Un hereje en el convento. Conversación con Aurelio Alonso

Un hereje en el convento. Conversación con Aurelio Alonso
Por: Angel Marqués Dolz
Cuando vino el segundo papa a Cuba ya usaba un bastón. Tres años después usa dos. Las rodillas le fallan, el cerebro no. A sus 76 años, Aurelio Alonso da señales de un pensamiento a prueba de dogmas, riesgo que suele venir tomado de la mano del tiempo.
“…Si un marxista asume que todo lo que dijo Marx es válido, entonces no podrá serlo”, asegura en una de sus ideas polémicas que definen a este agudo intelectual, subdirector de la revista Casa de las Américas, y Premio Nacional de Ciencias Sociales 2013.
Alonso sostiene que, como otros de su generación, fue obligado a vivir un exilio intelectual dentro de Cuba como consecuencia de la imposición de un marxismo de corte soviético, que desplazó a las posturas heterodoxas de los espacios de enseñanza y difusión mediática.
La fecha de partida hacia ese exilio llegó para el sociólogo con el cierre, en los años setenta, de la revista Pensamiento Crítico (de cuyo consejo editorial era miembro) y del departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana (donde impartía clases) como consecuencia de un cerrado compromiso con la ideología del Kremlin asumido entonces por el proyecto cubano.
P.- ¿Por qué usted cree que la universidad cubana es todavía un reservorio residual de aquella ortodoxia, cuando debería ser lo contrario?
R.-Pienso que la universidad sufrió mucho un estancamiento muy fuerte en los setenta. No sé hasta qué punto se ha logrado recuperar. Hay espacios en la universidad que muestran esa recuperación, pero el cuerpo institucional en general, a mi juicio, no se ha recuperado todavía.
P.- ¿Existe un pensamiento marxista cubano en la diáspora?
R.- Hay un pensamiento cubano en la diáspora, pero no conozco un pensamiento marxista cubano en la diáspora. Creo que hay un pensamiento cubano en la diáspora que tiene mucho de positivo; incluso, a veces, aquel que es crítico hacia la Revolución. Estimo que es un pensamiento que no se puede desechar y que nosotros tenemos que incorporar; tenemos que incorporar un pensamiento de oposición también en este país, tenemos que habituarnos a eso, a que exista un espacio de legitimidad para el que piensa en contrario, no solamente distinto, que pueda polemizar, debatir, publicar, que pueda existir.
P.- ¿Eso explica su respaldo a una iniciativa como Cuba posible?
R.-Eso explica la forma en que me he manifestado en todo lo que puedo decir. Tengo en mi trayectoria personal un exilio intelectual, se puede decir, como todos los compañeros de mi generación. No hubo exilio total porque seguí haciendo cosas, pero a mí se me vedó la entrada al aula universitaria, como a todos mis compañeros del grupo de Pensamiento Crítico. Es decir, para mí los setenta excluían la posibilidad de enseñar cualquier asignatura ideológica en un aula.
Entonces me moví hacia las relaciones internacionales y eso me llevó incluso a la diplomacia. Afortunadamente en Cuba no hubo estalinismo al extremo, como en la Unión Soviética, pero tuve que pasar una especie de exilio académico y entonces realicé un retorno a principios de los noventa, y algunos de mis compañeros un poco antes, porque se creó el Centro de Estudios de América bajo la dirección, desde el Partido, del comandante Manuel Piñeiro.
Se me posibilita unirme a ese grupo y también a otros compañeros de la vieja guardia; tal vez eso incidió en que el Centro de Estudios de América volviera a ser un foco de preocupación y tuviésemos que afrontar, veinticinco años después, otra situación de exilio interior, aunque en esta ocasión con un final menos dramático que la anterior.
De ahí fui a parar al Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, donde trabajé nueve años, con todos los reconocimientos por parte de mis compañeros, hasta que Roberto Fernández Retamar me propuso venir para la Casa de las Américas. O sea, que mi vida académica no ha tenido la continuidad que hubiera podido tener si hubiera hecho una vida universitaria nada más, como había sido mi aspiración.
Si lees mi expediente, verás que hay una producción que empieza a edad muy temprana, pero el corte de Pensamiento Crítico nos sacó a nosotros del juego muy jóvenes y todavía con muy poca obra. De más de doscientos trabajos que tengo publicados, unos ciento setenta, quizás más, son de 1989 hacia acá.
Lo que pasó con nosotros pasó con la Sociología, que cerró como carrera universitaria. Por otra parte la carrera de Antropología nunca se creó. Hay muchas carreras del mundo de las ciencias sociales que no existen en la Universidad de La Habana, ni en la academia cubana, porque durante años se pensó que la sociología era una ciencia burguesa y que el materialismo histórico, que la había reemplazado, daba la respuesta a todo lo que había que responder desde el punto de vista sociológico.
Si bien es cierto que la producción de la ciencia social cubana ha tenido que formarse dentro del marco de esa situación contradictoria, de esas secuencias de coyunturas adversas, se ha formado una generación de investigadores muy capaces, a contrapelo de las circunstancias.
P.- ¿Por qué las instancias, digamos que ejecutivas, prestan poca atención a los científicos sociales?
R.- Hay un dilema entre el político y el científico, que Max Weber estudió muy bien y le dedicó un libro, precisamente, el cual es un aporte a la ciencia social, porque no todos los aportes a las disciplinas que estudian la sociedad vienen desde dentro del marxismo. Para los políticos es muy difícil aceptar que ellos no sean la expresión de la sabiduría política ante cada respuesta a la realidad; es decir, aunque teóricamente estuvieran dispuestos a equivocarse, nunca van a estar dispuestos a que otra persona tenga razón cuando opina en discrepancia de lo que se ha asumido como visión oficial.
P.-Eso es muy vanidoso.
R.- Sí, la política es…
P.- ¿Muy vanidosa?
R.-Sí. Bueno, también el mundo intelectual es vanidoso. Es un pecado compartido; no es un pecado exclusivo. Cuba revolucionaria nace y se declara socialista y se hace socialista bajo el paraguas ideológico, no solamente de un nacionalismo cubano, sino de un socialismo cuya expresión institucional estaba en las filas del Partido Socialista Popular. Los de Pensamiento Crítico no éramos la posición oficial; la posición oficial la dominaba más bien la posición ortodoxa, como todavía la domina en cierta medida.
Aunque hoy hay mucha más apertura y comprensión que antes, no puedo decir que eso se haya terminado, ni va a terminar hasta que no pasen una o dos generaciones.
P.-Y el estalinismo, ¿está muerto y enterrado?
R.-El estalinismo nunca se eliminó del todo, porque lo que hizo la crítica del culto a la personalidad fue reducir el estalinismo a un problema psicológico, es decir, someterlo a un tratamiento de psicoanálisis. En todo caso había que criticarle los crímenes a Stalin, porque esa fue a una perversión propia de Stalin.

Pero no era un problema solo de culto a la personalidad, era un problema mucho más complejo, pues que ese personaje llamado Stalin –que no se puede negar que también hizo cosas brillantes– condujo a la Unión Soviética como un monarca, como un zar, como un emperador, que deformó el Estado soviético institucionalmente, y creó una noción de todopoderoso; una visión partidocrática para manejar la sociedad. Deformación de la cual nosotros hemos heredado mucho.

Pienso que en Cuba el Partido también tiene que generar un cambio. Yo no estoy a favor del pluripartidismo, y no creo que se trate de cambiar en esta dirección. El pluripartidismo preconizado del esquema liberal, es simplemente una subasta institucionalizada del poder. La diferencia esencial entre el pluripartidismo y el unipartidismo no es una diferencia cuantitativa; es cualitativa.

La cuestión radica en cómo pensamos al partido, qué función le debemos atribuir al partido. Creo que no puede ser la función de poder que tiene ahora, pero tampoco creo que deba limitarse a expresar de una función de contienda dentro del esquema electoral. Creo acercarme más a la idea de un partido revolucionario como lo veía Martí que como lo diseñó Lenin. Y no lo digo por nacionalismo sino en búsqueda de una coherencia conceptual.
P.- Para conducir una guerra, pero no una república…
R.- No se puede afirmar que Martí estuviera a favor del unipartidismo, pero es evidente que estaba a favor de un partido revolucionario para la guerra, y no solo para la guerra sino para formar la república; un partido que tuviera una visión ética.

Pienso que en Chibás había algo de eso también sin que fuera marxista; y en la juventud ortodoxa de la época hay un proyecto de programa redactado por Max Lesnik y otros jóvenes ortodoxos, el cual en algunos aspectos estaba a la izquierda del programa del Moncada.

El programa del Moncada tiene un significado enorme: es el programa de los revolucionarios que han tomado las armas y que han mostrado el camino en la práctica. Esa idea de que el programa del Moncada fue superado rápidamente por la Revolución me parece muy discutible; más bien diría que el programa del Moncada fue reemplazado por un programa más afín a un socialismo estatista, que confundió la socialización con la estatización de la propiedad, y que fue poco realista en varios sentidos, que asumió esquemas ajenos y experiencias de otros, a falta de otras experiencias que dieran diversidad en los antecedentes. Y también debido a la influencia que ya tenían esas experiencias de otros en el país.
P.-Buscando caminos exitosos, ¿debemos mirar hacia el modelo asiático de socialismo?
R.- No sé, no sé. Creo que tenemos que crearlo nosotros a nuestra imagen y semejanza. El hecho de que los vietnamitas hayan hecho una evolución partiendo de un modelo pluralista debe inspirarnos a una apertura socioeconómica más importante a los sectores no estatales; mucho mayor, quiero decir, al sector cooperativo, y cuando digo mayor estoy pensando en grandes áreas de la industria; la industria textil, por ejemplo, la industria de confecciones, no tiene por qué ser estatal, puede ser mayoritariamente cooperativa.

Hay sectores de la industria y del comercio que pueden ser cooperativos, y sectores también de la producción, de los servicios, que como mejor funcionan es siendo privados. Entonces, hay que lograr una configuración en que el mercado no se trague el poder de la economía, y en que el Estado pueda mantener su control por vía de la política fiscal. En eso hay que aprender de los Estados Unidos: hay que pagar impuestos. Pero se trata de transferir la función de control de la economía a la política fiscal (que sería el modelo norteamericano para sostener el Estado), sino también por vía del Estado empresario –cuya eficiencia no es una ilusión, pero tiene que ser asegurada– donde este represente el dominio socializado de la economía sí es muy eficiente.
P.-No está muy de moda…
R.-Pues al contrario de lo que se dice, sí ha demostrado en muchos casos ser muy eficiente, porque cuando más eficiente fue la Renault en Francia fue cuando era empresa totalmente estatal. Y hay otros ejemplos significativos: el Ente Nacional de Hidrocarburos (ENI) que creo que se mantiene estatal en Italia, y que sigue siendo monopolio energético. Hay muchas muestras de las capacidades del Estado de generar eficiencia en sus empresas, porque tiene la posibilidad de también controlar. Cuando sea un Estado que responda a los intereses de los trabajadores, facilitando su participación efectiva en la toma de decisiones, va a tener más capacidad de impedir la corrupción en la empresa estatal.

Un Estado aislado de los trabajadores es terrible porque se enquista, se anquilosa, y eso ha pasado en el socialismo en el siglo XX. En Cuba también los casos mayores de corrupción estatal tienen que ver con ese distanciamiento de una empresa que se supone que es propiedad de todo el pueblo, pero que el pueblo no se ha enterado que es de su propiedad.
P.- ¿Y las apetencias políticas emergentes?
R.-Apetencias políticas siempre va a haber. ¿Cuáles apetencias políticas, habría que comenzar por preguntarse?
P.-De los nuevos actores económicos.
R.- “Apetencia política” suena una cosa muy fea, porque ya lo estás calificando con un despectivo. Hay vocación a la política. Creo que hay aspiraciones legítimas y hay aspiraciones que no lo son y se pueden demostrar en la práctica, en la historia. Mira, el Partido tendría que ayudar más a discernir cuáles son aspiraciones legítimas y cuáles ilegítimas y proveer de cuadros, y ayudar a la educación, más que tratar de decirle a quienes manejan la industria lo que tiene que hacer, y a quienes manejan la economía lo que tiene que hacer. Eso es falso: me lo represento como un ejercicio artificial; no creo que los problemas de la producción se resuelvan de ese modo.
Aquí no se va a producir más azúcar porque un dirigente, por alto que esté, visite los centrales todas las semanas y salga en la televisión diciendo que aquí hay que hacer esto y aquí hay que hacer lo otro; después el dirigente se va y lo que queda es lo mismo que había antes de que el dirigente llegara.
Eso no se resuelve así; ahí hay problemas de estructura, de normas productivas, de métodos de dirección, etc. Ah, el dirigente se ocupa, va a la fábrica, va a la base; bueno, está bien, eso es una virtud; puede ser ejemplo, muy austero en su vida personal, y eso es otra virtud; puede ser modesto en su trato eso es más difícil de encontrar pero bueno, esa sería otra virtud. Pero nada de eso…, todo eso metido en un paquete no basta para resolver el problema de la economía, que es, implacablemente matemático, y para que el resto funcione, tiene que funcionar la economía.
¿Por qué lo que hicimos en los 60 no se pudo sostener? ¿Por qué se derrumbó? ¿Por qué hubo una bancarrota económica? Bueno, porque nos metieron un bloqueo encima, que encarecía todas las importaciones, entre otros males. Pero hay más.

Nosotros nos lanzamos a las grandes reformas. Cuando decidimos en el año 1961, después de la Campaña de Alfabetización, que la educación iba a ser gratuita, hasta la universitaria, nadie se preguntó con qué economía se iban a pagar las escuelas. Y cuando decidimos que la salud iba a ser gratuita, en el 1965, nadie se preguntó cómo se iban a pagar los hospitales. Entonces, en Cuba fuimos acumulando ese default (si es que se me permite decirlo así) que las grandes transformaciones sociales trajeron aparejado.
P.-Pero eso era inevitable, si no para qué una Revolución…
R.- Claro: hay que llegar entonces a la conclusión de que no fue un error de políticas. No, porque si no se hacen esas transformaciones sociales no responde a las prioridades del proyecto ni se mantiene el consenso de la población; entonces, había que hacerlas. Pero hubo que afiliarse al CAME para poder costearlas, porque todo eso se costeó después que Cuba entró en el CAME.
Gracias a su ingreso al CAME Cuba costeó, no solamente el desarrollo de la economía que se iba a producir desde entonces, sino los grandes saltos que se habían dado con la justicia social, desde los sesenta. La economía cubana no está llena de fracasos como suponen muchos; está llena de aciertos, logrados bajo una presión excepcional. De lo contrario, no estaríamos aquí parados y el país no tendría una esperanza de vida, después de veinticinco años de crisis ininterrumpida, de cerca de 80 años. De lo contrario, yo no estaría aquí, hablando contigo, con 76 años.
Post scríptum
“Y si Marx aparece por esa puerta, ¿qué le diría?”. La pregunta, un intento por conseguir como plusvalía una humorada de último minuto, bailaba en la punta de la lengua, pero no osé a más atrevimiento.
Diestro en sutilezas, me había hecho saber- indagando con la secretaria el destino malogrado de su ticket de comedor- que la hora del almuerzo era una raya roja que no iba a ser violada. Le ofrecí buscar un sándwich de la cafetería más cercana, pero dispuso que se iría a casa. Al fin y al cabo, los sociólogos también tienen un estómago que defender.

O controle da letalidade policial

O controle da letalidade policial
Não precisamos de policiais heróis que matem e morram, mas de profissionais da segurança pública que minimizem o risco para eles próprios e para a sociedade
25/09/2015 – 17h18
Ignacio Cano, O Globo
As polícias brasileiras apresentam níveis muito elevados de uso da força e provocam milhares de vítimas fatais a cada ano. Os fatores que estão por trás desse fenômeno incluem: a) uma criminalidade também muito violenta; b) doutrinas policiais que incentivam a “guerra contra o crime”; c) setores significativos da opinião pública que encorajam o extermínio de criminosos; d) problemas de formação técnica; e e) uma supervisão deficiente da atuação policial, tanto interna quanto por parte dos órgãos do sistema de Justiça criminal, como o Ministério Público e o Judiciário.
Em consequência, todos os relatórios de direitos humanos mostram que são relativamente frequentes os casos de execução sumária e raros os exemplos de punição dos autores. Por outro lado, as polícias que mais matam são também as que mais morrem, de forma que o número de policiais mortos no Rio de Janeiro a cada ano ultrapassa a centena.

As pesquisas mostram que a letalidade policial costuma se concentrar em alguns batalhões e em alguns policiais. Adicionalmente, estudos revelam que o estresse é uma das variáveis que está associada a um maior nível de uso da força letal. Policiais estressados tendem a usar mais a força e policiais submetidos a situações de confronto desenvolvem mais estresse, numa espiral que se retroalimenta.
Nesse cenário, a Polícia Militar do Rio de Janeiro, em conjunto com o Laboratório de Análise da Violência da Uerj, desenvolveu um índice de aptidão para o uso da força policial, que pretende avaliar cada agente sob várias dimensões, entre elas o uso de munição nos seis meses anteriores.

A ideia é que o policial que ultrapasse um limiar razoável de consumo de munição, considerando a função que desempenha e a área em que trabalha, passe por um processo de reciclagem e, se reincidente, seja retirado do serviço na rua por um tempo.
Essa proposta foi apresentada num seminário interno e está aguardando que a PMERJ decida sobre a forma de implementá-la. Se bem-sucedida, ela poderia significar um incentivo institucional significativo para a redução da letalidade policial num estado que, é bom lembrar, a premiava 20 anos atrás.

O deputado Flávio Bolsonaro repudiou a iniciativa da tribuna da Alerj. Não caberia esperar outra coisa de quem defende que bandido bom é bandido morto, mas vale a pena examinar seus argumentos. O deputado afirmou que retirar a arma de policiais que atiram demais equivale a deixá-los indefesos frente à criminalidade, mas o fato é que afastar da rua um policial exposto a frequentes confrontos armados é uma forma de protegê-lo, e proteger a sociedade, dos efeitos do estresse sobre o uso pouco criterioso da arma de fogo.

O policial que passa um tempo longe da rua estaria, assim, sob um risco menor e não maior de sofrer violência. O deputado disse ainda que quem defende tais propostas estaria “querendo ter mais mortes de policiais”, mas, a rigor, quem tem um interesse objetivo na continuidade da violência é ele, pois numa sociedade com baixos níveis de violência e insegurança as teses de “bandido bom é bandido morto” perderiam toda a sustentação política.

Não precisamos de policiais heróis que matem e morram, mas de profissionais da segurança pública que minimizem o risco para eles próprios e para a sociedade.
Os policiais que se sentirem tentados pelos cantos de sereia da truculência e do extermínio de criminosos devem pensar que, quando o Ministério Público e o Judiciário acordarem para sua função constitucional, quem vai sentar no banco dos réus são eles e não aquelas pessoas “no ar-condicionado”, parafraseando o deputado, que usam essas posições como bandeira política.

Ignacio Cano é professor da Uerj e membro do Laboratório de Análise da Violência

La Columna Liniera

La Columna Liniera
Eduardo Mora Valverde

De su libro “70 años de Militancia Comunista”
Editorial Juricentro
La Columna Liniera
Regresé a la Zona Bananera del Pacífico Sur a continuar las tareas del Partido. El ambiente político nacional era muy tenso, especialmente en la capital. Se sentía ya la cercanía de muy duras y peligrosas jornadas. La oposición al Gobierno de Picado se armaba; se producían atentados terroristas. Realizando mi trabajo en esas apartadas regiones, se produjo, en el mes de julio, de 1947 la “Huelga de Brazos Caídos”, o sea el boicot económico de la más poderosa burguesía; en agosto, el desfile de damas enlutadas. Para el 12 de octubre la Rerum Novarum, del Reverendo Benjamín Núñez, convocó, a una “gran manifestación” en las calles de San José; contaba con el respaldo financiero de las cámaras patronales.
En setiembre regresé a San José, en labores partidarias. Debido a una gira que realicé hasta Panamá, ida y vuelta a pie, a ratos debajo de la lluvia y a ratos bajo el inclemente sol tropical, durmiendo mal y comiendo peor, adquirí un resfriado, con aguda y persistente tos. Como ya lo había hecho otra vez, mi mamá me metió bajo las cobijas, junto con una palangana de agua hirviendo en la que introdujo unas hojas, y me puso a respirar fuerte. A la mañana siguiente me encontraba perfectamente. Mamá llamaba a ese tratamiento “sahumerio”.
Al mediodía me reuní con Calufa y con don Paco Calderón Guardia; discutimos la posible ruta que debería seguir una columna de obreros bananeros y campesinos pobres de las regiones del Pacífico Sur, para participar en una movilización nacional, el mismo 12 de octubre, en respuesta a la convocada por el Padre Núñez.
Previmos algunas medidas de seguridad así como la ruta y los itinerarios. Primero recogeríamos a los trabajadores de las fincas de González Víquez, en la frontera con Panamá, y de último a los de Quepos y Parrita, que llegarían a Dominical. La entrada a San Isidro de El General y Cartago la haríamos juntos.
La entrada a San José, se calculó hacerla exactamente a las 10 de la mañana del 12 de octubre. Me fui rápido a Puerto Cortés, esperé la llegada de Calufa, y comenzamos los preparativos, llenos de entusiasmo y preocupados por el cumplimiento de los plazos y por las dificultades económicas.
La Confederación General de Trabajadores de Costa Rica, CTCR, convocaba a la manifestación nacional, careciendo de los necesarios recursos económicos, e incluso no pudiendo contratar, en muchos casos, líneas de transporte de pasajeros; sus propietarios las habían puesto al servicio exclusivo de la Rerum Novarum.
Era emocionante ver la actitud de los obreros bananeros. Al pasar la cabeza de la columna por las fincas de la United Fruit Co., algunos tal vez indecisos hasta ese momento, tiraban a un lado las mangueras de riego del caldo bordelés o las herramientas de trabajo, y se metían en sus filas. Vi a muchos campesinos salir del rancho, amarrándose apresuradamente los pantalones, e incorporándose a la manifestación.
Larga era la columna integrada por mil hombres dispuestos al mayor sacrificio. Pocos sobreviven hoy. Muchos murieron en la Guerra Civil. Otros por la edad. Los demás siguen de pie. Cuando me encontraba preso en Honduras, en 1951, como lo narrare después, me encontré al más joven de todos, a “Catracho”, sirviendo en la cárcel de Nacaome. Llegó a mi celda, me abrazó como hermano y me sirvió, arriesgando su trabajo y tal vez algo más.
Recuerdo una madrugada cuando subíamos la cuesta de Tinamaste. Vimos salir de unos potreros a dos o tres obreros de la columna con varios tragos entre pecho y espalda. ¿Cómo encontraron al abastecedor en aquellas desconocidas montañas? Fue algo inexplicable sólo atribuible al simple instinto u olfato de los compañeros bananeros, tan brutalmente explotados, sin diversiones y acostumbrados a tomarse sus tragos el día de descanso.
La subida de la cuesta, antes de llegar a San Isidro de El General, fue espantosa. Algunos trabajadores se desplomaban, rendidos. Yo estaba joven, y además tenía alguna experiencia en esas caminatas, y cargué en los hombros a unos de ellos. Fallas era 14 años mayor que yo e iba bien agotado; pero no se daba por rendido. Cerca de San Isidro nos esperaba un pick-up manejado por Rafael Angel Aymerich, mi ex-compañero en la organización juvenil, quien luego moriría en la Guerra Civil; consideró conveniente ir a encontrarnos por si necesitábamos llevar algún enfermo o herido al Hospital.
En la plaza de San Isidro nos concentramos todos; nos esperaba el Jefe Político don José Mora, primera víctima durante la Guerra Civil en la toma de esa plaza, el 12 de marzo de 1948. Doña María de Salas, años después suegra de Manuel, llevó a su casa a Calufa para darle una fricción recuperadora de sus energías. Yo lo acompañé. Al día siguiente reanudamos la marcha.
Cerca de Cartago nos esperaba en la carretera el Comandante de esa provincia, coronel Vaglio, para informarnos, previo a nuestra entrada a la ciudad, sobre la peligrosa situación que nos amenazaba. Las autoridades no se encontraban preparadas para evitar una agresión violenta contra la Columna, de parte de fuerzas contrarias bien pertrechadas. Nos aconsejo seguir un camino hacia Tres Ríos, que se iniciaba en esa bifurcación en que nos había esperado, para evitar un choque sangriento en Cartago.
Calufa, a la cabeza de la Columna, espero a que yo llegara con los últimos linieros. Delante del Coronel Vaglio nos informó de su propuesta y sin ninguna discusión resolvimos no variar la ruta. Los mil obreros y campesinos de la Columna gritaron llenos de entusiasmo, tal el espíritu combativo. Y seguimos adelante.
Acabábamos de pasar por El Tejar cuando fuimos víctimas de un pequeño ataque, sin consecuencias. Al fin entramos a Cartago. La calle principal estaba llena de gente. Distinguimos al Dr. Vesalio Guzmán, adversario vehemente y uno de los principales dirigentes en esa ciudad. Pero ni él ni nadie observó una actitud agresiva. Al contrario, las muchachas, a quienes veíamos como reinas de belleza, se nos acercaban, nos saludaban, y algunas nos abrazaban y besaban, a pesar de nuestra suciedad.
Siendo en la Administración de don Daniel Oduber diputado con doña María Luis Portuguez (luego Gobernadora de Cartago), ésta me contó que una de esas muchachas era ella.
El 12 de octubre de 1947 al fin entramos, por la Avenida Segunda, al Parque Central, en donde estaba concentrado el pueblo convocado por la Confederación de Trabajadores de Costa Rica (CTCR). Cuando asomamos frente a la tribuna principal, al primero que vi en ella, a la par de Manuel y Guzmán, fue al gran poeta y educador Carlos Luis Sáenz. Los linieros, emocionados al verse recibidos por el pueblo, levantaban en alto las rulas. La prensa reaccionaria sacó al día siguiente sus fotografías y en ellas se veían con caras endurecidas por el trabajo, el sol y las hambres, y vistiendo andrajos, debido a la dura jornada. Presentaba esa prensa a la columna como una banda de asesinos, o poco menos. ¡Qué honor el haber sido yo uno de esos “peligrosos malhechores”!
Mi regreso lo coordiné con Calufa. Me fui, con los trabajadores que habían salido de Quepos y Parrita, en una lancha. En Puntarenas dormimos y al día siguiente llegamos a Quepos. Después de chequear la reincorporación de los compañeros a sus respectivas fincas, mi viejo camarada y amigo, Victor Mora Calderón, me llevó a descansar a un modesto y tranquilo hotelito.
Regresé a la capital y participé en una de las discusiones del Buró Político sobre la delicada situación. Estábamos en plenas elecciones en todo el país a fin de elegir Presidente de la República, Diputados y Munícipes. Irresponsablemente, y sin consultar a sus aliados, don Teodoro había entregado el mecanismo electoral a la oposición. (Nadie entendería después en el exterior por qué el Gobierno y las fuerzas populares que lo apoyaban hablaban de fraude en su contra).
Antes de regresar a las regiones bananeras del Pacífico Sur, me fui con el “Cabo” Isaías Marchena a la costa atlántica para participar en mítines de apoyo a la candidatura del diputado Federico Picado. En la provincia de Limón el partido oficial, junto con el partido económicamente poderoso, de la oposición, y el comunista, se disputaban la mayoría de votos y el único diputado. Marchena, Federico y yo hablamos en Matina y Batán.
(Esa elección la ganó, a pesar de todo, nuestro Partido. Pero Federico no pudo llegar a la Asamblea Legislativa. El 19 de diciembre de 1948 lo sacaron de la cárcel de Limón a las 3 de la tarde, junto con Tobías Vaglio, Lucio Ibarra, Octavio Sáenz, Narciso Sotomayor y Alonso Aguilar, y a las nueve de la noche, a la altura de la milla 41, después de pasar Siquirres, en un recodo del Río Reventazón, conocido como el “Codo del Diablo”, fue brutalmente asesinado junto con sus compañeros. Hasta el día de hoy los responsables de ese asesinato permanecen en la impunidad).
En la oficina del Partido en Puerto Cortés, en una de las paredes teníamos el Padrón Electoral enviado a nuestro Partido por el Tribunal de Elecciones. Por él pasaban decenas y decenas de obreros bananeros y otros a comprobar su inscripción y su derecho legal a votar. Cuando no aparecían hacíamos el reclamo correspondiente. Todo marchaba normalmente.
El triunfo electoral lo teníamos asegurado y eso no era de extrañar en una región proletaria, explotada por una odiada empresa imperialista y con hondas tradiciones de lucha. Uno de los últimos en llegar a chequear su inclusión correcta en el Padrón fue el compañero Avendaño, de las fincas bananeras de Puerto González Víquez. (Pocas semanas después nos volvimos a encontrar en La Sierra, combatiendo; murió tres días después, en la batalla de El Tejar).
El día de las elecciones, el Lic. Marco Aurelio Salazar, Alcalde de Puerto Cortés, hermano del leal aliado de nuestro Partido y fundador del periódico “Libertad”, profesor Ovidio Salazar, nos entregó el Padrón Electoral definitivo. Cumplía así una formalidad. Tomamos el padrón nuevo y sin tiempo de hacer comparaciones, lo pusimos sobre el viejo. Pero media hora después de abrirse las mesas de votación comenzaron a llegar furiosos varios militantes y amigos del centro de Puerto Cortés, pues no se encontraban en las listas recibidas por los fiscales de las respectivas urnas de votación.
Unos habían sido trasladados a Guanacaste, otros a la Meseta Central, otros al Atlántico, etc. Reventaban furiosos; pero en ese momento ya nada podíamos hacer. Sólo viajando cada uno al lugar donde lo habían fraudulentamente trasladado, podían no perder el voto. Y eso era imposible por la falta de medios de transporte ese mismo día. Conforme pasaba el tiempo, más personas llegaban ya no sólo del centro de Puerto Cortés sino de toda la región.
Me fui a la plaza frente a la Escuela a calmar los ánimos; la violencia estaba a punto de estallar, promovida por los frustrados votantes. Cuando me encontraba calmando los ánimos, llegó el Coronel Toribio Mora cargando varios tarros de gasolina para incendiar las mesas de votación. Lógicamente eso significaría incendiar la Escuela. Por supuesto, lo impedimos.
Al día siguiente, como lo había convenido con Carlos Luis Fallas, que se encontraba dirigiendo el trabajo electoral en el centro de Puntarenas, tomé sitio en una avioneta de servicio comercial, nos encontramos en el Aeropuerto de Chacarita, y ambos nos fuimos en ese mismo avión hasta el Aeropuerto de La Sabana, en San José.
Las calles de la capital las encontramos llenas de gente protestando por el fraude. “Queremos votar” era el grito de una manifestación a la que Fallas y yo nos unimos. Los dos regresábamos furiosos después de haber palpado el fraude.
Con Antonio Barrantes fui a realizar luego, por encargo del Partido, una misión por los alrededores de La Uruca. Barrantes conducía un viejo automóvil, de color negro y de techo alto. Desde un potrero nos dispararon y una bala penetró por una de las ventanas abiertas. De inmediato sentí un pequeño rasguño en la nuca, e instintivamente me llevé la mano a la cabeza y cogí con los dedos un plomo enredado en el pelo. Un proyectil había entrado al vehículo, había rebotado en las paredes como una bola de billar, y había terminado sin fuerza en mi cabeza.
En otra oportunidad, realizando una tarea en las inmediaciones del Hospital San Juan de Dios, por la calle 14, una bala me llegó en dirección al ombligo; pero por casualidad tenía la ametralladora entre mis manos, sobre mi estómago, y la bala lo que hizo fue destrozar el magazine.
(“Te voy a decir una cosa, puej”, me dijo un día el nica Juan Ramón Leiva, el temerario, con el que había trabajado en el Pacífico Sur en el Partido y con el que estuve después en Ecos del 56. “Son babosadas, pero para morirse hay que tener mucha suerte. Siempre las balas van palotro lado”).
Al ponerse muy grave la situación, la Dirección del Partido resolvió que yo no volviera al Pacífico Sur y me encargó la responsabilidad de proteger con otros compañeros la Estación Ecos del 56. Esta jugaba un papel sumamente importante en la propaganda y agitación, y debíamos protegerla mucho. Por unos días me convertí en el bisoño “comandante” de esa guarnición.
En dos oportunidades me fui a la Finca La Caja, en La Uruca, a recibir alguna instrucción militar con el Mayor Brenes (“Perro Negro”).
Inmediatamente comencé a preparar un plan de defensa de la Estación, y lo discutí con los muchachos. Hicimos una zanja en los costados Este y Sur, en ángulo recto. En caso de un ataque nos iríamos tirando a la zanja, rodearíamos la Estación y la defenderíamos atrincherados en ella.
Un día se encontraba Manuel haciendo una intervención política, sentado por supuesto frente al micrófono, con la vista hacia el norte, hacia la carretera a San Pedro. Desde un lote vacío situado exactamente a la par de la casa donde hoy vive, atrás de la estación, le dispararon con un máuser. Los tiros pasaron cerca de su nuca; por suerte el tirador falló. Los muchachos de inmediato salieron por la puerta lateral, se lanzaron a la zanja, conforme al plan de defensa, previamente elaborado, y formaron una línea de combate alrededor de la Estación. Después de tomar medidas de protección a Manuel y al equipo que atendía en esos momentos la radiodifusora, salimos a la calle para enfrentar directamente al agresor. En ese grupo iba yo, y a la par mía Antonio Barrantes, con un mosquetón en la mano. Casi al solo salir, se le escaparon dos o tres tiros que me aturdieron pues me pasaron muy cerca del oído izquierdo.
El segundo mío en la “comandancia militar” de Ecos del 56, ya he hablado antes, era Juan Ramón Leiva, exmiembro de la Guardia Nacional de Nicaragua; se había venido a trabajar a las bananeras como obrero agrícola. Lo conocí en la finca Puntarenas, en donde llego a ser el responsable de la célula. Mediano de estatura, era vivo, inteligente, activo. Antes de regresar yo de las bananeras, el Partido había promovido una emulación; el premio, un radiorreceptor, lo ganó la finca Puntarenas, de Esquinas, por su magnífico trabajo. Juan Ramón Leiva vino a San José a llevarse el premio; la candente situación política lo envolvió. Ofreció sus servicios de militar conocedor y valiente, que tanta falta nos hacía, y fue enviado a Ecos del 56 para colaborar conmigo.
En calzoncillos y tirados en el suelo dormíamos una noche, cuando llegó el Secretario General acompañado de Manuel Moscoa a indagar preocupado sobre un tiroteo en las inmediaciones de la Estación. Nosotros, quizá por cansancio, no habíamos escuchado nada especial. Como quien estaba comandando en esos momentos la guardia era Leiva, lo llamé para oír sus informes, pero no se encontraba.
Cuando se marchó Manuel sin ninguna información, quedé muy inconforme y molesto. Comencé a ir de un lado para el otro y al rato, encabezados por Leiva, comenzaron a llegar los muchachos que supuestamente deberían haber estado cuidando la Estación, mientras el resto descansábamos.
Según Leiva, había salido precisamente a “rechazar” una agresión y por eso había dejado la guarnición desprotegida y con nosotros adentro, ignorantes de todo.
Me violenté mucho y consideré necesario castigarlo por el mal ejemplo dado, sobre todo él, un militar de formación. Le ordené se metiera a la sala de enfermería, de un área aproximada de dos varas y media por seis, muy incómoda, y se me ocurrió fijar tres días de castigo.
Leiva acató de inmediato la orden, pero cuando el c. Luis Carballo se enteró, dicen que exclamó, y con razón: “Qué sabe Lalo de cuestiones militares”. Y desde el Estado Mayor llegaron a recogerlo. De inmediato lo enviaron a dirigir, o a participar, en un enfrentamiento con fuerzas encabezadas por don Francisco Orlich, más tarde Presidente de la República.
(A Leiva lo volví a ver, en San José, pero después del frustrado intento de liberar a San Isidro de El General, cuando ya nos preparábamos para ir a atacar Cartago. Leiva había llegado con Calufa a la Confederación General de Trabajadores. Traía el ojo derecho inflamado; una esquirla se le había introducido, al hacer un intento para tomar una determinada posición. Al creer que había perdido el ojo se volvió más temerario y siguió atacando con furia. La última vez que hablé con él fue al terminar la Guerra Civil. Me lo encontré en la vieja Casa Presidencial, ya desocupada, intentando encontrar al Presidente para hablarle. Le acompañaba Abelardo Cuadra. El Presidente había abandonado el país y todo era desorden en esa residencia).
La Guerra Civil de 1948
El c. Arnoldo Ferreto, en un “Informe sobre la situación política nacional; antecedentes y perspectivas”, presentado al VII Congreso del Partido, (página 12), afirmó que “Un cierto espíritu aventurerista se apoderó de los dirigentes de nuestro Partido. Todos querían ser militares: Fallas, Lobo, Villalobos, Alvaro Montero y Eduardo Mora se fueron al frente; Rodríguez se hizo carga de la guarnición Ecos del 56…”
Ese criterio del c. Ferreto es respetable pero creo que el aventurerismo existió no cuando él lo señala, sino cuando subestimamos la acción absurda del Presidente de Guatemala Juan José Arévalo, del escritor nicaragüense Edelberto Torres, del periodista dominicano Juan Bosch, del médico nicaragüense Rosendo Argüello, del entonces socialista utópico costarricense José Figueres, y de muchos otros que, como explicábamos antes, pretendían tumbar al Gobierno democrático de Teodoro Picado, no para terminar con las conquistas sociales sino para convertir a Costa Rica en una base de operaciones para una lucha contra las dictaduras del Caribe, que remataría en una República “Socialista”. No sólo no nos esforzamos por convencerlos de su aventura, en la que los estaba metiendo el imperialismo norteamericano, sino que incluso no aprovechamos bien contactos y contradicciones.
El aventurerismo consistió en valorar solamente la magnitud del fraude electoral y limitarnos a repudiar la actitud del Presidente Picado que cometió el acto inexplicable de entregar íntegro el aparato electoral a las fuerzas adversarias e impidió casi a un 30% de nuestros partidarios, votar en las urnas previamente señaladas en los padrones.
También en que cuando el Presidente electo, don Otilio Ulate, se mostró dispuesto a llegar a un arreglo con nosotros, con prepotencia lo rechazamos.
Al declararse la Guerra Civil, el Partido envió a militantes y simpatizantes a combatir, como simples milicianos, bajo la dirección de no pocos oficiales incapaces, deshonestos y cobardes; como si fuera poco, también muchos de ellos enemigos ideológicos o cuando menos personas sin identificación con nosotros.
No afirmo lo anterior para salvar mi responsabilidad personal; precisamente soy uno de los responsables de la anulación de las elecciones de 1948. En el mismo avión, Carlos Luis Fallas y yo regresamos a San José, profundamente indignados por el escandaloso fraude electoral de que fuimos testigos ambos, dos días antes, en la provincia de Puntarenas. Nos bajamos de la nave y nos incorporamos a un acto callejero gritando “queremos votar”. No valoramos objetivamente los factores políticos externos, y las debilidades de nuestros aliados, y nos mantuvimos reclamando hasta el final el desconocimiento de las elecciones. Sólo Manuel Mora y Jaime Lobo, de la Dirección, no cayeron en ese error.
Desde principios de marzo me encontraba al frente de un grupo de compañeros, con unos viejos rifles, y unos pocos revólveres, defendiendo la guarnición “Ecos del 56”.
“Lalo, te llaman al teléfono”, me gritó el locutor en ese momento, de la radiodifusora, Arturo Montero Vega, hoy abogado y hermano de Alvaro. Cuando alcé el auricular oí una voz profundamente emocionada. “Eduardo, Figueres acaba de tomar Villa Mills. En estos momentos está abandonando la Casa Presidencial el Embajador de los Estados Unidos; llegó a exigirle al Presidente el envío de la Unidad Móvil a fin de recuperar ese lugar pues Villa Mills es un campamento de la “Public Road Administration”, de los Estados Unidos; dijo que de lo contrario, las gentes de Figueres serían expulsadas por el Ejército Estadounidense”. Y en tono de consejo me agrego: “Suspendan los programas comerciales, pongan el Himno Nacional e informen a los costarricenses que acaba de iniciarse la Guerra Civil”. Quien me hablaba de esa manera era don Francisco Calderón Guardia.
Su desbordada emoción era explicable; suponía que la interferencia del Gobierno de los Estados Unidos no obstante su grosería, demostraba, si no respaldo, al menos neutralidad de éste con el Gobierno de don Teodoro Picado, a pesar de su alianza con los comunistas.
La presión de uno y la debilidad y consecuente complicidad del otro, nos precipitaron en una trama fatal, de la cual no nos dejarían salir: peleamos en donde el adversario deseaba y necesitaba que peleáramos. Es decir, perdimos la batalla estratégica, la fundamental en una guerra.
Figueres había preparado con anticipación un “Territorio Libre”; lo conocía como a la palma de su mano; se extendía desde La Sierra, iba por el Cerro de Tarbaca, seguía sobre la carretera de San Ignacio de Acosta, pasaba por San Cristóbal Sur, Frailes y Santa Elena, y cubría un territorio montañoso en donde se encontraba San Pablo, San Marcos, Santa María de Dota y San Isidro de El General; cobijaba la Carretera Interamericana, de El Tejar hasta San Isidro, comprendiendo todo el Cerro de La Muerte.
(Un territorio lleno de latifundios, con una población políticamente atrasada. Muy alta y quebrada, con un clima excesivamente frío. A él tuvieron que ir a combatir nuestros camaradas en su mayoría obreros y campesinos de nuestras calurosas costas).
La Misión Militar Norteamericana terminó de dar el empujón al Gobierno: su Escuela Militar envió al coronel Rigoberto Pacheco Tinoco y al mayor Carlos Brenes (quien me había dado rápida instrucción en la Finca La Caja, en La Uruca), a “comprobar” personalmente, y de hecho desarmados, la veracidad del levantamiento. Según me lo confió quien era personaje importante en esta maniobra, el momento de la salida y la ruta fueron comunicados a uno de los jefes de las fuerzas situadas en la Interamericana, por lo que necesariamente cayeron en una fatal emboscada, propósito evidente de la Misión Militar.
La muerte de Pacheco y Brenes indignó al calderonismo y así se precipitó el envio de la Unidad Móvil, al “Territorio Libre”
Las noticias llegadas a San José, indicaban que la muerte de los dos militares obedeció no a un enfrentamiento de emboscados contra emboscadores, sino a un asesinato. Pacheco y Brenes quisieron burlar el cerco pero al verse rodeados alzaron las manos y entregaron sus armas. A sangre fría liquidaron primero a Pacheco y luego a Brenes, a pesar de ofrecer éste diez mil colones si no le quitaban la vida. Esto sucedió el 12 de marzo.
Hasta “Ecos del 56” nos llegaban reclamos de compañeros de la Juventud, o cercanos a ella, que pedían un rifle y un puesto de lucha en los campos de batalla.
En un camión que llevó Franklin Rivero se me encargó recoger, enlistar en la CTCR y llevar por la Interamericana hasta la línea de fuego (Rivero me dijo que a Villa Mills) a ese grupo de jóvenes. Un oficial los recibiría y les daría instrucciones para el manejo de las armas, y otras cuestiones elementales.
Entre los primeros, recogí a Miguel Angel Aymerich. Vivía en un pasaje en calle 6, cerca de La Castellana. “Espérame un momento para llevarme unos calzoncillos”, me dijo tal vez en broma. Salió con el paquetico en la mano y detrás una señora gruesa; lo abrazaba y lo besaba. Presentía que no volvería a ver a su hijo. El último a quien recogí fue a Varelita. Su padre, un artesano de zapatería del Barrio La Constructora, lo despidió con optimismo. (Estando con Fallas y Leiva en los días de la preparación del ataque a Cartago, llegó llorando a informarnos de la muerte de su hijo).
Al salvadoreño Dueñas, encargado de la oficina de registro, dí los nombres de los muchachos voluntarios y salí rápidamente hacia la Interamericana. Pasé antes por “Ecos del 56” pues unos y otros deseaban abrazarse y despedirse.
Varios de los compañeros de la guarnición se subieron “ilegalmente” al camión, “abandonando” sus responsabilidades. No lo pude impedir, básicamente por razones sentimentales. Al pasar por el cruce de Curridabat, y disminuir mucho la velocidad, un muchacho de apellido Zúñiga, de San Pedro, preguntó a los jóvenes que iban parados en el cajón del camión, el motivo del viaje, y se encaramó. ¿Espíritu aventurerista? Pienso que fue la inexperiencia, la falta de formación política, el abundante fervor juvenil, el entusiasmo fresco y comunista. No nos encontrábamos en aquel momento, en aquellas circunstancias, preparados para encauzar debidamente los impulsos de esa muchachada que pasará a la historia del movimiento revolucionario de Costa Rica y ocupará un sitio de honor.
Siendo un muchacho, de unos 14 ó 15 anos, me había internado en el Cerro de La Muerte con Antonio Barrantes y Manuel Vaglio, el hijo de uno de los Mártires de Codo del Diablo. Entonces no había Carretera Interamericana que lo atravesara; los trillos se perdían frecuentemente entre la maleza; varios días anduvimos perdidos. Según me lo informaron después, Manuel pidió ayuda a la policía para que nos encontraran; la casualidad nos llevó a topar con el TI-3, un monomotor que se había perdido hacía mucho.
Lo encontramos clavado verticalmente a una orilla del Río Brujo; cerca había un trillo; avisamos a campesinos, éstos a San José y finalmente logramos llegar a la cumbre del Cerro. Bajamos al día siguiente a Las Vueltas y entramos en la tarde a San Isidro de El General. Esa “aventura” la habíamos iniciado Barrantes, Vaglio y yo a partir de Copey, situado al pie del Cerro, por Dota. De manera que mis conocimientos de la Zona eran muy incompletos.
Cuando a mí me mandaron a la Sierra y a Villa Mills a dejar a dichos voluntarios de la Juventud, no sabía absolutamente nada de esos lugares, como no fuera el conocimiento teórico de que existían. Ni siquiera tenía un mapa para formarme alguna idea. Ibamos atenidos a que la Interamericana en construcción nos llevaría por sí sola a ellos y sería cosa de ir preguntando hasta llegar a la “línea de fuego”.
Pocos minutos después de pasar La Lucha, nos vimos cobijados por una lluvia de balas. Un militar del Gobierno, muerto de miedo, nos dijo que huyéramos con él; nos agregó que nos encontrábamos en El Empalme. Afligido, y mientras se zafaba, nos señaló una loma de donde provenían los tiros del enemigo, comandado éste por un militar norteamericano de apellido Marshall. (El oficial gobiernista, que casi no sabía lo que decía, se refería sin duda alguna a Frank Marshall).
Le pedí a mis compañeros protegerse en un paredón que estaba a la izquierda de la carretera, y formé dos grupos. A uno lo dejé al pie de la loma; me puse al frente del otro para subir y expulsar a los adversarios. No todos los compañeros dejados al pie del pequeño cerro tenían armas, ni en ese momento crítico y de precipitación era posible adquirirlas. Las instrucciones que di, un poco vagas desde el punto de vista militar, eran que nos garantizaran apoyo.
Inicié la marcha cerro arriba, gateando, con un “Mosquetón” en la mano derecha; atrás los demás. De pronto sentí un fuerte golpe en la encía superior. Un muchacho apodado “patas de hule” o “piernas de hule”, que ya se encontraba en el sitio de la balacera cuando llegamos, me sobrepasó y sin quererlo, con la culata de su rifle me golpeó fuertemente, arrancándome casi un diente y aflojandome al otro e inflamándome por varios días la boca. Los adversarios al fin se desplazaron hacia el sur.
Urgido por la necesidad de reincorporarme a la guarnición de Ecos del 56, y por hacerme examinar de un dentista, formalice mi regreso a la capital, no sin remordimiento de conciencia (y éstas son las cuestiones que tal vez no valora bien el c. Ferreto), sobre todo porque los compañeros pedían mi permanencia.
“Oye chico, ¿por qué no le haces caso a Manuel? Te ha andado buscando y tú no lo vas a ver”, llegó a decirme Adolfo Braña en momentos en que me encontraba en “Ecos del 56” haciendo un plan táctico para defender a San José de un ataque sorpresivo. Me lo habían mandado a pedir, con el “Chino” Rodríguez. (Por casualidad lo conservo en un roto y amarillento papel, pues nunca lo entregué, ni hubiera servido para nada debido a mi ignorancia en esa materia).
Con el mismo viejo Braña me fui a explicarle a Manuel que yo no había recibido ningún recado suyo. Pero éste se limitó a obsequiarme personalmente una pistola 45, la cual me acompaño durante toda la Guerra Civil. (Era mi orgullo; luego la presté para siempre a los compañeros nicaragüenses en los días de su lucha contra Somoza).
Manuel me informó que me habían llamado para enviarme al Pacífico Sur, a las regiones bananeras en donde yo había trabajado los años 1946 y 1947, para reclutar obreros de la United, y campesinos pobres, a fin de integrar una columna que dirigiría el general Sandinista Tijerino, para tomar San Isidro de El General. Pero Carlos Luis Fallas, el gran líder de toda esa gente, se fue a cumplir esa misión y las condiciones le hicieron comprender que no podía desligarse de esos camaradas y que debía convertirse en su líder “militar”, junto con Tijerino.
El doctor Fischel, en su consultorio esquina opuesta al Correo, comenzó a tratarme los dientes. Pero debí suspender el tratamiento y salir, por orden de la Dirección del Partido, hacia La Sierra. A Fernando Chaves Molina, a Alvaro Montero Vega y a mí, nos encargaron una tarea políticamente muy delicada: proteger la vida del Jefe de la Iglesia Costarricense, Arzobispo Monseñor Víctor Manuel Sanabria, la del Lic. Ernesto Martén Carranza y la del Dr. Fernando Pinto. Debíamos llevarlos a La Sierra, esperarlos el tiempo necesario mientras en El Empalme, (después supimos que habían llegado hasta Santa María de Dota) conversaban con don Pepe Figueres y ponerlos de regreso en las puertas del Palacio Arzobispal.
Monseñor, buscando la paz, y de pleno acuerdo con don Otilio Ulate, iba a proponer un armisticio bajo la siguiente fórmula: entregar la Presidencia de la República al doctor Julio César Ovares, integrar un Gabinete con representación igual de las dos partes en lucha y decretar una amnistía general. Monseñor le dijo a Manuel: “Ustedes tienen una sola palabra. Ustedes hasta con los adversarios respetan las reglas de la lealtad. Sólo si ustedes garantizan mi seguridad, yo voy hasta donde Figueres”.
Fernando Chaves se fue a preparar un cargamento de medicinas y de equipo médico a fin de llevarles a los combatientes enemigos para atender a los heridos. Surgieron muchas críticas. Se decía, especialmente entre nuestros aliados calderonistas, que eso significaba ni más ni menos darle armas a los adversarios. Pero Chaves llenó un camión, el cual fue “misteriosamente” saqueado en la noche y a la carrera, casi en los momentos mismos de salir con Monseñor, se preparó otro cargamento de medicinas.
Fui a Ecos del 56 y le pedí a un compañero hondureño de apellido Anduray, locutor de la Estación, pero conocedor del manejo de armas, nos acompañara en un jeep con Chaves, con Montero y conmigo, cargando él una ametralladora grande, con trípode. Iríamos exactamente detrás de Monseñor, de Martén y de Pinto.
Delante del jeep de Monseñor iba el camión con las medicinas que tanto nos costó preparar. Lo conducía un militante del Partido. Pero la caravana era más grande; nos seguían otros vehículos con altos militares del Gobierno, como López Mazegosa, López Roig, el “gordo Quintales”…
Como a una hora antes de llegar a La Sierra, en una bifurcación del camino, detuvo el jeep Monseñor y se bajó indignado junto con sus acompañantes. “Mire Eduardo, mejor me devuelvo. Oficiales del Gobierno se llevaron el camión con las medicinas”, me dijo Monseñor señalándome el camino por donde lo habían introducido
Le contesté que nosotros no podíamos abandonarlo por ninguna razón pues debíamos protegerlo a él. Pero después de un intercambio de opiniones Chaves ofreció ir solo, en nuestro jeep, para investigar el paradero del vehículo Al rato regresó con las medicinas.
Al desembocar en La Sierra vimos las tiendas de campaña en donde pasaban la noche, muertos de frío, nuestros camaradas combatientes. Sobre cada tienda una bandera roja, la de nuestro Partido. En La Sierra, como en el resto del país, nuestros militantes y simpatizantes peleaban bajo la dirección de militares, algunos valientes y honrados, pero otros cobardes, anticomunistas, inescrupulosos.
Cuando aparecíamos dirigentes del Partido, como en esa ocasión, los milicianos reclamaban nuestra presencia permanente, no porque supiéramos algo sobre cuestiones militares, sino porque al menos acatarían la autoridad de un cuadro político. Incluso un dirigente del Partido, combatiendo, se constituía en un factor de estímulo, de confianza y de seguridad.
Los coroneles Caballero y Zamora, junto con otros oficiales, nos recibieron evidentemente enterados de la misión de Monseñor. Con gran rapidez dieron todas las facilidades para la continuación de su viaje. Por sugerencia del Jefe de la Iglesia el camión de las medicinas fue cubierto con una gran bandera del Vaticano; el doctor Pinto tomó el volante, Monseñor se sentó a la par suya y don Ernesto Martén en el mismo asiento, al lado de la puerta.
Estaban a punto de salir hacia la “tierra de nadie” cuando llegó apresurado el c. Castillo, ingeniero agrónomo que al terminar la Guerra Civil se fue a Venezuela y aún permanece en ese país. Nos informó que el pequeño aparato de inteligencia del Partido había detectado un atentado contra la vida de Monseñor. Oficiales del Gobierno habían escogido dos cerros no muy altos, a la orilla de la carretera entre La Sierra y El Empalme, y desde allí dispararían con armas pesadas sobre el camión.
Nos apresuramos a llegar hasta don Monseñor, y sus acompañantes, y les explicamos la necesidad de darnos tiempo para desbaratar ese criminal propósito. Ya Castillo estaba llamando a todos los combatientes a una concentración. Resultaba extraña tal disposición, tomada por tres dirigentes comunistas sin consultar para nada al comandante Caballero ni a ninguno de sus oficiales. Todo era el producto de relaciones contradictorias dentro de un ejército improvisado en el cual quienes combatían eran comunistas, y quienes dirigían las acciones militares, los aliados de los comunistas. Por esa razón los camaradas no pusieron en duda que era la disciplina del Partido la que se debía acatar.
De inmediato nos vimos rodeados de dos o tres mil personas, entre ellas los oficiales de la Unidad Móvil, o sea de la Escuela Militar, así como los oficiales que venían con nosotros desde San José. También Monseñor Sanabria, don Ernesto Martén y el doctor Pinto.
Me dirigí a los miles de milicianos comunistas y simpatizantes: “En nombre del partido les exigimos que contribuyan, con todos los medios a su alcance, a proteger la vida del Jefe de la Iglesia del pueblo costarricense, Monseñor Sanabria, y de sus acompañantes. Ellos deben ir a conversar con José Figueres para presentarle una propuesta de armisticio, y deben regresar vivos. Si tuvieran ustedes que disparar contra los oficiales, deben disparar. Es orden de la Dirección del Partido”.
Los soldados se fueron a ocupar sus puestos. Los oficiales guardaron silencio y se dispersaron. Después se le dijo a Monseñor que podía continuar su marcha, si lo consideraba pertinente. Llenos de confianza salieron en el camión cubierto con la Bandera de la Iglesia Católica llevando las medicinas a los soldados de Figueres, las tres ilustres personalidades.
(En 1952, encontrándonos en la clandestinidad, asistí una noche a una reunión del Partido en Grecia. El portero de la Escuela era militante y creó las condiciones preparándonos una de las aulas. Cuando por casualidad se mencionó ese incidente oí una voz que venía del final del salón; en la semi oscuridad no podía precisar de quien era. “Vos sabés, Lalo, quien dirigía al grupo que iba a matar a Monseñor? Era yo. No militaba todavía en el Partido, pero a partir de ese momento comprendí que ahí estaba mi lugar. Por eso estoy aquí”. Después se acercó. Era Mario Segura, de Santo Domingo de Heredia).
Esa noche dormimos en La Sierra “Peor que perros”, como me decía Fernando Chaves Molina. Tirados en el suelo, sin cobijas, pegados lo más posible unos a otros para sentir algo de calor. El c. Avendaño, el mismo que el día de las elecciones llegó a decirme en Puerto Cortés, indignado, que lo habían trasladado a votar a Limón, sin haberlo solicitado, anulándole así su voto, me pidió que me quedara combatiendo en La Sierra. “Ya sé que vos no sabés de estas babosadas, pero venite”.

Al despedirme al día siguiente le prometí a él y a otros excompañeros de la Zona Bananera y de la Juventud volver a La Sierra. El regreso a la capital lo hicimos más o menos siguiendo el mismo orden. Detrás del de Monseñor, iba el jeep nuestro. No sabíamos del fracaso de la gestión de paz, pero regresábamos contentos de haber cumplido exitosamente la tarea encargada por la Dirección del Partido.
La “Public Roads” no había terminado de construir la carretera. Si el serpenteo y el declive hoy son muy peligrosos, en aquél tiempo eran mucho mayores, y la bajada la íbamos haciendo con cuidado. No habíamos recorrido la mitad cuando pasaron en sentido contrario dos vehículos; el primero, una camioneta Willis nueva; en ella el Jefe de la Policía del Gobierno, el coronel de nacionalidad cubana Juan José Tavío, furibundo anticomunista, perteneciente al FBI. Después de la Guerra Civil regresó a su patria y se convirtió en uno de los torturadores de Batista. La Revolución Cubana lo ajustició al triunfar.
Cuando lo vimos pasar comenzamos a especular sobre si no sería él quien como jefe de la policía había planeado el crimen del Jefe de la Iglesia, para frustrar un arreglo político a base del Dr. Ovares, fundador de la Liga Cívica y un hombre antiimperialista, y a la vez para culparnos a los comunistas del crimen. Supusimos que se dirigía a La Sierra a investigar personalmente los entretelones del frustrado asesinato y, de ser posible, ejecutarlo mediante otro plan.
Al poco rato Anduray nos avisó la cercanía de Tavío detrás de nuestro jeep. Evidentemente el agente del FBI al ver pasar en sentido contrario a Monseñor Sanabria resolvió regresar. Aumentando la velocidad sobrepasó a los vehículos de la cola y sólo le faltaba adelantar al nuestro, cuando Anduray lo descubrió. Chaves Molina conducía nuestro jeep y comenzó a zigzaguear para no dejarlo pasar. Teníamos no sólo el temor sino el convencimiento de que Tavío y sus gentes, al situarse a la zaga del vehículo de Monseñor, procederían de inmediato a liquidarlo, talvez empujándolo a un precipicio en una de las numerosas vueltas.
Le pedimos a Anduray que la mira de su ametralladora la pusiera sobre la cara de Tavío y ante el primer intento de sobrepasarnos, disparara sin vacilación.
Al evadir Chaves un hueco, la Willis de Tavío pasó como un rayo, sin darle tiempo a Anduray de actuar, y se situó detrás de su objetivo. Por suerte en ese momento llegábamos al Tejar; Monseñor debió darse cuenta de esa situación extraña al ver el vehículo de Tavío al lado suyo, y no el nuestro; entonces en vez de seguir hacia Cartago entró a la población y se detuvo frente a la Iglesia del lugar. Con más rapidez que Tavío y sus subalternos, nosotros nos tiramos del jeep y corrimos hacia donde Monseñor Sanabria. Pero de inmediato Tavío se nos acercó y nos dio la mano a todos.
Con facilidad organizamos la protección del Jefe de la Iglesia y sus acompañantes hasta San José. En la puerta del Palacio Arzobispal nos despedimos de ellos.
Después de los hechos narrados, la Dirección del Partido no me envió a combatir a La Sierra; sería faltar a la verdad afirmarlo; no actué correctamente al permitir que mis compromisos morales determinaran mi incorporación a las filas de combatientes de la Interamericana. Alguna vez Manuel, pasados varios años de los acontecimientos, en tono burlón me dijo: “Usted no pidió perniso para irse”, y yo le contesté: “Ustedes tampoco pidieron que no lo hiciera”.
Mi incorporación a ese ejército popular, sin preparación, sin confianza política, y sin dirección y orientación diaria, permanente, directa, del Partido, no puede interpretarse como una decisión aventurerista. Tampoco la de Fallas, ni la de Montero, ni la de Payín Rodríguez, ni la de otros cuadros dirigentes. En el caso mío acepto que fue equivocado mi proceder; me llevó a él no sólo la presión de algunos de mis compañeros de la Juventud y de las bananeras, sino la experiencia misma de la lucha, producto de mi contacto directo con la realidad viva en los frentes de combate.
Era necesaria la presencia permanente de cuadros del Partido, a la par de los militantes y simpatizantes dispuestos a toda clase de sacrificios, a dar sus vidas, aunque inconformes con decisiones y procedimientos de jefes militares, ideológica y hasta políticamente extraños, cuando menos desconocidos e incluso hasta temerosos de ellos.
Nunca hablé con Fallas al respecto, pero reconociendo a Calufa como lo conocí, estoy absolutamente seguro de que su decisión de seguir con sus compañeros bananeros hasta San Isidro de El General, después de reclutarlos, fue consecuencia de su conciencia política y de su responsabilidad, aunque procediera sin previa autorización. La Dirección del Partido nunca mostró celo por evitar la incorporación directa de él, como de otros de sus dirigentes, a la lucha armada. Es más, al regresar de una operación éramos enviados a otra.
Con la pistola 45 y un mosquetón salí para La Sierra junto con otros compañeros. Antes de llegar a Casa Mata vimos a varios hombres armados en la Interamericana. Distinguí a Antonio Valerín, el padre de Menchita y suegro de Payín, y a Adolfo García Barberena, a quien llamábamos el “Nica Garcillón”, y al que mucho queríamos por su valentía y lealtad. (Murió combatiendo en Nueva Guinea, Nicaragua, en la lucha del FSLN. Antes de salir a su última batalla estuvimos en las oficinas del Partido conversando sobre la situación militar contra Somoza y oyendo unos cassettes sobre una operación militar reciente, que dirigió).
Salí de la CTCR y no lo hice a escondidas sino como la cosa más natural del mundo. Repito, reconozco no haber recibido una orden, pero de hecho la Dirección aceptó mi traslado; prueba de ello fue el nombramiento como comandante de la guarnición Ecos del 56, en sustitución mía, de Efraín Rodríguez.
Una madrugada, tan fría o más que las anteriores, me encontraba en un punto avanzado de la Interamericana, tendido sobre la carretera, con una ametralladora de trípode mirando hacia las posiciones enemigas, listo a disparar en cualquier momento, cuando oí el motor de un camión que se avecinaba por detrás, como a una distancia tal vez de doscientos metros. A la par mía se encontraba tirado Fredy, un negrito de Limón, sencillo y generoso, con quien había hecho mucha relación amistosa. Varias veces sacó de su inseparable mochila un pedazo de “dulce de tapa”, y después de morderlo y dejarlo babeado, me lo pasaba para que yo mordiera y recuperara energías. Le grité: “Fredy, ve quién viene”.
Poco después se encontraba casi a mis pies el Presidente don Teodoro Picado, acompañado de Claudio Mora Molina, ex campeón nacional de boxeo, militar del Gobierno, comandante en las primeras batallas que se dieron en el Tejar y luego muerto en 1955 en La Cruz, cuando se produjo la condenable invasión a Costa Rica, desde Nicaragua.
No me levanté a saludar al Presidente pues suponía que las reglas militares me lo impedían. Sin embargo me quité del cuello la cobija y sin levantarme me volví a conversar con don Teodoro, con Mora Molina y otra u otras personas de la protección del Presidente. Al despedirse, don Teodoro me obsequió un máuser frances, diferente a los demás, pues al bajársele un seguro podía descargar completa la cejilla de cinco tiros, como si se tratara de una ametralladora.
Al día siguiente, entre los compañeros combatientes, ese máuser se convirtió en centro de atención. Cuando se salía de inspección, o a alguna acción bélica, siempre alguien me lo pedía para llevarlo. Con él se quedó posteriormente Alvaro Montero cuando llegó con Guillermo Fernández, munícipe del Partido electo en 1932, a decirme que la Dirección me pedía regresar de inmediato a fin de cumplir una tarea muy delicada. Le dije a Alvaro que era inconveniente mi retiro de La Sierra si no se nombraba un sustituto. “Andate vos y yo me quedo”, me dijo Alvaro. Le dejé el máuser de don Teodoro y salí hacia San José con el Ñato Fernández.
Cuando llegué a San José en la C.T.C.R. Manuel me dijo que se me había llamado para que fuera a reclutar bananeros, unos 200, a fin de ir a San Isidro de El General a respaldar a Fallas y a Tijerino los cuales se encontraban en difícil situación. Nos reportamos en la CTCR y me fui a reunir con mi familia, y a comer. En la noche regresé pero los planes de lucha habían cambiado y, por supuesto, también las tareas que uno debía realizar.
Manuel y Ferreto, según me informo el c. José Merino y Coronado, a cargo de labores de inteligencia, había salido en un jeep a hacer un recorrido hasta San Cristóbal. Después me enteré, por boca del mismo Manuel, que el propósito de esa arriesgada gira consistió en comprobar si las autoridades militares del Gobierno habían tomado medidas para impedir el ingreso a Cartago de las fuerzas adversarias. Pero habíamos sido traicionados. Figueres entró con su gente en la madrugada del día siguiente, sin disparar un solo tiro.
Don Francisco Calderón Guardia le había confiado privadamente a Manuel que el Gobierno de los Estados Unidos y el de Somoza se habían puesto de acuerdo para manipular, en la medida de lo posible, al Presidente Picado y a otros funcionarios, a fin de facilitar la llegada de Figueres sin contratiempos a Cartago.
El Gobierno, a partir de entonces, debería abandonar la capital y trasladarse a Liberia para que los comunistas quedáramos con la responsabilidad de defender solos la ciudad capital; así se produciría el enfrentamiento armado entre nosotros las fuerzas de Figueres y se justificaría internacionalmente una invasión de Somoza a Costa Rica. Don Paco le dijo a Manuel que el Gobierno de los Estados Unidos y Somoza “sabían” que Figueres no estaba actuando en Costa Rica para defender la elección de don Otilio Ulate, sino para establecer una base militar, bajo la dirección del mismo Figueres, y posteriormente organizar el derrocamiento de los Somoza y de los gobiernos dictatoriales de Honduras, El Salvador, y otros, e integrar una República Socialista en el Caribe.
La entrega de Cartago a las fuerzas de Figueres debió en efecto ser el producto de esa intriga internacional y de la complicidad del Presidente Picado, pues se dieron estos otros hechos: Teodoro no quiso atender el informe de una elevadísima personalidad costarricense que confiadamente le detalló cómo y en qué día las gentes de Figueres avanzarían sobre Cartago, incluso indicando detalles como trillos por donde marcharían.
Poco antes del “ataque” a Cartago, René Picado, Ministro de Seguridad y hermano de don Teodoro, retiró la Unidad Móvil de la Interamericana (dato muy curioso pues don René Picado se encontraba en los Estados Unidos y regresó apresuradamente a dar esa y otras órdenes aparentemente dirigidas a lograr el objetivo denunciado por don Paco).
En una carta privada, más tarde dada a la publicidad, don Teodoro le hablaba a Manuel y al doctor Calderón de “fuerzas incontrastables” (refiriéndose al gobierno de los Estados Unidos) que ejecutarían un “vejamen” contra Costa Rica (se refería a la invasión de Somoza) si él se mantenía en el Poder.
Por esos días, en efecto, nuestro país se quedó sin Gobierno y los comunistas, organizados y mal armados, quedamos dueños de hecho de la situación. Recuerdo la siguiente anécdota: estando yo un día en el Anexo del Hotel Costa Rica, fue anunciada la llegada del comandante Vega, de Puntarenas; necesitaba urgentemente hablar con Manuel. Se había venido del Puerto en un tren expreso y al ser recibido, se paró frente a Manuel, irguió el pecho, y lo saludó militarmente llamándolo “comandante”, cosa muy cómica para nosotros, por nuestra formación.
Fallas y Leiva regresaron a San José, en vista de que Figueres ya se encontraba en Cartago y las acciones contra San Isidro habían perdido sentido. Estuvimos conversando en el local de la CTCR. Leiva llegaba con un ojo muy inflamado. Una esquirla se le había incrustado cuando atacaba una posición enemiga. Me contaron que él creyó haber perdido el ojo y entonces se volvió más temerario de lo acostumbrado. Fallás fue nombrado miembro del nuevo Estado Mayor, como jefe, y al coronel nicaragüense Abelardo Cuadra, como principal consejero militar.
“Abelardo quiere hablar con vos”, me llegó a decir Calufa una tarde mientras conversaba con Antonio Barrantes, “Ameba”. Salí entonces de la oficina en que nos encontrábamos e inmediatamente me tomó Cuadra por un brazo y me invitó a salir en la madrugada del día siguiente hacia Rancho Redondo, en Guadalupe, a impedir, según él, que las fuerzas de Figueres, muy bien armadas, entraran a San José.
En la Plaza de Guadalupe un militar de apellido Serrano, de la Escuela Militar, entregó a Abelardo un croquis señalando el camino a seguir hasta el beneficio de café del Conde Tatembach; verbalmente le explicó características del lugar.
Cuando marchábamos en dirección a Rancho Redondo observamos una ambulancia de la Cruz Roja, siguiéndonos permanentemente. Eso nos disgustó mucho pues nos parecía ya sospechosa la publicidad dada a la operación. Se le pidió retirarse.
Al recibir los primeros tiros, Abelardo resolvió dejar en ese mismo lugar una “línea de retaguardia” al mando de Martínez, conocido como “Pico de oro” y escogió a unos 12 combatientes, incluyéndome a mí, e incluyéndose él, para romper la línea de fuego y penetrar la infraestructura industrial en donde al parecer estaba concentrado, según suposiciones o informes, el adversario.
Le pregunté a Cuadra la razón por la cual dejaba una retaguardia tan numerosa. Me contestó que el grueso del enemigo nos pensaba atacar por detrás. “Andan cerca y debemos tomar medidas”, afirmó. (Después supimos que iban comandadas por Marcial Aguiluz).
Comenzamos a saltar zanjas y obstáculos, escapando al fuego de las ametralladoras, con Cuadra a la cabeza. Nos separamos tanto de la retaguardia, dentro de una concepción táctica concebida por Cuadra, que en determinado momento nos sentimos rodeados de fuego de ametralladoras. Pero la retaguardia no daba señales de vida. En un bajo, cerca de donde estábamos, divisamos una hermosa y salvadora residencia.
Los tiros nos silbaban cerca cuando a la carrera bajamos hasta la casa. Estaba por supuesto desalojada. Me impresionó encontrar en el jardín un papel con el nombre de un ex-condiscípulo del Liceo, de quien hablé antes, hijo de Zeledón Castro. ¿Estaríamos en una propiedad del terrateniente de Vuelta de Jorco?
El coronel Cuadra se encontraba muy molesto con Martínez, a cargo de la línea de retaguardia. Resultaba totalmente inexplicable que habiendo pasado tantas horas no diera señales de vida.
Avanzaba la tarde, y las perspectivas no eran halagüeñas. Yo tenía entonces fama de poseer un gran sentido de orientación. Cuadra me pidió buscar una salida de aquel encierro. Arrastrándome a ratos, en otras caminando agachado, y cuando era posible trepándome a algún árbol, para formarme una mejor idea de los alrededores y de las salidas menos peligrosas, volví donde Cuadra. Por supuesto no podía dar seguridad absoluta ni mucho menos, pues el enemigo era superior a nosotros, debido a la ausencia de Martínez.
Cuadra se encontraba sentado en la cima de una loma; a su alrededor picaban los tiros de las ametralladoras y de los rifles. Posiblemente el suyo era un arranque de temeridad, o una forma de sugerirnos la ausencia del peligro inminente. En vez de bajar para enterarse de mis investigaciones y discutirlas y ajustarlas, me llamó a la cima; yo le indicaba que llegara hasta donde estaba yo para ponernos de acuerdo; pero insistía en llevarme a su lado; no quise demostrar temor, y con precaución fui subiendo.
Cuando estuve a la par suya se quitó de la muñeca de su brazo izquierdo una pulsera y me la obsequio; era una brújula, (Cuando después de la Guerra Civil llegué a México, se la enseñé a Manuel y a Carmen Lyra, con satisfacción, y así la conservé hasta que se me extravió; o mejor dicho hasta que un camarada se la dejó como recuerdo).
Nos disponíamos a salir del cerco, pasara lo que pasara, con la complicidad de la oscuridad, cuando comenzamos a oír intercambio de tiros; gracias al olfato o a la experiencia de Cuadra, y también a que nuestros socorristas traían datos muy aproximados del lugar, entramos en contacto con dos columnas enviadas desde San José en nuestro auxilio, precisamente por donde le había sugerido a Cuadra.
Mientras tanto Pico de Oro había llegado a San José con todos los integrantes de la línea de retaguardia; Manuel les preguntó por los 12 que faltábamos. Según Martínez, su línea de retaguardia había abandonado el lugar, por orden suya, pues evidentemente los 12 habíamos perecido. Manuel no quedó satisfecho, ni mucho menos, y fue así cómo organizó las dos columnas de voluntarios, muy ágiles, muy valientes, muy astutos y muy solidarios.
Cuando regresamos a San José, ya el Estado Mayor nuestro había elaborado en lo fundamental el plan de ataque a Cartago y sólo esperaba el regreso de Cuadra para completarlo. En esencia consistía en lo siguiente: una columna de unos 300 hombres, yo entre ellos, bajo la dirección de Fallas y Cuadra, entraríamos a la vieja capital a las 4 de la mañana y haríamos contacto, en el Cuartel, con el valiente coronel Roberto Tinoco. Otra atacaría desde Tres Ríos. Los jefes de esta última serían Salamanca, el discreto y capaz militar que tomo Buenos Aires, y Leiva, el impetuoso, el que adelantó el ataque a San Isidro, poniendo en un aprieto a Tijerino. La tercera la integrarían los compañeros de la Interamericana y atacarían por El Tejar. En total seríamos unos 3 ó 4.000 hombres contra 700 de Figueres.
La columna nuestra se integraba, repito, por unos 300 combatientes. Yo iba adelante, al mando de unos 50. Muchos de ellos de la Juventud. Recuerdo a Guillermo y a Noe Carvajal Cabezas; (uno salió herido en el codo del brazo izquierdo y el otro murió) a Edgar Campos, que después fue funcionario de un organismo internacional; al hijo de don Víctor Lorz y a otros cuyos apellidos se me escapan de la memoria.
Al entrar a la falda del monte situado frente al Cristo, en el Alto de Ochomogo, a pesar de que la operación la creíamos secreta (un miembro del Estado Mayor del Gobierno al parecer era un agente yanqui), fuimos atacados por sorpresa desde el costado sur, es decir desde la carretera.
Volví a ver hacia el Cristo y noté que bajo su protección se escondía un ametralladorista, logrando abarcar así, con mayor amplitud, el potrero en que nos encontrábamos. Saqué mi pistola 45 e hice un primer intento de apagar el fuego de esa máquina, apuntando a la cabeza del ametralladorista. Por inmadurez comencé a avanzar en esa dirección, sin protegerme. A Campos lo veía haciendo gestos retadores. Un hijo de Fallas, corneta, daba clarinasos envalentonadores. Detrás mío, desde la pendiente, vi bajar corriendo al teniente Quintanilla con una pesada ametralladora, y a su ayudante, Pablo Chaves, hoy gerente de la “Coope-Sierra Cantillo”, del Pacífico Sur.
De pronto caí al suelo y comencé a sangrar por el lado derecho del cuello. Mis compañeros se asustaron mucho. Fallas llegó corriendo y al ver un simple rasponazo me dijo: “Guevón, me asustase; ¿vos sabés lo que hubiera sido llevarte con las patas “padelante” donde Manuel?”.
Cuadra ordenó a Quintanilla que con su poderosa ametralladora protegiera la continuación de nuestra marcha hacia Cartago. Así llegamos a una casona e hicimos una breve parada; matamos un buey utilizando bayonetas propias o prestadas, lo asamos en pedazos individuales y lo comimos sin sal.
El c. Pablo Chaves se me acercó y me contó que era originario de Cachí de Cartago; sus padres desgraciadamente adversarios políticos suyos; su padre combatiente de Figueres. Cuando tenía 11 ó 12 años se impresionó con la firmeza y combatividad de nuestro Partido y con las grandes movilizaciones promovidas para conseguir y consolidar las conquistas sociales, y razonó de esta manera: “Soy hijo de papá, pero no estoy obligado a pensar como él”.
Y se fue a las bananeras del Pacífico Sur a ganarse la vida trabajando como obrero agrícola Cuando comenzó la Guerra Civil trabajaba en Finca 16; buscó a Santiago Flores, dirigente del Partido, y se incorporó a las milicias. Peleó en Dominical, llegó a San José y se alistó supuestamente para ir a tomar Limón, pues así se lo dio a entender Abelardo Cuadra. En esa marcha hacia Llano Grande para atacar Cartago fue que lo conocí.
Estando en la casona divisamos dos mujeres. ¿Qué hacían en ese momento y en ese lugar? ¿Andarían en labor de espionaje?
Cuadra dispuso que Pablo y otro compañero fueran tras ellas hasta sus casas, situadas a unos 400 metros del lugar, y las observaran bien a fin de comprobar si en efecto eran maestras.
(Años después me contó Chaves que efectivamente lo eran. Una de ellas se llamaba Carmen Naranjo, la cual llegaría a convertirse en una distinguida escritora. También me contó que cuando llegó de regreso a la casona, nosotros ya habíamos partido. Como oían fuego de fusilería y ametralladoras en Cartago, dieron por hecho que nuestra columna había penetrado en esa ciudad y decidieron contactar.
De pronto se vieron en el centro de un cerco cada vez más reducido y no encontraron escapatoria. El comandante adversario, con acento extranjero, los interrogó. Pablo se puso insolente y la respuesta fue una trompada que lo tiró al suelo. El comandante era Marcial Aguiluz, uno de los hombres a quienes posteriormente más llegó a querer nuestro Partido por su hidalguía, por su lealtad, por su devoción a la lucha contra las injusticias.
Pablo Chaves fue a parar a la cárcel acusado de haber asaltado una Iglesia. Pero el papá, activo “figuerista”, puso de lado las discrepancias y actuó. A partir de entonces al jefe de detectives, patrón de Pablo cuando éste era un niño, “extrañamente” se le perdió la tarjeta de “delincuencia”. Luego Pablo se escapó de la cárcel porque el guarda que era su tío, se descuidó inexplicablemente.
Antes de llegar a Llano Grande, a esperar las 4 de la mañana para entrar a Cartago, capturamos a dos combatientes enemigos en una lechería. Los llevamos con nosotros. En un galerón lleno de papas nos reunimos Fallas, Cuadra y yo con los presos, en procura de obtener información sobre las posiciones del adversario.
“Fusilalos si se niegan a hablar”, me dijo Fallas con fingido matonismo y con el propósito de atemorizarlos. Dichosamente no tuve necesidad de continuar el simulacro; ellos nos enteraron de nuestra situación en la batalla del Tejar.
Poco antes de abandonar Llano Grande y comenzar el ataque a Cartago se recibió por radio, desde la Estación Ecos del 56, la orden de regresar a San José. Toda la noche caminamos, habiéndosenos prohibido hablar y fumar. Marchábamos en fila india y las órdenes de detenernos o continuar nos llegaban en voz baja, desde atrás.
Entrada la noche, antes de llegar a Tres Ríos, terriblemente empapados debido a un aguacero que duró hasta la madrugada, resolvimos dormir y descansar. En un potrero buscamos un declive, a fin de que la lluvia no se estancara debajo de nuestros cuerpos, y dormimos profundamente. Tan profundamente que los dos presos aprovecharon la oportunidad para escaparse.
En las puertas de Tres Ríos formamos dos columnas, una encabezada por Fallas y otra por mí; en el centro, el hijo de Calufa haciendo sonar su corneta; en las calles nos recibieron calurosamente. (Por casualidad, al mismo tiempo entraban a Tres Ríos compañeros participantes de la batalla de El Tejar; entre ellos distinguí a Emilio Braña, el hijo del querido “viejo” Braña).
Fallas y yo continuamos hacia San José y nos fuimos directamente al anexo del Hotel Costa Rica, en donde estaba reunido el Buró Político el Partido.
A poco de regresar de Llano Grande comencé a enterarme de gestiones de paz realizadas a iniciativa de la Embajada de México, por el Cuerpo Diplomático. Manuel intervenía en nombre del Partido.
Me encontraba realizando, dentro de ese paréntesis de combate directo, algunas tareas de seguridad. Por eso acompañé a Manuel, con su equipo de protección, a una de esas históricas sesiones.
El Embajador Davis de los Estados Unidos, llevó al Presidente Teodoro Picado un mensaje del Secretario de Estado Norteamericano Marshall, despachado desde América del Sur. En efecto, en una conferencia en Colombia se encontraba ese alto funcionario estadounidense; en nombre de su gobierno amenazaba con una invasión de marines yanquis si no renunciaba Teodoro.
El Gobierno de México, enterado de esas presiones (coincidentes con el denunciado plan de don Paco Calderón Guardia) ordenó a su Embajador intervenir ante el Cuerpo Diplomático para evitar esa nueva desvergüenza en la historia de América Latina.
No sé si los representantes de México cometieron algún error, difíciles por lo demás de evadir en aquellas complejas circunstancias. En todo caso, lo cierto es que hicieron lo posible por evitar un agravio a nuestro país y llegar a un acuerdo de paz.
En las reuniones organizadas en la sede de la representación por el Embajador Ojeda, el de los Estados Unidos, señor Davis, cuando supo que la Guardia Nacional de Nicaragua se encontraba en nuestro territorio, anuncio el retiro de ésta pero sólo previa garantía de que el “comunismo internacional” no sería una amenaza en Costa Rica para la seguridad del Canal de Panamá y del Caribe.
Manuel consideró necesario alcanzar un entendimiento patriótico para enfrentar la intervención extranjera y en nombre del Partido llegó hasta la línea final, aparentemente, en esas gestiones de dignidad nacional: ofrecer a Figueres un entendimiento inmediato orientado a lograr la unidad de todas las fuerzas en ese momento en pugna para enfrentar la agresión promovida por los Estados Unidos.
Para quienes formábamos la guardia de protección del Secretario General ese día, y estoy convencido que para todos los muchachos que empuñábamos las armas, eso era anímicamente muy difícil. Pero por respeto y absoluta confianza en el Partido, quienes supimos de esa gestión la aceptamos, y se llegó al llamado Pacto de Ochomogo.
¿Cometimos errores? Eso no debe ni preguntarse. Seguramente se cometieron. En ellos no incurren sólo quienes están al margen de la lucha. Pero recibimos una lección: para los comunistas, el patriotismo no es un concepto hueco, formal, integrado por la celebración de fechas conmemorativas. El patriotismo es parte de nuestra vida. Es un elemento esencial de nuestra lucha. Los ciudadanos pueden o no cometer errores, y corresponde a ellos mismos tolerarlos o enmendarlos, así como buscar las formas para hacerlo. Concretamente, en abril de 1948 éramos los costarricenses quienes teníamos que resolver, mal o bien, la suerte de nuestra Patria; aunque cometiéramos errores; lo fundamental era salvar la dignidad del pueblo costarricense.
El Acuerdo de Ochomogo garantizó las conquistas sociales y económicas y garantizó el respeto a la CTCR, a nuestro Partido y a todos los demás partidos revolucionarios y democráticos que se llegaran a formar en el futuro.
El Padre Benjamín Núñez y el periodista Guillermo Villegas Hoffmeister, para crear seguramente mayores motivos de roces en la izquierda, han afirmado que no hubo tales promesas de Figueres a Manuel Mora en Ochomogo, ni mucho menos fueron las que éste nos informó, en la Comisión Política. Por supuesto, según ellos no hubo ningún documento escrito al respecto.
Sin embargo el Padre Núñez y el periodista Villegas cometen un error en el libro que le atribuyen a Figueres. En la página 273 de “El Espíritu del 48”, don José Figueres dice textualmente: “En realidad, el documento no venía a ser otra cosa que la expresión escrita del espíritu y la letra de la Segunda Proclama de Santa María de Dota, que la opinión pública conocía. Era la reiteración de la conversación que yo sostuve con Manuel Mora en Ochomogo”.
Y a continuación reproducen textualmente la carta, enviada el 19 de abril de 1948, por el Presbítero Benjamín Núñez, como Delegado del Ejército de Liberación Nacional, a nuestro Partido. La carta es un compromiso, que no fue cumplido íntegramente, de respeto a todas las conquistas democráticas, incluso a las alcanzadas durante los gobiernos del doctor Calderón Guardia y del Lic. don Teodoro Picado.
En el punto 7 de la larga carta, o Pacto de Ochomogo, sin dejar lugar a dudas aclara lo que el Padre Núñez y el periodista Villegas pusieron en duda ante un compañero: el respeto a la legalidad del Partido de los comunistas; en el artículo tres el respeto a la CTCR. Etc.
En fin, el acuerdo de Ochomogo garantizó las conquistas sociales y económicas ya alcanzadas, por las que tanto luchó nuestro pueblo encabezado por nuestro Partido, y la legalidad de los comunistas y sindicalistas.
El 27 de abril, en el Parque España, frente al viejo local de la CTCR, y como parte de los compromisos alcanzados, nos reunimos los combatientes. Simbólicamente deberíamos entregar las armas al Lic. Miguel Brenes Gutiérrez encargado de la Fuerza Pública para ese efecto. La Presidencia de la República la había asumido ya el tercer designado, don San tos León Herrera.
En una breve y emotiva intervención Manuel informó sobre los compromisos y el acuerdo de paz alcanzado. De pronto los excombatientes apuntaron sus armas hacia el cielo y dispararon, una, dos, tres veces. Caras enérgicas, cansadas, llorosas algunas, llenas de emoción y de esperanza.
Previamente se había organizado un pequeño aparato para ayudar económicamente al regreso de los combatientes a sus casas. La mayoría era de las costas; otros del interior del país pero de lugares lejanos; otros del Valle Central; algunos, no pocos, de la capital.
Una vez terminada la entrega, en un jeep conducido por Antonio Barrantes, nos fuimos Rodolfo Guzmán, Manuel y yo, los últimos en permanecer en la Plaza España, (cuando ya se oían descargas de los adversarios que posiblemente comenzaban a entrar a la capital), a los refugios señalados previamente. Como la casa de Carmen Lyra, en donde ella se encontraba enferma, estaba a unas pocas cuadras del lugar, fui el primero en bajar.
Tenía la tarea de protegerla con mi ametralladora y la pistola 45, y funcionar como una especie de enlace entre la Dirección y los compañeros que irían llegando “perdidos”, o militantes no excombatientes que necesitaban orientación para desarrollar su trabajo en la clandestinidad. A pocas cuadras de la casa de Chabela vivía doña Rosita Quirós, gran amiga del Partido y estrechamente vinculada a dirigentes militares adversarios; allí se quedaría Manuel, junto con Ferreto y Carlos Luis Sáenz, radicados de previo en esa residencia. Barrantes al final iría a dejar a Guzmán. Y también esta tarea fue cumplida valiente y disciplinadamente por Barrantes, aunque como me decía años más tarde Guzmán, gozando de lo lindo, antes se tomaron unos tragos de despedida.
En la prensa internacional se llegó a decir, durante el desarrollo del conflicto, que Carmen Lyra se paseaba durante la Guerra Civil con dos pistolas al cinto, presumiblemente cometiendo crímenes. Teníamos temor sobre la veracidad de los rumores de que las fuerzas de Frank Marshall pensaran sacarla de la casa, del pelo, para asesinarla como castigo.
Me acomodé en la sala y en presencia de Chabela tomé la ametralladora, me fui al patio, separado de la acera por una tapia, y sobre ella, entre unas matas, coloqué el arma. Me dejé la 43.
Dormía profundamente, quizás en la madrugada, y oí la débil voz de Chabela: “Eduardo, Eduardo se cayó la ametralladora”. Extrañado me levanté, corrí a la tapia, me subí y la encontré en donde la había dejado. Eran alucinaciones de nuestra dulce y bondadosa Chabela, la más grande escritora de Costa Rica, que amaba profundamente a su patria, a su casa, a la tapia, a las guarias de su patio… y que luego fue expulsada y obligada a vivir enferma y a morir en el exilio.
En la mañana de ese día llegó Adán Guevara. Lo había visto la última vez, tirado en una butaca, fatigado, en Tres Ríos, después de un combate. Llegó por orientaciones y le pedí su regreso rápido, pero cuidadoso. Luego supimos de su detención y del intento en Liberia de ahorcarlo. Colgando de un árbol, con un lazo en su fuerte cuello, fue encontrado con vida por un campesino, el cual de un machetazo cortó el mecate y le permitió a Adán huir y refugiarse.
Una noche llegó a la casa de Chabela el abogado Fernando Castro, yerno de don Ramón Madrigal. Llevaba el vehículo lujoso de su rico y anticomunista suegro. Bajo esa protección me trasladó a una casa cerca del Parque Central en donde seguí cumpliendo mis tareas en relación con los camaradas aún no orientados en su trabajo. Ya Carmen Lyra había sido llevada a la Embajada de México
En mi nuevo escondite recibí instrucciones de atender a varios compañeros. El último fue Abraham Marenco, ex-coronel de Sandino. Lo había conocido en Esquinas, en la finca Alajuela, en donde trabajaba como peón bananero. Era el encargado del periódico en ese conjunto de fincas conocidas con los nombres de las provincias de Costa Rica. Con él estuve en La Sierra. Durante la batalla de El Tejar fue herido en la espalda; en una cama del Seguro Social se encontraba, con la cara tapada y un cuello ortopédico, cuando llegaron a buscarlo para darle “el castigo que merece”.
Un funcionario lo llevó a una sala contigua, dándole tiempo a Marenco para su escape. Este se quitó el aparato ortopédico y se puso los pantalones; al fin un compañero lo puso en contacto conmigo. Le di 125 colones, pues ya no tenía más y un revólver desarmable en dos partes, con los cinco tiros. Salió así hacia Nicaragua, para hacer contactos en la frontera e ingresar ilegalmente a su patria. Al despedirnos calurosamente, me dio su última broma: “Lalo, me alegré pues decían que te habían metido un tiro en la frente”.
Ciertamente circulaba el rumor de mi muerte y lo llevaron a conocimiento de mi familia, por dicha al terminar la Guerra, cuando ya me sabían vivo.
Fallas y yo teníamos una amiga llamada Aurea Alvarado, nicaragüense; vivía muy cerca del Partido, por el Teatro Moderno. Preocupada llevó a mi casa esa “información”, recibida de militares “figueristas”, agregando que el coronel Elías Vicente (mi excondiscípulo del Liceo de Costa Rica) me había dado un tiro en la frente, con su ametralladora. Según Aurea, Elías era el ametralladorista del Cristo, en Ochomogo.
En esa misma semana se me avisó del viaje a México, a terminar mis estudios universitarios. Me enviaron el tiquete y el pasaporte. El sábado llegó Dueñas, el salvadoreño a quien ya me referí, todavía con una pequeña molestia en una nalga, debido al tiro recibido en la Interamericana cuando combatíamos. El tenía contactos en el Aeropuerto de La Sabana, y pasamos sin dificultad.
Dueñas hacía mucho tiempo no iba a su patria. En el avión, lleno de infantil emoción, me iba contando de su pueblo “Mexicanos”, y me invitó a ir a una poza muy linda en donde él aprendió a nadar. En efecto fue lo primero que hicimos pues al día siguiente yo tendría necesariamente que despedirme de él y de su patria. Llegamos a Mexicanos, buscamos el río, pero se había secado. Muy triste me invitó entonces a ir a comer pupusas.
Al día siguiente llegué al Distrito Federal de México. Me esperaba otro tipo de tareas.

Feminismo y Marxismo: más de 30 años de controversias

Feminismo y Marxismo: más de 30 años de controversias
Andrea D´Atri www.sinpermiso.info

“Marxismo y feminismo son una sola cosa: marxismo”. Heidi Hartmann y Amy Bridges
“Una revolución no es digna de llamarse tal si con todo el poder y todos los medios de que dispone no es capaz de ayudar a la mujer –doble o triplemente esclavizada, como lo fue en el pasado– a salir a flote y avanzar por el camino del progreso social e individual”. León Trotsky.

Desde lo que se ha dado en llamar “la segunda ola” del feminismo, las controversias entre esta corriente y el marxismo estuvieron a la orden del día. Creemos que no hubiera podido ser de otra manera: si el feminismo de la primera ola tuvo como interlocutor privilegiado al movimiento revolucionario de la burguesía –discutiendo sus parámetros de ciudadanía y derechos del Hombre que no incluían a las mujeres de la clase en ascenso–, el de los años ‘70 dialogó –y no siempre en buenos términos– con el marxismo, abordando cuestiones que van desde la relación entre opresión y explotación hasta la reproducción de los valores patriarcales al interior de las organizaciones de izquierda y el fracaso de los llamados “socialismos reales”.
En este período se advierten los esfuerzos teóricos de parte del feminismo de unificar clase y género en el intento de subsumir los análisis sobre las mujeres a las categorías marxistas ortodoxas. “Algunas feministas mantenían que el género era una forma de clase, mientras que otras afirmaban que se podía hablar de las mujeres como clase en virtud de su posición dentro de la red de relaciones de producción ‘afectivo-sexuales’”(1).

Este intento se basaba en que la mayoría de las teóricas feministas radicales provenían de las filas de la izquierda (2) “y más específicamente de la izquierda marxista. El feminismo radical se desarrolla como un enfrentamiento con la izquierda ortodoxa. […]. Así apuntan a una serie de problemas en las concepciones marxistas sobre la opresión de la mujer, sustituyéndolas por la tesis central de que la mujer constituye una clase social.
En respuesta a esta tesis se desarrolla el feminismo socialista que intenta combinar el análisis marxista de clases con el análisis sobre la opresión de la mujer. En sentido más general, lo que se ha dado en llamar la relación entre la sociedad patriarcal y la sociedad de clases” (3).
Otras autoras señalan que fue el mismo “desencanto ante el socialismo surgido de la revolución [lo que] ha dado un impulso a la aparición de la teoría feminista” (4). Incluso, postulando que el análisis de Kate Millet, en su reconocido libro Sexual Politics, fue lo que permitió al feminismo radical llegar a la conclusión de que “era necesaria una revolución para cambiar el sistema económico, pero no suficiente para liberar a la mujer”(5).
Si estas interlocuciones eran ineludibles es porque el feminismo, como movimiento que aspira a la emancipación de las mujeres de toda opresión, debe necesariamente dialogar con las corrientes teóricas y políticas que expresan las tendencias revolucionarias de la época.

Y en este sentido, que el feminismo haya tenido que ubicar al marxismo como un interlocutor necesario –aún en el enfrentamiento agudo de posiciones divergentes–, es un reconocimiento implícito a que la clase obrera, la lucha de clases y el socialismo son categorías que dan cuenta del modo de producción en el que vivimos, basado en la explotación de millones de seres humanos por parte de un puñado de capitalistas.

Horizonte de la discusión y de las controversias suscitadas entre feminismo y marxismo, mientras no desaparezca la propiedad privada de los medios de producción.
Además, históricamente, feminismo y marxismo nacieron en el modo de producción capitalista, aún cuando la opresión de las mujeres y de las clases fueran anteriores a la explotación del trabajo asalariado. El desarrollo del proletariado y la destrucción de la economía familiar precapitalista se encuentran en el origen de ambas corrientes de pensamiento.
Por eso, quien aspire a acabar con la opresión, y no sólo a lograr sesudas elaboraciones teóricas abstractas de dudosa capacidad emancipatoria, debe dar cuenta de esto. Y así lo hicieron el feminismo radical, el feminismo socialista, el feminismo materialista, el feminismo de la igualdad, el de la diferencia e incluso el postfeminismo, en un diálogo controversial pero también, en algunos aspectos, fructífero, durante los últimos treinta años.
¿Cuáles son los nudos centrales de esa controversia?
Las feministas liberales prestaron poca atención sobre los orígenes de la desigualdad sexual y más bien sostuvieron que la sociedad “moderna” (es decir, capitalista), con sus avances tecnológicos, sus riquezas y abundancia y con el desarrollo de la democracia como régimen político, es condición de posibilidad para la lucha por la equidad de género, la que alcanzará sus resultados progresiva y gradualmente (6).
Las feministas radicales, por el contrario, enfatizaron la existencia de la dominación masculina (patriarcado) en todas las sociedades existentes. Desde este punto de vista, aunque parecieran compartir con el socialismo la premisa de que en el sistema capitalista es imposible plantearse la liberación humana; lo cierto es que se muestran escépticas sobre la capacidad del socialismo para crear una verdadera democracia basada en la abolición de la esclavitud asalariada y sobre la cual pueda asentarse la emancipación definitiva de las y los oprimidos.

Para el feminismo radical no habrá cambio social sin una revolución cultural que lo preceda.
Por ello, cada uno debe empezar por cambiarse a sí mismo para cambiar la sociedad.
De allí el énfasis en constituir organizaciones no jerarquizadas y espontáneas de mujeres, donde el objetivo central es la “autoconcienciación” que develaría el significado político de los sentimientos, las percepciones y las prácticas naturalizadas en la vida cotidiana. Este ejercicio de autoconciencia daría paso a la liberación sexual y la creatividad que permitirían entonces transformar las relaciones opresivas. Como señala MacKinnon: “… la concienciación es a la vez expresión de sentido común y definición crítica de los conceptos. […] A través de la concienciación, las mujeres comprenden la realidad colectiva de su condición desde dentro de la perspectiva de esa experiencia, no desde fuera” (7).
Pero, tanto desde el punto de vista teórico como del político, hay diferentes sectores dentro del feminismo radical. Desde quienes se ven como parte y en alianza con otros sectores del movimiento socialista, hasta quienes absolutizan la recuperación de una cultura femenina, con valores propios y, por lo tanto, incluso llegan a plantearse políticas separatistas, intentando crear comunidades en donde se recree otra cultura opuesta a la cultura dominante, a la que consideran masculina (patriarcal).

Hay quienes sostienen posiciones teóricas acerca del ser mujer que rozan con el esencialismo biologicista, hasta quienes adhieren a posiciones materialistas economicistas que recaen en nuevos idealismos. Con estas diversas corrientes feministas, que numerosas autoras –y en este caso, haremos lo mismo– engloban bajo la denominación de feminismo radical, es que intentaremos debatir, señalando algunos de esos ejes controversiales que se mantuvieron en el diálogo con el marxismo durante los últimos treinta años.

I. Capitalismo y patriarcado, un matrimonio bien avenido (O el por qué de la necesidad de la revolución socialista)
“Tanto las feministas radicales como las feministas socialistas están de acuerdo en que el patriarcado precede al capitalismo, mientras que los marxistas creen que el patriarcado nació con el capitalismo” (8).
En sencillas palabras, Z. Eisenstein señala una de los malos entendidos más reiterados en relación al marxismo, por parte de las feministas. A pesar de que en este artículo, la feminista socialista norteamericana hace un análisis pormenorizado de los textos de Marx y Engels, culmina con este grueso error de apreciación.
Si la citamos no es por el valor que tenga en sí mismo este pequeño párrafo, sino porque es uno de los sentidos comunes más divulgados: el de que, para el marxismo, sólo existiría opresión patriarcal en el sistema capitalista. Por el contrario, Marx y Engels –pero sobre todo este último– insistieron en la existencia de la opresión de las mujeres en todas las sociedades con Estado –y no sólo en el capitalismo–, vinculando el patriarcado a la existencia de las clases sociales.
Más aún, Engels señala –en su conocida obra sobre el origen de la familia y con un tono que podría considerarse más radical que el de las feministas radicales, teniendo en cuenta el momento de su escritura– que “la monogamia no aparece de ninguna manera en la historia como un acuerdo entre el hombre y la mujer, y menos aún como la forma más elevada de matrimonio. Por el contrario, entra en escena bajo la forma del esclavizamiento de un sexo por el otro, como la proclamación de un conflicto entre los sexos, desconocido hasta entonces en la prehistoria.
En un viejo manuscrito inédito, redactado en 1846 por Marx y por mí, encuentro esta frase: ‘la primera división del trabajo es la que se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de hijos.’

Y hoy puedo añadir: el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino. La monogamia fue un gran progreso histórico (9), pero al mismo tiempo inaugura, juntamente con la esclavitud y con las riquezas privadas, la época que dura hasta nuestros días y en la cual cada progreso es al mismo tiempo un regreso relativo y el bienestar y el desarrollo de unos se verifican a expensas del dolor y de la represión de otros. La monogamia es la forma celular de la sociedad civilizada, en la cual podemos estudiar ya la naturaleza de las contradicciones y de los antagonismos que alcanzan su pleno desarrollo en esta sociedad” (10) [las negritas son nuestras].
Ahora bien, si el malentendido subsistió – y por largo tiempo– hay que buscar la razón que lo sustenta. Lo que sí es cierto es que, para el marxismo, patriarcado y capitalismo establecen una relación diferente y superior a la establecida en los anteriores modos de producción. Como señala Celia Amorós: “Lo que sí es muy cierto, restringiéndonos ahora al modo de producción capitalista, es que, como ya señaló Rosa Luxemburgo, el capitalismo es un sistema de discriminación en la explotación –al mismo tiempo que de explotación sistemática de toda forma de discriminación, podríamos añadir” (11).
Como diría la feminista española, para las mujeres obreras, la opresión introduce un incremento diferencial en su explotación. Pero, por el contrario, hay opresiones que, no sólo no implican, sino que descartan la combinación con la explotación e incluso, convierten a la mujer en integrante de la clase explotadora (por ejemplo, en el caso de una mujer casada con un varón burgués).
Como ya hemos señalado en otras oportunidades, el capitalismo arrancó a la mujer del ámbito privado. Acabó con los designios oscurantistas de la Iglesia que naturalizaban el rol de las mujeres como garantes del “fuego” del hogar.

Consiguió el desarrollo médico y científico que permitió que, por primera vez, la separación entre la reproducción y el placer pudiera ser efectiva. Permitió el más amplio conocimiento sobre el aparato reproductor femenino. Con el desarrollo de la técnica y la maquinaria, desmitificó el supuesto de tareas, trabajos y profesiones masculinos o femeninos, basados en las diferencias anatómicas. Y también ha convertido en un hecho al alcance de la mano la socialización de las tareas domésticas (12).
Pero, como ha señalado Trotsky –en discusión sobre otros términos–, “el capitalismo ha sido incapaz de desarrollar una sola de sus tendencias hasta el fin” (13). Eso significa que mientras empuja a las mujeres al ámbito de la producción, lo hace con salarios menores a los de los varones por la misma tarea, para de ese modo también presionar a la baja el salario del conjunto de la clase. Significa que, mientras impulsa la feminización de la fuerza de trabajo, lo hace sin quitarle a las mujeres la responsabilidad histórica por el trabajo doméstico no remunerado, recargándolas con una doble jornada laboral.
Que mientras tira por la borda, con los hechos mismos del desarrollo científico y técnico, los prejuicios más oscurantistas sostenidos por el clero y los fundamentalismos religiosos, se apoya en la ideología reaccionaria de la Iglesia para mantener el sometimiento y el dominio terrenal en aras de una futura libertad infinita en el más allá. Que mientras desarrolla los lavaderos automáticos, la industrialización de la elaboración de alimentos, etc., mantiene la privatización de las tareas domésticas para que, de ese modo, el capitalista se vea exento de pagar gran parte del esfuerzo con el cual se garantiza la reproducción de la fuerza de trabajo.
Muchas veces se habla del progreso de las mujeres en las últimas décadas. Inversamente, también en el capitalismo, bajo el cual se han desarrollado las mayores riquezas sociales que ha dado la humanidad en toda su historia, existen actualmente 1300 millones de pobres, de los cuales el 70% son mujeres y niñas.

Las mujeres son las que más sufren las consecuencias de los planes de hambre que imponen los organismos multilaterales y el imperialismo a través, incluso, de sus mejores especialistas en “género y desarrollo”. El capitalismo encierra éstas y otras paradojas. Mientras recrea permanentemente su propio sepulturero, también crea, para las mujeres, las condiciones de posibilidad de una igualdad de género nunca antes alcanzada, pero a la que luego no le permite acceder a millones de mujeres explotadas en el planeta.
De aquí se concluye en otra de las controversias que han recorrido este diálogo entre marxismo y feminismo desde los años ’70: la situación en la que vivimos bajo el capitalismo pareciera indicar que es necesaria la revolución social para acabar con tanta injusticia, pero ¿la revolución proletaria es suficiente para la emancipación de las mujeres?
El conocido diálogo entre Bárbara Ehrenreich y Susan Brownmiller de 1976 se refería a este mismo dilema (14). En el diálogo entre las feministas norteamericanas, donde una festejaba la revolución celebrando las diferencias existentes entre una sociedad en la que el sexismo se expresa en forma de infanticidio femenino y una sociedad en la que el sexismo toma la forma de una representación desigual en el Comité Central, agregando que esa diferencia es una por la cual vale la pena morir; la otra respondía con que “un país que ha hecho desaparecer la mosca tse-tsé puede introducir un número paritario de mujeres en el Comité Central por decreto” (15).
Consideramos que ninguna de las dos responde a la complejidad del problema planteado. En primer lugar, porque si bien, en apariencia, el infanticidio femenino resulta de una gravedad diferente a la falta de representación femenina en un gobierno, la solución a uno de los problemas no es razón suficiente para dejar de ver el segundo. Pero, suponer que siglos de opresión que pesan sobre el género femenino podrían eliminarse drástica y mágicamente con decretos revolucionarios es absurdo.
Las feministas que abogan por los cambios culturales en aras de una nueva contracultura no patriarcal, desdeñan la necesidad de esos cambios

cuando adhieren sin cuestionamientos a los regímenes burocráticos que han expropiado la revolución a las masas, o bien, son impacientes frente a la experiencia del poder obrero que transforma radicalmente la estructura económica y social y, por primera vez en la historia, permite a las masas lanzarse audazmente a la creación de nuevos valores y una nueva cultura.
La idea de que un cambio profundo de los valores y de la cultura son necesarios no es un invento de las feministas radicales de los ’70. Ya Lenin planteaba, en 1920, que “la igualdad ante la ley todavía no es igualdad frente a la vida. Nosotros esperamos que la obrera conquiste, no sólo la igualdad ante la ley, sino frente a la vida, frente al obrero. Para ello es necesario que las obreras tomen una participación mayor en la gestión de las empresas públicas y en la administración del Estado. […] El proletariado no podrá llegar a emanciparse completamente sin haber conquistado la libertad completa para las mujeres” (16).

Y Trotsky escribía, en 1923, su célebre Problemas de la vida cotidiana, donde incluso discute hasta el uso del lenguaje procaz, el bajo nivel cultural de las masas en la Unión Soviética y su relación con la situación de opresión de las mujeres. No son meros resabios de “sensibilidad” individual lo que los ha llevado a pronunciarse sobre tales cuestiones. La teoría de la revolución permanente, cuya autoría le pertenece a León Trotsky, esboza entre otras cuestiones el carácter permanente de la revolución socialista como tal; es decir, como un proceso de “duración indefinida y de una lucha interna constante, [en el que] van transformándose todas las relaciones sociales. […]
Las revoluciones de la economía, de la técnica, de la ciencia, de la familia, de las costumbres, se desenvuelven en una compleja acción recíproca que no permite a la sociedad alcanzar el equilibrio” (17).
No concluimos que la emancipación de las mujeres está garantizada automáticamente con la revolución socialista o con algunas leyes y decretos progresivos que pueda promulgar la clase obrera en el poder. Pero afirmamos

que lo contrario sí es cierto. Por eso, contraponer la necesidad de un cambio cultural a la necesidad de trastocar el sistema capitalista desde su raíz, sólo puede servir a los fines de desestimar la idea de la revolución social. Es en los estrechos marcos del sistema capitalista donde la emancipación de los oprimidos adquiere el carácter de una verdadera utopía.
Creemos que todos los derechos formales que las mujeres hemos arrancado al capitalismo con nuestra lucha se convierten en papel mojado si no se apunta a transformar el corazón de este sistema, basado en la más abyecta de las jerarquías que es la de que un puñado de personas viva a expensas de la explotación descarnada de millones de seres humanos. Pero a pesar de esto, no consideramos que haya etapas “obligadas” en la lucha por nuestra emancipación.
Creemos que, mientras luchamos por un sistema donde no existan la explotación ni la opresión, es nuestro deber irrenunciable impulsar y ser parte de las luchas de las mujeres por las mejores condiciones de vida posibles aún en este mismo sistema, por los derechos democráticos más elementales, incluso en alianza con todos y todas las que luchen por esos derechos –aún cuando no compartan la idea de que otro sistema de verdadera igualdad y libertad es posible.
Pero hoy, cuando tantas mujeres se incorporan a los parlamentos y los organismos multilaterales de “desarrollo”, mientras tantas otras mueren por hambre, por abortos clandestinos y por bombas de uranio empobrecido, la reflexión se hace urgente y más necesaria que nunca.
Porque no se trata de violencia simbólica e, incluso, porque la revolución cultural que reclama la mayoría de las feministas no puede limitarse a una simple conversión de las conciencias y de las voluntades, ya que el fundamento de esa opresión no reside en las conciencias engañadas a las que bastaría iluminar, sino en lo que Pierre Bourdieu llamaría “una inclinación modelada por las estructuras de dominación que las producen” (18).

Algo que nos obliga a poner en cuestión la necesidad de una transformación radical de las condiciones sociales de producción de esas inclinaciones. Por eso creemos que no plantearse la relación estrecha entre capitalismo y patriarcado, a esta altura de la historia, además de miopía teórica, es ceguera política.
II. Una discusión sobre el sujeto de la emancipación (O el por qué de la necesidad de unir las filas obreras en la lucha contra toda explotación y opresión)
Una de las controversias más importantes es la que refiere al sujeto de la emancipación. ¿Son las mujeres mismas o es la clase obrera? En esta dicotomía se sustentan largos debates. En ninguna de estas objeciones se señala el hecho categórico de la tendencia a la feminización de la fuerza de trabajo, que constituye a las mujeres en uno de los sectores más explotados de la clase obrera, no sólo porque pesan sobre ellas los apremios de una doble jornada laboral –remunerada en la fábrica y no remunerada en el trabajo doméstico–, sino porque sus condiciones laborales son las de mayor precarización y flexibilización.
Este hecho, sólo para demostrar que el antagonismo entre los términos parte de una omisión: las mujeres constituyen un grupo interclasista y la clase es una categoría que remite a un agrupamiento intergénerico; es decir, no son términos que se contraponen porque no son categorías del mismo nivel explicativo.
Dicho esto, entonces, la formulación más precisa debería ser: ¿quién es el sujeto de la emancipación de las mujeres? ¿Las mujeres de las distintas clases sociales asociadas en base a su interés de género? ¿O bien las mujeres de la clase obrera, asociadas con los varones de su misma clase, y conduciendo una alianza con las mujeres oprimidas de otras clases subalternas que deseen acabar verdaderamente con esta situación de opresión?

Para las marxistas, si la emancipación de las mujeres no puede realizarse sin la destrucción del sistema capitalista, por tanto, el sujeto revolucionario será el proletariado (lo que incluye mujeres y varones). Pero en esta lucha específica, las mujeres obreras encabezarán el combate por su propia emancipación y por conseguir que los varones de su propia clase incorporen la lucha contra la opresión en el programa revolucionario de las filas proletarias, como uno de los aspectos integrados a la lucha de clases más amplia. Todos los ejemplos históricos muestran la relación existente entre el desarrollo de la conciencia emancipatoria y el logro de conquistas relativas en los derechos de género, con situaciones más generales de la lucha de clases. Y también, ejemplos contrarios: cómo las situaciones más reaccionarias, de retroceso de la lucha de clases, anticiparon y fueron el marco de un retroceso también agudo en los derechos conquistados por las mujeres.
Muchas veces las feministas han discutido que en la izquierda prima la idea de que cualquier objeción sobre la opresión de las mujeres, rompería la unidad necesaria de las filas obreras para enfrentar al enemigo de clase.

Es cierto, lamentablemente se trata de un prejuicio populista muy extendido entre las filas de la izquierda. Sin embargo, parafraseando a Marx, sostenemos que no puede liberarse quien oprime a otros. Porque no hay posibilidad de que la clase, que es en sí revolucionaria por el lugar que ocupa en la producción, pueda erigirse en la dirección revolucionaria del conjunto del pueblo oprimido, sin considerar también que existe la opresión en sus filas; que millones de mujeres trabajadoras y del pueblo pobre sufren la humillación, el sometimiento y el desprecio de la mano de los miembros masculinos de su clase.

Porque los revolucionarios consideramos que cada vez que una mujer es abusada, golpeada, humillada, considerada un objeto, discriminada, sometida, la clase dominante se ha perpetuado un poco más en el poder. Y la clase obrera, en cambio, se ha debilitado. Porque esa mujer perderá la confianza en sí misma y por lo tanto en sus propias fuerzas. Atemorizada, creerá que la realidad no puede cambiarse y que es mejor someterse a la opresión que enfrentarla y poner en riesgo su vida. Y la clase obrera se debilita, también, porque ese hombre que golpeó a su compañera, que la humilló, que la consideró su propiedad, está más lejos que antes de transformarse en un obrero consciente de sus cadenas, está un poco más lejos de reconocer que, en la lucha por romper sus cadenas, debe proponerse liberar a toda la humanidad de las cadenas y contar a todos los oprimidos como sus aliados.

Por esa razón, el programa del trotskismo plantea lo opuesto a lo que sostienen los populistas: si la unidad de las filas obreras es necesaria, entonces es imperioso erradicar los prejuicios contra los inmigrantes, las barreras que se alzan entre efectivos y contratados, combatir contra la ideología que impone la represión del adulto sobre el joven y, en este mismo sentido, luchar denodadamente contra la opresión de las mujeres. Ellas deberán dejar de ser “las proletarias del proletario” (19), las personas sumisas y consideradas objetos de la propiedad del varón.
Por eso el programa del marxismo revolucionario señala: “Las organizaciones oportunistas, por su naturaleza misma, centran principalmente su atención en las capas superiores de la clase obrera, y por consiguiente, ignoran tanto a la juventud como a la mujer trabajadora. Ahora bien, la declinación del capitalismo asesta sus golpes más fuertes a la mujer, como asalariada y como ama de casa” (20). Y culmina con la consigna “¡Paso a la mujer trabajadora!”.
Conclusiones: Revisionismo antifemenino vs. Marxismo revolucionario y emancipatorio
Las controversias serían menos si, en todo caso, las diversas corrientes del feminismo radical reconocieran que, bajo la denominación de marxismo, no se halla una corriente homogénea y monolítica. Por empezar, habría que diferenciar entre reformistas y revolucionarios; algo que no es de menor importancia cuando tratamos la cuestión de la opresión de las mujeres.

Porque no creemos casual que, entre los movimientos de los trabajadores que han adoptado posiciones reformistas, los problemas específicos de la superexplotación de las mujeres hayan sido resueltos desde una tónica anti- femenina. Sin ir más lejos, es sabida la historia de la dirigencia tradeunionista británica, los proudhonianos de la 1ra. Internacional o el mismo Lassalle del Partido Obrero Alemán (pre-marxista) que cuestionaban la incorporación de las mujeres a la producción y, por lo tanto, se manifestaban contrarios a su organización como trabajadoras.
En la II Internacional, el mismo revisionista Bernstein (21) del Partido Socialdemócrata Alemán, defendió la igualdad legal para la mujer, pero se opuso con ataques satíricos a la organización militante de las mujeres trabajadoras que encabezaba Clara Zetkin, la que sin embargo, en ocasión de dividirse el partido por la traición de sus más altos dirigentes a los principios de clase, se mantuvo en el ala revolucionaria (22).
Por otra parte, nada menos que Augusto Bebel, autor de La mujer y el socialismo, fue quien atacó con los más duros epítetos misóginos a Rosa Luxemburgo, una de las más grandes dirigentes mujeres –sino la más grande– del proletariado revolucionario que se negó, pícaramente, a dedicarse a las tareas de organizar la sección femenina –donde el ala derecha quería confinarla para que no interfiriera en el rumbo revisionista– y sin embargo, participó en los Congresos Internacionales de Mujeres Socialistas intentando convencer a las mujeres socialdemócratas de su punto de vista sobre la guerra mundial y sus críticas al curso que tomaba la dirección del partido frente a estos acontecimientos. Fueron sus batallas inclaudicables por los principios revolucionarios las que le valieron que Bebel se refiriera a ella
con estas palabras: “Hay algo raro en las mujeres. Si sus parcialidades o pasiones o vanidades entran en escena y no se les da consideración o, ya no digamos, son desdeñadas, entonces hasta la más inteligente de ellas se sale del rebaño y se vuelve hostil hasta el punto del absurdo. Amor y odio están uno al lado del otro y no hay una razón reguladora” (23).

Para el ala reformista que luego claudicó ante el imperialismo en la 1ra. Guerra Mundial, Rosa Luxemburgo merecía ser tratada de este modo: “La perra rabiosa aún causará mucho daño, tanto más teniendo en cuenta que es lista como un mono” (24).
Por eso, no es extraño que Bebel respondiera: “Con todos los chorros de veneno de esa condenada mujer, yo no quisiera que no estuviese en el partido”(25).
Como señala Thonnessen: “Hay una conexión íntima entre el antifeminismo proletario y el revisionismo, así como la hay entre el movimiento radical por la emancipación de la mujer y la teoría ortodoxa socialista. El feminismo marxista ha llevado a cabo, característicamente, una lucha en contra del reformismo y el obrerismo por una parte, y contra el carácter limitado y elitista del feminismo burgués por otra parte” (26).
Esa “conexión íntima” entre antifeminismo y revisionismo volvemos a encontrarla en el período de la burocratización del estado obrero surgido de la revolución de 1917.Bajo el régimen thermidoriano de la burocracia stalinista, mientras se fusilaba en los juicios de Moscú a todos los bolcheviques de la generación de Octubre y se perseguía a los opositores de izquierda acusándolos de “trotskistas”, enviándolos a los campos de concentración o al exilio, se volvió a prohibir el aborto en la Unión Soviética, se condenó la prostitución y se criminalizó la homosexualidad.
Todo esto, acompañado con la reproducción de los estereotipos tradicionales de las mujeres como madres dedicadas al hogar y el entronizamiento de la familia, a través de la propaganda del Estado.
Fue el trotskismo quien combatió la idea stalinista de que con la conquista del poder, la sociedad socialista se consumaba en “sus nueve décimas partes”, advirtiendo sobre decenas de problemas económicos, políticos, sociales y culturales que no se podían resolver mecánicamente y que incluían, entre otros, las relaciones entre varones y mujeres.

Particularmente Trotsky fue quien, mucho antes de que las feministas radicales de la segunda ola concluyeran que “el socialismo real era antifeminista”, denunció la situación de las mujeres en la Unión Soviética en su reconocido trabajo titulado La Revolución Traicionada: “La condición de la madre de familia, comunista respetada que tiene una sirvienta, un teléfono para hacer sus pedidos a los almacenes, un auto para transportarse, etc., es poco similar a las de la obrera que recorre las tiendas, hace las comidas, lleva a sus hijos al jardín de infancia. Ninguna etiqueta socialista puede ocultar este contraste social, no menos grande que el que distingue en todo país de Occidente a la dama burguesa de la mujer proletaria” (27).
Mientras Stalin declara en 1936: “El aborto que destruye la vida es inadmisible en nuestro país. La mujer soviética tiene los mismos derechos que el hombre, pero eso no la exime del grande y noble deber que la naturaleza le ha asignado: es madre, da la vida”, , uno de sus derechos cívicos, Trotsky responde: “el poder revolucionario ha dado a la mujer el derecho al aborto políticos y culturales esenciales mientras duren la miseria y la opresión familiar, digan lo que digan los eunucos y las solteronas de uno y otro sexo” (28). Y criticando los argumentos reaccionarios que esgrime la burocracia para reinstalar la prohibición del aborto agrega: “Filosofía de cura que dispone, además, del puño del gendarme” (29).
Ya en 1926, bajo el régimen de Stalin, se había vuelto a instituir el matrimonio civil como única unión legal. Más tarde se suprimió la sección femenina del Comité Central del PCUS y sus equivalentes en los diversos niveles de la organización partidaria. Para 1934 no respetar a la familia se convierte en una conducta “burguesa” o “izquierdista” a los ojos de la burocracia. En 1944 se aumentan las asignaciones familiares, se crea la orden de la “Gloria Maternal” para la mujer que tuviera entre siete y nueve hijos y el título de “Madre Heroica” para la que tuviera más de diez. Los hijos ilegítimos vuelven a esta condición, que había sido abolida en 1917, y el divorcio se convierte en un trámite costoso y pleno de dificultades.

En 1953 nos encontramos con legislación sobre derechos de la madre y el niño en la Unión Soviética que señala: “Huelga demostrar en detalle que los intereses de la mujer como madre – bien sea con hijos o futura madre- están tanto mejor asegurados cuanto más sólidas y constantes sean las relaciones entre los esposos. Garantiza, ante todo, tal solidez en las relaciones la existencia de la familia. Precisamente la familia asegura las condiciones normales para el nacimiento y la educación de los hijos, crea las premisas más favorables para que la mujer cumpla con su noble y alto deber social de madre” (30).
Nada más lejos del pensamiento de los revolucionarios que, desde los tiempos de Marx y Engels, propagandizaron los verdaderos orígenes y funciones de la familia, denunciando la opresión que se ejerce sobre las mujeres.
Esa es la tradición en la que nos inscribimos. Pueden debatirse cada uno de nuestros postulados, pero para hacerlo se debe partir del reconocimiento de que no aceptamos ser arrojados junto al agua sucia del stalinismo, la misma corriente que masacró, encarceló y persiguió a miles de trotskistas, entre ellos a valerosas mujeres como Eugenia Bosch, Nadejda Joffe, Tatiana Miagkova, etc.
Hoy, quien decida enfrentar este sistema de dominación debe, necesariamente, plantearse la pregunta acerca de cuál es el sujeto capaz de emprender tamaña empresa. Ese sujeto, que para los marxistas es el proletariado, fue fragmentado y se encontró a la defensiva durante los últimos treinta años en que este debate entre marxismo y feminismo ha tenido lugar. Pero esas condiciones empiezan a cambiar relativamente.
Como decía Trotsky, la burguesía no ha hecho más que transformar al mundo en una sucia prisión. Las luchas de las clases subalternas, los pueblos y grupos oprimidos han arrancado conquistas, aún en medio de un sistema putrefacto que hunde cada vez más a millones de personas en la miseria. Pero la tendencia, en última instancia, de este sistema de explotación, es a la

degradación infinita de los oprimidos y explotados del mundo, mientras un puñado de apenas unas pocas familias concentran en sus manos las riquezas que producen los expoliados. Frente a ese cuadro terrible, que es el fin último del capitalismo, “las reformas parciales y los remiendos para nada servirán” (31).
Entre quienes consideramos que estas aseveraciones encierran algo de verdad y aspiramos a la emancipación de las mujeres y de la humanidad toda, un renovado debate, eximido de malos entendidos pero abierto a honestas controversias, está nuevamente a la orden del día.
En este debate, las marxistas revolucionarias pretendemos exponer nuestras ideas no como si se tratara de un académico ejercicio meramente retórico, sino con el objetivo de que las mismas entusiasmen a una nueva generación de jóvenes con avidez por las ideas revolucionarias y que penetren a la clase obrera: a esos millones de mujeres y varones que sufren las cadenas de la explotación capitalista y las otras cadenas, las menos visibles, de los prejuicios con los que la ideología dominante inficiona sus conciencias.
Notas:
(1) S.Benhabib y D.Cornell, “Más allá! de la política de género”, en Teoría feminista y teoría crítica (comp.), Barcelona, Alfons el Magna!nim, 1990.
(2) “Si bien el feminismo radical tiene un origen de clase media, no se le puede asimilar con el feminismo burgués del siglo XIX. En realidad, hay muchas variantes del feminismo radical. Pero la mayoría de ellas emerge de mujeres que han militado en los movimientos progresistas e izquierdistas, encontrando en ellos una absoluta subordinación y una falta de respuesta a sus reivindicaciones.” Judith Astelarra: ¿Libres e iguales? Sociedad y política desde el feminismo, Santiago de Chile, CEM, 2003.
(3) Judith Astelarra, “El feminismo como perspectiva teórica y como práctica política”, en Teoría Feminista (selección de textos), Santo Domingo, CIPAF, 1984.
(4) Batya Weinbaum, El curioso noviazgo entre feminismo y socialismo, Madrid, Siglo XXI, 1984. Se refiere al desencanto producido por la burocratización de los estados obreros, bajo el régimen stalinista.
(5) Idem. En el citado libro de Kate Millet se postula, tomando como ejemplo a la Unión Soviética bajo el régimen stalinista, que una revolución socialista puede dar lugar a una contrarrevolución feminista. Conclusión superficial que parte de premisas erróneas, pero no difícil de entender teniendo en cuenta que bajo el régimen de Stalin se prohibió! el derecho al aborto, se persiguió! a los homosexuales y se erigió! a la familia en célula básica del Estado, otorgando premios y medallas a las mujeres que tuvieran gran cantidad de hijos.
(6) Paradójicamente, los llamados postmarxistas se inclinan a pensar más en estos términos.
(7) Catharine MacKinnon, Hacia una teoría feminista del Estado, Madrid, Cátedra, 1989.
(8) Zillah Eisenstein, “Hacia el desarrollo de una teoría del patriarcado capitalista y el feminismo socialista”, en Teoría Feminista (selección de textos), Santo Domingo, CIPAF, 1984.
(9) Como progreso se refiere a que esta forma de relación entre los sexos para la reproducción estuvo asociada al desarrollo de las fuerzas productivas y nuevas relaciones sociales de producción en la historia de la humanidad. No hay aquí! una valoración “ideológica” de la monogamia, como puede advertirse por los párrafos que suceden y por los numerosos textos en que tanto Marx como Engels criticaron el matrimonio y la familia, como instituciones burguesas (ver Manifiesto Comunista, etc.).
(10) Federico Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, México, Premia Ed., 1989.
(11) Celia Amorós, Hacia una crítica de la razón patriarcal, Barcelona, Anthropos, 1991.
(12) Presentación del libro de Andrea D Atri, Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clases en el capitalismo, Santiago de Chile, Universidad ARCIS, octubre 2004.
(13) Leon Trotsky, “El marxismo y nuestra época”, en Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición, Bs. As., CEIP, 1999
(14) Remite a un diálogo en particular pero que es muy representativo de las discusiones entre feministas y marxistas y aun entre las mismas feministas en relación a la revolución socialista y la emancipación de las mujeres. El eje central de este debate consiste en pensar si es necesario pronunciarse y defender la revolución socialista incondicionalmente, inclusive cuando no de muestras de solucionar íntegramente la cuestión de la opresión de género, o bien, si es menester desestimarla íntegramente por demostrar que no cumple con este requisito.
(15) Susan Brownmiller, Notes of an exChina fan, en Village Voice, 1976.
(16) V. Lenin, A las obreras, discurso de 1920.
(17) Leon Trotsky, “La revolución permanente” en La teoría de la revolución permanente (comp.), Bs. As., CEIP, 2000.
(18) Pierre Bourdieu, La dominación masculina, Barcelona, Anagrama, 2000.
(19) Es una expresión de Flora Tristán, escritora y ardiente defensora de los derechos de la mujer y de la clase obrera. Vivió en Francia a principios del siglo XIX.
(20) Documento La agonía del capitalismo y las tareas de la Cuarta Internacional, más conocido como Programa de Transición. Fue escrito definitivamente en 1938, dos años antes del asesinato de Leon Trotsky en manos de un agente stalinista.
(21) Bernstein, actualmente reivindicado por Laclau y otros intelectuales que se autodenominan postmarxistas, fue el primero en propagandizar la idea de que era posible llegar al socialismo por la vía de introducir reformas en el capitalismo.
(22) Nos referimos a la votación de los créditos de guerra en el Parlamento, lo que aceleró! la crisis al interior del Partido Socialdemócrata Alemán que se dividió entre un ala derechista revisionista y un ala izquierda que mantuvo los principios del internacionalismo proletario y más tarde formó parte del reagrupamiento internacional que dio origen a la III Internacional encabezada por Lenin.
(23) Carta de Bebel a Kautsky, 1910.
(24) Carta de Adler a Bebel, 1910.
(25) Carta de Bebel a Adler, 1910.
(26) Werner Thonnessen, The Emancipation of Women: the Rise and Decline of the Women’s Movement in German Social Democracy 1863-1933, Londres, Pluto Press, 1969.
(27) Leon Trotsky, La Revolución Traicionada, Buenos Aires, Claridad, 1938.
(28) Idem.
(29) Ibidem.
(30) Citado en Andrea D’Atri, Pan y Rosas. Pertenencia de genero y antagonismo de clase en el capitalismo, Buenos Aires, Armas de la Crítica, 2004.
(31) Leon Trotsky, “El marxismo y nuestra época” en Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición, Bs. As., CEIP, 1999.
Andrea D’Atri es colaboradora de las revistas Estrategia Internacional y Lucha de Clases. Ha dictado numerosos cursos y seminarios sobre Género y Clase en universidades argentinas y es autora de Pan y Rosas: Pertenencia de genero y antagonismo de clase en el capitalismo, Ed. Armas de la Critica, Buenos Aires, 2004.

Mujerismo y feminismo

Mujerismo y feminismo

El feminismo no es algo biológico, sino una ideología transformadora abierta a cualquier ser humano

Una de las consecuencias de las últimas elecciones ha sido que el número de mujeres elegidas en las listas del PP en las comunidades autónomas y en los ayuntamientos supera al de las del PSOE. Este fenómeno, que apenas ha sido comentado, se explica con orgullo por el partido conservador por su actuación de promoción de las mujeres más dotadas sin tener que recurrir a la artificiosidad de las cuotas.
Es sabido que los partidos de derechas pueden situar algunas mujeres en las cúpulas de su dirección, así como llevarlas hasta la presidencia de un Gobierno, como fue el caso de Margaret Thatcher, siempre que sean absolutamente fieles a los planteamientos del partido.
Lo que no pueden explicar desde las filas de las mujeres socialistas es cómo después de años de implantación de cuotas femeninas en el partido, de haber hecho de sus señas de identidad la aprobación de las leyes de igualdad y de paridad, de la creación durante un tiempo de un Ministerio de Igualdad y el mantenimiento ahora de una Secretaría de Igualdad aparte de la campaña continua de sus afiliadas presumiendo de la promoción de mujeres en puestos de dirección política, en la actualidad la proporción femenina de presidentas de comunidad, de diputadas y de concejalas sea inferior a la de un partido de derechas.
La explicación se encuentra en la forma en que pretendiendo la igualdad se ha rehuido el feminismo. La estrategia socialista, desde hace más de una década, se ha centrado en llevar más mujeres a la política independientemente de su adscripción ideológica, considerando que con aumentar el número estaba resuelta la evidente diferencia de participación femenina en todos los estratos de la política.
Mientras, los partidos feministas planteábamos que es imprescindible exigir a quienes nos representen en las instituciones la conciencia de lucha y el compromiso con las reivindicaciones fundamentales del feminismo, ya que de lo contrario lo único que se consigue es duplicar el voto de derechas. Al negarse que la ideología es el eje de toda actividad política y social, se despolitizó la lucha por el aumento de representación femenina en todos los estamentos sociales, que se convirtió, en consecuencia, en un argumento para que también las conservadoras lo hicieran suyo.

Recuerdo que en 1999, cuando una coalición feminista formada por el Partido Feminista de España, el de Catalunya y el de Euskadi nos presentamos al Parlamento Europeo y participamos en un acto electoral en Barcelona, las socialistas y las populares hicieron un frente único femenino que se centraba casi únicamente en exigir a los hombres la corresponsabilidad en el trabajo doméstico.

Y siendo este un problema que pesa sobre las mujeres desde tiempos inmemoriales, no es posible reducir el feminismo a la limpieza y el cuidado de niños. El feminismo no es una cuestión biológica, no se es feminista por el azar de haber nacido con ovarios y matriz. Esta condición anatómica será en todo caso el argumento de la sociedad patriarcal para destinar las mujeres solo a la reproducción, pero el pensamiento y la acción para cambiar tal reparto sexual del trabajo y de la sociedad es producto de una reflexión profunda, de una teoría que se ha elaborado en el curso de más de 200 años, de un compromiso sincero y valiente con las luchas transformadoras, que comporta múltiples peligros y marginaciones. Compromiso que, como sabemos, pocas mujeres, y hombres, contraen, mientras una mayoría sigue las normas establecidas, se somete a su papel secundario e incluso lo defiende.

El feminismo es una ideología transformadora de la sociedad para acabar con todas las injusticias las de clase, las de sexo, las de raza y a la que, por supuesto, pueden adscribirse todos los seres humanos y sin la que resulta inocuo, cuando no perjudicial, plantear únicamente el frente hombre o mujer.
Recuerdo el rechazo de Dolors Renau y de Anna Balletbó, con otras de sus compañeras, cuando dije que prefiero un hombre socialista a una mujer del Opus, precisamente cuando en la mesa, y después en Bruselas, se sentaba una dirigente de Unió de pública adscripción a la Obra a la que, al parecer, deseaban sumar a su estrategia, a la que me referí como mujerismo en contraposición al feminismo.
Plantearse que solo por el hecho de ser mujer se poseen y defienden los valores feministas no solo es equivocado, sino, lo que es peor, enemigo del feminismo, ya que las mujeres que se han colocado en las instancias públicas por las formaciones de derechas están defendiendo la involución en todos los derechos que habíamos logrado implantar, con tanto esfuerzo, desde el movimiento.
La defensa del mujerismo ha servido para que en los parlamentos autonómicos y los ayuntamientos aumente el número de derechistas y opusdeístas que se oponen a la ley de aborto, a la del matrimonio homosexual ambas recurridas por el PP en el Tribunal Constitucional y a la inversión económica en los servicios sociales que son fundamentales para que las mujeres puedan entrar en el mercado de trabajo, solución bastante más eficaz y socialista que el reparto privado de las tareas domésticas.

Notas para contribuir a una discusión sobre los nuevos actores sociales

Notas para contribuir a una discusión sobre los nuevos actores sociales Publicado En Revista Pasos Nro.: 36-Segunda Época 1991: Julio – Agosto Por: Helio Gallardo
Observaciones preliminares
a) Estas Notas… no intentan constituir un argumento acabado acerca de los nuevos actores y movimientos sociales latinoamericanos y caribeños, sino sólo contribuir a situar una consideración sobre su realidad compleja, su eventual desarrollo político y su papel en un necesario proceso de liberación; b) la expresión “político” en estas Notas… no remite únicamente a la escena tradicional, abierta de la política, sino, en sentido amplio, a la capacidad de los actores sociales para realizar acciones que alcancen efectos significativos para el conjunto de la reproducción social (es decir, cuyas acciones tienen efecto o pueden llegar a tenerlo, bajo ciertas condiciones, sobre sus instancias axiales) y, en un sentido más restringido, a las acciones que se ejecutan en el espacio social específico de la reproducción de la producción de relaciones de producción (sanción política), en cualesquiera sentidos (básicamente: mantenerlas, fortalecerlas, debilitarlas o romperlas); c) las Notas… designan al pueblo al interior de un sistema específico de dominación (el sistema imperial de dominación); “pueblo” indica, por consiguiente, o al pueblo social (los diversos sectores que padecen asimetrías sociales y, también, su conjunto) o al pueblo político (los sectores que se movilizan para cancelar sus asimetrías específicas y que logran ponerse en relación con un eje de liberación popular: movimiento popular); “pueblo” no incluye, por tanto, a los diversos sectores que configuran a las oligarquías latinoamericanas; d) la redacción de estas Notas…, su forma, es provisoria. Se trata de cuestiones ofrecidas a la discusión. No se intenta mediante ellas dar cuenta de ninguna realidad nacional o regional específica.
I. Consideraciones económico-sociales básicas
La década del fin del siglo nos muestra un mundo polarizado en un Mundo Rico y fuerte y un Mundo Pobre y débil (“débiles” y “fuertes” al interior del sistema dominante mundial). Esta polarización no es nueva. Lo son, en cambio, la velocidad y el carácter del desplazamiento que separa a estos mundos.
Sobre las bases de las nuevas tecnologías de punta (biotecnología, informática, nuevos conductores, robotización) el Mundo Rico se aleja velozmente del Mundo Pobre y, en el mismo movimiento, se integra (producción, circulación, consumo) tanto en términos globales como en los términos de la constitución de macrounidades regionales (EUA-Canadá-México; CEE, más los que fueron los países de la Europa del Este y eventualmente la URSS; Japón-Corea-Taiwán-Singapur y la costa de China).
El Mundo Pobre, en cambio, permanece fragmentado y dividido y su peso relativo y absoluto en la economía mundial (si se exceptúa a los países exportadores de petróleo) tiende a debilitarse en el mismo movimiento en que cambia de carácter. Considerada globalmente, América Latina está dentro de este Mundo Pobre. El fenómeno de desplazamiento-integración-diferenciación del Mundo Rico respecto del Mundo Pobre se realiza sin abandono de la relación asimétrica Mundo-Rico-Mundo Pobre.
El signo más evidente de este no-abandono es el vínculo de la deuda externa. Mediante este vínculo —- entendido como la obligación de pagar- , las instituciones financieras del Mundo Rico administran a los países del Mundo Pobre —- transnacionalización de las decisiones políticas- y esta administración adquiere hoy día las características de un chantaje: si no se efectúan las sugerencias y recomendaciones del FMI o del Banco Mundial e incluso de la AID, se suspenden los créditos y el acceso a ellos.
De este modo, se conforma un mecanismo de transnacionalización de las decisiones políticas cuyo eje de sentido es la acumulación derivada de la lógica del mercado mundial (determinado enteramente por las relaciones entre las sociedades ricas) y no las necesidades materiales (ni mucho menos las espirituales) de los pueblos pobres. El chantaje transnacional es posible, en parte, por la creciente subordinación del Mundo Pobre respecto del Mundo Rico. Dicho sueltamente: no podemos ni sabemos producir sin ellos (sin sus tecnologías en particular) y ellos (Mundo Rico) tienden hacia la auto- suficiencia, es decir nos necesitan cada vez menos.
El chantaje incluye una voluntad política de impedir el desarrollo (en el sentido económico más elemental) de las sociedades pobres entendidas como región global. Se está forzando a estas sociedades a producir bienes que la evolución de la economía mundial tomará obsoletos en el mediano y largo plazo y a emplear procedimientos que refuerzan la fragilidad y distorsión (teratologización, fragmentación) de las economías pobres y que incluyen tecnologías (y metas económicas) destructivas del medio.
El chantaje incluye la presión para abrir enteramente las economías de los países de modo de transformar a estas sociedades en eventuales espacios de inversión privilegiada. Otro aspecto del chantaje incluye mantener a los territorios ocupados por sociedades pobres como proveedores, actuales o de reserva, de materias primas estratégicas.
En general, mediante el nexo de la deuda se amplía una política en la que somos o resultamos espacios naturales interesantes, pero social e históricamente prescindibles (la guerra en el Golfo Pérsico ilustra, en el límite, este punto. “En el límite” porque uno de sus objetivos fue resguardar las fuentes de petróleo, pero resultó dejando decenas de pozos encendidos e inutilizados.
Desde la producción de ideología, el punto fue avisado en el ensayo de Fukuyama: The End of History?). Con lo grave que es el nexo de la deuda, éste no constituye, sin embargo, el vínculo más poderoso que une al Mundo Rico con el Mundo Pobre.
Desde el punto de vista ideológico, las sociedades pobres (y la población en general) han internalizado —- como horizonte de realización posible o como frustración permanente y sentimiento de culpa, etc.-, los valores y, básicamente, el estilo de vida (o de producción de muerte), la manera de hacerse humano, del Mundo Rico.
Los pueblos pobres, al menos en América Latina, llevan al Mundo Rico en su corazón, lo han internalizado. Perciben y valoran el desarrollo y la felicidad bajo la forma de ser como Miami o Roma o Bonn. El desplazamiento o alejamiento sin abandono entre los Mundos Rico y Pobre puede leerse, entonces, o desde el Mundo Rico, perspectiva desde la cual aparece ligada a procedimientos coactivos y selectivos de corto y mediano plazo, cuyos efectos fragmentarizadores y destructivos pueden incluir el genocidio de las poblaciones del Mundo Pobre o desde el Mundo Pobre, desde el cual la articulación puede valorarse como materializando el horizonte de existencia posible y deseable.
Coyunturalmente, la crisis de las sociedades del socialismo histórico incide en las prácticas ligadas a estas dos perspectivas y a sus articulaciones. No resulta, por consiguiente, difícil de entender que la nueva política regional de la dominación (los ajustes estructurales, el anti-estatismo, el neoliberalismo, el neoconservantismo, las democracias de Seguridad Nacional, el nuevo giro exportador, etc.), situaciones todas ligadas al proyecto de privatización transnacional de las economías de las sociedades pobres, sea introducida con relativa comodidad sociopolítica por los gobiernos nativos como la única salida posible para evitar mayores sufrimientos.
Básicamente, estamos diciendo que sometido a esta ‘espiritualidad’ cada individuo o cada familia tiende a pensarse y a asumirse como saliendo singularmente, contra otros, y no colectivamente, con otros, de los problemas sociales que percibe-valora como situaciones de disfuncionalidad . Así, Chile será desarrollado, no importa lo que ocurra en América del Sur, o Costa Rica será desarrollada, no importa lo que ocurra en el resto de América Central y del Caribe.
Esta misma competitividad no solidaria puede ser reproducida y expresada por las distintas regiones, provincias o ciudades en un mismo país y por los individuos (bajo la forma del “éxito” personal), de modo de hacer posible su derivación hacia un fenómeno de corrupción social generalizada (como en el caso popular extremo de los sicarios, en Colombia) y de anomia (en el sentido de desmoralización) .
La dominación se expresa así, matricialmente, como la práctica global y específica de una constante y agresiva (destructiva) insolidaridad social e histórica (que es enteramente compatible con fenómenos de solidaridad corporativa e intraeclesial, excluyentes, como mencionaremos más adelante).
La sensibilidad de dominación pone el énfasis en la eficacia y eficiencia de cada punto humano, instrumental o natural de inversión. “Eficacia” y “eficiencia” son medidas por su capacidad para dinamizar al sistema en su conjunto. En este proceso de comodidad relativa con que se “acopla” el “camino inevitable” hacia el Nuevo Orden Económico Mundial (privatización transnacional bajo hegemonía del gran capital), influyen, además: a) la acentuación de la subordinación de las oligarquías nativas respecto de los países y de las oligarquías centrales y de sus mecanismos financieros (mercado mundial); estas oligarquías han traducido la crisis del sistema capitalista y su reconfiguración y los efectos de ambas sobre las sociedades pobres —- que ellos, por delegación, administran -. como el “agotamiento” de un modelo (de substitución de importaciones) y la aparición de un “nuevo modelo” (economías abiertas de exportación).
El paso de uno a otro modelo supone el cambio del desarrollo por el crecimiento (o lo que es lo mismo, el desplazamiento político de la atención por la calidad integral de la vida humana para concentrarla en la maximización del empleo de los factores económicos de una sociedad). La pugna interoligárquica en cada país se produce en relación con la función de dirección o administración nativa de este nuevo modelo, puesto en relación, también, con el control nacional de los flujos financieros ;
b) la complicidad y frivolidad —- ausencia de perspectiva nacional y popular- de los medios masivos (comerciales) de comunicación y su saturación por el discurso (contenidos y procedimientos) que proviene del Mundo Rico. Hoy existe una relación directa entre comunicación masiva y sensibilidad social;
c) los caracteres de los procesos de crisis de las sociedades del socialismo histórico (su derrumbe y fragilidad sociales, políticos e ideológicos y, en particular, la impotencia soviética), crisis que es publicitada y propagandizada como “muerte de la revolución” en tanto que alternativa y utopía y proyecto político y como “triunfo-para-siempre-del- capitalismo” (metamorfoseado como la “idea liberal”);
d) la agudizada corrupción antievangélica (idolátrica) de las jerarquías eclesiales cristianas, con sus efectos en la espiritualidad popular y en la legitimación de los nuevos órdenes social e internacional, y
e) el debilitamiento efectivo del Estado como instrumento facilitador de organización y participación populares con efectos de reestructuración y equilibrio sociales. A este debilitamiento efectivo del carácter social del Estado lo ha acompañado-sucedido la promoción de los gobiernos democráticos de Seguridad Nacional (es decir, las democracias nativas que deben subordinarse al Imperio de la Ley, del ‘Nuevo Orden” en un Mundo Cruel).
La sensibilidad generada inmediatamente por la nueva matriz económica se ve así facilitada o favorecida como mecanismo de dominación, produciendo en muchos sectores sociales populares un efecto de “muerte de la esperanza” y culpabilidad (y con ello una marcada disposición al autosacrificio). Estos efectos globales se ven reforzados debido a la corrupción histórica generalizada de la escena política tradicional actual de las sociedades latinoamericanas y logran prolongarse, como resultado de todos estos procesos, al campo de la mentalidad popular. Puntualizaremos algunas de estas situaciones más adelante.
II. Efectos sociales específicos del modelo abierto de ex-portación (privatización transnacional)
Las características de la reconfiguración de la inserción de las economías pobres en el mercado mundial durante esta etapa produce económica y socialmente (políticamente) lo que CEPAL ha llamado la “década perdida” y un período de “doloroso aprendizaje”. La primera calificación corresponde centralmente a los efectos económico-sociales básicos.
La segunda, a cuestiones sociales, políticas e ideológicas (no puede existir un desarrollo alternativo ni un proyecto de acumulación nacional; si él se levanta, el pueblo o sociedad o gobierno que lo encame será castigado con el bloqueo e incluso con la guerra).
Se ha producido un desplazamiento ideológico global hacia la derecha: antes el tabú era una economía alternativa socialista o con lógica popular; ahora lo es explícitamente una economía capitalista nacional (el desarrollo, en el antiguo lenguaje). La economía con lógica popular es declarada simplemente imposible. Resuelta así, mediante una imposición, coactivamente, la cuestión del tipo de economía, la sociedad pobre determinada por ella reproduce internamente, en principio, la polarización Mundo Rico-Mundo Pobre que hemos caracterizado con anterioridad.
Desde un punto de vista social, podríamos hablar de la conformación de dos series paralelas de existencia: la serie de los internacionalmente integrados al circuito del mercado mundial, aunque lo hagan desde diversas posiciones, y la serie de los nacionalmente excluidos (excluidos de los mercados internos: pobres de la ciudad y del campo).
Se trata de series paralelas en cuanto, en general, los modos de existencia de estos sectores no se tocan en relación con las necesidades de la producción sociales. Los sectores nacionalmente excluidos resultan así enteramente desechables por el sistema (en algunos países se organizan ya cacerías de pobres y de niños deambulantes, a quienes simplemente se asesina. No se trata de asesinatos políticos en el sentido tradicional, sino de asesinatos sociales que forman parte de una política.
Se constituyen así grupos de la población de los que se puede (y se debe) prescindir. Al interior del mundo de los internacionalmente integrados, y si prescindimos de los agentes directos del capital transnacional, podemos ubicar socialmente a dos grandes sectores: las élites nativas, que administran la producción y reproducción locales del sistema —- políticos, tecnócratas, militares, religiosos, empresas periodísticas- y la base social productiva, permanentemente amenazada por la cesación de servicios derivada de la velocidad del cambio y del desplazamiento tecnológicos inducidos desde el exterior y por la facilidad relativa con que algunos de sus sectores pueden ser reemplazados debido al constante y creciente excedente de fuerza de trabajo.
Pese a sus diferencias, se trata de sectores sociales productiva o reproductivamente insertos en el sistema, aun cuando su inserción pueda contener diversos grados y caracteres de fragilidad. Articulados de mejor o peor manera con estos sectores se encuentran los grupos medios de la población configurados por el modelo anterior y agotado de la economía, permanentemente inducidos, por consiguiente, o al colapso total o a su transformación en función del nuevo modelo (estos grupos medios incluyen sectores empresariales, campesinos, profesionales, técnicos, estudiantiles, obreros).
La base social productiva de la serie internacionalmente integrada puede albergar sectores significativos de “trabajadores informales” (trabajo a destajo, superexplotación, ausencia de garantías sociales, fragmentación, básicamente). En todo caso, se trata de un polo productivo inserto en el sistema mundial, aunque esta inserción puede enseñar distintas temporalidades y niveles de provisoriedad, niveles que bordean, en su punto más bajo, con la precariedad que caracteriza al otro polo.
En el polo integrado encontramos, por consiguiente desde el consumo conspicuo e insolente hasta la pobreza social, coexistiendo al interior de un sistema frágil y explosivo, estructuralmente rígido aunque situacionalmente volátil y que sólo admite cambios fragmentarios o “soluciones” individuales. El otro polo social está caracterizado por la precariedad de las condiciones de existencia, decir por la amenaza permanente de muerte.
Los excluidos son pobres de la ciudad y del campo, mujeres, niños, jóvenes y ancianos pobres, adultos sin mayor calificación, grupos sociales que pueden configurar otro sector de la economía informal o los simplemente excluidos. En general, se trata de población marcada por el signo de la precariedad de sus condiciones de vida, por la amenaza constante a su existencia biológica.
Salir de esta precariedad es o imposible o el resultado de una situación singular (que puede ser valorada ideológicamente como “suerte” o “fortuna”). Desde luego, la amenaza social directa contra la continuidad de la existencia biológica genera una resistencia vital, básicamente reactiva (de supervivencia) y, por las condiciones descritas (expulsión del mercado), ‘naturalmente’ ensimismada. Es, sin embargo, en esta resistencia vital, más que social, de estos sectores, en la que encontramos los valores básicos de una reivindicación popular: el derecho a la vida traducido como integración económica y social —- para que este derecho devenga político, es decir legitimo, en las condiciones actuales, hace falta, desde el punto de vista social, que el excluido se solidarice consigo mismo (se asuma como sujeto social) y con otros como él y que reciba solidaridad y legitimidad desde otras instancias como el Estado, las iglesias, los medios de comunicación de masas y también desde el otro polo de la existencia social, tanto interno como fuera de la nación -.
Su tarea sociopolítica es que se le reconozca como sujeto humano. Además de estos elementos socioideológicos, fundados en su capacidad de resistencia, se toma necesario un proyecto político (de producción-reproducción sociales) en el que estas solidaridades complejas puedan instrumentalizarse. La polarizada configuración social descrita es altamente frágil y explosiva por el peso determinante de los factores externos (el pago de la deuda, por ejemplo) y por su agudizada diferenciación negativa interna.
Ella es la matriz de las explosiones sociales puntuales (Dominicana, Panamá, Venezuela, Argentina, etc.), pero también del temor y la pasividad y la frustración popular generalizados y reforzados en algunas sociedades por un pasado reciente o una actualidad de brutal represión. La pasividad-desencanto histórico generalizada deriva tanto del temor a la muerte (que ahora aparece como una delimitación no biológica sino social) como del mensaje saturante positivo acerca de la necesidad del esfuerzo individual (objetivamente contra otros) para salir de la pobreza, como de la ausencia o pérdida de un horizonte de esperanza, y de situaciones más coyunturales como la amenaza de un eventual retorno militar para remediar los “excesos” democráticos.
La expresión “pasividad” popular no indica aquí un mero no-hacer, un dejarse hacer, sino un negarse a hacer fuera del sistema de la dominación en cuanto se ha socialmente frustrado o perdido la idea misma de que existe o es posible un ‘afuera’ del sistema. Esta “pasividad” tiende a bloquear, por consiguiente, el trabajo político partidista tradicional de las organizaciones de izquierda e incluso algunas de las formas del trabajo pastoral religioso desde la base, pero no niega ni el oportunismo ni la explosividad sociales.
Todas estas situaciones obtienen su eficacia de una matriz básica que muestra que la sociedad obedece a fuerzas que están fuera de su control (mercado mundial, tecnología, etc.: el “mundo cruel” en el lenguaje de Rosenthal). La sensibilidad de desesperanza y muerte es una ideología que prescinde del sujeto. Algunas sectas cristianas y el mismo catolicismo sacan ventajas ideológicas de esta nueva sensibilidad de muerte que en su discurso “esperanzador” (pseudocomunitario, en realidad ‘corporativo’) anuncia la proximidad del Reino más allá de la historia.
III. Observaciones sobre el espacio político latino-americano tradicional
Articulada con las situaciones antes descritas. encontramos un acusado deterioro del espacio político tradicional de las sociedades latinoamericanas, deterioro cuyos signos más obvios son la crisis estatal (en realidad, varias crisis), las crisis recurrentes de liderazgo, las crisis de los partidos (en general, de las organizaciones) y de los regímenes de gobierno y la tendencia a desvirtuar y desplazar a las ideologías políticas que prevalecieron tras la Segunda Guerra: democraciacristiana, socialdemocracia, marxismo, etc. por ideologías tecnocráticas (neoliberalismo, Seguridad Nacional, gerencialismo y sus combinaciones) o sencillamente por nuevos discursos publicitarios.
El deterioro se advierte, entonces, tanto en la fragilidad de las instituciones y escenarios políticos como en el empobrecimiento ideológico. La devaluación generalizada —- ya no resulta posible percibir y valorar el espacio político como un ámbito en el que se busca realizar el bien común- posee determinaciones tanto histórico-estructurales, propias de las sociedades del capitalismo dependiente —- básicamente la transformación de la escena política en mercados de transacción de intereses que se negocian como privilegios, combinado con la tendencia al estrechamiento del espacio en el que deben moverse las élites políticas nativas -, como determinaciones situacionales e incluso coyunturales, como las ideologías antiestatistas ligadas a la promoción neoliberal-conservadora del mercado como sociedad perfecta, la crisis ideológica y política de las sociedades del socialismo histórico y del socialismo, etc.
El deterioro del espacio político (de lo político y de la política, por lo tanto) condensa en su nivel, como indicamos antes, matrices económicas y sociales y retoma sobre ellas para sancionar su reproducción. En Costa Rica, por ejemplo, junto al cinismo con que se valora la acción de los políticos oficiales —- con la ambigüedad que implica despreciarlos por corruptos y envidiarlos porque tienen “éxito”-, sectores de ciudadanos asumen independientemente el papel de la policía y de los tribunales de justicia (apresando delincuentes y castigándolos e incluso organizándose para darles muerte), o sea realizando tareas que advierten el gobierno o el Estado ya no cumplen o no están en condiciones de asegurar.
Se trata aquí, obviamente, de un efecto no necesariamente deseado, aunque puede serlo, del fenómeno global de privatización de la sociedad que publicita el conservantismo neoliberal como único mecanismo de crecimiento económico y de normalidad social.
La ilustración costarricense condensa la reducción del rango (cobertura) socio-nacional del Estado en los campos de la seguridad policial (o de la salud, como mencionábamos en el ejemplo chileno) y la tendencia a que la nación sea constituida, articulada, mediante el mercado, los aparatos militares (la iglesia católica permanece también como instancia nacional, pero amenazada por la estimulación de las sectas) y la administración de la justicia mercantil.

Esta degradación del ámbito político se articula parcialmente en forma conflictiva con los procesos inducidos de democratización sostenidos durante la década del ochenta en América Latina. La degradación generalizada de la política, por definición, constituye un elemento inhibidor y destructivo para un clima político democrático, aun cuando se considere a éste en su versión más limitada. Sin embargo, al producirse esta articulación entre fenómenos de distinto rango social (la degradación es estructural, la democratización situacional), la conflictividad se ‘resuelve’ mediante la adaptación de los signos y elementos democráticos a la degradación generalizada.

Por medio de esta adaptación, son gobiernos democráticos, aunque sin respaldo social efectivo, los que conducen a sus países a su plena inserción en el Nuevo Orden Mundial. Desde luego, este “rostro democrático” implica costos políticos, tanto internos como internacionales, para quienes intentan presentar resistencia social a estos mecanismos de inserción y que denuncian las situaciones de transnacionalización, del chantaje de la deuda, de la insuficiencia democrática, del costo social de los programas de ajuste, de la destrucción ambiental, etc.

En este clima, el reclamo por justicia social —- incluyendo las denuncias contra las violaciones de los derechos humanos y los reclamos por justicia para los asesinados y desaparecidos- puede ser ideológicamente anatematizado como “antidemocrático” . En estas condiciones, el espacio político tradicional tiende a dejar de ser el referente o la meta obligatoria inmediata de las reivindicaciones sociales (esta cuestión admite un antecedente histórico en la liquidación o neutralización del espacio político tradicional por los regímenes de Seguridad Nacional y el consiguiente traspaso de las actividades políticas reivindicativas o de oposición —- muchas veces de denuncia- a instancias de la sociedad civil o consideradas hasta entonces privadas).

Existe en la población un sentimiento generalizado, aunque difuso, acerca de que las mediaciones del espacio político (instituciones administrativas, partidos, etc.) y él mismo como globalidad son disfuncionales respecto de muchos requerimientos sociales y que los intereses de los grupos emergentes —- o de antiguos grupos sin resonancia oficial o sin legitimación nacional, como los indígenas, por ejemplo- sólo pueden ser satisfechos mediante una presión social (político-comunitaria) directa e independiente de los canales tradicionales de la política .

El fenómeno de la corrupción-desgaste (lo que no implica que deje de funcionar, en cierto sentido) de la esfera política y de sus actores, instrumentos e instancias en el contexto de una democratización genera, en lo que nos interesa aquí, una doble dinámica: a) de una parte, los actores tradicionales de la política, de derecha y centro-derecha, en coyunturas de democratización, buscan resonancia mediante mecanismos de reinserción en sus espacios socio-ideológicos históricos (populismo, clientelismo, civilismo, tradición, eclesialidad, retórica acerca de los derechos humanos, etc.), pero el estrecho marco de maniobra que les permite la configuración actual del sistema imperial de dominación, con el consiguiente enangostamiento y sobrecorrupcción del espacio nativo de la política, los orienta hacia el “recurso Menem”, es decir a engañar masivamente durante las campañas electorales y a gobernar después siguiendo los dictados del FMI y neoligarquizando el país (lo que supone consumar su ‘modernización’ perversa).

El “recurso Menem”, ya aplicado en Argentina, Perú, Brasil, América Central., es un mecanismo que se agota en el corto plazo y que contribuye a reforzar y a acelerar los caracteres de corrupción y desgaste del ámbito político. La búsqueda de resonancia tropieza aquí, pues, con una apatía derivada de las condiciones que exigen esa misma búsqueda de resonancia (la democratización implica una capacidad de convocatoria y de movilización sociales con las que se supone los gobernantes civiles muestran su poder frente a las FF.AA.) y conduce, también, al cinismo.
Los procesos de democratización tienden a reducirse así a técnicas de procedimientos electorales, más manipulación de masas. El régimen democrático deja de valorarse como una forma de participación efectiva e integradora y se reduce a un juego electoral técnico y publicitario sin mayor significado vital para la existencia social. Coyunturalmente, sin embargo, este sistema o forma de gobierno es valorado como “mejor” que las dictaduras militares directas.

Pese a la corrupción, generalizada y radical de su espacio político, y la subsecuente frustración de sus aspiraciones sociales, el subcontinente respira, sin paradoja, este tiempo, de la “democratización”. Las organizaciones de izquierda, con su crisis particular (en especial el colapso ideológico de las sociedades del socialismo histórico) al interior de la crisis global, tienden a movilizarse todavía como si el deterioro estructural del espacio político —- y la reconfiguración de la economía y de la sociedad- no se hubiera producido o no se estuviera produciendo, es decir aspiran a obtener o ganar un espacio de poder (de privilegio) en el ámbito tradicional de la política. De aquí se siguen sus variados comportamientos, muchas veces mezclados y erráticos: reformismo desarrollista (ligado o a un “recurso Menem” desde la izquierda o a un “socialdemocratismo” neoligarquizante), democratismo, revolucionarismo (organizaciones político-militares, especialmente), principismo, conformismo, etc.
El común denominador suele ser la confusión y su efecto político inevitable: la ineficacia. En la mayor parte de los casos se tiende a reproducir la fórmula vanguardia +<->masas (base social), propia de la antigua forma de hacer política popular (que correspondía a una sociedad escindida en clases, pero a la vez susceptible de ser nacionalmente movilizada).
Esta manera tradicional de hacer política ‘popular’, desde arriba, unilateralmente, está condenada al fracaso por la configuración hoy de una sociedad escindida-fragmentarizada sin un “espontáneo” contenido social global ni nacional, lo que no implica que haya desaparecido de ella la escisión de clases (en esta sociedad de hoy los grupos tienden ‘naturalmente’ a refugiarse en sí mismos).
La innovación o renovación a la que estas organizaciones aspiran, en su trabajo político, suele reducirse al reclamo por una mayor democracia al interior de la pareja vanguardia +<->masas. Esta aspiración es, al menos en este período, autodestructiva ;
b) los grupos sociales emergentes o renovados que carecen de posibilidades de presión —- es decir que no ocupan posiciones de poder que les permitan intercambiar privilegios —- en el espacio político tradicional (ciertos grupos ecologistas, por la libertad de escogencia sexual, campesinos, jóvenes, indígenas, pobladores, negros, cristianos no idólatras, grupos que reivindican derechos humanos, desocupados, trabajadores urbanos, etc.) o cuyas reivindicaciones son mediatizadas y desvirtuadas por los actores que sí las poseen (por ejemplo, una ley de igualdad real parlamentaria mediante la cual se frena y bloquea el carácter estratégico de la lucha por la liberación (liberaciones) de las mujeres), se agitan, explotan, se encuentran, se organizan y se movilizan con relativa independencia en los espacios sociales que les permiten ganar identidad y calidad de actores sociales y políticos (mediante el encuentro práctico con su identidad histórica van configurando una nueva manera de hacer política).
Desde luego, como indicamos antes, su acción puede estar orientada sólo a ganar un espacio de legitimación en el sistema (grupo reivindicativo o corporativo) o a romper con el sistema al que se experimenta como la traba estructural que impide el logro tras el cual se movilizan (movimiento social, grupo histórico, actor político; grupo histórico-político). Este último ámbito se configura, entonces, tanto por la acción de grupos emergentes (ecologistas, por ejemplo), como de sectores tradicionales y marginados (indígenas o pobladores, por ejemplo), pero que en esta etapa deben ser considerados como grupos renovados.
De aquí la calificación de nuevos y renovados grupos o sectores sociales. A esta caracterización, a partir del contenido de sus demandas y su historicidad, deben agregarse las determinaciones ligadas al tipo de metas perseguidas (reivindicativo- corporativas, reivindicativo-políticas, de denuncia, rupturistas, etc.), las características derivadas de su procedimientos de activación, agrupación, resistencia y lucha y las que se relacionan con sus adscripciones diferenciadas en los polos Internacionalmente Integrado y Nacionalmente Excluido y a las posiciones que ocupan en ellos y a sus dinámicas correspondientes .
Se trata, obviamente, de una situación social altamente heterogénea que no puede ser conceptualizada mediante simplificaciones y reducciones —- como las que a veces están contenidas en expresiones como “Nuevo Sujeto Histórico”-. Llamamos a este conglomerado, cuando lo consideramos como receptor de asimetrías, pueblo social.
El variado descontento y resistencia, reacciones, organización y movilización —- esta emergente o renovada vida popular, inevitable dada la nueva configuración social objetiva y la ausencia de horizonte de esperanza que la caracteriza- se enfrenta con la estrechez, rigidez, pobreza y con la ideologización decadente del espacio que conforman y se autoatribuyen los actores tradicionales de la política latinoamericana.
Las dinámicas descritas se articulan, entonces, a través de los esfuerzos que por cooptar y administrar a estos nuevos o renovados sectores sociales llevan a cabo los actores políticos tradicionales (partidos, parlamentarios, instituciones gubernamentales) y los esfuerzos que por defender y conservar su independencia realizan los nuevos o renovados actores sociales.
Aunque esta dinámica conflictiva no tiene por qué ser antagónica, ha dominado en ella hasta ahora el encuentro destructivo: los actores políticos intentando hegemonizar el movimiento social, considerándolo sin más y en el mejor de los casos como su base social natural, y los movimientos y actores sociales resistiendo o rechazando de plano (sin paradoja, esta dureza puede tornarlos, bajo ciertas condiciones, muy susceptibles de cooptación) su instrumentalización o utilización por los actores tradicionales a los que perciben y valoran como insuficientes y fracasados o corruptos e inviables.
La conflictividad destructiva, excluyente —- tengo aquí presentes en particular las experiencias colombiana y dominicana- impide a los nuevos y renovados actores sociales aprender o asimilar críticamente de la experiencia histórica (incluyendo las tensiones y aberraciones ideológicas) de los actores políticos tradicionales, especialmente de los que intentaron levantar banderas populares (sociales, nacionales, integradoras) y a éstos el revitalizarse y configurarse (renacer), incluso ideológicamente, desde la efectiva y diferenciada fuerza vital de sus pueblos. Desde luego, el efecto global de este desencuentro es que los ámbitos social y político prolongan y refuerzan su separación y mutua exclusión artificiales (ideologizados), propios de la dominación.
La conflictividad destructiva (el opuesto seria una tensión constructiva) acentúa así, al mismo tiempo, las condiciones que favorecen la explosividad puntual, inorgánica y la pasividad política, histórica, la desconfianza y la tendencia al ensimismamiento de los grupos (y también de los individuos que se encuentran aislados entre las diversas conflictividades), como ocurre con los nacionalismos étnicos, por ejemplo, o con la pérdida del horizonte colectivo mayor de algunos grupos que se activan en torno a la liberación femenina.
Todos estos juegos de fuerzas, de autoidentificación, de resistencia y de defensa y de activación, organización y movilización, se expresan al interior del marco dominante —- económico-social, político, ideológico- de la fragmentación social y pueden o reforzarla o expresarse históricamente en contra de él y de sus tendencias a la fragmentación y por procesos de integración social y de solidaridad nacional.
Sólo en este último caso encontramos que los actores sociales, nuevos, o renovados, devienen actores políticos (grupos histórico-políticos), pero político les viene de la riqueza de su horizonte (estratégico), no del espacio social en el que se manifiestan directamente, en particular en sus orígenes. De aquí que también, ahora, lo político- popular puede manifestarse mediante muchos rostros y en muy diversos ámbitos, constituyendo ésta la manera en que se manifiesta su fuerza política.
Debe destacarse, en todo caso, dentro de esta situación fundamental, la tendencia al desplazamiento de lo político desde la escena política tradicional (ámbito ideológico- político burgués, en realidad) hacia la sociedad civil y hacia la esfera considerada privada (esto es obvio en el caso de la ideología práctica conservadora neoliberal que hace del mercado su instrumento político central y del totalitarismo que exuda, su ideología).
Por decirlo con una imagen: los problemas “clásicos” del Estado y del gobierno, traducidos como problemas del ciudadano, empieza a llenarse con los problemas de la gente efectiva, de carne y hueso: pobladores, explotados, mujeres, negros, campesinos, cristianos no-idólatras, luchadores-denunciadores de la violación de derechos de gente específica, defensores de la vida, jóvenes, indígenas, etc.
Esta realidad social —- que la misma dinámica del sistema torna posible- que puede madurar como realidad histórica, señala hacia una reconfiguración de lo político, de su práctica y, con ello, hacia la necesidad de su reconceptualización .
IV. Actores sociales, movimiento popular: el pueblo como actor político y sujeto histórico.
Esquemáticamente propuesto, nos encontramos con dos sistemas enfrentados: (A) (B) Sistema de dominación sistema alternativo (liberador) Fragemen- exclusión muerte integración vida tación nación participación (privatización (construcción de la nació- transnacional) nalidad popular: soberanía desarrollo) Estado— Sociedad totalitarismo
Hemos indicado que el sistema A acentúa los conflictos y la explosividad sociales inherentes al capitalismo dependiente y los combina con otras conflictividades expresadas originalmente en los centros de sistema global (ecologismo. feminismo, etc.).
Al agravamiento de las tensiones no resueltas en A o por A (desnutrición, desempleo, exclusión, alcoholismo, alienación, machismo, idolatría, destrucción del hábitat, etc.), corresponden reacciones sociales que o pueden ser semicooptadas por A (es posible institucionalizar a los grupos ecologistas, por ejemplo, mediante una legislación que recoge mejor o peor sus planteamientos y los oficializa o semioficializa pero siempre al interior del sentido de la dominación —- y este el caso de la política de “naturaleza por deuda”, por ejemplo -, e igualmente se puede practicar esta política con el movimiento de pobladores, etc. o rechazadas por el sistema A (reivindicaciones étnicas, por ejemplo, o lucha por el pleno empleo), generando en los actores sociales, emergentes o renovados, una acentuación de la resistencia y defensa hacia adentro (resistencia corporativa).
En ambos casos, sin duda disímiles, el actor social que sufre la asimetría sólo reacciona ante el sistema no se pone en relación con él como totalidad, (esto implica una autoidentificación insuficiente, ineficaz), y, por ello, no se sitúa en condiciones de actuar históricamente. En el caso de nuestro esquema, no puede transitar a B y jugar un papel en él. Activarse socialmente desde el punto de vista del pueblo quiere decir, entonces, historiarse. La historización de un actor social popular (indígenas, mujeres, cristianos, jóvenes, etc.) se manifiesta por su capacidad para relacionarse horizontalmente y para crecer en profundidad. Relacionarse horizontalmente significa poner en relación su asimetría con las sufridas por otros sectores sociales populares.
Pasar desde una resistencia y denuncia contra el machismo, por ejemplo, a la comprensión de su especificidad en relación con la campesina indígena y de la vinculación de la precaria situación de esta última con la situación de explotación-exclusión más general del campesinado y de las etnias excluidas y en peligro permanente de liquidación.
“Pasar de…” no implica, desde luego, un abandono del punto de partida —- la denuncia y la lucha contra el machismo- sino sólo su más rica concreción histórica. El referente popular fundamental es siempre la amenaza contra la vida y la necesidad de la integración y configuración de la nación (compuesta por sectores diferenciados pero que no se excluyen entre sí), como respuesta societal fundamental para poder mantener y producir y reproducir la vida.
La expresión “amenaza contra la vida” comprende desde la precariedad de la continuidad biológica de todos los individuos hasta la más alta calidad histórica de la existencia humana (liquidación de la alienación, tendencia al equilibrio: personal, social, productivo). Crecer en profundidad significa para los grupos asumirse históricamente, es decir ponerse en relación con las condiciones que los producen socio-históricamente como grupo o sector (con sus carencias y posibilidades: con su identidad) y con los procedimientos que pueden llevarlos a fortalecerse, tanto para resistir la destructividad del sistema A como para reconocer y asumir su papel en la construcción de una alternativa (sistema B).
El crecimiento en profundidad, por tanto, se expresa como una tensión (proceso) entre la identidad y las condiciones histórico-sociales de producción de esa identidad. Toda autoidentificación histórica liberadora supone una utopía (o sea un horizonte de esperanza: políticamente, una alternativa).
En los procesos simultáneos de crecimiento horizontal y en profundidad, el actor social deviene movimiento social (pueblo político), específicamente movimiento popular, o sea actor político popular y sujeto histórico. Aquí, la expresión “sujeto histórico” designa, al mismo tiempo, a un actor político determinante y a su utopía, en cuanto concepto trascendente, es decir a su capacidad para imprimirle a la producción y reproducción sociales un sentido de vida.
Crecer horizontalmente y en profundidad no es algo que pueda realizarse sin una expansión y maduración constantes de la conciencia y del espíritu. De esto se sigue, por ejemplo, tanto la importancia fundamental del intercambio de información (diálogo) que es capaz de producir conceptos al interior de cada grupo y sector popular y en el movimiento en su conjunto, como, en una ilustración más singular, la significación estratégica de la denuncia y lucha antiidolátrica y contra sus instituciones eclesiales y no eclesiales al interior de los diversos sectores populares, del movimiento social y del movimiento popular y, por supuesto, al interior de las iglesias.
De aquí también el valor estratégico de los cristianos antiidolátricos y de la producción de pensamiento (conceptualización-espiritualidad) popular efectiva . Resumiendo y avanzando, en términos escuetos: la expresión “movimiento popular” se entendió tradicionalmente en América Latina bajo la forma de una relación entre una conducción o vanguardia elitaria que representaba a la mayoría de los que sufrían explotación —- pensada en términos básica o decisivamente económicos- y marginación.
El movimiento popular se configuraba, por lo tanto, mediante la dinámica “vanguardia” +->masas’” en la que el pueblo social era o abstracto o proletarizado. Así, el indígena campesino encontraría su liberación en el socialismo (entendido como la proletarización del conjunto de la sociedad o la existencia de un área decisiva de propiedad estatal); con otra imagen: liberarse, para el negro, la mujer o el cristiano no idólatra, consistía en devenir proletario. Por razones históricas, que no deben leerse como sólo el pasador formulación anterior (y las prácticas que le correspondían) se ha tornada obsoleta, políticamente ineficaz.
Por un lado, el movimiento popular tiene que configurarse ahora mediante la articulación de muchos sectores que resienten de diversas maneras el sistema de dominación (como exclusión y muerte, alteración, explotación y rebajamiento permanentes) y que asumen que las asimetrías que padecen no pueden ser resueltas por el conjunto o totalidad productiva que las genera. Estos sectores poseen rostros específicos: son mujeres campesinas, pobladores, jóvenes de zonas urbanas, cesantes, obreros, centros de promoción de la mujer, etc.
Por sí mismos, cada uno por separado, no son movimiento popular. Articulados positivamente, constructivamente —- consigo mismos, con sus condiciones históricas de producción social, con otros- de modo de poder reconocer y enfrentar a sus adversarios situacionales y estructurales, constituyen el movimiento popular. Pero ahora este movimiento no es una abstracción: por decirlo así, se compone sólo de aliados con inspiración económica, social, ideológica y cultural estratégicos diferenciados y cuyos intereses específicos deben ser conocidos, discutidos, respetados y asumidos por los otros sectores sociales populares.
El movimiento popular no resulta entonces una abstracción economista o una relación unilateral entre una élite y sus bases sociales, sino una articulación práctica e histórica de grupos diversos que coinciden en un punto de partida: el rechazo a la exclusión y a la destrucción y mutilación de la vida de todos y de cada uno y, también, en la necesidad, posibilidad y voluntad de llevar a cabo rupturas y transformaciones que sólo pueden realizarse con éxito mediante su articulación social.
Esta articulación exige el crecimiento horizontal y en profundidad de cada actor social popular. De no poseer estos caracteres, fracasará en su intento de proponer y de construir una sociedad alternativa del capitalismo dependiente. Desde otra perspectiva, la dinámica del sistema de dominación no promueve hoy particularmente una eventual solidaridad de clase.
El sistema prospera sobre la base de la fragmentación social excluyente y competitiva (que traduce como eficiencia y modernización) y esto implica que su lógica interna lo conduce tanto a la expulsión sistemática de sectores sociales como a la exaltación de falsas identidades de grupo y sector, ya para conducirlas a su “éxito” o para frustrarlas o rechazarlas.
De este modo, la cuestión de la exaltación de las falsas identidades sociales (piénsese sólo en el auge de las sectas), derivadas o del éxito particular e individual o del ensimismamiento provocado por la frustración y el permanente rechazo excluyente, cuestiona directamente las antiguas bases de la solidaridad de clase y nacional que servían como referente unitario para las prácticas de movilización popular tradicionales.
En este punto juega también un papel la actual imagen ideológica de EUA como Estado triunfante. Dicho en términos más conceptuales: el sistema ha extendido o está extendiendo su capacidad para ocultar el sentido de su reproducción política también a la periferia o a las sociedades pobres del capitalismo dependiente de modo que sus víctimas objetivas tienden a sentirse responsables de la agresión de que son objeto (culpables subjetivos).
En esta situación, la solidaridad sólo puede ser exigida desde la fuerza interior de los grupos, sectores e individuos que luchan. En las condiciones de existencia actuales no existe un (único) referente estructural exterior, inmediato, o si existe, no resulta ni visible ni conceptualmente expresable. El referente es, en cambio, una asumida y particular-variada defensa de la vida y el rechazo a la exclusión (la no integración, la no participación, la no integración plena) social de cada uno y del género humano.
La solidaridad es una oferta asumida y efectiva de lucha histórica desde la identidad que cada grupo debe construirse con y desde las víctimas o los sectores populares. Todavía en otro ángulo: la crisis del socialismo histórico debía tener como efecto, al menos en el mediano plazo, el debilitamiento del sectarismo y del dogmatismo al interior de las organizaciones políticas populares y, con ello, en el conjunto de organizaciones que se dicen liberadoras. Desde este arranque fundamental puede seguirse un estímulo al diálogo y a la confrontación constructiva y, sobre todo, a la humildad como condición necesaria para aprender constantemente de la historia, actitud que constituye el fundamento de una política de articulación popular.
V. Sobre la creación de tejido social
Dada la extensión que han adquirido estas Notas…, realizaremos sólo algunas indicaciones puntuales: a) la actual organización económico-social del capitalismo dependiente y el carácter efectivamente mundial del capitalismo multiplican los espacios de encuentro para los grupos y sectores sociales que sufren las asimetrías sociales: desamparo material y espiritual e insuficiencia radical en la realización de la oferta de calidad de la existencia que se estimula y ofrece (engañosamente), contrastados con la ostentación de la opulencia y el derroche de medios de vida, son las condiciones para esa multiplicación; b) estos espacios de encuentro son, sin embargo, heterogéneos; responden a motivaciones muy diversas (puntuales, situacionales, estratégicas) y pueden ubicarse en dinámicas sociales muy dispares y manifestarse mediante procedimientos de resistencia y lucha muy diferentes; c) su punto común —- no necesariamente asumido en el origen de su práctica por los actores sociales- es el de estar constituidos por víctimas de la exclusión y el estar sometidos a una ley respecto de la cual no pueden actuar como sujetos (patriarcado, capital-mercado, racismo, Dios-ídolo-fetiche, cultura urbana, etc.).
Los valores estratégicos de estos grupos son, por consiguiente: solidaridad (inclusión-participación desde identidades sociales efectivas: integración constructiva: diferenciada), rechazo a la producción de muerte, libertad; d) estos valores no pueden materializarse en los meros espacios de encuentro (aun cuando ellos puedan ser anunciados allí); la dinámica interna de estos espacios debe llevarlos hacia su autoelevación (conceptual, pasional) en espacios de organización (crecimiento de profundidad respecto de la identidad social del grupo, crecimiento histórico desde el que es posible articularse tanto horizontalmente como con el sí mismo social en un sentido popular); e) a este trabajo de facilitar espacios de encuentro que devengan espacios de organización, lo llamamos crear (contribuir a crear) tejido social), son sus mismos actores los que deben configurar los caracteres específicos de este tejido; f) el tejido social no puede desplazar ni reemplazar por decreto la antigua existencia política popular (sindicatos tradicionales, partidos, organizaciones político-militares, etc.).
Los actores del tejido social gestan sus propias formas de organización y expresión políticas (en un nuevo sentido que no excluye al antiguo). El encuentro de estas formas con las organizaciones políticas populares tradicionales debe ser de encuentro constructivo (conocimiento: humildad para crecer juntos). La articulación de las diversas expresiones del tejido social con el aparato estatal debe permitirle evitar o resistir la represión y el aislamiento, conseguir reconocimiento (legitimidad, no necesariamente legalidad) y prevenir y rechazar la cooptación.
El tejido social constituye la trama de la fuerza efectiva del movimiento popular. Su historización real. Es, por consiguiente, el referente central de toda práctica alternativa, liberadora.
Bibliografía
Calderón, Fernando (compilador): Los movimientos sociales ante la crisis. UNU- CLACSO-DSUNAM, Buenos Aires. Argentina. 1986. CEPAL: Transformación productiva con equidad. Santiago de Chile, 1990. CEPAL: El desarrollo sustentable: transformación productiva, equidad y medio ambiente, Santiago de Chile. 1991. Gallardo, Helio: “El pueblo como actor político y como sujeto histórico”, en Pasos, No. 16, marzo-abril 1988, San José. Costa Rica. Gallardo, Helio: “Tres formas de lectura de los fenómenos políticos latinoamericanos”, en Pasos. No. 124, julio-agosto 1989 San José, Costa Rica. Hinkelammert, Franz: “Nuestro proyecto de nueva sociedad en América Latina. El papel regulador del Estado y los problemas de la autoregulación del mercado”, en Pasos. No. 33, enero-febrero 1991, San José, Costa Rica. Touraine, Alain: América Latina. Política y sociedad. Espasa-Calpe, España 1989.
Notas: No podemos producir sin ellos porque necesitamos producir en los términos de una competencia mundial (mercado mundial) para la que histórica y socialmente el mismo sistema mundial y regional (oligárquico) de dominación nos ha inhabilitado. La ‘inversión privilegiada’ se refiere a puntos específicos dentro de los territorios de los países pobres, definidos por sus ventajas circunstanciales comparativas.
No se trata, por consiguiente, de inversión para el desarrollo nacional ni de una política estratégica. En la historia reciente, la elección de un gobernante popular en Haití es un contraejemplo de esta situación generalizada. La lávalas (“avalancha”, en creol) condensa un movimiento de solidaridad social entre los más pobres y oprimidos de la población haitiana.
Políticamente más complejo, a la distancia, es discernir si ellos no perciben su situación de miseria o como disfunción o como efecto político exclusivo del régimen dictatorial. Este aspecto incide en el refuerzo de la corrupción en los niveles empresarial y gubernamental. Se trata de obtener la máxima ganancia en el corto plazo. En economía, se privilegian las actividades especulativas. La política deviene enteramente un mercado de influencias. El Secretario Ejecutivo de la CEPAL, G. Rosenthal, ha sintetizado en su código esta situación al señalar que los gobiernos y los pueblos latinoamericanos deben resignarse a vivir en un mundo inequitativo (“Este es un mundo cruel…” enfatiza varias veces) en el que se debe funcionar sin poder alterar sustantivamente las relaciones entre países y sectores sociales fuertes y débiles (Gen Rosenthal: “La necesidad de actuar colectivamente” (entrevista), en El Día Latinoamericano, año l. No.43, 18-3-1991).
La misma CEPAL ha consignado esta constatación, producida durante los años ochenta, como la “década del doloroso aprendizaje”. Pero. claro, el “dolor” no se distribuye por igual entre los sectores sociales fuertes y los débiles. Esta última comprobación forma parte importante, sino decisiva, del aprendizaje político. No hemos considerado en este apartado ni, en general, en las Notas…, las conflictividades posibles entre los grandes actores del sistema mundial, por no ser centrales, en este momento, para este tipo de exposición.
Señalemos únicamente que la imagen de que ha cesado la conflictividad Este-Oeste debido al derrumbe del socialismo es enteramente ideológica. La conflictividad Este-Oeste se mantendrá, bajo formas diversas, mientras persistan las grandes potencias con sus respectivos proyectos hegemónicos.
El conflicto Este-Oeste es fundamentalmente un conflicto geopolítico, no ideológico. Que se trata de una explícita política social criminal lo demuestra, por ejemplo, el desmantelamiento del sistema de Salud Social en Chile, realizado entre 1973 y 1986. Durante ese período se liquida al Servicio Nacional de Salud y se lo reemplaza por otras instancias que sólo persiguen fines de lucro. Los consultorios y postas rurales son trasladadas a las Municipalidades y, por su intermedio, a la empresa privada en las llamadas Corporaciones de Desarrollo Comunal.
Una sola muestra del costo social de este mecanismo de privatización-exclusión: el porcentaje de desnutridos entre los excluidos por el mercado en Chile se eleva al 30%. La articulación ‘mejor’ tiene que ver con situaciones; la peor, con la dinámica fundamental del sistema.
Llamo de izquierda política (una imagen) en América Latina a aquellas organizaciones que programáticamente se han movilizado por una reforma agraria y por la integración y soberanía nacionales efectivas (estos son conceptos). Su trabajo se inscribe, normalmente, al interior de un modelo social de desarrollo (declarado actualmente muerto por la dominación) lo que supone su permanente referencia a un horizonte de esperanza aquí en la tierra. A partir de la escisión cuerpo/alma y del rechazo a la historia que puede atribuirse a imágenes recortadas del discurso evangélico, como “mi Reino no es de este mundo”. Pero su alcance es, obviamente, global. Es en el contexto de este deterioro que J. Petras, por ejemplo, analiza la “insignificancia política actual” de muchos de los intelectuales latinoamericanos (transformados en la década del ochenta en “trabajadores intelectuales”, es decir en un tipo de agentes de la conservación del statu quo).
Los grupos y sectores que reclaman justicia son descalificados principalmente mediante dos etiquetas: “populistas” (Alan García) y “revanchistas” (Madres de la Plaza de Mayo). Tanto los populistas como los revanchistas son agentes de la desestabilización y el caos. Desde luego, mediante o en este proceso y procedimiento puede difuminarse también el adversario fundamental contra el que se dirige la protesta o la reivindicación.
La acción de los grupos, tanto emergentes como históricos, puede, así, orientarse hacia la obtención de identidad y cohesión internas (ensimismamiento, corporativización) y perder o no ganar nunca un referente de totalidad (pérdida o no encuentro del sentido histórico, político, de la acción). Sometida a la altísima agresividad y destructividad del Orden Mundial, con sus actores internacionales y nativos, la pareja vanguardia +<->masas, “democrática” o centralizada, legal o armada, no logra acumular la fuerza política necesaria no ya para encabezar una política de desarrollo nacional, sino que para resistir la exclusión y la agresión y crecer.
El eje del movimiento popular debe derivar su fuerza hoy de la solidaridad y organicidad de múltiples y diferenciadas organizaciones populares (sociales y políticas, para usar el lenguaje tradicional), cada una de las cuales obtiene su vigor de su raíz social y de su representatividad siempre puestas al día. Una ilustración esquemática: algunos grupos feministas obtuvieron su impulso inicial desde el exterior (Europa, EUA).
Desde este inicio, vinculado al polo Internacionalmente Integrado pueden o estancarse en una lucha estéril (“el enemigo son los hombres”) o historizarse (lucha por la reivindicación social y personal de la mujer, con el hombre, contra el capitalismo salvaje y el patriarcalismo).
Claro que todo esto último se dice mucho más fácil de lo que se hace. “Movimiento social” es una categoría de análisis más específica que “actor social”. Designa una acción colectiva que enfrenta a formas sociales opuestas de utilización de los recursos y de los valores culturales. La lucha campesina contra la propiedad latifundista y por una Reforma Agraria con dimensiones económico-sociales, políticas y culturales, ilustra adecuadamente la noción de “movimiento social”.
Participación de base, conflictividad, discernimiento de lo que se debe atacar y cambiar para lograr los objetivos propios son componente sustanciales de la noción de ‘movimiento social’. Por “actor social” entendemos aquí, en cambio, latamente, un agente social identificable cuyas acciones provocan efectos sociales. Los movimientos sociales y los actores sociales no se relacionan en términos de mutua exclusión. La articulación negativa refuerza lo que se considera hoy una crisis del Estado.
Pero debe recordarse que éste no lo está por su exceso de ocupaciones o su gasto desmedido sino porque no posibilita ni promueve la vida de su sociedad civil. La exigencia del pleno empleo sintetiza bien los alcances de una política de integración económico-social y de solidaridad nacional. Antes, el pueblo efectivo tenía un solo rostro: militante y de clase, y esto orientaba su lucha directamente contra el Gobierno y el Estado.
Múltiples rostros implican múltiples identidades y múltiples luchas y enemigos, luchas en las que el gobierno y el Estado pueden resultar aliados eventuales. Pero, claro, esto resulta imposible sin una capacidad para ejercer presión social sobre los gobiernos y Estados. Cf. Hinkelammert: “Nuestro proyecto de nueva sociedad en América Latina. El papel regulador del Estado y los problemas de la auto-regulación del mercado”, en: Pasos, No. 33.
En el trabajo se apunta hacia una nueva conceptualización del Estado que descansa en la categoría de totalidad tensional (Marx) y no en la imagen de infra y superestructura y supone una teoría general de la resistencia social bajo la organización capitalista de la vida, todavía no desarrollada. Después de la explosión social contra el presidente C.A. Pérez (Venezuela, 1989), los organismos financiero internacionales se han mostrado dispuesto a otorgar algunas migajas para paliar el costo social de sus programas de ajuste.
Parte de estas migajas son empleadas por las oligarquías nativas para corromper abierta o encubiertamente a los dirigentes sociales populares (comprándolos o becándolos, por ejemplo) o para conceder selectivamente privilegios a los frentes sociales mejor activados y, por ello, potencialmente más peligrosos. En cuanto a la conversión de naturaleza por deuda, ésta se ha transformado en un gran negocio especulativo financiado por el Estado (Cf., por ejemplo: CEPAL: El desarrollo sustentable: transformación productiva, equidad y medio ambiente).
Ninguna de estas demandas puede ser satisfecha por las actuales formas y tendencias de la acumulación mundial. De hecho, el sentido de esta acumulación ni siquiera las considera legítimas. Tanto si lo consideramos como oligarquía nativa o como burguesía central o como capital, el antiguo sujeto histórico llena los requerimientos de constituirse como un actor político determinante y de ser capaz de entregarle a la existencia social, sino un sentido de vida, una realidad de destrucción y muerte, puesto que así es como materializa su utopía y su dominación.
Por esto, el Nuevo Sujeto Histórico se quiere así mismo revolucionario. Ambos ejemplos están orientados: autoproducción de conocimiento popular y adhesión cristiana a la lucha popular son elementos decisivos para una resistencia latinoamericana real. La propaganda desea identificar “Estado triunfante” con “sociedad triunfante”. Así, por ejemplo, el presidente Bush insiste en que en la guerra en el Golfo Pérsico venció “todo lo que es correcto”. En realidad, una sociedad (y un mundo) que es capaz de apoyar un crimen de esa magnitud es profundamente obscena y puede considerarse dramáticamente enferma. En la guerra contra el pueblo de Irak venció, en realidad, un Estado apoyado en su superioridad geopolítica y técnica. Estado al que desearíamos la sociedad norteamericana, en algún momento, no apoyarse.

July 4, 2017

July 4

July 4, 2017

1. I’ve heard it said that it was the act of fighting and dying in the Civil War that earned slaves and freed Black people their citizenship rights.

There is obviously truth in that notion.

But leaving it there misses an important point. Citizenship rights shouldn’t have to be “earned.” They should be inalienable, natural, and universal, that is, derivative from our humanity. Clearly neither whiteness (nor gender nor property rights) should be a condition for obtaining and exercising these rights. Nor should they depend on combat credentials.

But, obviously, we don’t live in a just world in which full citizenship is the unqualified birthright of every person. In the case of the African American people, their unrelenting struggle for full citizenship rights continues to this day. And, as at the time of the Civil War, it carries great moral and political force not only because they spilled blood in the Civil War and wars that followed (despite the fact that Black troops were segregated and discriminated against until after World War II). But, more broadly, because they can righteously claim long seniority in this land, a singular and outsized contribution to the nation’s economic take off and subsequent development (obtained by violently coerced unpaid and then underpaid labor) and, not least, their front row position in every phase and dimension of the country’s democratic and progressive advance.

And that history also is the social and material basis for full restorative justice and remuneration on the stockpile of promissory notes earned by and owed to the African American community.

2. Below is an excerpt from Frederick’s Douglass on July 4, 1952 in Rochester, NY. It retains its power today, especially against the background of the rise of right four decades ago and Trump’s election last year.

“Fellow-citizens, I will not enlarge further on your national inconsistencies. The existence of slavery in this country brands your republicanism as a sham, your humanity as a base pretense, and your Christianity as a lie. It destroys your moral power abroad: it corrupts your politicians at home. It saps the foundation of religion; it makes your name a hissing and a bye-word to a mocking earth. It is the antagonistic force in your government, the only thing that seriously disturbs and endangers your Union. it fetters your progress; it is the enemy of improvement; the deadly foe of education; it fosters pride; it breeds insolence; it promotes vice; it shelters crime; it is a curse to the earth that supports it; and yet you cling to it as if it were the sheet anchor of all your hopes. Oh! be warned! be warned! a horrible reptile is coiled up in your nation’s bosom; the venomous creature is nursing at the tender breast of your youthful republic; for the love of God, tear away, and fling from you the hideous monster, and let the weight of twenty millions crush and destroy it forever!”

3. Here is a song, Independence Day, written and sung by Bruce Springsteen. Actually, it has nothing to do with July 4, except perhaps in a very roundabout way, But I thought I would include it in this post. It resonates deeply with me. It’s about Springsteen’s conflict and eventual break with his father.

I had a similar Independence Day. Like Springsteen, I had conflicted feelings toward my father in my younger years. He could be kind and gentle. He was never absent in a physical sense, and he provided for our family. I also knew his life hadn’t been easy. He lost his father and moved from Canada to Maine at a young age, dropped out of high school early on, and did sweated labor his whole working life. He also suddenly lost his first wife (my mother) in his early fifties and surely felt ill equipped to raise three young boys, which as it turned out he didn’t have to do, thanks to my elderly grandmother and my step mother whom he married a couple of years after my mother’s death.

But my father also struggled with the terrible illnesses of alcoholism and depression. And when drunk, which was too many weekends, he got mean and verbally abusive. Needless to say, that took its toll on me and the rest of the family. So much so that when my father reached the ugly side of drunk on Christmas Day 1968, as we were sitting down for dinner, I snapped and left the table, and took a bus to Portland where I spent a couple of nights in the YMCA before making my way back to Connecticut, where I was then living and going to school. I forget exactly what I said as I walked out the door on that cold, wintry day other than he would never see my face on a holiday again — a promise that I unfailingly kept to his final day.

At the time it seemed like the right thing to do, and even a half century later I still think I did what I had to do. If I have any regrets it is that we never found a way to talk about our troubled relationship, even when he was at death’s door. I told him how much I loved him as I sat by his hospital bed, but we left it at that. Neither one said a word about the earlier pain between us.

But since then I have had many imaginary conversations with him. In fact, as strange as it may seem, I sometimes wish that we could sit down for a good drinking session in a neighborhood bar. I figure that some of the walls of loneliness, heartache, and anger that surrounded and divided us might melt away as we drained a glass or two of beer. Maybe it’s wishful thinking, but who knows? Sometimes drink can open a person’s heart and give voice to deep heartache, as the juke box plays and someone yells, “drinks all around.”

4. A left that doesn’t contest with the right over the meaning of national traditions, symbols, and historical events isn’t doing itself any favors. If we are looking for an example of someone who did this, we can probably do no better than to turn to the life and legacy of Martin Luther King. He was in my opinion the outstanding revolutionary democrat of the 20th century insofar as he sunk his program, oratory, and vision of radical democracy into the best of our nation’s traditions and broadly appealed to the American people.

5. Any strategic policy worth its salt should not only point out the main obstacle to social progress, but also the larger class and social forces that have to be assembled if there is any hope of slaying the immediate dragon and moving on to confront other dragons that block the doorway to freedom. Once this is done then a whole range of other questions — issues of struggle, forms of action, approach to unity, main sites of mass engagement as well as popular demands, slogans, and messaging become easier to resolve on grounds that move beyond individual political preferences and rest on larger objective realities.

Carta Abierta a las fuerzas revolucionarias y progresistas de América Latina y el Caribe (1990)

Carta Abierta a las fuerzas revolucionarias y progresistas de América Latina y el Caribe

Esta carta abierta fue escrita colectivamente en febrero de 1990 en La Habana, Cuba. Trabajó en la misma, además de los firmantes, el comandante Manuel Piñeiro Losada (“Barbarroja”), cuyo nombre en aquella época no era conveniente que apareciera. Esta carta surge tras la debacle ideológica que se produjo ante la caída del bloque socialista. En este material histórico, quedó plasmada la justa y digna posición de cinco Partidos Comunistas que, a través de sus representantes, reafirmaron su voluntad de lucha contra el capitalismo y la necesidad de seguir buscando caminos para construir el Socialismo.
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-Apreciados compañeros y amigos:
En estos días de aguda crisis, de intensa ofensiva imperialista y de grandes potencialidades revolucionarias, hemos decidido hacer llegar a ustedes nuestras inquietudes y reflexiones sobre el complejo período en que vivimos. El momento no es para inhibiciones. Está en una etapa crucial para las revoluciones y las luchas patrióticas y populares en nuestra América Latina y en todo el Tercer Mundo.
-La crisis del sistema imperialista
Nunca antes nuestro continente y todo el Tercer Mundo habían vivido una crisis tan profunda y generalizada. Nunca antes el poder imperialista de los Estados Unidos ha tenido tantos problemas y tantos riesgos derivados de su política de sometimiento.
El estrangulamiento de las posibilidades de desarrollo de América Latina y del Tercer Mundo se le revierte al imperialismo en una masiva emigración que traslada a su propio territorio los males provocados y que amenaza su estabilidad social interna.
La tendencia a los estallidos sociales y a la inestabilidad política crece en los países dependientes.
Las profundas y cada vez más amplias aspiraciones democráticas de nuestros pueblos no se satisfacen con democracias considerablemente restringidas, negadoras de una participación real y del poder de decisión de nuestros pueblos.
Las drogas que inundan la sociedad norteamericana en un proceso de indetenible descomposición social, sólo benefician a los intereses mercantiles de los más encumbrados sectores de poder estadounidense aliado con las mafias narcotraficantes latinoamericanas que aprovechan el ahogamiento económico de América Latina y condenan a grandes masas a depender directa e indirectamente de estas actividades. La situación así creada tiene hoy, dada su gravedad, un importante efecto desestabilizador en la sociedad estadounidense. Los Estados Unidos van perdiendo terreno como superpotencia económica dentro del propio sistema capitalista. Pierde terreno en esa vertiente frente a Japón y a Europa Occidental y se refugia fundamentalmente en su poderío militar para mantener su hegemonía.
-Dos crisis paralelas
El poder imperialista de los Estados Unidos, sin embargo, está ensoberbecido, a pesar de la profunda, prolongada y dramática crisis que afecta su sistema de dominación y de la creciente descomposición en su propia sociedad. Esa actitud se aprovecha del hecho de que su grave crisis coexiste ahora con la crisis de determinados modelos socialistas seriamente afectados por el alto grado de burocratismo, centralismo, dogmatismo y otros factores estructurales y coyunturales.
Estamos frente a dos grandes crisis. Por un lado la crisis del sistema capitalista mundial, cuya existencia ahora es la causa de los agudos y dramáticos problemas que afectan a la inmensa mayoría de los seres humanos; y, por el otro, la crisis de modelos socialistas que se burocratizaron y se tornaron ampliamente autoritarios y represivos, alejándose así del ideal original que fundía la justicia social con la democracia, para garantizar un continuo proceso de autosuperación.
Del mismo modo que la carrera armamentista emprendida por el imperialismo norteamericano constituye la causa de su actual crisis, la dinámica armamentista en la Unión Soviética, aunque por motivaciones distintas y bajo el funcionamiento de mecanismos económicos diferentes, es asimismo la que condujo al período de su estancamiento económico y a la crisis. La «perestroika» surgió como una necesidad de enfrentar esa crisis y de renovar el socialismo.
Los nuevos lineamientos, que primero se circunscribieron a plantear la aceleración económica y el paso del desarrollo extensivo al desarrollo intensivo, rápidamente fueron precipitados al terreno de la democratización política y de la transparencia informativa. Ese necesario viraje se produjo, sin embargo, presentando problemas imprevistos, evidenciando grandes debilidades ideológicas así como las enormes dificultades de la carencia de una estrategia coherente de renovación socialista y una fuerza capaz de impulsarla y conducirla exitosamente.
El cambio sacó a la superficie los problemas acumulados en la Unión Soviética y desató los demás procesos en Europa Oriental, desarrollando un complejo clima de desestabilización institucional y de pugnas políticas que hacen más tortuosa la democratización, crean nuevas complicaciones y presentan nuevas desviaciones.
La exacerbación de la prepotencia de la administración Bush se deriva, pues, de las profundas debilidades existentes en el campo de las fuerzas del socialismo. Esas debilidades se expresan en crisis, desviaciones e insuficiencias teóricas que han conducido a un embotamiento preocupante del antiimperialismo, del internacionalismo y de las posiciones revolucionarias en no pocos de los componentes de esas fuerzas.
-El imperialismo sigue existiendo
Dentro de esa línea, las posiciones extremas llegan al colmo de plantear la «inexistencia» del imperialismo y a considerar a las potencias capitalistas como «no adversarios» e incluso, como posibles «socios» dentro de un proceso de convergencia entre sistemas y fuerzas realmente antagónicas. Nuestra objeción a ese pensamiento y a esa actitud es categórica.
Es claro que el imperialismo de hoy no es idéntico al que Lenin describió en las primeras décadas de este siglo. Pero también es más que evidente que el imperialismo existe y que sigue siendo el principal enemigo de los pueblos y el gran responsable de las más conmovedoras penurias y sufrimientos que hoy azotan a la humanidad.
El sistema imperialista no debe ser juzgado exclusivamente por sus polos subdesarrollados, por sus centros más ricos, por los países capitalistas que exhiben mejores niveles de bienestar económico y social.
El sistema imperialista es mucho más que eso y precisamente esos polos han sido el producto de una depredación, un saqueo, una explotación y una extorsión sin paralelo en la historia mundial. El denominado Tercer Mundo, del cual forman parte nuestra América Latina y el Caribe, constituye la dimensión dramática y trágica de este sistema, plagado de injusticias, discriminaciones, inseguridad social, desempleo y formas de alienación presentes en el propio mundo desarrollado.
La realidad es que el imperialismo existe con mayores niveles de voracidad y agresividad y con recursos, capacidades tecnológicas y experiencias acumuladas que le garantizan una opresión más global y multifacética, y con un uso más intenso de potentes medios de dominación, mucho más modernos y sofisticados que los empleados en otras etapas.
Porque vivimos y sufrimos esta realidad, porque luchamos por transformarla, nos alarman y nos indignan las nuevas tesis sobre la supuesta caducidad del antiimperialismo y de las revoluciones populares en estas regiones oprimidas, superexplotadas y empobrecidas; tesis que lamentablemente tienen incluso ya una determinada gravitación en el «nuevo pensamiento» o «nueva mentalidad» impulsadas desde la «perestroika».
Sólo a través de un enfoque limitado a la pérdida relativa de la importancia económica de los países dependientes dentro del sistema imperialista y de un abandono de la visión crítica del capitalismo, puede arribarse a esas tesis improcedentes, que entendemos deberían abandonarse.
-Por la paz, el humanismo y la revolución
Esa firme convicción no limita nuestra valoración positiva de los esfuerzos de la Unión Soviética y otros países, destinados a lograr acuerdos interestatales con las grandes potencias capitalistas que eviten las grandes tragedias que amenazan la existencia de la humanidad. Tampoco obstruye una equilibrada reflexión sobre los cambios que tienen lugar en otras partes del mundo.
Comprendemos la preocupación presente en Europa por los amenazantes problemas globales relacionados con los peligros de guerra termonuclear y con los dramáticos desequilibrios ecológicos provocados por la civilización industrial. Nos solidarizamos con los anhelos de paz duradera y respaldamos las iniciativas y acuerdos en esa dirección.
Nos alegramos cuando las aspiraciones de renovación, democratización y autodeterminación cobraron fuerza en los países del Este europeo, cuyos modelos burocráticos entraron en crisis y en fase de agotamiento.
Saludamos las proclamas iniciales sobre la necesidad de revitalizar el humanismo en esa zona del mundo. Nada de esto ha tenido ni tiene objeción de nuestra parte. El dogmatismo, la unilateralidad y el aferramiento a viejos esquemas o a extremismos infecundos no forman parte de nuestra manera de pensar y actuar. Compartimos todo lo que es creatividad, renovación, democratización, valoración de lo nuevo y esfuerzos para superar la falta de desarrollo de la teoría revolucionaria.
-Puntualizaciones y objetivos
Pero en torno a estos aspectos, consideramos imprescindible hacer algunas puntualizaciones, dada la negativa evolución de esos procesos. No creemos que la democratización deba circunscribirse al este europeo y asumirse copiando esquemas y modelos de democracia representativa, que en el mundo occidental han entrado en crisis y revelado sus limitaciones, porque resultan extremadamente formales y no garantizan la participación y el poder de decisión de los pueblos. No creemos en la sinceridad de las proclamas de libertad y democracia que formulan países capitalistas y fuerzas neoliberales que oprimen, condenan al hambre, el analfabetismo y la insalubridad a cientos de millones de seres humanos. Nos solidarizamos con las fuerzas democráticas y progresistas que luchan al interior de esos países por los intereses más amplios de la sociedad. No creemos que la renovación y democratización necesarias dentro del socialismo deban ser desviadas por senderos de la privatización capitalista que tantas injusticias y males han provocado. No creemos que el internacionalismo y la solidaridad deban ser reemplazados por el egoísmo nacional y la contemporización o complacencia con el imperialismo. No creemos en una paz que se reduzca a la paz entre los grandes. No creemos en un humanismo que se limite a los países del Norte o se quede en la Casa Común Europea y desprecie las dos terceras partes de los habitantes del planeta que viven y sufren en el Tercer Mundo, aunque valoramos positivamente todo lo que esa Casa Común signifique para la independencia de Europa frente a los Estados Unidos. No creemos que los Estados Unidos y demás países imperialistas puedan ser definidos como «no adversarios» de los pueblos y del socialismo. No creemos en el repliegue y el desarme unilateral del socialismo y de las fuerzas revolucionarias, mientras los Estados Unidos refuerzan su estrategia de guerra de baja intensidad y sus planes de militarización del espacio para lograr hegemonía en materia de armamentos. No creemos que ningún interés global pueda ser contradictorio con la redención de los pueblos oprimidos del tercer mundo y con las luchas por la democracia, la paz, la justicia y la autodeterminación que se libran en Centroamérica, Palestina, Sudáfrica y en todas las naciones vilmente pisoteadas de Asia, África y América Latina. Nos indigna la prepotencia imperial en cada uno de esos lugares. Nos indigna que nos quieran imponer como «ideal» su cuestionable modelo de democracia lleno de limitaciones y cargado de discriminaciones y manipulaciones, que ya han motivado un alto nivel de objeción y abstención en su propia sociedad y que sirve de disfraz a múltiples atropellos y opresiones dentro y fuera de sus fronteras. Nos indigna su descaro y su cinismo actual. Nos preocupa que la «perestroika» esté siendo distorsionada, que se esté separando de sus propósitos de ofrecer más socialismo y más democracia; nos preocupa que dentro de ella se desarrollen y ganen terreno los partidarios de corrientes procapitalistas, los nacionalismos separatistas y contrarrevolucionarios y los enterradores del internacionalismo revolucionario atraídos por la convergencia con los Estados Unidos y otras potencias capitalistas. Estamos profundamente convencidos de que el debilitamiento del internacionalismo en la Unión Soviética fortalece el chovinismo contrarrevolucionario que amenaza debilitar e incluso desintegrar ese estado multinacional. El repliegue en materia de antiimperialismo e internacionalismo se revierte contra la propia unidad de la Unión Soviética. Aunque nos preocupa el debilitamiento político sufrido por la Unión Soviética y más aún en los países de Europa Occidental a causa de la crisis y de la ausencia de vanguardias esclarecidas y con autoridad ante los pueblos para asegurar el rumbo socialista de los acontecimientos que allí se están desarrollando, tenemos que reconocer que las dirigencias políticas de la Unión Soviética y de los países de Europa del Este enfrentan de diferente manera la lucha que se libra entre preservación y renovación socialista y regresión capitalista. Mientras en algunos países de Europa Oriental sus dirigencias se inclinan abiertamente por la inserción de sus países en el capitalismo, la situación en la Unión Soviética y algunos otros países se presentan de modo distinto y en general la regresión capitalista está por verse. Comprendemos lo difícil del presente período en esos países, lo complicado que resulta retomar el rumbo socialista que rearticule el socialismo con la democracia, valoramos los desvelos de todos los que se empeñan en que la renovación implique una fase cualitativamente superior de socialismo y no sea desnaturalizada por la influencia capitalista. Alentamos sus trascendentes esfuerzos y les deseamos los mejores éxitos en esa nueva batalla. Nos preocupa que las debilidades del socialismo hayan facilitado la intervención militar en Panamá, la contraofensiva derechista en Nicaragua, las maniobras de los Estados Unidos y el deteriorado y genocida régimen salvadoreño, las graves amenazas que se ciernen contra Cuba revolucionaria, la escalada imperialista en toda la región.

-Nuestras convicciones

Creemos firmemente en la paz para todos y con dignidad. Creemos en la renovación socialista. Creemos en la democracia con poder popular, en una democracia que potencie la participación de las organizaciones y de los nuevos sujetos políticos y sociales. Creemos en la necesidad de rescatar el ideal socialista original que reúne en un mismo proyecto las transformaciones sociales y la democracia. Ese ideal sigue en pie y lucharemos por conquistarlo. Creemos en la paz entrelazada con la liberación y la renovación. Creemos en la necesidad y la posibilidad de las revoluciones populares para alcanzar la democracia, la justicia social y la soberanía. Creemos en el internacionalismo revolucionario y en la necesidad de sostener con firmeza las banderas del antiimperialismo. Nuestros pueblos son víctimas del imperialismo y no podemos renunciar a la lucha revolucionaria por su emancipación y por la nueva democracia que esa dominación obstruye. En nuestro Tercer Mundo la situación es desgarradora. Las estructuras y modelos capitalistas dependientes carecen de soluciones y agravan los males que provocan. Las instituciones se corrompen, la democracia se mutila y restringe, la soberanía es pisoteada y las tensiones sociales y políticas se acumulan. Esta es una crisis de exclusiva responsabilidad del sistema capitalista, en continuo proceso de empeoramiento. Por estos y otros factores, el centro de la ebullición revolucionaria se ha trasladado desde finales de la década de 1950 al Tercer Mundo. En el presente, esta realidad es todavía más intensa y palpitante, presentando una gran potencialidad revolucionaria en América Latina y un especial dinamismo revolucionario en Centroamérica y en el Caribe, sin dejar de poner atención a la riqueza de los procesos políticos y sociales que se desarrollan en Brasil, Uruguay, Perú, Argentina y otros países. La vida indica que América Latina y el Caribe no tienen alternativa de desarrollo, de democracia y de soberanía dentro de la dominación imperialista, ya que es precisamente esa dependencia la que nos ha hundido en el atraso, en la pobreza y en la carencia o limitaciones a la libertad. Las necesidades políticas, sociales y económicas de los pueblos latinoamericanos no pueden satisfacerse con estas democracias en crisis, vaciadas de contenido social, tuteladas por grupos poderosos y por el poder imperialista. Nuestros países requieren de revoluciones profundamente democráticas que den participación y poder de decisión a todos los componentes del pueblo trabajador y a todos los sectores que pueden contribuir al desarrollo con justicia social y sienten las bases para llevar a cabo el ideal socialista.
-La revolución es el gran reto histórico
Lo anterior no sólo quiere decir que la revolución continúa vigente históricamente, sino que constituye una necesidad y la posibilidad para la solución de los problemas de América Latina y el Caribe y del Tercer Mundo. Esto nos impone un gran reto. El reto es mayor si se tiene en cuenta, además, que los virajes revolucionarios en el Tercer Mundo, particularmente en América Latina y el Caribe, tienen capacidad de impactar, e incluso alterar y desestabilizar el sistema imperialista y podrían, de incrementarse y ampliarse, revertir la euforia temporal de sus dirigentes y forzarlos progresivamente a aceptar la idea de un nuevo orden económico y político internacional, basado en un auténtico humanismo abarcador de todos los pueblos, de toda la humanidad. Nuestro movimiento revolucionario y las fuerzas democráticas, antiimperialistas y progresistas de esta parte del mundo debemos y podemos aceptar ese reto y disponernos a encarnar la nueva esperanza. Es preciso crear y potenciar las vanguardias revolucionarias a través de la unidad, la lucha y la relación estrecha con las masas populares. Es preciso construir una gran alianza por la democracia y la autodeterminación. Es preciso fortalecer el tercermundismo y el latinoamericanismo para librar una lucha sin cuartel por la victoria de nuevos proyectos democrático-revolucionarios y por la liberación de nuestros pueblos. Esto incluye una firme defensa de Cuba socialista como pionera de la transición revolucionaria latinoamericana y baluarte del antiimperialismo y el internacionalismo en esta región. Incluye, asimismo, una firme solidaridad con las reservas de la Revolución Popular Sandinista, representadas en el FSLN y en los demás factores de poder popular que perduran después del revés electoral, sobre cuyas causas es preciso reflexionar para superar errores. Incluye, muy especialmente la solidaridad para con la lucha del FMLN, y de todas las fuerzas patrióticas y democráticas salvadoreñas que apuntan hacia una nueva y trascendente victoria y, asimismo, con el batallar ascendente del URNG en Guatemala y con las luchas democráticas que hoy se libran en Haití, Colombia, Brasil, Perú, Argentina, Chile, Honduras y otros países. Esta es una gran verdad y una gran necesidad.
-Pensar con cabeza propia
Pero dentro de la agenda revolucionaria latinoamericana no es posible obviar el impacto de lo que acontece en Europa Oriental. Esos problemas han tenido un impacto contradictorio en las fuerzas revolucionarias y progresistas del continente: en una parte de ellas han provocado desmoralizaciones y estímulos a concepciones alejadas de nuestras necesidades y trasplantadas de procesos europeos, en otros sectores han reafirmado profundas convicciones revolucionarias, antiimperialistas y socialistas dentro de una clara determinación de independencia creadora. Nosotros nos ubicamos entre estos últimos y nos disponemos a poner nuestros corazones y esfuerzos en dirección a pensar con cabeza propia y a desarrollar nuestra posición en medio de las extraordinarias potencialidades revolucionarias existentes en este continente. Nuestro viraje integral, nuestra rectificación revolucionaria, la renovación nuestra, tiene su propia problemática y sólo podría ser fructífera dentro de una línea de unidad y combate antiimperialista y de estrecha vinculación entre revolución popular y democracia participativa e integral. Nuestra renovación debe tener bien presente todo lo positivo de las corrientes renovadoras y democratizadoras a escala mundial, adecuándolas a nuestras condiciones particulares a través de un gran esfuerzo de elaboración propia y de búsqueda de la originalidad necesaria. Los procesos en Europa del Este, con todos sus aspectos positivos en cuanto a ejemplos de democratización y autodeterminación que contrastan con la opresión vigente en América Latina y el Tercer Mundo, responden a condiciones y crisis particulares y exhiben desviaciones, debilidades y modalidades que no tienen por qué ser trasplantadas o copiadas. Es improcedente copiar tanto lo negativo como lo que no se ajusta a nuestras realidades. Dediquémonos nosotros a elaborar y a luchar en función de nuestras necesidades y particularidades y teniendo en cuenta nuestras tradiciones históricas y las características de nuestras sociedades en crisis. Busquemos alternativas democráticas, revolucionarias e innovadoras.
-Llamamiento
Agrupemos fuerzas en esa dirección.
No dejemos que la dispersión y la desmoralización se tornen irreversibles.
Coordinemos nuestras capacidades y voluntades transformadoras.
Unámonos para luchar en todos los frentes; para relanzar el ideal revolucionario, para superar dogmatismos, para enfrentar las desviaciones derechistas y las claudicaciones, para combatir con vigor a nuestros enemigos, para hacer rectificaciones y renovaciones auténticamente revolucionarias, para fortalecer el antiimperialismo, para darle contenido popular a la lucha por la democracia, para avanzar hacia nuevas revoluciones democráticas y patrióticas, para rescatar el valor de las metas socialistas, para desarrollar luchas concretas que eleven la moral y la capacidad de las fuerzas liberadoras en la periferia y los centros del sistema capitalista mundial.
Unámonos para combatir y demostrar que las fuerzas del cambio pueden y deben recuperarse del impacto de estos fenómenos negativos, que los reveses sufridos son pasajeros, que las dificultades actuales pueden ser superadas, que la crisis del sistema imperialista y de nuestros enemigos es un tremendo potencial a nuestro favor.
En este Tercer Mundo, en este continente convulsionado, deben cifrarse las nuevas esperanzas revolucionarias, esperanzas que los cristianos, los antiimperialistas, los marxistas, los demócratas, los socialistas, los nuevos líderes populares, los movimientos sociales innovadores, podemos contribuir a convertir en realidad, procurando además que en todo el planeta las fuerzas del progreso se decidan por detener y derrotar la contraofensiva imperialista estadounidense.
En este mundo y en este continente convulsionado deben cifrarse las nuevas esperanzas revolucionarias.
En América Latina los sujetos de la liberación y la transformación se integran por una inagotable pluralidad social, política, religiosa e ideológica que reúne a obreros, campesinos, semiproletarios, marginales, empleados, maestros, estudiantes, intelectuales, cristianos, empresarios, etc., bajo las banderas de los más amplios intereses nacionales, populares y democráticos.
Es digno destacar el papel que dentro de esta pluralidad desempeñan los cristianos al vincular los contenidos humanistas del cristianismo con la lucha por resolver la dolorosa realidad social, política y económica de las masas latinoamericanas.
Esa posibilidad existe; pues, pese a todo, en esta parte del mundo las dificultades del imperialismo norteamericano son enormes y en la propia sociedad estadounidense su sistema pierde credibilidad y crecen en la actitud de protesta y los nuevos movimientos sociales.
Nuestra lucha se entrelaza así con la lucha del pueblo norteamericano y su promisorio abanico de fuerzas solidarias, cada vez más amplio y más sensible, cada vez más firme en su desafío a las discriminaciones, a los falsos valores, a la descomposición y a todo lo inhumano de ese sistema opresor.
Clamamos por una expresión unitaria de esa necesaria voluntad de lucha en todos los rincones de la Tierra.
Clamamos por la más amplia y vigorosa unidad de todas las fuerzas y sectores que en el continente están por los ideales de justicia, independencia, democracia y paz.
Clamamos por más firmeza antiimperialista.
Clamamos por más creatividad revolucionaria. Clamamos por la revitalización del internacionalismo revolucionario.
Clamamos por darle continuidad a los grandes ideales latinoamericanos de Bolívar, Sucre, San Martín, Morelos, Santa María, Morazán, Martí, Sandino y Farabundo Martí.
Abrazos fraternales,
Humberto Vargas Carbonell, Partido Vanguardia Popular Costa Rica
Rigoberto Padilla Rush, Partido Comunista de Honduras
Narciso Isa Conde, Partido Comunista Dominicano
Schafik Jorge Hándal, Partido Comunista de El Salvador
Patricio Echegaray, Partido Comunista de la Argentina

Algunos conceptos básicos y cambios en la situación política actual

Algunos conceptos básicos y cambios en la situación política actual

Jorge Luis Cerletti

Frente al universo de explotación y dominación que caracteriza al orden capitalista, las resistencias populares proliferan en el planeta y dibujan un múltiple y variado mapa de luchas y conflictos. A consecuencia de ello y sin perjuicio de la irresuelta crisis que afecta al campo de la emancipación, bullen nuevas ideas aunque todavía no se plasman en alternativas al orden imperante. Y un núcleo importante de esas ideas enfoca la cuestión del poder, la representación y los alcances de la “democracia”.

Esa trilogía condensa interrogantes y genera debates en tanto que el Estado aparece como un referente insoslayable en la esfera política. Y esto obedece a dos razones fundamentales: una, que constituye el macro organizador por excelencia de la vida en sociedad; la otra, oculta, es que esa función que cumple enmascara su matriz histórica como dispositivo para la dominación. Lo cual constituye una paradoja con miras a la emancipación: sin Estado no es posible la convivencia social, pero a la vez, el mismo resulta un recurrente garante de la dominación.

Digamos que esa paradoja que involucra al Estado se mantiene hasta el presente a pesar de las grandes gestas libertarias de la historia.

El ámbito en el que se desarrolla la política exhibe tres espacios interrelacionados. El referido a la esfera mundial, el relativo al campo regional y el singular de cada país. Los mismos están enhebrados por dos características afines. Primera: el capitalismo es por ahora el único orden social que impera en el planeta. Segunda: las diversas sociedades conviven bajo la omnipresente figura del Estado. Ambas características conforman el marco general en el que se dan las particularidades nacionales.

Dentro de ese marco las grandes corporaciones capitalistas, líderes contemporáneas de la explotación-dominación, gravitan real y decisivamente en la mayoría de las naciones. Mas, no pueden prescindir del Estado ni cuando escapa transitoriamente a su control por obra de sectores que resisten a su hegemonía. En esa situación buscan socavarlos, cooptar sus capas dirigentes o si esto falla, propiciar la intervención militar (forma imperialista de “asalto al poder”), como en Irak, Libia y Siria, las guerras localizadas más recientes. En tales casos la destrucción que conllevan exige un proceso de rehabilitación del Estado pero adecuado a las imposiciones de los invasores. Éstos, a la vez, se sirven de esas guerras para impulsar y realizar su industria bélica.

La sustitución del Estado por la administración de las Corporaciones sería superflua por la imbricación del poder económico y el político (verbigracia gerentes y financistas a funcionarios y viceversa). Es más, resultaría contraproducente por sus efectos sobre la legitimación de la democracia representativa, hoy su mejor cobertura política. Es que el Estado aparece como la mayor construcción institucional cuyos fundamentos remiten a todo el “pueblo” exhibido como su creador y beneficiario. Pero su realidad histórica, al margen de circunstanciales excepciones, lo muestra como la máxima institución pública al servicio de los sectores hegemónicos. Éstos, en lo esencial, lo fueron modelando según sus intereses en consonancia con el orden social que usufructúan.

Lo descripto se refleja en la realidad cotidiana y se reproduce por acción y/o consentimiento de la mayoría de la sociedad condicionada por la legalidad sistémica. Y ese consentimiento expresa los patrones culturales que predican y promueven los grupos de poder dominantes. Semejante normatividad internalizada en la conducta de las personas engendra lo que se puede designar como “sujetos-sujetados”, o sea, integrados al sistema.

Los comportamientos son tanto o más paradigmáticos cuanto más estable es la hegemonía que garantiza la dominación y engendra la subjetividad social que induce. Sin embargo, no puede eliminar las contradicciones y los conflictos sociales que provoca aunque los controle. En ciertos momentos afloran resistencias y luchas populares que tensan al sistema y posibilitan la emergencia de gobiernos afines. Otro es el caso de las excepciones, o sea, de los sujetos que se oponen al orden existente y asumen roles disruptivos. Convengamos que éste es un esquema facilitador ya que la complejidad de la vida en sociedad alberga innúmera diversidad de situaciones. Empero, dentro de las variadas formas de dominación resulta clave destacar la importancia de las excepciones.

Sujetos – Sobre lo nuevo y lo viejo.

Considerando tales excepciones y según se infiere de lo anterior, llamamos sujetos políticos emancipatorios a quienes se oponen a la lógica sistémica y se corren de los lugares instituidos para promover la transformación del orden social opresor. Cuanto más convocante es el movimiento más perturba al orden vigente mientras que lo que nace debe ponerse a prueba mediante la resolución de situaciones concretas. Éstas conforman el escenario de las luchas y resistencias cuya orientación deviene de la concepción política de los protagonistas.

O sea, la potencialidad disruptiva, cualidad sustancial de los sujetos emancipatorios, implica el enlace de ideas creativas y transgresoras con los hechos que generan (la praxis). Asimismo, dentro de la dinámica de la lucha política surgen interpretaciones diferentes estimuladas por la complejidad de las situaciones. Y ésta es otra prueba para las políticas que intentan abrir rumbos hacia la emancipación pues también deben resolver las contradicciones internas ya que inciden en la fortaleza y en la potencia de lo que emerge. Obviamente, superar al sistema capitalista implica un desafío mayúsculo con un largo camino a recorrer que no ofrece garantías.

Semejante trayecto, en lo inmediato-mediato, contrasta con la debilidad que muestran las nuevas corrientes frente a la hegemonía del capitalismo y la omnipresencia del Estado. Esto refleja las grandes deudas teóricas y los déficits de las políticas existentes. Ante las mismas, aparece la necesidad de gestar una nueva cultura política realmente participativa, donde el poder circule para que no se reproduzca la dominación que habita en las entrañas de las vanguardias tradicionales. Lo cual plantea el irresuelto problema de la organización.

En general, se separa tajantemente lo nuevo de lo viejo. Por cierto que la crítica a lo dado porta una irrefutable verdad que enjuicia la reproducción del orden existente. No obstante, lo nuevo brota en el suelo de lo viejo y eso supone que reciben nutrientes comunes (valga la metáfora). O sea, en el seno de la sociedad y al calor de los conflictos, emergen experiencias y pensamientos nuevos que se mezclan con hábitos e ideas incorporadas aún en los propios impugnadores.
Luego, debemos desembarazarnos de semejante herencia existencial y cultural. Ese lastre es tanto mayor cuanto más fuerte es la hegemonía que ejercen los sectores de poder y más débil la oposición a los mismos. Lo cual se pone en evidencia, con mayor fuerza, después de grandes derrotas que engendran períodos signados por el desconcierto y la incertidumbre.
Pensamos que cuestionamientos profundos contra el status quo, en esta etapa, provienen principalmente de lo micro. Y ya existen diversas experiencias que lo testimonian por más que su incidencia y niveles de generalización resulten limitados. La siembra de lo nuevo es una tarea permanente sin fórmulas preestablecidas mientras que sus tiempos de maduración se vinculan a la creación de alternativas reales.
Cambios en la situación política actual.
Ahora va un mínimo esbozo para ubicar la problemática actual.
En EE.UU., accede a la presidencia Donald Trump con un discurso nacionalista y xenófobo que ya empieza a implementar. En Inglaterra, gana el Brexit y, paralelamente, en Europa se fortalece el nacionalismo de derecha que compromete a la Unión Europea. No obstante, no creo que haya un cambio significativo sobre el poder mundial que ejercen las grandes corporaciones.
Sí es esperable un reacomodamiento de su gravitación con relación a establishment gubernamentales que pretenden mayor peso en las decisiones en algunos de los países centrales. En esto juega la disputa en torno a sus mercados nacionales todavía afectados por la gran crisis de 2008.
Esto, en política, se traduce en el resurgimiento del discurso nacionalista de derecha que a su vez combate a la inmigración alimentada por las guerras genocidas que ellos mismos crean. También testimonia las dificultades que plantea el desarrollo tecnológico y la concentración del capital que tienden a ser expulsoras de mano de obra asalariada. Lo cual, junto a los países periféricos y las trágicas migraciones humanas son el “pato de la boda”.
En Oriente medio, la guerra en Siria afecta a toda el área y es pasto de las disputas entre las potencias. En Sudamérica, se produce el desplazamiento de varios de los gobiernos populares emergentes en los últimos 15 años y los que subsisten se ven asediados.
Repasemos: Brasil, cae el gobierno popular mediante un golpe blando; Argentina, triunfo electoral de Macri and company; Ecuador, hoy bajo la amenaza de un resultado adverso en la 2ª vuelta; Venezuela, desquiciada y rondando un golpe blando; Bolivia, derrota de Evo en el referendum que propiciaba su 4ª reelección consecutiva; el MercoSur en marcha hacia el “Merco/rporaciones”…
Ese panorama oscuro se oscurece aún más si pensamos en la carencia de alternativas al capitalismo en el mundo. Si bien los señalados gobiernos “populistas” generaron hechos positivos e impensados, su ocaso actual constituye un franco retroceso y testimonian los límites estructurales propios del sistema capitalista.
Y a propósito, cito un párrafo de la entrevista a Carlos M. Vilas que publica Página 12 el 1º de marzo: “Tiene mucha vulnerabilidad acumular poder desde el Estado, porque por mandato constitucional el control del Estado es a plazo fijo. El poder político que logra ser perdurable es aquel que conjuga el esfuerzo desde abajo en articulación con el Estado. Faltó construir una herramienta política.”
Justamente esa “herramienta política” es una de las principales cuestiones irresueltas. Porque los partidos políticos de contenido popular existentes pudieron operar algunos cambios favorables a los de abajo pero limitados por las relaciones capitalistas. Sus avances se realizaron desde el parcial y efímero control del Estado pero sin modificar su naturaleza que porta los gérmenes de la dominación.

Lejos están de resolver la cuestión del poder, la representación y los alcances de la democracia, como se plantea al principio de este artículo. Por otra parte, las nuevas aperturas emancipatorias que emergen en los ámbitos micro, distan mucho de la construcción de alternativas. En general su concepción antisistema choca con la realidad política existente y tienden a aislarse.

En definitiva, la complejidad del período que vivimos genera tensiones dentro de las diversas expresiones del campo popular. ¿Cómo asimilarlas y no hacerles el juego a la reacción? Y particularmente, para los sectores que planteamos la emancipación, ¿cómo articular las nuevas tendencias con los sucesos actuales?.——-

Jorge Luis Cerletti (marzo de 2017)

Silvia Rivera Cusicanqui: Contra el colonialismo interno

Silvia Rivera Cusicanqui: Contra el colonialismo interno
Verónica Gago
18 junio 2017 0
Silvia Rivera Cusicanqui tiene un arte: escapar de las clasificaciones y los lugares exotizantes donde se la quiere ubicar. A veces se refiere a sí misma como sochóloga, un mix de chola y socióloga que alguna vez le dijeron para desacreditarla y ella lo convirtió en bandera. Hace pocos días visitó Buenos Aires para brindar un seminario organizado por la UNSAM, la UBA y la UNTREF, y presentar su libro “Sociología de la imagen”. Verónica Gago la siguió de cerca, debatió y pensó con ella y escribió este perfil de una de las pensadoras indispensables de la historia oral andina.
Leer a Lenin como se lee el I Ching, abriendo al puro azar, y quedarse con una frase: “Hay que soñar, pero a condición de creer firmemente en nuestros sueños, de cotejar día a día la realidad con las ideas que tenemos de ella; de realizar meticulosamente nuestra fantasía”.
Silvia Rivera Cusicanqui cuenta que esta cita fue la clave de su salvataje ante un tribunal de tesis que le reclamaba pruebas de pureza que su trabajo teórico no tenía. Nadie iba a objetar una frase de Lenin y encontrar a Lenin hablando de fantasía era un hallazgo para atesorar. Eran los años 70 en Bolivia, y Silvia se recibía de socióloga.
Más tarde, su tesis de maestría se perdió por un allanamiento del gobierno militar. Estuvo exiliada en Buenos Aires, a principios de aquella década, cuando estaba embarazada de su primer hija y tras haber estado presa. Pero duró poco: hacía encuestas en el conurbano y apenas le respondían. “Parecía invisible”, recuerda. Se fue al norte y ahí ya se sintió más a gusto y adquirió para siempre los saberes del contrabando y la costumbre de no comprar muebles sino fabricarlos como desmontables, con ladrillos y tablas.
Silvia Rivera Cusicanqui deriva una serie de principios metodológicos que se vuelven un banquete para lxs más de cien alumnxs que concurren durante tres días a un seminario co-organizado entre tres universidades públicas: el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la UNSAM, la carrera de Sociología de la UBA y el programa Pensar en movimiento de UNTREF.
Ser “iconoclastas e irreverentes” con la teoría son dos palabras que se le escuchan una y otra vez y repercuten como un mantra: primero se las repite, luego se las saborea y cuando adquieren un ritmo y se entonan con la respiración, abren otras vías de transmisión.
En Bolivia, la academia fue siempre un bien “elusivo y lejano”, comenta Silvia. Esa “desventaja”, sin embargo, se convirtió en ventaja a la hora de relacionarse con los libros y la teoría en general. “Descubrimos el provincianismo europeo. Por ejemplo, que los ingleses no leen a los franceses. Claro que desde acá eso no se ve porque les atribuimos universalidad. Pero en este continente somos menos provincianos: leemos todo lo que nos llega y bajo el principio de selectividad de que todo sirve según las emergencias sociales. Así tenemos la suerte de saltearnos varias modas, porque llegaron tarde o porque nos parecen de otro planeta, y de entrenarnos en una libertad combinatoria”.
Tener pocos libros, en contraste con la “híper accesibilidad actual”, exigía “sacarles el jugo desde lo propio pero también fragilizar la seguridad de nuestro pensamiento a partir de la realidad, así como lo propone Marx, para quien prima lo real frente al pensamiento”.
Curiosear, averiguar, comunicar [1].
Con estos tres verbos, Rivera Cusicanqui enhebró su propuesta metodológica como una serie de gestos. Primero, la curiosidad, que proviene de ejercitar una mirada periférica: la del vagabundeo, la poética figura del flanneur que evocaba Benjamin, como una capacidad de conectar elementos heteróclitos gracias al modo mismo de discurrir, transitar, vagar. La mirada periférica incorpora una percepción corporal. Metaforiza la investigación exploratoria.
Envuelve un estado de alerta. Se hace en movimiento y guarda cierta familiaridad con lo que se ha llamado la atención creativa. Averiguar, como segundo paso, es seguir una pista. Es la mirada focalizada. Y para eso, como insiste Silvia: “lo primero es aclararse el por qué motivacional entre uno mismo y aquello que se investiga”. Lo dice porque subraya una tarea irreemplazable: descubrir “la conexión metafórica entre temas de investigación y experiencia vivida”, porque sólo escudriñando ese compromiso vital con los “temas” es posible aventurar verdaderas hipótesis, enraizar la teoría, al punto de volverla guiños internos de la propia escritura y no citas rígidas de autorización.
Por último, ¿cómo comunicar? Hablar a otrxs, hablar con otrxs. Hay un nivel expresivo-dialógico que incluye “el pudor de meter la voz” y, al mismo tiempo, “el reconocimiento del efecto autoral de la escucha” y, finalmente, el arte de escribir, o de filmar, o de encontrar formatos al modo casi del collage. Hablar después de escuchar, porque escuchar es también un modo de mirar, y un dispositivo para crear la comprensión como empatía, capaz de volverse elemento de intersubjetividad. La epistemología deviene así una ética. Las entrevistas un modo del happening. Y la clave es el manejo sobre la energía emotiva de la memoria: su polivalencia más allá del lamento y la épica, y su capacidad de respeto por las versiones más allá del memorialismo de museo.
En un pequeño cuaderno verde, Silvia tiene unas breves notas que cuando pasan a su oralidad crecen, proliferan y edifican una arquitectura de imágenes, conceptos y narraciones que le permite afirmar –“suelta de cuerpo”, como a ella le gusta– que la sociología es una rama de la literatura.
Leer a Fanon a través de Fausto Reinaga
Cierta alquimia en el proceso de conexiones revela una singularidad. Así, por ejemplo, la lectura de Frantz Fanon en Bolivia se hizo a través de Fausto Reinaga, referente del katarismo, la guerrilla indigenista de los años 70 y autor del clásico La revolución india.
Silvia estuvo involucrada con aquella corriente como un momento colectivo de radicalización política. Años después, en los 80 fue una de las fundadoras del Taller de Historia Oral Andina (THOA), desde donde se exploró la vertiente comunitaria y anarquista de las luchas, se la difundió en folletos y radionovelas y repercutió en las movilizaciones populares de los años siguientes, especialmente en la organización de los ayllus del occidente de Bolivia, la CONAMAQ.
Fruto de ese trabajo, se volvió a editar recientemente el libro Lxs artesanxs libertarixs (Tinta Limón y MadreSelva) donde se recopila la historia sindical de los años 20, previa a la Guerra del Chaco, pero también, tras la matanza (se perdieron más de 100 mil vidas de ambos bandos), el protagonismo de los gremios femeninos que agruparon a floristas, amas de casa, vendedoras de mercado y cocineras.
Antes había escrito un libro que devino imprescindible: Oprimidos pero no vencidos. Luchas del campesinado aymara y qhichwa, 1900-1980, donde muestra la “lógica de la rebeldía” que nutrió las revueltas de todo ese período, hasta el golpe de García Meza en julio de 1980. Fue realizado mientras Silvia vivió en el campo, donde entró en contacto con dirigentes kataristas e indianistas.
Primero editado por una editorial paceña y la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), luego, según palabras de la autora, el libro fue objeto de una “apropiación reformista por parte de una generación de intelectuales de lo “pluri-multi”, lo cual me ha convencido de las capacidades retóricas de las élites y de su enorme flexibilidad para convertir la culpa colectiva en retoques y maquillajes a una matriz de dominación que se renueva así en su dimensión colonial”.
Rivera Cusicanqui tiene un arte y es escapar de las clasificaciones, especialmente de los lugares exotizantes donde se la quiere ubicar. Dice que por eso creen a menudo que es antropóloga. Se ríe y se auto-bautiza como “objeto étnico no identificado”. A veces también se refiere a sí misma como sochóloga, un mix de chola y socióloga que alguna vez le dijeron para desacreditarla y ella se lo convirtió en bandera.
Así también juega con el término birchola (una mezcla entre chola y birlocha que era como se decía, en contraste, a las mujeres de vestido) y que son figuras que Silvia investigó entre las migrantes de la populosa ciudad de El Alto, el cordón conurbano que rodea La Paz. No son piruetas. Son los destellos de una risa más profunda y una crítica despiadada sobre la esencialización de lo indígena.
“Indixs somos todxs en tanto personas colonizadxs. Descolonizarse es dejar de ser indix y volverse gente. Gente es una palabra interesante porque se dice de maneras muy distintas en cada idioma”, dijo en el auditorio Roberto Carri de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, donde Rivera Cusicanqui dio la conferencia magistral de cierre de las Jornadas de Sociología.
Y agregó a esta idea una vuelta más: “Estoy en contra de la metáfora falocéntrica y cristiana de la torre de Babel porque en ella la diversidad lingüística es pensada como castigo. Esta pluralidad se debe a que la tierra necesita muchas lenguas para decirse y no una maldición de un Dios cristiano que se enojó con los hombres”.
En esa invectiva, lo originario es otra palabra a la que Rivera Cusicanqui le ha dedicado sustanciosas críticas. “Es una palabra que divide, que aísla a los indios y, sobre todo, les niega su condición de mayoría para que se reconozcan en una serie de derechos que los restringe a ser una minoría desde el punto de vista estatal”.
Además, importantes investigaciones históricas ya demostraron la versatilidad de esa figura: como cuando Tristan Platt narra la conversión en originario del forastero, recuerda Silvia. Las filiaciones son así también efecto de montaje y, cuando no se congelan en estereotipos, procesos en devenir. “Debe tener que ver con que en Bolivia en vez de psicoanalizarnos como aquí, nos farreamos”, especula.
Hay que recordar que la primera traducción al castellano de los debates poscoloniales se hizo en Bolivia, en una compilación a cargo de la propia Silvia junto a Rossana Barragán. Rivera Cusicanqui vuelve a saltar las categorías y revolverlas: “Lo poscolonial es un deseo, lo anti-colonial una lucha y lo decolonial un neologismo de moda antipático”, sintetiza. Para radicalizar la alteridad, “hay que profundizar y radicalizar la diferencia: en, con y contra lxs subalternxs”.
Esta es una fórmula que permite sortear también la relación perversa que se construye cuando la estructura es “el resentimiento indígena y la culpa del no-indígena”, base afectiva del populismo. No se trata simplemente de “invertir la jerarquía sin tocar el dualismo (Guha dixit)” y usar la muletilla del eurocentrismo para construir nuevos binarismos límpidos.
Este movimiento desclasificatorio que Silvia detalla es el que permite incluso entender los “procesos de blanqueamiento como estrategias de sobrevivencia: hay que leer ahí quién se apropia de la fuerza y no quién se regodea en la lástima o quién deja de ser puro”. De ahí, también, la fuerza de los lenguajes combinatorios junto a la capacidad de enfrentar la contingencia e integrar lo ajeno.
El efecto es una condición de “palimpsesto” con el que Silvia lee las capas superpuestas en una ciudad (una “estratigrafía de lo urbano”), en las memorias colectivas, en las lenguas y en los trajines comerciales y de resistencia.
El colonialismo se expresa negando la humanidad de otros: “por eso hoy aparecen figuras desechables sobre las que se actualiza la dinámica colonial”, dice en conversación con teorizaciones como las de Achille Mbembe. Pero, aclara, la descolonización es una tarea de grupo: “Uno no se puede descolonizar solito porque, como decía Jim Morrison y también Foucault, a los señores los llevamos adentro por cobardía y pereza”.
La noción que Silvia trabaja para esta epistemología como práctica descolonizadora es lo ch´ixi: una versión de la noción de lo abigarrado que conceptualizara el sociólogo René Zavaleta Mercado, con quien ella mantuvo un intenso intercambio político e intelectual. “Creo que es una palabra-talismán, que nos permite hablar más allá de las identidades emblemáticas de la etnopolítica. Y creo también que tiene su aura en ciertos estados de disponibilidad colectiva para hacer polisémicas las palabras”.
Y también que permite leer hacia atrás y hacer de la escritura una capacidad de afiliación. Silvia Rivera Cusicanqui confesó tener “nostalgia de ancestros”. La nostalgia devino deseo y finalmente encontró a un tío mecánico mientras investigaba el archivo anarquista: Luis Cusicanqui fue el escritor de un manifiesto anarquista dirigido a indios y campesinos en 1929.
Muerte de una disciplina. Génesis de una (in)disciplina
Silvia habla del aymara como un idioma “aglutinante”, porque es capaz de que un mismo término varíe según los sufijos, los contextos de enunciación y con cada operación de significación específica, así como alrededor de las estrategias retóricas. Esa variación también es a la que se somete su propia teoría, al punto de decir: “Hace algún tiempo he adquirido la costumbre de expresar en público el repudio por mi obra anterior”.
Que esa posibilidad esté ligada a una trayectoria femenina no es menor: pone en acto, de nuevo, “la ventaja de la desventaja, el lado afirmativo de nuestra desvalorización”. Y también performativiza esa “episteme propia” sobre la que insiste con desacato e irreverencia, capaz de incluir términos no lineales, opuestos, zonas de conflicto y encuentro, nuevos puntos de partida.
Cuando Gayatri Spivak visitó Bolivia a pesar de que había una lista de traductores oficiales propuestos, fue Silvia quien se animó a la simultaneidad pero, sobre todo, la que puso en escena la indisciplina del texto y de la traducción lineal. “¿Cómo traducir al castellano el término double bind propio de lo esquizo que usa Spivak?
En aymara hay una palabra exacta para eso y que no existe en castellano: es pä chuyma, que significa tener el alma dividida por dos mandatos imposibles de cumplir”. Además, estos ejercicios de traducción, dice Silvia, revelan que hoy todas las palabras están en cuestión: “eso es signo de Pachakutik, de un tiempo de cambio”.
En ese tembladeral, hay procedimientos que ayudan: con el flash back y el deja vu (que usa en sus libros pero también en varios de los videos que ha guionado y filmado) Silvia vuelve sobre la memoria colectiva como una serie de montajes que se actualizan según el flujo y el reflujo de las luchas pero que se despliegan como lenguajes propiciatorios de justicia. “Hay una guía que nos hacemos y que tiene que ver con los pensamientos producidos justamente en momentos de peligro”.
Así, por ejemplo, se teje alianza con Waman Puma de Ayala, el autor de la Primer Nueva Coronica y Buen Gobierno (1612-1615 aprox.): una carta al rey de España de mil páginas y con más de trescientos dibujos hechos con tinta que Silvia analiza bajo la luz de su “sociología de la imagen”. Ese libro permite contrabandearla a ella misma en uno de esos dibujos, sobreimprimirla anacrónicamente.
El montaje nos daría una poeta-astróloga: “caminar, conocer, crear” los verbos de un método en movimiento, con el horizonte de una “artesanía intelectual”, que no se deja expropiar el debate sobre la idea misma de qué es otra mirada sobre la totalidad. Así quedó expuesto en el proyecto Principio Potosí Reverso, un catálogo-libro que Silvia realizó junto al Colectivo Ch´ixi y que narra una historia que va de las minas coloniales al neoextractivismo.
La imagen, así interrogada, deviene teoría. No es ilustración. Exige una confianza en la autonomía de la percepción que consiste en mirar con todo el cuerpo, como dijo mientras se presentaba su flamante libro en la Cazona de Flores ante casi doscientas personas: Sociología de la imagen.
Miradas ch´ixi desde la historia andina (Tinta Limón). Sus textos e intercambios con colectivos aquí ya habían circulado y amasado amistades a través de encuentros y de dos libros: un diálogo con los colectivos Simbiosis Cultural y Situaciones en De chuequistas y overlockas. Una discusión en torno a los talleres textiles y Chi’ixinakax utxiwa. Una reflexión sobre prácticas y discursos descolonizadores. Aquella noche Silvia estaba feliz. Antes había cocinado para editores y amigxs una deliciosa sopa de maní. Todo terminó con brindis y música ya comenzado el día siguiente.

Encontrar la voz propia: de leer a escribir
Entramos en el penal de mujeres de Ezeiza con un frío que helaba, junto a talleristas y docentes. Pero una vez adentro, el clima cambió. Estaban algunas presas que estudian la carrera de sociología y otras que participan de talleres con la organización Yo no fui. La charla se desparramó sobre los saberes de sobrevivencia, los más inteligentes, los que hacen de la debilidad, una potencia. Era un auditorio pero Silvia no se subió a la tarima. Se sentó y luego empezó a caminar mientras hablaba.
“La voz insustituible es la de una misma. Contar la propia vida a una compañera de celda en una noche de insomnio es co-investigar, ser ya parte de la artesanía de la historia oral. Por eso lo fundamental es cuidar la libertad que se siente dentro de cada una y usarla para leer por afinidad: ustedes deben sentir que gobiernan la lectura, leer sólo lo que huele mejor, de atrás para adelante, por pedazos y, luego, escribir como un gesto de cuidado y de fidelidad con ustedes mismas, como un ejercicio de libertad”.
Silvia contó que cuando daba clases de sociología en el penal de Chonchocoro (la cárcel de varones en La Paz), hizo un taller de “voladores”: unos barriletes con los que se comunicaban con los presos de la cárcel de San Pedro, desde el patio donde pasaban el día. “Era sólo un pequeño gesto, pero liberaba energía. Y la libertad es un gesto”. Para ella la cárcel era como un “mundo al revés”, “porque lo que afuera es pequeño adentro se engrandece y viceversa”. Las presas que hablaron coincidieron con esa imagen.
También contaron que nunca se habían imaginando leyendo a Nietzsche pero que a todas les impactó ese aforismo que dice que lo que no mata, fortalece, de la importancia de saber que están ahí por un tiempo pero que desde ahora deben proyectar también el afuera y de animarse a hacer cosas que nunca se imaginaron que harían. Habían terminado hace dos días con una huelga de brazos caídos contra una medida que les descuenta las horas de estudios y de talleres de la contabilidad de las horas de trabajo.
Silvia, huelguista de trayectoria, contó también estrategias de resistencia que se hicieron en 2008 cuando se intentó un golpe contra Evo por los industriales que manejan el comercio del arroz, el aceite, la carne y la harina. “Empezaron a circular todo tipo de recetas para prescindir de esos alimentos, por entonces signados por una maldad de clase. Ese tipo de sabiduría popular, que es la que puede demostrar que el consumo es político por ejemplo, es de pequeños actos pero fundamental a la hora de hacer grietas en las relaciones de fuerza”, graficó Silvia.
Y volvió a una receta, según ella imbatible: “cuando escriban, respiren profundo. Es una artesanía, es un gesto de trabajadora. Y cuando lean lo que escribieron, vuelvan a respirar hasta sentir que hay un ritmo. Los textos tienen que aprender a bailar”.
Pensar en movimiento
De nuevo, se trata de una cuestión de ritmo: “Se trata de conocer con el chuyma, que incluye pulmón, corazón e hígado. Conocer es respirar y latir. Y supone un metabolismo y un ritmo con el cosmos”. Así conocer es una práctica política: “La práctica de la huelga de hambre y la caminata durante días en una marcha multitudinaria tiene el valor del silencio y la generación de un ritmo y una respiración colectiva que actúan como verdadera performance”, dice para recordar las largas manifestaciones en defensa del territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), en 2011.
“Hay entonces, en estos espacios de lo no dicho, un conjunto de sonidos, gestos, movimientos que portan las huellas vivas del colonialismo y que se resisten a la racionalización, porque su racionalización incomoda, te hace bajar del sueño cómodo de la sociedad liberal”.
El desplazamiento de los centros es un hecho, dice Silvia (que además, insiste con que si nombramos desde donde estamos situadxs, ¡el oriente refiere a Europa!). Pero en las periferias también hay un impulso a construir nuevos centros. Es lo que pasa, dice, con el proceso boliviano: “Evo eclipsa la incertidumbre, el principio de pluralidad propio de las luchas. Todo el aparato de estado ahora se dirige a eso”.
Silvia actualmente es parte de un emprendimiento que se llama El Tambo Colectivo, donde se hacen cursos y actividades, fiestas y presentaciones. Tuvo un muy breve paso por el gobierno del MAS en sus inicios, en una campaña por la legalización de la hoja de coca. Hoy su postura es de crítica radical y puede leerse en un artículo que escribió y cuyo título anticipa el argumento: “Mito y desarrollo en Bolivia. El giro colonial del gobierno del MAS”.
Hay que discutir lo que se obtura. Por ejemplo, qué sería “una versión propia del desarrollo, casi como una economía del deseo. Una suerte de empate entre lo que se tiene y lo que se desea”. Silvia cuenta cómo la noción de Buen Vivir es parte de un aforismo más amplio, que le pone exigencias concretas y que impide reducirlo a una fórmula sencilla o gubernamental. Además, el deseo de cambio y “en general el deseo colectivo está fuera de todo realismo tal como se presenta desde el poder. Esa es la brasa que hay que cuidar”.
[1] Gunnar Mendoza Loza, director del Archivo Nacional de Bolivia, acuñó esta idea para definir el “núcleo primordial del oficio” de investigar. Su trabajo será publicado a fines de este año en el volumen Desde los márgenes. Pensadorxs bolivianxs de la diáspora, CLACSO (colección Antologías del Pensamiento Crítico Latinoamericano), antologado por Silvia Rivera Cusicanqui y Virginia Aillón.
Este texto se publicó originalmente en la revista Anfibia de la Universidad Nacional de San Martín