Planteamiento de la hipótesis
El movimiento indetenible de la vida, del mundo, de la humanidad, de las naciones, de las sociedades, con sus flujos y reflujos constantes, complejizados por la seudo oscilación del péndulo del capitalismo senil, cuyos giros hacia las “nuevas derechas” crecen mientras los giros de retorno hacia las “derechas tradicionales” decrecen —tendencia ratificada por las acciones y declaraciones de la administración de Joseph Biden en sus primeros meses—, obliga a revisar, actualizar, y ratificar o modificar los análisis, las conclusiones y las directrices estratégicas de la política nacional e internacional de la Revolución Cubana.
Con la culminación del traspaso del control de los órganos de dirección partidistas y estatales, del liderazgo fundador a la dirección de relevo, en el VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba, entre el 16 y el 21 de abril de 2021, concluye el primer gran período histórico de la Revolución Cubana, cuya etapa de lucha por conquistar el poder comienza en 1953 y la de ejercicio del poder conquistado en 1959, es decir, hace 67 y 61 años, respectivamente. Para todas las cubanas y cubanos, incluida la militancia del PCC, la envergadura de este acontecimiento representa, tanto una oportunidad excepcional como una necesidad vital, de empinarnos, crecernos y, con la altura requerida, mirar a nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.
El propósito de la serie de tres artículos cuya divulgación empieza hoy es contribuir al ya impostergable debate sobre de dónde viene, dónde está y hacia dónde va la Revolución Cubana, en este caso, desde la perspectiva del tema de trabajo e investigación al que he dedicado mi vida, Dominación imperialista y lucha popular en América Latina, con la etapa histórica abierta por ella (1959‑1989) como antecedente y referente, y con la etapa histórica iniciada a contracorriente de la crisis terminal del “socialismo real” (1985‑1991) como el objeto de estudio principal. El título de esta serie alude, metafóricamente, a que Cuba se mueve en una “zona de riesgo” semejante al Triángulo de las Bermudas, donde “desaparecen” barcos y aviones. Con buenas brújulas, decrece el peligro de navegar por aguas como esas: ¿las tenemos?
El vértice principal del triángulo enunciado en el título es la acumulación de problemas propios. Con mayor nitidez que en cualquier proceso o acontecimiento anterior —y ha habido muchos— el impacto de la COVID‑19 colocó el foco de atención en Cuba, a un mismo tiempo y con igual nitidez, en las fortalezas y las debilidades coexistentes en la edificación socialista emprendida el 16 de abril de 1961:
- Ejemplo de las fortalezas de la Revolución Cubana es haber creado un sistema de salud y una red de centros de investigación científica que le permiten hacer lo que ningún otro país ha podido: ingresar en hospitales al 100% de los casos detectados con la enfermedad y aplicarles tratamientos probadamente efectivos, alojar a todos los contactos de esos pacientes en centros de diagnóstico y profilaxis, y activar un mecanismo nacional de prevención, detección temprana, monitoreo y pronóstico del comportamiento de la enfermedad. Por si eso fuera poco, Cuba desarrolla candidatos vacunales propios, capacidad presuntamente exclusiva de las grandes potencias que, en cuanto se conviertan en vacunas certificadas, le permitirán inmunizar a toda su población y ponerlas a disposición de otros países. Estas y otras fortalezas de igual calibre demuestran el potencial de un pueblo en revolución.
- Las debilidades del socialismo cubano se evidencian en que, si bien todas las naciones, grandes y pequeñas, desarrolladas y subdesarrolladas, fuertes y frágiles, sufren el devastador golpe económico y social de la pandemia, para Cuba constituye un triple golpe porque: 1) lo recibe una sociedad cuya economía no logró levantar el vuelo, con alas propias, en los 61 años transcurridos a partir del triunfo de la Revolución; 2) desde 2016 padecía uno de los recurrentes agravamientos de su crónica crisis económica; y, 3) la pandemia la estremeció en el preciso momento en que se disponía a reavivar uno de sus —también recurrentes— cambios de política económica, en concreto, en el momento en que se proponía relanzar la pausada actualización del modelo económico emprendida en 2010,[1] que en 2020 no había empezado a dar los frutos esperados. Esos tres indicadores muestran que el socialismo cubano no ha encontrado el camino hacia “la tierra prometida”.
He aquí otra metáfora: “la tierra prometida”. Ella apunta a que, a partir de la proclamación de su carácter socialista, la Revolución Cubana asumió el compromiso y la tarea estratégica de motivar, educar, formar, organizar, movilizar y conducir al pueblo en la transición hacia una sociedad de productores libres, en la que se aboliría el Estado y cada cual recibiría los bienes materiales y espirituales acordes con sus necesidades. La edificación de la nueva sociedad sería un proceso largo, complejo y arduo. Habría que resistir y vencer brutales agresiones, y hacer enormes sacrificios, pero el socialismo no sería una eterna batalla cuesta arriba: vencer agresiones y hacer sacrificios no sería un fin en sí mismo. Al final del camino, el pueblo cubano arribaría a la sociedad comunista: el comunismo era la tierra prometida. Sin embargo, el proceso revolucionario llega al cierre de su primer gran período histórico con un lacerante déficit en el desarrollo económico y social originalmente concebido, y sin que los ejercicios de prueba y error realizados en estos terrenos hayan dado, ni estén dando, resultados positivos. Este es un problema mayúsculo. Con esa vara, tirios y troyanos medirán lo que haga la dirección de relevo, en especial, su capacidad de:
- garantizar la continuidad de las grandes obras heredadas, y sobre todo, resolver los grandes problemas que también hereda, en un plazo y con una efectividad razonables;
- hacer más llevadera la cotidianidad del largo peregrinaje de la sociedad cubana en pos de la tierra prometida, que no se acerca, sino se aleja, en el horizonte; y,
- convocar y facilitar el debate de las peregrinas y los peregrinos en busca de respuestas que revivan, reaviven, renueven y fortalezcan sus motivaciones para seguir adelante: ¿qué es la tierra prometida? ¿Cómo se llega a ella? ¿Cuánto más tendrán que seguir peregrinando? ¿Qué recompensa les espera allí? Dicho en otros términos, convocar y facilitar un proceso mediante el cual nuestras peregrinas y nuestros peregrinos conciban y construyan una nueva utopía socialista que, con palabras de Galeano, les sirva para caminar.[2]
Las consignas no sustituyen a los programas. Las consignas se utilizan para convocar y movilizar en torno a los programas. Nuestro “socialismo próspero y sostenible” necesita fundamentarse en un programa que especifique qué entendemos por próspero, qué entendemos por sostenible y, sobre todo, qué entendemos por socialismo, dado que nuestra matriz de “construcción del socialismo y avance hacia el comunismo” fue la experiencia soviética, y en 2021 se cumplen 30 años de la disolución y el desmembramiento de la URSS. Sobre esa experiencia, hace más de 15 años Fidel dijo:
Una conclusión que he sacado al cabo de muchos años: entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo.[3]
Aunque la acumulación de problemas propios es el vértice principal del triángulo, en vez de abordarlo en este primer artículo de la serie, el presente texto inicial se dedica al “planteamiento de la hipótesis”. El motivo es que el PCC se encuentra en la recta final de los preparativos de un congreso que focalizará su atención en los mismos temas puntuales de política interna que los dos anteriores. De ello se deriva que no tiene sentido hablar, y mucho menos especular, al respecto. Lo que toca hacer en estas semanas es, con los mejores deseos de éxito y el mayor espíritu unitario, aguardar sus resultados. Habrá tiempo para debatir en qué medida hubo o no hubo en sus decisiones la correspondencia entre continuidad y cambio que cada cubana y cubano esperaba.
Abrir espacios de debate dentro de la Revolución, es la mejor manera de anular los espacios de ataque contra la Revolución
El sesenta aniversario de la línea de principios trazada por Fidel, dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada, es buen momento para que nuestra cultura y nuestra práctica política empiecen a regirse por el concepto de que abrir espacios de debate dentro de la Revolución es la mejor manera de anular los espacios de ataque contra la Revolución. Esto es coherente con la orientación dada por Raúl, el 18 de diciembre de 2010, de no temerle a las discrepancias:
No hay que temerle a las discrepancias de criterios y esta orientación, que no es nueva, no debe interpretarse como circunscrita al debate sobre los Lineamientos; las diferencias de opiniones, expresadas preferiblemente en lugar, tiempo y forma, o sea, en el lugar adecuado, en el momento oportuno y de forma correcta, siempre serán más deseables a la falsa unanimidad basada en la simulación y el oportunismo. Es por demás un derecho del que no se debe privar a nadie. Mientras más ideas seamos capaces de provocar en el análisis de un problema, más cerca estaremos de su solución apropiada.[4]
¿En qué mejor lugar que en un portal de jóvenes antiimperialistas, anticapitalistas y revolucionarios como es La Tizza, en qué momento más oportuno que cuando comienza el segundo gran período de la historia de la Revolución Cubana, y de qué forma más correcta que con un análisis realizado con el instrumental de la teoría de la revolución social de fundamento marxista y leninista, se podría decir lo que aquí se dice?
Mi opinión es que los cambios que necesita Cuba son para más revolución, no para menos. Fidel dijo que “los revolucionarios primero dejan de ser, que dejar de ser revolucionarios”.[5] Pienso que ser revolucionarios o revolucionarias en la Cuba actual es decir todo lo que hay que decir y hacer todo lo que hay que hacer para revolucionar la política, la economía, la cultura y la sociedad, en función de cumplir la tarea hace muchos años planteada por él de “recuperar lo perdido y avanzar mucho más”.
La clave para actuar como revolucionarias y revolucionarios está en cómo entender, asumir y ser consecuentes con la relación dialéctica entre continuidad y cambio. Cuando se está produciendo el cierre del primer gran período histórico de la Revolución Cubana y el inicio del segundo: ¿qué debe continuar y qué no debe continuar? ¿Qué debe cambiar y qué no debe cambiar? Sobre esta base, lo que yo espero del VIII Congreso es que:
- la continuidad sea en el plano general, en el plano de la continuidad histórica de la Revolución Cubana, de la continuidad histórica de un proceso revolucionario que está en constante e indetenible movimiento, que de modo permanente tiene que crecerse y superarse, que siempre necesita crecerse y superarse a sí mismo; y,
- el cambio sea en el plano concreto, en el plano planteado en las dos ideas iniciales del concepto de Revolución de Fidel: “Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado […]”.
En esencia, espero que la relación entre un plano y otro sea: continuidad histórica de la Revolución como proceso perfectible, dentro del cual, en función de la cual, y como requisito de la cual, con sentido del momento histórico, cambie todo lo que debe ser cambiado.
Un día le oí decir a Frei Beto: El socialismo premia los esfuerzos; el capitalismo premia los resultados. El pueblo cubano necesita y merece un socialismo con resultados perceptibles en la vida cotidiana. Todo aquello que lo impida, lo entorpezca, lo dificulte o lo demore, debe ser cambiado. Eso es lo que espero del congreso. Sin dudas, actualizar es una forma de cambiar, pero no la única que existe, ni la única que el socialismo cubano requiere.
Con la política exterior la situación es distinta. No es necesario esperar la realización del congreso porque no está en su agenda. Ese tema siempre es motivo de pronunciamientos y posicionamientos, pero en 1991, hace 30 años, en el IV Congreso, fue cuando por última vez se elaboró, discutió y aprobó una tesis y una resolución en este ámbito crucial. No creo que se deba —ni se pueda— esperar al IX Congreso para emprender un estudio a fondo de los retos y posibilidades de la Revolución Cubana en la arena internacional. Hay problemáticas en esta esfera que requieren análisis estratégicos actualizados.
Uno de los principales desafíos de la política exterior de Cuba es cómo enfrentar la “nueva carencia” de un espacio solidario de concertación política, comercio, cooperación y colaboración. A raíz de la restauración capitalista en los países del Consejo de Ayuda Mutua Económica, al que se incorporó en 1972,[6] Cuba quedó sumida en lo que Fidel caracterizó como un doble bloqueo, y se vio obligada a establecer el período especial en tiempo de paz. Fue la elección de gobiernos de izquierda y progresistas en diez países de América Latina la que le posibilitó encontrar una nueva familia con la cual establecer relaciones de hermandad: la familia que construyó el ALBA‑TCP, democratizó al MERCOSUR, fundó la UNASUR y, junto con el CARICOM, construyó la CELAC. Sin embargo, entre 2009 y 2019, ocho de esos gobiernos fueron, o bien derrocados o bien derrotados, y uno traicionado, mientras que los dos restantes están sometidos a un intenso asedio. Esto le plantea a Cuba la “nueva carencia”, que nadie debe imaginar que puede ser suplida por un eventual levantamiento del boqueo.
La salida de Donald Trump de la Casa Blanca —quien arreció el bloqueo contra Cuba a niveles sin precedentes— y la entrada en ella de Joseph Biden —quien era vicepresidente de los Estados Unidos cuando Barack Obama restableció las relaciones diplomáticas con Cuba—, abren la posibilidad de que, en algún momento y en condiciones por determinar, se reinicien los diálogos entre ambos gobiernos, lo que presumiblemente incluiría restablecer las acciones de flexibilización del bloqueo aprobadas por Obama y retomar el proceso en pos de su levantamiento total. Eso sería un gran alivio, pero no la panacea de las dolencias de la economía cubana.
En América Latina el panorama todavía es incierto. Los reveses sufridos por las fuerzas de izquierda y progresistas siguen siendo superiores a las nuevas victorias, que incluyen la elección de un gobierno en México, la recuperación del gobierno en Argentina y Bolivia, y el formidable terremoto que, no solo en Brasil, sino en toda América Latina, provoca la anulación de los fallos judiciales que inhabilitaban a Lula como candidato presidencial, al que se suma el reciente fallo contra el ex juez Sergio Moro, que desmorona el pilar de la guerra mediática y la guerra jurídica en todo el subcontinente que ha sido el caso Lava Jato. Sin embargo, aún es pronto para cantar victoria. El retorno de la izquierda y el progresismo al gobierno no será un “lecho de rosas”. Esta afirmación la avala el triunfo del candidato de la oligarquía en la elección presidencial efectuada en Ecuador el 11 de abril de 2021, y la derrota de las fuerzas populares, que fueron divididas a esos comicios. Hay que monitorear el flujo y reflujo de la correlación regional de fuerzas.
He aquí los otros temas que, junto con la acumulación de problemas propios, abordamos en estos artículos como los otros dos vértices del “Triángulo de las Bermudas” por el que navega Cuba:
- El “doble filo del bloqueo” se refiere al diferendo entre Cuba y los Estados Unidos con sus antípodas: la agudización del conflicto y del bloqueo versus la normalización de las relaciones bilaterales, con énfasis en qué podemos esperar y qué no debemos esperar del eventual cese de ese engendro genocida; y,
- El “reflujo de la izquierda latinoamericana” se refiere a la afectación que ese cambio negativo en la correlación regional de fuerzas le ocasiona a la Revolución Cubana, dado que el futuro de Cuba dependerá de la emancipación del subcontinente, tanto como la emancipación del subcontinente dependerá del futuro de Cuba.
Las premisas de los análisis y las reflexiones contenidos en esta serie de artículos son:
- Cuatro procesos mundiales, escalonados y con efectos acumulativos, ejercen influencias determinantes en los cambios ocurridos en la situación de América Latina a partir de la década de 1970, de los cuales se derivan, tanto la mutación ocurrida en las condiciones y características de las luchas populares, como las posibilidades y límites de los gobiernos de izquierda y progresistas:
- En la década de 1970, ocurre el salto de la concentración nacional a la concentración transnacional de la propiedad, la producción y el poder político (conocido como globalización), cambio cualitativo en la formación económico‑social capitalista cuyo detonante fue el irreversible agotamiento de la capacidad de reproducción expansiva del capital iniciado en ese decenio. Para paliar sus efectos, se desata una ofensiva del capital contra el trabajo, con el fin de intensificar la concentración de la riqueza y la exclusión social. En el caso de América Latina, este proceso modifica el lugar que la región ocupaba desde principios del siglo XX en la división internacional del trabajo, y destruye las estructuras y relaciones socio‑clasistas características de esa etapa.
- En la década de 1980, la avalancha universal del neoliberalismo apuntala, legitima e institucionaliza la concentración transnacional de la propiedad, la producción y el poder político, incluida la reestructuración y refuncionalización de los mecanismos de dominación imperialista mundiales y regionales existentes, y la creación de otros. Además de sufrir los efectos generales de este proceso, al igual que el resto del mundo subdesarrollado y dependiente, América Latina sufre los efectos específicos de un nuevo sistema de dominación continental del imperialismo norteamericano, desplegado en lo fundamental durante el mandato presidencial de George H. Bush (1989‑1993).
- Entre finales de la década de 1980 y comienzos de la de 1990, el derrumbe de la Unión Soviética y el bloque europeo oriental de posguerra nucleado en torno ella, le facilitó al imperialismo encubrir su propia crisis sistémica, despejó el camino para el avance incontestado de la avalancha universal del neoliberalismo, y sumió en el descrédito a, corto y mediano plazo, a las ideas revolucionarias y socialistas.
- En la década de 1990, cristaliza la neoliberalización de la socialdemocracia europea. Ese heterogéneo vector político e ideológico, que durante las primeras seis décadas del siglo XX contribuyó a la reproducción de la hegemonía burguesa y se erigió en portaestandarte del “Estado de bienestar”, a raíz del derrumbe de la URSS y para paliar el creciente rechazo de los pueblos al neoliberalismo, terminó de renegar por completo de sus orígenes, lo cual ya venía haciendo desde inicios de ese siglo XX, asumió como propia a la doctrina neoliberal y, con un discurso light, disfrazado de “alternativo”, “contestatario” y hasta “opositor”, se dedicó a reproducir la hegemonía burguesa de la presente etapa de la involución del capitalismo: la hegemonía neoliberal.
- La sucesión de “elementos predominantes” que caracterizan la nueva etapa de luchas que en América Latina se abre entre 1989 y 1991 es la siguiente:
- 1989‑1994: la restructuración del sistema de dominación continental del imperialismo norteamericano, basado en la imposición de la democracia neoliberal y en mecanismos transnacionales de control y sanción de “infracciones”.
- 1994‑1998: el agravamiento de la crisis estructural y funcional del capitalismo latinoamericano, provocado por el cambio cualitativo en el sistema de dominación.
- 1994‑1998 (en paralelo al anterior) el auge de la lucha de los movimientos sociales contra el neoliberalismo, parte importante de los cuales devienen movimientos social‑políticos.
- 1998‑2009: la elección de gobiernos progresistas y de izquierda, que logran capitalizar los efectos sociales y políticos de la concentración de la riqueza y aprovechar los espacios políticos formales de la democracia burguesa.
- 2009‑ : la contraofensiva del imperialismo norteamericano y la derecha latinoamericana para recuperar los espacios conquistados por esos gobiernos.
El efecto en cadena de estos cinco procesos es: a mayor dominación, mayor crisis; a mayor crisis, mayor lucha social; a mayor lucha social, mayor potencial de lucha política; y a mayor tiempo de la izquierda en el gobierno sin hacer transformaciones estructurales, se abren flancos a la desestabilización, aumenta el voto de castigo de los sectores no comprometidos con ella (que antes lo habían emitido contra los neoliberales), y aparece la abstención de castigo dentro de sus propias bases sociales.
- En virtud de los “procesos” y los “elementos predominantes” antes esbozados, la izquierda y el progresismo latinoamericanos han atravesado, desde mediados de la década de 1980 hasta el presente, por dos fases de acumulación y tres fases de desacumulación de fuerza social y política. Nótese que la acumulación comienza desde 1985, es decir, antes de la reestructuración del sistema de dominación continental del imperialismo norteamericano (1989‑1991).
- Fases de acumulación:
- De 1985 a 1998 los pueblos reunieron la fuerza social suficiente para derrocar a gobiernos neoliberales, y la fuerza política suficiente para ocupar espacios en gobiernos locales y legislaturas nacionales, pero insuficiente para ocupar el gobierno nacional.
- De 1998 a 2009 los pueblos lograron la fuerza social y política suficiente para elegir, y en algunos países reelegir varias veces, a gobiernos nacionales de izquierda o progresistas.
3.2.1 De 2009 a 2012 no hubo derrotas electorales de gobiernos de izquierda o progresistas, pero sí golpes de Estado “de nuevo tipo” en los “eslabones más débiles de la cadena”: Honduras (2009) y Paraguay (2012).
3.2.2 De 2013 a 2014 no hubo derrotas electorales, pero sí una mayor efectividad de la estrategia desestabilizadora, que redujo a la mínima expresión el margen de votos con que la izquierda conservó el gobierno en Venezuela (2013) y El Salvador (2014).
3.3.3 De 2015 a 2019 las derrotas electorales en Argentina, El Salvador y Uruguay, los golpes de Estado “de nuevo tipo” en Brasil y Bolivia, y la traición en Ecuador, golpean a seis de los “eslabones más fuertes de la cadena”, al tiempo que se intensifica el asedio contra los dos restantes: Venezuela y Nicaragua.
Palabras finales
En el primer semestre de 2009, la acumulación continental de fuerza social y fuerza política de la izquierda y el progresismo latinoamericano y caribeño estaba en su cenit. El eje de aquella acumulación era la interacción solidaria entre el ALBA‑TCP y el MERCOSUR hegemonizado por la izquierda y el progresismo, que junto al Grupo de Río y el CARICOM, acorralaron a la OEA a tal punto que, en la XXXIX Asamblea General de esa organización, los días 2 y 3 de junio de ese año, se vio obligada a dejar sin efecto la expulsión del Gobierno Revolucionario de Cuba del Sistema Interamericano, adoptada por su VIII Reunión de Consulta, el 30 de enero de 1962. Aunque Cuba jamás regresará a la OEA, esa decisión constituye una reivindicación histórica.
La anulación de las sanciones aún vigentes contra Cuba por parte de la OEA ocurrió apenas 4 meses y 14 días después de la toma de posesión de Barack Obama como presidente de los Estados Unidos. No es casual que el vice asistente de Seguridad Nacional que, en el segundo mandato de Obama, desempeñó el rol principal en las negociaciones que desembocaron en el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos y Cuba, Ben Rhodes, dijera en sus memorias: “cada vez que viajamos a América Latina nuestras reuniones estuvieron dominadas por las quejas sobre nuestra política hacia Cuba”.[7]
Pero, 2009 fue el año en que se inició la primera fase de desacumulación de fuerza social y política de la izquierda y el progresismo latinoamericano mencionada en este artículo (2009‑2012). Nótese la brusquedad del cambio, que se produjo en apenas 25 días de un mismo mes, en un mismo país y como una misma figura política como centro:
- el levantamiento de la sanción de la OEA contra Cuba ocurrió el 3 de junio de 2009, en Honduras, con el presidente Manuel Zelaya como anfitrión de la Asamblea General de la OEA; y,
- el primer derrocamiento de un gobierno latinoamericano de izquierda o progresista ocurrió el 28 del propio mes de junio, en la propia Honduras, con el propio presidente Zelaya (y el pueblo hondureño) como víctima.
En el segundo artículo de esta serie se esbozarán algunas reflexiones sobre los dos procesos de normalización de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos que se han desarrollado, uno en los mandatos presidenciales de Gerald Ford (1974‑1977) y James Carter (1977‑1981), y el otro durante el segundo mandato de Barack Obama (2013‑2017), y se sugerirán algunas ideas sobre qué se puede esperar y qué no se debe esperar del eventual levantamiento del bloqueo. A priori, es evidente que el contexto regional del diferendo entre ambos países a inicios de la administración Biden, no es igual al existente a inicios de la administración Obama.
– Roberto Regalado (La Habana, 1953) Politólogo, doctor en Ciencias Filosóficas, profesor adjunto de Ciencias Políticas, licenciado en Periodismo y profesor de Inglés, miembro de la Sección de Literatura Histórica y Social de la Asociación de Escritores, de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba. Entre sus libros se encuentran América Latina entre siglos: dominación crisis, lucha social y alternativas políticas de la izquierda (2006), Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana: una mirada desde el Foro de São Paulo (2007), La izquierda latinoamericana en el gobierno: ¿alternativa o reciclaje? (2012), y Construindo a Integração Latino Americana e Caribenha (2012, coautor junto a Valter Pomar), así como la compilación y edición de las antologías Los gobiernos de izquierda en América Latina (2018), El ciclo progresista en América Latina (2019), y Experiencias del ciclo progresista en América Latina (2020).
[1] En su Informe Central al VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, efectuado del 16 al 19 de abril de 2011, su primer secretario, el general de Ejército Raúl Castro Ruz dijo: “Este Congreso […] en la práctica comenzó el 9 de noviembre del pasado año, cuando fue presentado el Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, cuestión que, como ya se ha indicado, constituye el tema principal del evento, en el cual están cifradas grandes expectativas del pueblo.
[2] Eduardo Galeano: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.
[3] Fidel Castro Ruz: Discurso en el Aula Magna de la Universidad de La Habana el 17 de noviembre del 2005.
[4] Discurso pronunciado por el general de Ejército Raúl Castro Ruz, presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, en la clausura del Sexto Período Ordinario de Sesiones de la Séptima Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el Palacio de Convenciones, el 18 de diciembre de 2010.
[5] Fidel Castro Ruz: Discurso pronunciado en la Escalinata de la Universidad de La Habana el 13 de marzo de 1968.
[6] Cuba ingresa al CAME el 11 de julio de 1972, dentro del cual su relación más estrecha fue con la URSS. Sobre este tema, Guerra y Maldonado dicen: “[…] en diciembre de 1972, se firmó un importante acuerdo con la URSS, como resultado del encuentro en Moscú entre Fidel Castro y Leonid Brezhnev —quien reciprocó la visita en enero de 1974—, que aplazó hasta 1986 el pago de los intereses y el principal sobre todos los créditos soviéticos entregados a Cuba antes de 1973, aunque luego los proyectados reembolsos de prolongaron hasta el siglo siguiente. Ello hizo que el intercambio con la URSS llegara en los ochenta a representar más del 60% de todo el comercio exterior de la isla: 63% en alimentos, 86% en materias primas, 80% en maquinaria y equipos, 98% en combustibles, 57% en productos químicos y 75% en manufacturas. Como resultado la economía prosperó a un ritmo extraordinario”. Sergio Guerra y Alejo Maldonado: Historia de la Revolución Cubana: síntesis y comentario, Ediciones La Tierra, Quito, 2005, pp. 158‑159.
[7] Ben Rhodes: The World As It Is: A Memoire of the Obama White House, Random House, New York, 2018, p. 206.