Acerca de los conceptos de sujeto y de potencialidad revolucionaria

Acerca de los conceptos de sujeto y de potencialidad revolucionaria
x Clajadep – [ 26.04.05 – 08:14 ]
Por Jorge Luis Cerletti jlcerletti@gmail.com Enviado por La Fogata

La consolidación de la hegemonía del gran capital en el mundo vino aparejada al fin de una gran ilusión que abarcó alrededor de la mitad de la población mundial. El siglo XX fue testigo de las grandes revoluciones como la de octubre en Rusia que en sus albores anunciaba el advenimiento de un mundo más igualitario y justo. En él se pudo escuchar el ruido de “rotas cadenas” junto al fragor de las dos terribles guerras interimperialistas, mas concluyó su ciclo en un crepúsculo que no fue el de los dioses sino el de las experiencias que habían conmovido al orden burgués.

El capital, al imponer universalmente su ley, engendró la presente “crisis de civilización” pues al expandir su dominio a todo el orbe y sin enemigos serios a la vista, agudizó el deterioro humano y del planeta afectando a todos los órdenes de la vida social y del medio ambiente. Lo cual ha creado una incertidumbre generalizada alimentada por esta suerte de crisis “crónica” que no tiene plazos ni finales previsibles y donde la gravitación política de la clase obrera industrial, sujeto histórico para el marxismo, declinó notoriamente.

Su pregonado carácter revolucionario, fundado en el antagonismo burguesía-proletariado, otrora hizo girar la política primordialmente en torno a la explotación con las características propias de la 1er. y 2ª. revolución industrial. Mientras que hoy los cambios producidos en el proceso de acumulación capitalista junto a la implosión del campo socialista, se manifiestan políticamente en la ausencia visible de sujetos de transformación del orden imperante reflejado en la actual carencia de alternativas lo que abre serios interrogantes que incitan a la reflexión.

Frente a ello y partiendo de conceptos expuestos en Ensayos anteriores, creemos necesario un giro copernicano que resignifique las luchas emancipatorias y sus fuentes de inspiración para poder encarar las nuevas contradicciones y modificar esa situación adversa. Con ese propósito y dada su importancia, retomamos la categoría de sujeto y la cotejamos con la idea de “potencialidad revolucionaria” que nos parece más apropiada y fecunda. También habría que pensar si la actual crisis de civilización, por su envergadura y amplitud, puede deteriorar las bases del régimen capitalista diferenciándola de las clásicas y recurrentes crisis ligadas al ciclo del capital que resultan funcionales al sistema pues responden a su modo traumático de sanearlo.

Y como es en el campo económico donde reside la máxima potencia del capitalismo y en el que se asienta el soporte fundamental de su poder político, se erige como su principal bastión. En consecuencia, para crear políticas efectivamente liberadoras, los sujetos que pretendan impulsarlas deberán correrse de su lógica económica y combatir la cultura mercantil que hace simbiosis con las modalidades del poder de la burguesía.

Ejemplo de la importancia de tamaño obstáculo a superar se dio en el capitalismo de Estado que rigió de hecho a los países del “socialismo realmente existente”. Ese intento cobijó un germen doblemente antirrevolucionario: en lo económico, quedó preso de relaciones mercantiles y de la estructura jerárquica que patrocinó la producción y en lo político, aportó al fortalecimiento del Estado.

Avancemos un poco más. Si se considera al sujeto según el lugar ocupado en la producción (distinción de clase en función económica) y se establece un antagonismo estructural que le atribuye a determinadas clases el protagonismo en la ruptura del orden social existente (la clase obrera por caso), queda fijada a priori en aquéllas la condición fundante de la transformación más allá de que se la supedite al nivel de conciencia alcanzado. De ese modo se fetichiza el rol revolucionario con sus correspondientes atributos. Y si nos remitimos a la experiencia concreta, la clásica vanguardia (sujeto real) se nutrió de la intelectualidad con escasa incidencia proletaria. Ahora, para salvar esa externalidad teórico-práctica, la vanguardia se proclamó representante de la clase obrera y de su esencia revolucionaria –extrapolación del imaginario económico-, y creó una serie de representatividades que resultaron una ficción política derivada de los supuestos asumidos y que luego fueron desmentidos por los hechos. Ese desplazamiento no sólo oscureció el carácter real del sujeto sino, y lo que es peor, enmascaró la naturaleza del poder naciente. Entonces, si al sujeto se lo reconoce como tal en función de su potencialidad concretable en actos con independencia de su soporte socio-económico, no se preadjudica el rol y éste asume un carácter condicional. Por eso hablamos de potencialidad revolucionaria. De esto último se infiere que la extracción social, al ser engendrada en la matriz de la explotación, no alcanza para definir la categoría de sujeto que es esencialmente política. Pero aquí se presenta otro problema.
Al desligar al sujeto de su condición económica (la “base material” que identifica a la clase), emerge el riesgo de la fragmentación que está latente en la diversidad social. Luego, para compensar esa relativización de la condición clasista de un sujeto plural se apelaría a un recurso imaginario: la mentada potencialidad revolucionaria. En contraposición, la vanguardia al investirse con “la representación” de la clase explotada, aparece como presunta garantía de unidad y cohesión de todos los oprimidos, pero esa investidura falla por atribuirse una representatividad que no es real. En el segundo caso, se tiende a reproducir la decadencia de los procesos revolucionarios tradicionales en virtud de la concentración de poder en manos de sujeto (s) privilegiados capaces de operar y regir los cambios “en nombre de”. Mientras que en el primer caso, las dificultades surgen de las objeciones expuestas. Ahora, centrémonos en éstas. Sostener la condición social indefinida del sujeto en función de su potencialidad revolucionaria, sólo verificable en la consecuencia de sus actos, no significa anularlo. Simbólicamente, expresa un pluralismo incondicionado que apunta a neutralizar los privilegios que rondan a quienes impulsan la ruptura incorporando ese principio esencial en la misma definición de sujeto. Lo cual no supone desconocer la importancia de su papel como promotor-impulsor de las transformaciones pues eso conduciría a un determinismo estructuralista que lo sustituiría considerándolo meramente como “un efecto de estructura”. Así, sin negar su papel de motor político, se plantea una condición interna y definitoria para que en la realización efectiva del rol asumido no se falsee lo que determina su razón de ser. Entonces, no correspondería hablar de sujetos revolucionarios mientras su oposición al sistema no incluya los recaudos necesarios como para impedir el surgimiento de un nuevo “amo rector del cambio.” Sintetizaremos la cuestión abriendo el siguiente interrogante: ¿en qué consistiría el carácter del sujeto (o sujetos) de la ruptura de las relaciones de dominación existentes sin que se erija en una nueva figura de poder opresor? Frente a semejante problema, comenzaremos por distinguir dos niveles: uno, el relativo a todo proyecto político que cuestione los atributos inherentes al poder; el otro, la metodología de construcción de tales proyectos, lo cual exige coherencia entre medios y fines. Y en la articulación de estos dos niveles podemos inscribir la categoría de potencialidad revolucionaria. Ésta debe constituirse, en todo momento, como praxis interna tensada por las acciones que se proyectan al exterior camino a la emancipación sin que dichas acciones regeneren nuevas formas de sometimiento. Vale decir que la potencialidad se irá concretando en tanto y en cuanto la realidad de lo actuado en las luchas ratifiquen y afiancen los objetivos del proyecto asumido. Y aquí aparece en escena el vínculo entre el sujeto (s) de cambio y la metodología de construcción.
¿Se trata de sujetos múltiples con funciones intercambiables capaces de enfrentar a los poderes constituidos sin erigirse en un nuevo poder alienante? Si esto último se toma como el objetivo principal, queda definido todo el campo político y por tanto la necesidad de la referida concordancia entre medios y fines. De allí que la metodología sea indisociable de los medios empleados en correspondencia con el fin propuesto. La instrumentación en la práctica de la resolución concreta de las relaciones de poder internas y externas, no debe desvirtuar el objetivo señalado. Recíprocamente, es inviable cumplir tal fin si no queda incluido en el trayecto, o sea, en el proceso de construcción. Quede claro que no imaginamos a dicho proceso como un desarrollo lineal sino como una larga y contradictoria lucha creativa, como un duelo permanente entre las propias limitaciones derivadas de la cultura de la dominación que todavía nos involucra y tiende a erosionar tal determinación. Y desde esta óptica adquiere relevancia la propuesta de sujetos múltiples con funciones intercambiables pues plantea un curso de acción que responde plenamente al objetivo trazado. De éste último dependerá entonces la pertinencia o no del interrogante expuesto que, tomado como disparador, se orienta a la creación de medios y vías para aproximarse a la finalidad buscada. En esa sintonía emerge el mencionado requisito entre la concordancia de medios y fines lo que, a título de ejemplo, configura la antítesis de la vieja consigna que enuncia “el fin justifica los medios”. La que, en buen romance, postula que en aras de la revolución es válido emplear cualquier tipo de recursos. De lo señalado se desprende un problema de fondo: cuál sería la política que calificaría a los sujetos de ruptura capaces de producir su futuro “vaciamiento” de poder, o más precisamente, de una política que evite que se erijan en nuevos agentes de dominación. ¿Esto implica una transición entre el antes y el después de la ruptura? Y de ser así. ¿qué es lo que evitaría reproducir las experiencias conocidas? Aquí se presenta un terreno sumamente farragoso pues aparece la irresuelta problemática del Estado con todo el peso de su existencia actual e histórica. Es indudable que el antes lo incluye. Pero la respuesta marxista de la transición al socialismo como nexo hacia la extinción del Estado como fin, devino en una sucesión de experiencias fallidas. Creemos que es tan improcedente la acción política ignorando al Estado como la ilusión de su auto-extinción. De allí la crítica que ya hemos desarrollado a la concepción de la toma del poder del Estado como condición ineludible para el cambio del orden social capitalista. Pero esta negación nos sitúa frente a uno de los mayores dilemas políticos actuales y que más adelante retomaremos. V) La personalización a priori de los sujetos revolucionarios. Antes de proseguir es necesario precisar nuestro concepto de revolución. Con ello nos referimos a los acontecimientos relativos a un cambio de orden social sin que eso signifique estatuir procedimientos ni privilegiar ninguna de las múltiples formas de lucha que tienden al cambio, tanto sean las que surgen de las experiencias acumuladas como de aquéllas que la praxis humana va creando. Con lo cual queda abierta la problemática de la ruptura revolucionaria que, para nosotros, es realizable en situación, dentro de contextos históricos concretos y donde su resolución recién se puede determinar a posteriori. A su vez, todo proyecto político requiere objetivos y metodologías interrelacionadas, opciones que se dan en apuestas sin amparos deterministas cuyas “garantías” sólo responden a ilusiones imaginarias. Precisado ese concepto que se asocia al de sujeto, observemos algunas variantes relativas a éste. Y aquí surgen, básicamente, dos visiones contrapuestas. Las que identifican a los sujetos a priori en función de determinadas cualidades y circunstancias que lo fundamentan o las que, como es nuestro caso, le atribuyen un carácter móvil a la condición de sujeto que sólo se define en situación y de acuerdo a lo actuado. Implícitamente, esto sugiere que el poder circule evitando su anclaje en determinados grupos y/o personas. Entre ambas posturas correspondería ubicar una intermedia, la de quienes cabalgan entre las dos opciones mencionadas. Responde a la primera la personificación de la clase obrera como sujeto y a lo que ya nos hemos referido. Ejemplo de la intermedia, es la postulación de la multitud que ocupa ese lugar según Negri y Hardt y con distintos matices, también la propone Virno. La ambigüedad a la que alude ese término la distancia del determinismo socio-económico prevaleciente en las principales vertientes marxistas. Sin embargo, nos parece una generalización necesitada de nominar antagonismos que llenen el vacío que deja la gran fluidez e incertidumbre que hoy se vive en el concierto internacional y en ese sentido es familiar al enfoque clásico. Esta figura adquiere relevancia a partir de la contradicción imperio-multitud que plantean Negri y Hardt y que ahora rozaremos tangencialmente al sólo efecto de referirnos a la última categoría. Hoy, sustituir pueblo o clase obrera por multitud no aporta mayormente si no incluye una verdadera reformulación del concepto de sujeto que facilite resituarse frente a los desafíos actuales que exigen una cabal comprensión. Del mismo modo, tampoco ayuda llamarle imperio a la supremacía mundial capitalista para referirse a la “globalización” si ésta es concebida con el mismo bagaje conceptual que se critica. Y así apreciamos a esta concepción que le atribuye a la multitud un carácter revolucionario creando un antagonista ficticio del llamado imperio global y al que se le otorga un carácter universal que arrasa diferencias e iguala situaciones bien distintas.
Este forzamiento no se aparta del modelo clásico que privilegió a la clase obrera, sólo que en el contexto histórico en que ésta fue exaltada, existieron fundamentos más consistentes comparados a los que se manifiestan en esta otra interpretación que diluye su lado positivo, la pluralidad implícita en la categoría, pues ésta se esfuma al encarnarse en una ficción. O sea, se le confiere una unidad arbitraria a la pluralidad en función de atribuirle un rol sustentado en una idealización. Eso la erige en sujeto universal al margen de las diferencias y de la problemática del poder que hoy acecha tanto a quien quiera aspire a ganar el lugar de sujeto emancipatorio como ayer afectó a la clase obrera que de sujeto teórico pasó a ser sujetada real. En el formato criticado, funciona el a priori que designa lo que debe ser como si ya fuera. Una construcción ideal que se rige por designación y que pretende dar respuesta a los desafíos que no pudo resolver el socialismo y que todavía se hallan “en espera” de resolución. Qué significa entonces señalar como sujetos a los piqueteros, a la clase obrera, a los “excluidos”, a la intelectualidad “pequeño burguesa”, a la vanguardia con sus cuadros y militantes, al pueblo, a las masas, a la multitud, a…., si su fundamento real responde básicamente a una nominación. Todos ellos, hasta abarcar a la amplia mayoría de la sociedad, son “víctimas” de la explotación y la alienación capitalista y no por eso se “convierten” en sujetos de cambio. Es confundir la energía social que albergan y cuya liberación es requisito ineludible para las rupturas que originen transformaciones de fondo, con la políticas emancipatorias capaces de generar situaciones revolucionarias y por tanto, indispensables para liberar y encauzar esa energía. Así tampoco se distinguen las necesidades elementales insatisfechas de la capacidad y voluntad para superarlas. Y éste es un punto crucial: a qué se apuesta en nombre de una causa emancipatoria. Porque como objetivos y sin riesgo de equivocarse, siguen vigentes las tres banderas de la bicentenaria Revolución Francesa, tan exaltadas como pisoteadas y tan encubridoras como esperanzadoras. Por eso, e incorporando las experiencias del “socialismo realmente existente”, cómo podemos discutir acerca de “sujetos” sin cuestionarnos la categoría en sí misma. ¿Qué significa hoy la idea de sujeto revolucionario después del colapso de las grandes revoluciones? ¿Puede considerarse ruptura a lo producido por sujetos sujetados?
Mas, a falta de respuestas convincentes, cambiamos nombres sin alterar la sustancia. En tren de generalizaciones y asumiendo nuestros propias insuficiencias, preferimos tomar a la “sociedad civil” como referente de sujetos revolucionarios. Si bien esta figura comporta tanta ambigüedad como la criticada multitud, la adoptamos porque se adecua a la apertura que ensayamos. Y para explicar esa elección, enumeramos algunas razones. Primero, establece una clara demarcación entre el aparato del Estado y los partidos políticos que lo replican diferenciándolos del conjunto de la sociedad. Segundo, plantea tácitamente la irresuelta contradicción entre una política emancipatoria y su relación con el Estado. Tercero, no privilegia a ningún sector ni erige sujetos a priori. Cuarto, referirse a la Sociedad Civil considerada como vivero de sujetos, no significa atribuirle a ella ese carácter. Quinto, por ese motivo deja abierta la cuestión política definitoria de sujeto (s) en sintonía con nuestro enfoque. De acuerdo a lo argumentado, no pretendemos endilgarle a esta categoría el rol de sujeto por cuanto en su interior se dan las contradicciones que se buscan resolver. Tampoco queremos escudarnos en ella para disimular la carencia de alternativas que hoy aflige al campo popular y a nosotros como parte de él. Mucho menos ignorar las grandes diferencias, conflictos y tensiones inherentes a su existencia real. Simplemente nos resulta una figura cuya ambigua pluralidad contiene en potencia a sujetos revolucionarios, determinables en situación y sin prefiguraciones arbitrarias. Luego, la cuestión pasa por la toma de posición respecto de las políticas emancipatorias y según sean las apuestas y sus resultados recién se podrán calificar los protagonismos. Ahora podemos retomar la importante cuestión que dejó boyando la pregunta formulada al final del capítulo IV. Nos referimos al tema de la ruptura y de la transición pero abordado desde un terreno más que complejo: la gravitación y la metamorfosis en curso del Estado y su incidencia con relación a las tendencias emancipatorias actuales. VI) Ruptura o evolución, niveles situacionales y relación con el Estado. Una divisoria de aguas para ubicarse frente a los desafíos del capitalismo deviene de la antinomia que existe entre asumir una perspectiva de ruptura o la adscripción a las concepciones afines al evolucionismo. A partir de esta disyuntiva se define una primer instancia desde donde concebir la política, un punto del que surgen rumbos divergentes. Convengamos que hoy, en función del poder y la hegemonía mundial capitalista, aludir al concepto de ruptura pareciera un ejercicio de ciencia ficción. Sin embargo y si no se suscribe “el fin de la historia”, plantear esa problemática es insoslayable para poder comenzar a definir qué se entiende por políticas emancipatorias. El evolucionismo es un enfoque filosófico que proviene del campo de la biología y que se refiere a un proceso de cambios que va de lo simple a lo complejo con un vector definido que incluye la idea de progreso. Los movimientos y alteraciones que se operan en la sociedad, signados por la complejidad de las relaciones humanas, se expresan en tiempos distintos a los de una ruptura y tienen una morosidad que puede tomarse como su opuesto. Esto conjuga con las visiones evolucionistas que rechazan la idea de ruptura y entienden las transformaciones sociales y políticas como pasajes graduales que modifican la naturaleza de un orden sin alterar las leyes que lo regulan. Pero lo esencial de la diferencia consiste en la política que se asume frente a la legalidad del sistema y eso no tiene que ver con el ritmo de los cambios, en general poco perceptibles en lo social pero acelerados y vertiginosos en los momentos de ruptura. Así, quienes despliegan su praxis cuestionando la legalidad del sistema, promueven su desestructuración para crear relaciones radicalmente distintas. Mientras que los partidarios del evolucionismo, conciben su política como modificatoria de la estructura pero ceñidos a su misma ley. Aplicando esta postura al capitalismo, proponen la alteración de su carácter a poco que se lo despoje de sus “aspectos negativos”, ya sea mediante la “humanización del capital” o de un “progresismo” barnizado de socialismo, lo que generará cambios en el sistema lográndose un nivel de mayor equidad y justicia. Tampoco resuelve la disyuntiva apelar a la conocida ley de la transformación de la cantidad en calidad pues, aunque formulada desde la dialéctica, funciona como un recurso mecánico y determinista al atribuir la dinámica de los cambios a una ley universal preestablecida. Prueba de ello fue lo ocurrido con el socialismo puesto que la sumatoria de contradicciones y conflictos que desembocaron en la revolución no produjeron realmente una “calidad” nueva. Como supuesto nuevo orden social, demostró que se puede resolver el problema de las necesidades fundamentales de cualquier sociedad carenciada, pero no pudo romper la lógica de la dominación y por ello pagó tributo con su propia implosión. En consecuencia, pensamos que si se adhiere a políticas emancipatorias sin superar la contradicción entre necesidad y poder, sigue sin salvarse la distancia entre las necesidades a satisfacer y el poder que las resuelve. Luego, al tiempo que se constituye un poder hegemónico que “soluciona” las necesidades materiales, surgen otras relacionadas con la concentración de las decisiones que suprimen libertades y se arrogan representaciones que rehabilitan el círculo vicioso del par dominación-explotación. Así, sin zanjar este problema, cualquier intento por bien inspirado que esté no tiene chances de superar al capitalismo, tenderá a ser fagocitado por éste y terminará siendo reproductor de lo mismo.
Acerca de este punto, se presenta la siguiente contradicción: por debajo de cierto grado de satisfacción de las necesidades fundamentales la crítica al Estado y los objetivos “antipoder” pasan desapercibidos o resultan intrascendentes. Mientras que en las sociedades en que mayoritariamente dichas necesidades se han sobrepasado con holgura como producto del desarrollo económico, se afianza el peso mercantil del sistema y la adicción al consumo por más superfluo que éste sea. Esta polarización de efectos eleva, a dos puntas, la inercia social que estimula y favorece al capitalismo al tiempo que oscurece el carácter del Estado. El primer caso puede explicar la importancia del Estado relacionado a los movimientos de liberación del siglo pasado, donde la agudización de las necesidades velaron la esencia reproductora de aquél y cuya posesión aparecía como un instrumento indispensable para operar los cambios sociales. En un sentido lo fue, pero a costa del contrabando que portaba. En el segundo, la elevación del nivel económico adormece y empobrece conciencias, y a la par que concentra riquezas acentúa las desigualdades que tensionan la vida en el planeta. En síntesis, plantear la ruptura supone la constitución de un afuera en oposición al marco impuesto por el sistema. Mientras que éste, por más dinámico y cambiante que sea, debe conservar y reproducir las propiedades esenciales que determinan su existencia. Por lo tanto, luchar contra el orden social impugnado implica liberarse de las condiciones que éste impone y romper con sus leyes de funcionamiento. Mas, lo expresado sólo alcanza para diferenciar campos y determinar la orientación de los proyectos políticos que intentan desarrollarse. Y eso resulta tan claro como oscuro se presenta el panorama en tren de situarse frente al Estado y al poder del gran capital. Pero éste no es el desafío del evolucionismo dada su política de adaptación que es tan inoperante como funcional a la continuidad del orden existente. El desafío real es para las políticas emancipatorias que atacan los fundamentos del régimen capitalista. Y aquí surge un dilema para toda política independiente que busque desarrollarse al margen del Estado. Ignorar la importancia e incidencia del mismo, semejaría entrar dentro de una jaula con un tigre hambriento actuando como si no existiera; y pretender cambiarlo sin alterar su naturaleza, sería como tratar de convencer al tigre de que se haga vegetariano. Tocamos este tema en la última parte de Ensayos II, pero enfocándolo sobre nuestro caso particular. Ahora quisiéramos ampliar ese registro y profundizar, en lo posible, nuestro concepto de situación.
La hegemonía mundial del capitalismo que ya hemos caracterizado, origina una situación general que sobredetermina a la multiplicidad de situaciones particulares. O sea, dicha situación englobante significa que, a partir del eclipse del socialismo, las relaciones sociales en el mundo están regidas de modo principal por las leyes inherentes al régimen capitalista y bajo la enorme presión del poder del gran capital. Debido a ello los innumerables conflictos y enfrentamientos que se producen localizadamente en el mundo y no obstante su inabarcable diversidad, presentan ciertos rasgos comunes que los atraviesan. Entonces, debemos apreciar las tendencias que se manifiestan en el campo internacional para evaluar su incidencia sobre los Estados y establecer diferencias. De la consideración de cada uno de ellos, con los agrupamientos y semejanzas que pudieran corresponder, surgirán las determinaciones que definen cada espacio situacional concreto. Y según su posición en el concierto mundial se podrá evaluar el grado de deterioro de la soberanía nacional alcanzado y aventurar, en cada caso, las posibilidades de reversibilidad o no de esta manifiesta tendencia. Es que las fuertes contradicciones que existen en su interior y cuyo desenvolvimiento interviene continuamente en el movimiento global del sistema, imponen una dinámica de cambios interactuantes que tensionan los mecanismos de regulación general y abren la instancia de lo imprevisible y de los acontecimientos que se leen “el día después”. Y éste es el terreno de lo conjetural y de la toma de partido. Ahora bien, si ponemos en foco al Estado “Nacional” (las comillas indican todos los condicionamientos que correspondan), éste pasa a ser, a su vez, la situación general que enmarca las múltiples situaciones y momentos que desde su interior lo sobredeterminan. Y allí se despliegan las luchas, los protagonismos, las interacciones, la imprevisibilidad y el azar que hacen al campo de la política que no admite destinos manifiestos. De lo anterior se desprende la importancia de establecer qué situación es objeto de examen para determinar sus relaciones internas y externas en una serie que puede arrancar de lo micro y llegar hasta la esfera internacional o viceversa. Pero, una cosa es apreciar interrelaciones y otra muy distinta hacer extrapolaciones. Por eso resulta erróneo descalificar a priori una situación coyuntural dentro de la esfera nacional argumentando las tendencias generales del sistema. Es preciso definir el nivel de análisis para poder extraer conclusiones, debatir acerca del carácter de las mismas y estimar sus proyecciones. Lo que incluye, necesariamente, el protagonismo de quienes actúan y modifican a su vez la situación como actores sustanciales de las luchas políticas. Mas aún falta algo para completar el cuadro. Todo “intérprete-actor” (individual o colectivo) está a su vez situado, por lo tanto, debe considerarse el lugar desde donde interviene, o sea, a qué intereses e ideas responden las prácticas que promueve. Y a esto nos referíamos cuando hablamos de divisoria de aguas respecto de opciones políticas. En nuestro caso, lo que venimos desarrollando resultaría incoherente si no proviniera de una concepción que asume la ruptura con vistas a generar un proceso emancipatorio. Acorde a lo expresado, definimos el plano de análisis desde el cual abordaremos el problemático asunto de las políticas emancipatorias con relación al Estado. Y fieles a esa delimitación, enfocamos el nivel nacional para identificar rasgos comunes. Ya determinada la situación mundial vigente y su incidencia sobre los espacios nacionales, tema presente a lo largo de nuestros ensayos, ahora nos referiremos a dichos espacios tomados en su componente general. Con ese propósito, expondremos a continuación una síntesis que incluye algunos conceptos ya vertidos. Primero: hoy, lo característico de los Estados-Nación dependientes es la igualación de políticas gubernamentales que, sometidas a presiones de fuerzas externas que se han internalizado, agudizaron su pérdida de autonomía. A su vez, la política que desarrollan los partidos de origen popular o que reivindican esa condición, busca hacerse de las riendas del Estado para, desde allí, producir cambios más afines a los intereses nacionales. Pero como se encuentran sujetos al poder de las grandes corporaciones y las potencias centrales, terminan haciéndose cargo de sus mandatos desgajándose cada vez más de los requerimientos populares. Así, las presuntas oposiciones se traducen en una aparente diversidad de gobiernos que, en verdad, funcionan como mandatarios del poder que los somete y unifica. Esto da cuenta del estado actual de la democracia representativa que se ha convertido en una cáscara vacía por defección de esta emergente corporación política cómplice y tributaria de intereses opuestos a la representación que se arrogan. Y referente a las excepciones y matices que se apartan de la regla común, corresponde evaluarlas en función de la situación concreta de cada caso. Segundo: los gobiernos de turno deben conducir Estados cuya base económica se ha debilitado seriamente como resultado de la ola de privatizaciones padecida y que se hallan seriamente comprometidos por su dependencia tecnológica y financiera, producto de la situación internacional imperante. Su correlato ideológico se expresa en la hegemonía ejercida por “el pensamiento único” sustentado en el dominio político económico del gran capital. Esto condujo a un “posibilismo” de raíz económica que corrió aparejado a la declinación de la soberanía política de dichos Estados. De acuerdo a estas generalizadas circunstancias, francamente mayoritarias, se evidencia la “desterritorialización” de los Estados Nacionales subordinados y la declinación de su carácter “nacional” atado a relaciones internacionales que los regulan por “control remoto” según las exigencias de las potencias centrales y de los organismos mundiales que les son afines.
Tercero: la situación descripta refleja los cambios operados en los sectores más concentrados de las llamadas “burguesías nacionales” que unieron sus intereses a los del giro del gran capital internacional. Ciertamente, con contradicciones y tensiones que no desvirtúan la tendencia general ni la adscripción señalada. Este cuadro de situación delimita el campo del que debe partir cualquier ensayo de política independiente. Asimismo, denota los estrechos límites que circunscriben a las propuestas que se ajustan a las leyes de funcionamiento de este sistema. Y también exhibe los grandes desafíos que enfrentan quienes bregan por crear alternativas con la mira puesta en la superación del orden imperante. Aquí también se bifurcan caminos. Por un lado, están los que reproducen la teoría y práctica de los movimientos de liberación de filiación marxista-leninista que terminaron en las frustraciones ya analizadas. Por el otro, surge el amplio abanico de expresiones contestatarias que intentan incorporar las experiencias originales que brotan de situaciones concretas pero que aún no logran gestar nuevos trayectos emancipatorios. Asumida esta última opción, se presenta el arduo problema de concebir e impulsar transformaciones radicales que se desarrollen por fuera del Estado. Lo cual implica, para nosotros, explorar las posibilidades de una política independiente a distancia del Estado. Para ello contamos con el antecedente de varias experiencias que ya comentamos pero en las que todavía se destaca la negatividad, o sea, el rechazo a las vías que se juzgan reproductoras de la situación que se busca cambiar. Éste es un problema de gran trascendencia de cuya respuesta depende, en buena medida, la suerte de estos emprendimientos dado que no se puede ignorar la importancia política del Estado ni el rol que cumple como organizador social. Con el enfoque esbozado no pretendemos incursionar ahora en la valoración de casos determinados sino que aspiramos a esbozar coordenadas útiles para encarar el análisis de situaciones concretas. A tal fin, planteamos las tesis siguientes que delimitan posiciones y sitúan la orientación de nuestra búsqueda de caminos alternativos: a) el Estado reproduce las condiciones de existencia de un sistema de dominación; b) la conducción del Estado deriva, a mediano o largo plazo, en la sujeción a las reglas que definen su carácter; c) por lo mismo, consideramos que la toma del poder del Estado es una vía muerta para eliminar las relaciones de explotación y de dominio que le son consustanciales; d) esto último plantea la cuestión irresuelta de la extinción del Estado y la pertinencia o no de etapas de transición; e) una política a distancia del Estado debe proponer vías de resolución de ese dilema.
De todos esos puntos se destaca, por su envergadura, la propuesta de una política a distancia del Estado que supone excluir a éste como motor del cambio. Pero esta apertura lleva implícita la dificultad que encierra la incierta formulación de la “distancia”. El marxismo concibió el proceso de extinción del Estado como consecuencia del cambio de actores encargados de consumarlo. Para ello preveía dos fases signadas por el protagonismo de la clase obrera en su lucha contra la burguesía, lo que políticamente se expresaba en el antagonismo vanguardia proletaria versus partidos burgueses. La resolución del enfrentamiento sería el preludio del fin de las clases que haría innecesaria la existencia del Estado. Tácitamente, esto implicaba un auto movimiento engendrado por quienes lo conducían pero ya sin intereses de clase que defender. Doble error: desestimar el anclaje personal de los atributos del poder y desligar la dominación de los efectos estructurales del Estado sobre los llamados a transformarlo quienes, al actuar de acuerdo a sus reglas, quedaron prisioneros del dispositivo regenerador de lo mismo que combatían. Luego, el cambio de protagonistas dejó incólume al Estado como ciudadela de dominación. Hoy y asumiendo esa experiencia, pensamos que la extinción del Estado devendrá de mutaciones internas de la sociedad que lo reducirán a una institución superflua debido al desarrollo de organizaciones autónomas generadoras de otro tipo de relaciones vinculadas a una cultura de la no-dominación. Mas esto deja en pie la sustantiva problemática del “entre tanto” la cual tiene que ver con la creación de una política independiente y a distancia del Estado. Aquí surge con fuerza la importancia de la situación. Si se piensa en soluciones macro operables desde el Estado, se cae dentro de su esfera y sujetos a ese arraigado patrón de comportamientos sociales en virtud de la ley que encarna y que es regulada y custodiada bajo su incumbencia. Y aunque funcione como representante en delegación de los designios de los grandes conglomerados, éstos no pueden ejercer su control político como no sea a través de la intermediación del Estado que los encubre. Terreno de lucha sí, pero destacado baluarte en el que se manifiesta la hegemonía del poder dominante. Entonces y siguiendo nuestra idea central, apostamos a lo micro que deberá expandirse en tanto exprese el desarrollo de trayectos emancipatorios. De éstos dependerá la gestación de una nueva política impulsora de los cambios profundos que habiliten una ruptura. Y concebimos dicha política como un proceso asociado a la resolución de conflictos en situación, pero con una orientación común capaz de sumar energía social. A esa orientación no la planteamos como unificación de mandatos ni la erección de un centro rector, sino como una construcción abierta derivada de una práctica metodológica que ensaye formas de controlar las relaciones de dominio internas y que haga circular la capacidad de decisión.
Aunque es previsible que la resolución de situaciones demandará, durante un tiempo indeterminable a priori, que ciertas personas, debido a su capacidad reconocida por el conjunto, sean reiteradamente convocadas a dirigir un colectivo. Pero será responsabilidad del colectivo crear condiciones favorables a la generalización de dichas capacidades de modo tal de impedir la fijación de lugares donde se ancle el poder. A este momento podríamos calificarlo como de transición lo cual exige, para poder avanzar, creatividad de medios y clara conciencia de los fines. De ese modo se irá consolidando el carácter colectivo de las nuevas organizaciones las que, sin cumplir con ese requisito básico, mal podrán generar nuevos trayectos emancipatorios. Otro requisito indispensable para impulsar esta propuesta es ir concretando una política a distancia del Estado, lo que no excluye a quienes se desenvuelven como agentes del mismo. Esto parece una contradicción en sus propios términos, pero deja de serlo en la medida en que se subordine el lugar “geográfico” a la praxis que es lo determinante. O sea, en principio no es descartable poner al servicio de la política del colectivo emancipatorio las actividades desarrolladas en la esfera del Estado. Mas, lo opuesto surgiría de actuar sujetados a la política de Estado o convertirse en sujetos de la misma. VII) Los proyectos, la necesidad y los trayectos emancipatorios. Un proyecto no es sinónimo de garantía, pero sin proyecto ¿en base a qué se orienta la acción? Si se lo concibe como un diseño de la sociedad futura, se incurre en ilusiones deterministas. Mas, si enuncia objetivos y metodologías como soporte de apuestas políticas que deberán ser convalidadas por las acciones que promueve, se transforma en algo vivo. Una práctica sin el sostén de proyectos políticos podría emparentarse al gravitante concepto de espontaneísmo atribuido, en exclusiva, a las masas o a la clase en sí, “sedes” privilegiadas del popular término. Hoy y ante “la crítica de los hechos”, la unilateral adjudicación del mismo emerge como otra deuda pendiente de la óptica vanguardista. Y es otra razón que sumada a las anteriormente expuestas, revelan la caducidad del proyecto político socialista que desarrollaron los revolucionarios de entonces. Justamente, por el vacío que éste dejó, se abrió paso la incertidumbre propia de nuestra época, lo que comporta su lado negativo. Mientras que vista desde su ángulo positivo, denota el rechazo a las anteriores certezas que obstaculizaron los caminos de las políticas emancipatorias. Asimismo, no compartimos la postura de quienes niegan la importancia de los proyectos por asociarlos a un determinismo esclerosante.
Creemos que una política en situación no contradice la necesidad de contar con ellos. Y si bien descalificamos la idea de resolver situaciones de acuerdo a un molde fijo, sostenemos que un proyecto demarca el lugar desde donde se evalúan las coyunturas para poder orientar las decisiones que impulsan las prácticas correspondientes. Hoy estamos frente a esbozos de proyectos que forman parte de apuestas cuyo destino es incierto. Pero ésta es una característica inherente a la política que involucra a los proyectos, salvo que se imaginen las propuestas como sinónimos de realidad. Mas esto es propio de toda visión determinista que no tiene por qué ser la única concepción en que se basen los proyectos. Prueba de ello es la postura que aquí desarrollamos. Ahora bien, para todo proyecto emancipatorio en un país subordinado o dependiente el problema de las necesidades fundamentales insatisfechas de gran parte de la población asume un carácter prioritario e insoslayable. Por lo tanto, la lucha contra la explotación pasa a primer plano. Entonces, las demandas perentorias ponen al Estado en el centro de los reclamos populares lo que acrecienta su influencia y fortalece su aparente rol de mediador constituido en la máxima expresión de la cosa pública. Así se mezclan las funciones que debiera cumplir con su condición real, lo que contribuye a erigirlo como inapelable representante la sociedad. Esta situación demarca el escenario actual de la política partidista que gira alrededor del Estado. Y sin perjuicio de que se puedan obtener logros parciales, lo característico es la recurrencia a prácticas cortoplacistas ceñidas a las leyes del régimen capitalista que rigen al Estado y a sus mecanismos de regulación. Desfilan así las permanentes rondas electorales íntimamente vinculadas al asistencialismo y las corruptelas de todo tipo, las representaciones que no representan, el peso mediático como formador de opinión, los dobles discursos, la carencia de principios como no sea disputar lugares de privilegio para servirse de ellos, la falta de escrúpulos, la ambición y el egoísmo como patrones de conducta, etc.etc. Y aunque no todo el arco político responda a ese “modelo”, el mismo define lo sustantivo de la corporación política actual. Como se ve, los trayectos emancipatorios deben transitar por este campo minado en donde las necesidades fundamentales insatisfechas constituyen un referente obligado tanto para las “políticas” tradicionales responsables de esta situación como para la creación y desarrollo de los mencionados trayectos. Así hemos expuesto, con toda crudeza, algunos de los graves efectos que hoy producen las políticas de Estado y las grandes dificultades que amenazan a los intentos de políticas independientes a distancia de aquél.
Los que para prosperar deben resolver un cúmulo de contradicciones, comenzando por el manejo de los tiempos. Porque quienes proponen objetivos liberadores deberán construirlos desde el presente en que actúan con todos los desafíos que ello supone. La distancia de una política respecto del Estado implica, no sólo independizarse de sus fuertes condicionamientos, sino también y sobre todo, la creación de organizaciones que no se constituyan en réplicas del mismo. Desde esta concepción, el cómo es un interrogante abierto cuya resolución requerirá de apuestas que se jueguen en opciones que no deben reeditar la praxis de las vanguardias cuyo objetivo era la toma del poder del Estado. O sea, generar trayectos emancipatorios supone asumir los riesgos implícitos en toda decisión ligada al nacimiento de nuevas alternativas. Y no se trata de un curso único sino de los múltiples ensayos que, con esa orientación, puedan ir gestando un espacio emancipatorio que potencie las luchas que se libran. En cuanto a la relación con el Estado, hay que diferenciar las presiones que se puedan ejercer sobre él, de las prácticas que pretenden transformarlo en algo distinto de lo que realmente es: un dispositivo histórico al servicio de la dominación. Situándonos en nuestras experiencias recientes, digamos que los hechos vividos el 19 y 20 de diciembre de 2001 expresaron un generalizado repudio a las enormes falencias del orden político que hizo crisis en esos días. Acontecimiento que por su masividad terminó derribando al gobierno de entonces. Los sucesos posteriores no hicieron más que confirmar la ambivalencia que encierran los fenómenos de ese tipo. Por un lado, la extraordinaria energía que porta lo colectivo; por el otro, los límites de las acciones desvinculadas de trayectos emancipatorios (espontáneas, en el viejo lenguaje). Ésa es la gran dificultad de los movimientos masivos cuando no se crean alternativas que los potencien y den continuidad. Y esto se relaciona con los tiempos de la acción política y las confusiones a que se presta. Por ejemplo, quienes sostienen la toma del poder del Estado, vivieron esa situación como el preludio de un cambio revolucionario que ellos soñaban dirigir. En cambio, para la pragmática y acomodaticia corporación política, corresponsable de la tremenda crisis sufrida, el problema era encauzar el aluvión colectivo restaurando el orden político anterior con los ajustes y maquillajes necesarios que permitieran recomponer el deteriorado aparato del Estado y preservar los privilegios adquiridos. Como es de conocimiento, los políticos tradicionales lograron encarrilar la situación pero con un costo imprevisible para muchos de ellos como lo fue el ascenso de Kirchner a la presidencia de la Nación. Esto produjo un imprevisto giro político (dentro de las reglas del juego establecido) cuyos alcances están todavía por verse. Ahora bien, ambos planteos presuntamente antagónicos, unos por oposición otros por asimilación al orden existente, están unidos por el mismo cordón umbilical: desarrollan su praxis alrededor del Estado con el afán de conducirlo, al margen de los distintos propósitos que los anima. En cambio, quienes propiciamos una política independiente del Estado, nos hallamos frente a la paradoja de que la participación popular gestora de gérmenes promisorios de algo nuevo, a su vez se desgrana y se desgasta sin que todavía se consoliden alternativas que contribuyan a la emergencia de trayectos emancipatorios. Sin embargo, los sedimentos que dejó el fenómeno mencionado y a los que ya nos hemos referido, originó una doble instancia: la proliferación de los lugares de resistencia y el quebrantamiento del imaginario “único” que habían logrado instalar los dueños del poder. Pensamos que este espacio que se ha abierto es favorable al desarrollo de los intentos que pugnan por romper con la política tradicional desligándose del cerco del Estado. Y constituye un suelo más apto para promover trayectos emancipatorios que asimilen las experiencias vividas y creen nuevas oportunidades encaminadas a vulnerar el sometimiento “realmente existente”. Las ideas expuestas pretenden situar lo particular desde una visión más abarcadora. Es que por un lado, se presenta la urgencia de dar respuesta a las situaciones concretas y por el otro, la necesidad de referenciarlas a un marco teórico y sobre el cual hemos puesto nuestro acento. Éste deslinde entre lo universal y lo particular responde a que cualquier abordaje en situación requiere del aporte colectivo de los protagonistas de cada caso particular y que son quienes podrán resolverlo. Pero esto no impide reflexionar acerca del marco general en el que se desenvuelven las acciones específicas. Porque la diversidad de situaciones reconocen un punto clave común: la creación de organizaciones de nuevo tipo capaces de gestar trayectos emancipatorios.—- Jorge Luis Cerletti (febrero de 2005) jlcerletti@gmail.com

¿Qué significa ser de izquierda hoy?

¿Qué significa ser de izquierda hoy?
Por: Edgardo Lander | Jueves, 12/01/2017 11:06 PM | Versión para imprimir

¿Qué significa ser de izquierda hoy?[1]

Edgardo Lander

Ser de izquierda hoy implica continuidades históricas básicas con las ideas y los valores de la izquierda desde el siglo XIX, así como rupturas fundamentales con algunas de las que fueron ideas dominantes en el pensamiento y en la práctica de la izquierda en los siglos XIX y XX.[2]

En continuidad con los valores y concepciones de los siglos anteriores, ser de izquierda hoy continúa siendo una postura que apunta a la igualdad, a la libertad, a la fraternidad. Sigue siendo una perspectiva que postula el carácter histórico, y por lo tanto transformable, de la sociedad capitalista, de la sociedad que tiene a la valorización del capital como su principal principio organizador y reproductor. Ser de izquierda hoy como ayer significa rechazar la concepción liberal de la naturaleza humana que entiende al ser humano producto de la sociedad capitalista el ser humano que se caracteriza por el individualismo posesivo como la naturaleza eterna y esencial de lo humano. Ser de izquierda hoy como ayer significa creer que los seres humanos con su propia acción son capaces de transformar la realidad, transformar un orden de dominación y de explotación en una sociedad solidaria, que es posible y necesaria la creación de otro mundo.

Sin embargo, hay igualmente discontinuidades básicas entre lo que han sido las expresiones históricas dominantes del pensamiento y la práctica de la izquierda de los siglos anteriores y las concepciones y prácticas requeridas para los retos que hoy plantea la construcción de otro mundo.

Ser de izquierda hoy es reconocer que la tradición teórica y política del socialismo es sólo una de las diversas tradiciones culturales desde las cuales se lucha hoy por otro mundo posible.

Hoy, ser de izquierda exige una crítica radical a los patrones de conocimiento coloniales y eurocéntricos hegemónicos que han sido instrumentos eficaces tanto en los procesos de construcción de los patrones de poder del sistema mundo colonial-capitalista moderno, como en su legitimación por la vía de su naturalización. Requiere el cuestionamiento a fondo a los patrones de conocimiento que han construido la idea de modernidad como dinámica interna de los pueblos europeos, construyendo al resto de los pobladores del planeta como primitivos, atrasados, premodernos, subdesarrollados. Significa el reconocimiento de la historia compartida durante más de 500 años de dominantes y dominados en la construcción del sistema mundo colonial moderno, con su lado central y luminoso, y su lado periférico, oscuro, colonial, del Sur. Para la mayor parte de los pueblos del mundo, la experiencia moderna ha sido una experiencia de colonialidad, de imperialismo, de esclavitud, de exterminio, de sometimiento, de dominación. Lo que los pueblos del Sur requieren hoy no es más modernidad, ni más capitalismo. Han estado sometidos al orden colonial capitalista y moderno durante siglos.

Ser de izquierda hoy significa un rechazo a toda teoría de la historia, a toda teleología filosófica y científica desde la cual se pueda tener acceso a la verdad del guión de la historia. La historia no está pre-escrita. La historia la construyen los seres humanos desde sus memorias, con sus imaginarios, sus luchas, sus confrontaciones, sus proyectos.

Ser de izquierda hoy exige otra forma de hacer política. Exige ante todo el rechazo a toda pretensión de construir la política desde la verdad. La política, sus objetivos y sus métodos son construídos por los seres humanos de acuerdo a sus propias opciones, valores, preferencias e imaginarios de futuro. No es posible definir ni las metas ni las prácticas de la política desde ninguna verdad preexistente a la propia lucha, como por ejemplo, desde la verdad científica. Fue esto lo que pretendió el llamado socialismo científico.

Ser de izquierda exige hoy un rechazo al economicismo y a todo otro determinismo unilateral que pretenda reducir la inmensa complejidad de la vida y de la experiencia humana a un factor determinante, aunque sea este sólo determinante en “ultima instancia”. Los patrones de poder operan en forma compleja y dinámicamente articulada en diversas dimensiones de la vida (trabajo, cuerpo, conocimiento, autoridad, “naturaleza”, imaginarios, subjetividad). Ninguno de estos tiene una primacía ontológica sobre los demás.

Ser hoy de izquierda exige asumir con radicalidad la amplia gama de las críticas epistemológicas, políticas y prácticas que los feminismos han formulado y continúan formulando a los patrones patriarcales dominantes del conocimiento, de la producción, de la política, de la sexualidad y de la vida cotidiana.

Ser hoy de izquierda significa asumir la extraordinaria complejidad implicada por el reconocimiento de que los patrones del conocimiento occidental y académico constituyen unos entre muchos saberes de pueblos y comunidades humanas de todo el planeta. El diálogo democrático entre diferentes saberes es una condición sin la cual no será posible la construcción de un futuro democrático alternativo.

Ser de izquierda significa la celebración de la diversidad de la experiencia humana. Significa asumir que la posibilidad de la construcción de un orden social alternativo sólo es posible si se realiza desde las memorias, las experiencias, las luchas, las aspiraciones, las subjetividades de la multiplicidad de los pueblos y culturas del planeta. Las transformaciones sociales hacia otra sociedad sólo serán posibles por la vía de la convergencia, articulación, alianzas, acuerdos, encuentros, entre las luchas y construcciones prácticas de alternativas de la multiplicidad de sujetos, comunidades y pueblos que hoy resisten y prefiguran con su práctica otro futuro. No hay sujetos históricamente privilegiados en esta lucha.

Ser de izquierda hoy ya no puede ser identificarse como progresista, en el sentido de apostar a todo lo nuevo, a todo lo futuro como mejor y como altar de progreso a nombre del cual se justifica el sacrificio de todo pasado, de toda memoria, de toda subjetividad, toda otra forma de vida.

Ser de izquierda es reconocer que el racismo constituye uno de los pilares de los regímenes de clasificación jerárquica y de exclusión de los seres humanos en el sistema mundo colonial moderno. La lucha por otro mundo es, necesariamente, una lucha contra el racismo, así como una lucha en contra de toda otra forma de clasificación, jerárquica y de exclusión por motivos religiosos, étnicos, culturales, políticos y de orientación sexual.

Ser de izquierda significa ser democrático. Por democracia se entiende que la mayor cantidad de gente posible participe en la mayor cantidad de decisiones posibles sobre su presente y futuro individual y colectivo. Significa asumir prácticas democráticas y plurales como fundamento de toda acción política y social. La construcción de un orden democrático, alternativo tanto al orden capitalista, como a las experiencias del socialismo estatista autoritario del siglo XX, no será posible sino por la vía de prácticas cada vez más democráticas.

Ser de izquierda hoy exige reconocer que los patrones científicos y tecnológicos actualmente dominantes en todo el planeta son patrones científicos y tecnológicos capitalistas, patrones científicos y tecnológicos que corresponden a los valores, las opciones civilizatorias y las exigencias económicas y políticas del orden del capital. No es posible la construcción de una sociedad alternativa si ella se fundamenta en estos patrones de conocimiento y de transformación tecnológica. Sin la crítica radical a estos patrones de conocimiento-producción, no es posible siguiera imaginar la construcción de modos de vida democráticos alternativos.

Ser de izquierda hoy requiere una problematización permanente del papel de los liderazgos políticos consolidados y de las estructuras organizativas que estabilizan y afianzan las diferencias entre quienes deciden y quienes obedecen. No hay ninguna forma organizativa privilegiada en la construcción de una sociedad alternativa. Las divisiones entre lo político y lo social, base de la preeminencia de los partidos políticos sobre las organizaciones llamadas sociales corresponde a una construcción del imaginario liberal que fue asumida plenamente por la tradición leninista.

Ser de izquierda significa el defender la autonomía de organizaciones sociales, movimientos, comunidades y pueblos frente a los mecanismos de control vertical, ya sea partidista o estatal, que niegue o reduzca las diversidades, la experimentación social y las capacidades de autogobierno.

Ser de izquierda hoy significa asumir, en toda su complejidad, y con las especificidades de cada contexto concreto, que la transformación de la sociedad puede implicar cambios contra el Estado, en el Estado, desde el Estado. No se puede esencializar ninguna postura ni teoría de la transformación social, ni se pueden predeterminar las formas en las cuales los procesos de transformación social pasen o no en alguna medida, por el Estado.

Ser de izquierda hoy implica reconocer que la construcción de un orden alternativo no es un momento de ruptura histórico (El asalto del Palacio de Invierno), sino un largo proceso de construcción de otras prácticas sociales, de modos de vida alternativos, de otras sociabilidades, de otras prácticas productivas, de otras subjetividades.

Ser de izquierda implica el reconocimiento de que el imperialismo, con sus dispositivos militares, políticos, económicos, jurídico-institucionales y culturales representa el principal instrumento para la preservación de la matriz de poder global actualmente existente. La sociedad capitalista es una sociedad cada vez más violenta. El capitalismo, en su momento neoliberal, no puede sobrevivir sin la militarización del planeta. Es difícil imaginar avances significativos en las luchas de los pueblos que no sean confrontados por la represión y la violencia.

Ser de izquierda comienza necesariamente por la valorización de la vida. El proyecto civilizatorio de Occidente, llevado hasta sus últimos extremos por el capitalismo contemporáneo y por el socialismo soviético, es expresión de un patrón cultural basado en la guerra permanente de los seres humanos contra el resto de la vida, contra la así llamada “naturaleza”. Es la guerra por la predicción, el control, la manipulación, la transformación, y en última instancia, la destrucción de la vida. Es la identificación de la felicidad humana con la acumulación y con la abundancia de bienes materiales. Ser de izquierda hoy significa el reconocimiento de lo humano como parte de la naturaleza, parte de la vida. No será posible la construcción de sociedades democráticas, equitativas, libres y solidarias a menos que se detengan a muy corto plazo los procesos de sistemática devastación de las condiciones que hacen posible la vida en el planeta Tierra.

Si no hay vida, todo lo demás carecerá de sentido. El tiempo disponible para ello se agota aceleradamente.

Por último, ser de izquierda hoy implica asumir que este listado de principios y criterios no constituyen un catecismo, ni una nueva verdad única, sino un conjunto de nociones orientadoras abiertas a la experiencia y al debate.

Caracas, enero 2007

__________________________

[1]. Texto presentado en los debates de Foro Social Mundial realizado en Nairobi en el año 2007.

[2]. Hablar hoy de la “izquierda”, como lo ha sido siempre en el pasado, es hablar de una pluralidad de posturas teóricas y políticas y una inmensa diversidad de prácticas sociales. En estas notas se refieren sólo a lo que se reconoce claramente como una perspectiva entre muchas otras posibles.

La controversia en torno de la diversidad

La controversia en torno de la diversidad (fragmentos)
Gilberto Valdés Gutiérrez
Fecha de publicación: 15 de Septiembre de 2004

¿En qué medida la nueva unidad sociopolítica devendrá garantía para asumir, respetar y desplegar la emergencia de la diversidad (sociocultural, étnico-racial, de género, etaria, de opciones sexuales, diferencias regionales, entre otras que son objeto de manipulación y diversas formas discriminatorias por el actual orden enajenante del imperialismo global) no como signo de dispersión y atomización, sino como signo de fortaleza y como la propia expresión de la complejidad del sujeto social-popular en las dimensiones micro y macro social?

Admitamos que la absolutización de un tipo de paradigma de acceso al poder y al saber, centrado en el arquetipo “viril” de un modelo de hombre racional, adulto, blanco, occidental, desarrollado, heterosexual y burgués (toda una simbología del dominador), ha dado lugar al ocultamiento de prácticas de dominio que, tanto en la vida cotidiana como en otras dimensiones de la sociedad, perviven al margen de la crítica y la acción liberadoras.
Nos referimos, entre otros temas, a la discriminación histórica efectuada sobre los pueblos indios, los negros, las mujeres, los niños y otras categorías socio—demográficas que padecen prácticas específicas de dominación. Dichas prácticas de dominio, potenciadas en la civilización (y la barbarie) capitalista, han penetrado en la psiquis y la cultura humana.
No de otra manera se explica la permanencia de patrones de prácticas racistas, sexistas y patriarcales autoritarias que irradian el tejido social, incluso bajo el manto de discursos pretendidamente democráticos o en las propias filas del movimiento anticapitalista.

La predisposición de muchos movimientos sociales hacia la impronta de las formalizaciones políticas (el temor al verticalismo y a la nivelación de lo heterogéneo, a la visión tradicional de cierta izquierda que concibe la diversidad como un lastre a superar y no como riqueza y potencialidad a articular sobre la base del respeto a la autonomía de los distintos movimientos) y la advertencia de los partidos de izquierda sobre la posibilidad de agotamiento (o cooptación) del movimiento social que no avance hacia la construcción colectiva de alternativas social-políticas de verdadera direccionalidad antineoliberal y anticapitalista poseen, a su turno, razones atendibles, base de los debates necesarios en la actualidad.

La explosión del tema de la diversidad no obedece, sin embargo, a una moda, por más que tampoco escapa a ciertos intentos de carnavalización en alguna que otra pasarela del movimiento de los movimientos. “Construir la convergencia del conjunto de movimientos y fuerzas sociales a través de las cuales se expresan las víctimas del capitalismo neoliberal globalizado afirma Samir Amin– exige, sin duda alguna, el respeto a su diversidad”.

Cabe destacar como rasgo determinante la pluralidad de expresiones socioculturales, propuestas políticas y visiones filosóficas, religiosas y cosmológicas que, por lo general, convergen en la actitud crítica, beligerante y propositiva frente a la civilización excluyente, depredadora y patriarcal rectoreada por el capital.

Existen, al menos, tres actitudes que cuestionan o intentan “conducir” el derrotero de esa diversidad como valor positivo. La primera y tal vez más identificada es la que centra y limita (política y teóricamente) el alcance de las luchas democráticas a la noción de ciudadanización, como vía para denunciar los poderes globalizadores no legitimados y sus facilitadores nacionales y activar así a la sociedad civil para nuevos consensos en torno a un orden político alternativo que reformule el ideal socialdemócrata en las nuevas condiciones del imperio.
Dentro de esta actitud habría que no incluir a quienes favorecen la radicalización de las nuevas formas de actividad ciudadana, desplegadas a nivel local, municipal, nacional, continental y mundial, en pos de un cambio profundo de las instituciones y las políticas económicas y sociales, a nivel global y nacional. Esta postura se deslinda de quienes pretenden levantar la figura del ciudadano-na con las miras puestas en la “democratización” y “humanización” del orden capitalista, mediante la construcción de nuevos contratos sociales internacionales, para dar contenido ético a la futura gobernación mundial, una vez que finalice la actual fase “economicista” de la globalización.

La segunda actitud viene de quienes no han superado la “lectura liberal de la diversidad”, que alaba la heterogeneidad de actores sociales presentes en estos encuentros mundiales, siempre que la atomización (aunque no se asuma como tal) sea presentada como presunto signo de fortaleza. Hay una gama de visiones afines a esta perspectiva liberal-democrática.
Están los-as que se parapetan en las demandas específicas (y su fundamentación histórica, ideológica, teórica o cultural) de uno u otro actor, de uno u otro movimiento o sector social y no ven posibilidades de articulación con otros cuya relación ha sido en el pasado (o puede llegar a ser) conflictiva en algunos de los referentes apuntados.
Más negativo es pensar (desde la diferencia legítima o inculcada por prejuicios comunes de ambos hipotéticos actores) en la imposibilidad de hallar vías y modos de articulación de demandas y perspectivas libertarias que se consideran irreductibles e imposibles de converger en propuestas y acciones comunes, aun manteniendo discrepancias y visiones propias sobre puntos específicos. Cuando estas actitudes se fundamentan en una visión light, despolitizada de los movimientos sociales se hace más fácil la manipulación y el control social de los poderes hegemónicos sobre los presuntos actores contestatarios.

Una tercera postura salta cuando desde las diferentes expresiones de la izquierda orgánica, se menosprecia la capacidad de construcción y propuesta política de los movimientos sociales y populares, de sus líderes naturales y activistas. Ni el clásico “entrismo”, ni la sacralización de la “organización” elitaria y verticalista pueden dar cuenta efectiva del movimiento social-popular generado globalmente por el nuevo imperialismo y el orden genocida (humano, social y natural) de la globalización.
Por otra parte, apostar por el movimiento social en sí mismo, como demiurgo de la nueva civilización, nos conduce a los peligros antes señalados. No hay fórmulas a priori para evitar estos males. Hoy como nunca antes la izquierda requiere elaborar un “nuevo mapa cognitivo”, puesto que “es necesario pensar en una empresa muchísimo más difícil: la labor histórica de superar la lógica objetiva del capital en sí, mediante un intento sostenido de ir más allá del capital mismo”. Pero esas alternativas social-políticas no serán obra de gabinetes ni fruto de ninguna arrogancia teórica o política. Serán construidas como proyectos colectivos y compartidos, desde y para el movimiento social-popular.

Lo primero que habría que admitir es que la emergencia de la diversidad es un dato del sujeto social-popular, entendido como el conjunto de clases, capas, sectores y grupos subordinados que abarcan la mayoría de nuestros países, y que sufren un proceso de dominación múltiple. Si la dialectización de los conceptos de identidad y diferencia es una necesidad a la hora de concebir la construcción contrahegemónica orientada hacia un nuevo tipo de socialidad realmente democrática y popular, que involucre al conjunto de las clases y sectores potencialmente interesados en tales transformaciones, lo es también hacia el interior de cada actor social.

Pero no hay que olvidar que el multiculturalismo globalizador del capitalismo contemporáneo cuenta con herramientas que le permiten sentar las bases para pensar la diferencia en clave de diversidad, y la diversidad en clave de desigualdad natural. Dado que todas las personas contamos con cualidades distintas, con competencias disímiles, la diversidad es en realidad un reflejo natural de las cosas, que se traduce en un marco de igualdad ante la ley e igualdad de oportunidades (no de resultados), en desigualdades más que justificadas.

Es preciso, pues, admitir la existencia de múltiples sectores, prácticas contestatarias y lenguajes especializados que se constituyen a raíz de demandas puntuales en el seno del movimiento social, algunos con más capacidad crítica y propositiva en relación con la sociedad global que otros. Sin embargo, la diversidad fragmentada y desarticulada de micropoderes y redes capilares autónomas (la microfísica organizativa) no son precisamente un signo de fortaleza frente a la hegemonía de los poderes políticos y económicos transnacionalizados y sus pretensiones de totalidad.
“La soledad de cada individuo diferente e idéntico son la base de la masificación, es decir, la igualdad forzada se basa en la diferencia forzada”. Hemos pasado, tal vez, de la invisibilidad total de la diversidad de actores y lenguajes, a la expresión absoluta de la misma como presunta fuente de fortaleza.

Esta sana perspectiva centrada en el reconocimiento de la diversidad puede ser objeto en sí misma de sutiles manipulaciones, en la medida en que la igualdad, la diferencia y la identidad se encapsulen en fórmulas forzadas, de relativa docilidad para la lógica del control social por parte de los poderes hegemónicos de la sociedad burguesa.

Para que la diversidad no implique atomización funcional al sistema, ni prurito posmoderno de relatos inconexos es preciso pensar y hacer la articulación, o lo que es lo mismo: generar procesos socioculturales y políticos desde las diferencias. El pensamiento alternativo es tal únicamente si enlaza Diversidad con Articulación, lo que supone crear las condiciones de esa articulación (impulsar lo relacional en todas sus dimensiones como antídoto a la ideología de la delegación, fortalecer el tejido asociativo sobre la base de prácticas y valores fuertes (de reconocimiento, justicia social, equidad, etc.).

El reconocimiento de las diferencias deviene punto de partida para la constitución de sujetos con equidad entre los géneros y reconocimiento de las identidades respectivas. Sin embargo, la diversidad en sí misma puede ser fundamento tanto de una genuina unidad de acción desde lo local, de construcción de la alternativa desde abajo, como base de conflictos en la vida cotidiana que se diriman negativamente en favor de la dispersión y la atomización.
En consecuencia, surge la necesidad de pensar en cómo promover prácticas que permitan visibilizar y concienciar la diversidad a la vez que se fortalezca, sobre dicho reconocimiento, la ética de la articulación entre los diversos actores, el principio de integración táctico y estratégico y la unidad sociopolítica consensuada necesaria al proyecto de emancipación social y dignificación personal frente al orden neoliberal mundializado.

No tenemos, en esto, dudas: necesitamos construir una ética de la articulación, no declarativamente, sino como aprendizaje y desarrollo de la capacidad dialógica, profundo respeto por lo(a)s otro(a)s, disposición a construir juntos desde saberes y experiencias de acumulación y confrontación distintas, potenciar identidades y subjetividades.

En este sentido, parece hoy más importante encontrar una matriz política, ética y simbólica que permita integrar, sin exclusiones, todas las demandas emancipatorias, libertarias y de reconocimiento que dan sentido a las luchas de los actores sociales que están hoy frente a un sistema de dominación concreta, y que arrastran, como sucede particularmente con las mujeres, ancestrales opresiones y discriminaciones de difícil y/o incómodo reconocimiento para los hombres (y para las mujeres instrumentalizadas por el patrón masculino dominante), educados en el sofisma patriarcal. Para ello es clave reconocer estos cuatro nódulos de referencia: el género, la raza, la etnia y la clase.

Lo anterior requiere, en consecuencia, la búsqueda de un eje articulador que pasa, inevitablemente, por la creación de un nuevo modelo de acumulación política. Esto presupone, al menos:

• el reconocimiento de la especificidad cultural y la competencia simbólica y comunicativa de cada sujeto o actor social, la realización de acciones comunicativas de rango horizontal que permita develar las demandas específicas sin preterir las de otros sectores.
• la aceptación de la pluralidad de maneras de acumular y confrontar propias de cada tradición política dentro del movimiento popular.
• promover el protagonismo popular y contribuir efectivamente a crear las condiciones para que ese protagonismo sea posible, como una fuerza nueva capaz de integrar las más diversas tradiciones y las formas organizativas más variadas, y articular horizontalmente (no unificar verticalmente) .

Lo importante es no encapsularnos en corazas corporativas y pensar qué nos une, qué podemos aprender de unos u otros movimientos y perspectivas liberadoras, qué retos comunes enfrentamos y qué compromisos históricos claman por nuestro accionar.

NOTAS Y REFERENCIAS:

1. Cf. Jorge Luis Cerletti: El poder bajo sospecha, De la Campana, Buenos Aires, 1997.
2. Samir Amín: Convergencia en la diversidad, 9 de febrero de 2002, www.rebelion.org.
3. Ibidem.
4. Cf. Leis, Raul: “El sujeto popular y las nuevas formas de hacer política”, Multiversidad, N. 2, Montevideo, Marzo de 1992.y Gilberto Valdés Gutiérrez.: El sistema de dominación múltiple. Hacia un nuevo paradigma emancipatorio, Tesis de doctorado, Fondo Instituto de Filosofía.
5. Stefan Gandler: “Tesis sobre ¨Diferencia e Identidad¨”, Dialéctica, N. 32, Primavera de 1999, Universidad Autónoma de Puebla, p. 114.
6. Cf. José Luis Rebellato: Antología mínima, Editorial Caminos, La Habana, 2000.
7. Ibidem.

La vendetta dei sauditi (benedetta da Trump)

La vendetta dei sauditi (benedetta da Trump)
Verso l’occupazione militare del Qatar
di Federico Dezzani
L’Arabia saudita ed i Paesi arabi gravitanti nella sua orbita hanno sorpreso il mondo con la decisione di isolare per terra, aria e mare, l’emirato del Qatar: il blocco totale è il preludio di un’invasione militare o di una deposizione “morbida” dei regnanti.
Si consuma così il primo “colpo di scena” in politica estera dall’insediamento di Donald Trump: alla rivoluzione permanente della coppia Obama-Clinton, fatta di rivoluzioni colorate, ammiccamenti alla Fratellanza Mussulmana e aperture interessate all’Iran, subentra la svolta “reazionaria” della nuova amministrazione. I sauditi prendono la loro vendetta sulla piccola monarchia che cavalcò la Primavera Araba, seminando il caos in Tunisia, Libia, Egitto e Siria con il placet dell’establishment liberal.
Dopo la rivoluzione, la reazione
Lunedì 5 giugno, un fulmine ha attraversato il panorama internazionale: dopo due settimane di crescenti tensioni, l’Arabia Saudita e la variegata galassia di Paesi mussulmani che dipendono dai suoi petrodollari e/o dalla sua influenza politica (Bahrein, Emirati Arabi uniti, Egitto, Yemen, Maldive, Kuwait, Oman e governo laico-nazionalista libico) hanno annunciato un isolamento totale del Qatar, reo di “finanziare il terrorismo nella regione”.
È un blocco a 360 gradi, diplomatico e commerciale: espulsi i diplomatici, chiuse le frontiere terrestri, sospesi i voli aerei, interrotto il traffico marittimo per l’esportazione di gas liquido e l’importazione di beni di prima necessità.
Per il minuscolo, ma opulento, emirato del Qatar (piccola protuberanza della Penisola Arabica, abitata da 2 milioni di persone, di cui il 90% lavoratori stranieri) significa la morte certa: lo strangolamento economico di Doha è il preludio della defenestrazione della famiglia regnante o, nel caso in cui questa opponesse resistenza, di una veloce occupazione militare da parte dei sauditi, sulla falsariga dell’intervento del 2011 in Bahrein.
Le speranze qatariote di un soccorso esterno, da parte di qualcuno di quei Paesi occidentali dove la piccola monarchia ha riversato miliardi di petrodollari nell’ultimo decennio, sono vane: taceranno gli inglesi, gireranno lo sguardo i francesi, si tapperanno le orecchie i tedeschi.
Il soffocamento della monarchia qatariota è, infatti, una manovra saudita, ma ha ricevuto il previo avvallo di una potenza che nessuna cancelleria europea è in grado di contestare su questo campo: gli Stati Uniti d’America. Si avvera così, a distanza di sei mesi scarsi dall’insediamento di Donald Trump alla Casa Bianca, almeno una delle previsioni formulate dopo la vittoria del candidato “populista” (diversamente disattese, purtroppo): la caduta in disgrazia del Qatar che, durante gli otto anni dell’amministrazione Obama, aveva scalato il rango delle potenze mediorientali, quasi come se l’intera politica della regione si decidesse nella microscopica penisola che affaccia sul Golfo Persico.
Si notino le date: il 21 maggio Trump annuncia a Riad, ospite del Consiglio di Cooperazion del Golfo, l’impegno a garantire “la stabilità” della regione, dopo le Primavere Arabe che hanno coinciso con l’amministrazione Obama; tra il 21 maggio ed il 5 giugno, i rapporti tra il Qatar ed i vicini sauditi si deteriorano velocemente e Doha è vittima di un presunto attacco informatico che viola l’agenzia di stampa governativa, pubblicando dichiarazioni pro-Iran e pro-Hezbollah; il 5 giugno, infine, Riad ed i Paesi arabi alleati annunciano il blocco totale della piccola monarchia.
Un simile esito, dopo la sconfitta alle presidenziali di novembre di Hillary Clinton (Segretario di Stato ai tempi della Primavera Araba che sconquassò il Medio Oriente nel 2011), era facilmente prevedibile: durante l’amministrazione democratica, il piccolo, ma ambizioso, Qatar lavora sodo per affermarsi come potenza regionale di primo piano, cavalcando la “rivoluzione permanente” che l’establishment liberal ha in serbo per il Medio Oriente.
Rovesciare i vecchi regimi laici-nazionalisti, sprigionare il demone della Fratellanza Mussulmana, aprire diplomaticamente all’Iran da un lato e fomentare la guerra di religione tra sunniti e sciiti dall’altro: non c’è un singolo dossier caldo in cui non compaia il nome del Qatar, spesso unito alla Turchia di Recep Erdogan.
È il Qatar che invia corpi speciali in Libia per rovesciare Muammur Gheddafi1; è il Qatar che elargisce donazioni milionarie al partito islamista Ennahda che domina la Tunisia post-Ben Ali2; è il Qatar che inietta 8 $mld nell’Egitto della Fratellanza Mussulmana, dove il presidente Mohammed Morsi ha conquistato il potere dopo la rivoluzione colorata che defenestrato Hosni Mubarack3; è il Qatar che, nel’agosto del 2014, sostiene la giunta militare islamista che si installa a Tripoli, obbligando il legittimo governo laico a fuggire a Tobruk; è il Qatar che, all’indomani della vittoria di Trump, conferma il suo sostegno all’insurrezione islamista in Siria anche nel caso in cui venisse meno l’impegno americano4.
Potendo contare sul suo relativo isolamento geografico dalle zone calde del Medio Oriente e su immense risorse finanziarie con cui è facile comprare gli sparuti sudditi, il Qatar asseconda dal 2011 in avanti il piano dell’amministrazione Obama di “ridisegnare” il Medio Oriente, puntando sul cavallo dell’islam politico (la Fratellanza Mussulmana) che nella Turchia di Recep Erdogan ha già dato discreti risultati: è un piano, quello dell’oligarchia atlantica, che incontra ovviamente forti resistenze persino tra gli stessi alleati arabi, in primis quelli più “reazionari”.

L’Arabia Saudita, in particolare, è allergica alla Fratellanza Mussulmana per due motivi: il carattere “universalista” dei partiti islamici è inconciliabile con la sua natura di Stato tribale e le loro pretese di “democraticità” non sono digeribili da una monarchia assoluta. I Saud, già preoccupati dal mantenimento dell’ordine dentro il proprio regno in rapida crescita demografica (31 milioni di abitanti di cui il 27% sotto i 14 anni), amano la stabilità: la caduta di vecchi amici come il tunisino Ben Ali e l’egiziano Hosni Mubarack, abbandonati da un giorno all’altro dagli americani, è per loro un vero e proprio affronto.
Quando l’esercito egiziano, di fronte al precipitare delle situazione interna, organizza il golpe che depone Mohammed Morsi ed incorona il feldmaresciallo Abd Al-Sisi, l’Arabia Saudita è la prima a esultare, iniettando decine di miliardi di dollari nel malconcio Paese arabo5.

Se Riad gioisce, ovviamente Doha piange: “Fall of Egypt’s Mohamed Morsi is blow to Qatari leadership” scrive il Financial Times nel 2013, notando come la repressione della Fratellanza Mussulmana sia un duro colpo per le ambizioni geopolitiche di Doha. Quello che il quotidiano della City non dice è che il termidoro egiziano è anche una debacle per lo stesso establishment atlantico, costretto a subire la reazione delle forze laico-nazionaliste arabe: sin dal 2014 è avviata, infatti, la manovra per minare la presidenza di Al-Sisi.

Insurrezione dell’ISIS nella penisola del Sinai, attentati contro la comunità coopta, isolamento diplomatico sull’onda dell’omicidio Regeni. È difficile che l’oligarchia atlantica, qualora Hillary Clinton avesse conquistato la Casa Bianca, si sarebbe “accontentata” di spodestare Al-Sisi: più facile, invece, che avrebbe giocato fino in fondo la partita, destabilizzando la stessa Arabia Saudita, “retrograda”, “illiberale” e “oppressiva”.

Contro qualsiasi previsione, Donald Trump è però emerso vincente dalla sfida elettorale e, nonostante qualche frecciata lanciata durante la campagna elettorale come la minaccia di bloccare l’import di petrolio saudita, il neo-presidente si è avvicinato rapidamente a Riad, vista come “il campione della reazione”, indispensabile per mantenere la stabilità nella regione: il primo viaggio di Trump all’estero coincide con la visita in Arabia Saudita, dove il presidente ribadisce l’impegno americano nella regione, sigla accordi militari per 110 $mld e vagheggia la nascita di una “NATO araba” per lottare contro il terrorismo e contenere l’Iran.
Se la potenza della reazione, Riad, è sugli scudi, quella della “rivoluzione” cade velocemente in disgrazia: trascorreranno meno di due settimane prima che parta la manovra per “strangolare” definitivamente l’emirato del Qatar.
Annusando l’imminente termidoro egiziano con cui i militari egiziani soppressero la Fratellanza Mussulmana, il Qatar corse allora ai ripari: con una mossa a sorpresa, dieci giorni prima che cadesse Mohammed Morsi, l’emiro Hamad ben Khalifa Al Thani abdicò nel giugno 2013 in favore del figlio 33enne.
Fu una scelta accorta, che permise alla monarchia qatariota di scongiurare la vendetta saudita. Il contesto è però oggi cambiato: l’establishment liberal ha perso la Casa Bianca, le forze della reazione sono alla ribalta e la pazienza di Riad, già alle prese con il proprio Vietnam nel vicino Yemen, è terminata: un simile miracolo non è più possibile e niente può più salvare la monarchia del Qatar. Nel futuro c’è soltanto la deposizione o l’invasione militare.
C’è chi legge lo scontro tra Riad e Doha come un capitolo del più ampio conflitto tra sunniti e sciiti: il piccolo Qatar, secondo quest’interpretazione, pagherebbe a caro prezzo le sue timide (ed interessate) aperture al vicino Iran. In realtà, il braccio di ferro tra le due monarchie è leggibile come un duello tra reazione e rivoluzione, tra assolutismo e islam politico, tra conservazione e destabilizzazione.
Grazie a Trump, la “reazione saudita” ha avuto la meglio sulla “rivoluzione qatariota”: è uno scenario tutto sommato positivo, soprattutto per quei Paesi, come l’Italia, che trarrebbero grandi vantaggi dalla stabilizzazione della regione. Pensiamo in particolare alla Libia dove, come analizzeremo nel prossimo articolo, la caduta della monarchia qatariota faciliterebbe la definitiva riappacificazione dello Stato, grazie alla soppressione degli islamisti e l’avanzata del generale Khalifa Haftar.
Gli ultimi giorni della monarchia qatariota si avvicinano: addio, piccola, infida, Doha!
Ti credevi la regina dello scacchiere mediorientale ed eri, invece, solo uno dei tanti pedoni.
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Note
1 https://www.theguardian.com/world/2011/oct/26/qatar-troops-libya-rebels-support
2 http://www.middle-east-online.com/english/?id=62816
3 https://www.ft.com/content/af5d068a-e3ef-11e2-b35b-00144feabdc0
4 http://www.reuters.com/article/us-mideast-crisis-syria-qatar-idUSKBN13L0X7
5 http://www.reuters.com/article/us-saudi-egypt-finance-idUSKCN0X20Q0

Las izquierdas latinoamericanas y la cuestión de Venezuela

Las izquierdas latinoamericanas y la cuestión de Venezuela
La crisis venezolana ha puesto de manifiesto las distintas posturas existentes en la izquierda de América Latina con respecto al «socialismo del siglo XXI»
Marcelo Pereira -Mayo 2017 -Nueva Sociedad
¿Será que nunca haremos más que confirmar
la incompetencia de la América católica
que siempre necesitará ridículos tiranos?
Caetano Veloso. Podres poderes (1984)
La crisis venezolana es un parteaguas en la izquierda latinoamericana y en el territorio más amplio del «progresismo» regional. Los motivos de esta división y la índole de las posiciones que quedan de uno y otro lado, quizá no sean tan simples como parecen. Considerar de qué modo se dividen los campos en Uruguay puede tener alguna utilidad para comprender mejor el fenómeno.
Es frecuente que se identifique el apoyo al presidente Nicolás Maduro con sectores de «izquierda ortodoxa», y en ese contexto «ortodoxia» significa al igual que el término «sesentismo», el apego a un ideario que se presupone obsoleto. Esta manera de abordar el asunto tiene algunos inconvenientes.
Por un lado, no se sabe bien de qué posiciones supuestamente perimidas se habla, ni a cuáles se considera, en cambio, moderna y razonable. Además, subyace a esa clasificación algo muy parecido a un argumento tautológico: quienes respaldan al gobierno chavista de Venezuela serían exponentes de una izquierda ortodoxa porque ese gobierno también lo es, y el hecho mismo de defenderlo probaría una identidad semejante a la suya. Pero ¿en qué sentido se puede considerar a Hugo Chávez o a sus herederos políticos parte de alguna ortodoxia izquierdista?
Si se detecta esa presunta ortodoxia en que la redistribución de los ingresos petroleros (mientras estos se mantuvieron en altos niveles) atendió mejor que antes algunas necesidades sociales básicas, o en el protagonismo omnipresente del Estado, la comprensión de lo que significa «izquierda» se queda corta.
Si se considera que el izquierdismo anacrónico del chavismo reside en atribuir culpas al imperialismo estadounidense por los males de nuestra América, o en prácticas a las que se puede aplicar la difusa categoría «populismo», estamos en el territorio caricaturesco y frívolo del Manual del perfecto idiota latinoamericano.
El hecho es que, pese al notorio deterioro de los niveles de formación y de reflexión política de la izquierda latinoamericana en las últimas décadas, parece muy difícil que algún dirigente medianamente experimentado haya llegado a ver a Chávez o a sus epígonos como modelos de referencia, o se haya tomado en serio lo del «socialismo del siglo XXI», que nunca pasó de ser un producto ideológico de baja calidad con más componentes cortoplacistas y retóricos que pensamiento estructural y estratégico (el socialismo no era, por cierto, «la electricidad más los soviets», pero mucho menos es el extractivismo más un líder carismático, con bases dependientes en extremo de la providencia estatal).
En Uruguay, la pregunta no es solo por qué algunos sectores de la izquierda apoyan abierta y decididamente al gobierno de Maduro, sino también a qué se debe que otros –a los cuales es difícil catalogar como radicales u ortodoxos– mantengan sus cuestionamientos en un tono muy matizado y comedido.
O sea, por qué, ante la clara deriva antidemocrática de ese gobierno, oscila entre la justificación y algo muy semejante a la «crítica fraterna» una izquierda como la uruguaya, cuya reivindicación de José Artigas se inscribe en una tradición muy diferente de la bolivariana. Esa tradición Artiguista es cultora de una racionalidad y un antimilitarismo que se llevan muy mal con el estilo chavista.
En ella se forjó gran parte de la identidad del Frente Amplio (FA) en la lucha contra la dictadura de 1973-1984, con una fuerte revalorización de la democracia y las libertades. No resulta casual, por ello, que el general Liber Seregni, líder histórico del FA, se negara a reunirse con Chávez cuando este visitó Uruguay en 1994, por la simple razón de que era «un militar golpista».
Hay fuertes indicios de que esa gama de actitudes tiene motivos bastante alejados de la afinidad ideológica. Consideremos brevemente seis de ellos (el orden de exposición no implica atribuirles mayor o menor importancia).
1. Desde un punto de vista geopolítico, la llegada del chavismo al gobierno de Venezuela fue un factor significativo de cambio en las relaciones entre los gobiernos latinoamericanos, y en las de estos con Estados Unidos. La escenificación en 2005, durante la IV Cumbre de las Américas realizada en Mar del Plata, del rechazo a la propuesta de Área de Libre Comercio de las Américas, con fuerte protagonismo de Chávez, tuvo un fuerte impacto simbólico como esbozo de nuevos alineamientos a escala continental, y también de relaciones eventualmente más equilibradas en el campo del «progresismo» latinoamericano, que redujeran o por lo menos contrapesaran en alguna medida el poderío brasileño.
Otro asunto es en qué medida esa escenificación simbólica correspondió a las causas reales de lo que ocurrió en Mar del Plata, y en qué medida –como seis años antes, en la III Conferencia Ministerial en Seattle de la Organización Mundial del Comercio– se impuso un relato épico que no registra el papel de fuerzas contrarias al avance del libre comercio pero muy distantes del «progresismo». Y aún otro asunto es qué suerte tuvo, luego, la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA).
2. La alianza explícita de Chávez con Fidel Castro, que aseguró un acceso al petróleo venezolano crucial para la supervivencia de Cuba, le otorgó al chavismo una especie de salvoconducto a los ojos de una izquierda uruguaya que, por encima de sus diferencias y salvo raras excepciones, mantiene una actitud ante la cuestión cubana que abarca desde la adhesión incondicional hasta el silencio piadoso (una izquierda, podría decirse, históricamente «fidelizada»).
3. A las izquierdas de este siglo, asediadas por la incertidumbre estratégica y las contradicciones políticas les da vértigo cortar algunas amarras que aún las ligan a buena parte de sus bases tradicionales y de su propia historia. Por eso, una ruptura enfática con el chavismo puede parecerles más riesgosa que indispensable.
4. En su período más exitoso, Chávez pudo representar la ilusión de un atajo para sortear viejos dilemas no resueltos, en la medida en que se presentó como alguien que era al mismo tiempo nacionalista e internacionalista, gran ganador de elecciones y enterrador del sistema partidario tradicional en su país (un bipartidismo que estuvo, junto con el uruguayo, entre los más sólidos de América Latina), con voluntad de permanencia ininterrumpida en el poder pero sostenido por un pueblo dispuesto a movilizarse (como en el fallido golpe de Estado de 2002) y por un ejército politizado. De ilusión también se vive
5. Está, por supuesto, la cuestión del dinero. Una parte de los cuantiosos recursos manejados por el chavismo se destinó a resolver problemas de otros gobiernos del campo progresista latinoamericano (incluyendo a Uruguay), y a apoyar de distintas formas a sectores y dirigentes de ese campo. El modo en que esto se hizo no fue siempre transparente o siquiera confiable, pero así se establecieron vínculos fuertes y se forjaron lealtades.
6. No hacen falta teorías conspirativas para ver el avance de las derechas en las Américas y en el hemisferio norte. Ante esto, los progresistas no parecen demasiado deseosos de facilitarle el camino al gobierno a una oposición venezolana que incluye a notorios golpistas y reaccionarios, claramente alineados con intereses estadounidenses.
Las izquierdas ya deberían haber aprendido, tras numerosas lecciones desde el siglo pasado, que el criterio de defender todo lo que sea atacado por la derecha –o, peor, la idea de que algo debe ser defendido porque la derecha lo ataca– es una pésima brújula para quienes quieren rumbear hacia relaciones sociales más libres y más justas. Pero parece que todavía no lo aprendieron.

“Fui del Frente de Acción Universitaria, FAU en 1973…”

“Fui del Frente de Acción Universitaria, FAU en 1973…” Entrevista con Carlos “Melcocha” Iglesias

SAN SALVADOR, 29 de mayo de 2017. “Fíjate que nosotros en la colonia Guatemala No. 2, en los multis, allá por 1969, teníamos un grupo de estudio, que lo dirigía Vladimir Alejandro Umaña Santamaría, que entonces era de la JCS y que luego sería el primer combatiente caído de las FPL…” nos comparte Carlos Iglesias, de 64 años, conocido cariñosamente como Melcocha, un destacado militante de la Juventud Comunista en la UES de los años setenta del siglo pasado.

Con Vladimir Umaña Santamaría

Agrega que “en este grupo de estudio estaba también Abraham López, éramos vecinos, íbamos a las marchas que convocaba ANDES y la AES en apoyo a la huelga de los maestros, íbamos como masa, a apoyar. Vladimir era un poco mayor que nosotros, y era hijo de profesores de ANDES y del PCS. Cuando se da la separación en el Partido en 1970, él se va con Cayetano…él vivía en la colonia El Bosque, en la calle A y estudiaba secundaria en el Instituto Obrero “José Celestino Castro” cuando estaba ubicado en la Avenida Cuscatlán, a la par de la FUSS, y luego fuimos compañeros en el Instituto Orantes, sobre la Calle Concepción, pero él ya tenía formación política y les daba cátedra a los profesores…para esa época llegaron a vivir a esa zona mucha gente del PC, llegó Roberto “Boca de Trapo” Castellanos Calvo y Roberto Sánchez, que ya vivían ahí, Toni “Federico” Handal, Armando “El Zarco” Herrera, y aunque era menor que nosotros Roberto Salinas.”

“Con Vladimir éramos del grupo Scout de la colonia y realizábamos excursiones, caminatas, subíamos el cerro San Jacinto, el Boquerón… a él lo agarran en la 3 de mayo para las elecciones de Molina en febrero de 1972…ya para entonces Vladimir estaba clandestinizado… En 1970 se da el quiebre en el PC, él se da cuenta y se va con Cayetano…

Fíjate que Vladimir vivía en el patio de su casa, ahí había instalado una champa en la que había metido una gran cama y varias sillas, debajo de la cama habían cajas de libros y también tenía pistolas, aunque todavía era del PC…Ahí nos reuníamos a estudiar, leíamos en esa época de entrada El Manifiesto Comunista de Marx y Engels, El Estado y la Revolución y Dos Tácticas de Lenin, y otras obras del marxismo-leninismo.”

“Salí de bachiller de Ciencias y Letras del Colegio Cervantes en el 70 e ingrese después a la U, a estudiar Psicología; Abraham también entra a Psicología, ya habían abolido las Áreas Comunes. Nuestros profesores en Psicología eran entre otros El Negro René Pacheco de Psicoestadística, el Chato Medrano, Reginaldo Hernández, psiquiatra, comunista, primer graduado salvadoreño en la URSS y que nos daba Psicología del desarrollo.”

Y nos encontramos ahí a la China, o sea Gloria Palacios, que la conocíamos porque venía también del Cervantes, y que fue después la mujer de Felipe Peña y cayeron juntos, heroicamente, allá en la colonia Santa Ursula, por Santa Anita. Ahí en Psicología estaba también Atilio Cordero, que hoy se hace llamar Atilio Montalvo y fue conocido en las FPL como Salvador Guerra; estaba Napoleón Romero, el famoso Ronco de las FPL, conocido después como Comandante Miguel Castellanos. Del Ronco me recuerdo que una vez Manuel Franco lo enfrentó y le dijo en su cara: ¡si no sos ya policía, hijo de puta, vas a terminar siéndolo!….Y cabal, traicionó.”

En la UES

“En los 70 Dago (Gutiérrez) era el responsable de la Juventud Comunista en la U, pero también estaban Semita (Oscar Orellana) y Manuel Franco…y a veces llegaba el Rusito (Américo Araujo)…Ah, y el Zarco Herrera. Ellos fueron los iniciadores de la JC en la U.

“En el 71 apoyábamos con Abraham a nivel de masa a la huelga de ANDES, íbamos nuestro grupito de la colonia y lográbamos jalar a otros bichos… Ya para enero de 1971 había embriones de las FPL en Psicología, en niveles básicos, me acuerdo que a Abraham le estaban hablando ya de las FPL, lo iban a reclutar, nos reuníamos con Tilo Cordero, ayudábamos a repartir El Rebelde… ”

“En la UES me matricule en Humanidades, y ahí como que había más ebullición de la Juventud Comunista, y también de la Juventud Socialista, del MNR, que de las FPL, que eran más clandestinas, acababan de nacer….”

“En 1972 después de la toma militar por el gobierno de Molina, iniciamos el proceso de reconstrucción del movimiento estudiantil. AGEUS era conducida por los tres “chuchos” Gómez, Meme Castillo, Humberto Mendoza, el Perico Jovel, que con la intervención del 19 de julio de 1972 se fueron al exilio en Costa Rica. Y luego de la reapertura regresan al país y crean la Liga para la Liberación, que después deviene el PRTC. La Nidia no sé cómo se separa del FUERZA y se pasa a las “ligas.”

Y entonces la JC toma las riendas del movimiento, y nos reuníamos en el Centro Mariano, que quedaba sobre la calle Gabriela Mistral. Era dirigido por el padre Javier López Aguilar, además dirigía el programa católico Fe y Alegría. Ahí trabajaba Abraham y ahí trabajaba también André Gregori, que era del ERP. Gregori era lindo para el billar, un maestro, ácido, quizás solo superado por el entonces estudiante de ingeniería, Roberto “Lomo de Cuca” Viera, el actual viceministro de Turismo, que se hacía buenos billetes jugando en los altillos del edificio La Dalia, en el centro y en los billares de la U.”

“Bajo la conducción de Dago, luego de la toma del 72, iniciamos la reconstrucción del movimiento estudiantil. En el exilio, con la U tomada, fuimos pacientemente organizando las sociedades estudiantiles en cada facultad y en cada departamento…y logramos armarlas en cada facultad en San Salvador, y hasta en Santa Ana y San Miguel, es ahí que nace el Frente de Acción Universitaria, el FAU, en este proceso organizativo…y participan Luis Castro, el Zarco Herrera, Semita, Salvador “El Cacho” Cárcamo, que estudiaba en Santa Ana.

La primera sociedad que se organizó, y es mérito del Zarco Herrera, fue la Sociedad de Estudiantes de Ciencias y Humanidades, la SECH, y reclutamos para esta tarea a los del MNR, a Jorge Blanco Gallo, que dirigía la Juventud Socialista, o el Movimiento Universitario Socialista, MUS, junto con Ramón Azahar, Juan Francisco Domínguez y un compa de apellido Aquino de Psicología, que fueron también miembros de la SECH atendiendo nuestra línea política de “Unidad en la Acción.”. Le entramos a esta tarea con gran energía… El primer presidente de la SECH fue el estudiante de periodismo Oscar de Jesús Arévalo. Luego fue Toni Martínez de Sociología.

Con Abraham íbamos a las reuniones, y en toda esta ebullición empecé a distinguir que habían como dos líderes máximos: Felipe Peña, por un lado y Dago por el otro…y aunque ya estábamos con Abraham relacionados con la Juventud Comunista todavía seguíamos repartiendo El Rebelde de las FPL, las fronteras entre las organizaciones todavía no estaban muy claras…También en Medicina, antes de la toma, Carlos Arias, otro gran dirigente, había organizado un Comando Estudiantil de Medicina que paralizó las clases en esa facultad exigiendo una política de nuevo ingreso de puertas abiertas……

“El gobierno del coronel Molina, después de la intervención a la U del 72, que duró de julio del 72 a octubre del 73, instaló sus comisionados a través de las facultades e impuso un rector (Juan Allwood Paredes), luego los jefes de comisiones de gobiernos transitorios de cada facultad se transformaron en decanos.

En el caso de Humanidades impusieron al Chele Vaquerano, en Medicina al Dr. Max Bloch, en Ingeniería y Arquitectura Rodolfo Jenkins, En Derecho estuvo el Dr. Luis Dominguez Parada, en Economía el “Chucho” Rodríguez; con todos ellos tuvimos acercamientos y los ganamos a nuestras posiciones, incluso colaboraban económicamente o con materiales para el movimiento estudiantil. Era peligroso, pues instalaron también a “los verdes” (policía interna) construyeron garitones de vigilancia en cada una de las entradas de la UES y su cuartel general arriba de las canchas de tenis.

Estaban dirigidos por el Capitán Castro Sam, secretario de la facultad y supuestamente Doctor en Filosofía. Pero más conocido por su papel de torturador en el ejército. Castro Sam quería darle golpe de estado al decano, al Chele René Vaquerano, de Educación. Decidimos entonces una línea de acercamiento al Chele y fuimos a platicar con él, y esto nos generó ganancias, él nos abrió puertas, incluso le sacamos materiales para la agitación y la propaganda.

En octubre del 73 logramos la reapertura de la UES, fue una gran victoria del movimiento estudiantil conducido por la Juventud Comunista. Iniciamos como Consejo Estudiantil Provisional, CEP, con Dago (Gutiérrez) como Presidente y Abraham López como secretario.

Iniciamos una lucha por una política de puertas abiertas, de ingreso masivo de estudiantes. Se forma el Comité Estudiantil de Nuevo Ingreso, el CENI, ahí aparece Marta Valladares posteriormente Nidia Díaz. En los días posteriores a la reapertura se da una gran ebullición organizativa alrededor de la JC, se recluta mucha gente, la Nidia anduvo cerca de nosotros, bueno, hasta el Ronco se quería zampar a la JC, y le dan tareas para probarlo, luego se va con las F y se vuelve rabioso anticomunista…

Ya para principios de 1974 los que llamábamos “ultras” o “ñurdos” que venían básicamente de las FPL y del ERP, habían comenzado a tener auge en la U. Uno de sus máximos dirigentes era Carlos Arias del ERP, estudiante de Medicina, pero que mantenía buenas relaciones con nosotros, en particular con Dago y con Manuel Franco. En febrero de ese año fueron las elecciones para AGEUS y únicamente participa el FAU, porque era el único frente estudiantil existente.

Se integra un comité ejecutivo presidido por Manuel Franco (presidente por Derecho) y Julia Mercedes Alvarenga (vicepresidenta por Ingeniería y Arquitectura). Además lo integraban Carlos Panameño (Medicina), Salvador Cárcamo (SECUO), Adán Marquina (San Miguel); e inclusive Carlos Arias del ERP. Y estaba El Tipo, el encargado del mimeógrafo, un compañero del Partido, originario de Usulután.

En el 75 fuimos de nuevo a elecciones para AGEUS pero esta vez participaron tres frentes estudiantiles: el FAU y además Universitarios Revolucionarios 19 de Julio, UR-19 que respondían a las FPL y el Frente Universitario de Estudiantes Revolucionarios “Salvador Allende”, FUERSA vinculado al ERP.

Acordate que las RN todavía no habían surgido. En la votación como FAU obtuvimos el primer lugar, el UR segundo y FUERSA el tercero, pero no sacamos más del 50 por ciento aunque veníamos trabajando desde el 72, por lo que se convoca a una segunda vuelta, en la que se unen el UR y FUERSA y crean la Alianza Revolucionaria. Pero no hubo segundas elecciones porque ellos se tomaron por la fuerza el local de AGEUS llevando sus famosas “barras móviles”.

El Partido decidió no enfrentar esta agresión de las FPL y el ERP, y nos tuvimos que conformar con un “hecho consumado.” Luego las FPL expulsaron del local a los del ERP. Habían llegado con gente de fuera para tomarse el local de AGEUS, con mechudas y cuartones, en tono amenazante. Aquí fue que Franco le dijo al Ronco la profecía que iba a ser oreja en el futuro.

Pero todavía para el 30de julio de ese año nosotros encabezamos el desfile con la bandera de AGEUS. Días antes habíamos estado con Dago y otros diputados como Rey Prendes protestando por la toma militar del Centro Universitario en Santa Ana… el 30 de julio marchamos como FAU-AGEUS, que por derecho propio nos pertenecía. Me tocó ver cómo caía bajo las balas Carlos Fonseca del UR, Manuel Franco logró por suerte zamparse al ISSS y lo vistieron de médico, así se salvó de la policía.

El 75 fue un año de quiebre. Se dio lo de AGEUS en febrero, el asesinato de Roque en mayo, la masacre estudiantil el 30 de julio, la creación del BPR el 1 de agosto. Gente cercana a nosotros como Rafael Mendoza y Ricardo Castrorrivas se pasa al BPR.

EL FAU

Y en el FAU estaba José Antonio “El Chele” Guillen, que era un poco mayor que nosotros, estudiante de Biología, que muere ya durante la guerra en las filas de las FAL; Roberto Savallos, estudiante de Derecho, y antes trabajador de la imprenta y bibliotecario (se devoró muchos libros lo que lo hizo ser muy culto, leído) que en los inicios de la guerra, conducía un Grupo de Acción Revolucionaria, GAR, antecedente de las FAL, basado en la colonia Guatemala, con 17 miembros todos de la JC, bien activos. Ya en esa época mucha gente nos pedía armas y al no haber se iban para las FPL.

El Partido dio la orientación de conformar los GAR pero no dio los medios así que cada quien se rebuscaba con recuperaciones, con asaltos a empresas y negocios como burdeles y ventas de licor para comprar armas y mantenerse activando en medio de aquella cruda represión, pero lo que no se podía era morirse de hambre y suspender actividades.

El Choco Savallos, que también era poeta, tenía también un GAR en San Marcos junto con el otro poeta Chema Cuellar. El Choco Savallos era “paloma”, audaz a ultranza. Una vez lo vi en acción allá en el centro. Pero murió en uno de estos asaltos a un burdel de la Escalón que se llamaba el Safari en 1981, de mala suerte abordaron un taxi con radio abierto en contacto con la policía y los persiguieron hasta darles alcance en el Barrio San Miguelito, donde combatió solo con su nueve milímetros contra un contingente de la policía nacional.

¿Quiénes estaban en el FAU? Con el perdón de aquellos que la memoria me traiciona en estos momentos, comenzando con las mujeres Julita de Arquitectura; Sarita una compa de Medicina chiquita, chelita, ojos claros; la Cecilia “Davis” Vega de Agronomía, pieza fundamental en esa época; Gloria Trujillo de Filosofía, la Vilma Chafoya de Medicina; Norma Guevara de Educación; la Gladys Chiquillo de Idiomas y su hermana menor; las hermanas Ena y Vilma Hernández que venían de Santa Ana y estudiaban Biología y Química; la Rosita en Economía…de ellas me recuerdo ahorita pero habían más mujeres militantes, como una compañera de la Normita, también de Educación, que era instructora de educación física y se incorporó también a las FAL, vivía en Santa Anita.

En Humanidades estaba Gladis Chiquillo, la Norma (Guevara) en Educación que junto con Rolando Mata, ambos diputados del FMLN, los reclutamos para el FAU en el 73…estaba Abraham, Chema Cuellar de Letras, Armando Herrera, Abel Moreno, de Biología, que se fue para la URSS y era el marido de Gloria, de Filosofía…Rogelio de Educación, que cayó en la época de los GAR, Fidel Nieto y el Chele Luis, estudiante de Usulután, que eran de Sociología,…En Agronomía Adonay Pimentel, que venía de ANDES. En Medicina, Vinicio, Luis Diaz…

En Derecho: Dago, Manuel Franco, Luis Castro, Antonio el “Bigote” Cabrera, Rolando el “Menfis” Gutiérrez, el “Choco” Saballos. En Ingeniería: el “Seco” Herbert Solís, el “Cacho” Salvador Cárcamo, el “Chafito” o “Koki” Handal, el “Pelón” Raúl Castro, el “chele” Bazaglia, los hermanos Castro y tres compas homos…famosos lésbicos de Arquitectura, había ya diversidad sexual en el FAU. Bueno, teníamos del tercer sexo en Economía a Julio “Culo” Martínez, ¿por qué crees que le decían así? fue presidente de la SECE y judoka de nuestra defensa personal en las marchas y actividades clandestinas de la JC, y que por cierto me salvó el 30 de julio de que un guardia me agarrara y German que se fue a la URSS.

En Economía el trabajo lo iniciamos con Evelio Ruano que fue el primer presidente de la SECE, junto con el poeta Nelson Brizuela, Oscar el “Chucho” Osegueda, Orestes, actual Ministro de Agricultura, que como muchos de nosotros estudiaba en la noche porque trabajaba en el día, Jacobo Handal y Adonay Pimentel… En Ciencias y Humanidades estábamos el Zarco Herrera, el poeta Chema Cuellar y “Zamorita”, hermano de Rubén Zamora de Letras; Abraham López, Manuel el “Chele” Martínez y yo en el Departamento de Psicología; Tony Martínez, el “Peluca”, Fidel Nieto y el “Chele” Luis en el Departamento de Sociales; Rogelio de Educación, que cayó en la época de los GAR, el “Chele” Guillén, Alpirit y René Ayala de Biología; en Odontología, “Plancha” y Gustavo Guillén que iba de candidato en la planilla de Tony para AGEUS y actualmente en Canadá; en Medicina Carlos Panameño, Carlos Flamenco, Alfonso el “Fonchín”, Rogelio Ramos y el “Diablito” Ruiz… En la Sociedad de Estudiantes del Centro Universitario de Occidente, SECUO, German o “Geiman” porque no pronunciaba bien la erre, el “Choco” Guerrero, entre otros y de Oriente recuerdo a “Flashman” por su andar pausado y un compa alto, blanco y gordo de Usulután…

Éramos más, muchos más, quienes te menciono son prácticamente los que iniciamos el trabajo de reconstrucción del movimiento estudiantil después del asalto militar de 1972, luego se incorporó mucha gente, mujeres y hombres… muchos ahora son profesionales que lograron graduarse, otros cayeron, dejaron su vida en el combate… murieron pero están vivos en mi memoria con su ejemplo de lucha revolucionaria, y otros que siguen viviendo pero que para mí ya están muertos…

Después fue que se fundó el FAPU, en el cual en un principio participamos como FAU y juventud UDN pensando en el Frente Amplio, luego la CRM, el Foro Popular, antes del golpe de la Juventud Militar en octubre de 1979, pero eso ya es otra historia…

Cómo criar a un hijo feminista

Cómo criar a un hijo feminista
Por Claire Cain Miller 5 de junio de 2017

Hoy en día es más probable que le digamos a nuestras hijas que pueden ser lo que quieran: astronautas y mamás, toscas o muy delicadas, pero no hacemos lo mismo con nuestros hijos.
Aunque les hemos dado a las niñas más opciones de roles para elegir, según los sociólogos el mundo de los niños sigue siendo muy limitado. Se les desalienta cuando tienen intereses considerados femeninos. Se les dice que sean rudos a toda costa, o bien que reduzcan su llamada “energía de niño”.
Si queremos crear una sociedad equitativa, una en la que todos puedan progresar, también debemos darles más opciones a los niños. Como señala Gloria Steinem: “Estoy contenta de que hayamos comenzado a criar a nuestras hijas más como a nuestros hijos, pero no funcionará hasta que criemos a nuestros hijos más como a nuestras hijas”.
Eso se debe a que los papeles para las mujeres no pueden expandirse si no lo hacen también los de los hombres. Sin embargo, no se trata solo de las mujeres. Los hombres se están quedando rezagados en la escuela y el trabajo porque no estamos criando niños para que tengan éxito en la nueva economía rosa. Las habilidades como la cooperación, la empatía y la diligencia —que a menudo se consideran femeninas— cada vez se valoran más en las escuelas y los trabajos de hoy, y los empleos que requieren estas habilidades son los que están creciendo con mayor rapidez.
Pero ¿cómo podemos criar hijos feministas?
Le pedí a neurocientíficos, economistas, psicólogos y otros especialistas que respondieran a esta pregunta, basados en las investigaciones y datos más recientes sobre género a nuestra disposición. Definí feminista de manera simple, como alguien que cree en la igualdad total entre hombres y mujeres. Sus consejos tienen aplicaciones amplias: están dirigidos a cualquiera que quiera criar niños amables, seguros y libres para perseguir sus sueños.
Déjalo llorar
Los niños y las niñas lloran con la misma frecuencia cuando son bebés y niños pequeños, según muestran las investigaciones.
Sin embargo, alrededor de los cinco años, los niños reciben el mensaje de que el enojo es aceptable pero que no se espera que muestren otros sentimientos, como la vulnerabilidad, dice Tony Porter, cofundador de A Call to Men, un grupo de activismo y educación.
“A nuestras hijas se les permite ser humanas, pero a nuestros hijos se les enseña a comportarse como robots”, comentó. “Enséñale que tiene una variedad completa de emociones, que puede detenerse y decir: ‘No estoy enojado; tengo miedo’, o ‘Me siento lastimado emocionalmente’, o ‘Necesito ayuda’”.
Proporciónale modelos a seguir
Los niños son particularmente receptivos cuando pasan tiempo con modelos a seguir, incluso más que las niñas, de acuerdo con lo que muestran las investigaciones.
Cada vez hay más pruebas de que los niños criados en hogares sin figura paterna tienen un peor desempeño en términos de conducta, estudios e ingresos. De acuerdo con los economistas David Autor y Melanie Wasserman, una razón para ello es que no han visto a hombres que asuman las responsabilidades de la vida. “Haz que haya hombres buenos donde esté tu hijo”, dice Porter.
Pero también bríndales modelos femeninos a seguir. Habla sobre los logros de mujeres que conoces y de mujeres famosas en los deportes, la política o los medios de comunicación. Los hijos de madres solteras por lo general respetan mucho sus logros, dice Tim King, fundador de las Urban Prep Academies para chicos afroestadounidenses de bajos recursos. Los invita a ver a otras mujeres de la misma manera.
Déjalo ser él mismo
Aun cuando los roles de género en los adultos se han mezclado, los productos para niños se han dividido más que hace 50 años, según estudios: las princesas color rosa y camiones azules ya no solo están en el pasillo de los juguetes sino también en las tasas y los cepillos de dientes. No sorprende que los intereses de los niños acaben por alinearse a eso.
Los especialistas en neurociencia dicen que los niños no nacen con esas preferencias. Hasta mediados del siglo XX, el rosa era el color para los niños y el azul para las niñas. En los estudios no se ha demostrado que los bebés tengan marcadas preferencias por determinados juguetes. La diferencia, de acuerdo con los investigadores, surge al mismo tiempo en que los niños toman conciencia de su género, alrededor de los dos o tres años, y en ese momento las expectativas sociales pueden invalidar los intereses innatos. Los estudios longitudinales muestran que la división de juguetes tiene efectos a largo plazo en las brechas de género en términos académicos, así como en el desarrollo de habilidades espaciales y sociales, según Campbell Leaper, jefe del Departamento de Psicología de la Universidad de California en Santa Cruz.
Para que los niños desarrollen todo su potencial, deben seguir sus intereses, ya sean tradicionales o no. Déjalos. La idea es no asumir que todos los niños quieren las mismas cosas y, en cambio, asegurarse de que no estén limitados.
Ofréceles actividades como jugar con bloques o masa y anima a tus hijos a intentar actividades como probarse ropa o asistir a clases de arte, incluso si no las buscan por ellos mismos, dicen los sociólogos. Denuncia los estereotipos (“Qué mal que en la caja de ese juguete solo haya fotos de niñas, porque yo sé que a los niños también les gusta jugar con casitas de muñecas”).
También puede mejorar la condición de las mujeres. Los investigadores sostienen que la razón por la que los padres alientan a sus hijas a jugar fútbol o a ser doctoras, pero no a sus hijos a tomar clases de ballet o ser enfermeros, es que lo “femenino” se vuelve sinónimo de un estatus menor.
Enséñale a hacerse cargo de sí mismo
“Algunas madres crían a sus hijas pero adoran a sus hijos”, dice Jawanza Kunjufu, escritor y conferencista sobre cómo educar a los niños negros. Hacen que sus hijas estudien, hagan tareas del hogar y vayan a la iglesia, dice, pero no es igual con sus hijos.
La diferencia se refleja en los datos: las chicas estadounidenses de entre 10 y 17 años pasan dos horas más a la semana en quehaceres que los chicos, y es 15 por ciento más probable que se les pague a los varones por hacerlos, de acuerdo con un estudio de la Universidad de Michigan.
“Enseñemos a nuestros hijos a cocinar, limpiar y cuidarse: a ser igual de competentes en la casa que como esperamos que lo sean nuestras hijas en una oficina”, dice Anne-Marie Slaughter, presidenta de New America, una organización de investigación y estrategia.
Enséñale a cuidar a otros
Las mujeres todavía son quienes cuidan más a otros —los niños y los ancianos— y se encargan de las tareas de la casa, aunque ambos padres trabajen de tiempo completo, según demuestran los datos. Los empleos de cuidador son los que están creciendo más rápido, así que hay que enseñar a los niños a cuidar de otros.
Háblales de cómo los hombres pueden equilibrar el trabajo y la familia, y cómo se espera que no solo las hijas, sino también los hijos, cuiden a sus padres y otros familiares cuando sean ancianos, dice Slaughter.
Pídele ayuda a tu hijo para hacerle sopa a un amigo enfermo o para visitar a un pariente hospitalizado. Hazlo responsable de cuidar a las mascotas y hermanos menores. Anímalo a cuidar niños, a ser entrenador o tutor. Hay un programa que lleva bebés a salones de primaria y se ha descubierto que eso aumenta la empatía y disminuye las agresiones.
Comparte el trabajo

Cuando sea posible, oponte a los roles de género en los quehaceres domésticos y el cuidado de los niños entre papá y mamá. Los actos dicen más que mil palabras, afirma Dan Clawson, sociólogo de la Universidad de Massachusetts en Amherst: “Si la mamá cocina y limpia la casa, y el papá corta el césped y sale de la casa a menudo, eso se aprende”.

También compartan el ganarse el pan. Un estudio muestra que es más probable que los hombres criados por mujeres que trabajaron por lo menos un año cuando sus hijos eran adolescentes se casen con mujeres que trabajaban. Otro encontró que los hijos de mujeres que trabajan durante cualquier periodo de tiempo antes de que ellos cumplan 14 años pasan más tiempo haciendo tareas del hogar y cuidando a los hijos cuando son adultos. “Los hombres criados por mujeres empleadas son significativamente más igualitarios en sus actitudes respecto del género”, dice Kathleen McGinn, profesora de la Escuela de Negocios de Harvard.

Aliéntalo a que tenga amigas

Una investigación de la Universidad Estatal de Arizona encontró que hacia el final del preescolar los niños comienzan a separarse según su género, y esto refuerza los estereotipos. Sin embargo, los niños a quienes se alienta a jugar con amigos del sexo opuesto aprenden a comunicarse y solucionar problemas de mejor manera.

“Cuanto más obvio es que el género se usa para categorizar a grupos o actividades, más probable es que se refuercen los sesgos y estereotipos de género”, afirma Richard Fabes, director de la Facultad Sanford de esa universidad de Arizona, donde se investiga sobre el género y la educación.

Organiza fiestas de cumpleaños y equipos de deportes mixtos cuando los niños son pequeños, para que no crean que es aceptable excluir a un grupo con base en el género, dice Christia Brown, una psicóloga del desarrollo de la Universidad de Kentucky.

Asimismo, intenta evitar las diferencias verbales: un estudio halló que cuando los maestros de preescolar decían “niños y niñas” en lugar de “niños”, los alumnos tenían más creencias estereotípicas sobre los roles de las mujeres y los hombres, y pasaban menos tiempo jugando unos con otras.
También es menos probable que los niños con amigas consideren a las mujeres como solo conquistas sexuales, señaló Porter.
Enséñales que ‘No es no’

Otras formas de enseñar respeto y mutuo acuerdo: pide a los niños que pregunten antes de tocar el cuerpo de otro desde que estén en el jardín de niños. También enséñales el poder de la palabra no: deja de hacerles cosquillas o jugar luchitas cuando la pronuncien.

Ofrece un modelo de resolución de problemas en casa. La exposición de los niños al divorcio o el abuso se ha asociado con una deficiente resolución de conflictos en relaciones románticas futuras, señaló W. Bradford Wilcox, sociólogo y director del National Marriage Project, de la Universidad de Virginia.
Pronúnciate cuando alguien sea intolerante

Di algo cuando veas burlas o acoso, y practica juegos de roles con tus niños para que puedan intervenir si los presencian, dijo Brown.
También señala cuando se estén comportando de manera inapropiada. “Son niños” no es una excusa para una mala conducta. Espera más de ellos. “Pon atención en reorientar una conducta que sea denigrante, intolerante, irrespetuosa o grosera”, recomienda King.

Nunca uses la palabra ‘Niña’ como insulto
No digas, ni dejes que tu hijo diga, que alguien lanza la pelota o corre como niña, ni uses “mariquita” o alguno de sus sinónimos más ofensivos. Lo mismo vale para las bromas sexistas.

Credit Agnes Lee
Ten cuidado con usos de la lengua más sutiles. La investigación de Emily Kane, socióloga del Bates College, muestra que los padres inculcan los roles de género tradicionales en los hijos principalmente porque temen que se conviertan en objetos de burla de otro modo.
“Todos podemos ayudar evitando los juicios, así como los pequeños y ordinarios prejuicios sobre lo que un niño disfrutará o hará bien con base en su género”, señaló. Los niños de quienes se burlan pueden decir: “No es cierto, cualquiera puede jugar con collares”, o “No soy niña, pero ¿crees que realmente son peores que los niños?”, dijo Lise Eliot, especialista en Neurociencias de la Universidad Rosalind Franklin.
Léele mucho, en especial historias sobre mujeres y niñas
Quizá hayas escuchado que los niños son muy buenos en ciencias y matemáticas, y las niñas en lenguaje y lectura: los estereotipos pueden convertirse en realidad.
Las mamás hablan más con sus hijas que con sus hijos, de acuerdo con un análisis hecho por Leaper a partir de varios estudios. Combate el estereotipo hablándoles a los niños, leyéndoles y animándolos a leer.
Lean sobre una gran variedad de personas e historias que rompan el molde, no solo las que tratan de niños que salvan al mundo y niñas que necesitan ser salvadas. Cuando un libro o una noticia siga ese molde, habla al respecto: ¿Por qué la mamá de este cuento siempre trae abrigo y casi nunca sale de la casa? ¿Por qué esta fotografía de las noticias solo muestra a hombres blancos?
“Eso debería comenzar a los tres años, cuando realmente pescan los estereotipos y se dan cuenta de ellos”, dijo Brown. “Si no los ayudas a etiquetarlos como estereotipos, asumen que así son las cosas”.
Celebra el que sea niño
Criar a un niño de esta forma no se trata solo de decirle qué no debe hacer ni de borrar por completo las diferencias de género. Por ejemplo, todos los mamíferos machos participan en juegos bruscos, indicó Eliot.
Así que jueguen a las luchitas, hagan bromas, vean deportes, trepen árboles, hagan fogatas.
Enséñale a los niños a mostrar fuerza: la fortaleza de reconocer sus emociones. Enséñales a ser proveedores para su familia: brindándole cuidados. Enséñales a ser rudos: lo suficiente para oponerse a la intolerancia. Hazlos sentir seguros: para que persigan cualquier cosa que los apasione.

El FMLN tiene 3 ases en la mano

El FMLN tiene 3 ases en la mano

El problema de ese modelo y de esa política es que solo favorecen a una pequeña élite económica, y solo golpean a los sectores medios y pobres.
06 DE JUNIO DE 2017 23:32 | por Geovani Galeas

Es verdad que el FMLN está muy lejos de su mejor momento, pero aun así tiene en su mano al menos tres cartas que pueden definir a su favor las dos próximas contiendas electorales. Para explicar esta afirmación es necesario considerar el contexto en que se despliega la actual coyuntura política.

En sus ocho años de gobierno, el FMLN ha fortalecido considerablemente el rol subsidiario del Estado, mediante una serie de programas sociales que benefician de manera directa a la población. Sin embargo, al mismo tiempo, no ha podido cambiar en lo sustantivo el modelo económico y la política fiscal que ARENA impuso al país desde 1989.

El problema de ese modelo y de esa política es que solo favorecen a una pequeña élite económica, y solo golpean a los sectores medios y pobres. Por un lado la famosa y evidentemente fallida teoría del rebalse (concentrar arriba la riqueza para que luego derrame beneficios hacia abajo); y por el otro lado una estructura tributaria regresiva, en la que el que tiene más paga menos y el que tiene menos paga más.

He dicho que el FMLN no ha podido cambiar eso, no que no ha querido cambiarlo, y ese desajuste se debe a que la política real no es el espacio de lo deseable sino de lo posible. En ese plano las buenas intenciones son irrelevantes frente al problema concreto de la correlación de fuerzas. Es decir que un programa de cambio político, en sentido progresista, como el ofertado por el FMLN,solo es viable si se cuenta con el respaldo de una clara mayoría social convertida en mayoría política que, a su vez, se traduzca en una aritmética legislativa favorable.

Y este no ha sido el caso

Las dos administraciones de izquierda han estado en minoría legislativa respecto a la derecha en su conjunto. Por lo tanto, para lograr algún margen siquiera precario de gobernabilidad se han visto obligadas a pactar con parte de esa derecha, y ya se sabe que sin concesiones no hay pacto posible. A esto hay que agregar el agravante de que ahora la llave de la mayoría calificada está en manos de ARENA, cuya única estrategia es el bloqueo de las iniciativas gubernamentales más decisivas.

En todo caso, y por un efecto de acumulación, es esta concreta correlación de fuerza lo que ha determinado que el FMLN aparezca ante la ciudadanía no como el dinamizador del cambio progresista, sino como el simple administrador de una crisis heredada por los gobiernos areneros.

El factor clave de esta circunstancia es el siguiente: ¿quién debe pagar el costo de la crisis? De la respuesta que se le dé a esta interrogante dependerá el desenlace de la actual coyuntura política. Y solo hay dos alternativas: seguir castigando a los sectores medios y pobres por la vía recorte de inversión social y del aumento de los impuestos regresivos, o corregir en sentido progresista las distorsiones estructurales de un modelo económico y de una política fiscal resultantes del proyecto neoliberal.

Si el FMLN no cede en lo primero, y al mismo tiempo da la batalla abierta y transparente por lo segundo, colocará de su lado a la mayoría social al asumir de modo claro la representación de sus intereses. Y si eso fuera así, como se afirma al principio de esta columna, las tres cartas ganadoras que el FMLN tiene en su mano podrían definir efectivamente a su favor las próximas contiendas electorales. Esos tres ases son los siguientes:

Uno. ARENA es un partido disperso dominado por sus dueños, y administrado por los delegados corporativos de esos mismos financistas. En consecuencia, el programa político de ARENA es inviable, por cuanto solo representa los intereses minoritarios y elitistas del gran capital. No es casual que los dos precandidatos presidenciales que ya se perfilan en ese partido, sean al mismo tiempo sus mayores financistas.

Dos. Aunque divorciado coyunturalmente de una parte considerable del movimiento social, el FMLN mantiene intactas la disciplina y la cohesión de su aparato partidario. La autoridad de su jefatura política no está en cuestión. Por otra parte, su programa político está ligado históricamente a los intereses de la mayoría popular y, por lo tanto, puede muy bien restaurar la relación con esa parte desafecta del movimiento social, bajo el sabio principio de que todo problema político tiene una solución política.

Tres. El FMLN tiene entre sus filas al líder político de relevo con más respaldo social y proyección política según lo demuestran de manera reiterada las encuestas sin ninguna excepción: Nayib Bukele. Ya lo hemos dicho, en términos de lenguaje popular esto equivale a que un equipo de futbol tenga en su plantilla a Leo Messi en las vísperas de una final.

La combinación estratégica de estos tres factores, en el contexto general antes descrito, supone sin duda una sinergia extraordinaria. Pero, claro está, en toda partida el éxito depende de la manera en que cada jugador administre las cartas que tiene en su mano.

El nuevo desorden mundial (2015)

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Michael Ignatieff
12 Enero 2015
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Cuando los cuerpos y las pertenencias de 298 personas cayeron del cielo el 17 de julio de 2014 y permanecieron dispersos y sin consagrar en los campos del este de Ucrania, la claridad pareció seguir en el silencio. Recordé los versos de “De inmediato enmendado”, el poema de John Ashbery:

no dejó de sorprendernos que, casi veinticinco años

[más tarde,

la claridad de estas reglas comenzara a revelarse

[por vez primera.

Ellos eran los jugadores, y nosotros, que tanto luchamos

[durante el juego,

éramos simples espectadores

(Versión de Marcelo Uribe y David Huerta.)

Poco importa ya si la acusación contra el presidente Putin es por incitar directamente a quienes derribaron el avión o por la imprudencia temeraria de haberlos abastecido de armamento. Al reafirmar su apoyo a la secesión, Putin ha tomado una decisión, y depende de los líderes de Occidente tomar las suyas. Poco importa ya si Occidente atrajo a esta nueva Rusia al expandir agresivamente a las fuerzas de la otan hasta su frontera. Ahora lo que importa es ser muy claro a fin de que las responsabilidades políticas recaigan adonde deben hacerlo, las acciones tengan consecuencias, los aliados vulnerables que están en la frontera con Rusia reciban garantías de seguridad y estas garantías resulten creíbles.

También importa comprender, sin hacerse ilusiones pero también sin alarmarse, el nuevo mundo al que nos han arrojado la anexión de Crimea y el derribo del vuelo mh17.

El horror en Ucrania no es la única sorpresa que trae claridad a su paso. Con la proclamación de un califato terrorista en las regiones fronterizas de Siria e Iraq, la disolución de la configuración de Estados que establecieron Mark Sykes y François Georges-Picot en su tratado de 1916 se dirige a un feroz desenlace. El autoproclamado Estado Islámico es algo nuevo bajo el sol: terroristas-extremistas con tanques, pozos petroleros, territorios propios y una habilidad escalofriante para dar publicidad a las atrocidades. El poder aéreo es capaz de detener su avance pero no de derrotarlos, y las fuerzas terrestres con que cuenta Estados Unidos –los peshmergas kurdos– van a tener más que suficiente con defender su patria. En Siria, Assad ha entregado las provincias del desierto al Estado Islámico. En cuanto a los iraquíes, los chiíes defenderán sus lugares sagrados en el sur, pero no pueden retomar Mosul, al norte.

Si, como parece probable, el califato resiste, en la región no habrá ningún Estado seguro. Israel puede, una vez más, “cortar el pasto” en Gaza, pero bombardear civiles no le asegura un futuro pacífico. Hasta que palestinos e israelíes reconozcan que hay un enemigo al que deben temer más de lo que se temen entre sí –la absoluta desintegración del orden mismo– no habrá paz en su región.

En el este asiático, las fuerzas navales de China y Japón se vigilan mutuamente, plataformas petroleras chinas perforan en aguas que están en disputa y, entre las capitales asiáticas, vuelan acusaciones beligerantes. China no habla ya el idioma del “ascenso silencioso”. La musculosa política exterior de Xi Jinping causa alarma en Vietnam, Corea del Sur, Japón, Taiwán, Filipinas y Estados Unidos.

Intuimos que todos estos elementos de discordia se relacionan, pero resultaría simplista afirmar que el elemento común es la incapacidad de Barack Obama para dominar la conmoción de la época que vivimos. Eso sería asumir que una administración estadounidense más sabia habría sido capaz de mantener la unidad de las placas tectónicas de un orden mundial que la ascendente presión volcánica del odio y la violencia está separando.

El derribo del vuelo mh17 y el surgimiento del califato nos hacen repensar qué era lo que mantenía unidos esos dos patrones. Hasta que se desvaneció la esperanza de la Primavera Árabe, las clases medias moderadas y globalizadas de la región creían tener el poder para marginar a las fuerzas de la furia sectaria. Debemos haber imaginado que con internet, los viajes aéreos globales, Gucci en Shanghái y bmw en Moscú, el mundo se volvía uno. Caímos víctimas de la ilusión que acarició la generación de 1914: que la economía tendría más fuerza que la política y que el comercio global limaría las rivalidades imperialistas.

Esa impresión se tenía al inicio. En la fase de globalización, que comenzó después de 1989, Rusia abasteció de gas a Alemania; Alemania abasteció a Rusia de bienes manufacturados e industriales medulares; China adquirió la deuda del Tesoro de Estados Unidos y Apple manufacturó sus gadgets en China. Pensamos que, al menos por un tiempo, con la llegada de internet, una herramienta global de información compartida consignaría la arraigada hostilidad ideológica de la Guerra Fría a la historia.

En realidad, la tercera fase de globalización no creó más convergencia política de la que destruyó la primera fase en 1914 o la segunda que llegó a su fin en 1989. Resultó que el capitalismo es promiscuo en lo político. En vez de contraer matrimonio con la libertad, el capitalismo estaba igualmente feliz metiéndose a la cama con el autoritarismo. De hecho la integración económica agudizó el conflicto entre las sociedades abiertas y las cerradas. Desde la frontera de Polonia hasta el Pacífico, desde el Círculo Ártico hasta la frontera con Afganistán, comenzó a formarse un nuevo competidor político de la democracia liberal: autoritario en su forma política, capitalista en su economía y nacionalista en su ideología. Lawrence Summers ha llamado a este nuevo régimen “mercantilismo autoritario”. La expresión sugiere el papel central del Estado y de las empresas estatales en las economías rusa y china, pero resta énfasis al crudo elemento del amiguismo, fundamental para los gobiernos de Pekín y Moscú.

Gracias a la globalización misma, el capitalismo autoritario –permítanme llamarlo así– se ha convertido en la principal competencia de la democracia liberal. Sin acceso a los mercados globales, ni Rusia ni China habrían sido capaces de deshacerse de una economía estilo comunista mientras se aferran a una política que sí lo es.

Las economías rusa y china están abiertas a las presiones competitivas de los sistemas de precios globales, pero la distribución de la recompensa económica –quién se enriquece y quién queda sumido en la pobreza– todavía la determina, en gran medida, el aparato estatal centralizado que está en manos del presidente y sus camaradas. Rusia y China son oligarquías “extractivas”: a excepción de unos cuantos miembros de un grupo, los ciudadanos no tienen acceso a los frutos del poder económico y político. En ambas sociedades, el Estado de derecho y el sistema judicial independiente solo existen en el papel. Tanto los oligarcas como los disidentes saben que si montan cualquier ofensiva política contra el régimen se usará la ley para aplastarlos.

Los expertos occidentales no dejan de insistir en que los chinos y los rusos son aliados, no rivales. Es cierto que, cuando ambos países eran comunistas, llegaron a los golpes en una fecha tan reciente como 1969. Aun hoy, más que una convicción, el suyo es un “eje de conveniencia”. Stephen Kotkin ha señalado que el intercambio comercial entre ellos es mucho menor que el que tienen con Occidente. Pero los dos países han descubierto una verdad que los mantendrá unidos aún con más fuerza en el futuro: han aprendido que la libertad de mercado capitalista es lo que permite a sus oligarquías conservar el control político. Entre más libertades privadas les permitan a sus ciudadanos, menos demandarán libertades públicas. La libertad privada –vender y comprar, heredar, viajar, la posibilidad de quejarse en la intimidad– mantiene el descontento a raya. Más aún, la libertad privada permite crecimiento, algo imposible bajo control del Estado.

Ahora, a la luz de lo ocurrido con el vuelo mh17 y del conflicto en Crimea, los “autoritarios internacionales” enfrentan una disyuntiva: dejar de desafiar a Occidente o arriesgarse a fracturar la globalización misma.

En la espiral descendente de ira y recriminaciones por Ucrania, cada una de las facciones del conflicto busca reducir el grado en que se expone económicamente al otro. Putin ha prohibido las importaciones agrícolas provenientes de los países que le han aplicado sanciones, amenaza con cerrar el espacio aéreo siberiano a las aerolíneas occidentales y quiere reducir la importación de maquinaria alemana y de tecnología de defensa occidental.

De pronto reaparecen en la agenda rusa la sustitución de las importaciones y la autarquía, dos ideas que llevaron al mundo comunista a un callejón sin salida económico. A la vez, los alemanes quieren reducir su dependencia del gas ruso y los chinos su dependencia del petróleo que proviene de la volátil zona del Medio Oriente. En la nueva atmósfera de paranoia mutua, los Estados no quieren comprar hardware o software que provenga del otro lado por miedo a que sus sistemas de defensa y de inteligencia queden expuestos a una filtración. En esta carrera por la seguridad, los aliados solo quieren hacer negocios con aliados. Los estadounidenses y los europeos seguramente tratarán de acelerar un amplio pacto de libre comercio entre ellos para reducir su dependencia de los nuevos autoritarios.

A la vez, ninguna de las partes quiere volver a la Guerra Fría, en especial los rusos y los chinos, que necesitan la globalización para hacer crecer sus economías y para contener el descontento doméstico. Por el momento, el flujo de importaciones y exportaciones que realmente se ven afectadas por las sanciones sigue siendo mínimo, en comparación con los gigantescos volúmenes del comercio global. Sin embargo, tanto para los líderes de Oriente como para los de Occidente, existe la tentación de impulsar a sus economías hacia atrás, hacia la autarquía, en nombre de la autoconfianza, a medida que descubren hasta qué grado su margen de maniobra política está constreñido por su dependencia económica con el otro bando. Ninguno de estos líderes quiere destruir la globalización, pero quizá ninguno de ellos pueda controlar en su totalidad el retroceso hacia un pasado autárquico.

La autarquía ya gobierna el mundo virtual de la información. En una era que supuestamente debía traernos una información global común, basada en un internet sin fronteras, resulta increíble lo autárquicos que se han vuelto los sistemas de información de cada uno de los bandos. Hace mucho tiempo que China impuso un control soberano sobre su internet, y policías espían y patrullan las fronteras de la “Great Firewall” para asegurarse de que los refunfuños del chat jamás se eleven al nivel de una amenaza contra el régimen. El Kremlin ha envuelto a su pueblo en una burbuja propagandística tan efectiva que, como dijo Angela Merkel hace poco, hasta el mismo Vladimir Putin está encerrado “en su propio mundo”.

A medida que Rusia y China reducen su grado de exposición económica con el otro y crean universos paralelos pero cerrados de información, los nuevos autoritarios están recurriendo a los mercados y a las reservas energéticas de uno y otro. En un encuentro reciente, Putin y Xi Jinping firmaron un acuerdo energético y de infraestructura a largo plazo que selló una alianza estratégica de tres décadas. Sus viejas disputas fronterizas han estado suspendidas desde el acuerdo que suscribieron en 2005. Después de haber descuidado su lejano oriente durante mucho tiempo, ahora Rusia acepta la hegemonía de los chinos en la región del Pacífico. Lo que hace que esta alianza autoritaria sea estable –aunque carezca de amor– es que China desempeña el papel de la pareja dominante mientras que Putin se encarga de los gemidos ideológicos.

Lo que Putin deja asentado, con una claridad ponzoñosa, desde luego, es su resentimiento hacia el “Leviatán liberal”, Estados Unidos y su red global de alianzas envolventes. En esto, tiene a un socio dispuesto en China. Mientras que para Occidente Crimea y el vuelo mh17 marcaron el momento en que se desmoronó el orden internacional posterior a 1989, para los rusos y los chinos la fractura ocurrió quince años atrás, cuando los aviones de la otan bombardearon Belgrado y alcanzaron a la embajada china. Ese momento unió a los autoritarismos chino y ruso en el panorama mundial. El precedente de Kosovo –la secesión unilateral de una gran potencia, orquestada sin el consentimiento de Naciones Unidas– dio a Putin el pretexto para actuar en Crimea, con la cautelosa aprobación de Pekín.

En los días por venir, no hay duda de que los autoritarios usarán sus asientos en el Consejo de Seguridad para defender al dictador sirio y obstaculizar la intervención humanitaria multilateral en cualquier sitio donde sus intereses estén directamente involucrados. Ambos países han sido los principales beneficiarios estratégicos de los reveses estadounidenses en Levante y, si con certeza podemos predecir más caos y violencia en Medio Oriente, será porque a ambos les conviene permanecer ahí desempeñando su papel de saboteadores, dejando que Estados Unidos cargue con toda la culpa de que la configuración estatal se haya fragmentado, desde Trípoli hasta Bagdad.

Ahora las preguntas fundamentales son si los nuevos autoritarios tienen estabilidad y si son expansionistas. Las oligarquías autoritarias pueden tomar decisiones rápidamente, en tanto que en las sociedades democráticas es necesario luchar para vencer a la oposición, a la prensa libre y a la opinión pública. También pueden canalizar sin contratiempos emociones nacionalistas a través de aventuras militares en el extranjero. Después de la toma de Crimea, los vecinos de China en Asia deben estar preguntándose en qué momento el régimen de Pekín empezará a usar la “protección” de los chinos como excusa para entrometerse en sus asuntos internos.

Sin embargo, las oligarquías autoritarias también son frágiles. Deben controlarlo todo o pueden perder el control de todo. Bajo los gobiernos de Stalin y de Mao la aspiración cada vez mayor que la gente tenía de ser escuchada fue aplastada mediante la fuerza. Bajo el capitalismo autoritario tiene que permitirse cierto grado de libertad privada. Pero, a medida que crecen sus clases medias, también lo hacen sus demandas por expresar su voz política y ese tipo de exigencias pueden resultar desestabilizadoras. La desestabilización de China llegó en 1989 en la Plaza de Tiananmén. A fines de 2011 y 2012 manifestaciones masivas en Moscú retaron al régimen ruso. Ambos regímenes sobrevivieron reprimiendo severamente el descontento doméstico, proscribiendo la ayuda externa a las organizaciones internas de derechos humanos y llevando a cabo aventuras militares en el extranjero, diseñadas para distraer a la clase media con causas nacionalistas unificadoras.

La nueva agresividad de China en Asia está impulsada por muchos factores, incluida la necesidad de hallar suministros energéticos fuera de sus costas, pero también por un deseo de reanimar a su ascendente clase media en torno a lo que Xi Jinping denomina el “sueño chino”: una visión estratégica en la que China desplaza a los estadounidenses como hegemonía regional en Asia.

La administración del presidente Obama se ha vuelto hacia la región asiática para enfrentar el desafío chino, pero menospreció a los rusos hasta los sucesos de Crimea. Dio por hecho que Putin estaba a la cabeza de una sociedad decrépita, deteriorada demográfica y económicamente. Fue ilusorio pensar así. La abundancia de recursos naturales de Rusia da a Putin una fuente de ingresos estatales, mientras que la libertad privada funciona como una válvula de seguridad que permite al régimen contener el descontento democrático. Los nuevos autoritarios se encuentran estables, y resulta complaciente suponer que se encaminan al colapso bajo el peso de la contradicción que existe entre libertad privada y tiranía pública. Hasta ahora han manejado esta incompatibilidad con suficiente pericia como para brindar poder a sus gobernantes y riqueza a su pueblo.

Los nuevos autoritarios tampoco carecen de “poder suave”. Su modelo es atractivo para las élites corruptas y extractivas de todas partes, incluso en Europa oriental, donde el disidente húngaro convertido en populista autoritario Viktor Orbán eligió la semana posterior al derribo del vuelo mh17 para proclamar su visión de Hungría como una “democracia iliberal”.

Los nuevos autoritarios tampoco carecen de una aparente legitimidad. El Partido Comunista chino se vende a sí mismo como una meritocracia, y con cada pacífica renovación de su cúpula dirigente se fortalece este principio de legitimidad. La de Putin es más incierta porque su oligarquía es todo menos meritocrática. Para construir el apoyo popular ha protegido a la Iglesia, ha fomentado una tóxica nostalgia por Stalin e incluso se ha presentado como el heredero del conservadurismo orgánico de la intelligentsia rusa del siglo XIX.

Por ejemplo, ordena a sus gobernadores regionales leer las obras de Ivan Ilyin, pero de seguro no los volúmenes en los que el conservador antibolchevique reivindicaba un país redimido por “la conciencia de la ley”. La camerata ideológica de Putin ha dado nueva vida a Konstantin Leontiev, otro eslavófilo conservador del siglo XIX, pero no al Leontiev que públicamente despreciaba la homofobia. En la China y la Rusia oficiales, la beligerancia contra la igualdad homosexual no es una característica accidental, sino algo imprescindible para la imagen que tienen de sí mismas como baluartes contra el decadente relativismo moral de Occidente.

Sin embargo, en particular los nuevos autoritarios hacen un llamado nacional, no universal, a la legitimidad. Mao pudo haber alentado a los maoístas desde Perú hasta París, pero el actual régimen revolucionario no tiene tales ambiciones y resulta poco probable que Putin proclame, como Stalin, que su país es una inspiración para todos aquellos que buscan emanciparse del yugo capitalista.

El constante reto de tener la casa en orden mantiene a raya las ambiciones globales de los gobernantes chinos. Saben que aún hay varios cientos de millones de campesinos pobres a los que es necesario integrar a la economía moderna. Pasarán décadas antes de que su renta per cápita se acerque a niveles occidentales. Putin sabe también lo miserablemente pobres que todavía son las regiones más alejadas de Rusia después de quince años bajo su gobierno. Como resultado, ni China ni Rusia están en posición de abandonar la integración económica mundial, ni pueden apostar más que a la hegemonía en sus respectivas regiones.

Aun así, todavía no hay respuesta para la pregunta por la manera en que Rusia y China definen sus regiones y sus esferas exclusivas de influencia. En particular, las acciones de Putin han hecho de este un asunto inaplazable. Como exagente de la kgb el momento de más oscuridad de Putin fue la quema de libros de claves soviéticos en la sede de la agencia en Dresde, en noviembre de 1989. Seguramente debe sentir nostalgia por el terror que el Estado soviético era capaz de infundir en sus enemigos, tanto en el interior como en el extranjero. Putin es un sibarita del miedo, pero cualquier auténtico maestro del arte del terror debe saber hasta dónde puede llegar. Aparentemente, Putin comprende los límites de sus capacidades intimidatorias.

A pesar de su discurso de “proteger” a los rusoparlantes en el “extranjero cercano”, parece poco probable que Rusia intervenga en alguno de los Estados bálticos, siempre y cuando el artículo 5 de la otan sobre la garantía de seguridad no pierda credibilidad. Putin estará satisfecho con mantener a los pueblos bálticos en el qui vive, obligándolos a respetar los derechos de las minorías rusas y a gastar en defensa más de lo que les gustaría. Tampoco tocará a Polonia, la República Checa, Rumania, Bulgaria o los Estados balcánicos. Putin acepta que ellos han abandonado su órbita, aunque su servicio secreto hará todo lo posible para desestabilizar la política de esos países.

Sin embargo, Georgia y Ucrania están en la frontera con el mar Negro y esto hace que su posición sea de vital interés nacional para Rusia. Si cualquiera de los dos cediera a la otan el derecho a tener una base en el mar Negro, eso tendría un efecto en el acceso de Rusia hacia el Mediterráneo, a través de los estrechos de Turquía y, por lo tanto, limitaría el papel ruso como potencia en Medio Oriente. Estas preocupaciones estratégicas serían totalmente reconocibles al conde Gorchákov o a cualquier diplomático zarista del siglo XIX. Igualmente tradicional –e igualmente ruso– ha sido que Putin estableciera relaciones privilegiadas con las cleptocracias musulmanas en su frontera sur. Desde tiempos zaristas, los corruptos gobernantes musulmanes han sido sus tributarios.

Puede que los objetivos estratégicos de Putin sean tradicionalmente rusos, pero es justamente esto lo que alarma a los nacionalistas ucranianos. Antes del derribo del vuelo mh17, antes de que redoblara su apoyo a la insurrección del este de Ucrania, era razonable suponer que sus metas estratégicas eran limitadas y creer que quería desestabilizar a Ucrania sin necesidad de hacerse cargo de sus múltiples problemas. También era razonable suponer que se sentía feliz de que Estados Unidos cargara con el peso de corregir la desplomada economía de Ucrania.

Tras el derribo del vuelo mh17, después de que las fuerzas ucranianas cercaran Donetsk y cortaran las líneas de abastecimiento que los insurgentes tenían con la misma Rusia, predecir el camino que tomará Putin se ha vuelto más complicado. ¿Redoblará esfuerzos una vez más para romper el cerco de los separatistas? ¿Intentará estabilizar un enclave ruso y congelarlo en el sitio, tal y como lo ha hecho con territorios-clientes dentro de Moldavia y Georgia? ¿O hará un recuento de sus pérdidas y entregará a los separatistas por el bien de una paz geoestratégica y una mayor integración global? Putin se ha arrinconado a sí mismo y, aunque buscar la paz parece razonable, no lo ha sido en lo que a Ucrania se refiere.

Tampoco está confrontado con fuerzas racionales. Ucrania no es un tablero de ajedrez, y los juegos geoestratégicos que se llevan a cabo allí siempre logran salirse del control de quienes los inician. Justo debajo de la superficie bullen emociones de fuerza volcánica, potenciadas por dos narrativas genocidas que compiten entre sí –una, rusa; la otra, ucraniana–, que se niegan a reconocer la verdad del otro. La narrativa rusa que presenta a los nacionalistas ucranianos como fascistas explora el hecho de que, efectivamente, muchos ucranianos dieron la bienvenida a los nazis durante la invasión de 1941 y algunos se convirtieron en colaboradores de los alemanes en el exterminio de sus vecinos judíos.

Según la narrativa ucraniana con la que compite, Putin busca imponer de nuevo el dominio soviético; el mismo dominio que tuvo como resultado la inanición forzada de millones de campesinos ucranianos entre 1931 y 1938. En las “tierras de sangre” de Ucrania, la memoria de aquella hambruna –llamada el Holodomor– confronta la memoria del Holocausto. No es que los provocadores –quienes explotan este pasado venenoso con el propósito de dividir– estén solo del lado ruso. Hay nacionalistas ucranianos armados y enardecidos a quienes nada les gustaría más que provocar al oso ruso. Se necesitaría apenas una chispa para que Ucrania quedara envuelta en llamas y los rusos intervinieran, esta vez, con toda su fuerza, a fin de “proteger” a las etnias rusas consolidando un Estado en el este, contiguo a la frontera rusa.

Una política occidental inteligente debe mantener este caldero por debajo del punto de ebullición ayudando a Ucrania a vencer la secesión lo antes posible. Una vez lograda la victoria militar, es posible conciliar, y solo entonces Occidente puede usar su influencia para someter a los extremistas ucranianos que buscan imponer una paz cartaginense. Los expertos occidentales en constituciones deberían ayudar a Ucrania a transferir poder a las regiones y a garantizar a los rusoparlantes un lugar de pleno derecho en el futuro político del país. A largo plazo, Europa debería darle a Ucrania un itinerario para acceder a la Unión Europea. Las instituciones financieras internacionales deberían emplear los préstamos condicionados para obligar a la corrupta élite política ucraniana a hacer una limpieza en casa. En 1994, cuando Ucrania entregó sus armas nucleares, Estados Unidos y Gran Bretaña se negaron a garantizar su seguridad. Ahora, tras las amenazas a la soberanía ucraniana, la otan sencillamente tendrá que hacerlo. La finlandización –neutralidad para Ucrania– no es una alternativa con la que se pueda trabajar mientras Crimea permanezca anexionada y continúe el riesgo de un nuevo enclave ruso en Ucrania oriental.

En Europa y en Estados Unidos resultará difícil persuadir al público, atónito y profundamente temeroso de la guerra, de que acepte todo esto. Incorporar a Ucrania a la Unión Europea y protegerla a través de las fuerzas de la otan es decir “más Europa”, algo difícil de vender en una época en que tantos europeos quieren menos Europa. Muchos reformistas ucranianos y muchos líderes europeos consideran prematuro unirse a la otan.

Por reticentes que se muestren los europeos, permitir que Europa se divida en dos, mientras a las puertas de la frontera sureste languidecen naciones como Ucrania, es una receta para que estalle la guerra civil y se dé el expansionismo ruso. Hasta que ocurrió el derribo del vuelo mh17 resultaba imposible convencer al electorado de Europa occidental de que esto es así. A partir de lo sucedido con el vuelo mh17, se ha vuelto más fácil.

El reto más difícil consiste en imponer sanciones a los rusos sin lanzarlos a los brazos de los chinos. Mantener las líneas abiertas para estos dos autoritarios, mientras se obliga a uno a pagar el precio por el derribo del vuelo mh17 y por Crimea, requiere de un criterio sofisticado. Esto es más que un mero ejercicio de compensación de señales a los competidores autoritarios. Lo que está en juego en esta calibración de sanciones es la dirección que tomará la globalización en el futuro, tanto si la economía mundial se inclina hacia una mayor apertura como si lo hace en dirección a la autarquía.

Es necesario diseñar una política para no volver a caer en la autarquía, sobre todo en medio de un clima de furia y recriminación. Una economía internacional abierta –en la que los mercados de capitales no estén politizados, y en la que pueblos libres comercien con los que no lo son– ha sido, en general, algo bueno para todos, aun cuando significa que los regímenes autoritarios son capaces de estabilizar un orden extractivo y predador.

Si la globalización ha sido algo bueno para la democracia liberal y para el capitalismo autoritario, es importante no ahondar la separación que existe entre ellos y orillarlos hacia un abismo infranqueable. Hay quienes sentirán que es refrescante odiar a Putin y gente de su calaña, pero esa es una guía muy pobre para establecer una política. El único orden global que tiene alguna oportunidad de mantener la paz es un orden pluralista que acepte que existen sociedades abiertas y sociedades cerradas; algunas libres y otras autoritarias. Un orden pluralista es aquel en que vivimos con líderes que apenas podemos tolerar y sociedades cuyos principios tenemos buenas razones para despreciar.

Podemos y debemos contener a los nuevos autoritarios, pero hace falta recordar que la doctrina de contención de George Kennan no buscaba derribar los regímenes autoritarios de su tiempo ni tampoco convertirlos a la democracia liberal. Más bien, su doctrina pretendía evitar la guerra en un mundo pluralista y darle a la democracia liberal el tiempo necesario para crecer y prosperar en una competencia pacífica con el otro bando. Quienes hacen un llamado para que exista un frente ideológico unido, un credo liberal combatiente, harían bien en recordar lo que respondió Isaiah Berlin cuando se le pidió un credo entusiasta para los liberales de la Guerra Fría:

En verdad no creo que la respuesta al comunismo sea una fe contraria, de igual fervor y militancia, etcétera, porque hay que luchar contra el demonio con las mismas armas que el demonio. Para empezar, nada es más propenso a la creación de una “fe” que reiterar constantemente que la buscamos, que debemos encontrarla, que estamos perdidos sin ella, etcétera.

Durante la Guerra Fría la autodramatización ideológica llevó a Estados Unidos al macarthismo y al aventurismo militar en el extranjero, desde Vietnam hasta Nicaragua. Además, no es nada convincente involucrarse en una batalla ideológica en el extranjero a favor de la democracia liberal, cuando resulta tan evidente que primero se necesita renovarla en casa.

El poderío estadounidense no ha perdido su arrolladora credibilidad, siempre y cuando se use en pequeñas cantidades, con perspicacia y cuidado. El verdadero problema es la disfunción democrática que existe en casa: el impasse que se ha extendido a lo largo de toda una generación entre el Congreso y el Ejecutivo, lo polarizadora y poco realista que se ha vuelto la discusión política, el estrepitoso fracaso para controlar el denigrante poder que tiene el dinero en la política, mientras que la desigualdad es más flagrante que nunca. El resultado es el debilitamiento de los bienes públicos compartidos y una desilusión cada vez más grande con la democracia misma. Otras democracias enfrentan retos parecidos pero logran contrarrestar la influencia del dinero sobre la política y han podido lograr de nuevo un equilibrio de su sistema político para que el Ejecutivo y el Legislativo funcionen con efectividad. En la guerra de ideas con los nuevos autoritarios es bueno saber que hay una gran variedad de democracias liberales a la vista, una gran variedad de formas posibles de “llegar a Dinamarca”.

Sin embargo, la estadounidense sigue siendo la democracia cuya salud determina la credibilidad misma del modelo liberal capitalista. El medio siglo transcurrido desde la guerra de Vietnam no ha sido una época feliz para Estados Unidos, ni en lo doméstico ni en lo internacional, pero una serie de tenebrosas narrativas acerca del declive secular estadounidense, por mucho ahínco con el que los enemigos de Estados Unidos puedan absorberlas, parece hacer a un lado la histórica capacidad de los estadounidenses para renovarse institucionalmente: en la era progresista, el New Deal, la Nueva Frontera. Tampoco toma en cuenta los datos duros respecto a la posición dominante que tienen las compañías estadounidenses en las tecnologías que están moldeando el siglo XXI.

Si Vladimir Putin y Xi Jinping –e incluso el Estado Islámico– apuestan por el declive de Estados Unidos llevan todas las de perder. A la vez, no cabe duda de que Richard Haass, presidente del Consejo para Relaciones Exteriores, está en lo cierto cuando afirma que una política exterior capaz de enfrentar el doble reto del nuevo autoritarismo y del nuevo extremismo debe comenzar con un esfuerzo sostenido de construcción nacional.

De continuar la disfunción democrática, se corre el riesgo tanto de una parálisis interna como de un horrendo afán de aventuras militares en el exterior, en vista de que las administraciones estadounidenses –igual que sus rivales autoritarios– se vean tentadas a distraer el descontento doméstico con guerras en el extranjero. Después del vuelo mh17, Crimea, el sangriento califato que crece en las riberas del Tigris, y la creciente tensión en el mar de China, no necesitamos violentas aventuras en el extranjero y menos aún palabras que no estén sustentadas en acciones. Necesitamos una Europa y un Estados Unidos cuyos pueblos vuelvan a creer en sus propias instituciones y en sus reformas, y acepten la oportunidad de probar de nuevo que son capaces de sobrevivir a sus adversarios, tanto autoritarios como extremistas. ~

El análisis político de coyuntura

El análisis político de coyuntura En tomo a El dieciocho brumario de Luis Bonaparte
Miguel González Madrid
Presentación
En la primavera de 1992, la primera edición de El dieciocho brumario de Luis Bonaparte de Karl Marx habrá cumplido su CXL aniversario. Marx se había interesado por estudiar la coyuntura política francesa de 1848 a 1851, que tuvo como resultado el golpe de Estado de Luis Bonaparte, sobrino de Napoleón Bonaparte. Al aplicar en forma magistral su concepción materialista de la historia, que había esbozado en escritos como La ideología alemana, demuestra “cómo la lucha de clases creó en Francia las circunstancias y las condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar el papel de héroe”.
Sobre esa misma coyuntura, pero de 1848 a 1850, Marx había escrito una serie de artículos bajo el título común de De 1848 a 1849, para su publicación en la revista por él editada, La Nueva Gaceta Renana, en sus números 1,2 y 3. Un artículo más, que extendía el análisis a los acontecimientos de 1850, se publicó posteriormente en la revista. F. Engels se encargará, en 1895, de publicar en un solo folleto esa serie de artículos bajo el título de Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850.
Los artículos publicados en La Nueva Gaceta Renana seguramente sirvieron como borrador a Marx para escribir El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, agregando otros materiales por él producidos en 1851.
El interés de Marx por estudiar esa coyuntura estaba asociado al curso que por entonces estaban tomando las revoluciones burguesas en Europa. Aunque entre 1843 y 1848 Marx había insistido en su propuesta de colocar al proletariado como la única clase verdaderamente “revolucionaria”, capaz de romper las cadenas de la dominación burguesa, en realidad las condiciones materiales de existencia del proletariado no habían madurado, solamente en Francia esta clase mostraba un grado más elevado de desarrollo político.
En condiciones materiales, políticas, históricas y nacionales, Marx encontraría poco a poco limitaciones a su concepción filosófica sobre la revolución proletaria. Por ello, Marx comprendió que este proyecto no podía erigirse sobre un acto de voluntarismo político, y que entonces hacía falta explicar y entender los fundamentos materiales de la dominación burguesa (cfr. El Capital).
Por muchos motivos El dieciocho brumario de Luis Bonaparte puede ser releído (o leído, por quienes no lo conocen) hoy en día, a la luz de acontecimientos mundiales que han hecho estremecer y derrumbarse estructuras de poder, formatos de representación, movimientos políticos, etc., tanto del lado del capitalismo como del socialismo “real”. No es nuestro objetivo presentar enseguida un estudio sobre estas cuestiones, sino abordar un aspecto de esa obra que, en cierto modo hasta ahora, no ha sido reconocido suficientemente en las ciencias sociales: el análisis político de coyuntura. Muy lejos está esa obra de pasar como un escrito más del marxismo. Y precisamente en esta etapa crucial, y no sólo por el CXL aniversario, es que El dieciocho brumario de Luis Bonaparte debe ser revalorado como una obra con una aportación específica a las ciencias sociales de nuestro tiempo.
Además de constituir una aportación teórica sobre la explicación de algunos de los elementos específicos del Estado capitalista, El dieciocho brumario de Luis Bonaparte (DB, en adelante), que Marx escribiera en 1852 siguiendo previamente los acontecimientos histórico-políticos de Francia, en la coyuntura de 1848 a 1851,(1) también es considerada como una obra que contribuye de manera implícita a la configuración del esquema de análisis político de coyuntura. Más particularmente, se encontraría ahí esbozado, a grandes rasgos, el método marxista de análisis político de coyuntura.
Marxistas como Lenin, Gramsci, Mao Tsetung y Poulantzas, posteriormente hicieron aportaciones relevantes en la definición de un método de análisis político, sin circunscribirse al solo ámbito de la explicación de coyuntura. Lenin, por ejemplo, en varios de sus escritos busca explicar el contexto histórico y político de la Rusia de su tiempo, apuntando por otra parte, hacia la búsqueda de las condiciones necesarias para efectuar la revolución proletaria.(2)
Gramsci, a su vez, llega a proponer algunos elementos para el “análisis de las situaciones, correlaciones de fuerza”, proporcionando además análisis políticos de coyuntura sobre el fascismo, de gran valor sobre todo por la percepción de la relación compleja y desigual del Estado con los intereses de las diversas fracciones de la burguesía fascista. y por la determinación de pautas en la lucha contra el fascismo.(3)
De Mao Tse tung se cuenta con algunos escritos que simplifican la idea de la multiplicidad de aspectos de la que él llama “ley de la contradicción”, como “ley fundamental de la dialéctica materialista”, aplicándola en su comprensión de los problemas del pueblo chino (los problemas de la cooperación agrícola, de los intelectuales, de la industrialización, de las minorías nacionales, etc.),(4) y admitiendo la particularidad nacional e histórica de éste.
Finalmente, Poulantzas elabora, en 1968, una serie de propuestas teóricas sobre el Estado capitalista, cuyo círculo lógico cierra con la diferenciación y relación “de las estructuras con el campo de las prácticas de clase, […y] la relación particular del Estado y de la coyuntura, que a su vez constituye el lugar donde se descifra [aquélla]”.(5) En 1975, Poulantzas publica una muestra de análisis coyuntural en torno de las dictaduras militares en España, Portugal y Grecia, concentrándose en el balance de la correlación de fuerzas que, en un primer momento, sustentaron esas dictaduras y, en un segundo momento, provocaron su crisis.(6)
El análisis de coyuntura y la construcción de la historia
Enrique de la Garza (7) sostiene que en el DB Marx presenta “el estudio de una coyuntura específica”, la de 1848-1851 en Francia, cuyo punto de partida lo constituye un acontecimiento histórico relevante (la caída de la monarquía de Luis Felipe, en febrero de 1848) y cuyo objetivo es la explicación del golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851, efectuado por Luis Bonaparte de acuerdo con la lógica de los acontecimientos políticos significativos ocurridos y de la correlación de fuerzas manifestada en lo que Marx llama la “escena política”.
En el DB, Marx elabora una explicación “reconstructiva” de la realidad histórico-política francesa en una coyuntura determinada y “a partir del análisis de las correlaciones de fuerzas de la lucha de clases”,(8) que, si bien se manifiestan en el nivel propiamente político, constituyen en realidad una síntesis entre lo político y lo económico, entre la superestructura y la base económica.(9)
Al registrar la secuencia de los acontecimientos y determinar las transformaciones políticas, Marx establece una periodización histórica que le permite distinguir, para explicar estas transformaciones, los cambios en la correlación de fuerzas, la especificidad orgánica y los intereses de cada una de éstas, hasta arribar al cambio culminante: el golpe de Estado.
Aparte de la apreciación subjetiva que tenía acerca de Luis Bonaparte (“un personaje mediocre y grotesco”), Marx demuestra, en contraste con los puntos de vista de Víctor Hugo y de J. Proudhon sobre el mismo acontecimiento, “cómo la lucha de clases creó en Francia las circunstancias” para que el sobrino de Napoleón procediera a efectuar ese golpe de Estado.(10)
En el mismo sentido, Engels, en el prólogo a la tercera edición del DB, reconoce que Marx fue “el primero que descubrió la gran ley que rige la marcha de la historia”, “según la cual todas las luchas históricas [políticas, religiosas, filosóficas] no son, en realidad, más que la expresión más o menos clara de luchas entre clases sociales”, condicionados, “a su vez, por el grado de desarrollo de su situación económica”.
Como muestra de esta concepción de la historia, el propio Marx, en el segundo párrafo de su obra, adelanta la tesis que en 1845 había esgrimido contra Feuerbach y Hegel, acerca de que “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y transmiten el pasado”: “He aquí -dice Engels en su prólogo-por qué Marx no sólo estudiaba con especial predilección la historia pasada de Francia, sino que seguía también en todos sus detalles la historia contemporánea”.
No obstante que Marx parece ocuparse fundamentalmente de un acontecimiento político, siguiendo los cambios en la correlación de fuerzas y la diversa y desigual presencia de éstas en la escena política y, en consecuencia, en la esfera del Estado, algunos estudiosos del DB coinciden en afirmar que en realidad la categoría de totalidad llega a constituirse en un concepto-guía, en un concepto-ordenador de la unidad de la multiplicidad histórica.
Aunque Nicos Poulantzas sustituye este concepto por el de “Todo social”,(12) proporciona una idea precisa del tipo de análisis político presente en el DB, al sostener que la coyuntura no sería sino la condensación de las contradicciones del todo social en un momento determinado de la historia con predominio de lo político.
La totalidad o el “todo social”, entonces, no sería el todo caótico, el concreto real a simple vista, sino más bien la condensación de las contradicciones del todo en un momento histórico determinado, pero cuya percepción sólo puede efectuarse como concreto de pensamiento en un proceso simultáneo al de la distinción de los sujetos-actores y de las circunstancias que, necesariamente, resulta de una concepción teórica y epistemológica de la realidad y, en consecuencia, de un cierto modo de devenir de los acontecimientos.
En este orden, el análisis político de coyuntura, como el que encontramos en el DB, constituiría un esfuerzo por explicar la realidad, al reconstruir su particularidad espacio-temporal, percibiéndola a partir de una determinada construcción teórica y epistemológica y descubriendo su lógica de funcionamiento y de transformación. Llevado hasta este punto, el análisis de coyuntura abre un abanico de posibilidades sucesivas de tránsito de la explicación fundada en la identificación de fuerzas relevantes, de contradicciones principales, de resultantes de un conjunto de fuerzas, etc., a la presentación de escenarios de la realidad ulterior inmediata, derivados del manejo de esquemas hipotéticos construidos con numerosas variables; lo mismo a la preferencia por un posible curso ulterior del presente, pero cuya configuración ideal no se asimilan a la imaginación utópica, aun considerando al extremo el papel de las clases subalternas como subversivo.
Desde ese punto de vista, por ejemplo, una vez efectuado el análisis del golpe de Estado, Marx se plantea (capítulo VII) algunas interrogantes: “¿por qué el proletariado de París no se levantó después del 2 de diciembre?”; y también algunas respuestas de tipo hipotético: “cualquier alzamiento serio del proletariado habría dado a [la burguesía] nuevos bríos”; o de tipo propositivo-mesiánico: el “proletariado urbano” “tiene por misión derrocar el orden burgués”.(13)
En consecuencia, Marx no parece culminar ese análisis en la indicación y explicación de “lo dado” (qué, cómo y por qué sucedió), sino que además propone el curso necesario de la correlación general histórica de la lucha de clases,”(14) lo que en otros enfoques teóricos y metodológicos aparece como la “posibilidad fundamental” del cambio de la realidad histórica.
Está implícita en la obra de Marx, incluyendo El Capital, una intencionalidad histórica de cambio, de transformación, un cierto proyecto de “trabajar por la humanidad”, como habría sugerido en su declaración de “fe de profesión”, o de hacer la revolución tal como llega a planteárselo con convicción desde la introducción (en 1844) a su Crítica de la filosofía del Estado de Hegel.
No obstante el nexo lógico en el análisis de coyuntura de Marx, entre la explicación reconstructiva y la explicación propositiva, entre la comprensión de una coyuntura específica y las posibilidades del curso ulterior de la historia, el primer aspecto no queda subordinado necesariamente al segundo. Es decir, que aun aceptando las premisas teóricas y epistemológicas, que sirven de soporte a ese tipo de análisis marxista, las conclusiones pueden variar de un investigador a otro dependiendo no sólo de la especificidad de su propia intencionalidad ético-política y del contexto histórico-político en que discurra, sino también de su propia individualidad teórica, situación que le orillará a elegir entre el arribar al terreno de los simples supuestos de comportamiento de la realidad (cómo pudo ser, en un extremo, o cómo podría ser, en otro extremo, esta realidad) o proseguir hacia el terreno del deber ser (lo deseable, lo utópico, etc.), pasando por escalonamientos intermedios representados, por un lado, en la delimitación de escenarios posibles tipificados, por igual, por la identificación de una tendencia histórico general ya en curso, y por el otro, en la ilustración de un cierto curso lógico de los acontecimientos históricos como expresión única de la necesidad de su propio devenir en un sentido típico (por ejemplo: al feudalismo sucede el capitalismo; y al capitalismo, el comunismo, con sus correspondientes etapas de transición).
La explicación propositiva de Marx se ubica en esos puntos intermedios. En sus escritos políticos y filosóficos se encuentra la idea recurrente del tránsito necesario de una etapa a otra de la historia, del acontecer necesario, etc., pero siempre en asociación con la incidencia de las luchas de un sujeto histórico colectivo: una clase, ya en un modo social de producción, ya en otro, que absorbe, que involucra a las otras a tener que actuar con un cierto sentido e intención política.
Aunque recientemente muchos intelectuales críticos del marxismo han sostenido que las proposiciones de Marx son utópicas, como lo podría “demostrar” el derrumbe de las sociedades que experimentaron el “socialismo real” en Europa del Este, en realidad ellos estarían otorgando poderes de demiurgo a la obra de Marx, como si éste, en una palabra, fuese el autor del curso ulterior de la historia, con un gran poder teleológico.
Marx, ciertamente, sostuvo una serie de proposiciones derivadas de sus análisis del capitalismo, en donde puso al descubierto ciertas leyes del movimiento lógico e histórico del mismo. La necesidad del devenir lógico de la historia se convirtió, sin embargo, en una obsesión atada a la potencialidad del trabajador asalariado como sujeto de rebelión-negación del capital, como supremo factor de subversión admitido por la propia burguesía en su afán por revolucionar sus propias condiciones de dominación. “En los periodos en que la lucha de clases se acerca a su desenlace dice Marx en el Manifiesto del Partido Comunista,”(15) a propósito del carácter “negativo” progresista de la clase asalariada, relevante más en algunas coyunturas que en otras, el proceso de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan violento y tan agudo que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir”.
Ya desde la introducción a la Crítica de la filosofía del Estado de Hegel,(16) Marx concibe al proletariado como el corazón de la emancipación de Alemania (su cabeza: la filosofía)(17) y, en sus escritos posteriores, como la única fuerza capaz de revolucionar las relaciones sociales existentes. Sin embargo, como en el estudio de la coyuntura política francesa de 1848-1851, Marx va descubriendo que el proceso de subversión-revolución, para transformar el capitalismo, no es lineal por el contrario; la contrarrevolución siempre está más o menos presente, desde la exclusión de los representantes políticos del proletariado de las alianzas políticas hasta el golpe de Estado. En consecuencia, las revoluciones proletarias siempre habrían estado frenadas, debilitadas, o modificadas por factores contrarrestantes propios de las circunstancias del momento, por factores de acotamiento, expresados en última instancia en la fuerza de las armas.(18)
El curso necesario de la historia se vería así modificado por dos tipos de factores: uno de carácter subjetivo, por la “acción libre” del proletariado; y otro de carácter objetivo, por la acción de resistencia del Estado y de la burguesía al avance de aquella clase. Para el caso del DB, John F. Maguire, en su libro Marx y su teoría de la política,(19) señala “la duda de que Marx considere fatalmente predeterminado el resultado de los hechos políticos de 1848-1851 o, en caso contrario, en qué sentido lo considera necesario e inevitable”; e indica que en sus análisis Marx sostiene “que las cosas podrían desarrollarse de un modo o de otro de acuerdo con la elección, la determinación y el valor de las diversas partes involucradas”. (20) Este tipo de aseveraciones “implican que los individuos podrían actuar de diversas maneras posibles”, pero además que los individuos “debieran” actuar en una forma y no en otra.
Maguire percibe que Marx siempre tiende a utilizar un “lenguaje exhortador” antes y después del desenlace de los acontecimientos, que más bien lo coloca en el papel del observador frente a la exhibición de una serie de imágenes de celuloide. También sostiene que Marx llega a reconocer la inevitabilidad de los acontecimientos cuyo desenlace, en esta perspectiva, siempre tiene una explicación, pero que no excluye el que los individuos hubieran podido elegir y tomar decisiones diferentes. Más aún, agrega Maguire, se trata de una “inevitabilidad creada”, propiciada por la puesta en juego de intereses diversos de los individuos y de las clases.(21)
La inevitabilidad en cuestión “no es un proceso absolutamente insensible y unilineal”, sino que siempre es resultado del juego de pesos y contrapesos; “no es una necesidad totalmente flexible [sino sujeta a un cierto juego de luchas tendenciales], pero sí exige que demostremos cómo podrían haber actuado los grupos en forma significativamente diferente dada la situación precisa”,(22) concluye Maguire.
El determinismo de Marx estaría, así, atenuado por una serie de posibilidades de elección y de forma de decisiones para arribar a un punto previo. Como en el caso de la proposición engelsiana, en relación con las condiciones de lucha política en la Alemania de finales del siglo XIX,(23) la opción y la decisión de luchar por la vía legal, aprovechando el derecho de sufragio, no estaría fundada, según el propio Engels, sino en el cambio sustancial de las condiciones de lucha, pero sin excluir otras opciones de lucha.
En suma, la historia quedaría así, desde esta problemática, asimilada a una colina cuya cima estaría precedida por múltiples puntos de ascenso, cuya ubicación y pertinencia siempre dependerían de las circunstancias del momento (volveremos sobre esta cuestión precisa de las implicaciones de la relación entre la concepción global de la historia y la explicación de coyuntura).
La periodización histórica
Desde el punto de vista de la intencionalidad política, el análisis político de Marx arriba a una serie de conclusiones cuyo núcleo es la proposición de revolucionar las relaciones y las instituciones capitalistas. Desde el punto de vista teórico y metodológico, sin embargo, Marx no llega a esta proposición central de un modo genérico o idealista, sino según un fundamento histórico que él mismo se encarga de explicar, a partir de la percepción de las contradicciones y de las relaciones dominantes en la sociedad burguesa. Traza así un sentido lógico del despliegue de esta sociedad que, habiendo tenido como punto de partida un proceso de descomposición, de ruptura y de transformaciones del orden social preexistente, culminaría en la manifestación de bruscas luchas sociales, de cambios cíclicos o de rupturas revolucionarias.(24)
El cambio drástico ilustrado por el golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851,(25) por ejemplo, no constituye sino la culminación de un despliegue histórico específico de la sociedad burguesa francesa entre 1848 y 1851. Pero se trata ahí de un despliegue de fuerzas caracterizado, en un primer momento, por la alianza de las clases significativas de esa sociedad o, mejor dicho, de sus representaciones políticas (”la oposición dinástica, la burguesía republicana, la pequeña burguesía democrático-republicana, el proletariado socialdemocrático”),(26) en contra de la monarquía de Luis Felipe, de la “dominación exclusiva de la aristocracia financiera”, de una “parte reducida de la burguesía”, es decir, en contra de una forma de Estado y de un régimen político monárquico de carácter excluyente, que no expresa ni las aspiraciones del proletariado ni las de la “totalidad” de la burguesía.
En un segundo momento, caracterizado por el desplazamiento de unas fuerzas por otras, del proletariado y de la pequeña burguesía por la burguesía dinástica (27) y por la burguesía republicana.(28) En un tercer momento, por la derrota política de la burguesía republicana y de la pequeña burguesía democrático-republicano.(29) Finalmente, en un cuarto momento, por la escisión interna del Partido del Orden de (la burguesía dinástica) y por el ascenso golpista de Luis Bonaparte.
Marx elabora una periodización singular de ese despliegue de fuerzas en la escena política y en el Estado. De la Garza dice correctamente que en el DB los periodos que Marx distingue en el proceso de correlación de fuerzas corresponden “a un cambio” en ésta y “a virajes en la dirección de los procesos”.(30) Aunque Marx no explica ahí su método de análisis, de la lectura se comprende que los criterios de periodización parten de esa distinción de cambios y virajes en la correlación de fuerzas. Así, en los tres grandes periodos, en las fases y en las subfases que se establecen en el DB, se hace referencia a esos cambios.
En el primer periodo (24 febrero-4 mayo 1848), el derrocamiento de la monarquía trae aparejado un “espejismo de confraternización general” y “la fundación fugaz de la República Social“, con la consecuente formación de un gobierno provisional en el que, con excepción del proletariado, se encuentran representadas todas las clases sociales. Aquí el criterio de la periodización está dado por ese cambio drástico, por el derrocamiento de la monarquía, que a su vez crea las condiciones de un formato de compromisos políticos entre las fuerzas prorrepublicanas.
En el segundo periodo (4 mayo 1848-28 mayo 1849), aquella confraternización se disuelve, y cada una de las fuerzas políticas luchan entre sí por imponer sus propios intereses, por imprimir su propio sello a la revolución de febrero, dejando fuera de la escena política -es decir, siendo derrotados en las luchas político-públicas a los republicanos puros y a los socialistas proletarios.
En el tercer periodo, desaparece de la escena política la representación pequeñoburguesa (La Montaña), debilitada en el periodo anterior, y la que Marx considera la única defensora de la República “frente a [la] conspiración monárquica”, mientras el Partido del Orden (PO) se descompone y sucumbe con el Parlamento ante las aspiraciones imperiales de Luis Bonaparte.
En los cortes por periodos Marx parece distinguir el curso que adquiere la escisión de la burguesía parlamentaria en grandes fracciones, y la transformación que sufre la República en relación con el predominio parlamentario, que alternativamente imponen cada una de esas fracciones. De ese modo, entonces, se observa que en el primer periodo se coaliga toda la burguesía parlamentaria, con la consecuente unidad política de la clase, y se funda la República Social, en tanto que el partido “del socialismo, del comunismo”, con Augusto Blanqui a la cabeza, es “alejado de la escena pública”.

El segundo periodo es la “historia de la Asamblea Nacional Constituyente“, “es la historia de la dominación y de la disgregación de la fracción burguesa republicana” (32). Bonaparte entra en escena como protagonista central y en alianza con el PO retira de la escena política a la fracción republicana que dominó la ANC, después de haber provocado la derrota pública y parlamentaria de los socialdemócratas.(33)
Finalmente, el tercer periodo es el de la República Constitucional bajo el predominio y la pérdida de cohesión del PO. Este partido y Bonaparte se enfrentan sin más mediaciones, en una situación en la que las otras fuerzas políticas están debilitadas, incluso literalmente disueltas, perdiendo el PO posiciones ministeriales y en los altos mandos militares.

Se observa, entonces, que el criterio básico para determinar los cortes y la unidad de cada uno de los periodos se funda en los procesos de escisión y de restablecimiento de las alianzas entre las fuerzas políticas, de tal modo que en cada uno alguna fracción (para el caso de la representación parlamentaria de la burguesía) aparece como predominante en la escena política.

Al recurrir a la expresión “fuera de la escena política”, Marx se está refiriendo no a simples desplazamientos del foco de atención pública de la lucha política, ni a una simple retirada táctica voluntaria de las representaciones parlamentarias,(34) sino a verdaderas derrotas políticas traducidas ya en la pérdida de peso político en el proceso de toma de decisiones parlamentarias o incluso en la persecución política y judicial de los principales dirigentes (como en el caso de Blanqui) y de sus medios de expresión literaria (como lo ejemplifica la nueva ley de prensa que suprimió la publicación de varios periódicos considerados “revolucionarios”) o bien en la desintegración del grupo parlamentario.
En el caso de los subperiodos (correspondientes a los periodos segundo y tercero), el criterio para establecerlos se funda en el modo específico del predominio de cada fuerza política. Así, en el primer subperiodo (periodo II.1) los republicanos promueven la represión contra el proletariado.(35) En el segundo subperiodo (periodo II.2), los republicanos determinan el contenido del proyecto de Constitución.
Y en el tercer subperiodo (II.3), desde la ANC los republicanos se enfrascan en una lucha abierta contra Bonaparte y el PO, que, finalmente, pierde en las elecciones del 10 de diciembre de 1848 y de las que Bonaparte resulta presidente de la República. Los otros subperiodos (periodo III.1, III.2 y III.3) se establecen con el mismo criterio, pero teniendo como protagonista al PO, que finalmente se enfrasca en una lucha a muerte con Bonaparte.
La determinación de las fases para el caso único del subperiodo III.3 se fundamenta en la forma singular como el PO se ve disminuido, progresivamente debilitado en su lucha frente a Bonaparte. De ese modo, en la fase a (III.3.a) el PO aparece como la fuerza política predominante en el parlamento, pero pierde el alto mando sobre el ejército; en la fase b, pierde su mayoría parlamentaria; en la fase c, pierde representatividad ante la burguesía financiera y, en general, ante la totalidad de la burguesía que progresivamente se inclinaba, en consecuencia, por el gobierno de Bonaparte; y en la fase d, ocurre “el ocaso del régimen parlamentario y de la dominación burguesa”, coronado por la disolución del parlamento mediante el golpe de Estado.
Los criterios generales de la periodización, en una palabra, están definidos por las variaciones en la correlación de fuerzas. Pero hemos visto que esas variaciones se registran con diferentes ritmos bajo la égida de una fuerza política específica, por lo demás en circunstancias concretas. Es precisamente esta variación específica y singular de la correlación de fuerzas en una coyuntura histórica de un país determinado, la que va marcando la pauta para establecer cortes más finos en el proceso explicativo-reconstructivo de los acontecimientos políticos.
Los puntos de partida y de llegada (dimensión político-temporal) y la identificación de las fuerzas y de los acontecimientos políticos significativos (dimensión político-espacial), son importantes en el análisis de coyuntura, en tanto que se traducen en los acotamientos de la unicidad de la coyuntura como una totalidad histórica, que condensa las principales contradicciones y que en sí tiene un sentido específico de progresión.
Así, entonces, volviendo al DB, la caída de la monarquía de Luis Felipe y el golpe de Estado de Bonaparte, son acotamientos de la unicidad de la coyuntura en un orden principalmente horizontal, pero que indican en sí, de un lado, el sentido de progresión de los acontecimientos y el tipo de juego político de las principales fuerzas en la escena política, y de otro lado, los límites histórico-políticos de esa progresión y de ese juego.
La identificación de fuerzas y de acontecimientos significativos son también acotamientos pero de orden vertical, en la medida en que políticamente permiten percibir la relevancia y la magnitud histórica de la coyuntura. Por lo tanto, los acotamientos aquí señalados no se refieren a una simple determinación de hechos (cuándo empieza y termina la coyuntura) aunque ciertamente no se pueda prescindir de esta circunstancia ni a una pura catalogación (causal, ideal, a priori, etc.) de los sujetos-actores y de los acontecimientos.
Basta decir, después de todo, dos cosas:
a) Con De la Garza, que el derrocamiento de la monarquía de Luis Felipe se constituye en el punto de partida porque “contenía gérmenes de las contradicciones que se desarrollarían”(36) durante la coyuntura, así como el golpe de Estado se constituye en punto de llegada porque, a fin de cuentas, resuelve no propiamente la aspiración imperial de Luis Bonaparte, sino el problema de la búsqueda de condiciones para propiciar la dominación política conjunta de la burguesía; y
b) que aun con la idea de un Luis Bonaparte “mediocre y grotesco”, Marx nunca lo elimina de su percepción de los sujetos-actores, puesto que finalmente personifica la resolución de las aspiraciones burguesas de dominación conjunta.
El Estado y la clase dominante
Por lo demás, queda claro que la intensidad de las luchas de clases y el sentido inmediato y mediato que éstas previenen, siempre bajo un esquema de variaciones y desplazamientos en la escena política, van dibujando los intersticios de una coyuntura que, por ello, se hace relevante y única. No obstante, por lo menos en la perspectiva del análisis marxiano, esas luchas y las transformaciones que de ellas van derivando llegan a trascender la temporalidad y el espacio coyuntural, al indicar tendencias históricas de largo plazo del tipo siguiente: la instauración de proyectos hegemónicos asociados a cierta fracción de clase dominante, el predominio del poder ejecutivo, la capacidad de ejercicio de la autonomía relativa estatal, etc., cuya racionalidad se explica en la necesidad lógica e histórica de ejercer la dominación burguesa y de representar a esta clase, haciendo aparecer su interés particular como el interés general de la nación.
Desde luego, la relación entre el Estado y la burguesía, sobre todo en la actualidad, no se reduce en una especie de realización instrumental, funcional de aquella necesidad. La aportación teórica implícita de Marx en el DB va más allá de una idea simplificada y unilateral sobre el Estado.
Es pertinente agregar aquí, entonces, algunas afirmaciones en torno a esta cuestión:
a) El Estado constituye la condensación de la correlación de fuerzas, cuyo desciframiento puede efectuarse a través del análisis coyuntural. No se trata, por lo tanto, de una condensación “en general”, de carácter abstracto, sino de una “específica”, en un país y en un momento histórico determinados, que sin embargo presupone necesariamente las transformaciones históricas del pasado.
b) El Estado no constituye un espacio homogéneo ni monolítico, sino que está atravesado por las contradicciones de las luchas de clases, y su unidad interna es siempre heterogénea y fluctuante. Esta particularidad lo hace aparecer ya por encima de las luchas de clases o ya en función de los intereses de una sola clase o fracción de clase.
c) La unidad del Estado depende, así, de la variación de la correlación de fuerzas y de su propia capacidad para “organizar” de acuerdo con una expresión poulantziana los intereses de las diversas clases y fracciones de clases.
d) La “dominación conjunta” de la burguesía, que señala Marx, no significaría otra cosa que la configuración de la dominación contradictoria de las diversas fracciones de esa clase, en un proceso inclusivo pero desigual: inclusivo porque la dominación presupone la subordinación de otras clases y fracciones de clase, bajo premisas que la reproducen, que la hacen “soportable”; y desigual porque los intereses de las fracciones de la burguesía son heterogéneos. En relación con el Estado, el proceso de dominación es inclusivo porque aquél busca representar la diversidad de intereses, y desigual en la medida en que la mediación estatal presupone la diferenciación de intereses.
Conclusiones
Aunque en nuestro país se han publicado numerosos estudios con pretensiones de análisis de coyuntura (del “momento actual”, del “presente”), muchos de ellos de inspiración marxista, en realidad la mayoría de ellos hacen una referencia fragmentada, selectiva o incluso anecdótica de la realidad histórica significativa en cuestión, con características del análisis temático, periodístico o del ensayo.
De acuerdo con los investigadores del Programa de Seguimiento de la Realidad Mexicana ( PSRMA) (37), el análisis de coyuntura estaría integrado por tres aspectos básicos: el “seguimiento de proceso” (en el que a veces se queda el trabajo de análisis periodístico), el “estudio de coyuntura”, propiamente dicho y el “análisis de periodo”.
En este formato de análisis de coyuntura “se ‘sigue’ un proceso histórico, pero no en general, sino durante un periodo determinado, y se concibe la coyuntura no como cualquier ‘momento actual’, ni como ‘un mero detalle en el tiempo’, sino como ‘un punto privilegiado de la historia’, en que el ‘desarrollo político y económico’ muestra claramente la naturaleza de la lucha de clases y presenta vías de ‘solución’ para sus contradicciones internas”.(38)
Nicos Poulantzas había definido ya, en 1968, la coyuntura como “el lugar donde se descifra la relación de las estructuras con el campo de las prácticas”, es decir, de la imbricación de la economía, de las ideologías y del Estado con la sociedad (las luchas de clases), y cuyo estudio permite “descifrar la individualidad histórica del conjunto de una formación (social-nacional)”.(39)
De acuerdo con este autor, y según el tipo de análisis de coyuntura elaborado por el marxismo en general, la idea del Estado capitalista como “resultado”, “expresión” o “condensación” de la lucha de clases, tiende a ser el núcleo del análisis. La comprensión de las luchas de clases, o para decirlo mis elegantemente, de la correlación de fuerzas necesariamente conduce a entender la especificidad nacional e histórica del Estado; este acto de pensamiento culmina en su explicación considerándolo en dos vertientes: como Estado en sí (como estructura) y como Estado en relación con la correlación de fuerzas, según una diferenciación utilizada por Marx al final de su famosa Introducción General de 1857.
Sobre todo cuando se trata de coyunturas “contemporáneas”, respecto a las que se logra hacer un seguimiento inédito, y que reflejan además zonas de conflicto, de ruptura”(40) o de crisis, que tengan que ver con el Estado, el estudio o la interpretación histórica del periodo histórico en el que aparecen circunscritas puede llevar a sostener afirmaciones más amplias sobre las posibilidades del “cambio”, sobre factores que lo impulsan o, por el contrario, que lo restringen, que le imprimen cierto sentido, etc. Desde este punto de vista, que parece ser el caso de Marx, en el DB, el análisis de coyuntura propiciaría avanzar hacia otro tipo de estudios de la realidad histórica, por ejemplo las reinterpretaciones del pasado (tan frecuentes, aunque no exclusivas, entre los historiadores), el diseño de escenarios o la elaboración de modelos de simulación.
En la medida en que el análisis de coyuntura tiene eminentemente un carácter explicativo-reconstructivo (el caso típico es el de Marx), queda deslindado de ese otro tipo de estudios, cuya utilidad por lo general llega a coincidir con diversos círculos de poder político en su interés por la toma de decisiones.(41) Esto significa que por sí solo el análisis de coyuntura es insuficiente en esos niveles para proporcionar alternativas para la definición de modelos de elección política, de estrategias políticas. No obstante, no por ello la calidad o la excelencia de los resultados del análisis de coyuntura podrían catalogarse como muestra de “neutralidad ideológica”, tampoco tomarse como garantía de acertadas decisiones políticas, e inversamente, cuando se trata de resultados de escasa calidad explicativa-reconstructiva, éstos no necesariamente podrían ser asociados con una “excesiva” carga ideológica, ni con decisiones erráticas.
Lo inadmisible, sin embargo, desde la posición que privilegia ese carácter explicativo-reconstructivo, precisamente porque éste propicia una concepción más amplia y diversa de la realidad histórica, sigue siendo el falso “análisis de coyuntura” que, promovido y difundido desde algunos círculos de poder político, busca justificar el curso de los acontecimientos o la toma de decisiones para el futuro inmediato.
Debe subrayarse que, al contrario de la particularidad explicativa-reconstructiva del análisis de coyuntura, y aun del tipo de proposiciones complementarias de cómo pudo ser o de cómo podrá ser la realidad histórica, según la definición delimitada de una matriz “x” de supuesto,(42) los modelos de simulación, como caso extremo, se encuentran más vinculados a los procesos de toma de decisiones, y por lo tanto, a esquemas de definición “abierta” de matrices de supuestos y a un uso instrumental-operativo de la información previamente conseguida y clasificada. No obstante, no hay un abismo entre el análisis de coyuntura y los instrumentos de toma de decisiones para “influir” en el curso de la historia, sino solamente umbrales más o menos prolongados por los que el analista político puede ser inducido a transitar.(43)
A final de cuentas, resulta bastante difícil objetar la capacidad que se logra con el análisis de coyuntura para vincular, en el presente, la comprensión del pasado inmediato con la necesidad de hacer menos azaroso, previsible el futuro inmediato. Sin embargo, la realidad histórica no ha podido ser, hasta ahora, contenida en una especie de recipiente ordenador.
NOTAS
1. El lector podrá encontrar referencias recientes acerca de la preparación y publicación de El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, en la sección de notas proporcionadas sobre todo en las Ediciones en Lenguas Extranjeras o en la edición de Progreso. En el prólogo a la segunda edición Marx dice que su amigo José Weydemeyer “proponíase editar en Nueva York, a partir del 1 de enero de 1852, un semanario político [y] me invitó a mandarle para dicho semanario la historia del coup d’etat”. Marx escribió, en efecto, un artículo cada semana, ‘hasta mediados de febrero”, bajo el título ‘El dieciocho brumario de Luis Bonaparte”, pero que no fueron publicados en ese semanario, pues nunca apareció, sino en la revista Die Revolution cuyo primer número estuvo formado por ese trabajo.
2. En el ¿Qué hacer?, Lenin explora la necesidad de establecer la organización y dirección de las masas a partir de la fundación de un partido político, para hacer la revolución proletaria en condiciones adversas de restricción política impuestas por el régimen político. Luego, en El desarrollo del capitalismo en Rusia analiza más a fondo las condiciones de formación económica del proletariado que, de acuerdo con su interpretación teórica de la obra de Marx, debía construir el sustrato social de la revolución y de la actividad de partido. En cierto modo, Lenin limitaba su análisis político por una concepción determinista de la historia, que le impedía, por ende, ponderar el verdadero grado de maduración social y política de la clase obrera rusa. Es de suponer que, por el impulso político de las luchas de clases, Lenin estaba convencido de hacer avanzar el proyecto de revolución proletaria, dando por cumplida la etapa de pleno desarrollo capitalista y de revolución burguesa.
3. De Gramsci pueden ser citados diferentes ediciones de sus escritos (principalmente de la cárcel); pero en especial citamos aquí la edición que ERA (México) hizo de sus notas sobre el fascismo en 1979 (traducción a su vez de la edición italiana en 1974).
4. Mao TseTung, Cinco tesis filosóficas, Beijing. Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1975
5. Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, México, Siglo XXI, pp. 44-45
6. Cfr. La crisis de las dictaduras, México, Siglo XXI
7. El método del concreto-abstracto-concreto, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, 1983. pp. 61-79.
8. Op. cit., en la misma línea de interpretación puede verse también el trabajo de Leonardo Valdés Zurita, publicado en la revista Iztapalapa, núm. 2,1980 (UAM- Iztapalapa), sobre ‘La explicación en el análisis de Karl Marx”, pp. 280-295.
9. La dicotomía base-superestructura no es lo importante en este artículo; pero en la medida en que no se reduce a una simple diferenciación y separación de niveles de una formación social, sino que remite a la concepción de totalidad contradictoria sobre ésta, en sí. si tiene relevancia en el enfoque de análisis de coyuntura marxista.
10. El dieciocho brumario de Luis Bonaparte (DB), prólogo de Marx a la segunda edición (1869), p.2
11. Remitirnos, por ejemplo, a los ya citados en las notas 7 y 8
12. En Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, Poulantzas afirma que “sólo existe, de hecho, una formación social históricamente determinada, es decir, un todo social –en el sentido más amplio- en un momento de su existencia histórica: la Francia de Luis Bonaparte [por ejemplo…]”. Véase además las pág. 39-40
13. DB, pp. 125 y 135.
14. Véase la carta de Marx a Joseph Weydemeyer (Londres, 5 de marzo de 1852). en donde dice que entre lo que él ha aportado de nuevo acerca de las clases y luchas de clases ha sido demostrar, entre otras cosas, “que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado”.
15. C. Marx y F. Engels, Obras escogidas, t. I, México, Ediciones Quinto Sol, 1985, p. 119
16. La introducción a la CFEH fue publicada posteriormente a esta crítica, en los Anales Franco-Alemanes, febrero de 1884, único número editado por Arnold Ruge y Carlos Marx.
17. Lenin también llegó a considerar, en su escrito sobre la vida de Marx (Carlos C. Marx) incluido en el Diccionario enciclopédico Granat (séptima edición, tomo XXVIII, 1915), que en la CFEH y en su introducción “vemos ya al revolucionario que proclama la necesidad de una [crítica implacable contra todo lo existente] y, en particular, de una [critica de las armas] que apele a las masas y al proletariado” (cfr. p. 3 de la edición en Lenguas Extranjeras).
18. En El Capital, tercer tomo, en la sección sobre la crisis, Marx dedica un buen espacio a la explicación de los “factores contrarrestantes” de la tendencia a la caída de la tasa media de ganancia. Desde 1852, consideró en sus análisis ese tipo de factores en los procesos económicos y políticos del capitalismo. También Engels, en su introducción a Las luchas de clases en Francia de 1848 a1 850, concentra la repercusión del derecho de sufragio en la Alemania de finales del siglo XIX, al cambiar las formas de organización y de lucha de la clase obren.
“Y así se dio el caso dice Engels de que la burguesía y el gobierno llegasen a temer mucho más la actuación legal que la actuación ilegal del partido obrero [Alemán], más los éxitos electorales que los éxitos insurreccionales […] Pues también en ese terreno habían cambiado sustancialmente las condiciones de la lucha. Desde 1849 han cambiado muchísimas cosas y todas a favor de las tropas […] En cambio, del lado de los insurrectos todas las condiciones han empeorado […] También en los países latinos [europeos] se va viendo cada vez más que hay que revisar la vieja táctica. En todas partes se ha imitado el ejemplo alemán del empleo del sufragio”. Pero Engels, a fin de cuentas, no descarta, aun en esas condiciones, “el derecho a la revolución”.
19. pp. 135-147, edición del F.C.E., “La acción libre y la necesidad”
20. Op. cit., p. 135
21 Op. cit., pp. 144-145
22. Op. cit., p. 145
23. Remito a la nota 18 y, en el mejor de los casos, a la Introducción de Las luchas de clases en Francia de 1848 a1 850, Beijing. Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1980
24. “Philippe Adair, en “Un concepto precario: la acumulación primitiva” (Les temps modernes, núm. 434, sept., 1982), refiriéndose a la génesis del capitalismo, coincide con Maurice Godelier en que todo sistema social “comprende en sí su propia estructura originaria sobre la cual se funda y se reproduce a cada instante …”
25. Golpe de Estado que “como un rayo en cielo sereno”, según Marx, sorprendió a los franceses e hizo que éstos, por ende, sin ver lar circunstancias históricas objetivas que lo produjeron, magnificaran la figura del sobrino de Napoléon.
26. DB, p. 16 p. 16. Cabe precisar aquí que cuando Marx se refiere a la “escena política” está remitiendo al mismo tiempo a las luchas políticas relevantes de las representaciones políticas de las diferentes clases y fracciones de clase.
27. La burguesía dinástica era el grupo de representantes del conjunto de la clase burguesa, y la formaban, por un lado, los legitimistas, partidarios de la rama mayor de la dinastía monárquica de los Borbones y de los intereses de los grandes propietarios territoriales y, por otro, los orleonistas, partidarios de la rama menor de esta dinastía y de los intereses de la aristocracia Financiera y de la gran burguesía”. (“Los banqueros, los reyes de la bolsa, los reyes de los ferrocarriles, los propietarios de minas de carbón y de hierro y de explotaciones forestales y una parte de los propietarios de tierra aliados a ellos”. p. 32. Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850.)
La burguesía dinástica, orleanistas y legitimistas, forman luego el Partido del Orden. Como se indicará también en la siguiente nota, una parte de la burguesía comercial, “la que se había llevado la parte del león en el gobierno de Luis Felipe”(p. 106. op. cit.), formaba también parte de la aristocracia financiera.
28. La burguesía republicana, o los “republicanos burgueses puros”. estaba formada por los representantes de la burguesía industrial y comercial (aunque no toda la burguesía comercial estaba ahí representada) Y constituyeron lo que Marx denominó la “oposición oficial” minoritaria en el poder legislativo durante la monarquía de Luis Felipe (1830-1848). Le National fue durante 1830-1851 el periódico de la tendencia moderada de los republicanos
29. Los pequeño burgueses democrático-republicanos eran los representantes de la pequeña burguesía; a ellos se aliaron “los socialistas pequeñoburgueses”. Entre ambas corrientes editaron el periódico LaReforme, durante 1843-1850; incluso Engels publicó algunos artículos en este periódico, entre 1847 y 1848. Los representantes políticos de la pequeña burguesía, es decir de una clase que no pretende abolir el capital ni el trabajo asalariado, sino “atenuar su antítesis y convertirla en armonía”, según Marx, formaron el partido de La Montaña.
30. El método del concreto-abstracto-concreto, op. cit., p. 77
31. DB, p. 122
32. Op. cit., p. 22
33. La derrota de los socialdemócratas, es decir, del partido de La Montaña, dice Marx, “era una victoria directa para Bonaparte. […] El partido del orden había conseguido la victoria y Bonaparte no tenía que hacer más que embolsársela”.
34. Representaciones parlamentarias, fundamentalmente pero no en un sentido restrictivo, porque las características históricas de conformación del poder político en Francia entre 1789 y 1851, se reducían en una auténtica presencia de los intereses de las clases representadas en la conformación del poder ejecutivo. Justamente, cuando Marx indica la variación de la correlación de fuerzas en la “escena política”, no hace referencia necesaria o exclusivamente a las alianzas y desplazamientos entre los partidos políticos sino en un sentido más amplio a las relaciones entre las Representaciones políticas parlamentarias de las clases y fracciones de clases sociales y el poder ejecutivo,un predominio de aquéllas sobre éste al que sólo pudo poner fin el golpe de Estado.
35. Dice Marx en el DB, sin embargo, que la represión promovida contra el proletariado, entre mayo y junio de 1848, fue el enfrentamiento de la república burguesa contra esa clase: de “La aristocracia financiera, la burguesía industrial, la clase media, los pequeños burgueses, el ejército, el lumpemproletariado organizado como guardia móvil, los intelectuales. los curas y la población del campo”, en contra de 18 mil insurrectos proletarios, tres mil de los cuales “fueron pasados a cuchillo [y] 15 mil reportados sin juicio” (DB. pp. 18-19).
36. El método del concreto-abstracto-concreto, op. cit., p. 72
37. Grupo de investigadores asociados a la revista El Cotidiano. En el suplemento del nº 42 este grupo explica detalladamente una buena parte de su concepción acerca del análisis de coyuntura.
38. Op. cit., pp. XII y XIV
39. Véase Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, op. cit. pp. 44-45 y 113.
40. El Cotidiano, nº 42, suplemento, p. XIII
41. Según la interpretación que hacen los investigadores del PSRMA del trabajo de Jaime Osorio (El análisis de coyuntura, México, CIDAMO, 1987), éste privilegia el análisis de coyuntura en función de la necesidad de “hacer política” (El Cotidiano, nº 42, suplemento, p. IX).
42. K. Marx lleva a esos límites sus análisis teóricos e históricos, tratando de fundamentar su explicación en torno del curso histórico-tendencial del capitalismo. Al respecto, dos obras ilustran bastante bien, en ese orden, lo anterior: El Capital (cfr. los apartados sobre la determinación de la tasa de ganancia y sobre los esquemas de reproducción del capital) y el Dieciocho brumario…
43. Norberto Bobbio señala (en el Diccionario de política, México. Siglo XXI, 1981, pp. 259-260) que la ciencia política, en la actualidad, se caracteriza por la difusión de nuevas técnicas de análisis (ej. el análisis multivariado) y por fórmulas de explicación-previsión.