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Hace muy poco, el 24 de agosto de 1999, el universal escritor argentino Jorge Luis Borges habría cumplido cien años; pero ya va para tres lustros que le fueron dadas las dos abstractas fechas, si bien no el olvido.
Sé que no tenemos tiempo, que debemos cada minuto al compromiso que hace siglos adquirimos con nuestra rutina, pero olvidemos por un momento los hechos, que nada importan, que son el mero punto de partida para impulsar la invención, imaginemos por un momento que estamos en Ginebra, al pie de los Alpes, nos llega el frescor del lago Léman y nos adentramos en la ciudad -el clima, pese a ser agosto, es indulgente-.
Cuando consigamos coger un taxi, le tendremos que indicar al taxista: «el número 10 de la Rue des Rois», que queda en el centro de Ginebra, en la orilla izquierda del Ródano, y: «el cimetiére de Plainpalais».
Llegaremos a un lugar con la apariencia de un gran parque; atravesaremos la entrada y, sin demasiado esfuerzo, descubriremos una vitrina con un listado en su interior. Buscaremos con la mirada la «B» de Borges, y allí veremos su nombre, y los sombríos datos «número de tumba 735, posición D-6». Nuestros pasos sonaran por el solitario sendero, e iremos dejando atrás bifurcaciones, longevos árboles, césped bien regado, lápidas grises y alguna fuente, hasta llegar al pie de un ciprés, a cuya derecha está la sepultura.
La realización de la lápida fue encargada al escultor argentino Eduardo Longato. La piedra es blanca y áspera, y en lo alto de su cara anterior se lee «Jorge Luis Borges». Justo debajo la inscripción «And ne forhtedon na» junto a un grabado circular con siete figuras humanas. Por último, una pequeña cruz de Gales y «1899/1986» es todo lo demás que puede apreciarse en el anverso.
La inscripción «And ne forhtedon na», formulada en inglés antiguo, ha sido traducida hasta la saciedad -acaso por la influencia del libro Borges, esplendor y derrota, de María Esther Vázquez– como «Las puertas del cielo se abrieron hacia él»; sin embargo, éste parece sólo un error condenado a repetirse, y la traducción correcta -conviniendo con el artículo «Siete guerreros nortumbrios» de Martín Hadis, publicado en la revista Idiomanía- es en realidad «Y que no temieran».
Serviré por unos minutos de modesto guía del novicio visitante de la tumba de Jorge Luis Borges en este día de conmemoraciones. Borges era un enamorado de las antiguas sagas nórdicas, en colaboración con la propia María Esther Vázquez escribió el volumen Literaturas germánicas medievales, allí podemos encontrar un artículo titulado «La balada de Maldon», que nos explica un poema épico del siglo X.
El poema describe el enfrentamiento que tuvo lugar el diez u once de agosto del año 991, en el río Blackwater, en Essex, Inglaterra; el pasaje que nos interesa es el que sigue: «Entonces comenzó Byrhtnoth a arengar a los hombres / Cabalgando les aconsejó, enseñó a sus guerreros / Cómo debían pararse y defender sus lugares / Les ordenó que sostuvieran bien sus escudos / con sus puños firmes y que no temieran. / Entonces cuando sus huestes estuvieron bien ordenadas / Byrhtnoth descansó entre sus hombres donde más le gustaba estar / Entre aquellos guerreros que él sabía más fieles». A la segunda parte del quinto verso transcrito pertenece el epitafio del anverso de la lápida de Borges.
El grabado de los siete guerreros es copia del grabado de otra lápida -posiblemente la lápida erigida en el siglo IX en el monasterio de Lindisfarne, en el norte de Inglaterra, que conmemora el ataque vikingo sufrido por el monasterio en el año 793- que Borges relacionó con «La balada de Maldon»; él mismo nos habla de ella: «Una lápida del norte de Inglaterra representa, con torpe ejecución, un grupo de guerreros nortumbrios. Uno blande una espada rota; todos han arrojado sus escudos; su señor ha muerto en la derrota y ellos avanzan para hacerse matar, porque el honor les obliga a acompañarlo».
Las afirmaciones que Borges hizo en vida sobre la muerte son contradictorias, a veces dijo no temerla, sino ansiarla como la única vía para salvarse de él mismo; otras dijo no suicidarse por cobardía. Los heroicos guerreros sajones de su lápida parecen querer infundirle valor ante su último acto en el mundo… y que no temiera.
Pero no es todo batalla y valor en el frío mármol sepulcral. La cara posterior de la lápida en el cementerio de Plainpalais contiene la frase «Hann tekr sverthit Gram okk / legger i methal theira bert», que se corresponde con dos versos del capítulo veintisiete de la Völsunga Saga (saga noruega del siglo XIII): «El tomó su espada, Gram, y colocó el metal desnudo entre los dos«. Bajo esta segunda inscripción aparece el grabado de una nave vikinga, y bajo ésta una tercera inscripción: «De Ulrica a Javier Otálora».
El sentido original de la segunda inscripción hace referencia a la historia del héroe Sigurd, que cuando comparte el lecho con Brynhild, la pretendida por el hermano de su esposa, para no tocarla coloca la espada entre ambos.
Años después, en una crisis de celos, Brynhild hace matar a Sigurd; cuando comprende que no puede sobrevivir su muerte se apuñala, y pide yacer en la misma pira que Sigurd, y que de nuevo esté entre los dos la espada desnuda, como en aquellos días en que subieron juntos a un mismo lecho. Gram, como Escalibur, como Durandal, era el nombre de una espada.
Los dos mismos versos los utilizó también Borges como epígrafe de su relato «Ulrica», único relato de amor del autor, escrito en 1975: «El tema del amor es harto común en mis versos; no así en mi prosa, que no guarda otro ejemplo que ‘Ulrica'». En la fecha de composición de este relato, cuyo protagonista se hace llamar Javier Otálora, Borges ya mantenía relaciones con María Kodama, su último amor, la heredera de todas sus obras, lo que nos hará inevitable pensar que la tercera inscripción debe interpretarse como «De María Kodama a Jorge Luis Borges».
Cuando Borges inició su idilio con Kodama, él tenía setenta y cinco años y ella treinta y ocho. Por ésa, y por otras muchas razones, el visitante de la tumba de Borges, allá en la arbolada necrópolis suiza, pudiera conjeturar que el mensaje de la espada desnuda está cargado de implicaciones sexuales, pero yo no avendré en esas disquisiciones, porque al fin y al cabo Borges ya murió, y con él la suma del intolerable universo.