Historia de una fotografía. Manuel Sorto. 2021

Relato del intelectual salvadoreño Manuel Sorto, sobre una reunión sostenida entre el legendario líder comunista y tres intelectuales. De todos sólo sobrevive el autor

Cuando Juan José Dalton (Juancho, Juanjo, JotaJota, El Vaquerito, o como queráis) descubrió esta fotografía, me propuso que describiera los personajes que contiene. Por ese tiempo, a mediados de 2018, yo me encontraba en otros quehaceres en México lindo y querido, pero la idea me tentó, le dije que sí, pero que le avisaba cuándo. Ni me imaginaba en el huevo que me estaba metiendo. Aviso que mi conocimiento de estos personajes es muy particular y sumamente personal, y por lo tanto, limitado, y en muchos aspectos, subjetivo. De la misma manera habrán algunas o muchas cosas y hechos que desconozco sobre ellos, aparte de los juegos que a veces logra hacernos la memoria; las cambiantes formas de la memoria, que está hecha de olvido, diría Borges; pero el huevo reside sobre todo en el tener que de alguna manera describir los personajes: al describir a alguien, de alguna manera se le juzga, y siempre he preferido no juzgar a los amigos, prefiero disfrutarlos. Sale, Juan José.

De izq. a der.: Armando Herrera, MS, Miguel Mármol, Baltazar Polío

A nuestra izquierda tenemos a Armando Herrera (1943), con quien debemos habernos conocido allá por 1969 en la Universidad Nacional de El Salvador (en la U, como se le llamaba); yo había bajado de Sensuntepeque unos tres o cuatro años antes. Pronto me fui dando cuenta de que Armando Herrera, no sólo era poeta y narrador, sino que era también un brillante e incansable motor cultural (gestor se le llamaría hoy). Un todo terreno. Trataré de explicarme (el orden no es necesariamente cronológico): Armando fue profesor de Letras en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional y director del Instituto Obrero José Celestino Castro, donde destacó como profesor inventivo, creativo; por ejemplo, en el Celestino Castro organizó una (¿la primera?) exposición individual del escultor Dago (Dagoberto Reyes, miembro del grupo Uquxcah, fallecido recientemente en Los Ángeles, California): piezas de gran tamaño con reminiscencias olmecas, repartidas por corredores y aulas. Armando Herrera emprendió con el poeta Rafael Mendoza, varios vuelos de la revista literaria La Piscucha. También dirigió el periódico El Universitario, órgano oficial de la Universidad Nacional de El Salvador (cuya página de cine mantuve e ilustré hasta inicios de 1980, año en que me vi obligado a salir del país). También Armando Herrera dirigió la Editorial Universitaria, donde se reveló un editor visionario, y para muestra baste un botón: fue el primero en editar a nuestro querido (o detestado) Horacio Castellanos Moya: en 1979 le publicó La margarita emocionante, antología poética de la generación literaria de Castellanos Moya, cuyo título proviene de un verso de Roque Dalton.

Ese mismo año de 1979, para la celebración del Año Internacional del Niño organizado por la UNESCO, publicó El Huevo, libro para niños, texto de Lyn Sorto (Geary) y acuarelas mías. Una hermosa edición de formato cuadrado y páginas de diferentes texturas de papel (recuperado de los sobrantes de los pliegos utilizados para hacer tarjetas de visita de funcionarios universitarios).

También a fines de ese intenso año de 1979, Armando Herrera consiguió que la Rectoría de la Universidad Nacional nos prestara una camioneta Cherokee para rodar una secuencia de La zona intertidal: la Cherokee era la típica camioneta utilizada por los Escuadrones de la muerte (la camioneta en la que llevan a tirar al océano el cuerpo del Profesor, y que para el rodaje condujo Baltazar Polío. Rodamos la secuencia durante un atardecer que tuvimos libre del rodaje de Historias prohibidas de Pulgarcito del director mexicano Paul Leduc, colaboración pedida por el masacuato Eduardo Sancho para el FAPU (Frente de Acción Popular Unificada) y la Resistencia Nacionaly que alcanzaría su clímax en la masacre de la manifestación unitaria del 22 de enero de 1980, pero esa no es la historia que ahora nos ocupa y la cuento en otra parte). Por esos días, Armando me pidió el manuscrito de Operación Amor para su publicación. Armando siempre armando cosas. Infatigable.

A principios de marzo de 1980 Armando me pasó para su revisión y corrección las primeras pruebas impresas de Operación Amor, advirtiéndome que habrían unas segundas, definitivas. Inesperadamente, por el 29 o 21 de marzo,  me visitó Carlos -Tamba- Aragón; no me extrañó, Carlos llegaba de cuando en cuando, casi siempre para pasar unos días (dicho de otro modo, mi casa era una de sus casas de seguridad). Dijo que esta vez venía rapidito, y solo añadió que había estado cabrón sortear el retén militar a la entrada de la colonia, pero que el asunto era urgente, y sin decir ni golpe avisa me soltó: “Primo, mi servicio de inteligencia me informa que vienen por usted, así que se me va, ya, mínimo a México, y se me va hoy mismo si se puede, o mañana, a más tardar”. Fue la única vez que sentí el tono de una orden en la voz de Tamba. Sonrió, me abrazó, y se fue. Nunca volveríamos a vernos.

En México, a mediados de 1981, Horacio Castellanos Moya me entregaría una carta llevada a Salpress por un periodista extranjero desde un frente de guerra: era una hoja de cuaderno a rayas, en una de sus páginas me escribía Carlos, y en la otra, Julio Molina, su entrañable compañero de música, y combate. Siempre la conservo conmigo, a buen resguardo. Apenas unas semanas después, el mismo Horacio me anunciaría la caída en combate de Carlos -Tamba- Aragón en Chalatenango, el 17 de septiembre de 1981, bajo el nombre de Comandante Sebastián, y descubrí su rango: Primer responsable de las Fuerzas Especiales.

Pido disculpas por este interruptus sobre Tamba, que supuestamente nada tiene que ver con los personajes de la foto, pero sí, porque al describir a estos tres personajes, y perdón por la disgresión, pero es toda una época y sus múltiples intríngulis que sacuden la memoria. Sigo. 

En una agencia de viajes encontré dos billetes a México para el día siguiente; aproveché que andaba cerca, para pasar despidiéndome de otro masacuato: Salvador Silis, en su librería, cerca de la Basílica, y de paso, le dije que no podría reparar la puntada que se había roto del bolso de cuero que le había hecho a su mujer (Salvador Chito Silis caería en combate, creo que en 1986, como el Comandante Santiago Ramírez. RN, por supuesto); después pasé a Acto-Teatro, donde estábamos montando Las brujas de Salem de Arthur Miller, en la que yo interpretaba a Proctor, solo estaba Naara, que interpretaba a Elizabeth, y no recuerdo si le dije que me iba (por esos días, también le cayeron a Acto-Teatro); y, por supuesto, le avisé a Armando Herrera que no podría hacer la revisión definitiva de las galeras de Operación Amor. Y entre mi memoria y las prisas, ya no sé lo que pasó con El caso de la muñeca abandonada de Alfonso Sastre (adaptación infantil de El círculo de tiza caucasiano de Bertolt Brecht), que dirigí con El Taller de las Cipotas en el colegio Sagrado Corazón, sólo recuerdo que el montaje ya estaba terminado. Les pedí a mi hermana y a mi cuñado Carlos Peraza, que al día siguiente pasaran temprano para llevarnos al aeropuerto y dejarles las llaves del carro y de la casa, ellos la vaciarían; con Lyn solo nos faltaba limpiarla de papeles y libros y hacer un par de maletas con lo indispensable. Salimos del país el 22 o 23 de marzo; el lunes 24, mientras mirábamos el noticiero televisivo en el vestíbulo de un hotel esperando a un amigo que nos sacaría del centro de la Ciudad de México, cayó como una bomba la noticia: venían de asesinar a Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador. En abril, según dice el colofón, se terminó de imprimir Operación Amor; supe también que el libro estuvo encuadernado y listo entre fines de mayo y principios de junio; el 21 de junio la Universidad Nacional fue tomada por el ejército, y las tropas de asalto, aparte de asesinar incontable número de estudiantes (El Diablo de Hoy, en su edición del 22 de junio, reconoce 27 muertos, 25 heridos y 200 arrestados). Las tropas de asalto, entre otras muchas cosas, destruyeron el equipo de la Editorial Universitaria, más todo lo que no pudieron llevarse. De El Huevo y Operación Amor sólo se salvaron los ejemplares que ya estaban en librería, y algunos que andaban desperdigados.

También Armando mantuvo en el Diario Latino (luego Co-Latino) desde el 15 de junio de 1992 hasta su muerte en 2009, la columna Agenda cotidiana. Ah, y se me olvidaba: por si todo esto fuera poco, Armando Herrera también hacía fotografía: un todo terreno, como dije.

El 11 de noviembre de 1989, en plena ofensiva guerrillera, Norma Guirola, esposa de Armando y madre de sus dos hijas y su hijo, que nunca fue combatiente, fue capturada en San Marcos, donde  participaba en la estructura médica. La familia comenzó a buscarla: “(…) los siguientes cuatro días se tornaron una búsqueda incansable para encontrarla (…) todo era confusión (…)”, me cuenta su hija Michele. El día 15 les informaron en la morgue que el cadáver de una mujer de sus características y no identificada había sido llevado al cementerio la Bermeja para ser enterrado en fosa común. El día 16, acompañados por un Juez y ayudados por los enterradores, Armando Herrera y su suegro Víctor Manuel Guirola, encontraron y reconocieron en una de las tumbas comunes recientes, el cadáver de Norma con el rostro completamente destrozado por una bala disparada a corta distancia, semejante a un tiro de gracia.

Tanto Armando como su suegro aparecen en El libro amarillo, documento para uso interno de las Fuerzas Armadas de la época: aparecer en ese libro equivalía a sentencia de muerte (tanto como que Roberto D´Aubuisson en sus programas por la televisión salvadoreña mencionara tu nombre). En El libro Amarillo, Armando Herrera está etiquetado con el código H64. 

Un todo terreno. Sin duda.

En La Luna – Casa y Arte – Armando con Beatriz Alcaine, Óscar Soles, José Luis Preza, Alfonso Kijadurías, Rolando Elías, Miguel Ángel Polanco, Carlos Velis, M.A.Chinchilla, Julia Montufar y su hija Elisa.

Ya estando yo en México, Armando se caía a la casa que habitábamos con Pantxika Cazaux en la Calle de las Artes, en Coyoacán, acompañado siempre por personajes que yo, sabía quiénes eran, pero a quiénes personalmente no conocía; recuerdo que me llevó, por ejemplo, al escritor y editor Ítalo López Vallecillos o a José Manuel -el Viejo- Alcaine (ya miembro de la Resistencia Nacional)… Armando continuaba con ese tipo de visitas, como antes lo hiciera en San Salvador, donde un día se nos apareció, a Baltazar Polío y a mí, nada menos que con Miguel Mármol, quien era un mito ya desde 1932 y que es precisamente el personaje que en la foto está a mi izquierda.

Miguel Mármol pertenece a los inmortales de la historia salvadoreña y sus luchas populares. Un indispensable, un grande, un siempre vivo… Ningún adjetivo me satisface del todo para nombrarlo, todos le quedan pequeñitos, muy pequeñitos. Prefiero el Miguel Mármol, a secas. Aclaro y repito que sobre Miguel sólo puedo contar dos o tres anécdotas muy personales, y algo que Juan José Dalton pide que diga sobre esta fotografía: ¿Dónde estamos?

Esta foto fue captada a orillas del Lago de Ilopango, en el lugar exacto donde según Miguel, se fundó en 1930 el Partido Comunista Salvadoreño y del que él fue uno de los fundadores.

Foto del Archivo de Roque Dalton

A Miguel Mármol lo conocía de vista desde 1969, cuando un amigo me lo había señalado en la Universidad Nacional, donde Norman Douglas me había convocado para hacer teatro. Yo tenía 18 años y Norman me había visto actuar el año anterior en Final de partida, de Samuel Beckett, dirigida por José Luis Valle. Los primeros ensayos de aquel grupo que se convertiría en El Taller de los Vagos los tuvimos en un local de la Biblioteca central de la U, que Norman, actor fetiche de Edmundo Barbero en el Teatro Universitario y que buscaba lanzarse como director, había logrado que Toño Méndez, director de la biblioteca, le prestara un local para ensayos (Toño Méndez es hijo del gran cuentista y antiguo rector José María -Chema- Méndez). También ahí, pero en otra ala de la Biblioteca, a Miguel Mármol le cedían un local para que diera charlas o algo parecido, en las que transmitía sus experiencias y conocimientos revolucionarios a las nuevas generaciones. A Miguel, por ese tiempo, un joven neófito en política, podía encontrárselo y no saber quién era: el libro de Roque Dalton sobre su persona y sus fotografías no aparecería sino hasta 1972. Yo andaba en lo mío y para lo que Norman me había convocado: hacer teatro (por esos días me reclutaron las Brigadas de La Masacuata, con quienes también fuimos fruto de escándalo, cuando Toño Méndez desalojó una exposición masacuatense de pintura debido a un cuadro de Pedro Portillo, cuadro que el mismo día fue re expuesto apoyado en el tronco de un pino entre la biblioteca y la facultad de Derecho. Eduardo Sancho narró los hechos en un manifiesto que publicamos en la revista número 4 de Brigadas La Masacuata). Un día, a la salida de un ensayo, Neto Zamora me dijo: “Mirá, aquel es Miguel Mármol”. A través del cristal vi a un señor con sombrerito de pelo, tomando o leyendo notas en un cuaderno. Estaba solo. Y eso fue todo, de vista y desde lejitos. A Miguel no lo conocería realmente y en persona sino hasta cerca de diez años después, en1977, cuando Armando Herrera apareció con él en la oficina de Baltazar Polío.

Miguel nació y creció en Ilopango, en julio de 1905; su primer oficio fue el de pescador; luego, si mal no recuerdo, emigró a San Martín, y después a San Salvador, donde aprendió nuevos oficios… sastre, zapatero… y descubrió el sindicalismo… y se hizo novio de esa cosa: organizar a los jodidos, organizar a los sin nada, tanto en El Salvador como en buena parte de Mesoamérica. Mi recuerdo de Miguel es el de un hombre sereno, y a la vez, un hombre ágil como el mejor de los felinos; siempre en estado de alerta, y siempre sabiendo no mostrarlo. No en balde pasó casi toda su vida en la clandestinidad… persecuciones sin fin… cárceles… fugas… exilios…  fusilamiento… y hasta resurrección… (recomiendo el cómic Los 12 nacimientos de Miguel Mármol del vasco donostiarra Dani Fano. MUPI Ediciones).

Lo que sí puedo asegurar es que Miguel era muy buen conversador, y también buen compañero de cervezas, bien heladas, a la sombra del implacable sol con que nos cargamos; y hasta ahora no sabría decir si lo de echarse conmigo las cervezas, se debía sólo a su gran amabilidad, a sabiendas de que me encantaban. Allá por 1978-79 nos las echábamos en la casita que habitábamos con Lyn Geary en el Pasaje Brasilia de la colonia Atlacatl, frente a la casa-taller-sala de exposiciones de Camilo Minero, y dónde disfrutábamos admirando la belleza de sus hijas: Diana, todo un monumento, y que era aeromoza, y Margarita la Bella, quien todavía estudiaba, la tercera todavía era pequeña; y entre cerveza y cerveza, con Baltazar Polío filmamos a Miguel caminando y subiendo las escaleras al final del pasaje, mientras Camilo nos observaba entre divertido y curioso. Pero también nos las echamos en 1981, en El Hotelito, en La Habana, en compañía de Alfonso Kijadurías (y quizás con Fernando Birri, no estoy seguro, pero creo que ese día, la futura realizadora colombiana-brasileña Paula Gaitán, ya viuda reciente de Glauber Rocha, hizo unas fotos). Guardo cuidadosamente una carta que Miguel me envió desde La Habana a Ciudad de México: necesitaba una resma de papel pues no lograba encontrar en Cuba. Buen amigo Miguelito, y como buen amigo me habló a veces. Una de ellas, compartiendo las cervezas en el Pasaje Brasilia, hablando del libro de Roque: “Pero fíjese Meme, que en ese libro, hay bastante cosecha de Roque.”. Por supuesto Miguel entendía las necesidades narrativas del Roque escritor, y  no había tirria, no había tos. Algo de esto ya lo conté en ContraPunto allá por 2009-2010.

Roque Dalton y Miguel Mármol en Praga (archivo Familia Dalton)

Otra vez, en La Habana, quizás en 1983 o 1984 (ya con las fechas se me comienzan a mezclar los pinceles), me preguntó por Lyn, yo sabía cuanto se apreciaban, y le dije que nos habíamos separado; me preguntó el por qué, le confesé que me encontró las cartas de una muchacha holandesa. Y aquí viene algo que a mi siempre me ha parecido interesante: “Mire Meme (siempre me llamó Meme), permítame darle un consejo: si otra vez le pasa que esté mancomunado en serio con una mujer y que alguna cipota le aparece por ahí y le escribe alguna carta o papelito: léalo, disfrútelo, ¡y destrúyalo inmediatamente! Nunca lo guarde ni lo esconda.”. Sabio en amores Miguelito. Sí, también sabio en amores. Y sabía de lo que hablaba: un día, al ir a dejarlo donde nos indicó (porque siempre era a lugares diferentes: Miguel seguía clandestino) conocí a la que fue su última novia, y al bajarse del carro, me dijo: “Y fíjese Meme, que se me hace que es pariente suya”, y se fue. Luego supe que la novia era nada menos que María Jacinta Sorto, la madre del hombre de teatro Norman Douglas, recientemente fallecido en su exilio en Panamá. Y al recordar esto me regresan las dudas de si soy un autor o el personaje de una trama hasta cierto punto desconocida. De Miguel, ni se me ocurre escribir el año de su muerte, pues puede aparecer de nuevo por ahí y darnos la sorpresa.

María Jacinta Sorto 

A la izquierda de Miguel Mármol está Baltazar Polío (1949), gran amigo, gran cineasta, y gran bailarín, sobre todo en patines. Lo que Baltazar realmente amaba era el cine, pero hacer cine resultaba muy caro, y el dinero había que encontrarlo. Y por esos años, hace casi medio siglo, hacer cine en El Salvador era aún más difícil y caro que hoy, era algo semejante a jugar a hacer magia. La magia de hacer cine. Para poder hacerlo, y ganarse la vida, Baltazar deambulaba en la publicidad para televisión, que se hacía en 16 mm. Pues, bueno, Baltazar tenía su cámara, una Bolex de cuerda, sin sonido, con cargas de apenas cien pies, lo que daba para unos tres minutos.

Haciendo los comerciales Baltazar trataba de ahorrar película virgen lo mejor que podía y a veces lograba que le sobrara pietaje; para el revelado, copia de trabajo y copia compuesta no había agüite: como publicista tenía cuenta con Cine-Spot de José David Calderón. Fue con esos sobrantes como Baltazar realizó en 1975 su primera y gran película: Topiltzín. El primer problema con el que se topó fue que no encontraba al cipote que encarnara el personaje; ya no sabiendo qué hacer, lo habló con Alfonso Moisés, “La Moisa”, que trabajaba con niños de los tugurios en las zonas marginales de San Salvador. La Moisa le llevó a Marcos Antonio Menjívar, un niño huérfano, en quien Baltazar reconoció de inmediato a Topiltzín, su pequeño príncipe.

Luego, el problema fue que los sobrantes de película provenían de diferentes tipos de emulsiones, y esas diferencias se notaban. Buscando cómo salvar su película, Baltazar le pidió a Cine Spot que se le diera un baño de color sepia, lo que dio el resultado que conocemos: no quedaron señales evidentes de las diversas emulsiones. Topiltzín es uno de los cortometrajes más bellos realizados en el El Salvador.

Después del rodaje de Topiltzín, Marcos Antonio Menjívar se convirtió en el asistente de Baltazar y aprendió el oficio (se convirtió, de alguna manera, en el hijo que Baltazar nunca tendría; durante nuestra guerra civil, temiendo que la vida de Topi peligrara, lo envió a México; por supuesto, Topi, a la primera oportunidad, regresó a El Salvador; el pintor Miguel Antonio Bonilla lo recuerda en México); valga decir que se especializó en sonido y que en la actual producción en curso de Camilo Sorto-Cazaux y este su servilleta, para otroSfilms, Antonio Menjivar es nuestro ingeniero de sonido (AudioTopi). Y ya que estamos en Topiltzín, la película, también hay que decir que originalmente estaba previsto que quien encarnara al personaje que talla la flauta que luego regala a Topiltzín, sería Carlos -Tamba- Aragón, el músico y poeta, miembro de la Banda del Sol, y autor de la célebre canción El Planeta de los Cerdos (y quien me salvaría la vida en marzo de 1980).

En 1976 Baltazar Polío produce El Gran Debut, con las actuaciones de otro niño, Oscar Sánchez, y los actores del desaparecido Teatro Grupo Independiente (TGI): Ana Ruth Aragón, Maibel Molina, Juan Barrera, Mauricio Andrade, Francisco Cabrera y Noé Valladares. En 1977, buscando los paralelismos entre dos etnias marginadas, produce El negro – El indio, ficción-documental, teniendo como actores a Mariano Espinoza (que era integrante de Maíz, grupo de Investigación Expresiva, y hoy Mimo Bululú) y Lyn Sorto (Geary). En 1978 Baltazar asiste al Festival Mundial de la Juventud en La Habana, y regresa con el material de donde saldrá su único documental: Los jóvenes. En 1979 participa en el Festival Internacional de Bilbao y en el Ier Festival del Nuevo Cine Latinoamericano en La Habana. A partir de 1975, Baltazar Polío produce una película por año.

Breve historia de una película de Baltazar Polío que no fue

Ahí por 1978 o 79 Baltazar tuvo una buenísima idea: la historia de un anciano proyeccionista en alguna sala de cine de El Salvador (diez años antes de Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore). Para interpretar el personaje, Baltazar pensó en Edmundo Barbero, actor español republicano exiliado en El Salvador y director del Teatro Universitario. Baltazar me contó que lo contactó y le explicó el proyecto; el maestro Barbero le contestó, palabras más, palabras menos, cito de memoria, que cómo a él, a Baltazar, se le ocurría pensar que él, Edmundo Barbero, qué había trabajado con Luis Buñuel, trabajaría para un principiante (en La Vía Láctea de Luis Buñuel, Barbero aparece en una secuencia interpretando a un cura). Por supuesto, el proyecto nunca se realizó.

Colaboré y trabajé con Baltazar Polío hasta principios de 1980, año en el que  salí del país. No volvimos a vernos.

Según EcuRed, Baltazar Polío se exilió en San Francisco, California, y falleció en 1989, en Miami, Florida, USA, a escasos 40 años.

El quinto personaje

Hay un quinto personaje en la historia de esta foto, invisible, cierto, pero sin él, esta memoria no existiría sino solo entre mis recuerdos, como tantos otros.

Este quinto personaje se llama Raúl Cabrol.

Raúl Cabrol, economista argentino, era profesor en la Universidad Nacional de El Salvador por todos esos años de la primera década de la lucha armada, duros y difíciles, pero también fértiles y ricos. Raúl Cabrol fue un gran amigo de los cuatro personajes de la imagen, y de los cuales, sólo este Su Seguro Servilleta se supone que está vivo.

También valga decir que entre en serio y en broma, se decía que Armando Herrera era el eterno dirigente de las juventudes comunistas salvadoreñas, y mucho después de 1978 me llegó el rumor de que fue él quien propuso a Baltazar Polío como delegado salvadoreño para el Festival Mundial de las Juventudes que se celebró en La Habana en 1978. Quiero decir también que conmigo, Armando Herrera jamás hizo alusión alguna al Partido Comunista, y no creo que sólo porque olfateaba por dónde yo cojeaba ideológicamente, no, pienso que Armando no era un fanático atrincherado en su capilla. Lo que puedo asegurar es que trabajaba intensa e incansablemente, y que terminaba siempre bien lo que se proponía, fue un motor cultural como muy pocos lo han sido en El Salvador, y muy poco me importa dónde Armando militaba. Y ya escribiendo esto, hasta se me ocurre que la idea del viaje al Lago de Ilopango para conocer el lugar exacto donde Miguelito junto con otros fundó el PCS, no haya sido solo otra de las tantas iniciativas de Armando, que siempre andaba armando cosas. ¡Salud!

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Mis agradecimientos a Michele Herrera, por algunas precisiones sobre su padre y el asesinato de su madre.

a Beatriz Alcaine y Oscar Soles, por ayudarme para ciertas identificaciones.

a Miguel Huezo Mixco, por la portada del libro La Margarita Emocionante.

a Juan José Dalton, por la foto de su padre y Miguel Mármol en Praga; también todo de Mármol solo.

a Camilo Sorto-Cazaux, aparte de sus apreciaciones sobre la totalidad del texto y su trabajo en el conjunto de las fotos utilizadas, por encontrar El Libro Amarillo y la ficha H64 correspondiente a Armando -el Gato- Herrera.

a Marcel Douglas, por sus conversaciones e intercambio de fotos, para este relato.

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