Literatura salvadoreña: Voces alimentadas por un sueño

Literatura salvadoreña: Voces alimentadas por un sueño

Luis Antonio Chávez *

Hablar sobre la cultura poética salvadoreña, es remontarse a la época precolombina, cuando nuestros antepasados escribían versos románticos para enamorar a las indígenas o rendir honores a sus dioses, canto con el que buscaban enaltecer la belleza, pues a través del símil comparaban su amor con el cielo, el lago, el surgimiento de una flor o la cosecha abundante.
Aquellas eran voces llenas de pureza, creadas sin el academicismo desmedido, pero alimentadas por la fuerza poética sin igual, de tal forma que dejaban sentir sus odas a la vida o líneas épicas que celebraban al guerrero.
“Gozad, poderosos reyes/ esa majestad tan alta/ que os ha dado el rey del cielo; / con gusto y placer gozadla; / que en esta presente vida/ de esta máquina mundana, / no habéis de imperar dos veces; gozad porque el bien se acaba”, escribía Netzahualcoyolt. (1)
Con los años nos encontramos con escritores como José Batres Montufar (1809-), quien escribió: “Yo pienso en ti/ tú vives en mi mente/ sola, fija, sin tregua/ a toda hora/ aunque tal vez el rostro indiferente/ no deje reflejar sobre mi frente/ la llama que en silencio me devora”.
Miguel Álvarez Castro (San Miguel 1795-1856, (2), ubicado entre lo romántico y neoclásico); Carlos Bustamante (S.S. 1891-1952, escribió Amerispalia, poesía 1952); Francisco Díaz (S.S. 1812- Honduras 1845, publicó en poesía Epístola (1842) La tragedia de Morazán, entre otros), (3) Cristóbal Humberto Ibarra (Zacatecoluca 1920, perteneció al Grupo SEIS y publicó Gritos y Elegía de Junio, además de prosa); Vicente Acosta (Apopa 1867- Honduras, 1908); Vicente Rosales y Rosales (Jucuapa, San Miguel, 1894-1980); Francisco Gavidia, (San Miguel 1863-1955), a quien se le ve como el padre de la literatura salvadoreña, pues además de incursionar en los diferentes géneros, desde la poesía, el ensayo, el teatro… fue gran amigo del vate nicaragüense Rubén Darío…
Los tiempos siguen y la poesía también nos da alegría, nace nuestra poetisa Claudia Lars, seudónimo de Carmen Brannon (Armenia, Sonsonete, 1899- San Salvador, 1974), “considerada como una de las más altas voces poéticas salvadoreñas y como la que alcanza la mayor perfección dentro de la poesía lírica nacional.” (4)
Tampoco dejaremos de mencionar al poeta de Cuscatlán, Alfredo Espino (Ahuachapán 1900-1928, escribió un solo libro Jícaras tristes); Manuel Andino (1892-1958); Hugo Lindo (La Unión 1917- SS.1985); Juan Coto (1900-1938); Antonio Gamero (San José Villanueva, 1917-1974, perteneció al Grupo SEIS, publicó TNT (1943), Bajo el temblor de Dios (1950), autor de los poemas iconoclastas La Saliva y TNT); Pedro Geoffroy Rivas (Santa Ana 1908-1979, autor del libro Los nietos del jaguar, entre otros textos no menos importantes); Oswaldo Escobar Velado (Izalco, 1911-1961, quien escribiera su famoso poema Patriaexacta, Cantaré Cantarás y Regalo para un niño)… voces que apuntalan su pluma y con su visión de mundo le cantan al amor, a la desesperanza o a la injusticia.
Además aparecen escritores de la talla de Raúl Contreras (Cuscatlán 1896-1973, quien levantara polvo en el tinglado literario salvadoreño al escribir su libro Niebla, con el seudónimo de Lydia Nogales); Serafín Quiteño (Santa Ana 1906-1987), de este poeta, el escritor David Escobar Galindo, reseña: “en versos de sencilla musicalidad, hace vivir las estampas del sentimiento provinciano, en la más emotiva acepción del término.” (5)
Pero como el hombre es un ser social por naturaleza, aparecen grupos literarios, como el Grupo SEIS, con escritores de la talla de la poetisa Matilde Elena López (1922, ha publicado Cartas a Grosa, Los sollozos oscuros, entre otros); con Hugo Lindo (La Unión 1917-SS. 1985), y en la década del 50 surge el Círculo Literario Universitario, al que pertenece Roque Dalton (1935-1975, quien escribiera la novela autobiográfica Pobrecito poeta que era yo, además de los poemarios La ventana en el rostro, Un libro rojo para Lenin, Poemas clandestinos, Un libro levemente odioso, Los hongos, Taberna y otros lugares, entre otros), Otto René Castillo, publicó junto a Roque Dalton el libro Dos puños sobre la tierra, Castillo murió calcinado en las cárceles de Guatemala, de donde era originario…
Fue el escritor Ítalo López Vallecillos (S.S.1932-1987 historiador, dramaturgo, periodista), quien al regresar de México encuentra a varios jóvenes inquietos por la literatura, entre ellos Waldo Chávez Velasco (SS, 1932-2003, publicó Quien secuestró a Scot (Novela), Sonata de la violencia (Novela), Bomba de Hidrógeno (Poesía); Irma Lanzas (Cojutepeque 1933), Eugenio Martínez Orantes (1932-2005, publicó en poesía Bomba de hidrógeno, Llamas de insomnio, (1952); Ballet (1956); El arcángel de la luz (México 1958); Fragua de amor (1959); Bajo este cielo de Cobalto (cuento, 1964); Mar sobre mi mundo (poesía, 1978); Tunil (cuento, 1992); y la antología poética 32 escritores salvadoreños (1993), este poeta, a juicio de Luis Antonio Chávez, “presenta en su poesía una carga emotiva sin igual, pues lee a los clásicos con avidez e imanta sus versos de un lirismo sin igual, cargando sus versos de una sensualidad sin caer en el erotismo vulgar, pero sí impregnándole un sello que gusta y que apasiona”); Manlio Argueta (San Miguel 1935, se inició como poeta, pero después observó que podía decir más en la novela e incursiona en ese rumbo, obteniendo premio con su primer libro titulado El valle de las hamacas, después le siguen Un día en la vida, Caperucita en la zona rosa, El milagro de la paz, El siglo del O(g)ro, entre otros ), Tirso Canales (1933, seudónimo de José Antonio Canales, ha escrito muchos libros, entre ellos aparece en la antología De aquí en adelante), José Roberto Cea (Izalco 1939, su libro Todo el códice mereció un premio centroamericano de poesía, además ha incursionado en todos los géneros literarios, desde el teatro, la novela y el ensayo), Roberto Armijo (Chalatenango 1937, París 1997, publicó ensayo y poesía, entre ellos La noche ciega al corazón que canta (poesía 1959), Seis elegías y un poema (UES), Francisco Gavidia y la odisea de su genio(ensayo, en colaboración con el escritor y jurisconsulto José Rodríguez Ruiz); Ricardo Bogrand (seudónimo de José Antonio Aparicio, nació en San Pedro Arenales, San Miguel 1930, ha publicado Perfil de la raíz (poesía); Roque Dalton (1935-1975), Orestes Posada (no ha publicado obra, pero sí muchos artículos de opinión, tiene obra inédita e incluso una elegía que escribiera en Alemania a raíz del asesinato de Roque Dalton), Álvaro Menen Desleal (Santa Ana 1931- S.S. 2004); Ítalo es quien bautiza a este grupo como la Generación Comprometida… una pléyade de escritores cuya voz es reconocida, no sólo dentro del país sino fuera de nuestras fronteras…

Más canto
A David Escobar Galindo (Santa Ana 1943, con más de 40 textos publicados, escribió Los jazmines heredados y muchos libros más, también incursiona en el cuento, la novela, la fábula y el teatro); Francisco Andrés Escobar (SS. 1944, tiene entre sus publicaciones Andante cantabile (cuento 1974); Una historia de pájaro y niebla, cuento 1978; Petición y ofrenda, poesía, libro con el que obtuvo primer lugar en los juegos florales de Quezaltenango 1978, entre otros); Elisa Huezo Paredes, Lilian Serpas (Santa Tecla 1905, publicó sus libros de poesía Urna de ensueño (1927), Nácar (1929), Huésped de la eternidad, La flauta de los pétalos, Girofonía de las estrellas, Corazón y esfera, Voces sin tiempo, (1978), Paredes murió en 1985) Alice Lardé de Venturino (Atiquizaya 1876, S.S. 1945), Mercedes Durán (1933, escribió Sonetos elementales, 1958); Corina Bruni, Alberto Guerra Trigueros (1917-1950), Ulises Masís (Antiguo Cuscatlán, La Libertad, 1925-S.S. 1992, publicó en poesía Amo mi soledad y Para cuando nazca el sol, en coautoría con el poeta Daniel Eguizábal); Alejandro Masís (Antiguo Cuscatlán, La Libertad 1947); Ricardo Lindo (S.S. 1947, ha publicado XXX (cuento, 1970), Rara avis en terra (cuento 1983) Jardines (poesía 1980), entre otros; Renán Alcides Orellana (Poeta, escritor y periodista, nació en Villa El Rosario, Morazán, en 1936, ha publicado De casi seres humanos (cuento, 1975) Corazón adentro (poesía, 1999), Allá al pie de la montaña (Novela 2002) y Línea sin fin (poesía 2004); Allá al pie de la montaña (Novela, 2005); Lo que pasa cuando el tiempo pasa (2009), Rolando Elías, Claribel Alegría (1924-), Lil Milagro Ramírez (SS.1945-1979), Maura Echeverría (Sensuntepeque, Cabañas 1935-), Claudia Hérodier (SS. 1950-, ha publicado Volcán de mimbre (poesía, Guatemala 1972), Traición a la palabra (poesía UTEC, 2002, tiene mucha obra inédita); Reyes Gilberto Arévalo (1949-), Mauricio Marquina (Jucuapa, San Miguel 1946-); Luis Galindo (1929), Juan Carlos Rivas, Aída Párraga (SS. 1966-), Federico Hernández Aguilar (S.S.1974, ha publicado Con el permiso de ustedes, El segundo verbo, entre otros); María Cristina Orantes (México, 1955, ha publicado, Llama y espina, El libro de los conjuros) (6); Nora Méndez (SS nació 24 de marzo de 1969, además de poeta ha incursionado en la música. Ha publicado Atravesarte a pie toda la vida (UTEC 2002), La estación de los pájaros (poesía CONCULTURA, 2004, entre otros); Silvia Elena Regalado (SS. 1961, su poesía aparece publicada en varias antologías como Octubre es el culpable (ASTAC 1993), Patria chiquita, Palabras de la siempre mujer, Poesía a mano, Mujeres en la literatura salvadoreña, Ochi di rossa y en la antología francesa Poesía salvadoreña del siglo XX, hecha por la estudiosa y traductora francesa Dra. María Plumier, también ha publicado Pieles de mujer, Desnuda de mí e izquierda que aún palpitas, entre otros), de esta poeta, el escritor Luis Antonio Chávez, escribe: “Sus versos están imantados con una ternura que le nace, su canto al amor está rodeado de todas esas cosas que le rodean, su familia, sus hijos… sin embargo, cuando intenta tocar el aspecto social no hace más que socavar una altura poética ya definida”,); Silvia Ethel Matus (Nejapa 1950, ha publicado En la dimensión del tránsito e Insumisa primavera); René Chacón Linares (Febrero de 1965, ha publicado en poesía La fiera de un ángel y aparece en la antología hecha por la estudiosa de la literatura francesa Dra. María Poumier, titulado Poetas por El Salvador); Carmen Tamacas (1975-), Carmen González Huguet (SS. 1958, ha publicado Mujeres (cuento), Oficio de mujer (poesía), entre otros); Danilo Umaña Sacasa (Sonsonate, 1954, periodista, poeta, cuentista y novelista, ha publicado la novela Los tentáculos del verdugo, además posee mucha obra inédita); Orlando Fresedo (seudónimo de Aníbal Bolaños, nació en Santa Ana en 1932); Mauricio de la selva (Soyapango 1930, publicó Canto a Guatemala y Palabras); Hidelbrando Juárez (Apopa 1939, publicó Poemas para recordar que no somos unigénitos); y Rolando Acosta, estos escritores no pueden dejarse de mencionar.
Continuamos con los grupos literarios y en la década de los 60, tras la Generación Comprometida, aparece De aquí en adelante, (1967) “que intenta ser una ruptura, un borrón y cuenta nueva en la literatura salvadoreña” (7), integrado por José Roberto Cea (1939), Manlio Argueta (1935-); Tirso Canales (1930), Roberto Armijo (Chalatenango, 1937-París, 1997) y Alfonso Quijada Urías (1940) Este último poeta ya perfilaba su voz con la fuerza innata cuando publica su primer libro titulado Los estados sobrenaturales, texto que levantó polvo en su momento entre los escritores ya reconocidos. Actualmente reside en Canadá.
Tras Piedra y Siglo (1966), formado por Jorge Campos (1938), Rafael Mendoza (padre, 1943), Julio Iraheta Santos (Santa Tecla 1940, ha publicado Confidencias para académicos y delincuentes, Todos los días el hombre y Espantapájaros); Luis Melgar Brizuela, José María Cuéllar (Ilobasco 1942-1980, escribió La Cueva); Uriel Valencia (Metapán, Santa Ana 1940-2005), Ricardo Castrorrivas (1938), Ovidio Villafuerte (Sonsonate 1940-2007, obtuvo premios en Guatemala con su libro Ritual de piedra en aventura de Honda, ha publicado Cuzcatlán, en la sangre y la protesta, El elogio de la vida, Del hombre un solo rostro, En el ala de un sueño); aparece Cinco Negritos, integrado por los poetas Salvador Juárez (Apopa, 1946, ha publicado Al otro lado del espejo, Tomo la palabra, Puro Guanaco), Joaquín Meza (1956 ha publicado SALMitos (1983), Poesía colorada (1985) Vicent, tú y las golondrinas, entre otros; La Masacuata, con Alfonso Hernández, Roberto Monterrosa (San Vicente 1945), para mencionar algunos; La Cebolla Púrpura, con David Hernández (S.S. Barrio Concepción, 1955 -, ha publicado En la prehistoria de aquella declaración de amor, Poesía, Edic. Taller de los vagos 1977; Salvamuerte, novela, 1992, obtuvo premio certamen latinoamericano de novela; Putolión, 1996, Berlín años guanacos, premio Alfaguara, 2004, además escribió ensayo Alejandro de Humbols, la otra búsqueda del dorado). Jorge Alberto Morazán (S.S. Santiago Texacuangos, 1943), Rigoberto Góngora (San Vicente, Municipio de Santa Clara 1950-1982); Jaime Suárez Quemain (S:S. abril de 1950-1980, publicó Un disparo colectivo, póstumo, además de Desde la crisis donde el canto llora, con el que ganó premio Cultura en 1970); con Gilberto Santana, (Barrio Candelaria, SS, 1947, ha publicado Calendario clandestino, UES, y las antologías hechas por el escritor Luis Antonio Chávez, De barro somos y Del silencio a la alternativa un solo verbo, también en la antología Poética 1985); Humberto Palma (SS 1947); Francisco Rivera (San José Guayabal, 1957-); Nelson Brizuela (S.S. 1955, Nic. 1990), en este grupo también estuvieron los pintores Augusto Crespín y Antonio Bonilla. Y, el Taller Literario Francisco Díaz, con Rafael Góchez Sosa (Santa Tecla, La Libertad, entre sus obras están Poemas para leer sin música); Heriberto Montano (1950-2007), Manuel Sorto, Daniel Eguizábal (San Miguel 1962, ha publicado Hojarasca 1980; Poemas en blanco y negro (1985) y en 1986 El diablo en Santa Rosa de Lima, en coautoría con el cuentista Danilo Blanco (La Unión ), Para cuando nazca el sol (en Coautoría con el poeta Ulises Masís); Piel de ojos (1996) Hojas de Polvo (1998) autorretrato en tecnicolor (1998) …
Aquí también vemos voces nuevas como las de Sonia Miriam Kury (1948, y a quien se le ha perdido la huella); José Luis Valle (Chalchuapa, Santa Ana, 1944-, ha publicado 25 poetas jóvenes de El Salvador, novela, teatro…); Miguel Ángel Chinchilla (S.S. 1956, poeta, dramaturgo y narrador, ha publicado cuatro libros de poesía, dos novelas, crónicas y cuento); Miguel Huezo Mixco (1954-), autor de los poemarios Unas boca entrando en el mundo, La margarita emocionante, La canción del verdulero, Pájaro y volcán, entre otros; Mario Noel Rodríguez (Mejicanos 1955-) publica Por aquí pasaba un río (1991), Agítese antes de leerse (Poesía Edit, Lis), Crónica de un actor y el ensayo Nombre de Guerra, sigue en cuento con Carta después de la crucifixión, de este cuento, el escritor Luis Antonio Chávez, dice “El poeta deja entrever que en medio de la guerra había tiempo para el sarcasmo y el humor”; Nelson Brizuela, Róger Lindo, Roberto Quezada. (8)
Dejamos la década del 70 e ingresamos a los 80, con el Taller Literario Xibalbá, comandados por el poeta Otoniel Guevara (Quezaltepeque, La Libertad, 1964, ha publicado Hojarasca, El violento hormiguero, Tanto, Lo que ando, Despiadada ciudad, No apto para turistas, además dirigió el Suplemento Cultural 3000 de Co Latino); Álvaro Darío Lara (SS. 1966, ha publicado Minotauro, Antología de una década…); Arquímedes Cruz (San Sebastián, San Vicente, 1964); Claudia María Jovel, Amílcar Colocho (Ciudad Arce, La Libertad, 1965); Javier Alas (Quezaltepeque, La Libertad, 1964, ha publicado Mar te deberé mi cadáver, Piedras en el huracán y otros dos libros más que escapan a mi memoria); Wilfredo Peña (Aguilares 1964, ha publicado en cuento Sortilegio, en poesía Tragaluz y Yo pecador confieso que te amo); Edgar Alfaro Chaverri (S.S. 1958, publica Noche bruja); Edgar Iván Hernández (Cuscatlán, 1965); Keni Rodríguez (Quezaltepeque 1969); Eva Ortiz (SS 1960), Ernesto Flores, José Antonio Domínguez (SS. 1963), Antonio Casquín (Quezaltepeque 1965), Rafael Herrera, David Morales (Abogado, tiene mucha obra inédita); Pablo Morales, Pedro Hernández, Jorge Vargas Méndez (SS. 1961, tiene publicado Cantos breves para una mujer exacta (Edic. Atisba), entre otros textos); Manuel Barrera (Usulután, 1967, Licenciado en Letras, ha publicado Mitómano suelto); Vladimir Baiza (Sensutepeque, Cabañas, agrónomo, no tiene obra publicada); Carlos Bucio y Luis Alvarenga (SS. 1969, ha publicado Otras guerras y el Libro del sábado, mientras que en ensayo La mágica raíz, donde compila todo el material ensayístico del poeta chalateco Roberto Armijo), entre otros.
Y el mundo de la poesía sigue poblándose. Los grupos citados, además de Patriaexacta integrado por Luis Antonio Chávez (S.S. Barrio Concepción, 1961, estudió Contaduría Pública y Periodismo en la UES, además de obtener premios en juegos florales nacionales, servir como jurado calificador junto a David Escobar Galindo, dirigió con César Ramírez, Caralvá, el suplemento Cultural 3000 de Colatino, ha representado al país en diversas actividades culturales en todo Centroamérica y México, sus publicaciones han aparecido en EE.UU. España, Brasil, Argentina, Francia, Alemania… ha publicado en poesía Amortajando los colores (en Costa Rica, 1991), Un grito a dos voces (1993, en coautoría con la poeta Eva Ortiz), Poesía para un canto nuevo (Octubre es el culpable 1993); Después de la tormenta llega la calma (Edit. Canizález, 1996); Oda a la soledad (Edit. Lis, 2002) Los hijos del trueno, (Edit. Molino de viento, 2003), ha editado las antologías De Barro Somos (CONCULTURA, 1992, en homenaje al poeta Ulises Masis) y la antología del Silencio a la alternativa un solo verbo (CONCULTURA, 1993) Poética universitaria (Antología UES 2001); aparece también en las antologías publicadas por la Alianza Francesa Primavera de los poetas (2005-2006) Primavera entre versos (editada por él a través de CONCULTURA 2006); Poetas por El Salvador (antología hecha por la literata francesa Dra. María Poumier, 2008) entre otros. Su poesía ha sido traducida al francés, italiano, inglés y alemán. Ha escrito cuento y las novelas cortas Secuestro, La cita, y en la actualidad escribe simultáneamente las novelas El duende y De la luz a la oscuridad). Participó en el II Festival de poesía y el evento El Turno del ofendido, realizado por el poeta Otoniel Guevara, además ha dado recitales en infinidad de colegios, radios, universidades e institutos nacionales. A Patriaexacta también pertenecieron Carlos Roberto Paz Manzano (Estudio lenguaje y literatura en la UES, y después viaja a España a sacar su doctorado, nació en San Salvador en 1964, además de haber pertenecido a Xibalbá, ha publicado El giro de la vida, Edit. Mazatli 1997); Mauricio Paz Manzano, Blanca Mirna Benavides, Marcos Alvarenga, Arturo Romero, Víctor Manuel Acevedo, Orestes Figueroa, Eduardo Carranza, Edgar Iván Hernández y muchos más); estos grupos nacen bajo el amparo de la Universidad de El Salvador.
En los 90 también aparecen grupos como Abrapalabra, formado por Javier Alas, Jim Casalbé, Carlos Cañas Dinarte… le sigue Segunda Quincena, integrado por Salvador Juárez, Wilfredo López, Antonio Silva, Julio Iraheta Santos… Grupo Literario Silencio, con Daniel Eguizábal, Jim Cazalbé, Gilberto Santana, Luis Antonio Chávez, Refugio Duarte, Ulises Masís y más.

Paralelo a éste surge Alternativa Literaria Somos de barro, cuyos integrantes son Vidal Garay (San José Guayabal 1958, publica Algunos sueños salvadoreños y tres cuentos); Otto del Valle (seudónimo de Manuel Antonio Mejía, nació en Berlín, Usulután en 1939), Patricia Iraheta, Rodolfo Preza Renderos (Santa Tecla 1957, SS. 2004) y quien esto escribe…

La guerra también permitió que se crearan grupos en los frentes de batalla como Roble, guiados por el poeta Miguel Huezo Mixto, quien publica la antología Pájaro y volcán, donde se compilan versos de algunos combatientes. Aquí también surge otro poeta cuyo seudónimo era Augusto Morel, y a quien le perdimos la huella.

Mientras que en Zacatecoluca se funda el Grupo Literario Simiente, de corta estadía, pero donde surgen voces como Juan Carlos Cárcamo (1972) (9) Milton Doño, Carlos Domínguez, Wilfredo Catedral, Ixbalanqué Barrera (Zacatecoluca 1958); Luis Alfredo Domínguez, Wilfredo Mármol Amaya ((psicólogo, Zacatecoluca, 1959) Antonio Alfredo Herrera, entre otros; El Taller Literario Tareya, de corta trayectoria, integrado por Rolando Elías, André Cruchaga (Chalatenango 1957, ha publicado Alegoría de la palabra (1992); Fantasía del agua (1993) Fuego de la intimidad (1993) entre otros, y Mario Noel Rodríguez.

Nos alejamos un poco de la guerra y tras los Acuerdos de paz nace Talega (Taller de Letras Gavidia), cuyos miembros son Alfonso Fajardo (SS. 20 de marzo 1975, miembro fundador de Talega, estudió Derecho, ha obtenido varios premios y CONCULTURA le ha nombrado Gran Maestre del Saber; ha publicado en 1999, Juego infinito, Novísima antología, Los Fusibles Fluorescentes, con el que obtuvo primer lugar en los Juegos Florales de Quezaltenango, Guatemala); Rainier Alfaro (Santa Tecla 1975, se casó con la poetisa hondureña Armida García, vive en Honduras, no ha publicado); Pedro Valle (Chalatenango, La Palma 1965, miembro fundador de Talega, ha obtenido varios premios y CONCULTURA le ha nombrado Gran Maestre del Saber, tiene publicado Habitante del alba, 1998; Juego Infinito, 1999, Poesía del Siglo XX editado en Francia por la estudiosa de la literatura Dra. María Poumier); Eleazar Rivera (Santo Domingo, San Vicente, 1976, Prof. de Lenguaje y Literatura, ha obtenido varios premios y CONCULTURA le ha nombrado Gran Maestre del Saber, ha publicado Juego Infinito, 1999, 500 años de prosa y verso, en Brasil; Escombros Edit. UES, 2003 y dos libros más que escapan a la memoria); Roberto Betancour (Santa Tecla, 1976, Excelente ensayista, abandona la literatura para dedicarse a la docencia); Alex Canizález (Nació en Chalchuapa, Santa Ana 8 de enero de 1964, Biólogo y poeta, ha obtenido varios premios y publicado Las raíces del canto, CONCULTURA 1995, La Ciudad Amurallada, 1995; Poemas escritos en el agua, 1997; Juego infinito 1999; Poemas del hombre muerto 2002; La jaula en el pecho, en 2003, en coautoría con el poeta Luis Antonio Chávez, además de Casa prestada 2005, en el que rescata los sufrimientos de los inmigrantes. De Canizález, el poeta Luis Antonio Chávez, expresa: “La poesía de Alex Canizález se caracteriza por su penetración psicológica, en sus versos describe el sentir y pensar del latinoamericano”), Edgar Iván Hernández (Cojutepeque, Cuscatlán, 1965), Mercedes Seeligman (San Vicente)
Todos estos grupos mencionados, al igual que las otras voces publican sus escritos en las páginas del suplemento Cultural 3000 del diario CoLatino, espacio cultural creado por el poeta Gabriel Otero, quien tiene como coordinador a César Ramírez, conocido como Caralva.

Ya casi para culminar el milenio aparecen voces como las de William Alfaro (SS 1973, ha publicado Dejavú y otros libros), Susana Reyes (SS. 1971 ha publicado La historia de los espejos y Los verbos perdidos de la luna); Oswaldo Hernández (Chalatenango 1976, ha publicado Parqueo para sombrillas), Carlos Clará (SS. 1974, ha publicado Montaje invernal); Mauricio Vallejo Márquez, hijo del poeta Mauricio Vallejo, asesinado en la década de los 80; Lya Ayala, Rafael Mendoza (hijo), Tere Andrade, Krisma Mancía (ha publicado La era del llanto); Jorge Galán, (1973, ha publicado El día interminable, entre otros), Róger Guzmán, Nilson Alas (San José Las Flores, Chalatenango, 1966, ha publicado Cuaderno solar) Alberto López (La Libertad 1982); Lea Romero, pertenece al Grupo Literario El Perro Muerto, René Figueroa, quien recientemente obtuvo premio en los Juegos Florales de Ahuachapán (2010), entre otros que escapan en el tintero… pero que ya empiezan a hacer bulla en el tinglado literario salvadoreño.

Una experiencia exquisita

Todo este recorrido poético es muestra de que El Salvador ha sido y sigue siendo un semillero de poetas, desde los que han preferido el verso clásico, los iconoclastas y los que escriben poemas “no comprometidos” para evitarse problemas futuros.
No puedo obviar también los esfuerzos por la divulgación literaria, que en nuestro país ha sido una lucha titánica y hasta quijotesca, de algunos medios impresos que por algún tiempo cedieron espacios (como un favor) como La Prensa Gráfica, con sus Periolibros, revista dominical y otras páginas sabatinas; El Diario de Hoy, con sus páginas sabatinas dirigidas por el Lic. Luis Fuentes, el Diario El Mundo, quien cedió por algún tiempo su espacio a los compañeros de Cinco Negritos, la página Cultural publicada los martes, a cargo de la Dra. Matilde Elena López y el suplemento cultural Astrolabio, editado los sábados y dirigido por el poeta Javier Alas, pero el medio que sí le ha apostado a la literatura a sabiendas de que no lleva fondos a sus arcas es el centenario Co Latino, pues desde las páginas dirigidas por Juan Felipe Torruño, Quino Caso, Sábados Culturales y el Suplemento Cultural 3000 iniciado por el poeta Gabriel Otero, a finales de la década de los 80, no ha dejado un solo sábado de aparecer dicho suplemento, ni aún el día de la ofensiva denominada hasta El tope y más, lanzada por el FMLN.
Pero continuemos con la quijotada y la apuesta alimentada por un sueño, pues sólo el hecho de traer a escritores de fama internacional ya es bastante, hablamos de la labor emprendida por el poeta Otoniel Guevara, con la fundación Metáfora, que realizan cada mes de mayo el evento El turno del ofendido, como un homenaje a Roque Dalton, y cuya actividad tiende a mantenerse, siempre y cuando goce del patrocinio de quienes confían en la divulgación de la palabra.
Guevara, conocedor de los vaivenes de la literatura, le ha apostado a un evento que, además de ser un homenaje a Dalton, uno de los íconos de la poesía nacional, ultimado por sus compañeros de armas del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), trae cada año a poetas ya curtidos en ese ambiente.
También está la Fundación Poetas de El Salvador con su actividad anual. Aquí se han dado cita las más laureadas voces del continente americano y europeo, lo cual ha sido como un remanso de luz en esta trajinada vida para quienes nos movemos en este campo, pues confirma que la poesía salvadoreña también ha cruzado estas tierras para colarse en otros lugares.
Y entre esa gran lista de poetas que han llegado a El Salvador, están Juan Rosa Pita (Cuba); Rafael Valero Oltra (España); Alberto Nessi (Suiza); Silvia Favaretto (Italia); David Huerta (México, hijo del poeta Efraín Huerta); Raúl Henao (Colombia); entre otros del primer impulso por dejar huella en la palestra poética nacional, donde comparten pluma los salvadoreños Carlos Clará, Álvaro Darío Lara, Miguel Huezo Mixto, David Escobar Galindo y más.
En el II Festival de poesía, acumulada la experiencia del primer ensayo, llegan al país Saúl Ibargoyen (Uruguay); y con quien compartí mi lectura en la Universidad Don Bosco; a la par de Lauren Mendinueta (Colombia); Víctor Redondo (Argentina); Humberto Mello (Brasil); Adriano Corrales (Costa Rica); y Dina Posada (El Salvador-Guatemala).
Voces nuevas llegaron a deleitarnos con sus versos en cada festival de poesía, nos referimos a Jorge Boccanera (Argentina); Carlos Trujillo (Chile); Marita Troiano (Perú); Yelena Rounova (Rusia); Ledo Ivo (Brasil); Paúl Pines (EE.UU.); Noma Dimic (Serbia); Anna Rossetti (España); Maya Bejerano (Israel); André Cruchaga (El Salvador).
El cuarto, quinto y sexto Festival no fue la excepción. Aterrizamos aquí, ya que justo en octubre de este año se estaría celebrando el VII Festival de poesía, con lo cual se confirma que la quijotada emprendida por los poetas Mario Noel Rodríguez, Federico Hernández Aguilar y la tenista Paulina Aguilar de Hernández, junto a muchos más ven con buenos ojos que aquel esfuerzo no fue en vano, por lo que sólo me resta decirles que sigan adelante y ¡que la poesía nos salve!

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1) Verso traducido por el escritor y académico mexicano Fernando de Alva Ixtlixochitl y aparece en el libro editado por el escritor David Escobar Galindo, titulado El árbol de todos. (Dirección de Publicaciones e Impresos DPI, 1996).
2) Escobar Galindo, David, Índice antológico de la literatura salvadoreña.
3) Escobar Galindo, David, Índice antológico de la literatura salvadoreña.
4) González Huguet, Carmen. Obras completas de Claudia Lars. (DPI, marzo de 1999).
5) Escobar Galindo, David. Biblioteca Básica (14) DPI. 1997.
6) Tomado de la revista Alkimia
7) Castellanos Moya, Horacio. Prólogo al libro La margarita emocionante, Edit. Universit. UES, 1979.
8) Antología literaria de los Nonualcos
9) Castellanos Moya, Horacio. Prólogo al libro La margarita emocionante, Edit. Universitaria. UES, 1979.

  • Nota. Algunos apuntes fueron tomados por el autor de otras fuentes, entre ellas el libro Poesía Salvadoreña 1963-1973 editado en México, Antología Literaria de Los Nonualcos y el mismo Suplemento Cultural 3000 de Co Latino. No hay duda de que el mundo de la literatura salvadoreña ha dado más nombres, pero en esta ocasión sólo nos enfocamos al campo de la poesía. Espacio que aprovecho para disculparme si faltaron nombres en el tintero.
  • Luis Antonio Chávez, es periodista y escritor salvadoreño.

Sangre, mestizaje y nobleza

EL PESO DE LA SANGRE.
LIMPIOS, MESTIZOS Y NOBLES EN EL MUNDO HISPÁNICO Nikolaus Böttcher, Bernd Hausberger
y Max S. Hering Torres 2011

ÍNDICE GENERAL
1. Introducción: sangre, mestizaje y nobleza 9
2. Limpieza de sangre en España. Un modelo de interpretación, Max S. Hering Torres 29
3. La nobleza ibérica y su impacto en la América española: tendencias historiográficas recientes, Óscar Mazín 63
4. Limpieza de sangre y construcción étnica de los vascos en el imperio español, Bernd Hausberger 77
5. La limpieza de sangre en Nueva España, entre la rutina y la formalidad, Javier Sanchiz 113
6. Pureza, prestigio y letras en Lima colonial. El conflicto entre el Colegio de San Martín y el Colegio Real de San Felipe y San Marcos (1590-1615), Alexandre Coello de la Rosa 137
7. La limpieza de sangre: de las normas a las prácticas. Los casos de Melchor Juárez (1631) y del padre fray Francisco de Pareja, comendador de La Merced (1662), Solange Alberro 169
8. Inquisición y limpieza de sangre en Nueva España, Nikolaus Böttcher 187
9. Informaciones y probanzas de limpieza de sangre. Teoría y realidad frente a la movilidad de la población novohispana producida por el mestizaje, Norma Angélica Castillo Palma 219
10. Ilegitimidad, cruce de sangres y desigualdad: dilemas del porvenir en Santa Fe colonial, Marta Zambrano 251
11. Del mestizo al mestizaje: arqueología de un concepto,Guillermo Zermeño 283
Abreviaturas 319

INTRODUCCIÓN: SANGRE, MESTIZAJE Y NOBLEZA
La nobleza aunque andaluz
no la estimo: pues si creo
fueron mis padres cristianos,
lo dudo de mis abuelos.
(JOSÉ DE VARGAS, cit. por Caro Baroja, 1986, vol. 3, p. 171).

PRELIMINAR

La sangre pesa, nadie lo negará. Lo hace, evidentemente, en términos fisiológicos, pero también, de forma muy diferenciada, a nivel simbólico y discursivo. El giro, el peso de la sangre, hace referencia a la sangre como un axioma de las relaciones sociales y como un determinante de jerarquías.

En pocas palabras: la sangre ha sido históricamente y sigue siendo una representación, un vehículo de poder para cimentar las relaciones entre grupos fenotípicos, religiosos, sociales y de género. En este sentido, los imaginarios y las representaciones sobre la sangre si bien pueden ser un punto de partida para el disciplinamiento social,1 también pueden promover prácticas y discursos subalternos.

La limpieza de sangre, el mestizaje y la nobleza son sólo tres de los numerosos campos en los cuales la sangre codifica el cuerpo con significados y hace de él un texto para el historiador. Estos tres ejes temáticos, tratados con énfasis evidentemente desiguales en el presente libro, comparten un común denominador: su carácter diferenciador.

La limpieza de sangre fue en España un instrumento de diferenciación genealógica y, como consecuencia de la expansión ultramarina, se convirtió en una categoría genealógica que se articuló con el color de la piel y la “cali¬dad” de las personas. El mestizaje se interpretó en Hispanoamérica, según la perspectiva, como una posible fuente de “impureza” relacionada adicional¬mente con el nacimiento ilegítimo, o bien como un medio de blanqueamiento.
1 El disciplinamiento social (Sozialdisziplinierung) es un término desarrollado por Gerhard Oestreich (1968) para analizar la sociedad y la política del Antiguo Régimen; véase, por ejemplo, Hausberger, 2009.

No obstante, en la modernidad, el imaginario sobre el mestizaje invierte parcialmente su significando convirtiéndose en una insignia que pretendía camuflar la diferencia en aras de imaginar la nueva nación; es por eso que algunos historiadores lo denominan como un fenómeno nuevo en términos de la modernidad, distanciándolo de los posibles antecedentes coloniales. La nobleza, por su parte, es un escalafón social que pertenece a un orden diferenciado de las restantes esferas sociales, como el clero y el tercer orden. La sangre marcaba diferencias entre los estamentos con base en las virtudes y en el ethos estamental anclado a ella. Dicho en otros términos, la inequidad social de ese entonces se zanjaba por medio de la sangre, entendiendo dicha desigualdad como una voluntad divina. Lo interesante del término de la nobleza es que en América se utilizó en muchos casos como sinónimo de limpieza,2 siendo jurídicamente algo disímil. La limpieza de sangre constitu¬ye el eje principal del libro y de ésta se desprenden, con todas sus contradic¬ciones, dos de sus ramificaciones: la nobleza y el mestizaje. La nobleza precede en términos cronológicos a la existencia de la limpieza, sin embargo convive más adelante con ella y la entrecruza en muchos casos; el mestizaje colonial, por su parte, se puede entender como la disensión y contrariedad de la limpieza de sangre —hecho que cuestiona la idea de la pureza.
Ahora bien, para hilvanar los tres ejes temáticos de estas reflexiones introductorias, es importante señalar el principio que articula explícita o implícitamente la nobleza, la limpieza y el mestizaje. Se trata del concepto de la raza, aunque no en la lógica semántica de la modernidad, sino en su acepción dentro de la modernidad temprana.

Raza significaba, ya a mediados del siglo XV, linaje; en este sentido, la nobleza —entre los otros estamentos— se justificaba a partir de la raza; sin embargo, a principios del siglo XVI, raza también aludía a linaje maculado y en este sentido representaba una sinonimia de la impureza de sangre; por último, mestizaje se podría explicar a partir de la terminología colonial como mezcla de mala y buena raza entendiéndolas como “linajes” que se visualizan y exteriorizan a partir del color de la piel.3
El telón de fondo de los campos estudiados en este libro es evidente-mente la monarquía española. Por eso es pertinente presentar algunas reflexiones que ayuden a entender la situación político-estructural en el mundo hispánico.¬
2 Jaramillo, 1965, p. 29.
3 Hering Torres, 2003; 2006, pp. 217-246; 2010 (en prensa).

La unión entre Castilla y Aragón (1479), la reconquista cristiana de la Península Ibérica, la expulsión de los judíos y, sobre todo, la nueva ola de conversiones (después de la de 1391), sin olvidar la expansión castellana al Nuevo Mundo en 1492, desataron toda una serie de dinámicas parcialmente contradictorias entre sí. Las tendencias centralizadoras de la monarquía apuntaban hacia un absolutismo temprano, sin que la Corona hubiera podido superar su carácter “compuesto”.4 La monarquía encubría una gran heterogeneidad política, cultural y religiosa. Al mismo tiempo, su ampliación, los intentos integradores y la creciente movilidad de la pobla¬ción causaban el debilitamiento, la transformación y la pérdida de muchas tradiciones que habían regido en tiempos anteriores. Indudablemente la sociedad experimentó un proceso de transformación y reordenamiento. Como consecuencia se forjaron estrategias, tanto prácticas como discursi¬vas, orientadas hacia el ordenamiento de un mundo en movimiento, para superar la diversidad cultural. Como bien se sabe, en España la unidad religiosa fue considerada esencial para la estabilidad de la monarquía e iba de la mano del concepto de la verdad universal del cristianismo. Paradójicamente, los poderes particulares propiciaban la diferenciación de la comunidad cristiana a partir de la noción de limpieza de sangre. Así las cosas, la insistencia en la pureza evidenciaba una falaz contradicción con la política de integración. Las conversiones, en teoría eran una práctica de integración cristiana, pero en realidad una quimera, por cuanto que al exigir la limpieza de sangre se excluía a los neófitos cristianos por la impureza de su sangre, es decir: por ser conversos o por tener antepasados judíos, musulmanes o de otra “secta recientemente convertida”.5 Si bien las conversiones, en muchos casos forzadas a partir de finales del siglo XV, debían garantizar la unidad, no resolvieron dos problemas desde la vieja perspectiva cristiana. Por un lado, la sinceridad de la fe, considerada imprescindible, y por otro, la posi¬bilidad de reconocer, diferenciar y controlar las prácticas criptoheréticas, veladas por el bautizo. En teoría, las conversiones habían abolido los antagonismos religiosos entre cristianos, musulmanes y judíos, cada uno de los cuales había tenido con anterioridad un estatus jurídico diferente. La lim-pieza de sangre, por ende, no solamente fue un intento de conservar las diferencias sociales, al menos en cuanto al acceso a oficios y beneficios pú-blicos y eclesiásticos, sino también un claro intento de institucionalizar la desconfianza, manifiesta en el recelo, la inseguridad y el temor ante los re-cién convertidos, con el ánimo de tantear la certeza de la fe cristiana.

4 Elliott, 1992.
5 Expresión habitualmente usada en los interrogatorios sobre la limpieza de sangre.
El principio de la limpieza de sangre como norma se aplicó por primera vez en el cabildo de Toledo en 1449, el que procedía contra los “sospechosos de fe” mediante la Sentencia-Estatuto que excluía a los judeocon-versos de cargos públicos. A pesar de las disputas y contradicciones jurídicas, esta norma operó como un eje paradigmático para el resto de la Península. Progresivamente, con el consentimiento tanto del rey como del papa, dicha norma se empezó a difundir en una gran variedad de organis-mos e instituciones bajo el nombre de estatutos de limpieza de sangre. Dicha difusión se explicó no como una iniciativa del poder monárquico, antes bien como iniciativa institucional del poder particular; por lo tanto, los “estatutos” nunca representaron una normatividad centralizada. Encontramos estas normas en algunas provincias vascas, en las órdenes religiosas, en los colegios mayores, en los cabildos catedralicios, en las órdenes militares, en la Casa de la Contratación y, por supuesto, en la Inquisición. Estas informaciones, junto a los archivos o “bancos de datos” inquisitoriales,6 eran útiles a la monarquía para controlar a sus súbditos con el propósito de do¬mesticar y normalizar su comportamiento social y religioso, pero también sexual. A su vez, la limpieza de sangre sirvió como discurso subalterno, pues la gente común reclamaba su propio honor, frente a una nobleza im¬putada en algunos casos como “impura”. Incluso los habitantes de las re¬giones del norte, sobre todo las provincias vascas, reclamaban privilegios ante los castellanos a causa de su limpieza que, según el imaginario sobre el pasado, se había logrado conservar debido al aislamiento de sus tierras, supuesto hecho histórico mediante el cual se pretendía evidenciar que al norte nunca habían llegado musulmanes o judíos.7
En América, al igual que en España, la limpieza de sangre operó como un sistema de inclusión y exclusión en los organismos e instituciones de poder. La transferencia de dicho ideario hacia el Nuevo Mundo partía, desde luego, de un principio de control social, político y religioso de las provincias de ultramar por parte de la Península.8 Aunque el sistema era propenso a la tergiversación y manipulación de las genealogías, resultó ser —en teoría— un mecanismo para excluir de las instituciones civiles, educativas, militares y eclesiásticas hispanoamericanas no sólo a los descendientes de los ju¬deoconversos sino, posteriormente, a los africanos, la población indígena,9 sus descendientes y las mezclas de estos grupos.
6 Según Contreras y Henningsen, 1986.
7 Véase Hausberger en este mismo volumen.
8 Almarza Villalobos, 2005, p. 306.

El poder colonial marcaba tanto a los nativos de la plebe como a los afro-descendientes como fuente de impureza y percibía cualquier mezcla entre ellos en términos negativos. No obstante, en muchos casos se insistió con especial énfasis en la impureza de la “negregura”, como se denominaba en aquel entonces y, sobre todo, en la primera mitad del siglo XVII. En otras palabras: lo impuro se originaba en la mezcla entre la sangre mala y la sangre buena. De esta suerte, adentrado ya el siglo XVIII, las prácticas de la limpieza de sangre en las Américas dejaron de ser, por lo menos en un primer plano, la obsesiva búsqueda de un ante-pasado judío o musulmán. En otros términos, la supuesta impureza judía o musulmana, palpable solamente a partir de la memoria y de las categorías genealógicas, se transfirió al color de piel y se articuló con la calidad de las personas. Fue así como negros, mulatos, zambos, tercerones, cuarterones, etc. se convirtieron en nuevos objetos de exclusión, subordinación y menos¬cabo en el sistema de valores de la limpieza de sangre. De ahí que el “blan¬queamiento”, esto es la búsqueda de un mejor estatus mediante casamientos con personas “más blancas”, se convirtió en un eje paradigmático de con¬ducta con el fin de evitar la impureza del color o del linaje.10
Dada la escasez de mujeres europeas en Hispanoamérica, la mezcla en la Colonia temprana se hizo inevitable y, progresivamente, sobre todo en el siglo XVIII, la diferenciación por medio del color se convirtió en algo real¬mente difuso. La distinción entre los colores perdió su nitidez y así el con¬trol social mediante un rígido sistema de castas se hizo cada vez más difícil. A partir del término casta se intentó conferir inteligibilidad al amplio aba¬nico de colores y fenotipos. Aunque ser mestizo implicaba un privilegio tributario y podía ser una vía de ascenso social por medio del blanquea¬miento, el mestizaje desde la perspectiva del blanco y del indígena era ne¬gativo: para el blanco siempre fue considerado como “algo envilecedor”, era una “mancha de color vario”,11 para el indígena, era algo ignominioso.
9 Véase Castillo Palma en este mismo volumen; en su artículo se discute, entre otros argumentos, la relación entre la nobleza indígena y la limpieza de sangre, teniendo en cuenta que la nobleza indígena no fue objeto de discriminación por parte del princi¬pio de pureza de sangre.
10 Hering Torres, 2008, pp. 101-130; Hering Torres, 2010 (en prensa); Böttcher en este volumen.
11 Lavallé, 1990, p. 320.

La construcción del concepto de casta durante la Colonia se explica por la necesidad de las élites de controlar la sociedad, de identificar y diferenciar a los individuos. Los estudios sobre la pintura de castas han demostrado que las representaciones encarnan el complejo proceso de mestizaje entre españoles, indígenas y africanos. Uno de los tantos ejemplos citados en la historiografía sobre el tema son las categorías desarrolladas en los cuadros de castas. Por ejemplo, Castro Morales cita las Noticias de los escritores de la Nueva España (1746) en el cual el autor, Andrés de Arce y Miran¬da, le comenta a Juan José Eguiara y Eguren, catedrático de la Real y Pon¬tificia Universidad de México, el “pensamiento ingenioso” del duque de Linares por haberle dado a conocer al rey y a la Corte de España las castas a partir de la obra de Juan Rodríguez Juárez; incluso comenta que el obispo auxiliar de Puebla le encomendó al pintor Luis Barruecos elaborar unos cuadros similares incorporando 16 tableros de castas, que se citan a conti¬nuación.12
1. Español con india: mestizo
2. Mestizo con española: castizo
3. Castizo con española: español
4. Español con negra: mulato
5. Mulato con española: cuarterón
6. Cuarterón y española: salta atrás
7. Salta atrás con india: chino
8. Chino con mulata: lobo
9. Lobo con mulata: gíbaro
10. Gíbaro con india: alvarasado de Alvarado (id est según me explicó el pin¬tor) lugar junto a Veracruz, en la costa
11. Alvarasado con negra: cambujo
12. Cambujo con india: sambaigo
13. Indio con mulata: calpamulato
14. Calpamulato con sambaiga: tente en el aire
15. Tente en el aire con mulata: no te entiendo
16. No te entiendo con india: ahí te estás
En la administración no se utilizaba la categoría casta y tampoco el amplio abanico de taxonomías coloniales que eran inoperantes en este con texto. ¬
12 Castro Morales, 1983, p. 680.

Por lo general, se empleaban denominaciones de color o designaciones que hacían referencia al tinte de la piel: blancos, indios, negros, mulatos, morenos, pardos y libres de todos los colores. Éstas y otras categorías explícitas o implícitas de color aparecían en documentos oficiales tales como “codificaciones de la legislación colonial, libros parroquiales, procesos inquisitoriales, casos criminales, censos y en las Relaciones geográficas que la Corona solicitó con regularidad a las autoridades coloniales a partir del siglo XVI”.13

A la luz de lo anterior, podemos afirmar que la limpieza de sangre indudablemente se trasladó a las Américas. Se trata entonces de una transferencia cultural de España a una sociedad colonial, progresivamente mestiza, diferenciada por estamentos y cuyo orden político-social se regía según criterios de procedencia y origen. Es evidente que esta transmisión debe ser analizada con cautela y sería importante rescatar similitudes sin pretender negar sus discrepancias. Parece existir una táctica del poder a la que se recurre para describir, controlar y gobernar la sociedad en ambas partes del Atlántico. Indudablemente existe la idea de orden y jerarquía mediante la fragmentación de la sociedad en grupos definidos por su origen genealógi¬co. No hay duda alguna de que la reconquista de Granada y la conquista de América se diferencian fundamentalmente; incluso que el trato hacia los judíos y los musulmanes en España y la actitud frente a los indígenas y africanos se diferencian de forma notable. Pese a lo anterior, es posible rescatar una analogía: la división de la sociedad en república de indios y república de españoles; en cierta forma, era una réplica de la tradición ibé¬rica y de lo que podría denominarse como interacción de un nosotros y un vosotros —entre cristianos y judíos y musulmanes.

Sin embargo, es evidente que a lo largo del tiempo las diferencias marcadas por la religión, incluso por el ordenamiento territorial —que en la Península separaba a los grupos religiosos y en las Américas al español del indio—, se empezaron a desvanecer a partir de las misiones, las conversio¬nes e incluso el mestizaje y la migración: procesos que conllevaron a cues¬tionar las delimitaciones reales o imaginadas. En cuanto a la migración habría que tomar en cuenta el establecimiento ilegal de españoles en los pueblos indígenas, el traslado de indígenas a las minas, haciendas y ciuda¬des españolas y la inmigración forzada de los africanos. En la medida en que se quebrantaba el ordenamiento regional, el sincretismo sociocultural se incrementaba dando paso al mestizaje y cuestionando la pureza.
13 Katzew, 2004, p. 43.

Pero también es importante rescatar los contrastes entre España y las Américas, porque es evidente que este discurso adquirió otros significados en los te¬rritorios americanos y fue adaptado a los distintos contextos y a los cam¬bios en el tiempo reflejados en la compleja terminología de las castas.
*
BREVES ANOTACIONES AL ESTADO DE INVESTIGACIÓN

A continuación sólo mencionaremos algunos trabajos sobre el tema de este volumen, sin pretender agotar el amplio estado del arte. Especialistas como Marcel Bataillon, Marcelino Menéndez Pelayo, Américo Castro, Antonio Domínguez Ortiz y Julio Caro Baroja destacaron la importancia de la lim¬pieza de sangre para la Península Ibérica.14 Pero sólo en 1960 Albert Sicroff publicó la primera y hasta hace poco única obra dedicada exclusivamente a la limpieza de sangre (¡la edición española se publica en 1985!). En los años setenta, sin embargo, Juan Ignacio Gutiérrez Nieto ya había hecho aportes importantes y, más adelante, en especial en los años noventa, los hicieron Baltasar Cuart Moner, Jaime Contreras, Juan Hernández Franco y, recientemente, Mikel Azurmendi y Max S. Hering Torres.15 Estas contribuciones han facilitado el entendimiento institucional de sus objetos de estudio y han brindado casos microhistóricos sobre la realidad social. Incluso algunos han discutido la tensión de la limpieza de sangre entre los espacios del saber (teología, medicina, historia) y la cotidianidad.

Con todo, parece haber una falta de colaboración entre los continentes para la comprensión del problema desde una perspectiva transatlántica. En cuanto a América, es verdad que existen muchas investigaciones sobre la categoría de la “raza” y la esclavitud en las sociedades hispanoamericanas, pero éstas no integran de forma sistemática la idea de la limpieza de sangre peninsular y, en muchos casos, se opera con categorías contemporáneas para el análisis colonial. La pureza de sangre se menciona en estudios vin¬culados a la Inquisición. Autores como Liebman y Solange Alberro para México; Castañeda Delgado y Hernández Aparicios para Perú, y García Merino, Böttcher y Splendiani para Cartagena de Indias, demuestran la importancia de los tribunales americanos, pero tratan el tema de la limpie¬za sólo en el contexto de la historia institucional y social.16
14 Bataillon, 1937; Menéndez Pelayo, 1946-1948; Castro, 1948; Domínguez Ortiz, 1955; Caro Baroja, 1986 [1961]; Caro Baroja, 1972.
15 Gutiérrez Nieto, 1973a; 1973b; 1975; Cuart Moner, 1991; Contreras, 1992; Hernández Franco, 1997; Azurmendi, 2000; Hering Torres, 2003; 2006.

Indudablemente, existen otras publicaciones recientes que rescatan la importancia de la limpieza y el mestizaje, dando paso a nuevas perspectivas entre Europa y América y enriqueciendo los acercamientos interpretativos sobre el tema. Por ejemplo, el foro Purity of Blood and Social Order, en The William and Mary Quarterly, los trabajos publicados por Lira Montt, Sanguinetti, Frutta, Castro-Gómez, Almarza Villalobos, Hering Torres, Chaves, sin olvidarnos del trabajo de Martínez y Coello de la Rosa.17
En cuanto a la historia social disponemos de una base sólida de trabajos sobre el orden racial y el fenómeno del mestizaje en las Américas: Ko-netzke, Mörner, Bernard y Gruzinski y De la Cadena; para México, los de Israel, Chance y Castillo Palma; para el Nuevo Reino de Granada, Jaramillo Uribe, Rodríguez Jiménez, Dueñas Vargas y Gutiérrez de Pineda y Pineda Giraldo.18 También es un hecho que el tema de las castas, tan relevante para la investigación de la limpieza, ha sido objeto de estudio desde múltiples perspectivas que indudablemente han enriquecido su investigación.19 Por último, cabe añadir que Javier Sanchiz, Óscar Mazín y Marta Zambrano en sus artículos del presente volumen nos brindan una revisión historiográfica ampliada, incluyendo otros autores que han trabajado sobre la limpieza, el mestizaje y la nobleza.
Estas breves anotaciones demuestran que en esta obra no nos aden-tramos en un campo de estudio sin explorar; todo lo contrario, es innega-ble que durante las últimas décadas han proliferado las investigaciones sobre estos temas. Aun así, también es claro que la temática no se ha ago-tado y que aún quedan preguntas por resolver. De hecho, en el libro se pretende dilucidar tanto el discurso como las prácticas gestadas en torno a los conceptos de sangre, mezcla, linaje, raza o nobleza para describir el peso de la sangre en las sociedades hispanoamericanas.
16 Liebman, 1970; 1973a; 1973b; Alberro, 1981; Castañeda Delgado y Hernández Aparicios, 1989; García Merino, 1966; Böttcher, 1995; 1997; Splendiani, 1997. Véanse además los trabajos pioneros de Medina, 1903; Lea, 1922; Kamen, 1965; Vekene, 1982-1983; Contreras, 1982; Conteras y Henningsen, 1986; Millar Corbacho, 1983; Quiroz, 1985; Pérez Villanueva y Escandell Bonet, 1984-2000; Dedieu, 1989.
17 The William and Mary Quarterly, 2004, 61/3; Lira Montt, 1997; Sanguinetti, 2000; Frutta, 2002; Castro-Gómez, 2005; Almarza Villalobos, 2005; Hering Torres, 2007; 2008; 2010 (en prena); Chaves, 2007; Martínez, 2008; Coello de la Rosa, 2008.
18 Konetzke, 1946; 1961; Mörner, 1974; Bernard y Gruzinski, 1993; De la Cadena, 2007; Israel, 1975; Chance, 1978; Castillo Palma, 2001; Jaramillo Uribe, 1965; Rodrí¬guez Jiménez, 1991; Dueñas Vargas, 1997; Gutiérrez de Pineda y Pineda Giraldo, 1999; Fisher y O’Hara, 2009.
19 Stafford, 1981; Castro Morales, 1983; Fisher, 1992; Carrera, 2003; Katzew, 2004.

Se trata pues de sondear si de esta forma se abre una nueva veta para comprender mejor el ordenamiento de las sociedades americanas después de la conquista espa¬ñola. Vale la pena discutir la importancia de la sangre como un mecanis¬mo que ayuda a conservar el desequilibrio social y cómo éste intenta per¬petuarse mediante la invención de un sistema de valores apoyado en el imaginario de la sangre. Asimismo, también se justifica la reconstrucción de la limpieza de sangre como un instrumento subalterno que pretende equilibrar las tan marcadas inequidades sociales.20 En este sentido, consi¬deramos provechoso estudiar los temas a partir de casos de estudio en diferentes instituciones, regiones, temporalidades y con un énfasis temá¬tico disímil. En el futuro, con seguridad, será necesario elaborar investiga¬ciones que discutan los mecanismos de la división social, las articulacio¬nes entre los temas tratados, su variabilidad histórica y su continuidad, como también los quiebres en la transición de las colonias a las repúblicas independientes.
ARTÍCULOS
Esta compilación es resultado del coloquio realizado en El Colegio de México el 6 de diciembre de 2007, que contó con el generoso apoyo de la Fritz Thyssen Stiftung. Lamentablemente, algunos ponentes no pudieron atender la invitación para publicar sus conferencias en este volumen; en consecuencia se amplió el espacio a otros colaboradores. Los artículos aquí incluidos se caracterizan por la pluralidad interpretativa que garantiza el debate abierto y enriquece el panorama historiográfico —en ningún mo¬mento se intentó homogeneizar las opiniones.
El libro abre con un artículo sobre la limpieza de sangre en España en la Edad Moderna elaborado por Max S. Hering Torres. Con él, el lector tendrá un primer acercamiento al tema de la limpieza desde una perspecti¬va ibérica para facilitar la comprensión del origen de la pureza en las Amé¬ricas. Aunque la temática central del artículo es la limpieza, se señalará, por un lado, su relación con el concepto de la nobleza medieval en Castilla y, por el otro, algunos argumentos clave para entender el mestizaje en el mundo colonial.
20 Scott, 1985.

Sin embargo, el objetivo esencial del artículo es presentar un modelo interpretativo sobre la pureza de sangre. En este sentido, se propone una lectura diferente sobre el tema por medio de tres niveles de significado: normatividad, sociedad e idearios discursivos. A partir de este planteamiento se discute si la normatividad de la limpieza se puede conce-bir como una reacción a los cambios sociales y si el derecho positivo, más adelante, determinó nuevos campos de coexistencia social. Desde este pun-to de partida, se reconstruye la operacionalidad del poder del discurso como una instancia legitimadora tanto del derecho como de las relaciones sociales, cuya intención fue avalar la funcionalidad socionormativa del sis-tema de la limpieza de sangre.
Óscar Mazín investiga la cuestión de la nobleza ibérica y su impacto en la América española. Con base en los aportes de tres autores sobre la sangre y la nobleza, el autor presenta un balance historiográfico sobre el tema. A saber: se discuten dos artículos de la medievalista Adeline Rucquoi, que realzan la evolución del concepto de nobleza ibérica, sus principales trans¬formaciones entre los siglos XIII y XVI, y su diferencia como categoría moral de la pureza de sangre. El autor discute adicionalmente un estudio de An¬tonio Manuel Hespanha quien, apoyado en el lenguaje del derecho, tradu¬ce el concepto de “movilidad social” a los términos de los siglos XVI al XVIII. Mazín termina su artículo señalando cómo Jean-Paul Zúñiga dilucida las implicaciones de la pureza de sangre y de la nobleza peninsular en las rea¬lidades sociales americanas del siglo XVII.
Bernd Hausberger discute en su trabajo cómo algunos autores vascos, entre el siglo XVI y la primera mitad del XVIII, utilizaron el concepto de la limpieza de sangre, tanto en Europa como en América. En este contexto la limpieza de sangre se convierte en una piedra angular que ayuda a cimentar la identidad con base en el pasado. Ésta se mostró altamente funcional, puesto que los planteamientos se elaboraron, en algunos casos, en la diás¬pora de los vascos en todo el imperio. Un pasado colectivo y limpio les sirvió para construirse a sí mismos como minoría privilegiada dentro del marco de la monarquía, para orientarse psicológicamente y posicionarse en el mundo de la emigración. Su argumentación se apoyaba en una reinter¬pretación de toda la historia ibérica a partir del Diluvio Universal como mito fundacional. El trabajo de Hausberger brinda luces sobre el desarrollo de la limpieza de sangre y de la nobleza como categorías de etnización del imaginario vasco a partir de la construcción de un pasado colectivo, subra¬yando la tendencia protorracista del discurso.

En el marco de Nueva España Javier Sanchiz, Solange Alberro y Niko-laus Böttcher se ocupan de la limpieza de sangre y la Inquisición. Es evi-dente que en Nueva España el Santo Oficio fue la institución generadora de las probanzas genealógicas más específicas. Javier Sanchiz destaca en su estudio sobre la limpieza de sangre en México cómo la transferencia de esta idea al Nuevo Mundo sirvió como principio de control y orden social. La limpieza de sangre constituyó parte de la base ideológica de un sistema tanto de estratificación social jerárquica como de valores, y sirvió como filtro racial. En este sentido, el autor resalta que se debería analizar la cali¬dad de “limpio de sangre” como uno de los conceptos que conformaron los valores de una sociedad y vincularlo a los imaginarios sobre la “legitimi¬dad”, las “buenas costumbres” o, incluso, la “aptitud”, más que tratar de equipararla a la calidad de nobleza.
Solange Alberro aporta dos casos de estudio, el de Melchor Juárez y el de fray Francisco de Pareja, comendador de La Merced. Las informaciones de limpieza de sangre fueron imprescindibles para ocupar cargos civiles y eclesiásticos, sin embargo la práctica se alejó de las normas. Incluso en la Inquisición, una institución supuestamente rigurosa, se detectan serias irregularidades en la época de mayor actividad contra el judaísmo. Alberro demuestra que —sobre todo en América— en las informaciones de la lim¬pieza se solía acatar el procedimiento, pero no se pretendía su cabal cum¬plimiento debido a la lejanía, el estado de desarrollo de los medios de co¬municación, la debilidad de la red institucional y la naturaleza de la sociedad colonial. El caso de fray Francisco de Pareja es un ejemplo de cómo el estatus personal de un individuo impidió que se acataran debida¬mente las exigencias de la limpieza de sangre, a pesar de que sus antece¬dentes familiares fuesen claramente “sospechosos”.
Nikolaus Böttcher ofrece una imagen del trabajo inquisitorial de las informaciones de la limpieza a lo largo de la época virreinal. Se evidencia la evolución y la metamorfosis del concepto de la limpieza de sangre desde la persecución de los judeoconversos hasta la diversificación de las activida¬des inquisitoriales dentro de la sociedad de castas. Confirmando la hipóte¬sis de Alberro, el análisis de varios casos demuestra tanto la rigidez teórica de las informaciones como los cambios y fisuras en su aplicación práctica. Los ejemplos presentados muestran la dificultad de cumplir, desde los vi¬rreinatos americanos, con las exigencias de la limpieza. No abundaban, como sucedía en la sociedad metropolitana, las élites y en general las per¬sonas dotadas de las cualidades en principio imprescindibles para ejercer algunos cargos y para recibir ciertas distinciones.

En fin, “la limpieza de sangre fue, como las cédulas reales, formalmente acatada en tierras ameri¬canas, pero no cumplida a cabalidad”.21
El siguiente artículo, de Norma Angélica Castillo Palma, se titula “In-formaciones y probanzas de limpieza de sangre. Teoría y realidad frente a la movilidad de la población novohispana producida por el mestizaje”. Según este trabajo, la actitud de las corporaciones e instituciones hacia la pureza de sangre fue cambiando poco a poco. En primer término, pasó de ser un reparo sobre la religiosidad a un mecanismo de discriminación de los can¬didatos según su origen, ya no sólo orientado hacia la práctica religiosa, sino encauzado a señalar los linajes infames. Este estudio trata de mostrar los cambios de actitud hacia las probanzas de pureza de sangre en diversas corporaciones civiles. Se analiza cómo instituciones e individuos obraron discrecionalmente. Por tanto, durante esas coyunturas, las informaciones o bien no fueron en particular requeridas o las denuncias no fueron conside¬radas como un impedimento serio para el acceso a los privilegios.
Es importante analizar otros espacios coloniales fuera de Nueva Espa-ña, como por ejemplo Santa Fe de Bogotá y Lima en los siglos XVI y XVII. Alexander Coello de la Rosa y Marta Zambrano se acercan a este asunto desde perspectivas disímiles. Coello de la Rosa ofrece, a partir de una his¬toria institucional, la forma en que el peso de la sangre —la limpieza y el mestizaje— operó como vehículo de los conflictos que enfrentaron al Co¬legio de San Martín y al Colegio Real de San Felipe y San Marcos a princi¬pios del siglo XVII en Lima. El aporte representa una aproximación a la his¬toria institucional y así rescata las rivalidades políticas y los intereses económicos de dos de las instituciones educativas más prestigiosas de esa ciudad. Una contienda que trascendió las aulas y reflejó los conflictos so¬ciales entre diferentes grupos de poder en la lucha por los mejores cargos administrativos y eclesiásticos del virreinato peruano. Como se demostra¬rá, la sangre será el motor principal de estas inquinas institucionales en las cuales se reclamaban prestigio y honor.
De una historia institucional pasamos a una historia del género, de la sexualidad y del mestizaje. Marta Zambrano ilustra, mediante el análisis del discurso y de la crítica de género, basándose en material de archivo, las dificultades y paradojas provocadas por el mestizaje en el Nuevo Reino de Granada. Es un artículo que transita entre la historia y la antropología cultural y en el que se discuten las dificultades creadas por la inscripción de los mestizos y mestizas en el orden social determinado por las jerarquías y categorías de la época. ¬
21 Véase Alberro en este mismo volumen, p. 185.

En definitiva, el artículo explora algunas facetas del accidentado cruce entre prácticas sexuales y producción de significados que suscitaron las ambiguas y elusivas nociones de “mestizo” en Santa Fe.
Es crucial ver cómo, mediante la experiencia colonial en Europa a media¬dos del siglo XIX, el mestizaje para algunos empezó a ser entendido como el causante de un supuesto descenso de las civilizaciones —en términos de Jo¬seph Arthur de Gobineau se trataba de una mélange de races que condenaba la civilización, puesto que un ascenso sólo era posible a partir de la pureza racial. Gobineau, sin embargo, tuvo opositores en Francia: Victor Courtet, por ejemplo, afirmaba que las naciones se constituían por una mezcla de ra¬zas y se recomponían por una nueva mezcla. Aunque Guillermo Zermeño no profundiza dicho debate europeo, por no ser parte de su objetivo, sí discute en su artículo el mestizaje, ya no como una matriz del orden colonial, sino como un nuevo factor de integración nacional en México. A la luz de los an-teriores artículos esto representa un giro conceptual fundamental, porque a lo largo del siglo XIX el mestizaje invierte su semántica: para entonces el mestiza¬je se convertía en argumento proclive para imaginar una cohesión nacional —aunque evidentemente estos argumentos también reprodujeron lógicas de jerarquías, tal como lo comprueba el autor. No obstante, a primera vista, el “cruce de razas” pasa de ser una fuente de contaminación a un supuesto prin¬cipio de integración. Lo valioso de este aporte es que nos ofrece la posibilidad de señalar la historicidad del concepto sobre la “mezcla poblacional”: el mes¬tizaje en la Colonia temprana no es lo mismo que el mestizaje en el siglo XIX.
A partir de estas reflexiones es indudable que el peso de la sangre tiene un papel primordial a la hora de definir la posición social de un individuo. Tanto la pertenencia a un grupo como la identidad de una persona depen¬den de su origen, aunque su determinación social no sea definitiva y pueda fluctuar. Pero traspasar las fronteras impuestas por los imaginarios sobre la sangre —como metáfora del origen— siempre fue negociable y esta barrera pudo ser derribada mediante la falsificación de papeles o el manejo de so¬bornos en el sector administrativo. Algunos logran el ascenso social, otros fracasan, pero la gran mayoría de la población reproduce las lógicas de di¬cha normatividad sociocultural bien sea para de-construirlas o cimentarlas. De este modo, el presente volumen también intenta señalar diferentes es¬trategias del zoon politikon, del sujeto, en su lucha diaria por una mejor vida en una sociedad marcada por matrices de integración y de exclusión.

En este sentido consideramos esta recopilación como un panorama y un apor¬te al estudio sobre la sociedad colonial. La idea ha sido seguir labrando el campo de la sangre, sin poder agotarlo debido a su complejidad y a las in¬numerables fuentes aún por conocer. Por tanto, nos abstenemos de ofrecer conclusiones generalizantes. Somos conscientes de que subsiste una varie¬dad de problemas y preguntas por resolver, espacios geográficos e institu¬ciones por estudiar. Incluso, la mayoría de las informaciones genealógicas resultó positiva, es decir, fue aprobatoria, sin brindar informaciones sobre los posibles trasfondos e intereses sociales que conllevaron a dichas conclu¬siones. Más aún, sería enriquecedor estudiar si gran parte de la población, tanto en España como en el Nuevo Mundo, se vio afectada directamente por las pruebas de sangre. El cuestionamiento de la representatividad de la limpieza como un mecanismo regulador de las relaciones sociales para la totalidad de la población, por ahora seguirá siendo un enigma. Tal vez otras investigaciones nos revelen otras historias y den cuenta de los silencios que también integran el presente libro.
Como ya hemos mencionado, este libro tiene su origen en un coloquio apoyado por la Fritz Thyssen Stiftung. Pero ha sido el entusiasmo de los colaboradores la mejor contribución para llevar a buen fin la edición. Ade-más se enriqueció por los comentarios y sugerencias de los dos dictamina¬dores anónimos que leyeron el manuscrito. Omar Velasco nos ha ayudado en la elaboración del mismo. La publicación no hubiera sido posible sin el interés en el proyecto de El Colegio de México y de la Universidad Nacional de Colombia. A todos les expresamos nuestra gratitud.
Berlín, Bogotá y México, D.F., abril de 2010
NIKOLAUSTTCHER
BERND HAUSBERGER
MAX S. HERING TORRES
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Crónica de Nahuizalco 1898

El Salvador es el más pequeño de los estados centroamericanos, pero también el más poblado, el más rico y el más cultivado. Exceptuando al estado diminuto de Rhode Island en Estados Unidos, no existe en el continente americano ninguna otra región tan densamente poblada. Toda el área la constituyen 21,070 kilómetros cuadrados y allí habitan 800,000 individuos. La mayor parte de la población la conforma la raza mestiza entre el español y el indígena. En la parte occidental de El Salvador habitan cerca de 100,000 aztecas, cuya expansión territorial limita al este con una franja habitada por otras tribus indígenas, que son actualmente civilizadas y que hace tiempo han perdido su idioma, por lo que no se sabe nada acerca de su origen. Karl Sapper supone, aunque no explica en qué se basa para ello, que se trata de los pokomames. En la región oriental de El Salvador habitan unos miles de matagalpas que han sido poco estudiados. No alcancé a visitarlos, pero he visto algunos de estos individuos ofreciendo sus productos, fabricados de fibra de maguey, en los mercados aztecas.

A mi llegada a El Salvador me dirigí directamente a la capital, donde conseguí que el Ministerio de Educación me entregara una recomendación escrita para las autoridades civiles y el de Guerra, una similar para las militares.

Durante el viaje a la capital tuve la oportunidad de ver algunos indígenas de las tribus que tenía planeado estudiar en primer lugar, es decir, los aztecas y los pipiles. En la pequeña estación de tren de Ceiba observé a unos veinte individuos que marchaban en fila, atados entre sí con una cuerda, como si fuesen esclavos negros. Iban escoltados por un grupo de soldados armados con fusiles y bayonetas caladas. Le pregunté a mis compañeros de viaje si se trataba de presidiarios. “No, seguro que no”, fue la respuesta, “se trata de voluntarios de Nahuizalco, que son trasladados al cuartel de la capital”. Tal como luego me enteré, los cuarteles de El Salvador, dependiendo de la necesidad que exista, se atiborran de indígenas obligados a cumplir con el servicio militar. Estos suelen ser soldados más confiables y valerosos que los ladinos.

Sin embargo, producía lástima ver a esos individuos amarrados entre sí, con sus ropas de algodón blanco sucias por el polvo del camino. Parecían ser indígenas corrientes, pertenecientes seguramente a la misma raza que se ve en la capital de México. Eran de una estatura baja, de piel amarillenta, ojos marrón oscuro y pelo corto y negro. Su vestidura era la típica de los trabajadores centroamericanos, camisa de algodón blanca, pantalones también blancos y sombrero de paja.

En la capital me habían aconsejado que comenzara mi trabajo entre los aztecas de la comunidad de Nahuizalco, cerca de Sonsonate, porque allí la lengua que se hablaba era pura. Estuve tratando infructuosamente de localizar este lugar en el último mapa oficial de El Salvador y, como no pude encontrarlo, supuse que sería un poblado diminuto, de unos doscientos habitantes. Una tarde cabalgué hasta Sonsonate, y al anochecer llegué a Nahuizalco. Cansado por el viaje me acosté sin tener la oportunidad de saludar al dueño de la casa, el ex comandante de la ciudad, que ya se había ido a dormir.

Por lo tanto, mi sorpresa fue muy grande cuando, al despertarme la mañana siguiente, me encontré con que estaba en un poblado indígena de miles de casas, donde habitaban alrededor de 8,000 aztecas. Este era sin lugar a dudas el poblado indígena más grande que había visto hasta entonces. Durante mi estancia entre las tribus indígenas del norte de México, muy rara vez encontré alguna aldea con más de treinta o cuarenta chozas, exceptuando algunas que tenían unas doscientas viviendas entre los indígenas mayo y los yaqui de la región del Pacífico.

En este poblado todo parecía ser muy ordenado y civilizado, si se comparaba con la situación de los pueblos cazadores y nómadas de la Sierra Madre, así que di por hecho que aquí podría, rápidamente y sin impedimentos, comenzar a medir la constitución física y fotografiar a un número elevado de nativos. Pero no imaginaba cuán profundamente arraigadas estaban las ideas supersticiosas ni cómo esta gente desconfiaba de todo lo nuevo. Ni siquiera por medio de una retribución al contado, independientemente de lo alto que fuese el pago ofrecido, parecía posible conseguir que unos pocos individuos se dejaran medir y fotografiar. Decidí entonces utilizar las cartas de recomendación del Gobierno y, con este fin, me dirigí al alcalde de la ciudad, un indígena anciano quien también era presidente del consejo del pueblo. Este me respondió primero en forma diplomática, diciendo que haría lo posible por ayudarme, tan pronto como sus ocupaciones se lo permitieran. Pero uno de sus colegas, conocido como el alguacil, se adelantó para contarme una historia triste que le había pasado de verdad a un amigo suyo quien, luego de que un hacendado alemán de la capital le tomara fotografías, había cogido una fiebre muy alta de la cual murió, dejando a la viuda y muchos niños sin subsistencia asegurada. Me pidió por ello posponer la cosa hasta el mes próximo. El nuevo alcalde tomaría entonces el riesgo, según él, de negociar con el hombre de los grandes anteojos, tal como me habían bautizado por el lente de la cámara fotográfica.

Logré finalmente conseguir que el nuevo alcalde prometiera prestarme su ayuda. Envió a un cabo, acompañado por seis soldados armados, a buscar a dos individuos que me ofrecieron como objeto de experimentación. Después supe que estos, a quienes el alcalde había recordado con benevolencia en primera instancia, eran los peores enemigos que él tenía en la ciudad. Pude medir a uno de ellos que parecía un condenado a cadena perpetua y cuando puse la cabeza debajo del trapo negro de la cámara para fotografiarlo, su compañero, con un arriesgado salto, se tiró por la ventana desapareciendo en el bosque cercano. Ni ese día ni los próximos logré conseguir a otro voluntario.

La gente estaba tan irritada que el alcalde no quiso arriesgar su autoridad por ayudarme. Poco después hice el intento de fotografiar sus hermosas danzas con bastones al aire libre, pero me amenazaron con reprimendas en azteca y con la posibilidad de recibir una paliza, por lo que quedé muy contento de salir ileso y de que la cámara no resultara dañada. En esta danza, al igual que en todos sus festejos –aunque nunca en los religiosos–, la mayoría estaba ebria pero pacífica a pesar de su condición aventurada. Salí a la plaza pensando en tomar una imagen de las mujeres que allí vendían y compraban, pero al verme colocaron sus cestos sobre la cabeza y se dispersaron como un enjambre de gorriones.

Sienten temor, según sus propias palabras, a ser pintados por la cámara porque poseen la creencia de que mediante la foto se les roba algo que pertenece a su interior. Es el tounal (fuerza, espíritu protector) lo que temen perder. Piensan que esta parte mística de sí mismos que, según creen, aparece representada en la fotografía la llevan los hombres blancos a zonas lejanas con fines desconocidos e incomprensibles, pero malignos y que, por medio de brujerías, les ocasionarían desgracias. Cuando los tepehuanos del nordeste de México miraban sus fotos solían decir: “¡Estos sinvergüenzas, personas insolentes que vienen a nuestras comunidades, pura y simplemente para robarnos nuestras almas!” Es indudable que obligarlos a fotografiarse les causa gran sufrimiento psíquico.

Una muchacha de Nahuizalco, que parecía tomarlo desde el punto de vista práctico, me respondió una vez que logré convencerla para que me dejase sacarle una fotografía: “¿Por qué debería dejarte que me quitases mi sombra por un peso cuando de regreso a tu isla quizás la vendas por varios cientos?”

Finalmente comprendí que me resultaría casi imposible realizar el trabajo antropométrico en esta comunidad y decidí posponerlo para otra ocasión. Sin embargo, este lugar parecía ser interesante y adecuado para recopilar el material lingüístico y etnográfico, que comencé a estudiar la lengua de sus habitantes, sus usos y costumbres, etcétera.

Los aztecas de El Salvador o pipiles viven casi exclusivamente de la agricultura, los huertos y la industria de la cestería. En las laderas de las montañas y en las gargantas de los valles de los alrededores de Nahuizalco, a una milla de distancia a la redonda, se extienden las parcelas cuadradas e irregulares, rodeadas de cercos formados por setos de piñas salvajes, de ciruelos del trópico (Spondias sp) o de arbustos espinosos (Erythrina). Y entre las arboledas de palmeras, árboles de naranja y de zapote se encuentran desparramadas las casas de los indígenas. En los campos se siembra maíz de formas y colores variados, diferentes clases de frijoles, plátano, caña de azúcar, yuca, piña, tomate, tabaco y gran variedad de granos básicos y otros cultivos. También muchas verduras europeas como la lechuga, la coliflor y los rábanos, entre otras, se han impuesto y se plantan todo el año. El maíz es la siembra tradicional de mayor importancia. Antes de que la tierra se parcelara, unos treinta años atrás, todos los habitantes de la aldea trabajaban el campo en forma conjunta y después se ofrendaba al dios del maíz. Para ello se reunían todos los trabajadores con sus herramientas y, dirigidos por los ancianos de la comunidad y los líderes, desfilaban por el campo al sonido de las flautas de bambú y de los tambores. Las mujeres los acompañaban cargando abundantes alimentos que preparaban al aire libre y chicha de maíz. Lo mismo se repetía cuando era la época de la cosecha. Parecía ser más una fiesta que un pesado trabajo y todos participaban con igual interés en la cosecha, que era propiedad comunal. El reparto de la tierra en todos estos países fue, sin excepciones, poco afortunado para los indígenas, quienes de improvisto debieron pasar de un sistema comunal a otro individualista, dando posibilidad a los blancos para introducirse y convertir a los indígenas en su fuerza de trabajo esclava.

Aún hoy, cuando llega la época de la siembra, los pipiles cuelgan guirnaldas de hojas multicolores de Tradenscatia versicolor –una planta comúnmente cultivada por nosotros– alrededor de sus dioses del maíz –ídolos de piedra pequeños y toscos– y por las noches encienden velas y les ofrecen incienso. Vi ídolos de piedra similares en los campos de maíz, a poca distancia de la iglesia católica construida en el siglo XVI en el altar de la propia ciudad de Nahuizalco, así como escondidos en grutas de los valles fluviales.

Cuando llega la época de las lluvias el cielo se cubre con nubes oscuras de lluvia y tormenta. Los indígenas salen entonces de sus casas en medio de la noche y se escuchan tocando unas trompetas fabricadas con caracoles para ahuyentar los huracanes del campo.

Las mujeres aztecas se distinguen en la preparación de cantidad de alimentos con base de maíz, tantos que es imposible contar o describir. El pan de maíz se amasa para cada comida y es superior al de trigo, tanto en sabor como en valor alimenticio. Sus huertos producen cada año una cantidad importante de vegetales y también la flora salvaje obsequia a la cocina azteca muchos productos valiosos y de buen sabor. Varias clases de flores con aroma delicado se utilizan para preparar comidas especiales. Existe aquí una gran variedad de abejas salvajes, cuya miel tiene aroma diferente. Además se hacen conservas de distinto tipo de frutas como los tamarindos, los jocotes (Spondias, una clase de ciruela ácida), los chilacayotes (una especie de calabaza grande, verde con pintas blancas) y otras. Los aztecas han domesticado dos clases de abejas, una del tamaño de una mosca y la otra del de un mosquito, y ambas se ven alojadas en campanas de cáscara de calabaza que cuelgan de las paredes de las casas. También aprovechan diferentes clases de hongos. En la costa se cultiva por lo general el cacao, aunque no tanto como antaño. Aquí, igual que entre los aztecas de México, el chocolate es una bebida muy apreciada.

Los niños tienen diferentes clases de juguetes. Las muñecas se confeccionan de junco o de madera. Tirando fuertemente de un cordón que se encuentra atado al trompo, este se echa a girar en el suelo y a veces tiene un clavo pequeño en la punta. También entre los pueblos xinca de Guatemala los niños usan esta misma clase de trompos.

En las regiones cálidas, las mujeres visten simplemente una falda de tela de algodón fina y lisa, enrollada al cuerpo en dos vueltas. Por lo general van desnudas de la cintura para arriba. En las aldeas de las montañas altas se utiliza también una especie de blusa (huepil) y en Izalco y Ataco es común un cinturón liso alrededor de la cintura. La vestimenta masculina consistía no hace mucho solo de un pequeño cinturón entre las piernas (mastate), pero actualmente siempre llevan pantalón y camisa de algodón blanco. Entre los xinca de Guatemala encontré el mastate aún en uso.

En la mayoría de las regiones de Centroamérica todas las pruebas de objetos artísticos de producción indígena han desaparecido. Sin embargo, entre los pipiles existía algo, pero se requería de mucho tiempo y era bastante difícil traer cualquier colección etnográfica, debido a que los nativos se niegan absolutamente a vender esos objetos a los extraños, por temor a que después los utilicen para embrujarlos. Debí inspeccionar sus casas escudándome en todos los pretextos imaginables, para poder persuadirlos de que me mostraran dichos objetos. Y muy rara vez pude realizar alguna compra inmediatamente, ya que debían llevarse a cabo verdaderos Consejos de familia para decidir algo tan importante como la venta de, por ejemplo, una vértebra de ciervo (sus dados) o un trompo. Mi intérprete, José Beltrán, debió regresar a menudo en el momento adecuado para finalizar la compra de lo que yo deseaba.

Entre los aztecas de El Salvador, así como en otros lugares de América donde hace siglos los españoles tienen sus iglesias, los sacerdotes han tratado por todos los medios de destruir las representaciones religiosas antiguas. En primer lugar, rechazaron a los ídolos, así como las prácticas culturales y costumbres que se relacionaban con aquellos y las ceremonias y danzas, entre otras. Diego García de Palacio, quien visitó El Salvador por encargo del rey de España en 1576, describe cómo los aztecas del lugar tenían las mismas creencias religiosas que los de México. Había grandes hechiceros y escribas que interpretaban los libros sagrados. El sacerdote más importante, tecti, llevaba una vestimenta larga y ancha de color azul índigo y lucía en su cabeza una diadema, en la que colocaba plumas verdes de quetzal (Trogon splendens), el pájaro sagrado. Tenían unos ídolos de piedra grandes y realizaban sacrificios humanos, arrancándoles a las víctimas el corazón y sosteniéndolo hacia el sol. La sangre se dejaba caer en cuatro puntos cardinales.

Los indígenas han aprendido a adorar a los santos de las iglesias católicas. Hace tiempo que han desaparecido los sacrificios humanos, así como otras ceremonias parecidas. Algunos de esos ídolos de piedra todavía existen y son adorados por los indígenas. Se les ofrenda flores, incienso y velas. Para acabar con esta competencia molesta, los sacerdotes han destruido, cuando han podido, dichos ídolos de piedra. En un lugar no muy lejano de Nahuizalco, el alcalde me mostró un ídolo gigantesco al lado de una antigua piedra de sacrificio que un sacerdote había hecho dinamitar pocos años antes. Al lado del camino que conduce a Nahuizalco hay, desde tiempos inmemoriales, una figura de piedra del tamaño de un hombre, al que se conoce como El Guardián o Señor del Camino. Poco antes de mi llegada, y por encargo del sacerdote, lo habían hecho rodar hasta el mar. Sin embargo, los indígenas lo buscaron y lo pusieron de nuevo en su antiguo lugar. El sacerdote ordenó entonces que lo tiraran a un precipicio donde, con toda seguridad, acabó por romperse.

La mayoría de los indígenas de Centroamérica se convirtió al cristianismo solo nominalmente. Fueron obligados a abandonar muchos de sus cultos antiguos, costumbres y ceremonias. Sin embargo, su visión del mundo es básicamente la misma que la de sus antepasados. Cuando los aztecas de El Salvador se santiguan en la iglesia, nombran a Dios con el nombre de Tuteco, lo que significa “poderoso”, “grande” o “muy apreciado” entre otros. Pero esta misma palabra la utilizan también para referirse al sol, hacia el que los ancianos se vuelven al amanecer con los brazos alzados para presentar sus ruegos y sus quejas. De igual manera se designa a los santos de madera de las iglesias y a los ídolos de piedra que se ponen en las grutas y en los campos de maíz. Y también a los que, vistiendo ropas multicolores, se pasean en grupos por los caminos, arrastrando gigantescas cruces de madera. La palabra Tuteco se utiliza, además, en el sentido de “señor de la casa” para dirigirse a cualquier persona de influencia entre los indígenas. Los campos y los bosques están habitados por seres inmateriales que dominan la naturaleza. Así como las personas tienen un Tuteco o espíritu protector, también lo tiene la mayoría de los animales, como el ciervo, el conejo o los cangrejos, y también el maíz y los demás cultivos.

Los hechiceros poseen un poder místico sobrenatural que les permite tomar por las noches la apariencia de diferentes animales: gatos, jaguares, cerdos, lechuzas y otros. La creencia en estas metamorfosis es generalizada y muy profunda, así como la convicción de que algunas personas pueden ocasionar enfermedades o desgracias. Esto suscita muchas veces desavenencias y en ocasiones el odio entre individuos o familias puede subsistir durante toda la vida. Algunas leyendas sombrías que pude recopilar entre estos indígenas testimonian lo antedicho. En ellas el protagonista es el hombre que se transforma en animal. Busqué infructuosamente en Nahuizalco durante mucho tiempo a algún joven que pudiera asistirme con diversas tareas. Cuando después de muchas molestias, y mediante un pago ventajoso, conseguí a un muchacho de 12 años tuve que prometerle a su madre que no lo transformaría en gato y que tampoco lo enviaría de regalo a mis compatriotas del otro lado del mar.

Y por las noches, para mayor seguridad, él tenía que ir a dormir a casa de sus padres. En mi cabalgata a Guatemala llevaba como guía y cargador a un indígena de unos 20 años, originario de Nahuizalco. El primer día me confesó, entre otras cosas, que estaba hechizado. Unos envidiosos le habían metido con malas artes una víbora en su estómago y desde entonces sufría de mala salud. Cuando llegamos a Comapa, el último pueblo azteca de la frontera, se le fue el valor y quiso romper su contrato conmigo. Finalmente, acabó por quejarse al Consejo del pueblo, que estaba conformado por puros indígenas, y les contó que no había podido dormir las últimas noches del temor que sentía de que yo me bajase de mi hamaca para dispararle un tiro o que lo enviase de regreso a Nahuizalco con la apariencia de gato. “¿Cómo va a reconocerme mi esposa?”, exclamó y comenzó a gemir y a llorar. A la mañana siguiente regresó a su casa y me suministraron, a cuenta de la comunidad ya que deseaban deshacerse de mí, otro guía para que me acompañase hasta el pueblo próximo. Allí logré convenir con unos indígenas quichés, que son más inteligentes, para que me acompañaran a la capital de Guatemala.

Entre las costumbres paganas que aún subsisten y que dan testimonio de la importancia religiosa de los cuerpos celestes, debe nombrarse en primer lugar la ruidosa ceremonia durante los eclipses de luna. Tan pronto como la sombra oscura se ve a un lado de la luna, las mujeres pipiles trasladan sus morteros de mano (unas piedras planas rectangulares) y martillean en ellas con rodillos de piedra. También se hace bulla de otras maneras; por ejemplo, haciendo ruido con ollas y tapas. Este alboroto se propaga de casa en casa. En los eclipses de luna creen ver una lucha y dicen que “el sol se quiere comer a la luna” y, como todos simpatizan con la luna, quieren ahuyentar al sol por medio del bullicio. Las mujeres se lamentan “pobre, pobre luna, qué enferma está, cómo sufre, dejen que la ayudemos”, y mientras tanto martillean. Si se llevase a cabo esta ceremonia en un pueblo cercano, cuya población fuese de indígenas y de ladinos, los primeros verían con amargura, casi con espanto, la irreligiosidad y la falta de compasión de los segundos por la luna. La virgen María es para la mayoría de los aztecas igual que la luna. Esta misma costumbre existía entre los pueblos indígenas más conocidos de Sudamérica, los altamente civilizados peruanos, quienes, cuando había un eclipse lunar, hacían barullo pegando a sus perros para que se lamentasen.

Los algonquinos, los indígenas iraquíes y los esquimales de Groenlandia tenían una costumbre idéntica.

Los pipiles observan determinadas reglas durante el oscurecimiento. Llenan de agua sus artesas rectangulares de jardín (batea) y ponen dentro una vela encendida. En el agua se ve el reflejo de la lucha entre el sol y la luna. Había escuchado que esto se hacía en un par de pueblos abajo, en el litoral montañoso y el día de Navidad de 1898, cuando se esperaba un eclipse de luna, cabalgué hasta la comunidad de Tepecoyo, ubicada en la cumbre de una montaña al lado del mar. No hubo, sin embargo, ningún eclipse aquel día, pero los indígenas me mostraron lo que acostumbraban a realizar en aquellas ocasiones. Según sus declaraciones, la imagen oculta del disco de la luna se refleja en el agua iluminada por la luna como si fuera un animal oscuro, un gato que se mantiene en continuo movimiento.

Poco después de mi llegada a Nahuizalco, los indígenas de allí celebraron su fiesta del primero de noviembre en memoria de los muertos. El día anterior había en todos los cementerios del pueblo grupos de mujeres y niños. Limpiaban las fosas, localizadas hacia el este y el oeste, y ordenaban las piedras de alrededor. Después se cubrían las tumbas con las flores anaranjadas de los muertos, una clase de tagetes. Por la noche todos los habitantes de la comunidad se encontrarían en el cementerio para comer, beber y danzar.

Sin embargo llovió, así que la mayoría se quedó en su casa y solo llegaron unos doscientos. Estos se reunieron junto a un cobertizo de bambú, en el que se desarrolló la danza de parejas (tiutíat), que realizaron dos hombres al ritmo de las flautas de bambú y del tambor. Comieron tamales de pavo calientes, envueltos en hojas de plátano y bebieron hidromiel de maíz (chicha). En todas las viviendas del pueblo se festejó de igual manera. En los altares de cada casa había una mesa o un tronco cubierto con una estera de junco multicolor. Allí habían puesto bebida y comida para los muertos. Alrededor de los altares colgaban guirnaldas hechas con las flores amarillas de los muertos, con las hojas relucientes y multicolores del Tradescantia zebrina y con las bandas brácteas de tono rojo fuego del Poinsettia pulcherrima. En los altares había plátanos, zapotes, chirimoyas, naranjas, granos de cacao y cestos llenos de tortillas y tamales, otras comidas derivadas del maíz y una vasija con chocolate e incienso encendido que esparcía su olor por el cuarto. A los invitados a la fiesta no les permitían tocar nada de eso. Tanto afuera en los cementerios como en los altares de las casas se oían los cantos y lamentos de las mujeres entremezclados con sus llantos.

En caso de defunción, envuelven al muerto en una estera de junco y lo ubican en una camilla liviana cargada de hombros hasta el cementerio. Junto con el cuerpo entierran vasijas con comida y utensilios, pero esta costumbre está tendiendo a desaparecer.

Grandes extensiones se encuentran despobladas, especialmente los pueblos nómadas. Y en otras zonas en donde, como ya se ha dicho predomina lo español, la cultura indígena tradicional que aún existe en algunos estados está amenazada por un rápido y completo aniquilamiento. El canal de Nicaragua, que pronto convertirá a los estadounidenses en los amos de los países centroamericanos, va a acelerar dicho proceso. La influencia anglosajona y la germánica resultan cada vez más visibles en aquellos países que poseen riquezas naturales de importancia y ya se han construido ferrocarriles que recorren la zona en varias direcciones. Todo señala que ha sonado la última campanada para los pueblos nativos americanos y que solo queda un tiempo limitado para tratar de salvar los últimos restos de la cultura primitiva que todavía existen.

  • La versión completa del artículo se publicó en la edición de junio de 2001 de la revista Mesoamérica. Las imágenes forman parte de la colección del MUPI.

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Giro decolonial, teoría crítica y pensamiento heterárquico

Giro decolonial, teoría crítica y pensamiento heterárquico

Este volumen reúne una serie de trabajos nacidos y crecidos en el interior del
grupo de investigación que, parafraseando a Arturo Escobar, denominamos
“Proyecto latino/latinoamericano modernidad/colonialidad” (Escobar, 2004).

Para dar una idea a los lectores de los intereses teórico-prácticos de este grupo
y de los artículos aquí presentados, ofreceremos primero una breve reseña
de su trayectoria, comentando después algunas de las categorías claves que
guían su quehacer investigativo. En este punto introduciremos la categoría
‘decolonialidad’, utilizada en el sentido de giro decolonial, desarrollada originalmente por el filósofo puertorriqueño Nelson Maldonado-Torres (2006), que, como tendremos oportunidad de argumentar, complementa la categoría ‘descolonización’, utilizada por las ciencias sociales de finales del siglo XX.

EL GRUPO MODERNIDAD/COLONIALIDAD

Hacia el año de 1996, el sociólogo peruano Aníbal Quijano se encontraba
vinculado a la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY), en la ciudad
de Binghamton, trabajando junto con su colega norteamericano Immanuel
Wallerstein, por ese entonces director del Centro Ferdinand Braudel en París.
Tanto Quijano como Wallerstein se habían hecho un nombre internacional
durante los años setenta: el primero como colaborador activo del grupo de
pensadores latinoamericanos asociados a la ‘teoría de la dependencia’, y el segundo como fundador de uno de los enfoques más innovadores de la sociología occidental en aquella época: el análisis del sistema-mundo.

Quijano daba conferencias y seminarios en el Departamento de Sociología de SUNYBinghamton y participaba en los seminarios organizados por el “Coloniality Working Group”, dirigido por Kelvin Santiago, un sociólogo puertorriqueño que —al igual que sus compatriotas Ramón Grosfoguel (profesor de Sociología) y Agustín Lao-Montes (estudiante doctoral)— se encontraba trabajando en aquel entonces en el mismo departamento. De ese grupo también formaba parte la pensadora afro-caribeña Sylvia Wynters, muy conocida en los Estados Unidos por su trabajo sobre las herencias coloniales.

En el año de 1998, Edgardo Lander (sociólogo radicado en Venezuela), por
un lado, y Ramón Grosfoguel y Agustín Lao-Montes (ambos activos en la Universidad Estatal de New York), por el otro, organizaron talleres independientes uno de otro pero ambos apuntando en la misma dirección. Desde la Universidad Central de Venezuela y con el apoyo de la CLACSO, Edgardo organizó en Caracas un evento al cual fueron invitados Mignolo, Escobar, Quijano, Dussel y Coronil. De ese evento salió uno de los libros más importantes producidos hasta el momento por el grupo: La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales, editado por Lander y publicado en Buenos Aires en el año 2000.

Por su parte, Ramón y Agustín organizaron en Binghamton el congreso
internacional Transmodernity, historical capitalism, and coloniality: a postdisciplinary dialogue, al cual, además de Quijano y Wallerstein, fueron invitados el filósofo argentino Enrique Dussel y el semiólogo, también argentino, Walter Mignolo. Dussel era conocido en América Latina por ser uno de los fundadores de la “filosofía de la liberación” en los años setenta, mientras que Mignolo empezaba a ser reconocido en el creciente círculo de los estudios poscoloniales a raíz de su libro The Darker Side of the Renaissance.

Fue en este congreso en donde Dussel, Quijano y Mignolo se reunieron por primera vez para discutir su enfoque de las herencias coloniales en América Latina, en diálogo con el análisis del sistema-mundo de Wallerstein.
Al año siguiente, el grupo de Binghamton organizó el evento Historial Sites
of Colonial Disciplinary Practices: The Nation-State, the Bourgeois Family and the Enterprise, en donde se abrió el diálogo con las teorías poscoloniales de Asia, África y América Latina. En este evento participaron Vandana Swami, Chandra Mohanty, Zine Magubane, Sylvia Winters, Walter Mignolo, Aníbal Quijano y el antropólogo venezolano Fernando Coronil. Este acercamiento entre el análisis del sistema-mundo y las teorías latinoamericanas sobre la colonialidad continuó en marzo de 2000, cuando Ramón Grosfoguel organizó en Boston la conferencia correspondiente a la edición número 24 del PEWS (Political Economy of the World-System), invitando a los filósofos colombianos Santiago Castro-Gómez y Oscar Guardiola Rivera, del Instituto Pensar de la Universidad Javeriana.

Fruto de este encuentro es el libro The Modern/Colonial/
Capitalist World-System in the Twentieth Century, editado en el año
2002 por Ramón Grosfoguel y Ana Margarita Cervantes-Rodríguez.
Paralelamente al desarrollo arriba descrito se estaba formando un nuevo
nodo de la red en Colombia, gracias a la actividad iniciada por Santiago Castro-Gómez en el Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar. Junto
con Oscar Guardiola, y con el apoyo de la Pontificia Universidad Javeriana,
Santiago organiza en agosto de 1999 el Simposio Internacional “La reestructuración de las ciencias sociales en los países andinos”.

Este evento sirvió como catalizador de todo lo que venía ocurriendo en los otros nodos de la red, pues fue a partir de allí que se firmó un convenio de cooperación académica entre la Universidad Javeriana de Bogotá, Duke University, University of North Carolina y la Universidad Andina Simón Bolívar de Quito para organizar actividades y publicaciones en torno al tema de las geopolíticas del conocimiento y la colonialidad del poder.

Además de Mignolo, Lander, Coronil, Quijano, Castro-Gómez y Guardiola, en el evento de Bogotá participaron dos personas que se unirían a este grupo transdisciplinario y plurinacional: la semióloga argentina Zulma Palermo y la romanista alemana Freya Schiwy. De ese evento resultaron dos libros que, junto con el de Lander, constituirían las primeras publicaciones del grupo: Pensar (en) los intersticios. Teoría y práctica de la crítica poscolonial (1999) y La reestructuración de las ciencias sociales en América Latina (2000), ambos editados por el Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar.

Para el año 2001 las cosas estaban ya maduras como para organizar un primer
encuentro grupal y discutir los avances realizados. El evento-reunión fue
organizado por Walter Mignolo en Duke University bajo el nombre Knowledge and the Known, del cual nació un dossier de la revista Nepantla, coordinado por Michael Ennis y Freya Schiwy. En el evento de Duke se unieron al grupo el teórico cultural boliviano Javier Sanjinés y la lingüista norteamericana Catherine Walsh, profesora de la Universidad Andina Simón Bolívar, quien fue precisamente la encargada de organizar la segunda reunión grupal en el año 2002 en la ciudad de Quito. Además de establecerse un diálogo entre los miembros del grupo con intelectuales indígenas y afroamericanos del Ecuador, la reunión produjo el libro Indisciplinar las ciencias sociales. Geopolíticas del conocimiento y colonialidad del poder, editado por Catherine Walsh, Freya Schiwy y Santiago Castro-Gómez, y publicado por la editorial Abya-Yala de Quito.

La tercera reunión tuvo lugar en la Universidad de California (Berkeley), organizada en el año 2003 por Ramón Grosfoguel y José David
Saldívar. Allí se unió al grupo el filósofo puertorriqueño Nelson Maldonado-Torres, quien, junto con Ramón y José David, trabajó en la edición del libro que será publicado como fruto de esa reunión: Unsettling Postcoloniality: Coloniality, Transmodernity and Border Thinking (Duke University Press, 2007).

La cuarta reunión se celebró en abril de 2004 en la Universidad de California, en Berkeley, tras la cual se publicaron dos volúmenes: el libro titulado Latin@s in the World-System: Decolonization Struggles in the 21st Century US Empire (Paradigm Press, 2005), y el volumen editado por Ramón Grosfoguel en una revista académica dirigida por Immanuel Wallerstein, titulado From Postcolonial Studies to Decolonial Studies (Review, Vol. XIX, No. 2, 2006). Esta conferencia, organizada por Ramón Grosfoguel, Nelson Maldonado-Torres y José David Saldívar, tuvo como tema principal la descolonización del imperio norteamericano en el siglo XXI. Allí el grupo modernidad/colonialidad comenzó un diálogo con el filósofo afro-caribeño Lewis Gordon (presidente de la Asociación de Filosofía del Caribe) y con el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, uno de los organizadores y teóricos más importantes del Foro Social Mundial.

La quinta reunión fue organizada unos meses después, en junio de 2004, por Arturo Escobar y Walter Mignolo, en las ciudades de Chapel Hill (Universidad de Carolina del Norte) y Durham (Duke University), bajo el nombre “Teoría crítica y decolonialidad”. De ella saldrá este año (2006) un número de la revista Cultural Studies —editada por Larry Grossberg—, coordinado por Mignolo/Escobar, titulado Globalization and Decolonial Thinking.

Finalmente, la sexta reunión, llamada Mapping the Decolonial Turn (título que llevará el libro que se editará de esta conferencia), se organizó de nuevo en Berkeley, en abril de 2005, fue liderada esta vez por Nelson Maldonado-Torres, coordinada junto con Ramón y José David, y contó con la participación de miembros de la Asociación Filosófica Caribeña y de
un grupo de intelectuales latinoamericanos, afro-americanos y chicanos.

Una nueva reunión tuvo lugar en julio de 2006, en la ciudad de Quito, organizada por Catherine Walsh.

Las actividades y publicaciones mencionadas son producto de la actividad
del grupo; pero también es preciso destacar las contribuciones individuales de
algunos de sus miembros, que han resultado claves para generar el lenguaje
común que los lectores podrán identificar en este volumen. Nos referimos a
libros como El encubrimiento del otro. Origen del mito de la modernidad (1992), de Enrique Dussel; The Darker Side of the Renaissance (1995) e Historias locales / Diseños globales (2002), de Walter Mignolo; Modernidad, identidad y utopía en América Latina (1988) y artículos seminales como “Colonialidad y Modernidad/Racionalidad” o “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”, de Aníbal Quijano; La invención del Tercer Mundo (1999) y El final del Salvaje (2000), de Arturo Escobar; The Magical State (1999), de Fernando Coronil; La ciencia y la tecnología como asuntos políticos (1994), de Edgardo Lander; Colonial Subjects (2003), de Ramón Grosfoguel; y Crítica de
la razón latinoamericana (1996) y La hybris del punto cero (2005), de Santiago Castro-Gómez.

Es necesario decir que el grupo modernidad/colonialidad no se especializa
sólo en publicar libros dirigidos a expertos, sino que participa también en varios proyectos académico-políticos. Algunos de sus miembros se encuentran
vinculados con el movimiento indígena en Bolivia y Ecuador, y otros organizan actividades en el marco del Foro Social Mundial. En el último Foro Mundial de Caracas el grupo coordinó tres paneles bajo el título “Decolonialidad del saber: saberes otros, revoluciones otras”.

En Berkeley, el grupo se articula con activistas chicanos/as en torno a proyectos culturales, epistémicos y políticos, y en el Caribe con los movimientos negros.

Por último, es necesario señalar que la red modernidad/colonialidad cuenta
en este momento con una buena cantidad de jóvenes investigadores e investigadoras que han incorporado ya la perspectiva decolonial en sus estudios.

Uno de los objetivos de este libro es, precisamente, dar a conocer algunos de
estos trabajos. Nos referimos concretamente a los textos de Carolina Santamaría, Juan Camilo Cajigas-Rotundo, Fernando Garcés, Mónica Espinosa y Juliana Flórez-Flórez, ellos y ellas vinculados a proyectos de investigación que se desarrollan actualmente en Colombia, Ecuador y los Estados Unidos.

Estas y otras personas conforman lo que ya podríamos llamar una ‘segunda
generación’ del grupo modernidad/colonialidad, que en el futuro inmediato
seguirá creciendo gracias al fortalecimiento de programas académicos, como
el Doctorado en Estudios Culturales de la Universidad Andina Simón Bolívar
(Quito), la Maestría en Estudios Culturales de la Universidad Javeriana (Bogotá), la Maestría en Investigación sobre Problemas Sociales Contemporáneos del IESCO (Bogotá), y el Seminario-Taller “Fábrica de Idéias” (Salvador de Bahía, Brasil). Es en estos ‘laboratorios de investigación’ en donde se están formando las nuevas generaciones críticas de la modernidad/colonialidad, cuyas voces estaremos escuchando, sin duda, dentro de muy poco.1
1 Véase, por ejemplo, el número especial de la revista Nómadas (26, 2007), que será publicado por el Instituto de Estudios Sociales Contemporáneos IESCO, dedicado al tema “Biopolítica y colonialidad”, en el que se incluirán algunos trabajos de estos nuevos investigadores.

DECOLONIALIDAD Y COLONIALIDAD GLOBAL

Presentaremos ahora una somera descripción de los conceptos, los debates
teóricos y las intervenciones epistémicas en las cuales se ha venido involucrando el grupo latino/latinoamericano modernidad/colonialidad durante los últimos años. En este contexto cabe resaltar el uso de las categorías ‘decolonialidad’ y ‘colonialidad del poder’, así como los debates entablados con algunas corrientes de pensamiento social, tales como la teoría de la dependencia, el análisis del sistema-mundo, el marxismo contemporáneo y los estudios poscoloniales.

El concepto ‘decolonialidad’, que presentamos en este libro, resulta útil
para trascender la suposición de ciertos discursos académicos y políticos,
según la cual, con el fin de las administraciones coloniales y la formación de
los Estados-nación en la periferia, vivimos ahora en un mundo descolonizado
y poscolonial. Nosotros partimos, en cambio, del supuesto de que la división internacional del trabajo entre centros y periferias, así como la jerarquización étnico-racial de las poblaciones, formada durante varios siglos de expansión colonial europea, no se transformó significativamente con el fin del colonialismo y la formación de los Estados-nación en la periferia.

Asistimos, más bien, a una transición del colonialismo moderno a la colonialidad global, proceso que ciertamente ha transformado las formas de dominación desplegadas por la modernidad, pero no la estructura de las relaciones centro-periferia a escala mundial. Las nuevas instituciones del capital global, tales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), así como organizaciones militares como la OTAN, las agencias de inteligencia y el Pentágono, todas conformadas después de la Segunda Guerra Mundial y del supuesto fin del colonialismo, mantienen a la periferia en una posición subordinada.

El fin de la guerra fría terminó con el colonialismo de la modernidad, pero dio inicio al proceso de la colonialidad global. De este modo, preferimos hablar del ‘sistema-mundo europeo/euro-norteamericano capitalista/patriarcal moderno/colonial’ (Grosfoguel, 2005) y no sólo del ‘sistema-mundo capitalista’, porque con ello se cuestiona abiertamente el mito de la descolonialización y la tesis de que la posmodernidad nos conduce a un mundo ya desvinculado de la colonialidad.

Desde el enfoque que aquí llamamos ‘decolonial’, el capitalismo
global contemporáneo resignifica, en un formato posmoderno, las
exclusiones provocadas por las jerarquías epistémicas, espirituales, raciales/étnicas y de género/sexualidad desplegadas por la modernidad.

De este modo, las estructuras de larga duración formadas durante los siglos XVI y XVII continúan jugando un rol importante en el presente.
ESTUDIOS POSCOLONIALES Y ANÁLISIS DEL SISTEMA-MUNDO: UN LLAMADO AL DIÁLOGO DESDE LA DECOLONIALIDAD

Una perspectiva ‘decolonial’ podría modificar y complementar algunas suposiciones del análisis del sistema-mundo y de los ‘postcolonial studies’ anglosajones.2
2 Introducimos aquí una distinción temática y epistémica entre la perspectiva de los estudios poscoloniales anglosajones (“Postcolonial Studies”) y la perspectiva de los estudios poscoloniales latino/latinoamericanos, que identificamos en este libro como una “perspectiva decolonial”.

La mayoría de los análisis del sistema-mundo se enfocan en cómo
la división internacional del trabajo y las luchas militares geopolíticas son
constitutivas de los procesos de acumulación capitalista a escala mundial. El
análisis del sistema-mundo ha desarrollado el concepto de ‘geocultura’ para referirse a las ideologías globales. Sin embargo, creemos que este concepto se mueve todavía dentro del paradigma marxista de infraestructura/superestructura.

Por razones que desarrollaremos a continuación, creemos que el ámbito discursivo/simbólico que establece una división entre poblaciones blancas y no-blancas no es una ‘geocultura’ en el sentido de Wallerstein, sino que es un ámbito constitutivo de la acumulación de capital a escala mundial desde el siglo XVI. Es decir que no se trata de un ámbito ‘superestructural’,
derivado de las estructuras económicas, sino que forma con éstas una ‘heterarquía’, es decir, la articulación enredada (en red) de múltiples regímenes de poder que no pueden ser entendidas desde el paradigma marxista (Kontopoulos,1993).

La literatura anglosajona poscolonial comparte con el enfoque de sistema-
mundo una crítica al desarrollismo, a las formas eurocéntricas de
conocimiento, a la desigualdad entre los géneros, a las jerarquías raciales
y a los procesos culturales/ideológicos que favorecen la subordinación de
la periferia en el sistema-mundo capitalista. Ambos enfoques comparten
también la crítica a lo que Leopoldo Zea, parafraseando a Rodó, llamó la ‘nordomanía’; esto es, el esfuerzo de las elites criollas de la periferia para imitar los modelos de desarrollo provenientes del norte, mientras reproducían las antiguas formas de colonialismo (Zea, 1986, pp. 16-17).

La caracterización de la periferia como sociedades ‘del pasado’, ‘premodernas’ o ‘subdesarrolladas’, por parte de las elites criollas latinoamericanas de descendencia europea, sirvió para justificar la subordinación de los Estados-nación poscoloniales al despliegue del capital internacional durante los siglos XIX y XX; proceso que continúa hasta hoy.

Sostenemos que la ‘nordomanía’ de la que habla Zea conlleva lo que Johannes
Fabian (1983) llamó la negación de la coetaneidad en el tiempo. La
negación de la simultaneidad epistémica, esto es, la coexistencia en el tiempo y el espacio de diferentes formas de producir conocimientos crea un doble mecanismo ideológico. En primer lugar, al no compartir el mismo tiempo histórico y vivir en diferentes espacios geográficos, el destino de cada región es concebido como no relacionado con ningún otro.

En segundo lugar, Europa/Euro-norteamérica son pensadas como viviendo una etapa de desarrollo (cognitivo, tecnológico y social) más ‘avanzada’ que el resto del mundo, con lo cual surge la idea de superioridad de la forma de vida occidental sobre todas las demás. Así, Europa es el modelo a imitar y la meta desarrollista era (y sigue siendo) ‘alcanzarlos’.

Esto se expresa en las dicotomías civilización/barbarie, desarrollado/subdesarrollado, occidental/no-occidental, que
marcaron categorialmente a buena parte de las ciencias sociales modernas.
Decimos, entonces, que el enfoque del sistema-mundo proporciona una crítica
radical a estas ideologías desarrollistas europeas, y que la crítica poscolonial
proporciona también una crítica radical de los discursos del ‘orientalismo’
y el ‘occidentalismo’ que han postulado a los pueblos no-europeos como los
‘otros’ inferiores.

Sin embargo, los puntos de vista críticos de ambos enfoques hacen énfasis
en diferentes determinantes. Mientras que la crítica de los ‘postcolonial studies’ hace énfasis en el ‘discurso colonial’, el enfoque del sistema-mundo señala la interminable e incesante acumulación de capital a escala mundial como la determinación en ‘última instancia’. Mientras que las críticas poscoloniales enfatizan la agencia cultural de los sujetos, el enfoque del sistema-mundo hace énfasis en las estructuras económicas. Con todo, algunos investigadores de la teoría poscolonial anglosajona, como Gayatri Spivak (1988), reconocen la importancia de la división internacional del trabajo como constitutiva del sistema capitalista, mientras que otros investigadores del sistema-mundo, como Immanuel Wallerstein (1991a, 1991b), reconocen la importancia de los discursos racistas y sexistas como inherentes al capitalismo histórico.

Sin embargo, en general, los dos campos todavía están divididos entre las
oposiciones binarias discurso/economía y sujeto/estructura. En parte esto
es una herencia de las ‘dos culturas’ que dividen a las ciencias (naturales y
sociales) de las humanidades, división basada en el dualismo cartesiano mente/cuerpo.

Con muy pocas excepciones, la gran mayoría de los teóricos poscoloniales
de los Estados Unidos provienen de campos humanísticos como la literatura, la historia y la filosofía, y sólo un pequeño número de ellos proviene de las ciencias sociales, en particular de la antropología. Por otra parte, los investigadores del sistema-mundo provienen sobre todo de ciencias sociales como la sociología, la antropología, la ciencia política y la economía. Algunos pocos provienen de la historia, quienes tienden a tener más afinidad con el enfoque del sistema-mundo, y casi ninguno proviene de la literatura o la filosofía.

Hemos señalado las disciplinas que predominan en ambos enfoques
porque creemos que estas fronteras disciplinarias explican algunas de las diferencias teóricas entre ellos.

La crítica que proviene de los estudios culturales y de los ‘postcolonial
studies’ caracteriza al sistema-mundo moderno/colonial como un sistema
de significaciones culturales. Creen que ámbitos semióticos tales como los
imaginarios massmediáticos y los ‘discursos sobre el otro’ son un elemento
sobredeterminante de las relaciones económico-políticas del sistema capitalista, y que la lucha por la hegemonía social y política del sistema pasa necesariamente por el control de esos códigos semióticos.

Para ellos, las relaciones económicas y políticas no tienen sentido en sí mismas, sino que adquieren sentido para los actores sociales desde espacios semióticos específicos (o ‘epistemes’).

Por el contrario, la mayoría de los investigadores del sistemamundo
hacen énfasis en las relaciones económicas a escala mundial como
determinantes del sistema-mundo capitalista. Para ellos, los imaginarios,
los discursos y las epistemes son ámbitos derivados de los procesos de acumulación capitalista. El hecho es que los teóricos del sistema-mundo tienen dificultades para pensar la cultura, mientras que los teóricos anglosajones de la poscolonialidad tienen dificultades para conceptuar los procesos político-económicos. Muchos investigadores del sistema-mundo reconocen la importancia del lenguaje y los discursos, pero no saben qué hacer con ellos o cómo articularlos al análisis de la economía política sin reproducir un economicismo vulgar. De igual forma, muchos investigadores del poscolonialismo reconocen la importancia de la economía política, pero no saben cómo integrarla al análisis cultural sin reproducir un culturalismo vulgar.

De este modo, ambas corrientes fluctúan entre los peligros del reduccionismo económico y los desastres del reduccionismo culturalista.

Desde la perspectiva decolonial manejada por el grupo modernidad/colonialidad, la cultura está siempre entrelazada a (y no derivada de) los procesos de la economía-política. Al igual que los estudios culturales y poscoloniales, reconocemos la estrecha imbricación entre capitalismo y cultura. El lenguaje, como bien lo han mostrado Arturo Escobar (2000) y Walter Mignolo (1995), ‘sobredetermina’, no sólo la economía sino la realidad social en su conjunto.

Sin embargo, los estudios culturales y poscoloniales han pasado por alto que
no es posible entender el capitalismo global sin tener en cuenta el modo como
los discursos raciales organizan a la población del mundo en una división
internacional del trabajo que tiene directas implicaciones económicas: las
‘razas superiores’ ocupan las posiciones mejor remuneradas, mientras que
las ‘inferiores’ ejercen los trabajos más coercitivos y peor remunerados.

Es decir que, al igual que los estudios culturales y poscoloniales, el grupo modernidad/colonialidad reconoce el papel fundamental de las epistemes, pero les otorga un estatuto económico, tal como lo propone el análisis del sistemamundo.

Quijano, por ejemplo, ha mostrado que la dominación y explotación
económica del Norte sobre el Sur se funda en una estructura etno-racial de
larga duración, constituida desde el siglo XVI por la jerarquía europeo vs.
no-europeo. Éste realmente ha sido el ‘punto ciego’, tanto del marxismo como
de la teoría poscolonial anglosajona (Castro-Gómez, 2005a).

De ahí que una implicación fundamental de la noción de ‘colonialidad del
poder’ es que el mundo no ha sido completamente descolonizado. La primera
descolonialización (iniciada en el siglo XIX por las colonias españolas y seguida en el XX por las colonias inglesas y francesas) fue incompleta, ya que se limitó a la independencia jurídico-política de las periferias.

En cambio, la segunda descolonialización —a la cual nosotros aludimos con la categoría decolonialidad— tendrá que dirigirse a la heterarquía de las múltiples relaciones raciales, étnicas, sexuales, epistémicas, económicas y de género que la primera descolonialización dejó intactas.

Como resultado, el mundo de comienzos del siglo XXI necesita una decolonialidad que complemente la descolonización llevada a cabo en los siglos XIX y XX. Al contrario de esa descolonialización, la decolonialidad es un proceso de resignificación a largo plazo, que no se puede reducir a un acontecimiento jurídico-político (Grosfoguel,2005).

Todavía necesitamos desarrollar un nuevo lenguaje que dé cuenta de los
complejos procesos del sistema-mundo capitalista/patriarcal moderno/colonial sin depender del viejo lenguaje heredado de las ciencias sociales decimonónicas.

Por ejemplo, el hecho de que en la perspectiva del análisis del
sistema-mundo se caracterice el capitalismo como una ‘economía-mundo’
lleva a muchos a pensar que las estructuras de dominio poseen una lógica
exclusivamente económica. El mismo Wallerstein reconoce que el lenguaje
que utiliza en sus análisis todavía se encuentra atrapado en el lenguaje de la ciencia social del siglo XIX.

Proporcionar un lenguaje alternativo es uno de los desafíos teóricos más grandes que tenemos ahora. Debemos entender que el capitalismo no es sólo un sistema económico (paradigma de la economíapolítica) y tampoco es sólo un sistema cultural (paradigma de los estudios culturales/poscoloniales en su vertiente ‘anglo’), sino que es una red global de poder, integrada por procesos económicos, políticos y culturales, cuya suma mantiene todo el sistema.

Por ello, necesitamos encontrar nuevos conceptos y un nuevo lenguaje que dé cuenta de la complejidad de las jerarquías de género, raza, clase, sexualidad, conocimiento y espiritualidad dentro de los procesos geopolíticos, geoculturales y geoeconómicos del sistema-mundo.

Con el objeto de encontrar un nuevo lenguaje para esta complejidad, necesitamos buscar ‘afuera’ de nuestros paradigmas, enfoques, disciplinas y campos de conocimientos. Necesitamos entrar en diálogo con formas no occidentales de conocimiento que ven el mundo como una totalidad en la que todo está relacionado con todo, pero también con las nuevas teorías de la complejidad (véanse las contribuciones de Walsh, Cajigas y Castro-Gómez en este volumen). En pocas palabras: necesitamos avanzar hacia lo que el sociólogo griego Kyriakos Kontopoulos denominó pensamiento heterárquico (1993).

El pensamiento heterárquico es un intento por conceptualizar las estructuras sociales con un nuevo lenguaje que desborda el paradigma de la ciencia social eurocéntrica heredado desde el siglo XIX. El viejo lenguaje es para sistemas cerrados, pues tiene una lógica única que determina todo lo demás desde una sola jerarquía de poder.

Por el contrario, necesitamos un lenguaje capaz de pensar los sistemas de poder como una serie de dispositivos heterónomos vinculados en red. Las heterarquías son estructuras complejas en las que no existe un nivel básico que gobierna sobre los demás, sino que todos los niveles ejercen algún grado de influencia mutua en diferentes aspectos particulares y atendiendo a coyunturas históricas específicas.

En una heterarquía, la integración de los elementos disfuncionales al sistema
jamás es completa, como en la jerarquía, sino parcial, lo cual significa que en
el capitalismo global no hay lógicas autónomas ni tampoco una sola lógica
determinante ‘en última instancia’ que gobierna sobre todas las demás, sino
que más bien existen procesos complejos, heterogéneos y múltiples, con
diferentes temporalidades, dentro de un solo sistema-mundo de larga duración.
En el momento en que los múltiples dispositivos de poder son considerados
como sistemas complejos vinculados en red, la idea de una lógica ‘en
última instancia’ y del dominio autónomo de unos dispositivos sobre otros desaparece.

MÁS ALLÁ DEL PARADIGMA DE LA DEPENDENCIA

En América Latina, muchos dependentistas (teóricos de los años setenta
vinculados a la ‘escuela de la dependencia’ en la economía política latinoamericana) privilegiaban las relaciones económicas y políticas en los procesos sociales a costa de las determinaciones culturales e ideológicas.

La ‘cultura’ era considerada por la escuela dependentista como instrumental para los procesos de acumulación capitalista. En muchos aspectos, los dependentistas reproducían el reduccionismo económico de los enfoques marxistas ortodoxos. Esto condujo a dos problemas: primero, a subestimar el papel de lo simbólico en la conformación de las jerarquías moderno/coloniales y, segundo, a un empobrecimiento analítico que no podía dar cuenta de las complejidades de los procesos heterárquicos del sistema-mundo.

Para la mayoría de los dependentistas, la ‘economía’ era la esfera privilegiada del análisis social. Categorías tales como ‘género’ y ‘raza’ eran frecuentemente ignoradas, y cuando se usaban eran reducidas a la ‘clase’ o a los ‘intereses económicos de la burguesía’.

Las ideas de Aníbal Quijano representaron una de las pocas excepciones a este enfoque. Su teoría de la ‘colonialidad del poder’ busca integrar las múltiples jerarquías de poder del capitalismo histórico como parte de un mismo proceso histórico-estructural heterogéneo. Al centro de la ‘colonialidad del poder’ está el patrón de poder colonial que constituye la complejidad de los procesos de acumulación capitalista articulados en una jerarquía racial/étnica global y sus clasificaciones derivativas de superior/inferior, desarrollo/subdesarrollo, y pueblos civilizados/bárbaros.

De igual modo, la noción de ‘colonialidad’ vincula el proceso de colonización
de las Américas y la constitución de la economía-mundo capitalista como
parte de un mismo proceso histórico iniciado en el siglo XVI. La construcción de la jerarquía racial/étnica global fue simultánea y contemporánea espaciotemporalmente con la constitución de una división internacional del trabajo organizada en relaciones centro-periferia a escala mundial.

Para Quijano no existe una ‘pre’ o un ‘pos’ de la jerarquía racial/étnica a escala mundial en relación con el proceso de acumulación capitalista. Desde la formación inicial del sistema-mundo capitalista, la incesante acumulación de capital se mezcló de manera compleja con los discursos racistas, homofóbicos y sexistas del patriarcado europeo. La división internacional del trabajo vinculó en red una serie de jerarquías de poder: etno-racial, espiritual, epistémica, sexual y de género. La expansión colonial europea fue llevada a cabo por varones heterosexuales
europeos. Por donde quiera que fueran, exportaban sus discursos y
formaban estructuras jerárquicas en términos raciales, sexuales, de género y
de clase. Así, el proceso de incorporación periférica a la incesante acumulación de capital se articuló de manera compleja con prácticas y discursos homofóbicos, eurocéntricos, sexistas y racistas.

En oposición al análisis del sistema-mundo desarrollado por Wallerstein,
lo que Quijano subraya con su noción de colonialidad es que no hay una sola lógica de acumulación capitalista que instrumentalice las divisiones étnico/ raciales y que preceda a la formación de una cultura eurocéntrica global. Al no tener en cuenta la creciente complejidad de las relaciones sociales, esta visión permanece atrapada en el viejo lenguaje de las ciencias sociales del siglo XIX.

Para Quijano, la relación entre los pueblos occidentales y no occidentales
estuvo siempre mezclada con el poder colonial, con la división internacional
del trabajo y con los procesos de acumulación capitalista. Además, Quijano
usa la noción de ‘colonialidad’ y no la de ‘colonialismo’ por dos razones
principales: en primer lugar, para llamar la atención sobre las continuidades históricas entre los tiempos coloniales y los mal llamados tiempos ‘poscoloniales’; y en segundo lugar, para señalar que las relaciones coloniales de poder no se limitan sólo al dominio económico-político y jurídico-administrativo de los centros sobre las periferias, sino que poseen también una dimensión epistémica, es decir, cultural.

El segundo problema de la subestimación dependentista de las dinámicas
culturales es que empobreció su propio enfoque político-económico.
Las estrategias simbólico/ideológicas, así como las formas eurocéntricas de
conocimiento, no son aditivas sino constitutivas de la economía política del
sistema-mundo capitalista. Así, por ejemplo, como bien lo vieron los teóricos poscoloniales, los Estados-nación metropolitanos desarrollaron estrategias ideológico/simbólicas en su sistema educativo y en sus estructuras jurídicas, al imponer un tipo de discurso ‘occidentalista’ que privilegiaba la cultura occidental sobre todas las demás.

Esto se puede observar claramente en los discursos desarrollistas que surgieron como una forma de conocimiento ‘científico’ durante los últimos sesenta años. Este conocimiento privilegió a ‘Occidente’ como modelo de desarrollo. El discurso desarrollista ofrece una receta colonial de cómo imitar a ‘Occidente’ (Escobar, 1999).

LA CRÍTICA AL EUROCENTRISMO

Un componente básico del grupo modernidad/colonialidad es la crítica de
las formas eurocéntricas de conocimiento. Según Quijano y Dussel, el eurocentrismo es una actitud colonial frente al conocimiento, que se articula de forma simultánea con el proceso de las relaciones centro-periferia y las jerarquías étnico/raciales.

La superioridad asignada al conocimiento europeo en muchas áreas de la vida fue un aspecto importante de la colonialidad del poder en el sistema-mundo. Los conocimientos subalternos fueron excluidos, omitidos, silenciados e ignorados. Desde la Ilustración, en el siglo XVIII, este silenciamiento fue legitimado sobre la idea de que tales conocimientos representaban una etapa mítica, inferior, premoderna y precientífica del conocimiento humano.

Solamente el conocimiento generado por la elite científica y filosófica de Europa era tenido por conocimiento ‘verdadero’, ya que era capaz de hacer abstracción de sus condicionamientos espacio-temporales para ubicarse en una plataforma neutra de observación. El ‘punto cero’ fue privilegiado de este modo como el ideal último del conocimiento científico (Castro-Gómez, 2005b).

Es necesario decir que la visibilización de los conocimientos ‘otros’ propugnada por el grupo modernidad/colonialidad no debe ser entendida como
una misión de rescate fundamentalista o esencialista por la ‘autenticidad
cultural’. El punto aquí es poner la diferencia colonial en el centro del proceso de la producción de conocimientos (Mignolo, 2000).

La ‘otredad epistémica’ de la que hablamos no debe ser entendida como una exterioridad absoluta que irrumpe, sino como aquella que se ubica en la intersección de lo tradicional y lo moderno. Son formas de conocimiento intersticiales, ‘híbridas’, pero no en el sentido tradicional de sincretismo o ‘mestizaje’, y tampoco en el sentido dado por Néstor García Canclini a esta categoría, sino en el sentido de ‘complicidad subversiva’ con el sistema. Nos referimos a una resistencia semiótica capaz de resignificar las formas hegemónicas de conocimiento desde el punto de vista de la racionalidad posteurocéntrica de las subjetividades subalternas (véase la contribución de Walter Mignolo en este volumen).

Estas ‘epistemes de frontera’, ubicadas en lo que Mary Louis Pratt denominaba ‘zonas de contacto’, constituyen una crítica implícita de
la modernidad, a partir de las experiencias geopolíticas y las memorias de la
colonialidad. Según Mignolo y Dussel, éste es un espacio ‘transmoderno’ en
donde se están creando formas alternativas de racionalidad ética y también
nuevas formas de utopía.

Todo esto tiene importantes implicaciones para la producción de conocimiento. ¿Vamos a producir un conocimiento que repita o reproduzca la visión universalista y eurocéntrica del punto cero? Desde la perspectiva del grupo modernidad/colonialidad, el análisis de los procesos del sistema-mundo se hace tomando en cuenta los conocimientos sometidos/ subalternizados por la visión eurocéntrica del mundo, es decir, el conocimiento práctico de los trabajadores, las mujeres, los sujetos racializados/coloniales, los gays y los movimientos anti-sistémicos.

Esto quiere decir que aunque se tome el sistemamundo como unidad de análisis, reconocemos también la necesidad de una corpo-política del conocimiento sin pretensión de neutralidad y objetividad.

Todo conocimiento posible se encuentra in-corporado, encarnado en sujetos
atravesados por contradicciones sociales, vinculados a luchas concretas, enraizados en puntos específicos de observación (punto 1, punto 2, punto n…).

La idea eurocentrada del ‘punto cero’ obedece a una estrategia de dominio económico, político y cognitivo sobre el mundo, del cual las ciencias sociales han formado parte. Es por eso que, desde sus inicios, el grupo modernidad/colonialidad ha venido propugnando por una reestructuración, decolonización o postoccidentalización de las ciencias sociales.

En efecto, la ciencia social contemporánea no ha encontrado aún la forma
de incorporar el conocimiento subalterno a los procesos de producción de
conocimiento. Sin esto no puede haber decolonización alguna del conocimiento ni utopía social más allá del occidentalismo. La complicidad de las ciencias sociales con la colonialidad del poder exige la emergencia de nuevos lugares institucionales y no institucionales desde donde los subalternos
puedan hablar y ser escuchados. Es en este sentido, siguiendo a Nelson
Maldonado-Torres (2006), que hablamos de un ‘giro decolonial’, no sólo de
las ciencias sociales, sino también de otras instituciones modernas como el
derecho, la universidad, el arte, la política y los intelectuales. El camino es
largo, el tiempo es corto y las alternativas no son muchas. Más que como una
opción teórica, el paradigma de la decolonialidad parece imponerse como una necesidad ética y política para las ciencias sociales latinoamericanas.

Santiago Castro-Gómez y Ramón Grosfoguel

BIBLIOGRAFÍA

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El pensamiento decolonial: desprendimiento y apertura

EL PENSAMIENTO DECOLONIAL: DESPRENDIMIENTO Y APERTURA
Un manifiesto
Walter D. Mignolo

LA PEQUEÑA HISTORIA

En mayo del 2003, Arturo Escobar y yo reunimos en la ciudad de Chapel Hill
al colectivo del proyecto modernidad/colonialidad. El tema de esta reunión
fue “Teoría crítica y decolonización”. Los participantes fueron invitados con
antelación a reflexionar sobre el asunto siguiente:

¿Cómo luce hoy día el proyecto de Horkheimer de una “teoría crítica”, cuando están teniendo lugar una serie de revoluciones globales y pluriversales ancladas en historias locales que durante los últimos 500 años no pudieron evitar el contacto, conflicto y complicidad con Occidente? ¿Cuál debiera ser el papel de la “teoría crítica” en un momento en que los damnés de la terre (Fanon) y la multitud (Hardt y Negri) ocupan el lugar del proletariado al que hacía referencia Horkheimer en los años 20? ¿Qué tipo de transformaciones necesita el proyecto de la “teoría crítica” para posicionar temas como el género, la raza y la naturaleza en un escenario conceptual y político?

Finalmente, ¿cómo puede ser asimilada la “teoría crítica” en el proyecto latinoamericano de modernidad/colonialidad? ¿Tal asimilación sugiere acaso la necesidad de abandonar el proyecto original de la teoría crítica formulado por Horkheimer a comienzos del siglo XX?1

1 Insistamos en la geopolítica del saber o del conocimiento: Horkheimer y la Escuela de Frankfurt se pueden leer de distintas maneras, no en el sentido de la pluralidad hermenéutica de cada lectura sino en la distribución geopolítica de la labor intelectual a través de la diferencia colonial (y también de la diferencia imperial). Geopolíticamente, un tipo de interpretación correspondería al lugar que la Escuela de Frankfurt ocupa en la genealogía del pensamiento europeo. Otras lecturas estarían orientadas por y a través de la diferencia epistémica colonial en la genealogía pluriversal del pensamiento decolonial (tal como lo presento en este artículo). Claro está, también puede ocurrir otra cosa: que la Escuela de Frankfurt (o corrientes de pensamiento equivalentes) sea empleada por la inteligentzia local en las ex-colonias como un signo de distinción (eurocentrada) sobre otros sectores intelectuales presuntamente atrasados con respecto a las últimas ideas-mercancía provenientes de las fábricas epistemológicas de Europa o de Estados Unidos.

Los temas y las preguntas propuestos no eran nuevos sino que, por el
contrario, continuaban reflexiones, conversaciones y artículos publicados
con anterioridad. Enrique Dussel y Santiago Castro-Gómez (2000) habían
introducido ya en el proyecto la reflexión sobre la teoría crítica de Frankfurt2 y Nelson Maldonado-Torres la reflexión sobre la agencia de los damnés de la terre, una categoría que re-coloca y regionaliza categorías forjadas en otras experiencias históricas.3

2 Presupongo que el pensamiento decolonial es crítico de por sí, pero crítico en un sentido distinto del que le dio Immanuel Kant a la palabra y del que, en esa tradición, retomó Max Horkheimer a través del legado marxista. “Decolonial” es el concepto que toma el lugar, en otra genealogía de pensamiento (que es uno de los objetivos de este artículo), del concepto “crítico” en el pensamiento moderno de disenso en Europa. Esta distinción —que motivó precisamente el encuentro en Duke al que aludiré enseguida— se verá más claramente en el resto del argumento. El proyecto decolonial difiere también del proyecto poscolonial, aunque, como con el primero, mantiene buenas relaciones de vecindario. La teoría poscolonial o los estudios poscoloniales van a caballo entre la teoría crítica europea proveniente del postestructuralismo (Foucault, Lacan y Derrida) y las experiencias de la elite intelectual en las ex-colonias inglesas en Asia y África del Norte.
3 Por un lado, los subalternos y la subalternidad moderna de Antonio Gramsci y los subalternos y la subalternidad colonial de Ranajit Guha y el proyecto surasiático; por el otro, la categoría de “multitud” reintroducida a partir de Spinoza por Paolo Virno, Michael Hardt y Antonio Negri.

A partir de esa reunión, el proyecto colectivo fue incorporando más y más la categoría “decolonialidad” como suplemento de la de “modernidad/colonialidad”. Una secuela tuvo lugar en Berkeley, en abril del 2005, bajo el título de “El mapeo del giro decolonial” (Mapping the decolonial turn), en un encuentro organizado por Nelson Maldonado-Torres, en el cual miembros del proyecto modernidad/colonialidad dialogaron con miembros de un proyecto de la Asociación Caribeña de Filosofía llamado “Shifting the Geographies of Reason” y también con un grupo de filósofas y
críticos culturales latino/as. A través de estas dos reuniones quedó claro que
mientras modernidad/colonialidad es una categoría analítica de la matriz
colonial de poder, la categoría decolonialidad amplía el marco y los objetivos del proyecto. No obstante, la conceptualización misma de la colonialidad como constitutiva de la modernidad es ya el pensamiento decolonial en marcha.

El argumento básico (casi un silogismo) es el siguiente: si la colonialidad
es constitutiva de la modernidad, puesto que la retórica salvacionista de la
modernidad presupone ya la lógica opresiva y condenatoria de la colonialidad
(de ahí los damnés de Fanon), esa lógica opresiva produce una energía de
descontento, de desconfianza, de desprendimiento entre quienes reaccionan
ante la violencia imperial. Esa energía se traduce en proyectos decoloniales
que, en última instancia, también son constitutivos de la modernidad. La modernidad es una hidra de tres cabezas, aunque sólo muestra una: la retórica de salvación y progreso. La colonialidad, una de cuyas facetas es la pobreza y la propagación del SIDA en África, no aparece en la retórica de la modernidad como su necesaria contraparte, sino como algo desprendido de ella. Por ejemplo, el Plan del Milenio de las Naciones Unidas, liderado por Kofi Anan, y el Earth Institute en Columbia University, liderado por Jeffrey Sachs, trabajan en colaboración para terminar con la pobreza (como lo anuncia el título del libro de Sachs).4
4 Jeffrey D. Sachs, The End of Poverty. Economic Possibilities for our Time (2005) y Kofi Anan (s.f.). El proyecto imperial/colonial, articulado en la modernidad/colonialidad, cubre todos los flancos. El Plan del Milenio invita a que nos quedemos sentados y veamos cómo los grandes pensadores de los proyectos imperiales son conscientes de las injusticias imperiales. Como Las Casas ayer, los Waman Puma de hoy son invitados a supeditarse a las buenas maneras de la razón imperial crítica.

Pero en ningún momento se cuestionan la ideología de la modernidad ni los pozos negros que oculta su retórica (las consecuencias de la economía capitalista —en la cual tal ideología se apoya— en sus variadas facetas, desde el mercantilismo del siglo XVI, el libre comercio de los siglos
siguientes, la revolución industrial del siglo XIX, la revolución tecnológica del
XX), sino sus desafortunadas consecuencias.

Por otra parte, todo el debate en los media sobre la guerra contra el terrorismo, por un lado, y todo tipo de levantamientos de protestas y movimientos sociales, por el otro, en ningún momento insinúan que la lógica de la colonialidad, escondida bajo la retórica de la modernidad, genera necesariamente la energía irreductible de seres humanos humillados, vilipendiados, olvidados y marginados.

La decolonialidad es, entonces, la energía que no se deja manejar por la lógica de la colonialidad, ni se cree los cuentos de hadas de la retórica de la modernidad. Si la decolonialidad tiene una variada gama de manifestaciones —algunas no deseables, como las que hoy Washington describe como “terroristas”—, el pensamiento decolonial es, entonces, el pensamiento que se desprende y se abre (de ahí “desprendimiento y apertura” en el título de este trabajo), encubierto por la racionalidad moderna, montado y encerrado en las categorías del griego y del latín y de las seis lenguas imperiales europeas modernas.
EL GIRO EPISTÉMICO Y LA EMERGENCIA DEL PENSAMIENTO DECOLONIAL

Mi tesis es la siguiente: el pensamiento decolonial emergió en la fundación
misma de la modernidad/colonialidad como su contrapartida. Y eso ocurrió en las Américas, en el pensamiento indígena y en el pensamiento afro-caribeño; continuó luego en Asia y África, no relacionados con el pensamiento decolonial en las Américas, pero sí como contrapartida de la reorganización de la modernidad/colonialidad del imperio británico y el colonialismo francés.

Un tercer momento ocurrió en la intersección de los movimientos de descolonización en Asia y África, concurrentes con la guerra fría y el liderazgo ascendente de Estados Unidos. Desde el fin de la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, el pensamiento decolonial comienza a trazar su propia genealogía. El propósito de este artículo es contribuir con ella. En este sentido, el pensamiento decolonial se diferencia de la teoría poscolonial o de los estudios poscoloniales en que la genealogía de estos se localiza en el postestructuralismo francés más que en la densa historia del pensamiento planetario decolonial.

El giro epistémico decolonial es una consecuencia de la formación e instauración de la matriz colonial de poder, que Aníbal Quijano, en un artículo pionero en el cual se resume la plataforma del proyecto modernidad/colonialidad, describe de la siguiente forma:
La crítica del paradigma europeo de la racionalidad/modernidad es indispensable. Más aún, urgente. Pero es dudoso que el camino consista en la negación simple de todas sus categorías; en la disolución de la realidad en el discurso; en la pura negación de la idea y de la perspectiva de totalidad en el conocimiento. Lejos de esto, es necesario desprenderse de las vinculaciones de la racionalidad-modernidad con la colonialidad, en primer término, y en definitiva con todo poder no constituido en la decisión libre de gentes libres. Es la instrumentalización de la razón por el poder colonial, en primer
lugar, lo que produjo paradigmas distorsionados de conocimiento y malogró las promesas liberadoras de la modernidad. La alternativa, en consecuencia, es clara: la destrucción de la colonialidad del poder mundial. (Quijano, 1992, p. 437)

Aunque la reflexión sobre el giro epistémico decolonial es de factura reciente,
la práctica epistémica decolonial surgió “naturalmente” como consecuencia
de la formación e implantación de la matriz colonial de poder que Aníbal
Quijano describió hacia finales de los 80’s. Por lo tanto, no sorprende que la
genealogía del pensamiento decolonial (esto es, el pensamiento que surge del giro descolonial) la encontremos en “la Colonia” o el “periodo colonial” (en la jerga canónica de la historiografía de las Américas).

Ese periodo de formación, en el siglo XVI, no incluye todavía las colonias inglesas ni en el norte ni en el Caribe, ni tampoco las francesas. Sin embargo, el giro decolonial reaparece en Asia y en África como consecuencia de los cambios, adaptaciones y nuevas modalidades de la modernidad/colonialidad generados por la expansión imperial británica y francesa a partir de finales del XVIII y principios del XIX.

De modo que las primeras manifestaciones del giro decolonial las encontramos en los virreinatos hispánicos, en los Anáhuac y Tawantinsuyu
en el siglo XVI y comienzos del XVII, pero las encontramos también entre
las colonias inglesas y en la metrópoli durante el siglo XVIII.

El primer caso lo ilustra Waman Poma de Ayala, en el virreynato del Perú, quien envió su obra Nueva Corónica y Buen Gobierno al Rey Felipe III, en 1616; el segundo caso lo vemos en Otabbah Cugoano, un esclavo liberto que pudo publicar en Londres, en 1787 (diez años después de la publicación de The Wealth of Nations, de Adam Smith), su tratado Thoughts and Sentiments on the Evil of Slavery. Ambos son tratados políticos decoloniales que, gracias a la colonialidad del saber, no llegaron a compartir la mesa de discusiones con la teoría política hegemónica de Maquiavelo, Hobbes o Locke.

Reinscribirlos hoy en la genealogía del pensamiento político decolonial es una tarea urgente. Sin esta genealogía, el pensamiento decolonial sería nada más que un gesto cuya lógica dependería de algunas de las varias genealogías fundadas en Grecia y Roma, reinscrita en la modernidad imperial europea en algunas de las seis lenguas imperiales ya mencionadas: italiano, castellano y portugués, para el Renacimiento; francés, inglés y alemán, para la Ilustración.

Waman Poma y Cugoano pensaron y abrieron la ranura de lo impensable
en la genealogía imperial de la modernidad, tanto en sus facetas de derecha
como en sus facetas de izquierda. Ellos abrieron las puertas al pensamiento
otro a partir de la experiencia y memoria del Tawantinsuyu, el uno, y de la
experiencia y memoria de la brutal esclavitud negra del Atlántico, el otro.

Ninguno de quienes defendieron a los indígenas en el siglo XVI, ni de quienes
se manifestaron en contra de la esclavitud en el siglo XVIII llegaron a pensar
desde el espacio y las experiencias de la herida colonial infligida a indios y
negros, tal como la epistemología imperial clasificó la diversidad del Nuevo
Mundo (ver Quijano en este mismo volumen). La teoría política en Europa
(desde Maquiavelo a Carl Schmitt, pasando por Thomas Hobbes y John Locke) se construyó sobre las experiencias y la memoria de los reinados y principados europeos, la formación de los Estados y la crisis del Estado liberal.

¿Cómo interpretar la metáfora del párrafo anterior: abrieron las puertas
al pensamiento otro? Como desprendimiento y apertura.5

5 Me refiero a la noción de “desprendimiento epistémico” en la cita anterior de Quijano. Este desprendimiento epistémico difiere, en el sentido de la diferencia colonial, del uso que Samir Amin le dio al término “la déconnection” (traducido al inglés como “de-linking”). Amin se mantuvo en la burbuja de la episteme moderna, y su de-linking sugirió un cambio de contenido, no de los términos de la conversación. El “desprendimiento epistémico”, en cambio, señala el momento de quiebre y de fractura, momento de apertura. Este sentido, “apertura”, difiere también del sentido que un concepto similar tiene en Agamben: L’aperto: L’uomo e l’animale, traducido al inglés como “the open”. En el pensamiento decolonial la apertura es el desprendimiento, precisamente, de dicotomías naturalizadas como “el hombre y el animal”. Tal distinción no sería pensable como punto de partida ni para Waman Poma ni para Ottobah Cugoano.

Quizás con otra metáfora que ayude a la inteligibilidad del tipo de puertas del que hablo en este caso. Ya no se trata de las puertas que conducen a la “verdad” (aletheia), sino a otros lugares: a los lugares de la memoria colonial; a las huellas de la herida colonial desde donde se teje el pensamiento decolonial.6

6 El concepto de herida colonial proviene de Gloria Anzaldúa (1987), en una de sus frases ya célebres: “The U.S.-Mexican border es una herida abierta where the Third World grates against the first and bleeds”. Obviamente, la expresión tiene valor de cambio en todas aquellas situaciones en las cuales Europa y Estados Unidos infligieron y continúan infligiendo la fricción de la misión civilizadora, desarrollista y modernizadora.

Puertas que conducen a otro tipo de verdades cuyo fundamento no es el Ser sino la colonialidad del Ser, la herida colonial. El pensamiento decolonial presupone siempre la diferencia colonial (y en ciertos casos, que no voy a analizar aquí, la diferencia imperial). Esto es, la exterioridad en el preciso sentido del afuera (bárbaro, colonial) construido por el adentro (civilizado, imperial); un adentro asentado sobre lo que Santiago Castro-Gómez (2005) denominó la “hybris del punto cero”, en la presunta totalidad (totalización) de la gnosis de Occidente, fundada, recordemos una vez más, en el griego y el latín y en las seis lenguas modernas imperiales europeas.

El giro decolonial es la apertura y la libertad del pensamiento y de formas de vida-otras (economías-otras, teorías políticas-otras); la limpieza de la colonialidad del ser y del saber; el desprendimiento de la retórica de la modernidad y de su imaginario imperial articulado en la retórica de la democracia. El pensamiento decolonial tiene como razón de ser y objetivo la decolonialidad del poder (es decir, de la matriz colonial de poder). Este programa fue también diseñado por Quijano en el artículo
citado:
En primer término [es necesaria] la decolonización epistemológica, para dar paso luego a una nueva comunicación ínter-cultural, a un intercambio de experiencias y de significaciones, como la base de otra racionalidad que pueda pretender, con legitimidad, a alguna universalidad. Pues nada menos racional, finalmente, que la pretensión de que la específica cosmovisión de una etnia particular sea impuesta como la racionalidad universal, aunque tal etnia se llama Europa occidental. Porque eso, en verdad, es pretender para un provincianismo el título de universalidad. (Quijano, 1992, p. 447
[las itálicas son mías])

¿En dónde, en la vida cotidiana, emergen los síntomas de la irresoluble
tensión entre retórica de la modernidad y lógica de la colonialidad, su constitutividad de dos cabezas en un solo cuerpo? ¿En dónde emerge la energía decolonial y cómo se manifiesta?

Los levantamientos en Francia, en noviembre de 2005, revelan un punto de articulación entre la ilusión de un mundo que se piensa y se construye a sí mismo como EL único mundo posible (lógica de la modernidad) y las consecuencias debajo de esa retórica (lógica de la colonialidad).

En y desde ese mundo, lo aparente es la barbarie: irracionalidad, juventud, inmigración que hay que controlar por la fuerza policial y militar,
encarcelar y usar para enarbolar la retórica de la modernidad. La tendencia
liberal propondrá educación, la tendencia conservadora, expulsión, y la tendencia de izquierda, inclusión. Cualquiera de estas soluciones deja intacta, sin embargo, la lógica de la colonialidad: en los países industrializados, desarrollados, ex-primer mundo, G-7, la lógica de la colonialidad vuelve como un boomerang a largo plazo, en un movimiento que comenzó en el siglo XVI.

En los países en desarrollo, no industrializados, ex-tercer mundo, la lógica
de la colonialidad continúa su marcha de trepanadora (hoy, literalmente,
en la zona amazónica y en el oeste de Colombia, en donde la presencia de
los bulldozers amarillos constituye, junto con los helicópteros y las bases
militares, la evidencia insoslayable de la marcha de la modernidad a toda
costa). El boomerang retorna desde los territorios fuera de las fronteras de
los G7: el boomerang entra (las torres gemelas de New York, el tren de Madrid, el autobús y el metro de Londres), pero también sale (Moscow, Nalchik, Indonesia, Líbano). El hecho de que condenemos la violencia de estos actos —en los que nunca se sabe en dónde están los límites entre los agentes de la sociedad civil y política, los Estados y el mercado— no significa que debamos cerrar los ojos y sigamos entendiéndolos como nos los presenta la retórica de la modernidad, en los mass media y en ¡los discursos oficiales del Estado!

El pensamiento decolonial no aparece todavía, ni siquiera en las publicaciones
de la más extrema izquierda. Y la razón es que el pensamiento decolonial ya
no es izquierda, sino otra cosa: es desprendimiento de la episteme política
moderna, articulada como derecha, centro e izquierda; es apertura hacia otra cosa, en marcha, buscándose en la diferencia.

Una de las razones por las cuales los movimientos de descolonización “fracasaron” es que, como en el socialismo/comunismo, cambiaron el contenido pero no los términos de la conversación y se mantuvieron en el sistema del pensamiento único (griego y latín y sus derivados moderno/imperiales).

En la apropiación del Estado por elites nativas, en Asia y en África (como antes en las Américas, Haití es un caso particular que no puedo analizar aquí, en lo que respecta a la construcción del Estado colonial por elites criollas, de descendencia ibérica en el sur y británica en el norte), los Estados descoloniza dos siguieron las reglas del juego liberal, como en India; en otros casos intentaron una aproximación al marxismo, como ocurrió con Patrice Lumumba (Primer Ministro de la República Democrática del Congo).

La enorme contribución de la descolonización (o Independencia), tanto en la primera oleada desde 1776 a 1830 en las Américas, como en la segunda en Asia y en África, es haber plantado la bandera de la pluriversalidad decolonial frente a la bandera y los tanques de la universalidad imperial.

El límite de todos estos movimientos fue no haber encontrado la apertura y la libertad de un pensamiento-otro, esto es, de una descolonización que llevara, en términos de los zapatistas, a un mundo en donde cupieran muchos mundos (la pluriversalidad); lo cual, en el Foro Social Mundial se reafirma en el lema “otro mundo es posible”.

Es importante observar que las aperturas hacia lo que Ramón Grosfoguel
describió como “segunda descolonización” ocurren después de la conclusión
de la guerra fría: no sólo en el caso de los zapatistas y el Foro Social Mundial,
sino también en el de Hugo Chávez. La plataforma epistémico-política de
Hugo Chávez (metafóricamente, la revolución bolivariana) ya no es la misma plataforma en la que se afirmó Fidel Castro (metafóricamente, la revolución socialista).

Son otras las reglas del juego que están planteando Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia. Pedagógicamente, podríamos ver a Lula da Silva, Néstor Kirchner y Tabaré Vázquez como “momentos de transición”
entre la plataforma epistémico-política de Castro, por un lado, y la de Chávez
y Morales, por otro.

Lo que quiero decir es que ese “otro mundo” que empezamos a imaginar
ya no puede ser sólo liberal, cristiano o marxista, ni una mezcla de los tres
que aseguraría que la burbuja moderno/colonial, capitalista e imperial triunfara; triunfo que marcaría lo que Francis Fukuyama celebró como el fin de la historia. Así, me imagino qué pensaría Fukuyama: toda la población de
China; toda la población islámica desde el oeste medio hasta Asia central y
desde allí hasta Indonesia; todos los indígenas de las Américas desde Chile
a Canadá; Australia y Nueva Zelandia; toda la población africana del sur
del Sahara, más la diáspora en las Américas; todos los latino/as y otras
minorías en Estados Unidos; en fin, todos esos millones de personas, que
cuadruplican o quintuplican la población de la Europa atlántica y la América
del norte, se rendirán a los pies del modo de vida paradisíaco del Occidente
capitalista y el Estado-liberal democrático.

Un modo de vida que, entretenido por una industria televisiva y musical sin parangón, momificado por una tecnología que cada minuto crea un nuevo ‘trick’ de embelesamiento y jubileo, se proyecta sobre un éxito sin límites, una excelencia sin fronteras y un crecimiento tecno-industrial-genético que asegura el paraíso para todos los mortales. En ese panorama, el marxismo continuaría como la necesaria oposición para el mantenimiento del sistema.

El “fin de la historia” sería, así, el triunfo del liberalismo, secundado por la cristiandad conservadora frente a la constante protesta de la izquierda marxista y de la filosofía de la liberación.

Así sería, hasta el fin de los tiempos. Pero, nos guste o no, después del “fin de
la historia” llegaron Afganistán, Irak, Katrina y Francia 2005. Literalmente, empezó otra historia, la historia en la que el pensamiento colonial, gestado desde el momento fundacional de la modernidad/colonialidad, comienza a tomar el liderazgo.

Repensemos, desde el punto al que acabamos de llegar en la argumentación,
la interpretación a la que fueron reducidas las Independencias descolonizadoras.

Se interpretaron como procesos de liberación imperial: en el siglo XIX, Inglaterra y Francia apoyaron la descolonización de las colonias de
España y Portugal; en el siglo XX, Estados Unidos apoyó la descolonización de las colonias de Francia e Inglaterra. En realidad fueron liberadas de un imperio para caer en manos de otro en nombre de la libertad.

La posibilidad del pensamiento decolonial fue silenciada por las interpretaciones oficiales. Las denuncias de Amílcar Cabral, de Aimé Césaire y de Frantz Fanon fueron admiradas para ser descalificadas, como se celebraron los logros de Patrice Lumumba después de cortarle el cuerpo en pedazos. Repensar los movimientos de Independencias descolonizadoras (en sus dos momentos históricos, en América y en Asia-África) significa pensarlos como momentos de desprendimiento y apertura en el proceso de decolonizar el saber y el ser; momentos que fueron velados por la maquinaria interpretativa de la retórica de la modernidad, el ocultamiento de la colonialidad y, en consecuencia, la invisibilización del pensamiento decolonial en germen.

En otras palabras, las Independencias descolonizadoras se interpretaron en la misma lógica “revolucionaria” de la modernidad, según el modelo de la revolución gloriosa en Inglaterra, la revolución Francesa y la revolución bolchevique en Rusia.

Repensar quiere decir desprender la lógica de las Independencias descolonizadoras de las revoluciones burguesas y socialista.

TAWANTINSUYU, ANÁHUAC Y EL CARIBE NEGRO: LAS “GRECIAS” Y “ROMAS” DEL PENSAMIENTO DECOLONIAL

El pensamiento decolonial surgió y continúa gestándose en diálogo conflictivo con la teoría política de Europa, para Europa y desde ahí para el mundo. De ese diálogo conflictivo surge el pensamiento fronterizo, que sería redundante llamar crítico (aunque a veces es necesario para evitar confusiones), después de leer a Waman Poma y Cugoano. En todo caso, si lo llamamos “crítico” sería para diferenciar la teoría crítica moderna/posmoderna (Escuela de Frankfurt y sus secuelas postestructuralistas) de la teoría crítica decolonial, que muestra su gestación en los autores mencionados. El pensamiento decolonial, al desprenderse de la tiranía del tiempo como marco categorial de la modernidad, escapa también a las trampas de la poscolonialidad.

La poscolonialidad (teoría o crítica poscolonial) nació entrampada con la posmodernidad.

De ahí que Michel Foucault, Jacques Lacan y Jacques Derrida hayan sido los puntos de apoyo para la crítica poscolonial de Said, Bhaba y Spivak. El pensamiento decolonial, por el contrario, se rasca en otros palenques.

En el caso de Waman Poma, en las lenguas, en las memorias indígenas
confrontadas con la modernidad naciente; en el caso de Cugoano, en las
memorias y experiencias de la esclavitud, confrontadas con el asentamiento
de la modernidad, tanto en la economía como en la teoría política. El pensamiento decolonial, al asentarse sobre experiencias y discursos como los de Waman Poma y Cugoano en las colonias de las Américas, se desprende (amigablemente) de la crítica poscolonial.
Veremos, primero, en qué consisten estos dos pilares del pensamiento
decolonial en la colonización de las Américas y en la trata de esclavos, y luego especularemos sobre las consecuencias de estos silencios en la teoría política y la filosofía, en Europa. Insisto en la localización, si es todavía necesario recordarlo, puesto que sabemos ya desde hace tiempo que todo pensamiento está localizado, pero, a pesar de saber esto, hay una tendencia general a entender el pensamiento construido a partir de la historia y la experiencia europeas como si estuviera des-localizado.

Estos sutiles deslices pueden ser de graves consecuencias: en el siglo XVIII muchos intelectuales de la Ilustración condenaron la esclavitud, pero ninguno de ellos dejó de pensar que el negro africano era un ser humano inferior. Estos prejuicios y cegueras perpetúan la geopolítica del conocimiento.

El pensamiento decolonial da vuelta a la tortilla, pero no como su opuesto y contrario (como el comunismo en la Unión Soviética opuesto al liberalismo en la Europa occidental y Estados Unidos), sino mediante una oposición desplazada: el pensamiento decolonial es el de las variadas oposiciones planetarias al pensamiento único (tanto el que justifica la colonialidad, desde Sepúlveda a Huntington, como el que condena la colonialidad (Las Casas) o la explotación del obrero en Europa (Marx). Esto es: todo el planeta, a excepción de Europa occidental y Estados Unidos, tiene un factor en común: lidiar con la invasión, diplomática o guerrera, beneficiosa o desastrosa, de Europa occidental y Estados Unidos.

A la vez, Europa occidental y Estados Unidos tienen algo en común: una historia de quinientos años de invasión, diplomática o armada, en el resto del mundo.

Waman Poma y Ottobah Cugoano abrieron un espacio-otro, el espacio del
pensamiento decolonial, en la diversidad de las experiencias a las que seres humanos fueron forzados por las invasiones europeas en estos dos casos.

Me detendré en ellos como los fundamentos (semejantes a los fundamentos
griegos para el pensamiento occidental) del pensamiento decolonial. Estos
fundamentos históricos (históricos, no esenciales) crean las condiciones para una narrativa epistémica que remite la genealogía global del pensamiento decolonial (realmente otra en relación con la genealogía de la teoría poscolonial) hasta Mahatma Gandhi, W. E. B. Dubois, Juan Carlos Mariátegui, Amílcar Cabral, Aimé Césaire, Frantz Fanon, Fausto Reinaga, Vine Deloria Jr., Rigoberta Menchú, Gloria Anzaldúa, el movimiento Sin Tierras en Brasil, los zapatistas en Chiapas, los movimientos indígenas y afros en Bolivia, Ecuador y Colombia, el Foro Social Mundial y el Foro Social de las Américas.

La genealogía del pensamiento decolonial es planetaria y no se limita a individuos, sino que se incorpora en movimientos sociales (lo cual nos remite a movimientos sociales indígenas y afros: Taki Onkoy para los primeros, cimarronaje para los segundos) y en la creación de instituciones, como los foros que se acaban de mencionar.

Veamos cómo puede lucir esta genealogía. Waman Poma estructuró la
tesis general del manuscrito que le envió a Felipe III en el título del mismo:
Nueva Corónica y buen gobierno. La tesis es, básicamente, la siguiente: 1) una nueva corónica es necesaria porque todas las crónicas castellanas tienen sus límites. Los límites que tienen, sin embargo, no son límites en cuanto al paradigma teológico cristiano desde el cual se narran; por ejemplo, la diferencia que puede haber entre un jesuita, un dominico o un soldado; ni tampoco es cuestión de si el cronista castellano fue o no fue testigo presencial (¿testigo presencial de qué? ¿De siglos de historia Aymara o Nahuatl?).

Algunas disputas internas ocurrían entre quienes sustentaban el privilegio del “yo lo vi” y aquellos que reflexionaban sobre las Indias desde Castilla (lugar físico) y desde un lugar epistémico greco-latino-cristiano, como López de Gómara frente a Bernal Díaz del Castillo. Esos límites no fueron reconocidos (quizás tampoco percibidos) por los castellanos. Quien podía verlos era Waman Poma.

No sólo los castellanos no percibieron lo que percibió Waman Poma, sino que
tampoco estaban en condiciones de comprender lo que Waman Poma percibía.
En consecuencia, Waman Poma fue “naturalmente” silenciado durante
cuatrocientos años. Y cuando se lo “descubrió”, dio lugar a tres líneas interpretativas:
la de los conservadores, que insistieron en la falta de inteligencia de un indio; la posición académica progresista (con Franklin Peace en Perú, Rolena Adorno y Raquel Chang-Rodríguez en Estados Unidos, Birgit Scharlau
en Alemania, y Mercedes López Baralt en Puerto Rico), que comprendió
tanto la contribución de Waman Poma como su silenciamiento por parte de
los hispanos peninsulares y los criollos de América del sur; y, por último, la
incorporación de Waman Poma en el pensamiento indígena como uno de sus fundamentos epistémicos (a la manera como han sido interpretados Platón y Aristóteles para el pensamiento europeo). Así, en los debates actuales de la Asamblea Constituyente en Bolivia, la posición indígena privilegia la presencia y re-inscripción del Tawantinsuyu y los legados del pensamiento decolonial en la organización social y económica de Bolivia, mientras que el Estado liberal privilegia la continuación del modelo europeo de Estado.

La universidad intercultural de los pueblos y naciones indígenas del Ecuador
(Amawtay Wasi) forjó su currículo y objetivos de enseñanza superior en el
Tawantinsuyu y en el Kichua, aunque también se “use” el castellano,7 mientras que la universidad estatal continúa la reproducción de la universidad napoleónica, encerrada en los legados del griego, el latín y las seis lenguas imperiales europeas modernas. En este caso, el castellano es la lengua hegemónica, con total desmedro y olvido del Kichua.

7 Véase el artículo de Catherine Walsh en este volumen. Las motivaciones políticas, filosofía educativa, conceptualización del curriculum y estructura de los ciclos de aprendizaje (y de desaprendizaje de lo aprendido, en el proceso de colonialidad del saber para descolonizar el saber y el ser) están explicadas en detalle en Sumak Yachaypi, Alli Kawsaypipash Hachakuna (Aprender en la sabiduría y el buen vivir) (2004). Parte del proceso de gestación puede verse en el Boletin Icci-Rimai (2001).

El potencial epistémico y descolonizador ya está presente en la Nueva
Corónica. Waman Poma miraba y comprendía desde la perspectiva del sujeto colonial (el sujeto formado y forjado en el Tawantinsuyu y en el Keswaymara, confrontado con la presencia repentina del castellano y del mapamundi de Ortelius) y no del sujeto moderno que en Europa comenzó a pensarse a sí mismo como sujeto a partir del Renacimiento. También tenía acceso a informaciones a las que no tenían acceso los castellanos: pocos de ellos dominaban el Aymara y el Quechua, y quienes llegaron a comprenderlo en sus andanzas por los Andes, quedaron todavía lejos de igualar su comprensión de la lengua con sus años de escolaridad en latín y griego.

Imaginen ustedes a Waman Poma en Castilla, contando las historias de los castellanos y sus antigüedades greco-latinas. Pues en buena y justa hora los castellanos se hubieran sentido humillados y le hubieran dicho que en realidad no entendía muy bien de qué hablaba; que el latín, el griego y la Cristiandad no son cosas que se comprenden en un par de años. De modo que, si bien el nativo, andino o castellano, no tiene privilegios en cuanto a la verdad de la historia, sí tiene una subjetividad y una localización geo-histórica (lenguas, tradiciones,mitos, leyendas, memorias) en las cuales se basa su manera de comprenderse a sí mismo, a los otros y al mundo. Y esta singularidad de experiencia y de vivencias no les puede ser negada ni a los unos ni a los otros (eran todos “hombres” en este contexto), aunque los castellanos asumían una universalidad que les era propia y que no pertenecía a ningún otro habitante del planeta que no fuera cristiano.

Además, como sujeto colonial, Waman Poma fue una subjetividad de frontera (doble conciencia, conciencia mestiza en la terminología de hoy), subjetividad que no pudo forjar ninguno de los castellanos, incluido Juan de Betanzos, quien se casó con una princesa Inca. El pensamiento fronterizo surge de la diferencia imperial/colonial del poder en la formación de las subjetividades.

De ahí que el pensamiento fronterizo no sea connatural a un sujeto que habita la casa del imperio, pero sí lo sea en la formación de sujetos que habitan la casa de la herida colonial. La Nueva Corónica es precisamente eso: un relato en donde la cosmología andina (Keswaymara) comienza a rehacerse
en diálogo conflictivo con la cosmología cristiana, en toda su diversidad
misionera castellana (dominicos, jesuitas, franciscanos), y con la mentalidad
burocrática de los organizadores del Estado imperial bajo las órdenes de
Felipe II.

Waman Poma y los cronistas castellanos están separados por la diferencia colonial epistémica, invisible para los castellanos, visible como una
gran muralla para Waman Poma. Es en la confrontación con esa muralla que Waman Poma escribe. El hecho de que para los castellanos, y para quienes ven las cosas desde la diversidad de la cosmología europea, esa muralla (la diferencia epistémica colonial) fuera invisible, llevó a la no-comprensión de la propuesta de Waman y a su silenciamiento.

¿Qué proponía Waman Poma? Un “buen gobierno” basado en una “nueva
corónica”. Era natural que así fuera. El historiador catalán Joseph Fontaná
dijo en algún momento, no hace mucho tiempo, que hay tantas historias como proyectos políticos. La diversidad de proyectos políticos de los castellanos se montaban sobre un concepto de historia cuyas fuentes estaban en Grecia y Roma (Heródoto, Tito Livio, Tasso). En cambio, las fuentes epistémicas del proyecto político que ejemplifican Waman Poma y Taki Onkoy no se apoyaban en la memoria de Grecia y Roma.

¿Cómo proponía Waman Poma este nuevo proyecto político (“buen gobierno”)?

En primer lugar, estructuró el relato histórico con una constante y
coherente crítica ético-política. Criticó por igual a los castellanos, a los indios, a los negros, a los moros y a los judíos. La zona del Cuzco, en la segunda mitad del siglo XVI, era sin duda una sociedad “multicultural” (diríamos hoy).

Pero no una sociedad “multicultural” en el imperio, sino en las colonias. ¿Hay alguna diferencia? Multiculturalismo es multiculturalismo, no importa dónde, se argumentaría desde una epistemología des-corporalizada y des-localizada. Se puede pensar, como simple correlación, en la sociedad “multicultural” de la península ibérica durante la misma época: cristianos, moros, judíos conversos que ponían en movimiento las tres categorías religiosas.

En las colonias, en cambio, los pilares eran indios, castellanos y africanos, sobre todo desde finales del siglo XVI. Además, en las colonias aparece la categoría de mestizaje y los tres mestizajes “básicos” a partir de los tres pilares del triángulo etno-racial: mestizo/a, mulato/a y zambo/a. La teoría política de Waman se articula en dos principios: primero, la crítica a todos los grupos humanos identificables en la Colonia, según las categorías clasificatorias del momento. Pero, ¿cuál es el criterio que emplea Waman para su crítica? El cristianismo. ¿Cómo?, preguntó un estudiante en una de mis clases sobre Waman Poma: ¿cómo puede ser este un pensamiento decolonial si abrazó el cristianismo?8
8 Durante las sesiones del programa de doctorado en Estudios Culturales, en la Universidad Andina Simón Bolívar, en Quito (julio 2005), discutimos en una de las clases de Catherine Walsh la crítica de Waman Poma a los africanos. Edison León puso en cuestión la posibilidad de considerar decolonial a Waman Poma, precisamente por esas críticas. En ese
momento mi lectura de Waman Poma estaba un poco olvidada, pero pensaba retomarla
precisamente para un seminario que dictaría en el otoño de 2005, en Duke University.
Efectivamente, la relectura de Waman Poma reveló aspectos (como siempre en la lectura
de este complejo y rico texto) a los cuales no había prestado atención anteriormente. Lo
que aquí afirmo es producto de las conversaciones sostenidas con Catherine y Edison, y
de mi relectura posterior sobre el asunto.

Sin embargo, así es. Reflexionemos. A finales del siglo XVI y principios del XVII no había Diderot, ni Rousseau, ni Kant, ni Spinoza, ni Marx, ni Freud. Es decir, la crítica secular ilustrada no existía todavía. Waman Poma asume la cristiandad histórica y éticamente, en la medida en que argumenta la cristiandad de los andinos antes de la llegada de los castellanos.

Históricamente Waman Poma sería un mentiroso, puesto que no hay cristianismo antes de la llegada de los castellanos. Pero en un nivel
lógico-epistémico, el cristianismo en Europa no sería sino la versión regional
de ciertos principios que afectan a la conducta humana y que establecen
criterios para la convivencia, para el “buen vivir”. El argumento de Waman
Poma debe leerse en este segundo nivel y no en el primero. La lectura del
primer nivel es eurocéntrica y le otorga a la cristiandad occidental europea (la que se expande hacia América) la posesión de principios universales bajo el nombre de cristianismo.

“Cristianismo”, en el argumento de Waman Poma, es equivalente a “democracia” en la pluma y la palabra de los zapatistas: la democracia no es propiedad privada del pensamiento y la teoría política de Occidente, sino un principio de convivencia, de buen vivir, que no tiene dueño. Waman Poma se apoderó de los principios cristianos a pesar de y en contra de los malos cristianos españoles, así como los zapatistas se apoderan de los principios democráticos a pesar de y en contra del gobierno mexicano en contubernio con la comercialización de la democracia en el mercado de Washington.

Esta analogía tiene una doble función: pedagógica, para familiarizar
al lector con la situación de Waman Poma hace cuatro siglos y medio;
política y epistémica, para recordar la continuidad del pensamiento decolonial
a través de los siglos, en sus diversas manifestaciones.

Una vez realizada la crítica a todos los grupos humanos presentes en la
Colonia y después de haber identificado también las virtudes de todos ellos,
Waman Poma propone un “buen gobierno” de los virtuosos, sin importar si estos son indios/as, castellanos/as, moros/as o negros/as. El “buen gobierno”, en otras palabras, se propone como el lugar de la convivencia y
la superación de la diferencia colonial. Los dos grupos fuertes —política y
demográficamente— en el Perú eran, sin duda, los castellanos y los indios; y
Waman Poma no oculta su identificación con los indios, aunque podría haber optado por identificarse con los castellanos, asumiendo que nunca sería un castellano en subjetividad aunque lo fuera por legalidad. En la medida en
que el pensamiento decolonial surge de un giro geo- y corpo-político frente a la teo-política (des-incorporada y des-localizada o, mejor, localizada en el no-lugar de espacio que media entre Dios y sus representantes en la tierra), “la hybris del punto cero” es incongruente con el pensamiento decolonial: epistemología del punto cero funda y sostiene la razón imperial (teo- y ego-políticamente). 9

9 La ego-política desplazó pero nunca eliminó la teo-política. Ambas se reúnen, entre otros
muchos lugares, en el pensamiento político de Carl Schmitt; ejemplarmente, en su Politische Theologie (1922).

Waman Poma construyó la idea de “buen gobierno” en el Tawantinsuyu.
Contrario a las utopías occidentales modernas iniciadas por Tomas Moro,
un siglo antes, la utopía de Waman Poma no se ubica en un no-lugar del
tiempo (las utopías occidentales modernas se afincan en el no-espacio de
un futuro secular), sino en la reinscripción de un espacio desplazado por
los castellanos. En verdad, lo que propone Waman Poma es una “topía” de
la razón fronteriza y de pensamiento decolonial. Razón fronteriza porque
su “topía” se estructuró en el Tawantinsuyu. Como se sabe, Tawantinsuyu
significa aproximadamente “los cuatro lados o rincones del mundo”. Para
quien no esté familiarizado/a con el diagrama del Tawantinsuyu, imagine
las diagonales de un cuadrado (sin los cuatro lados, sólo las diagonales).

Los cuatro espacios formados por las diagonales son los cuatro suyus, o espacios significativos en la estructura y jerarquías sociales de los Incas. El centro, en el incanato, lo ocupaba Cuzco; y en las zonas o pueblos del incanato, todos ellos organizados en Tawantinsuyu, se ubicaba el pueblo en cuestión. En este esquema, Waman Poma situó al rey Felipe III en el centro del Tawantinsuyu, puesto que ocupaba el trono, tanto en Castilla como en el Tawantinsuyu.

Luego, Waman Poma distribuyó los suyus a cada uno de los grupos mencionados. En un suyu situó a los indios, en otro a los castellanos, en otro a los moros y en el cuarto a los africanos. En la medida en que el Tawantinsuyu es una estructura jerárquica, Waman Poma mantuvo esa jerarquía en la distribución de los suyus (detalles que no vienen al caso aquí, puesto que nuestro objetivo es localizar la emergencia del pensamiento decolonial y no entrar en el análisis de su estructuración).

No obstante, el “buen gobierno” se propuso como un espacio de coexistencia con Castilla, por un lado, y de coexistencia entre varias comunidades (o naciones) en el Tawantinsuyu. Es decir, coexistencia trans-nacional y coexistencia ínter-cultural. Ínter-cultural y no multi-cultural, porque en la propuesta de Waman Poma Felipe III no es el soberano de una estructura política hispánica en el Tawantinsuyu, sino que es el soberano del Tawantinsuyu. Felipe III queda así des-colocado de su memoria, tradición, lengua, formación y pensamiento político hispánicos.

Semejante teoría política es producto del pensamiento fronterizo crítico
y, por eso, de un pensamiento decolonial. La última sección de la Nueva
Corónica, extensa, está dedicada a la descripción de “los trabajos y los días”
en el Tawantinsuyu. El ritmo de las estaciones, la convivencia en y con el
mundo natural: sol, luna, tierra, fertilidad, agua, runas (seres vivientes que
en Occidente se describen como “seres humanos”) conviven en la armonía
del “buen vivir”. Esta armonía es significativa, a principios del siglo XVII,
cuando la formación del capitalismo ya mostraba un desprecio por vidas humanas desechables (indios y negros, fundamentalmente), sometidas a la
explotación del trabajo, expropiadas de su morada (la tierra en donde eran),
y su morada transformada en tierra como propiedad individual. Momento
en que los europeos, en sus proyectos económicos, no contemplaban la armonía del vivir ni el movimiento de las estaciones, sino que concentraban
todos sus esfuerzos en el aumento de la producción (oro, plata, café, azúcar,
etc.), muriera quien muriera.

La teoría política de Waman Poma se contrapone a la teoría política europea; es una alternativa al régimen monárquico y capitalista-mercantil del sistema-mundo. El “triunfo” (hasta hoy) del modelo imperial relegó el modelo del Tawantinsuyu al mundo de las fantasías de un indio desorientado e inculto: caso ejemplar de la colonización del ser mediante la colonización del saber, a la cual responde Waman Poma con un fundamental proyecto de pensamiento decolonial.

Pero si Waman Poma es una puerta de entrada al lado más oscuro del Renacimiento, Ottobah Cugoano es una puerta de entrada al lado más oscuro de la Ilustración.

Cugoano es el menos conocido de los cuatro ex-esclavos (Egnatius Sancho, John Marrant y Loudah Equiano son los otros tres) que, en Inglaterra, en la segunda mitad del siglo XVIII, lograron convertirse en escritores. Se estima que Cugoano llegó a Inglaterra hacia 1770. Habría sido esclavo en las plantaciones inglesas del Caribe, de un tal Alexander Campbel. Nacido en lo que hoy es Ghana, alrededor de 1757, fue capturado por los propios africanos cuando tenía alrededor de trece años, y vendido como esclavo a mercaderes europeos. Cugoano llegó a Inglaterra poco después de
que se proclamara la “decisión Mansfield”, en junio de 1772, en favor de un
esclavo cimarrón (run away slave), en las colonias. Esta decisión, conocida,
por cierto, con gran euforia por unos veinte mil africanos en Inglaterra, fue de
gran importancia en el proceso de la declaración de la ilegalidad de la esclavitud.

Dos siglos de comercialización de esclavos y explotación del trabajo en las
plantaciones isleñas preceden el momento en que Cugoano publicó en Londres, en 1787, su tratado político decolonial. El título es el siguiente: Thoughts and Sentiments of the Evil and Wicked Traffic of the Slavery and Commerce of the Human Species, Humbly Submitted to the Inhabitants of Great Britain, by Ottobah Cugoano, a Native of Africa.

El dominio que tiene Cugoano de la lengua inglesa es comparable al dominio que tiene el Inca Garcilaso de la Vega de la lengua castellana. Waman Poma, en cambio, no tuvo contacto con el espacio del imperio, pero su castellano, gramaticalmente deficiente, no fue obstáculo para exponer sus ideas y argumentos, acompañado por diseños de mapas, personajes y situaciones. La fuerza política de ambos tratados no tienen paralelo, que yo conozca, ni en las Américas ni en otros lugares del planeta donde la colonización inglesa y francesa no había comenzado todavía.

Como Waman Poma, Cugoano no tiene otro criterio de juicio que la cristiandad. El pensamiento de la Ilustración, del cual es parte Cugoano, recién empezaba a configurarse. La teo-política del conocimiento era todavía el marco de referencia frente al cual la ego-política del pensamiento iluminista reclamaba su derecho de existencia. Como Waman Poma, Cugoano tomó los principios morales de la cristiandad al pie de la letra, y a partir de ahí proyectó su crítica a los excesos de los cristianos ingleses en la brutal explotación de los esclavos. Veamos un ejemplo:

The history of those dreadfully perfidious methods of forming settlements, and acquiring riches and territory, would make humanity tremble, and even recoil, at the enjoyment of such acquisitions and become reverted into rage and indignation at such horrible injustice and barbarous cruelty, “It is said by the Peruvians, that their Incas, or Monarchs, had uniformly extended their power with attention to the good of their subjects, that they might diffuse the blessings of civilizations, and the knowledge of the arts which they possessed among the people that embraced their protection; and during a succession of twelve monarchs, not one had deviated from this beneficent character”. Their sensibility of such nobleness of character would give them the most poignant dislike to their new terrible invaders that had desolated and laid waste their
country. (Cugoano, 1999, p. 65)10
10 La sección entre comillas del parágrafo proviene de History of America (1777) de William Robertson.

En el párrafo me interesa subrayar varias cosas: el manejo de la lengua; el
conocimiento y la solidaridad con la población indígena bajo la colonización
castellana, que Cugoano asemeja a la deshumanización de ambos, del indio
y del negro; la crítica directa, brutal, de un negro esclavo a los comerciantes
y explotadores blancos (tan directa y brutal como la de Waman Poma).

Estas críticas (la de Cugoano y la de Waman Poma) no se sitúan ya en el mismo nivel (paradigma) que la crítica de Las Casas a sus propios compatriotas. La crítica de Cugoano y Waman Poma se ubica en otra parte, en el espacio del giro decolonial. En este sentido, el párrafo citado es uno de tantos otros semejantes en los que la crítica va dirigida a las formas de gobierno y a la comunidad imperial formada por España, Portugal, Francia e Inglaterra.

Para Cugoano, la distinción entre naciones imperiales no tiene sentido. La
diferencia colonial no se detiene en las fronteras ínter-imperiales. Para la
diferencia imperial, en cambio, la formación nacional está en juego, y es
así que, desde 1558, Isabel I de Inglaterra (1533-1603) tejió en su imperio
británico la leyenda negra contra los abusos de los castellanos en América, gracias a la información y las críticas suministradas por Bartolomé de Las Casas. De ello hace eco Cugoano, pero castigando a su vez a los ingleses por sus brutalidades contra los esclavos negros, semejantes o peores a las de los castellanos contra los indios. Sin embargo, Isabel I no criticó la brutalidad de los ingleses que ella había condenado en los castellanos. La crítica de Cugoano se ubica y se piensa en y desde la diferencia colonial. La leyenda negra se ubica y se piensa en y desde la diferencia imperial. Cugoano no se engaña ni se distrae con las polémicas imperiales. Para un ex-esclavo, todos los gatos son pardos:
That base traffic of kidnapping and stealing men was begun by the Portuguese on the coast of Africa […] The Spaniards followed their infamous example, and the African slave-trade was thought most advantageous for them, to enable themselves to live in ease and affluence by the cruel subjetion and slavery of others. The French and English, and some other nations in Europe, as they founded settlements and colonies in the West Indies, or in America, went on in the same manner, and joined hand in
hand with the Portuguese and Spaniards, to rob and pillage Africa a well as to waste and desolate inhabitants of the Western continents. (Cugoano, 1999, p. 72)

La transformación de vidas humanas en materia desechable es algo más
que la “nuda vida” que Giorgio Agamben descubrió en el holocausto. Cugoano contribuyó a iniciar una crítica que hoy en día se reproduce, por ejemplo, en la “necropolítica” de Achille Mbembe, quien, partiendo de la “biopolítica” de Michel Foucault, la desplaza al espacio epistemológico de deslinde y apertura del pensamiento decolonial. Las divisiones imperiales/nacionales quedan al desnudo cuando se las mira desde las consecuencias de la lógica de la colonialidad: peleas imperiales por la mercadería humana.

Las reflexiones de Agamben son importantes, pero tardías, regionales y limitadas. Partir de los refugiados de la segunda guerra mundial y del holocausto significa ignorar los cuatrocientos años de historia moderno/colonial en la que los refugiados y el holocausto nazi son tan sólo un momento más en la larga cadena de desechabilidad de la vida humana.

Este fue precisamente uno de los argumentos más fuertes de Cugoano, como veremos enseguida. La genealogía del pensamiento decolonial es desconocida en la genealogía del pensamiento europeo. Así, Agamben vuelve a Hanna Arendt y a Heidegger, pero ignora, desconoce o simplemente no le afecta el pensamiento de Aimé Césaire, canónico en la genealogía del pensamiento imperial. En 1955, Césaire podía ver lo que quizás pocos (si es que algunos) pensadores europeos podían “ver”, tan desposeídos como estaban y están del archivo construido por la herida colonial. Observaba Césaire en su Discurso sobre el colonialismo:
Yes, it would be worthwile to study clinically, in detail, the steps taken by Hitler and Hitlerism and to reveal to the very distinguished, very humanistic, very Christian bourgeous of the twentieth century that without his being aware of it, he has a Hitler inside him, that Hitler inhabits him, that Hitler is his demon, that if he rails against him, he is being inconsistent and that, at bottom, what he cannot forgive Hitler for is not the crime in itself, the crime against man, it is not the humiliation of man as such, it is the crime against the white man, the humiliation of the white man, and the fact that he applied to Europe colonialist procedures which until then had been reserved exclusively for the Arabs or Algeria, the “coolies” of India, and the “niggers” of Africa. (Césaire, 2000, p. 5)11
11 Cito aquí la traducción inglesa. La primera traducción castellana está a punto de salir
(Madrid: Ediciones Akal).

Así, la “nuda vida” que “descubrió” Agamben, y que tanto entusiasmó a
la mentalidad blanca de la Europa occidental y de los Estados Unidos, es
tardíamente lo que indios y negros ya sabían desde el siglo XVI. Que las vidas de la gente blanca pudieran ser desechables fue una novedad para Europa y Anglo-América. Esa novedad es también parte de la ceguera del “hombre blanco”; una ceguera en la que el descubrimiento de la desechabilidad de la vida humana permite ahora construir argumentos “críticos” basados en la humillación del hombre blanco. El pensamiento decolonial, que también atiende a los horrores del holocausto, lo hace desde su gestación histórica en el siglo XVI, en historias paralelas, en Europa, en las Américas y en las poblaciones de Asia.

Llegados a este punto nos conviene volver a la ubicación, no sólo geo-histórica sino también epistémica (y el correlato entre ambos), del pensamiento.

En la historia de las ideas, de la filosofía, de la ciencia en Europa y de Europa
este asunto se dio por sentado, porque se asumió que lo importante es aquello que y sobre lo que se piensa y no desde dónde y a partir de dónde se piensa.

Veamos un botón de muestra. Con gloriosa prosa que recuerda la música
de Wagner, Jean-Jacques Rousseau anuncia de esta forma su ubicación
epistémica, ética y política en el Discours sur l’origine et les fondements de
l’inégalité parmi les hommes (1755):
Refiriéndose mi tema al hombre en general, procuraré buscar un lenguaje que convenga a todas las naciones; mejor aún, olvidando los tiempos y lugares para pensar tan sólo en los hombres a quienes hablo, supondré que estoy en el Liceo de Atenas repitiendo las lecciones de mis maestros, teniendo por jueces a los Platón, y los Jenófanes y al género humano por oyente. (Rousseau, 1977, p. 152)

Pero Waman Poma y Ottobah Cugoano difícilmente imaginarían el Liceo
de Atenas como escenario de su palabra, ni se “olvidarían del tiempo y del
espacio”. Dirían —me puedo imaginar— que su tema es de interés para la
humanidad en general, puesto que hablan de una civilización que ha llegado
a desechar vidas humanas. Pero puntualizarían la diferencia colonial que, a
partir del siglo XVI, “re-organizó el género humano” como posible “audiencia” y ocultó que en ese género humano hay vidas que no tienen valor.

Rousseau escribió un párrafo que revela el encandilamiento del deseo y voluntad de hablar por la humanidad, en un momento en que la transformación masiva de la vida en materia desechable (que por primera vez comenzó a ocurrir en la historia del “género humano” en el siglo XVI), llevaba ya más de dos siglos de historia. Como Cugoano unos veinte años después, y como Waman Poma unos dos siglos antes, Rousseau estaba preocupado por la desigualdad entre los hombres. Observando la escena europea, en su presente y en su historia, pero desatento a las desigualdades y a la herida infligida por la diferencia colonial, Rousseau observó:
Concibo en la especie humana dos clases de desigualdad: una que llamo natural o física porque ha sido establecida por la naturaleza y que consiste en la diferencia de edades, de salud, de las fuerzas del cuerpo y las cualidades del espíritu o del alma; otra, que puede denominarse desigualdad moral o política, pues depende de una especie de convención y está establecida, o cuando menos autorizada, por el consentimiento de los hombres. Esta última consiste en los diferentes privilegios de los que gozan unos en detrimento de los otros, como el ser más ricos, más honrados, más poderosos que
ellos o, incluso, hacerse obedecer. (Rousseau, 1977, p. 150)

Para Rousseau, preguntarse por el origen de la desigualdad natural no
tenía sentido puesto que esa pregunta, según él, estaba ya respondida de
antemano por la simple definición de la palabra: la desigualdad es natural, y
no hay nada más que preguntar. Es aún más absurdo preguntarse —continúa
Rousseau— si hay alguna conexión esencial entre las dos desigualdades,
puesto que hacer esta pregunta significaría preguntar si quienes están en el
poder y en posición de mandar son necesariamente mejores que aquellos que
están en posición de obedecer. Este tipo de preguntas, concluye Rousseau,
sería adecuado en una discusión de los esclavos en una audiencia con su
amo, pero totalmente inconducente e incorrecta si tales preguntas fueran
dirigidas a “hombres razonables y libres en búsqueda de la verdad” (Rousseau,
1977, p. 150).

Como tantos otros ilustrados del siglo XVIII (Kant entre ellos), Rousseau condenó la esclavitud, pero tal condena no se derivaba de que se aceptara sin más la igualdad de los europeos y los esclavos africanos. La “desigualdad natural” es un principio racional suficiente para distinguir en el mismo plumazo lo injusto de la esclavitud, pero también la inferioridad
de los negros africanos.

Ottobah Cugoano dio un giro de ciento ochenta grados a los debates sobre
el derecho y la ley natural que ocupó a los ilustrados blancos del siglo
XVIII. Mientras que Waman Poma respondía al debate imperial de toda una
pléyade de misioneros y hombres de letras (Las Casas, Acosta, Murúa, a
quienes menciona al final de la Nueva Corónica), Cugoano respondía a ideas
en boga durante la Ilustración y en un momento de ascendencia intelectual
en Inglaterra, Alemania y Francia. Entre los nombres que dominaban el terreno intelectual, filosófico y político de la época, cuentan: George Berkeley, Principles of Human Knowledge (1710), Alexander Pope, Essay on Man (1734), David Hume, Inquiry Concerning Human Understanding (1748) y Ephraim Lessing, Educación de la raza humana (1780).

Los análisis económicos de las relaciones entre la esclavitud y el mercado que ofrece Cugoano también dan un giro de ciento ochenta grados al tratado de Adam Smith, The Wealth of Nations, publicado unos diez años antes que el de Cugoano. Más aún, al haber titulado su discurso Thoughts and Sentiments, Cugoano alude directamente al tratado de Smith, La teoría de los sentimientos morales (1759). En resumen, el tratado de Cugoano es una brutal crítica ética a los depredadores imperiales y robadores de hombres (expresiones que aparecen repetidas veces en su discurso), en nombre de la ética cristiana; un análisis de la economía y la esclavitud, insistiendo constantemente en la desechabilidad de la vida de los negros (“our lives are accounted of no value”). Cugoano concluye su discurso con propuestas concretas para terminar con la esclavitud, compensar las naciones africanas por los daños infligidos y legalizar el trabajo.

Independiente de que estas cuestiones que plantea Cugoano estén abiertas
todavía hoy, lo importante para mi argumento es identificar en qué consiste
el giro decolonial. Anthony Bogues marca sin dudar el desenganche y la
apertura de Cugoano en el ámbito de la teoría política. En relación con los
debates y temas en discusión entre filósofos y tratadistas políticos europeos de
Inglaterra, Alemania y Francia en el siglo XVIII, Bogues afirma lo siguiente:
Cugoano’s political discourse suggests the existence of a different stream that articulates notions about natural liberty and natural rights. For Cugoano, the fundamental natural right was the right of the individual to be free and equal, no in relationship to government but in relationship to other human beings. (Bogues, 2005, p. 45)12
12 Las citas de Anthony Bogues son tomadas de “The Political Thought of Quobna Cugoano: Radicalized Natural Liberty” (2005).

Bogues agrega que el argumento de Cugoano, que reclama la igualdad de
los negros en un mundo en donde la teoría política y el concepto de humanidad estaba en manos de los blancos (la “desigualdad natural”), complementa el giro decolonial al plantear que los seres humanos son iguales y libres frente a otros seres humanos y no frente al Estado.

Recordemos que el argumento de Rousseau, en cambio, es la igualdad formal de los hombres frente al Estado y su desigualdad en el “estado de naturaleza”. Este giro es el que separa a Cugoano del resto de los abolicionistas blancos, quienes argumentan contra la esclavitud pero mantienen la inferioridad del negro:
When we add these things together, we cannot escape the conclusion that there existed in Cugoano’s slave narrative a political counternarrative that moved in a different direction than the political horizons of the Enlightenment. (Bogues, 2005, p. 45)

La “dirección diferente” que toma Cugoano en el horizonte político de la
Ilustración es precisamente lo que aquí intento describir como el giro decolonial y la gestación del pensamiento decolonial en la fundación misma del sistema-mundo moderno/colonial. La fuerza y la energía del pensamiento decolonial estuvo siempre “ahí”, en la exterioridad, en lo negado por el pensamiento imperial/colonial.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Podríamos continuar la genealogía del pensamiento decolonial, deteniéndonos, por ejemplo, en Mahatma Gandhi. Mencionarlo aquí es importante por lo siguiente: Cugoano y Gandhi se encuentran unidos, en distintos puntos del planeta, por el Imperio Británico, del mismo modo en que Waman Poma y Cugoano están unidos por la continuidad de los imperialismos de Europa occidental en América. Podríamos continuar con Frantz Fanon y conectarlo con Cugoano por la herida colonial en los africanos y también por la complicidad imperial entre España, Inglaterra y Francia (a pesar de sus conflictos imperiales). Con ello quiero señalar lo siguiente: la genealogía del pensamiento decolonial se estructura en el espacio planetario de la expansión colonial/imperial, contrario a la genealogía de la modernidad europea, que se estructura en la línea temporal de un espacio reducido, de Grecia a Roma, a Europa occidental y a Estados Unidos.

El elemento genealógico en común entre Waman Poma, Cugoano, Gandhi y Fanon es la herida infligida por la diferencia colonial. El giro decolonial (la decolonización epistémica) operado por Waman Poma y Cugoano tuvo lugar en el horizonte de las monarquías, antes de la emergencia del Estado moderno (burgués) y de la emergencia de las tres ideologías seculares imperiales del sistema-mundo moderno: el conservatismo, el
liberalismo y el marxismo (Wallerstein, 1995).

Por eso, en el horizonte epistémico de ambos, la teología es reina. Con todo, la genealogía del pensamiento decolonial es pluriversal (no universal). Así, cada nudo de la red de esta genealogía es un punto de despegue y apertura que reintroduce lenguas, memorias, economías, organizaciones sociales, subjetividades, esplendores y miserias de los legados imperiales. La actualidad pide, reclama, un pensamiento decolonial que articule genealogías desperdigadas por el planeta y ofrezca modalidades económicas, políticas, sociales y subjetivas “otras”. El proceso está en marcha y lo vemos cada día, a pesar de las malas noticias que nos llegan del Oriente medio, de Indonesia, de New Orleans y de la guerra interior en Washington.

BIBLIOGRAFÍA

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Boletin ICCI-Rimai. (2001). http://icci.nativeweb.org/boletin/33/.
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Césaire, Aimé. (2000). Discours sur le colonialism. New York: Monthly Review.
Cugoano, Ottobah. (1999). Thoughts and Sentiments of the Evil and Wicked Traffic of the Slavery and Commerce of the Human Species, Humbly Submitted to the Inhabitants of Great Britain, by Ottobah Cugoano, a Native of Africa. New York: Penguin Classics.
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de la desigualdad entre los hombres”. En Discursos a la Academia de Dijon.
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Sachs, Jeffrey D. (2005). The End of Poverty. Economic Possibilities for our Time. New York: Penguin Press.
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Wallerstein, Emmanuel. (1995). After Liberalism. New York: New Press.

Prefacio de IMPERIO

Prefacio

El Imperio se está materializando ante nuestros ojos. Durante las últimas décadas, mientras los regímenes coloniales eran derrocados, y luego, precipitadamente, tras el colapso final de las barreras soviéticas al mercado capitalista mundial, hemos sido testigos de una irresistible e irreversible globalización de los intercambios económicos y culturales.

Junto con el mercado global y los circuitos globales de producción ha emergido un nuevo orden, una nueva lógica y estructura de mando –en suma, una nueva forma de soberanía. El Imperio es el sujeto político que regula efectivamente estos cambios globales, el poder soberano que gobierna al mundo.

Muchos sostienen que la globalización de la producción capitalista y el
intercambio significa que las relaciones económicas se han vuelto más
autónomas de los controles políticos, y que, consecuentemente, ha declinado
la soberanía política. Algunos celebran esta nueva era como la liberación de
la economía capitalista de las restricciones y distorsiones que las fuerzas
políticas le habían impuesto, otros se lamentan por el cierre de los canales
institucionales a través de los cuales los trabajadores y ciudadanos podían
influir o responder a la fría lógica de la ganancia capitalista. Ciertamente es
verdad que, frente al proceso de globalización, la soberanía de los Estadosnaciones, aunque aún es efectiva, ha declinado progresivamente.

Los factores primarios de la producción y el intercambio –dinero, tecnología,
gente y bienes– se mueven con creciente facilidad a través de los límites
nacionales; por lo que el Estado-nación posee cada vez menos poder para
regular estos flujos e imponer su autoridad sobre la economía. Incluso los
Estado-nación más poderosas ya no pueden ser consideradas como
autoridades supremas y soberanas, tanto fuera como dentro de sus propias
fronteras. La declinación de la soberanía de los estados-naciones, sin
embargo, no significa que la soberanía como tal haya declinado.1
De un extremo a otro de las transformaciones contemporáneas, los controles
políticos, las funciones del Estado y los mecanismos regulatorios han
continuado dirigiendo el reino de la producción económica y social y del
intercambio. Nuestra hipótesis básica es que la soberanía ha tomado una
nueva forma, compuesta por una serie de organismos nacionales y
supranacionales unidos bajo una única lógica de mando.

Esta nueva forma global de soberanía es lo que llamamos Imperio.

La soberanía declinante de las naciones-estado y su progresiva incapacidad
para regular los intercambios económicos y culturales es, de hecho, uno de
los síntomas principales de la llegada del Imperio. La soberanía del Estadonación fue la piedra basal de los imperialismos que las potencias Europeas construyeron durante la Era Moderna.

Por “Imperio”, sin embargo, entendemos algo diferente de “imperialismo”. Los límites definidos por el moderno sistema de Estados-naciones fueron fundamentales para el colonialismo europeo y la expansión económica: los límites territoriales de la nación delimitaron el centro de poder desde el cual se ejerció el mando sobre territorios externos y ajenos, por medio de un sistema de canales y barreras que, alternativamente, facilitaron u obstruyeron los flujos de producción y circulación.

El imperialismo fue realmente una extensión de la soberanía de los Estados-nación europeos más allá de sus fronteras. Eventualmente casi todos los territorios del mundo podían ser parcelados, y todo el mapa mundial
podía ser codificado en colores europeos: rojo para los territorios británicos, azul para los franceses, verde para los portugueses, etc.

Adonde se afianzara la moderna soberanía, construía un moderno Leviatán que reproducía su dominio social e imponía fronteras territoriales jerárquicas, tanto para vigilar la pureza de su propia identidad como para excluir cualquier otra distinta.

El pasaje al Imperio emerge del ocaso de la moderna soberanía. En contraste con el imperialismo, el Imperio no establece centro territorial de poder, y no se basa en fronteras fijas o barreras. Es un aparato de mando descentrado y desterritorializado que incorpora progresivamente a todo el reino global dentro de sus fronteras abiertas y expansivas.

El Imperio maneja identidades híbridas, jerarquías flexibles e intercambios plurales por medio de redes moduladoras de comando. Los diferentes colores del mapa imperialista del mundo se han unido y fundido en el arco iris imperial global.

La transformación de la geografía moderna imperialista del mundo y la
realización del mercado mundial señalan un pasaje dentro del modo
capitalista de producción. Más aún: la división espacial de los tres Mundos
(Primero, Segundo y Tercer Mundo) se ha entremezclado de modo tal que
hallamos continuamente al Primer Mundo en el Tercero, al Tercero en el
Primero, y al Segundo, en verdad, en ningún lado.

El capital parece enfrentar a un mundo suavizado – o, realmente, un mundo definido por nuevos y complejos regímenes de diferenciación y homogeneización, deterritorialización y reterritorialización. La construcción de los pasajes y límites de estos nuevos flujos globales ha estado acompañada por una transformación de los propios procesos productivos dominantes, con el resultado que el rol del trabajo fabril industrial ha sido reducido y la prioridad otorgada al trabajo cooperativo, comunicacional y afectivo. En la
posmodernización de la economía global, la creación de riqueza tiende cada
vez más hacia lo que denominamos producción biopolítica, la producción de
la misma vida social, en la cual lo económico, lo político y lo cultural se
superponen e infiltran crecientemente entre sí.

Muchos ubican a la autoridad última que gobierna el proceso de globalización y del nuevo orden mundial en los Estados Unidos. Los que sostienen esto ven a los Estados Unidos como el líder mundial y única superpotencia, y sus detractores lo denuncian como un opresor imperialista. Ambos puntos de vista se basan en la suposición de que los Estados Unidos se hayan vestido con el manto de poder mundial que las naciones europeas dejaron caer. Si el siglo diecinueve fue un siglo británico, entonces el siglo veinte ha sido un siglo americano; o, realmente, si la modernidad fue europea, entonces la posmodernidad es americana.

La crítica más condenatoria que pueden efectuar es que los Estados Unidos están repitiendo las prácticas de los viejos imperialismos europeos, mientras que los proponentes celebran a los Estados Unidos como un líder mundial más eficiente y benevolente, haciendo bien lo que los europeos hicieron mal.

Nuestra hipótesis básica, sin embargo, que una nueva forma imperial de soberanía está emergiendo, contradice ambos puntos de vista. Los Estados Unidos no pueden, e, incluso, ningún Estado-nación puede hoy, constituir el centro de un proyecto imperialista. El imperialismo ha concluido. Ninguna nación será líder mundial, del modo que lo fueron las naciones modernas europeas.

Sin embargo, los Estados Unidos ocupan un lugar privilegiado en el Imperio, pero este privilegio deriva no de sus similitudes con las viejas potencias imperialistas europeas, sino de sus diferencias. Estas diferencias pueden reconocerse claramente en las bases propiamente imperiales (no imperialistas) de la constitución de los Estados Unidos, y por “constitución” queremos decir tanto la constitución formal, el documento escrito junto con sus variadas enmiendas y aparatos legales, y la constitución material, es decir, la continua formación y re-formación de la composición de sus fuerzas sociales. Thomas Jefferson, los autores de El Federalista, y los otros miembros fundadores de los Estados Unidos fueron todos inspirados por el antiguo modelo imperial; todos ellos creían que estaban creando al otro lado del Atlántico un nuevo Imperio, de fronteras abiertas y expansivas, donde el poder estaría efectivamente distribuido en redes. Esta idea imperial ha
sobrevivido y madurado a través de la historia de la constitución de los
Estados Unidos, y ha emergido ahora en una escala global, en su forma
plenamente realizada.

Debemos enfatizar que aquí utilizamos la palabra “Imperio” no como una
metáfora, que requeriría demostrar las semejanzas entre el mundo actual y
los Imperios de Roma. China, las Américas y demás, sino como un concepto,
que pide primariamente un acercamiento teórico. 2

El concepto de Imperio se caracteriza fundamentalmente por una falta de fronteras: el mando del Imperio no tiene límites. Primero y principal, entonces, el concepto de Imperio incluye a un régimen que, efectivamente, abarca a la totalidad espacial, o que, realmente, gobierna sobre todo el mundo “civilizado”. Ninguna frontera territorial limita su reinado.

Segundo, el concepto de Imperio no se presenta a sí mismo como un régimen histórico originado en la conquista, sino como un orden que, efectivamente, suspende la historia, y así fija el estado existente para la eternidad. Desde la perspectiva del Imperio este es el modo en que serán siempre las cosas, y el modo en que siempre debió ser.
El Imperio presenta su mando no como un momento transitorio en el movimiento de la historia, sino como un régimen sin límites temporales, y, en este sentido, fuera de la historia, o en el fin de la historia.

Tercero, el mando del Imperio opera sobre todos los registros del orden social, extendiéndose hacia abajo, a las profundidades del mundo social. El Imperio no sólo maneja un territorio y una población, sino que también crea al mundo que habita. No sólo regula las interacciones humanas, sino que también busca, directamente, regir sobre la naturaleza humana. El objeto de su mando es la vida social en su totalidad, y por esto el Imperio presenta la forma paradigmática del biopoder.

Finalmente, aunque la práctica del Imperio está continuamente bañada en sangre, el concepto de Imperio está siempre dedicado a la paz- una paz perpetua y universal, fuera de la historia.

El Imperio que enfrentamos ejerce enormes poderes de opresión y
destrucción, pero este hecho no debe hacernos sentir nostalgia por las viejas
formas de dominación. El pasaje hacia el Imperio y su proceso de
globalización ofrece nuevas posibilidades a las fuerzas de liberación. La
globalización, por supuesto, no es una única cosa, y los múltiples procesos
que reconocemos como globalización no están unificados ni son unívocos.

Nuestra tarea política, argumentaremos, no es, simplemente, resistir a estos
procesos, sino reorganizarlos y redirigirlos hacia nuevos fines. Las fuerzas
creativas de la multitud que sostienen al Imperio son también capaces de
construir un contra-Imperio, una organización política alternativa de los flujos e intercambios globales. Las luchas para contestar y subvertir al Imperio, como asimismo aquellas para construir una alternativa real, tendrán lugar en el mismo terreno imperial – y desde luego esas luchas ya han comenzado a emerger.

Por medio de esas luchas y muchas más como ellas, la multitud
deberá inventar nuevas formas democráticas y un nuevo poder constituyente que habrá de llevarnos algún día a través y más allá del Imperio.
La genealogía que seguiremos en nuestro análisis del pasaje desde el
imperialismo hacia el Imperio será primero europea y luego euro-americana, no porque creamos que estas regiones son la fuente privilegiada y exclusiva de ideas nuevas e innovaciones históricas, sino simplemente porque este es el principal camino geográfico que siguieron los conceptos y prácticas que animan al Imperio desarrollado actualmente – paralelamente, como
sostendremos, al desarrollo del modo capitalista de producción. 3

Aunque la genealogía del Imperio sea en este sentido eurocéntrica, sin embargo, sus poderes actuales no están limitados a ninguna región. Lógicas de mando que, en algún sentido, se originaron en Europa y los Estados Unidos, ahora invisten prácticas de dominación por todo el mundo. Más importante aún: las fuerzas contestatarias del Imperio, que efectivamente prefiguran una sociedad global alternativa, no están ellas mismas limitadas a ninguna región geográfica. La geografía de estos poderes alternativos, la nueva cartografía, está aún aguardando a ser escrita – o, realmente, está siendo escrita hoy con las luchas, resistencias y deseos de la multitud.

Al escribir este libro hemos intentado con nuestra mayor habilidad emplear un
enfoque interdisciplinario amplio. [4] Nuestros argumentos pretenden ser
igualmente filosóficos e históricos, culturales y económicos, políticos y
antropológicos. En parte nuestro objeto de estudio demanda esta
interdisciplinariedad, puesto que en el Imperio las fronteras que pudieron
justificar previamente enfoques disciplinarios estrechos están quebrándose
progresivamente. En el mundo imperial, el economista, por ejemplo, necesita
de un conocimiento básico de producción cultural para entender la economía,
y del mismo modo el crítico cultural requiere un conocimiento básico de los
procesos económicos para entender la cultura. Ese es un requerimiento que
nuestro proyecto demanda. Deseamos haber contribuido con este libro a un
marco teórico general y una herramienta conceptual para teorizar y actuar
contra el Imperio.5

Como la mayoría de los libros extensos, este puede ser leído de muchos
modos: de adelante hacia atrás, por partes, salteadamente, o por
correspondencias. Las secciones de la Parte 1 introducen la problemática
general del Imperio. En la parte central del libro, Partes 2 y 3, narraremos el
pasaje de la modernidad a la posmodernidad, o, en verdad, del imperialismo al Imperio. La Parte 2 cuenta el pasaje básicamente desde el punto de vista de la historia de las ideas y la cultura, desde el período moderno temprano a la actualidad. El hilo rojo que recorre esta parte es la genealogía del concepto de soberanía. La Parte 3 narra el mismo pasaje desde el punto de vista de la producción, donde la producción es entendida en sentido amplio, desde la producción económica a la producción de subjetividad. Esta narración ocupa un período más breve, y enfoca principalmente las transformaciones de la producción capitalista desde fines del siglo diecinueve hasta el presente. Las estructuras internas de las Partes 2 y 3, pues, corresponden a: las primeras secciones de cada una se ocupan de la fase moderna, imperialista; las secciones medias tratan de los mecanismos del pasaje; y las secciones finales analizan nuestro mundo posmoderno, imperial.

Hemos estructurado el libro de este modo para enfatizar la importancia del
desvío desde el reino de las ideas al de la producción. El Intermezzo entre las
Partes 2 y 3 funciona como una bisagra que articula el movimiento desde un punto de vista hacia el otro. Pretendemos que este cambio de un punto de
vista al otro funcione como el momento en que Marx, en El Capital, nos invita
a abandonar la ruidosa esfera del intercambio y descender a la escondida
morada de la producción. Es en el reino de la producción donde se revelan
claramente las desigualdades sociales, y, más aún, donde aparecen las más
efectivas resistencias y alternativas al poder del Imperio. En la parte 4
intentaremos identificar estas alternativas que hoy están trazando las líneas
de un movimiento más allá del Imperio.

Este libro fue iniciado al finalizar la Guerra del Golfo Pérsico y terminado
antes del inicio de la guerra en Kosovo. Por ello el lector deberá situar el
argumento en el punto medio entre estos dos eventos significativos en la
construcción del Imperio.

Una vida de Michel Foucault, el filósofo que se atrevió a todo

Una vida de Michel Foucault, el filósofo que se atrevió a todo

25 noviembre 2013 § 21 comentarios

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Cuando murió, el 25 de junio de 1984, Michel Foucault era el pensador más famoso del mundo. Aunque quizá fuese algo menos popular de lo que había logrado serlo Jean-Paul Sartre después de la Segunda Guerra Mundial, desde fines de los 60 su obra ocupó el lugar central.

Michel Foucault murió a los 57 años: tenía sida en una época en la que la enfermedad era rápidamente mortal. El virus que la causa había sido descubierto, apenas un par de años antes de que el filósofo muriese, por Luc Montagnier, un investigador que fue discípulo del doctor Paul Foucault, padre de Michel.

Hijo, nieto y bisnieto de médicos, a Michel no le resultó fácil decirle a su padre que no iba a continuar la tradición familiar. A los once años sorprendió a sus mayores que daban por descontado que sería cirujano cuando les anunció que deseaba ser profesor de Historia. A pesar de tal atrevimiento infantil, Foucault mantuvo toda su vida una relación privilegiada con la medicina, aunque fue una relación signada por una desconfianza esencial.

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Desde muy niño el filósofo conoció el sufrimiento. Se sabía diferente y su entorno le demostraba de mil maneras que eso no estaba bien. Criado en un hogar en el que la fuerte tradición católica de la rama paterna regía hasta los mínimos detalles de la vida cotidiana, miembro de la puritana clase media provincial de las décadas del 30 y del 40, el muchachito había descubierto que, a diferencia de lo que decían la mayoría de sus compañeros, él se sentía atraído por los varones. Ese descubrimiento se volvió una tortura: no sabía qué hacer, a quién recurrir, cómo vivir.

En su hogar las presiones para que el niño se “encauzara” debían de ser intolerables. El filósofo contó, poco antes de morir, que siendo pequeño su padre lo llevó a una de las salas de operaciones del Hospital de Poitiers para que fuese testigo de la amputación de la pierna que se le estaba realizando a un enfermo. El objetivo era inducir al niño a que “se hiciese hombre”. La vida para él se convirtió en una tortura: hasta mediados de sus 20 años, Foucault intentó varias veces suicidarse, su afición al alcohol nació en esa época.

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Sin embargo, el haber sobrevivido al escándalo de ser un adolescente homosexual en un mundo que consideraba que esa orientación sexual era una enfermedad o una forma de degeneración moral, el haber sido capaz de superar semejante condena lo acostumbró al riesgo, lo fortaleció y lo capacitó para intervenir en los combates intelectuales que lo esperaban, no menos feroces que las crueles burlas y los brutales sarcasmos que tuvo que soportar en sus años de estudiante.

En principio, Foucault aprendió desde muy joven a enfrentar las cuestiones desde un lugar absolutamente original. En las disputas que la izquierda y la derecha mantenían durante los calientes años de la Guerra Fría, aunque se había alineado con la izquierda (incluso, ingresó al Partido Comunista, siguiendo a su amigo Louis Althusser), su posición estaba tan lejos de ser ortodoxa que no le resultó extraño a nadie que dejara el comunismo tan rápidamente como había ingresado. Nunca fue un izquierdista típico; sus posiciones políticas escandalizaban tanto a los conservadores como a los progresistas.

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Brillante en una generación de hombres brillantes (entre sus muchos compañeros de estudios se destacaban Pierre Bourdieu y Paul Veyne, entre sus amigos figuran Pierre Boulez, Roland Barthes y Gilles Deleuze), Foucault sobresalió desde el comienzo de su carrera universitaria. Sus maestros (Maurice Merleau-Ponty, Georges Dumézil, Louis Althusser, Jean Hyppolite, Georges Canguilhem) creyeron, desde que lo conocieron, que era “la promesa de su generación”.

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Aún siendo niño estaba obsesionado por ocupar los primeros puestos en el estudio. En Poitiers sólo era superado por un compañero cuyo nombre parece una broma del destino: Pierre Riviere (el mismo que el del asesino que escribió las famosas memorias que Foucault analizó en Yo, Pierre Riviere maté a mi padre…). Uno de los recuerdos más amargos de su adolescencia está relacionado con la lucha por la primacía en la escuela. El jovencito Michel vio llegar de golpe, en plena invasión alemana, a muchachos judíos que escapaban de París, ocupada por los nazis. Los jóvenes parisinos tenían, obviamente, mejor formación que los de Poitiers y enseguida superaron a Michel. El detestó tanto esta situación que se encerró en una fantasía que no lo abandonó: en ella los de París “desaparecían”, eran secuestrados y deportados de Poitiers. Esa fantasía se hizo realidad muy pronto: los chicos judíos fueron enviados a los campos de concentración. El adulto e iconoclasta Michel Foucault aún sentía culpa por la forma en la que la historia realizó su deseo.

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La Beatriz de Foucault fue Nietzsche. Como Beatriz guía a Dante en la Divina Comedia, la obra de Friedrich Nietzsche (especialmente los textos que escribió casi al borde de la locura) fueron para Foucault una iluminación. Casi como ningún otro de los expertos en Nietzsche (ni siquiera pensadores tan sutiles como Giorgio Colli), Foucault supo ver en el autor del Origen de la tragedia al poeta tanto como al filósofo, al artista tanto como al pensador. Para Foucault (como para Nietzsche) la forma, el tono poético que recorre su escritura y la apelación al aforismo nunca fueron cuestiones secundarias.

Nietzsche también le permitió sentirse más seguro para elaborar su punto de vista singular. Como suele suceder con muchos jóvenes que se sienten incómodos a causa de su posición de extraño a las normas y a los estilos que definen al grupo de “pertenencia”, también a Foucault la obra de Nietzsche le reveló el poder y el goce de ser diferente. Esta obra fue su guía y su sostén; le ayudó a comprender que tener un punto de vista original no era un pecado por el que debía pagar caro. Hay un par de aforismos nietzscheanos que lo acompañaron toda la vida, casi como mantras para una meditación personal. Uno de esos aforismos (el que, según el filósofo francés, marcó cada momento de su vida), él lo parafraseaba así: “Se trata de llegar a ser lo que uno verdaderamente es”. El otro reza: “El amor a la verdad es terrible y poderoso”.

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Entre las influencias que el propio Foucault consideró esenciales para su formación se destacan Martin Heidegger y Jean-Paul Sartre (con quien se enfrentó más de una vez y de manera tan dura que le llevó mucho tiempo reconocer la deuda que tenía con su obra). No es casual que Sartre sea dramaturgo y novelista, además de filósofo. Como Roland Barthes, Foucault apreciaba sin discusión la obra literaria de Sartre. Tampoco es casual que Heidegger sea uno de los pocos filósofos que fundó gran parte de su reflexión sobre la poesía, a la que consideraba una potencia reveladora.

El punto de vista original que caracteriza la indagación foucaultiana, su mirada poco habitual en el mundo del pensamiento es, sin embargo, frecuente en el universo de la literatura. Se podría decir que Foucault es el más literario de los filósofos o el más filosófico de los escritores. Muchas de sus referencias “teóricas” son literarias. No es accidental, por ejemplo, que, al comienzo de Las palabras y las cosas, diga que la investigación de ese libro que lo catapultó a la fama (incluso, a la popularidad) nació de un fragmento de uno de los ensayos de Jorge Luis Borges que se encuentra en Otras inquisiciones: “El idioma analítico de John Wilkins”. Borges (al igual que su admirado Oscar Wilde) era un maestro en el difícil arte de expresar ideas extremadamente complejas y peligrosas mediante paradojas brillantes y sutilezas estilísticas.

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El estilo de Foucault (pero el estilo no es secundario, “el estilo es el hombre”) es literario: desde la inclusión de micronarraciones que son esenciales para el desarrollo del argumento hasta el trabajo con la escritura (una escritura que abunda en metáforas, una escritura que apela a transformar muchas de sus frases en epigramas, casi en versos, y a sus párrafos en aforismos) hacen de Foucault un escritor, antes que un pensador. El niño que decidió ser profesor de Historia se convirtió en uno de los escritores que más profundamente han reflexionado sobre la Historia, en un poeta del pensamiento y en un narrador teórico.

Su tesis principal (presentó dos; la segunda, titulada Kant, Anthropologie introducción, traducción y notas no se editó) fue presentada, en 1961, por G. Canguilhem y D. Lagache: era Historia de la locura en la época clásica. Apenas aparecido, el libro fue saludado como una contribución esencial a la historia de las mentalidades por historiadores de la talla de Fernand Braudel. A raíz de este texto comienza una serie de programas de radio dedicados a “historia de la locura y literatura” que se mantienen en el aire casi un año.

La Historia de la locura lo convierte en el pensador de moda en el medio intelectual francés. El diario Le Monde lo califica como un “intelectual absoluto, fuera del tiempo”. En ese libro fundacional, Foucault insiste en pensar la locura en su especificidad, no como una esencia inmutable que se mantendría a través del tiempo y las culturas (sólo cambiarían las formas de designarla), sino que es propia de cada momento histórico, de cada contexto cultural, social, económico. Mientras más precisamente es definida desde el punto de vista de la ciencia, la locura se convierte en cada vez más inaprensible. Sin embargo, su costado políticamente explosivo recién se pondrá de manifiesto tras el Mayo Francés, cuando Foucault se relacione con los antipsiquiatras, Ronald Laing y David Cooper, y con los que critican el encierro en el manicomio, como Basaglia.

A fines de ese año, Foucault termina de escribir El nacimiento de la clínica (libro al que presenta como “las sobras de la Historia de la locura“), que aparecerá dos años más tarde. La medicina vista desde la crítica más virulenta contra el saber médico sigue ocupando un lugar central en su pensamiento. A diferencia de los que critican la medicina moderna por sus errores (por los efectos secundarios que tienen los medicamentos o por los diagnósticos errados), Foucault critica la medicina en su “esencia”: el saber médico es negativo por sí mismo, sobre todo cuando “acierta”, porque por su mecánica destructiva ver a la enfermedad como algo a combatir crea las condiciones de nuevas enfermedades, que serán más difíciles de controlar.

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En 1966 aparece su libro más difundido, Las palabras y las cosas. La conclusión del ensayo contribuyó a que la prensa lanzara una polémica (para Foucault como para muchos otros intelectuales es una discusión fundamentalmente “mediática”) que ocupó durante meses las páginas de los principales periódicos franceses: la muy mal entendida cuestión de lo que se llamó “la muerte del hombre”. Foucault, que estaba interesado en desmontar el mecanismo de naturalización del pensamiento (un mecanismo que hace que se crea que los conceptos, así como también los problemas y las soluciones científicas, son eternos o casi porque el pensamiento es visto como si estuviera fuera de la historia), escribió, como conclusión de su investigación: “En todo caso, una cosa es cierta: el hombre no es el problema más antiguo ni el más constante que se haya planeado el saber humano (…) El hombre es una invención cuya fecha reciente muestra con toda facilidad la arqueología de nuestro pensamiento. Y quizá también su próximo fin. Si esas disposiciones desaparecieran tal como aparecieron, si, por cualquier acontecimiento cuya posibilidad podemos cuando mucho presentir, pero cuya forma y promesa no conocemos por ahora, oscilaran, como lo hizo, a fines del siglo XVIII, el suelo del pensamiento clásico, entonces podría apostarse a que el hombre se borraría, como en los límites del mar un rostro de arena”.

En los apasionados días del Mayo Francés, el pensador se encontraba entre dos continentes (Europa y Africa) y, además, nadando entre dos aguas: pocas horas antes de la sublevación estudiantil Foucault es un académico de prestigio, un profesor querido, pero “elitista”, un hombre que está discutiendo con el gobierno el futuro de la educación secundaria y universitaria de Francia. Es un hombre que ha “renegado” de Marx. La mayoría de la izquierda lo califica de “violentamente anticomunista”.

Dicta cursos en Túnez a la vez que es nombrado profesor de la Universidad de Nanterre, que será una de las trincheras más ardientes durante la revuelta estudiantil. Casi todo mayo, Foucault permanece bloqueado en Túnez; recién puede abordar un vuelo a París el 27. Llega justo para sumarse al mitin de los líderes de la izquierda que se realizó en el estadio Charléty. Con idas y vueltas a Túnez, Foucault participa de las últimas manifestaciones francesas, antes de que el partido de De Gaulle gane ampliamente las elecciones convocadas por Pompidou. Foucault declara que las revueltas hiperideologizadas de los estudiantes franceses no le interesan demasiado. Agrega que, por el contrario, “la militancia violenta, corporal y necesaria” de los tunecinos le hizo redescubrir el amor a la militancia.

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Pocos días después de acabada la revuelta, Hélene Cixous lo invita a participar en la creación de la universidad de Vincennes. Aunque se lo convocó con el fin de dirigir el proyecto, Foucault sólo acepta ayudar a conformar los departamentos de psicoanálisis (en conjunto con el lacaniano Serge Leclaire) y de filosofía (junto a Alain Badiou). Mientras los intelectuales soviéticos en la revista Literatournaa Gazeta atacan duramente el “antimarxismo y antihumanismo” de Foucault, el nuevo ministro de Educación de Francia, Olivier Guichard, no le concedió validez nacional a la licenciatura en filosofía otorgada por Vincennes (donde el pensador enseñaba) porque “tiene demasiados cursos dedicados a la política y al marxismo”.

A comienzos de 1970 realiza su primer viaje a Estados Unidos. Desde allí conquistará al mundo intelectual. Al mismo tiempo que llega a Berkeley, a las experiencias con las drogas de manera muy tímida y a las prácticas sexuales sadomasoquistas no tan tímidamente, Foucault empieza a enfocar su trabajo sobre el problema del poder y de la relación entre saber y poder. En respuesta a un largo artículo que Althusser había publicado en La Pensée, en el cual los aparatos de Estado se diferencian según funcionen por la violencia o por la ideología, Foucault escribe un artículo que critica esa distinción. Es el origen de otro de sus libros más difundidos: Vigilar y castigar, que verá la luz un lustro más tarde. A la vez, funda el Grupo de Información sobre las Prisiones (GIP), como una forma de intervención específica sobre la realidad.

Es en esa época que Foucault escribe sobre las cárceles. Se interroga por qué las prisiones, a pesar de contener una población minoritaria, ejercen tal fascinación social. El cree que las prisiones fascinan porque permiten a los “buenos, a los ciudadanos irreprochables”, a los que se consideran socialmente “inocentes” ejercer el mal sin límites: “Todas las violencias y arbitrariedades son posibles en la prisión, aunque la ley diga lo contrario, porque la sociedad no sólo tolera, sino que exige, que al delincuente se lo haga sufrir”.

En su lección inaugural del Collge de France, el 2 de diciembre de 1970, Foucault expone sobre la cuestión del poder. Durante 13 años, cada miércoles a las 17.45 expondrá sus investigaciones. El tema del primer curso, titulado “La voluntad de saber”, es la contraposición de los modelos teóricos de Aristóteles y Nietzsche. La concurrencia fue tan masiva que no sabían dónde ubicar tanta gente.

Foucault comienza un período de apertura a todos los temas, a todas las formas de abordaje: los 70 serán años de intenso aprendizaje y de elaboración apasionada. Al regresar de su viaje a Irán (aún gobernado por el sha) en 1977, dirá una de sus frases más difundidas y, quizá, menos entendidas: “Hay más ideas en el mundo que las que se imaginan los intelectuales”.

La experiencia californiana que vivió durante sus últimos diez años fue esencial. En Berkeley enseñó (e investigó). En los saunas gay de Los Angeles accedió a prácticas sadomasoquistas que, además de subyugarlo, le permitieron desarrollar una reflexión original sobre el goce a través del dolor (es el Foucault más intenso y el menos difundido en las universidades).

A pesar de que su interés por la sexualidad pueda parecer obvio (interés reflejado en su última obra, los tres tomos de la Historia de la sexualidad), el enfoque que Foucault le da a la cuestión no lo es. Para el propio filósofo fue un problema acceder a pensar lo sexual. Cuando en sus años universitarios le dieron como tema de investigación filosófica “la sexualidad”, Foucault se enojó con Canguilhem por proponer “algo así como objeto de la filosofía”. Por el contrario, después de recorrer un largo camino, en sus investigaciones de los 70, él pregunta, en primer lugar, por qué la sexualidad es objeto de una preocupación moral (y ya la pregunta desarma la “naturalidad” de la cuestión, ya deja de ser obvio que el sexo es un problema moral: está claro que alguien, alguna institución, un poder necesita que el sexo sea supervisado por la moral).

Su obra se fue acercando a su ideal de vida: llegar a ser lo que verdaderamente se es. A la vez que el circunspecto Foucault el que había negado la importancia de la vida para la obra fue capaz de ir dejando de lado sus propios temores y se atrevió a manifestarse, comenzó a importarle no sólo quién habla, sino cómo se vive una experiencia. Esto iluminó su obra. Su filosofía se transformó en aquello que Sartre deseó producir pero no logró articular: una ética. La ética de Foucault nació cuando, en su reflexión, se encontró con sus maestros: los antiguos griegos. Esa intensidad final, nacida del riesgo, otorga a su obra una consistencia clásica. Quizá por eso sus ideas no parecieran correr el riesgo de desvanecerse como un rostro de arena en el borde del mar.

La lucha por los derechos humanos y el socialismo en El Salvador

La lucha por los derechos humanos y el socialismo en El Salvador Roberto Pineda 9 de junio de 2016

La dominación de los poderosos ha acompañado el largo camino recorrido por la historia escrita y no escrita de la humanidad. La primera expresión de esta dominación fue la de la mujer por el hombre en la familia. Luego aparece la dominación de pueblos poderosos sobre pueblos débiles así como la dominación al interior de la sociedad. La dominación, la opresión, la explotación, la marginación, la discriminación, el estigma, han sellado la historia de todas las sociedades.

Pero también la resistencia, la rebelión, la insurgencia, la lucha de los oprimidos. Donde existe opresión hay resistencia nos enseñaba Mao. Para los oprimidos la historia de la humanidad es la historia de la lucha por la dignidad frente al poder opresor. En las civilizaciones de la antigüedad más remota, en Mesopotamia, Egipto, Asiria, resonaron los chasquidos de los latigazos y los gemidos de los oprimidos pero a la vez se alzaron las voces y los gritos de la rebeldía popular.

Nosotros somos herederos y herederas de esa milenaria marcha popular, de esa historia de lucha de incontables rebeldes alrededor del mundo. El mensaje subversivo de Buda y de Jesús de Nazaret, el primero con su planteamiento de una religión sin dioses ni castas, y el segundo con su idea del banquete para todos y todas, reflejaron un pensamiento emancipador orientado hacia el Nirvana y el Reino de Dios, hacia luchas por la dignidad de los humildes frente a los poderosos.

Los oprimidos alzaron su frente y levantaron su puño de protesta frente a los amos y al realizar esta acción de indignación y de resistencia, de toma de conciencia y de lucha, transformaron sus vidas de la condición de objetos al servicio de los poderosos, en sujetos, ya que el sujeto de la dignidad se construye en y desde la lucha.

Es en la lucha que la mujer, el joven, el anciano, el enfermo, la víctima, el indígena, el negro, el judío, el gitano, el musulman, el budista, el esclavo, el descastado, el siervo, el proletario, el desempleado, el migrante, realiza que se reconoce y es reconocido en su dignidad como sujeto. Es en la lucha individual, familiar, colectiva o popular que supera su domesticidad, su temor y se construye y constituye como sujeto que ejerce, que practica, que arrebata, que le disputa el poder al opresor.
Los oprimidos en sus múltiples luchas de resistencia fueron construyendo las ideas, elaborando los sueños de una nueva vida, la utopía de una nueva sociedad. En cada familia, sociedad, fábrica, plantación y territorio en que se luchaba, estas ideas adquirieron la calidad de subversivas, de prohibidas, fueron censuradas y amenazadas.
Pero aunque fueron muchas las derrotas sufridas en sus luchas, las ideas emancipadoras de los oprimidos nunca pudieron ser eliminadas porque sus semillas de rebeldía siempre eran de nuevo sembradas en las montañas, en las selvas y los desiertos de la misma opresión. El pensamiento emancipador acompañaba y a la vez era fruto de estas luchas. Volvían a surgir desde la piel de los oprimidos los profetas, los mártires y los héroes, ya que obediencia y rebeldía son los terrenos del enfrentamiento histórico, político e ideológico global de la humanidad.
1. Iluminación y Colonialismo
Una de las expresiones más relevantes de estas experiencias de lucha y de creación de pensamiento emancipador sucedió en las batallas contra los reyes de la llamada Europa, y fue conocida como la época de la Razón, de la Iluminación, el Siglo de las Luces, pero también hay que agregar de la Conquista de América, de las Cruzadas contra los pueblos árabes, del Colonialismo.
El pueblo francés en julio de 1789 con la toma de la prisión de La Bastilla iniciaba una de las revoluciones más significativas de la historia de la humanidad, dirigida por una nueva clase social, la burguesía, la cual había acumulado en los siglos previos un conjunto de ideas emancipadoras que le permitieron enfrentarse y derrotar a la monarquía, la nobleza y a la poderosa Iglesia Católica. Estas ideas emancipadoras tuvieron como momentos fundamentales lo que se llamo el Renacimiento, la Ilustración, y la Reforma.
Pero a la vez y a la par de estas ideas progresistas fue elaborado un conjunto de tesis que justificaban la opresión de otros pueblos mediante la conquista, el colonialismo y el racismo. Y las ideas de libertad igualdad, fraternidad y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y las ideas de democracia fueron trasladadas en los mismos barcos en que iban los negros recién capturados en las selvas de África para ser esclavizados y explotados en las plantaciones de la llamada América.
Experiencias similares de agresión colonial fueron vividas en la India, China, Egipto, etc. Y los grandes teóricos europeos de la emancipación humana, entre estos el estadounidense Jefferson, el francés Voltaire, el inglés Locke y el alemán Hegel, consideraban a los pueblos no europeos como pueblos menores que necesitaban de la bondadosa protección paternal de Europa.
Por otra parte, como idea emancipadora de la Ilustración y en particular de la Revolución Francesa surge el liberalismo republicano, en oposición a los sistemas monárquicos europeos, y un conjunto de ideas progresistas, entre estas la de la soberanía popular en oposición a la soberanía del monarca, y la de la división de poderes.
Y nacen las ideas de los derechos individuales, de la libertad de expresión, de religión, de imprenta, de organización y fundamentalmente del derecho a la propiedad privada, expresión jurídica suprema del sistema burgués capitalista. Nacen así los derechos humanos, que nos dicen los europeos que son universales.
Y las constituciones de las repúblicas creadas a partir de las luchas latinoamericanas y caribeñas de independencia, de principios del siglo XIX, asumen como propios estos principios, estas ideas emancipadoras liberales derivadas de la Revolución Francesa. Y la lucha por su cumplimiento se convierte durante ese siglo en las banderas de los liberales contra los conservadores.
Posteriormente, a principios del siglo XX llegan a nuestras costas latinoamericanas y caribeñas otro barco de ideas emancipadoras, siempre de la Europa, pero esta vez originadas en las luchas de una nueva clase social, el proletariado europeo organizado en sindicatos, y sistematizadas por dos luchadores sociales alemanes, Carlos Marx y Federico Engels. Asimismo llegan los ecos de una revolución en la lejana Rusia dirigida por los bolcheviques al mando de Vladimir Lenin. Se trataba del marxismo que nos habla de la lucha de clases, de la toma del poder, de la vanguardia política, del socialismo y del comunismo.
Y los sectores populares latinoamericanos y caribeños asumen estas nuevas ideas emancipadoras y emprenden la lucha por realizarlas en contra de los defensores del poder establecido, de las oligarquías y los imperialismos europeos. Y en 1959 en Cuba triunfa una revolución democrática que rápidamente se transforma en socialista. Y cuarenta años después, en 1999 en Venezuela inicia un proceso denominado “socialismo del siglo XXI.” Y durante todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI el marxismo continúa disputando el papel principal como idea emancipadora para la construcción de una nueva sociedad.
2. Etapas de la lucha por los derechos humanos y el socialismo en El Salvador
Tanto el pensamiento liberal de los derechos humanos como el pensamiento marxista de la lucha de clases han marcado fuertemente el desarrollo político y social de El Salvador. A continuación realizaremos un breve recorrido histórico del impacto de estas dos corrientes emancipadoras en el desarrollo de las luchas populares en nuestro país.
2.1 La lucha anticolonial 1524-1824
Fueron tres ejércitos (español, azteca y maya-caqchiquel) bajo el mando del Conquistador extremeño Pedro de Alvarado los que derrotaron en dos batallas estratégicas (Acaxual el 8 de junio de 1524 y Tacuzcalco el 13 de junio del mismo año) a las fuerzas armadas de los Pipiles, que habían defendido exitosamente su territorio durante tres siglos (Tilley 2007). Existen dos versiones de esta derrota que fue posteriormente una gran masacre, la del propio Pedro de Alvarado así como la del sacerdote dominico Bartolomé de las Casas.
Ambas reconocen las tradiciones de lucha simbolizadas por la huida en rebeldía hacia los montes del actual Cerro de San Jacinto. Por otra parte, no existe la versión de los Pipiles vencidos. Según el lienzo de Tlaxcala, desde donde también se acompañó a Alvarado, también se libraron las batallas de Cenzonapan (Sonsonate), Itzalco, Yopicalco (Opico) y Xilopango.
Durante tres siglos la resistencia indígena asumió modalidades principalmente culturales centradas inicialmente en el rechazo a los símbolos de poder político y religioso, se refugiaban en las montañas y rechazaban ser evangelizados y posteriormente en su inmersión en el sistema colonial, para agregarle a las construcciones simbólicas europeas sus propias visiones y sueños, y mantener viva la esperanza de la liberación.
Un segundo momento de esta travesía histórica, inicia con un nuevo sector social surgido desde la colonia, los criollos, españoles nacidos en América que asumen las doctrinas subversivas de la Ilustración y que organizan y conducen a los sectores populares a las luchas por la independencia tanto del Imperio Español ( 1810-1821) como del efímero Imperio mexicano de Iturbide (1823-1824).

Los precursores de estas ideas emancipadoras fueron los hermanos Aguilar, sacerdotes añileros,lectores de Diderot y de Voltaire, en particular el menor, Manuel, el cual el 15 de emayo de 1813 hace una defensa pública del derecho a la insurrección contra el Imperio Colonial español (Gallegos Valdes 1989). La bandera independentista y liberal es luego asumida por el también sacerdote José Matías Delgado,destacado anttimperialista. Es en este marco de lucha popular y parlamentaria, que aparecen los primeros derechos políticos y civiles tanto en la primera constitución de la República Federal de Centroamérica como en la primera Constitución del Salvador, ambas de 1824.

Derechos orientados en definitiva a consolidar la dominación de los criollos y en contra de los indígenas, mulatos, negros esclavos y ladinos pobres de la época. No contempla todavía la libertad de religión, aunque se proclama la libertad de pensamiento, palabra, escritura e imprenta. Se proscribe la esclavitud, se consagra el derecho de asilo, se prohíbe la pena de muerte, se establece el jurado y se suprimen los fueros. Y entre sus “principios inalterables” están los de “libertad, igualdad, seguridad y propiedad.”

2.2 La lucha liberal anti oligárquica, la lucha indígena anti liberal y la lucha obrera por el socialismo 1824-1931

Un momento muy especial lo constituye el levantamiento en febrero de 1833 contra la república federal, protagonizado por las comunidades indígenas Nonualcas bajo el mando de Anastasio Aquino, las cuales se levantan en armas contra los injustos tributos y el reclutamiento forzoso para las guerras. Aquino desafía con las armas en la mano el orden liberal de los criollos y a la vez el orden de la Iglesia, ya que en un simbólico gesto le quita la corona a la imagen de San José, y se la coloca proclamándose Rey de los Nonualcos, además de Comandante General de las Armas Libertadoras.

Aquino es finalmente capturado y ahorcado y su cabeza exhibida en una jaula como ejemplo del castigo que les esperaba a los rebeldes. Su memoria y sus ideas emancipadoras nos siguen convocando a la lucha por la dignidad y la justicia social. En esa época hubo también otros levantamientos contra los tributos, en San Miguel, Izalco, Sonsonate y Chalatenango.

Constituida la República Federal Centroamericana independiente, el principal desafío para los liberales criollos añileros y masones, fue el de enfrentar la oposición de la Iglesia y los terratenientes. En 1841 se declara el Estado del Salvador y en la segunda constitución, se pasa de 18 años a 21 el ejercicio de la ciudadanía, para los que sean padres de familia, sepan leer y escribir así como “tengan la propiedad que designa la ley.” Asimismo se reconoce el habeas corpus (recurso de exhibición personal).

Los momentos más destacados de la gesta liberal fueron los encabezados por el General Francisco Morazán, paladín de la causa unionista centroamericana y los del Capitán General Gerardo Barrios, firme combatiente anti oligárquico y anticlerical. Al final ambos fueron vencidos por las oligarquías conservadoras centroamericanas en alianza con la Iglesia católica romana. El último esfuerzo de los liberales estuvo dirigido por los hermanos Ezeta, que fueron derrocados en 1894 por un golpe de estado conservador, el de “los 44.”

Los liberales y masones salvadoreños debieron enfrentarse a la fuerza incluso dentro de amplios sectores populares de las concepciones predominantes del “moderado” liberalismo católico español que tenía como pilares la defensa del Estado confesional, tierras ejidales y comunales, cementerios católicos, total prohibición a la libertad de cultos, educación católica, matrimonio religioso, imposibilidad de divorcio, no libre testamentifacción, etc. (Ver Ramírez 2013).

En 1872 se da una importante victoria de este sector cuando logran bajo la conducción de Mariscal Santiago Gonzalez, la expulsión de jesuitas, capuchinos y hasta de obispos, la ruptura del Concordato con el Vaticano, la supresión de periódicos católicos en los que se atacaba a la nueva generación de liberales radicales centroamericanos y como la cereza del pastel, la apertura de la Logia Masónica “Progreso no.5.” (Ramírez 2013).

El liberalismo dio origen a la constitución de 1886 que puede considerarse como el modelo constitucional más acabado de esta tendencia. Reitera los principales derechos políticos y civiles y además establece la enseñanza primaria como obligatoria. Y contiene el famoso “derecho de insurrección” que fue utilizado en diversas ocasiones, para legitimar los golpes de estado civiles y militares.

En un tercer momento de esta etapa, los artesanos de las ciudades asumen la conducción del movimiento gremial y sindical; y se constituyen en partidarios de las ideas emancipadoras del marxismo, dando lugar en marzo de 1930 a la lucha abierta por el socialismo con la creación del Partido Comunista de El Salvador, PCS. Con la irrupción del marxismo, el liberalismo pasa a ser fundamentalmente expresión de sectores de derecha y conservadores del país.
Con este acontecimiento histórico de fundación del PCS, entraron en disputa y se mantienen en disputa, dos visiones del mundo en la sociedad salvadoreña, la liberal que luego legitima a la dictadura militar y a los gobiernos civiles de ARENA, y la marxista, que hoy desde el FMLN y desde el 2009 conduce el segundo gobierno de izquierda.

2.3 La lucha anti dictatorial 1931-1992

Los partidarios del marxismo organizados en el PCS participaron en enero de 1932 tanto en elecciones municipales y legislativas, como en una grandiosa insurrección indígena en el occidente del país, conducida hasta su captura días antes, por el comunista Agustín Farabundo Martí. El levantamiento fue rápidamente derrotado por las fuerzas del orden, las cuales realizaron posteriormente una cruel y masiva matanza de indígenas, acusándolos de comunistas.
Desde entonces, enero de 1932, las ideas emancipadoras del marxismo fueron prohibidas así como las organizaciones que promovieran esta ideología revolucionaria. Por décadas el marxismo se redujo a pequeños y clandestinos círculos intelectuales de docentes y estudiantes universitarios, junto con militantes de sindicatos de obreros artesanales. Fue hasta enero de 1992, luego de una guerra de doce años, que el marxismo y los marxistas representados en el movimiento guerrillero y luego partido político FMLN pudieron legalizar su presencia en el país.
La dictadura militar derechista del General Maximiliano Hernández Martínez (1931-1944) basada en un liberalismo autoritario, clausuró todo tipo de organización y movilización popular. Persiguió fieramente a los comunistas y demócratas en general, y fue un régimen profundamente reaccionario.
No obstante esto, la lucha de diversos sectores populares no fue interrumpida, sino que asumió otras modalidades. Esto explica como la Asamblea Legislativa el 5 de diciembre de 1938 aprobó el derecho al voto de las mujeres “casadas y mayores de 25 años”. Luego esto quedo plasmado en la Constitución Política de 1939, en la Constitución de 1950 y ya en las elecciones legislativas y municipales de 1952, fueron electas por el partido PRUD, las tres primeras legisladoras en la historia de El Salvador.
Esto fue el resultado del movimiento de mujeres sufragistas, continuadoras de Prudencia Ayala (1885-1936), candidata rechazada por la estructura política patriarcal a la presidencia en 1930. En 1945 Rosa Amelia Guzmán y Ana Rosa Ochoa forman la Asociación de Mujeres Democráticas, para luchar por el derecho al voto de las mujeres.
En 1941 al calor de la lucha contra el fascismo y lo que se llamo las 4 libertades de Roosevelt, fueron abiertos canales de organización (Asociación de Escritores y Artistas Antifascistas) y de protesta popular que desembocaron en un levantamiento cívico-militar el 2 de abril de 1944 y posteriormente en mayo de ese año, en una masiva huelga general de “brazos caídos” que obligo al tirano Martínez a dimitir.
La apertura política conquistada en mayo de 1944 duró poco, pero permitió reconstruir el movimiento popular y darle vida legal a un partido de izquierda, la Unión Nacional de Trabajadores, UNT. En octubre de ese año vino la contraofensiva de la dictadura militar, la cual fue restablecida. A su vez, en diciembre de 1948 esta dictadura fue modificada, con un nuevo bloque de poder, que incluyo a sectores de la burguesía comercial e industrial.
Este nuevo bloque de poder, en el marco de una dictadura militar pero a la vez de un movimiento popular reactivado, promulgo una nueva Constitución en 1950 que amplió el marco de los derechos humanos, al incluir por vez primera derechos económicos, sociales y culturales, entre estos el derecho a huelga.
Fue la lucha precisamente por estos derechos sociales la que caracterizo el momento que va de 1950 a 1980. Los sectores populares, conducidos hasta 1970 por el PCS y a partir de ahí también por diversas organizaciones político-militares, entre estas las FPL, ERP, RN y PRTC, realizaron incontables movilizaciones populares por el derecho al trabajo, la salud, la vivienda, la educación así como realizaron alianzas y coaliciones (la UNO, el Foro Popular) para disputarle el poder político a la dictadura militar. Desde 1970 la lucha armada pasa a ser incorporada en la variedad de formas de lucha que implementan los sectores populares para derrotar a la dictadura militar.
Desde mediados de los años 70 surgen poderosas organizaciones de masas que desafían al gobierno, y que logran unificarse a principios de 1980. En marzo de este año es asesinado el Obispo Oscar Arnulfo Romero, hoy Beato, que se había convertido en la voz de los sin voz, en el representante de una iglesia que se identificaba con los anhelos de justicia de los sectores populares. Su asesinato es el prólogo para el comienzo de una guerra civil que se prolonga por doce años.
A partir de 1977 surgen diversos organismos en defensa de los derechos humanos que proclamando la Declaración Universal de Derechos Humanos de diciembre de 1948, denuncian valientemente los asesinatos y las desapariciones realizadas por “hombres armados vestidos de civil”, luchan por la libertad de los presos políticos, y enfrentan la represión del régimen militar. Entre estos sobresalen por sus acciones el Socorro Jurídico del Arzobispado de San Salvador y la Comisión de Derechos Humanos (CDH No Gubernamental).
En octubre de 1980 la izquierda revolucionaria se unifica en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN, y lanza una ofensiva militar que no logra derrotar al régimen, pero si iniciar una larga lucha librada desde territorios guerrilleros en Chalatenango, Guazapa, San Vicente, Jucuaran y Morazán. En noviembre de ese año el régimen militar asesina a los dirigentes principales del Frente Democrático Revolucionario. FDR, entre estos el ganadero demócrata Enrique Álvarez Córdoba, y los revolucionarios Juan Chacón (BPR) y Manuel Franco (UDN).
Por su parte, la dictadura militar se transforma en un régimen de contrainsurgencia, y en esta marco, en 1982, a la vez que despliega una sistemática política de aniquilamiento de sus opositores por medio de “escuadrones de la muerte”; en un esfuerzo por arrinconar y aislar políticamente al FMLN se aprueba una nueva Constitución Política en la que se reconoce por vez primera, el pluralismo político e ideológico. Ya antes se habían visto en marzo de 1980 obligados a realizar una reforma agraria, la nacionalización de la banca y del comercio exterior, para “arrebatarle banderas” a la izquierda.
El conflicto armado entre el FMLN y el Gobierno, armado y respaldado por los Estados Unidos se prolonga por doce años y en su último tramo, y particularmente luego de la Ofensiva de noviembre de 1989, se genera un proceso de diálogo y negociación que conduce finalmente a un acuerdo de paz. En el marco de la ofensiva mencionada del FMLN, el alto mando de la Fuerza Armada toma la decisión de asesinar a 6 sacerdotes jesuitas, y dos de sus empleadas, en un hecho que genera un profundo repudio nacional e internacional a la dictadura.
El Acuerdo de Paz es firmado el 16 de enero de 1992 entre el Gobierno conducido por el partido ARENA y el FMLN, y representa una reforma profunda del sistema político del Estado salvadoreño, en sus modalidades judicial, seguridad pública, electoral y de derechos humanos. A la vez comprende la desmilitarización y democratización de la sociedad salvadoreña, con lo que se cierra el ciclo histórico abierto en diciembre de 1931.
2.4 La lucha por la construcción democrática 1992-2016
El enfrentamiento militar en los campos de batalla entre el FMLN y el Gobierno se traslada a partir de marzo de 1994 al enfrentamiento en la organización, propaganda, movilización y finalmente en las urnas electorales. El FMLN convertido en partido político pasa a administrar alcaldías y a contar con una fracción legislativa, no obstante esto ese mismo año el sector socialdemócrata (ERP, RN) abandona sus filas y forma el Partido Demócrata, PD.
En 1997 el FMLN en alianza con sectores democráticos, conquista la alcaldía de la capital San Salvador. En el 2006 fallece la figura más representativa de la izquierda revolucionaria encarnada en el FMLN, Schafik Handal, destacado luchador social y político desde la década de los años cincuenta del siglo XX. En el 2009 el FMLN alcanza la presidencia con el periodista Mauricio Funes y en el 2014, con el profesor Salvador Sánchez Ceren.
Desafíos actuales
El conflicto armado de los años 80 del siglo pasado modifica profundamente la economía, la sociedad y la cultura de El Salvador. Estos cambios fueron acentuados desde 1989 con la implantación del modelo neoliberal. A raíz de estas modificaciones pasamos de ser un país agrario cafetalero a ser un país con dos millones de personas viviendo y trabajando en Estados Unidos, que envían remesas que permiten la sobrevivencia de las familias que se quedaron.
A esto hay que agregar un amplio sector de trabajadores por cuenta propia (los informales) que saturan las plazas de todas las ciudades pequeñas y grandes; y con un amplio núcleo poblacional vinculado a las pandillas (maras) que viven con base a un ramificado sistema de extorsión y mantiene el control de extensos territorios, y que requieren un esfuerzo del Estado tanto preventivo a la vez que represivo.
Un cuarto sector es el integrado por mujeres que son explotadas en las maquilas textiles de las zonas francas, que han surgido en muchas ciudades. Otro sector es el conformado por los empleados públicos, estatales y municipales, civiles y militares. Y también están los sectores rurales, de campesinos endeudados y trabajadores agrícolas desempleados.
La responsabilidad de la izquierda en el gobierno es garantizar a todos estos sectores servicios públicos de calidad, una oferta adecuada de empleos y facilidades de formación educativa, una situación de tranquilidad y seguridad en sus comunidades y barrios, mecanismos agiles de transporte, un medio ambiente sano, etc. Estos desafíos exigen necesariamente la construcción de un sujeto plural que asuma desde la organización popular diversas tareas, entre estas el acompañamiento a este gobierno del FMLN, para que avance en sus planes y no sea aplastado por la actual ofensiva continental de la derecha y el imperialismo. Esta son las nuevas batallas en las que los marxistas hoy nos encontramos inmersos.-

Para un análisis de sexo, clase y raza.

Para un análisis de sexo, clase y raza. Entrevista a Silvia Federici.
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Entrevista a Silvia Federici

“La globalización y la liberalización de la economía mundial han destruido los sistemas de reproducción de países de todo el mundo”

Silvia Federici(1948) es historiadora, investigadora y activista radical feminista. De origen italiano, a mediados de los años ’60 se instaló en Estados Unidos para estudiar Filosofía en la Universidad de Buffalo. Ha sido docente en varias universidades de ese país y, en los años ’80, vivió en Nigeria, donde enseñó en la Universidad de Port Harcourt y participó activamente en organizaciones de mujeres y contra las políticas de ajuste estructural que se ensayaban entonces en África. Actualmente es profesora de Filosofía Política en la Universidad Hofstra de Long Island, Nueva York. Sus obras son “The construction of the concept of western civilization and its others” (La construcción del concepto de civilización occidental y sus otros), “Structural adjustment and the struggle for education in Africa” (Ajuste estructural y la lucha por la educación en Africa), “Literary images, political change and social struggle in contemporary Africa” (Imágenes literarias, cambio político y lucha social en Africa contemporánea), “Il femminismo e il movimento contro la guerra USA” (El feminismo y el movimiento contra la guerra estadounidense) y “Caliban and the Witch. Women, the body and primitive accumulation” (Calibán y la Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria). En este último, recientemente editado en castellano, la feminista italiana retoma la matanza de brujas como elemento fundacional de un sistema capitalista que domestica a las mujeres, imponiéndoles la reproducción de la fuerza de trabajo como un trabajo forzado y sin remuneración alguna. Para la autora, la transición del feudalismo al capitalismo no se produjo sin el recurso a la violencia extrema, ya que “la acumulación originaria exigió la derrota de los movimientos urbanos y campesinos, que normalmente bajo la forma de herejía religiosa reivindicaron y pusieron en práctica diversos experimentos de vida comunal y reparto de riqueza. Su aniquilación abrió el camino a la formación del Estado moderno, la expropiación y cercado de las tierras comunes, la conquista y el expolio de América, la apertura del comercio de esclavos a gran escala y una guerra contra las formas de vida y las culturas populares que tomó a las mujeres como su principal objetivo”. “En el corazón del capitalismo afirma Federici no sólo encontramos una relación simbiótica entre el trabajo asalariado/contractual y la esclavitud sino también, y en relación a ella, podemos detectar la dialéctica que existe entre acumulación y destrucción de la fuerza de trabajo, tensión por la que las mujeres han pagado el precio más alto, con sus cuerpos, su trabajo, sus vidas”. A partir de la aseveración de la socióloga alemana Maria Mies (1931) que en “lo que en una parte del capitalismo se presenta como desarrollo, en otra lo hace como subdesarrollo”, Federici coincide en que “el principio fundamental es que el desarrollo capitalista es, siempre y al mismo tiempo, un proceso de subdesarrollo”. Esto depende, claro, de multiples factores: “estamos más bien ante un desarrollo desigual y combinado, entrelazado con grandes expropiaciones, apropiaciones de riquezas para el capital, en el que el grado de acierto del proletariado en la lucha de clases, la productividad aumentada por el desarrollo de las fuerzas productivas en determinadas esferas de la producción, y el estado del ciclo industrial global, forman un resultado no mecánicamente simétrico en la distribución mundial del grado de desarrollo y subdesarrollo”. La idea de bosquejar la historia de las mujeres en la transición del feudalismo al capitalismo nació a mediados de los años ’70, cuando dos activistas del Wages for Housework Movement (Movimiento por el Salario al Trabajo Doméstico), Mariarosa dalla Costa (1942) y Selma James (1930), publicaron respectivamente “The power of women and the subversion of the community” (El poder de las mujeres y la subversión de la comunidad) y “Sex, race and class” (Sexo, raza y clase), ensayos con los que reconfiguraron el discurso sobre las mujeres, la reproducción y el capitalismo. A diferencia de la ortodoxia marxista, que explicaba la opresión y la subordinación a los hombres como un residuo de las relaciones feudales, Dalla Costa y James proponían que la explotación de las mujeres había tenido una función central en el proceso de acumulación capitalista, en la medida en que las mujeres han sido las productoras y reproductoras de la mercancía capitalista más esencial: la fuerza de trabajo. Para las autoras, el trabajo no pagado de las mujeres en el hogar fue el pilar sobre el cual se construyó la explotación de los trabajadores asalariados, “la esclavitud del salario”. El análisis de estas obras arrojó como resultado la publicación en Milán en 1984 de “Il grande Calibano. Storia del corpo social ribelle nella prima fase del capitale” (El gran Calibán. Historia del cuerpo social rebelde en la primera fase del capital), escrito en colaboración con la feminista italiana Leopoldina Fortunati (1949). Este trabajo inicial devino, veinte años más tarde, en “Calibán y la Bruja”, libro que toma el título de dos personajes de William Shakespeare (1564-1616): Calibán, el trabajador esclavo de “The tempest” (La tempestad) y la Bruja, que el escritor inglés dejaba en un segundo plano en la obra que el dramaturgo inglés escribió en 1611. Ambos nombres, Calibán y la Bruja, sintetizan para Federici la dimensión racista y sexista del disciplinamiento que el capital pretende imponer sobre los cuerpos, pero también las figuras plebeyas y desobedientes desde las cuales se lo resiste. La aniquilación de la Bruja representa el inicio de la domesticación de las mujeres, el robo de los saberes que daban autonomía al parto, la conversión de la maternidad en trabajo forzado, la devaluación del trabajo reproductivo como no-trabajo, y la masificación de la prostitución frente a la desposesión de tierras comunitarias. Por fin, para Federici, el capitalismo, en tanto sistema económico-social, está necesariamente vinculado con el racismo y el sexismo: “El capitalismo debe justificar y mistificar las contradicciones incrustadas en sus relaciones sociales la promesa de libertad frente a la realidad de coacción generalizada y la promesa de prosperidad frente a la realidad de la penuria generalizada denigrando la naturaleza de aquéllos a quienes explota: mujeres, súbditos coloniales, descendientes de esclavos africanos, e inmigrantes desplazados por la globalización”. La periodista Veronica Gago la entrevistó en su departamento de Brooklyn para la edición del 15 de abril de 2011 del diario “Página/12”.

¿Cómo empieza su militancia feminista en Estados Unidos?

Llegué a Estados Unidos en 1967. Aquí me involucré con el movimiento estudiantil, con el movimiento contra la guerra. Ahí empezó también mi participación en el Movimiento por el Salario al Trabajo Doméstico y mi trabajo político a tiempo completo como feminista. En 1972 habíamos fundado el Colectivo Feminista Internacional, que debía lanzar la Campaña por el Salario para el Trabajo Doméstico en el plano internacional. En las raíces de mi feminismo está, en primer lugar, mi experiencia de mujer crecida en una sociedad represiva como era la de Italia en los años ’50: anticomunista, patriarcalista, católica, y con el peso de la guerra. La Segunda Guerra Mundial fue importante para el crecimiento del feminismo en Italia porque fue un momento de ruptura de la relación de las mujeres con el Estado y con la familia, porque hizo entender a las mujeres que debían independizarse, que no podían poner su supervivencia en manos de los hombres y de la familia patriarcal, y que no tenían que hacer más hijos para un Estado que los mandaba a masacrar.

¿Cuáles son las raíces teóricas?

Teóricamente, mi feminismo ha sido una amalgama de temas que venían tanto del movimiento de la autonomía obrera italiana y de los movimientos de los no asalariados, como del movimiento anticolonial y los movimientos por los derechos civiles y por el Poder Negro (Black Power) en los Estados Unidos. En los años ’70 también fui influenciada por el National Welfare Rights Movement (NWRO), que era un movimiento de mujeres, en su mayoría negras, que luchaban por obtener subvenciones estatales para sus niños. Para nosotras era un movimiento feminista, porque esas mujeres querían demostrar que el trabajo doméstico y el cuidado de los niños es un trabajo social del cual todos los empleadores se benefician, y también que el Estado tenía obligaciones en la reproducción social. Nuestro objetivo principal era demostrar que el trabajo doméstico no es un servicio personal sino una verdadera obra, porque es el trabajo que sustenta todas las otras formas de trabajo, ya que es el trabajo que produce la fuerza de trabajo. Hicimos conferencias, eventos, manifestaciones, siempre con la idea de hacer ver el trabajo doméstico en un sentido amplio: en su implicación con la sexualidad, en la relación con los hijos, y siempre apuntando a los factores de fondo, a la necesidad de cambiar el concepto de reproducción, y de colocar esa cuestión en el centro del trabajo político.

¿Cómo es ese conflicto entre luchar por el salario y luchar contra el salario?

Nuestra perspectiva sostenía que cuando las mujeres luchan por el salario para el trabajo doméstico, luchan también contra ese trabajo, en la medida en que el trabajo doméstico puede continuar como tal siempre y cuando no sea pagado. Es como la esclavitud. El pedido de salario doméstico desnaturaliza la esclavitud femenina. Entonces el salario no es el objetivo final, pero es un instrumento, una estrategia, para lograr un cambio en las relaciones de poder entre mujeres y capital. El objetivo de nuestra lucha era convertir una actividad esclavizante, explotadora, que estaba naturalizada por su carácter de no ser paga, en un trabajo socialmente reconocido; era subvertir una división sexual del trabajo basada en el poder del salario masculino para mandar sobre el trabajo reproductivo de las mujeres, lo que en “Calibán y la Bruja” llamo “el patriarcado del salario”. Al mismo tiempo proponíamos poder trascender toda la culpabilización que generaba que sea considerado siempre como una obligación femenina, como una vocación femenina.

¿Hay un rechazo y al mismo tiempo una reconsideración del trabajo doméstico?

El rechazo no es al trabajo de la reproducción misma, pero sí es rechazo de la condición en la cual todos, hombres y mujeres, debemos vivir la reproducción social, en la medida en que es reproducción para el mercado de trabajo y no para nosotras/os mismas/os. Una temática que era central para nosotras era el carácter doble del trabajo de reproducción, que reproduce la vida, la posibilidad de vivir, la persona y, al mismo tiempo, reproduce la fuerza de trabajo: ésta es la razón por la cual es tan controlado. La perspectiva era que se trata de un trabajo muy particular, y por tanto la pregunta clave cuando se trata de reproducir a una persona es: ¿para qué o en función de qué se quiere valorizarla/o?, ¿valorizarlo por sí misma/o, o para el mercado? Hay que entender que la lucha de las mujeres por el trabajo doméstico es una lucha anticapitalista central. Verdaderamente llega a la raíz de la reproducción social, porque subvierte la devaluación del trabajo reproductivo, subvierte la esclavitud en la que se basan las relaciones capitalistas, y subvierte las relaciones de poder construidas sobre ellas en el cuerpo del proletariado.

¿Cómo se altera el análisis sobre el capitalismo al poner el eje en el trabajo doméstico?

Reconocer que la fuerza de trabajo no es una cosa natural sino que debe producirse, significa reconocer que toda la vida deviene fuerza productiva, y que todas las relaciones familiares y sexuales se convierten en relaciones de producción. Es decir que el capitalismo se desarrolla no sólo dentro de la fábrica sino en la sociedad, que deviene fábrica de relaciones capitalistas como terreno fundamental de la acumulación capitalista. Por eso, el discurso del trabajo doméstico, de la diferencia de género, de las relaciones hombre/mujer, de la construcción del modelo femenino, es fundamental. Hoy, por ejemplo, mirar la globalización desde el punto de vista del trabajo reproductivo permite entender por qué, por primera vez, son las mujeres las que lideran el proceso migratorio. Permite entender que la globalización y la liberalización de la economía mundial han destruido los sistemas de reproducción de países de todo el mundo, y por qué hoy son las mujeres quienes se van de sus comunidades, de sus lugares, para encontrar medios de reproducción y mejorar sus condiciones de vida.

¿Cómo influye en sus preocupaciones su vida en Nigeria en los años ’80?

Fue muy importante porque ahí tomé contacto con la realidad africana, con el mundo llamado “subdesarrollado”. Ha sido un gran proceso educativo. Estuve justo en un período (1984-1986) de intenso debate social, también en las universidades, sobre si endeudarse o no con el FMI, tras el inicio de la gran crisis de la deuda y el fin del período de desarrollo construido con el boom del petróleo. Vimos el inicio de la liberalización y las primeras consecuencias de este programa para la sociedad y también para la escuela: los grandes cambios sobre el gasto público, el corte de subsidios para la salud y la educación, y el comienzo de toda una serie de luchas estudiantiles contra el FMI y su programa de ajuste estructural. Era claro que no se trataba sólo de un conflicto provocado por la miseria sino, también, de una protesta contra un programa de recolonización política. Vimos nítidamente cómo se estaba dando una nueva división internacional del trabajo que implicaba una recolonización capitalista de estos países.

Hay una temática de los bienes comunes y, en particular, de la tierra que también surge entonces…

Sí. La otra cosa importante que aprendí en Nigeria fue la cuestión de la tierra. Una gran parte de la población vivía de la tierra bajo el régimen de propiedad comunal. Para las mujeres en particular, el acceso a la tierra significaba la posibilidad de ampliar sus medios de subsistencia, la posibilidad de reproducirse a sí mismas y a sus familias sin depender del mercado. Esto es algo que ha devenido en una parte importante de mi comprensión del mundo. Mi estancia en Nigeria también amplió mi comprensión de la cuestión de la energía, del petróleo y de la guerra que estaba dándose en el mundo impulsada por las compañías petroleras. En Nigeria se hizo en los ’80 lo que pasó en Europa una década después: primero un empobrecimiento de la universidad pública para luego transformarla en un sentido corporativo por el cual el conocimiento que se produce está únicamente orientado por el mercado y se desprecia todo lo que no tenga ese signo.

¿Que son los bienes comunes? ¿De dónde surge el discurso de defensa de los bienes comunes?

En el discurso de los movimientos de los años ’60 y ’70 no existía el concepto de “común”. Se luchaba por muchas cosas, pero no por lo común tal como lo entendemos ahora. Esta noción es un resultado de las privatizaciones, del intento de apropiación y mercantilización total del cuerpo, del conocimiento, de la tierra, del aire y del agua. Esto ha creado no sólo una reacción sino una nueva conciencia política, de hecho, ligada a la idea de nuestra vida común, y provocó una reflexión sobre la dimensión comunitaria de nuestras vidas. Entonces hay una relación o correspondencia muy fuerte entre expropiación, producción de común, y la importancia de lo común como concepto de vida, de las relaciones sociales.

¿Qué influencia tienen las teorizaciones feministas sobre esta cuestión de lo común?

Formular lo común desde un punto de vista feminista es crucial porque las mujeres actualmente son quienes más han invertido en la defensa de los recursos comunes y en la construcción de formas más amplias de las cooperaciones sociales. En todo el mundo ellas son productoras agrícolas de subsistencias, son aquellas que pagan el mayor costo cuando se privatiza la tierra; en Africa por ejemplo, el 80% de la agricultura de subsistencia está hecha por mujeres y, por tanto, la existencia de una propiedad comunal de la tierra y del agua es fundamental para ellas. Por último, el punto de vista feminista se ocupa de la organización de la comunidad y de la casa. Porque una cosa que me sorprende es que en todas las discusiones sobre lo común se habla de la tierra y de Internet, ¡pero no se menciona la casa! El movimiento feminista en el que yo me inicié hablaba siempre de la sexualidad, de los niños y de la casa. Y luego, toda la tradición feminista, socialista utópica y anárquica me interesa mucho, por cómo aborda estos temas. Hay que hacer un discurso sobre la casa, sobre el territorio, sobre la familia, y ponerlo al centro de la política de lo común. Hoy vemos la necesidad de prácticas que creen nuevos modelos comunitarios.

¿A qué se refiere?

Por ejemplo, ahora en Estados Unidos hay millares de personas que viven en la calle, en una suerte de campamentos, por la política creciente de desalojos. Actualmente hay campamentos en California por la crisis de las viviendas. Es un momento en el cual la estructura de la relación social cotidiana se va deshaciendo, y existe la posibilidad de una forma de sociabilidad y cooperación nueva. Creo que en este sentido fue fundamental lo que se vio del movimiento de desocupados de la Argentina, como momento en el que muchas personas necesitaron poner su vida en común. Eso es exactamente la reinvención de la práctica comunitaria.

¿Cómo sintetizaría el objetivo de la caza de brujas?

La caza de brujas fue instrumental a la construcción de un orden patriarcal en el que los cuerpos de las mujeres, su trabajo, sus poderes sexuales y reproductivos fueron colocados bajo el control del Estado y transformados en recursos económicos. Esto quiere decir que los cazadores de brujas estaban menos interesados en el castigo de cualquier transgresión específica, que en la eliminación de formas generalizadas de comportamiento femenino que ya no toleraban y que tenían que pasar a ser vistas como abominables ante los ojos de la población.

Por eso la acusación era extensible a miles de mujeres…

La acusación de brujería cumplió una función similar a la que cumple la “traición” que, de forma significativa, fue introducida en el código legal inglés en esos años y la acusación de “terrorismo” en nuestra época. La vaguedad de la acusación el hecho de que fuera imposible probarla, mientras que al mismo tiempo evocaba el máximo horror implicaba que pudiera ser utilizada para castigar cualquier tipo de protesta, con el fin de generar sospecha incluso sobre los aspectos más corrientes de la vida cotidiana.

¿Puede decirse que en su persecución se juega una gran batalla contra la autonomía de las mujeres?

Del mismo modo que los cercamientos expropiaron las tierras comunales al campesinado, la caza de brujas expropió los cuerpos de las mujeres, los cuales fueron así “liberados” de cualquier obstáculo que les impidiera funcionar como máquinas para producir mano de obra. La amenaza de la hoguera erigió barreras formidables alrededor de los cuerpos de las mujeres, mayores que las levantadas cuando las tierras comunes fueron cercadas. De hecho, podemos imaginar el efecto que tuvo en las mujeres el hecho de ver a sus vecinas, amigas y parientes ardiendo en la hoguera y darse cuenta de que cualquier iniciativa anticonceptiva por su parte podría ser percibida como el producto de una perversión demoníaca.

Recuento Histórico de los estudios lingüísticos del español dialectal salvadoreño

Recuento Histórico de los estudios lingüísticos del español dialectal salvadoreño (2008)
Eleazar Rivera

“El español centroamericano ha sido objeto de muy poco estudio”, afirma Lipski (2006). Coincide con Lipski, Romero (2003), quién afirma, que “el castellano en El Salvador es un terreno poco explorado”. Este no es más que una variedad del español que se habla en América. Esta variedad comparte rasgos del español estándar. Hablaríamos de un español dialectal salvadoreño.

De todos es conocido que el español llegó ha América cuando los españoles llegaron. Primero, durante el mal llamado descubrimiento; y posteriormente, en la conquista. El idioma fue una forma de dominación. En diferentes documentos eclesiásticos se encuentra constancia de que los nativos aprendían el castellano y lo utilizaban en su comunicación diaria.

El primero en escribir sobre el español de América fue Cuervo, con sus “Observaciones al español de Colombia”. A raíz de este trabajo, en los demás países de América aparecieron observaciones sobre las diferentes variedades dialectales del español. El primer nivel de dichas observaciones fue netamente descriptiva y posteriormente, se da una adecuación explicativa.

Las teorías sobre el español de América, han servido para estudiar las diferentes variedades dialectales. Las principales teorías mediante las cuales se ha pretendido explicar en América según Quesada (2002) son las siguientes:

a- Teoría del sustrato
Estudiosos como Henríquez Ureña, han afirmado que el español de América tiene origen en vocablos aborígenes. El español es diferente por la herencia de las lenguas indígenas. En El Salvador, quien capitalizó los postulados de Ureña fue Geofroy Rivas.

b- Teoría Poligenética:
El origen del español de América tuvo muchas fuentes según los españoles que colonizaron. Busca explicar el desprestigio de la teoría del sustrato.

c- Teoría de la Hidalguización:
Esta teoría sostiene que el español está en la clase media y alta de España (Hidalgos), quienes vieron la posibilidad de hacer fortuna en América y de allí el uso de las formas de cortesía.

d- Teoría Andalucista:
Canfield es el representante de esta teoría que afirma que los primeros pobladores españoles que llegaron a América eran de origen andaluz y que de allí el acento lingüístico. Andalucía fue importante porque allí estaba la “Casa de Contratación de Sevilla” que monopolizaba el comercio con las colonias. El andalucismo es alma de las influencias más importantes del español de América, pero no es la única.

Alvar a este respecto, afirma:
“Hemos llegado a otro punto fundamental: Sevilla. Mil veces se ha discutido, la urbe dio la norma del español de América. Para mí, al menos, las cosas están claras: sabemos más que en tiempos de Henríquez Ureña y no podemos atenernos a unos datos que sobre paupérrimos eran parciales…Creo haber explicado por qué el español de América, siendo sevillano, no es solo sevillano, sino que está refrenado por los colonizadores de León y Castilla…” (Alvar, 2000: 7)

e- Teoría de la Koiné y la Estandarización:
Fue sugerida por Guillermo Guitarde y otros. Se refiere al surgimiento de la variedad dialectal a partir de otras variedades. El desarrollo creó sus propias variedades.

f- Teoría de la semicriollización
Es aplicable a las variedades del caribe. Tiene como fundamento el vínculo entre el español y las lenguas de origen africano.

Es a partir de todas estas teorías que se ha buscado explicar el surgimiento del español dialectal salvadoreño.

Quezada Pacheco (2002), divide en tres períodos el estudio del español en Centroamérica y por consecuencia en El Salvador:
a- Finales del siglo XIX
Su base era la Real Academia. Sus rasgos eran catalogados como “Barbarismos”, “Vicios” o “Provincialismos”. En El Salvador cita a Salazar García con sus obras: “Diccionario de Provincialismos y Barbarismos”.
b- Mediados del siglo XX
Autores con marco teórico y conceptual libre de prejuicios academicistas (generalmente extranjeros). En el Salvador, hay que mencionar a Canfield con sus obra “Andalucismos en el español salvadoreño” y “Observaciones al español salvadoreño”.

c-Estudios que centran su atención en el elemento indígena. Entre estos autores hay que mencionar a Barberena (1910) y a Geoffroy Rivas (1967).

En El Salvador el primer trabajo del que tenemos noticias es “Diccionario de Regionalismos y Barbarismos”, que fue escrito por Salazar García (1910), que consiste es un catálogo de los malos usos del castellano. Es decir, catálogo de lecciones del buen hablar. En el libro se sostiene la tesis que como hablan los salvadoreños es vicio y lo estándar es lo correcto. Salazar García muestra como se habla en la época el español salvadoreño. La obra tiene carácter normativo didáctico. No es una obra propiamente lingüística; pero, tiene un valor lingüístico. No es un estudio, sino una presentación de datos. Este libro se convirtió en fuente para el estudio del español salvadoreño de finales del siglo XIX y principio del siglo XX.

Posteriormente, tenemos los libros “Topónimos del Salvador” escrito por Membreño (1896); “Quicheísmos en El Salvador” de Barberena y un artículo titulado “En defensa del idioma”, escrito por Peralta Lagos (1930). En este último, Peralta Lagos habla de defender el castellano para que no se corrompa debido al peligro que representaba en ese momento la expansión económica-cultural de países como Italia, Alemania, Inglaterra y Francia (Peralta Lagos, 1930:7). Sostiene la tesis de mantener la unidad del español.

Peralta Lagos observa algunas características morfológicas, lexicales y fonéticas del español que se habla en El Salvador. Entre las características fonéticas menciona: “La gente culta procura hablar correctamente, aunque en el lenguaje familiar se emplea el vos, igual que en Argentina, y los mismo que los andaluces no decimos vosotros, sino ustedes, como plural de tú, y pronunciamos como s la c y la z” (Peralta Lagos, 1930:9).

Los estudios más serios sobre el español salvadoreño los hizo Canfield (profesor en la Universidad de Rochester, New York). En los veranos de 1951 y 1952, Canfield visitó el territorio salvadoreño para hacer una investigación empírica; es decir con informantes directos.

Las primeras observaciones de Canfield aparecieron en la revista “Hispania” (1953) bajo el nombre “Andalucismos en la pronunciación salvadoreña”. En este artículo, que es una breve descripción del español salvadoreño sostiene que esta variante dialectal es demasiado relajada, que abusa de la ultracorrección y es arcaica.

Posteriormente, Canfield escribió el artículo “observaciones sobre el español Salvadoreño” (1960), en el que aplica el “cuestionario lingüístico hispanoamericano” del Profesor Navarro Tomás. En él, ahonda en las diferentes características fonéticas del español hablado en El Salvador. Sin embargo, la crítica más fuerte que se le puede hacer a este artículo es que los datos no coinciden numéricamente. No deja diferencias lexicales entre géneros, profesiones, clases sociales, etc. Con todo y eso, tiene la rigurosidad de ser un trabajo de campo con objetividad científica.

Las características fonéticas más importantes que Canfield encontró en el español salvadoreño son las siguientes:
1- Conservación de la oclusividad de b, d y g.
2- Realización ciceante de la sibilante “S”
3- Relajamiento de “Y”.
4- Ultracorrección.
5- N final ante pausa es velar.

Posterior a los estudios de Canfield, se realizó un estudio sobre el lenguaje utilizado en la novela “Jaragua” (1950) escrita por Napoleón Rodríguez Ruiz. El estudio lo realizó González Rodas. El autor se centro en hacer un estudio fonológico del lenguaje utilizado por los personajes de la obra de Rodríguez Ruiz. Los fenómenos que interesaron a González Rodas fueron los siguientes: dislocación del acento, destrucción del hiato, yeísmos, voces extranjeras, arcaísmos, asimilación y disimilación, cambios por adicción (prótesis, epéntesis y paragoge), cambios por supresión (aféresis, apócope y síncopa), cambios por inversión, etimología popular y ultracorrección, equivalencia acústica: vocalización y consonantización, voces onomatopéyicas y sonidos diversos.

Le llegó el turno a Geoffroy Rivas. Joven poeta que había pasado una temporada en México. Regresaba de su exilio en tierra aztecas y venía con ideas frescas. Sus trabajos aunque empíricos, son de mucha ayuda en el desarrollo del estudio del lenguaje salvadoreño. Escribió dos libros: “El Español que hablamos en El Salvador” (1969) y “La Lengua Salvadoreña” (1978). En ambos textos, sostiene que el español que hablamos en El Salvador, tiene sustrato Nahuat:
“La primera corriente de asimilación de vocablos nahuas al español fue provocada por los propios conquistadores, quienes al tropezar con plantas, animales y cosas que les eran totalmente desconocidos y para los cuales no había nombre alguno en español, se vieron forzados a adoptar el nombre nahua para designarlos, especialmente cuando se trababa de alimentos…

La segunda corriente, la más importante y que más decisiva influencia ha ejercido sobre el español que hablamos en El Salvador, se produjo cuando los indígenas, ya establecida la Colonia, comenzaron a hablar español.” (Geoffroy Rivas, 2004:20)

Geoffroy Rivas es el máximo representante de las ideas de Henríquez Ureña en el campo lingüístico en el país. Es evidente que desconoció los estudios realizados por Canfield una década antes. De haberlos conocido seguramente no habría escrito lo que escribió. Sin embargo, tiene el mérito de ser el primer lingüista salvadoreño que estudia la lengua salvadoreña con la rigurosidad del caso.

Otra crítica a los trabajos de Rivas es que no tienen bibliografía ni hace referencia a dónde obtuvo los datos que presenta en ellos. Debemos suponer que fueron obtenidos en el campo, dado que así lo había propuesto él en el discurso que pronunció en la academia salvadoreña de la lengua cuando aceptó ser miembro de número de dicha entidad:
“Vengo con el inmenso deseo de sacar esta Academia a la calle, de llevármela a pasear por la avenida, de ir con ella a las covachas de la fortaleza, de instalarla en el Zanjón Zurita, en el chiquero, en los alrededores del tiangue de Mejicanos. Quiero que un domingo de éstos se vaya conmigo a la plaza de Atiquizaya, para que aprenda el idioma salvadoreño, el verdadero “idioma salvador”. (Geoffroy Rivas, 1998).

En los años ochenta, durante una pasantía en la Universidad Católica Centroamérica (UCA), Maxwell, publicó un artículo titulado “El español en El Salvador” (1980). En este artículo Maxwell estudia dos aspectos lingüísticos: fonología y morfología. Al interior del estudio de cada rama lingüística hace la siguiente división: salvadoreño general, salvadoreño laboral, regional, y literatura. Este estudio es de carácter generativo y para hacer los señalamientos se vale de una regla generativa que sirve para validar lo que está apuntando.

En la literatura le interesa la obra de Rodríguez Ruiz, Dalton, Salarrué. Allí hay dos fenómenos que le interesan particularmente: seseo y yeísmo.

No es sino hasta en la década de los 90s que Lipski, durante un congreso de literatura en honor del célebre escritor salvadoreño nicaragüense Juan Felipe Toruño, lee su discurso magistral: “El Español que se habla en EL Salvador y su importancia para la dialectología hispanoamericana” (2000) y “Creación del lenguaje centroamericano en la obra narrativa de Juan Felipe Toruño” (1998, 2006).

En el primer artículo, hace un estudio del voseo, de algunos aspectos léxicos y fonéticos. Entre los aspectos fonéticos que le interesan podemos mencionarlos siguientes: velarización de /n/ al final de la palabra, la realización de jota, la realización de b oclusiva después de consonante, la /y/ intervocálica, entre otros.

En el segundo artículo, Lipski, hace un recorrido por las obras “El Silencio” y “De dos tierras: Cuentos”. Los aspectos que interesan a Lipski son el voseo, y algunas modificaciones fonéticas presentes en el español salvadoreño y nicaragüense. Estas modificaciones son las realizaciones fonéticas; así también, la utilización de regionalismos (vocablos).

En la universidad de El Salvador, Henríquez, publicó un artículo titulado: “Observaciones del español de El Salvador” (2001). Henríquez, hace un recorrido morfosintáctico, fonético y lexical de la lengua salvadoreña. En el campo fonético, le interesa:
a- El seseo:
Fenómeno fonético común a todas las clases sociales salvadoreñas, que consiste en la unificación en la pronunciación de los fonemas /S/, /Z/, /C/ en /S/.
b- Yeísmo:
El fonema palatal /LL/ se confunde con el fonema /Y/. Se pronuncia exactamente igual vaya y valla.
c- La aspiración:
Fenómeno que consiste en el paso de articulación a un simple soplo, producido por espiración del aire. En El Salvador se acostumbra a aspirar la S al final de la palabra.
d- Cambios en puntos de articulación:
En El Salvador es común la velarización de por confusión acústica de /j/ por /F/. La /V/ se confunde con la /b/ y se velariza la /N/ al final de la palabra o del sintagma.
e- La asibilación:
Este fenómeno consiste en el paso de vibrante múltiple a sibilante fricativa.
f- Las variedades lexicales:
Aporte léxico de lenguas indígenas al español en diferentes zonas geográficas del país.

Posterior a este estudio, Romero publicó su “Diccionario de salvadoreñismos” (2003). La visión plasmada por el autor es fundamentada en la tesis sustratista defendida por Geoffroy Rivas. Es evidente que Romero desconoce los trabajos de Canfield (1953), Maxwell (1980), Henríquez (2001).

Si es interesante que proponga que para el estudio del español en El Salvador se haga dividiendo el territorio salvadoreño en tres zonas lingüísticas. Sin embargo al referirse al fenómeno fonético es demasiado escueto. Solamente establece que para de diferencias entre los países de Centro América con El Salvador:
“a- La primera es que con los vecinos Hondureños es con quienes menos nos diferenciamos los salvadoreños. En cambio inmediatamente salta la diferencia con los guatemaltecos, nicaragüenses, costarricenses y los panameños.
b- Tal vez el fenómeno fonético más notable sea el de la s aspirada, no suprimida como lo hacen los nicaragüenses.
c- Nuestra r es fuerte y no sibilante o fricativa como la de los guatemaltecos y costarricenses.
Hay resistencia al sonido de la sh del inglés y de las lenguas indígenas, para convertirlo en ch. Se oye chell en vez de shell, chila en vez de shila y chula en vez de shula.
d- Tampoco tenemos la contracción ao que se hace a la terminación ado de los adjetivos, tal como lo oímos a los guatemaltecos y a los españoles.
e- En el habla familiar es frecuente la mezcla de la confusión del tú y el vos con sus respectivas formas verbales.
f- Se usa mucho la forma perifrástica “ir a” acompañando al verbo, en lugar de ir el verbo solo.
g- Entre las muletillas tal vez más usadas sea “ese”, “como se llama”, etc.

Finaliza haciendo alusión a que gramaticalmente el dialecto salvadoreño está siendo descuidado por los hablantes. Presenta una visión estática del idioma, olvidando que el idioma es cambiante y está en constante evolución. Hace alusión al español utilizado por algunos escritores, entre los que menciona a Salarrue, Cristóbal Humberto Ibarra, Napoleón Rodríguez Ruiz, Arturo Ambrogi, entre otros.

Los estudios más importantes de los últimos diez años sobre el español dialectal salvadoreño los ha realizado Azcúnaga. “Estudios canónicos del Español Salvadoreño” (2004), se llama un artículo en el que hace un recuento de los trabajos más importantes en los que se ha estudiado el español salvadoreño, centrándose en los trabajos de Geoffroy Rivas. Según él, Rivas desarrolla las siguientes ideas:
1- Critica la concepción purista de la lengua (gramática tradicional).
2- Relación entre lenguaje, pensamiento, cultura y sociedad.
3- Conceptos de Substrato, superestrato aparejados a la vinculación sociedad, cultura y pensamiento.
4- El español de América sujeto a una serie de procesos de tipo sociocultural, de mestizaje y cambio.
5- Las influencias del náhuat en el español tiene dos grandes momentos: cuando los españoles asimilaron vocablos nahuas al español y cuando los náhuas comenzaron a hablar español.

“Fonética del español salvadoreño”, se encuentra aún inédito. Precisamente en este momento Azcúnaga (2007) está trabajando en un Atlas Lingüístico de El Salvador.

Otro gran aporte a este campo de estudio han sido las tesis de para optar a un grado académico dentro de la Universidad de El Salvador y universidades extranjeras. Entre estas podemos mencionar las siguientes:
a- “El sustantivo en el español coloquial salvadoreño. Niveles morfosintáctico y lexical”. Por Hilda Dolores Aguilar Chacón y Gladis Elvira Bolaños Bolaños (1991).
b- “Una perspectiva del voseo: una comparación de dos naciones voseantes, Guatemala y El Salvador”. Por Sandra Baumel –Schreffler (1989).

El Instituto Caro y Cuervo en su boletín II del año 1946, publicó un artículo de Enrique D. Tovar y R. titulado “Contribución al estudio del lenguaje salvadoreño”.

De todo lo expuesto anteriormente se deduce:
1- Que en el estudio del español dialectal salvadoreño ha habido dos tesis que han prevalecido: la sustratista y la andalucista. La primera más romántica que científica y la segunda con más fundamentos teóricos y con una visión más explicativa y científica.
2- Que el desconocimiento de algunos trabajos sobre el tema en cuestión ha hecho que algunos autores pequen de ignorancia y sostengan tesis que ya fueron debatidas y superadas.
3- Que hace falta mucho más estudio al español salvadoreño para poder establecer con certeza los diferentes fenómenos que se presentan en el español dialectal salvadoreño.

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Publicado por Eleazar Rivera en 11:45