Las Mujeres en la Independencia

Las Mujeres en la Independencia
Patricia Iraheta
Publicado el 05 Septiembre 2008

Mujeres en la Independencia

Los acontecimientos históricos del proceso independentista dieron vida a una serie de expresiones y movimientos socio-políticos que hasta la fecha se consideran poco investigados y analizados, pero sólo se conocen las versiones tradicionales de los acontecimientos y actores, invisibilizando hechos y protagonistas importantes.
Hasta hace poco tiempo que el proceso independentista está siendo investigado rescatando la participación y rol de las mujeres; de ahí que investigaciones realizadas como la de Carlos Cañas Dinarte sobre las mujeres en la independencia nos proporcionan evidencias importantes sobre el rol de las mujeres en esa época, que es fundamental reflexionar.
Cañas Dinarte constata que “Las mujeres de esa época: criollas, mestizas, indígenas y negras esclavas, compartían algunas funciones y labores comunes, a las que se les denominaba: “oficios mujeriles”. El hogar, la iglesia, el hospital y el campo de labranza eran sus principales espacios para desempeñar éstas labores. La mayoría de mujeres eran excluidas del derecho a la educación, siendo esta, además de exclusividad de una élite, eminentemente religiosa y segregada para hombres y mujeres.
Sin embargo, la historia de la independencia está sellada por la firma sólo por próceres y fue hasta 1975, que en el marco del Año Internacional de la Mujer y a iniciativa de la Liga Femenina de El Salvador, se reconoció la participación de una prócer: María de los Ángeles Miranda, declarada Heroína de la Patria mediante el decreto legislativo 101 (30 de septiembre de 1976).
Estos datos nos indican que las mujeres independientemente de sus condiciones sociales y étnicas compartían un mismo ámbito y espacio que las colocaba en una misma condición de género, determinada por su exclusión de otros espacios sociales en el ámbito público–político y destinadas a sus roles de madres, esposas, cuidadoras.
A pesar de este contexto, fueron muchas las mujeres que formaron parte de este proceso independentista – que según la investigación citada – tuvieron que intervenir activamente y haciendo aportes importante a este momento histórico; entre ellas recordamos:
Las metapanecas Juana de Dios Arriaga, Inés Anselma Ascencio de Román, Dominga Fabia Juárez de Reina, Úrsula Guzmán y Gertrudis Lemus. Las dos últimas suministraron piedras y armas a los indios y mulatos que, el 24 de noviembre de 1811, participaron en enfrentamientos en esa localidad santaneca, dirigidos por el prócer Juan de Dios Mayorga.
María Madrid –viuda oriunda de Tejutla (Chalatenango), de 43 años de edad- y Francisca de la Cruz López –joven de 30 años de edad, soltera y nativa del lugar-, quienes fueron liberadas gracias al indulto promulgado el 3 de marzo de 1812, tras ser capturadas y sometidas a largos interrogatorios y acusaciones de alta traición contra el imperio ibérico.
Se reconoce como una mártir a Mercedes Castro –fusilada en San Miguel por sus afanes libertarios-, al igual que los de las viroleñas Josefina Barahona, Micaela y Feliciana Jerez.
Las más destacadas en la historia salvadoreña están hermanas María Feliciana de los Ángeles y Manuela Miranda, quienes, entusiasmadas por los afanes libertarios en San Salvador, propagaron las noticias independentistas por la campiña de Sensuntepeque, misión patriótica llevada a cabo con sus fuertes voces y un tambor. La zona se alzó en insurrección el 29 de diciembre de 1811, en el punto conocido como Piedra Bruja. Capturadas por las autoridades españolas, las hermanas Miranda fueron procesadas en Sensuntepeque y fueron recluidas después en el Convento de San Francisco de la localidad de San Vicente de Austria y Lorenzana, las hermanas Miranda escucharon la sentencia que las condenó a sufrir cien azotes cada una, para ingresar más tarde como siervas sin paga en el convento local y en la casa del cura párroco. María de los Ángeles murió a principios de 1812, cuando su espalda desnuda recibió las descargas del látigo de su verdugo frente a la multitud reunida en la Plaza Central de San Vicente. Al momento de su muerte, rondaba los 22 años de edad.
María Felipa Aranzamendi y Aguiar, Ana Andrade Cañas, Manuela Antonia de Arce y María Teresa Escobar, abogaron por la libertad de sus cónyuges: Manuel José Arce, Santiago José Celis, Domingo Antonio de Lara y Juan de Dios Mayorga y les apoyaron de diversas maneras – visitas, bienes, exilio, privaciones, mensajería y más- para lograr la emancipación centroamericana, mientras purgaban sus penas en las cárceles, entre 1814 y 1819.
El 15 de septiembre de 1821, en las afueras del Palacio de los Capitanes Generales, una mujer fue determinante para decidir la balanza de la historia a favor de la Independencia. María Bedoya de Molina, esposa del prócer guatemalteco doctor Pedro Molina, hizo que una banda tocara música en la plaza y llamó al pueblo a concentrarse en el lugar, mediante la quema de cohetes de vara. A los pocos minutos, una multitud se reunió frente al edificio y así los notables se vieron obligados a decretar la emancipación política de las provincias centroamericanas.
Las labores hechas por las mujeres como activistas, como defensoras públicas, convocantes, mensajeras, así como los registros de mujeres presas políticas y mártires, han sido hechos menos valorados, y consideradas como tareas de apoyo y no determinantes en este proceso histórico, se confirma el carácter sexista de la historia escrita que ha destacado el protagonismo masculino como lo determinante para los cambios socio–políticos y desvirtúa el valor “político” al aporte y acciones de las mujeres.
Se confirma entonces que el registro de los acontecimientos políticos y sociales no es neutral en cuanto al sexo de las personas. En los procesos sociales participan hombres y mujeres en determinados espacios, pero al darse en un sistema socio político que privilegia lo masculino e invisibiliza y subvalora el aporte de las mujeres.
La reproducción de este sistema de valores ha sido el principal motor de las desigualdades sociales entre hombres y mujeres – la historia oficial lo demuestra – por el que las mujeres seguimos luchando por ocupar espacios, donde no somos nuevas, sino donde se nos ha valorado de manera inequitativa.
Patricia Iraheta
Coordinadora de Programa de Educación para la Equidad de Género

La “segunda ola” del marxismo en Costa Rica

La “segunda ola” del marxismo en Costa Rica: los linderos del discurso y la práctica
Leandro Zúñiga, Vilma; Dobles Oropeza, Ignacio
Revista de Ciencias Sociales (Cr), vol. II, núm. 100, 2003, pp. 189-205
Universidad de Costa Rica
San José, Costa Rica

RESUMEN

En este trabajo se abordan los retos y dilemas de la izquierda marxista costarricense en los años 60-80, analizando los textos producidos por quienes han intentado contra o analizar la experiencia. Se establecen algunas comparaciones entre esta coyuntura y la enfrentada por el Partido Vanguardia Popular en los años cuarenta.

Se analiza la problemática de las alianzas, de la concepción acerca de la democracia, acerca de la valoración de la doctrina marxista y la valoración de las coyunturas y las tareas a realizar.

DE LA INTRODUCCIÓN

Se ha dicho hasta la saciedad que Marx está muerto. Pero ya sabemos que es un muerto un tanto complicado, que si el siglo antepasado se dedicaba a perfilar espectros que recorrían el continente europeo, a casi ciento cincuenta
años de su muerte todavía hace temer a algunos que pueda ser una especie de “ave fénix” que eche a perder algún diseño posmoderno.

Después de todo, la obra principal del alemán tenía que ver con analizar a fondo el modo de producción capitalista, y, como nos recuerda Zizek (1998) sigue habiendo capitalismo, incluso más capitalismo, y fenómenos como el “fetichismo de la mercancía” (Marx, 1976) cobran toda su vigencia.

El marxismo, con todos sus altibajos, busca ser una respuesta a problemas derivados de este modo de producción, y que sepamos, muchos de esos problemas siguen vigentes. Al menos podemos contar con que sea elemento
fundamental de algunas de las respuestas que se presenten, por lo que quizás no sea oficio perdido seguir dedicando alguna atención a lo que ha sido su devenir.

Las personas abordadas en esta investigación quisieron ser parte de la
historia escrita y actuada por quienes de una u otra manera se inspiraron en Marx y sus seguidores para intentar incidir en la vida política nacional.

Pretendemos en este escrito trabajar la problemática de un tipo de discurso y práctica, de un poder social, en el contexto específico de nuestro país: nos referimos, precisamente, a los avatares de los proyectos políticos afianzados en el marxismo, que han intentado incidir de manera efectiva en la realidad social costarricense.

Debemos resaltar el hecho bien conocido de que se trata de discursos y prácticas que han tratado de ser “liberadoras” desde una perspectiva de clase, siendo su fundamento teórico-filosófico, sin duda, hijo de la Ilustración y enmarcado en el proyecto de la Modernidad, lo que a la vez, quizás, condiciona los aspectos más “positivistas” de la teoría marxista, como la teleología de la secuencia de modos de producción o incluso algunas “predicciones” venidas a menos.

Sin embargo, también es preciso especificar que lo que sigue no es una discusión filosófica o conceptual, sino una exploración de los textos que han intentado, de una u otra forma, explicar la práctica de organizaciones políticas marxistas en nuestro medio. Evitamos, en esta ocasión referirnos a los debates en torno a los “clásicos” o retomar la discusión actual internacional sobre el marxismo.

Intentamos, entonces, perfilar los alcances, los límites y las contradicciones, en algunos ejes temáticos, de los diversos intentos de articular prácticas políticas con una base marxista (o marxista-leninista) sobre todo en lo que consideramos fue la “segunda ola” del marxismo político en nuestro país, en el contexto de la convulsión centroamericana de los años 60-80, siendo este el período de interés para nuestra investigación.

Volviendo a nuestro “muerto incómodo” quizás un asunto a considerar es que si su obra es producto de la modernidad, como proyecto “ilustrado”, su posible vigencia está condicionada, paradójicamente, por la del modo de producción que pretendía superar.

En lo que nos concierne, muchos de los dilemas, discusiones, y contradicciones enfrentados por el marxismo político costarricense en esta etapa histórica, aunque pertenecen a una coyuntura que difícilmente podrá repetirse de la misma forma, siguen siendo, a nuestro juicio, dilemáticos para
cualquier intento de articulación de proyectos políticos transformadores, por más que el mismo concepto de “política” y también de “proyectos políticos revolucionarios o transformadores” sea actualmente polémico y discutible, o bien que haya cambiado sustancialmente el perfil de los actores sociales “revolucionarios” y que algunos de los protagonistas de estos eventos
hayan terminado poniendo en práctica aquello que escribió José Emilio Pacheco de que “somos aquellos contra lo cual combatíamos hace veinte años”.

Efectivamente, la problemática de lo táctico/estratégico, lo nacional/internacional, el sectarismo/la amplitud, lo violento/pacífico,
la masa/los cuadros, son algunos de los temas y disyuntivas que aparecen cuando las coyunturas políticas y sociales, o las crisis, ponen en juego posibilidades de transformación social, o, para no ser demasiado optimistas,
cuando lo hacen las mismas exigencias de supervivencia.

Por más que los ejes de la discusión (izquierda/derecha, multitud/clase, etc.) se
puedan o no haber corrido, o diluido, la experiencia reciente continental, por ejemplo de Argentina, Venezuela o Brasil sigue demostrando que en el contexto de prácticas políticas reales, los actores individuales o sociales tienen que tomar decisiones sobre la base de valoraciones tácticas o estratégicas en que las disyuntivas que hemos señalado se hacen presentes.

Poco después de la caída del “socialismo real”, el académico Rafael Ángel Herra organizó y publicó, en Costa Rica, una serie de conferencias
acerca de la vigencia del marxismo, en que participaron ponentes tan disímiles como Miguel Ángel Rodríguez y Helio Gallardo.

Llama la atención, no obstante, que en este debate sobre la vigencia del marxismo, realizado en nuestro país, los participantes no se refirieran a
la muy rica, (y en muchos aspectos poca ortodoxa) experiencia de los partidos políticos nacionales que afianzaron su quehacer en el marxismo.

Aún así, el ex-presidente Rodríguez no dejó de ofrecer en esa ocasión consejos a los “comunistas” (el asunto no estaba para sutilezas
partidarias o político-ideológicas): “No quedaría más opción abierta al comunista de buena fe que observa la muerte de su sistema y que desea apoyar una posición sostenible sin recurso a la violencia que escoger el camino de la democracia y la libertad, del estado de derecho y de los mercados, de las sociedades abiertas y evolutivas” ( Rodríguez, en Herra, 1991, 55).

Ya vemos, siguiendo esta lógica, que cualquier opción al “estado actual de cosas” (neoliberalismo) tendría que ser “violento” y que se exime de “violencia” al orden de cosas regido por la lógica del mercado. Aunque las organizaciones marxistas que actuaron en el período desaparecieron del mapa político nacional, o han quedado reducidas a expresiones menores, eso no elimina la riqueza de la experiencia, a la vez que permite discernir los límites y las contradicciones de discursos y prácticas radicales de transformación social en uno de los países que ha demostrado mayor
estabilidad institucional y política en América Latina.

Vérselas con un país con las características de Costa Rica no ha sido fácil para organizaciones políticas marxistas1. Desde una lectura, podríamos postular que es uno de los países más reacios a cambios radicales en su sistema político. Aquí no hay premios de consolación, como el que se imagina José Fabio Araya, quien al hacer un recuento y una interpretación de esta “segunda ola marxista” expresa que: “Hay en todo esto una nota positiva… A pesar del cuadro desolador que se presenta en las expresiones orgánicas de la izquierda, no ocurre lo mismo con la izquierda como corriente de pensamiento… el debilitamiento de los partidos ha tenido como reacción un fortalecimiento de esta corriente de pensamiento” (Araya, 1989, 130).

1 Al referirse a las “particularidades” de Costa Rica, Salom expresa lo siguiente: “No es el nuestro, por ejemplo, el caso de un país sojuzgado por una tiranía de corte militarista, tan característica en cambio en la historia de la mayor parte de los países latinoamericanos. Más bien, por el contrario, en Costa Rica ha prevalecido a través de su historia, en el presente siglo principalmente, un “régimen de derecho” de libertades públicas y de sufragio relativamente estable, que constituye parte del patrimonio histórico de nuestro pueblo y un dato ineludible con el que cualquier perspectiva de transformación social tiene que contar” Salom, R. La crisis de la izquierda en Costa Rica. San José: Editorial Porvenir, 1987, 14.

Escrita en los ochenta, la frase puede sonar “inspiradora” teniendo en cuenta hechos como la lucha contra el “Combo del ICE”. Sin embargo, al no precisar que se entiende por “corriente de pensamiento de izquierda” terminamos con la misma ambigüedad con que se pueden interpretar las secuelas de la misma lucha contra el combo. Tampoco aclaran mucho, a nuestro juicio, apreciaciones un tanto difusas que ubican la discusión sobre la izquierda y sus
expresiones orgánicas en una especie de ubicuidad, como la siguiente apreciación sobre el partido Comunista, de parte de Manuel Mora,
relatada por Addy Salas:
El Partido no ha dejado de existir. Ha dejado de existir una forma de organización de ese partido, pero vendrá otra forma, el partido está vivo en la conciencia del pueblo… Nuestro mensaje está vivo en el pueblo… El Partido que está vivo en el pueblo, en la conciencia del pueblo, ya lo verás levantarse dentro del pueblo… (Salas, 1998, 290).

En lo que sigue, pretendemos pasar revista a los textos (de diverso signo) que se han escrito acerca de la experiencia marxista costarricense de la “segunda ola” intentando, de una u otra manera dar sentido (crítico o no) a la experiencia vivida. Estos textos fueron escritos en su mayoría después del debilitamiento de los partidos de izquierda de la época (consumado en la primera parte de los años ochenta) y en algunos casos después de la caída del “socialismo real”.

Muchos de los que escriben tuvieron cargos de dirección partidaria en estas organizaciones, lo que es un dato nada despreciable. Al procesar este material, variado, queda claro, una vez más, que hay que inscribir lo ocurrido en esta etapa en el marco de una historia de la izquierda política marxista que en su forma orgánica nace con la fundación del partido Comunista
Costarricense el 16 de junio de 1931, y que está marcado por todos sus avatares en una larga, compleja, y a ratos muy dura historia, que no ha sido del todo entendida, como se está encargando de demostrar el historiador
Iván Molina en algunos de sus estudios más recientes (Molina, 2002).

No es casual que la izquierda política marxista nazca como producto, en buena parte, de una crisis económica e histórica mundial, y que se debilite severamente en una crisis regional de profundos alcances. Esto trae a colación
algunos textos que hacen referencia a otros momentos de esta historia, y también a documentos fraguados en el calor de los hechos de los 60-80, tratándose fundamentalmente de documentos políticos de las organizaciones o intervenciones de dirigentes en polémicas.

La historia, sin duda, pesaba en el discurso y la práctica de las organizaciones marxistas, pero no necesariamente en la forma en que lo proclamaban. Esto es más que claro, como veremos, en las contradicciones y eventualmente la división del partido Vanguardia Popular en 1983, en que abiertamente florecieron discrepancias presentes desde los años cuarenta.

Detrás de las reiteradas referencias de Manuel Mora a los hechos del 48, había un manojo de diferencias políticas no resueltas por la propia dirigencia del PVP.

La acepción del discurso de la política ofrecida por Gallardo (1987) que remite al origen mismo de la palabra, ligado a la polis griega, en tanto se dirimen también proyectos de convivencia humana, de identidad colectiva, de
solidaridad posible. Efectuar esta operación permite introducir el tema de la ética, por más que autores como Ruiz más bien otorguen a Maquiavelo una ventaja sobre el marxismo en tanto no apela a ética alguna para fundamentar su tecnología de dominio, mientras el marxismo
impulsa una propuesta utópica que para Ruiz (1993) es perversa.

Lo anterior, aplicado a la discusión sobre el marxismo, permite a algunos autores diferenciar el marxismo como teoría social lo que se asemeja a la dimensión de construcción de identidad de la política y también como tecnología del poder lo que remite al ámbito que asociaríamos con Maquiavelo.

Nos referimos, en todo esto, a autores que han discutido acerca del marxismo en nuestro país. Por ejemplo, al escribir sobre el marxismo como teoría social, Sobrado y Vargas lo ubican, precisamente, en el proyecto ilustrado de la modernidad con algunas de sus características ideológicas más
salientes (1991).

No es este el lugar para profundizar el debate. Cabe hacer la observación, no obstante, de que seguir esta estrategia discursiva para encarar la discusión acerca de la vigencia del marxismo corre el riesgo de llevar a una
dicotomización entre el buen marxismo (el marxismo como teoría social, como construcción de identidad) y el marxismo malo (el marxismo como tecnología o ideología de poder), o como hace Cerdas en el mismo debate,
ubicarlo en un plano ético sin correlatos prácticos (1991).

En realidad, y vale para la discusión que sigue, ambas dimensiones puntualizadas por Gallardo están en juego, porque proyectos de sociabilidad
que no encaren entramados concretos de correlaciones de fuerzas, de posibilidades, faltos de tácticas, etc. son meros ejercicios especulativos, y, por el otro lado, juegos de poder y dominio que carezcan de proyectos identitarios, en el sentido precisado, son empresas que rayan en el cinismo.

Que la historia del marxismo y los esfuerzos terrenales de convertirlo en
prácticas políticas hayan oscilado en uno u otro sentido es de suma importancia, pero hay que tener las dos dimensiones presentes para poder
precisarlo.

DE LOS TEXTOS

Podríamos denominarlo el género de los textos sobre la segunda ola de la izquierda en Costa Rica, y se caracterizan por haber sido escritos por ex dirigentes de las organizaciones de izquierda posterior a 1983.

Encontramos algunos escritos que de una u otra manera se inscriben en el marco de los debates de la época dentro de la izquierda, sobre todo los de dirigentes históricos como Arnoldo Ferreto, Eduardo Mora y Manuel Mora.

Por ejemplo los trazos autobiográficos producidos por Arnoldo Ferreto en Vida militante (1984) tienen como intertexto la polémica abierta por la división del partido Vanguardia Popular, lo que ocurrirá también con lo
producido por Manuel Mora y su hermano, Eduardo.

Incluso, en un planteamiento cuestionable, Roberto Salom, (1987) en lo que sigue siendo, a nuestro juicio, el análisis político más completo sobre las organizaciones de izquierda que constituyeron la Alianza Pueblo Unido, considera que los juicios de Ferreto carecen de legitimidad por haber sido escritos en medio de esa contienda. Esta advertencia es a nuestro criterio
incorrecta, porque la observación se podría aplicar a cualquier escrito de la época, incluyendo el del propio Salom.

El texto de este último pretendía ser, en cuanto a esta izquierda política:
Un estudio crítico de sus concepciones doctrinales y de la evolución de sus análisis estratégicos y tácticos en cada coyuntura de su ya importante evolución histórica (Salom, 1987, 7). [La tesis fundamental sostenida, que compartimos, es que:] La agudización de la crisis de la izquierda estaba estrechamente ligada al desencadenamiento de la crisis económico-social en nuestro país y de la crisis política centroamericana a raíz del triunfo de la Revolución Popular Sandinista y del ascenso del movimiento revolucionario en El Salvador (Salom, 1987, 11).

Con pretensiones de análisis político, pero con un carácter menos académico, José Fabio Araya Monge, quien fuera dirigente del Movimiento
Revolucionario del Pueblo publica el libro, ya citado, titulado Mitos y sinrazones (los “mitos” son de la izquierda, las “sinrazones” de la derecha) en 1989.

Este libro cobra un estatuto un tanto ambiguo, ya que su autor lo califica
expresamente como un texto que no es un “tratado científico”, sino que propone un “conjunto de juicios y reflexiones” sobre la práctica de la
izquierda en el país. Con muy poco de anecdótico, postula propuestas de perspectivas futuras.

No solo escribe un ex dirigente de una de las organizaciones influidas directamente por la Revolución Cubana y que quiso presentarse como
una “nueva izquierda” en el período en cuestión, sino que quien escribe es, además, miembro de una prominente familia política palmareña, de gran influencia en la política nacional, y sus reflexiones, de alguna manera, son las del “ala izquierda” de esta influyente familia.

Hay a nuestro juicio dos ejes fundamentales en la crítica que hace Araya a la acción de los partidos de izquierda marxista en el país en el período en cuestión: uno tiene que ver con la derrota del partido Vanguardia Popular en la Guerra Civil de 1948, que en la concepción del autor es una especie de “huella histórica” que impide, a su juicio, que Vanguardia Popular pueda tener influencia política en el país en los 70-80, y el segundo eje es la “indecisión” de las nuevas fuerzas políticas de izquierda de la época, que no separaban claramente su línea y práctica de las de los comunistas.

Ya retomaremos estos elementos en la discusión posterior aunque cabe hacer la observación de que prácticamente no aparecen en los relatos de nuestros
entrevistados y entrevistadas.

Tres de los textos trabajados, aunque tienen características diferentes, articulan su elaboración en torno a la figura de Manuel Mora.

El texto Con Manuel. Devolverle al pueblo su fuerza, de Addy Salas (1998), es una elaboración interesante, porque la autora, quien fuera la compañera de vida de Mora, utiliza su narración para presentar el pensamiento autobiográfico del líder comunista, logrando hacerlo como, señalan González y Solís, (2001) con mucho afecto y con gran lirismo. Dice la autora:
“Este libro es testimonial y se centra en la actividad y las apreciaciones de Manuel. No es el desarrollo de ninguna tesis. No es un tratado de historia” (Salas, 1998, 21). En otro lado expresa que “este libro no quiere ser una biografía, ni es un manual de historia, sino un testimonio” (Salas, 1998, 13 ).

José Merino y Gerardo Contreras, por su parte2, ofrecen dos textos que tratan, con distinto grado de profundidad, el problema clave de la democracia, relacionando directamente su producción con la figura de Mora Valverde. El texto de Merino, que tiene el curioso subtítulo de Viaje al interior del partido Comunista (viaje que se nos queda debiendo, por cierto) tiene la virtud de tratar la democracia no sólo en su vertiente externa, sino también en relación con las contradicciones internas y eventualmente el rompimiento en Vanguardia Popular.

En esta época fue publicado también por la UNED el interesante texto de Jaime Cerdas La otra vanguardia, en que este fundador del partido
Comunista de Costa Rica ofrece una autobiografía muy bien elaborada, con gran sentido crítico. Este texto, aunque toca muy poco lo relativo a esta segunda ola de la izquierda es bastante útil para ofrecer la perspectiva de alguien que vivió intensamente la militancia comunista, aunque eventualmente rompiera con Vanguardia Popular, y apoyara la creación por parte de su hijo, Rodolfo Cerdas, del Frente Popular Costarricense, organización que no está incluida en nuestra investigación.

2 Merino Del Río, J. Manuel Mora y la democracia costarricense. Viaje al interior del partido Comunista. Heredia: Fundación UNA, 1996; Contreras, G.
Manuel Mora y los logros de la democracia costarricense, San José: Imprenta Nacional, 1995. El trabajo de Merino es su tesis de graduación de la Escuela de Ciencias Políticas de la UCR. El tratamiento del significado del tema de la democracia para la izquierda no es nuevo para este autor, véase: Merino, J. “La lucha por la democracia como parte integrante de la lucha por el socialismo”. Trabajo, 2,3,46-50.

Un libro que evidentemente tiene pretensiones diferentes es Como fue que no hicimos la revolución, escrito por Francisco Gamboa y publicado en 1991 por la Universidad Nacional Estatal a Distancia. Gamboa, ex miembro de la Comisión Política del partido Vanguardia Popular y uno de sus protagonistas
más conspicuos en la división de dicho partido, dedica pocas páginas de su texto a la historia nacional y regional de que fue parte, y presenta poca reflexión política, histórica o filosófica.

Pasando cuenta, con una autocrítica ligera, a algunas de las prácticas y acontecimientos de los países del socialismo real, Gamboa ofrece muy poco en sus cortos relatos que pueda rescatarse para esta discusión. Su escrito parece tener el propósito claro de demostrar que escribe como un insider. Esto se evidencia en el epílogo de la obra, en que cuenta de su “regreso” a la
URSS, que fenecía como tal, en 1990, en compañía de funcionarios del gobierno costarricense de entonces y de Elliot Abrahams, personero del
gobierno de George Bush, para participar, dado su conocimiento de la forma en que se “operaba” en esas tierras, en un evento que analizaba la necesidad de cambios drásticos en las relaciones entre lo que quedaba de la URSS y Cuba. La autocrítica de Gamboa es tímida, superficial, y muchas interrogantes quedan al descubierto.

También encontramos el libro de Ángel Ruiz, ex-dirigente trotskista y del Comité Patriótico Nacional (COPAN) Ocaso de una utopía. En las entrañas del marxismo, que es más bien una especie de tratado político-filosófico, centrado en la obra de Marx, que busca demostrar porque el marxismo, desde sus fuentes, es contrario a la libertad humana. Ruiz y su organización,
el COPAN, rompen con el marxismo y el trotskismo a mediados de los años ochenta. No hay en este libro referencias a la práctica política
concreta de que fue parte el autor en el período que nos ocupa, ya que no es su propósito hacerlo.

Estos son los textos que hemos encontrado y trabajado, con las características que señaláramos al inicio. Hacemos uso en lo que sigue, también, de otros documentos y textos complementarios.

DE LA HISTORIA

El príncipe, para ejercitar su espíritu, debe leer las historias; y, al contemplar las acciones de los varones insignes, debe notar
particularmente cómo se condujeron ellos en las guerras, examinar las causas de sus victorias, a fin de conseguirlas él mismo; las de sus pérdidas, a fin de no experimentarlas
(Maquiavelo, 1975, 75).

La historia, como señalaba Benjamin en sus Tesis sobre la Historia (1994) no es un continuum homogéneo, uniforme, sino que parece condensarse en sus momentos mesiánicos. Para quienes escriben acerca de las particularidades de
la izquierda marxista costarricense la historia tiene que ver con los hechos de los años cuarenta del siglo pasado, y sobre todo, con las actuaciones del partido Vanguardia Popular en esa época.

Para Maquiavelo, la historia se presenta como recurso, para calibrar mejor las tareas del presente.

El problema es que para que esta historia concentrada sirva en esta capacidad, hay que procesarla, lo que implica la discusión abierta acerca de las interpretaciones de los acontecimientos, y eso, evidentemente, ha sido problemático para la izquierda marxista costarricense.

Para Araya, como ya he señalado, la derrota histórica del partido Vanguardia Popular en ese decenio de los cuarenta condiciona la actuación posible de toda la izquierda en el período en cuestión (el de la segunda ola), y esto es un eje articulador de su discurso. Es la historia como lastre. En otros escritos, como el de Salom, surge como condicionante de una
especie de añoranza en la dirigencia del PVP, y especialmente en Manuel Mora, de querer reeditar la alianza política de la época en otra coyuntura.

González y Solís identifican en esta añoranza unos supuestos sobre la realidad costarricense que interpretan en términos de la socialización familiar de Manuel Mora3.

3 Véase González, A. y Solís, M. Del desarraigo al despojo, San José: Editorial Universidad de Costa Rica, 2001.

En la dinámica de la Centroamérica de los años 80, en lo que se refiere al debate interno en Vanguardia Popular, estos hechos del 48 cobran renovado interés polémico: es la historia como tarea inconclusa, es la historia sin clausura.

En Costa Rica se pueden evidenciar dos momentos de auge de la izquierda marxista, que nace de manera orgánica el 16 de junio de 1931 con la fundación del partido Comunista4.

4 La fundación del partido Comunista encuentra antecedentes en numerosos intentos de aglutinar a fuerza populares en el país a inicios de siglo. Botey
y Cisneros ofrecen una periodización de estos esfuerzos: primero a finales del siglo XIX con las primeras organizaciones de trabajadores, esfuerzos que culminan con la fundación de la Confederación General de Trabajadores en 1913, año en que se celebra por primera vez el Primero de Mayo en las calles de la capital. Un segundo período tiene que ver con la fundación del partido Reformista al disolverse la Confederación General de Trabajadores
y un tercer período que se inicia en 1923, con la búsqueda de una organización política de nuevo tipo, con un acentuado antiimperialismo. Aquí encontramos el esfuerzo del grupo Germinal, la Liga Cívica, ARCO (Asociación Revolucionaria de Cultura Obrera), etc. Botey, A.M., Cisneros, R. La crisis de 1929 y la fundación del partido Comunista de
Costa Rica, San José: Editorial Costa Rica, 1984.

Se puede plantear, además, que los tres momentos políticos más importantes de esta izquierda coinciden con situaciones de crisis de modelos: 1929, con el derrumbe del sistema financiero internacional, los años cuarenta con el agotamiento del modelo cafetalero-patriarcal, y los años 70, con el agotamiento del modelo de estado interventor y la crisis centroamericana, aunque de ninguna manera se puede establecer una relación mecanicista entre estos eventos y lo que ocurrió en la izquierda.

Al respecto, escriben Botey y Cisneros acerca de la fundación del partido Comunista:
La crisis no fue decisiva para la fundación del partido Comunista, pero si logró generar una situación que permitió al arraigo de sus planteamientos. Aceleró la acción de un “sujeto social” que asumió y tomó a su cargo el proyecto de transformación social. Evidentemente, para que este proyecto de transformación social, fuera comprendido debieron existir condiciones objetivas en la base material y social que lo posibilitaran y las condiciones subjetivas del desarrollo de la lucha de clases, en el ánimo social e individual que lo realizaran (Botey y Cisneros, 1984,138).

El primero de estos momentos abarca los años treinta y cuarenta, con el surgimiento y desarrollo del partido Comunista hasta los hechos de la guerra civil del 48, que marcaron una derrota y un declive. Esta etapa, a la vez,
puede subdividirse en dos: una primera de un partido Comunista radicalizado, si se quiere ultraizquierdista, contrario a alianzas con otros
sectores políticos, y una segunda etapa que se inserta en el cuento mayor de los frentes únicos o frentes amplios, lo que da lugar al famoso (y polémico) cambio de nombre del partido Comunista en entendimiento con Monseñor Sanabria5 y a la alianza con Calderón Guardia que por un lado promueve las garantías sociales y por otro lado amarra al partido Vanguardia Popular en una coalición a ratos extraña, que terminará conduciéndolo a una participación en la guerra civil con graves consecuencias para los comunistas.
5 Hecho insólito en la historia de los comunistas (me refiero a los partidos comunistas en general) que por lo demás siempre fue criticado por un sector más doctrinario del PVP, encabezado por Ferreto. Se puede argumentar, a mi juicio, que el PVP se anticipaba, históricamente, mutis mutandis, a lo que luego ocurriría a mayor escala en Centroamérica en los años setenta.

Hay graves implicaciones de la decisión del PVP de apoyar la anulación de las elecciones de 1948, aunque hay distintas versiones de los hechos. Cabe destacar que con el resultado de esas elecciones, Vanguardia Popular llegaba a tener nueve diputados en el Congreso. Ya volveremos sobre este punto, que marca el evento clave para la visualización de la huella de la derrota que tanto pesa en el texto de Araya, a la vez que demuestra como la construcción de la historia se vuelve nebulosa, podríamos decir que hasta se vuelve síntoma, con consecuencias en la práctica política.

El segundo momento de auge relativo está marcado por la aparición de nuevas fuerzas de izquierda, influenciadas por la Revolución Cubana, y por corrientes maoístas y europeas, en los años setenta, con una intensificación de la lucha popular en Centroamérica y un clima
político y cultural, sobre todo en la juventud, conducente a la participación política.

En este contexto la lucha contra ALCOA es un acontecimiento nacional sumamente significativo, así como lo es el auge de la izquierda estudiantil en la Universidad de Costa Rica. El protagonista del primer momento, el PVP se fortalecía también en este nuevo salto. Contreras escribe:

De modo que cuando el partido Vanguardia Popular arribó a su XIII Congreso Nacional, era un partido revolucionario en perspectiva de constituirse en un gran partido de masas. Era un partido que, en ese momento, tenía a su haber una experiencia de casi medio siglo. Su dirección nacional estaba integrada por connotados revolucionarios de distintos períodos
históricos (Contreras, 111).

Para Araya, como ya he señalado, lo que ocurre en el período que nos interesa se articula directamente con los hechos del 48, lo que de antemano significaba que parte de la batalla de sus colegionarios por establecer una nueva izquierda en la época estaba perdida de antemano.

Por otro lado, la agudización de las diferencias y contradicciones en el más grande de los partidos, Vanguardia Popular, evidenciaron que el 48 era un capítulo inconcluso para los dirigentes de dicho partido, y de alguna manera una “nebulosa”.

Basta revisar el prólogo escrito por Humberto Vargas al texto de Vida militante de Ferreto, cuando escribe: “Después de la Guerra Civil de
1948, momento en que, por decirlo así, hicieron explosión los errores políticos y deficiencias acumulados durante años” (destacado nuestro).
(Vargas Carbonell, en Ferreto, 1985, 15).

El punto clave de la derrota histórica de los comunistas en los cuarenta está definido por el apoyo a la anulación de las elecciones que le daban la victoria a Otilio Ulate. Mientras que autores como Rojas Bolaños, basándose en Aguilar Bulgarelli6 manejan la versión de que Manuel Mora se había opuesto a dicha medida, en la histórica reunión de la Comisión Política del PVP que se llevó a cabo en San Pedro, Jaime Cerdas refiere en La otra vanguardia, que aunque se manifestaron dudas, todos los miembros de la dirección del PVP votaron a favor de esta anulación.

La versión de Cerdas contradice a Rojas Bolaños también en que este último refiere que el PVP no tenía pruebas del fraude, mientras que Cerdas explica en detalle como él mismo era el portador de dicha prueba. Manuel Mora, por su parte, relata que había decidido mantener en secreto su oposición en la Comisión Política a la anulación de las elecciones “… Hasta que Ferreto, en forma totalmente sorpresiva para mí, lo publicó en una serie de reportajes del periodista Guillermo Villegas Hoffmaister en el periódico Excelsior del 29 setiembre de 1977” (Salas, 1998, 224).

Por último, Ferreto en su libro Vida militante puntualiza que:
El C. Mora expresó, en ese sentido, sus vacilaciones. Estaba convencido de que la nulidad de las elecciones era la guerra civil, y manifestó dudas de que en tal emergencia nuestro campo saliera triunfante, en vista de las debilidades de Teodoro Picado, de la presión a que el imperialismo le hacía objeto y de algunos otros factores de menor importancia (1984, 125).

Esto viene incluido en su libro como parte de un informe partidario elaborado en 1950, pero en 1984 le añade, mediante un asterisco, que a pesar de que hiciera estas consideraciones Mora vota afirmativamente por la anulación de
las elecciones, en lo que coincide con la versión de Jaime Cerdas. Parece que lo que pretende Ferreto, haciendo este agregado en medio de la polémica de la división del PVP es no eximir a Mora de los errores políticos cometidos.

6 Rojas Bolaños, M. Lucha social y guerra civil en Costa Rica 1940-1948. San José: Editorial Porvenir. S.f.

Hacer este recuento detallado de versiones no busca privilegiar a alguna o fundamentar veracidades. Lo que queremos demostrar es como una decisión tomada veinte o veinticinco años antes, y la forma en que se hizo, pesaba sobre la actuación de organizaciones en los 60-80.

La operación de Ferreto, de combinar publicidad de informes partidarios con sus notas al margen, treinta y cinco años después, demuestra la importancia que tenía establecer la superioridad de las versiones sobre los acontecimientos. Quizás todo esto nos diga algo, en esos a ratos extraños giros que parecen tomar los acontecimientos, que podría cobrar importancia
también para el futuro dirimir lo que ocurrió en la segunda ola que venimos comentando.

SOBRE LAS ALIANZAS

Lo que a nuestro juicio emerge en esta discusión es uno de los puntos de mayor tensión que condicionan los discursos sobre la práctica de la izquierda en el país y a la vez pone en tensión al discurso liberador como tal, y es lo que tiene que ver con las alianzas, con la amplitud. Si como se esmeraban en discutir los partidos, se trataba de ser el partido marxista leninista de la clase obrera ¿De qué manera se podía proponer compartir con otros sectores
sociales tareas de transformación social? ¿A quién apoyar? ¿En quién apoyarse?

De nuevo la historia, en los momentos claves de la vida política nacional, se asoma, y podríamos remitirnos a la mítica foto en la que encima de un jeep (que conduce Ferreto, por cierto) se ubican Manuel Mora, Rafael Ángel
Calderón y Monseñor Sanabria, simbolizando la inédita alianza que se dio en los años cuarenta.

Para Araya se trata de un esfuerzo en que, a fin de cuentas: “El PVP puso las masas, el sacrificio de sus militantes y dirigentes, y hasta los muertos en la guerra civil y sus aliados cargaron con las glorias. Esos son los costos de una
alianza en la que no se resguardó la soberanía política e ideológica” (Araya, 1989, 138).

Esto es parte de la “derrota histórica” que se ubica como “lastre” para Araya, y que lo lleva a plantear, en lo que concierne al llamado Pacto de Ochomogo y su presunto incumplimiento por parte de Figueres Ferrer: “Es por esto que
resulta un tanto ridículo ese reclamo reiterado que han hecho los dirigentes comunistas a José Figueres por el incumplimiento del llamado Pacto de Ochomogo, independientemente de que se hubiera firmado o no un pacto” (Araya, 1989, 139). Los hechos imprimen su propia lógica (y ética) parece insinuar Araya, emulando a Maquiavelo en cuanto a su consideración de
que “los fines justifican los medios” (Maquiavelo, 1975, 41, 47).

Los vencidos son los vencidos, y no tienen derecho a reclamos, debido a sus
propios errores. Jaime Cerdas, quien en esa época era dirigente vanguardista, y por lo tanto actor de primera línea, valora así la famosa alianza:
La dialéctica política de ser aliados, manteniendo la independencia, naufragó
cuando deliberadamente impulsamos un caudillismo útil en el corto plazo, que
producía dividendos electorales, pero fatal en el largo plazo por su costo en el
plano político y el histórico. Las masas terminaron por creer que las reformas les venían de arriba, y que no eran fruto de su propia siembra y cosecha (Cerdas, 1993, 154).

Lo que en el discurso de Araya, cobra contornos de “marca de derrota” para el PVP, es, según Salom, una experiencia que se quiere reeditar en los setenta, en el afán de Manuel Mora y a ratos del PVP de buscar alianzas con
partidos de la burguesía, aunque fuera en defensa de las libertades democráticas y contra el fascismo. Así, la historia se vuelve añoranza.

Al agudizarse la situación centroamericana, y la situación económica nacional,
parece perfilarse un curioso paralelo entre la situación del 48 y la situación coyuntural nacional, y, al agudizarse las diferencias dentro del propio PVP, la valoración de los hechos de los cuarenta cobra renovada importancia. Es
así como Ferreto, en Vida militante publica su informe al congreso partidario en 1950, en que critica la política de alianzas del PVP e incluso reafirma su convicción de que el abandono del nombre de partido Comunista en el famoso entendimiento con Monseñor Sanabria, fue una concepción política inadmisible, seguidora del llamado Browderismo 7.

7 Se refiere a la tesis proclamada en los años 40 por Earl Browder, del partido Comunista de los EEUU, de que los partidos comunistas deberían disolverse dada la alianza contra los nazis en la guerra. Ferreto expresa en Vida militante que: “Nuestro principal pecado con ese pacto consistió en fomentar ilusiones entre los trabajadores costarricenses, en el sentido de que la jerarquía católica como tal, podía observar una línea “progresista” respecto al problema social, dificultando así la comprensión del papel de la iglesia como uno de los baluartes del capitalismo hoy en día” (Vida militante), 119.

¿Hasta qué punto un partido que se proclama obrero o vanguardia de la clase obrera puede, coherente con su discurso, emprender tareas conjuntas con otros sectores sociales? Y ¿Cómo hacerlo sin perder su fisonomía propia?

Esto parece ser lo que está en juego. La propensión de Manuel Mora a querer reeditar una política de alianzas alabada por unos y criticada por otros sería atribuida por González y Solís, rayando en el psicologismo, a una presunción del dirigente comunista, afianzada por su propia socialización, de que en Costa Rica prevalecen (o pueden hacerlo) relaciones “amables”, en que hay: “… un mundo de “conocidos”, en el cual los puntos de contradicción y conflicto son móviles y relativos, y solo con dificultad se pueden identificar sucesos que llevan a rupturas definitivas e irreconciliables” (González y Solís,
2002, 25 ).

En Salom, quien considera la política de alianzas del PVP en los cuarenta (salvo por la incapacidad para trabajar con las capas medias) adecuada pero en los setenta “excesiva”, encontramos más bien una interesante discusión política, en que contrasta los planteamientos de la época de los partidos comunistas y obreros sobre la revolución democrático-burguesa con los de Manuel Mora. Para los primeros se trataba de una tarea a cumplir, que definía una política de alianzas, para el segundo se trataba de
una tarea ya cumplida en Costa Rica (Salom,1987, 58), y la política de alianzas la definía la necesidad de preservar conquistas.

En Salom (y organizaciones como el MRP o el PSC de la época) está muy presente el peligro de un partido de la clase obrera yendo a la zaga de fuerzas más poderosas, aparte de las consideraciones de planteamientos políticos específicos, parecieran estar dando cierta interpretación a preocupaciones de Maquiavelo:
Es necesario notar aquí que un príncipe, cuando quiere atacar a otros, debe cuidar siempre de no asociarse con un príncipe más poderoso que él, a no ser que la necesidad le obligue a ello… porque si este triunfa, queda esclavo en algún modo. Ahora bien, los príncipes deben evitar, cuanto les sea posible, el quedar a la disposición de los otros (Maquiavelo, 1975, 112).

Los hechos del 48 son muy aleccionadores al respecto. Maquiavelo insiste en la necesidad de que el príncipe, hasta donde sea posible, base sus acciones en sus propias fuerzas. ¿Qué quiere decir esto para el problema que nos ocupa?

Entre otras cosas remite a una de las características problemáticas del discurso marxista: de la de quién es sujeto de la revolución, y, en las franjas más extremas del discurso, sobre todo en medios donde no hay una clase obrera fuerte, con tradiciones de lucha, la exaltación de la categoría obrero o proletario (Muchas veces confundiendo, al contrario de lo que hacía Lenin, al partido marxista-leninista con la clase como un todo)8.

8 Lenin, V. Qué hacer. Problemas candentes de nuestro movimiento, Moscú: Editorial Progreso, s.f.

Este es un núcleo problemático importante en el discurso marxista, que ha sido señalado irónicamente por Rodolfo Cerdas: “La otra actitud fue la ingenuidad candorosa de atribuir un imaginario angelismo, de intención y conducta, a un obrero tan inexistente como abstracto, ubicado más allá de toda determinación psicológica, e inmune a cualquier condicionamiento inconsciente” (Cerdas, R. 1991, 32).

Su padre, Jaime Cerdas, escribe en sus memorias como el Obrerismo ocupó un lugar tal en los primeros años del partido Comunista que para las elecciones de 1934 hasta el propio Manuel Mora, que llegaría a destacarse como congresista, consideraba que solo obreros podían integrar papeletas. Para Cerdas el ideal de ese obrero combatiente se hacía realidad en la persona de Adolfo Braña, quien tuvo una memorable gestión como munícipe en San José en los años treinta, como parte de una vida que lo llevó entre otras cosas a los campos de concentración nazi y la resistencia francesa (Braña, 1979). Cerdas escribe:

Para mí, Braña encarnaba al obrero que yo adivinaba en las obras de Marx: digno, valiente y orgulloso. Su forma de hablar, y sus gestos espectaculares, eran una especie de símbolo de la llegada de los obreros a los organismos del estado, donde hasta entonces habían estado ausentes. Años después, en la campaña electoral de 1986, la consigna de la izquierda, que decía “pura vida” me recordó a Braña y su lenguaje.

Ya no se trataba de conquistar al obrero que, como Braña, irrumpía con su lenguaje y su cultura en los puestos de mando, sino de llegarle más bien a un sector de pachucos y de lo que para Marx era el “lumpen” (1993, 65).
La cita es interesante, en el contraste efectuado por Cerdas entre épocas históricas, en un primer momento se le llega al “ideal”, encarnado en la figura de Braña, en el segundo lo que tenemos es una degradación, que para el
desencantado Cerdas denota, claramente, la degradación de la izquierda. Sin quitarle mérito alguno a Braña, o a tantos otros militantes proletarios
como el mismo Carlos Luis Fallas, el problema es que el relato de Cerdas recuerda aquellas estatuas soviéticas del proletario firme, recio, con la mirada puesta al futuro, conformando un ideal de pureza que solo se
encontraba en casos excepcionales, y por supuesto, como consecuencia lógica del mismo discurso, cualquier falla, debilidad o incluso error, se podía siempre atribuir a que se carecía de suficiente temple proletario o a la influencia pequeño burguesa.

El discurso, en sus extremos, sobre todo aplicado a países con las características de Costa Rica crea su propia imposibilidad. El otro
problema político que se deriva de todo esto es al que apunta por su parte Araya: el de menospreciar el potencial revolucionario de otros sectores
sociales.

En partidos que se disputaban ser los representantes de la clase obrera, la dimensión de clase cobraba matices muy interesantes, en lo que a fin de cuentas era una experiencia socializadora multiclasista, desde procesos de desclasamiento, hasta la idealización ya señalada, o el reclamo a la procedencia pequeño burguesa de direcciones.

DE LAS OPORTUNIDADES

El discurso de las organizaciones marxistas de la segunda ola enfatizaba la importancia del poder político centralizado, lo que es fácil contrastar con otras apuestas de hoy, más fragmentarias o dirigidas a la microfísica del poder (a lo Foucault) como discute Jameson (1998). En juego estaría, como se insistió tantas veces, el espinoso tema del poder, y en la convulsionada Centroamérica de los setenta, las apreciaciones sobre el asunto en la izquierda
eran muy variadas.

Si el discurso enfatiza, tarde o temprano (dependiendo de la concepción de etapas de la revolución) la toma del poder, el límite de ese discurso es entonces la puesta en práctica de la propuesta, pasar de las palabras a los hechos, el asalto al cielo, la situación revolucionaria, etc.

Examinando los textos en lo que se refiere a esto, vuelve a actualizarse la discusión sobre el 48, y por otro lado tenemos situaciones paradójicas, como que las organizaciones surgidas en los sesenta (MRP, PSC) que a veces tendían a ser estrategistas9 y que surgen precisamente enfatizando la necesidad de una práctica más explícita en relación con el tema del poder,
acusando al PVP de tímido, terminan más bien girando en sentido contrario10, mientras que el PVP, ese partido de “veteranos”, termina planteando a través de sus órganos directivos la existencia de una situación “prerrevolucionaria” en el país.

9 Véase Salom, 78.
10 Ya para el año 1982, el MRP, considerada la más “radical” de las tres organizaciones que integraron la Coalición Pueblo Unido establece en su Congreso

Por otro lado, y como caso aparte (y fuertemente reprimido) tenemos la experiencia del grupo denominado por la prensa “La familia” que intentó llevar a la práctica una estrategia de lucha armada en el país.

Así, mientras a los “ultraizquierdistas” del MRP, por ejemplo, les “pasaba la fiebre”, a una parte importante del PVP apenas le empezaba
a arder la frente. Para Araya, perteneciente a los primeros, los cuadros dirigentes del PVP:
“Actuaron como unos bisoños imberbes, sin percatarse, que mientras ellos viraban a la izquierda, el país como un todo gravitaba hacia la derecha” (Araya, 1989, 169). Para Salas, eran años de “peligrosos entusiasmos” ( 1998, 258).

Y de nuevo surge el 48. En medio de las discrepancias en el PVP, Ferreto, como ya hemos señalado, publica sus memorias en que incluye su informe al congreso partidario del año 1950 en que se hace un balance del 48 y sus consecuencias.

En esa ocasión afirma que el PVP “perdió la perspectiva del poder” en esos años, y por lo tanto no actuó consecuentemente como un buen partido marxista-leninista. La apreciación de Salom, sin embargo, apunta en sentido
totalmente contrario.

Para este, apoyándose en afirmaciones de Manuel Mora de que nunca tuvo el PVP tanta influencia política como en esos tiempos, y en la consideración de que el PVP sobrevaloraba sus posibilidades de triunfo, incluso en el plano militar, el error fue más bien considerar que se estaba en condiciones de afirmar un poderío, cuando el problema fundamental era que el PVP no era, de manera alguna, hegemónico en el proceso. Las contradicciones, las tensiones, la coyuntura, más bien crearon un cierto estado de ánimo beligerante que el mismo Ferreto reconoce en sus memorias: “Un cierto espíritu aventurista se apoderó de los dirigentes de nuestro partido. Todos querían ser militares”, escribía (1985, 129).

Hay un cierto paralelismo, de nuevo, con una situación centroamericana en los setenta en que organizaciones revolucionarias de América Central habían pasado a la ofensiva, y el Frente Sandinista lograba derrocar a Somoza en Nicaragua. Mientras que el Movimiento Revolucionario del Pueblo y el partido Socialista Costarricense, sufriendo varias divisiones, redefinían sus líneas políticas, en Vanguardia se desarrollaban contradicciones que darían lugar al resquebrajamiento del más monolítico de los partidos de izquierda en el país11.

11 La Comisión Política del partido Socialista Costarricense, en un “Análisis político del proceso electoral 1982” expresaba que “todos los partidos de la izquierda hemos cometido errores en esa dirección. El partido Vanguardia Popular ha confundido la crisis económica con una crisis de carácter político. Algunos dirigentes vanguardistas cayeron en el error de plantear que nos estamos acercando a una situación revolucionaria, extrapolando así las
experiencias de otros países del área” p. 11.

En el fondo parecía estar la valoración de las tareas del momento de los revolucionarios en Costa Rica. El resultado final parece ser una amalgama de
contradicciones irresueltas de los años cuarenta, de divorcio de la teoría y la práctica, de diferentes apreciaciones y prácticas en relación con la situación centroamericana, y en lo orgánicopartidario (no necesariamente en la influencia política) ineficacia.

En lo que se refiere a la explicación de la división del partido Vanguardia Popular, mientras que Manuel Mora, José Merino y Arnoldo
Ferreto la explican en términos de divergencias políticas, Eduardo Mora en sus memorias recurre a un argumento anecdótico al señalar el marcado peso juvenil de una dirección del PVP como el detonante de la crisis (Mora, E., 2000)12.

12 Lo que no explica el peso de una figura veterana como Ferreto en el otro bando. Mora recurre a la estadística, puntualizando que el 42% de esa dirección ultraizquierdista (Mora, M., 1984) y en la línea de la purificación Arnoldo Ferreto (1985,15) escribirá
que con la escisión de Manuel Mora y su grupo del PVP se facilitarían las acciones consecuentemente revolucionarias.

Manuel Mora se referiría a una conspiración que: “En las condiciones políticas del país donde priva la acción política abierta, construir una organización clandestina, no es ni más ni menos que liquidarse como proyecto político alternativo, frente a la crisis, dejando pendiente para el futuro las reivindicaciones históricas que claman por salir a la superficie para que sean materializados por nuestro pueblo… en estos momentos en vez de escondernos hay que dar la cara, hay que convencer…” (Salom, 102).

En el libro de Merino Manuel Mora y la democracia costarricense
encontramos un tratamiento más detenido del asunto, destacando las consecuencias de las diferentes visiones:
La discusión trascendía el interés puramente teórico, pues sus consecuencias
prácticas eran evidentes. Si en Costa Rica maduraba la situación revolucionaria, lo que se imponía era una acción política orientada en el corto plazo a la lucha por la toma del poder, por el contrario, si esas condiciones objetivas de la situación revolucionaria no estaban presentes, la línea del partido sería otra, más en clave de acumulación de fuerzas en el terreno de la democracia que en la toma del poder (Merino, 1999, 199).

Con Gramsci podríamos preguntarnos: ¿Asalto al poder o guerra de posiciones? Lo cierto es que los textos analizados revelan claramente
que en situaciones de alta tensión, de “crisis” si se quiere, un discurso que apunta a la “toma del poder” o al “salto revolucionario” (sea revolución socialista, democrático-popular, antimperialista, etc.) es llevado a su límite,
y las tensiones y fracturas generadas develan cuan cerca estaba la ilusión del “asalto al cielo”.

Es curioso, para finalizar nuestro tratamiento de este aspecto, que en el texto de Araya, representante de quienes primero plantearon una línea más agresiva en este campo en la época de la segunda ola se refiera que las propuestas
más beligerantes no fueran llevadas a cabo porque prevalecía lo que denomina, enigmáticamente, una “inercia instintiva” (Araya, 1989, 151).

Es interesante, por otro lado, que estas discusiones de las “alturas” no necesariamente reflejan la forma en que las divisiones fueron vividas por las militancias. De esto hay abundante evidencia en las entrevistas.

La clave estaba, entonces, en la valoración de la situación. Hay que decir que en estos casos, volviendo a las consideraciones de Maquiavelo, este no recomienda la prudencia, sino el impulso decidido. Esto podemos evidenciarlo en lo que sigue, un párrafo que sin duda, por lo demás, evidencia la misoginia presente en el pensamiento del florentino:
Concluyo, pues, que, si la fortuna varía y los príncipes permanecen obstinados en su modo natural de obrar, serán felices, a la verdad, mientras que semejante conducta vaya acorde con la fortuna; pero serán
desgraciados desde que sus habituales procederes se hallen discordantes con
ella. Pesándolo todo bien, sin embargo, creo juzgar sanamente diciendo que vale más ser impetuoso que circunspecto, porque la fortuna es mujer, y es necesario, por esto mismo, cuando queremos tenerla sumisa, zurrarla y zaherirla (destacado nuestro). (Maquiavelo, 1975, 185).

DE LA DOCTRINA

Como destacan Sobrado y Vargas (1991) el marxismo conlleva un metarrelato de progreso, que debe entenderse dialécticamente, pero no
siempre lo es. Pero no queremos referirnos aquí a la discusión acerca de las leyes de la dialéctica, sino examinar de qué manera se discute la apropiación
de la teoría marxista para la práctica política en los textos de interés. Están en juego, entonces, asuntos como doctrinarismo/realismo, aplicación de la teoría a realidades concretas, cientificidad de la teoría, etc.

Lo primero a comentar tiene que ver con el llamado método del marxismo. En esto se contraponen doctrina/realidad, utopía/realidad concreta. En un informe de Álvaro Montero a la dirección del PSC, citado por Salom en su libro, se atisbaba la problemática: “Los revolucionarios solemos hablarle a nuestro pueblo del futuro, sin explotación capitalista y libre de la dominación imperialista. Pero no hemos sido capaces de brindarle un conjunto importante de propuestas de lucha para el presente” (Salom, 1987, 133).

era nueva, lo que agravaría los problemas. Pero la
discusión que he venido desarrollando en este trabajo
demuestra claramente que estos no son problemas
generacionales. Véase Mora Valverde, E. 70
años de militancia comunista, San José: Editorial
Juricentro, 2000.

Lo que aparece como tema de discusión es el llamado realismo de Manuel Mora, que se evidencia en afirmaciones como la siguiente:
No se puede fundamentar la actividad, la vida, en abstracciones, ilusiones, deseos, ni incluso en ideales, hablamos de ideales, y hablemos también del saber, si esos ideales y ese saber no se confrontan permanentemente, porque la realidad está en constante cambio, y un cambio por aquí repercute en otro por allá, aparecen factores nuevos en situaciones viejas que es necesario tomar en cuenta para que ese saber no se convierta en una tapadera como las que ponen a caballos de carretón… para mí el marxismo es una ciencia en el sentido en que es un método de estudio de la realidad (Salas, 1998, 58-59).

[O]: Es necesario construir la imagen de una vida superior desde las comprensibles aspiraciones del pueblo, y es más posible levantar la lucha contra el imperialismo, contra la oligarquía, partiendo no de las posiciones librescas sino de la confrontación misma de las aspiraciones y la lucha por mejores niveles de vida (Mora, M., 1984, 25).

Esta visión, del marxismo como método científico, es compartida también por Salom, al hacer el señalamiento crítico de que: “Con frecuencia también el marxismo no ha sido utilizado como un método y un instrumento al servicio de la comprensión de la realidad, sino como una “camisa de fuerza” que se ha querido imponer a esa realidad” (Salom, 1987, 139).

En el marco de las discrepancias inter e intrapartidarias surgidas en el período de la segunda ola estas consideraciones sobre realismo/doctrinarismo salpicaron discusiones sobre temas como la democracia y, por supuesto, sobre
la estrategia y la práctica. También tienen que ver con la forma de asimilar la influencia de lo internacional, especialmente —en el caso del PVP— de lo que suponía la URSS y el llamado socialismo real.

Históricamente, está el llamado hecho a finales de los años 30 para promover un comunismo a la tica13 y el intento de Rodolfo Cerdas de liderar una izquierda con sello14 y están, inscritos en la historia acontecimientos como las alianzas de los años 40. Desde el otro lado de la polémica, el llamado al realismo se asociaba con la aceptación del dominio
de clase:
Nuestro Partido tiene que mantener la guardia en alto para impedir que, sobre
la base de falsas imputaciones de ultraizquierdismo, se le aparte de la línea consecuentemente revolucionaria, se le pretenda confundir con el argumento de que la cuestión de la perspectiva de poder debe ser desechada, para caer en las posiciones de quienes consideran que en Costa Rica no se puede ni se debe ir más lejos de la democracia burguesa que tenemos, exagerando sus virtudes y negando sus tremendos vicios e inconsecuencias (Ferreto, 1985, 84).

13 Véase Salom, 30.
14 Nos referimos al Frente Popular Costarricense, y su organización estudiantil, FAENA.

González y Solís, en su recientemente publicado análisis del libro de Addy Salas, consideran que Manuel Mora (con la colaboración de la autora) quería presentarse a sí mismo como líder en una línea de continuidad con lo que han sido los momentos más positivos de la historia nacional. Esta supuesta “continuidad” aparece también, de alguna manera, en el libro de Salom cuando este polemiza con la manera en que Mora visualizaba la revolución democrático-burguesa que consideraba ya estaba en marcha. González y Solís refieren que Mora entendía el marxismo como una “reflexión científica sobre las determinaciones contextuales” (2002, 270), contrastando la posición de este con la de Ferreto (una vez más: la contraposición
entre estos dos): “Ferreto sería un marxista identificado con los valores que se desprenderían del mismo marxismo. Para él el marxismo no sería un método sino una ciencia y una filosofía de vida” (González y Solís, 2002, 270).

Esta resulta una frase poco precisa ya que no se especifican cuales serían esos valores “que se desprenden del mismo marxismo” ni mucho menos queda claro cual sería esa “filosofía de vida”.

Para Ferreto el marxismo era también un método a aplicar, que sin duda
consideraba científico. La historia que hemos contado es de quienes querían cambiar la vida, el mundo social, y las discrepancias están en la forma de aplicar la doctrina de la cual se nutrieron.

La diferencia puede estar, entonces, no en que se aprecie el marxismo como método o no, sino en la forma en que se hace. En efecto ha estado en juego la concepción de lo que se consideraba eran las tareas verdaderamente
revolucionarias para contribuir a completar o profundizar una serie de tareas del desarrollo del país visto como una continuidad con el pasado (sobre esto escriben Solís y González).

En 1971, en un texto clave, Manuel Mora específica cuales tareas considera que ya han sido cumplidas en Costa Rica (Mora, M. 1984,
24-25). La contraposición a esta visión considerada evolucionista por Salom en 1987, tiene que ver con la idea de un salto cualitativo revolucionario, que en algunas versiones que operan hasta el día de hoy, es un salto directo al
socialismo15.
15 Nos referimos, por ejemplo, al partido Revolucionario de los Trabajadores.

Alguna voz cínica podría decir que actualmente esta discusión de a donde se
va y cómo carece de sentido, porque no se puede asumir que se vaya a alguna parte, pero esto, por supuesto, es difícil traducirlo a una propuesta política que busque trastocar el orden de las cosas, el statu quo.

En esta línea de discusión, ¿sería el marxismo, en lo político, un instrumento para completar tareas del capitalismo (de la modernización, en este caso) en una línea de continuidad, para impulsar saltos hacia otras formas de organización social, o alguna combinación dialéctica entre ambos tipos de tareas?

Eso parece haber estado en diferentes momentos, y a veces cambiando de lugar los protagonistas, en un debate, que creemos no será el último
de este tipo en nuestro país. En el período que nos concierne, una
parte de las discrepancias en los partidos tenía que ver con esta aproximación a la doctrina.

Mientras que unos se quejaban de que los partidos se volvían más doctrinarios y alejados de la realidad nacional, otros insistían, casi con un
afán tecnocrático, en que había que aceitar un engranaje que ya estaba casi preestablecido en cuanto a sus regulaciones y mecanismos. Por ejemplo, refiriéndose a la problemática orgánica de su partido a principios de los ochenta, Vargas Carbonell escribe:
En nuestro partido se producen fenómenos negativos en el comportamiento de
los cuadros, en su trabajo, en sus métodos de dirección, por falta de disciplina
de trabajo se pierde mucho tiempo en reuniones mal organizadas o que se desorganizan en el curso de la discusión por intervenciones extemporáneas o
simplemente por la tendencia a superponer temas, todo lo cual dificulta llegar a conclusiones claras sobre los temas sometidos a conocimiento del organismo
(1988, 18).

¿Se ubican los problemas de eficacia política de partidos revolucionarios en el funcionamiento de su dinámica interna o en su relación e incidencia con el acontecer político nacional? ¿si estos dos aspectos no se contraponen, de qué manera interactúan? Este parece ser otro aspecto del debate de los ochenta. Tiene que ver también con la clásica discusión de la disyuntiva partido de masas/partido de cuadros.

Por otro lado, de la mano del asunto del doctrinarismo parece ir aquel otro del sectarismo que tanto va a aparecer en los relatos de las entrevistas, en clave autocrítica.

DE LA DEMOCRACIA

Por último, retomamos la discusión en torno a las particularidades que presentaba Costa Rica para la actividad política de izquierda en el período en cuestión, subrayando la discusión sobre la democracia. Para Araya, es aquí
donde está el quid de las dificultades políticas de la izquierda en Costa Rica:
Darle connotación burguesa a las banderas democráticas ha sido el principal
crimen político de la izquierda costarricense, que educaba a sus militantes para
repudiar sus contenidos y sus formas de expresión. Jamás se entendió que la
clase dominante incorporó muchas reivindicaciones democráticas a su proyecto político, no porque con ellas representen sus intereses de clase, sino porque con ellas articulaba a la mayoría del pueblo a respetar y acomodar a su hegemonía de clase (Araya, 1989, 190).

Sin embargo el estilo hiperbólico de Araya (“un crimen…”) soslaya el hecho de que esta era parte importante de las controversias que se dirimían en Vanguardia Popular, por ejemplo, con las apreciaciones ya mencionadas de
Manuel Mora sobre las características de la revolución
democrática-burguesa en Costa Rica.

Para una parte de la izquierda el tema de la democracia cobraba más bien una enorme importancia. ¿Logro popular o trampa? La pregunta
política clave, en lo que concierne a lo electoral la formula Salom:
¿Constituye la democracia vigente en Costa Rica, o más concretamente, el sistema de sufragio, una especie de trampa, que hace prácticamente inexpugnable el acceso al poder político para aquellas organizaciones
que manifiestan su intención de impulsar grandes transformaciones en la estructura económico-social y política de nuestros países? (Salom, 1987, 25).

En un país con las características históricas y políticas de Costa Rica, esto generaba grandes dilemas para la izquierda, con mucho margen de ambigüedad, como el de participar en un proceso electoral y a la vez utilizar la
consigna “no basta votar”.

El análisis que hemos efectuado busca resaltar algunos de los retos y los dilemas que enfrentó la izquierda política marxista en esta segunda ola. Entre esos retos ha estado el de cómo lidiar con su propia historia, y hemos visto en el camino como se vuelven a presentar problemáticas ligadas con intentos de
transformación radical de la sociedad, que a la vez tocan las fibras mismas de la conformación histórica y cultural. Casi podríamos decir que en este campo hay, a lo Freud, se dan (1997) retornos de lo reprimido pero esto nos llevaría por un camino que no podemos de momento emprender.

Lo que sí esperamos es que nuestro trabajo, intenta la identificación
de propuestas políticas que lidiaron con lo que pueden ser los límites de sus propios discursos y acciones y, contribuya a una discusión necesaria, para esbozar de mejor manera alternativas más justas de construcción de lo político.

BIBLIOGRAFÍA

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Vilma Leandro Zúñiga
vilmaleandro@latinmail.com
Ignacio Dobles Oropeza
idobles@cariari.ucr.ac.cr

Carta Abierta a las fuerzas revolucionarias y progresistas de América Latina y el Caribe (1990)

Carta Abierta a las fuerzas revolucionarias y progresistas de América Latina y el Caribe

Esta carta abierta fue escrita colectivamente en febrero de 1990 en La Habana, Cuba. Trabajó en la misma, además de los firmantes, el comandante Manuel Piñeiro Losada (“Barbarroja”), cuyo nombre en aquella época no era conveniente que apareciera. Esta carta surge tras la debacle ideológica que se produjo ante la caída del bloque socialista. En este material histórico, quedó plasmada la justa y digna posición de cinco Partidos Comunistas que, a través de sus representantes, reafirmaron su voluntad de lucha contra el capitalismo y la necesidad de seguir buscando caminos para construir el Socialismo.
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-Apreciados compañeros y amigos:
En estos días de aguda crisis, de intensa ofensiva imperialista y de grandes potencialidades revolucionarias, hemos decidido hacer llegar a ustedes nuestras inquietudes y reflexiones sobre el complejo período en que vivimos. El momento no es para inhibiciones. Está en una etapa crucial para las revoluciones y las luchas patrióticas y populares en nuestra América Latina y en todo el Tercer Mundo.
-La crisis del sistema imperialista
Nunca antes nuestro continente y todo el Tercer Mundo habían vivido una crisis tan profunda y generalizada. Nunca antes el poder imperialista de los Estados Unidos ha tenido tantos problemas y tantos riesgos derivados de su política de sometimiento.
El estrangulamiento de las posibilidades de desarrollo de América Latina y del Tercer Mundo se le revierte al imperialismo en una masiva emigración que traslada a su propio territorio los males provocados y que amenaza su estabilidad social interna.
La tendencia a los estallidos sociales y a la inestabilidad política crece en los países dependientes.
Las profundas y cada vez más amplias aspiraciones democráticas de nuestros pueblos no se satisfacen con democracias considerablemente restringidas, negadoras de una participación real y del poder de decisión de nuestros pueblos.
Las drogas que inundan la sociedad norteamericana en un proceso de indetenible descomposición social, sólo benefician a los intereses mercantiles de los más encumbrados sectores de poder estadounidense aliado con las mafias narcotraficantes latinoamericanas que aprovechan el ahogamiento económico de América Latina y condenan a grandes masas a depender directa e indirectamente de estas actividades. La situación así creada tiene hoy, dada su gravedad, un importante efecto desestabilizador en la sociedad estadounidense. Los Estados Unidos van perdiendo terreno como superpotencia económica dentro del propio sistema capitalista. Pierde terreno en esa vertiente frente a Japón y a Europa Occidental y se refugia fundamentalmente en su poderío militar para mantener su hegemonía.
-Dos crisis paralelas
El poder imperialista de los Estados Unidos, sin embargo, está ensoberbecido, a pesar de la profunda, prolongada y dramática crisis que afecta su sistema de dominación y de la creciente descomposición en su propia sociedad. Esa actitud se aprovecha del hecho de que su grave crisis coexiste ahora con la crisis de determinados modelos socialistas seriamente afectados por el alto grado de burocratismo, centralismo, dogmatismo y otros factores estructurales y coyunturales.
Estamos frente a dos grandes crisis. Por un lado la crisis del sistema capitalista mundial, cuya existencia ahora es la causa de los agudos y dramáticos problemas que afectan a la inmensa mayoría de los seres humanos; y, por el otro, la crisis de modelos socialistas que se burocratizaron y se tornaron ampliamente autoritarios y represivos, alejándose así del ideal original que fundía la justicia social con la democracia, para garantizar un continuo proceso de autosuperación.
Del mismo modo que la carrera armamentista emprendida por el imperialismo norteamericano constituye la causa de su actual crisis, la dinámica armamentista en la Unión Soviética, aunque por motivaciones distintas y bajo el funcionamiento de mecanismos económicos diferentes, es asimismo la que condujo al período de su estancamiento económico y a la crisis. La «perestroika» surgió como una necesidad de enfrentar esa crisis y de renovar el socialismo.
Los nuevos lineamientos, que primero se circunscribieron a plantear la aceleración económica y el paso del desarrollo extensivo al desarrollo intensivo, rápidamente fueron precipitados al terreno de la democratización política y de la transparencia informativa. Ese necesario viraje se produjo, sin embargo, presentando problemas imprevistos, evidenciando grandes debilidades ideológicas así como las enormes dificultades de la carencia de una estrategia coherente de renovación socialista y una fuerza capaz de impulsarla y conducirla exitosamente.
El cambio sacó a la superficie los problemas acumulados en la Unión Soviética y desató los demás procesos en Europa Oriental, desarrollando un complejo clima de desestabilización institucional y de pugnas políticas que hacen más tortuosa la democratización, crean nuevas complicaciones y presentan nuevas desviaciones.
La exacerbación de la prepotencia de la administración Bush se deriva, pues, de las profundas debilidades existentes en el campo de las fuerzas del socialismo. Esas debilidades se expresan en crisis, desviaciones e insuficiencias teóricas que han conducido a un embotamiento preocupante del antiimperialismo, del internacionalismo y de las posiciones revolucionarias en no pocos de los componentes de esas fuerzas.
-El imperialismo sigue existiendo
Dentro de esa línea, las posiciones extremas llegan al colmo de plantear la «inexistencia» del imperialismo y a considerar a las potencias capitalistas como «no adversarios» e incluso, como posibles «socios» dentro de un proceso de convergencia entre sistemas y fuerzas realmente antagónicas. Nuestra objeción a ese pensamiento y a esa actitud es categórica.
Es claro que el imperialismo de hoy no es idéntico al que Lenin describió en las primeras décadas de este siglo. Pero también es más que evidente que el imperialismo existe y que sigue siendo el principal enemigo de los pueblos y el gran responsable de las más conmovedoras penurias y sufrimientos que hoy azotan a la humanidad.
El sistema imperialista no debe ser juzgado exclusivamente por sus polos subdesarrollados, por sus centros más ricos, por los países capitalistas que exhiben mejores niveles de bienestar económico y social.
El sistema imperialista es mucho más que eso y precisamente esos polos han sido el producto de una depredación, un saqueo, una explotación y una extorsión sin paralelo en la historia mundial. El denominado Tercer Mundo, del cual forman parte nuestra América Latina y el Caribe, constituye la dimensión dramática y trágica de este sistema, plagado de injusticias, discriminaciones, inseguridad social, desempleo y formas de alienación presentes en el propio mundo desarrollado.
La realidad es que el imperialismo existe con mayores niveles de voracidad y agresividad y con recursos, capacidades tecnológicas y experiencias acumuladas que le garantizan una opresión más global y multifacética, y con un uso más intenso de potentes medios de dominación, mucho más modernos y sofisticados que los empleados en otras etapas.
Porque vivimos y sufrimos esta realidad, porque luchamos por transformarla, nos alarman y nos indignan las nuevas tesis sobre la supuesta caducidad del antiimperialismo y de las revoluciones populares en estas regiones oprimidas, superexplotadas y empobrecidas; tesis que lamentablemente tienen incluso ya una determinada gravitación en el «nuevo pensamiento» o «nueva mentalidad» impulsadas desde la «perestroika».
Sólo a través de un enfoque limitado a la pérdida relativa de la importancia económica de los países dependientes dentro del sistema imperialista y de un abandono de la visión crítica del capitalismo, puede arribarse a esas tesis improcedentes, que entendemos deberían abandonarse.
-Por la paz, el humanismo y la revolución
Esa firme convicción no limita nuestra valoración positiva de los esfuerzos de la Unión Soviética y otros países, destinados a lograr acuerdos interestatales con las grandes potencias capitalistas que eviten las grandes tragedias que amenazan la existencia de la humanidad. Tampoco obstruye una equilibrada reflexión sobre los cambios que tienen lugar en otras partes del mundo.
Comprendemos la preocupación presente en Europa por los amenazantes problemas globales relacionados con los peligros de guerra termonuclear y con los dramáticos desequilibrios ecológicos provocados por la civilización industrial. Nos solidarizamos con los anhelos de paz duradera y respaldamos las iniciativas y acuerdos en esa dirección.
Nos alegramos cuando las aspiraciones de renovación, democratización y autodeterminación cobraron fuerza en los países del Este europeo, cuyos modelos burocráticos entraron en crisis y en fase de agotamiento.
Saludamos las proclamas iniciales sobre la necesidad de revitalizar el humanismo en esa zona del mundo. Nada de esto ha tenido ni tiene objeción de nuestra parte. El dogmatismo, la unilateralidad y el aferramiento a viejos esquemas o a extremismos infecundos no forman parte de nuestra manera de pensar y actuar. Compartimos todo lo que es creatividad, renovación, democratización, valoración de lo nuevo y esfuerzos para superar la falta de desarrollo de la teoría revolucionaria.
-Puntualizaciones y objetivos
Pero en torno a estos aspectos, consideramos imprescindible hacer algunas puntualizaciones, dada la negativa evolución de esos procesos. No creemos que la democratización deba circunscribirse al este europeo y asumirse copiando esquemas y modelos de democracia representativa, que en el mundo occidental han entrado en crisis y revelado sus limitaciones, porque resultan extremadamente formales y no garantizan la participación y el poder de decisión de los pueblos. No creemos en la sinceridad de las proclamas de libertad y democracia que formulan países capitalistas y fuerzas neoliberales que oprimen, condenan al hambre, el analfabetismo y la insalubridad a cientos de millones de seres humanos. Nos solidarizamos con las fuerzas democráticas y progresistas que luchan al interior de esos países por los intereses más amplios de la sociedad. No creemos que la renovación y democratización necesarias dentro del socialismo deban ser desviadas por senderos de la privatización capitalista que tantas injusticias y males han provocado. No creemos que el internacionalismo y la solidaridad deban ser reemplazados por el egoísmo nacional y la contemporización o complacencia con el imperialismo. No creemos en una paz que se reduzca a la paz entre los grandes. No creemos en un humanismo que se limite a los países del Norte o se quede en la Casa Común Europea y desprecie las dos terceras partes de los habitantes del planeta que viven y sufren en el Tercer Mundo, aunque valoramos positivamente todo lo que esa Casa Común signifique para la independencia de Europa frente a los Estados Unidos. No creemos que los Estados Unidos y demás países imperialistas puedan ser definidos como «no adversarios» de los pueblos y del socialismo. No creemos en el repliegue y el desarme unilateral del socialismo y de las fuerzas revolucionarias, mientras los Estados Unidos refuerzan su estrategia de guerra de baja intensidad y sus planes de militarización del espacio para lograr hegemonía en materia de armamentos. No creemos que ningún interés global pueda ser contradictorio con la redención de los pueblos oprimidos del tercer mundo y con las luchas por la democracia, la paz, la justicia y la autodeterminación que se libran en Centroamérica, Palestina, Sudáfrica y en todas las naciones vilmente pisoteadas de Asia, África y América Latina. Nos indigna la prepotencia imperial en cada uno de esos lugares. Nos indigna que nos quieran imponer como «ideal» su cuestionable modelo de democracia lleno de limitaciones y cargado de discriminaciones y manipulaciones, que ya han motivado un alto nivel de objeción y abstención en su propia sociedad y que sirve de disfraz a múltiples atropellos y opresiones dentro y fuera de sus fronteras. Nos indigna su descaro y su cinismo actual. Nos preocupa que la «perestroika» esté siendo distorsionada, que se esté separando de sus propósitos de ofrecer más socialismo y más democracia; nos preocupa que dentro de ella se desarrollen y ganen terreno los partidarios de corrientes procapitalistas, los nacionalismos separatistas y contrarrevolucionarios y los enterradores del internacionalismo revolucionario atraídos por la convergencia con los Estados Unidos y otras potencias capitalistas. Estamos profundamente convencidos de que el debilitamiento del internacionalismo en la Unión Soviética fortalece el chovinismo contrarrevolucionario que amenaza debilitar e incluso desintegrar ese estado multinacional. El repliegue en materia de antiimperialismo e internacionalismo se revierte contra la propia unidad de la Unión Soviética. Aunque nos preocupa el debilitamiento político sufrido por la Unión Soviética y más aún en los países de Europa Occidental a causa de la crisis y de la ausencia de vanguardias esclarecidas y con autoridad ante los pueblos para asegurar el rumbo socialista de los acontecimientos que allí se están desarrollando, tenemos que reconocer que las dirigencias políticas de la Unión Soviética y de los países de Europa del Este enfrentan de diferente manera la lucha que se libra entre preservación y renovación socialista y regresión capitalista. Mientras en algunos países de Europa Oriental sus dirigencias se inclinan abiertamente por la inserción de sus países en el capitalismo, la situación en la Unión Soviética y algunos otros países se presentan de modo distinto y en general la regresión capitalista está por verse. Comprendemos lo difícil del presente período en esos países, lo complicado que resulta retomar el rumbo socialista que rearticule el socialismo con la democracia, valoramos los desvelos de todos los que se empeñan en que la renovación implique una fase cualitativamente superior de socialismo y no sea desnaturalizada por la influencia capitalista. Alentamos sus trascendentes esfuerzos y les deseamos los mejores éxitos en esa nueva batalla. Nos preocupa que las debilidades del socialismo hayan facilitado la intervención militar en Panamá, la contraofensiva derechista en Nicaragua, las maniobras de los Estados Unidos y el deteriorado y genocida régimen salvadoreño, las graves amenazas que se ciernen contra Cuba revolucionaria, la escalada imperialista en toda la región.

-Nuestras convicciones

Creemos firmemente en la paz para todos y con dignidad. Creemos en la renovación socialista. Creemos en la democracia con poder popular, en una democracia que potencie la participación de las organizaciones y de los nuevos sujetos políticos y sociales. Creemos en la necesidad de rescatar el ideal socialista original que reúne en un mismo proyecto las transformaciones sociales y la democracia. Ese ideal sigue en pie y lucharemos por conquistarlo. Creemos en la paz entrelazada con la liberación y la renovación. Creemos en la necesidad y la posibilidad de las revoluciones populares para alcanzar la democracia, la justicia social y la soberanía. Creemos en el internacionalismo revolucionario y en la necesidad de sostener con firmeza las banderas del antiimperialismo. Nuestros pueblos son víctimas del imperialismo y no podemos renunciar a la lucha revolucionaria por su emancipación y por la nueva democracia que esa dominación obstruye. En nuestro Tercer Mundo la situación es desgarradora. Las estructuras y modelos capitalistas dependientes carecen de soluciones y agravan los males que provocan. Las instituciones se corrompen, la democracia se mutila y restringe, la soberanía es pisoteada y las tensiones sociales y políticas se acumulan. Esta es una crisis de exclusiva responsabilidad del sistema capitalista, en continuo proceso de empeoramiento. Por estos y otros factores, el centro de la ebullición revolucionaria se ha trasladado desde finales de la década de 1950 al Tercer Mundo. En el presente, esta realidad es todavía más intensa y palpitante, presentando una gran potencialidad revolucionaria en América Latina y un especial dinamismo revolucionario en Centroamérica y en el Caribe, sin dejar de poner atención a la riqueza de los procesos políticos y sociales que se desarrollan en Brasil, Uruguay, Perú, Argentina y otros países. La vida indica que América Latina y el Caribe no tienen alternativa de desarrollo, de democracia y de soberanía dentro de la dominación imperialista, ya que es precisamente esa dependencia la que nos ha hundido en el atraso, en la pobreza y en la carencia o limitaciones a la libertad. Las necesidades políticas, sociales y económicas de los pueblos latinoamericanos no pueden satisfacerse con estas democracias en crisis, vaciadas de contenido social, tuteladas por grupos poderosos y por el poder imperialista. Nuestros países requieren de revoluciones profundamente democráticas que den participación y poder de decisión a todos los componentes del pueblo trabajador y a todos los sectores que pueden contribuir al desarrollo con justicia social y sienten las bases para llevar a cabo el ideal socialista.
-La revolución es el gran reto histórico
Lo anterior no sólo quiere decir que la revolución continúa vigente históricamente, sino que constituye una necesidad y la posibilidad para la solución de los problemas de América Latina y el Caribe y del Tercer Mundo. Esto nos impone un gran reto. El reto es mayor si se tiene en cuenta, además, que los virajes revolucionarios en el Tercer Mundo, particularmente en América Latina y el Caribe, tienen capacidad de impactar, e incluso alterar y desestabilizar el sistema imperialista y podrían, de incrementarse y ampliarse, revertir la euforia temporal de sus dirigentes y forzarlos progresivamente a aceptar la idea de un nuevo orden económico y político internacional, basado en un auténtico humanismo abarcador de todos los pueblos, de toda la humanidad. Nuestro movimiento revolucionario y las fuerzas democráticas, antiimperialistas y progresistas de esta parte del mundo debemos y podemos aceptar ese reto y disponernos a encarnar la nueva esperanza. Es preciso crear y potenciar las vanguardias revolucionarias a través de la unidad, la lucha y la relación estrecha con las masas populares. Es preciso construir una gran alianza por la democracia y la autodeterminación. Es preciso fortalecer el tercermundismo y el latinoamericanismo para librar una lucha sin cuartel por la victoria de nuevos proyectos democrático-revolucionarios y por la liberación de nuestros pueblos. Esto incluye una firme defensa de Cuba socialista como pionera de la transición revolucionaria latinoamericana y baluarte del antiimperialismo y el internacionalismo en esta región. Incluye, asimismo, una firme solidaridad con las reservas de la Revolución Popular Sandinista, representadas en el FSLN y en los demás factores de poder popular que perduran después del revés electoral, sobre cuyas causas es preciso reflexionar para superar errores. Incluye, muy especialmente la solidaridad para con la lucha del FMLN, y de todas las fuerzas patrióticas y democráticas salvadoreñas que apuntan hacia una nueva y trascendente victoria y, asimismo, con el batallar ascendente del URNG en Guatemala y con las luchas democráticas que hoy se libran en Haití, Colombia, Brasil, Perú, Argentina, Chile, Honduras y otros países. Esta es una gran verdad y una gran necesidad.
-Pensar con cabeza propia
Pero dentro de la agenda revolucionaria latinoamericana no es posible obviar el impacto de lo que acontece en Europa Oriental. Esos problemas han tenido un impacto contradictorio en las fuerzas revolucionarias y progresistas del continente: en una parte de ellas han provocado desmoralizaciones y estímulos a concepciones alejadas de nuestras necesidades y trasplantadas de procesos europeos, en otros sectores han reafirmado profundas convicciones revolucionarias, antiimperialistas y socialistas dentro de una clara determinación de independencia creadora. Nosotros nos ubicamos entre estos últimos y nos disponemos a poner nuestros corazones y esfuerzos en dirección a pensar con cabeza propia y a desarrollar nuestra posición en medio de las extraordinarias potencialidades revolucionarias existentes en este continente. Nuestro viraje integral, nuestra rectificación revolucionaria, la renovación nuestra, tiene su propia problemática y sólo podría ser fructífera dentro de una línea de unidad y combate antiimperialista y de estrecha vinculación entre revolución popular y democracia participativa e integral. Nuestra renovación debe tener bien presente todo lo positivo de las corrientes renovadoras y democratizadoras a escala mundial, adecuándolas a nuestras condiciones particulares a través de un gran esfuerzo de elaboración propia y de búsqueda de la originalidad necesaria. Los procesos en Europa del Este, con todos sus aspectos positivos en cuanto a ejemplos de democratización y autodeterminación que contrastan con la opresión vigente en América Latina y el Tercer Mundo, responden a condiciones y crisis particulares y exhiben desviaciones, debilidades y modalidades que no tienen por qué ser trasplantadas o copiadas. Es improcedente copiar tanto lo negativo como lo que no se ajusta a nuestras realidades. Dediquémonos nosotros a elaborar y a luchar en función de nuestras necesidades y particularidades y teniendo en cuenta nuestras tradiciones históricas y las características de nuestras sociedades en crisis. Busquemos alternativas democráticas, revolucionarias e innovadoras.
-Llamamiento
Agrupemos fuerzas en esa dirección.
No dejemos que la dispersión y la desmoralización se tornen irreversibles.
Coordinemos nuestras capacidades y voluntades transformadoras.
Unámonos para luchar en todos los frentes; para relanzar el ideal revolucionario, para superar dogmatismos, para enfrentar las desviaciones derechistas y las claudicaciones, para combatir con vigor a nuestros enemigos, para hacer rectificaciones y renovaciones auténticamente revolucionarias, para fortalecer el antiimperialismo, para darle contenido popular a la lucha por la democracia, para avanzar hacia nuevas revoluciones democráticas y patrióticas, para rescatar el valor de las metas socialistas, para desarrollar luchas concretas que eleven la moral y la capacidad de las fuerzas liberadoras en la periferia y los centros del sistema capitalista mundial.
Unámonos para combatir y demostrar que las fuerzas del cambio pueden y deben recuperarse del impacto de estos fenómenos negativos, que los reveses sufridos son pasajeros, que las dificultades actuales pueden ser superadas, que la crisis del sistema imperialista y de nuestros enemigos es un tremendo potencial a nuestro favor.
En este Tercer Mundo, en este continente convulsionado, deben cifrarse las nuevas esperanzas revolucionarias, esperanzas que los cristianos, los antiimperialistas, los marxistas, los demócratas, los socialistas, los nuevos líderes populares, los movimientos sociales innovadores, podemos contribuir a convertir en realidad, procurando además que en todo el planeta las fuerzas del progreso se decidan por detener y derrotar la contraofensiva imperialista estadounidense.
En este mundo y en este continente convulsionado deben cifrarse las nuevas esperanzas revolucionarias.
En América Latina los sujetos de la liberación y la transformación se integran por una inagotable pluralidad social, política, religiosa e ideológica que reúne a obreros, campesinos, semiproletarios, marginales, empleados, maestros, estudiantes, intelectuales, cristianos, empresarios, etc., bajo las banderas de los más amplios intereses nacionales, populares y democráticos.
Es digno destacar el papel que dentro de esta pluralidad desempeñan los cristianos al vincular los contenidos humanistas del cristianismo con la lucha por resolver la dolorosa realidad social, política y económica de las masas latinoamericanas.
Esa posibilidad existe; pues, pese a todo, en esta parte del mundo las dificultades del imperialismo norteamericano son enormes y en la propia sociedad estadounidense su sistema pierde credibilidad y crecen en la actitud de protesta y los nuevos movimientos sociales.
Nuestra lucha se entrelaza así con la lucha del pueblo norteamericano y su promisorio abanico de fuerzas solidarias, cada vez más amplio y más sensible, cada vez más firme en su desafío a las discriminaciones, a los falsos valores, a la descomposición y a todo lo inhumano de ese sistema opresor.
Clamamos por una expresión unitaria de esa necesaria voluntad de lucha en todos los rincones de la Tierra.
Clamamos por la más amplia y vigorosa unidad de todas las fuerzas y sectores que en el continente están por los ideales de justicia, independencia, democracia y paz.
Clamamos por más firmeza antiimperialista.
Clamamos por más creatividad revolucionaria. Clamamos por la revitalización del internacionalismo revolucionario.
Clamamos por darle continuidad a los grandes ideales latinoamericanos de Bolívar, Sucre, San Martín, Morelos, Santa María, Morazán, Martí, Sandino y Farabundo Martí.
Abrazos fraternales,
Humberto Vargas Carbonell, Partido Vanguardia Popular Costa Rica
Rigoberto Padilla Rush, Partido Comunista de Honduras
Narciso Isa Conde, Partido Comunista Dominicano
Schafik Jorge Hándal, Partido Comunista de El Salvador
Patricio Echegaray, Partido Comunista de la Argentina

“Elogio de la historia: Fernando Martínez Heredia y los pensamiento(s) crítico(s) en Cuba”

“Elogio de la historia: Fernando Martínez Heredia y los pensamiento(s) crítico(s) en Cuba”: Jaime Ortega Reyna
23/06/2017 Deja un comentario Go to comments

Existen personajes o figuras para quienes una estrecha noción de obra siempre quedará corta [1]. Me refiero a la “obra”, entendida como un corpus delimitable, una escritura que puede ser amplia o limitada, lo que normalmente llamamos una “obra completa” agrupada por fechas o temas. Existe, sin embargo, otra noción de obra, efectivamente, la de un corpus que rebasa lo escrito y se fija también en otros ámbitos. Podemos decir que esa segunda noción de obra trabaja sobre el conjunto de intervenciones que se efectúan en determinadas condiciones de producción, que incluye por supuesto debates, discusiones, diálogos y una gama más amplia de lo estrictamente escrito. Y estas pueden ser diversas (trabajo editorial, de traducción, por ejemplificar lo más común) y permiten acceder ampliar la mirada con respecto a lo escrito. Es el elogio de ese tipo de obra el que quiero hacer aquí, la del historiador cubano Fernando Martínez Heredia, que sin duda nos interpela a ampliar la estrechez de la mirada con respecto al vínculo entre teoría, historia, ideología y política.

Fernando Martínez Heredia es una pieza clave para la construcción y la reconstrucción del pensamiento crítico en Cuba: es clave para su continua re-invención. Anclado en el torrente que supuso el cambio cultural de la revolución cubana, asumió, desde su juventud, la tarea de renovar y “poner a la altura” de aquella grandiosa revolución al pensamiento crítico, que no se limitaba, aunque encontraba su fuente de inspiración más certera, en el marxismo. El día de hoy la tarea de seguir el conjunto de sus intervenciones es relativamente más sencillo. Debe considerarse que el pensamiento crítico en Cuba no tiene una salida tan fácil como la que se pudiera pensar: actualizar, dialogar y hacer el cruce de tradiciones políticas y culturales ha sido complejo, particularmente tras la adhesión férrea de la revolución cubana a la órbita soviética, aquello que se conoció como el conjunto de quinquenios negros de la cultura. Aquella loza terminó de caer a finales de los años ochenta, despedazada como una facilidad inimaginable hasta entonces, signo de que los gigantes tienen también piernas de barro. Sin embargo los tiempos que siguieron a aquel acontecimiento y liberación de amarras no fueron tampoco sencillo, pues inmediantament Cuba vivió su nuevo desafío: superar el “horno” de los noventa en medio de una de las peores crisis que tanto la isla vivió, como también el pensamiento crítico.

Es en esta dirección en donde las intervenciones, es decir, el conjunto de su obra y sus distintas ramificaciones, ganan gran relevancia y son documentos excelsos para mostrar los debates y combates que se emplazaron en distintas coyunturas, así como para la reconstrucción de archivo del marxismo producido en América Latina. Estamos pues ante un conjunto disgregado por casi cuatro décadas, pero cuya coherencia se encuentra dada a partir de un sentido: la recuperación de tradiciones críticas que anclen la perspectiva radical del anti capitalismo, es decir del marxismo, en un horizonte de confrontación específico, vivo, candente, concreto, el de Cuba. Es decir, que vincule la teoría con pretensión de universalidad (el marxismo) con el componente que permite efectivamente que sea algo más que una pretensión y es aquí donde un cierto pensamiento anticolonial se asoma con franqueza y vigorosidad.

Comencemos por establecer el hilo de nuestra argumentación. En primer lugar queremos señalar el espacio teórico en el que se mueve la intervención de FMH: la historia. Junto a ese espacio teórico se vislumbra en el recorrido de su construcción el espacio político en el que pretende actuar: el de pensar la unidad indisoluble entre socialismo y construcción popular de la nación. Debemos recordar la importancia de este concepto, el de la nación, para el área caribeña, sometida históricamente por cuatro imperialismos, como dice el estudio clásicos de Daniel Guerin y que de manera casi necesaria nos lleva por el camino del anticolonialismo, pero en una versión también anticapitalista. Esta dualidad no siempre vinculada de manera estrecha, acompañará el conjunto de nuestra exposición y es desde nuestro punto de vista la clave interpretativa necesaria. Es entonces en la unidad de esos dos elementos en donde se juega, el mayor aporte de FMH: tramar de manera firme la unidad entre esos dos momentos, no a partir de a-prioris abstractos, sino de la historia, entendida esta como el ejercicio de reconstrucción de proyectos, esperanzas, utopías, intervenciones personales en coyunturas y en general de la totalización con un conjunto de sentidos identificables en el tiempo (es decir, pasados) pero también recuperables como herencia del presente. De alguna manera la historia de la que hablamos es la que permite reconocer nuestras herencias intelectuales, pero también las políticas y las ideológicas, al discernir la enseñanza de las derrotas acumuladas por décadas. Todo ello se inscribe, como decíamos, en asediar de manera conjunta el socialismo y la liberación nacional no en el terreno de una teoría universal sin más, sino en el espacio teórico del cual nuestro autor echa mano, conjuga elementos, articula una gramática en la que los conceptos permiten distinguir unidad y diferencia de los procesos, pero también articula una aritmética, en donde los números (en historia los datos) no siempre tienen el mismo valor cuando se suman o se restan.

Para todo ello sugerimos la revisión de algunos de los momentos más brillantes de la producción de nuestro autor, que muestran justamente el vínculo entre la dimensión teórica y la dimensión política, su unidad, sus tensiones, sus fragmentaciones, sus posibilidades y también sus terribles dificultades. A manera de ejemplo es de señalarse la insistencia por recuperar la experiencia de la revista Pensamiento Crítico que FMH siempre ha hecho. En ella se reprodujeron por primera vez en español varias tendencias que configuraron las condiciones mas idóneas para la producción de un pensamiento complejo y alternativo, que buscaba nutrirse de experiencias distintas y disímiles, pero que que encontrara en el diálogo su identificación y su diversidad, que no asumió universalidad previa antes de la valoración específica. En aquella experiencia que se finiquitó en el lejano 1971 y que contó con 51 números en alrededor de 5 años de trabajo, convivieron por igual el marxismo occidental (con Sartre, Lukács, Althusser o Korsch por mencionar algunos), la tradición anticolonial (con el pensamiento asiático y africano que era producto de la descolonización) y la revisión de la historia cubana en clave revolucionaria. Todo este coctel no era el producto de una superposición de autores, tendencias y procesos, sino un verdadero proyecto totalizador. Con esto quiero decir que se imponía un horizonte de sentido al proceso de producción del pensamiento crítico, buscaba en la labor teórica referentes, diálogos y procesos que pudieran ser subsumidos a una experiencia histórica novedosa, propia y en el tiempo presente.

Sobre éste último aspecto, el de la historia cubana en clave alternativa, vale la pena detenerse para señalar la publicación de La revolución pospuesta de Ramón de Armas. Aquel texto, que después aparecerá nuevamente prologada por FMH, es una muestra de los intentos por establecer claves interpretativas de la historia de Cuba a fines a la idea de la revolución. No sólo es la valoración del libro de Ramón de Armas hecha por nuestro autor, sino también el conjunto de senderos que se abren a partir de ese momento: leer la historia de Cuba como el transcurrir de tres revoluciones que encuentran su diversidad no sólo en contextos distintos (de 1895 a 1959 el mundo ha cambiado) sino en el aprendizaje de los personajes y de los discursos; pero también su unidad a partir de elementos políticos que configuran una nueva racionalidad política, un nuevo lenguaje y por supuesto, una nueva práctica. Es ese entonces el lugar donde el trabajo teórico de FMH se vuelve productivo: en señalar la unidad y el conjunto de puentes que se trazan a lo largo de la historia de estas revoluciones caribeñas, particularmente en la que queda en medio de la que funda la nación y la que transforma anti capitalistamente a la sociedad. Pero para trazar ello se necesita una hipótesis: la nación se ha construido a través de la guerra revolucionaria del pueblo y las dificultades para poderla establecer de manera cabal, es decir, conquistar finalmente la liberación nacional han sido impedidas por los poderes imperiales. El periodo que se abre en 1895 es concluido en 1959 y a pesar de la diversidad y singularidad de los procesos, un halo problemático cubre su historia: la necesidad imperiosa y radical de establecer el elemento popular y el nacional como correspondientes, como simultáneos, como necesarios. FMH elige, sin embargo, otra fecha para posibilitar la reconstrucción de los vínculos de las tradiciones políticas en juego: la revolución de 1930 que parte en dos la cronología de la república neocolonial establecida en 1902 tras la enmienda Platt.

Es en el número 39 de la revista Pensamiento Crítico donde por primera vez se expone claramente ese proyecto con la publicación de testimonios y documentos de aquella revolución. Ahí el trabajo de FMH tomo un matiz distinto: el del constructor del archivo de aquel suceso. Porque ninguna revolución puede estudiarse desde la nada, ni desde la voluntad o máxima la simpatía. Requiere construir su archivo, sus documentos, sus discursos, sus figuras: requiere los elementos para poder ser leída. Y el número 39 de aquella ya legendaria publicación es el más acabado esfuerzo tras la revolución de 1959 por darle memoria a su propia historia. Si ninguna memoria es inocente, la que construye FMH en aquel número tampoco, claramente se encuentra tensionada por la necesidad de nacionalizar la experiencia revolucionaria y su ideología marxista, por darle un carácter específico, que responda a lo más profundo de las aspiraciones populares. No se trata entonces de entender el marxismo como una teoría ajena que se impone, desde la nada, a una sociedad, tal como por ejemplo parece sugerir en más de una ocasión un profesional de la historia como Rafael Rojas en su última breve semblanza de la revolución cubana. No; no es algo ajeno que coloniza la subjetividad, ni a la sociedad, ni a la academia; es la apropiación y traducción del movimiento popular y sus cabezas más lúcidas las que permiten la aspiración marxista de proyectar la construcción de otra sociedad.

El lugar de Pensamiento Crítico deja ver claramente el sentido, la proyección y la intencionalidad de un proyecto: la revolución cubana no es sólo hija del marxismo-leninismo, sino que comparte con él, con el anti imperialismo popular y con la radicalidad del socialismo de los años 20 aquella maternidad. Todas y todos conocemos las contradicciones que José Martí expresaba sobre Karl Marx, particularmente en torno al problema de la violencia, tema que ha sido analizado recientemente con brillantez por Bruno Bosteels. También podemos acceder a las lecturas marxistas o descolonizadoras que sobre Martí se hicieron en el siglo XX. Sin embargo hacía falta la intervención de nuestro historiador, que sienta las bases para poder reconstruir el vínculo más allá de la ideologización mal entendida, permite darle cuerpo y carne, cerebro y pasión a aquel vínculo.

La publicación de La revolución cubana de 1930: ensayos de FMH justamente viene a continuar el proyecto del número 39 de Pensamiento Crítico, sistematizando los datos, jugando con el álgebra de la política y formulando a partir de ella la gramática necesaria. Muestra todas las cartas sobre la mesa: es esa revolución en su proceso de gestación, en su clímax, pero también en su derrota la clave para el entendimiento de las victorias posteriores, así como las creaciones que le acompañaron. Es por eso que el libro que ahora señalamos expone las vicisitudes, contradicciones, dilemas y aprendizajes de quienes por fin lograrán anudar de manera práctica y firme el vínculo entre lo nacional-popular (aquí entiéndase como equivalente lo que hemos denominado la liberación nacional o el anti imperialismo popular) con la tradición comunista y socialista de los años 20 y 30. En otras palabras, sólo este anudamiento que acontece en estado práctico, permite llevar hasta sus últimas consecuencias el proyecto martiano, la consolidación de la nación y la victoria del antiimperialismo popular, bajo la matriz que la coyuntura demandaba: el socialismo.

El trabajo teórico de FMH permite justamente no leer este proceso histórico en clave teleológica, sino darle contenido material al proceso en el que socialismo y liberación nacional se anudaron en un proyecto histórico que tuvo su primer triunfo en 1959. No hay destino, sino construcción contradictoria de sentido. La revolución cubana de 1930 reúne justamente a los personajes y los momentos en los que hicieron partícipes de dicha gesta. No se trato de un plan preconcebido, sino de una necesidad de la lucha política. No es tampoco una necesidad universal, una camisa de fuerza, pues otros proyectos avanzaron independientes el uno del otro, ensayando otras respuestas. La revolución también es un sendero que se bifurca continuamente.

En nuestro propósito señalamos la productividad de la historia que adquiere en la pluma de FMH: la política, esa que acontece en como práctica, más allá de las intencionalidades y proyectos individuales, adquiere sentido en las batallas concretas. Con FMH se arma el rompecabezas de las distintas rebeliones de los años treinta, con respecto al horizonte de 1959. Así, desfilan con sus contradicciones y dilemas contextuales un Julio Antonio Mella, Antonio (Tony) Guiteras, Raúl Roa, Pablo de la Torriente y de manera disimulada el comunista-poeta por excelencia, Rubén Martínez Villena: el espacio histórico de la revolución del 30 (a la que Mella no llega y de la que Guiteras no sale vivo) adquiere un sentido distinto. Aunque algunos harán aportaciones escritas relevantes (sobre todo Roa), lo cierto es que el interés de FMH no es tanto analizar sus intervenciones discursivas puntuales, en estado práctico esa pléyade de revolucionarios han logrado, sin saberlo quizá y con muchas tensiones, armar la principal arma de la revolución cubana: anudar definitivamente la dimensión popular de la nación (el anti imperialismo martiano) e incorporar de manera no artificial la radicalidad de la transformación socialista. Repetimos ello: no artificialmente, que es justamente lo que tratará de hacer el marxismo-leninismo.

La intervención de FMH permite trazar las suficientes líneas de demarcación para superar al marxismo-leninismo: el socialismo, es decir, la transformación y superación de las relaciones mercantil-capitalistas no es posible sin el elemento popular de la nación. Han sido las condiciones históricas de la región caribeña, la presencia norteamericana que modificó la relación de fuerzas al expulsar a España, invadir Haití y Nicaragua, pero también la existencia de la unidad cultural y política como posibilidad de fuerza, las que han permitido este anudamiento. Cuba después de la revolución demostró ello a partir del trabajo caribeñista que se ha realizado, por ejemplo, en Casa de las Américas.

El conjunto de la obra de FMH está prendido a esta necesidad de entender la construcción nacional en un sentido popular. Es por ello que las referencias a la revolución haitiana son imprescindibles en tanto que primer momento revolucionario y popular de construcción de la nación. Sin embargo enclavados en el siglo XX el trabajo histórico reconstruye de manera productiva un arco que si bien parte de 1895, tiene sus vínculos y momentos de similitud en la revolución mexicana, en la resistencia sandinista y por supuesto en esa rebelión de los pueblos del este contra el imperio iluminista del capital que es la revolución rusa. Son estos los episodios fundamentales para entender el resultado teórico de una batalla política: la posibilidad de llevar a su radicalidad la idea revolucionaria en consonancia con la coyuntura específica, es decir, la de la construcción popular de la nación en la mayor de las islas del Caribe. La nación no es entonces una construcción de élites, sino de los pueblos movilizados. En el caso de Cuba como de México o de Nicaragua (más tarde también en Bolivia) de manera revolucionaria, es decir, destruyendo por completo el orden social anterior y ensayando uno nuevo.

Ese poderoso río que significó la revolución cubana y que arrasó el orden geopolítico anterior no proviene entonces de una sola fuente. Su potencialidad radica justamente en su diversidad, en sus distintas experiencias de aprendizaje y en su capacidad de responder a nuevos retos. El propio FMH, apelando a la figura de “El Ché” encontrará las principales enseñanzas para pensar ese mundo no capitalista que la revolución cubana trató de construir, tema del que ahora no nos ocuparemos.

El itinerario de FMH tiene distintas estaciones. Hemos avanzado en la que nos parecía más importante y quizá incluso articulador del resto: la vinculación entre socialismo y liberación nacional. La obra o mejor dicho el conjunto de intervenciones va de lo escrito al trabajo editorial, de la investigación al homenaje, del rescate de figuras a la problematización de las más conocidas. Sólo para anunciar una de esas estaciones relevantes, pienso en el trabajo juvenil “El ejercicio del pensar”, en las compilaciones de Lecturas de Filosofía, pasando por los números de Pensamiento Crítico, su conceptualización del concepto de “transición socialista”, los aportes de FMH, han buscado salir del “horno” capitalista y acceder a una comprensión comprometida del tiempo histórico.

FMH ha plantado frondosos árboles en el deforestado bosque del pensamiento crítico. Supero los quinquenios negros de la cultura, se mantuvo fiel al ideal socialista, resistió con entereza el “horno” de los noventa. Su obra es un buen recurso para pasar de “el cólera a la cólera” de los pueblos y para generar una rebelión al seno de las ideas establecidas. Finalmente apuntar uno de los gestos teóricos y políticos que más me han impactado, pensando justamente ¿cómo no elogiar a quién en sus libros incluye una dedicatoria a las y los trabajadores que los producen? Más que una impostura, insisto, este es un gesto teórico y político encomiable.

[1] Ponencia para el Primer Encuentro Internacional sobre Pensamiento Crítico en el Caribe Insular, realizado en el CIALC-UNAM.

Algunos conceptos básicos y cambios en la situación política actual

Algunos conceptos básicos y cambios en la situación política actual

Jorge Luis Cerletti

Frente al universo de explotación y dominación que caracteriza al orden capitalista, las resistencias populares proliferan en el planeta y dibujan un múltiple y variado mapa de luchas y conflictos. A consecuencia de ello y sin perjuicio de la irresuelta crisis que afecta al campo de la emancipación, bullen nuevas ideas aunque todavía no se plasman en alternativas al orden imperante. Y un núcleo importante de esas ideas enfoca la cuestión del poder, la representación y los alcances de la “democracia”.

Esa trilogía condensa interrogantes y genera debates en tanto que el Estado aparece como un referente insoslayable en la esfera política. Y esto obedece a dos razones fundamentales: una, que constituye el macro organizador por excelencia de la vida en sociedad; la otra, oculta, es que esa función que cumple enmascara su matriz histórica como dispositivo para la dominación. Lo cual constituye una paradoja con miras a la emancipación: sin Estado no es posible la convivencia social, pero a la vez, el mismo resulta un recurrente garante de la dominación.

Digamos que esa paradoja que involucra al Estado se mantiene hasta el presente a pesar de las grandes gestas libertarias de la historia.

El ámbito en el que se desarrolla la política exhibe tres espacios interrelacionados. El referido a la esfera mundial, el relativo al campo regional y el singular de cada país. Los mismos están enhebrados por dos características afines. Primera: el capitalismo es por ahora el único orden social que impera en el planeta. Segunda: las diversas sociedades conviven bajo la omnipresente figura del Estado. Ambas características conforman el marco general en el que se dan las particularidades nacionales.

Dentro de ese marco las grandes corporaciones capitalistas, líderes contemporáneas de la explotación-dominación, gravitan real y decisivamente en la mayoría de las naciones. Mas, no pueden prescindir del Estado ni cuando escapa transitoriamente a su control por obra de sectores que resisten a su hegemonía. En esa situación buscan socavarlos, cooptar sus capas dirigentes o si esto falla, propiciar la intervención militar (forma imperialista de “asalto al poder”), como en Irak, Libia y Siria, las guerras localizadas más recientes. En tales casos la destrucción que conllevan exige un proceso de rehabilitación del Estado pero adecuado a las imposiciones de los invasores. Éstos, a la vez, se sirven de esas guerras para impulsar y realizar su industria bélica.

La sustitución del Estado por la administración de las Corporaciones sería superflua por la imbricación del poder económico y el político (verbigracia gerentes y financistas a funcionarios y viceversa). Es más, resultaría contraproducente por sus efectos sobre la legitimación de la democracia representativa, hoy su mejor cobertura política. Es que el Estado aparece como la mayor construcción institucional cuyos fundamentos remiten a todo el “pueblo” exhibido como su creador y beneficiario. Pero su realidad histórica, al margen de circunstanciales excepciones, lo muestra como la máxima institución pública al servicio de los sectores hegemónicos. Éstos, en lo esencial, lo fueron modelando según sus intereses en consonancia con el orden social que usufructúan.

Lo descripto se refleja en la realidad cotidiana y se reproduce por acción y/o consentimiento de la mayoría de la sociedad condicionada por la legalidad sistémica. Y ese consentimiento expresa los patrones culturales que predican y promueven los grupos de poder dominantes. Semejante normatividad internalizada en la conducta de las personas engendra lo que se puede designar como “sujetos-sujetados”, o sea, integrados al sistema.

Los comportamientos son tanto o más paradigmáticos cuanto más estable es la hegemonía que garantiza la dominación y engendra la subjetividad social que induce. Sin embargo, no puede eliminar las contradicciones y los conflictos sociales que provoca aunque los controle. En ciertos momentos afloran resistencias y luchas populares que tensan al sistema y posibilitan la emergencia de gobiernos afines. Otro es el caso de las excepciones, o sea, de los sujetos que se oponen al orden existente y asumen roles disruptivos. Convengamos que éste es un esquema facilitador ya que la complejidad de la vida en sociedad alberga innúmera diversidad de situaciones. Empero, dentro de las variadas formas de dominación resulta clave destacar la importancia de las excepciones.

Sujetos – Sobre lo nuevo y lo viejo.

Considerando tales excepciones y según se infiere de lo anterior, llamamos sujetos políticos emancipatorios a quienes se oponen a la lógica sistémica y se corren de los lugares instituidos para promover la transformación del orden social opresor. Cuanto más convocante es el movimiento más perturba al orden vigente mientras que lo que nace debe ponerse a prueba mediante la resolución de situaciones concretas. Éstas conforman el escenario de las luchas y resistencias cuya orientación deviene de la concepción política de los protagonistas.

O sea, la potencialidad disruptiva, cualidad sustancial de los sujetos emancipatorios, implica el enlace de ideas creativas y transgresoras con los hechos que generan (la praxis). Asimismo, dentro de la dinámica de la lucha política surgen interpretaciones diferentes estimuladas por la complejidad de las situaciones. Y ésta es otra prueba para las políticas que intentan abrir rumbos hacia la emancipación pues también deben resolver las contradicciones internas ya que inciden en la fortaleza y en la potencia de lo que emerge. Obviamente, superar al sistema capitalista implica un desafío mayúsculo con un largo camino a recorrer que no ofrece garantías.

Semejante trayecto, en lo inmediato-mediato, contrasta con la debilidad que muestran las nuevas corrientes frente a la hegemonía del capitalismo y la omnipresencia del Estado. Esto refleja las grandes deudas teóricas y los déficits de las políticas existentes. Ante las mismas, aparece la necesidad de gestar una nueva cultura política realmente participativa, donde el poder circule para que no se reproduzca la dominación que habita en las entrañas de las vanguardias tradicionales. Lo cual plantea el irresuelto problema de la organización.

En general, se separa tajantemente lo nuevo de lo viejo. Por cierto que la crítica a lo dado porta una irrefutable verdad que enjuicia la reproducción del orden existente. No obstante, lo nuevo brota en el suelo de lo viejo y eso supone que reciben nutrientes comunes (valga la metáfora). O sea, en el seno de la sociedad y al calor de los conflictos, emergen experiencias y pensamientos nuevos que se mezclan con hábitos e ideas incorporadas aún en los propios impugnadores.
Luego, debemos desembarazarnos de semejante herencia existencial y cultural. Ese lastre es tanto mayor cuanto más fuerte es la hegemonía que ejercen los sectores de poder y más débil la oposición a los mismos. Lo cual se pone en evidencia, con mayor fuerza, después de grandes derrotas que engendran períodos signados por el desconcierto y la incertidumbre.
Pensamos que cuestionamientos profundos contra el status quo, en esta etapa, provienen principalmente de lo micro. Y ya existen diversas experiencias que lo testimonian por más que su incidencia y niveles de generalización resulten limitados. La siembra de lo nuevo es una tarea permanente sin fórmulas preestablecidas mientras que sus tiempos de maduración se vinculan a la creación de alternativas reales.
Cambios en la situación política actual.
Ahora va un mínimo esbozo para ubicar la problemática actual.
En EE.UU., accede a la presidencia Donald Trump con un discurso nacionalista y xenófobo que ya empieza a implementar. En Inglaterra, gana el Brexit y, paralelamente, en Europa se fortalece el nacionalismo de derecha que compromete a la Unión Europea. No obstante, no creo que haya un cambio significativo sobre el poder mundial que ejercen las grandes corporaciones.
Sí es esperable un reacomodamiento de su gravitación con relación a establishment gubernamentales que pretenden mayor peso en las decisiones en algunos de los países centrales. En esto juega la disputa en torno a sus mercados nacionales todavía afectados por la gran crisis de 2008.
Esto, en política, se traduce en el resurgimiento del discurso nacionalista de derecha que a su vez combate a la inmigración alimentada por las guerras genocidas que ellos mismos crean. También testimonia las dificultades que plantea el desarrollo tecnológico y la concentración del capital que tienden a ser expulsoras de mano de obra asalariada. Lo cual, junto a los países periféricos y las trágicas migraciones humanas son el “pato de la boda”.
En Oriente medio, la guerra en Siria afecta a toda el área y es pasto de las disputas entre las potencias. En Sudamérica, se produce el desplazamiento de varios de los gobiernos populares emergentes en los últimos 15 años y los que subsisten se ven asediados.
Repasemos: Brasil, cae el gobierno popular mediante un golpe blando; Argentina, triunfo electoral de Macri and company; Ecuador, hoy bajo la amenaza de un resultado adverso en la 2ª vuelta; Venezuela, desquiciada y rondando un golpe blando; Bolivia, derrota de Evo en el referendum que propiciaba su 4ª reelección consecutiva; el MercoSur en marcha hacia el “Merco/rporaciones”…
Ese panorama oscuro se oscurece aún más si pensamos en la carencia de alternativas al capitalismo en el mundo. Si bien los señalados gobiernos “populistas” generaron hechos positivos e impensados, su ocaso actual constituye un franco retroceso y testimonian los límites estructurales propios del sistema capitalista.
Y a propósito, cito un párrafo de la entrevista a Carlos M. Vilas que publica Página 12 el 1º de marzo: “Tiene mucha vulnerabilidad acumular poder desde el Estado, porque por mandato constitucional el control del Estado es a plazo fijo. El poder político que logra ser perdurable es aquel que conjuga el esfuerzo desde abajo en articulación con el Estado. Faltó construir una herramienta política.”
Justamente esa “herramienta política” es una de las principales cuestiones irresueltas. Porque los partidos políticos de contenido popular existentes pudieron operar algunos cambios favorables a los de abajo pero limitados por las relaciones capitalistas. Sus avances se realizaron desde el parcial y efímero control del Estado pero sin modificar su naturaleza que porta los gérmenes de la dominación.

Lejos están de resolver la cuestión del poder, la representación y los alcances de la democracia, como se plantea al principio de este artículo. Por otra parte, las nuevas aperturas emancipatorias que emergen en los ámbitos micro, distan mucho de la construcción de alternativas. En general su concepción antisistema choca con la realidad política existente y tienden a aislarse.

En definitiva, la complejidad del período que vivimos genera tensiones dentro de las diversas expresiones del campo popular. ¿Cómo asimilarlas y no hacerles el juego a la reacción? Y particularmente, para los sectores que planteamos la emancipación, ¿cómo articular las nuevas tendencias con los sucesos actuales?.——-

Jorge Luis Cerletti (marzo de 2017)

The political center, the Democratic Party, and taking racism out of the shadows

The political center, the Democratic Party, and taking racism out of the shadows

June 17, 2017

1. The notion that Democrats are clinging to the political center strikes me as problematic. Things are clearly changing in the Democratic Party and across the country, and have been for a while now. The party’s election platform reflected these changes as did Hillary’s campaign. Free trade, unregulated banks, and austerity aren’t the toast of the party as they had been. Instead, the conversation is trending in a progressive direction, even if what is doable legislatively is very limited for the moment. And without question, Bernie Sanders and his campaign had a considerable hand in this process.

Furthermore, at the local level, new faces and energy are filling the rooms at Democratic Party meetings. And perhaps to the surprise of some, the party’s leadership in Congress has conducted themselves quite well in difficult circumstances.

That said, much still needs to be done. And the immediate challenge is to unite its various currents against the Trump-right-wing-authoritarian juggernaut — and especially in next year’s elections, while, at the same time, contesting in a cooperative spirit over program, policies, and priorities and rebuilding the Democratic Party in urban and rural America alike.

What isn’t of any value is over-zealous efforts to call out the “center” or to isolate the “left. The unity of one with the other, notwithstanding political tensions, is especially imperative in present circumstances.

2. It is said by some on the left that the political center in U.S. politics has disappeared. Some say it is “imaginary.” I find that to be a harmful notion if taken seriously. The country is polarized in many ways, but it doesn’t follow that tens of millions comfortably fit on the progressive-left end of the political spectrum. I wish that were the case, but I don’t see the evidence for it. In my own interactions, which I realize can’t be generalized, people hold very contradictory — some disturbing — positions on a range of issues. Few possess a consistent and articulated progressive-left worldview. Many are of mixed, even warring, minds. Most don’t like Trump, but more than a few are suspicious of “big government,” worried about taxes and terrorism, and on issues of race, gender, and immigration the conversation can become problematic.

To say otherwise in my view comes from a radicalism that is in too much of a hurry and too anxious to reach its final destination as well as isolated from everyday working class life. It fails to understand that the maxim”haste makes waste” can ring true in politics.

Now don’t get me wrong. Progressive messaging and candidates are a indispensable piece of the puzzle, but only a piece. It will also take millions of conversations on people’s doorsteps and elsewhere and involvement in seemingly mundane day to day struggles — not to mention a left that has majoritarian politics on its mind.

3. Bernie Sanders’ speech at the recent People’s Summit in Chicago sounded a lot of right notes, but I couldn’t help noticing that he largely reduced racism to simply a tool of division and disunity in the working class movement. I have heard others on the left, usually advocating a progressive populism, do much the same.

What goes unmentioned in this narrative is that racism is also a material reality that leaves people of color in subordinate positions and discriminated against in every sphere of life. What also is missing is any mention that racist ideas are pervasive, crude as well as subtle, reach people in both direct and roundabout ways, and rest, in the last analysis, on the systematic reproduction of the conditions and substance of racial inequality. Without the latter, the popularization of racist thinking would have an infinitely harder time finding a receptive audience.

It also dodges the relative, but real, advantages conferred on white workers due to their whiteness, even in this period where broad decline in living standards across large sections of the population, including white workers, has been a defining feature. This isn’t to suggest that racism doesn’t confer by far its greatest on the 1 per cent nor that white workers aren’t disadvantaged in innumerable ways due to racism, but to understand its durability any analysis can’t stop here. It has to take into account as well the relative advantages received by white workers and people for no other reason than the color of their skin.

Finally, an appreciation — let alone a deep one — of the unmatchable political experience, political/strategic clarity, and dynamic role of people of color — and especially African American people — in the working class and broader people’s movement over time is nowhere to be found in this narrative.

How do we explain this blind spot? If it is simply an oversight, it is easily correctable. But if it expresses a political-class strategy that considers issues of equality other than divisions along income lines a hindrance to the formation of common class interests and a broad popular coalition against Trump in the near term and corporate capitalism in the longer term, it’s a much more serious problem that should be squarely faced.

For unless it is, it becomes virtually impossible not only to grasp the present moment and how we arrived here, but also how to extricate the country from the current mess and onto a new political trajectory.

4. In his review of the production of Shakespeare’s “Julius Caesar,” now staging in Central Park. New York Times op-ed writer, Ross Douthat writes that Trump’s presidency is but the latest expression of “a creeping Caesarism in the executive [that] has been a feature of our politics for many years.” I find this highly misleading and disingenuous. Trump and Trumpism constitute a break from past politics – a rupture. Trump constitutes a danger to democratic governance that we haven’t faced ever before. He’s not typical, but atypical. Trump may be a symptom of the larger crisis and longer term trends, but his combination of megalomania, authoritarianism, and plunder with no governor of labor and the earth’s natural systems, is his unique staple and our worst nightmare. If he is a creature of anything, it is, first of all, the rise of the right and its racist, nativist, misogynist, anti-democratic, homophobic, and anti-working class posture and politics. But, at the same time, he is a unique and unprecedented threat to the fundamentals of democracy and life itself.

5. Speaking again of Douthat, in another oped in the NYT he argues that both sides of our polarized political climate are to blame for the violent rhetoric and violence. He mentions Kathy Griffin in the same breadth with Sean Hannity. On its face it may sound sensible to many readers, but if set against the actual record of the past 40 years, its intellectual dishonesty and political opportunism is unmistakable. No one — and Douthat has to know this — comes remotely close to approaching what the extreme right has done to poison the atmosphere and politics of the country. Its stock and trade has been racism, misogyny and sexism, nativism and anti-immigrant incitement, homophobia, anti-unionism, hyper nationalism, and violence.

Silvia Rivera Cusicanqui: Contra el colonialismo interno

Silvia Rivera Cusicanqui: Contra el colonialismo interno
Verónica Gago
18 junio 2017 0
Silvia Rivera Cusicanqui tiene un arte: escapar de las clasificaciones y los lugares exotizantes donde se la quiere ubicar. A veces se refiere a sí misma como sochóloga, un mix de chola y socióloga que alguna vez le dijeron para desacreditarla y ella lo convirtió en bandera. Hace pocos días visitó Buenos Aires para brindar un seminario organizado por la UNSAM, la UBA y la UNTREF, y presentar su libro “Sociología de la imagen”. Verónica Gago la siguió de cerca, debatió y pensó con ella y escribió este perfil de una de las pensadoras indispensables de la historia oral andina.
Leer a Lenin como se lee el I Ching, abriendo al puro azar, y quedarse con una frase: “Hay que soñar, pero a condición de creer firmemente en nuestros sueños, de cotejar día a día la realidad con las ideas que tenemos de ella; de realizar meticulosamente nuestra fantasía”.
Silvia Rivera Cusicanqui cuenta que esta cita fue la clave de su salvataje ante un tribunal de tesis que le reclamaba pruebas de pureza que su trabajo teórico no tenía. Nadie iba a objetar una frase de Lenin y encontrar a Lenin hablando de fantasía era un hallazgo para atesorar. Eran los años 70 en Bolivia, y Silvia se recibía de socióloga.
Más tarde, su tesis de maestría se perdió por un allanamiento del gobierno militar. Estuvo exiliada en Buenos Aires, a principios de aquella década, cuando estaba embarazada de su primer hija y tras haber estado presa. Pero duró poco: hacía encuestas en el conurbano y apenas le respondían. “Parecía invisible”, recuerda. Se fue al norte y ahí ya se sintió más a gusto y adquirió para siempre los saberes del contrabando y la costumbre de no comprar muebles sino fabricarlos como desmontables, con ladrillos y tablas.
Silvia Rivera Cusicanqui deriva una serie de principios metodológicos que se vuelven un banquete para lxs más de cien alumnxs que concurren durante tres días a un seminario co-organizado entre tres universidades públicas: el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la UNSAM, la carrera de Sociología de la UBA y el programa Pensar en movimiento de UNTREF.
Ser “iconoclastas e irreverentes” con la teoría son dos palabras que se le escuchan una y otra vez y repercuten como un mantra: primero se las repite, luego se las saborea y cuando adquieren un ritmo y se entonan con la respiración, abren otras vías de transmisión.
En Bolivia, la academia fue siempre un bien “elusivo y lejano”, comenta Silvia. Esa “desventaja”, sin embargo, se convirtió en ventaja a la hora de relacionarse con los libros y la teoría en general. “Descubrimos el provincianismo europeo. Por ejemplo, que los ingleses no leen a los franceses. Claro que desde acá eso no se ve porque les atribuimos universalidad. Pero en este continente somos menos provincianos: leemos todo lo que nos llega y bajo el principio de selectividad de que todo sirve según las emergencias sociales. Así tenemos la suerte de saltearnos varias modas, porque llegaron tarde o porque nos parecen de otro planeta, y de entrenarnos en una libertad combinatoria”.
Tener pocos libros, en contraste con la “híper accesibilidad actual”, exigía “sacarles el jugo desde lo propio pero también fragilizar la seguridad de nuestro pensamiento a partir de la realidad, así como lo propone Marx, para quien prima lo real frente al pensamiento”.
Curiosear, averiguar, comunicar [1].
Con estos tres verbos, Rivera Cusicanqui enhebró su propuesta metodológica como una serie de gestos. Primero, la curiosidad, que proviene de ejercitar una mirada periférica: la del vagabundeo, la poética figura del flanneur que evocaba Benjamin, como una capacidad de conectar elementos heteróclitos gracias al modo mismo de discurrir, transitar, vagar. La mirada periférica incorpora una percepción corporal. Metaforiza la investigación exploratoria.
Envuelve un estado de alerta. Se hace en movimiento y guarda cierta familiaridad con lo que se ha llamado la atención creativa. Averiguar, como segundo paso, es seguir una pista. Es la mirada focalizada. Y para eso, como insiste Silvia: “lo primero es aclararse el por qué motivacional entre uno mismo y aquello que se investiga”. Lo dice porque subraya una tarea irreemplazable: descubrir “la conexión metafórica entre temas de investigación y experiencia vivida”, porque sólo escudriñando ese compromiso vital con los “temas” es posible aventurar verdaderas hipótesis, enraizar la teoría, al punto de volverla guiños internos de la propia escritura y no citas rígidas de autorización.
Por último, ¿cómo comunicar? Hablar a otrxs, hablar con otrxs. Hay un nivel expresivo-dialógico que incluye “el pudor de meter la voz” y, al mismo tiempo, “el reconocimiento del efecto autoral de la escucha” y, finalmente, el arte de escribir, o de filmar, o de encontrar formatos al modo casi del collage. Hablar después de escuchar, porque escuchar es también un modo de mirar, y un dispositivo para crear la comprensión como empatía, capaz de volverse elemento de intersubjetividad. La epistemología deviene así una ética. Las entrevistas un modo del happening. Y la clave es el manejo sobre la energía emotiva de la memoria: su polivalencia más allá del lamento y la épica, y su capacidad de respeto por las versiones más allá del memorialismo de museo.
En un pequeño cuaderno verde, Silvia tiene unas breves notas que cuando pasan a su oralidad crecen, proliferan y edifican una arquitectura de imágenes, conceptos y narraciones que le permite afirmar –“suelta de cuerpo”, como a ella le gusta– que la sociología es una rama de la literatura.
Leer a Fanon a través de Fausto Reinaga
Cierta alquimia en el proceso de conexiones revela una singularidad. Así, por ejemplo, la lectura de Frantz Fanon en Bolivia se hizo a través de Fausto Reinaga, referente del katarismo, la guerrilla indigenista de los años 70 y autor del clásico La revolución india.
Silvia estuvo involucrada con aquella corriente como un momento colectivo de radicalización política. Años después, en los 80 fue una de las fundadoras del Taller de Historia Oral Andina (THOA), desde donde se exploró la vertiente comunitaria y anarquista de las luchas, se la difundió en folletos y radionovelas y repercutió en las movilizaciones populares de los años siguientes, especialmente en la organización de los ayllus del occidente de Bolivia, la CONAMAQ.
Fruto de ese trabajo, se volvió a editar recientemente el libro Lxs artesanxs libertarixs (Tinta Limón y MadreSelva) donde se recopila la historia sindical de los años 20, previa a la Guerra del Chaco, pero también, tras la matanza (se perdieron más de 100 mil vidas de ambos bandos), el protagonismo de los gremios femeninos que agruparon a floristas, amas de casa, vendedoras de mercado y cocineras.
Antes había escrito un libro que devino imprescindible: Oprimidos pero no vencidos. Luchas del campesinado aymara y qhichwa, 1900-1980, donde muestra la “lógica de la rebeldía” que nutrió las revueltas de todo ese período, hasta el golpe de García Meza en julio de 1980. Fue realizado mientras Silvia vivió en el campo, donde entró en contacto con dirigentes kataristas e indianistas.
Primero editado por una editorial paceña y la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), luego, según palabras de la autora, el libro fue objeto de una “apropiación reformista por parte de una generación de intelectuales de lo “pluri-multi”, lo cual me ha convencido de las capacidades retóricas de las élites y de su enorme flexibilidad para convertir la culpa colectiva en retoques y maquillajes a una matriz de dominación que se renueva así en su dimensión colonial”.
Rivera Cusicanqui tiene un arte y es escapar de las clasificaciones, especialmente de los lugares exotizantes donde se la quiere ubicar. Dice que por eso creen a menudo que es antropóloga. Se ríe y se auto-bautiza como “objeto étnico no identificado”. A veces también se refiere a sí misma como sochóloga, un mix de chola y socióloga que alguna vez le dijeron para desacreditarla y ella se lo convirtió en bandera.
Así también juega con el término birchola (una mezcla entre chola y birlocha que era como se decía, en contraste, a las mujeres de vestido) y que son figuras que Silvia investigó entre las migrantes de la populosa ciudad de El Alto, el cordón conurbano que rodea La Paz. No son piruetas. Son los destellos de una risa más profunda y una crítica despiadada sobre la esencialización de lo indígena.
“Indixs somos todxs en tanto personas colonizadxs. Descolonizarse es dejar de ser indix y volverse gente. Gente es una palabra interesante porque se dice de maneras muy distintas en cada idioma”, dijo en el auditorio Roberto Carri de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, donde Rivera Cusicanqui dio la conferencia magistral de cierre de las Jornadas de Sociología.
Y agregó a esta idea una vuelta más: “Estoy en contra de la metáfora falocéntrica y cristiana de la torre de Babel porque en ella la diversidad lingüística es pensada como castigo. Esta pluralidad se debe a que la tierra necesita muchas lenguas para decirse y no una maldición de un Dios cristiano que se enojó con los hombres”.
En esa invectiva, lo originario es otra palabra a la que Rivera Cusicanqui le ha dedicado sustanciosas críticas. “Es una palabra que divide, que aísla a los indios y, sobre todo, les niega su condición de mayoría para que se reconozcan en una serie de derechos que los restringe a ser una minoría desde el punto de vista estatal”.
Además, importantes investigaciones históricas ya demostraron la versatilidad de esa figura: como cuando Tristan Platt narra la conversión en originario del forastero, recuerda Silvia. Las filiaciones son así también efecto de montaje y, cuando no se congelan en estereotipos, procesos en devenir. “Debe tener que ver con que en Bolivia en vez de psicoanalizarnos como aquí, nos farreamos”, especula.
Hay que recordar que la primera traducción al castellano de los debates poscoloniales se hizo en Bolivia, en una compilación a cargo de la propia Silvia junto a Rossana Barragán. Rivera Cusicanqui vuelve a saltar las categorías y revolverlas: “Lo poscolonial es un deseo, lo anti-colonial una lucha y lo decolonial un neologismo de moda antipático”, sintetiza. Para radicalizar la alteridad, “hay que profundizar y radicalizar la diferencia: en, con y contra lxs subalternxs”.
Esta es una fórmula que permite sortear también la relación perversa que se construye cuando la estructura es “el resentimiento indígena y la culpa del no-indígena”, base afectiva del populismo. No se trata simplemente de “invertir la jerarquía sin tocar el dualismo (Guha dixit)” y usar la muletilla del eurocentrismo para construir nuevos binarismos límpidos.
Este movimiento desclasificatorio que Silvia detalla es el que permite incluso entender los “procesos de blanqueamiento como estrategias de sobrevivencia: hay que leer ahí quién se apropia de la fuerza y no quién se regodea en la lástima o quién deja de ser puro”. De ahí, también, la fuerza de los lenguajes combinatorios junto a la capacidad de enfrentar la contingencia e integrar lo ajeno.
El efecto es una condición de “palimpsesto” con el que Silvia lee las capas superpuestas en una ciudad (una “estratigrafía de lo urbano”), en las memorias colectivas, en las lenguas y en los trajines comerciales y de resistencia.
El colonialismo se expresa negando la humanidad de otros: “por eso hoy aparecen figuras desechables sobre las que se actualiza la dinámica colonial”, dice en conversación con teorizaciones como las de Achille Mbembe. Pero, aclara, la descolonización es una tarea de grupo: “Uno no se puede descolonizar solito porque, como decía Jim Morrison y también Foucault, a los señores los llevamos adentro por cobardía y pereza”.
La noción que Silvia trabaja para esta epistemología como práctica descolonizadora es lo ch´ixi: una versión de la noción de lo abigarrado que conceptualizara el sociólogo René Zavaleta Mercado, con quien ella mantuvo un intenso intercambio político e intelectual. “Creo que es una palabra-talismán, que nos permite hablar más allá de las identidades emblemáticas de la etnopolítica. Y creo también que tiene su aura en ciertos estados de disponibilidad colectiva para hacer polisémicas las palabras”.
Y también que permite leer hacia atrás y hacer de la escritura una capacidad de afiliación. Silvia Rivera Cusicanqui confesó tener “nostalgia de ancestros”. La nostalgia devino deseo y finalmente encontró a un tío mecánico mientras investigaba el archivo anarquista: Luis Cusicanqui fue el escritor de un manifiesto anarquista dirigido a indios y campesinos en 1929.
Muerte de una disciplina. Génesis de una (in)disciplina
Silvia habla del aymara como un idioma “aglutinante”, porque es capaz de que un mismo término varíe según los sufijos, los contextos de enunciación y con cada operación de significación específica, así como alrededor de las estrategias retóricas. Esa variación también es a la que se somete su propia teoría, al punto de decir: “Hace algún tiempo he adquirido la costumbre de expresar en público el repudio por mi obra anterior”.
Que esa posibilidad esté ligada a una trayectoria femenina no es menor: pone en acto, de nuevo, “la ventaja de la desventaja, el lado afirmativo de nuestra desvalorización”. Y también performativiza esa “episteme propia” sobre la que insiste con desacato e irreverencia, capaz de incluir términos no lineales, opuestos, zonas de conflicto y encuentro, nuevos puntos de partida.
Cuando Gayatri Spivak visitó Bolivia a pesar de que había una lista de traductores oficiales propuestos, fue Silvia quien se animó a la simultaneidad pero, sobre todo, la que puso en escena la indisciplina del texto y de la traducción lineal. “¿Cómo traducir al castellano el término double bind propio de lo esquizo que usa Spivak?
En aymara hay una palabra exacta para eso y que no existe en castellano: es pä chuyma, que significa tener el alma dividida por dos mandatos imposibles de cumplir”. Además, estos ejercicios de traducción, dice Silvia, revelan que hoy todas las palabras están en cuestión: “eso es signo de Pachakutik, de un tiempo de cambio”.
En ese tembladeral, hay procedimientos que ayudan: con el flash back y el deja vu (que usa en sus libros pero también en varios de los videos que ha guionado y filmado) Silvia vuelve sobre la memoria colectiva como una serie de montajes que se actualizan según el flujo y el reflujo de las luchas pero que se despliegan como lenguajes propiciatorios de justicia. “Hay una guía que nos hacemos y que tiene que ver con los pensamientos producidos justamente en momentos de peligro”.
Así, por ejemplo, se teje alianza con Waman Puma de Ayala, el autor de la Primer Nueva Coronica y Buen Gobierno (1612-1615 aprox.): una carta al rey de España de mil páginas y con más de trescientos dibujos hechos con tinta que Silvia analiza bajo la luz de su “sociología de la imagen”. Ese libro permite contrabandearla a ella misma en uno de esos dibujos, sobreimprimirla anacrónicamente.
El montaje nos daría una poeta-astróloga: “caminar, conocer, crear” los verbos de un método en movimiento, con el horizonte de una “artesanía intelectual”, que no se deja expropiar el debate sobre la idea misma de qué es otra mirada sobre la totalidad. Así quedó expuesto en el proyecto Principio Potosí Reverso, un catálogo-libro que Silvia realizó junto al Colectivo Ch´ixi y que narra una historia que va de las minas coloniales al neoextractivismo.
La imagen, así interrogada, deviene teoría. No es ilustración. Exige una confianza en la autonomía de la percepción que consiste en mirar con todo el cuerpo, como dijo mientras se presentaba su flamante libro en la Cazona de Flores ante casi doscientas personas: Sociología de la imagen.
Miradas ch´ixi desde la historia andina (Tinta Limón). Sus textos e intercambios con colectivos aquí ya habían circulado y amasado amistades a través de encuentros y de dos libros: un diálogo con los colectivos Simbiosis Cultural y Situaciones en De chuequistas y overlockas. Una discusión en torno a los talleres textiles y Chi’ixinakax utxiwa. Una reflexión sobre prácticas y discursos descolonizadores. Aquella noche Silvia estaba feliz. Antes había cocinado para editores y amigxs una deliciosa sopa de maní. Todo terminó con brindis y música ya comenzado el día siguiente.

Encontrar la voz propia: de leer a escribir
Entramos en el penal de mujeres de Ezeiza con un frío que helaba, junto a talleristas y docentes. Pero una vez adentro, el clima cambió. Estaban algunas presas que estudian la carrera de sociología y otras que participan de talleres con la organización Yo no fui. La charla se desparramó sobre los saberes de sobrevivencia, los más inteligentes, los que hacen de la debilidad, una potencia. Era un auditorio pero Silvia no se subió a la tarima. Se sentó y luego empezó a caminar mientras hablaba.
“La voz insustituible es la de una misma. Contar la propia vida a una compañera de celda en una noche de insomnio es co-investigar, ser ya parte de la artesanía de la historia oral. Por eso lo fundamental es cuidar la libertad que se siente dentro de cada una y usarla para leer por afinidad: ustedes deben sentir que gobiernan la lectura, leer sólo lo que huele mejor, de atrás para adelante, por pedazos y, luego, escribir como un gesto de cuidado y de fidelidad con ustedes mismas, como un ejercicio de libertad”.
Silvia contó que cuando daba clases de sociología en el penal de Chonchocoro (la cárcel de varones en La Paz), hizo un taller de “voladores”: unos barriletes con los que se comunicaban con los presos de la cárcel de San Pedro, desde el patio donde pasaban el día. “Era sólo un pequeño gesto, pero liberaba energía. Y la libertad es un gesto”. Para ella la cárcel era como un “mundo al revés”, “porque lo que afuera es pequeño adentro se engrandece y viceversa”. Las presas que hablaron coincidieron con esa imagen.
También contaron que nunca se habían imaginando leyendo a Nietzsche pero que a todas les impactó ese aforismo que dice que lo que no mata, fortalece, de la importancia de saber que están ahí por un tiempo pero que desde ahora deben proyectar también el afuera y de animarse a hacer cosas que nunca se imaginaron que harían. Habían terminado hace dos días con una huelga de brazos caídos contra una medida que les descuenta las horas de estudios y de talleres de la contabilidad de las horas de trabajo.
Silvia, huelguista de trayectoria, contó también estrategias de resistencia que se hicieron en 2008 cuando se intentó un golpe contra Evo por los industriales que manejan el comercio del arroz, el aceite, la carne y la harina. “Empezaron a circular todo tipo de recetas para prescindir de esos alimentos, por entonces signados por una maldad de clase. Ese tipo de sabiduría popular, que es la que puede demostrar que el consumo es político por ejemplo, es de pequeños actos pero fundamental a la hora de hacer grietas en las relaciones de fuerza”, graficó Silvia.
Y volvió a una receta, según ella imbatible: “cuando escriban, respiren profundo. Es una artesanía, es un gesto de trabajadora. Y cuando lean lo que escribieron, vuelvan a respirar hasta sentir que hay un ritmo. Los textos tienen que aprender a bailar”.
Pensar en movimiento
De nuevo, se trata de una cuestión de ritmo: “Se trata de conocer con el chuyma, que incluye pulmón, corazón e hígado. Conocer es respirar y latir. Y supone un metabolismo y un ritmo con el cosmos”. Así conocer es una práctica política: “La práctica de la huelga de hambre y la caminata durante días en una marcha multitudinaria tiene el valor del silencio y la generación de un ritmo y una respiración colectiva que actúan como verdadera performance”, dice para recordar las largas manifestaciones en defensa del territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), en 2011.
“Hay entonces, en estos espacios de lo no dicho, un conjunto de sonidos, gestos, movimientos que portan las huellas vivas del colonialismo y que se resisten a la racionalización, porque su racionalización incomoda, te hace bajar del sueño cómodo de la sociedad liberal”.
El desplazamiento de los centros es un hecho, dice Silvia (que además, insiste con que si nombramos desde donde estamos situadxs, ¡el oriente refiere a Europa!). Pero en las periferias también hay un impulso a construir nuevos centros. Es lo que pasa, dice, con el proceso boliviano: “Evo eclipsa la incertidumbre, el principio de pluralidad propio de las luchas. Todo el aparato de estado ahora se dirige a eso”.
Silvia actualmente es parte de un emprendimiento que se llama El Tambo Colectivo, donde se hacen cursos y actividades, fiestas y presentaciones. Tuvo un muy breve paso por el gobierno del MAS en sus inicios, en una campaña por la legalización de la hoja de coca. Hoy su postura es de crítica radical y puede leerse en un artículo que escribió y cuyo título anticipa el argumento: “Mito y desarrollo en Bolivia. El giro colonial del gobierno del MAS”.
Hay que discutir lo que se obtura. Por ejemplo, qué sería “una versión propia del desarrollo, casi como una economía del deseo. Una suerte de empate entre lo que se tiene y lo que se desea”. Silvia cuenta cómo la noción de Buen Vivir es parte de un aforismo más amplio, que le pone exigencias concretas y que impide reducirlo a una fórmula sencilla o gubernamental. Además, el deseo de cambio y “en general el deseo colectivo está fuera de todo realismo tal como se presenta desde el poder. Esa es la brasa que hay que cuidar”.
[1] Gunnar Mendoza Loza, director del Archivo Nacional de Bolivia, acuñó esta idea para definir el “núcleo primordial del oficio” de investigar. Su trabajo será publicado a fines de este año en el volumen Desde los márgenes. Pensadorxs bolivianxs de la diáspora, CLACSO (colección Antologías del Pensamiento Crítico Latinoamericano), antologado por Silvia Rivera Cusicanqui y Virginia Aillón.
Este texto se publicó originalmente en la revista Anfibia de la Universidad Nacional de San Martín

El sujeto de los derechos actuales

EL SUJETO DE LOS DERECHOS ACTUALES. SIGNIFICADO Y DESAFÍOS EN AMÉRICA LATINA
Novamerica, Rio de
Janeiro, Brasil, enero 2014.

El siglo XXI se ha iniciado con dos retos básicos en relación con derechos humanos, desafíos que se expresan cuando lo que debería ser su principal problema no ha sido ni siquiera asumido. Este asunto principal consiste en el esfuerzo político articulado por transitar desde una sensibilidad meramente político-jurídica (cuestión que resuelve las violaciones de derechos humanos, en el mejor de los casos, mediante su reclamo en circuitos judiciales nacionales o internacionales) hacia una sensibilidad (ethos) cultural mundial por estos derechos.
En sencillo, esto quiere decir encarnarlos planetariamente en la existencia cotidiana. Si tal ocurriese, las violaciones a derechos humanos dejarían de ser tratadas como “casos” y pasarían a formar parte de las normas civilizadas de convivencia. Serían testimonio de la experiencia de una vida humana en el planeta. Hacia esta última forma de sentir/asumir e imaginar derechos humanos se ha avanzado poco o nada. Y respecto de su consideración casuística, jurídica y geopolítica, en el inicio del siglo más bien se ha retrocedido.

El principal retroceso se ha dado en dos frentes. La guerra global preventiva contra el terrorismo enunciada y practicada por EUA el año 2001 ha implicado que los Estados/gobiernos que se sienten amenazados en sus intereses determinen quién o qué posee designios “terroristas”, y resuelva, si tiene la capacidad para hacerlo, destruirlo utilizando cualquier medio y con independencia de toda norma de derecho.
El referente “terrorista” abarca no-personas (Bin Laden, Gadafi, por ejemplo), poblaciones (chechenos, por ejemplo) y territorios (Afganistán y Pakistán, por ejemplo). El punto compromete derechos hasta ahora considerados absolutos, es de decir no violables bajo ninguna circunstancia: a la vida y a no ser torturado, por ejemplo. Han adherido oficialmente a la doctrina que promueve y justifica la violación de cualquier derecho EUA, el Reino Unido, Rusia, Francia y la practican en su entorno Israel y China y, probablemente, Siria.
Desde el punto de vista de una cultura de derechos humanos resulta todavía más impactante que instancias como la OTAN (aparato de alcance letal planetario) y la Corte Penal Internacional, jueces y Fiscalía, se hicieran unilateralmente parte del sitio que se montó contra Libia el año 2011, y que la Secretaría General de la ONU adoptara un papel beligerante en el actual drama sirio. En estos casos se silencia que se trata de intervenciones geopolíticas donde ningún bando respeta los más elementales derechos humanos ni de los combatientes ni de la población civil.

La doctrina de guerra global preventiva contra el terrorismo ha hecho retroceder, desde un punto de vista práctico, las relaciones internacionales a antes de la Primera Guerra Mundial. Ideológicamente, la diferencia es que ahora se utiliza el discurso de derechos humanos para que Estados (o grupos) poderosos impongan su garrote sobre los menos poderosos y resulten jurídica y culturalmente impunes.
De ser rechazado, el terror de Estado resulta hoy necesario para sostener el ‘orden’ nacional y mundial. El señalamiento es crucial porque el avance del siglo ve asimismo surgir conflictos entre Estados con armamentos de destrucción masiva (EUA, Rusia, China) como se advierte con claridad en la situación siria y en el esfuerzo occidental por llevar la guerra a Irán.

El segundo reto básico en relación con derechos humanos es el que enfrenta el modelo económico universalizado, su derroche energético y la polarización social mundial, con la capacidad del planeta para sostener la vida humana (y la de otras especies) en él. Por primera vez en su historia biológica la especie ha puesto en cuestión la sostenibilidad de su hábitat.
Lo hace en el marco de la universalización de la forma-mercancía (capitalismo actual, economía de deseos, geopolítica de expropiación y sometimiento) y la desagregación y polarización sociales, vía el no acceso a los mercados para sectores significativos de la población mundial. Desde la Primera Cumbre de la Tierra oficial (Río de Janeiro, 1992) hasta la frustrante Cumbre Río+20 (2012), la fraseología sobre un ‘desarrollo sostenible’ que no toque la lógica del actual modelo económico-cultural ha acentuado la imposibilidad de diálogo y de acuerdos políticos que facilitarían enfrentar con posibilidades de éxito una eventual crisis mundial del planeta. Esta crisis podría llevar o a un genocidio sin precedentes en la historia de la especie humana o la desaparición de la especie misma. Como la temporalidad de los desafíos ambientales y culturales es de muy largo plazo y los político-económicos de corto y mediano plazo, el fraccionamiento actual y la inoperancia no resultan extraños. Pero este desafío, con su agenda elemental de asuntos que enfrentar y resolver en relación con derechos humanos, puede explotar en este siglo en la cara de poblaciones y de sus dirigentes sin que se haya avanzado siquiera un acuerdo sobre su carácter. El punto es aún más dramático que el frente geopolítico identificado más arriba. Además, por desgracia, ambos frentes están articulados. Avanzar en la resolución de uno contiene el avance en la resolución del otro.

Estos dos campos aquí enfatizados no esfuman otros desafíos en derechos humanos, sino que están en su base. Mencionemos dos, por razones de espacio. En un planeta en que el capital (en particular el financiero) circula electrónicamente sin trabas, se multiplican los emigrantes expulsados de sus hábitats tradicionales y no deseados en los lugares de destino.
Existe una asimetría entre la movilidad permitida a las poblaciones y la movilidad exigida por el capital. El desafío se resuelve castigando (jurídica o materialmente) a los emigrantes no deseados. Los rostros del castigo pueden ser nacional-locales o internacionales. O ambos. Este es el caso de los emigrantes latinoamericanos sin documentación que buscan llegar a EUA.
Enfrentan la extrema violencia del crimen organizado en la frontera entre México y EUA, y su continuidad policial, jurídica y cultural en territorio estadounidense si logran superar con vida la primera. La situación afecta particularmente a las mujeres a quienes las violencias que concurren en su desplazamiento forzado se relacionan con femicidio, prostitución, esclavitud y desamparo total.
De una manera semejante los bloqueos para acceder a los mercados publicitados por una economía de deseos estimulan la delincuencia en sectores significativos de las poblaciones urbanas. Uno de sus alcances, en América Latina, es el colapso de los presidios transformados en infiernos de violaciones sistemáticas de los más elementales derechos fundamentales.
Las situaciones derivadas del hacinamiento y corrupción en las cárceles han sido publicitadas con escándalo y horror en países tan diversos como Brasil y Honduras. Pero escándalo y horror se tornan reacciones impropias. Estas tragedias las venimos produciendo entre todos.

El primario bosquejo anterior, muy limitado por razones de edición, permite preguntarse por la identidad y carácter del sujeto de derechos humanos hoy. Por supuesto, no se trata de un sujeto puramente jurídico, o ciudadano, sino de un sujeto (virtual, por humano) sociohistórico y cultural.
La primera mención tiene que ser para los sectores de población más vulnerables ante la lógica de una economía orientada al lucro (y a la guerra) provisto por la satisfacción de deseos de individuos adultos que valoran satisfechas sus necesidades básicas. Se trata, en todo el mundo, incluyendo las economías postindustriales, de poblaciones “sobrantes” que no acceden del todo o acceden muy precariamente a los mercados de la educación y empleo y tienden a reproducir vínculos cara a cara (pareja, familia, existencia cotidiana) signados por la exclusión, fragmentación y violencia.
Se invisibiliza su ethos cultural mientras no cometan delitos. Básicamente se está ante población a la que política y culturalmente se niega humanidad y se la condena a una existencia degradada que redefine incluso sus esperanzas.

Ese sujeto plural pero articulado por su degradación sistémica, pone dramáticamente en circulación, en este momento, al Sujeto factible propuesto por el concepto e imaginario de derechos humanos: una especie humana política y culturalmente varia pero articulada constructivamente de modo que a nadie, en ninguna parte, se niegue institucionalmente la capacida/posibilidad de ser sujeto. O sea, de hacerse responsable por la producción de humanidad. Este sueño es hoy día factible. ‘Sólo’ se opone a él la lógica del mundo que hemos venido produciendo, habitando y padeciendo.
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Diálogo

Pilar (España).- Siento que se habla poco de algo que se avisa en el título: la situación latinoamericana. Se dan ejemplos, básicamente, pero no se refiere a la situación actual en el subcontinente. El tema de los emigrantes ha sido aquí en España una realidad lacerante y lo sigue siendo. Tanto en relación con los inmigrantes latinoamericanos que buscaban oportunidades de laborales y de reconocimiento humano, como en la prolongación de esta crisis de desempleo y económica que lleva a ciudadanos españoles hoy a transformarse en emigrantes. Pero insisto en que se dice poco del campo latinoamericano.

HG.- La revista asignó a este artículo tres cuartillas máximo y puso el título, es decir manifestó su interés en que lo que aparece como título fuese el campo temático. Pero, por supuesto, en tres cuartillas se tenía que elegir entre el tema de fondo (el sujeto de derechos humanos hoy) y la mirada sobre América Latina. Me imagino que cuando aparezca la revista otras personas tocarán central o secundariamente lo que aquí no aparece. Pero no es una excusa. Llevas razón en lo que dices.

Ahora, el tema de los emigrantes no-deseados (ni en sus lugares originales ni en los lugares que eligen, o les obligan a elegir, como destino) sigue siendo un tema latinoamericano. Por ejemplo, el tránsito de nicaragüenses a Costa Rica, principalmente por razones económicas, sigue siendo fuerte. Mantiene rasgos permanentes: hay inmigrantes legales e ilegales, estos últimos son duramente superexplotados, se da un fuerte rechazo cultural, especialmente en la meseta central y en las ciudades, contra los “nicas” (el término es despreciativo) por parte de la población costarricense, se ha fortalecido el control policial sobre ellos y se velan/ignoran los abusos que cometen los empresarios locales que sobreexplotan y niegan derechos laborales a una población que saben ha sido forzada a emigrar.
Se saca provecho de su vulnerabilidad. Por supuesto, no todo el mundo funciona así y los nicaragüenses no son los únicos trabajadores humildes a quienes se maltrata. En el país un 33% de sus trabajadores recibe menos salario que el de ley. Las tendencias negativas, o sea discriminadoras, contra los trabajadores y los nicaragüenses y los vulnerables son las dominantes.
Volviendo a la inmigración nicaragüense, en su imaginario el costarricense se ve a sí mismo “superior”, “propietario”, “blanco” y “democrático” en relación con los nicaragüenses. Obviamente esta percepción no se da igual en todos los estratos sociales, pero sí afecta a todos. Si miramos la situación chilena, es parecida en lo que se refiere al principal grupo inmigrante, que son ciudadanos peruanos.
La inmigración peruana en Chile es casi el doble (un 31%) que la de otro país limítrofe (Argentina, 17%). Pero la población de origen peruano tiende a parecerse a la nicaragüense que “importa” Costa Rica. Los inmigrantes peruanos se colocan mayoritariamente en oficios de remuneraciones bajas, obreros/obreras, empleo doméstico, y como envían remesas a sus familias, pues viven estrechamente. Se buscan y agrupan.
De alguna manera generan sus espacios “peruanos” en Chile y esto también provoca recelos. El sentimiento más generalizado de los chilenos hacia este tipo de peruanos es negativo. Y si por razones de la vulnerabilidad de la economía chilena el desempleo crece, entonces el malestar contra los peruanos aumenta porque vienen a “robar el pan” a familias chilenas también de bajos recursos. Entonces la vulnerabilidad del inmigrante no deseado se da por varios aspectos: étnicos (lo chileno es superior a lo peruano, tal como lo costarricense es superior a lo nicaragüense), raciales (aunque resulte absurdo los chilenos serían “blancos” y los peruanos “de color”) y también socio-económicos.
Los chilenos poseen asimismo una estúpida tradición militar y ésta les dice que sus soldados derrotaron a los peruanos y bolivianos en dos guerras. Ahora, desde el punto de vista social y cultural un empresario limeño se mueve sin problemas en Santiago. Lo mismo ocurre en San José con un nicaragüense grande y robusto, que habla un buen inglés y que invierte en Costa Rica. Si trae dinero a nadie se le reprocha ser extranjero o se le desprecia por ello. Si trae dinero, no importa sea “cholo” o “nica”. De hecho no es ninguna de esas cosas. Es un empresario. Un hombre de negocios.

Si lo vemos así, advertimos que la “otredad” rechazada en los inmigrantes no deseados, tanto en Chile como en Costa Rica, está ligada con la pobreza y la cultura de la pobreza. Para los empobrecidos y necesitados no existe, o es raro, el reconocimiento humano.
De aquí a actuar individual y socialmente como si no tuviesen derechos humanos, existe un milímetro y un segundo. Es poco probable que la actual migración española, a otros países de Europa y a América, reciba un trato semejante a los que comento, porque estos inmigrantes llegan a Cuba, Argentina y Brasil (los tres principales destinos latinoamericanos) desde otras condiciones.
Muchos son jóvenes profesionales que, especialmente en el caso brasileño, pueden encontrar buenos empleos con las multinacionales españolas establecidas en ese país. Otros, con nacionalidad española, han retornado a los países donde nacieron (de padres o abuelos inmigrantes) porque las condiciones jurídicas (doble nacionalidad) y también quizás las oportunidades económicas les resultan favorables. En América Latina en general no se desprecia a estadounidenses ni a europeos.
Se los supone “gentes”. Raros quizás, por algunas costumbres o maneras, pero gentes. Distinto sería, tal vez, si se produjesen olas migratorias de empobrecidos españoles sin calificación profesional. Las sociedades latinoamericanas son sociedades de status. Y aquí pobreza y desamparo proveerían un status que anularía su origen nacional. El desamparo cultural, y muchas veces también legal, asegura la impunidad de quienes agreden al inmigrante e incluso el que se experimente bienestar al hacerlo.

David (España).- Eso me recuerda que en Brasil se dice que Pelé no es negro porque es famoso y adinerado. ‘Negro’ puede ser un albino, si no tiene donde caerse muerto.

HG.- Sí, los mecanismos de discriminación tienden a generar estereotipos y chistes que de alguna manera apuntan a la realidad pero también la ocultan. Los informes de Naciones Unidas afirman que sí existe discriminación contra los afrodescendientes en Brasil y que ello es palpable en su capacidad para acceder a educación, salud y circuitos judiciales. Atribuye la discriminación a una herencia cultural pesada: colonialismo y esclavitud.
Y también a que las políticas públicas para paliar y superar ese racismo existen, pero sus resultados son lentos porque se trata de políticas relativamente recientes (antes no se reconocía el racismo) y la discriminación forma parte de una cultura, es decir afecta la existencia diaria. Sin embargo lo que afirma la ONU no es incompatible con la broma acerca de que si Pelé tiene dinero se blanquea.
Ahora, esto de cómo se discriminan las “otredades” en sociedades de status como las latinoamericanas también afecta a los argentinos, un país con una sólida historia de inmigrantes. Pero hoy un 33% de su población desea una Argentina “solo para los argentinos”. Y esto se advierte incluso en los estadios (de fútbol) porque el sentimiento negativo tiende a expresarse públicamente mientras que el 67% de la población que dice no diferenciar negativamente a los extranjeros no anda haciendo cantos por allí. Pero, de nuevo, si propiedad y economía poseen lógicas discriminadoras ‘naturales’ resulta difícil imaginar que la sensibilidad cultural y el trato diario no expresen a su manera estas discriminaciones.
Esto quiere decir que la discriminación contra las mujeres, o la racial o la generacional, o la que distancia a poblaciones citadinas y rurales y a provincias y capitales son señales de un sistema, no meros casos o situaciones. El mensaje es claro: los sistemas sociales actuales no son compatibles con una propuesta/cultura de derechos humanos. Por ello es que el desafío no puede resolverse solo con legislación. Los cambios tienen que tocar las lógicas sistémicas y las instituciones fundamentales. Esto si uno quiere tomarse en serio la invención de derechos humanos.
Ernesto (República Dominicana).- Asumo que se afirma la presencia de dos procesos macros y negativos en relación con derechos humanos: la práctica de la Doctrina de guerra Global Preventiva contra el Terrorismo y un modelo económico mundial de expansión totalitaria de la forma-mercancía, ligado con el proceso anterior, que pone en peligro la capacidad del planeta para sostener la vida, al menos la humana, en él. Una trama de retos políticos y geopolíticos que contendría un programa económico-político-ideológico-cultural. Derechos humanos, por su parte, se liga con reivindicaciones de sectores vulnerables (empobrecidos por el sistema, en términos genéricos) y la también con la posibilidad de una Humanidad (especie “cultural”, me pareció, por el momento solo virtual o avisada). ¿No es esto último una abstracción? ¿O solo un buen deseo? ¿Y no estamos todos en peligro, no exclusivamente los vulnerables o más vulnerables? ¿No somos todos, y de muchas maneras, vulnerables? Recién aquí vendría la preocupación por lo que existe en América Latina, a mi juicio. Y lo que podríamos o deberíamos hacer desde nuestra situación.

HG.- Los textos tienen lectores o interlocutores. Cada cual hace su interpretación textual desde su propia historia, en sentido específico y amplio. O sea en relación con sus sentimientos inmediatos y también con lo que trae en su cuerpo y memoria y lo que desde él se proyecta.

Comencemos con lo de la abstracción. La propuesta político-cultural de derechos humanos (siglo XVIII) humanos descansa en sus comienzos en abstracciones. La noción de ‘ciudadano’ abstrae (en su sentido negativo, o sea de borrar o eludir determinaciones) aspectos sociales y culturales: de sexo-género, por ejemplo.
O de propiedad. Solo son ciudadanos los varones propietarios. Luego, en su base, la propuesta original descansa en una abstracción. Esto no impide que inicie/geste un proceso. Obreros y mujeres, por ejemplo, accederán al sufragio un siglo después. O más tarde. Pese al despliegue de este proceso, sin embargo, la abstracción del inicio seguirá teniendo un peso en la no-factibilidad universal o generalizada de estos derechos humanos.
El punto duro aquí es que la propuesta inicial de derechos humanos, realizada desde una perspectiva iusnaturalista, ignora las relaciones sociales. Ve solo individuos portadores de derechos humanos, no ve las relaciones que constituyen a estos individuos, que son en realidad individuaciones posibles en el marco de esas relaciones. Este ‘defecto’ resulta insalvable.

La factibilidad virtual de una especie político-cultural humana de diversos en cuanto propuesta no resulta en cambio de una abstracción. Por supuesto tiene que recorrer un camino y puede no cumplir este recorrido con éxito porque encontrará obstáculos y enemigos. Como toda iniciativa político-cultural ha de ser materializada mediante un trabajo (esfuerzo) humano situado.
‘Situado’ quiere decir que no se hace lo que uno quiere sino que se acomete lo que se puede, lo que resulta factible y, a la vez, necesario, dadas ciertas condiciones. Se trata de un proceso. Miremos algunas de estas condiciones actuales: la especie ya es una, o siempre ha sido una, desde el punto de vista biológico-genético. No existen “razas” paralelas en la especie homo sapiens. La especie humana es una especie biológica pero también culturalmente diferenciada.
Nunca ha existido un solo pueblo humano. Las diferencias/distancias provienen de las capacidades de la especie (puede crear a partir de lo que existe o encuentra) y de las exigencias de entornos distintos. No conocemos en la tierra otra especie con estos rasgos, o sea que combine una única base biológica con muy diferenciadas experiencias de creación y subjetividad.
Es a la vez una y diversa y la parte más significativa de su identidad autoproducida pasa por su diversidad. Es decir por sus culturas y subculturas. Se trata de una especie que se autoproduce mediante culturas y subculturas diversas y, al mismo tiempo, en el seno de cada una de las sociedades de esas culturas y subculturas mediante la constitución de individuos singularizados.
La especie es socio-cultural, pero sus miembros se individualizan y singularizan y esto último lo hacen en el seno de una cultura que contiene tramas sociales institucionalizadas. Los individuos pueden configurar sectores sociales dentro de estas tramas. Y las tramas pueden generar y reproducir dominaciones de algunos sectores sobre otros. De machos sobre hembras, por ejemplo. O de alguna cultura sobre otras. Los seres humanos tienen la capacidad para “explicar” (racionalizar) estas dominaciones. Esto es lo que tenemos, básicamente.

¿Cuál es el desafío material y cultural que enfrenta hoy esta humanidad de diversas culturas y de diversidades sociales conflictivas? Bueno, tiene una historia larga de enfrentamientos y guerras de distinto tipo. Guerras entre culturas, guerras de saqueo, guerras de clases sociales, dominaciones de sexo-género y generacionales, esclavitudes, señoríos, etcétera. Guerras y dominios, dirá alguien, ha habido siempre. Tal vez, pero los resultados de esas guerras y conflictos que vienen en la historia quizás no sean los mismos resultados de las guerras y conflictos contenidos en los tiempos actuales.
Es el significado especial del desafío ambiental radical actual, de la expansión de la forma-mercancía y de la Doctrina de Guerra Global Preventiva contra el Terrorismo que, para nada casualmente, lo acompañan.
El anudamiento de los conflictos de hoy puede terminar materialmente con la especie o, vía un genocidio masivo sin precedentes, crear las condiciones para un tipo de humanidad enteramente distinta, con una memoria, o sea con una libido, tensionada por el genocidio de miles de millones.

Entonces se está ante un desafío que exige una sensibilidad, comprensión y una respuesta que nunca ha existido, pero que es pensable. Una especie político-cultural que reconoce, acompaña y acepta su diversidad inevitable… y que rechaza las dominaciones/sujeciones de unos por otros. El esfuerzo contendría una cultura planetaria de derechos humanos que no descansa en la abstracción ciudadana, sino en el reconocimiento y acompañamiento de necesidades sociohistóricos y en un principio universal de agencia: que todas las instituciones sociales en todas las culturas promuevan la libertad de los individuos, su potencial para crear vida o muerte comunitaria y su responsabilidad por sus creaciones.
Ahí está descrito el núcleo de la propuesta. Proyecta un horizonte de esperanzas. El otro camino, en cambio, mantener lo actual con cambios superficiales y cosméticos que provienen de abstracciones, como el “progreso de la humanidad”, conduce a desastres y a “triunfos” pírricos y a alguna forma de extinción. Dicho en breve: el planeta demanda hoy que la especie se comporte como políticamente articulada, o sea que asuma por vez primera de manera efectiva la universalidad de la experiencia humana. Pero los seres humanos no pueden vivir su propuesta de universalidad sino desde su particularidad. No existe otra forma. Aquí juega su papel una concepción socio-histórica de derechos humanos.

Lo que no existe, pero podría existir, porque existen bases para ello y también desafíos radicales objetivos, es una especie político cultural humana de diversos.

Las bases para esta propuesta son de dos tipos: esa convivencia de diversos resulta de una exigencia sociohistórica: se ha producido, o hemos producido, “población sobrante” (utilizo lenguaje europeo) o “superflua” y las salidas para este desafío pasan por su eliminación (se trataría de miles de millones de seres humanos) o abandonar el planeta, por citar dos.
Para nueve o diez mil millones de seres humanos el planeta carece de capacidad. Si todos consumen energía como los estadounidenses actuales, es el final para todos. Si se dan los rencores, sospechas, malos tratos, etcétera, que hoy existen entre culturas, naciones y pueblos y sectores sociales…y también se si se mantiene como planetario el actual modelo económico…, entonces las salidas pasan por la agresión y la guerra. Hay demasiada propiedad acumulada y concentrada. Demasiadas carencias y exceso de apetencias.

Por ello es que habría que producir una única especie político-cultural de seres humanos diversos. Los diversos no pueden “fundirse” en uno solo. Han de seguir sosteniendo su diversidad aunque se articulen constructivamente. Uno de los factores culturales que pueden ayudar en este proceso de articulación es derechos humanos entendidos como procesos en construcción, desde diversos. Los seres humanos poseen la capacidad para hacer esto pero no la han practicado, porque no les ha sido necesario. Pero poseen la capacidad virtual.

¿Por qué este énfasis en la diversidad? Arriesguemos una respuesta breve: porque es el camino indicado por la exigencia sociohistórico de la especie cuando todos están en peligro. Por primera vez la expresión “todos” parece tener sentido para los seres humanos.

Ernesto.- Suena a religioso.

HG.- Puede sonar o parecer, pero no es. El fenómeno religioso suele contener una trascendencia sobrenatural, un ‘destino’ o sentido final. Aquí el sentido es la producción universal de humanidad diferenciada por los mismos seres humanos. Pluralidad de sentidos, por lo tanto. No todos, pero sí muchos. Todos acompañables. Y como en América Latina el fenómeno religioso suele remitir a iglesias (no es el único camino, pero es lo generalizado), éstas tendrían que convertirse al ser humano. Tal como funcionan hoy alimentan las sujeciones a autoridades incontestables, las discriminaciones y los fraccionamientos. Constituyen parte del sistema. Pero ésta es una discusión distinta.
Ernesto.- Quedan al menos dos cuestiones. Lo de única humanidad, aunque de diversos, porque existe como virtualidad, me sigue pareciendo un buen deseo. Y un buen deseo “enorme”, que nos excede. No se me ocurre cómo podríamos entrarle desde aquí, desde República Dominicana.

David.- Quizás no habría que temerle al fracaso. El llamado cristiano original a “amar al prójimo” quizás ni llegaba a virtualidad en el mundo judío y romano del siglo I. No tuvo eco entonces y, desde el punto de vista de su materialización, no ha existido nunca. Ahora, discrepo que avanzar hacia una cultura humana de diversos se trate solo de un “buen deseo”. Es una necesidad.
Tal vez amar al prójimo no pasaba de un buen deseo en tiempos de la Roma imperial esclavista y del sacerdotal patriarcado autoritario de la oligarquía judía, pero aspirar a una humanidad que se acompaña mutuamente sin perder, sino que afirmando sus varias identidades o espiritualidades culturales y que avanza en una reconfiguración de sus distancias y conflictos sociales porque si no se hace así el planeta ya no podrá sostenernos, me parece un programa político-cultural.
Que no se le escuche en el ruido de los buenos negocios y de la sociedad del espectáculo actual no es significativo. Y que el programa finalmente fracase no hará daño a sus actores. Creo que ya existen destacamentos de este programa: mujeres con teoría de género, jóvenes, ecologistas radicales y también otros de un espectro amplio de luchadores por la Naturaleza. Se podría aspirar al respaldo de sectores científicos independientes. Crear medios alternativos. Más difícil veo la movilización de sectores populares cuyas necesidades elementales no satisfechas tal vez oscurezcan del todo o en parte su visión estratégica. Pero esto lo digo desde mi inexperiencia en ese campo.
Pero luchas ya existen. Y existe también información sobre el crecimiento demográfico, el calentamiento global, los cambios climáticos, la idolatría mercantil. Los falsos profetas y apologistas son también fácilmente discernibles. Entonces, se han ganado espacios. Aunque el asunto todavía no se ligue con derechos humanos y tampoco exista una movilización única o bien tramada. Y por supuesto están los serios desafíos de los choques interculturales, los conflictos sociales y sus sectarismos, las influencias religiosas que albergan todas las culturas. Hay mucho trabajo que hacer.
HG.- Me parece un buen enfoque: no temerle al fracaso. Si no se intenta, existirá igual un fracaso. Y si se intenta, podría resultar en fracaso o prosperar, acumular fuerzas y ganar. Así que de todas maneras habría que intentarlo. Y en cuanto a cómo entrarle, en cualquier lugar del planeta, siempre se comienza parecido: hay que hacer del desafío parte de la identidad propia (subjetividad) radical, es decir algo que nos compromete por completo.
Así, el desafío objetivo se transforma en existencia, en subjetividad, en problema-para-nosotros. Transformado el desafío en problema y asumido con pasión ello te lleva a informarte, a discernir, a imaginar y, sobre todo a comunicar para crear inquietud, organización, movilización. Vas a respaldar eso con tu vida, de modo que serás creíble. Obviamente se dice fácil, pero se trata de un proceso difícil. Si le agregas que no se debe flaquear, es decir se debe estar acumulando constantemente, más arduo todavía. Pero, como señala David, ya existen luchas. No se parte de cero.

En lo de la interculturalidad y el conflicto social que David nos señala, indica que enfatizar que la fuerza debe provenir desde dentro de cada cultura y estar enraizado en actores de los conflictos, especialmente de los sectores que sufren asimetrías y que pueden ser valorados vulnerables. Lo son, pero desde su vulnerabilidad querrán aspirar a ser actores, sujetos. Desearán crear derecho y cultura, por decirlo así.
David.- Quisiera sintetizar lo que me parece una cuestión central: que la cotidianidad ausente de derechos humana debería provocarnos a todos mucho pesar y angustia porque está ligado con prácticas e instituciones que no permiten (en esta discusión se ha insinuado que a nadie) ser sujeto con capacidad de dotar de carácter a nuestras propias producciones en entornos que no controlamos en su totalidad. Entonces existimos, en lo individual y lo colectivo, en este imaginario delegativo de los derechos, que los reduce a lo instituido y no a lo constituyente cotidiano del día a día y en relación con dinámicas emancipadoras y liberadoras. Creo que muchos deberíamos trabajar desde distintos ingresos, reivindicativos, judiciales, teóricos, etcétera, esta dimensión de derechos humanos constituyentes y no estrechamente solo como derechos humanos constituidos (reducidos a normas, instituciones representativas y a técnicos de la justicia) y con los límites que llamaría ‘trágicos’ que en esta conversación se vienen discutiendo.
HG.- Sí, coexisten en estas sociedades un imaginario proclamado y hermoso de derechos humanos y una realidad institucionalizada que los denigra en todo momento y lugar. Digamos: sociedades que dicen afirmarse en derechos humanos pero que también producen mendigos que arrastran dolor y lesiones en ciudades y campos, sociedades que gestan y paren indígenas y migrantes despreciados, “razas inferiores”, y niños y niñas que se prostituyen a la vista de quien quiera mirar y sentir. Estoy hablando de escándalos que no escandalizan. A veces resultan “noticia”.
Pero la mayor parte del tiempo se existe con estos niños prostituidos como se existe con la brisa de primavera. Se naturalizan. Esto porque nuestros niños y los de nuestro barrio “no están en eso”. El punto es que producimos estos niños, los “sanos” y los prostituidos, entre todos. Que el programa de ayuda médica de Obama haya sido fieramente objetado debería haber provocado consternación y repudio mundiales. Y que finalmente resultara cercenado fue un crimen. En relación con derechos humanos deberíamos estar levantando muchos y variados Muros de las Lamentaciones, sin contenido religioso. Pero, no pasa nada. O mejor, respecto de derechos humanos, pasa de todo.

Bélgica (Chile).- Existe un punto que no se ha tocado del todo. Me parece central. Es el desafío del “desarrollo sostenible”. Estoy de acuerdo en que tras este discurso se ampara tanto un capitalismo salvaje como un capitalismo más cauteloso y también Estados y legislaciones que recompensan a las empresas que procuran disminuir o evitar el daño ambiental irreversible y castigar a los depredadores. Se buscan fuentes alternativas de energía limpia. Es algo, pero entiendo que resulta insuficiente. En otro frente, la pobreza extrema y las inadecuadas concentraciones de población y su crecimiento demográfico y requerimientos de sobrevivencia también lesionan los hábitats. Es el caso de Haití que combina pobreza, miseria, enfermedades, migración no deseada, analfabetismo, deforestación y empobrecimiento de los suelos y aguas, daño ambiental quizás irreversible y violencia social y política. Es además una economía fuertemente endeudada. Haití es un caso extremo, pero existen otras zonas y países, especialmente en África (Guinea Ecuatorial, la República Democrática del Congo, por ejemplo) que se le asemejan, con la diferencia que algunas de ellas poseen riquezas naturales codiciables, Eritrea, por ejemplo, lo que pone a sus poblaciones en una especial situación de riesgo. Poblaciones en la miseria y la enfermedad, pero paradas sobre recursos naturales codiciables. Pero no quiero desviarme del punto. Hay que desplazar un modelo económico que agrede a la Naturaleza y, de diversas maneras, a sus poblamientos humanos porque resulta letal para la vida en el planeta. ¿Cómo entrarle a este desafío?

HG.- Hay un camino conceptual, que es largo de recorrer y para el cual se requiere del apoyo de cientistas de todo tipo cuyo trabajo muestre que el actual modelo es insostenible… excepto que se busque el colapso o un suicidio. Política a ideológicamente este trabajo debe acompañarse con el planteamiento de una propuesta planetaria alternativa que es obligatoria no una mera opción. No se trata del socialismo soviético ni la economía social de mercado chino.
Otra propuesta o propuestas que no busquen el desarrollo entendido como acrecentamiento constante de la riqueza. En el mismo movimiento tendría que desplegarse un movimiento de solidaridad que cooperara para sacar de su miseria y conflictividad a las poblaciones más vulnerables del planeta sea que estén en África o en EUA, donde la pobreza y miseria pueden afectar al 15% de su gente. No más empobrecidos. El sistema alternativo no admite empobrecimientos de ningún tipo.
Es un camino lento y largo, difícil de transitar. Contiene muchos frentes. Aquí se han mencionado dos. La idea básica es de la una economía planetaria más frugal, probablemente diversa, aunque orientada a la satisfacción de necesidades. La tendencia es abandonar una economía que dice buscar satisfacer deseos y que en realidad los atiza para conseguir ganancias. Los deseos, en relación con la especie, resultan infinitos. Sobre necesidades, en cambio, es factible discutir límites.
En breve, adiós al crecimiento y ‘desarrollo’ infinitos. Búsqueda de un conocimiento y una economía que restablezca y apodere los circuitos de la existencia humana y de la vida en el planeta. La tendencia es siempre eliminar la ignorancia, prevenir y sanar las enfermedades, apoderar la libertad y la responsabilidad personal y comunitaria. Crear riqueza para distribuirla de modo que genere mejores condiciones de existencia para todos. Otra sensibilidad. Otro tipo de mundo humano. Nada de esto lesiona la alegría o la fiesta o la creatividad propias de la especie y sus culturas diversas.

Otro camino consiste en trabajar política y culturalmente por ese otro mundo (educando y organizando a las poblaciones) y esperar que se produzca el colapso definitivo o que tragedias ambientales feroces golpeen a las poblaciones de los países ‘opulentos’ (no existe tal cosa; existen países con sectores minoritarios de la población opulentos. Estos sectores o familias pueden estar en México, India, España o Brasil y, desde luego en EUA y Europa) o postindustriales.
Si estas tragedias se producen, comenzará el circuito del genocidio. Si no se producen, el crecimiento de la población (se estima en 10.000 millones para finales de este siglo) lo detonará, temprano para quienes deben ser liquidados y tarde para los liquidadores. Si no se desea que el genocidio tenga éxito, se debe trabajar con la población vulnerable para que las mayorías salgan gananciosas de la crisis, o sea salven la vida y tengan capacidad para plantear y construir alternativas una vez que se desarme a los opulentos.

Bélgica.- Suena a ciencia-ficción.
HG.- A política-ficción. Sí, así es de dramática la situación.

Pilar.-En realidad todos somos vulnerables.
HG.- Sí, todos. Pero algunos de estos vulnerables creen ir ganando.

El “mapa de posicionamiento”: posicionarse para diferenciarse

El “mapa de posicionamiento”: posicionarse para diferenciarse

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Cuando afirmo que un mapa de posicionamiento es algo que todos hacemos cada día, veo cejas que se arquean. Entonces me explico. ¿Qué es un mapa de posicionamiento? Algo que todos hacemos, inconscientemente, al valorar la posible compra de un producto, cuando lo comparamos con otros productos de su misma categoría, en base a (normalmente dos) referencias, como la calidad y el precio.

Por ejemplo, si vamos a un gran almacén a comprar un equipo de sonido de alta fidelidad, podemos encontrar una amplia variedad de productos de la misma categoría, y de diferentes precios. Seguramente encontraremos productos de Sony, Pioneer, Yamaha, Sanyo, Samsung, LG… En función del precio de cada uno de los productos, y la percepción que cada uno de nosotros tengamos de la calidad de una marca, situaremos a las marcas en las diferentes posiciones y haremos, consciente o inconscientemente, el “mapa de posicionamiento” de estas marcas, ordenadas según nuestra percepción (subjetiva) de la relación calidad-precio de cada una.
La subjetividad del posicionamiento

PosicionamientoAntes de seguir adelante vale la pena subrayar éste aspecto: todo mapa de posicionamiento es subjetivo. Si pidiéramos a diez clientes diferentes del gran almacén que nos hicieran el mapa de posicionamiento de los equipos de sonido de alta fidelidad, probablemente obtendríamos diez mapas de posicionamiento diferentes. Porque, el precio, aún siendo objetivo e incontestable, puede ser visto como asequible por unos consumidores, pero inaccesible para otros. Y el otro factor, la calidad, es la suma de muchos factores, y muchos subjetivos: la experiencia previa que hemos tenido con una marca, factores psicológicos…Por ello, el “posicionamiento” de un producto o marca (no la posición de mercado), es decir, el lugar que ocupa en nuestra mente en relación al resto de productos o marcas de la misma categoría, es subjetivo y cambiante de una persona a otra, tal y como explicamos en éste artículo.
¿Cómo es el mapa?

Un mapa de posicionamiento tiene dos ejes, cada uno de los cuáles reflejará las dos referencias escogidas para hacer la comparativa de marcas. Pongamos que, como es habitual, escogemos las referencias “calidad” y “precio”.

En el mapa de posicionamiento clásico:

el eje horizontal (eje X o eje de abscisas) lo dedicamos a la referencia “calidad”: cuanto más a la izquierda, menor calidad; cuanto más a la derecha, mayor calidad.
el eje vertical (eje Y o eje de ordenadas) lo dedicamos a la referencia “precio”: cuanto más arriba, mayor precio; cuanto más abajo, menor precio.

MapaPosicionament01

Podemos, también, hacer mapas de posicionamiento que no se refieran exclusivamente a dos conceptos fijos de los que valoramos la intensidad (más o menos calidad), aunque sí relacionados (más clásico o más deportivo). Por ejemplo, si hacemos un mapa de posicionamiento de marcas de automóviles poniendo en el eje horizontal si son más clásicos o más deportivos, y en el eje vertical si son económicamente más exclusivos o más accesibles.

Cabe decir que aunque lo habitual es valorar a los productos o marcas en función de dos ejes, también podemos hacerlos utilizando más de dos referencias. Por ejemplo, a la hora de comparar una pieza de ropa, además de la calidad y el precio, podemos ponderar también si es moderna o clásica. Así, podríamos hacer mapas de posicionamiento de tres ejes, utilizando las tres referencias: calidad, precio, y modernidad. En este artículo, sin embargo, nos centraremos en los mapas de dos ejes.
La diagonal es la lógica, pero es poco habitual

MapaPosicionament02

Siguiendo con el ejemplo de la relación calidad-precio, todos entendemos que la lógica es que haya una correcta correlación entre la calidad y el precio de los productos. A mayor calidad, mayor precio; a menor calidad menor precio. Por ello, lo normal en un mapa de posicionamiento sería que todos los productos estuvieran colocados en forma diagonal, manteniendo siempre el equilibrio entre calidad y precio. De esta manera, si hiciésemos el mapa de posicionamiento de marcas de tablets, podría quedar como en la primera imagen adjunta.

Pero la realidad es casi siempre diferente. MapaPosicionament03En un mapa de posicionamiento, el precio de los productos o marcas, y la percepción de calidad que tenemos de ellos, hace que casi nunca alineemos a los productos o marcas en forma diagonal. A menudo consideramos que el precio de un producto no se corresponde a su calidad, para bien o para mal. Porque es más caro de lo que merece su calidad (lo consideramos caro), o al revés (lo consideramos barato). Por ello, lo habitual es que, en los mapas de posicionamiento, las marcas no queden alineadas en una perfecta diagonal, si no que queden repartidas de diferente manera entre los cuatro cuadrantes resultantes de la matriz, como podemos ver en el ejemplo de las tablets de la segunda imagen adjunta.

Las zonas buenas y las zonas malas de un mapa de posicionamiento

MapaPosicionament06
Estar en los extremos de la diagonal no es malo, a pesar de lo que a priori pueda parecer.

No es malo ser considerado tener producto muy caro, si en paralelo el producto es considerado de alta calidad. Estar en el cuadrante superior derecho (3), alto precio-alta calidad, es bueno, y es donde quieren posicionarse todas las marcas de alto standing que lanzan productos exclusivos de alto precio. Lo importante, en este caso, es que los consumidores consideren que la calidad del producto es lo suficientemente buena como para justificar el alto precio. Estar posicionado en este cuadrante, además, conlleva una ventaja psicológica: las ahí situadas son consideradas marcas o productos aspiracionales, que los consumidores desean tener, y el resto de marcas desea imitar. Se aspira a tenerlas pues se considera que conseguirlas (o exhibirlas) es sinónimo de éxito social. Y recordemos que una de las necesidades básicas de los humanos, según Maslow, es el reconocimiento social.

Por otra parte, estar en el otro extremo de la diagonal, en cuadrante inferior izquierdo (1) no es necesariamente malo, a pesar de lo que a priori pueda parecer. Evidentemente no encontraremos ahí marcas aspiracionales, pero sí marcas que resisten bien las crisis económicas. Es donde colocamos a los productos de peor calidad…pero también de más bajo precio. Si entramos a un bazar chino, por ejemplo, a comprar un paraguas por tres euros, sabemos que corremos un gran riesgo de que no nos dure mucho tiempo. Pero lo aceptamos: adquirimos un producto que sabemos que es de baja calidad, pero pagando un precio muy bajo. Una buena relación calidad-precio. Y lo hacemos porque, en ese momento, lo que queremos es que nos salve del chaparrón que está cayendo. Y, de modo asequible, cumple su papel. No pedimos más?, pues perfecto.

Lo peor, evidentemente, es estar en el cuadrante superior izquierdo (2). Es donde colocamos aquellos productos o marcas de alto precio y que, en cambio, consideramos de baja calidad. ¿Y las hay? Por supuesto. Demasiadas. A menudo, hay marcas que acaban en ese cuadrante sin querer, simplemente porque no han estado al tanto de la evolución del mercado. O bien porque no han sabido mejorar el propio producto, o porque no se han dado cuenta de la aparición de competidores más baratos.

Estar en el centro del mapa, a pesar de lo que pueda parecer, no es nada bueno. Pese a que significa un perfecto equilibrio entre calidad y precio, no deja de ser un lugar gris. Es donde mentalmente colocamos a marcas o productos que no percibimos ni caros ni baratos, ni buenos ni malos. No destacan por nada. Son mediocres. El objetivo de las marcas que son ubicadas en una situación central debe ser re-posicionarse para diferenciarse y ser visibles a ojos de los consumidores.

Lo mejor de todo es estar en el cuadrante inferior derecho (4). Son aquellos productos de bajo precio que consideramos, en cambio, que para lo que cuestan, tiene una más que aceptable calidad, o incluso mucha calidad. En ese cuadrante es donde situaríamos los chollos. Es donde posicionaríamos a marcas como Decathlon, Ikea…empresas que ofrecen productos de precio medio-bajo, pero calidad medio-alta.
Objetivo: posicionarse para diferenciarse

Desde un punto de vista empresarial (o incluso personal, si queremos construir nuestra Marca Personal y diferenciarnos), lo importante, casi podríamos decir que lo más importante desde un punto de vista de marketing, es que una empresa encuentre donde ubicarse dentro de un mapa de posicionamiento. Dicho con otras palabras, que encuentre su lugar en el mercado. Que sepa donde está ella, donde está la competencia, y dónde debería estar para diferenciarse a ojos de los demás. Si queremos diferenciarnos:

primero, hemos de ubicarnos en el mapa, a nosotros y a toda nuestra competencia.
segundo, hemos de comprobar que no estamos en un un cuadrante malo, un lugar incoherente o mediocre.
tercero, debemos huir de los espacios que ya están muy saturados de competencia.
cuarto, hemos de detectar los espacios desocupados y analizar si podrían ser un buen lugar donde ubicarnos, ya que un espacio desocupado es un “nicho de mercado” donde no hay competencia.
y quinto, hemos de decidir donde queremos estar en el futuro para diferenciarnos de la competencia y para, a partir de ahí, desarrollar coherentes políticas de marketing mix (producto, precio, comunicación y distribución).

MapaPosicionament07El mapa de posicionamiento es dinámico

Una cosa hemos de tener clara: un mapa de posicionamiento no es estático ni impermeable al paso del tiempo. Puede cambiar cada año, y en según qué sectores incluso cada trimestre. Puede cambiar, de hecho, cada vez que se produce un cambio en uno de los dos valores que tomamos como referencia, la calidad o el precio en el caso del ejemplo.

Así, una marca variará su situación en el mapa de posicionamiento (es decir, variará su relación respecto a otras marcas competidoras) tanto si la propia marca varía su precio al alza o a la baja, como si varía sus atributos de calidad. También variará su posición si quien varía sus valores es alguna de las marcas de la competencia, o si aparecen nuevos actores, nuevos competidores con propuestas de calidad o precio diferentes. Por ejemplo, si somos los propietarios de un restaurante que ofrece el menú de menor precio del pueblo, pero se inaugura otro que lo ofrece mucho más barato que nosotros, nuestro situación en el mapa de posicionamiento variará pese a que nosotros no hayamos cambiado nada.

El comportamiento del mercado es dinámico, la competencia se mueve, aparecen nuevos productos y varían constantemente los precios. Por ello nuestro posicionamiento nunca será estático. Y por ello, debemos estar permanentemente atentos a lo que ocurre en nuestro entorno. Porque como dijo el filósofo griego Heráclito ya en el siglo VI aC, “Todo cambia, nada permanece: lo único constante es el cambio”.

Algunos estereotipos sobre cristianos y marxistas

EL SEMINARIO EN BREVE: CONTRA LOS ESTEREOTIPOS

En América Latina ‘cristianismo’ y ‘marxismo’ son referencias muy cargadas de estereotipos. Sobre el cristianismo, en especial el católico, probablemente porque se lo considera por una parte importante de la población como culturalmente ‘natural’. Sobre el marxismo, por lo contrario: muchas personas y sectores lo resienten como ‘antinatural’ y hasta perverso o diabólico.
También estas apreciaciones tienen fundamentos complejos: una economía/cultura señorial y la Guerra Fría que nutrió por un tiempo extendido el siglo XX son dos de sus factores. El texto que sigue, breve y esquemático para su propósito, busca ayudar en la superación de esos estereotipos apoyándose en un sentimiento: resulta más útil para todos y cada uno comprender que desconocer. Investigar para informarse y no solo repetir.

1.- El seminario versa sobre encuentros o desencuentros entre cristianos y marxistas, gente viviente, o de Cristianismos y Marxismos, visiones de mundo, ideologías, en América Latina especialmente después de 1959 (Rev. Cubana) y hasta la década de los 90 (levantamiento zapatista o neozapatismo, 1994).
Como los término ‘marxismo’ y ‘marxistas’ comprenden posicionamientos diversos se escogió la propuesta analítica y política original de Marx-Engels en el siglo XIX como determinación para el primero y los marxismos militantes latinoamericanos más significativos durante el período para el segundo.
Para cristianos y cristianismos se prefirió una vivencia religiosa no necesariamente adherida a iglesias institucionales y, como referencia eclesial, al catolicismo por constituir la opción que más latinoamericanos consideran la suya, entiendan o no en qué consiste esa opción. El catolicismo hace también parte de la cultura difusa de los latinoamericanos, vía la tradición familiar, debido a su peso durante el período colonial ibérico.
El anticomunismo, que puede transformarse en sinónimo de repulsión a un muy desconocido ‘marxismo’, también hace parte de esta cultura difusa de una mayoría de latinoamericanos. En América Latina muchas personas se declaran todavía ‘naturalmente’ católicas con lo que básicamente quieren decir que asisten a sus templos, participan de sus liturgias y han internalizado creencias que estiman católicas (los “milagros” son una de ellas, la vida eterna tras una resurrección es otra. Tienen distinto carácter).
Hasta hace poco ‘católico’ quería decir asimismo que se leía poco la Biblia, a diferencia de los creyentes protestantes que suelen estudiarla o al menos deletrearla mucho. Tampoco muchos católicos experimentan la necesidad de testimoniar permanentemente (y fuera del templo) su opción. Se diferencian en esto de los cristianos carismáticos o neo-pentecostales que también existen en América Latina.
La autoridad católica, que ha creado su propio movimiento pentecostal, suele llamar despectivamente “sectas” a algunos de estos grupos neopentecostales. Básicamente los grupos cristianos carismáticos sostienen que si el individuo cambia la sociedad también podrá cambiar. Existen neopentecostales de la ‘prosperidad’ y neopentecostales de sectores empobrecidos. Aquí cuando se habla de ‘cristianos’ básicamente remitimos al catolicismo institucional y su jerarquía. Este cristianismo es, a la vez, permisivo y autoritario. No importa tanto lo que se haga sino la adscripción del fiel a una iglesia de masas.

2.- Siempre manteniéndonos dentro de los cristianismos y cristianos latinoamericanos el período a que nos referimos abunda en ‘novedades’. En 1969 aparecen los primeros textos de una Teología latinoamericana de la liberación, nombre específico de un tipo de reflexión teológica, pero que también comprende movimientos y personalidades en un amplio espectro social que podría cubrir a Comunidades Eclesiales de Base separadas de la autoridad del obispo, y que se deseó por algunos embrión de una Iglesia del Pueblo, a Cristianos por el socialismo, a grupos de teólogos profesionales (Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, entre los más publicitados), a la insurrección popular nicaragüense contra Somoza, o el muy polémico discurso ético del arzobispo Óscar Arnulfo Romero en El Salvador, por mencionar distintos frentes.
Contra varios de estos aspectos, aunque hablando de una indeterminada Teología de la liberación, se pronunció tardíamente la autoridad vaticana en 1984 (Instrucciones sobre Algunos Aspectos de la Teología de Liberación [Libertatis Nuntius]) condenándola sin demasiada argumentación como “marxista”. La alarma política vaticana se había encendido por la situación centroamericana (Nicaragua, El Salvador principalmente) y la participación masiva de creyentes probablemente católicos en ambos bandos en los sucesos político-militares.
El punto es que muchos no se alzaban como ‘católicos’ sino como sectores populares antidictaduras familiares y señorial-militares que condenaban a mayorías a la miseria. Tampoco los militares ‘católicos’ torturaban (Guatemala) o masacraban por ser creyentes religiosos, sino como parte o sección del bloque de poder dominante.
En este mismo período largo (1959-1994) aparecen los trabajos iniciales de Paulo Freire (1921-1997), un católico de toda la vida, que exponen una antropología/pedagogía que no es exactamente la de la Iglesia católica institucional: los seres humanos pueden crecer humanamente desde sí mismos.
A su manera, se trata de una opción por los empobrecidos. También se genera la propuesta de una Teoría de la marginalidad cuyo autor es un jesuita, Roger Vekemans (1921-2007), que no participa de la antropología de Freire ni tampoco de los criterios de una Teoría de la Dependencia cuyos primeros escritos son de 1965.
Son muchos y encontrados sucesos en el mundo cristiano-católico. Un autor, Hugo Latorre Cabal, publicó en 1969 su libro “La revolución de la Iglesia latinoamericana”, señal de la agitación en el campo de las ideas y sentimientos religiosos. Al mismo período pertenecen los oficiales Documentos de Medellín (1968) el documento episcopal regional más progresivo del catolicismo, texto que bebe, sin duda, del Concilio Vaticano II (1959-1965) y de la realidad latinoamericana.
Costa Rica puede considerarse como relativa (o conservadoramente) al margen de esta agitación. No resulta extraño, por ello, que ustedes estén poco enterados de este contexto o lo ignoren. Sin embargo, antes del período que nos ocupa, en la primera parte de la década de los 40, la cabeza de la Iglesia católica (Arzobispo Víctor Manuel Sanabria), un sector de la también católica oligarquía tradicional en el Gobierno y el Partido Comunista local se articularon constructivamente para avanzar las Garantías Sociales, un Código del Trabajo y la Universidad de Costa Rica.
Todavía a finales del siglo XX algunos católicos polemizaban respecto a la existencia de esta articulación. Retornando a los creyentes religiosos cristianos, distintos sectores y personalidades de iglesias protestantes que participan en el Consejo Mundial de Iglesias (CMI) y en el Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI) adhirieron, de acuerdo con su espiritualidad, a los variados frentes propuestos por los movimientos de reivindicación popular en el período.

3.- En el frente marxista la fase que nos ocupa muestra la novedad de la coexistencia de un tradicional marxismo-leninismo (con baja presencia material en América Latina, exceptuando Chile y Costa Rica, pero que monopolizaba la representación ‘oficial’ de la revolución social) con un castro-guevarismo inédito ya que proponía una estrategia político-militar para la revolución popular y posicionaba esta revolución como parte de las necesidades de un Tercer Mundo (Guerra Popular Prolongada).
Para América Latina la línea oficial del marxismo-leninismo (con centro en la Unión Soviética) era la de una revolución por etapas: una primera, democrático-burguesa encabezada por una burguesía nacional (Figueres Ferrer, para la situación costarricense), y una posterior, socialista o comunista, con un eje obrero gestado por el desarrollo capitalista previo.
Marxismo-leninismo y castro-guevarismo coinciden en un discurso antiimperialista y anticapitalista pero difieren respecto a cómo enfrentar a estos enemigos. No se han considerado en este seminario los posicionamientos militantes trotskistas ni maoístas (o coreanos) que también existieron en el período porque las líneas marxistas enfrentadas más fuertes fueron las generadas desde el proceso revolucionario cubano y el marxismo-leninismo propuesto el último a inicios del siglo XX por la Internacional Comunista (1919, Lenin, Trotsky, Stalin, bolchevismo), inmediatamente después de la Revolución Rusa (1917).
Sobre el marxismo-leninismo hemos advertido varias veces que su nombre es engañoso porque básicamente fue constituido por Stalin y se trató más de una ideología funcional para la defensa del Estado Soviético que de una línea socio-histórica de acción revolucionaria aunque también pretendiese jugar el papel de guía de una Revolución Mundial. En el período compitió un tiempo corto con China (maoísmo) en este último frente. La Unión Soviética y China se distanciaron, tras muchos desencuentros políticos, en 1962.

4.- En relación con peculiaridades en los frentes del marxismo militante durante el período mencionado han de mencionarse, además del proceso revolucionario cubano, la constitución de un Ejército de Liberación Nacional (ELN, 1964)) en Colombia que tuvo entre sus comandantes a un sacerdote de origen español (Manuel Pérez Martínez, 1943-1998)) y como referencia icónica a Camilo Torres Restrepo (1929-1966), un religioso, sociólogo y político que se unió a la lucha armada y murió en ella. Los dos religiosos vinculaban sus posiciones populares y socialistas con su interpretación de una Teología latinoamericana de la liberación y del carácter emancipador de la Revolución Cubana.

En su frente parlamentario, partidos marxista-leninistas (el Comunista de Chile y el Socialista de Chile) fueron los más importantes en la coalición electoral (Unidad Popular) que llevó en 1970 a la Presidencia constitucional en Chile a Salvador Allende (1908-1973). Chile fue el único país que avanzó en una mal llamada ‘vía pacífica al socialismo’ (debió llamarse vía parlamentaria o institucional) abierta como propuesta por el Partido Comunista de la Unión Soviética en su XX Congreso (1956).

De acuerdo a esta línea si una clase obrera era estratégica para la economía de una sociedad, y era además portadora de una unidad ideológica y por ello podía ser eje de un movimiento social y ciudadano amplio, este movimiento podía llegar electoralmente al Gobierno (o participar decisivamente en él) y desde allí avanzar hacia el socialismo.

La cuarta exigencia era que el país en cuestión contase con un Estado de derecho consolidado o sólido. La propuesta tenía en mente la realidad política de entonces en Francia e Italia. De los cuatro condicionantes Chile solo contaba con uno (el primero), pero aun así se intentó el despliegue de esta vía. La experiencia fue cortada tras tres años de Gobierno de Allende por un golpe de Estado empresarial-militar que estableció una dictadura de Seguridad Nacional y gobernó hasta 1990. El gobierno de Estados Unidos creó condiciones para el golpe. La institucionalidad católica fue crítica con el gobierno de Allende y pasiva con la brutalidad de la dictadura. Algunos grupos protestantes dieron públicamente ‘gracias a Dios’ por el golpe de 1973.

En el frente insurreccional y político-militar destacan asimismo en el período la movilización popular amplia nicaragüense con dirección sandinista que derrocó a Anastasio Somoza en 1979. La población nicaragüense mayoritaria se declara católica y su fervor religioso es generoso y constante, pero esto no le impidió tomar todo tipo de armas contra la dictadura somocista. Para el imaginario popular y de otras capas sociales, también católicas, sus creencias religiosas no resultaban incompatibles con participar en una insurrección contra el dictador ni en una guerra de matar o morir contra su Guardia Nacional.

La epopeya cristiano-popular y ciudadana se dio hasta una Misa Campesina Nicaragüense (Carlos Mejía Godoy) que la autoridad católica prohibió tocar y cantar en los templos. Igual se hizo mundialmente famosa. La dirección sandinista tampoco se componía solamente de marxistas de un mismo tipo. Tampoco todos se reconocían marxistas. Existía un grupo ‘guevarista’, marxista antiimperialista, partidario del alzamiento de todo el pueblo, catalizado por la lucha en las montañas, un sector ‘proletario’, más cercano a una lucha en la que se constituyera un ‘partido de vanguardia’ (en la línea marxista-leninista) que dirigiría la lucha antisomocista, y un sector ‘tercerista’ en el que compartían fervores revolucionarios socialcristianos, marxianos, socialdemócratas, profesionales y empresarios antisomocistas partidarios de crear, mediante acciones militares, un amplio movimiento nacional con apoyo internacional que liquidara la dictadura.
De este grupo hacía parte el actual Presidente de Nicaragua, Daniel Ortega. De modo que ni entonces ni ahora los sandinistas podían ni pueden ser llamados sin más “comunistas”. En el inicial gobierno sandinista revolucionario hubo Ministros de Estado que eran religiosos ordenados (Ernesto Cardenal y Edgar Parrales, diocesanos, Miguel d’Escoto, jesuita). Ninguno de ellos encontraba dificultades entre su fe religiosa y un proyecto político centrado en el antiimperialismo y la reivindicación de las necesidades populares.

En El Salvador, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional tampoco puede ser considerado “comunista” o “marxista” en bloque. En su formación (1970-1980) influyeron comunistas tradicionales (marxista-leninistas) pero críticos, socialdemócratas y socialcristianos. También trotskistas o considerados como tales. En lo que coincidían era en la lucha político-militar contra el régimen dictatorial. En cómo llevarla a cabo y cuál era su finalidad no existía coincidencia. Cuando se constituye como Partido (1992), tras las negociaciones de paz, su declaratoria de identidad reza: “El Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional es un Partido Político democrático, revolucionario y socialista; de lucha permanente, que busca aglutinar y defender los intereses de las grandes mayoría s populares y de las fuerzas democráticas y progresistas”.
Ni una palabra sobre vanguardia obrera, clases, dictadura del proletariado ni socialismo marxista. Por supuesto en su seno existen sectores marxistas o que se proclaman tales. Pero su propuesta es amplia. Y si un ‘cristiano’ se inclina por un régimen democrático, o sea antidictatorial, de gobierno, la transformación social para que los intereses sociales mayoritarios primen sobre los individuales y para que todos tengan o puedan darse un nivel de existencia humana, pues nada en su conciencia le impide militar en el FMLN o sufragar por sus candidatos. Esto, por supuesto, en el concepto. En la práctica las cosas pueden resultar distintas.
Todavía conviene mencionar dentro de este cuadro de las expresiones del marxismo en el período que nos ocupa el levantamiento zapatista o neozapatista de 1994 en Chiapas, México. Este alzamiento quiso constituirse como catalizador de una movilización de todos los discriminados, explotados y violentados del país. La acción deseaba al mismo tiempo desnudar el carácter antipopular, antiplaneta y antihumano de la mundialización en curso y el acceso oficial de México a las economías que la dirigen.
El referente de este deseo de reconocerse como minoría hoy pero con la potencialidad para generar un movimiento amplio de ciudadanos y sectores sociales proviene del pensamiento de Ernesto Guevara. Y el lugar epistémico específico lo constituyen sectores rurales deprimidos y comunidades de los pueblos profundos (indígenas) en la zona de mayor pobreza económica y social de México.
Pero la zona es también una región vital desde el punto de vista de las culturas de los pueblos profundos. ¿Será esto marxismo? Si Guevara inspira, pues lo es. Y cuando el alzamiento fracasa, ayuda a impedir su aplastamiento la dirección de una pastoral católica (obispo Samuel Ruiz García) no coincidente, más bien paralela, con su ideario político. Hablamos entonces, en América Latina, de una realidad ‘marxista’ compleja. Tan compleja como puede llegar a serlo una experiencia cristiana. Y como lo es la existencia humana.
5.- Mi opinión es que el mejor enfoque respecto de los vínculos entre cristianismos y marxismos en América Latina en el período señalado pasa por determinar primero los lugares epistémico-político-culturales de las revoluciones (intentadas o juzgadas necesarias) que estimaríamos radicales o antisistémicas e investigar luego qué papel han jugado y podrían jugar en ellas tanto quienes se estiman cristianos como quienes se han estimado marxistas.