandonado el reino de las tinieblas. Sólo entonces podrás mirarla. Si intentas verla antes de atravesar la laguna Estigia, la perderás para siempre. – Así se hará –aseguró el músico. Y Orfeo inició el camino de vuelta hacia el mundo de la luz. Durante largo tiempo Orfeo caminó por sombríos senderos y oscuros caminos habitados por la penumbra. En sus oídos retumbaba el silencio. Ni el más leve ruido delataba la proximidad de su amada.

Y en su cabeza resonaban las palabras de Plutón: “Si intentas verla antes de atravesar la laguna de Estigia, la perderás para siempre”. Por fin, Orfeo divisó la laguna. Allí estaba Carón con su barca y, al otro lado, la vida y la felicidad en compañía de Eurídice. ¿O acaso Eurídice no estaba allí y sólo se trataba de un sueño?. Orfeo dudó por un momento y, lleno de impaciencia, giró la cabeza para comprobar si Eurídice le seguía. Y en ese mismo momento vio cómo su amada se convertía en una columna de humo que él trató inútilmente de apresar entre sus brazos mientras gritaba preso de la desesperación: –

Eurídice, Eurídice… Orfeo lloró y suplicó perdón a los dioses por su falta de confianza, pero sólo el silencio respondió a sus súplicas. Y, según cuentan las leyendas, Orfeo, triste y lleno de dolor, se retiró a un monte donde pasó el resto de su vida sin más compañía que su lira y las fieras que se acercaban a escuchar los melancólicos cantos compuestos en recuerdo de su amada.

Al mirar hacia atrás, la sombra pálida de Eurídice regresa a la muerte.

Tras el canto sublime, Proserpina y Plutón, conmovidos ante tan grande amor y tantas peripecias, mandan a llamar a Eurídice para entregarla al poeta. Llega ella, todavía dolorida y sin aliento.

Pero apenas ve a su esposo, sus ojos se llenan de luz y una ancha sonrisa entreabre otra vez sus labios pálidos. Deseosa de entregarse al cantor para siempre, la ninfa extiende sus delgados brazos. Pero los soberanos infernales no le permiten el abrazo. Sólo consienten en que la pareja parta.

A último momento, Proserpina advierte al poeta: él deberá marchar siempre adelante.

Mientras esté en la región infernal no podrá volverse a contemplar el rostro de su amada. Si lo hiciera, perderá para siempre a Eurídice, que volverá al reino de las sombras.

Parten los esposos. Orfeo siempre adelante, canta durante todo el viaje. Sabe que la ninfa es feliz oyéndolo. En la orilla de Estigia, aun sin mirarse el uno al otro, los enamorados encuentran a Caronte. Contento de volver a ver a su amigo vivo, el viejo lo conduce al otro lado del río infernal.

Después vuelve y hace subir a Eurídice en la barca, para que cumpla el mismo trayecto. Ya casi en la puerta que los separa del mundo de los mortales, lejos del crepúsculo infinito, el poeta no puede contener el deseo de volver a ver el rostro de su amada. El aviso de Proserpina le resuena en los oídos. Eurídice viene detrás, y en el fondo de su alma implora a los dioses que el esposo no ceda a la tentación de mirarla. Falta tan poco para unirse nuevamente…

A último momento, olvidando las palabras de la reina infernal, Orfeo cede al imperioso deseo. Vuelve hacia atrás la mirada dolorida y sólo divisa una sombra, traslúcida llorosa, que retorna a la oscuridad. Todo está perdido.

El poeta desesperado, desanda el camino y ruega muchas veces a Caronte que traiga a Eurídice nuevamente a la orilla de los vivos. Pero el barquero sujeto únicamente al mandato de Plutón, no escucha su pedido y lleva a la sombra de la joven a su morada definitiva. Todavía el poeta canta versos intensos y apasionados. Pero los Infiernos ya no oyen. Nadie se conmueve.

———————————————————————————————————————————–

Al rechazar el amor de las Bacantes, Orfeo trataba de conservarse fiel al doloroso recuerdo de Eurídice. Solo, desolado, como si dejase en las sombras la mitad de si mismo, Orfeo vuelve a la superficie de la tierra. Ya nada podrá hacerlo sonreír. Su canto se hace triste para siempre, de una tristeza infinita, como si el poeta estuviera sólo esperando el momento de la muerte para volver a ver a su amada.

Dicen que mucho después, tras haber errado por toda Tracia para liberarse de su desesperación, y después de haber fundado su religión, Orfeo perdió la vida de manera extraña. Las Bacantes enamoradas del poeta intentaron seducirlo. Y él, negándose a ellas en nombre del recuerdo de Eurídice, trató de escapar por el bosque.

Pero las mujeres tracias lo siguieron y consiguieron atraparlo. Furiosas, le despedazaron las ropas y le rasgaron la carne. Su cabeza, sin embargo, erró por las aguas dejando todavía oír su voz, y donde se posó se erigió un santuario. Hecho pedazos el cuerpo del poeta, su alma al fin libre pudo partir a los Infiernos. Y allí unido a Eurídice, deambula por las melancólicas praderas y bosquecillos del reino de Plutón, cantando al amor, más y más grande que la muerte.

———————————————————————————————————————————–

Orfeo recibe el don del canto

Los hombres reciben de los dioses el don de la melodía, pero no saben usarlo. La flauta que Atenea (Minerva) inventara sirve sólo para alegrar las interminables fiestas de los Sátiros y de los Faunos. La lira ingeniosamente creada por Hermes (Mercurio), es privilegio de Apolo y de las musas, sus compañeras. Las manos humanas se muestran incapaces de pulsar los instrumentos para extraer de ellos armonía alguna. Y en las rudas gargantas, las voces callan.

El tiempo corre sobre el lomo del mundo como un escalofrío. Y un día, feliz, ve nacer a Orfeo. Ahora la satisfacción de los dioses es completa. Porque finalmente ha aparecido sobre la tierra un mortal capaz de desarrollar el arte de la música.

Ya en la infancia el poeta revela poseer el talento de la armonía (que significa juntura ensambladura, ajuste, proporción y también equilibrio dinámico de contrarios) con su suave canto, acompañado de armoniosos acordes de lira, apacigua los ruidos de la selva y el furioso bramido del mar. Heredero de los dioses, jura cantar hasta el fin de sus días. Cantar para hacer que viva lo que parecía muerto. Para aliviar las miserias humanas y vencer la indiferencia de las cosas. Para canalizar el impulso de las fieras y arrullar la esperanza de la libertad.

Una sonrisa constante anima la boca del poeta. En sus manos, la lira pacifica la Tierra. Lejos están los caminos del sufrimiento.

Guerra a las maras y a la corrupción: Bukele, el nudo gordiano y el huevo de Colón. David Hernández. Julio de 2023

La leyenda griega del nudo gordiano relata que existía en Frigia (Anatolia, Turquía) una ciudad donde el monarca Gordias, de la ciudad homónima, ofreció a Zeus un templo en cuyo interior ató su lanza y el yugo de sus bueyes con un complicado nudo cuyos cabos eran casi imposibles de desatar. Según el oráculo, quien lo deshiciera conquistaría el mundo. Lo intentaron por innumerables años reyes y guerreros cuyas manos fueron incapaces de deshacer el nudo. En 333 a. C., Alejandro Magno conquistó Gordias y solucionó el problema cortándolo de un tajo con su espada. Daba lo mismo cortarlo que desatarlo, pues el oráculo no fijaba reglas y fue válido hacerlo con la espada, a diferencia de quienes lo intentaron con las manos.

El huevo de Colón se refiere a una reunión de Cristóbal Colón con cleros y nobles donde le increparon su descubrimiento, el cual, conjeturaron, tarde o temprano, dada la existencia en España de sabios y cosmógrafos, se habría realizado. Colón solicitó un huevo, lo colocó encima de la mesa y los retó a que lo pusieran de pie sobre la mesa. Nadie lo logró. Entonces Colón tomó el huevo, lo golpeó suavemente contra la mesa, aplastando la curvatura de su base, y lo colocó de pie. Confundidos, comprendieron el mensaje: después de hecha y vista la hazaña, cualquiera sabe cómo hacerla.

https://googleads.g.doubleclick.net/pagead/ads?client=ca-pub-4093775281017058&output=html&h=280&adk=144910138&adf=3307559507&pi=t.aa~a.2067693828~i.1~rp.4&w=750&fwrn=4&fwrnh=100&lmt=1688481555&num_ads=1&rafmt=1&armr=3&sem=mc&pwprc=2886069329&ad_type=text_image&format=750×280&url=https%3A%2F%2Fdiarioelsalvador.com%2Fguerra-a-las-maras-y-a-la-corrupcion-bukele-el-nudo-gordiano-y-el-huevo-de-colon%2F380428%2F&host=ca-host-pub-2644536267352236&fwr=0&pra=3&rh=188&rw=750&rpe=1&resp_fmts=3&wgl=1&fa=27&dt=1688481555288&bpp=2&bdt=2871&idt=-M&shv=r20230627&mjsv=m202306230101&ptt=9&saldr=aa&abxe=1&cookie=ID%3D6531f77d8d86b171-2216ac2899df0054%3AT%3D1683823920%3ART%3D1688481625%3AS%3DALNI_MYARZe6M4LVsIAjebTcMxhkDRxq1g&gpic=UID%3D00000bf0a1504a74%3AT%3D1683823920%3ART%3D1688481625%3AS%3DALNI_Ma80VoT5nTCHUxtJtpv2YR2KkD18w&prev_fmts=0x0%2C1140x280&nras=3&correlator=7272466970061&frm=20&pv=1&ga_vid=2007568360.1683823847&ga_sid=1688481554&ga_hid=1719773784&ga_fc=1&u_tz=-360&u_his=1&u_h=900&u_w=1600&u_ah=867&u_aw=1600&u_cd=24&u_sd=1.2&adx=223&ady=1764&biw=1586&bih=773&scr_x=0&scr_y=315&eid=44759926%2C44759842%2C44759875%2C31075664%2C44788441&oid=2&pvsid=2079510156427007&tmod=556848636&nvt=1&fc=1408&brdim=-7%2C-7%2C-7%2C-7%2C1600%2C0%2C1613%2C880%2C1600%2C773&vis=1&rsz=%7C%7Cs%7C&abl=NS&fu=128&bc=31&ifi=3&uci=a!3&btvi=1&fsb=1&xpc=rGXNeYNJQ4&p=https%3A//diarioelsalvador.com&dtd=13

Ambas leyendas describen algo difícil de lograr, pero fácil de ejecutar aplicando una solución heterodoxa. Lo dijo el padre de la modernización de China, Deng Xiaoping: «No importa si el gato es blanco o negro, lo importante es que cace ratones».

Este pensamiento y praxis lateral, guardadas las distancias históricas y personales, son lo que ha sucedido en El Salvador con la abolición de la tiranía más criminal que hemos padecido en nuestra historia, la dictadura de las pandillas. Fue el nudo gordiano de la sociedad salvadoreña durante más de 30 años, en los cuales los gobiernos de Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) y del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) intentaron resolverlo: plan Mano Dura, Super Mano Dura, treguas, pago de extorsiones del Estado a las maras. Incluso durante el último gobierno se intentó implementar una liquidación selectiva de líderes mareros. No comprendieron que erradicar este fenómeno solo es posible desde un abordaje completo de este. No solo hay que neutralizar a líderes, ranfla, palabreros y corredores, sino a toda la membresía pandilleril. Aparte de que ambos partidos estaban coludidos con la corrupción y las prácticas asesinas de las maras.

Guerra a la corrupción

Igual sucede con uno de los acusados de asesinar a los jesuitas en 1989: Alfredo Cristiani. Todos lo sabían, pero nadie actuó de oficio. El hecho de haber sido comandante en jefe del Ejército lo incrimina, de entrada. Sumado a miles de millones de dólares que se robó del erario mediante artimañas como el autopago de cheques a su nombre y «el robo del siglo» que constituyeron privatizaciones que le dejaron pingües ganancias como la comercialización del café, el azúcar, las importaciones de petróleo, y otras privatizaciones, como las de la Escuela Nacional de Agricultura (ENA) y del Instituto Tecnológico Centroamericano (ITCA), «regalados» a la Fundación Empresarial para el Desarrollo Educativo (Fepade). Para la privatización de los bancos la oligarquía los quebró en los años ochenta, al no pagarles los créditos, y luego se apropió de ellos cuando Cristiani los saneó con fondos públicos y se los vendió a precio de «quemazón»; 15 años después, los oligarcas vendieron al capital extranjero la mayoría de las acciones de sus bancos. Otras privatizaciones: el Hotel Presidente, comprado por uno de los grupos económicos más poderosos; la zona franca de San Bartolo, que pasó a ser propiedad de 18 empresarios; la empresa Cemento Maya, cuyas acciones fueron compradas por Cemento de El Salvador (Cessa), para en 2010 ser comprada por Holcim, empresa de capital suizo, etcétera, etcétera.

Nuevo tipo de praxis política

Esta guerra a las maras y la corrupción pertenece a un nuevo tipo de praxis política que se despoja de las viejas mañas del pasado y no le tiembla la mano para aplicar la justicia. Se argumentará que estas medidas cualquier político podría haberlas hecho, pero tal como en el huevo de Colón, solo uno puso de pie el huevo sobre la mesa.

Lo sorprendente del caso es que estas medidas son respaldadas por más del 90 % de la población salvadoreña, que apoya un segundo mandato del presidente Bukele, en las elecciones del próximo febrero.

https://googleads.g.doubleclick.net/pagead/ads?client=ca-pub-4093775281017058&output=html&h=280&adk=144910138&adf=1817831175&pi=t.aa~a.2067693828~i.8~rp.4&w=750&fwrn=4&fwrnh=100&lmt=1688481555&num_ads=1&rafmt=1&armr=3&sem=mc&pwprc=2886069329&ad_type=text_image&format=750×280&url=https%3A%2F%2Fdiarioelsalvador.com%2Fguerra-a-las-maras-y-a-la-corrupcion-bukele-el-nudo-gordiano-y-el-huevo-de-colon%2F380428%2F&host=ca-host-pub-2644536267352236&fwr=0&pra=3&rh=188&rw=750&rpe=1&resp_fmts=3&wgl=1&fa=27&dt=1688481555288&bpp=1&bdt=2871&idt=1&shv=r20230627&mjsv=m202306230101&ptt=9&saldr=aa&abxe=1&cookie=ID%3D6531f77d8d86b171-2216ac2899df0054%3AT%3D1683823920%3ART%3D1688481625%3AS%3DALNI_MYARZe6M4LVsIAjebTcMxhkDRxq1g&gpic=UID%3D00000bf0a1504a74%3AT%3D1683823920%3ART%3D1688481625%3AS%3DALNI_Ma80VoT5nTCHUxtJtpv2YR2KkD18w&prev_fmts=0x0%2C1140x280%2C750x280&nras=4&correlator=7272466970061&frm=20&pv=1&ga_vid=2007568360.1683823847&ga_sid=1688481554&ga_hid=1719773784&ga_fc=1&u_tz=-360&u_his=1&u_h=900&u_w=1600&u_ah=867&u_aw=1600&u_cd=24&u_sd=1.2&adx=223&ady=3120&biw=1586&bih=773&scr_x=0&scr_y=315&eid=44759926%2C44759842%2C44759875%2C31075664%2C44788441&oid=2&pvsid=2079510156427007&tmod=556848636&nvt=1&fc=1408&brdim=-7%2C-7%2C-7%2C-7%2C1600%2C0%2C1613%2C880%2C1600%2C773&vis=1&rsz=%7C%7Cs%7C&abl=NS&fu=128&bc=31&ifi=4&uci=a!4&btvi=2&fsb=1&xpc=whBrad0HPP&p=https%3A//diarioelsalvador.com&dtd=18

La oposición y grupos de intereses oscuros han orquestado a escala internacional una encendida apología de la delincuencia y la criminalidad bajo la mampara de defensa de los derechos humanos. La Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Organización de Estados Americanos (OEA), Human Right Watch, Cristosal, Open Society y otras ONG que apoyan esta campaña carecen de autoridad, ética, representatividad y dignidad. La mayoría, aparte de ser obsoletos artilugios de la Guerra Fría, están harto desprestigiadas a escala mundial, como es el caso de la ONU, incapaz de resolver el conflicto ruso-ucraniano, o de la OEA, cuyos miembros han creado otro organismo más representativo y justo, la Comunidad de Estados Americanos y del Caribe (Celac). Para consumo interno, en El Salvador, estos organismos proveen financieramente el «modus vivendi» y jugosas asignaciones a un grupo de vividores dizque «defensores de los derechos humanos», «periodistas incómodos» y oenegeteros profesionales en vender humo.

No puedo hablar, a diferencia de la oposición, en nombre de todos los comunicadores, pero como escritor, académico, periodista y, sobre todo, como ciudadano, estas falacias de violaciones a los derechos humanos y a la libertad de expresión no me dicen nada. No reflejan las últimas encuestas, donde el 92 % de la población apoya estas medidas en defensa de los derechos humanos de las grandes mayorías, que están funcionando idóneamente.

Son tiempos de crisis existencial para una clase política, ARENA-FMLN, que fracasó producto de su corrupción, ineficacia y mentalidad antediluviana. Aunque enarbolen la defensa de los derechos humanos de los criminales, no solo son rechazados por la población, son odiados, y la prueba será su desaparición en los comicios de 2024

Boletín No. 1 de la Secretaría de la Mujer del Sindicato de Empleadas y Empleados de la PDDH. Junio de 2023

“Los sindicatos son una herramienta colectiva crucial e inigualable para garantizar y defender el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia en espacios públicos y privados…” Tomado de «La participación de las mujeres en el ámbito sindical”. OEA.

El derecho a la libertad sindical en nuestro país está reconocido ampliamente en el artículo 47 de la Constitución de la República, en las leyes secundarias siendo el Código de Trabajo, la Ley de Servicio Civil y en instrumentos internacionales ratificados por EL Salvador, como el Convenio 87 y 151 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), relativos a la protección del mismo; no obstante, a la protección legal del derecho a la libertad sindical, se transgrede  por las desigualdades de género y las relaciones laborales en los centros de trabajo.

En ese sentido, la Junta Directiva de SEPRODEHES, a través de la Secretaría de la Mujer ha visto la urgente necesidad de motivar a las mujeres sindicalistas de esta Institución a participar en actividades formativas lo cual son herramientas importantes para lograr concientización y empoderamiento de las mismas, fomentando la búsqueda de un cambio de paradigma sindical, el cual contribuirá en la participación sindical de las mujeres, al avance en la igualdad de género y la prevención de todos los tipos de violencia; en aras de fortalecer la unidad sindical.

Es por ello que, SEPRODEHES ha incorporado en su Plan de Trabajo 2023 –2024 el desarrollo de Cine Foro: “Tierra de Hombres”, dentro del marco del tema: “Mujeres, derechos humanos y sindicalismo”; dicha actividad se realizará en coordinación con el Departamento de Cultura y Promoción, y se llevará a cabo el día 26 de junio del presente año a las 9:00 a.m. en el Aula Magna I de la Escuela de Derechos Humanos; cabe mencionar que, tu participación es de gran importancia para el fortalecimiento de nuestro sindicato.  

¡UNIDAS, SOLIDARIAS Y FUERTES!


Guerras culturales ponen a las empresas estadounidenses a la defensiva. AFP. Julio de 2023

Boicotear una cerveza, atacar productos que celebran a la comunidad LGBTQ y criticar a los accionistas por promover la diversidad: ante las crecientes críticas de los conservadores, las empresas estadounidenses están dando marcha atrás en sus iniciativas corporativas progresistas.

Consumidores de ideas conservadoras llamaron a un boicot contra la cerveza Bud Light después de que la compañía se asociara con una «influencer» transgénero.

Por lo general, una protesta de este tipo tiene poco impacto, pero esta vez las ventas se desplomaron. Bud Light perdió incluso en las últimas semanas su posición como la cerveza más vendida en Estados Unidos en detrimento de Modelo Especial, según Bump Williams Consulting.

Anheuser-Busch InBev, la empresa matriz de Bud Light, lanzó rápidamente una contraofensiva de marketing con un anuncio patriótico que mostraba paisajes estadounidenses, seguido por una campaña que destacaba a sus empleados.

La cadena de supermercados Target, por su parte, optó por retirar ciertos artículos comercializados para el Mes del Orgullo debido a las amenazas que recibieron sus empleados.

Y en las asambleas anuales de accionistas, el número de resoluciones que se oponen a la inclusión de criterios ambientales, sociales y de gobernanza (ESG) de las empresas -particularmente sobre diversidad- se ha más que duplicado en los últimos tres años, según el Instituto de Inversiones Sostenibles (SII).

Reacción a Trump

Si bien este tipo de resoluciones suelen obtener muy pocos votos, están teniendo repercusiones.

Larry Fink, director de la gestora de activos BlackRock, que ha promovido inversiones sostenibles en los últimos años, dijo recientemente en una conferencia en Colorado, que dejó de usar el término «ESG» porque se ha politizado demasiado.

Esta nueva vigilancia se extiende al mundo del deporte: después de que algunos jugadores expresaran su reticencia a usar los símbolos del arcoíris, la Liga Nacional de Hockey decidió que los equipos ya no deberían usar camisetas especiales que apoyen los derechos LGBTQ porque se habían convertido en una «distracción».

«La tensión de navegar entre grupos de personas que piensan muy, muy diferente siempre ha estado ahí», dijo Alison Taylor, especialista en ética corporativa de la Universidad de Nueva York.

Pero la situación ha cambiado a medida que la vida política se ha ido polarizando cada vez más, agregó.

Las corporaciones «se involucraron en cuestiones controvertidas en 2017-2018, cuando hubo mucha resistencia organizada a (Donald) Trump; esto parecía una muy buena manera de atraer a los jóvenes y generar valor para los accionistas», dijo.

Aunque la perspectiva de lograr un cambio real en temas como el aborto y el control de armas ya no parece posible en el ámbito político, los jóvenes han llegado a creer que pueden ejercer presión a través de las empresas, señala Taylor.

Política en la oficina

A diferencia de sus mayores, para quienes la implicación política se reduce a las urnas o a las donaciones a los partidos, los más jóvenes «son más proclives a llevar su política a la forma de invertir, de comprar, incluso a su oficina», afirma David Webber, especialista en activismo inversor de la Universidad de Boston.

Las reacciones a algunas iniciativas de las empresas han sido amplificadas por líderes políticos, incluido el gobernador de Florida y candidato presidencial de 2024, Ron DeSantis, quien atacó a Disney por algunas de sus posiciones progresistas.

Y DeSantis no está solo.

«Organizaciones conservadoras», financiadas en parte por empresas del sector del petróleo y el gas, «comenzaron una campaña para aprobar leyes en diferentes estados para abordar las prácticas de ESG», dijo Webber.

Hasta ahora, los resultados han sido mixtos.

«Algunas empresas pueden, al menos, alejarse de parte de la retórica sobre ESG. Pero hemos visto muy poca reasignación seria de activos», dijo.

Impulsadas por clientes, accionistas y empleados, las empresas no tienen más remedio «que involucrarse en algunos asuntos políticos», dijo a la AFP Daniel Korschun, especialista en marketing de la Universidad de Drexel.

Sin embargo, «las personas realmente comienzan a reaccionar negativamente cuando sienten que las están presionando demasiado», como fue el caso de la controversia de Bud Light, agregó.

«Hay un equilibrio muy delicado entre defender una causa y presionar demasiado», dijo.

En respuesta, «muchos directivos están retrocediendo hasta que puedan descifrar este nuevo terreno en el que se encuentran», agregó.

Postmodernidad en el mundo contemporáneo. Humberto Orozco Barba. 1975

Presentación

En esta publicación se encuentra el resultado del análisis del postmodernismo como una forma de pensamiento filosófico y de la postmodernidad como un rasgo sociológico, característico de la sociedad contemporánea.

Los trabajos que aquí se presentan fueron expuestos en el simposio «¿Postmodernidad? El pensamiento en el mundo contemporáneo», encuentro realizado en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente ( I T E S O ) durante los días 4, 5 y 6 de noviembre de 1993.

A tal postmodernidad, como fenómeno polivalente, se le ha caracterizado en lo social como una actitud de goce superficial frente a la vida, como un punto de vista estético que vuelve irónico el mundo a partir del ornato y el pastiche. Se le ha considerado también en términos sociológicos como una etapa histórica de rompimiento o superación de la modernidad.

Sin embargo, como afirma Fernando Leal Carretero, es en el pensamiento filosófico y científico donde se han dado grandes batallas por las consideraciones sobre el postmodernismo en el mundo, el ser, la estética, la ética y el conocimiento mismo.

Justamente es en el primer ensayo donde Leal Carretero presenta una brillante puesta en escena del postmodernismo en la filosofía.

Aunque las interpretaciones históricas sobre el inicio del postmodernismo como pensamiento sobre el mundo son variadas, hay quienes creen que, como fenómeno social, la postmodernidad históricamente inicia a partir de la década de los sesenta de este siglo, con los movimientos por la libertad y la revolución sexual; otros ubican su comienzo en los años cincuenta con la aparición de la televisión, o un poco antes, con la masificación de la radio. Finalmente, algunos críticos de arte lo ubican en los ochenta.

Para clarificar el concepto de lo postmoderno. Leal Carretero se acerca primero a lo moderno y propone, para ubicar a la modernidad, regresar al siglo XVII , donde la ciencia y la filosofía moderna nacen juntas, siendo Descartes la figura decisiva.

El postmodernismo en filosofía, nace entonces, bajo los embates de la ciencia moderna, cuando comienza a haber una crítica sostenida al pensamiento cartesiano, y esto ocurre por vez primera en los Estados Unidos alrededor de 1865.

La tesis principal de Leal Carretero es que el postmodernismo en filosofía es un resultado directo de la aparición de la ciencia moderna: la de Galileo, Newton, Lavoisier y Darwin.

Es decir un fenómeno que se viene gestando desde hace siglos, que explota en el nuestro y que ha influido sin duda en la filosofía.

El postmodernismo ha anunciado el fin de la filosofía, ha anunciado otras muertes, y es que el tono del post permite pensar que estamos más allá de algo, que en el caso de la filosofía, es superación de la filosofía moderna de Descartes.

En «Entre la ironía y la autofagia», Leal Carretero ha puesto sobre la mesa de la reflexión dos conceptos que están en la raíz de lo postmoderno en filosofía: por un lado la ironía como elemento positivo, junto con la solidaridad y contingencia utilizados por Rorty, y que resumen lo mejor del pragmatismo en el postmodernismo.

Por otro lado, la autofagia hace que los postmodernos se coman a sí mismos, y al intentar acabar con la filosofía, terminen nada más autodestruyéndose.

Hay que evitar el juicio de lo postmoderno, para tratar de entender. Y para entenderlo, ubicar sus antecedentes remotos y sus antecedentes más próximos. Estos últimos suelen situarse en Friederich Nietzsche.

Sin embargo, en una novedosa visión, Leal Carretero se ubica un poco antes, para afirmar que quien preparó como Nietzsche el terreno para muchas de las actitudes de lo postmoderno fue el químico, lógico y filósofo norteamericano Charles Sanders Peirce, el creador del pragmatismo.

Leal Carretero compara a los dos filósofos, Peirce y Nietzsche. Pero no lo hace desde cualquier ángulo, elige precisamente al estilo, porque para un filósofo postmoderno, el estilo es lo más importante, ya que el contenido se deconstruye.

A pesar de las grandes diferencias en el estilo, pone a Nietzsche y a Peirce, como los abuelos del postmodernismo en filosofía. Y traza las líneas del camino bifurcadas, de Peirce a James y a Dewey por un lado y de Nietzsche a Heidegger por el otro.

Detrás de la propuesta del pragmatismo se encuentra un movimiento antiesencialista típico del postmodernismo en filosofía.

Peirce y Nietzsche coincidirán en que las ciencias dependen de la lógica y las matemáticas y que éstas dependen de la ética y la ética depende de la estética.

De ahí el concepto pragmático de la verdad: «lo verdadero es lo útil». Pensamiento contrario a las concepciones trascendentalistas que consideran que detrás de los datos científicos siempre habrá algo más allá, un dios unser trascendente, verdad sublime, divina de la cual podríamos participar al través de la filosofía. Contra esto lucha el pragmatismo, pensando de una manera más naturalista, más darwiniana, más humilde.

Es entonces lo postmoderno, por lo menos desde Nietzsche, el regreso de la tragedia, de lo dionisiaco, de la música contra la moderna razón, apolínea e ilusoria. En los términos del pensamiento filosófico: contra la construcción de la metafísica. Con Heidegger: la posibilidad de interpretar de varias maneras el texto del mundo.

El movimiento más vigoroso de este siglo, el positivismo lógico, lo llevó así mismo a la autodestrucción. Leal Carretero reconstruye la línea que va de los positivistas lógicos, a Habermas, de éste a Derridá, Foucoult, Rorty y Lyotard. Es la idea de un consenso universal, contra la imposibilidad de esa pretensión.

Quedan puestas en evidencia la diversidad de posiciones frente al postmodernismo en filosofía. Para algunos será el fin del último sueño. Es decir, que no hay fin. Para Leal Carretero:

«no hemos perdido la posibilidad de soñar, nunca antes había habido tantos sueños; la diferencia es que ya no creo que mi sueño sea el mejor. No hay E L S U E Ñ O . » Y en parte es que regresamos a hacer universidad sin universalismos impuestos, sino con pluralismos universales.

En el artículo de Alfonso Ibáñez, «Modernidad y postmodernidad en la política», se introduce lo postmoderno como un fenómeno ambiguo, como un «estado de ánimo», «agotamiento del mundo moderno», «síntoma de la profunda crisis histórica y epocal de la modernidad».

Ibáñez advierte que en la postmodernidad ya no se trata de criticar, rescatar y potenciar, sino que se renuncia a la formulación de un proyecto total de transformación social. Al aspirar tan solo a la aceptación pragmática de la coexistencia conflictiva, las repercusiones políticas pueden llevar al escepticismo y la impotencia. Lo que a juicio de Ibáñez hoy se pone en cuestión, es el Estado-nación moderno, centralista, homogenizador de las aspiraciones humanas, que anula las diferencias y aplasta la creatividad social.

Frente a esa totalidad- Estado, lo postmoderno revaloriza lo fragmentario, lo plural y el derecho a las diferencias.

Un Estado que nace de la diversidad social y étnico cultural. Se pregunta cómo suscitar la cohesión en una pluralidad de combates al interior de un proyecto de articulación que respete las diferencias específicas. En este contexto, una revolución democrática implica la constitución de una pluralidad de espacios en los cuales se desenvuelvan las luchas sociales.

Finalmente el autor afirma, que un proyecto democrático socialista y si se quiere también «postmoderno», debería plantear por definición la posibilidad de muchos socialismos diferentes, sin «modelos» predeterminados. Debería significar —dice— «la Utopía que busca la realización de todas las utopías», citando a Agnes Heller.

Jaime Sánchez Susarrey hace una reflexión sobre la política y la modernidad. En su texto titulado «¿Del colapso del socialismo real al fin de la historia?», comienza con una discusión de la tesis de Francis Fukuyama en torno al fin de la historia y continúa con un análisis de la situación de México en el proceso de modernización.

Finalmente discurre sobre el fenómeno postmoderno y su importancia en la construcción de una sociedad moderna.

Después del largo periodo de competencia entre los sistemas socialista y capitalista, y de la caída del socialismo real; Fukuyama sugería que se había llegado al final en la sucesión de acontecimientos, de una historia entendida como única, evolutiva y coherente; habríamos llegado a una forma de organización social democrática y de economía de mercado, y así estaríamos llegando al fin del proceso evolutivo propuesto por Hegel y Marx.

Sánchez Susarrey sitúa el inicio de la modernidad como lo plantea Habermas, con los pensadores de la Ilustración. Ser moderno, en contraposición a los antiguos, a través de la ciencia moderna; donde el fin de la historia no es el fin de la evolución solamente, sino de una sociedad donde el hombre se ha reconciliado consigo mismo. En este caso a formas más racionales de organización social, en concreto economías de mercado y democracias.

Sánchez Susarrey plantea un cuestionamiento sobre las perspectivas de 1989 ante el fin de la guerra fría; ¿han permitido que las sociedades que abandonaron el socialismo real, hayan podido acceder a formas de organización democráticas y de economías de mercado eficientes y que encontraran formas de convivencia más o menos civilizada? Responde que ha habido un fracaso, por lo menos en algunas regiones, en un proceso mundial eminentemente contradictorio.

Por otra parte, la desintegración de la URSS, ha permitido abatir el peligro de la confrontación nuclear con la desaparición de la especie humana. También ha posibilitado firmas de paz y nuevos entendimientos en América Latina y Medio Oriente.

Pero al mismo tiempo, en Europa han resucitado viejos fantasmas, flagelos del racismo intolerante; nacionalismo beligerante; integrismos y fundamentalismos. Por un lado tolerancia, acuerdos amistosos, por el otro intolerancia. Esto ha creado el desencantamiento de las perspectivas que ofrecía el fin de la bipolaridad en el mundo.

La democracia y la economía de mercado han sido vistas como un triunfo de los esquemas de organización que para Sánchez Susarrey no tienen más discusión.

Después de la conclusión de la guerra fría, el fin de la historia demuestra que la historia no es lineal; que el progreso es incierto.

La noción de progreso está en crisis porque existe una clara conciencia de los desastres ecológicos que no permiten pensar en un mejoramiento de los niveles de vida y bienestar del mundo en su conjunto, es la pérdida de la fe en un mundo ascendente.

Una idea de la historia es que ya no hay certidumbres y por ello es una idea de la postmodernidad. Pero la postmodernidad entendida en los términos de Agnes Heller y Férenc Fehér; no como un período histórico o tendencia cultural o política con características bien definidas, sino como el tiempo y el espacio privado colectivo, dentro del tiempo y el espacio más amplio de la modernidad, delimitada por aquellos que quieren ponerla a prueba. Los que han elegido vivir en la postmodernidad, viven no obstante entre modernos y premodernos.

La postmodernidad no es una negación de la razón, ni una negación de principios como la democracia, el individualismo o la economía de mercado. Se trata de una relativización de los mismos. Es una visión tolerante de la moral y la política, es la imposibilidad de establecer una jerarquía de las culturas en la historia; por lo tanto no plantea a la civilización occidental como la civilización rectora o paradigmática.

No admite soluciones completas y definitivas a los problemas de la justicia social, la ecología, la pobreza. Esto niega la posibilidad de que un partido político encabece la utopía única y asume que hay que mejorar, a sabiendas de que no es posible solucionar todo. Finalmente, la postmodernidad implicaría que se aceptaran las diversidades culturales y por lo tanto la tolerancia.

Llevada a su extremo, la postmodernidad como visión relativista no podría prescindir de los valores racionalistas de la modernidad, lo anterior en razón de que además de la tolerancia, aceptaría los desastres contra los derechos humanos como los de Hitler. La visión de los derechos humanos, requiere de una jerarquización de los valores de Occidente al tiempo que se ponen en cuestión.

La consecuencia política de la visión postmoderna, es el relativismo, el abandono del principio de una sociedad absolutamente libre y feliz; es la relativización del punto de vista propio y la admisión de la necesidad de que existan otros puntos de vista diferentes al propio. En suma, la tolerancia es un principio fundamental de esta visión. Signo de la postmodernidad seríatambién la secularización de las formas de organización políticay religiosa.

Arturo Chavolla, en su artículo «La mejor de las historias posibles», considera que la humanidad parece haber encontrado en el presente siglo, «un sistema económico y una organización social ideal: el capitalismo moderno».

Para este sistema y esta organización el fin del siglo significa el fin de las ideologías y el triunfo «definitivo» del liberalismo económico y político, frente al comunismo y al fascismo. Se trata del «triunfo de Occidente».

No asistimos simplemente al fin de la guerra fría, sino al fin de la historia, al punto final de la evolución ideológica de la humanidad y a la universalización de la democracia liberal occidental.

La historia universal desemboca en el liberalismo y esta es «la mejor de las historias posibles». Considera que en el mundo actual, existen países que están aún en el proceso histórico y otros que ya viven en un momento posthistórico, estos últimos están caracterizados por tener una democracia liberal, economía de mercado, renunciación a la fuerza para arreglar las diferencias entre los estados, paz interna y orden social.

Por su parte los países situados todavía en la historia, no tienen democracia liberal, carecen de una economía de mercado y consideran que la fuerza soluciona los conflictos entre los estados.

La propuesta de la democracia liberal afirma que todos los conflictos serán arbitrados y deliberados; que la libertad de empresa asegurará el equilibrio de las sociedades y de los consumidores, que razonablemente se pondrán de acuerdo. Que la convivencia entre la ciencia y el mercado relegará finalmente a la ideología y a la guerra.

Sin embargo Chavolla afirma que frente a la pobreza radical, el racismo o la desigualdad entre naciones, poco o nada se podrá hacer. Que pese a todo el triunfalismo de la democracia liberal, nada puede asegurar un capitalismo para la eternidad. Marca dos errores de esta ideología: la exageración sobre la previsibilidad de la historia y la permanencia del momento presente. «Los fuertes seguirán haciendo lo que puedan, y los débiles intentarán hacer lo que deben.»

Chavolla, finalmente, niega que el liberalismo sea el fin de la política, que asistamos al fin de la historia, que el fin de las ideologías implique el fin de la lucha de clases; que la desnacionalización y la privatización del mercado vayan a conducir a la democracia. «Lo que sí es de esperarse es que la historia misma desbaratará esta teoría del ‘fin de la historia'». «La historia no tiene un fin, antes al contrario, no termina nunca de terminar

Juan Carlos Henríquez, en «Postmodernismo y liberalismo. ¿Filialidad o parasitación?», sugiere no reducir la fenomenología y el análisis del postmodernismo al ámbito «anímico-cultural», incluso ni siquiera dejarlo en las consideraciones filosóficas o sociológicas de trazo diacrónico. Propone contemplar el corte «sincrónico» y es en este sentido que ubica lo que se ha dado en llamar neoliberalismo.

Su trabajo busca respuestas a las preguntas: ¿es el neoliberalismo una criatura, expresión del postmodernismo, o más bien el neoliberalismo es parásito del postmodernismo?; ¿es el post- modernismo un hijo o un parásito potencial del neolibcralismo?

Para Henríquez, el neoliberalismo explica el fenómeno eco- nómico y el postmodernismo el cultural. El principal indicador de lo moderno y en el que lo postmoderno basa su crítica es «la terquedad de lo uno y el imperativo de lo perfecto». El motor de lo postmoderno en cambio propone la «pluriversalidad y la modestia».

Renunciar a la pretensión de lo uno es afirmar la convivencia articulada de lo múltiple. Renunciar a la idea de lo perfecto es descargar al hombre del yugo del deber ser perfecto, del progreso, del futuro, del proyecto. Se trata de la «desprometeización» para que los hombres estén contentos con su condición humana.

Respecto del neoliberalismo, Juan Carlos Henríquez sugiere que éste tiene su propio discurso, el económico; con implicaciones subordinadas en el orden político, ideológico y social. Proyecto unitario, pragmático, de sumisión y subordinación.

«Conformación del concierto de las naciones en torno a un solo bloque hegemónico», por supuesto, el bloque del capital (Estados Unidos-Japón-Alemania). El subtexto de este macrodiscurso es el del progreso como finalidad de la historia. Un progreso puesto en la acumulación, a diferencia de un progreso puesto en la distribución del proyecto moderno socialista.

Los paradigmas del texto neoliberal para el autor son: un mundo uniforme; el sentido del progreso como acumulación de capital; la monosonoridad en lo ideológico; el imperio conceptual: de la igualdad de oportunidades como igualdad de resultados, que confiere mayor valor al concepto que a la realidad.

La síntesis es: «perfección es igual a progreso, y progreso es igual a capital». Frente a lo cual Henríquez concluye que «estamos frente a un gran proyecto económico cuyo fin es el de la modernidad y no el del postmodcrnismo».

La última parte de su trabajo Juan Carlos Henríquez la dedica a un análisis del neoliberalismo en México. En su camino para insertarse en el proyecto de acumulación de capital, México subordina las esferas política y social al terreno de lo económico, puesto que la urgencia es «recuperación y estabilidad»; es pues una estrategia de subordinación.

Identifica esta lógica, con el pragmatismo: «lo verdadero y conducente es lo útil». Describe el papel de las esferas económica, política y social en el neoliberalismo y propone los rasgos postmodernos como un malestar y un desencanto de lo moderno.

Crisis del sujeto de cambio; vacío teórico en ciencias sociales; renuncia a la aspiración transformista; caída de utopías y proyectos unitarios; dcscredibilidad en la democracia partidista y devaluación de lo numérico; pulverización de la masa y fin de la historia, del sentido como orientación al futuro y al sentido como participio, como experiencia en el presente.

En resumen, propone al postmodernismo como un caso particular de inmunidad contra la gran marcha modernizadora y liberal. Henríquez, ofrece una sutil esperanza de sobrevivencia al postmodernismo frente al fenómeno que contradice y con el que convive, el neoliberalismo.

Luis José Guerrero Anaya, en su trabajo «Religión y cultura en América Latina», enumera una serie de rasgos predominantes del pensamiento postmoderno en la religión y su relación con la cultura de América Latina: el desencanto de la razón, que ya no puede decirnos qué es la realidad; la aceptación de la pérdida de fundamento, contra el ideal moderno de la fundamentación, para abrirse a una nueva episteme que es indeterminada, discontinua y plural; el rechazo de los grandes relatos, como oposición frontal a los universalismos disciplinadores, para defender los contextos locales con sus particularidades —los relatos se mantendrán, pero desaparecerán los proyectos unitarios— y la entrega a la vivencia de la heterogeneidad en las formas de vida, con consensos locales y temporales.

El fin de la historia, como la emancipación de la multiplicación de los horizontes de sentido; la estetización general de la vida como política, esto es, el gozo y abandono al océano de la vida sin ánimo posesivo.

Para Guerrero Anaya, en la esfera de lo religioso en occidente hay un ambiente de fin del mundo. «Las grandes masas, expulsadas de los sistemas sociales funcionales y concentradas como productos de la desintegración de las sociedades rurales en las desordenadas urbes del Tercer Mundo, han perdido, quizá para siempre, la visión religiosa que los vinculaba indisolublemente a la naturaleza».

Del otro lado están lo monopolizadores del poder y el capital religioso. «Ellos creen, ante la desbandada apocalíptica y el descrédito de los dogmas, que los tornillos deben ser apretados», han reforzado los controles de la ortodoxia y tratado con rigidez las expresiones culturales y teológicas. Este control a veces ha llegado a la represión, tanto en la Iglesia católica, como en las demás iglesias, que cada vez se vuelven más integristas.

Por otra parte, la religión y la moral se vuelven cada vez más un asunto completamente privado. «Lo religioso se ha disuelto en otros campos, de tal manera que actualmente ya no se ve con precisión dónde termina el espacio sobre el cual dominan los clérigos y dónde empieza el de los psicólogos, los médicos, los sexólogos, los trabajadores sociales, que se han convertido en nuevos sacerdotes que poseen el monopolio de los bienes de la salvación

El secularismo ha avanzado más en las clases altas y también el abandono de las prácticas religiosas. El catolicismo ha respondido con una teología de la afirmación para remachar los dogmas

de siempre, el culto de siempre en su forma más tradicional. Las masas pauperizadas del continente se aferran a las sectas y esoterismos. Pero no porque crean convencidamente en ellas, sino porque es lo único que les queda ante la pérdida de la identidad social e individual más terrible de todos los tiempos.

Luis José Guerrero se pregunta: «¿Quién es un niño de la calle, quién una mujer que habita en una favela, quién un drogadicto de Bogotá al que se puede matar a mansalva y sin consecuencia alguna? tal parece que para las iglesias establecidas tampoco son nadie.»

En el artículo «El mito de la pirámide» Isaac Broid ubica al mito como el alimento de «las historias de la historia», como cimiento de nuevas eras, nuevos órdenes y esperanzas; como celebraciones del triunfo de las fuerzas creadoras sobre las destructoras. Toma como ejemplo la imagen de la pirámide de Cholula, en nuestro país. La idea de la historia como capas sucesivas tal parece que cambia a raíz de la llamada postmodernidad.

En el contexto del fin de las historias: «somos la conclusión de todas las (historias) anteriores», y como síntesis, podemos hacer uso de ellas según nuestra conveniencia. Somos la pirámide sobre la pirámide, más aún, «somos la iglesia sobre la pirámide que está sobre la pirámide que está sobre la pirámide que está sobre la pirámide», explicará Isaac Broid.

Para Broid, el postmodernismo es una fase más de un proceso que surge en el renacimiento. Es decir, el comienzo del fin de los dioses y el surgimiento del dios mayor, el hombre. Y en estos dos límites —el fin de la historia y el fin de lo divino— se mueve el postmodernismo en la arquitectura: «Se representa en el espacio, por un lado, mediante el uso indiscriminado de formas y estilos mal llamados históricos. Por otro lado, creando objetos y espacios donde el juego lúdico, el placer de crear sin ninguna otra condición es lo único que rige la creación…».

Isaac Broid, se interna en los movimientos de la arquitectura moderna y pondera las críticas de los arquitectos postmodernos.

Se apoya en la propuesta Habermasiana, «una nueva apropiación crítica del proyecto moderno», para expresar la necesidad de establecer una mediación entre las formas de la civilización moderna occidental y la cultura local, las técnicas universales y los ámbitos regionales. Sin embargo, evita satanizar al postmodernismo como un todo, «caeríamos en el mismo error de algunos historiadores del movimiento moderno».

Por su parte, Jesús Rábago, en «El doble juego de la post modernidad en la arquitectura», califica como válidas las preocupaciones de la postmodernidad, pero afirma que sus pro- puestas van más a expresar «caprichos absurdos, que proyectos pertinentes.»

Y es que la postmodernidad se ha contentado con mostrar las insuficiencias de la modernidad, sin ofrecer alternativas. En eso consiste su doble juego. Para Rábago, la referencia común y constante de algunos de estos arquitectos, es el Kitsch,

«objetos con formas banales, bonitas, cursis, dulces, postizas, y sin lugar a dudas exitosas entre una buena parte de la población.»

Con Bruno Zevi habla del pastiche de la arquitectura historicista, con Habermas la llama postmoderna, con Milán Kundera la llama Kitsch y con Charles Jencks, cursi. Rábago advierte que existe una cierta tendencia sumamente grave, a identificar cualquier posición crítica hacia la modernidad como postmoderna.

Desde el punto de vista de los usuarios, la preocupación más importante para los arquitectos postmodernos, es llenar de significación los edificios que proyectan. «Parten del supuesto

de que el movimiento moderno produce lugares vacíos, o en cualquier caso pobres de significado para los usuarios». El resultado, son fachadas Kitsch, notablemente incongruentes con los espacios interiores y con nuestras propias experiencias de vida cotidiana.

La arquitectura postmoderna hará énfasis en la primacía de la imaginación, la intuición y el deseo, contra la razón moderna, que parece demasiado inhibidora, «ellos quieren ir más allá de la razón, pero en realidad no la desarrollan, sino la contradicen…es una antimodernidad», asienta el autor.

Finalmente, para los modernos «el proceso para definir la forma de los espacios parte de la función hacia la fantasía», por lo que los arquitectos modernos muestran las plantas de sus edificios, en cambio la arquitectura postmoderna trata de invertir el proceso y centra su atención en fachadas desbordantes de sentimentalismo.

El artículo termina con una referencia a la técnica de construcción y con la discusión sobre si las formas se desarrollan junto con las características de los materiales y no independientemente de ellas; sobre si se ha de experimentar con los materiales contemporáneos, pese a los riesgos, como lo ha hecho la arquitectura moderna.

Sin embargo, para el autor, «la arquitectura postmoderna trata de no arriesgar en el uso de nuevos materiales y técnicas de construcción, y aprovecha el desarrollo industrial consolidado para manipularlo de acuerdo a sus propios fines».

En el último artículo, titulado «¿Es posible un humanismo en sentido postmoderno?», Humberto Orozco Barba plantea desde la filosofía la relación entre el humanismo y el postmodernismo. Aborda el problema del sentido de la historia, la postmodernidad y su inextrincable relación con la modernidad.

Hace hincapié en el papel de la comunicación en la era postmoderna e insiste en las condiciones de posibilidad para la convivencia entre un humanismo—abierto, de tolerancia y de pluralidad heterotópica— con el postmodernismo. Finalmente hace un recuento de las esperanzas y las críticas posibles de un humanismo postmoderno.

Este libro no hubiera sido posible sin el concurso de muchas personas que acompañaron con entusiasmo su largo proceso de gestación. Todo comenzó con la iniciativa de un diálogo universitario que con el tiempo se transformó en un simposio y, poco después, en memoria de papel, en texto escrito.

Como siempre, detrás de estas empresas hay mucha gente.

Primero, en la organización de la discusión académica que aunque tardía, puesto que el debate sobre la postmodernidad se había iniciado ya en los ochenta, era necesaria; segundo, en la conformación del texto y sus contenidos. Encabezando estos ministerios estuvieron Carlos Corona Caraveo, quien impulsó el desarrollo del encuentro desde la dirección de la División de Ciencias del Hombre y del Hábitat del I T E S O , y Cecilia Herrera, responsable de publicaciones del Departamento de Extensión Universitaria de la misma universidad.

En otros planos participaron los coordinadores de las mesas de discusión, los coordinadores y diseñadores de los espacios arquitectónicos, los relatores, moderadores, coordinadores de arte, artistas y todo el equipo humano que trabajó en las transmisiones de televisión que llegaron a todo el país, al sur de los Estados Unidos y Centroamérica. A todos ellos, muchas gracias.

La guerra contra las mujeres. Introducción. Rita Laura Segato. 2016

Tema uno: la centralidad de la cuestión de género

Es en franco estado de asombro que redacto la presentación para el volumen de Traficantes de Sueños que reúne textos y conferencias de la última década (2006-2016).

A pesar de lo que afirmo en ellos, no puede dejar de sorprenderme que las maniobras recientes del poder en las Américas, con su retorno conservador al discurso moral como puntal de sus políticas antidemocráticas —2016: Macri en Argentina, Temer en Brasil, el «No» uribista y corporativo en Colombia, el desmonte del poder ciudadano en México y Trump en los Estados Unidos—, acaben por demostrar de forma irrefutable, por la relevancia de la embestida familista y patriarcal en sus respectivas estrategias, la apuesta interpretativa que recorre y confiere unidad al argumento construido a lo largo de estas páginas.

En efecto, la presión desatada en todo el continente por demonizar y tornar punible lo que acuerdan en representar como «la ideología de género»  y el énfasis en la defensa del ideal de la familia como sujeto de derechos a cualquier costo transforma a los voceros del proyecto histórico del capital en fuentes de prueba de lo que he venido afirmando: que, lejos de ser residual, minoritaria y marginal, la cuestión de género es la piedra angular  y eje de gravedad del edificio de todos los poderes.

Brasil es el país en el que la relevancia del discurso moral de la política de los dueños se vuelve más transparente, ya que la destitución —impeachment— de la presidenta electa se realizó en el Congreso Nacional con una mayoría de votos proclamados públicamente «en nombre de Dios» o «Jesús» y por el «bien de la familia».

Son precisamente nuestros antagonistas en la historia quienes acabaron demostrando la tesis central de estas páginas, al instalar la demonización de la «ideología de género» como punta de lanza de su discurso.

Hablo aquí de un «retorno conservador al discurso moral» porque se verifica un repliegue con relación al discurso burgués del periodo post-guerra fría, caracterizado por un «multiculturalismo anodino» que, como he defendido en otra parte, sustituyó el discurso antisistémico de la era política anterior por el discurso inclusivo de los Derechos Humanos del periodo de la construcción de las «democracias» latinoamericanas post-dictatoriales (Segato 2007 a).

La pregunta que se impone en este momento es: por qué razón y a partir de qué evidencias los think-tanks del Norte geopolítico parecen haber concluido que la fase actual demanda mudar el rumbo de la década anterior, en la que endosaron un multiculturalismo destinado a originar élites minoritarias —de negros, de mujeres, de hispánicos, de LGBTs, etc.— sin modificar los procesos de generación de riqueza, ni los patrones de acumulación / concentración y, por consiguiente, sin alterar el creciente abismo entre pobres y ricos en el mundo.

En otras palabras, si la década benigna de la «democracia multicultural» no afectaba la máquina capitalista, sino que producía nuevas élites y nuevos consumidores, ¿por qué ahora se hace necesario abolirla y decretar un nuevo tiempo de moralismo cristiano familista, sospechosamente afín a los belicismos plantados por los fundamentalismos monoteístas de otras regiones del  mundo?

Probablemente porque si bien el multiculturalismo no erosionó las bases de la acumulación capitalista, sí amenazó con corroer el fundamento de las relaciones de género, y nuestros antagonistas de proyecto histórico descubrieron, inclusive antes que muchos de nosotros, que el pilar, cimiento y pedagogía de todo poder, por la profundidad histórica que lo torna fundacional y por la actualización constante de su estructura, es el patriarcado.

En mi condición de antropóloga, con la escucha etnográfica como mi caja de herramientas, estas páginas componen una etnografía del poder en su forma fundacional y permanente, el patriarcado. Aflora aquí el mandato de masculinidad como primera y permanente pedagogía de expropiación de valor y consiguiente dominación.

Pero ¿cómo etnografiar el poder, con su estrategia clásica del pacto de silencio sellado entre pares, raramente falible en cualquiera de sus escenas —patriarcal, racial, imperial, metropolitana—?

Solo podemos conocerlo por la regularidad de algunos de sus efectos, que no permiten orientarnos hacia el desciframiento de adónde se dirige su proyecto histórico (Segato 2015a).

La violencia patriarcal, es decir, la violencia misógina y homofóbica de esta plena modernidad tardía —nuestra era de los derechos humanos y de la ONU— se revela precisamente como síntoma, al expandirse sin freno a pesar de las grandes victorias obtenidas en el campo de la letra, porque en ella se expresa de manera perfecta, con grafía impecable y claramente legible el arbitrio creciente de un mundo marcado por la «dueñidad», una nueva forma de señorío resultante de la aceleración de la concentración y de la expansión de una esfera de control de la vida que describo sin dudarlo como paraestatal, por las razones que explico especialmente en el segundo ensayo de este volumen.

En esos crímenes, el capital, en su forma contemporánea, expresa la existencia de un orden regido por el arbitrio, exhibiendo el espectáculo de la posibilidad de una existencia sin gramática institucional o, en otras palabras, de falencia institucional inevitable ante niveles de concentración de riqueza sin precedentes.

Al constatar el ritmo en que ocurre en esta fase del capital la concentración de riqueza, sugiero en el tercer ensayo, que se ha vuelto insuficiente hablar de «desigualdad», como lo hacíamos en el discurso militante del período antisistémico de la guerra fría, porque el problema hoy es de «dueñidad» o señorío.

Y no está resultando fácil, después de un periodo de eslóganes multiculturales que parecían potentes, entender por qué al proyecto histórico de los dueños le resulta tan caro y, al parecer, indispensable, predicar y reinstalar en la sociedad un fanatismo patriarcal militante que parecía haberse ausentado para siempre.

En América Latina ha aparecido recientemente la expresión «ideología de género» como categoría de acusación. Inclusive con un proyecto de ley federal en Brasil llamado «Ley de la Escuela Sin Partido» a la espera de votación en el Congreso Nacional, aunque ya en vigencia en algunos estados como ley estadual (en el estado de Alagoas, por ejemplo).

En esa ley, el parágrafo único del primer artículo establece la prohibición en la educación de «la aplicación de los postulados de la teoría o ideología de género» y de «cualquier práctica que pueda comprometer, precipitar o orientar la maduración y el desarrollo en armonía con la respectiva identidad biológica de sexo».

El extraordinario empeño en el campo del «género» por parte de la nueva derecha, representada por las facciones más conservadoras de todas las iglesias, a su vez representantes del empresariado extractivista recalcitrante actuando en el agro-negocio y en las mineras, es, por lo menos, enigmático. ¿Qué se intenta al vigilar de esa forma la obediencia a la moral conservadora de género? ¿Hacia dónde apunta esta estrategia?

Repentinamente, después de un episodio en que vi agredida y amenazada mi propia presencia como conferencista en la Pontificia Universidad Católica de Minas Gerais por un sector de la ultraderecha católica con sede en España,  percibí con susto que el estilo truculento y el espíritu de los argumentos se aproximaba a algo que ya conocía, porque evocaba, con relación a la posición de las mujeres, el patrullismo y la avidez persecutoria del funda- mentalismo islámico, que he considerado, en otra parte, como la versión más occidentalizada del Islam, por su naturaleza reactiva y, por lo tanto, derivativa con respecto a Occidente en su emulación del esencialismo identitario y racializador de la modernidad occidental (Segato 2008).

Pasé a preguntarme entonces si no estaríamos testimoniando el intento de plantar y hacer cundir entre nosotros el embrión de una guerra religiosa semejante a la que viene destruyendo Oriente Medio, justamente en tiempos en que, como sugiero en el segundo ensayo, la decadencia política y económica del imperio le deja la guerra como único terreno de superioridad incontestable.

Tema dos: pedagogía patriarcal, crueldad y la guerra hoy

En el presente volumen, permanecen mis formulaciones iniciales sobre género y violencia (Segato 2003): 1) la expresión «violencia sexual» confunde, pues aunque la agresión se ejecute por medios sexuales, la finalidad de la misma no es del orden de lo sexual sino del orden del poder; 2) no se trata de agresiones originadas en la pulsión libidinal traducida en deseo de satisfacción sexual, sino que la libido se orienta aquí al poder y a un mandato de pares o cofrades masculinos que exige una prueba de pertenencia al grupo; 3) lo que refrenda la pertenencia al grupo es un tributo que, mediante exacción, fluye de la posición femenina a la masculina, construyéndola como resultado de ese proceso; 4) la estructura funcional jerárquicamente dispuesta que el mandato de masculinidad origina es análoga al orden mafioso; 5) mediante este tipo de violencia el poder se expresa, se exhibe y se consolida de forma truculenta ante la mirada pública, por lo tanto representando un tipo de violencia expresiva y no instrumental.

Permanece aquí, también y a pesar de todo el debate reciente sobre este tema, mi convicción de que el patriarcado, o relación de género basada en la desigualdad, es la estructura política más arcaica y permanente de la humanidad.

Esta estructura, que moldea la relación entre posiciones en toda configuración de diferencial de prestigio y de poder, aunque capturada, radicalmente agravada y transmutada en un orden de alta letalidad por el proceso de conquista y colonización, precede sin embargo, como simple jerarquía y en un patriarcado de baja intensidad o bajo impacto, a la era colonial-moderna.

La expresión patriarcal-colonial-modernidad describe adecuadamente la prioridad del patriarcado como apropiador del cuerpo de las mujeres y de éste como primera colonia.

La conquista misma hubiera sido una empresa imposible sin la preexistencia de ese patriarcado de baja intensidad, que torna a los hombres dóciles al mandato de masculinidad y, por lo tanto, vulnerables a la ejemplaridad de la masculinidad victoriosa; los hombres de los pueblos vencidos irán así a funcionar como pieza bisagra entre dos mundos, divididos entre dos lealtades: a su gente, por un lado, y al mandato de masculinidad, por el otro.

El género es, en este análisis, la forma o configuración histórica elemental de todo poder en la especie y, por lo tanto, de toda violencia, ya que todo poder es resultado de una expropiación inevitablemente violenta.

Desmontar esa estructura será, por eso mismo, la condición de posibilidad de todo y cualquier proceso capaz de reorientar la historia en el sentido demandado por una ética de la insatisfacción (Segato 2006).

He descrito en otra parte este cristal arcaico, de tiempo lentísimo, a pesar de plenamente histórico, con la expresión pre-historia patriarcal de la humanidad (Segato 2003).

Sustenta mi afirmación de su precedencia y universalidad la constatación de la existencia de una fórmula mítica de dispersión planetaria que relata un momento, ciertamente histórico —ya que si no fuera histórico no aparecería hoy en la forma de narrativa— en que la mujer es vencida, dominada y disciplinada, es decir, colocada en una posición de subordinación y obediencia.

No solo el relato bíblico del Génesis, sino una cantidad inmensa de mitos origen de distintos pueblos cuentan también la misma y reconocible historia. En el caso de Adán y Eva, el acto de comerse la manzana retira a ambos de su playground edénico de placeres irrestrictos y hermandad incestuosa, y castiga a ambos… conyugalizándolos.

Mitos dispersos en todos los continentes, Xerente, Ona, Baruya, Masai, etc., incluyendo el enunciado lacaniano de un falo que es femenino pero que el hombre «tiene», leído aquí en clave de mito, nos hablan de un evento fundacional, temprano, porque común (Segato ibídem).

Podría tratarse de la transición a la humanidad, en el momento en que ésta emerge todavía una, antes de la dispersión de sus linajes y de la proliferación de sus pueblos, durante la era en que la prominencia muscular de los machos se transformaba en la prominencia política de los hombres, en la larga transición de un programa natural a un programa civilizatorio, es decir, histórico. La hondura temporal ha compactado lo que podría ser un relato histórico en una síntesis mítica.

Eso lleva a pensar que mientras no desmontemos el cimiento patriarcal que funda todas las desigualdades y expropiaciones de valor que construyen el edificio de todos los poderes —económico, político, intelectual, artístico, etc.—, mientras no causemos una grieta definitiva en el cristal duro que ha estabilizado desde el principio de los tiempos la prehistoria patriarcal de la humanidad, ningún cambio relevante en la estructura de la sociedad parece ser posiblejustamente porque no ha sido posible—.

Por eso, la relación de género, su estructura, que no es otra hasta hoy que el orden patriarcal fundado en el principio de la historia, muestra ahora como nunca su drama y su urgencia, a pesar de todos los esfuerzos en el campo jurídico-institucional moderno. Esto nos lleva al tema de la mutación colonial de esta estructura y, hacia el presente, a la cuestión de la colonialidad permanente de los Estados criollo-republicanos en nuestro continente.

Con el proceso de conquista y colonización, un viraje o vuelta de tuerca exacerba el patrón jerárquico originario. Abordo ese proceso especialmente en el cuarto capítulo de este volumen. El hombre con minúscula, de sus tareas y espacio particulares en el mundo tribal, se transforma en el Hombre con mayúscula, sinónimo y paradigma de Humanidad, de la esfera pública colonial-moderna.

Adopto la expresión «moderno», precedido por el término «colonial», para expresar, siguiendo el giro decolonial con que Aníbal Quijano ha inflexionado la conciencia histórica y sociológica, la necesidad del evento «americano» como condición de posibilidad de la modernidad, así como también del capitalismo (Segato 2015 b).

A partir de esa mutación histórica de la estructura de género, al mismo tiempo que el sujeto masculino se torna modelo de lo humano y sujeto de enunciación paradigmático de la esfera pública, es decir, de todo cuanto sea dotado de politicidad, interés general y valor universal, el espacio de las mujeres, todo lo relacionado con la escena doméstica, se vacía de su politicidad y vínculos corporados de que gozaba en la vida comunal y se transforma en margen y resto de la política.

El espacio doméstico adquiere así los predicados de íntimo y privado, que antes no tenía, y es a partir de esa mutación que la vida de las mujeres asume la fragilidad que le conocemos, su vulnerabilidad y letalidad se establecen y pasan a incrementarse hasta el presente.

Visto a través de ese prisma, el Estado muestra su ADN masculino, pues resulta de la transformación de un espacio particular de los hombres y su tarea específica —la política en el ámbito comunitario, intercomunitario y, más tarde, ante el frente colonial y el Estado nacional— en una esfera englobante de toda la realidad y secuestradora de todo lo que se pretende dotado de politicidad.

La genealogía de esa esfera englobante «universal y pública» proviene de aquel espacio particular de los hombres transformado a través del proceso de instalación y expansión de la colonial-modernidad. La matriz dual y reglada por la reciprocidad muta en la matriz binaria moderna, en la cual toda alteridad es una función del Uno y todo Otro tendrá que ser digerido a través de la grilla de un referente universal.

Este proceso de mutación de la relación masculino-femenino de jerárquica a englobante es acompañada por una transformación en el campo y significado de la sexualidad, como he argumentado anteriormente (Segato 2015 c) y como revisito en el tercer capítulo de este volumen. El acceso sexual se ve contaminado por el universo del daño y la crueldad —no solo apropiación de los cuerpos, su anexión qua territorios, sino su damnación—.

Conquista, rapiña y violación como damnificación se asocian y así permanecen como ideas correlativas atravesando el periodo de la instalación de las repúblicas y hasta el presente. La pedagogía masculina y su mandato se transforman en pedagogía de la crueldad, funcional a la codicia expropiadora, porque la repetición de la escena violenta produce un efecto de normalización de un pasaje de crueldad y, con esto, promueve en la gente los bajos umbrales de empatía indispensables para la empresa predadora —como Andy Warhol alguna vez dijo en una de sus célebres citas: the more you look at the same exact thing, the more the meaning goes away, and the better and emptier you feel—.

La crueldad habitual es directamente proporcional al aislamiento de los ciudadanos mediante su desensitización.

Como afirmo en ese mismo capítulo, en la actual fase apocalíptica del capital, la aceleración concentradora hace caer por tierra la ficción institucional, que antes ofrecía una gramática estable para la vida social.

Más que «desigualdad» es la idea de un señorío, en una refeudalización de territorios gigantescos, lo que lanza su garra sobre los últimos espacios comunes del planeta. Y es precisamente la sombra de la sexualidad como daño que ofrecerá su lenguaje para los pactos de lucro escondidos en lo que llamo, en el segundo ensayo del volumen, segunda realidad.

Porque el pacto y el mandato de masculinidad, si no legitima, definitivamente ampara y encubre todas las otras formas de dominación y abuso, que en su caldo se cultivan y de allí proliferan. Lo que dije sobre Ciudad Juárez es también aplicable a la lógica de la trata y la reducción a la esclavitud sexual: en su espacio sombrío y dañino se sellan todos los secretos mafiosos que hoy pavimentan el camino de la acumulación.

La trata con fines de esclavitud sexual de nuestro tiempo —distinta en diversos aspectos, como sostengo en la entrevista incluida como Anexo, de la que asoló los países de inmigración en las primera décadas del siglo XX— ilustra esta idea, pues su rendimiento no reside meramente en la contabilidad del lucro material que de ella se extrae, sino en lo que ella cobija, en términos de los pactos de silencio y complicidad que a su sombra se consolidan.

Economías simbólica y material entreveradas, como argumento en el primer ensayo, en las que el cuerpo de las mujeres hace de puente entre lucro en peculio y capacidad de dominio jurisdiccional expresado en un orden moral en el que el acceso sexual cimienta el mancomunamiento de los dueños al garantizarles la capacidad da dañar impunemente.

Los dos primeros ensayos del volumen sugieren que en la trata y en los feminicidios propios del orden bélico mafioso y de la esfera paraestatal que se expande en el continente no es únicamente la materialidad del cuerpo de la mujer lo que se domina y comercia, sino su funcionalidad en el sostenimiento del pacto del poder. Será por eso, posiblemente, que no se puede abolir ese comercio, material y simbólico, a pesar de todos los esfuerzos.

Sin duda esto tiene su papel en las guerras informales contemporáneas, y en su «feminización» y carácter profanador apuntados como metodología de las nuevas formas de la guerra por diversos autores que cito. He constatado, en el peritaje antropológico de género que realicé para el Caso Sepur Zarco de sometimiento a esclavitud sexual y doméstica de un grupo de mujeres maya q’eqchi’es de Guatemala, cómo ese «método» de destrucción del cuerpo social a través de la profanación del cuerpo femenino tuvo un papel importante en la guerra genocida del Estado autoritario en los años ochenta (Segato 2016).

Una estrategia «de manual de guerra», que nada tuvo que ver con el orden jerárquico de un patriarcado de baja intensidad propio de los hogares campesino-indígenas. La potencia expresiva de la letalidad moral de la guerra sobre el cuerpo de las mujeres y su carácter deliberado, programado por los estrategas en sus laboratorios y ejecutado quirúrgicamente por una secuencia de mandos, fue evidente y revela ese papel de la posición femenina en las guerras mafiosas o represivas, que expanden la esfera de control para-estatal sobre las poblaciones.

Por otro lado, en tiempos de crueldad funcional y pedagógica, es en el cuerpo de la mujer —o del niño— que la crueldad se especializa como mensaje, porque en un imaginario arcaico no representan la posición del antagonista bélico sino del tercero «inocente» de la tareas de guerra. Es por eso que en ellos, como víctimas sacrificiales, se sella el pacto de complicidad en el poder y se espectaculariza su arbitrio exhibicionista. Por el carácter público de este tipo de violencia feminicida, que no puede ser referido a agresiones de fundamento vincular, propongo el término femigenocidio, en el quinto texto del volumen.

Agrego aquí, sin embargo, que por las intersecciones que resultan entre las distintas formas de opresión y discriminación existentes, podríamos combinar la categoría amefricanidade de la gran pensadora negra brasileña prematuramente fallecida, Lélia Gonzalez, y hablar de amefricafemigenocidio; y también la categoría juvenicidio, utilizada por Rossana Reguillo y otros autores mexicanos (Valenzuela 2015; Reguillo 2015), para montar amefricajuvenifemigenocidio, que designa la ejecución cruel y sacrificial no utilitaria sino expresiva de soberanía, acto en que el poder exhibe su discrecionalidad y soberanía jurisdiccional.

En suma, los crímenes del patriarcado expresan las formas contemporáneas del poder, el arbitrio sobre la vida de los dueños, así como una conquistualidad violadora y expropiadora permanente, como prefiero decir en el tercer capítulo por resultar un término más verdadero que colonialidad, especialmente después de concluir, a partir de situaciones como la guerra represiva guatemalteca, la situación de la Costa Pacífica de Colombia o el martirio del pueblo Guaraní Kaiowa en Mato Grosso, entre otros espacios del continente, que es falso pensar que el proceso de la Conquista un día concluyó.

A la pregunta sobre cómo se detiene la guerra, referida al escenario bélico informal contemporáneo que se expande en América Latina, he respondido: desmontando, con la colaboración de los hombres, el mandato de masculinidad, es decir, desmontando el patriarcado, pues es la pedagogía de la masculinidad lo que hace posible la guerra y sin una paz de género no podrá haber ninguna paz verdadera.

Tema tres: lo que enmascara la centralidad del patriarcado como pilar del edificio de todos los poderes

Lo que enmascara la centralidad de las relaciones de género en la historia es precisamente el carácter binario de la estructura que torna la Esfera Pública englobante, totalizante, por encima de su otro residual: el dominio privado, personal; es decir, la relación entre vida política y vida extra-política.

Ese binarismo determina la existencia de un universo cuyas verdades son dotadas de valor universal e interés general y cuya enunciación es imaginada como emanando de la figura masculina, y sus otros, concebidos como dotados de importancia particular, marginal, minoritaria. El hiato inconmensurable entre lo universalizado y central, por un lado, y lo residual minorizado, por el otro, configura una estructura binaria opresiva y, por lo tanto, inherentemente violenta de una forma en que otros órdenes jerárquicos no lo son.

Justamente por esta mecánica de minorización en la estructura binaria de la modernidad, afirmo en el quinto ensayo del volumen, que los crímenes contra las mujeres y la posición femenina en el imaginario patriarcal colonial-moderno no acaban de encontrar su justo lugar en el Derecho, ni alcanzan su pleno carácter público jamás.

En ese sentido, inclusive, podríamos arriesgar la idea, a ser desarrollada en otra parte, de que la quema de brujas en el medioevo europeo no equivale a los feminicidios contemporáneos, pues aquella representaba una pena pública de género, mientras los feminicidios contemporáneos, aunque sean realizados en medio del fragor, espectáculo y ajustes de cuentas de las guerras para-estatales, nunca alcanzan a emerger de su captura privada en el imaginario de los jueces, procuradores, editores de medios y la opinión pública en general.

Por eso podemos afirmar que la modernidad es una gran máquina de producir anomalías de todo tipo, que luego tendrán que ser tamizadas, en el sentido de procesadas por la grilla del referente universal y, en clave multicultural, reducidas, tipificadas y clasificadas en términos de identidades políticas iconizadas, para solamente en ese formato ser reintroducidas como sujetos posibles de la esfera pública (Segato 2007).

Todo lo que no se adapte a ese ejercicio de travestismo adaptativo a la matriz existente —que opera como una gran digestión— permanecerá como anomalía sin lugar y sufrirá la expulsión y el destierro de la política. Es de esa forma que la modernidad, con su Estado oriundo de la genealogía patriarcal, ofrece un remedio para los males que ella misma ha producido, devuelve con una mano y de forma decaída lo que ya ha retirado con la otra y, al mismo tiempo, substrae lo que parece ofrecer.

En ese medio, la diferencia radical, no tipificable ni funcional al pacto colonial-moderno-capitalista, no puede ser negociada, como sí puede y es constantemente negociada en el medio comunitario propio de los pueblos amefricanos del continente.

La modernidad, con su precondición colonial y su esfera pública patriarcal, es una máquina productora de anomalías y ejecutora de expurgos: positiviza la norma, contabiliza la pena, cataloga las dolencias, patrimonializa la cultura, archiva la experiencia, monumentaliza la memoria, fundamentaliza las identidades, cosifica la vida, mercantiliza la tierra, ecualiza las temporalidades (ver un conjunto de críticas afines en el volumen organizado por Frida Gorbach y Mario Rufer, 2016)

El camino, por lo tanto, no es otro que desenmascarar el binarismo de esta matriz colonial-moderna, replicada en múltiplos otros binarismos, de los cuales el más citado es el de género, y hacerlo desmoronar, abdicando de la fe en un Estado del que no se puede esperar que pueda desvencijarse de su constitución destinada a secuestrar la política de su pluralidad de cauces y estilos.

Esto es especialmente verdadero para el medio latinoamericano en el que los estados republicanos fundados por las élites criollas no representaron tanto un quiebre con relación al periodo de la administración colonial, como la narrativa mítico histórica nos ha hecho creer, sino una continuidad en la que el gobierno, ahora situado geográficamente próximo, se estableció para heredar los territorios, bienes y poblaciones antes en poder de la administración ultramarina.

Las así llamadas independencias no fueron otra cosa que el repase de esos bienes de allá para acá, pero un aspecto fundamental permaneció: el carácter o sentimiento siempre exterior de los administradores con relación a lo administrado.

Esta exterioridad inherente a la relación colonial agudiza la exterioridad y distancia de la esfera pública y del Estado con relación a las gentes, y lo gobernado se vuelve inexorablemente marginal y remoto, agravando el hiato del que hablo y la vulnerabilidad de la gestión como un todo.

Nuestros estados fueron arquitectados para que la riqueza repasada pudiera ser apropiada por las élites fundadoras; hasta hoy la vulnerabilidad a la apropiación es la característica de su estructura, de forma que, cuando alguien no perteneciente a esas élites ingresa al ámbito estatal, se transforma en élite como efecto inexorable de formar parte de ese ámbito de gestión siempre exterior y sobrepuesto.

La crisis de la fe cívica se vuelve inevitable. De hecho, el sujeto fundador de las repúblicas de nuestro continente, es decir, el «criollo», no es tal paladín de la democracia y la soberanía como la historia publicita, sino el sujeto de cuatro características que refrendan su exterioridad con relación a la vida: es racista, misógino, homofóbico y especista.

Así como del argumento desarrollado en el cuarto ensayo del volumen surge una inversión para la célebre fórmula inclusiva de los Derechos Humanos «diferentes pero iguales» y, con base en la estructura explícitamente jerárquica de los mundos comunitarios, formula la alternativa: «desiguales pero diferentes».

Aquí sugeriré también un viraje en la comprensión de la consigna feminista de los años setenta «lo privado es político». El camino que propongo en el capítulo tercero no es una traducción de lo doméstico a los términos públicos, su digestión por la gramática pública para alcanzar algún grado de politicidad, sino el camino opuesto: «domesticar la política», desburocratizarla, humanizarla en clave doméstica, de una domesticidad repolitizada.

Los constantes fracasos de la estrategia de tomar el Estado, por fuerza o por elecciones, para reconducir la historia indican que ese podría no ser el camino: jamás se ha conseguido llegar a destino mediante la toma del Estado, pues la arquitectura estatal es la que acaba por imponer sobre sus operadores su razón de ser como sede de una élite administradora que, en nuestro caso es, además, colonial.

Que sea reconocida y reaprovechada la pluralidad de espacios y politicidades de diferente estilo que la vida comunal ofrece, al contemplar la diferencia entre la tarea política de los hombres —en la aldea, entre aldeas y frente al frente colonial—.

Mientras tanto, el camino es anfibio, dentro y fuera del campo estatal, con políticas intra y extra-estatales, de la propia gente organizada, reatando vínculos, reconstruyendo comunidades agredidas y desmembradas por el proceso de la intervención colonial estatal llamado «modernización».

Lo que debemos recuperar, al desmontar el binarismo público-privado, son las tecnologías de sociabilidad y una politicidad que rescate la clave perdida de la política doméstica, de las oiconomías (Segato 2007b), así como los estilos de negociación, representación y gestión desarrollados y acumulados como experiencia de las mujeres a lo largo de su historia, en su condición de grupo diferenciado de la especie, a partir de la división social del trabajo.

Hubo derrotas, sin duda. Pero mayor es la derrota contemporánea de los dueños en el camino hacia la catástrofe a que su enemistad con la vida los condujo. No se trata de esencialismo y sí de una idea de historias en plural, de una pluralidad histórica, en la que sociedades de distinto tipo y estructura han construido sus proyectos, dentro de los cuales también las metas de felicidad y bienestar y formas de acción en clave femenina y masculina se han diferenciado.

Las mujeres podemos recuperar esa politicidad en clave femenina, y los hombres pueden sumarse y aprender a pensar la política de otra forma. Podría ser el principio de una nueva era, la cual, en realidad, ya está dando señales; la puesta en marcha de un nuevo paradigma de la política, quizás el principio del fin de lo que he llamado en otra parte «pre-historia patriarcal de la humanidad» (Segato 2003)

Al final, las feministas nos hemos esforzado a lo largo de la historia de nuestro movimiento por recrear sororidades, en el sentido de blindajes de los espacios nuestros, olvidando o quizás desconociendo que esos blindajes siempre han existido en el mundo comunal, hasta ser desalojados por la captura de toda asociación, representación y tarea de gestión en una esfera que ha totalizado la política y que se encuentra modelada «a imagen y semejanza» de las instituciones del mundo de los hombres.

La historia de los hombres es audible, la historia de las mujeres ha sido cancelada, censurada y perdida en la transición del mundo-aldea a la colonial-modernidad.

La idea de un totalitarismo de la esfera pública, para usar la forma en que lo expreso en el cuarto capítulo, y la crisis de la fe estatal resultante, conduce aquí a una breve mención de un problema vinculado al fatal equívoco de la fe estatal. Me refiero a lo que opto por describir como autoritarismo de la utopía, aun a sabiendas de que toco sensibilidades muy consolidadas a lo largo de la historia del monoteísmo cristiano y de las convicciones socialistas (no olvidemos que «de buenas intenciones está pavimentado el camino al infierno»).

Concepciones de una sociedad futura perfecta, a la que una eficaz apropiación del Estado y control administrativo deberían conducirnos triunfalmente, nunca han dejado de tornarse autoritarias.

La utopía no puede evitar un efecto autoritario, por eso, como ya sugerí anteriormente (Segato 2007), lo mejor es retirar los ojos de la abstracción utópica, evolucionista y eurocéntrica proyectada en un futuro cuya real indeterminación e incerteza se presume pasible de control, para dirigirlos a las experiencias concretas que los pueblos de organización comunitaria y colectiva todavía hoy, y entre nosotros, ponen en práctica para limitar la acumulación descontrolada y cohibir la grieta de desigualdad entre sus miembros.

La única inspiración posible, porque no está basada en una ilusión de futuro diseñada a priori por la neurosis de control característica de la civilización europea, es la experiencia histórica concreta de aquellos que, aun después de 500 años de genocidio constante, deliberaron y enigmáticamente eligieron persistir en su proyecto histórico de continuar siendo pueblos, a pesar de habitar en un continente de desertores como el nuestro —desertores de sus linajes no blancos y de su pertenencia a un paisaje humano e histórico amefricano— (ver Sahlins 1972, sobre sociedades que decidieron no almacenar excedente y no dar lugar a la emergencia de las clases ociosas, y Clastres 1974, sobre las sociedades que decidieron contra la emergencia del Estado como estructura de control).

Aun en medio de las grandes metrópolis latinoamericanas, vemos las lecciones de los que persisten tejiendo comunidad.

Tema cuatro: hacia una política en clave femenina

Buscar inspiración en la experiencia comunitaria, es decir, no repetir el reiterado error estratégico de pensar la historia como un proyecto a ser ejecutado por el Estado, se presenta como la alternativa a todos los experimentos que han venido fracasando a lo largo de la historia. Retejer comunidad a partir de los fragmentos existentes sería entonces la consigna.

Eso significa, también, recuperar un tipo de politicidad cancelada a partir del secuestro de la enunciación política por la esfera pública, y la consecuente minorización y transformación en resto o margen de la política de todos aquellos grupos de interés que no se ajusten a la imagen y semejanza del sujeto de la esfera pública, a cuya genealogía y constitución me referí más arriba y especialmente en el capítulo cuarto.

Ese estilo de hacer política que no forma parte de la historia de la gestación de la burocracia y el racionalismo moderno tiene su punto de partida en la razón doméstica, con sus tecnologías propias de sociabilidad y de gestión.

La experiencia histórica masculina se caracteriza por los trayectos a distancia exigidos por las excursiones de caza, de parlamentación y de guerra entre aldeas, y más tarde con el frente colonial. La historia de las mujeres pone su acento en el arraigo y en relaciones de cercanía.

Lo que debemos recuperar es su estilo de hacer política en ese espacio vincular, de contacto corporal estrecho y menos protocolar, arrinconado y abandonado cuando se impone el imperio de la esfera pública.

Se trata definitivamente de otra manera de hacer política, una política de los vínculos, una gestión vincular, de cercanías, y no de distancias protocolares y de abstracción burocrática.

Necesitamos restaurar no solamente los hilos de memoria a que la apreciación de nuestra corporalidad racializada en el espejo nos remite, deshaciendo mestizajes, como argumenté anteriormente (Segato 2015d), sino también rescatar el valor y reatar la memoria de la proscrita y desvalorizada forma de hacer política de las mujeres, bloqueada por la abrupta pérdida de prestigio y autonomía del espacio doméstico en la transición a la modernidad.

Pero sin caer en el voluntarismo, ya que no todo colectivo de dimensiones pequeñas y relaciones cara a cara es una comunidad. Es ese el error de los ejercicios de economía solidaria y de justicia restaurativa, pues cuando un colectivo se organiza con un fin instrumental como, por ejemplo, suplir carencias en momentos de escasez o resolver conflictos, se disuelve apenas el problema que vino a solucionar se ve resuelto, como se ha visto para el caso de Argentina después de la crisis del 2001.

Una comunidad, para serlo, necesita de dos condiciones: densidad simbólica, que generalmente es provista por un cosmos propio o sistema religioso; y una autopercepción por parte de sus miembros de que vienen de una historia común, no desprovista de conflictos internos sino al contrario, y que se dirigen a un futuro en común.

Es decir, una comunidad es tal porque comparte una historia. En efecto, el referente de una comunidad o un pueblo no es un patrimonio de costumbres enyesadas, sino el proyecto de darle continuidad a la existencia en común como sujeto colectivo (Segato 2015d y 2015e).

El deseo de un estar en conjunción, en interlocución, es lo que hace a una comunidad, además de la permanente obligación de reciprocidad que hace fluir diferentes tipos de recursos entre sus miembros. Es posible pensar que las iglesias neo-pentecostales y evangélicas literalistas, cuyas gerencias controlan la voluntad de números crecientes de poblaciones latinoamericanas, han sabido precisamente hacer la mímesis de las tecnologías comunitarias de sociabilidad y sustituir los antiguos y deshechos conjuntos por otros nuevos y vaciados de su sentido de arraigo e historia (Segato, 2007b).

Retejer comunidad significa alistarse en un proyecto histórico que se dirige a metas divergentes con relación al proyecto histórico del capital. Aquí la religión o lo que he llamado «cosmos propio» juega un papel considerable. Lo comprendí enseñando en un barco-universidad llamado SS Universe administrado por la Universidad de Pittsburgh, en el que universitarios norteamericanos de familias ricas y destinados muchos de ellos a ocupar cargos públicos en el futuro se matriculan para realizar un semester at sea en el que obtienen los créditos de diversas materias mientras dan la vuelta al mundo.

En el año 1991, debido a los peligros de la Guerra del Golfo, el transatlántico fue obligado a cambiar su curso y fui contratada como docente entre los puertos de Caracas y Salvador, Bahía. Mi rol allí fue enseñar a los jóvenes que harían puerto en Salvador justo el primer día de Carnaval sobre lo que había sido el tema de mi tesis doctoral en los años ochenta: las religiones afro-brasileñas (Segato, 1995).

Durante una de mis clases, un señor que se encontraba asistiendo me pidió la palabra. Se la concedí y, dándome la espalda, asumió la autoridad de profesor y, dirigiéndose a los estudiantes, les dijo: «es por este tipo de religiones que yo les digo que estos países no podrán progresar, porque ellas son disfuncionales al desarrollo». Inmensa fue mi conmoción al escucharlo.

Incalculable la lección, que, naturalmente, en mi caso, tomó inmediatamente la dirección contraria a la que el respetable señor se había propuesto. Salí de la clase preguntando por la identidad de esa enigmática persona que tanto había celado por la buena formación de los alumnos ante una peligrosa lección de religión africana en el Brasil.

Supe así que se trataba de un político que había sido tres veces gobernador del Estado de Colorado y ahora dirigía el Instituto de Políticas Públicas de la Universidad de su estado —izquierda al Norte, derecha al Sur—. Para siempre entendí que ciertos «cosmos» y espiritualidades, muy lejos de ser «el opio de los pueblos», constituyen, ciertamente, vallas disfuncionales al capital.

De forma algo esquemática, es posible tipificar lo funcional y lo disfuncional al capital en el mundo hoy en términos de dos proyectos históricos divergentes: el proyecto histórico de las cosas y el proyecto histórico de los vínculos, dirigidos a metas de satisfacción distintas, en tensión y en última instancia incompatibles.

Para tornar más gráfica esta idea usaré como referencia las imágenes documentales y los relatos que circulan en el dominio público sobre la peregrinación de los migrantes latinoamericanos al país del Norte, atravesando México en el tren La Bestia. Llaman intensamente la atención los testimonios, accesibles en ese material documental pero también, en mi caso, oídos en presencia de sus protagonistas a lo largo de por lo menos tres eventos internacionales dedicados al tema.

El relato tiene una estructura recurrente: los migrantes suben al tren, algunos caen y se lastiman, un número de ellos quedan amputados de algún miembro, las mujeres son todas inescapablemente violadas como en el cumplimiento de una cláusula pétrea, numerosos migrantes son capturados, esclavizados y obligados a trabajar en fincas o para la trata, a uno y otro lado de la Gran Frontera, muchas veces durante años.

Al final de esta odisea con sus probaciones extremas, que incluyen también el pago de altas cifras a los coyotes o atravesadores, los migrantes resultan frecuentemente capturados y devueltos a su lugar de origen. Y ¿qué hacen en números considerables? Pues vuelven a empezar la travesía otra vez…

El abordaje habitual es la explicación por la expulsión de sus lugares de origen debido a la carencia material y a las guerras mafiosas. En mi caso, después de ver durante días imágenes de lo que aquí describo, he pensado de otra forma y lo arriesgo como una apuesta para la compresión de este raro y compulsivo fenómeno de nuestro tiempo y de nuestro continente, ya que no me refiero a los pueblos expulsados de sus países de origen por las guerras en Oriente Medio.

Me aventuro a enfatizar el factor de atracción por encima del factor de expulsión, pero no sin revisar las ideas de abundancia, falta e investimento libidinal como construcciones de una época histórica y de una fase apocalíptica del capital con características particulares, ya apuntadas por Deleuze en su crítica spinoziana al freudismo.

Porque es la abundancia que produce la falta, demoliendo lo que anteriormente satisfacía y colmaba la vida. En el lugar de partida se encuentra la intemperie resultante de las relaciones de confianza y reciprocidad en proceso de desgaste, desprestigio y ruptura por el efecto interventor de la modernización y las presiones del mercado supra-regional.

Rotos los vínculos, impuesta una carencia que no es meramente material sino una intemperie social, la pulsión se desvía y es chupada por lo que elijo llamar «el mundo de las cosas», la región «donde las cosas están». Un nuevo tipo de culto de cargo se impone como mística: la mística de un paraíso exuberante de mercancías y su estética.

Es el fetiche del Norte o, mejor dicho, el fetichismo del Norte como reino de las mercancías, que va interviniendo y forzando su entrada en la pluralidad de cosmos del planeta. Lo que captura al continente hacia el Norte es el magnetismo de una fantasía de abundancia, de un fetichismo de la región de la abundancia, aplicado sobre psiquismos que fluctúan en un vacío de ser, en un espacio que se ha tornado desprovisto de su magnetismo propio, antes garantizado por los placeres y obligaciones de la reciprocidad.

Psiquismos chupados por el mundo de las cosas a partir de la falencia múltiple de sus lazos de arraigo. Y para coronar este gráfico, viene a la memoria la fantástica escena de la película Purgatorio: un viaje al corazón de la frontera, dirigida por Rodrigo Reyes, en la que vemos tres migrantes adheridos como por una electricidad a la cerca de barrotes metálicos que divide los dos mundos, y percibimos que los zombis de la filmografía reciente los replican adecuadamente: ellos son también ahora seres desgajados, solos, sin sangre propia, que se alimentan de la vitalidad imaginada de los habitantes del mundo de las cosas.

Este flujo pulsional hacia el mundo de las cosas de sujetos desgajados de territorios en que los vínculos perdieron su oferta y magnetismo exhibe la forma en que el deseo es producido por un exceso que se presenta como fetiche, es decir, mistificado y potente. Es así que el deseo de las cosas produce individuos, mientras el deseo del arraigo relacional produce comunidad.

Este último es disfuncional al proyecto histórico del capital, pues el investimento en los vínculos como forma de felicidad blinda los lazos de reciprocidad y el arraigo comunal y torna a los sujetos menos vulnerables al magnetismo de las cosas.

Solo con sujetos desgajados y vulnerables, el mundo de las cosas se impone: las lecciones de las cosas, la naturaleza cosa, el cuerpo cosa, las personas cosas, y su pedagogía de la crueldad que va imponiendo la estructura psicopática, de pulsión no vincular sino instrumental, como personalidad modal de nuestro tiempo.

Por eso sugiero que el camino de la historia será el de retejer y afirmar la comunidad y su arraigo vincular. Y por eso creo que la política tendrá que ser a partir de ahora femenina.

Tendremos que ir a buscar sus estrategias y estilo remontando el hilo de la memoria y los fragmentos de tecnologías de sociabilidad que están entre nosotros hasta recuperar el tiempo en que el espacio doméstico y sus formas de contacto interpersonal e inter-corporal no habían sido desplazados y clausurados por la emergencia de la esfera pública, de genealogía masculina, que impuso y universalizó su estilo burocrático y gestión distanciada con el advenimiento de la colonial-modernidad.

Este formato de la política y su razón de estado es por naturaleza monopólico e impide el mundo en plural. Impone la coherencia del uno a la política y digiere todo otro mediante la grilla de un referente universal. Mientras tanto, la práctica política femenina no es utópica sino tópica y cotidiana, del proceso y no del producto.

Un mundo en plural es un mundo probablemente no republicano, pero sí más democrático. Necesitamos recuperar lo que restó y existe en nuestros paisajes después del gran naufragio y reconstruir la vida. Al hacerlo, tendremos que ir componiéndole su retórica también, las palabras que nombran este proyecto femenino y comunitario por su historia y por sus tecnologías de sociabilidad, pues solo esa inscripción podrá defendernos de una retórica tan poderosa como es la del valor de los bienes y la cosificación de la vida.

Olinda, Pernambuco, 21 de noviembre de 2016.

Bibliografía

Blacking, John (1970), Process and Product in Human Society, Johannesburg, Witwatersrand University Press.

Campos Machado, Maria das Dores (2016), «“Ideologia de gênero”: Discurso cristão para desqualificar o debate acadêmico e os movimentos sociais», conferencia magistral presentada en el Congreso de la Associação Brasileira de História das Religiões – ABHR, Florianópolis.

González, Lélia (1988), «A categoría político-cultural de amefricanidade», Tempo Brasileiro, Rio de Janeiro, núm. 92/93 (enero/junio), pp. 69-82

Gorbach, Frida y Mario Rufer (coord.) (2016), (In)disciplinar la investigación. Archivo, trabajo de campo y escritura, México, Siglo XXI y Universidad Autónoma Metropolitana.

Reguillo, Rossana (2015), «La turbulencia en el paisaje: de jóvenes, necropolítica y esperanzas», en Juvenicidio. Ayotzinapa y las vidas precarias en América Latina y España, Guadalajara, ITESO, El Colegio de la Frontera Norte y Ned Ediciones.

Sahlins, Marshall, 1972, Stone Age Economics, Chicago, Aldine Atherton.

Segato, Rita Laura, (1995; 2005, 2a. ed.), Santos e Daimones. O politeísmo afro-brasileiro e a tradição arquetipal, Brasília, EdUnB.

_____ (2003; 2013, 2ª. ed.), Las Estructuras Elementales de la Violencia, Buenos Aires, Prometeo.

_____ (2006) «Antropologia e direitos humanos: alteridade e ética no movimento de expansão dos direitos universais», MANA, núm. 12 (1), pp. 207-236.

_____ (2007a), La Nación y sus Otros, Buenos Aires, Prometeo.

_____ (2007b), «Cambio religioso y des-etnificación: la expansión evangélica en los Andes Centrales de Argentina», en La Nación y sus Otros, Buenos Aires, Prometeo.

_____ (2008), «Closing ranks: Religion, society and politics today», Social Compass, núm. 55 (2), pp. 203-15.

_____ (2015a), La Crítica de la Colonialidad en Ocho Ensayos y una Antropología por Demanda, Buenos Aires, Prometeo.

_____ (2015b), «Anibal Quijano y la Perspectiva de la Colonialidad del Poder», en La Crítica de la Colonialidad en Ocho Ensayos y una Antropología por Demanda, Buenos Aires: Prometeo.

_____ (2015c), «El sexo y la norma: frente estatal-empresarial-mediático-cristiano», en La Crítica de la Colonialidad en Ocho Ensayos y una Antropología por Demanda, Buenos Aires, Prometeo.

_____ (2015d), «Los cauces profundos de la raza latinoamericana: una relectura del mestizaje», en La Crítica de la Colonialidad en Ocho Ensayos y una Antropología por Demanda, Buenos Aires, Prometeo.

_____ (2015e), «Que cada pueblo teja los hilos de su historia: el pluralismo jurídico en diálogo didáctico con legisladores», en La Crítica de la Colonialidad en Ocho Ensayos y una Antropología por Demanda, Buenos Aires, Prometeo.

______ (2016), Juicio Sepur Zarco: Peritaje antropológico cultural de género, partes 1, 2 y 3, http://www.ivoox.com/juiciosepurzarco-parte1-peritaje-antropologico-cultural-genero_rf_10549052_1.html; http://www.ivoox.com/juiciosepurzarco-parte2-peritaje antropologico-cultural-genero_rf_10548803_1.html; http://www.ivoox.com/juiciose-purzarco-parte3-peritaje-antropologico-cultural-genero_rf_10491443_1.html

Valenzuela Arce, José Manuel (coord.) (2015), Juvenicidio. Ayotzinapa y las vidas precarias en América Latina y España. Guadalajara, ITESO, El Colegio de la Frontera Norte y Ned Ediciones.