El Diario de Campaña del Che Guevara en Bolivia es un documento de un gran valor histórico y revolucionario. De cada una de sus páginas surge un noble aporte para la revolución latinoamericana; un altísimo ejemplo de moral revolucionaria y un caudal de datos para el análisis estratégico.
Quién lee el Diario comprende con facilidad por qué el Che se ha convertido en el héroe de las juventudes de todo el mundo. No son únicamente los jóvenes latinoamericanos, sino también los europeos, norteamericanos, africanos y asiáticos los que veneran su nombre y levantan su retrato como estandarte de rebeldía y de combate.
Es que el Che reúne la valentía ilimitada con la voluntad férrea de alcanzar el ideal aun a costa de sacrificar todo lo concerniente a uno mismo –incluso la vida- ; reúne la más ardiente rebeldía contra todo lo que es injusto y contra todo lo que pretende perdurar bajo el manto de la santificación dogmática, con la más alta y humanista militancia del internacionalismo revolucionario que le hizo combatiente de todos los pueblos: argentino que combatió con las armas por la Revolución Cubana y que no encontró dentro de sí fronteras chovinistas tampoco para combatir por la revolución boliviana y entregar su vida en aras de ella, como la habría entregado sin duda por la revolución salvadoreña o de cualquiera otro país de América Latina y el mundo.
Las páginas del Diario dan testimonio también de que junto al Che lucharon con igual arrojo y determinación, con similares cualidades, un puñado de compañeros cubanos forjados en la Sierra Maestra. Ninguno de estos cubanos se doblegó, ninguno desertó y su sangre regó generosamente el suelo boliviano para hacerlo más fecundo a la revolución. Los cubanos caídos luchando junto al Che dan prueba del internacionalismo militante de la Revolución Cubana, de la que son ellos hijos y altivos exponentes. Y que la semilla del internacionalismo revolucionario germina en América Latina, lo demuestra también la sangre peruana y boliviana derramada en esta experiencia guerrillera encabezada por el Che.
El Diario es fuente de inspiración revolucionaria y constituye un documento en extremo útil para la formación de la joven generación combatiente, lo mismo que para remecer los estados de ánimo blandengues de algunos revolucionarios cansados, de la vieja generación. Quien no sea sensible a este aspecto del Diario de Campaña del Che en Bolivia, quién no se sienta hermano del Che y de sus compañeros al leer el documento, quién no se duela de su muerte, está quizás perdido para la revolución latinoamericana.
El Diario de Campaña del Che en Bolivia es, al mismo tiempo que un testimonio de la más elevada moral revolucionaria, un documento de inestimable valor para el análisis estratégico, frío, racional ¿Cómo sale de la prueba la concepción estratégica del “foco guerrillero” como punto de partida de la revolución y como vía de la revolución? Esta es la interrogante inevitable, ineludible, que encierra a su vez muchas otras interrogantes y que debe ser respondida teniendo a la vista el Diario del Che porque, en realidad, durante los últimos ocho años se han realizado en nuestro continente varias decenas de fallidos intentos por crear y desarrollar victoriosamente focos guerrilleros en no menos de diez países, guiándose precisamente por esta misma concepción. Ninguno de esos otros intentos, sin embargo, dejó un testimonio tan fiel como este de Bolivia y ningún guerrillero latinoamericano habría sido más autorizado que el Comandante Ernesto Che Guevara para escribirlo.
Quienes de verdad se interesen por la suerte de la revolución latinoamericana y quieren llevarla a coronación victoriosa, no pueden menos que plantearse la tarea de realizar al análisis de la estrategia del foco guerrillero a la luz del Diario de Campaña del Che en Bolivia, porque es indispensable que cuanto antes el movimiento revolucionario de nuestro continente evalúe ese método y todos los otros métodos puestos en práctica a lo largo de los años transcurridos luego del triunfo de la Revolución Cubana y haga esfuerzo supremos por encontrar un camino eficaz, para derrotar a un enemigo que se ha redoblado y que no puede ya ser tomado por sorpresa. De lo contrario, tendríamos que conformarnos con contemplar como el oleaje revolucionario se rompe contra los muros de contención que ha aprendido a levantar el imperialismo y tendríamos que resignarnos a muchos años más de postergación y frustraciones.
Renunciar al análisis frío y crítico de la experiencia reflejada en el Diario del Che, sería convertir este documento únicamente en un modelo de cómo debe morir un revolucionario honrosamente, heroicamente; pero no le extraeríamos las enseñanzas que arroja para resolver el problema de cómo hacer la revolución.
Teniendo en cuenta estas necesidades apremiantes de la revolución latinoamericana, nosotros nos permitimos discordar con la opinión que vierte el compañero Fidel Castro en su prólogo al Diario del Che, condenando a todos aquellos que lleguen a la conclusión de que este se equivocó. Respetamos y admiramos a Fidel, sentimos hacia él un gran cariño fraterno, pero esos sentimientos no pueden llevarnos a creer que nunca se equivoca, que siempre tiene la razón. Fidel trata de demostrar en este prólogo suyo que en Bolivia salió airosa la teoría del foco guerrillero (hablamos del foco y no de la lucha armada en general) ; explica la derrota del Che y sus compañeros principalmente por dos causas: según puede deducirse de todo el texto, en primer lugar, por la actitud retranca del dirigente del Partido Comunista de Bolivia, Mario Monge, quién –según se afirma- trató primero de disputar la dirección político-militar al Che, y estuvo interrogando después a compañeros adiestrados para la guerrilla, de modo que no se incorporaran a ella; en segundo lugar, explica la derrota por la conjugación de factores adversos deparados por el azar.
Nosotros no ponemos en duda lo que el Che dice en su Diario acerca de Mario Monge, ni hacemos al defensa de éste. Si esa fue su actuación, merecida se tiene la crítica que se le hace. Por lo menos esa es nuestra opinión, tomada sin conocer el alegato de Mario Monge en su descargo, ni las opiniones de su Partido en torno a esta cuestión. Pero al mismo tiempo, no aceptamos el razonamiento de que la actuación de Mario Monge y la consiguiente actitud poco cooperativa a una convergencia que se achaca al Partido Comunista de Bolivia, sean una causa determinante de la derrota del Che.
En Cuba y en Argelia se desarrollaron dos guerras revolucionarias que no contaron inicialmente con la aprobación de los respectivos Partidos Comunistas y fue el desarrollo ascendente de esas guerras, impulsado por las favorables condiciones existentes y por el correcto aprovechamiento de las mismas por parte de la dirección político-militar en ambos casos lo que obligó más tarde a los Partidos Comunistas de Argelia y Cuba, a cambiar su línea y a dar apoyo activo a la lucha armada, participando directamente en ella.
Entre la actitud del Partido Comunista de Argelia y el Partido Socialista Popular de Cuba (nombre que tenía ahí el Partido Comunista de Cuba) existen, diferencias en cuanto al grado de su aproximación a la lucha armada, con ventaja para los comunistas cubanos, que no estando de acuerdo con ella, hicieron desde un principio, sin embargo la defensa de Fidel y de su lucha. Estas dos experiencias dan prueba histórica de que lo determinante para el desarrollo de la guerra revolucionaria no es la actitud que asuma el Partido Comunista, o cualquiera otro partido, sino la existencia de ciertas otras condiciones políticas, que hagan posible que las masas pasen a esta forma superior de la lucha de clases que es la lucha armada.
Desde luego, que existiendo estas condiciones, la resuelta participación del Partido, su línea correcta sobre la necesidad de impulsar el desarrollo de la guerra del pueblo, se convierten en un factor de un gran poder movilizador, orientador y organizador que acelera el proceso de la lucha armada y afianza sus resultados victoriosos como ha quedado demostrado plenamente por la guerra revolucionaria en China y en Viet Nam, donde los partidos comunistas jugaron y juegan el papel principal en todos los aspectos de la conducción y realización de la lucha armada.
Fidel, ciertamente no dice de modo expreso que la actitud de Mario Monge y de su partido fueron determinantes para la derrota, pero esa afirmación se encuentra implícita en gran parte de la argumentación que presenta en su prólogo.
Tampoco aceptamos nosotros como válida la explicación de la derrota como resultado de factores adversos del azar. Quién haya leído los “Pasaje de la Guerra Revolucionaria” escritos por el Che sobre la base de sus anotaciones en su Diario de Campaña en Cuba, verá que en contra de los expedicionarios del “Granma”, encabezados por Fidel, se conjugó en un principio una carga mucho mayor de factores adversos y que, no obstante, pudo vencerlos el pequeño grupo de doce combatientes que se mantuvo en pie después de la abrumadora derrota en la batalla de Alegría de Pío, gracias al apoyo práctico y no solo moral que inmediatamente comenzó a recibir de parte de los campesinos. Eso fue lo que permitió al disperso grupo de doce volverse a juntar y emprender, gracias también a su indomable tenacidad, una guerra en la que seis meses más tarde se había ya doblado el número de los que desembarcaron del “Granma”.
Por otra parte, la experiencia del Che en Bolivia no es un hecho aislado en la historia contemporánea del continente, sino que forma parte de un nutrido conjunto de esfuerzos similares en diversos países latinoamericanos. Desatender el examen más profundo de estas experiencias teniendo a la vista el Diario del Che, para conformarse con establecer una superficial relación entre azar y derrota, no parece ser lo que está demandando la causa de la revolución latinoamericana.
Regis Debray, por su parte, en su defensa ante el tribunal de Camiri, atribuye la derrota del Che a lo prematuro del inicio de las operaciones, cuando hacía falta a la guerrilla dominar el terreno y consolidarse como grupo de combate adaptado al medio y poseedor de un adiestramiento militar mayor. Tampoco aceptamos nosotros como válida esta explicación, porque tenemos a la vista el ejemplo cubano y éste habla enérgicamente en contra del enfoque que hace Debray.
Hagamos aquí algunas comparaciones, el grupo que desembarcó con Fidel en diciembre de 1956, como ya dijimos, fue drásticamente diezmado, hasta quedar reducido a menos de su sexta parte en el primer combate, combate prematurísimo. En Bolivia, y como veremos no es casualidad, la guerrilla del Che ganó todos los combates al ejército de Barrientos, con la sola excepción del combate de Higueras, donde cayó Coco Peredo y del combate donde días más tarde fue apresado el propio Che. Cuando se produce el primer encuentro en Ñancahuazu el 23 de marzo de 1967, el Che estaba regresando de una larga caminata de reconocimiento del terreno y de adiestramiento de sus compañeros para adaptarse al medio, mientras que el primer combate que libró la guerrilla de Fidel ocurrió sin que conociera el terreno, apenas dos días después del desembarco.
En Bolivia la guerrilla estaba al mando de un experimentado Jefe, que había hecho la guerra de la Sierra Maestra, el Comandante Ernesto Che Guevara y su columna se componía por un grupo de experimentados combatientes que lucharon junto a él en Cuba y de otros que recibieron un adiestramiento especial antes de incorporarse. La columna que desembarcó con Fidel en Playa de las Coloradas, el 2 de diciembre de 1956, no tenía ni la décima parte de la capacidad técnica de los guerrilleros comandados por el Che en Bolivia, empezando por el propio Fidel.
Ciertamente que fue prematuro el inicio de los combates en Bolivia, pero no en relación con la capacidad militar del grupo (incluido el dominio del terreno) como argumenta Debray, sino en relación con el escaso, prácticamente nulo, desarrollo de la lucha de clases y de la conciencia política de las masas de la región. Precisamente por esto es que, según lo revela Fidel en su prólogo, la guerrilla del Che se estaba desplazando hacia otra zona campesina de mayor desarrollo político.
Lo que salta a la vista al leer el Diario de Campaña en Bolivia, y lo subraya así el propio Comandante Guevara en sus resúmenes de mes, es la falta de apoyo campesino, y más aún, la colaboración que los campesinos dieron al ejército de Barrientos para mantenerlo bien informado sobre los movimientos de la guerrilla. Si se compara esta situación con la que describe el mismo Che en sus “Pasajes de la Guerra Revolucionaria” de Cuba, que se caracterizó desde un comienzo por el apoyo campesino, se puede comprender que es allí donde se encuentra la causa determinante de la derrota y no en los otros factores que se han alegado.
Si la guerrilla se desplazaba hacia una zona campesina de mayor desarrollo político, uno se pregunta por qué no se instaló aquella, desde un comienzo, en una zona de este tipo y la respuesta se encuentra en el desprecio que la estrategia del “foco guerrillero” encierra hacia la lucha política y en el papel que asigna al núcleo inicial como creador de la conciencia política entre las masas. La estrategia del “foco” no considera indispensable la existencia de un desarrollo determinado del factor de la conciencia política entre las masas para el arranque de la lucha armada, porque según se desprende de la exposición que de esta estrategia hace Debray en su obra “¿Revolución en la Revolución?”, en América Latina se encuentra invertido el esquema del estratega alemán Carlos Clausewitz, de que “la guerra es la continuación de la lucha política por otros medios” y hoy aquí se presenta, aunque no se sabe por qué, formulado así: la lucha política es la continuación de la guerra.
Debray lo expresa con sus propias palabras en su “¿Revolución en la Revolución?”: “De lo que se trata es de una nueva dialéctica de las tareas. Para expresarlo esquemáticamente, digamos que se va de un foco militar al movimiento político –prolongación natural de una lucha armada de esencia política-pero no se va, salvo excepciones, de un movimiento político puro al foco militar”.
Vistos los hechos fría y racionalmente, como debe procederse en todo análisis revolucionario, la guerrilla del Che en Bolivia no fue parte de la lucha de clases interior en ese país, no surgió de esa lucha de clases como su forma superior, ni se desarrolló en combinación con las demás formas de esa lucha. La vieja tesis marxista-leninista de que la lucha de clases es el motor de la historia en las sociedades divididas en clases, de que la revolución es un fruto de la lucha de clases, de que no puede por lo tanto exportarse ni importarse y que los revolucionarios solo pueden, como parteros, ayudarla a surgir del proceso interior de esa lucha de clases, ha demostrado una vez más ser una tesis rigurosamente válida a la luz de esta prueba de Bolivia, que es punto culminante de ocho años de pruebas parecidas en América Latina.
Y esta tesis leninista no está reñida con el internacionalismo revolucionario en sus formas más elevadas, como la participación de combatientes de un país en la lucha armada que libra el pueblo de otro país, ni tiene nada por tanto de chovinista o mezquina.
No pretendemos dar lecciones a Fidel y menos demostrar que el Che fue un iluso. Es el mismo Fidel, en su documento “La historia me absolverá” y en algunos de sus discursos, quien nos ha ayudado a nosotros y continuará ayudando a las nuevas generaciones de revolucionarios, a comprender el nexo que hay entre la lucha política y la lucha armada, la dependencia histórica de la segunda respecto de la primera.
Y ha sido el propio Che quien nos ha enseñado en su “Guerra de Guerrillas” que la lucha armada solamente puede surgir y desarrollarse allí donde se ha agotado la lucha política como medio para alcanzar el poder. Escribió así el Che:
“Naturalmente, cuando se habla de las condiciones para la revolución no se puede pensar que todas ellas se vayan a crear por el impulso dado a las mismas por el foco guerrillero. Hay que considerar que existe un mínimo siempre de necesidades que hagan factible el establecimiento y consolidación del primer foco. Es decir, es necesario demostrar claramente ante el pueblo (ante el pueblo, y no ante nosotros los revolucionarios; ese subrayado y esta nota son nuestros) la imposibilidad de mantener la lucha por las reivindicaciones socialesdentro del plano de la contienda cívica. Precisamente la paz es rota por las fuerzas opresoras que se mantienen en el poder contra el derecho establecido.
“En estas condiciones, el descontento popular va tomando forma y proyecciones cada vez más afirmativas y un estado de resistencia que cristaliza en un momento dado en el brote de lucha provocado inicialmente por la actitud de las autoridades.
“Donde un gobierno haya subido al poder por alguna forma de consulta popular, fraudulenta o no, y se mantenga al menos una apariencia de legalidad constitucional, el brote guerrillero es imposible de producir por no haberse agotado las posibilidades de la lucha cívica.”
Si después el Che Guevara y Fidel Castro sufrieron cambios en tales concepciones sobre la guerra de guerrillas, dando origen a la teoría del foco de lucha armada como fuente del proceso revolucionario, ya sea del foco surgido dentro de un país o del foco implantado desde afuera, ese es un fenómeno que debe tener su explicación en complejas causas que arrancan de la composición social de la vanguardia revolucionaria cubana y en el desarrollo de la propia Revolución Cubana después de la toma del poder, pero este problema no viene al caso analizarlo aquí y por lo demás no es nuevo en la experiencia revolucionaria mundial.
Nosotros, por todo lo dicho, recomendamos la atenta lectura del Diario de Campaña del Che en Bolivia, con el ánimo de extraer de él todas las valiosas enseñanzas que encierra. Estamos en contra de quienes quieren que el Diario se lea únicamente desde un ángulo crítico y frío, porque por ese camino quedaría sepultada la escuela de internacionalismo revolucionario, el ejemplo de sacrificio total en aras de la revolución, la lección de heroísmo y tenacidad indomable que hay en la impresionante hazaña del Che y de sus compañeros.
La revolución latinoamericana necesita de este temple, de esta indomable tenacidad, de este heroísmo y sobre todo de este internacionalismo, necesita hombres como el Che y como sus compañeros de guerrilla en Bolivia, para vencer los grandes obstáculos que hoy se alzan en su camino.
Pero, al mismo tiempo, estamos también en contra de quienes pretenden que se busque en el Diario únicamente ese ejemplo de moral revolucionaria y lanzan anatemas en nombre del heroísmo y la entrega sin límites del Che y su guerrilla a la causa de la Revolución Latinoamericana, contra todos aquellos revolucionarios que quieren hacer el análisis crítico de esta experiencia con el fin de formular conclusiones constructivas para la estrategia y la táctica en nuestro continente.
La revolución latinoamericana necesita de combatientes como el Che y necesita también de una estrategia y una táctica eficaces, concordes con las condiciones en que se desarrolla esta lucha y capaces de oponer al imperialismo no ya las sorpresas, sino las fuerzas gigantescas originadas en las masas, que son necesarias para derrotarlo.
Como todos los revolucionarios, deseamos el menor sufrimiento para nuestro pueblo y nos aferraríamos con todas nuestras fuerzas a la posibilidad de un triunfo pacífico de la revolución, si llegara a presentarse tal oportunidad en la práctica; pero, como revolucionarios, somos también realistas y creemos que tal realidad no está abierta para los pueblos latinoamericanos en general y que solo por excepción podrá vivirse esa experiencia en nuestro continente.
Al mostrar nuestro desacuerdo con la estrategia del “foco guerrillero” no estamos por lo tanto, pronunciándonos en contra de la necesidad de la lucha armada para la toma del poder no siquiera estamos cuestionando todas las formas de la guerra de guerrillas, solo una sola, la del “foco guerrillero.”
¿Cuál será la forma que revista la lucha armada en nuestro país y en otros países latinoamericanos? Pensamos que no tiene necesariamente que ser única e idéntica en todos los casos y que corresponde a los revolucionarios de cada pueblo determinar, en base de las condiciones concretas en que se desarrolla la lucha de clases interior, lo mismo que tomando en cuenta los factores exteriores de la lucha de clases, cuando y como llevarían a las masas al combate armado. Nuestro Partido tiene en este punto sus propias concepciones en cuanto a la lucha armada en nuestro país, pero no es esta la oportunidad para exponerla.
Nos hacemos cargo de que en nuestro continente se ha encendido la polémica en el seno del movimiento revolucionario, que ella le ha causado ya fraccionamiento, y que puede atascarlo e imponerle retrocesos parciales. Pero creemos que, pese a todo, no hay otro camino que el de la discusión, sobre la base del análisis crítico de la práctica revolucionaria continental –por lo menos de la práctica desde el triunfo de la Revolución Cubana, comenzando por el estudio de esta misma Revolución- para alcanzar las nuevas concepciones estratégicas y tácticas, apropiadas para llevar nuestras revoluciones a la victoria.
Los revolucionarios podemos, no obstante la carga de tensión que se ha acumulado ya, contribuir decisivamente a que esta polémica resulte constructiva a corto plazo, haciendo que ella se desarrolle dentro de un nuevo nivel, cuya norma básica sea el análisis concreto de las experiencias concretas, rehuyendo el uso de adjetivos y epítetos, que no aportan ninguna claridad pero que sí enconan y dividen.
Los problemas estratégicos y tácticos que confronta la revolución latinoamericana son complejos y muchos de ellos son nuevos. No estamos de acuerdo con los que sostienen que la tarea consiste en dilucidar si a vía de la revolución en nuestro continente es la “vía pacífica” o la “vía armada.” Sí así estuvieran planteadas las cosas sería muy simple el desenlace del nudo, porque en realidad la llamada “vía pacífica”, que ha aparecido en el mundo de hoy como una posibilidad excepcional creada por la nueva correlación de fuerzas entre socialismo y capitalismo, ha sido ya ensayada sin éxito en América Latina.
No creemos por eso que la tarea consiste en tomar bando al lado de la “vía pacífica” o de la “vía armada”, sino en concebir una estrategia y una táctica que dé respuestas eficaces a los problemas planteados por la derrota de unas formas de hacer la lucha armada y de hacer la “lucha pacífica” y de unas determinadas maneras de combinar estas formas de lucha –o mejor dicho de no combinarlas- que se han venido experimentando por el movimiento revolucionario continental. Se trata también de evaluar, a la luz de la experiencia, otras tesis estratégicas de la revolución en América Latina como las relacionadas con el papel de la burguesía y el carácter de nuestra revolución.
¿Por qué ha de realizarse esta polémica en un ambiente de ataques y hasta de insultos que enturbian el fondo y nublan la perspectiva? Definitiva y determinadamente creemos que la discusión es necesaria pero que debe reorientarse dentro de un nuevo nivel polémico, que asegure sus frutos más constructivos.
La situación por la que atraviesa la revolución latinoamericana pareciera haberla tenido a la vista Carlos Marx cuando escribió para la situación de la Francia de 1848-49, los siguientes párrafos en sus obras “La lucha de clases en Francia” y el “18 Brumario de Luis Bonaparte”:
“Las revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que solo derriban a su adversario para que este saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas…” (Del “18 Brumario de Luis Bonaparte.”)
“A excepción de algunos capítulos, cada sección importante de los anales de la revolución de 1848 a 1849, lleva como título: “Derrota de la revolución.”
“Pero en estas derrotas no fue la revolución quien sucumbió. Fueron los tradicionales apéndices pre-revolucionarios, resultados de las relaciones sociales que aún no estaban agudizadas hasta convertirse en violentas contradicciones de clase: personas, ilusiones, ideas, proyectos de los que el partido revolucionario no estaba libre antes de la revolución de febrero y de los cuales no podía desprenderse mediante la victoria de febrero, sino únicamente por una serie de derrotas.
“En una palabra, el proceso revolucionario no se abrió camino por medio de sus conquista tragicómicas directas; al contrario, solo haciendo surgir una contrarrevolución compacta, poderosa, creándose un adversario y combatiéndolo, el partido de la subversión pudo, en fin, hacerse un partido verdaderamente revolucionario.” (De “La luchas de clases en Francia.” El subrayado es nuestro).
Estos párrafos de Marx nos indican claramente que las dificultades que hoy se presentan a los pueblos y revolucionarios de la América Latina para hacer la revolución, no son absolutamente nuevas sino que, de naturaleza parecida, las enfrentaron ya otros pueblos en el pasado. Parafraseando al fundador del socialismo científico, podemos decir que la revolución latinoamericana, en este momento, se crítica constantemente a sí misma, se interrumpe continuamente en su propia marcha, vuelve sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo desde el principio.
Para obtener el mejor éxito en esta tarea, nosotros señalamos que tiene una gran importancia la actitud con que sepamos enfrentar todos el trascendental debate al que la historia nos ha convocado. El deber de los revolucionarios de hacer la revolución es común, y en común debemos trabajar para encontrar los caminos que nos conduzcan al triunfo de los pueblos. Inspirándonos en el mismo Marx podemos asegurar, en esta hora de la América Latina, que la revolución no ha sucumbido ni sucumbirá, y que el camino que sigamos, capaz de asegurar que el movimiento de la subversión se convierta en un movimiento verdaderamente revolucionario, dependerá la derrota definitiva del imperialismo y la reacción en nuestro continente.
San Salvador, agosto de 1968
La Comisión Política del
PARTIDO COMUNISTA DE EL SALVADOR