Un olvido imperdonable para la izquierda ¿cómo está la clase trabajadora en Venezuela? Luis  Bonilla-Molina. Agosto de 2024

Cuando a un marxista revolucionario se le consulta sobre la situación de un país, tiene tres marcos referenciales y categoriales para responder. El primer marco, básico y elemental, previo y determinante respecto a las restantes, está referido a las condiciones de la clase trabajadora, especialmente a su situación material de vida y trabajo (salarios, inflación, poder adquisitivo, acceso a servicios básicos y seguridad social) y el régimen de libertades políticas en la cual se produce su proceso de toma de conciencia como clase (libertad de organización sindical, libertad de formular contratos colectivos, introducir pliegos conflictivos, derecho a huelga, derecho a movilización, posibilidades de organizarse en partidos políticos revolucionarios, libertad de opinión y de producción intelectual, entre otros).

El segundo marco, las condiciones en las cuales la burguesía y las clases (y castas) dominantes se apropian de la riqueza, el modelo de acumulación capitalista imperante, las características del modelo de representación política que expresa la dominación burguesa y el régimen de libertades políticas que tienen los ricos para hacerse cada vez más ricos.

El tercer marco, la relación de las burguesías nacionales con las naciones imperialistas y los centros del capitalismo mundial, lo cual implica un debate actualizado sobre los tipos de antiimperialismo, dentro de los cuales está los reacomodos de las burguesías nacionales y sus sistemas de relaciones que pueden causar fisuras temporales con los lazos históricos con el centro imperialista y, que son presentados como antiimperialismo. No toda contradicción temporal o circunstancial es antiimperialismo. Hoy, el antiimperialismo consistente y de larga duración es anticapitalista.  

Es imposible avanzar en la comprensión integral del segundo y tercer marco de análisis categorial, sin una correcta definición del primero.

A partir de la madrugada del 29J-2024, cuando el presidente del Consejo Electoral Nacional (CNE) de Venezuela, Elvis Amoroso, anunciara los resultados electorales de los comicios realizados el día anterior, se ha desatado una polémica sobre la transparencia y confiabilidad de los datos que soportaban el anuncio.

Esta situación ha generado un debate y fisura en la izquierda internacional en tres grandes polos: el primero, de la geopolítica, el segundo de la negociación para salir de la crisis de legitimidad y, el tercero de la perspectiva del mundo del trabajo.

El bloque mayoritario, de la geopolítica, plantea todo en términos de “izquierda en el gobierno” versus derecha y ultraderecha en la oposición. Las categorías de derecha e izquierda son significantes vacíos si no parten de la conformación y confrontaciones entre clases sociales, los procesos de acumulación de capital y las relaciones de opresión o liberación con las clases subalternas, especialmente la clase trabajadora.

Los partidarios de la geopolítica no mencionan los procesos de conformación de una nueva burguesía en el proceso bolivariano evidenciada en eventos como la crisis bancaria de 2009 (cierre de bancos creados con capitales generados a partir de las relaciones con el gobierno) o la develación de la mega corrupción del caso PDVSA-Cripto que involucró a un centenar de dirigentes del PSUV, entre ellos uno de los integrantes del buró político (se habló de 3.000 millones de dólares, luego de 15.000 y últimamente de 23.000 millones de dólares).

No basta con sostener una narrativa de izquierda para ser de izquierda, si esto encubre la incubación de un sector burgués y el sostenimiento del modelo rentista de acumulación burguesa. Los programas y ejecutorias de gobierno deben ser valorados más allá de las formalidades discursivas, para ello es importante confrontarlos o relacionarlos con la lógica de acumulación y distribución de la riqueza nacional.

El bloque de la geopolítica omite esto. No consultan a la izquierda histórica venezolana PCV-auténtico, PPT real, Tupamaros históricos, entre otros para conocer si hay coherencia y consistencia entre la definición gubernamental de izquierda y su práctica.

El peor de los “argumentos de la “izquierda geopolítica” es que si “cae” el gobierno venezolano eso tendrá un efecto desastroso en la conformación y avance de la izquierda en su país, desconociendo el creciente desprestigio social continental y mundial del madurismo en sus países, que es lo que realmente les afecta.

Pero, además, en el mejor de los casos esta definición “geopolítica” implica una solicitud de sacrificio de la clase trabajadora venezolana, de aceptación sumisa de sus condiciones de explotación y opresión en el propio país, para que esas otras izquierdas a nivel internacional puedan, como un corcho, mantenerse a flote.  Terrible pensar solo en pedir este sacrificio a la clase trabajadora venezolana.

El segundo bloque es el de la negociación, del acuerdo para salir de la crisis. En este esfuerzo ubicamos a los gobiernos de Brasil (Lula), Colombia (Petro), hasta hace poco México (AMLO) y de manera intermitente Chile (Boric). Este sector pareciera inspirado en evitar un deterioro social mayor y que se pueda generar un ambiente de conmoción y guerra civil en el país.  A pesar de sus loables y buenas intenciones, sus gestiones tienen el problema que omiten dos cosas fundamentales: 1) la situación material y de libertades de la clase trabajadora venezolana y 2) que la auténtica izquierda venezolana (PCV, PPT, Tupamaros, y otras agrupaciones a las que no se les ha permitido legalizar sus partidos) esta proscrita, no tiene posibilidad de conseguir personalidad jurídica ni participación autónoma en el marco electoral. Esta omisión no es un tema menor.

Recientemente este sector ha propuesto (Lula y Petro) la celebración de nuevas elecciones nacionales, como salida al impase generado por la negativa gubernamental a mostrar las actas que respaldan la declaración de triunfo de Maduro, mientras la oposición ha publicado en un sitio web propio más del 81% de copias de actas que el gobierno acusa de no ser auténticas. Esta propuesta de nuevas elecciones tenemos que entenderla como un camino de continuidad a las políticas de acuerdo inter burgués (vieja y nueva burguesía) impulsadas por el gobierno de Maduro entre 2018-2024, que no lograron cerrarse por la resistencia de un sector de la vieja burguesía de la cual forma parte y representa María Corina Machado (MCM).

Unas nuevas elecciones evidentemente no podrían ser el corto plazo porque resultarían en un nuevo impase, sino que tendrían que ser en el mediano plazo (dos años o más), precedidas por la conformación de un gobierno de cohabitación, consenso o integración que construya viabilidad a una eventual transición (leyes que protejan al madurismo evitando que vayan a la cárcel, garantías para la nueva burguesía de respeto a sus riquezas y posibilidades de seguir acumulando).

MCM rápidamente salió a oponerse a esta propuesta porque ella representa a un sector liquidacionista de la nueva burguesía, que va por un formateo de todo lo ocurrido -y acumulado por la nueva burguesía- en los últimos veinticinco años.

Es decir, la cuestión central hoy -para salir del impase coyuntural desde la lógica del capital- es un acuerdo inter burgués, sin embargo, alcanzarlo no significa la resolución de la crisis del modelo de acumulación burgués y de representación política iniciado en 1983, pero abre caminos en este sentido.

Las políticas de arrase a la burguesía madurista o el sector burgués que representa Machado, comienzan a inquietar a la burguesía latinoamericana, porque ello puede crear una situación que se salga de control; la mediación de los presidentes progresistas de la región procura contribuir a conjurar este riesgo, construyendo un camino de encuentro para los sectores burgueses en disputa.   

El tercer bloque, está conformado por los distintos tonos de la izquierda que parten de los análisis de clase. Este sector, minoritario en sus relaciones partidarias a nivel internacional, encuentra dificultad para posesionar sus argumentos, ante la vorágine mediática que instala la idea de polarización en dos bloques antagónicos (derecha versus izquierda, obviando la pugna inter burguesa y la existencia de organizaciones a la izquierda del madurismo).

La izquierda venezolana no madurista, es la que mejor entiende lo que ocurre estructuralmente, pero suele tener dificultades para plantear los análisis en un lenguaje que resulte comprensible para la mayoría de la población, que logre superar la mirada panfletaria, el sectarismo o el ultraizquierdismo e incluso la “política del hígado”.  Este sector necesita refrescar sus narrativas para poder tener mayor impacto en el debate y contribuir a clarificar la situación en las organizaciones sociales y políticas de la clase trabajadora internacional.

La supremacía de las narrativas que plantean lo que existe en Venezuela como una contradicción entre derechas o izquierdas, o que incluso ante los errores del madurismo hay que privilegiar su “independencia” respecto al imperialismo norteamericano, conforma un amplio espectro que se denomina como el campismo.

Lo que resulta un olvido imperdonable de la izquierda campista (que plantea todo en términos de blanco y negro) es que su lugar de enunciación, comunicación y toma de posición, no sea la situación material de la clase trabajadora venezolana y las múltiples causas de la misma, que incluya el efecto del bloqueo norteamericano, pero también las políticas neoliberales y anti obreras del gobierno de Maduro.

Las elecciones presidenciales en Venezuela el 28J-2024: una situación inédita. Por Luis Bonilla-Molina. Momento crítico. Julio de 2024

  1. Introducción

Venezuela vive una crisis de gobernabilidad que se inicia con el viernes negro de 1983 y aún permanece abierta[1]. Este cisma es propio de los límites del modelo de acumulación burguesa alrededor de la industria petrolera y de hegemonía del régimen político de dominación que se instaló en 1958.

La irrupción de la crisis “interna” coincide con la llegada del neoliberalismo, la turbulencia de la deuda externa y la financiarización de la economía mundial, que presionan al unísono por una nueva dinámica económica local, abierta a los capitales trasnacionales.

La mayoría de análisis sobre la situación de Venezuela suelen hacerlo en marcos temporales más cortos y eso impide una comprensión integral de lo que ocurre en la actual coyuntura.

Los intentos de superación de esta crisis han resultado infructuosos, tanto desde la derecha (construcción de un nuevo modelo de acumulación, agenda Venezuela, involución en la agenda social, reducción del marco de libertades democráticas) como desde la izquierda institucional (chiripero y su plan de administración de la crisis / chavismo y su proyecto de recuperación de la agenda social, con destrucción de la vieja burguesía y sus representaciones, creación de nueva burguesía y destrucción del sistema liberal de libertades democráticas para imponer un  régimen bonapartista de consensos entre las clases dominantes).

La izquierda anticapitalista, contraria a la construcción de un proyecto de conciliación de clases, no ha logrado en todo este largo periodo, construir un polo de referencia alternativo para la superación estructural de la crisis de hegemonía y acumulación capitalista en Venezuela.

El surgimiento de Chávez y los militares bolivarianos (1992) como actores políticos, posibilitó construir en el periodo 1995-1998 un precario centro político -con partidarios de izquierdas, centro y derechas- que intentaba resolver desde un “nuevo consenso” esta crisis, abriéndole paso a iniciativas que procuraban una nueva hegemonía de gobernabilidad (proceso constituyente, nuevo marco jurídico e institucional, nuevo paradigma democrático) y un nuevo modelo de acumulación (la Agenda Alternativa Bolivariana -AAB- apuntaba en ese sentido).

Este “centro político”, en el cual participaban sectores empresariales que se sentían marginados por el sector mayoritario de la burguesía y temían los efectos de la irrupción de los capitales trasnacionales, vio en la propuesta de la AAB una oportunidad para construir una nueva arquitectura capitalista y democrático burguesa en el país; de hecho, en ese periodo Chávez hablaba de la tercera vía y del capitalismo humano. 

La izquierda electoral valoró este agrupamiento como una tabla de salvación en medio de la debacle que en los noventa vivía el pensamiento socialista, mientras que sectores de la izquierda radical vieron en las tentativas de destrucción del viejo modelo, la oportunidad para abrir paso a nuevas correlaciones de fuerzas que posibilitaran apuntalar un cambio estructural en el país. El “Chiripero” de Caldera había abierto el camino para esta «táctica» de disputa hegemónica.

Al capital trasnacional y los EEUU les convenía cualquier tentativa de superar el modelo de acumulación, que diera paso al proceso de internacionalización y financiarización de capitales, por eso opusieron precaria resistencia a la idea de cambio que se ponía en marcha.

Desde la llegada al gobierno de Chávez (1999) surgieron tres rostros de las políticas del Chavismo, que expresaban las propias contradicciones internas de ese “centro político” inestable.

El primero, consecuente con el programa consensuado, ponía en marcha el proceso constituyente y un nuevo marco jurídico -leyes habilitantes, leyes sectoriales- para el surgimiento de un nuevo Estado burgués, que exigía la construcción de hegemonía para el sector burgués que le acompañaba.

El segundo, era el resultado de la inacabada identidad nacional popular de Chávez y el Chavismo, que buscaba(n) empalmar con las narrativas e imaginarios de la corriente histórico social por el cambio; en 2004 escribíamos que entre 1999-2004 había dos Chávez, uno en Miraflores, humano y aprendiz de la transformación radical y otro Chávez en la calle, construido este último por el pueblo más pobre, con retazos de memoria de resistencias, dotándole día a día de los atributos deseados para un nuevo revolucionario justiciero y, el drama del Chávez de Miraflores era que tenía que correr detrás de esa imagen y calzar en ella, hasta lograr construir una imagen propia que fuera aún más radical para consolidar su liderazgo popular.

El tercero, se expresaba en el camino a tientas hacia un discurso político ideológico radical, en el cual fue tanteando experiencias como la de Gadafi, el cooperativismo yugoslavo, el socialismo utópico comunal, los marxismos malditos hasta llegar al socialismo del siglo XXI (2004-2005), que en su fase final se asimiló más al viejo socialismo del siglo XX.  Estos tres rostros se fueron integrando progresivamente y constituyeron la razón social del liderazgo de Chávez en el periodo 2002-2013.

El golpe de Estado de 2002 quebró vínculos del chavismo con sectores burgueses “nacionalistas” o “progresistas” que se habían agrupado alrededor del chavismo en el periodo 1994-2001, de los cuales Miquelena era el personaje emblemático.  En un país con modelo de acumulación rentista, basado en buena medida en la importación, los sobreprecios, exoneraciones impositivas y arancelarias, acceso a divisas preferenciales  y los distintos mecanismos de corrupción que requiere una clase burguesa con vocación comercial (alrededor de la importación), financiera (legitimación de capitales y ampliación de la usura y plusvalía) y de ensamblaje (importación de partes e insumos), esta ruptura con sectores de la “burguesía tradicional” dejó un vacío que había que cubrir rápidamente.

Esto generó la “necesidad” de constituir una nueva burguesía que estuviera estructuralmente vinculada al proyecto político de la quinta república, asumiendo para sí el modelo de acumulación de la vieja burguesía; este fue el inicio del ocaso de la radicalidad del proyecto bolivariano. Este proceso, conocido como el proyecto económico de la revolución, generó entre 2002-2013 una nueva burguesía, enfrentada por razón de sus intereses de clase a la vieja burguesía.

En 2004 ya Chávez y el chavismo habían consolidado su identidad política, que era un nuevo policlasismo que renovaba elementos de una revolución popular nacional y la vinculaba con el discurso socialista. A la par de crear las condiciones materiales, políticas e institucionales para el surgimiento de una nueva burguesía, el proceso bolivariano construyó las condiciones de posibilidad para el emerger de formas de poder popular y comunal que construyeran una base social para la disputa hegemónica con la vieja burguesía.

Las iniciativas para construir una base social arraigada al nuevo proyecto hegemónico, se presentaron como socialismo del siglo XXI; esta aparente dualidad estratégica no era una esquizofrenia política, sino en realidad contenía un nuevo proyecto político policlasista emergente, que requería romper con el viejo tejido institucional y social, con narrativas, imaginarios y correlaciones de fuerza diferenciadas a lo que había sido la democracia burguesa clásica.  

La democracia representativa pasó a ser democracia participativa, los poderes se ampliaron a cinco y la Constitución contenía un nuevo pacto social policlasista

Como acotación debemos puntualizar que una parte importante de la izquierda se concentra en cuestionar que el programa de Chávez no era auténticamente revolucionario, cuando en sus orígenes era mucho más reformista y se fue decantando hacia una radicalidad administrada. Quienes sostienen esto soslayan la auto crítica sobre la incapacidad política que tuvimos las distintas izquierdas para capitalizar la situación que se abría con la radicalización de las masas y el discurso del socialismo del siglo XXI que postulaba Chávez. Esa era una tarea que tenía que cumplir la izquierda y no tuvimos la capacidad de incidir en la disputa contra hegemónica. No le pidamos a Chávez lo que fuimos incapaces de hacer y construir en una situación de ascenso del movimiento de masas.

Ciertamente Chávez navegó en la dualidad estratégica, entre un nuevo proyecto burgués y las contradicciones que generaba la posibilidad del socialismo del siglo XXI, porque era la forma de construir una nueva hegemonía que no trascendió -y quizá nunca pretendió- traspasar los límites del orden burgués. Aunque hay quienes sostienen que su apuesta final sería por el poder popular, su desaparición física impidió comprobar esta hipótesis; lo concreto es que la revolución bolivariana devino en un proyecto policlasista.

Chávez cumplía un papel bonapartista sui generis al arbitrar los equilibrios de la transición a una nueva institucionalidad y mecanismos de relaciones de poder. La muerte de Chávez, cuyo liderazgo resultaba fundamental en la construcción y sostenimiento de estos equilibrios -que a su vez se convertía en la única posibilidad de construir viabilidad para políticas de reforma o revolución-, dio paso a un proceso de pérdida de fuerza transformadora y de restauración progresiva, es decir de capitulación y abandono de la parte popular radical del nuevo proyecto hegemónico. Esta capitulación se generó más por el espíritu conservador de la nueva burguesía ante la idea de poder popular, que por la ruptura con la idea policlasista del proyecto bolivariano que en realidad se consolidó.

Este abandono temprano de la radicalidad del poder popular debilitó el propio proyecto de una nueva hegemonía burguesa, por ello, no es descabellado pensar que Maduro y los herederos del chavismo no terminaron de comprender a cabalidad el proyecto de disputa hegemónica que lideraba el militar barinés.  Esto supuso, a partir de 2013, la destrucción sostenida del tejido social e institucional no alineado con la lógica del capital y que -ingenuamente- apostaba por un horizonte socialista.

La orientación política de los gobiernos de Maduro ha tenido dos momentos: 2013-2017 y 2017-2024. En el primero (2013-2017) su apuesta se centró en fortalecer a la nueva clase social burguesa, la subalternización definitiva de los precarios gérmenes de poder popular y comunal a los intereses de la nueva burguesía, y el enfrentamiento e intento de aniquilación de la vieja burguesía.

La caracterización de Venezuela como peligro para los intereses estratégicos de Estados Unidos y el inicio de las Medidas Coercitivas Unilaterales (MCU) potenció el enfrentamiento entre la vieja burguesía (fuera del aparato de gobierno) y la nueva burguesía (que era parte constitutiva del gobierno); los enfrentamientos entre 2014 y 2017 pueden entenderse como la crispación de las contradicciones inter burguesas.

El gobierno y la nueva burguesía “bolivariana” lograron el aplastamiento policial-militar de las revueltas de 2017, imponiéndole con ello una derrota sin precedentes en la lógica insurreccional de la vieja burguesía, evento del cual no ha podido reponerse aún ese sector. Esta derrota de la vieja burguesía y sus representaciones políticas, abre una nueva etapa en el gobierno de Maduro y el horizonte estratégico de gobernabilidad de la nueva burguesía.

En el segundo momento (2017-2024), el gobierno de Maduro potencia y amplía los procesos de diálogos con la derecha política y la vieja burguesía, pero también, como se conoce ahora, se abre una línea de negociación con los Estados Unidos, a la par de generar un conjunto de medidas que restringen las posibilidades de incidencia de la clase trabajadora y las clases subalternas en las correlaciones de fuerza.

El decreto 2792 de 2018 que elimina las contrataciones colectivas y el derecho a huelga, el instructivo ONAPRE que desconoce los derechos adquiridos de una parte importante de los empleados públicos, trabajadores de la educación, salud y otros sectores, forma parte de una natural medida de contención y muestra de coincidencias entre la nueva y vieja burguesía, para avanzar en acuerdos con amplios sectores del capital nacional y sus representaciones políticas. María Corina Machado (MCM) y el sector burgués que representa parecieran ser el electrón libre, el sector del viejo orden que no logró encajar en la negociación 2018-2024.       

2024 es el año de las elecciones presidenciales más reñidas en la historia reciente. Mucho se habla de transición, cambio de gobierno o sostenimiento del actual equipo gubernamental liderado por Maduro. Los más “ingenuos” hablan de garantizar las condiciones para una transición, eliminando las recompensas norteamericanas sobre Maduro, firmando un pacto nacional de no agresión ni persecución. Otros hablan de establecer un marco de garantías para que la nueva burguesía pueda usar sus riquezas acumuladas sin persecución alguna.

Lo cierto es que las elecciones ocurren en el marco de una negociación interburguesa nacional y con los norteamericanos, cuyos avances, estancamientos o retrocesos serán cruciales para el desenlace práctico de los resultados electorales. La opacidad con la cual se maneja la negociación con los gringos impide mayores precisiones sobre las posibilidades reales de una transición o avances en la nueva hegemonía.

El acuerdo interburgués emerge en el horizonte como una posibilidad, que tendrá que decantarse entre las opciones de gobierno de coalición nacional, gobierno de emergencia o vuelta a la alternabilidad, ahora rojo-azul.

El aplastamiento de un sector de la burguesía y sus representaciones, por parte del otro bando implicaría unos costos políticos y sociales muy altos, aunque este escenario se dibuje en medio de la incertidumbre sobre los avances o estancamientos en los diálogos.; lo cierto es que a los Estados Unidos, desde una perspectiva neocolonial le favorece el enfrentamiento de baja intensidad entre los sectores burgueses nacionales y un acuerdo entre ellos lo entiende en el marco de la profundización de la dependencia y el tutelaje.  

2. Las candidaturas presidenciales

La pregunta sería ¿cuántas representaciones políticas inscritas en esta campaña electoral representan a un sector u otro de las burguesías en disputa? La respuesta no es tan simple, porque las actuales candidaturas presidenciales surgen en el contexto de una negociación en curso (2017-2024), que ha generado acercamientos entre diversos sectores -vinculados con ambos sectores burgueses-, incluso algunos se presentan en tarjetas de partidos judicializadas por decisión del Estado (gobierno). 

Las candidaturas que se presentan con la etiqueta de oposición son Daniel Ceballos (arepa digital) involucrado en la insurrección de 2014 denominada “la salida” e indultado por Maduro en 2018, Claudio Fermín (Soluciones para Venezuela), un ex militante de Acción Democrática, quien ha actuado en los últimos tiempos con una línea política asociada a los intereses del gobierno, Benjamín Rausseo Rodríguez (Confederación Nacional Demócrata – CONDE), comediante, quien levanta un programa de libertad de mercado, Luis Eduardo Martínez Hidalgo (AD, Bandera Roja -ex maoístas-, Movimiento Republicano y Unión Nacional Electoral), Enrique Octavio Márquez Pérez (Centrados en la gente, REDES -ex alcalde chavista Juan Barreto-, PCV)  es un connotado opositor al chavismo, vinculado a la MUD, Javier Bertucci ( El Cambio) pastor evangélico quien expresa las nuevas relaciones de Maduro con el sector cristiano protestante, Antonio Ecarri (Alianza del Lápiz) quien plantea un programa de ajuste y reconciliación nacional y ha sostenido encuentros en Miraflores con Maduro, José Brito (Primero Venezuela, Primero Justicia -intervenida-, Unidad Visión Venezuela y Venezuela Unidad) quien aparece como un opositor funcional al gobierno, Edmundo González Urrutia (PUD -sin tarjeta electoral-, MUD y Nuevo Tiempo) es el candidato a quien apoya expresamente María Corina Machado.

El candidato oficial del gobierno es Nicolás Maduro Moros (PSUV, PPT -intervenido-, MEP -intervenido., PCV -intervenido-, Tupamaros, entre otros), quien aspira a un tercer mandato que extendería su permanencia en el palacio de Miraflores de 12 a 18 años.

Podríamos decir que ocho de las diez candidaturas expresan los adelantos en las negociaciones de Maduro con la oposición ocurridas entre 2017-2024; están por una transición pacífica, por buscar un nuevo modelo de alternancia democrática y mucha de ellas cuestionan el bloqueo norteamericano contra Venezuela. La novena candidatura es la de Edmundo González (apoyada por MCM) que expresa el sector que no ha logrado un entendimiento mínimo con el gobierno y están por cambio radical en una lógica de encuentro de la vieja burguesía con el capital trasnacional.

Desde el mundo del trabajo, en términos electorales, los indicadores más claros para definir la orientación político ideológica de una opción electoral, están determinados por lo que plantea cada candidato presidencial en materia de superación de las condiciones salariales y materiales de vida de la clase trabajadora, así como respecto a la garantía (en este caso recuperación) de las libertades democráticas. Actualmente, el salario mínimo en Venezuela está por debajo de los cinco dólares mensuales y el salario bonificado promedio escasamente supera los 100 dólares mensuales y, ningún candidato plantea un plan de ajustes salariales que por lo menos lo lleve a la media regional; los unos se refugian en la necesidad de garantizar productividad empresarial (que implica continuar el asalto burgués a la renta petrolera) para iniciar un proceso de recuperación salarial, mientras que los otros para no permitir el proceso de ajuste salarial se escudan en los efectos del bloqueo (sin poder explicar cómo se está distribuyendo la riqueza que genera el levantamiento parcial de las sanciones petroleras de Estados Unidos sobre la producción venezolana) y teorías monetaristas que vinculan aumento salarial con inflación.

Por otra parte, en los últimos ocho años se ha vivido una reducción progresiva, sistemática y contundente hasta llegar a la eliminación de libertades democráticas mínimas que, aunque menguadas cada vez más en las últimas décadas, se consideraban una conquista de la sociedad venezolana (derecho a huelga, libertad para organizar sindicatos y partidos de izquierda, libertad de opinión y crítica). Ningún candidato plantea la recuperación de las libertades democráticas desde el lugar de enunciación de las clases subalternas y explotadas, sino desde las “libertades del mercado”.

Todas las candidaturas, del gobierno y la oposición, con distintos matices, representan un proyecto de salida de la crisis política que desconoce los intereses de la clase trabajadora y el conjunto de las clases subalternas.  Ninguno plantea un programa de recuperación del derecho a huelga, contrataciones colectivas, salario digno y suficiente, sino que convocan al sacrificio de la clase trabajadora para recuperar al país, mientras defienden la eliminación de impuestos a los grandes capitales y hablan de liberar las fuerzas del mercado, emprendimiento y productividad, que no son otra cosa que la desregulación más fuerte en ciernes.

La candidatura de Edmundo González representa el programa de ajuste estructural, privatizaciones y destrucción de la agenda social que encarnan hoy libertarios como Milei y compañía; mientras que la del resto de candidatos opositores expresan matices de programas de gobierno que colocan los intereses del capital por encima de los del trabajo. La candidatura de Maduro representa la continuidad de un programa de ajuste estructural aplicado entre 2017-2024, en un contexto de bloqueo de EEUU y las naciones imperialistas europeas sobre Venezuela, que ha colocado sobre la clase trabajadora el peso de la crisis económica, mientras la burguesía (vieja y nueva) se hace más rica.

Todas las candidaturas procuran mejorar la relación con los Estados Unidos, mientras que la de Maduro desarrolla paralelamente una estrategia de acercamiento con China, Rusia y Turquía (países donde las libertades democráticas están constreñidas y donde la orientación es el capitalismo competitivo) centrada en aspectos de ganancia económica; a pesar de quejarse Maduro del veto en las redes sociales capitales, ni siquiera han logrado que la red social tik tok de origen chino modifique el algoritmo para hacer más visible su candidatura sobre la de González y las actividades de MCM; esto muestra la perspectiva colonial de China, mientras procura una relación extractivista y capitalista con Venezuela, se desentiende de su aliado en apuros electorales porque lo que le interesa es mostrar la aparente neutralidad de sus capitales. 

3. El esquivo encanto de la esperanza

El dato novedoso de esta campaña es la captura por parte de la ultraderecha (MCM-Edmundo González) de la esperanza. Desde 1998, la esperanza de un mañana mejor para los sectores populares, incluso en el marco de dificultades salariales y de poder adquisitivo, había permanecido del lado del proyecto bolivariano (Chavismo y Madurismo); la esperanza de los sectores influenciados por la derecha era distinta, se correspondía más a la posibilidad de construir una sociedad con los valores del capitalismo clásico, es decir era una esperanza menos concreta en términos materiales de vida de la población y más ideológica. 

En esta campaña, especialmente el sector que lidera MCM-Edmundo González han abandonado el discurso ideologizado y confrontacional, para sintonizar y apropiarse de los anhelos más elementales de la población venezolana hoy: a) retorno de los migrantes (la oposición los estiman en 7 millones) porque cada familia tiene por lo menos uno de sus integrantes en esa condición (padres, abuelos, hijos, nietos, sobrinos, hermanos), b) reunificación familiar a partir de la mejora de las condiciones económicas, especialmente aumentando la productividad (cuidando de no aclarar como mejorar el tema salarial).  El cálculo elemental que hace una buena parte de la población es, «si la causa del deterioro económico son los pleitos con los EEUU y las sanciones económicas, lo que hay es que elegir un presidente que no pelee con los Estados Unidos y con ello mejorara toda la economía, incluido los salarios y el poder adquisitivo, permitiendo que la reunificación familiar sea duradera», c) la privatización de lo público como camino para la prosperidad, algo que la historia nacional y la experiencia regional desmiente.

El cambio de estrategia opositora le ha dado resultado a la candidatura MCM-González a tal punto que el gobierno ha intentado lanzar planes para el retorno de los migrantes y enfatiza en la disminución de la inflación como signo de la reactivación económica nacional del futuro, pero ello no ha tenido el impacto de la candidatura opositora.

En cambio, el gobierno ha centrado su discurso en la sobrevivencia en el poder como garantía de un bienestar social que ha desaparecido progresivamente en los últimos diez años. El discurso de las sanciones norteamericanas, reales y objetivas, ha perdido eficacia política ante la ostentación material de un sector del liderazgo y el caso de la mega corrupción conocida como cripto-PDVSA.

Sin embargo, la candidatura oficial conserva una importante base social, en buena medida como saldo heredado del periodo Chávez y por el establecimiento de una red de apoyos materiales (programa de bolsa de comida, bonos, ayudas) que le se verían amenazados por la llegada al poder de una candidatura de derecha o ultraderecha que plantea que todo debe ser privatizado. La lógica de sobrevivencia y el temor a los efectos del cambio han permitido aglutinar y cohesionar una importante base social de apoyo a su candidatura, pero desde la resignación, no de la esperanza. 

La candidatura opositora central ha crecido exponencialmente en apoyos en el último año, mientras el resto de candidatos opositores lo hacen a paso de morrocoy. El gobierno, en su desespero ante este fenómeno de los últimos meses, ha intentado recuperar la conexión con las mayorías por distintas vías: a) destacar el efecto del bloqueo norteamericano y de las naciones imperialistas europeas en la economía y la materialidad del mundo del trabajo, b) apelar al legado de los logros en el periodo Chávez, c) mostrar a las candidaturas opositoras como parte de la ola neofascista y ultra conservadora que recorre el mundo, d) profundizar el autoritarismo, mediante persecución selectiva a dirigentes medios y de base de las candidaturas opositoras y del campo laboral, e) usar la descalificación personal para intentar llevar el debate electoral a otro terreno más favorable.

En ese camino ha intentado obstaculizar algunas actividades proselitistas del binomio opositor MCM-González, pero lo único que ha logrado con ello es construirle la épica que le faltaba a esta candidatura; obstáculos para realizar las actividades proselitistas, han victimizado a Machado-González, abriendo paso a un imaginario de heroína de la primera y de víctima al segundo, a quienes en realidad representan la otra cara de los programas electorales anti clase trabajadora.  El camino a Miraflores de este binomio se viene construyendo con los errores del gobierno actual.

Hoy no existe una confrontación de proyectos políticos -entre los candidatos presidenciales-, sino de liderazgos, en una misma dirección estratégica. Lo que dificulta la posibilidad de una transición y alternancia ordenada, es que no se lograron cerrar los acuerdos entre las dos fracciones burguesas (vieja y nueva burguesía) en el periodo 2017-2024, lo cual plantea el mantenimiento de la crisis de gobernabilidad, más allá del 28J, independientemente de quien obtenga la mayoría. Mucho menos se ha avanzado en la resolución de la crisis de acumulación y hegemonía que se abre en el año 1983, lo cual augura inestabilidad más allá de cualquier resultado electoral.

El arbitraje y solución negociada a este conflicto pareciera necesitar de un tercer actor reconocido por ambas fracciones burguesas, papel que en estos momentos encarna los Estados Unidos, por ello el interés del gobierno en renovar el diálogo con la poderosa nación del norte. Sin embargo, una solución negociada para la continuidad de Maduro o la transición tendrían que pasar por el levantamiento de las recompensas que EEUU otorga por la captura del mandatario venezolano, la suspensión del juicio en la Corte Penal Internacional, un acuerdo de uso de las riquezas acumuladas por la nueva burguesía y la preservación de cuotas de poder que le permitan a las burguesías la continuación del modelo rentista de acumulación.

4. Las opciones por la izquierda

Las elecciones presidenciales de 2024 han sido precedidas por la desaparición de algunos partidos de izquierda que no lograron la votación mínima para su permanencia legal y la judicialización de los restantes. No existe actualmente en Venezuela un partido de izquierda, legalizado, que pueda levantar de manera autónoma una candidatura presidencial y los apoyos que aparecen en el tarjetón electoral para Maduro son el resultado de esa situación de intervención de los instrumentos políticos que pertenecían a la izquierda política.

El PSUV nunca ha sido un partido en términos clásicos, deliberativo y autónomo frente al gobierno, sino más bien un instrumento político para construir viabilidad social a los planes de gobierno. Los sectores que respondían exclusivamente al liderazgo de Chávez han sido apartados de la estructura partidaria después de la muerte del líder histórico del proceso bolivariano y muchos de ellos están en distintas formas de oposición al gobierno de Maduro.

El PSUV es hoy un partido policlasista monolítico, sin fisuras significativas, sin embargo, la profundización de la crisis salarial y económica ha venido erosionando sus bases; por ello, la caracterización que hagamos del gobierno es muy parecida (nunca igual) a la que se haga de su instrumento político.

El PSUV está amenazado por el mismo fenómeno que afectó a Acción Democrática (AD) en la década de los noventa, la posibilidad de un desmoronamiento por perdida de eficacia política y vaciamiento de la esperanza para el común.

Las izquierdas no han logrado llegar a un acuerdo sobre la táctica electoral en esta coyuntura. Por el contrario, existen por lo menos cinco opciones visibles en este campo. La primera y quizá mayoritaria, ha decidido votar por el candidato que más tenga opción frente a Maduro. Para este sector lo más relevante es salir de Maduro y luego plantear una recomposición de las relaciones de poder que permita recuperar libertades democráticas como el derecho a huelga, contratación colectiva, salarios justos y posibilidad de organización autónoma. Sectores de la plataforma ciudadana, entre otros se cuentan en esta opción. Salvo casos como el de Héctor Navarro (ex ministro de Chávez e integrante de la plataforma) quien expresó públicamente su apoyo al candidato mayoritario de la derecha, la mayoría no lo ha hecho público, lo cual limita la construcción de identidad de este sector.

La segunda opción, ha decidido apoyar a otro candidato de la derecha, Enrique Márquez, quien ha jugado un destacado papel en el liderazgo opositor en otros momentos.  En este sector están figuras como Juan Barreto, ex alcalde de Caracas y dirigente del partido REDES, y el Partido Comunista de Venezuela (PCV) intervenido, que se autodenomina como auténtico.

La tercera, ha llamado a votar nulo o abstenerse, de la cual forman parte los dirigentes históricos del PPT, Marea Socialista, PSL y LTS, entre otros. El anuncio demasiado temprano de esta táctica impidió que tuviera mayor capacidad de incidencia y articulación en el proceso electoral. La cuarta, muy marginal, es crítica de algunas políticas del gobierno, pero considera que hay que seguir apoyando a Maduro.  Entre otros, las expresiones de Bruno Sanarde y la Revista Bolívar Vive representa esta opción.

La quinta, agrupada alrededor de la Otra Campaña, que define que su candidato son las luchas sociales, que ningún candidato representa los intereses de la clase trabajadora y que lo que hay que hacer es una campaña de denuncia a la pérdida de libertades democráticas que abra la posibilidad de un reagrupamiento clasista después de las elecciones; por ello, convocan a organizarse independientemente de por quien vote, se abstenga o vote nulo en las elecciones presidenciales. En esta última participan la corriente marxista internacional, Izquierda Revolucionaria, Comité de familiares y amigos por la libertad de los trabajadores presos, Bloque histórico popular, LUCHAS, entre otras. 

Este panorama de dispersión forma parte de las dificultades que debe superar la izquierda para construir un polo contra hegemónico que logre enfrentar a cualquier de las opciones presidenciales en juego quienes, en distintas medidas y tonos, tienen un programa anti clase trabajadora. El esfuerzo unitario de la izquierda post elecciones del 28J, debe romper con la repartición de culpas y la arrogancia de auto percibirse como vanguardia, para avanzar en la construcción de alternativas reales y posibles en el futuro.

5. EEUU maneja la baraja

Todos los candidatos presidenciales en las elecciones del 28J se esfuerzan por mostrar que son la mejor opción para los EEUU. Mientras el binomio Machado-González renueva sus votos de fidelidad construidos en el pasado, especialmente en la administración Bush, el gobierno de Maduro coloca el acelerador en las negociaciones con los Estados Unidos y hasta muestra sus simpatías por el presidente Biden -explícitamente al renunciar este a la candidatura demócrata-, mientras garantiza el flujo de petróleo al norte en condiciones de negociación neocoloniales.

De nada sirve un acuerdo inter burgués local si no se logra el beneplácito de Washington y el departamento de Estado de los EEUU. Todas las especulaciones sobre un acuerdo estratégico del gobierno de Maduro con China o Rusia son aspavientos, pues como vimos al retornar el comercio de petróleo EEUU con Venezuela, China decidió tomar distancia para permitir un acuerdo norteamericano-venezolano, sobre todo porque contrario a lo que nos muestra la prensa burguesa internacional, cada vez más se producen acuerdos comerciales estratégicos entre el gigante asiático y Norteamérica. Rusia por su parte esta más interesada en consolidar sus intereses en África que debilitarse en una disputa insegura en Latinoamérica alrededor de Venezuela.  

EEUU es el árbitro de una situación neocolonial en Venezuela, jugando sus cartas con la calma de quien procura que el final le favorezca lo más posible. Esta situación abrirá un debate pendiente en la izquierda sobre las relaciones de Venezuela con los norteamericanos, en el marco de gobiernos progresistas o una transición poscolonial con los gringos, pero eso tema de otro artículo.

6. Ausencias en el discurso de los candidatos: La recuperación de las libertades democráticas

La tarea central de la izquierda revolucionaria en Venezuela, en los próximos años, será la recuperación de las libertades democráticas mínimas para la construcción de un proyecto de sociedad de justicia social. Eso no significa ni un abandono del horizonte revolucionario ni una reedición del etapismo, sino una realidad objetiva. Sin posibilidad de organizar sindicatos, huelgas, libertad de opinión y circulación de publicaciones, va a ser muy difícil construir condiciones de posibilidad para un cambio estructural.

Por ello, ninguno de los candidatos presidenciales menciona el tema de la recuperación de las libertades democráticas, porque ello iría contra su proyecto de hegemonía burguesa. Lo más importante será lo que se haga en este sentido a partir del 29J, con una política de unidad y convergencia sin precedentes. Lo contrario será absolutamente funcional al sostenimiento del estatus quo actual.

7. Crisis en la geopolítica del progresismo

Otro hecho relevante de la actual campaña presidencial en Venezuela son los cambios en los discursos y posiciones del progresismo. Mientras Pepe Mújica viene tomando distancia hace tiempo con el gobierno de Maduro, llegando en los últimos tiempos a dudar si es o no un gobierno dictatorial, voces calificadas como la de Lula, Petro y Fernández marcan sus diferencias respecto al deterioro progresivo de las libertades democráticas en Venezuela y muestran su preocupación por la deriva autoritaria en el discurso de Maduro.

Brasil decidió el 24 de julio no enviar delegación oficial de observadores a las elecciones venezolanas, como lo ha hecho con marchas y contra marchas el gobierno colombiano y recientemente el ex presidente argentino Fernández anunció que se le retiró la invitación para acompañar las elecciones del 28J.

Incluso voceros de la solidaridad internacional con Venezuela, otrora muy activos en los medios han pasado sospechosamente «agachados» en la coyuntura y se dejan ver en Caracas cuando se le pagan los pasajes para estar allí pero en sus países tienen bajo perfil en el tema de las elecciones del 28J. El liderazgo de la defensa internacional del progresismo a recaído en esta oportunidad en Monedero, uno de los líderes históricos del debilitado PODEMOS de España. Por supuesto Cuba y sus organizaciones aliadas en los países han mantenido una línea de apoyo a Maduro, pero cada vez con menos ímpetu y contundencia..

Esta decantación del progresismo es también evidencia de una diferenciación de lugar de enunciación de muchos de sus componentes, que pasaban desapercibidas en el marco de la ola creciente, pero que ahora en el reflujo se develan en toda su magnitud. Esto está incrementando el aislamiento del gobierno de Venezuela, lo cual afecta su propia capacidad de negociación internacional.

Por ello, el gobierno de Maduro ha optado por señalar que su salida del poder puede generar un baño de sangre en el país, como gesto desesperado para que los EEUU piense la estabilidad de sus intereses estratégicos (petróleo y otros). 

8. Subestimar a Maduro; el error común

Si en algo coincide la derecha y la izquierda política que se oponen a Maduro y su gobierno es la subestimación de su capacidad política. Ciertamente, Maduro no solo no es un hombre culto, sino que siente un profundo desprecio por quienes tienen títulos académicos y producción intelectual. No es el caso de Lula que siendo un obrero ha sabido cultivar permanentemente su cultura, conocimiento y tiene una enorme capacidad de diálogo con sectores intelectuales y académicos. Maduro heredó de Chávez el encanto por rodearse de algunos rockstar de la política crítica internacional mientras desprecia al pensamiento crítico nacional.

Pero Maduro compensa esta debilidad con una enorme habilidad política para sostenerse en el poder; es como si fuera el alumno predilecto de Maquiavelo y Fouché, haciendo del pragmatismo su auténtica ideología. Maduro piensa y actúa como un burócrata sindical que ve en todos los discursos de los factores políticos, sociales y económicos, deseos de poder y realización personal, que identifica como necesidades a cubrir, a partir de lo cual negocia con sus adversarios. Maduro es un maestro de eso que se llama la realpolitik. Conoce como pocos políticos de nueva generación las posibilidades del poder para construir consensos, encuentros y acuerdos en Venezuela.

Impulsor del grupo de Boston, creó muy tempranamente -en los primeros años del proceso bolivariano con el visto bueno de Chávez- un lobby norteamericano que le sirviera de interlocución. Hoy esos esfuerzos le tributan a su política de dialogo con la nación más poderosa del planeta.

Cuando surgieron contradicciones propias de los dos proyectos inmersos en el proceso bolivariano (nueva burguesía versus poder popular), vio en los esfuerzos por construir una central sindical autónoma (la UNETE), entre 2004 y 2008, un peligro estratégico para los nuevos equilibrios del poder que surgían. Fue al artífice de las derrotas que impidieron construir una central autónoma de trabajadores y el forjador de la Central Bolivariana Socialista de Trabajadores (CBST), la cual en ningún momento se planteó presidir, sino que colocó al frente de la misma a un dirigente de poco brillo, integrante de la antigua Central de Trabajadores de Venezuela (CTV), dirigida por la socialdemocracia adeca; de esta manera garantizó la existencia de un aparato de coaptación, dispersión y coaptación de las luchas de la clase trabajadora.

Desde su cargo de canciller consolidó la relación con Cuba, China, Rusia, Turquía, Irán y los gobiernos enfrentados a los Estados Unidos y una parte importante de los partidos comunistas de tradición soviética y China, persiguiendo cualquier iniciativa de atraer para el proceso bolivariano a sectores más críticos de la izquierda mundial, que sabía que criticarían en algún momento la deriva autoritaria y el giro neo burgués que tomaría el proceso.

Pasó de ser militante radical de izquierda maoísta, con cultura política anti religiosa, a ser admirador de Sai Baba y luego en el poder no solo se casaría según los rituales católicos, sino que cultivaría una relación estable y creciente con los grupos cristianos y sectas religiosas, especialmente con los sectores pentecostales, vinculados a Estados Unidos y la ultraderecha latinoamericana, como es el caso de Brasil. Los simpatizantes de izquierda que perdía por su política de conciliación de clases, los recuperaba en términos numéricos e incluso incrementaba, por intereses de fe.

Maduro avanzó en una línea de trabajo en la cual Chávez había sido tímido, los acuerdos y pactos con las derechas. Potenció la división exponencial de la derecha y creó puertas traseras de dialogo con cada uno de estos factores, mientras promovía la devolución a sus antiguos propietarios terratenientes de tierras confiscadas por Chávez, suspendió las políticas de promoción de fábricas recuperadas y creó garantías para el capital financiero, como preludio a una apuesta por lograr encuentros entre las distintas facciones burguesas en disputa.

Maduro privilegió el diálogo con la derecha, llevando progresivamente a la izquierda electoral a su mínima expresión, despojándola de sus instrumentos políticos, reduciendo con ello su capacidad de incidencia.

Maduró congeló y dejó sin efecto los preceptos progresivos de la Ley Orgánica del Trabajo aprobada por Chávez, como mecanismo dual de frenar el ciclo de protestas reivindicativas que se iniciaban a finales de 2017 y, como forma de mostrar a la burguesía clásica y los Estados Unidos que el podía lograr en materia del trabajo, lo que no le podía garantizar la derecha clásica.

Maduro fue limpiando el PSUV de los cuadros políticos independientes que apostaban por una radicalización del proceso, así como también de aquellos otros quienes querían disputar parte de la renta petrolera mediante la conformación de grupos de interés.

Es decir, Maduro es un estratega del poder que no puede ser menospreciado, ni valorado por los dislates que algunas veces dice en público. Maduro es el hombre del poder hoy en Venezuela.

Los sectores de la oposición más radicalizados y la prensa burguesa internacional sigue subestimando la capacidad política y de sobrevivencia de Maduro. Esta subestimación se expresa en la publicación de encuestas que le dan hasta 30 o más puntos de ventaja a Edmundo González, para las elecciones del 28J, algo que carece de la mínima seriedad política (como tampoco lo son las encuestas oficiales que dan más de 20 puntos de ventaja a Maduro).

Maduro cuenta con un andamiaje institucional clientelar muy importante, así como con la red de consejos comunales -devenidos en administradores de apoyos gubernamentales- y la propia maquinaría del partido de gobierno.  Maduro vive su peor tormenta electoral, pero quien cante de manera anticipada victoria lo está subestimando.         

Finalmente, Maduro logró colocar al frente del Consejo Nacional Electoral a una figura histórica del campo Bolivariano, ex congresista y antiguo procurador general de la República, lo cual le da una especial tranquilidad en términos de manejo electoral.

9. La dificultad para un pronóstico fundamentado en datos

Las encuestas que se han difundido las últimas semanas sufren el efecto de la polarización.  Hay encuestas para cada gusto. Unas le dan ventajas de varias decenas a uno u otro candidato, mientras que otras le asignan la victoria por márgenes estrechos. La polarización electoral está entre Maduro y Edmundo González, los demás candidatos se desinflan o mantienen una preferencia muy baja.

Hay varios elementos de incertidumbre por la opacidad de los datos. Algunos de estos son:

a. El número de migrantes: la oposición insiste en que son más de siete millones, mientras el gobierno habla de 1.700.000. Investigadores como Víctor Álvarez la ubican en poco más de cuatro millones. Con 7.000.000 de migrantes y una abstención de 30-40% es muy difícil que gane la oposición; si la participación electoral es de 12.000.000 o más, eso mostraría que el número de migrantes que maneja la oposición está inflado, es equivocado. En un país con 21.323.253 electores potenciales esta variación en las cifras en la migración influye en algunos aspectos claves para el resultado electoral;

b. Las previsiones de abstención varían según la perspectiva de los analistas. Investigadores serios como Javier Biardeau estiman la participación en un 60-65%, que implicaría una abstención de 40-35%. El espectro de cifras va del 20% al 40% de abstención. Si cruzamos estos porcentajes de abstención con los números de la migración vemos que es una cifra nada despreciable los que están en juego en estos estimados;

c. Aunque hay diez candidaturas, se ha polarizado la disputa entre Edmundo González Urrutia (MCM) y Nicolás Maduro, pero el porcentaje de voto que lograrán obtener los restantes candidatos de conjunto varían de 3 a 10%. (Para ilustrar lo señalado anexamos un ejercicio de cálculo que tiene como máximo el 5% de simpatías electorales por los ocho candidatos opositores, aunque insistimos que puede ser mayor, afectando con ello a la candidatura mayoritaria opositora al dispersar el voto anti gobierno.

    La oposición estima que en evento electoral del 28J sufragarán unos 12.000.000 electores, mientras que el gobierno no ha hecho público sus estimados.  La tendencia de las últimas elecciones señala que en la medida que se incrementa la participación, aumentan las posibilidades de la oposición. El escenario ideal para el gobierno serían uno 10.000.000 de electores;

    Todos los especialistas coinciden en señalar que la abstención actúa a favor del gobierno, que pareciera tener un techo de unos 4.500.000 – 5.000.000 de electores. Esto se basa en los registros de militancia del PSUV (3.500.000) y los inscritos en la Plataforma Patria (5.500.000). En un escenario de 10.000.000 de electores el PSUV – Maduro podría ganar, incluso en uno de 11.000.000 con una dispersión del voto opositor de 1.200.000 electores;

    Solo una situación inesperada podría motivar a una movilización electoral masiva a favor del gobierno, superior al techo antes indicado.  Hasta ahora no se observa ese elemento detonante del incremento en la votación. Tal vez el cierre de campaña del gobierno en Caracas, el 25 de julio, donde movilizaron simpatizantes de todo el país pueda ser un evento motivador para algunos, pero eso es aún inestimable;

    Si por el contario participan 12.000.000 de electores, el gobierno alcanza los 5.000.000 de votantes a su favor y las pequeñas candidaturas de derecha alcanzan el 1.500.000, la candidatura de Edmundo González obtendría 5.500.000 obteniendo la victoria. Con un escenario tan amplio de participación el gobierno tendría dificultad para hacer creíble una votación superior, a los niveles de la de Chávez o el PSUV en sus mejores momentos y correría el riesgo que la oposición cante fraude. Por ello, decimos que a solo tres días de las elecciones el nivel real de imprecisión e incertidumbre es el más grande en las elecciones de las últimas décadas.

    La elección esta disputada entre Maduro y Edmundo González Urrutia. Los datos disponibles no hacen presumir la victoria aplastante de ninguno de los bandos. En cualquier caso, un resultado que no supere la diferencia de 500.000 votos favorece la continuación de las negociaciones entre las fracciones del capital en disputa. Una victoria amplia de uno de los factores generaría la tentación de terminar de liquidar al adversario y prolongaría mucho más en el tiempo esta disputa. La posibilidad de una salida en favor de la clase trabajadora y los sectores explotados no reside en el resultado de esta elección sino en la capacidad de unidad de acción que se haya generado y se amplíe en el futuro.  

La gran encuesta, la de la calle, pareciera oscilar entre el cambio de orientación presidencial y un final cerrado. La opacidad de los datos y muestreos no contribuyen a hacer un pronóstico confiable a solo días y horas del evento electoral. La oposición ha recuperado una parte importante de su capacidad de convocatoria que había perdido en 2017 -y que Guaidó nunca obtuvo- pero no hay manera objetiva de saber si lo avanzado le alcanzará para obtener una victoria, mientras el gobierno no ha dado otra demostración contundente de movilización que no fuera la del cierre de campaña.

10. Conclusiones

Lo que es cierto, es que cualquiera que sea el resultado electoral, ya sea que gane Maduro o Edmundo González, ello implicará seis meses de negociación para alcanzar un consenso entre la vieja y nueva burguesía con la intención de permitir gobernabilidad y el pase de un paquete anti clase obrera con la menor protesta posible.

Desde una perspectiva de la clase trabajadora estamos ante el peor de los escenarios, desde la apertura de la etapa de crisis hasta el presente (1983-2024). La izquierda radical y anticapitalista tiene que prepararse para los próximos años para una estrategia multi nivel de lucha por la restauración de las libertades democráticas mínimas, que combine movilización y lucha, con la construcción de espacios de diálogo y concreción de conquistas, algo que no será tan fácil.

Si gana el candidato de la derecha, Edmundo González, hay que prepararse para una recomposición de fuerzas que no sea sectaria ni centrada en el pasado, sino que mire al futuro para permitir la reconstitución de las organizaciones sociales, sindicales y gremiales y los mecanismos institucionales de arbitraje. Si por el contario Maduro gana las elecciones, se debe acrecentar la movilización, superando la política “del hígado” -propia de algunos sectores en la actual campaña electoral- donde lo sustantivo sea recuperar el marco mínimo de libertades democráticas.

***

Luis Bonilla-Molina es doctor en Ciencias Pedagógicas. Miembro del Consejo Directivo de CLACSO. Integrante de la Campaña Latinoamericana por el Derecho a la Educación, la Fundación Kairos y el Consejo Mundial de Sociedades de Educación Comparada. Actualmente es secretario operativo del Congreso Mundial contra el Neoliberalismo educativo. Militante de la Otra Campaña, Otras Voces en educación y LUCHAS.


[1] Se suele confundir los picos de tensión dentro del periodo de crisis 1983-2024, como etapas separadas.  En realidad, la rebelión estudiantil-popular de 1987, el Caracazo de 1989, los alzamientos militares de 1992, la destitución y enjuiciamiento de Carlos Andrés Pérez, la candidatura y victoria electoral de Chávez, el proceso constituyente, el golpe de Estado de 2002, el llamado al socialismo del siglo XXI, las contradicciones entre la nueva burguesía y el poder popular denunciadas en 2009 en el evento del CIM, la enfermedad y muerte de Chávez, la candidatura y triunfo de Maduro, el inicio del bloqueo norteamericano y de las naciones imperialistas, las rebeliones callejeras de la derecha 2014-2017 y la muerte de un centenar de jóvenes, la segunda constituyente, el decreto 2792, el giro autoritario de Maduro, la perdida de libertades democráticas, la judicialización de los partidos políticos, la negociación con los EEUU y otros eventos, son solo picos de tensión en el marco de la larga crisis burguesa en Venezuela del periodo 1983-2024.

My Thoughts on Biden Dropping Out. Chris Hedges. July 22, 2024

Joe Biden was discarded by the same billionaire class he assiduously served throughout his political career. Barely able to stumble his way through the words on a TelePrompter and not always cognizant of what is happening around him, his billionaire supporters pulled the plug. He was their creature – he has been in federal office for 47 years – from start to finish.

He was used as a foil to defeat Bernie Sanders in the 2020 primaries and was anointed as the candidate in 2024 in a Soviet-style primary campaign. The billionaire class will now anoint someone else. Democratic Party voters are stage props in this political farce. Donald Trump, unlike Kamala Harris or any other apparatchik the billionaire class selects as a presidential candidate, has a genuine and committed base, however fascistic.

In Hitler and the Germans, the political philosopher Eric Vogelin dismisses the idea that Hitler — gifted in oratory and political opportunism but poorly educated and vulgar — mesmerized and seduced the German people. The Germans, he writes, supported Hitler and the “grotesque, marginal figures” surrounding him because he embodied the pathologies of a diseased society, one beset by economic collapse and hopelessness.

Voegelin defines stupidity as a “loss of reality.” The loss of reality means a “stupid” person cannot “rightly orient his action in the world, in which he lives.” The demagogue, who is always an idiote, is not a freak or social mutation. The demagogue expresses the society’s zeitgeist.

Biden and the Democratic Party are responsible for this zeitgeist. They orchestrated the deindustrialization of the United States, ensuring that 30 million workers lost their jobs in mass layoffs. As I write in America, The Farewell Tour, this assault on the working class created a crisis that forced the ruling elites to devise a new political paradigm.

Trumpeted by a compliant media, this paradigm shifted its focus from the common good to race, crime and law and order. Biden was at the epicenter of this paradigm shift. Those undergoing profound economic and political change were told that their suffering stemmed not from rampant militarism and corporate greed but from a threat to national integrity.

The old consensus that buttressed New Deal programs and the welfare state was attacked as enabling criminal Black youth, “welfare queens” and other alleged social parasites. This opened the door to a faux populism, begun by Ronald Reagan and Margaret Thatcher, which supposedly championed family values, traditional morality, individual autonomy, law and order, the Christian faith and the return to a mythical past, at least for white Americans.

The Democratic Party, especially under Bill Clinton and Biden, became largely indistinguishable from the establishment Republican Party to which it is now allied.

The Democratic Party refuses to accept its responsibility for the capture of democratic institutions by a rapacious oligarchy, the grotesque social inequality, the cruelty of predatory corporations and an unchecked militarism. The Democrats will anoint another amoral politician, probably Harris, to use as a mask for outsized corporate greed, the folly of endless war, the facilitation of genocide and the assault on our most basic civil liberties. The Democrats, tools of Wall Street, gave us Trump, and the 74 million people who voted for him in 2020. They look set to give us Trump again. God help us.

El estado actual de las relaciones internacionales como ciencia social: ¿crisis o pluralismo paradigmatico? Kepa Sodupe.1992

INTRODUCCIÓN

Es posible afirmar que las Relaciones Internacionales constituyen una de las ramas más jóvenes de las ciencias sociales. Quizá por ello pueda justificarse, en gran medida, el hecho de que la disciplina esté dominada por grandes debates internos. Estos debates no se refieren a cuestiones secundarias, sino a problemas esenciales, que condicionan el modo de entender el estudio de las Relaciones Internacionales. Entre distintas corrientes académicas se discute con intensidad acerca de la auténtica razón de ser de este nuevo campo del saber.

Para aquellos que han hecho de la profundización en el conocimiento de las Relaciones Internacionales su profesión, la presencia de grandes debates posee un enorme interés. No cabe duda de que las discusiones que afectan a aspectos como el objeto, es decir, qué estudiar, y el método, es decir, cómo estudiarlo, ambos tan básicos para esbozar una definición de la disciplina, resultan para el especialista verdaderamente apasionantes. Hay que subrayar que tales discusiones son tan relevantes que el núcleo fundamental de las Relaciones Internacionales está centrado en torno a las mismas[1].

Sin embargo, la ausencia de acuerdo sobre cuestiones de tanta trascendencia ha sido, con frecuencia, motivo de desaliento en medios académicos. Tal ausencia de acuerdo ha generado una excesiva fragmentación de este campo del saber, en detrimento de las posibilidades de acumulación del conocimiento[2]. No en vano, M. Frost ha apuntado que, durante muchos años, a las Relaciones Internacionales les ha correspondido el dudoso honor de ser la menos autorreflexiva de todas las ciencias sociales [3].

La sensación de desconcierto que puede provocar esta situación se acrecienta cuando alguien se acerca por primera vez a la disciplina y observa un número de polémicas cuyo alcance y significación no le es posible apreciar con exactitud. El panorama de cierta confusión que caracteriza a las Relaciones Internacionales ha conducido, a menudo, a personas, en principio interesadas en la materia, al desánimo y al abandono de su estudio.

Los grandes debates mencionados con anterioridad han sido tan significativos, que su sucesión a lo largo del tiempo sirve de referencia para establecer las principales fases de desarrollo de las Relaciones Internacionales.

El primero fue el que enfrentó a idealistas y realistas en los años veinte y treinta.

El segundo colocó en bandos opuestos a tradicionalistas y behavioristas entre 1950 y 1970. El tercero, en el cual se encuentra la disciplina desde principios de los años setenta, es el debate paradigmático [4]. Su naturaleza es bien distinta de la de los dos anteriores. La discusión en términos de paradigmas —o, en su caso, en función de diversas preferencias filosóficas, de modelos, programas de investigación, imágenes, etc.— es uno de los rasgos más sobresalientes del tercer debate [5]. Al margen de las diferencias de significado de estos términos, todos ellos hacen alusión a construcciones de carácter metateórico, construcciones que han pasado a convertirse en nuevas unidades científicas básicas de expresión del conocimiento.

A pesar de la existencia de notables incertidumbres, muchos especialistas han depositado grandes esperanzas en el momento actual de la disciplina.

M. Banks estima que el tercer debate constituye «la búsqueda de una teoría más perfeccionada». El intercambio de opiniones entre escuelas de pensamiento o paradigmas «es, potencialmente, el más rico, el más prometedor y estimulante que hayamos tenido nunca en las Relaciones Internacionales» [6].

En este artículo se pretende realizar una descripción del estado de cosas que define las Relaciones Internacionales como Ciencia Social. Para ello se recurre a las ideas de Thomas S. Kuhn sobre la evolución de las ciencias.

Los aspectos más destacados de estas ideas, recogidos en su libro La estructura de las revoluciones científicas, han sido utilizados habitualmente a la hora de valorar la situación presente de la disciplina.

No obstante, en un número importante de contribuciones efectuadas con este propósito, la aplicación de la obra de Kuhn al análisis de las Relaciones Internacionales no ha sido lo suficientemente sistemática, lo cual ha afectado negativamente a sus conclusiones. Tratando de no reproducir los mismos defectos, en este trabajo se procede, en primer lugar, a establecer el núcleo de las ideas de Kuhn, para pasar posteriormente a desarrollarlas, con el mayor rigor posible, en el estudio de la disciplina.

II. LAS IDEAS DE T. S. KUHN SOBRE LA EVOLUCIÓN DE LAS CIENCIAS

En nuestros días, hablar del momento en que se encuentran las Relaciones Internacionales es equivalente a hablar del debate paradigmático. Una pieza clave de la teoría sobre el progreso del conocimiento humano de Kuhn es el concepto de «paradigma». Aunque, como veremos más adelante, aquejado de graves problemas de definición, este concepto comprende las premisas o principios metafísicos fundamentales, las leyes generales de comportamiento y el método y las técnicas de investigación que, en relación a una ciencia, ha adoptado la comunidad académica especializada en ella [7].

Estos elementos del concepto de paradigma poseen una gran importancia, ya que inciden sobre el modo de entender la disciplina, los problemas a los que debe prestarse atención y los datos que resultan relevantes en la construcción de teorías. Un paradigma, por tanto, determina los grandes parámetros dentro de los cuales se desarrolla una ciencia [8].

En la vida de una ciencia, Kuhn distingue una fase precientífica y una fase científica [9]. En la primera de ellas se observa una multiplicidad de paradigmas, lo cual quiere decir que no hay acuerdo sobre cuestiones consideradas como básicas entre los estudiosos de una disciplina. Estos, como resultado del desacuerdo aludido, más que a labores investigadoras concretas, están dedicados a la defensa de sus respectivos enfoques paradigmáticos.

En cambio, en la segunda se aprecia la existencia de un único paradigma. En opinión de Kuhn, la ausencia de discrepancias fundamentales entre la comunidad académica es lo que diferencia a una ciencia madura de la actividad relativamente desorganizada del período precientífico[10].

Con la implantación de un solo paradigma, los especialistas dejan de polemizar sobre los rasgos fundamentales de un campo concreto de conocimiento, para comenzar a edificar lo que Kuhn ha denominado «ciencia normal».

Es importante señalar que el paradigma determina los criterios que legitiman el quehacer científico en una disciplina. Trabajando dentro de los límites de un paradigma, la comunidad académica procede a llevar a cabo una actividad teórica y experimental absolutamente imprescindible para mejorar el grado de adecuación entre tal paradigma y el mundo real [11].

Un científico centrado en la producción de «ciencia normal» no cuestiona la validez del paradigma, que orienta la formulación de teorías en su disciplina. Si se producen fracasos en el intento de dar respuesta a determinadas cuestiones, la responsabilidad de los mismos no se atribuye al paradigma, sino a la falta de habilidad del investigador. Sin embargo, dentro de un paradigma hay puzzles que no pueden ser resueltos, a los que Kuhn llama «anomalías» [12].

La persistencia de cuestiones que resisten los esfuerzos de la comunidad científica por encontrar una solución pueden conducir a socavar la confianza en el paradigma. Una anomalía será particularmente seria si llega a contravenir los fundamentos mismos del paradigma. La existencia de anomalías de esta naturaleza marcan el inicio de una «crisis» en la evolución de una ciencia [13].

Según Kuhn, la presencia de anomalías abre una fase de «ciencia extraordinaria», que tiene por objeto encontrar una solución a las mismas. En un principio, esta solución se intenta buscar dentro del mismo paradigma, para lo cual los científicos, con el propósito de eliminar el conflicto entre teoría y realidad, recurren a la introducción de numerosas modificaciones ad hoc.

Esta reacción contribuye a difuminar los rasgos definitorios del paradigma [14]. Por otra parte, en una dirección diferente, el estado de crisis fuerza una revisión de las principales asunciones paradigmáticas. Dicho estado de crisis se agudiza cuando, al entender que la anomalía sólo puede ser explicada adoptando una visión del mundo nueva y diferente, surge un paradigma alternativo.

A partir de este momento se establece una pugna entre dos paradigmas rivales, con concepciones del mundo y de los problemas que en él son relevantes radicalmente distintas. En el supuesto de que, en el transcurso de esa pugna, el viejo paradigma sea sustituido por el nuevo, Kuhn estima que se ha producido una «revolución científica» [15].

La sustitución de un paradigma se considera consumada cuando el que le reemplaza es asumido no por un individuo o grupo de individuos, sino por el conjunto de la comunidad científica.

Es, pues, a través de crisis y revoluciones científicas como tiene lugar el tránsito a un nuevo estadio en la vida de una disciplina. A diferencia de la versión inductivista de la ciencia, que presupone que el conocimiento humano crece de manera acumulativa, para Kuhn tal acumulación sólo es posible en el interior de un paradigma [16].

Los problemas, teorías y datos que forman parte de la ciencia normal poseen sentido cuando se contemplan en función del conjunto de premisas que definen ese paradigma. Trasladados a otro paradigma perderían enteramente su significación [17].

Una de las partes más controvertidas de la obra de Kuhn es la que hace referencia a la determinación de los criterios con arreglo a los cuales una comunidad científica asume un único paradigma en su paso a una fase de madurez, o, posteriormente, reemplaza éste por uno alternativo. Para Kuhn, no existen razones lógicas que puedan demostrar la superioridad de un paradigma sobre otro y, consiguientemente, justificar su asunción [18]. Por ello los paradigmas son «inconmensurables» [19].

Es cierto que existen argumentos —como la capacidad para resolver problemas irresolubles con anterioridad, la simplicidad del nuevo enfoque y la promesa de un desarrollo científico más fructífero— que pueden justificar el paso de un paradigma a otro [20]. Sin embargo, sin excluir el peso de estos factores en el paso mencionado, Kuhn advierte que su fuerza argumental se produce en el marco de un determinado paradigma.

Es decir, los logros de un paradigma son juzgados conforme a los estándares que él mismo proporciona. La conclusión de un razonamiento es convincente únicamente si sus premisas son aceptadas. Así, los defensores de paradigmas opuestos rechazarán las premisas de su rival y, por tanto, difícilmente serán convencidos por sus argumentos [21].

De aquí que Kuhn, equiparando las revoluciones científicas a las revoluciones políticas, haya afirmado que su triunfo depende no tanto de procesos de prueba como de procesos de «persuasión» o «conversión», que conducen a la comunidad científica a abrazar los presupuestos de una nueva construcción paradigmática [22].

III . ¿CAOS U ORDEN EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES?

Aunque elaboradas en relación con las ciencias naturales, las ideas de Kuhn han tenido una gran influencia en las ciencias sociales. Como se ha apuntado anteriormente, desde los años setenta las referencias a sus tesis parecen obligadas en el empeño de clarificar el estado de la disciplina y arrojar luz sobre las profundas discrepancias que dividen a la comunidad científica en las Relaciones Internacionales.

En general, el esquema de Kuhn ha sido aplicado a las Relaciones Internacionales sin plantear mayores problemas filosóficos de fondo. Pero en algunos casos se han manifestado dudas respecto a la «legitimidad» de dicha aplicación. Estas dudas no han afectado al concepto de paradigma como nueva unidad científica de expresión del conocimiento. Su introducción ha sido comúnmente aceptada por los especialistas [23].

En cambio, no ocurre lo mismo con la parte de la teoría de Kuhn, que describe el avance del saber en función de crisis y revoluciones científicas. Aquí han surgido interrogantes en cuanto a la corrección de pretender explicar, en base a una teoría asociada a las ciencias naturales, la evolución de una ciencia social: las Relaciones Internacionales [24].

Aun cuando no suele mencionarse habitualmente en la literatura especializada, debe decirse que Kuhn, tras marcar una división entre ciencias naturales y sociales, estima que su teoría sobre el progreso del conocimiento es únicamente aplicable a las primeras [25].

Una diferencia básica separa, en su opinión, ambos medios, el natural y el social: mientras que la comunidad de especialistas, en el caso de las ciencias naturales, lleva a cabo su trabajo —a excepción de las fases precientíficas o revolucionarias— dentro de un mismo paradigma, en el caso de las ciencias sociales está permanentemente fragmentada, al encontrarse adscritos sus miembros a diferentes enfoques paradigmáticos [26].

Esta pluralidad de enfoques que preside las ciencias sociales tiene su origen en el mayor entroncamiento de sus especialistas con las necesidades de la sociedad. Cada uno de ellos es fruto de criterios normativos concretos, que, a su vez, determinan los problemas que han de centrar la atención de los investigadores [27].

La posición de Kuhn, que establece una nítida distinción entre ambos grupos de ciencias, suscita un problema de honda raigambre en la Filosofía de las Ciencias Sociales. Debido a su enorme complejidad, en este artículo no se pretende fijar una postura en cuanto al grado de equiparación entre ciencias naturales y sociales. No cabe duda de que puede producirse una cierta contradicción entre la posición de Kuhn mencionada y la práctica seguida por gran número de científicos sociales. No obstante, sin menospreciar las objeciones que tratan de destacar sus limitaciones, es posible afirmar que las ideas de Kuhn permiten obtener perspectivas de gran interés tanto sobre la evolución como sobre la situación actual de las ciencias sociales, entre ellas las Relaciones Internacionales.

En cualquier caso, aun aceptando las dificultades de generalización de dichas ideas, su aplicación puede contribuir a la mejor comprensión de la disciplina, al facilitar un modelo de referencia con respecto al cual poner de relieve las diferencias fundamentales.

Ciertamente, la obra de Kuhn posibilita la realización de preguntas de sumo interés respecto a las Relaciones Internacionales: ¿En qué estadio de desarrollo se encuentra la disciplina? ¿Existen uno o varios paradigmas en su seno? En el supuesto de que haya varios, como puede desprenderse de las referencias a grandes debates efectuadas al comienzo de este trabajo, ¿cuáles son los elementos paradigmáticos que separan cada uno de ellos?

Una primera aproximación a la literatura especializada sugiere la presencia de numerosos paradigmas. Al examinar una parte no despreciable de las contribuciones sobre el estado de la disciplina, puede llegarse a la conclusión de que las Relaciones Internacionales se caracterizan no sólo por la mera diversidad de enfoques paradigmáticos, sino, además, por el hecho de que la comunidad académica no se ha puesto de acuerdo sobre cuántos de dichos enfoques pueden realmente contabilizarse.

En efecto, ha sido habitual el que distintos autores hayan propuesto su propia lista de paradigmas. Entre otros, se han mencionado como tales: idealismo, realismo, behaviorismo, globalismo, dependencia y neomarxismo.

Ante esta proliferación de paradigmas, algunos especialistas han afirmado que las Relaciones Internacionales se encuentran en una fase precientífica [28]. Si esto fuera así, habría que contemplar a la disciplina, más sujeta a controversias entre las diferentes perspectivas paradigmáticas, que a la tarea de teorización en el interior de cada una de ellas. Aunque este punto de vista se ve avalado por el elevado volumen de publicaciones dedicado a debatir cuestiones fundamentales, la multiplicidad de paradigmas puede ser explicada también en base a otras razones.

La diversidad paradigmática, aparte de como manifestación sobresaliente de una fase precientífica, cabe estudiarla en estrecha relación con dos consideraciones de gran importancia. La primera de ellas recoge los problemas que atañen al notable grado de imprecisión asociado al concepto de paradigma.

La segunda hace mención a la ausencia de criterios homogéneos, por parte de la comunidad de especialistas en Relaciones Internacionales, a la hora de establecer el número de paradigmas en la disciplina.

En lo concerniente a la primera de las consideraciones comentadas, hay que señalar que, si bien el concepto de paradigma ocupa un lugar central en su obra, Kuhn no lo definió con precisión. A este respecto, M. Masterman ha puesto de relieve cómo Kuhn emplea el término paradigma de veintiuna maneras diferentes [29].

En un capítulo final, añadido a la segunda edición de su libro La estructura de las revoluciones científicas, Kuhn acepta buena parte de las críticas a la falta de concreción aludida. Aun después de atribuir la mayoría de los usos a inconsistencias de tipo estilístico [30], reconoce que, una vez eliminadas éstas, utiliza el concepto de paradigma de dos formas distintas.

De una parte, representa «la constelación total de creencias, valores, técnicas, etc., compartida por los miembros de una comunidad determinada».

De otra, está formado por «las soluciones de problemas concretos que, empleadas como modelos o ejemplos, pueden sustituir a normas explícitas como base para la resolución de otros problemas de la ciencia normal» [31].

Para Kuhn, la configuración del concepto de paradigma como una «guía» para la solución de problemas —a la cual da el nombre de «exemplar»— es la más profunda de las dos [32].

Sin embargo, el intento de clarificación llevado a cabo por Kuhn no ha satisfecho a la mayor parte de sus críticos. Estos han estimado que, a pesar del intento citado, el concepto de paradigma sigue encerrando un alto grado de ambigüedad.

Si el concepto de paradigma, así como el análisis basado sobre el mismo, ha de ser de alguna utilidad en su aplicación a las ciencias en general y a las Relaciones Internacionales en particular, debe ser definido con precisión.

En su excelente libro The Power of Power Politics. A Critique, J. A. Vasquez trata de buscar una definición de paradigma que pueda, posteriormente, ser empleada en un estudio crítico de la escuela realista. Para ello comienza dejando al margen lo que, a su juicio, no es un paradigma. Un paradigma «no es ni un método ni una teoría» [33].

El método científico y sus diferentes modalidades de prueba (experimentación, simulación, análisis estadístico, etc.) no constituye, en el sentido propuesto por Kuhn, un paradigma. De ser así, todas las ciencias físicas dominadas por este método estarían englobadas en un mismo paradigma. Según Vasquez, Kuhn no está interesado en los elementos comunes de las ciencias físicas, sino en lo que hace de cada una de ellas disciplinas concretas y coherentes [34].

En consecuencia, la esencia de un paradigma ha de ser sustantiva y no metodológica. Pero esto no quiere decir que sea válido identificar un paradigma con una teoría dominante. Vasquez dice que, a menudo, puede apreciarse la existencia de más de una teoría en una disciplina. Aparte de esta observación, es importante hacer notar que, para este autor, «un paradigma es, de algún modo, anterior a la teoría». Abundando en esta idea, escribe que un paradigma «es lo que, en primer lugar, da origen a teorías» [35].

Si tenemos en cuenta los elementos paradigmáticos comentados con anterioridad: principios metafísicos, leyes generales y método de análisis, parece obvio que Vasquez circunscribe el concepto de paradigma al primero de ellos, en detrimento de los otros dos. En esa línea, define dicho concepto como «las premisas fundamentales que los especialistas adoptan acerca del mundo que están estudiando».

Estas premisas fundamentales proporcionan un cuadro de ese mundo que indica al académico «lo que es conocido respecto al mismo, lo que es desconocido, cómo debería verse el mundo si se desea conocer lo desconocido y, finalmente, lo que vale la pena conocer» [36].

La definición de paradigma como el conjunto de premisas fundamentales asumidas por una comunidad científica supone una contribución notable al esfuerzo de dotar de precisión a dicho término. No obstante, la segunda razón de la diversidad paradigmática que se aprecia en el campo de las Relaciones Internacionales tiene su origen en el hecho de que los especialistas no se ponen de acuerdo sobre cuáles han de ser tales premisas.

Con frecuencia, los autores que han tratado de analizar el estado de la disciplina han fijado premisas diferentes a la hora de determinar la existencia de enfoques paradigmáticos. Como consecuencia de ello, han surgido propuestas distintas en cuanto al número y contenido de los paradigmas que pueden contabilizarse.

No resulta difícil presentar una muestra que corrobore la afirmación sobre la disparidad de propuestas mencionadas. J. A. Vasquez, fundándose en tres premisas esenciales —los actores centrales de la realidad internacional, la relación entre política nacional y política internacional y el objeto de las Relaciones Internacionales—, establece una confrontación entre los paradigmas idealista y realista [37].

Según Vasquez, para el primero de estos paradigmas los actores más importantes son las organizaciones internacionales y los individuos, la relación entre política nacional e internacional es estrecha en tanto en cuanto se desea equiparar la segunda a la primera, y la finalidad de las Relaciones Internacionales es el establecimiento de la paz.

En cambio, para el paradigma realista, el actor prácticamente exclusivo es el Estado-nación, el principio de soberanía supone una rígida separación entre la realidad nacional y la internacional, y el objeto de la disciplina es el estudio de la lucha

por el poder [38].

R. Maghroori toma como punto de referencia principal las distintas percepciones sobre el papel del Estado en el dominio internacional. Con arreglo a esta premisa, distingue dos paradigmas: el estatocéntico o realista y el globalista [39].

Señala este autor que el paradigma realista considera que el Estado es la unidad política fundamental del sistema mundial y que, consecuentemente, es posible analizar la política internacional en términos de relaciones interestatales. Los realistas piensan que la mayor parte de las actividades humanas, tanto políticas como no políticas, pueden ser definidas con referencia a los límites geográficos del Estado [40].

En contraposición, el paradigma globalista entiende que uno de los cambios más significativos ocurridos en el sistema internacional con posterioridad al término de la Segunda Guerra Mundial ha sido el declive de la centralidad del Estado-nación. El concepto de soberanía, piedra angular de dicho sistema, ha sido seriamente erosionado por el fenómeno de la interdependencia. A juicio de los globalistas, un mundo crecientemente interdependiente resulta incompatible con las asunciones tradicionales del modelo estatocéntrico [41].

Centrándose en la visión del mundo que se obtiene de cada uno de ellos, R. Pettman habla de dos paradigmas, uno que llama pluralista y otro que denomina estructuralista. El pluralismo describe un universo social dividido en una multitud de entidades, de tamaño y poder desigual, dedicadas, con la misma intensidad, a la tarea de satisfacer sus intereses soberanos. Desde una perspectiva diferente, el estructuralismo contempla el mundo en términos de jerarquías, ordenadas verticalmente, que traspasan las fronteras nacionales, poniendo de manifiesto las pautas conforme a las cuales los países desarrollados reproducen formas políticas y socioeconómicas características en los países subdesarrollados. La reproducción de estas formas refleja la difusión desigual del modo industrial de producción, el carácter complejo y poco equitativo del sistema de clases que ha surgido del mismo y la división global del trabajo [42].

Para completar esa muestra puede hacerse referencia al planteamiento realizado por B. Korany. De una manera poco habitual, este autor no emplea un único conjunto de premisas para establecer el número de enfoques paradigmáticos existente. En base a consideraciones de tipo metodológico y epistemológico, cree oportuno diferenciar el realismo del behaviorismo [43].

Por otra parte, en función de criterios ideológicos separa, de un lado, los paradigmas realista y behaviorista, y de otro, los paradigmas marxista y neo-marxista [44]. A su vez, Korany justifica la distinción entre el marxismo y el neomarxismo y dependencia, apoyándose en la apreciación de que este último enfoque utiliza el bagaje ideológico y conceptual marxista, especialmente en lo referente al imperialismo, para el análisis no de la realidad capitalista, sino de los problemas del subdesarrollo [45].

La sensación de confusión que se desprende de la variedad de puntos de vista expresada puede agravarse al tomar en consideración la referencia de Korany a las cuestiones metodológicas. En efecto, la comunidad de especialistas en Relaciones Internacionales no sólo discrepa en torno a la fijación de las premisas que deben servir de base a la definición de paradigmas. Además, se observan en su seno opiniones no coincidentes respecto al lugar que

han de ocupar los aspectos metodológicos en tal definición. Es decir, hay autores que no comparten la posición, formulada explícitamente por Vasquez e implícitamente por otros especialistas, que propugna una relación exclusiva entre paradigma y conjunto de premisas. Para ellos, el concepto de paradigma no puede desgajarse de los problemas metodológicos y epistemológicos.

En determinados círculos académicos, estos problemas tienen tanta entidad como para justificar una clasificación paradigmática en base a los mismos. C. R. Mitchell, en un estudio sobre las cuestiones de método en los años sesenta y setenta, escribe que es posible observar, dentro del debate en torno al fundamento filosófico y metodológico de las ciencias sociales en general y de las Relaciones Internacionales en particular, tres grandes Escuelas de pensamiento: la «clásica», la «behaviorista» (o científica) y la «posbehaviorista» (o paradigmática) [46].

Estas tres grandes Escuelas presentan numerosos rasgos distintivos, pero cada una de ellas puede ser contemplada, por una parte, como defensora de un modo particular de análisis, y de otra, como una referencia esencial para definir e incrementar el nivel de «conocimiento» aceptable en un campo dado del saber.

Así, el método de la escuela clásica, en la que de una manera no del todo correcta se incluyen idealistas y realistas, se asienta sobre la experiencia histórica y la intuición del investigador. Esta posición fue cuestionada por el behaviorismo, a mediados de los años cincuenta, en su intento de introducir el método científico en el estudio de la realidad internacional. Por su parte, el posbehaviorismo, a finales del decenio de los sesenta, realizó una crítica poniendo de relieve que la corriente behaviorista había confundido la naturaleza del análisis científico y estaba aplicando un anticuado concepto positivista del mismo, no defendible, en términos filosóficos, en la actualidad [47].

Al igual que Mitchell, H. R. Alker y T. T. Biersteker plantean una clasificación de los paradigmas observables en la disciplina en función de una preocupación metodológica. Estos autores mencionan la existencia de tres enfoques teóricos: el tradicional, el behaviorista y el dialéctico [48]. A su juicio, los enfoques citados son claramente reconocibles por la región y el momento histórico en el que han surgido, la orientación política que los preside y la epistemología [49].

A pesar de establecer una variedad de criterios —como lugar, tiempo, problemas prioritarios y método—, parece poder afirmarse, a la vista de la enumeración de perspectivas paradigmáticas, que los relativos al cómo proceder en la investigación poseen un peso decisivo. Es posible sostener que el planteamiento de Alker y Biersteker, con su distinción entre tradicionalismo y behaviorismo y la inclusión del enfoque dialéctico, está preponderantemente dominado por connotaciones metodológicas.

Para otros especialistas, aunque sin ser tan central como en los casos anteriores, los problemas metodológicos y epistemológicos deben también tenerse en cuenta en el análisis paradigmático de la disciplina. Partiendo de la consideración de cuestiones tanto sustantivas como metodológicas, A. Lijphart habla de dos paradigmas: el tradicional y el behaviorista [50].

Si bien se esfuerza en demostrar que hay conjuntos de premisas característicos que aconsejan separar ambos paradigmas —como la presencia de distintas metáforas y analogías, distintas visiones del mundo y distintos compromisos en cuanto al enfoque básico de las Relaciones Internacionales—, Lijphart no deja de reconocer que la incidencia de los aspectos procedimentales es la más obvia en dicha separación [51]. En este mismo orden de cosas cabe recordar que la trascendencia atribuida a aspectos de esta naturaleza llevó a B. Korany a distinguir, dentro de su esquema paradigmático, entre realismo y behaviorismo [52].

De este primer análisis de la literatura especializada no puede extraerse sino una impresión poco satisfactoria de la situación en que se encuentran las Relaciones Internacionales.

Sean cuales fueren las razones de la multiplicidad de paradigmas, el estado incipiente de desarrollo de esta nueva ciencia social, los problemas de definición del concepto de paradigma o la ausencia de consenso en la comunidad científica, tanto respecto a la fijación de premisas fundamentales como respecto a la significación que debe asignarse a las cuestiones metodológicas, resulta difícil no llegar a la conclusión de que las Relaciones Internacionales están inmersas en un auténtico desorden intelectual.

A la vista de la situación descrita, podría decirse que, como consecuencia de la profusión de perspectivas fundamentales, esta ciencia social se halla en los momentos iniciales de una fase precientífica.

La complejidad creada por la multiplicidad de paradigmas se ve acentuada por la diversidad de términos utilizada para describir enfoques paradigmáticos idénticos o prácticamente idénticos. Aun en la breve muestra presentada, expresiones como escuela clásica y perspectiva tradicionalista han sido empleadas para aglutinar al idealismo y al realismo en un solo paradigma.

Por otra parte, denominaciones como realismo, enfoque estatocéntrico y pluralismo han sido propuestos para referirse a un paradigma asentado en el peso e influencia abrumadora del Estado en el sistema internacional. A esto cabe añadir que términos como estructuralismo y enfoque dialéctico han pretendido englobar el paradigma marxista y el paradigma neomarxista y de la dependencia.

No obstante, esta sensación de desorden intelectual, apreciable tras un primer análisis, no debe conducir a posiciones de desesperanza con respecto a la posibilidad de contemplar la disciplina como una ciencia social más evolucionada. Dentro del panorama general de confusión, es posible vislumbrar una visión más ordenada de las Relaciones Internacionales.

A pesar de la persistencia en la disparidad de puntos de vista, tanto de fondo como terminológicos, un examen más en profundidad pone de manifiesto que, a partir del decenio de los ochenta, parece estar formándose un cierto consenso en cuanto al número y naturaleza de los paradigmas que rivalizan en este área del conocimiento humano.

Tal consenso apunta hacia la constatación de la presencia de tres paradigmas: un paradigma estatocéntrico, un paradigma globalista y un paradigma estructuralista.

Es interesante comentar que, si bien se mantienen las discrepancias respecto a las premisas a tener en cuenta en la clasificación de paradigmas, tales discrepancias parecen mostrar una tendencia a disminuir. La aparición del consenso mencionado en el párrafo anterior ha estado acompañada, en alguna medida, por una aproximación de las posturas de los especialistas sobre esta cuestión.

Autores como M. Smith, R. Little y M. Shackleton, K. J. Holsti, M. Banks, P. R. Viotti y M. V. Kauppi recurren a premisas prácticamente idénticas en sus análisis paradigmáticos [53]. Coincidiendo en esta línea de homogeneización, C. del Arenal y F. Aldecoa han señalado el interés de la propuesta realizada por Holsti [54].

Entre las manejadas por los autores citados pueden destacarse tres premisas fundamentales:

a) La visión del mundo que se obtiene en cada enfoque básico,

b) Los actores esenciales, y

c) El objeto de las Relaciones Internacionales.

No cabe duda de que una homogeneización de criterios como la que encierra esta enumeración es vital para una descripción coherente de la disciplina.

Reforzando la aseveración sobre la convergencia de opiniones en cuanto al estado de las Relaciones Internacionales, debe señalarse que, incluso especialistas como P. Willetts y J. N. Rosenau, que adoptan conjuntos de premisas distintos al expuesto, coinciden en el número y orientación de los principales enfoques paradigmáticos [55].

Es también significativo que, en la gran mayoría de los planteamientos recientes, se detecta una propensión a excluir los problemas metodológicos como factores relevantes en la definición de paradigmas. Hay autores, como f. N. Rosenau, que introducen los aspectos de método entre tales factores, aunque ello no supone atribuir, en base a los mismos, una personalidad específica a un paradigma [56].

En general, dentro de la comunidad académica, parece entenderse que en la etapa en la que se encuentran las Relaciones Internacionales en la actualidad, etapa dominada por el debate paradigmático, los puntos de discrepancia entre las diferentes visiones de la disciplina residen más en qué estudiar que en cómo llevar a cabo el estudio [57].

Pero, si cabe hablar de la formación de un cierto consenso en las valoraciones del estado de la disciplina, no puede decirse lo mismo en lo que atañe a la variedad de términos utilizada en ellas. En el terreno semántico sigue sin realizarse un esfuerzo serio por adoptar expresiones comunes, manteniéndose, por tanto, un elevado grado de confusión terminológica. Basta un breve recorrido por las denominaciones empleadas en la clasificación de paradigmas para que dicha confusión quede patente.

Smith, Little y Shackleton mencionan poder y seguridad, interdependencia y relaciones transnacionales y dominación y dependencia. Willetts, por su parte, alude al realismo, funcionalismo y marxismo. Rosenau presenta tres enfoques principales: estatocéntrico, multicéntrico y globalcéntrico. Holsti, estableciendo su propia clasificación, hace referencia a la tradición clásica, globalismo y neomarxismo.

Banks habla de realismo, pluralismo y estructuralismo. Arenal y Aldecoa, por último, emplean preferentemente las expresiones de tradicional, sociedad global y dependencia [58].

No deja de resultar sorprendente que en estas seis clasificaciones sólo los términos realismo y, parcialmente, dependencia son utilizados, de manera común, en dos de ellas. No obstante, es necesario llamar la atención sobre el hecho de que, por debajo de esta dispersión terminológica, subyace una coincidencia en relación con su contenido.

Como se ha dicho anteriormente, las diferentes clasificaciones pueden agruparse en torno a una, con paradigmas que atienden a las denominaciones siguientes: estatocéntrico, globalista y estructuralista.

Las características primordiales de estos paradigmas pueden establecerse tomando como referencia las respuestas que cada uno de ellos da a las preguntas siguientes: ¿cuál es la visión del mundo que ofrecen?, ¿cuáles son los actores esenciales?, ¿cuál es la finalidad de la disciplina?

Para el paradigma estatocéntrico, la imagen del mundo que emerge es la de un sistema de Estados en el cual el poder está descentralizado entre sus miembros. Es decir, estamos en presencia de un sistema internacional anárquico. El actor, si no exclusivo, sí decisivo de la política internacional, es el Estado. Este, para las posiciones estatocéntricas más extremas, constituye una entidad política soberana, con una capacidad de control absoluta sobre sus propios asuntos. Es un medio conflictivo, como consecuencia de la anarquía del sistema, el objeto de las Relaciones Internacionales es el estudio de las causas de la guerra y las condiciones para el logro de la paz y la seguridad.

Desde la óptica del paradigma globalista, la visión del mundo que surge se halla influida por el hecho de una interdependencia creciente. Las imágenes que predominan no son las de un mundo dividido en Estados, sino las de un mundo interdependiente. El cúmulo de relaciones de todo orden que supera los límites de los Estados es tan enorme, que puede hablarse del germen de una sociedad mundial. Dada esta circunstancia, los globalistas entienden que las Relaciones Internacionales han de ampliar su campo de análisis para incluir, además del Estado, actores como las organizaciones internacionales, las compañías multinacionales, los movimientos transnacionales de carácter ideológico o religioso, etc. Los problemas que, según este paradigma, merece la pena estudiar están marcados por su dimensión mundial. Aquellos relativos a la paz y a la guerra van inseparablemente unidos a cuestiones tales como los derechos humanos, el balance ecológico, la escasez de recursos naturales, la superpoblación, la distribución de alimentos, la malnutrición, etc.

En el caso del paradigma estructuralista, la visión del mundo que se transmite es la de un sistema económico integrado, en el que sus diferentes partes, regiones desarrolladas y subdesarrolladas, a las que se asignan funciones económicas diferenciadas, están separadas por profundas desigualdades. Para los estructuralistas, las relaciones interestatales representan un fenómeno meramente superficial. Los Estados tienen una importancia secundaria, estimándose que los verdaderos actores de las Relaciones Internacionales son las clases sociales, los movimientos revolucionarios, etc. Aquí, el estudio de la guerra y la paz deja de ser relevante. En su lugar, la finalidad de la disciplina reside en el análisis de las causas de la explotación y las condiciones para el logro de la igualdad en el mundo.

El estado actual en el que se encuentran las Relaciones Internacionales puede clarificarse aún más si, una vez enunciados los rasgos principales de los tres paradigmas, nos preguntamos cuál es la relación que existe entre ellos.

A pesar de que, frente a la multiplicidad de propuestas paradigmáticas, la identificación de tres únicos paradigmas permite esbozar un cuadro más coherente de las Relaciones Internacionales, todavía podría seguir pensándose que esta ciencia social no ha sido capaz de superar la fase precientífica. ¿Es posible elevar a definitiva una afirmación de esta naturaleza?

En realidad, con arreglo a las ideas de Kuhn, cabe decir que, en lugar de fase precientífica, resulta más correcto hablar de momento de crisis en las Relaciones Internacionales. Esto quiere decir que la disciplina ha de caracterizarse no por la lucha entre paradigmas rivales previa al tránsito a una fase científica, sino por la existencia de un paradigma, en su momento respaldado abrumadoramente por la comunidad académica, que ha comenzado a ser cuestionado por visiones alternativas del mundo.


[1] M. BANKS: «The Inter-Paradigm Debate», en M. LIGHT y A. J. R. GROOM (eds.): International Relations. A Handbook of Current Theory, Londres, Francis Pinter, 1985, pág. 9.

[2] P. M. MORGAN: Theories and Approaches to International Politics. What are we to think?, 4.’ ed., New Brunswick, Transactions Books, 1987, pág. 301. Reflejando el descontento que, para muchos autores, ha motivado el carácter fragmentado que han tenido las aportaciones teóricas realizadas en la disciplina, K. N. WALTZ ha escrito: «Entre los rasgos descorazonadores de los estudios de política internacional se halla el pequeño aumento de poder explicativo que ha surgido a partir de la enorme cantidad de trabajo producido durante las últimas décadas. Nada parece acumularse, ni siquiera las críticas» (K. N. WALTZ: Teoría de la política internacional, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1988, pág. 33).

(3) M. FROST: Towards a Normative Theory of International Relations, Cambridge, Cambridge University Press, 1986, pág. 11.

[4] M. BANKS: «The International Relations Discipline: Asset or Liability for Conflict Resolution?», en E. E. AZAR y J. W. BURTON (eds.): International Conflict Resolution. Theory and Practice, Brighton, Wheatsheaf Books, 1986, pág. 9.

[5] A título de ejemplo, los términos de paradigma, modelos, programas de investigación e imágenes han sido utilizados, respectivamente, por M. BANKS: «Ways of Analysing the World Society», en A. J. R. GROOM y C. R. MITCHELL (eds.): International Relations Theory. A Bibliography, Londres, Francés Pinter, 1978; R. D. MCKINLAY y R. LITTLE: Global Problems and World Order, Londres, Francis Pinter, 1986; R. O. KEOHANE: «Theory of World Politics: Structuralism and Beyond», en A. K. FINIFTER (ed.): Political Science: The State of the Discipline, Washington, American Political Science Association, 1984, y P. R. VIOTTI y M. V. KAUPPI (eds.): International Relations Theory, Realism, Pluralism, Globalism, Nueva York, Macmillan, 1987.

[6] M. BANKS: «The International Relations Discipline…», op. cit., pág. 17. En este mismo sentido, véase K. J. HOLSTI: «Along the road to International Theory», en International Journal, vol. 34, núm. 2, 1984, pág. 361.

[7] T. S. KUHN: The Structure of Scientific Revolutions, 2.’ ed., Chicago, The University of Chicago Press, 1970, págs. 4-5 y 4144. En relación con el concepto de paradigma, puede verse la exposición que se realiza más adelante sobre los problemas planteados por las distintas significaciones dadas por Kuhn al mismo.

[8] Ibidem, pág. 22.

[9] En sus primeras formulaciones sobre esta cuestión, Kuhn distinguió entre una fase paradigmática y una fase preparadigmática. Posteriormente, con motivo de la segunda edición de su obra, reconoció la existencia de paradigmas antes de que una ciencia alcanzara su madurez. La entrada en una etapa científica está determinada no tanto por «la presencia de un paradigma como por su naturaleza», por su capacidad para orientar la producción de «ciencia normal». Véase T. S. KUHN: op. cit., págs. 11-12 y 178-179.

[10] Ibidem, pág. 179.

[11] Ibidem, pág. 24.

[12] Ibidem, págs. 52-53.

[13] Ibidem, pág. 67.

[14] Ibidem, págs. 82-83.

[15] Ibidem, pág. 90.

[16] Ibidem, págs. 96.

[17] Ibidem, págs. 103 y 109.

[18] Ibidem, pág. 94.

[19] Ibidem, pág. 103.

[20] Ibidem, págs. 155-158.

[21] Ibidem, pág. 148, 151 y 152.

[22] Ibidem, pág. 152. Pueden verse también los comentarios realizados por Kuhn sobre esta cuestión en el capítulo añadido a la 2.» edición de su libro.

[23] Respecto a algunos planteamientos críticos que han puesto en cuestión la validez de la aplicación del concepto de paradigma a la ciencia política y, por extensión, a las Relaciones Internacionales, pueden verse A. O. HIRSCHMAN: «The Search for Paradigms as a Hindrance to Understanding», en World Politics, vol. XXII, núm. 3, 1970, págs. 338-339, y J. STEPHENS: «The Khunian Paradigm and Political Inquiry: An Appraisal», en American Journal of Political Science, vol. 17, 1973, pág. 467.

[24] Véase, por ejemplo, R. W. MANSBACH y Y. H. FERGUSON: «Valúes and Paradigm Change: The Elusive Quest for International Relations Theory», en M. P. KARNS (ed.): Persistent Patterns and Emerging Structures in a Waning Century, Nueva York, Praeger, 1986, pág. 12.

[25] T. S. KUHN: op. cit., pág. 160.

[26] Ibidem, pág. 163.

[27] Ibidem, pág. 164.

[28] R. K. ASHLEY: «Noticing Preparadigmatic Progress», en J. N. ROSENAU: In Search of Global Patterns, Nueva York, Free Press, 1976, pág. 151; S. GEORGE: «Schools of Thought in International Relations», en M. DONELAN (ed.): The Reason of States. A Study in International Political Theory, Londres, Alien & Un-win, 1978, pág. 207.

[29] M. MASTERMAN: «The Nature of a Paradigm», en I. LAKATOS y A. MUSGRAVE (eds.): Criticism and ¡he Growth of Knowledge, Nueva York, Cambridge University Press, 1970, pág. 61.

[30] T. S. KUHN: op. cit., pág. 181.

[31] Ibidem, pág. 175.

[32] Ibidem, págs. 175 y 187.

[33] J. A. VASQUEZ: The Power of Power Politics. A Critique, Londres, Francis Pinter, 1983, pág. 4. Una primera formulación de las ideas contenidas en este libro puede encontrarse en J. A. VASQUEZ: «Colouring it Morgenthau: new evidence for an old thesis on quantitative international politics», en British Journal of International Studies, vol. 5, núm. 3, 1979.

[34] J. A. VASQUEZ: The Power of…, op. cit., págs. 4-5.

[35] Ibidem, pág. 5.

[36] Ibidem.

[37] Este autor no restringe el número de paradigmas al idealista y realista. Se refiere también al transnacionalismo y marxismo como enfoques paradigmáticos. Sin embargo, puede decirse que presta una atención especial a los dos paradigmas citados en primer lugar. En torno a sus referencias a otros paradigmas, véase J. A. VASQUEZ: The Power of…, op. cit., págs. 117 y 122

[38] Ibidem, pág. 18.

[39] R. MAGHROORI: «Major Debates in International Relations», en R. MAGHROORI y B. RAMBERC: Globalism versus Realism. International Relations’ Third Debate, Boulder, Westview Press, 1982, pág. 13.

[40] Ibidem, pág. 14.

[41] Ibidem, pág. 16.

[42] R. PETTMAN: «Competing Paradims in International Politics», en Review of International Studies, vol. 7, núm. 1, 1981, pág. 39.

[43] B. KORANY: «Un, deux, ou quatre … Les écoles de relations internationales», en Études Internationales, vol. XV, núm. 4, 1984, pág. 707.

[44] Ibidem, pág. 714.

[45] Ibidem, pág. 721.

[46] C. R. MITCHELL: «Analysing the ‘Great Debates’: Teaching Methodology in a Decade of Change», en R. C. KENT y G. P. NIELSSON (eds.): The Study and Teaching of International Relations, Londres, Francés Pinter, 1980, pág. 28

[47] Ibidem, pp. 29-30.

[48] H. R. ALKER y T. J. BIERSTEKER: «The Dialectics of World Order Notes for a Future Archeologist of International Savoir Faire», en International Studies Quarterly, vol. 28, núm. 2, 1984, págs. 122-123.

[49] Ibidem, pág. 122.

[50] A. LIJPHART: «The Structure of the Theoretical Revolution in International Relations», en International Studies Quarterly, vol. 18, núm. 1, 1974, pág. 59.

[51] Ibidem, págs. 61-63. Aunque, como puede apreciarse más adelante, C. del Arenal ha reformulado su concepción paradigmática de la disciplina, en un primer momento destacó, siguiendo a Lijphart, que la preocupación por la rigurosidad en el planteamiento investigador y en la verificación de la hipótesis, que comenzó a extenderse entre la comunidad de especialistas en los años cincuenta, supuso la aparición de un nuevo paradigma (véase C. DEL ARENAL: Introducción a las relaciones internacionales, 2.’ ed., ‘Madrid, Tecnos, 1987, págs. 90 y 96-97).

[52] ) B. KORANY: op. cit., pág. 707.

[53] M. SMITH, R. LITTLE y M. SHACKELTON (eds.): Perspectives on World Politics, Londres, Croom Helm, 1981, pág. 14; K. J. HOLSTI: The Dividing Discipline. Hegemony and Diversity in International Theory, Londres, Alien & Unwin, 1985, pág. 8; M. BANKS: «The Inter-Paradigm Debate…», op. cit., págs. 12-13; P. R. VIOTTI y M. V. KAUPPI: op. cit., pág. 11

[54] C. DEL ARENAL: «La teoría y la ciencia de las relaciones internacionales hoy: Retos, debates y paradigmas», en Foro Internacional, vol. XXIX, 1989, pág. 587; F. ALDECOA: Proyecto docente e investigador de relaciones internacionales, Leioa, 1990, págs. 32.

[55] Véase P. WILLETTS: «The United Nations and the Transformation of the Inter-State System», en B. BUZAN y R. J. BARRY JONES (eds.): Change and the Study of International Relations. The Evaded Dimensión, Londres, Francés Pinter, 1981, págs. 100 y 101; I. N. ROSENAU: «Order and Disorder in the Study of World Politics: Ten Essays in Search of Perspective», en R. MAGHROORI y B. RAMBERG (eds.): op. cit., pág. 3.

[56] J. N. ROSENAU: «Order and Disorder…», op. cit., pág. 4.

[57] I. N. ROSENAU: «Muddling, Meddling and Modeling: Alternative Approaches to the Study of World Politics», en ]. N. ROSENAU (ed.): The Scientific Study of Foreign Policy, Londres, Francés Pinter, 1980; K. J. HOLSTI: «Along the Road to…», op. cit., págs. 361, y P. R. VIOTTI y M. V. KAUPPI: op. cit., pág. 13.

[58] M. SMITH, R. LITTLE y M. SHACKELTON (eds.): op. cit., pág. 13; P. WILLETTS: op. cit., pág. 100; I. N. ROSENAU: «Order and Disorder…», op. cit., pág. 3; K. J. HOLSTI: The Dividing Discipline…, op. cit., pág. 11; M. BANKS: «The Inter-Paradigm Debate…», op. cit., pág. 11; C. DEL ARENAL: «La teoría y la ciencia…», op. cit., página 589, y F. ALDECOA: op. cit., pág. 34

Los horizontes de la escritura de Pedro Mir. Miguel Angel Fornerín.

He sugerido este título para la presente disertación con el claro propósito de distanciarme de los análisis que realicé hace una década sobre la obra literaria de este importante escritor del Caribe y de América[1].

Digo del Caribe porque los presentes conocen que Mir nació en San Pedro de Macorís, República Dominicana y era hijo de una puertorriqueña y un ingeniero cubano y digo de América porque la editorial Siglo XXI y la UNAM lo reconocieron así y sus obras hoy aparecen al lado de los más connotados escritores del continente.

Como he dicho, me anima la idea de distanciarme de lo anterior y buscar nuevos caminos para pensar su obra. Es por eso que he tomado como piedra de toque la noción de horizonte que en Ideas (1913) definió Husserl como un espacio en que se da la compresión. También Hans Georg Gadamer (Verdad y método) y Paul Ricœur (Tiempo y narración) lo han ensanchado[2].

La idea espacial nos remite al sentido de la obra que viene a ser en nuestro caso el sentido de la obra miriana, pero también el horizonte es un espacio que se desplaza con el lector. Podemos hablar de tres horizontes: el horizonte del autor, el horizonte del texto y el horizonte del lector.[3]

Estos también ha sido llamado por Ricœur: el mundo del autor, (Mimesis I), el mundo del texto (mimesis II) y el mundo del lector (mimesis III). También Husserl ha definido la noción de mundo como el espacio en que se da el significado como ese estar ahí, del ser, como el dassein en Heidegger. El sentido es lo que no se encuentra presente y lo que nos proponemos encontrar. Esa tarea fue la que postuló Heidegger cuando dijo en Ser y tiempo, que la pregunta por el ser era revelar lo que estaba presente, pero lo que no decíamos[4].

Toda construcción poética crea, instala, esa parte del ser que no está presente o que si está presente, no la vemos.

Michel Foucault en las conferencias que dio en Río de Janeiro, Brasil (1973), que luego fueron recogidas en La verdad y las formas jurídicas (1978), decía a propósito de su trabajo y el de sus amigos:

“Ni Deleuze, ni Lyotard, ni Guattari, ni yo hacemos nunca análisis de estructura, no somos en absoluto estructuralistas. Si me preguntase qué es lo que hago o lo que otros hacen mejor que yo, diría que no hacemos una investigación de estructura. Haría un juego de palabras y respondería que hacemos investigaciones de dinastía. Diría (…) que intentamos hacer aparecer aquello que ha permanecido hasta ahora escondido, oculto y profundamente investido en la historia de nuestra cultura: las relaciones de poder”.[5]

Para nuestro propósito es importante subrayar lo que estaba escondido para nuestra cultura.

Por lo que una escritura como actualización de la lengua es un poner en el mundo algo nuevo, que luego hay que descubrir como lo hace el arqueólogo, pues es algo que estaba ahí y que no vemos.

Ese algo es lo que no aparece en el signo lingüístico como significante, como estructura de la lengua; como elemento mínimo de su sistema cerrado. El sentido entonces, para reencontrarme con Husserl y Emile Benveniste, es aquello que se dice intencionalmente, pero que no está en la lengua ni como estructura ni como signo, sino que se trae a la referencia del sujeto como sentido y solo se da en la frase como enunciado; donde las palabras juegan un juego sintagmático y paradigmáticos, pero solo, más allá de la referencialidad lo encontramos como sentido[6].

Ahora bien, el sentido pasa por un amplio proceso que me parece explica bien la teoría de horizonte y que el estructuralismo lingüístico perdió.

El primer horizonte hermenéutico que Ricoeur elabora tomando en cuenta la teoría de horizonte como mundo del autor, es importante en la medida en que el discurso siempre tiene un sujeto enunciador, un sujeto que organiza el sentido del texto, como diría Meschonnic,[7] de ahí que no hay discurso sin sujeto; problema en que quedó atrapado Levy-Strauss en su discusión con Ricoeur sobre la mentalidad y el lenguaje primitivo con Ricoeur[8]. Todo discurso que se pinta como neutral, sin sujeto, es una mascarada de dominación. La comunicación parte de una intención comunicativa.

Eso lo han reiterado los lingüistas, pero también la hermenéutica trascendental de Husserl.

El problema del autor de la obra y su incursión en el análisis viene del romanticismo y entra en crisis con la crítica positivista y aún más con el formalismo ruso.

El autor entra en crisis porque no se puede probar la intención comunicativa y aún más la presencia del autor parece relegar el análisis hacia la subjetividad del autor. En un mundo que busca la objetividad sobre la subjetividad, en una teoría política que tiende a eliminar el yo burgués, se confunde el sujeto con el yo como egoísmo. De esto nos habla el marxismo con claridad.[9]

La crítica literaria, desde las primeras décadas del siglo XX hasta ahora, ha perdido la presencia del autor en el texto como retirada de la intención comunicativa y como ausencia del sujeto y se ha centrado en el texto, en las estructuras subyacentes, en el texto como un a priori de formas que existen en los géneros. Como las funciones del cuento folclórico ruso que realizara Vladimir Propp y que luego en occidente se buscará en toda obra narrativa a partir de la publicación de Morfología del cuento (1925) y su posterior difusión en Francia en la década de 1950.

Quiero enfatizar que debemos recuperar el autor en el análisis del texto, pero no de la forma en que lo hacían los románticos y los positivistas. Creo que debemos pensarlo dentro de un horizonte hermenéutico que nos permita ver el mundo del autor, como la vida vivida (lebenswelt), como el estar ahí y arrojado al mundo. No hay vida que no sea co-existencia y coexistir es vivir con los otros. Vivir el mundo y en el mundo.

Cuando decimos que Pedro Mir nació en 1913 hace un siglo, se abre un horizonte de comprensión que nos lleva a la pregunta de cuál era el mundo de Mir, su pasado y cuál es el mundo nuestro como lectores.

De manera breve diré que el mundo de Mir era sumamente complejo. Cuando nació en el campo intelectual, De Saussure apenas terminaba de dictar El curso de lingüística general, Husserl retoma la hermenéutica y los trabajos de Dilthey, y Heidegger publicará Ser y tiempo (1927).

En 1910 estalla la Revolución mexicana; en 1914 la primera guerra mundial; en 1916 las tropas norteamericanas invaden a República Dominicana; en 1917 se inicia la Revolución de Octubre, poco después fue invadido Haití; Cuba, Puerto Rico y República Dominicana se convirtieron en cañaverales para la exportación de azúcar a la Europa en guerra.

En Santo Domingo comienza la resistencia a la ocupación estadounidense; mientras los intelectuales dominicanos luchan por desocupar el país invadido, los cubanos esperan encontrar su cultura más allá de la tradición colonial para cimentar la personalidad de la cubanía.

Al mundo de Mir debo agregar los cambios que se venían dando en la poesía dominicana.[10] El poeta petromacorisano, modelo de Mir, Federico Bermúdez, publica Oro virgen e inicia el viraje al posmodernismo con Los humildes[11], poesía de corte social. Rubén Darío sigue teniendo adeptos y Mir busca imitarlo. Hasta que Juan Bosch le dice que mire la realidad del país. La danza de los millones que llevó a decenas de caribeños, como una isla que se repite, al enclave cañero de San Pedro de Macorís en el sur: habitantes de las islas Tórtolas, puertorriqueños, cubanos, pero también alemanes, sirios y libaneses.

La estética del Modernismo dará un vuelco al americanismo; al criollismo se afianzará en la narrativa. La poesía buscará los elementos nacionales: Palés y Lloréns, en Puerto Rico y en Santo Domingo marcha hacia el Postumismo con Domingo Moreno Jimenes, todas en una revaluación del vanguardismo europeo.

Cuando Juan Bosch publica los primeros poemas de Mir, el poeta había leído en la tradición esteticista de Darío, en la poesía social de Federico Bermúdez y se encamina a realizar una poesía social en un momento en que unos pocos escribían poesía de esta naturaleza. El mundo del poeta es, entonces, un horizonte temporal, en que existe como sujeto histórico, como pensador de una realidad que le circunda y que podemos encontrar en la referencialidad de su acción social.

Aspecto este importante para analizar el texto poético como mundo del texto dirigido al lector, pero como conjunción simbólica entre el mundo del autor y el mundo del texto.

En suma, es el mundo como realidad histórica que nos lleva a encontrar la intencionalidad de la escritura. Es el mundo del autor como horizonte que se desplaza con nosotros el que nos permite ver, la conjugación que se da en la escritura. El texto no es más, entonces, que una disposición lingüística, fijada lingüísticamente, que es parte de una tradición de la escritura, que participa de muchos años de experiencia artística, que goza de una codificación, dentro de la realización del lenguaje como sociedad, como discurso y como sentido.

El texto enmascara el sentido, lo pone a errar, en medio de la semántica de las palabras, del ritmo de la poesía, del símbolo que se da en la frase, en la forma de organizar el discurso, en las referencialidades que la obra coloca como instalación del ser en el mundo, como dasein (estar ahí); pero también como acción del sujeto que está co-existiendo en el mundo.

Mir escribió dentro de una tradición literaria. Escribió poesía y ensayos, se hizo parte de una entidad política que buscaba liberar al país de la dictadura Trujillo e ir más allá. Por eso podemos decir que era un hombre de su tiempo, pero un hombre que estaba dado por las ideas de su tiempo y buscaba un horizonte en el futuro.

De ahí que el mundo de la vida tiene que ver con la escritura, y el horizonte de la obra está conjugado con horizonte del autor, pero en la lectura, que es el tercer horizonte, el autor se pierde y encontramos a otro sujeto, a un ser activo que actualiza la lengua como sentido múltiple y capta, no solo la intención del autor, ya borrada, ya perdida, o escondida en el texto, sino todos los demás sentidos que la obra le plantea. Y esto, ¿por qué?

Por dos razones:

1. Primero porque la lengua en su actualización por el sujeto, como acto de habla es simbólica, se vale de símbolos que permiten que el texto como lenguaje poético exprese el sentido dentro de lo múltiple; entonces en el discurso literario deja de ser el mensaje del autor y se convierte en sentido, en reconfiguración de los lectores.

2. El sentido no está en la lengua. El sentido está en la cultura. Una teoría del lenguaje como lo múltiple del sentido nos llega a ver el sentido fuera de la lengua, por eso es que no se encuentra lingüísticamente, ni tampoco semióticamente. El sentido es cultural, porque solo en la cultura la lengua tiene sentido. Esto puede probarse con la teoría de la traducción. No se traducen palabras se traduce sentido y no hay sentido que no esté dentro de una cultura que lo determine, como decir, que particularice la semántica de la palabra.

Ahora veamos lo antes dicho de forma más detenida:

1. El horizonte del autor

Pedro Mir creció en un ambiente de tensiones políticas entre el autoritarismo secular y la aspiración liberal que buscaba desde 1844 fundar un Estado democrático en la República Dominicana.

La dictadura de Trujillo silenciaba todo intento de democratización persiguiendo las ideas socialistas.

Cuando no, había convertido a los dirigentes sindicales y socialistas en parte de ella misma en un proceso de coaptación.

Estaba Mir muy cerca a los grupos que buscaban la democratización y el socialismo. Aunque no hay evidencia de que perteneciera a una organización política antes de 1947 cuando parte al exilio, se sabe que estuvo ligado a los jóvenes del PSP y que la persecución que sufrieron estos fue la causa inmediata de exilio en Cuba.[12]

Podemos leer la vida de Mir como la de un sujeto consciente de los problemas sociales, conciencia que le viene de un proyecto escritural; expresar la situación política, de ahí que se enrole en el proyecto de formarse como el poeta portavoz del pueblo, al responder con su práctica la pregunta de Bosch: “¿Será este el poeta social que estamos esperando?”, y al tomar como modelo a Federico Bermúdez quien orientará su escritura.

La conciencia personal es la conciencia del tiempo presente, como temporalidad, como tiempo vivido (Lebenswelt) que dirige la vida del autor y lo revela como sujeto. La teoría del sujeto nos conduce a ver la vida como texto, como expresión del tiempo vivido. Mir actúa para cambiar el presente de su pueblo.

La teoría de “lo popular” en los años 30 y 40 es sumamente interesante si vemos como este es un concepto manejado desde arriba y desde abajo. Desde los grupos de poder realizar una transformación del Estado a favor del dominio y el aislamiento de los sectores revolucionarios.

Por otra parte, el movimiento que buscaba ser redentor de los grupos subalternos plantea la lucha a su favor desde las estructuras de los actores sociales, creando nuevos escenarios en los que los excluidos buscaban entrar a la polis.

Esta conciencia plantea también una acción y una actitud de compromiso social que, en el caso de Mir, se verá en dos órdenes: el personal como sujeto que integra una organización anti-trujillista en Cuba (PSP, Vanguardia Dominicana) en la que Mir participa como expedicionario en el proyecto de invasión de Cayo Confite (1947).[13]

El orden siguiente es el de convertir la escritura en una reflexión y en parte del combate por las ideas sociales y políticas. Mir escribe Hay un país en el mundo (1949), Contracanto a Walt Whitman (1952), Seis momentos de esperanza (1953) y Tres leyendas de colores: ensayo de interpretación de las tres primeras revoluciones del Nuevo Mundo (1958)[14].

Estas obras lo muestran como un sujeto que une la lectura del pasado, como horizonte del saber y como explicación del presente, para orientar la acción política. Lo mismo podríamos decir de su poema emblemático: “Hay un país en el mundo”, presenta la situación de los grupos subalternos: campesinos, obreros; denuncia en él de la falta de libertad, la destrucción de las formas de la tenencia de la tierra (sistema Torrens), el campesino como peón y el dominio extranjero que mantiene y refuerza la dictadura. Mir entra en la corriente historicista….

2. El horizonte de la escritura

Visto ya cómo la escritura de Mir es la acción de un sujeto al actualizar la lengua desde cierta mirada a su presente y a su pasado, hablemos de su escritura como actualización de la lengua. El primer horizonte que debemos abrir aquí es el del arte. La escritura de Mir es la expresión artística, no es una expresión netamente ideológica.

La ideología es parte del discurso del orden semántico del enunciado, la poesía es escritura desde el orden lingüístico y sígnico o semiótico hasta el sentido. La reducción de su obra a la ideología es un problema del horizonte de la lectura que veremos al final de esta exposición.

Para Pedro Mir el arte es estética, expresión sensible, transformación de la forma, elaboración de sentido dentro de la tradición de la lengua. Esta teoría del arte le viene por dos lados; por el estudio de la filosofía que va de Vico a Croce y por la reflexión de la poética que realizaba el autor como lector de Rubén Darío o de Federico Bermúdez, sus modelos.

La estética es una disciplina de la filosofía que responde las preguntas más generales sobre el arte; es parte de la tradición del pensar los mensajes sensibles y que influye en el poeta de Primeros poemas. Mir escribe dentro de la tradición de la poética en español, retoma elementos fundamentales de las ideas poéticas de su época y transforma la escritura como forma y sentido.

Era dominante en las ideas estéticas de los años treinta cuando él comenzó a escribir, el giro hacia una estética postmodernista. Y se hacían cada vez más fuertes las posturas vanguardistas del periodo de entreguerras que, muchas veces, se planteaban como anarquía de la poesía y como negación del orden establecido por la modernidad. El Postumismo como movimiento dominicano de vanguardia (1921) buscaba una poesía postmodernista que expresa la espiritualidad vista desde las cosas sencillas, como aparece en la teoría y la práctica de Andrés Avelino Domingo Moreno Jimenes.[15]

Con lo cual revelaba un sujeto muy crítico a la idea del poeta encerrado en su Torre de Marfil del primer Modernismo y se dirigía hacia un latinoamericanismo más cercano a las ideas que difundió la Revolución mexicana y el movimiento regional Aprista de Víctor Raúl Haya de la Torre. La otra tendencia era la esteticista que aparece al final de los años 30 con poemas como “Muerte de Narciso” (1937) de Lezama Lima en Cuba y “Torre de Voces” de Franklin Mieses Burgos en Santo Domingo para 1936.[16] Mir se aleja del Postumismo de Domingo Moreno Jimenes: su acercamiento a lo popular le pudo parecer muy ingenuo, frente a una teoría de la acción enmarcada en la lucha de clases; su espiritualidad, estaba muy alejada al materialismo que los nuevos aires sociales postulaban.[17]

Así es que en los primeros tiempos, su escritura conservará (Primeros versos[18]) la teoría de lo social, la innovación versal dentro de la tradición poética y un desplazamiento hacia las vanguardias en aspectos formales: la organización de las palabras en el poema y la disposición sonora del verso. Con lo cual buscaba, como Luis Palés Matos, una nueva sonoridad y una relación más estrecha del verso con la música.[19] Esto así en la disposición fonética del verso como en la referencia a la música misma (ejemplo del poema “Bolero-son”).

Esta escritura planea un posicionamiento de Mir en la poesía dominicana hasta el extremo en que su poesía se convertiría en palabra-delito, “La vida manda que pueble estos caminos” y “Poemas del canto trigueño”, plantean un nuevo horizonte de lectura de la realidad social dominicana y un problema para el sujeto: de ahí que la lengua cree un sentido que puede ser problemático para el poeta en la medida en que entra en contradicción con el poder.

Esta discordancia se da porque el sentido de su poesía plantea una ruptura entre el decir y el vivir, entre la vida del sujeto y el poder, que es dominación desde su propia razón de unidad y totalidad.[20]

Los intelectuales historicistas que tuvieron una teoría sobre la acción social tuvieron que decidir entre vivir la vida en el silencio que imponía la dictadura (enmascarar el sentido del poema) o salir al exilio y organizarse para combatir al poder de Trujillo. Nótese que en el intelectual la teoría del sujeto implica una práctica política en la vida (mundo de la vida) y en el mundo del texto una poética como organización lingüística del sentido y la construcción del discurso poético.[21]

Aunque la escritura de Mir fuera la acción de un sujeto comprometido, no era completamente ideológica ni esteticista. Creo que en estos dos extremos del arte, no podía estar de acuerdo Mir; ni con la poesía pura (aquella que reduce al máximo su referencialidad), ni tampoco con la poesía panfletaria (aquella que se centra en la referencialidad y el discurso y elimina la simbolización y el estrato semántico y polivalente el lenguaje).

Para Mir, el arte se da en la expresión como un equilibrio entre las ideas y las formas. Este saber es básico en su escritura y solidario en su teoría estética. Mir nunca se alejaría de la belleza, una noción clásica o metafísica del arte que luego va a teorizar en sus libros de Estética, crítica y teoría del arte.[22]

Los horizontes de la escritura de Mir son entonces muy diversos porque en la poesía (de contexto caribeño como “Si alguien quiere saber cuál es mi patria” y de contexto hispanoamericano, “Contracanto a Walt Whitman” o “El huracán Neruda”, en el ensayo de reflexión histórica (Tres leyenda de colores, El gran incendio: el origen del capitalismo en América… y La historia del hambre en la República Dominicana), en la teoría de la Historia en La noción de periodo en la historia dominicana y Las raíces dominicanas de la doctrina de Monroe y también en la narrativa con la publicación de la colección de cuentos La gran hazaña de Límber y después Otoño, ¡Buen viaje Pancho Valentín¡ Historia de un marinero! Y la novela Cuando amaban las tierras comuneras (1978).

Como ocurre en la poesía, la escritura narrativa de Pedro Mir plantea el alejamiento de la teoría del cuento de Bosch, la introducción de temas relacionados a su provincia de origen San Pedro de Macorís, a su propia vida y el aprecio de los animales en “Gaos”, “El potro gris”, que desplaza la escritura de su enfoque político. Cuando amaban las tierras comuneras, por las rupturas formales, es una novela sin signos de puntuación, participa de lo que se ha llamado el post-boom de la literatura hispanoamericana, según ha escrito Antonio Benítez Rojo. Esta obra trabaja la teoría de la historia circular en una trama ubicada en la región Este de República Dominicana y ambientada en la lucha campesina contra la invasión estadounidense de 1916 a 1924.

La prosa de Mir en este texto fluye a través de una poética de lo sublime que se compara o está al nivel de su escritura poética con lo que demuestra que para el poeta dominicano el lenguaje es la base de la expresión literaria y que la poeticidad se encuentra en todas sus manifestaciones. Y se confirma que la innovación en la que Mir participa es una novedad dentro de la tradición de la escritura, no solo en español, sino también en el contexto hispanoamericano.

Debo detenerme brevemente para plantear otro asunto teórico.

Mir fue por muchos años profesor de Estética en la Universidad de Santo Domingo, aunque él había estudiado y ejercido la abogacía tenía una formación filosófica de forma autodidacta. La Estética que trabajó estaba más bien centrada en los filósofos italianos Giambatistta Vico y Benedetto Croce, este pertenecía a la corriente neokantiana que dominó el periodo de entre siglos; y concebía la estética como la expresión verbal, dialéctica y unida a un estudio del lenguaje partiendo de la incipiente lingüística que se desarrollaba en la Europa de entonces.[23]

El siglo XX, con sus pretensiones de objetividad, y de ciencia, y con una noción dura del ser, intentó echar por tierra todo el entramado de la metafísica y realizar una teoría del arte que desemboca en la teoría marxista que: coloca el arte como uno de los elementos ideológicos, pone al arte dentro de la superestructura económica y aplica un reduccionismo a la práctica del sentido múltiple.

Mir no estuvo convencido de que el arte podría explicarse desde el marxismo como lo demuestra con la publicación de La estética del soldadito (1991), donde rectifica planteamientos de su libro Apertura a la Estética de 1974.

Tampoco creía Mir que la lingüística podía explicar el fenómeno del arte y en esto coincide con pensadores que estuvieron en contra del estructuralismo lingüístico tan en boga en Francia en los años sesenta. En la La estética del soldadito, Mir desplaza esa disciplina hacia la teoría de la comunicación y hacia la lingüística como teoría de la comunicación de mensajes: va de De Saussure a Karl Bühler hasta llegar a Roman Jakobson, la semiótica y termina en la simbólica de Ernest Cassirer.

Explica la relación entre arte y comunicación y entre arte, lenguaje y signo, sin encontrar la teoría del discurso de Emile Benveniste aunque trabaja con su texto emblemático.[24]

En esa obra, Mir no llega a ver la relación entre palabra y frase que desemboca en la referencialidad en el discurso, sino que se quedó en una teoría semiótica de la obra como la expresión de mensajes estéticos. Él concibió la relación entre palabra y semántica y encontró el sentido en el orden semántico, pero no puede llevarlo hasta el discurso.[25]

La lingüística no puede sustituir a la Estética, pienso siguiendo a Ricoeur, porque la Estética es una disciplina que estudia las preguntas generales sobre el arte y la Lingüística pretende ser una ciencia de la lengua, aunque en el siglo XX se presentó como una ciencia imperialista en los estudios humanísticos, comenzando por la antropología de Claude Levy-Strauss.[26]

La lingüística como ciencia estudia los elementos finitos de la lengua, frente a la infinitud de sentidos de la obra artística. La aplicación más importante de la lingüística al estudio del lenguaje literario es la que realizó Roman Jakobson en Lingüística y poética, quien va a enunciar las funciones del lenguaje y deja la explicación de la poesía en la teoría de los mensajes, precipitando un análisis lingüístico-estructural y funcional.

Ahora bien, este estudio de Jakobson nos resultó de ayuda para ver las formas lingüísticas del poema: fonológicas, sintagmáticas y paradigmáticas, como elementos del ritmo sentido de la obra siguiendo a Henri Meschonnic y destruyendo el dualismo de forma y sentido que había priorizado la estética romántica del siglo XIX. Las obras de Meschonnic han sido divulgadas por sus discípulos dominicanos Diógenes Céspedes y Manuel Matos Moquete en la revista Cuadernos de poética, dirigida por el primero.

El debate sobre el dominio del estructuralismo y la lingüística como ciencia imperativa a partir de la cual se busca explicar todas las ciencias del espíritu, aportó mucho a la visión lingüística del texto, programa que ha quedado completo con la lingüística de Emile Benveniste que desplaza la lengua de las nociones de langue/parole a las de enoncé y discours.

Paul Ricoeur en La metáfora viva (1975) señala por qué la metáfora

es de orden semántico de la frase y no de orden retórico como lo postulara Aristóteles. Mir sigue viendo la metáfora como un procedimiento retórico con lo que se adscribe a una visión clásica y no del discurso de la obra. En fin, la lengua informa la literatura desde sus elementos mínimos hasta su sentido y discurso, pero su ciencia no puede estudiar el arte o la poesía más allá de lo que hemos expresado. La literatura es terreno de las ciencias del espíritu; la poética y la hermenéutica son las que con mayor amplitud pueden dar cuenta del arte y de la poesía.

3. El horizonte del lector

Ricoeur ha planteado en Tiempo y narración[27] que en mímesis III, el lector realiza la reconfiguración del sentido de la obra (en el caso de la narrativa como acciones humanas) y realiza a su vez una conjugación de horizontes o de mundos uniendo el mundo del texto al mundo del lector.

Podríamos realizar una pregunta sobre la intención del autor (siguiendo a Husserl y a Gadamer), pero el significado del texto poético es múltiple y en la conjugación horizóntica la lengua pasa de su nivel sígnico al semántico, simbólico y desemboca en el discurso que es donde se encuentra el significado como el elemento ausente y solo presente en la actualización que hace de la lengua en la lectura el sujeto-lector.

Estamos hablando de la potencialidad significativa (que no es un ser que está ahí sino que está en movimiento y es material y mental, consciente e inconsciente y que solo puede ser descubierto por el sujeto) que se da en la actualización del sistema de la lengua (habla) por el escritor (escritura, texto, signo, sentido, enunciado) y se actualiza en la reconfiguración, como sentido y discurso.

Así nos desplazamos de Saussure a Benveniste entre el signo y el discurso, pero teniendo en cuenta una base hermenéutica que plantea la tradición de los estudios de los textos bíblicos y jurídicos que desemboca en el giro lingüístico que experimenta la filosofía como filosofía crítica desde Hussserl, a Gadamer, Ricœur, Wittgenstein, Derrida, Bajtin, Lacan, Barthes y Foucault, Meschonnic…

El sujeto lector lee dentro de la tradición de la lengua; habla de la cultura, conforma un conjunto de redes significantes y da historicidad al sentido, pues, al igual que el autor, es un sujeto histórico en el mundo. No solo como un estar ahí en el mundo, sino arrojado al mundo de las cosas, como un náufrago, diría José Ortega y Gasset, y aporta su mundanidad al mundo del texto como mundo vivido (Lebenwell), como las circunstancias del yo en Ortega, como la intrahistoria de Unamuno.

El ser vive arrojado al mundo en los seres y entes no solamente materiales, sino creados por los sujetos que le dan significado al vivir para la vida o para la muerte. Por lo antes dicho, y en suma, el texto conforma una pluralidad de mensajes, orientados por el autor y arrojados como mundo hacia el lector que los completa parcialmente con su propia experiencia en la coexistencia humana.

La obra sin el acto de la lectura, sin su reconfiguración (es un ser en espera) es un conjunto de signos, producto de la actualización del sistema de la lengua y de los códigos de la cultura, de la mundanidad del autor, es, en fin, la actualización que realiza el lector. Esto permite en conjugación horizóntica, la realización, por lo menos parcial dentro de su multiplicidad, del sentido de la obra.

Entonces el ser o significado está arrojado al mundo como el sujeto mismo. De ahí que el sujeto pueda ser leído como un texto. Así llegamos al sentido como lo que estaba escondido, eso que estaba ahí y que no se veía o que no se había descubierto.

El saber es un descubrimiento del ser y por eso cuando leemos nos aprendemos. Aun así, el texto guarda, (en formas, lexemas, símbolos), sus características por ser un texto artístico (dentro de una teoría del juego y la fiesta, para Gadamer, o como una relación con la instalación o fundación del ser para Hölderlin y para Heidegger), para ser leído de cierta manera.

Es decir, desde cierto horizonte del lector. En la actualidad, tan marcada por el pragmatismo, el texto se lee como se lee el mundo, desde el horizonte del mensaje, como búsqueda del logos, verdad, que solo la hermenéutica de lo múltiple y la deconstrucción del sentido logocéntrico derridiano intenta subsanar.

La lectura, que es acción del sujeto dentro de la historicidad del sentido, dentro de su arrojarse a la vida, se entrecruza con la escritura porque son acciones del sujeto dentro de una tradición lingüística y artística que los lectores realizan desde su propio mundo como mundanidad y como horizonte de espera.

La obra de Pedro Mir ha sido leída desde distintos horizontes.

Siempre dentro de las ideologías epocales que presenta el ser como verdad. Su poesía fue leída en principio por Juan Bosch y sus amigos que vieron el valor social, estético y la importancia del poeta como poeta social, enmarcado ya en 1948 en la lucha por la democracia y contra el trujillismo. Al caer la dictadura en 1961, llega al país, primero que Mir, su poema “Hay un país en el mundo” y el poema “dice” (se deja leer de cierta manera) la verdad de la vida, expresa el mundo dominicano de entonces, con sus desigualdades y sus aspiraciones. Es un horizonte de lectura del ser arrojado al mundo. Representa y dialectiza el proceso de cañáverización en las Antillas, la pauperización de los campesinos y la figura del poeta como actor en el escenario social y portavoz de las ideas proletarias.

El poema se lee (o fue leído) como ser, como instalación de la verdad ante una situación (temporalidad) desgarradora.

Sin embargo, el poema está escrito de tal forma que los elementos significantes reducen la figura del poeta como portavoz de las muchedumbres, como intelectual civil que irrumpe con su canto en contra de la intelectualidad cómplice (“los poetas que no son más que niebla y silencio; los abogados silenciosos”); las formas dramáticas, la disposición sonora, los actos de oralidad de su habla particular, hacen que el poema se enmarque en una trova del decir, denunciar, concienciar e incentivar a los ciudadanos a actuar como sujetos en pos de la transformación de la situación socio-política. De ahí que la relación entre poética y política sea tan estrecha en la obra de Pedro Mir.[28]

Otros poemas de Pedro Mir también están ligados a los grandes acontecimientos, presentan el ser como eventualidad: “Amén de mariposas” dedicado a las hermanas Mirabal asesinadas y para que se lea: y donde profetiza la caída de la dictadura; “Al portaaviones Intrépido”, dedicado a la lucha de resistencia ante el poder militarista e imperialista en el Caribe y donde el tiempo se refiere como pasado y presente, como circularidad entre la ocupación estadounidense de 1916-1924 y la invasión de abril de 1965. El poeta portavoz del pueblo también busca el pasado como tiempo vivido, como recuerdo o memoria para orientar el sentido, como ser arrojado al presente y al devenir del pueblo. La lectura de la obra de Mir, dentro de este ser, fue leída como verdad, como representación eventual de un ser que parece estar ahí, pero que desde un horizonte en movimiento lo podemos ver arrojado al futuro como la fundación infinita de lo nuevo o su instalación en el mundo.

Finalmente quiero acentuar que el texto poético como ser arrojado al mundo tiene muchas lecturas y que la reducción a una sola es parte de la historicidad del texto; de su relación con el mundo como (mundo de la vida) y la mundanidad de los lectores.

El Estado dominicano vino a celebrar al poeta como poeta nacional cuando las ideologías que el poeta postulaba, cuando el mundo del texto y el mundo del lector se desencontraron y ya pasaba a ser un recuerdo, como crisis del sentido o, mejor dicho, como el movimiento del horizonte del lector. Situación que el mismo poeta comprendió.

Independientemente de su actitud al recibir el reconocimiento del Estado (es preciso decir que el reconocimiento de esta poesía había sido general por los grupos ideológicos y por los campesinos y trabajadores; nunca la poesía había estado más en la boca del pueblo). El lenguaje poético, por su multiplicidad trasciende la cosificación, la fijeza que como verdad, ser ahí, se le quiere imponer.

El sentido múltiple va más allá de la época que busca problematizar, porque la vida, como problema y la multiplicidad del lenguaje poético, es su arrojo al horizonte de espera como futuro del ser. En fin, el texto se encuentra en el terreno de lo múltiple, en la expresión artística como apertura del ser, en la estética verbal que convierte el signo en significado y hace presente lo que se encuentra ausente e instala en el mundo el ser, porque como decía Hölderlin, “lo que queda lo fundan los poetas”.

En fin, hemos visto como se mueve la obra de Pedro Mir desde una visión de tres horizontes. El del autor, como una recuperación del sujeto que organiza el sentido de la obra; el del texto, como conjugación de mundos o configuración de la obra; y el horizonte del lector, con las diferentes lecturas que el texto soporta.

Hemos querido ver la importancia y los límites de la lengua y la lingüística y defender la poeticidad del poema, cuya lectura no se agota a pesar de una lectura ideologizada. Finalmente hemos presentado el sentido como una realización del ser arrojado al mundo.

Lo que queda como fundación de lo nuevo, ese valor que no siempre vemos, es parte de la realidad del arte, de su época. Leer a Mir es desentrañar el mundo que somos, cuyo horizonte llevamos a cuestas y que posibilitará pensarnos en un sentido múltiple que nos liberará de la verdad como totalidad en la que vimos y nos ayudará a encontrar el arte en el pasado, en el pasado del arte y en el horizonte de espera en que el ser lo arroja hacia la vida. Por eso creo significativo conmemorar a Pedro Mir en su centenario, como temporalidad vivida, como horizonte del presente y de nuestro futuro.

Bibliografía de Pedro Mir

Mir, Pedro. Hay un país en el mundo (Poema gris en varias ocasiones). La Habana. Talleres de la Campaña. 1949; México, 1955; Monterrey. (Publicaciones de “La Poesía en el mundo”, No. 22), 1960; Santo Domingo: Brigadas Dominicanas. 1962; Santo Domingo. (Conjuntamente con “Seis momentos de esperanza”). Grupo Fragua, 1962; Santo Domingo: Emir, 1968; Santo Domingo. Nuevo Mundo, 1969; Santo Domingo: Taller, 1974, 1977; Santo Domingo: (Edición conmemorativa del 50° aniversario de su publicación en 1949) Comisión Permanente de la Feria del Libro, 1999; Santo Domingo: Taller, 1992.

_____Hay un país en el mundo y otros poemas de Pedro Mir. Santo Domingo: Taller, 1992

_____ Hay un país en el mundo y otros poemas. (Edición ampliada). Santo Domingo: Taller, 1999.

_____ Seis momentos de esperanza. México, 1958. (Conjuntamente con “Hay un país en el mundo”: Grupo Fragua, 1962 y 1963).

_____ Seis momentos de esperanza Contracanto a Walt Whitman. Canto a nosotros mismos. Guatemala: Saker-ti, 1953.

_____ Ahora abre el amor un paréntesis. La Habana, 1960.

_____ Seis momentos de esperanza. La Habana. “Pedro Mir: Poesía” (Grabado en la voz del autor en la colección

“Palabra de Nuestra América”), 1980.

_____ Amén de mariposas. Santo Domingo: Nuevo Mundo, 1969.

_____ Poemas de buen amor y a veces de fantasía. Santo Domingo: Nuevo Mundo, 1969. Santo Domingo.

Segunda edición: Taller, 1978.

_____ El huracán Neruda. (Elegía con una Canción desesperada). México. El País, 1974; Santo Domingo: Taller, 1975, 1983.]

_____ Viaje a la muchedumbre. Santo Domingo: Editorial Lucerna, 1971 (Presentación de Jaime Labastida. México: Siglo XXI, 1972).

_____ Primeros versos. Santo Domingo: Taller, 1993.

_____ Poesías (casi) completas. (Prólogo de Jaime Labastida). México. Siglo XXI, 1994.

_____ Poemas. Madrid: Ediciones de La Discreta, 1999.

_____ Homenaje a Pedro Mir (Introducción de Juan Bosch). Santo Domingo: Biblioteca Nacional, 1983.

A. 2. Narrativa:

_____ La gran hazaña de Límber y después otoño. Santo Domingo: Salgazo, 1977.

_____ Cuando amaban las tierras comuneras. México: Siglo XXI, 1978.

_____ ¡Buen viaje Pancho Valentín!: memorias de un marinero. Santo Domingo: Taller, 1981.

_____ “Siempre mañana será miércoles” (novela inédita). La Nación. Lecturas de Domingo. 24 de septiembre de 2000, págs. 27- 30.

_____ El pacto (Un cuento de Pedro Mir). Santo Domingo: A &H, 2002.

_____ La cuna cerrada. Santo Domingo: Editora Nacional, 2002.

A. 3 Ensayos históricos

_____ Tres leyendas de colores: ensayos de interpretación de las tres primeras revoluciones del Nuevo Mundo (prólogo de Rafael Altamira).

Tercera edición: Santo Domingo: Taller, [1968], [1978], 1984.

_____ El gran incendio: los balbuceos americanos del capitalismo mundial. Santo Domingo. Segunda edición: Universidad Autónoma

de Santo Domingo. Colección Historia y Sociedad No. 2. Editora del Caribe. 1970: Taller, 1974.

_____ Las raíces dominicanas de la Doctrina de Monroe. Santo Domingo, [1972]. Segunda edición: Taller, 1984.

_____ Las dos patrias de Santo Domingo: tesis acerca de la historia de la división política de dos naciones. Santo Domingo: Editora Cultural Dominicana, 1975.

_____ Los orígenes del hambre en la República Dominicana. Santo Domingo. Corripio, 1987. [La bella historia del hambre dominicana. Santo Domingo: Consejo de Educación Superior/ Universidad Central del Este, 2000).

_____ La noción de período en la historia dominicana. Volumen I. (volumen II, 1983). Santo Domingo: Universidad Autónoma

de Santo Domingo. Colección Historia y Sociedad no. 44: Alfa y Omega, 1981.

_____ Las dos patrias de Santo Domingo. Santo Domingo: Editora de la Universidad de Santo Domingo, 1974.

A. 4. Ensayos sobre Estética

_____ Apertura a la Estética. Santo Domingo: Editora de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, 1974.

_____ Fundamentos de la teoría del arte. Universidad Autónoma de Santo Domingo. Colección Arte y Sociedad No. 9: Editora de la UASD, 1979.

_____ La Estética del soldadito. Santo Domingo: Editora de la UASD, 1991.

_____ El lapicida de los ojos morados. Santo Domingo: Taller, 1993.


[1] Fornerín, Miguel Ángel. La escritura de Pedro Mir. San Juan: Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, tesis de maestría, 1995 e Historia y literatura en la obra de Pedro Mir. San Juan: Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, tesis doctoral, 2003.

[2] Ricœur, Paul.; Histoire et vérité. Paris: Éditions du Seuil, 2001;Temps et récit, 1. L’intrigue et le récit historique. Paris: Éditions du Seuil, 2006; Temps et récit 2 La configuration dans le récit de fiction. Paris: Éditions du Seuil, 2006 y Temps et récit, 3. Le temps raconté. Paris: Éditions du Seuil, 2001.

[3] Gadamer, Hans Georg. Verdad y método. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2003. Tomo I y II.

[4] Heidegger, Martin. Ser y tiempo (1927), Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 1951.

[5] Foucault, Michel. La verdad y las formas jurídicas. México: Gedisa, 1984, pág. 18.

[6] Benveniste, Emile. Problemas de lingüística general, t. I (1966): México, Siglo XXI, 1974 y Problemas de lingüística general, t. II (1974): México, Siglo XXI, 1979.

[7] Meschonnic, Henri. Para la Poética (traducción de Diógenes Céspedes). Santo Domingo: Editora de Colores. 1996

[8] Dosse, François. Paul Ricœur, les sens d’une vie (1913-2005), édition revue et augmentée. Paris: La Découverte, 2008.

[9] Barthes, Roland. Œuvres complètes. Paris: Édition du Seuil, tome I et II, 2002.

[10] Muy importante para ver el desplazamiento del modernismo hacia una poesía social, es retomar el discurso que a ese tenor diera en Santo Domingo Manuel Ugarte el latinoamericanista argentino, dirigente socialista y crítico literario quien difundió la literatura joven de América en La joven literatura hispanoamericana: Antología de prosistas y poetas,1906, donde integra textos de Fabio Fiallo y Américo Lugo.

[11] Bermúdez, Federico. Los humildes. San Pedro de Macorís: Tipografía La Orla, 1916.

[12] Beiro Álvarez, Luis. Pedro Mir en familia. Santo Domingo: Búho, 2001, véase la entrevista a Juan Ducoudray, “Juan Ducoudray su hermano de ideas en el exilio”, pp. 87-98 y “Silvano Lora: su compañero de partido, de arte y de tertulia”, págs. 99-104

[13] Véase Pedro Mir “Confite: un olvidado” y “Las razones de Cayo Confite”en Mir, Pedro. Ayer menos cuarto y otras crónicas (1945-1980). Francisco Rodríguez de León, compilador. Santo Domingo: Biblioteca Nacional, 2000, págs. 312-316.

[14] Mir, Pedro. Tres leyendas de colores: ensayo de interpretación de las tres primeras revoluciones del Nuevo Mundo. Santo Domingo: Editora taller, 1978.

[15] Mateo, Andrés. Manifiestos literarios de la República Dominicana. Santo Domingo; Editora Taller, 1984; Diógenes Céspedes: Lenguaje y poesía en Santo Domingo en el siglo XX. Santo Domingo Editora Universitaria UASD, 1984.

[16] Mieses Burgos, Franklin. Antología. Selección de Federico Henríquez Gratereaux. Santo Domingo, Ferilibro, 2007.

[17] Mendoza Teles, Gilberto y Klaus Müller-Bergh. Vanguardia latinoamericana, historia, crítica y documentos. Madrid: Iberoamericana, 2002.

[18] Mir, Pedro. Primeros versos. Santo Domingo: Editora Taller, 1993.

[19] García Cuevas, Eugenio. Poesía dominicana del siglo XX y los contextos internacionales (Estudio de La Poesía Sorprendida). Santo Domingo: Editora Nacional, 2001.

[20] Para la relación palabra-delito véase El cuerpo del delito, el delito del cuerpo de Rosado, José Ángel. San Juan: Ediciones Callejón, 2012.

[21] Céspedes, Diógenes: La poética de Franklin Mieses Burgos. Santo Domingo: Banco de Reservas de la República Dominicana, 1997

[22] En Estética del soldadito señala: “El arte es, efectivamente, una forma de comunicación que aspira a comunicar la realidad tal como ella efectivamente existe. Pero no reproduciendo la realidad. La obra de arte no es la realidad”, ibid., pág. 332.

[23] Croce, Benedetto. Filosofia, poesia, storia. Milano: Adelhi, 1996 véase “Estetica o filosofia dell’arte e del lenguaggio”, pág. 257 y ss.

[24] Dice Mir: “todas estas consideraciones, encaminadas a establecer los rasgos diferenciales de la obra de arte, entroncan con el apólogo del soldadito. La presentación y representación constituyen unas formas de apropiación de la realidad, o conocimiento, que se manifiestan como formas de comunicación de esa realidad a través de otra realidad, que denominaremos comunicación humana” Pedro Mir, ibid., pág. 355.

[25] Dice Ricœur: “Algunos años más tarde, Benveniste aplica a estas dos lingüísticas los términos de ‘semiótica’ y de ‘semántica’; el signo es la unidad semiótica; la frase, es semántica; estas unidades son de orden diferente; semiótica y semántica se aplican así a campos distintos y con una aceptación restrictiva”. Afirmar con Saussure que la lengua es un sistema de signos y caracteriza al lenguaje sólo en uno de sus aspectos y no en su realidad total. Ver “Metáfora y semántica del discurso” en Ricœur, Paul. La metaphore vive. Paris. Éditions du Seuil, 1975. La metáfora viva. Madrid: Trotta, Ediciones Cristiandad, segunda edición, 2001, págs. 93-137.

[26] Para una crítica de esa situación y su influencia en la Historia véase Tollinchi, Esteban. La historia y el siglo inconsciente. San Juan: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 2008.

[27] Ricœur, Paul. Temps et récit. 3. Le temps raconté. Paris : édition du Seuil, 1985.

[28] Matos Moquete, Manuel. “Poética política en la poesía de Pedro Mir” en Rei Berroa (editor). Aproximaciones a la literatura dominicana (1930-1980). Santo Domingo: Banco Central de la República Dominicana, 2007, págs. 209-220.

¿Hacia dónde nos dirigimos desde aquí? Arturo Arias

Consecuencias teóricas de la actitud de Stoll para los estudios culturales centroamericanos.

En este trabajo, empezaré por referirme a la manera particular acerca de como la nueva defensa que hace David Stoll –en el artículo titulado «La batalla de Rigoberta,» publicado en el libro La controversia en torno a Rigoberta Menchú (2001)–, acerca de su ya conocido y controversial libro Rigoberta Menchú y todos los pobres de Guatemala,[1] no es sino la continuación de una obstinación por leerle a Menchú «fuera de contexto» a un público estadounidense desinformado.

Es tan solo cuando reconectamos una lectura subalterna del texto de Menchú con la problemática guatemalteca e insertamos ambas dentro de un contexto histórico que podemos comprender lo que la voz de Menchú significa para los estudios culturales latinoamericanos.

De hecho, podemos reclamar que la controversia en torno a Rigoberta Menchú no es acerca de lo que Menchú dijo; eso no es sino un acto imaginario. En vez de ello, es más bien una lesión (y lección) simbólica acerca de la falta de voluntad de los intelectuales hegemónicos por escuchar efectivamente a los subalternos. Por ello, quisiera concluir extrayendo lecciones de índole teórica que emergen del mare magnum de la presente controversia.

En «La batalla por Rigoberta» David Stoll afirma que continúa fuertemente convencido de que la historia de Menchú no es sino la versión de los hechos del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP). Se inscribe así un prejuicio a priori dentro de su estrategia retórica; que como mujer subalternizada, Menchú podía ser fácilmente convencida de mimetizar la línea del EGP con el mismo grado de inocencia con el cual su padre, Vicente Menchú, mimetizó las consignas de los estudiantes en la víspera de su muerte entre las llamas que consumieron la embajada de España en Ciudad Guatemala.[2]

Esta, por lo menos, es la manera como Stoll representa a Vicente Menchú en su controvertido libro. En el artículo que ahora criticamos, dice:

    La historia que ella contó y que Elisabeth Burgos convirtió en libro fue en vez, una respuesta a la pregunta: ¿Por qué debería importarnos? ¿Otro conflicto distante en el cual gente que no conocemos está siendo asesinada por razones que no comprendemos? (2001: 392; mi traducción)[3]

En esta cita queda claro que los guatemaltecos, e incluso muchos estadounidenses que no son blancos anglosajones, no pueden conectar con términos imperiales tales como «importarnos» «conocemos» «comprendemos.» Son términos carentes de inclusividad, en los cuales todos aquellos para quienes el guatemalteco no es «otro conflicto» sino uno trágicamente cercano a nuestra experiencia, y ciertamente no es «distante,» no tienen cabida.[4]

Lo anterior pasaría, quizás, en un artículo periodístico, pero es completamente inaceptable en una publicación académica.

Dado que Stoll brinca de la cita a la cual hacemos referencia a una pregunta retórica en donde se pregunta a sí mismo si la versión de Menchú era la respuesta inevitable de todos los pobres de Guatemala a los síntomas de opresión, podemos asumir con seguridad que su interés radica más bien en minar la narrativa del EGP, la cual él lee como diciendo que sí, que la violencia era la única respuesta posible a décadas de dictadura militar, explotación, opresión y discriminación en contra de la mayoría de los ciudadanos de la nación.

Es desde esta perspectiva que debemos leer su crítica. Reitera las tesis que ya había presentado en su segundo libro, Entre dos ejércitos (1993)[5], en donde argumentaba que los ixiles que apoyaron a los revolucionarios guatemaltecos a principios de los ochentas lo hicieron porque quedaron atrapados en medio del fuego entre las guerrillas y el ejército, y no porque la violencia revolucionaria expresara la cólera o las aspiraciones de su comunidad.[6]

En su artículo, Stoll lo presenta así:

    Si usted toma este libro (el de Menchú) en su sentido literal, como el recuento de un testigo que observó los hechos narrados, usted probablemente concluirá que la guerra de guerrillas en Guatemala surgió de la necesidad de los campesinos por defenderse de condiciones intolerables.

Debido a las diferentes historias que escuché de varios campesinos, esto es lo que se convirtió en lo más importante para mí: ¿Era la respuesta del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) al cual se unió Rigoberta, y cuya versión de los hechos nos presentó en 1982, una respuesta inevitable de los pobres a la opresión? ?Debería entenderse el conflicto primariamente en términos sociales, como el resultado inevitable de siglos de opresión sufrida por la población guatemalteca? ?O bien, es mejor explicarlo a nivel político, como el resultado de decisiones particulares tomadas por grupos particulares incluyendo el gobierno de los Estados Unidos, la oligarquía guatemalteca, el ejército guatemalteco, y los grupos de oposición que decidieron combatir de vuelta por medio de la guerra de guerrillas? (2001: 393, mi traducción)[7]

Este es un fragmento largo, complejo y contradictorio, así que debemos examinarlo con cuidado. Primero, Stoll nos asegura que fue por medio del testimonio de Menchú que los estadounidenses creyeron que la guerra de guerrillas fue necesaria en nuestro país. Segundo, que fue la versión del EGP la que reprodujo Menchú en su testimonio de 1982. Ya que reiterará estos detalles más de una vez, agregando algunas páginas más adelante que «la historia de Rigoberta fue la narrativa moral que simplificó las complejidades del conflicto guatemalteco para atraer simpatía internacional» (Stoll, 2001: 399),[8] tenemos qué preguntarnos: ¿Son verdad estas afirmaciones?

En cuanto a la primera, me consta que los comités de solidaridad en los Estados Unidos durante los ochentas no lo entendieron de esta manera. Yo mismo fui uno de los conferencistas que realizó giras en los Estados Unidos en 1983, 1984 y 1985. Ya sea que fueran éstas reuniones a puertas cerradas, o bien abiertas al público y a la prensa en general, la simplista posición política descrita por Stoll no fue nunca una que yo hubiera defendido.[9]

Al contrario, siempre presenté un análisis que seguía la línea de lo que yo mismo ya había publicado para esas fechas, concretamente, que la crisis de finales de los setentas en Guatemala era el resultado de un acelerado proceso de modernización, en vez del resultado inevitable de siglos de opresión, como, por medio de sus preguntas retóricas, Stoll implica que afirmaba el EGP.[10]

Al continuar leyendo el artículo del antropólogo en defensa de su posición, descubrimos que repite los mismos recursos retóricos, manipulando a sus lectores potenciales a entender la problemática en términos de blanco y negro. Se pregunta si debemos entender la situación de Guatemala social o políticamente. Esto implicaría que Menchú, el EGP y la URNG –organizaciones que Stoll funde en una sola–, convenientemente ignoraron las abundantes polémicas que se dieron entre las diferentes organizaciones de izquierda tanto dentro como fuera de la URNG, y ofrecieron tan sólo un análisis «social» de la crisis. En realidad, el EGP no ofreció una explicación sociológica del conflicto antes de 1984.[11]

Además, los discursos políticos rara vez son monológicos. Menos aún, en el caso de las heterogéneas organizaciones de izquierda de Guatemala. Precisamente, cada organización revolucionaria cita diferentes razones para justificar su propia existencia, hecho que es más revelador acerca de la naturaleza de las organizaciones mismas que del conflicto como tal. En este espíritu, también podemos preguntarnos:

¿Por qué tenemos qué concederle a un estadounidense blanco, ignorante de los debates íntimos o secretos, de los conflictos o disidencias dentro de cada una de las organizaciones revolucionarias de este período, crédito por explicar las implicaciones orgánicas de un conflicto político entre guatemaltecos? Cuidado, no estoy cayendo en racismo al revés aquí.

Hay muchos estadounidenses distinguidos que han dedicado toda su vida al estudio del conflicto político guatemalteco, y no los ubicaría en el mismo plano que a David Stoll. Lo que me preocupa aquí, a cambio, son las consecuencias de que Stoll manipule los hechos como si él estuviera colocado al nivel más alto de arbitraje o autoridad sobre el tema, algo que ningún otro experto norteamericano en la situación política del país se ha atrevido a hacer.[12]

Es crucial tener en cuenta que el discurso de Menchú no ha sido atacado porque ella es maya o guatemalteca, sino por ser pretendidamente una militante del EGP; es decir, de una organización revolucionaria que, dentro del marco occidentalista de la política, es considerada radical.

En otras palabras, el problema no es la etnicidad o bien la autenticidad étnica. Más bien es que, al occidentalizarse, ella escogió un conjunto de signos equivocado para insertarse dentro de un protocolo aceptable para los Estados Unidos.

Es decir, en vez de abrazar el capitalismo o bien el partido republicano, Menchú escogió su otredad. Como esa otredad era el espectro de los fantasmas – «radical,» «marxista,» «guerrillero,» «revolucionario» – del cual abjuraban los conservadores, su palabra quedó sujeta a un fuerte escrutinio, la candidata perfecta para una «corrección de pensamiento.»

El argumento fundamental de Stoll contra el EGP es que llevaron la guerra al territorio maya. El se presenta indignadamente como el único que ha afirmado que algunos mayas tenían reservas para incorporarse al esfuerzo guerrillero, que las guerrillas fueron en muchos casos los primeros hombres armados que visitaron aldeas mayas, o bien que la incorporación a la guerrilla sólo creció como respuesta a la opresión de esas mismas aldeas que los guerrilleros habían visitado. También insinúa que la gente de izquierda intentó de alguna manera evitar que esta historia saliera:

    Mis libros son controvertidos porque… desafían la creencia de que la insurgencia de finales de los setentas y principios de los ochentas fue una reacción inevitable de los mayas a la opresión. Que los mayas tuvieran sentimientos ambiguos sobre las guerrillas no es un descubrimiento que yo haya hecho. Aunque el EGP era más fuerte en la región de Rigoberta… una larga lista de etnógrafos… han tenido dudas acerca de la profundidad del apoyo que el EGP recibía, como lo han tenido también Yvon Le Bot (1995) y Carol Smith. (Stoll, 2001: 396) [13]

En este fragmento, introduce una nota, la numero dos, luego de su admisión de que no fuera él quien descubrió los sentimientos contrariados de los mayas acerca de las guerrillas, y le atribuye parte del descubrimiento a los artículos publicados por Víctor Montejo y Duncan Earle en este mismo volumen, La controversia en torno a Rigoberta Menchú. Esto sugiere desde luego que la información en estos artículos es posterior a la publicación de su propio libro sobre Menchú, y por lo tanto alude indirectamente a su propia originalidad, atribuyéndose el crédito de manera indirecta.

Sin embargo, en su bibliografía en la página 409, los primeros artículos listados son míos, en español de 1985, y en inglés de 1990.[14] ¿Y, qué digo yo en esos artículos? Que los mayas titubeaban acerca de su incorporación al esfuerzo guerrillero, que las guerrillas fueron muchas veces los primeros hombres armados que entraron a visitar muchas aldeas mayas, y que la incorporación a la guerrilla sólo creció luego que la represión del ejército comenzó en contra de aquellas aldeas visitadas por la guerrilla. Pero esas ideas ni siquiera son mías, y yo cito mis propias fuentes en las notas a mis artículos.

Esas ideas habían venido siendo discutidas en Guatemala desde principios de los setentas, y ya habían sido publicadas tanto por Ricardo Falla como por Gustavo Porras en 1978, en la revista ECA. Yo simplemente cité sus argumentos en mi artículo de 1985, originalmente presentado en un encuentro organizado por FLACSO en San José, Costa Rica, en 1983. Entre las cosas que allí menciono se incluyen las siguientes:

Esta información, como se indica en la nota al pie de la página, proviene del Documento de Marzo de 1967 de Ricardo Ramírez. Ricardo Ramírez se convirtió con el tiempo en el comandante en jefe del EGP bajo el seudónimo de Rolando Morán, y el documento en cuestión expresa la propia explicación de Ramírez por el fracaso de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) en la primera mitad de los sesentas. Había sido publicado en 1967, cerca de treinta años antes de que Stoll expresara argumentos similares.

En la misma página de mi artículo, cito a Pedro Chamix explicando como «el nuevo concepto de lucha de clases… dentro de la izquierda guatemalteca…fue el resultado, por un lado, del análisis del fracaso del movimiento revolucionario (en los años sesenta) y, por el otro, una consecuencia del debate acerca de la problemática indígena a principios de los setentas» (Arias, 1985: 72).

Esta cita proviene de Polémica, una revista social-demócrata editada en Costa Rica que le dedicó todo su número de enero-febrero de 1982 a este tema, y de la cual cité extensivamente en mi artículo. Ninguna de estas fuentes son reconocidas por Stoll, quien lee español, a pesar de incluir mis propios artículos en su bibliografía.

En otras partes de este mismo artículo hablo de cómo el movimiento maya empezó a conformarse a principios de los setentas, como resultado de los esfuerzos organizativos de Acción Catolica en la década previa, del acceso que muchos jóvenes mayas tuvieron al sistema educativo en esos mismos años, y el crecimiento acelerado que vivió el país en su conjunto durante los sesentas, que también generó inflación y dislocó a los campesinos indígenas al «semi-proletarizarse» (Arias, 1985: 78). Podríamos ahora estar en desacuerdo con el tenor marxista del artículo, pero no podemos ignorar los hechos.

Menciono también al referirme al alcalde ixil de Nebaj Sebastián Guzmán, que la primera vez que un grupo de mayas fuera acusado de «comunistas» en 1973, esta acusación provino de otros mayas (Arias, 1985: 87),[15] el resultado de que la comunidad maya, previamente cerrada sobre sí, comenzaba a desarticularse en consecuencia del rápido desarrollo de los sesentas.

En la página 96 menciono cómo la violencia en la región ixil fue iniciada por el EGP cuando ejecutó a Luis Arenas, conocido como el «Tigre de Ixcán,» el 7 de julio de 1975, y cómo la aldea vecina de Ilom celebró su ejecución tocando marimba por dos días consecutivos.[16]

En las páginas 97 y 98 cito al padre Fidel Hernández de la orden del Sagrado Corazón, diciendo que en febrero de 1979, 84 líderes del norte del Quiché, región ixil, le pidieron armas para proteger al pueblo del ejército. El trató de calmarlos ya que no todos los mayas se identificaban en ese momento con la lucha armada, y agrego en la página 99 que muchos se estaban alejando de la misma y moviéndose en dirección de organizaciones marcadamente étnicas, proveyendo una lista de nombres de las organizaciones de esta índole que se fundaron tan sólo en 1979.

Estas afirmaciones fueron reformuladas en 1990 al publicarse en inglés este mismo artículo, en una versión más sintética de la publicada en español, y que saliera en Guatemalan Indians and the State, 1540 to 1988, editado por Carol Smith. En esta versión, repito los hechos acerca de la modernización acelerada de los sesenta, y cito un nuevo documento maya escrito por el colectivo Ja C’Amabal I’b, trabajo presentado a la Sub-Comisión para Minorías Etnicas de Naciones Unidas en Ginebra, en agosto de 1984 (Arias, 1990: 232).

Este documento deja claro que la opción por la lucha armada de un segmento de la población maya fue el resultado de una modernización acelerada y no de siglos de estancamiento en condiciones de pobreza. En esta versión, también señalo claramente las raíces de la confrontación:

A finales de 1973, el Mercado Común Centroamericano…fue sobrecogido por una crisis monetaria…. Esto cortó muchos de los procesos de desarrollo, cerrando así las posibilidades y expectativas que se habían generado desde principios de los sesentas. El país una vez más comenzó a polarizarse política y socialmente (Arias, 1990: 240).

Al aumentar las diferencias de clase entre las comunidades (mayas), la crisis de valores se profundizó y se volvió más pronunciada. La estructura tradicional de autoridad fue básicamente minada…

    …Se formaron (entre los mayas) grupos de estudios, con temas tales como derechos campesinos y derechos de todos los ciudadanos guatemaltecos. Estudiaron la constitución del país para saber lo que decía y contrastar lo que estaba escrito con la realidad. Esto, a su vez, levantó el tema de los derechos humanos, y las discusiones se volvieron más explícitamente políticas. (Arias: 1990: 241)

En la versión en inglés agregué a su vez la información acerca de los avances políticos de los mayas en los setentas, con la elección de Tetzahuic Tohón como diputado del departamento de Sololá, y Pedro Verona Cúmez de Chimaltenango (Arias, 1990: 242), como prueba de cómo los mayas estaban quitándole el control del poder local a los ladinos en los setentas.

Esta información proviene del artículo de Ricardo Falla de 1978 titulado «El movimiento indígena,» que aparece en la bibliografía del libro y no fue citado en la versión original de 1985. Finalmente, volví a referirme al argumento de Porras, al respecto de que la crisis revolucionaria resultó de los esfuerzos modernizantes iniciados por el estado (Arias, 1990: 255-56).

El artículo de Porras desde luego que aparece también en la bibliografía del libro, como todas mis otras fuentes. Entonces, cuando Stoll pregunta retóricamente si no sería mejor explicar políticamente la crisis revolucionaria en Guatemala, es para morirse de risa. Por encima de lo que significa hacer tamaña afirmación, está haciendo suyas conclusiones publicadas varias décadas antes por académicos guatemaltecos, militantes, y críticos de la izquierda desde la misma izquierda, como si todo esto fuera poco.

Cuando afirma que «si se le pudiera creer al EGP, los ixiles estaban tan oprimidos que no tenían otra alternativa que unirse a la insurgencia» (Stoll, 2001: 393-94),17 o bien que «los ixiles pre-EGP no estaban confrontando una represión intensa. A pesar de los problemas con los patronos, estaban avanzando en el control de los gobiernos locales frente a los ladinos» (Stoll, 2001: 394),[17] uno sólo puede concluir que, o bien está intentando desinformar a sus lectores ignorantes al no reconocer fuentes guatemaltecas (que aparecen en su bibliografía), o bien, se refiere a documentos del EGP que ninguno de nosotros conocemos.[18]

Personalmente, nunca he visto un documento del EGP afirmando que los ixiles estaban oprimidos. De hecho, el EGP sólo una vez publicó un artículo oficial sobre la llamada «cuestión étnica.» Fue escrito por Mario Payeras pero publicado anónimamente en la revista oficial de la organización, Compañero, en 1982.[19] Todos los otros documentos que tocan tangencialmente estos temas, o bien se refieren a las consecuencias de la modernización acelerada, o bien explican en términos militares que el inicio de operaciones en la selva del Ixcán y luego el ascenso de las montañas hacia la región ixil no se llevó a cabo para llevar la guerra a las aldeas mayas, sino por razones de logística militar: era más fácil implantar columnas guerrilleras y que éstas sobrevivieran y lograran construirse una base de apoyo donde no existía mayor presencia militar «del enemigo.»

Payeras menciona esto último de manera explícita en Los días de la selva (1980). En este texto, el primer testimonio en salir de Guatemala que cobrara fama internacional y ganara el premio Casa de las Américas, Payeras, uno de los fundadores del EGP y durante esos años el número dos en el mando de la organización, y miembro de la Comisión Ejecutiva de la Dirección Nacional, traza los orígenes de la misma desde su entrada a la selva del Ixcán de territorio mexicano el 19 de enero de 1972.

En el testimonio habla explícitamente de las primeras incursiones en la selva del Ixcán, y detalla el debate que se desarrolló en torno a la necesidad de entrar a las aldeas con armas por razones de propaganda armada. Payeras también menciona la dificultad para reclutar mayas en las primeras etapas de la organización.[20] En las últimas páginas, se refiere poéticamente al día en que la columna guerrillera lograra por fin operar en territorio ixil.

Hemos, al argumentar nuestro caso, establecido una genealogía en la cual el proto-EGP[21] mismo, en voz de Ramírez, inicia una crítica del paradigma revolucionario/ indígena en 1967. Este tema adquiere vuelo y se convierte en todo un debate académico en la Universidad de San Carlos a principios de los setentas, en el cual participaron importantes figuras tales como Carlos Guzmán Bockler, Mario Solórzano Foppa y Severo Martínez.

El resultado del diálogo establecido por el debate llevó a repensar la problemática indígena entre los intelectuales de izquierda. Los debates en cuestión fueron publicados en el curso de los setentas, varios de ellos en forma de libro.[22] También fueron publicados artículos sobre las movilizaciones indígenas como resultado de la modernización, tanto por el jesuita Ricardo Falla como por Gustavo Porras en la revista ECA en 1978.

Ese mismo año, Falla publicó Quiché Rebelde, un libro que surgió de su tesis de doctorado y que problematiza todos estos hechos en un sitio particular de la zona mencionada. Falla redactó su tesis, dirigida por Richard N. Adams, en el departamento de antropología de la Universidad de Texas en Austin.

Al año siguiente, Carlos Cabarrús, también sacerdote católico, publicó otro texto de igual importancia, La cosmovisión k’ekchí en proceso de cambio. La primera masacre en contra de una comunidad maya tuvo lugar en mayo de 1978 en Panzós, pueblo que no se encuentra en la zona ixil sino en territorio K’ekchí, región que no estaba organizada por el EGP en ese momento.

Para 1979, habían ya condiciones insurreccionales espontáneas en todo el macizo montañoso noroccidental, zona maya, que condujeron a nuevas masacres en dichas áreas. Un grupo de campesinos indígenas ocupa la embajada de España para protestar las mismas, y es masacrado el 31 de enero de 1980. Entre ellos se encontraba Vicente Menchú.

A principios de 1982, la revista Polémica le dedicó un número entero al paradigma indígena/ revolucionario, y yo cité buena parte de sus conclusiones en mi trabajo de 1983, publicado en español en 1985, y luego retrabajado, reducido y publicado en inglés en 1990. Por encima de todo esto, vasto material fue publicado en la segunda mitad de los ochentas, incluyendo el boletín de Opinión Política, y otros libros de Mario Payeras.

Los noventas ofrecieron muchísimo más material para analizar la naturaleza de la violencia política en Guatemala, y los mecanismos de poder de gestión de la población maya.

Si hemos de creerle a la bibliografía de Stoll, el autor estaba familiarizado con documentos escritos en español y publicados desde los setentas. ¿Por qué, entonces, presenta su propio material de la forma como lo hace? En su lectura reductiva, explota la ignorancia tradicional que los estadounidenses tienen de Guatemala y le vende un fraude a un público no especializado.

Insinúa que Menchú pudiera ser todavía, secretamente, miembro del EGP, que la izquierda todavía piensa como lo hacía a principios de los ochentas, que ningún guatemalteco había publicado o bien una crítica de la izquierda, o bien una serie de análisis de las condiciones que llevaron a la guerra entre 1954 y 1980.

De esta manera, él puede reclamar que, a) desenmascaró a Menchú como miembro del EGP; b) expuso la falsedad del EGP y, por extensión, de la estrategia guerrillera de la URNG en su sentido más amplio; c) le explicó tanto a los estadounidense como a los guatemaltecos (que, según él, nunca entendieron su propia historia) en dónde se habían equivocado estos últimos; y d) finalmente, y posiblemente lo que más saboreó, probó que la representación de Menchú como icono de una pobrecita mujer de color, elaborada por la propia izquierda intelectual de su país, estaba equivocada.

Desafortunadamente, en su esquema no contó con otro factor: que así como ni Menchú ni el EGP pueden esconder su pasado, tampoco Stoll puede esconder la historia política de Guatemala, la historia de la izquierda revolucionaria, y la larga lista de publicaciones que recoge a ambas.

Tal vez tampoco calculó que algunas personas que vivieron estos hechos no como una aventura distante o exótica, sino como un compromiso ético de su propia vida (aun cuando con el tiempo descubrieran que algunos de los caminos escogidos eran equivocados), y perdieron en el proceso seres queridos, amigos cercanos, parientes, sus propias ilusiones y su juventud, no verían con ninguna simpatía su cínica representación de ellos mismos como izquierdistas de color exóticos e ineptos.

Para concluir, podríamos afirmar que la emergencia del sujeto subalterno como un «igual» de los sujetos hegemónicos es siempre un fenómeno ambivalente acompañado por ansiedad.[23] En una lectura como la ejemplificada por Stoll, vemos claramente este rechazo del mundo hegemónico para escuchar los elementos contextuales e intertextuales del intercambio comunicacional, ya que su deseo consiste en la negación llana y simple de la presencia del subalterno en su medio.

Como resultado, la discursividad de Menchú nunca es verdaderamente el problema. El escudo interpretativo construido alrededor de su elocución desliza pérfidamente el sentido de su enunciación hacia una voluntad de preservar el estereotipo del subalterno como «foráneo» o «extranjero,» a manera de mejor remover su presencia de la zona hegemónica de comfort.

Estos términos enmarcan sus respuestas de tal manera que las mismas quedan descalificadas a priori, ya que los sujetos hegemónicos saben intuitivamente que toda habla es una exigencia verbalizada en contra de sus propios intereses. Por lo tanto, lo que viene de la Otredad siempre será un llamado que amenace con borrar el orden establecido por ellos.

En términos lacanianos, el deseo es un efecto perpetuo de la articulación simbólica. Es esencialmente ex-céntrico, y es siempre insaciable. Por eso mismo, tanto las necesidades del subalterno por ser escuchado, así como la necesidad hegemónica de evacuar al subalterno de su comunidad imaginaria, nunca pueden ser satisfechas. Lacan argumenta que esta problemática se termina asociando no con el sujeto que pueda satisfacerla, sino más bien con el que causa el malestar. En este caso, es Menchú quien termina fetichizada como la causante del mal.

Las cortas genealogías que presenté en este trabajo, hacen asimismo evidente que necesitaremos re-vistar más historiografía latinoamericana en análisis contemporáneos. De hecho, una de las lecciones de la controversia es la necesidad de incluir investigaciones latinoamericanas en los trabajos norteamericanos, dada la singularidad de que la mayoría de los investigadores sociales al norte del Río Bravo no suelen emplear bibliografías producidas al sur, a la hora de presentar sus resultados.

¿Prejuicios o preconceptos acerca de su calidad, según trasnochadas nociones positivistas de lo que es la ciencia? Quizás. Pero también tenemos que reconocer que en nuestros propios campos de trabajo, incluidos los estudios culturales (entendiéndolos aquí en su acepción más amplia) también somos culpables de intentar una suerte de tabula rasa que suele ignorar siglos de investigación pacientemente sopesada en español, y que se ha elaborado en la propia América Latina, por una innumerable cantidad de predecesores.

Esta actitud no sólo puede tener connotaciones malinchistas o imperialistas, sino que también ha contribuido a la realización de lecturas reductivas de la textualidad latinoamericana, que a su vez han llevado a interpretaciones simplistas, que ahora nos molestan porque son manifestadas por los enemigos de las propias posicionalidades latinoamericanas.

Finalmente, para mejor entender en una era de globalización cómo los discursos subalternos operan simultáneamente en diferentes planos y rompen las simetrías espaciales tradicionales, un análisis a futuro tendrá también qué conceptualizar –entre otras cosas– una serie de problemáticas que incluyen la cuestión de la identidad, dentro de lo cual se enmarca el problema de la subalternidad y del sujeto indígena; la cuestión del agenciamiento, o la gestión de poder; la cuestión de la ubicación, sitios discursivos, translocalidades, estrategias enunciativas, el problema de la performatividad, el de la autenticidad y verdad, el efecto de verdad en la discursividad subalterna, las consecuentes suturas en la representación, la relación de fuentes y efectos, así como la normalización predicada sobre lo anómalo.

Dentro de todo este montaje conceptual, será necesario enfatizar tanto la naturaleza de la migración guatemalteca a los Estados Unidos, así como la problemática de cómo su creciente presencia de este lado de la frontera, genera un nuevo entendimiento del fenómeno Menchú dentro de este espacio topológico.

En otras palabras, la investigación por hacerse podría informarnos cómo la migración también condiciona las lecturas norteamericanas de cierta textualidad subalterna, y cómo ésta tiene implicaciones directas para la propia composición demográfica y prácticas cotidianas de los propios Estados Unidos.

Obras citadas

Anónimo, 1982: «La problemática étnico-nacional en Guatemala», en Compañero 5:17-26.

    Arias, Arturo, 1985: «El movimiento indígena en Guatemala: 1970-1983», en Movimientos populares en Centroamérica, ed. Rafael Menjívar and Daniel Camacho. San José: EDUCA.

    Arias, Arturo, 1990: «Shifts in Indian Identity: Guatemala’s Violent Transition to Modernity», en Guatemalan Indians and the State, 1521 – 1988, ed. Carol Smith. Austin: U of Texas P.

    Arias, Arturo, 2001: The Rigoberta Menchú Controversy. Minneapolis: U of Minnesota P.

    Burgos-Debray, Elisabeth, 1983: Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia. La Habana: Casa de las Américas.

    Cabarrús, Carlos Rafael, 1979: La cosmovisión k’ekchi’ en proceso de cambio. San Salvador: UCA Editores.

    Carmack, Robert M., 1988: «The Story of Santa Cruz Quiché», Harvest of Violence: The Maya Indians and the Guatemalan Crisis, ed. Robert M. Carmack. U of Oklahoma P.

    Chamix, Pedro, 1982: «La importancia revolucionaria de conocer los movimientos indígenas», Polémica 3: 47-57.

    Falla, Ricardo, 1978: Quiché Rebelde: Estudio de un movimiento de conversión religiosa, rebelde a las creencias tradicionales en San Antonio Ilotenango. Guatemala: Editorial Universitaria de Guatemala.

    Falla, Ricardo, 1978: «El movimiento indígena», ECA 353: 438-461.

    Guzmán Bockler, Carlos y Herbert, Jean-Loup, 1970: Guatemala: una interpretación histórico-social. Mexico: Siglo XXI.

    Ja C’amabal I’b., 1984: «La primera gran confrontación: El movimiento campesino indígena del altiplano guatemalteco», análisis presentado a la sub-comisión de minorías étnicas de Naciones Unidas. Ginebra.

    Jonas, Susanne, 1991: The Battle for Guatemala: Rebels, Death Squads, and U.S. Power. Boulder: Westview Press.

    Martínez Peláez, Severo, 1971: La patria del criollo: ensayo de interpretación de la realidad colonial guatemalteca. Guatemala: Editorial Universitaria.

    Payeras, Mario, 1980: Los días de la selva. La Habana: Casa de las Américas.

    Payeras, Mario, 1987: El trueno en la ciudad: Episodios de la lucha armada urbana de 1981 en Guatemala. Mexico D.F.: Juan Pablos.

    Payeras, Mario, 1991: Los fusiles de octubre. Mexico D.F.: Juan Pablos.

    Porras, Gustavo, 1978: «Guatemala: La profundización de las relaciones capitalistas», ECA 353:374-406.

    Ramírez, Ricardo, 1967: Documento de marzo de 1967. Guatemala City. Mimeo.

    Solórzano Foppa, Mario, 1982: «El nacionalismo indígena: una ideología burguesa», en Polémica 3: 44-46.

    Stoll, David, 1993: Between Two Armies in the Ixil Towns of Guatemala. New York: Columbia UP.

    Stoll, David, 1998: Rigoberta Menchú and the Story of all Poor Guatemalans. Boulder: Westview.


[1] El libro aun no ha sido editado en español. El título original en inglés es Rigoberta Menchú and the Story of All Poor Guatemalans.

[2] Ver el capítulo seis de Rigoberta Menchú and the Story of All Poor Guatemalans, titulado «The Massacre at the Spanish Embassy.» Sobra decir que Stoll presenta una versión muy parcial de los trágicos hechos acaecidos en Ciudad Guatemala el 31 de enero de 1980. En esa fecha fue quemada la embajada de España en este país, muriendo 36 personas en el acto, y uno más (torturado por fuerzas paramilitares) después.

[3] El inglés original dice: «The story that she told and Elisabeth Burgos turned into a book was instead an answer to the question: Why should we care? About another far-off conflict in which people we don’t know are being killed for reasons we don’t understand.»

[4]

[5] Este libro tampoco ha sido editado en español. El título original en inglés es Between Two Armies in the Ixil Towns of Guatemala.

[6] Podemos asumir aquí tentativamente que, molesto por la indiferente recepción que este libro tuvo tanto entre académicos como entre el publico en general, Stoll disfrazó, carnavalizó, las premisas expresadas en el mismo al apuntarle al testimonio de Menchú. Sabía bien que éste sería un mecanismo captador de atención que le garantizaría un público cautivo. Contrario a lo que deseaba, sin embargo, el debate ulterior se centró en torno a la veracidad de las palabras explícitas de Menchú, en vez de en torno a la problemática que él consideraba clave.

[7]

[8] El inglés original dice: «Rigoberta’s story was a moral narrative that simplified the complexities of the Guatemalan conflict in order to engage foreign sympathies.»

[9] Alguien podría argumentar que otros conferencistas invitados a los comités de solidaridad de los Estados Unidos presentaron versiones más simplistas que las mías. Esto sólo constituiría evidencia de que la línea internacional de la URNG era contradictoria en el mejor de los casos, ciertamente inconsistente, y que la habilidad de explicar la posición de cada una de las organizaciones que la integraban quedaba en manos de personas heterogéneas con diferentes trayectorias, niveles educativos, comprensión de la coyuntura, etc. Finalmente, esto probaría que ningún conferencista se limitó a mimetizar una explicación revolucionaria fija. Al contrario, ellos y ellas interpretaron su particular entendimiento de lo que sucedía en su país, basado en circunstancias subjetivas por medio de las cuales ellos mismos participaban en el conflicto (ya sea que fueran mayas, intelectuales de clase media, ricos, pobres, etc.), así como en base a su capacidad para interpretar las necesidades del propio público estadounidense.

[10] Evidencia de estas conferencias sobrevive en recortes de prensa y en una larga entrevista publicada por Jonathan Fried en 1984.

[11] Yo fui parte de un grupo de compañeros que por diferencias de índole estratégico, optamos con salir del EGP en enero de 1984. Tengo, por lo tanto, menos familiaridad con las explicaciones de coyuntura que el EGP pudo ofrecer internacionalmente posterior a esa fecha. Sin embargo, este hecho no debería afectar la presente discusión, dado que Menchú está acusada de reproducir la posición del EGP en enero de 1982 cuando el libro suyo fue grabado originalmente. En ese momento, yo no sólo conocía íntimamente la producción del EGP, sino que me encontraba en casa de Arturo Taracena en París, sitio que compartíamos con Menchú mientras ella grababa su historia en casa de Burgos-Debray.

[12] En este sentido, la actitud de Stoll sólo es posible dentro de las tradicionales premisas del discurso eurocéntrico empleado por académicos conservadores en los Estados Unidos, para quienes «Maya» o «Guatemala» no son sino exóticos tropos para denotar los límites del conocimiento textual, la marginalidad de la marginalidad, esos hoyos negros en los límites de la racionalidad donde el pretencioso patrioterismo cargado de complejos de superioridad cuenta más que la investigación cuidadosa.

[13] El inglés original dice: «My books are controversial because they… challenge the assumption that the insurgency of the late 1970s and early 1980s was an inevitable Mayan reaction to oppression. That Mayas had very mixed feelings about the guerrillas is not a discovery made by myself. Although the EGP was stronger in Rigoberta’s region…a string of ethnographers… have had doubts about the depth of its support, as have Yvon Le Bot (1995) and Carol Smith.»

[14] Shifts in Indian Identity: Guatemala’s Violent Transition to Modernity» en Carol Smith (ed.) Guatemalan Indians and the State, 1521 – 1988, Austin, University of Texas Press, 1990, e «Historia del Movimiento Indígena en Guatemala, 1970-1983». Rafael Menjívar and Daniel Camacho, eds. Movimientos Populares en America Central. San José: EDUCA, 1985.

[15] A mediados de los noventas David Stoll me telefoneó a casa para confirmar este dato. Yo le afirmé que el artículo titulado «Sebastián Guzmán, principal de principales» que circuló anónimamente entre las filas de la izquierda revolucionaria a principios de los ochentas fue escrito por el padre Javier Gurriarán de la orden del Sagrado Corazón. Stoll sospechaba que lo había escrito Mario Payeras, ya que encajaba dentro de su plan de una vasta conspiración del EGP. Lamentó que no le confirmara su sospecha. No le dije en esa ocasión que Marcie Mersky me había contado personalmente que el padre Gurriarán le había contado a ella cómo había escrito el artículo en cuestión.

[16] Beatriz Manz documenta como el ejército entró poco después en la región para combatir al EGP, asesinando a Rosa Aguayo, una maestra que militaba en un grupo de jóvenes cristianos (Manz 77).

[17] En el inglés original, «if the EGP was to be believed, the Ixils were so oppressed that they had no choice but to join the insurgency.»

[18] En el inglés original, «the pre-EGP Ixils were not facing intense repression. Despite patronal backlashes, they were regaining control of local government from ladinos.»

[19] Compañero 5:17-26. Payeras mismo me ofreció esta información luego de su ruptura con el EGP en 1984. Dos artículos importantes sobre la «cuestión étnica» escritos por militantes del EGP polemizando con su propia dirección nacional, también circularon en esta época. Son «Etnia y clase en la revolución guatemalteca» (1981) de Manuela Ocampo de la Paz, seudónimo de Mercedes Olivera, y «Guatemala: contrainsurgencia y guerra de exterminio» (1982) de Aura Marina Arreola.

[20] Juguemos un poco con mi nota. Stoll sí menciona a Payeras, pero exclusivamente en una cita atribuida a Carol Smith a quien él está refutando: «Tanto Payeras como Gaspar Ilóm… han discutido que tan difícil era reclutar mayas… (397). El reconocimiento a la contribución de Payeras, sin embargo, no se encuentra por ninguna parte. A pesar de que posteriormente criticara la estrategia del EGP, ni siquiera sus libros posteriores tales como El trueno en la ciudad (1987) o Los fusiles de octubre (1991) aparecen en la bibliografía de Stoll.

[21] El EGP se llamó de esta manera luego de la realización de la primera conferencia guerrillera en 1974. Antes de eso, se le conoció tan sólo como Nueva Organización Revolucionaria de Combate (NORC).

[22] Los más destacados de entre ellos fueron La patria del criollo de Severo Martínez Peláez, y Guatemala, una interpretación histórico-social de Carlos Guzmán Bockler y Jean-Loup Hebert. Ambos libros contribuyeron decididamente a las posiciones de la izquierda revolucionaria en torno a la «cuestión indigena.»

[23] A este respecto, ayudaría el examinar aquella vieja entrevista que Mijail Bajtín le dio a la revista Novy Mir en 1970. En ella, decía:

    In the realm of culture, outsideness is a most powerful factor in understanding. It is only in the eyes of another culture that foreign culture reveals itself fully and profoundly… A meaning only reveals its depths once it has encountered and come into contact with another, foreign meaning: They engage in a kind of dialogue, which surmounts the closedness and one-sidedness of these particular meanings, these cultures. We raise new questions for a foreign culture, ones that it did not raise itself; we seek answers to our own questions in it; and the foreign culture responds to us by revealing to us its new aspects and new semantic depths. Without one’s own questions one cannot creatively understand anything other or foreign (but, of course, the questions must be serious and sincere). Such a dialogic encounter of two cultures does not result in merging or mixing. Each retains its own unity and open totality, but they are mutually enriched. (7)

Me preocupan de esto dos aspectos. Primero, la cláusula en paréntesis: ¿Fueron las preguntas lanzadas contra Menchú «serious and sincere»? Y si no, ¿por qué no? Segundo, la problemática del contacto y sus implicaciones, dada su relación con el concepto de poder en un mundo pluricultural.

Crisis en la campaña presidencial americana: emperadores al desnudo. Francisco Fortuño. Julio 2024

“Los hombres que al mirarse se ven nacidos para reinar, y a otros para obedecer,  pronto se vuelven insolentes— extraídos del resto de la humanidad,  sus mentes son fácilmente envenenadas por la importancia;  y el mundo en el que actúan difiere tan materialmente del mundo en general  que tienen poca oportunidad de conocer sus verdaderos intereses.” Thomas Paine, Common Sense, 1776

El primer debate de la campaña presidencial en los Estados Unidos forzó a ese país a confrontar la realidad de que sus dos líderes principales no son solo inadecuados e incapaces para dirigirle, sino agresivamente peligrosos para su futuro. Si uno quiere ver el país arder en una pira vengativa tan pronto se le devuelva la Casa Blanca, el otro no parece quedarle demasiado tiempo entre los mortales de esta tierra.

Entre ambos, y a pesar de su frágil condición de decrepitud, se están esforzando en derrumbar las últimas ruinas de “la república”, que verá su fin ahogada entre la somnolencia de un hombre senil, cómplice del genocidio más terrible de nuestra época, y la virulencia de otro farfullero, emblema fascistizante de todo lo oscuro de su sociedad.

Donald Trump y Joe Biden hacen un buen trabajo al representar ellos solos la cara decaída del poder. Pero   están rodeados por una infinidad de cobardes igual de culpables que no solo no se atreven a describirles los vestidos a sus respectivos emperadores, sino que son quienes los bordan activamente con el hilo imaginario de las glorias pasadas del imperio.

La crisis ha desencadenado los impulsos más autoritarios al interior del Partido Demócrata. La desesperación que causó ver la penosa actuación de Biden en el debate —durante el cual no pudo terminar oraciones en varias ocasiones y dio contestaciones contradictorias e incoherentes— pareció debilitar el agarre que usualmente tiene el partido sobre cualquier disidencia. El shock de tener ante sí la evidencia fehaciente de la decadencia nacional llevó a un momento de claridad: Biden tiene que salirse de en medio.

Pero inmediatamente se impuso la disciplina, aunque pruebe ser un remedio temporero. Sacaron hasta a Barak Obama y Bill Clinton para calmar las voces que clamaban por la renuncia inmediata de Biden a la candidatura. Así, en lugar de un griterío, la última semana ha sido la historia de un coro de rumores; un cuchicheo cada vez más sonoro.

Con cada día que pasa, otro demócrata rompe la omertá bidenista o sugiere, en la forma más críptica y reservada, que el emperador puede estar en un estado evidente de impresentabilidad, su indumentaria carente de los más mínimos requerimientos de la decencia, por no decir existencia.

¿Cambiarán a Biden o se dirigirán al suicidio electoral? Es difícil predecir, pero parecería que no les queda opción.

El problema de los demócratas es que por mucho tiempo le llevan pidiendo al electorado, la nación americana y el mundo que ignoren la realidad: Biden no está en condiciones biológicas de gobernar hasta el 2028, quizá no lo está para gobernar hasta el 5 de noviembre.

Pero al construir la fantasía de que ante la amenaza trumpista (real y salvaje por demás) no hay otra opción sino la de cerrar filas con el actual presidente, los demócratas han sido cómplices de una ilusión autodestructiva. Si acaso, su momento de toma de conciencia sobre la imposibilidad de ganar con Biden llega cuando menos credibilidad les queda.

Según las noticias que se filtran del entorno inmediato de la Casa Blanca, hay una batalla tras bastidores dentro del círculo interior del poder, cada vez más pequeño y paranoico. Cada vez más “búnker”. Algunos que hasta hace poco le consentían en sus fantasías se rebelan contra el puñado de familiares cercanos y consejeros confiados que aún ven como su función principal no gobernar, sino proteger al presidente de una realidad cada vez más adversa, manteniéndolo envuelto en un “capullo — lejos de las cámaras, preguntas y un escrutinio público más intenso”.

Como observó un comentarista liberal: “en vez de actuar como un control ante las decisiones y ambiciones de Biden, el partido se ha convertido en su facilitador. En su esbirro. Le está ofreciendo al pueblo americano una opción que no desea y entonces amenazándolo con el fin de la democracia si no la acepta”.

Se ha comparado la situación actual de la élite política de ese país norteamericano con la de la nomenclatura soviética tardía. Sin embargo, en la comparación los viejos Secretarios Generales del Partido Comunista de la Unión Soviética salen ganando. Los grandes (en edad) líderes que le dieron a la URSS fama de gerontocracia murieron todos más jóvenes que Biden y Trump, de 81 y 77 años respectivamente.

La fama de Estado gobernado por ancianos se debió a una sucesión de líderes que entre finales de los 1970 y mediados de los 80 murieron de viejos. Empezando por Leonid Brezhnev —75 años a su muerte, famoso por hacer el ridículo ante las cámaras de la televisión soviética, evidentemente borracho y/o senil—; seguido de Yuri Andrópov, que murió a los 69, pero pasó la mayor parte de su corto tiempo al mando del Estado encamado; y, finalmente, sucedido por Konstantín Chernenko, que tampoco llegó al año y medio como premier antes de morir a los 73 años de edad.

Desde esta sucesión de muertes, la gerontocracia soviética ha servido de ejemplo clásico de la obsolescencia de un sistema político, símbolo de una sociedad que ya no daba para más, lista para colapsar. ¿No se puede decir algo peor del sistema político estadounidense actual?

La percepción generalizada del electorado norteamericano es que ambos candidatos son demasiado viejos, pero que Biden está claramente incapacitado para seguir: según una encuesta de CBS, un 72% dice que su salud mental y cognitiva es demasiado pobre para ser presidente, mientras que un 49% opina lo mismo de su contrincante, Trump.

Los jóvenes americanos, específicamente, tienen un punto de vista lúgubre y preclaro sobre la política de su país. En una encuesta de votantes entre 18 y 30 años, prácticamente el 65% de los entrevistados dijo estar de acuerdo con que “casi todos los políticos son corruptos”, “el sueño americano no es igualmente accesible a todos” y “América está decayendo”.

La juventud estadounidense en general se ha desentendido de Biden por razones económicas, las minorías étnicas sobre todo. A pesar de que los votantes jóvenes negros e hispanos lo apoyaron decisivamente en 2020, solo un 33% de los jóvenes negros lo apoyan hoy y entre los latinos Trump lleva la delantera por cuatro puntos porcentuales.

Eso sin añadir que entre muchos jóvenes, el tema decisivo ha sido la guerra en Gaza: es indudable que el apoyo material y diplomático de Biden al régimen criminal de Tel Aviv y la represión policíaca de las protestas estudiantiles contra el genocidio de los palestinos ha dejado asqueada y distanciada a una generación que en otras condiciones se hubiese tapado la nariz y apoyado a cualquier demócrata frente a la amenaza de alguien como Trump.

Las encuestas no solo reflejan la opinión tétrica del electorado, sino que también ponen a Biden claramente en desventaja frente a Trump, quien ahora mismo tiene todas las de ganar en noviembre. Algo que debería ser impensable, si se toma en cuenta que el republicano acaba de salir convicto de 34 cargos graves en el estado de Nueva York y enfrenta varios casos criminales más.

Sin mencionar que es el mismo Donald Trump que estuvo a la cabeza de un auténtico putsch: la insurrección del 6 de enero de 2021 durante la cual sus seguidores tomaron el Capitolio para evitar la confirmación oficial de la elección de Biden por el Congreso.

Es difícil ignorar, además, que la retórica trumpista cada vez más se ensaña no solo contra sus contrincantes liberales, sino violentamente contra los inmigrantes, los derechos de las mujeres, las personas trans y las minorías en general.

Que en este contexto su discurso autoritario esté logrando calar entre hombres jóvenes, hispanos y afroamericanos es un testimonio de lo desastrosa que ha sido la administración Biden al enfrentar la secuela económica de la pandemia con una retahíla de promesas incumplidas, con impotencia frente al alza generalizado de los precios, con una pira de dinero quemado en Ucrania, con desdén por la vida humana en Gaza.

¿Cómo logra un demócrata perder ante un hombre como Trump? Es casi increíble, pero está ocurriendo. Un análisis sosegado y racional de la situación llevaría a la conclusión de que la sustitución de Biden como candidato es inevitable. Pero la alta política del imperio más pujante de la historia de la humanidad responde a muchas cosas antes que a la razón calmada. De todas formas, me atrevo a una predicción político-metereológica: Joe Biden no será el candidato demócrata en estas elecciones.

Y si lo es, Donald Trump —con una Corte Suprema que opera como comisariado político del radicalismo conservador cubriéndole las espaldas— inaugurará una etapa inédita y peligrosa de la historia de ese país al que, gracias a la cobardía centenaria de nuestras élites colonizadas, nos vemos aún e inexorablemente subyugados.

Hay una ironía final en toda esta crisis en torno al trono imperial. En los Estados Unidos, los servicios públicos y espacios en general tienden a ser abandonados por el gobierno según se abren a las minorías étnicas. Así, las universidades públicas de Nueva York cayeron en decadencia cuando se vieron forzadas a admitir puertorriqueños y negros en masa: después de un siglo de ser gratuitas y recibir apoyo estatal, quedaron a la deriva y empezaron a cobrar matrículas.

Se puede contar una historia parecida de los residenciales públicos o los centros urbanos en general. En la medida en que los blancos abandonaron las ciudades a mediados del siglo pasado en su “white flight” hacia el suburbio segregado, sus gobiernos no tuvieron problema con dejarlas decaer hasta la decrepitud. E incluso arder. Ese fue el caso del sur del Bronx, donde los puertorriqueños se vieron forzados a sobrevivir por décadas entre las ruinas quemadas de lo que fue una ciudad viva y en crecimiento cuando la población era blanca, judía o italiana y el gobierno creía en abordar grandes proyectos de reforma social novotratista.

Para los blancos, una ciudad sobre una colina; para negros e hispanos, sus cenizas.

Solo ahora, cuando lo que queda es bregar con un incendio descontrolado, por primera vez se entrevé la posibilidad, aún remota, de que la cosa pública sea encabezada por una mujer. Y negra.

***

Francisco J. Fortuño Bernier es profesor de ciencia política en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.

Rosario Luna: ¡Hasta la victoria siempre!

SAN SALVADOR, 15 de septiembre de 2024 (SIEP) “Con mucha tristeza recibimos la noticia del fallecimiento de Rosario Luna (1930-2024), destacada militante revolucionaria y fiel defensora de la autonomía de nuestra Universidad de El Salvador…” indicó el escritor Roberto Pineda.

Explicó que “conocí a nuestra querida Chayito en 1986, en las jornadas universitarias por la defensa de la autonomía y en la lucha por un presupuesto justo  para la UES, en los esfuerzos por la reconstrucción del campus luego del terremoto de octubre de 1986, en las combativas marchas de la Unidad Universitaria contra la dictadura militar…”

“Luego me entere de su larga trayectoria revolucionaria, que inició a principios de  los años sesenta del siglo pasado, cuando empezó a trabajar como secretaria en la Facultad de  Economía de la UES, que  quedaba en ese entonces el Edificio Chahín, sobre la calle Ruben Darío…”

“Desde ese entonces inicia su militancia sindical y política, que la llevó a ser una reconocida  dirigente de los trabajadores universitarios, así como a acompañar el proyecto de cambios impulsado por el rector Fabio Castillo, y su gestión al frente de la Biblioteca de Economía, entre otras múltiples actividades.”

Concluyó Pineda saludando su trascendencia: ¡Rosario Luna, hasta la victoria siempre!  

La teoría política ante el desafío de un mundo multipolar. Mario López Areu. 2020

I. INTRODUCCIÓN

A lo largo de la última década hemos sido testigos de fenómenos políticos tales como el auge y la consolidación de nuevas potencias como China e India, el resurgir nacionalista ruso o el fracaso de la Primavera Árabe y la expansión del Estado Islámico.

A pesar de su diversidad, todos ellos tienen en común que son fenómenos modernos que están teniendo lugar en el no-Occidente y que la ciencia política y sus disciplinas afines encuentran difícil explicar adecuadamente, a menudo porque sus causas y dinámicas internas no se ajustan al canon teórico occidental.

En este trabajo buscamos reflexionar acerca de la labor fundamental que realiza la teoría política a la hora de equipar a las ciencias sociales, y en particular a la ciencia política, con conceptos y teorías que les ayuden a comprender los fenómenos sociopolíticos.

Debido a la importancia de dicha tarea, el trabajo también defiende la necesidad de llevar a cabo una expansión de las fronteras conceptuales de la teoría política para aumentar su capacidad heurística ante fenómenos modernos no europeos que, para bien o para mal, van a jugar un papel muy relevante en la nueva normalidad que es un mundo multipolar.

Nuestra investigación se divide en dos partes. En una primera parte proponemos una suerte de tipología crítica de los tres ejes del conocimiento científico —ontología, epistemología y metodologíapara la teoría política contemporánea.

El objetivo de esta tipología no es realizar un examen exhaustivo, o siquiera al uso, de la disciplina, sino ordenar y contrastar las principales líneas de debate de relevancia para evaluar la naturaleza de la actual crisis heurística de la disciplina.

En la segunda parte, utilizando como punto de referencia la tipología de la primera parte, defendemos que la teoría política requiere de una reflexión global para que sus principios, conceptos y herramientas de trabajo puedan continuar ayudando a explicar la realidad política. En esta segunda parte también presentamos nuestra propia contribución a dicha reflexión colectiva.

II. TRES EJES BÁSICOS DE LA NATURALEZA DE LA TEORÍA POLÍTICA: UNA SUERTE DE TIPOLOGÍA CRÍTICA DE LA DISCIPLINA

¿Qué es y cuál es la función de la teoría política? Estas son dos preguntas que llevan haciéndose los teóricos de la política desde sus inicios como disciplina moderna.

Ambas preguntas no tienen una única respuesta porque, como en toda disciplina académica, existen distintos enfoques y debates alrededor de la misma; esta es una cualidad inmanente al estudio y la reflexión.

En relación con qué es la teoría política, el punto de partida sí está claro: la teoría política busca, a partir de un análisis racional, conocer y explicar la realidad política. Este mínimo común denominador es el punto de partida porque determina el objeto de estudio de la disciplina.

Dicho objeto es la política: la(s) forma(s) en que los seres humanos organizan sus intereses comunes, los asuntos públicos, a través del acatamiento de reglas colectivas; o, dicho de otra manera, «la provisión de bienes públicos por medio de la acción colectiva» (Colomer, 2009: XII).

Si el objeto de estudio está claro, sin embargo, solo hasta ahí alcanza el consenso en la disciplina. Más allá comienzan las divergencias que abarcan los tres ejes del conocimientola ontología, la epistemología y la metodología— y que aquí ordenaremos en una tipología basada en tres líneas de debate, quizás atípicas, pero que creemos útiles para alcanzar el objetivo de este trabajo.

La primera línea de debate es cómo abordar el conocimiento de la realidad política; la segunda es cuáles son los límites de lo político, y la tercera y última, si la teoría política debe ir más allá de simplemente la comprensión de la realidad política. A continuación, indagaremos en las tres líneas por separado.

1. CÓMO ABORDAR EL CONOCIMIENTO DE LA REALIDAD POLÍTICA (ONTOLOGÍA)

La primera línea de debate, cómo abordar el conocimiento de la realidad política, podríamos organizarla con base en dos preguntas básicas: ¿por qué se comportan los individuos como lo hacen? ¿Por qué debería alguien obedecer a otro alguien?

«¿Por qué se comportan los individuos como lo hacen?» es una pregunta clave de la que parte el positivismo en la ciencia política. La ciencia política positiva se desarrolla en la década de 1950 y sus principios fueron presentados por David Easton (1965) en su conocido A framework for political analysis.

El primer principio es la búsqueda de regularidades en el comportamiento político de los individuos. La ciencia política positiva asume que las personas reaccionan de manera uniforme ante la misma circunstancia y, por tanto, se pueden extraer conclusiones generales de acuerdo con dicho comportamiento político similar en los individuos.

El segundo principio es que dichas generalizaciones sobre el comportamiento político pueden ser verificadas a través de su demostración empírica. Tercero, el uso de técnicas de investigación científicas para garantizar que la recolección e interpretación de los datos es objetiva, estable y consistente.

El cuarto principio es el uso de la cuantificación, es decir, los datos y la evidencia son medidos para hacer posible la aplicación de técnicas de investigación científicas a los mismos. Quinto, la distinción clara entre la explicación objetiva y la valoración subjetiva del comportamiento observado.

Sexto, la sistematización del proceso explicativo, en otras palabras, el análisis científico debe ir orientado al desarrollo de una verdad objetiva o a la construcción de un principio general y, por tanto, todos los pasos dados en el proceso deben ser parte de un sistema. El principio séptimo y último es la reivindicación de la aplicación de los principios de la ciencia pura, sus métodos y técnicas, a la ciencia política para que esta alcance un mayor poder explicativo y prestigio.

Con base en estos principios, podemos afirmar que el enfoque positivista asume que los comportamientos políticos son ahistóricos, objetivos, estables y consistentes y que, por tanto, a través del método científico se pueden desarrollar conceptos y teorías generales que expliquen y no simplemente describan la realidad política (Easton, 1953).

Esos conceptos y teorías generales constituirían la teoría política; una teoría política que establece postulados que buscan dar respuesta a la pregunta que enunciábamos al comienzo: por qué se comportan los individuos como lo hacen ante situaciones similares (Riker y Ordeshook, 1973).

Frente a la razón descontextualizada del positivismo encontramos la interpretación de la teoría política que busca dar respuesta a la segunda pregunta: ¿por qué debería alguien obedecer a otro alguien?

Esta segunda pregunta, a nuestro juicio, orbita alrededor del elemento crucial de la legitimidad política, como justificaremos más adelante. La pregunta la planteó ya Isaiah Berlin en su artículo «Does political theory still exist?» de 1962. En el mismo, Berlin (1978: 149) explica que la realidad política está constituida por el desacuerdo sobre el significado de conceptos como autoridad, soberanía o libertad entre los miembros de la sociedad y que, por ende, existen diferencias acerca de lo que componen razones válidas para la acción política.

Esa heterogeneidad de interpretaciones y valores políticos abre la puerta a la consideración de la contextualización —histórica, geográfica, sociocultural, lingüística, etc.— en la teoría política, lo que se ha denominado como giro ontológico.

Ya en 1977, Gabriel Almond y Stephen Genco (1977: 489), inspirados por la metáfora de las nubes y los relojes de Karl Popper, criticaron el carácter descontextualizado de la teoría política positiva para, en su lugar, reivindicar la necesidad de que toda teorización política se mantenga en contacto con su base ontológica.

Según ellos la realidad política está constituida por tres elementos que interactúan entre sí. El primer elemento son las ideas políticas, las cuales son heterogéneas y diversas, lo que da lugar a distintas concepciones de lo político.

El segundo elemento es el comportamiento humano, que se encuentra determinado por la socialización. Y el tercero, el mundo físico, que incluye la situación geográfica o el nivel de desarrollo tecnológico, entre otros, de una sociedad. La interacción entre esos tres condicionantes da lugar a un complejo sistema que determina las elecciones y decisiones tanto de los líderes —qué políticas adoptar y cómo hacerlo— como de los ciudadanos —a quién votar, qué demandas hacer o si obedecer o no a la autoridad (Almond y Genco, 1977: 492)—.

El complejo y específico contexto en el que se constituye toda realidad política implica que no se pueda intentar estudiar esta en un vacío científico. La experiencia individual y colectiva y la naturaleza de los objetivos condicionan el horizonte de lo posible a través de la opinión pública y la cultura política.

A todo esto, Almond y Genco (ibid.: 494) lo denominan «propiedades ontológicas», y sin ellas no se puede comprender verdaderamente la realidad política. En definitiva, mientras toda teoría busca encontrar regularidades y establecer generalizaciones, las teorías de la política lo hacen, pero limitadas a un espacio y un tiempo.

La preocupación por la ontología en la teoría política que expusieron Almond y Genco ha sido articulada también por Michael Freeden a través del estudio de las ideologías. Como para Almond y Genco, para él toda interpretación social por parte de un individuo tiene lugar dentro de un contexto dado y limitado (Freeden, 2018: 410).

Según la tesis de Freeden, la realidad política se constituye a través del lenguaje ordinario de una sociedad, ya que es a través del mismo como los individuos se comunican, deliberan y toman decisiones acerca de lo público. Pero, como ya afirmó Berlin, dicho lenguaje es ambiguo, dando lugar a múltiples y complejas interpretaciones de los conceptos políticos.

Ante esa ambigüedad de significados, las ideologías, defiende Freeden (1996), ofrecen una simplificación semántica que permite a los individuos orientarse políticamente, decidir, en definitiva, acerca de su posición en relación a las distintas opciones disponibles para la gobernanza de lo público.

Para él, el estudio de las ideologías es la mejor manera de comprender la realidad política porque estas son vehículos de doble dirección.

Como afirma la escuela marxista, las ideologías pueden ser una manifestación del poder de los intereses de la clase dominante, pero también, argumenta Freeden (2018: 411), estas pueden resolver la necesidad de un grupo social de poseer una identidad política que le permita organizarse en la lucha por el poder.

El estudio de las ideologías, en definitiva, pone el foco de la teoría política en el punto de encuentro entre pensamiento y acción política.

Antes hemos dicho que esta segunda interpretación de la teoría política está íntimamente ligada, a nuestro juicio, a la cuestión de la legitimidad. Para dar respuesta a la pregunta «¿por qué debería alguien obedecer a otro alguien?» es necesario conocer cuáles son las razones que el individuo considera válidas, es decir, legítimas, para acatar la autoridad política; dichas razones le dirigirán hacia una u otra opción política.

Y a su vez, los líderes políticos compiten por influir en la composición de dichas razones válidas a través de la lucha ideológica. Todo esto ocurre a través de dos elementos: el lenguaje ordinario y el marco ontológico de la cultura política del momento (Lebenswelt).

Es por ello que la respuesta a la pregunta de por qué alguien debería obedecer a otro alguien es porque es el poder legítimo y esa legitimidad solo puede existir dentro de un contexto específico.

El giro ontológico o contextualismo en la teoría política es relevante no solo para el objeto de estudio —la realidad política— como hemos analizado hasta ahora, sino también para el investigador.

En 1969 Sheldon Wolin alertó sobre el peligro de aplicar el positivismo, lo que él denominó metodismo, a la teoría política, pero por razones distintas a las ya mencionadas.

Para Wolin el principal riesgo de aplicar el método científico a la política, un análisis objetivo y desapegado del sujeto y su contexto, es que ignora el «yo situado históricamente» del propio teórico. El teórico político que busca descubrir verdades científicas de la realidad política, ignora que su reflexión está limitada por su propia experiencia subjetiva.

Esto abre la puerta a que sus postulados generales puedan ser cuestionados por otros teóricos políticos desde otros contextos y que a su vez afirman sus propias verdades científicas.

La cuestión de cómo la propia subjetividad del investigador limita su

horizonte de posibilidades analíticas ha dado lugar a lo que Richard Bernstein (1976: XV) ha denominado «el científico social metodológicamente auto-consciente».

El cuestionamiento de la capacidad para la objetividad del teórico político nos conduce a la segunda línea de debate que hemos presentado al principio de este trabajo: cuáles son los límites de lo político.

2. CUÁLES SON LOS LÍMITES DE LO POLÍTICO (EPISTEMOLOGÍA)

Un concepto central para la teoría política es el de poder —la capacidad de un individuo para influir en la conducta de otros— y, unido a ello, el concepto de autoridad como fuente del poder legítimo. A partir de la década de 1960, emergen un número de críticas, denominadas radicales, en la teoría política tradicional y sus explicaciones de cómo el poder es ejercido y por quién.

Dichas críticas pueden ser resumidas en la pregunta «¿quién se beneficia?». En otras palabras, estas corrientes buscan examinar cómo las reglas e instituciones que organizan los intereses comunes, los asuntos públicos, no son moldeadas por la sociedad en su totalidad, ya que ciertos grupos sociales han sido excluidos del proceso.

De ahí la pregunta que se hacen de quién se beneficia del sistema político. Estas críticas han sido calificadas como radicales porque se trata de críticas epistemológicas: denuncian que la producción de conocimiento perpetúa estructuras de poder discriminatorias a través de representaciones del mundo interesadas.

Su objetivo es expandir los límites de lo político al explorar nuevas formas o relaciones de poder y, por tanto, de comprender y explicar la realidad política, introduciendo nuevas perspectivas y conceptos en la teoría política.

Entre estas teorías críticas, resaltar brevemente, como ejemplos ilustrativos, la teoría política feminista, la teoría de la gubernamentalidad de Michel Foucault o la teoría poscolonial de, entre otros, los estudios subalternos.

La crítica feminista a la teoría política se construye sobre el concepto de patriarcado: el sistema general de dominio masculino sobre las esferas económica, política y cultural (Menon, 2014: 154). Para la teoría política feminista, la posición subordinada de las mujeres no es el resultado de comportamientos o situaciones individuales, sino que el patriarcado legitima su dominación y subyugación sistemática y les deniega el acceso a los recursos necesarios para su liberación.

Para esta crítica epistemológica, el dominio del patriarcado se extiende a la teoría política que como sistema de conocimiento está dominada por conceptos e interpretaciones que excluyen la perspectiva femenina, legitimando y normalizando el dominio de lo masculino (Guerra-Cunningham, 2007: 10).

La teoría de la gubernamentalidad de Michel Foucault explora la noción de poder dominante en la teoría política y defiende que este no es de carácter represivo, sino productivo. Para el filósofo francés la verdadera función del poder es producir identidades y subjetividades que, a través de discursos, son normalizadas y aceptadas como válidas.

Estas identidades y subjetividades, a través de definiciones instrumentales, dan lugar a su vez a interpretaciones interesadas de la realidad política, sin que estas sean percibidas conscientemente, y que condicionan el ordenamiento de lo público en favor de los poderosos. Su concepto de gubernamentalidad (Foucault, 2012) establece que la construcción de la subjetividad, cómo respondemos a la pregunta de quiénes somos, es a su vez una subyugación al poder ejercido por los poderosos que son los que establecen la verdad y, por tanto, la normalidad.

Por último, desde la crítica poscolonial los estudios subalternos defienden que la evolución política del mundo poscolonial está dominada por el consenso epistemológico alrededor de los valores y conceptos de la modernidad occidental compartido por las élites coloniales y las élites nacionalistas (Chibber, 2013: 7).

Los estudios subalternos defienden que dicha continuidad de las ideas y conceptos políticos de los poderosos marginan las formas de conocimiento de las clases subalternas autóctonas, excluyéndolas de la interpretación y construcción de las realidades sociopolíticas poscoloniales (Guha, 1982).

El resultado de la continuidad histórica de las teorías y conceptos políticos entre el colonialismo y el poscolonialismo es también la continuidad de las estructuras de poder.

Los estudios subalternos buscan rescatar las narrativas políticas subalternas a través de una relectura radical de la evidencia histórica contaminada por las interpretaciones elitistas, otorgándoles a las mismas la capacidad para desarrollar sus ideas políticas y su capacidad de influencia en el devenir de los procesos políticos como un actor legítimo y no prepolítico.

El elemento común a estas tres críticas epistemológicas a la teoría política es que la producción de conocimiento es una función instrumental de las relaciones de poder. Por tanto, resulta pertinente primero hacerse la pregunta acerca de quién y por qué ha producido y produce los conceptos y herramientas analíticas de la teoría política para determinar quién se beneficia y a quién se excluye de la interpretación de la realidad política a la que estos dan lugar.

Y segundo, considerar cómo influyen estos en nosotros mismos como investigadores a la hora de llevar a cabo nuestras propias interpretaciones y explicaciones de los fenómenos políticos.

3. EXPLICAR O VALORAR EN LA TEORÍA POLÍTICA (METODOLOGÍA)

La tercera línea de debate en nuestra tipología atiende a la cuestión de si la función de la teoría política debe limitarse a comprender y explicar la realidad política o si, por el contrario, debe ir más allá y realizar juicios de valor sobre la misma. Esta cuestión la presentaremos como un debate entre lo que denominamos la teoría política explicativa —¿por qué esta realidad?— y la teoría política normativa —¿es esta realidad aceptable?—.

La cuestión de si la teoría política debe explicar o valorar la realidad política fue una preocupación fundamental para Max Weber. En 1904, tras convertirse en coeditor de la Revista de Ciencia Social y Política Social, Weber publica un artículo en la misma en la que reflexiona sobre la objetividad en la ciencia social. El artículo «La “objetividad” del conocimiento en la ciencia social y en la política social» (Weber, 2017) es un texto fundamental del pensador alemán porque desarrolla las nociones más importantes de su metodología de trabajo.

En opinión de Weber (1993: 211), existe una necesidad de examinar críticamente la realidad política, pero sin hacer juicios de valor sobre la misma, ya que «las tomas de posición política y el análisis científico de los fenómenos y los partidos políticos son dos cosas bien distintas».

Para poder llevar a cabo dicha tarea, él desarrolla una metodología de trabajo en el artículo y en la que continuaría profundizando en escritos posteriores como Por qué no se deben hacer juicios de valor en la sociología y en la economía (Weber, 2010) y La ciencia como profesión (Weber, 1993).

Para Weber, el objetivo de investigación de la ciencia social es comprender la vida que nos rodea en su singularidad, cómo se organiza y el significado de sus fenómenos concretos en su forma actual; pero también por qué dichos fenómenos que la constituyen son así y no de otra manera (Abellán, 2017:17).

Por tanto, la realidad política solo puede ser comprendida en referencia a lo particular. Ese particular son los valores culturales establecidos en una sociedad determinada en una época determinada, es decir, el contexto.

Por ello, en un primer paso, Weber (2017: 122) defiende que la ciencia social no puede formular leyes generales porque: «No se puede pensar en un conocimiento de los fenómenos culturales que no sea sobre la base del significado que tengan para nosotros determinados aspectos concretos de la siempre individualizada realidad. Y ninguna ley nos puede descubrir en qué sentido y en qué situaciones ocurre esto, pues esto se decide por los valores con los que contemplemos la ‘cultura’ en cada caso».

En otras palabras, son los valores culturales los que le dan su significado a la realidad política.

El segundo paso en la metodología de Weber es desvelar esos valores que dan significado a la realidad. Para ello, hace la distinción entre el concepto genérico y el concepto genético o tipo ideal. El concepto genérico es aquel que contiene lo común a varios fenómenos que encontramos en la realidad política para así poder definirlos y clasificarlos. El tipo ideal —concepto genético— por su parte no busca subsumir la realidad en un género más amplio, sino que se construye como un modelo que sirve como punto de referencia con el que comparar el fenómeno histórico.

El tipo ideal, por tanto, no existe en la realidad, es una imagen mental, formada por un conjunto de características objetivamente posibles, con la que se mide o se compara la realidad para desvelar los elementos significativos de la misma, los valores que le dan su significado, y así poder comprenderla (Weber, 2017: 145). La ética protestante o el sistema capitalista son ejemplos de tipos ideales.

A la hora de enmarcar la metodología de Weber más ampliamente en nuestra tipología, podemos destacar dos elementos relevantes. El primero es que esta metodología hace una importante distinción entre argumentar para los sentimientos y argumentar científicamente para el entendimiento (Abellán, 2017: 15).

Esto implica la advertencia de que los tipos ideales deben reflejar una idea, pero no el ideal del teórico porque entonces dejarían de ser un medio lógico con el que comparar la realidad para convertirse, en su lugar, en un estándar con el que valorar la realidad.

La función, por tanto, de los tipos ideales es ofrecer un punto de referencia con el que primero ordenar para después explicar la realidad política —argumentar científicamente para el entendimiento—, en lugar de legitimar o validar una realidad política —argumentar para los sentimientos—.

El segundo elemento destacable es que, para Weber, al ser la realidad política finita, el objetivo de la teoría política no debe ser la búsqueda de un sistema de valores de carácter supratemporal o infinito (Abellán, 2015: 237). Los conceptos son efímeros, porque según cambia la realidad y los valores culturales, el contenido de los conceptos se transforma o se crean nuevos conceptos.

En suma, en relación con nuestra tipología se pueden extraer dos conclusiones de la metodología de Weber: primero, que la teoría política debe limitarse a conocer y explicar la realidad política, y segundo, que el contexto es relevante, tanto para el objeto de estudio como para el investigador.

Si la metodología de Max Weber nos sirve como referente de la teoría política explicativa, para la teoría política normativa esa función la puede realizar la conocida undécima tesis de Feuerbach de Karl Marx (1845): «Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo».

La tesis de Marx es un punto de partida adecuado porque engloba la idea de algunos teóricos políticos para los que no es suficiente con comprender la realidad política, sino que existe una obligación moral de valorar si esta conduce a la buena vida y si no es así, hacer propuestas para cambiarla. Esta corriente normativa podemos decir que se adscribe a la necesidad de la teoría política de contribuir al progreso de la humanidad a través de la mejora de su organización política con base en valores como justicia, igualdad o libertad.

Aquí nos gustaría hacer una distinción clasificatoria entre dos formas de hacer teoría política normativa y que, a su vez, está unida a la cuestión del contexto.

La primera forma sería aquella que engloba metateorías de carácter descontextualizado. Estas metateorías tienen en común su adscripción a los principios básicos de la modernidad occidental: el racionalismo y el universalismo. Charles Taylor (2001) define este tipo de teorías como aculturales porque su característica común fundamental es su carácter universalista, lo que implica que se construyen en base a una razón descontextualizada, es decir, niegan que la modernidad occidental —el individualismo, el capitalismo, el método científico, el Estado centralizado…— sea fruto de un contexto cultural específico, el europeo.

Es por ello que para estos teóricos aculturales, el proyecto de la modernidad occidental es factible en cualquier sociedad independientemente del contexto cultural de la misma y, por tanto, universal.

Dos ejemplos de este tipo de metateorías podrían ser el materialismo histórico marxista y la teoría de los sentimientos morales de Adam Smith, por poner dos ejemplos en los extremos ideológicos de la teoría política normativa. En ambos casos se ofrece una lógica descontextualizada de comportamiento humano, con base en unos principios que pueden ser utilizados para construir un sistema político más adecuado para alcanzar el bien común de una manera más justa, igualitaria y basada en el respeto a la libertad humana.

La segunda forma de teoría política normativa englobaría aquellas teorías que podríamos denominar herramientas normativas. Dentro de este tipo encontraríamos aquellas teorías que, a diferencia de las metateorías analizadas más arriba, sí son sensibles al contexto cultural de la realidad social y, por tanto, aunque su aplicabilidad es universal, no prescriben una lógica unilineal de progreso.

Dos ejemplos que a nuestro juicio formarían parte de esta forma serían la teoría de la justicia de John Rawls y la teoría de la acción comunicativa de Jürgen Habermas. Por motivos de espacio, nos centraremos solo en analizar la primera para ilustrar nuestro argumento.

Para John Rawls (1996) la centralidad de la ontología en los sistemas de valores de las democracias modernas dificulta el surgimiento de una concepción consensuada socialmente de justicia. La importancia que Rawls otorga a la ontología es un matiz importante a la hora de comprender su propuesta de una concepción de la justicia común.

Como afirma Irena Rosenthal (2019: 5), la búsqueda de dicho consenso no debe ser vista, como interpretan algunos críticos de Rawls, entre ellos Habermas, como un intento por encontrar una solución definitiva y universal a los conflictos políticos. Dicha búsqueda es una herramienta metodológica para que cada sociedad pueda construir su propio consenso dentro de su contexto cultural específico.

Esa herramienta metodológica de Rawls se basa en un proceso deliberativo en tres fases, que da lugar a la construcción de un consenso social sobre la concepción de justicia (Rawls, 1996: 386).

La primera fase —por tanto— sería en la que tendría lugar una reflexión individual de cada uno de los ciudadanos acerca de

la propia concepción de la justicia social según sus valores políticos personales. La segunda fase —justificación completa— implicaría que cada ciudadano evaluara si su concepción de la justicia podría ser considerada lo suficientemente independiente, es decir, aplicable de manera generalizada en la sociedad. La tercera y última fase sería la de la justificación pública de la concepción por parte de la sociedad, con los ciudadanos deliberando acerca de sus distintas concepciones para encontrar puntos de encuentro que den lugar a un consenso de justicia independiente ampliamente aceptado.

Dos son los elementos que destacar en la teoría normativa de Rawls con relevancia para nuestro argumento. Primero, que es normativa porque Rawls (1999: XII) establece ex ante dos atributos necesarios para que una concepción de justicia pueda ser considerada independiente: el principio de libertad igualitaria y el principio de la diferencia.

Y segundo, que ofrece una herramientametodológica que tiene en cuenta que es el contexto lo que al final legitima la concepción de justicia a ojos de la sociedad, lo que la hace aceptada y, portanto, duradera en el tiempo.

Como el propio Rawls afirma (2001: 90), suherramienta ofrece a los ciudadanos la oportunidad de demostrar bajo quécondiciones están dispuestos a aceptar la concepción pública de justicia.

III EL DESAFÍO DE LA NUEVA NORMALIDAD DE UN MUNDO MULTIPOLAR

En la primera parte del trabajo hemos desarrollado una tipología sobre los tres principales debates acerca del ser y la función de la teoría política:

1) una ontología descontextualizada y universalista frente a otra contextualizada y finita;

2) una epistemología tradicional frente a otra crítica,

y 3) una metodología explicativa y otra normativa.

A continuación, en esta segunda parte del trabajo abordaremos nuestra reflexión acerca de la crisis de capacidad explicativa de la disciplina ante fenómenos modernos no occidentales que conforman la realidad política del mundo actual, utilizando como marco referencial esa tipología.

De manera periódica en la teoría política surge el debate acerca de la capacidad de la misma para explicar los fenómenos políticos de un tiempo determinado. Como hemos visto que afirma Weber, la evolución de la realidad política impone la necesidad de actualizar los conceptos que utiliza la disciplina para mantener su capacidad heurística.

Durante el último cambio de siglo encontramos algunas reflexiones sobre esta cuestión. Por ejemplo, en 2002 la revista Political Theory publicó un volumen monográfico especial que aunaba distintas reflexiones sobre la relevancia de la teoría política cincuenta años después de su surgimiento como disciplina moderna.

Entre los artículos publicados podemos destacar «The adequacy of the canon» de George Kateb (2002), en el que reflexiona sobre la capacidad de la teoría política para explicar algunos de los horrores del siglo xx como el nazismo o el estalinismo.

Kateb argumenta, desde una concepción universalista de la teoría política, cómo tres factores —el crecimiento exponencial de la población humana, eldesarrollo tecnológico y el declive de la religión— han modificado la aplicabilidad de los postulados teóricos occidentales surgidos en los siglos xviii y xix.

Desde la perspectiva normativa, por otro lado, en 1993 John Dunn publicó unas breves notas tituladas Western political theory in the face of the future en las que se hacía la pregunta de si las tradiciones de entender la política que han sido desarrolladas en Europa en los dos últimos milenios poseían aún la capacidad para dirigirnos en el mundo de entonces.

En sus notas, Dunn (1993: IX) defiende que el tono confiado con el que las ideologías y los conceptos normativos occidentales se pronuncian, particularmente el liberalismo democrático y capitalista tras el colapso de la URSS en 1989, no equivalía a la fuerza intelectual y coherencia práctica de los que presumían.

Este tipo de reflexiones críticas son un ejercicio saludable para la teoría política porque ayuda a examinar la relevancia de sus postulados y herramientas de trabajo. Las tres líneas de debate que hemos presentado en nuestra tipología de la primera parte del trabajo son un buen reflejo de ese ánimo reflexivo a lo largo del último siglo.

En consonancia con ese espíritu crítico, a nuestro juicio, a las puertas de la tercera década del siglo xxi sería conveniente inaugurar un nuevo período de reflexión. Las razones para ello son principalmente dos.

La primera es que la crisis económica de 2008 ha supuesto un punto de inflexión para el orden político mundial. Esta crisis económica, que afectó principalmente a Occidente, ha tenido un profundo impacto en los ordenamientos políticos de Europa y EE. UU., sumiendo al consenso liberal post Guerra Fría en una importante crisis de legitimidad. Los denominados movimientos nacional populistas han minado la credibilidad de proyectos liberales como la integración regional de la Unión Europea —con la elección de Gobiernos ultranacionalistas y el referéndum del brexit— o el libre comercio, ilustrado principalmente por la política de inspiración jacksoniana del «America First» de Donald Trump en EE. UU. (Tovar, 2019).

La segunda razón es que, mientras este declive del proyecto liberal occidental tenía lugar, otras regiones del mundo han experimentado desarrollos políticos muy importantes. China, por ejemplo, no solo ha consolidado una forma económicamente exitosa de capitalismo de Estado, sino que ha unido esa fortaleza económica a una visión política más sofisticada, alejada de la ortodoxia ideológica marxista.

La doctrina del «sueño chino» de Xi Jinping propone una sinización del discurso político en el gigante asiático. El objetivo es cuestionar la superioridad normativa de los ordenamientos políticos occidentales y, por tanto, su universalidad. Con ello se busca una mayor autonomía del proyecto político chino de los conceptos políticos occidentales y su horizonte de posibilidades y, a su vez, la exportación de una modernidad política china alternativa y su horizonte de posibilidades a otras regiones del mundo como Asia, África o Latinoamérica.

En el caso de Rusia, vemos cómo el régimen de Vladimir Putin ha recuperado el concepto de eurasianismo y con él la noción eslavófila de una Rusia epistemológicamente alejada de Occidente (Clover, 2016; Berlin, 2008: 6). Un último ejemplo podría ser cómo los sustentos teóricos de la democracia india, como su particular conceptualización del secularismo o del nacionalismo, ofrecen una hoja de ruta para las democracias liberales dentro de un contexto futuro inevitablemente más multicultural.

A diferencia de lo que ocurrió en el pasado, por ejemplo con el fascismo o el comunismo, muchos de estos cambios en la realidad política no están inspirados en las ideas y valores occidentales, sino que provienen de unas epistemologías y ontologías diferentes.

Además, aunque ya a mediados del siglo xx tuvo lugar el proceso descolonizador en Asia y África, dentro del cual se desarrollaron nuevas teorías y conceptos alejados de la modernidad política occidental, la diferencia hoy es que algunos de estos nuevos proyectos buscan ofrecer una alternativa normativa a las cosmovisiones políticas occidentales, principalmente, como ya hemos apuntado, al liberalismo democrático capitalista.

Esa combinación de declive de la influencia de las ideas liberales y el auge de cosmovisiones alternativas inevitablemente ponen a la teoría política contra las cuerdas a la hora de explicar la normalidad de un nuevo mundo con diferentes centros de influencia, cada uno con una cosmovisión diferente.

1. LA TESIS DE LA PLURALIDAD DE MODERNIDADES

No es una afirmación sorprendente decir que la teoría política como disciplina está fuertemente arraigada en la epistemología y ontología occidental. La teoría política es hija de la modernidad europea; es más, la disciplina ha sido clave en la definición de los atributos de esta y en la expansión geográfica de sus instituciones y valores más allá de los confines de la región.

Uno de los atributos definitorios de la teoría política descontextuali-

zada, sea esta positiva o de las metateorías normativas, es que asume el carácter ahistórico y universal de la modernidad occidental. Ello conlleva dos consecuencias. Primero, que sus postulados tiendan a asentarse sobre una cruda dicotomía modernidad/tradición, equivalente, a su vez, a progreso/atraso.

Y segundo, como resultado de la primera, que el asumido carácter universal de la modernidad devenga en el impulso en el siglo xx de la convicción de que la única manera para que una sociedad se modernice y progrese es realizando las mismas transformaciones culturales que hizo Occidente en su momento.

El resultado ha sido un grave problema de etnocentrismo: «La tendencia a considerar el grupo étnico propio y sus estándares sociales como la base para juicios de valor en relación a las prácticas de otros; con la implicación de que el punto de vista de uno es que sus propios estándares son superiores» (Joseph, 1990: 1).

Ya que la teoría política juega una función fundamental equipando a la ciencia política con teorías, conceptos y metodologías de trabajo, su eurocentrismo inevitablemente se contagia a los análisis sociopolíticos de su disciplina afín.

El máximo exponente de los postulados teóricos de la modernidad eurocéntrica en la ciencia política ha sido la escuela desarrollista (developmentalism), que tuvo su auge en el período entre 1945 y la década de 1970, un período dominado por el amplio proceso descolonizador en Asia y África.

Esta escuela, espoleada por la revolución positiva, busca crear categorías generales que permitan distinguir los elementos esenciales en procesos sociales para permitir la comparación entre distintas sociedades (Parsons, 1966; Huntington, 1968). Siguiendo los principios de la modernidad occidental y el positivismo, el desarrollismo busca descontextualizar sus análisis, defendiendo una metodología funcionalista-estructuralista, con el objetivo de alcanzar teorías generales y científicamente verificables de la acción humana.

El resultado son observaciones reduccionistas porque desdeñan el contexto cultural de una sociedad como vacío de poder explicativo en el desarrollo de la misma, y unilineales porque al utilizar la modernidad occidental como un ideal, para que otras sociedades se consideren modernas, estas deben ajustarse al modelo occidental:

Lo que había ocurrido en Europa y Norteamérica en el siglo xix y principios del siglo xx estaba ahora, más o menos, a punto de ocurrir en América Latina, Asia y África. El progreso prometido por la Ilustración —la expansión del conocimiento, el desarrollo de la tecnología, el alcance de niveles más altos de bienestar material, el auge de gobiernos de derecho, humanos y liberales, y la perfección del espíritu humano ahora espera al tercer mundo libre del colonialismo y la explotación y luchando contra su propio provincialismo— (Smith, 1985: 537).

Aunque el desarrollismo en su vertiente más ortodoxa sufrió un fuerte declive en el último cuarto del siglo xx con la irrupción del contextualismo, como ya hemos analizado en la primera parte de este trabajo, su influencia sigue siendo muy importante, informando las políticas de instituciones internacionales que se crearon con base en su análisis, como son el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o la Organización Mundial del Comercio.

Si el eurocentrismo de la teoría política produce, a través de los conceptos y herramientas del positivismo y la teoría normativa liberal, la escuela desarrollista en la ciencia política, a través de los conceptos y herramientas del materialismo histórico marxista produce la teoría de la dependencia.

La teoría de la dependencia ejerce una crítica directa y feroz a la tesis liberal del desarrollismo; a pesar de ello, comparte con esta los postulados que avanzaba Charles Taylor de las teorías aculturales de la modernidad.

La teoría de la dependencia extrapola la teoría marxista del desarrollo capitalista a las relaciones internacionales, para argumentar que el poder del capitalismo internacional concentrado en Occidente, el centro, ha creado una división del trabajo global y es el principal responsable de determinar la historia del tercer mundo, la periferia, a través de su sometimiento imperialista.

Al igual que el desarrollismo, la teoría de la dependencia ha ignorado en su análisis la influencia de la cultura en el desarrollo de una sociedad, al tratarla como parte de la superestructura económica y, por tanto, sometida a la lógica acultural de la economía capitalista.

El propio Marx (1976) sentía que la historia, a través del colonialismo, produciría nuevas fuerzas tecnológicas y sociales en Asia y África, que acabarían por desarrollar una conciencia crítica racional similar a la que tendría lugar en Occidente bajo el capitalismo.

Tradicionalmente, en la teoría política el liberalismo y el marxismo han sido vistos como dos corrientes de pensamiento y análisis fundamentalmente diferentes e incluso antagónicas. Este análisis, sin embargo, como hemos examinado brevemente, es solo válido si aceptamos la premisa básica de que la lógica de la modernidad occidental es universal; el desarrollo histórico en sociedades no occidentales en los dos últimos siglos evidencia que tal premisa no es cierta.

Las teorías aculturales de la modernidad han desarrollado herramientas de análisis extraordinariamente exitosas para explicar las realidades políticas en sociedades occidentales, pero según han expandido su análisis hacia otras sociedades fuera de Occidente su capacidad explicativa ha decaído fuertemente.

Esto se debe a su incapacidad para incorporar a su análisis las particularidades históricas y socioculturales de estas sociedades.

No es solo que las transformaciones sociopolíticas en sociedades no occidentales con frecuencia no siguen las pautas de la modernidad occidental, como esperaba la teoría política descontextualizada, sino que tampoco es que estas sociedades se encuentren estancadas en sistemas tradicionales; lo que ocurre es que desarrollan sus propias modernidades alternativas.

El islamismo político, sea este la versión iraní o la de los Hermanos Musulmanes en Egipto, por ejemplo, utiliza términos como Estado o religión para apelar a la construcción de un modelo de sociedad alternativo al occidental, y para ello dan a esos términos un contenido conceptual totalmente diferente al desarrollado originalmente por la modernidad occidental. ¿Significa que porque el islamismo político no sigue las pautas de la modernidad occidental ya no es un movimiento moderno?

La respuesta es que sí lo es, es moderno porque utiliza conceptos modernos, pero los reconceptualiza para aplicarlos a lo que ellos consideran la realidad cultural de sus sociedades.

Con este ejemplo, no se trata aquí de hacer un juicio de valor sobre estos movimientos, sino de señalar que a menos que la teoría política sea capaz de comprender e incorporar nuevos conceptos, su capacidad analítica y explicativa de la lógica de los fenómenos políticos fuera de Occidente seguirá siendo insuficiente. La aparición de una nueva normalidad política epistemológicamente multipolar hace más urgente esa tarea.

La gran deficiencia analítica de la teoría política hoy es la ausencia de conceptos que le ayuden a comprender y explicar estas realidades sociopolíticas que no se adecúan a la experiencia histórica y al canon teórico occidentales. A falta de conceptos adecuados, la disciplina peca del abuso de dicotomías que utilizan descripciones secundarias o en negativo para analizarlas.

La dicotomía moderno/tradicional, como ya hemos visto, es un ejemplo de ello, pero también lo son secularismo/religión u occidental/no occidental. Como advierte Sudipta Kaviraj (2005: 525), existe la necesidad de forzar las fronteras conceptuales de la modernidad occidental en la teoría política para abarcar nuevas realidades políticas como legítimas formas de modernidades alternativas.

2. LOS LÍMITES DEL GIRO ONTOLÓGICO Y LA TESIS DE LA INCONMENSURABILIDAD

La preocupación por la necesidad de expandir las fronteras conceptuales de la teoría política más allá de Occidente, desde una perspectiva de la pluralidad de modernidades, es la razón de la que parte esta propuesta de reflexión acerca del estado de la teoría política hoy.

Nuestro objetivo no es defender el relativismo epistémico y ontológico, es decir, la creencia en la originalidad absoluta y hermética de cada cultural individual que previene su estudio y comprensión a menos que se haga desde sus propios conceptos y tradiciones autóctonos.

Igualmente, es importante resaltar que sería un error hacer una equivalencia entre el rechazo a la hegemonía de las ideas modernas occidentales en sociedades poscoloniales con lo que Samuel Huntington (1996) denominó un choque de civilizaciones.

Al contrario, el desafío que aquí proponemos para la teoría política es actualizarse para contribuir a la búsqueda de puentes de entendimiento conceptuales entre sistemas cognitivos diferentes frente a aquellos que, en ambos extremos del debate, abogan por posiciones radicalizadas y enfrentadas.

Como ya hemos expuesto, el giro ontológico en la teoría política emergió como respuesta a la preocupación por las limitaciones analíticas de una teoría política descontextualizada. Es por ello que su premisa básica, la importancia del contexto histórico para explicar una realidad política concreta, continúa siendo válida.

Sin embargo, la irrupción de realidades políticas no occidentales han expuesto sus limitaciones, principalmente su incapacidad de escapar del marco conceptual occidental.

Incluso en aquellos casos, como el del poscolonialismo, en los que se ha hecho del contexto la piedra angular de su enfoque, existen sofisticadas críticas (Chibber, 2013; Nandy, 2020) acerca del continuo uso de dicho marco por parte de investigadores formados dentro del mismo.

El multiculturalismo es un claro ejemplo ilustrativo de las debilidades del universo de enfoques nacidos del giro ontológico para abordar la cuestión de la expansión conceptual. Podemos señalar dos razones del porqué.

La primera es que el multiculturalismo no aborda la cuestión de la pluralidad de modernidades, al centrarse en comprender y explicar el impacto y acomodo de la diversidad cultural en la realidad política de una sociedad específica con una modernidad preexistente y no en el desarrollo e interacción de diversas modernidades dentro de dicha sociedad.

Y segundo, la teoría política multicultural, ya sea esta explicativa —la que considera la diversidad cultural dentro de una sociedad como un hecho— o normativa la que considera dicha diversidad como un valor—, tiende a un proceso de esencialización de las características de una cultura (Turner, 2018).

Las culturas no son estáticas y perennes, sino que sus normas y prácticas existen en un contexto de raciocinio y deliberación dentro del cual las personas establecen preferencias, deseos y creencias para así encontrar sentido a sus vidas. Por tanto, la cultura no puede ser vista como una normatividad estática y perenne, sino como un espacio (Mehta, 2000: 625).

En gran medida la esencialización de la cultura que vemos presente en el multiculturalismo ilustra el problema subyacente en el giro ontológico en la teoría política y que lo ha hecho reticente a expandirse más allá de la experiencia de las sociedades occidentales u occidentalizadas.

Dicho problema es su eurocentrismo: la inhabilidad de ver en todas las culturas una capacidad reflexiva, retornando a la convicción originaria de la teoría política como disciplina moderna de que solo las ideas y los sistemas políticos occidentales permiten el progreso y la modernidad, mientras que el resto son tradicionales y atrasadas, donde la agencia de sus miembros se ve desplazada a unas esencias culturales, y sus acciones explicadas como expresiones de dichas esencias (Mehta, 2000: 631).

Este eurocentrismo lleva inevitablemente a la conclusión de que las sociedades no occidentales, al estar presas de sus esencias culturales, son prepolíticas y, por tanto, incapaces de contribuir conceptualmente a la teoría política.

Un destacado miembro del giro contextual como Jürgen Habermas (1998: 162) lo expresaba así: «La capacidad para tomar cierta distancia de las tradiciones de uno y expandir perspectivas limitadas es una ventaja comparativa del racionalismo occidental».

Las limitaciones del giro ontológico para contribuir a la expansión conceptual más allá de Occidente de la teoría política se deben a que la reflexión sobre los cambios necesarios debe ir más allá de lo ontológico y metodológico, para abarcar también lo epistemológico.

La teoría política debe superar su tendencia a la esencialización de los sistemas de conocimiento, tanto desde la perspectiva de la universalidad de las ideas y conceptos occidentales como del relativismo cultural, que impide cualquier tipo de teorización y comparación de distintas realidades políticas al considerar cada cultura individual original.

Frente a esa tendencia a la esencialización en la teoría política, para

superar las limitaciones del giro ontológico aquí nos apoyamos en una tercera vía intermedia, arraigada en la tradición hermenéutica y la tesis de la inconmensurabilidad de Richard Bernstein.

La tesis de la inconmensurabilidad cuestiona la existencia de un marco ahistórico, universal y neutral en el que todas las lenguas y vocablos pueden ser traducidos para evaluar racionalmente los argumentos hechos por las distintas lenguas (Bernstein, 1991: 92). La inconmensurabilidad, por tanto, cuestiona las bases fundacionales de la epistemología moderna occidental, siguiendo los mismos argumentos desarrollados en este trabajo.

Sin embargo, la tesis de la inconmensurabilidad difiere del relativismo cultural porque, a diferencia de este, no cae en el mito del marco, es decir, no interpreta las tradiciones epistemológicas como recipientes herméticamente cerrados y, por tanto, con marcos cognitivos irreconciliables que previenen a un miembro externo a esa comunidad conocer al otro; siempre existen puntos de unión y trasvase entre ellas, lo que permite la comparación e incluso a menudo la fusión de los distintos horizontes (Lebenswelt).

El problema, señala Bernstein (1983: 73), es que dentro de una tradición de pensamiento sus miembros siempre argumentarán la validez universal de sus ideas, lo que las hace querer transcender el contexto específico en el que se desarrollaron. En el caso del pensamiento occidental moderno, en su Dialéctica de la Ilustración, Horkheimer y Adorno (2018: 70) apuntan que el ímpetu homogeneizador del pensamiento ilustrado nace en parte de que el ser humano cree estar liberado del terror cuando ya no existe nada desconocido, lo que conlleva que nada debe

quedar inexplicado, porque lo externo es la «genuina fuente del miedo».

Frente a esa disposición de los sistemas de conocimiento humanos a considerar lo propio como universal, lo necesario es intentar involucrarnos con las ideas del otro desde su propia perspectiva, en lugar de desde la nuestra propia. Esto implica el rechazo al esencialismo, una ardua tarea que conlleva resistir la tentación de ver algo de lo nuestro en el otro, es decir, caer en la comparación desde nuestro propio marco epistemológico en lugar de aceptar que pueden existir otros alternativos y tan válidos como el nuestro.

Esta es la base del concepto de inconmensurabilidad y de la tesis de la pluralidad de modernidades. Nos encontramos, por tanto, no solo ante un desafío académico, como ya planteaba Weber, de incrementar la capacidad heurística de la ciencia política, sino ante un desafío ético, una obligación recíproca entre tradiciones de pensamiento de abandonar su esencialismo e intentar entender al otro, la alteridad.

Porque, como señala Bernstein, la inestabilidad de la alteridad es un problema de la convivencia humana y no existe una solución definitiva a ella que no suponga intolerancia y la violencia imperialista homogeneizadora.

El desafío de la inconmensurabilidad y de las modernidades alternativas en la teoría política es lo que Walter Mignolo (2018: 380) ha denominado la externalidad, una invención epistémica para la otredad ontológica; como lo otro no puede ser controlado, debe ser concebido como algo externo para así legitimar su devaluación y manejabilidad.

Lo necesario es un proceso de reconstitución epistémica, que él denomina «decolonialidad», para cambiar las reglas de la conversación y no solo su contexto, que es a lo que se ha limitado el giro ontológico en relación a las realidades políticas no occidentales.

3. LA HISTORIA INTELECTUAL PUEDE MARCAR EL CAMINO

Una disciplina afín a la teoría política en la que actualmente se está llevando a cabo una reflexión profunda en relación a la pluralidad de modernidades es la historia intelectual. En la última década ha comenzado en esta disciplina un interesante debate alrededor de la cuestión del contexto entre lo que John Pocock (2019: 3) ha denominado la historia intelectual global y la historia mundial del pensamiento político.

La historia intelectual global es un nuevo enfoque, o una disciplina neonata —todavía no existe un consenso sobre ello— que ha ido tomando forma tras la publicación en 2013 del volumen Global intellectual history (Moyn y Sartori, 2013).

Esta obra compila las contribuciones de destacados estudiosos de las ideas políticas acerca de las fortalezas y debilidades de establecer estudios comparativos transnacionales para explicar cómo los conceptos políticos fueron, o no, globalizados.

Aunque existen tensiones acerca de cómo abordar dicha cuestión, en el libro emergen tres concepciones sobre la historia intelectual global (López, 2016). Primero, la utilización de lo global como una categoría metaanalítica para el historiador de las ideas. Segundo, el estudio de lo global como un proceso histórico: cómo los conceptos circulan, son traducidos y adquieren significado

más allá de su ámbito nacional original. Y, por último, la historia intelectual global como una historia intelectual de lo global. El punto en común a todos ellos es la problematización de lo que la historia intelectual entiende por contexto, tanto a nivel temporal como espacial.

Ante el desafío de la historia intelectual global a la relevancia del contexto en la producción de las ideas políticas, Pocock afirma la existencia de una edad axial, no en el mismo período del uso original del término por Karl Jaspers (2017), en la que diversos sistemas de pensamiento político se desarrollaron y existieron con caracteres diferentes entre ellos.

Estos sistemas se proveyeron de sus propios contextos porque poseían autoridad paradigmática y existían en aislamiento, antagonismo, comunicación o interacción entre unos y otros (Pocock, 2019: 3). Para Pocock esa potencial relación entre ellos es lo que permitiría el establecimiento de puentes de entendimiento y estudio, lo que él denomina una historia mundial del pensamiento político.

Para poder llevar a cabo ese estudio, Pocock defiende, frente a los proponentes de la historia intelectual global, que se deben considerar tres cuestiones metodológicas.

Primero, la cuestión de la traducción: la adaptación del lenguaje y los contextos para describir el mundo lingüístico en el que otro culturalmente y lingüísticamente remoto de nosotros lleva a cabo acciones y discursos y se representa a sí mismo.

Segundo, si sería necesario utilizar diferentes lenguas o si las mismas expresiones podrían ser utilizadas y cuáles serían

las consecuencias políticas de ello. Y tercero, cuando el investigador considera políticos unas acciones o discursos de acuerdo a su criterio, ¿lo eran también para el otro? (ibid.: 3).

La defensa de Pocock y el debate acerca del contexto en la disciplina de la historia intelectual resultan valiosos para la teoría política porque nos ayudan a examinar las debilidades y limitaciones de su propio giro contextual.

Kari Palonen (2002: 92) ha argumentado, por ejemplo, que la capacidad de la historia conceptual como metodología dentro de la historia intelectual para examinar la falibilidad, la contingencia y la historicidad del uso de los conceptos la convierte en un instrumento útil para la conceptualización en la teoría política.

Nos parece interesante destacar el argumento de Palonen porque apunta a una debilidad en el proceso de construcción de conceptos en la teoría política. Dicha debilidad se fundamenta en que la teoría política tiende a desarrollar conceptos para explicar la realidad política que resultan sofisticados, pero estáticos.

Es decir, los conceptos responden bien a un fenómeno o realidad específica, hasta que estos evolucionan. La teoría política, paradójicamente, encuentra dificultades para reflejar la política como actividad: cómo el proceso de deliberación público, las ideologías y la lucha por el poder dan lugar a una evolución en el contenido de significados de los conceptos.

Desde la escuela de Cambridge, Quentin Skinner (1987) ahonda en esta crítica al defender que la acción política no se limita al momento constituyente —el establecimiento del contrato social y su entramado legal e institucional—, sino que es continua debido a la obligación de la autoridad de buscar su legitimación ante los ciudadanos. Esa necesidad de una legitimación permanente de la autoridad supone dos cosas: primero, que el contexto cultural está intrínsecamente unido a la cuestión de la legitimidad, como ya hemos defendido en la primera parte del trabajo.

Y segundo, que si rechazamos la esencialización de las culturas —como también aquí hemos argumentado— y, por tanto, aceptamos que estas evolucionan, entonces los discursos y conceptos políticos también lo han de hacer para preservar la legitimidad de la autoridad.

Por tanto, las debilidades y limitaciones de la conceptualización en la teoría política hoy tienen dos causas. Primero, desde la perspectiva de la ontología, su dificultad para reflejar el cambio conceptual derivado de la política como acción. Y segundo, desde la epistemología, su eurocentrismo, que le impide entablar una conversación con otros sistemas de conocimiento no occidentales.

Estas debilidades y limitaciones suponen que en un mundo donde el poder político se ha descentralizado, principalmente hacia Asia, la disciplina ha perdido poder heurístico al aplicar conceptos ajenos a la experiencia histórica del lugar no occidental. Si la teoría política ya no puede cumplir su función fundamental de explicar la realidad política adecuadamente, entonces debemos reconocer los límites de nuestros conceptos y, como hemos indicado, forzar las fronteras conceptuales de la disciplina, evitando buscar Occidente en el no-Occidente (Ingerflom, 2018: 203).

Dentro de la disciplina de la historia intelectual encontramos la que, a nuestro juicio, podría ser una interesante contribución a este esfuerzo actualizador en la teoría política; esta es la metodología de la historia de los conceptos o Begriffsgeschichte. Reinhart Koselleck desarrolló la Begriffsgeschichte como una alternativa metodológica a la ortodoxia historiográfica alemana en elestudio de las ideas políticas, representada por la Geistesgeschichte de, entreotros, Friedrich Meinecke.

A diferencia de la segunda, que asume el caráctermonolítico del clima intelectual de los períodos históricos, la historia de los conceptos se construye sobre la premisa básica de que la constitución de la sociedad moderna se puede observar como una batalla semántica sobre lo político y lo social, una batalla de definiciones, de defensa y ocupación de posiciones conceptuales.

Su enfoque, por tanto, permite trazar la evolución del contenido de los conceptos políticos durante un período de tiempo histórico en particular y al mismo tiempo relacionar dicha evolución con suimpacto en la realidad social y política extralingüística.

Al centrarse en la evolución histórica de los conceptos, la metodología de Koselleck puede resultar una contribución muy útil a la teoría política.

Primero, porque permite dilucidar la naturaleza ontológica de modernidades alternativas. A menudo, en estas modernidades nos encontramos ante el uso de una terminología política occidental —el Estado, la sociedad civil, secularismo, comunismo, nacionalismo…— debido a que los conceptos acuñados inicialmente en Occidente por diversas razones, principalmente el imperialismo y la globalización, son introducidos en las sociedades no occidentales.

Es, por tanto, de particular relevancia conocer, primero, cómo dichos conceptos foráneos son llenados de significado —y de qué significado— por los pensadores de estas sociedades y, segundo, si la evolución en el contenido de los conceptos supone: la imposición de la ontología occidental en aquellas modernidades; el reemplazo completo del contenido de los conceptos y, por tanto, el nacimiento de una modernidad completamente autóctona que rechaza a la occidental, o, por último, una combinación de ambas.

La segunda razón de la potencial utilidad de la metodología de la historia de los conceptos para la teoría política es que el conocer el contenido de los conceptos nos permitirá crear un puente de entendimiento entre las epistemologías políticas occidental y no occidental.

La Begriffsgeschichte no solo resulta atractiva como metodología para la teoría política por su poder explicativo, sino que también lo es desde el punto de vista del análisis práctico. La diversidad lingüística, como apunta Pocock, es un desafío importante a la hora de abordar el estudio del pensamiento político no occidental.

Dicha diversidad da lugar a una terminología muy diversa para desarrollar y explicar ideas a distintas audiencias, retornando a la cuestión de la legitimación de la autoridad. Igualmente, para evitar caer en un esencialismo o reduccionismo de la existencia de un pensamiento monolítico, es importante ser capaces de examinar las diversas ideas y visiones políticas dentro de estas modernidades alternativas.

El análisis semasiológico y onomasiológico de la Begriffsgeschichte nos va a permitir rastrear los conceptos a través de los múltiples términos utilizados para referirse a ellos, permitiendo tanto un análisis pancultural como uno más detallado de la batalla semántica no solo entre las distintas ideologías en su lucha por el poder, sino también entre los pensadores autóctonos frente a los postulados del canon teórico dominante.

El análisis conceptual que la Begriffsgeschichte nos permite realizar es también, desde nuestro punto de vista, particularmente apto para el estudio de sociedades poscoloniales, entendiendo el colonialismo como físico —como en el caso de India y en cierta medida China— o epistemológico —como en el caso de Rusia—, ya que dentro de las mismas existen dos ámbitos de acción conceptuales como ya hemos indicado; por un lado, el de confrontación con la epistemología del poder colonial occidental y, por otro, el de legitimación y movilización local.

El análisis sincrónico nos permite en estos casos estudiar el uso de conceptos en ambos ámbitos, al posicionar el uso específico que los pensadores locales dan a un concepto en un contexto de confrontación con el otro, pero también en uno dentro del nosotros, la visión del mundo nacional.

IV. CONCLUSIONES

Como hemos afirmado al comienzo del mismo, el objetivo de este trabajo era proponer una reflexión acerca del estado de la teoría política como disciplina académica. La necesidad de dicha reflexión la hemos defendido según dos ejes. Primero, la constatación del surgimiento y consolidación de una nueva normalidad política, constituida por el declive de la influencia de las ideas de la modernidad liberal occidental tras la crisis de 2008 y el auge a su vez de cosmovisiones de modernidades alternativas no occidentales.

Y segundo, que esta descentralización política ha dado lugar a un desencuentro epistemológico y ontológico entre el canon de la teoría política, dominado por Occidente, y la realidad política. Ese desencuentro, hemos defendido, ha reducido la capacidad heurística de la disciplina.

En la primera parte del trabajo, hemos desarrollado una tipología crítica de la teoría política con base en los tres ejes de conocimiento: ontología, epistemología y metodología. Esta tipología es atípica porque su función es instrumental; su objetivo es permitirnos identificar los principales debates acerca de las limitaciones de la disciplina que expliquen el declive de su poder analítico de la nueva realidad política.

De nuestra tipología hemos extraído dos conclusiones fundamentales. La primera es que las aspiraciones universalistas de la teoría política descontextualizada chocan frontalmente con la naturaleza efímera de su objeto de estudio: la realidad política; y dos, que la disciplina encontró la solución a dicho problema en el giro ontológico, que exitosamente articula el nexo entre contexto y legitimidad política.

La nueva normalidad de un mundo multipolar, sin embargo, pone a la teoría política ante la necesidad de ir más allá del giro ontológico y expandir sus fronteras conceptuales para capturar de una manera más precisa su realidad política. Para ello hemos propuesto dos desafíos que abordar: primero, la descentralización epistemológica de la disciplina, a través de la superación de su eurocentrismo; y segundo, desde la ontología, la superación del estatismo conceptual que deriva en la esencialización de las culturas y la incapacidad de reflejar la política como acción.

Finalmente, hemos querido, recurriendo a la disciplina afín de la historia de las ideas, ofrecer una pequeña aportación al debate al sugerir la contribución que podría hacer la metodología de la historia conceptual, o Begriffsgeschichte, a la dinamización conceptual en la teoría política.

Un elemento constitutivo de la política como actividad es el del diálogo ante la pluralidad de ideas y como vehículo para la competición entre ideologías y distintas interpretaciones del gobierno de los asuntos públicos (Crick, 1964). La pluralidad es intrínseca a la política como actividad y, por ende, la teoría política, como disciplina que busca comprender y explicar esa actividad, debe también ser capaz de reflejar dicha pluralidad. Es por ello que aquí defendemos que en el mundo de hoy es necesario una descentralización del canon de la disciplina, abarcando como legítimos otros sistemas de conocimiento, dialogar con ellos e incorporar sus ideas y conceptos al canon.

En caso contrario, la alternativa es correr el riesgo de caer en la disfuncionalidad de un lenguaje teórico abstracto que crea un mundo propio, desconectado de la realidad política.

Bibliografía

Abellán, J. (2015). Sobre el análisis racional de los juicios de valor políticos. En I. Wences (ed.). Tomando en serio la teoría política: entre las herramientas del zorro y el ingenio del erizo (pp. 231-252). Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. (2017). Estudio preliminar. En M. Weber. La «objetividad» del conocimiento en la ciencia social y en la política social (pp. 9-58). Madrid: Alianza Editorial.

Almond, G. y Genco, S. J. (1977). Clouds, clocks and the study of politics. World Politics, 29 (4), 489-522. Disponible en: https://doi.org/10.2307/2010037.

Berlin, I. (1978). Does political theory still exist? En I. Berlin. Concepts and categories: philosophical essays (pp. 143-172). London: Hogarth Press. (2008). Russian thinkers. London: Penguin.

Bernstein, R. J. (1976). The restructuring of social and political theory. Philadelphia: University of Pennsylvania Press. (1983). Beyond objectivism and relativism. Oxford: Basil Blackwell. (1991). Incommensurability and otherness revisited. En E. Deutsch (ed.). Culture and modernity: East-West philosophical perspectives (pp. 85-103). Honolulu: Hawaii University Press.

Chibber, V. (2013). Postcolonial theory and the specter of capital. London: Verso.

Clover, C. (2016). Black wind, white snow: the rise of Russia’s new nationalism. New Haven: Yale University Press.

Colomer, J. M. (2009). Ciencia de la política. Barcelona: Ariel.

Crick, B. (1964). In defence of politics. London: Penguin.

Dunn, J. (1993). Western political theory in the face of the future. Cambridge: Cambridge University Press.

Easton, D. (1953). The political system. New York: Alfred A. Knopf. (1965). A framework for political analysis. Englewood Cliffs: PrenticeHall.

Foucault, M. (2012). Nacimiento de la biopolítica. Madrid: Akal.

Freeden, M. (1996). Ideologies and political theory: a conceptual approach. Oxford: Clarendon Press. (2018). Political philosophy and ideology: an awkward or complementary relationship? Isegoría, 59, 409-424.

Guerra-Cunningham, L. (2007). Mujer y escritura: fundamentos teóricos de la crítica feminista. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de Mexico.

Guha, R. (1982). On some aspects of the historiography of colonial India. En R. Guha (ed.). Subaltern Studies I: Writings on South Asian history and society (pp. 1-8). New Delhi: Oxford University Press.

Habermas, J. (1998). Remarks on legitimation through human rights. Philosophy and social criticism, 24 (23), 157-171. Disponible en: https://doi.org/10.1177/019145379802400211.

Horkheimer, M. y Adorno, T. W. (2018). Dialéctica de la Ilustración. Madrid: Trotta.

Huntington, S. (1968). Political order in changing societies. New Haven: Yale University Press. (1996). The clash of civilisations and the remaking of world order. New York: Simon and Schuster.

Ingerflom, C. S. (2018). El desafío de la «noEuropa» a la historia conceptual. Scienza e Politica, 30 (58), 195-219.

Jaspers, K. (2017). Origen y meta de la historia. Madrid: Acantilado.

Joseph, G. G. (1990). Eurocentrism in the social sciences. Race and Class, 31 (1), 1-26. Disponible en: https://doi.org/10.1177/030639689003100401.

Kateb, G. (2002). The adequacy of the canon. Political Theory, 30 (4), 482-505. Disponible en: https://doi.org/10.1177/0090591702304003.

Kaviraj, S. (2005). An outline of a revisionist theory of modernity. European Journal of Sociology, 3, 497-526. Disponible en: https://doi.org/10.1017/S0003975605000196.

Koselleck, R. (2007). Crítica y crisis: un estudio sobre la patogénesis del mundo burgués. Madrid: Trotta.

López, R. (2016). The quest for the global: remapping intellectual history. History of European Ideas, 42 (1), 155-160. Disponible en: https://doi.org/10.1080/01916599.2015.1115250.

Marx, K. (1845). Tesis sobre Feuerbach. Disponible en: https://tinyurl.com/y2j5gyqk. (1976). Futuros resultados de la dominación británica en la India. En K. Marx y F. Engels. Obras escogidas. Moscú: Editorial Progreso.

Mehta, P. B. (2000). Rethinking multiculturalism: cultural diversity and political theory. Political Theory, 28 (5), 619-639. Disponible en: https://doi.org/10.1177/0090591700028005003.

Menon, N. (2014). Power. En R. Bhargava y A. Acharya (eds.). Political theory (pp. 148-158). New Delhi: Pearson.

Mignolo, W. (2018). Decoloniality and phenomenology: the geopolitics of knowing and epistemic/ontological colonial differences. The Journal of Speculative Philosophy, 32 (3), 360-387. Disponible en: https://doi.org/10.5325/jspecphil.32.3.0360.

Moyn, S. y Sartori, A. (eds.). (2013). Global intellectual history. New York: Columbia University Press. Disponible en: https://doi.org/10.7312/moyn16048.

Nandy, A. (2020). El enemigo íntimo: pérdida y recuperación del yo bajo el colonialismo. Madrid: Trotta.

Palonen, K. (2002). The history of concepts as a style of political theorising. European Journal of Political Theory, 1 (1), 91-106. Disponible en: https://doi.org/10.1177/1474885102001001007.

Parsons, T. (1966). Societies: evolutionary and comparative perspectives. Englewood Cliffs: PrenticeHall.

Pocock, J. (2019). On the unglobalisation of contexts: Cambridge methods and the history of political thought. Global Intellectual History, 4 (1), 1-14. Disponible en: https://doi.org/10.1080/23801883.2018.1523997.

Rawls, J. (1996). Political liberalism. New York: Columbia University Press. (1999). A theory of justice. Cambridge, Mass.: Belknap Press. (2001). Justice as fairness: a restatement. Cambridge.: Belknap Press.

Riker, W. H. y Ordeshook, P. C. (1973). An introduction to positive political theory. Englewood Cliffs.: PrenticeHall.

Rosenthal, I. (2019). Ontology and political theory: a critical encounter between Rawls and Foucault. European Journal of Political Theory, 18 (2), 238-258. Disponible en: https://doi.org/10.1177/1474885116659633.

Smith, T. (1985). Requiem or new agenda for Third World studies? World Politics, 37 (4), 532-561. Disponible en: https://doi.org/10.2307/2010343.

Skinner, Q. (1987). Ambrogio Lorenzetti: The artist as political philosopher. Proceedings of the British Academy, 72, 1-56.

Taylor, C. (2001). Two theories of modernity. En D. P. Gaonkar (ed.). Alternative modernities (pp. 172-196). Durham: Duke University Press.

Tovar, J. (2019). La doctrina Trump en política exterior. Revista CIDOB d’Afers Internacionals, 120, 259-284.

Turner, B. (2018). The limits of culture in political theory. European Journal of Political Theory. Disponible en: https://doi.org/10.1177/1474885117738117.

Weber, M. (1993). La ciencia como vocación. En M. Weber. El político y el científico (pp. 180-231). Madrid: Alianza Editorial. (2010). Por qué no deben hacerse juicios de valor en la sociología y en la economía. Madrid: Alianza Editorial. (2017). La «objetividad» del conocimiento en la ciencia social y en la política social. Madrid: Alianza Editorial.

Wolin, S. S. (1969). Political theory as a vocation. The American Political Science Review, 63 (4), 1062-1082. Disponible en: https://doi.org/10.1017/S000305540026320X.

SUMARIO

I. INTRODUCCIÓN. II. TRES EJES BÁSICOS DE LA NATURALEZA DE LA TEORÍA POLÍTICA: UNA SUERTE DE TIPOLOGÍA CRÍTICA DE LA DISCIPLINA: 1. Cómo abordar el conocimiento de la realidad política (ontología). 2. Cuáles son los límites de lo político (epistemología). 3. Explicar o valorar en la teoría política (metodología). III. EL DESAFÍO DE LA NUEVA NORMALIDAD DE UN MUNDO MULTIPOLAR: 1. La tesis de la pluralidad de modernidades. 2. Los límites del giro ontológico y la tesis de la inconmensurabilidad. 3. La historia intelectual puede marcar el camino. IV. CONCLUSIONES. BiBliografía .

Izquierda no es woke de Susan Neiman. Ángel Vivas. Abril 2024

El llamado movimiento woke ha conseguido imponerse en Occidente hasta el punto de que ya no requiere de mayores aclaraciones. Normalmente aparece asociado a la izquierda, con la que comparte preocupaciones básicas, pero la autora de este libro, ella misma asociada a la izquierda según confesa, sostiene con rotundidad que, por encima de cualquier presupuesto común, la izquierda no es woke, y confundir los términos solo lleva a un inmerecido descrédito de la misma.

No son asuntos menores, sino esenciales, los que diferencian a un movimiento y otro. Frente al universalismo que caracteriza a la izquierda desde sus orígenes, los woke han apostado por el tribalismo de las políticas identitarias.

La aceptación o no del legado de la Ilustración es otra diferencia; y frente al pesimismo de raíz foucaultiana de los woke, que les hace ver maniobras encubiertas del poder detrás de cualquier forma de progreso, la izquierda debe enarbolar su confianza en las posibilidades de cambiar la realidad; algo manifiesto en los avances logrados por las mujeres o en la lucha contra el racismo.

Susan Neiman critica con dureza, por ejemplo, el empeño woke por enfatizar el victimismo, reduciendo a ciertos grupos y personas a la paralizante condición de víctimas. Porque igual que no se puede juzgar a nadie por lo peor que ha hecho en su vida, tampoco se debe identificar a nadie con lo peor que le ha ocurrido.

E igual que enfatizan el victimismo, los woke privilegian elementos de la identidad —esencialmente la raza y el sexo— que no son tan determinantes como ellos pretenden. «La política identitaria nos hace mirar hacia atrás, anclándonos en el pasado», afirma Neiman.

Por otro lado, la Ilustración no fue el movimiento eurocéntrico de hombres blancos que dicen los woke. Al contrario, fueron los ilustrados como Montesquieu los primeros en combatir el eurocentrismo. Los ilustrados asentaron las bases teóricas del universalismo, y la razón que reivindicaron sigue siendo una herramienta imprescindible.

El movimiento woke acierta cuando señala los males, pero no suele ir más allá. Por supuesto que hay muchas injusticias que desenmascarar, dice Neiman, pero sin la esperanza de poner otra cosa en su lugar, el desenmascaramiento se convierte en un ejercicio vacío de exhibición de ingenio. Además de que no basta con enfrentarse al pasado para abordar el racismo, el colonialismo o la esclavitud.

Tan importante como honrar a las víctimas es exaltar a los héroes; por ejemplo, a los blancos sureños que en su día combatieron la esclavitud o se opusieron a los linchamientos. Los héroes nos recuerdan que los ideales que valoramos ya fueron puestos en práctica por personas valientes y las guerras de la historia tratan de valores y de quiénes queremos ser.

En definitiva, por su abandono de principios esenciales de la izquierda, el concepto de izquierda woke le parece a la autora incoherente en sí mismo.

¿Es el movimiento woke el nuevo ropaje de la izquierda de siempre, su forma de adaptarse a los tiempos tras la caída del bloque soviético y el fracaso de otras estrategias? Esta idea, sostenida en distintos ámbitos, es rebatida por la filósofa Susan Neiman, que se considera a sí misma de izquierdas («no tengo ningún problema en que me califiquen de izquierdista o socialista»).

Sí admite que el movimiento woke pudo tener su punto de partida en la conmoción que se produjo hacia 1990-91 con la caída del Muro de Berlín y la consiguiente desaparición del bloque soviético. Pero niega rotundamente, desde la explícita portada de su libro, que izquierda y movimiento woke sean lo mismo.

A poner de manifiesto sus diferencias dedica este trabajo, en el que rastrea en las raíces filosóficas de una y otro. Entre esas diferencias, tiene una importancia especial el concepto de universalismo, básico en la izquierda y ausente entre los woke.

Mientras que ser de izquierdas implica insistir en que las aspiraciones contenidas en la Declaración Universal de los Derechos Humanos no son utópicas, los conflictos identitarios que suelen ser el caballo de batalla de la cultura woke (en otras palabras, el tribalismo) se alimentan de la desilusión respecto a las ideas mismas de la justicia social y de una economía justa, como ha señalado Thomas Piketty. Susan Neiman. «Izquierda no es woke». Debate, 2024.

Desde la introducción del libro, la autora sostiene la necesidad de que la izquierda denuncie los excesos de ese movimiento y marca distancias: «Yo no estoy dispuesta a ceder la palabra izquierda, o a aceptar el planteamiento dicotómico de que los que no son woke tienen que ser reaccionarios». «Mi propósito es analizar cuántos de los que actualmente se autoidentifican como de izquierdas han abandonado ideas fundamentales que cualquier persona de izquierdas debería defender». «Las diferencias que me separan de los que son woke no son menores… entran en el corazón mismo de lo que significa estar a la izquierda».

Admite, no obstante, algún punto de contacto y, como la mayoría de los analistas, las buenas intenciones que animan a lo woke, «que nació de emociones tradicionalmente de izquierdas: la empatía con los marginados, la indignación ante la difícil situación de los oprimidos, la determinación de que los errores históricos deben ser corregidos». El problema es que lo que comienza con la preocupación por las personas marginadas, termina reduciendo a cada una de ellas al prisma de su marginalización; se centra en aquellas partes de esas identidades que están más marginadas y en multiplicarlas, dando lugar a un panorama traumático.

Además de que sus pretensiones pueden llegar a ser no solo ridículas, sino aterradoras. La autora pone a título de ejemplo el caso de la poeta negra que (según una bloguera holandesa) solo puede ser traducida por una mujer negra. Posturas a las que se pliegan —y esto es quizá lo más preocupante— editores y autoridades académicas.

Victimismo

También es interesante la cuestión del victimismo por las derivaciones a que da lugar. De entrada, «es señal de progreso moral que las historias de las víctimas ya no se desestimen, como durante tanto tiempo ocurrió» El problema es que «lo que hasta hace poco era un estigma se ha convertido en una manera de conseguir estatus».

Por otro lado, el sufrimiento no nos hace mejores ni más sabios. «No nos hicimos más sabios en Auschwitz», como escribió Jean Améry, que sufrió la experiencia. «La opresión no es una escuela preparatoria», ha dicho otro autor; «no es algo que me dé especial derecho a hablar, evaluar o decidir por un grupo». Otorgar valor al trauma conduce a una política de expresión personal y no de cambio social.

Y, en fin, igual que cualquier persona es algo más que lo peor que ha hecho en su vida (y no se la puede definir por eso), tampoco somos lo peor que nos ha pasado y nadie debería querer ser definido por la peor cosa que le haya pasado. Esto vale también para las naciones.

Así como la larga colonización musulmana de la Península Ibérica es considerada un capítulo de las historias de España y Portugal, la más breve colonización europea de África debería ser considerada por esos países un capítulo de su historia y no el centro de la misma. En resumen, preocuparse por las víctimas es una virtud, pero ser víctima no lo es, y «esencializar el victimismo no es un camino que la izquierda deba seguir».

Identitarismo versus universalismo

La política identitaria, opuesta al universalismo y uno de los postulados del movimiento woke, es otro blanco de las críticas de la autora. Por un lado, la idea de universalismo definió en su día a la izquierda, cuyo lema era la solidaridad internacional.

Por otro, la política identitaria se centra, entre los múltiples componentes de la identidad, fundamentalmente en dos: la identidad étnica y la de género. Pero esos dos elementos son menos determinantes de lo que se cree.

Es obvio que no es lo mismo ser negro en Nueva York que en Ruanda, como no es lo mismo ser mujer en Irán que en España. Primar lo identitario ha llevado a políticas de discriminación positiva discutibles, pese a contar con un fondo de razón.

«Diversificar estructuras de poder sin preguntarse para qué se usa el poder puede conducir a sistemas de opresión más fuertes», dice Neiman, que aporta otro caso en que coinciden lo aterrador y lo ridículo: una encuesta en la que se preguntaba si los interrogatorios extraterritoriales —para entendernos, las torturas practicadas en lugares como Guantánamo tras el 11-S— deberían ser más diversos en cuanto al género y la raza, y a la que la mayoría respondía en serio que sí, sin plantearse nada más.

«La política identitaria nos hace mirar hacia atrás, anclándonos en el pasado», sostiene la autora, que añade esta cita de un colega: «Incluso cuando toma un cariz radical, la política identitaria es una política de grupos de interés. Su objetivo es cambiar la distribución de beneficios, no las reglas bajo las cuales tiene lugar esa distribución». Asunto que recuerda a aquella vieja crítica que, en la España de los 80, algunos de sus componentes (Savater y otros) dirigieron a un movimiento de PNNs que perdió el interés por cambiar el sistema una vez que llegaron los suyos a los tribunales de oposición.

Volviendo al universalismo, «si las reivindicaciones de las minorías no son consideradas derechos humanos, sino como derechos de grupos particulares, ¿qué impide a una mayoría insistir en los suyos?». Neiman recuerda que Hannah Arendt sostenía que Adolf Eichmann debería haber sido juzgado por crímenes contra la humanidad, no por crímenes contra el pueblo judío.

Defensa de la Ilustración

El universalismo es uno de los legados de una Ilustración que hoy algunos sectores (woke y adláteres) desdeñan como movimiento europeo y eurocéntrico de hombres blancos. La autora, por supuesto, echa su cuarto a espadas en defensa de los ilustrados. «Los pensadores de la Ilustración fueron quienes inventaron la crítica del eurocentrismo y los primeros en atacar el colonialismo basándose en ideas universalistas».

La acusación de eurocentrismo dirigida a la Ilustración es tanto más desconcertante por cuanto la tradición de ver el mundo desde una perspectiva no europea, que hoy reivindican los teóricos poscoloniales, se remonta a Montesquieu y sus Cartas persas. «La Ilustración marcó un hito a la hora de rechazar el eurocentrismo e instar a los europeos a examinarse a sí mismos desde la perspectiva del resto del mundo». «El universalismo no es una fraudulenta imposición europea», añade.

Los mejores pensadores de la Ilustración denunciaron también el robo de tierras que conformó los imperios europeos, igual que fueron rotundos en la condena de la esclavitud (el imperativo categórico de Kant establece que las personas nunca pueden ser tratadas como medios).

Por encima de que dejaran comentarios racistas dispersos o que muy pocos llegaran a cuestionar el sexismo, los ilustrados «asentaron las bases teóricas del universalismo». Aunque la mayoría de ellos negaran la razón a las mujeres, esa razón que reivindicaron es una herramienta sin la que no podemos vivir. Hemos heredado las ideas de la Ilustración y las hemos asimilado hasta tal punto que somos incapaces de ver lo radicales que fueron en su momento y lo sumamente necesarias que siguen siendo.

Frente al legado de la Ilustración, el movimiento woke ha tomado como referente a Michel Foucault, cuyo pensamiento ha permeado los estudios coloniales. El problema con Foucault no es solo que su estilo de apariencia radical encubriera un mensaje reaccionario de fondo, o que, como dijo el citado Améry, resulte muy difícil entenderse mediante el sentido común con hombres como él, sino que su capacidad —si es que no su deseo— para ver siempre el lado oscuro de las cosas, y encontrar detrás de cualquier avance social la mano negra del poder, resulta totalmente paralizante a la hora de luchar por el progreso: si todo es poder, no hay nada que se pueda hacer.

Contra ese pensamiento foucaultiano, la autora sostiene que «el cometido de la razón es negar que las afirmaciones de la experiencia son definitivas, e impulsarnos a ampliar el horizonte proporcionándonos unos ideales a los que la experiencia debería obedecer». Otro ejemplo en que el pesimismo woke, de raíz foucaultiana o no, conduce a la parálisis, es su afirmación de que el racismo está en el ADN de Estados Unidos. Si así fuera, tampoco aquí habría nada que hacer.

A vueltas con el progreso

La idea de progreso le parece tan importante a Neiman que sostiene que la creencia en su posibilidad es lo que marca la diferencia más profunda entre la izquierda y la derecha. «Si renunciamos a la perspectiva del progreso, la política se convierte en una mera lucha por el poder». Lo cual no implica que el progreso sea inexorable o esté garantizado; pero la izquierda se afana por conseguirlo.

Y aunque esperanza y optimismo no sean lo mismo, «se puede afirmar con total certeza: si sucumbimos a la seducción del pesimismo, el mundo tal y como lo conocemos está perdido». Para Neiman, «la esperanza no constituye una perspectiva epistemológica sino moral», y «para preocuparse por cuál vaya a ser el destino del mundo debemos amar al menos alguna parte de él».

Así, «progresistas sería el término correcto para los que hoy se inclinan hacia la izquierda si estos no abrazaran filosofías que niegan la esperanza de progreso». Por supuesto, los activistas woke por lo general no niegan que aspiran al progreso, pero sería más fácil creerles «si estuvieran dispuestos a reconocer que algunas formas de progreso se alcanzaron en el pasado».

Y ejemplos indiscutibles de progreso son que hoy nos produzca escalofríos convertir la tortura en espectáculo (incluso para niños); que una familia negra haya llegado a vivir ocho años en la Casa Blanca; o que, pese al racismo remanente, ya no haya que luchar contra leyes que segreguen a los negros en las cafeterías. Por no hablar de los evidentes logros de las mujeres.

Los woke aciertan al señalar los males, pero suelen quedarse ahí. «Hay muchos ejemplos de injusticia que desenmascarar… Pero sin la esperanza de poner otra cosa en su lugar, ese desenmascaramiento se convierte en un ejercicio vacío de exhibición de ingenio». La parte buena de enfrentarse al pasado y abordar el racismo, el colonialismo o la esclavitud es que se avanza hacia naciones más saludables, pero «un exceso de concentración en el pasado puede dificultar la visión del presente, y más aún del futuro».

Y no es solo cuestión de mirar hacia adelante; también importa la forma de mirar al pasado. Porque si hemos sido negligentes a la hora de honrar a las víctimas, no podemos ahora olvidar a los héroes; «ninguna nación puede prosperar alimentándose solamente de malos recuerdos». Como se ha dicho más de una vez (lo decía, por ejemplo, el español Juan Marichal), a la causa de la libertad se la ayuda mostrando ejemplos que la enaltecen.

La historia de Estados Unidos no es solo de conquista y esclavitud, también de resistencia contra ambas. Y los héroes nos recuerdan que los ideales que valoramos fueron puestos en práctica por personas valientes. «Las guerras de la historia no tratan de herencia, sino de valores. No son luchas sobre quiénes éramos, sino sobre quiénes queremos ser. Los actuales debates sobre monumentos centran la atención en qué estatuas habría que derribar, pero tendríamos que preguntarnos por quiénes habría que reemplazarlas».

Por ejemplo, por sureños blancos que se opusieron a la esclavitud y lucharon contra los linchamientos. «Si esos nombres fueran conocidos y conmemorados, el país podría pasar de la vergüenza al orgullo», dice Neiman.

En definitiva, ha habido, por parte del movimiento woke, un «progresivo abandono de tres principios esenciales para la izquierda: el compromiso con el universalismo, una distinción clara entre la justicia y el poder, y la posibilidad del progreso».

Por eso, porque «el poscolonialismo woke ha abandonado todos los principios liberales o de izquierdas que necesitamos para mantenernos rectos», el concepto de izquierda woke le parece a la autora incoherente en sí mismo, y «una confusión que desacredita a la izquierda en muchos sentidos». Curiosamente, tras la larga argumentación para marcar distancias entre el campo de la izquierda y el movimiento woke; o entre la izquierda y el liberalismo («el supuesto que diferencia a la izquierda de cualquier forma de liberalismo es la idea de que los derechos sociales no son menos derechos humanos que los políticos»), Susan Neiman cierra su libro afirmando que algunas ideas filosóficas básicas comentadas en él, como el compromiso con la posibilidad de progreso, con la justicia y con el universalismo, podrían ser compartidas por izquierdistas y liberales. Algo importante, dado que, ante el proto fascismo que encarna Trump, le parece imprescindible la unión de todos los demócratas de verdad. «Es el momento de un frente popular» concluye rotunda.