Navidad 1922
Miércoles, 04 Enero 2012
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Edgardo Quintanilla (*)
LOS ÁNGELES – A finales de diciembre de 2011 me encontré con el muralista, visionario, y artista salvadoreño Héctor Ponce, en la celebración de un cumpleaños para una amiga en común en una casa en las colinas de Hollywood cerca del observatorio Griffith. Ver www.hectorponce.com
Salió a cuento en nuestra plática su observación que El Salvador es un país maldito ya que en toda su historia siempre ha tenido que lidiar con la violencia a todo nivel social. Mi ciudad no es tampoco una excepción ya que terminó el 2011 con una racha de varios incendios de autos, garajes, y casas de parte de un incendiario de origen europeo que afectaron West Hollywood y el Valle de San Fernando. Pero nunca he escuchado a nadie decir que mi metrópolis angelina padece de una maldición sobre todo cuando es la capital del entretenimiento a nivel mundial. Escuchar www.jazzandblues.org.
Al contemplar la llegada del 2012 y recordar el terruño maldecido que Ponce rememora, reparo que pronto llegarán a esa vieja patria los usuales discursos políticos haciendo de la matanza del ’32 una lección para el presente. Asimismo se dejarán caer las huestes rojas que irán a la tumba de Farabundo Martí (1893-1932) en el Cementerio de los Ilustres en San Salvador para corear y vivar al líder comunista fusilado por un pelotón del ejército salvadoreño un primero de febrero.
Farabundo, ó Farrabundo como era también llamado por gustar a lo grande de la bebida alcohólica (uno de los hechos que lo alienó del abstemio líder Augusto César Sandino), nunca supo que en su nombre una revolución iba a ser pretendida ó un partido político salvadoreño iba a ser fundado y que a diferencia de Sandino nadie lo vería como un mesías de la luz y la verdad. Ver Marco Aurelio Navarro-Génie, “Augusto ‘César’ Sandino: Messiah of Light and Truth” (Syracuse University Press 2002).
Lo más seguro es que las reseñas oficiales del actual gobierno efemelenista no hagan ninguna referencia a la masacre de un lunes, 25 de diciembre de 1922, en el entonces glorificado “Paseo de la Independencia” de San Salvador. Ver Héctor Ismael Sermeño, “El Paseo Independencia”, contrACultura (Diario Digital), 5 de octubre de 2011. Debería de existir una mejor remembranza ya que casi han pasado 90 años del acontecimiento en un país donde han habido masacres al escoger, pero lo que distingue a esta masacre es que fue básicamente una masacre de una manifestación política de mujeres en una época en que la mujer salvadoreña no tenía el voto, no tenías los mismos derechos legales que un hombre, y era vista como el sexo débil. Ver Edgardo Quintanilla, “Consuelo Suncín en San Francisco,” ContraPunto, 17 de septiembre de 2010 (republicación).
Los académicos americanos Jeffrey Gould y Aldo Lauria-Santiago hacen una breve referencia a la única matanza política navideña en toda la historia de San Salvador en “To Rise in Darkness: Revolution, Repression, and Memory in El Salvador, 1920-1932” (Duke University Press 2008). Haciendo uso de un escrito hecho por un simpatizante de las marchantes, Miguel Ángel Hernández, dicen que ese día como un millar de mujeres de todas la clases sociales de San Salvador vestidas de azul ó con un botón azul en apoyo a un hombre político de oposición, un tal Tomás Molina, se congregaron a las dos de la tarde con pancartas para manifestarse y marchar por el lujoso Paseo Independencia bajo la mirada de sus compañeros de vida y familiares masculinos que iban a llevarlas a casa al terminar el evento, que empezaron a marchar a las cuatro de la tarde, que luego fueron agredidas por ametralladoras disparadas por elementos de las fuerzas armadas de El Salvador, y por macheteros de una organización paramilitar llamada Liga Roja compuesta de campesinos é indígenas, resultando con varias mujeres muertas y heridas. Ni Gould, Lauria-Santiago, ó Hernández dan por lo menos el nombre de una de estas mujeres que participaron en esa marcha fatídica.
Hay muchas preguntas que se forman sobre el incidente, empezando con los y las organizadores reales de la marcha, los nombres de testigos y testigas del suceso que debieron de haber contado lo que pasó en una narrativa que debió haberse repetido a lo largo de cuatro generaciones, si existen actas de defunción de las muertas, y por qué la ausencia de fotografías, de mujeres muertas tendidas en la tarde de una Navidad sansalvadoreña. No se sabe cuántas murieron.
Luego viene la duda, el escepticismo sobre lo que Gould, Lauria y Hernández pretenden recontar. En 1922 existía una amplia y clara división social de mujeres de alta sociedad y sus sirvientas en San Salvador, y si por ejemplo iban a misa, no iban a la misma iglesia, ni se sentaban en la misma banca. Ver Dana G. Munro, “The Five Republics of Central America” (Oxford University Press 1918). Dudo que haya sido una marcha de mujeres de todas las clases sociales.
Espero que desde el país maldito que me habla Ponce surja una novela, una película, una recreación imaginativa de esta masacre, ya que el arte ayuda a re-entender y cuestionar el pasado. Si era Navidad en el opulento Paseo Independencia, el olor a pólvora de la quema de cuetes de la noche anterior no se había ido, y la tarde bajo un cielo azul intenso bien pudo haber estado fresca en un San Salvador rodeado de cafetales donde las cortas ya habían terminado, mujeres sin nombre con vestidos largos hasta el calcañal con botones azules en el pecho, mirando impaciente hacia el poniente, hacia donde el sol caía sobre el volcán de San Salvador, esperando que la marcha empezara ó que 90 años más tarde se les diera un nombre.
(*) Abogado de ley migratoria en los Estados Unidos y columnista de ContraPunto