Claves éticas para un nuevo milenio

CLAVES ÉTICAS PARA UN NUEVO MILENIO
Marcela Lagarde
(FEMPRES)

CREENCIAS Y PREJUICIOS DE LA MODERNIDAD

La complejidad de experiencias en el ámbito del feminismo sella el umbral del
milenio.

Es común la creencia sobre el feminismo como un tiempo o una experiencia localizados, efímeros y puntuales. Algunas mujeres ven el feminismo como cosa del pasado lejanísimo de los 70’s, lo asocian a otras generaciones, con sus maestras, sus madres o connotadas mujeres que miran ancladas en otra época.

Su individualidad se afirma al marcar la diferencia generacional frente el feminismo y las feministas. En su imaginario, el feminismo es un asunto de viejas y no de jóvenes y casi es una marca de la tercera edad. Piensan que en breve se convertirá en arcaísmo del milenio pasado.

Hay quienes circunscriben todo el feminismo -los feminismos y sus dimensiones al movimiento feminista, como si hubiera sido un solo movimiento social o político o que se refiere a una lucha o a alguna conmemoración. Incluso reducen el feminismo a las feministas que han encontrado en su camino.

Algunas modernas viven sin conciencia de que sus oportunidades, su posibilidad de decidir y sus condiciones de vida devienen de luchas seculares que han abierto profundas fisuras en la modernidad patriarcal. No saben que ahí están las huellas de mujeres indignadas o dañadas por la opresión, conmocionadas por sus condiciones de vida o convencidas de que sus oportunidades y derechos deberían ser universales y se tornaron entusiastas inventoras de una existencia distinta.

Hay quienes, aún al participar a favor de los derechos de la mujer, al esforzarse por incorporar la perspectiva de género en políticas públicas, o de regreso de conferencias mundiales, no asocian que sus quehaceres están vinculados con el feminismo, han sido engendrados en su terrenalidad y no pueden ser explicados fuera de esa cultura paradigmática.

Sin modificar mitos, ideologías y valores patriarcales asumidos como valores propios, creencias y formas de ser, asumen jirones de feminismo y los integran en visiones mesiánicas o caritativas. Las oprimidas son las otras. Se ocupan de ellas mismas a través de proyecciones múltiples: las imágenes femeninas que reciben sus intuiciones, necesidades y aspiraciones están distantes. Defender el orden y hacer contracultura, es posible a condición de mantenerse inmunes.

Algunas más piensan que la perspectiva de género es posterior y además
diferente del feminismo, incluso los antagonizan y creen que la perspectiva de
género supera el feminismo. Identifican al feminismo con un radicalismo que deja fuera a los hombres y atenta contra ellos. Ven en la perspectiva de género algo menos excluyente e injusto porque incluye a los hombres. Esa creencia les permite revisitar complementariedades y otras fantasías y mantener firme su lealtad a los hombres y su incontaminación del feminismo. Con todo, asumen reivindicaciones de género y luchan por ellas.

Hay quienes no reconocen al feminismo en hechos políticos de gran importancia como son las luchas por eliminar la violencia contra las mujeres, los procesos jurídicos por la equidad civil y política entre mujeres y hombres, o la concreción de los derechos sexuales y reproductivos. A la par, cada vez más mujeres son conscientes y ven la impronta feminista en conferencias como las de Belem do Pará, Viena, el Cairo o Beijing.

Hitos cuya marca de agua consiste en que por primera vez en la historia los asuntos, las necesidades y aspiraciones de las mujeres y los problemas del mundo contemporáneo vistos desde las mujeres, son prioridades en canales de la globalización y la modernidad. Han sido encuentros mundiales de reunión de miles de mujeres. Su diversidad in situ, es representativa de la diversidad que pretende eliminar la globalización homogeneizadora.

Gobiernos, iglesias y organismos internacionales han debido negociar con mujeres de todos los confines, colores y sabores. Beijing es sólo la punta del iceberg de lo que ocurre en cada macro región y país, en comunidades y barrios. En la vida de cada mujer. Millones de mujeres tejen el manto feminista sobre la tierra. Coinciden y desarrollan raíces de género para
todas. Dialogan, disienten, aprenden y desaprenden, acuerdan y se enredan. Por primera vez son interlocutoras universales de género, pactantes autoconstituidas y sustentadoras de acciones para aterrizar anhelos, deseos y urgencias.
Los objetivos feministas en los hitos emblemáticos del umbral del milenio han
consistido en eliminar los cautiverios, desalambrar las vidas femeninas a través de procesos de desarrollo y democracia, y hacer avanzar los derechos específicos de las mujeres, en convertir los acuerdos en normas de convivencia civil, de Estado y supraestatal. Y, desde una ética de la justicia, redistribuir recursos (en parte expropiados a las mujeres) y crear oportunidades de desarrollo. La clave política de género ha sido potenciar los poderes y las incidencias de unas en espacios de reverberación, compromiso y responsabilidad, en beneficio de todas.

ORFANDAD Y GENEALOGíA

Cada día surgen nuevas feministas sin historia. Creen ser las primeras
verdaderamente feministas. Distintas de las sufragistas, de las mujeres que en los sesentas hicieron el día a día de la liberación sexual, o de quienes al enunciar la palabra ciudadana, probaron los límites de la democracia patriarcal en la guillotina.

Mujeres del umbral del milenio no saben que otras las reivindican y eso agrava la orfandad genérica: el desamparo, la falta de raigambre femenina autorizada, el miedo ante la vulnerabilidad frente a las violencias, la sensación subversiva a la menor identificación política de género, la experiencia de extranjería en la propia tierra, la casa, el cuerpo.

Desconocer los afanes lúcidos, los aportes, las interpretaciones y las acciones de las contemporáneas, no es una elección. Los hechos transgresores de género y la existencia simple y llana de las mujeres, su vida cotidiana, sus esfuerzos vitales o los obstáculos y desigualdades que enfrentan, se ocultan y desvirtúan, son minimizados.

La navegación internética incluye 30 % de mujeres. Sin embargo, los mensajes, los códigos y los sitios discursivos son en su mayoría androcéntricos. La experiencia internética feminista se cuela por espacios no acotables. Millones de mujeres del siglo XX han pasado por las aulas, arribado a la era de Gutenberg, la tecnología y las profesiones y, en su inmensa mayoría, no aprendieron teorías, acciones ni hechos históricos vividos por mujeres. Ni una idea reivindicativa de género fue estudiada en sus libros de texto ni anotada en sus cuadernos.

Los exámenes y las evaluaciones no muestran qué saben acerca de su historia y de sus ancestras, ni de su propia existencia y ubicación en el mundo, de las precauciones mínimas para evitar experiencias dañinas o de sus derechos como mujeres. Han ido a la escuela, espacio emancipador e iluminador, a reafirmar desde el saber y la razón científicas que las mujeres no existen. Y, que si existen, no importan.

La historia y la memoria, las conciencias y las identidades feministas se
construyen como bagaje en procesos que eslabonan y suman dialécticamente.
Así, cada sitio de reconocimiento crea y multiplica espacios de la memoria para ser ocupados por ancestras redescubiertas y futuras milenarias.

DIFERENCIA, DESIGUALDAD Y SUPREMACIA

Algunas intelectuales se consideran postfeministas desde una vertiente
postmoderna en que la igualdad ya está establecida y no precisa recelos y
resentimientos infundados de género. O, desde una diferencia sexual primigenia, la igualdad no aparece en el horizonte (como si la diferencia no pudiese afirmarse en la igualdad o fuese su opuesta).

Para algunas, los hombres, las instituciones y el Estado están fuera de su mira, los cambios políticos de género conducen a hacer el juego al sistema y quienes buscan la ciudadanización de las mujeres y la civilidad son el rostro del equívoco. Lo feminista se demuestra al señalar que las otras no lo son. Y, en el límite, en volverse autónomas de las demás mujeres, de sus espacios y sus causas.

La diferencia y la desigualdad son enunciadas de manera confusa. En un giro de 360 grados en la historia del pensamiento crítico feminista, con renovado
esencialismo, se resignifican las diferencias sexuales como naturales y positivas.

Las loas al género sustentan un supremacismo femenino de nuevo cuño
amalgamado con la exaltación de magias, conjuros y religiosidades sincréticas
new age. La trama resulta de elecciones binarias en que lo femenino es mágico y re-ligador frente a lo masculino asociado con lo racional y político en su
negatividad. Distanciadas de la lógica de la igualdad, algunas feministas abjuran de esa equívoca tradición.
Fascinadas por lo femenino aunque sea desde una estética sexual de la virilidad, restablecen una jerarquía de género en que lo femenino es per se superior, ético y trascendente, aunque no lo sea para el mundo. Hay quienes antes del 2000, con precocidad o a modo de anunciación, ya saborean el fin del patriarcado.

La complejidad de posturas y creencias expuestas no agota el panorama. Pero da color a las experiencias de cada quien y va sedimentando un imaginario personal y social en torno al feminismo y a las feministas. Se dificulta crear la legitimidad del feminismo porque las feministas ignoramos, nos desentendemos, nos anticipamos a enterrar a otras feministas y sus aportes, al ignorarlos o excluirlos. A veces, atrapadas por el orden, al ocupar posiciones, al disentir o sobresalir en las fisuras del orden patriarcal, se producen enfrentamientos excluyentes entre compañeras, colaboradoras, militantes y amigas, debido a la competencia por pequeñísimos recursos y oportunidades. Restos misóginos en nuestra subjetividad emergen como manchas en un paño.

IDENTIDAD FEMINISTA ESCINDIDA

Las feministas contemporáneas pasamos por procesos complejos de sincretismo y escisión, reparación y recreación. El sincretismo de género de todas las mujeres contemporáneas sintetiza contradicciones que provienen de la configuración premoderna y moderna de la condición de género de cada una. La contradicción ética se complejiza acorde con el sincretismo feminista de cada una.

Es decir, con la síntesis de los diversos feminismos amalgamados en la experiencia vital. La contradictoria y polivalente experiencia feminista a lo largo de la biografía de cada una y en la historia, pasa por la marcas que dejan en nosotras las olas y los movimientos, la internalización y la práctica ética en la cotidianidad.

El conflicto que alcanza su cima cuando se experimenta la identidad feminista
escindida entre deberes éticos e impotencias vitales y entre discurso y práctica
repercute en nosotras como dolorosa descolocación. Ciertas incoherencias
reprochadas a mujeres feministas son parte de los ajustes entre pensar y hacer,
querer y poder, desear y concretar. Para nosotras son inherentes a procesos
complejos. La huella profunda, la escisión, es superable: va desapareciendo si al vivir nos adentramos en la cultura feminista. La complejidad subjetiva ante el feminismo no sucede en la asepsia. Proviene también del antifeminismo beligerante.

Nunca antes en la historia el antifeminismo había contado con la conjunción de acciones poderosas de fuerzas económicas, políticas y religiosas: ideologías conservadoras, antidemocráticas y misóginas descalifican, ridiculizan y deslegitiman al feminismo y a las mujeres; organismos,
instituciones y personas nos hostilizan de manera permanente y sofisticada desde posiciones de verdad (poder) a través de acciones y mensajes hegemónicos, visibles o implícitos; promueven la enajenación femenina en torno al feminismo a través de la ignorancia impuesta contra las mujeres, se resienten de nuestros avances por pequeños que parezcan. El antifeminismo es la misoginia convertida en ideología política.

EL FEMINISMO ES UNA CULTURA

Cualquiera que se zambulla en la historia de los feminismos, verá con claridad que el feminismo no puede ser pensado sólo como un movimiento concreto o como el movimiento feminista. Ha habido centenas de movimientos feministas y habrá muchos más. El feminismo tampoco puede ser identificado sólo con movilizaciones públicas, protestas y demandas, con mujeres con el puño en alto, con la quema de brassieres, o con mujeres vestidas de negro como duelo y límite ante el genocidio.

El feminismo sucede también en soledad. No sólo está en las luchas públicas, sino también en las nuevas formas de convivencia y cotidianidad.
Transcurre en torno a fogones y mesas de cocina, en los mercados, los hospitales y las iglesias. Está en las aulas, las salas de conciertos y los proyectos productivos.

El feminismo tampoco se restringe a algunas organizaciones y sus acciones, aun cuando son evidente creación de tejido social o alternativas culturales. Asociar sólo con algunas destacadas feministas la totalidad de la causa, invisibiliza al resto de millones de feministas. Pensar que sólo han contribuido a sedimentar el horizonte histórico del feminismo las mujeres que asumen una identidad feminista, reduce el hecho histórico a su conciencia. Cantidad de mujeres y hombres, instituciones privadas y públicas, contribuyen aún sin conciencia a la extensión paradigmádica del feminismo.

El feminismo ha implicado interpretaciones del mundo y de la vida, desarrollos filosóficos, reelaboración de valores y renovación ética, acciones políticas, legislaciones, procesos pedagógicos y de comunicación, reformulaciones lingüísticas y simbólicas, conocimientos científicos e investigación, arte y literatura, transformación directa de creencias religiosas y de formas de vida. El feminismo se halla en el rostro y las leyes de las democracias y el desarrollo humano sería inimaginable sin su impronta. Porque abarca esa complejidad histórica, y mucho más: el feminismo es una cultura.

DIVERSIDAD Y SINTONIA

Por eso, desde una dimensión temporal es preciso considerar en cada
periodificación un horizonte cultural feminista. La periodificación macrohistórica, permite apreciar que ya han pasado más de tres siglos de feminismo en Occidente, los que corresponden con la era de la modernidad.

El feminismo ha ido desarrollándose a ritmos distintos en regiones, países y culturas durante ese tiempo. Podemos conceptualizar ese tiempo-espacio como un horizonte cultural feminista. Luego están los horizontes culturales feministas regionales, locales, nacionales, y hoy también el horizonte global. Cada proceso, movimiento, grupo o evento tendiente a eliminar formas de opresión de género y a crear alternativas de vida. El feminismo se inscribe en dichos horizontes históricos.

Y, finalmente, en la biografía de cada mujer se concreta el horizonte cultural feminista definido por los hitos y momentos en que se entrecruza la propia vida con los micro o macro procesos feministas. En el umbral del milenio, el horizonte cultural feminista es universal por primera vez en la historia. Y, más allá de las agendas comunes, los temas, las vocaciones y las semejanzas iconográficas y estéticas, cada quien experimenta el feminismo a
su manera, desde su especificidad personal, social y cultural. Se vale la
diversidad.

LA MISMIDAD

Ante la expropiación del ser-para-sí y para lograr la génesis de la libertad y del yo, la mismidad como experiencia vital es la más radical creación feminista. Sin autonomía subjetiva y concreta es imposible construir la autoidentidad cifrada en el yo, condición necesarísima para las individuas libres que queremos ser. Sin recursos de vida el yo languidece subsumido en los otros, y se consuma la colonización identitaria y vital de las mujeres.
Por eso, lograr la centralidad de cada mujer en su propia vida y la prioridad de sus necesidades en sus afanes, son pautas éticas de mismidad del feminismo del umbral del milenio. En esta hora no es posible seguir por donde sea. Es preciso saber cuáles son los fundamentos imprescindibles en las mujeres para eliminar la opresión e ir construyendo la humanidad de cada una y de todas como seres humanas.

La mismidad supone transformar los deseos de fusión por los de vínculo; desechar el regreso al pasado, a la cultura madre o al paraíso, para dar lugar a la preservación del yo-misma y del propio mundo, sus espacios y recursos:
arraigarnos y pertenecer se conjugan con la fluidez. El sentido de mismidad lleva a buscar que cada mujer sea consciente de ser prioritaria e imprescindible para sí misma y de que ni los otros entrañables ni los
renovados simbólicos, el planeta o la causa, pueden desplazarla de su propio
centro.

DIVERSIDAD Y SORORIDAD

La diversidad, respetada y alentada, es resultado de una intencionalidad ética y
política que crea entre las mujeres la experiencia de sintonía cultural feminista en momentos de identificación, auge y consecución de logros.

La enredadera feminista es la marca del feminismo del umbral del milenio. Es un encuentro sórico, basado en el respeto al género, a las otras mujeres, a la causa, la tradición y la real participación. Implica un orgullo de género producto de la revaloración humana de las mujeres y del feminismo. Es un encuentro entre mujeres investidas de derechos, que dialogan, suman, sustentan y, sobre todo, disienten sin exclusión ni exclusividad, porque saben que construyen juntas y que, al hacerlo, convergen.

La sororidad es la dimensión feminista prioritaria para consolidar la herencia de la que somos portadoras y nuestra construcción vital. El pacto sororario es el más terrenal de los pactos y es el fundamento ético de las prácticas políticas entre mujeres para deconstruir la enemistad patriarcal, el racismo, el adultismo, y todas las formas de supremacía, de desigualdad y de dominación entre las mujeres, con acciones prácticas de cooperación, alianza y sustentabilidad entre nosotras. Sólo se produce entre mujeres sabias y osadas. Sólo a partir de experiencias de este signo se desidealiza lo femenino y a las mujeres, y por eso fluyen la aproximación, el asombro, la calidez, el amor feminista affidado.
La sororidad implica un principio ético de aceptación genérica fundante, que requiere del acuerdo y del disenso. Las feministas arribamos a esa capacidad pactante después de lastimaduras, exclusiones y rivalidades, de enemistades que nos han producido grandes daños.

Por eso la sororidad ha sido un descubrimiento y una innovación ética para
sobrevivir y construir la igualdad entre nosotras, concreta la humanización de
todas que exigimos al mundo. El saber-hacer sororal, la mismidad, nuestra memoria e identidad feministas, son claves éticas imprescindibles para avanzar al tercer milenio si queremos pan y rosas para las mujeres, y paz para quienes viven en guerra.

Si queremos lograr la transfiguración histórica de nuestros cuerpos y nuestras vidas en intocables frente a los riesgos de la violencia de género, si nos orientamos por un planeta vivible y por aterrizar los derechos de las humanas (que cada mujer tenga un territorio, una casa, un cuerpo y una vida propios, cada niña un libro feminista que leer, enseres de escritura y una caricia acogedora, cada joven y cada adulta sus papanicolaus a tiempo y el derecho a decidir, y cada vieja todo eso en su larga vida y una dentadura, alimentos, sosiego y quien la cuide), si queremos un milenio feminista,
es imprescindible urdir sus días desde nuestra eticidad.

EL VIRAJE

El feminismo empieza en mi cuerpo, en mi subjetividad, en mi casa. Su prioridad es ser experiencia vital y lograr el beneficio personal y compartido.
Necesitamos aprender, estudiar y analizar críticamente nuestro bagaje desde el
propio mundo, e integrar con creatividad los valores, la lógica, los conocimientos y las alternativas feministas en nuestras cosmovisiones y cotidianidades. Nuestra asertividad será mayor, integral, si hacemos comprensiva y próxima la historia feminista y la historia toda desde esa posición simbólica. La autobiografía, la historia en primera persona, la genealogía personal de género, son cimientos para asumir el poderío que nos da pertenecer a genealogías femeninas y feministas.

Deseamos fertilizar el nuevo milenio con nuestra cultura feminista, como la más grande contribución colectiva de las mujeres creadoras de mundo; vivir esta conmoción intransferible desde la propia biografía y circunstancia y re-conocer-nos en ancestras personales y emblemáticas. Habitar con ellas nuestro árbol genealógico. Instalar esta historia, esta ética y esta política en la historia, es el camino para dar el viraje del milenio y que el feminismo deje de ser contracultura, disidencia y minoría, y sea parte de la cultura-ambiente, de los usos y las costumbres, del aire que respiramos. Para que sea inalienable la humanidad en las vidas de las mujeres mismas y en el mundo.

Marcela Lagarde. Etnóloga mexicana, doctora en Antropología y académica universitaria en México y Guatemala. Coordina los talleres; Casandra de Antropología feminista. Autora de: Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas» (UNAM, 1990, 1993, 1997); Identidad genérica y feminismo (Instituto Andaluz de la Mujer,1998) ;Una mirada feminista en el umbral del milenio (Instituto de Estudios de la Mujer,Universidad Nacional de Costa Rica, 1999).

Should We Admire Abraham’s Willingness

Should We Admire Abraham’s Willingness

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Carol Delaney, Ph.D.

Prof. Delaney, Associate Professor of Cultural and Social Anthropology at Stanford University delivered this speech on 18 April 2002 as part of the Markkula Ethics Center Lecture Series. In it she draws upon her book, Abraham on Trial: The Social Legacy of Biblical Myth, published by Princeton University Press in 1998.

“Was Abraham ethical? Should we admire his willingness to sacrifice his son?” Just so you know where I am going with this talk, my answer to both questions is an emphatic “No.” But it will take a while for me to say why.

Most of you are probably familiar with the story in Genesis 22, but let me read the first few lines to refresh your memory:

“And it came to pass after these things, that God did tempt Abraham, and said unto him: ‘Abraham.’ And he said: ‘Behold, here I am.’ And [God] said, ‘Take now thy son, thine only son Isaac, whom thou lovest, and get thee into the land of Moriah; and offer him there for a burnt offering upon one of the mountains which I will tell thee of.’”

When I first heard this story as a child, I was outraged. What kind of God would ask such a thing? And what kind of father would be willing to do it? It is certainly enough to strike the fear of god into you—and also fear of the father. (Perhaps that was part of its intention.)

Even as a child I was very suspicious of the various interpretations given to me—especially those that tried to convince me it was really a story about love. (Quite a strange way of showing it.) I always felt they were trying to pull the wool over my eyes—the proverbial wolf in sheep’s clothing—and I no longer trusted them.

Only much later did I realize that Abraham had two sons, Ishmael the firstborn and then Isaac. But he had banished one into the wilderness and here he is ready to sacrifice the other. When God referred to his “only” son, why didn’t Abraham retort, “But I have two sons”? When God said “whom thou lovest,” why didn’t Abraham say, “But I love both”? He argued with God to try to save a few good men in Sodom and Gomorrah. Why then didn’t he do anything to try to save his son?

One interpretation that would see the story as ethical is the one that sees it as marking the end of the ancient practice of child sacrifice. For example, the popular Interpreter’s Bible states, “The story of the proposed sacrifice of Isaac would not have been told except to discourage a custom which already existed.” The Encyclopedia Judaica says, “The original intent of the narrative has been understood by the critics either as an etiological legend explaining why the custom of child sacrifice was modified in a certain sanctuary by the substitution of a ram, or as a protest against human sacrifice.”

There is of course no mention of any cultural practice of child or human sacrifice in Genesis. Furthermore, the evidence that some archaeologists believe points to such a practice is highly contested and of much later provenance, and thus of little relevance for the Abraham story. Embedded in these interpretations are social evolutionary assumptions, chiefly that the earlier the time the more barbaric the people. But that simply doesn’t hold up anthropologically. Besides, if the purpose of the story was to put an end to a practice of child sacrifice, God, or rather the biblical writers, could have said as much; they could simply have prohibited the practice.

More important, however is that an etiological tale is unlikely as the foundation story of the three Abrahamic religions. Such an interpretation diminishes its theological significance. A prohibition against a practice of child sacrifice is merely negative, not the positive constitution of a new faith. The story of Abraham, like that of Jesus, changed the direction of world history. Nahum Sarna, renowned Jewish scholar, also argues against the etiological explanation. He says, “The Akedah [“binding”] in its final form is not an attempt to combat existing practice, but is itself the product of a religious attitude.”

In fact, Abraham is revered not for putting an end to the practice but precisely for his willingness to go through with it. That is what makes him the father of faith, the foundation of the three Abrahamic religions, Judaism, Christianity, and Islam—albeit interpreted in mutually exclusive worldviews.

But why is the willingness to sacrifice rather than the protection of the child the model of faith in these traditions? That question spurred the research that resulted, finally, in my book Abraham on Trial.

But the question itself did not just pop out of the blue. There is a personal “genealogy” behind it. The outrage I felt as a child and the punishment I received when I expressed it no doubt etched the story on my brain or soul. But it went underground until I had a child. What could ever motivate someone to sacrifice their child? The questions we choose to explore and the perspective we take on them derive from one’s own experience. The personal is political and also intellectual. The connection may not seem obvious, but there is always a hook.

It was my personal experience of giving birth and the questions raised by that experience that first began to rekindle my interest in the story. I felt that giving birth was a miracle—each and every birth, not just one—yet we are led to believe that only one is a miracle while all the others are natural, ordinary events.

Many people like Simone de Beauvoir assume that women merely reproduce the species while men produce the monuments of culture. Even the word reproduce makes it seem as if what we are doing is churning out photocopies. Yet what is produced is a sentient, human being, a unique individual, the very individual we in the West are so concerned about. I felt something was wrong with de Beauvoir’s view. The main questions raised by my experience and thinking about it were the following:

1. Why is motherhood devalued, while something about fatherhood makes it an appropriate epithet for God (and for priests)?

2. Why is motherhood associated with what is natural while fatherhood is associated with the divine? And what is the effect of those associations on real live men and women?

3. How could anyone think of sacrificing their child, and how could such an action come to seem ethical?

4. Why is that story at the foundation of the three religions? Indeed, why is the foundational story about a male-imaged God, a father, and a son?

Gender and procreation seemed to me to be inextricably intertwined with notions of divinity and spirituality. I could no longer see them as peripheral but at the very center of theological speculation. This is hardly even an issue in traditional interpretations. I will return to this shortly, but first I wish to turn to Kierkegaard’s Fear and Trembling, since it has been very influential in Christian thinking about ethics in relation to the Abraham story. I dislike the book intensely and do not wish to get into a long discussion about it. But I will comment briefly. In order to do so I dug up a critique I did thirty years ago when I was a student at Harvard Divinity School. (I was pleased to see that I still agree with it!)

Kierkegaard distinguished between ethics and faith: ethics has to do with universal morality, it’s based on reason; whereas faith, for him, is particular and paradoxical—it is in a sense irrational. In Kierkegaard’s terms, an ethical man is good, but the man of faith is best, and Abraham is the quintessential man of faith. Indeed, for Kierkegaard, Abraham’s temptation or trial was precisely what he called “the ethical,” that standard of human morality that would condemn murder, especially of one’s own child. Abraham resists the temptation of the ethical and makes the “leap of faith.” Unlike the standard ideal of the hero, he did not intend to sacrifice his child in order to save a people (as did Agamemnon) nor to fulfill a vow (as did Jepthah). “Why then did Abraham do it?” asks Kierkegaard. “He did it for God’s sake because God required this proof of his faith; [and] for his own sake he did it in order that he might furnish the proof.”

Kierkegaard places Abraham above the law. That is what he meant by the “teleological suspension of the ethical.” His act can be distinguished from murder only if he can be seen as somehow more than human and therefore beyond human categories. Faith, he says, is “a paradox which is capable of transforming a murder into a holy act, well-pleasing to God.”

I don’t think so. Why should such an act be pleasing to God? What kind of God would find that pleasing? Why is faith not demonstrated by the love, care and protection of the child (and other people)? Why should faith first require allegiance to God and only secondarily to fellow humans?

Kierkegaard’s position presupposes at least two things that are not addressed but assumed: First, he assumes that there is a God. He does not consider the way in which this story establishes the notion of God and the kind of faith appropriate to that God. Second, he assumes that God can speak to humans in explicit terms.

Today, people who hear voices—even those who claim they hear God speaking to them—are labeled as insane. A chapter in my book describes a trial that happened here in California of a man who sacrificed his child, claiming that God told him to. He was serious and had all the right theological arguments, even though he was relatively uneducated man. He was convicted of murder in the first degree in the first phase of the trial, but in the second phase he was acquitted on the basis of insanity. He did not go free; instead he’s in an institution for the criminally insane rather than in prison.

But if we deem him insane, why don’t we re-read the Abraham story in that light? Why do we accept that God spoke to him and asked for such a sacrifice?

This is like a question that Kant briefly discussed in his obscure little book, The Conflict of the Faculties, written about 50 years before Kierkegaard’s Fear and Trembling. Here is Kant’s position:

“If God should really speak to man, man could still never know that it was God speaking. It is quite impossible for man to apprehend the infinite by his senses, distinguish it from sensible beings, and recognize it as such. But in some cases man can be sure the voice he hears is not God’s. For if the voice commands him to do something contrary to moral law, then no matter how majestic the apparition may be, and no matter how it may seem to surpass the whole of nature, he must consider it an illusion.”

I think Kant, not Kierkegaard, is right on this subject. Yet Kant’s voice is not unlike what Kierkegaard felt would be the voice of Satan tempting Abraham away from faith! Kant is taking the voice of reason and human morality. He felt that Abraham should have said a resounding “No!” He did not let him off the hook as did Kierkegaard.

As I noted earlier, one’s personal life and experiences shape the kinds of intellectual issues one delves into and the perspective one takes on them. The same is true in Kierkegaard’s case no less then my own. When you realize that Fear and Trembling was written immediately after Kierkegaard broke his engagement with his fiancée, Regina, you feel quite differently about it. According to the edition by well-known translator and commentator, Walter Lowrie, “Abraham’s sacrifice of Isaac is a symbol of Kierkegaard’s sacrifice of the dearest thing he had on earth.” Kierkegaard saw his sacrifice as heroic: he wanted to set her free. But he really wanted to set himself free: he acknowledged that he was afraid of her dependence, but he also seemed afraid of the responsibility entailed in human relationships.

Kierkegaard was not even honest with her but blackened his character, told her lies, so that she would hate him and thus relinquish him. This is unethical behavior. He made it even worse when he tried to make an analogy to a mother who blackens her breast to wean a child, ignoring the fact that a child has to be weaned to survive; nor does weaning break the relationship between mother and child.

Abraham, too, lied or dissembled in response to Isaac’s poignant question, “Father, behold the fire and the wood; but where is the lamb for the burnt offering?” Shifting the onus from himself, Abraham replied, “God will provide the lamb.” It should be noted that in the Muslim version of the story in the Qur’an, Abraham tells his son what is to happen: “My dear son, I have seen in a dream that I must sacrifice you. What do you think about that?” The son replies, “Father, do what is commanded of thee. God willing, he will find me among the steadfast.”

Nevertheless, there is a major difference between what Abraham was about to do and what Kierkegaard did. His sacrifice of the relationship with Regina is not at all the same as taking away the life of another. (Does anyone have that right?) Kierkegaard was not about to kill his fiancée, but that is what Abraham was prepared to do to Isaac. How often the use of the word “sacrifice” allows a dangerous elision whereby relinquishing something is equated with killing, with taking a life, with shedding blood.

Kierkegaard justified his deed in terms of love: he loved her so much he just had to give her up! I find this perverse. Harming in the name of love: it perverts the meaning of love.

Yet this relates to another popular interpretation whereby Abraham has been seen as ethical. During my research, quite a number of learned people including rabbis and ministers claimed that it’s really a story about love. They assume that Abraham loved his son, but loved God more. (Incidentally, there are reasons for some ambivalence about his paternity, namely the visit of the angels and the suspicion that one of them may have impregnated Sarah.)

To prove his love for God, why didn’t he simply sacrifice himself? Because, say the conventional interpreters, he had to sacrifice the thing he loved most in the world, and he loved his son more than his own life. But is it ethical to sacrifice the life of another, especially without their knowledge or permission?

So those are some of the conventional interpretations. Now I want to ask a question that will seem absurd, but that opens up a whole new perspective on the story

Was Isaac his to sacrifice?

All commentators have assumed this without question. It may seem absurd because God asked him. How could he not comply? But surely an all-knowing God knows that a child belongs to the mother as much as to the father. Would he ask only one parent? Even so, why does this question never arise in the centuries of commentary? Instead, most commentators like the Biblical writers simply assume that he belongs to his father in a way he does not belong to his mother. It’s a non-issue for them.

Today, a typical response is that the child was seen as belonging only to the father because of the culture of patriarchy. But such a response explains nothing, because patriarchy means the power of fathers, so such an answer is circular and only begs the question, what is it about fathers or fatherhood that conveys such power?

Most of us take the concepts of father and mother for granted. They are felt to be self-evident. But are they? This was just where my research began. What was the meaning of father, mother and procreation during Abraham’s time or that of the biblical writers? And what light, if any, might it throw on the story?

Genesis (as you might expect) is preoccupied with generativity—the coming-into-being of the earth, animals, plants, and human beings—but especially with paternity and with the continuity of the patriline established by seed. Isaac belongs to Abraham because he is his seed. The theory of procreation embedded in the Bible and Genesis in particular is what I have called the seed-soil theory. It is the father who plants the seed; the mother is then imagined as the soil in which it is planted. She nurtures the seed-child in the womb, gives birth, and nurtures again at the breast.

The word seed is used more times in Genesis than elsewhere in the Bible. Sarah is the first woman in the Bible to be called barren, a word contrasted to fertile. But both words are also used to describe earth, the soil.

This simple agricultural metaphor is really not so simple. By evoking associations with agriculture and the natural world, the image naturalizes a structure of power relations as it also conceals it. Represented as seed and soil, male and female have been differently valued and hierarchically ordered. This theory of procreation, common to both the ancient Hebrews and Greeks, has been the dominant folk theory in the West for millennia, shaping popular images and sentiments of gender, as well as laws and institutions.

Men were thought to beget, women to bear. That is, men have been (and often still are) seen as the ones who engender, while women merely give birth. The life and soul (and thus identity) come from the seed, from the male. Men are imagined as authors of the child as God is of the world; upon this their authority rests. It is this presumed ability that symbolically allies men with the divine and women with the earth, with nature, with what is created by God.

No wonder the biblical writers assumed that Isaac belonged to Abraham in a way that he did not belong to Sarah. No wonder he could take him without consulting her. In this now outdated theory of procreation, father and son are one, they are of the same essence. No wonder that according to the Encyclopedia Judaica, “The Akedah became in Jewish thought the supreme example of self-sacrifice in obedience to God’s will” (emphasis added).

But whose self-sacrifice? There has been a conflation of two people: father and son, Abraham and Isaac. Abraham’s submission to God and Isaac’s submission to his father, Abraham’s willingness to sacrifice his son and the presumed willingness of the son to be sacrificed, have been conflated. It is a very dangerous conflation, because it conceals the hierarchical structure of the relationship, the dimension of patriarchal power, as it also conceals the distinctness and sanctity of each individual.

In Christianity, it is God the Father who sacrifices his Son; Mary the mother is not consulted; while revered, she is not imagined as co-creator. Father and Son are one, but mother and Son are not.

Again, these central theological concepts are suffused with gender definitions that emerge from a particular outdated theory of procreation. Not surprisingly, ethical issues regarding gender, sexuality, and procreation—for example, birth control, abortion, homosexuality, same-sex marriages, marriage of priests, women as priests, etc.—are issues of central concern today as the three religions struggle to keep their power and authority.

It should be clear that my answers to the questions “Was Abraham ethical?” and “Should we admire his willingness to sacrifice his son?” are a resounding “No.” However, it also should be clear that they cannot be answered in an Either/Or fashion. There are too many presuppositions that typically have not been addressed. My analysis has tried to understand the network of assumptions that made the story possible, rather than proceeding from the story as given.

Finally, I ask you to think about what our society might have looked like had protection of the child rather than sacrifice been the story at the foundation of faith.

I would like to end with part of a poem by Eleanor Wilner that indicates an alternative I find to be particularly poignant. (I also think about it in connection with current crises like 9/11, Israel vs. Palestine, and the scandal surrounding Catholic priests.) The poem is called “Sarah’s Choice.” […]

__________________________________

Copyright for this presentation is held by the author, Carol Delaney. (The poem by Eleanor Wilner is reprinted on pages 133-135 of Delaney’s Abraham on Trial. Once we’re able to obtain permission from the poet, we’ll reproduce here the part that Prof. Delaney used to end her talk.)
Apr 18, 2002

“Nunca pudieron quebrar mi espíritu de lucha”

“Nunca pudieron quebrar mi espíritu de lucha”
Entrevista en exclusiva con Óscar López Rivera después de su excarcelación

Por Giorgio Trucchi | Rel-UITA
http://informes.rel-uita.org/ index.php/sociedad/item/nunca- pudieron-quebrar-mi-espiritu- de-lucha

Desde que volvió a pisar las calles de su Puerto Rico como hombre finalmente libre, Óscar López Rivera no ha descansado un solo momento. Imposible sustraerse al multitudinario abrazo de todo un pueblo que luchó por su excarcelación. Lograr una entrevista en exclusiva con él no ha sido fácil, y necesitamos de tres momentos en tres días diferentes, pero el esfuerzo sin duda valió la pena.

– Dossier especial con toda la información publicada sobre la liberación de Óscar López AQUÍ

-Han sido días bien intensos. ¿Cómo se siente? ¿Se lo imaginaba así el momento de su liberación?
-Siempre tuve el deseo de volver a mi patria y estar con mi familia, pero no tenía la menor idea de cuándo y si eso iba a pasar. La verdad es que yo estaba preparado para pasar el resto de mi vida en la cárcel.

Cuando el 17 de enero me avisaron que me habían conmutado la sentencia no lo podía creer. Comencé a sentir que era cierto solamente unos días antes de mi traslado a Puerto Rico. Mientras empacaba mis cosas me repetía “Es verdad. Voy para Puerto Rico”.

Puerto Rico es mi patria y todo lo que estoy viviendo en estos días refleja lo que serán mis próximos meses. Voy a recorrer todos los municipios del país, para escuchar, dialogar y compartir.

-En estos días siempre ha mencionado dos palabras: unidad y descolonización. ¿Qué significado tienen para usted?
-El tema de la descolonización es importantísimo. Puerto Rico está sufriendo mucho por la condición de colonia que nos han impuesto desde hace casi 119 años.

El colonialismo está declarado como un crimen contra la humanidad. ¿Por qué tenemos que seguir sufriendo este crimen?

Ya lo estamos viendo en estos días con la presencia en el país de la Junta de Control Fiscal (JCF) impuesta por Estados Unidos. Y lo peor es que le están pagando millones sin hacer nada. Nuevamente nos están saqueando.

Este dinero podría haberse usado para salud, para mantener las escuelas abiertas. Eso es parte del sistema colonial que sufrimos.

-¿Y la unidad?
-Para descolonizarnos necesitamos dos cosas: la unidad y el amor a la patria. Sin amor a la patria no podemos lograr la unidad. Debemos poner a un lado nuestras diferencias y enfocarnos en lo que queremos: un Puerto Rico libre. Yo lo quiero libre, no puedo verlo de ninguna otra manera.

Cuando habla de descolonización e independencia ¿piensa también en un cambio de modelo económico?
-Definitivamente. Hay que cambiar el modelo neoliberal. Comencé a estudiar el neoliberalismo desde sus raíces en los años 70. La globalización, empresas transnacionales que deciden el futuro de los países. Jamás podría aceptar algo así para Puerto Rico. El cambio debe ser estructural y completo.

Tenemos que desarrollar un mercado interno, aprovechar el mar. Aquí existe un gran potencial humano y nuestro recurso principal es el ser humano. Lo que no tenemos es la libertad para hacer lo que queremos hacer.

Los ajustes de siempre
La historia que se repite

-Puerto Rico vive momentos muy difíciles. Ya mencionó la presencia de la JCF y el plan de reajuste para restructurar la deuda pública. ¿Qué idea se ha hecho de esta crisis?
-La Junta de Control Fiscal es una entidad criminal. Viene a Puerto Rico con el mismo propósito de siempre: saqueo, saqueo y más saqueo.

En estos días he hablado con muchas personas. Hay una parte que está resignada y cree que la JCF puede ayudar al país. Pero la mayoría está inconforme y dispuesta a luchar. Se está creando una dinámica muy interesante.

-¿Cree que usted en este momento puede ser elemento de unidad?
-Yo no sé si puedo ser un elemento de unidad, pero tenemos el ejemplo de la campaña por mi excarcelación que se ha basado en la unidad de sectores muy diversos.

También logramos la unidad en la lucha contra la Marina norteamericana en Vieques, así como para sacar de la cárcel a nuestros cinco héroes nacionales en 1979 y a los 11 prisioneros políticos en 1999.

Yo estoy aquí porque logramos unirnos. Nunca he sido sectario, ni he promovido algo que nos divida. Yo me debo a esa unidad.

-En estos primeros días de libertad usted ha mencionado en diferentes ocasiones a la mujer portorriqueña, a la juventud, a la comunidad LGBTI. ¿Qué importancia tienen estos sectores de la sociedad?
-La mujer puertorriqueña tiene una fuerza grandísima y lo ha demostrado a todo el pueblo. Históricamente es una de las fuerzas mayores que tenemos en Puerto Rico. Pero muchas veces es relegada a una posición de retaguardia y es algo que tiene que terminar.

La juventud es el futuro de toda sociedad. Si aquí permitimos que se cierren escuelas y se destruya la universidad estaríamos minando el futuro del país. Debemos apoyar la lucha de los estudiantes universitarios para que triunfen.

En cuanto a la comunidad LGBTI, yo no creo en el odio, ni en la discriminación. Creo que debemos celebrar las diferencias, y a esa comunidad se le debe respetar y dar la dignidad que merece.

-Una palabra para todas las personas y organizaciones, incluyendo a la Rel-UITA, que en el mundo han trabajado para su excarcelación.
-Quiero expresar mi más profunda gratitud a todas aquellas personas que hicieron posible mi excarcelación. La campaña fue preciosísima, de unidad, donde se trascendió fronteras.

Es un modelo que podemos usar para unirnos aún más. Creo que podemos usarla como ejemplo e instrumento para seguir luchando y para bregar con el futuro de Puerto Rico.

Creo en la solidaridad caribeña, latinoamericana y que un mundo mejor y justo siempre es posible si nos atrevemos a luchar.

-Usted pasó mitad de su vida en prisión por luchar por un Puerto Rico libre e independiente. ¿Valió la pena?
-No tengo la menor duda. Definitivamente sí. Con todos mis compañeros y compañeras encarcelados nunca permitimos que nos quebraran el espíritu, que nos aflojaran, que nos obligaran a renunciar a la lucha.

Valió la pena porque somos un ejemplo de que sí se puede luchar, trascender y triunfar. El empoderamiento del pueblo que se dio a través de la campaña es algo que necesitamos para el presente y el futuro.

Fuente: Rel-UITA

Las ideas socialistas en Costa Rica, 1880-1930

Las ideas socialistas en Costa Rica, 1880-1930
Mario Oliva Medina*

Mario Oliva Medina
Las ideas socialistas en Costa Rica, 1880-1930
Revista iZQUIERDAS
Año 1, Número 2
ISSN 0718-5049

I
Creo no equivocarme al afirmar que en Costa Rica, al igual que en otros países de América Latina, han existido tres actitudes respecto a la historia del socialismo: desconocimiento, olvido y desprecio. No ha habido interés por esta problemática, y el silencio y el ocultamiento de estas ideas son normales en los libros oficiales de historia del país.

Promediando los años 60 del siglo XX, el filósofo Constantino Lascaris realizó algunos acercamientos al desarrollo de las ideas en Costa Rica. De ellas, abordó las del anarquismo y el marxismo (Lascaris 1965: 191-203-267-271). Más tarde (años 70), Luis Barahona, en su estudio sobre las ideas políticas en Costa Rica, analizó el anarquismo y el socialismo presentes en varios pensadores costarricenses. Dando impulso al género biográfico a la luz de esta preocupación, su tarea incluyó figuras intelectuales tales como Joaquín García Monge, Omar Dengo, Robert Brenes Mesen, José María Zeledón, Carme Lira, Carlos Luis Fallas, entre otros.

Sin embargo, más allá de estas iniciativas, en general los estudiosos nunca han dado importancia al impacto del socialismo en la historia del país, en especial para su historia cultural, de las mentalidades o de las ideas. Algo se ha avanzado, pero su estudio se retarda, sea desde una visión de conjunto, como desde ángulos específicos.

Ciertamente, no hay tampoco adelantos en aspectos teóricos y metodológicos; en fin, la historia del socialismo no es una materia que en Costa Rica tenga credenciales académicas. El vacío no se debe sólo a la falta de un ámbito universitario donde, lógicamente, debiera producirse reflexión histórica, sociológica, lingüística, filosófica, etc.; uno de los mayores obstáculos corresponde a la complejidad y vaivenes de una disciplina aún frágil en sus métodos y objetivos, de suerte tal que su construcción necesita de un cuerpo y un alma colectivos.

La reflexión acerca de las ideas socialistas en Costa Rica debe poner atención a su producción, circulación y apropiación; debe también analizar si las ideas socialistas calaron y arraigaron en ciertos sectores sociales, expresando, como apunta Jean Ehrard, sus propios matices, ambigüedades o contradicciones (Ehrard, 1977:184), pues toda idea en movimiento es siempre un problema.

Por su parte, Franco Ventura nos indica que no se trata sólo de describir matices o sensibilidades, sino problemas reales que existían en una sociedad dada, y ver en qué medida una idea ha sido utilizada para abordar esos problemas (Ventura, 1977:188).

II

A modo de propuesta entremos a analizar la relación que hubo entre ideas socialistas y clases trabajadoras en el período 1880-1930. Una primera distorsión que debe ser corregida es la de crear, sin fundamento empírico o por mero arte de magia, pretendidas corrientes socialistas abstraídas de su contexto. Es también necesario renunciar a las etiquetas que buscan obviar la complejidad de lo que cubren, pretendiendo sustituir el análisis histórico con afirmaciones sumarias. Un acercamiento al socialismo de los años 1880-1930 exige, sobre todo, estudiar el arraigo de esas ideas en las realidades colectivas costarricenses o, más concretamente, en la mentalidad colectiva del pueblo trabajador.

En una sociedad no existe un único receptor o público medio, sino un abanico de públicos, a los que el historiador y estudioso de las ideas deben poner atención. Las vías de penetración y circulación del socialismo en Costa Rica tomaron variados rumbos. A finales de los años ochenta del siglo XIX, marca el momento de expansión de las organizaciones de trabajadores en su forma de sociedades mutualistas, cooperativas, sociedades de artesanos y clubes políticos.

Uno de los medios de trasmisión de las ideas asociacionistas fue la prensa, instancia donde llegaron a publicarse libros enteros y variados artículos sobre al tema. Otro elemento multiplicador de las ideas socialistas fue el aporte hecho por intelectuales extranjeros: Juan Fernández Ferraz, Dr. Rafael Machado, Eloy Truque. Ellos conocían el movimiento obrero de sus países y de otras latitudes, circunstancia que les permitió realizar campañas de divulgación de las experiencias y de las ideas organizativas internacionales entre los trabajadores urbanos costarricenses. Además, por medio de la prensa y de numerosas conferencias, ayudaron a redactar estatutos de no pocas organizaciones de trabajadores, llegando incluso a participar en varias de ellas.

La formación de clubes políticos con una amplia participación de artesanos y obreros serviría de apoyo a los candidatos oficialistas, o a cualquiera que
pretendiera llegar al poder. A su vez, estos se constituyeron en centros donde los trabajadores se informaron de las ideas democráticas, republicanas, socialistas utópicas, etc., llegando a adquirir nociones sobre sus derechos políticos.

Otra forma de difusión e instrucción de estas ideas, fue la iniciada por los monteristas (seguidores de Félix Arcadio Montero) en la década de los noventa en el siglo citado. Visitando continuamente los talleres de trabajo, discutían y propagaban sus ideas.

En esas prédicas, ha señalado De la Cruz, llamaban a los “chaquetas” a organizarse contra el “Olimpo”, forma despreciativa con que referían a los de arriba, es decir, a los gobernantes o ricos oligarcas.

A fines de 1901, la Liga de Obreros se propuso realizar la lectura en voz alta de periódicos nacionales y extranjeros. Así, por ejemplo, una invitación publicada en La Aurora, en Diciembre de 1904, apuntaba que “esta noche, de 7 a 8 p.m. se realizará la lectura en común entre los socios del club de instrucción y recreo de desamparados. La obra que se ha escogido para iniciar esta lectura en voz alta y comentada es La Guerra y Paz, de León Tolstoi”. La invitación se hacía al público de ambos sexos que “desearan oír la lectura”.

La lectura en voz alta fue una práctica común no solo en los clubes políticos o lugares de reunión de trabajadores. Entrado el siglo veinte, también lo fue en los talleres. Esta peculiar institución cultural pareció tener una larga y fructífera vida.

Carlos Luis Fallas (Calufa) rememora en su narrativa la práctica de la lectura de periódicos, folletos y libros entre trabajadores: primero, entre los trabajadores urbanos; luego, en los años treinta, esta práctica fue extendida a las zonas agrícolas de amplia concentración obrera, como las plantaciones bananeras, donde, luego de la jornada laboral, se reunían trabajadores a escuchar la lectura del Manifiesto Comunista y del periódico Trabajo, órgano del Partido Comunista. Indudablemente, así se sorteaba el obstáculo del analfabetismo entre el pueblo trabajador.

En todo este período (1880-1930), el movimiento obrero enfatizó la preparación intelectual de los trabajadores; fomentó la creación de escuelas nocturnas, de centros de tertulia y bibliotecas. Transitando el siglo XX, esta red educativa estaba extendida por toda la geografía nacional, completándose en la segunda mitad de la década del veinte con la fundación de la Universidad Popular y Obrera. En ella, prestigiosos intelectuales, conferencistas y propagandistas –humanistas y socialistas- dedicaron parte de su tiempo a la formación de los trabajadores.

En 1889 habían aparecido las primeras bibliotecas populares formadas por los trabajadores, más concretamente, por la Sociedad de Artesanos de San José, y por la Sociedad de Artes y oficios. Estas bibliotecas ofrecían revistas y periódicos nacionales y extranjeros, así con una selecta colección de libros. La biblioteca fundada por la Sociedad de Artesanos logró acumular más de cuatrocientos títulos, además de periódicos y revistas. Una particularidad de las bibliotecas fue la casi total ausencia de obras socialistas, anarquistas o marxistas (véase cuadro No.1).

Del total de libros, sólo seis obras eran de temas socialistas; entre ellas puede destacarse la obra de Fernando Garrido Historia de las asociaciones obreras en Europa, que describe el nacimiento, infancia y madurez del movimiento obrero en el viejo continente. Su influencia fue muy importante para la difusión del socialismo de Cabet, Fourier y Owen. Probablemente, la limitada bibliografía socialista de la mencionada biblioteca no fue algo casual y restringido a ese centro.

Dos hechos aclaran mejor el sentido de nuestra afirmación: al revisar la existencia de libros de la biblioteca de la Universidad de San Tomás (1880), puede constatarse un panorama desolador en cuanto a obras socialistas; el único título que registra el catálogo es Ideas de la revolución en el siglo XIX, de Proudhon y Pelletan. En segundo lugar, es sintomática la pobreza que se desprende del estudio de los catálogos de la Librería Española (o Librería Lines) que, con toda seguridad, fue la más importante de Costa Rica en el siglo XIX.

Los antecedentes señalan que dispuso de escasos títulos socialistas y que,
después de 1896, no incorporó ningún título nuevo debido, en parte, a la situación cambiaría que se presentó al comenzar el nuevo siglo. Únicamente es posible detectar la importación de algunas obras de anarquistas importantes, como Kropotkin y Bakunin.

Ciertamente, la circulación de literatura socialista fue escasa en el siglo XIX
costarricense; pero tampoco podemos perder de vista que los artesanos y obreros podía tener contacto con ella por medio de la lectura de obras como las mencionadas. Por medios orales, pero también a través de la prensa exterior, pudieron conocer ideas socialistas que reprodujeron en sus propios periódicos, entrando en contacto con movimientos obreros más avanzados de Europa y América. Otra manera por la que se propagaron ideas socialistas, fue por medio de las novelas de Víctor Hugo, Eugenio Sué, Honorato de Balzac o Walter Scott, a las cuales se les unió la novela clásica rusa de Máximo Gorki, Dostoyevski o León Tolstoi, autores que atrajeron por décadas a los lectores, entre ellos, a los trabajadores urbanos.

En pleno apogeo del movimiento obrero-artesanal, un colaborador del periódico de los trabajadores La Aurora Social, quién había leído algunas novelas de Eugenio Sué, gracias a lo cual –exponía en abril de 1913- pudo tener mejor percepción de la escena social costarricense, escribió:
“Se nota con verdadero asombro la prostitución casi infantil que existe en esta capital (…) Ver a un imberbe, a un joven colegial chupar un cigarrillo con todo deleite, apurar una copa de licor o echárselas de bohemio en sus distracciones nocturnas, no es cosa de los famosos trasnochadores de París que nos pinta Eugenio Sué, sino que se nos presenta en la actualidad con funestos caracteres de una realidad palpable”.

Y es que esta novela se caracterizó por tratar los temas más variados convirtiéndose en una forma de enseñar historia, sociología, filosofía y moral. Muchos temas, como el derecho de asociación de los obreros, el trabajado de los niños, la pauperización provocada por la industrialización, la rehabilitación de delincuentes y tantos otros, fueron conocidos por medio de la novela.

Otro modo de extender la literatura de denuncia social, se dio por medio del encuadre en la parte superior de los periódicos obreros -Hoja Obrera, 1909-1914; La Aurora Social 1911-1914; La Unión, 1916- de algunas máximas de los escritores preferidos, entre ellos, Víctor Hugo, Eugenio Sué, Máximo Gorki y León Tolstoi, además de la reproducción de fragmentos de sus creaciones.

Otro multiplicador de relevancia en la expansión de esta literatura fue el cine. Novelas en su versión cinematográfica eran vistas por miles de personas. Una crónica de La información, de diciembre de 1916, señalaba: “El sábado 30 se estrena en el teatro Peralta de Grecia, la grandiosa obra de Víctor Hugo Los Miserables”. La película había batido récord en San José, donde varios teatros la presentaron por 32 noches seguidas. Parecida aceptación podían tener obras consideradas en aquellos años como inmortales, como por ejemplo, Germinal, de Emilio Zolá.

Las organizaciones de trabajadores no perdían la oportunidad de presentar entre sus asociados y allegados esas obras. En 1920, con ocasión del Primero de Mayo, se organizaron tres actos y en dos de ellos se incluyó la presentación de la película Germinal. El 30 de abril de ese año, la Sociedad de Ebanistas y Carpinteros (y, por lo menos, diez organizaciones más) proyectaron a las 9 p.m. en el Parque Morazán, la cinta mencionada. Por su parte, la Sociedad de Panaderos y la Confederación General de Trabajadores, en local de esta última, lo hicieron el día 1 de mayo por la noche.

Otro punto importante, es el de la peligrosidad de las ideas socialistas para ciertos sectores de la sociedad, lo que llevaba a ejercer vigilancia y censura. Los mecanismos de control constituyen un hecho de primera magnitud y su conocimiento resulta esencial para el entendimiento del pasado cultural. Esto lleva a plantearse hasta qué punto fue eficaz el control y si logró cohibir la difusión del ideario socialista, pues variadísimas fueron las vías que desarrollaron los trabajadores para que estas ideas pudiesen circular.

Uno de los opositores más frontales del socialismo fue la Iglesia Católica. Lo que puede considerarse como la opinión oficial sobre el tema, apareció en La Unión Católica del 9 de noviembre de 1890. Allí se enjuiciaron como obras calumniosas, mentirosas e inmorales las producciones literarias de Alejandro Dumas, Eugenio Sué, Flammarión y algunas obras de Víctor Hugo, entre otras. También la Iglesia buscó que los libreros no vendieran libros de estos autores, como una forma de prohibir su difusión.

A fines de los años 20 del siglo pasado, grupos católicos protagonizaron actos violentos en contra de la literatura socialista. El Correo Nacional, de orientación católica, informaba, en mayo de 1927, sobre una pesquisa de “libros malos” por parte de la Liga de Acción Social integrada por damas católicas, quienes habían desplegado, entre abril y mayo de ese año, una amplia actividad que incluía el boicot a ciertas librerías. La señora Rosa Quiroz, secretaria del citado club, manifestaba con orgullo “…grande ha sido la cosecha de libros malos (…) van marchando camino al
fuego”.

Entre las obras decomisadas por la Liga de Señoras, destacaban Los Miserables de Víctor Hugo, novela que según el Informe presentado por el caso, falsea el principio de autoridad y era una epopeya del socialismo. Otra novela de Hugo prohibida fue, Nuestra Señora de Paris. Honorato de Balzac también fue objeto de la censura, sobre todo La Piel de Zapa; Memorias de dos jóvenes recién casados y otras de ese estilo. Eugenio Sué aumentaba la lista de los proscritos: el Informe estimó sus obras como “perversas”, sobre todo Los Misterios de París, El Judío Errante, Los hijos del pueblo, Los siete pecados capitales y Martín el Expósito.

Ya en 1901 se había prohibido la literatura anarquista. En los años treinta, por orden del Ministro de Gobernación, se decomisaron libros, revistas y periódicos catalogados de comunistas. Sin embargo, ninguno, de estos ejercicios de controles ideológicos evitó la multiplicación del ideario socialista.

La relevancia de estos autores no solo puede apreciarse en el decomiso de sus obras, sino, como se ha señalado, porque ayudó a cierto sector de opinión, formado por intelectuales, artesanos y obreros cultos, a elaborar la crítica de las instituciones. No en vano sus obras tenían el conocimiento de las ideas reformadas y de avanzada de Europa. Fue tanto el prestigio de estos autores que existieron organizaciones que llevaron sus nombres, como el Club Cultural Víctor Hugo, de San José, en los años veinte.

A esta veta de novelas europeas se unieron, como ya lo mencionáramos, escritores rusos como Fedor Dostoyoevski, León Tolstoi y Máximo Gorki, los que atrajeron a decenas de lectores. Carlos Jinesta, en su brillante opúsculo relativo a Omar Dengo, al referirse a los primeros años del siglo veinte escribe: “se divulgaban los libros de León Tolstoi; se difundían las prosas de Ernesto Renán, y una juventud ansiosa de cultura, ofició bajo las tiendas tolstianas y renianas”.

La propagación de estas obras a principios del siglo XX fue ayudada por la aparición de varias librerías como la Lehmann o Falcó la Borrasé que, junto a la librería Española, nutrieron la demanda de los lectores.

En relación con las librerías y al tipo de libros sujetos a censura, El Orden Social de 1 de septiembre de 1901, se pronunciaba:
“en primer lugar, las señoritas librerías se han encargado de inundarnos con obras, novelas, escritos anarquistas o con sabor a esa conserva. De Máximo Gorki, Tolstoi, son obritas que abundan y cuestan poquita plata para que estén al alcance de todos y a ciencia y paciencia de las autoridades y de la policía que, así se preparan, cariñosamente, la soga para su pescuezo…”.

Las obras y artículos periodísticos de los autores rusos permitieron no solo conocer las condiciones de vida de ese pueblo, sino también sus luchas. Además, sus novelas tenían otra cosa que decir a nuestros intelectuales: daban cuenta del compromiso con la suerte de su gente, con sus tragedias y esperanzas.

La influencia de estos autores fue significativa en el movimiento obrero-artesanal costarricense: de ellos se desprendieron corrientes antiautoritarias, pacifistas y anticlericales, entre otras. Junto a los primeros escritores, estos últimos favorecieron y ayudaron a la crítica de las instituciones y de la injusticia social. En 1910 un obrero se refirió al acaparamiento de predios por parte de compañías y de particulares, y como solución planteó una justa distribución de las tierras, idea que, según él, sustentaba Tolstoi.

A comienzos del siglo XX ya fueron frecuentes las manifestaciones de descontento provocadas, en gran parte, por el rápido deterioro de los salarios y de las condiciones de vida de los trabajadores. Así, por ejemplo, la vivienda fue uno de los más serios problemas que afrontaban los artesanos y los nuevos trabajadores de la ciudad. En Hoja Obrera encontramos un artículo de un observador perspicaz en tono y lenguaje –quien, parece, había leído a uno de los grandes novelistas aquí citados- que nos dice:
“Nadie ignora que los tales chinchorros (lugar donde se amontonaba el proletariado) son verdaderos incubadores de los gérmenes de las enfermedades que afligen y diezman a la pobrería; da tristeza visitar esos antros en donde se presentan a los ojos del visitante, niños famélicos y con harapos de vestidos; mujeres flacas que abren los ojos con espanto, y
jóvenes anémicos que llevan en su rostro retratado el dolor; el desaliento de los desgraciados de Máximo Gorki”.
Hemos hecho esta larga cita, en gran parte, por su estilo vivaz y su bella prosa. Ese mismo columnista sostenía que las reglas de higiene entre los pobres eran
impracticables por el excesivo precio de los alquileres, la carestía de los alimentos de primera necesidad, el alto precio de las ropas, la escasez de trabajo y lo reducido del salario; y concluía que aquellos eran males endémicos entre los costarricenses.

En 1910, al morir el escritor ruso León Tolstoi, la prensa nacional y las revistas culturales y literarias, llenaron sus páginas con artículos alusivos a ese
acontecimiento de lo que se deduce el conocimiento que tenían de este autor. Muchos lo reconocían como el gran inspirador de sus ideas. Hoja Obrera publicó en la ocasión algunos artículos de artesanos y obreros. Uno de ellos, Arístides Rodríguez – conmovido por la muerte del que calificaba como gran anarquista- trató los diferentes tópicos explorados por Tolstoi en sus novelas: la guerra, el patriotismo, la religión, la propiedad, el trabajo, el Estado.

Mientras, un barbero, de nombre Octavio, añadía: “Tolstoi, con su pluma sentimental pintó los dolores de los humanos; con su pluma pintó paz y amor; con su pluma rebelde anatemizó a los poderes constituidos”. Montero había leído, según propia confesión, muchas de las obras del escritor ruso, como Cuentos para niños, Placeres crueles, Placeres viciosos, y Resurrección.

Las obras de todos estos escritores, de hondo contenido realista, sirvieron, más que todos los textos teóricos de por sí, escasos en el medio para difundir ideas socialistas. Es por ello que Carlos Rama, al tratar el tema del surgimiento de las ideas del socialismo latinoamericano, nos indica que “deben incluirse en la corriente del primer socialismo a autores de ficción literaria”. Y concluye: “que si no fueron creadores en el campo de la teoría, multiplicaron, por su adhesión a las nuevas ideas, sus afectos a través de un público extenso y no politizado”. (Rama, 1980: 53)

En efecto, muchos de los autores mencionados no fueron rigurosamente socialistas, pero su vital prosa de denuncia social, fue vista con simpatía por intelectuales y trabajadores de las décadas de finales del XIX y comienzos del XX.

Bibliografía
Luis Barahona Las ideas políticas en Costa Rica. Departamento de publicaciones MEP. 1977
Vladimir de la Cruz Los Mártires de Chicago. Editorial Costa Rica, San José, 1985.
Jean Ehrard. “Historia de las ideas e historia social en Francia en el siglo XVIII: Reflexiones de método”, en Niveles de cultura y grupos sociales, Editorial Siglo XXI, México, 1977
Arnoldo Ferreto Vida Militante, Editorial Presbere, San José, 1984
Constantino Láscaris Desarrollo de las ideas filosóficas en Costa Rica, Editorial Costa Rica, San José. 1965
Carlos Rama Los ideales socialistas en el siglo XXI, Editorial LAIA, Barcelona, 1976.

El mandato sacrificial y la cultura política del comunismo chileno

El mandato sacrificial y la cultura política del comunismo chileno*
Manuel Loyola**
El golpe de Estado del 73 no sólo trajo el quiebre de miles de vidas, sino también el desbarajuste ideológico del conjunto de las fuerzas de la izquierda chilena. Todas estas, cual más cual menos, comenzaron diversos procesos de reflexión y replanteamientos en empresas que buscaban dar cuenta no solo del pasado y las causas de la derrota, sino también de las opciones futuras; no solo de lo hecho, sino por sobre todo de lo no hecho, de los errores, carencias y de cómo podría ser nuevamente viable una alternativa democrática y de cómo, en tal tránsito, podía engancharse una solución socialista para Chile, si es que aun ella pudiera tener vigencia teórica.
Como se sabe, una de estas vertientes de renovación fue la que expresó el Partido Comunista de Chile, en especial con lo que fue conocido como la elaboración y aplicación de la Política de la Rebelión Popular de Masas, a partir de 1980. Si esta renovación fue un cambio en la línea o de la línea política, en verdad es un tema que interesa poco a nuestros fines: lo que sí nos importa es que ella fue la oportunidad de ver reiterado el signo que estimo central de la cultura política de este Partido, esto es, el signo del mandato sacrificia1l, ahora, en una versión bastante más nítida y exigente de lo que había sido en el pasado de la organización.
Es muy probable que, del conjunto de la izquierda del país, haya sido en el PCCh donde con mayor intensidad y dramatismo se hayan experimentado los hechos y consecuencias del golpe y la necesidad de adoptar ostensiblemente nuevos métodos de lucha, no obstante las discrepancias y tensiones que esto produjo a nivel de su dirigencia superior. 1 La noción de mandato que aquí empleamos corresponde a la usual de orden o precepto que un superior cualquiera da a quienes tienen una posición inferior a él. En la tradición comunista, si bien se contemplan mecanismos de consulta que harían del mandato la expresión consensuada de un colectivo (la llamada “democracia partidaria”), la permanente disposición a que los términos de los acuerdos se haga a base de las propuestas ideopolíticas resueltas en instancias de dirección superiores, hacen que este mandato, en los hechos, se atenga más a esta definición que a lo que acuerde una figura de soberano (asamblea, pueblo, colectivo deliberante). Este aspecto es esencialmente difícil de realizar por una organización que por sus fines transformadores, es decir, de antagonismo con la condiciones de su presente – como lo es la situación del PC – tiende a ocupar métodos discrecionales antes que deliberativos, los que se hayan bastante acotados. Sobre esto, tengamos sólo presente que la fórmula del “centralismo democrático”, por lo general ha dejado sin opciones de tratamiento a las posiciones de minoría, enconándose no pocas frustraciones. Por último, un dato crucial y que aquí no abordaremos es el de la correspondencia prácticamente biunívoca que existe entre este mandato de la cultura comunista con el de la obediencia sacrificial, tal como ha sido señalado por algunos militantes actualmente activos.
Que así se haya expresado (que en el PCCh se haya experimentado devastadoramente el golpe) seguramente estuvo ligado a un dato esencial y de carácter eminentemente subjetivo: la enorme valoración que respecto de sí mismo se tenía (y aun se tiene) como tal vez la fuerza política que más había hecho – al menos desde los años 50 en adelante, en un comportamiento intachable y generoso – para labrar y sostener el proyecto de gobernabilidad de la izquierda chilena que, finalmente, cuajó en el gobierno de la Unidad Popular. Esto, siendo motivo de enorme orgullo para su militancia y dirigencia, no solo era resaltado respecto de las demás organizaciones de la izquierda, sino que, por sobre todo, era un orgullo que jugaba a favor de una cierta razón histórica que, aunque aparezca paradojal en sus términos, era tan inmanente como trascendente, tal como apreciaremos luego. De este modo, el mandato sacrificial que había dado frutos tan importantes como un gobierno popular en 1970, hechas las correcciones pertinentes debía ahora, diez años más tarde, retomar sus aspiraciones de triunfo, animando a la militancia con nuevos saberes y nuevas prácticas.
Como lo dijéramos, ante el panorama de destrucción y muerte que significó la irrupción y permanencia de la Dictadura, la perplejidad comunista fue total: “Qué vuelta a la nada, qué fin”, como dijera en una de sus canciones Pablo Milanés, y era cierto: ¿qué podía rescatarse de aquello, de todo ese pasado, de esa promesa, de lo que tanto había costado y que ahora se perdía irremediablemente?: poco, o demasiado poco. Costaba tanto asimilar lo ocurrido: la cotidianidad había sucumbido de un día para otro y no se tenía repuesto, todo era precario, inseguro, no había mucho de donde sostenerse ya que no solo la rutina era otra, sino que también la política era muy distinta: ahora era la fuerza persecutoria y criminal desembozada, sin miramientos, sin piedad, sin nada parecido a lo razonable: un trauma, una pesadilla, un drama que solo podía enfrentarse oponiéndole la fortaleza juramentada, el sacrificio y la entrega sincera no solo para capear el temporal represivo, sino, mejor aún, para terminar con el terror y dar paso a un gobierno, sino socialista, al menos lo más cercano posible a él. Así, todo estaba o debía estar unido en un solo movimiento con todas las soluciones de continuidad requeridas por la demanda de la lucha: la política se hizo fuerza o, mejor dicho, acumulación de fuerzas – estoy hablado del sentir militante aunque en la dirigencia tampoco fue tan distinto – pues, soportado el chaparrón de los años iníciales, la disposición era solo para la lucha, y el léxico de entonces lo acusó: ser militante pasó a ser una condición genérica, lo primordial ahora era ser combatiente. Es aquí donde se insertó o cobró pleno auge el sello subjetivo que marcó e impactó a tantos y a tantas: el sello del mandato sacrificial antifascista.
Pero si, de un lado, esta nueva versión del mandato tuvo mucho de restauración de lo se consideraba era la identidad, de llamado a la fidelidad y de convocatoria al heroísmo, de otra, no dejó de nutrirse también de innumerables críticas a lo que había sido la conducción previa, aquella que había protagonizado la derrota del 73: ahora sí y de una vez por todas, había que curarse de derechismo, de reformismo, de ilusión burguesa, de aquel pragmatismo que había llegado a desconocedor las leyes de la historia y de la revolución. En fin, segunda mitad de los años 70 y lentamente fue creciendo entre la militancia que yo conocí, más nueva que vieja, la idea de que si estábamos en el jota y aspirábamos a mantenernos en el partido era porque debíamos hacer lo que correspondía, algo que antes no se había hecho por irresponsabilidad y acomodo: la revolución o algo parecido a ella, y como de la Dictadura no esperábamos nada, esta revolución seguramente debía ser armada, por tanto, había que prepararse.

¿Qué pensaba o sentía el joven militante comunista de la segunda mitad de los 70 sobre esta nueva situación que se imponía?, y nos preguntamos por el militante y no por el partido en un sentido institucional donde, por lo común, a este tipo de interrogantes se le responde con el examen de los documentos de los equipos de dirección.
No disponemos aun de antecedentes amplios, diversos y sistematizados, sin embargo, de los que he logrado indagar (por lo común, expresiones verbales de la memoria de varios militantes y ex militantes), es posible sugerir algunas pistas que, puestas en contacto, nos permitirían disponer de algo parecido a lo que Raymond Williams llamó estructuras de sentimiento2.
Veamos algunos datos de los entrevistados3:
2 Los significados y valores tal como son vividos por una generación determinada en un período definido, constituyen para Williams una estructura de sentimiento: “Las estructuras de sentimiento no deberían ser ignoradas en el análisis histórico, en la medida en que, aun que representen formas emergentes o preemergentes, no necesitarían de una definición, una clasificación o una racionalización para ejercer presiones concretas y establecer límites efectivos sobre la experiencia y la acción”, ver Diego Chein: “Posiciones epistemológicas en las teorías social, cultural y literaria de Raymond Williams”, en http://www.sinc.sunysb.edu/Publish/hiper/num4/artic/chein.htm
3 Datos provenientes de entrevistas a 14 militantes de las JJCC, activos entre mediados de los 70 y mediados de los 80 (10 hombres y tres mujeres). Al preguntárseles por los medios que utilizaban para formarse políticamente, analizar y disponer de cierta opinión sobre la situación chilena y sus expectativas de mediano o largo plazo, mencionan una serie de medios o recursos a que echaban mano no sin cierta dificultad en la obtención de algunos de ellos.
En general todos acudían a recursos más inmediatos como eran escuchar noticieros de radios opositoras: radios Balmaceda y Chilena, que copan las preferencias hasta comienzos de los años 80 (especialmente la Radio Chilena, con los programas de Miguel Davagnino y Johnny Smith, por lo general de música folclórica de la NCCH y del Canto Nuevo); la lectura, más ocasional que regular, de revistas como HOY, APSI y Análisis; con más frecuencia leían el boletín de la V. de la Solidaridad. Con los primeros años de los 80, la lectura del Fortín Mapocho se tornó general para casi todos los entrevistados. Son escasas las alusiones a otros medios de acceso público, como podía ser el cine, donde muy pocos de mis entrevistados dicen haber asistido; los que sí lo hacía preferían el cine arte: Toesca, Santa Lucía y Normandie.

Al preguntarles sobre el arco de informaciones que de alguna manera les permitía fundamentar su decisión, es decir, una interrogante por los “consumos políticos” más expresamente militantes sobresale, en primer lugar, la sintonía de radio Moscú, la que era tenida como una muy estimable fuente de información y de obtención de orientación política, lo que llevaba a que fuese tarea permanente escucharla y comentar algo de sus noticias en las reuniones de células o bases. Además, las emisiones de esta radio significaba una suerte de tónico anímico para varios de mis entrevistados, una forma de sentirse acompañados y respaldados y, sin duda, las voces de sus locutores/as, sus espacios de comentarios (en particular, los de Volodia Teitelboim) y las músicas incidentales, aun los llenan de emoción al momento de rememorarlas.

Luego de la radio Moscú, otros medios requeridos fueron ciertas “lecturas clandestinas” que, en su conjunto, daban cuenta de insumos “preparatorios”, “aleccionadores” o “motivadores”. Así, consultados por las lecturas que más demanda tenían por su aporte formativo en la experiencia militante, aparecen citados títulos como La Madre, de Gorki; Así se templó el acero, de Nikolai Ostrovki; la novela del héroe ruso Chapáev, de Dimitri Furmánov, y, por sobre todo, el relato Reportaje al pie del patíbulo, del checo Julius Fusik es decir, novelas de vidas ejemplares y heroicas, de abnegación y entrega hasta el martirio, al igual que La Montaña es algo más que una inmensa estepa verde, del sandinista Omar Cabezas, también referida por varios de mis entrevistados (mujeres).

En segundo lugar, dentro estas lecturas formativas o propedéuticas, estaban algunos de los clásicos del marxismo-leninismo cuyos contenidos tuviesen más cercanía con las perspectivas de la lucha nacional, como lo eran: El Estado y la Revolución; Qué hacer y Escritos militares, de Lenin; El Manifiesto Comunista o La Comuna de París, de Marx y Engels; la Guerra de guerrillas, del Ché; La Insurrección armada, de A. Neuberg. También hubo menciones a novelas del espionaje soviético de la 2GM, como son La orquesta roja, o Dora informa.

A esta relación de “consumos culturales” y, más aun, del tipo de “recepción” y “representación” (Roger Chartier) que tales consumos importaron entre nuestros militantes consultados, se unió, con mayor o menor anticipación, toda la carga emocional que ya mencionamos sobre el golpe y sus dramáticas repercusiones para el imaginario partidario, suscitándose la estructura de sentimientos que hizo enteramente propicias las condiciones para el advenimiento del mandato sacrificial de la PRPM. Hasta aquí he hecho mención del mandato sacrificial como eje nocional que nos permite articular el relato, pero su valor no es solo de recurso literario general sino también, de categoría historiográfica para el estudio de la cultura política comunista. Aboquémonos a la explicación de esta categoría que deriva de una teorización previa. Nuestro planteamiento, esquemáticamente expuesto, es el siguiente: recurriendo a algunas categorías y nociones del pensamiento o filosofía crítica latinoamericana, diremos que la cultura política comunista en Chile, como toda cultura política históricamente consistente, ha dimanado de un núcleo mítico-ético4 que, de acuerdo a este par de términos, dispone tanto de una visión de mundo como de un anhelo de mundo.

La visión de mundo es una teodicea, una forma de dar cuenta del universo natural e histórico, de sus causas y fines (una filosofía de la naturaleza y de la historia); en tanto que el anhelo de mundo representa, básicamente, un a priori antropológico (A.A. Roig), una imagen del hombre como proyecto de realización (es decir, una filosofía política o social).

No obstante sus similitudes en el plano eminentemente teleológico (nociones que se rigen por fines), ambos no comparten una igualdad esencial u ontológica: si el primero es inmanente, esto es, que mantiene inalterada su condición pues responde más al campo dogmático que al histórico, el segundo es trascendente, esto es, que su naturaleza es inherente al despliegue entre las cosas o datos de la historia.
Ahora bien, que ambos factores se conformen en núcleo, es decir, se relacionen y se fundan no obstante esta relación no es necesariamente una fatalidad ( hay muchos casos en que este encuentro no se produce o se hace de un modo históricamente contradictorio), es porque entre ambos se ha llevado a cabo lo que M. Löwy ha llamado la afinidad electiva, a propósito del estudio que hiciera sobre el encuentro entre mesianismo judío y el utopismo socialista en personalidades intelectuales judeomarxistas de la Europa Central de las primeras décadas del siglo XX5.
Preguntémonos en este momento, ¿ Cuál ha sido el resultado más relevante de la afinidad electiva que se ha dado entre los componentes del núcleo cultural que nos ocupa?.

4 Tomamos la referencia de la filósofa argentina Dina Picotti. Sostiene que la noción de núcleo mítico-ético se refiere, en el ámbito de la filosofía de la cultura y de las ciencias humanas, a la concepción básica de la realidad y de la propia identidad que va configurando un pueblo como sujeto histórico y que se va relatando a través del lenguaje simbólico de los mitos. Se habla de “núcleo” por cuanto se trata de creencias y concepciones fundamentales desde las que se articula su lenguaje y su cultura; de “mítico”, dado que se juega en el ámbito originario del simbólico del mito, que guarda religación con la vida y con la totalidad; y de “ético”, por corresponder al nosotros comunitario el que configura el lenguaje y la cultura en la interrelación (ética) de recíproco reconocimiento del yo-tu-él. Véase de la autora, la voz “núcleo ético-mítico”, en Ricardo Salas (Coordinador), Pensamiento Crítico Latinoamericano. Conceptos Fundamentales, Ediciones UCSH, Santiago, Vol. 2, pp. 707-715
5 Dice Löwy: “Designamos por “afinidad electiva” un tipo muy particular de relación dialéctica que se establece entre dos configuraciones sociales o culturales, que no es reducible a la determinación causal directa o a la “influencia” en sentido tradicional. Se trata, a partir de una cierta analogía estructural, de un movimiento de convergencia, de atracción recíproca, de confluencia activa, de combinación capaz de llegar a la fusión” Michel Löwy Redención y Utopía. El judaísmo libertario en Europa Central, El Cielo por Asalto, Bs. Aires, 1997, p.9
Respondiendo a una consecuencia recurrente a este tipo de fenómenos, el resultado ha sido la materialización de lo que hemos llamado el mandato sacrificial, esto es, la generación, imposición y asunción al interior de la organización y su militancia, de objetivos sobredeterminates, a los que se debe servir, aportar y honrar de modo irrestricto, pues en ello se juega, por lo común, las condiciones de la lealtad o la traición a la causa, con un peso de sanción tan enorme en el casos de “fallas” o “debilidades” que, en numerosas oportunidades, tales “flaquezas” son padecidas por la militancia con todo el dolor o la vergüenza de la culpa. A mayor abundamiento, podemos incluso agregar que la nominación del mandato sacrificial en cuanto a su carácter rector de la política y actuaciones comunistas, radica en las características prometeicas o anticipatorias de futuro que el mismo provee en virtud de las estructuras ideáticas que lo fundamentan: idea de mundo e idea de hombre, de modo que las prácticas partidarias y militantes que le han dado vida, han estado completamente supeditadas a las demandas permanentes y emergentes definidas como los desafíos y tareas necesarias para modificar o terminar con los obstáculos que han impedido la realización de las promesas. En este sentido, este mandato ha resultado ser un dictado refractario o muy poco dado a todo quehacer o inquietud militante que, en materias orgánicas, intelectuales o creativas, no se perciban, por parte de quienes administran y custodian el mandato, como funcional o contribuyente a los objetivos prometeicos que, como se ha anunciado, están en buena medida ya definidos para el ejercicio militante. Habrán, como en todo orden de cosas, excepciones a esta regla, pero sólo son eso, alteraciones que no alcanzarán para desmentir el sentido general del modo de ser comunista. Esta impronta ha tenido consecuencias encontradas en la vida partidaria: de una parte, le ha granjeado al PC una imagen y hasta un prestigio público e interno de organización disciplinada, institucionalizada y seria, mientras que de otra, le ha significado también los costos de diversos quiebres, aislamientos y empobrecimientos. Llegado a este punto y de manera que nuestra tarea no se limite a una mera descripción de la cultura militante comunista, podemos preguntarnos ¿ es posible que el mandato sacrificial disponga de nuevos elementos racionales que le permitan contar con mayor flexibilidad procurando que los encierros ideológicos, si bien no podrían desaparecer, al menos se atenúen y no dañen de manera irreversible la adhesión militante y la actuación pública de la organización? o, ¿ es posible que esta predeterminación de la actuación militante – tan parecida a la predestinación protestante – esté hoy en condiciones de verse afectada a raíz de los impactos que significan los cambios culturales del presente?. Sin duda que cualquier respuesta afirmativa a este respecto, por muy moderada que ella sea, encontrará las resistencias de las cristalizaciones de poder que ella ha generado en la organización. Me parece que las eventuales respuestas a esto son muy necesarias a la luz de las difíciles situaciones por la ha atravesado la vida partidaria en las últimas décadas y en vistas a su propio futuro.

Desde luego, siendo el núcleo mítico-ético comunista un dato tan relevante para la propia identidad de la organización y para el cumplimiento de su rol en una sociedad y un tiempo que demandan cambios sustanciales en las condiciones de vida de la población, las modificaciones en el mandato sacrificial no pueden suponer su abandono sino su reforma en todo lo que sea pertinente a las actuales circunstancias, reformas que de ser plenamente incorporadas a la institucionalidad y cotidianidad partidistas, serán de enorme valor para su mayor madurez y gravitación social.

Contextualicemos nuestra inquietud trayendo a colación los avatares del mandato sacrificial en la historia del P. Comunista.
Los años anteriores a 1936 – año de creación del Frente Popular – son ricos en la demostración de la dinámica impositiva del mandato sacrificial: luego de un lustro (1922-26) de esfuerzos secularizadores del mismo (recordemos las dificultades experimentadas por el mismo Recabarren en este primer período y su confrontación con quienes consideró como jóvenes advenedizos en la dirección del recién creado Partido), la aparición de Ibáñez y su disciplinamiento estatalista, trajo consigo un cambio de giro en el mandato, apelándose a lo más esencial de la fe revolucionaria mediante las posturas que propiciaban el enfrentamiento de clase contra clase ante, lo que se estimaba, era el inminente colapso del capitalismo mundial. En esta ocasión (hablamos del período de los años 1927 hasta 1934), las pruebas del martirio y el sacrificio corrieron por cuenta de las relegaciones a Más Afuera, las muertes del profesor Anabalón o de Meza Bell, la sublevación de la marinería, en Talcahuano, el episodio de Lonquimay, en el Alto Bío Bío, o la Pascua trágica, de Copiapó.
Acabada la oleada del mandato sacrificial identitario – VII Congreso de la Internacional Comunista mediante – éste volverá a un contenido que favorecerá lo modernizante y lo hará de un modo tan elocuente y avasallador que sus actuaciones no tardaron en generar cuestionamientos entre no pocos militantes (tengamos en mente las críticas al Browderismo y el reemplazo de Contreras Labarca por Ricardo Fonseca, en la Secretaria General). Se trató, en este caso, de la yuxtaposición, dentro del mandato, de una renovada aparición identitaria que no se detuvo aquí pues no faltaron quienes, aprovechando una coyuntura que estimaron adecuada (la persecución anticomunista de González Videla), intentaron un paso más hacia posiciones “genuinamente revolucionarias”, buscando promover un nuevo giro partidario que asumiera el imperativo revolucionario de la clase: nos referimos a Reinoso, Cares, Palma y otros que, como ya sabemos, fracasaron en su propósito fundamental, siendo expulsados de la organización. Fueron contrarrestados a tiempo, al decir de Corvalán, aunque su asomo llevó a corregir con más prontitud las practicas del “derechismo” partidario, buscándose dotar al mandato no solo de un renovado brillo ideológico con los enunciados de la política de la Liberación Nacional, sino también, de un renovado esplendor secular, en los planos de la racionalidad de la ciencia social de la época. En efecto, el mandato, tras el asomo identitarista de Reinoso y los suyos, se vio notablemente favorecido y remozado con la adopción de la matriz teórica del desarrollismo cepaliano, en especial en sus versiones de los años 50 y 60, bastante más radicalizadas que las primeras propuestas de Prebisch de dos décadas antes, y a escasos metros de lo que pronto se conocería como el dependentismo, sin duda, el non plus ultra de la sociología y la economía marxistas latinoamericanas de entonces. Premunido de tal arsenal analítico, el mandato, más pragmático que identitario, arribó a un momento de enorme fortaleza que sintonizaba ampliamente con los tiempos y la militancia así lo asumió: más que nunca parecía que no solo la historia sino también el saber estaban de nuestro lado. Y más importante aun a nuestros propósitos: la afinidad electiva daba un fruto superior: la potente fusión entre sus factores, en tanto la promesa emancipadora estaba a punto de revelarse en un instante definitivo y definitorio: el proyecto de la Unidad Popular, el mismo que, una vez derrotado, modificaría de nuevo el contenido del mandato, determinando un curso histórico que, por sus resultados, pareciera se ha prolongado demasiado. ¿Qué podemos concluir de esta relación?. Probablemente son varias las conclusiones, sin embargo, hay una que me asalta como la más apropiada a las interrogante iniciales, a saber: es la lectura de la realidad mediatizada por los componentes estructurales de la cultura comunista la que determina el mandato. Pero este aserto, a fin de rescatarlo de lo obvio y darle operatividad, debe especificarse: es la lectura mediatizada, sí, pero en tal proceso, para forjar un producto inteligible, una determinada lógica de comprensión de la realidad y asunción de las obligaciones militantes, debe primar uno u otro factor estructural; de no ser así, de no primar ninguno o primar ambos simultáneamente, el mandato se neutraliza o diluye en su carga imperativa. De ahí que, como lo señaláramos en el párrafo anterior, ha habido en el mandato momentos más identitarios y momentos más seculares (o menos identitarios) en la práctica militante, y si ahora debemos responder a la pregunta por las posibilidades de reforma del mandato sacrificial, deberemos buscar una nueva síntesis entre los factores, una nueva afinidad electiva, donde el factor secular o la imagen del hombre, logre primar de manera adecuada al interior de la cultura comunista. Se trataría, entonces, de apelar a los recursos
identitarios a fin de secularizarlos, es decir, interpretarlos desde las circunstancias del presente, aminorando o eliminado sus ropajes icónicos y dogmáticos para que, en diálogo renovado con las dichas circunstancias, se imprima un nuevo sello al mandato.

Las preguntas que dejáramos dichas en páginas anteriores no podrán ser respondidas sino en el largo plazo y en los contextos propios de la vida del comunismo nacional, de suerte que no nos asiste ninguna misión especial al respecto. Cuando más, sólo nos atrevemos a proponer algunos ejercicios de diálogo que, por cierto, serán acogidos únicamente por quienes quieran hacerlo.

Esto lo señalo como método pero también como necesidad concreta ante el distanciamiento que se produjo entre los factores estructurales de esta cultura a partir de los años 80, a raíz de la primacía prácticamente total que expresó el factor inmanente por razones que en su momento, digamos, los 10 primeros años de la dictadura, resultaron del todo justificadas. De esta manera, reiterémoslo otra vez: ¿Cómo avanzar hacia la reforma del mandato y, en consecuencia, hacia su relegitimación a base de una nueva afinidad electiva tomando en cuenta que la realidad de hoy no es la misma de hace 50 años atrás?.

Una propuesta de diálogo es la siguiente: la reflexión sobre el “recabarrenismo”. Recabarren, como padre fundador del movimiento obrero y del PCCh, es una figura, como se diría hoy, “de culto” en la vida militante. Pero ¿ qué es o fue el recabarrenismo?

Se han escuchado últimamente, por ejemplo, en los valiosos trabajos de Rolando Álvarez, aluciones al recabarrenismo, pero ¿ qué es el recabarrenismo?: es sólo un recurso retórico?, ¿ se busca por medio de él valorar determinadas prácticas militantes que se perdieron? ¿ es asambleísmo, es obrerismo? ¿ es antiestatalismo o es, como lo insinúa Gabriel Salazar, una forma de antipartidismo?, etc. Se podrá decir que son todas estas cosas y otras más, con lo cual no creo que avancemos mucho: recabarrenismo así sería una pura e interminable adjetivación, una especie de constante referencia totémica.

Propongamos otra cosa: el recabarrerismo o la actuación pública de Recabarren, fue y bien puede ser rescatado ahora en este sentido, una forma concreta del a priori antropológico que dio cuenta de un cierto comunismo liberal o libertario. Empíricamente, la actuación de Recabaren fue una vastedad de iniciativas organizacionales, asociativas, cooperativas, periodísticas, empresariales, agitativas, electorales, intelectuales, educacionales, artísticas, gremiales, etc., que, siendo impulsadas en colaboraciones diversas, tuvieron el sello del “emprendimiento
particular”, no para el provecho lucrativo de unos pocos, sino para el beneficio de un “nosotros”, llámese este gremio, pueblo, clase o sociedad. Si en algo hemos de concordar con Salazar, es en el hecho que la modernización estatalista de los años 30 en adelante liquidó, en las prácticas políticas y militantes de la izquierda, el sentido más autonómico del emprendimiento de décadas anteriores. En adelante, y esto lo digo yo, este emprendimiento ya no sería comunista liberal o recabarriano, sino paraestatal y corporativo, férreamente controlado y regulado, no siempre por las entidades estatales, sino también por los panópticos partidistas, sindicales o estudiantiles.
No idealizaré la práctica política de la izquierda de antes de la década de los años 30, suponiendo que ella era un dechado de delicias democráticas; ni tampoco voy a satanizar la institucionalización estatalista de la misma, condenando por espurias la actuación de las organizaciones políticas y sindicales del mundo popular, tal como corrientemente se ha hecho en los últimos 20 años por cierta historiografía de izquierda de corte basista y movimientista. Si ahora traigo a discusión al recabarrenismo, es solo para poner en relieve un indicio, un rasgo, o una constatación en calidad de perspectiva y no me interesa si tal recabarrenismo se dio mucho o poco, si se dio siempre o de modo intermitente, o si fue la marca de gestión preponderante de los sectores del trabajo – modernos o tradicionales – de comienzos del siglo XX. Si fue una práctica habitual, bien, ello podría facilitar su reinstalación actual; si, en cambio, fue una forma aislada, bien también, pues, en este caso, debe importar más la calidad que la cantidad, en tanto lo que nos interesa es dar nueva fuerza al ideario emancipador en las condiciones históricas del presente. Creo que las condiciones para replantear un comunismo libertario están siendo cada vez propicias y esto no por un particular aliento interno, sino, como siempre ha ocurrido, por exigencias del contexto y por el total agotamiento del mandato sacrificial de los años 80.

La descolonización y el giro des-colonial

La descolonización y el giro des-colonial1
NELSON MALDONADO-TORRES2
University of California, Berkeley, USA
nmt@berkeley.edu
1 Este artículo es producto de la investigación del autor sobre descolonización y giro des-colonial. Una versión anterior ha sido presentada en la conferencia «Insurgencias Políticas Epistémicas y Giros De-coloniales» en la Universidad Andina Simón Bolívar, Quito, Ecuador, del 17-19 de julio del 2006. Previamente publicado en Comentario Internacional: Revista del Centro Andino de Estudios Internacionales, no. 7 (2006-2007):65-78.
2 Ph.D. in Religious Studies, Brown University. Profesor en el Departamento de Estudios Étnicos en la Universidad de California en Berkeley y Presidente de la Asociación de Filosofía del Caribe.
Tabula Rasa. Bogotá – Colombia, No.9: 61-72, julio-diciembre 2008 ISSN 1794-2489

Intentaré delinear dos asuntos en este trabajo. El primero versa sobre la vigencia actual de la descolonización, y el segundo sobre la idea de un giro des-colonial. Este segundo tema conlleva discusión acerca de la idea de descolonización, cuyo origen se encuentra en el horror ante el «mundo de la muerte» creado por la colonización. Ese escándalo u horror es también el fundamento central de lo que denomino la actitud des-colonial.
Esta actitud es la base principal para una postura ético-política y teórica que plantea nuevas bases para el conocer, lo que denominaremos como razón des-colonial. Tanto la actitud como la razón des-coloniales son partes fundamentales de lo que se presenta aquí como el giro des-colonial, el que plantea la descolonización (y no la modernidad) como proyecto todavía inacabado a nivel global (El tema de la descolonización como proyecto inacabado se discute en Grosfoguel, Maldonado-Torres, y Saldívar, 2005:3-27. Véase también Mignolo, 2003).
I. Vigencia actual del discurso sobre la descolonización
La descolonización ya no es hoy una referencia extraña o una referencia a procesos políticos del pasado. No le debemos esto sólo a la propagación de los estudios poscoloniales en Estados Unidos y América Latina, sino que vemos el termino descolonización usado en referencia a procesos políticos actuales tanto en Estados Unidos con relación a la presencia desafiante de chicana/os, puertorriqueña/os y migrantes de América Latina en el seno de la sociedad estadounidense, y en América Latina, por grupos de afro-descendientes e indígenas tanto en Ecuador, como en Bolivia y Brasil (Ver Grosfoguel, Maldonado-Torres, y David Saldívar, 2005; Walsh, 2005). El tema se va extendiendo a Francia después de las revueltas de argelinos y otros africanos en los suburbios de París, en Alemania, con el esfuerzo de intelectuales alemanes de mostrar otro lado de Europa (tanto la colonizadora como aquella que se benefició con la interacción con África y la presencia negra en Europa), y aun en Rusia donde intelectuales de los antiguos territorios de la Unión Soviética intentan comprender su situación y opciones actuales tras la caída del imperio que los unía.3 Lo mismo puede decirse de sujetos en Cataluña y Palestina, quienes ya han notado paralelismos con poblaciones racializadas fronterizas en los Estados Unidos en el caso de los primeros, y con pueblos indígenas en el caso de los segundos.4 El tema de la descolonización no atañe pues solamente a poblaciones marginadas en las Américas. Es más bien un tema que progresivamente adquiere relevancia mundial pues la colonización se ha vuelto y ya ha sido desde mucho tiempo el modus operandi mismo de la globalización. Pudiera aún decirse que el problema del siglo XXI será en gran parte el problema de la colonización en la forma del empobrecimiento continuo de poblaciones racializadas, de la invasión de sus territorios por parte de un nuevo imperialismo que busca hacer de los mismos piezas claves en el triunfo de la expansión de la lógica del capital en todo el mundo, y de la creación de murallas de contención entre las zonas privilegiadas y el antes llamado Tercer Mundo—tómese el caso de la frontera México/Estados Unidos. Debemos también considerar que la globalización de la cultura estadounidense lleva consigo tanto la propagación del deseo por ciertos patrones de consumo, cierta visión del sujeto sumamente individualista y consumista, así como también, como apunta Lewis Gordon, las distintas fobias racistas que le fueron constitutivas a los Estados Unidos como nación (Gordon, 2000:159). Es decir, la globalización continúa funcionando en parte como expansión de ideales truncados de humanidad y subjetividad, tanto como de poder y conocimiento.
3 Temas relacionados a la descolonización han aparecido recientemente en Francia en discusiones sobre los «indígenas de la república», en Alemania en el Instituto de Estudios Poscoloniales y Transculturales (Institut für Postkoloniale und Transkulturelle Studien, INPUTS) en la Universidad de Bremen, y en Rusia en el trabajo de intelectuales como Madina Tlostanova. Agradezco a Ramón Grosfoguel por ponerme al tanto de la discusión intelectual en Francia luego de las revueltas y a Walter Mignolo por el contacto con INPUTS. 4 Se han tenido discusiones sobre estos temas en los Programas de Estudios Latinos/Chicanos y de Estudios Étnicos Comparados en la Universidad de California, Berkeley. 65 TABULA RASA No.9, julio-diciembre de 2008 Tabula Rasa. Bogotá – Colombia, No.9: 61-72, julio-diciembre 2008 ISSN 1794-2489
La izquierda mundial tiende a entender, sin embargo, la dinámica imperialista como una oposición entre poder hegemónico por un lado y países periféricos por otro, es decir entre un bloque privilegiado y uno explotado, sin notar que el imperialismo también procede a través de la implantación de jerarquías de ser y de valor que dividen al mundo, por un lado entre blancos y sujetos de color en el norte, y entre distintos tipos de mestizos y poblaciones excluidas de proyectos nacionales en el sur. Para pensar la complejidad de la colonialidad vale pensar, tal como Aníbal Quijano ha apuntado, que la llamada «dependencia» no se puede explicar sólo a partir de fuerzas exteriores que se imponen a los países previamente colonizados, sino también a fuerzas interiores que mantienen distintas jerarquías raciales en los países en cuestión (Quijano, 2000, 1997). Son estás jerarquías las que continúan siendo reproducidas tanto en las formas de imperialismo actual como en proyectos de nacionalización basados en la hegemonía blanca o mestiza. Además hay que añadir que entre los racializados mismos también se establecen jerarquías de valor, lo que significa que la «diferencia colonial» (Mignolo) no sólo plantea una división epistémica entre sujetos investidos en el proyecto de colonización y los colonizados, sino también una heterogeneidad colonial jerárquica que se desenvuelve de forma distinta en distintos contextos y momentos históricos.5 El olvido de estas dimensiones lleva a que la crítica al imperialismo tienda a hacer invisible la existencia continua de las fuertes divisiones raciales en el mundo previamente colonizado, y el rol de estas divisiones en mantener el carácter subordinado de tales territorios en la economía mundial. La crítica al imperialismo a menudo tiende también a dejar de lado la dimensión prospectiva y de cambio de proyectos de descolonización. Todo esto hace pensar en un planteamiento de la feminista negra estadounidense Patricia Hill Collins cuando señala que si bien el problema del siglo XX pudo haber sido, tal y como lo reclama el sociólogo afro-americano W.E.B. Du Bois, el problema de la línea-de-color, el problema del siglo XXI será tanto el problema de la afirmación de las jerarquías raciales tradicionales y de su expansión como el de la negación de su existencia por sectores que las plantean como irrelevantes o como ya resueltas.6

Una alternativa a este problema constaría en investigar las formas en que las estructuras de poder modernas y posmodernas continúan produciendo la división entre amos y esclavos de las que habla Frantz Fanon, a la vez que mantiene y propaga divisiones raciales al interior mismo del espacio de los colonizadores como en el de los colonizados.7 Muy ligadas y emparentadas a las divisiones raciales también se encuentran otras formas fundamentales de diferenciación jerárquica como las de género y de sexualidad. Una teoría crítica hoy tendría que iluminar y proveer salidas ante esta realidad compleja. Es este tipo de teoría que mejor respondería a la exigencias de pueblos como el de Bolivia o de sectores en el pueblo chicano y latino en los Estados Unidos, para mencionar sólo a dos grupos que se encuentran o recientemente se han encontrado en primera plana (los latinos después de las marchas más numerosas en la historia de los EEUU a favor de los derechos de migrantes) por plantear desafíos descolonizadores en los que tanto el Estado, como la economía y la educación están envueltos.8 La conciencia sobre la relevancia y urgencia de esta tarea es lo que llamamos hoy el giro des-colonial.
5 Para una discusión de la noción de diferencia colonial véase Mignolo, 2003. Para un desarrollo más amplio del concepto de heterogeneidad colonial véase Maldonado-Torres, 2005.
6 Collins expuso esta idea en un panel dedicado a Du Bois en la reunión anual del 2004 de la Asociación Americana de Sociología llevada a cabo en San Francisco, California. Ver también Du Bois, 1969.
7 La relación amo y esclavo es discutida por Fanon en diálogo crítico con Hegel en el séptimo capítulo de Piel negra, máscaras blancas. Ver Frantz Fanon, 1973.
8 Estas agendas se reflejan en Grosfoguel y Cervantes-Rodríguez, 2002; Walsh, Schiwy, y Castro-Gómez, 2002.Nelson Maldonado-Torres La descolonización y el giro des-colonial 66 Tabula Rasa. Bogotá – Colombia, No.9: 61-72, julio-diciembre 2008 ISSN 1794-2489
II. El giro des-colonial9 Ya estamos acostumbrados en la academia a escuchar distintos tipos de giros. Toménse por ejemplo los giros lingüísticos y pragmáticos en los que tantos posmodernos como neo-kantianos basan su trabajo. Estos giros plantean que ya sea el universo del sentido en general o el de los actos de habla proveen las claves fundamentales para entender las formas en que nuestro mundo, es decir el mundo humano preñado de significado, opera. El giro des-colonial se refiere más bien, en primer lugar, a la percepción de que las formas de poder modernas han producido y ocultado la creación de tecnologías de la muerte que afectan de forma diferencial a distintas comunidades y sujetos. Este también se refiere al reconocimiento de que las formas de poder coloniales son múltiples, y que tanto los conocimientos como la experiencia vivida de los sujetos que más han estado marcados por el proyecto de muerte y deshumanización modernos son altamente relevantes para entender las formas modernas de poder y para proveer alternativas a las mismas. En este sentido, no se trata de una sola gramática de la descolonización, ni de un solo ideal de un mundo descolonizado. El concepto de giro des-colonial en su expresión más básica busca poner en el centro del debate la cuestión de la colonización como componente constitutivo de la modernidad, y la descolonización como un sinnúmero indefinido de estrategias y formas contestatarias que plantean un cambio radical en las formas hegemónicas actuales de poder, ser, y conocer. Un tercer elemento del giro des-colonial trata de una diferenciación entre la idea y el sentir por un lado, y el proyecto de descolonización por otro. La idea de descolonización es tan vieja como la colonización moderna misma. Se trata primeramente no de una idea como tal, sino de un sentimiento y sentido de horror ante el despliegue de las formas coloniales de poder en la modernidad, formas que se encargaron de dividir el mundo entre jerarquías de señorío y distintas formas de esclavitud basadas, ya no en diferencias étnicas o religiosas, sino más propiamente en diferencias presumidamente naturales, esto es, ancladas en la corporalidad misma de sujetos considerados como no enteramente humanos. Nos referimos a lo que se puede considerar como un grito de espanto por parte de un sujeto viviente y donador de sentido ante la aparición del mundo moderno/colonial que plantea la dispensabilidad de ciertos sujetos humanos como elemento constitutivo de su avance civilizatorio y de expansión global. La idea de descolonización también comprende el primer momento del giro des-colonial propiamente hablando. Este se trata de un cambio radical en la actitud del sujeto que confronta o es testigo de la expansión de este mundo de amos y esclavos.
9 Elaboro este tema en Maldonado-Torres, 2006:173-96. En esta sección también recojo, pero a la vez amplío y reviso algunos temas explorados en Maldonado-Torres, 2006b.67
La actitud des-colonial nace cuando el grito de espanto ante el horror de la colonialidad se traduce en una postura crítica ante el mundo de la muerte colonial y en una búsqueda por la afirmación de la vida de aquellos que son más afectados por tal mundo. Estamos hablando pues de una transición del horror a lo que se podría llamar, tomando la pista de la teórica chicana Chela Sandoval, como amor des-colonial (2000). El surgimiento de la actitud des-colonial envuelve pues un estado afectivo que le es fundamental, a la vez que puede considerarse, tal y como lo hace claro el afro-caribeño Frantz Fanon en su Piel negra, máscaras blancas (1973), en principio de un tipo particular de filosofía y producción teórica. Para entender la dimensión filosófica o teórica de la actitud des-colonial valdría la pena consultar recuentos sobre el origen del indagar filosófico. Uno de los clásicos y más influyentes es el recuento del fenomenólogo alemán Edmund Husserl, quien, siguiendo a Aristóteles, apuntaba al «asombro» del filósofo ante el mundo como punto de partida para el pensar filosófico (Husserl, 1981). La filosofía surge así cuando el mundo cotidiano adquiere un carácter no familiar, lo que resulta de una suspensión de las creencias usuales que tenemos acerca del mismo. El «asombro» ocurre pues cuando lo familiar se vuelve extraño, que apunta a limitaciones en el mundo mítico o tradicional de una sociedad en cuestión para entender el mundo. De ahí nace una indagación acerca de la verdad oculta que explica aquello que asombra. El surgimiento de la actitud des-colonial está relacionada de cierta manera pero es distinta de esta actitud filosófica. Distinto a la actitud teórica del filósofo en su concepción tradicional, la actitud des-colonial nace no a partir del «asombro» ante la naturaleza o lo usual, sino a partir del «horror» o espanto ante la muerte. El pensador en este caso no busca meramente hallar la verdad sobre un mundo que se le aparece como extraño, sino determinar los problemas de un mundo que se le aparece como perverso y de hallar las vías posibles para su superación. La búsqueda de la verdad aquí está inspirada no por el desinterés teórico, sino por la no-indiferencia ante el Otro, expresado en la urgencia de contrarrestar el mundo de la muerte y de acabar con la relación naturalizada entre amo y esclavo en todas sus formas.10 La teoría surge en este caso con un telos o finalidad definida: esta es la restauración de lo humano o la construcción del mundo del Tú, tal y como Fanon lo plantea (1973:192). La pregunta del qué y para qué conocer queda respondida aquí en términos de la oposición a la muerte del Otro y la posibilidad de la generosidad y el amor como superación de divisiones jerárquicas naturalizadas. 10 El tema de la no-indiferencia como actitud fundamental ante la diferencia queda planteada en Lévinas, 1974.Nelson Maldonado-Torres La descolonización y el giro des-colonial 68 Tabula Rasa. Bogotá – Colombia, No.9: 61-72, julio-diciembre 2008 ISSN 1794-2489
El cambio de la actitud natural racista o individualista de la modernidad a la actitud des-colonial de cooperación en la ruptura con el mundo de la muerte colonial es el momento más fundamental del giro des-colonial. La descolonización no se puede llevar a cabo sin un cambio en el sujeto. Este asunto está relacionado a lo que otros han denominado como la descolonización de la mente o del imaginario histórico y la memoria (Pérez, 1999; Ngugi, 1986). También está relacionado a una ética y una política de la liberación y al surgimiento de giros subjetivos descolonizadores particulares a distintas comunidades pero con relevancia más allá de ellas, tales como la atitude quilombola o cimarrona sobre las que algunos se encuentran trabajando hoy.11 Tal y como ya se ha planteado, el giro des-colonial en términos de un cambio de actitud fundamental en el sujeto que confronta o es testigo radical del colonialismo en alguna de sus formas es quizás tan viejo como el mundo colonial mismo. Este ha inspirado distintos proyectos des-coloniales en distintos momentos de la modernidad. No fue, sin embargo, hasta entrado el siglo XX que estos proyectos des-coloniales empezaron a encontrarse entre sí y llegaron a crear una conciencia global sobre la relevancia del proyecto inacabado de la descolonización. Aquí podemos listar como actores principales al movimiento pan-africanista y a las distintas gestas explícitas de descolonización por parte de indígenas en las Américas, africanos, asiáticos e inclusive algunos mestizos en los siglos XIX y XX. Esto muestra que si bien es cierto que no hay cambio des-colonial del mundo sin cambio en la actitud de sujetos, es a la vez cierto que cambios en el mundo abren nuevas posibilidades en términos de conocimiento y actitud. Cambios en el tiempo o en el espacio pueden facilitar o truncar las posibilidades en la toma de conciencia des-colonial y del proyecto mismo de descolonización.
11 Sobre filosofía y ética de la liberación ver Enrique Dussel, 1998. Con respecto a otros giros descolonizadores me refiero específicamente aquí al trabajo intelectual y activismo de los jóvenes afro-brasileiros del grupo Atitude Quilombola, y a Edison León, quién bajo la tutela y enseñanza del honorable maestro Juan García, se encuentra explorando los recursos des-coloniales de las comunidades cimarronas en América Latina.
Un incidente de gran escala que facilitó la propagación de la noción de un proyecto inacabado de descolonización a ser forjado por todos aquellos a nivel global que se oponen a la colonialidad en todas sus formas fue el decaimiento de Europa en la Segunda Guerra Mundial. Europa por mucho tiempo representó el lugar privilegiado de producción de modelos de convivencia y de control de la naturaleza que más afín eran al progreso humano. Por eso durante las revoluciones de independencia de los siglos XVIII y XIX en las Américas, las nuevas naciones rechazaban la hegemonía de un poder europeo, por ejemplo el español o portugués, pero sólo para seguir el modelo provisto por otro país europeo—siendo Francia el más notable. El siglo XIX se destacó así por distintas posturas de anti-imperialismo eurocéntrico. Se rechazaba la empresa imperial europea para justificar una empresa nacional o imperial local todavía inspirada por ideales de nación o imperio formulados en Europa que todavía continuaban la colonialidad del poder en distintas formas. Algo distinto ocurrió en al menos algunos de los procesos de independencia en el siglo XX después de la Segunda Guerra Mundial. En ese momento Europa completa fue desprestigiada, y distintas comunidades alrededor del mundo ya perdían su fascinación con la misma. El intelectual, poeta, y político martiniquense Aimé Césaire (2006) lo expresó de forma sucinta: «Europa es indefendible» (cursivas en el original). En el momento que escribe, ya no era posible para sujetos como él rechazar una parte de Europa para reclamar otra. Europa entera y su proyecto civilizatorio estaban en cuestión. La situación era distinta tanto existencial como intelectualmente con relación a las revoluciones anti-imperialistas anteriores. Ya no podía confiarse en modelos hegemónicos del pasado, sino que había que construir nuevos modelos o poner en función previos modelos no totalmente europeos de convivencia e interacción con la naturaleza.

En su juicio sobre Europa, Césaire respondía a posiciones que intentaban justificar el colonialismo y por tanto oponerse a los nuevos procesos de descolonización en el siglo veinte haciendo uso de una supuesta conexión entre colonización y civilización. Se planteaba que la gesta colonial le había al menos traído la civilización a los colonizados, que les había llevado la «luz» de la civilización y los había sacado de las tinieblas del primitivismo—aunque, añadiríamos hoy, los conduciera a la realidad patética de la pobreza extrema y el subdesarrollo. Por tanto, con toda su rabia los colonizados también deberían estar agradecidos y respetar a aquellos que les trajeron la civilización. La respuesta de Césaire no pudo ser más visceral. Primero advierte la hipocresía del colonizador en su último intento por mentirle al colonizado.
Y como hoy se me pide que hable de la colonización y de la civilización, vayamos al fondo de la mentira principal a partir de la cual proliferan todas las demás.
¿Colonización y civilización?
La maldición más común en este asunto es ser la víctima de buena fe de una hipocresía colectiva, hábil en plantear mal los problemas para legitimar mejor las odiosas soluciones que se les ofrecen.
Eso significa que lo esencial aquí es ver claro y pensar claro, entender atrevidamente, responder claro a la inocente pregunta inicial: ¿qué es, en su principio, la colonización? (Césaire, 2006:16).
Césaire plantea de forma resumida aquí nuevas dimensiones de la actitud des-colonial en el momento histórico global del giro des-colonial. Se trata para Césaire de «ver claro» y de «entender atrevidamente», posturas que se plantean como antídotos a una hipocresía colectiva que insiste en darle continuidad al mundo colonizado de la muerte. El Discurso sobre el colonialismo de Césaire se presenta, tal y como he argumentado en otro lugar, como un nuevo «discurso del método» para el buen razonar (Descartes) tras el fracaso europeo (Maldonado-Torres, 2006). Se trata de la articulación precisa de la razón des-colonial cuya finalidad primordial no es solamente el cambio en métodos de conocimiento, sino también el cambio social. Me limitaré aquí a comentar sobre esta forma de razón y dejaré para otra ocasión la articulación de otros dos tipos de razones: la razón imperial y la razón colonial—una tiene que ver con la producción de la «mentira» e hipocresía imperial y la otra con formas de conocer e investigar que sucumben ante o son seducidas por las mismas. Se puede matar en Indochina, torturar en Madagascar, encarcelar en el Africa negra, causar estragos en las Antillas. Los colonizados saben que, en lo sucesivo, poseen una ventaja sobre los colonialistas. Saben que sus «amos» provisionales mienten (Césaire, 2006:13).
Tal y como la propone Césaire, la razón des-colonial puede vincularse a la percepción como mentirosos que los esclavos racializados han tenido de sus amos moderno/coloniales, pero que ahora ante la caída moral y espiritual de Europa, se hace más evidente:El giro-descolonial se refiere pues al momento cuando la sospecha del esclavo queda ratificada y altera la conciencia del esclavo de forma global. A la razón del colonizador investida de mentira, se opone en este caso una razón des-colonizadora (razón des-colonial) que se opone a la mentira y la hipocresía moderna/colonial. Es a partir de esta forma de razón que Césaire hace sus planteamientos y juicios, el primero de los cuales es que «la distancia de la colonización a la civilización es infinita, que de todas las expediciones coloniales acumuladas, de todos los estatutos coloniales elaborados, de todas las circulares ministeriales expedidas, no se podría rescatar un solo valor humano» (Césaire, 2006:14). Luego Césaire plantea que la colonización no sólo no civiliza al colonizado sino que desciviliza al colonizador. Es a partir de esta idea que Césaire plantea una relación íntima entre el colonialismo y el surgimiento del fascismo nazista en Europa. A los campos de concentración le preceden las colonias. El salvajismo de la colonización le regresa como boomerang al colonizador. De aquí que se planteen tareas descolonizadoras no sólo para el colonizado, sino también para el colonizador. La última oportunidad que tiene Europa consiste para Césaire no tanto en crear una Unión Europea, sino en unirse a los procesos de descolonización en el mundo, que son múltiples y diversos (Césaire, 2006:43). Con esto volvemos a los temas tocados en la primera parte donde se discute la vigencia actual de discursos sobre la descolonización. A eso le tendríamos que ahora añadir la relevancia actual de la actitud y la razón des-colonial. En conclusión, el giro des-colonial se trata pues de una revolución en la forma en que variados sujetos colonizados percibían su realidad y sus posibilidades tras la caída de Europa en la Segunda Guerra Mundial. Ya las bases del giro des-colonial estaban planteadas de antemano en el trabajo de intelectuales racializados, en tradiciones orales, en historias, canciones, etc., pero, gracias a eventos históricos particulares, se globaliza a mitad del siglo XX. De ahí en adelante puede decirse que se planteó un giro, ya no sólo al nivel de la actitud de sujetos o de comunidades específicas, sino al nivel del pensamiento mundial. El tema de la descolonización adquirió vigencia para distintos grupos que ahora se veían más seriamente entre sí, en vez de buscar en Europa las claves únicas para elaborar su futuro. El giro-descolonial que hace ver la descolonización como proyecto
inacabado a nivel mundial está acompañado de giros des-coloniales en distintas partes con características locales pero en relación y diálogo con otros tales giros. Me parece que es esta la tarea a profundizar en nuestros días, más aún cuando escuchamos gritos de revoluciones culturales que promueven precisamente la descolonización, e.g., Bolivia. Sujetos normativos en América Latina, es decir, comunidades mestizas, pero también otros sujetos comprometidos con visiones nacionales tradicionales, incluyendo a negros e indígenas mismos, han estado anclados en los anti-imperialismos eurocentristas o neo-coloniales de los siglos XIX y XX. ¿Podremos todos juntos entrar en el proyecto variado y múltiple de la descolonización? ¿Y en qué consistiría tal proyecto hoy? Me parece que ese es el reto que tenemos hoy ante nosotros.
Referencias
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Gordon, Lewis R. 2000. Existentia Africana: Understanding Africana Existential Thought. New York, Routledge.
Grosfoguel, Ramón, y Ana Margarita Cervantes-Rodríguez, eds. 2002. The Modern/Colonial/Capitalist World-System in the Twentieth Century: Global Processes, Antisystemic Movements, and the Geopolitics of Knowledge. Westport, Conn., Greenwood Press.
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Husserl, Edmund. 1981. Crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental. México, D.F., Ediciones Folios.
Lévinas, Emmanuel. 1974. Autrement qu’être; ou, Au-delà de l’essence. Dordrecht, The Netherlands, Kluwer Academic Publishers, Nelson Maldonado-Torres La descolonización y el giro des-colonial 72 Tabula Rasa. Bogotá – Colombia, No.9: 61-72, julio-diciembre 2008 ISSN 1794-2489

Hacia un pluri-versalismo transmoderno decolonial

Hacia un pluri-versalismo transmoderno decolonial1
RAMON GROSFOGUEL2
University of California – Berkeley, USA
grosfogu@berkeley.edu
Resumen
Este artículo discute el concepto de «Universal» en la tradición filosófica occidental y propone maneras otras, decoloniales, de pensar la Uni-versalidad como Pluri-versalidad a partir del pensamiento de Aimé Césaire, Enrique Dussel y los zapatistas. La primera parte discute el concepto de «Universal» desde Descartes hasta Marx pasando por Kant y Hegel.

La segunda parte discute el concepto otro de «universal» que desde una perspectiva decolonial afro-caribeña propone Aimé Césaire. La tercera parte analiza el concepto de «universal» implicado en la noción de transmodernidad propuesto por Enrique Dussel. La cuarta parte discute la diferencia entre posmodernidad y transmodernidad usando como ejemplo la noción posmoderna de hegemonía propuesta por Laclau y la noción transmoderna y pluriversal de la política propuesta por los Zapatistas en la Otra Campaña. Finalmente, se discuten las implicaciones de todo esto para el debate de la izquierda acerca del partido de vanguardia vs. movimiento de retaguardia.
1 Este artículo es producto de la investigación que el autor hace sobre pensamiento descolonial.
2 Profesor Asociado en el Departamento de Estudios Étnicos en University of California, Berkeley y Profesor Asociado en la Maison des Science de l’Homme en Paris. Ph.D., Temple University, 1992, Sociology.
Tabula Rasa. Bogotá – Colombia, No.9: 199-215, julio-diciembre 2008 ISSN

El Universalismo Occidental: Desde Descartes hasta Marx
En Occidente hay una larga tradición de pensamiento acerca de lo Universal. Descartes (1999), fundador de la filosofía moderna con su lema del «yo pienso, luego soy», entendía lo universal como un conocimiento eterno más allá del tiempo y el espacio, es decir, equivalente a la mirada de Dios.
En la lucha contra la teología cristiana hegemónica a mediados del siglo XVII, –que, siguiendo a Mignolo (2000), llamaré aquí la teo-política del conocimiento–, Descartes puso como fundamento del conocimiento al «yo» donde antes estaba el «Dios cristiano».
Todos los atributos del «Dios cristiano» quedaron localizados en el «sujeto», el «yo». Para poder reclamar la posibilidad de un conocimiento más allá del tiempo y el espacio, desde el ojo de Dios, era fundamental desvincular al sujeto de todo cuerpo y territorio, es decir, vaciar al sujeto de toda determinación espacial o temporal. De ahí que el dualismo sea un eje fundamental constitutivo del cartesianismo.
El dualismo es lo que le permite situar al sujeto en un «no-lugar» y en un «no-tiempo» que le posibilite hacer un reclamo más allá de todo límite espacio-temporal en la cartografía de poder mundial. Para poder situar al sujeto individual como fundamento de todo conocimiento, el monólogo interno del sujeto sin ninguna relación dialógica con otros seres humanos le permite hacer un reclamo de acceso a la verdad sui generis, es decir, como autogenerado, aislado de todas las relaciones sociales con otros seres humanos.
El mito de la auto-producción de la verdad por parte del sujeto aislado, es parte constitutiva del mito de la modernidad de una Europa auto-generada que se desarrolla por sí misma sin dependencia de nadie en el mundo. Entonces, al igual que el dualismo, el solipsismo es constitutivo de la filosofía cartesiana. Sin solipsismo no hay mito de un sujeto con racionalidad universal que se confirma a sí mismo como tal. Aquí se inaugura la ego-política del conocimiento que no es otra cosa que una secularización de la cosmología cristiana de la teo-política del conocimiento.
En la ego-política del conocimiento el sujeto de enunciación queda borrado, escondido, camuflado en lo que Santiago Castro-Gómez (2005) ha llamado la filosofía del punto cero. Se trata entonces de una filosofía donde el sujeto epistémico no tiene sexualidad, género, etnicidad, raza, clase, espiritualidad, lengua, ni localización epistémica en ninguna relación de poder y produce la verdad desde un monólogo interior consigo mismo sin relación con nadie fuera de sí. Es decir, se trata de una filosofía sorda, sin rostro y sin fuerza de gravedad. El sujeto sin rostro flota por los cielos sin ser determinado por nada ni por nadie.
Enrique Dussel (1994) nos ha recordado en múltiples ocasiones que el «ego cogito» cartesiano del «yo pienso, luego soy» está precedido por 150 años del «ego conquirus» imperial del «yo conquisto, luego soy». Recordemos que Descartes escribía su filosofía desde Ámsterdam, justo en el momento en que Holanda pasa a ser centro del sistema-mundo a mediados del siglo XVII. Lo que Enrique Dussel nos dice con esto es que las condiciones de posibilidad políticas, económicas, culturales y sociales de que un sujeto asuma la arrogancia de hablar como si fuera el ojo de Dios, es el sujeto cuya localización geopolítica está determinada por su existencia como colonizador/conquistador, es decir, el Ser Imperial.
De manera que el mito dualista y solipsista de un sujeto auto-generado sin localización espacio-temporal en las relaciones de poder mundial, inaugura el mito epistemológico de la modernidad eurocentrada de un sujeto autogenerado que tiene acceso a la verdad universal más allá del espacio y el tiempo por medio de un monólogo, es decir, a través de una sordera ante el mundo y por medio de borrar el rostro del sujeto de enunciación, es decir, a través de una ceguera ante su propia localización espacial y corporal en la cartografía de poder mundial.
El solipsismo cartesiano va a ser cuestionado por la filosofía occidental misma. Sin embargo, lo que va a perdurar como una contribución más permanente del cartesianismo hasta hoy en día es la filosofía sin rostro del punto cero que será asumida por las ciencias humanas a partir del siglo XIX como la epistemología de la neutralidad axiológica y la objetividad empírica del sujeto que produce conocimiento científico.
Aún cuando algunas corrientes como el psicoanálisis y el marxismo hayan cuestionado estas premisas, todavía los marxistas y psicoanalistas producen conocimiento desde el punto cero, es decir, sin cuestionar el lugar desde el cual hablan y producen conocimiento. Esto es fundamental para nuestro tema porque el concepto de universalidad que va a quedar impreso en la filosofía occidental a partir de Descartes es el universalismo abstracto.
Abstracto en dos sentidos: el primero tipo, en el sentido de los enunciados, un conocimiento que se abstrae de toda determinación espacio temporal y pretende ser eterno; y el segundo tipo, en el sentido epistémico de un sujeto de enunciación que es abstraído, vaciado de cuerpo y contenido, y de su localización en la cartografía de poder mundial desde el cual produce conocimientos para así proponer un sujeto que produce conocimiento con pretensiones de verdad, como diseño global, universal para todos en el mundo. El primer tipo de universalismo abstracto (el de los enunciados) es posible solamente si se asume el segundo (el del sujeto de enunciación). El primer sentido de universalismo abstracto, el del universalismo basado en un conocimiento con pretensiones de eternidad espacio-temporal, de enunciados que se «abstraen» de toda espacialidad y temporalidad, ha sido cuestionado dentro de la propia cosmología y filosofía occidental. Pero el segundo sentido de universalismo abstracto, en el sentido epistémico del sujeto de enunciación sin rostro ni localización espacio-temporal, el de la ego-política del conocimiento, ha continuado hasta nuestros días con el punto cero de las ciencias occidentales aún entre los críticos del propio René Descartes y es uno de los legados más perniciosos del cartesianismo.
Immanuel Kant (2004a), un siglo más tarde (s. XVIII), pretende resolver algunos de los dilemas del universalismo cartesiano poniendo las categorías de espacio y tiempo como localizadas en la mente de los «hombres» y por tanto como categorías universales a priori de todo conocimiento. El sujeto trascendental kantiano no puede producir conocimiento fuera de las categorías de tiempo y espacio, como pretende el cartesianismo, porque dichas categorías ya están en la mente de todos los hombres (Kant 2004a). Para Kant, estas son las condiciones de posibilidad de la intersubjetividad universalista, es decir, de que todos los hombres puedan reconocer un conocimiento como verdadero y universal. Contrario a Descartes, para Kant el conocimiento humano tiene límites y no puede conocer «la cosa en sí». Pero reformando y continuando la tradición cartesiana, para Kant son las categorías a priori innatas de la mente compartidas por todos los hombres, las que organizan el caos del mundo empírico de tal manera que se pueda producir un conocimiento que sea reconocido intersubjetivamente como verdadero y universal.
El eurocentrismo implícito en Descartes, Kant (2004b) lo va a hacer explícito. En Kant (2004b) la razón trascendental no va a ser una característica de todos los seres que desde una perspectiva descolonizadora anti-racista y anti-sexista incluiríamos como seres humanos. Para Kant la razón trascendental solamente la tienen aquellos considerados como «hombres». Si tomamos sus escritos antropológicos, vemos que para Kant (2004b) la razón trascendental es masculina, blanca y europea. Los hombres africanos, asiáticos indígenas, sureuropeos (españoles, italianos y portugueses) y todas las mujeres (incluidas las europeas) no tienen acceso a la «razón». La geografía de la razón cambia con Kant pues él escribe su filosofía desde Alemania en el siglo XVIII, justo en el momento en que otros imperios en el noroeste de Europa (incluidos Francia, Alemania e Inglaterra) desplazan a Holanda y en competencia entre sí constituyen el nuevo centro del sistema-mundo.

En Kant se mantiene el dualismo mente-cuerpo y el solipsismo cartesiano, pero reformado y actualizado. Kant cuestiona el primer tipo de universalismo abstracto cartesiano (el de los enunciados), es decir, la posibilidad de un conocimiento eterno de la cosa en sí, más allá de toda categoría de espacio-temporalidad. Pero mantiene y profundiza el segundo tipo de universalismo abstracto cartesiano, el epistemológico, en el hace explícito lo que en Descartes era implícito: solamente el hombre europeo tiene acceso a producir conocimientos universales, es decir, un sujeto de enunciación particular define para todos en el planeta lo que es universal. De ahí que cuando Kant propone su cosmopolitismo, se trata de un provincialismo europeo camuflado y vendido al resto del mundo como diseño global / imperial /universal.
Hegel (1999), en las primeras tres décadas del siglo XIX, revoluciona de dos maneras fundamentales la filosofía occidental. Hegel va a cuestionar el solipsismo para situar el sujeto de enunciación en un contexto histórico-universal (Hegel, 1997, 1999) y va a superar el dualismo al plantear la identidad del sujeto y el objeto (Hegel, 2004). Esto lo logra Hegel cuestionando el trascendentalismo kantiano de dos maneras: 1) en lugar de categorías innatas, Hegel (1999) historiza las categorías filosóficas y 2) en lugar del dualismo kantiano acerca de la imposibilidad de conocer la cosa en sí, para Hegel la verdad es el todo, es decir, el proceso mismo de movimiento dialéctico del pensamiento que capta el movimiento de la cosa misma (Hegel, 2004). Para Hegel el movimiento del pensamiento va de lo abstracto a lo concreto. El desarrollo de las categorías corre paralelo a la historia universal, siendo ésta una expresión de la primera. Las categorías o conceptos se deducen a partir de las mediaciones, contradicciones y negaciones del pensamiento y se mueven de universales abstractas hacia universales concretas. Por negación de categorías, Hegel no entiende desaparición de las mismas sino subsunción, es decir, que las categorías simples se mantienen como determinaciones de las categorías más complejas. A través de ese movimiento, Hegel pretende llegar a un Saber Absoluto válido más allá de todo tiempo y espacio. Por universalismo abstracto, Hegel entiende categorías simples, es decir, sin determinaciones, que no contienen dentro de sí otras categorías. Este es el punto de partida hegeliano.
Lo universal concreto para Hegel serían aquellas categorías complejas que, luego de que el pensamiento ha pasado por varias negaciones y mediaciones, son ricas en múltiples determinaciones (Hegel, 1997, 1999). Por múltiples determinaciones, Hegel entiende aquellas categorías complejas que contienen subsumidas (sin que desaparezcan) las categorías más simples luego de éstas ser negadas a través de un proceso dialéctico de pensamiento. El método dialéctico hegeliano es una maquinaria epistémica que va a subsumir y transformar toda alteridad y diferencia en parte de lo mismo hasta llegar al Saber Absoluto que sería «el saber de todos los saberes» y que coincidiría con el fin de la historia pues de ahí en adelante nada nuevo puede ser producido a nivel del pensamiento y de la historia humana. En la pretensión de Saber Absoluto, Hegel termina traicionando su innovación a nivel del universalismo epistémico, el de los enunciados, cuando en lugar de continuar con su historización de las categorías y los enunciados, el saber absoluto sería un nuevo tipo de universalismo cartesiano verdadero para toda la Humanidad y para todo tiempo y espacio. La diferencia entre Descartes y Hegel es que para el primero el universalismo eterno es a priori, mientras que para el segundo el universal eterno solo es posible a través de una reconstrucción histórica a posteriori del Espíritu Universal a través de toda la historia de la humanidad. Pero por «Humanidad», Hegel no reconoce a todos los humanos. Hegel se veía así mismo como el filósofo de los filósofos, como el filósofo del fin de la historia. Hegel, en continuidad con el racismo epistémico de los filósofos occidentales que le antecedieron, concebía el espíritu universal, la razón, moviéndose de Oriente hacia Occidente (Hegel, 1999).
Oriente es el pasado que quedó estancado, Occidente es el presente que desarrolló el Espíritu Universal y la América blanca es el futuro. Si Asia forma una etapa inferior del espíritu universal, África y el mundo indígena no forman parte del mismo y las mujeres ni siquiera son mencionadas excepto para hablar del matrimonio y la familia. Para Hegel, el Saber Absoluto, si bien es un universal concreto en el sentido de que es el resultado de múltiples determinaciones, solamente podía ser alcanzado por un hombre-blanco-cristiano-heterosexual-europeo y la multiplicidad de las determinaciones del saber absoluto son subsumidas al interior de la cosmología / filosofía occidental. Nada queda fuera como alteridad en el Saber Absoluto hegeliano. Por consiguiente, el racismo epistemológico cartesiano y kantiano del universalismo abstracto epistémico (Tipo II), donde desde un particular se define lo universal, queda intacto en Hegel. Filosofías otras como las orientales son despreciadas y en el caso de filosofías indígenas y africanas no son dignas de ser llamadas filosofía pues el Espíritu Universal nunca pasó por allá.
Marx, a mediados del siglo XIX, hace variaciones importantes dentro de la trayectoria del pensamiento filosófico occidental. Vamos a limitarnos aquí a los dos tipos de universalismo en discusión. Marx hace una crítica a la dialéctica hegeliana por su idealismo y al materialismo de Feuerbach por su mecanicismo / reduccionismo, por su ausencia de dialéctica frente a la práctica humana de transformación de la naturaleza y de sí mismo. Para Marx, el movimiento hegeliano de lo abstracto a los concreto no es un movimiento simplemente de categorías filosóficas sino de categorías de la economía política (Marx, 1972). Contrario a Hegel, para Marx las determinaciones de la economía política sobre la vida social de los humanos adquiere primacía sobre las determinaciones conceptuales. De ahí que en Marx, el elevarse de lo abstracto a lo concreto hegeliano sea un movimiento del pensamiento en el interior de las categorías de la economía política de su época (Marx, 1972). Aunque la definición de abstracto y concreto es muy parecida a la de Hegel, en la que lo concreto es lo rico en múltiples determinaciones, Marx se diferencia de Hegel en la primacía que le da a las categorías de la economía política y en el hecho de que hay un movimiento anterior al elevarse de lo abstracto a lo concreto que Hegel no reconoce y es el movimiento de lo concreto hacia lo abstracto, es decir, desde la percepción sensorial y realidad empírica situada en un momento de la evolución de la economía política y la lucha de clases hacia las categorías más abstractas (Marx, 1972).
Al igual que Hegel, Marx historiza las categorías. Sin embargo, lo que para Hegel es el punto de partida, es decir, las categorías universales más abstractas de las cuales deduce la realidad, en Marx (1972) las categorías abstractas son puntos de llegada. En el giro materialista de Marx, las categorías más abstractas son aquellas que se producen a partir de un proceso histórico-social de pensamiento muy complejo. De manera que para Marx el movimiento del pensamiento va, primero, de lo concreto hacia lo abstracto para producir categorías simples y abstractas y, luego, hace el retorno de lo abstracto hacia lo concreto para producir categorías complejas.
Hegel veía el segundo movimiento (de lo abstracto a lo concreto, de conceptos simples a conceptos complejos), pero por su idealismo era ciego ante el primer movimiento (de lo concreto hacia lo abstracto, de conceptos vacíos hacia los conceptos más simples). Por ejemplo, la categoría trabajo es una categoría simple que surge en un momento particular de la historia humana cuando socialmente el trabajo se abstrae de su multiplicidad concreta. De acuerdo a Marx, esto solamente se da en el sistema capitalista cuando las relaciones mercantiles se hacen dominantes en las relaciones sociales de producción. El pensamiento económico solamente puede abstraer esta categoría como concepto simple y abstracto en determinado momento de desarrollo de la historia humana. Anteriormente, para hablar de trabajo se hacía referencia al trabajo concreto que realizaba la persona: zapatero, costurero, agricultor, etc. Es cuando socialmente se miden los diversos trabajos por su valor de cambio (tiempo de trabajo socialmente necesario para producir una mercancía) y no por su valor de uso (el tipo de trabajo cualitativo envuelto para producirla) cuando se posibilita socialmente la emergencia de la categoría «trabajo» como concepto abstracto con indiferencia del trabajo concreto particular. Es decir que para Marx el pensamiento no surge de la cabeza de la gente en determinado momento de desarrollo del espíritu como pareciera ocurrir con Hegel, sino que surge de determinada situación histórico-social concreta del desarrollo de la economía política. Así, Marx sitúa epistémicamente la producción de conocimiento, no como resultado del desarrollo del Espíritu de una época sino del desarrollo material de las relaciones de producción. Este aterrizaje de la historia del Espíritu hegeliano hacia la historia de la economía política y su relación con el pensamiento de una época, es lo que hace a Marx darle un viraje materialista a la dialéctica hegeliana. Por consiguiente, Marx va a enfatizar en el carácter de clase de la perspectiva política, teórica y filosófica en cuestión. El punto de vista del proletariado será para Marx el punto de partida epistemológico para una crítica frente a lo que él caracterizaba como la economía política burguesa. Esto representaba una ruptura importante con la tradición filosófica de occidente en cuanto a los dos tipos de universalismos. En el tipo A, el universalismo de los enunciados, Marx situaba los enunciados, al igual que Hegel, en contexto histórico. Diferente a Hegel, el contexto histórico ya no era el Espíritu universal sino el desarrollo de la economía-política, del modo de producción y de su correspondiente lucha de clases. Las condiciones de producción toman primacía sobre la conciencia en toda época histórica, enunciado todavía universal abstracto, pero en cada época variaría el cómo opera la determinación «en última instancia» de los proceso económicos. Tenemos aquí un universal abstracto que se llenaría con los contenidos de la economía política de cada época histórica, haciéndose concreto. Por su parte, en el universalismo abstracto tipo B, Marx situaba el sujeto de enunciación según su relación con las clases y con la lucha de clases. De manera, que contrario a la tradición que va desde Descartes hasta Hegel, Marx sitúa su geopolítica del conocimiento en relación con las clases sociales. Marx piensa desde la situación histórico-social del proletariado europeo.
Desde ahí propone un diseño global / universal como solución a los problemas de toda la humanidad: el comunismo. Lo que Marx mantiene en común con la tradición filosófica occidental es que su universalismo a pesar de que surge desde una localización particular, en este caso el proletariado, no problematiza el hecho de que dicho sujeto sea europeo, masculino, heterosexual, blanco, judeo-cristiano, etc. El proletariado de Marx es un sujeto en conflicto con el interior de Europa, lo que no le permite pensar fuera de los límites eurocéntricos del pensamiento occidental. La diversalidad cosmológica y epistemológica así como la multiplicidad de relaciones de poder sexual, de género, racial, espiritual, etc., no queda incorporada ni situada epistémicamente en su pensamiento.
Al igual que los pensadores occidentales que le antecedieron, Marx participa del racismo epistémico en el que solamente existe una sola epistemología con capacidad de universalidad y ésta sólo puede ser la tradición occidental. En Marx, en el universalismo epistémico de segundo tipo, el sujeto de enunciación queda oculto, camuflado, escondido bajo un nuevo universal abstracto que ya no es «el hombre», «el sujeto trascendental», «el yo», sino «el proletariado» y su proyecto político universal es «el comunismo». De ahí que el proyecto comunista en el siglo XX fuera desde la izquierda otro diseño global imperial / colonial que bajo el imperio soviético intentó exportar al resto del mundo el universal abstracto del «comunismo» como «la solución» a los problemas planetarios. Marx reproduce un racismo epistémico muy parecido al de Hegel que no le permite afirmar que los pueblos y sociedades no-europeas son coetáneos ni que tienen la capacidad de producir pensamiento digno de ser considerado parte del legado filosófico de la humanidad o de la historia mundial. Para Marx, los pueblos y sociedades no-europeas son primitivos, atrasados, es decir, el pasado de Europa. No habían alcanzado el desarrollo de las fuerzas productivas ni los niveles de evolución social de la civilización europea. De ahí que a nombre de civilizarlos y de sacarlos del estancamiento ahistórico de los modos de producción pre-capitalistas, Marx apoyara la invasión británica de la India en el siglo XVIII y la invasión estadounidense del norte de México en el siglo XIX.
Para Marx, el «modo de producción asiático» era el concepto orientalista con que caracterizaba a las sociedades no occidentales. El «modo de producción asiático» se caracterizaba por su incapacidad de cambio y transformación, es decir, por su siempre infinita y eterna reproducción temporal. Marx participaba de la linealidad del tiempo del pensamiento evolucionista occidental. El capitalismo era un sistema más avanzado y, siguiendo la retórica de salvación de la modernidad eurocentrada (Mignolo, 2000), era mejor para los pueblos no-europeos acelerar por medio de invasiones imperiales su proceso evolutivo hacia el capitalismo que continuar estancados en formas antiguas de producción social. Este evolucionismo economicista llevó a los marxistas en el siglo XX a un callejón sin salida. El pensamiento marxista desde la izquierda quedó atrapado en los mismos problemas de eurocentrismo y colonialismo en que quedaron atrapados pensadores eurocentrados desde la derecha.
Hasta aquí quiero destacar dos puntos cruciales:
Cualquier cosmopolitismo o propuesta global que se construya a partir del 1. universalismo abstracto de segundo tipo, es decir, del epistemológico, de la ego-política del conocimiento, no escapará de ser un diseño global imperial /colonial. Si la verdad universal se construye a partir de la epistemología de un territorio, una sola tradición de pensamiento y un cuerpo particular (sea occidental, cristiano o islámico) en exclusión y marginalización de los otros, entonces el cosmopolitismo o propuesta global que se construya desde dicha epistemología universalista abstracta será inherentemente imperialista / colonial.
El universalismo abstracto epistémico en la tradición de la filosofía occidental 2. moderna forma parte intrínseca del racismo epistemológico. Si la razón universal y la verdad solamente puede partir de un sujeto blanco-europeo-masculino-heterosexual y si la única tradición de pensamiento con dicha capacidad de universalidad y de acceso a la verdad es la occidental, entonces no hay universalismo abstracto sin racismo epistémico. El racismo epistemológico es intrínseco al «universalismo abstracto» occidental que considera inferiores a todas las epistemologías no-occidentales y encubre quién habla y desde dónde habla en las relaciones de poder global. Entonces, si no existe pensamiento fuera de alguna localización particular en el mundo, la pregunta es: ¿cómo salir del dilema entre particularismos provinciales aislados versus universalismos abstractos camuflados de «cosmopolitas» pero igualmente particulares y provinciales? ¿Cómo descolonizar el universalismo occidentalista?
Aimé Césaire y su Universalismo Otro
Para salir del atolladero de la ego-política del conocimiento es indispensable mover la geografía de la razón hacia una geopolítica y corpo-política del conocimiento «otra». Aquí cambiaremos la geografía de la razón de los filósofos occidentales hacia el pensador afro-caribeño Aimé Césaire, de la isla de Martinica y quien fuera el maestro de Fanon. Aimé Césaire en su carta de renuncia al Partido Comunista Francés a mediados de los años cincuenta del siglo pasado y dirigida al Secretario General en la época, Maurice Thorez, ataca el universalismo abstracto del pensamiento marxista eurocéntrico. Césaire dice lo siguiente:
¿Provincialismo? En absoluto. No me encierro en un particularismo estrecho. Pero tampoco quiero perderme en un universalismo descarnado. Hay dos maneras de perderse: por segregación amurallada en lo particular o por disolución en lo “universal”. Mi concepción de lo universal es la de un universal depositario de todo lo particular, depositario de todos los particulares, profundización y coexistencia de todos los particulares (Césaire, 2006: 84)
El eurocentrismo se perdió por la vía de un univeralismo descarnado que disuelve todo particular en los universalismos. El concepto de «descarnado» es aquí crucial. Para Césaire, el universalismo abstracto es aquel que desde un particularismo hegemónico pretende erigirse en diseño global imperial para todo el mundo y que al representarse como «descarnado» esconde la localización epistémica de su locus de enunciación en la geopolítica y la corpo-política del conocimiento. Este movimiento epistémico típico de las epistemologías eurocéntricas del «punto cero» y de la «ego-política del conocimiento» ha sido central en los proyectos coloniales. Con esta crítica, Césaire, desde la memoria de la esclavitud y la experiencia de la corpo-política del conocimiento de un negro caribeño, desvela y visibiliza la geopolítica y la corpo-política de conocimiento blanca-occidental camuflada bajo el universalismo abstracto «descarnado» de la ego-política del conocimiento. El imperio francés con su republicanismo universalista ha sido uno de los exponentes mayores del universalismo abstracto al pretender subsumir, diluir y asimilar a todos los particulares bajo la hegemonía de una sola particularidad, en este caso, el hombre blanco occidental. Este es el universalismo que gran parte de las élites criollas blancas latinoamericanas, imitando el republicanismo imperial francés, han reproducido en los discursos de «nación» disolviendo las particularidades africanas e indígenas en el universal abstracto de la «nación» que privilegia la particularidad de la herencia europea de los blancos criollos sobre los demás. Pero vemos también la reproducción del universalismo colonial eurocentrado no solamente en los discursos de derecha, sino también en corrientes contemporáneas marxistas y pos-marxistas, como discutiremos más adelante.
Frente al proyecto del universalismo abstracto racista e imperial y contrario a los fundamentalismos tercemundistas, la descolonización para Césaire desde la experiencia afro-caribeña no pasa por afirmar un particularismo estrecho y cerrado que conduzca a un provincialismo o a un fundamentalismo segregacionista que se amuralla en su particularidad. Para Césaire, la descolonización pasa por la afirmación de un universalismo concreto depositario de todos los particulares. Si el universalismo abstracto establece relaciones verticales entre los pueblos, el universalismo concreto de Césaire es necesariamente horizontal en sus relaciones entre todos los particulares. Aquí la noción de universalismo concreto adquiere otra significación muy distinta a la de Hegel y Marx. Si el universalismo concreto en Hegel y Marx eran aquellos conceptos ricos en múltiples determinaciones pero dentro de una misma cosmología y una mismo episteme (en este caso la Occidental), donde el movimiento de la dialéctica tritura toda alteridad en lo mismo, en Césaire el universalismo concreto es aquel que es resultado de múltiples determinaciones cosmológicas y epistemológicas (un pluri-verso, en lugar de un uni-verso). El universalismo concreto «césaireano» es el resultado de un proceso horizontal de diálogo crítico entre pueblos que se relacionan de igual a igual. El universalismo abstracto es inherentemente autoritario y racista mientras que el universalismo concreto de Césaire es profundamente democrático. Esta intuición filosófica de Césaire, pensada desde la geopolítica y corpo-política afro-caribeña, ha sido fuente de inspiración para pensar en salidas prácticas a los dilemas contemporáneos de la explotación y dominación del sistema-mundo contemporáneo. Inspirado en estas intuiciones filosóficas de Césaire intentaré contestar las siguientes preguntas: ¿Que sería hoy día un proyecto de descolonización universalista concreto césaireano? ¿Cuales son las implicaciones políticas de este proyecto? ¿Cómo concretizar estas intuiciones filosóficas de Césaire en un proyecto de transformación radical del patrón de poder colonial de este «sistema-mundo europeo/ euro-norteamericano capitalista / patriarcal moderno / colonial»?
La transmodernidad como proyecto utópico descolonizador
Un diálogo horizontal liberador, en oposición al monólogo vertical de Occidente, requiere de una descolonización en las relaciones globales de poder. No podemos asumir el consenso habermasiano o las relaciones horizontales de igualdad entre las culturas y los pueblos cuando a nivel global están divididos en los dos polos de la diferencia colonial. Sin embargo, podemos comenzar a imaginar mundos alter-nativos más allá de la disyuntiva eurocentrismo versus fundamentalismo. La transmodernidad es el proyecto utópico que, desde la mirada epistémica mestiza en América Latina, propone Enrique Dussel (1994) para trascender la version eurocéntrica de la modernidad. En oposición al proyecto de Habermas que propone como tarea central la necesidad de culminar el proyecto inacabado e incompleto de la modernidad, la transmodernidad de Dussel es el proyecto para culminar a través de un largo proceso el inacabado e incompleto proyecto de la descolonización. La transmodernidad sería la concretización en el nivel del proyecto político del universalismo concreto que la intuición filosófica césaireana nos invita a construir. En lugar de una modernidad centrada en Europa / Euro-norteamérica e impuesta como proyecto global imperial / colonial al resto del mundo, Dussel argumenta por una multiplicidad de propuestas críticas descolonizadoras contra la modernidad eurocentrada y más allá de ella desde las localizaciones culturales y epistémicas diversas de los pueblos colonizados del mundo.
Si no hay un afuera absoluto a este sistema-mundo, tampoco hay un adentro absoluto. Las epistemologías alternas podrían proveer lo que el crítico cultural caribeño Edward Glissant propone: una «diversalidad» de respuestas a los problemas de la modernidad realmente existente. La filosofía de la liberación sólo puede venir de los pensadores críticos de cada cultura en diálogo con otras culturas. La liberación de la mujer, la democracia, los derechos civiles, las formas de organización económicas alternas a este sistema solo pueden venir de las respuestas creativas de los proyectos ético-epistémicos locales. Por ejemplo, las mujeres occidentales no pueden imponer su noción de liberación a las mujeres del mundo islámico o indígena. De igual forma, el hombre occidental no puede imponer su noción de democracia a los pueblos no-europeos. Esto no representa un llamado a buscar soluciones fundamentalistas o nacionalistas a la colonialidad del poder global. Es un llamado a buscar en la diversalidad epistémica y la transmodernidad una estrategia o mecanismo epistémico hacia un mundo descolonizado transmoderno que nos mueva más allá de los fundamentalismos del tipo eurocentrista primermundista y del tipo eurocentrista tercermundista.
Por los últimos 513 años del sistema-mundo Europeo / Euro-americano moderno / colonial capitalista / patriarcal fuimos del «cristianízate o te mato» en el siglo XVI, al «civilízate o te mato» en los siglos XVIII y XIX, al «desarróllate o te mato» en el siglo XX y, más recientemente, al «democratízate o te mato» a principios del siglo XXI. Ningún respeto ni reconocimiento a formas de democracia indígenas, islámicas o africanas. Las formas de alteridad democráticas son rechazadas a priori. La forma liberal occidental de democracia es la única legitimada y aceptada, siempre y cuando no comience a atentar contra los intereses hegemónicos occidentales. Si las poblaciones no-europeas no aceptan los términos de la democracia liberal, entonces se les impone por la fuerza en nombre del progreso y la civilización. La democracia necesita ser reconceptualizada en una forma transmoderna para poder decolonizarla de su forma liberal occidental, es decir, de la forma racializada y capitalista de la democracia occidental. Por medio de la radicalización de la noción de exterioridad de Levinas, Dussel ve el potencial epistémico de aquellos espacios relativamente exteriores que no han sido completamente colonizados por la modernidad europea.
Estos espacios exteriores no son ni puros ni absolutos. Ellos han sido producidos y afectados por la modernidad / colonialidad del sistema-mundo. Es desde la geopolítica y corpo-política del conocimiento de esta exterioridad o marginalidad relativa que emerge el pensamiento crítico fronterizo como una crítica de la modernidad hacia un mundo descolonizado transmoderno pluriversal de múltiples y diversos proyectos ético-políticos en los que una real comunicación y diálogo horizontal con igualdad pueda existir entre los pueblos del mundo más allá de las lógicas y prácticas de dominación y explotación del sistema-mundo. Sin embargo, para lograr este proyecto utópico es fundamental transformar el sistema de dominación y explotación del patrón de poder colonial del presente «sistema-mundo europeo / euro-norteamericano moderno-colonial capitalista / patriarcal».
¿Pos-modernidad vs. trans-modernidad?
Todo lo dicho hasta ahora no tiene nada que ver con la perspectiva posmodernista. La perspectiva transmoderna no es equivalente a la crítica posmodernista. La posmodernidad es una crítica eurocéntrica al eurocentrismo. Reproduce todos los problemas de la modernidad / colonialidad. Tomemos de ejemplo al posmodernismo de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (1985) y contrastémoslo con el zapatismo. Para Laclau y Mouffe los procesos de formación de hegemonía se constituyen cuando un sujeto particular se convierte en significante vacío a través del cual todos los particulares se identifican y lo imprimen de sentido, estableciendo cadenas de equivalencia entre sí y creando simultáneamente cadenas de diferencia contra un enemigo común. Este bloque de poder contra-hegemónico es siempre hegemonizado por un particular que se convierte en representante de todas las formas de opresión contra un enemigo común pero que no incorpora cada particularidad en sí misma sino que las disuelve en el universal abstracto del significante vacío representativo del sujeto particular que articule las cadenas de equivalencia entre los oprimidos. Por eso para Laclau un ejemplo de proceso hegemónico es el grito de «Viva Perón» (Laclau, 2005). Este grito de «Viva Perón», a través del cual todos los oprimidos se identificarían, disuelve todas las demandas particulares en un universal abstracto, en este caso privilegiando el movimiento peronista con su significante «Perón», que hegemoniza el bloque de poder popular contra el enemigo común. El problema con Laclau y Mouffe es que no pueden concebir otras formas de universalismo que no sea la del universalismo abstracto eurocentrado donde un particular se erige en representativo de todos los particulares sin reconocerlos a plenitud y disolviéndolos en su particularidad
y sin que el nuevo universal sea resultado de una negociación entre todos los particulares. Por supuesto, para Laclau y Mouffe la diferencia que se alcanza a reconocer tiene un límite: la alteridad epistemológica. La alteridad epistémica de los pueblos no-europeos no es reconocida. Se reconocen solamente las diferencias en el interior del horizonte de significaciones de la cosmología y epistemología occidental. Para Laclau y Mouffe no hay un afuera, ni siquiera un afuera relativo al pensamiento occidental. Observemos el contraste entre esta forma de universalismo y la que proponen los Zapatistas con la «Otra Campaña». Vale aclarar que aquí no estoy prejuzgando el éxito o fracaso de una visión política pues en la lucha política nada está garantizado. Se puede ganar o perder, lo que quiero enfatizar aquí es la concepción «otra» de hacer política. Los Zapatistas lejos de ir al pueblo con un programa pre-hecho y enlatado como hacen todos los partidos de derecha e izquierda, parten de la noción de los indígenas tojolabales del «andar preguntando». El «andar preguntando» plantea una manera otra de hacer política muy distinta al «andar predicando» de la cosmología judeo-cristiana occidental reproducida por marxistas, conservadores y liberales por igual. El «andar preguntado» está ligado al concepto tojolabal de democracia entendida como «mandar obedeciendo» donde «el que manda obedece y el que obedece manda» lo cual es muy distinto a la democracia occidental donde «el que manda no obedece y el que obedece no manda». Partiendo de esta cosmología «otra», los Zapatistas, con su «marxismo tojolabaleño», comienzan la «Otra Campaña» desde el «retaguardismo» que va «preguntando y escuchando», en lugar del «vanguardismo» que va «predicando y convenciendo». La idea de la «Otra Campaña» es que al final de un largo «Diálogo Crítico Transmoderno» con todo el pueblo mexicano se articule un programa de lucha, un universal concreto que incluya dentro de sí las demandas particulares de todos los sujetos y epistemes de todos los oprimidos mexicanos. Los zapatistas no parten de un universal abstracto (El Socialismo, El Comunismo, La Democracia, La Nación, como significante flotante o vacío) para luego ir a predicar y convencer de la justeza del mismo a todos los mexicanos. Ellos parten del «andar preguntado» en el que el programa de lucha es un universal concreto construido como resultado, nunca como punto de partida, de un diálogo crítico transmoderno que incluye dentro de sí la diversalidad epistémica y las demandas particulares de todos los oprimidos de México. Observen cómo éste es un «Universal Otro», como diría Walter Mignolo (2000), un pluriversal muy distinto a los universales abstractos del «significante vacío» de los procesos hegemónicos de Laclau y Mouffe, el «subalterno» de Gramsci o la «multitud» de Hardt y Negri. La descolonización de la noción de universalidad occidental eurocentrada es una tarea central para hacer posible el lema Zapatista de construir «un mundo donde quepan otros mundos». Partido de Vanguardia vs. Movimiento de Retaguardia
Esta discusión tiene implicaciones fundamentales para los debates de la izquierda contemporánea. El partido leninista parte de una noción cosmológica mesiánica cristiana. Cuando Lenin (1977) nos dice que «sin teoria revolucionaria, no hay movimiento revolucionario» usa a Kautsky como modelo. Lenin cita a Kautsky para decir que los obreros eran incapaces de producir conciencia de clase y teoría revolucionaria porque éstos no tenían la capacidad de producir espontáneamente ni su teoría ni su conciencia de clase. Por tanto, esto solo les puede llegar desde afuera, es decir, predicándola. ¿Y quienes son los que producen esta teoría y van a predicarla? De acuerdo con Kautsky, apoyado por Lenin, solamente los intelectuales burgueses, críticos de su propia posicionalidad de clase, les es posible producir la conciencia y la teoría que el proletariado necesita para emanciparse. De ahí la necesidad de un partido de vanguardia. Este es otro viejo debate, que hay que revisar con lentes decoloniales. En Lenin, vía Kautsky, se reproduce la vieja episteme colonial donde la teoría es producida por las élites blancas-burguesas-patriarcales-occidentales y las masas son entes pasivos, objetos y no sujetos de la teoría. Tras el supuesto secularismo, se trata de la reproducción del mesianismo judeo-cristiano encarnado en un discurso secular marxista de izquierda. La diferencia entre Lenin y Kautsky es en el tipo de mesianismo. En Lenin se reproduce de manera muy cruda el mesianismo cristiano, mientras que en Kautsky se reproduce el mesianismo judío. En el mesianismo judío, como el Mesías nunca ha llegado, lo importante es el mensaje y no el mensajero. Por el contrario, en el mesianismo cristiano, a diferencia del mesianismo judío (¿Kautsky?), como el mesías llegó, resucitó y todavía vive, es más importante el mensajero que el mensaje. En el mesianismo judío están los profetas anunciando la llegada del mesías y el fin de los imperios terrestres. En el mesianismo cristiano está el mesías y se trata no tanto de cuestionar lo que dijo sino de entregarse al mesías sin mucho cuestionamiento. Del mesianismo cristiano leninista, llegamos a Stalin, seminarista cristiano convertido al bolchevismo. En fin: Stalin es un resultado de Lenin. ¿Qué pasa cuando la política sale de la cosmología judeo-cristiana hacia cosmologías otras? Sin negar la posibilidad de mesianismos otros, en los zapatistas el giro decolonial se da en una forma «otra» de hacer política que partiendo de cosmologías indígenas en el sur de México proponen formas alternas de práctica política. Los zapatistas parten del «andar preguntado» y de ahí proponen un «movimiento de retaguardia» que contribuya a articular un amplio movimiento pensado desde los «condenados de la tierra» de todo México. El «andar preguntando» lleva a lo que los Zapatistas llaman «movimiento de retaguardia» frente al «andar predicando» del leninismo que lleva al «partido de vanguardia». El partido de vanguardia parte de un programa a priori enlatado que como es caracterizado de «científico» se autodefine como «verdadero». De esta premisa se deriva una política misionera de predicar para convencer y reclutar a las masas a la verdad del programa del partido de vanguardia. Muy distinta es la política pos-mesiánica Zapatista que parte de «preguntar y escuchar» donde el movimiento de «retaguardia» se convierte en un vehículo de un diálogo crítico transmoderno, epistémicamente diverso, y por consiguiente, decolonial.
Referencias
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Marx, Karl. 1972. Introducción General a la Crítica de la Economía Política, Buenos Aires, Cuadernos Pasado y Presente.
Mignolo, Walter. 2000. Local Histories, Global Designs: Coloniality, Subaltern Knowledges and Border Thinking, Princeton, Princeton University Press.

De la metafísica de la subjetividad al sujeto como persona

De la metafísica de la subjetividad al sujeto como persona
Marta-Cecilia Betancur G

Danilo Cruz-Vélez no sólo tiene el valor de haber introducido en Colombia los estudios sobre fenomenología y hermenéutica, sino de haber realizado investigaciones que descubren los aportes más importantes de las filosofías de Heidegger y de Husserl, como sucede en el estudio llevado a cabo por el pensador en “La superación de la metafísica de la subjetividad” [Cruz Vélez, Danilo. Filosofía sin supuestos. Universidad de Caldas: Manizales, 2001.]

En este escrito, el pensador descubre el alcance de la teoría de Heidegger sobre el ser del hombre en cuanto hace una crítica radical a la concepción de toda la metafísica occidental sobre el hombre como sujeto. La obra del filósofo alemán es para Danilo Cruz una destrucción de la metafísica de la subjetividad, lo cual se ha visto confirmado por la lectura atenta de la obra de Heidegger y por la influencia que éste ha ejercido en la filosofía contemporánea a través de filósofos como Ricoeur, Vattimo y Charles Taylor.
Efectivamente, la superación de la metafísica de la subjetividad en gran parte fue obra del filósofo alemán. Además, la crítica realizada por Wittgenstein a la substancialización del yo, así como a la idea de que el sujeto o la substancia pensante se conoce por introspección, confirman la pertinencia de los estudios de Danilo Cruz sobre Heidegger.
Éste critica la noción de sujeto como substancia pensante y como supuesto soporte permanente de accidentes. Wittgenstein también discute esa noción de substancia y critica el supuesto conocimiento netamente introspectivo y autorreflexivo de ese sujeto.
Las dos críticas han incidido en una nueva concepción sobre el hombre, en la cual ha avanzado de manera considerable Paul Ricoeur. En “la superación de la metafísica de la subjetividad”, Danilo Cruz defiende y demuestra que mientras que Husserl es la culminación de la metafísica del sujeto, Heidegger, por el contrario, es su superación.
“La pieza que ambos persiguen en el camino histórico es el sujeto afirma el pensador pero sus intenciones son diferentes. Lo que Husserl pretende es justificar la convicción que sustenta todo su pensamiento, según la cual el sujeto es la fuente del ser. Heidegger, en cambio, quiere desenmascarar esta convicción como un supuesto insostenible”[[Ibíd., pp. 112-113.]].
Heidegger orienta el estudio del ser del hombre por un nuevo rumbo al investigarlo como Dasein, como ser en el mundo, como ser existente o como ser en el tiempo, y, para hacerlo, debe destruir el camino seguido por la metafísica tradicional, especialmente desde Descartes, que ha consolidado la concepción del hombre a partir de la asunción de éste como yo pienso o substancia pensante.
Mientras el objetivo de Heidegger[Varias razones da Danilo Cruz para defender la idea de que ese es el interés de Heidegger, así no aparezca el camino deconstructivo expresado de manera abierta en Ser y Tiempo: en primer lugar, la expresión misma “Metafísica de la subjetividad” “es una expresión acuñada por Heidegger para designar el período del pensamiento europeo que va de Descartes a Husserl” (2001: p.107), segundo, el título que dejó señalado Heidegger para la segunda parte de “Ser y tiempo” y que no se publicó: “Destrucción de la historia de la ontología”, en la cual se proponía un estudio de la res cogitans de Descartes. Y, por último, sus clases en Marburgo, las cuales inicia con un curso y un seminario sobre “El comienzo de la Filosofía Moderna”.] es la superación de la metafísica de la subjetividad para elaborar una nueva concepción del hombre, “lo que Husserl pretende es justificar la convicción que sustenta todo su pensamiento según la cual el sujeto es la fuente del ser”[Ibíd., p. 113.], el yo o el sujeto persisten como fundamento trascendental del conocimiento y del mundo.
En este sentido la fenomenología de Husserl es la síntesis del pensamiento sobre el sujeto que se inaugura desde Descartes y que será objeto de la rebeldía de Heidegger. Para reconstruir el camino crítico recorrido por Heidegger, Danilo Cruz se ocupa de tres temas: la identificación del sujeto y el yo en la filosofía moderna, el yo y el sujeto trascendental en Kant y la concepción del yo en Husserl.
La tarea de Heidegger y la labor reconstructiva de Danilo Cruz consisten en desentrañar el origen de los conceptos de objeto y sujeto, según como fueron concebidos desde la filosofía moderna. El significado que ellos adquirieron en esa época y que domina el escenario filosófico hasta hoy, fue completamente nuevo y orientó la investigación sobre el ser del hombre y del mundo considerados desde entonces a partir de esa relación.
Estos son puntos de vista originarios de la época moderna, con Descartes. Una novedad filosófica es que el sujeto pasa a ser el sujeto pensante, el yo pienso, la substancia pensante. Pero ¿de dónde vienen estos conceptos y qué cambios se ha dado en ellos? El término ¨sujeto¨ proviene de ¨Subjectum¨ que significa soporte y sustrato permanente de cualidades; en la época moderna se utilizó Subjetctum como hipokeímenon o substantia que significa el substrato o soporte permanente de cualidades y propiedades, dado que éstas no se pueden dar en la nada. Las propiedades son propiedades de algo, una substancia.
Antes de la asunción de hipokeímenon como subjectum, el significado de este término era muy distinto al del término de ¨sujeto¨ en la filosofía moderna. En ésta es lo arrojado a la base, lo subpuesto; ontológicamente “el ese en se en el que reposan y se fundan las propiedades”[[Ibíd., p.125.]] (2001: p. 125). En el latín anterior ¨el sujeto¨ estaba ligado a la noción gramatical de sujeto como aquello de lo cual se habla en la proposición. Y aquello de lo que se habla son las cosas, la casa, el árbol, Juan. Esta forma de entenderlo va a aparecer de nuevo en la Filosofía Contemporánea con la teoría de la acción de Ricoeur y de algunos otros filósofos del lenguaje.
Al asumir hipokeímenon como subjectum en la filosofía moderna, las cosas cambian, éste término acoge las notas esenciales de aquél, por lo que recoge las características de sustrato absoluto y soporte de propiedades que reposa en sí mismo. Mientras que subjectum no tenía que ver con el yo, objectum, si que tenía que ver, puesto que era lo representado por el yo. Objeto eran la cosa en cuanto idea y representación del hombre.

Así, la moderna metafísica de la subjetividad se basa en la relación sujeto/objeto, pero no a partir de la manera como eran entendidos en la filosofía medieval, sino por una transformación de su significado. En Descartes el sujeto pasa a ser el yo, el ego cogito. ¿Pero, cómo ocurre ese tránsito? Veamos. Todo se origina en la necesidad planteada por Descartes de encontrar la certeza, de aspirar a un conocimiento cierto, a la certitudo.

Esta búsqueda de la certeza lo lleva mediante el método de la duda a buscar una primera verdad indubitable, un fundamento absoluto que encuentra en el “yo pienso”. Este es el subjectum que satisface las exigencias de la verdad como certeza, el subjectum indubitable.

“Por tanto, el ego cogito es ese subjectum privilegiado que se busca”[[Ibíd., p 131]]. Descartes también pregunta por el hipokeímenon, esto es, por el ser que es sustrato permanente, por el ser en sí, pero lo hace mediante la palabra latina substantia que había recibido de la filosofía medieval. Desde Descartes, el yo que piensa es el ser por excelencia. De lo único que se tiene certeza es de que “yo pienso”; todas las cosas y los conocimientos, en principio, no son más que contenidos de mi conciencia.
Ahora bien: “si el ego cogito es el subjectum por excelencia, en él tienen que reaparecer las notas del hipokeímenon fijadas anteriormente, pero elevadas de acuerdo con su excelencia al sumo grado. El subjectum, el sujeto o el yo pienso, es lo subyacente en todos los actos, lo permanente en los cambios y el sustentáculo o soporte de propiedades. Por último, el yo es el fundamento por ser lo absoluto. Las cosas son relativas a mí, a la substancia.
“El único subjectum es el yo. La metafísica moderna saca esta consecuencia implícita en el punto de partida cartesiano; pero esto no ocurre de un golpe, sino en lenta evolución. Descartes emplea aún en las Meditaciones el término subjectum en el sentido medieval. En Kant encontramos una completa identificación de sujeto y yo, aun cuando algunas veces, muy pocas, usa el primero en el viejo sentido. Desde el llamado idealismo alemán (Fichte, Schelling y Hegel) hasta Husserl, la identificación sí es total.
El sujeto y el yo son lo mismo”[Cruz Vélez. Op. cit., pp. 132-133.] Danilo Cruz sigue con sumo rigor el desarrollo de esa idea en Kant y Husserl, para demostrar que ni uno ni otro superan la posición cartesiana, los dos giran en los mismos presupuestos. Kant quiere destruir el concepto errado del yo elaborado por Descartes, quien descubrió un yo trascendental pero lo explicó como un yo empírico, dado que encontró un yo que es condición trascendental del conocimiento o de los contenidos de conciencia, pero lo estudió como una substancia pensante, aplicándole los conceptos recibidos de la tradición, esto es, de la ontología de las cosas.
El sujeto, en Kant, en cuanto “yo pienso” o ego cogito es un yo fundamento, puro, trascendental, condición de posibilidad de todas las representaciones del mundo. Sigue siendo lo permanente, en Kant. Es sujeto, ya no en cuanto substancia, o substrato real de lo objetivo, sino en el sentido de que hace posible toda representación, es sujeto del pensar, de la unión en el juicio predicativo, de la construcción de síntesis. “Por ello, el yo es subjectum: actividad unificante, siempre idéntica a sí misma, que está a la base de la multiplicidad de las representaciones… el yo es forma de toda representación; es decir, aquello que fija la ley invariable del representar”[Ibíd., p.150.]
Sin embargo, lo que plantea Heidegger es que Kant no logra superar completamente ni la cosificación del yo ni la metafísica de la subjetividad. Esto es así porque el filósofo le sigue otorgando al ego cogito las características del hipokeímenon o de la substancia: “la permanente presencia… El yo es lo permanentemente presente en todas las representaciones, lo idéntico a sí mismo en todos sus actos, lo que no cambia en la multiplicidad cambiante del representar”[[Ibíd., p.151.]].
La concepción substancialista y cosificadora sigue haciendo sus trampas, como el genio maligno cartesiano, al aparecer de nuevas formas en la filosofía de Kant[Realmente la noción de substancia, el dualismo substancialista, la cosificación y, por tanto, la metafísica de la subjetividad aparecen en toda la filosofía moderna, incluyendo al empirismo inglés, como lo han mostrado muy bien Heidegger y Wittgenstein. Existen hoy importantes escritos sobre este problema. Cfr. Risieri Frondizi. Substancia y función en el problema del yo. Jorge Vicente Arregui. Acción y sentido en Wittgenstein. EUNSA: Barañain-Pamplona, 1984, cap. 8.]
Señalando lo que interesa destacar, retomemos las ideas que Husserl construye sobre el yo. Convirtiendo la duda metódica de Descartes en una epojé fenomenológica, que pone entre paréntesis el mundo empírico trascendente, se vislumbra un yo no empírico que se constituye en subjectum, soporte o sustrato permanente de los datos subjetivos o del flujo constante de las corrientes de vivencias. Es un yo puro, que, en efecto, en el §57 de Ideas, aparece, como señala Danilo Cruz, determinado mediante algunas unas observaciones.
“¿Qué es entonces el yo puro? Las vivencias constituyen una corriente, un flujo incesante en que todo está cambiando. Pero en la base de ellas hay un substrato invariable que las sustenta: el yo puro. Este es por lo tanto, subjectum. Y sus notas ontológicas fundamentales son la permanencia y la identidad”[Husserl. Ideen 57. Citado por Danilo Cruz. Ibíd. P. 159.]
Como se ve, en el yo puro aparecen de nuevo las características del subjectum de la Filosofía Moderna en todo el esplendor de la metafísica. El mundo es trascendente y no aparece más que como una corriente de vivencias en un yo puro trascendental, que es condición de ellas. Frente a la continuidad del cambio, al carácter fluctuante de las vivencias que son ausencia y presencia, la permanencia y la identidad están en el yo puro trascendental.
Lo que importa resaltar aquí es la forma como llega Husserl a encontrar “el yo” en cada caso: siempre en medio de la búsqueda de un sustrato o soporte de propiedades. Analizando en primera persona ciertos contenidos mentales, lo que queda es un soporte a sustrato de tales contenidos. Se parte de un yo que piensa, que siente, que recuerda y que imagina. Ahora bien, ¿qué método nos ha brindado este resultado? El camino de la reflexión. Husserl ha seguido el método sugerido por Descartes.
De nuevo, como éste, ha partido de la primera persona y ha realizado el estudio del yo a partir o de la reflexión sobre sí mismo. Es una indagación a partir de la primera persona, del conocimiento privado o íntimo. “En la reflexión me vuelvo sobre el yo que percibe convirtiéndolo en objeto”[Ibíd., p. 169.] Se da una división del yo, en un yo que percibe, que piensa, y un yo objeto de la percepción interna.
En la argumentación de este filósofo se conservan los supuestos no sometidos a la discusión, que serán el objeto de la crítica de Heidegger, Wittgenstein y Ricoeur: el primer problema es la ubicación en la primera persona, el segundo, la conservación del prejuicio substancialista y el tercero la aceptación de la intuición y la reflexión, consideradas como autorreflexión sobre vivencias.
La crítica de estos tres filósofos supone la asunción de una nueva concepción sobre el hombre, y un gran valor de Danilo Cruz consiste en haber señalado el cambio para la teoría del hombre que significa la posición nueva defendida por Heidegger. “Por ello afirma el profesor Cruz Vélez decíamos al comienzo que el tema efectivo de la obra es el Dasein. Desde este punto de vista hay que considerarlo como una superación de la metafísica de la subjetividad, pues la tematización del hombre como Dasein lo que viene a superar primeramente es la idea del hombre como sujeto, la cual es el fundamento de dicha metafísica”[Ibíd., p. 190.]
Dasein y sujeto de la acción
Con el fin de evitar una presentación muy complicada del problema, conviene ubicar la crítica a esos supuestos en la discusión realizada por Ricoeur, quien nos llevará a las posiciones de Heidegger y de Wittgenstein. En primer lugar, cabe advertir que el mayor interés de la filosofía de Ricoeur se centra en el estudio del hombre. Su filosofía es en gran medida una Antropología filosófica en cuanto tiene por objetivo principal avanzar en la comprensión de sí del hombre, para lo cual se apoya en la empresa iniciada por Heidegger y en algunas indicaciones de Wittgenstein de gran importancia en la superación de la metafísica de la subjetividad.
Lo que hace Ricoeur, entonces, siguiendo a Heidegger, es superar la metafísica de la subjetividad, que, como hemos visto asimila el sujeto con el yo y con el hombre, desde Descartes. Ricoeur busca superar el estudio del hombre del ámbito en el cual se había instalado de Descartes a Husserl, a saber, la metafísica de la subjetividad. Se trata de superar la concepción del hombre que lo consideraba como substancia pensante y en la cual se pasaban por alto características y propiedades fundamentales.
Se trata de bajar al hombre del rango metafísico e idealista en que se asumía para su estudio, entre lo que cabe destacar la pérdida del carácter corporal, del carácter vivencial o vital y del carácter temporal. De manera muy resumida, sinteticemos las críticas realizadas por Ricoeur a ese modelo fundado en Descartes: En primer lugar el hombre no es una substancia pensante.
Con Heidegger, Ricoeur afirma que antes que seguir considerando al hombre como un sujeto que conoce y se enfrenta a un objeto por conocer, hay que llevarlo a su modo de ser más originario, en cuanto “ser en el mundo”. Para Ricoeur como para Heidegger el hombre es un ser vital, un existente, un ser en el que su manera de ser es “existir”. Ricoeur parte de las fórmulas que había propuesto Heidegger para analizar al hombre y que son tan bien expuestas por Danilo Cruz. Frente al sujeto moderno pensado como condición trascendental de conocimiento, Heidegger propone girar la pregunta hacia la relación del hombre con el ser, a la relación más originaria del hombre con el mundo; de modo que el que entra en relación no es un sujeto frente a un objeto sino el ser humano. El hombre es un Dasein, es una relación con el ser que se caracteriza por el comprender. El Dasein es existencia.
En segundo lugar, la crítica a la concepción del hombre como sujeto enfrentado a un objeto y como substancia pensante lleva consigo en Ricoeur una segunda objeción: la crítica a la teoría de Descartes y de Husserl de que el yo es lo primero que se conoce y cuyo conocimiento se realiza por intuición, es decir por un conocimiento inmediato, no mediado y por introspección o mediante la percepción de un objeto interior.
Ricoeur discute esas dos posiciones y afirma que el yo del hombre no es lo primero que se conoce sino lo más complejo por conocer; que el conocimiento del hombre es un proceso, es una interpretación a lo largo de su vida. A esa concepción cartesiano-husserliana, por tanto, Ricoeur le opone la idea de que el hombre se conoce de manera mediada a través de los símbolos, del lenguaje y de su objetivación a través de la cultura.
A partir de la idea de que el conocimiento de sí del hombre no es inmediato, Ricoeur lleva la crítica más lejos, pues considera que este conocimiento tampoco puede darse solamente por introspección y autorreflexión. Y en este aspecto acude a la crítica realizada por Wittgenstein al conocimiento y al lenguaje privados. Esta crítica está ligada en Wittgenstein a una crítica a la perspectiva egocéntrica de la que parte la filosofía moderna de Descartes y del empirismo inglés y que aparecen en la Filosofía Contemporánea en el positivismo lógico y la fenomenología[Cfr. Wittgenstein. Investigaciones filosóficas § 240 a 323.]
La perspectiva egocéntrica consiste en realizar el estudio del conocimiento, del mundo y del hombre a partir de la primera persona, del yo o del estudio del propio caso. “Este punto de vista filosófico fue inaugurado oficialmente por Descartes cuando, como resultado de la duda metódica, decidió filosofar partiendo de los datos que le eran accesibles desde la clausura del cogito, pero no es privativo del cartesianismo, ni siquiera de la tradición del racionalismo continental, sino que se encuentra también en los empirismos clásico y contemporáneo”[García Suárez, Alonso. La lógica de la experiencia. Madrid: Tecnos, 1976, p. 72.]
En la perspectiva egocéntrica el estudio de los problemas se lleva a cabo desde la primera persona, por lo que ha tenido como consecuencias la caída en el solipsismo y el escepticismo, por un lado, y en el conductismo, por el otro. La caída en el solipsismo y en el lenguaje privado se ha hecho evidente en la dificultad de Descartes para intentar de nuevo la recuperación del mundo y del propio cuerpo. Una vez se ha asumido la perspectiva egocéntrica todo en el mundo pasa a ser una construcción del sujeto. Esto también se ve claramente en la dificultad de un sector de la filosofía contemporánea para demostrar la existencia de las otras mentes, pregunta mediante la que pretenden plantear la existencia de los “otros hombres”.
Para Wittgenstein la existencia misma del lenguaje nos permite salir de esa postura. El lenguaje no es nunca privado, ni es posible un lenguaje completamente privado y limitado al sujeto que lo usa. El lenguaje es desde siempre, originariamente, público. El lenguaje es social, intersubjetivo y público. Las reglas del lenguaje, para que sean reglas, deben ser seguidas por más de un hombre, en más de una ocasión. El significado del lenguaje en ninguna ocasión es un objeto interior o privado. El significado lo establece el uso, de manera social; es en medio de la praxis social como se establecen y se aprenden los significados. La teoría del lenguaje privado surge, para el Wittgenstein de las investigaciones, en el equivocado modelo del nombre y del referente como su significado, que condujo a la substancialización y a la cosificación.
Con base en estos planteamientos Ricoeur hace un giro y realiza una propuesta nueva sobre lo que es el hombre como sujeto. Observemos que Ricoeur no quiere renunciar a la idea del hombre como sujeto, sino a la forma como se concibe desde la filosofía moderna, para lo cual inicia una redefinición y reconceptualización del término. Para hacerlo se apoya en lo que había afirmado: que el hombre se conoce a través de sus obras, del lenguaje y de sus acciones.
En este caso va a acudir al lenguaje y concretamente al lenguaje de la acción. Se había dicho que el sujeto era también en la gramática y en la filosofía medieval el sujeto de la oración, aquello de lo cual se predica en la oración. Pues bien, aquello de lo cual se habla son los seres del mundo, entre los cuales se encuentra un sujeto especial, que aparece en un tipo especial de oraciones, los enunciados de acción. El hombre es el sujeto agente del cual se habla en los enunciados referidos a las acciones, y es además, el que enuncia el enunciado. En las oraciones de primera persona como “te juró que te esperaré”, el sujeto es autorreferencial, dado que coincide con el sujeto locutor del enunciado, esto es, quien habla. En dos obras se refiere Ricoeur específicamente al hombre como sujeto, El discurso de la acción y Sí mismo como otro.
En El Discurso de la Acción realiza el análisis lingüístico del sujeto agente que se desprende de las frases de acción. El sujeto que de allí surge es un sujeto que realiza acciones de diverso rango de voluntariedad, motivadas por intencionalidades, causas o motivos; un agente que es responsable de sus acciones en cuanto puede tomar decisiones y cambiar el rumbo de los acontecimientos; una persona capaz de tomar decisiones y de actuar de acuerdo con ellas. Por otra parte, numerosas frases de acción descubren un sujeto que no sólo actúa libremente sobre el mundo de acuerdo con intenciones, sino también un sujeto que es paciente, que padece, en el sentido de que también sufre las determinaciones del mundo, lo que quiere decir que el sujeto es agente y paciente.
Ahora bien, ¿cuál es la conveniencia de iniciar el estudio del sujeto a partir del análisis lingüístico? El recurso al lenguaje saca al discurso filosófico de la fenomenología del tinte idealista que tenía, a partir de la intuición personal de esencias y de vivencias. El estudio se saca de la perspectiva egocéntrica y se ubica donde lo posicionó Wittgenstein, en el análisis del lenguaje como medio social intersubjetivo y público donde se arraigan y originan esas experiencias; el análisis lingüístico descubre que la persona de la enunciación es el sujeto agente de la acción.
Y la descripción fenomenológica descubre a la persona y el mundo de símbolos y significados en que habita ese sujeto. Un sujeto que es cuerpo, que es naturaleza pero que es también sociedad y cultura. Una persona que da sentido a la experiencia, a través del universo de símbolos. Esta forma de interpretar al hombre deja al descubierto el mundo social y cultural en que habita. Esto nos demuestra que las investigaciones y los aportes realizados por Danilo Cruz a la crítica de la Metafísica de la subjetividad llevada a cabo por Heidegger son plenamente acertadas y pertinentes, lo cual se percibe claramente por el desarrollo que ha tenido el problema a través de filósofos como Paul Ricoeur.

Conoce a cinco de los hombres más ricos de Centroamérica 2016

Conoce a cinco de los hombres más ricos de Centroamérica 2016
Forbes Centroamérica presentó la lista de los empresarios más ricos e importantes del área.
Empresarios centroamericanos destacan en la lista de los hombres más ricos, según Forbes. / Foto Por ShutterStock

Por elsalvador.com

May 02, 2017- 05:30

Según la Revista Forbes, durante 2016, la riqueza y las inversiones de los hombres más prominentes de Centroamérica se caracterizaron por la búsqueda de nuevos mercados para diversificar sus respectivos nichos de negocio, fue un año muy activo en ese sentido, lo que refleja la visión y la pericia de los cinco hombres que conforman es listado de empresarios este año.

Los millonarios centroamericanos se reinventaron, pese a la situación económica y política de sus países, logrando ganancias, ya que buscaron nuevos horizontes en diferentes industrias o seguir expandiéndose en sus rubros.

Mario López Estrada

Nació en 1938 y estudió Ingeniería Civil en la Universidad pública de Guatemala. Según un análisis financiero del portal de Internet ¨bloomberg¨ en el periodo de 1986 a 1991, se desempeñó como Ministro de Comunicaciones, Infraestructura y Vivienda.

En 1983 incursionó en el agresivo negocio de la telecomunicación en el año de 1993, desde entonces ha logrado colocar a la empresa Tigo Guatemala, como la empresa de telecomunicaciones número uno en ese país. El empresario ha trabajado en la industria de la construcción, telecomunicaciones y energías renovables.

Hoy día compite por el control de las telecomunicaciones en Guatemala nada menos que con Carlos Slim Helu, el segundo hombre más rico del mundo. Actualmente ocupa el cargo de presidente de Telefónica Tigo Guatemala.

Posee activos de 1,000 millones de dólares y estima que sus ingresos son de 2,555 millones de dólares. Opera en Centroamérica, Paraguay y Bolivia.

Ricardo Poma

El empresario salvadoreño Ricardo Poma es presidente del Grupo Poma. Posee activos totales por el orden de los 1,400 millones de dólares. Tiene operaciones en Estados Unidos, Colombia, Centroamérica y República Dominicana.

Dentro de su conglomerado, Grupo Poma cuenta con cuatro divisiones: el Grupo Roble, que opera centros comerciales en Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá, y ha edificado 60,000 viviendas; Excel Automotriz; y Real Hotels & Resorts, que opera 28 hoteles en Centroamérica, Estados Unidos, México, Panamá, República Dominicana y Colombia.

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También es propietario de Grupo Solaire, unidad industrial que produce implementos para el sector de la construcción. Según la revista Forbes, el grupo está incursionando en el negocio de la eficiencia energética y el desarrollo de proyectos de energía renovable.

Roberto Kriete

Es cofundador de Avianca Holdings y presidente de Grupo Kriete. Aunque no hay una cifra actualizada de sus activos totales, el reporte financiero de Avianca Holdings a 2016 indica que llegan casi a unos $6,590 mil millones.

Según el portal de Avianca, Kriete es fundador y miembro del Consejo Directivo de la línea aérea Volaris, de México; Presidente de la Junta Directiva de Avianca Taca y Presidente de la Asociación Latinoamericana de Líneas Aéreas (Alta).

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La Compañía de Inversiones del Grupo Kriete, la cual preside, realiza inversiones locales e internacionales en bienes raíces, agroindustria, hotelería, capital de riesgo y acciones de capital privado.

Kriete tiene una maestría en Administración de Empresas, por el Boston College, Massachussets; y una licenciatura en Economía, por la University of Santa Clara, de Santa Clara, California, Estados Unidos.

Carlos Pellas

El nicaragüense Carlos Pellas es presidente de Grupo Pellas, Según Forbes, sus activos totales a 2015 suman los $1,100 millones.

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El conglomerado económico aglutina 25 empresas, entre éstas: Flor de Caña, SER, Casa Pellas, BAC Florida Bank, E. Chamorro, CEM JWT, División Internacional, GBM, Seguros América, Alpesa, GID Américas, Hospital Metropolitano Vivian Pellas, VOS TV, Coinca, Comunicaciones Inalámbricas de Centroamérica, Pellas Development Group, Guacalito de la Isla, Nicaragua’s Emerald Coast, Mukul, Beach, Golf & Spa; Santa María, Golf & Country club, Zona Deportiva, Frutan Nicaragua, Distribuidora Istmania, Centro Plaza Occidente, Distribuidora Salvadoreña y Grupo Pellas-Motta.

Con presencia en Estados Unidos, Centroamérica y el Caribe, se estima que Grupo Pellas tiene ventas por $1,500 millones anuales, que representan el 13% del PIB nicaragüense . Se estima que el Grupo Pellas da empleo a 23,000 personas en Centroamérica (dato a 2016).

Stanley Motta

Stanley Motta es el presidente del Grupo Assa, Motta International y Copa Holdings. En 2016 el empresario posee activos totales: 6,134 millones de dólares. El dato de este año aún no está disponible. Según datos de Forbes, solamente Copa holding factura: 2,721 millones de dólares.

La fortuna de Motta proviene de sus inversiones en tiendas libres de impuesto, las aerolíneas, las comunicaciones, los puertos y la banca. Desde 1990, el presidente del grupo ha impulsado Attenza, la cadena de duty free con presencia en veinte aeropuertos latinoamericanos donde distribuye productos de cosmética, perfumería, relojería y accesorios de marcas como Carolina Herrera, Bulgari, Calvin Klein y Clinique, entre otras.

Fue el negocio de las tiendas tiendas libres el que llevó a Motta a la industria de la aviación, específicamente a Copa Airlines, una aerolínea de la cual es socio mayoritario. La historia de la riqueza de la familia Motta comienza en 1950 cuando el panameño Alberto Motta puso en marcha el primer comercio en la Zona Libre de Colón (ZLC), que empezó con la distribución de licores y periódicos.

Y sí, las izquierdas han colapsado

Y sí, las izquierdas han colapsado
Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero
06/10/2016

El discurso del FMLN contiene una interpretación peregrina de las dificultades institucionales experimentadas por su Gobierno; en particular, las causadas por las sentencias de la Sala de lo Constitucional. Para el FMLN, esas sentencias serían el origen de todos sus problemas. Según esa interpretación, que el presidente expuso ante la Asamblea General de Naciones Unidas, todo obedecería a una conspiración de la derecha para arrebatarle el poder, tal como lo hizo en Brasil y pretende hacerlo en Venezuela. La explicación es absurda, porque pasa por alto la diferente realidad de los tres países. Más bien, refleja la desesperación de un Gobierno atrapado en su propia maraña política y con cierta debilidad por la teoría conspirativa, resabio de las épocas de clandestinidad guerrillera.

Únicamente en el caso de Brasil se puede hablar de una conspiración de la derecha y solo hasta cierto punto, porque el Gobierno de Rousseff favoreció su desarrollo con su ineptitud y exceso de confianza. La presidenta no observó el techo del déficit público, impuesto por la legislación, y maquilló las cuentas nacionales para disimularlo. Tampoco escuchó a sus asesores, que le advirtieron que arriesgaba demasiado. Además, el principal beneficiario de su destitución resulta ser su antiguo aliado político, el vicepresidente ahora presidente, sin quien difícilmente hubiera ganado la elección presidencial. Uno de los cabecillas de la destitución de Rousseff también ha perdido su cargo, acusado de corrupción. Más aún, no sería extraño que incluso el presidente actual sea depuesto por el mismo delito. Todos ellos están vinculados al escándalo de corrupción de la principal empresa estatal, dedicada a la explotación del petróleo. Una clica de corruptos, tal como gusta decir nuestro Fiscal General de la República.

La situación de Venezuela es diferente a la de Brasil y El Salvador, aunque los tres países tienen en común una rampante corrupción institucional. Pero hasta ahí las coincidencias, porque en Brasil caen grandes empresarios, altos cargos públicos y figuras políticas. Eso no ocurre en Venezuela ni en El Salvador. El experimento socialista bolivariano fue viable mientras la explotación del petróleo venezolano fue rentable. La drástica caída del precio internacional, la mala administración y la dilapidación de la principal riqueza nacional socavaron el fundamento del socialismo. En un esfuerzo desesperado, el Gobierno venezolano reemplazó a los agentes de la actividad económica con funcionarios y generales, y la situación, en lugar de mejorar, ha empeorado y empeorará más. Sin fundamento económico y cada vez con menos respaldo popular, la cúpula gobernante se aferra al poder para no ir a parar a la cárcel.

En cualquier caso, el fracaso de las izquierdas latinoamericanas es evidente. Pero quizás no por conspiración de la derecha, sino porque su modelo ha colapsado. No solo el llamado socialismo real colapsó, sino que también lo ha hecho el modelo socialdemócrata. El comunismo hizo implosión víctima de su propia inconsistencia. Su fracaso muestra que cuando el Estado reemplaza a los otros agentes sociales y económicos —aun cuando lo haga con la mejor buena intención, pues piensa que los objetivos de estos agentes son interesados y que solo él vela por el bien común—, generaliza la ineficiencia y empeora la situación, que se vuelve más invivible que aquella que pretendía revertir. Los partidos socialdemócratas —que consiguieron una simbiosis entre el trabajo y el capital, e institucionalizaron una cierta cohesión social, logros muy apreciables— han sucumbido al consumismo y a la corrupción. En la actualidad, se limitan a proponer y a gestionar algunas medidas compensatorias, nada desdeñables por cierto, dada la pobreza y la desigualdad predominantes; pero no se atreven, ni saben cómo, erradicar el origen de esos males sociales.

Cabe, pues, preguntarse si el fracaso de las izquierdas no se debe a que hace tiempo perdieron la capacidad para imaginar alternativas, para desearlas, para proponerlas convincentemente e impulsarlas concienzudamente. La facilidad con la que se han acomodado al orden establecido, cuyas ventajas disfrutan sin escrúpulo, tal como lo hacen los políticos de la derecha, muestra con claridad que han perdido esa capacidad. Desde esa posición, es imposible imaginar alternativas e impulsarlas, porque pondrían en peligro su vida regalada en el orden establecido por la derecha. En la práctica, no desde la teoría y el discurso retórico, es difícil distinguir al político de izquierdas del de derecha. La aceptación de ese orden, o la resignación ante lo aparentemente inexorable, aun cuando experimenten su injusticia e incluso les duela sinceramente, ha hecho de las izquierdas la izquierda de la extrema derecha. Ni siquiera llegan al centro.