El Viejo German

Miércoles, 14 de Agosto de 2013

Me cuenta una amiga del alma que murió el Viejo German. Tres décadas, atrás, cuando lo conocí, aunque no pasaba de los 35, ya le decían “El Viejo”: por las mil arrugas que le estallaban en el rostro cuando reía y porque todos en el campamento apenas habíamos pasado la frontera de los veinte.

Tenía el pelo claro, el rostro afilado, flaco, algo encorvado y una mirada de ojos verdes que le daban un aspecto de felino en permanente estado de alerta. El Viejo German tuvo durante toda la guerra, la responsabilidad de velar por la vida y la seguridad de los que integraban el puesto de mando guerrillero en Morazán.

El puesto de mando estaba integrada por los máximos comandantes, entre los que destacaban Ana Sonia Medina, Mercedes Letona, Marisol Galindo y el mismo Joaquín; la sección de comunicaciones estratégicas, operativas y de inteligencia, la Radio Venceremos, la sección logística y cocina y la escuadra de experimentados combatientes que prestaban seguridad bajo las órdenes del Viejo German.

Por razones de jerarquía militar absolutamente nadie le daba órdenes a Joaquín Villalobos. Él era el que daba las órdenes. Sin embargo cuando el enemigo nos presionaba, algunas veces de manera letal, era el Viejo quien asumía la jefatura de la columna del puesto de mando y Joaquín, el bravo comandante Atilio le obedecía sin rechistar.

Una vez en un lugar llamado el Llano del Muerto, en las faldas del Cerro Pericón, se nos metió dentro del campamento una patrulla de reconocimiento del Batallón Arce. Eran muy temprano por la mañana. Estábamos relajados.

De pronto, el sonido retumbante de un proyectil de noventa milímetros rompió la quietud de aquel paraje. Medio segundo después un disparo certero impactó en un hombro del comandante Jorge Meléndez, que dio una voltereta en el aire. Entonces se desató el infierno de balas y explosiones por todos lados. Nos habían agarrado desprevenidos completamente.

En medio del caos, el Viejo Germán, lince de siete vidas, organizó como pudo, una precaria defensa más a gritos que a balazos. “Escuadra alfa, rodéenlos por la derecha”, tronaba el Viejo. “Escuadra Bravo por la izquierda… los tenemos”, aseguraba a voz en cuello. La verdad es que no había ninguna escuadra alfa ni bravo. Era el muy Viejo y dos o tres combatientes disparando tiro a tiro, mientras el resto de la seguridad se parapetaba.

El enemigo quería amarrar fuego con nosotros para darle tiempo a un batallón helitransportado que, en breve, nos caería encima. Teníamos que salir de allí en cuestión de minutos. Y así gritando órdenes fantasiosas, disparando tiro a tiro, brincando de aquí para allá el Viejo German, mago tras los arbustos, improvisó una contención y organizó bajo la lluvia de balas la retirada de nosotros.

Por una vaguada marchaban Jonás herido, Joaquín con un golpe en la rodilla. Además iban el capitán Mena Sandoval y el comandante Roberto Roca, que en la prisa dejaron sus mochilas. Cuando los paracaidistas desembarcaron desde los helicópteros, nosotros y la escuadra de German, nos habíamos esfumado

Tras el golpe en el vacío, el Comité de Prensa de la Fuerza Armada, informó que habían recuperado la mochila de los mencionados comandantes, equipo de comunicaciones “y otros pertrechos militares”.

En otras ocasiones todavía más dramáticas, el Viejo Germán cumplió casi a costa de su vida. Era estricto durante las maniobras para evadir los cercos y emboscadas. Enérgico e incansable. Siempre marchando rápido a la orilla del camino. Dando órdenes y ánimos cuando ya nuestras piernas no respondían o cuando los ojos se cerraban de sueño tras caminar toda la noche. Nunca se le vio miedo. Nunca discutió una orden, ni admitía que le discutieran una.

En momentos de paz, le encantaba contar historias a la luz del fogón de la cocina con una cuchumbada de café en una mano y el cigarro en la otra. Su risa estallaba en mil arrugas dejando entrever sus escasos dientes amarillos.

Hace cinco días murió. Me cuentan que estaba pobre allá en Morazán, lejos de los recintos del poder. La cirrosis hizo lo que no pudieron ni bombas ni la balas. Adiós querido Viejo. No exagero al decir, que te debo la vida.

Peliémonos, pues

elfaro.net / Publicado el 29 de Julio de 2013 Qué gusto da exhibir cultura (escuchar a Savall y citar de pasadita a Frege y a Derrida), al mismo tiempo que se retrata al adversario en una polémica como macho pendenciero que solo busca imponer su verdad. El dibujo amable de uno mismo (qué ponderado soy) y la caricatura irónica del oponente habrían sido una llave dialéctica –del combate discursivo– muy aplaudida por el estimado público de la Arena Metropolitana de mi niñez.

Pero si esto no es encuadrar de forma maniquea la discusión, planteando desde el inicio una mala peleya, que venga el fantasma de Frege y diga algo.

Resulta curioso que alguien que hace un retrato intelectual tan amable de sí mismo, que alguien que presume de tomar en cuenta otras hipótesis y de discutir seriamente, ni siquiera se haya molestado en recoger las objeciones puntuales que se le han hecho para enfrentarlas una a una en buena lid. Y es una lástima. Resulta más fácil caricaturizar al adversario que dedicarle un par de horas a la crítica seria de sus razonamientos.

En mis tres últimos artículos sobre el tema – ¿Y si condenamos a Salarrué?, “Debatiendo a Salarrué en el siglo XXI” y “Peléyense bien”– he procurado ser hasta cierto punto respetuoso con los planteamientos de Rafael Lara Martínez. A sus argumentos les he opuesto otros argumentos. Lamento que él a mis razones puntuales no les oponga razones equivalentes y se dedique a decir generalidades sobre su talante reflexivo. Yo no lo pongo en cuestión a él, pongo en cuestión “algunas” de sus ideas y advierto sobre el peligro de que al ser aceptadas sin debate se acaben convirtiendo en nuevos dogmas.

Algunos jóvenes de izquierda creen que si una “bicha” no respondió a sus reclamos amorosos ha sido culpa de la CIA; creen que si su profesor de matemáticas los aplazó fue por culpa de la CIA; creen que si se cayeron al pisar una cáscara de guineo fue culpa de la CIA. Estos muchachos tienen una teoría que lo explica todo: si un chucho los mordió, ya saben ustedes de quien fue la culpa. A estos muchachos se parece el investigador que cada vez que encuentra un dato desconocido lo interpreta como un dato que ha sido ocultado deliberadamente por una fuerza oscura. Todo lo desconocido, todo lo ignorado, todo lo perdido lleva la huella metafísica de un ocultamiento. Si él nieto despistado de un escritor tiró a la basura o malvendió unas revistas de páginas amarillentas en las que su abuelo había publicado esos cuentos tan aburridos, lo mas probable es que el susodicho nieto, sin saberlo, formase parte de una vasta operación de silenciamiento histórico.

Exagero y me burlo, por supuesto, pero solo para decir que una sola fórmula –al menos en el campo de la investigación académica– no puede abrir todas las puertas. No se puede abusar por lo tanto de la hipótesis del ocultamiento deliberado. Hay que fijar lo criterios que nos permitan utilizarla con rigor, imponiéndole clausulas restrictivas. Si no se tienen pruebas que confirmen la atribución de intencionalidad, lo mejor será ser cautelosos e introducir ciertos adverbios y decir que tales o cuales datos “posiblemente” fueron ocultados por el nieto del célebre narrador y poeta Don Panchito Pérez.

En filosofía podemos salir ilesos de frases grandilocuentes y oraculares como esa de que “El presente tacha adrede el pasado escurridizo y hace del ayer reprimido una de las premisas latentes de su juicio”. En la investigación histórica de un fenómeno cultural en el cual se intuyen borraduras en la memoria colectiva, hay que precisar los agentes de la acción y la naturaleza del acto (si fue consiente o inconsciente), es decir, hay que determinar quién tachó qué y poner sobre la mesa, si hablamos de una tachadura premeditada, las pruebas que confirman la intencionalidad. Todo lo demás sería retórica.

En teoría de la ciencia se habla de modelos explicativos con una sola variable y se los bautiza como “monocausales”. La monocausalidad, en mi opinión, recorre el discurso del profesor Lara Martínez. Nunca nos dice que un hecho determinado puede explicarse por la concurrencia de varios factores.

Cuando habla de los treces relatos que Salarrué no incluyó en la versión definitiva de los Cuentos de barro, el profesor no se plantea nunca que en dicha exclusión pudieron intervenir puntualmente “varios motivos”. El hombre que contempla la posibilidad de que varias hipótesis puedan iluminar sus datos, a la hora de la verdad sólo elige una y, no contento con eso, se saca de la manga la idea de que los textos omitidos pertenecen a una presunta versión integra y “silenciada” de los “Cuentos de barro”.

Nos guste o no, la versión definitiva de dicha obra fue la que su autor entregó a la imprenta. Podemos discutir su decisión, pero no abolirla. De lo contrario, estaríamos traicionando la misma historia del libro. Los trece o más cuentos excluidos podrían figurar en una edición crítica del clásico de nuestra literatura y la idea controvertida de una “versión integra” se puede entregar al público y a los académicos para que la debatan.

No niego que toda esa generación de intelectuales que apoyó a Martínez, a partir de 1944 haya intentado quemar los textos y las fotos que delataban su colaboración con la dictadura. Esa voluntad de ocultamiento, que debe confirmarse con evidencias, es un elemento en el complejo mecanismo de la amnesia histórica de la sociedad salvadoreña y puede servirnos, como “un” factor explicativo más, para investigar un período acotado de nuestra historia política y cultural.

El olvido de aquel entonces y los olvidos de ahora son fenómenos complejos que no pueden explicarse a partir de una sola variable de carácter intencional.

En ese sentido, y a pesar de los datos que rescata y de algunas ideas fértiles, creo que el análisis de Lara Martínez tiende al esquematismo simplificador de quien utiliza una sola causa para interpretar una experiencia compleja.

El trazo simple de su teoría –hay alguien que ha ocultado algo; hay algo cuyo desconocimiento vicia los juicios del presente–no se pone de manifiesto porque la despliega con “elocuencia”. Resulta atractivo, desde el punto de vista literario, lo de plantear la trama compleja del olvido histórico como un argumento sencillo en el que unos personajes juegan a ocultar las cartas y otros juegan a denunciar sus trampas. Lamentablemente, la vida es más trágica y mucho menos simple.

Les confieso algo a los lectores: no tengo la menor intención de quemar los datos que esgrime el profesor. Es más, les diré otra cosa, agradezco esos datos y valoro muchísimo la pesquisa del hombre que los ha encontrado. Eso sí, creo que el marco interpretativo del investigador es muy semejante al del marxismo vulgar. Para explicar lo literario, a ese marxismo que relaciona de forma lineal la cultura con la dominación, le basta con indicar las funciones ideológicas que un texto ha cumplido históricamente. A la función ideológica –a los mecanismos de la legitimación del poder y de ocultación de la realidad social– se subordinan sin sutileza los problemas del estilo, la ambigüedad temática y la trascendencia de la obra literaria.

Una cosa son los datos y otra los vuelos interpretativos que se emprendan a partir de ellos. Que Salarrué colaboró con Martínez, vale. Que el régimen de Martínez promovió la obra de Salarrué, vale. Ahí están las fuentes históricas rescatadas por Lara que lo confirman, vale. A partir de ahí se abre un debate sobre cómo los vínculos con el régimen pudieron afectar a la creación del escritor y sobre cómo el respaldo estatal de la dictadura pudo influir en la forma en que se leyó su obra.

Se nos dice que la historia política oculta de Salarrué, una vez que salga a la luz, servirá para comprender los “Cuentos de barro”. No se dice nada, sin embargo, sobre cómo ha de relacionarse dicha historia política con la hermenéutica del texto ¿Cómo se asocian los indicios textuales, el estilo y los contenidos de los Cuentos de barro, a la biografía política hasta ahora oculta de su creador? El profesor ha querido remediar esta laguna de su enfoque adjudicándole al General Martínez, en patrimonio, la entera poética del regionalismo y sus políticas culturales. De esa manera, por ejemplo, una pintura de tema campesino fechada en el año 43, automáticamente es catalogada de martinista, aunque disintiera del martinato.

El profesor pasa de puntillas, sin hacer preguntas, sobre el hecho verificable de que la estética de los Cuentos de barro empezó a madurar en un mundo en el que aún no existía el martinato. Ese mundo que el profesor silencia se vio sacudido por las impactantes noticias que procedían del México insurgente y por toda la ebullición ideológica que provocaba el caldo donde se cocían las voces de José Martí, Rodó y Vasconcelos y los ambiguos conceptos y valores del proto-nacionalismo popular latinoamericano.

El regionalismo como poética y política cultural se gestó en ese período que Lara Martínez tacha ¿intencionadamente? El dictador que surgió del 32 se apropió de unos antecedentes culturales; antecedentes que ya planeaban, como sensibilidad y alternativa, sobre el horizonte salvadoreño antes de que llegase la dictadura. Ver esa época como una especie de período preparatorio del martinato solo es posible desde una concepción lineal de la historia. En otras palabras, solo un anacronismo interesado puede convertir en martinista al joven creador que a mediados de los años veinte del siglo pasado empezó a escribir los primeros borradores de “Cuentos de barro”.

Quienes piden que se respete el pasado a veces lo contaminan introduciendo valoraciones morales y políticas que solo han alcanzado nitidez teórica en el presente. Así se juzga que el joven Salarrué de mediados de los años veinte del siglo pasado ya era cómplice intencionado de un proyecto de poder que invocaba maquiavélicamente una estética de lo popular al mismo tiempo que maniobraba contra los verdaderos intereses materiales e identitarios de los de abajo. Esta crítica legitima del nacionalismo popular latinoamericano que solo alcanzó un perfil teórico claro en las últimas décadas del siglo XX, como es lógico, no podía formar parte de la conciencia ética de un joven escritor de principios de siglo que aunque no invocase lo popular de forma plena y consecuente tampoco lo plasmaba con la superficialidad del artista que no va más allá de la viñeta pintoresca. Estoy hablando del período formativo de Salarrué en la época previa a la dictadura del general Martínez.

Claro está que podemos juzgar al narrador que sirvió al tirano teniendo el cuidado de no reducir la complejidad de su obra al tamaño de sus servicios políticos. Que Salarrué fuese un buen escritor no impide que lo juzguemos políticamente ni veta la posibilidad de investigar el adentro de su obra para ver hasta qué punto se vio afectada por su rol ideológico. Como no estamos ante un simple amanuense del tirano sino que ante un artista de los grandes, lo más probable es que haya zonas de la obra literaria que trasciendan las pequeñas miserias del intelectual de una dictadura.

Al profesor le quita el sueño el problema de cómo podemos valorar estéticamente una obra sin considerar su genealogía histórica, sin tener en cuenta el pasado oculto de su creador. Yo creo que hay otros interrogantes igual de profundos: Habría que preguntarse por qué razón, habiendo caído la dictadura de Martínez hace más de medio siglo, uno de los libros que ésta promovió continúa siendo leído y discutido por las nuevas generaciones ¿Es que somos martinistas o es que algo en el libro trasciende el martinismo?

Un clásico es un clásico porque escapa de las determinaciones de su origen para ser releído y recreado en las encrucijadas de otro horizonte histórico. Lara se conforma con ofrecer su limitada versión del origen y de la manipulación simbólica de que fueron objeto los Cuentos de barro, pero en ningún momento se atreve a responder la pregunta de por qué ese libro, salvando los límites de su nacimiento y del uso ideológico que se le terminó dando, se ha vuelto un clásico de la literatura salvadoreña y latinoamericana.

Salarrué ante el tachón de siglo XXI

elfaro.net / Publicado el 23 de Julio de 2013 Mientras escucho un fabuloso concierto de Jordi Savall —en ocasión del milenio de una Granada judaica, islámica y cristiana— reflexiono sobre la dificultad de un diálogo semejante en un lugar remoto. Tan remoto como una “isla rodeada de montañas” agrestes.

Si se trata de realizar un diálogo serio sobre el escritor salvadoreño Salarrué desde diversas perspectivas, la cuestión central no consiste en saber quién tiene razón. Parece que la “peleya” —así la llaman los neo-regionalistas— sería una muestra adicional de hombría y masculinidad obsoleta. Ya se sabe que “Mi interpretación” es siempre la correcta.

Les aseguro que no soy fundamentalista para creer que “Mi lectura sagrada” de los textos es la verdadera. Sé que lo humano es más complejo que la unidad mínima de la materia en su dualidad: el átomo, onda y partícula a la vez. Si no hay al menos dos interpretaciones contradictorias de un hecho social, hay simplificación ortodoxa y dictatorial. Hay fundamentalismo en la lectura de un texto.

Tal presupuesto unívoco no es mi intención al formular una hipótesis de lectura. El más simple repaso de “Sentido y referencia” del filósofo alemán G. Frege me certifica que de un número (cinco (5)) existen “sentidos infinitos” (3 + 2 = 4 + 1 = 8 – 3 = 50/10 =…) de referirlo. Y sólo una mente chata pensaría que un legado artístico-literario ofrece un “sentido” más sencillo que el de un número. Ofrece un solo “sentido” verdadero a su “referencia” compleja. Que sólo existe un sentido para referir a una obra se halla muy lejos de mi tentativa de interpretación.

En cambio, el dilema que planteo es por qué las argumentaciones actuales se fundan en la supresión de las fuentes primarias de 1928-1944 para validarse como verdaderas. No sólo se eliminan muchas publicaciones de Salarrué. También se borran todos los comentarios que sus colegas y sus primeros lectores realizan de una obra recién publicada y expuesta.

Parece que vivimos bajo una nueva inquisición o bajo una nueva conquista de América que suprime la documentación original para imponer una nueva verdad. El deseo del presente sustituye las lecturas del pasado. Sólo el orgullo del siglo XXI argumentaría que los juicios críticos sobre Salarrué —digamos en 1932— son todos falsos, mientras nuestras lecturas actuales alcanzan la verdad de sus escritos y de su actuación pública. La paradoja del presente es obvia. Entre más archivos primarios eliminemos de una época pasada mejor la conocemos.

I.

Por fortuna, toda la documentación primaria que publicaré en octubre se halla en EEUU al resguardo de toda quema inquisitorial. Por el silencio en boga, invoco el retorno de lo reprimido, de lo que se tacha y de lo que se suprime para inventar la verdad en el siglo XXI.

Tal es la premisa que cimienta mi hipótesis. Sin supresión de buena parte de los archivos históricos originales, el siglo XXI no puede inventar una interpretación correcta. Como mencioné en un artículo anterior, hay un tercio de los cuentos de barro y sus ilustraciones originales tachadas adrede. Hay obra adicional de Salarrué, dispersa y sin filiación bibliográfica.

Sintomático de ese tachón es, por ejemplo, el “Cuento de barro. Benjasmín” que, con ilustración de Luis Alfredo Cáceres Madrid, aparece junto a una foto del general Maximiliano Hernández Martínez celebrando su legítima ascensión al poder en diciembre de 1931 (Cypactly. Tribuna del pensamiento Libre de América). En síntoma del presente, también se tachan todas las publicaciones y actos públicos de Salarrué en 1932: Centenario a Goethe en la Universidad Nacional junto al gabinete de gobierno, cuentos de barro y teosóficos en revistas oficiales, múltiples reseñas positivas de su obra, muñecas indígenas que “dan risa”, etc. Sólo se cita “Mi respuesta a los patriotas” cuya acusación a los “comunistas”, quienes “habla[n] de degollar [por la] justicia”, ahora la asumen los neo-marxistas con orgullo como testimonio de denuncia. Esto es, de denuncia de “los comunistas pedigüeños” y degolladores (ojo: el anticomunismo no es mío sino de Salarrué).

Hay más de cincuenta juicos críticos sobre Salarrué también tachados adrede. Todo borrón se justifica en el paradójico nombre de la verdad. Esa verdad sería, por ejemplo, que el “Cuento de barro. La botija” restituye los valores indígenas tradicionales, siempre y cuando se omita que tal relato lo celebran y lo publican las esferas oficiales en varias revista tachadas: Boletín de la Biblioteca Nacional, La República. Suplemento del Diario Oficial, Cypactly, etc. Una coincidencia asombrosa reconcilia el proyecto de “liberación de los campesinos” según el martinato, con el de la izquierda que critica su régimen presidencial.

II.

A la escucha del milenario de Granada —sin monofonía religiosa, lingüística ni cultural— jamás invocaría La Verdad. Adopto el humilde ejemplo de las ciencias naturales que se satisfacen al formular hipótesis. Ofrezco simples aproximaciones fundamentadas en una documentación primaria exhaustiva, sin encubrimientos de los archivos nacionales.

Tal hipótesis evidencia la colaboración de las instancias eclesiásticas (misa en el atrio de Catedral en honor del ejército), artísticas (L. A. Cáceres Madrid, J. Mejía Vides, profesores del ejército) e intelectuales (M. A. Espino, A. D. Marroquín, G. González y Contreras, etc., funcionarios del gobierno) al régimen del general Maximiliano Hernández Martínez luego de la “Matanza” de enero de 1932.

Ni siquiera al famoso “poeta del 32”, le interesa el 32 en 1932. Por lo contrario, lo abruma el “sexo” y la “mujer blanca” como verdadero hecho político del año (P. Geoffroy Rivas en Boletín de la Biblioteca Nacional (1932 y 1933)). De igual manera, a Salarrué lo excita “la abertura circular” de una “bella mujer negra desnuda” cuyo cuerpo lo induce al viaje astral (Salarrué, Remotando el Uluán (1932)). De género y política como hechos olvidados…

Tal es el motivo último del encubrimiento. Hay que borrar todo indicio de colaboración con un régimen que el siglo XXI condena, ya que se alaba la obra intelectual de sus colaboradores. Quedo a la espera que —con fuentes primarias de la época— se demuestre lo contrario. Mi hipótesis está sometida a la falsificación por pruebas fidedignas que recabe un trabajo historiográfico exhaustivo.

¡Peléyense bien!

elfaro.net / Publicado el 15 de Julio de 2013 Nelson López Rojas, el responsable de la primera traducción completa de los Cuentos de barro al inglés, acaba de publicar un bienintencionado artículo –“No se peleyen”– donde informa sobre el reconocimiento internacional de Salarrué y donde también razona sobre las discusiones intelectuales que ahora suscita el autor de los “Cuentos de barro”.

No tengo claro por qué López vincula el reconocimiento y la disputa. Uno puede discutir sobre Salarrué sin que eso suponga restarle mérito literario. Y uno puede discutir sobre cualquier literato sin que eso sea necesariamente un esfuerzo estéril que vaya en contra del placer de leerlo. Lo normal es que la crítica se muestre dividida ante la mayoría de los escritores, pero esa división valorativa a la larga contribuye a mejorar nuestros juicios.

Yo le recomendaría a Nelson que no se deje llevar por las apariencias, que no se vaya en la chicagüita, pues. Aquí no estamos ante un debate generalizado sobre la figura y la obra de Salarrué. Yo veo más bien que las últimas tesis del profesor Lara Martínez sobre los Cuentos de barro se aplauden y nada más. No veo que mucha gente las debata y eso sí que es lamentable desde el punto de vista intelectual.

Lo negativo no son las peleyas, lo negativo son las malas peleyas. Si el debate transcurre por cauces racionales y se ciñe a unos puntos precisos, no veo cuál es el problema.

Tal parece que López apuesta por la concordia valorativa y unánime en torno a los “Cuentos de barro”, pero hay concordias y concordias y una concordia acrítica es tan nefasta como una mala “peleya”.

Si López lee mis dos últimos artículos sobre el Salarrué de Lara Martínez, verá que hago el esfuerzo de precisar algunas de sus tesis para luego cuestionarlas por medio de argumentos ¿es eso malo?

Yo le diría a López que es necesaria, urgente, la buena peleya en todos los planos de nuestra vida política e intelectual.

Ahí donde hay libertad de pensamiento y expresión, salen a la luz las perspectivas diferentes u opuestas que tienen los miembros de una sociedad sobre cualquier fenómeno de trascendencia colectiva. La democracia como terreno propicio para el desarrollo de la inteligencia no es un espacio cultural idílico poblado de pastorcillos, ovejitas blancas y música de flauta. En una sociedad que no se rige por el dogma y que abre sus creencias al debate, todo acuerdo crítico es la resolución provisional de un conflicto que, en el caso de alguien como Salarrué y su obra, sería interpretativo.

Yo no le recomendaría a la gente que no se peleara, lo que haría es recomendarle que peleara más y mejor.

Un amplio sector de nuestro mundo cultural evita desde hace mucho el conflicto de las interpretaciones. Algunos lo hacen por comodidad, para evitarse enemigos y ser colegas de todo el mundo. Otros lo hacen por miedo a las réplicas y al ridículo. Pero tanto se eluden los enfrentamientos que, al final, nuestra crítica literaria y cultural se queda en los huesos. Casi nadie dice lo que opina verdaderamente sobre la última novela de zutano y el poemario más reciente de mengana. Este cómodo y diplomático silencio tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Uno de sus inconvenientes es que los literatos, al carecer de jueces y juicios, a menudo continúan arrastrando durante años sus virtudes y también sus defectos.

El miedo a la discrepancia en el mundo cultural no solo se lleva por delante las malas peleyas, también impide que se manifieste y se instale la crítica cultural como valoración ponderada.

No hace falta, pues, Nelson López, pedirle a la gente de nuestro mundo cultural que no se “peleye” de forma clara y abierta, es lo que generalmente hace: esconder sus ideas para evitarse problemas. Si uno quiere escuchar sus verdaderas opiniones tiene que ir a las tertulias, a los encuentros personales, porque es ahí donde se recluye, lejos de la cordialidad, el juicio valorativo. Si queremos saber lo que juzgan los críticos y los escritores salvadoreños sobre la obra de Horacio Castellanos Moya, hay que ir a sus encuentros privados porque en publico generalmente nunca dicen nada, guardan silencio, rehúyen la opinión. Así que el consejo debería ser: tengan el valor cívico de decir lo que piensan, discutan, pero háganlo con arte, con rigor ¡peléyense bien¡

Últimamente se han hecho valoraciones polémicas sobre Salarrué: que si era un copión, que si su narrativa nació involucrada con la política cultural del martinato, etcétera, etcétera. Yo no estoy de acuerdo con la formulación extrema de dichos juicios, pero les veo su lado positivo: nos alejan de la imagen idílica de Salarrué y nos obligan a mirarlo con más rigor ¿Es esto malo? Por supuesto que no. Agradezcamos el valor cívico de todos aquellos intelectuales que se han atrevido a pegar un puñetazo en la tranquila mesa de los acuerdos valorativos unánimes y acríticos.

Si alguien afirma por ahí que Salarrué era un copión, no lo excomulguemos. Aprovechemos la oportunidad para discutir sobre las influencias literarias del creador de los Cuentos de barro y, si quieren, para reflexionar sobre la moderna noción del “autor” y el moderno concepto de “la originalidad”.

Admiro la inteligencia del profesor Lara Martínez porque descubre problemas ahí donde han prevalecido los lugares comunes y los acuerdos oficiales, pero discrepo de algunas tesis que propone. Ahí donde él nos ofrece una teoría concluyente, yo creo que empieza el debate. Lamentablemente, en nuestro medio, poca gente “discute” de verdad.

Lara Martínez maneja información, y eso es muy importante, pero resulta polémica la forma en que a veces la interpreta. Debemos agradecerle que nos diga que Salarrué excluyó algunos relatos de su versión final de los Cuentos de barro. Pero hay que discutir con él cuando nos asegura que los cuentos excluidos forman parte de una presunta versión integra y censurada. Aquí, en este punto preciso, la estima literaria que sintamos por Salarrué no nos salva de tener que involucrarlo en un debate necesario ¿Existe esa presunta versión integra de los Cuentos de barro o estamos ante una creación artificial surgida de la hermenéutica de la sospecha?

Esos trece relatos excluidos y presuntamente silenciados no cabe explicarlos con una sola hipótesis. Algunos pudieron excluirse por razones ideológicas y de pragmática política, pero otros pudieron desecharse por causas formales, estrictamente literarias. Sería un error creer, sin más, que todo lo excluido forma parte de una versión supuestamente censurada y sería un error encuadrar todas las exclusiones dentro del ámbito de la intencionalidad ideológica. Algo chirría cuando la hermenéutica de la sospecha se torna paranoica ¿Por qué deberían formar parte de “una versión integra” los textos que un escritor eliminó porque ya no le satisfacían formalmente? Para sostener la hipótesis del ocultamiento como la única causa de las omisiones, habría que desechar por completo la posibilidad de que algunos textos se cayeran de la última versión del libro porque el autor los hubiese considerado flojos, reiterativos o fuera de la estructura final que él buscaba.

En cualquier caso, si hablamos de una obra “completa”, debemos respetar la decisión final de su creador ¿Qué tipo de jueces seríamos nosotros si, pasando por encima de la voluntad autónoma del literato, incluyéramos en “la versión integra” de su libro toda la prosa que él termino desechando? En caso contrario, en caso de que nosotros tuviésemos potestad para decidir qué relatos entran en la edición “integra” de los Cuentos de barro, dejaríamos de ser críticos para convertirnos en co-autores del libro.

Distinto sería que, habiendo expuesto Salarrué de forma inequívoca que la versión última de su obra debía contener los relatos omitidos, la crítica y la posteridad se hubiesen negado a incluirlos por motivos ajenos a la creación literaria. Lo de la presunta versión integra de este clásico de nuestras letras es, por lo tanto, un tema muy polémico. No discutir la hipótesis interpretativa del profesor supondría coronarla desde ya como un nuevo dogma ¿Qué sentido tendría haber escapado de los viejos tópicos para ir a terminar en otro nuevo? Algunos creen con cierta razón que de los dogmas escapamos a través de la verdad. El respeto a los hechos y al razonamiento lógico nos vacuna en cierto modo contra las visiones falsas. Pero lo que nos permite, a la larga, escapar del dogma es someter todos los juicios al diálogo abierto y crítico. La democracia como ámbito propicio a la verdad es imposible, por lo tanto, sin la aceptación de la pelea rigurosa y bien entendida.

Los textos excluidos de los Cuentos de barro forman parte de la compleja historia del libro. Esa historia es difícil: es política, es intelectual. Ahora bien, Lara Martínez nos advierte del peligro de hacer una historia social que silencie al pensamiento, pero él mismo corre el peligro de presentarnos una historia del pensamiento vaciada de estética.

Lara ha construido una narrativa en torno a la obra de Salarrué y dentro de esa narrativa son importantes las pulsiones ideológicas y la intencionalidad política. El paisaje cultural que con trazo grueso desarrolla el profesor, es bastante parecido al que levantan las variantes menos sutiles del marxismo. La ideología en el marxismo vulgar es una maquina de ocultamientos cuyo engranaje simplifica la complejidad del universo simbólico. De ahí que los textos literarios y su difícil entidad sean devorados por las maquinaciones de los individuos y las clases, sin que quede el más mínimo resquicio para la autonomía relativa de la obra de arte. Es así como los textos excluidos de los Cuentos de barro se introducen sin matices en el gran mecanismo del disimulo. No cabe la posibilidad de que esos textos omitidos nos informen también de la evolución literaria de Salarrué o de la idea que el escritor tenía de la estructura formal de su libro. Todo esto se lo traga “la censura”.

Lo repito: una teleología simple, ideada para que todas las piezas encajen desde un principio, transforma la estética inicial de los Cuentos de Barro en una poética martinista, justo en un momento en cual el martinato no formaba parte todavía del horizonte histórico. Según esa visión, el Salarrué romántico y masferreriano, pasando por encima de las disyuntivas sociales y literarias de los años veinte, ya escribiría de acuerdo con las orientaciones de valor de la política cultural de 1934. Las características complejas y fluidas de un segmento del pasado (el del año 25, por ejemplo) se organizan de forma lineal y determinista en función de un hecho político (la dictadura del general Martínez) que acaecería después. Así se desdibujan, para que todo encaje en la gran teoría del ocultamiento político, las encrucijadas culturales del mundo en que nacieron los primeros Cuentos de barro.

Las buenas interpretaciones se pierden cuando son incapaces de establecer clausulas restrictivas.

También las buenas intenciones son estériles, cuando en nombre de una concordia idílica censuran los conflictos necesarios, las polémicas fértiles.

  • Álvaro Rivera Larios es escritor y ensayista salvadoreño. Residente en Madrid, España.

Debatiendo a Salarrué en el siglo XXI

elfaro.net / Publicado el 12 de Junio de 2013 Como buen clásico que es, el autor de los “Cuentos de barro” ha sobrevivido a las viejas interpretaciones de su obra y lo más probable es que también sobreviva a las actuales. Entre las interpretaciones actuales de Salarrué destaca, por su carácter polémico, la de Rafael Lara Martínez.

Lara Martínez sacude el avispero de ciertas omisiones y carencias en el abordaje de los Cuentos de barro y las interpreta como un ocultamiento. La suya es la típica hermenéutica de la sospecha que siguiendo la estela del “neo-historicismo” sitúa las lecturas del texto dentro de la historia social y la historia del pensamiento. Los silencios y las limitaciones de nuestra filología siempre serían, según él, parte de las estrategias discursivas de poder.

Qué duda cabe de que hay ciertos datos de la biografía política de Salarrué y de la utilización ideológica de su obra que hemos preferido ignorar para que no lastimasen su imagen de gran padre bonachón de la auténtica literatura salvadoreña. Puede que algunos hayan participado en la creación deliberada del mito (esos que, a sabiendas, ocultaron los hechos incómodos); puede que otros, sin mentir intencionadamente, hayamos preferido el plácido engaño al conocimiento que impugnaría las inocentes lecturas de nuestra infancia. Lo que sugiero es que no siempre quien participa de forma pasiva o activa en un ocultamiento ideológico es cómplice intencionado de una maquinación.

La hipótesis de la censura, llevada hasta el extremo, también puede distorsionar la realidad. Gracias al profesor sabemos que Salvador Salazar Arrué omitió trece textos de la versión final de los “Cuentos de barro”. Ahora bien, ese dato hay que explicarlo. La auto-censura y la censura aclaran algunas exclusiones, pero no todas. A veces, un escritor suprime textos de su obra final porque los considera mediocres desde el punto de vista literario.

Con ciertas tesis que Lara defiende, y que pertenecen al acerbo metodológico de la filología moderna (hay que trabajar con los datos del archivo, hay que definir los usos originales del texto y el marco inicial de su recepción), no hay más remedio que estar de acuerdo. Otra cosa es cómo se interpreten los datos del archivo y cómo se reconstruyan las lecturas iniciales de una obra.

Entre las fuentes primarias de los Cuentos de barro están las revistas en que inicialmente fueron publicados a partir de la segunda mitad de los años veinte del siglo pasado. La revista Excélsior (en 1928) y la revista Prisma (en 1931), que anticiparon algunos cuentos de barro, no pueden ser etiquetadas como revistas del martinato por la sencilla razón de que el martinato por esas fechas no existía. Esta última precisión tiene importancia a la hora de señalar que la recepción original de los primeros cuentos de barro incluye un período del tiempo social y político en el cual Martínez y su régimen no gobernaban la interpretación de esos textos.

Desde el punto de vista creativo sería un error creer que el Salarrué posterior a 1932 ya estaba presente –con los criterios estético-políticos del martinato– en el Salarrué de 1925. Solo una visión teleológica simplista podría sugerir que los primeros cuentos de barro ya legitimaban la política cultural de una dictadura populista del futuro cercano.

Las primeras fechas de publicación (de los Cuentos de barro) también nos indican que el regionalismo como expresión estética e ideología cultural es anterior al régimen del general Martínez. El regionalismo, como política, ya tenía también un ejemplo poderoso antes de la aparición del martinato y ese ejemplo era el régimen nacido de la revolución mexicana.

Martínez y su corte de intelectuales lo que hicieron fue institucionalizar una sensibilidad estética y unas ideas que ya recorrían América Latina en las primeras décadas del siglo XX. Martínez y su corte de intelectuales pusieron en práctica, imponiéndoles una determinada orientación, planteamientos que habían prendido en la agitada vida social salvadoreña de los años veinte. Por esa época domina en círculos intelectuales y políticos un protonacionalismo cuyos padres eran José Martí, Rodó, Vasconcelos, Masferrer, etcétera.

Los primeros usos e interpretaciones de los Cuentos de barro hay que hacerlos retroceder hasta esa época, teniendo el cuidado de no confundirlos con el uso peculiar que Martínez le dio a la estética regionalista con fecha posterior a 1932. Martínez utiliza unos antecedentes, no los crea, por eso es un error vincular genéticamente al regionalismo con la política del martinato.

El protonacionalismo popular latinoamericano era lo suficientemente ambiguo, en sus expresiones artísticas y políticas, como para albergar en su seno posturas pequeño-burguesas, fascistoides y marxistas. Por eso hubo una época en la cual Farabundo Martí colaboró con Sandino y Diego Rivera con José Vasconcelos. Éste último, con el paso del tiempo, y de modo semejante al general Martínez, llegó a simpatizar con Hitler.

Una pregunta que debemos hacer es si las recensiones críticas de los Cuentos de barro aparecidas en “las revistas del martinato” representan todas las lecturas que se hicieron de dicha obra literaria antes de Martínez y durante su dictadura. Es bastante probable que Agustín Farabundo Martí leyese los primeros Cuentos de barro. Sería bueno saber cómo interpretaron inicialmente esos cuentos los lectores e intelectuales que fueron derrotados en el año 32 ¿Qué rastros quedan de esas lecturas en las fuentes primarias que nos ofrece el profesor?

El diálogo entre Farabundo Martí y Salarrué demuestra que el escritor admiraba la integridad ética del político y que el político quizás admiraba la estética del escritor. Quizás. Esto es algo que debería investigarse pero cuya sola posibilidad nos pone en la pista de que las lecturas institucionalizadas de los Cuentos de barro que se impusieron a partir del 32 no agotan el universo ni el contexto original de su primera recepción.

Hay algo en el planteamiento de Lara Martínez que recuerda al uso mecanicista, y no dialéctico, de la tesis de la ideología dominante. Dicho enfoque deja sin voz y sin resistencia interpretativa a quienes se hallan bajo el dominio simbólico de una élite. Esas voces y esas lecturas difícilmente llegan a las redacciones de los periódicos y las revistas después de una matanza como la que inauguró la dictadura del general Martínez.

Pero sería un error ver a Martínez solo como a un hombre severo dotado de un cuchillo. Martínez asumió un proyecto (se rodeó de intelectuales) y poseía habilidad retórica (también era un hombre al que le gustaban la pluma y el micrófono). El General y sus secuaces presentaron la matanza como una pacificación y a los rebeldes como a unos agresores bestiales y sanguinarios. Indígenas y comunistas fueron derrotados en el teatro de la guerra y en el terreno de la propaganda (de ahí que la interpretación martinista de los Cuentos de barro pueda presentarse como “la primera”).

Sin lugar a dudas, tienen muchísima importancia las fuentes primarias, pero también hay que saber interpretarlas. Demasiado poder le concede a esas fuentes quien opina que los artículos aparecidos en una revista son capaces de determinar el uso social de unos cuentos. Tal uso puede estar influido por “la crítica” pero no se configura únicamente en el ámbito textual como sabe perfectamente cualquier sociólogo de la literatura.

Es cierto que las lecturas actuales de una obra no pueden ignorar el contexto original de su recepción. Pero también es verdad que la historia inicial del texto no puede ser la única pauta que rija sus lecturas actuales y futuras. La historia ilumina siempre que no sea un historicismo. El conocimiento del pasado es liberador siempre que no imponga una nueva camisa de fuerza.

Una historia social que ignore la historia del pensamiento está mal, pero está mal también una historia del pensamiento que ignore la entidad de lo literario. Es cierto que puede existir un nexo entre la recepción de un texto y las dimensiones simbólicas de la política, pero ésta conciencia crítica debe evitar los peligros de subsumir de forma mecanicista la complejidad de la obra literaria en los juegos crudos del poder.

Aceptemos que toda valoración de un poema o un relato que ignore los profundos vínculos de la palabra con el marco social e histórico en que es producida e interpretada corre el peligro de vaciarla hasta cierto punto de sus sentidos originales. Aceptemos que las posiciones políticas que adoptó Salarrué después de 1932 pudieron influir en la forma en que fueron leídos los Cuentos de barro. Aceptemos que las declaraciones explícitas de Salarrué sobre su forma de entender la literatura pudieron afectar el modo en que la suya fue leída. Pero ningún autor, más allá de cuál sea su idea del arte y de la función social inmediata que le asigna, controla por entero los contenidos latentes de su trabajo creativo y, por supuesto, aunque cuente con el respaldo estatal, tampoco rige de modo absoluto los marcos sociales presentes y futuros en los que su obra es y será interpretada.

Cuando se dice que toda obra literaria es abierta se asume que entra al juego y al conflicto de las interpretaciones. Dentro de esa lógica se comprende que Roque Dalton le disputase los Cuentos de barro a la cultura oficial. Y se los pudo disputar porque la estética de los Cuentos de barro más que deberse a la cultura del martinato se debía a la época del protonacionalismo popular latinoamericano. Ahora bien, un crítico actual les puede disputar el sentido de los cuentos a sus intérpretes oficiales del pasado y al mismo Dalton. Si algo nos dicen las obras de imaginación es que el pasado condiciona pero no determina fatalmente las lecturas del ahora.

Podemos incorporar la historia del texto a nuestra forma de leerlo, pero tal historia –como rastro de los conflictos sociales y hermenéuticos de poder– tampoco puede sustituir las encrucijadas intelectuales, literarias y políticas que condicionan el presente de nuestra lectura.

Tan importante como rescatar los datos silenciados del archivo es saber interpretarlos con rigor teórico en el marco de un debate plural. La censura, los tópicos y los silenciamientos prosperan ahí donde los datos no se revelan o se introducen sin cautela en el diálogo interpretativo.

Cuentos de barro sin la censura del siglo XXI

elfaro.net / Publicado el 5 de Junio de 2013 …[La historia] de un recordar sin recuerdos. Salarrué I.

A ochenta años de la publicación de Cuentos de barro (1933; viñetas de José Mejía Vides) de Salarrué, me pregunto por qué razón no existe una edición íntegra de la obra. En el 2013 un doble acuerdo orienta casi todo comentario. Cuentos de barro se considera uno de los textos fundadores —de los libros más clásicos— de la literatura salvadoreña. Empero, se considera apropiado ocultar las revistas literarias que publican los relatos individuales, antes y después de la edición príncipe.

Nadie ha fechado las publicaciones individuales de los cuentos en revistas como Excelsior (1928-1930), Repertorio Americano (1928-1937), Boletín de la Biblioteca Nacional (1932-1937), Cypactly (1930-1940), Prisma. Revista Internacional de Filosofía y Arte (1931), Revista El Salvador. Órgano Oficial de la Junta Nacional de Turismo (1935-1939), El lector cuzcatleco (1941-1943) y otras tantas revistas jamás citadas del martinato.

Como intelectual de prestigio, el nombre de Salarrué aparece al lado de Arturo Ambrogi, Alberto Guerra Trigueros, Maximiliano Hernández Martínez, Alberto Masferrer, etc., en Semblanzas salvadoreñas (1930) de José Gómez Campos. Todos los “grandes hombres” —sin mujeres, por supuesto— figuran en el mismo canon literario nacional hacia el despegue de los treinta.

En los círculos artísticos de esa década, la edición de 1933 no resulta una sorpresa. Al menos desde 1928, los cuentos aparecen en las revistas más afamadas del país y del istmo. Estas publicaciones dispersas se prolongan hacia mediados del decenio.

El contexto político inicial lo especifica la revista Excelsior: “realizar en la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1929 una obra de sabor regional” para promover “el comercio, la agricultura y la industria nacional” en el extranjero.

A mediado plazo, en 1932, lo aclara la revista Cypactly: quienes deciden “lanzarse a desantentadas rebeldías obedeciendo azuzamientos subversivos [de los comunistas] sólo les dejan saldos de miseria y muerte”. Durante el despegue del segundo mandato del general Maximiliano Martínez (1935-1939), la función social de los cuentos la especifican la prensa costarricense y el Diario Oficial: “Delegado Oficial a la Primera Exposición de Artes Plásticas de Centro América” por “Decreto Ejecutivo”.

Ninguna de las citas anteriores aparece en los trabajos críticos de Salarrué en el siglo XXI, como si esas fuentes primarias no existiesen. La práctica de la historia artística presupone la supresión de los archivos nacionales incómodos.

Aún así, toda represión se archiva. En 1932, la función del intelectual consiste en lograr un entendimiento entre las autoridades universitarias, los artistas y el gobierno durante “estas horas de zozobra, de dolor y perplejidad” (Torneos universitarios, 1932). Una “política del espíritu” —una “política de la cultura”— redimiría a una nación enemistada en la lucha fratricida. Sólo un “alma solitaria y complicada” —“similar a Goethe [que tiene su Atlántida]”— expresaría el “espíritu sabio” del martinato y la reconciliación nacional (Torneos y Exposición de libros en la Biblioteca Nacional, 1933).

II.

Las narraciones regionalistas no sólo se unifican bajo el mismo título de “cuentos de barro”. A la vez se reúnen en un proyecto conjunto de arte y literatura. El calificativo “cuentos de barro” se forja cinco años antes de la edición príncipe y se emplea en otros cuentos olvidados años después. No sólo la obra príncipe es una antología de relatos anteriores. También se prolonga hacia el futuro como un trabajo sin límite.

Además, las narraciones regionalistas se unifican en el diálogo que establecen entre la palabra y la imagen. Traducido a un lenguaje carente de arte visual, Cuentos de barro ofrece un vacío flagrante que reproducen todas las ediciones actuales al eliminar los diseños de los relatos. La mayoría de las narraciones originales se acompaña de ilustraciones que demuestran el contexto inmediato de su recepción entre los círculos artísticos salvadoreños y centroamericanos.

Las viñetas originarias y posteriores a la edición príncipe, no las diseña José Mejía Vides. Las esbozan pintores reconocidos como Luis Alfredo Cáceres Madrid, el costarricense Max Jiménez, así como ilustradores sin renombre que el siglo XXI anhela olvidar.

Para esta recepción inmediata, la “matanza” de 1932, significa una afrenta a los ideales pacifistas, cristianos y teosóficos, los cuales promueven el verdadero “comunismo”. “Matan a sangre fría […] los peores asesinos. Por eso merecen condena eterna todos los hechos sangrientos hace algunos meses ejecutados por forajidos […] es una dolorosa equivocación creer que el comunismo se practica segando vidas y arrasando propiedades. Esas doctrinas que tuvieron origen en el Sermón de la montaña, no son de destrucción sino de conservación […] Esto lo han ignorado […] nuestros campesinos por eso han delinquido […] y se dejaron llevar al sacrificio de su vida” (Eugenio Cuéllar cuyo cuento lo ilustra Pedro García V., quien diseña varios “cuentos de barro”. Cypactly, No. 17, 22 de junio de 1932).

Si aún existieran dudas al respecto de los círculos intelectuales teosóficos, hay que recordar el apoyo de la Iglesia Católica al régimen del general Martínez y al ejército. Al atrio de la Catedral Metropolitana se redobla la legitimación de la “matanza”, que se juzga un acto de justicia. [En el] portón de Catedral [se celebró] solemne misa de campaña por el alivio y descanso de los muertos por la patria en las pasadas revueltas comunistas y para bendecir al Gobierno, Cuerpo del Ejército, Guardia Nacional, Guardia Cívica y Cuerpo de Policía General, por su noble y patriótica actitud en defensa de la sociedad salvadoreña, de las instituciones patrias y de la autonomía nacional (El día, 25 de febrero de 1932 y Diario Latino, 29 de febrero de 1932).

III.

En el 2013 el mejor homenaje a Salarrué no consiste en ignorar adrede las fuentes primarias de sus publicaciones. Nuestras lecturas actuales no reemplazan la recepción original de la obra. El autor no pinta para ciegos, ni escribe para analfabetas. Su narrativa debe restaurarse de manera íntegra, en el contexto original de recepción: pictórico y crítico literario.

Hay al menos trece “cuentos de barro” que no están incluidos en Cuentos de barro, al igual que hay más de veinte viñetas que originalmente los ilustran. Los “cuentos de barro” tachados hasta el 2013 se intitulan: “Auto tragicomedia en dos cuadros” (1928), “Cuentos de barro. El beso enjuncado” (1928, “El beso”), “Cuentos de barro. El Sembrador” (1928 y 1929), “Cuentos de barro. El velorio” (1929), “Cuentos de barro. El peretete” (1929 y 1936), “Cuentos de barro. La tísica” (1929), “Cuentos de barro. Los gringos” (1929), “Cuentos de barro. El casorio” (1929), “Cuentos de barro. El patrón” (1929), “Cuentos de barro. El beso “(1929), “Cuentos de barro. El soldado de chankaka” (1929), “Cuentos de barro. El entierro del juneral” (1930), “Cuento de barro, “Cuentos de barro. Benjasmín” (1931), “Cuentos de barro. El damo” (1932), “Cuentos de barro. El Cheje” (1932), “Cuentos de barro. Balsamera” (1935), “Una tarde gris” (s/f).

Hay más obra de Salarrué oculta que debe desenterrarse. Hay más de cincuenta comentarios críticos de la obra, escritos entre 1928-1940. La restitución de esta memoria —tachada intencionalmente en el 2013— guía una serie de ensayos de próxima aparición en la Fundación AccesArte.

La quema sistemática de los archivos nacionales —un “recordar sin recuerdos”— no me parece la manera más adecuada de honrar la memoria de Salarrué. Tampoco me parece que encubrir las fuentes primarias sea la manera más pertinente de escribir la historia. Solicito una mínima honestidad intelectual con la historia salvadoreña. Exijo un respeto de la historiografía nacional y de sus fuentes primarias.

IV.

Por el olvido intencional, en el 2013 no existe una edición completa de Cuentos barro. Ignoro la fecha en la cual el acuerdo del siglo XXI levante su censura documental y publique una edición íntegra de la obra más clásica de la literatura salvadoreña. La denuncia anterior —la supresión de archivos— no la dirijo a personas en particular. La dirijo a las prácticas institucionales del siglo XXI que enmarcan a todo sujeto profesional y lo constituyen como tal.

Los estudios culturales teorizan la literatura sin rigor historiográfico. La historia social excluye la historia intelectual y habla de hechos sin su representación inmediata en la conciencia artística del período en cuestión. La crítica literaria se ejerce sin documentación primaria de la época bajo su mirada, etc. Ochenta años sin Cuentos de barro demuestran que “un siglo es un momento” de una historia nacional. De una historia que se niega documentar su propia conciencia pretérita de los hechos. En su simulacro del pasado, la práctica de las ciencias sociales adapta el pasado a su deseo presente por la supresión de los archivos originales indeseados. La “consignación de un archivo” al olvido forma parte esencial de la memoria histórica del 2013.

Desde Comala siempre…

¿Y si condenamos a Salarrué?

Publicado el 5 de Marzo de 2012 (El Faro). Hace unos meses, en la prensa escrita, el ameno prosista y buen poeta Miguel Huezo Mixco nos hizo la interesante y provocadora pregunta de que si, con la información que ahora se dispone, podíamos salvar la figura del Gral. Martínez. Y es que sabemos de memoria los hechos que condenan al militar (derribar a un gobierno elegido democráticamente, promover una matanza indiscriminada de indígenas y campesinos rebeldes, enquistarse en el poder durante más de diez años), pero hemos “olvidado” acciones suyas que podrían ser un atenuante.

La pregunta de Huezo Mixco – ¿Perdonamos al General? –, si no la malinterpreto, es en el fondo una interrogación sobre la calidad de nuestros juicios históricos. El problema con la opinión pública de izquierda que ha juzgado a Martínez es que, para darle fuerza retórica a su veredicto, eligió simplificar el rostro del condenado. Todos los años, cuando llega la infausta fecha, el 22 de Enero, procedemos a quemar una figura de cartón piedra.

Estas inercias mentales y rituales ha venido a sacudirlas el trabajo investigativo de Rafael Lara Martínez. El profesor, como un buen detective, ha rescatado del silencioso polvo de los archivos unos datos que obligarían a rectificar nuestra imagen del dictador. Tal parece que el General estampó su firma en una condena de la invasión norteamericana de Nicaragua. Si las evidencia textuales no mienten o se malinterpretan, Martínez fue una figura apreciada por el padre de Augusto Cesar Sandino. Y hay más: Martínez, desde el poder, le dio apoyo al arte indigenista en nuestro país y bajo su gobierno adquirió forma una política cultural que contó con el apoyo de muchos intelectuales masferrerianos.

Las nuevas-viejas noticias –que aparentemente absuelven al militar–, por otro lado, comprometen al ciudadano Salvador Salazar Arrué, hombre de letras que fungió durante algunos años como figura cultural del régimen martinista.

Por motivos de espacio, voy a ser lapidario en lo que atañe al General. Creo que se merece la condena de la historia, aunque dicho veredicto tendría que ser más complejo, más apegado a los datos que ahora se conocen. No procede absolverlo, por las mismas razones que nos impedirían absolver a Stalin. Y es que Stalin también construyó casas para el pueblo soviético e impulsó un arte, el del realismo socialista, cuyo destinatario eran los trabajadores; pero todo eso ¿a cambio de qué? a cambio de negar brutalmente la libertad. No solo de pan vive el hombre y no solo de cultura, ambas dimensiones solo adquieren sentido, plenitud, cuando van acompañadas por el ejercicio de las libertades ciudadanas. Difícilmente una dictadura puede ser puesta como ejemplo del discurso liberador de nadie, por muy paternalista que se muestre con la ciudadanía sojuzgada. Así como Stalin, que se proclamaba marxista, traicionó en los hechos el legado libertario de Marx; también Martínez, por su parte, desfiguró lo más hondo del ideario masferreriano, al ponerlo en práctica. Masferrer tampoco divorciaba la cultura de la libertad.

Pero abordemos el caso de Salvador Salazar Arrué. Si condenamos la dictadura de Martínez, no tenemos más remedio que evaluar críticamente el papel que Salazar desempeñó en ella. Y es por eso que pregunto: ¿Y si condenamos a Salarrué?

Mi pregunta es aparentemente sencilla pero está comunicada con varias de las tesis que defiende Rafael Lara Martínez. Para el profesor, el juicio sobre la conducta política de Salazar Arrué se convierte en un juicio sobre la poética indigenista y la cultura de la izquierda. Pero vayamos más despacio. Si queremos obtener una imagen simplificada de las ideas centrales de Lara, hay que sustraerlas de la complejidad de sus argumentos y de su estilo. Así que procedo y las resumo: a) La política cultural de Martínez tuvo un componente nacionalista y popular. b) Al contrario de lo que se ha dicho, Salarrué y muchos creadores e intelectuales masferrerianos se sumaron al proyecto cultural del dictador. c) Los lazos ideológicos de la poética regionalista con la dictadura la convirtieron en una poética manchada. d) La izquierda, al asumir a Salarrué, asume acríticamente una sensibilidad cultural que fue forjada por la dictadura del Gral. Martínez.

La primera y la segunda tesis pueden sostenerse, la tercera y la cuarta pueden ser objeto de una discusión.

Dado que la segunda tesis se apoya en evidencias, es necesario juzgar el papel político de Salvador Salazar Arrué en 1935 (año en que Martínez lo nombra delegado oficial a la Primera Exposición Centroamericana de Artes Plásticas). Y cabe la posibilidad de condenarlo, pero antes, como es lógico, haría falta que organizáramos un juicio donde los papeles del fiscal, la defensa, el juez y el jurado no fuesen adjudicados a personas propensas a la simplificación maniqueista.

Habría que hacer otra salvedad. Suponiendo que condenáramos las acciones políticas de Salazar, eso no equivaldría a la condena automática de Salarrué ni de la poética indigenista. No pretendo disociar al político del artista, el “político” Salazar consintió el uso ideológico de los cuentos de Salarrué; eso ya es innegable. Ahora bien, si queremos plantear un diálogo lúcido entre la ética y la estética, no podemos pretender que la estética permanezca muda. “Los cuentos de barro”, aunque puedan ponerse a dialogar con las acciones del ciudadano Salazar, de alguna manera las trascienden; eso también es innegable.

La épica del nacionalismo salvadoreño les concede poderes sobrehumanos a sus próceres políticos e intelectuales. Por eso hay que decirlo: ni Martínez ni Salazar Arrué inventaron la filosofía del arte y la política cultural regionalistas. Ni la estética del terruño ni la herramienta político-cultural que la difunde les pertenecen. Tuvieron noticia de ambas –como hechos y ejemplos, no solo como ideas o posibilidades– en una época en la que la revolución mexicana irradiaba su turbulencia creativa y progresista a los países vecinos. Los gobiernos de Guatemala y El Salvador habrán hecho lo posible para evitar que la experiencia mexicana contagiase políticamente a sus países, pero no lograron impedir que penetrara en sus territorios el influjo cultural e ideológico de una revolución cuyos ecos llegarían hasta Perú.

Cuando empezó a forjar su visión literaria de Cuscatlán, Salarrué no era una isla; a lo largo de América Latina, otros artistas y escritores ensayaban aventuras semejantes a la suya. Cuando Salarrué empezó a forjar su visión literaria de Cuscatlán, lo hizo a partir de unas ideas estéticas y de unos modelos formales con los que ya habían trabajado otros artistas en Latinoamérica. La poesía gauchesca, en la Argentina del siglo XIX, fue el intento de “re-presentación literaria” de un habla popular y un paisaje nativo. Ese romanticismo, que vindica la tradición campesina y la naturaleza local, reapareció con nuevas fuerzas en el seno de los filósofos y artistas que se involucraron en la revolución mexicana. Su concepción del arte no era una simple estética, formaba parte de una nueva idea de la cultura para unos territorios atravesados por hondas diferencias sociales y étnicas. Su visión era una inquietud, era el presagio estético de otros horizontes, era el acercamiento artístico y político al rostro de aquellos que habían permanecido invisibles hasta entonces: la curtida masa de los jornaleros, los campesinos pobres y los indígenas de México. De tales herencias, intentos e influencias se nutre Salarrué. Y aunque sus imágenes no reflejan de forma profunda la complejidad del paisaje social y étnico salvadoreño, lo aluden y lo colocan en el primer plano de la creación literaria y eso ya tenía merito en un país como El Salvador en el cual gobernaban los valores de una cultura occidentalista y oligárquica. El oído prodigioso de Salarrué y la alquimia de su retórica, al transmutar literariamente el habla campesina, celebraron las bodas de una comunidad simbólica que El Salvador ha sido incapaz de construir políticamente a lo largo de su trágica historia contemporánea.

Aquella afirmación de “lo nuestro”, donde se notan las sendas y el espíritu del arte creados por la revolución mexicana, presuponía la existencia de una cultura urbana y letrada en El Salvador de principios del siglo XX. Como el pez que no presume de nadar bajo el agua, ni los indígenas ni los campesinos hicieron bandera entonces de la cultura popular “salvadoreña”. Eran los jóvenes artistas, los jóvenes letrados e informados quienes decían su asombro por los rasgos propios que una nueva mirada descubría en la sociedad y el paisaje natales. Aquella sociedad, aquel paisaje, al ser comparados con Europa, ya no eran barbarie sino que diferencia y una diferencia valiosa que debía dignificarse e incorporarse al rostro con que la nación enfrentaba al futuro. Dicha actitud no fue tan “natural” y espontánea como se cree, era cosmopolita por sus vínculos subterráneos con la Europa del siglo XIX. Calcando a Borges, podríamos decir que el culto salvadoreño del color local era un culto europeo de origen reciente, un culto cuyas bases habían sido puestas por pensadores como Herder, filósofo que valoraba las diferencias culturales de los pueblos en contra de aquella visión universal de la cultura que pretendía plancharlas, subordinarlas o suprimirlas. La sensibilidad antropológica de Herder preparó la llegada del nacionalismo cultural y de la idea de las literaturas nacionales. Los ecos del pensamiento herderiano resonaron en la prosa de José Martí, pero fue la revolución mexicana quien le dio vida, cuerpo, a la sombra de Herder en Mesoamérica. Por estas y otras razones, el prosista Salarrué es hijo de unos antecedentes poderosos difícilmente atribuibles al diseño cultural del martinato.

Los cuentos que Salarrué publicó en Patria a finales de los años veinte del siglo pasado participaban de las inquietudes avanzadas de un protonacionalismo popular latinoamericano que muy pronto se dividiría en visiones enemigas. Lombardo Toledano se alejó de Antonio Caso, J.C. Orozco y J. C. Mariátegui se alejaron de José Vasconcelos. A mediados de los años veinte, el humanismo romántico y burgués que alimentaba las ideas nacionalistas latinoamericanas empezó a ser contestado por artistas como Alfaro Siqueiros y pensadores como Mariátegui que concebían la nación en términos más radicales. Como he dicho en otra parte, el “indio Aquino” que construyó Roque Dalton no salió de “Los cuentos de barro” sino que de un mural de Diego Rivera. El nacionalismo de la izquierda salvadoreña, por lo tanto, tiene una historia más compleja que la que le atribuye el profesor Lara.

Maximiliano Hernández Martínez y Agustín Farabundo Martí son escisiones de un protonacionalismo popular latinoamericano, de ahí que los linajes que ellos inauguraron puedan ver a Salarrué como un antepasado. Salvador Salazar Arrué consintió que un nacionalismo autoritario se apropiase de la promesa inicial de sus relatos indigenistas, pero las ideas y los valores que dieron vida a “Los cuentos de barro” se forjaron en una época en la cual aun no existía el martinato (no confundamos la fecha de publicación de éste libro con la gestación de su ideal estético).

Es cierto que después del 32, la poética regionalista tuvo “usos” conservadores en nuestro país, pero eso no confirma que tal poética y las políticas culturales que la difundieron fuesen herramientas de origen conservador o que fuesen un “diseño” patentado por el Gral. Martínez; eso lo que confirma, en todo caso, es que dicha poética y las políticas culturales asociadas con ella tenían una ambigüedad implícita que la tornaba susceptibles de usos progresistas o reaccionarios. Martínez ejemplificó la segunda posibilidad, pero de ninguna forma se anticipó a la primera, es decir, a la que simbolizaron las figuras del joven Vasconcelos, Diego Rivera y J.C. Mariátegui.

La verosimilitud o falsedad del indigenismo, su verdad o su retórica, su alcance como política cultural, no se jugaban tan solo en el interior de la obra de arte o en el trato paternalista que se diese a indígenas y campesinos, se jugaban también en la forma con que el sistema político nacionalista conjugara de modo práctico la igualdad, la libertad y “los intereses populares”.

Sobre el nacionalismo de la izquierda salvadoreña es difícil generalizar, porque ésta no es un bloque homogéneo. En la izquierda todavía existen sectores que, para afirmar su sentido de pertenencia a la nación, acuden primordialmente al carbonero, a la pupusa y a las malas imitaciones del inimitable Salarrué, pero, ya en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, empezó a gestarse, en ciertos sectores de la “intelectualidad progresista”, un sentido más complejo de la cultura salvadoreña y de su relación con el mundo. Menendesleal, por ejemplo, en aquellos años, se distanció programáticamente de Salarrué. Su amigo y compañero de generación, Roque Dalton introdujo motivos indígenas, cercanos a los de Diego Rivera, dentro de un texto literario de factura vanguardista. “La generación comprometida” ya tuvo un trato de amor-odio con la ingenua y provinciana poesía del terruño. Irreverente fue también el trato que Dalton le dio a ciertos símbolos de la iconografía nacionalista conservadora, pero su ironía ideológica y su vanguardismo estético es posible que no hayan tenido una réplica análoga en la forma con que “la izquierda” ha teorizado la nación. A pesar de todo, con quien está endeudada la izquierda salvadoreña no es con el nacionalismo de Martínez sino que con el horizonte cultural latinoamericano que, allá por lo años veinte del siglo XX, planteó por primera vez el problema de la identidad nacional. Dalton no traspasa el ala izquierdista de aquel horizonte (la de Orozco y Mariátegui), cuando recusa a Masferrer y dignifica al indio Aquino.

Darle a la política cultural de Martínez todos los atributos de un fenómeno más complejo–el protonacionalismo latinoamericano– del cual representa una derivación, equivale a confundir la rama con el tronco. Por esa vía se corre el peligro de malinterpretar las problemáticas semejanzas, diferencias y relaciones entre los nacionalismos de derecha e izquierda en El Salvador. Tiene merito, por supuesto, alertar sobre unas semejanzas problemáticas que suelen silenciarse, pero cometeríamos un error si no las reintegramos con lucidez al campo de las diferencias. Los nacionalismos de izquierda y derecha no se dividen solo por los medios que utilizan para alcanzar sus objetivos, discrepan también en la forma de concebir su gran meta: su idea de “la comunidad” nacional no es la misma. La izquierda persigue la nación a través de un cambio radical en la estructura económica, política y social. De nada le vale defender el componente popular y étnico de la cultura, si los mecanismos económicos que condenan al mestizo y el indígena permanecen intactos. Si el nacionalismo que enarbola es verdaderamente radical, intentará que mestizos e indígenas sean sujetos activos del sistema político y no meros receptores de las dádivas materiales y simbólicas de un Estado paternalista, vertical, autoritario.

Pero bien, leamos los gestos que importan tanto como los textos: dos hombres a quienes les gustaban los relatos de Salarrué y que también defendían la soberanía de Nicaragua tuvieron un enfrentamiento mortal en El Salvador, a principios de los años 30. Ustedes ya saben quienes eran y saben que de ninguna manera el indigenismo retórico de Martínez se pudo anticipar a Farabundo Martí, un mestizo de tez oscura e ideas marxistas cuya sangre se mezcló con la de los indígenas en la re-vuelta de 1932.

Siempre que lo mantuviésemos bajo una atenta y lúcida libertad vigilada, podríamos absolver a Salarrué, aunque condenásemos al ciudadano Salvador Salazar a unos cuantos años de prisión simbólica. Todo esto, desde luego, es asunto de litigio. Que empiece el juicio, pues.

  • Escritor y académico salvadoreño radicado en España. 

¿Perdonamos al general?

Pocos han tenido tanta influencia en los rumbos de El Salvador como el general Maximiliano Hernández Martínez. Hasta donde vemos, su polémica figura está excluida de las celebraciones oficiales del “bicentenario”.

Razones sobran. Durante los 13 años que gobernó el país ordenó la matanza de enero de 1932, una de las mayores heridas históricas que ha sufrido esta sociedad. Suprimió a la oposición política y mandó a fusilar a quienes se alzaron en armas contra su gobierno, en abril de 1944. Sin embargo, Martínez no solo tiene detractores. En nuestros días se oye hablar de sus hazañas económicas y muchos aseguran que para enderezar a este país se necesitaría un hombre de su temple.

Una recién publicada investigación del académico Rafael Lara Martínez (“Política de la cultura del martinato”, Universidad Don Bosco, 2011) viene a agregar nuevas luces sobre el papel del militar en la construcción del imaginario de país que, desde entonces, se ha venido exaltando y re-produciendo. Para el profesor Lara Martínez los contenidos culturales y artísticos de la izquierda salvadoreña del siglo XXI no son muy originales, sino que, más bien, están fundamentados en la “política de cultura” que viene desde el “martinato”.

Lara Martínez es lingüista, académico y un lúcido investigador de la cultura. Con documentos en la mano sostiene que la “política de cultura” de la dictadura del “brujo” Martínez recibió el beneplácito de artistas que tradicionalmente han sido considerados exponentes de las temáticas sociales y populares. Entre estos nuestro venerado Salarrué, Luis Alfredo Cáceres Madrid, José Mejía Vides y no pocos seguidores del pensamiento de Alberto Masferrer. El libro documenta que el padre del héroe nicaragüense César A. Sandino se contó entre los admiradores de Martínez.

Este estudio de Lara Martínez establece que los generales Maximiliano Hernández Martínez y Tomás Calderón (quien dirigió las tropas que reprimieron sin piedad el alzamiento indígena) fueron miembros prominentes de los círculos intelectuales de la época. Asimismo, formaron parte del grupo editorial que publicó la Revista del Ateneo y mantuvieron estrechas relaciones con autores como Francisco Gavidia, a quien se considera “el fundador de la literatura salvadoreña”.

El nombre de Martínez aparece entre los firmantes de un airado pronunciamiento, publicado en la mencionada revista en 1927, en contra de la intervención de los Estados Unidos en Nicaragua. El militar llegó a ser la máxima autoridad de un grupo de hombres de ideas que denunciaba el mercantilismo, defendía el derecho a la soberanía y reclamaba la necesidad de una cultura fundada en una identidad nacional. El apoyo a Martínez por parte de los artistas e intelectuales, y los círculos teosóficos a los que algunos de estos pertenecían, se renovó incluso después de la matanza de 1932.

La aureola de miembro de la elite intelectual le otorgó a Martínez “el aval de colegas artistas y escritores, ahora consagrados como clásicos de la cultura nacional”, dice Lara. A partir de aquel año, Martínez fue capaz de articular una amplia red de intelectuales en torno una política cultural coherente que contó con la participación de artistas “independientes”, siendo Salarrué, entre todos, el más reconocido.

La investigación destaca que el autor de “Cuentos barro”, junto con Martínez y Sandino fueron presentados en la revista Cypactly, publicada en marzo de 1932, como los artífices de aquella nueva política de cultura. “La historia intelectual (salvadoreña) nos depara memorias reveladoras”, sentencia Rafael Lara Martínez.

¿Fue en aras de reconciliar a la sociedad salvadoreña que mentes lúcidas como las de Salarrué y Gavidia pusieron por aparte los excesos de Martinez? ¿Debiéramos también nosotros perdonar al general?

(Publicado en La Prensa Gráfica, 1 septiembre 2011)

En 1962 fui de la Vanguardia de la Juventud Salvadoreña…Entrevista con Rolando Orellana (Tercera versión, aumentada y corregida)

SAN SALVADOR, 2 de mayo de 1013 (SIEP) “Me incorpore a las luchas populares a principios de los años sesenta del siglo pasado, escondido de mi familia, yo estaba estudiando en el INFRAMEN…” nos comparte Rolando Orellana, de 68 años, militante revolucionario salvadoreño.

“Mi familia es profundamente religiosa, católica. Son personas de origen campesino. Mi papá, José Orellana, del cantón San Bartolo de Ilopango, y mi mamá, María del cantón Conacaste de Nejapa. Una vez mi hermano menor Freddy me comentaba que nuestros padres tenían el mismo nombre que los padres de Jesús. Desde muy pequeño me inculcaron la fe religiosa. Íbamos a la Iglesia de Concepción a misa todos los domingos y los martes en la noche yo participaba en la misa de San Antonio…”

“Corría el año 1962 y en el INFRAMEN mi maestro de Historia y de Urbanidad, Moral y Cívica era el profesor Humberto Perla Flores y por esos día hubo una manifestación de estudiantes universitarios que llegó al Parque Libertad y él se fue a meter, y llegó la policía y reprimió a los manifestantes, y a él lo golpearon, tanto que el siguiente día que llegó al instituto iba golpeado y con dificultades para caminar, eso me impactó…”

“Me gustaba mucho su clase, me agradaba, nos hablaba de valores para conducir nuestras vidas, de conductas frente a las adversidades, de nuestras actitudes con los demás y por esto me atreví a preguntarle: ¿y qué le pasó? Y me contó lo que había pasado, había sido reprimido por los militares. Y esto me llamó mucho la atención…”

“Y comencé a interesarme por las conversaciones que trataban de política, había un compañero de apellido Cano que tenía una posición en contra de los militares y lo escuchaba con atención…también una amiga de la familia, Ana del Rosario Luna ¿la conoces? que trabajaba en el Ministerio de Trabajo, me prestó un libro, Escucha yanqui! Y me cautivó ese libro, trataba sobre la Revolución Cubana y la gesta de Fidel Castro.

Conocimos a Rosario porque una vez ofrecieron unas becas para estudiar en el Colegio Santa Cecilia y como no teníamos dinero para que siguiera estudiando, mi mamá fue a averiguar y ahí la conoció y se hicieron amigas, aunque al final no me dieron la beca, pero la amistad queda. Es más, al saber que no había quedado Rosario le dijo a mi mamá: no se preocupe, matricule a su hijo y yo le voy a ayudar. Y así fue.

Me matriculó mi mamá en la Sección de Educación Media de Ciudad Delgado, la directora era la profesora María Luisa de Guirola, mamá de Norma Guirola, y Rosario pagaba la mensualidad. Después como mejoró la situación económica en la casa, me pasaron a un colegio privado, al Instituto Orantes, donde estudie el segundo año de secundaria, y obtuve notas excelentes, particularmente en algebra.

El siguiente año me, con ese buen record de buenas notas, sometí al me admitieron en el INFRAMEN. Eran mis compañeros estudiantes con un buen nivel académico, estudiosos. Ingrese al tercer año de Plan Básico. Ese año 62, las platicas con Perla, el libro de Rosario, y las conversaciones con Oscar Cano me van despertando la curiosidad por la política, y me empujan a ingresar en un círculo de estudio, en el que Oscar, que por cierto el año siguiente muere ahogado en las playas del Majagual me propone formalmente ingresar a una organización juvenil, a la Vanguardia de la Juventud Salvadoreña, VJS, y acepto. Era una organización cerrada, clandestina, con grupos de cinco personas.

Me encuentro en la VJS con una nueva red de amistades algunas de las cuales todavía perduran. Estaban Corina y Guadalupe Carpio (hijas de Salvador Cayetano Carpio) Liudmila Ortega, Mati ( en aquel entonces, novia de Juan Landaverde) Alfonso García (Chiquitín, desaparecido en 1968) casado con Blanca Lidia que también era de militante, Rubén Silva (desaparecido), Ricardo (novio de Guadalupe Carpio), Mario Castro Rivas, Armando Herrera, Norma Guirola, Eduardo Olmedo, Dagoberto Sosa, Juan Landaverde, Esperanza García (esposa de Dagoberto Sosa). Y estaba ya de dirigente de la VJS, Mario Aguiñada.

Vivía en la Calle Modelo, cerca de la Iglesia de Candelaria, mientras que el Chiquitín García y sus hermanas Esperanza y Mati, vivían en el barrio San Jacinto, cerca del Cine Capitol. Por esta misma zona, en la avenida de los diplomáticos vivían también Lube y Orlando, hermanos de Victoria Cortez, Rafael Jiménez (Piluya); Guadalupe Recinos, que después fue la esposa de José Dimas Alas, vivía al final de la 24 avenida norte, ella era hija de un obrero sindicalista y estudiaba en el Instituto Francisco Morazán. Todos de la VJS y relacionados con el partido Comunista de El Salvador.

Las actividades de la VJS

Entre las actividades que realizábamos se encontraban las pegas de afiches con consignas y fotos exigiendo la libertad de los presos políticos, las pintas en las paredes contra la dictadura militar, la capacitación política. Me acuerdo que comenzaba a destacar como artista Marlon Brando así que cuando me tocó ponerme pseudónimo escogí Marlo. Te estoy hablando de los primeros meses del año 62.

En la VJS había la orientación política que debíamos de ser los mejores estudiantes, los mejores hijos, y periódicamente se realizaban sesiones de crítica y autocrítica para ir superando debilidades, y para ir forjándonos en una nueva mentalidad, superior, con una conciencia revolucionaria elevada. Estábamos bastante vinculados con el movimiento sindical, y apoyábamos sus acciones reivindicativas y huelgas, asimismo apoyábamos las luchas de la Universidad de El Salvador.

La coordinación de la VJS la llevaba el Chiquitín García. Y también estaban Rubén Silva, Armando Herrera, Américo Duran (Pelo Pincho), Mario Aguiñada. Me sentía muy cercano al Chiquitín. Era un excelente dirigente, nos proyectaba amistad, confianza, determinación. El había estado en la escuela de Cuadros del Komsomol en Moscú y le gustaba teorizar, analizar la realidad.

Era el mayor de todos nosotros, de unos 25 años y creo que pertenecía al Partido con tareas en la VJS, como a veces pasaba. Era el mayor de todos los hermanos García… Otro amigo, Rubén Silva, desapareció, de repente ya no lo vimos, y no pudimos encontrarlo, desaparecido, era un joven trabajador, casado, con un gran temple, firmeza…

Me acuerdo de campañas que como VJS realizamos para exigir la libertad de los presos políticos. Había un estudiante de derecho de apellido Ramírez Guatemala, chino, de gruesos anteojos que era muy buen orador y me gustaba escucharlo en los mítines del Parque Libertad, él en un tiempo fue preso político. Había también otros oradores muy animadores como los hermanos Carías Delgado, del PRAM.

Me acuerdo de otros capturados, dirigentes sindicales de la CGTS Roberto Sánchez del Cid, Antonio Iglesias…y posteriormente me integraron al equipo de seguridad de estos oradores del PRAM. La tarea consistía en sacarlos del parque Libertad por el edificio de La Cafetalera, y ahí aguardar hasta que los llegaban a recoger en un vehículo y se iban. Era para nosotros un honor cumplir con esta tarea de seguridad. Y así nos íbamos forjando en la lucha popular contra la dictadura militar.

Ya para el 63 comencé a conocer acerca del Partido Comunista y me involucre con la Columna Juvenil del Frente Unido de Acción Revolucionaria, el FUAR, que eran los jóvenes de la VJS.Ahí fue que conocí a Blas Escamilla, que era de la Columna Obrera, y ambos estábamos en la Comisión de Propaganda. Blas tenía como fachada una panadería cerca del cementerio La Bermeja, y ahí guardábamos la propaganda, escondida entre los canastos y los hornos de pan francés. La propaganda era repartida por los Grupos de Acción Revolucionaria, los GAR.

Así fue como conocí a Schafik. Él era dirigente del FUAR e impartía charlas clandestinas en una casa de seguridad que estaba ubicada en La Campiña, y a la que le cayó la policía. Uno ingresaba a la casa tapado, cubierto del rostro, para no ubicarla. También por esa época conocí a Salvador Cayetano Carpio, por la amistad con sus dos hijas, conversábamos con él en su casa. Ambos eran muy perseguidos.

Me acuerdo que una vez nos informaron que habían matado a Schafik y que el cadáver estaba en Apopa en la alcaldía y me fui con otro compañero, tristes, a buscarlo, al llegar al lugar, en una explanada frente a una casa estaba el cadáver de una persona con rasgos árabes y físicos parecidos a Schafik pero al verlo detenidamente nos dimos cuenta que no eraSchafik. Sentimos un gran alivio, una gran alegría. A Schafik lo buscaban, era un perseguido por sus ideas. Lo respetábamos mucho.

Me marcó entrar en contacto con la lucha política, me marcó profundamente y transformó mi vida…era un adolescente queriendo ser independiente, buscando rutas para encontrar mi camino en la vida…Y en el PCS no me hablaron de ir en contra de la religión. El discurso que escuche y que me convenció fue el de luchar contra la dictadura militar y contra la pobreza; por una vida mejor y más libertades, de luchar por la justicia…por la revolución socialista.

Organice un grupo de amigos de mi barrio Candelaria para hablar sobre política, era un joven muy sociable, tenía muchos amigos. Después se convirtió en un Grupo de Acción Revolucionaria del FUAR. Hablábamos sobre la Revolución Cubana, que tenía tres años y estaba realizando grandes transformaciones revolucionarias que nos entusiasmaban. Escuchábamos clandestinamente, en una radio de onda corta, Radio Habana Cuba. Me acuerdo que comenzaban sus programas con esta poderosa frase: desde Cuba, primer territorio libre de América.

El impacto de la revolución Cubana

¡Nos estremecíamos al oír esto! Hablábamos mucho de Fidel, del Che, de Camilo Cienfuegos. Me estremecían algunas consignas que se lanzaban por Radio Habana Cuba, como: “Fidel seguro, a los yanquis dales duro!” ¡Fidel Fidel…que tiene Fidel? Que todos los yanquis no pueden con él!”Y me acuerdo que pudimos escuchar emocionados cuando Fidel Castro en un memorable discurso en la Plaza de la Revolución proclama el carácter socialista de la Revolución.

Esto nos pegó fuerte, en Cuba se luchaba por la igualdad. Todos eran iguales. No había privilegios. Esto me marcó fuertemente. Como GAR realizábamos actividades nocturnas de propaganda. Estas acciones fortalecían nuestra conciencia revolucionaria. Salíamos en la madrugada, a hacer pinta y pega, llevábamos seguridad por cualquier percance. Pero esta seguridad no era con armas, se organizaba de la siguiente manera adelante del grupo que llevaba los materiales y pintaba y pegaba, iba un compañero y atrás otro compañero si aparecía la policía, nos avisaban con un silbido el de atrás y el de adelante daba la vuelta y regresaba a encontrar al grupo que pintaba y pegaba y tomábamos rápidamente las calles laterales tirando o escondiendo el material.

Pero sucedió un percance una vez. Andábamos pegando papeles de denuncia de la dictadura y nos descubrieron, no nos dimos cuenta, nos dieron seguimiento y nos emboscaron en la calle frente al BCR, en la primera., por donde quedaba El Cochinito, en la zona cerca donde está hoy el local del FMLN, el 229. Nos rodearon con varias patrullas de la Policía Nacional, pero todos logramos escapar a excepción de José Luís Tovar, que fue capturado y se lo llevaron. ¿Qué hacíamos? Informamos de lo que había pasado y nos recomendaron esperar unos días.

Mientras tanto la familia preocupada me abordaba preguntándome por mi amigo: ¿No lo ha visto? Fíjese que no ha llegado a la casa. Esto me hacía sentirme muy mal. Contarles la verdad era complicado. A los 3 o 4 días lo liberaron. Fui a verlo y estaba desmoronado. Platicamos poco. Su familia le prohibió que mantuviera su amistad conmigo. El se retiró de nuestra compañía…

En esa época funcionaban los clubes juveniles en donde se organizaban bailes. Y a mí me encantaba bailar, amaba bailar. Amo bailar…Los sábados y los domingos había bailes, de merengue, de cumbia, y me iba a bailar. Había un club al lado poniente de la Cuesta del Palo Verde, de nombre Los Incógnitos, muy bueno. Me sabía pasos de baile, de merengue y rocanrol, entre grupos de jóvenes se realizaban competencias de baile y participaba, me movía en ese medio como pez en el agua. Y mis papas me daban permiso de ir a bailar en las noches. El baile comenzaba en el club La Concordia a las 7 de la noche.

Como VJS realizábamos también caminatas, que siempre concluían con una charla política en el lugar de llegada. Caminábamos desde el Cuartel El Zapote hasta Panchimalco o hasta la Puerta del Diablo. Una vez fuimos a las cataratas de Panchimalco y al regreso al pasar por el pueblo vimos un chalet y entramos a tomarnos unas gaseosas, y entonces vi que había una cinquera y tome unas monedas y puse una canción de rocanrol y todos comenzamos a ponernos alegres, y yo me puse a bailar al ritmo de la música pegajosa.

En la siguiente reunión de la VJS vi aparecer a toda la dirección y con rostros molestos. Me preguntaba que había pasado. Cuando escuché que el primer punto de la agenda se refería a mi persona. Me habían puesto el dedo por la bailada en Panchimalco. Me dieron el siguiente discurso: no es de revolucionarios permitir ser influenciado por la ideología burguesa. Me censuraron y hasta me sancionaron. Ya ni me acuerdo cual fue la sanción. Ya no volví a bailar… hasta unos meses después.

En una siguiente reunión la coordinación de la VJS planteó la necesidad de contar con fondos propios. Había que ser creativos para recaudar fondos. Algunos propusieron hacer rifas. Me preguntaron y propuse que hiciéramos bailes y cobráramos la entrada y vendiéramos gaseosas. Se vieron entre ellos y me preguntaron ¿Dónde? Les propuse en la azotea de la facultad de Economía que quedaba en el edificio Chahín sobre la Rubén Darío, abajo del Parque Cuscatlán. Aceptado. Así que comenzamos a realizar bailes y así conseguimos fondos para nuestras actividades. Y los que antes me habían criticado estaban hoy felices con estos bailes…

El año 63 estoy estudiando en el INFRAMEN y debido a mis actividades en la VJS había descuidado mis estudios, y había dejado dos materias por lo cual ya no meaceptaban, y mi papá estaba enojado, tanto que me prohibió seguir metido en actividades y me matriculó en el Instituto Manuel José Arce para concluir mi bachillerato. Para esa época la Policía puso sus ojos sobre mi persona.

Rumbo a la URSS

A principios del 64 me llaman a reunión, y Mario Aguiñada me informa que había sido seleccionado para ir a estudiar a la Unión Soviética y me pregunta que era lo que quería estudiar. Le digo que medicina. No hay para esa carrera me responde. Entonces le digo: derecho. Y me meto a estudiar derecho.

El grupo que viajamos es pequeño: Liudmila Ortega, que ya no regresó porque allá se casó con un chileno; Aquiles Montoya, economista que falleció el año pasado, Lucio Francisco Gudiel, Gustavo Rubio Umanzor, Miriam Medrano y Alba América Guirola. De El Salvador viajamos hacia México. Y de México hacia Moscú. Nos estaban esperando en el aeropuerto las autoridades de la Universidad Patricio Lumumba, la Universidad de la Amistad de los Pueblos.

Y nos enteramos que por estas latitudes ya había otros salvadoreños. Ya estaban Américo Araujo estudiando Medicina, Olga Baires (hermana de Lico), Genoveva Martínez, (que se casó con un tico que estudiaba Medicina), Victoria Cortez (que se casó con un hondureño), Víctor René Marroquín, que estudiaba un Posgrado en Economía, Reginaldo Hernández ya fallecido, que fue el primer médico psiquiatra graduado en la URSS que regresó al país y puso su clínica.

Estuve en la URSS estudiando del 64 al 69. Todo fue nuevo al llegar. Yo pensaba que las mujeres rusas eran las más bonitas del mundo, pero sufrí una decepción cuando el avión aterrizó en Moscú, la primera mujer que vi por la ventanilla del avión fue una señora gorda con pantalones de obrero y guantes cargando maletas desde el avión hacia unas carretías. Vivíamos en residencias estudiantiles, de 4 plantas, con apartamentos para tres personas. Me tocó quedar con un martiniqués, hijo del secretario general de los comunistas de ese país, y el otro compañero era ruso, para que pudiéramos aprender a hablar el ruso. Es un idioma difícil pero mi objetivo era estudiar e incluso de ser posible terminar antes del tiempo estipulado.

Había escuchado que en la URSS no había desigualdad, ni hambre, ni miseria y que el pueblo disfrutaba de todo. Y ya estaba en Moscú, en la patria del socialismo. Mis interrogantes iban a ser respondidas con la realidad. Iba a conocer el socialismo, el proletariado ruso Y esto marcó mi vida.

En Moscú funcionaba un grupo del PCS, pero ellos nos mantenían alejados por compartimentación. Estaba Víctor René Marroquín, Victoria Cortez,Salvador Pérez y Alfredo Avilés. A estos les pusimos Tuco y Tico porque siempre andaban juntos, también estaba Raúl Flores Ayala, Roberto Góchez, Ricardo Bogrand. No nos tomaban mucho en cuenta y solo llegaban ocasionalmente para “dar línea.” Una vez los increpe que allá en El Salvador no observaba diferencias pero que aquí en Moscú notaba la separación, se portaron arrogantes y mantuvieron su actitud de alejamiento del resto de estudiantes salvadoreños.

En una oportunidad, les hice la siguiente reflexión: había leído en El Salvador de las maravillas del socialismo que todos eran iguales, pero aquí yo veo a Khruschov solo en televisión, no anda en la calle con la gente. Y dicen a atacarme… principalmente Marroquín y me acusa de ser un ignorante, de ser vacilante, etc. etc. Pero también me explica que este es un estado y que los funcionarios por sus actividades necesitaban movilizarse en carros. Es que yo los quería ver literalmente igual que los demás.

En el Grupo de Danza Folklórica de la Universidad Patricio Lumumba

Durante el primer año aprendí a hablar y leer en ruso. Y el siguiente año, al ingresar a la facultad nos invitaron a participar en el Grupo de Danza Folklórica de la Universidad de la Amistad de los Pueblos. No lo pensé dos veces para aceptar. Se me salió el espíritu bailarín…La directora era una balletista de nombre Bárbara Petrovna. Había que concursar, lo hice y me seleccionaron.

Al verme bailar la directora se me acerco y me dijo: si vas a formar parte del grupo vas a tener que corregir tu postura. Yo era delgado, muy delgado y al bailar agachaba el hombro. Me dijo ella: te voy a enseñar. Y me ponía a ensayar y cuando agachaba el hombro, me pegaba con una varita para que lo enderezara. Y así me fui superando hasta que logre mejorar mi postura. Y es que el baile ruso, es un baile altivo en el que se debe mantener el cuerpo siempre erguido.

Me acuerdo que una vez hicimos una presentación de bailes folklóricos de América Latina. Los mexicanos presentaron una polca, los colombianos una cumbia y yo presente el xuc. Me preguntaron sobre su origen y les explique que su creador era Paquito Palaviccini y hasta escuchamos un disco que había traído. En nuestro grupo participaba Miriam Medrano. Nos pusimos a ensayar y luego de nuestra presentación la directora seleccionó al xuc para un próximo concierto junto con música rusa.

El concierto duró dos horas y consistió en el xuc y bailes de los cosacos. Aprendí estos bailes rusos y nos presentamos en varios teatros en Moscú y en el interior del país. El público se admiraba que extranjeros de otro color bailaran sus bailes típicos. Y en el concierto la primera parte se cerraba con la presentación del xuc. La directora había preparado una coreografía que mesclaba el ballet, el xuc y hasta un poco de merengue y la gente se paraba a aplaudir y gritaba: Hurra! Hurra! Hurra! Y nos aplaudían para que volviéramos a salir al escenario. Les gustaba mucho el xuc.

Visitando iglesias en la URSS

Ya te he contado que tuve una formación religiosa y así llegue a la URSS. Y en mi tiempo libre me gustaba visitar las iglesias de Moscú, en su mayoría ortodoxas, con sus cúpulas doradas. Las iglesias estaban casi siempre vacías o con algunos ancianos. Pero una vez acerté a llegar en periodo de la Pascua, ya que ellos siguen el calendario antiguo, el juliano y no el gregoriano. Y me intrigó que regalaban huevos de colores, es parte de la tradición pascual.

Fíjate que en las iglesias no hay bancas porque las misas son de pie, esa vez entre y escuche la misa. Al salir, me colocaron algo en la palma de mi mano, al verlo se trataba de un huevo de colores. Era una ancianita sonriente que en ruso me agradeció que los estuviera acompañando. Seguí en mi búsqueda, visitando iglesias. Una vez viaje a las Repúblicas del Báltico Lituania, Letonia y Estonia, entre a un templo luterano, tenían una festividad y estaba lleno de gente,

Me puse a leer sobre la religión en la URSS y descubrí que había un monasterio muy famoso, equivalente se decía al Vaticano en Europa. Averigüe donde quedaba. Estaba ubicado en Zagorsk. Quedaba lejos, pero pudo más mi curiosidad y me fui a conocerlo por bus, solo y sin permiso de salida. Llegue y penetre en sus recintos amurallados, y anduve viendo, explorando el lugar. No hable con nadie…Y vi por primera vez a los sacerdotes llamados popes, con sus vestidos negros, largos, caminando y orando por los pasillos de este monasterio ancestral…quede impresionado, el viaje valió la pena.

Poco a poco fui conociendo a familias rusas. Una vez me sentía mal de salud, con un gran dolor de cuerpo y entonces fui alpoliclínico y la enfermera me tomo la temperatura y me dijo: siéntate, ya vengo. A los diez o quince minutos apareció una ambulancia, y me dijo: veni te vas ir conmigo porque estás enfermo. Era gripe lo que tenía, cuando alguien se enfermaba no dejaban que regresara a las habitaciones ni a clases por el contagio.

En el hospital donde me llevaron estaban otros enfermos de gripe, entre ellos había un obrero conductor de tranvía. Nos hicimos amigos y me invito a su casa, me dio la dirección. Acepte la invitación y al salir del hospital lo visite. Los visite luego muchas veces. El y su esposa eran comunistas. Y tenían una hija adolescente del komsomol.

Conversando con esa muchacha, me dejo impresionado cuando empezó a hablarme de la solidaridad del pueblo soviético con los pueblos que luchan por su liberación. Le pregunte sobre sus estudios y me responde que no estaba estudiando. Y al indagar la razón me dice: no voy a estudiar, quiero ser más útil a mi patria en otra cosa. En qué pregunto intrigado. Y me responde: quiero ser espía.

Una vez recibí un mensaje privado, era Mati García, hermana de Alfonso y Esperanza García. Había llegado a la escuela del Komsomol y pidió permiso para verme y se lo concedieron. Como te explique antes los políticos y los estudiantes estábamos separados, no nos veíamos. Por la confianza que tuve con algunos miembros del PCS, supe que llegaban militantes del PCS y de la VJS a realizar estudios políticos a Moscú.Matí me dijo que quería conocer a alguna familia rusa y le prepare un encuentro con la familia con quien había entablada amistad. Quedamos en vernos en una estación del metro. Llego y nos fuimos. En el camino me pregunto sobre las relaciones entre hombre y mujer en la URSS, si había cambios, sobre el trato a las mujeres.

Le eche un discurso sobre la igualdad predominante y los avances realizados en esta nueva sociedad, en la que los hombres respetan a las mujeres. Al salir del metro estaba una pareja rusa discutiendo. Me pregunta ella que pasa. Le respondo no sé. Y Mati se queda observando cuando el hombre le propina una bofetada a la mujer y la obliga a subirse a un bus. Todo el discurso que había construido se me cayó…

Me asombraba la cultura rusa y las diversas oportunidades que los ciudadanos tienen de disfrutarla. Es un pueblo que devora libros, les gusta el deporte, el teatro, la opera. Para sumergirme en la sociedad rusa me hice partidario de un equipo de futbol y asistía a ver los partidos en los estadios. Me hice fanático del Spartak, quien tenía un jugador muy bueno de nombre Strelsov. El club Dinamo de Moscú tenía entre sus jugadores al famoso guardameta Lev Yashin.

Una vez, allá por el 67 o 68 llegó Mario Aguiñada a la Escuela de Cuadros del PCUS y me llegó a buscar. Nos vimos fuera de la universidad, clandestinamente. El me preguntó sobre el arte, y la hable de la opera, ballet, teatro, circo, conciertos, orquestas, estadios, había una vida cultural intensa. Al final fuimos a un teatro a ver una obra que me pidió se la tradujera.

Era difícil conseguir boletos para el Teatro Mayakovski. Fuimos a ver una obra titulada Nosotros los Gitanos. Trata sobre la historia de este pueblo, sus sufrimientos, sus orígenes, sus rasgos característicos. Es un pueblo muy antiguo que ha experimentado a lo largo de su historia la opresión de otras naciones. Sus orígenes remotos se encuentran en la India. Y en la obra se retrata como fueron adquiriendo sus conocidas habilidades de la picardía para sobrevivir, de la magia, de tirar el tarot, sus propias vestimentas para timar.

Otra vez llego Rafael Jiménez, “Piluya”, igual tuvimos una reunión sin conocimiento del resto de estudiantes salvadoreños, y lo lleve entonces a comer a un restaurante. Habían inaugurado unos restaurantes modernos con grandes vidrieras y luces y ahí lo lleve. Estaba llenísimo y entonces como teníamos mesa nos pidieron si podíamos acomodar a otras dos personas. Accedimos. Eran dos rusos: uno de ellos estaba feliz porque era padre por primera vez y de entrada pidió una botella de vodka y cuatro vasos. El pagaba. Piluya ya era avezado en esos menesteres y la alegró la ocasión, en mi caso yo no bebía.

Y los rusos luego que se vaciaban los vasos volvían a llenarlos. Yo para evitar tomar con disimulo tomaba rodajas de pan y lo introducía al vaso para que absorbiera el contenido etílico de mi vaso. Cuando escuche que el ruso dice: tráiganme otra botella. Y de nuevo a llenar los vasos. Le explique que yo no bebía, pero le daba risa. No me creía. Le dije a Piluya tomémonos este último vaso y nos vamos. Así hicimos. Lleve a Piluya ala escuela del Komsomol y regrese a mi habitación. Llegue borracho, pegue una dormida hasta el día siguiente. Fue de las pocas veces que me he puesto borracho.

También aprendí a jugar ajedrez. Al principio me ayudo Reginaldo Hernández, que fue el primer esposo de Miriam Medrano. Luego me fui perfeccionando. Y practiqué también otros deportes como el bádminton, el ping-pong. En realidad fue una parte de mi vida extraordinaria, conocí el socialismo, la URSS estaba robusta, con muchos éxitos, realizando viajes al espacio y pude formarme intelectual y políticamente, estudiar el marxismo-leninismo, fórjame una concepción científica del mundo.

Tuve profesores excelentes. Me gustaba mucho el derecho penal. Y pude conocer las cárceles rusas. En el primer año de la carrera de derecho, se realizan prácticas y me correspondió hacerlo en una oficina con el gobierno municipal de la ciudad de Moscú, para conocer cómo funciona el Estado. El segundo año me toco conocer el sistema judicial soviético. Al finalizar ese año me mandaron de practicante a un juzgado, fui asistente de un juez de instrucción. Y lo acompañaba cuando tenía turnos, nos hicimos amigos, platicábamos mucho de la justicia. Una vez le correspondió visitar una cárcel para notificar una decisión judicial y me pidió acompañarlo. Todos los presos estaban rapados…llamaron a dos presos, les notificó la sentencia y nos marchamos.

Siendo asistente del juez, conocí el caso de un señor que había sido detenido por la Milicia (Policía) de unos 45 años, que había entrado borracho a la estación del metro, y que atravesó la franja amarilla antes que llegara el tren lo cual por razones de seguridad estaba prohibido. En cada estación del metro hay un miliciano que vela por la seguridad, este le grito al ciudadano que retrocediera y el señor borracho no atendió. El miliciano se acercó hasta él lo tomo del brazo para retirarloy el señor en su embriaguez no obedeció y forcejeo con el miliciano y se fue preso.

El juez pidió información de donde trabajaba y vivía y resultó que era una persona con buenaconducta; buen trabajador y buen vecino. El juez decidió liberarlo de la cárcel por sus antecedentes sociales, se fue para su casa, siguió trabajando normalmente y luego se le cito para una audiencia donde se le aplicó una pena menor y siguió libre cumpliendo medidas sociales, y te estoy hablando de los años 65 y 66, y a nuestro país esta concepción “novedosa” de sustitución de medidas a la detención provisional, llegó como novedad en la justicia penal salvadoreña a finales del siglo pasado.

En la URSS me forme intelectualmente, en una cultura de estudio disciplinado, riguroso, analítico, optando por la búsqueda de la verdad desde el conocimiento científico. Y esa ha sido mi conducta desde que regrese a El Salvador como profesional formado en un país socialista.

Mi tesis de graduación

Se esperaba que la tesis de graduación tocara un tema novedoso por lo que escogí el tema siguiente: las doctrinas latinoamericanas sobre el reconocimiento de los gobiernos de facto. En aquel entonces era un tema de gran actualidad por los golpes de Estado en América Latina. Parte del estudio del trabajo de tesis lo dedique al análisis de la así llamada doctrina Tobar-Wilson, que se integró por las declaraciones del Ministro de Relaciones Exteriores de Ecuador Carlos Tobar en 1907 y de Thomas Woodrow Wilson,presidente de los Estados Unidos en 1913. También hacer una evaluación de las luchas políticas entre liberales y conservadores de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX. Trata sobre el no reconocimiento a los gobiernos de facto, surgidos de golpes de estado, que incluso influyó en el caso del no reconocimiento inicial al General Maximiliano Hernández Martínez. Aprobé en mi facultad con la mayor nota. Incluso había entonces un doctor soviético especialista en derecho internacional y sostuvimos un debate.

Defendí mi tesis ante un tribunal nombrado por el estado, de tres especialistas, Y el presidente del tribunal era precisamente el académico con el que previamente había debatido. Mi asesor de tesis que iba a criticármela, era una académica armenia, Dra. Lidia Madyarian, que por cierto fue la primera mujer armenia islámica que se quitó el velo e ingresó al Partido Comunista de la Unión Soviética, al PCUS. En su tiempo esto fue un escándalo porque en la facultad de derecho no se aceptaban mujeres, pero ella se matriculó y logró graduarse. Ella calificó mi tesis como sobresaliente.

Ya tenía entonces ganada la nota de mi facultad y la de mi censora. El tribunal también me calificó con nota sobresaliente, lo que equivalía al Diploma Rojo, lo más alto. Esto fue en junio del 69.

Regreso a la Patria

En octubre del 69 abandone la URSS y emprendí el regreso a El Salvador. Me entregaron un boleto abierto porque decidí pasar a trabajar a Suecia para llevar algún dinero. Me estuve tres meses trabajando en diversos sitios. Llegue a Estocolmo y como me habían aconsejado compañeros latinos, me fui al parque central donde me encontré con los latinoamericanos, me ayudaron y me ubicaron a en uno de los hostales de estudiantes. A mí me ayudaron unos bolivianos.

Estando en Estocolmo presencie un suceso singular:la llegada de Boris Spasski, soviético, campeón mundial de ajedrez y su presentación en un parque llamado El Séptimo Siglo, y su enfrentamiento simultaneo con 20 ajedrecistas suecos, era una rueda y el iba caminando y moviendo piezas en cada uno de los tableros y logró ganarles a todos. Algo sensacional,

Fíjate que salí de la URSS con un pasaporte viejo, ya vencido. Y tenía necesidad de renovarlo y lo peor que me lo robaron en el lugar donde trabajaba, usaban estos pasaportes para traficar gente. Fui al consulado y el cónsul era un sueco que cuando supo que venía de estudiar de la URSS se puso histérico y me gritó que como era posible que a un súbdito del rey salvadoreño le permitieran estas libertades. Indignado le replique que en El Salvador no había rey porque era una república. Y no me dio el pasaporte.

Pero averigüe que en Italia había embajada y le escribí una carta al embajador explicándole mi situación. Le saque fotocopia a mi cédula y se la envié. Y para mi sorpresa en un servicio llamado Poste Restante, que podías adquirir en el correo, a los diez días recibí un sobre que al abrirlo se trataba de un pasaporte salvadoreño y una tarjeta con el escudo de El Salvador y un escrito a mano: con saludos del embajador. Fue un momento de gran alegría. Y arme viaje y me vine a este mi pequeño pero querido país, y lo sigo queriendo… regrese al país por suerte sin problemas para ingresar.

Primero fui emocionado a visitar a mi familia.Y después tome contacto con el Partido. Una de mis primeras sorpresas era que se contaba con un local abierto, el local del PR, que quedaba frente a donde está hoy el Cine Majestic. Entable una relación muy estrecha con Schafik. Le conté mi experiencia en la URSS. Regrese enamorado del socialismo. Lo compartí lo que había visto, vivido, y es por esto por lo que hay que luchar en El Salvador, le decía.

Me convertí en activista del Partido Revolucionario, el PR. Como traía dinero de lo trabajado en Suecia pude subsistir por algún tiempo. Luego Schafik me envió a trabajar a Usulután. Eran elecciones municipales y Farid, el hermano de Schafik iba de candidato para Alcalde. Y logramos ganar las elecciones pero como era costumbre en ese entonces vino el fraude y la represión y nos arrebataron el triunfo.

Volví a ver a Raúl Castellanos Figueroa a quien había conocido en las luchas del PRAM y conocí a Roberto Castellanos Calvo, ambos dirigentes comunistas. Luego me enviaron a realizar trabajo partidario en Sonsonate, a organizar el PR, ya a principios de 1970 y conocí a Roberto Manchan, líder comunista local. Una vez me acuerdo que Schafik llegó para realizar un mitin en el parque central pero al ingresar al parque, lo capturaron, creo junto con Roberto Marchand. Y se los llevaron presos, y a los días los soltaron. Lograron con su captura, impedir que el mitin se realizara.

Después que Schafik salió de la cárcel, nos reunimos y analizamos: tenemos que regresar a Sonsonate, porque si no regresamos, todo lo que hemos logrado lo vamos a perder, y la gente va pensar que tenemos miedo, y hay que educarlos en la lucha, en no desfallecer, en no rendirse…

Decidimos unas semanas después volver a convocar al parque central y esta vez sí realizamos el mitin. Habló Schafik. Serví de moderador y estuve arengando y esto me creo un problema de seguridad. Llegaron agentes de la policía vestidos de civil al parque y lo rodearon y volvieron a amenazar con capturar a Schafik. Los denuncie desde la tribuna. Y señale al jefe y lo responsabilice de lo que pudiera pasarle a Schafik. Los enfrente abiertamente.

Y cuando se iba Schafik después de haber hablado, hicimos una valla para protegerlo y entonces él me llamó y me dijo: ya no te podes quedar aquí, te tenés que venir conmigo…Vimos que los policías comenzaron a moverse. Decidieron esperar a Schafik a la salida del pueblo para ahí capturarlo. Y para evadir la policía decidimos tomar por el desvío a Los Naranjos. Se quedaron esperándonos.

Al regresar a San Salvador me fui para donde mi familia a la que había descuidado, y también empecé a buscar trabajo. Me acuerdo que apareció un anuncio en la Prensa Gráfica de una oficina regional de las Naciones Unidas, era una oferta de trabajo para un especialista en derecho internacional y que hablara uno de los idiomas oficiales y de trabajo de la ONU. Aplicaba, hablaba ruso y español. Fui y me entrevistaron y me dijeron que era un buen prospecto, lo único que el trabajo era en la ciudad de Nueva York. Esto me hizo desistir, recién llegaba y no quería irme de nuevo. Decide quedarme en mi país y con mi familia.

Después me fui a entrevistar para vender la revista Reader Digest. ¿Habla inglés? Si y también ruso. ¿Ruso? Lo sentimos, usted tiene un nivel más alto que el que necesitamos. Y el que me entrevisto me dijo: mire aquí hay una ciudadana rusa con la que podía intentar buscar trabajo. Pero me dio temor. En Suecia tuve una vez una experiencia negativa con rusos blancos. Estaba en Estocolmo en una biblioteca y decidí ir a leer periódicos soviéticos, a leer el Pravda. Y se me acerco alguien europeo que me hablo en inglés y cuando le dije que había estudiado en Moscú casi le da un ataque…era un ruso reaccionario.

Finalmente me entere de un concurso por oposición en la U para plazas de profesor de filosofía y concurse. Y gane la plaza. Me convertí a principios de los años setenta en profesor de la UES.

Continuará…

Fallece en Rivas, Nicaragua militante comunista Salvador Lara

MANAGUA, Nicaragua, 15 de agosto de 2013 (SIEP) Falleció ayer en la ciudad de Rivas el veterano luchador social Salvador Lara Tijerino, que fue por muchos años un combativo dirigente del movimiento sindical nicaragüense, en particular del sector de los zapateros, originario del barrio La Puebla.

Salvador Lara fue un insobornable luchador en contra de la dictadura somocista, por lo que soportó cárceles y privaciones debido a la persecución del régimen, a la vez que desde 1963 fue un destacado militante del Partido Socialista Nicaragüense, PSN y colaborador del FSLN. Al darse la fusión del PSN con el FSLN en 1979 pasó a ser militante del Frente Sandinista.

Y como militante del FSLN, y tomando en cuenta su conocimiento de la Frontera Sur se destacó en el cumplimiento de la tarea logística de trasladar materiales desde Costa Rica a Nicaragua así como el paso por puntos ciegos de compañeros de la dirección del PSN y de militantes del FSLN.

Salvador Lara formó parte de una familia de revolucionarios antisomocistas, entre los que se encontraba también su hermano Carlos, así como sus sobrinos que se integraron como combatientes del Frente Sur Benjamín Zeledón, baluarte de la victoria revolucionaria del 19 de julio de 1979.

Los funerales se realizaran en el cementerio San Pedro de su querida Rivas, ciudad que lo vio nacer, crecer, luchar y hoy lo ve morir con la frente en alto como militante sandinista, y como revolucionario nicaragüense.