Cuatro tesis sobre la Colonización de América Latina (1948)

Cuatro tesis sobre la Colonización de América Latina (1948)
Por Nahuel Moreno (1924-1987)

La importancia de la interpretación de George Novack [1]

Las respuestas de Novack a los interrogantes que le plantearon algunos miembros del Grupo Comunista Internacionalista, la organización trotskista mexicana, son de gran importancia teórica para nosotros, los revolucionarios latinoamericanos.
El marxismo latinoamericano se educó bajo la influencia de un seudo marxismo que había abrevado en las fuentes de los historiadores liberales. Estos pregonaban una supuesta colonización feudal por parte de España y Portugal que había sido el origen de nuestro retraso con respecto a Estados Unidos de Norteamérica. Ese falso esquema de la colonización ha sido suplantado en algunos medios marxistas por otro tan peligroso como el anterior: la colonización latinoamericana fue directamente capitalista. Gunder Frank es uno de los más importantes representantes de esta nueva corriente de interpretación marxista. Como bien cita Novack , éste afirma categóricamente que “ el capitalismo comienza a penetrar, a formar, a caracterizar por completo a Latinoamérica y a la sociedad chilena ya en el siglo XVI”.

He sido uno de los primeros, si no el primero, que desde el año 1948 vengo luchando en los medios marxistas latinoamericanos contra la teoría de la colonización feudal, que en su momento levantaba el stalinismo como justificación teórica para su política de hacer una revolución antifeudal y constituir frentes populares con la burguesía “antifeudal” y “liberal”. Esa es la razón por la cual algunos teóricos de la “colonización capitalista” me citan como uno de los pioneros de la actual interpretación en boga. Nada más equivocado. Sin emplear la expresión de combinación de distintas formas y basándome en Marx, que definió la colonización esclavista de Estados Unidos como “capitalismo feudal”, mi interpretación ha sido esencialmente la de Novack, que a su vez es la de Marx, aunque sin citarlo. Algunas citas vienen a cuento para delimitar bien los campos.

En la tesis II de mi trabajo Cuatro tesis sobre la colonización española y portuguesa, publicada repetidas veces desde 1948, y por primera vez impresa en 1957 en Estrategia , digo categóricamente:
“La colonización española, portuguesa, inglesa, francesa y holandesa en América fue esencialmente capitalista. Sus objetivos fueron capitalistas y no feudales: organizar la producción y los descubrimientos para efectuar ganancias prodigiosas y para colocar mercancías en el mercado mundial. No inauguraron un sistema de producción capitalista porque no había en América un ejército de trabajadores libres en el mercado. Es así como los colonizadores para poder explotar capitalísticamente a América se ven obligados a recurrir a relaciones de producción no capitalista: la esclavitud o una semi‑esclavitud de los indígenas. Producción y descubrimientos por objetivos capitalistas; relaciones esclavas o semi‑esclavas; formas y terminologías feudales (al igual que el capitalismo mediterráneo) son los tres pilares en que se asentó la colonización de América”.
Para cualquier lector medianamente responsable mi planteo es claro, la colonización tiene objetivos capitalistas, obtener ganancias, pero se combina con relaciones de producción no capitalistas. Lo mismo dice Novack: a los “objetivos capitalistas” de mi análisis les pone un nombre más preciso, capital mercantil, pero insiste en lo mismo que en mi tesis, el carácter no capitalista de las relaciones de producción. “¿Qué hicieron de hecho España y Portugal? Crearon formas económicas en el nuevo mundo que tenían un carácter combinado. Ellos soldaron relaciones precapitalistas a relaciones de cambio, subordinándolas así a las demandas y movimientos del capital mercantil.”
Esta discusión teórica no es una polémica académica sin relaciones con la política. Las tesis de la revolución permanente no son las tesis de la mera revolución socialista, sino de la combinación de las dos revoluciones, democrático burguesa y socialista. La necesidad de esa combinación surge inexorablemente de las estructuras económico sociales de nuestros países atrasados, que combinan distintos segmentos, formas, relaciones de producción y de clase. Si la colonización fue desde un principio capitalista no cabe más que la revolución socialista en Latinoamérica y no una combinación y supeditación de la revolución democrática burguesa a la revolución socialista.
Todas estas razones hacen que, una vez más, recomendemos la atenta lectura de las respuestas de Novack, como un aporte importante a nuevas y viejas polémicas sobre la colonización, como así también a la discusión del programa de la revolución permanente en el continente.
Hay toda una metodología e interpretación que se escuda bajo el rótulo de marxista y que no es tal. Es una aproximación al marxismo, inclusive en muchos un sano intento de hacerlo, pero no es marxismo. En general, podemos involucrar en esta definición a todo el marxismo latinoamericano, que no ha superado todavía teóricamente su etapa embrionaria.
Al decir esto no nos referiremos a la parte programática, o mejor dicho a los aspectos más generales del programa marxista revolucionario. En ese sentido los marxistas revolucionarios del pasado y nosotros los trotskistas del presente somos, sin duda, marxistas.
Nuestra aventurada afirmación se refiere al método a la interpretación del mundo de los que se han autodenominado marxistas latinoamericanos. Mariátegui es el mejor ejemplo de este revolucionario latinoamericano, digno de admiración y respeto, pero que no supo o no pudo elevarse a una verdadera comprensión y metodología marxistas. Mariátegui y todos los otros, sin excepción, que conocemos, han sido positivistas‑marxistas o neoliberales‑marxistas. Ser marxista para ellos era fundamentalmente aceptar la existencia de las clases, la importancia del factor económico y en algunos la necesidad de la revolución obrera. Se limitaban después a aplicar el método positivista que habían aprendido en la Universidad y a cambiarle a la interpretación liberal su terminología por una marxista. Se conformaban con ser una mera superación formal, en los términos, de la ideología positivista liberal de los círculos intelectuales oficiales.

El mejor ejemplo de lo que venimos diciendo es la interpretación de la historia latinoamericana y en especial de la colonización española y portuguesa de Hispanoamérica. Hay todo un mito de los historiadores liberales que atribuye el atraso actual de Latinoamérica a la colonización española y portuguesa, y el progreso de Norteamérica a la colonización inglesa. Este mito es tomado por Mariátegui y también por Puiggrós, transformando lo racial en categorías económicas: colonización española igual a feudal.
“La conquista del territorio americano y de sus habitantes, y su incorporación a los dominios de la corona de España, fue la obra de conquistadores feudales, de los continuadores de aquellos que habían luchado contra los moros y que antes habían engrosado los ejércitos de las cruzadas. Toda empresa feudal europea, ya sea en el Norte contra los eslavos, en el Este contra los turcos, en el Oeste contra los sajones y los germanos o en el Sur contra los árabes ha sido llevada adelante bajo el signo de la cruz de Cristo. La conquista de América por España forma parte del proceso general de expansión del feudalismo y se verifica cuando éste ya ha entrado en decadencia. España volcó sobre América los elementos de su régimen feudal descompuesto. El poder de la monarquía se afianzó al entregar a sus vasallos vastos territorios, cuantiosas riquezas y millares de seres humanos sometidos a las rudezas y crueldades de la servidumbre”. (De la Colonia a la Revolución, Editorial Lautaro, 2da. edic., pág. 16.)
Puiggrós hay que reconocerle el mérito de haber comprendido, al menos, que “el descubrimiento de América fue una empresa llevada a cabo por comerciantes y navegantes del Mar Mediterráneo” . Pena es que después considerara que “el capital comercial había cumplido su misión al tender el puente por el cual el feudalismo español se transplantaría a América” .
Sobre Norteamérica Puiggrós es categórico:
“América sajona fue colonizada un siglo más tarde en condiciones diferentes. Los ingleses que arribaron en el “Mayflower”, y que siguieron llegando desde 1620 a 1640, trasplantaron al Nuevo Continente los gérmenes del desarrollo capitalista que traían de su patria originaria. En oposición a esa colonización del nordeste de Estados Unidos la inmigración de los “cavaliers”, verificada después de la revolución burguesa de 1648 que derrocó a los Estuardo, estaba integrada, a diferencia de la primera, por elementos feudales encabezados por parte de la nobleza desplazada del gobierno y expropiada de sus tierras. Esa inmigración se estableció en el Sur, en Virginia, e implantó formas de producción y hábitos de vida que correspondían a su origen feudal.
La explotación del trabajo de indios y negros, en forma servil y esclavista, constituyó su base social.
Mientras la corriente inmigratoria burguesa impuso la pequeña propiedad rural y el desarrollo manufacturero de los núcleos urbanos, la corriente inmigratoria feudal se afirmó en la gran propiedad, y en la economía doméstica. El triunfo de la primera eliminó los últimos reductos del feudalismo en los Estados Unidos de Norte América”. (págs. 23 y 24).
II.
La colonización española, portuguesa, inglesa, francesa y holandesa en América, fue esencialmente capitalista. Sus objetivos fueron capitalistas y no feudales: organizar la producción y los descubrimientos para efectuar ganancias prodigiosas y para colocar mercancías en el mercado mundial. No inauguraron un sistema de producción capitalista porque no había en América un ejército de trabajadores libres en el mercado. Es así como los colonizadores, para poder explotar en forma capitalista a América, se ven obligados a recurrir a relaciones de producción no capitalistas: la esclavitud o una semiesclavitud de los indígenas. Producción y descubrimiento por objetos capitalistas; relaciones esclavas o semi­esclavas; formas y terminologías feudales (al igual que el capita­lismo mediterráneo), son los tres pilares en que se asentó la colonización de América.
Puiggrós confunde, como tantos historiadores liberales, decadencia del capitalismo mediterráneo con avance del feudalismo. No hay tal feudalismo español que coloniza América; existe un extraordinario desarrollo del capitalismo mediterráneo que ya ha empezado su decadencia cuando descubre América. Su descubrimiento no hará más que acelerar aun más su decadencia y el desarrollo del nuevo capitalismo noroccidental, que ya había surgido y estaba desplazando al mediterráneo antes del descubrimiento de nuestro continente. El capitalismo mediterráneo, impregnado de aristocratismo y formas feudales, tiene un carácter comercial, usurario, local e internacional en oposición al del noroeste de Europa, que lo tiene manufacturero y nacional.
Si hay un lugar de América cuya colonización no es capitalista es el noreste de Estados Unidos, justamente lo contrario de lo que cree Puiggrós. A esta región fueron, o se quedaron, los europeos que querían tierras, clima y producción como las de Europa, pero que no pensaban comerciar con sus países natales, ya que éstos se abastecían por sí mismos de sus productos agrarios. Por eso fue una colonización cuyo objetivo era la tierra para implantar una pequeña producción y para abastecerse a sí mismos. Esa inmigración dio origen a un pequeño campesinado que se abastecía a sí mismo y que colocaba en el mercado el ligero sobrante que le quedaba. Vista desde un ángulo histórico esta inmigración continuaba la magnífica tradición del medioevo europeo de colonizar nuevas tierras con campesinos independientes. Pero en Norteamérica hubo una diferencia que resultaría fundamental: el exceso de tierras impidió el crecimiento de una clase terrateniente feudal, aunque hubo intentos de ello. Si nos gustaran las paradojas podríamos decir, contra Puiggrós, que el sur de Estados Unidos y Latinoamérica fueron colonizados en forma capitalista pero sin dar origen a relaciones capitalistas y que el norte de Estados Unidos fue colonizado en forma feudal (campesinos que buscaban tierras y nada más que tierras para autoabastecerse) pero sin relaciones feudales.
La verdad es que no puede haber otra definición marxista para las colonias españolas‑portuguesas y el sur de Estados Unidos que la de producción capitalista especialmente organizada para el mercado mundial con relaciones de producción precapitalistas. En oposición a ello el norte de Estados Unidos debemos definirlo como una región colonizada por oleadas de pequeños campesinos que no soportaron relaciones de producción precapitalistas y que, como consecuencia de ello, se constituyeron durante siglos en un mercado interno en continuo crecimiento. El noroeste de Estados Unidos heredó las ventajas del feudalismo europeo: pequeña producción agraria, sin sus tremendas desventajas: una clase de terratenientes feudales, inevitables parásitos, en la futura producción burguesa.

Marx ya había visto ‑- ¡cuándo no! -‑ esta contradicción y diferencia en las colonizaciones. En la Historia crítica de la plusvalía compara de pasada los dos tipos de colonización y, rebatiendo por adelantado a todos los Puiggrós que en el mundo son o han sido, nos dice:
“Aquí hay que distinguir dos clases de colonias. En el primer caso se trata de verdaderas colonias, como las de Estados Unidos, Australia, etc. En éstas, la masa de los colonos dedicados a la agricultura, aunque hayan aportado de la metrópoli un capital más o menos grande, no constituye una clase capitalista y menos todavía es su producción una producción capitalista. Son, en mayor o menor extensión, campesinos que trabajan para sí y cuya preocupación primordial y fundamental es procurarse sustento, producir sus propios medios de vida, por cuya razón su producto fundamental no tiene carácter de mercancía, pues no se destina al comercio. El sobrante de sus productos, después de cubrir su propio consumo, lo venden o lo cambian por artículos manufacturados de importación, etcétera. Otra parte de los colonos, más reducida, establecida en la costa, en las riberas de los ríos navegables, etcétera, crea ciudades comerciales. Pero tampoco sus actividades pueden calificarse, en modo alguno, de producción capitalista.
En la segunda clase de colonias las plantaciones, que son desde el momento mismo de crearse especulaciones comerciales, centros de producción para el mercado mundial existe un régimen de producción capitalista, aunque sólo de un modo formal, puesto que la esclavitud de los negros excluye el libre trabajo asalariado, que es la base sobre la que descansa la producción capitalista. Son, sin embargo, capitalistas los que manejan el negocio de la trata de negros. El sistema de producción introducido por ellos no proviene de la esclavitud, sino que se injerta en ella. En este caso, el capitalista y el terrateniente son una sola persona”. (Historia crítica de la plusvalía, T. II, Méjico, Fondo de Cultura Económica, págs. 331 y ss.).
Un conquistador español o portugués es el primo hermano del dueño de los yerbatales de principio de siglo que han popularizado las leyendas y novelas. De hecho o de derecho el trabajo de los mensúes era casi esclavo, pero la producción de esos dueños de ingenios era capitalista. La colonización de Hispanoamérica, sigue, con verdadera saña, derroteros y objetivos comerciales. Y lo que a ese respecto hizo fue enorme. América hispana fue la caldera del desarrollo capitalista europeo. A ese respecto será necesario algún día estudiar si la técnica de explotación de los minerales traída por los españoles no fue la más alta de su tiempo, lo que confirmaría, en cuanto a las fuerzas productivas, su carácter capitalista.
Lo importante es que esta producción capitalista originó desde el comienzo de la colonización una clase capitalista autóctona, independiente de los comerciantes y de la burocracia, los burgueses terratenientes. Todavía no ha sido estudiada la historia latinoamericana partiendo de esta caracterización de conjunto: la existencia desde un principio de una clase burguesa autóctona ligada a la producción regional. Esa clase es similar a la del sur de los Estados Unidos que dio a Washington. Los historiadores liberales y sus émulos marxistas han ignorado la existencia de esa clase porque no era una burguesía industrial y la han clasificado como a terratenientes feudales, cuando, por el contrario, es una clase burguesa mucho más progresiva que la burguesía comercial compradora.
III.
Si nos tomamos el trabajo de comprobar el carácter de la colonización y conquista de nuestro país, a vuelo de pájaro, comprobamos que la caracterización que hemos efectuado es correcta. Antes que nada porque la preocupación principal de los conquistadores y colonizadores son las minas de oro y plata para el mercado mundial, la desesperada búsqueda de El dorado, y no tierras para cultivar con relaciones feudales. Esto sólo demuestra el carácter capitalista de la conquista y colonización.
Pero es necesario que aportemos algunos hechos sintomáticos tomando a nuestro país como ejemplo de América española:
a) la mano de obra indígena no tiene carácter de siervo, trabajador agrario pegado a la tierra, sino fuerza de trabajo en manos de dueños españoles que la contratan al mejor postor. En ese sentido hay un ejército de trabajadores y un mercado de trabajo rudimentario y “sui generis”, ya que se contrata libremente pero entre dueños de empresas y dueños o semidueños de hombres.
Si comenzarnos por Mendoza, región de la que conocemos los antecedentes más antiguos, nos encontrarnos con que:
“[ …] el ideal del encomendero de Cuyo era dejar un encargado de sus intereses cisandinos e irse a Santiago con sus indios para arrendarlos. En Chile, los huarpes sirvieron en lavaderos de oro, en la fabricación de botijambre y en las labores urbanas y rurales. En Mendoza, plantaron viñas, las podaron y cosecharon la uva y aún guiaron las carretas que conducían el vino a Buenos Aires, elaborado por ellos mismos”. (Juan Draghi I Ucero, Revelaciones documentales sobre la economía cuyana. Rev. de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, 1940, tomo XVI, págs., 189 a 249).
“La caza del indio estuvo perfectamente organizada en los tiempos iniciales de la colonia. El poblador necesitó de mitayos para las labores agrícolas extensivas que debía encarar en esos apartados lugares” (Actas capitulares de Mendoza. Tomo L 1945, pág. LVII).
Tan arraigada estaba la costumbre de extraer indígenas cuyanas con destino a Chile, que el mismo cabildo de Mendoza manifiesta sin ambages, en junio de 1604, que el privarles de sacar mitas de San Luis “señalaba la total destrucción desta ciudad” , agregando, “ que hace 4 años que efectúa dicha saca ”. (Libro citado, pág. LIX). Y cuando se comienzan a terminar los indios se resuelve “pedir asimismo a S. M. nos haga merced de mil licencias de negros para esta ciudad respecto de los pocos naturales que en ella hay”. Lo que es una prueba indirecta de que los indios podían ser reemplazados por esclavos y no por arrendatarios campesinos serviles.
El caso de Mendoza es ilustrativo al extremo porque los conquistadores se encontraron con indígenas laboriosos, que ya practicaban la agricultura, y muy pacíficos. En lugar de utilizar estas condiciones excepcionales para establecer un feudo se aprovecharon de ella para mejor utilizar a los indígenas en empresas que producían para el mercado.

En Tucumán, para no citar más que otro ejemplo, el problema de los indios que son llevados por los comerciantes y troperos que pasan por allí es un problema grave, lo que demuestra que los indios no están sujetos a la tierra como los siervos y que son utilizados para un tráfico comercial importante o para ser llevados fuera de su tierra a otras explotaciones, del “Perú, Paraguay y Buenos Aires ”. (Actas Capitulares de San Miguel de Tucumán, Vol. 1, Universidad Nacional de Tucumán, 1946, pág. 37 y ss.).
b) Desde un principio la colonización se hace para buscar o producir productos para el mercado mundial, o como mínimo, para el mercado virreinal. La producción intensiva de uno o unos pocos productos es lo característico, en oposición a la autosuficiencia feudal.
La testamentería de un vecino de Mendoza del 29 de diciembre de 1588 nos permite comprobar que este buen señor era ya un viñatero vulgar y silvestre que “declaró tener una viña cerca de esta ciudad junto al molino de lo de Videla que tiene cinco mil plantas la que está cercada de tapias y además tengo solar cerca de dicha viña, asimismo cercada, más una cuadra de tierra que está cerca de dicha calle y entre esta cuadra y la viña está el horno de tejas que tengo y asimismo tengo un solar en la cuadra de San Juan Bautista” (Archivo Judicial de Mendoza).
En el norte del país no era muy diferente la situación. En un mísero poblado como Tucumán nos encontramos que el procurador general, don Galio de Villavicencio, plantea al Cabildo un problema de 18 puntos, el 4 de mayo de 1680, que es indiscutiblemente un programa de un villorrio burgués sin ningún aditamento feudal. En el punto 3 propone que se obligue a aceptar en lugar de moneda, dada su carencia, “hilo de algodón y de lana de pábilo ” para que pueda estar abastecida la ciudad y “socorridos los pobres ”. Por el cuarto señala “lo mucho que importa registrar todas las tropas de vacas, mulas y carretas y recuas que pasan por esta ciudad y su jurisdicción y otras que sacan los vecinos de esta ciudad”. Por el sexto que a los españoles y mestizos que vagabundean se los obligue a trabajar o se los eche (al igual que las ulteriores leyes burguesas obligando al trabajo). Por la séptima informa: “ ha llegado a mi conocimiento que en muchas casas y chacras de esta ciudad tienen dos géneros de medidas de trigo, una para recibir y otra para dar todas selladas contra conciencia y justicia”. Así sigue por el estilo intercalando alguno que otro petitorio para retener a los indios como el ya citado. En el punto 17 se queja de que “ las más del tiempo están los capitulares ausentes de esta ciudad en sus chacras, estancias y viajes ocupados en sus conveniencias ” demostrando así que estos colonizadores se parecen mucho más a un vulgar capitalista en permanente movimiento para defender sus intereses que a un señor feudal preocupado por sus diversiones y cacerías (Actas Capitulares de Tucumán ya citadas, Vol 1, pág. 37 y ss.).

En 1588, en Corrientes, nos encontramos con que no hay feudos que produzcan de todo, sino concesionarios de una producción especializada: potros, yeguas y vacas. El 27 de mayo de 1588, el Cabildo de Corrientes se reúne para rematar el cuidado “ de los caballos y yeguas del común a tres cabezas por medio peso ”, exigiendo dos fiadores. El 7 de noviembre del mismo año “se apercibe a Etor Rodríguez como fiador de Asencio González, guardián de las vacas de carne ”. Hemán F. Gómez, en la introducción a la publicación de la Actas Capitulares, nos aclara que el acta de fundación se ha perdido y las copias que hay están en España como consecuencia del “grave y valioso debate judicial abierto sobre la propiedad del ganado alzado y salvaje que pobló la jurisdicción de la ciudad de Corrientes durante el siglo XIV”. Este pleito entre los descendientes de Torres de Vera y el Cabildo, o los vecinos accioneros, por la propiedad del ganado, es cualquier cosa menos un pleito feudal por tierras con siervos.
IV.
La colonización de la Argentina no difiere del resto de América española. Es interesante a ese respecto estudiar la colonización portuguesa del Brasil.
Navarrete ya nos informa en su relación de los viajes de Colón que éste había encontrado, en las tierras descubiertas, madera para teñir géneros. En 1501 los portugueses envían una expedición exploradora que volvió a Portugal con un cargamento de esa madera, denominada “pau Brasil”. El rey de Portugal se apresuró a arrendar las nuevas tierras descubiertas a un mercader de Lisboa, don Fernando de Noronha. No se conocen bien los términos del contrato, pero por referencias indirectas Noronha se comprometía a mandar anualmente tres naves al Brasil (tierras de Santa Cruz), a descubrir 300 leguas de costa y pagar 1/5 del valor de la madera al soberano. Este convenio es eminentemente capitalista.
Para no aburrir con otras referencias limitémonos a citar a Roberto C. Simonsen. En su Historia Económica do Brasil manifiesta:
“No nos parece razonable que la casi totalidad de los historiadores patrios acentúen, en demasía, el aspecto feudal de las donaciones, llegando algunos a clasificarlas como un retroceso en relación a las conquistas de la época …
Desde el punto de vista económico, que no deja de ser básico en cualquier empresa colonial, no me parece razonable la comparación de este sistema al feudalismo.
En la economía feudal, no hay lugar al lucro porque están demarcadas las clases sociales y las remuneraciones se tornan función de la condición social de cada clase.
Por más que estudiemos los elementos históricos no podremos llegar a la conclusión de que el régimen de las donaciones presente gran semejanza con la economía medieval. En primer lugar, todos llegaban a la nueva tierra en busca de fortuna; todos querían mejorar su situación económica. El obtener lucro era la causa primordial de la llegada al Brasil. Los mineros, carpinteros, mecánicos y demás artesanos procuraban ganar para formar su propio peculio. Quien quisiese embarcarse podía hacerlo. No había límites. Por el contrario, cuanto mayor el número tanto mejor. En buena parte quien aquí venía lo hacía con el ánimo de volver enriquecido. Quien tuviese capital podía pleitear la exploración de la tierra. Los donatarios no eran más que exploradores en gran escala. Las concesiones dadas por el rey a esos hombres eran el medio de estimularlos, facilitando su empresa. En el siglo siguiente otras naciones europeas adoptarán procesos semejantes de colonización utilizándose, de preferencia, la iniciativa privada mediante compañías colonizadoras privilegiadas.

Así como hoy se concede a ciertas empresas la excepción de impuestos junto con una alta tributación a los productos extranjeros que les hacen competencia, en la misma forma, usando de esos procedimientos característicos capitalistas, el rey de Portugal concedió una serie de favores a aquellos que con sus capitales o sus servicios podían incrementar la colonización de las tierras descubiertas.
Nuestros historiadores no han encarado el caso bajo de ese aspecto. Cuando se refieren al donatario lo consideran como si fuera un representante del régimen feudal. Don Manuel, con su política de navegación, con su régimen de monopolios internacionales, con sus maniobras económicas de desplazamiento del comercio de especies de Venecia, es un auténtico capitalista. Sus vasallos no se quedan atrás. No hacen ninguna conquista como los caballeros de la Edad Media. Procuraban engrandecer su país, tratando de transformar a Portugal en una potencia. Conquistaban las Indias con el mismo espíritu con que, más tarde, los ingleses vinieron a constituir el gran Imperio Británico.
Los inmensos poderes otorgados a los donatarios tampoco significan feudalismo; esos poderes todavía existen en nuestros días. El jefe de una escuadra en alta mar, los comandantes de los ejércitos, los gobernadores en ocasiones excepcionales disponen todavía hoy de poderes casi tan grandes corno los concedidos a aquellos donatarios. Estamos, pues, seguros de que nuestras donaciones, dejando de lado el carácter hereditario de las concesiones, sólo son feudales en los términos, muchos de ellos todavía hoy en uso.
Puédese alegar que en lo que concierne a las concesiones su aspecto jurídico se asemeja a las instituciones feudales. Pero esto se observa también en la actualidad. El régimen de nuestras minas se caracteriza porque el poseedor de la mina no es sino un concesionario, que así la trabaja, ejerciendo una función social” .
Todos estos son unos pocos ejemplos que demuestran que en nuestro país, al igual que en toda la América española de la colonización, existió un capitalismo bárbaro, un sistema basado en el cambio de mercaderías y en estrecha ligazón con el mercado mundial. Es indudablemente un régimen totalmente distinto al existente o al que está surgiendo en el norte de Europa, en especial en Inglaterra, Holanda y Francia, pero tampoco tiene nada que ver con el régimen feudal. Es una forma aberrante del desarrollo capitalista europeo.
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[1] Este trabajo fue publicado por primera vez en 1948.

Death and Transfiguration

DEATH AND TRANSFIGURATION / THE ECONOMIST

Schumpeter

Death and transfiguration

The golden age of the Western corporation may be coming to an end

EDWARD GIBBON, the great English historian, begins his “Decline and Fall” with a glowing portrait of the Roman Empire in the age of Augustus. The Empire “comprehended the fairest part of the earth”. Rome’s enemies were kept at bay by “ancient renown and disciplined valour”. Citizens “enjoyed and abused the advantages of wealth and luxury”. Alas, this happy state of affairs was not to last: the Empire already contained the seeds of its own destruction.

Gibbon soon changed gear from celebrating triumphs to chronicling disasters.

Perhaps the history of the Western corporation will one day be written in much the same vein.

Today’s corporate empires comprehend every corner of the earth. They battle their rivals with legions of highly trained managers. They keep local politicians in line with a promise of an investment here or a job as a consultant there. The biggest companies enjoy resources that have seldom been equalled; Apple, for instance, is sitting on a cash pile of more than $200 billion.

And they provide their senior managers and leading investors with “wealth and luxury” that would have impressed even the most jaundiced Roman.

A new report by the McKinsey Global Institute provides some invaluable statistics for any future Gibbon, which MGI calculated by crunching data from nearly 30,000 firms across the world. Corporate profits more than tripled in 1980-2013, rising from 7.6% of global GDP to 10%, of which Western companies captured more than two-thirds. The after-tax profits of American firms are at their highest level as a share of national income since 1929.

Yet the men and women from McKinsey change gear as quickly as Gibbon. The golden age of the Western corporation, they argue, was the product of two benign developments: the globalisation of markets and, as a result, the reduction of costs. The global labour force has expanded by some 1.2 billion since 1980, with the new workers largely coming from emerging economies. Corporate-tax rates across the OECD, a club of mostly rich countries, have fallen by as much as half in that period.

And the price of most commodities is down in real terms.

Now a more difficult era is beginning. More than twice as many multinationals are operating today as in 1990, making for more competition. Margins are being squeezed and the volatility of profits is growing. The average variance in returns to capital for North American firms is more than 60% higher today than it was in 1965-1980. MGI predicts that corporate profits may fall from 10% of global GDP to about 8% in a decade’s time.

Two things in particular are shaking up the comfortable world of the old imperial multinationals. The first is the rise of emerging-market competitors. The share of Fortune 500 companies based in emerging markets has increased from 5% in 1980-2000 to 26% today.

These firms are expanding globally in much the same way as their predecessors from Japan and South Korea did before them. In the past decade the 50 largest emerging-world firms have doubled the proportion of their revenues coming from abroad, to 40%. Although the outlook for many emerging markets is more mixed than it was just a couple of years ago, troubles at home may push rising multinationals to globalise more rapidly.

The second factor is the rise of high-tech companies in both the West and the East. These firms have acquired large numbers of customers in the blink of an eye. Facebook boasts as many users each month as China has people: 1.4 billion. Tech giants can use their networks of big data centres rapidly to colonise incumbents’ territories; China’s e-commerce giants Alibaba, Tencent and JD.com are doing this in financial services. Such firms can also provide smaller companies with a low-cost launching pad that allows them to compete in the global market.

MGI does not dwell on it, but the political environment is also becoming more hostile. Populists on both the left and the right rage against corporate greed. In America, presidential hopefuls Bernie Sanders and Donald Trump both criticise companies for exploiting tax loopholes. Even middle-of-the-road politicians are sounding a more anti-corporate note. Angela Merkel introduced Germany’s first minimum wage in 2014; and in Britain David Cameron is phasing in a “living wage”.

Companies may find themselves under pressure to “give back” to wider society.

How can Western companies navigate these threats to their rule? MGI advises them to focus on the one realm where they continue to have a comparative advantage—the realm of ideas. Many companies in labour- and capital-intensive industries have been slaughtered by foreign competitors, whereas idea-intensive firms—not just companies in obvious markets such as the media, finance and pharmaceuticals, but in areas such as logistics and luxury cars—continue to flourish. The “idea sector”, as MGI defines it, accounts for 31% of profits generated by Western companies, compared with 17% in 1999.

Capitalist redemption

The relative decline of the Western corporation could also lead to a rethinking of some of the long-standing assumptions about what makes for a successful business. Public companies may lose ground to other types of firm: in America the number of firms listed on stock exchanges has fallen from 8,025 in 1996 to about half that number now. The cult of quarterly earnings may lose more of its following. A striking number of the new corporate champions have dominant owners in the form of powerful founders.

They are willing to eschew short-term results in order to build a durable business, such as Mark Zuckerberg at Facebook, the Mahindras and other assiduous families in India, and private-equity firms. Gibbon’s great work was a tale of decline and fall, as classical civilisation gave way to barbarism and self-indulgence. With luck, the tale of the relative decline of the Western corporation will also be a tale of the reinvention of capitalism as new forms of companies arise to seize opportunities from the old.

¿El final del ciclo (que no hubo)?

¿El final del ciclo (que no hubo)?
Emir Sader

14/09/2015

Frente a las dificultades de los gobiernos posneoliberales en varios países, algunos, con cara de arrepentimiento y voz grave, lamentan lo que sería el final del ciclo de los gobiernos progresistas en América Latina, sumándose, una vez más, a las voces de la derecha. Un ciclo que ellos nunca reconocieron que hubiera existido.

Antes, se decía que nunca había existido ruptura alguna, que los nuevos gobiernos eran la continuidad de los anteriores, tan neoliberales como aquellos. La Venezuela de Hugo Chávez reproduciría la de los gobiernos de Acción Democrática y de Copei. El gobierno de Lula seria la continuación del de Cardoso. La Argentina de los Kirchner no se diferenciaría de la de Menem. Los gobiernos del Frente Amplio serían las nuevas versiones de los programas de los partidos de la derecha uruguaya. Evo Morales y Rafael Correa serian reediciones de los gobiernos conservadores que los han precedido.

Cuando las trasformaciones operadas por esos gobiernos en sus países han disminuido sustancialmente la desigualdad, la miseria, la exclusión social aun en el marco del aumento de esos fenómenos en escala mundial; cuando los procesos de integración regional han debilitado la capacidad de influencia de Estados Unidos en la región y han proyectado espacios propios de acción; cuando los Estados de esos países han recuperado capacidad de acción económica, política y social; aquellas voces han tenido que callarse, para ahora volver con la idea de que esos gobiernos se habrían agotado.

¿Pero qué significa un fin de ciclo? Fue, por ejemplo, el agotamiento del largo ciclo desarrollista en escala mundial y latinoamericano, que ha llevado a su sustitución por gobiernos neoliberales. Fue el agotamiento del ciclo neoliberal, que ha llevado al surgimiento de gobiernos posneoliberales.

¿Qué significaría el agotamiento del ciclo posneoliberal? En el horizonte, la única perspectiva es la restauración conservadora, con el retorno al modelo neoliberal, programa propuesto por todos los sectores oposicionistas, todos de derecha. La ultra izquierda, a lo largo de todo el ciclo posneoliberal, iniciado hace más de década y media, no ha construido alternativas en ninguna lado, no ha ocupado ningún lugar significativo en el campo político, se limita a proclamaciones críticas y a alianzas con la derecha en contra de esos gobiernos.

Final de ciclo será cuando aparezcan nuevas alternativas, superadoras, en el horizonte político. Será cuando la derecha consiga – si lo logra hacer – una perspectiva conservadora de superación de los gobiernos actuales. O cuando los mismos gobiernos posneoliberales agoten sus propuestas actuales y se propongan objetivos más grandes, por ejemplo, anticapitalistas.

Innegablemente varios gobiernos posneoliberales se enfrentan actualmente a dificultades, más grandes o menores. Son afectados por las herencias recibidas de los gobiernos neoliberales, como la desindustrialización, el peso enorme de los sectores primario exportadores, la hegemonía del capital especulativo, la predominancia del neoliberalismo y de las políticas de austeridad en escala mundial.

Así como dificultades que algunos de esos gobiernos no han sabido superar hasta ahora, además de las mencionadas, como el peso de los monopolios privados de los medios de comunicación, el rol del dinero en las campañas electorales, el estilo de vida y de consumo norteamericanos, entre otros.

Lo que se termina es una primera fase de los gobiernos posneoliberales, que son los que tienen las mejores condiciones de enfrentar, de forma progresista, avanzando en el camino seguido hasta aquí, para garantizar los avances y superar los problemas actuales. Con más integración regional, para favorecer la construcción de una nueva matriz productiva, con nuevas propuestas que permitan la superación definitiva del neoliberalismo.

La derecha seguirá impotente frente a esos avances, mientras la ultra izquierda seguirá estando de espaldas a la historia real.

– Emir Sader, sociólogo y científico político brasileño, es coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas de la Universidad Estadual de Rio de Janeiro (Uerj).

La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido

LA LECTURA DEL TIEMPO PASADO: MEMORIA Y OLVIDO

PAUL RICOEUR.

LA LECTURA DEL TIEMPO PASADO: MEMORIA Y OLVIDO
EL CUIDADO DE LO INOLVIDABLE.

Decir y no decir: el sujeto implicado. El texto que ahora se ofrece se ocupa
precisamente de la memoria, del olvido y del pasado, y, como era de esperar, no se reduce al uso tópico que habitualmente otorgamos a esas palabras. Ni siquiera la publicación pretende atajar supuestas pérdidas, ya que, sin duda, la propia escritura aportará nuevos olvidos….

El propio Ricoeur nos ha evocado con Aristóteles que por el recuerdo experimentamos no sólo el carácter pasado de las cosas ausentes, sino el propio tiempo, lo destacable es la compañía en el modo de aprender. No ha de hablarse de un desplazamiento, pero sí de un reconocimiento, el que brota de todo un trabajo, también del olvido, para hacer resurgir nuevas líneas de investigación y, en concreto, rescatar un cierto olvido, el olvido del olvido mismo en que consiste en ocasiones la memoria. Y el tiempo inscrito en ella.

Y la noción de pasado. Y de aquí, de nuevo, la memoria no es sólo
retrospectiva, es asimismo memoria crítica, tanto como para reabrir la cuestión de la identidad en esta perspectiva y para ofrecer las vías a un estudio, a pesar de las dificultades, de la memoria colectiva, de los recuerdos y relatos y de su ritualización compartidos. Con ello se incide en la relación dialéctica entre memoria e historia, así como entre verdad y fidelidad, con lo que nos vemos en la necesidad de reelaborar
permanentemente el sentido de los acontecimientos que, como los textos, no se reducen a su materialidad. Si hemos de aprender del futuro es al precio de escribir el pasado y, entonces, inventar no es un mero acopio de ocurrencias, sino el venir a dar en algo.

La carga del pasado que recae en el futuro insta a incorporar la noción de deuda, que ya no es pura carga, sino recurso, necesidad de relato. Y, además, su posibilidad. Gracias a aquello por lo que podemos ser, no todo se reduce a lo que ya ha sido. Ello ofrece todo un acopio de compromisos frágiles en los que se precisa una poética que permita una nueva representación, incluso una recreación, de la realidad.

Con ello lo que tiene de inolvidable es lo que preserva, a la par, el olvido en la
memoria. Ha, este nivel es al que manifestar y transfigurar resultan inseparables. Ya no es simplemente la relación entre el relato y el tiempo. La lectura que se nos propone nos confirma lo que se da entre la memoria y la historia, que en este contexto no es sólo retrospectiva, sino así mismo recreadora.

Además, la historia no es una simple cuestión de huellas (traces), es un asunto de deuda (dette), la que se reclama con el pasado… Dicha deuda obedece a que no se nos ofrece simplemente “lo que ha sido”, sino que se nos sitúa en un espacio de confrontación de diversos testimonios y con diferentes grados de fiabilidad.

Las lecturas de la Autónoma son, esa medida, atisbo de otros trabajos, campo de juego para nuevos textos, materia de estudio, y, apuntan a un libro porvenir. Es en dicha vida común donde sigue haciéndose necesario el pasado inmemorial que ningún texto ha de zanjar ni con su pretensión de carácter absoluto, ni diciendo la última palabra. La lectura del tiempo pasado no lo es. El que no sea ésta última preserva tanto la memoria como el olvido de que ninguna palabra dice aquello originario que permite que se diga. Más bien ahí se da el espacio de la posibilidad y de la necesidad de decidir. El cuidar de sí de lo inolvidable hace que sea lo inolvidable quien cuide el espacio para ser uno mismo. Somos, como él nos recuerda, en busca de relato, de aquél olvidado que tunca tuvo lugar.

Introducción.

Aristóteles: “La memoria es del tiempo”. “Todo cambio es destructor (ekstatikón) por naturaleza, y todo se genera y se destruye en el tiempo. Por eso, unos le llaman “el más sabio”, mientras que para otros, como el pitagórico Parón, es muy ignorante (amathéstaton), pues olvidamos en él (epilanthánontai en toútoi)”

El olvido, a su vez, a excepción de Nietzsche, como veremos ha sido ignorado por los filósofos y se ha considerado únicamente el enemigo que combate la memoria, el abismo del que ésta extrae el recuerdo. Gracias a ese recorrido, descubriremos poco a poco los problemas propios del tema del olvido que detallaremos in fine.

Una serie de aporías que afectan el problema de la memoria. La primera se refiere a la difícil conciliación del tratamiento de la memoria como experiencia eminentemente individual, privada e interna con su caracterización como fenómeno social, colectivo y público. La segunda aporía se refiere a la relación que existe entre la imaginación, en
cuanto función de la ausencia de huellas temporales, y la memoria, que, aunque consista como la imaginación en una representación, pretende alcanzar el pasado, constituirlo y serle fiel.

La tercera aporía se refiere al derecho a introducir consideraciones casi patológicas cuando consideramos la relación que existe entre la memoria y la construcción de la identidad personal o colectiva.
El problema del olvido cobrará cuerpo poco a poco a medida que vayamos precisando las aporías de la memoria.

MEMORIA INDIVIDUAL Y MEMORIA COLECTIVA.
REMEMORACIÓN Y CONMEMORACIÓN.

Lo esencial de la presente lección estará dedicado al primero de los problemas previos de los que hemos hablado, a saber, al problema de saber si es legítimo, y hasta que punto lo es, hablar de una =memoria colectiva = . En primer lugar, vamos a señalar las razones fuertes que se oponen a la extensión de la idea de memoria a grupos, colectividades, naciones, etc.

La primera parte del estudio estará dedicada al malestar epistemológico motivado por la primacía concedida en primera instancia al carácter personal e íntimo de la memoria. En la segunda parte, cuestionaremos dicha primacía y propondremos un modelo más complejo de la constitución mutua de la memoria individual y colectiva.

1.- ¿PRIMACÍA DE LA MEMORIA INDIVIDUAL?

Para empezar, prestemos oídos al alegato a favor del uso exclusivamente individual y privado de la noción de =memoria =. La memoria constituye por sí sola un criterio de la identidad personal. Locke veía en la memoria una extensión en el tiempo de la identidad reflexiva que hace que uno “sea igual a sí mismo”
En segundo lugar, el vínculo original de la conciencia con el pasado reside en la memoria. Sabemos que la memoria es el presente del pasado. Esa continuidad entre el pasado y el presente me permite remontarme sin solución de continuidad desde el presente vivido hasta los acontecimientos más lejanos de mi infancia. Quizá habría que decir que los recuerdos se distribuyen y se organizan en niveles de sentido o en archipiélagos separados posiblemente mediante precipicios, y que la memoria sigue siendo la capacidad de recorrer y de remontar el tiempo, sin que nada en principio
pueda impedir que continúe sin solución de continuidad ese movimiento.

Y en tercer lugar, se encuentra vinculada a la memoria la sensación de orientarse a lo largo del tiempo, del pasado al futuro.
a).- A pesar de éstas características inalienables de la memoria individual, me
parece complicado no recurrir a la noción de “memoria colectiva” La ritualización de lo que podemos llamar “recuerdos compartidos” legitima “cada memoria individual […] en un punto de vista de la memoria colectiva”.

La memoria colectiva de un grupo cumple las mismas funciones de conservación, de organización y de rememoración o de evocación que las atribuidas a la memoria individual. Ese es el dilema, al menos aparente, que existe entre la fenomenología de la memoria, que depende de la
fenomenología de la conciencia subjetiva, y una sociología de la memoria que hace hincapié en el hecho de que ésta, de entrada, se encuentra proyectada en la vida pública.
b).- Podemos tratar de resolver ese dilema, sin cuestionar la filosofía de la
subjetividad que subyace a la fenomenología de la memoria. Limitándonos a atribuir a la idea de “memoria colectiva” el sentido de “concepto operativo” desprovisto de toda operación originaria.

2.- ¿EN PRO DE LA IDEA DE LA CONSTITUCIÓN MUTUA DE LA MEMORIA INDIVIDUAL Y DE LA MEMORIA COLECTIVA?

La idea de una constitución simultánea, mutua y convergente de ambas memorias. Podemos reforzarlos mediante algunas experiencias notorias tomadas de la práctica psicoanalítica, que ocupará un lugar muy importante en el tercer estudio.

Nuestra relación con el relato consiste, en primer lugar, en escucharlo: nos cuentan historias antes de que seamos capaces de apropiarnos de la capacidad de contar y a fortiori de la de contarnos a nosotros mismos.
Las dificultades para recordar algo mencionadas anteriormente y los fenómenos que consideraremos en la tercera lección se dan, al parecer, en el nivel prerreflexivo de la memoria.

3.- LA CONCIENCIA HISTÓRICA.

Si tenemos en cuenta la atribución estrictamente simétrica del concepto de “memoria” a los individuos y a las colectividades, podemos introducir las nociones de “conciencia histórica” y de “tiempo histórico”, precisamente a la semántica filosófica de las nociones de “tiempo histórico” y de “conciencia histórica”.

Tres aspectos de la obra de Koselleck:
El primero se refiere a la polaridad básica que existe entre el “espacio de experiencia” y el “horizonte de espera”. Tal espacio consiste en el conjunto de herencias del pasado cuyas huellas sedimentadas constituyen en cierto modo el suelo en el que descansan los deseos, los miedos, las previsiones, los proyectos y, en resumen, todas las anticipaciones que nos proyectan hacia el futuro. La dialéctica entre ambos polos asegura la dinámica de la conciencia histórica;
El segundo aspecto es el siguiente: el intercambio entre el espacio de experiencia y el horizonte de espera se lleva a cabo en el presente vivo de una cultura.

El tercer aspecto consiste en que el dinamismo de la conciencia histórica es fruto de la sensación de orientarse a lo largo del tiempo.

IMAGINACIÓN Y MEMORIA.

La asociación de la imagen y del recuerdo es usual e inevitable, pero al mismo tiempo puede inducir al error. Mi tesis, en efecto, consiste en que, después de haber reconocido que más operaciones cumplen una función común (hacer presente algo ausente), hay que separarlas poniendo de relieve la especificidad de la dimensión temporal de la memoria.

Hay que remontarse a Platón, para comprender cómo un problema ha llegado a dominar a otro. La noción de eikón, ya sea sola o asociada a la de phántasma, aparece en el marco de los diálogos que hablan del sofista, de la sofística y de la posibilidad ontológica del error. La imagen y, consiguientemente, la memoria se encuentran, desde el principio, bajo sospecha debido al entorno filosófico en el que se lleva a cabo su examen.
El problema de eikón se asocia además desde el principio al de la señal o marca (týpos). El error, en ese caso, consiste en la desaparición de las señales (semeïa) o en una equivocación similar a la de alguien que siguiera la señal equivocada. Puede verse al mismo tiempo cómo el problema del olvido se plantea desde el comienzo en un sentido doble: como la desaparición de las huellas y como la falta de adecuación entre la imagen presente. La memoria y la imaginación comparten el mismo destino.

Pero el aspecto decisivo en el que vamos a detenernos es puesto de relieve por la primera frase crucial: “el recuerdo (mnéme) se aplica al pasado” o, más exactamente, a “lo que ha devenido” (toü genoménou).

La primera enseñanza, consiste en que la fenomenología de la memoria a de
reelaborarse en función de la distancia temporal. Al respecto, la prueba de la pérdida es el lugar de paso obligado de la recuperación de la distancia temporal.

La segunda enseñanza consiste en que la búsqueda del pasado característica de la anamnesis aristotélica tiene una pretensión veritativa que, confirma la separación de la memoria y de la imaginación. A mi juicio, mientras que esta tiende a situarse espontáneamente en el ámbito de la ficción, de lo irreal, de lo virtual o de lo posible, la memoria desea y asume la labor.

LA MEMORIA HERIDA Y LA HISTORIA

1.- LAS FIGURAS DE LA MEMORIA HERIDA: TRAUMATISMOS Y ABUSOS.

La aporía de la memoria herida se nos impone debido al espectáculo que ofrece el ejercicio de la memoria, principalmente colectivo y público, en muchas regiones del mundo. En unos casos, parece existir un exceso de memoria, y en otros, sin embargo su ejercicio resulta insuficiente. ¿Cómo es posible? Se deben a la fragilidad de la identidad, tanto personal como colectiva. Los abusos de la memoria tienen que ver sobre todo con los trastornos de la identidad de los pueblos.

En segundo término, al hablar de las patologías de la memoria, nos encontramos siempre con la relación fundamental de la memoria y de la historia con la violencia. El punto de partida de la reflexión de Freud se encuentra en la identificación del obstáculo principal encontrado por el trabajo de la interpretación al tratar de evocar recuerdos traumáticos. Dicho obstáculo, atribuido a las “resistencias de la represión” se designa con el término “compulsión de repetición”; se caracteriza, entre otros rasgos, por una tendencia a pasar el acto que, según Freud, “sustituye al recuerdo”.

“El paciente “no reproduce [el hecho olvidado] en forma de recuerdo sino en forma de acción: lo repite, evidentemente, sin saber que lo hace. Lo importante, para nosotros, es el vínculo que existe entre la compulsión de
repetición y la resistencia, junto a la sustitución del recuerdo por este doble fenómeno.

“El duelo – se dice al inicio – es siempre la reacción ante la pérdida de alguien querido o de una abstracción convertida en el sustituto de esa persona, como la patria, la libertad, un ideal, etc.”

Está en juego, en cierto modo, es la oposición entre duelo y melancolía, la bifurcación en el plano “económico” de inversiones afectivas diferentes y, en este sentido, una bifurcación entre dos modos de trabajo. ¿Qué trabajo se realiza en el duelo? Respuesta: “La prueba de la realidad ha puesto de manifiesto que el objeto amado ha dejado de existir y toda la libido está conminada a renunciar al vínculo que las une a dicho objeto, frente a lo cual se produce un rechazo comprensible.”

Partiendo de la observación inicial respecto a la disminución en la melancolía, puede decirse que, a diferencia del duelo, en el que el universo parece empobrecido y vacío, en la melancolía, lo desolado es, precisamente, el propio yo, que recibe los golpes de su propia devaluación, de su propia acusación, de su propia condena y de su propio rebajamiento. Pero esto no es todo, ni siquiera lo esencial: los reproches que se hace a sí mismo ¿no servirían para enmascarar los reproches dirigidos al objeto de amor?

“Sus quejas “escribe audazmente Freud –son acusaciones” Acusaciones que pueden llegar a martirizar el objeto amado, incluso en el fuero interno del duelo. Freud refiriéndose al resultado positivo del duelo, en contraste con los efectos desastrosos de la melancolía: “La melancolía plantea reiteradamente nuevas preguntas a las que no siempre podemos responder. Comparte con el duelo la particularidad de poder, después de cierto tiempo, desaparecer sin dejar aparentes y graves modificaciones. En efecto, las nociones de “uso” y de “abuso” tienen que ver con un uso perverso de este.

Un testimonio de ello son los abusos de la memoria vinculados a la manipulación del recuerdo y, principalmente, a los recuerdos enfrentados de la gloria y de la humillación mediante una política conmemorativa obstinada que puede denunciarse como algo en sí mismo abusivo. Ciertamente, como diremos posteriormente, el olvido es una necesidad, como recuerda Nietzsche al comienzo de su conocido ensayo.

Pero es también una estrategia. En primer lugar, la del relato que, en sus operaciones de configuración, mezcla el olvido con la memoria. La instrumentación de la memoria pasa, pues, esencialmente por la selección del recuerdo. No debemos olvidar, en primer lugar, para resistir el arruinamiento universal que amenaza a las huellas dejadas por los acontecimientos. Para conservar las raíces de la identidad y mantener la dialéctica de la tradición y de la innovación, hay que tratar de salvar las huellas.

Quisiera poner el acento más bien en los recursos que la propia memoria ofrece a esta ética y a esta política de la memoria justa. La vinculación que hemos llevado a cabo entre el trabajo del recuerdo y el trabajo de duelo nos permite incorporar a nuestra presente reflexión sobre los usos y abusos de la memoria nuestras consideraciones anteriores sobre el logro de una distancia con respecto al pasado.

2.- LA FUNCIÓN CRÍTICA DE LA HISTORIA.

La ruptura de la historia con el discurso de la memoria tiene lugar en tres niveles: documental, explicativo e interpretativo. El destino diferente de la idea de verdad en cada uno de estos para distinguir el efecto crítico de la historia en cada uno de ellos.

El primero vinculado a la historia, consiste en un conocimiento que depende de las “fuentes” y que trata de lograr cierta “evidencia documental”, cuyo grado de fiabilidad ha de ser medido.

El segundo tiene por objeto la pretensión explicativa de la historia y, trata de determinar el tipo de cientificidad propio de dicha disciplina. El tercero se centra en el fenómeno de la escritura, el ámbito de la literatura y que recibe el preciso nombre de historiografía.
La búsqueda de la prueba documental merece ya el nombre de crítica en la medida en que consiste esencialmente en la selección de los testimonios del pasado. Marc Bloch en Apología de la historia definió expresamente la historia como “conocimiento mediante huellas”. Según él, una “ciencia de los hombres en el tiempo”. Las huellas son esencialmente los “informes de testigos”. La crítica será, principalmente, si no exclusivamente, una prueba de veracidad, a saber, una persecución de la impostura, de las falsificaciones, ya se trate de un engaño sobre el autor y la fecha o sobre los hechos relatados, o bien se trate de un plagio, de una invención, de una modificación o de una divulgación de prejuicios o rumores.

La similitud que existe entre la huella y el testimonio será mucho mayor en la medida en que se pueda asignar al fenómeno histórico un carácter psíquico, en el sentido amplio de aquello que ha sido vivido en el pasado por hombres y mujeres lo suficientemente parecidos a nosotros como para que podamos proponernos comprenderles en base a testimonios voluntarios o involuntarios dejados por sus contemporáneos.

Para los historiadores contemporáneos, todo puede convertirse en documento: lista de precios, gráficas, registros parroquiales, testamentos, bancos de datos estadísticos, etc. Todo aquello que puede ser estudiado con la idea de encontrar en ello una información sobre el pasado. Consiste en llevar a cabo una severa selección entre todos aquellos restos que puedan ascender al rango de documentos. Hay que rechazar la confusión entre hecho histórico y acontecimiento real. El hecho no es el propio acontecimiento, sino el contenido de un enunciado que trata de representarlo.

Expresa el estatuto epistemológico específico del hecho histórico. Al pasar de la historia documental a la explicación y a la interpretación, el criterio de verdad resulta cada vez más difícil de aplicar, la autonomía del nivel con figurativo de la narración histórica refuerza la pretensión de verdad de aquellos enunciados aislados que se refieren a los hechos que constituyen los pormenores de la historia. El efecto crítico de la historia consiste esencialmente, en desenmascarar aquellas relaciones que resultan falsas, los testimonios escritos e incluso orales, que juegan un papel considerable entre memoria e historia.

Un recuerdo archivado ha dejado de ser un recuerdo, mantiene una relación de
continuidad y de pertenencia con un presente. Ha adquirido el estatuto de resto
documental. Lo propio de la huella, ciertamente, consiste en que pueda ser seguida y rastreada por una conciencia histórica. Explicar en primer lugar, las causas y en segundo lugar, los motivos y las razones por los que alguien hizo algo. La teoría de la historia puede considerarse, entonces, como una modalidad de la teoría de la acción en tanto que intervención.

El hecho de aproximar la historia a una lógica de lo probable, la refuerza, la convierte incluso en pluralidad de relatos sobre los mismos acontecimientos y aprende a “contar de otra manera”. Puede llevarse a cabo conforme a un propósito pedagógico firme, el de aprender a contar nuestra propia historia desde un punto de vista extraño al nuestro y al de nuestra comunidad” contar de otra manera”, pero también dejarse “contar por otro”. Lo más difícil no es “contar de otra, manera” o dejarse “contar por otros”, sino contar de otra manera los acontecimientos fundadores de nuestra propia identidad colectiva, principalmente nacional; y dejar que los cuenten otros, lo cual resulta todavía más difícil. Habría que poder emplear la noción de “si mismo como otro” en este nivel de la identidad colectiva.

3.- LO QUE LA MEMORIA ENSEÑA A LA HISTORIA.

La memoria conserva un privilegio que la historia no puede quitarle: el de situar la propia historia como disciplina puramente retrospectiva en el movimiento de la conciencia histórica. La memoria enriquecida por el proyecto ofrece el modelo de este tipo de acción al conocimiento histórico. En ese sentido, procede de una abstracción de la dimensión del pasado, ajena a la dialéctica de las tres dimensiones temporales.

De ahí que la temporalidad del historiador no escape a la constitución tripartita de toda conciencia histórica. No sólo los hombres del pasado, imaginados en su presente vivido, han proyectado cierto porvenir, sino que su acción ha tenido consecuencias no queridas. Esta es la tarea de quienes podríamos llevar educadores públicos, a los que tendrían que pertenecer los políticos, que han de despertar y reanimar estas promesas incumplidas.

En cierto sentido, la tradición y la memoria son fenómenos que dependen el uno del otro y que poseen la misma estructura narrativa. Pero hay que aprender, mediante la presión de la crítica histórica, a desdoblar el fenómeno de la tradición. Al término de este examen de las relaciones entre memoria y olvido, ¿qué podemos decir sobre la oposición entre verdad y fidelidad introducida por Francois Bédarida?
Una historia deducida a su función retrospectiva sólo satisfaría el imperativo de la verdad. Una memoria privada de su dimensión crítica sólo satisfaría el imperativo de la fidelidad. Y una historia, introducida de nuevo por la memoria en el movimiento de la dialéctica de la retrospección y del proyecto, tampoco puede separar la verdad de la fidelidad vinculada después de todo a las promesas incumplidas del pasado, pues tenemos primordialmente una deuda que saldar con ellas.

EL OLVIDO Y EL PERDÓN

1. EL OLVIDO.

Considerar el olvido lo contrario de la memoria, su enemigo. El deber de la memoria parece consistir en luchar contra el olvido. Éste se presenta como una amenaza cuando trata de recuperarse el pasado. Y, sin embargo, hacemos un uso apropiado del olvido e incluso lo elogiamos. Hay que distinguir dos niveles de profundidad respecto al olvido. En el nivel más profundo, éste se refiere a la memoria como inscripción, retención o conservación del recuerdo. En el nivel manifiesto, se refiere a la memoria como función de la evocación o de la rememoración.

1. 1. El olvido profundo.

En el nivel profundo pueden referirse a dos polos antagónicos. En uno de esos polos, se encuentra el olvido inexorable. Trata de borrar la huella de lo que hemos aprendido o vivido. Socava la propia inscripción del recuerdo. Afecta a lo que las metáforas antiguas expresan en términos de señal o de marca. Borrar la huella supone convertirla de nuevo en polvo, en cenizas. La metáfora del desgaste conlleva un estatuto más digno del concepto de “olvido” al situarlo bajo la meta categoría de la phthora (destrucción), que se encuentra vinculada, en la Física de Aristóteles, a la noción de génesis en su tratado acerca del alma.

Aristóteles asigna el poder devastador del olvido al efecto casi maléfico del tiempo. “el tiempo consume las cosas que todo envejece por (día) su acción, que hace olvidar, pero no se dice que se aprende o que uno llega a ser joven y bello debido al tiempo. La lucha contra el olvido e incluso contra cierto cultivo del mismo destaca sobre el fondo de esa inexorable derrota, a modo de combate retardado. Pero existe otro del olvido profundo, lo que podríamos llamar de modo más acertado olvido de lo inmemorial. Se trata de aquello que nunca podremos conocer realmente y que, sin embargo, nos hace ser lo que somos: las fuerzas de la vida, las fuerzas creadoras de la historia, el “origen”.

El pasado inmemorial, en cierto modo, se encuentra bajo el presente de la revelación, bajo el futuro de la espera del Reino. En caso de hablar de narración, ésta rompe con toda cronología. Todo origen considerado en su poder originario irreductible a un comienzo fechado, depende del estatuto del olvido fundador. Al abordar estas dos figuras de olvido profundo, primordial, nos encontramos con el trasfondo mítico de la filosofía que llama al olvido Léthe y atribuye a la memoria la capacidad de combatirlo.

Decimos del pasado que ya no es, pero también decimos que ya ha sido. Mediante la primera denominación, subrayamos su desaparición, su ausencia. Si entendemos el olvido en el sentido de recurso inmemorial y no en el de destrucción inexorable, comprenderemos el carácter aparente de la paradoja. En resumen, el olvido posee un significado positivo en la medida en que el “carácter de sido” prevalece sobre el “ya no” en el significado vinculado a la idea de pasado.

1.2. El olvido y la evocación.

La memoria y la historia se encuentran relacionadas con el olvido. Dicho nivel es menor en la medida en que se refiere a la evocación, a lo que llamamos comúnmente rememoración o mero recuerdo, y no a la inscripción, a la conservación o a la preservación. Las nociones de “presencia” y de “ausencia del pasado” cobran un aspecto estrictamente fenomenológico: se trata de la relación entre la aparición, la desaparición y la reaparición que se entabla en el nivel de la conciencia reflexiva.
a) Al respecto, el enfoque psicoanalítico plantea un enigma embarazoso, en la medida en que, al hablar del pasado reprimido, no se encuentra ni en lo inmemorial fundador, ni en lo fenomenológico de lo olvidado que la conciencia aleja metódicamente de su ámbito. Una fenomenología de la atención y del descuido no está a la altura del fenómeno, pues el término “inconsciente” se relaciona con lo oculto o con lo encubierto. Una crítica de la memoria enferma y en que dicha memoria sólo puede comprenderse mediante categorías en las que el trabajo del recuerdo se enfrenta a fuerzas que no dominamos.
b) Al pasar de lo fundamental a lo manifiesto, nos encontramos con una serie de formas de olvido que pueden clasificarse entre el olvido pasivo y el activo. La resistencia es profunda, pero el acting out que, según Freud, se pone “en lugar” del recuerdo puede catalogarse como olvido pasivo.
c) No menos interesante para nuestra investigación es la forma semipasiva y
semiactiva que adopta el olvido evasivo, expresión de la mala fe, que consiste en una estrategia de evitación motivada por la obscura voluntad de no informarse. Por una voluntad de no saber. Tanto Europa Occidental como el resto de Europa han dado el aflictivo espectáculo de esa terca voluntad.
d) El olvido selectivo supera el umbral del activo. En un sentido, la selección del recuerdo comienza en el nivel profundo del desgaste de las inscripciones. Ese olvido se revela beneficioso en el plano derivado de la evocación o de la rememoración. No podemos acordarnos de todo. Una memoria sin lagunas sería, para la conciencia despierta, un peso insoportable. Se suma el deterioro de la represión al nivel inconsciente pulsional.

Sobre los estratos apilados del olvido profundo y manifiesto, pasivo y activo, se desarrollan los modos selectivos del olvido inherente al relato y a la constitución de una “coherencia narrativa”. Dicho olvido es consustancial a la operación de elaborar una trama: para contar algo, hay que omitir numerosos acontecimientos, peripecias y episodios no significativos de la trama privilegiada.

Los “olvidos” de la operación de archivar pueden ser objeto de esa crítica que equivale a una memoria de segundo grado: se trata de conciliar la memoria del olvido y la historia de la memoria del olvido.

1.3. El olvido y la conciencia histórica.

Recordando la segunda Consideración intempestiva de Nietzsche, no es la
epistemología de la historia sino la conciencia histórica en el nivel de la cultura de un pueblo. Toda la historia en cuanto hecho cultural es objeto de una consideración “inactual” o “intempestiva”. La historia no se refiere ni a la fidelidad de la memoria, ni a la verdad de la historiografía, sino a la utilidad o a la inconveniencia de la historia “para la vida”. Lo que está en juego, en este punto es la propia vida de un pueblo. La compulsión de repetición de la que hablábamos con anterioridad. Resulta positivo atender a la propuesta “intempestiva” que sitúa, a la cabeza del enfrentamiento entre la historia monumental, la anticuaría y la crítica, el elogio del olvido que ha labrado la
reputación de este conocido texto.

“Existe un grado de insomnio y de exceso del sentido histórico que perjudica a lo vivo y acaba por destruirlo, ya se trate de un hombre, de un pueblo o de una cultura.” Un ejercicio preciso de lectura consistiría en distinguir las distintas aportaciones del olvido a las formas (monumental, anticuaría y crítica) del conocimiento histórico, considerando cada una desde el punto de vista del daño causado a la vida.

La fuerza del derecho a juzgar proviene de la energía del presente “sólo tenéis
derecho a interpretar el pasado en virtud de la fuerza suprema del presente”. La suspensión de lo histórico mediante el olvido y la reivindicación de lo “a histórico” sólo es el reverso de la fuerza del presente. En este punto, el olvido vuelve a convertirse en la condición de la interpretación del pasado.

2.- EL PERDÓN

A primera vista el perdón es una forma de olvido activo: Lo cual ha de decirse con mucha precaución.

2.1 Perdón y olvido.

El perdón, en primer lugar, es contrario al olvido pasivo, tanto en su forma traumática como bajo el astuto aspecto del olvido evasivo. No se olvida el acontecimiento pasado, el acto criminal, sino su sentido y su lugar en la dialéctica global de la conciencia histórica.

Además, a diferencia del olvido evasivo, el perdón no se encuentra encerrado en la relación narcisista de uno consigo mismo. Supone la mediación de otra conciencia, la de la víctima, que es la única que puede perdonar. En esa medida el perdón ha de encontrarse, en primer lugar, con lo imperdonable. Ésta posibilidad ha de ponernos en guardia frente a la facilidad del perdón.

Para que éste contribuya a la curación de la memoria herida, ha de sufrir la crítica del olvido fácil. La gracia, en cuanto a privilegio o regalía, se funda en la misma finalidad. Pero el perjuicio del olvido reside en la increíble pretensión de borrar las huellas de las desavenencias públicas. El historiador, cuya tarea, por otra parte, resulta especialmente comprometida cuando se produce esa instauración del olvido público, ha de contrarrestar mediante su discurso y junto a la lucidez de la opinión pública el intento de borrar los propios hechos.

En primer lugar, se encuentra el perdón complaciente, que sólo prolonga, al
idealizarlo, el olvido evasivo. Pretende ahorrarse el deber de la memoria, también podemos encontrarnos con el perdón benévolo, que quiere evitar la justicia y se encuentra vinculado a la búsqueda de la impunidad. Más sutil es el perdón indulgente.

Al respecto, hay una parte de la tradición teológica para la que ese perdón consiste en el pago de una deuda. La búsqueda de esa nueva relación precisa reevaluar la idea de “don”, que se encuentra en el origen de la de “perdón”.

2.2. Dar y perdonar.

No es casual que el perdón, semánticamente se encuentre próximo al don en muchas lenguas: pardon, perdono, vergebung, forgiving, etc. Ahora bien, la idea de “don” entraña sus propios peligros. “Dar, Entregar a alguien con una intención liberal o sin recibir nada a cambio algo que se posee o que se disfruta”. La disimetría entre el que da y el que recibe parece completa. A mi juicio, el núcleo crítico consiste en saber si el don se inscribe fuera de todo intercambio o sólo se opone a la forma mercantil del mismo. Me parece que todas las paradojas y todos los peligros del don y del perdón giran en torno a ese problema crítico.

2.3. El perdón difícil

Al tomarse en serio el carácter trágico de la acción, acomete la raíz de los actos y el origen de los conflictos y de los daños que requieren ser perdonados. No se trata, en este caso, de borrar el débito de un panel contable, ni de lograr un buen balance comercial, sino de deshacer enredos. Significa “intercambios”, “equiparación de ambas partes”, “perdón mutuo”. Nos encontramos con un sabor anticipado de esa tensa dialéctica en nuestra aceptación de las diferencias invisibles. En la búsqueda modesta del compromiso, en el reconocimiento de los “desacuerdos razonables” (Rawls) que requiere la vida en común de las sociedades pluralistas contemporáneas.

El perdón se encuentra vinculado, en este punto, al olvido activo: no al de los hechos, realmente indeleble, sino al olvido de su sentido presente y futuro. Se trata de aceptar la deuda impagada, de aceptar ser y seguir siendo un deudor insolvente, de aceptar que haya pérdidas Para ello hay que aplicar el trabajo del duelo a la propia deuda, reconocer que el olvido evasivo y la persecución sin fin de los deudores dependen del mismo problema y establecer una sutil frontera entre la amnesia y la deuda infinita.

Esa liberación del carácter potencial del pasado motiva que éste deje de atormentar al presente y deje de ser, como sugiere esta gráfica expresión, “el pasado que no quiere pasar”. Se supera realmente el pasado, pues su “no ser ya” deja de motivar sufrimiento alguno y su “haber sido” recupera su carácter glorioso. De ese modo, lo irreparable se convierte en indestructible, en inmemorial.

LA HUELLA DEL PASADO.

El estatuto epistemológico y ontológico de un pasado que “ha sido” y que tanto los individuos como las sociedades recuerdan; pero que, como pone de relieve el lenguaje ordinario, “ya no es”. Desde Platón y Aristóteles, toda la tradición reflexiva sobre la conservación del pasado mediante la memoria ha pretendido vincular esta última a la metáfora de la señal o de la marca. Esa reflexión sobre la diferencia que existe entre la memoria y la historia dará paso, en la segunda parte de esta lección, a un análisis en profundidad de la temporalidad propia del pasado que es objeto del recuerdo y que confrontaremos de forma privilegiada con el presente y con el futuro.

En el marco de la síntesis de los tres modos temporales. El hecho de librar a la historia del paradigma de la huella, de la metáfora de la memoria como señal o marca, requiere precisamente restituir ese modo de temporalización del pasado evitado hasta ahora: la nueva relación con el pasado pretende subrayar, junto con el papel que desempeña el testimonio en el trabajo del historiador, la deuda contraída con el pasado y su posible liquidación. Pensamos en el problema de la referencia. Se encuentra implícito en la
expresión “la memoria es el pasado”.

Tras este breve recorrido del léxico y de la sintaxis del pasado, creo que hay que estar precavidos frente a la tendencia – propia también del lenguaje- de tratar el pasado como una entidad, como un emplazamiento en el que se encontrarían los recuerdos olvidados y del que la anamnesis los extraería.

1.- EL REFERENTE DE LA MEMORIA Y DE LA HISTORIA

¿Qué significa que algo ha pasado anteriormente, es decir, antes de que nos acordemos o hablemos de ello? La frase de Aristóteles que gusto de repetir, “la memoria es del pasado”, no necesita hacer referencia al futuro para que lo que enuncia tenga sentido. Es cierto que el presente se encuentra implicado en la paradoja de la presencia de lo ausente propia tanto de la imaginación de lo irreal como de la memoria de lo anterior. El cultivo de la memoria, como ars memoriae, como técnica de la memorización, se lleva a cabo gracias a una abstracción similar del futuro.

Hemos señalado al final de ese estudio que el “recuerdo puro” entra en escena y se hace presente en forma de imagen. De ese modo, el enigma del eikón abarca los dos tipos de presencia de lo ausente, de lo irreal y la de lo anterior. Consideremos, en primer lugar, la metáfora de la señal o de la marca. Se encuentra presente en la medida en que alguien o algo la ha dejado. Al presuponer un agente que dejó la señal como signo de su paso, sólo llevamos algo más lejos el enigma de la presencia de lo ausente.

No deja de resultar extraordinario el hecho de que el conocimiento histórico
vuelva a suscitar la antigua aporía del eikón. Consideremos la serie que hemos
situado en la base de la recogida de datos y, por tanto, en el nivel de lo que hemos llamado “historia documental”. La serie era la siguiente: “archivo- documento- huella”.

El archivo remite al documento y éste a la huella. La señal dejada por el acontecimiento consiste en la Visión relevada por lo que se dice y lo que se cree. A partir de ahora, no hay por qué decir que la huella repite únicamente el enigma de la señal o de la marca. Al sustituir a estas últimas, el testimonio desplaza el problema de la huella. Hay que pensar ésta a partir de aquél,
no a la inversa. La ficción se deja ver de modo aún más evidente en las grandes composiciones literarias en las que el cuadro rivaliza con el relato, en un nivel de complejidad y de amplitud en el que la historia merece llamarse “historiografía”, “escritura de la historia”. Gracias a esa “puesta en escena” mediante la que la historia representa aquello sobre lo que da testimonio, vuelve a estar vigente la metáfora del retrato mencionada con anterioridad.

Quizá exista algo más irreductible aún en el problema de la huella, algo que se deja entrever en el núcleo del testimonio o, más bien, en su lugar de origen. Se trata de la remisión del icono y de la huella al acontecimiento anterior a la impresión, a la incisión o a la inscripción.

2.- EL PASADO Y LA DIALÉCTICA TEMPORAL

La discusión precedente implica que el tratamiento por separado del pasado
desemboca en una situación irresoluble: por un lado, persiste el deseo de fidelidad de la memoria, y, por otro, se impone la falta de fiabilidad de ésta. Desgraciadamente, sólo gozamos de la memoria a la hora de saber si algo sucedió realmente con anterioridad. Mis observaciones giran en torno a dos temas: el uso de la imposible totalización de las tres dimensiones temporales y, por tanto, de su diasporá originaria, y, como corolario del anterior, el de la igual primordialidad de cada una de esas instancias. El préstamo de ideas y la crítica se sucederán a propósito de ambos temas.

En este punto, quisiera introducir la distinción entre lo propio, o próximo y lo lejano. La muerte posee en cada caso un estatuto diferente. En el tiempo de lo propio, ni el nacimiento es un recuerdo, ni la muerte es objeto de expectativa alguna. Cuento con la muerte, no la espero. Deseo seguir estando vivo hasta la muerte, no con miras a ella, ni hacia ella.

3.- “EL CARÁCTER PASADO” EN EL MOVIMIENTO DE LA
TEMPORALIDAD

Ha de volver a cuestionarse la limitación que el conocimiento histórico debe hacer de su orientación retrospectiva. Repito lo que he dicho anteriormente: el historiador, en cuanto individuo apasionado y ciudadano responsable, aborda su tema con unas expectativas determinadas, con sus deseos, sus temores, sus pensamientos utópicos e incluso su escepticismo. Esa relación con el presente y con el futuro influye inevitablemente en la elección de su objeto de estudio, en los problemas que se plantea, en sus hipótesis y en el peso de los argumentos que recorren sus explicaciones y sus interpretaciones, pero su posición respecto al presente y al futuro no forman parte temáticamente de su objeto de estudio.

El carácter retrospectivo de la historia no constituye la última palabra acerca del conocimiento histórico. Podemos considerar el fenómeno de la reinterpretación, tanto en el plano moral como en el del mero relato, como un caso más del efecto retroactivo de la intencionalidad del futuro sobre la interpretación del pasado.

POLÍTICAS DE LA MEMORIA

Entrevista con Gabriel Aranzueque.
Ha recuperado en estos estudios sobre el recuerdo y el olvido el problema de la memoria colectiva, que ya había tratado con cierta premura en el tercer volumen de Temps et récit.

¿Qué relación existe entre Temps et récit, sus reflexiones sobre la lógica de la probabilidad jurídica y estas consideraciones en torno al fenómeno de la memoria?

Paul Ricoeur.- En primer lugar, me gustaría subrayar que este trabajo aún en curso sobre la memoria, el olvido y el pasado supone así mismo la reparación de un olvido. En Temps et récit abordé directamente el problema de la configuración del tiempo en el relato, ya sea éste literario, caso de la novela, o histórico. La memoria en este marco, es el vínculo fundamental con el pasado, al igual que la esperanza es el gozne que nos une al futuro.
¿Cómo se relaciona la dimensión icónica de la memoria con el carácter figurativo de la narrativa estudiado en Temps et récit?

– Existe un segundo enigma que había descuidado, a saber, la propia noción de
pasado. Los problemas que plantea dicha noción han sido siempre aclarados u
ocultados por la proximidad existente entre la memoria y la imaginación. Por un lado, ambas facultades tienen algo en común: se refieren a cosas ausentes. Puede decirse que aquí se encuentra imbricado el primer enigma. En nuestra mente tiene lugar la representación de algo ausente. Esta relación entre ausencia y presencia constituye el tronco común entre la imaginación y la memoria.

La memoria cumple la tarea de restituir lo que ha tenido lugar y, en este sentido, se encuentra inscrita en su seno la huella del tiempo. La imaginación, por el contrario no necesita esa señal. Es más, podría decirse que trata de escapar del tiempo para dirigirse hacia lo increíble, lo imposible o lo fantástico, es decir, hacia lo que no está amarrado o enraizado en aquello que ha tenido lugar. Pero, por otra parte, el recuerdo y la memoria pueden considerarse, en otras circunstancias, como un trabajo, como una tarea o un deber frente al olvido.

¿Qué aspectos del círculo tiempo- relato quedan modificados al incluir en su análisis al fenómeno de la memoria?

– Se trata aún de un enigma, que quizás sea más temible que los anteriores, pues el olvido está rodeado por un gran número de representaciones mitológicas. Detrás del problema del olvido se encuentra el miedo y, en ocasiones, una especie de terror ante lo que Aristóteles llamaba el carácter destructor del tiempo. El paso del tiempo conlleva inevitablemente una acumulación de ruinas.

Creo que el terror reflejado es el plano de fondo del horror que sentimos ante el olvido, tenemos la impresión de que hagamos lo que hagamos nuestras huellas se borrarán siempre de un modo irremediable. La huella es la tragedia del vestigio, de aquello que, como señala la palabra latina vestigium, sobrevivió al horror destructor del tiempo o pudo eludir su acción demoledora.

¿Se agota dicha reconstrucción en nuestra libre creatividad imaginativa, como supone el romántico?

Lo que hemos aprendido o adquirido puede llegar a perderse. Por ello, hemos de conservar las huellas. El archivo histórico es un buen ejemplo. Hay que transformar los restos históricos en archivos dentro de un marco institucional. El trabajo del recuerdo consiste, en primer lugar, en preservar los restos del pasado. Lo cual genera un segundo problema en relación con el olvido.

En el propio Freud, la metáfora arqueológica es muy importante. Profundizamos en nosotros mismos para acceder a los vestigios del pasado. Freud defendía asimismo la idea de que olvidamos mucho menos de lo que creemos. He intentado clasificar las distintas figuras del olvido. En este caso, nos encontramos frente al olvido generado por la represión, uno de los presupuestos del psicoanálisis.

Pero existen otros tipos de olvido, como el evasivo. En ocasiones, eludimos el sufrimiento que puede causar la memoria tratando de no recordar lo que pueda herirnos. El olvido, en este caso, resulta activo. Tiene lugar sobre todo en el plano de la historia y de las grandes catástrofes históricas, en épocas de grandes pérdidas o de grandes masacres, como sucedió en Europa. En cierto modo podríamos decir que se olvida activamente, tratando de evadirse de los recuerdos.

Por último, he situado en la cima de esta tipología el olvido liberador, recomendado por Nietzsche cuando la conciencia de un país o de una nación carga con un exceso de recuerdos.

¿Cuáles son, a su juicio, las “relaciones de poder” que afectan al juego
político en el que en ocasiones se dirime la dialéctica existente entre la memoria y el olvido?

– La introducción del fenómeno del poder y de su dimensión política es completamente legítima después de lo que acabamos de decir sobre los abusos de la memoria y los buenos usos del olvido. Pero hay que introducir una categoría suplementaria, a saber, la noción de “identidad”, pues el poder siempre se encuentra vinculado al problema de la identidad, ya sea personal o colectiva.

El poder no es, necesariamente, un problema político. Puede tratarse de un poder hacer, de un poder obrar o de un poder amar. En el momento en que mi poder interfiere el de los demás, puede darse la posibilidad de que dicho poder pase a ejercerse sobre ellos. El problema de la política de la memoria se encuentra precisamente aquí, pues siempre es necesario saber quien regula el poder del que gobierna sobre el que obedece.

¿Podría inscribirse el trabajo del recuerdo en la poética de la utopía esbozada por usted en Du texte ál’action (París, 1986)?

– El historiador no tiene que rehabilitar solamente lo que tuvo lugar, sino los proyectos de la gente del pasado. Las utopías no siempre han sido libertarias o anárquicas. Proclaman la idea de la ciudad perfecta y caen recurrentemente bajo el paradigma del diseño estructural geométrico, defendiendo un ideario sumamente racionalista que resulta temible. La desgracia de la utopía reside en este sueño de dominación, en el sometimiento de sus propios límites al cálculo, a la planificación racionalista, económica o administrativa.

– Me gustaría traer a colación un texto de Maurice Blanchot que, a mi modo de ver, resume buena parte de lo que hasta ahora hemos comentado sobre las enfermedades de la memoria y que acentúa en buena medida la dimensión plurívoca del problema del olvido. – No conocía este texto, pero una primera lectura parece poner de relieve una
dialéctica entre dos usos de la palabra “olvido”. Por una parte, nos encontramos con el olvido que acarrea la destrucción y, por otra, con el olvido evasivo. Se trata de la posibilidad de evadirse ante el olvido de la destrucción. He intentado distinguir asimismo, aunque quizás de un modo todavía muy insuficiente, entre el olvido de los propios hechos y el olvido de su significado. La desgracia de la utopía reside en este sueño de dominación, en el sometimiento de sus propios límites al cálculo, a la planificación racionalista, económica o administrativa.

¿Qué estado de salud le diagnosticaría hoy en día a la memoria europea? – Europa necesita, evidentemente, progresar en esa dirección. No obstante, creo que se ha realizado un gran trabajo terapéutico a lo largo del siglo. La verdad es que Europa, después de haber dado el terrible espectáculo del suicidio y de la autodestrucción, constituye hoy en día lamentablemente un laboratorio de la terapéutica de la memoria. El buen uso de la memoria ¿atiende sólo a un patrón cuantitativo? – En el fondo siempre hay que volver a la misma paradoja: demasiada memoria, insuficiente memoria, mejora del olvido, imposibilidad del mismo. Existe una sabiduría de la memoria que opera junto a la política del recuerdo y del olvido – Sus consideraciones sobre el “trabajo del recuerdo”, no sólo toman de Freud muchas de sus categorías, sino que asumen buena parte de su ideario, como sucede, por ejemplo, en la lectura que ha hecho estos días. Es cierto que, por ejemplo, el tratamiento romántico de la melancolía guarda una profunda relación con el carácter destructor del tiempo, con su acción irreparable e inexorable.

Dicha relación puede encontrarse en otras situaciones. Por ejemplo, en la vida personal, cuando atendemos al hecho irreparable del envejecimiento. Estoy leyendo, debido a mi edad, el tratado estoico. Su lectura de Freud le lleva asimismo a poner especial énfasis en la dimensión terapéutico de la memoria, en las garantías que ofrece nuestra voluntad frente al olvido.
¿No desemboca en numerosas ocasiones, precisamente en tanto que trabajo voluntario, en la imposibilidad del propio recuerdo?

A saber: no somos dueños del sentido o, como decía Freud en otro contexto, no somos dueños de nosotros mismos. Cualquier pretensión de convertirse en árbitro del abuso o del buen uso del recuerdo o del olvido resulta completamente abusiva. Quizá el problema de la melancolía me permita llevar en un futuro este debate ético al ámbito de la estética.

¿Qué interrogantes de este tipo plantea el problema de la memoria? – La cuestión ontológica reside en el problema del tiempo, a saber, en la pregunta por lo característico del pasado. ¿Qué resulta más característico del pasado? ¿El hecho de que ya no sea o el hecho de que ya haya sido? – Para Freud, la relación entre trabajo de duelo y trabajo de recuerdo se regula en función de un modelo económico mediante el que el trabajo de duelo es el precio que hay que pagar por el trabajo del recuerdo, y éste, el beneficio que resulta de nuestro sentimiento de aflicción. ¿No ha de romper la idea de una memoria justa con esta lógica bursátil? Cuando hablamos de Freud, nos encontramos en un universo que tiene sus propias reglas. Estas reglas son, como usted mismo señala, esencialmente económicas. – Emplea continuamente nociones de fuerza que tienen que ver con la gestión del poder. Por mi parte, creo que un problema que por definición no es económico, como la justicia y la reciprocidad, no puede abordarse desde el modelo postulado en esta fecha por Freud. Pero nunca he pensado que el psicoanálisis constituya una especie de discurso último. Se trata de un discurso parcial, que tiene sus propias reglas y que se controla así mismo a través de su perspectiva terapéutica. El problema de la justa memoria evidentemente rompe con este esquema freudiano. Me he servido de los
textos de Freud para introducir en mi análisis en concepto de “trabajo del recuerdo”; pero después he proseguido mi camino haciendo alusión a otros pensadores. Freud nunca encaró el problema de la justicia.

Un texto en tres duraciones: Braudel y El Mediterráneo

Un texto en tres duraciones: Braudel y El Mediterráneo

Emiliano Canto Mayen

Temas Antropológicos, Revista Científica de Investigaciones Regionales, volumen 34, número 2, 2012, Universidad Autónoma de Yucatán, ISSN 1403-843X, pp. 155-178.

Abstract

This article analyzes the method that Braudel used in his text The Mediterranean and the Mediterranean World in the Age of Philip II. This methodological analysis proposes to appreciate the principal conceptual and theoretical contributions of the French historian. Therefore, this essay propounds the study and rehabilitation of Braudel historiographical model to interpret some of the social and historical issues of History discipline.

Key words: Fernand Braudel, The Mediterranean and the Mediterranean World in the Age of Philip II, French historiography, Methodology.

Resumen

El presente artículo analiza el método que utilizó Fernand Braudel al redactar El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. Este planteamiento de análisis metodológico permite apreciar las principales
aportaciones conceptuales y teóricas del historiador francés. Así pues, este
ensayo propone el estudio y la rehabilitación del modelo historiográfico de Braudel para la interpretación de algunas de las realidades sociales e históricas que conforman las problemáticas de estudio de la disciplina histórica.

Palabras claves: Fernand Braudel, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, Historiografía francesa, metodología.

El autor

Fernand Braudel nació en 1902 en Lumeville-en-Ornois, localidad ubicada
al norte de Francia. De esta población, tan ajena a las costas mediterráneas, Fernand −hijo de un maestro− pasó a París donde cursó sus estudios básicos y superiores hasta obtener su título en letras, en 1923, en la Universidad de la Sorbonne. El recién titulado profesor anhelaba obtener un puesto como maestro de secundaria en una escuela cercana a su ciudad natal, pero para decepción suya, “la burocracia central” decidió enviarlo a Argelia (Ruiz Martín, 1999: 10).

Entonces se dio el primer contacto de Braudel con el mar Mediterráneo
y ahí surgió el germen de su obra magna; este personaje poseía una
sensibilidad diferente a la de aquellos investigadores originarios de este
medio geográfico, el pasar del norte de Francia a la costa de África le hizo
sufrir una impresión violenta que −en sus propias palabras− lo enamoró
“apasionadamente al Mediterráneo” y le obligó a explorar sus archivos
(Braudel, 1987, Tomo I: 12).

La pasión por los viajes que se despertó en Braudel desde su estadía en
Argelia, y que le hizo pasar tres años enseñando en la Universidad de Sao
Paolo, representó una coyuntura en su vida que lo desprendió del ámbito
geográfico en que había nacido y que le hizo desafiar la rutina de sus
ancestros, campesinos de la región de Lorraine (Ruiz Martín, 1999: 11).

Ahora bien, si Braudel rompió con su herencia geográfica por haber dejado
su región con el afán de ganar experiencias ¿habrán tenido la misma
coyuntura los hombres del Mediterráneo que continuamente se veían
obligados a entablar viajes prolongados con tal de intercambiar sus
productos? La historia del Mar Interior, desde sus inicios más remotos, se
haya plagada de intercambios, por lo que la naturaleza misma del hombre
mediterráneo es el continuo desplazamiento e interrelación con los demás
puntos de la costa mediterránea.

Para ahondar en esta tesis, Braudel recurrió a investigadores que habían propuesto teorías y soluciones acerca de la relación entre el hombre y el espacio. Así, desde finales del siglo XIX, Friedrich Ratzel con su Antropogeographie y su Politische Geographie, había intentado armar una visión de análisis totalizador que veía al hombre como un ser que basa los cimientos de sus sociedades y arma sus estructuras políticas según las
características específicas de su medio ambiente.

En Francia, la obra de este alemán había sido duramente criticada por
un maestro de Braudel, Paul Vidal de la Blache, el cual se opuso a que la
ecología política determinaba la formación de las sociedades humanas,
acuñando el concepto de geografía humana, que en lugar de afirmar que
las relaciones entre los hombres son afectadas invariablemente por su
geografía, asegura que la geografía es afectada invariablemente por las
relaciones que se entablan entre los hombres (Braudel, 1987, Tomo II: 836
y Ewald, 1986: 11).

El autor del Mediterráneo, conocedor de las propuestas de Ratzel y de
Vidal de la Blache, retomó la importancia que la situación geográfica y
ambiental ejerce sobre las formaciones políticas, pero −cuidándose de no
caer en un determinismo− tuvo siempre en cuenta que en el
desenvolvimiento histórico las relaciones humanas configuran una
geografía muy particular. En este sentido Braudel definió a la Geohistoria
como “el estudio de las relaciones económicas, culturales y de intercambio
que los hombres entablan −trazando rutas, forjando alianzas− en un
espacio geográfico a través de una duración muy larga” (Cornette, 2002:
51 y 52).

Braudel y la Escuela de los Annales

Después de haber visto de qué autores Braudel se sirve a la hora de
construir su aparato de interpretación histórica a través de la geografía
humana, expondremos a continuación las aportaciones teóricas de otros
dos investigadores que marcaron profundamente el pensamiento del autor
del Mediterráneo: Marc Bloch y Lucien Fevbre (Bloch, 1988 y Febvre,
1959).

Estos historiadores habían creado en 1929 una nueva escuela historiográfica en torno de la revista Annales, publicación que rechazaba en sus páginas la estéril erudición factual del Historicismo en boga que veía al hecho histórico como “el objetivo supremo, tal vez el único, para el historiador” (Fontana, 1985: 111). Fevbre y Bloch −maestros de Braudel a su regreso de Argelia− habían dado tres principales postulados que más tarde recogería nuestro autor, exponiéndolos en su Mediterráneo.

El primer postulado de Bloch y Fevbre asegura que la historia es una
ciencia con una teoría y métodos propios, que estudia las diversas
creaciones de los hombres de todos los tiempos, y que no puede reducirse
solamente a la “historia política del acontecimiento” (Braudel, 1987, vol. II:
335); la segunda afirmación de los fundadores de esta Nueva Historia
insiste que esta ciencia debe estudiar todos los elementos de un espacio y
de un tiempo determinados con tal de descubrir la manera en que estas
condiciones humanas se armonizan y se relacionan; y por último −el
postulado más polémico− hace un llamado a los historiadores
contemporáneos a modernizar los métodos concretos de la ciencia
histórica a través de una colonización de sus vecinas: las demás ciencias;
en palabras de Fevbre, “volver a la Historia la reina de las ciencias
sociales” (Braudel, 1987, vol. II: 794).

Fernand Braudel, que conoció a los fundadores de la Nueva Historia y
que a la muerte de Fevbre heredará el cargo de director de los Annales,
siguió de cerca los trabajos de sus maestros interesándose en la manera
en que tanto Bloch como Fevbre habían subyugado a la sociología, la
geografía (Bloch) y la psicología (Fevbre) en dos estudios de mentalidades
colectivas1, para terminar tomando los primeros dos postulados de Bloch y
de Fevbre al experimentar en su Mediterráneo con un método total que
abarcara todas las creaciones y conductas humanas a través de un estudio histórico que mezclara la información de variadas disciplinas científicas.

1 Los Reyes Taumaturgos (1988) de Bloch y El Problema de la Incredulidad en el siglo XVI. La Religión de Rabelais (1959) de Fevbre.

Ahora bien, en cuanto al último de los postulados de Fevbre y Bloch que
pugnaba por la creación de un Imperio regido por la ciencia histórica, la
cual sería la única encargada de dictar los métodos de las demás
disciplinas humanas, con el derecho de arrebatarle sus innovaciones a las
otras, Braudel se apasiona menos y considera que en el intercambio entre
las ciencias sociales no debe haber disciplinas superiores a las demás;
pues afirma que:
Desearía que las ciencias sociales dejaran provisionalmente de discutir
tanto sobre sus fronteras recíprocas” y que “la sabiduría consistiría en que
todos juntos rebajáramos nuestros tradicionales derechos de aduana. La
circulación de ideas y de técnicas se vería favorecida, y las ideas y técnicas,
al pasar de una a otra de las ciencias del hombre, sin duda se modificarían
pero crearían, esbozarían un lenguaje común (Braudel, 1991: 75).

He ahí la mayor diferencia entre Braudel y sus maestros Bloch y Fevbre, ya
que pese a que en el prefacio de la primera edición del Mediterráneo sigue
hablando de expandir el Imperio de la Historia, no lo hace con el objetivo de
introducir a la Historia dentro de las demás ciencias con el afán de
imponerles su lenguaje técnico; no, Braudel desea −a través de la Historia
Total− compartir conceptos históricos con disciplinas como la sociología,
antropología, psicología, lingüística, matemáticas, etcétera, y tomar
términos de éstas con el afán de hallar un lenguaje común que permitiera a
todos estos científicos entenderse entre ellos.

Entonces El Mediterráneo se planea y redacta con el afán de permitir
que tanto demógrafos, geógrafos, economistas y antropólogos se
sumerjan en sus páginas, buceen en su estructura buscando las perlas
conceptuales de la Nueva Historia y tomen de ésta los métodos que
consideren más valiosos y útiles en sus respectivas áreas.

Esta nueva postura dentro de la Escuela de los Annales no representa
una ruptura con los postulados originales de Bloch y Fevbre, sino más bien
un enriquecimiento y apertura más amplia de esta corriente a los otros
campos del saber científico que permita a la Historia ser auxiliar de otras
ciencias, así como servirse de éstas a la hora de hacer sus retrospectivas.

El mismo Braudel lo expresó en su última entrevista:
En la época de Bloch y de Fevbre el gran problema era el asimilar a la
historia todas las ciencias humanas que la rodean. Anexarlas a la historia
aun a riesgo de transformarlas en ciencias auxiliares. En Fevbre y Bloch
había un evidente imperialismo, un proyecto de colonización de las ciencias humanas: economía, geografía, etc. Yo no tenía el mismo punto de vista. Para mí el problema no es asimilar la historia a las ciencias humanas. Lo
más importante sería crear una especie de interciencia que comprendiera
la historia y todas las otras ciencias. El problema de las vinculaciones, las
mezclas es lo que me apasiona…. La historia no tiene por qué ser dominante. Es solamente una disciplina de una utilidad extraordinaria que enriquece a las demás. No hay una ciencia humana que no esté obligada a tener perspectivas históricas… (Robitaille, 1986:3 y 4).

El Mediterráneo surgido de la sensibilidad de Braudel, está en deuda con
numerosas corrientes que le prestaron sus útiles postulados: Bloch y Fevbre le despertaron el deseo de crearle a la Historia una nueva metodología y le señalaron que todas las creaciones humanas son fuentes confiables del pasado; Vidal de la Blanche le hizo tomar conciencia del papel determinante que juegan las relaciones humanas en el plano geográfico y, Ratzel le aconsejó no despegar la vista del espacio en el cual se desenvuelve un pueblo.

Fernand Braudel tomará estas ideas y muchas más2, y se propondrá
construir una historia del Mar Interior que permita la entrada de todas las
ramas del saber humano, que rompa las barreras entre las ciencias,
aceptando disciplinas como las matemáticas, sociales, biológicas,
nutrición y medicina.

2 De sus maestros Georges Pagès, Albert Demangeon y Henri Hausser; de su colega argelino Emile-Fèlix Gautier, autor de Siècles obscurs du Moghreb-Le passé de l’Afrique du Nord ; del belga Henri Pirenne autor de Les villes du Moyen Age-Mahomet et Charlemagne; de Marcel Bataillon, Benedetto Croce y Ernest Labrousse.

Ahora bien ¿cómo iba a lograr unir a todas estas disciplinas Braudel? En su vida profesional lo hizo debatiendo, combatiendo y fundando en
1970 la Maison des sciences de l’homme en la cual se trabaja desde
entonces interdisciplinariamente; y en su obra lo hizo armando
interpretaciones que englobasen a las ciencias humanas dentro de una
visión total del devenir histórico y que observasen todos los actos humanos
bajo la lupa de tres distintas velocidades: la larga en la que se cobijan la
geografía, la antropología y las ramas biológicas; la mediana en la que
marca el ritmo la economía; y la corta en la cual entra la sociología
intentando entender lo instantáneo, veloz y agitado de la superficie (Le Petit, 1995: 17).

La obra

Desde que en 1929 presentó el proyecto de tesis doctoral Felipe II y el
Mediterráneo hasta que en 1947 publicó El Mediterráneo y el mundo
mediterráneo en la época de Felipe II, Braudel hizo un gran número de
cambios estructurales a su obra que fueron mucho más allá del nuevo
título.

En un inicio su proyecto siguió la técnica y metodología tradicional que
daba más importancia a los hechos y a los personajes; pero sus viajes y
prospecciones en archivos, le demostraron que la realidad de aquel vasto mundo mediterráneo en la época del poderoso Felipe II era muy diferente a
la que clásicamente se creía, ya que los documentos que salían de las
Cancillerías y despachos afectaban muy poco la amplia realidad
mediterránea y, en más de una ocasión, el mismo monarca del Escorial se
vio obligado a ceder ante la avasalladora y aplastante fuerza del conjunto
(Ruiz Martín, 1999: 10).

Después de haber descubierto esta debilidad del método de la historia
del acontecimiento, hubo otro incidente en su vida que le hizo abandonar
definitivamente los postulados que lo seguían uniendo a la historia clásica:
la Segunda Guerra Mundial, ya que después de enrolarse en el ejército
francés cayó prisionero de los alemanes.

Durante su cautiverio, Braudel reflexionó en torno a la naturaleza de
este conflicto internacional y concluyó que este tipo de enfrentamientos no
era algo nuevo, ya que sus prospecciones en los acervos de Argelia, Italia y
España le habían demostrado que aquellas guerras mediterráneas habían
envuelto a pueblos tanto de África, Europa y Asia, protagonistas muy
similares a los que en pleno siglo XX luchaban ante sus ojos, y potencias
herederas de los reinos de Francia, España e Inglaterra.

La Segunda Guerra Mundial influyó en la teoría de Braudel al inspirarle
su más grande aportación: las tres duraciones, pues al caer prisionero y
comprobar que este conflicto −que estalló en un momento económicamente crucial− envolvía países descendientes de los antiguos reinos mediterráneos, descubre que tres duraciones se mueven en el
tiempo: un ritmo largo ha formado desde mucho atrás a las potencias
mediterráneas, una velocidad media hace que regresen cíclicamente las
crisis económicas, y una corta duración lo ha hecho a él reo de su presente.

Esta concepción del tiempo dividido en tres duraciones −producto de
las reflexiones del prisionero− van a reflejarse en el escrito redactado
dentro de aquella cárcel, ya que en cada una de las partes en las cuales
Braudel divide su obra contará el mismo relato abordado desde diferente
duración −como si el francés se hubiera propuesto tomar fotografías
instantáneas del mismo objeto con diferentes velocidades de obturación−.
Pero aún no se ha explicado cuáles son estas tres duraciones que van
rápida, moderada y lentamente ¿qué características tienen? ¿en qué se
diferencian una de la otra? y ¿cómo funcionan y se relacionan?

El tiempo largo es el que transcurre a la velocidad más lenta y en él las
transformaciones duran milenios; en palabras de Braudel, esta velocidad
construye una “historia casi inmóvil del hombre en sus relaciones con el
medio que le rodea; historia lenta en fluir, hecha no pocas veces de
insistentes reiteraciones y de ciclos incesantemente reiniciados” (Braudel,
1987, Tomo I: 17).

El tiempo medio es el que lleva una velocidad moderada de apenas
siglos. Este tiempo sustituye los rasgos de un proceso, objeto o
comportamiento, alterando su superficie pero dejando vestigios muy
visibles que permiten identificar su naturaleza primigenia. Braudel
ejemplifica magistralmente esta duración al hablar de los navíos que eran
comprados fuera de Venecia por los comerciantes de esta República:
Era bastante habitual en el siglo XVI que una nave comprada fuera de
Venecia se trajese a esta ciudad y se la revisase de proa a popa,
encargándose hábiles carpinteros de las reformas y alteraciones
aconsejables… pero, pese a todo ello, continuaba siendo el mismo barco de
siempre: un barco salido de los arsenales de Dalmacia u Holanda, y su
origen identificable a la primera mirada” (Braudel, 1987, Tomo II: 787).

En el tiempo medio de Braudel, al iniciarse un nuevo ciclo económico se
modifican las cosas, transformándose y sustituyéndose sus elementos
obsoletos sin alterar su función; todo con tal de satisfacer las demandas
que le imponen las nuevas empresas capitalistas.

¿Qué es lo que produce este movimiento de velocidad moderada? Según Braudel los ciclos económicos, los cuales se reinician cada determinado tiempo. La ventaja de esta duración media es que nos permite a través del estudio de las coyunturas económicas, armar una historia más próxima al individuo en base a la reconstrucción de las transformaciones de los grupos, que comparten un destino colectivo y se mueven conjuntamente (Braudel, 1987, Tomo I: 471).

La última de las duraciones propuestas por Braudel es la corta, en ella
todos los cambios son tan acelerados −se dan en meses, días, segundos−
que es muy difícil comprenderlos y más aún registrarlos. A esta alta
velocidad pasan cambios de poder, guerras, reyes y presidentes.

Braudel con su muy característica manera de escribir, dice que los
acontecimientos que forman esta duración “son el efímero polvo de la
Historia: cruzan su escenario, brillan un momento, para inmediatamente,
volver a la oscuridad y tal vez al olvido” (Braudel, 1987, Tomo II: 335).

Pero no porque se exprese de esta manera, debemos creer que nuestro autor
menosprecia la importancia de absolutamente todos los acontecimientos,
no, él los interpreta y éstos lo ayudan a explicar sus planteamientos pues
“cada uno de ellos por muy breve que sea, aporta un testimonio, ilumina
algún oscuro rincón de la escena o, incluso, una vasta panorámica de la
historia” (Braudel, 1987, Tomo II: 335).

Después de haber explicado la naturaleza y las características de estas
tres duraciones, debemos ejemplificar la manera en que estas tres
dimensiones históricas o duraciones temporales funcionan
relacionándose entre sí, para ello entraremos de lleno en El Mediterráneo,
explicando desde un principio cuál es el objetivo que se propone cumplir
Braudel y cuál es la pregunta que planea responder a lo largo de su libro.

La historia tradicional, aquella que se hallaba reflejada en los manuales básicos de los tiempos de Braudel y que sigue todavía impresa en nuestros
textos básicos, asegura que el Mediterráneo es el
[…] gran mar interior comprendido entre Europa meridional, África del Norte
y Asia Occidental. Comunica con el océano Atlántico por el estrecho de
Gibraltar y con el mar Rojo por el canal de Suez… este mar fue el centro vital de la Antigüedad… perdió parte de su importancia a causa de los grandes descubrimientos de los s. XV y XVI; recuperó su categoría de ruta mundial de la navegación gracias a la construcción del canal de Suez en 1869 (Larrousse, 1983: 1432 y 1433)3.

3 En la edición de 1997 de este diccionario la definición sigue siendo exactamente la misma salvo por el hecho de que dice “perdió parte de su importancia tras los descubrimientos de los s. XV y XVI” en lugar de “a causa”. (Larrousse, 1997: 1507). Este cambio no es fortuito, y más adelante en el tercer apartado señalaremos que puede ser consecuencia del legado de nuestro autor. Las negritas son del autor.

Braudel, con el bagaje que carga sobre sus espaldas, pronto se vuelve
enemigo de esta versión de los hechos, ya que la geografía humana que le
ha enseñado Vidal de la Blanche le impide ver al Mar Interior limitado por el
Sur de Europa, el Este de Asia y el Norte de África, ya que si el Mediterráneo no es únicamente el volumen de sus aguas sino también las relaciones que entablan sus hombres, las fronteras de este océano son mucho más dilatadas que las que aseguran los geógrafos convencionales.

Además, Braudel está en desacuerdo con la tesis que sitúa la decadencia mediterránea en el XVI, ya que sus consultas en los archivos más neurálgicos de Europa, Asia y África le han demostrado que las más fuertes transacciones y las más grandes riquezas del mundo se siguieron concentrando en el Mar Interior hasta bien entrado el siglo XVII.

¿Cómo comprobar entonces esta teoría y cómo esbozar un modelo de Geohistoria que aclare la situación del Mediterráneo del siglo XVI? Muy simple, abordando la época del más poderoso soberano europeo de esta época: Felipe II. Este rey de Castilla, señor de España y de las Américas, heredero de Portugal y de sus colonias africanas y asiáticas, ha apasionado a una inmensa cantidad de historiadores y biógrafos, los cuales en infinidad de
estudios han elogiado la victoria de Lepanto y llorado la pérdida de la
Armada Invencible.

Esta colmena de estudiosos tradicionales tenían forjada en bronce una
incuestionable versión: Felipe II era −según ella− el culpable de la sustitución del Mar Interior por las rutas del Atlántico, ya que su gran triunfo sobre el Turco no había generado ningún resultado palpable, y también porque su catastrófica derrota ante los ingleses había acelerado la ya acentuada decadencia del Mediterráneo.

Braudel sabía perfectamente que esta versión se basaba en fuentes e
interpretaciones de la escuela clásica, y como ya conocía de antemano los
riesgos y desventajas del método constituido únicamente en el estudio de
los acontecimientos: la simplificación de la materia y el monopolio de los
hechos de la alta política (Braudel, 1987, Tomo II: 336-337), se declaró
escéptico a esta explicación tradicional.

Para romper entonces con la tradicional historia que se contenta con
citar fechas y batallas, y con tal de acabar con el monopolio de los eventos
de la alta política en los estudios históricos, decide dedicar por entero la
primera parte de la obra al planteamiento y justificación de su Geohistoria.

Para trazar esta innovadora geografía Braudel se olvida de los mares,
meridianos y paralelos que conforman y limitan al Mediterráneo y vuelve su
principal delimitador a las relaciones de los hombres que viven en el Mar
Interior y que son afectados por los intercambios que se dan en este océano: es decir, las fronteras del Mar Interior llegarán hasta el último de los individuos que reciba hasta la más mínima influencia mediterránea en su existencia.

Al escoger este estándar de medición, traza un mapa mucho más amplio que el de los geógrafos tradicionales ya que en este mundo mediterráneo entran montañas, cordilleras, estepas, llanuras, desiertos, ríos y regiones costeras ¡del Atlántico!

¿Cómo es posible esto? Muy simple, Braudel considera primero a los hombres que han venido a poblar las ciudades costeras del Mediterráneo, los que habitan desde siempre en ellas y los que viven de ellas. La mayor parte de los habitantes de las ciudades costeras provienen de las montañas que contienen al mundo mediterráneo como los bordes de un plato hondo; estos hombres se han visto obligados a abandonar sus lugares de origen ya que las montañas pese a ofrecer una vida más natural no poseen la seguridad del trabajo bien organizado de las ciudades de la llanura. Este movimiento de trabajadores del campo, hace que las ciudades se enriquezcan y empiecen a comerciar con los demás puertos del Mar Interior a través de rutas comerciales que no sólo navegan dentro del amplio océano sino que también se aventuran a atravesar canales y ríos que llevan los preciados productos hasta el Báltico y Alemania.

El mundo mediterráneo de Braudel es entonces una red compleja de
intercambios en la que los montañeses y los nómadas de los desiertos
formarán los límites y el Atlántico Norte y las murallas de Pekín serán las
salidas.

Todo aquel hombre que reciba un producto vital para su subsistencia
del Mediterráneo, que se beneficie de su comercio y que trabaje, siembre y
viva dentro del descomunal encadenamiento forma parte de este mundo;
por lo que Braudel concluye que el hecho de que durante los siglos XV y XVI
se hayan dado aquellos asombrosos descubrimientos, lejos de marcar el
inicio de una época de decadencia iniciarían tiempos de mayor bonanza, en los que la plata del Potosí pagaría en Génova las deudas de Carlos V y
Felipe II, y Venecia podría financiar aquellos bellos edificios marmóreos
que algún crítico llamó signos de un “florido ocaso barroco” (Fleming,
1989: 193).

¿Ocaso? ¿decadencia en el siglo XVI? −se pregunta Braudel− ¿dónde?
Los palacios se construyen más lujosos que antes y en las peores épocas
de carestía las grandes ciudades pueden comprar de contado trigo a más
del cien por ciento de su precio original, ahora bien, no porque la ruta de la
seda y de las especias se encuentre momentáneamente interrumpida se
debe creer por ello que languidecen las ciudades mediterráneas, no, éstas
se las han arreglado para cambiar hábilmente sus inversiones y en lugar
de arriesgar sus fortunas en prolongados viajes a las Indias prefieren
volverse agiotistas de los reyes europeos que, con tal de centralizar sus
estados y cimentar sus monarquías, realizan préstamos a la hora de iniciar
sus guerras.

Con lo anterior, pasamos de la larga duración que a lo largo de milenios
se ha entablado, tejido y mantenido en las relaciones entre los puertos, las
montañas y los nómadas mediterráneos, a la mediana, ya que la Geohistoria braudeliana ha iniciado un juego de intercambios comerciales sometido al ritmo de coyunturas cíclicas de la economía.

Los primeros capitalistas que habían amasado sus fortunas desde las
pequeñas ciudades independientes del Mediterráneo, al ver cómo se
cerraba ante ellos la posibilidad de continuar con su vieja manera de
existencia al ser tomada Constantinopla por los turcos, cambian sus
estrategias habituales y empiezan a destinar el grueso de sus inversiones
en empresas guerreras; ya que ante la necesidad continua de combatir que tienen los monarcas europeos, éstos piden prestadas fuertes sumas a
cambio de grandes concesiones y privilegios.

Los magnates de las ciudades independientes mediterráneas invierten
en la que será la desgracia y el fin de los pequeños dominios donde vieron
la luz, ya que al patrocinar las grandes guerras del siglo, fortalecen a los
grandes estados que, en un futuro asfixiarán la autonomía de las urbes de
las que han salido. Pero, curiosamente, estos prestamistas salen
beneficiados ya que al dejar las veleidades y contratiempos del Mar Interior
se van adueñando de tierras, bienes y propiedades del continente,
transformándose en los futuros hombres de empresa de los grandes
estados centralizados.

Ahora bien, si estos cambios económicos caracterizan al siglo XVI y estos reacomodos van preparando la sustitución del Mediterráneo por el
Atlántico a mediados del XVII como afirma Braudel ¿qué hay de los
acontecimientos? ¿qué papel juegan los reyes en este desarrollo? y ¿qué
impacto producen los grandes conflictos entre las civilizaciones e imperios
en el relevo del Mar Interior por las rutas que prefieren el Índico o el
Atlántico?

Braudel empieza la parte final de su obra recordándonos dos definiciones que nos ayudarán a entender el último confrontamiento que el Islam y el Cristianismo entablaron en las aguas del Mar Interior: la de civilización, de Maus, y la de imperio, de Pirenne.

Una civilización se compone de un gran número de pueblos y sociedades que comparten un pasado que sus miembros consideran compartido, y que son herederos de rasgos legados de tiempos remotos y tienen sistemas políticos muy similares.

Braudel afirma que las civilizaciones han sido creadas por medio de la
larga duración y han sido transformadas por la media para afectar todos los
actos que se realizan desde la corta: en el mundo mediterráneo existen
dos grandes civilizaciones: la cristiana y la islámica; en la primera los
rasgos compartidos son, además de la religión católica, la fuerte herencia
latina que les hace hablar español, francés, italiano, rumano, etcétera; y el
mismo sistema monárquico que corona a sus reyes.

La civilización islámica comparte el árabe en que está el Corán −su
texto sagrado−, las prácticas de su culto, y el sistema gubernativo que
favorece la formación de pequeñas autonomías dominadas por los jeques
o visires.

Ahora bien, como todas las civilizaciones tienen la necesidad de propagarse y la urgencia de unificarse conciliando las diferencias que hay
entre sus diferentes sociedades componentes, la civilización cristiana
busca resolver sus conflictos por medio de una política intolerante que
expulsa y persigue a los que no comparten el legado latino y la religión
católica, mientras que la política de la civilización islámica acepta e inserta dentro de sí a cristianos y judíos, con tal de expandirse a lo largo y ancho del Mediterráneo.

Braudel asegura que históricamente ninguna de estas estrategias logró
su cometido ya que tanto España como Roma −atalayas de la civilización
cristiana− siempre estuvieron en pugna para volverse el centro de irradiación de la Cristiandad, como tampoco Turquía jamás logrará imponer su dominio absoluto sobre África del norte.

La segunda definición braudeliana en torno a la cual girará la tercera
parte del libro es la de los Imperios: un imperio para Braudel “es toda
entidad política poderosa que revistiéndose con la imagen de salvaguarda
y principal representante de su civilización justifica sus expansiones
territoriales por medio de la fuerza” (Braudel, 1987, Tomo II: 14).

Al igual que las civilizaciones mediterráneas son dos los Imperios que
se enfrentarán a causa de sus afanes expansionistas en las aguas del Mar
Interior: el Español y el Turco.

En este momento hace su aparición Felipe II, este rey vuelve en sus
prácticas a su Monarquía la más católica de Europa con el afán de ganarse el derecho a volverse el representante máximo de la civilización cristiana, y
poder dirigir una cruzada que le permita expandirse sobre el Norte de África, arreglando junto con el papa Sixto V y con el Dux, una Santa Alianza
con la cual intentaron calmar los conflictos que desde hacía mucho tiempo
entablaban los principales miembros de la cristiandad: Roma, España y la
República de Venecia.

Conformada esta Alianza, los navíos al mando de Juan de Austria logran la famosa victoria de Lepanto sobre la armada turca. Pero este triunfo sin botín, sin expansión territorial y sin consecuencias políticas convenció tanto a las potencias cristianas como al Imperio turco de que las grandes batallas ya eran demasiado perniciosas dentro del Mar Interior.

Los venecianos que desde hacía siglos comerciaban con los turcos, conviviendo conflictivamente con ellos, descubrieron que les dañaba
entablar una costosa guerra en su contra, ya que además de cerrarse ante
ellos les obligaba a tirar al mar sin ganancia alguna sus inversiones.

Por su parte Felipe II, el Monarca del Escorial, se daba cuenta que la
expansión sobre África sólo le generaría conflictos que, a la larga,
desequilibrarían sus dominios y la bien urdida economía de las demás
potencias cristianas del Mediterráneo; además, en vista de que el mundo
había crecido y se había expandido, las civilizaciones que había visto
nacer el Mediterráneo salían de sus márgenes y se instalaban cada vez
más y más lejos, la economía expandía los capitales fuera de sus playas, y
el aumento poblacional abismaba a los mediterráneos a emigrar y correr la
aventura hacia América o Asia.

Las nuevas rutas importantes que nacían en el Mediterráneo se
alargaban hacia América y la India, el negocio a partir de este momento no
sería dominar el Mar Interior sino monopolizar las rutas Atlánticas e
Índicas; entonces tanto el Sultán como el Castellano deciden entablar una
tregua que dejara en paz las aguas mediterráneas, importantes para
sostener el más grande intercambio de la época: el europeo, y que les
permitiera tanto al Imperio Español como Turco adueñarse del Atlántico y
del Índico.

No por este replanteamiento de prerrogativas imperiales y por este
cese de hostilidades debe creerse que el Mediterráneo pierde importancia,
al contrario, tanto el Gran Turco como el Castellano reconocen que las
rutas y relaciones tejidas en el Mar Interior son necesarísimas para el
mantenimiento del equilibrio entre las potencias mediterráneas, y que
también representan la base económica de sus expansiones hacia la India
y América; hasta el punto de volver al Mediterráneo, en la tregua hispanoturca, el lago tranquilo que sin grandes batallas y sobresaltos se volverá el sólido sostén de sus afanes imperialistas.

Entonces, luego de haber mostrado la manera en que las tres duraciones entran en acción a lo largo del devenir histórico, Braudel concluye afirmando ambiciosamente que aquel que desee dominar las rutas de todos los mares exteriores debe primero apoderarse del Mediterráneo; razón por la que no son fortuitos, la construcción del Canal del Suez en 1869 por los ingleses, y el estallido de un conflicto entre Israel, Francia, Gran Bretaña y Egipto cuando el presidente Nasser nacionalizó este canal, ya que los ingleses que sustituyeron a España en la América colonial y que suplantaron el dominio turco en la India no hacían más que repetir la estrategia que usó Felipe II, autonombrarse atalayas de una civilización con el afán de excusar sus expansiones. La larga, mediana y corta duración permean absolutamente todo en este mundo: Inglaterra sustituyendo a España en el dominio mundial es un relevo de mediana duración.

El legado

A Braudel y a la Escuela de los Annales que él dirigió a partir de la muerte
de Fevbre se le acusan principalmente de tres cosas: primero de que
carecen de un sistema fijo de interpretación, es decir, que sus obras son
dispersas y nunca encadenan una estructura lógica; la segunda acusación
con la que se ataca fuertemente la óptica braudeliana dice que el
Mediterráneo carece de un verdadero sistema metodológico pues no
teoriza explícitamente sobre el intercambio e interacción entre las tres
duraciones y, por último, se afirma que el autor de la obra es un
determinista que reduce absolutamente todas las creaciones, acciones,
movimientos y cambios a la influencia del medio geográfico (Fontana,
1985: 109-127).

Ahora bien, estas tres críticas que normalmente se hacen al trabajo y a
la escuela de Braudel, lejos de evidenciar las debilidades de la obra magna
del francés, demuestran los frecuentes errores de lectura en los que han
caído sus apasionados detractores.

Aquellos que aseguran que tanto Braudel como la Escuela de los Annales carecen de una estructura sistemática sobre la cual construir sus
trabajos, dirigir sus investigaciones y armar un cuerpo coherente, ignoran
uno de los principales postulados que fundaron esta corriente
historiográfica.

Los Annales iniciaron su vida convencidos de que absolutamente todas
las creaciones y manifestaciones humanas, bien criticadas, son fuentes
confiables de información del pasado, pues un poema me permite
adentrarme en la sexualidad de una época al mismo tiempo que me enseña la geografía, botánica y preocupaciones de una sociedad, así como los censos y demás documentos oficiales.

Ahora bien, si absolutamente toda manifestación humana que ha
llegado al presente desde el pasado es una fuente de información, es
imposible diseñar un molde en el cual los investigadores vacíen sus
estudios con tal de seguir una estructura uniforme.

Ciertamente la Escuela de los Annales es eminentemente práctica, pero no porque las investigaciones de sus científicos utilicen métodos que
respondan a la personalidad del investigador se debe creer que este
comportamiento representa un caos; no, al contrario, el afán de hallar un
método propio para la Historia es el que ha dado esta libertad a los
miembros de esta escuela.

Lo asistemático de los trabajos de la revista de los Annales no es
producto de una anarquía teórica, al contrario, la variedad y gama de
interpretaciones arrojadas por esta escuela responde a dos objetivos muy
bien planteados desde el principio: construir un nuevo método
auténticamente histórico y servirse de las numerosas fuentes no
necesariamente escritas que han sido ignoradas por los historiadores
clásicos.

Después de haber rebatido esta falta de sistematización y de haber
demostrado que en realidad es una libertad de experimentación de los
partidarios de la Nueva Historia, nos centraremos en las dos
equivocaciones en las que, supuestamente, incide Braudel en su
Mediterráneo: una falta de coherencia y su determinismo geográfico.

Braudel, al construir su obra, en ningún momento afirma que una
duración tiene mayor influencia en la Historia que las otras, no, ya que pese
a que asegura que se ha abusado del estudio centrado en la corta duración
jamás se declara enemigo del acontecimiento, y mucho menos dice que
centrarse únicamente en la larga duración es el mejor método histórico.

Para Braudel las tres duraciones se entrelazan en toda acción, proceso
y comportamiento. Ahora bien, Braudel se ha propuesto mostrarnos las
tres velocidades de manera independiente, congelando las tres
duraciones en la época de Felipe II, para luego mostrarnos cómo funciona
cada una en el mismo periodo.

Braudel toma tres negativos a diferentes velocidades y nos los muestra
en su obra con el afán de que nosotros los revelemos, descubramos la
relación entre estas duraciones y veamos cómo en una misma época
funcionan las tres diferentes velocidades del tiempo:

Este libro representa un triple relato del prestigioso Mediterráneo del s. XVI, pero las tres imágenes sucesivas, la de sus constantes, la de sus tardos
movimientos y la de su historia tradicional atenta a los acontecimientos y a
los hombres, los tres aspectos se refieren, en realidad, a una misma y única
existencia. El lector tendrá que combinar las sucesivas imágenes de este
libro y ayudar así al autor a reconstruir la unidad de un complicado destino,
que sólo le ha sido posible captar y evocar volviendo a él hasta tres veces
(Braudel, 1987, Tomo I: 9).

¿Acaso este afán de participar con el lector y de reconstruir junto con él a lo
largo de toda la obra la unidad histórica del Mediterráneo puede ser
acusado de carente de metodología interna? No, ya que la interpretación
braudeliana presenta objetivamente las tres duraciones al lector para
luego dejarle construir su propia conclusión; ciertamente, esta es una
complicada tarea pero, eso sí, permite al lector sumergirse de lleno en el libro, lo obliga a debatir continuamente con el autor y le permite formular su propia conclusión acerca del funcionamiento de las tres duraciones después de haber recorrido las páginas de Braudel.

Aquel que asegura que la pluma ágil de Braudel oculta una supuesta
incoherencia metodológica, no ha leído a profundidad la obra, e ignora que
la libertad lógica que propugnó la Escuela de los Annales guió a través de
cada capítulo la mano del francés.

Otra crítica asegura que Braudel es un determinista al estilo de Ratzel y
que reduce todas las formaciones políticas y comportamientos humano al
ámbito geográfico; a ello puede argumentarse que Braudel considerara
que la geografía, los límites y las fronteras son trazadas por los
intercambios humanos.

El autor afirma en su misma obra que el orden capitular en que ha
publicado El Mediterráneo podría ser alterado sin cambiar su estructura ya
que ha escrito sin darle más importancia a una duración que a las otras:
Cuando salió a la luz la primera edición de este libro, André Piganiol, me
escribió, diciendo que yo habría podido, perfectamente invertir el orden
escogido, es decir, comenzar por el acontecimiento, rebasar, a
continuación sus aspectos brillantes –con frecuencia falaces–, llegar a las
estructuras subyacentes, y, finalmente, a su fundamento sólido, La metáfora del reloj de arena, eternamente reversible, es quizás la imagen más adecuada” (Braudel, 1987, Tomo II: 337).

Ahora, después de responder a las principales críticas hechas a Braudel,
debemos exponer cuál es el impacto real de la obra y de los postulados del
francés.

En un ensayo que escribió en los años cincuenta, en el que hizo un
repaso de la situación de las ciencias sociales y la historia contemporánea
en Francia, Braudel suena desalentado, ya que al parecer su obra sólo
había sido leída por los historiadores; pues hasta el momento en que
escribió el ensayo los demás científicos sociales se habían abstenido de
hacerle alguna crítica a su trabajo. Sus alumnos: Le Roy Ladurie, Duby,
Chaunu, Ferro, Mandrou, habían preferido abordar temas de menor
envergadura que la problemática de su maestro. Ewald, a un año antes de
la muerte del autor, escribió que Braudel estaba solo en el panorama de la
Historia Global y que era así no por un fracaso de su método sino porque el
autor del Mediterráneo era alguien “único” (Ewald, 1986: 14).

Afirmo lo anterior por dos razones: primero, la misma libertad de
experimentar métodos innovadores que permitió la Nueva Historia, hizo
que los alumnos de Braudel siguieran nuevos caminos y, segundo, creo
que el legado braudeliano continúa hasta la actualidad porque la influencia
del uso de las tres duraciones puede hallarse en obras posteriores como la
Historia de la Civilización Francesa (1966) de Mandrou y Duby, que la
califican como obra esencial entre El problema de la incredulidad en el
siglo XVI. La religión de Rabelais (1959) y Los reyes taumaturgos (1988), o
en la totalizante Historia de la vida privada (1990) coordinada por Ariès y
Duby (Braudel y Duby, 1990: 163).

Ciertamente ninguno de los alumnos de Braudel emprendió una
investigación global y total de un espacio tan amplio como el Mediterráneo
Geohistórico; pero por muy específicos que estos trabajos hubieran sido
en ningún momento dejan de tener en cuenta que el devenir temporal
posee diferentes ritmos que producen, cambian y mantienen las cosas en
un momento coyuntural determinado. Es decir, si hoy en día nos
propusiéramos estudiar el desarrollo de la región conocida como el Caribe,
no necesariamente debemos escribir dos volúmenes dividido en tres
partes, no, eso no es rescatar el legado Braudeliano sino fotocopiar El
Mediterráneo; sus alumnos sabían esto, y entendiendo estas duraciones
las aplicaron sin tener que justificar su uso −como hizo Braudel en todas
las ediciones de su obra−.

Pero ¿el impacto del Mediterráneo se limita a los historiadores? no, ya
que la visión general de la suplantación del Mar Interior por el Atlántico y el
Índico se ha ido transformando; en 1983 el Larrousse ilustrado decía que
esta pérdida de importancia se dio “a causa de los descubrimientos del XV
y XVI”, y en la edición de 1997 una corrección tipográfica cambia la frase
por “Tras de los descubrimientos del XV y XVI” este cambio ha podido estar
motivado por la obra de Braudel (Larrouse, 1997: 1507).

Ha tardado bastante, pero Braudel ha hecho cuestionarnos si en verdad se dio la “decadencia” Mediterránea en el siglo XVI, ya que el vocablo tras, deja abierta la posibilidad a la tesis braudeliana que asegura que esta crisis no se dio sino hasta mediados del XVII y acaba al mismo tiempo con la versión oficial que responsabiliza de la pérdida de importancia de las rutas mediterráneas a los descubrimientos geográficos.

Para finalizar

Sólo falta agregar, que el legado braudeliano que podemos rescatar del
Mediterráneo puede darnos un método de interpretación histórico que
satisfaga la urgente necesidad de hacer trabajos interdisciplinarios en las
universidades, gobiernos e instituciones. Braudel, es innegable, aportó un
grueso grano de arena en la construcción del conglomerado de las
ciencias, al comprobar que el devenir histórico es como una ópera: las
breves notas de la voz humana representan a la corta duración, el leit
motiv continuo de la melodía de la orquesta es la mediana, y la partitura en
la que se compone uniformemente la música es la larga. Separadas,
notas, ejecución y partituras son un caos ruidoso, mientras que juntas y
bien concertadas son una sinfonía.

Nota del autor: Agradezco al doctor Jorge Castillo Canché y a mi padre sus comentarios y aportes a este ensayo historiográfico.

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Emiliano Canto Mayén. Maestro en estudios regionales por el Instituto
José María Luis Mora. Profesor de la Escuela de Escritores de Yucatán
Leopoldo Peniche Vallado. Colaborador de la sección Cultura del periódico
Por Esto! Líneas de investigación: historia regional yucateca.
Publicaciones recientes: prólogos a “Una historia a Pie: Mérida y sus
barrios” (2012) “Andrés Quintana Roo: patriota y literato” (2011), de Jorge
Ignacio Rubio Mañé; “Leona Vicario: la mujer fuerte de la Independencia”
de Carlos Echánove Trujillo (2010).
Correo electrónico: ecantomayen@gmail.com

A AB-InBev comunicou à SABMiller que pretende adquiri-la

A AB-InBev comunicou à SABMiller que pretende adquiri-la
Avisando não é traição
Por Enildo Iglesias

Rebanadas de Realidad – Rel-UITA, Montevideo, 22/09/15.- A AB-InBev, a maior produtora de cerveja do mundo, acaba de informar à sua rival SABMiller, que tem a intenção de apresentar uma oferta para adquirir a empresa britânico-sul-africana, ainda que formalmente não tenha feito nenhuma proposta.
Fotos: Week in Business

A SABMiller, a segunda maior produtora de cerveja (vende ao mundo 140.000 garrafas de cervejas por minuto), emitiu um comunicado onde reconhece ter sido informada de que a AB-InBev pretende fazer uma proposta de compra, mas carece de informações adicionais sobre os termos dessa compra.

“A diretoria da SABMiller analisará e responderá a qualquer proposta feita, da forma que achar melhor” declararam porta-vozes da empresa, segundo a agência Reuters.

Lembremo-nos de que a SABMiller, que não se caracteriza por ser uma boa empregadora, em nossa região, opera na Argentina, Colômbia, Equador, El Salvador, Honduras, Panamá e Peru. Em todos estes países, com exceção da Argentina, capta 90 por cento do mercado.

Se esse negócio for fechado, a empresa resultante teria um valor de mercado de cerca de 270 bilhões de dólares, e seria a responsável por um terço da produção mundial de cerveja.

Além disso, em muitos países, a AB-InBev se transformará em virtual monopólio, com grande capacidade de produção ociosa, ocasionando fechamento de fábricas e perda de postos de trabalho.

Devemos ficar atentos e preparados.

La historicidad del «ciclo progresista» actual: sus nudos problemáticos (I)

La historicidad del “ciclo progresista” actual: sus nudos problemáticos (I)

Roger Landa
Rebelión

Se abre la discusión sobre el supuesto “fin de ciclo” de los llamados gobiernos progresistas o posneoliberales en América Latina y el Caribe. Ya varios pecadores lanzaron sus piedras: Ángel Guerra, Katu Arkonada, Raúl Zibechi, Maristella Svampa, Gustavo Codas, Emir Sader, Aram Aharonian y Alfredo Serrano [1]. Para participar en la discusión quiero exponer lo que considero son los principales nudos problemáticos de la misma, así como delinear algunas tesis propositivas para continuar el debate más allá de esta primera ronda de discusión. Espero nadie quiera arrojar la última pedrada.

La construcción histórica del actual “ciclo progresista”

Lo que conocemos como “gobiernos progresistas”, de “nueva izquierda” o “posneoliberales”, configuran una serie de procesos nacionales que han sido historiados bajo una misma narrativa que los ubica en una totalidad geohistorica. Dicha construcción parte del la constatación empírica del ciclo de luchas que abrió la Revolución Cubana desde 1959, que permitió una renovación del movimiento de la izquierda continental entroncando, luego, con diversos procesos nacionalistas, como el de Omar Torrijos en Panamá y Velzaco Alvarado en Perú. Particularmente, las luchas populares toman vigor en Centroamérica con el Sandinismo nicaragüense, el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional salvadoreño, y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca. Asimismo, en Suramérica, se renueva la guerrilla colombiana (FARC y ELN) y venezolana; y avanza la Unidad Popular chilena con Salvador Allende a la cabeza.

Este ciclo cerraría hacia finales de la década de los ochenta con la entrada del periodo especial en Cuba (previsto por Fidel antes del mismo derrumbe de la URSS), la invasiones estadounidenses en Panamá en el 1989 y Haití en el 1994, la derrota electoral del Frente Sandinista en 1990, la firma de los acuerdos de Paz en Centroamérica (1992), la desmovilización de buena parte del movimiento guerrillero colombiano (1990-91) y el declive de los partidos tradicionales de izquierda en el continente.

Las luchas anti-neoliberales en la región son consideradas como el punto de partida para el “nuevo ciclo progresista”. Estas se fechan comúnmente con el estallido popular en Venezuela conocido como “Caracazo” en 1989, continuando con el levantamiento zapatista en México de 1994, la oposición social contra el ALCA, y el triunfo de la Revolución Bolivariana en 1998, que habría de ser secundada con diversos ascensos electorales de la llamada “nueva izquierda” en el siglo XXI. Estos gobiernos de izquierda se sostienen sobre amplios procesos de movilización popular contra los ajustes neoliberales en países como Argentina, Brasil, Bolivia, Uruguay, Ecuador y Nicaragua. El nuevo ciclo vendría de una incubación de resistencias populares, primero, frente a las dictaduras de seguridad nacional, y segundo, frente a la instauración de las democracias representativas acompañadas de la imposición del neoliberalismo, lo cual acentuó la destrucción del tejido social latinoamericano y caribeño.

Algunos/as autores/as enfatizan cierta continuidad entre este nuevo ciclo y las luchas anteriores, constatando la permanencia de diversos actores, como por ejemplo el Sandinismo, el PT y el Frente Amplio, así como la permanencia de la Revolución Cubana, que tomará nuevas fuerzas por sus relaciones con los gobiernos de izquierda que ascendían electoralmente en la región (iniciando con Venezuela, pero extendiéndose a Brasil, Ecuador, Bolivia, etc.). Otros/as autores/as hacen una escisión basándose en la emergencia de “nuevos” actores políticos englobados bajo el término de movimientos sociales o nuevos movimientos sociales que vendrían a llenar el vacío dejado por la izquierda tradicional partidista. Ciertos analistas observan una renovación del populismo histórico en base a nuevos líderes que estarían llevando a cabo procesos de modernización nacional, aún incompletos. Pero, en definitiva, el grueso de las posturas con diversos matices de los que no puedo ocupar aquí parten de aquella construcción histórica, atendiendo a uno y otro elementos de acuerdo a las categorías interpretativas utilizadas.

Todo este proceso se enmarca en el tránsito del mundo bipolar y el auge del Tercer Mundo, hacia el mundo unipolar y la hegemonía del neoliberalismo a nivel planetario.

Ahora bien, ¿es válida esta construcción? Considero que sí es válida como una primera aproximación, en la medida en que permite obtener un panorama general que nos ubica en la historia reciente. Sin embargo, esta narrativa tiene límites claros cuando se olvida que se trata de una construcción epistemológica de interpretación histórica sobre la sinergia de diversos procesos nacionales y su vinculación con los mecanismos de acumulación y la dinámica de poder a escala global. He allí, considero, el principal nudo problemático de la discusión actual. ¿Cómo se relacionan estos procesos políticos, historiados bajo aquella visión, con los mecanismos de acumulación global, la dinámica de poder internacional y las resistencias populares ante la exclusión capitalista? Dejando de lado las pseudo tesis de la derecha, existen, grosso modo, dos tesis principales.

La primera asegura que los gobiernos progresistas actuales constituyen un nuevo ciclo de luchas que habrían superado o al menos tienen una dirección que apunta hacia el establecimiento de modelos posneoliberales. Esta tesis se acompaña con la afirmación de la pérdida de hegemonía por parte de Estados Unidos, y la entrada a un mundo multipolar con el surgimiento de otras potencias de alcance mundial (Rusia y China principalmente) y el impulso de procesos de regionalización autónomos. Entre estos últimos, el énfasis en América Latina y el Caribe recae sobre la derrota del proyecto continental del ALCA, el fortalecimiento del Mercosur, y el establecimiento de nuevos esquemas como el ALBA-TCP, PetroCaribe, UNASUR, y la CELAC.

La segunda tesis establece que los actuales gobiernos llamados progresistas habrían alcanzado las instituciones del Estado a partir de una amplia movilización social pero que, luego del establecimiento de dichos gobiernos, estos no han trascendido cierto nacionalismo y defensa de los recursos naturales y capitales nacionales frente al capital transnacional, pero también en detrimento de las mismas luchas populares y clases trabajadoras explotadas por las burguesías de la región. Cuando no, estos gobiernos habrían creado las condiciones óptimas (garantías de infraestructura, energía, mano de obra, etc.) para la acumulación transnacional vía inversión privada.

Ambas posiciones aceptan que en la base económica de dichos gobiernos se encontraría el aumento de las rentas nacionales a causa de los elevados precios de las materias primas exportadas por la región. Para unos, estas rentas habrían servido y continúan sirviendo para cancelar parte de la inmensa deuda social acumulada en la región, aumentando los niveles de vida de las capas más empobrecidas; en los casos de Brasil, Argentina y Uruguay, se constata un fortalecimiento de los modelos de acumulación nacionales y sus procesos industriales. Esto bajo esquemas de recuperación de la soberanía nacional en la toma de decisiones acordes a los proyectos de desarrollo particulares. Para otros, aquel auge de los precios de materias primas, al implicar una reprimarización de las economías, conlleva a la acentuación de la dependencia y la desigualdad, ocultadas momentáneamente por el alto ingreso nacional. El fortalecimiento de algunas burguesías nacionales permitiría la acentuación individual del modelo de acumulación nacional-burgués de algunos países (particularmente Brasil) en detrimento de los demás. En algunos análisis este auge formaría parte de los nuevos mecanismos de acumulación capitalista a nivel global.

A nivel geopolítico, las diversas posturas también aceptan la existencia de un conflicto permanente con los Estados Unidos y sus pretensiones imperialistas que lo llevarían a sostener una constante desestabilización a los gobiernos de la “nueva izquierda”, buscando en todo momento mantener su dominio sobre la región. El acompañamiento de gobiernos conservadores, como los de Colombia, México, Chile, Perú o Costa Rica, y de las oposiciones nacionales a los gobiernos progresistas, conformarían un eje que impide el avance de la izquierda en la región, participando muchas veces en la desestabilización nacional y saboteo de los procesos de integración autónomos. Para unos, esto configura una de las dificultades principales que impide el avance de los gobiernos de nueva izquierda, obstaculizando con ayuda de las oposiciones nacionales el desarrollo de los proyectos de transformación propuestos. Para otros, este conflicto, en vez de ser configurado como la base para avanzar en la radicalización de los procesos políticos algunos denominados revolucionarios, ha servido, más bien, como excusa para retrazar las transformaciones e incluso posponer el horizonte poscapitalista para cuando existan las condiciones.

Considero que una revisión de algunos elementos de la construcción histórica sobre la cual se piensa las relaciones (su historicidad) de los actuales procesos políticos con los mecanismos de acumulación capitalista, la dinámica de dominación imperialista y los procesos de lucha/resistencia de las clases populares, permitiría arrojar luces para renovar la discusión cargada de muchas dicotomías que responden más a concepciones teóricas que al movimiento de la realidad.

La expansión del neoliberalismo y las fuerzas en pugna

Si revisamos la dinámica del poder de finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI, podemos evidenciar que la resistencia al neoliberalismo es tan antigua como su imposición a sangre y fuego en la periferia; los intentos de aplicación de paquetes de ajuste estructural en Bolivia en 1956 y la India en 1964, fallaron por la resistencia interna y la correlación de fuerzas contraria a los designios del BM y el FMI. Sin embargo, con la desarticulación del Tercer Mundo emprendida por Estados Unidos y el sometimiento de muchos de sus procesos revolucionario (por ej. en el Congo, Chile o Indonesia) se abrió el paso para que, al inicio de la crisis de los setenta, se impulsara un nuevo proceso de acumulación basado en la liberalización acelerada de la economía y la protección de los capitales de las economías del centro. Este ciclo que abre con el golpe de Estado en Chile (1973) como primer experimento neoliberal en sentido estricto, se extiende luego en el mismo centro del sistema (EEUU e Inglaterra principalmente) y a partir de la década de los ochenta en todo el continente latinoamericano. Sin embargo, la hegemonía mundial (en sentido geohistórico) de dicha forma de acumulación se establece sólo hacia la década de los noventa con el ingreso del antiguo bloque de la URSS al sistema histórico capitalista hegemonizado por Estados Unidos. Para la fecha, el sureste asiático, África y América Latina (la periferia) se encontraban bajo la égida neoliberal, y ya se empezaban a sentir sus efectos adversos, particularmente en América Latina con el desastre económico en Chile, y las crisis en México y Brasil.

Es decir, el establecimiento mundial del neoliberalismo coincide con los hitos que son tomados como antecedentes del actual ciclo de luchas. En este sentido, si observamos la historicidad de expansión del neoliberalismo, habríamos de comprender que el auge de los movimientos de resistencia en América Latina y el Caribe implican un proceso de confrontación de fuerzas que va a extenderse entrado el siglo XXI. Esto, que podría parecer obvio, sostiene una consecuencia inmediata, a saber, que el proceso de consolidación del neoliberalismo, como forma actual del capitalismo, está lejos de haberse disipado en le horizonte. Antes bien, los primeros lustros del siglo XXI significan una acentuación de aquella confrontación de fuerzas, por lo que los gobiernos llamados de nueva izquierda o posneoliberlaes, estarían más bien inmersos en una confrontación donde el neoliberalismo avanza y se consolida, ejerciendo una clara presión de atracción sobre los ejes de acumulación de la región, independientemente de los discursos o retóricas. Bajo diversos mecanismos de regionalización, el grueso de los países de la región estarían inmersos en procesos de liberalización económica; no solamente los países con gobiernos conservadores (México, Colombia, Chile y Perú), el Caribe y Centro América; también países como Ecuador (con la firma de un TLC con Europa, aún no vigente) Brasil y Argentina (con la intensión de los BRICS de eliminar el proteccionismo a las economías y su llamado a apoyar a la OMC), y Uruguay (con su participación en las negociaciones del TISA). Además, Venezuela y Bolivia, que aún mantienen relaciones comerciales con dirección solidaria bajo el esquema del ALBA, ingresaron recientemente al esquema de Mercosur, que si bien ha establecido mecanismos de participación social y mantiene una estructura de regionalismo estratégico (protección de empresas básicas), tiene como fin en su esquema escalonado el establecimiento de un Mercado Común en la eliminación progresiva de diversas barreras al comercio, constituyendo en la actualidad una especie unión aduanera imperfecta. Con la construcción del Gran Canal en Nicaragua se prevé el establecimiento de una Zona de Libre comercio la cual afectará, sin duda, las economías del continente; igualmente, aún están por verse los efectos de subordinación sobre la economía cubana que tendrá la apertura al capital estadounidense, alto precio que pagará la Revolución para ganar la normalización de sus relaciones internacionales y un eventual cese del bloqueo económico que padece.

En síntesis, considero que la dinámica de confrontación a la que el neoliberalismo ha sumergido a la región, supone una disputa en la que cada caso nacional da la medida de la dinámica de correlación de fuerzas, los poderes que entran en tensión, así como los procesos de resistencia interna, no siempre conocidos y reflejados fuera de las fronteras locales. Estos procesos nacionales se van configurando de acuerdo a las necesidades particulares, pero también de acuerdo a la dirección que tomen sus dirigentes respecto a las relaciones con los mecanismos de acumulación global. Hacer cumplir la ley frente a la inversión extranjera, como ejercicio de soberanía formal, no exime de las implicaciones que conlleva la acumulación signada por el capital, a saber, la concentración de riqueza en un polo, y de pobreza en el otro; no hay ley en el derecho burgués que revierta esta realidad material del sistema. La consolidación del neoliberalismo ha permitido su extensión apegado a las leyes, cambiándolas a su antojo y, cuando no, escondiendo su dominación bajo diversas fachadas ideológicas. En definitiva, los elementos que constituyen el neoliberalismo (eliminación de barreras al comercio, privatización de servicios, financierización del consumo, etc) representan medidas que pueden ser tomadas en determinados casos y momentos, para determinados fines y por un país en particular; cuando estas medidas se aplican en bloque y de forma extrema es lo que conocemos como “paquete” de ajuste estructural; sin embargo, que no se tomen en bloque no significa que no están presente, en algún nivel de la cadena de relaciones económicas y políticas, y en alguna articulación con el sistema internacional. Con ello también quiero llamar la atención en que es difícil calificar a un país de netamente neoliberal o netamente posneoliberal, puesto que no existen estas condiciones como “estados puros” (más allá de algunos experimentos fracasados). Se trata, en todo momento, de una dinámica compleja modelada por la confrontación de fuerzas en la que están implicados los actores políticos que detentan poder en los gobiernos, las bases populares que pueden o no apoyarlos, las clases burguesas nacionales (que continúan siendo hegemónicas, con excepción de Cuba), las burguesías transnacionales y el imperialismo; esclarecer las particularidades en cada caso, cómo se expresan, entrelazan y confrontan estos actores y la correlación de fuerzas que van configurando, es imperativo para poder comprender la dinámica de estos procesos y su dimensión geohistórica común. Este estudio, más allá de las opiniones y discusiones coyunturales, aún está por hacerse.

Renovación del pensamiento conservador.

Con el auge de los procesos de lucha contra el neoliberalismo en la región también se produjo una reconfiguración del pensamiento conservador que impulsara dicho esquema de acumulación. En este sentido, para comienzos de la década de los 90 (un año luego del llamado “consenso de Washington”) se establece un cambio de gramática desde los núcleos de pensamiento neoconservador para hacer frente al desprestigio ideológico neoliberal, pero también para apuntalar una reestructuración del capitalismo con base a una dominación que buscaba hacer funcional al metabolismo del capital las fuerzas de presión anti-neoliberales que se alzaban, en lo profundo, contra las relaciones capitalista de reproducción social. Quien mejor ha estudiado estos “giros” del pensamiento conservador ha sido Betraiz Stolowicz2. Según ella, para América Latina y el Caribe con esta reestructuración neoconservadora, formulada por Marcelo Selowsky, se establecieron en tres etapas consecutivas:

1) inicio del ajuste y la estabilización,

2) profundización de las reformas estructurales y

3) consolidación de reformas y recuperación de los niveles de inversión.

En buena parte de la región la primera etapa, que buscó la destrucción del patrón anterior de acumulación y las instituciones que estructuralmente lo sustentaban, se consolidó bajo la égida del fascismo totalitario que significaron las dictaduras militares como expresión política clara de la totalización totalitaria del capital. Las siguientes dos etapas debían implementarse ahora bajo la democracia liberal representativa, en proceso de extensión y consolidación en toda la región luego de la caída de los autoritarismos dictatoriales. La gobernabilidad como instrumento para el control social de las fuerzas que pugnaban por mejorar las condiciones de las clases trabajadoras, se expresaba en la defensa de la democracia representativa liberal y su institucionalización para la mediación política necesaria la única admitida por el capital en el mantenimiento del orden social y la consiguiente estabilización para la recuperación económica de los países de la región de acuerdo al plan establecido.

Bajo esta renovada égida política neoconservadora se apuntaló una crítica a las políticas neoliberales de años anteriores con el posicionamiento ideológico de un llamado a ir más allá del neoliberalismo y avanzar a una nueva fase “pos-neoliberal”. “Debe aclararse, una vez más dice Stolowicz, que el término “posneoliberal” fue acuñado por el sistema… Lo interesante es que el término “posneoliberalismo” fue siendo socializado en el seno de la “izquierda moderna” o “nueva izquierda”. Abonando a la confusión, en el último lustro, el término “posneoliberalismo” es utilizado para denominar los proyectos de los gobiernos de izquierda y centroinzquierda, como un camino que apenas se estaría recorriendo.”

Esta nueva fase ve en la progresiva democratización de los gobiernos de la región una oportunidad para la consolidación normativa de consensos a favor de las reformas económicas enmarcadas en la reestructuración capitalista, con lo cual, el campo político fue nuevamente reducido, esta vez a su instrumentalización democrática liberal como mecanismo para la “gobernabilidad”, incluyendo la institucionalización de cierta izquierda partidista que avanzaba electoralmente a nivel local en los noventa, y en la década siguiente a nivel nacional. El gasto social volvió a recobrar fuerza en la gramática de los discursos hegemónicos, y era asumido por el capital privado para proveer ciertos “servicios sociales” y ocupar la resolución de aquellas necesidades que el Estado no puede atender. El punto de llegada era claro: convertir al continente Latinoamericano y caribeño en una zona de mayor estabilidad política y económica para la reproducción de la acumulación, asediada por las contradicción entre la producción/extracción de plusvalor y la realización del valor, y las crisis de acumulación que esta contradicción conlleva.

Esta constatación del giro neoconservador es fundamental si recordamos que el neoliberalismo es la forma que actualmente adquiere el modo de producción material capitalista y que, en definitiva, implica una estabilización del capitalismo en la región para mantener la acumulación de valor, si la oposición al neoliberalismo no va en dirección opuesta a esta estabilización, se mantiene dentro de los marcos establecidos por el sistema bajo la forma conservadora neoliberal. Mantener la estabilidad y la gobernabilidad puede ser una necesidad para avanzar en los procesos de transformación, pero sin la dirección adecuada también puede significar un “favor” al capitalismo, al mantener las condiciones de acumulación. El ¿cómo hacer? (más que el “qué hacer”) retoma aquí una prioridad estratégica, puesto que implica la discusión sobre la instrumentación de las mediaciones necesarias que permitan una acumulación de fuerza suficiente para avanzar en dirección a un horizonte poscapitalista. He ahí otro nudo problemático que se debe desenredar.

Notas:

[1] Véase: Hacer balance del progresismo de Raúl Zibechi; Termina la era de las promesas andinas de Maristella Svampa; Desafíos al ciclo progresista en América Latina de Gustavo Codas; El presunto “fin del ciclo progresista” y Otra vez sobre “el fin del ciclo progresista” de Ángel Guerra Cabrera; ¿Fin del ciclo progresista o reflujo del cambio de época en América Latina? 7 tesis para el debate, de Katu Arkonada; Diagnosticadores de la capitulación de Aram Aharonian; ¿El final del ciclo (que no hubo)? de Emir Sader; Geopolítica de América latina: entre la esperanza y la restauración del desencanto de Alfredo Serrano Mancilla.

[2] Véase su antología: A contracorriente del pensamiento conservador, Espacio Crítico Ediciones, Bogotá, 2012.

Historias y territorios oligárquicos en El Salvador

Historias y territorios oligárquicos en El Salvador Por Roberto Pineda 24 de septiembre de 2015

El desarrollo del capitalismo en El Salvador en sus casi 500 años (1524-2015) comprende diversas historias, sujetos y territorios. En ese prolongado periodo ha visto pasar variadas embarcaciones por los peligrosos puentes de sus imaginarios ríos, estrafalarios personajes han vagado por sus estrechas callejuelas y subido sus frágiles torres en variados y violentos momentos, cuando privilegiados grupos han cabalgado en los carruajes más de la dominación violenta que de la sutil hegemonía.

Desde los sanguinarios guerreros pipiles que doblegaron a los mayas hasta los primeros conquistadores ibéricos convertidos en ávidos encomenderos, pasando luego por los chocolateros, balsameros, añileros, cafetaleros, algodoneros, azucareros, banqueros, hasta llegar a los actuales industriales, constructores y comerciantes, y quizás hasta narcotraficantes, en un alucinante deslizadero de la lucha de clases, con sus respectivos ascensos y descensos, y el apolillado escenario actual de pretendientes virtuales al trono y a la corona en una futura restauración oligárquica…
El feroz y misterioso trapiche de la competencia empresarial capitalista se ha encargado, sin prisa pero sin pausa a lo largo de los siglos de triturar en sus inevitables ruedas a los más débiles y de favorecer a los más astutos, crueles y poderosos. Hay algunas familias oligárquicas que han logrado sobrevivir a las tempestades, erupciones y terremotos del siglo XIX y del XX, y continúan explotando trabajadores y trabajadoras, destruyendo la naturaleza, así como generando suculentas ganancias en este chispeante nuevo siglo. A continuación exploramos los senderos seguidos por algunos de estos pocos clanes sobrevivientes del diluvio neoliberal.
La disputa actual de mercados en la región centroamericana que realizan estos clanes empresariales salvadoreños transcurre tanto en la construcción de torres que desafían los cielos como en la edificación de centros comerciales que se aferran a la tierra. El clan de origen árabe Siman inaugura en diciembre próximo un centro comercial en Santo Tomas, camino al aeropuerto; mientras el clan Dueñas se encuentra construyendo la Puerta Los Faros, en el Distrito El Espino.
Mientras el Grupo Bolívar (de Sola) se encuentra construyendo en la Zona Rosa una segunda torre de apartamentos de lujo bajo el nombre de Alisios 115, el Grupo Agrisal (Meza) construye la Torre Quattro en el complejo World Trade Center de la Colonia Escalón; y el Grupo Roble (Poma) construye dos proyectos habitacionales, uno en La Escalón y otro en San Martín. Cinco familias oligárquicas en disputa: Simán, Dueñas, de Sola, Meza y Poma.

El clan Dueñas (1851) la Finca El Espino, Urbánica
El expresidente Francisco Dueñas Díaz, uno de los principales patriarcas de la oligarquía, que gobernó entre 1851 y 1871 nunca se imaginó que en las amplias, aromáticas y sombreadas fincas cafetaleras que esmerada y astutamente fue adquiriendo en esos años, iban a estar surcadas décadas después por lujosas áreas y torres residenciales y por gigantescos centros comerciales, sobreviviendo incluso a una reforma agraria contrainsurgente y a dos gobiernos de izquierda. Pero la realidad siempre supera a la más descabellada fantasía.
Francisco Dueñas construye un poderoso imperio agrario en lo que hoy es Antiguo Cuscatlán y Santa Tecla, y aunque no son parte de los principales núcleos oligárquicos actuales, sobreviven y se proyectan mediante el proyecto Urbanica, constructores. Se han instalado en medio de centros comerciales, áreas residenciales de lujo y oficinas interinstitucionales como la Cancillería y el SICA.
En marzo de 1980 la familia Dueñas sufre un fuerte golpe al ser nacionalizada la Finca El Espino, ubicada entre Antiguo Cuscatlan y Santa Tecla. Pero no se rindieron y logran que en 1986 la Corte Suprema de Justicia les devuelva 350 manzanas “urbanizables” las cuales les permiten realizar negocios con la familia Poma, la cual ni lenta ni retrasada, construye los centros comerciales Multiplaza y Las Cascadas. Esta experiencia es luego retomada por los Dueñas para la invención de Urbánica y la construcción en 2004 de La Gran Vía.
De acuerdo con el periódico digital El Faro “dos empresarios de la cuarta generación de los Dueñas, de 80 y 69 años respectivamente, son socios de Dueñas Hermanos Limitada, Dueñas Hermanos y Compañía, y Roberto Dueñas Limitada, que en conjunto tienen un capital social (el aporte que los socios de las compañías dan a estas) de 121 millones 717 mil 215 dólares, según el Registro de Comercio. Solo Dueñas Hermanos Ltda., dedicada a la construcción de apartamentos, casas y complejos urbanísticos, reportó en 2013 ganancias por 2.92 millones de dólares.”
Actualmente en la que fuera la emblemática Finca el Espino, clásico territorio oligárquico, hoy convertida en Distrito El Espino, la rama de desarrollo inmobiliario del holding Dueñas Hermanos Ltda., bajo el moderno apelativo de Urbanica, se encuentra construyendo la Puerta Los Faros, que consistirá de dos lujosas torres de diez niveles con 28 apartamentos cada una. Forma parte del exclusivo Portal Canarias.
El director ejecutivo de Urbanica, es Alejandro Arturo Dueñas Soler, de 38 años, quinta generación de la familia. Alejandro viene a sustituir al anterior conductor de este grupo familiar, al fallecido Archie Baldocchi Dueñas (1948-2003) , ex presidente del Banco Agrícola Comercial y de ARENA, casado con María de los Angeles Kriete. Por cierto, el hijo de Archie, Marco Andre Baldocchi Kriete, es actualmente miembro de la Junta Directiva de Avianca.
Puerta Los Faros es el tercer condominio que viene a sumarse a este complejo residencial. Los precios de cada apartamento en este popular vecindario de este a la vez violento país oscilan entre los 250,000 a los 500,000 dólares, en un El Salvador en el que el salario mínimo de la mayoría de la población, ronda los 250 dólares al mes. Naturalmente esta maravillosa residencial está construida en medio de dos manzanas de bosque, casa club, gimnasio, juegos infantiles, seguridad púbica y privada, cancha de fútbol rápido, piscina, espacio para barbacoa y picnic, y su respectivo estacionamiento para visitas.
Urbanica (Desarrollos Inmobiliarios) construyó en el 2004 el centro comercial La Gran Vía; en el 2006 Puerta La Castellana y residencial El Espino (urbanización de 76 lotes) ; en el 2007 el edificio de oficinas Promérica y el Hotel Courtyard Marriot; en 2010 el Portal La Ribera; en 2011 Puerta Gran Canaria y Portal del Casco; en 2012 Puerta La Palma; en 2013 Portal del Casco Norte; en 2014 Puerta La Castellana.
El Clan Wright, (1882) Ingenio El Ángel
En 1862 Don Rafael Meléndez (+1880), padre de los ex presidentes Carlos Meléndez Ramírez ( casado con Sara Meza Sandoval) y Jorge Meléndez Ramírez ( dueño de los Ingenios Prusia y Venecia ubicados en Soyapango) , ambos de la famosa dinastía Meléndez-Quiñonez (1913-1931). Carlos decidió sembrar caña de azúcar en su hacienda al norte de San Salvador, de nombre El Ángel, a la que añadió luego un pequeño trapiche para producir artesanalmente azúcar de pilón. Otra hija de don Rafael, de nombre Leonor fue esposa del también ex presidente Alfonso Quiñonez Molina. Era una familia vinculada a la Casa Blanca, como entonces se le llamaba a la casa presidencial.
Posteriormente la viuda de don Rafael Meléndez , doña Mercedes Meléndez Ramírez, hija también del ex presidente Norberto Ramírez, junto con tres de sus diez hijos (Carlos, Jorge y Guillermo) crean en 1882 el Ingenio El Ángel, que desde entonces se apoderó de las “espadas de esmeralda” del norte de la capital, cercana a las poblaciones de Apopa y de Nejapa, donde encontraba la “mano de obra” fácil y abundante, en su mayoría comuneros, que cultivaban antiguamente el añil en los obrajes de criollos independentistas.
En 1967 por deudas la propiedad pasó a manos del Banco Hipotecario, y en 1969 este ingenio azucarero cambia de manos y pasa a la familia de origen inglés Wright. El empresario Juan Wright (padre) , dueño también de la emblemática hacienda algodonera La Carrera en Usulután, y casado con Teresa Alcaine, junto con otros cuatro empresarios (Guillermo Borja Nathan, Jorge López Harrison, Enrique Allwood, y la fundadora del Frente Femenino y de ARENA, Nena Wright Alcaine de Ávila). En marzo de 1980 la propiedad es intervenida como parte de la reforma agraria contrainsurgente (1980-1985) pero luego es devuelta a sus dueños. El actual presidente del Ingenio El Ángel (128 manzanas) es Juan Wright Alcaine (hijo), tataranieto a la vez de doña Mercedes Meléndez.

El Banco Salvadoreño (1885) hoy el colombiano Davivienda
El 5 de enero de 1885 abre sus puertas el Banco Particular, como una concesión del Ministerio de Fomento a los empresarios Mauricio Duke ( cuñado de Ángel Guirola); Francisco Camacho, Emeterio Ruano, José María Alexander y Ángel Guirola de la Cotera (1826-1910), para estimular el cultivo del café y del azúcar. Este mismo Mauricio Duke después funda el primer Banco Agrícola Comercial. El 12 de noviembre de 1891 el banco Particular cambia su nombre por el de Banco Salvadoreño y se instala frente a la emblemática Plaza Morazán, edificio ocupado en la actualidad por El Gran Imperio, un negocio de venta de ropa usada importada de Estados Unidos.
El Banco salvadoreño estuvo vinculado fuertemente a Ángel Guirola, casado con Cordelia Duke Alexander, primero gran comerciante añilero y luego cafetalero, se instala en Santa Tecla y establece las fincas “El Cafetalón” y “San Rafael”, además invierte en el tranvía entre San Salvador y Santa Tecla y construye El Teatro Olympia.
En 1896 el Banco Salvadoreño se fusiona con el Banco Internacional (nacido en 1880) pero conserva su nombre y en 1902 con el London Bank of Central America, y se convierte en la principal institución financiera de antes de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). A partir de este periodo es controlado por los intereses financieros de las familias Guirola y Quiñonez. Carlos Alberto Guirola Drews, segunda generación, fue presidente de este banco por mucho tiempo.
En 1980 es nacionalizado y posteriormente entregado a un grupo comercial de capital árabe, la familia Simán. En el año 2000 se fusiona con el Banco de Construcción y Ahorro (BANCASA). Y en 2006 es adquirido por el gigante bancario internacional de capital inglés HSBC. Posteriormente en 2012 es adquirido por el colombiano Davivienda. Su actual presidente es Gerardo Simán Siri, por cortesía de la oligarquía antioqueña.
El Clan de Sola, (1890) La Curacao, Ceteco, Inversiones Bolívar

El Grupo Bolívar, que inicia en 1994 con la construcción en Santa Tecla de Plaza Merliot, edificará en la exclusiva Zona Rosa una segunda torre de apartamentos de lujo, para hacerle compañía a la primera torre, ya ocupada, construida en 2006, y que lleva como estandarte el de Alisios 115. Estaría terminada como meta en junio de 2017. Diego de Sola, director ejecutivo explica que se trata de un concepto innovador orientado hacia el segmento de jóvenes urbanos, de altos ingresos.

Asimismo planea construir dos edificios de apartamentos en su proyecto residencial Condado Santa Rosa, ubicado a ambos costados del Bulevar Monseñor Romero, en Santa Tecla. La primera etapa de este proyecto ya fue finalizada e incluye 452 viviendas y de postre, el centro comercial La Skina, y se planea construir un segundo centro comercial en esta área, El Triangulo. En este mismo vecindario la familia de Sola es la dueña de otras tres torres de apartamentos, con los números 515,525 y 370 en plena Avenida La Capilla, así como de las Torres 105 Campestre, inauguradas en 2008.

En 2010, Bolívar ingresa al mercado hondureño con la torre 325 Río Piedras en San Pedro Sula, una torre de 21 niveles y otra de 19, con 100 lujosos apartamentos. El año pasado incursiona a San José, Costa Rica, con el proyecto Sportiva SkyHomes, que comprende dos torres con un total de 100 apartamentos, ubicado en la zona Real Cariari, a 10 minutos del Aeropuerto Internacional Juan Santamaría, y en el entorno de de Plaza Real Cariari, en Heredia, y que finalizará a principios de 2016.

Diego de Sola, cuarta generación, es el delfín que dirige desde el 2003 los negocios de la poderosa familia de Sola. Su bisabuelo Herbert de Sola, creo en 1890 la compañía La Curacao, nombre de la isla caribeña holandesa donde había nacido, de una familia española sefardita. En El Salvador Herbert de Sola inicia sus operaciones en la esquina noreste de la Avenida España y la Calle Arce, al norte de la Universidad Nacional, inaugurando el 15 de marzo de 1896 el almacén “A la Ville de París”, importando todo tipo de artículos extranjeros como telas, abarrotes y fantasías. En 1911 entra al negocio de la venta de productos agrícolas y cambia el nombre de su compañía por el de Curacao Trading Company (CETECO) de Holanda.

Don Herbert de Sola tuvo cinco hijos, Víctor, que se dedicó a la caficultura, fundador y director de CEPA e impulsor de la energía hidroeléctrica, Ernesto, que como Arquitecto se dedicó el área de la construcción, Francisco que dominó el área industrial, Orlando, que fue médico-cirujano, y Lorenzo que murió a corta edad víctima de una enfermedad epidémica.

En 1945 se establece en Guatemala y en 1947 reorienta su accionar hacia la comercialización al detalle de artículos electro-domésticos, en toda la región centroamericana, y con la modalidad del crédito. En el 2000 CETECO vende sus operaciones en Centro América y esta son adquiridas por inversionistas salvadoreños y un fondo de inversión inglés (ACTIS). De esta alianza nace Unicomer, para administrar los 87 almacenes existentes en la región. En la actualidad La Curacao funciona en 18 países. Diez años después. En 2010, ACTIS vendió su parte al grupo empresarial mexicano Liverpool. En la actualidad es una empresa mexicano-salvadoreña.
La rama hotelera del salvadoreño Grupo Bolívar, vinculada a capitales guatemaltecos en el Hospiteum Corporation, abrió su primer hotel en marzo de 1993 en Guatemala, el Princess Reforma. Cuatro años después, en 1997 inauguran el hotel de cinco estrellas, Princess Zona Rosa en San Salvador. En 1998 abren el hotel Princess en Managua, Nicaragua y en 1999 el Hotel Princess en San Pedro Sula, Honduras. En 2004 estos cuatro hoteles se convierten en filiales de la cadena hotelera Hilton Internacional, adoptando así el apellido de la segunda cadena en importancia a nivel mundial. El Grupo de Sola estuvo vinculado al Banco Cuscatlan, y es socio importante de la exportadora de café, UNEX.

El Clan Dutriz (1903)
La Prensa gráfica (1915) es el principal periódico salvadoreño y forma parte de un poderoso conglomerado mediático iniciado en 1903 por los hermanos Antonio y José Dutriz (1877-1946), que incluye a la Tipografía La Unión ( creada en Santa Ana) . José Dutriz contrajo nupcias con Antonia Thomé en 1911, y el matrimonio procreó a José, Roberto, Mario, Alex y Rodolfo. Por muchos años el edificio de La Pnrensa Gráfuica, ubicado sobre la 3ra. Calle poseía un faro que iluminaba buena parte de la capital. Hoy sus oficinas estan situadas en Santa Elena, en Antiguo Cuscatlan. El actual jefe del consorcio es José Roberto Dutriz, (tercera generación).
Hace cuatro años (2007) , Grupo Dutriz decidió convertirse en una empresa regional. Y así, con la revista El Economista como su vehículo insignia, llegó a toda Centroamérica. Pero ese fue solo un paso. La semana pasada inauguró sus oficinas en Guatemala para afianzarse en ese mercado con todos sus productos, un paso firme para la internacionalización de la firma editorial, que para 2012 tiene la vista puesta en nuevos mercados. – See more at: http://www.laprensagrafica.com/economia/nacional/230587-grupo-dutriz-con-paso-firme-en-guatemala.html#sthash.R8imejts.dpuf

El clan Meza(1906) ILC y AGRISAL
El Clan Meza conocido como Grupo Agrisal agregara una nueva joya a su complejo del World Trade Center, ubicado en la Colonia Escalón, que ya incluye a la Torre Futura y el Hotel Crowne Plaza (antiguo Sheraton). Se trata de la Torre Quattro, de doce pisos (siete para oficinas y cinco para estacionamiento).

Roberto Murray Meza, tercera generación, forma parte del Consejo Nacional de Desarrollo pero es a la vez la cabeza visible del Clan Meza, aunque su actual chairman sea su cuñado Luis Alvarez Prunera hermano de su esposa María de los Ángeles Alvarez Prunera, y le CEO del Grupo sea Roberto Siman. Murray Meza es descendiente del patriarca cervecero de origen guatemalteco, Rafael Meza Ayau, el cual en diciembre de 1906 inicia en Santa Ana una fábrica de cervezas que luego se trasladaría a San Salvador. Inicia con cuatro marcas: Perro, Abeja, Extracto de Malta y Pilsener, de las cuales solo esta última perdura hasta la actualidad.

En 1920 comienza la planta embotelladora de bebidas gaseosas bajo el nombre de La Tropical. En 1928 se traslada al oriente de San Salvador cerca de la estación del tren, al comienzo del Paseo Independencia. En 1935 se fusiona con la competencia Cervecería Polar y nace La Constancia. En 1939 se convierte en el distribuidor autorizado de la bebida estadounidense Coca Cola.

En 1944 inaugura el embotellado de agua bajo el nombre de Cristal. En 1965 funda Embotelladora Salvadoreña, que inicia operaciones con la marca Coca-Cola. En 2003 se fusionan Cervecería La Constancia, EMBOSALVA e Industrias Cristal de Centroamérica, originando Industrias La Constancia (ILC). En 2005 ILC (2, 800 empleados, 64,000 distribuidores y detallistas, cuatro marcas de cervezas, cuatro gaseosas, un agua gasificada, dos de jugos, dos de agua potable y una bebida energizante) es adquirida por la sudafricana SABMiller, la segunda cervecera a nivel mundial. A la sombra de ILC se forma el poderoso Grupo Agrisal, que se dedica a varios giros comerciales, entre estos el inmobiliario, el hotelero y el de automotores (Rensica).

En 1958 se construye el hotel El Salvador Intercontinental, que en 1975 se pone el apellido de Sheraton, en 1990 se lo quita y se llama Hotel El Salvador a secas, en 1999 se vuelve a casar y esta vez adopta el apellido de Radisson Plaza El Salvador, y en la actualidad es el Crown Plaza, de la cadena mundial inglesa IHG. Pero los dueños siempre fueron los mismos: el grupo Agrisal en el que la familia Meza juega un papel hegemónico.

El clan Poma (1919) Grupo Roble, Excel
Altos de la Escalón II, ubicado en la prolongación de la Avenida Juan Pablo II, y con 32 casas exclusivas de dos niveles, y Puertas de Miraflores, casas de dos pisos, en el municipio de San Martín, cerca del Unicentro Altavista, al oriente de la capital, son los último proyectos habitacionales del poderoso Grupo Roble, del Clan Poma, el cual podrán no ser el más antiguo, pero si es sin duda alguna el más poderoso.

El inmigrante catalán Bartolomé Poma, llegado al país en 1915, inició en 1919 una empresa distribuidora de vehículos que se convertiría con el paso del tiempo en la mayor de Centroamérica, la Excel Automotriz. En los años treinta del siglo pasado obtuvo la franquicia para distribuir vehículos de la corporación estadounidense General Motors. Pero fue en 1953 que se amplió su panorama empresarial al convertirse en distribuidor exclusivo de la japonesa Toyota. Asimismo comenzó una red de talleres de mantenimiento y de venta de repuestos llamada DIDEA, que en 2005 se transforma en Excel Automotriz, con 50 salas
de venta de automóviles, 30 salas de repuestos, 34 talleres de servicio y siete talleres de en-
derezado y pintura.

En 1962 el esfuerzo se diversifica hacia la construcción de viviendas residenciales ( Colonia Miramonte) mediante el Grupo Roble que inaugura en 1970 el primer centro comercial llamado Metrocentro, junto con su respectivo hotel, el cinco estrellas Camino Real. Operan 30 hoteles de lujo en Centroamérica, México, Estados Unidos y Colombia. En la actualidad poseen 19 centros comerciales; y continúan en el área de proyectos de viviendas, como son las residenciales Los Almendros, Miramar y La Hacienda. Esta última se encuentra ubicada en San José Villanueva, carretera al puerto de La Libertad, y es un complejo residencial privada con viviendas valoradas entre 100 mil y 300 mil dólares, y se encuentra al lado del exclusivo Club de Golf, fuertemente criticado por sus lagos artificiales en medio de comunidades que carecen de agua potable.

En 1999 el Clan Poma inicia un proceso de expansión regional que los lleva primeramente a Honduras, luego a Guatemala (2000) Nicaragua y panamá (2005). Asimismo existe una división industrial, a través del Grupo Solaire, que se especializa en sistemas de techos aislados, ventanas, aluminio y productos de vidrio. En 1994 bajo la dirección de Ricardo Poma, tercera generación se crea la Escuela Superior de Economía y Negocios (ESEN), orientada la formación de cuadros empresariales.

El clan Simán (1921)
Inversiones Simco, la rama de construcción y bienes raíces del Clan Simán, inaugurará en diciembre de este año un nuevo centro comercial, la Plaza Santo Tomás, el cual estará ubicada en el municipio de este nombre, ubicado al sur de la capital, en la carretera que conduce al aeropuerto Monseñor Oscar Arnulfo Romero y es una inversión de $5 millones en 7,000 mettros cuadros, incluyendo área comercial, zonas recreativas y jardines. Esperancubiri a las poblaciones de San Marcos, Panchimalco, Olocuilta, Santiago Nonualco, San Pedro Nonualco, San Juan Talpa, San Luis Talpa y Santiago Texacuangos.
La familia Siman ha logrado ubicarse como parte del núcleo oligárquico salvadoreño y abrirse espacio en un mundo dominado por el origen europeo o estadounidense. El patriarca Jose J. Simán llego de Palestina junto con su esposa Natalia debido a la Primera Guerra Mundial y abrieron un pequeño almacén en diciembre de 1921 en el centro de San Salvador. En la actualidad es una de las cadenas de tiendas por departamentos más grandes de la región. Es un grupo empresarial (Alsicorp) dirigido por Ricardo Félix Simán Dabdoub (1953), tercera generación. Alsicorp incluye a Almacenes Simán, Prisma Moda, Comet, Lego Store, XClaim y las marcas del Grupo INDITEX (Zara, Bershka, Pull & Bear).

En 1970 el Clan Simán inaugura el primer almacén por departamentos, con sus respectivas gradas eléctricas y ascensores. En 1983 abren una sucursal en Metrocentro. En 1991 abren una sucursal en santa Ana y en 1994 inauguran la sucursal Galerías, en 1995 abren en san Miguel. En 1993 inician proceso de regionalización mediante la apertura de una tienda en Guatemala, en el Centro Comercial Los Próceres. En 2002 adquieren la Galería Internacional en Nicaragua. En 2003 abren su segunda tienda en Guatemala. En noviembre de 2004 inauguran una sucursal en el centro “de estilo de vida” La Gran Vía, en Antiguo Cuscatlán. En 2009 desembarcan en San José, Costa Rica. En la actualidad administran 12 tiendas en la región, incluido El Salvador. El patrarica del grupo fue José J. Simán, quien en 1921 abrió un pequeño almacén en el centro capitalino.

El clan Cristiani (1931 ) Omnisport, Droguería Santa Lucía
Luego de la venta del Banco Cuscatlán ( incluyendo a SISA, AIG, AFP Confía, etc.) a Citi en 2007 y de la desarrolladora de semillas Cristiani Burkard a Monsanto en 2008, el clan Cristiani, conducido por el expresidente Alfredo Cristiani (1989-1994) se ha mantenido en una silenciosa penumbra. No obstante esto, algunas de sus empresas insignias han seguido funcionando y cosechando ganancias, entre estas se encuentra la distribuidora de equipos electrónicos, línea blanca y muebles, Omnisport, creada en 1954 y vinculada a la marca japonesa Sony y con 35 tiendas a nivel nacional; también distribuye la smarcas LG, Haier, General eklectric, Mabe, IEM, Whirpool, Black & Decker, Windemere, entre otras.
Otra empresa insignia es la Droguería y Farmacía Santa Lucía, propiedad de Juan Cristiani desde 1931 y actualmente propiedad de Alfredo Félix Cristiani (tercera generación). En 1961 la farmacia Santa Lucía es la más grande del mercado, situación que mantiene durante los años sesenta y setenta del siglo pasado. En 1972 se crea la Droguería Santa Lucía S.A. de C. V., la cual continúa siendo una de las más poderosas del mercado farmacéutico.
Otras empresas que se relacionan con esta familia oligárquica son el Hotel Tesoro Beach, en la Costa del Sol; Sistemas C&C importa equipos de computación; Hemisferios S.A. de C.V. ofrece servicios de arquitectura; Radex S.A. de CV, cultiva y vende flores; Exportadora de plantas ornamentales cultiva y exporta flores; Plásticos Salvadoreños, produce y comercializa plásticos; Unión de Exportadores y Llach S.A. de CV es empresa exportadora de café; Parcelaciones Desarrollo S.A. se encarga de parcelar terrenos; Consejo S.A. de CV, compra y vende terrenos; Parque Jardín Las Rosas de El Salvador, es un cementerio ubicado en Santa Elena; Textufil, produce hilos y tejidos; Imacasa, elabora instrumentos agrícolas, como machetes, palas y más; Aguacorporación, se dedica a la actividad agropecuaria y a la exportación de pescado. Asimismo el Clan Cristiani también se regionalizo, con negocios financieros y de semillas y con alianzas empresariales con el guatemalteco Grupo Paíz y el costarricense Corporación BFA, vinculado a bancos, tarjetas de crédito y pensiones.

El clan Kriete (1945) TACA y hoy Avianca
El salvadoreño Roberto Kriete Ávila (tercera generación) , nacionalizado colombiano y casado con Celina Sol, ocupa un puesto en la junta directiva de la línea aérea Avianca, y es considerado uno de los empresarios más acaudalados de la región centroamericana. Su apellido estuvo vinculado históricamente a la desaparecida línea aérea TACA, fundada por su abuelo en los años treinta. En el 2009 Roberto Kriete toma la decisión de fusionarse con Avianca., y de esta manera participar con un 33% en esta empresa colombiana.
La empresa fue creada en 1930 en Tegucigalpa, por el capitán de origen neozelandés Lowell Yerex como una empresa de servicio mixto (pasajeros y carga). Yerex abandonó la empresa en 1945 y esta al trasladarse a San salvador fue adquirida por Ricardo Kriete, estadounidense nacionalizado salvadoreño.
El clan Palomo (1953) ADOC
La empresa ADOC emplea a 5,000 personas y posee 250 tiendas de calzado en la región centroamericana, desde Panamá hasta Guatemala, de las cuales 124 se encuentran en El Salvador, además de 7 fábricas donde procesan cuero, hule, etc. Distribuye la línea de calzado ADOC pero también Bracos, Royal Church, Hush Puppies y Reflection.
Los intereses de esta empresa familiar se encuentran conducidos por Arturo Sagrera Palomo, tercera generación, aunque su padre Jaime Roberto Palomo Meza, es todavía presidente de la Junta directiva. El patriarca fundador de la empresa, Roberto Palomo (1925-2009), estuvo casado con Lolly Meza Hill, también fallecida.
Roberto Palomo funda la fábrica de calzado en 1953 en Soyapango, y se orienta tanot hacia el trabajador rural (los famosos Burros) como hacia el empleado urbano (Royal Church). Logra rápidamente penetrar el mercado local e incluso inundar el mercado hondureño, por lo que se ve fuertemente afectado por el conflicto armado de julio de 1969. Hay que registrar que la fundación de ADOC condenó al desempleo a centenares de artesanos zapateros que no pudieron competir con los precios de esta empresa.

Fe e Ideología en la visita del Papa Francisco a Cuba

Fe e Ideología en la visita del Papa Francisco a Cuba Roberto Pineda 23 de septiembre de 2015

La recién concluida visita del Papa Francisco a Cuba tuvo como trasfondo el enfrentamiento de dos visiones del mundo, aunque este fuera realizada dentro de los perímetros dictados por las sutilezas de la diplomacia como por las tradicionales obligaciones del país anfitrión.

Fue una visita política e ideológica. El Papa Francisco llega a Cuba como representante del principal consorcio ideológico internacional del Mundo Occidental, el Vaticano, con una historia de dos mil años a cuestas que incluye la justificación ideológica de la Conquista realizada por Europa en América Latina y el Caribe así como de las Cruzadas que golpearon a los pueblos árabes en la Edad Media, entre otros equipajes.

Pero a la vez llega a Cuba como expresión del esfuerzo que ha venido realizando para promover la reanudación de relaciones entre Cuba y Estados Unidos y poner fin al bloqueo económico existente. Llega como amigo e incluso se reúne con el Comandante Histórico Fidel Castro. No obstante esto, en su homilía realizada en la Plaza de la Revolución emite algunos juicios que ameritan una profunda reflexión, habla de abandonar las ideologías, de reconciliación y de superar la resistencia al cambio. Muy atrevido.
Dos visiones del mundo
Entre la ideología del Papa Francisco y la ideología de la Revolución Cubana existen claramente diferencias. El Papa Francisco abraza lo que se conoce como doctrina social de la iglesia, que plantea el cambio de las prácticas políticas que dañan en el mundo a la naturaleza y al ser humano, sin cambiar el sistema capitalista. La Revolución Cubana es una revolución socialista, que desde hace 64 años acabó con la explotación y opresión capitalista, y que a 90 millas de la ciudadela imperialista más poderosa del planeta, defiende su derecho a la dignidad y la independencia.
Es precisamente la fortaleza ideológica lo que le ha permitido a Cuba resistir el criminal bloqueo impuesto por Estados Unidos. Fueron los ideales de justicia social y de democracia los que impulsaron a los hombres y mujeres que atacaron el 26 de julio de 1953 al Cuartel Moncada en la provincia de Oriente; que desembarcaron en el Granma, que libraron la lucha guerrillera en la Sierra Maestra, que alfabetizaron, que crearon escuelas y hospitales, que se declararon socialistas, que combatieron en África para terminar con el colonialismo, que tienen hoy el orgullo planetario que ningún niño o niña cubanos se duerme sin haber cenado. Todo es no podría haberse realizado sin las ideas de Martí, sin las ideas del Che, sin las ideas de Fidel. Estas fueron y son las ideas del cambio.
Fe e ideología
La fe es una experiencia humana que responde a la necesidad de trascender mientras que la ideología es una construcción cultural e histórica que responde a intereses de clase. Ambas caminan juntas en las sociedades que han existido hasta nuestros días. La fe se manifiesta a través de personajes, rituales e instituciones concretas, que siempre están al servicio de determinados intereses materiales e ideológicos. No hay vuelta de hoja.
Por lo que la iglesia mediada por la fe y también por la cultura y la historia nos puede convocar a sentarnos, orar y reconciliarnos entre explotados y explotadores, entre víctimas y victimarios, entre opresores y oprimidos, entre patriotas e imperialistas, pero a la vez nos puede convocar a la resistencia ante el opresor, ante el explotador, ante el victimario y ante el imperialista. Eso depende ya de la ideología que movilice esa fe. No hay fe en el vacío.
El Papa Francisco y el Vaticano
El Papa Francisco representa los intereses de poderosos sectores materiales e ideológicos interesados dentro y fuera en la renovación de la Iglesia Católica Romana., en la superación de la crisis provocada por diversos desafíos, que incluyen la necesidad de incluir a la mujer en condiciones de igualdad, el enfrentamiento frente al Islam, y frente al Protestantismo fundamentalista, en América Latina y el Caribe. Es el primer Papa que viene de la periferia y no del centro europeo. Un argentino y para colmo, jesuita.
Y está enfrentado a corrientes ideológicas y políticas dentro del mismo Vaticano y fuera, que defienden a capa y espada la visión imperial, el derecho de los pueblos civilizados dirigidos por Europa y Estados Unidos, a imponer su visión sobre el tipo de sociedad y de iglesia aceptable para estos poderes imperialistas.
Es una pelea que recién empieza y de su desenlace dependerá el fortalecimiento del discurso renovador del Papa Francisco, o su descalificación. Algunos sectores dentro de la ultraderecha norteamericana incluso están ya planteando que este Papa no es católico, que es “comunista.”
Los desafíos de la Revolución Cubana
Cuba vive en la actualidad quizás la mayor y más peligrosa de sus batallas, la batalla de ideas. La batalla de renovar sus instituciones, la disputa entre marxismo y liberalismo. Está en debate la validez y continuidad de las ideas que han orientado por más de sesenta años a la Revolución Cubana, las ideas del marxismo. Pedir la desideologización es pedir la rendición, y para eso primero tienen que derrotarlos. Porque cuando se abandonan los principios ideológicos se queda derrotado, vencido. Y Cuba no está vencida…

De la historia de las ideas a la nueva historia intelectual: Retrospectivas y perspectivas. Un mapeo de la cuestión.

De la historia de las ideas a la nueva historia intelectual: Retrospectivas y perspectivas. Un mapeo de la cuestión.
Mariano A. Di Pasquale (*)1

RESUMEN

El objeto de este artículo es proporcionar una mirada más cercana a las tendencias actuales de la Historia Intelectual. El presente trabajo surge del análisis de la incertidumbre epistemológica actual en las Ciencias Sociales. También, se observa el desplazamiento de la Historia de las Ideas y de la Historia de las Mentalidades hacia una Historia de los Lenguajes Políticos. Finalmente, se sintetizan los rasgos centrales y se evidencian una serie de dilemas y nuevos desafíos planteados a partir de la recepción del denominado Giro Lingüístico en este campo de estudios particular de la historia.
Palabras clave:
Historia de las ideas – historia intelectual – giro lingüístico.
(*) Magíster en Historia. Doctorando por la Université Paris Denis Diderot, Paris 7/Universidad Nacional de Tres de Febrero, Argentina. Becario CONICET.
Artículo recibido el 20 de agosto de 2010. Aceptado por el Comité Editorial el 11 de abril de 2011.
Correo electrónico: marianodipasquale@gmail.com
1 * El autor agradece especialmente a Jaime Peire por sus comentarios y sugerencias como así también a Mariano Plotkin, Marcela Ternavasio y Marcelo Summo.

ABSTRACT
The purpose of this article is to provide a closer look at the current trends in Intellectual History. This work stems from the analysis of epistemology uncertainties in the Social Sciences. In addition, the History of the ideas and mentalities have been displaced by the History of political languages. Finally, the central features, are synthesised and show a series of, dilemmas and news challenges to this particular field of historical study posed by the reception of the Linguistic Turn.

Key words:
History of ideas – intellectual history – linguistic turn.

Introducción

En los últimos veinte años la historia intelectual experimentó un desarrollo creciente y dinámico en el campo historiográfico. Esta productividad de estudios generó una serie de transformaciones de las categorías teóricas existentes y una pluralidad de criterios metodológicos. Tal es así, que cada historiografía nacional diseñó su propia conceptualización y, en cada una de ellas, se fueron articulando distintas nociones explicativas, apenas diferenciables unas de otras, que como -explica Roger Chartierentraron
en una competencia académica por imponerse una sobre otra1.

1 Chartier, R. El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y representación, Gedisa, Barcelona, 2002, p.14.

En las investigaciones actuales observamos cada vez con mayor notoriedad el
escaso empleo y aplicación de las categorías “ideas”, “ideologías”, “mentalidades”.

En reemplazo el lector encuentra la utilización de términos tales como “discursos”, “lenguajes” y/o “conceptos”. Esta mutación de significados implica una diferenciación de abordajes y un conjunto de redefiniciones fundamentales, por las cuales las nuevas tendencias de la historia intelectual van a distinguirse de la tradicional “historia de las ideas”.

El reemplazo se hace visible por ejemplo cuando se cotejan los trabajos de Lucien Febvre con los de Quentin Skinner con respecto a la vida y obra de Martín Lutero y el protestantismo. Así también resulta diferente el “Maquiavelo” que reconstruye Sheldon Wolin con respecto al que presenta John Greville Agard Pocock. Existen claves interpretativas muy disímiles en torno al proceso de independencias americanas y la problematización de la recepción de la Ilustración y su posible fuerza en dicho proceso en la visión que ofrece Manfred Kossock de la que nos llega a través de los estudios de François-Xavier Guerra o Anthony Pagden.

Es pertinente preguntarnos, pues, ¿por qué se produce este salto? ¿cómo se origina este corrimiento? ¿qué consecuencias ocasiona? ¿cuáles son las tendencias actuales que existen y cuál de todas ellas es la que se impone por sobre las otras generando un modelo inteligible? Estos cuestionamientos orientan el presente artículo.

Y expreso “orientan” porque nos ubican ante un nudo de problemas pertinentes a nuestro objeto de análisis pero que, en esta instancia, resultan de difícil aproximación por su magnitud y complejidad.

A cambio se propone reformular dichas incertidumbres planteando otro tipo de interrogante plausible de ser respondida: ¿de qué modo y bajo qué condiciones se produce esta sustitución de categorías en el uso cotidiano de los que se dedican a la historia en general, y específicamente, los que se ocupan de la historia de las ideas?

Cabe resaltar que el desplazamiento semántico se produce en el contexto emergente del denominado Giro Lingüístico producido en las ciencias sociales y humanas2.
2 Sin ánimo de ser exhaustivo remitirse a Rorty, R., El giro lingüístico: dificultades metafilosóficas de la filosofía lingüística, Paidós, Barcelona, 1990; Vallespín, F., “Giro Lingüístico e historia de las ideas: Q. Skinner y la escuela de Cambridge” en Aramayo, Roberto; Muguerza, Javier y Valdecantos, Antonio (comp.). El individuo y la historia. Antinomias de la herencia moderna, Paidós, Barcelona, 1995, pp. 287-301; Chartier, R. “La historia hoy en día: dudas, desafíos, propuestas” en Olábarri, I. y Caspistegui, F. J. La Nueva Historia Cultural: la infl uencia del postestructuralismo
y el auge de la interdisciplinariedad. Cursos de verano de El Escorial, Ed. Complutense, Madrid, 1996, pp. 21-33; Palti, Elías, Giro Lingüístico e Historia Intelectual. Universidad de Quilmes, Quilmes, 1998; Dosse, François, La marche des idées. Histoire des intellectuels. Histoire intellectuelle, Éditions La découverte, París, 2003.

Su impacto es visible en los estudios culturales, políticos e históricos al instalar la cuestión del lenguaje como un hecho insoslayable.

A modo de hipótesis, se busca demostrar que existe un alejamiento de la tradicional Historia de las ideas con un tipo de abordaje cifrado en los contenidos intelectuales hacia una nueva Historia intelectual que prioriza las formas en las cuales los pensamientos se inscriben y se reproducen socialmente en un determinado espacio y tiempo. En este sentido, el propósito estriba en mapear el tránsito de estos cambios e identificar los nuevos perfiles y lógicas implicadas en la dinámica de la denominada, lato sensu, historia de las ideas.

1. Una historia intelectual de la autoconciencia: una retrospectiva centrada en los contenidos intelectuales

Eric Cochrane ha señalado la existencia de dos dimensiones explicativas para abordar las diversas corrientes de pensamientos a principios del siglo XX3.
3 Cochrane, E. “Historia de las ideas e historia de la cultura” en La historiografía en Occidente desde 1945, III Conversaciones Internacionales de Historia, Navarra, 1995, pp. 131-148.

Por aquellos años, los pensadores y los movimientos intelectuales eran objeto de estudio de las denominadas “historias del pensamiento” y las “historias de la filosofía”. En el primer caso, se planteaba un enfoque que establecía una estrecha relación entre los pensadores “clásicos” y sus producciones textuales más representativas.

Esta operación proporcionaba al investigador la posibilidad de analizar un corpus bibliográfico identificando y examinando los contenidos o temáticas centrales latentes en los pensadores a través de sus escritos más destacados. En general, se establecía una línea que se dedicaba a realizar una exégesis de las obras principales. Estos textos en alguna medida constituían una herencia en el pensamiento moderno porque, entre otras cuestiones, estos sistemas de ideas se traslucían en los diseños políticos e institucionales actuales. La historia del pensamiento humano quedaba reducida a una
especie de biografía del pensamiento.

Tal maniobra analítica dejaba de lado el contexto social de producción de los textos. Estos sólo se analizaban en cuanto que constituían un “canon” que bajo el rótulo de “textos clásicos” interesaban a la luz que posibilitaban la comprensión y el establecimiento de una continuidad temporal con el presente.

Las historias de la filosofía, en cambio, accedían al estudio de las ideas a través de los sistemas, escuelas o movimientos; así, por ejemplo, estudiaba el idealismo alemán, al racionalismo francés, al empirismo inglés, y no a Hegel, Descartes o Locke.

La desventaja de tal enfoque radicaba en concebir a estos movimientos filosóficos como irreductibles, cerrados en sí mismos, sin conexiones posibles, fuera de la realidad social. En efecto, ambas visiones priorizaban un estudio configuracional del pensamiento racional apoyándose en el análisis de los grandes textos u obras fundacionales.

En alguna medida, estas apreciaciones colocaban en segundo plano los
rasgos del contexto social y la articulación entre una determinada corriente intelectual y la cultura que lo daba a nacer.

Contra estas dos visiones tradicionales se dieron dos reacciones que pusieron
en evidencia la ausencia del componente histórico y social en el análisis de los
pensamientos. La primera se originó en el continente americano, y tomó como
nombre History of ideas, fue impulsada principalmente por Arthur Lovejoy.

La segunda, apareció en Europa continental, Francia, y se denominó Historie des mentalités, originada en los estudios de la Escuela de los Annales, a partir de las líneas de investigación que impulsaron los trabajos pioneros de Lucien Febvre y Marc Bloch.

La History of ideas enfocaba su abordaje a partir del concepto de ideas-elementos o ideaunidad. Esto es, aquellos elementos constitutivos en sí de un sistema filosófico dado que permite en alguna medida realizar nuevos agrupamientos y relaciones entre los hombres y las ideas. Esta escuela partía de la noción de rastrear ciertos filosófemas o núcleos de ideas a través de criterios de selección que podían ser el de generalidad, continuidad, especificidad, etc.

Un ejemplo de dicha aproximación lo constituye la obra de Robert Nisbet, La formación del pensamiento sociológico, texto publicado en 1966. Aquí el autor traza una historia del pensamiento sociológico a partir de las siguientes ideas-elementos: comunidad, autoridad, estatus, lo sacro y alienación4.

4 Nisbet, R. La formación del pensamiento sociológico, 2 tomos, Buenos Aires, Amorrortu, 2003.

En esta perspectiva, las ideas sobre todo se ponía el acento en el estudio de aquellas derivadas del pensamiento político, eran un marco de referencia, una categoría, donde los hechos y las concepciones formaban una unidad indisoluble. A su vez, consideraba que las ideas poseían una dimensión dinámica, trazaban un recorrido, un tránsito. Revestían un espesor social, un “espacio” en donde se trasladan de una cultura a otra, de una época a otra, dando así una multiplicidad de sentidos y “relieves” superpuestos de significados.

Para Arthur Lovejoy, un historiador de las ideas debía demostrar una capacidad para “…el discernimiento y análisis de conceptos y un ojo avezado para las relaciones lógicas o las afinidades cuasi lógicas no inmediatamente obvias entre ideas”5.

5 Lovejoy, A. “Reflexiones sobre la historia de las ideas”, Prismas, Revista de Historia Intelectual, Universidad Nacional de Quilmes, Quilmes, Vol. IV, 2000, p. 129.

Desde el registro metodológico, la Historia de las ideas se presentó como un campo abordado por un abanico de visiones complementarias: se definía en el ámbito de la interdisciplinariedad.

El otro enfoque, no solo se constituyó como otro modelo explicativo en torno al fenómeno del análisis del pensamiento, sino que también propuso otra semántica para definir su objeto de estudio: mentalités. La Historia de las mentalidades nació como respuesta a la crisis de valores ideológicos y morales producida por las consecuencias del mundo de entreguerras. En este sentido, presentó un deseo por responder a ciertas preguntas invocando al pasado para entender un presente derrumbado y fragmentado en su más íntimo ser por la Gran Guerra.

Problemáticas tales como la ausencia de Dios, el sentido de la vida y la muerte, la presencia del amor, lanzaron interrogantes hacia un pasado no tan lejano: ¿qué pensaban y qué creían sus antepasados? ¿cómo lo hacían? ¿qué cantidad de hijos tenían? ¿cómo era la vida del hombre “común”? ¿cuáles y cómo eran las alegrías, angustias, miedos?

La historiografía francesa, específicamente la denominada Escuela de los Annales, fue la que condujo las primeras respuestas quizás por la acumulación de varias tradiciones previas. La difusión de la sociología de corte naturalista, en especial la noción suministrada por Emile Durkheim de “conciencia colectiva”, inspiró a los primeros historiadores de este movimiento a incorporar el aspecto social como un fenómeno imprescindible para comprender las mentalidades.

Frente a la irreductibilidad del planteo de las ideas-unidad de Lovejoy, la Historia de las mentalidades se direccionaba a analizar todos los niveles de la sociedad, en tanto, se preocupaba por entender las concepciones de sectores sociales relegados. La centralidad estaba puesta en el conjunto de los sujetos históricos y sus sentidos del mundo constituyendo un abordaje que enfatizaba una “estructura mental colectiva”.

Sin embargo, este conjunto de trabajos prefiguró la tesis que después Duby
desarrollará en el libro más significativo e influyente en el campo de la historia de las mentalidades: Les trois ordres ou l´imaginaire du féodalisme6.

6 Duby, G. Les trois ordres ou l´imaginaire du féodalisme. Gallimard, París, 1978 (trad. cast.: Los tres órdenes o el imaginario del feudalismo, Petrel, Barcelona, 1980).

Esta obra tiene como propósito estudiar la articulación de la estructura social en la época feudal con la “superestructura” ideológica. Duby abrió la puerta de un abordaje estructuralista aplicado a los estudios de la mentalidad en el Norte de Francia. Esta investigación radicó en un análisis de la sociedad feudal a través de numerosos documentos y autores prácticamente abandonados. Apoyado en esas fuentes, Duby planteó que el orden feudal se fundamentó en un imaginario que concebía a la sociedad como una
estructura basada en tres tipos de actores sociales con una función muy clara: los monjes y el discurso; los caballeros nobles y la defensa; y los comerciantes y campesinos y la producción.

Es decir, demostraba la existencia de una trifuncionalidad en dicha sociedad: los que oran (piensan), los que guerrean (gobiernan) y los que trabajan (producen). En tanto, es que el autor trata de “vincular fuertemente las representaciones colectivas y las conductas personales al estado de una sociedad, es decir, a su historia”7.

7 Duby, G. “Historia de las mentalidades”, en Rojas, B. (comp.), Obras selectas de Georges Duby, F.C.E, México, 1999, p. 47.

El aporte de la psicología social a la historia colectica de las mentalidades fue también decisiva en su desarrollo llevando a determinar, por ejemplo, usos de metodologías y técnicas estadísticas y exactas para estandarizar las fuentes utilizadas. El método serial y cuantitativo, extraído de la demografía y la historia económica, resultó primordial. La Historia de las mentalidades
“no ha dudado en explotarlo con la ayuda de computadoras: este único medio de sacar todo el jugo y todas las correlaciones de documentos bastante homogéneos para constituir corpus, y a la vez verdaderamente masivos, como las 50.000 relaciones de causas de la Inquisión española o las 15.000 de la portuguesa o las matrículas de recluta”8.

8 Bennassar, B. “Historia de las mentalidades”, en Vázquez de Prada, V.; Olábarri, I. y Caspistegui, F., Para comprender el cambio social. Enfoques teóricos y perspectivas historiográficas, Pamplona, 1997, p. 160.

Años más tarde, se presenció una disputa entre los seguidores de la idea-unidad y los que abogaban por las estructuras mentales. Roger Chartier expresa esta situación cuando indica que durante la década de 1960 “se constituye en objeto histórico fundamental un objeto que es diametralmente
opuesto al de la historia intelectual clásica: frente a la idea, construcción consciente de un espíritu individualizado, se opone, la mentalidad siempre colectiva que regula, sin explicarse, las representaciones y los juicios de los sujetos en sociedad”9.
9 Chartier, R. El mundo como representación…, Op. cit., p. 23.

2. Ideas y mentalidades en el contexto de tránsito

A fines de 1970 y durante la década de 1980 emergió una atmósfera de preocupación que se presentó en las ciencias sociales como reflejo del grado de fragilidad expuesto por la pérdida de ciertos “controles argumentativos”. Muchos investigadores sociales establecieron diversos cuestionamientos y, al mismo tiempo, crearon un espacio nuevo de reflexión y/o exploración del mundo en las ciencias sociales10.
10 Bourdieu, P. El oficio de científico. Ciencia de la ciencia y reflexividad. Anagrama, Barcelona, 2003; Chartier, R. El mundo como representación…, Op. cit, pp. 45-62; Foucault, M., El orden de los discursos. Tusquets, Buenos Aires, 2004.

Pronto, comenzó a desplegarse una multiplicidad de críticas sobre el “dogma logicista” que daba sustento a los mecanismos conceptuales y argumentativos de las relaciones del conocimiento. Al respecto, uno de los discursos más críticos, en su momento, fue el presentado por Michel Foucault. Este se autopreguntaba: “¿qué idea se hace usted del cambio, y digamos de la revolución, al menos en el orden científico y en el campo de los discursos, si la liga usted a los temas del sentido, del proyecto, del origen y del retorno,
del sujeto constituyente, en suma, a toda la temática que garantiza a la historia la presencia universal del Logos?”11.
11 Foucault, M. La Arqueología del Saber, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 2002, p. 352.

En efecto, Foucault proponía una profunda revisión de los criterios enunciativos y discursivos de las ciencias. Sin embargo, estas objeciones no son aisladas: se producen a lo largo de todo el siglo XX. Sólo basta mencionar a Sigmund Freud, Ferdinand Saussure, Jean Paul Sartre, Maurice Merlot-Ponty, Claude Levy-Strauss, Antonio Gramsci, Jacques Lacan, entre otros.
Todos ellos pueden interpretarse como un caleidoscopio de censura progresiva hacia los pilares de la ciencia moderna.

Estas voces alternativas comenzaron a mostrar que el problema principal estribaba en la ruptura de la relación gnoseológica en la cual el sujeto era “condición de posibilidad” que lo facultaba para distinguir los objetos del mundo, fijarlos y ubicarlos en relación entre sí. La manera de abordar y aprehender el mundo era concebida en términos propios como causa de la conciencia. El diseño científico establecido en la “modernidad” a partir del “canon kantiano” entre objeto y sujeto de conocimiento dejaba de ser plausible desde entonces, produciendo una fragmentación de este paradigma fundamental que, otrora, generaba el sustento de la viabilidad científica y el criterio de verdad a la hora de emprender una actividad investigativa.

Hubert Dreyfus y Paul Rabinow explican que la interpretación kantiana introduce la noción de que el hombre es el único ser que está totalmente implicado en la naturaleza (su cuerpo), la sociedad (relaciones históricas) y el lenguaje (su lengua materna) y que, al mismo tiempo, encuentra un firme fundamento para todas estas formas de vinculación en los significados que les otorga12.

12 Dreyfus, H. y Rabinov, P. Michel Foucault: más allá del estructuralismo y la hermenéutica, Nueva Visión, Buenos Aires,
2001, p. 17.

La heredera de esta concepción en el siglo XX fue la fenomenología, ya que ésta implica para sus estudios el acceso directo e inmediato de los hechos a la conciencia13.
13 Waldenfels, B. De Husserl a Derrida. Introducción a la fenomenología, Paidós, Barcelona, 1992, p. 35.

Por otro lado, la “verdad científica objetiva”, fue liberada de su precepto positivista a partir de la crítica, considerándola una construcción cultural en movimiento permanente14.
14 Ankersmit, F.R. “La verdad en la literatura y en la historia” en Olábarri, I. y Caspistegui, F. La Nueva Historia Cultural…, Op. cit., pp. 49-57

Le sigue a esto, según Chartier “una desaparición de los modelos de comprensión, de los principios de inteligibilidad que habían sido comúnmente aceptados por los historiadores (o por la mayoría de ellos) desde los años setenta”15.
15 Chartier, R. “La historia hoy en día: dudas, desafíos, propuestas” en Olábarri, I. y Caspistegui, F. La Nueva Historia Cultural…, Op. cit, p. 20.

Los esquemas estructuralistas, los enfoques marxistas y las metodologías cuantitativas se encontraron paulatinamente bajo una mirada analítica muchas veces objetivada por una crítica intensa y aguda. Los criterios de inteligibilidad de las ciencias sociales que otorgaban unidad a sus objetos y a sus avances se vieron agotados en proveer a los investigadores sociales herramientas conceptuales para deducir posibles respuestas y sobre todo encontrar certezas argumentativas.

El mundo del conocimiento ordenado y sostenido estalló caóticamente en un sinfín de aspectos instalando el debate entre el perspectivismo y el relativismo16.
16 Geertz, C. Reflexiones antropológicas sobre temas filosóficos, Paidós, Barcelona, 2002, p. 141. 17 Ídem, p. 42.

En otras palabras, se propone desnaturalizar el objeto de estudio de las ciencias sociales, y revisar la noción de que esos objetos de estudio -en nuestro caso, las ideas-unidad y las mentalidades- se comporten de forma autónoma y sean aprensibles totalmente por la racionalidad del investigador.

Chartier comenta que La historia intelectual no debe dejar engañarse por palabras que pueden dar la ilusión de que los distintos campos de discurso o de prácticas están constituidos de una vez para siempre, desglosando objetos cuyos contornos, si no los contenidos, no varían; contrariamente, ésta debe plantear como centrales las discontinuidades que hacen que se designen, se agreguen y se ventilen, en formas diferentes o contradictorias según las
épocas, los conocimientos y las acciones 17. 17 Ídem, p. 42.

A finales de la década de 1970 la Historia de las ideas y la Historia de las mentalidades esgrimidas sobre las bases del estructuralismo y la fenomenología presentaron una serie de lagunas conceptuales ante la formulación de una nueva premisa: la aproximación a un “objeto intelectual” no podía entenderse como un “objeto natural” o un “objeto racional dado”. Se hizo insoslayable que tanto la noción de idea-unidad como las mentalités no se ordenaban exclusivamente dentro del campo racional sino que muchas veces eran parte de una fuerza irracional y, por lo tanto, de difícil acceso.

Es por esto que a partir de producción historiográfica de la década de 1980 aparecieron distintos desplazamientos conceptuales a fin de solucionar “potencialmente” y en parte dicho tiempo de incertidumbre. En el caso de la ciencia histórica, estas nuevas miradas se presentaron desde otros espacios del saber. Los cuestionamientos vinieron de otras dimensiones analíticas ya que la misma parecía estar encerrada dentro de sus propias lógicas internas.

La lingüística, el psicoanálisis, la crítica literaria, la hermenéutica y la antropología, constituyeron las flamantes perspectivas que tomaron los historiadores en pos de resolver a su manera ese “espacio de incertidumbre epistemológico” dejado por las paradojas de los modelos explicativos anteriores. Este hecho revela una nueva situación que se plantea a los investigadores sociales actuales como un acontecimiento irreversible: cualquier análisis humanístico debe ser integrado desde una pluralidad de herramientas conceptuales, dando prioridad al enfoque interdisciplinario.

En el área particular de la Historia de las ideas y la Historia de las mentalidades, la “crisis gnoseológica” originó la búsqueda de nuevos elementos para flexibilizar los obstáculos encontrados en ambas tradiciones. Las preguntas se fueron articulando en torno a otras problemáticas y, por lo tanto, los nuevos desafíos establecieron otras aproximaciones. ¿Cómo reflexionar sobre el objeto intelectual ideas y/o mentalidades que se percibió desplazado de lugar? ¿Cómo operar metodológicamente sobre las nuevas preguntas lanzadas desde otras problemáticas?

En definitiva ¿cómo debería reconstruirse según estas exigencias el discurso histórico y qué posición adoptaría el investigador ante las fuentes utilizadas para componer el pasado?

La “nueva historia intelectual” emerge en este contexto de tránsito y crisis de las ciencias sociales. Esta constituye un abanico de herramientas y modos de aproximación que proponen dar posibles respuestas a las encrucijadas anteriores. De alguna manera, intenta reconstruir un objeto de estudio puesto en jaque, estableciendo modelos teóricos que se proyectan hacia distintos niveles de análisis en las construcciones, sentidos y condiciones del pensamiento del hombre.

3. Hacia una historia intelectual de los lenguajes: perspectivas de una historia de las formas intelectuales

La historia intelectual reciente, entonces, recibe un nuevo desafío: el estudio de las formas del lenguaje como el lugar central de construcción de los significados, dejando de lado esa noción que unía a todas las variantes anteriores que era el pensar sobre un campo de objetos-sujetos aprehensibles por la autoconciencia. El estudio del lenguaje como centro de la nueva historia intelectual refleja una de las propuestas de
re-significar las construcciones positivas en la investigación histórica.

Más allá de las diferencias entre las distintas corrientes lingüísticas que confluyen en la historia intelectual existe un punto en común en los nuevos posicionamientos: el rechazo directo a la filosofía del sujeto tradicional. La base conceptual radica en la “…preexistencia de un campo simbólico ya organizado, una estructura de significados, lo que nos faculta para articular nuestros pensamientos y percepciones”18.
18 Vallespín, F. “Giro Lingüístico e historia de las ideas…”, Op. cit., p. 288.

En otras palabras, el instrumento por el cual se opera intelectualmente esto es, la razón o la conciencia se halla inmerso en una red de significados previamente establecidos codificados que dan sentido a las acciones del individuo. Siguiendo a Gerome Bruner, existe cierto orden a partir del cual pensamos19.

19 Bruner, G. Realidad mental y mundos posibles. Los actos de la imaginación que dan sentido a la experiencia, Gedisa, Barcelona, 1998.

Los estudios sobre las teorías del lenguaje pueden rastrearse tiempo atrás, aunque, es a partir del calificado Giro Lingüístico donde las mismas cobran centralidad en las nuevas perspectivas de la historia intelectual20.

20 Este término fue expresado por primera vez por Gustav Bergmann, pero fue difundido por Richard Rorty. Véase Rorty, R. El giro lingüístico…, Op. cit. En nuestro caso, es utilizado en un dando a entender, no sólo el recorrido de las distintas apreciaciones de los autores de este movimiento intelectual, sino el fundamento básico que evidencia que nuestra aproximación al conocimiento “gira” en torno al carácter lingüístico.

La característica fundamental de estos esquemas es la reducción de la percepción del mundo y el hombre a su lingüisticalidad21.
21 Gadamer, H. G. Mito y Razón, Barcelona, Paidós, 1997, pp. 67-81.

Actualmente, el planteamiento remite a los objetos lingüísticos, más
precisamente, al lenguaje como elaboración de los sentidos. Ahora bien, ¿cuáles son los lineamientos o los rasgos principales del Giro Lingüístico y qué impacto produce en esta área específica de la ciencia histórica?

Los efectos de este movimiento se aprecian en investigadores de círculos más amplios. Al respecto, es notable la gravitación del pensamiento de Clifford Geertz. Este considera que el mundo actúa siempre en nosotros al ser conformados culturalmente22.
22 Geertz, C. La interpretación de las culturas, Gedisa, Barcelona, 1988.

Geertz explica que el sujeto es considerado como el resultado del cúmulo de experiencias culturales que lo orientan en sus apreciaciones y en sus conductas individuales. Estas vivencias sólo pueden ser aprehensibles por el investigador en los niveles discursivos, puesto que ellos, en alguna medida, reflejan los modos argumentativos del pensamiento. El objeto de estudio que puede ser comprendido es el lenguaje ya que en él se expresan las disposiciones mentales de los individuos23.

23 Gadamer, H. G. El giro hermenéutico, Cátedra, Madrid, 1998.

Todo acontecimiento social se articula en el “hecho lingüístico”. La inmersión del sujeto en la historia se encuentra lingüísticamente mediada y sólo deviene como inteligible cuando se produce una operación de decodificación del lenguaje24.
24 Derrida, J. La desconstrucción en las fronteras de la filosofía. La retirada de la metáfora, Paidós, Barcelona, 1998.

En consecuencia, el desarrollo de los estudios textuales y literarios cobra un rol fundamental, tanto en las metodologías de la investigación histórica como en las maneras de presentar narrar los tiempos de la historia25.

25 Para analizar dos visiones heterogéneas sobre esta cuestión comparar las apreciaciones de Koselleck, R. Futuro Pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Paidós, Barcelona, 1993 y Ricoeur, P., Tiempo y narración, 3 vols., Gedisa, Barcelona, 1994.

En la misma dirección, tanto Fernando Vallespín como Peter Burke, exponen la existencia de tres tradiciones de estudios lingüísticos que son en parte los que contribuyen a la formación de la “nueva historia intelectual”26.
26 Vallespín, F. “Giro Lingüístico e historia de las ideas…”, Op. cit, p. 289; Burke, P., Hablar y Callar. Funciones sociales del lenguaje a través de la historia, Gedisa, Barcelona, 2001, pp. 16-17.

La primera, deriva de la tradición francesa, especialmente de las obras de Ferdinand Soussure, Michell Foucault, Paul Ricoeur, Jacques Derrida, Gilles Delueze, todos ellos dejando arriesgadamente las diferencias de lado suministran una lectura semiológica y ponen el acento en comprender los distintos dispositivos narrativos que se usan por lo común en la ciencia historia, trazando el desarrollo de una “historia de los discursos políticos”27.

27 Dosse, F. La marche des idées…, Op. cit.

Los discursos son comprendidos como modos de acción e interacción social, ya que ubicados en contextos sociales, los participantes no son tan sólo hablantes/escribientes y oyentes/lectores, sino también actores sociales que actúan como miembros de grupos y culturas políticas. En consecuencia, los discursos son espacios sociales que reflejan las representaciones de dichos actores y, por tanto, siempre recorren una intencionalidad, ya sea la legitimación de cierto orden político o la resistencia a un nuevo modelo social.

Lo expresa bien Foucault cuando indica que “en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por ciertos mecanismos o procedimientos que tienen como función legitimar relaciones de poder, y por ende, buscar persuadir socialmente las prácticas políticas”28.
28 Foucault, M. El orden…, Op. cit, p. 14.

En el ámbito historiográfico actual, se puede incluir en esta línea a Pierre Rosanvallon, François Dosse, entre otros.

La segunda tradición proviene de Alemania, donde coexisten dos perspectivas. La primera, proviene de los estudios de Martín Heidegger, Jurgen Habermas y Hans-George Gadamer, y propician lo que se conoce como “enfoque hermenéutico” 29.

29 Para profundizar este asunto, remitirse a Grondin, J. Introducción a la hermenéutica filosófica, Herder, Barcelona, 1999; Hernández-Pacheco, J. Corrientes actuales de filosofía. La escuela de Francfort. La filosofía hermenéutica, Tecnos, Madrid, 1996.

La segunda, con un impacto más relevante en el campo historiográfi co, surge a partir de las consideraciones de Reinhart Koselleck, tomando como nombre la “historia de los conceptos”. Este enfoque estriba en definir el Begriff (concepto) como el significado de una palabra, dando a entender algo que se expone “fuera” del lenguaje30.
30 Koselleck, R. Futuro Pasado…, Op. cit, pp. 105-173.

Tal propuesta distingue “las palabras” de los “conceptos”31.
31 Hölscher, L. “Los fundamentos teóricos de la historia de los conceptos (begriffsgeschichte)” en Olábarri, I.-Caspistegui, F. J. (dir.) La Nueva Historia Cultural…, Op. cit., pp. 69-82.

Una “palabra” tiene muchos significados en general, pero no tiene más que un significado en cada contexto o situación. En cambio, un “concepto” siempre aparece como un término ambiguo o polisémico, en cualquier contexto que se presente. Por ello, pone en evidencia la historicidad y la larga duración en el análisis del pensamiento político. Koselleck introduce el concepto de Sattelzeit: un tiempo entre dos eras, una época entre los dioses muertos y los nuevos.

Este momento de transición se inscribe entre 1750-1850, entre Montesquieu y Marx. Para el autor, antes de 1750 los cambios que se producen en el
pensamiento son graduales, y éstos se observan muy lentamente en los vocabularios y los lenguajes, pero luego, con el derrumbe del absolutismo, el hombre busca nuevos conceptos y, recién en este punto, el tiempo se acelera y las transformaciones producidas en la semántica se vuelven dinámicas y más complejas de detectar.

Por último, se encuentra la tradición anglosajona, que parte de las ideas de Wittgenstein, y continúa con las indagaciones de John Austin, John Greville Agard Pocock, Quentin Skinner, Anthony Pagden, y otros. Esta corriente en general denominada Escuela de Cambridge, impulsa la “historia de los lenguajes políticos”32.
32 Una visión global de estos autores puede verse en Palti, E., Giro Lingüístico e Historia Intelectual…, Op. cit.

Para esta escuela, los textos son considerados como actos de habla, en tanto, se distingue un nivel locutivo de un enunciado y su fuerza ilocutiva, es decir, se diferencia lo que se dice y lo que se hace al decirlo33.
33 Austin, J. Cómo hacer cosas con palabras. Palabras y acciones, Gedisa, Barcelona, 1988.

Esta consideración es de suma importancia porque otorga al lenguaje un
espacio de acción y un proceso performativo en el medio social y cultural en el cual se desenvuelve. El lenguaje es entendido como un objeto de estudio activo que puede ir modelando e interactuando con el medio social. De la misma manera, es necesario comprender ese acto de habla dentro de un escenario de relaciones lingüísticas para lograr percibir la intencionalidad del actor social, qué acción emprendió éste al decir lo que decía en el contexto en que lo llevo a cabo34.
34 Pocock, J. Grenville Agard, Politics, Language, and Time. Essays on political thought and history, Athenaeum, New York, 1971; Skinner, Q., The foundations of Modern political thought, Cambridge University Press, Cambridge, 1978. (trad. cast.: Los fundamentos del pensamiento político moderno, F.C.E., México, 1986).

Así pues, el texto cobra pertinencia en un contexto específico. La escuela de Cambridge pone su atención en el análisis de los lenguajes puestos en circulación a través de las controversias y los intercambios narrativos producidos en determinados contextos. Se pregunta fundamentalmente
cómo un autor dialoga con los problemas políticos de la época. Esto le permitiría al investigador conocer las posibilidades de sentido de la obra y detectar los dispositivos argumentales que se diseñan.

El lenguaje es en sí mismo un hecho político. Por ello, considera que no se puede separar el lenguaje de la acción, el lenguaje constituye una práctica. El tipo de enunciado que despliega un determinado actor social siempre reclama hechos políticos, ya que el hombre siempre está obligado a responder por sus
palabras o, al menos, a dar cuenta de ellas, en el caso de los cínicos.

Estas tres tradiciones de teorías del lenguaje, constituyen un “fondo” teórico, en el cual la “nueva historia intelectual” diseña sus diferentes enfoques. Estas aproximaciones teóricas, en realidad, poseen interrelaciones permanentes y se desarrollan en espacios de diálogo entre ellas y aún, intra-ellas.

Los avances del denominado Linguistic Turn han abierto un debate específico que no podemos dejar de mencionar: esta polémica centra su atención en la relación Texto/Contexto. Para algunos investigadores resulta primordial el contexto de producción en el cual se desarrolla y se nuclea el proceso de circulación de ideas35.

La desventaja de este esquema radica en olvidar que las ideas son por sí mismas ahistóricas y que no siempre se “ajustan” a las diferentes estructuras apócales. Para otros, en contraste, las ideas nacen de los distintos niveles de los discursos que aparecen en la circulación en los textos y, por lo tanto, otorgan prioridad al estudio del libro como artefacto cultural generador de ideas36
35 Pocock, J. Grenville Agard, Op. cit.; Skinner, Q., Op. cit.
36 White, H. El texto histórico como artefacto literario, Paidós, Barcelona, 2003

(esto es, desde su soporte material hasta los filosófemas contenidos en él). La desventaja de dicho criterio metodológico estriba en considerar a las ideas como categorías abstractas o metahistóricas, encerradas en un lenguaje
propio, desprendidas del componente socio-histórico.

Más allá de las discusiones planteadas por estos autores, que exceden la propuesta de este estudio, es necesario aclarar que la visión a tenerse en cuenta, desde nuestro punto de vista, puede resumirse en una complementariedad entre ambos enfoques analíticos. Es decir, se puede concebir un esquema que muestre la acción del “texto en el contexto”.

El estudio de una diversidad de documentos y obras nos puede dar la
caracterización de los distintos lenguajes políticos utilizados y también otorgar ciertas nociones de cómo era el campo de producción. Evidentemente este juego de acción y reacción no es lineal ni homógeneo sino que se desenvuelve de una forma dinámica, laberíntica, con pliegues y repliegues.

En síntesis, el contexto emergente conformado por el Giro Lingüístico brinda al investigador la posibilidad de emplear categorías analíticas tales como “discursos”, “conceptos”y “lenguajes”. Estas constituyen objetos de estudio que se articulan en distintos niveles interpretativos pero que, en última instancia, re-definen las nuevas metodologías y abordajes teóricos de la historia intelectual reciente. Por otro lado, también, la nueva historia intelectual propone en sus tres vertientes una fuerte crítica a la visión anterior que operaba casi exclusivamente sobre las grandes obras –sobre todo, los llamados clásicos-, para observar los contenidos allí establecidos en función
de su continuidad con respecto al presente. A cambio, se propone reconstruir las modalidades de enunciación y las formas en las cuales éstas se reproducen a través del lenguaje para abordar el estudio de las corrientes de pensamiento.

De manera que se considera importante estudiar no sólo las obras canónicas, sino también los textos menos conocidos y establecer los puentes de contacto entre ese autor y otros autores, las intencionalidades y el contexto preciso en el cual estas obras circulan y dialogan entre sí.

A modo de conclusión

El “exceso de realidad” que sustentaba la historia intelectual tradicional provoca en la actualidad desde los nuevos lineamientos de la nueva historia intelectual un “exceso de abstracción”. La reacción de la flamante historia intelectual produce en algunos casos un obstáculo al considerar a las ideas vaciadas de contenidos y desplegadas sólo a través de los contornos de sus actos comunicativos, como meras categorías lingüísticas aisladas de su contexto social.

Sin embargo, la posible aproximación a tal aporía no es colocarse en un justo medio entre ambos abordajes. El desafío se bosqueja en buscar un espacio académico compartido que proponga miradas y debates abarcadores sobre las problemáticas complejas percibiendo distintos niveles argumentativos interconectados sin que ninguno de éstos se convierta en el modelo
hegemónico.

Concibo que el abordaje de una historia intelectual enfocada exclusivamente desde la lingüisticalidad y desprendida del componente histórico-contextual se caracteriza por evidenciar un análisis demasiado estrecho y, en algunos casos, artificioso.

La nueva historia intelectual, que pone el acento en los estudios de los lenguajes, debería articularse desde una historia cultural o, si se prefiere, desde una historia de la cultura política. No puede perderse de vista que el lenguaje es un fenómeno de la cultura material y simbólica del hombre elaborado en distintas situaciones y a lo largo del tiempo. Los “momentos de enunciación” de los lenguajes, dispuestos en los diferentes niveles discursivos, son el reflejo de un proceso de apropiación por parte de los actores sociales que construyen “los sentidos” de sus prácticas culturales.

En tanto, el lenguaje político como objeto de estudio remite necesariamente al hecho cultural, ya que es a partir del “uso” social del mismo por parte de una comunidad interpretativa el que éste otorgue una significación “generalizada” y “compartida”.
Finalmente, un elemento interesante es que el nuevo enfoque de la historia intelectual permite comprender los cambios históricos en un sentido gradual en el desarrollo de las distintas concepciones y sus derivaciones con el mundo social. Es decir, enfocar el análisis sobre los lenguajes articula un proceso de historización en sí mismo. Otorga al investigador la posibilidad de observar los laberintos de la circulación de los discursos como puntos de ondulación de las sociedades en la conformación de sus prácticas e imaginarios políticos, siempre y cuando, se reconozca este proceso sinuoso
en interacción con la experiencia histórica.

A pesar de los recelos académicos por la imposición de estas categorías en el uso corriente de la producción de obras históricas, es cierto que cualquiera sea el término utilizado se está en presencia de un conjunto de formas de pensamiento. Según, Carlos Altamirano, la historia intelectual debe entenderse como un campo de estudios abiertos, no una disciplina o subdisciplina de la historia37.
37 Altamirano, C. Para un programa de historia intelectual y otros ensayos, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 2005.
En consecuencia, la historia intelectual se define dentro de los parámetros de la ciencia histórica, pero por su objeto de estudio mismo, se encuentra en un límite, reviste y considera necesariamente la articulación con otras ciencias humanas.