Hacer un balance de la historia cultural en El Salvador, puede parecer un optimismo desmedido o una ignorancia extrema. Eso pensé cuando luego de haber comenzado a elaborar este trabajo, al darme cuenta de la magnitud del problema en que me había metido. Y es que todos sabemos que la historia no ha sido una disciplina muy favorecida en El Salvador. Un balance general deja ver las carencias historiográficas que enfrentamos en el país, estas falencias se hacen más evidentes cuando se trabaja un campo histórico en específico. En todo caso este artículo tiene un carácter muy preliminar, y en tal condición deberían entenderse sus vacíos, que seguramente son muchos.
No entraré a discutir las especificidades de lo que debiéramos entender por historia cultural; me es más conveniente entenderla en su sentido más amplio, de tal manera que pueda aprovechar el mayor número de posibilidades. En cuanto a las definiciones, me remito a lo planteado por Juan José Marín. Este autor advierte que en historia cultural los límites son sumamente difusos, “pudiéndose entremezclar con otras demarcaciones propias de la historia de la literatura, la antropología cultural, de las mentalidades, la social, la microhistoria, o de las ideas, sólo para nombrar algunas. Asimismo, la pluralidad de marcos teórico metodológicos, a veces antagónicos entre sí, complican una descripción homogénea de esta área historiográfica. Igualmente, los terrenos de trabajo de la historia cultural son múltiples y diversos por lo cual los investigadores adscritos a este campo recurren con frecuencia al diálogo interdisciplinario.”[1]
Partiendo de una definición tan amplia las posibilidades de conformar un corpus historiográfico aumentan, por supuesto existe el riesgo de incluir trabajos cuyos autores a lo mejor nunca los consideraron como tal. Con esa advertencia en mente se hará una revisión siguiendo una línea cronológica.
1. El debate cultural del último tercio del siglo XIX
Una preocupación por los temas culturales se hace evidente en El Salvador hacia el último tercio del siglo XIX, cuando un dinámico e interesante grupo de intelectuales, muy identificado con el pensamiento modernizante del grupo liberal dominante, comenzó a discutir sobre la manera más expedita de acoplar a la sociedad salvadoreña a los cambios en curso.[2]
Puede afirmarse que en alguna medida, las reflexiones de este grupo orientaron las acciones de los gobiernos. Esta relación no era de absoluta armonía; rupturas y disidencias no faltaron, pero en general predominó la tolerancia y la cooperación, aunque en no pocas ocasiones los intelectuales se mostraron desencantados con los gobernantes, pues consideraban que no les tomaban en cuenta a la hora de tomar decisiones y asignar recursos.
El trabajo de esos intelectuales abarcó desde la educación, el periodismo, la historia, la investigación científica hasta la literatura. A pesar de la diversidad, el denominador común fue el peso del pensamiento europeo, que los llevó a compartir la fe en el progreso, así como el rechazo a la tradición cultural indígena, considerada como muestra de atraso y, en consecuencia, un freno al desarrollo.[3] Para los años en que los liberales se apoderaron definitivamente del poder, ya existía un pequeño núcleo de intelectuales, que se ensanchó gracias a la bonanza cafetalera y —lo que es más significativo— encontró un ambiente propicio para su trabajo.
Entre los más destacados intelectuales de esos años se pueden mencionar a: Darío González, Jorge Lardé, Santiago I. Barberena, Alberto Sánchez, David J. Guzmán, Pedro Fonseca, Rafael Reyes, Antonio Cevallos, Vicente Acosta y Francisco Gavidia.
La importancia de estos hombres, no reside en su número, si no en el peso que su pensamiento tuvo para justificar y promover el proyecto que el grupo en el poder impulsaba.[4]
Una de las condiciones que facilitó la labor de estos individuos es que casi siempre estuvieron vinculados a instituciones públicas y contaron con el apoyo del Estado.
En general, no ocuparon puestos de poder importantes, pero contaron con un empleo relativamente seguro y pudieron dedicarse sin mayores preocupaciones a sus estudios. Los cambios políticos no les afectaban mayor cosa, a menos que estuvieran directamente involucrados.
Además, en aquellos tiempos los hombres ilustrados eran escasos, así que ningún gobierno podía darse el lujo de prescindir de ellos. Por otra parte, tuvieron la ventaja de contar con periódicos y revistas en los que publicaban sus trabajos, además de que casi todos ejercieron en algún momento la docencia.[5]
Por lo tanto, es plausible creer que, por lo menos en el medio urbano contaron con una audiencia considerable.
David Joaquín Guzmán, fue uno de los pensadores más influyentes de esa época. Sus escritos reflejan una preocupación que, desde perspectivas diferentes, parece haber sido común a los intelectuales contemporáneos: la civilización de los indios y su incorporación a la sociedad, un tema que obviamente estaba relacionado con el campo cultural.
Hacia 1883, Guzmán publicó Apuntamientos sobre la topografía física de la República de El Salvador, un libro que deja ver claramente su posición al respecto. Sus planteamientos eran muy pragmáticos, consideraba que si El Salvador quería progresar debía lograr que los indígenas renunciaran a su cultura ancestral.
Era consciente de que las condiciones de vida de los indígenas, en comparación con tiempos pasados, habían desmejorado notablemente; valoraba que en tales circunstancias estos grupos aportarían muy poco al progreso del país, pues la anterior práctica gubernativa y social los había convertido en ciudadanos de segunda categoría.
“Es necesario que el espíritu realmente liberal y humanitario de nuestras instituciones penetre por todos lados en el hogar del indígena, instruyéndole, sacándole de la apatía, y si es posible haciéndole desaparecer gradualmente en la masa de la civilización actual que es por una parte la suerte reservada á los vestigios espirantes (sic) de otras civilizaciones ya muertas y por otra la gloriosa misión encomendada al apoyo paternal de los gobiernos liberales e ilustrados.”[6]
En la medida en que los patrones culturales tradicionales eran incompatibles con el proyecto modernizante de la elite se hacía necesaria la imposición. A Guzmán no le interesó preguntarse cuáles eran los intereses de los indígenas, mas creía que al final estos serían beneficiados al ser absorbidos por el mestizaje, borrando de ese modo, las antiguas diferencias. “Su porvenir está en la fusión con la raza criolla ó con la ladina y por consiguiente su incorporación forzosa en el gran movimiento civilizador del siglo.”[7]
La educación era vista como un instrumento idóneo para acelerar la “ladinización” de los indios; Guzmán se dio a la tarea de escribir un voluminoso libro, en el cual hacía un diagnóstico — nada halagador, por cierto— del estado de la escuela salvadoreña y proponía las medidas a tomar para superar las falencias encontradas. Según sus cálculos la población analfabeta alcanzaba el 80%. Esta situación era alarmante para un intelectual que cifraba sus esperanzas de desarrollo del país, precisamente en la educación.
“¡479,217 ignorantes es una cifra terrible para un país que pretende marchar por el camino del adelanto!”.[8] Buscando elevar el nivel educativo propuso un impuesto del 1% al valor de la propiedad territorial. Lo recaudado sería destinado exclusivamente a educación y agregado a la suma ya establecida al efecto en el presupuesto ordinario. Según Guzmán, de este modo, se tendrían los 300,000 pesos que se necesitaban para mejorar el sistema educativo.[9] Tal propuesta nunca fue considerada seriamente.
Como buen liberal, Guzmán no ocultaba su deseo de acelerar todo lo posible la marcha del progreso en El Salvador y se impacientaba ante la perspectiva de tener que esperar a que sus compatriotas, especialmente los indios, se convencieran de la necesidad de subirse al carro del progreso. De allí su insistencia en la necesidad de promover la llegada de colonos.
“La inmigración á nuestro suelo está reducida a la que espontáneamente arriba á nuestras playas; esta se dedica especialmente al comercio, con muy pocas excepciones que profesan las artes liberales. Pero no es esta la inmigración que necesitamos, sino que la que saliendo de los campos de Europa, se dirige á los nuestros á darles nueva vida, á ponerse en contacto con nuestra población rural trayendo su contingente de brazos, de industria, de actividad y de conocimientos.”[10]
Otro tema de discusión entre los intelectuales de finales del XIX fue el relacionado con el mundo de las letras, tal y como entonces se entendía lo relacionado con el periodismo y la literatura. Una revisión del clásico trabajo de Italo López Vallecillos deja ver que en el último tercio del siglo XIX la publicación de periódicos y revistas pasó por un buen momento en el país.[11]
Las Sociedades Literarias, la Academia e incluso las fiestas particulares brindaban oportunidades para que periodistas, poetas, educadores y escritores — que lo eran todo a la vez — discutieran e intercambiaran puntos de vista en torno a la evolución cultural del país. Afortunadamente ya comienza a estudiarse este tipo de sociabilidad.[12]
Tentativamente, puede afirmarse que el debate intelectual de finales del siglo XIX tuvo entre sus principales ejes, el progreso — entendido a la europea —, la incorporación del indio a la sociedad, mediante el mestizaje biológico y cultural, sin que faltara el debate en torno a los modelos políticos.[13]
A pesar de que se ha avanzado un tanto en el estudio de las elites políticas y culturales de finales del siglo XIX y principios del XX, queda mucho por conocer acerca de la cultura de los sectores sociales subalternos.[14] En este punto, vale destacar los trabajos pioneros de Víctor Hugo Acuña, sobre artesanos y obreros; y los de Patricia Alvarenga sobre el mundo rural, los cuales tienen la ventaja de haber sido elaborados con un marco teórico explícito que vuelve más interesante la discusión de sus hipótesis.[15]
2. La historia cultural en la primera mitad del siglo XX
La incorporación del indio a la república cafetalera fue uno de los temas de discusión de los intelectuales finiseculares, para quienes el indio podía ser a lo sumo un vestigio curioso del pasado que buscaban dejar atrás. Es decir, el único espacio admisible para los indios era el de la leyenda; esta fue la opción que tomó Francisco Gavidia, en la literatura, pero también en la historia.
Gavidia y Roque Dalton resultan autores interesantes para entender cómo en El Salvador, algunas de las más interesantes interpretaciones de la historia se han hecho desde la literatura. Vale decir que ambos escribieron historia, pero que su fuerte fue la literatura.
En 1912 el Subsecretario de Instrucción Pública comisionó “a las más distinguidas personas en asuntos históricos” para que escribieran sobre historia salvadoreña. Los designados fueron Santiago I. Barberena, Alberto Luna y Francisco Gavidia. Este último escribió un libro que abarcó desde los tiempos más antiguos hasta los años anteriores a la declaración de la independencia y que fue publicado en 1917. Combinando relatos mitológicos con datos históricos y sin preocuparse demasiado por el rigor metodológico, Gavidia buscó las raíces de El Salvador en un pasado legendario y heroico.
“Núcleo de la región nahuat en los tiempos legendarios cuando emigran sus habitantes y fundan la Tula famosa; centro a que vuelven en varios éxodos desde climas remotos conservando su lengua y su religión… combatiente a través de los siglos contra sus hermanos los Quichés conservando así su personalidad; triunfante en la primera expedición de Alvarado, autónomo cuando obtiene que el Rey de España nombre directamente su alcalde Mayor.”[16]
Sobra decir que la mayor parte del texto anterior fue producto de la imaginación del autor; sin embargo, él mismo hace una aclaración al respecto: “La Historia, sobre todo cuando está por desenvolverse, tiene prolongaciones en otras ramas de los conocimientos, que a su vez se desenvuelven sucesiva o paralelamente. (…) Nuestra Historia ofrece a las letras —la poesía, en especial, a la narración y el teatro— asuntos en que pueden emplearse los buenos ingenios.”[17]
Más dado a la literatura que a la investigación histórica, pocas veces señala las fuentes que podrían respaldar sus afirmaciones y, algunas veces, como lo hace cuando intenta explicar la vida de los primeros pipiles, se apoya en cierto “documento”, a pesar de admitir que: “No se conoce aún hoy día el Manuscrito pipil; sin embargo varios cronistas lo tuvieron a la vista”.[18]
Mario Hernández Aguirre destaca el aporte de Gavidia en tanto que “quiso dar al país —y se lo dio en compañía de Jorge Lardé P. — una prehistoria, una mitología, una edad heroica.”[19] Lo anterior fue posible gracias a una reelaboración literaria del pasado precolombino. “Llevado siempre por su entusiasmo, habla de los años anteriores a la conquista y para ello mezcla los hermosos mitos pipiles del Popol-Vuh con suposiciones de las más variadas”[20]
No obstante, también señala: “El indio de la poesía gavidiana es un indio mítico, tan lejos de lo real como el escudo de oro que le sirve en los combates o como los rebaños de pavorreales que conduce a las orillas del río.”
Sin embargo, reconoce que el mérito del trabajo histórico y poético de Gavidia reside en el hecho de “haber dado los moldes necesarios y el camino para el culto a los héroes, tan necesario a los pueblos que en ello cultivan una de las razones para sentirse orgullosos de sus destinos”.[21]
Un detalle que escapa a Hernández Aguirre es que si bien es cierto que Gavidia creó un mito indígena, este no fue favorecido inmediatamente con el necesario patrocinio de las esferas oficiales e intelectuales, para que fuera internalizado y reconocido entre las masas populares. Para entonces la tendencia era precisamente lo contrario: superar el pasado para acercarse cada vez más a la modernidad de los modelos europeos.
Los liberales salvadoreños prefirieron elaborar otros mitos más acordes con sus ideales. En realidad, el discurso dominante fue aquel que propugnaba por la modernización y el progreso. Los mitos indígenas a lo sumo podrían ser aceptados como accesorios, pero no iban a ser incorporados como parte fundamental de la cultura.
Debieron pasar varios años para que se tuviese una concepción diferente del indio y de las posibilidades que este ofrecía para enriquecer la cultura salvadoreña. Este cambio se dio en la década de 1920, cuando un grupo de intelectuales intentaron reformular la idea de nación liberal.
Esta vez se trató de construir una imagen individualizada de El Salvador, recurriendo a elementos culturales. Para ello se reelaboró la imagen del indio, principalmente por medio del rescate y mitificación del cacique Atlacatl. El mundo rural se volvió centro de interés, especialmente para la literatura.
Con el pretexto de proteger al comercio en pequeño se tomaron actitudes discriminatorias contra algunos grupos de inmigrantes, especialmente los procedentes de Asia y medio oriente. Esto último dio espacio para que algunos sectores desarrollaran actitudes de clara xenofobia.
Los trabajos de intelectuales como Miguel Angel Espino, María de Baratta, Juan Ramón Uriarte, Jorge Lardé, Arturo Ambrogi y otros, muestran los cambios del discurso nacional en la década de 1920. Sus obras tienen como denominador común la revalorización del pasado indígena, de la vida en el campo y de los atributos culturales que podían definir al salvadoreño.[22]
A diferencia de los liberales de finales del siglo XIX, que consideraron al indio como un obstáculo al progreso y vieron en el mestizaje la única opción para aceptarlo dentro de la sociedad, esta vez se hacía énfasis en la conservación de lo indígena. Y basándose en esta herencia se buscaron elementos que ayudaran a redefinir los atributos de la nación salvadoreña, que adquiría así los componentes culturales que los liberales habían rechazado.[23]
Pero, paralelamente a dichas iniciativas, otro grupo de intelectuales, liderados por Alberto Masferrer, comenzaba a reflexionar sobre la problemática social salvadoreña, a la vez que incursionaban en los terrenos del espiritismo y la teosofía.
Inicialmente, los estudios sobre intelectuales en la década de 1920 comenzaron desplazamientos que se han dado en los estudios sobre Alberto Masferrer, abordando sus trabajos en el diario Patria, sus colaboraciones en revistas de la región como Repertorio, sus críticas al sistema social vigente en aquellos años y su doctrina del Mínimun Vital, sus posibles vínculos con corrientes de pensamiento socialista, o las diatribas que en su contra lanzó Roque Dalton.[24]
Actualmente la tendencia es estudiar las redes sociales y las formas de pensamiento que articularon el trabajo de Masferrer, no solo a nivel local, sino regional. En tal sentido vale señalar los trabajos de Carlos López, Marta Cassaus Arzu, María Teresa Giraldes y Carlos Cañas Dinarte.[25]
Una diferencia significativa entre estos trabajos y los mencionados anteriormente, radica en el hecho de que los primeros hacían énfasis en la cuestión social, las corrientes ideológicas y en la viabilidad política de las propuestas masferrerianas. Análisis que indefectiblemente chocaban con el levantamiento de 1932.
Tales perspectivas no permitían una cabal comprensión del pensamiento del maestro que, en el mejor de los casos aparecía como un ingenuo bien intencionado, pero con poco sentido político; o como sucedió con Roque Dalton, ser condenado ipso facto, como aliado e instrumento de la oligarquía salvadoreña.
En la tendencia actual no se insiste tanto en la viabilidad política de las ideas de Masferrer, sino en las redes intelectuales que logró articular y en las influencias espiritistas y teosóficas que nutrieron las propuestas unionistas tales grupos impulsaron, así como los mecanismos mediante los cuales se vincularon con grupos sociales más amplios.
3. La historia cultural en la segunda mitad del siglo XX
En la segunda mitad del siglo XX, algunos intelectuales militantes de izquierda, como Pedro Geoffroy Rivas y Oswaldo Escobar Velado, desde la poesía, y Jorge Arias Gómez, incorporaron a los sectores subalternos, especialmente a los indígenas en la historia nacional, como una forma de rechazo a la tradicional historia liberal que daba todo el protagonismo a los próceres independentistas y a los caudillos.
Los resultados más conocidos de esos esfuerzos son los trabajos de Arias sobre Anastasio Aquino y Farabundo Martí.[26] Pero definitivamente quien más impactó en el imaginario popular fue Roque Dalton, y lo hizo siguiendo un modelo historiográfico muy poco apegado al canon de la historia marxista clásica. La primera obra sobre historia de Dalton, fue una monografía sobre El Salvador.[27]
Esta es una versión más bien convencional de la historia elaborada desde una perspectiva marxista. A pesar de las limitaciones metodológicas y de fuentes, esta obra sigue siendo usada como libro de texto en el país.
Mario Vázquez Olivera, sostiene que en El Salvador el escaso desarrollo de la historia, ha dado lugar a que buena parte de la interpretación de la historia nacional, se haya hecho desde la literatura. Vázquez trabajó como caso paradigmático a Roque Dalton y su particular “re-interpretación” de la historia de El Salvador.
Para entender el planteamiento de Vázquez debe aceptarse que en la obra literaria y poética de Dalton — amén de la propiamente histórica — existe una profunda reflexión sobre la cultura salvadoreña.[28]
Para los fines de este trabajo resultan especialmente interesante Las historias prohibidas del Pulgarcito, “una compleja reflexión acerca de la historia y la identidad de El Salvador, en la que a más de intentar deconstruir la narrativa dominante, de cuño oligárquico, y proponer una nueva genealogía de la patria, se postula el advenimiento de una nueva edad de la nación salvadoreña, un alumbramiento fincado en la valoración de la cultura popular y el impulso del proyecto nacionalista-revolucionario que enarbolaba la izquierda armada”.[29]
Esta cita tomada del estudio de Mario Vázquez resume brillantemente esa obra de Dalton, quien según Vázquez, realizó metódicamente dos trabajos: deconstruir una narrativa nacional comprometida con los sectores dominantes y construir a la vez otra enraizada en lo popular y obviamente revolucionaria.
Resulta interesante constatar que esa subversiva propuesta historiográfica de Dalton, ha logrado arraigar en ciertos sectores sociales ligados a la izquierda revolucionaria e incluso se sigue usando en algunas cátedras universitarias, lastimosamente a veces de manera tan esquemática y doctrinaria, rayana en la castración intelectual del autor y de los estudiantes.[30]
En cierto modo, la obra intelectual de Dalton que más ha trascendido ha sido aquella menos compleja: en historia es la Monografía de El Salvador y en poesía el Poema de amor.
A nivel de divulgación, los trabajos del Equipo Maíz, dejan ver cómo Dalton sigue presente en la historiografía salvadoreña. En 1989, cuando todavía se peleaba la guerra civil, dicho grupo publicó su “Historia de El Salvador”, que usaban en los cursos de historia, desde la perspectiva de la “educación popular”, impartían para sindicalistas, comunidades eclesiales de base, maestros populares y organizaciones de algún modo vinculadas a la izquierda.
Haciendo un uso mínimo de textos, acompañados con ingeniosas caricaturas — a veces fuera de contexto — el folleto da una visión sintética de la historia de El Salvador, que tiene como principal protagonista al “pueblo” y sus luchas de resistencia y liberación.[31]
En cierto modo es una versión jocosa de la Monografía de El Salvador de Dalton. Este libro ha tenido muy buena acogida entre los maestros de educación básica y media, e incluso se usa en cátedras universitarias, al grado de que para 1998 había alcanzado cuatro ediciones. En 1995, se le agregó un capítulo para cubrir los Acuerdos de Paz. Entre 1995 y 2001 se hicieron tres ediciones más. En 2003, se hizo una edición revisada y aumentada.[32] El equipo editor afirma que uno de los factores de su éxito es que el libro tiene poco texto y resulta ameno y divertido. Obviamente es consumido mayoritariamente por sectores afines a la izquierda, que hacen una lectura de la historia en blanco y negro; es decir, una historia de buenos contra malos.
3.1 Estudios sobre la violencia y la delincuencia
Un campo que apenas comienza a explorarse, pero que se muestra muy prometedor es el de la violencia y la delincuencia. En tal punto merece destacarse el trabajo pionero de Patricia Alvarenga, sobre la construcción del aparato represivo a finales del siglo XIX y primeras décadas del XX, el uso de la violencia y los mecanismos de resistencia, pero también de colaboración por parte de los sectores sociales subalternos en el campo salvadoreño.
Uno de los méritos de Alvarenga, es la consistencia entre el marco teórico adoptado y el contenido del trabajo. La veta descubierta en este trabajo puede seguir siendo explotada para años posteriores, o adaptarse a otras temáticas similares.[33]
Cercano al tema de la violencia, se encuentra el de la delincuencia, el cual ha sido más trabajado desde una perspectiva sociológica, mediante consultorías o proyectos de investigación específicos asociados con los procesos de pacificación y democratización que siguieron a los Acuerdos de Paz. La espiral de violencia que siguió a los Acuerdos de Paz, dio lugar para que diferentes instituciones auspiciaran foros para discutir el problema, de los cuales a menudo surgieron publicaciones.[34]
Estas son obras colectivas, que combinan investigaciones de campo con ensayos específicos de especialistas en violencia social. Todos asumen que la violencia es un producto cultural, pero no profundizan en sus raíces históricas.
La mayoría de los trabajos antes citados se centran en la delincuencia de posguerra, situación entendible por el contexto en que se producen: el auge de la delincuencia post Acuerdos de Paz, y aunque en algunos se intenta “historizar” el fenómeno, generalmente no van más atrás de la pasada guerra civil. Diferente es el caso de Ellen Modie, quien estudia la manera cómo a lo largo del siglo XX, en El Salvador se va construyendo “un perfil” del delincuente y cómo esa construcción va siendo asumida por la población en general.
Resulta interesante constatar como la imagen del delincuente se va transformando, sin que pierda su esencia de antisocial; desde el ratero de la década de 1930, al guerrillero de los años 70 y 80, hasta el pandillero de la posguerra. En todo caso, a partir del perfil que elaboran los cuerpos de seguridad y transmiten los medios de comunicación, y las experiencias cotidianas de la gente, la población termina por asumir una imagen del delincuente, del peligroso, del marginal.[35]
3.2 Estudios de género y feminismo
Este tipo de trabajos resultan muy útiles debido a que rebelan aspectos de la cultura salvadoreña. Al revisar la bibliografía al respecto se pueden encontrar distintas vertientes que convergen hacia la situación actual de la mujer, mediante el rastreo histórico de sus acciones y los movimientos asociados a ellas. Se pueden encontrar estudios sobre los movimientos sufragistas y de organización femenina, a menudo liderados por mujeres vinculadas al ámbito intelectual.[36]
En los años ochenta y noventa, se realizaron investigaciones sobre la participación de las mujeres en la guerra civil, tanto en la experiencia de los desplazados como en la lucha armada. Sin embargo, estos trabajos consideran a las mujeres víctimas de la
guerra y a las militantes de izquierda, sin darle mayor tratamiento a la población civil y menos a las que pudieron simpatizar y apoyar al ejército salvadoreño y los paramilitares.[37]
En la posguerra, y acompañando a los proyectos de reinserción y desarrollo aparecen trabajos en torno de la organización y participación de las mujeres de cara a los nuevos espacios políticos, económicos y sociales abiertos en el contexto de la democratización.[38]
Una vertiente sumamente interesante que apenas ha comenzado a ser explorada, y con muy buen éxito por Patricia Alvarenga, son los estudios de las mujeres como parte de los marginados sociales. Los trabajos de Alvarenga se han centrado en el últimos tercio del XIX y las primeras décadas del XX, periodo excepcionalmente provocador, no solo por los cambios estructurales que se dieron en el país, sino por las profundas transformaciones sociales que lo acompañaron y que condicionaron las percepciones y valoraciones sobre los hombres y mujeres que transgredieron las normas morales establecidas.[39]
Como contraparte, hay algunos trabajos que exploran a las mujeres de finales del XIX incursionando en el mundo académico y a través de los cuales se puede hacer un acercamiento a la cultura de elite decimonónico. Un contraste entre ambas tendencia arrojaría mucha luz sobre la sociedad salvadoreña.[40]
Conclusiones
Si se compara El Salvador con otros países del área centroamericana, se hace evidente que en este país los estudios históricos tienen mucho camino por andar. No obstante, una revisión como esta -que tiene un carácter muy preliminar – también demuestra que en el campo de la historia cultural, se han logrado avances significativos.
Se tiene un panorama aceptable, y en condiciones de ser comparado con el de otros países de la región, en el caso de la cultura de elite de finales del siglo XIX y principios del XX. Ya se cuenta con algunos estudios sobre identidad nacional y nacionalismo, así como algunos trabajos sobre sectores sociales subalternos del mismo periodo.
En el caso de los estudios sobre el papel jugado por los intelectuales en la configuración de la cultura, la identidad y la interpretación histórica, se cuenta con trabajos sobre la intelectualidad liberal y sobre los intelectuales “autoctonistas” de la década de 1920.
También se ha estudiado con alguna profundidad a Francisco Gavidia, Alberto Masferrer y Roque Dalton. Gaviria y Dalton son importantes no solo por sus trabajos literarios, sino por la influencia de sus interpretaciones de la historia de El Salvador.[41]
Asimismo, han comenzado a explorarse temas como violencia y delincuencia; feminismo y género; y marginados sociales.
Este balance da lugar para pensar que los estudios de historia cultural en El Salvador tienen un futuro prometedor. En los últimos años, algunos organismos internacionales han comenzado a mostrar mayor interés por los estudios culturales; esa tendencia comienza a sentirse en el país; por ejemplo, el “Informe sobre desarrollo humano. El Salvador, 2003”; por primera vez incluyó un capítulo sobre identidad y cultura, el cual pretende sensibilizar sobre la importancia de conocer las raíces culturales del país y su diversidad cultural.[42]
[1] Juan José Marín. ¿Historia cultural: un campo de trabajo en perspectiva o un espacio trabajo histórico?. Ponencia presentada en el Seminario Entre dos siglos: la investigación histórica en Costa Rica, 1992-2002. (Museo Histórico Cultural Juan Santamaría 13 y 14 de noviembre, 2002 Alajuela, Costa Rica).
[2] Palmer, estudiando el caso guatemalteco y costarricense, define a los intelectuales como “individuos ocupados principalmente en la articulación de una cultura nacional.” Ver: Steven Palmer. Racismo intelectual en Costa Rica y Guatemala, 1870-1920. En: Mesoamérica, año 17, N° 31, junio de 1996, pág. 100.
[3] Entre los más destacados intelectuales de esos años se pueden mencionar a: Darío González, Jorge Lardé, Santiago I. Barberena, Alberto Sánchez, David J. Guzmán, Pedro Fonseca, Rafael Reyes, Antonio Cevallos, Vicente Acosta y Francisco Gavidia.
[4] Para más detalles al respecto, véase E. Bradford Burns. La infraestructura intelectual de la modernización en El Salvador, 1870-1900; En: Cáceres, Luis René (editor). Lecturas de Historia de Centroamérica. (San José, BCIE-EDUCA, 1ª edición, 1989); y Carlos Gregorio López Bernal. El proyecto liberal de nación en El Salvador, 1780-1932. (Tesis de maestría en historia, Universidad de Costa Rica, 1998), cap. 2
[5] Características similares son señaladas por Palmer para el caso guatemalteco y costarricense. “El objetivo general de sus esfuerzos consistió en secularizar y civilizar sus respectivas culturas populares a fin de adelantar el progreso y la modernización.” Steven Palmer. Racismo intelectual… Op. Cit. Pág. 101.
[6] David J. Guzmán. Apuntamientos sobre la topografía física de la República de El Salvador. (San Salvador, Tipografía El Cometa, 1ª edición, 1883), pág. 507. El énfasis es mío. Actitudes similares se encuentran en los escritos de Santiago I. Barberena y José Antonio Cevallos
[7] Idem. Pág. 517.
[8] David J. Guzmán. De la organización de la instrucción primaria en El Salvador. (San Salvador, Imprenta Nacional, 1ª edición, 1886), pág. 198.
[9] Idem. Pág. 208.
[10] David J. Guzmán. Apuntamientos topográficos… Op. Cit. pág. 406.
[11] Italo López Vallecillos. El periodismo en El Salvador. San Salvador, UCA Editores, 2ª edición, 1987.
[12] Véase, María Tenorio. Hacia un imaginario salvadoreño en los discursos periodísticos de la década de 1840. Ponencia presentada en el Primer Encuentro de Historia de El Salvador, Universidad de El Salvador, julio de 2003.
[13] Ejemplo de ello son algunos trabajos de Francisco Gavidia, Juan José Samayoa, Francisco Esteban Galindo y otros. Estos autores se preocuparon mucho por las flagrantes contradicciones entre el ideario liberal y las prácticas políticas de los liberales decimonónicos, especialmente por las recurrentes violaciones a los preceptos constitucionales. También discutieron muchos sobre la inculcación de valores ciudadanos y lealtad nacional por medio de la escuela, ejemplo de ello es el trabajo de Francisco Esteban Galindo. Cartilla del ciudadano. (San Salvador, s/e, 1874).
[14] Un panorama de la cultura salvadoreña de finales del XIX se encuentra en Carlos Castro. Sociedad y cultura en siglo XIX. En Alvaro Magaña (coord.) El Salvador; la república. Tomo I, (Fomento Cultural Banco Agrícola, 2000).
[15] Véase Víctor Hugo Acuña. La formación de los sectores medios urbanos en El Salvador: La sociedad de artesanos “La Concordia” (1872-1940). 2001, inédito; Clase obrera, participación política e identidad nacional en El Salvador (1918-1932). Ponencia presentada en el Seminario “Estado Nacional y Participación Política en América Central”. San José, febrero de 1995; Patricia Alvarenga. Cultura y ética de la violencia. El Salvador. 1880-1932. (San José, EDUCA, 1995).
[16] Francisco Gavidia. Historia moderna de El Salvador. Vol. 1. (San Salvador, Ministerio de Cultura, 2ª edición, 1958), pág. 32.
[17] Idem. Págs. 32-33.
[18] Idem. Pág. 22.
[19] Mario Hernández Aguirre. Gavidia. Poesía, literatura y humanismo. (San Salvador, Dirección de Publicaciones, Ministerio de Educación, 1ª edición, 1968), pág. 389.
[20] Idem. Pág. 392.
[21] Idem. Págs. 157-158 y 404. En el fondo Gavidia fue un incomprendido. Su vasta erudición causaba admiración, pero nada más. Los homenajes que recibió de ningún modo significaron una justa valoración y comprensión de su obra.
[22] “La patria, en poesía y en prosa, fue tomando forma en los escritos de Alfredo Espino, de Miguel Angel Espino y de Arturo Ambrogi. A través de su lectura, varias generaciones de salvadoreños sintieron su patria, se identificaron con sus gentes y sus costumbres y se comenzaron a interesar en sus problemas.” Historia de El Salvador. Tomo II (Ministerio de Educación, 1994), pág. 105. entre las obras más destacadas de estos autores se pueden mencionar: María de Baratta. Cuzcatlán Típico. 2 vol., (San Salvador, Ministerio de Cultura, 1951), Miguel Ángel Espino, Mitología de Cuzcatlán y Cómo cantan allá. (San Salvador, UCA Editores, 4ª edición, 1976); Juan Ramón Uriarte. Cuzcatlanología. (San Salvador, Imprenta Cuscatlania, 1926). En esta corriente que buscó afianzar lo autóctono del país debe considerarse además a Salvador Salazar Arrué (Salarrué), Alfredo Espino y Arturo Ambrogi.
[23] Carlos Gregorio López. Identidad nacional, historia e invención de tradiciones en El Salvador en la década de 1920. Revista de Historia, # 45, 2002, Universidad de Costa Rica.
[24] Véase por ejemplo, Jaime Barba. Masferrer: vitalismo y luchas sociales. En Revista Cultura, CONCULTURA, Nº 80, septiembre-diciembre de 1997, Ricardo Roque Baldovinos. Reinventando la nación. Cultura estética y política en los albores del 32. En Revista Cultura, San Salvador, Nº 77, sept.- dic. 1996; Carlos Gregorio López Bernal. Alberto Masferrer y el vitalismo. En Oscar Martínez Peñate (coord.) El Salvador. Historia General. (San Salvador, Editorial Nuevo Enfoque, 2002); Matilde Elena López. ¿Masferrer socialista utópico, reformista o revolucionario? En Revista La Universidad, # 5, septiembre-Octubre de 1968; y Luis Melgar Brizuela. De cómo y por qué Roque Dalton llamó “viejuemierda” a don Alberto Masferrer. En Revista Humanidades, IV época, # 2, 2003.
[25] Véase, Carlos Gregorio López Bernal. Alberto Masferrer y Augusto César Sandino: Espiritualismo y utopía en los veinte. En Revista Humanidades, IV época, # 2, 2003; Marta Elena Casaús Arzú. La disputa de los espacios públicos en Centroamérica de las redes unionistas y teosóficas en la década de 1920: la figura de Alberto Masferrer. En idem., La formación de la nación cultural en las elites teosóficas centroamericanas 1920-1930: Carlos Wyld Ospina y Alberto Masferrer. Ponencia presentada en el Primer Encuentro de Historia de El Salvador, Universidad de El Salvador, julio de 2003; Teresa García Giraldes. La patria grande centroamericana: la elaboración del proyecto nacional por las redes políticas unionistas. Ponencia presentada en el Primer Encuentro de Historia de El Salvador, Universidad de El Salvador, julio de 2003; y Carlos Cañas Dinarte. Redes teosóficas en El Salvador a través de la revista Cypactly. Ponencia a presentarse en el VII Congreso de Historia de Centroamérica, Tegucigalpa, julio de 2004
[26] Jorge Arias Gómez. Anastasio Aquino, recuerdo, valoración y presencia. (San Salvador, Editorial Universitaria, 1963); y Farabundo Martí. Esbozo biográfico. (San José, EDUCA, 1972). En 1996 Arias Gómez publicó con EDUCA una versión ampliada y mejorada de esta última obra; que sigue siendo él estudio más completo sobre la vida y obra de Martí.
[27] Roque Dalton. Monografía de El Salvador (San Salvador, UCA Editores, 1984). La primera edición se hizo en Cuba. El Salvador (La Habana, Casa de las Américas, 1963).
[28] En este punto me apoyo en las sugerentes ideas de Mario Vázquez Olivera. “País mío no existes”. Apuntes sobre Roque Dalton y la historiografía contemporánea de El Salvador. Revista Humanidades, IV época, # 2, 2003.
[29] Idem. Pág. 95.
[30] Al revisar programas de estudio de cátedras de historia de El Salvador, es frecuente encontrar en la bibliografía la Monografía de El Salvador y Las historias prohibidas del Pulgarcito.
[31] Equipo Maíz. Historia de El Salvador: De cómo los guanacos no sucumbieron a los infames ultrajes de españoles, criollos, gringos y otras plagas. (San Salvador, Asociación Equipo Maíz, 1989).
[32] Equipo Maíz. Historia de El Salvador: De cómo la gente guanaca no sucumbió ante los infames ultrajes de españoles, criollos, gringos y otras plagas. (San Salvador, Algier’s Impresores, 2002). Los cambios en el título evidencian cómo en esta última edición se incluye la perspectiva de género. Esta última edición consta de 208 páginas; la de 1995 tenía 156.
[33] Patricia Alvarenga, Cultura y ética de la violencia… Op. Cit.
[34] Véase por ejemplo, PNUD, Programa El Salvador. Violencia en una sociedad en transición. (San Salvador, PNUD, 1998), Carlos Guillermo Ramos (et al) Violencia en una sociedad en transición. Ensayos. (San Salvador, PNUD, 2002); PNUD, Programa El Salvador. Dimensiones de la violencia. (San Salvador, PNUD, 2003); y PNUD. Armas de fuego y violencia. (San Salvador, Talleres Gráficos UCA, 2003).
[35] Ellen Moodie. Como rastrear al delincuente salvadoreño en el siglo veinte. Ponencia presentada en el Primer Encuentro de Historia de El Salvador, Universidad de El Salvador, julio de 2003;
[36] En esta vertiente destacan los trabajos pioneros de Sonia Ticas. “Intelectuales salvadoreñas de los cuarenta: negociando lo privado y lo público”. Istmo, Revista Virtual de Estudios Literarios y Culturales Centroamericanos, No. 6 (July – December 2003), http://www.wooster.edu/istmo; “Hacia una historia del feminismo salvadoreño en los años 20 y 30”. Revista Humanidades, IV época, # 3, 2003, Universidad de El Salvador; “Las escritoras salvadoreñas a principios del siglo XX: expectativas y percepciones socio-culturales”. Eugenia Rodríguez, ed., Historia, Política, Literatura y Relaciones de Género en América Central y México (siglos XVIII, XIX y XX). Edición Especial, Diálogos Revista Electrónica de Historia, Vol. 5, No. 1 (Marzo – Agosto 2004). San José: Escuela de Historia, Universidad de Costa Rica, ISSN 1409-469X, http://historia.fcs.ucr.ac.cr; Fidelina Martínez Castro. Feminización de la educación superior en El Salvador. En Revista Humanidades, IV época, # 4, 2004.
[37] Véase Patricia Hipsher. “Rigth- and Left-Wing Women in Post-Revolutionary El Salvador. Feminist Autonomy and Cross-Political Alliance Building for Gender Equality”. En Victoria González y Karen Kampwirth. eds., Radical Women in Latin America. Left and Right. (Pensylvannia: The Pennsylvannia State University Press, 2001); Karen Kampwirth. Women and Guerrilla Movements. Nicaragua, El Salvador, Chiapas, Cuba. Pennsylvania: The Pennsylvania State University Press, 2002; Ilja A. Luciak. After the Revolution. Gender and Democracy in El Salvador, Nicaragua, and Guatemala. Baltimore-Maryland: The Johns Hopkins University Press, 2001; María Candelaria Navas. “Los movimientos femeninos en Centroamérica: 1970-1983”, En Daniel Camacho y Rafael Menjívar, coord., Movimientos populares en Centroamérica. San José: EDUCA, 1985; Norma Vázquez. Las Mujeres Refugiadas y Retornadas. San Salvador – El Salvador: Las Dignas, 2000; Norma Vázquez, Cristina Ibáñez, y Clara Murguialday. Mujeres Montaña. Vivencias de Guerrilleras y Colaboradoras del FMLN. Madrid: Horas y HORAS, 1996.
[38] María Candelaria Navas, y Liza María Domínguez. La Experiencia Organizativa de las Mujeres Rurales en la Transición Post-Conflicto: 1992-1999. San Salvador: UCA, Ayuda Obrera Suiza, 2000; “Las organizaciones de mujeres en El Salvador y sus aportes a la historia socio-política (1957-1999)”. En Eugenia Rodríguez, ed., Mujeres, Género e Historia en América Central durante los Siglos XVIII, XIX y XX. San José: UNIFEM, Plumsock Mesoamerican Studies, 2002; Sonia Ticas. “Compromiso social y discurso profético en la poesía de Liliam Jiménez y Mercedes Durand”. Istmo, Revista Virtual de Estudios Literarios y Culturales Centroamericanos, No. 3 (January – June 2002), http://www.wooster.edu/istmo; y Norma Vázquez. De Sueños y Realidades. Una Experiencia de Capacitar Mujeres en Oficios no Tradicionales. San Salvador – El Salvador: Las Dignas, 2000.
[39] Patricia Alvarenga. “Los marginados en la construcción del mundo citadino. El Salvador, 1880-1930”. Revista de Historia, No. 9, 1997; (Instituto de Historia de Nicaragua, UCA); “Prostitución y control social en El Salvador1900-1930”. En Iván Molina y Francisco Enríquez. eds., Fin de siglo XIX: Identidad Nacional en México y Centroamérica. Alajuela: Museo Histórico Cultural Juan Santamaría, 2000.
[40] Véase. Carlos Cañas Dinarte. Las hijas de Minerva. Hacia una historia educativa y cultural de las mujeres salvadoreñas. Inédito, 1999.
[41] Una reflexión interesante sobre la influencia de estos tres escritores en la cultura salvadoreña se encuentra en Giovanni Galeas. Cultura contemporánea. La entrada a un nuevo siglo. En Alvaro Magaña (coord.) El Salvador, la república. Tomo II. (Fomento Cultural, Banco Agrícola, 2000).
[42] Véase. Carlos Lara Martínez, Carlos G. López y Ricardo Roque. Identidades, cultura nacional y diversidad cultural: las dimensiones olvidadas del desarrollo humano. En PNUD. Informe sobre Desarrollo Humano: El Salvador 2003. (San Salvador, Impresos Múltiples, 2003).