Brasil y Venezuela: dos caminos de la izquierda en América Latina

Brasil y Venezuela: dos caminos de la izquierda en A. Latina
Felippe Ramos

Felippe Ramos es sociólogo, director del Instituto Surear para la Promoción de la Integración Latinoamericana y investigador becario del Instituto de Investigación Económica Aplicada (IPEA). Fue profesor del departamento de Sociología de la Universidad Federal de Bahía (Brasil) y profesor visitante del Central Arizona College en Casa Grande, Arizona (EE.UU.), como becario de la Fulbright Association. Su área de investigación actual es la integración regional en Latinoamérica y los problemas de la democracia y del desarrollo brasileño y latinoamericano. Vive en Caracas, Venezuela, a fin de desarrollar investigaciones acerca de la cooperación bilateral Brasil-Venezuela.

Lun, 09/16/2013 – 13:30
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El filósofo italiano Norberto Bobbio decía que, en líneas generales, el principal rasgo de la derecha es la defensa de la libertad antes que la igualdad y la izquierda, por otro lado, tiene como principal objetivo la defensa de la igualdad antes que la libertad. En el comienzo del siglo XXI en América Latina, la izquierda ha buscado una ruta democrática que mantiene la igualdad como objetivo fundamental, aunque anclada también en la defensa de las libertades conquistadas en el ámbito de las democracias representativas. Eso porque, por un lado, la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética redujeron la fuerza de la opción socialista revolucionaria y, por otro lado, las sociedades pasaron a valorar positivamente las libertades civiles y políticas garantizadas por los procesos de redemocratización tras décadas de dictaduras en la región. De ese modo, en diversos países, la superación de los programas de ajustes estructurales y de la agenda neoliberal de los años 90 fue lograda dentro de los límites de la democracia realmente existente. En ese contexto, la efectiva aplicación de los programas de gobierno de las izquierdas electas tiene sus límites en la propia estructura e institucionalidad democrática en proceso de consolidación. Los caminos del lulismo en Brasil y del chavismo en Venezuela son ilustrativos.

En Brasil, el presidente Lula (Partido de los Trabajadores, PT) fue electo en 2002 en una coalición que iba más allá de la izquierda, albergando sectores políticos de centro-derecha y centro, como su vicepresidente en aquel entonces, el empresario José Alencar (Partido Liberal). A lo largo de su gobierno (2003-2010) y también con su sucesora, Dilma Rousseff (2011-hoy), la coalición se amplió y el centrista Partido de la Movilización Democrática Brasilera (PMDB) pasó a ser, al lado del PT, el principal partido del gobierno, lo que le posibilitó el control de importantes espacios del poder ejecutivo (ministerios) e instituciones estadales (agencias, bancos públicos, etc.). La victoria de la coalición de centro-izquierda demostró la consolidación de la democracia brasilera que aceptó un proyecto político distinto a lo del núcleo más duro de la hegemonía económico-financiera del país (el proyecto neoliberal representado por el Partido de la Socialdemocracia Brasilera PSDB que había gobernado los ocho años anteriores de 1995 hasta 2002).

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El modelo brasilero –el lulismo– mantiene y profundiza la institucionalidad de la democracia representativa, lo que es positivo en un país que hace poco vivía bajo una dictadura militar. Su precio es posponer la inclusión de millones de excluidos… El modelo venezolano –el chavismo– emergió en una crisis de la democracia representativa y propuso la radicalización democrática a través del impulso a la democracia participativa y directa… Su precio es que tales cambios rápidos generan riesgos por la propia desinstitucionalización y confusión institucional, lo que reduce los frenos que solían proteger minorías y actores en desacuerdo con el proyecto en curso. La historia no sigue la perfección de los planteamientos teóricos, sino que va abriendo sus propios caminos.

Brasil pasaba, por lo tanto, por un período de consolidación democrática para la cual fue fundamental el fortalecimiento institucional. La capacidad democrática de aceptar el ganador de la elección y la superación de la reducción neoliberal del Estado hicieron que el diseño republicano tuviese rasgos más definidos: pacto federativo sólido entre los distintos niveles de gobierno (federal, provincial y municipal); competencia entre partidos y proyectos políticos; instituciones con roles definidos y funcionarios públicos con estabilidad en sus carreras; separación relativa entre los poderes; conformación de un espacio público para la sociedad civil. Sin embargo, la coalición amplia y la fuerza de las instituciones, si bien fueron condiciones del acceso de la izquierda brasilera al poder, también impusieron simultáneamente los límites para el proyecto de transformación planteado: la inclusión de los sectores excluidos de la población tendría que respetar el paso lento de los cambios intermediados por negociaciones políticas y capacidades institucionales. El camino tomado por la izquierda brasilera presupone la conciliación con las élites y el juego dentro de los límites institucionales con la consecuencia de la desmovilización de las masas. Tras diez años de gobiernos del PT, se ha logrado ampliar la inclusión social (disminución de la miseria y la pobreza y aumento de la capacidad de consumo), pero aún queda mucho por hacer (inclusión ciudadana, mejora de servicios públicos y ampliación de derechos).

Las protestas callejeras de junio de 2013 son pruebas del largo camino que hay adelante. En fin, el precio de la consolidación democrática y del fortalecimiento institucional suele ser la reducción de la posibilidad de cambios profundos y la lenta velocidad de la transformación posible. La salud de la democracia representativa, en ese modelo, exige que los excluidos esperen el momento en el cual podrán ser incluidos a través de reformas graduales sin herir la institucionalidad vigente.

En Venezuela, la elección presidencial de 1998 fue enmarcada en una coyuntura de prolongada crisis política, económica y social empezada en los años 80, con fuerte descontento social e baja credibilidad de las instituciones políticas. Al revés de Brasil y su consolidación democrática, en Venezuela, la democracia de Punto Fijo, existente desde 1958, se desplomaba. El proyecto de reconstrucción del Estado ya era planteado por los presidentes anteriores a Hugo Chávez, pero la aplicación de las fórmulas de ajustes orientados por el Fondo Monetario Internacional (FMI) les quitó la legitimidad necesaria para impulsar los cambios. El presidente Hugo Chávez fue electo en 1998 por ser un actor político nuevo y, por lo tanto, con la legitimidad de la esperanza social para impulsar los cambios que planteaba: refundación del Estado a través de una constituyente aprobada por voto popular; lucha contra la miseria y la pobreza; uso de la renta petrolera en beneficio de los más pobres. Para llevar a cabo estos objetivos, dos principios orientaban el proyecto: nacionalismo (para reconstruir la capacidad de acción del Estado) y bolivarianismo (para combatir las oligarquías que se aposaban de la renta petrolera). El proyecto de la revolución bolivariana de Hugo Chávez, por lo tanto, no era consecuencia de la consolidación democrática, sino de su crisis, y se basaba en el conflicto abierto con los responsables por conducir al país a la situación de pobreza generalizada (en 1998 más de la mitad de la población se encontraba abajo de la línea de pobreza): los agentes políticos y económicos del viejo orden de Punto Fijo.

El chavismo, entonces, llegó al poder con el objetivo de aplicar el programa político planteado en la campaña electoral, en lo que pese las resistencias de la oposición, bajo los siguientes lineamientos estratégicos: (a) evitar la conciliación con las élites y confrontarlas siempre que posible, (b) movilizar y organizar las masas, (c) promover cambios institucionales que posibiliten un camino más rápido hacia la inclusión y transformación social.

El paso más rápido de los cambios llevados a cabo en el país por la revolución bolivariana presupone dos condiciones ausentes en el caso brasilero: (a) el apoyo de fuerzas políticas identificadas solamente con la izquierda y (b) la existencia de una institucionalidad floja. La primera condición permite que el proyecto sea impulsado a través del conflicto polarizado, apoyado en la movilización de las masas, en contra del adversario identificado como la derecha. Las negociaciones y pactos son, de ese modo, evitados y un reformismo fuerte es logrado. La segunda condición permite al gobierno impulsar proyectos (de las cooperativas productivas a los consejos comunales territoriales) y programas (como las misiones y gran misiones), a través de la inversión de la renta petrolera en experimentos e innovaciones políticas con miras a rediseñar el pacto federativo y crear el Estado comunal como base socio-política y económica para el socialismo planteado. El fracaso de parte de esos intentos no impide que se siga intentando: la institucionalidad floja permite que fracasos sean olvidados y nuevos caminos intentados.

Es decir, la ausencia de una coalición permite la implementación coherente de la agenda planteada en la campaña electoral (con bajo nivel de lucha interna y conflicto sostenido contra la oposición) y la debilidad institucional permite al gobierno manejar la maquinaria estadal de una manera experimental. Lo que podría ser considerado una situación ideal para un proyecto de cambios sociales radicales impulsado por la izquierda, sin embargo, ha generado también efectos colaterales. El control exagerado del Estado por una sola fuerza política disminuye la separación de poderes y genera una mezcla poco saludable entre Estado-gobierno-partido-movimiento. Asimismo, la política de movilización constante de las masas (majority rule) en una sociedad cristiana con rasgos morales conservadores fortalece prejuicios del sentido común e impone límites a la consolidación de espacios a las minorías (como los defensores del aborto, del casamiento gay, etc.), lo que conforma el movimiento chavista como moralmente conservador. La declaración más reciente de que el socialismo del siglo XXI debe ser cristiano y los ataques al líder opositor Henrique Capriles por su supuesta orientación sexual son dos ejemplos. Además de eso, el impulso al rediseño tentativo y experimental del Estado y del pacto federativo con miras a una redistribución del poder simultáneamente crea una confusión institucional en la cual no se conoce de manera clara los roles de los distintos órganos e iniciativas y genera dudas acerca de la constitucionalidad del rediseño impulsado. Aunque la revolución bolivariana sea llevada a cabo respetando los límites del marco democrático y legitimada por constantes elecciones y consultas populares (plebiscitos y referendos), la fuerte centralización del comando (en contradicción con la descentralización en las bases) y rasgos autoritarios en la conducción del proceso son vistos como fragilidades del modelo venezolano.

Los dos caminos presentados –el brasilero y el venezolano– tienen sus ventajas y sus límites. El primero es una ruta más estable, pero mucho más lenta. Según el politólogo André Singer, “hay cambio, pero se cambia tan despacio que ni parece que hay cambio”. El modelo brasilero –el lulismo– mantiene y profundiza la institucionalidad de la democracia representativa, lo que es positivo en un país que hace poco vivía bajo una dictadura militar. Su precio es posponer la inclusión de millones de excluidos, debido a los frenos presentados por las instituciones, por la oposición o por aliados conservadores en la coalición. El modelo venezolano –el chavismo– emergió en una crisis de la democracia representativa y propuso la radicalización democrática a través del impulso a la democracia participativa y directa. La ausencia de coalición y la constante movilización de masas permitió impulsar cambios más rápidos en la sociedad, incluso cambiando las propias instituciones (desde la constituyente hasta la propuesta del Estado comunal). Su precio es que tales cambios rápidos generan riesgos por la propia desinstitucionalización y confusión institucional, lo que reduce los frenos que solían proteger minorías y actores en desacuerdo con el proyecto en curso. La historia no sigue la perfección de los planteamientos teóricos, sino que va abriendo sus propios caminos.

Con Chile en el corazón…

Con Chile en el corazón…

Rev. Roberto Pineda *

No perdí jamás la esperanza…
Pablo Neruda

Han pasado treinta años ya, desde el asesinato del presidente chileno Salvador Allende y el bombardeo a La Moneda. Treinta años y parece que fue ayer. Recuerdo la figura de Allende, metralleta en mano, defendiendo la dignidad de Chile y la sonrisa de los militares traidores en su primera conferencia de prensa.

El 11 de septiembre del 73 nos golpeó las entrañas…En mi proceso de evangelización, o en otras palabras, en mi proceso de toma de conciencia política, los acontecimientos de Chile a principios de los setentas, jugaron un papel destacado. Chile nos marcó la vida. Nos definió la visión, el rumbo, limpió nuestro horizonte.

Y en la reunión de nuestros héroes juveniles, tenía catorce años en 1973, aparecieron para quedarse para siempre, las figuras de Salvador Allende y Víctor Jara, Violeta Parra y Luis Corvalan, Miguel Henríquez y Pablo Neruda. Fueron referentes básicos para iluminarnos el camino de la lucha, de la resistencia, de la dignidad rebelde…

Ya antes del golpe del 73, estando en Nueva York, las primeras noticias que me impactaron políticamente fueron el triunfo electoral de Salvador Allende, candidato de la Unidad Popular, la nacionalización del cobre chileno, Pablo Neruda ganando el Nóbel de Literatura, el discurso de Allende en las Naciones Unidas, la visita de Fidel Castro a Chile…

En 1974, para el primer aniversario del golpe, organizamos una demostración de estudiantes de secundaria, en Solidaridad con Chile. Convocamos par el Parque Cuscatlán, y marchamos hasta la Plaza Libertad. En aquella época marchaban juntos estudiantes de la ENCO y del ITI, del INSFRAMEN y del Bachillerato en Artes: ¡Chile no se rinde, carajo, Chile no se rinde…”

Y nos volvimos chilenos y chilenas, combatientes contra la dictadura y soñábamos con construir un nuevo Chile, hasta organizamos peñas culturales, y cantábamos con todas nuestras fuerzas juveniles: ¡Chile no se rinde, carajo, Chile no se rinde! ¡Se siente, se siente, Allende está presente! Soñábamos con incorporarnos a la Resistencia Chilena:”la resistencia chilena pronto tomará el gobierno, la Patria se verá grande con su tierra que es liberada…”

También cantábamos y luego se volvió un himno nuestro, la Marcha de la Unidad: “De pie cantar, que el pueblo va triunfar/ avanzan ya banderas de unidad/ y tu vendrás marchando junto a mí/ y así verás tu canto y tu bandera florecer…” Y cantábamos esta canción en el marco de una intensa pugna ideológica sobre estrategias de lucha, confiados en que al final íbamos a unirnos como pasó en Chile.

Nos volvimos seguidores de Víctor Jara, y valorabamos su ejemplo de seguir cantando con los dedos quebrados y la boca reventada por un culatazo en el estadio de Santiago. Nos ayudó a fortalecer nuestra voluntad de luchar y enfrentar a los militares salvadoreños. Y cuando organizábamos en el campo cantábamos: “Levántate y mira la montaña,/ de donde viene el viento, el sol y el agua/ tu que manejas el curso de los ríos/ tu que sembraste el vuelo de tu alma.” Y en la asambleas sindicales, y en la intimidad de nuestros hogares, cantábamos:”Te recuerdo Amanda/ la calle mojada…”

Y Pablo Neruda, con su voz ronca, nos señalaba el camino: “Nuestras estrellas primordiales son la lucha y la esperanza.”Y también nos enseñaba a reconocer y combatir a los enemigos del pueblo:”Por estos muertos, nuestros muertos, pido castigo.”

El pueblo chileno se dispersó por todo el mundo, algunos años después, nosotros hicimos lo mismo. En determinado momento, nuestras dos diásporas se encontraron en el exilio. Y volvimos a cantar en Roma, Washington, París, México, Melbourne: “porque esta vez no se trata de cambiar a un presidente/ tendremos que ser nosotros los que construyamos un Chile diferente…Y nadie podrá negarnos, nuestro sagrado derecho, que como seres humanos, podamos vivir en Chile.”

Y de aquellos años de fuego viene nuestro deleite con la música andina, y conocimos a Quillapayun y a Inti-Illimani, y la zampoña y el charango se nos metieron en el alma, y conocimos el espíritu de lucha de los mineros de Chuquicamata y de los estudiantes de Valparaiso, y conocimos la voz de Violeta parra preguntándonos: “Qué dirá el santo padre que vive en Roma/ que le están devorando a sus palomas…”

En nuestra memoria, cada 11 de septiembre resonarán las palabras del Presidente Mártir: “Tengo fe en Chile y su destino. Otros hombres de Chile superaran este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre digno para construir una sociedad mejor.”

Estamos seguros de la verdad de estas palabras.

  • 17 de septiembre de 2003.

Magaña: amigo o hermano mayor

Magaña: amigo o hermano mayor
Waldo Chávez Velasco

Hacia 1942, Álvaro Magaña era el jugador estrella de baloncesto del Colegio García Flamenco. El líder de la Escuela Militar era el cadete Arturo Armando Molina. Ambos fueron presidentes de la República.

Probablemente ahí Álvaro se acostumbró a ser el primero, porque fue el mejor estudiante de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional, en tiempos cuando esta carrera duraba, por lo menos, 7 años. Álvaro obtendría su doctorado con honores. Políticamente, el joven fue de los llamados “Hombres del 2 de abril”, contra el general Hernández Martínez, quien renunció en mayo de 1944. Poco tiempo después, dio un golpe de Estado Osmín Aguirre y Salinas. Álvaro, con su amigo de siempre Ulises Flores (padre del actual Presidente de la República) y numerosos otros salvadoreños, se exiliaron en Guatemala, de donde trataron de invadir El Salvador. Entre ellos venía un teniente alto y fuerte, Julio Adalberto Rivera. El Ejército los derrotó en Ahuachapán.

Algún tiempo después llegó al gobierno el mayor Oscar Osorio, quien mandó a llamar a Ulises Flores y a Álvaro Magaña, sus amigos.

-¿Qué andan haciendo en los cuarteles? -preguntó.

-Tomando tragos con los amigos -respondió uno de ellos.

-Entonces mejor los dos se van a ir a estudiar Economía a Chicago.

No era cosa de protestar.

Y así, Álvaro y Ulises obtuvieron su maestría. Ulises Flores regresó al país. A Álvaro, Osorio lo becó para estudiar Finanzas Públicas, en la Universidad de Roma.

Yo lo había conocido en San Salvador, pero en Roma se estrechó nuestra amistad. A unos 60 kilómetros estudiaban unos 15 militares salvadoreños en la Escuela Superior de Guerra de Civitavecchia. Estos pasaban en Roma las vacaciones del verano e iban casi diariamente a casa de Magaña. Yo hacía lo mismo.

Cuando Álvaro terminó sus estudios de Finanzas, regresó al país con toda su familia (tenía entonces 2 hijos y vivía con su hermana María Elena), pero estuvo a punto de no regresar, porque naufragó en el barco Andrea Doria. Se ve que sabían nadar.

En El Salvador lo nombraron Subsecretario de Hacienda. Este gobierno duró apenas 3 meses. El golpe había sido dirigido por el coronel Julio Adalberto Rivera, Álvaro se enojó con él y se marchó a Washington a trabajar con la OEA, donde desempeñó cargos muy importantes. Con el tiempo Rivera lo convenció de que hicieran las paces y lo nombró Presidente del Banco Hipotecario, en donde estuvo hasta 1982.

Yo trabajaba en Alemania y vine cierta vez al país. Desde luego fui a ver a Álvaro. “No sé qué has venido a hacer”, me dijo. “Por las dudas te he preparado 3 empleos. El mejor es el de la Secretaría de Planificación Económica, en donde está Guillermo Borja Nathan, que es mi primo”. Yo no hallaba qué contestarle, pero fui a Planificación, de donde poco tiempo después pasé como Director-Fundador de Diario El Mundo.

Después quise construir mi casa en la colonia San Francisco. Como no tenía dinero, volví donde Álvaro, y me hizo todo el proyecto de un préstamo del Banco. Pagué.

Cuando se trataba de elegir al Presidente Provisional, a principios de los 80, los militares pudieron nombrar al Dr. Álvaro Magaña, con la siguiente estratagema: presentaron a la Asamblea una terna, constituida por dos distinguidos profesionales, quienes estaban seguros que iban a decir que no y que eran el Dr. Reynaldo Galindo Pohl y el Dr. Alfredo Martínez Moreno. Alvaro fue el presidente provisional, quien restauró la democracia en el país. En su hermosa casa de Apaneca reunió a todos los dirigentes políticos y los convenció de celebrar un Pacto de Unidad Nacional, que le permitió gobernar con tranquilidad.

Yo me había retirado a México, con la intención de dedicarme sólo a escribir. Durante la presidencia de Álvaro vine dos veces, a colaborar en discursos, en los que trabajamos con el Dr. Francisco Guerrero y el Dr. Ulises Flores, además del presidente Magaña, naturalmente.

Después, ya dedicado Álvaro a sus estudios de Derecho, tuve el honor de publicar en la revista GENTE los últimos escritos del ilustre intelectual salvadoreño, posiblemente con Galindo Pohl, las dos personas más inteligentes que he conocido en El Salvador.

Durante su velorio, el recién pasado 10 de julio, hablé con su bella viuda, Concha Marina Granados de Magaña, hija del dueño de la relojería Granados y originaria de Cojutepeque, donde vivía con su abuela.

“Yo no sé si Álvaro fue mi mejor amigo o como mi hermano mayor”, le dije. “Posiblemente las dos cosas”, me respondió.

“He andado haciendo travesuras por todos lados”: Roberto Quiñonez Meza

“He andado haciendo travesuras por todos lados”

Exitoso. Don Roberto Quiñónez Meza se ha destacado por ser muy trabajador. Durante su juventud practicó el básquetbol; ahora, sus pasiones son el golf y la lectura.

Publicada 9 de marzo 2006, El Diario de Hoy

Perfil

Don Roberto Quiñonez Meza nació en Santa Ana, el 2 de marzo de 1927. Graduado de Ingeniería Industrial y Humanidades en la Universidad de Stanford, en Estados Unidos. Desde 1977 hasta 1980 fungió como Embajador de El Salvador en Washington. Fue gerente general de Industrias La Constancia. Fundador de la Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP) y de la Asociación Nacional de Anunciantes de El Salvador (ANAES). Presidente y fundador de Arrinsa Leasing y de la Feria Internacional de El Salvador. Es padre de cuatro hijos fruto de su matrimonio con doña Clelia Sol.

Paola Michelle García
El Diario de Hoy
vida@elsalvador.com

Incansable trabajador, don Roberto Quiñónez Meza —un hombre de porte elegante, de corazón sencillo, que ha dedicado su vida entera a la administración de empresas— se ha destacado por sus grandes aportes al gremio empresarial de El Salvador.

Nacido en la Ciudad Heroica, Santa Ana, aseguró que desde muy pequeño, en su familia le inculcaron el amor por el trabajo.

“Mis padres y abuelos me enseñaron una ética de trabajo, que creo la tenemos todos bien interiorizada en la familia; y eso me hizo trabajar toda mi vida”, comentó don Roberto.

Así, desde su juventud, laboró incansablemente en diferentes empresas del país. Durante más de 30 años, trabajó como administrador en Industrias La Constancia.

Después, desde 1977 hasta 1980, don Roberto incursionó en la carrera diplomática, cuando fue nombrado Embajador de El Salvador en Washington.

“Según me dicen los diplomáticos de carrera, ser Embajador en Washington es la posición más codiciada, y yo estuve allá dos años y medio”, dijo el empresario.

Antes, ya había sido fundador de la Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP).

Además, en 1965 fundó la Feria Internacional de El Salvador. “Fueron tres años de trabajo para lograr una feria que durará tanto tiempo, y que ha perdurado hasta ahora. En aquel entonces, sólo teníamos unos 10 ó 12 países participantes”, recordó don Roberto.

En este contexto, el reconocido empresario se define a sí mismo como “un hombre trabajador”.

“Estuve también de presidente del Consejo Nacional de Publicidad, así que he andado haciendo travesuras por todos lados. Y mi última travesura es el ITCA (Instituto Tecnológico Centroamericano), ese es mi broche de oro”, puntualizó Quiñónez Meza.

En la intimidad

Padre de cuatro hijos, don Roberto confesó que hace aproximadamente unos 55 años experimentó el “amor a primera vista”, cuando conoció a su esposa, doña Clelia Sol.

“Mi esposa es una magnifica cocinera. Desde el primer momento en que nos vimos fue amor. Ya llevamos 55 años de casados”, dijo.

De su niñez en Santa Ana, don Roberto recuerda “una ciudad tranquila, donde vivió una época para hacer amistades, que perduran hasta hoy”.

“Con mis amigos de infancia, en los parques —que todavía no eran pavimentados— jugábamos chibolas, trompo, yoyo. Era una infancia sabrosa y tranquila”, dijo.

Sin embargo, pese a la pasividad de su ciudad natal, el empresario recordó que su niñez fue interrumpida por “un espacio de dificultad” en 1932. “Recuerdo que a varias familias nos metieron en una sola casa. Para nosotros de cipotes era una fiesta, porque no entendíamos el problema; pero nuestros papás y tíos estaban en la Guardia Civil, que fue una organización cívico-militar de defensa”, afirmó Quiñónez Meza.

Amante del deporte, en su juventud practicó durante varios años el basquetbol y también el fútbol americano.

“Me dediqué a jugar con un equipo que se llamaba ‘El independiente’ (…) Después me fui a Estados Unidos, jugué fútbol americano —que no me fue muy bien— donde perdí un riñón, porque me dieron un golpe fuerte y tuve un trauma”, rememoró.

En los años de su juventud, también perteneció a los BoyScouts, donde hizo muy buenos amigos, con quienes disfrutó inolvidables excursiones y campamentos.

Así, a lo largo de sus 79 años, con muchas anécdotas que contar —según confesó don Roberto— uno de los momentos más difíciles en su vida fue la muerte de su hijo, José Roberto.

“A él (José Roberto) lo perdimos durante la guerra. Tuvo un accidente en helicóptero (…) Definitivamente ese fue uno de los momentos más difíciles, del dolor no se sale, pues las cicatrices quedan, pero en fin, son cosas de Dios”, detalla don Roberto con voz entre cortada.

En este contexto, otro de los momentos más duros para el reconocido empresario fue el secuestro de su esposa, en 1984, en Miami, Estados Unidos.

Y pese al sufrimiento y los instantes de alegría, don Roberto aseguró con voz firme: “Yo no cambiaría mi vida aquí en este país por nada del mundo”.

“El Salvador me ha dado todo lo que tengo y todo lo que soy, y lo que tengo no sólo en cosas materiales, sino mi familia: mis hijos, mis hermanos, mis nietos y mis sobrinos”, puntualizó don Roberto, un verdadero caballero.

CARTA A MD

A quién corresponda:

Voy a ser muy sincera contigo.

Mi primera respuesta al leer tu oferta fue una risa llena de ironía y un rotundo NO ¿Por qué? NUNCA en mi vida había visto una campaña tan violenta, en un país (en ese momento morían 14 personas al día) tan violento, El Salvador, como lo fue la campaña de MD del año pasado 2012. Aún me resuena en la cabeza la imagen de una mujer muerta, en una morgue, pero presentada como heroína porque usaba tacones.

Yo trabajo con mujeres que han sufrido tanta discriminación, tantos golpes, tanto maltrato, tanta violencia que me dolía mucho, más que mucho, ver las vallas con esa campaña que no solo denigraba a la mujer y la volvía carne de cañón, sino que incitaba a la violencia.

Yo no soy feminista militante, a mí me dolía el coraje por el solo hecho de ser mujer. Nunca me sentí representada en sus anuncios, nunca vi representada a las mujeres de mis documentales en sus vallas, y si yo represento al 20% de las mujeres de este país y las mujeres de mis documentales representan el 80% restante, me pregunto a qué tipo de mujer iba dirigido, qué tipo de estudio de mercado hicieron, ¿les tomaron el pelo? Siempre me molestaron las campañas de MD, pero la campaña del año pasado fue una pasada TOTAL. No entendía la poca sensibilidad de esos creativos, cómo no vieron lo peligroso que es hacer una campaña así en países como El Salvador y especialmente Guatemala, país en dónde el femicidio, así como lo lee, FEMICIDIO es un tema recurrente en la sociedad.

Veo que intentan hacer algo diferente y que el equipo de creativos de esta campaña es nuevo. Una amiga muy cercana a los dos me comentaba que el nuevo equipo creativo son personas diferentes, se nota en la nueva idea, pero su campaña no se desliga de la Marca MD que durante años denigró y puso en peligro a tantas mujeres en estos países.

No entendía la poca sensibilidad de esos creativos, cómo no vieron lo peligroso que es hacer una campaña así en países como El Salvador y especialmente Guatemala, país en dónde el femicidio, así como lo lee, FEMICIDIO es un tema recurrente en la sociedad.

Le agradezco que pensaran en mi como mujer que mueve el piso; En realidad yo me defino más como una mujer sensible de zapato pacho, de poca estatura y curvas latinas, de pelo castaño, ojos negros, un poco torpe para caminar pero muy diestra para bailar, una mujer interesada en ver más allá del piso en el que estoy parada, interesada y apasionada por escuchar a los que nadie quiere escuchar, en preguntar lo que nadie quiere preguntar, una mujer con voz y pensamiento fuerte, una mujer interesada en dar la vida (si hay que hacerlo) por las que no usan zapatos de tacón como los que ustedes sacan en esas vallas.

Entiendo que esta es una nueva campaña y tengo que admitir que es muy buena, pero no imagino qué pudo haberles hecho cambiar de estrategia, espero que no haya sido una mujer muerta con zapatos de tacón, o sin tacón. Quiero entender que por fin comprendieron que su campaña del año pasado nos violentaba el alma, entiendo que ahora quieran decir todo lo contrario y lo celebro, pero no comprendo como no han pedido perdón a todas nosotras, mujeres que humillaron año tras año con sus campañas anteriores. Por ética y por respeto a todas esas mujeres humilladas no puedo aceptar su oferta de ser uno de los rostros de la nueva campaña publicitaria de zapatos MD.

Quiero entender que por fin comprendieron que su campaña del año pasado nos violentaba el alma, entiendo que ahora quieran decir todo lo contrario y lo celebro, pero no comprendo como no han pedido perdón a todas nosotras.

Atentamente,

Marcela Zamora.
Marcela Zamora estudió periodismo en Costa Rica, hace documentales para el diario digital El Faro. Graduada de la Escuela Internacional de Cine y T.V. de San Antonio de los Baños de Cuba, como Directora documentalista, Marcela ha filmado documentales en El Salvador, Nicaragua, México, Venezuela y Cuba. Su documental “María en Tierra de nadie” narra la historia de dos mujeres se ven obligadas a emigrar a los Estados Unidos ilegalmente, ha participado en una variedad de países, convirtiendo a Marcela en una gran representante de El Salvador.

Un pensamiento diáfano y una vida consecuente

Un pensamiento diáfano y una vida consecuente
Edgard Barberena
END – –

Por el terror que le tenía a los maestros que durante los años 40 obligaban a los estudiantes a repetir de memoria las lecciones, no terminó la primaria, pero se volvió un extraordinario autodidacta entre la zapatería, el sindicalismo, entre ejercer como Secretario General del Partido Socialista Nicaragüense (PSN) y practicar el periodismo desde “Orientación Popular” hasta END, pasando por Barricada.

Este personaje es Onofre Guevara López, hijo de Onofre Guevara Pérez y de Paula López, quien nació en Nandaime el 11 de febrero de 1930.

Se vino a Managua en 1942 y aprendió a ser zapatero. A los 13 años ya estaba en el Sindicato de Zapateros, un año antes de que se fundara el Partido Socialista Nicaragüense, en 1944.

Ingresó al PSN en 1945 cuando era un chavalo, comenzó a vender periódicos, a distribuir hojas sueltas y a realizar una serie de tareas prácticas. Antes, en el sindicato, le ocurrió algo muy particular: “Ahí aprendí a escribir”, dice.

“Jovencito me nombraron Secretario de Actas del sindicato y eso me obligaba a redactar las actas. Hacer el acta de una asamblea es como hacer una crónica de un acto político”, comenta Onofre.

A inicio de los años 60 le piden permiso para utilizar su nombre como director del semanario “Orientación”, a lo que accedió. Esto lo llevó a problemas con el régimen somocista.

“Cuando la Policía quiso reprimir el periódico, me llamó Nicolás Valle Salinas para interrogarme, éste se alejó un poco del interrogatorio y me quedé con Agustín Fuentes, de La Prensa, y Alejandro H. del Palacio, de Novedades.

Ahí comienza otro interrogatorio con el periodista de La Prensa, que fue más fuerte que el que le hizo el guardia, tanto, que el redactor de Novedades le dijo: “¡Estás peor que el teniente!”

“Fuentitos” le hizo una mala jugada
Al siguiente día, al leer la crónica de Agustín Fuentes, acabándolo por un error en la pronunciación de una palabra, Onofre se dijo a sí mismo: “No me voy achantar”. Fuentes explotó la falta para ponerlo en ridículo. “Eso me tocó el amor propio y me empeñé en escribir mejor”, nos dijo.

Guevara, entonces, leía más de lo habitual, y practicaba escribiendo sobre cualquier cosa. Un día se encontró con Manuel Pérez Estrada, Secretario General del PSN, quien le preguntó qué tanto sabía de Sandino. “He leído algo”—le dije. “Le conté lo que había leído de un congreso internacional que tuvo lugar en un país europeo, y entonces me dice: hágase un artículo para el periódico. Ese fue mi primer trabajo, y lo publicaron en el semanario Orientación”, rememora.
Viaje a Cuba y “Orientación Popular”
En 1960, el PSN lo envió a Cuba al séptimo aniversario del asalto al Cuartel Moncada. La revolución estaba tierna, apenas tenía año y medio. A la isla Onofre llegó a dos congresos: al de las Juventudes Revolucionarias de América Latina y al del Partido Socialista Popular de Cuba como delegado.

Cuando regresa a Managua pasa a la dirección del partido con el cargo de Secretario Juvenil, con la misión de organizar a la juventud socialista, por lo que todo el año 1961 fue de actividades políticas-organizativas, y en noviembre de ese año llevaron a cabo el congreso constitutivo de la juventud.

Para esa ocasión, Onofre tenía 31 años. “Me quitaron la juventud y me hicieron editor del periódico que ya se llamaba Orientación Popular”, recuerda. Así editó el periódico hasta 1965. Ese año se fue a la Unión Soviética a estudiar al Instituto Internacional de Marxismo-Leninismo, de marzo de 1965 a octubre de 1966.

Al regresar al país vuelve a hacerse cargo de la edición del periódico, pero antes enfrentó lo que pasó todo aquel nicaragüense que viajó por esos años a países considerados comunistas: cayó preso en Managua y fue interrogado por agentes de la Oficina de Seguridad Nacional (OSN) de Somoza.
Varado en Bruselas
No hay personajes sin anécdotas, y Guevara lo sabe bien. A él le tocó pasar apuros en Berna, cuando venía de regreso a Nicaragua. “Es que mi pasaporte se venció. Cuando hice escala en Suiza me advirtieron que debía arreglar eso”, recordó. Una cónsul en ese país se negó a ayudarle, y no tenía fondos suficientes para pasar 15 días allá esperando una respuesta.

Del poco dinero que portaba decidió comprar un boleto a México. “Todo parecía marchar bien hasta pasar por Bélgica, la seguridad del aeropuerto me detuvo y perdí la conexión, con todo y maletas”, recuerda Guevara.

En Bruselas se quedó solamente con la ropa que llevaba puesta. Las autoridades migratorias le dieron un permiso de tres días, en un lugar donde no conocía a nadie. Lo primero que hizo fue irse a la calle y comenzar a preguntar dónde estaba el consulado de Nicaragua. “Ahí tuve el ejemplo de lo que debe ser el servicio diplomático”, comentó.

Ese ejemplo se lo dio el entonces cónsul de Nicaragua en Bruselas, un señor de apellido Rivas Novoa, hermano de Gabry Rivas. El diplomático le dijo no estar interesado en preguntarle ni de dónde venía, ni adónde iba, le bastaba saber que era nicaragüense. Ahí le actualizaron el pasaporte y así viajó a México para recuperar sus pertenencias.
La división del partido
En “Orientación Popular” Onofre trabajó hasta 1967, cuando se produjo la ruptura interna del PSN sobre los sucesos de la masacre del 22 de enero de ese año, y ahí terminó el periódico. Onofre siguió en el partido, y quedó en una fracción en la que eligieron Secretario General a Álvaro Ramírez González, en sustitución de Manuel Pérez Estrada, quien se quedó con el grupo de Elí Altamirano, los que después formaron el Partido Comunista.

En noviembre de 1967 renuncia Álvaro Ramírez, y en un pleno del partido eligen como secretario general a Onofre, e inmediatamente el partido le comunica que debe viajar a Moscú para informar sobre la situación del PSN. En 1968 se traslada a Costa Rica (entró por veredas) y allá le proporcionan un pasaporte costarricense.

Salió como costarricense del aeropuerto “Juan Santamaría”, y llegó a Moscú cuando celebraron los cincuenta años de la revolución soviética. De regreso enfrentó otra anécdota no muy agradable, pero simpática a la altura del tiempo.

Como portaba pasaporte costarricense, llegó a Holanda y se hospedó en un hotel económico mientras arreglaba su salida hacia México. La noche que llega a Ámsterdam le golpean la puerta a la media noche, y un conserje del hotel le dice que habían llegado unos costarricenses a saludarlo.

Supo que los ticos llegaron de París en tren, y habían planeado pasar con “el paisa” un fin de semana. “Yo no hallaba qué hacer porque no los conocía”, comparte Guevara. Salió a recibirlos. Todos estaban ebrios, y entre ellos estaba un hijo del embajador costarricense en París. “Estaban tan alegres, que ni cuenta se dieron de que yo era nicaragüense y de que mi nacionalidad sólo era una farsa. Salimos y quedamos en vernos a la mañana siguiente”, recuerda. A primera hora, Guevara escapó del hotel y se fue a pasar las horas a un parque cercano.

Al regresar a Managua por veredas desde Honduras, volvió a caer preso. Esa vez estuvo seis meses. Allá conoció a Daniel Ortega, a Jacinto Suárez y a Jacinto Baca Jerez. “De todos los presos, yo era el único que no pertenecía al Frente Sandinista”, recordó.

En la cárcel conoció que Ortega no es el hombre calmo que aparenta ser, porque en una ocasión tomó con violencia y autoritarismo un plato de comida, y se lo lanzó en la cara a Axel Somarriba, un muchacho que había desertado del FSLN. Esto ocurrió en 1968.
Caen dos de sus hijos
En 1969 —después de haber sufrido otra carceleada—renunció al partido, quedando Luis Sánchez en la Secretaría General.

En 1976 se reincorpora al PSN con la gente de Álvaro Ramírez, y le dan la responsabilidad de la educación popular clandestina. Comenzó a trabajar en el periódico con Federico López. Todo el 78 y el 79 imprimieron el periódico en forma clandestina. En 1978 cayó abatido su primer hijo en el asalto a la Policía de San Judas, y en mayo de 1979 fallece otro hijo suyo en un enfrentamiento con la Guardia también en San Judas.

En 1980, la tendencia del PSN de Álvaro Ramírez se integró al FSLN, por lo consiguiente a Onofre lo mandan al diario Barricada, donde comenzó como jefe de Redacción y corrector de originales, y donde enfrentó problemas con periodistas de escuelas que no admitían ser dirigidos por un periodista empírico.
Onofre es diputado
La verdad es que la pulcritud de la prosa de Onofre es para un periodismo exigente, y es hoy por hoy, con sus escritos de opinión y su columna, una notable simbiosis del buen escribir con la congruencia y la amenidad en la crítica política.

Onofre fue también diputado de Managua por el FSLN, y encargado del registro de actas, una especie de historia de la Asamblea Nacional.

Su vida ha transcurrido con la misma modestia con que habita en el barrio San Judas, y la misma firmeza de sus ideales por una sociedad justa e igualitaria, pero en libertad y democracia.

Aprendió a ser crítico
Guevara también relató en la entrevista otras anécdotas, entre ellas una del curso de preparación ideológica que hizo en la URSS. En la última etapa, llevaron a los estudiantes de varias naciones latinoamericanas a la República de Moldavia, y “nos decían que esa república tenía un desarrollo similar al de Nicaragua”.

Él fue el jefe del grupo de estudiantes enviados a Moldavia, y le tocó hacer el agradecimiento a sus autoridades. “Experimenté por primera vez mi compromiso con la crítica, y lo que hice fue señalar todo lo que me parecía criticable en Moldavia, y eso me ha servido para mi formación en el periodismo”, destacó.

“Desde ese momento me decidí a ser crítico, pero sucedió que en lo poco que sabía de ruso me di cuenta de que la traductora no dijo lo que yo había dicho, sino que convirtió en alabanza mis señalamientos, y eso también me sirvió para criticarla a ella (a la intérprete) cuando regresamos al Instituto en Moscú”, dijo Guevara, quien comparó la situación con lo que ocurría aquí con la Dirección Nacional del FSLN en los años 80.

Mirando los «bordes ocultos.»

Mirando los “Bordes ocultos”
Onofre Guevara López | Opinión

En el prólogo que don Aldo Díaz Lacayo le hizo al libro “Bordes ocultos, el entretejido de nuestra historia”, califica a su autor, Rafael Casanova Fuertes, como “historiador alternativo”. Lo alternativo corresponde a la tercera acepción de ese adjetivo: “Ofrecer una opción distinta a lo habitual u ordinario”. En este caso, sería de la historia.

No parece apropiado ese adjetivo para Casanova, porque la opción que ofrece no es una simple “opción distinta de lo habitual”. Lo que Casanova hace es ofrecer, de un lapso de 69 años de historia del movimiento socialista en Nicaragua, la versión que ningún historiador se ha decidido investigar.

Lo distinto no es lo igual, tampoco lo mismo, sino otra cosa. Pero es el caso que los historiadores no han ofrecido ninguna otra versión de la historia del movimiento socialista, sino solo alusiones marginales –generalmente despectivas— cuando necesitan situar o justificar la posición política de sus adversarios, pero no como resultado de ninguna investigación o estudio sobre el tema.

Entre esos 69 años de historia socialista en Nicaragua, Casanova da a conocer el período considerado el más crítico de esta corriente política en ese lapso, por causa de un fenómeno que se origina en sus propias filas. Me refiero a la etapa cuando en el Partido Socialista Nicaragüense comienza a manifestarse la necesidad de adoptar otra línea de acción no tradicional, sino armada, y es planteada por quienes entre sus miembros cuestionan la lucha exclusivamente política, la actividad sindical y las demandas laborales frente a la dictadura somocista.

Ese período comprendió desde los primeros días del triunfo de la Revolución en Cuba (1959), hasta el triunfo de la Revolución en Nicaragua (1979), el cual se dividió en varias etapas. La primera etapa se inició cuando en 1961 el PSN organizó la Juventud Socialista Nicaragüense, cuyos componentes –por obvias razones generacionales— acogieron con entusiasmo la idea de que, de ahí, se partiría hacia una acción política con tendencia a poner en práctica la lucha armada. Bajo la presión de esa corriente interna, el PSN acordó prepararse para la lucha armada, pero no de inmediato, sino como resultado final, cuando las acciones de masas crearan las condiciones para ello. Pero contradicciones entre conservadores y radicales sobre el tema, postergaron esa tarea.

Cuando algunos jóvenes creyeron que no había perspectivas de lucha armada con el PSN ni la JSN, se fueron a formar nuevos grupos o integrarse a los que ya se habían formado en sucesión cronológica: el Movimiento Nueva Nicaragua, Frente de Liberación Nacional y Frente Sandinista de Liberación Nacional.

De ahí arrancó una relación ambigua muy difícil entre socialistas y sandinistas, pero con la idea común del socialismo. El PSN fue el núcleo originario del movimiento revolucionario nicaragüense. Las siguientes etapas, Casanova Fuentes las investiga con mucho acierto, incluida la formación por la tendencia más radical del PSN del Frente Armado Revolucionario Nicaragüense, FARN, (1966-1969) y la Organización Militar del Pueblo (1978-1979).

Casanova Fuertes presta mucha fidelidad en su libro a las fuentes, los testimonios y los datos acerca de las contradicciones, divisiones y los conflictos que les costaron a una parte de los socialistas para llegar a practicar la lucha armada, hasta culminar con la integración de la OMP a la guerrilla del FSLN en la insurrección del 79 y el partido a la estructura del FSLN en 1980. Casanova estudia también las actividades del otro PSN nacido de la división en 1976, y de sus dirigentes dentro del FAO, hasta su disolución entre la derecha, la sobrevivencia de un nuevo PSN y de otros grupos socialistas.

Con cualquier criterio político que se haga la lectura del libro de Rafael Casanova Fuertes, no encontrará en él nada igual a las versiones mutiladas, sectarias, prejuiciadas que afectaron una visión objetiva del papel del PSN en la historia política de Nicaragua. Y que, incluso, aún subsiste ese sectarismo entre sus descendientes históricos, los sandinistas.

En el libro de Casanova, se podrán ver muchos “Bordes ocultos” como este: que el PSN… “fue el principal semillero de todas las fuerzas de izquierda del país, siendo el principal beneficiario el FSLN, porque fue el trabajo paralelo en escenarios ajenos a la lucha armada de los socialistas –de lo que no se debe excluir a otras tendencias marxistas—, las que alimentaron al FSLN y le permitieron encontrar bases sociales politizadas, tanto en la insurrección armada antisomocista de 1978-1979, así como en la ejecución del proyecto revolucionario en los años ochenta”.

El Viejo German

Miércoles, 14 de Agosto de 2013

Me cuenta una amiga del alma que murió el Viejo German. Tres décadas, atrás, cuando lo conocí, aunque no pasaba de los 35, ya le decían “El Viejo”: por las mil arrugas que le estallaban en el rostro cuando reía y porque todos en el campamento apenas habíamos pasado la frontera de los veinte.

Tenía el pelo claro, el rostro afilado, flaco, algo encorvado y una mirada de ojos verdes que le daban un aspecto de felino en permanente estado de alerta. El Viejo German tuvo durante toda la guerra, la responsabilidad de velar por la vida y la seguridad de los que integraban el puesto de mando guerrillero en Morazán.

El puesto de mando estaba integrada por los máximos comandantes, entre los que destacaban Ana Sonia Medina, Mercedes Letona, Marisol Galindo y el mismo Joaquín; la sección de comunicaciones estratégicas, operativas y de inteligencia, la Radio Venceremos, la sección logística y cocina y la escuadra de experimentados combatientes que prestaban seguridad bajo las órdenes del Viejo German.

Por razones de jerarquía militar absolutamente nadie le daba órdenes a Joaquín Villalobos. Él era el que daba las órdenes. Sin embargo cuando el enemigo nos presionaba, algunas veces de manera letal, era el Viejo quien asumía la jefatura de la columna del puesto de mando y Joaquín, el bravo comandante Atilio le obedecía sin rechistar.

Una vez en un lugar llamado el Llano del Muerto, en las faldas del Cerro Pericón, se nos metió dentro del campamento una patrulla de reconocimiento del Batallón Arce. Eran muy temprano por la mañana. Estábamos relajados.

De pronto, el sonido retumbante de un proyectil de noventa milímetros rompió la quietud de aquel paraje. Medio segundo después un disparo certero impactó en un hombro del comandante Jorge Meléndez, que dio una voltereta en el aire. Entonces se desató el infierno de balas y explosiones por todos lados. Nos habían agarrado desprevenidos completamente.

En medio del caos, el Viejo Germán, lince de siete vidas, organizó como pudo, una precaria defensa más a gritos que a balazos. “Escuadra alfa, rodéenlos por la derecha”, tronaba el Viejo. “Escuadra Bravo por la izquierda… los tenemos”, aseguraba a voz en cuello. La verdad es que no había ninguna escuadra alfa ni bravo. Era el muy Viejo y dos o tres combatientes disparando tiro a tiro, mientras el resto de la seguridad se parapetaba.

El enemigo quería amarrar fuego con nosotros para darle tiempo a un batallón helitransportado que, en breve, nos caería encima. Teníamos que salir de allí en cuestión de minutos. Y así gritando órdenes fantasiosas, disparando tiro a tiro, brincando de aquí para allá el Viejo German, mago tras los arbustos, improvisó una contención y organizó bajo la lluvia de balas la retirada de nosotros.

Por una vaguada marchaban Jonás herido, Joaquín con un golpe en la rodilla. Además iban el capitán Mena Sandoval y el comandante Roberto Roca, que en la prisa dejaron sus mochilas. Cuando los paracaidistas desembarcaron desde los helicópteros, nosotros y la escuadra de German, nos habíamos esfumado

Tras el golpe en el vacío, el Comité de Prensa de la Fuerza Armada, informó que habían recuperado la mochila de los mencionados comandantes, equipo de comunicaciones “y otros pertrechos militares”.

En otras ocasiones todavía más dramáticas, el Viejo Germán cumplió casi a costa de su vida. Era estricto durante las maniobras para evadir los cercos y emboscadas. Enérgico e incansable. Siempre marchando rápido a la orilla del camino. Dando órdenes y ánimos cuando ya nuestras piernas no respondían o cuando los ojos se cerraban de sueño tras caminar toda la noche. Nunca se le vio miedo. Nunca discutió una orden, ni admitía que le discutieran una.

En momentos de paz, le encantaba contar historias a la luz del fogón de la cocina con una cuchumbada de café en una mano y el cigarro en la otra. Su risa estallaba en mil arrugas dejando entrever sus escasos dientes amarillos.

Hace cinco días murió. Me cuentan que estaba pobre allá en Morazán, lejos de los recintos del poder. La cirrosis hizo lo que no pudieron ni bombas ni la balas. Adiós querido Viejo. No exagero al decir, que te debo la vida.

Peliémonos, pues

elfaro.net / Publicado el 29 de Julio de 2013 Qué gusto da exhibir cultura (escuchar a Savall y citar de pasadita a Frege y a Derrida), al mismo tiempo que se retrata al adversario en una polémica como macho pendenciero que solo busca imponer su verdad. El dibujo amable de uno mismo (qué ponderado soy) y la caricatura irónica del oponente habrían sido una llave dialéctica –del combate discursivo– muy aplaudida por el estimado público de la Arena Metropolitana de mi niñez.

Pero si esto no es encuadrar de forma maniquea la discusión, planteando desde el inicio una mala peleya, que venga el fantasma de Frege y diga algo.

Resulta curioso que alguien que hace un retrato intelectual tan amable de sí mismo, que alguien que presume de tomar en cuenta otras hipótesis y de discutir seriamente, ni siquiera se haya molestado en recoger las objeciones puntuales que se le han hecho para enfrentarlas una a una en buena lid. Y es una lástima. Resulta más fácil caricaturizar al adversario que dedicarle un par de horas a la crítica seria de sus razonamientos.

En mis tres últimos artículos sobre el tema – ¿Y si condenamos a Salarrué?, “Debatiendo a Salarrué en el siglo XXI” y “Peléyense bien”– he procurado ser hasta cierto punto respetuoso con los planteamientos de Rafael Lara Martínez. A sus argumentos les he opuesto otros argumentos. Lamento que él a mis razones puntuales no les oponga razones equivalentes y se dedique a decir generalidades sobre su talante reflexivo. Yo no lo pongo en cuestión a él, pongo en cuestión “algunas” de sus ideas y advierto sobre el peligro de que al ser aceptadas sin debate se acaben convirtiendo en nuevos dogmas.

Algunos jóvenes de izquierda creen que si una “bicha” no respondió a sus reclamos amorosos ha sido culpa de la CIA; creen que si su profesor de matemáticas los aplazó fue por culpa de la CIA; creen que si se cayeron al pisar una cáscara de guineo fue culpa de la CIA. Estos muchachos tienen una teoría que lo explica todo: si un chucho los mordió, ya saben ustedes de quien fue la culpa. A estos muchachos se parece el investigador que cada vez que encuentra un dato desconocido lo interpreta como un dato que ha sido ocultado deliberadamente por una fuerza oscura. Todo lo desconocido, todo lo ignorado, todo lo perdido lleva la huella metafísica de un ocultamiento. Si él nieto despistado de un escritor tiró a la basura o malvendió unas revistas de páginas amarillentas en las que su abuelo había publicado esos cuentos tan aburridos, lo mas probable es que el susodicho nieto, sin saberlo, formase parte de una vasta operación de silenciamiento histórico.

Exagero y me burlo, por supuesto, pero solo para decir que una sola fórmula –al menos en el campo de la investigación académica– no puede abrir todas las puertas. No se puede abusar por lo tanto de la hipótesis del ocultamiento deliberado. Hay que fijar lo criterios que nos permitan utilizarla con rigor, imponiéndole clausulas restrictivas. Si no se tienen pruebas que confirmen la atribución de intencionalidad, lo mejor será ser cautelosos e introducir ciertos adverbios y decir que tales o cuales datos “posiblemente” fueron ocultados por el nieto del célebre narrador y poeta Don Panchito Pérez.

En filosofía podemos salir ilesos de frases grandilocuentes y oraculares como esa de que “El presente tacha adrede el pasado escurridizo y hace del ayer reprimido una de las premisas latentes de su juicio”. En la investigación histórica de un fenómeno cultural en el cual se intuyen borraduras en la memoria colectiva, hay que precisar los agentes de la acción y la naturaleza del acto (si fue consiente o inconsciente), es decir, hay que determinar quién tachó qué y poner sobre la mesa, si hablamos de una tachadura premeditada, las pruebas que confirman la intencionalidad. Todo lo demás sería retórica.

En teoría de la ciencia se habla de modelos explicativos con una sola variable y se los bautiza como “monocausales”. La monocausalidad, en mi opinión, recorre el discurso del profesor Lara Martínez. Nunca nos dice que un hecho determinado puede explicarse por la concurrencia de varios factores.

Cuando habla de los treces relatos que Salarrué no incluyó en la versión definitiva de los Cuentos de barro, el profesor no se plantea nunca que en dicha exclusión pudieron intervenir puntualmente “varios motivos”. El hombre que contempla la posibilidad de que varias hipótesis puedan iluminar sus datos, a la hora de la verdad sólo elige una y, no contento con eso, se saca de la manga la idea de que los textos omitidos pertenecen a una presunta versión integra y “silenciada” de los “Cuentos de barro”.

Nos guste o no, la versión definitiva de dicha obra fue la que su autor entregó a la imprenta. Podemos discutir su decisión, pero no abolirla. De lo contrario, estaríamos traicionando la misma historia del libro. Los trece o más cuentos excluidos podrían figurar en una edición crítica del clásico de nuestra literatura y la idea controvertida de una “versión integra” se puede entregar al público y a los académicos para que la debatan.

No niego que toda esa generación de intelectuales que apoyó a Martínez, a partir de 1944 haya intentado quemar los textos y las fotos que delataban su colaboración con la dictadura. Esa voluntad de ocultamiento, que debe confirmarse con evidencias, es un elemento en el complejo mecanismo de la amnesia histórica de la sociedad salvadoreña y puede servirnos, como “un” factor explicativo más, para investigar un período acotado de nuestra historia política y cultural.

El olvido de aquel entonces y los olvidos de ahora son fenómenos complejos que no pueden explicarse a partir de una sola variable de carácter intencional.

En ese sentido, y a pesar de los datos que rescata y de algunas ideas fértiles, creo que el análisis de Lara Martínez tiende al esquematismo simplificador de quien utiliza una sola causa para interpretar una experiencia compleja.

El trazo simple de su teoría –hay alguien que ha ocultado algo; hay algo cuyo desconocimiento vicia los juicios del presente–no se pone de manifiesto porque la despliega con “elocuencia”. Resulta atractivo, desde el punto de vista literario, lo de plantear la trama compleja del olvido histórico como un argumento sencillo en el que unos personajes juegan a ocultar las cartas y otros juegan a denunciar sus trampas. Lamentablemente, la vida es más trágica y mucho menos simple.

Les confieso algo a los lectores: no tengo la menor intención de quemar los datos que esgrime el profesor. Es más, les diré otra cosa, agradezco esos datos y valoro muchísimo la pesquisa del hombre que los ha encontrado. Eso sí, creo que el marco interpretativo del investigador es muy semejante al del marxismo vulgar. Para explicar lo literario, a ese marxismo que relaciona de forma lineal la cultura con la dominación, le basta con indicar las funciones ideológicas que un texto ha cumplido históricamente. A la función ideológica –a los mecanismos de la legitimación del poder y de ocultación de la realidad social– se subordinan sin sutileza los problemas del estilo, la ambigüedad temática y la trascendencia de la obra literaria.

Una cosa son los datos y otra los vuelos interpretativos que se emprendan a partir de ellos. Que Salarrué colaboró con Martínez, vale. Que el régimen de Martínez promovió la obra de Salarrué, vale. Ahí están las fuentes históricas rescatadas por Lara que lo confirman, vale. A partir de ahí se abre un debate sobre cómo los vínculos con el régimen pudieron afectar a la creación del escritor y sobre cómo el respaldo estatal de la dictadura pudo influir en la forma en que se leyó su obra.

Se nos dice que la historia política oculta de Salarrué, una vez que salga a la luz, servirá para comprender los “Cuentos de barro”. No se dice nada, sin embargo, sobre cómo ha de relacionarse dicha historia política con la hermenéutica del texto ¿Cómo se asocian los indicios textuales, el estilo y los contenidos de los Cuentos de barro, a la biografía política hasta ahora oculta de su creador? El profesor ha querido remediar esta laguna de su enfoque adjudicándole al General Martínez, en patrimonio, la entera poética del regionalismo y sus políticas culturales. De esa manera, por ejemplo, una pintura de tema campesino fechada en el año 43, automáticamente es catalogada de martinista, aunque disintiera del martinato.

El profesor pasa de puntillas, sin hacer preguntas, sobre el hecho verificable de que la estética de los Cuentos de barro empezó a madurar en un mundo en el que aún no existía el martinato. Ese mundo que el profesor silencia se vio sacudido por las impactantes noticias que procedían del México insurgente y por toda la ebullición ideológica que provocaba el caldo donde se cocían las voces de José Martí, Rodó y Vasconcelos y los ambiguos conceptos y valores del proto-nacionalismo popular latinoamericano.

El regionalismo como poética y política cultural se gestó en ese período que Lara Martínez tacha ¿intencionadamente? El dictador que surgió del 32 se apropió de unos antecedentes culturales; antecedentes que ya planeaban, como sensibilidad y alternativa, sobre el horizonte salvadoreño antes de que llegase la dictadura. Ver esa época como una especie de período preparatorio del martinato solo es posible desde una concepción lineal de la historia. En otras palabras, solo un anacronismo interesado puede convertir en martinista al joven creador que a mediados de los años veinte del siglo pasado empezó a escribir los primeros borradores de “Cuentos de barro”.

Quienes piden que se respete el pasado a veces lo contaminan introduciendo valoraciones morales y políticas que solo han alcanzado nitidez teórica en el presente. Así se juzga que el joven Salarrué de mediados de los años veinte del siglo pasado ya era cómplice intencionado de un proyecto de poder que invocaba maquiavélicamente una estética de lo popular al mismo tiempo que maniobraba contra los verdaderos intereses materiales e identitarios de los de abajo. Esta crítica legitima del nacionalismo popular latinoamericano que solo alcanzó un perfil teórico claro en las últimas décadas del siglo XX, como es lógico, no podía formar parte de la conciencia ética de un joven escritor de principios de siglo que aunque no invocase lo popular de forma plena y consecuente tampoco lo plasmaba con la superficialidad del artista que no va más allá de la viñeta pintoresca. Estoy hablando del período formativo de Salarrué en la época previa a la dictadura del general Martínez.

Claro está que podemos juzgar al narrador que sirvió al tirano teniendo el cuidado de no reducir la complejidad de su obra al tamaño de sus servicios políticos. Que Salarrué fuese un buen escritor no impide que lo juzguemos políticamente ni veta la posibilidad de investigar el adentro de su obra para ver hasta qué punto se vio afectada por su rol ideológico. Como no estamos ante un simple amanuense del tirano sino que ante un artista de los grandes, lo más probable es que haya zonas de la obra literaria que trasciendan las pequeñas miserias del intelectual de una dictadura.

Al profesor le quita el sueño el problema de cómo podemos valorar estéticamente una obra sin considerar su genealogía histórica, sin tener en cuenta el pasado oculto de su creador. Yo creo que hay otros interrogantes igual de profundos: Habría que preguntarse por qué razón, habiendo caído la dictadura de Martínez hace más de medio siglo, uno de los libros que ésta promovió continúa siendo leído y discutido por las nuevas generaciones ¿Es que somos martinistas o es que algo en el libro trasciende el martinismo?

Un clásico es un clásico porque escapa de las determinaciones de su origen para ser releído y recreado en las encrucijadas de otro horizonte histórico. Lara se conforma con ofrecer su limitada versión del origen y de la manipulación simbólica de que fueron objeto los Cuentos de barro, pero en ningún momento se atreve a responder la pregunta de por qué ese libro, salvando los límites de su nacimiento y del uso ideológico que se le terminó dando, se ha vuelto un clásico de la literatura salvadoreña y latinoamericana.

Salarrué ante el tachón de siglo XXI

elfaro.net / Publicado el 23 de Julio de 2013 Mientras escucho un fabuloso concierto de Jordi Savall —en ocasión del milenio de una Granada judaica, islámica y cristiana— reflexiono sobre la dificultad de un diálogo semejante en un lugar remoto. Tan remoto como una “isla rodeada de montañas” agrestes.

Si se trata de realizar un diálogo serio sobre el escritor salvadoreño Salarrué desde diversas perspectivas, la cuestión central no consiste en saber quién tiene razón. Parece que la “peleya” —así la llaman los neo-regionalistas— sería una muestra adicional de hombría y masculinidad obsoleta. Ya se sabe que “Mi interpretación” es siempre la correcta.

Les aseguro que no soy fundamentalista para creer que “Mi lectura sagrada” de los textos es la verdadera. Sé que lo humano es más complejo que la unidad mínima de la materia en su dualidad: el átomo, onda y partícula a la vez. Si no hay al menos dos interpretaciones contradictorias de un hecho social, hay simplificación ortodoxa y dictatorial. Hay fundamentalismo en la lectura de un texto.

Tal presupuesto unívoco no es mi intención al formular una hipótesis de lectura. El más simple repaso de “Sentido y referencia” del filósofo alemán G. Frege me certifica que de un número (cinco (5)) existen “sentidos infinitos” (3 + 2 = 4 + 1 = 8 – 3 = 50/10 =…) de referirlo. Y sólo una mente chata pensaría que un legado artístico-literario ofrece un “sentido” más sencillo que el de un número. Ofrece un solo “sentido” verdadero a su “referencia” compleja. Que sólo existe un sentido para referir a una obra se halla muy lejos de mi tentativa de interpretación.

En cambio, el dilema que planteo es por qué las argumentaciones actuales se fundan en la supresión de las fuentes primarias de 1928-1944 para validarse como verdaderas. No sólo se eliminan muchas publicaciones de Salarrué. También se borran todos los comentarios que sus colegas y sus primeros lectores realizan de una obra recién publicada y expuesta.

Parece que vivimos bajo una nueva inquisición o bajo una nueva conquista de América que suprime la documentación original para imponer una nueva verdad. El deseo del presente sustituye las lecturas del pasado. Sólo el orgullo del siglo XXI argumentaría que los juicios críticos sobre Salarrué —digamos en 1932— son todos falsos, mientras nuestras lecturas actuales alcanzan la verdad de sus escritos y de su actuación pública. La paradoja del presente es obvia. Entre más archivos primarios eliminemos de una época pasada mejor la conocemos.

I.

Por fortuna, toda la documentación primaria que publicaré en octubre se halla en EEUU al resguardo de toda quema inquisitorial. Por el silencio en boga, invoco el retorno de lo reprimido, de lo que se tacha y de lo que se suprime para inventar la verdad en el siglo XXI.

Tal es la premisa que cimienta mi hipótesis. Sin supresión de buena parte de los archivos históricos originales, el siglo XXI no puede inventar una interpretación correcta. Como mencioné en un artículo anterior, hay un tercio de los cuentos de barro y sus ilustraciones originales tachadas adrede. Hay obra adicional de Salarrué, dispersa y sin filiación bibliográfica.

Sintomático de ese tachón es, por ejemplo, el “Cuento de barro. Benjasmín” que, con ilustración de Luis Alfredo Cáceres Madrid, aparece junto a una foto del general Maximiliano Hernández Martínez celebrando su legítima ascensión al poder en diciembre de 1931 (Cypactly. Tribuna del pensamiento Libre de América). En síntoma del presente, también se tachan todas las publicaciones y actos públicos de Salarrué en 1932: Centenario a Goethe en la Universidad Nacional junto al gabinete de gobierno, cuentos de barro y teosóficos en revistas oficiales, múltiples reseñas positivas de su obra, muñecas indígenas que “dan risa”, etc. Sólo se cita “Mi respuesta a los patriotas” cuya acusación a los “comunistas”, quienes “habla[n] de degollar [por la] justicia”, ahora la asumen los neo-marxistas con orgullo como testimonio de denuncia. Esto es, de denuncia de “los comunistas pedigüeños” y degolladores (ojo: el anticomunismo no es mío sino de Salarrué).

Hay más de cincuenta juicos críticos sobre Salarrué también tachados adrede. Todo borrón se justifica en el paradójico nombre de la verdad. Esa verdad sería, por ejemplo, que el “Cuento de barro. La botija” restituye los valores indígenas tradicionales, siempre y cuando se omita que tal relato lo celebran y lo publican las esferas oficiales en varias revista tachadas: Boletín de la Biblioteca Nacional, La República. Suplemento del Diario Oficial, Cypactly, etc. Una coincidencia asombrosa reconcilia el proyecto de “liberación de los campesinos” según el martinato, con el de la izquierda que critica su régimen presidencial.

II.

A la escucha del milenario de Granada —sin monofonía religiosa, lingüística ni cultural— jamás invocaría La Verdad. Adopto el humilde ejemplo de las ciencias naturales que se satisfacen al formular hipótesis. Ofrezco simples aproximaciones fundamentadas en una documentación primaria exhaustiva, sin encubrimientos de los archivos nacionales.

Tal hipótesis evidencia la colaboración de las instancias eclesiásticas (misa en el atrio de Catedral en honor del ejército), artísticas (L. A. Cáceres Madrid, J. Mejía Vides, profesores del ejército) e intelectuales (M. A. Espino, A. D. Marroquín, G. González y Contreras, etc., funcionarios del gobierno) al régimen del general Maximiliano Hernández Martínez luego de la “Matanza” de enero de 1932.

Ni siquiera al famoso “poeta del 32”, le interesa el 32 en 1932. Por lo contrario, lo abruma el “sexo” y la “mujer blanca” como verdadero hecho político del año (P. Geoffroy Rivas en Boletín de la Biblioteca Nacional (1932 y 1933)). De igual manera, a Salarrué lo excita “la abertura circular” de una “bella mujer negra desnuda” cuyo cuerpo lo induce al viaje astral (Salarrué, Remotando el Uluán (1932)). De género y política como hechos olvidados…

Tal es el motivo último del encubrimiento. Hay que borrar todo indicio de colaboración con un régimen que el siglo XXI condena, ya que se alaba la obra intelectual de sus colaboradores. Quedo a la espera que —con fuentes primarias de la época— se demuestre lo contrario. Mi hipótesis está sometida a la falsificación por pruebas fidedignas que recabe un trabajo historiográfico exhaustivo.