Sembradores de ideas: ¡El pueblo es el terreno de la siembra! Masferrer
Nace Masferrer en una aldea perdida entre montañas, junto a una laguna de encantamiento. Alegría, es su paradójico nombre. ¿Su estirpe? ¿Su genealogía? ¡Qué pueden importarle a nadie! Bástenos saber que fue un hijo del pueblo, un moreno e hirsuto producto de la tierra, un duro mestizo de ardorosa sangre. Parido con dolor y con tristeza, acaso en una destartalada choza, donde la miseria fue la única partera que ayudó a la madre solitaria; quizá en el inhóspito cuarto de un mesón, ausente el responsable de su nacimiento.
«Hijo ilegítimo de Leonor Mónico», escribió en el Registro un indiferente secretario municipal.
Nada sabemos de sus primeros años. Crecería a la buena de Dios, como crecen los hijos de los pobres. Subsistiría de milagro, desnudo, mocoso, lombriciento. Jugaría con piedras y con palos mientras la madre proletaria se prepara para ganar el sustento. Daría sus primeros pasos sin que nadie celebrase la hazaña. Comería frijoles y chuparía tortilla tiesa desde los cuatro meses…¡Quién sabe!
Años más tarde lo encontramos en la casa del padre, un criollo acomodado, casado y con familia. Don Enrique Masferrer ha recogido al fruto de sus veleidades de conquistador. Sería un muchachito flaco y triste, de ojos soñadores, de despejada frente, que se pasaba las horas inmóvil, mirando hacia ninguna parte, cohibido, entre hermanos con mayores derechos que él en aquel hogar que no era suyo, en el que no había nacido y al cual seguramente le estaba vedado el acceso a su madre.
Ya se alzaría un día -implacable y condenador- contra esta diferenciación entre hijos legítimos e ilegítimos, contra esta injusta división en la que los niños sufren castigo por faltas que no han cometido. «No hay hijos ilegítimos» -ha de clamar en EL LIBRO DE LA VIDA- no los hubo nunca, no los habrá jamás. Sin duda que hay uniones ilegítimas: todas aquellas que determinaron el orgullo, la vanidad, la ambición, la sensualidad, el dinero; todas aquellas que ayuntasen a cónyuges sifilíticos, alcohólicos, leprosos, alienados, contagiados de cualquier enfermedad grave, incurable o hereditaria; todas aquellas en que la degeneración física o mental extrema de quienes se aparean, no puede originar más que frutos podridos, que vendrán seguramente, a envenenar y corromper la vida»…
«Son los padres los ilegítimos, los responsables, los culpables; no el niño; tal como no es responsable de su fealdad la estatua, sino quien la esculpió»…»El niño es de necesidad legítimo, total y permanentemente legítimo».
No decimos -ni queremos suponer siquiera- que Masferrer fuese maltratado en aquel hogar. Pero necesariamente tuvo que sentir que había una diferencia entre él y sus hermanos, que éstos eran plenamente hijos de aquel hogar, mientras él sólo lo era a medias -el recogido, el natural, el arrimado – , que aquéllos tenían padre y madre en la casa, en tanto que él sólo tenía allí padre y una madre lejana, afuera, que no compartía el hogar.
Quiso el padre educarlo debidamente, darle una carrera, y fue así como una mañana el muchachito de Alegría abandonó los verdeantes cerros y la azul laguna y se metió entre las cuatro paredes de un colegio capitalino. Nadie lo recuerda como estudiante destacad.
¿ Cómo podría serlo un soñador de sus tamaños? ¿ Qué tenía que ver con la Gramática un poeta de su empuje? ¿Qué le importaba la Historia a un apasionado del cuento y la leyenda? ¿ Cómo iba a interesarse por la árida geografía de los textos quien conocía mejor que nadie los senderos del monte, las piedras que bordean el río y
cada amate, cada maquilihue, cada tempisque de las sierras? Se pasaría las aburridas horas de clase mirando a la ventana, tan azul en verano, tan cambiante de nubes en invierno, inundada de luz – ¡de luz!- a todas horas.
Una carrera académica . .. ¿Qué especie de monstruo antediluviano habría sido -por ejemplo- un Masferrer abogado? ¿ Qué pequeño y ridículo un don Alberto bachiller? No. No eran para él las aulas donde un dómine rellena cabezas con inútiles conocimientos, no eran para él los libros plagados de fórmulas vacuas y de sentencias rimbombantes. No eran para él los títulos, ni los chalecos de fantasía, ni las levas fastuosas, ni los bastones de dorada empuñadura, ni los pretensiosos boleros…
Para él eran el espacio abierto y sin límites, los sombreados caminos que no llevan a ninguna parte, la grata sombra de los árboles, la canción de los ríos, la tierra húmeda contra el pie desnudo…
«Si somos hermanos carnales del pájaro, del árbol, del musgo y de la flor…» «Somos la misma sangre con el pez y la roca, con la nieve y el viento, con el arroyo y con la nube, con el zafiro y el carbón…»
«Somos la escama del caimán y la sedosidad del armiño; la bronca cerviz del hipopótamo y el undívago cuello del cisne; el fulgor del diamante y la opacidad de la arcilla» -exclamó en LAS SIETE CUERDAS DE LA LIRA. Ya lo sentía entonces seguramente. Lo había sentido siempre desde antes de nacer. Lo traía en la sangre de sus recios antepasados pipiles. Le quemaba el alma un ansia irrefrenable de identificarse con la naturaleza, de fundirse en el violento paisaje, del cual se consideraba un elemento más.
Y así principió el conflicto, el tremendo conflicto interior. Que habría de atormentarlo siempre. ¿ Cuál era el porvenir, si seguía el camino escogido por el padre? Magistralmente nos lo describe en ese tremendo examen de conciencia que tituló ESTUDIOS Y FIGURACIONES SOBRE LA VIDA DE JESUS: ser buen hijo, obediente, sumiso; estudiar, estudiar mucho, obtener brillantes notas en los exámenes y llevar a casa certificados llenos de sobresalientes que el padre pudiera mostrar con orgullo en todas las tertulias; seguir una carrera, doctorarse, trabajar…
«Hasta el momento en que escogemos honorablemente una esposa honorable, tenemos hijos honorables, pagamos honorablemente nuestros impuestos, servimos a la patria mediante retribuciones honorables, cubrimos nuestros vicios y nuestra sordidez con formas honorables, y por fin nos podrimos honorablemente, dejando un ejemplo de honorabilidad a los que vienen tras de nosotros».
¡Ah, no! ¿Qué haría él con semejante porvenir? El había escuchado el llamado y su alma se agitaba, conmovida por tremendas luchas. La voz del medio familiar lo reclamaba, mas la voz interior decía una cosa distinta.
«La vida, la justicia, el amor, necesitan ser comprendidos y realizados de distinta manera», gritaba la íntima voz.
¿ Cuál era la voz válida? ¿ Qué llamado obedecer? ¿A dónde ir? Dolorosa y tremenda depuración, entre vacilaciones, entre huracanadas idas y vueltas del entusiasmo al desaliento, entre oscilaciones de la claridad de la idea a la oscuridad de la tradición.
¿ Y si él estuviese equivocado? ¿ Si el poderoso llamado que estremecía su alma fuese tan sólo una alucinación, un calenturiento desvarío? ¿Iba a causar un dolor a su padre, iba a decepcionar a sus hermanos, por seguir una vana ilusión? ¿ Y si seguía su inspiración, qué provocaría con su doctrina y con su empresa? «Dolor, sangre, muerte quizá?”
La vida interior se ha vuelto una tragedia, insospechada para quienes en él ven solamente al pálido y desgalichado estudiante, en cuya libreta abundan los ceros. Pero adentro … iAh!
«Un corazón que se está desangrando, una cabeza que se está enloqueciendo; una pobre alma agitada como mar tempestuoso, en que las olas furiosas, desatadas, se amontonan golpeándose en aquella cárcel de su pecho»…y un día regresó al luminoso pueblo de la sierra como estudiante fracasado.
El padre, adusto, apenas le dirigía la palabra. Los hermanos hablarían de sus éxitos estudiantiles. Los vecinos lo verían con compasión, moviendo la cabeza o llevándose el índice a las sienes. Y él seguiría encerrado dentro de sí, rumiando resignadamente su conflicto interior, soportando – por no chocar, por no “escandalizar»- todo aquello que le repugnaba, degustando la hedionda pócima de la paz cotidiana, ahogándose en el ambiente de aquel pueblo «de suelo corrompido donde el error y el vicio y la ignorancia y la estulticia han estado por siglos, infiltrándose e inficionando hasta la raíz de la vida y el alma de todas las cosas».
Y un día sintió que de continuar así acabaría idiota, amargado , sumido en el pesimismo y en el odio, que tendría que renunciar para siempre a la luz – ¡él, que llevaba en el corazón un lucero! – que debería sepultar para siempre todo cuanto de inmortal y divino sentía bullir en su interior.
Pero «nadie – le había enseñado Pitágoras-, nadie debe sacrificar su alma por salvar el alma de los demás» . No.
El no podía quedarse en el pueblo.
«En el pueblo no puede quedarse nadie que lleve una luz que debe hacer brillar para socorro y elevación de los hombres … » «En el pueblo reinan y tiranizan el prejuicio, la frase hecha, la idea rancia, la creencia apolillada, el refrán estúpi do, el cuento resobado … «
«No, ahí las almas tienen moho y las mentes duermen bajo una costra de orín petrificado». Tenía que huir de todo aquello, tenía que irse lejos. A andar, andar y más andar. A recorrer todos los caminos de la Tierra, conociendo el mal, penetrando la miseria, apoderándose del dolor, escudriñando las almas de los hombres, de aquellos pobres hombres a quienes – impotente- veía sufrir y a los que sentía que era necesario salvar. El había oído el llamado, poderoso, subyugador, y ya nada en el pueblo podía retenerlo. ¿ La voluntad del padre? ¿La dura pobreza de la madre? ¿ La bondad de la madrastra? ¿ El cariño de los hermanos? Sufriría acaso con su huida, les causaría dolor su alejamiento…
¿Pero qué podía hacer él, un romántico atormentado a quien la lucha llamaba con imponentes voces? El pertenecía a esa «clase desventurada y luminosa» de la que «no suelen salir hijos modelos, esposos ejemplares y distinguidos ciudadanos, sino hombres extraños, dolorosos, contradictorios, punzantes, que trastornan las cosas, entristecen los hogares, escandalizan al vecindario, hieren las creencias establecidas y faltan a las buenas costumbres».
Y se fue. Los ásperos caminos de Centro América vieron pasar su enteca figura, con el achín al hombro. Los bulliciosos mercados de los pueblos miraron con asombro a aquel moreno adolescente que extendía meticulosamente, con aire distante, su ingenua mercancía de buhonero. Lo sintieron llegar los caseríos misérrimos, de perros escandalosos y tristes mujeres sentadas a las puertas. Los valles luminosos lo contemplaron descansando en los tórrido s mediodías a la sombra de un árbol acogedor o junto al murmullo encantado de los arroyos. Los hombres lo oyeron detenerse al lado de los barbechos y mirar fijamente los primitivos arados que hendían la buena tierra, como erectos miembros que violaran vientres ansiosos.
Lo rodearon los niños, en las acogedoras veladas de una casucha campesina, para oír los cuentos maravillosos que sabía inventar. Las mujeres escucharon incrédulas sus sencillos consejos higiénicos. El viento y la lluvia y los relámpagos fueron sus amigos y lo amaron. Lo cobijaron las noches coruscantes del trópico y la dura tierra palpitante durmió con él como una amante acogedora y buena.
II
Identificado con el violento paisaje del trópico, heredero de una tradición de lucha, de opresión, de odio y amores extremos, con una sangre en que la tragedia del mestizaje seguía librando su enconada batalla, Masferrer fue necesariamente un hombre contradictorio, de internas pugnas agotadoras, enemigo de sí mismo, dulce y terrible, áspero y acariciador, conmovido hasta las lágrimas por todos los dolores humanos y odiando furiosamente a los hombres que no sabían librarse del verdugo que cada quien lleva en su alma.
Anhelando con todas sus fuerzas redimir a la humanidad y gritando desaforadamente contra el género inicuo que cerraba sus puertas a la luz. Poeta intenso, de profundas raíces emocionales que a toda hora agitaba hasta lo más recóndito de su ser y pésimo versificador. Maestro por vocación sin una sola regla didáctica en su haber cultural. Disparatado autodidacto, con anchas y hondas lagunas de ignorancia que su inmenso talento salvaba con gracia sin igual.
Revolucionario nato y tolstoyano a la hora de la acción. Hoy iconoclasta, destructor de mitos, que trata de borrar hasta la más remota huella de milagro en la leyenda de Jesús, y mañana ocultista obsecado, viendo misterio hasta en el acto más simple, descubriendo destinos preconcebidos y preparados por los siglos de los siglos hasta para la más elemental ameba.
En 1920, anda ya metido en los vericuetos del orientalismo. Escribe entonces su ENSAYO SOBRE EL DESTINO, libro en el que –como siempre- el enorme poeta que hay en él lo salva de la tontería ridícula y del absurdo filosófico. Acepta y afirma rotundamente la transmigración y la predestinación.
«Cada uno, como dicen las gentes, trae lo que ha de ser». ¿De dónde? «De los abismos de la Vida. De los viajes y peregrinaciones a través de mil existencias diversas . .. » Todo está sometido a una férrea ley determinante, en la que cada vida es la continuación esencial de una vida anterior. El agente continuador de la vida es para él la forma; el agente liberador es la aspiración. ¿Y a qué se imagina Masferrer que aspira el hombre a través de todas sus transmigraciones? «A volver a entrar en la fuente, en la Unidad, en Dios».
¿El medio? La renunciación, predicada por Sidhartha Gautama. Renunciar al deseo, a la voluntad, para anular el poder del Destino, para alcanzar el Nirvana.
Viejas y resobadas teorías ocultistas cobran en él un acento nuevo, un candoroso y encantador acento poético , en el que la fuerza de la expresión, la magia de la palabra, la cautivadora imagen, nos hacen olvidar las incongruencias filosóficas y su palpable ignorancia hasta del más simple clasicismo griego.
Pero el hombrecillo primitivo y rural que hay dentro de él lo llama constantemente a la realidad, lo arrastra a la Tierra, lo planta en medio de los hombres y le grita rudamente la verdad humana.
«Esta Ley, que rige la creación actual y regirá toda creación futura, quiere que TODA CAUSA PRODUZCA EFECTOS ESENCIALMENTE SEMEJANTES A LA CAUSA GENERADORA», exclama de pronto el hombrecillo, haciendo contra punto al vuelo fantasioso del poeta. Se ha derrumbado el soñador, las alas han rozado la tierra, ha tomado la palabra el hombre.
«¿ Qué dará la espiga del trigal ? Trigo . ¿ Que dará el
pantano? Miasmas. El fuego consumirá, el agua quitará sed, la sal purificará, la luz habrá de alumbrar y el virus de emponzoñar, hoy , mañana, eternamente «.
Masferrer ignoraba seguramente que 26 siglos antes que él, Heráclito había proclamado: » El mundo forma una unidad por sí mismo y no ha sido creado por ningún Dios ni por ningún hombre, sino que ha sido, es y será eternamente con arreglo a leyes».
Pero si ignoraba a Heráclito, Masferrer conocía suficientemente al hombre y poseía la profunda intuición de los poetas; » pues en último análisis, no hay mundo físico , anímico y mental, sino UNO SOLO, cuya unidad no percibimos por la limitación de nuestro entendimiento. El Universo, la palabra lo dice, es lo UNO, DIVERSIFICADO ; lo UN O que se presenta como vario : uno en esencia y múltiple en aspectos. Y, necesariamente, regido por una sola e inmutable ley».
Y aquí tenemos ya al ocultista, al orientalista que acepta el misterio, la predestinación y la metempsicosis, hundido hasta el cuello en el más puro y absoluto materialismo.
Las alas recobraban su vigor y el soñador remonta nuevamente el vuelo: la ley de la causalidad es una manifestación de la voluntad divina. La relación de causa a efecto es, en el plano de la responsabilidad, justicia. «Justicia, en cuanto rige las formas de la vida consciente, en la esfera total del Cosmos ; Destino en cuanto se cumple, de peculiar manera , en el plano de mi existencia personal».
Las alas suben, elevan la visión onírica hasta los planos de la más pura poesía y cuando ya no encuentran una salida lógica, cuando se impone el descenso, dejan caer al poeta empedernido hasta las profundidades del «hombre-abismo «, donde descubre, enceguecida, que » nadie comprende a nadie y el alma de cada uno es un aforo tal fortaleza sin ventanas, que circunda un foso de tinieblas» .
Pero allí está, esperándolo y pronto a salvarlo, el terco hombrecillo de la Tierra : » El Destino – le dice- no anda fuera de nosotros sino en nosotros ; que lo lleva cada uno consigo y que, como aquella túnica de Neso, que abrasaba con fuego invisible, no podemos arrancarlo de nosotros sin que se nos lleve la carne a pedazos.
Una vez repuesto del golpe, el poeta se enfurece contra el hombrecillo burlón y sarcástico. Se siente descontento del prosaico mundo que lo rodea y evade afirmando que el hombre es aquí un inadaptado, un descontento eterno, porque no pertenece a la Tierra, que es para él un medio extraño. En el hombre predomina lo anímico y es natural que no logre encontrar en la Tierra – tan material, tan llena de planta s y de piedras- una plena y satisfactoria felicidad. El hombre ansía paz, pero el mundo es lucha; es cambio violento y constante, y el pensamiento y la conciencia reclaman perennidad y armonía.
Hemos dicho que escribía en 1920. Acaba de concluir la primera guerra mundial. Su fino espíritu, su exquisita sensibilidad, han sido duramente lastimados por el espectáculo de la lucha, » la más bárbara, desastrosa, mezquina y cruel que ha visto el mundo»,
El, que abrevó en las fuentes de la literatura europea, ve el Continente dilecto desgarrado, sangrante, feroz , vuelto al primitivo. ¿ Qué han podido la cultura, el arte, la filosofía, la ciencia ? Se hunde en un confuso mar de terribles interrogaciones. ¿ Qué es lo que puede salvar a la humanidad, qué elementos habría que aportar para convertir al lobo en oveja ? Todo se ha ensayado ya, todo se ha discutido, todo ha fracasado.
» ¿ Qué levadura, qué influencia benéfica, qué sugestión, qué leyes, qué creación artística, qué instituciones, qué doctrinas, qué ejemplos pueden imaginarse que no hayan sido empleados , y siempre con los mismos frutos , estrechos y efímeros … ?» No encuentra salida para su confusa y trastornada indignación… ¡Esa Europa…! El la ha visto, culta, suave, limpia, amable. Ahí aparecía un libro de hora en hora ; las universidades, donde la ciencia era como lluvia perenne ; los niños liberando a los pájaros cautivos ; los municipios construyendo nidos para las cigüeñas… Pintores, escultores, sacerdotes, socialistas, teósofos, profesores, espiritistas, novelistas, poetas … » ¡a quien más suave, a quien más generoso, a quien más fraternal, a quien más ansioso de paz, de belleza, de unión y comunión y unificación … ! » ¡Y toda esa gente era caníbal… !
» No puede haber paz entre los pueblos, como no sea la paz impuesta por una nueva Roma. Porque los hombres son fieras y lo que necesitan es un domador, un hombre de látigo y hierro candente que imponga concordia en la casa de fieras…¡Aunque se llame Nerón!”
Bueno, la verdad es que hay un sistema que se llama «Capitalismo», a cuya sombra castas imperialistas » han sorbido tanta savia y tanta sangre de los indios, de los negros, de los chinos, de los hindúes, de los moros, de los armenios , de los egipcios, de los australianos, de todos los que son débiles e inermes … «
Hay que hacer desaparecer esas castas, hay que destruir ese inicuo sistema. P ero, ¿de qué nos está hablando ahora el poeta amargado? ¿ Hay, pues, una esperanza, hay una salida, hay una solución? No. El que ha hablado ha sido el entrometido hombrecillo de allá abajo, que aún se aferra a la bondad del hombre y cree en una posibilidad de humana superación.
El poeta no cree en esas cosas ; aunque desaparezcan esas castas y esos sistemas, no tendremos paz porque el hombre es un extranjero en la Tierra…Los animales viven en ella a gusto porque de ella son nativos, porque están en su medio, se organizan cómodamente, hacen vida en común, trabajan todos y disfrutan todos del trabajo colectivo…Pero el hombre… «¿ Qué pasa en las sociedades humanas? » Esto, sencillamente : buen número de los asociados no trabajan o trabajan muy poco. Y la gran mayoría de los que trabajan no disfrutan del Haber Social, sino en la cantidad indispensable para no perecer violentamente. Una minoría, en todo el mundo, se apodera del producto del trabajo común y lo gasta y derrocha sin medida, o lo atesora y guarda par a sus descendientes, obligando a una considerable porción de los asociados a vivir en la escasez y en las privaciones, y a los restantes, a consumirse en la abyección, en la estrechez, la suciedad y el hambre» . ¡Ah, malvado y terco hombrecillo de la Tierra! Ha terminado por dominar al poeta, por atar sus alas, por extinguir su sueño. Este suspira y acaba por aceptar:
» En suma, el Destino, cuyas apariencias de arbitrariedad y fatalidad han desconcertado siempre a los hombres…no es sino una fuerza que nosotros mismos creamos…» «ahora soy víctima de esta pantera que me ha derribado por el suelo, destroza mi pecho con sus uñas de hierro y con su áspera lengua sorbe mi sangre. Pero YO SE que no habrá de matarme, si YO NO QUIERO; y que un día vendrá en que, cerradas mis heridas, recobradas mis fuerzas y confortado mi valor, domaré y amansaré a esta fi era, y su cabeza, que es ahora mi espanto, servirá de escabel a mis pies».
En LAS SIETE CUERDAS DE LA LIRA , su obra de mayor aliento poético, volvemos a encontrar esta enconada pugna: entre el soñador inveterado y el hombrecillo de la eterna vigilia. El poeta lucha por desasirse de lo humano, niega al hombre, abomina de él. Trata de escapar de su terrestre condición por el camino de la incomprensión : «Si no comprendo a otro hombre, que es mi semejante, casi una reproducción de mí mismo ; si no comprendo la mayor parte de los fenómenos que se operan en mi propio ser, ¿cómo voy a comprender a la Tierra, tan amplia, tan varia, tan silenciosa y concentrada en su trabajo, y de la cual no sé, a conciencia, sino que me lleva pacientemente en su regazo…?»
Nadie puede explicarse nada. Mienten l os sabios en sus teorías, mienten l os investigadores en sus experimentos , mienten los maestros en sus enseñanzas . . . «Los sabios, con sus feos anteojos y sus calvas odiosas, se levantan a proclamar que todo es ciego y sordo, menos ellos; que la ley es la lucha y que es científico que unos hombres perezcan de necesidad y otros de hartura…a lo cual, los pueblos, tan bestias como ellos, responden echándose unos contra otros, a despojarse y a devorarse…La ciencia… Los sabios…”
Mas el terrestre hombrecillo de la vigilia se aferra a los pies del soñador, lo arrastra pesadamente y lo ancla definitivamente en la Tierra … Despierta iluso – parece decirle irónico– , ¡cómo no vas a comprenderla si eres uno con ella, si estás dentro de ella, identificado con ella, como uno de sus tantos elementos! Si todos nosotros, «con las plantas, los animales y las piedras, con todo lo que vive sobre nuestro planeta, respirando el mismo aire, confortados por las mismas aguas, reanimados por el mismo calor, nutridos por la misma tierra, impulsados por la misma energía, mantenidos por la misma atracción e iluminados por la misma luz, somos distintos y extraños en apariencia; mas, en realidad, somos y vivimos una sola vida. Como las notas de un mismo acorde, como las ondas de una misma ola, como las olas de un mismo mar … «
El poeta comprende entonces y canta jubiloso : » Somos hermanos carnales del pájaro, del árbol, del musgo y de la flor. . . Somos garra en el águila, canto en el ruiseñor, plumaje en la oropéndola, llama en las flores del granado, raíces en la ceiba, relámpago en la nube, dardo en el escorpión, fragancia en el jazmín y espuma de muerte en la víbora».
El poeta se ha quedado por fin sobre la Tierra, ha afirmado el pie en el planeta, comprendiéndolo, amándolo, descubriendo el mundo con infantil alborozo y proclamando a gritos cada uno de sus descubrimientos. Si, todas aquellas cosas en la s que no había reparado nunca con la s cuales tropezaban sus pies mientras anduvo con la vista en el cielo, eran bellas y amables ; todos aquellos seres entre los cuales había deambulado hasta entonces y que le parecían torpes , despreciables e indignos, eran semejantes a él, sufrían, amaban, soñaban también y merecían ser redimidos…
III
A Masferrer le repugna el institucionalismo religioso. El lleva en su carne y en su espíritu un Cristo humano y acongojado, cargado con toda la flaqueza del género y duro como diamante en bruto. Un Cristo siempre desfalleciente, agobiado por la tarea que se ha echado sobre los hombros, pero sostenido a toda hora -en el largo y doloroso vía crucis de la vida- por una idea galvanizante.
Y aborrece con toda su alma la tesis del origen divino, en un afán de reconocer a la raza humana la posibilidad de crear excelsitud sin metafísicas intervenciones.
Y lo concibe así, como un hombre más entre los hombres, engendrado por hombres, como una ruda herencia humana, acrecentada a través de innúmeras generaciones por siglos y más siglos de sufrimiento, en posesión de un pensamiento que se ha ido acumulando y potencializando y enriqueciendo y que en él se concentra y concreta y se hace verbo y luz, pan y vino, para los ciegos y los hambrientos y los que no han podido gritar, fuerza para los débiles, sostén para el caído, resurrección para los muertos. Todo en su Cristo se empeña en ser humano, divinamente humano, desde su nacimiento hasta su muerte.
Como lo hemos dicho ya, más que un relato histórico, más que una interpretación de hechos, Masferrer nos dice cómo es que él siente el cristianismo, cuál es el Jesús, que a él le desgarra las entrañas. Así, cuando trata de pintarnos la situación del pueblo judío lo que hace es reflejar el ambiente que a el lo rodea, pintar crudamente con sus líneas y colores exactos la situación del pueblo suyo, el pipil al cual él anhela redimir. El mesianismo de que nos habla es el de una masa desesperada, hambrienta, explotada, enferma, miserable, sobre cuyo dolor descansan la opulencia y el placer de una casta de expoliadores y detentadores de la riqueza.
El ansia de liberación que palpita en las páginas de sus ESTUDIOS y FIGURACIONES , no es sino la que él ha recogido en sus peregrinaciones por las tierras centroamericanas. La fe que exalta es su propia fe. La esperanza que enarbola es la que siente palpitar en todos los pechos a los cuales se acerca. Entonces, como antes y ahora – dice- “al hambre del hambriento se le engañaba con derechos; al frío del desnudo, con verdades científicas; al peregrino que no tenía techo, se le ofrecían por abrigo sistemas económicos, a toda forma de miseria, el espejismo de un progreso que jamás acaba de cumplirse y que no apaga la sed ni quieta el hambre».
Su estudio de Jesús y del cristianismo no es, pues, en realidad, sino un pretexto, una manera de gritar su verdad, una forma de acusar implacablemente a los vampiros que se alimentan con la sangre de su pueblo. El, sutil observador, había auscultado el corazón de las muchedumbres. El las había visto recorrer las calles de la ciudad y arremolinarse amenazadoras como mar tempestuoso.
El había presenciado cómo –un 25 de diciembre que aún no se castiga– la multitud había sido asesinada fríamente, mientras gritaba en las calles su desesperación: ¡Queremos comer! ¡Queremos vestirnos! ¡Queremos tener como los pájaros un nido y como las raposas una cueva! ¡Queremos vivir! ¡Queremos ya, para hoy, para todos los días, para siempre, esto que es nuestro y se nos está robando siempre: el pan!”
Y sabía también que «millares de miserables y oprimidos comenzaban a decir se que el pan y el agua son antes que la patria; que un cobertizo abriga de la lluvia, mejor que un atrio de un templo, y que una túnica libra mejor del frío que una sentencia de la ley y que una verdad de la ciencia». Nadie podía saberlo mejor que él. Nadie había convivido las hambres y miserias del pueblo como él.
Nadie había pulsado el sentir de las muchedumbres como lo había hecho él. Sabía ya que el derecho a comer no pueden darlo las leyes sino ese formidable título que se llama HAMBRE, y que el derecho a vestirse se funda en la buena y total razón de encontrarse desnudo.
Es entonces quizá cuando su espíritu fino y sensible de poeta sufre su más tremenda crisis. Es entonces quizá cuando entre agonías y vacilaciones, entre entusiasmos y decaimientos -los que tan magistralmente describe, atribuyéndolos a Jesús- percibe claramente el Llamado y acepta su misión.
De estos ESTUDIOS y FIGURACIONES surge el Masferrer luchador, el terrible profeta imprecador y justiciero. En estos ESTUDIOS y FIGURACIONES encontramos los embriones de EL DINERO MALDITO, EL LIBRO DE LA VIDA, LEER Y ESCRIBIR, LA CULTURA POR MEDIO DEL LIBRO y de todo el resto de su formidable labor como director de PATRIA, el primer gran periódico de aliento social que conoció Centro América.
Pero más que un Jesús redentor y dispuesto al sacrificio, Masferrer es un tremendo San Juan que fustiga fieramente a fariseos y escribas, príncipes y sacerdotes, que arrastra a las multitudes tras su verbo encendido, que pone al rojo al horno de la ira popular, en el que -a una señal suya- » todas, aquellas víboras que anidaban por la casa del Señor, revestidas de sacerdotes y doctores», habrían ardido como paja seca.
Pero Masferrer nunca se decidió a dar la señal. El conflicto interior suyo se tradujo siempre en su posición frente a los problemas sociales. Los planteó con toda claridad, encontró los males, señaló las lacras, sentó las premisas justas, pero a la hora de sacar conclusiones, su otro yo se interpuso, lo detuvo, lo hizo tragarse la consigna que ya asomaba a sus labios.
Examinemos – por ejemplo- DINERO MALDITO. Comienza Masferrer por estudiar el problema del alcoholismo del pueblo. Por la calle donde él vive bajan los campesinos a la capital, a dejar en estancos y cantinas sus miserables salarios. Por esa misma calle r regresan, algunos en un lamentable estado de embriaguez, conducidos por sus amigos; otros, camino de la cárcel; otros hacia el hospital…
«Calle del Aguardiente, Calle de la Sangre, Calle de la Cárcel, Calle del Infierno»… Calle de la Sangre… Sí, «vivimos y gozamos de la sangre que mancha y enrojece el suelo de esta calle. De esa sangre, cristalizada en el Presupuesto y transformada luego en la mentira de la Cultura, vivimos y gozamos nosotros, los privilegiados» … Esa sangre da la posibilidad de viajar por Europa, de celebrar fiestas diplomáticas y banquetes patrióticos, de sostener una vida de monerías que imaginamos civilización y cultura …
«Con esa sangre se pagan nuestros lujos, nuestras joyas, nuestras mansiones, nuestras quintas, toda nuestra vida ociosa y mentirosa, gris y charlatana, alimentada incesantemente con el dinero maldito…!
«El dinero maldito … Esa es nuestra vida. .. Esa también será nuestra ruina … «, clama San Juan, adusto y admonitorio.
Le sigue así su libro tremendo, relatando la vida miserable del ebrio, la tragedia de los hogares humildes, presas del alcohol, las tribulaciones de las madres, las angustias de las esposas, la desesperación de los hijos… Se alza contra los hombres del revólver y predica el pan, la vida limpia, humana, para que «los hombres, en vez de abominables demonios, sean hombres, o siquiera merezcan ser hombres».
Pero Masferrer ha descubierto la verdad que hay en el fondo del alcoholismo del pueblo. «¡Hay tanto dolor! j Hay tanta opresión! ¡Hay tanta soledad !» «Hambre y sed de justicia hay a veces en la copa de lico r que apuramos, hambre y sed de amor, de compasión, de comprensión, de perdón, de reposo … » y hay también la horrenda corrupción patrocinada por el Estado, que vive a costa de la embriaguez, que se interesa en que se venda cada día más alcohol para acrecentar sus rentas…
«En verdad, tales naciones apenas merecen vivir. Y de las clases directoras de tales pueblos, lo más caritativo es suponer que su mentalidad es tan nebulosa e incipiente que todavía no alcanza a ser verdadera mentalidad de hombres … » y describe al lucrador, al explotador del vicio, al bebedor de sangre del pueblo, tal como lo ve, sin entrañas, sin capacidad alguna para comprender, sin posibilidad de ser alterado en su estructura pensante.
«Son ciegos guiando ciegos y mudos enseñando a hablar a sordos». Y el sañudo San Juan lo señala a la furia popular con índice de fuego y grita su sentencia apocalíptica:
«Sembrasteis vientos … No esperéis sino tempestades … » Todo está listo ya para que sus labios lancen la consigna que aniquilará a los verdugos. La multitud, electrizada, aguarda la señal de luminoso guía. Está arado el campo y húmedo y ansioso y el sembrador tiene en la mano la semilla… ¿ Qué pasa? ¿ Por qué no grita la palabra que todo el mundo espera? ¿Por qué detiene el brazo en el aire? Es que Masferrer odia la violencia, aborrece la sangre, detesta la venganza. Cuando el horno está listo y sólo falta la chispa de una palabra suya para que en él ardan como secos sarmientos los fariseos y los escribas, se le oye murmurar: «Paz a los hombres de buena voluntad».
Y les desea paz y prosperidad a los fabricantes del demoníaco brebaje, a los lucradores, a los miserables explotadores, a los estadistas cómplices, a todos los que hacen el mal «por ignorancia».
«Pasemos una esponja sobre el ayer, y que nadie os cuente la sangre vertida, ni las prisiones desastrosas, ni los hogares deshechos, ni los niños abandonados, ni las madres desamparadas, ni las tranquilas heredades vendidas para el vicio, ni la salud perdida, ni el alma caída en tinieblas, ni el fracaso total de las vidas, a que llevó el tóxico fatal que vosotros vertisteis en la copa insaciable del lucro».
«Paz a vosotros». Ante semejante retroceso del líder, ante semejante desfallecimiento del guía, ante el perdón otorgado por el terrible acusador, dan ganas de gritar, con las mismas palabras con que él apostrofa a San Juan: ¡Ah, Masferrer, Masferrer! ¿Por qué no dijiste la palabra ni diste la señal?
La misma contradicción encontramos en EL LIBRO DE LA VIDA, en su campaña de PATRIA, en todas sus obras de acusación social y de agitación popular. Su sangre pipil se rebela ante las tremendas injusticias que se cometen con su raza, pero el gachupín ambicioso y calculador que se esconde en un pliegue de su espíritu, frena sus impulsos, inhibe su acción, lo vuelve temeroso y le obstaculiza la victoria.
Presiente que el abismo entre uno y otro es insalvable, pero busca ansiosamente un puente que le ayude a cruzarlo. Sabe que no hay reconciliación posible entre explotadores y explotados, pero se estrecha febrilmente las manos, soñando con una unión que ni en su propio ser ha podido realizar. Presiente ya por dónde ha de desatarse la tormenta:
«La separación profunda entre la clase campesina, indios los más, o semi-indios, que forman los tres cuartos de la población, y la otra cuarta parte de privilegiados, que ven con la indiferencia más cruel y absurda la suerte de quienes son, podemos decirlo, el nervio del país». «Día vendrá en que comprendamos que esa indiferencia, esa hostilidad con que vemos al indio, al trabajador del campo, es la causa de muchos de los males que nos agobian. .. Este país, tal como se halla ahora constituido, es un monstruo». ¿Y qué remedio propone Masferrer contra semejante monstruosidad? «Ama a tu prójimo, trabaja por tu prójimo», es todo cuanto se le ocurre, como una solución para el tremendo problema que ha planteado.
Pero la espantosa tensión a que lo somete su conflicto interior no puede durar mucho tiempo. O encuentra la manera de reconciliar a los dos rivales que lo habitan o estallará de un momento a otro; o su contradicción se resuelve dialécticamente en una síntesis armoniosa, o los elementos antagónicos que lo forman acabarán por destruirse.
Es así como llega al MINIMUM VITAL, pacto de amistad, armisticio que celebran su gachupín y su pipil: que el de abajo trabaje y se pliegue a los caprichos del de arriba, pero que el de arriba tenga un poco de misericordia para el de abajo. Que se dé a todo el mundo la posibilidad de llevar una vida humana, que cada habitante de la República tenga asegurado un mínimum de recursos para subsistir; que el niño, por el solo hecho de nacer, adquiera el derecho a ser protegido y cuidado por la comunidad, que haya paz, por encima de todo y a pesar de todo, que haya paz, paz, paz … La paz con que ha soñado toda la vida y que jamás ha logrado alcanzar.
Así se embarca en su última aventura política, a sabiendas de que cornete un error. En efecto, mucho tiempo antes había expresado: «No será difícil explicarse aquel extraño fenómeno de nuestra historia, que muchas veces nos ha mostrado a los peores tiranos rodeados y seguidos por los hombres de mejor intención. Ardorosos reformadores, convencidos de que abajo, en el pueblo, no podían encontrar sostén ni ayuda para sus instintos de reforma, buscaron el patrocinio de los gobernantes y les colocaron a la cabeza de movimientos que éstos ni comprendían ni amaban. Fueron burlados, como debían serlo, y se sacrificaron sin más fruto que dar prestigio a ídolos de barro y fortificar el egoísmo y la mentira, cuando todos sus anhelos los llevaban a ser los servidores del desinterés y la verdad».
A sabiendas pues del resultado único que obtendría, Masferrer se liga a uno de los candidatos a la Presidencia en la campaña electoral de 1930. Lo prestigia con su nombre y da a la propaganda un programa – su MINIMUM VITAL– y un sentido social y reivindicador de los oprimidos . El pueblo lo sigue – no al candidato sino a Masferrer– y determina el triunfo de su planilla por una abrumadora mayoría de votos.
El candidato era un pobre señor ignaro, terrateniente fracasado que había disipado su fortuna y eterno pretendiente a la primera magistratura. Nada podía esperar se de él, ni siquiera que comprendiera en sus más elementales lineamientos el programa masferrereano. Sólo su temor a la revolución popular, sólo sus dudas acerca de la capacidad del pueblo, pueden haber empujado a Masferrer a semejante suicidio.
Si mucho tiempo antes había escrito: «Una mejora social, toda reforma que tienda a elevar la cultura y la felicidad del pueblo, no es ni más ni menos que una semilla, la cual, por escogida y vigorosa que sea, no dará fruto si se la siembra en un terreno estéril.. . Sembradores de ideas, el pueblo es el terreno de la siembra». Su duda acerca de la comprensión del pueblo fue lo que perdió a Masferer como líder, lo que hizo imposible el triunfo de su idea, lo que proclamó irrealizable su programa.
Quiso hacerlo todo desde arriba, gracias a la magnanimidad de los señores, aliándose al explotador para tratar de humanizarlo. Predicó el amor donde existía un odio de siglos, abogó por la comprensión donde sólo había obcecación y ceguera, luchó por la fraternidad entre las ovejas y los lobos y, naturalmente, fracasó en forma lamentable. Su gachupín y su pipil jamás pudieron darse el abrazo con el cual soñó toda su vida y la pugna feroz que libraban en su espíritu acabó con su flaca envoltura corporal.
Cuando los modernos teules se lanzaron a la sangrienta orgía de 1932, ya Masferrer vivía en un exilio voluntario, amargo y desolado. La matanza sin precedente a que la raza pipil fue sometida en aquellas trágicas jornadas, debe haber sido devastadora para aquel hombre que amó al pueblo con todas las fuerzas de su espíritu, que buscó afanosamente una solución para sus problemas, que por luchar por él, renunció a los honores y a la fácil gloria que su impulso poético habría conquistado sin mayor esfuerzo.
Cometió indudablemente graves y serios errores como político, como pensador, como maestro y como líder. P ero lo valedero de su obra, lo noble de su gesto, el gran aliento profético de su palabra, quedarán para siempre y a medida que pase el tiempo cobrarán mayor valor y un más depurado brillo.
Lo vi por última vez a fines de 1931. Vencido, derrotado escarnecido, vino a refugiarse a Guatemala. Se le veía viejo, enfermo, sin fuerzas ya para iniciar nuevamente la batalla. Estaba solo. La mujer que iluminó su madurez con un amor esplendente, estaba lejos y no podía suavizarle el instante. Comprendía que se había equivocado, que -siendo justas sus premisas- el camino escogido para llegar a una conclusión no había sido el apropiado.
Creyó que su palabra de luz, su verbo fulgurante, su encendido acento, serían capaces de ablandar los corazones de piedra y taladrar los espesos cerebros de alcornoque.
Se lanzó lleno de fe, seguro de realizar el ideal que había atormentado su vida, urgido por el anhelo de ver cristalizar su doctrina antes de que llegase la noche. Se entregó en cuerpo y alma a la tarea. Pero su impulso se estrelló contra una tupida muralla de incomprensión, se hundieron sus pies en la ciénaga de las más bajas ambiciones y de los más rastreros designios . Fue mentira la promesa del falso candidato. Mentira la oferta de acaudalados irresponsables. Mentira la propaganda de intelectuales sin escrúpulos…
Meses antes, a raíz del triunfo electoral de su partido, lo vi recorrer las calles de San Salvador, clamando como un iluminado : » ¡Ha triunfado el pueblo, ha triunfado el pueblo!» Estaba seguro de que inmediatamente se pondría en práctica su MINIMUM VITAL; de que la tierra sería nuevamente la tierra, la Santa Madre de todos, la fiel compañera del hombre que se esfuerza sobre ella y libra la batalla de la siembra y la cosecha; de que su apostolado de tantos años llegaba a un glorioso Pentecostés.
Con esta fe fue a la Cámara de Diputados como Representante del Pueblo. Con esta certidumbre se entregó a la tarea. Pero pronto descubrió que todo era mentira, que se le había engañado miserablemente, que se le había usado como instrumento de fraude y opresión, que se hacía irrisión de su prédica. Y entonces huyó.
Huyó aterrorizado. Se alejó con asco de la plaga de ignaros que no le comprrndían y se resignó a morir, no esperando ya ver a su pueblo iluminado por la LUZ, la eterna LUZ por la que había clamado siempre. Pero no perdió la fe.
Mi juvenil incomprensión lo apostrofó en aquel frío noviembre de 1931.
-Usted – le dije-, usted es el culpable. Por usted siguió el pueblo a Araujo. Por usted los campesinos han sido engañados y escarnecidos … Usted fue quien sembró vientos . .. Responda de la tempestad que se avecina.
Mi estupidez – merecedora apenas de su desprecio– fue acogida bondadosamente :
– No – me respondió- . Yo no engañé, yo no mentí… He sido yo el engañado, el burlado, el estafado … He cometido MI ULTIMO ERROR. Creí sinceramente que era posible convencerlos. Me engañé. No son hombres. Son fieras, son alimañas sanguinarias . . . Es preciso destruirlos, destruirlos… Pero yo ya no puedo. Estoy enfermo, viejo … Ya no puedo . . . A ustedes, los jóvenes, les toca seguir en el empeño. .. Que mis errores les sirvan de lección … No he arado en el mar. Dejé buena semilla en tierra noble y fecunda … Cuídenla, cultívenla, riéguenla .. . A su tiempo brotará, fructificará , y ustedes recogerán la cosecha.
Las lágrimas lo transfiguraban. Yo comprendí entonces y lo vi tal cual era, tal cual había sido siempre, en toda su pequeñez y en toda su grandeza, en toda su miseria y en toda su excelsitud . Humano, noble y profundamente humano, entregado en todo momento, con su inmenso afán de ser luz en las tinieblas, amor en medio de todos los odios, bálsamo en todos los dolores, cayendo y levantándose, con los pies hundidos en los légamos de las humanas pasiones y la frente perdida en las alturas de un sueño sin fronteras …
Y me di cuenta de que en realidad él había sido el Cristo de que habla en sus ESTUDIOS Y FIGURACIONES, de que aquél no era sino un autorretrato, una entrega de sí mismo, una explicación de lo que él sentía y de lo que para él debía ser el hombre :
«El Jesús nuestro, el real , el que nos dio su cuerpo y su sangre, es un hombre que sabe de dudas, de vacilaciones y de tentaciones ; de gritos en el interior de su alma ; de sombras en el abismo de su conciencia; de desfallecimientos que le hacen prorrumpir en aquella queja desesperada, cuando dice :
» Dios mío, ¿ por qué me has abandonado?» ; que sabe de insomnios, de rebeldías y de exasperaciones; que sin hablar, sin indicio ninguno de su tempestad interior, sirve, a veces, de campo de batalla en que luchan un as contra todas las potencias del cielo y del infierno … A ti es a quien yo venero, adoro y reverencio; a ti a quien yo compadezco desde lo íntimo de mi alma con toda la ternura de mi corazón; no por la cruz, no por los azotes, ni por los clavos desgarrando tus pies, ni por la lanzada en el costado . . . sino por el otro calvario.. . el otro, largo, callado, tremendo, pavoroso, que recorriste desde que comenzaste a tener conciencia de la vida y del dolor, hasta el día en que aceptaste beber en el cáliz de ser tú el que nos redimiera …
El esfuerzo inaudito, inconcebible, de transformar al hombre en Cristo, el carbón en diamante, la sangre en aurora, y el nervio y el músculo en cordaje milagroso para himnos y plegarias ; el ímpetu del corazón tras la belleza, el amor sereno y paternal para todo el que sufre . .. esa es la verdadera pasión, el verdadero martirio, el que te hizo superhombre, Hijo del Hombre, Hijo de Dios, Cristo y Redentor».
Sí. Así había sido él siempre y tal había sido su pasión y así concluía su martirio.
Yo he aceptado, humildemente, la mínima parte que me corresponde de aquella excelsa herencia y he vivido en el afán de realizar el cuido y el riego que él me encomendó. Y así, humano y transfigurado por la pasión, lo he llevado desde entonces en lo más entrañable de mi alma. Aquel viejo triste, enfermo, derrotado, vencido, sin fuerzas para luchar, pero lleno de fe y alentando una esperanza sin límites, irradiando luz – mucha más luz que nunca- ha sido desde entonces MI ALBERTO MASFERRER. (De «Diario Latino», San Salvador).