1989 visto desde la Bolognina. Acchille Occhetto. Junio 2019

No hay ninguna duda de que por muchas razones el año 1989 ha sido una gran ocasión fallida, «la ocasión» –como escribe Micromega– «de liberarse de las deformaciones autoritarias y totalitarias recuperando las tradiciones heréticas libertarias del pensamiento comunista y socialista, la ocasión de salir de las crisis de la URSS “por la izquierda”, al estar todavía en pie todas las razones de un empeño político por la igualdad, la justicia y la libertad que finalmente se habría podido expresar sin el lastre soviético».

Y es también verdad que por lo general el «socialismo real», con su desmoronamiento, arrastró consigo a toda la izquierda, que ha girado hacia la derecha con las diversas «terceras vías».

El hecho de volver a recorrer hoy los sucesos de aquella caída del Muro debería, en mi opinión, permitirnos superar las ingenuas interpretaciones que lo han situado en un contexto distinto, proporcionando la imagen de una especia de relámpago en un cielo sereno.

Micromega hace bien, en sus preguntas, en focalizar la cuestión del disenso en el interior del llamado socialismo real. El no haber escuchado aquellas voces con la debida seriedad crítica ha hecho que la crisis de los regímenes autoritarios del Este fuese percibida como inesperada. ¡Se veía venir el colapso del 89!

A finales de los años setenta nos encontrábamos ya frente a un vuelco que asume el tono del sarcasmo. Asistíamos por tanto a un movimiento paradójico, casi diría a un quiasmo, entre el campo del comunismo –nacido ante la historia como la quintaesencia del internacionalismo, que se descomponía en contraposiciones incurables, en guerras entre China, Vietnam, Camboya, en diferencias entre la URSS y China, entre eurocomunismo y degeneraciones autoritarias y policiales en la Europa del Este– y un mundo llamado occidental que experimentaba estrategias transnacionales que se encaminaban en la dirección de una globalización en cuyo centro se situaban las nuevas técnicas de comunicación.

Este proceso y el repentino golpe de la protesta interna y externa habían ya puesto en evidencia la pérdida de centralidad del mundo comunista, y tenían que haber hecho comprender a tiempo que se encontraban ante un declive inexorable. Lo repito: ¡Se veía venir el colapso del 89! Los partidarios de un comunismo nacional que podría haber sobrevivido a la caída de la Casa madre no verán, ni siquiera más tarde, que con el fracaso del internacionalismo la esencia se había ido, la raíz vital de un movimiento que, precisamente gracias a esa raíz internacionalista, había cambiado la historia del siglo XX. Es verdad que no desaparecían todas las aspiraciones, pero cambiaba el escenario histórico en el que esas aspiraciones podrían haber sobrevivido. La reducción de este terremoto a la cuestión de la defensa de un nombre sólo parecerá la manifestación de una mitología infantil, que no se dará cuenta de que las denominaciones, por mucho menos, ya habían cambiado desde la transformación de socialdemócrata a la comunista, buscada por Lenin.

En realidad el auténtico problema sobre el que se tenía que haber reflexionado es que el comunismo, entendido como movimiento real, estaba perdiendo desde hacía ya tiempo su vocación universal, destinada a la liberación humana. Desaparecía definitivamente el proyecto alternativo del comunismo y se reforzaba la globalización occidental, destinada a marcar nuestro tiempo con su fuerza expansiva y sus nuevas y profundas contradicciones.

En el terreno de la cultura comenzó a dejarse sentir el límite no secundario de una parte significativa de las viejas ideologías de izquierda. El de una idea lineal del progreso, que se basaba en la fe en los fines últimos de la historia y en una visión decididamente teleológica, en contradicción con todo el pensamiento moderno, abiertamente crítico respecto a toda forma de finalismo inherente a la naturaleza y a la misma historia. Además, como he subrayado ya en otras ocasiones, la hegemonía del llamado Occidente no se basaba simplemente en la fortaleza industrial, financiera y militar, sino sobre múltiples instrumentos y recursos económicos y culturales que soportaban un sistema internacional multilateral. No nos encontrábamos ya solo ante la contraposición de aparatos coercitivos. Cada vez más aparecía como decisiva la existente entre los aparatos de hegemonía. Y todo ello mientras en el campo del socialismo real se pagaban las antinomias no resueltas que funcionaban en las tripas del propio sistema. En definitiva, desde hacía ya tiempo estaba en marcha una incesante decadencia incrementada por la continua actividad de erosión de la carcoma, de lo que ya hablé en mi libro sobre el eclipse de la izquierda [La lunga eclissi. Passato e presente del dramma della sinistra, Sellerio, palermo, 2018], y que fue anulando progresivamente toda capacidad hegemónica por parte de una ideología que había levantado auténticos muros dogmáticos ante los desarrollos de la modernidad.

Sin embargo, hay que subrayar que, hablando de la forma en que el mundo de la izquierda occidental reaccionó ante 1989, lo que ha sucedido en Italia merece un discurso separado. De hecho, es solo en nuestro país donde coincide la caída del Muro con la transformación del partido comunista más grande de Occidente. Esta transformación, sea cual sea el juicio que de ella se haga, representó el testimonio de una gran e inmediata reactividad a aquella caída y marcó uno de los eventos más importantes de la historia de la izquierda de la postguerra. La fecha de la Bolognina está indisolublemente ligada a la de la caída del Muro. Por esto responderé indirectamente a las preguntas y a las interesantes sugerencias presentadas por vuestra revista siguiendo como hilo conductor los sucesos que llevaron a la svolta de la Bolognina. El hilo conductor de un intento de salida de izquierda de las ruinas del comunismo, que fue en gran parte combatido y pirateado desde el interior.

Fueron muchos los intentos de nuevo comienzo que circularon por Europa y fue en Italia donde se experimentó el más significativo. Pero todos tuvieron un defecto fundamental, el de no haber elaborado el luto con la debida atención. También en Italia, a pesar de notables innovaciones, la llama de los males del pasado, aunque claramente sofocada, continuó abrasando bajo las cenizas, manteniendo la retórica nostálgica del hermoso tiempo perdido. Visto desde esta perspectiva, estoy convencido de que los sucesos del comunismo italiano nos dan un punto de observación privilegiado. No por casualidad ha sido en Italia donde se ha experimentado el único suceso de huida consciente y voluntaria de aquella experiencia.

Apenas habían comenzado los primeros golpes a aquel Muro cuando declaré que estaban cambiando todos los parámetros que habían marcado los trazos fundamentales de la geopolítica del planeta. Y, a diferencia de muchos comentaristas, puse pronto en evidencia que estaba cayendo no solo el comunismo sino el modo mismo de ser y de hacer política de los principales protagonistas que se habían definido en contraposición, o como escudo, al comunismo.

Sin embargo, la cosa más extravagante es que, a la izquierda, ha hecho falta una treintena de años para darse plenamente cuenta. De hecho, solo los últimos sucesos europeos y mundiales nos han situado brutalmente ante el tema del eclipse de la izquierda a escala mundial. Un eclipse que puede ser leído en filigrana con la crisis del comunismo y la expansión de la globalización en dirección neoliberal y que ha hecho surgir nuevas tendencias populistas. El drama, por tanto, viene de lejos, del «fin de la política» del siglo XX, que puede remontarse a la caída del Muro de Berlín.

Desde entonces todos los parámetros de la vieja política se han trastocado de hecho poniendo en crisis tanto a la izquierda reformista como a la radical. Uno de los motivos de esta crisis, aunque no sea completo, es que hemos tardado, como había indicado desde los primeros instantes de la svolta del 89, en comprender que había que ir más allá de las viejas ideologías del siglo XX.

Los acontecimientos europeos, aun con soluciones lamentablemente insatisfactorias, se encargaron de dar la razón a aquella intuición. No puede dejarse de ver que la importancia de aquella caída está en el paso histórico de un mundo gobernado por la confrontación entre dos bloques opuestos a un mundo caracterizado por la expansión de la globalización, con sus luces y sombras, y por el ocaso de las viejas ideologías.

La Unión europea, y respondo así a vuestras preguntas, ha tenido un doble papel. En un primer momento, uno positivo: favorecer un clima de paz y colaboración en el marco de un notable impulso a las instituciones democráticas bajo el signo de una democracia liberal, hoy abiertamente combatida por la denominada democracia autoritaria.

En un segundo momento, uno claramente negativo caracterizado por la subalternidad a una visión neoliberal de la globalización y por haber subordinado la necesaria política de profundización de las instituciones en la dirección de los Estados unidos de Europa a una irreflexiva política de ampliación de la UE.

En Italia, se puede decir que se ha producido la más espectacular superación de todos los algoritmos de la política del pasado. El panorama político es completamente irreconocible: la ola de fondo ha erradicado a todas las fuerzas que basaban sus raíces en el siglo XX, fueran estas socialistas, centristas o moderadas de centro-derecha. Esto explica el desconcierto que padecen muchos ciudadanos. Por esto sugeriría no limitarse en este treinta aniversario solo a la celebración de una fecha. Hay que reanudar el hilo entre aquel pasado y el presente.

Para ese fin me parece útil recordar que la svolta de la Bolognina tuvo lugar antes del definitivo derrumbe de la URSS y del campo socialista, y que el pronóstico del final de aquel equilibrio mundial no podía dejarnos indiferentes. Tal afirmación significaba supuestamente encerrar en un contexto provincial la historia del movimiento comunista internacional del que forma parte integrante la indudable originalidad italiana.

Éramos diferentes, pero no inocentes. El comunismo nació como movimiento internacional y murió como movimiento internacional, independientemente de la svolta. Diferentes han sido las formas de salida de sus escombros. La italiana, si la comparamos con otros países, aunque marcada con defectos, hundimientos, posteriores degeneraciones y engañosas desviaciones, ha sido la más digna.

Con acierto se nos pregunta acerca de cómo es posible que precisamente allí donde el disenso democrático al régimen soviético fue más fuerte se asista hoy a una peligrosa deriva autoritaria. Yo diría que las soluciones en la madre patria del comunismo han sido desconcertantes y en casi todo el campo socialista han dado vida a soluciones autoritarias y de derecha. Esta, en mi opinión, es la prueba de que desde hace tiempo los llamados países socialistas no tenían nada que ver con el socialismo. Esto plantea la seria sospecha de que durante el tiempo precedente no se habían tirado las semillas de una cultura democrática y socialista.

En esencia, hemos aistido a una fuerte regresión, caracterizada, como sostiene el economista francés Thomas Piketty, por la combinación del éxito de las doctrinas conservadoras de la Reagan-economía y el colapso de la Unión Soviética, es decir, de dos acontecimientos que han suscitado una exagerada confianza en la autorregulación del mercado, precisamente en Rusia donde, entre otros, todos los recursos naturales están en manos de diez oligarcas.

Al mismo tiempo las políticas sociales del siglo socialdemócrata han sido sometidas a dura prueba por aquella caída, y al difundido pensamiento único neoliberal se han contrapuesto, durante demasiado tiempo, solo movimientos populistas de derecha y movimientos de protesta de izquierda que no reivindican ni el nombre ni la tradición del movimiento comunista; e incluso aquellos que los reivindican se esconden tras denominaciones diferentes. Hoy es evidente que era muy difícil, si no extravagante, creer en un nacional-comunismo completamente italiano en la era de la globalización y en un mundo que estaba cambiando todos los pilares de la política del siglo XX.

Precisamente entonces no se advirtió el alcance de aquel cambio. No se comprendió que aquellos acontecimientos no tenían que ver solo con los comunistas. Durante los días de aquella svolta dije, ante la incredulidad general, que la campana del nuevo comienzo sonaba para todos. Hoy, si observamos el panorama político que nos rodea, vemos que no queda traza de lo que existía antes de la caída del Muro.

Al mismo tiempo no podemos dejar de darnos cuenta de que toda la reorganización de las fuerzas políticas ha estado inducida o influida por aquel giro. Así ha ocurrido en la derecha con la transformación del Movimiento social, en el centro con el paso de la Democracia cristiana al Partido popular y con el consiguiente final de la unidad política de los católicos. Sin aquella svolta no habría nacido el Olivo.

Naturalmente no todo anduvo bien en la izquierda. No se comprendió que había que salir por la izquierda del derrumbe del comunismo, mediante una redefinición política e ideológica de ese campo. No se trató, como alguno pretende, del día del coraje, de la sublime improvisación que llevó al inexorable y precipitado final del comunismo.

No fue una casualidad que me dirigiera, primero, a los partisanos de la Bolognina. Esa elección implicaba un «nuevo comienzo» de la izquierda que ya no se refería a una única matriz histórica, la comunista, sino que abarcaba el horizonte más amplio de todo el reformismo, laico y católico, del que era rico el paisaje político y de ideas italiano. ¿No era este quizás el testimonio de una cultura política que debía ser cultivada y cosechada? Toda la historia de la traición de la cultura democrática del antifascismo por parte del comunismo internacional de matriz soviética demuestra que no se trató de una elección banal sino de una consciente visión cultural.

En la caída del Muro vemos sustancialmente una potencial liberación de nuevas energías: caía no solo el muro de piedra sino también el muro ideológico que había dividido, en Italia, a los diversos reformismos de nuestra rica tradición política. «Existe la posibilidad», dije entonces, «de recoger nuevas energías, pero también veo la posibilidad de volver a poner en marcha a todas las fuerzas dispersas de una izquierda difusa, de una izquierda sumergida y abatida.

Lo que nos debe guiar es una gran visión, la visión de una gran fuerza democrática que responda a las demandas de la nación […] asumiendo también una función más general de recomposición de la izquierda». La fecha de la Bolognina está indisolublemente ligada a la de la caída del Muro porque, como se puede ver, aquella propuesta de cambio no partía de mezquinos cálculos provincianos; al contrario, estábamos orgullosos de nuestras ideas y de nuestra función.

Nuestra reflexión nacía de algo mucho más importante, de una mutación de la realidad del mundo. Teníamos tras nuestras espaldas años de investigación, de duras autocríticas y de grandes cambios. En aquel informe en el que se proponía la apertura de una constituyente para la formación de un nuevo sujeto político, se hablaba ya de la exigencia de democratizar la globalización, de una new governance del mundo, de la unificación de Alemania, de la centralidad de la integración europea y se preconizaba, a pesar de la incredulidad general, el cambio de todo el panorama político nacional. De ahí que hiciera falta imaginar nuevas rutas con el fin de llegar al objetivo: la fecunda contaminación entre las diversas culturas reformadoras. Subrayo: fecunda contaminación al servicio de una verdadera recomposición unitaria de los diversos reformismos laicos y católicos y no de la multiforme repetición de simples carteles electorales o de fusiones en frío.

Naturalmente no todo funcionó de acuerdo con el proyecto. Caímos atrapados por el tormentoso asunto del nombre. Lo cual fue engañoso en comparación con las perspectivas verdaderas y mucho más completas en las que habría valido la pena centrar la atención. Si nos fijamos en los textos, el punto central de mi propuesta al partido y a la izquierda en su conjunto no era el cambio de nombre, sino el de un proceso constituyente para una nueva formación política que necesariamente requeriría nuevas identidades simbólicas.

Sin embargo, todo se redujo al drama del nombre. De esta forma se ironizó sobre la primacía de la «cosa» olvidándose del dicho, se supone que aprendido en la escuela, según el cual «nomina sunt consequentia rerum». Lo cual fue un testimonio de la necesidad de una prioridad. Y es que no se trataba simplemente de un cambio de nombre efímero, sino de una nueva estrategia.

Al esbozar el camino de lo que debería haber sido el futuro partido democrático y del progreso, afirmaba la necesidad de un verdadero proceso unitario. Lo que significaba la voluntad de poner nuestra fuerza autónoma al servicio de la recomposición unitaria de la izquierda.

Pero la cuestión central que proponía la svolta –un proceso constituyente de las fuerzas reformistas y reformadoras sobre la base de una contaminación capaz de permitir la convivencia de los diversos reformismos– fue ignorada. No se desarrolló un auténtico proceso constituyente con fuerzas externas.

Y precisamente se frenó esta opción de forma activa a través de un comportamiento hostil hacia todo aquel que se acercase desde posiciones externas. Si se excluye la fase extremadamente dichosa del primer Olivo, no por casualidad combatida desde el propio interno, se prefirió ir por el camino catastrófico que condujo a los estados críticos de los que hoy día somos espectadores. Se escogió, tanto en la izquierda reformista como en la radical, la vía de las rupturas de la izquierda y de las fusiones burocráticas entre despojos de aparatos, provocadores en numerosas ocasiones. No se quiso tener en cuenta la palabra clave: contaminación. La posición de aquellos que querían marchar de acuerdo con los pilares claramente definidos por la Bolognina fue derrotada.

Pero –precisamente porque no soy propenso a dejarme llevar por la mística de la derrota– sigo pensando, para evitar equívocos, que teníamos razones de sobra. Como lo vienen demostrando las contumaces réplicas de la historia. Por ello creo que el camino que hay que recorrer continúa siendo el de la reorganización global del reformismo y de las fuerzas democráticas que, naturalmente, no puede quedarse en la mera ingeniería organizativa sino, al contrario, debe tomar impulso a partir de una nueva svolta en el proyecto de la izquierda y de toda la democracia militante, por un salto cultural, un proceso constituyente de las ideas, como entonces dije, por la movilización de un saber renovado que todos juntos, y de forma autocrítica, estábamos, y todavía hoy, estamos llamados a elaborar.

Por eso creo que todavía es posible confiar en un cambio siempre que la socialdemocracia se comprometa a fin de salir de un eclipse que espero no sea eterno. Pero para salir del mismo es necesario pensar en algo radicalmente nuevo

¿De dónde debe volver a partir la izquierda? Los asuntos son muchos y merecerían un ensayo aparte. Pero sería importante tener la conciencia de la necesaria radicalidad en la búsqueda de ideas. Una búsqueda que tenga como faro el de la efectiva liberación humana, más allá de cualquier distinción entre democracia formal y democracia real y cualquier hipótesis de tercera vía.

[Artículo publicado originalmente en la revista Micromega 6/2019. Esta publicación en castellano, con traducción de Javier Aristu, cuenta con el acuerdo de Micromega y del propio autor]

Achille Occhetto. Fue secretario general del PCI a partir de 1988. Tras la caída del Muro de Berlín propuso un cambio de rumbo (svolta) del partido a fin de constituir una nueva formación política de la izquierda italiana. El PCI se disolvió en 1991 en el nuevo partido PDS. La propuesta de Occhetto se planteó por primera vez en un mitin en el recinto llamado de la Bolognina (en Bologna, región de Emilia-Romagna) ante un público de antiguos guerrilleros de la resistencia. Por dar mayor énfasis a la fuerza simbólica del cambio de estrategia, hemos preferido mantener el original italiano svolta (traducido al castellano como cambio de rumbo, giro), dado que ha pasado a la historia de la cultura política italiana como significado de una histórica modificación de la estrategia de un partido político. Así fue en el PCI, primero con la svolta di Salerno propiciada por Togliatti en 1944 en esa ciudad y, ya en 1989, con la nueva estrategia y el cambio de denominación del PCI auspiciado por Occhetto.

El análisis crítico del discurso y la mercantilización del discurso público: las universidades. Norman Fairclough. 2008

Hacia una teoría social del discurso

La teoría social más reciente ha producido importantes aportes acerca de la naturaleza social del lenguaje y su funcionamiento en las sociedades contemporáneas, aportes que no han sido aprovechados de manera extensiva por los estudios lingüísticos (y por cierto, menos aún por las corrientes dominantes en el campo de la lingüística).

Por lo general, los mismos teóricos sociales han articulado sus aportes de manera abstracta, sin un análisis específico de los textos lingüísticos (i). En los estudios lingüísticos se hace imprescindible una síntesis entre estos aportes y las tradiciones de análisis textual. El enfoque que se desarrolla en esta parte del trabajo se orienta en ese sentido.

‘Discurso’ es una categoría empleada tanto por los teóricos y analistas sociales (e.g. Foucault 1972; Fraser, 1989) como por los lingüistas (e.g. Stubbs, 1983; van Dijk, 1987). Como muchos otros lingüistas, emplearé el término ‘discurso’ para referirme primordialmente al uso lingüístico hablado o escrito, aunque al mismo tiempo me gustaría ampliarlo para incluir las prácticas semióticas en otras modalidades semióticas como la fotografía y la comunicación no verbal (e.g. gestual).

Pero, al referirme al uso lingüístico como discurso, estoy señalando un deseo de investigarlo como una forma de práctica social, con una orientación informada por la teoría social.

Considerar el uso lingüístico como una práctica social implica, en primer lugar, que es un modo de acción (Austin 1962; Levinson 1983), y, en segundo lugar, que siempre es un modo de acción situado histórica y socialmente, en una relación dialéctica con otros aspectos de ‘lo social’ (su ‘contexto social’) –que está configurado socialmente, pero también, que es constitutivo de lo social, en tanto contribuye a configurar lo social –.

Es vital que el Análisis Crítico del Discurso explore la tensión entre estos dos costados del uso lingüístico, el de estar constituido socialmente y el de ser socialmente constitutivo, en lugar de optar unilateralmente por una posición estructuralista (como hizo, por ejemplo, Pêcheux, 1982) o una posición centrada en la ‘acción’ [‘actionalist’] (como tiende a hacer, por ejemplo, la pragmática).

El uso lingüístico, aunque con diferentes grados de prominencia según los diferentes casos, siempre es simultáneamente constitutivo de

(i) las identidades sociales

(ii) las relaciones sociales y

(iii) los sistemas de conocimiento y de creencias

Por lo tanto, necesitamos una teoría del lenguaje, como la de Halliday (1978, 1985), que destaque su multifuncionalidad, que considere que el texto (en el sentido señalado en la nota 2) realiza simultáneamente lo que Halliday denomina como funciones ‘ideacional’, ‘interpersonal’ y ‘textual’ del lenguaje.

Además, el uso lingüístico es constitutivo, tanto de manera convencional y socialmente reproductiva como de manera creativa, socialmente transformadora, y el énfasis en una u otra modalidad constitutiva depende de las circunstancias sociales de cada caso particular (es decir, si se genera en el interior de relaciones de poder relativamente estables y rígidas, o relativamente flexibles y abiertas).

Aunque el uso lingüístico está configurado socialmente, esta configuración del discurso no es monolítica ni mecánica. Por un lado, las sociedades y las instituciones, y los dominios particulares dentro de ellas, mantienen (sustentan) una variedad de prácticas discursivas que coexisten, contrastan y a menudo compiten entre sí (‘discursos’ en la terminología de muchos analistas sociales).

Por otra parte, existe una compleja relación entre eventos discursivos particulares (‘instancias’ particulares de uso lingüístico) y de normas o convenciones subyacentes del uso lingüístico. En ocasiones, la lengua puede emplearse ‘adecuadamente’, adhiriendo y aplicando directamente las convenciones, pero esto no ocurre siempre, ni tan generalmente como lo sugieren las teorías de la adecuación lingüística.

Es importante concebir las convenciones que subyacen a los eventos discursivos como ‘órdenes del discurso’ (Fairclough 1989, 1992a), lo que los analistas del discurso francés llaman ‘interdiscurso’ (Pêcheux 1982; Maingueneau, 1987). Una razón que justifica esto es precisamente la complejidad de la relación entre evento discursivo y convención, donde los eventos discursos por lo común combinan dos o más tipos convencionales de discurso (por ejemplo, la ‘charla’ en televisión es en parte una conversación, y en parte, una actuación: Tolson 1991) y donde los textos son por lo común heterogéneos en sus formas y sus significados.

El orden del discurso de algunos dominios sociales es la totalidad de sus prácticas discursivas, y las relaciones (de complementariedad, inclusión/exclusión, oposición) entre ellas –por ejemplo en las escuelas, las prácticas discursivas de la clase, de la evaluación de trabajos escritos, de la sala de juegos y de la sala de profesores.

Y el orden del discurso de una sociedad es el conjunto de estos órdenes del discurso más ‘locales’, y las relaciones entre ellos (es decir, la relación entre el orden del discurso de la escuela y los del hogar y el vecindario). Los límites y separaciones entre, y dentro de los órdenes del discurso, pueden ser puntos de conflicto y de disputas (Bernstein, 1990), que pueden debilitarse o fortalecerse, como parte de conflictos y luchas sociales más amplios (los límites entre la escuela, la casa y el vecindario podrían ser un ejemplo).

La categorización de tipos de prácticas discursivas –los elementos de los órdenes del discurso – es difícil y controvertida: para los propósitos de este artículo simplificaré a partir de la distinción entre discursos (empleando discurso como sustantivo contableii), como modos de significar áreas de la experiencia desde una perspectiva determinada (por ejemplo, discursos patriarcales vs. discursos feministas de la sexualidad), y géneros, usos lingüísticos asociados con tipos de actividad socialmente ratificadas, tales como la entrevista de trabajo o los artículos científicos (ver Kress, 1988, sobre la distinción entre discursos y géneros).

Con análisis ‘crítico’ del discurso quiero decir un análisis del discurso que pretende explorar sistemáticamente las relaciones a menudo opacas de causalidad y determinación entre:

(a) prácticas discursivas, eventos y textos

(b) estructuras, procesos y relaciones sociales y culturales más amplios para investigar de qué modo esas prácticas, relaciones y procesos surgen y son configuradas por las relaciones de poder y en las luchas por el poder, y para explorar de qué modo esta opacidad de las relaciones entre discurso y sociedad es ella misma un factor que asegura el poder y la hegemonía (ver más abajo).

Al referirme a la opacidad, estoy sugiriendo que los vínculos entre discurso, ideología y poder pueden muy bien ser ambiguos, difusos y poco claros para quienes están involucrados en las prácticas sociales, y en general, que nuestra práctica social está ligada a causas y efectos que pueden no ser en absoluto visibles y claros (Bourdieu, 1977) (iii).

Marco analítico

Para explorar esos vínculos en eventos discursivos particulares, empleo un encuadre tridimensional del análisis. Cada evento discursivo tiene tres dimensiones o facetas:

1. es un texto, oral o escrito

2. es una instancia de una práctica discursiva que implica la producción y la interpretación del texto

3. y es parte de una práctica social.

Estas son tres perspectivas que pueden adoptarse, tres modos complementarios de leer un evento social complejo. Al analizar la dimensión de la práctica discursiva, mi interés es político, se centra en el evento discursivo en el interior de relaciones de poder y dominación. Una característica de mi encuadre analítico es que trata de combinar una teoría del poder basada en el concepto de ‘hegemonía’ de Gramsci, con una teoría de la práctica discursiva basada en el concepto de intertextualidad (más exactamente, de la interdiscursividad –ver más abajo).

La conexión entre texto y práctica social se considera mediada por la práctica discursiva: por una parte, los procesos de producción e interpretación textual son conformados por (y, a su vez, ayudan a conformar) la naturaleza de la práctica social, y, por otra, el proceso de producción conforma (y deja ‘rastros’) en el texto, y el proceso interpretativo opera sobre la base de las ‘señales’ del texto.

El análisis del texto es un análisis de forma-contenido –lo formulo de este modo para acentuar su necesaria interdependencia. Como indiqué más arriba, puede considerarse que cualquier texto entreteje significados ‘ideacionales’, ‘interpersonales’ y ‘textuales’.

Sus dominios son, respectivamente, la representación y la significación del mundo y la experiencia; la constitución (el establecimiento, la reproducción, la negociación) de las identidades de los participantes y de las relaciones interpersonales que se establecen entre ellos, y la distribución entre la información dada vs. nueva, y entre la que se destaca en primer plano vs. el trasfondo, o se coloca en último plano (en el más amplio sentido).

Considero que esto ayuda a distinguir dos subfunciones de la función interpersonal: la función de ‘identidad’ – el texto en la constitución de relaciones –, y la función ‘relacional’ – el texto en la constitución de relaciones.

El análisis de estos significados entretejidos en los textos está ligado al análisis de la forma de los textos, incluyendo sus formas genéricas (por ejemplo, la estructura global de una narración), su organización dialógica (por ejemplo, en términos del sistema de cambio de turnos), las relaciones cohesivas entre oraciones y las relaciones entre cláusulas en las oraciones complejas, la gramática de la cláusula (que incluye las cuestiones de transitividad, el modo y la modalidad), y el vocabulario.

Gran parte de lo que se conoce como análisis pragmático (por ejemplo, el análisis de la fuerza de las emisiones) se encuentra en el límite entre el texto y la práctica discursiva (Ver Fairclough, 1992a, para un mayor desarrollo de este marco analítico, y ver más abajo los ejemplos).

El análisis de la práctica discursiva se ocupa de los aspectos sociocognitivos (Fairclough 1989) de la producción y la interpretación de los textos, opuesta a los aspectos socioinstitucionales (que se discuten más adelante). Este análisis involucra tanto la explicación paso a paso del modo en que los participantes producen e interpretan los textos, en lo que sobresalen los análisis conversacionales y pragmáticos, como así también los análisis que se centran en la relación entre el evento discursivo y el orden del discurso, y en la determinación de qué prácticas y combinaciones discursivas están siendo configuradas.

El interés principal, y mi mayor preocupación en este trabajo, se centra en este último aspecto (iv). El concepto de interdiscursividad destaca la normal heterogeneidad de los textos al ser constituidos por combinaciones de diversos géneros y discursos. El concepto de interdiscursividad se basa en, y se relaciona estrechamente con el de intertextualidad (Kristeva, 1980) y, al igual que la intertextualidad, pone de relieve una perspectiva histórica de los textos como transformadores del pasado, las convenciones existentes, o los textos previos, en el presente.

El análisis del evento discursivo como práctica social puede referirse a diferentes niveles de organización social – el contexto de situación, el contexto institucional y el contexto social más amplio o ‘contexto de cultura’ (Malinowski, 1923; Halliday y Hasan, 1985). Las cuestiones sobre el poder y la ideología (sobre la ideología, ver Thompson, 1990) pueden surgir en cada uno de estos tres niveles. Considero útil pensar las relaciones entre discurso y poder en términos de hegemonía (Gramsci, 1971; Fairclough, 1992a).

Las posibilidades creativas, aparentemente ilimitadas, de las prácticas discursivas, sugeridas por el concepto de interdiscursividad –una infinita combinación y recombinación de géneros y discursos – en la práctica están limitadas y restringidas por el estado de las relaciones hegemónicas y las luchas por la hegemonía.

Por ejemplo, donde existe una hegemonía relativamente estable, las posibilidades creativas tienden a estar fuertemente restringidas. Por ejemplo, se puede señalar un contraste bastante burdo entre el predominio de prácticas normativas en la interacción entre géneros en la década de 1950, y la explosión creativa de las prácticas discursivas, ligada con la protesta feminista contra la hegemonía machista en los años ’70 y ’80.

Esta combinación entre hegemonía e interdiscursividad que propongo en mi encuadre del análisis crítico del discurso es concomitante con una definida orientación hacia el cambio histórico.

A los lectores les puede resultar útil tener a mano un resumen de algunos de los términos más importantes que he introducido en estas dos partes:

discurso (nombre abstracto)uso lingüístico concebido como práctica social
evento discursivoinstancia de uso lingüístico, analizada como texto, práctica discursiva, práctica social
Textolengua hablada o escrita producida en un evento discursivo
práctica discursivala producción, distribución y consumo de un texto
Interdiscursividadla constitución de un texto a partir de diversos discursos y géneros
discurso (sustantivo ‘contable’)modo de significar la experiencia desde una perspectiva particular
Génerouso lingüístico asociado con una actividad social particular
orden del discursototalidad de las prácticas discursivas de una institución, y las relaciones que se establecen entre ellas

Lenguaje y discurso en la sociedad del capitalismo tardío

El Análisis Crítico del Discurso tiende a ser considerado en muchos departamentos de Lingüística como un área marginal del estudio del lenguaje, aunque desde mi punto de vista debería ocupar el centro de una disciplina lingüística reconstruida, la adecuada teoría social del lenguaje recientemente solicitada por Kress (1992).

El primer objetivo que persigo en este apartado es sugerir que un fundamento fuerte de esta posición proviene de un análisis de la ‘situación’ del lenguaje y el discurso (por ejemplo, de los ‘órdenes del discurso’) en las sociedades contemporáneas: si los estudios lingüísticos tienen que conectarse con las realidades del uso lingüístico¿ contemporáneo, entonces debe producirse un giro histórico, social y crítico.

El segundo objetivo se completa en el contexto más amplio de los procesos de comercialización del discurso público que se discutirán en la próximo apartado.

Aquí, mi premisa es que la relación entre el discurso y otros aspectos de lo social no es una constante transhistórica, sino una variable histórica, de manera que existen diferencias cualitativas entre diferentes períodos históricos en relación con el funcionamiento social del discurso.

También existen continuidades inevitables: sugiero que no existe una disyunción radical entre, digamos, la sociedad premoderna, moderna y ‘posmoderna’, sino cambios cualitativos en la ‘dominante cultural’ (Williams, 1981) (v) en relación con las prácticas discursivas, es decir, en la naturaleza discursiva de las prácticas discursivas que más se destacan y que tienen mayor impacto en un período histórico determinado.

Más abajo me referiré en particular a Gran Bretaña, pero está surgiendo un orden global del discurso y muchos de sus cambios y características tienen un carácter cuasi internacional.

Las investigaciones de Foucault (1979) sobre el cambio cualitativo en la naturaleza y el funcionamiento del poder entre las sociedades premoderna y moderna sugieren algunas de las características distintivas del discurso y el lenguaje en las sociedades modernas.

Foucault ha mostrado cómo el  ‘biopoder’ moderno se apoya en tecnologías y técnicas de poder que se incrustan en las prácticas cotidianas de las instituciones sociales (por ejemplo, en las escuelas o las prisiones), y producen sujetos sociales.

La técnica de ‘examen’, por ejemplo, no es exclusivamente lingüística sino que se define sustancialmente mediante prácticas discursivas –géneros— tales como los de la consulta/examen médico y otras diferentes variedades de entrevistas (Fairclough 1992 a). Ciertos géneros institucionales clave, como las entrevistas, pero también el asesoramiento [vi], se encuentran entre las características más destacadas de los órdenes del discurso en las sociedades modernas.

En éstas, en contraste opuesto con las sociedades premodernas, el discurso se caracteriza por cumplir un rol distintivo y más importante en la constitución y reproducción de las relaciones de poder y de las identidades sociales que entraña.

Esta explicación foucaultiana del poder en la modernidad también permite explicar el énfasis que la teoría social del siglo XX colocó en la ideología como medio a través del cual se sostienen las relaciones sociales de poder y dominación (Gramsci 1971; Althusser, 1971; Hall, 1982), la normalidad de sentido común de las prácticas cotidianas como base para la continuidad y la reproducción de las relaciones de poder.

Y Habermas (1984) realiza un giro histórico y dinámico en el análisis del discurso de la modernidad con su postulación de la progresiva colonización del ‘mundo de la vida’ por parte de la economía y el estado, que entraña un desplazamiento desde las prácticas ‘comunicativas’ a las prácticas ‘estratégicas’, que encarnan la (moderna) racionalidad puramente instrumental. Este proceso se ejemplifica bien a partir de los modos en que la publicidad y el discurso promocional han colonizado muchos dominios de la vida en las sociedades contemporáneas (ver próximo apartado).

En esta breve revisión de la modernidad, no debo omitir los fenómenos de estandarización del lenguaje, que están estrechamente ligados con la modernización; una de las características de la modernidad es la unificación del orden del discurso, del ‘mercado lingüístico’ (Bourdieu, 1991) mediante la imposición de lenguas estandarizadas en los estadosnaciones.

Muchas de estas características de la sociedad moderna son todavía evidentes en las sociedades contemporáneas del ‘capitalismo tardío’ (Mandel, 1978), pero también se han producido ciertos cambios significativos que afectan los órdenes del discurso contemporáneos que manifiestan una mezcla de caracteres modernos con lo que algunos comentaristas (Jameson, 1984; Lash, 1990) caracterizan como ‘posmodernos’.

La identificación de los caracteres ‘posmodernos’ de la cultura es difícil y necesariamente controvertida, tanto en la esfera del discurso como en otras. A continuación bosquejaré, muy selectivamente, dos definiciones recientes de la cultura contemporánea, la de ‘modernidad tardía’ (ver Giddens, 1991) y la de ‘sociedad de riesgo’ de Beck (1992) estrechamente vinculada a ella, y luego de ‘cultura publicitaria’ (ver Wernick, 1991; y Featherstone, 1991, sobre la ‘cultura de consumo’), para identificar de manera tentativa tres conjuntos de desarrollos que se interrelacionan en las prácticas discursivas contemporáneas.

1. La sociedad contemporánea es ‘post-tradicional’ (Giddens, 1991). Esto significa que las tradiciones, en lugar de darse por sentadas, deben justificarse en relación con otras posibilidades alternativas; que las relaciones en público que se basan automáticamente en la autoridad están en decadencia, porque son relaciones personales basadas, por ejemplo, en derechos y deberes de parentesco; y que la propia identidad de la gente, en lugar de ser una característica propia de las posiciones y los roles, se construye reflexivamente mediante un proceso de negociación (ver también punto 3. más abajo).

Las relaciones y las identidades necesitan, cada vez más, ser negociadas a través del diálogo, una apertura que entraña mayores posibilidades que las identidades y relaciones fijas de las sociedades tradicionales, pero también entraña mayores riesgos.

Una consecuencia de la naturaleza, cada vez más, negociada de las relaciones es que la vida social contemporánea demanda habilidades dialógicas altamente desarrolladas. Esto es así en el trabajo, donde se ha producido un incremento en la demanda de ‘trabajo sensible’ (Hochschild, 1983), y, como consecuencia, un incremento de trabajo comunicativo, como parte de la expansión y transformación del sector de servicios. También es así en los contactos entre profesionales y su público (‘clientes’), y en la interrelación entre socios, parientes y amigos. Estas demandas pueden ser una fuente de dificultades mayores, porque no todos pueden cumplirlas fácilmente; actualmente se ha producido un notable interés en la educación lingüística por el entrenamiento de las ‘habilidades comunicativas’ en la interacción grupal y cara a cara.

Esto proporciona un marco dentro del cual podemos encontrar sentido a los procesos de ‘informalización’ (Wouters, 1986; Featherstone, 1991) que han tenido lugar desde los años ’60 en su aspecto específicamente discursivo, que he denominado ‘conversacionali-zación’ del discurso público (Fairclough, 1992a, 1994 (vii).

La conversacionalización es una característica contundente y penetrante en los órdenes del discurso contemporáneos. Por un lado, puede considerarse como una colonización del dominio público por parte de las prácticas del dominio privado, una apertura de los órdenes públicos del discurso a prácticas discursivas que son más accesibles que las prácticas elitistas tradicionales del dominio público, y, de esta manera, considerarla como un acceso más abierto al dominio público.

Por otro lado, puede considerarse como una apropiación de las prácticas del dominio privado por parte del dominio público: la infusión de prácticas requeridas en los escenarios públicos posttradicionales por los complejos procesos de negociación de identidades y de relaciones al que aludíamos antes.

La ambivalencia de la conversacionalización va más allá: a menudo es una ‘personalización sintética’ asociada con los objetivos publicitarios del discurso (ver 3. más abajo) y ligada a la ‘tecnologización’ del discurso (ver 2. abajo).

2. La reflexividad, en el sentido de empleo sistemático del saber acerca de la vida social para organizarlo y transformarlo, es una característica fundamental de la sociedad contemporánea (Giddens).

En su forma contemporánea distintiva, la reflexividad está ligada a lo que Giddens llama sistemas de expertos: sistemas constituidos por expertos (como los médicos, los terapeutas, los abogados, los científicos y los técnicos) con conocimientos técnicos altamente especializados de los cuales somos cada vez más dependientes. La reflexividad y los sistemas de expertos se ‘expanden incluso hasta el corazón del yo’ (Giddens, 1991: 32) con la muerte de los roles y posiciones impuestos en las prácticas tradicionales, la construcción de la propia identidad es un proyecto reflexivo, que implica recurrir a sistemas de expertos (por ejemplo, la terapia o el asesoramiento).

Las prácticas discursivas mismas son un dominio de experticia y reflexividad: la tecnologización del discurso puede comprenderse, en términos de Giddens, como la constitución de sistemas de expertos cuyo dominio son las prácticas discursivas, particularmente, las de las instituciones públicas.

3. La cultura contemporánea se ha caracterizado como cultura ‘publicitaria’ o cultura ‘de consumo’ (Wernick, 1991; Featherstone, 1991) (viii). Estas denominaciones apuntan a las consecuencias culturales del mercado y la producción masiva –la incorporación de nuevos dominios en el mercado de artículos de consumo (como las ‘industrias culturales’) y la reconstrucción general de la vida social sobre la base del mercado – y un relativo cambio de énfasis en la economía desde la producción al consumo.

El concepto de cultura publicitaria puede comprenderse en términos discursivos como generalización de la publicidad como una función comunicativa (Wernick, 1991:181) –el discurso como un instrumento para ‘vender’ bienes, servicios, organizaciones, ideas o personas – entre diferentesórdenes de discurso.

Las consecuencias de la generalización de la publicidad para los órdenes de discurso contemporáneos son bastante radicales. Primero, hay una reestructuración de los límites entre órdenes de discurso y entre prácticas discursivas; por ejemplo, el género de la publicidad de consumo ha colonizado los órdenes de discurso de los servicios públicos y profesionales en una escala masiva, generando muchos géneros híbridos parcialmente publicitarios (como el género de los prospectos universitarios contemporáneos que se considerarán en el próximo apartado).

Segundo, se ha producido una instrumentalización generalizada de las prácticas discursivas, que incluye la subordinación y la manipulación del significado para el logro de efectos instrumentales. En Fairclough (1989), por ejemplo, consideré el caso de la ‘personalización sintética’, la simulación de la conversación cotidiana persona a persona, en espacios institucionales (recordar la discusión acerca de la conversacionalización en 1. Más arriba).

Este es un caso de manipulación del significado interpersonal con un efecto estratégico, instrumental. En tercer lugar, hay un cambio más profundo y también más contencioso, en lo que Lash (1990) llama el ‘modo de significación’, la relación entre significante, significado y referente. Un aspecto de este cambio es el relativo desplazamiento de la prominencia de diferentes modalidades semióticas: por ejemplo, la publicidad ha experimentado una tendencia muy bien documentada a depender cada vez más de las imágenes visuales, a expensas de la semiosis verbal.

Pero considero que también existe un significativo desplazamiento desde lo que podríamos llamar significación–con referencia a la significación–sin referencia: en la primera se produce una triple relación entre ambos ‘lados’ del signo (significante, significado) y un objeto del mundo real (un evento, una propiedad, etc.); en cambio, en la última no existe objeto real, sólo la constitución de un ‘objeto’ (significado) en el discurso.

Por cierto, la posibilidad de ambas formas de significado es inherente al lenguaje, pero de cualquier modo, puede rastrearse comparativamente su relativa importancia en diferentes tiempos y lugares.

La colonización del discurso por la publicidad también puede tener efectos más patológicos sobre los sujetos, y conlleva implicaciones éticas más importantes. Todos estamos, por cierto, sujetos constantemente al discurso publicitario, hasta el punto de que existe un serio problema de confianza: dado que gran parte de nuestro entorno discursivo se caracteriza por una intencionalidad publicitaria más o menos explícita, ¿cómo podríamos estar seguros de qué es lo auténtico y qué no lo es? ¿Cómo sabemos si una conversación amistosa no es sólo algo simulado con un efecto instrumental? (ix)

Este problema de confianza se complejiza por la significación que tienen las elecciones realizadas entre ‘estilos de vida’ proyectados en relación con los bienes de consumo publicitarios para la construcción reflexiva de la propia identidad. Pero las consecuencias patológicas van mucho más profundo; es cada vez más difícil no quedar uno mismo involucrado en la publicidad, dado que mucha gente tiene que hacerlo como parte de su trabajo, pero también porque la autopromoción se está volviendo parte de la propia identidad (ver 1. más arriba) en las sociedades contemporáneas.

La expansión colonizadora del discurso publicitario arroja así problemas más serios para lo que razonablemente podríamos llamar la ética del lenguaje y el discurso.

Todo esto, repito, es un intento de identificar los cambios en las prácticas discursivas y su relación con cambios sociales y culturales más amplios. No obstante espero que esta exposición esquemática sea capaz de plantear algunos de los aspectos de la ‘cuestión del lenguaje’, tal como se experimenta en la sociedad contemporánea. Si esto resulta convincente, entonces es vital que la gente sea cada vez más consciente del papel del lenguaje y el discurso. Los niveles de conciencia son, sin embargo, muy bajos.

Poca gente posee siquiera un metalenguaje elemental para hablar y pensar acerca de estas cuestiones. Lograr una conciencia crítica del lenguaje y las prácticas discursivas es a mi entender un prerrequisito para ser un ciudadano democrático, y una prioridad urgente en la educación lingüística, y la gran mayoría de la gente (ciertamente esto es así en Gran Bretaña) está muy lejos de haberlo logrado (ver Clark et al. 1990, 1991).

Esta es una oportunidad para que los estudios lingüísticos aplicados ocupen un papel importante en esas cuestiones, aunque no serán capaces de asumir esta responsabilidad si no introducen un giro histórico, social y crítico como el que estoy proponiendo.

La estructuración de un mercado del discurso público: las universidades

En este apartado me referiré a un caso particular y a textos específicos para ilustrar la posición teórica y el marco analítico que planteé en los dos primeros apartados, y al mismo tiempo concretaré la explicación algo abstracta sobre las prácticas discursivas a las que me referí en el apartado anterior. Me centraré en el caso de la constitución de un mercado de prácticas discursivas en las universidades británicas contemporáneas (x), y con esto quiero decir la reestructuración del orden del discurso apoyado en el modelo del mercado. Para algunos puede parecer inadecuado que un académico analice introspectivamente el caso de las universidades como un ejemplo de mercado, pero yo no lo veo así; los cambios recientes que han afectado a la educación superior son un caso típico, y un buen ejemplo, de los procesos más generales de creación de mercados y de bienes de consumo en el sector público.

El mercado de las prácticas discursivas de las universidades es una de las dimensiones del mercado de la educación superior en general. Las instituciones de educación superior han llegado a operar, cada vez más (bajo la presión gubernamental), como si fueran empresas de negocios que compiten para vender sus productos a los consumidores (xi).

Esto no es un simulacro. Por ejemplo, se requiere de las universidades que aumenten sus fondos incrementando proporcionalmente los recursos privados, y que realicen ofertas cada vez más competitivas para el financiamiento (por ejemplo, para atraer grupos adicionales de estudiantes en determinadas áreas).

Pero hay muchas otras cosas en las que las universidades se parecen a las empresas –gran parte de sus ingresos, todavía provienen de subvenciones del gobierno. No obstante, las instituciones están realizando cambios organizativos más amplios que concuerdan con el modo operativo del mercado, como por ejemplo, la introducción de un mercado ‘interno’ haciendo que los departamentos sean cada vez más autónomos, empleando enfoques administrativos ‘empresariales’, por ejemplo, para la evaluación y la capacitación del personal, introduciendo planificación institucional y prestando mayor atención al estudio de mercado.

También se ha presionado a los académicos para que consideren a sus alumnos como ‘consumidores’, y a dedicar sus mayores energías a la enseñanza y al desarrollo de métodos de enseñanza centrados en el alumno. Se considera que estos cambios requieren nuevas habilidades y cualidades de parte de los académicos, y, por cierto, una transformación de su identidad profesional. Ellas se instancian y se constituyen a través de cambios de diferentes niveles en las prácticas discursivas y en el comportamiento,

Notas

La versión original, en inglés, de este artículo fue publicado en Fairclough, N. L. (1993). Critical Discourse Analysis and the Marketization of Public Discourse: The Universities. Discourse & Society 4(2), 133-68.

1 Nota del Autor: Empleo el término ‘texto’ tanto para referirme a textos escritos y transcriptos como a la interacción oral.

2 Nota de traducción: La distinción entre nombres ‘contables’ / ‘no contables’ pertenece a la gramática del inglés y permite distinguir sustantivos que tienen una forma singular y una plural, como house, flower, boy, hat [casa, flor, niño, sombrero] (contables) y otros como water, air, beauty [agua, aire, belleza], que en inglés no tienen forma plural y no pueden ser ‘contados’ (no contables).

3 Nota del Autor: El péndulo de la moda académica parece oscilar contra esta perspectiva ‘ideológica’ y a favor de un mayor énfasis en la autoconciencia y en la reflexividad (ver Giddens, 1991) Aunque acepto la necesidad de una corrección en este sentido (ver más abajo, acerca de la reflexividad) creo que es equívoco abandonar la perspectiva ideológica. Ver Introducción General.

4 NA. Ambos no son independientes, por cierto. La naturaleza de los detallados procesos de producción e interpretación en casos particulares, depende del modo en que se está configurando el orden del discurso. Ver Fairclough (1992 a: 18-19) para una discusión crítica del análisis de la conversación en estos términos.

5 N.A. Empleo este término de una manera más laxa que Williams, para quien las culturas dominante, emergente y opositiva estaban ligadas a las clases dominantes, emergentes u opositoras. Ver Wermick (1991) y también Fairclough (1989).

6 N.T. El término empleado es ‘counselling’ que puede traducirse como ‘asesoramiento’ de tutores o tutorías.

7 N.A. Wouters (1986), considera sin embargo, que la formalización y la informalización son fenómenos cíclicos, y sugiere que se ha producido una nueva ola de formalización desde los años ’70.

8 N.A. Aquí la discusión se apoya fuertemente en Wernick (1991) y en Fairclough (1989)

9 N.A. Otra cuestión es si las prácticas simuladas no son, por la misma razón, devaluadas en general.

10 N.A. En el momento de escribir este artículo, la división binaria entre universidades y los politécnicos se está disolviendo.

11 N.A. Este parágrafo es resultado de un trabajo en colaboración con Susan Condor, Oliver Fulton y Celia Lury.

Discurso & Sociedad, Vol 2(1) 2008, 170-185

Notas Biográficas

Norman Fairclough es profesor emérito de la Universidad de Lancaster y es uno de los fundadores del Análisis Crítico del Discurso. Actualmente contribuye a la enseñanza de cursos de Master en la Universidad de Bucarest e imparte cursos a nivel de doctorado en Dinamarca. Sus principales libros son Language and Power, Londres: Longman 1989 (segunda edición revisada 2001) ; Discourse and Social Change, Cambridge: Polity Press 1992; Critical Language Awareness (libro editado), Londres: Longman 1992; Media Discourse, Londres: Edward Arnold 1995; Critical Discourse Analysis, London: Longman 1995; Discourse in Late Modernity – Rethinking Critical Discourse Analysis, Edinburgh: Edinburgh University Press 1999 (con Lilie Chouliaraki); New Labour, New Language? Londres: Routledge, 2000; Analysing Discourse: Textual Analysis for Social Research, Londres: Routledge 2003; Language and Globalization, Londres: Routledge 2006; Discourse in Contemporary Social Change (libro co-editado), Peter Lang 2007.

Teoría Crítica del Derecho. Susana Boneno.

El estudio del derecho comparte una matriz de epistemología común a ciertos paradigmas predominantes en momentos históricos determinados. Así la misma noción de derecho implica la asunción de un modelo no exento de connotaciones ideológicas, el que le da forma y le permite, a su vez, construir esquemas conceptuales jurídicos, acordes a dicha perspectiva.

En el escenario jurídico, los dos modelos más relevantes, el iusnaturalismo y el positivismo jurídico, han sido los enclaves sobre los cuales se montaron la mayoría de las teorías jurídicas, más allá de las distintas vertientes que surgieron de dichas matrices. La polémica entre ambos puede analizarse a muchos niveles y desde diferentes ángulos, pero éste no es el objeto de nuestro trabajo.

En este ensayo pretendemos hacer referencia a los aportes y limitaciones que implican ambas perspectivas para la praxis jurídica, dando cuenta de su aparente irreconciabilidad en virtud del antagonismo manifiesto en sus presupuestos ontológicos y epistemológicos. En segundo lugar apuntamos a exponer un abordaje del fenómeno jurídico distinto a los tradicionalmente conocidos, reivindicando la potencialidad transformadora para la teoría jurídica que éste implica.

Respecto de la posición iusnaturalista, su pervivencia y antigüedad hace que su caracterización presente algunas dificultades. El iusnaturalismo de Hobbes tiene, por ejemplo, una gran distancia ideológica de Leibniz, tanto como el de Santo Tomás de Dworkin.

Sin embargo, a pesar de que han existido distintos tipos históricos de iusnaturalismo, existe al decir de autores como Elías Díaz un «ideario mínimo común iusnaturalista»[1] que comparten distintos pensadores. Este ideario se manifiesta a través de un discurso ético que aspira en todas sus variantes a una aproximación a la justicia, de allí que se orienten a identificar lo justo con una serie de principios, más o menos amplios según el autor o la escuela de que se trate.

Estos derivan de la naturaleza, que es interpretada también de distintas maneras, y son cognoscibles por el hombre. Algunos de estos principios revisten el carácter de inmutabilidad y universalidad. En términos generales los autores iusnaturalistas parecen estar de acuerdo en afirmar, que por encima de las leyes humanas existe otro derecho, llamado natural, sobre el que deben asentarse los ordenamientos jurídicos positivos, al menos en sus principios fundamentales.

Estas líneas de estudio, al hacer depender los ordenamientos jurídicos positivos de su adecuación a ciertos principios superiores, evidencian un problema fundamental y es el referido al valor del contenido de la norma jurídica. De acuerdo a esta ideología, la norma jurídica, invariablemente debe ser justa, en tanto el derecho natural, propio de todos los hombres reviste esta característica. Así aparece el planteo de la justicia como eje central del discurso iusnaturalista.[2]

Por el contrario para los iuspositivistas el planteo del derecho encuentra otro camino, partiendo de la afirmación básica que el derecho es simplemente el derecho positivo, entendiendo por tal los ordenamientos jurídicos vigentes en cuanto fenómenos sociales y variables históricamente.

Y en consecuencia, la calificación de algo como derecho es independiente de su posible justicia o injusticia. Recordaremos aquí la escuela kelseniana y sus seguidores, preocupados por distinguir el valor del derecho del de su validez, es decir la cuestión de si una norma es justa del problema de si ésta existe (si es válida).

Así sostienen que el primer problema no le compete a la Teoría del Derecho, ya que el planteo de cuestiones tradicionales de la especulación iusfilosófica tales como preguntarse si existe la justicia o si existen criterios objetivos de justicia, no dejan de ser pseudo problemas cuya respuesta depende de cierta ideología.[3]

Este positivismo profundamente  anti metafísico, lucha por desagregar las cuestiones valorativas del derecho y elevar el concepto de seguridad jurídica por sobre cualquier axiología. Esto im plica asumir por parte del positivismo, entre otras cuestiones, que la norma jurídica expresa un valor, p e ro no absoluto al estilo iusnaturalista, sino relativo, en tanto ella es expresión de la orientación política del legislador , y en cuanto tal refleja un valor relativo al de ciertos hombres.

Las disputas cruzadas fueron y son variadas, se construyeron teorías y elaboraron modelos que realizaron aportes de gran significación para la ciencia jurídica.

EL PUNTO COMUN

Sin embargo, y a pesar de tal divorcio epistemológico, existe un lugar donde los conceptos primarios de estas líneas sirven como recursos capaces de legitimar un discurso jurídico específico. Este discurso se monta sobre un punto de inflexión en el que la teoría pierde su sentido epistemológico originario y transparenta un efecto quizá no buscado. Con esto nos referimos a que aquellas posiciones antagónicas mencionadas, la iusnaturalista y la positivista, se unen en una forma de trabajo específica por parte de quienes producen y aplican el derecho, moldeando de esa forma una particular praxis jurídica.

Para ello, los principios iusnaturalistas ofrecen recursos discursivos que nunca pueden ser refutados desde la perspectiva analítica del positivismo, en tanto no se ajustan a ningún criterio empírico de comprobación. ¿Quién puede asegurar o negar la existencia de un derecho natural a la justicia? Digamos que no existe ningún lugar superior desde el que se pueda negar algún tipo de iusnaturalismo.

Por otra parte es el iuspositivismo el que brinda los instrumentos ciertos y eficaces capaces de confirmar el modelo de seguridad jurídica más acorde para expiar los excesos de metafísica del iusnaturalismo, considerado poco riguroso desde la modernidad racionalista.

Es decir, allí donde los principios eran lógicamente incomunicables se funden hoy en la cuestión práctica de cómo los efectos de estos discursos actúan como guía y representación de una praxis jurídica.

Es el enclave de dos discursos que permiten moldear el sentido común de una práctica jurídica cotidiana; una lógica irrefutable que opera a partir de fundamentar desde la faz teórica la existencia de principios naturales y desde el punto de vista metodológico, separa con su bisturí analítico la paja del trigo.

Nos referimos a una forma estratégica de manipulación conceptual, capaz incluso de desmembrar el sentido originario de los conceptos mismos, en tanto los desvincula de sus matrices epistemológicas originarias.

Las representaciones que tal discurso, magníficamente unificado brinda, sirven como garante de una pureza principista y metodológica. Y así se aspira a que en la construcción del escenario jurídico y social, el jurista de oficio no pueda ser visto como operador de las relaciones sociales, ni como manipulador de las estructuras de poder, sino más bien como un respetuoso de principios éticos y realizador técnico de los textos legales.

EL ABORDAJE CRÍTICO DEL DERECHO

La necesidad de desmontar este discurso jurídico y de responder a una serie de preguntas negadas anteriormente, llevan a la constitución de un saber del derecho que puede rotularse como crítico.

Este tipo de conocimiento del derecho surgió ante la cuestión de responder a problemáticas que por su propio peso tiñeron el tradicional horizonte especulativo, y ante la convicción de que el conocimiento conceptual o metafísico del derecho eludía la posibilidad de explicar los efectos sociales y los entramados políticos de la praxis jurídica.

De igual manera la función de jueces y juristas trasuntaba esa independencia dogmática frente a una realidad que a ojos vista era incapaz de contenerse en las cavas metafísicas del iusnaturalismo y en la furia positivista por expulsar los contenidos de las normas jurídicas.

De igual forma que en las posiciones mencionadas, el conocimiento crítico del derecho admite variadas líneas de trabajo, pero podemos afirmar consecuentemente con Russo[4] «que se trata de un conjunto de ideas producidas a partir de diferentes marcos conceptuales que se relacionan de manera flexible y problemática e intentan aprehender las condiciones históricas y las estructuras político sociales que confluyen en el estudio del derecho, además pretenden comprender los sentidos sociales del trabajo teórico aceptado como discurso competente de los juristas».

El conocimiento crítico del derecho trabaja por erigirse como una revisión epistemológica capaz de operar sobre el discurso jurídico institucionalmente sacralizado, introduciendo necesariamente la temática del poder a fin de diluir los intentos iuspositivistas y iusnaturalistas de colocar fuera de lo jurídico al ámbito político.[5]

Se trata de evidenciar el valor político de las verdades jurídicas a partir del análisis de los discursos competentes, el que opera como una unificación de verdades por efecto de una praxis jurídica, que analíticamente constituye el «sentido común teórico de los juristas».[6]

La teoría crítica remonta sus orígenes a la corriente de «Critique du Droit» en Francia, la cual consagraba a un grupo de juristas franceses que se proponían una empresa teórica y pedagógica destinada a desmontar los supuestos políticos y epistemológicos de las teorías tradicionales. En la base

del movimiento existía un rechazo a las concepciones dominantes en las escuelas de derecho francesas, donde según Cárcova[7] «reinaba el individualismo, el aislamiento intelectual, la suspicacia frente a las preocupaciones teóricas y un antimarxismo primario».

En contraposición, la nueva corriente trabaja haciendo uso de categorías materialistas con el fin de penetrar en la comprensión profunda de la naturaleza y del rol del derecho. Pero sus abordajes rechazan el reduccionismo implícito en la metáfora estructura y superestructura y se orientan más en las conceptualizaciones althuserianas, alejándose así de la ortodoxia y ganando riqueza conceptual.

Frente a los enfoques tradicionales que tratan de presentar al Estado como emanación del interés general y a su orden jurídico como instrumento de realización de ideales universales y ya históricos de justicia, pretenden demostrar que son las condiciones histórico materiales de la vida social las que explican las formas y funciones de las instituciones jurídicas , que tienen su especificidad, pero pueden comprenderse sólo a partir de su inclusión en la totalidad.

Dentro del mismo movimiento, uno de sus exponentes, Jeammaud, al realizar un balance autocrítico de sus producciones, reivindica sus éxitos parciales, fundamentalmente por haber instalado un campo de reflexión alternativo. Pero por otro lado hace presente la necesidad de seguir trabajando sin aferrarse exclusivamente a las tesis materialistas y de continuar esfuerzos teóricos penetrando en enclaves ajenos a esta tradición.

En la misma época que «Critique du Droit», en el Congreso Internacional de Filosofía jurídica realizado en 1975 en la Universidad de Belgrano son presentados los primeros trabajos que expresaban esta corriente en Argentina, la que cuenta entre sus miembros más destacados a Enrique Marí, Alicia Ruiz, Ricardo Entelman y Carlos Cárcava.

Esta nueva perspectiva de abordaje jurídico define al derecho como «una práctica social específica que expresa los niveles de acuerdo y de conflicto de los grupos sociales que operan al interior de una formación económica social determinada, práctica de naturaleza discursiva, discurso ideológico y discurso del poder«.[8]

Así, consideran que los orígenes del poder en la sociedad, los lugares donde los conflictos sociales se generan, las formas en que se establecen las sumisiones, permanecen ocultas. Por eso la teoría crítica del derecho propone una lectura descriptiva, explicativa y crítica del discurso del derecho.[9]

Es imprescindible desmitificar ese lugar que pretende aparecer como «neutro», donde se construyen las verdades jurídicas, y para ello es necesario evidenciar y analizar los espacios institucionales desde los que se pauta una interpretación polisémicamente controlada de las instancias discursivas , con el fin de producir conceptos legitimadores. Esta es la manipulación conceptual mencionada, aquella que los elabora cuidadosamente con el fin de mantener y reproducir el lugar sagrado desde donde se ejerce el poder de los significados jurídicos.

La teoría crítica propone categorías analíticas que permitan dar cuenta de la inserción del derecho en las formas históricas de la sociabilidad, para lo cual carecían de utilidad las provenientes de las teorías tradicionales.

Sus expositores sostienen la necesidad de conceptualizar una teoría de la ideología que «se hiciera cargo de los niveles del imaginario social y su articulación múltiple con el mundo de las normas, las prácticas institucionalizadas, el rol de los juristas y las representaciones de los súbditos».[10]

Los representantes de la teoría crítica en nuestro país basan sus trabajos en categorías provenientes del marxismo pero en un contexto heterodoxo, que en sus presupuestos epistemológicos incluye también a autores franceses de tradiciones intelectuales distintas e incluso distantes del marxismo, como Bachelard, Canguilhem o Foucault. A diferencia de la «Critique du Droit» francesa, la Argentina asume desde su comienzo un camino más ecléctico.

Otro aspecto a destacar de esta línea de pensamiento, y que coincide con nuestro propio abordaje del derecho -desde la ciencia política- se refiere a la posición asumida para dar cuenta de la especificidad de lo jurídico a partir de la necesaria comprensión de la totalidad estructurada que lo contiene.

Esto es la totalidad social; por ello sostienen la necesidad de constituir un saber multi y trans disciplinario desplegado como lugar de intersección de múltiples conocimientos: históricos, políticos, económicos, psicoanalíticos, etc., no mediante un ingenuo recurso de mera adicción sino como un intento de síntesis productiva.

Así, la teoría crítica se interroga y aborda la relación del derecho con los elementos que son propios del imaginario en las sociedades modernas. «En ellas el derecho se materializa como discurso, esto es, como un proceso social de producción de sentidos. Es más que palabras, es también comportamientos, símbolos, conocimientos, es lo que los jueces interpretan, los abogados implementan, los litigantes declaran, los teóricos producen, los legisladores sancionan y los doctrinarios critican”.[11]

Buena parte del imaginario social está puesto en el derecho, pero esta visión del orden jurídico como comunicación simbólica no ha sido muy considerada a pesar de estar presente en él las dos estructuras simbólicas fundantes: mitos y ritual. Los ritos o ceremonias tan frecuentes en el derecho, operan como refuerzos de las creencias que él mismo inculca y por ello se convierten en condición necesaria de su efectividad.

Así son una forma de transformar el poder en orden en tanto permiten que se proyecte como una cosmovisión que ordena y da sentido a la vida social y ese orden se refleja en mitos, aunque racionalizado en mitos profanos por efecto de la secularización.

Ese campo del imaginario social sostiene Marí[12] «no ha sido considerado por la teoría jurídica y política de tendencia tanto iusnaturalista como positivista, más preocupados por construir los montajes referenciales en sus respectivas regiones de lo divino y natural o de la justificación racional, que en desmontar o producir una reflexión crítica sobre sus modos de funcionar».

El discurso jurídico reconoce, según Entelman R., distintos niveles: el primero se refiere a las manifestaciones del derecho por parte de quienes poseen el poder para crearlo, se trata del discurso normativo en sus distintas formas: normas, reglamentos, contratos, etc.

El segundo está constituido por las producciones teóricas y prácticas realizadas sobre el primer nivel, es decir el trabajo de juristas, abogados, etc. El tercer nivel es el referido a quienes manifiestan el impacto de los dos niveles anteriores, es el discurso de los súbditos y usuarios del derecho. Es allí donde se condensa el imaginario social a partir de las representaciones que los dos niveles construyen, las imágenes, mitos y ficciones.

Este discurso jurídico es un discurso conformador de realidades en tanto asigna significaciones especiales; construye destinatarios de sus verdades y constituye los «enemigos» del sentido común jurídico.

Así tomamos a Entelman[13] cuando dice: «Ahora el discurso jurídico se hace cargo de ser el discurso del poder, pero no porque tiene que vérselas con las normas que atribuyen los Poderes o con las menciones normativas de los hombres transformados en sujetos de derecho,sino porque es el discurso cuyo propio proceso de producción consiste en la expresión de los lugares de la trama del poder constituido en las prácticas sociales».

Poder para el que las representaciones colectivas, el ámbito de lo imaginario y de lo simbólico es un lugar estratégico, de importancia capital en tanto es allí donde se constituyen los principios de su legitimación. Cabe decir, que para los críticos del derecho el concepto de poder es una idea de relación al estilo de Foucault, no es una cosa ni un instrumento que posea un lugar fijo en la estructura social. De allí que esta idea nos permite hacer mención de una doble función que apareja el derecho en tanto torneado ideológicamente:

«Así, cuando el derecho nos promete igualdad no sólo nos escamotea la percepción de nuestra desigualdad real, también legitima nuestro reclamo por la igualdad. De tal suerte que el carácter ideológico del derecho tiene un doble papel, por una parte reconduce las relaciones de poder pero, por la otra, al legitimar el reclamo, posibilita la reformulación y la transformación progresiva de las relaciones de poder». [14]

La conformación de una teoría explicativa de los fenómenos del poder no se agota en el reclamo del cambio de poder, al estilo revolucionario, sino en principio, apunta a tratar de desmontar ciertas ficciones fundantes del discurso jurídico que han esclerosado los principios de legitimación del mismo, como es la noción misma de sujeto. Al respecto explica Alicia Ruiz:[15]

«La estructura del derecho moderno se organiza y se sostiene en torno a la categoría de ‘sujeto ‘. Discutir esta noción, desmontarla, supone someter a revisión todo el discurso jurídico. El sujeto de derecho, libre y autónomo, es una categoría histórica propia de una forma peculiar de lo social y de la política de una cierta organización de lo simbólico y de un peculiar imaginario social. Ese sujeto libre para actuar y con autonomía de voluntad para decidir, corresponde a una manera de conceptualizar al hombre y a su naturaleza.

El hombre, lo humano, no son realidades dadas que preexistan al discurso que los alude.

En el derecho siempre hay un hombre interpelado como si su constitución como tal fuera precedente a ese derecho. Sin embargo la complejidad de la cuestión reside justamente, en explicar cómo el derecho interpela al sujeto que al mismo tiempo constituye. Cuando la ley nos nombra como ‘padre’ u ‘homicida’, ‘comerciante’, ‘mayor de edad’, ‘fallido’, deudor, ‘acreedor’, en cada una de esas maneras de mencionarnos pareciera que nosotros, cada uno de nosotros existe ya como sujeto.

En este supuesto reside la estructura ficcional que mantiene la integridad del discurso. Es como si en el origen hubiese un sujeto al cual calificar, permitir, prohibir y fuera por esto que la ley puede aludirlo, otorgarle un lugar en el campo de la legitimidad o excluirlo de él.»

Para los críticos, no hay sujeto antes…fuera o más allá de cada interpelación concreta y el sujeto constituido-interpelado, lo está en ambos sentidos, según un modelo de hombre presupuesto. Así: «El sujeto es una ficción ligada a una concepción del hombre generalmente silenciada».[16]

No existe un «hombre en abstracto» en el derecho, su neutralidad es aparente. El sujeto es una ficción, pero sus efectos son diversos según el humanismo presupuesto de que se trate.

A MODO DE CONCLUSION

Como sus propios representantes lo sostienen su orientación iusfilosófica «avanza en territorios donde es lícita la intersección de los saberes y en donde los límites se desdibujan y los discursos se interpenetran».[17]

Ello presupone una ruptura epistemológica con otros abordajes del derecho en tanto se concibe al mismo como una instancia específica de la totalidad social, de allí la necesidad de construir una teoría que no se desvincule del fenómeno en su conjunto, y en ese marco focalizar el análisis de sus aspectos específicos.

Estas afirmaciones ponen en crisis los modelos canónicos de ciencia jurídica, evidenciando los límites explicativos de las concepciones aceptadas. Esta crítica, y éste podría ser el corolario, instala el debate sobre la pretendida neutralidad del derecho, que se vincula con la percepción del

discurso jurídico como ordenado y coherente, organizado de tal modo que se torna autosuficiente y autorregulado.

Desde nuestro punto de vista resultan sumamente relevantes los efectos de este cuestionamiento, en tanto apunta a evidenciar el derecho como discurso legitimador del poder en el Estado Moderno. La estructura del discurso jurídico es fundamental para que el derecho cumpla este papel, en tanto se presenta coherente y ordenado, pero encubriendo y desplazando el lugar real del conflicto social.

Develar la complejidad y las remisiones al poder que apareja el discurso jurídico permiten coadyuvar a lograr que se destruya la ilusión de una ciencia neutral y de un objeto de límites precisos.

«Que exige explicar cómo y por qué hay tanto de ‘no racionalizable’ en sus mecanismos de constitución y funcionamiento … «.[18]

A partir del primer velo ya nada podrá ser igual , queremos creer.


[1] Elias Díaz: De la maldad estatal, la soberanía popular. Ed . Debate. 1984. pág. 96.

[2] Este ideario común permite diferenciar estas posiciones de otras valorattvas pero no iusnaturalistas ni positivistas, al respecto véase De nuevo sobre el problema del Derecho Natural de José Delgado Pinto. Ed. Universidad de Salamanca. 1982. cit. por Elías Díaz. De la maldad estatal , la soberanía popular. op. cit. pág. 96.

[3] Podemos al respecto recordar a Kelsen. ~AI hacer depender la aceptación de una norma de su correspondencia con un sistema de valores, que pretendemos exclusivo, incurrimos en ideología, pues nos privamos de la posibilidad de describir al derecho positivo tal como es, juzgándolo. en cambio, a la luz de lo que deseamos. Esta es la tesis que tozudamente sostuvo durante años Hans Kelsen. Roberto Vernengo. Curso de Teoría General del Derecho. Ed. De palma. Buenos Aires. 1985. pág. 151.

[4] Eduardo A. Russo. «Sobre ciertos abusos de la analiticidad» en Interpretación de la ley. Poder de las significaciones, significaciones del poder. Vol. 1. Ed. Abeledo Perrot. Buenos Aires. 1987. pág.19.

[5] “EI principal concepto que los estudios jurídicos y políticos tienen en común es el del poder… pero he tenido que constatar con cierta sorpresa que los juristas y politólogos usan el mismo término ‘poder’. del que ni unos ni otros pueden prescindir, ignorándose entre sí por completo.” Norberto Bobbio. Contribuciones a la teoría del derecho. Ed. debate 1980. pág. 355.

[6] Aquí podríamos recordar lo que al respecto dice Foucault: «Cada sociedad tiene su régimen de verdad. su ‘política general’ de la verdad, es decir: los tipos de discurso que acoge y hace funcionar como verdaderos o falsos …el estatuto de quienes están a cargo de decir lo que funciona como verdadero” . En Un diálogo sobre el poder. Ed. Alianza Materiales . 1981. pág. 143.

[7] Carlos Cárcava. «Teorías Jurídicas alternativas». En C. Cárcova. Teorias Juridicas alternativas.

Escritos sobre Derecho  y Política. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires. 199:3. pág. lB.

[8] B. Carlos Cárcova. «Derecho y Política en los tiempos de la Reconversión». en op. cit. pág. 60.

[9] “Cuando el derecho organiza los poderes del Estado, instituye órganos, dice quién manda y quién obedece, designa los que pueden ejercer los rituales, oculta la referencia implícita –que el poder no se genera ni está en tales poderes… que esos órganos y hacedores de rituales a quienes redistribuye la palabra, hablan en nombre de otros que están ocultos y ausentes-, encubre y desplaza el problema del poder constituyendo los símbolos del poder-. Ricardo Entelman. «Discurso normativo y organización del poder- en Materiales para una teoría critica deI derecho. Abeledo Perrol. Buenos Aires. 191. Pag. 303

[10] Carlos Cárcova. D/J. cit. pág. 20.

[11] Carlos Cárcova. op. dt. pág. 44.

[12] Enrique Marí. Racionalidad e imaginario social en el discurso del orden». En Derecho y Psicoanálisis. Ed. Hachette. Buenos Aires. 1987.

[13] Ricardo Entelman. -Discurso normativo y organización del poder. en E. Marí, A. Ruiz., y otros. Materiales para una teoría critica del derecho. Abeledo Perrol. Buenos Aires . 1991. pág. 300.

[14] Carlos Cárcova. &p. cit. pág. 84.

[15] Alicia Ruiz. Aspectos ideológicos del discurso.  op. cit. pág. 197.

[16] Alicia Ruiz. op . cit. pág. 197 .

[17] Carlos Cárcova. Prólogo en Materiales para una teoria critica del Derecho. op. cit. pág. 7.

[18] Enrique Marí . “Moi Pierre Riviere … o el mito de la uniformidad semántica» . En el Discurso juridico. Perspectiva psicoanalítica, otros abordajes epistemológicos. Hachette. Buenos Aires. 1982″.

A Teoria do Direito e a teoria do humanismo realista. Eduardo C. B. Bittar. 2018

A ‘re-construção’ da Teoria do Direito

É no encontro sinérgico de várias fronteiras de estudos e pesquisas, nos campos da Teoria da Linguagem, da Teoria da Democracia e da Teoria da Sociedade[1] que formulei, recentemente, a Teoria do Humanismo Realista (THR), que figura como uma nova perspectiva metodológica dentro das diversas concepções atualmente existentes da Teoria Geral do Direito (TGD).[2]

Ela elabora, sintetiza e reúne elementos que vieram se sedimentando em etapas anteriores como premissas de trabalho para uma compreensão reflexiva do Direito. Em verdade, dentro de meu percurso de estudos e pesquisas, ela se afigurava como tendência geral e inclinação dos meus trabalhos, especialmente nos artigos publicados nos últimos cinco anos,[3] tendo recentemente encontrado uma versão mais sistemática, objetiva e sintética.

A Teoria está contida e expressa no recente livro Introdução ao Estudo do Direito: humanismo, democracia e justiça (2018),[4] onde os argumentos estão desenvolvidos de forma mais ampla, sabendo-se que a obra nasce derivada de influências da tradição filosófica da Teoria Crítica da Escola de Frankfurt (Frankfurt Schüle).[5]

Entre outras tarefas, a Teoria do Humanismo Realista (THR) procura dar conta da avalanche de mudanças que re-cambiou o Direito Positivo contemporâneo. Nestas últimas três décadas, as técnicas legislativas vieram se alterando, os ‘novos’ direitos vieram emergindo, o rol das fontes do Direito veio se alterando, o espectro de sujeitos de Direito se ampliou, a tecnologia potencializou a cidadania, a legislação se ‘des-codificou’, os princípios do Direito se disseminaram, o Direito sumular se consolidou, o ensino jurídico se expandiu, o diálogo entre as fontes do Direito tornou-se nova técnica de solução de antinomias jurídicas, de forma a se constatar que categorias, conceitos, práticas e instituições movimentaram o Direito brasileiro contemporâneo.

Somem-se a estes fatores, atualmente, os avanços da tecnociência, a cultura da informação, a virtualização dos procedimentos, a mudança dos valores predominantes, a busca pela efetividade dos direitos humanos e a crise da democracia representativa. Seria possível fazer tabula rasa de todas estas mudanças? Seria possível negá-las ou ignorá-las?

 Se a resposta é obviamente negativa, a Teoria do Humanismo Realista (THR) procura absorver estas alterações, tomando-as como inovações contemporâneas do Direito que merecem o status da re-qualificação da própria forma como a Teoria Geral do Direito (TGD) lida, interpreta e avalia o Direito Positivo.

É aí que se insere a tarefa de ‘re-construção’ que, em verdade, aqui quer apenas dizer ‘re-significação’. A partir daí, percebe-se que a Teoria Geral do Direito (TGD) está desafiada a se ‘re-mon-tar’, por todas as suas peças, engrenagens e esquemas, pois o desafio se deve não somente ao impacto transformador trazido pela Constituição Federal de 1988 — tomada enquanto paradigma constitucional cidadão — mas também em função das profundas transformações sócio-culturais das últimas três décadas.

Por isso, a ‘re-construção’ da Teoria Geral do Direito (TGD) passa a ser um desafio contemporâneo, algo que decorre do próprio estado de crise, no qual se encontra imersa a sociedade global. É a partir daí que novas tendências teóricas começam a se afirmar na Teoria do Direito, promovendo importantes ajustes ao cenário pós-moderno.[6]

 Em síntese, pode-se dizer que a Teoria do Humanismo Realista nasce como uma reação: a) à tradição positivista, e à enraizada concepção de formação legalista e cultivo do conceito-vazio, que separa sociedade e norma jurídica, que dicotomiza ser e dever-ser, privilegiando a forma-Direito ao processo social que conduz ao Direito-norma; b.) ao cenário contemporâneo de crise (econômico-financeira, política, moral e social), propondo o aprofundamento da consciência democrática, o desenvolvimento de um convívio social centrado em valores republicanos de cidadania, e a superação das marcas do passado colonial, visando-se o desenvolvimento político, social, econômico, técnico-científico e moral como processos modernizantes associados; c.) ao cenário de ascensão da pós-verdade, na medida em que propõe o fortalecimento da consciência crítico-reflexiva, e a aposta na autonomia da razão; d.) ao especialismo da Ciência do Direito fragmentada, reagindo pela tarefa de uma Teoria Geral que fornece visão abrangente, ali onde a cegueira dos micro-universos de discurso aparecem como consequência da cissiparação das especialidades técnicas; e.) ao burocratismo-formalista das instituições de justiça, propondo nos processos de humanização dos serviços de justiça uma tarefa importante para o exercício da cidadania; f.) à monologia legiferante, empoderando pela participação cidadã o(a)s parceiro(a)s do Direito à construção deliberativa dos conteúdos históricos de justiça que comporão os textos legais; g.) à cultura da violência, fortalecendo o escopo do Direito no enfrentamento das injustiças, da opressão social, das exclusões sociais, da pobreza, da fome e das desigualdades sócio-econômicas.

A Teoria do Direito no Brasil: um cenário em transformação

A Teoria do Direito viveu, no Brasil, certa estagnação nas últimas décadas. E isso porque a Teoria do Direito esteve durante longo tempo sob o domínio do positivismo jurídico. Este cenário se apresentou, especialmente, durante o século XX,[7] onde a presença da relação entre Direito Privado e o Positivismo Normativista de Hans Kelsen[8] marcaram a Ciência do Direito.[9]

Ora, com a crise do positivismo jurídico, inovações advieram neste campo, a partir de inúmeras perspectivas teóricas. Assim é que ao final do século XX, sente-se uma mais expressiva presença do linguistic turn,[10] e a Teoria do Direito se pluraliza em diversas perspectivas teóricas, sob a influência de correntes mais recentes. Assim, após um período de crise e de sucessivo abandono, dá-se um re-florescimento da Teoria Geral do Direito,[11] constatada a sua importância para uma visão geral acerca do estado do Direito Positivo, seus principais conceitos e as estruturas de sua compreensão.

Mas, guardadas estas características dos movimentos internos da Ciência do Direito atualmente, uma Teoria Geral do Direito continua sendo um empreendimento útil para uma compreensão abrangente do Direito, desde que baseada na interdisciplinaridade com outras fronteiras científicas das Ciências Humanas, no diálogo inter-áreas das Ciências do Direito e, também, situada diante dos desafios concretos da realidade brasileira. A capacidade de trânsito inter-áreas faz da Teoria Geral uma teoria poliglota, e, também, uma teoria polivalente, abrangente e basilar do Direito.[12]

A Teoria do Humanismo Realista (THR) entende que a Ciência do Direito não é capaz de produzir o entendimento sobre a complexa e mutável ‘realidade social’, sem recorrer à interdisciplinaridade, à interconexão entre saberes e ao diálogo com as Ciências Humanas (Antropologia; Sociologia; História; Filosofia; Ciência Política; Semiótica), para exercer a sua função social – no plano da reflexão, da crítica e da epistéme – com precisão, acuidade e responsabilidade.

A Teoria do Humanismo Realista e a Teoria Tradicional do Direito

Em especial, quando se trata da realidade brasileira, estando-se diante de uma sociedade desigual, injusta, violenta e que preserva traços autoritários nos processos de socialização, é decisivo o papel da Teoria do Humanismo Realista (THR) que seja capaz de renovar o compromisso com a justiça social, a democracia e os direitos humanos, apesar do contexto histórico refratário.

É assim que, enquanto Teoria Crítica nascida no contexto da modernidade periférica brasileira — a realidade específica brasileira — a Teoria do Humanismo Realista (THR) propõe uma abordagem que cultiva o que tem validade universal — enquanto assume uma visão humanizadora das relações jurídicas e do papel das instituições reguladoras de direitos — ao mesmo tempo em que cultiva o que tem utilidade local — enquanto adaptada às necessidades humanas concretas, bem como às dinâmicas e realidades empíricas locais.

A tensão entre a forma do Direito e a contextualidade da incidência do Direito não é aqui eliminada,[13] mas considerada como o fator de distinção do modo como a Teoria do Humanismo Realista (THR) considera o desafio de regência e tutela dos direitos e da dignidade de cada humano, em sua humanidade situada e circunscrita, contextualizada cultural, social, econômica e historicamente.

Ainda que o Direito seja um fenômeno global, presente em diversas culturas e povos, a forma com a qual se expressa obedece às dinâmicas históricas, sociais, econômicas, culturais e políticas específicas, sempre locais.

Assim, a forma universal é seguida dos conteúdos e das dinâmicas locais. Por isso, para compreender o Direito Brasileiro, e lidar com seus peculiares desafios, é necessário estudá-lo considerando-se a história, a cultura e a realidade brasileiras, para que a Teoria possa servir às necessidades humanas, reais e concretas, num cenário próprio em que cidadãos(ãs) disputam direitos e deveres.

É aí que a Teoria do Humanismo Realista (THR) entende que a Teoria deve ser apropriada à prática jurídica dentro da realidade brasileira e seus desafios, sendo capaz de compreender a importância do ajustamento recíproco entre processos de modernização (sempre acelerados, excessivos, distorcidos e excludentes) e processos de promoção de justiça (entendida como reequilíbrio, reflexividade social e reclamo de ajustamento recíproco entre sociedade-indivíduo-sociedade), e contribuir para a redução de desigualdades, injustiças, violências, exclusões, distorções, invisibilidades e formas de opressão.[14]

Por isso, e para finalizar, é importante afirmar a específica contribuição que a Teoria do Humanismo Realista (THR) pode trazer à Teoria do Direito contemporânea. O ponto central da Teoria do Humanismo Realista é a atitude de manter acesos, da tradição da Teoria Crítica, seus ideais emancipatórios, re-ligando dois aspectos que foram desconectados pela Teoria Tradicional do Direito: de um lado, a institucionalidade do Direito e, de outro lado, a emancipação da Sociedade.

Entende-se, a partir desta concepção, que o Direito deve ser capaz de promover a conservação social de conquistas de direitos e a estabilização de padrões racionais de socialização, através de normas de conduta exigíveis, ao mesmo tempo em que deve ser capaz de induzir transformações na sociedade, para que esta se torne – dentro de seu próprio processo de modernização – mais justa, mais solidária, mais igualitária, inclusiva e capaz de promover o desenvolvimento integral da pessoa humana, sua inserção na vida social e a realização do respeito à dignidade de todo(a)s e de cada um(a).


[1] A este respeito, vide Bittar, Linguagem jurídica: Semiótica, Discurso e Direito, Saraiva, 7.ed., 2017; Bittar, Democracia, justiça e emancipação social, Quartier Latin, 2013; Bittar, O Direito na pós-modernidade, Atlas, 3.ed., 2014.

[2] Reale, Lições preliminares de direito, 27.ed., 2004; Telles Junior, Iniciação na ciência do direito, 2001; Ferraz Junior, Introdução ao estudo do direito: técnica, decisão, dominação, 6.ed., 2010; Diniz, Compêndio de introdução à ciência do direito, 22.ed., 2011; Mascaro, Introdução ao estudo do direito, 2.ed., 2011; Poletti, Introdução ao direito, 4.ed., 2012; Betioli, Introdução ao direito, 12.ed., 2013; Dimoulis, Manual de introdução ao estudo do direito, 6.ed., 2014; Abboud, Carnio, Oliveira, Introdução à Teoria e à Filosofia do Direito, 3.ed., 2015; Pugliesi, Por uma teoria do direito, 2005; Maciel, Teoria Geral do Direito, 2004; Marques (Coord.), Diálogo das fontes: do conflito à coordenação de normas do direito brasileiro, 2012; Barzotto, Teoria do Direito, 2017; Abboud, Carnio, Oliveira, Introdução à Teoria e à Filosofia do Direito, 3.ed., 2015; Marques, (Coord.), Diálogo das fontes: do conflito à coordenação de normas do direito brasileiro, 2012; Barroso, Curso de direito constitucional contemporâneo, 4. ed. 2013; Pinheiro, Matos, Por um conceito hermenêutico de direito: Delimitação histórica do termo ‘hermenêutica’ e sua pertinência ao direito, in Revista do Instituto de Hermenêutica Jurídica, v. 14, 2016, ps 169-194; Macedo, Teoria do Direito contemporânea, 2017.

[3] Bittar, Democracia e Direitos Humanos: diagnóstico do tempo presente a partir da realidade brasileira contemporânea, in Revista Interdisciplinar de Direitos Humanos – RIDH, Dossiê Democracia, ética e direitos humanos em Tempos Sombrios (VIOLA, Solon Eduardo Annes; CARDOSO, Clodoaldo Meneguello, orgs.), OEDH, UNESP, Vol. 5, n. 02, p. 79-116, jul.-dez., 2017(9); Bittar, Crise política e Teoria da Democracia: contribuições para a consolidação democrática no Brasil contemporâneo, in Revista de Informação Legislativa, Ano 53, no. 211, Brasília, Senado Federal, Secretaria de Editoração e Publicações, Julho/Setembro – 2016, ps. 11 a 33; Bittar, O Decreto no. 8.243/ 2014 e os desafios da consolidação democrática brasileira, in Revista de Informação Legislativa, Ano 51, N. 203, Senado Federal, Jul./Set. – 2014, ps. 07-38.

[4] Este texto expõe argumentos fundamentais que se encontram aprofundados e desenvolvidos no livro em que se encontra desenvolvida a Teoria do Humanismo Realista. A este respeito, consultar Bittar, Introdução ao Estudo do Direito: humanismo, democracia e justiça, São Paulo, Saraiva, 2018, especialmente ps. 27-55 (Capítulo 1).

[5] Habermas, Direito e democracia: entre facticidade e validade, Volumes I e II, 2.ed., 2003; Honneth, O direito da Liberdade, 2015; Forst, Contextos da justiça: filosofia política para além de liberalismo e comunitarismo, 2010.

[6] A exemplo de Abboud, Carnio, Oliveira, Introdução à Teoria e à Filosofia do Direito, 3.ed., 2015; Marques, (Coord.), Diálogo das fontes: do conflito à coordenação de normas do direito brasileiro, 2012; Barroso, Curso de direito constitucional contemporâneo, 4. ed. 2013; Pinheiro, Matos, Por um conceito hermenêutico de direito: Delimitação histórica do termo ‘hermenêutica’ e sua pertinência ao direito, in Revista do Instituto de Hermenêutica Jurídica, v. 14, 2016, ps 169-194; .Macedo, Teoria do Direito contemporânea, 2017.

[7] A respeito, consulte-se, na perspectiva histórica, Kelly, Uma breve história da Teoria do Direito Ocidental, 2010.

[8] Kelsen, Teoria pura do Direito, 4.ed., 1976.

[9] ]“A teoria crítica estréia onde finalizam usualmente os propósitos da tradicional teoria geral” (Fachin, Teoria Crítica do Direito Civil, 2.ed., 2003, p. 86).

[10] A este respeito, Ferraz Junior, Teoria da norma jurídica, 3.ed., 1997. A respeito de obras mais recentes, consulte-se Adeodato, Uma teoria retórica da norma jurídica e do direito subjetivo, 2011, e, também, Streck, Verdade e consenso, 3.ed., 2009.

[11] Destacam-se: Streck, Verdade e consenso, 3.ed., 2009; Abboud, Carnio, Oliveira, Introdução à Teoria e à Filosofia do Direito, 3.ed., 2015; Adeodato, Uma teoria retórica da norma jurídica e do direito subjetivo, 2011; Marques, Diálogo das fontes: do conflito à coordenação de normas do direito brasileiro, 2012.

[12] “Graças ao seu poliglotismo, a filosofia pode tratar de semelhantes intuições, feridas do ‘mundo da vida’, e fazê-las valer perante modelos científicos que não atingem estas mesmas intuições”(Habermas, Textos e contextos, 1991, p. 46).

[13] Seguindo-se de perto a leitura de Habermas em torno da tensão entre Faktizität e Geltung. A respeito, vide Habermas, Direito e democracia, Vol. 1, 2003, ps. 54-55.

[14] “…a teoria do Direito, ao contrário das teorias jusfilosóficas de justiça, movimenta-se nos limites de ordens jurídicas concretas” (Habermas, Direito e democracia, vol. 01, 2003, p. 243-244).

Whatsapp: rebelión en la granja. Migue Ran. Enero 2021

En este momento, enero de 2021, hay un silencioso terremoto. Muchas personas ni siquiera lo han notado, pero un gigante de la tecnología está sintiendo los golpes. Las dimensiones del fenómeno son a escala planetaria. Estamos hablando de millones de personas, de millones de dólares, de geopolítica, de actores de poder de primera línea. De una batalla en una guerra entre gigantes: whatsapp vs telegram, ¿Usa vs Rusia?.

¿Qué está pasando?

Pasó un cambio, otro más, en las políticas de privacidad de whatsapp (que nos llegó a todos) porque Mark Zuckerberg quiere unificar nuestros datos en sus empresas facebook y whatsapp.

Acostumbrado a poner las reglas de juego en el planeta como se le antojan, lo hace sin demasiado cuidado. Sin querer, ha generado una reacción de los usuarios que se han empezado a pasar de a millones a otras plataformas de mensajería, sobre todo a Telegram (¡Que para colmos geopolíticos es una empresa Rusa!).

Protocolo de Crisis

No tengo pruebas, pero tampoco tengo dudas: En este momento en las oficinas de facebook (dueña de whatsapp) están despĺegando un protocolo de crisis. ¡Necesitan parar la sangría! Están sacando comunicados en todos los idiomas, haciendo encuestas, instruyendo a sus periodistas y sus influencers “amigos” para que transmitan un mensaje “correcto” (la nota de TN tecnología es un buen ejemplo). Están desplegando una política de control de daños. Sus usuarios se están instalando otras aplicaciones para chatear y hay que detenerlos.

En las oficinas de Telegram tampoco duermen hace días: De repente y sin aviso, cae maná del cielo. ¡millones de usuarios nuevos! Este David quiere asestar más golpes a Goliat: sus periodistas e influencers también se mueven, escriben, el equipo de traductores reproduce en todos los idiomas. David y Goliat contemplan todos los métodos: comunicados, notas “casuales”, trapos sucios y fake news. Es la guerra y vale todo.

La necesidad de rebelarse

Es un combate entre capitalistas, pero este terremoto se debe a otro fenómeno: Estamos ante una insurrección de los usuarios.

Y no, no es el mayo francés. Es una insurrección limitada a lo virtual donde nos cambiamos al servicio de un capitalista más chico. Pero la rebelión es salud y les recuerda a los monstruos que estamos vivos.

Los usuarios se sienten presos de las empresas y aprovecharon la oportunidad: Un cambio de políticas de Whatsapp, un poco más agresivas, dió la señal de largada.

La rebelión necesita la posibilidad del triunfo: nadie va a empezar una pelea que cree que va a perder: Y lo que empezó como un acto individual, funcionó y entonces se convirtió en un movimiento de millones.

Entonces Mark Zuckerberg, que parecía invencible, empezó a sentir los golpes. Y millones de usuarios sienten, de repente, que al monstruo le entran las balas. ¡Podemos hacerle daño!

Esta rebelión muestra nuestra fuerza pero también nuestra debilidad: ¿Empoderarnos consiste es que las reglas de juego las ponga una empresa más débil? De última sólo estamos cambiando de aplicación para comunicarnos pero seguimos sin tener control sobre nuestro principal canal de comunicación en nuestra vida ni sobre toda la tecnología que usamos cotidianamente.

Seguiremos presos de Whatsapp

Aunque muchos migremos a Telegram u otra app, lo que es muy bueno, igual seguiremos atrapados en Whatsapp y Mark Zuckerberg lo sabe. Es que muchas personas, amigos y familiares simplemente no se pueden cambiar(1) y si queremos seguir comunicados con ellos debemos mantener whatsapp en nuestros dispositivos, nos impongan las reglas que nos impongan. Son un monopolio y nuestra comunicación pasa por sus carriles y por sus reglas. En algunos países, España por ejemplo, los menores de 45 años usan telegram para el trabajo y amigos, y whatsapp para los padres, abuelos y la familia. No tenemos la posibilidad de desinstalar Whatsapp.

Si no podemos dejar Whatsapp, ¿por qué la preocupación de Mark?

Porque si whatsapp pasa a ser la red de los abuelos y padres, a largo plazo está muerta.

Cuando Mark Zuckerberg se dio cuenta de que Facebook se convirtió en la red social donde estamos con nuestros abuelos, decidió comprar Whatsapp e Instagram que son más juveniles.

Cada nueva generación quiere una red social donde no estén sus padres. La disputa con la red Tic Toc tiene que ver con la edad de sus usuarios. USA sabe que la red de sus adolescentes no puede ser china. La disputa es por los jóvenes de 12 a 17 años.

Pensar una política tecnológica revolucionaria

Esta Rebelión, distinta, hay que estudiarla. Facebook, google, el departamento de estado, el kremlin y todos ellos ya la están estudiando. Por ejemplo, es muy probable que el próximo cambio Whatsapp lo ensayé primero en algún mercado pequeño antes de pasarlo a escala planetaria.

Pero nosotros, los revolucionarios, tenemos que sacar nuestras conclusiones y no burlarnos de esta “lucha de clases en los dispositivos”. La Tecnología es cotidianamente importante para nuestro pueblo y necesitamos pensar una política tecnológica antisistemica, anticapitalista y revolucionaria. Fuente: Kaos en la red (20 Ene, 2021)

Modernidad y tradición en el pensamiento latinoamericano en los siglos XIX y XX. Hugo Cancino

I. Introducción

El presente trabajo es un eslabón preliminar de un proyecto de larga duración que hemos emprendido sobre la problemática de la Modernidad y la Tradición en el pensamiento latinoamericano contemporáneo. En esta tarea de vastos y ambiciosos alcances nos proponemos releer textos centrales de nuestros pensadores a partir de la perspectiva de la Modernidad y de la Tradición, dicotomía que ha sido uno de los ejes articuladores del discurso intelectual, desde el período de construcción de los estados nacionales, y de los imaginarios e identidades nacionales desde mediados del siglo XIX.

Esta contribución constituye sólo un punteo general, a modo de ensayo de las problemáticas y los tópicos que vamos a abordar en nuestro proyecto. La «Modernidad» en nuestra América ha sido uno de los ejes de la reflexión de la Red Internacional de Historiadores Latinoamericanistas de las Ideas, de la Cultura y de los Intelectuales que contribuimos a fundar 1996.

Nuestros encuentros en los congresos y simposios internacionales latinoamericanistas han colocado siempre en el marco del debate el rol de los intelectuales «modernos”, y de las articulaciones complejas de sus discursos con la matriz discursiva europea, la cual no puede reducirse a una mera reproducción imitativa de los discursos europeos, sino que a una relectura y por cierto una recreación de ellos, a partir de la tradición, es decir el universo significativo de nuestra América.

Sin embargo, en nuestros debates y en muchos ensayos que trabajan la problemática de la Modernidad, el polo antagónico de este discurso, la «Tradición» aparece oculta, no expresada, desdibujada, como un supuesto que no requiere una teorización[1]. La «Tradición» es leída en esta perspectiva como la negatividad de la «Modernidad».

En este ensayo, pretendemos otorgarle a la «Tradición» un status de relevancia no sólo como un discurso, sino, como códigos, valores, símbolos y signos que forman parte de la actividad, de las práxis de nuestra cultura.

1.1. La Modernidad

La «Modernidad» puede conceptualizarse como el movimiento filosófico que irrumpió en la Francia prerevolucionaria en el siglo XVIII y que bajo la denominación de «Iluminismo» situó la crítica del antiguo régimen, es decir, la tradición católica, feudal y monárquica en el centro de su discurso, postulando el rol central de la razón y de la ciencia para analizar los fenómenos físicos, naturales y sociales[2].

La razón fue conceptualizada como instrumento para trasformar el mundo, vencer a las fuerzas de la tradición, supuestamente culpables de la «ignorancia», las supersticiones y los prejuicios y extender la «luz», la «razón» y la ciencia a toda la Humanidad[3].

Las matrices o los antecedentes remotos de este movimiento intelectual pueden rastrerse en el Renacimiento y en la Reforma protestante que situaron el hombre y al individuo en el centro, como actor, como lector e intérprete, como productor de significados, como sujeto autónomo. La rebelión en contra de las verdades establecidas, reveladas e institucionalizadas, es parte insustituible del movimiento Ilustrado, es decir de la Modernidad naciente, de ahí su carácter radical, subversivo y revolucionario[4].

El pensamiento ilustrado, se constituye en la matriz, en el referente de todas las utopías y paradigmas sociales de los tiempos contemporáneos que se abren convencionalmente con la Revolución francesa. Del liberalismo que exalta los Derechos y libertades ciudadanas frente al poder del Estado despótico que construye el concepto de «sociedad civil», como una esfera asociativa plural, libre y autónoma frente al Estado y como la organización consciente de los ciudadanos, deliberante y crítica frente a poder del soberano o al Poder, en sus intentos de expropiar al pueblo a la sociedad política del su autonomía, derechos y fueros[5].

En el liberalismo radical se encuentran los primeros antecedentes de una crítica al poder totalitario. La «Modernidad», surge consecuencialmente articulada con la idea de cambio, de revolución, de “progreso«. Ello no implica, que el Movimiento no registrara distintos cursos tendenciales, algunos orientados a la reforma de la tradición y no a la ruptura radical con el pasado. Sin embargo, en el eje del movimiento está la idea fuerza de cambio cultural y social.

La idea que ningún discurso, institución o sistema de valores establecidos es eterno, e inamovible. La idea de «cambio» histórico, o de «progreso» indefinido está inscrito en las ideas fuerzas del movimiento[6]. El postulado que atribuye a la razón a la ciencia y a la tecnología, la función de construir un orden político y social y un Estado racional[7] que permitiría a los hombres alcanzar la felicidad, la plenitud humana, en la tierra, en un incesante movimiento de “mejoramiento e innovación incesante”[8].

Tal vez hay aquí una concepción teleológica de la historia en una versión secularizada, que percibe la Modernidad como el comienzo de una nueva era donde los hombres se han liberado de las necesidades, gracias al triunfo de la razon instrumental[9].

Kant postuló la construcción de un orden internacional regulado por reglas racionales para el establecimiento de la «paz eterna»[10]. El discurso de la Modernidad asumió un carácter universalista al conceptualizar al mundo como «Humanidad», como fraternidad de todos los hombres, más allá de sus identidades étnico-culturales, o creencias religiosas. Todos ellos mediante el uso de la razón podían transformar sus mundos, «civilizar» es decir hacer habitables los espacios «salvajes», edificar sociedades civiles, contornos organizados, racionalmente y alcanzar la felicidad. En definitiva derribar los muros, las fronteras, hacer de este movimiento de ideas y de mentalidades un curso universal.

Desde su gestación la Modernidad fue un movimiento hacia la universalidad. El proyecto marxista de una sociedad justa y comunitaria, a escala global, creando la hermandad de los productores directos, luchando contra el capitalismo internacional, fue generada en la matriz de la Modernidad. Tanto el proyecto de la burguesía revolucionaria como el proyecto socialista se fundaron en la misma concepción de la razón instrumental, y una fe mesiánica en el triunfo de las fuerzas racionales en contra del antiguo orden conservador[11].

La Modernidad trajo consigo el fenómeno que Max Weber denominara como el “desencantamiento del mundo”[12], en el cual los fenómenos naturales y sociales son explicados a través de una causalidad objetiva, que tiende a establecer leyes, regularidades y tendencias de desarrollo, en vez de atribuir su génesis a la intervención de fuerzas mágicas. Las instituciones ya no se fundan en una legitimidad sacrada. Dios y la Iglesia se dejan fuera de la esfera pública. La esfera religión es concebida como espacio privado en este proceso de secularización y racionalización.

1.2.- La Tradición.

Como lo hemos indicado con antelación, el concepto de Tradición insurge generalmente, en los trabajos acerca de la Modernidad, insuficientemente perfilado, él aparece más bien como el polo negativo del binomio Modernidad-Tradición[13].

En la definición implícita en este discurso, se puede colegir que la Tradición es la antítesis de la Modernidad, es decir su negatividad pura[14]. En esta comprensión, la Tradición es definida como inmovilismo, ignorancia, prejucio, superstición, reproducción de los sistemas de valores, de las lenguas, mentalidades y actitudes de pasado remoto. Este universo que estaría regulado por reglas y prácticas inalterables no habría estado regido por la razón, sino que los sentimientos, y los prejuicios, lo irracional, la magia.

La tradición sería como la pre-historia de los pueblos y sociedades. La Modernidad sería el signo del comienzo de la Historia, entendida ésta como un proceso orientado por la razón instrumental. Una Historia, cuyas supuestas «leyes», regularidades y claves podían ser develadas por la ciencia[15]. Una historia secular y no una historia sagrada.. En la Tradicionalidad, las creencias religiosas o actitudes mágicas le habría impedido a los hombres comprender su propia práxis, darle un sentido a sus vidas.

En definitiva, la «Tradición» o el estadio de la Tradición seria para los modernizadores, la «Oscuridad», la ausencia de la “luz” del conocimiento impuesta por las clases dominantes para rutinizar su dominación. Hans-Georg Gadamer ha

contribuido significativamente en sus trabajos a un re-examen de la Tradición y una crítica profunda de la visión negativa de ésta que emana de la filosofía del Movimiento Ilustrado[16].

Esa conceptualización que separa abruptamente Modernidad y Tradición, que niega la idea de un «continum» ha signado el pensamiento moderno post-ilustración, y las Ciencias Humanas y Sociales[17]. Gadamer nos propone una revalorización de la Tradición, un retorno a las matrices de la cultura, a los orígenes[18].

Así como una persona no puede renunciar a su historia, porque ella parte sustantiva de su ser, del mismo modo un pueblo, una cultura no puede renunciar a su pasado. El pasado es parte integrante de su cultura. La tradición en esta comprensión debe entenderse como un horizonte histórico y existencial, como un punto de partida para cualquiera lectura y práxis. La tradición es un universo plural, con contenidos diversos, con sus contradicciones y conflictos. El problema sería a cual vertiente de la tradición cultural hay que referirse.

Tradición y tradicionalismo son dos conceptos diferentes. La tradición es un antecedente necesario para proyectarse hacia la Modernidad, para repensar la Modernidad, en un universo cultural, significativo y simbólico que proviene del pasado y dirimir qué vertientes, sistemas de valores, de ese pasado deben formar parte de una nueva cultura. El “Tradicionalismo” por el contrario es una lectura fundamentalista de la tradición, donde se busca la “ verdad” de la vida en la palabra revelada. Es la reproducción acrítica de los paradigmas, códigos y valores del pasado. En esta posición no hay diálogo con la Modernidad, sino rechazo total. Tradicionalismo y Modernidad serían conceptos polares y en consecuencia excluyentes.

II.- La recepción del discurso de la Modernidad en América Latina en el siglo XIX.

La contrucción del Estado Nacional, de las identidades e imaginarios nacionales.

La primera generación de intelectuales post-coloniales y las élites políticas y militares afrontaron la tarea de diseñar la nación, construir el universo simbólico de la nación, definir las identidades culturales[19]. Las élites criollas que asumieron el liderazgo de los movimientos de emancipación de la madre Patria, habían sido socializadas en las normas, códigos y sistemas de valores occidentales. La tradición hispánica jurídica, religiosa, y la cultura política de esa vertiente fue imbricada con los contenidos de la filosofía de la Ilustración a finales del siglo XVIII.

Una extraña combinación de ideales liberales, racionalistas, y los conceptos centrales de esa tradición se articularon con la tradición hispánica, especialmente con la filosofía neo-tomistica[20].

En este espacio ideológico, no hubo ningún componente referencia o alusión a la tradición cultural indígena. Los pueblos indígenas fueron imaginados como parte de un pasado remoto y heroico, en la gestación idealizada de la nacionalidad[21].

De esta matriz, no fueron extraidos ningún paradigma para construir a los nuevos estados. Al asumir las élites la Modernidad europea, cómo el único modelo válido para construir el Estado, el sistema político, la cultura, para ser parte de las naciones “civilizadas” siempre en camino hacia el “progreso”, los pueblos indígenas fueron considerados como representantes de los espacios “salvajes”[22].

La civilización o más bien el proceso civilizatorio debía ser introducido, irradiado a través del sistema educacional y mediante el uso de la coacción directa. La denominada “pacificación de la Araucanía” en Chile y la “conquista del desierto” en Argentina, son ejemplos elocuentes de los procesos de erradicación de la tradicionalidad indígena y de los métodos de imposición del proyecto de modernización desde arriba de las élites del poder.

Los ajustes de cuentas con la Iglesia católica, especialmente con su institucionalidad que había estado integrada al sistema de dominación colonial, son también esfuerzos por erradicar ideológica y materialmente el pasado colonial[23]. La Tradición es entendida como pasado hispánico y la Tradición cultural de los pueblos autóctonos[24]. Ambas dimensiones de la tradición son negadas y refutadas. La verdadera historia comenzaba con la construcción del Estado nacional y la “invención” de la Nación. El discurso religioso es percibido como “prejuicios”, supersticiones productos de la falta de difusión del método científico. Los pueblos indígenas son entendidos como expresiones o remanentes de la “barbarie”[25].

El proyecto de la Modernidad de las élites es un proyecto civilizador construido a partir del paradigma de la civilización occidental[26]. Su método es autoritario, es decir es una Modernidad introducida y

organizada desde arriba, desde el Poder, utilizando para ello tanto los aparatos ideológicos de Estado, como el sistema escolar hasta la  compulsión y la guerra, la violencia directa, para erradicar a las resistencias de los pueblos “salvajes”. La secularización del Estado, de las instituciones educacionales y de la organización de la familia, es un paso importante de los procesos hacía la Modernidad.

La adhesión de las élites al ideario positivista de August Comte desde mediados del siglo XIX en muchos países latinoamericanos, demuestra los esfuerzos de estos grupos de encontrar un paradigma que les proporcionara una visión de la historia, un proyecto de sociedad y un sistema de valores que sustituyera la concepción del mundo católico.

El positivismo no funcionó en este contexto como un programa, sino como una fe, una creencia en el poder de la razón y de la ciencia[27]. ¿Cómo leyeron los pensadores latinoamericanos del período a los autores europeos de la Modernidad?

Se ha sostenido que las élites imitaron servilmente los discursos jurídicos, políticos y filosóficos de la Europa de la Modernidad, y que no hubo en ellos ningún esfuerzo de adaptar sus discursos a la “realidad” latinoamericana o de contextualizarlo en ella[28]. Esta aserción es relativamente cierta. Los intelectuales leyeron a los clásicos de la Modernidad insertos en su tradición cultural. No existe la lectura a partir de un vacio cultural, de una “tabula rasa” epistemológica. Toda lectura, supone una interpretación y una recreación de un texto a partir del contexto histórico-cultural y

existencial del sujeto que lee[29]. Ello explica que la Modernidad del siglo XIX y gran parte del siglo XX en América Latina, nunca llegó a realizarse. Fue una Modernidad incompleta[30], que asumió las adquisiciones tecnológicas, los avances científicos, que mostró la fascinación de las élites latinoamericanas por el progreso científicotecnológico europeo, pero que no incorporó asumió, los valores, cultura política, en definitiva la democracia y el pluralismo de la Modernidad occidental[31].

En la certera expresión de Jorge Larraín fue ésta una “Modernidad oligárquica” y en consecuencia excluyente[32]. Los sectores populares y subalternos quedaron afuera del Estado y de la naciente sociedad civil. Un común denominador del discurso y la praxis de la primera generación de pensadores latinoamericanos fue el rechazo en bloque a la cultura hispánica y a la tradición indígena[33].

Los paradigmas de la Modernidad y el progreso debían buscarse en los países más avanzados de Europa occidental: Francia e Inglaterra. América Latina debía erradicar radicalmente ambas herencias para conquistar un sitio en las naciones “civilizadas”[34]. Esta formulación se localiza en los escritos de Lastarria, Sarmiento y Alberdi y muchos otros pensadores latinoamericanos[35].

En esta relación, ellos no percibieron ninguna forma de conciliación de la dicotomía Tradición y Modernidad. El trayecto hacia el “progreso” y su asunción suponía desmontar las mentalidades, los valores, y las creencias de la Tradición[36]. Tal vez fue el cubano José Martí, el primer pensador que aceptando los logros tecnológicos y científicos de la Modernidad y su cultura democrática, percibiera junto con ello el sentido de la cultura y tradición latinoamericana, como un universo significativo, que no podía ser negado, por ser parte constitutiva, eje de la identidad latinoamericana[37]. La Modernidad debía ser bienvenida y asumida, pero ella debía ser leída, interpretada a partir de las matrices culturales de Nuestra América[38].

Martí que conoció por dentro la Modernidad norteamericana, durante sus años de exilio admiró los logros de esa cultura, pero criticó el pragmatismo, el individualismo extremo de esa modernidad, y la deshumanización y enajenación introducida por el industrialismo[39].

Martí, nos parece, el primer pensador latinoamericano, que valoró las dimensiones positivas de la Tradición latinoamericana, a la vez que repudió y críticó los elementos despóticos y autoritarios de la cultura política latinoamericana.

III. América Latina entre la Tradición y la Modernidad en el Siglo XX.

Simultaneamente con la fascinación de las élites intelectuales por la Modernidad en sus dimensiones tecnológicas y cientifistas, irrumpe en círculos literarios un desencanto manifiesto por los aspectos pragmáticos y materialistas de la Modernidad en su versión norteamericana. La pujanza y el espíritu pionero de la Modernidad en los EEUU había despertado la admiración de la élites. Algunos, por ejemplo, Francisco Bilbao, conceptua lizaron la experiencia norteamericana como la realización plena de los tiempos modernos[40].

La velocidad, la pujanza de la vida, la búsqueda incesante de nuevos derroteros fueron percibidos como expresiones dignas de emularse en Nuestra América. La conquista de Texas y los territorios del norte de México, por los EEU la doctrina Monroe, y del “destino manifiesto”, fueron generando una creciente desconfianza hacia la política exterior norteamericana con respecto a Latin America. La política del “Big Stick” implementada por la administración de Theodore Roosevelt, que condujo a sucesivas ocupaciones norteamericanas de países del Caribe y Central América[41], acentuaron el distanciamiento de las élites latinoamericanas del paradigma de Modernidad norteamericana. En la corriente literaria “modernista”[42], cuyos representantes más destacados fueron el poeta nicaragüense Rubén Dario[43] y los pensadores José Enrique Rodó y José Vasconcelos[44], se pueden encontrar las primeras formulaciones de una crítica al “imperialismo” norteamericano, a su forma de modernidad y a la vez la asunción por parte de ellos, de un segmento de la Tradición Latinoamericana, la Hispanidad y la Latinidad[45].

Ellos reivindicaron la matriz hispánica, los valores de esta tradición, el espiritualismo de ella y los confrontan con una supuesta concepción pragmática de la vida, unos valores materialistas que se contraponen dilemática y drásticamente con la civilización latinoamericana.

3.2.- En el discurso marxista inspirado en la revolución rusa y subordinados a los dictados de la III Internacional no hay, a excepción de José Carlos Mariátegui, cuyo pensamiento analizaremos más adelante, ninguna valoración positiva de la tradición cultural latinoamericana[46].

El proyecto reformista o revolucionario acuñado en esta matriz ideológica es en definitiva un proyecto de Modernidad, que suponía romper, destruir las bases tradicionales de la sociedad, como condición para el triunfo de la revolución socialista, que instauraría en el poder la racionalidad del sujeto revolucionario modernizador el proletariado.

Tanto en la versión stalinista de la revolución: “la revolución por etapas” o en la tesis de la “revolución permanente” propuesta por León Trostky, participan del mismo rechazo y desdén a las culturas pre-modernas representada por los pueblos autóctonos de Nuestra América[47]. El pasado hispánico y el discurso y las prácticas religiosas son percibidas como rémoras, enajenación de las masas del pensamiento y método científico expresado por el marxismo leninismo, como “ideologías” propias del mundo “feudal” o semi-feudal que la Modernidad proletaría debe abatir.

No se registrarán cambios sustantivos con respecto a esta problemática en el discurso y práctica de los partidos comunistas a lo largo del siglo XX, los que fueron incapaces de leer y de interpretar la compleja realidad étnica y cultural de América Latina.

El pensamiento de José Carlos Mariátegui es tal vez la única excepción en el marxismo latinoamericano, de un proyecto de releer y valorar la tradición latinoamericana[48], en especial, las culturas indígenas como un presupuesto para pensar y elaborar un paradigma de revolución para América Latina[49]. Mariátegui valora al interior de esa tradición, las instituciones y el espíritu comunitario de los pueblos andinos[50].

Parodiando al escritor italiano Mario Missiroli, Mariátegui asevera que la “revolución ya está contenida en la tradición. Fuera de la tradición no está sino la utopía”[51]. Sin embargo, no se trata, en la perspectiva de Mariátegui de respetar y de venerar cualquiera tradición; Para él, se trata de que seleccionar “cuál tradición o cuales” deben incorporarse a un proyecto revolucionario, que conjugue la tradición y la modernidad[52].

Mariátegui nos propone elaborar una teoría de la tradición e impugnar a los “tradicionalistas”, que conciben el pasado como “fetiche” como reproducción cultural del pasado[53]. Mariátegui reconoce que la Modernidad es una parte de la cultura latinoamericana y que el proceso de la conquista y de la colonización nos arrojó en los circuitos de la civilización occidental, y que

consecuencialmente ella está incorporada en nuestros lenguajes jurídicos, políticos y estéticos[54]. Para él no es posible excluirse de este proceso que está universalizado ni de la ciencia y tecnología occidental[55].

3.4.- En el proyecto originario del movimiento Aprista, elaborado por Haya de la Torre en la década de los veinte, se intentó una lectura del Marxismo, a partir del horizonte histórico-cultural latinoamericano, formulándose la idea de articular las vertientes de la cultura indígena con las adquisiciones de la Modernidad Europea, principalmente en su dimensión científica-tecnológica[56].

Segun el APRA en el Incanato se localiza una energía histórica, una tradición, que no puede ser desestimada para América Latina a la hora de construir una alternativa de cambio para América Latina[57]. En el discurso ideológico de los movimientos populistas[58], por ejemplo en el Peronismo, la dimensión de la Tradicionalidad y de la Modernidad se articula[59].

El discurso populista interpela a vastos sectores sociales en nombre de la nación amenazada por el imperialismo aliada a la oligarquía local, para constituir los llamados movimiento de masas “nacionales” y “populares”[60].

Sin embargo, los proyecto populistas fueron proyectos incompletos de Modernidad y de Modernización. A este respecto, se puede mencionar el proyecto de sustitución de importaciones. La tradición sociológica marxista y de la Teoría de la Dependencia ha desestimado en sus análisis destacar los rasgos tradicionales de todo populismo, al sobrevalorar su proyecto desarrollista modernizante[61].

Otro componente “no moderno”, es decir “tradicional”, es la  forma “personalista” y “carismática” que presenta el liderazgo de los movimientos populistas. En consecuencia, el discurso populista es un discurso hibrido, que rescata, la tradición, que es usada como un elemento decisivo de su movilización para realizar un proyecto de modernización en la esfera económica.

En el pensamiento de la CEPAL, antecedente de la Escuela de la Dependencia, se configuró un modelo de desarrollo hacia adentro, que paradojalmente no contemplaba una reflexión sobre la tradición[62]. El modelo se orientaba a la construcción de una Modernidad reclusa a los impulsos, y a la articulación cultural con los centros metropolitanos de la Modernidad. Se enfatizaba en este paradigma el impulso hacía un proceso la sustitución de importaciones, que traería consigo la urbanización e industrialización, los cuales traerían consigo un proceso de secularización y racionalización del Estado, el reino de la razón instrumental, y los beneficios de la tecnología[63].

En este relación, el pasado, en sus diversas y complejas estructuras mentales y culturales, es inteligido dentro de esta visión economicista de la historia y el desarrollo social como un obstáculo para el “desarrollo” de la Modernidad, más que un aporte para un modelo de desarrollo que se fundara partir de la realidad latinoamericana. En los planteamientos de la escuela dependista, se radicaliza el modelo de la CEPAL, al formular la contradicción centro-períferia, metropoli -satélite, como una contradicción que sólo se resuelve con  una ruptura drástica con la metrópoli, para construir una sociedad socialista “independiente) del mercado capitalista mundial[64].

Este paradigma, inspirado en una relectura lectura del imperialismo de Lenin, a pesar de estar impregnada de un discurso Tercer mundista, no percibe la tradición latinoamericana, por ejemplo, las culturas indígenas. La ruptura con la modernidad metropolitana, para construir una modernidad auto centrada, desestima la tradición como un obstáculo hacia la construcción de la Modernidad socialista.

El discurso originario de la Revolución Cubana, se inscribió en una lectura e invocación de la Tradición nacional , representada por el pensamiento de José Martí, y por las luchas populares de la revolución de 1933[65]. El pensamiento políticoideólogico del Movimiento “26 de Julio” apeló a la vertiente del latinoamericanismo y a la tradición nacional y popular, de este modo pudo interpelar a vastos sujetos sociales[66]. La conversión de la revolución en revolución socialista y la adscripción de la élite al discurso marxista-leninista modificó drásticamente la relación del discurso de la revolución con su tradición nacional. Martí continuó siendo una referencia retórica del discurso revolucionario, pero el eje de articulación del discurso paso a ser la versión canonizada del discurso marxista[67].

A partir de este paradigma, el proceso revolucionario se proyectó como una modernización autoritaria, burocrática y articulada con una estilo caudillista de liderazgo político[68]. Este último rasgo era lo único que se reivindicaba de la tradición: la cultura política despótica de raíz hispánica.

En el pensamiento latinoamericano contemporáneo del siglo XX se pueden localizar dos corrientes ideológicas polarizadas que encuentran su eje de identificación en el rechazo en bloque a la Modernidad: el “Hispanismo”[69] y el “Indianismo”[70].

Para el Hispanismo, la matriz de la cultura de Hispanoamérica y por lo tanto su eje identitario, yace en la tradición creada a partir de la conquista y colonización de América Latina[71]. El catolicismo es concebido como una doctrina inmutable, un sistema de valores y una concepción del mundo y de organización de la sociedad, es el eje de la tradición. La filosofía de la Ilustración, la influencia de la Revolución Francesa, es decir, la matriz de la Modernidad, nos habrían apartado de esta tradición fundacional de nuestra cultura. La Modernidad sería un fenómeno ajeno al ser latinoamericano.

En el Movimiento indianista que irrumpió en la década de los 80, el

eje de la tradición lo constituye el legado cultural de las altas culturas andinas y mesoamericanas[72]. En ellas se encontraría una concepción del mundo, una filosofía de la vida, un sistema de valores, y un estilo de vida comunitario que representaría el antagonismo, con la civilización occidental, con su sus valores individualistas, con su fetichitización de la tecnología y la ciencia. No habría, para los indianistas, otra via para salir de la Modernidad, que el retorno a las culturas vernáculas.

La crisis del Estado populista y del paradigma socialista, trágicamente precipitada en el Cono Sur de América Latina, con sangriento golpe militar en Chile en septiembre de 1973, que clausuró la Vía Chilena al Socialismo, abrió dramáticamente la era de los experimentos neo-liberales en la región. El pensamiento neoliberal se encarnó en la práxis de los sistemas autoritarios, postulándose como el único modelo de desarrollo viable para superar la crisis del Estado populista. En el discurso neo-liberal se hipostasia el rol del mercado, como el único dispositivo que puede generar desarrollo y bienestar[73].

Este discurso lleva a su consumación la visión utópica del proyecto del discurso de la Ilustración de crear un sociedad feliz, sin conflictos, sobre la base de la observancia de los principios de la razón y de la ciencia. En esta perspectiva discursiva, la tradición no existe o es una categoría o una época, que debe negarse. La Historia comenzaría con la era Neo-liberal. No hay desarrollo ni salvación, sino en el mercado libre, que crearía un mundo de consumidores satisfechos. Los pueblos indígenas y los enclaves tradicionales se disolverían paulatinamente al integrarse en la corriente de la Modernidad.

Conclusiones

Desde la recepción de los discursos de la Modernidad a mediados del siglo XIX, los pensadores latinoamericanos fascinados por los paradigmas ideológicos, institucionales, políticos, estéticos, etc. de la Modernidad Europea han rechazado, salvo muy pocas excepciones, a la tradición latinoamericana en sus plurales expresiones. Este rechazo, ha sido una renuncia de las elites a situar su reflexión, práxis y discursos en el horizonte de la historia de sus pueblos, en el universo plasmado por la fusión de culturas, que desde la colonización hispánica fue creando una cultura mestiza, aunque las culturas aborígenes sobrevivieron en enclaves de resistencia a la represión de los estados nacionales.

Los procesos de modernización que crearon un paisaje urbano y que organizaron el paisaje, la producción y la cultura en casi un movimiento sincrónico, de adaptación de los modelos europeos, no lograron consumar la Modernidad en sus dimensiones políticas: la creación de sistemas democráticos, el fortalecimiento o creación de sociedades civiles que limitaran el ejercicio autoritario del poder.

La Modernidad entendida sólo como racionalización del sistema económico que llevó a las élites a fines del siglo XX a adoptar el paradigma neo-liberal, es decir el capitalismo salvaje, no ha conducido hasta ahora a la construcción de sistemas democráticos plenos, que realicen radicalmente el discurso político del liberalismo clásico. Hasta ahora, el dilema Modernidad o Tradición que ha signado los debates desde las primeras décadas del establecimiento de los estados nacionales, ha continuado sin resolver, sin encontrar una síntesis de la Modernidad con las tradiciones culturales, de nuestros pueblos. Entre estas últimas aquellas culturas que ya existian antes de las llegada de los conquistadores.

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[1] Véase por ej.: JORGE LARRAÍN IBÁÑEZ: “Modernidad, Razón e Identidad en la América Latina”, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1996.

[2] Sobre los antecedentes filosóficos de este movimiento se sugiere ver la obra ya clásica de PAUL HAZARD: “La Crise de la conscience européenne”, tomo I- II, Gallimard, Paris, 1961.

[3] Véase para una discusión del concepto de Modernidad y sus raíces filosóficas: JÜRGEN HABERMAS: “The Philosophical Discourse of Modernity”, Polity Press, Cambridge, 1998; ALAIN TOURAIN: “Crítica de la Modernidad”, Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 1993, pp. 13-51.; JORGE LARRAÍN IBAÑEZ : op.cit., pp. 17-54.

[4] Sobre la dimensión política de la Modernidad y especialmente sobre su discurso revolucionario, véase: JOHN SCHWARZMANTEL: “The Age of ideology”, MacMillan Press, London, 1998, pp. 17-60.

[5] Véase sobre la idea de “Sociedad Civil” y el concepto de “Ciudadanía”: J. SCHWARZMANTEL : Op.cit., pp. 31.39.

[6] Ver: J.B. BURY: “The Idea of Progress. An Inquiry into its origin and Growth”, Dower Publications, New York, 1960, pp. 144-216.

[7] Para una discusión del concepto y un análisis de este proceso paradigmático, véase: MAX WEBER: “Economía y Sociedad”, Tomo II, Fondo de Cultura Económica, México, 1994, pp. 1047-1117.

[8] NESTOR GARCÍA CANCLINI: “Culturas Híbridas. Estrategias para entrar y salir de la Modernidad”, Grijalbo, México, 1989, p. 21.

[9] ALAIN TOURAIN: op.cit., p. 24.

[10] ENMANUEL KANT: “Den evig fred”, Gyldendal, Copenhague, 1997.

[11] Para un análisis crítico de esta concepción, ver: GEORGE SABINE: “Historia de la teoría política”, Fondo de Cultura Económica, México, 1963, pp. 543-578.

[12] MAX WEBER: “La ética protestante y el espíritu del Capitalismo”, Ediciones Península, Barcelona, 1969, pp. 124-125.

[13] En el excelente trabajo del Prof. Dr. ÁDAM ANDERLE: “Modernidad e identidad en América Latina”, la Tradición, aparece representada en sus matrices reaccionarios, como es el caso del nacionalismo conservador y el discurso hispanista. Sin embargo, no hemos encontrado en este ensayo un intento de definir la Tradición teóricamente y de perfilar sus tendencias. A. ANDERLE: “Modernización e identidad en América Latina”, Editorial Hispánia, Szeged, Hungría, 2000; En esta misma perspectiva se pueden situar los siguientes trabajos, en los cuales la Tradición constituye el sujeto ausente del relato: EDUARDO MEDIETA: “Modernidad, posmodernidad y poscolonialidad: una búsqueda esperanzadora del tiempo”, Http//ensayo.rom.uga.edu/crítica/teoría/castro/mendieta/html; SANTIAGO CASTRO-GÓMEZ:“ Latinoamericanismo, Modernidad, Globalización. Prolegómenos a una crítica postcolonial de la razón”: Http//ensayo.rom.uga.edu/cr´tica/teoría/castro/castro/castroG.html

[14] Como señala certeramente ANTHONY GIDDENS: “ You can treat the Global Age to day as a battle between modernity and tradition. The Social Sciences often talk of Modernity, buth seldom about tradition”, “Runaway World: The Reith lectures, 24 nov. 1999, occasional paper, London School of Economy, 1999, p. 1. Giddens agrega que se han escrito muchos libros acerca de la Modernidad, “but its very difficult to find many systematic discussions of tradition or books which are specifically about tradition”, op. cit., p. 3

[15] E.J.HOBSBAWN: “The Age of Revolution 1789-1848”, New American Library, 1962, New York, 1962, p. 278.

[16] Veáse: HANS-GEORG GADAMER: “Truth and Method”, Sheed & Ward, London, 1996, pp. 265-312

[17] GADAMER : op.cit., pp. 282-285.

[18] Op.cit., pp.271-277: Veáse además: JØRGEN HASS: “Tradition og fornuft. Gadamers teori om forståelsens historiskhed”, en CARL HENRIK KOCH et al.(Eds.): “Filosofisk Studier”, Tomo 3, Copenhague, Filosofisk Institut, 1980, pp. 33-61.

[19] Véase al respecto nuestro artículo: “Nation og nationale identitet i det post-koloniale samfund I Latinamerika, ca. 1824-1880”, en ”Den Jyske Historiker”, No. 81, agosto 1998, Aarhus Universitet, Historisk Institut, Dinamarca, pp. 9-20.

[20] Para una discusión de esta problemática, véase: PABLO CRISTOFFANINI: “Dominación y legitimidad política en Hispanoamérica”, Aarhus University Press, Dinamarca, 1992, pp. 27-53.

[21] Esta representación idealizada se puede localizar en los himnos nacionales, en los escudos de armas, en la estatuaria y en la plástica del siglo XIX y en la historiografía legitimadora del Estado Nacional.

[22] Ver al respecto: JUAN BAUTISTA ALBERDI: “Bases y puntos de Partida para la Organización de la República Argentina. Derivados de la Lei que preside el Desarrollo de la Civilización en América del Sud”, Imprenta “El Mercurio”, Valparaíso, Chile, 1852, pp. 49-150; JOSÉ VICTORINO LASTARRIA : “Discurso de Inauguración de la Sociedad Literaria”, 3 de mayo de 1842”, en J.V. LASTARRIA: “ Recuerdos Literarios”, Editorial Zig-Zag, Santiago de Chile, pp. 95-106.

[23] Sobre este proceso ver: TULIO HALPERIN-DONGHI: “The Aftermath of Revolution in Latin America”, Harper Torchbooks, New York, 1973, pp. 94-110.

[24] Esta tesis es uno de los componentes centrales del célebre ensayo del pensador argentino DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO: “Facundo. Civilización y Barbarie”, en D.F. SARMIENTO: “Obras”, Tomo I, Ediciones Culturales Argentinas, Buenos Aires, 1961. Sobre esta problemática veáse nuestro trabajo ( en colaboración con MARIA C. CASTRO-BECKER): “Europa como paradigma y referente del discurso civilizatorio de Alberdi y Sarmiento en el contexto de la formación del Estado Nacional”, en MARÍA JUSTINA SARABIA VIEJO (Coordinadora): “Europa e Iberoámerica: cinco siglos de intercambio”, Actas, Vol. III, IX Congreso Internacional de Historia de América, Sevilla, 1992, pp. 129-146.

[25] Para una discusión del concepto de “barbarie” en el contexto de las sociedades latinoamericanas post-coloniales, véase: TULIO HALPERIN-DONGHI: “Politics, Economics and Society in Argentina in the Revolutionary Period”, Cambridge University Press, Cambridge, 1975, pp. 372-373; ABELARDO VILLEGAS: “Reformismo y Revolución en el pensamiento latinoamericano”, Fondo de Cultura Económica, México, 1977, pp. 28-31.

[26] Nos hacemos partícipes a este respecto de los conceptos de “civilización” y “proceso civilizatorio” formulado por Norbert Elias. De acuerdo a este autor, el concepto de civilización abarca desde los códigos linguísticos, a los códigos de comportamineto y de ética, a las formas de organización de la vida cotidiana, a la modelación del entorno ecológico y a la vida material. NORBERT ELIAS: “ The Civilizing Process”, Vol. I I, Pantheon Books, New York, 1982, pp. 229-270.

[27] Ver: RALPH LEE WOODWARD ( Ed.): “Positivism in Latin America, 1850-1900. Are Orden and Progress Reconciliable?”, D.C. Heath and Company, London, 1971.

[28] Gustavo Beyhaut escribe sobre la “europeización de las élites latinoamericanas”, que se expresaba en su “falta de originalidad y un profundo sentido imitativo de lo europeo”. GUSTAVO BEYHAUT: “Raíces contemporáneas de América Latina”, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1964, p. 66. Ver tambien pp. 67-71; Una posición más moderada sobre esta problemática ha sido expuesta por Juan Marichal. Este autor postula que hubo una suerte de sincronía entre la primera generación de intelectuales nacionales en América Latina, y el desarrollo intelectual europeo de la época. Juan Marichal agrega, que esta generación mostró “clara y deliberada voluntad de sincronía intelectual”-pero que- “no fue, sin embargo, una generación puramente imitadora de su coetánea transatlántica: muy al contrario, porque se observa en ella la función matizadora”., JUAN MARICHAL : “Cuatro fases de la historia intelectual latinoamericana 1810-1970”, Ediciones Cátedra, Madrid, 1978, p.47-48.

[29] Para una discusión sobre los principios de una lectura hermenéutica, ver: GADAMER: op.cit., 281-285.

[30] Para una discusión de esta tesis sobre la Modernidad incompleta, véase: JAIME ANTONIO PRECIADO CORONADO: “La Modernidad no resuelta de América Latina”, Http://mail.ufg.edu/red/modernidad.html.

[31] Nos sentimos deudores e inspirados en la obra del filósofo y politólogo boliviano HUGO C.F. MANSILLA , que ha expuesto esta tesis en su libro: “Tradición autoritaria y modernización imitativa. Dilemas de la identidad colectiva latinoamericana” Plural Editores, La Paz, Bolivia, 1997.

[32] JORGE LARRAÍN: “ Modernidad, Razón e Identidad en América Latina”, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, pp. 224-242

[33] Refiriéndose a este proceso de “desespañolización” de América Latina, escribe Leopoldo Zea que los “emancipadores mentales de la América Hispana se entregaron a la rara y difícil tarea de arrancarse una parte de su propio ser, su pasado y su historia”. LEOPOLDO ZEA: “América como conciencia”, Universidad autónoma de México, 1976, p. 88.

[34] “Tenemos un deseo muy natural en los pueblos nuevos, ardientes, que nos arrastra y nos alucina; tal es el de sobresalir, el de progresar en la civilización, y de merecer un lugar al lado de esos antiguos emporios de las ciencias y de las artes, de esas naciones envejecidas en la experiencia, que levantan orgullosas sus cabezas, en medio de la civilización europea” ., JOSÉ VICTORINO LASTARRIA: “Discurso inaugural en la Sociedad Literaria” 1842, en LASTARRIA: Op.cit. 99 ( la cursiva es nuestra).

[35] Una notable excepción a esta actitud esta representada por Andrés Bello, cuyo discurso filosófico se inscribía en el c. Bello admitía la necesidad de recibir la influencia europea y repensarla a la luz en las realidades nacionales; ver: ANDRÉS BELLO en RAYMUNDO RAMOS (Ed.): “Ensayo político latinoamericano en la formación nacional”, ICAP, México, 1981, pp. 110-125.

[36] Esta actitud mental se puede apreciar en el poema del poeta chileno Jacinto Chacón, institulado “Edad Moderna” (1846), en uno de cuyos versos se lee: “Marchad más nunca a ciegas mi Patria no ignorante en brazos del pasado tu espíritu abandones. El Libro de la Historia comprendes que vas adelante. La Europa lo descifra: escuchad sus lecciones. Lo fataliza Vico, Bossuet lo profetiza, Guizot lo desarrolla y Herder lo profundiza”., Citado por BERNARDO SUBERCASEAUX: “Cultura y sociedad liberal en el siglo XIX (Lastarria, ideología y literatura)”, Editorial Aconcagua, Santiago de Chile, 1981, p. 58 ( la cursiva es nuestra).

[37] Hemos trabajado este tópico en la obra de José Martí en nuestro artículo: “José Martí y el paradigma de la Modernidad”, en HUGO CANCINO y CARMEN DE SIERRA ( Coordinadores): “Ideas, cultura e Historia en la creación intelectual de América Latina, siglos XIX y XX”, Biblioteca Abya-Yala, Quito, Ecuador, 1998, 301-324; Para Martí “Nuestra América” debería “entrar en esa gran corriente de inventos útiles, de enérgicos libros, de aparatos industriales, que el viejo mundo y el septentrión del nuevo, arrojan en su seno la elocuencia de tantos sabios, la vivacidad de tantas obras…libros ambulantes, magníficos resúmenes del desarrollo espiritual e industrial moderno”., JOSÉ MARTÍ: “Revista Guatemalteca”, en MARTÍ: “Política en Nuestra América”, Editorial Siglo XXI, México, 1977, p.56.

[38] Véase: JOSÉ MARTÍ: “Nuestra América”, en “Revista Ilustrada”, New York, 10 de enero, 1891 y S. REDONDO DE FELDMAN y A. TUDISCO (Eds.): “José Martí Antología crítica”, Las Américas Publishing, New York, 1968, pp.; 245-252; “Madre América” (1889), en op..cit. pp. 237-244.

[39] JOSÉ MARTÍ: “La verdad sobre los Estados Unidos”, “Patria”, Nueva York, 23 de marzo de 1894, en S.REDONDO DE FELDMAN y A.TUDISCO: op.cit., p. 178-179; ver además: P.ESTRADE: “José Martí: Des fundaments de la Democratie en Amérique Latine”, Éditions Caribénnes, Université de Lille III, 1987.

[40] “Hoy es la primera nación en la agricultura, en la industria, en la navegación…Es la nación que hace más descubrimientos, que inventa más máquinas, que transforma con más rapidez la naturaleza a su servicio. Es la nación creadora…Derribaron las selvas, poblaron los desiertos, recorrieron todos los mares. Despreciando tradiciones y sistemas y creando un espíritu devorador del tiempo y del espacio”., FRANCISCO BILBAO: “El Evangelio Americano” (1845), Editorial Ercilla, Santiago de Chile, 1941, pp. 61-62.

[41] Ver: ALONZO AGUILAR: “Pan-Americanism form Monroe to the Present”, Monthly Review Press, 1968, pp. 43-66.

[42] Véase: MAX HENRÍQUEZ UREÑA: “Breve Historia del Modernismo”, Fondo de Cultura Económica”, México, 1978.

[43] Véase el poema de Rubén Dario: “Oda a Roosevelt”, en RUBÉN DARIO: “Canto de vida y esperanza”, Colección Austral, Madrid, 1971, p. 50. El texto poético de Dario exalta el antogonismo entre la civilización norteamericana y al civilizacion de Hispanoamérica.

[44] Vasconcelos enfatiza el status del mestizaje en la creación de una civilización sintetizadora en Hispanoamérica. Vasconcelo crítica la concepción materialista- pragmática de la vida en su versión norteamericana y subraya los valores espirituales y humanista de la cultura latinoamericana. JOSÉ ENRIQUEZ RODÓ: “La raza cósmica”, Espasa-Calpe, Buenos Aires, Argentina, 1948, pp. 1-57.

[45] Véase: JOSÉ ENRIQUE RODO: “Ariel” (1909), Cambridge University Press, editado en español con una introducción en inglés de Gordon Brothestan, 1967; NORMA VILLAGÓMEZ ROSAS: “Trayectoria de Calibán en el ensayo latinoamericano”., en HORACIO CERRUTTI GULDBERG (Ed.): El ensayo en Nuestra América Para una reconceptualización”, Universidad Nacional Autónoma de México, 1993, pp. 519-535; WILLIANS REX CRAWFORD: “ A Century of Latin American Thougth”, Harvard University Press, 1967, pp. 79-84.

[46] Para una discusión sobre el marxismo en América Latina, véase: DONALD C. HODGES: “The American Revolution from Apro-Marxism to Guevarism”, William Morrow & Company, New York, 1974; SHELDON B. LISS: “Marxist Thought in Latin America”, University of California Press, 1984; MICHAEL LOWY: “Le Marxisme en Amérique Latine. Anthologie”, Francois Maspero, Paris, 1980: ROBERT ALEXANDER: “Comunism in Latin America”, Rutgers University Press, New York, 1957.

[47] Ver: DONALD C. HODGES: op.cit. , pp. 36-135:

[48] Nos hemos ocupado de esta problemática en nuestro trabajo: “Mariátegui entre la Modernidad y la Tradición: para una lectura hermenéutica de su discurso”, en HUGO CANCINO T., SUSANNE KLENGEL y NANCI (Eds) , Vevuert-Iberoamericana, Frankfurt, 1999, pp. 48-73.

[49] Sobre el marxismo de Mariátegui, se recomienda ver: JOSÉ ARICO (Ed.): “Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano”, Cuadernos Latinoamericanos”, No. 60, Pasado y Presente/ Siglo XXI, Buenos Aires, Argentina, 1978; JOHN BAYNES: “Revolution in Peru: Mariátegui and the Myth”, The University Of Alabama Press, 1972; RAIMUNDO PRADO: “ El Marxismo de Mariátegui”, en DAVID SOBREVILLA ALCÁZAR (Ed.): “El marxismo de José Carlos Mariátegui”, Empresa Editora Amauta, Lima, Perú, 1995, pp. 24-47.

[50] JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI: “7 ensayos de interpretación de la realidad peruana”, Empresa Editora Amauta, Lima, Perú, 1978, p. 336.

[51] MARIÁTEGUI: “La tradición nacional”, en “El Mundial”, Lima, 2 de diciembre, 1927, en MARIÁTEGUI: “Peruanicemos al Perú”, Empresa Editora Amauta, Lima, Perú, 1978, p. 122.

[52] JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI: “La tradición nacional”, op.cit., p. 123.

[53] MARIÁTEGUI: “Heterodoxia de la tradición” ( en “El Mundial”, Lima, 25 de noviembre 1927), en MARIÁTEGUI: “Peruanicemos al Perú”, Empresa Editora Amauta, Lima, Perú, 1978, pp. 117-120.

[54] “Con la conquista, España, su idioma y su religión entraron perdurablemente en la historia peruana, comunicándola y articulándola con la civilización occidental”., MARIÁTEGUI: “La tradición nacional”, en op.cit., p. 129.

[55] Mariátegui reconoce los aportes de la Modernidad europea a la cultura latinoamericana, expresando que en “cuya ciencia y en cuya técnica, solo romanticos utopistas, pueden dejar de ver adquisiciones irrenunciables y magníficas del hombre moderno”…MARIÁTEGUI: “La cruzada proindígena” (en “Boletín de defensa indígena”, enero de 1927, del “Amauta” No. 5), en MARIÁTEGUI: “Ideología y política”, Empresa Editora Amauta, Lima, Perú, 1978, p.165.

[56] Véase: VICTOR RAÚL HAYA DE LA TORRE: : “Treinta años de Aprismo”, Editorial Monterrico”, Lima, Perú, 1986, pp. 20-58; ABELARDO VILLEGAS: “ Reformismo y revolucion en el pensamiento Latinoamericano”, Siglo XXI Editorial, Mexico, 1977, pp. 165- 179

[57] Ver: VICTOR RAÚL HAYA DE LA TORRE: “ El antimperialismo y el APRA”, Lima, Perú, 1985, pp. 126-139.

[58] Para una discusión sobre la problemática del populismo véase el sugestivo trabajo de Ernesto Laclau: “Towards a Theory of Populism”, en ERNESTO LACLAU: “Politics and ideology in Marxist Theory”, NLB, London, 1977, pp. 143-198.

[59] La exaltación de los héroes del pasado nacional y de las matrices ideológicas y simbólicas de la nacionalidad son un componente del discurso peronista y de todos los populismos en América Latina. En el campo cultural, se enfatiza lo “criollo”, nativo frente a lo foráneo. El poder de fundación carismática del líder y la personalización del poder son también componentes de la dimensión tradicional del movimiento. La modernidad del movimiento aparece constituida por su proyecto de industrialización sustitutiva y por su programa de racionalización de la administración, por la planificación y dentro de ello el rol del Estado y de la burocracia.

[60] Denominación acuñada por Gino Germani, en “Democracia representativa y clases populares”, en GINO GERMANI, TORCUATO S.DI TELLA y OCTAVIO IANNI: “Populismo y contradicciones de clase en América Latina”, Serie Popular Era, México, 1977, pp. 30-37.

[61] Un ejemplo de nuestro aserto es el trabajo de FERNANDO HENRIQUE CARDOSO y ENZO FALLETTO “Dependencia y desarrollo en América Latina”, Fondo de Cultura Económica”, México, 1976; pp. 102-129.

[62] Un excelente análisis del pensamiento de la CEPAL se encuentra en JOSEPH L. LOVE: “Economic Ideas and Ideologies in Latin America”, en LESLIE BETHELL (Ed.): “The Cambridge History of Latin America”, Vol. VI, Part 1, Cambridge University Press, 1994, pp. 393-441.

[63] Para una discusión sobre el paradigma de la CEPAL, se recomienda ver: CRISTÓBAL KAY: “Latin American Theories of Development and Underdevelopment”, Routledge, New York, 1993, pp. 25-71.

[64] Véase: ANDRE GUNDER FRANK: “Capitalism and Underdevelopment in Latin America”, Monthly Review Press, New York, 1969; “Latin America: Underdevelopment or Revolution”; Monthly Review Press, 1970

[65] Véase a este respecto el trabajo de FERNANDO MIRES: “Cuba: La revolución no es una isla”, Ediciones el Hombre Nuevo, Medellín, Colombia, 1978, pp. 29-38, pp. 122-125.

[66] Una fuente inestimable para el estudio de la ideología originaria de la Revolución Cubana, es el discurso de Fidel Castro: “La Historia me absolverá”, Ediciones Punto Final, Santiago de Chile, 1969. Este discurso fue pronunciado por Fidel, en el tribunal que lo juzgara por el delito de insurrección 16 de octubre de 1953; Véase también: “Nuestra razón: Manifiesto-Programa del Movimiento 26 de Julio”, en MARIO LLERENA: “The Unsuspected Revolution The Birth and Rise of Castroism”, Cornell University Press, London, 1978, pp. 275-304

[67] Sobre el marxismo-leninismo y el pensamiento de José Marti en la ideología de la revolución cubana, véase FIDEL CASTRO: “La primera revolución socialista en América”, Informe al Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, 17-22 diciembre de 1977, Siglo Veintiuno Editores, México, 1976, pp. 11-59.

[68] Para una discusión de esta problemática, véase: H.C.F.MANSILLA: “Tradición autoritaria y modernización imitativa. Dilemas de la identidad colectiva en América Latina”, Plural Editores, La Paz, Bolivia, 1997, pp. 86-90.

[69] Un buen estudio de las fuentes del “Hispanismo” es la obra de FREDERIK PIKE: “Hispanismo”, University of Notre Dame Press, 1971.

[70] El sociólogo Jorge Larraín Ibáñez denomina a esta última corriente como “neoindigenismo”, para diferenciarla del “Indigenismo”, movimiento cultural, político y literario de los años 1920-30. JORGE LARRAÍN IBAÑES: op.cit. pp. 169- 176: Hemos optado por usar la denominación “indianismo” que los nuevos movimientos de los pueblos indígenas han acuñado para precisamente diferenciarlo del “Indigenismo” cuyo impulso se encontraba en intelectuales de origen mestizo o blancos.

[71] Dentro de esta posición, se sugiere ver: JAIME EYZAGUIRRE: Hispanoamérica del dolor”, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1947; OSVALDO LIRA: “Hispanidad y mestizaje”, Editorial Covadonga, Santiago de Chile, 1985; CARLOS CAUSIÑO: “Razón y ofrenda. Ensayo en torno a los límites y perspectivas de la sociología en América Latina”, Cuadernos del Instituto de Sociología, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1990.

[72] Véase: CONSEJO INDIO DE SUDAMÉRICA: “Conclusiones I Congreso de Movimientos Indios de Sudamérica”, Ollantaytambo, 27 de febrero al 3 de marzo, 1980, Mimeo. La Paz, Bolivia, 1980

[73] Para una discusión sobre el paradigma neoliberal véase: FERNANDO MIRES: “La revolución que nadie soño o la otra modernidad”, Nueva Sociedad, Caracas, Venezuela, 1996; H.C.F. MANSILLA: “Espirítu Crítico y nostalgia aristocrática. Ensayos dispersos sobre las limitaciones de la Modernidad”, Ediciones, Cima, 1999, pp. 112-120.

The wisdom of surrender. Andy Wimbush.2020

Samuel Beckett’s writing often seems to have a religious air about it. Take his most famous play, Waiting for Godot (1953). Two Chaplinesque tramps – Vladimir and Estragon – wait at a crossroads by a tree for someone who might provide an answer to their prayers: Mr Godot. This is a man who has a suspiciously divine white beard, who ‘does nothing’, and who remains frustratingly absent, despite repeated promises of his imminent arrival.

Vladimir and Estragon pass the time by singing, eating radishes, play acting, and arguing. One of their first bits of comic back-and-forth concerns a discrepancy between the gospels in the Bible. Why is it, Vladimir wonders, that only one of the evangelists mentions that, of the two thieves crucified alongside Jesus, one had repented and was saved while the other mocked him and was damned? The penitent thief is mentioned in the Gospel of Luke, but not in Matthew, Mark or John. ‘One out of four,’ mutters Vladimir. ‘Of the other three, two don’t mention any thieves at all and the third says that both of them abused him.’

Estragon can’t quite see the point of Vladimir’s musings. ‘Well?’ he says. ‘They don’t agree, and that’s all there is to it.’ But Vladimir needs Luke’s version to be true. If one of the thieves was saved, he thinks, that’s a ‘reasonable percentage’. There’s a 50/50 chance of salvation. A 50/50 chance, perhaps, of getting out of the play’s purgatorial cycle of non-action. For Waiting for Godot is, as one critic quipped, a play in which ‘nothing happens, twice’.

While it might be possible to find some fragments of theology in such exchanges – some musings on the nature of God or perhaps his absence – I suspect that the religiosity of Beckett’s work stems more from this preoccupation with salvation, from what we might call Beckett’s soteriology. The theistic religions are, of course, soteriological: for instance, Christianity preaches both being ‘born again’ at baptism and then inheriting eternal life after death. But soteriology is also found in non-theistic religions such as Buddhism, where the aim of religious practice is nirvana, both in this life and after death. And there are also soteriologies in various schools of ‘therapeutic’ philosophy: the Stoics, Sceptics and Epicureans, for instance, promised variations on ataraxia, a state of serene contentment immune from life’s vicissitudes. The common thread to all these soteriologies is the promise of an end to suffering. As the Book of Revelation puts it: ‘He will wipe away every tear from their eyes, and death shall be no more, neither shall there be mourning, nor crying, nor pain anymore, for the former things have passed away.’

Despite Beckett’s reputation as the Eeyore of 20th-century literature, hopes for such an end are surprisingly common in his work. In Murphy (1938), for instance, the novel’s eponymous hero yearns for a ‘self-immersed indifference to the contingencies of the contingent world’. In the novel Malone Dies (1951), one of Beckett’s most bitter and jaded narrators is confident that ‘beyond this tumult there is a great calm, and a great indifference, never really to be troubled by anything again.’

It turns out that Beckett himself had good reason to wish to get beyond the tumult of this world and its woe. He had, since his 20s, been plagued by anxiety attacks. For many years, he would often wake up in the middle of the night, drenched with sweat, his heart racing faster and faster, until he found himself in a state of panic, even paralysis. He told a friend that it was like being attacked by a ‘demon’ that wanted to ‘disable’ him with ‘sweats & shudders & panics & rages & rigors & heart burstings’. In Beckett’s early fiction, his literary alter-egos tend to have the same affliction. One character, Belacqua Shuah, has a ‘pulsing snowball of his little heart that went pit-a-pat’, a ‘bitch of a heart’ that ‘knocks hell out of his bosom three or four nights in the week’. Murphy has an ‘irrational heart’ that one moment it ‘seemed on the point of seizing’ and the next ‘on the point of bursting’. And it’s no surprise that one of Beckett’s favourite poems from this time – one that he could recite from memory – was ‘A se stesso’ or ‘To Himself’ (1833) by the Italian pessimist Giacomo Leopardi:

  Or poserai per sempre,

    Stanco mio cor. Perì l’inganno estremo,

    Ch’eterno io mi credei. Perì. Ben sento,

    In noi di cari inganni,

    Non che la speme, il desiderio è spento.

    Posa per sempre. Assai

    Paliptasti.

Now you’ll rest forever,

    worn-out heart. The ultimate illusion

    that I thought was eternal died. It died.

    I know not just the hope but the desire

    for loved illusions is done for us.

    Be still forever.

    You have beaten enough.

    (translated by Jonathan Galassi, 2010)

While literature might have offered a salve to his worn-out heart, medical science was, unfortunately, not so forthcoming. Dublin’s heart doctors could find nothing physically wrong with Beckett and so, in 1933, he set out for London in search of a psychotherapeutic solution that was, at that time, unavailable in Ireland. He began treatment with the psychoanalyst Wilfred Bion at the Tavistock Clinic in Bloomsbury. During this period, he also took extensive notes from psychology books and attended Carl Jung’s lectures on analytic psychology. After a year, however, Beckett was forced to concede that therapy had been an ‘expensive canular’ that had failed ‘to render the business of remaining alive tolerable’.

Beckett saw quietism as both the cause of his affliction and its unforthcoming solution.

It was at this point that one of Beckett’s friends decided that a spiritual solution might be in order. Perhaps this was not so much an affliction of the body or of the mind but rather of the soul. Soteriology, not medicine, would be the solution. The friend in question was Thomas MacGreevy, another young Irish writer, whom Beckett met in Paris in the late-1920s. Both men were champions and mentees of James Joyce, and they had kept up an intimate correspondence since they first met. MacGreevy was concerned about Beckett’s panic attacks and wrote to him in the spring of 1935 to recommend that he read The Imitation of Christ by Thomas à Kempis. This classic of Christian contemplative literature, likely written in the 15th century, might just bring some calm to Beckett’s weary heart. While MacGreevy himself was a Catholic, he was keenly aware that his dear friend Sam was not only a self-described ‘dirty low-church’ Protestant but an apostate Protestant at that. Beckett’s childhood faith, impressed upon him by his almost puritanical mother, had promptly dried up in his teenage years. MacGreevy therefore wisely suggested that Beckett could read The Imitation of Christ in a secular manner, perhaps by substituting the objectionable word ‘God’ with terms such as ‘goodness’ or ‘disinterestedness’.

Beckett wrote back to say that he was grateful for MacGreevy’s concern, but pointing out that he had actually read the book some years ago, and didn’t find it especially helpful:

   All I ever got from the Imitation went to confirm & reinforce my own way of living, a way of living that tried to be a solution & failed. I found quantities of phrases like qui melius scit pati, majorem tenebit pacem [he who knows how to suffer well shall find the most peace], or Nolle consolari ab aliqua creatura magnae puritatis signum est [to refuse comfort from any creature is a sign of great faith], or the lovely per viam pacis, ad patriam perpetuae claritatis [by the way of peace to the country of everlasting clearness] that seemed to be made for me and which I have never forgotten. Am[on]g many others. But they all conduced to the isolationism that was not to prove very splendid. What is one to make of ‘seldom we come home without hurting of conscience’ and ‘the glad going out & sorrowful coming home’ and ‘be ye sorry in your chambers’ but a quietism of the sparrow alone upon the housetop & the solitary bird under the eaves? An abject self-referring quietism indeed.

This letter shows that Beckett was drawn to the promise of spiritual release: the Latin phrases he cites all describe a kind of transcendent peace, a peace that is found by going into suffering rather than resisting or shying away from it. But Beckett also acknowledges the dangers of such unearthly priorities. The Imitation of Christ, he says, promotes ‘isolationism’. Don’t go out, it says. Remain in your cell. Shun the company of others. Beckett then proceeds to explain to MacGreevy it was precisely this aloofness and distance from other people that caused his panic attacks to worsen in the first place.

Beckett’s word for the attitude that he finds in The Imitation is ‘quietism’, a term that crops up in several of his letters and notebooks from the 1930s. And it seems from this letter that he saw quietism as both the cause of his affliction and its unforthcoming solution. It is, as one of his later novels says about religion, both ‘poison and antidote’.

While he was no closer to a cure for his anxiety attacks, Beckett had begun to see that his personal problems might nevertheless be useful for his growth as a writer. In a diary entry from 1937, he confessed his hope that he might be able to put his suffering to artistic ends and ‘turn this dereliction, profoundly felt, into literature’. Quietism, it turned out, provided a means to do so.

 Quietism has a history, and it was one that Beckett knew a fair bit about. Towards the end of the 17th century, Christian mystics in Spain and France were reviving a method of contemplative prayer that had been first popularised by Teresa of Ávila (1515-82) and John of the Cross (1542-91). Known as the ‘prayer of quiet’, this method of contemplation involved doing as little as possible. Whereas other forms of prayer might make use of thoughts or images, in the prayer of quiet, all forms of mental activity are discarded. The devotee abandons his or her own will and surrenders completely to God.

The most outspoken advocate of the prayer of quiet in the 17th century was a Spanish priest named Miguel de Molinos (1628-96). In 1675, Molinos published a manual of prayer called The Spiritual Guide that became an instant bestseller. It was translated into several languages and went through many print editions. In the book, Molinos advises each Christian soul to ‘shrink into its own nothingness … without heeding, thinking or minding any sensible thing’. This act of silent surrender would enable the devout soul to proceed through various stages of purgation until, at last, it entered a state of deep equanimity and mental stillness. In Malone Dies, Beckett imagines something similar: ‘a last prayer, the true prayer at last, the one that asks for nothing’. Rather scandalously, Molinos also claimed that the soul in such a state would be so resigned and passive that even the wish for salvation would disappear: the soul would gladly go to hell, if God so wished it. The final step was ‘annihilation’: a complete erasure of the soul, the self, and the will, and then union with God. The soul, Molinos explained, passes into the state of ‘nothingness where it scorns itself, abhors itself, and confounds itself, knowing that it is nothing, that it can do nothing, and that it is worth nothing.’

Unfortunately for Molinos and the other Quietists, as they came to be known, the late-17th century was not an auspicious time for inward mystics. The Counter-Reformation was now in full swing and the Inquisition was keen to root out anything that smacked of Protestantism. With its emphasis on individual prayer, its iconoclastic tendencies, and its neglect of the external trappings of the Catholic Church, Quietism was viewed suspiciously by the Church authorities. In the end, Molinos was arrested on suspicion of heresy in 1685, condemned by Pope Innocent XI and, under threat of torture, confessed to his supposed crimes, after which he spent the remainder of his life in prison.

He found in Schopenhauer’s work ‘an intellectual justification of unhappiness’

Thanks to this history, ‘quietism’ has become a pejorative term, reserved for heretics, defeatists and navel-gazers. Nevertheless, it was embraced by a thinker who had a significant influence on Beckett’s personal outlook and literary vision: the German philosopher Arthur Schopenhauer (1788-1860). Although Schopenhauer was an atheist and wrote caustically about religion’s absurdities and horrors, he nevertheless had a great admiration for what he called the ‘saintly souls’ of mystical religion: the ‘pietists, quietists, pious enthusiasts’. While such saints were useless as metaphysicians, they were extremely valuable, Schopenhauer thought, as guides to the highest happiness. He could do without their dogma, but he cherished them as soteriological geniuses.

Schopenhauer saw life as an endless parade of suffering: a ‘balls-aching world’, in Beckett’s own colourful summary. Every living thing, Schopenhauer argued, is really a manifestation of a monistic ‘Will’: a drive, an urging, a craving that goads us into a fight for survival, procreation, competition and struggle. But the Will cannot be satisfied, and so neither can we:

   All striving comes from lack, from a dissatisfaction with one’s condition, and is thus suffering as long as it is not satisfied; but no satisfaction is lasting; instead, it is only the beginning of a new striving. We see striving everywhere inhibited in many ways, struggling everywhere; and thus always as suffering; there is no final goal of striving, and therefore no bounds or end to suffering.

The only permanent solution to this terrible situation is renunciation of the will. We have to learn to give up all effort and struggle and craving. Then, and only then, will we see through the illusion of separate existence, and discover a ‘peace that is higher than all reason’.

This is why the quietists and the mystics were useful to Schopenhauer. Their kind can be found, he alleges, in all religions and they can, through their attitude and disposition, teach us the way to surrender.

Beckett started reading Schopenhauer in 1930, when he was doing research for his first book: a work of literary criticism on Marcel Proust. He soon found a deep affinity with Schopenhauer’s pessimistic worldview and, to the amused bewilderment of all his friends, quickly read as much of the philosopher’s work as he could get his hands on. Beckett told MacGreevy that he had found in Schopenhauer’s work ‘an intellectual justification of unhappiness’. It was also no doubt significant for Beckett that Schopenhauer had claimed that the most appropriate symbol and indeed synonym of the will was the ‘heart, this first mover of animal life’. If calming the will was tantamount to calming the heart, then maybe Schopenhauer – and quietism – held the promise of healing his affliction.

Although Beckett might have first come to quietism for personal relief, it proved instrumental in helping him develop as a writer. A crucial link between Schopenhauer’s therapeutics of salvation and the creation of literature came via Beckett’s admiration for the French novelist André Gide (1869-1951). Gide shared many of Beckett’s literary interests: not just Proust and Schopenhauer, but also the Russian novelist Fyodor Dostoevsky (1821-81). And it was Dostoevsky who was, according to Gide, the paradigmatic quietist novelist, the author who took the attitude of renunciation and surrender and turned it into a way of writing.

According to Gide, Dostoevsky’s writing ‘leads us to a sort of Buddhism, or at least quietism’. Dostoevsky had himself adopted an attitude of ‘gentle and total resignation’ that brought him – like Molinos and Schopenhauer before him – to a level of mind ‘where the limits of being fade away, where the sense of the individual and the sense of time are lost, the plane where Dostoevsky sought – and found – the secret of happiness’. Dostoevsky then, at least as Gide describes him, was a master of soteriology, a genius of the inner world. But Gide then explains how this inner renunciation can help to form an aesthetic:

    It is this abnegation, this resignation of self, which allows the most contrary sentiments to live together in Dostoevsky’s soul, which preserves and safeguards the extraordinary wealth of antagonisms which struggle within him.

Just as the sage who has quietened their will can thus endure any vicissitude or eventuality – including damnation – the writer who relinquishes control can allow their work to accommodate contradiction and discord. Characters no longer need to be artificially controlled. A writer can embrace imperfection and powerlessness. A text can accommodate contrasting ideas and moods, perhaps in a manner similar to what the poet John Keats called ‘negative capability’: ‘capable of being in uncertainties, mysteries, doubts, without any irritable reaching after fact and reason.’ Or as Beckett put it himself in an interview from 1961:

    there will be a new form; and … this form will be of such a type that it admits the chaos and does not try to say that the chaos is really something else … To find a form that accommodates the mess, that is the task of the artist now.

A quietist literature can accommodate its mess because it can surrender control. In his prose fiction, Beckett increasingly felt able to break down what might be expected from a novel and from a story. By the time he came to write his major postwar novels – the ‘trilogy’ of Molloy, Malone Dies and The Unnamable (all first published in French, between 1951 and 1953, and later adapted by Beckett into English) – the accommodation of the mess was complete. Molloy is narrated by a man who is unsure whether he’s writing a diary or dictating to an audience. He often finds himself at a remove from his body, with a disintegrating sense of self and world. And he sees himself as a kind of ‘contemplative’ who has, in true Schopenhauerian fashion, abandoned his will to live:

    My life, my life, now I speak of it as of something over, now as a joke which still goes on, and it is neither, for at the same time it is over and it goes on, and is there any tense for that?

Molloy’s narration eventually collapses midway through the novel. He starts to doubt whether he is really telling us his own story or is rather making it up, compelled by some other presence, some voice that pushes the whole novel onwards. Perhaps, Molloy wonders, he is ‘merely complying with the convention that demands you either lie or hold your peace’. As the trilogy progresses, each subsequent narrator confesses that he’s the author who’d made up the previous narrator. The fictions keep collapsing, keep revealing themselves as fiction, but we don’t seem to get any closer to the authorial presence underneath all the stories.

It seems then that Beckett’s experiments with quietism in the 1930s eventually led to an aesthetic of incoherence, mess and powerlessness that shaped his most celebrated novels. ‘I’m working with impotence, ignorance,’ Beckett told one interviewer. ‘I don’t think impotence has been exploited in the past.’

But what of the preoccupation that we started with? That wish to be free from anguish and pain? That hope for some kind of salvation?

‘It was always there I huddled, in the innermost place of human frailty and lowliness’

In his later years, Beckett occasionally seemed keen to distance himself from soteriological systems. In 1986, just three years before his death, he told an interviewer that, unlike Schopenhauer, unlike Leopardi and unlike certain ‘oriental thinkers’, he didn’t propose a ‘way out’ or a ‘hope of an answer’ or a ‘solution’. The only solution, Beckett said, grimly, was death.

While this might seem to be the final word on the matter, it’s worth recalling that, for the quietists such as Molinos, the truest beatitude – and perhaps even the truest salvation – was found in the renunciation of hope for salvation. The theologian William Inge called this ‘the mystic paradox’ in a book on Christian mysticism that Beckett read and took notes on in the 1930s. According to Inge, Thomas à Kempis ‘wrote and then erased in his manuscript’ the statement that ‘it would be better to be with Christ in hell than without Him in heaven.’

The mystic paradox is pithily expressed in a maxim of the French aphorist Nicolas Chamfort, translated and versified by Beckett:

    Hope is a knave befools us evermore

    Which till I lost no happiness was mine.

    I strike from hell’s to grave on heaven’s door

    All hope abandon ye who enter in.

Beckett would often inscribe the maxim in copies of his play Endgame (1957) for his friends. Chamfort’s words, Beckett said, were the perfect rejoinder to all those readers and audiences who had, erroneously, found ‘affirmations of expressions of hope’ in his work. It is worth noting, however, that hope is the only casualty of Chamfort’s erasure and re-engraving. Happiness and even heaven are, remarkably, left intact. Chamfort’s point was merely that, in order to reach happiness or heaven, we must abandon hope for them through resignation and giving up. Or put another way, resignation of hope is the only happiness and heaven we are likely to attain.

Beckett’s own embrace of such an attitude can be seen in a beautiful letter he wrote in 1968 to Barbara Bray, a BBC producer he met while working on his radio plays who became a close confidante and companion. Bray’s husband had died in an accident and she had written to Beckett to share the news. He replied:

    Far from being troubled by your letter I am very touched that you should tell me about your great sorrow. I wish I could find something to comfort you. All I could say, and much more, and much better, you will have said to yourself long ago. And I have so little light and wisdom in me, when it comes to such disaster, that I can see nothing for us but the old earth turning onward and time feasting on our suffering along with the rest. Somewhere at the heart of the gales of grief (and of love too, I’ve been told) already they have blown themselves out. I was always grateful for that humiliating consciousness and it was always there I huddled, in the innermost place of human frailty and lowliness. To fly there for me was not to fly far, and I’m not saying this is right for you. But I can’t talk about solace of which I know nothing.

After some careful disclaimers about his lack of useful wisdom, Beckett makes the astonishing suggestion that Bray should move towards ‘the heart of the gales of grief’, since it is there that these gales have ‘already … blown themselves out’. His description suggests a place of stillness and peace in the midst of suffering, perhaps like the eye of a hurricane. Beckett’s solution is paradoxically both an escape – as suggested by the word ‘fly’ – and also a courageous refusal to turn away from pain. He suggests that the movement out of pain is one that flies right into it, that embraces it whole-heartedly, that resigns itself and surrenders to it. Salvation is found, oddly enough, in a place of weakness, humility and lowliness, right in the midst of suffering. This is Beckett’s mystic paradox. And so, Vladimir, interminably waiting for Mr Godot, needn’t have weighed the odds of salvation quite so anxiously. For the quietist, salvation and damnation, heaven and hell, weal and woe, suffering and its end, are not distant poles, but perhaps two sides of the same coin. As Thomas à Kempis put it, in that phrase that Beckett confessed was made for him: ‘he that can well suffer shall find the most peace’

Que todo cambie para que todo siga igual. Enric Juliana. 2013

Las épocas de crisis son tiempos de sospecha. El consenso se rompe. Los vínculos de confianza se debilitan. Los recelos se agrandan. Los enfrentamientos se hacen más ásperos. Los sentimientos se agrietan. La angustia se difunde. En tiempos de crisis incluso se sospecha del cambio.

Los que sueñan con un nuevo orden temen que el cambio sea secuestrado por los conservadores inteligentes, capaces de virar en el último momento para no verse arrastrados por la corriente adversa. En sentido contrario, los conservadores sensibles sospechan de la quietud y se esfuerzan, neuróticamente, a veces, en interpretar las señales y demandas que ignoran los conformistas y los soberbios.

La vida en alerta –una inestable mezcla de inquietud, angustia y curiosidad- es uno de los grandes motores de la evolución humana. El célebre arranque de la película “2001, Odisea en el espacio”, de Stanley Kubrick, nos lo recuerda.

Desde hace medio siglo existe una interesante figura literaria para describir la astucia conservadora ante el cambio. Lampedusa. Un cambio lampedusiano es aquel que describe un círculo y vuelve a colocar las cosas en su punto de partida, al menos en apariencia. En los actuales momentos de crisis, esa palabra de origen siciliano vuelve a ser utilizada con profusión. Para muchas personas es una expresión cínica, cuyo mero enunciado revela una pérfida enemistad con el cambio verdadero y sincero. En una España donde aún prevalece el tópico del “ir de frente” -y “a lo hecho, pecho”-, el oblicuo movimiento lampedusiano no goza de muy buena prensa.

Hoy vamos a recordar sus orígenes. La frase “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”, la escribió Giuseppe Tomasi di Lampedusa en la novela “El Gatopardo”, una de las grandes obras de la literatura italiana del siglo XX. En castellano resulta una frase seca, acerada, terriblemente cínica. En el original italiano hay más musicalidad y movimiento: «Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi». Tomasi di Lampedusa (1896-1957), duque de Palma y príncipe de Lampedusa, fue un noble siciliano, autor de esa única novela, ambientada en su tierra natal durante la Unificación Italiana de 1861.

A su vez, Lampedusa es el nombre de una de las islas más meridionales de Italia (a 205 km. de Sicilia y a sólo 100 km. de las costas de Túnez). Geográficamente africana, es una pequeña isla conocida estos últimos años por ser el punto de arribada de miles de inmigrantes provinentes de Libia y Túnez sin documentación.

Primera paradoja: Lampedusa es hoy un lugar muy poco lampedusiano. Ha conocido con intensidad el cambio de época, para convertirse en punto crítico de una de las fronteras más inestables del mundo: la que separa Europa de África. Nada volverá a ser igual en la isla de Lampedusa.

El duque de Palma (nada que ver con el atribulado duque consorte español) no tuvo suerte con su novela. Giuseppe Tomasi di Lampedusa murió en 1957 antes de ver publicada su obra. El Gatopardo, el más ágil de los felinos, es el emblema de los Salina, una aristocrática familia siciliana que asiste al derrumbe del Absolutismo borbónica en la Italia meridional. La historia del príncipe Fabrizio Salina, en el tránsito del reino de las Dos Sicilias a la Italia Unificada, tras el legendario desembarco de Garibaldi en Marsala, no gustó a las grandes casas editoriales.

Años cincuenta. Años de posguerra y de los primeros albores del consumismo. La nostalgia no estaba de moda. Creían que era un texto demasiado melancólico, alejado del gusto de una época con tres vértices: el neorrealismo, todavía fuerte; el incipiente vanguardismo, y su denominador común, la crítica social. Rechazaron la novela, las editoriales Einaudi y Mondadori, dos de las grandes columnas del templo cultural italiano.

Fallecido el autor, el manuscrito de “Il Gattopardo” acabó olvidado en una caja fuerte del Círculo Italiano del Libro, en Roma. Lo rescató de las telarañas Elena Croce, socia del citado club. Elena, hija del gran filósofo italiano Benedetto Croce, entregó el texto a un amigo escritor llamado Giorgio Bassani, que en aquel momento trabajaba para la editorial Feltrinelli, con sede en Milán. Entusiasmado, Bassani aconsejó su inmediata publicación. El libro tuvo un éxito fulgurante. Una primera edición de 30.000 ejemplares se agotó en pocos días. Feltrinelli había dado en el clavo.

Un año después, en 1959, “Il Gattopardo” obtenía el Premio Strega, el más prestigioso galardón de la literatura italiana. La crítica se hallaba perpleja y dividida. Destacados periodista y escritores de izquierda, como Elio Vittorini, Alberto Moravia y Mario Alicata (máximo responsable de la comisión de Cultura del PCI) tacharon la novela de “decadente” y “reaccionaria”. La crítica católica tampoco fue clemente.

“Es moralmente inaceptable la atmósfera de derrota y muerte que transmite este libro”, escribió Gabriele De Rosa, una de las figuras intelectuales más destacadas de la Democracia Cristiana. El poeta Eugenio Montale, futuro premio Nobel de Literatura (1975) fue uno de los primeros en defender su gran calidad literaria.

El editor Giangiacomo Feltrinelli cosechó un enorme éxito editorial y Giorgio Bassani demostró tener muy buen olfato. Cuatro años después, Bassani también escribiría una extraordinaria novela: “El jardín de los Finzi-Contini”. Otra historia melancólica. “El Gatopardo” tuvo un segundo triunfo con la excelente versión cinematográfica dirigida por Luchino Visconti, con Burt Lancaster, Alain Delon y Claudia Cardinale en los papeles principales.

Segunda paradoja: el aristócrata Visconti, gran creador de atmósferas decadentes, era un cineasta de izquierdas, muy próximo al PCI, al que poco importaron los recelos de sus correligionarios. Hizo una gran película. En el film, el pasaje clave de la novela transcurre con gran rapidez. El momento en que el joven Tancredi le dice a su tío, el príncipe Salina, que hay que apoyar a los revolucionarios garibaldinos para que las cosas sigan en su sitio en Sicilia.

Feltrinelli, Bassani y Visconti erigieron el mito de Lampedusa y en Italia comenzó a hablarse de “gattopardismo” en referencia al cambio cínico cuyo fondo pretende que las cosas sigan igual. La novela transmite, sin embargo, un mensaje mucho más matizado y sutil: el príncipe Salina sabe desde el primer momento que su mundo decae, sin remisión posible. Visconti lo retrató muy bien –quizá con demasiado perfeccionismo- en la maravillosa escena del vals, en la que el príncipe baila con la joven Angelica Sedara, prometida de su sobrino e hija de la nueva burguesía rural ascendente.

El viejo Salina sabe que las cosas van a cambiar, aunque él tenga la astucia de ponerse al frente de los acontecimientos. Da dinero a su sobrino Tancredi para que se una a los garibaldinos, pero se niega a aceptar el cargo de senador que le ofrece un enviado piamontés de la nueva Italia unificada. Es una novela de gran belleza literaria, con dos finales.

Primer final, la muerte de Don Fabrizio:

“Era Ella, la criatura anunciada tantas veces, que venía a buscarle. El tren debía esta a punto de partir. Ella acerco su rostro y, cara a cara, levantó el velo. Y así, púdica y dispuesta a la posesión, le pareció más bella de cuanto la podía haber entrevisto en los espacios siderales. El fragor del mar se calmó totalmente”.

Segundo final, el viaje de Bendicò (cuerpo disecado del perro cazador preferido del príncipe) al cubo de la basura:

“Mientras recogían la piltrafa, sus ojos de vidrio miraron con el humilde reproche de las cosas que se descartan y que se quieren anular. Salió por la ventana y durante el vuelo su figura se recompuso por un instante. Después halló la paz en un montón de polvo, lívido”.

Dos finales y una última paradoja: el editor Feltrinelli. Hombre muy culto, hijo de una familia rica, antifascista hasta la médula –de joven había formado parte de la resistencia partisana-, el izquierdista Giangiacomo Feltrinelli desobedeció como editor el dogmatismo comunista. Publicó “El Gatopardo” en contra de la opinión de la crítica de izquierdas y fue el primer editor en Europa (1957) de “El Doctor Zhivago”, la gran novela de Boris Pasternak, prohibida por los soviéticos. Vendió centenares de miles de ejemplares de ambos libros.

El 15 de marzo de 1972, Feltrinelli fue hallado muerto al pie de una torre de alta tensión cerca de Milán, instalación que, al parecer, había intentado derribar con una carga de explosivos. Totalmente convencido de la inminencia de un golpe fascista en Italia (golpe que no llegó a producirse), había fundado clandestinamente los Grupos de Acción Partisana (GAP), en paralelo a las Brigadas Rojas. Le estalló el explosivo que transportaba por un extraño fallo en el temporizador. El singular editor de “El Gatopardo” nunca fue lampedusiano.

Inflexión decolonial: características e historia. Eduardo Restrepo.2010

Desde hace algo más de una década un grupo de intelectuales nacidos en países de América del Sur y el Caribe, cuyo trabajo se realiza en dichos países y en universidades de los Estados Unidos, ha ido conformando una colectividad de argumentación alrededor de un conjunto de problematizaciones de la modernidad y particularmente sobre el significado de dicha experiencia en la perspectiva de quienes la han vivido desde una condición subalterna.

Como resultado de dicho trabajo, se ha producido un cuerpo de conceptualizaciones, categorías y formas de argumentación cuya incidencia ha sido notoria en algunos países de la región. El volumen de publicaciones y eventos académicos promovidos por el grupo, así como la circulación y apropiación del enfoque y categorías propuestas en espacios diversos, dentro y fuera de la academia, hacen parte de las razones que nos animan a elaborar una contribución a una introducción crítica de este proyecto.

Nuestro propósito con este libro es doble. Por un lado, esperamos presentar ante lectores no familiarizados con la inflexión decolonial algunos de los conceptos y discusiones centrales elaborados en los últimos años por esta colectividad de argumentación; en este sentido, se puede considerar como una inducción que no supone un lector iniciado en estos debates.

Sabemos que para los no iniciados puede ser una experiencia frustrante el intentar leer un artículo o libro escrito por algunos de los miembros de la colectividad de argumentación o simplemente escucharlos en sus presentaciones en eventos académicos; en mucho, esta experiencia se deriva de la terminología que se ha ido consolidando al interior de la colectividad, que supone unos bagajes académicos y refiere a significados bastante específicos.

Diferencia imperial, transmodernidad, diferencia colonial, paradigma otro y pensamiento fronterizo, entre otros, son empleados con frecuencia para elaborar sus argumentaciones. Este libro busca, entonces, operar como entrada para los lectores no iniciados en la madeja de problemáticas visibilizadas y conceptos acuñados en el marco de la inflexión decolonial.

Por otro, tenemos el propósito de contribuir a la consolidación de esta colectividad de argumentación, no sólo al presentar —esperamos de forma adecuada— algunas de sus elaboraciones centrales, sino también al formular algunas críticas que se derivan de sus planteamientos o de la forma como son (mal) interpretadas por quienes han tenido la posibilidad de leer o escuchar tales planteamientos.

Las críticas que plantearemos no buscan desconocer los múltiples aportes que esta colectividad de argumentación ha realizado al poner sobre la mesa una serie de problematizaciones asociadas a los efectos de la colonialidad en la estructuración de nuestro presente así como al ofrecernos un conjunto de categorías para pensar (y posiblemente hacer) el mundo de otra forma. Al contrario, buscan invitar a pensar puntos que, tal vez, en esta colectividad no se han vislumbrado suficientemente o que, también puede ser, quienes nos hemos acercado con cierto detenimiento a sus textos y conversaciones no hemos comprendido.

De cualquier forma, esperamos que nuestra lectura crítica sea relevante, tanto para exponer algunos elementos centrales que constituyen sus líneas de argumentación, como para dejar abiertos interrogantes frente a algunos de ellos.

En esto queremos ser muy claros: nos tomamos el trabajo de escribir este libro y de haber diseñado y dictado dos cursos sobre inflexión decolonial para estudiantes de diferentes países de América Latina porque consideramos que gran parte de lo que han argumentado los miembros de esta colectividad realmente importa, tanto en términos conceptuales como en sus implicaciones políticas. Obviamente, de esto no se deriva que no pueda ser objeto de críticas, ni que el único lugar posible en la conversación es el de simplemente aplaudir todo lo que plantean por la supuesta justeza de sus posiciones morales y éticas.

Algunos rasgos constitutivos de la inflexión decolonial

Comenzaremos identificando una serie de rasgos en los que confluye el grueso de los participantes de la colectividad de argumentación de la inflexión decolonial. Estos rasgos refieren a una serie de planteamientos y supuestos que configuran su especificidad conceptual; hemos seleccionado seis que nos parecen centrales, pero somos conscientes de que otros podrían ser indicados, así como se podría hacer énfasis no contemplados en los que hemos resaltado.

Los puntos que mencionaremos ahora a vuelo de pluma serán retomados en los distintos capítulos del libro para explicarlos con mayor detenimiento; allí esperamos ofrecer matices argumentales a lo presentado ahora de forma más gruesa. La idea es elaborar una primera visión general de los contornos y especificidades de la inflexión decolonial; no sobra indicar que este ejercicio se hace con fines expositivos y responde más a nuestro interés pedagógico que a la forma en que los participantes de la colectividad de argumentación ha tendido a presentar sus elaboraciones. Esperamos que sean un punto de entrada pertinente y clarificante.

1. Distinción entre colonialismo y colonialidad.

El colonialismo refiere al proceso y los aparatos de dominio político y militar que se despliegan para garantizar la explotación del trabajo y las riquezas de las colonias en beneficio del colonizador; como veremos, en diversos sentidos los alcances del colonialismo son distintos a los de la colonialidad, incluso más puntuales y reducidos.

La colonialidad es un fenómeno histórico mucho más complejo que se extiende hasta nuestro presente y se refiere a un patrón de poder que opera a través de la naturalización de jerarquías territoriales, raciales, culturales y epistémicas, posibilitando la re-producción de relaciones de dominación; este patrón de poder no sólo garantiza la explotación por el capital de unos seres humanos por otros a escala mundial, sino también la subalternización y obliteración de los conocimientos, experiencias y formas de vida de quienes son así dominados y explotados.

La noción de colonialidad se remonta a los planteamientos del sociólogo peruano Aníbal Quijano (1992, 2000a, 2000b), más concretamente a su noción de colonialidad del poder. Más adelante nos detendremos a analizar esta categoría, identificando algunos de los desplazamientos conceptuales en el trabajo de Quijano, así como diversas lecturas que del concepto han hecho miembros de la colectividad de argumentación de la inflexión decolonial.

Por ahora baste decir que colonialidad es un patrón o matriz de poder que estructura el sistema mundo moderno, en el que el trabajo, las subjetividades, los conocimientos, los lugares y los seres humanos del planeta son jerarquizados y gobernados a partir de su racialización, en el marco de operación de cierto modo de producción y distribución de la riqueza.

En términos analíticos, no podemos confundir el colonialismo (una forma de dominación político-administrativa a la que corresponden un conjunto de instituciones, metrópolis/colonias) con la colonialidad (que refiere a un patrón de poder global más comprehensivo y profundo). Una vez concluye el proceso de colonización, la colonialidad permanece vigente como esquema de pensamiento y marco de acción que legitima las diferencias entre sociedades, sujetos y conocimientos.

Para decirlo en otras palabras, el colonialismo ha sido una de las experiencias históricas constitutivas de la colonialidad, pero la colonialidad no se agota en el colonialismo sino que incluye muchas otras experiencias y articulaciones que operan incluso en nuestro presente.

Dada esta central distinción analítica entre colonialismo y colonialidad, no se puede confundir tampoco descolonización y decolonialidad. Con descolonización se indica un proceso de superación del colonialismo, generalmente asociado a las luchas anticoloniales en el marco de estados concretos. La descolonización se tiende a circunscribir a lo que se ha denominado independencias políticas de las colonias, que para las Américas empieza a finales del XVIII y aún no termina (piénsense en el caso de Puerto Rico o Martinica) y en África y Asia se despliega con particular intensidad en el siglo XX.

La decolonialidad, en cambio, refiere al proceso que busca trascender históricamente la colonialidad (o, como quedará claro en el siguiente punto, la modernidad/colonialidad). Por eso, la decolonialidad supone un proyecto con un calado mucho más profundo y una labor urgente en nuestro presente; supone subvertir el patrón de poder colonial, aun luego de que el colonialismo ha sido quebrado.

2. La colonialidad es el ‘lado oscuro’ de la modernidad.

A diferencia de muchos teóricos de la modernidad, que sólo ven en ella un proyecto emancipador, la inflexión decolonial llama la atención sobre su cara menos visible (incluso oculta), que es la colonialidad. Si aquellos teóricos de la modernidad consideran al colonialismo como una ‘desviación’ o un ‘momento’ superado de la modernidad, para la inflexión decolonial la modernidad se encuentra indisolublemente asociada a la historia del colonialismo y a la colonialidad; por ello es necesario clarificar que: “La colonialidad no es equivalente al colonialismo. No se deriva de la modernidad ni antecede a ella. La colonialidad y la modernidad constituyen dos lados de una misma moneda” (Grosfoguel 2006: 27).

Esto es, no hay modernidad sin colonialidad y, a su vez, la colonialidad supone a la modernidad; de ahí que se afirme que la relación entre modernidad y colonialidad es de co-constitución: no puede existir una sin la otra.

Por eso es que se tiende a escribir modernidad/colonialidad; la barra oblicua “/” indica precisamente esta relación de constitución mutua de los dos términos, así como la jerarquización entre los mismos. La colonialidad no es conceptualizada como una contingencia histórica superable por la modernidad ni como su ‘desafortunada desviación’.

Al contrario, la colonialidad es inmanente a la modernidad, es decir, la colonialidad es articulada como la exterioridad constitutiva de la modernidad. Así, las condiciones de emergencia, existencia y transformación de la modernidad están indisolublemente ligadas a la colonialidad como su exterioridad constitutiva.[1]

Esto es menos complicado de lo que parece a primera vista. Cuando se dice que la colonialidad es producida por la modernidad, ello se refiere a que cuando algo o alguien es imaginado o definido como moderno al mismo tiempo está implícitamente indicando un algo o alguien que no lo es. No hay un nosotros (modernidad) sin que al mismo tiempo se defina un no-nosotros, un ellos (nomodernidad).

Al definir un espacio, al trazar unos bordes, al mismo tiempo se define un interior y un exterior. Entonces, si se entiende la modernidad como un proyecto civilizatorio, lo que está en juego con ella es la configuración de un nosotros-moderno en nombre del cual se interviene sobre territorios, grupos humanos, conocimientos, corporalidades, subjetividades y prácticas, que en su diferencia son producidas como no-modernas. Es precisamente esa exterioridad de la modernidad, esa diferencia, la que en la inflexión decolonial se denomina diferencia colonial.

Nociones como colonialidad del saber y colonialidad del ser se derivan de esta conceptualización, como lo veremos en los capítulos respectivos.

3. Problematización de los discursos euro-centrados e intra-modernos de la modernidad.

El grueso de las narrativas históricas, sociológicas, culturales y filosóficas que circulan sobre la modernidad, incluso ensus versiones críticas, son el resultado de enfoques euro-centrados e intra-modernos (cfr. Escobar 2003). Es decir, de un lado suponen que la modernidad se origina en Europa y que de allí es exportada o se difunde, con mayor o menor éxito, a otros lugares del mundo y, deotro, asumen que la modernidad se entiende desde problemáticas y categorías modernas.

En contraposición a este supuesto, la inflexión decolonial argumenta que hay que entender a Europa desde una perspectiva de sistema-mundo, en la que Europa misma es también resultante de este sistema geo-político, incluyendo las tecnologíasde gobierno y las formaciones discursivas que la producen comotal.

Este punto es fascinante porque descentra concepciones quetienen una profunda fuerza en el sentido común hasta el punto deser impensables, puntos ciegos, para muchos importantes filósofos yteóricos de la modernidad; cuestiona tanto la supuesta vocación de poder universalizante de la modernidad como el imaginario de su etiología exclusivamente intra-europea y eurocentrada.

Varios académicos (no sólo los de la inflexión decolonial) han demostrado que no pocos de los aspectos asociados a la modernidad (en cuanto a instituciones, subjetividades, formaciones políticas) fueron ‘inventados’ e implementados primero en los territorios coloniales para después ser importados e instrumentalizados en Europa.[2]

Además han mostrado cómo lo que ocurre en un lugar determinado (digamos la posibilidad de fuerza de trabajo ‘libre’ propia del obrero industrial en Inglaterra) no se explica exclusivamente por factores locales, sino por la ubicación de éste en un sistema-mundo (donde, por ejemplo, se requiere del trabajo esclavizado en el Caribe).

Esto último tiene que ver con el punto siguiente: la perspectiva analítica no es la nación, el país o la localidad aislada, sino que hay que entender lo que sucede y las características de estos lugares en su relación con el sistema-mundo.

4. Pensar en términos de sistema mundializado de poder.

La inflexión decolonial no se queda en el análisis de países, estados o regiones aisladas, sino que intenta comprender lo que sucede en un país o región, en relación con un sistema mundializado de poder. El sistemamundo es la unidad de análisis de la inflexión decolonial, no el estadonación o la región como si existieran por sí mismas (Grosfoguel 2006).

Este énfasis analítico en el sistema mundializado de poder es lo que constituye la perspectiva geopolítica de la inflexión decolonial pues, dado que no existe modernidad sin colonialidad, es necesario pensar en términos de sistema mundo moderno/colonial.

La perspectiva del sistema mundializado de poder es clave para entender cómo se produce la modernidad, expandiendo a escala planetaria las formas políticas y económicas imaginadas como propias de la experiencia europea, y sus repercusiones en todos los ámbitos de la vida hasta el presente. El sistema mundo moderno es producido en el proceso de expansión colonial europea que conecta por primera vez las diferentes regiones del planeta, dándole así una nueva escala (global).

Desde entonces, las experiencias locales de cualquier región del planeta se hacen impensables por fuera de su interconexión en el marco de este sistema mundial. Ahora, ello no quiere decir que la modernidad ‘llega’ a todas partes de la misma manera, o que no es posible entonces un afuera de la modernidad, como ya señalamos.

5. Antes que un nuevo paradigma la inflexión decolonial se considera a sí misma como un paradigma otro.

Lo que estos autores buscan no es consolidarse como un nuevo paradigma teórico dentro de la academia (como lo son el postestructuralismo, la postcolonialidad, etc.), sino cuestionar los criterios epistémicos de producción del conocimiento académico articulados al eurocentrismo y a la modernidad.

De ahí que pretenda consolidar un conocimiento no eurocéntrico y desde la herida colonial, es decir, un paradigma otro emergente desde la diferencia colonial. Esto lo ha argumentado en repetidas ocasiones Walter Mignolo cuando afirma que lo que se busca no es sólo cambiar los contenidos, sino también los términos y las condiciones de conversación. En el mismo sentido, Escobar subraya que “El objetivo es labrar nuevas formas de análisis, no contribuir a los ya establecidos sistemas de pensamiento (eurocéntrico), sin importar cuán críticos sean éstos” (2003: 70).

La crítica al eurocentrismo desde la inflexión decolonial pasa por reconocer que todo conocimiento es un conocimiento situado histórica, corporal y geopolíticamente. La pretensión eurocéntrica de un conocimiento sin sujeto, sin historia, sin relaciones de poder, un conocimiento desde ningún lugar, como ‘la mirada de dios’, descorporalizado y deslocalizado, es profundamente cuestionada.

En oposición a esta pretensión, la inflexión decolonial se piensa como un paradigma otro, que tiene en consideración la geopolítica y la corpopolítica, esto es, la situacionalidad geohistórica y corporalizada que articula la producción de conocimiento.[3]

Un conocimiento situado, y situado específicamente desde la diferencia colonial, es lo que constituye la inflexión decolonial como paradigma otro.

6. La inflexión decolonial aspira a consolidar un proyecto decolonial.

La crítica epistémica que supone la inflexión decolonial como paradigma otro no sólo busca problematizar la colonialidad del saber, encarnada en las formaciones y establecimientos académicos eurocentrados y las narrativas modernistas (cristianismo, liberalismo y marxismo).[4]

También busca contribuir a hacer posible otros mundos desde intervenciones decoloniales que comprenden las diversas dimensiones de la existencia:

“[…] el problema es que el proyecto decolonial no es solamente nombrar las estructuras de poder, es el proyecto de diversalidad epistémica, para descolonizar hay que pasar por la diversidad epistémica. Estamos dando un paso, lo que estamos hablando no es la producción de un saber académico sobre, sino de pensar un proyecto junto y con, en un proyecto político de descolonización, de la colonialidad del poder, del saber y del ser y de la naturaleza.”[5]

En este sentido la inflexión decolonial refiere una ética y una política de la pluriversalidad. En oposición a diseños globales y totalitarios en nombre de la universalidad (que fácilmente corren el riesgo de hacer a un particular eurocentrado representar lo universal), la pluriversalidad constituye una apuesta por visibilizar y hacer viables la multiplicidad de conocimientos, formas de ser y de aspiraciones sobre el mundo.

La pluriversalidad es la igualdad-en-la-diferencia o, parafraseando el eslogan del Foro Social Mundial, la posibilidad de que en el mundo quepan muchos mundos.

En el capítulo sobre interculturalidad profundizaremos este aspecto de la inflexión decolonial como proyecto ético y político orientado por la pluriversalidad. Por ahora es relevante indicar que no se refiere a una posición desde el multiculturalismo ni, mucho menos, desde los horizontes políticos trazados por la izquierda.

Como lo ha planteado Mignolo, en entrevista con Nelson Maldonado-Torres: “[…] el proyecto modernidad/colonialidad es crítico tanto de la derecha como de la izquierda. Se posiciona frente a las ideologías imperiales, racistas, sexistas y no comulga con la izquierda marxista. Esto es: el pensamiento decolonial es desobediente tanto epistémica como políticamente” (Maldonado-Torres 2007b: 194).

En síntesis, podemos afirmar que la inflexión decolonial se caracteriza por una serie de desplazamientos/problematizaciones en formas dominantes de comprender la modernidad (desde perspectivas históricas, sociológicas, culturales y filosóficas). La inflexión decolonial se inspira en la idea de Aníbal Quijano de que la colonialidad hay que entenderla en perspectiva del sistema mundo y su patrón de poder global, en el que se diferencian y jerarquizan las poblaciones del mundo apelando al discurso racial en aras de su explotación capitalista.

Como lo ha argumentado Escobar (2003), para el colectivo de argumentación de la inflexión decolonial la modernidad es un asunto esencial; un cuestionamiento a la modernidad desde la perspectiva de la colonialidad es tal vez su problema central. Sus preguntas y propuestas teóricas, están enfocadas a la comprensión de la experiencia de la modernidad. La inflexión decolonial también invoca una epistemología, un sujeto y un proyecto político que cuestionan los modelos eurocentristas del conocimiento y la agencia.

Por tanto, entendemos la inflexión decolonial como una corriente intelectual definida en torno a una serie de problematizaciones, que ha elaborado un sistema más o menos coherente de conceptos para dar cuenta de éstas, y que ha constituido una narrativa sobre sus genealogías y alcances intelectuales y políticos. A nuestra manera de ver, los intelectuales asociados a la configuración y consolidación de este proyecto decolonial buscan contribuir, mediante intervenciones decoloniales, a hacer posible la transformación no sólo de los contenidos sino también de los términos (de las condiciones) de las conversaciones sobre el sistema mundo moderno/colonial y sus diversas articulaciones locales.[6]

Inflexión decolonial y enfoques teóricos contemporáneos

Una vez indicadas estas características compartidas grosso modo por los exponentes de la colectividad de argumentación de la inflexión decolonial, nos preguntamos por las distinciones entre este pensamiento y ciertos enfoques teóricos como la teoría poscolonial, los estudios culturales y los estudios de la subalternidad, entre otros.

Presentamos las distinciones en términos de los proyectos intelectuales (y políticos) que se agencian, y no de las etiquetas en sí mismas, pues lo que está en juego no son los nombres, sino las distintas genealogías, trayectorias y articulaciones de las agendas y apuestas intelectuales que suponen.

En la introducción al número temático sobre Globalización y opción decolonial de la revista Cultural Studies, Mignolo (2007a) establece una serie de distinciones entre este pensamiento y otras corrientes intelectuales con las que suele confundírselo como la teoría postcolonial y los estudios culturales o con corrientes críticas como el marxismo. Aunque tomaremos algunos de sus planteamientos, para establecer estas distinciones haremos nuestras propias interpretaciones en cuanto a los enfoques teóricos contemporáneos.

Con la teoría postcolonial.

No hay que confundir la inflexión decolonial con la teoría postcolonial. La teoría postcolonial o los estudios poscoloniales se refieren a la experiencia colonial como estructurante tanto del colonizado como del colonizador, y esto no sólo en el pasado sino también en el presente. El colonialismo continúa teniendo efectos estructurantes de subjetividades, corporalidades, conocimientos, espacialidades y prácticas sociales.

El trabajo de Edward Said ([1978] 2004), Orientalismo, constituye un referente fundacional de los estudios poscoloniales y de la teoría poscolonial, aunque autores anteriores como Franz Fanon son ‘redescubiertos’ e incorporados en sus genealogías. Dos de los autores más visibles identificados con los estudios postcoloniales o la teoría postcolonial son Homi Bhabha y Gayatri Spivak.

Tres son los principales aspectos que diferencian la inflexión decolonial de los estudios postcoloniales o teoría postcolonial.

Primero, la distinción entre colonialidad y colonialismo que referíamos anteriormente; la inflexión decolonial opera dentro del espacio de problematización abierto por la colonialidad, mientras que el de los estudios postcoloniales en el constituido por el colonialismo. Segundo, las experiencias históricas y los locus de enunciación son diferentes: el de la inflexión decolonial es la diferencia colonial que se remonta a la colonización de América Latina y el Caribe por las primeras potencias europeas España y Portugal, entre los siglos XVI y XIX, en el contexto de la primera modernidad[7]; mientras que los estudios postcoloniales se refiere a la colonización de Asia y África del XVIII al XX, por parte de las potencias del norte europeo (Francia, Inglaterra, Alemania) en el contexto de la segunda modernidad.

Finalmente, como lo plantea Mignolo, “[…] el pensamiento decolonial se diferencia de la teoría poscolonial o de los estudios poscoloniales en que la genealogía de estos se localiza en el postestructuralismo francés más que en la densa historia del pensamiento planetario decolonial” (2007b: 27).

En el mismo sentido, en su introducción a un libro colectivo titulado El giro decolonial: reflexiones para un diversidad epistémica más allá del capitalismo global, Santiago Castro-Gómez y Ramón Grosfoguel precisaban: “Introducimos aquí una distinción temática y epistémica entre la perspectiva de los estudios poscoloniales anglosajones (“Postcolonial Studies”) y la perspectiva de los estudios poscoloniales latino/latinoamericanos, que identificamos en este libro como una ‘perspectiva decolonial’” (Castro-Gómez y Grosfoguel 2007: 14).

En suma, mientras la inflexión decolonial se refiere a experiencias y trayectorias intelectuales y políticas propias de América Latina (el temprano colonialismo hispano-lusitano y corrientes intelectuales como la teoría de la dependencia y la filosofía de la liberación), los estudios postcoloniales o la teoría postcolonial expresan conceptualmente otro tipo de experiencias como la situación postcolonial de la India, la subyugación de ‘lo oriental’ y la actual colonización Palestina, alimentados por una línea intelectual donde figuran fuertemente Foucault, Gramsci, Derrida y Lacan.

Estas distinciones no significan que no se pueda trazar ciertas confluencias entre la inflexión decolonial y las teorías o estudios postcoloniales. Una de las más obvias es la preocupación por cómo ciertas relaciones de poder asociadas a las experiencias históricas de la sujeción colonial tiene implicaciones en nuestro presente, tanto de los grupos poblacionales que fueron sometidos al dominio colonial como de aquellos que operaron como colonizadores. Aunque se diferencien en la conceptualización, en los anclajes históricos y en la imaginación geopolítica, ambas corrientes están intentando desentrañar estas implicaciones en la imaginación teórica y política que definen los cerramientos y aperturas de nuestro presente.

Con el postestructuralismo.

El postestructuralismo es una corriente teórica que se asocia al ‘giro discursivo’ (es decir, que argumenta que el mundo está discursivamente constituido, pero que éste no es sólo discurso), a una redefinición de la agencia del sujeto y la destotalización de la noción de estructura. En este sentido, la teoría post-estructuralista ha cuestionado los modelos existentes de la subjetividad e identidad en tanto suponen la noción liberal burguesa del individuo autónomo que preexiste a las relaciones sociales.

Específicamente, el postestructuralismo consiste en el conjunto de posibilidades analíticas que se desprenden del giro discursivo (que se diferencia del textual y del hermenéutico), argumentando (1) que la realidad social es discursivamente constituida (que no es lo mismo que decir que es sólo discurso ni, menos aún, que el discurso es igual al lenguaje) problematizando así la distinción ontológica entre lo real y la representación; (2) que los sujetos son producto de condiciones históricas específicas desde las cuales articulan su agencia, la cual no se agota en la reproducción de sus condiciones de emergencia; y (3) la noción de totalidad social es solo provisionalmente cerrada y es un punto de llegada del análisis antes que uno de partida.

Inspirado en la genealogía foucaultiana y el deconstructivismo derrideano (sin que Foucault o Derrida sean postestructuralistas en sentido estricto), el postestructuralismo es una ‘invención’ estadounidense elaborada en los años ochenta.[8]

Aunque algunos autores asociados a la inflexión decolonial (como Escobar) han recurrido al postestructuralismo y reconocen sus aportes, la inflexión decolonial se enuncia como mucho más cerca de fuentes propias de la teoría crítica latinoamericana (como la filosofía de la liberación de Dussel, por ejemplo). Además para algunos autores de esta colectividad, el postestructuralismo sigue atrapado en el eurocentrismo y, por consiguiente, constituye un proyecto estrechamente ligado a la colonialidad del saber.

Refiriéndose tanto al postestructuralismo como el postmodernismo, Ramón Grosfoguel considera que estos: “[…] proyectos epistemológicos están atrapados en el canon occidental reproduciendo en sus esferas de pensamiento y de práctica una forma particular de colonialidad del poder y el conocimiento” (Grosfoguel 2006: 21).

No obstante, es una labor concreta por adelantar el explorar qué tan atravesadas por posiciones postestructuralistas están las elaboraciones específicas de cada uno de los autores que se identifican con esta colectividad de argumentación. Nuestra impresión es que algunos de ellos están más influenciados por el giro discursivo de lo que quisieran reconocer o pueden vislumbrar.

Con los estudios culturales.

Uno de los nodos más importantes de la inflexión decolonial es el doctorado en estudios culturales latinoamericanos en la Universidad Andina Simón Bolívar, en Quito.

Dirigido por Catherine Walsh, este programa ha formado ya varias cohortes de doctorantes, con un programa que cuyo énfasis son las categorías y postulados de la modernidad/colonialidad. En este sentido, se pudiera afirmar que existe una relación entre esta vertiente de estudios culturales latinoamericanos y la inflexión decolonial.[9]

No obstante, las modalidades dominantes de los estudios culturales (tanto en Gran Bretaña, como en los Estados Unidos, Australia y Asia) se remontan a unas genealogías y proyectos intelectuales y políticos de los cuales toma distancia esta colectividad de argumentación.

El trabajo de Stuart Hall, para mencionar a una de las figuras más visibles de los estudios culturales (y una de sus tendencias más interesantes dentro de las múltiples existentes), examina las relaciones entre la cultura y el poder desde una perspectiva contextualista que problematiza los reduccionismos de cualquier índole. Se alimenta del marxismo, del estructuralismo, del postestructuralismo, del psicoanálisis, de la teoría de la performatividad y de los estudios postcoloniales; en otras palabras, marcos conceptuales considerados desde la inflexión decolonial como eurocéntricos y, por tanto, problemáticos.

Mignolo subraya esta diferencia en las genealogías entre estudios culturales (tanto en sus articulaciones en Birmingham o en Latinoamérica) e inflexión decolonial en términos de que los primeros asumen el lado de la modernidad (así sea una modernidad periférica) mientras que el segundo se encuentra constituido por la herida colonial:

[…] La versión latinoamericana de los estudios culturales emergió en el horizonte con los trabajos de Néstor García Canclini y Jesús Martín Barbero […] García Canclini seguía más que todo la línea de Pierre Bourdieu y Jesús Martín Barbero, quien es español pero reside en Colombia, tomó elementos de su temprano interés en la Escuela de Frankfurt y del trabajo de ésta sobre medios. La versión de los estudios culturales de García Canclini y Martín Barbero se enfoca en los medios, en la ciudad y en las transformaciones tecnológicas en América Latina. Básicamente, su trabajo más importante pertenece a la perspectiva de la modernidad, así ésta sea periférica por venir de Latinoamérica. El programa de investigación de modernidad/ colonialidad, y su consecuencia necesaria, la de-colonialidad, se sitúa en un escenario que es radicalmente diferente: en el lado oscuro de la modernidad (Mignolo 2007a: 165).

Con los estudios de la subalternidad.

La distinciones han sido planteadas recientemente por Mignolo a partir de una metáfora: “[…] pensamiento decolonial y estudios subalternos son naranjas de distintas quintas; aunque naranjas al fin y al cabo” (Mignolo 2009: 271). Son naranjas en tanto comparten ciertos aspectos del pensamiento crítico derivado de las posiciones subalternizadas, pero diferentes naranjas en tanto hay unas trayectorias, énfasis y problemáticas que los diferencian. Los estudios de la subalternidad (o, estudios subalternos como más literal pero imprecisamente es traducido subaltern studies) se remontan al trabajo de un grupo de estudiosos de la India que buscaban cuestionar las vertientes dominantes en la historiografía elitista sobre su país (tanto la colonial como la nacionalista), desde una perspectiva que resalta la agencia de los sectores subalternos (Dube 1999).

Sus problematizaciones de las fuentes, la representación del subalterno y los límites de la historiografía que atraviesan la experiencia colonial y postcolonial de la India, son fundamentales. Los estudios de la subalternidad han sido influenciados, sobre todo en un comienzo, por Gramsci y, posteriormente, por el postestructuralismo (Mallon 2001).

Ahora bien, los estudios de la subalternidad compartirían con la inflexión decolonial el hecho de que buscan ser producidos desde la ‘herida colonial’, desde la ‘diferencia colonial’; esto es, desde el lugar de exterioridad constitutiva de la modernidad. En este sentido, contrastando los estudios de la subalternidad y los estudios postcoloniales (o teoría postcolonial), Mignolo anotaba:

“Una distinción epistémica y geopolítica debe ser realizada entre el proyecto de los estudios de la subalternidad y el proyecto de los estudios postcoloniales, en tanto que el primero se origina principalmente del impulso y la furia de la herida colonial, mientras que el segundo se origina principalmente del impulso y las condiciones de la academia occidental y el concomitante mercado de publicaciones (2005: 49).

En últimas, entonces, la distinción o de equivalencia entre la inflexión decolonial y los estudios de la subalternidad radica en cómo se entiende su relación con respecto a la subalternidad colonial. En un artículo enfocado en el trabajo de Guha y los estudios de la subalternidad, Mignolo (2001a) considera que existe un claro paralelismo entre las premisas de la inflexión decolonial y los planteamientos de Guha y los subalternistas de la India. No obstante, como ya ha sido argumentado, los estudios de la subalternidad poseen una especificidad en términos de problemática y trayectoria que puede confluir, pero no superponerse, con lo que aquí hemos identificado como la inflexión decolonial.

Con la tradición de teoría crítica latinoamericana.

La colectividad de argumentación de la inflexión decolonial se considera heredera de algunas de las contribuciones más originales de la teoría crítica latinoamericana. Como veremos en los siguientes dos capítulos, en el pensamiento crítico latinoamericano se encuentran enfoques como la teoría de la dependencia, la filosofía de la liberación, la pedagogía del oprimido, la investigación acción participativa y la teología de la liberación, entre otros.

La inflexión decolonial se considera continuadora de esta tradición, aunque esto no significa que no haga rupturas y críticas a estas corrientes. Además, algunas de estas expresiones de la teoría crítica latinoamericana están más cercanas a la inflexión decolonial que otras.

Con el marxismo.

Sobre este punto la diferencia es clara a los ojos de varios de los miembros de la colectividad de argumentación: en tanto el marxismo es una de las tres narrativas ideológicas de la modernidad (las otras dos son el cristianismo y el liberalismo) se toma distancia crítica del mismo. A pesar de lo acertado de sus cuestionamientos al capitalismo, al marxismo se lo considera atrapado en el eurocentrismo al hacer énfasis en la clase social como categoría analítica, extrapolando y universalizando una experiencia histórica europea al resto del mundo, desconociendo elementos como la raza considerada central en la articulación del modo de producción capitalista por fuera de Europa:

“Dado que la teoría económica y política europea se expandió y conquistó el mundo, es evidente que las herramientas que Marx ofreció en su análisis del capital son útiles fuera de Europa. Sin embargo, las subjetividades y el conocimiento en el mundo colonial y excolonial son tan importantes como divergentes de las experiencias europeas […] El pensamiento de-colonial se apoya en la discriminación racial (la jerarquía de seres humanos que ha justificado la subordinación política y económica de las personas de color y de las mujeres desde el siglo XVI) y desde luego también en la explotación de clase; en el sentido que la “clase” adquirió en Europa después de la Revolución Industrial. En las colonias, los trabajadores son sujetos de color.” (Mignolo 2007a: 164).

Por lo tanto, la inflexión decolonial no puede ser subsumida dentro del marxismo o, más generalmente, dentro de la izquierda. Si se define en un sentido amplio los proyectos decoloniales como aquellos que buscan la superación de la colonialidad, el marxismo en el mejor de los escenarios debería ser subsumido (sino diluido) por tales proyectos y no a la inversa (Mignolo 2007a: 164).[10]

La colectividad de argumentación de la inflexión decolonial

La noción de ‘comunidad de argumentación’ es utilizada por Escobar para caracterizar el grupo de modernidad/colonialidad: “El grupo puede ser considerado como una comunidad de argumentación que trabaja colectivamente en conceptos y estrategias” (2003: 70).

No obstante, dadas las frecuentes asociaciones homogenizantes y romantizantes de la noción de ‘comunidad’, para los propósitos de este trabajo hemos preferido recurrir al término de colectividad. La categoría de colectividad de argumentación es útil no tanto porque quienes participen carezcan de diferencias y énfasis distintos entre sí, sino porque resalta el hecho de que se viene conversando entre ellos en diferentes eventos, seminarios, diálogos vía internet y, por supuesto, en la escritura de sus propios textos a través de referencias mutuas.

Estas conversaciones no implican a todos de la misma manera, ya que son establecidas con mayor o menor intensidad y a diferentes ritmos, dependiendo de los momentos y los participantes de las mismas.

Los énfasis y trayectorias distintas son obvios para los mismos participantes de esta colectividad. Al respecto, Ramón Grosfoguel anotaba:

Mignolo llega de la semiótica y él pone mucho énfasis en la parte epistemológica y la economía política queda muy periférica en su trabajo. Quijano viene de otro lado y él pone más énfasis en los aspectos de la economía política. Yo trato de hacer un balance ahí. Dussel empezó a usar el concepto de colonialidad y lo usa muy periféricamente, porque él viene de la filosofía de la liberación y recientemente escuché que Quijano está usando el concepto de interculturalidad, o sea ha habido mutuas influencias, pero estos son los énfasis distintos.[11]

No obstante es un hecho que paulatinamente esta ‘colectividad de argumentación’ ha ido construyendo un vocabulario compartido, ha definido una serie de problemáticas y agendas de trabajo que la convocan, al tiempo que ha ido adquiriendo visibilidad en diferentes escenarios. En este sentido, ha configurado un proyecto tanto intelectual como político, que los mismos participantes de la colectividad ha llamado ‘proyecto decolonial’.[12]

Por tanto, una posible ruta para trazar la historia de esta colectividad es la de registrar los eventos en los cuales fue constituyéndose, pero sobre todo examinar en sus publicaciones cómo se ha ido incorporando y perfilando su específica modalidad, terminología y problemáticas de argumentación. Vale decir también que trazar la historia de esta colectividad es una labor que se dificulta por el hecho de que aún es un proceso que se está perfilando y sobre el cual no se cuenta con la distancia de los años que permita justipreciar sus múltiples líneas de emergencia y sus impactos en el campo intelectual y político.

Obviamente, como cualquier historia, son muchos los silencios y vacíos que quedan pendientes en relación con lo que esta colectividad ha sido.

Un punto de partida se remonta a un grupo de trabajo y la serie de eventos que realizó en la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY), en Binghamton, a finales de los años noventa. En un congreso internacional en diciembre de 1998 organizado por Ramón Grosfoguel (profesor) y Agustín Lao Montes (estudiante de posgrado), titulado Transmodernidad, capitalismo histórico y colonialidad: un dialogo postdisciplinario, confluyeron el sociólogo peruano Aníbal Quijano (quien dictaba seminarios desde hacía muchos años en SUNY), el filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel, el semiólogo argentino Walter Mignolo y el sociólogo Immanuel Wallerstein (director del Centro Ferdinand Braudel, en SUNY).

Este evento puso en diálogo por vez primera a Mignolo, Quijano y Dussel, lo que constituirá uno de los enlaces más vitales y productivos de la colectividad. Igualmente, puso en evidencia las diferencias entre estos tres pensadores con respecto al enfoque de Wallerstein, en lo que respecta a su conceptualización de los orígenes de la modernidad en el sistema mundo (sobre este punto volveremos más adelante).

Otro punto de partida fue el congreso mundial de sociología, realizado en Montreal entre el 24 de julio y el 2 de agosto de 1998, en el que el sociólogo venezolano Edgardo Lander organizó un simposio titulado Alternativas al eurocentrismo y colonialismo en el pensamiento social latinoamericano contemporáneo. Allí entran en escena el antropólogo colombiano Arturo Escobar, el antropólogo venezolano Fernando Coronil y el mismo Edgardo Lander. Con parte de las ponencias presentadas allí, Lander editó un importante libro titulado La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas (2000).

Entre los autores que contribuyeron con capítulos al libro, y que han mantenido presencia en las conversaciones adelantadas por esta colectividad, se encuentran: Edgardo Lander, Enrique Dussel, Walter Mignolo, Fernando Coronil, Arturo Escobar, Santiago Castro-Gómez y Aníbal Quijano.

En Bogotá, entre el 13 y el 15 de octubre de 1999, se realizó el Simposio Internacional La reestructuración de las ciencias sociales en los países andinos, organizado por el Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar, de la Universidad Javeriana. Dentro de los organizadores cabe destacar al filósofo colombiano Santiago Castro- Gómez, quien se ha mantenido como uno de los referentes de la colectividad. En este evento, las presentaciones y debates se articularon

“[…] en torno a la incidencia del eurocentrismo y el capitalismo en la construcción de los modelos analíticos de las ciencias sociales, el desafío planteado a las disciplinas por campos emergentes como los estudios culturales, la apertura de campos usualmente reacios al diálogo interdisciplinario como la filosofía, la historia y el derecho, y también en relación al papel de la universidad y de las facultades de ciencias sociales y humanidades ante los retos de la globalización […] (Castro-Gómez, Schiwy y Walsh 2002: 9). A partir de las ponencias del simposio se publicó en el año 2000 un libro con el mismo título del simposio, editado por Castro-Gómez.

Aunque gran parte de los capítulos se encuentran redactados en una clave distinta a la de la inflexión decolonial, también se encuentran contribuciones dentro de este marco; entre ellas las de Walter Mignolo y Edgardo Lander, así como de la argentina Zulma Palermo que desde entonces participa en la colectividad. Es por esos años que Mignolo recién empieza a articular en sus textos un estilo y vocabulario de argumentación hoy fácilmente asociado a la inflexión decolonial; en su capítulo se evidencia ya el tono, categorías y presupuestos centrales de la naciente colectividad, lo que se puede ver, por ejemplo, en la centralidad de las citas a Quijano y Dussel.

En una entrevista recientemente publicada, Mignolo reconoce que sólo hasta después de mediados de los noventa llega a conocer los trabajos de Quijano: “No conocía los trabajos de Aníbal Quijano antes de terminar The Darker Side, y sus tesis se convirtieron en una guía crucial para el segundo libro” (Maldonado-Torres 2007b: 193).[13]

No obstante, es en el prefacio a la edición castellana de su libro Historias locales/diseños globales, escrita en 2002 y publicada en 2003, que Mignolo incorpora de forma sistemática el vocabulario de la inflexión decolonial. En el prefacio, titulado “‘Un paradigma otro’: colonialidad global, pensamiento fronterizo y cosmopolitismo crítico”, Mignolo presenta una serie de categorías que hacen parte del vocabulario y problematización de la inflexión decolonial: diferencia colonial, diferencia imperial, paradigma otro, pensamiento fronterizo, locus de enunciación, geopolítica del conocimiento y sistema mundo moderno/ colonial, son algunas de las más evidentes.

Entre el 2 y el 4 de noviembre de 2000, confluyen gran parte de los que harán parte de la colectividad de argumentación en un taller realizado en Durham, en Duke University. Organizado por Walter Mignolo y Freya Schiwy, el título del taller fue Knowledge and the Known: Capitalism and the Geopolitics of Knowledge”. A él llegaron algunos de quienes habían participado en eventos anteriores, entre ellos Aníbal Quijano, Edgardo Lander, Arturo Escobar, Fernando Coronil y Santiago Castro-Gómez. También hubo nuevos participantes como Javier Sanjinés, y Catherine Walsh, quien desde entonces ha jugado un papel muy destacado en la consolidación de la colectividad, tanto por sus publicaciones y ponencias en diferentes eventos como por su papel de gestora del doctorado en estudios culturales latinoamericanos en la Universidad Andina Simón Bolívar en Quito, que se ha convertido en uno de los escenarios más importantes en la difusión y desarrollo del proyecto en la región.

El siguiente encuentro se organizó en Ecuador, entre junio 10 y 17 de 2001, precisamente a propósito de la discusión del lanzamiento del programa doctoral en estudios culturales latinoamericanos en Quito.

El evento, organizado por Catherine Walsh, se denominó: “Primer encuentro internacional sobre estudios culturales latinoamericanos: retos desde y sobre la región andina”. De este encuentro, Walsh editaría en 2003 un libro titulado Estudios culturales latinoamericanos. Retos desde y sobre la región andina. Las cohortes de estudiantes que hasta el momento han adelantado sus estudios en el programa doctoral en la Universidad Andina, han contado con una fuerte influencia de los trabajos de los miembros de la colectividad de la inflexión decolonial y, en buena parte, sus disertaciones pueden ser consideradas como elaboraciones dentro de este encuadre, tal como se observa en otro libro editado por Walsh en 2005a, que recoge artículos elaborados por doctorantes del programa.

Luego de esta serie de eventos, los miembros centrales de la colectividad han mantenido el intercambio académico, reuniéndose periódicamente y preparando publicaciones colectivas, al tiempo que un creciente número de personas se vincula a algunas de sus reuniones y publicaciones. Como resultado, luego de algo más de una década de trabajo, los problemas y categorías propuestos por la colectividad, han ido incorporándose en el lenguaje académico en la región y, en algunos casos, también por parte de algunas organizaciones.

Aunque las influencias son dispares y varían según países, áreas del conocimiento y hasta tipo de organizaciones, la recepción de la propuesta ha sido significativa, hasta el punto en que hoy muchos de los términos que han sido propuestos por la colectividad para desarrollar sus argumentos hacen parte de una especie de sentido común en varios sectores de la academia en países como Ecuador, Colombia y Estados Unidos. En otros lugares, aunque cuenta con menor acogida, el proyecto es conocido y ha dado lugar a interesantes debates como en España y Argentina. Finalmente, hay lugares donde el vocabulario, autores y textos asociados con la inflexión decolonial son prácticamente desconocidos como en Chile y Perú.[14]

Como parte de las estrategias de consolidación del proyecto, la colectividad ha promovido un creciente número de publicaciones, entre las que se encuentra la colección de textos publicados con la editorial Signo en cooperación con la Universidad de Duke; algunos de los títulos publicados evidencian los temas que han ido adquiriendo centralidad y las categorías que tienden a posicionarse, algunas de las cuales trataremos a los largo de este libro: (Des)Colonialidad del ser y del saber (videos indígenas y los límites de la izquierda) en Bolivia (Schiwy y Maldonado-Torres 2006); Interculturalidad, descolonización del estado y del conocimiento (Walsh, García y Mignolo 2006); Género y descolonialidad (Lugones, Jiménez-Lucena y Tlostanova 2008); La teoría política en la encrucijada descolonial (De Oto, Wynter y Gordon 2009).

Adicionalmente, las publicaciones muestran cómo se amplía el número de intelectuales vinculados al proyecto, al tiempo que se incorporan nuevas temáticas al debate. Desde mediados de la década de dos mil, no son sólo las figuras más destacadas de la colectividad las que coordinan las publicaciones en las que la centralidad de la inflexión decolonial se hace manifiesta, sino que nuevos nombres empiezan a figurar con propuestas editoriales. Tal es el caso del libro coordinado por Oliver Kozlarek (2007), De la Teoría Crítica a una crítica plural de la modernidad, que incluye algunos miembros de la

colectividad junto a interlocutores de la misma y otros autores no vinculados al grupo. Del mismo periodo son el número temático de la Cultural Studies Review, de 2007, coordinado por Mignolo y Escobar, y el libro colectivo de Mignolo y Heriberto Cairo 2008, Las vertientes americanas del pensamiento y el proyecto des-colonial.

De otra parte, desde el año 2003, en Colombia la Revista Tabula Rasa ha publicado en diversas ocasiones artículos de la colectividad, cumpliendo un destacado papel en la consolidación de la inflexión decolonial en el país.[15]

Otras publicaciones periódicas, como la Revista Nómadas, también han contribuido a la difusión de los debates de la colectividad, incluyendo a miembros consolidados y algunos nuevos simpatizantes.[16]

Lo interesante de estas y otras publicaciones es que permiten ver el proceso de difusión de la propuesta conceptual de la colectividad, los intentos de apropiación y uso en relación con nuevas problemáticas, así como la consolidación, tensiones y contradicciones en el trabajo académico realizado por quienes se vinculan al proyecto.

Más que una relación exhaustiva de las trayectorias de la colectividad, queremos señalar las formas mediante las cuales la colectividad ha ido generando condiciones de circulación de sus ideas y de ampliación de los participantes en el proyecto. Durante este periodo, se ha conservado el número de miembros centrales de la colectividad, es decir, de aquellos que han jugado un papel central en la elaboración de la propuesta programática de la inflexión decolonial.

Sin embargo, creciente número de interesados en la propuesta de la colectividad ha empezado a darle uso para pensar sus propias problemáticas. Habrá que esperar a que con el tiempo se decanten los alcances de esta propuesta; por ahora nos parece importante hacer una presentación de ese núcleo de categorías y autores sobre los que se ha constituido el proyecto, no sin antes insistir en el carácter provisional y parcial de nuestro ejercicio.

Acerca de este libro

Como ya habrán notado algunos lectores familiarizados con la literatura referida a la inflexión decolonial, en este libro hemos preferido el término decolonial al de descolonial. El concepto en inglés es el de decoloniality, sobre el que existe un consenso entre los diferentes autores de la colectividad de argumentación. Frente a su traducción al castellano, no hay una posición unánime. En un número reciente de la Revista Tabula Rasa, que recoge contribuciones de diversos autores de la colectividad, dos de sus más destacadas figuras escriben conjuntamente una introducción en la que prefieren el término descolonial (Grosfoguel y Mignolo 2008).

Por su parte, Catherine Walsh, otra de las figuras centrales, en su más reciente libro se inclina por el término decolonial, con la siguiente argumentación:

“Suprimir la “s” y nombrar “decolonial” no es promover un anglicismo. Por el contrario, es marcar una distinción con el significado en castellano del “des”. No pretendemos simplemente desarmar, deshacer o revertir lo colonial; es decir, pasar de un momento colonial a un no colonial, como que fuera posible que sus patrones y huellas desistan de existir. La intención, más bien, es señalar y provocar un posicionamiento —una postura y actitud continua— de transgredir, intervenir, in-surgir e incidir. Lo decolonial denota, entonces, un camino de lucha continuo en el cual podemos identificar, visibilizar y alentar “lugares” de exterioridad y construcciones alternativas” (2009: 14-15).[17]

Hemos decidido trabajar con el término de decolonialidad para enfatizar en la marcación de la especificidad del encuadre que es alimentado desde esta colectividad de argumentación que, por lo demás, tiene una no despreciable producción académica en inglés.

Consideramos, sin embargo, que descolonialidad y decolonialidad son términos intercambiables, y deben diferenciarse del de descolonización por razones que se plantearán en el primer capítulo.

La inflexión decolonial puede ser entendida de manera amplia como el conjunto de los pensamientos críticos sobre lado oscuro de la modernidad producidos desde los ‘condenados de la tierra’ (Fanon 1963) que buscan transformar no sólo el contenido sino los términos-condiciones en los cuales se ha reproducido el eurocentrismo y la colonialidad en el sistema mundo inferiorizando seres humanos (colonialidad del ser), marginalizando e invisibilizando sistemas de conocimiento (colonialidad del saber) y jerarquizando grupos humanos y lugares en un patrón de poder global para su explotación en aras de la acumulación ampliada del capital (colonialidad del poder).

De una manera más restringida, pero también más precisa, lainflexión decolonial se refiere a una serie de categorías y problemáticasacuñadas y decantadas en los últimos diez años por un colectivo deacadémicos, predominantemente latinoamericanos, que buscan visibilizar los efectos estructurantes en el presente de la colonialidad (cfr. Escobar 2003, Grosfoguel 2006, Grosfoguel y Mignolo 2008).

Este libro, sin embargo, no tratará de la inflexión decolonial en un sentido amplio sino en el más restringido, esto es, como una corriente de pensamiento articulada por un grupo de académicos en torno a una serie de problematizaciones, que ha elaborado un sistema más o menos coherente de conceptos para dar cuenta de éstas y que ha constituido una narrativa sobre sus genealogías y alcances intelectuales y políticos.

Subrayamos, entonces, que es de esta manera que se debe entender la noción de inflexión decolonial discutida en las siguientes páginas. No es la amplitud del pensamiento de los subalternos coloniales mismos en tanto crítica al poder de la colonialidad estructurante del sistema mundo moderno/colonial lo que abordaremos en este libro, sino la malla de conceptualizaciones que enuncia y dice interpretar este pensamiento desde una colectividad de argumentación compuesta principalmente por académicos, en lenguaje y por medios fundamentalmente académicos.

La estructura del libro empieza con esta introducción en la que presentamos una caracterización general de los rasgos centrales que identificarían la colectividad de argumentación de la inflexión decolonial. Igualmente, esbozamos el lugar de esta inflexión en relación con otros enfoques de la teoría social contemporánea como son los estudios postcoloniales o teoría postcolonial, el postestructuralismo, los estudios culturales, los estudios de la subalternidad y la teoría crítica latinoamericana. Y, finalmente, introducimos una breve historia del surgimiento y trayectoria de la colectividad de argumentación de la inflexión decolonial.

A partir de este capítulo introductorio, el libro se divide en tres partes. La primera se refiere a los antecedentes y a la genealogía de la inflexión decolonial. Se examinan los aportes de los intelectuales caribeños Aimé Césaire y Franz Fanon, así como del sociólogo colombiano Orlando Fals Borda, en la conceptualización del colonialismo. Los dos primeros autores centrándonos en sus elaboraciones que lo asocian con la racialización y el racismo hacia las poblaciones colonizadas.

Del último haremos énfasis en sus reflexiones sobre el colonialismo intelectual y las condiciones de posibilidad de configuración de una ciencia propia. En esta primera parte, se presentan tres de las líneas constitutivas de la inflexión decolonial, a saber: la pedagogía del oprimido, la filosofía de la liberación y la teoría de la dependencia. Como lo argumentaremos, las influencias de la primera son más bien oblicuas, mientras que las de las segunda y tercera son más directas.

En la segunda parte se abordan las categorías y problemáticas centrales elaboradas por la colectividad de argumentación de la inflexión decolonial. Empezamos con la categoría de sistema-mundo sugerida por el sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein con base en sus apropiaciones de la teoría de la dependencia y la escuela de los anales (concretamente del trabajo de Fernand Braudel y su planteamiento sobre la larga duración), para desembocar en la noción de sistema mundo moderno/colonial propuesta por Walter Mignolo, ya dentro del enfoque de la inflexión decolonial.

Luego analizamos la categoría de ‘colonialidad del poder’ propuesta por el sociólogo peruano Aníbal Quijano a principios de los años noventa y que constituye, por así decirlo, la columna vertebral de la inflexión decolonial. En el siguiente capítulo se aborda la idea de raza que ha sido central en la argumentación de la colonialidad del poder, para pasar en el otro capítulo a presentar la colonialidad del saber y las geopolíticas del conocimiento. La colonialidad del ser y la interculturalidad cierran los insumos categoriales presentados en esta segunda parte.

La tercera y conclusiva parte del libro se centra en la formulación de una serie de críticas que han sido sugeridas sobre el enfoque de la inflexión decolonial. Estas críticas las organizamos en tres planos: críticas intra-decoloniales, inconsistencias y limitaciones conceptuales. En el planteamiento de estos cuestionamientos, hemos seguido algunos de los que han sido sugeridos por diversos autores, pero principalmente son el resultado de nuestro propio acercamiento y apropiación de los planteamientos adelantados por la colectividad de argumentación de la inflexión decolonial.

Con esta parte buscamos una intervención que, como lo plantea el epígrafe que escogimos para el libro, contribuya a evitar los prejuicios de la superioridad asumida de ciertos conocimientos, en este caso de los que se enuncian (supuesta o efectivamente) desde la diferencia colonial.


[1] Como veremos más adelante, un corolario de este planteamiento es que la modernidad no surge en los siglos XVII y XVIII con procesos como la Ilustración, la Revolución Industrial y la Revolución Francesa, sino que debe ser pensada mucho más atrás, en los siglos XV y XVI asociada a la constitución del sistema mundo moderno.

[2] Ver, por ejemplo, Trouillot (2003) y Mintz (1996).

[3] De ahí que Mignolo proponga una doble inversión a la idea del “pienso luego soy” cartesiano, a través del “Soy donde Pienso, en el cual se articulan la geo-política (marcada por la clasificación territorial imperial, por ejemplo, tercer mundo, países subdesarrollados, etc.) y la corpopolítica (cuerpos y lenguas que está fuera de la epistemología imperial)” (Maldonado-Torres 2007: 193).

[4] En este sentido, Arturo Escobar anota que: “[…] el programa MC [modernidad/colonialidad] debe ser entendido como una manera diferente del pensamiento, en contravía de las grandes narrativas modernistas—la cristiandad, el liberalismo y el marxismo— localizando su propio cuestionamiento en los bordes mismos de los sistemas de pensamiento e investigaciones hacia la posibilidad de modos de pensamiento no eurocentricos” (2003: 54).

[5] Conversación grabada con Ramón Grosfoguel en la Universidad Javeriana en noviembre de 2006, en la cual participaron, entre otros, Sandra Castañeda, Juan Camilo Cajigas y Eduardo Restrepo.

[6] Esto de transformar no sólo los contenidos sino también los términos (las condiciones mismas) de la conversación es una expresión sugerida por Walter Mignolo sobre la que volveremos en varias ocasiones a través del libro.

[7] Los conceptos de primera y segunda modernidad son planteados por Enrique Dussel; más adelante explicaremos en qué consiste esta distinción.

[8] Para profundizar en la caracterización del postestructuralismo, ver Escobar (1999: 22-25), Gibson-Graham (2002) y Laclau y Mouffe ([1990] 2000).

[9] Ver al respecto Walsh (2003 y 2005a).

[10] Sobre la tensa relación con el marxismo volveremos en el capítulo final del libro.

[11] Conversación grabada con Ramón Grosfoguel en la Universidad Javeriana en noviembre de 2006, en la cual participaron, entre otros, Sandra Castañeda, Juan Camilo Cajigas y Eduardo Restrepo.

[12] No sobra indicar que lo que en el presente libro hemos denominado colectividad de argumentación de la inflexión decolonial ha sido referido por sus miembros de múltiples maneras, entre las cuales cabe destacar: grupo de modernidad/colonialidad, proyecto modernidad/colonialidad, programa de investigación latinoamericano de modernidad/colonialidad, red de modernidad/colonialidad, proyecto modernidad/colonialidad/ decolonialidad o proyecto decolonial.

[13] Se refiere su libro The Darker Side of the Renaissance: Literacy, Territoriality, & Colonization, que fue publicado por vez primera en 1995. El segundo libro es el de Local Histories/Global Designs: Coloniality, Subaltern Knowledges, and Border Thinking, que apareció en 2000.

[14] Comentarios realizados por Nelly Richard y Víctor Vich en una reunión de la Red Iberoamericana de Postgrados en Estudios y Políticas Culturales (Clasco-OEI). Lima, octubre de 2009.

[15] Es de anotar que, además de una significativa circulación de ejemplares impresos, la revista cuenta con versiones digitales completas: http://www. revistatabularasa.org/

[16] Ver en particular el número 26: http://www.ucentral.edu.co Inflexión decolonial: fuentes, conceptos y cuestionamientos 37

[17] La misma nota al pie de página se encuentra en Walsh (2010: 122).

Joe Biden en la Casa Blanca: ninguna ilusión. Atilio Borón. 21 de enero de 2021

Puede parecer un consejo vano, pero hay que recordar el torrente de ilusorias expectativas que despertó el triunfo de Barack Obama en 2008. Reflejo de la profunda penetración del mensaje neocolonial, los cánticos triunfalistas que destacados intelectuales de la “progresía” europea y latinoamericana entonaran en vísperas de la inauguración de su mandato fueron rápidamente acallados ni bien el afro-americano puso manos a la obra (secundado por Joe Biden) y dedicó ingentes esfuerzos a salvar a los bancos de la “crisis de las hipotecas sub-prime” olvidándose de los millones que fueron estafados por aquellos.

Dado que ya se escuchan, si bien con un tono aflautado, algunas letanías parecidas a las del 2008, parece oportuno recordar estos antecedentes para no caer en nuevas –y previsibles- frustraciones.

Biden llega a la Casa Blanca con un equipo étnicamente más heterogéneo que el de Donald Trump, casi en su totalidad conformado por varones blancos. Pero en todos los casos se trata de personas que más allá de su diversidad étnica y cultural están íntimamente ligadas al gran capital norteamericano.

El Departamento de Estado será dirigido por Anthony Blinken, un halcón moderado, pero halcón al fin, que cree que su país tendría que haber fortalecido su presencia en Siria para evitar la llegada de Rusia. Blinken apoyó la invasión a Irak en 2003 y la intervención armada en Libia que culminó con la destrucción de ese país y el linchamiento de Muammar El Gadafi. Ha dicho que “la fuerza debe ser un complemento necesario de la diplomacia”, en línea con el pensamiento tradicional del establishment. Por lo tanto, a no confundirse.

El Jefe del Pentágono propuesto por Biden es un afro-descendiente, Lloyd Austin, un general de cuatro estrellas con 41 años de actividad en el Ejército y cuya ratificación en el Senado puede verse comprometida por dos razones. Primero porque la ley establece que ese cargo sólo lo puede ocupar un militar que haya abandonado el servicio por lo menos siete años antes, y Austin recién lo hizo en el 2016. Segundo, porque hasta fechas recientes era miembro del Directorio de Raytheon, uno de los gigantes del complejo militar-industrial, gran proveedor de las fuerzas armadas de EEUU. Además Austin, un hombre con buen olfato para los negocios, es también socio de un fondo de inversión dedicado a la compraventa de equipos militares. Pequeñas incompatibilidades, dirán los medios hegemónicos, siempre tan complacientes con lo que ocurre en Washington.

La segunda línea del Departamento de Estado tiene como figura estelar, en el cargo de subsecretaria para Asuntos Políticos, nada menos que a Victoria Nuland. Este personaje es un super-halcón que en la Plaza Euromaidan de Kiev alentó y repartió botellitas con agua y pastelitos a las hordas (similares a las que asolaron el Capitolio el 6 de enero en Washington) que sitiaban la casa de gobierno de Ucrania y, en febrero de 2014, derrocaron al legítimo gobierno de ese país.

Una conversación telefónica entre el embajador de EEUU en Ucrania y Nuland, inesperadamente filtrada a la prensa, quedará para siempre en los anales de la historia diplomática porque cuando aquel le hizo saber que la Unión Europea no estaba muy de acuerdo con derrocar al gobierno de Víktor Yanukóvich la Nuland respondió con un seco “Fuck the European Union!” No está demás agregar que esta bella persona está casada con Robert Kagan, un ultraderechista autor de varios libros en donde exalta el Destino Manifiesto de Estados Unidos, defiende sin tapujos la ocupación israelí de Palestina y recrimina a los gobiernos europeos por su cobardía en acompañar a Estados Unidos en su cruzada civilizatoria universal. Todo queda en familia.

Por si lo anterior no fuera suficiente para disipar cualquier esperanza en relación al recambio presidencial en Estados Unidos termino con dos citas de un artículo que Joe Biden publicara en la revista Foreign Affairs.[i] Se titula “Por qué EEUU debe conducir nuevamente. Rescatando la política exterior después de Trump” y allí lanza un rabioso ataque en contra de Rusia y China.

De la primera dice que la sociedad civil rusa resiste con valentía la opresión del “sistema autoritario y la cleptocracia de Vladimir Putin”. Sobre China, reafirma la necesidad de “endurecer nuestra política” hacia el gigante asiático. De lo contrario, asegura, China continuará “robando la tecnología y la propiedad intelectual” de nuestras empresas. [ii]

Difícil que con personas como las que ha reclutado para los cargos clave de su administración y con una retórica como la que brota de su puño y letra el mundo pueda respirar tranquilo y confiar en que, ahora sin Trump, las tensiones del sistema internacional disminuirán significativamente.

[i] En Foreign Affairs, Marzo-Abril 2020, Volumen 99, Nº 2, pp. 64-76.

[ii] El periodista Rick Gladstone, en un artículo publicado en el New York Times del 7 de noviembre de 2020, después de su artículo en Foreign Affairs, asegura que Biden se refirió a Xi Jinping como “un matón”.