Del comunismo primitivo a las primeras seis civilizaciones de la historia

Del comunismo primitivo a las primeras seis civilizaciones de la historia. Marx y Engels tenían razón

Escrito por:
David Rodrigo García Colín Carrillo.
Las causas del neolítico

“Las revoluciones son la locomotora de la historia.” (C. Marx)
A pesar de los inmensos logros de los pueblos salvajes comunistas como los Magdalenienses (que florecieron en el paleolítico superior, hace unos 40 mil años y que plasmaron las famosas pinturas rupestres en Francia y España), seguían dependiendo de la “voluntad de la madre tierra” para sobrevivir, y aunque su potencial cerebral era idéntico al de los hombres del renacimiento, sus fuerzas productivas se encontraban a años luz de distancia; esta era una diferencia que determinaba todo lo demás. En realidad su supervivencia, su densidad de población, sus periodos de crisis y decadencia estaban determinados por factores que escapaban totalmente a su control; como señala el célebre profesor Gordon Childe:
“La suerte de las sociedades salvajes más brillantes del pasado-las culturas magdalenienses de Francia- bastará para revelarnos las limitaciones biológicas de esa economía. Una feliz conjunción de circunstancias, ajenas en absoluto a su dominio, brindó a los magdalenienses alimentos suficientes para mantener a una población numerosa y tan fáciles de conseguir que, gracias a ello dispusieron de tiempo para embellecer su vida con una magnífica cultura espiritual. Pero la superestructura mágica en nada contribuyó a aumentar los víveres que, después de todo, no eran inagotables. Por consiguiente la población se limitó y disminuyó al desaparecer las condiciones especialmente favorables […] Esto condujo a un atolladero (una contradicción), y si esa contradicción no hubiera sido superada, el Homo sapiens habría seguido siendo un animal raro, como lo es en realidad el salvaje.” [Gordon Childe “Que sucedió en la historia” p.59]
Podemos afirmar que la contradicción fundamental que impulsó el desarrollo de las fuerzas productivas en todas las fases del comunismo primitivo, fue la tensión desigual entre fuerzas productivas enanas y una naturaleza frecuentemente implacable y cambiante.
Las estepas, en donde hace 40 mil años las culturas del paleolítico superior encontraron las condiciones ecológicas ideales para un modo de vida basado en la caza de grandes presas y la recolección, representaban un fenómeno climático transitorio:
“Las praderas eurasiáticas eran simplemente una fase ecológica temporal. Hace unos 12 000 años, los árboles empezaron a invadir las praderas. Bajo el dosel frondoso de los bosques no podía crecer la hierba. Hacia el año 10 000 a. C. gran parte de la llamada megafaunapleistocénica (mega= enorme; fauna: animales) se había extinguido en Europa. El rinoceronte y el mamut lanudo, el bisonte de las estepas, el alce gigante y el asno salvaje desaparecieron.
Sin duda alguna, los cazadores, extraordinariamente hábiles del paleolítico superior, contribuyeron a esta catástrofe ecológica (…) En Europa, el mesolítico fue una época de intenso cambio ecológico local. Bosques de abedules y pinos se extendieron por la tierra, y los cazadores instalaron sus campamentos en calveros junto a los márgenes de los ríos, a orillas de los lagos y estuarios y en las costas” [Marvin Harris, Introducción a la antropología. p. 234]
Si bien los hombres del paleolítico superior eran magníficos cazadores y su actividad podría haber tenido una repercusión significativa sobre su medio, al grado de contribuir a la extinción de algunas especies, aún seguían estando sometidos a los factores climáticos, y su tecnología tenía limitaciones naturales muy concretas: “Una tecnología producía un alto nivel de vida cuando había una gran abundancia de plantas y animales, mientras que las tecnologías y técnicas de caza y recolección más eficientes no evitaban el hambre cuando escaseaban los recursos cinegéticos y vegetales” [Ibid. p.233.]
En estas condiciones, frente a la desaparición de las grandes presas, los cazadores tuvieron que capturar animales pequeños como jabalíes, venados, etc. en hábitats boscosos que eran más difíciles de cazar y era muy complicado obtener las cantidades necesarias de carne. Estas condiciones adversas para la caza empujaron a algunos pueblos (Inglaterra 9.500 a. C.) a procurarse la ayuda del perro en las tareas de la caza. “El mejor amigo del hombre” significó también el primer experimento de domesticación de animales; su domesticación no significó ningún capricho doméstico sino un recurso importante orientado a la supervivencia.
La alimentación tuvo que orientarse hacia lo que los antropólogos llaman una dieta de espectro amplio compuestas por alimentos vegetales, pescados, molusco y otras fuentes costeras y fluviales. Ello tuvo un impacto en el desarrollo de las fuerzas productivas que se hacen más variadas y especializadas: una increíble cantidad de instrumentos de pesca: redes, cañas, anzuelos, arpones; aparecen por primera vez instrumentos de piedra como son las hachas; se desarrollan medios de transporte como pequeñas embarcaciones, canoas, trineos, remos; los asentamientos crecen en tamaño y duración.
Durante el periodo comprendido entre 13 000 y 7 000 años a. C. se dio una tendencia recurrente en todas partes del mundo a sociedades cazadoras y recolectoras de espectro amplio en todas partes del mundo “No es fácil evitar la conclusión de que esta tendencia recurrente parece reflejar factores como cambios medioambientales inducidos por la recesión y fundición de los glaciares continentales, la consiguiente elevación del nivel del mar y la extinción de la megafauna del pleistoceno” [Ibid. p. 237].
Esta tendencia es una muestra de cómo el desarrollo de las fuerzas productivas influye directamente sobre el control que el hombre tiene de su medio, y ese control repercute directamente en la forma de vida y en las relaciones sociales de los hombres. En este caso representa un ejemplo del limitado control del hombre frente a la naturaleza durante el comunismo primitivo, al mismo tiempo muestra que poblaciones con modos de producción similares en condiciones climáticas similares presentan manifestaciones similares.
No es casualidad que durante esta etapa desaparecieran las pinturas rupestres ocupando su lugar representaciones geométricas y símbolos sobre armas y artefactos, probablemente manifestaciones abstractas y rituales de semillas y conchas. Con ello es evidente, una vez más, que el arte no es obra del libre arbitrio del artista sometido a limitaciones materiales y sociales muy concretas.
El mesolítico fue una etapa preparatoria para la revolución neolítica (domesticación de plantas y animales). La necesidad es la madre de la invención y la situación de relativa crisis de recursos que representó el mesolítico era un suelo fértil para una revolución. La contradicción dialéctica entre el medio y las limitadas fuerzas productivas debía resolver si el hombre debía llegar a la cumbre de la civilización o continuar en un grado considerable de animalidad.
La agricultura, como toda revolución de relevancia, no es producto de las ideas puras sino de las contradicciones materiales que se manifiestan en forma de necesidades a superar. Lo cazadores-recolectores no inventaron la agricultura porque a algún cabecilla de la tribu se le ocurriera una gran idea, sino porque la crisis del mesolítico generó el potencial que tenía que convertirse en acto más tarde o más temprano. Era imposible un salto similar en las condiciones de abundancia del paleolítico superior.
Además de la necesidad desesperada de recursos de los pueblos del mesolítico, los poblados estaban en mejores condiciones para realizar el salto: eran relativamente poblados estables en torno a sus fuentes habituales de recursos (siempre y cuando sus fuentes estuvieran concentradas en una zona determinada) y estaban obligados a poner atención a los ciclos de las plantas que recolectaban; el sedentarismo preagrícola era estimulado por la necesidad de almacenar los granos recolectados. “Los cazadores-recolectores de espectro amplio levantaron las primeras aldeas permanentes para contar con un lugar para almacenar el grano, molerlo en forma de harina y convertirlo en tortas o gachas” [Marvin Harris, Caníbales y reyes, p.44]
No es casualidad que la revolución neolítica se realizara, por primera vez en la historia de la humanidad, en la zona conocida como Creciente Fértil ubicada en el Oriente Medio en donde los pueblos mesolíticos recolectaban en esta región trigo, cebada, guisantes, lentejas y las cabras y ovejas se encontraban en estado salvaje. No es difícil representarse el salto de la recolección selectiva de plantas a la domesticación selectiva de plantas.
Además el excedente del sobrante de la cosecha (comenzando con experimentos con el sobrante de la recolección) es materia prima para la domesticación de animales, la cual requiere de bases materiales porque un animal no se puede domesticar si no se le puede alimentar. Efectivamente, la causa de que los hombres del comunismo primitivo no hayan inventado con anterioridad la ganadería no se debe a que fueran estúpidos sino a que no podrían alimentar a los animales domesticados en una proporción que implicara una ventaja comparativa frente a la caza. Con la agricultura, los cazadores recolectores se dieron cuenta que ya no tenían que ir en busca de su presa sino que las presas podía ir al cazador al mismo tiempo que se cultivaban y se concentraban los alimentos de los ancestros de las cabras, ovejas, vacas y cerdos domésticos.
El Neolítico
“El Estado no existe desde toda la eternidad. Hubo sociedades que se pasaron sin él (…) Las clases sociales desaparecerán tan fatalmente como surgieron. La sociedad, que organizará de nuevo la producción sobre las bases de una asociación libre e igualitaria de los productores, transportará toda la maquinaria del Estado allí donde desde entonces le corresponde tener su puesto: al museo de antigüedades, junto al torno de hilar y junto al hacha de bronce.” (F. Engels)
Las contradicciones generadas por la crisis de recursos del mesolítico, fueron resueltas temporalmente por un modo de subsistencia de espectro amplio; esa nueva situación generó, en la región conocida como Creciente Fértil, una dependencia hacia la recolección selectiva de los ancestros silvestres del trigo y la cebada, que posibilitaron un relativo sedentarismo (asociado al almacenamiento) que precedió unos 2 mil años a la revolución neolítica.
Eventualmente, la recolección selectiva dio paso a la siembra selectiva generando una reacción en cadena hacia la domesticación de los animales que se alimentaban de dichas gramíneas (ovejas, cabras salvajes, vacas, cerdos). Los primeros pueblos sedentarios de Oriente Medio tuvieron el enorme privilegio de contar con las condiciones ideales para la caza y la agricultura simultáneamente; ello tendría importantes consecuencias en el ritmo de desarrollo de las sociedades en el viejo mundo y podría explicar, en parte, por qué el viejo mundo conquistó al nuevo y no a la inversa.
El descubrimiento de la agricultura y la ganadería (hace unos 12 mil años) representó el salto revolucionario más grande hasta ese momento que superaría cualitativamente los millones de años anteriores de evolución histórica.
La agricultura hizo posible la domesticación de animales porque existía rastrojo suficiente para poder alimentarlos. Ello generó una explosión demográfica brusca y repentina sin precedentes; con la explosión demográfica y el crecimiento de la densidad de población, se hicieron necesarias obras de regadío y la existencia de un poder administrativo central que excedía las posibilidades de gestión de los clanes o gens comunistas los cuales cristalizaron en el surgimiento de jefaturas y reinos precursores de los Estados; las facultades administrativas y de almacenamiento de las jefaturas, originalmente surgidas por la asamblea popular, favorecieron el surgimiento de privilegios posibilitados por la existencia de un excedente considerable en manos de una casta privilegiada.
Al mismo tiempo, a una velocidad vertiginosa, surgieron las primeras ciudades con casas, templos, fortificaciones, palacios; con la ciudades nace la arquitectura; el sentido de pertenencia a un pueblo determinado se comienza a establecer, no con respecto a los lazos consanguíneos propios de los clanes, gens y tribus, sino por las propiedades y el territorio; la bíblica Jericó en Jordania es un ejemplo clásico de las primeras ciudades, con una extensión de 4 hectáreas y con 2000 habitantes.
Con Jericó nacen las “murallas de Jericó”, los fosos y las torres o el testimonio más temprano de que la guerra resulta de la propiedad y las diferencias de clase; el compañero inseparable de la opulencia es la ambición de la propiedad ajena y los métodos más crueles para obtenerla.
Junto con la opresión surge la necesidad de mantenerla, cada vez se vuelve más necesaria la creación de un ejército permanente vinculado a la clase dominante en sustitución de la tribu armada; nace la religión institucionalizada como justificación divina del poderoso y consuelo patético del oprimido; junto con el ocio, privilegio del rico, surgió la filosofía, el arte, la ciencia y la base de necesidades materiales que les da sustento. La ideología se divide en tantas partes como clases y grupos parten a la sociedad, dominando la ideología de la clase dominante.
Con el excedente nace también la posibilidad del comercio regular, aunque es, en un comienzo, de artículos de lujo, y con él la división del trabajo: “En Beida, Jordania, existían talleres divididos en áreas separadas dedicados a la manufactura de útiles de hueso, de puntas de flecha y la fabricación de abalorios, lo que sugiere que diferentes individuos se centraban en la producción de un excedente de artefactos que luego intercambiaban con otras familias o con otras comunidades” [Marvin Harris, Introducción a la antropología general, p 256.]; con el comercio surge la necesidad del transporte y se inventan los vehículos de ruedas y los barcos de vela; con la domesticación de las ovejas también se domestica su lana y surge el hilado y el tejido; con una mayor necesidad de almacenamiento surge la alfarería, la cerámica y el torno del alfarero junto con una nueva división del trabajo (el artesano); el cocimiento del barro es el punto de partida para la fundición del cobre; con el almacenamiento surge la contabilidad, las matemáticas, los pesos, las medidas y la escritura; con la necesidad de prever los ciclos agrícolas, nace la astrología (que es a la astronomía como la alquimia a la química) y los calendarios (algunos, como el maya, más precisos que los modernos).
Con este salto, la sociedad se dividió para muchos milenios entre reyes y plebeyos, sacerdotes y herejes, millonarios y mendigos, doncellas y prostitutas, ideas y materia, doctores e ignorantes; no obstante, dicho salto tenía que darse antes de que el hombre pudiera liberarse definitivamente de esas lacras sociales y enviarlas definitivamente, como señaló Engels, al museo de antigüedades.
El neolítico es un fenómeno que se extiende a nivel global desde el 12000 a C. hasta el 2000 a C. empezando por el Oriente Medio y extendiéndose a Europa por una combinación de difusión y desarrollo independiente. La revolución neolítica surgió independientemente en China y el sudeste asiático (5000 a C.) así como en el oeste de África (8000 y 6000 a C.).
Por supuesto que la revolución neolítica en América (7000 a C.) se dio con absoluta independencia de cualquier influencia del “viejo continente”. Estos datos resultan importantes porque la asombrosa similitud de fenómenos asociados a la revolución neolítica, en poblaciones sin ningún tipo de influencia, representa un grandioso experimento histórico involuntario que confirma de manera incontrovertible al materialismo histórico; como señala Marvin Harris: “Los orígenes independientes de la agricultura del Nuevo Mundo avalan la hipótesis de que las culturas humanas tienen mayores probabilidades de evolucionar en unas direcciones que en otras. Indican, además, que hay que buscar la explicación de las convergencias y divergencias de la historia humana en el estudio de los procesos materiales que tienden a producir consecuencias similares bajo condiciones similares.” [Ibid, p. 279].
En efecto, el surgimiento en el nuevo mundo del sedentarismo, las ciudades, Estados, imperios, arquitectura monumental, escritura, metalurgia, etc., no pueden ser obra del todopoderoso, de los grandes hombres, de la casualidad o de la influencia de alguna civilización extraterrestre (los crédulos idealistas están dispuestos a aceptar cualquier explicación, por absurda que esta sea, antes de acudir a explicaciones científicas); tiene que obedecer a leyes que sólo el materialismo histórico puede explicar científicamente. Incluso las diferencias y los retrasos relativos en el desarrollo encuentran su explicación desde la perspectiva materialista de la historia.
El caso de los “Grandes hombres”.
Aunque ya hemos bosquejado el proceso, debemos preguntarnos lo siguiente: ¿Cuáles son las formas en que se transformaron las sociedades comunistas que vivían en bandas y aldeas, sociedades que desconocían las desigualdades sociales, la explotación y al monstruoso aparato estatal? ¿Cómo es posible que en un periodo de tiempo extraordinariamente corto los igualitarios natufienses del Oriente Medio se convirtieran en violentas tribus fuertemente jerarquizadas y posteriormente (apenas unos miles de años) en el primer Estado sobre la faz de la tierra (los sumerios)?
La siguiente reconstrucción es una síntesis del recuento hecho por Marvin Harris en varios de sus libros como: Introducción a la antropología general; Nuestras especie; Caníbales y reyes; y Vacas cerdos guerras y brujas. Esta reconstrucción nos permite seguir el posible desarrollo de la estratificación social que llevó al surgimiento de los primeros Estados. La lectura de estos libros es muy provechosa porque da ejemplos concretos de pueblos contemporáneos en diferentes etapas de estratificación social, desde el igualitarismo hasta el umbral del Estado. Pocos antropólogos han reunido un estudio como éste desde un punto de vista materialista. De ahí su referencia obligada.
Hemos visto que en las sociedades del comunismo primitivo, los liderazgos que adquieren ciertos individuos (individuos llamados por autores como Marvin Harris: “cabecillas”) son liderazgos morales despojados de cualquier posibilidad coercitiva. El cabecilla de la banda no cuenta con un cuerpo de hombres armados elevado por encima de su clan que le permita imponer su voluntad; ésta se impone sólo porque el cabecilla se ha ganado ante los ojos de sus iguales, una autoridad moral derivada de su talento especial en alguna esfera de importancia para el clan; fuera de esta esfera especial, la opinión del cabecilla cuenta como la de cualquier otro miembro de la gens.
Entre los Semais de Malasia, los cabecillas no son más que individuos con autoridad dentro de un grupo de iguales. Robert Dentan describe su liderazgo de la siguiente manera: “mantienen la paz mediante la conciliación antes que recurrir a la coerción. Tienen que ser persona respetada […]. De lo contrario la gente se apartará de él o va dejando de prestarle atención […]. Además, la mayoría de la veces un buen cabecilla evalúa el sentimiento generalizado sobre un asunto y basa en ello sus decisiones, de manera que es más portavoz que formador de la opinión pública” [Harris, M. Nuestra especie. p.319].
El factor material fundamental que transforma a estos pueblos comunistas en sociedades jerarquizadas primero y en Estados después es, sin duda, la producción de un excedente capaz de ser acumulado en las manos de una naciente casta privilegiada; la revolución neolítica es el cambio revolucionario que posibilita, de manera estable y permanentemente creciente, estas desigualdades que cristalizan jefaturas, primero, y pueden dar lugar, bajo ciertas condiciones, al surgimiento del Estado y la explotación de clase.
Una de las evidencias más palpables de que entre todos los factores que catalizan el surgimiento de las desigualdades, es la producción regular de un excedente el elemento central, la dan los Kwakiult de Vancouver, que a pesar de ser cazadores recolectores presentan diferencias jerárquicas (empero no existen clases sociales).
La razón de la existencia anómala de sociedades cazadoras recolectoras con diferencias de rango no la encontramos en la avariciosa “alma humana”, como lo pudiera pensar un espíritu simple y superficial, sino en condiciones ecológicas excepcionalmente favorables que permiten el aumento de la producción hasta el punto en que son posibles las diferencias de riqueza y poder: “la mayoría de estas sociedades cazadoras-recolectoras no igualitarias”, nos dice Harris, “parecen haberse desarrollado a lo largo de las costas marítimas y los cursos fluviales, donde abundan los bancos de moluscos, se concentran las migraciones piscícolas o las colonias de mamíferos marinos favorecían las construcción de asentamientos estables y donde la mano de obra excedente se podía aprovechar para aumentar la producción del hábitat” [Ibid. 327-328]
El excedente así producido favorece el surgimiento de lo que algunos antropólogos llaman “grandes hombres”. Se trata de cabecillas exacerbados que concentran los recursos excedentarios, promoviendo la producción por medio de la realización de festines redistributivos con los cuales el “gran hombre” justifica su prestigio; lo relevante de la existencia de rangos en estas sociedades, es la prueba químicamente pura de que es en el excedente de producción donde debemos buscar la causa de la reacción en cadena que nos lleva del comunismo primitivo al surgimiento del Estado.
Con todo, los “grandes hombres” no tiene aún poder coercitivo, ni constituyen una clase social desde el punto de vista marxista porque su relación con los medios de producción no les da un control sobre ellos (acceso a ríos, bosques, etc.) ni mucho menos los hace dueños privados de dichos medios de producción.
En un principio, los excedentes producidos se distribuyen de una manera igualitaria que, sin embargo, ya esconde en su seno el potencial para las diferencias de rango y poder; inicialmente, el excedente –concentrado en el centro de la aldea- se consumía en forma de grandes banquetes al que todos los miembros del clan podían acceder y contribuir; el excedente se acumulaba en una suerte de despensa colectiva cuya organización estaba a cargo del “gran hombre”.
En estas sociedades los mecanismos de redistribución aún se rigen bajo pautas de igualitarismo, los banquetes y las concentraciones de excedentes promovidas por “los grandes hombres” procuran un flujo de productos de los clanes o aldeas más favorecidas hacia las menos favorecidas. Sin embargo, el “gran hombre” presenta ya un patrón de comportamiento que es temido por los ¡Khun san –temen la jactancia del presumido que “le puede llevar a matar a alguien”- el “gran hombre” presume de sus banquetes y se siente superior al resto.
Los Siuais de una de las islas Salomón (Bouganville) del Pacífico Sur constituyen un ejemplo. Con la producción incipiente pero regular del excedente, posibilitado por la agricultura en pequeña escala y la domesticación de animales no susceptibles de explotar en labores del campo (en este caso nueces, cocos y cerdos), surge una forma de liderazgo que nace directamente de la existencia previa de “cabecillas” y que, como hemos visto, los antropólogos llaman “los grandes hombres”.
El prestigio de los “grandes hombres” (llamados mumis por los Siuais) se adquiere cuando éstos convencen a una parte de su clan a producir y a donar parte de sus cosechas y animales para un gran festín en el que son convidados algunos miembros del clan y eventualmente otros clanes; con la concentración de estos excedentes, algunos de los miembros del clan que apoyan al aspirante pueden darse ciertos lujos como “clubs especiales” para hombres donde éstos son agasajados con comida y sexo; a medida que crece la fama del mumi, éste desafía a los mumis anteriores con banquetes de dimensiones cada vez mayores. Con el prestigio obtenido, el mumi ganaba el derecho de encabezar a una coalición de bandas en guerras cuyo probable propósito constituía la rapiña y el acceso a mejores tierras de cultivo.
Los “grandes hombres” Kwakiwtl se jactan de su poder de formas impensables en las sociedades cazadoras-recolectoras comunistas:
“Soy el gran jefe que avergüenza a la gente […] Llevo la envidia a sus miradas. Hago que las gentes se cubran las caras al ver lo que continuamente hago en este mundo. Una y otra vez invito a todas las tribus a fiestas de aceite [de pescado], soy el único árbol grande […]. Tribus, me debéis obediencia […]. Tribus, regalando propiedades soy el primero. Tribus, soy vuestra águila. Traed a vuestro contador de la propiedad, tribus, para que traten en vano de contar las propiedades que entrega el gran hacedor de cobres, el jefe.” [Harris, M. Nuestra especie, p. 326.] Esta actitud es manifestación de una larva de desigualdad.
No obstante, los privilegios del grupo que apoya al “gran hombre” son tan inestables que dependen de la capacidad del “gran hombre” para organizar banquetes y donaciones a su propio clan; en muchas ocasiones, el “gran hombre” se queda con la peor parte ya que su prestigio depende de la fastuosidad y prodigalidad del banquete; no es raro que “el hombre que ofrece el banquete se queda con los huesos y los pasteles secos; la carne y el tocino son para los demás”.
De acuerdo con Harris, estos festines sirven para “transferir alimentos y otros objetos de valor de centros de alta productividad a aldeas menos afortunadas” [Marvín Harris, Vacas, cerdos, guerras y brujas, p. 113]; Además, los festines redistributivos expresan ante todo el germen de un modo de producción tributario. El fenómeno social de los grandes hombres revela el germen de una corte palaciega que es comprada con pequeños privilegios especiales y el fenómeno nunca antes visto en sociedades comunistas de hombres haciendo gala de poder y ansiando prestigio de manera obsesiva. A pesar de ello, los “grandes hombres” juegan un papel económico como promotores de la producción y como redistribuidores del incipiente excedente; adicionalmente, su prestigio sigue estando bajo control democrático de la aldea, son poco más que cabecillas exacerbados.
Los cazadores recolectores –que, como hemos observado, trabajan un promedio de dos horas diarias- no suelen trabajar más horas al día o no intentan intensificar la caza o la recolección –dando así la posibilidad de organizar grandes banquetes como hacen los Siuais o Kwakiul- porque de hacerlo correrían el riesgo de agotar las fuentes de alimento y morir de inanición. Los banquetes en los cazadores recolectores están ligados a temporadas de caza que les dan un carácter excepcional. Por ello, con la excepción de pueblos cazadores recolectores en situaciones ecológicamente privilegiadas, el surgimiento de los fanfarrones y presumidos “grandes hombres” es imposible en un contexto de producción basado en la caza y recolección.
Los Jefes. Nacen los privilegios de casta
Las jefaturas constituyen un paso más en el camino que lleva al surgimiento del Estado. A diferencia de los “grandes hombres”, los Jefes ya heredan su cargo y mantienen ciertos privilegios que los sitúan por encima del conjunto de la tribu, además suelen liderar un conjunto de aldeas y no sólo la propia como “los grandes hombres”. Ejemplos de esta estructura social son los Trobriandeses de Nueva Guinea, los Tikopia de las islas Salomón y los Cherokee.
Los Trobriandeses de Nueva Guinea –al menos en los años en que los visitó Malinowsky (1920)- cosechaban un tubérculo llamado ñame, el Jefe gobernaba en más de una docena de aldeas y sólo podía ser depuesto mediante derrota militar, la presencia de un jefe importante era motivo para que la aldea se dejara caer a sus pies, el Jefe podía tener una docena de esposas. La existencia misma del penacho de Moctezuma es muestra de una fuerte jerarquización social.
Sin embargo, el poder de los jefes es limitado puesto que los ñames se pudren rápidamente y el jefe no puede impedir el libre acceso a los recursos naturales que son aún una importante fuente de alimento, la corte del Jefe es parte de su clan o familia y es tan reducida que no puede competir con una verdadera estructura estatal, además el jefe debe refrendar periódicamente su puesto mediante triunfos militares –que aumentan las aldeas tributarias y, por ende, los campos de cultivo- y mediante la organización de festines redistributivos. En realidad el Jefe no es más que un “gran hombre” con más privilegios y “delirios de grandeza”.
El elemento de coordinación y centralización en la dirección del trabajo es la semilla de los regímenes tributarios constructores de pirámides. En este contexto deben insertarse también el surgimiento de las primeras estructuras megalíticas como Stonehenge, Carnac, los gigantes de Pascua e incluso las cabezas Olmecas.
Estas construcciones, que implican el traslado de bloques de piedra de varias toneladas de peso, suponen la coordinación de varios clanes y aldeas, lo que sugiere la existencia de una jefatura coordinadora y centralizadora. Sugerente en este sentido es que los Cherokee construían estructuras circulares donde se depositaban las ofrendas y el excedente de la producción. También los ñames de los Trobriandeses eran exhibidos en sitios especiales. Quizá algunas de las estructuras megalíticas de la antigüedad tienen sus orígenes en estos rituales redistributivos y propiciadores de la fertilidad. “Determinados bienes de consumo estaban reservados para los jefes […] cierto tipo de ornamentos (plumas, cuerdas, pintadas, etc.) era de uso exclusivo de los jefes” [“Las sociedades primitivas”, p. 89].
Pero a pesar de sus desplantes de grandeza, ni los “grandes hombres” ni los jefes tribales son verdaderos reyes ni sus poblados verdaderas civilizaciones. La producción de alimentos no supera el nivel pastoril y el de la horticultura de azada (en general se desconocen técnicas de roturado); los campos siguen siendo colectivos o, a lo mucho, son cedidos en usufructo a unidades familiares que las trabajan. Los jefes no pueden aún impedir el acceso a los recursos naturales.
No obstante, la incipiente agricultura permite la formación de poblados permanentes, la formación de protociudades (grandes poblados) y el mantenimiento periódico y la coordinación de unidades de trabajadores que se encargan de la construcción de grandes obras públicas –viviendas, templos, murallas- que serían imposibles para poblados que desconocen la agricultura.
Por ejemplo, la mítica ciudad de Jericó (Palestina) –con sus increíbles 11,500 años de antigüedad- es, en realidad, un poblado de unas dos mil personas que fue rodeado de una muralla de dos metros de altura y dotado de una torre de 9 metros de altura. Se trata de la primera fortificación conocida de la historia cuyo interés es mayor porque está relacionada con los primeros seres humanos que descubrieron la agricultura y se hicieron sedentarios (los natufienses); esto muestra de manera nítida los escalones que van del igualitarismo aldeano al surgimiento de las primeras civilizaciones con sus inevitables divisiones de clase. La existencia de una ciudad amurallada atestigua la necesidad de proteger un excedente de la amenaza de pueblos “bárbaros”.
Olmecas, un ejemplo de jefatura.
Los Olmecas son probablemente un ejemplo de jefatura, precursora ésta de los Estados mesoamericanos. La cultura Olmeca es considerada la civilización madre mesoamericana aunque probablemente no llegó a conformar un verdadero Estado. Esta jefatura se desarrolló hace unos 3,200 años hasta hace 2,800 en el sureste de Veracruz y el oeste de Tabasco en torno a tres grandes centros ceremoniales: San Lorenzo, la Venta y Tres Zapotes.
Destaca por la construcción de monumentales cabezas de basalto de varias toneladas de peso y de tres y cuatro metros de altura. La cultura Olmeca se desarrolló en torno a caudalosos ríos y construyó estructuras de adobe y montículos con templos en la parte superior precursoras de las pirámides. Se estima que, en su apogeo, el centro ceremonial la Venta llegó a albergar a 18000 habitantes. La construcción de los montículos y el traslado de cientos de kilómetros de las enormes piedras basálticas sugieren el grado de organización necesaria para realizar tales empresas; sin embargo, a pesar de su notable cantidad de población, la dispersión de las proto-ciudades olmecas, la baja densidad poblacional, el hecho de que complementaran su dieta con la caza y la pesca de mariscos sugiere que representaban un ejemplo de una jefatura avanzada en la cual grandes jefes militares y religiosos concentraban y monopolizaban el excedente de las cosechas y el comercio de artículos de lujo (jade, Obsidiana), sin llegar a alcanzar el grado de civilización (Estado y grandes centros urbanos).
La función de la naciente casta privilegiada era organizar a los miembros de las aldeas en la realización de obras públicas. Muy probablemente, las cabezas olmecas sean la consagración de esa casta militar sacerdotal que se había erigido por encima de su propia tribu gracias a la intensificación de la producción agrícola por medio de la tala y la quema (la interpretación de que eran representación de jugadores de pelota parece menos probable). Este modelo de estructura social sería el prototipo primigenio de los pueblos mesoamericanos que se profundizaría en calidad y extensión durante el periodo clásico (Mayas) llegando al grado de civilización y llegaría a su punto culminante en cuanto agresividad en el posclásico con el Imperio Mexica. En otros artículos hemos abordado el desarrollo de las culturas mesoamericanas con mayor detenimiento: http://www.marxist.com/los-pueblos-prehispanicos-mesoamerica.htm
El legado técnico del neolítico y la “revolución de los productos secundarios”
El legado del neolítico, además de la domesticación, lo constituyen importantes descubrimientos que impulsarán la división del trabajo –factores sin los cuales la revolución urbana hubiera sido imposible. El más importante, sin duda, es la generalización de la técnica donde el barro cocido se endurece, es decir, el descubrimiento de la alfarería. La existencia de la alfarería es un criterio casi inequívoco de neolitización, pero la correspondencia entre ambos fenómenos no es perfecta: los natufienses que ya conocían la agricultura hace 12 mil años, tienen su etapa “precerámica” y hay pueblos cazadores recolectores en Japón que fabrican alfarería.
En Mesoamérica las primeras evidencias de cerámica con una antigüedad de 4,600 años en la costa de Guerrero (Puerto Marqués) y de 4,400 años en el Valle de Tehuacán Puebla. El barro cocido ya se usaba para fabricar “venus primitivas” (figurillas de mujeres símbolo de la fertilidad) en el paleolítico superior hace unos 29 mil años. Pero la fabricación de cerámica se hace regular y sistemática durante el neolítico.
La relación entre agricultura y la existencia de alfarería no es difícil de develar; la vida sedentaria y la existencia de excedentes acumulables requirieron la manufactura de vasijas y contenedores que serían imposibles para pueblos nómadas. Con la alfarería surgen los alfareros y, con ello, la artesanía separada hasta cierto punto de la agricultura. Será la primera división del trabajo desde la existencia de los chamanes a tiempo parcial.
Gordon Childe subraya la relevancia simbólica del oficio del alfarero: “Éste puede dar forma a su masa en la medida de sus deseos […] La libre actividad del alfarero al producir forma donde no existe forma, repite constantemente al entendimiento humano el pensamiento de la creación; las comparaciones que se hacen en la Biblia con el arte del alfarero, ilustran este punto.” [Gordon Childe, “Los orígenes de la civilización”, p. 117]. En el Timeo de Platón el demiurgo crea la realidad de forma muy similar a un alfarero que trabaja el barro; la mitología de varias religiones conserva en su memoria deformada, la consciencia de la importancia de los primeros artesanos profesionales.
Los hornos para cocer el barro –los cuales alcanzan temperaturas desde 600°C hasta 1000°C- son la base de la metalurgia. Probablemente, los hombres prehistóricos observaban de vez en vez, gotas de metal derretido entremezclada con la arenisca con la que se endurece (temple) la cerámica, descubriendo eventualmente el cobre –de los pocos metales que pueden encontrarse en estado nativo- y sus propiedades superiores sobre la piedra. Pero la fundición de algo más que pequeñas gotas de cobre se requiere temperaturas de 1,600 °C por lo que hubo la necesidad de inventar el fuelle, crisoles y tenazas. El cobre se comenzó a fundir deliberadamente hace unos 9 mil años en Turquía, es probable –como sugiere Gordon Childe-que la consolidación de jefaturas y la demanda de la élite de materiales de lujo, como malaquita y turquesa (el primero un carbonato de cobre y el segundo un fosfato de aluminio mesclado con cobre) haya impulsado el descubrimiento del primer metal.
El cobre se comenzó a fundir en Oriente Medio hace unos 8 mil años; en China hace unos 6 mil años; en el Perú hace unos 3,500 años; y en Mesoamérica hace unos 1,400 años. En la India, el cobre y el bronce se funden al mismo tiempo hace unos 5 mil años. En todo caso, la fundición del cobre marca el surgimiento de otra rama más de la división del trabajo: el forjador, oficio que a diferencia del alfarero debe emplearse casi a tiempo completo lo que supone un aumento en el excedente de producción necesario para mantener a artesanos profesionales.
Los antropólogos definen el inicio de la fundición del cobre como la etapa Calocolítica que caracteriza a sociedades mayormente estratificadas cercanas a convertirse en civilizaciones. En Oriente Medio, ya obtenían hierro en pequeñas cantidades como un subproducto de la fundición del cobre o utilizando hierro meteórico, pero era un procedimiento tan caro que incluso superaba el valor del oro y tampoco se conocía la técnica del forje (es decir, moldearlo a martillazos con el hierro calentado a temperaturas superiores a los 1000 °C).
La ventaja técnica de la producción del hierro barato –mucho más barato que el cobre- que se daría con el imperio hitita hace unos 3,500 años, explica el poder militar de éstos, pero la técnica era un secreto de Estado; la posterior difusión del hierro a los oficios artesanales –combinado con la generalización de la esclavitud y el crecimiento del comercio- explica el nivel de independencia que lograron los artesanos y pequeños productores en la antigua Grecia.
El uso de armas de hierro sería un poderoso instrumento de los señores feudales. A decir de Engels: “El hierro hizo posible la agricultura en grandes superficies, el descuaje de las más extensas comarcas selváticas; dio al obrero un instrumento de una dureza y un filo que ninguna otra piedra y ningún otro metal podía resistir. [Engels, “El Origen de la familia la propiedad privada y el Estado” pp. 186-187] Pero la fundición y el temple del hierro se dieron bastante después del surgimiento de las primeras civilizaciones por lo que nos estamos adelantando.
La industria textil fue otro de los importantes legados del neolítico. Los pueblos cazadores ya empleaban tejidos con fibras vegetales pero predominaba la piel. El sedentarismo y la domesticación de las plantas posibilitaron una mayor experimentación con tejidos como el lino, esparto, cáñamo, algodón (la India y Perú y Mesoamérica); para posteriormente descubrir las bondades de la lana (incluida la lana de la Llama Inca) y procurarla mediante la cría selectiva de ovejas para tales fines (los grandes herbívoros domesticados eran desconocidos en Mesoamérica). El algodón ya se cultivaba en Perú hace unos 5 mil años.
La necesidad de estructuras permanentes mejorará los métodos de construcción –hasta entonces las casas eran provisionales, hechas de madera y piel- en algún momento los pueblos natufienses (yacimiento de Catal Huyuk) aprenderán a apisonar el barro dejándolo secar al Sol para formar tabiques. Gracias este descubrimiento los vestigios de poblados como Catal Huyuk y Jericó han llegado hasta nosotros.
La piedra pulimentada, necesaria para fabricar utensilios agrícolas como azadas y hachas de manera más eficiente, es otro legado del neolítico –que literalmente significa “nueva piedra”- esta manera de trabajar la piedra tampoco es privativa del neolítico aunque es aquí donde se generaliza. El descubrimiento de la agricultura y el crecimiento de la población exigen el mejoramiento de las técnicas agrícolas desde la simple azada de mano, la rotación de cultivos, la tala y quema, al arado de tracción humana, el abono, el arado con tracción animal y finalmente los complejos sistemas de regadíos con sus presas, canales, etc. Este último sistema –junto con la fundición del cobre y bronce- nos orienta al surgimiento del Estado.
La fundición de los metales es signo no sólo de una mayor división del trabajo, sino de una mayor jerarquización social. La intensificación de la producción por medio de técnicas para la roturación e irrigación de la tierra conlleva al descubrimiento en cadena de otros procesos técnicos revolucionarios; uno de ellos es el uso de la tracción animal y posteriormente la revolucionaria invención de la rueda; además, la mayor domesticación de los grandes herbívoros que implica la tracción permite, en cierto punto, el aprovechamiento –además de la carne y la fuerza animal -de la leche y sus derivados como el queso y el yogurt; factores que en su conjunto estimulan aún más la diferenciación social y el comercio.
La vida sedentaria y el arraigo territorial permiten la domesticación de otro tipo de cultivos como el olivo, la vid y nuevos procesos de fermentación. Así, los babilónicos inventarán la cerveza (bebida de los dioses que probablemente proviene del nombre de la diosa romana del trigo: Ceres) y tribus neolíticas del monte Zagros, el vino. Al conjunto de revoluciones técnicas que hemos descrito se le conoce como “revolución de los productos secundarios”, evento que coincide –poco más o menos- con el surgimiento de las primeras civilizaciones de Oriente Medio.
En el caso de Mesoamérica, la “revolución de los productos secundarios” tuvo limitaciones objetivas que escapaban de la voluntad de sus habitantes: no existían grandes animales para tracción ni para ordeña. La llama peruana no servía para la tracción y aunque en abstracto puede ser ordeñada no se sabe a ciencia cierta si los Incas consumían su leche (quizá no la ordeñaron porque no dieron el paso previo de someterla al arnés). Dada la falta de tracción animal, tampoco se utilizaba la rueda –otra limitación más-, sin embargo, la fermentación de cultivos –en este caso el maguey- nos legó de Mesoamérica el pulque, el tequila y el mezcal aunque es evidente que estos “productos secundarios” no influyeron mayormente– salvo el comercio de este producto- en el desarrollo de las fuerzas productivas como sucedió en Oriente Medio.
Por ejemplo, la tracción animal trajo repercusiones revolucionarias en el “Viejo Mundo”: mientras que en los inicios de la revolución neolítica las labores del campo se hacen con azadas de mano que pueden ser utilizadas igual de eficientemente por hombres y mujeres, la introducción del arado de tracción animal relega a las mujeres de las labores del campo y devalúa su papel y valoración social ya que “con dos bueyes y un arado un hombre puede cultivar en un día una superficie mucho mayor que una mujer con una azada” [Gordon Childe, Los orígenes de la Civilización, p.152].
Así, en los pueblos horticultores de África, que utilizan azadas de mano, la mujer tiene una alta valoración social; mientras que en los pueblos agrícolas de la India, que utilizan tracción animal, tienen una relación de género bastante desventajosa para el género femenino a tal grado que las mujeres son obligadas socialmente a arrojarse a la pilas funerarias de sus maridos. Marvin Harris señala la asombrosa reacción en cadena que hace que la tracción animal en las labores del campo aumente el status del varón en detrimento de la mujer:
“Donde quiera que consiguieron el control sobre los arados consiguieron el control de los grandes animales de tiro. Dondequiera que uncieron estos animales al arado también lo hicieron a toda clase de carretas y vehículos. Por consiguiente, con la invención de la rueda por Eurasia los hombres acoplaron a los animales a los principales medios de transporte terrestre.
Esto le proporcionó el control sobre el transporte de la cosechas a los mercados y a partir de ahí no había más que un corto paso hacia el dominio del comercio y los intercambios tanto locales como a larga distancia. Con la invención del dinero los hombres se convirtieron en los principales mercaderes. A medida que los intercambios y el comercio aumentaron en importancia tuvieron que ir anotándose y fue a estos hombres dedicados al comercio y al intercambio a los que correspondió la tarea de realizarlos.
Y con la invención de la escritura y las matemáticas los hombres hicieron su aparición en la escena como los primeros escribas y contables. Por extensión, los hombres se convirtieron en el sexo ilustrado: podían leer, escribir y efectuar cálculos. En consecuencia fueron los hombres, y no las mujeres, los primero filósofos, teólogos y matemáticos históricamente conocidos en los primeros Estados agrarios de Europa, Asia suroccidental, India y China” [Marvin Harris, Antropología general, p. 556.]
Una vez logradas una serie de revoluciones técnicas que consolidaron la acumulación de un excedente en pocas manos, manifestada en cierta diferenciación social, no faltaba más que una cosa, de acuerdo a Engels “[…] una institución que, no sólo asegurase las nuevas riquezas de los individuos contra las tradiciones comunistas de la organización de la gens [clan], que no sólo consagrase la propiedad individual tan poco estimada primitivamente e hiciese de esta santificación el fin más elevado de la sociedad humana, sino que, además, legitimase en nombre de la sociedad en general las nuevas formas de adquirir la propiedad que se desarrollasen unas después de otras, es decir, el crecimiento cada vez más acelerado de las riquezas; en una palabra, una institución que no sólo perpetuase la naciente división de la sociedad en clases, sino también el derecho de la clase poseedora de explotara a la que no poseyese nada y la preponderancia de la primera sobre la segunda. Y vino esa institución. Y se inventó el Estado” [Engels, “El origen de la familia la propiedad privada y el Estado” p. 122] Aunque ese surgimiento no fue automático, trataremos de explicar las condiciones adicionales que lo hicieron surgir.
Qué es la civilización
Las primeras civilizaciones se distinguen de las sociedades tribales por la existencia de grandes centros urbanos de varios miles de habitantes, por la existencia de aparatos burocráticos que llamamos Estado, por la existencia de algún tipo de escritura –criterio que los historiadores utilizan para diferenciar la etapa “histórica” de la prehistoria-.
Todo lo anterior es la expresión de una sociedad dividida en clases o estamentos fuertemente establecidos, de una capa privilegiada que vive del plusproducto de los trabajadores y se eleva por encima de la mayoría de la población y de una creciente división del trabajo. De acuerdo con la definición clásica de Engels, el Estado es “[…] un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo determinado; es la confesión de que esa sociedad se pone en una irremediable contradicción consigo misma, y está dividida por antagonismos irreconciliables, que es impotente para conjurar. Pero a fin de que las clases antagonistas, de opuestos intereses económicos, no se consuman a sí mismas y a la sociedad con luchas estériles, hácese necesario un poder que domine ostensiblemente a la sociedad y se encargue de dirimir el conflicto o mantenerlo dentro de los límites del orden.
Y ese poder, nacido de la sociedad, pero que se pone por encima de ella y se hace cada vez más extraño, es el Estado.” [Engels, “El origen de la familia la propiedad privada y el Estado”, pp. 195-196] Trataremos de explorar las condiciones que hicieron surgir las primeras civilizaciones de la historia. Sin duda la producción de un excedente –es decir la agricultura y la ganadería- es una condición indispensable pero no suficiente por sí misma.
Como hemos señalado, se requieren de condiciones adicionales a la revolución neolítica para que surja una verdadera civilización. Los primeros cultivos de Oriente Medio datan de hace unos 12 mil años y la civilización sumeria comienza hace unos 6 mil años. Son más de 5 mil años los que separan a las primeras sociedades neolíticas del surgimiento de la primera civilización de la historia.
El neolítico abre el camino a la civilización, pero no es un factor suficiente ni automático. Son muchas las sociedades que conocen la agricultura y la domesticación de animales pero no superaron el nivel de tribus y aldeas. Si una población puede mantener un nivel de vida “aceptable” no tiene motivación alguna para vivir de otra manera, si los recursos naturales son suficientes no existe razón para intensificar la producción. Pero este no fue el caso de los pueblos prehistóricos que habitaron las riveras del río Nilo, de los ríos Tigris y Éufrates, del río Indo, del río Amarillo, cerca en los márgenes de los cenotes en la península de Yucatán y en las franjas costeras de Sudamérica. Y estas condiciones adicionales harán surgir-respectivamente- a los egipcios, sumerios, indios, chinos, mayas e incas: las primeras civilizaciones prístinas de la historia.
Dada la revolución neolítica y una cierta jerarquización social, el primer factor que cristaliza el surgimiento de la vida civilizada es el aumento de la población. Este proceso abarcó varios miles de años hasta el punto en que la presión poblacional obligó a algunos pueblos a encontrar nuevos asentamiento. Una vez agotados los más benignos se vieron obligados a revolucionar sus métodos de producción. Además de ello las plantas domesticables deben ser relativamente imperecederas, es decir, fácilmente acumulables; por ello no es casual que las primeras civilizaciones se basaran en cereales como el trigo, la cebada, el maíz y el arroz.
Otro factor importante es la llamada “circunscripción” o el que el medio ecológico en el que se inserta la población esté rodeada de barreras ecológicas (como desiertos, montañas, pantanos o simplemente entornos donde la fertilidad decaiga progresivamente) que impidan o dificulten el que los pobladores puedan emigrar fácilmente de su ciudad trasladando su modus vivendi y que hagan absolutamente indispensable obras públicas y el trabajo mancomunado de grandes grupos para su supervivencia o mantenimiento de su modo de vida.
La necesidad de intensificar la producción mediante obras de regadío y agricultura intensiva (ya sea en forma de irrigación a gran escala, arado y animales de tiro, bancales escalonados, “chinampas”, etc.) tiende a centralizar la dirección del trabajo y aumentar el poder y privilegios de las jefaturas hasta el punto de convertirlas en verdaderos Estados. Además, la circunscripción y la dependencia de los canales y represas para la producción permiten métodos de coerción social sin precedentes.
La casta privilegiada puede impedir el acceso a las aguas de regadío a aquellas comunidades que se resistan al pago de tributo. De esta forma, los inconformes no tienen más opción que aceptar las jerarquías y explotación o emigrar convirtiéndose en pueblos expulsados orillados a un contexto donde ya no les es posible sobrevivir (quizá porque están tan acostumbrados a una vida basada en la agricultura que han olvidado cómo cazar y recolectar).
Las primeras seis civilizaciones de la antigüedad –que surgieron de manera independiente- parecen ajustarse a lo que Marx denominó Modo de Producción Asiático, o “Despotismo Tributario”. Algunos historiadores han recuperado (¿plagiado?) parte de esta explicación con el término “Civilizaciones hidráulicas”, aunque este término puede empobrecer el análisis marxista pues sólo se refiere a un aspecto de estas civilizaciones, mientras que el marxismo estudia el proceso como un todo orgánico.
Con respecto a este tipo de civilizaciones, Marx escribió: “Desde tiempos inmemoriales, en Asia no existían, por regla general, más que tres ramos de la hacienda pública: el de la finanzas, o pillaje interior; el de la guerra, o pillaje exterior, y, por último, el de las obras públicas. El clima y las condiciones del suelo, particularmente en los vastos espacios desérticos que se extienden desde el Sahara, a través de Arabia, Persia, la India y Tartaria, hasta las regiones más elevadas de la meseta asiática, convirtieron al sistema de irrigación artificial por medio de canales y otras obras de riego en la base de la agricultura oriental. Al igual que en Egipto y en la India, las inundaciones son utilizadas para fertilizar el suelo en Mesopotamia, Persia y otros lugares: el alto nivel de las aguas sirve para llenar los canales de riego. Esta necesidad elemental de un uso económico y común del agua […] impuso en Oriente, donde el nivel de la civilización era demasiado bajo, y los territorios demasiado vastos para impedir que surgiesen asociaciones voluntarias, la intervención del Poder centralizador del gobierno. De aquí que todos los gobiernos asiáticos tuviesen que desempeñar esa función económica: la organización de las obras públicas. Esta fertilización artificial del suelo, función de un gobierno central, y en decadencia inmediata cada vez que éste descuida las obras de riego y avenamiento, explica el hecho, de otro modo inexplicable, de que encontremos ahora territorios enteros estériles y desérticos que antes habían sido excelentemente cultivados, como Palmira, Petra, las ruinas que se encuentran en Yemen y grandes provincias de Egipto, Persia y el Indostán. Así se explica también el que una sola guerra devastadora fuese capaz de despoblar un país durante siglos enteros y destruir toda su civilización.” [Marx, “La dominación británica de la India”, Obras escogidas, Tomo I, pp. 500-501.]
En el modo de producción tributario (o “despotismo asiático”) el Estado, como un todo, se erige como gran terrateniente expoliando a las comunidades aldeanas por medio del tributo en trabajo o en especie (lo que Marx llamaba pillaje interior y exterior). En estas sociedades, la propiedad privada de la tierra, en sentido general, no existe o no es la forma dominante de propiedad. Las comunidades aldeanas siguen conservando la propiedad colectiva de la tierra pero éstas son explotadas por el Estado y una casta privilegiada, cuya existencia se justifica porque se encarga de organizar a las dispersas comunidades en la realización de obras públicas tales como canales de riego, centros ceremoniales, etc.
Un breve repaso de las condiciones en las que surgieron las primeras civilizaciones: mesopotámica, egipcia, india, china, maya e inca puede mostrar que todas las condiciones para el surgimiento del Estado estaban presentes, que éstas surgieron de bases tribales en las líneas que hemos explicado más arriba y que éstas se ajustan al modo de producción descrito por primera vez por Marx.
Mesopotamia. (Hace 6 mil años)
El aumento de la población como factor catalizador de la primera civilización de la historia está más allá de cualquier duda: “[…] en el neolítico se produjo un rápido incremento en la población. Comenzando con 100,000 personas en torno al 10,000 a. C; poco antes del 6000 a. C. la población de Oriente medio había alcanzado probablemente los 3,2 millones, se multiplicó por treinta, en el plazo de 4.000 años” [Marvin Harris, Introducción a la antropología, p. 256.]. Ya hemos señalado a los primeros poblados neolíticos natufienses que son el punto de partida para esta primera civilización, el “cordón umbilical” entre los igualitarios pobladores de Erech prehistórica, las primeras jefaturas y la primera civilización del mundo es evidente; los nudos que marcan ese “cordón” están hechos de revoluciones repentinas. Las excavaciones arqueológicas demuestran estas transiciones abruptas. Las excavaciones del poblado neolítico Erech muestra en sus estratos más profundos “ruinas de chozas de carrizo o casas de adobe […] muestran el empleo creciente del metal, la introducción del torno del alfarero y otras cosas semejantes. El poblado fue creciendo en magnitud y en riqueza, pero siguió siendo un poblado. [Después, repentinamente] aparecen los cimientos de construcciones verdaderamente monumentales […] el prototipo de los zigurat, o torre escalonada, el cual era parte indispensable, de un templo sumerio histórico.” [Gordon Childe, “Los orígenes de las civilizaciones” p. 178]
Los griegos llamaban a la zona en la que hace 6 mil años floreció la primera civilización como “Mesopotamia” o “tierra entre dos ríos”. Efectivamente, sería el control de las aguas de los ríos Tigris y Éufrates la que haría surgir a la también conocida civilización sumeria (nombre surgido del rey de Sumer). La presión del aumento de la población se veía acrecentada por el hecho de que las inmediaciones de los ríos se componían de un contraste entre pantanos fértiles pero hostiles y estepas áridas, por lo que la población sólo podía mantenerse mediante la creciente progresión de obras de regadío. Se trata de un espacio fértil circunscrito por ambientes hostiles que sólo puede ser explotado mediante inmensos trabajos de desecación de los pantanos y tala de los frondosos cañaverales que rodean a los ríos. Gordon Childe explica la inmensidad de la tarea y sus trascendentes repercusiones. “El terreno sobre el cual se erigieron las grandes ciudades de Babilonia, tuvo que ser, literalmente, creado; la antecesora prehistórica de la Erech bíblica, fue construida sobre una plataforma de carrizos entrelazados, colocados sobre el fango aluvial. El libro hebreo del Génesis nos ha familiarizado con las más antiguas tradiciones de la condición primordial del Sumer: un caos en el cual todavía eran fluidos los límites entre el agua y la tierra enjunta. Uno de los incidentes fundamentales de la creación es la separación de estos elementos. Pero, no fue un Dios, sino los proto-sumerios quienes crearon la tierra; ellos excavaron canales para regar los campos y drenar los pantanos; construyeron diques y erigieron plataformas para proteger a hombres y ganados, manteniéndoles a un nivel superior al de la avenidas; hicieron los primeros desmontes entre los cañaverales y exploraron los causes existentes entre ellos. La tenacidad con la cual persiste en la tradición el recuerdo de esta lucha, da idea en cierta medida y del esfuerzo que se impusieron los antiguos sumerios. Su recompensa consistió en asegurarse el abastecimiento de dátiles nutritivos, la generosa cosecha de los campos y los pastos permanentes para sus rebaños y manadas” [Gordon Childe “Los orígenes de la civilización”, p. 134].
Fue en torno a la producción de un excedente –gracias a la domesticación del trigo, la cebada, las ovejas, cabras, cerdos, bovinos- que se erigieron las primeras ciudades, templos y palacios para concentrar ese excedente. Verdaderas ciudades como Ur, Eridu y Eruk superarán al antiguo poblado de Jericó-; Uruk ocupaba unas colosales 450 hectáreas que ensombrecen a las modestas 4 hectáreas del poblado Jericó. Sumeria se dividía en una docena de Ciudades Estado, cada una gobernada por un rey que organizaba la recolección del tributo. Los sumerios fueron sucedidos por los babilónicos y los asirios conformando el conjunto cultural que se conoce como civilización mesopotámica que duraría –al igual que los egipcios- unos tres mil años hasta ser aplastados por el imperio Persa. La necesidad concreta de contabilizar la riqueza del templo dará origen a la primera forma de escritura –cuneiforme-. Esta forma de escritura “[…] se empleó durante un milenio antes de servir a cualquier otro fin que no fuera la contabilidad o propósitos educativos afines.” [Whitehouse, R. Wilkins, J. “Los orígenes de las civilizaciones”, p. 9] Este hecho muestra el origen práctico de la escritura.
Al igual que en Egipto, las capacidades organizativas y tributarias de los reyes –como el rey Sargón, rey de Agade, quien logró por primera vez unificar a toda Babilonia- eran representadas en la construcción de colosales monumentos de dimensiones sin precedentes: los míticos Zigurats. “El templo era uno de los principales terratenientes, y servía como centro de acumulación y redistribución de la mayor parte de la producción alimentaria de la tierra. Era también un centro de concentración y redistribución de materia prima proveniente del comercio exterior. Igualmente importante era un centro de concentración y organización de la mano de obra, que hacía posible realizar obras a gran escala que estaban fuera del alcance de las pequeñas comunidades, como la construcción de los templos mismos, y la construcción de los canales de irrigación.” [Whitehouse, R. Wilkins, J. “Los orígenes de las civilizaciones”, p. 9]
Estos increíbles Zigurats y las ciudades sumerias quedarían inmortalizados en la lista de Antipatro de Sidón –cuyo poema es la fuente más antigua de las siete maravillas del mundo – como la Puerta de Istar o los “jardines colgantes de Babilonia”. También en la bíblica “Torre de Babel”, tan majestuosa que un Jehová envidioso separó a los hombres en lenguas diferentes para que no se pusieran de acuerdo y alcanzaran el cielo con sus construcciones. Quizá el Antiguo Testamento ubica de manera mística en Babilonia, la división de los hombres en lenguas diferentes porque fue Mesopotamia la primera civilización que puso en contacto a culturas de lenguas diferentes. El hecho es que el impacto causado por estas primeras construcciones monumentales –que superan por mucho las estructuras megalíticas tribales- quedará grabado en los mitos y ha perdurado hasta la actualidad.
Si bien el comercio nunca fue una actividad que definiera intrínsecamente a las sociedades de la antigüedad –dado que se trataba, sobre todo, del comercio de artículos de lujo bajo el control estatal- no dejaba de ser necesario, en tanto existía “necesariamente”, una casta privilegiada que exigía productos de lujo. Dice Gordón Childe que esta necesidad suntuaria explica en buena medida la domesticación de los primeros metales y el impulso del comercio, la invención del carro de ruedas y el barco de vela (esta última invención hecha, al parecer, por los egipcios).
Fue la necesidad del comercio la que llevó a los mesopotámicos a la revolucionaria invención de la rueda, aunque en sus inicios esta fuera tan tosca que el eje de madera estaba unido en una sola pieza a las ruedas atadas al carro con cueros. Quizá la invención de la rueda sugirió su uso peculiar en la artesanía, con la invención del torno del alfarero –otro legado de los sumerios, aunque en otras sociedades primero fue el torno y luego la rueda-. El entorno ecológico era tan pobre que carecía casi por completo de materias primas (carecía de simples árboles) y artículos de lujo como el jade, la malaquita y minas, lo que impulsó un comercio que dentro de los marcos de la antigüedad tuvo notable desarrollo uniendo a los sumerios con los egipcios –hacia el norte- y con tribus que habitaban tierras tan lejanas como Afganistán en el sur.
Egipto (Hace 5,500 años)
El Estado egipcio surgió a partir de prehistóricas bases tribales, en la etapa llamada predinástica (hace unos siete mil o seis mil años). El valle del Nilo estaba habitado por unas veinte tribus de distintas procedencias llamadas “Nomos.” “Cada uno de los nomos tenía un animal que lo representaba, acaso el primitivo tótem del clan, que después se identificó con uno de los dioses del panteón egipcio. [Historia Universal, Tomo 2, p. 15. p. 15] Uno de estos tótems era el Dios Horus (Halcón) con el que se identificarán los futuros faraones. Estas tribus provenían o habían sustituido a las primeras aldeas neolíticas que asentaron pequeños poblados hace unos 8 mil años.
Es probable que el cambio climático que convirtió a antiguos bosques en el desierto que caracteriza el paisaje egipcio, haya obligado a estos pueblos a intensificar sus métodos de agricultura (para la siembra de avena, trigo, cebada y sorgo), convirtiéndose, así, en agresivas jefaturas; dando, además, el elemento de “circunscripción” que aceleró el proceso de conformación de esta civilización: “el sinuoso curso del río es una franja muy larga pero estrecha de terreno aprovechable que corre de sur a norte a lo largo de unos 1.200 kilómteros.” [Los orígenes de las civilizaciones p. 10]. El trabajo exigido para aprovechar las crecidas del río Nilo explica la necesaria centralización de las tribus bajo un solo mando para trabajos mancomunados. Así es como, probablemente, se formaron las primeras confederaciones tribales de las que surgiría la civilización: “A cada crecida seguía una época de actividad intensa, dedicada en su mayor parte a la preparación de las áreas aptas para el cultivo. Si bien en general se daba menos uso a los canales de irrigación que en Mesopotamia, había que limpiar y dar mantenimiento constante a las acequias […] no dejaba de ser necesarios un intenso trabajo y una amplia cooperación y organización para hacer frente al calendario estacional [Los orígenes de las civilizaciones p. 11.]. Las luchas intestinas entre las distintas tribus por la hegemonía y el control de las aguas caracterizan al periodo “predinástico” y “protodinástico”. Seguramente expresan la presión por el control de las obras de regadío que crecía conforme la población aumentaba. El hecho es que justo antes de la etapa “histórica” –hace unos 5 mil años, etapa conocida como de los “adoradores de Horus”- estas tribus estaban agrupadas en alianzas en cuya cumbre se alzaban jefes que poco se distinguían de los primeros faraones registrados; estas jefaturas había heredado de las culturas del Creciente Fértil la domesticación del buey, cerdo, oveja, cabra, además del perro y contribuyeron al arsenal ganadero con la domesticación del asno; producían una compleja artesanía, los enterramientos ya revelan diferencias jerárquicas en forma de ofrendas y el trabajo con metales preciosos (cobre, oro, plata).
El proceso de consolidación de reinos cristaliza en la conformación de dos confederaciones –que debemos suponer ya estaban jerarquizadas en su interior de forma similar a como los mexicas dominaban la “Triple alianza”-: el “Alto Egipto” en el sur y el bajo Egipto en el delta (que define al periodo “protodinástico”). Según las tradiciones egipcias, fue el rey tribal Nemes el que logra la unificación del imperio hace 5 mil años, erigiéndose como el primer faraón registrado, que integrará la primera de las cerca de 30 dinastías que rigieron al Estado durante más de 3 mil años. Dice Gordon Childe que “La unificación de Egipto significó, por lo tanto, la victoria de Horus, personificado ahora en el caudillo del clan del halcón, sobre todos los otros tótems; estos últimos fueron al rango de dioses de segunda o deidades locales” [Gordon Childe, Los orígenes de la civilización, p. 194]. Las tradiciones tribales se niegan y se superan por etapas históricas sucesivas, pero sus huellas se conservan en la civilización en formas que a veces resultan cómicas: “Los monarcas del Alto Egipto se distinguieron por llevar una especie de tiara alta; la corona del Bajo Egipto fue más bien un bonete circular. Al unirse los dos reinos, los faraones se ciñeron las dos coronas, una dentro de la otra.” [Historia Universal, Tomo 2, p. 16.].
La jerarquización tribal había alcanzado el grado de Estado con toda una serie tareas reales que componían a la corte y oficios que se organizaban militarmente. Los antiguos nomos clánicos sirvieron como base para la división administrativa del imperio y la extracción de tributos. La necesidad de consagrar y ostentar riqueza y poder y sobre todo la de demostrar la capacidad de organizar a todo un ejército de trabajadores tributarios, explica la construcción de obras monumentales como las pirámides. Las primeras dinastías construyeron sus templos con tabiques de adobe por lo que éstas han sido barridas por el viento, pero sabemos que se construían desde el imperio antiguo por las plegarias que se han descifrado. En una de ellas se lee:
“Oh Atum, pon tus brazos alrededor de este gran rey, alrededor de esta construcción, y alrededor de esta pirámide como los brazos del símbolo ka, para que la esencia del rey pueda estar en ésta, perdurando para siempre.”
Efectivamente, en las pirámides encontramos la esencia social del faraón aunque no en la forma mística que éste suponía: concentrador del excedente, organizador del trabajo y las obras públicas, clarividente de los periodos agrícolas –ya que los conocimientos calendáricos eran secretos de Estado-. La posición astronómica exacta de las Pirámides expresa el papel del faraón como presunto “propiciador divino” de las crecidas del Nilo, cuyo secreto se podía encontrar en la observación del cielo, conocimiento que daba la impresión a la masa campesina de poderes sobrenaturales. Estas funciones tributarias, agrícolas e ideológicas pueden explicar porqué casi todas las civilizaciones tributarias de la antigüedad fueron, al mismo tiempo, constructoras de pirámides; acaso también porque la pirámide es una estructura estable que es buena candidata para ser la primera estructura verdaderamente monumental. Fue con la construcción de la pirámide de Zoser (III dinastía), bajo la dirección del arquitecto real Imhotep, que el arte de la construcción de pirámides alcanzó dimensiones colosales sólo superadas por la célebre pirámide de Keops construida doscientos años después durante la IV dinastía (5,500 a.C.). La obsesión por la vida eterna y la comunión aristocrática con los dioses encontró su canalización simbólica por la sugerente forma en que los cuerpos muertos se secan al Sol en el desierto, convirtiendo a la momificación en toda una industria artesanal subordinada al faraón.
Hemos señalado que de la aparición e importancia relativa del comercio –aún con sus limitaciones-, las características desérticas de la civilización egipcia explican que fuera más fácil el transporte por barco de vela –donde se inventó o al menos se generalizó su uso- que el transporte terrestre y que la rueda –y por ende los animales de tiro- fueran en realidad poco utilizados por esta civilización- en contraste con lo sucedido en Mesopotamia-.
El Indo (Hace 4,500 años)
La antigua civilización india también se desarrolló en torno a un río: el Indo y sus tributarios, hace unos 4,500 años. Hace 8 mil años se encuentran las primeras evidencias de poblados neolíticos con sus casas de adobe e instrumentos de molienda. Las inundaciones periódicas del Indo permitían el cultivo de cebada, trigo, algodón, frutas y verduras; domesticaron el ganado con joroba, el buey, el asno y los elefantes –que hasta hoy siguen siendo un símbolo de la cultura y la religión hindú-. La necesidad de contener las desastrosas crecidas del río Indo impulsó la unificación de las tribus y la construcción de las ciudades imperiales Mohenjo-Daro y Harappa. Fue quizá la combinación de la revolución neolítica con un acceso mucho más amplio al mar que otras civilizaciones de la antigüedad –con una reserva más grande de recursos y excedentes- lo que explica que estas dos ciudades hayan sido habitadas por unas 40,000 personas y la civilización en su conjunto haya ocupado un millón de kilómetros cuadrados, mucho más grande que Mesopotamia y Egipto. La centralización del trabajo por los reyes se expresaba en la construcción de ciudades asombrosamente planificadas y cuadriculadas en donde por primera vez en las historia se hace uso de desagües y cañerías. La antigua civilización del Indo es la menos conocida de las primeras civilizaciones de la antigüedad porque su escritura aún no ha sido descifrada y porque fue la menos longeva, “apenas” unos 2 mil años hasta su derrumbamiento final. Pero las huellas de esta civilización pueden encontrarse en el posterior periodo védico que daría las bases del hinduismo. Por ejemplo, la literatura “posvédica” contiene huellas claras de luchas dinásticas por tierras y tributos; el Mahabharata narra la lucha por tierras y la hegemonía entre dos dinastías rivales del norte de la India; ambas dinastías tienen un antecesor común, un dios con cabeza de caballo (Vyasa), no es difícil imaginarse aquí al antepasado tribal totémico de las dinastías rivales.
China (Hace 4 mil años)
La civilización china se desarrolló a partir del control de las aguas del Río Amarillo. El aprovechamiento intensivo de sus aguas para la siembra de arroz y mijo requirió de la construcción y renovación constante de represas ante el hecho de que el río puede cambiar repentinamente de curso o elevar su nivel por la excesiva acumulación de fango. Debajo de la primera capital de China –Chengchow- se han escavado los restos de poblados neolíticos de la edad de bronce. Es presumible que antiguas tribus hayan sido unificadas por Chang –comenzando así la primera dinastía- hace unos 4 mil años y fundado la primera ciudad china conocida: Anyang.
El equivalente chino de las pirámides de Egipto fueron las colosales murallas que se comenzaron a construir desde la primera dinastía. La muralla que rodeaba a Chengchow tenía 20 metros de espesor en la base, una altura de más de 10 metros y rodeaba una superficie de 320 hectáreas –comparable a las ciudades más grandes de Mesopotamia-. Para aquilatar el nivel de organización que demostraba el poder del emperador en la construcción de las murallas, se calcula que esta antigua muralla fue construida por unos 10 mil hombres en un periodo de 20 años. El poder del emperador se demostraba también en el control de una producción artesanal especializada con materiales de arcilla, hueso, laca, jade y la fundición de metales –especialmente bronce- más avanzada del mundo, con una técnica de vaciado en barro y la precoz fundición del hierro casi al mismo tiempo que los hititas. Los Chinos eran capaces de forjar el hierro, una técnica que en Europa no se dominó sino hasta la Edad Media. “La sociedad era netamente jerárquica, con un rey divino, una aristocracia afín, plebeyos y esclavos […] Bajo los Zhou, la civilización china se expandió a lo largo del norte de China y empezó a abarcar el área del río Yangtsé hacia el sur. El rey delegaba poder a los miembros de la familia real y de la aristocracia, resultando en un sistema feudal de gobierno que abarcaba muchos pequeños Estados, unificados únicamente por su relación con el rey. Los nobles controlaban al campesinado agrícola, que producía la comida y proporcionaba el trabajo no remunerado en la construcción y otras obras públicas […]” (“Los orígenes de las civilizaciones,” p. 15). Bajo el imperio Qin se construyó la Gran Muralla para contener a los bárbaros del norte y, por si no fuera claro el poder del emperador, fue enterrado con un colosal ejército de terracota y bronce compuesto por 7 mil piezas de tamaño real con caballos y carros incluidos.
Dado su aislamiento, la civilización china fue el imperio tributario más longevo de la historia: se extiende unos asombrosos 4 mil años en el tiempo. Aún con la introducción del capitalismo y el derrocamiento de la dinastía Manchú por la Revolución China de 1911, la cultura china es la que más elementos culturales conserva de su cercano pasado tributario El hecho es que la escritura china sigue utilizando los complicados y característicos ideogramas que se inventaron hace miles de años. Quizá fue la cultura tributaria que más inventos técnicos logró, inventos que en occidente tendrían efectos revolucionarios. Veamos algunos ejemplos llamativos: como hemos visto China ya dominaba la forja del hierro hace unos 3,500 años, de hecho los artesanos eran capaces de producirlo en cantidades industriales, pero el hierro no significó la revolución que éste significaría en civilizaciones como la griega o, sobre todo, dentro del capitalismo. Esto se explica porque en Grecia la esclavitud se había generalizado, existían mayores relaciones comerciales por lo que el hierro se utilizó más en la producción artesanal. El caso del hierro en el capitalismo es más claro. Los rieles de hierro del ferrocarril fueron los nervios iníciales la revolución industrial; con el hierro se construyó la Torre Eiffel y el esqueleto de los rascacielos (símbolo del poderío industrial de la burguesía). La máquina de vapor jamás hubiera impulsado una locomotora sin el hierro. La aleación de hierro y carbono da el acero y con éste se pueden construir submarinos y acorazados. Pero la utilización del metal en este sentido sólo podía darse dentro del capitalismo y gracias a su loca búsqueda de beneficio. La antigua China, por el contrario, basaba su producción en el trabajo tributario, en la producción de valores de uso y no en la producción de mercancías; las dinastías no tenían mayor interés en aumentar la producción de bienes de los que sólo gozaban la aristocracia; esta tendencia a un autoconsumo limitado se veía reforzada por el hecho de que China estaba aislada del resto del mundo por desiertos y cadenas montañosas y alimentaba deliberadamente el aislamiento considerando a los forasteros como “diablos extranjeros”.
Aquí tenemos un notable ejemplo de que lo decisivo desde el punto de vista del desarrollo histórico no es el conocimiento abstracto o incluso la producción real de artefactos, sino la inserción de los conocimientos y artefactos en un modo de producción determinado y la forma en que éste puede o no absorber determinada tecnología en la producción. De la misma forma, no importó que Herón de Alejandría haya sido el primer inventor de la máquina de vapor (era sólo un juguete curioso) y que, en abstracto, la revolución industrial –que se daría realmente muchos siglos después- haya sido posible desde la antigüedad griega, sino el hecho de que la máquina de vapor nunca fue utilizada en la producción porque la clase dominante tenía una mano de obra esclava barata y abundante. Los chinos conocían el papel, la brújula y la pólvora; sin embargo, la lectura y escritura no se generalizó a amplias capas de la población; a pesar de la brújula, fue Marco Polo el que estaba interesado en la seda y té chinos y no al revés, y los ejércitos ingleses occidentales pudieron traspasar la Gran Muralla con la pólvora inventada por los chinos pero sobre todo con el peso del comercio mundial del opio.
El modo de producción tributario impedía una generalización del conocimiento –por lo menos relativa como se dio en el Renacimiento europeo- y el limitado desarrollo del comercio no impulsó grandes viajes de descubrimiento. El conocimiento y la técnica son indiferentes en sí mismos al margen de un modo de producción y un contexto social. En un contexto pueden ser revolucionarios, en otro ser simples juguetes curiosos.
Mayas (Hace 2,300 años)
Las aldeas mayas más antiguas se sitúan cerca de los ríos Usumacinta y el Belice en tiempos tan antiguos como mil años a.C. (probablemente los primeros habitantes fueron producto de migraciones Olmecas). Conforme dichas poblaciones se fueron desarrollando y la densidad de población fue creciendo (producto de la domesticación del maíz, la calabaza, el tomate, el frijol, etc.) las aldeas tuvieron que internarse en la selva del Petén en un entorno paradójico de “selva” en donde hay meses completos en que no cae una sola gota de lluvia y en donde al agua se filtra en el subsuelo de roca caliza; aquí tenemos el elementos de circunscripción.
Las poblaciones que se internaron en la selva se vieron en la necesidad de revolucionar su modo de subsistencia, superar la técnica simple de la tala y quema, de tal modo que dicha revolución implicó el surgimiento del Estado. En la selva de Petén, algunos estudios han contabilizado 83 emplazamientos separados por una distancia media de 15 kilómetros. A finales de los setenta, se descubrieron una red de fosos y canales que se extendían a partir de los centros ceremoniales los cuales, a su vez, están ubicados cerca de cenotes o lagos subterráneos.
La mecánica del surgimiento de la civilización Maya baja ya del cielo a la tierra y su mecanismo es, en términos muy generales, clara: la organización de grandes ejércitos de hombres en la construcción de estas grandes obras hidráulicas, el subsecuente aumento de la densidad de población producto de sistemas de riego más eficientes, además del control del comercio desde las tierras altas de materias primas inexistentes en la selva; todo ello permitió el ascenso de los jefes de la tribu por encima de las aldeas y permitió también que la densidad de población en el apogeo clásico fuera igual a la Europa moderna (250 personas por milla cuadrada) y alcanzara el grado de civilización.
De este modo, los mayas inventaron un complejo sistema de escritura jeroglífica y complejos conocimientos matemáticos (los mayas inventaron el cero); realizaron observaciones astronómicas extraordinarias y contaban con un calendario incluso más exacto que el Gregoriano. Su arquitectura fue extraordinaria, así, por ejemplo, las pirámides truncadas de Tikal alcanzan los 57 metros de altura con ciudades planificadas y complejas. En otros textos hemos estudiado la riqueza del pensamiento mesoamericano y otros aspectos enigmáticos de su cultura: http://www.laizquierdasocialista.org/node/3086, http://www.marxist.com/el-sacrificio-humano-en-los-pueblos-mesoamericanos.htm
Incas (Hace 2,200 años)
Los antecedentes del imperio Incaico, así mismo, parecen confirmar la hipótesis tributaria. Para satisfacer las necesidades de irrigación de una población en crecimiento, alrededor del año 200 a.C., se desarrolló un complejo sistema de regadío –para la siembra del maíz, quinua, kiwicha, Kañiwa, etc.- que tendió a la formación de una serie de Estados o protoestados –quizá el equivalente Olmeca de las culturas sudamericanas- más o menos independientes y con cierta unidad cultural (cultura Chavín que comienza a utilizar la cerámica); dos de estos Estados o protoestados fueron la cultura Moche y la Nazca. Luego de la decadencia de estas culturas, el dominio de las etnias cuzqueñas frente a la confederación Chanca en el año de 1438, dio como resultado el surgimiento del imperio Inca –la hipótesis de Marx, señalada en “Formas de propiedad precapitalista”, acerca del surgimiento de la civilización Inca como producto de la guerra parece ser correcta. Creando uno de los imperios tributarios más grandes de la historia, abarcó más de 2 millones de kilómetros cuadrados.
No cabe duda que la sociedad Inca se basaba en la tributación en trabajo de comunidades que por base seguían siendo étnicas y tribales. La base de la pirámide tributaria Inca estaba en el Ayllu (equivalente, al parecer, al altepetl mexica) o comunidad étnica agraria basada en los lazos de parentesco. Cada comunidad poseía tierras en común (equivalente del calpulli azteca) y ganado; unidades familiares podían poseer en usufructo tierras y ganado como cesión de parte del Ayllu; los miembros del Ayllu debían entregar tributo en trabajo para la construcción y mantenimiento de los canales y construcciones estatales; el tributo en trabajo también incluía la obligación de trabajar en las tierras estatales, los cuidados de los rebaños estatales, la prestación de servicios en el ejército y la producción artesana. Estos trabajos eran dirigidos por el Curaca o jefe, que, a su vez, dependía de las órdenes de un virrey (Suyuyuc Apu), el cual administraba una de las 4 regiones o territorios (llamados Suyos) en los que estaba dividido administrativamente el imperio; y dependía también de una casta noble (Panacas, sumo sacerdote, la cúpula militar). En la punta de la pirámide estaba el Inca –descendiente directo de Dios-, su esposa (La Coya –más las concubinas del rey-) y el hijo heredero (Auqui). Los registros de los tributos y los censos de población eran tomados por el Quipucamayoc en un sistema de notación llamado Quipu (cordeles de colores anudados en forma precisa). El sistema de control social y contabilidad parece no tener parangón entre los pueblos prehispánicos del continente.
Civilizaciones “madre” y civilizaciones “secundarias”.
Las primeras civilizaciones fungieron como un foco para el surgimiento de civilizaciones “secundarias” que derivaron de aquéllas a partir de nudos comerciales, fuentes de materias primas, productos artesanales, tributarios, etc. Aquéllos pueblos que no pudieron asimilarse a las necesidades de estos imperios y estorbaban a sus intereses, fueron exterminados; muchos pueblos cazadores recolectores fueron masacrados o convertidos en esclavos si sus territorios eran de interés.
Pero además de exterminar, la civilización impulsó el desarrollo de algunos pueblos al mismo tiempo que estancó el de otros. Algunas tribus nómadas se convirtieron en enlaces comerciales y fuente de fuerzas militares para los imperios, abandonaron la agricultura porque podían obtener los productos agrícolas del comercio y aún de la rapiña. El declive de una civilización era la oportunidad para invadir y saquear.
Las tribus mongolas vivieron en la periferia de la civilización China como los bárbaros germanos y bretones en la del Imperio Romano. Cuando el uso del hierro fue apropiado por estas tribus bárbaras, éstas se convertirán en catalizadores del colapso y decadencia del imperio más grande del mundo antiguo. Pero otros pueblos fueron impulsados para adelante: la civilización Minoica-Mecénica de la isla de Creta, por ejemplo, fue un puerto comercial que conectaba a las civilizaciones de Oriente Medio con el Egeo y Asia; su carácter de puerto comercial le permitió desarrollarse al margen de los ríos y dedicarse a la creación de la famosa triada mediterránea (el trigo, la vid y el olivo); sus enormes palacios en forma de laberinto –como por ejemplo el Palacio Cnosos del mítico rey Minos- y su culto al toro, son la fuente del mito griego del minotauro; es muy probable, así también, que el colapso final de esta civilización, tras la explosión del monte Santorini, hace 3,700 años, sea el origen del mito griego sobre la Atlántida.
Tribus expulsadas de esta civilización darán origen a la prehistoria griega –relatada por Homero-que heredará, varios siglos después, la vocación comercial de los micénicos y la famosa triada mediterránea. Aquí tenemos un nexo claro entre el origen de la llamada civilización “occidental” y el “oriente” supuestamente incompatibles. Los Hititas de la península de Anatolia se desarrollaron en virtud de la necesidad de materias primas preciosas requeridas por los sumerios de los que tomaron su escritura, y si bien son deudores de las primeras civilizaciones pagaron el precio con la fundición del hierro; los hititas fueron derrocados por los lidios, quienes inventaron la moneda. La presión tributaria de los asirios babilónicos obligó a las tribus del norte del actual Irán a unificarse para formar el imperio Persa.
Así, una vez surgida la civilización, ésta se hace irreversible y se expande por una serie de convulsiones y de una forma contradictoria que conoce periodos de ascenso, decadencia, colapso y rupturas revolucionarias. Los griegos marcarán un punto de inflexión en el que se aglutinan todos los logros de las civilizaciones tributarias, se aprovecha la existencia de éstas para el desarrollo sin precedentes del comercio y se generaliza, por primera vez en la historia, la esclavitud en la producción y no sólo en la vida doméstica improductiva como antes había sucedido y se generaliza entre los “hombres libres” el uso de la escritura alfabética que dotó de mucha mayor flexibilidad al lenguaje escrito y la difusión de las ideas. Nace, con los griegos, un nuevo modo de producción: el esclavismo. La “cultura occidental” no es, por tanto, producto de ningún destino racial, espiritual o ideológico sino el legado de la antigüedad oriental, sin el cual hubiera sido imposible el salto revolucionario. Los griegos fueron una civilización “secundaria” excepcional. La falsa oposición entre “occidente” y “oriente”, así como el surgimiento de la civilización griega son temas que hemos discutido en otro texto: http://www.marxist.com/la-rama-historica-que-nos-lleva-al-capitalismo.htm
Los ritmos de desarrollo histórico entre el “viejo” y “nuevo mundo”.
Los primeros pueblos sedentarios del Creciente Fértil en Oriente Medio tuvieron la enorme ventaja fortuita de que los ancestros silvestres cereales del trigo y la cebada compartían el mismo nicho ecológico con los ancestros silvestres de los cerdos, las vacas y ovejas; por lo que la domesticación de cereales y animales se dio casi de forma simultánea. La domesticación de plantas y animales son dos fenómenos que se alimentan e impulsan mutuamente. La domesticación de los cereales permitió alimentar a los primeros herbívoros domesticados y la domesticación de los animales impulsó la agricultura con abono y, posteriormente, con animales de tiro y el arado; entre el descubrimiento técnico del arado a tracción animal, al descubrimiento del la rueda de tracción animal sólo hay un paso y con esto una inmensa ventaja para la acumulación y el comercio del excedente.
Los factores anteriores son un estímulo importante para el surgimiento de la primera civilización de la historia: la civilización Sumeria surgida hace unos 6 mil años. Esta ventaja histórica de los primeros pueblos sedentarios en el territorio que hoy conocemos como Irak explica en buena medida porqué fue el “viejo mundo” el que conquistó al “nuevo” y no a la inversa; y también explica el relativo retraso del ritmo de desarrollo de los pueblos del “nuevo mundo”. Cuando hablamos de retraso, debemos aclarar algo: nos referimos al desarrollo de las fuerzas productivas; es evidente, sin embargo, que los pueblos mesoamericanos estaban mucho más adelantados en temas “espirituales” como su conocimiento calendárico, matemático y astronómico que muestran que no existe un determinismo mecánico entre lo que los marxistas llamamos infraestructura y superestructura; sin embargo creemos, con Marx, que el desarrollo de las fuerzas productivas resulta, en última instancia decisivo.
En Mesoamérica no hubo grandes animales herbívoros capaces de ser domesticados –se extinguieron durante la etapa Clovis hace unos 12 mil años-; en Sudamérica la Llama, Vicuña y la Alpaca sirvieron como animales de carga pero eran inútiles como animales de tiro –quizá porque “las muy necias” no caminan si la carga supera los 50 kilos-, por ello en Mesoamérica era desconocida la rueda –excepto en juguetes- ya que era inútil para efectos productivos porque no existían animales para tirar carros (excepto los perros de tiro para los Inuit del Ártico pero este hecho no tiene relevancia para nuestro tema).
Esto muestra que si los pueblos americanos no descubrieron la rueda no fue porque fueran estúpidos sino por la sencilla razón de que no la requerían. En biología, como en historia, “la necesidad crea el órgano”. Quizá sea la existencia de animales de carga en Sudamérica (lo que promueve el comercio y la acumulación de riqueza) lo que explique que fue aquí el primer lugar en el continente donde se inició la fundición del cobre hace unos 3,500 mil años; además de lo anterior, las condiciones geográficas en Oriente Medio permitieron una mayor interrelación y difusión cultural en el “viejo mundo”.
En general, no existen tantas barreas geográficas entre el Creciente Fértil, el norte de África y el mundo mediterráneo, regiones que estaban unidas por relaciones comerciales, camellos que podían cruzar desiertos y tribus nómadas; Mesoamérica, por el contrario, es un medio dividido por valles, cadenas montañosas y desiertos –las tribus nómadas de Norteamérica no conectaban a Mesoamérica con alguna otra civilización- a tal punto que entre las civilizaciones mesoamericanas y los Incas no hubo ninguna interacción evidente o relevante; por el contrario, entre Babilonia y Egipto existían relaciones culturales y comerciales aunque fueran en virtud de la necesidad de artículos de lujo.
El motor principal para el proceso de surgimiento de los primeros Estados y civilizaciones en Mesoamérica fue la domesticación del maíz, factor que no se vio fortalecido e impulsado con animales domesticados que pudieran utilizarse en la producción y que limitó la llamada “revolución de los productos secundarios” en estas tierras. Ello explica la relativa dilatación entre la domesticación del teocintle hace 8 mil años –que abre el periodo formativo mesoamericano- y las primeras jefaturas megalíticas (Olmecas) hace unos 3 mil años, mientras que la neolitización en Oriente Medio impulsó las primeras jefaturas y estructuras megalíticas (Gobekli Tepe de hace unos 11 mil años –véase: http://www.laizquierdasocialista.org/node/2826 ).
Casi de forma inmediata, hay que agregar que la neolitización comenzó aquí –por factores ecológicos muy benévolos- casi cuatro mil años antes que en el “nuevo mundo”. La utilización de animales de tiro en la agricultura constituye un aliciente importante para el descubrimiento de mejores técnicas para la fundición del hierro hecho por los Hititas (en la península de Anatolia hace unos 3,800 años) mientras que el hierro jamás fue utilizado en el continente americano.
La generalización del hierro en la producción artesana combinada con la generalización de la esclavitud y el fortalecimiento de las relaciones comerciales explican, en buena medida, las características de la civilización griega y el nacimiento de la llamada “cultura occidental”. La razón de que el hierro jamás se utilizó en Mesoamérica se debe, quizá, a que la casta dominante estaba muy poco interesada en la producción de un metal barato que pudiera independizar a los artesanos del templo; el comercio no se desarrolló lo suficiente como para impulsar una mayor producción artesanal. Así, el relativo retraso histórico en el desarrollo de las fuerzas productivas de los pueblos mesoamericanos y andinos con respecto a las civilizaciones de Oriente Medio se debe a una serie de condiciones materiales y ecológicas fortuitas que las impulsaron de manera diferencial. Ninguna teoría racista puede explicar ni remotamente este fenómeno; el Materialismo Histórico, por el contrario, da elementos objetivos que arrojan luz y revelan que estas desigualdades no tienen nada que ver con una mayor inteligencia o destino racial sino con factores objetivos que fueron ajenos a la voluntad e inteligencia de estas primeras civilizaciones.
Conclusión
Si la historia humana, el surgimiento de la humanidad y la civilización, constituyen enigmas indescifrables dominados por la irracionalidad, el azar y el capricho (tal como sostienen las modas posmodernas) ya podemos renunciar a explicar fenómenos de importancia fundamental para la mayor parte de la humanidad como la explotación, la desigualdad, la pobreza, la destrucción del ambiente, la opresión de género, etc.
Las modas posmodernas, a pesar de su superficial radicalismo, resultan muy convenientes para la pequeña élite que se ve beneficiada por la situación actual – y de la cual se benefician también los posmodernos encerrados en sus torres de marfil- porque evitan cualquier explicación que amenace su estatus y poder. Es verdad que las consecuencias prácticas indeseables de la teoría no pueden constituir el criterio de su veracidad; si los posmodernos tienen razón en la imposibilidad de entender la historia, no hay nada que podamos hacer al respecto (llama la atención que aquellos que hablan sobre la imposibilidad de la comprensión racional hayan escrito infinidad de libros –pesados y aburridos- para explicar la imposibilidad de explicar nada).
Sin embargo, los posmodernos se equivocan. Creemos que su reinado empieza donde existe la oscuridad y finaliza donde empieza el conocimiento. Con todo y la imperfección de nuestros conocimientos (que por lo demás jamás pueden ser absolutos), estamos de acuerdo con Marvin Harris cuando señala que “por imperfectas que puedan ser, las soluciones probables deben tener prioridad sobre esa inexistencia de soluciones (…)” [“Vacas, cerdos, guerras y brujas”, Marvin Harris, p.14].
Hemos subrayado con insistencia el hecho de que durante la mayor parte de la historia humana, los seres humanos se las arreglaron bastante bien sin leyes escritas, sin Estado, sin castas, sin ejército y sin desigualdades en status y poder, sobre todo, sin explotación y sin clases sociales. Se diría que la supuesta naturaleza humana que la burguesía proyecta a todos los tiempos e incluso a todas la galaxias, es un hecho bastante reciente; con más razón podríamos decir – a la vista de la moral dominante en los pueblos cazadores recolectores- que el ser humano tiende más al cooperativismo que al individualismo y a la generosidad que al egoísmo. Esa supuesta “naturaleza humana”, tan plástica y cambiante, lo único que demuestra es que existe la posibilidad de configurarla transformando las relaciones sociales y el contexto material que le sirve de base. Hemos tratado de mostrar que la guerra no es una actividad impresa en los genes del hombre sino que surge en la prehistoria en virtud de la necesidad de dispersar a las bandas de cazadores y recolectores (hay que recordar, sin embargo, que no hay evidencias contundentes de guerra durante el paleolítico).
La revolución neolítica no fue, simplemente, una gran idea que hubiera podido suceder en cualquier momento. Como suele suceder en la historia, una crisis histórica fue resuelta mediante una revolución; el cambio climático del fin del pleistoceno obligó a los pueblos cazadores y recolectores a emprender una de las revoluciones más radicales de la humanidad.
Es sorprendente que el mesolítico (como fenómeno cultural) se presentó en sociedades sin ningún tipo de relación (en Mesoamérica al mesolítico, por ejemplo, se le conoce como periodo arcaico) aún cuando sus ritmos fueran diferentes. Sus repercusiones cambiarían el modo de vida de los últimos 200 mil años -incluso más si incluimos a los homínidos que antecedieron al sapiens-sapiens.
La producción de un excedente catalizó el surgimiento de castas privilegiadas, jefaturas, guerras regulares y en última instancia el Estado y la civilización; una transformación de este calado en apenas unos cuantos miles de años no tiene precedentes. El proceso de jerarquización va desde los cabecillas propios del comunismo primitivo, pasando por los “grandes hombres”, para llegar a las jefaturas y finalmente a los Estados con sus reyes, faraones y tlatoanis.
Es una muestra clara de la existencia de leyes subyacentes en la historia el hecho de que en las llamadas “civilizaciones prístinas”, civilizaciones que surgieron de manera independiente (Mesoamérica, Sudamérica, Medio oriente, India, China, África), se dieran fenómenos sorprendentemente similares (aunque divergentes en su forma y contenido) como el surgimiento de las clase sociales, el Estado, la arquitectura monumental, la escritura jeroglífica, la metalurgia, la astronomía, las matemáticas, etc. Incluso en cuanto a su contenido, las similitudes no dejan de llamar la atención; los modos de producción tributarios que organizaban la construcción de grandes obras públicas (sobre todo hidráulicas) que se manifestaron en la construcción de monumentales estructuras piramidales orientadas de acuerdo a fenómenos celestes de importancia para los ciclos agrícolas (En Mesoamérica desde los montículos de la cultura Olmeca hasta las impresionantes pirámides de Teotihuacán y los mexicas, lo mismo en Sudamérica antes de los Incas; en Mesopotamia encontramos los Zigurats, en Egipto las famosas pirámides, etc.).
El capitalismo no es más que la última etapa de la sociedad dividida en clases, factores invisibles y subterráneos “conspiraron” para que las civilizaciones de la antigüedad colapsaran a pesar de que en estas sociedades la historia solía avanzar a “paso de tortuga”. El capitalismo, con su vertiginoso y anárquico desarrollo, está condenado a desaparecer en un plazo mucho más corto. El “topo de la historia” sigue haciendo su “túnel” y socavando las bases del sistema de una forma directamente proporcional al desarrollo de las fuerzas productivas.
Lo que en el pasado se gestaba bajo la superficie está saliendo a la luz del día. Estamos viviendo los estertores agonizantes del capitalismo que amenazan a la civilización misma en la forma de barbarie, guerras, crisis, desempleo e incertidumbre; pero también lucha de clases a un nivel sin precedentes. Las sociedades antiguas solían colapsar sin que ninguna clase fuera portadora de relaciones sociales más altas. El capitalismo ha interconectado a todo el planeta y creado una clase social capaz de derribar el sistema y organizar nuevas formas de relación y producción social, eso nos da derecho a ser optimistas.
La civilización se halla al borde de una etapa de transición, es necesario que la clase obrera empuje al vejestorio más allá del abismo –la fruta podrida del capitalismo no caerá sola-. Como lo dijo Marx- retomando una frase de Esopo- “Hic Rhodus, hic salta” (¡Aquí está tu destino, salta aquí!).
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Fecha:
20 de Noviembre de 2013

Philosophy and the masses

Philosophy and the masses
A review of Stathis Kouvelakis, Philosophy and Revolution: From Kant to Marx (Verso, 2003), £17
MARK THOMAS
Issue 99 of INTERNATIONAL SOCIALISM JOURNAL Published Summer 2003 Copyright © International Socialism

Is Marxism simply an insightful way of looking at capitalism, or does it possess a plausible strategy for transforming society?

In the late 1990s there was a certain revived interest in Marx. But this was Marx as the great critic of the anarchy of capitalist production. This was the time of the Asian economic crisis, and even free market apologists were thrown into panic and talked of ‘the end of capitalism’. But Marx’s communism and advocacy of working class revolution remained derided and dismissed.1 The argument was that Marx’s political project was not to be taken seriously in the wake of the collapse of the regimes in Eastern Europe. Theory and practice were thus kept at arm’s length. You can use Marx to analyse capitalism, but don’t attempt to change it.

In fact, the claim that Marx had no coherent theory of politics was one of the central themes in the onslaught on Marxism in the late 1970s. The alleged role Marx gives to the economy leaves no space for human intervention in the realm of politics, and Marx’s emphasis on society over the individual leads to a rejection of the classical issues concerning liberal political thinkers, namely justice, rights, and so on. The argument runs that this paves the way for totalitarianism, where an all-powerful state annihilates the individual.2

Stathis Kouvelakis’s Philosophy and Revolution has the great merit of taking Marx’s political project seriously. It traces the emergence of Marxism through a careful study of the evolution and development of Marx’s ideas as a young German radical in the 1840s, when Marx was still in his twenties. Marx was not born a Marxist, but by the mid-1840s the new theory of historical materialism was sketched out in fundamentals at least, and Marx, together with Frederick Engels, had embarked on a lifelong commitment to revolutionary socialism. How did this happen? Why did Marxism emerge in this precise period and manner?

Germany in the 1840s
In Marx’s youth Germany was still a patchwork of small states under the hegemony of Prussian absolutism. It was mired in backwardness, yet with a feudalism already breaking down under the impact of new social relationships associated with the rise of a new form of society, capitalism. Caught between the old world and the new, German society was dominated by the question of its relationship to its French neighbour, or more precisely to that country’s great revolution. Was the French Revolution of 1789 Germany’s future?
Reactionaries were, of course, hostile to everything the French Revolution stood for, and to the whole tradition of the Enlightenment which had preceded it. But the response of the majority of German intellectuals who detested this stultifying old order was not a simple desire to repeat the experience. From Immanuel Kant onwards, they defended the French Revolution against the reactionaries, but they outlined a different path for Germany, a road to modernity that would avoid revolution. Thus they were plagued by a desire to reap the gains of the French Revolution, the abolition of feudalism and so on, but without unleashing the mass upsurge from below that had been at the heart of the French experience. ‘Revolution without revolution’ was the first hallmark of the ‘German road’. How would this be attained? Quite simply, it would be philosophy that would offer the prospect of reaping the fruits of the French Revolution without its traumas and risks. The realm of ideas allied to a reforming state would supplant the role of the masses. Kouvelakis puts it like this:
The revolution is legitimate, but it is other people’s business; the mission of ‘spiritualisation’ incumbent on Germany will allow it to escape the horrors of the revolutionary hell even as it reaps the benefits of revolutionary gains; thanks to state reform, stimulated by the practical philosophy that has invested the public sphere, it will prove possible to resolve existing contradictions peacefully and productively, and so on.3
Nor was this accidental. It reflected the weakness of the German bourgeoisie and the threat from below. Kouvelakis argues that Kant, for example, ‘both fears and…deems utopian’ any repeat of the revolutionary mass mobilisations of the 1790s.4 Both fears and deems utopian? At first glance these might appear contradictory responses. After all, to be a danger the revolution must at least be a feasible prospect, and if it is an impossibility then why feel threatened by it?
But from a class perspective it falls into place. The German bourgeoisie is too weak to overthrow Prussian absolutism on the model of its French counterpart. But it is already beginning to fear a working class breathing down its neck which is stronger than that of 1789. In other words, the ‘German road’, the hope for a ‘revolution without revolution’, modernisation from above through reforms is rooted in the historical situation the German bourgeoisie found itself in. A victorious German bourgeois revolution is utopian, but any attempt might trigger something altogether more radical from below. In 1848 this is of course what happens, when the bourgeoisie takes fright and turns back to the arms of reaction.
Central to this attempt to construct a ‘German road’ avoiding revolution is that intellectuals like Kant abstain from engaging in agitation for radical change among the masses. Self censorship will maintain the divide between intellectuals and the mass of the population—to the point even of cultivating a deliberately obscure style. Philosophy will address only the king and an ‘educated’ property-owing public. This carefully limited public arena is to serve as a substitute for revolution in the hope that it will foster a reforming, rational spirit in the state.5 In return Kant asks that the state tolerate this circumscribed debate, and hopes that it will take the advice of the philosophers and begin a process of reform from above. This gap between philosophy (intellectuals) and the masses, between theory and practice, is the second hallmark of the majority of German radicals from Kant through to Marx’s contemporaries (and Marx himself, initially).
Kant’s quandary is that he recognises that this strategy may well fail. What if Prussian absolutism remains immune to the call of the philosophers, and revolution erupts instead? It is precisely this fear that turns into a reality in the 1840s. In 1840 a new Prussian king, Friedrich Wilhelm IV, meant new hopes for progress. These were rapidly dashed. Press freedom was quashed, and the followers of a radical interpretation of Hegel (the ‘young Hegelians’) were pushed out of the universities. By 1842-1843 the democratic movement in Germany was sharply confronted with a crisis, as the new monarchy turned to repression. Any hope of reform was put paid to:
By unambiguously dashing hopes that he would liberalise the Prussian regime, Friedrich Wilhelm IV succeeded in rapidly deepening the crisis, in a double sense: eliminating any possibility that the regime might reform itself, he made it inevitable that its contradictions would burst into the open; but, by the same token, he destabilised an opposition whose entire strategy had been predicated, precisely, on the calculation that an out and out conflict could be avoided.6
If you look to the state to reform itself to avoid the prospect of social revolution, how do you respond if that same state sets its face against any modernisation, precisely because it fears any reforms will inevitably open the door to revolution? At this point the German democratic movement entered into crisis. From this period on the Young Hegelians are riven by polarisation and fragmentation. Bruno Bauer, once the key figure and Marx’s mentor, together with his Berlin coterie, ‘the Free’ retreat from all political engagement, blaming the masses for not rising in support of the philosophers in the face of this repression. They instead champion an idealist and elitist ‘critical criticism’ as the only adequate response. Marx savages this in ‘The Holy Family’, his first collaboration with Frederick Engels in 1844 (although Engels only makes a small contribution to the final text).
‘True’ socialism
More important than Bauer and ‘the Free’ is the response of Moses Hess, who turned to a ‘philosophical communism’ that formed the basis of what Marx and Engels call ‘True’ socialism in The Communist Manifesto. This was probably the dominant current among German radicals on the eve of the 1848 revolutions that swept both Germany and most of Europe. Indeed, Kouvelakis stresses that these ideas held a strong sway inside the workers’ movement of the 1840s, not least among the German emigre workers in Paris who formed the League of the Just. It took a protracted struggle for Marx and Engels to win the battle against the ideas of Hess and ‘True’ socialism. The Communist Manifesto comments that ‘True’ socialism ‘spread like an epidemic’ in the 1840s.7
The ‘True’ socialists looked for a new principle to act as a substitute for revolution in Germany. Hess wished to ‘appropriate the results of the French Revolution peacefully’.8 This principle or concept is that of the ‘social’ or ‘social-ism’, which is to play the role of an alternative to both liberal individualism and revolution.9 Following the pioneer utopian socialist, Saint Simon, society for Hess was possessed of an underlying, intrinsic harmony. This had been temporarily obscured by the competitive laws of the market which fostered a war of all against all. The task was to rectify this situation and reveal the inner truth of this innate human bond, that is to say ‘True’ socialism. Hess converts Saint Simon into the language of German philosophy.
In The European Triarchy, written in 1841 in the flush of optimism about prospects for change in Germany, Hess clearly identified the Prussian state as the vehicle for introducing this programme of what Kouvelakis aptly describes as ‘top-down reform’.10 Indeed, Hess contrasts the state’s ‘supreme power…to regulate the spiritual, the physical, and the ethical in society’ with an elitist disdain for the masses, ‘The multitude has always been uncultivated’. This fear of the masses who are seen as always open to manipulation by reaction ‘haunted the pages of The European Triarchy, as it did almost all of the Young Hegelians’.11
But in response to the crisis in the democratic movement, and the closing of the road of reform, Hess, like Bruno Bauer, engaged in what Kouvelakis calls ‘retreat disguised as philosophical offensive’. Hess now declared that the form of government is irrelevant and therefore there is no need to confront the state. Instead he puts forward an increasingly anti-political concept of the ‘social’. Simultaneously, socialism and communism are purged of any association with the proletariat.12 This is the outlook of a socialist humanism aiming at class reconciliation, not revolution. For Hess, communism is the expression of a principle, not of a class interest.
How will this principle triumph? Through education and gradual change. This will allow the triumph of the true essence of humanity, namely love. This transcends class boundaries, overcoming the alienation of capitalists as much as proletarians from a world of money, competition and exploitation. Kouvelakis summarises the political stakes at issue between the ‘True’ socialists and those like Marx who turned towards revolution: ‘The main bone of contention was the question of humanism: class struggle or the dialectic of the human essence; revolution or ethical sermonizing and peaceful propaganda’.13
What kind of revolution?
By contrast with Moses Hess, Kouvelakis explores the work of the German poet Heinrich Heine.14 For Kouvelakis he forms a crucial link between the generation of Hegel and the young radicals of the generation of the 1840s, and he sees in Heine a vital precursor to Marx.
Heine set himself against those who wished the French Revolution to be over, done and dusted, and safely relegated to the past. Heine shunned any craving for harmony, social peace and political moderation.15
The central question here was the relationship any new revolution would have to 1789. For Heine it was not simply a question of repeating 1789 but looking to a new revolutionary wave even more radical than its forerunner. For Kouvelakis, Heine is the true initiator of the Young Hegelians and the interpretation of Hegel’s thought as revolutionary. He imbues classical idealism with the French spirit—the heritage, in other words, of the French Revolution. Thus he looked to a Franco-German alliance as the key to the future revolution, one that would combine German philosophy and the French revolutionary experience. Theory and practice would at last be united.
The relationship between the past and present also preoccupies Heine’s work. He challenges the amnesia of bourgeois society, which sought to deny its birth on the barricades and lived only in a present without any reference to history. Heine saw conflict brewing beneath the surface of the Orleanist regime which had confiscated the French Revolution of 1830.16 He counterposed antagonism to harmony. But he also challenged traditional republicans who simply repeated the slogans of the past and focused solely on the nature of the political regime—monarchy or republic. However, Heine did not draw from this conclusion an approach that dismissed all political questions in favour of a purely social transformation:
The bourgeoisie will before all things have order and protection of the laws of property—needs which a republic can satisfy as well as a kingdom. But these shopkeepers know…by instinct that a republic today would not represent the principles of 1789, but only the form under which a new and unheard-of reign of proletarians would realise all the dogmas of the community of property.17
Heine’s goal was to preserve the ‘spirit’ rather than just the letter of the French Revolution. Heine was attentive to the altered context of France and Germany in the 1840s—above all the rise of a new force, the proletariat, and the increasingly explosive contradictions of bourgeois society that the French Revolution had left unresolved. It was not enough to simply repeat the old republican formulas—to do so now carried the danger of aiding reaction by not addressing questions of property and equality. So, neither a denial of the past nor its simple repetition rose to the needs of a new historical period.
These, then, are the themes thrown up by Heine’s reflections on the nature of the forthcoming revolution—antagonism over reconciliation, the need for any new revolution to go beyond the limits of 1789 and address the ‘social’ question, but without falling into an apolitical retreat from confronting the state. The idea that the new revolution must be both a political act and a social transformation was at the centre of Marx’s inheritance from Heine. The ‘revolution is one and indivisible’, as Heine put it.
Marx and a new conception of politics
Lenin famously described Marxism as the outcome of a synthesis between German philosophy, French politics and English political economy.18 Central to Kouvelakis’s approach is the claim that this insight only takes us so far. As he successfully shows in his ‘group portrait’ of German radicals of the 1830s and 1840s, some attempt to combine these elements was almost a common sense in this milieu.19 Yet those who were to evolve into revolutionaries were a distinct minority.
Kouvelakis structures his book around a contrast between Heinrich Heine and Karl Marx on the one hand, and Moses Hess and the young Frederick Engels on the other.20 The latter are presented as representatives of ‘True’ socialism, while Heine and Marx are by contrast the minority current which lays the basis for the theory of a new revolution which preserves the ‘spirit’ of the French Revolution while going beyond it—a proletarian revolution.
The upshot of this is to demonstrate that Marx’s specific way of combining these elements is unique, and represents as much a radical break from all three traditions as any simple synthesis. That this was the case is amply shown by Marx’s subsequent polemics with those who hadn’t made the break from these traditions, for example Proudhon and French socialism or the various ‘Young Hegelians’, in The German Ideology. Behind this lies the gulf separating Marxism from all forms of liberalism. This, then, is a claim for the novelty of Marx’s conception of communism—it is not just a question of taking over pre-existing traditions and combining them, but of a sharp break.
Kouvelakis charts Marx’s development from a reformist outlook that assigned a pivotal role to a free press (Marx was editor of a radical bourgeois newspaper in this period, the Neue Rheinische Zeitung) to a revolutionary perspective and the birth of a new worldview. In particular Kouvelakis emphasises that this process is a politically driven one for the young Marx, and at the same time involves the emergence of a radically new conception of politics itself.
To begin with Marx, like all the other Young Hegelians, operates within the framework of the ‘German road’ of reform not revolution. Yet from the outset Marx saw a much more active and engaged role for philosophy. Like Kant, he demanded a public sphere outside the control of absolutism that could conduct a campaign for democratic reform. But Marx aims for a situation in which ‘philosophy becomes worldly and the world became philosophical’. 21
He even calls on philosophy to ‘become a newspaper correspondent’! Here is an aspiration for philosophy to overcome its separation from the world of practice. It also breaches the self censorship advocated by Kant. By its nature a newspaper has a greater audience than a philosophical tract. Of course, the very real censorship of the Prussian state still had to be negotiated.
Marx also takes a far more critical approach to Hegel’s view of the state. Initially he still accepted the premise that the state’s role is to reconcile the conflicts which threaten to tear civil society—the world of the market, private property, competition, and so on—apart. Marx, however, is highly sceptical of Hegel’s account of the mechanisms and institutions that will perform the role of overcoming these conflicts. For example, Hegel rejects the argument for representative democracy, and instead talks of ‘corporations’ which organise the various classes or ‘estates’ in society. It is these corporations that are to be represented in the state rather than individuals directly. In other words, he gives an inbuilt advantage to the landowning aristocracy, who as an ‘estate’ are guaranteed a political weight way beyond their actual numbers. Hegel also saw the state civil service as an embodiment of the ‘universal’—in other words, the public interest. For Marx these are false solutions—they are ‘sham meditations’. From the outset Marx looks to a democratisation of the state, but of the existing state at this point.
But the crisis beginning in 1842-1843 as the Prussian state turned to repression closed off this option. Marx now looked again at the relationship between civil society and the state. What is at stake is nothing less than the question of revolution. Kouvelakis insists that behind this theoretical shift is a political radicalisation. It is not a question of purely abstract intellectual enquiry, but a product of the double crisis of absolutism and reformism in Germany in 1842-1843. But neither can it be seen simply as a reflection of these new circumstances, because only a minority of existing radicals go over to the side of revolution. Thus Kouvelakis sees Marx’s shift as a political act in the ‘heat of battle’: ‘Before discovering the proletariat, before forging the concept of his theory of history, Marx makes the leap; he is virtually the only one in the democratic German opposition to do so, with the exception…of Heine’.22
So Marx becomes a revolutionary before he becomes a Marxist. He now calls for the battle for democracy in Germany to be openly joined. He rejects any attempt to solve the crisis that evades this question, as the ‘True’ socialists argue.23
Marx now moves to settle accounts with both Hegel and the French Revolution. Marx engages in what Kouvelakis describes as a Hegelian critique of Hegel. Marx sees Hegel as failing to deliver on the promise of his own dialectic. Instead of uncovering the real and ceaseless movement of history, it ends up accommodating to empirical reality—the actually existing Prussian state. So, what comes to pass in history turns out simply to be what already exists. The revolutionary promise of Hegel’s idealist dialectic turns out to be a conservative justification of the status quo.24
Marx then proceeds to launch a critique of the notion of representative government itself. Crucially, this centres on the fact that even this—the maximum possible democracy under capitalism—fails to overcome the division between civil society and the state. The state under representative democracy claims to treat everybody as an equal citizen, yet in the realm of private property the division between the propertied and propertyless remain. Indeed, the state itself is a product of those divisions. Without a state, this polarisation of wealth threatens to explode. The state doesn’t ‘reconcile’ these divisions, it entrenches them:
The state is incapable of substantially affecting the contents of civil society, for it is, precisely, a product of civil society’s abstraction from itself. Hence the state can overcome social differences only in imaginary ways, in the heaven of the equality that prevails between the subjects of the law. 25
So any revolution that fails to eradicate the cleavage between civil society and the state must fall short of real human emancipation, however much it might succeed in democratising the existing state:
A revolution is not radical unless it puts an end to the separation between civil society and the state—that is to say, unless it simultaneously overcomes the internal division of civil society and imaginary transcendence of that division, namely the abstraction of the merely political state. 26
Bourgeois property and the modern state are two sides of the same coin. They are mutually interdependent. So you cannot, as the ‘True’ socialists argued, transform bourgeois society without addressing the question of the state. But nor will a purely ‘political’ revolution suffice. You cannot, says Marx, ‘leave the pillars of the house standing’. The revolution must be simultaneously political and social.
So, politics is central to Marx’s thought. His ideas are formed in a fight against the apolitical notions of the ‘True’ socialists, but it is a new way of thinking about politics that cannot be separated from the ‘social’. Kouvelakis, somewhat abstractly, calls this a ‘transformation of the political that amounts to posing it as a power of transformation’.27
There are two related points here. First, Marx is seeking to abolish a view of politics as a separate autonomous sphere. Politics cannot be viewed as a distinct entity from economics or the ‘social’. Such a view is a central feature of liberalism. Second, for Marx, overcoming the division of politics and economics is part of the process of establishing truly democratic control from below over the organisation of society. Abolishing politics as a separate sphere is to subject it to conscious human control. Politics will no longer be an alienated realm offering only a fictitious equality and democracy even under representative democracy, but ‘truly democratic’.
Kouvelakis’s book, while very rich and suggestive, is also demanding and at points slightly ambiguous. It is not always clear whether he believes the state will continue to exist under communism. So he says on the one hand, that the ‘state “disappears”—but only as a separate entity, a fixed, immutable given—in order to dissolve into the network of mediations that constitute concrete universality’. But he then insists, ‘The “disappearance” of the political state does not in any way signify the pure and simple absence of law, a constitution, or even state institutions. Marx is resistant to “anarchist temptations”.’28
Perhaps the tightly focused nature of Kouvelakis’s book is a hindrance. He only takes the story of Marx’s development up to 1844. It might be argued that Marx himself is still ambiguous in what he is saying at this point. Either way, a discussion of Marx’s response to the Paris Commune (mentioned in passing) or to the rich tradition of soviets or workers’ councils thrown up repeatedly in revolutionary situations in the 20th century would perhaps serve to clarify the issues at stake here. Kouvelakis’s argument about Marx’s turn to revolution as a political act also provokes some questions. If he is saying that it must be seen as the product of Marx’s engagement in the struggle, and not simply as an abstract theoretical development, that seems clear and right. But when he also insists it cannot be interpreted in ‘sociological’ terms and that Marx’s breakthrough to the new perspective ‘surges up out of the contradiction’, then is there not a danger of saying that it has no relationship to real struggles, to the objective world?
This aside, Philosophy and Revolution is a welcome return to the question of Marx’s political project. It is a robust defence of Marx’s profound concern with the issue of democracy. Given the renewal of the movement against capitalism, this is certainly timely. In particular, Marx’s attention to the limits of even representative democracy (remarkably, one written in the 1840s when genuine parliamentary democracy was still only an aspiration) has a real force at a time when the hollow nature of parliamentary democracy has rarely been more apparent.
Marxism was formed at a time of crisis, and the resulting radicalisation of a wing of a movement that had initially sought reform, not revolution. Kouvelakis’s insistence that a central part of this process was a confrontation with ‘True’ socialists who were indifferent to questions of the state and politics has something real and urgent to say to those today seeking a way to successfully challenge capitalism.
Notes
1. J Rees,’The Return of Marx’, International Socialism 79 (Summer 1998).
2. Gareth Stedman Jones’s introduction to the new Penguin edition of the The Communist Manifesto (London, 2002) reiterates this liberal critique of Marx (p179). Indeed, Stedman Jones only reserves any praise for Marx’s famous celebration of the revolutionary dynamism of the capitalist system (p5).
3. S Kouvelakis, Philosophy and Revolution, (London, 2003), p274.
4. Ibid, p14.
5. Ibid, p19.
6. Ibid, p145.
7. K Marx and F Engels, The Communist Manifesto, op cit, p251.
8. S Kouvelakis, op cit, p141.
9. Ibid, p131.
10. Ibid, p143.
11. Ibid, see pp141-144.
12. Ibid, p153.
13. Ibid, p165.
14. Heinrich Heine (1797-1856) is perhaps best known among socialists for the poem ‘The Silesian Weavers’, written after the 1844 uprising of the weavers. The poem can be found in Heinrich Heine (London, 1997). Testimony to his radicalism is the fact that Hitler, after occupying Paris, ordered the poet’s grave at Montmartre to be destroyed.
15. Ibid, p45.
16. In July 1830 revolution broke out in France after the last Bourbon king, Charles X, had attempted to suppress the liberal press. It ended in the establishment of the ‘bourgeois monarchy’ under Louis-Philippe, from the rival Orleanist dynastic house contending for the French crown.
17. Heinrich Heine, quoted in S Kouvelakis, op cit, p60.
18. See V I Lenin, ‘The Three Sources and Three Component Parts of Marxism’, in V I Lenin, Marx, Engels, Marxism (Beijing, 1978).
19. For example, the very title of Moses Hess’s The European Triarchy reflects his attempt to distil a synthesis of English, French and German experiences, in this case to find a path for evading revolution.
20. Kouvelakis argues that the young Frederick Engels was highly influenced by Moses Hess, and was a ‘True’ socialist prior to his ‘real encounter’ with Karl Marx. Kouvelakis interprets Engels’ The Condition of the Working Class in England as a ‘True’ socialist text. This seems to me to ‘bend the stick’ far too hard, to say the least. Too many hostages are being offered to the argument that counterposes Engels to Marx, and sees in the former the source of the mechanical Marxism prevalent in the Second International. An account of how Engels—and not just Marx, who after all was also strongly influenced by Hess for a time—makes the transition to a consistent revolutionary outlook might reveal a more rounded perspective on the young Engels’ break from ‘True’ socialism. For a different perspective, see ‘The Revolutionary Ideas of Frederick Engels’, International Socialism 65 (Winter 1994).
21. Ibid, p259.
22. Ibid, p278.
23. Stedman Jones describes the section in The Communist Manifesto on ‘True’ socialism as ‘sectarian’. Yet surely it was the tendency of some ‘True’ socialists to turn their fire on those fighting for democracy on the eve on the 1848 revolutions that was both sectarian and reactionary, however radical the rhetoric was that cloaked it. Marx and Engels’ polemic insisted that socialists took part in the fight for democracy even while they sought to extend into a struggle for socialism. This is one of their most important contributions to the revolutionary tradition. See, for example, August Nimtz’s excellent treatment of this question in A Nimtz, Marx and Engels: Their Contribution to the Democratic Breakthrough (Albany, 2000).
24. S Kouvelakis, op cit, pp288-292. See also J Rees, The Algebra of Revolution (New Jersey, 1998), for one of the clearest approaches to Marx’s relationship to Hegel.
25. S Kouvelakis, op cit, p300.
26. Ibid, p326.
27. Ibid, p310.
28. Ibid, pp309-310.

Syriza explained by Stathis Kouvelakis

Syriza explained by Stathis Kouvelakis

By Mike Watson / 03 March 2015

In this interview originally published in Nouvel Observateur, the political theorist and member of Syriza’s central committee, Stathis Kouvelakis looks at the origins of the Syriza phenomenon.

Protesters clash with policemen during riots at a May Day rally in Athens, 2010

Éric Aeschimann: Alexis Tsipras, leader of the radical Left party Syriza and new Prime Minister of Greece, is engaged in an unprecedented tug of war with Europe. As a member of the Syriza central committee, do you think that he will be able to resist the pressure from his European partners?

Stathis Kouvelakis: Last Sunday Tsipras gave his speech to the Greek Parliament outlining his overall policy, and a lot of people were expecting to see early signs of a retreat, or even Greece’s submission to the Troika (the European Commission, IMF and European Central Bank). But that wasn’t at all the case. Tsipras made no important concessions. Yes, he did avoid speaking in terms of ‘cancelling’ the Greek debt. But he insisted that it is unviable, and demanded its ‘reduction’ and ‘restructuring’. And while the minimum wage has not immediately been brought back up to its 2009 levels (when it stood at 751 euros a month, as against 480 today), he has promised to achieve that this year. Apart from that he repeated the points of the ‘Thessaloniki programme’: emergency measures to help the poorest (food aid, turning their electricity back on, free bus passes, and medical cover); the re-establishment of workplace legislation (in particular the collective bargaining conventions, which the Troika had made only optional); getting rid of punitive housing taxes; tax reform to make the rich pay their way; bringing the income tax threshold back up to €12,000 a year; the rehiring of laid-off civil servants; abolition of the privileges given to the private media, and the re-constitution of the ERT (the state broadcaster); a stop to privatisations; and an end to police repression of the people’s demonstrations.

How is such a programme going to be funded?

Alexis Tsipras has confirmed that he will be scrapping the Troika-imposed ‘assistance programme’. Moreover, he has demanded an extension of the liquidity supplied to the Greek banks – including the return of the profits the Eurozone’s central banks have made on the Greek debt. He has emphasised the need for a balanced budget but rejected the idea that Greece’s primary surpluses should be devoted ad vitam aeternam to paying off the debt. Since there seems to be no chance of Europe’s leaders accepting even part of this working programme, we are dealing with a logic of confrontation.

So does that mean a rupture?

Over the last two weeks Syriza has met with flat refusals from Europe’s leaders; this together with the ECB’s decision to shut off one of the taps financing the Greek banks has shown the real nature of the European institutions: they are there to impose austerity policies, without any consideration of elected governments’ democratic mandates. Tsipras has repeatedly stated that the Greek people’s dignity and democratic and national sovereignty are non-negotiable. Add to that the fact that he has brought up the question of the loans that the Nazi occupier forced Greece to give Germany, and which have never been paid back. The 92 year old Manolis Glezos was made head of the delegation responsible for presenting this repayment demand. He is a legendary figure in Greece: as a young patriot in May 1941 he tore the swastika flag down from the Acropolis. This was the first act of the Greek Resistance. These are just some of the declarations making up nothing less than a call to popular mobilisation. We are perhaps standing on the eve of important events that will change how things work in Greece and in Europe as a whole.

After being a young Communist activist, you took part in the founding of Syriza. What are this party’s origins?

Syriza is the fruit of a recomposition process that transformed the political space to the Left of social democracy, from the 1970s onward. The unique thing about Greece is that this ‘Red’ Left coming out of the Communist tradition has always remained a powerful force, such as to allow the kind of dynamic that led to the 25 January election victory. This recomposition process revolved around the gradual separation of the historical Communist Party into two branches. On the one side, its Stalinist wing, which still exists (the KKE, which scored 5.5% at the recent election), and which is very hostile to what Syriza is doing. On the other side is a heterodox tendency that broke with the Soviet model and then gave rise to Syriza in 2004. It has proven able to attract other forces on the Left: firstly some of the formations of the far Left; then the alter-globalisation movements, feminists and ecologists; and more recently those who feel betrayed by PASOK and citizens who have got involved in politics during the debt crisis.

Elsewhere in Europe the Communists have lost most of their influence. In Greece, conversely, they make up the backbone of a new party. How would you explain this?

In Greece the Communists were in the front rank of the people’s struggle against the colonels’ regime, in particular the Athens Polytechnic uprising of 1973. The bloody repression of these student protests precipitated the fall of the dictatorship. With the return to democracy the following year the Communists enjoyed immense prestige, and each year a mass march honours the memory of the student revolt. The part of the Left rooted in the old Communist Party has always received between 8 and 15 percent of the vote; but there was a parting of the ways within this bloc, separating the heterodox current from a KKE trapped in a sectarian and Stalinist approach. Another important consideration is that the heterodox tendency in Greece, unlike the French Communists for example, has refused to enter into a deadly alliance with social democracy. Syriza has become a credible alternative by simultaneously both avoiding sectarian isolation and refusing to become anyone else’s bag-carriers.

How has PASOK – a party we often identify with the Parti Socialiste – changed across this period?

It is actually more comparable to the Mexican Partido Revolucionario Institucional, since PASOK sank deep roots in the Greek state. And this state is not based on the Western European model. Having emerged from a military triumph – with the end of the civil war in 1949 – it based its authority on patronage networks and its ability to hand out sinecures. Public spending long remained at very low levels, and only in the 1980s did PASOK implement a real healthcare and pensions system. Which explains why for a long while it really was popular. But it did so without increasing taxes to pay for this rudimentary welfare state. That’s how the debt started to take off. Starting from 1996 PASOK prime minister Costas Simitis liberalised the financial system. Everyone started to play the stock market, and the housing market soared; the 2004 Olympic Games held in Athens were the apotheosis of this artificial enrichment of the country. Simitis airbrushed the public accounts in order to qualify Greece for euro membership, with Goldman Sachs providing a helping hand. That was the golden age of financial globalisation… but also of the alter-globalisation movement!

How did these ex-communists react to this new form of protest?

Syriza’s success was in allowing the new social movements to feed into it, and this was a decisive factor in the dynamic leading to its victory. For instance, since 2010 informal solidarity networks formed (such as mutual aid networks and social heath centres) creating a pool of activists part of which joined Syriza. In Greece joining or supporting a political party is quite normal. As is voting – the turnout for student elections is around 70 percent! Even a section of the anarchists, who are very active in the solidarity networks, support Syriza. In Exarchia, the ‘anarcho’ neighbourhood of Athens, Syriza won easily.

How did a protest coalition turn into a party of government?

It all took off with the occupation of Syntagma Square in spring 2011. At that time large sections of society saw their world crumbling. This movement had a ‘plebeian’ aspect, with the participation of workers, state employees, and members of the middle classes hit hard by crisis. Syriza made a real effort to listen to this movement – not trying to manipulate it, but offering it a way forward politically. An analysis of the 25 January election results shows that the party has considerably increased its implantation in rural areas as well as in working-class neighbourhoods. In Crete it dislodged PASOK, and in the Piraeus constituency no. 2 where the dockers have always voted for the KKE, that party slumped to 8 percent while Syriza got 42 percent. Conversely, in Athens’ trendy Kolonaki district and in the bourgeois suburbs the Right was on the rise: Syriza isn’t the bobos’ party! [bobos = bourgeois-bohêmes, very roughly similar to hipsters].

From France it’s troubling to see Syriza allying with the nationalist Independent Greeks (ANEL), a party known for its xenophobic positions and links to the Orthodox Church…

Tsipras answered this concern last Sunday, when he announced that citizenship would be granted to all immigrants’ children born in Greece. He emphasised the new immigration ministry’s mission of protecting human rights and people’s dignity. Which is proof if it were needed that ANEL’s participation in the government has not at all changed our positions on such questions.

If the negotiations with Europe fail could Tsipras be tempted to ask for lines of credit from Russia or China?

If the European credits were abruptly cut off then there would be no other choice but to turn to alternative sources of financing. In Greece, Russia is seen as a friendly country, from both the Right and the Left. Syriza has no ideological affinity with the Putin regime, which certainly is not a great democracy. But in my view there are much worse things on the planet, for example the Gulf States regimes who fund terrorism and decapitate women in public. And yet Western governments hurry to do business with them.

And what if faced with Europe’s refusal, Tsipras decided to give in?

That would be suicidal, and would lead to Syriza’s collapse.

Interview with Stathis Kouvelakis by Éric Aeschimann, from the 12 February Nouvel Observateur.

“Contra el peligro de un pensamiento estancado”.

Entrevista a Aurelio Alonso por Yohanka León del Río, “Contra el peligro de un pensamiento estancado”.

Yohanka León Del Río
11 January 2013
Biblioteca Contracorriente

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Publicada en la Revista Cine Cubano

AURELIO ALONSO (Cuba, 1939)

Licenciado en Sociología en la Universidad de La Habana. Fundador del Departamento de Filosofía. Miembro del Consejo de Dirección de la revista Pensamiento Crítico desde su creación en 1967 hasta su desaparición en 1971. Publicó en 1998 su libro Iglesia y política en Cuba, y también más de ochenta artículos, desde materiales de prensa hasta ensayos en revistas especializadas, en Cuba y en el extranjero. Designado en el 2003 coordinador del Grupo de Trabajo de CLACSO sobre Religión y Sociedad. En la actualidad es Investigador Titular del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) y Profesor Titular Adjunto de la Universidad de la Habana. Es miembro del Comité de Redacción de la revista Alternatives Sud , publicada en Bélgica. Colabora habitualmente en las publicaciones cubanas Temas , Revolución y Cultura , Marx Ahora , Debates Americanos , y en el exterior en Alternatives Sud.

YOHANKA LEÓN DEL RÍO

Profesora de Filosofía de la Universidad de La Habana, investigadora, miembro del Grupo de Investigación América Latina: Filosofía Social y Axiología (GALFISA), del Instituto de Filosofía del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente de Cuba.

Yohanka León: Una vez más, la Videoteca Contracorriente del ICAIC nos ofrece la oportunidad de conversar con un amigo y profesor entrañable: Aurelio Alonso Tejada, investigador titular y subdirector de la revista Casa de las Américas. Bienvenido.

Aurelio Alonso: Muchas gracias.

Y. L.: ¿Cómo era el joven Aurelio Alonso? ¿Vivió la conmoción revolucionaria del año 1959?

A. A.: Ah, bueno. Yo creo que muchas de mis vivencias fueron comunes a las de otros jóvenes de aquella época que tenían mi edad: al triunfo de la Revolución yo tenía diecinueve años, estaba al cumplir los veinte, y estudiaba en el extranjero. Abandoné mis estudios para regresar a Cuba ante el impacto del hecho revolucionario; y decidí no volver al extranjero porque sentí la fuerza enorme de las transformaciones que comenzaban con la Revolución. Más la fuerza ética que la fuerza política. He dicho a veces, no siempre, sino a partir de que lo he reflexionado un poco, que sentí la enorme carga de libertad que una transformación revolucionaria genera como posibilidad; no en el sentido clásico de «quiero más libertad», «que me den más libertades». No es la forma liberal de concebir la libertad, es la forma que, incluso, pudiéramos decir que Marx hereda de la visión de Hegel: la libertad ligada a la necesidad de la comprensión histórica, de las posibilidades ante las que se enfrenta una generación, ante las que se enfrenta una comunidad, ante las que se enfrenta una nación, incluso, ante las que se enfrenta una familia, y que permiten un marco de realización y un marco de compromiso, que es realmente el punto de referencia para la libertad. Es el planteamiento de Ortega y Gasset cuando hablaba de las circunstancias: «soy yo y mis circunstancias»; es una reflexión que no está resumida a una ideología solamente, es decir, hay mucho pensamiento filosófico detrás. Tú siempre estás condicionado por tus circunstancias y tú siempre eres un actor clave sobre esas circunstancias. Eso yo lo viví muy fuertemente.

Y. L.: Hablando de circunstancias y mencionando a Ortega y Gasset y la filosofía, usted ha dicho en varias ocasiones que su incursión en la enseñanza de la filosofía y del marxismo, en la Universidad de La Habana, en esos inicios de los años sesenta, lo marcaron definitivamente desde el punto de vista existencial y desde el punto de vista profesional. Usted ha dicho que los profesores eran «hijos de la urgencia», por la formación rápida que recibían para la enseñanza del marxismo en la Universidad. Y precisamente en relación con esto quería que conversara un poco sobre esos destinos, sobre ese curso del marxismo en los primeros años del proceso de institucionalidad cubana, de la reforma universitaria.

A. A.: En efecto, los años que van de 1962 a 1965 ó 1966 son definitivos, porque en realidad, yo no empecé mi vida universitaria estudiando Filosofía; comencé estudiando una carrera ya casi olvidada por mí, que fue Administración de Negocios, es decir, estudié una carrera vinculada más bien a la contabilidad, y empecé a trabajar también en Cuba en empresas del Ministerio de Industrias. Pero también estudié Derecho y, en el marco universitario, cuando se produce la necesidad de enseñar Filosofía, ya yo tenía algunas lecturas filosóficas marxistas y no marxistas —más no marxistas que marxistas—, y poseía cierta inclinación y vocación, sobre todo, por el pensamiento filosófico. Y me alisté, me propusieron y acepté el desafío de dedicarme a la enseñanza de esta disciplina. La filosofía, las ciencias sociales, la reflexión filosófica y sociológica, me capturaron con mucha fuerza, y ya nunca me pude distanciar de eso.

Y. L.: Aurelio, esa fue una etapa de enconadas polémicas. Recientemente, Graziella Pogolotti publicó una compilación de las polémicas culturales que se produjeron en esa época. Pero también hubo una polémica en la que usted tuvo una activa participación, que fue la «polémica de los manuales». ¿Qué marxismo se asumió? ¿Cuál fue la polémica en relación con esto? ¿Por qué en relación con los manuales? ¿Qué pudiera conversar con nosotros acerca del papel del marxismo y el encuentro de la Revolución cubana con el pensamiento marxista en ese momento?

A. A.: Bueno, ¿qué te diría yo? Es una pregunta muy difícil de responder de forma breve. Podría resumirla a mi experiencia personal o podría enfocarla en función de mi concepción, es decir, de la lectura que yo tengo de la entrada del marxismo en Cuba y de las polémicas mismas como fenómeno. En cuanto a mi experiencia personal, es inevitable decirlo: el grupo nuestro se formó en el marxismo soviético, es decir, con profesores hispano-soviéticos, y enseñamos la filosofía. Realmente ya yo había leído un poco a saltos, había leído a otros filósofos más bien contemporáneos, existencialistas algunos de ellos, y tenía cierta inclinación hacia el pensamiento de Sartre. Pero en realidad el marxismo me capturó muy rápido, incluso a través del mismo manual. Este me dio una cierta seguridad: la seguridad que ofrecen los manuales, que es superficial. Y entonces empezamos a formarnos dentro de esa visión del marxismo manualizado; fue en el curso del estudio de la filosofía y de la mirada de la realidad cubana que fuimos cambiando hacia una visión crítica, leyendo a otros autores, comprendiendo que no todo estaba dicho dentro del marxismo y que no toda la verdad estaba dentro; que no todo se decía desde el marxismo… y que la realidad necesitaba un análisis más dinámico; que la dialéctica era otra cosa… El grupo nuestro representó una herejía. Bueno, nosotros quizás nos creímos que éramos los portadores de una nueva ortodoxia de la Revolución y nos equivocamos: la nueva ortodoxia de la Revolución no existía, era la Revolución misma. Es decir, nosotros teníamos una lectura y creo que éramos orgánicos en ese sentido, pero los otros también. La contienda entre dogmáticos y no dogmáticos, o revisionistas y no revisionistas, según el ángulo desde el que tú la mires, no es tan sencilla, no es tan lineal, no es tan dual, porque la historia es muy compleja. No es una contienda de enemigos, es una contienda de lecturas. Bueno, para decirlo con palabras del día, es parte de la «batalla de ideas» de entonces, de hoy, y de muchos años en un futuro.

Y. L.: La «batalla de ideas» es permanente, y yo creo que también en esa etapa una batalla de ideas importante fue la desempeñada por la revista Pensamiento Crítico.

A. A.: La revista Pensamiento Crítico fue un proyecto que se tronchó, es decir, se realizó en un sentido y se tronchó en otro, porque no logró su plena madurez. Fue una revista que comenzó a salir en el año 1967 y se nos planteó que teníamos que dejar de publicarla en el año 1971. Es decir, fueron 52 números… ¿52, verdad?

Y. L.: 52 ó 56…

A. A.: No, 53 creo, si no recuerdo mal. Si la memoria no me falla, fueron 53. Y, por supuesto, desaparece en un momento en que está ganando una madurez sobre todo en cuanto a participación cubana. Yo nunca llegué a escribir en Pensamiento Crítico: no hay ningún artículo mío en esa publicación. Hay varios prólogos de números que yo preparaba; Fernando creo que nada más llegó a publicar dos artículos en la revista… Es decir, los primeros números más bien eran reproducciones, trabajos de otras colaboraciones. Nosotros no queríamos hacer una revista que fuera para lanzarnos a nosotros mismos, sino difundir un pensamiento que creíamos que no tenía suficiente promoción en Cuba. Deseábamos mostrar una imagen de y hacia América Latina, pues la selección de los textos era realizada por cubanos, mostrábamos nuestra mirada, la visión de generaciones jóvenes, cercana y articulada al proyecto revolucionario. Por eso también pensábamos que éramos los orgánicos: yo hoy pienso que orgánicos éramos muchos, no solo nosotros. Quizás hoy conozco más a Gramsci; entonces lo empezábamos a conocer… La revista desaparece en un momento en que estábamos entrando nosotros mismos en ella, con mucha cautela, con mucho cuidado, con temas en los que estábamos seguros que podíamos entrar, etc. Sin embargo, a la vuelta de los años, nos hemos dado cuenta de que la revista circuló tremendamente por América Latina: llegó a tener una tirada de 15 000 ejemplares, y sabemos que por lo menos unos 5 000 o un poco más, circulaban en América Latina. Incluso, muchos compañeros de la izquierda latinoamericana de hoy, que no vivieron la época de la revista, que nacieron después, la conocen, les ha sido útil, importante en la formación de ellos, importante en la renovación del pensamiento de izquierda. Es decir, esa izquierda a la cual el derrumbe socialista no amilanó… No me gusta decir el «derrumbe socialista» porque queda muy ambiguo: el derrumbe del experimento socialista del siglo XX… Me gusta siempre puntualizar que el socialismo no ha fracasado: lo que ha fracasado es el experimento temprano del socialismo, el primer experimento del socialismo, el del siglo XX, y lo que nos está indicando también es que posiblemente en el siglo XX era muy temprano para pensar que iba a tener éxito… Hay compañeros, muchos compañeros de esa izquierda, que han logrado recoger este mensaje y retomar el reto en América Latina, de la búsqueda de un socialismo del siglo XXI o como le quieras llamar; de la reconstrucción del socialismo; del hallazgo de un socialismo viable; de la búsqueda en cada país de las coordenadas de ese socialismo, cosa que ya está floreciendo con mucha fuerza. Y muchos de esos compañeros se han formado tomando a Pensamiento Crítico como punto de referencia importante. Para nosotros, ese es el gran elemento de aliento. ¿Cómo decirte? No quisiera verlo yo mismo como un elemento de vanidad, y pensar: «esto demuestra que nosotros éramos los que teníamos la razón en aquella época», no. La razón nunca la tiene nadie completamente, es decir, la razón siempre está en un lugar a mitad de camino. Pero la satisfacción es darnos cuenta de que nuestra herejía se insertaba dentro de la lucidez revolucionaria de la época, como se insertaba la herejía del Che mucho más que la de nosotros.

Hay muchos compañeros que ya han trabajado Pensamiento Crítico como publicación, incluso se ha puesto un poco de moda en Cuba y fuera de Cuba, y me alegro de eso, porque ha mostrado que el grueso de los artículos de la revista son sobre temas políticos, económicos y sociales de América Latina, sobre los problemas políticos y sociales del Tercer Mundo y del Primer Mundo también. Por ejemplo, recientemente estuve buscando entre viejos números de revistas con motivo de una nueva que hice por el aniversario del Mayo francés de 1968, y te puedo asegurar que no encontré un dossier más completo de aquella época que el número que nosotros hicimos de Mayo del 68. En aquel momento no estaba seguro de eso, pero ahora te digo que fue un número excepcional; el número de la Revolución del 30 también fue excepcional… En fin, hay números de la revista que quedan… Hay un número sobre Martí que lanza el ensayo de Ramón de Armas, creo que después fue incluso Premio Casa, y el ensayo de Pedro Pablo Rodríguez, es decir, hay un número dedicado a Martí que también fue excepcional. La revista tuvo números verdaderamente geniales. Y no solamente sobre América Latina, pero América Latina fue el tema central de la revista. ¡Y qué decirte! Estaba lo polémico, estaba el análisis académico de las problemáticas coyunturales y, en menor medida, estaba lo teórico. La revista no era una revista de filosofía o una revista esencialmente de pensamiento; era una revista que abarcaba un espectro ensayístico muy amplio que iba de lo coyuntural a la reflexión más abstracta.

Y. L.: Por eso yo le quiero hacer esta pregunta muy precisa: ¿qué desafíos le plantea al pensamiento social crítico la urgencia de la formación política de los movimientos sociales populares?

A. A.: Ese es uno de los problemas centrales de hoy. Yo creo que… Creo no: considero evidente que las fuerzas de cambio en el Tercer Mundo, pero específicamente en América Latina, que es nuestro escenario más cercano de inserción, han basculado —y esto lo han planteado muchos autores, no estoy diciendo nada nuevo— de las fuerzas propiamente políticas, es decir, de los partidos, movimientos políticos, etc., a los movimientos sociales. Cada vez han tenido un peso mayor los movimientos sociales y yo creo que esto es un hecho que, aunque algunos critican, se va a reforzar, ha habido momentos de avance y momentos de reflujo, pero a mi juicio esta es una tendencia que se va a instalar. Hoy en día, nosotros tenemos una de las fuerzas no solamente sociales, sino políticas y hasta ideológicas, más importantes del continente, que es el movimiento «sin tierra», y su expansión en ese gran movimiento internacional que se llama «vía campesina», que tiene un peso muy significativo en el presente de Brasil, en el presente de América Latina en general, y en el futuro. Pero, por otra parte, los movimientos indigenistas, en toda la región andina, tienen también un significado de primer orden. Hasta hace poco, el indigenismo era un actor invisible, invisible para la teoría (a pesar de Mariátegui que estaba ahí como referencia), para la teorización sobre el peso del movimiento indigenista como movimiento social y su significado en la lucha de clases… Porque el problema es ese: no es que los movimientos sociales desplacen a la lucha de clases, es que los movimientos sociales fuerzan a las correlaciones de clases a actuar en otra forma, o quizás sea que las correlaciones de clases le imponen sus tareas principales a los movimientos sociales sobre otra forma de organización. No me atrevo a decir qué incide sobre qué con más presión, pero esto, por supuesto, constituye un reto esencial para el pensamiento crítico de hoy, de nuestros días: la colocación del movimiento social en su justo lugar y la relación entre movimiento social y política. No me gusta decir «la relación entre movimiento social y movimiento político», sino la relación entre movimiento social y la política como ejercicio.

Y. L.: Vamos entonces a pasar al tema de Cuba. En su último texto, recientemente publicado en Rebelión, habla de los desafíos del socialismo en Cuba más allá de la economía.

A. A.: Ese último artículo es realmente una ponencia y se introduce en la economía… No es posible enfocar la producción de un futuro socialista dejando la economía de por medio; no es posible decir «yo me encargo de lo político y no de lo económico». No, a mi juicio eso no es posible. Incluso nosotros tenemos hasta que evaluar los inmensos aportes sociales de la Revolución, críticamente, en el plano económico, porque Cuba, la Revolución, desde los sesenta hasta nuestros días, muchas veces ha tomado decisiones y realizado inmensos aportes sociales sin preguntarse antes cuánto van a costar en el plano económico. Eso entraña una enorme virtud y es la de no subordinar la necesidad social a la posibilidad económica; pero entraña un defecto también, es decir, el defecto de involucrarse en proyectos que después no estás en condiciones de sustentar. Son cosas que en el pensamiento socialista del siglo XXI tenemos que ver cómo se resuelven. Ahí está vinculado todo el problema de encontrar un patrón de eficiencia económica que sea capaz de darle sostén a las políticas sociales. Y en ese trabajo yo planteo que hoy en día el desafío más grande que tiene la Revolución cubana, que tiene el socialismo cubano y el proyecto socialista cubano, sigue siendo —cincuenta años después de la victoria del 59— el de encontrar un patrón, un factor, un elemento de eficiencia que la haga sustentable, y que supone cambios estructurales.

Y. L.: Institucionales también.

A. A.: Sí, también institucionales. Yo los pienso económicos, los pienso políticos y los pienso en la esfera de la espiritualidad también. Mira, ¡qué decirte! A veces me da miedo que las cosas que digo y repito sean clichés, pero tengo que decirlas. Pienso que el hombre nuevo, la idea de ese hombre y el avance hacia él, nunca será total; en lo que yo creo que la Revolución tiene mucho avance es en la generosidad de los médicos y de nuestros combatientes internacionalistas, en fin, en muchos elementos de conducta…, pero también tiene cuotas de egoísmo que no se han logrado superar. Y lo he dicho en varias ocasiones, considero que hay que sacar el deseo del automóvil de la cabeza humana. ¿Te ríes? Bueno. Yo no estoy diciendo que hay que acabar con los automóviles, ni que no quiero un carro, o que prefiero irme caminando… Creo que el automóvil es el mayor signo de deformación individualista que el capitalismo del siglo XX nos impuso y que el socialismo compró. Y el socialismo cubano también, porque en cuanto el proyecto cubano se afilió al CAME y tuvo un poco de holgura, no empezó por asegurar el transporte público: empezó por comprar Fiat, Peugeot, Ladas y Moscovitz, y qué se yo, y comenzó a vender automóviles. Nunca ha habido un aseguramiento del transporte público. Entonces, pienso que una sociedad tiene que resolver los grandes problemas sociales, y los grandes problemas sociales tienen que estar primero que los problemas que satisfagan necesidades individuales; y cuando se antepone la satisfacción de esas necesidades, no solamente se yerra en el plano económico, sino también en el plano de la formación moral de la sociedad, porque se lleva al ser humano a circunscribirse a la satisfacción de una necesidad personal, a veces por encima de todas las demás cosas. El hombre en una sociedad nueva tiene que hacer avanzar también su formación en el sentido de tener objetivos distintos, de poder reflexionar estas cosas con otros criterios más altruistas.

Y. L.: Aurelio, usted ha señalado en este último trabajo los temas de la economía, cómo pensar, cómo debe ser una economía socialista. ¿Y se ha acercado a pensar si la democracia es el desafío para el poder popular en Cuba, o a la inversa, es más el poder popular el desafío para la democracia cubana?

A. A.: Yo creo que la democracia es el desafío para el Poder Popular y que el poder popular es el desafío para la democracia. Creo que es una dinámica, una dialéctica complementaria, porque precisamente es el poder popular… no el que tenemos, que no estoy diciendo que sea malo ni bueno, en fin, tiene cosas muy importantes y tiene frustraciones también muy grandes, y déficits, es decir, cosas que le faltan, cosas que ha realizado de manera insatisfactoria. Estoy hablando del poder popular dicho literalmente, es decir, el desideratum. Tampoco el que está en la utopía, sino el que está en lo que podemos realizar a partir de lo que tenemos, porque no hay que pararse en la utopía. No hay que perder de vista la utopía; pero hay una realidad posible que está delante de nosotros y que está poco realizada; hay una institucionalidad insuficientemente aprovechada, tratada, respetada y desarrollada. Hay una cierta incapacidad para desarrollar esa institucionalidad, una rutinización de las respuestas; ese es un mal que tenemos y que atenta contra la institucionalidad, la que nosotros mismos nos hemos creado. Lamentablemente, nosotros no podemos decir que tenemos una democracia participativa; es algo que no existe en ningún lugar, ¿qué cosa es participativa? ¿Participativa es que te citen a la manifestación y que tú vayas? No, eso es… no sé, eso podría ser «democracia movilizativa». Participativa es que tú tengas un rol, un papel en las decisiones que tienen que ver con tu comunidad, hasta las que tienen que ver con tu país. Hay una cita del Che que yo la repito bastante, no porque no haya otras que se aproximen: él habla de que las masas tienen que llegar incluso a decidir, a poder participar en la decisión de qué parte de los ingresos del país van al consumo y qué parte a la acumulación. Eso me parece que lo esclarece todo. El poder real, la democracia real que supone el poder popular… El poder popular debe ser la democracia y eso vamos a decir que es una tarea pendiente, en la cual nosotros estamos situados en un plano más viable de realización que otros muchos sistemas. El problema es que a veces parecería que no lo vemos, que nos solazamos demasiado en lo que tenemos y nos conformamos demasiado con lo que tenemos, nos complacemos. Hay una cierta lectura complaciente de nuestras realizaciones, de nuestros logros. Lo mismo pasa en la economía. Nosotros hemos desarrollado una economía sumamente estatizada y sumamente inoperante, con muchos errores; con la quimera de que nosotros eliminamos lo que se puede eliminar: que se podía eliminar el mercado con medidas administrativas, lo cual la historia ha demostrado que es falso. Porque lo que haces es relegarlo a una segunda economía, que es la informal, que en situaciones de alguna holgura económica la puedes mantener en cierto equilibrio, pero cuando la economía entra en crisis, como sucedió a partir del año 1990… Y como todavía está en crisis, el mito de que el Período Especial pasó es un poco ingenuo. «Período Especial» fue una forma de anunciar los efectos que el país iba a sufrir cuando se derrumbara el sistema en Moscú. El problema es que la economía cubana estaba cayendo, desde 1990 a 1994; en el año 94 se queda ahí y después tiene momentos de mejoría; con el cambio del escenario latinoamericano, con el alza del comercio con China, con los resultados del turismo que ya venía, a partir de 2000 vuelve a tener un proceso de recuperación. Ahora, el problema es que todos los momentos de la historia económica del país, después de 1959, han estado muy marcados —más allá de que se haya tenido siempre una utopía— por imposiciones cortoplazistas. El país ha tenido que tomar decisiones constantemente para subsistir mañana. No sé si me explico. Cuando la bancarrota de finales de los sesenta y después de la zafra de los diez millones (que era una bancarrota, con diez millones o sin ellos), el país acudió al CAME. Acudir al CAME era una decisión en principio cortoplazista, porque era salir del problema: era el CAME el que daba una salida al problema y ya, y el largo plazo se enrumbó también por ahí. Pero después de 1990, el país ha estado acosado por los efectos de la caída de aquel sistema y tomó medidas, reformas, más bien determinadas por la imposición de problemas que requerían respuesta a corto plazo. Nosotros tenemos que llegar a la construcción de una estructura económica en nuestra sociedad que balancee la propiedad estatal, que concentre la propiedad estatal en aquello que el Estado tiene que administrar para darle las seguridades a la sociedad, y que se saque de encima, en formas de producción cooperativa, asociativa, comunal y familiar —privada también—, los sectores de la economía que pueden funcionar mejor en esa forma y que pueden ser controlados por el Estado; control para los sectores no estatalizados y estatalizar los sectores que son determinantes para la economía. Ah, bueno, y ahora tú me preguntarías: «¿y cuáles son los sectores determinantes y cuáles no?». Bueno, ese no es ya el problema. El problema es que eso es algo que tiene que definirse por la sociedad misma, porque en la composición de nuestra economía serán unos y en la composición de la economía de Ecuador, por ejemplo, serán otros. Claro, nosotros tenemos la diferencia de que el futuro de Ecuador, para balancear adecuadamente su economía, está en nacionalizarla; el futuro nuestro, para balancear adecuadamente nuestra economía, está en desnacionalizarla. No quiero decir en privatizar, no me gusta la palabra «privatizar» porque no se trata de eso: se trata de dejar de identificar «socialización» con «estatización». Como dice Boaventura de Souza Santos, y yo estoy de acuerdo con él en eso, igual que el capitalismo significa no una sociedad donde todas las relaciones de producción son capitalistas (hay distintas relaciones de producción, pero las que dominan son las capitalistas, las que tipifican a la sociedad son las capitalistas), bueno, el socialismo tiene que ser una sociedad en la cual no quiere decir que todo sea nacionalizado, estatal. No puede ser que la socialización se identifique con la relación estatal, porque la relación estatal puede ser ineficiente, y suele ser ineficiente en muchos niveles. Y entonces en esos niveles en los que es ineficiente, para que el conjunto de la sociedad sea eficiente y, por lo tanto, que el conjunto de la economía socialista sea eficiente, esa economía socialista tiene que desnacionalizar, que hacer cambios estructurales en esa dirección. Esa es una tarea pendiente muy fuerte en nuestra economía.

Y. L.: Creo que vamos a ir terminando, el tiempo se nos está acabando. Ya esta es una pregunta que va más hacia lo que en toda la entrevista usted ha mostrado: el oficio del pensamiento crítico y la misión del pensamiento crítico comprometido. Hubo quien mal colgó un pésimo cartel a su generación, calificándola como «la del silencio», y usted en su momento indicó que no era precisamente «del silencio», sino de «la lealtad». ¿Cuál es el desafío de la coherencia en el ejercicio intelectual?

A. A.: Bueno, es que realmente esto tiene que ver con la relación entre el intelectual y la Revolución, en el sentido de la militancia. Yo estaba hace poco releyendo un pasaje de un debate que se produjo aquí en la Casa de las Américas, a los diez años de la Revolución, donde se entraba en ese tema entre varios intelectuales, y Roque Dalton decía una cosa muy interesante… No puedo citarlo ahora literalmente, porque estoy simplemente recordando esa lectura, pero decía que el intelectual tenía que ser incondicionalmente revolucionario, pero que esa incondicionalidad suponía la dimensión crítica, porque para ser incondicionalmente revolucionario, tienes que ser autocrítico, y si tienes que ser autocrítico, también tienes que ser crítico. En tu incondicionalidad de revolucionario está implicado el sentido crítico de tu pensamiento, porque no puedes ver a la Revolución como algo perfecto, sino como algo perfectible siempre, y el sentido autocrítico tuyo es una bella forma de expresarlo. No sé si tenga más de sentimental que de argumentación ética, pero es una forma muy bella de expresar una relación que existe y que hace la lealtad; la lealtad no con un hombre, sino la lealtad con las ideas que ese hombre, o esos hombres, han defendido, con las que tú te has sentido identificado y de las que formas parte en el compromiso de una construcción política, social, distinta, con un objetivo distinto, pero que no quiere decir que te conviertas en un repetidor.

Y. L.: Ahora una pregunta pequeñita, si puede: desde esa incondicionalidad, desde esa lealtad que usted identificó para su generación, más concretamente, ¿cuáles serían, aunque sea de una forma esquemática, las tareas que tiene ante sí, hoy, el pensamiento crítico social en América Latina?

A. A.: Bueno, sobre qué es lo que nos toca a los cubanos es como yo entiendo tu pregunta: ¿qué cosa hemos dado nosotros? Lo primero que hemos dado es un ejemplo de resistencia; y lo otro, junto a ese ejemplo… vamos a decir mejor que dentro de ese ejemplo de resistencia más que junto a él, es la capacidad de hacer transformaciones orientadas hacia el mundo que queremos. No es que hayamos llegado; estamos muy distantes, tenemos muchos fracasos arriba. Nuestro desafío está en seguir dando los resultados de nuestra experiencia, y también en aprender algunas cosas de lo que está pasando en los nuevos procesos latinoamericanos. Yo creo que hay cosas también que nosotros tenemos que aprender de lo que sucede en Bolivia y en otros espacios… No es que busquemos allí quien nos tenga que enseñar, sino las experiencias del proceso mismo: cómo se comporta la relación con el pueblo, cómo se comporta el cambio de institucionalidad, por qué tienen un significado tan grande la constitucionalidad y las modificaciones de las constituciones de esos países, y nosotros no hemos asumido que aquí tendrían que tener un significado más grande también esa constitucionalidad y los cambios constitucionales. Hay cosas que aprender.

La pasión por la teoría

La pasión por la teoría
Yohanka León del Río , Félix Valdés García • La Habana, Cuba

La filosofía no es siempre un saber necesario, pero para las revoluciones se convierte en un saber imprescindible. En ocasiones viene a menos, se convierte en lujo del espíritu, en ejercicio baldío y de placer, se enajena de su mundo, como la mayor parte de las veces se esquiva por constituir un estorbo adicional ante las cosas prácticas e inmediatas.

Vladímir I. Lenin, en vísperas de una gran revolución en mente, se sumergió en la apacible sala de lecturas de la biblioteca de Berna, entre 1914 y 1915, para leer la Ciencia de la Lógica y entender a Hegel, para comprender a Marx, o para reafirmarse que la dialéctica expuesta aquí, invertida por Marx, es el álgebra de la revolución. Frantz Fanon tenía en su mochila la Fenomenología de Hegel y daba clases de marxismo a las tropas del Frente de Liberación Nacional argelino, acantonadas en la frontera con Túnez durante la revolución. Y Fidel se leía a Kant y a Marx en el Presidio Modelo, así como el Che, ante la batalla decisiva de la Revolución en Santa Clara, leía en su escaso asueto a Göete, según atestigua una foto que ha quedado para la historia.

Al triunfo de la Revolución cubana en 1959, nuevamente la filosofía se pone en la diana, y tras reformarse la universidad surge el 1ro. de febrero de 1963, el Departamento de Filosofía sobre el cual hoy reflexionamos en ocasión de sus 50 años, con una distancia de medio siglo, pero asistidos aún por la necesidad de pensar en la teoría que acompaña a la revolución y su impronta, como bien señalara en su tiempo una mujer, la marxista norteamericana Raya Dunayevskaya, en aquel texto que ponía en maridaje los dos términos: Filosofía y revolución para rescatar a Marx y a Lenin de los espectros inmóviles sobre ellos creados, en tiempos que los obreros de Norteamérica los demandaban.

Imagen: La Jiribilla

Los jóvenes profesores del recién creado Departamento de Filosofía, sabían de su reto, hacían y emprendieron una revolución total en este campo, querían incendiar el océano, desafiando y asimilando el maremágnum de cosas nuevas ante sus narices puestas.

¿Cuál fue este tiempo para ellos, para el mundo y para la teoría misma? En primer lugar, era un momento de rupturas y de quiebras epistémicas. Como nunca antes se viene de vuelta de la modernidad, la ilustración y el liberalismo. El Tercer Mundo pone en tela de juicio todo el saber hasta entonces funcional al sistema capitalista. No es suficiente lo que se sabe, no se adecuan los conceptos que permiten entender lo que está pasando en Cuba, en América Latina, en África, en el sur de los EE.UU., en Nueva York y en California, como en la propia Europa y la Unión Soviética. Y en la periferia de Europa, están sucediendo cosas que aun no tienen siquiera un nombre, “estamos prácticamente sin bautizar” —decía Fidel en un discurso—. Y es que entendernos, leernos, pensarnos no es suficiente desde recetas y saberes llegados allende el Atlántico. El Manual de Konstantinov, el marxismo desarrollado en la URSS con sus leyes y categorías, o las creencias infalibles de los intelectuales del Norte con sus cortapisas resultaban de poca ayuda. Hay un vacío de presupuestos en el conocer, y también ellos deben ser emancipados.

Cuba se convertía en ‘atractor’ de las nuevas ideas y del movimiento revolucionario del Tercer Mundo, del giro que tanto la teoría y el marxismo abierto como fundamento teórico de los partidos revolucionarios, se exigía. Había que indisciplinar la disciplina de la filosofía, había que readecuar la enseñanza del marxismo. Pero indisciplinar la disciplina traería graves riesgos.

¿Por qué hablamos de un giro de tipo epistémico, de nuevos presupuestos ante los cuales sustentar el saber? ¿Es que se tenía conciencia de este salto, de esta revolución total por quienes eran sujetos del cambio? Los jóvenes profesores de filosofía hacían, debatían, se sumaban, pero tal vez no advertidos del vórtice en el que se hallaban ellos mismos y la teoría.

En este tiempo, no solo las ciencias naturales o exactas se autocritican en su programa moderno y su pretensión de objetivad, neutralidad, linealidad y sus leyes eternas. Como dijera Inmanuel Wallerstein, cuando en 1995 presentaba su Informe Gulbekian en Nueva York, la década del 60 ponía a las ciencias —con la complejidad y los estudios culturales— en otros rumbos. Desde entonces, el equilibrio se hizo excepcional; la realidad física, indeterminada; no hay orden sino caos, hay simetría temporal; y el saber social es parte del saber del mundo.

Desde el Tercer Mundo —el Sur diríamos hoy—, se desmienten las nociones tradicionales llegadas del Norte. Los pueblos de África, Asia y América se convierten en sujeto de la historia, en objeto de una nueva relación teórica. Ya lo santificaba Sartre en su apasionado prefacio a Los condenados de la tierra. Se está dando un giro, se está produciendo teoría de la práctica, que se separa de lo sabido por manuales y doctrinas. Hacerse eco de ellos, recepcionarlo como justo deber de intelectual y marxista cubano, se contraponía a la estabilidad del marxismo hecho disciplina, hecho orden y programa académico. Sin embargo, la práctica, siempre más dinámica, está demandando leer con otros ojos, sobre todo desde otro locus de enunciación.

Imagen: La Jiribilla

Una muestra de ello se da en la propia Historia de Cuba, una ciencia que encontraba impulso en los ímpetus del momento y ponía en solfa la lectura misma de la formación de la nación, esta vez releída desde la gente sin historia. El recién estrenado departamento se sintió atrapado y le dio una vuelta de rosca a la Historia misma y al marxismo, uniendo y siguiendo a la una y al otro, en una inusual interconexión. De estos años nacieron libros esenciales como El ingenio, de Manuel Moreno Fraginals; Ideología mambisa, de Jorge Ibarra y La revolución pospuesta, de Ramón de Armas —un ensayo escrito para la revista Pensamiento crítico, justo en los días finales de 1969—. La Historia se democratizaba y las personas se apoderaban de ella, al mismo tiempo que se le exigía sostenerse sobre nuevos pies, justo al filo de las celebraciones del centenario del 68. ¿Habrá significado hacerse concientes de ello?

Se dan sucesos de tanto valor como la descolonización en África, asistida por perspectivas como la negritud, el antioccidentalismo, el antimperialismo y el socialismo para el Tercer Mundo o el giro en la comprensión del sujeto del cambio. Entre ellas, la revolución argelina fue un proceso particular a la cual la joven Revolución cubana se había ligado desde el principio. Su gran ideólogo y filósofo político, Frantz Omar Fanon, destacaba que los conceptos no eran suficientes para comprender la descolonización. El colonizado ya no es más el lumpen proletario del marxismo europeo, ni la vida de los partidos políticos en sus formas tradicionales, viene de gran ayuda para el mundo africano que se emancipa. Fanon esquiva a los periodistas y a los intelectuales socialdemócratas como a los marxistas europeos, unos y otros están en incapacidad para comprender el nacimiento de un hombre nuevo, no como utopía abstracta, sino como realidad que emana del acto revolucionario, del colonizado que se deshace “de los miedos y de lo onírico”.

Fanon habla del hombre nuevo que se construye en el acto, en el proceso de la revolución que niega los valores vencidos de la cultura occidental, tales como el racismo, el patriarcalismo, el sexismo y todo tipo de discriminación humana. El hombre nuevo, un ideal sentado en el cenit utópico abstracto de la emancipación, sería la superación del sujeto que Europa no pudo crear. La violencia revolucionaria, según Fanon, era un acto necesario que llevaría a la superación de la violencia misma, como se había discutido en Accra en 1960, mientras el proceso pasaba por los peligros de la dependencia colonial, los nacionalismos, la enajenación, las mímesis acríticas y los compromisos y apetitos de los líderes involucrados. La revolución se forja al rojo vivo y no desde las herencias ancestrales negras. Todas estas verdades nuevas vienen a cambiar referentes teóricos envejecidos y actuantes.

Tampoco puede olvidarse en nuestro caso el proceso político de independencia en las vecinas islas del Caribe, con proyectos y perspectivas que anunciaban rupturas radicales: Eric William en Trinidad, los Manley en Jamaica, Cheddi Jagan en la Guyana, así como las fuertes críticas de intelectuales caribeños de la talla de C.L.R. James, Aimé Cesaire, L. Best, seguidos del Black Power, que introducía aun más leña al fuego. Todos estos cambios confluían en lecturas y críticas teóricas que se agolpaban en un espacio docente en revolución, a las afueras de los muros universitarios.

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No menos importante fue el Movimiento por los Derechos Civiles en la América del Norte, desde el Mississippi hasta Montreal, acompañado del movimiento contracultura, el reclamo por la libertad de expresión con Mario Sávio a la entrada de la Universidad de California en Berkeley, el movimiento Hippie, el movimiento negro estadounidense, los Panteras negras, Ángela Davis, Stokely Carmichel, o los jóvenes que se revelaban contra la guerra en Vietnam.

A su vez, la América Latina se convertía en un hervidero, con sucesos revolucionarios en Córdova, Argentina, en México, y hasta en la isla de Guadalupe. Surgían guerrillas en México, Guatemala, Nicaragua, Venezuela, Colombia, Perú, la Bolivia del Che, y se afincaban como respuesta las más sangrientas dictaduras, hasta Chile con Pinochet en 1973, que vino a poner fin a un movimiento intelectual, cuestionador del desarrollo y propugnador de teorías que merecían el diálogo, una vez arrinconadas en este país austral.

Todo ello en medio de la guerra fría, de distención entre los dos grandes polos constituidos y de encerramiento político, militar, pero sobre todo ideológico: Tanto el Macartismo —una especie de limpieza y reafirmación anticomunista en el país de las libertades per se y la democracia a todas voces—, como el cuestionamiento del estalinismno y la construcción del socialismo desarrollado en la URSS, imponían al comunismo internacional un reforzamiento teórico y un atrincheramiento ideológico, también geopolítico, en el cual cada espacio ganado era una victoria a mantener.

¡Cuanto suceso político e intelectual, cuanto estremecimiento pasaba también por Cuba! Y en medio de todo, la guerra desatada contra la joven Revolución desde el imperio del norte.

La filosofía nuevamente venía al ruedo, como para Lenin en 1914 o para Fidel en el Presidio Modelo, y los jóvenes profesores que constituían el Departamento encaraban a tumbos dos modos, o dos grandes paquetes de conocimiento: uno, el del marxismo soviético, ya batallador en nuestro medio, y otro, el del marxismo que se enriquecía con las nuevas lecturas de la realidad y de su tiempo. El primero era sistema, era método, horma, escuela, y ante todo ‘manual’ al cual solo había que adicionarle los ejemplos del sur, como adornos o añadiduras individuales a las leyes universales. El diamat y el hismat eran infalible doctrina, disciplina coherente de la academia, dada en la docencia, mientras el marxismo de Che, de Fidel, de Fanon, y de mucho intelectual del Sur se hacía búsqueda, inquietud, enriquecimiento, crítica, y no sabía exactamente cómo hacerse disciplinado. El primero era cerrado, monolítico, el segundo era abierto. Y en este bregar estuvo el Departamento de Filosofía, el cual —más allá de las afrentas—, supo hacer encantar la teoría, recepcionarla, debatirla y difundirla, desde las coordenadas cubanas.

Fue tanta la acción, que los jóvenes profesores rebasaban los marcos de una simple estructura organizativa docente universitaria, para convertirse en un proyecto cultural, político pedagógico, no solo en el escenario universitario, sino más allá del Alma Mater. El 7 de diciembre de 1965, Fidel los visitaba en la casa de la calle K y en aquella noche, tal y como cuentan sus protagonistas, se articularía un plan, más que pedagógico, político, cultural, que incluía la publicación de textos imprescindibles. Ellos ambicionaban seguir la rebeldía en las montañas del conocimiento, la ideología, el saber y la cultura. Para eso había que emplazar las fuerzas y las estrategias en el campo de la teoría, darle continuidad y hacer real el proceso nacional, liberador revolucionario, antimperialista, anticolonial y martiano de la nación cubana, de la república en armas que había nacido en la manigua.

Venir al mundo en esas circunstancias fue la mayor de las herejías, porque nació una propuesta teórica nueva en la enseñanza del marxismo que tuvo su despegue a partir del año 1966, en un proceso de fermento y creación profunda de la teoría marxista desde la atalaya única e indiscutible del proceso revolucionario cubano. Sus búsquedas las encuentran no solo revisitando a Marx, Engels, Lenin, Luxemburgo, Lukacs, Korsh, Gramsci, el marxismo latinoamericano de Mariategui y Mella, sino en el diálogo creador con el pensamiento de los líderes de la Revolución cubana, de los movimientos anticoloniales y de liberación nacional, y esencialmente con el de Che Guevara.

Los jóvenes de la calle K, se sumergieron con pasión sin límites, en lo que la Revolución regalaba, en sus diarias celebraciones de dignidad y de justicia, en la tarea (palabra mágica de la década, que a lo largo de los años ha perdido la carga inicial movilizativa que tuvo) de la teoría. La Revolución como el acontecimiento trascendente seguía teniendo sus líneas de fuego, sus ofensivas armadas y esta era la de la teoría.

Sin embargo, tiempos de afrenta, de desentendimientos y de crudezas, de redefiniciones y desafíos, de radicalizaciones, hicieron ver sombras e incomprensiones, allí donde se imponía el diálogo y la continuidad del debate. El arduo periodo de inicios de los 70 sustraía la calma. En el verano de 1971 cerró el Departamento y la revista que viera crecerse en apegadas apuestas. Justamente en estos días Roberto Fernández Retamar dio a la luz su ensayo Caliban en el Nro. 68 de la revista Casa de las Américas, correspondiente a septiembre-octubre de 1971, y al hacer balance de aquellas jornadas, rememora cómo la Isla vivía la intensidad y el peso de un proceso en el cual “separar la paja del grano”, suponía ciertos estragos. Caliban nacía cuando cerraba el Departamento de Filosofía y Pensamiento Crítico, “días, de escaso sueño y sostén, de noches febriles”.

Hoy, como en aquellos años, el problema no es de poses intelectuales, sino de reales aconteceres prácticos, y el dilema de la teoría es nuevamente vital. Aportar a la formación marxista de las grandes masas significaba ampliar los horizontes de compresión de la teoría misma, por la insurgencia de las realidades rebeldes de las luchas y resistencias de los pueblos del mundo contra el sistema de dominación imperialista, capitalista y colonial.

La pasión por la teoría no fue adorno intelectual, ni saber colonizado, ni búsqueda de protagonismos, sino la responsabilidad asumida de que la teoría fuese saber culturalmente apropiado y apropiable por las grandes masas de hombres y mujeres protagonistas de los cambios cotidianos de sus vidas hacia la dignificación y la justicia. Eran jóvenes y todo lo era en aquellos años, el propio pensamiento tercermundista anticolonial que se gestaba de las luchas de liberación nacional como ofensiva estratégica de la teoría marxista. Ahí están los textos de Ho Chi Min, revelando la necesidad de volcarse la teoría hacia las cuestiones coloniales, el estudio y análisis de la situación concreta, de cómo entender la relación entre las luchas por la liberación nacional y la lucha de clases como responsabilidad intelectual y acto de solidaridad, en los textos de Amílcar Cabral, publicados en la Revista. Es sobre todo la impresión inmediata en mimeógrafo del discurso de Che Guevara en Argel, el 24 de febrero de 1965.

Era la herejía del acto revolucionario cubano y de las rebeldías del mundo colonial y subdesarrollado que se levantaba, que atrapaba el apasionante oficio de la teoría. Todo era cotidiano y urgente, y no por la espera agonizante de la objetividad de realidades condensadas y deterministas, sino por la voluntad y la intencionalidad enlazadas. ¿Cómo explicar entonces en un mundo que ya se marcaba en una geopolítica bipolar, el entusiasmo esperanzador de una revolución mundial? Esa esperanza había sido puesta en el escenario mundial y su eficacia era tal, que su certeza estaba rubricada por la férrea y visceral respuesta de las fuerzas dominantes del capitalismo mundial, el imperialismo, y los reformismos renovados.

Cuba surcaba esas aguas con una soberanía permanentemente asediada, y ese carácter soberano era también el del ejercicio teórico. No hay un texto más explícito sobre esto que “El Ejercicio de pensar”, aparecido en enero de 1967 en Caimán Barbudo y luego en Lecturas de Filosofía, que no merece reseña, sino únicamente obligada lectura.

Los años 60 entrelazan muchas historias intelectuales y culturales, hay una deuda de estudios históricos sobre esas interconexiones y sobre todo no para juzgar, ni dirimir ganadores o perdedores sino para comprender, que es la manera de que ese pasado se haga presente.

La presencia es urgente. Ejerzo la docencia por años de aquella asignatura que quedara dispuesta en los diseños curriculares de todas las carreras, refrendada por la Reforma Universitaria de 1962. Hace pocos días conversaba con los estudiantes en el primer encuentro y con un ejercicio realizado levanté las expectativas hacia la asignatura que ellos tendrán, así como sus sentidos comunes acerca del marxismo. A pesar de mi obstinado optimismo, tengo difícil la tarea para este curso. Me pregunto entonces cómo devolver la pasión por la teoría, cómo lograr enamorar para el ejercicio de pensar, como re-encantar la Revolución, que es lo mismo.

Es premura desprenderse de la concepción de una teoría incólume, no dispuesta al desarrollo, una ideología de la legitimación, la obediencia y la clasificación incapaz de aportar a lo que va emergiendo con fuerzas. El propio Ernesto Guevara, en sus lecturas de juventud de las Lecciones sobre la historia de la filosofía de Hegel, avizoraba lo que ya era un prejuicio insalvable: La propia filosofía siendo “doctrina de la verdad absoluta” no puede circuns­cribirse a un número tan reducido de individuos, ni a determinados pueblos, o ciertas épocas. El Che iniciaba la heterodoxia total que la teoría misma exige en su tiempo.

Hoy, como en los 60, una tercera ola de revoluciones se abre en el mundo y su centro pasa por el continente latinoamericano. Una vez más, el marxismo no es la unívoca teoría, jamás eso lo hubieran querido sus fundadores en todos los sentidos. La univocidad no implica unidad, fortaleza o solidez, sino arbitrariedad, empobrecimiento e inutilidad. Sin embargo, hay que volver al ejercicio apasionado de la teoría porque la realidad de lucha de los pueblos contra las dominaciones en el mundo, siguen poniendo infinitas preguntas y hay que hacer valer el instrumento analítico de la lectura de la realidad.

El problema no es el de poner en práctica la teoría sino el de la necesidad práctica de la teoría. El problema, tanto en aquellos años como en estos, no es cuánto es difícil hacer una teoría, sino cómo la realidad y la práctica nueva que emerge, nos reta teóricamente.

Las lecturas teóricas de la realidad, desde el paradigma crítico, enfatizan el momento de la negación, de develar la realidad unilateral de la dominación. Las teorías críticas del fetichismo, la cosificación, la explotación, el colonialismo en sus diferentes escuelas y sistemas de ideas (marxismos, escuela de Frankfurt, estudios culturales, estudios postcoloniales, teología de la liberación y pedagogía de la liberación, etc.), han dado aportes epistemológicos y críticos fundamentales para comprender las relaciones de dominación.

Es por eso que con ellas y desde ellas, la tarea del pensamiento crítico sigue siendo subvertir todo el andamiaje en el que se ha construido el pensamiento crítico mismo. El acto de pensar críticamente sucede desde el observador activo, no contemplativo de las subjetividades en luchas y resistencias en el mundo; al poner las teorías y las prácticas en común, que es más que una teoría y una práctica común.

La tarea, y así la vislumbraron en su quehacer el grupo del Departamento de Filosofía, está en hacer consciente para sí, sistematizar sin homogeneizar ese acto de pensar. Es recrear los saberes desde el diálogo y la pregunta, traducir, transitar desde las lógicas de lo unívoco a las lógicas relacionales de las identidades múltiples, de la diversidad. Es hablar, conversar (en todas sus formas preformativas: cantar, pintar, mirar, bailar, sentir) con todos y todas, en cualquier lugar y en cualquier momento.

Tendríamos que, entre tantas cosas, preguntarnos específicamente desde las experiencias de producción de pensamiento crítico, como desde las emergencias emancipadoras anticapitalistas que suceden hoy en el movimiento social popular de Nuestra América. ¿Cuáles son entonces las claves para la construcción teórica de la emancipación?

La pasión por la teoría es reconocer la producción de conocimientos desde una nueva mirada a la praxis revolucionaria, un desplazamiento epistémico-político hacia la construcción de saberes críticos y democratizadores. Hoy se está produciendo un diálogo no solo para enfrentar y buscar soluciones a problemas urgentes de la práctica emancipadora, sino para reorganizar los conocimientos con que se interpretan estos, producirlos mediante cambios en los modos, perspectivas de colaborar, y comportamientos en la organización de los saberes para la lucha emancipadora.

Si la polémica de los manuales asumida por el profesor Aurelio Alonso, en las páginas de la Revista teoría y práctica, no fue una discusión bizantina del Medioevo europeo, sí mostró la necesidad de encontrar las formas, modos y métodos de hacer valer la construcción colectiva de la hegemonía cultural de la revolución de los humildes y para los humildes. Hoy, ello no es simple anécdota o récord del pasado, como tampoco los inicios urgentes de la década del 70 y la vuelta a la gresca de los manuales, que esta vez fue una polémica con tintes mordaces, donde se dieron términos incriminatorios que culpabilizaban y anatemizaban, antes que dialogar o debatir en busca de un marco de comunes puntos de partida y compromisos políticos. Se dio entonces un desplazamiento al plano de la política real, y un vaciamiento de la teoría con contenido profético, inspirador, político, que el proceso revolucionario no ha cesado de producir. No serán traperos de la historia quienes revolcarán estos sucesos, sino el trabajo joven de investigación que justiprecie y comprenda.

Hoy, no se ha renunciado aún a la pasión por la teoría, pues sería de un error estratégico sin par, y sí, para ello tenemos de inspiración a los jóvenes, “los filósofos” de K. Todos, o casi todos, han dado continuidad a esa empresa, han seguido en el magisterio, en el profesorado de formación política teórica y cultural, en la tarea de las revoluciones sociales por el socialismo, haciendo valer cada vez más un marxismo urgente y necesario, como instrumento teórico y paradigma de crítica al modo dogmático especulativo, positivista, autoritario y reformista de una tendencia académica, teórica y política divulgativa, latente en formas de relaciones de poder y saber en el campo cultural e intelectual.

La pasión por la teoría era la misión cultural, ética y política del grupo. Creo justo reconocer la labor de los profesores del Departamento de Filosofía, como la del rebelde haitiano, para quien el reino de este mundo es siempre una tarea por realizar, es buscar las soluciones, no en imágenes congeladas de ideas peregrinas, sino en las luchas, los sentidos, las emociones, las iconografías bellas de las revoluciones y las vidas puestas de los dignificados de la tierra.
Ponencia incluida en el panel “Coloquio Científico 50 Aniversario del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana”. La Habana, 17 y 18 de septiembre de 2013.

Pierre Bourdieu, trayectoria de un sociologo

Ocho días después de su muerte, el semanario Nouvel Observateur1 publica un texto inédito con el título “Yo tenía 15 años: Pierre Bourdieu”,2 presentado como extracto de una obra autobiográfica subtitulada: … Esbozo de socioanálisis. La editorial critica un pretendido consenso en torno a la muerte de Pierre Bourdieu y evoca las relaciones difíciles entre el intelectual y el semanario. Incluye otro texto de J. Juliard, “La miseria de la sociología”, en el que habla del “fracaso” de Bourdieu, y de sus seguidores. Mediante un comunicado contra la revista, la familia protesta con indignación por publicar sin autorización y por daño moral a su memoria.

Este conflicto muestra las polémicas que se agudizaron después de la muerte del sociólogo y da cuenta de algunas reacciones que suscitaban sus obras. Los trabajos de Bourdieu molestaban; lo percibía y estaba encantado porque para él era un signo de la pertinencia de sus análisis.3 Muchas veces, las polémicas nacían de malentendidos. Por ejemplo, se le reprochó ser determinista y negar la libertad individual por su denuncia de los mecanismos de reproducción de las relaciones de dominación. Él explicó en numerosas ocasiones que el análisis sociológico “ofrece algunos de los medios más eficaces para acceder al conocimiento de los determinismos sociales, lo que permite conquistar a los determinismos”.4 Cada explicación era pretexto para nuevas controversias. Bourdieu señala lo que él considera el origen de muchas de estas discusiones:

Me parece que la resistencia que tantos intelectuales oponen al análisis sociológico ¬siempre sospechoso de ser burdo, reduccionista, y particularmente odioso cuando se aplica directamente a su propio universo¬, tiene sus raíces en una especie de punto de honor, mal colocado, que les impide aceptar la representación realista de la acción humana que es la primera condición del conocimiento científico del mundo social […] que les hace ver en el análisis científico un atentado a su libertad.5

La experiencia sociológica de Pierre Bourdieu es un intento de conquista de sus propios determinismos, como lo podemos insinuar en un breve recorrido histórico.
En este texto retomaremos algunos elementos biográficos del polémico autor a partir de su propia autocomprensión, para esbozar su trayectoria individual en su contexto social. Bourdieu nos advierte que la vida no “constituye un todo, un conjunto coherente y orientado, que puede y debe ser aprehendido como expresión unitaria de una intención subjetiva y objetiva, de un proyecto”,6 se acerca más a la novela moderna ligada al descubrimiento de que “lo real es discontinuo, formado de elementos yuxtapuestos sin razón, donde cada uno es único, […] difíciles de aprehender porque surgen sin cesar de manera imprevista, fuera de lugar, y de manera aleatoria”.7 En este escrito no pretendemos presentar un hipotético “todo”, ni deducir una lógica de causa efecto, ni de sentido y fin de las acciones de la trayectoria bourdieuniana, sino introducir algunos elementos centrales de su proceso intelectual. El eje que atraviesa este trabajo es la referencia del autor a la reflexión de su vivencia o búsqueda de conquista de sus propios determinismos.

Recorreremos su lugar de nacimiento, sus estudios, primeros empleos e investigaciones, acontecimientos internacionales, algunos temas de investigación, su nombramiento en el Colegio de Francia, su posicionamiento público, su perspectiva interdisciplinaria, y el significado que tenía para él la sociología.
Pierre Bourdieu acumuló una amplia producción sociológica durante cuarenta años. Publicó una treintena de obras y más de doscientos artículos. Decenas de libros se han escrito sobre su teoría y otros tantos para rebatirla. En Francia no hay manual de sociología que no contenga una referencia a su obra.8 La noticia de su muerte llenó las primeras páginas de los diarios y noticiarios, y se publicaron numerosas reacciones de intelectuales y periodistas.9

La importancia actual de su pensamiento no debe hacernos olvidar que es el fruto de una larga aventura, de una trayectoria individual en su contexto social. Él mismo nos señala: “… la conversión que he tenido que hacer para llegar a la sociología no fue sin relación con mi trayectoria social”.10

Detenerse en algunos datos biográficos no es un ejercicio inútil, aunque esta labor puede complicarse dado que Bourdieu era renuente a comentar cuestiones personales: “… constantemente estoy expuesto a que me planteen preguntas personales a las cuales yo me esfuerzo en resistir […] puede ser, por defender la autonomía, pagada cara, de mi discurso en relación con la persona singular que soy…”.11
Una parte de su sociología está fundada en las prácticas individuales y colectivas: en el complejo concepto de habitus que se construye en la historia individual y colectiva. Coherente con su pensamiento decía: “ como todo el mundo, yo tengo el gusto y las preferencias que corresponden a mi posición en el espacio social …”.12 Así, él aplica el habitus como historia incorporada a su propia experiencia.

El recorrido intelectual de Pierre Bourdieu está marcado por una serie de rupturas personales: con su medio de origen, con su formación inicial, y con las corrientes intelectuales dominantes, así como por la confluencia de la herencia legada por tres padres fundadores de la sociología: Durkheim, Marx y Weber:13

Por mi parte establezco con los autores relaciones muy pragmáticas: recurro a ellos como a “compañeros” en sentido de la tradición artesanal, a quien uno puede demandar que le echen la mano en situaciones difíciles […] Los autores ¬Marx, Durkheim, Weber, etcétera¬ representan los referentes que estructuran nuestro espacio teórico y nuestra percepción de este espacio”.14

Asimismo, se ve influenciado por los acontecimientos en el plano internacional y nacional. Vive el fin del estalinismo (Stalin muere en 1953) y la guerra fría, con los bloques socialista y capitalista. En los sesenta, las reivindicaciones nacionalistas toman fuerza en movimientos de descolonización. Francia estaba en los llamados “’treinta gloriosos’ años de prosperidad económica, desarrollo de la clase media y fortalecimiento de la clase obrera”.15 Bourdieu guarda distancia del movimiento estudiantil del 68, pero es uno de los primeros en apoyar el sindicato Solidarnosc contra la represión del poder comunista polonés. Vive la caída del muro de Berlín y las presidencias de François Miterrand con la desilusión social por las políticas “socialistas” (malestar que da pie a su libro La miseria del mundo).16

A principios de los noventa, ocurre la guerra del Golfo Pérsico, contra la que milita y se opone a Alain Touraine. En 1995, llama a los intelectuales a sostener a los huelguistas ferroviarios y participa en las manifestaciones contra el plan Juppé sobre los jubilados. En julio de 2000, viaja a Millau al proceso de José Bové17 y de militantes de la confederación campesina.18 Bourdieu defiende sus tomas de posición pública: “Si yo he debido, para ser eficaz, comprometerme en persona y con nombre propio, siempre ha sido con la esperanza […] al menos de romper la apariencia de unanimidad que constituye lo esencial de la fuerza simbólica del discurso dominante”,19 que predica “la utopía neoliberal de un mercado puro y perfecto”.20

Bourdieu nace en 1930 en Denguin, un pueblito de los Pirineos del Atlántico en la provincia de Béarn, al suroeste de Francia. Estudia filosofía en la Escuela Normal Superior (1951-1954) y pasa el examen como profesor en 1955. Su carrera académica lo lleva a cambiar su lugar de residencia y a conocer otros medios sociales. Él mismo se considera un “tránsfuga” que circula por “medios sociales muy diversos”. Experiencias que enriquecerán su trabajo sociológico posterior.
Dejemos hablar al sociólogo mismo:

Yo pasé la mayor parte de mi juventud en un pequeño pueblo alejado al sudoeste de Francia. Y no pude satisfacer las demandas de la institución escolar sino renunciando a muchas de mis experiencias y primeras adquisiciones y no solamente a un cierto acento […] La etnología y la sociología me permitieron reconciliarme con mis primeras experiencias y asumirlas sin perder nada, yo creo, de aquello que adquirí posteriormente. Esto es algo que no es común entre los tránsfugas, que frecuentemente sienten un profundo malestar, a veces una gran vergüenza sobre sus orígenes y sus experiencias originarias. La investigación que llevé a cabo alrededor de 1960, en aquel pueblito, me ha permitido descubrir más cosas sobre mí mismo que cualquier otra forma de introspección. […] Leyendo Flaubert, descubrí que había estado, como él, profundamente marcado por otra experiencia social, la del internado. Flaubert escribe en alguna parte que “cualquiera que ha conocido el internado a la edad de diez años, sabe todo de la sociedad”. […] A veces me pregunto dónde adquirí la aptitud para comprender y hasta anticipar las experiencias de situaciones que yo no conocía en primera persona, como el trabajo en cadena, o la rutina monótona del trabajo de oficina descalificado. Yo creo que en mi juventud y a lo largo de mi trayectoria social, que me ha llevado, como es seguido el caso de las gentes en ascensión, a atravesar medios sociales muy diversos, yo tomé toda una serie de fotografías mentales que mi trabajo sociológico se esfuerza en desarrollar.21

Según nos relata Mounier, en lugar de seguir la carrera universitaria clásica22 se va a Argelia, aún colonia francesa, como profesor de la Facultad de Letras (1958-1960), en donde comienza un trabajo etnológico sobre la sociedad kabylia.23 Sus contribuciones sobre el espacio simbólico de la casa kabylia, el matrimonio árabe y las transformaciones sociales provocadas por la industrialización de Argelia lo llevan a criticar el modelo antropológico dominante de la época, el estructuralismo de Lévi-Strauss.24 Bourdieu reconoce que llevaba un etnólogo dentro: “Yo me pensaba como filósofo y me ha tomado mucho tiempo reconocer que me había convertido en etnólogo”.25 Y de nuevo vemos su lucha contra sus determinismos: “Lo que yo hago en sociología y en etnología, lo hago tanto contra mi formación como gracias a mi formación…”.26
Como sociólogo se dedica a estudiar las prácticas culturales y la escuela con la dirección de Raymond Aron, y aplica la sociología de la práctica que él había esbozado en su crítica al estructuralismo.27 En su obra Los herederos,28 la escuela se presenta como una institución que reproduce las relaciones sociales de dominación. Esta reproducción se efectúa por la generalización de un sistema de valores que privilegian “la inteligencia”, “el don”, “las capacidades”, lo que legitima así el fracaso escolar y los mecanismos de selección social. Los hijos de clases populares parecen excluirse ellos mismos para dejar el lugar a los “herederos”. La escuela “no está hecha para todo el mundo” y todo el mundo puede darse cuenta porque las categorías sociales dominadas sólo acceden a los primeros escalones del sistema educativo para salirse luego, convencidos de la legitimidad de su fracaso.29
Más tarde en La reproducción,30 profundiza el estudio del sistema escolar, cuya principal función es justificar a los ojos de todos la legitimidad de los nuevos títulos escolares. Analiza con detalle las grandes escuelas de enseñanza francesa en La nobleza de Estado, y muestra cómo la acción pedagógica31 funciona como un rito de institución, que se dirige a producir un grupo separado y sagrado, “la consagración escolar debe hacer que se reconozca la frontera de la élite tanto a aquellos que excluye como a aquellos que incluye”, “el proceso finaliza con la producción de una nobleza”.32
Nombrado por Aron a la cabeza del Centro Europeo de Sociología Histórica, se pelea con él en 1968. Esta ruptura le permite la independencia teórica y práctica que necesitaba: su propio laboratorio (el Centro Europeo) y su propia revista (Actas de la Investigación en Ciencias Sociales).33 Después tendrá sus propias colecciones: “El sentido común”, en editorial Minuit (1964 ¬1992)34 y “Liber”, en Seuil (1989). Esta última apoyada por su asociación (Raisons d’agir ¬Razones para Actuar).35
La singularidad de su trayectoria36 no impidió un desarrollo exitoso en las entidades académicas: inició su carrera como asistente en la Facultad de Letras de Argelia, luego en la de París (1960-1961); maestro de conferencias en Lille (1961-1964); director de estudios en la Escuela Práctica de Altos Estudios (1964); director de laboratorio de la misma escuela en Ciencias Sociales; director del Centro de Sociología de la Educación y de la Cultura (cnrs).37
Su carrera profesional culminó como profesor del Colegio de Francia (titular de la silla de sociología desde 1981). Bourdieu explica la experiencia de su nominación en la institución académica más prestigiosa de Francia:
No es por azar que el momento en que fui nombrado al Colegio de Francia coincidió con un trabajo de profundidad38 sobre lo que yo llamo la magia social de la consagración y sobre los “ritos de institución”. ¿Cómo habría podido no intentar saber lo que implicaba el hecho de ser así consagrado? Al reflexionar sobre lo que estaba viviendo, buscaba asegurarme un cierto grado de libertad en relación a lo que me pasaba.
Pero hacer una sociología de los intelectuales, hacer una sociología del Colegio de Francia, de lo que significa el hecho de dictar una conferencia inaugural en el Colegio de Francia, en la conferencia inaugural misma en el Colegio de Francia, es decir, en el momento mismo en el que uno está atrapado en y por el mismo juego, es afirmar, si no la posibilidad de liberarse de ello completamente, al menos la posibilidad de hacer un esfuerzo en ese sentido […] si yo tengo una pequeña oportunidad de no quedar abrumado por la consagración se la debo al hecho de haber trabajado en el análisis de la consagración.39
De esta manera, el analista y crítico de los ritos de consagración llega a ser, él mismo, consagrado y convertido en noble, pasa a formar parte de la nobleza de Estado. No obstante, el consagrado es consciente de los mecanismos de selección social del sistema escolar y académico. De una entrevista a Malik, joven de origen árabe de diecinueve años, Bourdieu destaca: “… y poco a poco fui percibiendo que era más un ‘establecimiento basurero’ que otra cosa […] es duro cuando uno se da cuenta.40 Malik, “no cesa de dar testimonio, de mil maneras, que él sabe siempre perfectamente, donde está, que su escuela es una ‘secundaria basurero’ ¬lycée poubelle¬.
Él describe con una gran economía de medios, como él comprende muy rápidamente donde él ha terminado por fracasar al descubrir que aquellos que están sentados delante de él, al lado, y atrás ¬en su salón de clase¬, son como él”,41 es decir, rechazados de otras escuelas. Así, “ellos arrastran sin convicción una escolaridad que ellos saben sin futuro”.42
Pierre Bourdieu no fue el rechazado de la sociología francesa que pudiera pensarse. Tampoco fue un hombre aislado, sino que supo rodearse de un equipo de investigadores que retomaron y desarrollaron sus temas predilectos. En una palabra supo hacer escuela y conseguir una posición importante en el campo intelectual francés.43
Bourdieu insistió en el carácter integrado de su trabajo, en el que la teoría y la práctica son indisociables, y las tesis no pueden ser comprendidas y expuestas por separado de las condiciones y de los protocolos de la investigación sociológica. No se puede disociar el concepto de habitus o el de campo, por ejemplo, sin referirse al contexto de su obra. Esta característica hace difícil la elaboración de resúmenes, o textos introductorios. Otros obstáculos para la comprensión y la difusión de su obra son el estilo complicado de su redacción, la amplia producción editorial y el ruido44 de los comentadores y críticos.45
A pesar de las dificultades de su difusión, podemos afirmar la existencia de una corriente o polo sociológico46 representado por Pierre Bourdieu, que él mismo ha bautizado: “Si yo tuviera que caracterizar mi trabajo en dos palabras […] yo hablaría de constructivismo estructuralista o estructuralismo constructivista…”.47
Al final de su carrera, Bourdieu fue haciendo explícito cada vez más su posicionamiento público ante los acontecimientos de Francia, de Europa y de la sociedad global. En uno de sus textos recientes, “Contra la política de despolitización”,48 llamó a “restaurar la política, es decir, la acción y el pensamiento”. Propuso la agrupación (no la unificación ni posible ni deseable) de movimientos sociales y sindicales dispersos, mediante una coordinación de las reivindicaciones y de las acciones que sobrepase la fragmentación, que escape a la vez a los riesgos de la monopolización (que obsesiona a los movimientos) y al inmovilismo por el miedo casi neurótico del riesgo.
Señaló también la división entre investigadores y militantes: diferentes por su formación y trayectoria social los investigadores involucrados en un trabajo militante y los militantes dedicados a una tarea de investigación deben aprender a trabajar juntos, y deshacerse de las rutinas y los prejuicios, gracias a modos de comunicación y de debate de nuevo tipo. Según él, sólo un movimiento social europeo de todas las fuerzas acumuladas de las diferentes organizaciones y países será capaz de resistir a las fuerzas económicas e intelectuales de las grandes empresas y a la armada de consultantes, expertos y juristas reunidos en sus agencias de comunicación, oficinas de estudio y consejos en lobbying.49
La sociología de Pierre Bourdieu tiene una amplia influencia. Demostró capacidad de jugar con las fronteras no sólo de las especialidades de la sociología, sino que entabló un diálogo entre los sociólogos de diferentes nacionalidades, e invitó a trabajar en una perspectiva interdisciplinaria, particularmente con la filosofía, la antropología, la economía y la historia. Sobre esta última nos afirma:
… la separación de la sociología y de la historia me parece desastrosa, y totalmente sin justificación epistemológica: toda sociología debe ser histórica y toda historia sociológica […] lo arbitrario de la distinción entre historia y sociología es particularmente visible al nivel más elevado de la disciplina: yo pienso que los grandes historiadores son también grandes sociólogos.50
Escudriñemos las herramientas que nos ha dejado en sus planteamientos teóricos, en sus conceptos, en los resultados de sus investigaciones y en su participación política. Escuchemos los argumentos de sus comentaristas y críticos. Estas controversias alimentan el debate científico, social, político sobre el mundo que nos tocó vivir. Qué mejor manera de concluir que el autoanálisis de Bourdieu:
Para mí, la sociología ha jugado el rol de un socioanálisis que me ha ayudado a comprender y a soportar cosas (comenzando por mí mismo) que yo encontraba insoportables anteriormente …51
… la sociología era la mejor cosa a hacer por mí, si no para sentirme en acuerdo con la vida, al menos para encontrar más o menos aceptable el mundo en el cual yo estaba condenado a vivir …52
En este sentido limitado, pienso que yo tuve éxito en mi trabajo: realicé un tipo de autoterapia que, yo espero, haya producido al mismo tiempo herramientas que puedan tener alguna utilidad para los otros.53

Bibliografía
Accardo, Alain y Philippe Corcuff. La sociologie de Bourdieu, Textes choisis et commentés. Le Mascaret, 1986.
Bonnewitz, Patrice. Premières leçons sur La sociologie de P. Bourdieu. París: puf, 1997.
Bourdieu, Pierre. Science de la science et réflexivité. París: Raison d’agir, 2001.
______ Contre-feux. París: Raison d’agir. 1998.
______ Raisons pratiques. Sur la théorie de l’action. París: Seuil, 1994.
______ La misère du monde. París: Seuil, 1993.
______ y Loïc J. D. Wacquant. Réponses. París: Seuil, 1992.
______ La noblesse d’État. Grandes ecoles et esprit de corps. París: Minuit, 1989.
______ “Choses dites”, Minuit, 1987, pp. 16-17.
Bourdieu, Pierre, J. C. Chamboredon y J. C. Passeron. El oficio del sociólogo. Argentina: Siglo XXI, 1975.
Lahire, Bernard. Le travail sociologique de Pierre Bourdieu. Dettes et critiques, 1999.
Mounier, Pierre. Pierre Bourdieu, une introduction. París: Pocket/La Découverte, 2001.
Sciences Humaines, número especial: “L’oeuvre de Pierre Bourdieu”, 2002.
Le Monde, enero-febrero de 2002.

Notas
1 “Une polémique oppose la famille de Pierre Bourdieu au ‘Nouvel Observateur’”, Le Monde, 8 de febrero de 2002.
2 Todas las traducciones del presente texto son mías.
3 Mounier, Pierre Bourdieu, une introduction, Pocket/La Découverte, 2001, p. 10.
4 P. Bourdieu, Raisons pratiques. Sur la théorie de l’action, Seuil, 1994, p. 11.
5 Idem.
6 “L’illusion biographique”, en Bourdieu, op. cit., p. 81.
7 Robbe-Grillet, Le mirroir qui revient, París, Minuit, p. 208, citado por Bourdieu, op. cit. p. 83.
8 Por ejemplo, el Dictionnaire de sociologie, 1997, Hatier, París, le dedica siete páginas: “Bourdieu […] constituye una referencia sociológica para los intelectuales de todas las disciplinas, él es sin duda el sociólogo más leído, aun si él piensa seguido ser incomprendido o mal comprendido…”.
9 “Pierre Bourdieu ha muerto”, tituló el diario Le Monde y desplegó la noticia a dos páginas, sus principales espacios cubrieron la noticia. Algunos ejemplos de los numerosos artículos aparecidos: Jügen Habermas: “Humanista comprometido”, Le Monde, 25 de enero de 2002; “Bourdieu: la tristeza”, por Annie Ernaux, Le Monde, 5 de febrero de 2002; “Pierre Bourdieu, 71, pensador francés y crítico de la globalización”, New York Times, 25 de enero de 2002; “La sosegada irreverencia de un hombre bueno”, por M. A. Bastenier, El País, 25 de enero de 2002.
10 Bourdieu y L. J. D. Wacquant, Réponses. Pour une antropologie réflexive, Seuil, 1992, pp. 175-176.
11 Idem.
12 Idem.
13 Patrice Bonnewitz, Premières leçons sur La sociologie de P. Bourdieu, puf, 1997, pp. 3 y 11.
14 Bourdieu, Choses dites, pp. 39-40, citado por P. Bonnewitz, op. cit., p. 11.
15 Bonnewitz, op. cit., p. 5.
16 Bourdieu, La misère du monde, París, Seuil, 1993, p. 950, en el que presenta los testimonios de hombres y mujeres que confiaron su malestar, sus sufrimientos y dificultades para existir en la sociedad francesa.
17 Agricultor francés célebre por oponerse a la globalización.
18 Cfr. Monnot y Zappi, “Adversaire de la pensée unique”, Le Monde, 25 de enero de 2002.
19 Bourdieu, Contre-feux, Liber-Raisons d’agir, 1998, p. 8.
20 Ibid., p. 110.
21 Bourdieu y Wacquant, p. 176.
22 Mounier, op. cit., pp. 14 y ss.
23 Bourdieu, Sociologie de l’Algérie, París, puf, 1958; “Célibat et condition paysanne”, Études rurales, núm. 5-6, 1962, pp. 32-136; “La hantise du chômage chez l’ouvrier algérien”, Sociologie du travail, núm. 4, pp. 313-331.
24 Mounier, op. cit., p. 14.
25 Bourdieu, “Choses dites”, pp. 16-17, citado por Bonnewitz, op. cit., p. 8.
26 Bourdieu y Wacquant, p. 176.
27 Mounier, op. cit., p. 14.
28 Bourdieu y Passeron, Les héritiers. Les étudiants et la culture, París, Minuit, 1964.
29 Cfr. Mounier, op. cit., pp. 133 y ss.
30 Bourdieu y Passeron, La reproduction. Elements pour une théorie du système d’enseignement, París, Minuit, 1970.
31 Mounier, op. cit., p. 149.
32 Bourdieu, La noblesse d’Etat. Grandes Ecoles et esprit de corp, París, Minuit, 1989.
33 Actes de la recherche en sciences sociales.
34 “Pierre Bourdieu”, Notice bio-bibliographique éditée par le Collège de France, 1999.
35 Mounier, op. cit., pp. 14-15.
36 El recorrido intelectual de Pierre Bourdieu se construyó sobre una triple ruptura: con la filosofía académica (escolástica), con la antropología estructural, y con la sociología aroniana (de Raymon Aron): Mounier, op. cit., p. 15.
37 Cfr. Mounier, op. cit., p. 15.
38 Bourdieu, “Éprouve scolaire et conécration sociale. Les classes préparatoires aux grandes écoles”, Actes de la recherche en sciences sociales, núm. 39, 1981, pp. 3-70; Bourdieu, Ce que parler veut dire. L’économie des échanges linguistiques, París, Fayard, 1982.
39 Bourdieu y Wacquant, pp. 181-182.
40 Bourdieu, La misère du monde, Seuil, 1993, p. 611.
41 Ibid., p. 608.
42 Ibid., p. 603.
43 Mounier, op. cit., p. 15.
44 Hay una lista grande de artículos y panfletos contra Bourdieu: “El diablo y el Bourdieu”; “El sabio y la política. Ensayo sobre el terrorismo sociológico de Pierre Bourdieu”; “El periodismo según Bourdieu”; “El populismo de izquierda”. Diccionnaire critique de sociologie, París, puf, 1982, califica la teoría de Bourdieu de la dominación de “Ideológica”. Obras de crítica moderada como lahire, Bernard, 1999. Cfr. Mounier, op. cit., p. 215.
45 Cfr. Mounier, op. cit., pp. 15-16.
46 Con riesgo de simplificar retomamos el esquema que propone Bonnewitz de cuatro polos sociológicos en Francia, uno de los cuales estaría representado por Bourdieu: a) el individualismo metodológico representado por Raymond Boudon; b) la aproximación estratégica de Michel Croizier (relaciones de poder en organizaciones, actores y sistema); c) la sociología de la acción, y el estudio de los movimientos sociales de Alain Tourain; y d) el estructuralismo constructivista de Bourdieu. Bonnewitz, op. cit., p. 9.
47 Bourdieu, Choses dites, Editions de Minuit, 1987, p. 147, citado por Bonnewitz, op. cit., p. 10.
48 Publicado en diferentes revistas: Ecología Política, núm. 21, 1987, 2001; Memoria, núm.155, enero de 2002; y lo envió también a Porto Alegre (fsm-2002), “Contra la política de despolitización. Hay que restaurar la política, es decir, la acción y el pensamiento”.
49 Idem.
50 Bourdieu y Wacquant, p. 67.
51 Ibid., p. 182.
52 Ibid., p. 183.
53 Idem.

Schafik Handal y su amistad con Raúl Castellanos Figueroa

Schafik Handal y su amistad con Raúl Castellanos Figueroa Roberto Pineda 10 de julio de 2015

La inesperada muerte en Moscú en octubre de 1970, del dirigente comunista salvadoreño Raúl Castellanos Figueroa, entristeció a centenares de luchadores sociales y militantes del PCS de esa época. Y ocasionó que los comunistas desafiaran al régimen militar y salieran de la clandestinidad a marchar acompañando sus restos mortales por las calles de San Salvador, con la bandera roja de la hoz y el martillo, por vez primera después de la derrota de la revolución de enero de 1932.

Raúl, de 46 años, docente de la UES, militante del PCS desde 1950, hijo del también comunista Jacinto Castellanos Rivas y esposo de la revolucionaria costarricense Rosa Braña, había pertenecido al comité secreto de huelga que logró en mayo de 1944 la renuncia del General Martínez, y fue uno de los dirigentes principales del Frente Nacional de Orientación Cívica, que enfrentó victoriosamente al Coronel José María Lemus, así como del Partido Revolucionario Abril y Mayo.

Era una persona muy respetada y apreciada. En el cementerio Schafik Handal pronunció las palabras de despedida para este cercano amigo y camarada de lucha. Con lagrimas en los ojos, y voz entrecortada, inició Schafik afirmando que “es grande la tristeza que oprime los corazones de nosotros, los comunistas, en este momento en que cumplimos la dolorosa tarea de entregar a la madre tierra los restos de nuestro querido camarada, Raúl Castellanos Figueroa.”

“Recordamos aquellas audaces tareas tuyas como Director de Opinión Estudiantil clandestina que desafiando la persecución policial, salía a las calles, y recorría d emano en mano del innumerable pueblo, serpenteando o restallante como látigo de castigo sobre las espaldas de la sanguinaria tiranía del General Maximiliano Hernández Martínez.”

Agrega que “recordamos tu valiente y ejemplar trabajo como miembro de aquel glorioso Comité de Huelga estudiantil que organizó y dirigió hasta la victoria la Huelga General de Brazos Caídos que derrumbó a Martínez el 9 de mayo de 1944, cuando éste ahogaba en sangre contra el paredón de los fusilamientos a mansalva en las calles de San Salvador, a tantas decenas de patriotas, civiles y militares, que el 2 de abril se alzaron en armas contra la tiranía.”
Enfatiza que “aunque nuestro Partido era en extremo débil, sus miembros, desde su dirigencia hasta la base, participaron en los combates de Abril y Mayo de 1944, incluso con los fusiles del inolvidable 6o. Regimiento de San Salvador y del 5to. Regimiento de Santa Ana.”
Recuerda que en plena guerra fría “era muy difícil entonces decidirse a tomar el camino de los comunistas, pero tú, Raúl, te hiciste comunista en esos años, cuando la victoria revolucionaria apenas podía vislumbrarse en el lejanísimo porvenir, más como una deducción teórica que como una posibilidad reala la vista de todos, como sí lo es soy.”
“Y más difícil aún resultaba unirse al Partido Comunista de El salvador, aplastado bárbaramente en 1932, cuando aún no había cumplido dos años de existencia y desde entonces calumniado sin posibilidad de respuesta ni defensa, perseguido implacablemente, reducido a la mínima expresión de un puñado de un puñado de firmes obreros, campesinos e intelectuales revolucionarios.”
Indica que “Raúl al conocer la noticia de tu muerte, hemos recordado que te hiciste miembro de la Juventud Comunista en México, en estas condiciones difíciles para el socialismo y para el movimiento comunista del mundo, cuando eras allá un brillante alumno de la Facultad de Economía. “
“Y hemos recordado que retornaste a nuestro país en 1950 y que, despreciando las magnificas oportunidades que se te abrían para que hicieras carrera y amasaras fortuna como funcionario público, preferiste tomar un lugar ene e combate y sacrificio en este querido Partido Comunista nuestro, que estaba entonces soterrado bajo la montaña de la difamación esparcida a diario durante 18 años, soterrado en la clandestinidad profunda, inexistente para la casi totalidad de nuestro pueblo trabajador, a cuya causa se encuentra entregado invariablemente desde su fundación , un soleado día de marzo de 1930 a orillas del Lago de Ilopango.”
Subraya Schafik que “hemos recordado Raúl, las persecuciones de 1951 y 1952, la valiente y serena actuación tuya en la clandestinidad personal, reagrupando las escasas y dispersas fuerzas de nuestro maltratado Partido y del renacimiento del movimiento obrero sindical, cuya destrucción era el verdadero objetivo de la reacción que nos reprimía con el pretexto de truculentas historietas sobre inventados planes del Partido Comunista para un levantamiento armado.”
“Hemos recordado, Raúl, tu anónimo trabajo de años ayudando a la formación de los militantes obreros y campesinos, tu trabajo anónimo formando a los jóvenes comunistas universitarios. A muchos de nosotros tu nos guiaste en nuestros primeros pasos, cumpliendo la tarea que te había encomendado el Comité Central. Hemos recordado, Raúl, tu trabajo de organización e impulso a la solidaridad con el pueblo cubano cuando luchaba por derribar la tiranía de Batista y en su patria las calles de las ciudades y las escarpadas alturas de la Sierra Maestra parían héroes y mártires…”
Comparte que “en octubre de 1962 te capturó la policía precisamente cuando en la Plaza Libertad, y bajo la persecución que ya casi duraba dos años en contra tuya y de decenas de de nosotros, saliste, como tantas otras veces, para encabezar a solidaridad de nuestro pueblo hacia Cuba Socialista, que sufría el bloqueo militar de Estados Unidos, la inminente amenaza de los bombardeos y el sangriento desembarco de los marinos yanquis.”
“Hemos recordado, Raúl, estos últimos veinte años de la vida de nuestro Partido y de tu vida y hemos comprobado que no se puede separar una de la otra. Tus horas, meses y años han estado intima y totalmente ligados a la vida de nuestro Partido, a las luchas promovidas por él, a las luchas de los trabajadores.”
“Fuiste siempre un gran impulsor de la solidaridad de nuestro Partido y nuestro pueblo con la lucha de todos los pueblos del mundo. Desarrollaste en nuestras filas el cariño y la fraternidad hacia el gran partido de Lenin, el Partido Comunista de la Unión Soviética, hacia los Partidos Comunistas y Obreros que gobiernan y dirigen la construcción de la nueva sociedad en los países socialistas de Europa, Asia y América.”
Indica Schafik que “fuiste tú, Raúl, quien pronunció el año pasado el último discurso de nuestra campaña de denuncia contra el peligro de guerra entre El Salvador y Honduras, campaña de denuncia del fondo reaccionario y anti-popular de esa guerra y del papel criminal que en ese conflicto jugaba el imperialismo yanqui y las oligarquías terratenientes y capitalistas en general de ambos países. Apenas unas horas antes del estallido de la guerra, tu pronunciabas en Santa Ana ese discurso del más profundo amor al pueblo salvadoreño y al pueblo hondureño y encendido en llamas de quemante acusación contra los explotadores de los dos pueblos…”
Enfatiza que “Raúl fue un firme partidario de la unificación de las fuerzas democráticas y populares de nuestro país. Son testigos de sus afanes unitarios, los dirigentes de todos los partidos y organizaciones sociales democráticas en nuestro país. Raúl combatió el sectarismo en nuestras filas y se ganó el cariño de todos los que, fuera de ellas se relacionaron con él, lucharon o trabajaron junto con él.”
Agrega que “Raúl fue un intransigente defensor de la unidad interna del Partido Comunista de El Salvador y la defendió siempre, convencido de que la unidad de los comunistas dentro de su Partido es una condición decisiva y una garantía para promover y desarrollar la organización, la lucha y la unidad de la clase obrera y de todo el pueblo.”
“Camarada Raúl! Has llegado al final de tu primera jornada de lucha revolucionaria…Al finalizar esta primera jornada has hecho de tu muerte un postrer aporte a la causa de nuestro Partido, rompiendo la conspiración de silencio , el bloqueo de silencio mantenido en su contra durante 30 años. Tú has hecho Raúl, que nuestro pueblo sepa hoy que existe el Partido Comunista de El Salvador…”
Explica que “nuestro Partido ha sufrido mucho, tú lo sabes bien. Se cuentan por miles nuestros muertos y no hay cárcel del país que no esté ligada a nuestra historia. Quisiéramos reunir a todos nuestros muertos, pero no podemos porque sus huesos desaparecieron en la humedad de la tierra de los zanjones donde fueron sepultados después de masacrarlos. Sólo unos cuantos están aquí regados en estos cementerios, pero aunque solo sea a estos, los iremos reuniendo aquí en esta tumba junto contigo Raúl.”
“Con el tiempo y de acuerdo a nuestras posibilidades vendrán aquí Martí, Luna, Agustín Farabundo, Alfonso Zapata, Saúl Santiago Contreras, Oscar Gilberto Martínez, Modesto Ramírez, Ismael Hernández, Fidelina Raimundo y tantos otros. Raúl ahora comienzas tu segunda y eterna jornada revolucionaria ¡ Ya no estarás físicamente presente , pero tus opiniones, tus enseñanzas, tu ejemplo, continuaran sirviendo por siempre a nuestro Partido, formarán nuevas generaciones de comunistas, y cuando la revolución triunfe en nuestro país, ayudarán a educar a todo el pueblo.”
Se despide Schafik en nombre de “todos y cada uno de los miembros de nuestro Partido Comunista. Créeme que cada una de estas palabras nos duelen a todos…Compañero, amigo, camarada…adiós.”

La visita del Papa Francisco a Ecuador, Bolivia y Paraguay es una visita diferente.

La visita del Papa Francisco a Ecuador, Bolivia y Paraguay es una visita diferente. Roberto Pineda 9 de julio de 2015

La actual cabeza de la iglesia universal, el Papa Francisco I, visita al continente de la lucha y la esperanza. El norte visita al sur. El Vaticano visita a sus provincias de la fe. Es el encuentro de dos mundos. Ya había ocurrido en el pasado. Hay continuidad y ruptura, pero más ruptura que continuidad. Juan Pablo II visitó Nicaragua en 1983 y regañó al sacerdote sandinista Ernesto Cardenal. De la misma manera Benedicto XVI visitó América Latina sin pena ni gloria. Pero esta visita es diferente.

El mundo del capitalismo globalizado es el mismo pero la visita es diferente. Antes las cabezas europeas del Vaticano venían y se sorprendían por la increíble pobreza de los pobres y se apiadaban de ellos. Hoy el Papa Francisco viene y denuncia la pobreza y se reúne para escuchar a los pobres que luchan contra la pobreza.
Y reconoce con simpatía el camino de la lucha como medio para superarla a la vez que identifica y condena a los que se aprovechan de esta. Es la solidaridad y el respeto de Baltazar, Melchor y Gaspar ante la luz que irradia la estrella de la esperanza. Ya no es una estrella solitaria.

El mundo del capitalismo globalizado es el mismo pero el mensaje del Papa es diferente. Nacido en la Argentina de Gardel, del Che y de Evita Perón, es un Papa que habla desde el idioma de los oprimidos, de los que sufren, pero también desde el idioma de la rebeldía, de la fe en la resistencia, de los que sueñan con un mundo nuevo, como lo soñó Jesús de Nazaret y sus seguidores.

El mundo del capitalismo globalizado es el mismo pero América Latina es diferente. El Papa Francisco visita a dos países, Ecuador y Bolivia, con gobiernos y sectores populares, particularmente indígenas, que encabezan profundos procesos de transformaciones, de recuperación de la soberanía nacional, de enfrentamientos con las oligarquías y el imperio. Es una nueva América Latina que recibe a un nuevo Papa. Es un encuentro subversivo, inédito.

El mundo del capitalismo globalizado es entonces desafiado hoy desde el Vaticano, desde América Latina e incluso desde la Europa de los pueblos, desde la Europa de la Dignidad Popular que en Grecia, en España, en Irlanda, en Portugal, en Italia se enfrenta contra la Europa del Euro, la Europa de la Troika, la Europa de las amenazas y la imposición. La lucha continúa, porque Ecuador, Bolivia, Venezuela y Cuba están en el NO de Grecia. Amén.

Literatura Nicaraguense

Literatura Nicaraguense
Capitulo
Sergio Ramírez

Antecedentes

Raíces del mestizaje.

La cultura contemporánea de Nicaragua es, como toda la cultura latinoamericana de hoy, producto de un mestizaje en el que participan diversos elementos; vale decir, de la fusión de vertientes culturales que se arraigan en el mundo indígena náhuatl, maya, chorotega, conforme las corrientes migratorias que bajaron del norte desde México; y rama-chibcha, sumo y mísquito, conforme las que bajaron del sur. En este sentido, por su posición geográfica, situada en el ombligo mismo de América, Nicaragua ha sido desde la remotidad de los tiempos una tierra de confluencias, tanto humanas como ecológicas. Aquí confluyeron razas aborígenes, y también la flora y la fauna del continente.

Nuestra mestizaje se nutre luego de aportes europeos, especialmente el español peninsular al producirse la conquista, cuyo aporte más trascendental es la lengua castellana. Pero este mestizaje tiene, además, la particularidad de un doble signo: uno predominantemente indígena y español hacia la costa del océano Pacífico, y otro predominantemente indígena, negro y británico, hacia la costa del Caribe, cuyo aporte más visible es el inglés como lengua. Sin embargo, el elemento negro está presente en ambas culturas mestizas.

Las artes y las letras de Nicaragua, por lo tanto, no son ajenas a la condición esencial de este mestizaje múltiple, que se refleja en nuestra propia identidad cultural. La arquitectura, la pintura, la escultura, los textiles, la cerámica, las costumbres y usos culturales, el habla diaria, y la literatura oral y escrita, revelan la confluencia de todos esos aportes, que se presentan entreverados, y de su misma mezcla nace la hermosa riqueza de nuestra cultura.

Poco queda y poco se sabe de la literatura indígena. Los códices precolombinos, los primeros o más remotos libros hechos sobre tiras de cuero de venado, “tan largas como diez o doce pasos y tan anchas como una mano”, según el cronista, que eran una suerte de plegables, fueron destruidos y quemados por Fray Francisco de Bobadilla, en una plaza pública de lo que hoy se conoce como el antiguo casco urbano de Managua, y su pictografía, que fue la primera forma de escritura, ha quedado, por tanto, perdida también desde la segunda década del 1500.

No obstante, suele afirmarse que el vestigio literario más antiguo se debe a los nicaragua, tribu náhualt coetánea de los chorotegas, y que consiste en un himno religioso al sol. Gracias a hallazgos producidos en los siglos XIX y XX, se conocen algunos pocos poemas de los indios subtiavas. Y en lo que respecta al Caribe, han sobrevivido poemas sumos, canciones miskitas, un canto caribe y un texto rama, lengua esta última, por desgracia, en franco proceso de extinción. Hay también hermosos ejemplos de cuentos maygnas (o sumos) y miskitos, conservados en la tradición oral y recogidos por investigadores.

Los cronistas de Indias.

Los cronistas españoles que acompañaron a los conquistadores, o que protagonizaron ellos mismos hazañas de conquista, nos dejaran las primeras noticias sobre el territorio nicaragüense, y un testimonio de las impresiones que les produjo esta pequeña parte del Orbe Novo, avistada por Cristóbal Colón en su cuarto y último viaje en 1502. Las crónicas españolas constituyen fuentes indiscutibles de nuestra antropología, de la historia, y de nuestra literatura, sobre todo porque su lenguaje descriptivo, hermoso en sus precisiones sobre el mundo nuevo que el ojo de los cronistas va descubriendo, es fruto del asombro ante la maravilla de lo desconocido.

La crónica de mayor antigüedad sobre Nicaragua la hallamos en el libro Décadas del Nuevo Mundo, de Pedro Mártir de Anglería, escrito en latín entre 1494 y 1526, en los albores de la conquista, y donde se refiere a la expedición de Gil González Dávila; y, entre otras cosas, a las plazas y la orfebrería, y el sacrificio de víctimas humanas por los aborígenes.

No menos importante es también la Historia General y Natural de las Indias, del capitán Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, “primer cronista del Nuevo Mundo”, aparecida en 1526, donde encontramos un inventario sin precedentes sobre nuestra naturaleza, pájaros, frutos, árboles; y noticias hoy preciosas sobre los pobladores aborígenes, sus costumbres y sus formas de organización social. Entre otros muchos, también hace referencia a nuestro país Fray Bartolomé de las Casas, principalmente en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, del año 1552.

Los bucaneros y corsarios.

Documentos de gran valía son también los relatos y crónicas de los corsos y piratas ingleses, franceses y holandeses que tuvieron por teatro de sus correrías la costa del Caribe, y en ocasiones lograron penetrar hasta Granada, el puerto más importante, en el Gran Lago de Nicaragua; los poblados de Las Segovias, remontando los ríos; y el puerto del Realejo y la ciudad de León, en el Pacífico.

La geografía de Nicaragua, abierta tanto al océano Pacífico como al mar Caribe, y en este último teatro, a la lucha entre la corona española y la corona inglesa por su dominio, crea una dualidad de vivencias, de las que no podemos separar las aventuras de estos corsarios, que dejaron testimonio de sus aventuras en libros cargados de valor literario. Los más importantes de entre ellos son Piratas de América de John Esquemeling, cirujano de la expedición de Henry Morgan para la toma de Portobelo en 1668, publicado en Holanda en 1678, y que contiene valiosas referencias sobre Nicaragua; y Un nuevo viaje alrededor del mundo de William Dampier, aparecido en Londres en 1697, y que habría de influenciar a Jonathan Swift, autor de Los viajes de Gulliver (1726), y a Daniel Defoe, autor de Robinson Crusoe (1719); en efecto, la historia del náufrago solitario, abandonado en una isla desierta, está contenida en el capítulo VI de la obra, que habla “del mískito (nicaragüense) que vivió solo durante más de tres años en la isla de Juan Fernández, su habilidad y astucia”.

La literatura oral del mundo rural.

A lo largo del período colonial, nuestra literatura es fundamentalmente anónima y oral, fruto de la hacienda ganadera que convoca a los peones alrededor de las fogatas. Es en ese espacio de comunicación se difundirán y mutarán, bordoneados en las guitarras, los romances llegados de España, que todavía sobreviven, y allí mismo nacerá nuestra narrativa híbrida, que se transmitirá en delante de generación en generación, y de boca en boca. De parecida manera, los cuentos del Caribe que han llegado hasta nosotros, se inventan en las pequeñas aldeas de pescadores indígenas juntos a los ríos, con una carga muchas veces religiosa, de tributo a la naturaleza deificada.

Esta tradición oral se vuelve, así, la mejor expresión de nuestro mestizaje cultural, y de allí nacen las leyendas, las consejas, los cuentos de camino (como el del Tío Coyote y el tío Conejo), donde los animales pasan a encarnar la condición humana, con todas sus trampas, astucias y debilidades; las que se refieren a deidades de origen claramente indígena (la Cegua, mujer encantada que atrae a la perdición a los hombres descarriados; el Cadejo, un perro mítico de doble naturaleza: el Cadejo negro, que persigue a los transgresores nocturnos; y el Cadejo blanco, que ampara en los caminos a los bien portados). Surgen también en los ambientes de las ciudades coloniales las historias de aparecidos incubadas en los ambientes nocturnos, que se prestan para el temor, el que a su vez despierta la imaginación (frailes sin cabeza, jinetes fantasmas, como en el caso de Arrechavala, muy popular en la ciudad de León).

La poesía de la época colonial es también anónima, y se expresa en dos vertientes: una popular, que tiene un claro origen español y que se expresa en los romances, ya mencionados, escritos para cantarse, y que cuentan historias de amor desgraciados; la otra es culta, escrita por frailes y letrados, y su ánimo es más que nada religioso, de alabanza a Dios y comunicación espiritual con la divinidad, (cantos y loas a la Virgen María, novenas y trisagios). Dentro de este género culto debemos situar también las piezas de teatro destinadas a representarse en los portales de las iglesias y en las plazas (logas al Niño Dios, pastorelas), también bajo inspiración religiosa.

El Güegüense, síntesis del mestizaje.

Pero nuestra literatura mestiza de la colonia tiene su más acabada expresión en El Güegüense o Macho Ratón, comedia bailete, de procedencia anónima, escrita a mediados del siglo XVII en una mezcla de español y náhuatl. Recogida por el investigador alemán Carl Hermann Berendt en Masaya en 1874, quien la copió de los papeles conservados por el doctor Juan Eligio de la Rocha, fue difundida en 1883 por el estadounidense Daniel G. Brinton.

Esta “comedia maestra”, como la calificó José Martí, se solía representar durante las fiestas patronales en las calles de Nandaime, Masaya, Catarina, Niquinohomo, Masatepe y Diriamba, los pueblos de la meseta, por actores populares enmascarados y vestidos con los trajes de vistoso colorido que corresponden a los personajes de la obra, una tradición ya perdida.

Mucho se ha escrito sobre El Güegüense, relacionando a sus personajes con la esencia del ser nicaragüense, principalmente el propio Güegüense, el anciano comerciante, matrero y enredador, que se finge sordo frente a la autoridad encarnada por el Gobernador Tastuanes, y trata de confundir también al Alguacil Mayor, para burlarlo y no pagar los impuestos a la corona; un papel de burla y enredo en que la ayudan sus don Forsico, su hijo, y don Ambrosio, su hijastro.

El ingenio y la picardía, expresados en frases de doble sentido, vienen a ser una forma de resistencia embozada frente al poder y la burocracia. Como señala Jorge Eduardo Arellano, El Güegüense “funde el teatro y la danza, la denuncia social y el elemento lírico, el lenguaje formalista y el procaz, la resignación y el insulto, la conciencia rebelde y el pacto cómplice; asimismo, logra a la perfección al protagonista, producto del ser esencialmente mestizo”.

El Güegüense, es una obra plena de valores literarios y lingüísticos. Pero desgraciadamente no fue capaz de generar una tradición teatral en el país; y el teatro sigue siendo hasta hoy el más débil y esporádico de nuestros géneros literarios.

Del período colonial son también los informes y escritos burocráticos que se alejan de cualquier género creativo; salvo la mención que debemos hacer de la crónica de la visita pastoral del Obispo Pedro Agustín Morel de Santa Cruz, de mediados del siglo XVIII, donde hace una extensiva relación de los poblados nicaragüenses, con minuciosidad y gracia.

Los viajeros.

Los albores de la época republicana son precarios. A diferencia de Guatemala, donde surgió una literatura ligada a las ideas liberales que animaron la independencia de Centroamérica, proclamada en 1821, y representada principalmente por el narrador José de Irrisari y el poeta José Batres Montúfar, en Nicaragua la primera mitad del siglo XIX es muy pobre en creaciones individuales. Fue un período en que las luchas fratricidas consumieron al país, y no hubo ningún sustento a la estabilidad, al grado que se le conoce como “la época de la anarquía”.

En este punto vale la pena mencionar, sin embargo, a los diplomáticos, arqueólogos y naturalistas extranjeros que viajaron a Nicaragua en diferentes épocas del siglo XIX y escribieron libros sobre sus experiencias, dejando uno testimonio muy vivo de nuestra geografía, de los acontecimientos históricos que les tocó testificar, y de nuestra cultura y costumbres.

Pero para hablar de los viajeros, debemos remontarnos atrás, y mencionar como precursor el libro Nueva relación que contiene los viajes de Tomás Gage en la Nueva España, aparecido en Inglaterra en 1648. Su autor, el fraile irlandés Tomás Gage, un aventurero en cuyo relato es imposible distinguir la fantasía de la realidad, llama allí a Nicaragua “el paraíso de Mahoma”, asombrado ante la exuberancia de la naturaleza.

Los más importantes de entre los viajeros del siglo XIX son Orlando W. Roberts, con su Narración de los viajes y excursiones en la costa oriental y el interior de Centroamérica, publicado en Edimburgo en 1827; Ephraim George Squier, enviado diplomático de los Estados Unidos quien escribió Nicaragua, sus gentes y paisajes, publicado en Londres en 1852, y traducido admirablemente al castellano nicaragüense por Luciano Cuadra; Julius Fröbel, autor de Siete años de viaje por Centroamérica…publicado en Londres en 1859; Pablo Levy, autor de Notas geográficas y económicas sobre la República de Nicaragua, publicado en Francia en 1871; Thomas Belt, autor de El naturalista en Nicaragua, aparecido en Londres en 1874; y Carl Bovallius, quien escribió Viaje por Centroamérica (1881-1883), publicado en Suecia.

LA POESIA

El fenómeno capital de Rubén Darío.

Nicaragua es durante el siglo XIX un país de muy escasa población, la mayor parte de ella analfabeta, y todavía en espera de la modernización económica que las revoluciones liberales habían venido prometiendo en el continente americano desde las luchas de independencia. Y aún a pesar de nuestra marginalidad, y la muy escasa tradición cultural, habrá de ocurrir aquí el suceso de mayor relevancia en la historia literaria del continente, y que conmoverá luego los cimientos de la poesía de habla española: el nacimiento del poeta Rubén Darío en una pequeña aldea rural del departamento de Matagalpa en el año de 1867.

Darío (bautizado como Félix Rubén García Sarmiento), vivió su infancia y adolescencia en la ciudad de León, que era entonces el centro cultural y académico más importante de Nicaragua, sede episcopal y sede universitaria; allí sería conocido como “el poeta niño”, por su asombrosa facilidad de escribir versos rimados, y su fama alcanzaría pronto a toda Centroamérica.

Su primera salida fuera de las fronteras la hizo a El Salvador, en busca de horizontes diferentes; pero en 1886 emprendió su viaje decisivo a Chile, donde publicó Azul en 1888, un libro compuesto de poesías y cuentos que marca el nacimiento del modernismo, y que fue elogiado por Don Juan Valera desde Madrid, en sus Cartas Americanas. En Santiago de Chile haría también sus primeras armas de periodista, un oficio que ejerció con gran éxito toda su vida; desde entonces, comienza a escribir para el diario La Nación de Buenos Aires, fundado por Bartolomé Mitre.

En 1892 viajó por primera vez a España, como parte de la delegación oficial de Nicaragua a las fiestas del cuarto centenario del descubrimiento de América, y se relacionó con los intelectuales consagrados de la época: el propio Valera, doña Emilia Pardo Bazán, Castelar, Núñez de Arce, Campoamor; y el año siguiente recibió el nombramiento de Cónsul de Colombia en Argentina, país al que viajó por la vía de Nueva York, donde se encontró con José Martí, y París, donde conoció a Verlaine.

La vida sentimental de Darío fue muy trágica. Antes de su viaje a Argentina habría de ocurrir, en el trance de dar a luz, la muerte de su joven esposa Rafaela Contreras, con quien se había casado durante su segunda estancia en El Salvador; y el hijo nacido de ese parto fatal, Rubén Darío Contreras, vivió siempre lejos de él. Al enviudar, fue forzado a contraer matrimonio en Managua con Rosario Murillo, un episodio del que siempre conservó dolorosos recuerdos.

En Buenos Aires habría de vivir hasta el año de 1898. Aquella fue una época clave para su obra literaria, reconocido ya en los cenáculos literarios, y mientras su fama se hacía cada vez más creciente en el extranjero. Ese año de 1898 parte para España, comisionado por La Nación para escribir una serie de reportajes sobre las consecuencias de la derrota española en la guerra contra Estados Unidos por la posesión de Cuba; artículos que reunirá más tarde en su libro España Contemporánea (1901).

Es durante este viaje que conocerá a los poetas de “la generación del 98”: Juan Ramón Jiménez, Miguel de Unamuno, los hermanos Manuel y Antonio Machado, Juan de Dios Peza, Azorín, a quienes habrá de capitanear en el movimiento modernista. Este movimiento, que rompe el anquilosamiento de la lengua castellana y le insufla un nuevo aliento renovador, contó también seguidores del otro lado del Atlántico: Amado Nervo, Gutiérrez Nájera, Leopoldo Lugones, Rafael Arévalo Martínez, Barba Jacob, José Santos Chocano.

Es también entonces cuando conoció en Madrid a la mujer que lo acompañaría ya toda su vida, la campesina Francisca Sánchez, (“la princesa Paca”, como solía llamarla Juan Ramón Jiménez), originaria de la aldea de Navalsauz, en la sierra de Gredos. El mismo le enseñaría a leer y escribir, y al hijo de ambos, Rubén Darío Sánchez, lo declaró su heredero universal.

En 1899, encontrándose aún en Madrid, el mismo diario La Nación lo envió a cubrir la Exposición Universal de París, y así habrá quedarse en Francia por una larga época, un período decisivo también en su producción literaria; el gobierno de Nicaragua lo designó entonces Cónsul en esa ciudad. En 1905, apareció en España su libro de poemas más trascendental, Cantos de vida y Esperanza.

A finales del año de 1906 regresó de manera triunfal a Nicaragua. Fue recibido como un héroe en León, Managua y Masaya, entre grandes demostraciones populares que arrastraron al país entero; y al volver a Europa en 1907, presentó cartas credenciales ante el Rey Alfonso XIII como Embajador ante la Corte de Madrid, nombrado por el régimen liberal del General José Santos Zelaya. Difícilmente pudo ejercer este cargo, pues desde Managua le escatimaban los sueldos, y terminó cerrando la embajada para volver, lleno de deudas, a París.

En 1907 se publicó en España otro de sus libros claves, El canto errante, y el año siguiente El viaje a Nicaragua e Intermezzo Tropical; en 1910, también en Madrid, apareció El poema del otoño y otros poemas.

A finales de 1914 dejó para siempre Europa, rumbo a Nueva York, cuando empezaban a soplar ya los vientos de las Primera Guerra Mundial, recién publicado en Barcelona su Canto a la Argentina y otros poemas. Después de una estancia de pocos meses en Nueva York, donde se suponía iba a iniciar una gira continental para predicar a favor de la paz, cansado y enfermo recaló primero en Guatemala, por invitación del dictador Manuel Estrada Cabrera, y a finales de 1915 regresó a Nicaragua, el año en que aparecía, también en Barcelona su autobiografía La vida de Rubén Darío escrita por él mismo.

Murió en León el 6 de febrero de 1916. Sus funerales, que duraron una semana, resultaron apoteósicos, y fue enterrado con honores de Príncipe de la Iglesia en la Catedral Metropolitana, la misma en que había sido bautizado.

La historia de la literatura en lengua española debe de contarse antes de Darío y después de él. Desde América, le tocó descubrir, casi simultáneamente, el romanticismo, el parnasianismo y el simbolismo. Supo de todas las escuelas, de todos los poetas, de pintores y de músicos, de Grecia, de Roma, de Chibcha y Palenque, de la ciencia moderna y antigua, y todo lo que creó, como lo advertía en su tiempo Juan Valera, es “bronce corintio” y es “mármol de Jonia”. Por la magnitud de su creación y de su arte, por sus innovaciones en la métrica y el estilo, Darío dio nombre a toda una época en la lírica del idioma, el modernismo.

Ninguno de los poetas modernistas de América y España, seguidores suyos, puede explicarse sin su influencia. Así como tampoco hubieran sido posibles después Federico García Lorca y Rafael Alberti, o César Vallejo y Pablo Neruda, Jorge Luis Borges y Octavio Paz.

En Nicaragua, Rubén Darío no sólo tiene una significación literaria, sino que encarna la identidad cultural de la nación. El hecho de que un país pobre, desde la oscuridad del siglo XIX haya sido capaz de dar un genio universal de su calibre, representa una síntesis, y a la vez un impulso permanente que habrá de marcar a Nicaragua como entidad nacional.

Por otra parte, Darío funda nuestra literatura, y siendo él moderno, le abre las puertas de la modernidad a esa literatura, que no se quedó estática en la escuela modernista que él mismo fundó, y que ganó en su tiempo muchos adeptos de todo tamaño; por el contrario, su impulso creador fue capaz de engendrar un proceso dinámico que ha dado una generación tras otra de escritores, sobre todo en la poesía, la vertiente más poderosa abierta por Darío en su propia tierra natal, como se verá más adelante.

En este ámbito propiamente tal del modernismo, Nicaragua contará con poetas menores en apariencia que, de haber tenido una verdadera y oportuna difusión, habrían logrado una mayor proyección en América y serían justamente valorados; tal es el caso de Román Mayorga Rivas (1861-1925), anterior realmente a Darío, y quien vivió y escribió en El Salvador; Santiago Argüello (1971-1940), a quien se vio en su época como el sucesor más probable de Darío en Nicaragua, y hoy prácticamente olvidado; Lino Argüello (1887-1937) un poeta bohemio, de creaciones muy populares, romántico y neosimbolista, el poeta de las novias muertas y los amores platónicos exacerbados; todos los anteriores leoneses. Y el provinciano e intenso Ramón Sáenz Morales (1891-1927), nacido en Managua, cuyos acuarelas de la vida rural conservan fresco su encanto; o el epigramático Rafael Montiel (1887-1973), nacido en Masaya.

Los postmodernistas.

Tres poetas nacidos en la ciudad de León —conocidos como los tres grandes— apuntalan de manera vigorosa el proceso cultural orgánico que surge con Rubén Darío: Azarías H. Pallais (1885-1954); Alfonso Cortés (1893-1969) y Salomón de la Selva (1893-1958).

Azarías H. Pallais —el padre Pallais— hizo sus estudios de sacerdocio en Bélgica y en Italia, y solía firmar todos sus poemas “en Brujas de Flandes”. Aparece en los funerales mismos de Rubén Darío pronunciando un discurso magistral que rompía ya con los moldes retóricos. Fue un sacerdote contestario que hizo verdadera profesión de fe por los pobres; rebelde a las jerarquías, y a toda clase de poder, llevó siempre con orgullo su sotana raída, ya fuera como Director del Instituto Nacional de Occidente en León, o como cura párroco del puerto de Corinto, siempre en comunión con la gente pequeña, prostitutas, rateros, borrachines. Al firmar sus poemas “en Brujas de Flandes”, agregaba: “y no pertenece, gracias a Dios, a la Sociedad de Escritores y Artistas Americanos”, repitiendo el dictum de Rubén en su Letanía de Nuestro Señor Don Quijote: “de las epidemias de horribles blasfemias de las Academias, líbranos Señor”.

De este afán de libertad y rebeldía frente al mundo surge también su poesía, que es contestaria de las formas tradicionales, y busca cauces nuevos y experimentales, cantando a las pequeñas cosas, como San Francisco de Asís, con acentos copiados de la propia naturaleza. Sus libros de poesía fueron: A la sombra del agua (1917); Espumas y estrellas (1918); Bello tono menor (1928); Caminos (1931), y Piraterías (1951); y en prosa, El libro de las palabras evangelizadas (1968).

Alfonso Cortés fue víctima de la locura desde la edad de treinta años. Ernesto Cardenal, quien pasó parte de su infancia en León, habría de recordarlo encadenado a la ventana de rejas de la misma casa donde había vivido Darío. Pasó buena parte de su vida en la reclusión de asilos mentales en San José, Costa Rica, y en Managua. Un poeta de honda sustancia metafísica, creó un universo irrepetible, en el que las preguntas sobre la existencia y la muerte, el tiempo y el espacio, tienen una resonancia sideral, como en sus poemas La canción de los astros, y Un detalle (bautizado por José Coronel Urtecho como Ventana).

Como Rimbaud y Lautréamont, su poesía surge de las entrañas del subconsciente, de donde brotan el sueño, el mito, la clarividencia, la alucinación y la locura. Su producción poética fue muy abundante, pero desigual, y sus mejores poemas corresponden a la época de su juventud, cuando entraba ya en el territorio de la alienación mental. Sus poemas más trascendentales fueron reunidos por Ernesto Cardenal en el libro 3O poemas de Alfonso, publicado en Managua en 1952.

Salomón de la Selva marchó a los trece años a los Estados Unidos, con una beca del gobierno del General Zelaya, y fue alumno del prestigioso Williams College, y de la no menos prestigiosa Universidad de Cornell, la misma a la que varias décadas después llegaría Vladimir Nabokov como profesor visitante; allí, según su propio decir, Salomón encontró el mejor de los tesoros para su formación en su vetusta biblioteca. Se formó, por lo tanto, como un poeta de dos culturas y de dos lenguas; figuró entre los colaboradores principales de la legendaria revista Poetry de Chicago, y tuvo estrecha amistad con los escritores norteamericanos contemporáneos suyos, entre ellos Edna St.Vincent Millay, y Stephen Vincent Benet.

Pero también entonces alternó en los círculos socialistas de Nueva York, enamorado de las luchas obreras, convencido de que “al arte era preciso llevar la vida misma con toda su crueldad y su rudeza”. Eran también los tiempos en que Nicaragua se encontraba intervenida militarmente por los Estados Unidos, y su voz habría de alzarse no pocas veces contra el ultraje a nuestra soberanía.

Escribió en inglés los poemas de su primer libro Tropical Town and other poems, publicado en Nueva York en 1918, que es un canto de nostalgia por su tierra natal; y en español el segundo, El Soldado Desconocido, aparecido en México en 1922 con portada de Diego Rivera; este libro, uno de los más bellos de la obra de Salomón, recoge sus experiencias como soldado en Europa durante la I Guerra Mundial, en la que habría de combatir “bajo la bandera del rey don Jorge V; enseña que fue de la madre de mi padre”; ya que Salomón se sentía un mestizo de tres sangres, como canta en ese libro: que un día/ se estremeció mi barro de antigua bizarría/ hispana, inglesa e india, mis tres sangres…

Salomón es el iniciador de la poesía vanguardista en Mesoamérica y el Caribe. Desde los fundamentos de la herencia modernista, volverá siempre a los temas paganos, fiel a las seducciones del mundo grecorromano, a los cuales mezclará los temas indígenas americanos; y para semejante empresa fundadora habría de ser clave su formación literaria sajona.

Vivió años importantes de su carrera literaria en México, y también en Europa, habiendo muerto en París. E igual que Darío, y que Alfonso Cortés, está enterrado en la Catedral de León, un panteón ilustre del que sólo falta el Padre Pallais, que reposa en Corinto. Fuera de los libros de poemas ya mencionados, otros importantes suyos son: Evocación de Horacio (1949); La ilustre familia (1954); Canto a la independencia nacional de México (1955); Evocación de Píndaro (1957); y Acolmixtli y Nezahuatlcóyotl (1958).

El movimiento de Vanguardia.

Hacia 1931, con el llamado Movimiento de Vanguardia, comienza a gestarse en la ciudad de Granada la renovación literaria en Nicaragua, fenómeno que ocurre en los años de la segunda intervención norteamericana, que fueron también los de la lucha por la soberanía nacional emprendida por el General Augusto C. Sandino en las montañas de Las Segovias (1927-1932). De esta manera, el eje de la literatura nacional se desplazaría de León a Granada.

El capitán de este movimiento fue José Coronel Urtecho (1906-1994), quien al regresar de los Estados Unidos, a la edad de 21 años, trajo consigo todo el bagaje de la poesía moderna de los Estados Unidos, una influencia y una marca que habría de permear desde entonces no sólo a la generación de Vanguardia, sino también a toda los poetas nicaragüenses de generaciones sucesivas; la Antología de la poesía norteamericana (Madrid, 1949) que de manera conjunta tradujo con Ernesto Cardenal, viene a ser prueba de ese aporte. Y al mismo tiempo, al volver de Francia para esa misma época Luis Alberto Cabrales (1901-1974), otro de los fundadores del movimiento, la poesía francesa de vanguardia que él importó, completaría una doble influencia decisiva.

Además de los dos poetas antes mencionados, los miembros más destacados del Grupo de Vanguardia, que solían reunirse en la torre de la Iglesia de la Merced, son Pablo Antonio Cuadra (1912); Joaquín Pasos (1914-1947); y además, Octavio Rocha (1910-1986); Alberto Ordóñez Argüello (1913-1991); Luis Downing Urtecho (1913-1983), y el caricaturista y grabador Joaquín Zavala Urtecho (1911-1971), más tarde fundador de la Revista Conservadora, una institución en sí misma para la cultura nacional. Junto con ellos aparece Manolo Cuadra (1907-1957).

Los jóvenes vanguardistas empiezan por romper lanzas no sólo contra la herencia modernista de Darío, que para entonces ha pasado a ser parte de una cultura nacional adocenada y mediocre, sino también contra los valores y los estilos de vida de la burguesía formada por finqueros y comerciantes, y contra su estulticia, su mal gusto e ignorancia cultural, tal como puede verse en La Chinfonía Burguesa, un juguete teatral escrito al alimón entre Coronel Urtecho y Joaquín Pasos, que es una especie de manifiesto artístico del grupo de Vanguardia.

De este modo, los vanguardistas comienzan por ensañarse en su propia clase social y en sus mismos familiares, ya que los más notables de entre ellos pertenecen a la aristocrática burguesía granadina. Pero al mismo tiempo que a través de sus manifiestos y poemas despliegan sus posiciones contestatarias antiburguesas, también reclaman una cultura nacional, que sea tanto vernácula como universal; un reclamo que termina buscando el regreso a la tradición patriarcal incontaminada de gustos burgueses e influencias extranjeras impuestas, como la que representa la intervención militar.

Este reclamo por lo propio, y por lo tradicional, que busca el regreso a las raíces, se extiende al habla popular, la artesanía, la música, la historia, la moda y los modos de vida, y aún la política. De este nacionalismo exacerbado, que tiene además un sedimento muy católico, los vanguardistas pasarían después a un falangismo inspirado en Primo de Rivera, y a reclamar un líder perpetuo que pueda traer estabilidad a largo plazo a Nicaragua. Este salvador, celebrado por ellos, no sería otro que Anastasio Somoza García, el fundador de la dinastía.

Más allá de sus posiciones políticas, que más tarde o más temprano terminarían por abandonar, o por variar, los escritores de la generación de Vanguardia se cuentan entre los más brillantes de la historia cultural de Nicaragua, y su impulso de ruptura fue decisivo para dar impulso a la modernidad literaria.

José Coronel Urtecho, poeta, narrador, ensayista, historiador, y conversador ingenioso e inagotable, fue un escritor de dedicación y vocación absoluta, y de magisterio permanente para sucesivas generaciones de escritores nicaragüenses; siempre prefirió su retiro del río San Juan, su verdadero habitat en la frontera entre Nicaragua y Costa Rica, donde murió y está enterrado al lado de su esposa, María Kautz, que es en mucho sentidos un personaje de nuestra literatura.

Su poesía, que no desprecia los parámetros clásicos, busca en otros momentos romperlos, y desde la perfección del soneto va hacia los poemas descriptivos —hacia lo que el mismo bautizó como “exteriorismo”— poemas que toman la forma de cartas, o crónicas, o relatos, como el inolvidable Pequeña biografía de mi mujer.

Sus poemas fueron reunidos por primera vez en un libro en 1970 bajo el título de Pol-la d´ananta katanta paranta (un verso de Homero que en parte significa: y por muchas subidas y caídas, vueltas y revueltas dan con las casas). Su otro libro de poesía es Paneles del Infierno (1980), en celebración de la revolución sandinista.

Luis Alberto Cabrales, uno de los vanguardistas que no pertenecía a las encumbradas familias granadinas, pues nació en Chinandega, ejerció como crítico literario, ensayista, pedagogo, periodista, y duro polemista, permaneció atrincherado siempre en su ideología de extrema derecha, (admirador de Charles Maurrás desde sus años en Francia); una ideología que, como en el caso de Jorge Luis Borges, no dejaba de servirle como un arma de provocación.

Su obra poética es muy breve, tal como el título de su único libro lo proclama: Opera Parva publicado de manera tardía en 1961. Sus poemas, todos ellos muy bien cuidados, tiene un hondo acento rural y provinciano, y en los temas amatorios reflejan una intensa desolación. En uno, Canto a los sombríos ancestros, evoca su veta de sangre negra: Tambor olvidado de la tribu/lejano bate de mi corazón nocturno// Mi sangre huele a selva del África./Sombría noche luciérnaga,/ sombría sangre tachonada de estrellas…

Pablo Antonio Cuadra se incorporó a los dieciocho años al movimiento de Vanguardia, y fue uno de sus más entusiastas animadores; y desde entonces, su papel ha sido clave en la difusión de la literatura nicaragüense a través de diferentes revistas, desde la aparición de los Cuadernos del Taller San Lucas en 1943, a El Pez y la Serpiente, fundado también por él a finales de los cincuenta. Y sobre todo, a través del magisterio ejercido por varias décadas desde La Prensa Literaria, el suplemento cultural semanal del diario La Prensa.

Al mismo tiempo, fue dentro del grupo el principal impulsor de la búsqueda de las raíces culturales, donde debía hallarse el verdadero ser nicaragüense; un impulso que lo llevó a rastrear las consejas y cuentos populares, los bailetes y representaciones de teatro callejero, los corridos y canciones anónimas, que a su vez iban a prestar ritmos y sonoridades a la nueva poesía que se forjaba.

El gran sustrato de la poesía de Pablo Antonio es lo telúrico, (el paisaje de los llanos, los montes y los árboles, la hacienda ganadera, y los campesinos que habitan ese paisaje, desde la aparición de Poemas Nicaragüenses, publicado en Chile en 1934, a la evocación de lo indígena en El Jaguar y la Luna (1959), y que tendrá su mejor culminación en sus poemas del Gran Lago de Nicaragua, contenidos en Cantos de Cifar (1971); una poesía que sin abandonar su aliento lírico, se torna narrativa y por tanto, doblemente reveladora. Otros libros de poesía suyos, importantes de mencionar, son: Canciones de Pájaro y señora (1929); Canto Temporal (1943); Doña Andreíta y otros retratos (1971); Esos rostros que asoman en la multitud (1976); y Siete árboles contra el atardecer (1980).

Alberto Ordóñez Argüello, nació en el poblado de Buenos Aires, en Rivas, y vivió casi toda su vida en el exilio en Guatemala y Costa Rica. Entre sus libros de poesía deben ser recordados Tórrido sueño (1955); y Amor en tierra y mar (1964); así como es memorable su pieza de teatro La novia de Tola. Octavio Rocha, por su parte, no dejó ningún libro, y después de los años juveniles del movimiento de Vanguardia se dedicó a actividades comerciales.

El poeta más representativo del grupo de Vanguardia, y uno de los cimeros de la literatura nacional es Joaquín Pasos. Un poeta precoz, que escribía poesía con facilidad desde niño, y que llegó a resumir, según el criterio de Manolo Cuadra, las dos tendencias fundamentales en que se debatía en el mundo la poesía de vanguardia: la claridad y el hermetismo —las dos hemisferios que constituían, a la vez., su propia naturaleza— un doble don que conservó hasta su muy temprana muerte.

Su grandeza está en el poder que tiene de convertir el lenguaje poético en un lenguaje común, o viceversa, dentro de una transparencia que se vuelve mágica; o como escribe Ernesto Cardenal, purificó en sus poemas el lenguaje de su pueblo/ en el que un día se escribirán los tratados de comercio/ la Constitución, las cartas de amor, y los decretos…Su poema Canto de guerra de las cosas, escrito en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, es uno de los grandes momentos de nuestra literatura.

Sus poesías sólo fueron recogidos muy parcialmente después de su muerte en Breve Suma (1947), un cuaderno publicado por la Editorial Nuevos Horizontes en Managua; pero la primer antología importante de su obra, seleccionada por Ernesto Cardenal, apareció en México en 1962 bajo el título Poemas de un joven. Los poemas fueron agrupados de acuerdo al plan que Joaquín había diseñado para su obra inédita: Poemas de un joven que no ha viajado nunca (que incluía sus poemas sobre países que nunca visitó, pues prácticamente no salió de Nicaragua); Poemas de un joven que no ha amado nunca (que incluía sus poesías de amor); Poemas de un joven que no sabe inglés (que incluía sus poemas en esa lengua, que aprendió sin maestro desde niño); y además, Misterio indio, sus poemas de temática indígena.

Manolo Cuadra, quien nació en Malacatoya, un poblado de las riberas del Gran Lago de Nicaragua, cercano a Granada, fue uno de los más importantes fundadores del movimiento de Vanguardia, experimentador de formas y de estilo, buscador incansable de nuevas expresiones; pero su propia historia personal, y sus ideas, habrían de apartarlo del común del grupo.

Se alistó como soldado raso en la Guardia Nacional, recién creada por las fuerzas de ocupación norteamericanas, y fue destacado a las montañas de Las Segovias en la guerra contra Sandino, una experiencia de la que surgiría su libro de cuentos Contra Sandino en la montaña (1942), del que se hablará más tarde. Debemos adelantar, sin embargo, que este libro significó para él un principio de conversión política, pues pasó a identificarse con el ideario de Sandino, con la izquierda, y con las luchas obreras, “para vivir entre los afligidos, tanto por temperamento como por aflicción”, como él mismo señala, no sin humor. Esta nueva actitud lo haría entrar en choque con sus antiguos compañeros de la Vanguardia, que lo acusaron de comisario político del recién fundado PTN (el Partido Trabajador Nicaragüense, de identidad comunista).

Su vida, y su literatura se entreveran de modo que una es espejo de la otra. Además de soldado, fue telegrafista, boxeador aficionado, peón bananero en las plantaciones de la United Fruit en Costa Rica, propietario de una pulpería, periodista y humorista; y como se ha dicho, militante de izquierda, opositor a la dictadura de Somoza por lo que fue a dar a la cárcel, al confinamiento, y al exilio. Sus poemas aparecieron reunidos poco antes de su muerte en Tres Amores (1955); y sus ensayos literarios fueron publicados en 1994 bajo el título El gruñido de un bárbaro (edición de Julio Valle Castillo).

La Postvanguardia: los tres Ernestos.

En el espacio intermedio entre la Vanguardia y la generación siguiente de Postvanguardia, es necesario colocar a Enrique Fernández Morales, (1918-1982), nacido en Granada, un artista polifacético, pues fue también pintor y dibujante, narrador y dramaturgo. Sus libros de poemas, de una textura muy íntima, son Retratos (1962) y Aunque es de noche (1977); y también a Francisco Pérez Estrada (1919-1982), autor de Chinazte (1968), poemas de temática indígena; y Juan Francisco Gutiérrez (1920-1995), nacido en Diriamba, autor de Tú, mi residencia (1952) y La libertad y el amor (1962).

Luego vendrá la generación que ha dado en llamarse la postvanguardia, o de los años cuarenta, que no tuvo ninguna expresión orgánica, ni se dio a conocer por medio de manifiestos en cuanto al papel de la literatura y el arte, como su antecesor el movimiento de Vanguardia; pero sí llevó adelante el proceso de renovación de la literatura nicaragüense, con un nuevo aliento y una nueva visión estética en la obra de tres creadores de una misma generación, los tres de una magnífica calidad: Ernesto Mejía Sánchez (1923-1985); Carlos Ernesto Martínez Rivas (1924-1998); y Ernesto Cardenal (1925). Los tres, por una coincidencia cabalística para nuestra literatura, tuvieron por nombre Ernesto.

Esta, para empezar, es una generación más cosmopolita que la anterior; formados igual que la gran mayoría de los poetas de la Vanguardia en el Colegio Centroamérica de los Jesuitas, en Granada, Martínez Rivas y Cardenal aprendieron allí fundamentos básicos de la literatura clásica a través del magisterio del Padre Angel Martínez SJ, poeta él mismo, y partieron luego en busca de horizontes diferentes, a Europa, a México, a los Estados Unidos, como habría de hacerlo Mejía Sánchez. Se trata de escritores ya modernos de nacimiento, que se entrenan en el conocimiento de su oficio desde una perspectiva renovada, y renovadora.

Ernesto Mejía Sánchez, nacido en Masaya, se trasladó muy joven a México para seguir la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma, donde también estudiaría Ernesto Cardenal. Luego obtienen su doctorado en Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid, y se incorpora como investigador al Colegio de México bajo el magisterio de don Alfonso Reyes, cuyas obras completas se encargó de preparar a la muerte de este último. Su primer aporte a la literatura nacional sería la recopilación de Romances y corridos nicaragüenses, que publica en México, fruto de sus trabajos anteriores en el Taller San Lucas al lado de Pablo Antonio Cuadra .

Mejía Sánchez ya no regresó más a Nicaragua, y se quedó en México dedicado a sus tareas académicas, que también lo llevaron por Europa y los Estados Unidos, convirtiéndose en un afamado crítico y conferencista. Es el investigador más serio y sistemático de la obra de Rubén Darío con que ha contado Nicaragua.

Su vida en México fue al de un verdadero exiliado político. Adversario decidido de la dictadura de la familia Somoza, dirigió a finales de los años cincuenta la publicación de una antología de poesía política nicaragüense, en la que los autores vivos aparecían como anónimos. Al triunfo de la revolución sandinista, fue designado embajador en Madrid, y luego en Buenos Aires. Murió en Mérida, Yucatán.

La abundancia de su obra crítica, y su vasto conocimiento erudito de la literatura americana, ha hecho que su poesía no tenga el primer plano que merece. Toda su vida pasó escribiendo las partes de un mismo libro, Recolección al mediodía, publicado por primera vez en 1972 en Nicaragua, luego en México en 1980, y finalmente en Nicaragua otra vez en 1985. Es un solo corpus, al cual fue agregando nuevos poemarios, porque su temática es como un fluir de aguas que cambian de cauce o de velocidad, o de tonalidad en sus colores; pero son las mismas aguas que dejarán, en su discurrir, uno de los poemas maestros de la literatura nicaragüense: La carne contigua.

Este libro único y definitivo suyo, incluye Ensalmos y Conjuros (1947); La carne contigua (1948); El retorno (1950); La impureza (1951); Contemplaciones europeas (1957); Vela de la espada (1951-1960); Poemas familiares (1955-1973); Disposición de viaje (1956-1972); Poemas Temporales (1952-1973); Historia natural (1968-1975); Estelas/Homenajes (1947-1979); y Poemas dialectales (1977-1980). Mejía Sánchez creó un género nuevo, el del prosema, textos breves de sustancia lírica, pero de ánimo narrativo, escritos en prosa.

Carlos Martínez Rivas nació en Guatemala y murió en Managua. Igual que Rubén Darío y Joaquín Pasos, fue un poeta precoz, un “poeta niño”, desde sus años escolares en el Colegio Centroamérica, y desde entonces, también, un lector de memoria y energía inagotables. Ya a los dieciocho años había escrito un poema adolescente que aún deslumbra por su novedad y su frescura, El paraíso recobrado (1944), en contrapunto al Paraíso Perdido de Milton, que cita como epígrafe.

A finales de los años cuarenta vivió en Madrid y en París, años intensos y novedosos de la postguerra donde conoció a Octavio Paz, a Julio Cortázar, al pintor peruano Fernando de Szyslo, y a la escritora Blanca Varela, peruana también. Fueron años de bohemia, pero también de devoto aprendizaje cultural, como lo demuestran sus lúcidos y penetrantes trabajos críticos sobre pintura, fruto de sus constantes visitas a los museos. A su regreso a Nicaragua, el suicidio de su madre habría de producir una marca indeleble en su vida, y en su obra.

Su libro capital, La Insurrección Solitaria, apareció en México en 1953, una edición de reducido tiraje y prácticamente clandestina, la mayoría de cuyos ejemplares se echaron a perder al quedar guardados en una casa hacienda cercana a Managua, cuando Carlos partió para Los Ángeles, California, donde habría de residir por varios años, trabajando como oficinista de una agencia aduanera. La insurrección solitaria tuvo luego otras ediciones en Costa Rica, Nicaragua y México, pero nunca difusión masiva; y, sin embargo, es el libro que más influencia ha tenido entre los poetas de cada nueva generación de escritores en Nicaragua.

Al dejar Los Ángeles a comienzos de los años sesenta, obtuvo un cargo diplomático en Madrid, y de allí se trasladó a San José, Costa Rica, llamado por el Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA), donde trabajó por varios años, hasta su regreso a Nicaragua en 1977. Epítome de la imagen del poeta maldito —y él mismo solía verse en el espejo de Baudelaire— la rebeldía de su poesía en contra del espíritu burgués, que es la esencia de La insurrección solitaria, lo llevó también a su vida, rebelde ante la sociedad y aún consigo mismo.

Al mundo de las conveniencias, de la mediocridad, de la rutina adocenada, de los matrimonios concertados, Ten cuidado de los casados que se retiran temprano./ Témeles… opuso siempre su propio mundo contaminado, el difuso/terco mundillo del amanecer/la pululante línea de la imperfección y el anonimato… que es su divisa de autenticidad, volcar el matrimonio/¡hacerlo saltar en astillas! De esta pasión rebelde surge una voz muy imitada, pero irrepetible, un andamiaje construido en base a las precisiones sin concesiones del lenguaje, que resultan en imágenes incomparables en su belleza sugestiva.

Octavio Paz escribió sobre él: “A diferencia de otros rebeldes, Martínez Rivas no quiere ser dios, ángel o demonio; si pelea, es por alcanzar su cabal estatura de hombre entre los hombres. Su rebelión es contra lo inhumano. La rebelión solitaria es legítima defensa, pues ahí, enfrente, actual y abstracta como la policía, la propaganda o el dinero, se alza La ola de la Tontería, la ola/ tumultuosa de los tontos, la ola/ atestada y vacía…/

En sus años de Los Ángeles escribió los poemas, Infierno de Cielo y Dos murales U.S.A., que junto con cuadernos posteriores, entre ellos Carmina Figurata y Calcoholmanías, y otros muchos poemas dispersos en revistas y periódicos, o aún inéditos, representan una continuidad de La insurrección solitaria. Precisamente, con la colección Infierno de Cielo y antes y después, que incluye parte de los poemas mencionados, ganó en Nicaragua en 1984 el Premio Latinoamericano de Poesía Rubén Darío, publicada de manera póstuma en 1999.

Pero, igual que en el caso de Mejía Sánchez, todos forman parte de un mismo y único libro, La insurrección solitaria, como él siempre quiso; aunque nunca se atrevió a completarlo, aterrado frente al espectro de la imperfección, que lo llevó a corregir sus textos sin descanso, y mandarlos a publicar en facsímil, cuando accedía a ello, para evitar los errores de imprenta. Consciente de su propio genio y, al mismo tiempo, rebelde consigo mismo, vivió y padeció su propia insurrección solitaria. Sometido a un lento pero sistemático proceso de autodestrucción a través del alcoholismo, su producción literaria fue cada vez más escasa, aunque nunca dejó de tener la calidad sostenida que es marca de toda su obra.

Ernesto Cardenal, de familia granadina, y emparentado con los capitanes del movimiento de Vanguardia, representa mejor que ninguno otro de su generación el vínculo con los poetas de la anterior, y sobre todo con el magisterio de José Coronel Urtecho. Estudio la carrera de Filosofía y Letras en México, y luego siguió sus estudios en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Su Antología de la poesía nicaragüense, publicada en Madrid en 1947, pudo revelar lo que hasta entonces era el fenómeno permanentemente creativo de nuestra poesía desde Darío.

Participó de manera indirecta en la rebelión de abril de 1954, en contra de la dictadura de Somoza, en la cual estaban comprometidos varios de sus amigos de juventud, y de esa experiencia resultó Hora Cero, uno de sus mejores poemas publicado en 1960 en México, y que por su carácter descriptivo, prestando hechos a la realidad para trasponerlos al territorio de la lírica, abre paso a la corriente exteriorista. Esta corriente caracterizará en adelante la obra de Cardenal, y se consolidará como uno de los dos ejes de influencia en la poesía nicaragüense; el otro eje será la corriente intimista, o interiorista de Martínez Rivas.

En 1957 Cardenal se decidió por la vocación del sacerdocio e ingresó en el monasterio de Nuestra Señora de Getsemaní, en Kentucky, Estados Unidos, donde desarrolló una estrecha e instructiva amistad con Thomas Merton, su maestro de noviciado. Pasó de allí al monasterio de padres Benedictinos en Cuernavaca, y terminó sus estudios sacerdotales en La Ceja, Colombia, para ordenarse por fin en Managua.

A mediados de los años sesenta fundó su célebre comunidad campesina en el archipiélago de Solentiname, en el Gran Lago de Nicaragua. En 1977, los jóvenes de la comunidad se integraron a la guerrilla del FSLN que atacó el cuartel de San Carlos, en la desembocadura del Gran Lago en el río San Juan, ya cuando Cardenal estaba comprometido con la causa revolucionaria. La comunidad fue asolada por la Guardia Nacional, y él pasó a vivir en el exilio en Costa Rica hasta el triunfo de la revolución, cuando fue designado Ministro de Cultura.

La obra de Cardenal se caracteriza por su rica diversidad, de modo que cada libro de poesía suyo significó, desde el principio, no sólo un reto distinto, sino una temática distinta, tocando temas vinculados a la sensibilidad de cada momento; pero en todas esas etapas estará presente esa característica ya dicha del exteriorismo, bautizado así por Coronel Urtecho, y que el propio Cardenal define así: “El exteriorismo es la poesía creada con las imágenes del mundo exterior, el mundo que vemos y palpamos, y que es, por lo general, el mundo específico de la poesía. El exteriorismo es la poesía objetiva, narrativa y anecdótica, hecha con los elementos de la vida real y con cosas concretas, con nombres propios y detalles precisos, datos exactos y cifras y hechos y dichos. En fin, es la poesía impura”.

Después de Hora Cero, ya citado, Cardenal habría de publicar Epigramas (1961), escritos al estilo de Cátulo y Marcial, los dos grandes poetas latinos, maestros de la esgrima verbal, a los cuales también tradujo; estos epigramas, sobre temas políticos, y sobre todo de amor, han continuado siendo sumamente populares entre sucesivas generaciones de jóvenes, que los recitan de memoria.

Luego vendría Salmos (1964), que le dio gran renombre al ser traducido a todos los idiomas europeos, una invocación contra todos los males del capitalismo y el totalitarismo, las guerras y la deshumanización, escrito con los acentos de los profetas del antiguo testamento; y ese mismo año Gethsemani Ky, sus poemas del monasterio trapense. En 1965 aparece su muy conocido Oración por Marylin Monroe, y en 1967 El estrecho dudoso, un largo poema escrito en base a las crónicas de la conquista española.

En 1969 se publica Homenaje a los indios americanos; en 1972, Canto Nacional, una hermosa entonación en alabanza de Nicaragua, que es, al mismo tiempo, un compendio de flora, fauna, paisajes, y que habla también de la injusticia y de la lucha por una sociedad distinta, escrito en homenaje al FSLN, entonces formado por guerrilleros clandestinos; y en 1973 Oráculo sobre Managua, tras la destrucción de la capital por el terremoto del año anterior.

Su poesía de los años de la revolución sandinista está contenida en Vuelos de victoria (1985), y más tarde habrá de publicar Los ovnis de oro (1988), de nuevo sobre temas indígenas. Cántico Cósmico (1989) representa ya una nueva etapa de su poesía, mucho más ambiciosa, donde explora, utilizando los parámetros de la física cuántica, la existencia del ser en función del universo, y entre tanto el amor, y la muerte; un tema que será completado en Telescopio en la noche oscura (1993).

Su obra en prosa incluye Vida en el amor (1966); En Cuba (1972); El Evangelio de Solentiname (1985); y sus memorias que han comenzado a publicarse en 1998 bajo el título de Vida perdida.

Los años cincuenta.

Lea generación de poetas de la siguiente década incluye principalmente a Guillermo Rothschuh Tablada (1926), Fernando Silva (1927), Raúl Elvir (1927-1998), Ernesto Gutiérrez (1929-1988), y Mario Cajina-Vega (1929-1995); y un poco más tarde a Octavio Robleto (1935), Horacio Peña (1936) y David McField (1936).

Fernando Silva nació en Granada. Médico de profesión, sus poemas juveniles están contenidos en su libro fundamental Barro en la sangre (1952), donde la tradición vernácula ensayada por el movimiento de Vanguardia florece con gracia por última vez; y es autor de otro libro de poemas de la misma línea titulado Agua arriba (1968). Pero su obra literaria está expresada con mayor ventaja en sus cuentos, como veremos adelante. Es el caso también de Mario Cajina-Vega, nacido en Masaya y educado en Estados Unidos, Inglaterra y España, quien se distinguió más como narrador; periodista, ensayista, y editor de vocación, escribió un solo libro de poemas, Tribu (1961).

Guillermo Rothschuh Tablada, nació en Juigalpa, cabecera del departamento de Chontales. Educador, fue clave en la forja de una generación de jóvenes nicaragüenses, varios de ellos escritores, y otros dirigentes políticos, que surgieron de las aulas del Instituto Nacional Central Ramírez Goyena, que él dirigió. Sus poemas, que son también telúricos, y que exaltan la tierra chontaleña, tierra ganadera, están contenidos en Poemas chontaleños (1960); otros libros de poemas suyo son Cita con un árbol (1965) y Veinte elegías al cedro (1973).

Raúl Elvir nació en Comayagüela, Honduras, pero llegó a Nicaragua en el año de 1939, y vivió desde entonces entre nosotros. Ingeniero civil de profesión, su poesía está basada en una observación meticulosa de la naturaleza, a la que describe con amoroso empeño. Esta aproximación panteísta del paisaje nicaragüense, le dio un conocimiento muy especial, absolutamente familiar, de nuestra fauna, principalmente los árboles, y los pájaros, sobre los que escribió un libro aún inédito. Sus más importantes libros de poesía son La rama y el cielo (1960) y Círculo de fuego (1971), que volvió a editarse en 1999, tras su muerte acaecida en Managua, aumentado con sus poemas inéditos.

Ernesto Gutiérrez nació en Granada. Ingeniero también de profesión, se especializó en Hidrología. Además, fue profesor universitario, director de la Editorial Universitaria en la Universidad de León, y al triunfo de la revolución embajador en Brasil y ante la UNESCO.

Su primer libro es Yo conocía algo hace tiempo (1953), y luego aparecieron Años bajo el sol (1963), Terrestre y celeste (1969), Poemas políticos (1971), y Temas de la Hélade (1973). Su poesía marca una visión gozosa y a la vez desgarrada de la existencia, entre la alegría de vivir y el espanto ante la muerte. Una antología suya, bajo el título En mí y no estando, seleccionada por Carlos Martínez Rivas y Sergio Ramírez, con prólogo de este último, fue publicada en Costa Rica en 1974, y de manera ampliada en Nicaragua en 1983. Murió en Managua, tras una enfermedad muy prolongada.

Octavio Robleto, nacido en Juigalpa, ha ligado siempre su poesía al sentimiento más puro hacia la naturaleza, una lírica bucólica que va a dar siempre a las cosas sencillas del campo. Sus libros de poesía más destacados son Vacaciones del estudiante (1964); Enigma y Esfinge (1965); El día y sus laberintos (1976); y Laberinto de vigilias (1999), que incluye las breves prosas Noches de Oluma.

Horacio Peña nació en Managua. Por largo tiempo fuera de Nicaragua, publicó su primer libro de poemas en 1961, La espiga en el desierto; en 1967 ganó el Premio Internacional de poesía del centenario de Darío, con su libro Ars Moriendi, y publicó en 1970 La soledad y el desierto. Su poesía, que tiene generalmente un tono elegíaco, abre interrogantes sobre la soledad, la enajenación del individuo, y la muerte, tal como puede apreciarse en los títulos de sus libros. Por su parte, David McField, nacido en Bluefields, exalta la negritud buscando en su poesía de acentos sociales, los ritmos del caribe; su libro mas conocido es Poemas para el año del elefante (1970).

El Frente Ventana y la Generación Traicionada.

A comienzos de la década de los sesenta aparecieron en el país dos grupos literarios antagónicos en cuanto a sus posiciones sobre el papel de la literatura y el arte en la sociedad: el Frente Ventana, surgido en las aulas universitarias en León, y encabezado por Fernando Gordillo (1940-1967) y Sergio Ramírez (1942); y la Generación Traicionada, formada en su mayoría por jóvenes recién salidos del Instituto Ramírez Goyena de Managua, y encabezada por Roberto Cuadra (1940), quien muy pronto habría de desaparecer de la escena literaria; Edwin Yllescas (1941), Iván Uriarte (1942), y Beltrán Morales (1944-1986), quien pasó luego al Frente Ventana.

Los miembros del Frente Ventana pertenecían a su vez a la llamada Generación de la Autonomía, toda una pléyade de muchachos que bajo el liderazgo del Rector de la Universidad Nacional, el doctor Mariano Fiallos Gil, humanista y escritor, participaron en la conquista y consolidación de la autonomía universitaria, un gran hito cultural para el país. Esta generación, bautizada con sangre en la masacre estudiantil del 23 de julio de 1959, habría de desembocar tanto en la política como en la literatura, bajo un reclamo revolucionario que daría como fruto la creación del FSLN en 1963.

Eran los años en que crecía en Nicaragua un gran fermento de rebeldía, marcados por el triunfo de la revolución cubana, la lucha de los movimientos de liberación nacional en África y Asia, y los primeros movimientos guerrilleros en Nicaragua; y, además, por el cierre de los espacios democráticos y la falsificación de las elecciones, impuestos por la dictadura.

En este contexto, el Frente Ventana centraba sus posiciones en el reclamo por una literatura de raíces nacionales, que al tiempo de buscar la excelencia literaria, estuviera comprometida con las luchas sociales y con el cambio profundo de las estructuras injustas. Estas posiciones estaban contenidas en los antimanifiestos y antieditoriales publicados en las páginas de la revista experimental Ventana, que dirigida por Gordillo y Ramírez se publicó entre 1960 y 1964.

La Generación Traicionada, bajo la influencia de la beat generation de Estados Unidos (Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti, Jack Kerouack), lo que proclamaba era el rechazo a la civilización de consumo que creaba soledad y frustración en las grandes ciudades, las selvas de cemento, como en el célebre poema Howl (Aullido) de Ginsberg.

La polémica entre los dos grupos se desarrolló en las páginas de Ventana, que acogía en sus páginas los manifiestos y colaboraciones literarias de los miembros de la Generación Traicionada; e igualmente en las páginas de La Prensa Literaria. En una segunda breve etapa, la revista Ventana fue dirigida por Beltrán Morales y Michéle Najlis.

En octubre de 1961, el Frente Ventana organizó en León la Primera mesa redonda de poetas jóvenes de Nicaragua, donde además de los dos grupos en pugna participaron otros, como el Grupo U de Boaco, que encabezaban Flavio Tijerino y Armando Incer, así como escritores que no pertenecían a ningún bando; y si en algo coincidían todos, era en el rechazo de la mala literatura, en busca de nuevos caminos de originalidad y renovación.

Fernando Gordillo, nacido en Managua, fue atacado por una extraña enfermedad, miastenia gravis, y murió muy joven, también en Managua. A pesar de esa desgraciada circunstancia tuvo una vida intelectual intensa, marcada por la honestidad a toda prueba y por el desafío intelectual; poeta, ensayista, crítico literario y narrador, fue también activista político infatigable, aún desde la silla de ruedas a que se vio condenado, y se convirtió en el ideólogo más notable de su generación. Todos sus escritos, tanto en verso como en prosa, fueron reunidos por Sergio Ramírez en Obra, publicado en Managua en 1989, y en ellos se refleja el compromiso que animó toda su vida.

Sergio Ramírez nació en Masatepe. Se graduó de abogado y pasó luego a trabajar en Costa Rica para el Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA), del que fue Secretario General durante dos períodos. Vivió en Alemania, con una beca de escritor y luego, incorporado a la lucha revolucionaria, encabezó el Grupo de los Doce. Formó parte de la Junta de Gobierno que sustituyó a Somoza en 1979, y luego fue Vicepresidente. Su obra literaria se consolidó en el género narrativo, como novelista y cuentista, además de ensayista.

Edwin Yllescas, nacido en Estelí, se graduó de abogado. Su poesía de toda una vida no se publicó sino en 1996, por decisión propia, bajo el título Algún lugar en la memoria. El libro está compuesto por ocho libretas de versos, en los que según sus propias palabras “habla con la precisa e inexacta locura del asombro. Con alegría, pero también con tristeza y desolación”; una poesía provocadora que es consecuencia de una búsqueda existencial, y también de estilos emergentes.

Iván Uriarte, nacido en Jinotega, se graduó en la Universidad de Pittsburgh. Su primer cuaderno de poesía fue 7 poemas atlánticos (1968), memoria de un viaje por el río Escondido, que tiene una dimensión de encanto telúrico; y ha publicado también Éste que habla (1969), Los bordes profundos (1999), y Pleno día (1999), en los que busca la creación de atmósferas que son a la vez íntimas, llenas de sugerencias, y la afirmación de un universo verbal muy propio.

Beltrán Morales, nacido en Managua, fue el más joven de los escritores de la época del Frente Ventana y la Generación Traicionada, y su poesía representó el mejor de los testimonios críticos de su generación, una poesía ácida y descarnada, contestaria hasta el fondo, pero nutrida de un brillante lirismo: “cada molécula de su organismo era poeta como en Joaquín Pasos”, señalaría Carlos Martínez Rivas. Un enfant terrible que fue capaz de ejercer influencia entre otros poetas de las siguientes generaciones, a pesar de su temprana muerte, acaecida en Managua.

Entre sus libros de poesía figuran Algún sol (1969), Agua Regia (1972), y Juicio final andante (1976); su Poesía completa fue publicada por la Editorial Nueva Nicaragua (ENN) en 1989. El afán purificador que lo poseyó siempre, lo llevó también a la crítica literaria, que ejerció sin concesiones, y que quedó recogida en dos libros: Sin páginas amarillas (1975) y Malas notas (1989).

A la generación de los años sesenta, una de las más ricas y variadas en la historia literaria del país, pertenecen también Napoleón Fuentes (1941), Luis Rocha (1942), Francisco Valle (1942), Alvaro Gutiérrez (1943), Carlos Perezalonso (1943), Fanor Téllez (1944), y Julio Cabrales (1944); así como Francisco de Asís Fernández (1945) y Jorge Eduardo Arellano (1946), que encabezaron en Granada el grupo Los Bandoleros. Es también la década en que habría de surgir toda una pléyade de mujeres escritoras, principalmente poetas, de las que se hablará por aparte.

Napoleón Fuentes, nacido en Diriamba, dirigió la revista Taller, editada en la Universidad Nacional, en León, a partir de 1967, y que de alguna manera fue sucesora de Ventana. De entre sus libros de poemas hay que mencionar El techo iluminado (1975) y Esta palabra que quema (1982), este último una antología de su obra poética.

Luis Rocha, nacido en Granada, estuvo vinculado a los movimientos de rebeldía literaria y política desde su adolescencia, y desarrolló casi desde entonces una sólida actividad cultural, primero desde La Prensa Literaria y la revista El Pez y la Serpiente al lado de Pablo Antonio Cuadra; y más tarde como director de El Nuevo Amanecer Cultural, el suplemento literario de El Nuevo Diario. Su primer libro de poemas Domus Aurea (1969), es una celebración del amor doméstico, como comunión. Sus otros libros son Poemas (1970), Ejercicios de composición (1974) y Phocas, versiones e interpretaciones (1983), Premio Latinoamericano de Poesía Rubén Darío; y La vida consciente (1996) que es una antología de toda su poesía y prosa.

Francisco Valle, nacido en León, es uno de los poetas más singulares de nuestra literatura, y un cultor del surrealismo en busca de nuevos cauces; lo que podríamos llamar una voz solitaria. Su primer libro de poemas, Casi al amanecer apareció en 1964, y ha publicado también Laberinto de espadas (prosemas, 1974, 1996), La puerta secreta (1979), Luna entre ramas (1980) y Sonata para la soledad (1981).

Alvaro Gutiérrez, nacido en Diriamba, y dibujante también, ensaya en Asociación para delinquir –varia invención- (1997) una atractiva mixtura de poesía y prosa. Fanor Téllez, nacido en Masaya, poeta, crítico y ensayista, es otra voz solitaria, y su poesía amatoria alcanza esferas de nítida belleza . Ha publicado La vida hurtada (1973), Los bienes del peregrino (1974), El sitial de la vigilia (1975), El don afluente (1977), Edad diversa (1993), Boca del vino (1998) y Oficio de amarte (1999). Carlos Perezalonso, nacido en León, ha publicado El otro rostro (1971), Vida, el sol (1976), y Cegua de la noche (1990); su poesía sabe entrar en las honduras de la nostalgia.

Julio Cabrales, nacido en Managua, hijo del poeta Luis Alberto Cabrales, es uno de los escritores con mayor genio poético de su generación, pero quedó atrapado desde muy joven por la enajenación mental, igual que Alfonso Cortés. Su obra, sin embargo, es muy intensa y luminosa, aunque breve, y está contenida en el libro Omnibus publicado en 1975.

Francisco de Asís Fernández, nacido en Granada, ha mantenido una constante exploración en su vida de poeta, desde los años de su adolescencia, en temas que van de la celebración del amor, a la política. Sus principales libros son Pasión de la memoria (1986), que incluye sus libros anteriores; Friso (1996), y Árbol de la vida (1998). Por su parte Jorge Eduardo Arellano, nacido también en Granada, es un notable polígrafo: investigador histórico, antólogo, crítico de arte y literatura; poeta, y narrador. Ha publicado un libro de poesía, La estrella perdida (1969); y en el campo narrativo Historias nicaragüenses (1974) y Timbucos y Calandracas (1982).

Las mujeres toman el relevo.

La aparición de las voces femeninas en la poesía nicaragüense tiene el carácter de un verdadero relevo, porque su presencia nutrida, y la calidad de las escritoras, vienen a marcar un nuevo rumbo para nuestra literatura, y a darle una nueva fortaleza.

Los antecedentes más notables de la poesía femenina nicaragüense se encuentran en Piedad Medrano Matus (1914), que tomó los hábitos religiosos de la orden de La Asunción bajo el nombre de Madre Rosa Inés, autora de un solo libro de poesía mística, El amor que me cautiva (1998); en María Teresa Sánchez (1918-1994), animadora del Círculo Nuevos Horizontes en los años cuarenta, y autora de varios poemarios entre los que destacan Sombras (1939) y Poemas de la tarde (1963); y también en Mariana Sansón Argüello (1918), que escribe una poesía de carácter íntimo y subjetivo, mejor resumida en su libro Las horas y sus voces (1986).

Mención aparte merece Claribel Alegría (1924), que aunque enlistada entre los escritores salvadoreños, por haber emigrado muy niña a ese país, nació en Estelí y vive de nuevo en Nicaragua. Dueña de una hermosa y sensible voz poética, que explora siempre nuevos caminos, ha publicado, entre otros libros de poesía, Anillo de silencio (1948), Huésped de mi tiempo (1961), Sobrevivo (1978), Suma y sigue (1981), y Luisa en el país de la realidad (1986).

Pero el panorama literario nicaragüense había sido dominado por los autores masculinos, hasta que a partir de los años sesenta irrumpe una pléyade de mujeres que habrá de marcar las décadas siguientes. Entre ellas destacan Vidaluz Meneses (1944), Ana Ilce Gómez (1945), Gloria Gabuardi (1945), Michéle Najlis (1946), Gioconda Belli (1948), Daisy Zamora (1950), Rosario Murillo (1951), y Yolanda Blanco (1954); todas ellas adquieren un compromiso en la lucha contra la dictadura somocista, y su obra plantea una doble liberación, la de la mujer, y la del país.

Vidaluz Meneses, nacida en Matagalpa, despunta en 1975 con Llama Guardada, que es una celebración de la intimidad de la mujer, y a la vez un reclamo de participación en la vida cotidiana y sus desafíos, no sólo la vida doméstica. Otro de sus libros, Llama en el aire, es una antología de sus poemas escritos entre 1974 y 1990.

Ana Ilce Gómez, nacida en Masaya, explora la palabra misma, buscando hacer de la poesía una verdadera fiesta verbal, con rigor de orfebre; y preservando a la vez la lucidez del misterio. Su único libro es Las ceremonias del silencio (1975). Y Gloria Gabuardi, nacida en Managua, busca un nuevo nivel de la poesía amatoria, que se vuelve combativo en Defensa del amor (1986).

Michéle Najlis, nacida también en Managua, hija de inmigrantes franceses, apareció en el panorama de las letras cuando aún estudiaba en el Colegio La Asunción, y estuvo muy cercana desde el principio al Frente Ventana. Su primer libro El viento armado (1969) contiene sus poemas de esos primeros años de hallazgos, que obtienen continuidad en Augurios (1980), Ars combinatoria (1989), Caminos de la Estrella Polar (1990), y Cantos de Efigenia (1991).

La aparición en 1973 de Sobre la grama de Gioconda Belli, nacida en Managua, significó un vuelco no sólo para la poesía femenina, sino para toda nuestra literatura. En este libro la mujer hablaba por sí misma, desde su propia sensibilidad y sensualidad, consagrando el sexo como una categoría pura, de goce de los sentidos y plenitud espiritual. A este libro siguieron Línea de fuego (1978), donde incorpora los temas de la lucha política, que ganó el Premio Casa de las Américas en Cuba; Amor insurrecto, y De la costilla de Eva (1987); El ojo de la mujer (1991) y Apogeo (1997), sus poemas de la madurez.

En una línea novedosa se presenta también Daisy Zamora, nacida en Managua. En su voz la mujer desafía a través de su sensibilidad los convencionalismos, y ofrece sus poemas como un don de rebeldía y de aciertos verbales, comunicando una aura diferente a sus experiencias de la vida cotidiana. Sus libros más importante son La violenta espuma (1981), En limpio se escribe la vida (1988), y A cada quien la vida (1994).

Rosario Murillo, nacida también en Managua, fue promotora del Grupo Gradas en los años de la lucha contra la dictadura de Somoza. Entre sus libros de poesía, donde la rebeldía del amor se junta a la rebeldía en el combate, figuran Gualtayán (1975), Sube a nacer conmigo (1977), Un deber de cantar (1981), y En las espléndidas ciudades (1985). Y finalmente Yolanda Blanco, nacida en León, quien recupera en la sustancia de su escritura la dimensión telúrica, y es autora, principalmente, de Así cuando la lluvia (1974), Cerámica Sol (1977), Penqueo en Nicaragua (1981), y Aposentos (1984).

Voces siempre nuevas.

No hay duda de que para los poetas de las nuevas generaciones quedan patentes las dos influencias fundamentales de que se ha hablado antes: la del exteriorismo de Ernesto Cardenal, y la de rebeldía intimista, el interiorismo de Carlos Martínez Rivas; son dos marcas insoslayables.

Leonel Rugama (1949), nacido en Estelí, aparece en tiempos de compromiso, y cuando la literatura comenzaba a ocupar un lugar inseparable en la lucha por una nuevo orden social en Nicaragua. Pero Rugama, quien murió en combate desigual a la edad de 21 años, enfrentando a tropas de la Guardia Nacional en un barrio del oriente de Managua en 1970, no sobrevivió para las letras por su acción heroica, sino porque logró plasmar en sus poemas un nuevo lenguaje, muy intenso, y sin más adornos que los de la realidad misma. Sus poemas, que no llegaron a ser muy numerosos, fueron recogidos por primera vez en una edición especial de la revista Taller (1970), y luego en el libro La tierra es un satélite de la luna (1983).

A esta misma generación pertenece Erick Blandón (1951), nacido en Matagalpa; dueño del don de la ironía, sus creaciones se deslizan con gracia de la poesía a la prosa, como en Aladrarivo (1975) y Juegos prohibidos (1982). Alvaro Urtecho (1951), nacido en Rivas, quien es además crítico literario, muestra el don de enlazar la nostalgia de los recuerdos a una escritura lírica, de inventarios precisos, y evocadora por sus retablos verbales. Es autor de Cantata estupefacta (1986), Cuadernos de la provincia y Esplendor de Caín (1994).

Julio Valle Castillo (1952), nacido en Masaya, se formó en México bajo el magisterio de Ernesto Mejía Sánchez. Es el intelectual polifacético por excelencia: poeta, ensayista, crítico de arte y literatura, antólogo e historiador de nuestra literatura, y, además, novelista, todos sus oficios los ejerce con rigor. Su poesía responde al exteriorismo, pero saber dar un paso adelante para renovarlo, y hacerlo más vital. Desde Materia Jubilosa (1986) su itinerario traza una curva ascendente hasta Con sus pasos cantados, que reúne su poesía de 1968 a 1986.

Reafirmando esta tendencia de renovación permanente, aparecen Anastasio Lovo (1952), nacido en Estelí, autor de Sonatas del poder (1990); Juan Carlos Vílchez (1952), nacido también en Estelí, médico, autor de Viaje y círculo (1992) y Versiones del Fénix (1999); Alejandro Bravo (1953), nacido en Granada, autor de Tambor con luna (1981); Gustavo Adolfo Páez (1954), nacido en Jinotepe, además actor y director de teatro, autor de El límite del tiempo (1997); Manuel Martínez (1955), nacido en Managua, autor de Tiempos, lugares y sueños (1986), y Engranajes del tiempo (1996); Fernando Antonio Silva (1957), nacido en Managua, director de Taller en su última época, y autor del libro de poesía Los ojos cristalinos en el espejo (1982) y El tiempo cosechado (1995) que reúne sus poemas escritos entre 1975 y 1995.

Ernesto Castillo Salaverry (1957-1978), nacido en Managua, murió combatiendo muy joven contra la Guardia Nacional en las calles de León, y en 1981 se publicó su Antología póstuma. Su poesía es como un diario de combate, tejido por el amor y la nostalgia.

Erick Aguirre (1961), nacido en Managua, periodista, narrador y crítico literario, su poesía se convierte en una crónica de la vida contemporánea, y de los encantos y desencantos de la generación de jóvenes que vivió la revolución sandinista. Sus libros son Pasado meridiano (1995), y Conversación con las sombras (1999).

Entre las últimas escritoras, que por la diversidad e intensidad de sus voces se suman a las anteriores, deben ser mencionadas Karla Sánchez (1958), nacida en León, autora de El árbol que crece en el centro de la sala (1996) y A la luz más cierta (1998); Marianela Corriols (1965), nacida en Estelí, autora de Conversaciones elementales (1985); Blanca Castellón (1968), nacida en Managua, autora de Flotaciones (1998); y Carola Brantome (1961), nacida en San Rafael del Sur, autora de Más serio que un semáforo (1995) y Marea convocada (1999), una poesía en la que se aventura a encontrar correspondencias ocultas en las palabras; y Marta Leonor González, nacida en Managua, autora de Huérfana embravecida (1999).

LA NARRATIVA

Otra vez Darío.

Si Rubén Darío, padre y maestro mágico, como él mismo diría de Verlaine en su magistral Responso, representó un hito para la poesía, no menos importante fue su marca revolucionaria en la prosa, como cuentista, y como cronista de prensa. Pero en lo que se refiere a Nicaragua, no engendró un fenómeno de desarrollo constante en la narrativa nacional, tal como logró hacerlo la poesía.

Sus Cuentos Completos, editados en México en 1950, y luego en 1986, por Ernesto Mejía Sánchez y Raymundo Lida, muestran una progresión desde el modernismo propiamente dicho, con sus claros acentos afrancesados, pasando por el realismo naturalista, hasta lo propiamente moderno, lo que es ya aventura y experimentación transformadora en la prosa. Y tampoco hay que olvidar sus cuentos en verso, que tanta fama popular la dieron: La Cabeza del Rawí, El negro Alí, La Sonatina, Los motivos del lobo, etc.

Y en sus crónicas periodísticas, muchas de ellas narrativas, palpita el espíritu de la época que le tocó vivir, que fue de avances y descubrimientos, la de fundación de toda una civilización emergente en la vuelta del siglo, cuando se fundó también todo el arte contemporáneo. El telégrafo inalámbrico, el cable submarino, las rotativas, son instrumentos de esa civilización que imprimen a la prosa dariana una nueva velocidad, y un nuevo acento, imbuido de lo moderno, igual que en sus cuentos, y en su poesía, como queda patente en su estupenda Epístola a Juana Lugones, que es una síntesis de novedad, narrativa también, en la expresión literaria.

Darío intentó en 1886, junto con el chileno Eduardo Poirier, una primera novela, Emelina, escrita para un concurso; y luego otras tres que nunca terminó: El hombre de oro (1897), durante sus años argentinos; La isla de oro (19O6) iniciada en Mallorca; y Oro de Mallorca (1913), de la que consiguió unos cuantos capítulos, y que vale más bien por lo que tiene de confesión autobiográfica.

Un oficio casi ausente.

El antecedente más lejano de nuestra narrativa es Amor y constancia (1878), una novela muy breve del historiador José Dolores Gámez (1851-1918), nacido en Rivas; cargada de datos históricos, no logra alzar vuelo como obra de imaginación. Gustavo Guzmán (s/d), nacido en Granada, escribió las novelas El Viajero (1887) Margarita Roccamare (1892), En París (1893) y En Italia (1897), composiciones librescas, de ambientes europeos, como era de uso entonces; y Carlos J. Valdés (s/d), nacido en Masaya, publicó la novela de costumbres Lucila (1887).

Al entrar el siglo XX, lo que encontramos es un arrastre anacrónico de temas característicos del siglo anterior: los cuadros de costumbres, como en la novelita La última calaverada (1913) o Cuentos de tío Doña (1913), de Anselmo Fletes Bolaños (1878-1930), nacido en Granada. O las Leyendas Coloniales (1951) de Gustavo Adolfo Prado (1881-1939), nacido en León, escritas al estilo del peruano don Ricardo Palma, publicadas en periódicos a partir de 1918. En 1927 aparece Entre dos filos, novela también costumbrista de Pedro Joaquín Chamorro Zelaya (1880–1952), abogado y periodista nacido en Granada, quien escribió también El último filibustero (1933), una novela histórica sobre William Walker.

El tema de la guerra de Sandino será abordado por Salomón de la Selva en una novela publicada de manera póstuma, La guerra de Sandino o pueblo desnudo (1985), escrita en México en 1935; y siempre dentro de la línea de la novela histórica escribió en 1942 otra novela, La Dionisiada (1975), sobre el tema de la revolución liberal del fines del siglo XIX, y que igualmente fue publicada en Nicaragua después de su muerte. Estas novelas no alcanzan, sin embargo, la calidad de su poesía.

Un caso singular es el de Carlos A. Bravo (1882-1975), nacido en san Miguelito, junto al Gran Lago de Nicaragua. Lejos de todo anacronismo, estableció su propia modernidad en base a la excelencia de su prosa narrativa, la que supo utilizar a fondo para describir el paisaje y sus sensaciones, paisajes a la vez telúricos y humanos. Sus escritos fueron reunidos en Nicaragua, teatro de lo grandioso (1993).

El tema de la intervención norteamericana en Nicaragua será tratado en la novela Sangre en el trópico (1930) del periodista de oficio Hernán Robleto (1882-1968), quien nació en Camoapa y vivió casi toda su vida en México; también escribió, entre otras, las novelas Los estrangulados (1933), de igual acento antiimperialista; e Y se hizo la luz (1966), ya al final de su vida; y los libros de cuentos La mascota de Pancho Villa (1935), y Cuentos de perros (1943); así como el drama Miércoles de Ceniza .

Emilio Quintana (1908-1971), nacido en Managua, pasó del banco de zapatería a la mesa de redacción de los periódicos. Entra en el tema ya entonces en boga de la literatura bananera con Bananos (1942), un libro de cruda experiencia personal, pues el autor, fue, además, peón de las plantaciones de la United Fruit en Costa Rica. Escribió también las novela Agustín Rivera (1951), a la que llamó “esbozo para una novela del futuro”; y los libros de cuentos El cielo no es azul (1957); Diez bellos cuentos (1959), y Viejos y nuevos cuentos (1964).

Las guerras civiles entre liberales y conservadores serán el objeto de Sangre Santa (1940) de Adolfo Calero Orozco (1899-1980), nacido en Managua. Se trata de una novela de acentos costumbristas, como lo son también su segunda novela, Eramos cuatro (1977), y Cuentos Pinoleros (1944), Cuentos Nicaragüenses (1957) y Cuentos de aquí no más (1964). En todos ellos, con lenguaje amable, logra comunicarnos el mundo rural y provinciano.

José Román (1908-1993) también describe en su novela Cosmapa (1944) el universo bananero, pero desde la perspectiva del patrón culto y refinado, que opone su propia civilización a la barbarie de las costumbres de los peones; y es desde esa perspectiva del choque civilización y barbarie, ya en boga también entonces en América Latina, que explora el universo rural, sin poder despojar al lenguaje de sus frenos costumbristas. Suyas son también las novelas Los conquistadores (1966) y Cecilia Barbarosa, escrita entre 1973 y 1975 y publicada en 1997; y Maldito país, una crónica sobre Sandino escrita en 1933, y publicada en 1979.

Nuestros primeros narradores modernos.

La eficacia de todo ese enjambre de temas, intervención extranjera, explotación bananera, persecución política, estará dada por Manolo Cuadra, empezando con Contra Sandino en la montaña (1942), el libro que contiene sus cuentos de soldado; un libro que según el justo criterio de Lizandro Chávez Alfaro, funda la narrativa moderna en Nicaragua, pues abandona ya los trillados caminos costumbristas. Sus otros dos libros, Itinerario de Little Corn Island (1937) y Almidón (1945) son fruto de su experiencia política, en los que el relato autobiográfico no puede separarse de la ficción. Estas, y otras piezas de su prosa, fueron reunidas en Solo en la compañía (1992) con prólogo de Chávez Alfaro.

Mariano Fiallos Gil (1907-1964), nacido y muerto en León, consigue en su único libro de cuentos Horizonte Quebrado (1959) el mejor momento de la narrativa vernácula, por la excelencia del lenguaje, al que acierta a librar de los pesos muertos del regionalismo. Estos cuentos, escritos en su mayoría en los años cuarenta, vienen a emparejarse con la obra en prosa de los escritores del Movimiento de Vanguardia, en cuanto a la modernidad.

José Coronel Urtecho fue novedoso tanto en la poesía como en la prosa. Su narrativa incluye el admirable Rápido Tránsito (al ritmo de Norteamérica) (1953), una crónica que es en sí misma una escuela de narración, en la que junta sus experiencias en los Estados Unidos, en los años que él llama “mis gay twenties”, con reflexiones sobre la historia de Nicaragua y el río San Juan; dos noveletas, ambas escritas en 1938: Narciso, y La muerte del hombre símbolo; un esbozo de novela, Fragmentos relacionados, que junto con sus cuentos fueron recogidos por primera vez en un solo volumen, (EDUCA, 1971). Su Prosa Reunida, una edición ya más completa, apareció en 1985, publicada por la ENN.

Pablo Antonio Cuadra es autor también de narraciones, entre las que destaca el cuento Agosto, de sustancia telúrica. Y uno de los libros suyos más celebrado es El Nicaragüense (1967), en el que explora, de una manera lúcida e imaginativa, el carácter nacional. También escribió en teatro Por los caminos van los campesinos (1957).

Joaquín Pasos fue también, prosista y narrador de primera línea, como puede verse en Prosas de un joven (1995, prólogo y recopilación de Julio Valle Castillo). Ese libro reúne las proclamas del grupo de Vanguardia escritas por él; sus ensayos, sus ficciones (su cuento El Ángel Pobre es uno de las clásicos de la narrativa nicaragüense), sus escritos periodísticos, y algunas de sus cartas. Fue también un estupendo humorista, y sus ataques a la dictadura de Somoza en La Semana Cómica y Los Lunes de la Nueva Prensa lo llevaron no pocas veces a la cárcel.

Pero también los poetas de la siguiente generación, entrarán en el terreno de la narrativa. Ernesto Mejía Sánchez sintió siempre una vocación de narrador, y sus prosemas vienen a ser un puente entre ambas vertientes. Coronel Urtecho lo creyó el narrador de su generación, pero la verdad en que este género, su obra fue breve; comenzó a ordenarla en 1973, y sólo se publicó en México en 1998 bajo el título de Puro cuento, textos donde campea su acerada ironía verbal, y su ingenio. Y Ernesto Cardenal, que siempre está narrando en su poesía, ha escrito un único cuento El sueco, infaltable en cualquier antología.

Fernando Silva retoma en la década de los cincuenta el mundo rural campesino, y acierta a proyectarlo con una imaginativa recreación del habla popular nicaragüense. La temática de sus mejores cuentos está centrada en sus vivencias de niño en el puertecito de El Castillo junto al río San Juan, donde su padre era comandante. El personaje que cuenta es siempre ese niño, que evoca en un lenguaje plenamente nicaragüense el mundo de su infancia. Ha publicado Cuentos de tierra y agua (1965); Otros cuatro cuentos (1969); Ahora son cinco cuentos (1972); Puerto y Cuentos (1987); y El Caballo y otros cuentos (1996). Una antología personal, Cuentos, fue publicada en 1985 por la ENN. Es también autor de las novelas El Comandante (1969) y El Vecindario (1976).

Aunque de aparición tardía, Juan Aburto, (1918-1988), nacido en Managua, abre por primera vez la perspectiva de la narrativa urbana en el país, organizando su universo alrededor de la capital provinciana que todavía no llega a ser ciudad. Su íntima amistad con Joaquín Pasos y Manolo Cuadra le introdujo en el mundo de la bohemia, pero también en el de la literatura. No fue sino después de la muerte de sus camaradas que comenzó a publicar sus cuentos: Narraciones (1969; reeditada en 1983 por la ENN); El Convivio (1975); Se alquilan cuartos (1975); Los desaparecidos (1981); y Prosa Narrativa (1985).

Fernando Centeno Zapata (1922), nacido en León, abogado y periodista, sus narraciones son de acento social. Campesinos sin tierra, cortadores de algodón, habitantes de barriadas, vienen a ser los personajes de su mundo patético y descarnado. Ha publicado dos libros de cuentos: La tierra no tiene dueño (196O); y La cerca (1963). En 1996 apareció una antología personal suya, 1O cuentos.

También de aparición tardía como narrador es Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, (1924-1978), nacido en Managua. Convirtió al diario La Prensa en un bastión de la lucha contra la dictadura somocista, y su carrera de periodista combativo lo llevó muchas veces a la cárcel, y por fin a la muerte. Su libro Estirpe sangrienta (1957), además de ser un testimonio ejemplar, tiene una intensa calidad narrativa; y sus cuentos, escritos en los largos períodos de censura impuestos a La Prensa, están llenos de gracia, humor y agudeza: están reunidos en Jesús Marchena (1975), Richter 7 (1976) y El enigma de las alemanas (1977).

Otro puntal hacia la modernidad de nuestra narrativa es Mario Cajina-Vega, de quien se ha hablado antes como poeta. Sus cuentos están recogidos en Familia de cuentos (1969). Es un libro dividido en tres estancias que aprisionan, histórica y espacialmente, la realidad nicaragüense: el campo (Los caminos y los indios); la provincia (Las viejas paredes del pueblo); y la capital (Cinema XX), un reflejo y juego de imágenes narrativas. Otros libros suyos de prosa narrativa son Lugares (1964) y El Hijo (1976).

Narradores de oficio

Nuestro primer narrador de oficio es Lizandro Chávez Alfaro (1929), nacido en Bluefields (1929). En 1963 ganó el Premio Casa de Las Américas en La Habana, por su libro de cuentos Los Monos de San Telmo, y en 1969 fue finalista del Premio Seix Barral en Barcelona, con Trágame Tierra (1969), la primera novela que puede ser considerada como tal en la historia de nuestra literatura. Sus narraciones abren un período nuevo en el país, y con él el cuento y la novela se desprenden de todo amarre vernáculo o criollo, para entrar en la plenitud contemporánea.

Además, ofrece, como ningún otro escritor nicaragüense, una visión arraigada en la costa del caribe y entra, como en Trágame tierra, a desentrañar las claves de la historia nacional. Ha publicado también las novelas Balsa de Serpientes (1976) y Columpio al aire (1999); y los libros de cuentos Trece veces nunca (1977); Vino de carne y Hierro (1993), y Hechos y prodigios (1998).

Los cuentos de Fernando Gordillo aparecieron publicados en Obra bajo el aparte de Son otros los que miran las estrellas, título que él quiso dar a su libro de narraciones, en preparación al momento de su muerte. Los cuentos de Gordillo, teñidos de ironía. se abren a un espacio crítico de la realidad social y política de Nicaragua bajo la dictadura de Somoza, sin dejar de fuera la mediocridad cultural.

Sergio Ramírez figura entre los escritores latinoamericanos de la generación posterior al boom, y según el juicio de la crítica ha sabido hacer una lectura imaginativa de nuestra historia, en términos de la postmodernidad narrativa. Sus libros más destacados son: De tropeles y tropelías (fábulas, 1971) Charles Atlas también muere (cuentos, 1976); ¿Te dio miedo la sangre? (novela, 1978), finalista del Premio Rómulo Gallegos; Castigo Divino (novela, 1988) que recibió el Premio Internacional Dashie Hammett; Clave de Sol (cuentos, 1993); Un baile de máscaras (novela, 1995), que recibió en 1998 el Premio Laure Bataglione al mejor libro extranjero publicado en Francia. Su novela Margarita, está linda la mar ganó el Premio Internacional de Novela ALFAGUARA 1998, y en el 2000 el Premio Latinoamericano de Novela “José María Arguedas”, otorgado en Cuba. Sus Cuentos Completos aparecieron en 1998 (Alfaguara) con un prólogo de Mario Benedetti, y en 1999 publicó su libro de memorias sobre la revolución sandinista, Adiós Muchachos.

Edwin Yllescas ha escrito tres libros de prosa narrativa: El galeón de Jamaica o la Vela de los sueños (1994); Bares de la Memoria (1995), y La teoría del ángel (1999). En todos ellos sobresale una búsqueda sin cuartel de nuevas formas de expresión, en lo que podríamos llamar una inteligencia del lenguaje, pleno de sutilidades. Por su parte, Iván Uriarte construye el universo personal de sus narraciones, contenidas en La primera vez que el señor llegó al pueblo (1996), alrededor de la ciudad de Jinotega, la que explora desde sus recuerdos de infancia.

Entre los poetas que se manifiestan como narradores en la década de los ochenta debe mencionarse a Alejandro Bravo, autor de dos libros de cuentos, El mambo es universal (1982), y Reina de corazones (1993); y a Manuel Martínez, autor de Juegos de azar y otros relatos (1989), también un libro de cuentos. Y como narrador propiamente, a Carlos Alemán Ocampo (1941), nacido en Diriá, y conocedor de la región del Caribe. Ha escrito las novelas En esos días (1972), Boarding House San Antonio, (1985), y Vida y amores de Alonso Palomino (1995), concebida dentro de la vena de la picaresca. Tiene, además, el libro de cuentos Tiempo de llegada (1973).

Otra vez, las mujeres.

También en el campo narrativo han surgido con vigor las voces de las mujeres. Claribel Alegría, narradora también, escribió (con su marido Darwin J. Flakoll) la novela Cenizas del Izalco (1966); y el relato Pueblo de Dios y Mandinga (1985), mostrando en ambos un excelente dominio de la prosa.

Rosario Aguilar (1938), nacida en León, hizo un planteamiento novedoso, de gran hondura sicológica en el tratamiento de sus personajes al aparecer su primera novela corta Primavera Sonámbula (1964). En los años siguientes ha publicado Quince barrotes de izquierda a derecha, Rosa Sarmiento, Aquel mar sin fondo ni playa, y El guerrillero, reunidos en un solo libro en 1976; 7 relatos sobre el amor y la guerra (1986); La niña blanca y los pájaros sin pies (1992), y Soledad, tú eres el enlace (1995), un relato biográfico sobre la familia de ascendencia vasca de su madre.

Irma Prego (1933), nacida en Granada, ha publicado dos libros de cuentos, dotados de gracia: Mensajes del más allá ( 1989); y Agonice con elegancia (1996). Mercedes Gordillo (1938), nacida en Managua, ha publicado dos libros de cuentos de temas relacionados con la vieja Managua, y escritos con humor e ironía: El cometa del fin del mundo (1994), con el que ganó el Premio Nacional Rubén Darío; y Luna que se quiebra (1995).

Gloria Guardia (1940), aunque nacida en Panamá, los temas de sus novelas tienen que ver siempre con Nicaragua, la tierra de su madre: la primera de ellas, El último juego (1976), recrea los hechos del secuestro político ejecutado en Managua en 1974 por un comando del FSLN; y en la última, Libertad en llamas (1999), su tema es la guerra de Sandino. Isolda Rodríguez (Estelí, 1944), muy relevante en el campo de la crítica literaria, ha publicado dos libros de cuentos, La casa de los pájaros (1995), y Daguerrotipos y otros retratos de mujeres (1999), ambos de ánimo feminista. Y también está Milagros Palma (León, 1949), destacada antropóloga cultural que ha desentrañado el imaginario mestizo y el simbolismo de la relación entre los sexos; sus novelas Bodas de cenizas (1992), Desencanto al amanecer (1995), El Pacto (1996), y El Obispo (1998), exploran casi todas la realidad de los años contradictorios de la revolución, bajo una luz intensamente imaginativa.

Gioconda Belli, ya reconocida como poeta, se reveló también como novelista de mucho éxito con la publicación de La mujer habitada (1988), donde enlaza el mito indígena con la realidad política en planos paralelos, acudiendo al mismo tema del secuestro de 1974 utilizado por Gloria Guardia. Después publicó Sofía de los presagios (1990), donde retorna al mito, y Waslala: memorial del futuro (1996), que ofrece el descarnado panorama de una Nicaragua del siglo XXI, ya disuelta en su identidad, pero en la que de todos modos podemos reconocernos. (1996).

Otras escritoras a destacar son Mónica Zalaquett (1954), nacida en Chile, autora de la primera novela que abordó el tema de la guerra de los contras, Tu fantasma, Julián (1992); Gloria Elena Espinoza (1944), nacida en Jinotepe) autora de la novela La casa los Mondragón (1998), una zaga familiar que tiene por escenario la ciudad de León; y María Lourdes Pallais (1953, nacida en Lima, Perú), autora de una sola novela, La Carta (1987), las confesiones de una mujer sobre sus luchas y amores, escritas desde la cárcel.

La historia como motivo.

Una tendencia visible en la narrativa nicaragüense al final del siglo XX ha sido la exploración de los hechos históricos como una manera de recuperar la memoria del pasado en la ficción. En esta línea debemos colocar a Chuno Blandón (1939), nacido en San Rafael del Norte, con su novela Cuartel General (1988), cuyos hechos ocurren en su pueblo natal en los años de Sandino; a Ricardo Pasos Marciaq (1939), nacido en Managua, autor de las novelas El burdel de las Pedrarias (1995), que va a los años de la conquista; Rafaela, una danza en la colina y nada más (1998), que evoca a la heroína Rafaela Herrera en tiempos de la colonia; y María Manuela, piel de luna (1999), que tiene por escenario la costa de la Mosquitia; también ha publicado un libro de cuentos, igualmente de ambientación histórica, Las semillas de la luna (1995).

El poeta Julio Valle Castillo publicó en 1996 la novela Requiem en Castilla de Oro, sobre la figura del primer Gobernador de Nicaragua Pedrarias Dávila, el mismo personaje presente en la novela de Pasos, pero que Valle, entre la elegía y la ironía, utiliza para trazar una constante a través de toda la historia de Nicaragua. Enrique Alvarado (1935), nacido en Nandaime, acude en Doña Damiana (1998) a otro personaje fascinante de nuestra historia: Damiana Palacios, “La vengadora”, en tiempos de la guerra de Cerda y Argüello a comienzos del siglo XIX, y logra una novela de sostenida calidad literaria.

En otro filón de la historia, durante la década revolucionaria adquirió auge el género del testimonio. Los ejemplos más importantes fueron La montaña es algo más que una inmensa estepa verde (1986), del comandante guerrillero Omar Cabezas; y La marca del Zorro (1990), memorias del también comandante guerrillero Francisco Rivera (El Zorro), héroe de la liberación de Estelí, quien contó su historia al escritor Sergio Ramírez.

Así mismo, la revolución sandinista dejó una marca que empieza a hacerse visible en la narrativa. Tal es el caso de Orlando Núñez (1948), nacido en Managua, con Sábado de Gloria (1990), sobre los años de la insurrección contra la dictadura; una segunda novela suya es El vuelo de las abejas (1992). Erick Blandón, también poeta, presenta en la novela Vuelo de cuervos (1997) una visión crítica, e irónica, sobre la revolución vista desde sus mecanismos de poder; un tema que ya había ensayado con éxito en algunos de sus cuentos de Misterios gozosos (1994).

Entre los narradores que cierran el siglo XX, buscando una expresión más ligada a los temas urbanos, y a la desolación de la época post revolucionaria, están Erick Aguirre, ya mencionado como poeta, quien en su novela Un sol sobre Managua (1998) ofrece una aguda crónica de su propia generación, que entra en las aguas del desencanto.

Por otro lado, están los cuentistas Nicasio Urbina (1958), nacido en Buenos Aires, autor de El libro de las palabras enajenadas (1991), y El ojo del cielo perdido (1999), de excelente factura; Edwin Sánchez (1959), nacido en Jinotepe, autor de Sueño en relieve (1998); Douglas Carcache (1960), nacido en Granada, autor de Jueves de verano (1991), y El Designio (1994); Pedro Alfonso Morales (1960), nacido en León, autor de León es hoy a mí (1999). Y Leonel Delgado (1965), nacido en Jinotepe, que va en busca de un lenguaje novedoso en Road Movie (1996).

La escasa actividad editorial del país, que sumada a la ausencia de librerías y a la pobreza de las bibliotecas ha caracterizado la desolación del panorama literario en cuanto a la difusión de los autores, sufrió un cambio notable durante la década de la revolución, cuando aparecieron varias casas editoras respaldadas por el estado, la más importante de ellas la Editorial Nueva Nicaragua (ENN). Esta institución consiguió lo largo de su existencia la publicación de más de trescientos títulos, entre ellos las obras más notables de los escritores nicaragüenses de las viejas y nuevas generaciones.

Por otra parte, la Cruzada Nacional de Alfabetización emprendida en 1980, vino a abrir una oportunidad nunca antes contemplada en cuanto a la ampliación del mercado de lectores; pero esta posibilidad se frustró ante la imposibilidad de convertir a los recién alfabetizados en lectores sistemáticos, y el repunte posterior de los índices de analfabetismo ha venido a confirmar esta frustración.

EL TEATRO

Escenario casi desierto.

Como puede verse, la gran aventura cultural de nuestra historia ha sido la literatura, que ha dado sus más espléndidos frutos en la poesía, otros relevantes en la narrativa, y casi ninguno, por desgracia, en el teatro, como se ha señalado antes.

Frustrada la tradición que debió haber abierto El Güegüense, a la par de otras formas de teatro callejero y religioso, el escenario se queda prácticamente desolado en el siglo XIX, y sólo algunas obras teatrales, muy esporádicas, pueden mostrarse en el siglo XX. Entre ellas cabe mencionar el drama histórico en tres actos Los Contreras, de Félix Medina, sobre la figura de los herederos de Pedrarias Dávila; La chinfonía burguesa (1931), ya citada, escrita por José Coronel Urtecho y Joaquín Pasos en el despunte del movimiento de Vanguardia; Por los caminos van los campesinos (1937), de Pablo Antonio Cuadra, donde el tema son las guerras civiles en las que se ha utilizado como carne de cañón a los campesinos; La Novia de Tola (1939), de Alberto Ordóñez Argüello, y La cruz de Ceniza (1946), de Hernán Robleto.

Enrique Fernández Morales escribió tres piezas de teatro histórico: El milagro de Granada (1956), sobre la aparición de la imagen de la Virgen de Concepción en las aguas del Gran Lago; La niña del río (1960), sobre la heroína Rafaela Herrera, quien defendió el castillo de la Concepción en el río San Juan, del asedio de los ingleses; y El vengador de la Concha, sobre la guerra contra los filibusteros a mediados del siglo XIX. También escribió el monólogo Judas (1970).

El único dramaturgo que presenta una obra sostenida es Rolando Steiner (1936-1987), nacido y muerto en Managua; autor, entre otras, de las piezas Judith (1957), Antígona en el infierno (1958), y La pasión de Helena (1963); con temas, las dos últimas, del teatro clásico griego. Luego escribió su Trilogía del matrimonio, compuesta por Un drama corriente (1963), La Puerta (monólogo, 1966), y La mujer deshabitada (1970); a las que habría que agregar, por su temática, El tercer día (1965). Estas piezas contienen una aguda crítica de los modos de vida burgueses, sobre todo el matrimonio. Más tarde, La agonía del poeta (1977), sobre los últimos días de Rubén Darío, y La noche de Wiwilí (1982), sobre la masacre de campesinos que siguió al asesinato de Sandino. Otro dramaturgo es Alberto Icaza (1943), nacido en León, autor de la pieza Asesinato frustrado (1970). También aparece en este panorama Miguel de Jesús Blandón, con su pieza satírica El nacatamal de oro (1982), celebrada en numerosas representaciones.

La ausencia de una dramaturgia nacional tiene que ver, por supuesto, con la falta de la actividad teatral, que nunca ha dejado ser, salvo en contados casos, más que el fruto del entusiasmo de aficionados. Durante los años de la revolución esta actividad se multiplicó con sentido popular, y se formaron grupos teatrales campesinos, de barrio, en las fábricas, y aún en los cuarteles de policía y del ejército; pero no se dio un salto hacia la escritura dramática generalizada como hecho artístico, ni hacia el profesionalismo en la actuación.□

EL ROSTRO EN LA VENTANA

EL ROSTRO EN LA VENTANA. La singular relación de Rafael Mendoza con Roque Dalton y otros personajes de su tiempo.
Publicado el 19 mayo, 2015 de Óscar Perdomo León

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EL ROSTRO EN LA VENTANA

La singular relación del autor con Roque Dalton y otros personajes de su tiempo.

por: Rafael Mendoza

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Don Santiago Echegoyén, uno de mis maestros de secundaria, que había visto mis primeros intentos de hacer poesía en el periódico mural del colegio, me sugirió que después del bachillerato siguiera estudios de Derecho, pues a él le parecía que me gustaba mucho discutir tanto como escribir y, según él, los “leguleyos” casi siempre se las daban de escritores, como era el caso de varios abogados salvadoreños muy conocidos en esos años, entre los que mencionó a los doctores Julio Fausto Fernández, Pedro Geoffroy Rivas, José María Méndez y un distinguido novelista que posteriormente me transmitió sus enseñanzas en las aulas universitarias. Dos años más tarde me hallaba ya iniciando mis estudios de Ciencias Jurídicas y, entre clase y clase, participando en las tertulias que día a día, mañana y tarde, se armaban en el viejo cafetín de la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales de la Universidad de El Salvador. Me reunía allí con mis compañeros de aula y con estudiantes de antiguo ingreso que mostraban interés por algún tipo de expresión artística o cultural; nos gustaba también estar presentes en las discusiones que sostenían los más entendidos en política. Entre los de mi grupo que también tenían inclinación por la literatura, estaban Narciso “Chicho” Argüello, Daniel Villamariona, Marianela García Villa y Lil Milagro Ramírez, quien ya para entonces escribía poesía (1) y compartía conmigo, además, nociones sobre la ideología socialcristiana, que ambos, posteriormente, por diferentes circunstancias, dejamos de profesar. Y entre los “bachilleres” de nivel superior con los que también me reunía, solo Mauricio López Silva, el “Chatío”, se había dado a conocer como escritor, con algunos cuentos que había publicado en periódicos y revistas universitarias.(2) Casi todos los mencionados tuvieron un final trágico: “Chicho” Argüello, quien era además aviador, se estrelló un aciago sábado en su avioneta; Lil Milagro sería asesinada en 1976 defendiendo la causa revolucionaria a la que se entregó por entero; Marianela correría igual suerte en 1983, mientras recogía información sobre asesinatos de campesinos por parte del ejército salvadoreño; y Mauricio López Silva, a principios de los setenta, con su psiquis fustigada por una decepción amorosa, decidió poner fin a su existencia, al amanecer de una noche de excesos alcohólicos, truncando así, además, un promisorio futuro como narrador.

La muerte de “Chicho” Argüello fue un duro golpe para nuestro grupo. El mismo día de su muerte escribí un corto poema que su familia decidió incluir en la tarjeta de novenario. Fue esa ofrenda en verso libre lo que me dio a conocer como novato escritor más allá de la esfera de nuestro grupo, llegando en su necrológico medio a las manos de dos catedráticos que nos impartían clases: los doctores José Enrique Silva y Napoleón Rodríguez Ruiz. Ambos me hicieron comentarios sobre aquel poema que consideraron una buena muestra de un naciente oficio que debía yo cultivar convenientemente. El doctor Silva me proporcionó algunos libros y me enfatizó la recomendación de leer y estudiar a Borges; además, como él compartía con doña Alicia de Falconio (Aldef) la dirección de la página literaria de La Prensa Gráfica, me pidió poemas para considerar la posibilidad de publicarlos. Por su parte, el doctor Rodríguez Ruiz, además de un ejemplar de su obra Jaraguá, también me proporcionó revistas literarias. Ya tocado por el “duende poético”, como le llamaba Roberto Armijo al estado de permanente versificación o de “andar en versos”, gané también la amistad del Dr. Mario Flores Macal, quien me prestó obras literarias de autores que en esa época eran de lectura obligatoria: Herman Hesse, Maiakovski y Brecht, entre otros.

Inmerso en ese mundo, una mañana de no sé de qué mes de 1964, mientras conversaba con algunos de los ya mencionados contertulios, se acercó a nuestra mesa la compañera Sonia Espínola, sumamente exaltada, a comunicarnos que hacía unos minutos había visto entrar a Roque Dalton y que en ese momento el poeta estaba sentado en una de las bancas que había en los corredores del peristilo interior. Me invitó a acompañarla y me incorporé para seguirla, pero cuando alcancé a ver de lejos que el poeta estaba rodeado por varios estudiantes, desistí de acercarme a él. Lo hice por una razón que a estas alturas me parece estúpida: aunque ya había oído mencionar al poeta Roque Dalton y que había estado en prisión bajo la tiranía del presidente José María Lemus, no sabía que su poesía era ya una de las mejor calificadas por los entendidos de la época, y pensé que quienes acudían a conocerle lo hacían por la fama de preso político que se había librado de la muerte por un golpe de Estado; no quise ser uno más que llegara a ponérsele enfrente a una leyenda. Perdí así la valiosa oportunidad de conocerle, procurar ganarme su amistad y aprender de él lo que necesitaba yo saber del oficio y de las ideas en los que él tenía ya mucho conocimiento.

Días o meses después, Roque fue capturado y puesto en prisión, de la que escaparía por un azar, no del destino, sino de la naturaleza: un sismo demolió una de las paredes de la prisión permitiendo la fuga del poeta. Ahora, a la distancia de estos recuerdos, sigo viendo a Roque, sentado de pierna cruzada en aquella banca gris, sosteniendo un libro en una mano y con su inseparable chumpa terciada entre los brazos, como tantas otras veces pudo estar sentado, cuando fue el estudiante de leyes que odiaba a su profesor de Derecho Civil, pero que aprendió lo suficiente para defenderse cuando le tocó el Turno del Ofendido. (3) No sé si Lil Milagro pudo aprovechar aquella oportunidad en que Roque visitó el recinto universitario, para hablar con él, pero sí estoy seguro de que ni ella ni yo, que compartimos aulas universitarias e inicios en la poesía, pudimos haber imaginado en esos días la relación que diez años más tarde llegaría ella a tener con el poeta salvadoreño más internacional de nuestra historia, como militantes de la misma organización revolucionaria, en una clandestinidad que, según testimonios, les permitió también tomarse el tiempo necesario para fundirse en más estrechas emociones, en torno a las cuales se tendían celadas por parte del enemigo común y también por la de los propios compañeros de agrupación de nuestro poeta.

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Mi paso del bachillerato a la universidad no fue, sin embargo, tan libre. Antes debí someterme a un examen privado de matemáticas, en período extraordinario, por haberlo reprobado en el primer intento; y con el propósito de asegurar su aprobación, tuve que recibir un curso veraniego de refuerzo en esa disciplina. Asistía también a esas clases una jovencita muy extrovertida y agradable llamada Ana Cecilia Soley, con quien cruzábamos a veces un saludo o un comentario sobre las clases. Un día, esa compañera me pidió prestados mis apuntes y entre sus páginas encontró un poema mío. En el descanso de la jornada, al comentar el texto me confesó que a ella le encantaba la poesía y que había hecho sus intentos de escribir. Ya identificados por algo más trascendente que los estudios de Matemática, me invitó a su casa, una amplia y cómoda residencia, aunque modestamente amueblada que, según comprobé después de varias visitas, era invadida cada tarde por una respetable población de amigos de Ana Cecilia y sus cuatro hermanos. A ella, que era la mayor de todos, le seguían en edad, Marisol, Rosalía, Jaime y Arturo. Marisol y Jaime fallecerían unos años más tarde a una edad relativamente temprana. Sus padres, el ingeniero Jaime Soley Reyes y su prima hermana, María Soledad Reyes Soley, eran nietos del famoso historiador salvadoreño Rafael Reyes y por circunstancias, precisamente históricas, nacieron en Costa Rica. De ese país tuvieron que emigrar al nuestro porque el ingeniero era del partido de Figueres y, Calderón, que estaba en el poder, además de haber encarcelado a aquel figuerista que haría de la nuestra su definitiva patria, procuró que se le cerrara toda oportunidad de trabajo. Siendo Soley un miembro de la masonería tica, pudo contar aquí con el apoyo de los “fraternales” masones locales, de los cuales, con Oscar Osorio a la cabeza, había varios ocupando plazas en el primer gobierno del PRUD.

Con todo y la mayor afinidad que pude haber sentido con la pléyade de amigos de los hermanos Soley Reyes, y de que mi ingreso a la hospitalidad de aquella casa había sido franqueado por Ana Cecilia, era con Solita, su madre, que me sentía mejor pues con esta agradable señora podía yo conversar durante horas sobre diversos temas y comentar algunas obras que ella me daba a conocer, como lo hizo con las biografías de Stefan Zweig y algunas obras de escritores ticos, entre los cuales mencionaba siempre con mucho orgullo a Luis Felipe Azofeifa y Carlos Luis Fallas, Calufa, el autor de Mamita Yunai, obra esta que el mundo conoció merced al reconocimiento recibido de parte de Pablo Neruda.

Como parte de esas conversaciones, así como Solita me contaba aspectos de su pasado familiar, también me pedía que le pusiera al tanto sobre los de mi vida. Franco que fui siempre con todo lo que se relaciona con mi existencia, muy pronto llegué a ponerle en conocimiento de la dura situación que viví en casa de mi padre, debido a que mi madrastra nunca me había dispensado la más mínima muestra de cariño, así como de la forma en que salí de aquel hogar que nunca sentí mío, para ir a dar con mis 14 años cumplidos al ático de una casa que había pertenecido a la maestra francesa Cecilia Chéry, quien durante algunos años dirigió en San Salvador un colegio para señoritas.(4) Seguramente, fue a través de la confianza que mi sinceridad pudo haberle inspirado, que poco a poco llegó a abrirse una dimensión nueva en mi relación con la gentil señora, pues la amistad nuestra se fue transformando, de mi parte hacia ella, en algo así como una veneración, y de parte de ella hacia mi, en un afecto maternal que incluso llegó a confesar ante sus amistades, cuando me presentaba ante ellas: “Rafa es como mi hijo”, solía decirles. No sé si otras personas comprenderán lo que se siente al escuchar eso de una persona que no es pariente de uno, ni siquiera amiga de la familia, cuando se ha estado acostumbrado al trato seco, despreciativo y acompañado de motes o apelativos burlescos, de parientes que debieron abrigar nuestra infancia con un poco del cariño que no pudo prodigarnos nuestra propia madre biológica.

De ahí en adelante, ya tácitamente adoptado por esa Mater Admirabilis, como le llamo en uno de los poemas que incluí en Este Mal de Familia, estuve presente por años en cuanta reunión festiva celebraban los Soley, principalmente en diciembre, lo que me permitió ganarme además el aprecio de varios amigos de la familia, entre los que figuraban algunas parejas “ticas” que también asistían religiosamente a dichos festejos, solas o con sus hijos. De más está decir que, para entonces, Solita me acompañó con su apoyo moral y su presencia en muchos momentos importantes de mi vida, especialmente en mi matrimonio, durante el tiempo que mi hija tuvo que estar hospitalizada debido al terrible accidente que sufrió con mi suegra, así como en el desaparecimiento y posterior deceso de mi padre. De igual manera estuve yo presente en los acontecimientos más felices y más tristes que hubo en su familia.

Una tarde de julio de 1969 llegué a participarle a mi benefactora que mi libro ‘Los Muertos y Otras Confesiones’ había ganado el primer lugar en el certamen de poesía que todos los años organizaba la Asociación de Estudiantes de Derecho, a nivel centroamericano, justa en la que el mismo Roque había participado y triunfado en tres oportunidades, durante su etapa de aprendiz de jurista (5). Solita, desde el día en que nos conocimos, sabía que me gustaba escribir y siempre estuvo al tanto de mis frecuentes colaboraciones en los periódicos locales, pero como yo había mantenido en secreto mi participación en aquél certamen, la sorprendí con la noticia. “Qué bueno… Te lo mereces” me dijo, y dirigiéndose a su recámara, que estaba junto al bar de la sala, agregó: “Te voy a dar algo que he guardado por algún tiempo”. Regresó con un libro en las manos y lo puso en las mías con estas palabras: “Conocí a Roque Dalton en México y me dejó este libro firmado, además del que me autografió a mi, para que yo se lo diera a quien me pareciera que iba a apreciarlo… Tómalo. Ahora es tuyo”. Era un ejemplar de ‘La Ventana en el Rostro’. Ya sentados en la sala me explicó que su hermana Pity, residente en México desde hacía muchos años, tenía su apartamento en el mismo edificio donde vivía Juan Rulfo, y que fue ahí donde le presentaron a Dalton. Eso ocurrió en 1961, año que Roque fechó en ese ejemplar bajo su firma. Dos años después conocí a la noble persona que ha sido figura central del presente testimonio. De ahí la extensión que ha merecido esta historia, pues tan valioso ha sido para mi tener un ejemplar de la primera edición del libro en que se encuentran algunos de los poemas más recordados de Roque, como el haberme ganado el corazón de la persona que lo hizo llegar a mis manos, directamente de las que lo escribieron. Resta agregar fue a ese ser tan especial a quien dediqué mi libro ganador en aquel certamen. Una vez publicado, en el próximo viaje que Solita hizo a México para visitar a su hermana, se llevó algunos ejemplares, entre los cuales iba uno para Rulfo. Este notable escritor me lo retribuyó con un ejemplar de Pedro Páramo autografiado, el que aún conservo junto al del poeta que me negué a saludar un día y seguía mostrándome su rostro en la ventana del tiempo. (6)

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El Café Doreña, en el San Salvador de los tempranos años sesenta, acogió las tertulias montadas por destacados escritores salvadoreños, entre ellos Oswaldo Escobar Velado, Manlio Argueta, José Roberto Cea y Alfonso Quijada Urías. Como café y punto de reunión de intelectuales, distaba mucho de parecerse a los madrileños Café Pombo (la famosa “Sagrada Cripta”) y Café Colonial, donde las célebres tertulias de la Generación del 27, a principios del siglo pasado, devinieron fértiles eras en que germinaron los “ismos” más trascendentes e influyentes de la literatura española. (7) Diez años más tarde, los que estábamos iniciando nuestro oficio dentro de la literatura y otras expresiones artísticas, comenzamos a reunirnos en la Cafetería Skandia, porque era la más moderna de la ciudad y por su excelente ubicación; se encontraba en la planta baja del Hotel San Salvador, en una esquina anexa al lugar en donde estuvo una pequeña plazoleta conocida como “Rincón Martiano”, no muy distante de nuestros lugares de trabajo y muy cercana a la oficina de correos, el Teatro nacional, las principales librerías, otros cafés que nos gustaba visitar y la mayoría de bares de la capital. Ahí nos dábamos cita escritores noveles, teatreros, pintores y diletantes, cada quien escogiendo la mesa donde estaban aquellos con quienes sentía mayor afinidad, no tanto por compartir una rama artística o una línea de pensamiento, sino, casi siempre, por la relación de edades que determinaba ubicaciones generacionales, por la ideología política con que se identificaba cada quien, o por mera simpatía, como era el caso de algunos periodistas que se nos unían.

Quizás por las discusiones que se generaban en aquel lugar entre quienes defendíamos posiciones sobre literatura, movimientos artísticos o política, también concurrían algunos catedráticos y estudiantes de la Universidad de El Salvador que disfrutaban de aquel ambiente. Entre estos “académicos” de número se distinguía una joven muy esbelta y atractiva, de encendida mirada y fácil palabra. Se advertía en su conversación que estaba muy familiarizada con la ideología socialista. Por eso se ganó el sobrenombre de “Rosa Luxemburgo” que, seguramente, fue acuñado por Norman Douglas pues tenía sello del tremendo poder histriónico que distinguía a ese actor. El verdadero nombre de aquella joven es Mirna, y un par de años más tarde aparecería en mi vida para transmitirme la asignación de una misión sumamente especial y honrosa, a solicitud de otro poeta, amigo mío, que nunca nos acompañó en esas reuniones.

Saliendo de ese cafetín una tarde, topé con el diputado Rafael Aguiñada Carranza, el tocayo a quien muchos llamábamos “Chele”, a quien asesinarían unos meses después. Después de saludarnos me pidió acompañarle hacia donde se dirigía. Caminamos hacia el sur sobre la Avenida España y mientras lo hacíamos me preguntó sobre mis estudios de Derecho, que yo había dejado interrumpidos por interesarme más la literatura, y también me comentó el poema que escribí a la muerte de Roque, el que unos meses antes había salido publicado en la Revista Abra de la UCA (8); después de dos o tres preguntas adicionales que, en el fondo, solo eran un preámbulo sin importancia empleado por él antes de llegar al grano, detuvo el paso y viéndome fíjamente me espetó la pregunta: “¿Querés ir a Cuba? Me dejó mudo. ¡Yo tenía años de estar pendiente de todo lo que sucedía en y con Cuba! Escuchar los discursos de Fidel el 26 de julio, era algo que no podía perderme, incluso en el trabajo, disimuladamente y con audífono. “¡Por supuesto!” contesté precipitadamente para que no creyera que no iba a aceptar… “Bueno” –agregó él- “Vas a ir con otro poeta (Se trataría de Chema Cuéllar). Ya está arreglado el viaje para el otro año.

Te van a contactar cuando se acerque la fecha”. Luego se despidió y regresó sobre sus pasos por la misma calle. Nunca más le volví a ver. Un sábado por la tarde, encontrándome con otros amigos en casa de Norman Douglas, nos enteramos de que acababan de ametrallar al “Chele”. Junto al pesar por la trágica suerte de aquel notable luchador lamenté también que con él pudieran haberse ido mis esperanzas de conocer la Perla de las Antillas. (9)

Ese gran camarada nuestro que ya ha figurado en “flash back” en una nota de la segunda parte de este testimonio, el siempre calmo y sonriente “Gato” Armando Herrera, fue el encargado de anunciarnos un mes antes del viaje, que éste se realizaría en la segunda quincena de julio de 1976. Salimos en horas de la tarde del viejo aeródromo de Ilopango, pero mientras esperábamos en el mostrador de la línea aérea la revisión del boleto de salida, se me acercó, tomándome por sorpresa, una mujer con unos ojos inconfundibles. Sin más preámbulos que la simple mención de mi nombre, me dio a entender con su mirada que no había tiempo para preguntas ni explicaciones, y entregándome un paquete en papel manila, secamente dijo: “Fermán quiere que le des esto a Haydeé Santamaría o a Nicolás Guillén, en Casa de las Américas. Ahí va todo lo de la muerte de Roque. Cuidalo mucho. Adiós”. Se retiró y despegando yo la vista del paquete que ella había puesto en mis manos sin darme oportunidad de reaccionar, volví a ver en la dirección en que se marchaba, pudiendo apreciar el rítmico andar con que se alejaba al ritmo de sus inconfundibles caderas, flanqueada por dos jóvenes que, evidentemente, eran los encargados de darle seguridad asignados quizá por su comandante Fermán Cienfuegos, el poeta que después de la muerte de Roque Dalton llevó a cabo dentro del ERP, la escisión que creó la Resistencia Nacional, y quien, después de la firma de los que yo siempre he llamado “recuerdos de paz”, retomaría su nombre real: Eduardo Sancho. (10)

Ya en Casa, la única persona a la que pude hacer entrega del paquete, fue Trini Pérez, quien actualmente se desempeña como colaboradora de Miguel Barnet. Me enteré por ella de que Haydeé se encontraba colaborando en la zafra de ese año y que Guillén estaba en Moscú recibiendo el Premio Lenin. Así fue que Trini se hizo cargo de guardar la encomienda. Dos días más tarde, almorcé con Mario Benedetti y a preguntas suyas acerca de lo cierto de la muerte de su gran amigo Dalton, le enteré de la documentación que yo había dejado en Casa. Fue después de eso que comenzaron a aparecer en medios cubanos los homenajes, comentarios y demás publicaciones relacionadas con nuestro poeta. Ahora el rostro de éste me veía más fijamente y con una sonrisa franca, comprensiva, desde todas las ventanas cubanas: la cultural, la tropical, la de la solidaridad y la de los ritmos que, en plenos carnavales, sonaban allá por el malecón, unas cuadras más abajo del Habana Libre… “¡Uno, do y tré… Uno, do y tré… Qué paso má chévere, qué paso má chévere, el de mi conga é…”

IV

Entré al centro comercial por el portón norte que da acceso al supermercado y a las diversas tiendas. Ya en el corredor, doblé hacia la derecha para ir a la tienda de artículos de oficina. Fue entonces que, desde lejos, lo ví. Era él. No cabía duda. Yo conocía aquélla nariz prominente, que compensaba una amplia frente, y esos arcos ciliares que, dando forma a las cejas, le confirieron siempre a su rostro ese semblante triste (como en la foto aquella con la taza de café y los envases de sodas. ¿Lo recuerdas? – me dice el entrometido de mi otroyó).

Obviamente, él no me iba a poder ver a mí, aunque ya me había acercado lo suficiente para examinar más de cerca aquella cabeza, los ordenados cabellos, el porte y demás detalles… Es realmente su viva imagen. En este busto sí era él, inconfundiblemente. Después de examinarlo, con permiso del dueño del lugar, descubro que no tiene nombre de autor. Pero algo me dice que yo había visto ya esta obra. “Hace muchos años, acuérdate…” parecen decirme sus ojos… Pongo más atención y con esa postura en que el mentón suyo está muy levantado, le veo en otro tiempo y en otro lugar…

Allá por 1979, una tarde de esas que Ricardo Castrorrivas llama “de poesía húmica”, compartida con Chamba Juárez, Edgardo Cuéllar y alguien más que no logro recordar, dispusimos visitar al escultor “Cerritos” en el taller que él tenía en el antiguo local de una escuela, en las cercanías de La Ceiba de Guadalupe. Se encontraba trabajando en un busto de Roque Dalton, en la etapa de modelarlo en arcilla. Las nubes que en la memoria va acumulando el tiempo no me permiten distinguir en aquel busto de mis recuerdos, más detalles que los que me llamaron la atención en este otro que tenía en venta el ignaro vendedor de antigüedades que lo poseía. ¡Nada menos que el busto del poeta salvadoreño más famoso de nuestra historia! Fuese o no el de “Cerritos”, éste sí era Roque. Había que rescatarlo. Era una versión hecha en algún tipo de resina que se había manchado y deteriorado, pero esos defectos no afectaban el valor de la figura que representaba. Preguntado que hube al anticuario el precio de aquella obra, comprobé que podía pagarlo y lo hice. Rescaté al poeta. Ahora era mi Roque. Y nadie más lo tendría. ¿Nadie más? (11)

Desde el lugar donde he escrito estos testimonios, tuve siempre a la vista el busto de don Roque, que es así como mis nietos dieron en llamarle al personaje que descubrieron en lo alto de una de las libreras, sitio donde lo coloqué desde el día en que lo traje a casa y lo invité a compartir mi estudio. Los dos niños ya sabían lo que es un busto porque crecieron viendo el de Beethoven, a quien yo, delante de ellos, llamaba don Beto; de ahí, mis inquietos descendientes tomaron el “don” para endosárselo al nombre de nuestro poeta, aunque sin comprender todavía cuál había sido su oficio, a juzgar por lo que el mayor de ellos me preguntó en cierta ocasión: “Abuelo, ¿y tenés música de don Roque?” Conteniendo la risa le contesté muy seriamente que ese personaje no había sido músico sino escritor, pero que, en cierto modo, había hecho música con palabras. Eso provocó una retahíla de preguntas tras la cual pude darles a los dos mocosos una sencilla explicación de lo que es la melodía que forman los versos, cuando son armónicos, valiéndome como ejemplo del poema El Nido, de Alfredo Espino, que ambos chiquillos conocen de cabo a rabo, merced a que la paciencia de su abuela, después de mil repeticiones en altas y pausadas voces, logró que la más conocida composición del Poeta Niño se fijara en aquellas absorbentes mentes infantiles y, a la vez, que se volviera insoportable para mi, de tanto escuchárselo a ella.

Ahora, el busto de Roque posa en algún lugar del Centro Cultural Nuestra América. Antes de darlo en donación a esa institución, se lo ofrecí en más de una ocasión a los hijos de Roque, pero ninguno de ellos pareció interesarse en tenerlo o, en el mejor de los casos, no quisieron que yo me despojara de lo que para mí, es una exacta representación de la figura del notable escritor salvadoreño, que estuvo dispuesto a aceptar todas las muertes que le correspondieran, aunque nosotros, los “guanacos hijos de puta”, sus hermanos, nunca estaremos dispuestos a aceptar el cobarde e inmoral silencio de sus asesinos.

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N O T A S
(1) Muchos poemas inéditos de Lil, clandestinos en su mayoría, así como cartas personales enviadas por ella durante los años que duró la guerra revolucionaria en nuestro país, se encuentran en manos de Miriam Medrano, otra compañera nuestra que fue su más fiel amiga y camarada de luchas; con un celo admirable. ha ordenado ella todo ese precioso material que dejó Lil, esperando la oportunidad de que sea publicado. Al momento de ser escritas estas memorias, había ya una oferta en concreto de parte de la Universidad de El Salvador para publicarlo. En la página electrónica del Servicio Informativo Ecuménico y Popular, Roberto Pineda aporta algunos datos sobre Lil que a continuación transcribo:
“Lil Milagro inicia como dirigente de la Juventud Demócrata Cristiana en 1966. Su formación ideológica fue de corte socialcristiana, aunque más tarde sería fuertemente influenciada por el marxismo. En 1970 cuando recién había egresado de la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales, muy decidida, abandona su hogar en San Jacinto, donde vivía con sus padres, dando inicio así, a su vida en la clandestinidad. En 1971, Lil Milagro aparece en un pequeño movimiento llamado simplemente, “El Grupo”, el cual sería el núcleo de la organización que en marzo de 1972, resurgiría con el nombre de Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), en medio de un candente proceso electoral.
“Dagoberto Gutiérrez, uno de los jefes guerrilleros durante el Conflicto armado salvadoreño y quien conoció a Lil Milagro, menciona que en los primeros años de la década de los 70, la prensa describía a Lil como una “guerrillera serena que se retiraba tranquila y disparaba segura”. A su compañera, un arma cuarenta y cinco de cacha plateada, Lil la llamaba de cariño “Santa Sofía de la Piedad”. Gutiérrez, la describe como “la jefa guerrillera, maestra del pensamiento e instructora de la paciencia, que amaba la poesía por encima de todo. La revolución fue siempre su sueño y desvelo y el socialismo su utopía más segura”.
“En 1975, Lil Milagro junto con Eduardo Sancho y otros compañeros de armas, deciden abandonar las filas del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y fundar un nuevo movimiento político-militar: La Resistencia Nacional (RN). La separación fue debido a pugnas ideológicas en el seno de la organización, que tuvieron como desenlace, los asesinatos del poeta y revolucionario Roque Dalton y el obrero Armando Arteaga, ambos cometidos por la alta dirigencia del ERP. Durante un tiempo, Lil y Roque habían mantenido una relación amorosa que finalizaría abruptamente con la muerte del poeta salvadoreño.”
(2) Además del “Chato” Silva, recuerdo que siempre estaban presentes los bachilleres Mario Guerra, el “Chele” Héctor Gómez Véjar, Ivo Príamo Alvarenga, Omar Pastor y Ernesto Ramírez Guatemala, ilustrado estudiante que estuvo encarcelado muchos meses por haber lanzado piedras a la Embajada de los Estados Unidos en una manifestación de estudiantes; este personaje usaba unos lentes bastante gruesos que se le estropearon cuando lo capturaron, por lo que, al salir de la cárcel y retornar a los estudios, tomó la determinación de no procurarse otras gafas porque, según dijo, no valía la pena seguir viendo lo que ya había visto, promesa que cumplió durante mucho tiempo. Otra de sus excentricidades era darle soda con licor a su perro cuando andaba de farra. Todavía me arrepiento de haber accedido a regalarle el Napoleón de mármol que me había quedado en el reparto de bienes de la mentora Cecilia Chery, en cuya casa viví algunos años, tras abandonar la casa de mi padre debido a los problemas con mi madrastra.
(3) Esa no fue la única vez que Roque llegó a “la facultad de Derecho”. Cuenta Ricardo Aguilar “Humano” que él le acompañó en más de una ocasión, pues el poeta asistía ahí a reuniones que, seguramente, tenía con militantes del PC. Después de una de esas visitas, ya entrada la tarde, Dalton le pidió a Ricardo que le acompañara a la Facultad de Humanidades, que entonces se hallaba en lo que fuera el Colegio Sagrado Corazón, frente al Palacio de Correos. Posteriormente, se fueron de copas a varios bares de la zona conocida como “La Praviana”. Roque ya había visto a algunos sujetos que les seguían y, por momentos, cambiaba el paso de lento a apresurado, por el solo hecho de provocar a aquellos sujetos que incluso entraron a uno de los bares para mantenerle vigilado desde otra mesa. Unas horas más tarde, avanzada ya la noche, le capturaron. A los ruegos de Roque de que no lo dejara solo, Ricardo quiso subirse al vehículo de los captores, pero le rechazaron con una patada en el pecho; ya repuesto del susto y del golpe, Ricardo llevó la mala nueva, primero, a la mamá de Dalton que vivía a pocas cuadras de ahí, y después, a un bachiller llamado Ernesto Ramírez Guatemala (de quien ya nos hemos ocupado en la nota anterior y volveremos a ocuparnos en la 6), para que diera aviso a los compañeros de Socorro Jurídico. Por tanto, la vez que yo ví a Roque y no me acerqué a él, bien pudo ser la del día de su captura. La versión de Ricardo Aguilar, pareciera quedar desacreditada por la siguiente afirmación que David Hernández hace en “Roque Dalton, un modelo para armar” que aparece publicado en el suplemento Vértice del Diario de Hoy, con fecha 8 de febrero de 2004. En palabras de Hernández: “Según narró Dalton a Roberto Armijo en La Habana años después, tiene la certeza que Ricardo A. lo delató, pues antes de su captura ese septiembre de 1964, Ricardo A. se ausentó de ‘El Paraíso’(famoso bar de San Salvador, donde estuvieron bebiendo el día de la captura) y no lo vió más”. Lo curioso es que Armijo, años después, en su lecho de muerte, le confió a Aguilar los originales de su libro “El Pastor de las Equivocaciones”, para que lo publicara con fondos de la Fundación Salarrué, que Aguilar dirigía. ¿Podría ser creíble que Armijo confiara algo así a una persona sospechosa de haber sido el delator nada menos que de Roque Dalton?
(4) Doña Cecilia Chéry era hermana de Marie Chéry de Espirat y juntas fundaron la École des Jeunes Filles aquí en San Salvador. Trabajó también ahí una tía de mi padre, Antonia Mendoza, que fue una respetada mentora de su tiempo a quien educadores como don Saúl Flores, llamaban “Maestra de Maestras”, por haber desempeñado una labor al parecer muy eficiente, formando docentes en la antigua Escuela Normal España. En la casa que fue de doña Cecilia, vivía una anciana llamada Mercedes García, su antigua ama de llaves a quien legó el usufructo de la vivienda; también dos fieles empleadas y una señora nicaragüense que, nunca supe por qué circunstancias, fue huésped vitalicia de esa casa: cuatro mujeres que me prodigaron buena parte del cariño que durante mucho tiempo yo no había podido recibir de nadie. Conviví con ellas por espacio de cuatro años, hasta que la muerte de la señorita García nos hizo salir de ahí y separarnos. Una vez los sobrinos de doña Cecilia tomaron posesión de la propiedad, nos ofrecieron a cada quien de los que hasta ese día moraríamos en esa casa, llevarnos lo que se nos antojara de los bienes ahí existentes. Yo cargué con tres o cuatro cosas con las que me mudé a un aposento alquilado en el vetusto edificio Ambrogi: un chaisselonge de mimbre; una maleta que me gustaba porque la adornaban muchas de pegatinas con ilustraciones de ciudades europeas, como las que se ven en revistas de entonces; un par de artículos de escritorio con repujados en cobre y pirograbados, hechas años atrás por alumnas de las hermanas Chéry durante las clases de manualidades que impartía don Rafael Lara, abuelo del actual investigador literario Rafael Lara Martínez, quien tuvo oportunidad de apreciar esos tesoros en mi casa actual; también me llevé una estatuilla de Napoleón, en mármol, que me acompañó durante varios años hasta que un sismo la tumbó y fragmentó; ya reparada, fue a parar al escritorio del bachiller Ernesto Ramírez Guatemala, ya conocido en este testimonio. La maleta, en mi nueva residencia, nos sirvió a mi y mis amigos para guardar respetables cantidades de cannabis cultivados por las manos expertas de una de las musas de Ricardo Aguilar Humano; finalmente se fue deteriorando hasta quedar inservible. Los amigos juraban que murió drogada y en cueros pero feliz. En cuanto al chaisselonge, debo confesar que nunca lo usé. Fue la cama del poeta Uriel Valencia durante algunos años, desde la primera noche en que, habiéndome pedido posada por ser muy tarde, decidió repetir la experiencia hasta el día en que me casé y dejé el edificio. El poeta se quedó con el apartamento, el chaisselonge y mi cama, que había sido de mi padre.
(5) En efecto, de acuerdo con la biografía de Roque que aporta el Servicio Informativo Ecuménico y Popular, esos triunfos se dieron en 1956, 1958 (con su largo poema “El nuevo amor de siempre”) y 1959 (con “El hijo pródigo y otros poemas del retorno”). Creo que en el mismo certamen, solo David Escobar Galindo y yo obtuvimos premios el mayor número veces; él, al ganar accesit en 1a rama de poesía, en 1962, 1964 y 1965; y el primer lugar en la misma rama, en 1963 y 1964. En mi caso, los reconocimientos se dieron en 1969, con un accesit en la rama de poesía, por el libro “Palabrotas con dolor”; luego, en 1970, obtuve el primero en poesía con “Los muertos y otras confesiones”, y el segundo en cuento con “El matamoscas y otras ficciones”; en 1971 gané de nuevo el primero en poesía con “Los pájaros”, y el segundo en cuento con “Mitos trágicos y Breves”.
(6) Varios años más tarde me lo mostraría en unas fotografías que nuestro muy querido amigo y compañero de organización Raúl Monzón trajo de Cuba, por la época en que ese otro gran camarada que fue Armando “Gato” Herrera se hallaba al frente de la Editorial Universitaria; los tres, Armando, Raúl y yo, convenimos en utilizar mi ejemplar de la Ventana en el Rostro para hacer una reedición en facsímile y, para acompañar su lanzamiento, un cartel con una de aquellas fotografías de Roque, en donde él aparece sentado ante una mesa agitando una taza de café, entre envases de sodas y con una mirada tremendamente expresiva. Para editar el libro fue necesario desencuadernarlo y, hechas las planchas, reencuadernarlo, sacrificio al que yo accedí complacido de que muchos lectores llegaran a leer esa obra inicial de nuestro poeta, y confiado, además, en que los expertos trabajadores de dicha imprenta sabrían dejarlo como si nunca lo hubiesen desarmado. Para el cartel, además de la fotografía que aportó Monzón, aporté yo la firma de Roque que tiene mi ejemplar puesta también en facsímile; y el poeta, como pie de su foto, aportó una cuarteta de aquellos famosos versos suyos:“Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre…”.
(7) Hubo un primitivo Café Doreña, con mobiliario más moderno, ubicado en el edificio donde tenía su sede la entidad que lo había creado, conocida también como “La Cafetalera”; después abrió sus puertas otra sala del Doreña en el edificio donde, años atrás, estuvo el “Club Internacional”, centro social de la vieja “realeza” criolla, al costado oriente de la catedral; era éste el que visitaban los escritores mencionados al principio de este capítulo.
(8) El título de ese poema es VIDA, PASIÓN Y MUERTE DE UN POETA. Lo escribí unos cuantos días después del asesinato de Roque y se lo mostré a Francisco Díaz Barrera, un catedrático de Letras de la UES, compañero de Luis Melgar y Uriel Valencia. Este amigo me hizo ver que era peligroso publicar un poema que se refería a los asesinos de Roque en términos tan fuertes, y que si los del ERP habían tenido agallas para matar a Dalton, nada les impedía acabar con quien lo defendiera, sobre todo –me hizo ver- si se trataba de alguien que aún no estaba organizado en ningún movimiento revolucionario y que, “para acabar de quemarse” trabajaba en una empresa derechista, como se consideraba a las agencias de publicidad. Yo le hice ver que alguien debía protestar, no solo por un asesinato tan absurdo como ese, sino, sobre todo, por la vil acusación que para justificarlo habían descargado sobre el poeta. Convencido, Francisco me dijo “yo me la juego con vos… Se lo voy a dar a Leonel Menéndez, para que lo publiquen en Abra.” Y así lo hizo. Ningún otro escritor nacional se pronunció en condena de aquel crimen. Posteriormente incluí el poema en mi libro Homenaje Nacional.
(9) Nunca estuve completamente seguro de cuál fue la razón por la que Rafael me había propuesto para hacer aquel viaje, pero pudo deberse a que tanto él como otros miembros del Partido Comunista me habían visto participar allá por 1966 en recitales para alumnos del Instituto Obrero “José Celestino castro”. Posteriormente, su director, Carlos Inocente Gallardo, me ofreció la plaza de profesor de letras y dibujo, que ocupé durante un año. Este colegio había sido establecido por el PC para brindar educación, principalmente a hijos de obreros. Entre mis compañeros de docencia puedo recordar, además de Gallardo, a Carmen Alemán de Vides, Guadalupe Lozano, el doctor Salvador Valencia Robles y Efraín Northalwarton Abullarade, con quien hicimos una buena amistad, de la que disfruté hasta el día en que fue detenido y condenado a prisión por “tenencia de literatura subversiva”, indignante delito empleado por los gobernantes del pasado contra intelectuales y profesionales progresistas. El encargado de la contabilidad del instituto, era José Dimas Alas, quien, como sabemos, acompañó a Salvador Cayetano Carpio en los inicios de las FPL. La dirección de este instituto, a inicios de los años 70, fue confiada al compañero Armando Herrera.
(10) Conocí a Eduardo Sancho en la universidad, donde ambos habíamos dado a conocer nuestra inclinación por la poesía. Yo solía visitarle en su casa y fue él quien me presentó a la pintora Rosa Mena Valenzuela, que era su vecina. A pesar de nuestra amistad, Eduardo siempre prefirió frecuentar a otros escritores, por lo que poco a poco fuimos dejando de vernos. Durante el tiempo en que él ya se había convertido en dirigente revolucionario, volví a verle algunas veces, casi siempre muy cerca de la casa de mi padre, mientras él cumplía alguna misión propia de las actividades de la organización a la que entonces pertenecía. Estoy seguro de que la publicación de mi poema a Roque, al que me he referido antes, despertó en Fermán Cienfuegos (Sancho), Lil Milagro y Mirna López, tres personas que me conocían bien, suficiente confianza para encomendarme llevar a Cuba la documentación sobre la muerte de quien había sido su compañero de armas. Cuatro meses después de mi viaje a Cuba, Lil Milagro de la Esperanza Ramírez Huezo Córdoba es herida y capturada en San Antonio del Monte, Sonsonate. A Mirna no volví a verle nunca más. A Sancho, mientras estuvo en el frente, sólo lo ví una vez en Managua, con motivo de un encuentro que tres miembros directivos del efímero Partido Social Demócrata, tuvimos con los cinco comandantes del FMLN. Curiosamente, no me permitió intercambiar con él más que el saludo.
(11) Nadie, ni sus amigos, ha sabido explicarme de dónde obtuvo el escultor Alberto Ríos Blanco el seudónimo de “Cerritos”, que es como todos le decíamos. Fue compañero de Dagoberto Reyes y bajo la dirección de su maestro Benjamín Saúl, realizaron la escultura que integra la fuente luminosa de la 25 av. norte de la capital. Compartimos con ellos muchos años de compañerismo y mesas de cafetines. Fue durante esa visita que Chamba Juárez y yo tomamos la decisión de incorporarnos al Frente de la Cultura Popular, en el que ya estaban contribuyendo con su trabajo artístico, entre otros trabajadores de la cultura de diversas especialidades artísticas, el compositor Saúl López que musicalizó “Poema de Amor” de Roque, y los hermanos Roberto y Franklin Quezada, quienes integraron el conjunto Yolokamba Itá que, durante el conflicto, llevó a muchos países esa composición que ha devenido himno de nuestra identidad.

***

NOTA. Fotografía-collage: arriba y a la izquierda, Rafael Mendoza Mayora; arriba y a la derecha, Roque Dalton; abajo, el monumento hecho por el pintor, escritor y escultor Armando Solís, dedicado a Roque Dalton, y que está situado en la Universidad Nacional de El Salvador.

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POEMAS DEDICADOS A ROQUE DALTON POR EL AUTOR

Libro Rafael Mendoza 4

ROQUE DALTON GARCÍA

Siempre quise ponerme el mejor traje,

“el de reir y llorar” como decimos

aquí, los marginados,

para ir a tu despensa de bellezas.

Siempre quise darte algo.

Y, mira:

¡qué inútiles mis manos!

Solo te traen un poema.

Eso que tú has tirado en todas partes…

(De TESTIMONIO DE VOCES. 1971)

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Libro Rafael Mendoza 11

VIDA, PASIÓN Y MUERTE DE UN POETA

“Cuando sepas que he muerto
no pronuncies mi nombre”…

Érase un individuo que tenía

una nariz muy especial,

una nariz con gran capacidad para olfatear

malos agüeros y chacales,

muy perspicaz para entenderse con su lengua

y con los grandes Lenguas no académicos.

nadie esperaba que el sujeto apareciera aquí,

precisamente aquí,

más abajo del trigal,

cerca de las Honduras del refrán,

donde bate la mar ddel sur a las sirenas

más peligrosas del mundo.

lo cirto es que al brotar esa nariz

la gente se asustó y salió gritando

que aquello era un castigo del señor

por la matanza de campesinos ocurrida un año antes.

Entonces,

los versos de Vallejo rodearon al aparecido,

los vió él, triste, emocionado;

incorporose rápidamente,

echose a andar y dijo:

“Arrodillémonos para llorar

a los muertos recónditos.

A los inadvertidos hagamos justicia.”

Eso fue suficiente para echarse encima

la antipatía de los militares,

pero tratando de ser condescendiente con el sistema,

el muchacho aceptó ir al colegio

y de ahí pasó a la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias

Sociales de la Universidad nacional,

en cuyo paraninfo pronunció su más célebre discurso:

“Pobre de mí, pobre de mí que soy marxista

y me como las uñas,

que amo los suaves garfios de la arena,

las palabras del mar

y la simplicidad de las gaviotas,

a quien todos exigen estos días

que se acueste desnudo con las tarifas aduanales

y así jure ante el viento que el juez

es superior al asesino…”

Aquello, para el gobierno, fue el colmo

y ordenó la inmediata captura

de aquel habitante de otras galaxias que así

probó por vez primera la amargura de estar preso

con La Ventana en el Rostro. Mas el tipo

siempre llevaba consigo un cigarro escondido

y una noche dispuso hacer la prueba

de invocar a la Libertad con la siguiente salmodia:

“Yo te conjuro cigarro puro padre

de tus volubles hijos de humo.

En el nombre de satanás, lucifer y luzbel

y por la virtud que tú tienes

haz que ella sienta amor por mí,

desesperado amor por mí.”

La Libertad acudió a salvarlo

y le dijo que él no había nacido para ser un fiel

de balanzas forenses ni cosa parecida

y que mejor se marchara con su música a otros mundos;

después le entregó los códices secretos de Brujo Cunjama,

le hizo el encanto de que le salieran alas,

le dio el soplo reservado a los nahuales

y le dijo que de ahí en adelante

se las arreglara solo.

Nomasito dio vuelta por Ayagüalo camino´ell puerto

comenzaron a surgir leyendas de que él

había hecho pacto con el Cadejo

y los aprendices de poesía se atrevieron a salir del soneto

con sus largas listas de chabacanadas,

tratando de seducir a la Rosa de los Vientos

para que les revelara el misterio de las alas

y el paradero de “el Narizón”,

quien desde su retiro les enviaba de vez en cuando

un pajarito con la sabia recomendación

de que no se alagartaran y que para todos

da diós, contimás locura.

Entre tanto, nuestro amigo aprovechaba el tiempo

restaurando testimonios encontrados en los caminos

que conducen a Roma la Nueva, en compañía

de otros olfateadores de su especie,

entre ellos Pedro Páramo, Bola de Nieva,

la Mulata viuda de Tal, Pachito, el Ché,

la Maga, Sandino, la Cándida Aridnere,

la Iris Mateluna, Fantomas y el Negro

que hizo esperar a los ángeles.

Nada menos en esa isla donde los descendientes

del Caimán Barbudo tienen su famosa Casaa,

ayudó a coordinar el regreso de Mambrú

y el triunfo definitivo de la Mama Grande.

Al Pulgarcito no le iba muy bien que digamos,

pero al menos tenía un porta representándolo eficientemente

y diciéndole al mundo que aquí

“todos somos abnegados y fieles

al prestigio del bélico ardor”.

Y fue por ese ardor que al Narizón se le ocurrió

volver al “apretacanuto” cuscatleco,

lo que quedó confirmado el día en que los diarios

sacaron la noticia de que él (“no pronuncies mi nombre”)

había sido ajusticiado por un grupo de ñatos

que lo acusaban de traidor.

Después nada se supo. Digo nada

de la supuesta traición, ni del cadáver.

Bástenos recordar que el hombre poseía

una nariz tan envidiable que, claro,

nunca le iban a perdonar su experiencia

en dar saltos de envergadura y no brinquitos.

En fin,

como él mismo hubiera dicho al ser condenado:

cada revolución tiene cabrones

que no se la merecen.

A lo mejor ya se esperaba el desenlace.

Gran profeta que fue.

se adelantó a la vil sentencia

cuando le tocó El Turno del Ofendido:

“Digo

que con una pequeña sonrisa y el viejo traje limpio

aceptaré todas las muertes que me correspondan…

…Y de nuevo podéis decirme el hermano pobre

el destrozado camarada pobre

agradeciendo como un perro si pan de cada noche.”

Lo demás sí lo sabemos:

que los poetas comprometidos tienen más enemigos

que los poetas y que los comprometidos,

sobre todo cuando tienen una buena nariz,

de esas que saben apuntar al blanco,

razón lo suficientemente clara

como para entender por qué muchos colegas

no dijeron ni pío al enterarse

de la muerte de este “pueta” que adoraba

las conchas frescas con cerveza,

también a una gaviota llamada Lisa

y a la famosa enanita del circo que a diario

esperaba verlo salir de la tienda “La Royal”

y ahora se ha quedado sin él

sudando amor amor amor.

(Revista ABRA. 1976 y en HOMENAJE NACIONAL. 1986)

***

Revistas Casa de las Américas

CIMAS A ROQUE DALTON

I

Roque de roca, trovero

telúrico, roquecido,

entre versos, gran jodido,

jugás al esconde-lero.

¡Ay, Roque, guanaco entero

de los pies a la razón,

me está doliendo en el son

de esta décima atrevida,

todo el dolor que la vida

te clavó en el corazón!

II

Roque: he sabido que tú

fuiste brujo de la rama

secreta del Gran Cunjama,

el que burló a Belcebú;

y que también Babalú

Ayé te dio su poder;

por eso no puedo creer

que has muerto. No cabe duda:

te olvidaste de la ruda

en la emoción de volver.

III

Desenrocándote, hermano,

en la luz de otras materias,

se nutren hoy tus arterias

como profético grano.

Tal vez le darás la mano

en tal fructificación

a la oruga y al carbón

que llegará a ser diamante;

si es así, pues… ¡adelante

con tan clandestina acción!

IV

En la montaña roqueña

que levantó tu poesía,

la noche, su minería

ejecuta, peña a peña.

En esa labor se adueña,

ella, de cada cristal

que aparece en su huacal

al escarbar bajo el verso

y lo agrega al universo

que guarda en su delantal.

(Revista Casa de las Américas, Nº 227. Cuba. Abril-Junio, 2002)

***

rafael-mendoza-mayora-img_2007

A UN GRAN FANTASMA INDÓCIL

Esta es la cuarta vez, mi querido poeta,

que yo le escribo algo.

En la primera di testimonio de su voz

y usted estaba todavía en este mundo.

Eso fue el mismo año en que usted se vio inflamado

por el que fue quizá su amor más subversivo

aquel que le hizo bailar un tango

cantado por Pablito Milanés,

y ya con la ayuda del ron

hasta echarse una ranchera. ¿Se acuerda?

Fue el corrido de El Hijo Desobediente

Un Domingo estando herrando
Se encontraron dos mancebos
Echando mano a sus fierros
Como queriendo pelear…).

¡Ah tiempo suyo aquél vivido en La Habana

recibiendo los laureles por Taberna

y compartiendo el parnaso tropical con otros grandes!

Pero antes de meterme en anécdotas,

déjeme decirle que mis otros dos homenajes.

se los dediqué cuando usted ya se había convertido

en el fantasma que con los años seguiría

deambulando por la habitación de Isidora

su amor de entonces. Según ella cuenta

en la famosa Carta que le envió a la eternidad

usted se le aparece a los pies de la cama

y le clava esa mirada fija que, todavía

a sus ochenta y seis años, suele provocarle

una leve comezón, un ardor en la piel.

Es para entender por qué, sobre esa epístola,

Mónica Ríos, otra chilena metida en textos,

se pregunta si es más o menos incorrecto

que un materialista dialéctico, como usted,

se aparezca en espíritu. “¡Vade retro!…

¡La negación de la negación! responderán

quienes le envidian a usted vida, pasión y suerte

con los lances del corazón, menos su muerte

por la que todavía no responden los asesinos.

Sí, se ha convertido usted en un fantasma indócil

que se quedó con la costumbre de visitar

la cocina donde le preparaba el café aquella musa

con la que recorrió las calles de La Habana

que llevan al mar y que ahora he sacado yo

de su Pérgola de Flores, sin ella saberlo;

de seguro al verlo ahí sentado sorbiendo el amargo,

ella le hará la misma pregunta de antes:

¿Qué le parece, maestro,

si nos vemos más seguido? Y usted,

con el humor de siempre le responderá sonriendo

con su acostumbrado Si, cómo no, maestra.

Después se despedirá, se marchará

y Benedetti saldrá de algún libro

dispuesto a acompañarle en su viaje de regreso

a aquellos otros lugares donde el amor

sigue entendiéndose con fantasmas que saben

salvar a la humanidad con la palabra.
San Salvador. 14 de mayo de 2014