Las FPL y la lucha contra el alto costo de la vida (mediados de 1974)

Las FPL y la lucha contra el alto costo de la vida (mediados de 1974)

En el periódico El Rebelde con fecha enero de 1974, pero que circuló a mediados de ese año, las Fuerzas Populares de Liberación, FPL “Farabundo Martí” expresan su visión sobre la lucha reivindicativa de los sectores populares en esa época y su lectura nos permite comprender su pensamiento, en aguda polémica con otras expresiones de izquierda, en particular con el Partido Comunista, PCS. A continuación hacemos una reseña de este valioso texto histórico.

Evalúa el articulista de las FPL que “sectores populares se incorporan cada vez más de lleno a la lucha contra el alto costo de la vida. Y es que los monopolios imperialistas y oligarcas se han lanzado a una ofensiva irrefrenada contra la vida de grandes mayorías de la población. No hay artículo que no haya subido de precio entre el 200 y 300% en los últimos meses.”
Indica que “las FPL se encuentran empeñadas en impulsar y estimular la acción de las masas populares en defensa de sus intereses vitales y apoyan la lucha de los sectores avanzados de las masas contra el alto costo de la vida. Las FPL consideran que la lucha contra la rapaz explotación de los capitalistas en el terreno de los precios de las mercaderías de primera necesidad son parte de la lucha popular por las reivindicaciones económico-sociales inmediatas y por consiguiente se esforzaran en enmarcarla dentro de los requerimientos de la lucha reivindicativa inmediata para convertirse en un movimiento que ayude al proceso revolucionario del pueblo.”
Añade que “para lo cual consideramos que no debe encajonarse en el estrecho marco puramente economista, legalista, reformista o pacifista; ni debe caer en el burocratismo que sustituya la participación de las masas, sino que debe convertirse en un poderoso medio de elevación de la conciencia y disposición revolucionaria de las masas para incorporarlas al proceso general revolucionario.”
Subraya que “para ello, la lucha contra el alto costo de la vida debe ser ampliamente MASIVA, que participe el propio pueblo en las jornadas contra los capitalistas y el gobierno. Y debe imprimírsele un carácter COMBATIVO que eleve la disposición de las masas populares a la lucha activa contra sus explotadores.”
Evalúa que “sería grave que, dejándose llevar por el concepto dogmatico y tradicionalista de unidad con los oportunistas en la lucha popular contra el alto costo de la vida, se facilitara a éstos una plataforma orgánica que les permitiera su perniciosa labor encaminada a enfriar la lucha combativa de las masas y de entregar el movimiento a los intereses de los sectores de la burguesía a quienes ellos sirven.”

Considera que “el movimiento de masas no debe de tomar un carácter reformista-burgués que tenga como pivote un proyecto de ley que haga caer a las masas en suspenso respecto de la Asamblea Legislativa, haciéndola que se convierta en el centro de la movilización de las masas. Esta debe tener no solo un carácter nacional, en torno a las reivindicaciones generales de diversos sectores en este terreno, sino también una dinámica expresión local y regional, sobre las concretas manifestaciones de la carestía de la vida que se producen en cada lugar (por la tierra, contra el alto costo de los abonos, por salarios más altos, sueldos, contra los acaparadores y almacenadores de víveres, por el control popular de los precios, etc.)

Define que “en cada lugar concreto debe hacerse actuar a las masas en forma concreta y no con los ojos vueltos hacia una Asamblea en donde actúan los perros de la tiranía o los representes de una “oposición” electorera inconsecuentes.”

Insiste que “no debe crearse en la masa la ilusión hacia una intervención positiva de actual gobierno títere de los imperialistas y la oligarquía, sino que el gobierno de los capitalistas debe ser un objetivo de indignación y de protestas del pueblo. No debe ponerse como “arbitro” de la situación a este gobierno reaccionario no considerarlo como algo que está por encima de las clases.”

Analiza que “la creciente intervención estatal por parte de un gobierno como el presente, de creciente tendencia a la fascistización, se convierte en una política estatal favorable al gran capital, que a través de los aparatos de estado concentra enormes medios y recursos y termina por arruinar a grandes capas de pequeños y medianos productores y comerciantes, y a agravar aún más las condiciones de vida de las grandes masas.”

Advierte que “la creciente “representación obrera o popular” en los organismos de un Estado (autónomos y semiautónomos) con incrementados rasgos fascistoides, crea un espejismo favorable a la burguesía, fomenta la burocracia obrera estatal, y permite, a través de esa burocracia ampliar la influencia burguesa dentro de la clase obrera y de otros sectores populares ( o crear organismos con estructura corporativa-estatal que sirven de base al estado fascistoide para su intervención en los movimientos populares.”

Concluye que “la lucha de masas, a estas alturas, tiene que ser renovada con enfoques acordes con el desarrollo concreto del proceso revolucionario en el país. Los viejos esquemas y dogmas tienen que ser barridos, los puntos de vista inertes, perezosos o oportunistas, han de ser derrotados para abrirle paso a un movimiento de masas combativo, que vaya realmente en dirección de la Guerra Revolucionaria del Pueblo, único camino para la liberación definitiva.”

En otro artículo en este mismo número de El Rebelde, que lleva el número 19 (sic), trata sobre la muerte de un funcionario del gobierno Romero a manos de las FPL y su interpretación por parte del periódico OPINION ESTUDIANTIL de la Asociación General de Estudiantes Universitarios Salvadoreños, AGEUS, conducida por el Frente de Acción Universitaria, FAU, vinculado al PCS.
Informa que “en la edición de OPINION ESTUDIANTIL de fecha 29 de mayo, se comenta la muerte del Secretario Particular ( de la Presidencia) de la República, vale decir, de uno de los más elevados asesores de la criminal tiranía militar que sufre el país.”
Añade que “en el fono del artículo de OPINION ESTUDIANTIL se lamenta la muerte de este elemento fascistoide, artífice de muchas de las disposiciones antipopulares del régimen, lesivas a la clase obrera y al campesinado, maestros, estudiantes y resto del pueblo. Porque no se va a decir que los principales asesores del régimen no son responsables junto con éste, de la sangre, la muerte, las torturas, los atropellos, las persecuciones, contra el pueblo trabajador.”
Opina que “en este artículo y otros de la misma edición OPINION ESTUDIANTIL adopta la muy conocida posición de la corriente política de la izquierda “oportunista” en el país” la cual según El Rebelde se esfuerza por “1. Disminuir el impacto que las acciones revolucionarias armada producen en la mente del pueblo y, de tal manera, alejar a los sectores avanzados de su creciente disposición a incorporarse organizadamente a la Guerra Revolucionaria Prolongada.”
En segundo lugar, “al disuadir a las masas avanzadas a que tomen en sus propias manos con todos los medios a su alcance la lucha por su liberación: tratan de ilusionar al pueblo acerca del “ala de izquierda” en el seno del gobierno. Tales hombres “de izquierda” (a quienes también califican de “desarrollistas”) disque, encabezados por el gorila Molina que se apoya en Enrique Silva, Rogelio Sánchez y otros de la misma calaña, desarrollan, según los oportunistas, una denodada lucha contra el ala reaccionaria del gobierno, en la cual se mueve Mayorga Rivas, Sánchez Hernández, y otros.”
En tercer lugar “se trata de crear ilusiones en el pueblo acerca del ejército reaccionario (cuyo “sector progresista” según los oportunistas, abarca al “grueso de la oficialidad”) que va a realizar la liberación del pueblo sustituyendo a este en la histórica tarea de llevar a cabo su revolución.”
Considera que estos son “esfuerzos por desmovilizar la decisión combativa del pueblo, por crearle ilusiones en Molina y en un sector de su gobierno fascistoide, ilusiones en la criminal gorilada, y por uncirlo a sectores de la burguesía “reformista” tal es la línea oportunista de “izquierda.”
Por otra parte, en este mismo número 19 de El Rebelde se informa que “Grupos de Apoyo de las FPL han llevado a cabo algunas acciones armadas de quema de autobuses urbanos en San Salvador, concretamente al incendio de 2 buses en la terminal de la ruta # 5 en Monserrat en la mañana del 30 de mayo, y la quema de 4 buses de la ruta 8 en la terminal de la colonia Dina, el 18 de junio.

Pedagogía crítica: diálogo y acción en la crisis de la modernidad

PEDAGOGÍA CRÍTICA: DIÁLOGO Y ACCIÓN EN LA CRISIS DE LA MODERNIDAD
“Eu sustento que a única finalidade da ciéncia está en aliviar a miséria da existencia humana”
(Berthold Brecht)
Resumen
Si bien el mundo intelectual no se pone de acuerdo sobre el origen de la modernidad, lo cierto es que ésta ha establecido la supremacía de la ciencia racional y universal como único camino para llegar a la “verdad”. En su recorrido histórico, la modernidad no ha cumplido las expectativas de lograr el mundo más justo imaginado tras la ruptura del antiguo régimen; por el contrario el desarrollo industrial ha revelado su poder destructivo y una tendencia a establecer grupos humanos privilegiados, en mayor o menor grado, exclusivamente por su bienestar material.
Estas circunstancias han generado un malestar creciente contra la modernidad, cuyos efectos son evidentes en la educación, institución paradigmática del proyecto ilustrado. Como camino alterno surge la pedagogía crítica, esta nueva utopía ha sido capaz de plantear importantes contradicciones al discurso positivista, ahistórico y despolitizado de la educación moderna y a la vez de recuperar la confianza en la acción humana para transformar la realidad. La pedagogía crítica propone una educación sustentada en el diálogo para profundizar en los principios democráticos y generar una verdadera igualdad de oportunidades.
Modernidad: una historia imprecisa un concepto complejo
Los orígenes históricos de la modernidad no son precisos y las interpretaciones conceptuales del término dependen más del imaginario sustantivo de lo “moderno” y de cuáles son los acontecimientos que han provocado su aparición. Sí de los orígenes de la modernidad se trata, las afirmaciones son diversas: de esta manera se asocia a la modernidad con la invención de la imprenta, con la reforma protestante, con el fin de la Guerra de los 30 años, con las revoluciones francesa y norteamericana y hasta con Freud y el modernismo en las bellas artes y la literatura.
Para la sociedad de consumo ser moderno es simplemente ser nuevo, agotar las novedades tornando obsoleto todo en el mundo de lo inmediato y lo desechable, a lo que Toulmin (200: 60) llama “la inagotable cornucopia de la novedad”. En este sentido la edad moderna ha alcanzado su máximo esplendor, pero como definición no basta para describir un fenómeno de dimensiones tan complejas como la modernidad.
Más allá de los conceptos, las características del período histórico actual muestran que estamos más cerca del final que del comienzo de la modernidad, Toulmin (2001) cita por ejemplo la crítica social, política y económica en el trabajo de Peter Drucker, quien afirma que es una falacia aplicar el término modernidad a “la manera como vivimos en la actualidad”. Drucker introduce en su obra el termino “postmodernidad” y afirma que esta nueva situación es evidente en el cambio de la soberanía sin reservas de las tradicionales naciones- estado iniciadas en el siglo XVII y XVIII a instituciones que van más allá de los límites nacionales y buscan satisfacer necesidades transnacionales de naturaleza política y económica.
Hay también quienes asocian a la modernidad con el desarrollo de la primera revolución industrial del siglo XVIII, impulsada por la ”inhumanidad mecanicista” de la ciencia newtoniana (Toulmin 200:62). Cierto es que la irrupción de la energía hidráulica y de vapor dibujan un paisaje económico y social nuevo, matizado por la pauperización de los grandes segmentos de la población rural emigrada convertida en una nueva clase trabajadora urbana, estigmatizada socialmente por la burguesía y según el tono marxista explotada por el capital. Escritores románticos del siglo XIX como el francés Victor Hugo en su novela “Los Miserables” describen de manera magistral los signos inconfundibles de aquella “nueva pobreza”.
El filósofo alemán Jürgen Habermas sugiere una dimensión ético-política en favor de la modernidad al afirmar que la era moderna comenzó, cuando Kant inspirado en la revolución francesa mostró que se podían aplicar categorías morales, imparciales y universales para juzgar el ámbito político.
El pensamiento ilustrado francés por lo tanto es un hito importante de la modernidad, la destrucción del ancien régime abrió el camino a la democracia y a la participación política. Este ideario sostiene que el “mundo moderno se opone al antiguo” y se abre hacia el futuro, aquí la modernidad se entiende como antagonismo de la tradición autoritaria y busca legitimarse a través de la única autoridad que respeta “la razón”; por lo tanto sí el concepto de modernidad fuese atribuido exclusivamente a este hecho, entonces abría surgido en el en el último cuarto del siglo XVIII y su legado moral sería tan valido en la actualidad como entonces.
Pese a las ambigüedades, parece existir un consenso de fondo que se apoya en el imperativo categórico de la racionalidad. Los filósofos del siglo XVII desarrollaron nuevos esquemas de pensamiento sobre la naturaleza y la sociedad y obligaron a la humanidad a concebir la naturaleza de una manera nueva y científica partiendo de esquemas racionales, mismos que llegaron a convertirse en el camino único para llegar a la verdad y en fórmula aplicable a los problemas de la vida humana y la sociedad. El derrotero histórico decisivo en la evolución de la humanidad que marca esta nueva concepción del mundo bien puede considerarse como el origen de la modernidad.
Joan Carles Mélich (2004: 120) sintetiza este pensamiento en las siguientes líneas:
“Des del Discurs del métode de René Descartes, publicat l´any 1637, se està imposant una forma de concebre el coneixement que avui ha esdevingut habitual en el nostre món quotidià. A grans trets podríem dir que des d´aquesta perspectiva l´objectiu del coneixement (concretament del coneixement científic, que és considerat l´unic coneixement legítim) és a l´atenció a principis atemporals. A diferència dels seus predecesors, els humanistes del siglo XVI, com ara Michel de Montaigne (1533-1592), l´obra de Descartes deixa en un segon pla els detalls particulars, temporals y locals dels afers humans, quotidians, i privilegiarà un pla superior en el qual la naturalesa i l´ètica es conformen en teories abstractes, atemporals, generals i universals”
La célebre expresión descartiana pienso luego existo, implica una separación entre mente y materia. Esta afirmación deviene en una concepción del mundo como sistema mecánico dividido en dos partes distintas: un mundo interno de sensaciones y un mundo objetivo compuesto de fenómenos naturales. El dualismo cartesiano ha sentado las bases de la ciencia positivista, misma que sustenta que las leyes de los sistemas físicos y sociales pueden ser desveladas objetivamente por investigadores que trabajen al margen de la percepción humana (Kincheloe 2001). Desde entonces y como afirma Joan Carles Mélich (2004: 121), en tono crítico, “ninguno que piense coherentemente (o lógicamente) puede escaparse de este círculo. Los que se atreven a hacerlo serán acusados de “especulativos”, en el mejor de los casos o de “metafísicos” en el peor”.
Newton amplio las teorías de Descartes concibiendo espacio y tiempo como absolutos inmutables, independientes del contexto. A través del concepto causa -efecto estableció el principio fundamental para la modernidad, de que el futuro de cualquier aspecto de todo sistema, podía ser predicho con certeza absoluta siempre que su condición pudiera ser comprendida con todo detalle y se utilizaran para ello los instrumentos adecuados de medición (Kincheloe, 2001). Se establece entonces la supremacía absoluta de la ciencia racional y “neutra”, el ser humano científico, que vive al margen de la historia ya podría someter a la naturaleza y ponerla a su servicio.
La modernidad sentó las bases para que la ciencia y la tecnología cambiaran el mundo. El comercio creció, creció el nacionalismo, el trabajo humano comenzó a medirse en términos de productividad, la naturaleza fue dominada, y la civilización europea desarrolló el poder de conquista hasta extremos nunca antes imaginados. Tal visión de las cosas tendría como consecuencia la pérdida de la espiritualidad y la deshumanización. La obsesión por el progreso proporcionaba nuevos valores y objetivos, que venían a ocupar el vacío dejado por la fe religiosa. Incluso los vínculos familiares se diluían a medida que el nuevo orden apostaba a cuestiones impersonales tales como el comercio, la industria y la burocracia (Aronowitz y Giroux, 1991). De esta manera se instaura de forma definitiva el credo de la modernidad, el mundo es racional y todas las versiones de la verdad quedan presas dentro de esta dictadura racionalista.
La educación en la crisis de la modernidad
Al analizar la modernidad Anthony Giddens (1990) considera que ésta es un fenómeno de doble filo. Por un lado el desarrollo de las instituciones sociales modernas y su expansión mundial han creado oportunidades enormes para que los seres humanos disfruten de una existencia más segura y recompensada que en cualquier tipo de sistema premoderno, no obstante la modernidad tiene también una cara oscura, cuyos caracteres son el blanco de enconadas críticas
En general los padres fundadores de la sociología vieron a la modernidad, como una era agitada; pese a ello coincidieron en afirmar que la humanidad se beneficiaría de sus efectos (Giddens 1990). Marx por ejemplo, visualizó el problema de la lucha de clases en el sistema capitalista pero vislumbraba a partir de este cisma el surgimiento de un sistema social más humano. Durkheim afirmaba que la expansión del industrialismo establecería una vida social armoniosa formada a través de la combinación de la división del trabajo y del individualismo moral. Pero ni siquiera de Max Weber, el más pesimista de los tres, cuando afirmó que el progreso material sólo se lograba a costo de la pérdida de la creatividad y la autonomía individual por la expansión de la burocracia, fue capaz de dimensionar las consecuencias grises de la modernidad.
Al hablar de estas consecuencias funestas, mencionaré tres a que a mi criterio son fundamentales, para explicar el malestar que priva en los círculos intelectuales y en los grupos de presión de la sociedad contemporánea, y que bien podrían señalarse como indicios de una modernidad en crisis e incluso vacía de sentido desde el punto de vista social y ético.
En primer lugar, sí bien los clásicos de la sociología fueron capaces de ver las condiciones inhumanas y degradantes del trabajo industrial moderno, no llegaron a prever su potencial destructivo del equilibrio natural de la tierra. La conciencia ecológica iniciada en los años 60, contrario a lo que se esperaría, no surge desde las ciencias sociales, antes bien retoma el pensamiento sensible de William Blake en Inglaterra y de Friedrich Schiller en Alemania, el primero en forma visionaria había advertido “que la industría terminaría destruyendo al país y lo convertiría en una tierra baldía de fábricas satánicas” (Toulmin 2001). De esta premisa parte el movimiento ecologista al defender el mundo natural de la voracidad humana.
El pensamiento ilustrado al consagrar la razón como eje vertebrador de la vida política y ciudadana imaginó que los usos arbitrarios del poder político habían finalizado con la destrucción del antiguo régimen. El despotismo parecía ser un vicio de los estados premodernos, pero la instalación de estados fascistas y las dos grandes guerras mundiales del siglo XX mostraron lo contrario; emergía una nueva forma de arbitrariedad igualmente nefasta que la anterior pero acrecentada por el uso de alta tecnología de destrucción. La combinación abusiva de poder político, poder militar e ideológico, la guerra preventiva y el “espíritu pirata” de las grandes potencias industriales continúan amenazando a la humanidad.
De igual manera fue una ilusión imaginar que el industrialismo promovería de manera natural, un orden industrial, integrado y pacífico; contrario a ello, el fenómeno de “industrialización de la guerra” se generó a partir del desarrollo científico tecnológico moderno. Fue vana la esperanza de que el orden emergente de la modernidad sería pacífico en contraste con el militarismo que había caracterizado a la época precedente. Giddens (1990) afirma que el siglo XX es el siglo de la Guerra, es un período histórico en el que el número de pérdidas humanas en conflictos militares ha alcanzado cifras notablemente mayores que en cualquier otro, agrega, que en lo que va del siglo XX más de cien millones de seres humanos han perdido la vida en guerras.
Los tres argumentos antes expuestos obligan a suavizar las expectativas con respecto a que la modernidad conduciría a la humanidad a la formación de un mundo más feliz y más seguro. Más allá Duch (1997: 129) identifica en la crisis de la modernidad una pérdida de la esperanza cuando afirma:
“Se ha señalado que en la modernidad, la esperanza ha alcanzado una de las cuotas más bajas en toda la historia humana, porque la esperanza era el fruto de la imaginación, pero en ningún caso de la razón”.
Duch arguye que este cambio significativo de la historia de nuestra cultura es ocasión propicia para que muchos hagan profesión de cinismo, además sustenta que aseveraciones tales como el “final de la historia“(Fukuyama) son discursos situados, que ponen de manifiesto los puntos de vista de los intereses de los países del primer mundo y por encima de todo los de su clase dirigente en contra del pensamiento utópico.
La pérdida de la utopía conduce a la convicción infecunda de que nada más es posible, somos prisioneros de las redes de la modernidad, simples marionetas de un teatro inevitable, no cabe la esperanza como impronta de la humanidad en este mundo. Ello empuja a adoptar comportamientos considerados por el sistema como máximamente adaptados, según Duch (1997) estos comportamientos en las clases populares se manifiestan en la resignación, mientras que en las clases altas e intelectuales adquieren el matiz del cinismo, “el cinismo moderno” una práctica conciente de la “moral del camaleón” (Cortina citada por Duch: 128), que no es otra cosa que el mantenimiento sin resistencia del status en todos los campos sociales, religiosos y culturales.
En este proceso de modernización la escuela ha sido una de las instituciones más paradigmáticas. La confianza en la razón y en la capacidad de las personas para conocer el mundo que les rodea hace de la educación una de las ideas centrales del proyecto ilustrado.
Desde esta perspectiva, la educación ha de contribuir ha superar el oscurantismo de la época anterior, transmitiendo las ideas del progreso y del método científico que se van consolidando a medida que avanza la modernidad. Una sociedad nueva demanda la formación de una persona nueva. En este sentido la educación debe romper los dogmas y tradiciones del antiguo régimen y ceder paso a una pedagogía inspirada en las libertades del pensamiento ilustrado (Aubert et al. 2004) y según Durkheim a una transmisión de valores que sustenten a la sociedad (moderna). La escuela debía practicar una suerte de rito exorcista llamado a expulsar los antiguos prejuicios.
Para sustentar sus ideales de democracia consagrados en la proclama de los derechos universales, la modernidad apeló a la creación de instituciones garantes de tal principio. La escuela, por ejemplo, se convirtió en una herramienta fundamental de la igualdad social pretendida por el proyecto ilustrado. La educación moderna, por una parte ha permitido el acceso universal a la educación a todas las personas y grupos sociales, por otra, se la ha considerado como pilar del desarrollo del conocimiento científico que permitiría alcanzar el progreso social y la igualdad como la base ineludible de la dignidad humana.
Sin embargo, la búsqueda del progreso material basada en la lógica subyacente de la racionalidad instrumental se ha extraviado del camino de la dignidad humana, más bien, el logro del éxito y la autorrealización hedonista han convertido a las personas en simples objetos (Aubert et al. 2004). El progreso tecnológico en manos de segmentos privilegiados trata a los seres humanos como objetos de intercambio en un mundo regido por las leyes del mercado. Una muestra de ello es la teoría del capital humano, que surge en los años 60 del siglo XX creando una nueva disciplina denominada economía de la educación. Autores como Schultz sostienen que la educación es una inversión que genera rentabilidad, y asumen que el orden de oportunidades laborales se basa en la meritocracia según la cual cada quien recibe lo que merece conforme a capacidad, por lo tanto no existe la injusticia social sino las limitaciones que cada persona se impone a si misma.
Las críticas al modelo educativo “moderno” parten también de investigadores como los sociólogos franceses Bordieu y Passeron (1970), quienes sostienen que la escuela se encarga de reproducir los valores culturales de la clase dominante, mediante una fuerza de dominación violenta, pero no en el sentido bélico, a la que han llamado violencia simbólica.
“Toute action pédagogique (AP) est objectivement une violence symbolique en tant qu´imposition, par un pouvoir arbitraire, d´un arbitraire culturel ».
Según Bordieu y Passeron (1970), el sistema educativo legitima tales valores y patrones culturales y no cuestiona las fuentes del poder que constituyen su verdadero fundamento. El sociólogo británico Basil Bernstein cierra este círculo, argumentando que la escuela impone los códigos socio-lingüisticos de las clases privilegiadas, por tal razón no es casual que el fracaso escolar sea mayor entre las clases postergadas, para quienes el lenguaje de la instrucción no aporta significados pertinentes a su realidad sociocultural. El método de alfabetización de Freire podría ser un ejemplo de respuesta exitosa a las teorías de la reproducción.
La epistemología de verdad única de la modernidad, como sostiene Kincheloe (2001) se ha impuesto también en la educación, por cuanto el conocimiento se define como categorías a priori en las cuales la interpretación y la especulación no encuentran espacio, y más aún como afirma Giroux (1990: 54) “está divorciado del significado humano y de la comunicación inter-subjetiva”
Es por ello que las escuelas de la era de las luces no enfatizan la producción del conocimiento, sino el aprendizaje de lo que ya ha sido previamente definido como tal dentro de una mecánica pedagógica que utiliza la repetición memorística de verdades certificadas. La búsqueda de la verdad impoluta ha convertido a científicos y educadores en profesionales asépticos, que buscan posiciones resguardadas de toda crítica en un sistema cada vez más injusto, pero avalado por el método científico.
La era neo-conservadora iniciada por Reagan y Thatcher en los años 80 del siglo XX le sumó nuevos bríos a la epistemología de la verdad única. A partir de entonces muchos estados han adoptado reformas educativas de corte tecnocrático que hacen énfasis en lo medible, así como en una curricula funcional y estandarizada (Laval 2004).
Esta perspectiva de “manual de instrucciones”, asume tácitamente que el aprendizaje y el pensamiento son genéricos y que existen fórmulas predeterminadas para solucionar los azares del rompecabezas educativo. Tal parece que el sistema pretende ponernos en las manos una caja de herramientas para rellenar los huecos del camino de la vida, sin haber preparado a nuestro intelecto y sensibilidad para poder identificar el camino correcto.
Parece evidente que el modelo de persona ilustrada se ha sesgado hacia parámetros y categorías funcionales que corresponden a grupos privilegiados de las sociedades occidentales. Esta es la razón por la cual ha sido criticado el concepto de igualdad homogeneizadora del proyecto educativo y cultural de la modernidad (Aubert et al. 2004) que además ha subestimado el valor de las culturas, lenguas y tradiciones de las sociedades que no pertenecen al eje económico dominante del mundo super-industrializado.
Ello muestra que la pretendida neutralidad del modelo educativo oculta una versión autoritaria de la verdad, justificada en una racionalidad ahistórica que de todas maneras es políticamente conservadora (Giroux 1990). Como versión de la verdad interpretada, la supuesta neutralidad bien podría nadar en “las aguas contaminadas” de la tan vituperada hermenéutica fenomenológica, pero de hecho este no es un juego de reglas claras.
La pedagogía crítica como respuesta a la crisis
Las críticas al proyecto educativo de la modernidad suceden en diferentes fases del desarrollo de la educación como sistema y de la escuela como institución. Los planteamientos rousseunianos, por ejemplo, son evidencia de una primera etapa de malestar, que manifestaba su inconformidad en la falta de conexión entre los intereses de los niños y niñas con las actividades y contenidos que se realizan en la escuela, en la disciplina rígida y el autoritarismo del educador y en el uso de los castigos tanto morales como físicos propios de la pedagogía tradicional.
Como es evidente esta tesis se limita a cuestionar el funcionamiento de la institución escolar y sus prácticas sin llegar a una reflexión crítica sobre la función social de la educación (Ayuste et al.1994), pese a ello se la considera un pilar fundamental de la innovación pedagógica en el siglo XX y la piedra angular de la pedagogía crítica de la modernidad tradicional (Aubert et al. 2004)
Una de las corrientes más importantes de la teoría crítica ha sido la Escuela Nueva y la Escuela Activa, basada en gran parte en las ideas de John Dewey, según las cuales, los valores democráticos tienen una importancia sustantiva (Young 1993). Los teorías de esta línea de pensamiento enfatizan el cambio de la relación educativa entre docentes y alumnos y además tienen muy claras las opciones que deben llevar a sus escuelas. Precisamente la defensa de una educación renovadora frente a la enseñanza tradicional es una de sus aportaciones más destacadas. El fundamento teórico de la escuela nueva fomentó las prácticas innovadoras de Tolstoi, Ferriere, Decroly y Montessori entre otros.
Otro hito importante de la pedagogía crítica son las teorías de la reproducción. El estructuralismo marxista de Althusser proporciona el primer fundamento teórico del modelo de la reproducción, desarrollado también entre otros por Baudelot- Establet y Bordieu y Passeron. Esta corriente argumenta que la escuela crea habitus transferibles a otros campos sociales, en este sentido desmitifica el postulado impuesto por la modernidad en relación a una escuela garante de oportunidades sociales y económicas para todas las personas y la reducción de la desigualdad en su distribución.

Si bien las teorías de la reproducción han servido para poner de relieve el carácter político de la educación y la falta de neutralidad de las prácticas educativas, su perspectiva estructuralista les ha puesto una camisa de fuerza, en el sentido que perciben la realidad como producto de las estructuras sociales y subestiman la capacidad de las personas para actuar críticamente y transformar su medio.

Giroux (1990) sostiene que la teoría educativa radical adolece de importantes lagunas: la más seria de ellas es su fracaso a la hora de proponer algo que vaya más allá del lenguaje de la crítica y de la dominación. Esta postura ha sido un impedimento para que los educadores de izquierda puedan desarrollar un lenguaje programático para la reforma pedagógica o de la escuela. En adelante Giroux (1990) sostiene que estas debilidades han sido aprovechadas por los conservadores, quienes no solamente han dominado el debate acerca de la naturaleza y cometido de la educación pública, sino que además han sido ellos los que de manera creciente han señalado las condiciones concretas en torno a las cuales se han desarrollado y llevado a la práctica las políticas educativas.

La teoría crítica propiamente dicha, desarrollada en Alemania después de la segunda Guerra Mundial en la llamada Escuela de Frankfurt es de todas formas un pilar fundamental para el desarrollo del pensamiento pedagógico crítico. La Escuela de Frankfurt, adscrita inicialmente al marxismo superó el análisis característico de este fondo ideológico y se dedicó principalmente a construir y fundamentar un discurso crítico de la sociedad industrial, y en su última etapa (Habermas 1987) sobre la sociedad postindustrial. Se cuestiona el valor de la tecnología en relación al progreso, se analiza la razón instrumental como medio para alcanzar intereses particulares y el papel de la técnica al servicio de la clase dominante (Ayuste et. al.1994).

Pero más allá de las posiciones antes apuntadas, el trabajo de la Escuela de Frankfurt ha soltado las ataduras estructuralistas, tratando de mostrar como la escolaridad puede ser educativa en el sentido más pleno: fomentando la capacidad de resolver problemas de los discentes en forma evolutiva. Han explicado mejor los actos educativos y la comunicación entre docentes y discentes. De la misma manera los teóricos críticos creen que los métodos democráticos de resolución de problemas son los más eficaces para las comunidades, en este sentido guardan un paralelismo teórico con John Dewey. La teoría crítica en particular la creada por Habermas y los pedagogos que se han basado en su obra, ofrece una base para analizar ejemplos reales de interacción en el aula, mismos que pueden identificar limitaciones comunicativas y poner una base para la lingüística educativa crítica (Young 1993).

Es importante analizar la obra de Habermas en relación con una perspectiva epistemológica educativa, pese a que algunos creen que ésta se decanta por la sociología y la historia. Habermas (1987) critica la idea predominante del conocimiento científico por ser no sólo una concepción mezquina de la ciencia, sino también por su tendencia a suponer que el científico es la única forma de conocimiento, despreciando la lingüística, el conocimiento cultural y semejantes, censura la idea que aísla a la ciencia de la vida cotidiana y de su estimación efectiva por la vida democrática.

Este posicionamiento supone un punto de inflexión importante en el quehacer pedagógico, ocupado tradicionalmente en trasmitir de formal vertical el discurso científico de verdad única; la educación según las ideas habermasianas al utilizar un lenguaje franco y sin trabas puede ayudar a pensar críticamente sobre la comunicación en la escuela. En este sentido, la pedagogía crítica sería el detonante del desarrollo de la capacidad para resolver problemas, y para descubrir por uno mismo pero formando parte de una comunidad de pensadores que se ayudan mutuamente.

La pedagogía crítica es un pensamiento latinoamericano por excelencia, y Paulo Freire es su más connotado exponente. En su libro Pedagogía del Oprimido (1970) Freire elaboró la Teoría de la Acción Dialógica, antes de que Habermas escribiera la Teoría de la Acción Comunicativa (1981).

Las injusticias del ámbito humano en América Latina, dan a la obra de Freire un carácter de crítica social y una dimensión profundamente humanista, por esta razón pone en primer plano a la persona oprimida y su interés en crear las condiciones subjetivas para su liberación. Freire también salta las barreras del estructuralismo y piensa que la educación para la autoliberación convierte al oprimido en protagonista conciente y activo de su emancipación.
El pensamiento crítico en Freire parte de la idea que la educación nunca puede ser neutral e independientemente de su forma concreta siempre tiene una dimensión política. Freire diferencia básicamente dos prácticas de la educación: La educación para la domesticación y la educación para la liberación del ser humano. La educación para la domesticación funciona como acto de mera transmisión de conocimientos, al que denomina “concepto del banquero”. El carácter antidialógico de este tipo de instrucción es adecuar al ser humano a su entorno, desactivar su propio pensamiento y matar su creatividad y capacidad crítica a efectos de asegurar en última instancia la continuidad del orden opresor y salvaguardar la posición de las elites dominantes
Al “concepto del banquero” Freire contrapone la educación problematizadora que se cuestiona a si misma y a su entorno de manera constante. Su propuesta es que los seres humanos desarrollen la capacidad de comprender críticamente como existen en el mundo, que aprendan a ver el mundo no como realidad estática, sino como procesos de cambios. El concepto clave de esta concepción es la concientización, vista como el proceso de aprendizaje necesario para comprender contradicciones sociales y tomar medidas contra las relaciones opresoras. Para Freire, la educación debe ser un aporte inmediato al desarrollo social en un sentido emancipatorio de quienes están marginados socialmente.
Muy interesante resulta el concepto de McLaren (1995), quien enmarca a la pedagogía crítica en un movimiento emergente llamado teoría radical de la educación. Los conceptos de McLaren definen claramente que la pretensión de la pedagogía crítica es examinar a las escuelas en su contexto histórico y como parte de las relaciones sociales y políticas que caracterizan a la sociedad dominante. A su criterio esta corriente a pesar de no constituir un discurso unificado ha conseguido plantear importantes contradicciones al discurso positivista, ahistórico y despolitizado que suelen utilizar como herramientas de análisis los críticos de la educación liberales y conservadores, mismas que son evidentes en los programas de las facultades de educación.
McLaren sostiene que pese a no ubicarse físicamente en ninguna escuela ni en ningún departamento universitario, la pedagogía crítica constituye un conjunto homogéneo de ideas catalizado por el interés de los teóricos críticos de fortalecer a los débiles y de transformar las desigualdades y las injusticias sociales. Uno de los principios fundamentales que integran la pedagogía crítica es la convicción de que la enseñanza para el fortalecimiento personal y social es éticamente previa a cuestiones epistemológicas o al dominio de las competencias técnicas o sociales que son priorizadas por el mercado.
Pedagogía del diálogo y la acción
Sin lugar a dudas el diálogo es el elemento central de la pedagogía crítica, en resistencia a la violencia de cualquier tipo y en especial al autoritarismo presente en las relaciones de poder en las instituciones y procesos educativos. Valga subrayar que en la corriente conceptual crítica, el diálogo es la fuerza integradora del lenguaje de la crítica con el lenguaje de la posibilidad (Giroux 1990). Este enfoque supera la dicotomía tradicional entre el discurso y la acción, y concibe entre ambos diversas relaciones y fuerzas transformadoras en contextos democráticos y participativos.
Pero es en la obra de Freire, donde el diálogo alcanza su máximo significado educativo y humano. La perspectiva dialógica de Freire, entendida a veces de forma restringida a las relaciones de los profesores y alumnos, es una sugerencia de acción más universal que no se queda presa en las cuatro paredes de la escuela, sino que por el contrario abarca al conjunto de la comunidad de aprendizaje incluyendo padres y madres de familia, profesorado, alumnado, bajo el supuesto que todos influyen en el aprendizaje y todos deben planificarlo conjuntamente. Es para destacar que el método de alfabetización desarrollado por Freire, convirtió esta reflexión epistemológica en una realidad vigente aún en la actualidad.
El diálogo en Freire es también el lenguaje de la esperanza, de sueños posibles y de caminos realistas para conseguirlos (Aubert et al. 2004). Esta concepción tiene como punto de partida que “somos seres capaces de transformación y no de adaptación” (Freire citado por Auber et al. 2004: 41) pese a que Freire considera que la escuela es un aparato ideológico del Estado y de las clases dominantes, cuya función principal es la reproducción social, también cree que los sujetos pueden intervenir para cambiar esa realidad. La persona y su entorno se relacionan de forma dialéctica, cuando la persona piensa y actúa sobre lo que le rodea lo modifica, al mismo tiempo que el entorno (objeto) influye y actúa sobre el sujeto.
Al analizar la obra de Paulo Freire, Giroux (1990) valora su visión como algo más que la formulación de un pesimismo crítico, y agrega que este enfoque ha aportado una dimensión nueva a la teoría y práctica educativas, enfatizando que es nueva porque conecta el proceso de lucha con las particularidades de las vidas de la gente, abogando por una fe en el poder de los oprimidos para luchar a favor de su propia liberación. Según la visión de Freire la educación se convierte al mismo tiempo en un ideal y un referente de cambio al servicio de un nuevo tipo de sociedad, conectando la teoría y las prácticas sociales con los aspectos más profundos de la liberación.
La teoría de la acción comunicativa (Habermas) que como antes se anotaba es fundamental en la construcción del planteamiento crítico de la educación ha dado la razón a Freire en situar al diálogo como elemento sustantivo en todo proceso educativo. Ambas posiciones son propicias a que la educación llegue a crear las situaciones óptimas para generar un diálogo intersubjetivo en condiciones de creciente democracia e igualdad (Ayuste et. al.1994). Ello implica desde luego el desarrollo de un modelo educativo que entiende el aprendizaje como un proceso de interacción entre los participantes, un proceso que ayude a las personas a reflexionar sobre sus ideas y prejuicios para así poderlos modificar si lo considera preciso; tomando en consideración que estos responden a una experiencia y una historia personal condicionadas por la educación, la familia, el Estado, la cultura y la religión.
Una educación dialógica profundiza en los principios democráticos y da la oportunidad de participar a todas las personas y grupos sociales. Las decisiones se toman por consenso, el argumento mejor es el que prevalece y se va construyendo, ampliando o enriqueciendo con la contribución de todos los participantes. Desde esta perspectiva no se piensan en términos de sujeto profesor que transforma a los objetos alumnos “sacándolos de su ignorancia sino en comunidades educativas que aprenden colectivamente a través de un diálogo en el que cada una de las personas participantes contribuyen en términos de igualdad desde la diversidad de su cultura.
La diferencia esencial de la pedagogía crítica con las teorías de la reproducción está en su consideración de que la realidad no es simple producto de las estructuras o sistemas sino también de la acción humana o del mundo de la vida. Marx (citado por Carr y Kemmis 1986: 169) lo ha señalado claramente en su Eleventh thesis on Feuerbach “los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de diferente maneras; (…) la cuestión estriba en cambiarlo”, Carr y Kemmis (1986) enfatizan que una ciencia educativa crítica tiene el propósito de transformar la educación va encaminada al cambio educacional. Objetivos como el de explicar (característico del planteamiento positivista de la investigación educativa) o el de entender (característico del planteamiento interpretativo) son meros momentos del proceso de transformación antes que finalidades suficientes en sí mismas.
Apple (1986) sigue también la línea del pensamiento dialógico y de acción en sus estudios sobre el currículo, y es también uno de los críticos de teoría de la reproducción, al afirmar, que ésta llega a hacer suponer que no existe y quizás no puede existir una resistencia significativa al poder de la imposición económica y cultural. Apple interpreta que al asumir esta posición se fomenta una actitud acrítica de la educación, que dicho sea de paso se conforma con suponer que existen leyes inmutables de desarrollo económico y político, y que tales leyes no son reformadas por la práctica humana real de los grupos conscientes de actores humanos. Apple cree en la acción y el cambio y defiende que los estudiantes y los docentes son capaces de reinterpretar los mensajes sociales generando situaciones de cambio en las que se producen nuevas relaciones que desembocan en procesos de transformación.
McLaren (1997) desde una perspectiva un tanto más radical, considera que la teoría social crítica tiene un alto potencial de acción, mientras ésta se conjugue con un lenguaje de crítica y posibilidad. Ello hará posible que los docentes sean capaces de desvirtuar y cuestionar las discusiones educativas sancionadas oficialmente. La pedagogía crítica, tiene por lo tanto la misión no sólo de desarrollar un lenguaje de crítica y desmitificación, sino de crear creación un lenguaje de posibilidad que pueda generar prácticas de enseñanza alternativas, capaces de confrontar los esquemas dominantes, tanto dentro como fuera de la escuela. McLaren (1997: 57) entiende que este supuesto demanda la necesidad de recuperar “la idea de una democracia crítica y construir alianzas con los movimientos sociales progresivos”.
Giroux (1990) enfatiza también el carácter simbiótico de la crítica y la acción, en este sentido arremete contra las reformas educativas, que muestran escasa confianza en la capacidad de los profesores para ejercer el liderazgo intelectual y moral a favor de la formación de las generaciones jóvenes. Giroux (1990: 176) da un voto de confianza al trabajo docente, y sostiene que una manera de repensarlo es la de contemplar a los profesores como intelectuales transformativos, como profesionales reflexivos de la enseñanza o lo que llamaría el docente neo-renacentista, este pensamiento se resume en las siguientes líneas
“Dentro de este discurso, puede verse más a los profesores como algo más que ejecutores profesionalmente equipados para hacer efectiva cualquiera de las metas que se les señale; más bien deberían contemplarse como y mujeres libres con una especial dedicación a los valores de la inteligencia y el encarecimiento de la capacidad crítica de los jóvenes”.
En síntesis la pedagogía crítica salta las barreras del absolutismo positivista y el conformismo reduccionista de la fenomenología. Su propuesta teórica emerge como alternativa para describir la realidad, y más allá de eso para abordarla de manera cercana y directa con el fin de transformarla. Pero no lo hace de una forma ingenua, por eso desarrolla un cuerpo crítico que se dirige a la censura de las injusticias provocadas por todo tipo de abusos de poder, violencia, racismo, sexismo. En su práctica la pedagogía crítica es capaz de reconocer y potenciar espacios educativos de conflicto, resistencia y creación cultural con lo cual reafirma su confianza en el poder emancipador de la voluntad humana. Si bien se fundamenta en una base teórica- científica y en unas prácticas educativas que funcionan no hay pedagogía crítica sin utopía posible. Ésa que permite hacer frente al fatalismo postmoderno y que es como lo afirmó Freire “una pedagogía de la esperanza”.
Barcelona 24 de enero de 2004
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Citado por Torres C.A. en: Grandezas y miserias de la educación latinoamericana del siglo veinte. University of California, Los Ángeles, 2000
“Desde el Discurso del Método de René Descartes, publicado en el año 1637, se está imponiendo una forma de concebir el conocimiento que se ha vuelto habitual en nuestro mundo cotidiano. A grandes rasgos podría decirse que desde esta perspectiva el objetivo del conocimiento (del conocimiento científico que es considerado el único conocimiento legítimo) es la atención a principios atemporales. A diferencia de sus predecesores, los humanistas del siglo XVI, como Michel de Montaigne (1533-1592), la obra de Descartes deja en un segundo plano los detalles particulares, temporales y locales del quehacer humano cotidiano, y privilegia un plano superior en el cual la naturaleza y la ética se conforman en teorías abstractas, atemporales generales y universales”. Traducción libre por el autor del artículo original en lengua catalana
Esta perspectiva científica radical ha pretendido arrinconar a las ciencias del espíritu calificándolas a veces de especulativas y superfluas, Marquard (2001: 34-35) por ejemplo, señala que “las ciencias naturales para ser exactas tienen que transformarlo todo en un laboratorio y convertir en intercambiables sus científicos. Las ciencias exactas son fundamentalmente ahistóricas con ello surge inevitable una pregunta ¿quién se preocupa de aquello que los científicos de laboratorio dejan de fuera, es decir de las historias del mundo? las ciencias del espíritu de manera compensatoria se ocupan de las historias del mundo de la vida para saldar la ahistoricidad de las ciencias exactas, por ello mientras más moderno se vuelve el mundo moderno más necesarias son las ciencias del espíritu”.
“Toda acción pedagógica es objetivamente una violencia simbólica en tanto que imposición, por un poder arbitrario de una arbitrariedad cultural”. Traducido por el autor del original en francés.
Laval (2004: 390) afirma “la nueva escuela ya no pretende juzgar según un modelo de excelencia o según un ideal de liberación, sino que evalúa según un código de rendimiento. En adelante ya no juzga el mérito o la insuficiencia ontológica de una persona cuyo nivel de conocimientos y los trabajos le permiten ser, o no, investida con un título entregado por una institución, sino que evalúa más bien las actividades, las capacidades para alcanzar objetivos y las competencias aplicadas para realizar un proyecto según la lógica de la producción”.
Hay quienes consideran las tesis de la novela pedagógica Emilio, de Rousseau, como el primer tratado de psicología evolutiva por introducir la necesidad de adaptar los contenidos y el tipo de metodología a las etapas evolutivas del niño.
Giroux (1990) llama a esta corriente pedagogía radical y menciona en esta línea los trabajos de Bowles y Gintis en Estados Unidos “Schooling in Capitalist America” y de Bernstein en Gran Bretaña “Class, Codes and Control”.
Se conoce con el nombre de Escuela de Frankfurt al grupo de pensadores alemanes Adorno, Marcuse, Horkheimer y Habermas entre otros, agrupados en el Institut für Sozialforschung de Frankfurt creado en 1922. Durante el período nazi- fascista alemán, algunos de ellos se exiliaron en Estados Unidos.
Young (1993: 16) Dice que la teoría crítica de la educación desarrollada sobre todo en Alemania después de la segunda guerra mundial tiene ciertas relaciones con el marxismo, pero como han dicho muchos marxistas, ha prescindido de tanto de lo que ellos suelen considerar esencial que no es razonable llamarla marxista.
Apple (1986) desarrolla de manera extensa sus tesis sobre el currículo oculto como mecanismo de reproducción de los valores y de la ideología hegemónica.

El espacio sagrado y la sacralización del mundo

CAPITULO I – EL ESPACIO SAGRADO Y LA SACRALIZACION DEL MUNDO

HOMOGENEIDAD ESPACIAL E HIEROFANIA

Para el hombre religioso el espacio no es homogéneo; presenta roturas, escisiones: hay porciones de espacio cualitativamente diferentes de las otras: «No te acerques aquí —dice el Señor a Moisés—, quítate el calzado de tus pies; pues el lugar donde te encuentras es una tierra santa» (Éxodo, III, 5).

Hay, pues, un espacio sagrado y, por consiguiente, «fuerte», significativo, y hay otros espacios no consagrados y, por consiguiente, sin estructura ni consistencia; en una palabra: amorfos. Más aún: para el hombre religioso esta ausencia de homogeneidad espacial se traduce en la experiencia de una oposición entre el espacio sagrado, el único que es real, que existe realmente, y todo el resto, la extensión informe que le rodea.

Digamos acto seguido que la experiencia religiosa de la no-homogeneidad del espacio constituye una experiencia primordial, equiparable a una «fundación del mundo». No se trata de especulación teológica, sino de una experiencia religiosa primaria, anterior a toda reflexión sobre el mundo. Es la ruptura operada en el espacio lo que permite la constitución del mundo, pues es dicha ruptura lo que descubre el «punto fijo», el eje central de toda orientación futura.

Desde el momento en que lo sagrado se manifiesta en una hierofanía cualquiera no sólo se da una ruptura en la homogeneidad del espacio, sino también la revelación de una realidad absoluta, que se opone a la no-realidad de la inmensa extensión circundante. La manifestación de lo sagrado fundamenta ontológicamente el Mundo. En la extensión homogénea e infinita, donde no hay posibilidad de hallar demarcación alguna, en la que no se puede efectuar ninguna orientación, la hierofanía revela un «punto fijo» absoluto, un «Centro».

Se ve, pues, en qué medida el descubrimiento, es decir, la revelación del espacio sagrado, tiene un valor existencial para el hombre religioso: nada puede comenzar, hacerse, sin una orientación previa, y toda orientación implica la adquisición de un punto fijo. Por esta razón el hombre religioso se ha esforzado por establecerse en el «Centro del Mundo».

Para vivir en el Mundo hay que fundarlo, y ningún mundo puede nacer en el «caos» de la homogeneidad y de la relatividad del espacio profano. El descubrimiento o la proyección de un punto fijo —el Centro— equivale a la Creación del Mundo; en seguida unos ejemplos vendrán a mostrar con la mayor claridad el valor cósmico de la orientación ritual y de la construcción del espacio sagrado.

Por el contrario, para la experiencia profana, el espacio es homogéneo y neutro: ninguna ruptura diferencia cualitativamente las diversas partes de su masa. El espacio geométrico puede ser señalado y delimitado en cualquier dirección posible, mas ninguna diferenciación cualitativa, ninguna orientación es dada por su propia estructura. Evidentemente, es preciso no confundir el concepto del espacio geométrico, homogéneo y neutro, con la experiencia del espacio «profano», que se opone a la experiencia del espacio sagrado y que es la única que interesa a nuestro propósito.

El concepto del espacio homogéneo y la historia de este concepto (pues ya lo había adquirido el pensamiento filosófico y científico desde la antigüedad) constituye un problema muy distinto, que no abordamos. Lo que interesa a nuestra investigación es la experiencia del espacio tal como la vive el hombre no-religioso, el hombre que rechaza la sacralidad del Mundo, que asume
únicamente una existencia «profana», depurada de todo presupuesto religioso.

Inmediatamente se impone añadir que una existencia profana de semejante índole jamás se encuentra en estado puro. Cualquiera que sea el grado de desacralización del Mundo al que haya llegado, el hombre que opta por una vida profana no logra abolir del todo el comportamiento religioso. Habremos de ver que incluso la existencia más desacralizada sigue conservando vestigios de una valoración religiosa del Mundo.

De momento dejemos de lado este aspecto del problema y ciñámonos a comparar las dos experiencias en cuestión: la del espacio sagrado y la del espacio profano. Recuérdense las implicaciones de la primera: la revelación de un espacio sagrado permite obtener «un punto fijo», orientarse en la homogeneidad caótica, «fundar el Mundo» y vivir realmente.

Por el contrario, la experiencia profana mantiene la homogeneidad y, por consiguiente, la relatividad del espacio. Toda orientación verdadera desaparece, pues el «punto fijo» no goza ya de un estatuto ontológico único: aparece y desaparece según las necesidades cotidianas. A decir verdad, ya no hay «Mundo», sino tan sólo fragmentos de un universo roto, la masa amorfa de una infinidad de «lugares» más o menos neutros en los que se mueve el hombre bajo el imperio de las obligaciones de toda existencia integrada en una sociedad industrial.

Y, sin embargo, en esta experiencia del espacio profano siguen interviniendo valores que recuerdan más o menos la no-homogeneidad que caracteriza la experiencia religiosa del espacio. Subsisten lugares privilegiados, cualitativamente diferentes de los otros: el paisaje natal, el paraje de los primeros amores, una calle o un rincón de la primera ciudad extranjera visitada en la juventud. Todos estos lugares conservan, incluso para el hombre más declaradamente no-religioso, una cualidad excepcional, «única»: son los
«lugares santos» de su Universo privado, tal como si este ser no-religioso hubiera tenido la revelación de otra realidad distinta de la que participa en su existencia cotidiana.

No perdamos de vista este ejemplo de comportamiento «cripto-religioso» del hombre profano. Habremos de tener ocasión de volvernos a encontrar con otras ilustraciones de esta especie de degradación y de desacralización de valores y comportamientos religiosos. Más adelante nos daremos cuenta de su
significación profunda.

TEOFANIA Y SIGNOS

Para poner en evidencia la no-homogeneidad del espacio, tal como la vive el hombre religioso, se puede recurrir a un ejemplo trivial: una iglesia en una ciudad moderna. Para un creyente esta iglesia participa de otro espacio diferente al de la calle donde se encuentra. La puerta que se abre hacia el interior de la iglesia señala una solución de continuidad. El umbral que separa los dos espacios indica al propio tiempo la distancia entre los dos modos de ser: profano y religioso. El umbral es a la vez el hito, la frontera, que distingue y opone dos mundos y el lugar paradójico donde dichos mundos se comunican, donde se puede efectuar el tránsito del mundo profano al mundo sagrado.

Una función ritual análoga corresponde por derecho propio al umbral de las habitaciones humanas, y por ello goza de tanta consideración. Son muchos los ritos que acompañan al franqueamiento del umbral doméstico. Se le hacen reverencias o prosternaciones, se le toca piadosamente con la mano, etc. El umbral tiene sus «guardianes»: dioses y espíritus que defienden la entrada, tanto de la malevolencia de los hombres, cuanto de las potencias demoníacas y pestilenciales. Es en el umbral donde se ofrecen sacrificios a las divinidades tutelares.

Asimismo es ahí donde ciertas culturas paleo-orientales (Babilonia, Egipto,
Israel) situaban el juicio. El umbral, la puerta, muestran de un modo inmediato y concreto la solución de continuidad del espacio; de ahí su gran importancia religiosa, pues son a la vez símbolos y vehículos del tránsito.

Desde este momento se comprende por qué la iglesia participa de un espacio radicalmente distinto al de las aglomeraciones humanas que la circundan. En el interior del recinto sagrado queda trascendido el mundo profano. En los niveles más arcaicos de cultura esta posibilidad de trascendencia se expresa por las diferentes imágenes de una abertura: allí, en el recinto sagrado, se hace posible la comunicación con los dioses; por consiguiente, debe existir una «puerta» hacia lo alto por la que puedan los dioses descender a la Tierra y subir el hombre simbólicamente al Cielo.

Hemos de ver en seguida que tal ha sido el caso de múltiples religiones. El templo constituye, propiamente hablando, una «abertura» hacia lo alto y asegura la comunicación con el mundo de los dioses. Todo espacio sagrado implica una hierofanía, una irrupción de lo sagrado que tiene por efecto destacar un territorio del medio cósmico circundante y el de hacerlo cualitativamente diferente.
Cuando, en Jarán, Jacob vio en sueños la escala que alcanzaba el Cielo y por la cual los ángeles subían y bajaban, y escuchó en lo alto al Señor, que decía: «Yo soy el Eterno, el Dios de Abraham», se despertó sobrecogido de temor y exclamó: «¡Qué terrible es este lugar! Es aquí donde está la casa de Dios. Es aquí donde está la puerta de los Cielos.» Y cogió la piedra que le servía de almohada y la erigió en monumento y derramó aceite
sobre su extremo. Llamó a este lugar Bethel, es decir, «Casa de Dios» (Génesis, XXVIII, 12-19).

El simbolismo contenido en la expresión «Puerta de los Cielos» es rico y complejo: la teofanía consagra un lugar por el hecho mismo de hacerlo «abierto» hacia lo alto, es decir, comunicante con el Cielo, punto
paradójico de tránsito de un modo de ser a otro. Pronto encontraremos ejemplos todavía más precisos: santuarios que son «Puertas de los Cielos», lugares de tránsito entre el Cielo y la Tierra.

A menudo ni siquiera se precisa una teofanía o una hierofanía propiamente dichas: un signo cualquiera basta para indicar la sacralidad del lugar. «Según la leyenda, el morabito que fundó El-Hemel se detuvo, a finales del siglo xvi, para pasar la noche cerca de la fuente y clavó un bastón en el suelo. A la mañana siguiente, al querer cogerlo de nuevo para proseguir su camino, encontró que había echado raíces y que de él habían brotado retoños. En ello vio el indicio de la voluntad de Dios y estableció su morada en aquel lugar» 1.

Y es que el signo portador de significación religiosa introduce un elemento absoluto y pone fin a la relatividad y a la confusión. Algo que no pertenece a este mundo se manifiesta de manera apodíctica y, al hacerlo así, señala una orientación o decide una conducta.

Cuando no se manifiesta ningún signo en los alrededores, se provoca su aparición. Se practica, por ejemplo, una especie de evocatio sirviéndose de animales: son ellos los que muestran qué lugar es susceptible de acoger al santuario o al pueblo. Se trata, en suma, de una evocación de fuerzas o figuras sagradas, que tiene como fin inmediato la orientación en la homogeneidad del espacio. Se pide un signo para poner fin a la tensión provocada por la relatividad y a la ansiedad que alimenta la desorientación; en una palabra: para encontrar un punto de apoyo absoluto.

Un ejemplo: se persigue a un animal salvaje, y en el lugar donde se le abate se erige el santuario, o bien se da suelta a un animal doméstico —un toro, por ejemplo—, pasados unos días se va en su búsqueda y se le sacrifica en el lugar donde se le encuentra. A continuación se erigirá un altar y alrededor de este altar se construirá el pueblo. En todos estos casos son los animales los que revelan la sacralidad del lugar: los hombres, según eso, no tienen libertad para elegir el emplazamiento sagrado. No hacen sino buscarlo y descubrirlo mediante la ayuda de signos misteriosos.

Este puñado de ejemplos nos ha mostrado los diferentes medios por los cuales recibe el hombre religioso la revelación de un lugar sagrado. En cada uno de estos casos, las hierofanías anulan la homogeneidad del espacio y revelan un «punto fijo». Pero, habida cuenta de que el hombre religioso no puede vivir sino en una atmósfera impregnada de lo sagrado, es de esperar la existencia de multitud de técnicas para consagrar el espacio. Según hemos visto, lo sagrado es lo real por excelencia, y a la vez potencia, eficiencia, fuente de vida y de fecundidad.

El deseo del hombre religioso de vivir en lo sagrado equivale, de hecho, a su afán de situarse en la realidad objetiva, de no dejarse paralizar por la realidad sin fin de las experiencias puramente subjetivas, de vivir en un mundo real y eficiente y no en una ilusión. Tal comportamiento se verifica en todos los planos de su existencia, pero se evidencia sobre todo en el deseo del hombre religioso de moverse en un mundo santificado, es decir, en un espacio sagrado.

Esta es la razón que ha conducido a elaborar técnicas de orientación, las cuales, propiamente hablando, son técnicas de construcción del espacio
sagrado. Mas no se debe creer que se trata de un trabajo humano, que es su propio esfuerzo lo que permite al hombre consagrar un espacio. En realidad, el ritual por el cual construye un espacio sagrado es eficiente en la medida que reproduce la obra de los dioses. Pero para comprender mejor la necesidad de construir ritualmente el espacio sagrado hay que hacer cierto hincapié en la concepción tradicional del «Mundo». Inmediatamente se adquirirá conciencia de que todo «mundo» es para el hombre religioso un «mundo sagrado».

CAOS Y COSMOS

Lo que caracteriza a las sociedades tradicionales es la oposición que tácitamente establecen entre su territorio habitado y el espacio desconocido e indeterminado que les circunda: el primero es el «Mundo» (con mayor precisión: «nuestro mundo»), el Cosmos; el resto ya no es un Cosmos, sino una especie de «otro mundo», un espacio extraño, caótico, poblado de larvas, de demonios, de «extranjeros» (asimilados, por lo demás, a demonios o a los fantasmas).

A primera vista, esta ruptura en el espacio parece debida a la oposición entre un territorio habitado y organizado; por tanto, «cosmizado», y el espacio desconocido que se extiende allende sus fronteras: de un lado se tiene un «Cosmos», del otro, un «Caos». Pero se verá que, si todo territorio habitado es un Cosmos, lo es precisamente por haber sido consagrado previamente, por ser, de un modo u otro, obra de los dioses, o por comunicar con el mundo de éstos. El «Mundo» (es decir, «nuestro mundo») es un universo en cuyo interior se ha manifestado ya lo sagrado y en el que, por consiguiente, se ha hecho posible y repetible la ruptura de niveles.

1 1 Rene Basset, Revue des traditions populaires, XXII, 1907, p. 287.

Todo esto se desprende con meridiana claridad del ritual védico de toma de posesión de un territorio: la posesión adquiere validez legal por la erección de un altar del fuego consagrado a Agni: «Se dice que está instalado cuando se ha construido un altar de fuego (garha-patya), y todos los que construyen el altar de fuego quedan legalmente establecidos» (çatapatha Bráhamana, VI, i, I, 1-4).

Por la erección del altar del fuego, Agni se hace presente y la comunicación con el mundo de los dioses queda asegurada: el espacio del altar se convierte en un espacio sagrado. Con todo, la significación del ritual es mucho más
compleja, y si se tienen en cuenta todas sus articulaciones, se comprende el porqué la consagración de un territorio equivale a su cosmización. En efecto, la erección de un altar a Agni no es sino la reproducción, a escala microcósmica, de la Creación.

El agua en la que se amasa la arcilla se asimila al Agua primordial; la
arcilla que sirve de base al altar simboliza la Tierra; las paredes laterales representan la Atmósfera, etc. Y la construcción se acompaña de cánticos que proclaman explícitamente qué región cósmica se acaba de crear (çatapatha Bráhamana, I, ix, 2, 29, etc.). En una palabra: la erección de un altar del fuego, lo único que da validez a la toma de posesión de un territorio, equivale a una cosmogonía.

Un territorio desconocido, extranjero, sin ocupar (lo que quiere decir con frecuencia: sin ocupar por «los nuestros»), continúa participando de la modalidad fluida y larvaria del «Caos». Al ocuparlo y, sobre todo, al
instalarse en él, el hombre lo transforma simbólicamente en Cosmos por una repetición ritual de la cosmogonía. Lo que ha de convertirse en «nuestro mundo» tiene que haber sido «creado» previamente, y toda creación tiene un modelo ejemplar: la Creación del Universo por los dioses.

Los colonos escandinavos, cuando tomaron posesión de Islandia (land-náma) y la roturaron, no consideraban esta empresa ni como una obra original, ni como un trabajo humano y profano. Para ellos, su labor no era más que la repetición de un acto primordial: la transformación del Caos en Cosmos por el acto divino de la Creación. Al trabajar la tierra desértica, repetían simplemente el acto de los dioses que habían organizado el Caos dándole una estructura, formas y normas2.

Trátese de roturar una tierra inculta o de conquistar y de ocupar un territorio ya habitado por «otros» seres humanos: la toma de posesión ritual debe en uno u otro caso repetir la cosmogonía. En la perspectiva de las sociedades arcaicas, todo lo que no es «nuestro mundo» no es todavía «mundo». No puede hacer uno «suyo» un territorio si no le crea de nuevo, es decir, si no le consagra. Este comportamiento religioso con respecto a las tierras desconocidas se prolongó, incluso en Occidente, hasta la aurora misma de los tiempos modernos.

Los «conquistadores» españoles y portugueses tomaban posesión, en nombre de Jesucristo, de los territorios que habían descubierto y conquistado. La erección de la Cruz consagraba la comarca, equivalía, en cierto modo, a un «nuevo nacimiento»: por Cristo, «las cosas viejas han pasado ; he aquí que todas las cosas se han hecho nuevas» (II Corintios, 17). El país recién descubierto quedaba «renovado», «recreado» por la Cruz.

CONSAGRACIÓN DE UN LUGAR: REPETICIÓN DE LA COSMOGONÍA

Importa comprender bien que la cosmización de territorios desconocidos es siempre una consagración: al organizar un espacio, se reitera la obra ejemplar de los dioses. La íntima relación entre cosmización y consagración está ya atestiguada en los niveles elementales de cultura (por ejemplo, entre los nómadas australianos, cuya economía sigue estando en el estadio de la colección y de la caza menor). Según las tradiciones de una tribu arunta, los achilpa, el ser divino Numbakula «cosmizó», en los tiempos míticos, su
futuro territorio, creó a su Antepasado y estableció sus instituciones. Con el tronco de un árbol gomífero Numbakula hizo el poste sagrado (Kauwa-auwa) y, después de haberlo untado de sangre, trepó por él y desapareció en el Cielo.

Este poste representa un eje cósmico, pues es en torno suyo donde el territorio se hace habitable, se transforma en «mundo». De ahí el considerable papel ritual del poste sagrado: durante sus peregrinaciones, los achilpa lo trasportan con ellos y eligen la dirección a seguir según su inclinación. Esto les permite desplazarse continuamente sin dejar de «estar» en su «mundo» y, al propio tiempo, en comunicación con el Cielo donde desapareció Numbakula.

Si se rompe el poste, sobreviene la catástrofe; se asiste en cierto modo al «fin del mundo», a la regresión, al Caos. Spencer y Guien refieren que, según un mito, habiéndose roto una vez el poste sagrado, la tribu entera quedó presa de la angustia; sus miembros anduvieron errantes por algún tiempo y finalmente se sentaron en el suelo y se dejaron morir3.

Este ejemplo ilustra admirablemente tanto la función cosmológica del poste ritual como su papel soteriológico. Por una parte, el Kauwa-auwa reproduce el poste utilizado por Numbakula para cosmizar el mundo, y por otra, gracias a él creen los achilpa poder comunicar con el dominio celeste. Ahora bien, la existencia humana sólo es posible gracias a esa comunicación permanente con el Cielo. El «mundo» de los achilpa no se convierte realmente en su mundo sino en la medida en que reproduce el Cosmos organizado y santificado por Numbakula. No se puede vivir sin una «abertura» hacia lo trascendente, la existencia del mundo ya no es posible y los achilpa se dejan morir.

2 2 Mircea Eliade, Le Mythe de l’Éternel Retour, Gallimard, 1949, p. 27.
3 3 B. Spencer y P. J. Gillen, The Arunta, Londres, 1926, I, p. 388.

Instalarse en un territorio viene a ser, en última instancia, el consagrarlo. Cuando la instalación ya no es provisional, como entre los nómadas, sino permanente, como entre los sedentarios, implica una decisión vital que compromete la existencia de la comunidad por entero. «Situarse» en un lugar, organizarlo, habitarlo son acciones que presuponen una elección existencial: la elección del Universo que se está dispuesto a asumir al «crearlo». Ahora bien: este «Universo» es siempre una réplica del universo ejemplar, creado y habitado por los dioses: comparte, según eso, la santidad de la obra de los dioses.

El poste sagrado de los achilpa «sostiene» su mundo y asegura la comunicación con el cielo. Tenemos aquí el prototipo de una imagen cosmológica que ha conocido una gran difusión: la de los pilares cósmicos que sostienen el Cielo a la vez que abren el camino hacia el mundo de los dioses. Hasta su cristianización, los celtas y los germanos conservaban todavía el culto a tales pilares sagrados. El Chronicon Laurissense
breve, escrito hacia el 800, refiere que Carlomagno, con motivo de una de sus guerras contra los sajones (772), hizo demoler en la villa de Eresburgo el templo y el bosque sagrado de su «famoso Irmensul».

Rodolfo de Fulda (ca. 860) precisa que esta famosa columna es la «columna del Universo que sostiene casi todas las cosas» (universalis columna quasi sustinens omnia). La misma imagen cosmológica reaparece en Roma (Horacio, Odas, III, 3), en la India antigua con el Skambha, Pilar cósmico (Rig Veda, I, 105; X, 89, 4; etc.). Y también entre los habitantes de las islas Canarias y en culturas tan remotas como las de los kwakiutl (Colombia británica) y los nad’a de Flores (Indonesia).

Los kwakiutl creen que un poste de cobre atraviesa los tres niveles cósmicos (el Mundo subterráneo, la Tierra y el Cielo): allí donde penetra en el Cielo se
encuentra la «Puerta del Mundo de arriba». La imagen visible de este Pilar cósmico es, en el Cielo, la Vía Láctea. Pero esta obra de los dioses que es el Universo la recogen e imitan los hombres a su escala. El Axis mundi que se ve en el Cielo, bajo la forma de la Vía Láctea, se hace presente en la casa cultual bajo la forma de un poste sagrado.

Es éste un tronco de cedro de diez a doce metros de longitud, más de cuya
mitad sobresale de la casa cultual. El papel que desempeña en las ceremonias es capital: el de conferir una estructura cósmica a la casa. En los cánticos rituales se la llama «nuestro mundo» y los candidatos a la iniciación que habitan en ella, proclaman: «Estoy en el Centro del Mundo…, estoy junto al Pilar del Mundo4, etc.». La misma asimilación del Pilar cósmico al poste sagrado y de la casa cultual al Universo se da entre los nad’a de Flores. El poste de sacrificio se llama «Poste del Cielo», y se estima que sostiene el Cielo5.

EL «CENTRO DEL MUNDO»

La exclamación del neófito kwakiutl: «Estoy en el Centro del Mundo», nos revela de golpe una de las significaciones más profundas del espacio sagrado. Allí en donde por medio de una hiero-fanía se efectúa la ruptura de niveles se opera al mismo tiempo una «abertura» por lo alto (el mundo divino) o por lo bajo (las regiones infernales, el mundo de los muertos). Los tres niveles cósmicos —Tierra, Cielo, regiones infernales— se ponen en comunicación. Como acabamos de ver, la comunicación se expresa a veces con la imagen de una columna universal, Axis mundi, que une, a la vez que lo sostiene, el Cielo con la Tierra, y cuya base está hundida en el mundo de abajo (el llamado «Infierno»).

Columna cósmica de semejante índole tan sólo puede situarse en el centro mismo del Universo, ya que la totalidad del mundo habitable se extiende
alrededor suyo. Nos hallamos, pues, frente a un encadenamiento de concepciones religiosas y de imágenes cosmológicas que son solidarias y se articulan en un «sistema», al que se puede calificar de «sistema del
mundo» de las sociedades tradicionales:
a) un lugar sagrado constituye una ruptura en la homogeneidad del
espacio; b) simboliza esta ruptura una «abertura», merced a la cual se posibilita el tránsito de una región cósmica a otra (del Cielo a la Tierra, y viceversa: de la Tierra al mundo inferior); c) la comunicación con el
Cielo se expresa indiferentemente por cierto número de imágenes relativas en su totalidad al Axis mundi: pilar (cf. la universalis columna), escala (cf. la escala de Jacob), montaña, árbol, liana, etc.; d) alrededor de este eje cósmico se extiende el «Mundo» (= «nuestro mundo»); por consiguiente, el eje se encuentra en el «medio», en el «ombligo de la Tierra», es el Centro del Mundo.

Un número considerable de creencias, de mitos y de ritos diversos derivan de este «sistema del Mundo» tradicional. No es cuestión de mencionarlos aquí. Vale más limitarse a un puñado de ejemplos sacados de civilizaciones diferentes y susceptibles de hacernos comprender el papel del espacio sagrado en la vida de las sociedades tradicionales, cualquiera que sea, por lo demás, el aspecto particular bajo el cual se presenta este espacio sagrado: lugar santo, casa cultual, ciudad, «Mundo».

Por todas partes reencontramos el simbolismo del Centro del Mundo, y es dicho simbolismo lo que, en la mayoría de casos, nos hace inteligible el comportamiento tradicional con respecto al «espacio en que se vive».
Comencemos por un ejemplo que tiene el mérito de revelarnos de golpe la coherencia y la complejidad de semejante simbolismo: la Montaña cósmica.

4 4 Werner Müller, Weltbild und Kult der Kwakiutl-Indianer, Wiesbaden, 1955, pp. 17-20.
5 5 P. Arndt, “Die Megalithenkultur des Nad’a”: Anthropos, 27. 1932.

Acabamos de ver que la montaña figura entre las imágenes que expresan el vínculo entre el Cielo y la Tierra; se cree, por tanto, que se halla en el Centro del Mundo. En efecto, en múltiples culturas se nos habla de montañas semejantes, míticas o reales, situadas en el Centro del Mundo: Meru en la India, Haraberezaiti en el Irán, la montaña mítica «Monte de los Países» en Mesopotamia, Gerizim en Palestina, denominada por otra parte «Ombligo de la Tierra»6.

Habida cuenta de que la Montaña sagrada es un Axis mundi que une la Tierra al Cielo, toca al Cielo de algún modo y señala el punto más alto del Mundo, resulta que el territorio que la rodea, y que constituye «nuestro
mundo», es tenido por el país más alto. Tal es lo que proclama la tradición israelita: Palestina, como era el país más elevado, no quedó sumergido en el Diluvio7. Según la tradición islámica, el lugar más elevado de la tierra es la Ká’aba, puesto que «la estrella polar testimonia que se encuentra frente al centro del cielo»8.

Para los cristianos, es el Gólgota el que se encuentra en la cima de la Montaña cósmica. Todas estas creencias expresan un mismo sentimiento, profundamente religioso: «nuestro mundo» es una tierra santa porque es el lugar más próximo al Cielo, porque desde aquí, desde nuestro país, se puede alcanzar el cielo; nuestro mundo, según eso, es un «lugar alto». En lenguaje cosmológico, esta concepción religiosa se traduce en la proyección de ese territorio privilegiado que es el nuestro a la cima de la Montaña cósmica. Las especulaciones ulteriores han cristalizado posteriormente en toda clase de conclusiones; por ejemplo, la que acabamos de ver: que la Tierra santa no fue inundada por el Diluvio.

El mismo simbolismo del Centro explica otras series de imágenes cosmológicas y de creencias religiosas, de las que no mencionaremos sino las más importantes:
a) las ciudades santas y los santuarios se encuentran en el Centro del Mundo; b) los templos son réplicas de la Montaña cósmica y constituyen, por consiguiente, el «vínculo» por excelencia entre la Tierra y el Cielo; c) los cimientos de los templos se hunden profundamente en las regiones inferiores. Algunos ejemplos nos serán suficientes. A continuación trataremos de integrar todos esos aspectos diversos de un mismo simbolismo; así se verá con mayor nitidez cuan coherentes son esas concepciones tradicionales del mundo.

La capital del Soberano chino se encuentra en el Centro del Mundo: el día del solsticio de verano, a mediodía, la varilla del reloj de sol no debe proyectar sombra9. Asombra reencontrar el mismo simbolismo aplicado al Templo de Jerusalén: la roca sobre la que se había edificado era el «ombligo de la Tierra». El peregrino islandés Nicolás de Therva, que visitó Jerusalén el siglo xii, escribe del Santo Sepulcro: «Es allí donde se encuentra el centro del mundo; el día del solsticio de verano cae allí la luz del Sol perpendicularmente desde el Cielo» 10.

La misma concepción reaparece en el Irán: el país iranio (Airyanam Vaejah) es el Centro y el corazón del Mundo. De la misma manera que el corazón se encuentra en medio del cuerpo, «el país del Irán vale más que los restantes países porque está situado en medio del Mundo» 11. Por ello Shiz, la «Jerusalén» de los iranios (pues se encontraba en el Centro del Mundo), era tenida por el lugar originario del poderío real y también por la ciudad natal de Zaratustra 12.

En cuanto a la asimilación de los templos a las Montañas cósmicas y a su función de «vinculo» entre la Tierra y el Cielo, los propios nombres de las torres y de los santuarios babilonios dan testimonio: se llaman «Monte de la Casa», «Casa del Monte de todas las Tierras», «Monte de las Tempestades», «Vinculo entre el Cielo y la Tierra», etc. El zigurat, propiamente hablando, era una Montaña cósmica: sus siete pisos representaban los siete cielos planetarios; al escalarlos, el sacerdote llegaba a la cima del Universo.

Un simbolismo análogo explica la enorme construcción del templo de Barabudur en Java, que está edificado como una montaña artificial. Su ascensión equivale a un viaje extático al Centro del Mundo; al alcanzar la
terraza superior, el peregrino realiza una ruptura de nivel; penetra en una «región pura», que trasciende el mundo profano. Dur-an-ki, «vínculo entre el Cielo y la Tierra»; así se denominaba un buen número de santuarios babilonios (en Nippur, en Larsa, en Sippar, etc.). Babilonia contaba con multitud de nombres, tales como «Casa de la base del Cielo y de la Tierra», «Vínculo entre el Cielo y la Tierra». Pero siempre era en Babilonia donde se
efectuaba la unión entre la Tierra y las regiones inferiores, pues la ciudad se había edificado sobre bápapsú, la «Puerta de Apsü», siendo apsú la denominación de las Aguas del Caos antes de la creación.

6 6 Véanse las referencias bibliográficas en Le Mythe de l’Éternel Retour, pp. 31 ss.
7 7 A. E. Wensinck y E. Burrows, citados en Le Mythe de l’Éternel Retour, p. 33.
8 8 Wensinck, citado ibíd., p. 35.
9 9 Marcel Granet, citado en nuestro Traite d’histoire des religións, París, 1949, p. 322.
10 10 L. Ii. Ringbom, Graltempel und Paradles, Estocolmo, 1951, p. 255.
11 11 Sad-dar, LXXXIV, 4-5 citado per Ringbom, p. 327.
12 12 Véanse los documentos agrupados y discutidos por Ringbom, pp. 294 ES. y passim.
11

La misma tradición reaparece entre los hebreos: la roca del Templo de Jerusalén se hundió profundamente en el tehóm, el equivalente hebraico de apsú. Lo mismo que en Babilonia existía la «Puerta de Apsü», la roca del Templo de Jerusalén encerraba la «boca de te-hóm» 13. El apsü, el tehóm simbolizan tanto el «Caos» acuático, la modalidad preformal de la materia cósmica, como el mundo de la Muerte, todo lo que precede a la vida y la sigue.

La «Puerta de Apsü» y la roca que encierra la «boca de tehóm» designan no sólo el punto de intersección, y, por tanto, de comunicación, entre el mundo inferior y la Tierra, sino también la diferencia de régimen ontológico entre ambos planos cósmicos.

Entre el tehóm y la roca del Templo que le cierra la «boca» se da una ruptura de nivel, un tránsito de lo virtual a lo formal, de la muerte a la vida. El Caos acuático que ha precedido a la creación simboliza al propio tiempo la regresión a lo amorfo efectuada en la muerte, el retorno a la modalidad larvaria de la existencia. Desde cierto punto de vista, las regiones inferiores son equiparables a las regiones desérticas y desconocidas que rodean el territorio habitado; el mundo de abajo, por encima del cual se asienta
firmemente nuestro «Cosmos», corresponde al «Caos» que se extiende a lo largo de sus fronteras.

«NUESTRO MUNDO» SE SITÚA SIEMPRE EN EL CENTRO

De todo cuanto precede resulta que el «verdadero Mundo» se encuentra siempre en el «medio», en el «Centro», pues allí se da una ruptura de nivel, una comunicación entre las dos zonas cósmicas. Siempre se trata de un Cosmos perfecto, cualquiera que sea su extensión. Un país entero (Palestina), una ciudad (Jerusalén), un santuario (el Templo de Jerusalén) representan indiferentemente una imago mundi. Flavio Josefo escribía, a propósito del simbolismo del Templo, que el patio representaba el «Mar» (es decir, las
regiones inferiores); el santuario, la Tierra, y el Santo de los Santos, el Cielo (Ant. Iud., III, vii, 7).

Se comprueba, pues, que tanto la imago mundi como el «Centro» se repiten en el interior del mundo habitado. Palestina, Jerusalén y el Templo de Jerusalén representan cada uno de ellos de por sí y simultáneamente la imagen del universo y el Centro del Mundo. Esta multiplicidad de «centros» y esta reiteración de la imagen del mundo a escalas cada vez más modestas constituyen una de las notas específicas de las sociedades tradicionales.

Una conclusión nos parece que se impone: el hombre de las sociedades premodernas aspira a vivir lo más cerca posible del Centro del Mundo. Sabe que su país se encuentra efectivamente en medio de la tierra; que su ciudad constituye el ombligo del universo, y, sobre todo, que el Templo o el Palacio son verdaderos Centros del mundo; pero quiere también que su propia casa se sitúe en el Centro y sea una imago mundi.

Y, como vamos a ver, se piensa que las habitaciones se encuentran en el Centro del Mundo y reproducen, a escala microcósmica, el Universo. Dicho de otro modo, el hombre de las sociedades tradicionales no podía vivir más que en un espacio «abierto» hacia lo alto, en que la ruptura de nivel se aseguraba simbólicamente y en el que la comunicación con el otro mundo, el mundo «trascendente», era posible ritualmente. Bien entendido, el santuario, el «Centro» por excelencia, estaba ahí, al alcance de su mano, en su ciudad, y para comunicar con el mundo de los dioses le bastaba con penetrar en el Templo.

Pero el homo religiosus sentía la necesidad de vivir siempre en el Centro, al igual que los achilpa, los cuales, como hemos visto, llevaban siempre con ellos el poste sagrado, el Axis mundi, para no alejarse del Centro y permanecer en comunicación con el mundo supraterrestre. En una palabra: cualesquiera que sean las dimensiones de su espacio familiar —su país, su ciudad, su pueblo, su casa—, el hombre de las sociedades tradicionales experimenta la necesidad de existir constantemente en un mundo total y organizado, en un Cosmos.

Un Universo toma origen de su Centro, se extiende desde un punto central que le es como el «ombligo». Así es, según el Rig Veda (X, 149), como nace y se desarrolla el Universo: a partir de un núcleo, de un punto central. La tradición judia es todavía más explícita: «El Santísimo ha creado el mundo como un embrión. Así como el embrión crece a partir del ombligo, Dios ha empezado a crear el mundo por el ombligo, y de ahí se ha extendido en todas las direcciones.» Y, habida cuenta de que «el ombligo de la tierra», el Centro del Mundo, es la Tierra santa, Yoma afirma: «El mundo ha sido creado, comenzando por Sión» 14. Rabbi ben-Gorion decía a propósito de la roca de Jerusalén que «se llama la Piedra de la base de la Tierra, es decir, el ombligo de la Tierra, porque a partir de ella se ha desplegado la tierra entera» 15. Por otra parte, puesto que la creación del hombre es una réplica de la cosmogonía, el primer hombre fue formado en el «ombligo de la Tierra» (tradición mesopotamia), en el Centro del Mundo (tradición irania), en el Paraíso situado en el «ombligo de la Tierra» o en Jerusalén (tradiciones judeo-cristianas).

13 13 cf. las referencias en Le Mythe de l’Éternel Retour, p. 35.
14 14 Véanse las referencias ibíd., p. 36.
15 15 W. H. Roscher, Neue Omphalosstudien (Abh. d. Kónigl. Sáchs. Ges. d. Wiss., Phil. Klasse), XXXI, i, 1915, p. 16.

Y no podía ser de otro modo, puesto que el Centro es precisamente el lugar en el que se efectúa una ruptura de nivel, donde el espacio se hace sagrado, real, por excelencia. Una creación implica superabundancia de realidad; dicho de otro modo: la irrupción de lo sagrado en el mundo.

Síguese de ello que toda construcción o fabricación tiene como modelo ejemplar la cosmología. La creación del mundo se convierte en el arquetipo de todo gesto humano creador cualquiera que sea su plano de referencia. Hemos visto que la instalación en un territorio reitera la cosmogonía. Después de haber colegido el valor cosmogónico del Centro, se comprende mejor ahora por qué todo establecimiento humano repite la Creación del Mundo a partir de un punto central (el «ombligo»).

A imagen del Universo que se desarrolla a partir de un Centro y se extiende hacia los cuatro puntos cardinales, la ciudad se constituye a partir de una
encrucijada. En Bali, al igual que en ciertas regiones de Asia, cuando se preparan las gentes a construir un nuevo pueblo, buscan una encrucijada natural en la que se corten perpendicularmente dos caminos. El cuadrado construido a partir del punto central es una imago mundi. La división del pueblo en cuatro sectores, que implica por lo demás una partición paralela de la comunidad, corresponde a la división del Universo en cuatro horizontes.

En medio del pueblo se deja con frecuencia un espacio vacío: allí se elevará
más tarde la casa cultual, cuyo techo representa simbólicamente el Cielo (a veces indicado por la cima de un árbol o por la imagen de una montaña).

Sobre el mismo eje perpendicular se encuentra, en la otra extremidad, el mundo de los muertos, simbolizado por ciertos animales (serpiente, cocodrilo, etc.) o por los ideogramas de las tinieblas 16.

El simbolismo cósmico del pueblo lo recoge la estructura del santuario o de la casa cultual. En Waropen, en Guinea, la «casa de los hombres» se encuentra en medio del pueblo: su techo representa la bóveda celeste, las cuatro paredes corresponden a las cuatro direcciones del espacio. En Ceram, la piedra sagrada del pueblo simboliza el Cielo, y las cuatro columnas de piedra que la sostienen encarnan los cuatro pilares que sostienen el Cielo 17.

Reencuéntranse concepciones análogas entre las tribus algonkinas y sioux: la
cabaña sagrada donde tienen lugar las iniciaciones representa el Universo. Su techo simboliza la bóveda celeste, el suelo representa la Tierra, las cuatro paredes las cuatro direcciones del espacio cósmico. La
construcción ritual del espacio queda subrayada por un triple simbolismo: las cuatro puertas, las cuatro ventanas y los cuatro colores significan los cuatro puntos cardinales. La construcción de la cabaña sagrada repite, pues, la cosmogonía 18.

No causa asombro reencontrar una concepción semejante en la Italia antigua y entre los antiguos germanos. Se trata, en suma, de una idea arcaica y muy difundida: a partir de un Centro se proyectan los cuatro horizontes en las cuatro direcciones cardinales. El mundus romano era una fosa circular dividida en cuatro: era a la vez imagen del Cosmos y el modelo ejemplar del habitat humano. Se ha sugerido con razón que la Roma cuadrata debe ser entendida no en el sentido de que tuviera la forma de un cuadrado, sino en
el de que estaba dividida en cuatro partes 19.

El mundus se asimila evidentemente al omphalos, al ombligo de la tierra: la Ciudad (urbs) se situaba en medio del orbis terrarum. Se ha podido mostrar que ideas similares explican la estructura de los pueblos y las ciudades germánicas20. En contextos culturales muy diversos volvemos a encontrar siempre el mismo esquema cosmológico y el mismo escenario ritual: la
instalación en un territorio equivale a la fundación de un mundo.

CIUDAD-COSMOS

Si es verdad que «nuestro mundo» es un Cosmos, todo ataque exterior amenaza con transformarlo en «Caos». Y puesto que «nuestro mundo» se ha fundado a imitación de la obra ejemplar de los dioses, la cosmogonía, los adversarios que lo atacan se asimilan a los enemigos de los dioses, a los demonios y sobre todo al archi-demonio, al Dragón primordial vencido por los dioses al comienzo de los tiempos.

El ataque contra «nuestro mundo» es la revancha del Dragón mítico que se rebela contra la obra de los dioses, el Cosmos, y trata de reducirla a la nada. Los enemigos se alinean entre las potencias del Caos. Toda destrucción de una ciudad equivale a una regresión al Caos. Toda victoria contra el atacante reitera la victoria ejemplar del dios contra el Dragón (contra el «Caos»).

16 16 Cf. C. T. Bertling, Vierzahl, Kreuz und Mándala in Asien, Amsterdam, 1954, pp. 8 ss.
17 17 Véanse las referencias en Bertling, op. cit., pp. 4-5.
18 18 Véanse los materiales agrupados e interpretados por Werner Müller, Die blaue Hütte, Wiesbaden, 1954, pp. 60 ss.
19 19 P. Altheim, en Werner Müller, Kreis und Kreuz, Berlín, 1938, pp. 60 ss.
20 20 Ibid., pp. 65 ss. Cf. también W. Müller, Die heilige Stadt, Stuttgart, 1961. Volveremos sobre este problema en una obra en preparación: Cosmos, templo, casa.

Por esta razón el faraón era asimilado al dios Rá, vencedor del dragón Apofis, en tanto que sus enemigos se identificaban con ese dragón mítico. Darío se tenía por un nuevo Thraetaona, héroe mítico iranio que había matado un dragón de tres cabezas. En la tradición judaica, los reyes paganos eran presentados bajo los rasgos del Dragón: así, Nabucodonosor descrito por Jeremías (XLI, 34) o Pompeyo en los Salmos de Salomón (IX, 29).

Como tendremos ocasión de volver a decir, el Dragón es la figura ejemplar del Monstruo marino, de la serpiente primordial, símbolo de las Aguas cósmicas, de las Tinieblas, de la Noche y de la Muerte; en una palabra: de lo amorfo y de lo virtual, de todo lo que no tiene aún una «forma». El Dragón ha tenido que ser vencido y despedazado por el dios para que el Cosmos pudiera crearse.

Así, del cuerpo del monstruo marino, Tiamat, Marduk creó el mundo. Yahvé creó el universo después de su victoria contra el monstruo primordial Rahab. Pero, como se ha de ver, esta victoria del dios sobre el Dragón
debe repetirse simbólicamente cada año, pues cada año el mundo ha de ser creado de nuevo. Igualmente, la victoria de los dioses contra las fuerzas de las Tinieblas, de la Muerte y del Caos se repite en cada victoria de la ciudad contra sus invasores.

Es muy probable que las defensas de los lugares habitados y de las ciudades fueran en su origen defensas mágicas; estas defensas —fosos, laberintos, murallas, etc.— estaban destinadas más bien para impedir la invasión de los demonios y de las almas de los muertos que para rechazar el ataque de los humanos. En el norte de la India, en tiempos de epidemia, se describe alrededor del pueblo un círculo para impedir a los demonios de la enfermedad penetrar en el recinto21.

En el Occidente medieval, los muros de las ciudades se consagraban ritualmente como una defensa contra el Demonio, la Enfermedad y la Muerte. Por otra parte, el pensamiento simbólico no halla dificultad alguna en asimilar al enemigo humano al Demonio y a la Muerte. A fin de cuentas, el resultado de sus ataques, sean éstos demoníacos o militares, es siempre el mismo: la ruina, la desintegración, la muerte.

Las mismas imágenes se siguen utilizando en nuestros días cuando se trata de formular los peligros que amenazan a un cierto tipo de civilización: se habla especialmente de «caos», de «desorden», de «tinieblas», en las que se hundirá «nuestro mundo». Todas estas expresiones significan la abolición de un Orden, de un Cosmos, de una estructura orgánica y la reinmersión en un estado fluido, amorfo ; en una palabra: caótico. Prueba esto, a nuestro parecer, que las imágenes ejemplares perviven todavía en el lenguaje y en los clisés
del hombre moderno. Algo de la concepción tradicional del Mundo perdura aún en su comportamiento, aunque no siempre se tenga conciencia de esta herencia inmemorial.

ASUMIR LA CREACIÓN DEL MUNDO
De momento, subrayemos la diferencia radical que se percibe entre los dos comportamientos —«tradicional» y «moderno»— con respecto a la morada humana. Superfluo es insistir en el valor y en la función de la habitación, en las sociedades industriales; son de sobra conocidos. Según la fórmula de un
célebre arquitecto contemporáneo, Le Corbusier, la casa es una «máquina de residir». Se alinea, pues, entre las innumerables máquinas producidas en serie en las sociedades industriales. La casa ideal del mundo moderno debe ser, ante todo, funcional, es decir, debe permitir a los hombres trabajar y descansar para asegurar su trabajo. Se puede cambiar de «máquina de residir» con tanta frecuencia como se cambia de bicicleta, de nevera o de automóvil. Asimismo, se puede abandonar el pueblo o la provincia natal sin otro inconveniente que el derivado del cambio de clima.

No entra en nuestro tema escribir la historia de la lenta desacralización de la morada humana. Este proceso forma parte integrante de la gigantesca transformación del Mundo que se ha verificado en las sociedades industriales y que ha sido posible gracias a la desacralización del Cosmos bajo la acción del pensamiento científico y, sobre todo, de los sensacionales descubrimientos de la física y de la química. Tendremos ocasión más adelante de preguntarnos si esta secularización de la naturaleza es realmente definitiva y si el hombre moderno no tiene posibilidad ninguna de reencontrar la dimensión sagrada de la existencia en el Mundo.

Como acabamos de ver, y como habremos de ver mejor aún en lo que sigue, ciertas imágenes tradicionales, ciertos vestigios de la conducta del hombre perduran aún en estado de «supervivencias» incluso en las sociedades más industrializadas. Pero lo que nos interesa de momento es mostrar en su
estado puro el comportamiento tradicional con respecto a la morada e inferir la Weltanschauung que implica.

21 21 M. Eliade, Traite d’histoire des religions, p. 318.

Instalarse en un territorio, edificar una morada exige, lo hemos visto, una decisión vital, tanto para la comunidad entera como para el individuo. Pues se trata de asumir la creación del «mundo» que se ha escogido para habitar. Es preciso, pues, imitar la obra de los dioses, la cosmogonía. No es esto siempre fácil, pues existen también cosmogonías trágicas, sangrientas: imitador de los actos divinos, el hombre debe reiterarlos. Si los dioses han tenido que abatir y despedazar un Monstruo marino o un Ser primordial para
poder sacar de él el mundo, el hombre, a su vez, ha de imitarles cuando se construye su mundo, su ciudad o su casa.

De ahí la necesidad de sacrificios sangrientos o simbólicos con motivo de las construcciones, sobre los cuales habremos de decir algunas palabras. Cualquiera que sea la estructura de una sociedad tradicional —ya sea una sociedad de cazadores, pastores o de agricultores o una que esté ya en el estadio de la civilización urbana—, la morada se santifica siempre por el hecho de constituir una imago mundi y de ser el mundo una creación divina.

Pero existen varias formas de equiparar la morada al Cosmos, precisamente porque existen varios tipos de cosmogonías. Para nuestro propósito nos basta con distinguir dos medios de transformar ritualmente la morada (tanto el
territorio como la casa) en Cosmos, de conferirle el valor de imago mundi:
a) asimilándola al Cosmos por la proyección de los cuatro horizontes a partir de un punto central, cuando se trata de un pueblo, o por la instalación simbólica del Axis mundi, cuando se trata de la habitación familiar;
b) repitiendo por un ritual de construcción el acto ejemplar de los dioses, gracias al cual el mundo ha nacido del cuerpo de un Dragón marino o del de un Gigante primordial. No tenemos que insistir aquí sobre la radical diferencia de Weltanschauung implícita en esos dos medios de santificar la morada ni sobre sus presupuestos históricoculturales.

Digamos tan sólo que el primer medio —«cosmizar» un espacio por la proyección de los horizontes o por la instalación del Axis mundi— está atestiguado ya en los estadios más arcaicos de cultura (cf. el poste kauwa-auwa de los achílpa australianos), en tanto que el segundo medio parece haberse instaurado con la cultura de los cultivadores arcaicos. Lo que interesa a nuestra investigación es el hecho de que, en todas las culturas tradicionales, la habitación comporta un aspecto sagrado y que por esto mismo refleja el mundo.

En efecto, la morada de los pueblos primitivos árticos, norteamericanos y norteasiáticos, presenta un poste central que se asimila al Axis mundi, al Pilar cósmico o al Árbol del Mundo, que, como hemos visto, unen la tierra al cielo. En otros términos: se percibe en la estructura misma de la habitación el simbolismo cósmico.

El cielo se concibe como una inmensa tienda sostenida por un pilar central; la estaca de la tienda o el poste central de la casa se asimilan a los Pilares del Mundo y se designan por este nombre. Al pie del poste central tienen lugar los sacrificios en honor del Ser supremo celeste; esto da una idea de la importancia de su función ritual. El mismo simbolismo se conserva entre los pastores ganaderos del Asia Central, pero la habitación de techo cónico de pilar central está sustituida aquí por la yurta, la función mitico-ritual del pilar se ha transferido a la abertura superior de evacuación del humo.

Lo mismo que el poste (= Axis mundi), el árbol desramado cuya punta sale por la abertura superior de la yurta (y que simboliza el Árbol cósmico) se concibe como una escalera que lleva al cielo: los chamanes trepan por él en su viaje celestial, y es por la abertura superior por donde salen volando22: Encuéntrase también el Pilar sagrado erigido en medio de la habitación, en África, entre los pueblos pastores hamitas y hamitoides 23.

En resumen, toda morada se sitúa cerca del Axis mundi, pues el hombre religioso desea vivir en el «centro del mundo»; dicho de otro modo: en lo real.

COSMOGONÍA Y SACRIFICIO DE CONSTRUCCIÓN

Una concepción similar reaparece en una cultura tan altamente desarrollada como la de la India, pero aquí se manifiesta también el otro modo de equiparar la casa al Cosmos, del que hemos dicho algunas palabras anteriormente. Antes que los albañiles coloquen la primera piedra, el astrólogo les indica el punto de los cimientos, que se encuentra encima de la serpiente que sostiene el mundo. El maestro albañil talla una estaca y la clava en el suelo, exactamente en el punto designado, al objeto de fijar bien la cabeza de la serpiente. Acto seguido, se coloca una piedra de base encima del pivote. La piedra angular se encuentra asi exactamente en el «Centro del Mundo» 24.

Pero, por otra parte, el acto de la fundación repite el acto cosmogónico: clavar la estaca en la cabeza de la serpiente y «fijarla» es imitar el gesto primordial de Soma o de Indra, que, de acuerdo con el Rig Veda, «golpeó a la serpiente en su guarida» (VI, xvii, 9) y le «cortó la cabeza» con su relámpago (I, LII, 10). Como hemos dicho ya, la Serpiente simboliza el Caos, lo amorfo, lo no-manifiesto. Decapitarla equivale a un acto de creación, al tránsito de lo virtual y lo amorfo a lo formal.

22 22 M. Eliade, Le chamanisme et les techniques archaiques de l’extase, París, 1951, pp. 238 ss.
23 23 Wilhelm Schmidt, «Der heilige Mittelpfah des Hauses”: Anthropos, XXXV-XXXVI, 1940-1941, p. 967.
24 24 S. Stevenson, The Rites of the Twice-Born, Oxford, 1920, p. 354.

Recuérdese que fue el cuerpo de un monstruo marino primordial, Tiamat, de lo que el dios Marduk formó el mundo. Esta victoria se reiteraba simbólicamente cada año, ya que cada año se renovaba el Mundo. Pero el acto ejemplar de la victoria divina se repetía igualmente con motivo de toda construcción, pues toda nueva construcción reproducía la Creación del Mundo.

Este segundo tipo de cosmogonía es mucho más complejo, y no haremos sino describirlo someramente aquí. Pero no se podría pasar sin mencionarlo, puesto que, en última instancia, de una cosmogonía semejante son solidarias las innumerables formas del sacrificio de construcción, que en suma, no es sino
una imitación, a menudo simbólica, del sacrificio primordial, que ha dado origen al mundo. En efecto, a partir de un cierto tipo de cultura, el mito cosmogónico explica la Creación por la muerte de un Gigante (Ymir en la
mitología germánica, Purusha en la mitología india, P’an-ku en China): sus órganos dan origen a las diferentes regiones cósmicas.

Según otros grupos de mitos, no sólo es el Cosmos el que nace a continuación de la inmolación de un Ser primordial y de su propia sustancia, sino también las plantas alimenticias, las razas humanas o las diferentes clases sociales. Es de este tipo de mitos cosmogónicos de los que dependen los sacrificios de construcción. Para que dure una construcción (casa, templo, obra técnica, etc.) ha de estar animada, debe recibir a la vez una vida y un alma. La transferencia del alma sólo es posible por medio de un sacrificio sangriento. La historia de las religiones, la etnología, el folklore, conocen innumerables formas de sacrificios de construcción, de sacrificios sangrientos o simbólicos en beneficio de una construcción25.

En el sudeste de Europa, estos ritos y creencias han dado origen a admirables baladas populares que escenifican el sacrificio de la esposa del maestro alba-ñil, a fin de que una construcción pueda terminarse (cf. las baladas del puente de Arta en Grecia, del monasterio de Argesh en Rumania, de la ciudad de Scutari en Yugoslavia, etc.).

Hemos dicho ya lo suficiente sobre la significación religiosa de la morada humana para que ciertas conclusiones se impongan por sí mismas. Como la ciudad o el santuario, la casa está santificada, en parte o en su totalidad, por un simbolismo o un ritual cosmogónico. Por esta razón, instalarse en cualquier parte, construir un pueblo o simplemente una casa, representa una grave decisión, pues la existencia misma del hombre se compromete con ello: se trata, en suma, de crearse su propio «mundo» y de asumir la responsabilidad de mantenerlo y renovarlo. No se cambia de morada con ligereza, porque no es fácil abandonar el propio «mundo». La habitación no es un objeto, una «máquina de residir»: es el universo que el hombre se construye imitando la Creación ejemplar de los dioses, la cosmogonía.

Toda construcción y toda inauguración de una nueva morada equivale en cierto modo a un nuevo comienzo, a una nueva vida. Y todo comienzo repite ese comienzo primordial—en que el Universo vio la luz por primera vez. Incluso en las sociedades modernas tan grandemente desacralizadas, las fiestas y regocijos que acompañan la instalación de una nueva morada conservan todavía la reminiscencia de las ruidosas festividades que señalaban antaño el incipit vita nova.

Puesto que la morada constituye una imago mundi, se sitúa simbólicamente en el «Centro del Mundo».

La multiplicidad, o infinidad de Centros del Mundo, no causa ninguna dificultad al pensamiento religioso. Pues no se trata del espacio geométrico, sino de un espacio existencial y sagrado que presenta una estructura radicalmente distinta, que es susceptible de una infinidad de rupturas y, por tanto, de comunicaciones con lo trascendente. Se ha visto la significación cosmológica y el papel ritual de la abertura superior de las diferentes formas de habitación. En otras culturas estas significaciones cosmológicas y estas
funciones rituales se han transferido a la chimenea (orificio de salida del humo) y a la parte del techo que se encuentra encima del «ángulo sagrado» y que se arranca o incluso se rompe en caso de agonía prolongada.

A propósito de la equiparación Cosmos-Casa-Cuerpo humano, tendremos ocasión de señalar la profunda significación de esta «ruptura de techo». De momento recordemos que los santuarios más antiguos eran
• hipetros o presentaban una abertura en el techo: se trataba del «ojo de la cúpula» que simbolizaba la ruptura de niveles, la comunicación con lo trascendente.

La arquitectura sagrada no ha hecho sino recoger y desarrollar el simbolismo cosmológico presente ya en la estructura de las habitaciones primitivas. A su vez, la habitación humana había sido precedida
cronológicamente por el «lugar santo» provisional, por el espacio consagrado y cosmizado provisionalmente (cf. los achilpa australianos). Dicho de otro modo, todos los símbolos y los rituales concernientes a los templos, las ciudades y las casas derivan, en última instancia, de la experiencia primaria del espacio sagrado.

TEMPLO, BASÍLICA, CATEDRAL

25 25 cf. Paúl Sartori, «Uber das Bauopfer”: Zeitschrift für Ethnologie, XXX, 1898, pp. 1-54; M. Eliade, «Manole et le
Monastére d’Argesh»; Revue des Etudes roumaines, III-IV, París, 1955-1956, pp. 7-28.

En las grandes civilizaciones orientales desde Mesopotamia y Egipto a la China y a la India, el Templo ha conocido una nueva e importante valoración: no es sólo una imago mundi, es asimismo la reproducción terrestre de un modelo trascendente. El judaismo ha heredado esta concepción paleo-oriental del Templo como copia de un arquetipo celeste. Esta idea es probablemente una de las últimas interpretaciones que el hombre religioso ha dado a la experiencia primaria del espacio sagrado por oposición al espacio profano. Hemos de insistir algo sobre las perspectivas abiertas por esta nueva concepción religiosa.

Recordemos lo esencial del problema: si el Templo constituye una imago mundi es porque el Mundo, en tanto que es obra de los dioses, es sagrado. Pero la estructura cosmológica del templo trae consigo una nueva valoración religiosa: lugar santo por excelencia, casa de los dioses, el Templo resantifica
continuamente el Mundo porque lo representa y al propio tiempo lo contiene. En definitiva, gracias al Templo, el Mundo se resantifica en su totalidad.

Cualquiera que sea su grado de impureza, el Mundo está siendo continuamente purificado por la santidad de los santuarios. Otra idea se deja ver a partir de esta diferencia ontológica que se impone cada vez más en el Cosmos y su imagen santificada, el Templo: la de que la santidad del templo está al socaire de toda corrupción terrestre, y esto por el hecho de que el plano arquitectónico del templo es obra de los dioses y, por consiguiente, se
encuentra muy próximo a los dioses, al Cielo.

Los modelos trascendentes de los Templos gozan de una existencia espiritual, incorruptible, celeste. Por la gracia de los dioses, el hombre accede a la visión
fulgurante de esos modelos y se esfuerza, acto seguido, por reproducirlos en la tierra. El rey babilonio Gudea vio en sueños a la diosa Nidaba mostrándole una tabla en la que se mencionaban las estrellas benéficas y un dios le reveló el plano del templo. Senaquerib construyó Nínive según «el proyecto
establecido desde tiempos muy antiguos en la configuración del cielo» 26.

Esto no quiere decir tan sólo que la «geometría celeste» haya hecho posible las primeras construcciones, sino ante todo que los modelos arquitectónicos, por encontrarse en el Cielo, participan de la sacralidad urania. Para el pueblo de Israel, los modelos del tabernáculo, de todos los utensilios sagrados y del Templo fueron creados por Yahvé desde la eternidad, y fue Yahvé quien los reveló a sus elegidos para que fueran reproducidos en la tierra. Se dirige a Moisés en estos términos: «Construiréis el tabernáculo con todos los
utensilios, exactamente según el modelo que te voy a enseñar» (Éxodo, XXV, 8-9); «Mira y fabrica todos estos objetos según el modelo que se te ha enseñado en la montaña» (Ibid., XXV, 40).

Cuando David dio a su hijo Salomón el plano de las edificaciones del templo, del tabernáculo y de todos los utensilios, le asegura que «todo esto… se encuentra expuesto en un escrito de mano del Eterno que me ha dado la
inteligencia» (I Crónicas, XXVIII, 19). Ha visto, pues, el modelo celeste creado por Yahvé al comienzo de los tiempos. Es esto lo que proclama Salomón: «Tú me has ordenado construir el Templo en tu santísimo
Nombre, así como un altar en la ciudad donde Tú habitas, según el modelo de la muy santa tienda que habías preparado desde el principio» (Sabiduría, IX, 8).

La Jerusalén celestial ha sido creada por Dios al propio tiempo que el Paraíso; por tanto, in aeternum. La ciudad de Jerusalén no era sino la reproducción aproximada del modelo trascendente: podía ser mancillada
por el hombre, pero su modelo era incorruptible, no estaba implicado en el tiempo. «La construcción que se encuentra actualmente en medio de vosotros no es la que ha sido revelada en mí, la que estaba dispuesta desde el tiempo en que me decidí a crear el Paraíso y que he mostrado a Adán antes de su pecado» (Apocalipsis de Baruck, II, iv, 3-7). La basílica cristiana y después la catedral recogen y continúan todos estos simbolismos.

Por una parte, la iglesia es concebida como imitación de la Jerusalén celeste, y esto ya desde la antigüedad cristiana; por otra, reproduce el Paraíso o el mundo celestial. Pero la estructura cosmológica del edificio sagrado perdura todavía en la conciencia de la cristiandad: es evidente, por ejemplo, en la Iglesia bizantina. «Las cuatro partes del interior de la iglesia simbolizan las cuatro direcciones cardinales. El interior de la iglesia es el Universo. El altar es el Paraíso, que se encuentra al Este. La puerta imperial del santuario propiamente dicho se llamaba también la “Puerta del Paraíso”.

Durante la semana pascual, esta puerta permanece abierta durante todo el servicio; el sentido de esta costumbre se explica claramente en el Canon pascual: Cristo ha resucitado de la tumba y nos ha abierto las puertas del Paraíso.

El Oeste, al contrario, es la región de las tinieblas, de la aflicción, de la muerte, de las moradas eternas de los muertos que esperan la resurrección de los muertos y el juicio final. La parte de en medio del edificio es la Tierra. Según las concepciones de Kosmas Indicopleustes, la Tierra es rectangular y está limitada por cuatro paredes que están recubiertas por una cúpula. Las cuatro partes del interior de una iglesia simbolizan las cuatro direcciones cardinales» 27. En cuanto que es imagen del Cosmos, la iglesia bizantina encarna y a la vez santifica el Mundo.

26 26 Cf. Le Mythe de l’Éternel Retour. p. 23.
27 27 Hans Sedlmayr, Die Entstehung der Kathedrale, Zurich, 1950, p. 119; W. Wolska, La topographie chrétienne de
Cosmos Indicopleustes, París, 1962, p. 131 y passim.

ALGUNAS CONCLUSIONES

De los millares de ejemplos que están a la disposición del historiador de las religiones no hemos citado sino un número harto pequeño, pero, con todo, suficiente para hacer ver las variedades de la experiencia religiosa del espacio. Hemos elegido estos ejemplos en culturas y épocas diferentes para presentar al menos las más importantes expresiones mitológicas y escenarios rituales que dependen de la experiencia del espacio sagrado. En el curso de la historia, el hombre religioso ha valorado de un modo diferente esta experiencia fundamental.

Basta con comparar la concepción del espacio sagrado y, por consiguiente, del
Cosmos, tal como se puede captar entre los australianos achilpa con las concepciones similares de los kwakiutl, de los altaicos o de los mesopotamios, para darse cuenta de sus diferencias. Inútil es insistir sobre esta perogrullada: la vida religiosa de la humanidad, por efectuarse en la Historia, tiene fatalmente condicionadas sus expresiones por los múltiples momentos históricos y estilos culturales. Sin embargo, no es la infinita variedad de las experiencias religiosas del espacio lo que aquí nos interesa, sino, por el
contrario, sus elementos de unidad.

Pues basta confrontar el comportamiento de un hombre no-religioso con respecto al espacio en que vive con el comportamiento del hombre religioso con respecto al espacio sagrado para captar inmediatamente la diferencia de estructura que los separa.

Si tuviéramos que resumir el resultado de las descripciones precedentes, diríamos que la experiencia del espacio sagrado hace posible la «fundación del mundo»: allí donde lo sagrado se manifiesta en el espacio, lo real se desvela, el mundo viene a la existencia. Pero la irrupción de lo sagrado no se limita a proyectar un punto fijo en medio de la fluidez amorfa del espacio profano, un «Centro» en el «Caos»; efectúa también una ruptura de nivel, abre una comunicación entre los niveles cósmicos (la Tierra y el Cielo) y hace posible
el tránsito, de orden ontológico, de un modo de ser a otro.

Y es una ruptura semejante en la heterogeneidad del espacio profano lo que crea el «Centro» por donde se puede entrar en comunicación con lo
«trascendente»; lo que, por consiguiente, funda el «Mundo», al hacer posible el centro, la orientatio. La manifestación de lo sagrado en el espacio tiene, a consecuencia de ello, una valencia cosmológica: toda hierofanía espacial o toda consagración de un espacio equivale a una «cosmogonía».

Una primera conclusión seria la siguiente: El Mundo se deja captar en tanto que mundo, en tanto que Cosmos, en la medida en que se revela como mundo sagrado.

Todo mundo es la obra de los dioses, pues, o ha sido creado directamente por los dioses, o consagrado y, por tanto, «cosmizado» por los hombres que reactualizan de un modo ritual el acto de la creación. En otros términos: el hombre religioso no puede vivir sino en un mundo sagrado, porque sólo un mundo así participa del ser, existe realmente. Esta necesidad religiosa expresa una inextinguible sed ontológica.
El hombre religioso está sediento de ser, el terror ante el «Caos» que rodea su mundo habitado corresponde a su terror ante la nada. El espacio desconocido que se extiende más allá de su «mundo», espacio nocosmizado, puesto que no está consagrado, simple extensión amorfa donde todavía no se ha proyectado
orientación alguna ni se ha deducido estructura alguna, este espacio profano representa para el hombre religioso el no-ser absoluto. Si, por desgracia, se pierde en él, se siente vaciado de su sustancia «óntica», como si se disolviera en el Caos, y termina por extinguirse.

Esta sed ontológica se manifiesta de múltiples maneras. La más chocante, en el caso especial del espacio sagrado, es la voluntad del hombre religioso de situarse en el meollo de lo real, en el Centro del Mundo: allí donde el Cosmos ha comenzado a venir a la existencia y a extenderse hacia los cuatro horizontes; allí donde existe la posibilidad de entrar en comunicación con los dioses; en una palabra: allí donde se está lo más cerca posible de los dioses.

Hemos visto que el simbolismo del Centro del Mundo no sólo «informa» a
los países, las ciudades, los templos y los palacios, sino también a la más modesta habitación humana, a la tienda del cazador nómada, a la yurta de los pastores, a la casa de los cultivadores sedentarios. En una palabra: todo hombre religioso se sitúa a la vez en el Centro del Mundo y en la fuente misma de la realidad absoluta, en la misma «abertura» que le asegura la comunicación con los dioses.

Pero, puesto que instalarse en un lugar, habitar en un espacio, es reiterar la cosmogonía y, por tanto, imitar la obra de los dioses, para el hombre religioso toda decisión existencial de «situarse» en el espacio constituye una decisión «religiosa». Al asumir la responsabilidad de «crear» el Mundo que ha elegido para habitar en él no sólo «cosmiza» el Caos, sino también santifica su pequeño Universo, haciéndolo semejante al mundo de los dioses. La profunda nostalgia del hombre religioso es la de habitar en un «mundo divino», la de tener una casa semejante a la «casa de los dioses», tal como se ha configurado más tarde en los templos y santuarios. En suma, esta nostalgia religiosa expresa el deseo de vivir en un Cosmos puro y santo, tal como era al principio, cuando estaba saliendo de las manos del Creador. Es la experiencia del tiempo sagrado la que permitirá al hombre religioso el reencontrar periódicamente el Cosmos tal como era in principio, en el instante mítico de la Creación.

El elusivo sujeto: de las tecnologías del yo a la transformación biopolítica de la subjetividad

El elusivo sujeto: de las tecnologías del yo a la transformación biopolítica de la subjetividad.
Dr. Adolfo Vásquez Rocca
Universidad Andrés Bello – Universidad Complutense de Madrid
77 DICIEMBRE 2015

1.- El acoso de la noción de sujeto, desfondamiento y psicopatologías del yo.

Como señala Morin1 “Durante el siglo XX, se asiste a la invasión de la cientificidad clásica en las ciencias humanas y sociales. Se ha expulsado al sujeto de la psicología y se lo ha reemplazado por estímulos y respuestas, por una ciencia del comportamiento. Se ha expulsado al sujeto de la historia, se han eliminado las decisiones, las personalidades, para sólo ver determinismos sociales. Se ha expulsado al sujeto de la antropología, para ver sólo
estructuras, y también se lo ha expulsado de la sociología.

Se puede incluso decir que, en determinado momento y cada uno a su manera, Lévi-Strauss, Althusser, Lacan liquidaron a la vez la noción de hombre y la noción de sujeto, adoptando la inversa de la famosa máxima de Freud según la cual: “Ahí donde está el ello debe advenir el yo”. Por el contrario, según la visión estructuralista y cientificista, ahí donde está el yo, hay que liquidarlo, debe advenir el ello2.

1 MORIN, Edgar, (1994) La Complexité humaine, p. 68, Textes choisis, Paris, Champs Flammarion, coll. l’Essentiel
2 SCHNITMAN, D. F., Nuevos Paradigmas, Cultura y Subjetividad, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1998, p. 68.

Un examen de la noción de sujeto no puede dejar de considerar figuras conceptuales (abordajes) como la del sujeto trascendentalizado en Descartes, el sujeto histórico en Zemelman, el sujeto empírico en Morin, el sujeto de la acción en Touraine, el sujeto de la individuación y de la autonomía en Fromm, el sujeto contingente (el ironista liberal) de Rorty, a partir de estas construcciones podemos recrear el emerger del sujeto, ese momento memorable en que un animal mudo levanta la vista.3

Se ha dicho que “sobre la filosofía del sujeto pesa la amenaza de su desaparición”4, es posible, sin embargo, esta filosofía nunca ha dejado de ser cuestionada. Jamás existió la filosofía del sujeto, sino más bien una serie de estilos reflexivos procedentes de un trabajo de redefinición impuesta por la discusión misma. ¿Qué es el sujeto? o ¿qué se puede decir de él? ¿Dónde se encuentra ese sujeto? Quedan resignificadas y problematizadas bajo el prisma de estas controversias. Se mostrará cómo una vez desubstancializada la subjetividad, la categoría de sujeto se torna una ficción regulativa, una categoría útil y acorde con la necesidad de logicización del mundo, un
esquema operativo.

Asimismo para Hegel, la unidad del sujeto está dada en su movimiento dialéctico desde una identidad incompleta hacia otra plenamente desarrollada (autoconciencia); el sujeto se hace idéntico a sí mismo en tanto despliega su “negatividad” inherente.5 Ello se encuentra en la base de la comprensión marxista de la historia en tanto movimiento de autorrealización del sujeto a través del trabajo.

Para Marx6, las condiciones de explotación en el modo de producción capitalista impiden el reconocimiento del sujeto con su propia identidad (su
condición de clase “para sí”). Dicho de otro modo, detrás de la “falsa conciencia” ideológica se esconde una identidad que busca desplegarse como sujeto no alienado. Precisamente aquello constituirá uno de los principales mitos modernos: suponer la existencia de una identidad más allá de las relaciones sociales. Así, de Hegel a Marx, la idea de “reconciliación” constituyó la utopía de un sujeto que descubriría su identidad en el fin de la
historia…

3 MARIN, Germán,. Un animal mudo levanta la vista. Santiago de Chile: Editorial Sudamericana, 2002
4 RICOEUR, Paul, (1969) El Conflicto de las Interpretaciones. Ensayos de hermenéutica, México, FCE, 20
5 HEGEL, G.W.F., Fenomenología del espíritu. Buenos Aires: FCE., 2007.
6 MARX, Karl, Manuscritos económico-filosóficos. México D.F. FCE. Marx (1970)

Este sujeto –elusivo– no ha podido pues ser descrito ni resuelto ni desde la hermenéutica, la fenomenología, o la antropología cultural, ni desde la persecución de fines, ni desde su condición deficitaria, ni tampoco desde la superación de sus déficits (cuando a causa de su infradotación orgánica el ser humano pareciera que despliega su potencial técnico)7. El avance científico y la emergencia de nuevas concepciones neuroquímicas han desencadenado un proceso de reconfiguración de la subjetividad, un rediseño de lo humano.8
Las neurociencias describen la transformación biopolítica de los individuos, a través de los procesos de subjetivación encarnada que experimentan, procesos de reinvención de las identidades en la complejidad ambiental. La hermenéutica del yo y la intersubjetividad se fundan en un diálogo de saberes, en una ética de la otredad y una política de la diferencia.9

“La modernidad, que es la época de la constitución del sujeto, es al mismo tiempo el proceso de su destrucción, de su división, escisión. Como tesis general podríamos decir que a medida que el sujeto quiere ser fundamento del todo y al mismo tiempo fundamento de sí mismo, y por tanto fundamento único y último, se experimenta como desfondado, sin fundamento, y en consecuencia se experimenta como remitido a otro, sea Dios (Kierkegaard), la sociedad (Marx), la historia (Marx, historicismo), la evolución de las especies (Darwin), la voluntad de poder (Nietzsche), el inconsciente (Freud), el ser (Heidegger), el lenguaje (estructuralismo, etc.).

Por eso la modernidad misma inicia un proceso de descentramiento o desfondamiento, que comienza inmediatamente después de haber empezado su centramiento”.10

7 VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, “Peter Sloterdijk: El animal acrobático, prácticas antropotécnicas y diseño de lo humano”, En NÓMADAS, Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas – Universidad Complutense de Madrid, NÓMADAS. Nº 39 – 2014. Ver: http://pendientedemigracion.ucm.es/info/nomadas/39/adolfovrocca_es.pdf
8 VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, “En torno al diseño de lo humano en Sloterdijk: De la ontotecnología a las fuentes filosóficas del posthumanismo”, En La lámpara de Diógenes, Revista de Filosofía, BUAP, Año 13, Números 24 y 25, Vol. 13 – enero-junio – julio-diciembre 2012-2013, pp. 127 – 140
9 LEFF, Enrique, “El desvanecimiento del sujeto y la reinvención de las identidades colectivas en la era de la complejidad ambiental”, Polis [En línea], 27 | 2010; http://polis.revues.org/862
10 AMENGUAL. Gabriel, Modernidad y crisis del sujeto: hacia la construcción del sujeto solidario, Caparrós, Madrid, 1998, p. 163

No se nos da a la experiencia la intuición de un ser sujeto, aunque se haya construido como obvia, en su vinculación a la capacidad agencial del ser humano y a los rasgos específicos en los que se hace consistir la humanidad de cada ser singular. De allí que cabe preguntar si ¿es pensable que no exista en absoluto el sujeto tal como nos hemos habituado a representárnoslo, a saber, el sujeto como una realidad sustancial, es decir, como el lugar de procesos de experiencia y formación? ¿Es pensable que ya no se dé (más) dicho lugar?

De la ruptura de la identidad metafísica del sujeto, se extraen consecuencias como que no existe una “naturaleza humana”, un hombre genéricamente considerado, una “humanitas”, sino más bien individuos en los cuales se recrea constantemente “lo humano” como devenir y contingencia, como diseño plástico de sí mismo en una multiplicidad de subjetividades.

La humanidad que nos constituye no ha podido ser objeto incondicional de ninguna experiencia ni de intuición alguna, sino que se ha constituido, bien como una forma de identidad social, a través de los medios tradicionales que han amalgamado rasgos de identidad y valores, o bien filosóficamente, como fruto de una abstracción de lo específico que emerge –como lo evidencia Aristóteles en la noción de sustancia.

La sensibilidad postmoderna comporta un intento de desmontar la imagen moderna de una identidad autotransparente e indisoluble. El primer impulso en este sentido es el esfuerzo de Nietzsche11 por demostrar que la interioridad atribuida al ser humano no es sino el resultado de una perversión de los instintos: al no poder desahogar sus instintos hacia fuera, el ser humano los descarga hacia dentro, creando así esa instancia que denominamos “yo”. Aquel instinto reprimido del cual habla Nietzsche sin duda es un antecedente del descubrimiento freudiano del inconsciente, acontecimiento decisivo para descentrar la concepción de la identidad y del sujeto forjada desde Descartes hasta la fenomenología.

Ahora bien, será Derrida12 quien con su proyecto de “deconstrucción” de las categorías de la metafísica occidental, denunciará todo intento por fijar una identidad. Sometida al juego de suplencia de toda estructura, la identidad ya no quedará fijada como centro, sino como un mero lugar vacío. Así, por ejemplo, la noción derridiana de diferencia (“différance”), busca mostrar cómo
es que no hay sino diferencia entre entidades dadas. En tal sentido, toda identidad difiere, retarda su cumplimiento: lo idéntico está siempre más allá de sí mismo, o podríamos decir también, implica un recurso infinito de identificación.

11 NIETZSCHE, Friedrich, Genealogía de la moral. Alianza editorial, Madrid, 1997
12 DERRIDA, Jacques, Márgenes de la Filosofía. Editorial Cátedra. Madrid, 1998

2.- Un “yo” asediado: De las tecnologías del yo a las filosofías de la muerte del sujeto.

Por otra parte, si bien Foucault, en sus últimos escritos, sobre las tecnologías del yo, hecho mano de la noción de sujeto, cabe precisar que en todo momento se negó (y se opuso) a aceptar la obligación de concebir la subjetividad a partir de la idea del sujeto absoluto, del sujeto fundador (fundamento), del sujeto entendido como substancia invariable y ahistórica.

Y cuando el sujeto cae de su antiguo pedestal, cuando se agrieta su privilegio de representar el papel de fundamento originario, lo que queda, no es la eliminación del sujeto, sino que, más bien, se abre la posibilidad de entenderlo como forma variable, y estudiar, por lo tanto, los diferentes procesos de subjetivación propios de nuestra cultura.13

A la luz de los resultados de las así llamadas “filosofías de la muerte del sujeto” preguntas tales como: ¿Qué es el sujeto? o ¿qué se puede decir de él? ¿dónde se encuentra ese sujeto? ¿en qué se basa? ¿es un epifenómeno, una ilusión, o bien, una realidad fundamental? Quedan resignificadas y problematizadas bajo el prisma de estas controversias. El diagnóstico inicial
acerca del actual estatus de la cuestión es, entonces, que la noción de sujeto se ha vuelto extremadamente controvertida como producto de una filosofía que ha criticado una noción de cuño cientificista para remplazarla por otros cientificismos.14

Es así como a mediados del siglo XIX aparece (tanto en el campo de la literatura como en el de las artes plásticas) un yo amenazado, asediado, inasible. Se inicia una revolución en la idea del sujeto que pone en duda la soberanía del yo. Se vislumbra el estado del alma como un paisaje vacío, un mundo desierto e ilimitado, sin fronteras. El avance científico y la
emergencia de nuevas concepciones psicológicas desencadenarán un proceso que fragmentará gravemente la unidad del yo.15

13QUINTANAS, Anna, M. Foucault: el cuerpo-vida y el cuerpo-cosa, Revista Debats Nº 119, Institució Alfons el Magnànim, 2013/02, p. 48
14 VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, “La crisis de la noción de sujeto; desubjetivación y psicopatologías del yo”, PSIKEBA: Revista de Psicoanálisis y Estudios Culturales, Buenos Aires, ISSN 1850-339X, Nº. 2, 2006
15 CORTEZ, Orden y caos, “La amenaza Esquizoide o la desposesión de la identidad”, pp. .93 – 95.

De este modo se producen una serie de rupturas: la crisis del concepto clásico de verdad, la imposibilidad de una conciencia trascendental de la existencia, la disolución de la noción de totalidad y el cuestionamiento de la identidad del ser humano hacían necesarias nuevas formas de comunicación, dado que las palabras por sí solas se mostraban incapaces de nombrar todas las formas de experiencia. Se abrieron enormes zonas de precariedad y abismos de inseguridad donde los individuos veían fragmentados en metafóricos espacios,
tiempos caducos y experiencias disgregadoras.

Si las teorías de Copérnico (planteando que el hombre no es el centro del universo) y las de Darwin (inscribiendo al hombre en un continuum de las generaciones animales, donde ya no es el centro de la creación) habían
tenido un carácter vejatorio para el antropocentrismo del ser humano, los avances en psicología van a plantear (y ello tendrá repercusiones más graves y profundas) que el ser humano no es ni siquiera el centro de sí mismo.16

Se evidencia que el aparato psíquico no está constituido de una, sino de dos partes, que nuestra vida psíquica es esencialmente inconsciente y que tan sólo ciertas partes se hacen temporalmente conscientes. Según Freud los sueños no son tan sólo la manifestación psíquica de un proceso corporal, son un acto
enteramente psíquico, es decir, “el yo ya no es dueño de su propia casa”.17

En cuanto a la discusión filosófica sobre el sujeto metafísico, la reacción antiespeculativa del materialismo decimonónico y el reconocimiento de la naturaleza animal del hombre por parte del darwinismo traen como consecuencia, sino el abandono de toda idea de sujeto, sí al menos el rechazo de su versión idealista que lo entronizó como soberano y fundamento de
todo valor. El sujeto se nos presenta ahora no sólo marcado por la contingencia y la finitud – en lo que ya había insistido Kierkegaard- , sino determinado además por la naturaleza y la vida social.

En cuanto no reconoce en sí la base de su propio ser, la unidad de su yo
consciente se le presenta como una ilusión acaso demasiado humana, o como un producto derivado de su propia mismidad. Esa falta de transparencia consigo mismo, que La Rochefoucauld describió antes que Freud18, es también un signo de la finitud del sujeto.

16 Una exposición detenida, de gran alcance y rigor, sobre este punto es posible encontrarla en el Capítulo “La Humillación por las Máquinas; Sobre la significación de la novísima tecnología médica para la época”, pp. 221 –
240 de SLOTERDIJK, Peter, (2001) Sin Salvación: Tras las huellas de Heidegger , Ediciones Akal, Madrid, 2011, – Nicht gerettet: Versuche nach Heidegger, Frankfurt am Main 2001.
17 FREUD, Sigmund, “Una dificultad del psicoanálisis”, en Obras completas, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid 1968, vol. II, p. 1112.
18 La Cuestión del sujeto, p. 12

El psicoanálisis debe ser invocado en primer lugar pues lleva la discusión al punto preciso donde Descartes había creído encontrar la tierra firme de la certeza. Freud socava los efectos de sentido que constituyen el campo de la conciencia y pone al desnudo el juego de fantasías e ilusiones en el que se enmascara nuestro deseo. En la metafísica de Descartes19, el ente es
definido por primera vez como la objetividad de una representación y la verdad, como certeza de dicha representación.

Ahora bien, con la objetividad sobreviene la subjetividad, en el sentido de que este ser que tiene certeza del objeto es la contrapartida del planteo de un
sujeto. Ahora bien, la idea de un sujeto autónomo, emplazado en un supuesto lugar neutral, desde el cual juzga la corrección de las afirmaciones epistemológicas o éticas aparece destruida por aquello que esta idealización se proponía precisamente superar: la naturalidad o, en términos más concretos, la ambivalencia del cuerpo. Y es a formas diversas de esa naturalidad a las que el yo –siempre a punto de zozobrar- finalmente ha de acabar sirviendo.20

Por esa razón, Freud habla, en el capítulo final de El yo y el ello, de las tres servidumbres del yo:
“Mas, por otra parte, se nos muestra el yo como una pobre cosa sometida a tres distintas servidumbres y amenazada por tres diversos peligros, emanados,
respectivamente, del mundo exterior, de la libido del yo y del rigor del superyó. […] En calidad de instancia fronteriza quiere el yo constituirse en mediador entre el mundo exterior y el ello, intentando adoptar el ello al mundo exterior y alcanzar en éste los deseos del ello por medio de su actividad muscular.”21

3.- El elusivo sujeto: nuevos paradigmas, narratividades y reconfiguración de la subjetividad.

El sujeto aparece, pues, como un efecto móvil y cambiante, de determinadas relaciones entre el saber y el poder. Y el cuerpo representará, precisamente, uno de los puntos de anclaje a través del cual se podrán construir determinados tipos de subjetividad.

19 RICOEUR, Paul, (Op. Citada) plantea la discusión de Heidegger y la cuestión del sujeto, donde cuestiona la primacía del cogito, cuestión que conduce a superar el concepto de la metafísica del sujeto; asumir que el sujeto
es susceptible de ser conocido por introspección. Dado que el sujeto se hace en la medida que experimenta el mundo, el sujeto cambia y el mundo también, es una tarea hermenéutica, pues mientras el sujeto construye el mundo se construye así mismo, descartando la escisión entre sujeto y mundo.
20 PLA VARGAS, Lluís, La redescripción de la idea clásica de subjetividad en Freud y su influencia en Rorty, en Revista Observaciones Filosóficas – Nº 5 / 2007
21 FREUD, Sigmund, El yo y el ello, Alianza, Madrid, 1977, p. 47

Con la irrupción de nuevos movimientos sociales (feministas, étnicos, homosexuales, etc.), reaparece en las ciencias sociales –con la emergencia de los estudios culturales– el problema de la identidad (y la diferencia). El problema de los estudios culturales es que, a pesar de promover nociones como identidades descentradas, flexibles o subalternas, se mantienen
dentro de la lógica moderna de la identidad, la diferencia y la individualidad.22 Para superar esta lógica podría sostenerse que las identidades son puntos de identificación temporal a las posiciones subjetivas que nos construyen las prácticas discursivas.

El individuo parece cada vez más móvil; pero esta fluidez, en vez de afirmar al sujeto como dueño de sí mismo, hace cada vez más volátil su vivencia subjetiva, provocando cierta desestabilización emocional e imposibilitando desarrollar un relato de identidad que organice su conducta. Y es que el proceso de “individualización” en el contexto neoliberal significa algo muy diferente de lo que significaba a inicios de la modernidad. Dicho en los términos de Bauman23, a diferencia de la “modernidad sólida”, donde existían las clases que dotaban de identidad en un sistema de producción fordista que aseguraba un espacio definido y localizado en el mundo del trabajo, en la “modernidad líquida” no existen lugares previstos para re-arraigarnos como individuos, salvo los recursos para construir una identidad ofrecidos por la vía de los objetos en el mercado del consumo.

Así, la erosión de las identidades colectivas haría cada vez más difícil la construcción de la identidad individual. Si bien existe una contribución de la teoría Narrativa de la Mente en la constitución de la subjetividad como efecto de un relato manifiesto, autobiográfico, no puede sostenerse que el sujeto esté construido sólo por “un relato biográfico” (explícito o implícito), sino que más
bien está determinado por escenas en torno a las que se constituye la articulación del relato a través del que producimos las múltiples versiones de nosotros mismos, las que obran como condiciones de posibilidad de nuestro actuar o padecer, tanto en serie como en paralelo, sin que el “yo” resulte ser necesariamente el centro de gravedad de la narración:

22 GROSSBERG, Lawrence (2003) “Identidad y estudios culturales”, en Stuart Hall y Paul du Gay (comps.) Cuestiones de identidad cultural. Buenos Aires – Madrid: Amorrortu., 1996.
23 BAUMAN, Z., (2007)

“Nuestras historias se urden, pero en gran parte no somos nosotros quienes las urdimos; ellas nos urden a nosotros. Nuestra conciencia humana, nuestra egoticidad narrativa, es su producto, no su origen. Estas secuencias o flujos narrativos surgen como si fueran emitidos por una misma fuente, no en el claro sentido físico de surgir de una boca, de un lápiz o de una pluma, sino en un sentido más sutil: su efecto sobre una audiencia es el de animarla a (intentar) postular un agente unificado a quien pertenecen esas palabras y
sobre quien son esas palabras: es decir, la animan a postular un centro de gravedad narrativo.”24

Sin embargo tal como lo muestra el Psicoanálisis25 en la investigación de los sueños, la relación entre la narración explícita y el sujeto es menos transparente. El sujeto ha de ser “localizado”, “inferido” en la superficie de la narración, donde puede estar representado tanto por el personaje del propio yo como por cualquiera de los personajes del relato onírico; es posible que varios de los rasgos de los personajes representen al sujeto.26

Ahora bien, se han construido narraciones para dar cuenta de la cuestión antropológica de las configuraciones humanas, buscando lo que nos constituye, esto en el entendido que somos un curioso animal que precisa hacer de si mismo un problema por desentrañar.

Héroes, centauros, cíclopes, titanes, cyborg, etc., conforman una procesión de héroes y tiranos, de Caligarí a Hitler – como ha señalado Kracauer27, en su legendaria Historia psicológica del cine alemán. El Golem o Frankenstein han sido cauce de nuestra vinculación con la magia, con la técnica o con nuestra simbiosis con la cyborg-artificialidad.28 Con Blade Runner29 hemos contemplado como campo de proyección de la experiencia los componentes
emocionales y los condicionantes artificiales –como la caducidad– que entreveran lo humano. Si bien se puede prescindir de la idea de sujeto, esto es posible sólo cuando se trata del modelo del sujeto trascendental. Aunque se trate de un sujeto entendido como producto derivado, ¿no es acaso esta noción de sujeto –que ya no sería lógico-trascendental– una condición –ella sí– trascendental del sentido que damos a la experiencia de nosotros mismos?

24 DENNETT, Daniel (1995). La conciencia explicada. Una teoría interdisciplinar, Paidós, Barcelona, 1995
25 Freud, 1900
26 CANTEROS, Jorge, “La Subjetividad Encarnada”, En Subjetividad y Procesos Cognitivos, 2002, pp. 34-70
27 KRACAUER, Siegfried, De Caligari a Hitler. Una historia psicológica del cine alemán, Paidós, Barcelona,1995
28 . 250
29 Blade Runner es una película estadounidense de Ciencia Ficción del año 1982 dirigida por Ridley Scott y basada en la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick, un clásico de la ciencia ficción y precursora del género cyberpunk. La historia transcurre en una versión distópica de la ciudad de Los Ángeles, EE.UU., durante el mes de noviembre de 2019. El título de la película viene de la novela The Bladerunner, de Alan E. Nourse, cuyo protagonista contrabandea instrumentos quirúrgicos en el mercado negro y de Bladerunner, A Movie (en algunas ediciones Blade Runner), un tratado de cine escrito por William S. Burroughs. Blade Runner debe mucho a Metrópolis de Fritz Lang.2 Scott da crédito al cuadro Nighthawks, de Edward Hopper, y a la historieta breve The Long Tomorrow, escrita por Dan O’Bannon y dibujada por Moebius (alias de Jean Giraud), como fuentes estilísticas para la ambientación. Scott contrató a Syd Mead como artista conceptual, y ambos recibieron gran influencia de la revista francesa de ciencia ficción Métal hurlant (Heavy Metal), en la que Moebius contribuía.

Por otro lado ¿qué derivaciones tiene el proclamado final del sujeto metafísico por lo que hace al sujeto estético, moral o político? Con todo, hemos hecho concurrir al sujeto como la idea unificadora de todo un conjunto de variados procesos que se han ido tratando e investigando a lo largo de nuestra tradición
occidental y que, sobre la búsqueda de una especificidad de género, han ido configurando los contenidos de una realidad intelectiva, volitiva o emocional.30 En Blade Runner31 los replicantes experimentan un desdoblamiento esquizofrénico entre lo ‘humano’ y lo técnico. Los replicantes han sido programados para preguntar desde el punto de vista humano sobre su constitución ontogénica, en su diseño se implantó una memoria32 –y con ello- un ansia de conciencia, inquietud por la trascendencia y la caducidad programada.33

¿Cuánto tiempo viviré? Esta sola pregunta hace de Roy Batty, un replicante singular –un mediador (un tránsito)– furiosamente empeñado en quebrantar sus fronteras y rebasar sus límites y no permanecer recluido en el estatuto de último cyborg; y es que ya se ha asomado a lo humano y piensa como hombre, sueña más allá de las fronteras cuando percibe que ha llegado “el tiempo de la muerte”.34 Roy se está deteriorando muy rápidamente (sus cuatro
años de vida se acaban), se sienta y relata con elocuencia los grandes momentos de su vida.

Desde su naturaleza fuerte e inocente ha visto cosas portentosas. Ha intuido la salvaje belleza del mundo. Asimismo el peor dolor, desvanecerse como las lágrimas que se pierden en la lluvia. En su último acto, cuando puede destruir a su cazador, valora la vida como no es imaginable y en una curiosa economía de la venganza: la piedad humana contra la frialdad de las corporaciones, en un parlamento de culto pronuncia sus últimas palabras.

30 ADLER, Alfred, Conocimiento del hombre, Madrid, Espasa-Calpe, 1925
31 “Blade Runner,” Film: Dirección: Ridley Scott; Estados Unidos, Hong Kong , 1982, 117 min.
32 Los recuerdos y la memoria es el gran tema de Philip K. Dick el maestro norteamericano de la ciencia ficción y la literatura de anticipación, antiutopias futuristas; digno heredero de Asimow y Bradbury
33 Los replicantes fueron declarados ilegales en el planeta Tierra tras un sangriento motín ocurrido en el planeta Marte, donde trabajaban como esclavos. Un cuerpo especial de la policía, Blade Runners, se encarga de
identificar, rastrear y matar —o “retirar”, en términos de la propia policía— a los replicantes fugitivos que se encuentran en la Tierra. Con un grupo de replicantes suelto en Los Ángeles; Rick Deckard, el mejor agente que ha existido en lo que a detección y retiro de replicantes se refiere, es sacado de su semi-retiro para que use algo de “la vieja magia Blade Runner”.
34 AA.VV., Blade Runner, Barcelona, Tusquets Editores, 1996

““Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.“35

No menos memorable es la reflexión del agente Deckard (recuperado tras su
desvinculación) el mejor en lo que a detección y retiro de replicantes se refiere, pero “No sé por qué me salvó la vida. Quizá en esos últimos él amó la vida con más intensidad que nunca, no sólo su vida, la de cualquiera, mi vida. Y lo único que quería eran las mismas respuestas que el resto de nosotros: ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿cuánto tiempo me queda? Todo lo que podía hacer era quedarme allí y verlo morir”.36

4.- La subjetividad en el capitalismo clásico o el Psicoanálisis como transformación de la desgracia histérica en desdicha trivial.

En medio de tales controversias y problematizaciones filosóficas en torno a la noción de sujeto, Jameson introduce una nota discordante respecto de aquellas posiciones que apuestan por una nueva subjetividad. Desde una perspectiva sociológica, Jameson limita el alcance de la supuesta muerte del sujeto. No se trataría tanto de la muerte del sujeto en general como de “el fin de la mónada, del ego o del individuo autónomo burgués”, que se caracterizó por “una
subjetividad fuertemente centrada, en el período del capitalismo clásico y la familia nuclear“37, y que se ha disuelto en una multiplicidad de funciones complejas y variables, arrastrando consigo en esta disolución “las psicopatologías de este yo” y esa “soledad sin ventanas de la mónada encerrada en vida y sentenciada en la celda de una prisión sin salida”, la de su propia autosuficiencia38.

35 Blade Runner, Op. Cit.
36 Ibid.
37 JAMESON, F., El postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Barcelona-Buenos Aires, Paidós, 1991, pp. 37 y 38.
38 Ibid

En unos y otros la muerte o la crisis de disolución del sujeto apunta al sujeto individuado que protagoniza el proceso de la Modernidad. Es el sujeto dueño de la razón y centro del universo que comenzara a elaborar el Renacimiento, que llegó a su madurez teórica con la Ilustración y que desplegó su hegemonía histórica tras las revoluciones burguesas, en las sociedades capitalistas y liberales del siglo XIX, en la poesía romántica y en
la novela realista, en la filosofía idealista y en el positivismo europeo, en las modernas ciencias de la naturaleza, en los procesos de racionalización del Estado, del derecho, o de la economía, en las utopías del progreso y de la historia.

La Modernidad encuentra, según Habermas, uno de sus principios determinantes en la razón centrada en el sujeto39, en una razón objetivante, homogeneizadora, totalizadora, controladora y disciplinadora, como la analizaría su maestro T. W. Adorno en los años cincuenta. Los síntomas de la crisis de este modelo de hombre que fue el sujeto de la filosofía occidental entre el Renacimiento y las Vanguardias se acumularon decisivamente en el fin de siglo, y la crisis misma fue elaborada
teóricamente a través de, al menos, tres vías decisivas: el vitalismo e irracionalismo nietzscheano, de un lado, el marxismo, de otro, y el psicoanálisis de un tercero.

La concepción que Nietzsche tiene del sujeto no se limita a la supeditación de su razón a su voluntad de poder, ni a su condición de lisiado por la educación y la cultura. En su estado actual “el hombre es algo que debe ser superado“40, superado en dirección al hombre superior, y desde éste superado hasta alcanzar la condición de superhombre. Nietzsche propone por
consiguiente un nuevo egocentrismo, una nueva subjetividad, la del superhombre, pero éste sólo podrá nacer de los escombros del lisiado sujeto de la civilización occidental.
“Lo que Nietzsche tenía ante los ojos, en su visión de los últimos hombres era la elevación maníaca de la mediocridad autosatisfecha y semidepresiva. Los últimos hombres habrían de celebran el abaratamiento del hombre mediante los hombres como su realización. ¿Quién podría negar que la época de los medios de comunicación ha conducido a un triunfo de la vitalidad atontada? Pero en toda civilización superior, coexisten ejemplares de excepción,
hombres de rango aristocrático, que se auto-exigen -como animales de lujo, que se elevan mientras el espíritu de la época decae.

Para Nietzsche, el aserto “Dios está muerto” anuncia el desafío de que los hombres pueden aprender, según Ecce homo, a producir sus entusiasmos en
régimen de propia administración. La palabra superhombre es una cifra para el tránsito de la manía a la época de su reproducción artificial.”41

39 HABERMAS, J.,Teoría de la acción comunicativa, Madrid, Taurus, 1987, 2 vols.
40 NIETZSCHE, Friedrich, Así habló Zaratustra, Prólogo, 4. Alianza Editorial, 2004.
41 VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, “Nietzsche y Sloterdijk; Depauperación del Nihilismo, Posthumanismo y Complejidad Extrahumana”, En Konvergencias, Filosofía y Culturas en Diálogo ©, Nº 18, 2008, ADEFYC Asociación de Estudios Filosóficos y Culturales, Buenos Aires. p. 95
http://www.konvergencias.net/vasquezrocca188.pdf

Freud, por su parte, concibe la historia del individuo como la historia de su deseo, y la neurosis como la enfermedad del ser gregario, es decir, el producto de que el hombre, al vivir en sociedad, debe reprimir sus instintos primarios para no romper el pacto que hace posible la convivencia. En El Malestar en la Cultura42 Freud refiere cómo la humanidad ha debido
pagar por el progreso el elevado precio de sacrificar la dimensión pulsional, su vida instintiva y reprimir su espontaneidad.

Sin embargo la actual forma que ha adoptado en nuestro tiempo el psicoanálisis como forma burguesa de costosa orientación “espiritual” basada en técnicas de adecuación y reconciliación con la cultura, muestra de los límites del propio pensamiento de Freud y evidencia su incapacidad de transformar el psicoanálisis en crítica social, esto es en un proyecto emancipador de lo instintivo; más bien, en forma decepcionante, devuelve el deseo humano a la represión.

Freud, como señala Susan Sontag43, pese a su aparente mentalidad revolucionaria, apoyó las perennes (perpetuas) aspiraciones de la cultura represiva y conservadora. Es así como Freud aceptó la aparente inevitabilidad de la cultura, con las dos características que se le suscriben como propias, a saber: “Un reforzamiento del intelecto que comienza a
gobernar la vida instintiva, y una internalización de los impulsos agresivos, con todas sus consiguientes ventajas y desventajas”.44

Quizá quienes ven en Freud el gran defensor de la expresividad instintiva y la espontaneidad se sorprendan de lo que él denomina “el ideal psicológico”, puesto que no es otra cosa que “la primacía del intelecto”. Eros y civilización, procura la reconciliación del marxismo con el pensamiento freudiano,
demuestra ya un elemento esencial de la concepción marcusiana de la “sociedad industrial”.

42 FREUD, S, El malestar en la Cultura, 1930.
43 FREUD, Sigmund, El Malestar de la Cultura, Alianza Editorial, Madrid ,1998
44 FREUD, Sigmund, El Malestar de la Cultura, Alianza Editorial, Madrid ,1998

El psicoanálisis nace en plena época “liberal”, en la cual el “desarrollo del individuo libre” aparece como el motor del desarrollo económico y social. Freud demuestra que “la compulsión, el rechazo y la renunciación son el material que forma a la personalidad libre”. De allí que el psicoanálisis deviniera en una práctica sofisticada y lujosa –asociada a la intelectualidad neoyorquina y la intelligentsia francesa45–.

Como Marcuse comprueba a su llegada a los Estados Unidos el psicoanálisis, originariamente una práctica terapéutica y liberadora orientada a enfrentar el malestar propio de la cultura, se ha convertido en factor de integración: “Mientras el psicoanálisis reconocía que la enfermedad del individuo es, en última instancia, ocasionada y mantenida por la civilización, la terapéutica psicoanalítica intenta curar al individuo de manera que pueda continuar actuando como parte de una civilización enferma, sin capitular completamente ante ella”46.

La terapéutica es un curso de resignación que transforma –decía Freud- la desgracia histérica en desdicha trivial. Debemos pues en este contexto dar cuenta de la crisis del sujeto como una crisis del deseo, respecto al cual hasta ahora el sujeto parecía tener un privilegio absoluto, puesto que era él
quien deseaba. Pero con la crítica cultural –al modo de Debord y Baudrillard– asentada en el pensamiento de la seducción todo se invierte y ya no es el sujeto el que desea, sino más bien es el objeto quien seduce.

Todo parte del objeto y todo vuelve a él, de la misma manera que todo parte de la seducción y no del deseo. El privilegio inmemorial del sujeto se invierte.
Pues éste es frágil, no puede hacer otra cosa que desear, mientras que el objeto, por su parte, juega perfectamente con la ausencia de deseo, seduce por esta ausencia de deseo, representa en el otro el efecto de deseo, lo provoca o lo anula, lo exalta o lo decepciona –hemos querido o preferido olvidar esa fuerza.

45 La filosofía francesa de los dos últimos tercios del siglo pasado ha ido progresivamente afinando su gusto por una solemne frivolidad. Asumió el tono declamatorio de quien describe el Apocalipsis y el hábito singular de los
virajes intelectuales hacia cualquier rumbo en el mejor estilo de la moda y sus pasarelas femeninas.
46 MARCUSE, Herberet, Eros y Civilización., Ariel, Barcelona, 1989

5.- Foucault, Barthes y Juan Luis Martínez: la tacha de la autoría y fragmentación esquizoide en la escritura.

En el ámbito puramente estético la asunción de la muerte del sujeto lleva a la del autor, sujeto desautorizado en tanto principio creador y unificador del sentido de la obra artística. La noción de “autor” como creador individual de una obra artística o literaria se puede situar histórica y culturalmente en el tránsito de la modernidad a la posmodernidad, la noción de creador individual empieza a problematizarse; desde fines del siglo XIX y a lo largo del siglo XX, cuando la noción se hace insostenible47.

Un planteamiento interesante en torno a las relaciones conflictuadas sobre sujeto y autor es la de Juan Luis Martínez48. La propuesta del poeta es la de una autoría transindividual, que quiere superar desde oriente la noción de intertextualidad según se ha entendido en occidente, donde los textos de base están presentes en las transformaciones del texto que los procesa; pero en J. L. Martínez ella parece resolverse en la negación de la existencia de las
individualidades en la literatura, al hacer fluir bajo nombres distintos una misma corriente, que es y no es él49 . “No sólo ser otro, sino escribir la obra de otro”50 ese es el programa de J. L. Martínez.

Ahora bien, tal como lo refiere Michel Foucault51, el autor que desde el siglo XIX venía jugando el papel de regulador de la ficción, papel característico de la era industrial y burguesa, del individualismo y de la propiedad privada, habida cuenta de las modificaciones históricas posteriores, no tuvo ya ninguna necesidad de que su función permaneciera constante en su forma y complejidad. Para Foucault recusar las nociones modernas asociadas
a la función “autor” (originalidad de la obra, singularidad del discurso, subjetividad del autor) permitía desplegar un enfoque crítico y genealógico de los discursos. El rostro del autor implicaba una manera de entender los textos biográficamente. Aquella experiencia del lenguaje que se aleja de la interioridad del yo, Foucault la denomina como ‘pensamiento del afuera’52; esto es, la práctica caracterizada como una constante referencia a sí misma desde una exterioridad desplegada. Pues, el sujeto que escribe no cesa de desaparecer, indicando la ausencia del autor que se instituye como un emplazamiento vacío.

47 VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, “La reconfiguración del concepto de autor; Alteridad e Identidad en la poesía de Juan Luis Martínez”, En Cyber Humanitatis Nº 33 (Verano 2005) Revista de la Facultad de Filosofía y
Humanidades, Universidad de Chile ISSN 0717-2869.
http://www.cyberhumanitatis.uchile.cl/index.php/RCH/article/view/5786/5654
48 Juan Luís Martínez, poeta que a fines de los 70 y principios de los 80 irrumpió en la escena literaria chilena con una poesía rupturista, escéptica e iconoclasta, incomprendida por buena parte de la crítica y rechazada por
más de un editor. Los versos de Martínez han circulado por más de 20 años como fotocopias, aunque ahora la situación empieza a cambiar. La Nueva Novela –curiosamente a pesar del nombre– obra paradigmática de la
vanguardia poética chilena se ha convertido en un objeto de un nuevo culto, el de la tacha de la autoría y la disolución del autor.
49 LIHN, Enrique, El Circo en Llamas, Ed. LOM, 1997, Santiago, 1997, p.200; cap. “Señales de Ruta de Juan Luis Martínez” Santiago. Archivo, 1987, escrito en colaboración con Pedro Lastra.
50 MARTINEZ, J. L., Poemas del otro, Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago, 2004, p. 51.
51 FOUCAULT, Michel, “¿Qué es un autor?”, conferencia de 1979 publicada en 1984.
52 Ibid.

En la concepción clásica, el autor no era un eje articulador de sentido, una subjetividad cerrada sobre sí misma, sino el referente de un universo de significados que actuaba como sustrato de una multiplicidad de subjetividades –que penetraba la densidad de las cosas y las dotaba de significado a partir de un discurso interior– no como aparece hoy, como fuente individual, sino como un punto de fuga o un desplazamiento de lo personal hacia lo impersonal.

Ahora, al ver las modificaciones históricas que ha sufrido el concepto de autor, no parece indispensable que la función “autor” permanezca constante en su forma, en su complejidad e incluso en su existencia. Puede imaginarse, sugiere Foucault, “una cultura en que los discursos circulasen y fuesen recibidos sin que la función-autor apareciese nunca”53.

El mismo Foucault señala en la lección inaugural en el Collège de France, que “hubiera querido poder deslizarse subrepticiamente. Que más que tomar la palabra, hubiese querido ser envuelto por ella, llevado mucho más allá de todo comienzo posible”54. Le hubiese gustado percatarse de que en el momento de hablar una voz sin nombre le precedía desde hacía mucho: le hubiese bastado entonces concatenar, proseguir la frase, alojarse, sin que se percibiese demasiado, en sus intersticios, como si ella le hubiese dado una señal
manteniéndose un instante en suspenso. “No habría pues comienzo, y en lugar de ser aquel del que surge el discurso, estaría más bien en el azar de su despliegue, como una delgada laguna, el punto de su posible desaparición”55.

El autor, o lo que se ha llamado “autor-función”, es indudablemente sólo una de las posibles especificaciones del sujeto y, considerando sus transformaciones históricas, parece ser que la forma, la complejidad, e incluso la existencia de esta función, se encuentran muy lejos de ser inmutables. Podemos imaginar fácilmente una cultura donde el discurso circulase sin
necesidad alguna de su autor. Los discursos, cualquiera sea su status, forma o valor, e independientemente de nuestra manera de manejarlos, se desarrollarían en un generalizado anonimato.

53 “Qu`est-ce qu’un auteur”, Dits et écrits, t. I. 1964-1969, págs. 789-821 (cita, pág. 811).
54 Ibid.
55 FOUCAULT, M., L’ordre du discours. Lechón inaugurale au Collège de France prononcée le 2 décembre 1970, Paris Gallimard, 1970, págs. 7-8. [Trad. Cast. El orden del discurso, Barcelona, Tusquets, 1987.]

Foucault y Barthes proclamaron la muerte del autor, ellos sostenían que el sujeto de la escritura es un sujeto vacío. Para Barthes, la escritura es la destrucción de toda voz, de todo origen. La escritura es un lugar neutro, un fundido a negro, “donde se pierde toda identidad, comenzando por la propia identidad del cuerpo que escribe”.56 Como sucesor del autor, el escritor ya no tiene pasiones, humores, sentimientos, impresiones, sino un rol bifurcador de discursos propios y ajenos, en una intertextualidad57 que prolifera hasta perder los lindes del yo, hasta la escisión de la identidad o su fragmentación esquizoide en la escritura.

La muerte del autor responde, de este modo, al proyecto de desubjetivación, que intenta eliminar la referencia a un sujeto originario sustentador de la verdad y el sentido del texto. En efecto, el sujeto que comienza a pensarse en la escritura, es un sujeto deudor de las citas de la cultura que tejen su obra. El entramado que constituye al texto posee una referencialidad infinita, que multiplica desde distintas vertientes elementos refractarios de otras58. Aquello que preexiste de trasfondo es la muerte de un referente máximo que establezca los linderos –los alcances– de las miradas; es la proliferación de las
perspectivas.59

El lugar que sustenta actualmente el autor sigue siendo problemático y confuso. Eliminarlo, como lo hizo Foucault y Barthes, sería una trasposición facilista. A más de veinticinco años de proclamarse su muerte, es necesario repensar de nuevo estas perspectivas, en vistas de la explosión de algunos epifenómenos que ponen en duda su muerte total.
56 BARTHES, R. “La muerte del autor” en El susurro del lenguaje, Paidós, Barcelona, 1994. p.65.
57 VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, “El Hipertexto y las nuevas retóricas de la postmodernidad; textualidad, redes y discurso excéntrico“ en Philoshophica N º 27 – 2004, Instituto de Filosofía Pontificia Universidad Católica de
Valparaíso. pp. pp.331 – 350.
58 Según Barthes, “El escritor se limita a imitar un gesto siempre anterior, nunca original; el único poder que tiene es el de mezclar las escrituras, llevar las contrarias unas con otras, de manera que uno nunca se pueda apoyar en una de ellas” Cfr: op.cit.6.p.69. Pese a esta afirmación, Barthes no profundiza en este escrito el sujeto que aquí podría asomarse.
59 VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, Ensayo “Mundos posibles y ficciones narrativas” A Parte Rei 37, Enero de 2005 Revista de Filosofía de la Sociedad de Estudios Filosóficos de Madrid.
60 Francisco Varela es un neurobiólogo chileno nacido en 1946, doctor de la Universidad de Hardvard con su tesis “Insect Retinas: Information processing in the compound eye”, dirigida por el Premio Nobel de Medicina

6.- Mentes sin yo, cuerpo, encarnación e intersubjetividad: buscando el mundo.

Ahora bien, como señala el neurobiólogo Francisco Varela60 las experiencias humanas son siempre encarnadas.61 Varela considera que las ciencias cognitivas se han mantenido hasta hace poco tiempo, en una tradición “abstracta”, que no sólo las caracteriza a ellas sino también al “mundo occidental”.

Sin embargo, estas ciencias “lentamente han ido cobrando conciencia de que las cosas han sido planteadas al revés y han comenzado un radical viraje paradigmático o epistémico(…), la convicción de que las verdaderas unidades de conocimiento son de naturaleza eminentemente concreta, incorporadas, encarnadas, vividas; que el conocimiento se refiere a una situacionalidad (…) Lo concreto no es un paso hacia otra cosa –concluye–, es cómo llegamos y dónde permanecemos”.62

Uno de los más importante avances en la ciencia en los últimos años es la convicción de que no podemos tener nada que se asemeje a una mente o a una capacidad mental sin que esté totalmente encarnada o inscrita corporalmente, envuelta en el mundo. Surge como una evidencia inmediata, inextricablemente ligada a un cuerpo que es activo, que se mueve y que interactúa con el mundo. “El mundo no es algo que nos haya sido entregado: es algo que emerge a partir de cómo nos movemos, tocamos, respiramos y comemos. Esto es lo que
denomino nos dice la cognición como enacción, ya que la acción connota el producir por medio de una manipulación concreta”.63
Examinemos la cuestión – siguiendo a Varela–, que desde la neurobiología, vuelve a nuestra pregunta original ¿Qué significa “yo”? O ¿qué es el “yo”? La vivencia, cuál sea ella, se da en una situacionalidad(…) En cada momento de nuestra vida algo acontece, vivimos alguna experiencia. Vemos, oímos, olemos, saboreamos, tocamos, pensamos. Podemos estar complacidos, coléricos, atemorizados, cansados, perplejos, interesados, sufrir una agobiante
timidez o estar absortos en una búsqueda. Siento que yo soy abrumado por mis propias emociones, que tengo mayor valía cuando otro me elogia, que una pérdida me destruye. ¿Qué es este yo, este centro que va y viene, tan constante pero tan frágil, tan familiar pero tan elusivo?

Torsten Wiesel. Fue Director de Investigaciones en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia y Director del Laboratorio de Neurociencias Cognitivas en el Hospital de La Salpêtrière, en Paris. En sus primeros años, Varela trabajó con Humberto Maturana, otro biólogo chileno, de cuya alianza nacieron los libros “De Máquinas y Seres Vivos: Una teoría sobre la organización biológica” (1973) y “El Árbol del Conocimiento: Las bases biológicas del entendimiento humano” (1985).

En sus investigaciones, los científicos avanzaron en la teoría de la autopoiesis, que se ha extendido a la sociología a través del pensamiento
de Niklas Luhmann y la teoría de sistemas complejos.

61 VARELA, F., THOMPSON E, ROSCH E., De cuerpo presente. Barcelona, Ed. Gedisa, 1992
62 Ibid.
63 VARELA Francisco, Ética y Acción. Santiago, Dolmen, 1996

Estamos atrapados en una contradicción. Por una parte, aun el más somero vistazo a la experiencia nos indica que ella está en cambio constante, más aun, que siempre depende de una situación particular. Ser humano, estar vivo, es estar siempre en una situación, un contexto, un mundo. No hay en nosotros nada que sea objeto de la experiencia y permanezca constante o independiente de las situaciones. Pero la mayoría de nosotros estamos convencidos de nuestra identidad: tenemos una personalidad, recuerdos y remembranzas,
planes y expectativas, que parecen confluir en un punto de vista coherente, un centro desde el cual oteamos el mundo, el terreno donde estamos plantados.

¿Cómo sería posible semejante punto de vista si no estuviera arraigado en un yo o ego singular e independiente, dotado de existencia real?
La creencia en un yo substancial se vio fuertemente influida por la tradición cartesiana. El método de la duda sistemática condujo a Descartes a afirmar su ya conocido aforismo pienso, luego existo. Sin embargo, aun cuando al parecer es lícito transcurrir desde la experiencia consciente a la afirmación de existencia contingente, el error de Descartes habría consistido en apresurarse a postular la existencia de una res cogitans, siendo que de buenas a primeras solo tenía evidencia para afirmar la existencia de los pensamientos.

Es sabido que en Occidente fue David Hume quien inauguró en los tiempos modernos el pensamiento escéptico en torno a la existencia de un Yo substancial y permanente. Esta postura empirista de herencia humeana, perteneciente a lo que se conocerá (en las ciencias cognitivas) como modelo conexionista rechaza la existencia de una entidad cognitiva central coordinadora de los estados mentales, esta posición anticipaba más de 100
años la incipiente teoría de Varela acerca de las Redes autoorganizativas.64

64 Estrechamente ligada a las líneas propuestas por Paul Smolensky, y por otro, a la teoría de las Ideas Cognoscentes de William James y los neorrealistas de comienzos del siglo XX, al interior de lo que posteriormente se conoció como la Teoría del Monismo Neutral.

“La mente no está en la cabeza”: La cognición está enactivamente encarnada. “Enactiva” es una etiqueta que utilizo aquí en su sentido literal ya que la cognición es algo que producimos por el acto de manipular, por medio de una manipulación activa: es el principio fundacional de lo que es la mente. Esto implica una profunda co-implicación, una co-determinación entre lo que parece estar afuera y lo que parece estar adentro. En otras palabras, el mundo ahí afuera y lo que hago para estar en ese mundo son inseparables.65

Esta perspectiva de la mente como enactivamente encarnada tiene dos consecuencias ya que, si la mente no está en la cabeza, ¿dónde está? Este es precisamente el punto: es en este lugar de la co-determinación entre lo interno y lo externo, luego no podemos decir que está afuera o adentro. La otra consecuencia que se deriva de esto y que ha sido menos enfatizada, es que
la mente es inseparable del organismo como un todo. Tendemos a creer que la mente está en el cerebro, en la cabeza, pero el hecho es que el ambiente también incluye al resto del organismo: incluye el hecho de que el cerebro está íntimamente conectado con todos los músculos, con el esqueleto, los intestinos y el sistema inmunitario, los flujos hormonales y así sucesivamente.

Es precisamente, la naturaleza del organismo como una red de elementos co- determinados la que estatuye que nuestra mente sea, literalmente, inseparable, no sólo del ambiente externo, sino también de aquello que Claude Bernard denominó el milieu intérieur66, el hecho de que no sólo estamos dotados de un cerebro sino de todo un cuerpo. Cuando tratamos con un ser vivo, la individualidad aporta un elemento de inquietante complejidad: más allá de las condiciones externas, es necesario considerar también las reacciones
orgánicas intrínsecas, a las que Bernard llama ‘medio interior’ (milieu intérieur).

El pensamiento abstracto y su soporte simbólico han sido los pilares del paradigma cognitivista, base de la inteligencia artificial tradicional. Sin embargo, los resultados provenientes de finales de la década de los 90 del siglo pasado sobre corporización y situacionalidad de la cognición, complementados por la puesta al día en los últimos años del trabajo de autores como el neurofisiólogo Francisco Varela, están permitiendo definir un
constructo teórico alternativo al computacionalismo.

65 VARELA, Francisco, El Fenómeno de la Vida, Santiago, Dolmen, 2000
66 BERNARD, Claude, The “Milieu Intérieur”, and Regulatory Physiology Frederic L. Holmes History and
Philosophy of the Vol. 8, No. 1 (1986), pp. 3-25 Published by: Stazione Zoologica Anton Dohrn – Napoli

El cerebro transforma información en estados funcionales bioquímicos y celulares. Allí toman parte las propiedades del agua, las propiedades de los canales, etc. Es decir, no hay simplemente “información que pasa”. Esa información cambia el sistema profundamente, lo cambia hasta su estructura molecular: construye nuevas proteínas. El sistema nervioso no es simplemente un sistema de comunicación. El cerebro establece estados funcionales internos que ya tiene cuando nació.

7.- Ética, acción y sabiduría: Del saber-qué al saber-cómo. (Saber–hacer ético)

Varela invita a poner atención a cómo opera la lógica y se aplican sus principios de identidad y calculan los valores de verdad o consistencia –los procesos categoriales, etc., pero luego nos invita a que nos demos cuenta que en la vivencia –que la vida humana en su operar o transcurrir operacional– no es así, que la vida humana tiene esa curiosa capacidad de ser completamente descentrada, esto es la mente (y los pensamientos) no está localizada como
una especie de proceso que existe en algún lugar que típicamente se ubica en la cabeza, sino que está descentrada, es una concurrencia de muchos flujos, de lo emocional, de lo postural, de lo relacional, que van cada uno en una especie de flujos cambiantes constantemente, por lo tanto, la primera cosa es que el know how (saber-cómo), es simplemente y completamente la manifestación de ese flujo permanente.

Hay que ser capaz de recuperar el “saber cómo” (el saber hacer), hay que incorporar en la reflexión y el análisis todo ese dominio de fenómenos, desde el punto de vista de la educación, por ejemplo, hay un entrenamiento dirigido a esa área, el área de lo emocional, de lo que es la instancia del saber hacer
corporal, del dominio de lo que son las intuiciones y de los flujos y de lo que uno podría llamar también los procesos pre-conceptuales o pregnoéticos, precategoriales. La mente no está en la cabeza, está distribuida en el cuerpo, porque también pensamos con y en el cuerpo, no pensamos compartimentadamente, con abstracciones conceptuales, representaciones
mentales separadas.

El saber-qué corresponde a la importante tradición de la ética de corte racionalista que ha marcado buena parte de la modernidad en filosofía. Es más, subrayando su impronta, las tendencias y corrientes contractualistas actuales la suscriben y hasta la subrayan, procurando encontrar sólidos argumentos en el juicio moral, para lo que es fundamental el discurso
racional basado en cadenas de argumentaciones.

El saber-cómo, en cambio, refiere al movernos en el mundo y al comprender, que no es distinto de nuestra actividad sensorio-motriz. Asimismo tiene en cuenta el mundo, que se integra a una con el sujeto de la acción: El mundo no es algo que nos haya sido entregado; es algo que emerge a partir de cómo nos movemos, tocamos, respiramos y comemos. Está plenamente comprometido con lo que somos. Emerge en un círculo autopoiético con
nosotros. De manera que no sucede que el yo y el mundo se encuentren separados. Emergen en una dependencia mutua, en una co-dependencia.

Varela, al igual que Rafael Echeverría67, toma la idea de “transparencia” y “quiebres” de Fernando Flores. Se refiere con ellas a la trama que constituye nuestras vidas, a la manera inmediata en que operamos en una situación dada, al mundo en tanto vivido y no “construido” mediante abstracciones. A esto designa know-how (saber-cómo), que diferencia del know-what (saber-qué), es decir, entre la habilidad espontánea y el conocimiento o juicio racional.

Así Varela hace notar ésta inmediatez que tenemos con el mundo, y cómo desarrollamos una serie de habilidades para relacionarnos con él. No es posible separar los procesos sensoriales y motores, la percepción y la acción, de la cognición –enfoque enactivo de la cognición–. La percepción no es una simple recuperación de un mundo predefinido, sino que es la acción
guiada perceptualmente en un mundo que es inseparable de nuestras capacidades sensomotoras, así la cognición “no está constituida por representaciones, sino por acciones corporeizadas” –micromundos y microidentidades–.

En síntesis, para responder la primera cuestión: “¿Cuál es el mejor modo de comprender el saber–hacer ético?”, Varela parte de una determinada concepción de ética como objeto de reflexión, la de que “la ética está más próxima a la sabiduría que a la razón”. Argumenta que “es en la percepción inmediata donde está la clave para una comprensión más amplia del
comportamiento ético y no en la percepción mediada, aquella derivada de la reflexión o de los varios razonamientos lógicos”, y concluye que la mayor parte del saber–hacer ético emerge de la confrontación directa con la realidad, por lo tanto, a lo largo de la reflexión que produce mediación.

67 ECHEVERRÍA, Rafael, Ontología del lenguaje. Santiago, Dolmen, 1994

A partir de esta innovadora reflexión Varela nos introduce –desde una perspectiva pragmática– en la problemática ética, “¿Cómo se puede aplicar al estudio de la ética y a la noción de habilidad ética la distinción entre comportamientos espontáneos y enjuiciamientos abstractos, entre las filosofías morales del hacer y las del ser?”. Varela encuentra que en el pensamiento oriental no hay un olvido de la confrontación ética inmediata como eje central,
es posible entender que adquirimos un comportamiento ético de la misma manera que cualquier otro tipo de comportamiento.68

El comportamiento ético se mira desde un punto de vista pragmático y progresivo. Se considera que existen unas capacidades básicas, las cuales fomentadas sin obstáculos generan las cualidades que se persiguen.69 El comportamiento ético no surge de hábitos, o la obediencia a reglas establecidas, los individuos expertos actúan a partir de inclinaciones
extendidas, lo que trasciende las limitaciones del repertorio de respuestas cotidianas.70

Así como las tradiciones orientales y aun el psicoanálisis consideran un ser cognitivo no unitario, a diferencia un yo estable o transcendental tan arraigado en toda la tradición occidental. El yo se define pues, a partir de propiedades emergentes, el resultado de una actividad lingüística recursiva y su capacidad para la autodescripción y la narración.71 De esta manera, para Varela la habilidad ética “es el conocimiento progresivo y directo de la
virtualidad del ser”.72

68 VARELA, Francisco, La habilidad ética, Barcelona, Debate, 2002,
69 NOVOA., Edgar A., Reseña de “La habilidad ética” de VARELA, Francisco, En Revista Colombiana de Bioética, vol. 1, núm. 2, julio-diciembre, 2006, pp. 169-171.
http://www.redalyc.org/pdf/1892/189217259008.pdf
70 VARELA, Francisco, La habilidad ética, Barcelona, Debate, 2002, p. 170
71 Ver RORTY, R., Contingencia, ironía y solidaridad,
72 VARELA, Francisco, La habilidad ética, Barcelona, Debate, 2002, p. 109

Tenemos pues que entre las múltiples tendencias en la ética contemporánea Varela postula que la ética es una habilidad, y con esto quiere decir que se trata de una conducta espontánea, no regida por reglas: una persona sabe cuál es la acción adecuada en circunstancias determinadas y actúa en consonancia.
Según la teoría de la enacción, el conocimiento es conocimiento de lo concreto, de la manera en que funciona el sentido común, que es el trasfondo cognitivo de donde emergen nuestras acciones en la resolución de problemas cotidianos. El conocimiento es acción, más precisamente, es la emergencia de acciones adecuadas en contextos concretos y específicos.

¿Cuál es nuestro interés? Fundamentar a la ética con argumentaciones distintas a las habituales en el panorama actual, dominado por concepciones demasiado constreñidas a una racionalidad de fuente iluminista. No se trata solo de argumentar teóricamente sino de resituar a la ética como práctica, como práctica del bien. Varela desarrolló estas vinculaciones en varios lugares pero especialmente en el texto que recoge una serie de conferencias dictadas en la universidad de Bolonia en 1991 bajo el título
Ética y acción.73

El planteo inicial de esta obra es que la ética se aproxima más a la sabiduría que a la razón.
Sabiduría es comprendida aquí en el sentido en que la utilizan las Tradiciones de Sabiduría oriental (Hinduismo, Taoísmo, Confucionismo y Budismo) y no como se le entiende habitualmente. Si bien existen múltiples diferencias entre estas Tradiciones, una de sus convergencias es la que el autor aprovecha y que puede ser presentada de la siguiente manera: la consideración de la ética como práctica y no solo como asunto de clarificación conceptual sobre las
prácticas De este modo, la ética se aproxima más al conocimiento de lo que es ser bueno que a un juicio concreto en una situación dada.

73 Ética y acción: conferencias italianas dictadas en la Universidad de Bolonia 16-18 de diciembre, 1991 / Por Varela G., Francisco, 1946-2001, Conferencias italianas / Santiago de Chile, Dolmen Ediciones, 1996. [Primera
conferencia: Know-how y know-what. Segunda conferencia: La maestría ética. Tercera conferencia: La vacuidad encarnada].

8.- De un yo psicológico a un yo neuroquímico: Experimentos con uno mismo y nuevo estatuto ontológico-epistémico del cuerpo.

“Cuando uno se percibe existir, se experimenta la sensación de un demente
maravillado que sorprende su propia locura y se empecina en vano en darle un
nombre. La costumbre embota nuestro asombro de existir: somos, y ya no le damos mas vueltas, simplemente ocupamos nuestra plaza en el asilo de los existentes.”74

Como se ha señalado, la mente no está en la cabeza, tampoco el saber, lo que nos aparece (comparece) es el mundo, con sus tonalidades y matices, las preferencias y los rechazos preracionales, es lo constitutivamente dado desde ese flujo pulsional y neuroquímico que yo no escojo, sino que más bien me constituye; lo emocional (el querer), el deseo tras del cual estamos direccionados, y que no es más que el abrazo del organismo, del cuerpo entero, instancia originaria y principial que nos aparece como el mundo.

Así –es posible– una radical reconfiguración de la propia identidad. El reconocimiento de un yo neuroquímico (que con el lenguaje del romanticismo Schopenhauer denominaría ‘magnetismo’ y que según Sloterdijk sería la herencia del “mesmerismo”75 a la teoría del psicoanálisis, constituyéndose en uno de los secretos bizarros de Freud76; y que para Varela77 y Jean – Luc Nancy obedece a un proceso de “encarnación” de nuestra identidad
donde devenimos sujetos “somáticos”.78

74 CIORAN, E. M., Breviario de Podredumbre, Madrid , Ed. Santillana, 1997, p. 214
75 VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, “Sloterdijk; Secretos bizarros de Freud, discretas obsesiones telecomunicativas y primeras formaciones de psicología profunda europea”, En NÓMADAS, Revista Crítica de Ciencias Sociales y
Jurídicas – Universidad Complutense de Madrid, NÓMADAS. 31 | Julio-Diciembre.2011 (I), pp. 339 – 368 http://www.ucm.es/info/nomadas/31/adolfovasquezrocca_2.pdf
76 Ibid.
77 VARELA Francisco, Ética y Acción. Santiago, Dolmen, 1996
78 VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, “Ontología del cuerpo y estética de la enfermedad en Jean–Luc Nancy; de la téchne de los cuerpos a la apostasía de los órganos”, En EIKASIA, Revista de Filosofía, Nº 44 – Mayo 2012- ISSN 1885-5679 – Oviedo, España, pp. 59-84.
http://www.revistadefilosofia.com/44-04.pdf
79 GUATTARI, Felix, Producción de subjetividades, Caosmosis. Buenos Aires,. Manantial. 1992
80 VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, “Ontología del cuerpo y estética de la enfermedad en Jean–Luc Nancy; de la téchne de los cuerpos a la apostasía de los órganos”, En EIKASIA, Revista de Filosofía, Nº 44 – Mayo
2012- ISSN 1885-5679 – SAF, Sociedad Asturiana de Filosofía, Oviedo, España, pp. 59-84.

Autores como J. L. Nancy han desarrollado una filosofía del cuerpo en la cual se trastoca la interpretación generalmente aceptada en torno al lugar (subordinado) del cuerpo en la constitución del sujeto moderno, para emplazar una nueva antropología, según la cual “no es que tengamos un cuerpo, sino que somos un cuerpo”. De este modo, con el nuevo estatuto ontológico y epistémico del cuerpo, no sólo se conforman nuevas formas de subjetividad79, sino también una “nueva carne”.80

Así en las fronteras entre lo natural y lo artificial surge la posibilidad de pensar en un cuerpo cuyos órganos se hayan emancipado, en lo que Deleuze y
Guattari llamarían el Cuerpo sin órganos.81

El sujeto no es más que esa intimidad dislocada respecto de sí que es alteridad radical, Novum Organum, espectral e ilocalizable. Los cambios en el cuerpo, como se demuestra en fenómenos clínicos de miembro fantasma, pueden asimismo alterar la experiencia de lo que consideramos como nuestra mente, y de los límites que contienen nuestro yo.

Generalmente se ha dado por hecho que nuestro “Self”82 está anclado a un cuerpo único que permanece estable y permanente hasta la muerte. La preocupación por el cuerpo es así una clave hermenéutica para leer el momento posthumano. El tema del cuerpo nos traslada a posiciones filosóficas, artísticas, científicas y tecnológicas halladas donde intentan predominar intereses coligados a la nueva industria de la ingeniería genética y las prácticas biotecnológicas a ella asociadas. El uso y abuso de la
imagen del cuerpo en la publicidad, el arte, la prensa y el cine, aumenta el desvelo ante un cuerpo humano que sabe su constante reestructuración y rehechura, escindido entre lo natural y lo artificial.83

81 DELEUZE, Gilles y GUATTARI. Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia: Lo liso y lo estriado. Valencia: Pretextos, 2008.
82 BLUM, Harold, dice que los conceptos referentes al Self varían tremendamente, comprendiendo diferentes marcos de referencia y distintos niveles de discurso. Varían desde un modo de expresión coloquial-fenoménico
(como cuando uno habla de ‘la conciencia de uno mismo’) hasta construcciones metapsicológicas muy abstractas.
83 VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, “En torno al diseño de lo humano en Sloterdijk: De la ontotecnología a las fuentes filosóficas del posthumanismo”, En La lámpara de Diógenes, Revista de Filosofía, BUAP, Año 13,
Números 24 y 25, Vol. 13 – enero-junio – julio-diciembre 2012-2013, pp. 127 – 140 http://www.ldiogenes.buap.mx/revistas/24/127.pdf
84 VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, “Peter Sloterdijk: Experimentos con uno mismo, ensayos de intoxicación
voluntaria y constitución psico-inmunitaria de la naturaleza humana”, En EIKASIA, Revista de la Sociedad Asturiana de Filosofía SAF, Nº 49 – Mayo 2013 – ISSN 1885-5679 – Oviedo, España, pp. 47-76
http://www.revistadefilosofia.com/49-02.pdf

El cuerpo pierde así sus dimensiones, su capacidad representativa para acoplarse indiferenciadamente con nuevas máquinas y nuevas sustancias (psicotrópicas) transformándose en un híbrido biológico-químico. Este proceso de “encarnación” de nuestra identidad ha de determinar que cualquier
exploración psico-biológica que queramos llevar a cabo debe estar orientada en una dirección similar a los Experimentos con uno mismo84, una suerte de tratado de intoxicación voluntaria dentro de un programa general encaminado a la experimentación con el propio cuerpo, método inspirado en la medicina romántica, y aquí donde se origina una ambiciosa semiótica de la medicación farmacológica, no sólo del endomorfinismo de la especulación, sino también de mecanismos endocrinos o quimioéticos, donde Sloterdijk da cuenta de una
micropolítica de la subjetividad. El cuerpo, como se ve, está deviniendo el lugar privilegiado para experimentar con uno mismo.

El dominio sobre el genoma humano, la codificación de la conducta, la asociación de ciertas secuencias con dominios funcionales ya identificados, el desarrollo de las máquinas inteligentes; las biotecnologías y la puesta en operación de las fuerzas de la vida, trazan una nueva cartografía de los biopoderes. Estas estrategias ponen en discusión las formas mismas de la vida dando lugar, a su vez, a una nueva ética del cuerpo, que pone un énfasis especial en administrar los impulsos, sobre todo cuando estaban relacionados con la fecundación y la descendencia. He aquí “el nacimiento del biopoder moderno como condición de posibilidad de los racismos tardo modernos”.85

Sloterdijk, por su parte, entiende al hombre como una deriva biotecnológica asubjetiva que vive hoy –con el desarrollo de la inteligencia artificial y el descubrimiento del genoma humano- un momento decisivo en términos de política de la especie. De un yo psicológico a un yo neuroquímico, a una radical reconfiguración de la propia identidad. La construcción de estos nuevos yos neuroquímicos obedece a un proceso de “encarnación” de nuestra identidad donde devenimos sujetos “somáticos”.

¿ Qué ocurre cuando es el yo es el que se encuentra sujeto a transformaciones por parte de la tecnología médica, cuando la cognición, la emoción, la volición, el estado de ánimo se abren a la intervención?86 Los seres humanos siempre se han trabajado a sí mismos, para mejorarse. Esto no es nuevo,
en cada época aparece de manera específica. Este trabajo tiene que ver, evidentemente, en la manera como los humanos nos vemos a nosotros mismos y cómo nos queremos ver.

85 DÍAZ, Esther, “Filosofía de los saberes. Ciencia, amor, y muerte”, Revista Argentina de Sociología (Argentina) Num.15-16 Vol.8-9, 2011
86 ROCA JUSME, Luis, “El Yo neuroquímico”, entrada del 20 de enero de 2015, en “Biopolítica y Filosofía” / y “Materiales para pensar” Blogspot En referencia a: ROSE, Nikolas. (2012). Políticas de la vida …,

En la primera mitad del siglo XX y en las sociedades liberales avanzadas, los ciudadanos se veían a sí mismos desde una creencia psicologista: con un espacio interior profundo sobre el que trabajar. Manifestación de ello fueron la proliferación de terapias, de test psicológicos, de literatura psicológica. Lo que se ha llamado el desarrollo progresivo de las técnicas “Psi”. Pero a partir de los años 60 va apareciendo otra tendencia, que es la de pasar de ciudadanos
psicológicos a ciudadanos somáticos, es decir, biológicos. O dicho de otra manera, de un yo mental a un yo cerebral.87
Durante la segunda mitad del siglo XX los psiquiatras han trazado las bases neurológicas y neuroquímicas de la vida mental y sobre este mapa se ha constituido el nuevo yo, que no es un yo mental sino un yo cerebral y un yo cerebral quiere decir un yo neuroquímico. Los cerebros son órganos físicos con sustancias químicas y unas determinadas funciones.

Existen drogas, como los psicofármacos, que pueden sustituir funciones cerebrales, estimularlas o inhibirlas. Hay sistemas modélicos experimentales para investigar : cerebros humanos, cultivos de células in vitro similares a las neuronas, cerebros animales… hay también técnicas de investigación: ensayos químicos de fluidos corporales, electroencefalogramas, técnicas de imágenes cerebrales.

Hay diagnósticos sobre trastornos de estados de ánimo, emociones, cognición o voluntad que pueden ser tratadas farmacológicamente. El régimen de verdad es la experimentación. El espacio mental no es ahora una caja negra de la que no podemos saber nada, como decían los conductistas, es que sencillamente la mente es el cerebro. Mejor dicho: lo que llamamos mente es el conjunto de actividades y procesos que realiza el cerebro. Los trastornos funcionales son, finalmente, trastornos orgánicos.88

Pero todo este razonamiento científico y comercial debe conjugarse con el pensamiento neoliberal, que entiende que el sujeto debe y puede decidir lo que quiere, no está sometido a un destino biológico. Las investigaciones en epigenética plantean que ni tan solo la genética es determinista.
87 ROSE, Nikolas. (2012). Políticas de la vida. Biomedicina, poder y subjetividad en el siglo XXI. La Plata: UNIPE, Editorial Universitaria.
88 Ibid

Ya no se trata solamente de decidir que tratamiento recibir para un trastorno
sino también de identificar susceptibilidades genéticas en individuos asintomáticos. Pero los psicofármacos juegan un papel ambivalente.89 Sirvieron en su momento para que los considerados enfermos mentales abandonasen los hospitales psiquiátricos y puedan vivir en comunidad. También se plantean cada vez más no en un sentido disciplinario
normalizante sino como una manera de ajustar la propia conducta. Las consideraciones anteriores dan cuenta de los efectos que tiene la nueva “política de la vida” o bio-política sobre los procesos de subjetivación; una “biopolítica de la población”, más centrada en el cuerpo-especie, donde han predominado más las tecnologías reguladoras y aseguradoras.
Por primera vez, subraya Foucault, la vida, lo biológico, pasa a reflejarse en lo político. Si durante siglos se pensó, con Aristóteles, que el hombre era un animal viviente que, además, como característica propia, era capaz de llevar a cabo una existencia política, “el hombre moderno –declara Foucault– es un animal en cuya política está puesta en entredicho su vida de ser viviente”.90

Hechos como la aparición de la neuroética nos estarían mostrando hasta qué punto se están modificando las tecnologías de subjetivación, unas tecnologías que nos están convirtiendo en “individuos somáticos”. Nuestros juicios y actuaciones están cada vez más mediatizados por el lenguaje de la biomedicina. Es posible hablar de la transición de un “yo psicológico” a un
“yo neuroquímico”, de una nueva forma de comprensión de la propia identidad –que evidentemente influye, no sólo en lo que pensamos de nosotros mismos, sino también en nuestra práctica cotidiana–, en la cual se destaca que somos un cuerpo y un cerebro.

89 A mediados de los años 90 se da un cambio importante en el pensamiento y la práctica psiquiátrica. Se trata de un estilo de razonar que considera que todos los trastornos mentales pasan por el cerebro y su funcionamiento molecular, neuroquímico. Los elementos biográficos se tienen en cuenta pero entendiendo que sus efectos dependen de las características de cada cerebro. Se da un cambio en la consideración económica de los que
padecen trastornos mentales. Si antes se les consideraba una carga social hoy se ve como una oportunidad para la inversión y el beneficio. Se teje aquí una gran alianza entre el gran capital farmacéutico, la salud pública y el
reclamo para los accionistas privados.
90 FOUCAULT, M., Historia de la sexualidad. La voluntad de saber, 17 a edición, México, Siglo XXI, p. 173.

Este proceso de “encarnación” de nuestra identidad provoca que cualquier reconstrucción personal que queramos llevar a cabo, se supone que debe realizarse a través de nuestro propio cuerpo. El cuerpo está deviniendo el lugar privilegiado para experimentar con uno mismo. Pensemos, por ejemplo, en los discursos sobre la dieta o el ejercicio físico, en los piercings, los tatuajes o la cirugía estética.

A inicios de la década del ’70, la idea de un espacio psicológico interior, que había sido el centro de nuestra forma e autocomprensión, se estaría desdibujando. Hoy ya no se habla tanto de traumas y neurosis asociados a la biografía peculiar de cada cual, sino más bien de problemas relacionados con algún desequilibrio bioquímico existente en el cerebro, o de ciertas predisposiciones genéticas. Multitud de fenómenos de la vida humana –desde la ansiedad y la depresión, pasando por los cambios de humos relacionados con el ciclo menstrual, hasta los déficits de atención de ciertos niños–, son interpretados como desequilibrios bioquímicos tratables a través de drogas capaces de reajustarlos.

Esta recodificación del yo no sólo está influyendo en la psiquiatría, sino que está teniendo incidencia también en ámbitos tan diversos como el mundo laboral, el deporte, la escuela o la prisión. Se puede hablar de “sociedades psicofarmacológicas” porque se está convirtiendo en rutinario el hecho de pretender transformar nuestra capacidades subjetivas a través de drogas.

La aparición de nuevos “expertos somáticos”. El gobierno de estos nuevos yos
neuroquímicos no proviene principalmente de los políticos o de tipo de profesionales que predominaron en la sociedad del bienestar (trabajadores sociales, educadores, terapeutas), sino que la biopolítica, en la actualidad, depende, en buena parte, del trabajo constante y minucioso de los laboratorios; del complejo poder informático necesario para llevar a cabo
digitalizaciones de las funciones cerebrales o para establecer relaciones entre historia clínicas y genealogías familiares, con determinadas secuencias genéticas; y, evidentemente, de la búsqueda de ganancias que estas nuevas formas de conocimiento prometen.

Es en este tipo de prácticas donde debemos buscar la emergencia de nuevas formar de autoridad. Agenciamientos de poder clínico, con una nueva generación de profesionales médicos: los genetistas, los neurobiólogos, los neurocientíficos, los gerontólogos, los expertos en bioética (y biopolítica), los dietistas, los expertos en reproducción, sexualidad, y control de la
natalidad, y en aquel, difuso y amplio ámbito, que denominamos “salud mental”, y que presenta rasgos similares al “poder pastoral”91 (de un claro eco heideggeriano).

91 VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, “Sloterdijk y Heidegger: Normas para el Parque Zoológico-Temático Humano,
Culturas Post-Humanísticas y Capitalismo Cárnico Contemporáneo”, En NÓMADAS, Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas – Universidad Complutense de Madrid UCM,, NÓMADAS. 32 – Julio-Diciembre.
2011 (II), pp. [102-125]

Marx y la globalización

MARX Y LA GLOBALIZACION Cuadernos del Ateneo
Ciro Mesa Moreno

El proceso para el que actualmente se utiliza la palabra “globalización” fue un tema central del materialismo histórico. Marx consideraba que la constitución del mercado mundial y la expansión del capitalismo hasta convertirse en un sistema universal era una tendencia inmanente del capital. Su argumento se basaba en la tesis de que lo que denomina “trabajo objetivado” (mercancías, dinero, medios de producción) sólo puede reproducirse como capital si se amplía de forma constante el círculo de la producción y el intercambio capitalista.

La propia subsistencia del capital depende de su expansión constante. El capitalismo, piensa Marx, tiene que tender por su propia dinámica a mundializarse. Y puede conseguirlo. La enorme capacidad que genera para producir mercancías a bajo coste actúa así se formula gráficamente en el Manifiesto como la artillería pesada con que “demuele todas las murallas chinas y los prejuicios locales”.

Adoptar ese modo de producción se convierte en cuestión de supervivencia, y ante su fuerza civilizatoria todas las peculiaridades culturales o nacionales deben hacerse funcionales con el capital o desaparecer. El capitalismo, según Marx, está llamado a constituirse como civilización universal que troquela el mundo a su imagen y semejanza.

En ese marco general, los escritos económicos de madurez de Marx, especialmente los Grundrisse y El Capital, analizan en detalle la mundialización del capitalismo y las contradicciones inherentes a ese proceso con la perspectiva de la teoría de valor, la explotación y la reproducción ampliada.

Para lo que sigue tomaré como base un pasaje de los Grundrisse en que Marx expone de forma concentrada su posición al respecto y cuya lectura me parece muy recomendable. El pasaje en cuestión puede encontrarse en español en la traducción de Scaron para “Siglo XXI”, tomo 1, pp: 359-362, así como en la OME, 2 1, pp: 357-360, y en la Antología de textos de Marx realizada por Jacobo Muñoz para Península, pp: 365-368.

Una peculiaridad fundamental que encuentra Marx en el capitalismo es la imbricación mutua en que sitúa la producción, intercambio y consumo como momentos de un proceso continuo. El capital es pensado como una relación social que se manifiesta bajo diferentes ropajes y máscaras sociales, pero cuya valorización y reproducción domina la totalidad del proceso productivo social. La finalidad de la producción capitalista es la obtención de beneficios, cuya fuente fundamental no sería otra que la plusvalía incorporada a las mercancías en el proceso productivo. Pero ésta sólo puede realizarse efectivamente y acumularse a través del intercambio.

Además, como el incremento del capital inicial que supone la plusvalía realizada debe entre otras cosas, por la ley de la competencia ponerse de nuevo en acción como capital, este movimiento perpetuo obliga a una ampliación constante de la esfera de la circulación. Esa es para Marx “ una condición fundamental de la producción fundada en el capital”, condición que explicaría la tendencia del capital a propagar el modo capitalista de producción y a crear el mercado mundial.

La dinámica del desarrollo capitalista, pues, liquida progresivamente la producción orientada hacia valores de USO directos, crea más plustrabajo y puntos en los que pueda ser intercambiado, acorta el tiempo de la circulación y domina el espacio por el tiempo. Este proceso conduce a una internacionalización del sistema capitalista, pero también a una constante intensificación del sometimiento social a la forma capitalista de producir, intercambiar y consumir. La marcha avasalladora del capital a la conquista del mercado mundial es al mismo tiempo la mercantilización general del mundo.

La tendencia a la universalidad del intercambio no es en Marx sólo una representación geográfica y externa, sino también social y subjetiva; no sólo extensiva, sino también intensiva: la elevación de la ley de valorización del capital a principio regulador de todas las relaciones entre los individuos y de estos con el medio. Este me parece uno de los aspectos más interesante de la contribución de Marx al problema de la globalización.

La contradicción fundamental que encontrará en ese proceso no será tanto la uniformización de las culturas, la así denominada “macdonalización” que tanto parece preocupar hoy, sino la elevación del capital a poder absoluto que domina el vínculo social y la vida de los individuos, la “subsunción real” de estos bajo el capital de la que dicha uniformización cultural sería un aspecto más.

Una aplicación clave de la tesis marxiana de la globalización intensiva del capital lo constituye su análisis del consumo y del sistema de las necesidades, análisis que apunta a fenómenos que se han manifestado en toda su amplitud en el mundo actual como, por ejemplo, la constitución de una burguesía planetaria definida por el consumo de determinados objetos-símbolos diferenciadores e igualadores a la vez. Una consecuencia natural de la marcha hacia el mercado mundial será, según Marx, la extensión del círculo del consumo.

Anoto al margen que ésta es precisamente una fuente esencial de la contradictoriedad que Marx cree intrínseca al capitalismo: su desarrollo requiere una expansión constante del consumo, mientras que las condiciones de la reproducción del capital exigen el abaratamiento del trabajo y la limitación del consumo, lo que produce desajustes constantes entre la escala de la producción y la del consumo.

Haciendo abstracción de esa contradicción, el desarrollo de la producción y el intercambio debe traducirse en una ampliación del consumo, ampliación que según Marx produce el capitalismo por tres vías complementarias. Primero, aumentando cuantitativamente el consumo existente, esto es, que los mismos consuman más de lo mismo.

Segundo, difundiendo ese consumo entre círculos más amplios. Tercero,creando nuevas necesidades y valores de uso, esto es, diferenciando la producción, abriendo nuevos sectores capaces de crear y satisfacer nuevas demandas. Llamo la atención sobre este último paso, que me parece decisivo.

Así como la producción tradicional define cuantitativa y cualitativamente valores de uso y unas necesidades supuestamente naturales, externas al sistema productivo social, que debe amoldarse a ellas, el capital desenmascara la supuesta objetividad natural de esa base, haciendo condición de su autorreproducción la búsqueda constante de nuevos valores de uso y la configuración de las necesidades del consumidor.

Por este camino el capital se ve lanzado a una conquista global tanto de la naturaleza externa como interna. La naturaleza entera es escudriñada con toda la “astucia” la palabra es de Marx técnica de la ciencia para descubrir posibles valores de uso comercializables; el individuo es socialmente producido como demandante diferenciado e insaciable.

Así, concluye Marx, “ la producción basada en el capital crea por una parte la industria universal, por otra un sistema de explotación general de la propiedades naturales y humanas, un sistema de utilidad general… fuera del cual nada se presenta como superior-en-sí o justificado para-sí mismo. El capital crea así la sociedad burguesa y la apropiación universal tanto de la naturaleza como de la relación social misma… Hence the great civiling influence of capital; su producción de un nivel de la sociedad frente al que todos los anteriores aparecen como desarrollos meramente locales de la humanidad”.

Así pues, el plano en que Marx sitúa ahora la cuestión de la globalización no es, como parece sugerir el Manifiesto, el de la conquista del dominio universal en la que el capital actúa como mero instrumento de la burguesía occidental en su poder planetario. Los escritos económicos de madurez verán como agente de ese proceso al capital mismo, que somete el conjunto de las fuerzas naturales y espirituales a la explotación y el intercambio, que produce su propia forma de humanidad.

Marx valorará la globalización de forma ambivalente. Por un lado, ve en ese proceso la depredación universal del medio natural y humano. Por otro, una condición necesaria para la emancipación. Sin olvidar el martirologio de los productores ni las contradicciones que acarrea, interpreta la universalidad que produce con esquemas afirmativos heredados del idealismo alemán, esquemas que dan un sentido finalmente positivo a aquella depredación.

Ese elemento afirmativo puede percibirse, por ejemplo, escuchando la música triunfal que acompaña en el Manifiesto la conquista del mercado mundial por la gran industria, un proceso que, por otro lado, como nos recuerda El Capital, hace coagular las capacidades subjetivas en máquinas cuyo poder como capital blanquea de osamentas humanas las llanuras de la India. El juicio en último término positivo de Marx se basa en que no encuentra motivos, con razón, para preferir las formas de dominio tradicionales arrasadas por el capital.

Pero, sobre todo, en la creencia de que el máximo desarro¬llo de las fuerzas productivas a que conduce hará posible que los individuos se constituyan como sujetos conscientes del proceso social. En ello reside la “esencia positiva” que Marx concede al capital. Creía que la universalidad a la que
tiende llevaría a la humanidad más allá del capitalismo. En una línea argumental que ha retomado recientemente T. Negri, pensaba que la universalización de las capacidades y relaciones individuales produciría una globalización de la comunicación y una apropiación colectiva del saber capaz
de transformar las relaciones sociales.

Esa perspectiva se fundaba en una confianza inconmovi¬ble en la racionalidad humana y en el valor de uso intrínse¬co de la ciencia y el conocimiento. A la luz de las experiencias de este siglo y de la marcha actual del mundo, tenemos motivos para pensar que esa confianza no estaba justifica¬da.

Uno se siente tentado a ver en el momento afirmativo de Marx un resto del optimismo desalmado (desalmado por que termina dando un sentido positivo a una historia mar¬cada por el sufrimiento indecible de sus víctimas) que Scho¬penhauer achacara a Hegel. En el contexto actual, cuando el discurso dominante ha convertido la palabra “globaliza¬ción” en acto perlocucionario y coartada, habría que tomar de Marx en primer lugar, no la confianza de que la mundia¬lización del capital desembocará en el socialismo, sino la constatación crítica de que esa mundialización consiste esencialmente en la expansión del material humano explotado.

Aunque, por otro lado y a pesar de que el momento afir¬mativo y utópico del materialismo histórico no me parece lo mejor de su herencia para este momento, tal vez pueda tener aún sentido recordar el objetivo que contenía. Si no como fin teleológico, sí al menos como negación y contraimagen de una situación en la que el así denominado “mer¬cado”, elevado por el poder teletécnico a razón objetiva, es experimentado impotentemente por los individuos como una fatalidad.

Marx y las atrocidades de John Bull

Marx y las atrocidades de John Bull

Por José Pablo Feinmann

Se equivocan los fundamentalistas de Marx cuando buscan defenderlo de sus escritos sobre la cuestión colonial. No es atrapando algún texto tardío, alguna carta (la ya transitada largamente a Vera Zassoulitch) o algún secreto comentario a Engels (del que todos, desde luego, carecemos) como se lo va redimir de sus líneas despiadadas sobre Bolívar, de La dominación británica en la India o de la aprobación de la conquista de México por parte de Estados Unidos. Marx siempre fue un admirador de la burguesía británica. El Manifiesto es un canto a su poder histórico-revolucionario. Y no porque el Manifiesto sea un texto “temprano” superado por la madurez de El Capital. Falso. En su obra cumbre Marx cita con todo orgullo páginas del Manifiesto, algo que no haría si en verdad hubiera renegado de ese texto brillante. Sucede otra cosa. El hombre del British Museum nunca dejó atrás la dialéctica hegeliana. Darla vuelta –según esa célebre imagen– no es hacer eso. Cabeza arriba o cabeza abajo, Hegel sigue siendo Hegel. Marx, por si fuera poco, no reniega de su gran maestro. Si se lee el “Epílogo” a la segunda edición de El Capital se verá que reitera su entusiasmo por él. Que frente a aquellos que lo declaran un “perro muerto” se declaró –en tanto preparaba el primer tomo de El Capital– “discípulo de aquel gran pensador”. Aquí reside la cuestión. Si el momento negativo, si el momento de destrucción de las antiguas formas históricas, lo encarna (dialécticamente) la burguesía, ¿cómo no aprobar todas sus aventuras expansionistas? Luego vendría el proletariado y –al arreglar cuentas con John Bull– habría de establecer la sociedad socialista. Esto es así y ponerse a discutirlo, a refutarlo con los apuntes tardíos y mínimos sobre la comuna rural rusa es casi patético. Marx, sin embargo, fue un severo crítico de las atrocidades del colonialismo. Aquí es donde está su defensa. Marx no es Rudyard Kipling. No ve en la tarea de John Bull “la pesada carga del hombre blanco”. Ve rapiña, ve violencia e innecesaria, barbárica, crueldad. El “Epílogo” que hemos mencionado es de 1873. Marx habría de morir diez años más tarde.

Vamos a los textos en que el imprescindible cabezón barbado se indigna y denuncia los ultrajes imperiales. (Nota: En uno de ellos –Historia del tráfico del opio– establece una frase-concepto impecable, de excepcional actualidad: “Siempre que observamos de cerca la naturaleza de la libertad de comercio británica, hallamos, casi generalmente, que en la base de su ‘libertad’ está el monopolio”, New York Daily Tribune,

N° 5438, 25/11/1858. El “corpus” de los escritos de Marx sobre el colonialismo son los formidables artículos que escribió para este diario desde inicios de la década del ’50 hasta 1861. Fueron escritos en inglés y expresan la casi totalidad de su pensamiento y también el de Engels. Es uno de los más extraordinarios ejemplos de periodismo reflexivo.) No vamos a citar nada de los conocidos La dominación británica en la India y Futuros resultados de la dominación británica en la India porque los comisarios políticos encargados de defender la infalibilidad de Marx dicen que todo se reduce a esos dos “malos momentos” del filósofo. Además nuestro trabajo –aquí– no es analizar críticamente el apoyo de Marx a las empresas del colonialismo, sino sus denuncias a las atrocidades que han conllevado. Por ejemplo, su artículo de abril de 1857 se titula Las crueldades inglesas en China. Escribe Marx: “Hace pocos años, cuando se denunció en el Parlamento el espantoso sistema de torturas en Irak…” No, en la India. Vamos de nuevo: “Hace pocos años, cuando se denunció en el Parlamento el espantoso sistema de torturas en la India, sir James How, uno de los directores de la Muy Honorable Compañía de las Indias Orientales, aseguró con audacia que las afirmaciones que se habían hecho eran infundadas. Sin embargo, una investigación posterior comprobó que se basaban en hechos que los directores habrían debido conocer muy bien, y a sir James sólo le quedaba confesarse de ‘ignorancia voluntaria’ o ‘conocimiento criminal’ de los horribles cargos hechos contra la compañía”. Más adelante: “¡Cuán silenciosa está la prensa de Inglaterra en lo referente a las injuriosas violaciones al tratado diariamente practicadas por extranjeros que viven en China bajo protección británica! Nada se nos dice del ilícito tráfico de opio que todos los años alimenta al Tesoro británico a expensas de la vida y la moral humanas (…) Nada oímos de los daños infligidos ‘incluso hasta matar’ a emigrantes extraviados y esclavizados”. ¿Por qué nada se dice de esto? Marx ofrece su respuesta: “En primer lugar, porque la mayoría de la gente que está fuera de China se preocupa poco de la situación moral y social de ese país; y segundo porque forma parte de la política y la prudencia no agitar asuntos que no reportan beneficio pecuniario alguno. Por lo tanto, el pueblo inglés que en su patria no mira más allá del almacén donde compra su té está dispuesto a tragarse todas estas falsedades que el ministerio y la prensa eligen para meterle en la boca al público” (New York Daily Tribune, marzo 22 de 1857, destacado nuestro. Esto es lo que ha perdido la filosofía. Esto le han quitado los filósofos desde que eliminaron al sujeto para entrar en la crítica a la modernidad de Heidegger que requiere eliminar al ente antropológico y abrirse al “llamado del ser”. Claro que Marx está de moda. Pero no porque tenga la “solución” para el desastre al que el neoliberalismo condujo al mundo, sino porque expresa el genuino impulso de la denuncia, de la defensa del hombre, de la praxis, del sujeto. Porque hoy ningún filósofo “académico” escribiría estos textos. Para escribirlos que hay animarse a estar fuera de la “academia”. Si se quiere conservar un puesto y un sueldo, la condena es el silencio o el enmascaramiento detrás de cualquier variante de las filosofías del lenguaje o de los ampulosos hermetismos del pastor del ser. No en vano Sartre está proscripto. Fue él quien recuperó –en el siglo XX– la tarea de hacer “más ignominiosa la ignominia” que Marx señaló.)

No se trata aquí –y lo hemos dicho– de condenar al Marx que apoyó dialécticamente la empresa colonial. Ya lo hemos hecho y desde hace muchos años. La “necesariedad dialéctica” lo extravió tanto como para transcribir ese poema de Goethe: “¿Quién lamenta los estragos/ Si los frutos son placeres/ ¿No aplastó a miles de seres?/ Tamerlán en su reinado?” (25 de junio de 1853). Aquí, Marx coincide con Sarmiento y Mitre, no en vano el marxismo argentino –que copia mecánicamente al maestro– ha ofrecido una versión de nuestra historia paralela a la oficial. Alguna vez –aun– escribiremos un trabajo sobre la coincidencias y disidencias entre Facundo y El Capital. Ahí se halla el secreto de la impotencia histórica de nuestra izquierda. Hoy nuestro tema es otro. Marx –pese a justificarlos dialécticamente– nunca aceptó los estragos del orden colonial, nunca sus frutos le entregaron placeres, a ningún pueblo le deseó un Tamerlán. Desde su humanismo crítico (Marx nunca dejó de ser un humanista, un defensor de la dignidad de los pueblos, un enemigo de los ultrajes, de las vejaciones; ignoramos qué suerte hubiera corrido bajo las revoluciones que en el siglo XX se hicieron en su nombre, pero lo imaginamos en Siberia o en el exilio o muerto antes que junto a Stalin), el genial filósofo defiende a los “semibárbaros” de China o India y no a los “civilizados” del Foreign Office: “Mientras los semibárbaros defendían el principio de la moralidad, los civilizados le oponían el principio del lucro (…) que semejante Imperio deba ser al cabo alcanzado por el destino con motivo de un duelo a muerte, en el cual los representantes del mundo antiguo se muestran movidos por razones éticas, mientras que los representantes de la abrumadora sociedad moderna luchan por el privilegio de comprar en los mercados más baratos y vender en los más caros: ello, por cierto, es una especie de copla trágica, más extraña de lo que poeta alguno se haya atrevido jamás a imaginar” (31 de agosto de 1858). Y vamos a concluir con uno de los más cristalinos, lúcidos pasajes de este crítico feroz de las atrocidades del colonialismo. Se refiere, aquí, a John Bull, ese sólido personaje en que Inglaterra se ve a sí misma. Y dice: “Según su oráculo de la Printing-House Square (ingenioso modo de referirse a The Times, cuya oficina principal estaba en esa plaza de Londres, JPF), se apodera (John Bull) de colonias con el solo fin de educarlas en los principios de la libertad pública; pero si nos atenemos a los hechos, las islas Jónicas, como la India e Irlanda, sólo demuestran que, para ser libre en su casa, John Bull debe esclavizar a los pueblos que están fuera de las fronteras de su Estado” (17/12/1858).

Cuidado: ahora los tenemos muy cerca. John Bull (que está hundido hasta los codos en la lógica de la Guerra Global y la Guerra contra el Terror y la Guerra Preventiva de su socio del norte de América) golpea, de mal modo, a nuestras puertas. Trae un destroyer que mete miedo, un submarino nuclear y al patético y desdichadamente bien conocido “principito”. Porque son un Imperio monárquico. Un Imperio Real. Son los mismos de siempre. Nada ha cambiado. Sus amigos internos también. Son los que –con su poderosa ayuda– hicieron (no “mal o bien” según dicen; sino mal, decididamente mal) este país.

La colonización de la subjetividad

La colonización de la subjetividad
Por José Pablo Feinmann

Será preciso (como “precisión” y como “necesariedad”) largar con el ejemplo de los taxistas. Muchos toman taxis en Buenos Aires. Durante algún tiempo creían recibir ahí (como servicio “extra”) cierta información sobre “lo que la gente piensa”. El taxi, caja de resonancias, le daba al taxista la envidiable condición de ser un portador de lo que “se dice”; no “la voz del pueblo”, pero, al menos, la voz de todos aquellos argentimedios capaces de pagarse un viaje en taxi.

Esto era posible porque el taxista decía lo que hablaba con sus pasajeros. Cierto clima de “opinión general” recibía uno y, a veces, lo creía, a veces no. Esto ya no es así. El poder comunicacional colonizó la subjetividad de los taxistas. Ahora, todos o casi todos, comunican al pasajero “sus” opiniones en lugar de comentarle lo que “se dice”.

Esta locuacidad tachera, este embanderamiento casi militante, surgió con una de las tantas maniobras del menemismo: se apoderaron de una radio de enorme potencia y (en este mundo comunicacional) lo que importa es más “oír” que “qué oír”. Así que los taxistas, abrumadoramente, escuchan esa radio que se ha calificado a sí misma con el más alto de los puntajes, diez.

El viaje en taxi, por consiguiente, se ha vuelto terriblemente aburrido. Uno sube, dice buenas tardes o buenas días o lo que sea y el taxista empieza a hablar. No bien dice las dos primeras palabras, uno ya sabe todas las otras que va a decir. No es él el que habla, es Radio Diez. El hombre cree que expresa sus ideas, pero expresa las ideas de otros.

Cree que habla un lenguaje, pero es otro lenguaje (o, digamos, el lenguaje de Otro) el que habla por él. Uno puede tomar esto como un juego y preguntar cosas puntuales, acaso muy precisas. La respuesta será la que uno ya sabe. No habla el taxista, habla el señor Hadad. No habla el señor Hadad, habla el señor Menem. No habla el señor Menem, hablan sus poderosos aliados y financistas. Un triunfo del poder comunicacional.

Han logrado que este servidor público se torne más locuaz que nunca y, además, exprese ahora, militantemente, “sus” propias ideas, ya que el triunfo del poder comunicacional ha consistido en hacerle creer que aquello que dice es lo que él dice, que las ideas que expresa son “sus” ideas, que su subjetividad le pertenece y hasta se encuentra habitada por convicciones fuertes, las más fuertes que tuvo en su vida.

No habla, es hablado. No tiene subjetividad, se la han colonizado, se la expropiaron y le pusieron otra que habla por él. Sin embargo, él se cree más libre que nunca y hasta tiene convicciones que le permiten pedir la muerte o la expulsión social de los “indeseables”: piqueteros, delincuentes, inmigrantes latinoamericanos.

No sería grave si esto les pasara sólo a los taxistas. Le pasa a “todo el mundo”. Es el nuevo proyecto de dominación mundial: colonizar las conciencias, someter la subjetividad. Hay quienes permanecen instalados en gravísimos problemas teóricos, que se expresan luego en problemas políticos y organizativos. Hay quienes dicen que a partir de la caída del Muro de Berlín se inicia una etapa “posrrevolucionaria”, también dicen “posmarxista”. Grave error.

Cierto arcaico “marxismo” no termina de entender eso que dijo Marx de la burguesía: que era una clase revolucionaria. A partir de 1989 lo que se consolida es una “revolución”. Una “revolución capitalista”. Otra más, tan trascendente como la francesa. Es la “revolución comunicacional”. Con ella, el capitalismo enterrará al proletariado (que era, según se sabe, el llamado a enterrarla por la dialéctica de la historia) y enterrará, tal vez, al entero mundo.

“Este, sin embargo, el viejo tema marxiano del Mago destructor burgués, no es (aquí) el nuestro. Nuestro tema se enuncia así: hubo una revolución, la hizo el capitalismo, se expande por el todo el planeta, arrasadoramente, aplana y conquista y manipula y coloniza las subjetividades. Es la revolución comunicacional.

Radica en eliminar de la Tierra la capacidad de negación, de diferenciación. En consolidar el Todo imperial. La globalización del tercer milenio. En encadenar, no ya los cuerpos sino los sujetos. Sujetar los sujetos. Sus principales armas no son tanques, ni misiles, ni neutrones. Es la televisión. Es el cine. Es el periodismo. Los magazines. Las radios. Los canales de cable.

Y, formidablemente, Internet, donde algunos creyeron, muy ingenuamente o con decidida mala fe, que iba a instalarse la “sociedad transparente” que pregonaba Gianni Vattimo a comienzos de los noventa, fines de los ochenta. Internet es, hoy, el reino de la mercancía basura, de la mercancía idiotizante, de la compra-venta compulsiva y del sexo-mercancía, del sexo pornográfico. Cada vez lo es más (la rapidez de estos tiempos es la característica y, también, la degradación de la temporalidad) y cada vez lo será más obscenamente.

El tema del sometimiento de la subjetividad ha tenido venerables y hondísimos tratamientos en la filosofía. En un mail del mes de noviembre del 2003, Eduardo Grüner me preguntaba algo cuya respuesta (como yo) él tiene: “¿Qué hacemos con los pensadores de la derecha?” El más señalado por la pregunta es Heidegger.

Muy simple: son nuestros. Heidegger es uno de los más grandes filósofos que han sido y todo lo genial que haya pensado y nos sirva será nuestro. Como si se tratara de la Tesis 11 de Marx. Y pese a lo que haya dicho en Friburgo en 1933 y en 1935. Así, nos volvemos ahora sobre un tema de Ser y Tiempo que (salvando algunas “contextualizaciones” o “usos” que Heidegger y aun los lectores nacional-socialistas de Ser y Tiempo le hayan dado) dice sobre hoy más de lo que dicen muchos, y sobre todo más de lo que dicen aquellos que se “libran” de Heidegger con la excusa de su nazismo.

El poder del poder comunicacional radica en que todos pensemos “lo mismo”. Lo mismo que el Poder. El Poder impone el “se”. (“Man” en Heidegger; “on dit” en francés y en Sartre). Caer bajo el poder del “se” es caer “bajo el señorío de los otros” (Ser y Tiempo, parágrafo 27). Quien así cae “no es él mismo, los otros le han arrebatado el ser. El arbitrio de los otros dispone de las cotidianas posibilidades de ser del ‘ser ahí’”. (“Ser ahí” o “Dasein”, así señala Heidegger al hombre en su primera gran obra.) Este punto es esencial: el Poder, al someter mi subjetividad, elimina mis proyectos, mi futuro más propio, lo que hubiera querido hacer con mi vida.

Mis posibilidades –al caer bajo el dominio del “se”– son las del Otro, las del Poder, las que me vienen de afuera. Ya no soy yo quien decide, soy decidido. Escribe Heidegger: “Disfrutamos y gozamos como se goza; leemos, vemos y juzgamos de literatura y de arte como se ve y juzga (…) encontramos ‘sublevante’ lo que se encuentra sublevante”. Y luego: “Todo misterio pierde su fuerza”. (¿No define este concepto la explicitez, la obscenidad del poder comunicacional? Todo es directo, todo es banal, todo es brutal, todo es explícito. El “misterio”, es decir, lo que sugiere, lo que lleva a pensar y a revisar, a ir más allá, lo que “no se ve” de entrada, lo que impone una búsqueda, ha muerto.) Este mundo implica “el ‘aplanamiento’ de todas las posibilidades de ser”. Sigue Heidegger: “Distanciación, ‘término medio’, ‘aplanamiento’ constituyen, en cuanto modos de ser del “uno”, lo que designamos como “la publicidad’”.

El Poder comunicacional es publicitario, publicita una y otra vez sus mercancías y sus ideas fetiche. Las vuelve seductoras. Nos entretiene. Mata nuestra conciencia entreteniéndonos. Es un enemigo sagaz, brillante. Ahora, el “uno” “puede responder de todo con suma facilidad”.

El Poder da las respuestas. Es el taxista por cuya boca habla la radio que escucha todo el maldito día. Ese hombre “puede (como dice Heidegger) responder de todo con suma facilidad”. Lo poderoso del Poder es dar las respuestas. Al hacerlo elimina la posibilidad de las preguntas. Y sobre todo de la pregunta fundamental: “¿Es justo que el Poder sea el Poder? ¿Es justa la sociedad del Poder?” Y también: “¿Qué pienso ‘yo’ de todo esto?” Aquí asomaría ya la rebelión. Sofocar el surgimiento de esos estados de conciencia es la tarea de lo comunicacional en tanto colonización y oscurecimiento.

Heidegger fue uno de los más filosos críticos del capitalismo. No elaboró (ni se lo propuso) una teoría de “superación histórica” como lo hizo Marx. Su “compromiso” político, se sabe, fue lamentable. Dramática paradoja la de un anticapitalista… anticomunista. En 1933 identifica al Dasein con el Dasein del “pueblo alemán” y a la libertad, a la palabra auténtica con la voluntad del Führer. ¡Toda Alemania, de la mano de su “Maestro”, arrojada a depositar su “ser auténtico” en el ser del Führer! No pudo existir mayor incitación al “se dice”. “Se dice” y “se debe decir lo que el Führer dice”.

No obstante, en 1927, en Ser y Tiempo, Heidegger nos legaba herramientas notables sobre las miserias del tecnocapitalismo. El parágrafo 35 se ocupa de “Las habladurías”. Y el 36 de la “avidez de novedades”. “Todo” no está ahí, pero hay mucho. “Lo que importa es que se hable. El ser dicho, el ‘dicho’, la frase corriente son ahora la garantía de lo real y verdadero del habla y de su comprensión” (parágrafo 35). Atención: se trata de “trasmitir y repetir lo que se habla (…) La cosa es así porque así se dice”. Y no sólo están las “habladurías”, también las “escribidurías”. Se alimentan de “lo leído en alguna parte”.
El lector medio tiene una comprensión media y la comprensión media no busca la verdad sino que quiere la verdad para todos, “lo que se repite”. La “avidez de novedades” es otra faceta igualmente sometida, igualmente no verdadera, impuesta, exterior. “Sólo busca lo nuevo para saltar de ello nuevamente a algo nuevo” (parágrafo 36). Esta “avidez” no se detiene en la contemplación, en la serenidad y hasta en el ocio; no se demora nunca, es puro desarraigo, “falta de paradero”. El “tiempo” (como dice Heidegger en “Introducción a la metafísica”) es ahora solamente “rapidez”.

Se trata, en suma, de recuperar la subjetividad. De lanzarla hacia otras subjetividades. De conquistar lo intersubjetivo y la potencia constituyente de las conciencias libres. Pero es difícil. La revolución burguesa, la nueva, la más reciente, la de las comunicaciones, coloniza las conciencias, sometiéndolas. Estamos acribillados por imágenes, frases, ideas, polémicas que no son las nuestras. Por un sexismo torpe, mercantilista.

Por lo fashion. Por el mundo lejano, ilusorio, inalcanzable de las modelos perfectas, de los desfiles del despilfarro. Por Hollywood y las explosiones y los efectos especiales. Por la propaganda barata. Por esa televisión “abierta” a no sabemos qué, a las truculencias, a los chistes idiotas, a los comicastros “verdes”, a las heroínas ordinarias y siliconadas del infinito, sofocante Imperio Nacional del Culo.

Es, así, la hora del pensamiento crítico. Se trata de señalar sencillamente que este mundo es abominable y no tiene rescate. Se trata de una lucha civilizatoria. De una reconquista de la conciencia del hombre-mujer. De un rescate de lo femenino, mercancía del capitalismo más canalla. Una mujer no es un culo, señores. Es infinitamente más que eso.

Las modelitos del nuevo milenio, lolitas de tapa, estrellitas que trabajan más los glúteos que la dicción o la expresividad dramática, ofenden a las mujeres, y ofenden a los hombres al suponerlos tan primarios, monos idiotizados apenas capaces de ser atraídos por un traserito de gimnasio y no por las infinitas, complejas, sublimes o melancólicas facetas de ese sexo que no es el nuestro y al que buscamos comprender con pasión, con frecuencia para amarlo, nada menos. “La tarea del filósofo como analista crítico de nuestro mundo es algo cada vez más y más importante (…) Quizás el objetivo más importante de nuestros días es descubrir lo que somos, pero para rechazarlo”.

La frase –formidable– es de Michel Foucault y ahí donde dice “filósofo” pongamos “hombre de nuestro tiempo”. Y Sartre dijo, célebremente, algo muy parecido: “Uno es lo que hace con lo que hicieron de él”. Bien, no se puede entonces demorar más. Porque lo que todo el tiempo hacen con nosotros es basura. De nosotros depende hacernos otra cosa.

“El Rebelde” de las FPL cumple su primer año (octubre de 1973)

“El Rebelde” de las FPL cumple su primer año (octubre de 1973)
Por Roberto Pineda

En octubre de 1973, El Rebelde alcanza el número 12 de publicación y considera que “cumple su primer año de trabajo revolucionario, en cumplimiento de una tarea fundamental de las FPL como es la de elevar la conciencia revolucionaria de las masas avanzadas del pueblo para lograr su incorporación organizada a la lucha revolucionaria político militar.”

Indica que “el primer número de EL REBELDE apareció en octubre de 1972, con un tiraje de algunos centenares de ejemplares. En un año, este periódico de impresión y circulación estrictamente clandestina, se ha convertido en un órgano ya esperado mes a mes por miles de gentes humildes y honestas de nuestro pueblo: obreros, campesinos, maestros, estudiantes, etc., en las diversas zonas del país.”

Señala que “a la par del REBELDE otras publicaciones revolucionarias de las FPL dirigidas a sectores específicos han ido haciendo su aparición: EL CAMPESINO REBELDE Y JUVENTUD REBELDE. Varias publicaciones revolucionarias de otras organizaciones político militares han sido creadas también.”

En este número del primer aniversario a la vez se informa que el 26 de octubre el Comando Armado Campesino ANASTASIO AQUINO de la zona central del país atacó con explosivos la Comandancia Local de San Bartolomé Perulapia. Asimismo aparece una
foto de Mao Tse Tung y saludo de las FPL al 24 aniversario del triunfo de la Gran Revolución Socialista China, así como un saludo de las FPL al 6to. Aniversario de la muerte del Che Guevara.”

Las próximas elecciones y el electorerismo (diciembre de 1973)

En El Rebelde, No.14, (año II) correspondiente a diciembre de 1973 se realiza un análisis sobre la situación nacional así como se critica acremente la estrategia electoral del PCS y de los partidos de la UNO, alianza de socialdemócratas, democristianos y comunistas en oposición al Partido de Conciliación Nacional, PCN, el partido de la dictadura militar. A continuación, realizamos una síntesis sobre el pronunciamiento de las FPL al respecto de este acontecimiento, en el que categóricamente se rechaza la lucha electoral.

Plantea que “después de tímidas “condiciones y sin que éstas hayan sido satisfechas por la tiranía militar, los –partidos de la oposición electorera entraron a participar de lleno en el juego eleccionario montado por el gobierno. Para ello se ha formado nuevamente -la coalición de partidos -dirigida por el sector dominante de la democracia – cristiana, que está al ser vicio de una parte de la burguesía. Así, las masas obreras y campesinas que sean “atraídas a las urnas” por estos partidos, estarán bajo la dirección y hegemonía de los intereses políticos de un sector de la clase capitalista cuyos intereses defiende la dirigencia demócrata cristiana.”

Agrega que “tras la arrebatiña de los cargos locales y diputadiles, algunos sectores electoreros se disponen a cualquier combinación, sin tomar en cuenta la confusión que causan en las masas populares y el daño en la conciencia revolucionaria de las mismas. Para ilustrar lo anterior, baste el ejemplo de Chalatenango, en donde un sector de la democracia cristiana se ha a ~liado con un sector del PCN para que el partido oficial lleve como candidato a alcalde de esa cabecera a un demócrata cristiano.”

Evalúa El Rebelde que “los sectores de la izquierda tradicional tratan de dar el basamento ideológico “aceptable para la participación en las elecciones preparadas por la tiranía en la actual situación de escalada represiva. Tal participación se trata de presentar ante las masas para atraerlas a las urnas como justificada por los siguientes argumentos:
l) Es necesario aceptar el” mal menor’’.
2) Las elecciones permiten elevar la conciencia y la organizaci6n popular.
3) Hay que darle al pueblo ese medio de expresión de su descontento.
4) Es necesario hacer uso de todos los medios legales.
5) Hay que utilizar todas las armas del enemigo.
6) El pueblo ya demostró que puede derrotar al gobierno a través de las elecciones, es necesario seguirlo derrotando electoralmente
7) A través de las elecciones el pueblo puede desengañarse de la clase de gobierno impositivo que tiene.
8) No hay otro medio de lucha asequible al pueblo.”

Considera que “en la práctica, como quedo demostrado irrefutablemente en las elecciones pasadas, la realidad ha dicho otra cosa.
a) No se impuso el “mal menor”, sino lo que se impuso fue el fraude, la represión, la escalada fascistoide, al compás de la brutal imposición electoral apuntalada por las armas del ejército reaccionario; juego al que se prestaron como acompañantes los partidos de oposición.
b) El electorerismo no es capaz de elevar la conciencia revolucionaria de las masas, sino que lo conduce a la confusión y frustraci6n de sus aspiraciones de lucha.
c) Las elecciones, como medios de expresión del descontento popular en las condiciones actuales, han resultado ineficaces para hacer que tal descontento se convierta en el poderoso ariete que derrumbe el sistema de opresión. Y ha sido evidente, además que cuando el descontento de las masas asume características agudas, amenazando con rebasar el cauce electoral, los electoreros se asustan y se convierten en pacificadores de la indignación de las masas. •
ch) El legalismo de los sectores oportunistas le hace el juego a la tiranía: que necesita acompañantes para institucionalizar sus fraudes e imposiciones.
d) No es cierto que obligatoriamente el pueblo tiene que utilizar todas las armas del enemigo: emplea las que le son útiles de acuerdo a su desarrollo y trata de inutilizar aquellas que no le es posible por el momento usar con ventaja. El terreno, las armas y el momento de la lucha no es el enemigo el que debe dictar ni planear sino la propia fuerza combatiente es la que los debe escoger. En lo político sucede lo mismo: las armas políticas del enemigo que al pueblo no sea ventajoso usar no tiene por qué obligatoriamente emplear solo porque el enemigo las usa.
e) Después de cada elección (en las últimas) el pueblo ha quedado profundamente desengañado de la imposición y el fraude ¿Qué más desengañado puede estar de lo que ya está? Pero son los electoreros los que después de cada desengaño y frustración tratan de impedir que el pueblo se encamine hacia otras formas de lucha que le den perspectiva de liberación a sus esfuerzos. Quienes no se desengañan son precisamente los dirigentes electoreros que tienen fijada su esperanza de puestos en cada nueva elección y que cada vez que la tiranía vuelve a levantar el banderín de arranque electoral, tratan de volver a ilusionar al pueblo sobre ese “camino”.

Asegura que “no es cierto ue sólo el voto sea el arma del pueblo, y que no haya más medios eficaces de lucha. La parte más avanzada del pueblo ya ha comenzado a organizarse en secreto para golpear a la tiranía militar de los explotadores, ha comenzado a armarse,y cada día va intensificando la lucha armada contra la oligarquía, el imperialismo y sus instrumentos. Frente a la opresión, el fraude, la imposición, la represión de las clases reaccionarias, la lucha armada del pueblo es el camino más eficaz, unida a la lucha combativa por las reivindicaciones inmediatas. El pueblo se incorpora en forma creciente a la lucha político-militar; ha iniciado ya la GUERRAREVOLUCIONARIA PROLONGADA que liberará al país y que en unión con la lucha de los otros pueblos centroamericanas logrará la definitiva liberaci6n de Centroamérica”

Sostiene que “El pueblo ya está entendiendo en forma creciente que no es con votos como se va a derrotar definitivamente a los criminales gobiernos al servicio de los explotadores; sino con BALAS liberadoras disparadas por el PUEBLO ARMADO, combinando la lucha armada con su movilización combativa por sus reivindicaciones inmediatas”

Asimismo se informa en este Rebelde 14 que “el Comando Armando Mauricio González Domínguez el 8 de diciembre realizo una operación armada con fines logísticos consistente en la requisición de 82 pelucas en el Almacén “Centro de Pelucas.”

Por un 1974 de grandes luchas del pueblo

Y concluye este Rebelde No. 14 haciendo un llamado “POR UN 1974 DE GRANDES LUCHAS DEL PUEBLO” y expresa que “Formulamos un saludo especial a los compañeros de la fraternal organización Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP y de la Resistencia.” A la vez que “al finalizar 1973 recordamos con profunda emoción a los héroes de la lucha revolucionaria: FARABUNDO MARTI y todos sus compañeros.2

“A SAUL SANTIAGO CONTRERAS y OSCAR GILBERTO MARTINEZ y demás mártires de las luchas masivas. Así como a nuestros queridos compañeros ejemplares combatientes de las FPL caídos en combate: MAURICIO GONZALES DOMINGUEZ, VLADIMIR UMAÑA SANTAMARIA, SERGIO ORELLANA ACOSTA, JOSE DIMAS ALAS y JOSE ERNESTO MORALES. También a los combatientes (miembros del ERP) LEONEL LEMUS AREVALO y sus dos compañeros que dieron su vida en las mismas circunstancias.”

De la Gramatología

Ensayo sobre el origen de las lenguas.

Vuelta, desde Tristes tropiques al Ensayo sobre el origen de las lenguas, de la Lección de escritura dada a la lección de escritura rehusada por quien tenía “vergüenza de divertirse” con las “simplezas” de la escritura en un tratado sobre la educación, nuestra
pregunta quizá quede mejor delimitada: ¿dicen ambos la misma cosa? ¿Hacen la misma cosa?

En esos Tristes tropiques que a la vez son Confesiones y una especie de suplemento al Supplément au voyage du Bougainville, la “Leçon d’écriture” marca un episodio de lo que podría llamarse la guerra etnológica, el enfrentamiento esencial que abre la comunicación entre los pueblos y las culturas, aun cuando esa comunicación no se practique bajo el signo de la opresión colonial o misionera.

Toda la “Leçon d’écriture” está recitada en el registro de la violencia contenida o diferida, violencia a veces sorda, pero siempre oprimente y gravosa. Y que pesa en diversos lugares y momentos de la relación: en el relato de Lévi-Strauss como en la relación entre individuos y grupos, entre culturas o en el interior de la misma comunidad. ¿Qué puede significar la relación con la escritura en estas diversas instancias de la violencia?

Penetración entre los Nambikwara. Afecto del etnólogo por aquellos a quienes ha consagrado, se sabe, una de sus tesis, La vie familiale et sociale des Indiens Nambikwara (1948). Penetración, entonces, en el “mundo perdido” de los Nambikwara, “pequeña banda de indígenas nómades que están entre los más primitivos que puedan encontrarse en el mundo” sobre “un territorio grande como Francia”, atravesado por una picada (pista grosera cuyo “trazado” [«tracé»] es casi “indiscernible de la maleza”: sería preciso meditar
en conjunto la posibilidad de la ruta y de la diferencia como escritura, la historia de la escritura y la historia de la ruta, de la ruptura, de la via rupta, de la vía rota, franqueada, fracta, del espacio de reversibilidad y de repetición trazado [tracé] por la apertura, la separación y el espaciamiento violento de la naturaleza, de la selva natural, virgen, salvaje.

La silva es salvaje, la via rupta se escribe, se discierne, se inscribe violentamente como diferencia, como forma impuesta en la hylé, en la foresta, en la madera como materia: es difícil imaginar que el acceso a la posibilidad de los trazados [tracés] camineros no sea al
mismo tiempo acceso a la escritura). El territorio de los Nambikwara está atravesado por la línea de una picada autóctona. Pero también por otra línea, esta vez importada.

Hilo de una línea telefónica abandonada, “vuelta inútil ni bien colocada” y que “se distiende sobre postes que no se reemplazan cuando caen podridos, víctimas de las termitas o de los indios que toman el zumbido característico de una línea telegráfica por el de una colmena de abejas silvestres trabajando”.

Los Nambikwara, cuyo hostigamiento y crueldad presunta o no son muy temidos por el personal de la línea, “retrotraen al observador a lo que de buen grado tomaría –pero erróneamente- por una infancia de la humanidad”. Lévi-Strauss describe el tipo biológico y cultural de esa población cuyas técnicas, economía, instituciones y estructuras de parentesco, por primarias que sean, les conceden por cierto un lugar de derecho dentro del género humano, dentro de la sociedad llamada humana y del “estado de cultura”.

Hablan y prohíben el incesto. “Todos eran parientes entre sí, los Nambikwara desposaban con preferencia una sobrina de la especie llamada cruzada por los etnólogos; hija de la hermana del padre o del hermano de la madre.” Otra razón para no dejarse apresar por la apariencia y para no creer aquí que se asiste a una “infancia de la humanidad”: la estructura de la lengua. Y sobre todo su uso. Los Nambikwara utilizan varios dialectos, varios sistemas según las situaciones.

Y es aquí que interviene un fenómeno que puede llamarse groseramente “lingüístico” y que deberá interesarnos ante todo. Se trata de un hecho que no tendremos los medios de interpretar mas allá de sus condiciones generales de posibilidad,
de su a priori; cuyas causas fácticas y empíricas tal como operan en esta situación determinada nos escaparán, y que por otra parte no constituyen el objeto de ninguna pregunta por parte de Lévi-Strauss, que se contenta aquí con comprobar. Ese hecho interesa a lo que hemos adelantado sobre la esencia o sobre la energía del grafein como borradura originaria del nombre propio.

Existe escritura desde que se tacha el nombre propio dentro de un sistema, existe “sujeto” ni bien se produce esa obliteración, de lo propio, es decir desde la aparición de lo propio y a partir de la alborada del lenguaje. Esta proposición es de esencia universal y se la puede producir a priori- Cómo se pasa después de ese a priori a la determinación de los hechos empíricos, es una pregunta a la cual aquí no se puede responder en general. En primer término porque, por definición, no hay respuesta general a una pregunta de esta forma.
Al encuentro de tal hecho, entonces, vamos aquí. No se trata de la borradura estructural de lo que creemos ser nuestros nombres propios; no se trata de la obliteración que, paradójicamente, constituye la legibilidad originaria de eso mismo que ella tacha, sino
de una prohibición que pesa como sobreimpresión, en ciertas sociedades, sobre el uso del nombre propio: “El empleo del nombre propio está prohibido entre ellos”, anota Lévi-Strauss.

Antes de aproximarnos a ella, señalemos que esta prohibición es necesariamente derivada respecto de la tachadura constituyente del nombre propio en lo que hemos denominado la archi-escritura, vale decir en el juego de la diferencia.

Porque los nombres propios ya no son más nombres propios, porque su producción es su obliteración, porque la tachadura y la imposición de la letra son originarias, porque no sobrevienen en una inscripción propia; porque el nombre propio nunca ha sido, como apelación única reservada a la presencia de un ser único, más que el mito de origen de una legibilidad transparente y presente bajo la obliteración; porque el nombre propio nunca ha sido posible sino por su funcionamiento en una clasificación y por ende dentro de un sistema de diferencias, dentro de una escritura que retiene las huellas [traces] de diferencia, ha sido posible la prohibición, ha podido jugar, y eventualmente ser transgredida, como vamos a verlo. Transgredida, vale decir restituida a la obliteración y a la no-propiedad de origen.

Esto concuerda por otra parte estrictamente con una intención de Lévi-Strauss. En “Universalización y particularización” (El pensamiento salvaje, cap. VI) se demuestra que “no se nombra jamás, se clasifica al otro… o uno se clasifica a sí mismo”.
Demostración anclada en algunos ejemplos de prohibiciones que afectan aquí o allá el uso de los nombres propios. Sería sin duda necesario distinguir cuidadosamente la necesidad esencial de la
desaparición del nombre propio y la prohibición determinada que eventual y ulteriormente puede añadírsele o articularse con ella. La no-prohibición tanto como la prohibición presupone la obliteración fundamental. La no-prohibición, la conciencia o la exhibición del nombre propio, no hace más que restituir o descubrir una impropiedad esencial e irremediable. Cuando dentro de la conciencia el nombre se dice propio, ya se clasifica y se oblitera al llamarse. No es más que un nombre que presuntamente se dice propio.

Si se deja de entender la escritura en su sentido estricto de notación lineal y fonética, debe poder decirse que toda sociedad capaz de producir, vale decir de obliterar sus nombres propios y de valerse de la diferencia clasificatoria practica la escritura en general.

A la expresión de “sociedad sin escritura” no correspondería entonces ninguna realidad ni ningún concepto. Esa expresión pertenece al onirismo etnocéntrico, que abusa del concepto
vulgar, es decir etnocéntrico, de la escritura. El desprecio por la escritura, señalémoslo al pasar, se acomoda muy bien a ese etnocentrismo. Allí no hay sino una paradoja aparente, una de esas contradicciones donde se profiere y se cumple un deseo perfectamente coherente.

Por un solo y mismo gesto se desprecia la escritura (alfabética), instrumento servil de un habla que sueña su plenitud y su presencia consigo, y se rehúsa la dignidad de escritura a los signos no alfabéticos. Hemos advertido este gesto en Rousseau y en de
Saussure.

Los Nambikwara el sujeto de la “Leçon d’écriture” serian entonces uno de esos pueblos sin escritura. Ellos no disponen de lo que nosotros llamamos la escritura en el sentido corriente. En todo caso, es lo que nos dice Lévi-Strauss: “Se duda que los nambikwara sepan escribir”. En seguida, esta incapacidad será pensada, dentro del orden ético-político, como una inocencia y una no-violencia interrumpidas por la efracción occidental y la “Lección de escritura”. Asistiremos a esa escena. Tengamos un poco de
paciencia todavía.

¿Cómo se rehusará a los Nambikwara el acceso a la escritura en general si no determinando a ésta según un modelo? Más tarde nos preguntaremos, confrontando varios textos de Lévi-Strauss, hasta qué punto es legítimo no llamar escritura esos “punteados” y “zigzags” sobre las calabazas, tan brevemente evocadas en Tristes tropiques. Pero sobre todo, ¿cómo rehusar la práctica de la escritura en general a una sociedad capaz de obliterar lo propio, es decir a una sociedad violenta?

Porque la escritura, obliteración de lo propio clasificado en el juego de la diferencia, es la violencia originaria misma: pura imposibilidad del “punto vocativo”, imposible pureza del punto de vocación. No se puede borrar el “equívoco” que Rousseau anhelaba que fuese “suprimido” por el “punto vocativo”. Porque la existencia de semejante punto dentro de algún código de puntuación no cambiaría para nada el problema. La muerte de la apelación absolutamente propia, que reconoce dentro de un lenguaje a lo otro como otro puro, que lo invoca como lo que es, es la muerte del idioma puro reservado a lo único. Anterior a la eventualidad de la violencia en sentido corriente y derivado, aquella de que hablará la “Leçon d’écriture”, ahí está, como el espacio de su posibilidad, la violencia de la archi-escritura, la violencia de la diferencia, de la
clasificación y del sistema de las apelaciones.

Antes de delinear la estructura de esta implicación, leamos la escena de los nombres propios; con otra escena, que de inmediato leeremos, es una preparación indispensable para la “Leçon d’écriture”. De ella está separada por un capítulo y otra escena: “En famille”. Y se la describe en el capítulo XXVI, “Sur la ligne”.
“Par fáciles que fuesen los Nambikwara indiferentes a la presencia del etnógrafo, a su libreta de notas y a su aparato fotográfico el trabajo era complicado por razones lingüísticas. Primeramente, el empleo de los nombres propios está prohibido entre ellos; para identificar a las personas, había que seguir el uso de las gentes de la línea, es decir convenir con los indígenas nombres prestados por medio de los cuales se los designaría. Ya sea nombres portugueses como Julio, José, María, Luiza; o bien sobrenombres: Lebre (liebre), Assucar (azúcar). Inclusive he conocido a uno a quien Rondon, o alguno de sus compañeros, había bautizado Cavaignac a causa de su perilla, rara entre los indios, que son generalmente lampiños.

Un día que yo jugaba con un grupo de niños, una de las chiquilinas fue golpeada por una camarada, vino a refugiarse junto a mí y se puso, con gran misterio, a murmurarme algo al oído, que no comprendí, y que estuve obligado a repetir varias veces, de modo que la adversaria descubrió la artimaña y, manifiestamente furiosa, se acercó a su vez para librar lo que pareció un secreto solemne; después de algunas vacilaciones y preguntas, la interpretación del incidente no dejó lugar a dudas.

La primera chiquilina había venido, por venganza, a darme el nombre de su enemiga, y cuando ésta se percató de ello, comunicó el nombre de la otra, a guisa de represalia. A partir de ese momento fue muy fácil, aunque poco escrupuloso, excitar a los niños unos contra otros y obtener todos sus nombres. Tras lo cual, creada de ese modo una pequeña complicidad, me dieron sin demasiada dificultad los nombres de los adultos. Cuando éstos comprendieron nuestros conciliábulos, los niños fueron reprendidos, y la fuente de mis informaciones se agotó.

No podemos entrar aquí en las dificultades de una deducción empírica de esta prohibición, pero se sabe a priori que los “nombres propios” cuya interdicción y revelación describe aquí Lévi-Strauss no son nombres propios. La expresión “nombre propio” es
impropia, por las mismas razones que recordará El pensamiento salvaje. Lo que sella la prohibición es el acto que profiere lo que funciona como nombre propio. Y esta función es la conciencia misma. El nombre propio en sentido corriente, en el sentido de la conciencia, no es (diríamos “en verdad” si aquí no debiéramos desconfiar de esa palabra) más que designación de pertenencia y clasificación lingüístico-social.

El levantamiento de la prohibición, el gran juego de la denuncia y la gran exhibición de lo “propio” (aquí se trata, señalémoslo, de un acto de guerra, y mucho habría que decir sobre el hecho de que sean
chiquilinas quienes se libran a ese juego y a esas hostilidades) consisten no en revelar nombres propios, sino en rasgar el velo que oculta una clasificación y una pertenencia, la inscripción en un sistema de diferencias lingüístico-sociales.

Lo que ocultaban los nambikwara, lo que exponen las niñitas en la transgresión, no son más idiomas absolutos, ya son especies de nombres comunes investidos, “abstractos”, si es cierto que los “sistemas de apelaciones comportan también sus ‘abstractos’”, como
puede leerse en El pensamiento salvaje (p. 265).

El concepto de nombre propio, tal como Lévi-Strauss lo utiliza sin problematizarlo en Tristes tropiques, está entonces lejos de ser simple y manejable. Pasa lo mismo, por lo tanto, con los conceptos de violencia, de astucia, de perfidia o de opresión que puntuarán un poco más adelante la “Leçon d’écriture”. Ya se ha podido comprobar que la violencia, aquí, no sobreviene de una sola vez, a partir de una inocencia original cuya desnudez sería sorprendida, en el momento en que se viola el secreto de los nombres que presuntamente se dicen propios. La estructura de la violencia es compleja y su posibilidad –la escritura- no lo es menos.

Había en efecto una primera violencia en nombrar. Nombrar, dar los nombres que eventualmente estaría prohibido pronunciar, tal es la violencia originaria del lenguaje que consiste en inscribir en una diferencia, en clasificar, en suspender el vocativo absoluto.

Pensar lo único dentro del sistema, inscribirlo en él, tal es el gesto de la archiescritura: archi-violencia, pérdida de lo propio, de la proximidad absoluta, de la presencia consigo, pérdida en verdad de lo que nunca ha tenido lugar, de una presencia consigo que nunca ha sido dada sino soñada y desde un principio desdoblada, repetida, incapaz de aparecerse de otra manera que en su propia desaparición.

A partir de esta archi-violencia, prohibida y por ende confirmada por una segunda violencia reparadora, protectora, que instituye la “moral”, que prescribe la ocultación de la escritura, la borradura y la obliteración del nombre que presuntamente se dice propio que ya dividía lo propio, una tercera violencia puede eventualmente surgir o no surgir (posibilidad empírica) en lo que corrientemente se llama
el mal, la guerra, la indiscreción, la violación: que consisten en revelar por efracción el nombre que presuntamente se dice propio, vale decir la violencia originaria que ha privado a lo propio de su propiedad y de su limpieza [propreté].

Tercera violencia de reflexión, podríamos decir, que desnuda la no-identidad nativa, la clasificación como desnaturalización de lo propio, y la identidad como momento abstracto del concepto. En
este nivel terciario, el de la conciencia empírica, es que deberían sin duda situarse el concepto común de violencia (el sistema de la ley moral y de la transgresión) cuya posibilidad se mantiene todavía impensada. La escena de los nombres propios está escrita en ese nivel; y más tarde la lección de escritura.

Esta última violencia es tanto más compleja en su estructura cuanto remite a la vez a las dos capas inferiores de la archi-violencia y de la ley. Revela en efecto la primera nominación que era ya una expropiación, pero también desnuda lo que desde entonces
hacía función de propio, lo que presuntamente se dice propio, sustituto de lo propio diferido, percibido por la conciencia social y moral como lo propio, el sello tranquilizador de la identidad consigo, el secreto.

Violencia empírica, guerra en el sentido corriente (astucia y perfidia de las niñitas, astucia y perfidia aparentes de las niñitas, pues el etnólogo las absolverá ofreciéndose como el verdadero y único culpable; astucia y perfidia del jefe indio que representa la
comedia de la escritura, astucia y perfidía aparentes del jefe indio que toma en préstamo todos sus recursos del intruso occidental) que Lévi-Strauss piensa siempre como un accidente. Sobrevendría en un terreno de inocencia, dentro de un, “estado de cultura” cuya
bondad natural todavía no se hubiera degradado.

Esta hipótesis, que verificará la “Leçon d’écriture”, está sostenida por dos indicios de apariencia anecdótica que pertenecen al decorado de la representación por venir. Anuncian la gran puesta en escena de la Lección y hacen que el arte de la composición brille en ese relato de viaje. Según la tradición del siglo XVIII, la anécdota, la página de confesiones, el fragmento de diario están sabiamente dispuestos, calculados con miras a una demostración filosófica sobre las relaciones entre naturaleza y sociedad, sociedad ideal y sociedad real, vale decir, lo más frecuente, entre la otra sociedad y nuestra sociedad.

¿Cuál es el primer indicio? La guerra de los nombres propios sigue a la llegada del extranjero y uno no se sorprenderá por ello. Nace en presencia y aun de la presencia del etnógrafo que viene a turbar el orden y la paz natural, la complicidad que liga pacíficamente la buena sociedad consigo misma dentro de su juego. No sólo la gente de la línea ha impuesto a los indígenas sobrenombres ridículos, obligándolos a asumirlos desde
adentro (liebre, azúcar, Cavaignac) sino que es la irrupción etnográfica quien rompe el secreto de los nombres propios y la inocente complicidad que regula el juego de las niñitas.

El etnólogo es quien viola un espacio virginal tan seguramente connotado por la escena de un juego y de un juego de niñitas. La simple presencia del extranjero, la sola apertura de su ojo no puede dejar de provocar una violación: el a parte, el secreto murmurado al oído, los desplazamientos sucesivos de la “artimaña”; la aceleración, la precipitación, una cierta algazara creciente en el movimiento antes de la recaída que sigue a la falta consumada, cuando la “fuente” se “agota”, todo eso hace pensar en una danza, en una fiesta así como en una guerra.

Por tanto, la simple presencia del mirón es una violación. En primer término violación pura: un extranjero silencioso asiste, inmóvil, a un juego de niñitas. Que una de ellas haya “golpeado” a una “camarada”, no constituye todavía una auténtica violencia. Ninguna integridad ha sido lastimada. La violencia no aparece sino en el momento en que se puede abrir a la efracción la intimidad de los nombres propios. Y es posible sólo en el momento en que el espacio está trabajado, reorientado por la mirada del extranjero.

El ojo del otro llama los nombres propios, los deletrea, hace caer la interdicción que los vestía. El etnógrafo se contenta en principio con ver. Mirada apoyada y presencia muda. Después las cosas se complican, se vuelven más tortuosas, más laberínticas, cuando se
presta al juego de la ruptura del juego, cuando presta oídos y entabla una primera complicidad con la víctima que también es la tramposa.

Finalmente, porque lo que cuenta son los nombres de los adultos (es decir quizá los epónimos, y entonces sólo se violaría el
secreto del lugar donde los nombres son atribuidos), la denuncia última no puede privarse de la intervención activa del extranjero. Quien por otra parte la reivindica y se acusa de ella.

El ha visto, luego oído, pero pasivo ante lo que sin embargo ya sabía provocar esperaba todavía los nombres maestros. La violación no estaba consumada, el fondo desnudo de lo propio se reservaba todavía. Como no se puede, o más bien no se debe incriminar a las
niñitas inocentes, la violación se llevará a cabo por medio de la intrusión desde entonces activa, pérfida, astuta, del extranjero que luego de haber visto y oído va ahora a “excitar” a las niñitas, a desatar las lenguas y a hacerse entregar los nombres preciosos: los de los adultos (la tesis nos dice que sólo “los adultos poseen un nombre que les es propio”, p. 39).

Con mala conciencia, seguramente, y esa piedad que Rousseau decía nos une al más extranjero de los extranjeros. Releamos ahora el mea culpa, la confesión del etnólogo que carga sobre sí toda la responsabilidad de una violación que lo ha satisfecho. Luego de
haberse entregado unas a otras las chiquilinas han entregado a los adultos.

“La primera chiquiIina había venido, por venganza, a darme el nombre de su enemiga, y cuando ésta se percató de ello, comunicó el nombre de la otra, a guisa de represalia. A partir de ese momento fue muy fácil, aunque poco escrupuloso, excitar a las niñas unas contra otras y obtener todos sus nombres. Tras lo cual, creada de ese modo una pequeña complicidad, me dieron sin demasiada dificultad los nombres de los adultos.”

El verdadero culpable no será castigado, cosa que impone a su falta el sello de lo irremediable: “Cuando éstos comprendieron nuestros conciliábulos, las niñas fueron reprendidas, y la fuente de mis informaciones se agotó”.
Se sospechó ya -y todos los textos de Lévi-Strauss lo confirmarían- que la crítica al etnocentrismo, tema tan caro al autor de Tristes tropiques tiene frecuentemente por función constituir al otro en modelo de la bondad original y natural, acusarse y humillarse, exhibir su ser-inaceptable en un espejo contra-etnocéntrico. Esa humildad de quien se sabe “inaceptable”, ese remordimiento que produce la etnografía, los habría enseñado Rousseau al etnólogo moderno. Al menos es lo que se nos dice en la conferencia de Ginebra:
En verdad, yo no soy ‘yo’, sino el más débil, el más humilde de los ‘otros’.

Tal es el descubrimiento de las Confesiones. ¿El etnólogo escribe otra cosa que confesiones? Primero en su nombre, como lo he mostrado, ya que es el móvil de su vocación y de su obra; y dentro de esa obra misma, en nombre de su sociedad, que por medio del etnólogo, su emisario, se elige otras sociedades, otras civilizaciones, y precisamente las más débiles y las más humildes; pero para verificar hasta qué punto ella misma es ‘inaceptable’…” (p. 245).

Sin hablar del punto de ventaja ganado así por quien conduce esa operación en su terreno, aquí se vuelve a encontrar un gesto heredado del siglo XVIII, de un cierto siglo XVIII en todo caso, puesto que ya se comenzaba a desconfiar de ese ejercicio, aquí o allá.

Los pueblos no-europeos no sólo son estudiados como el índice de una buena naturaleza enterrada, de un suelo nativo recubierto, de un “grado cero” con relación al cual se podría delinear la estructura, el devenir y, sobre todo la degradación de nuestra sociedad y de
nuestra cultura. Como siempre, esa arqueología es también una teleología y una escatología; sueño de una presencia plena e inmediata que cierra la historia, transparencia e indivisión de una parusía, supresión de la contradicción y de la diferencia.
La misión del etnólogo, tal como Rousseau se la habría asignado, consiste en trabajar para ese advenimiento. Eventualmente contra la filosofía que “sólo” habría buscado “excitar” los “antagonismos” entre el “yo y el otro”. Que no se nos acuse aquí de forzar las palabras y las cosas. Más bien leamos. Siempre en la conferencia de Ginebra, aunque se encontrarían otros cien textos similares:

“La revolución rusoniana, preformando e iniciando la revolución etnológica, consiste en rehusar identificaciones obligadas, ya sea la de una cultura a esta cultura, o la de un individuo, miembro de una cultura, con un personaje o con una función social, que esta misma cultura busca imponerle. En ambos casos la cultura, o el individuo, reivindican el derecho a una identificación libre, que no puede
realizarse sino más allá del hombre: con todo lo que vive y por tanto sufre; y también más acá de la función o del personaje; con un ser, ya no elaborado, sino dado. Entonces, el yo y el otro, liberados de un antagonismo que la filosofía sólo buscaba, excitar, recuperan su unidad. Una alianza original, finalmente renovada, les permite fundar conjuntamente el nosotros contra el él, vale decir contra una
sociedad enemiga del hombre, y que el hombre se siente tanto mejor dispuesto a recusar cuanto que Rousseau, con su ejemplo, le enseña cómo eludir las insoportables contradicciones de la vida civilizada.

Puesto que si es verdad que la naturaleza ha expulsado al hombre, y que la sociedad persiste en oprimirlo, el hombre al menos puede invertir para ventaja suya los polos del dilema, e indagar la sociedad de la naturaleza para meditar en ella sobre la naturaleza de la sociedad. He aquí, me parece, el indisoluble mensaje del Contrato social, de las Cartas sobre botánica y de las Rêveries.”

En “Un vasito de ron”, una severa crítica a Diderot y una glorificación de Rousseau (“el más etnógrafo de los filósofos … nuestro maestro … nuestro hermano, hacia quien hemos demostrado tanta ingratitud, pero a quien podría haberse dedicado cada página de este libro si el homenaje no hubiera sido indigno de su gran memoria”), concluyen así:
“…La única cuestión es saber si esos males son en sí mismos inherentes al estado [de sociedad]. Detrás de los abusos y los crímenes, se indagará entonces la base inconmovible de la sociedad humana”.

Se empobrecería el pensamiento tan diverso de Lévi-Strauss si no se recordase aquí con insistencia lo que no agotan ese designio y esa motivación. No obstante, ambas hacen más que connotar el trabajo científico, lo marcan con profundidad en su mismo contenido.

Habíamos anunciado un segundo indicio. Los Nambikwara, entre quienes la “Leçon d’écriture” va a desplegar su escena, entre quienes el mal va a insinuarse con la intrusión de la escritura llegada de afuera (ezvyen, decía ya el Fedro, recordamos), los Nambikwara, que no saben escribir, se nos dice, son buenos.

Quienes, jesuitas, misioneros, protestantes, etnólogos norteamericanos, técnicos de la línea, han creído percibir violencia u odio entre los nambikwara no sólo se han engañado sino que probablemente han proyectado sobre ellos su propia maldad. E incluso provocado el mal que luego han creído o querido percibir.

Leamos aún el final del capítulo XVII titulado, siempre con igual arte, “En famille”. Ese pasaje precede inmediatamente a la “Leçon d’écriture” y, en cierto modo, le es indispensable. Confirmemos ante todo lo que es obvio: si no suscribimos las declaraciones de Lévi-Strauss en cuanto a la inocencia y la bondad de los nambikwara, en cuanto a su “inmensa gentileza”, “la más verídica expresión de la ternura humana”, etc., más que asignándoles una situación de legitimidad muy empírica, derivada y relativa, teniéndolas por las descripciones de las afecciones empíricas del sujeto de ese capítulo –los nambikwara tanto como el autor-, si no suscribimos entonces esas declaraciones más que a título de la relación empírica, no se desprende que demos fe a las descripciones moralizantes del etnógrafo norteamericano que, a la inversa, deplora el odio, la hurañía y la incivilidad de los indígenas. En realidad ambas relaciones se oponen simétricamente, tienen la misma medida, y se ordenan en torno a un solo y mismo eje.

Luego de citar la publicación de un colega extranjero, muy severo con los Nambikwara, con su complacencia ante la enfermedad, la suciedad, la miseria, con su descortesía, su carácter rencoroso y
desconfiado, Lévi-Strauss prosigue:
“En cuanto a mí, que los he conocido en una época en que las enfermedades introducidas por el hombre blanco ya los habían diezmado, pero en la que –desde las tentativas siempre muy humanas de Rondon- nadie se había empeñado en someterlos, quisiera olvidar esa descripción acongojante y conservar en la memoria nada más que este cuadro recuperado de mis anotadores donde una noche he garabateado al resplandor de mi linterna: En la sábana oscura brillan los fuegos del campamento. En torno la hoguera, única protección contra el frío que desciende, detrás de la frágil mampara de palmas y ramajes apresuradamente plantada en el
suelo del lado de donde se teme el viento o la lluvia; junto a las banastas colmadas con los pobres objetos que constituyen toda una riqueza terrestre; acostados sobre la tierra que se extiende en los alrededores, frecuentada por otras bandas igualmente hostiles y espantadizas, los esposos, estrechamente enlazados, se perciben uno para el otro como el sostén, el consuelo, el único auxilio contra las
dificultades cotidianas y la melancolía soñadora que, de tiempo en tiempo, invade el alma nambikwara. El visitante que por vez primera acampa en el monte con los indios, se siente arrebatado de angustia y piedad ante el espectáculo de esa humanidad tan totalmente desvalida; aplastada, parece, contra el suelo de una tierra hostil por algún implacable cataclismo; desnuda, tiritando junto a fuegos
vacilantes. Circula tanteando entre los matorrales, evitando tropezar con una mano, un brazo, un torso, cuyos cálidos reflejos se adivinan al resplandor de los fuegos.
Pero esa miseria está animada por cuchicheos y risas. Las parejas se estrechan como en la nostalgia de una unidad perdida: las caricias no se interrumpen al paso del extranjero. En todos se adivina una inmensa gentileza, una profunda despreocupación, una ingenua y encantadora satisfacción animal y, reuniendo esos sentimientos diversos, algo así como la expresión más conmovedora y más verídica de la ternura humana.”

La “Legon d’écriture” sigue a esta descripción que ciertamente se puede leer por lo que dice ser desde un comienzo: página de “anotador” garabateada una noche al resplandor de la linterna. Sería de otro modo si esa conmovedora pintura debiese pertenecer a un
discurso etnológico. Instala sin embargo indiscutiblemente una premisa -la bondad o – inocencia de los Nambikwara- indispensable para la demostración que seguirá, de la intrusión conjunta de la violencia y de la escritura.

Allí es donde entre la confesión etnográfica y el discurso teórico del etnólogo debe observarse una rigurosa frontera. La diferencia entre lo empírico y lo esencial debe continuar haciendo valer sus derechos. Es sabido que Lévi-Strauss tiene palabras muy duras para las filosofías que han abierto el pensamiento a esta diferencia y que son, con frecuencia, filosofía de la conciencia, del cogito en el sentido cartesiano o husserliano. Palabras muy duras también para el Essaí sur les données inmédiates de la conscience que Lévi-Strauss reprocha a sus antiguos maestros meditar en demasía, en lugar de estudiar el Curso de lingüística general de Saussure. Ahora bien, sea lo que fuere que se pensase en el fondo de las filosofías así
incriminadas o ridiculizadas (y de las que aquí no hablaremos salvo para subrayar que sólo están evocadas en sus espectros, como los que frecuentan a veces los manuales, los trozos escogidos o los rumores), debe reconocerse que la diferencia entre el afecto empírico y la estructura de esencia servía allí de regla principal.

Ni Descartes ni Husserl hubieran jamás dejado entender que tenían por verdad científica a una modificación empírica de su relación
con el mundo o con el prójimo, ni por premisa de un silogismo a la calidad de una emoción.

Jamás en las Regulæ se pasa de la verdad fenomenológicamente irrecusable del “veo amarillo” al juicio “el mundo es amarillo”. No prosigamos en esta dirección. Nunca, en todo caso, un filósofo riguroso de la conciencia hubiera concluido con tanta rapidez la
bondad radical y la inocencia virginal de los nambikwara sobre la fe de un relato empírico.

Desde el punto de vista de la ciencia etnológica, ese relato es tan sorprendente como podía ser “acongojante”, la palabra es de Lévi-Strauss, la del malvado etnólogo norteamericano.

Sorprendente, esa afirmación incondicionada de la bondad radical de los Nambikwara, en la pluma de un etnólogo que opone a los fantasmas exangües de los filósofos de la conciencia y de la ‘intuición los que han sido sus únicos auténticos maestros: Marx y Freud, si debe creerse al comienzo de Tristes tropiques.

Todos los pensadores clasificados de prisa, al comienzo de este libro, bajo el título de la metafísica, de la fenomenología y del existencialismo, no se reconocerían con los rasgos que se les han prestado. Esto es obvio. Pero uno se equivocaría concluyendo que, en compensación, los discursos escritos bajo su signo y en particular los capítulos que nos ocupan hubieran satisfecho a Marx y a Freud. Que en general pedían comprender cuando se les hablaba de “inmensa gentileza”, de “profunda despreocupación”, de “-ingenua y encantadora satisfacción animal” y de “algo así como la expresión más conmovedora y más verídica de la ternura humana”.

Que pedían comprender y sin duda no hubieran entendido a qué se podía hacer alusión precisamente bajo el nombre de la “alianza original, finalmente renovada”, que permite “fundar conjuntamente el nosotros contra el él” (ya citado) o bajo el nombre de “esa estructura regular y- como cristalina, de la cual las sociedades primitivas mejor conservadas nos enseñan que no es contradictoria con la humanidad” (Leçon inaugurale au Collége de France [trad. esp. Elogio de la antropología, Pasado y Presente, 1968. N. del T.]).

En todo ese sistema de parentesco filosófico y de reivindicación genealógica, el menos sorprendido de todos no hubiera sido Rousseau, sin duda. ¿No habría pedido que se lo dejara vivir en paz con los filósofos de la conciencia y del sentimiento interior, en paz con ese cogito sensible, con esa voz interior que como es sabido él creía que no mentía nunca?

Poner de acuerdo en sí a Rousseau, Marx y Freud es una tarea difícil. Ponerlos de acuerdo entre sí, en el rigor sistemático del concepto, ¿acaso es posible?

Trump: el otro fin de ciclo

Trump: el otro fin de ciclo

10 Nov 2016 Atilio Boron

En el último año hablar del “fin del ciclo progresista” se había convertido en una moda en América Latina…Pero no, es otro ciclo el que se acabó : el del neoliberalismo, cuya malignidad convirtió a la Unión Europea en una potencia de segundo orden e hizo que Estados Unidos se internara por el sendero de una lenta pero irreversible decadencia imperial.

Uno de los supuestos de tan temeraria como infundada tesis, cuyos contenidos hemos discutido en otra parte, era la continuidad de las políticas de libre cambio y de globalización comercial impulsadas por Washington desde los tiempos de Bill Clinton y que sus cultores pensaban serían continuadas por su esposa Hillary para otorgar sustento a las tentativas de recomposición neoliberal en curso en Argentina y Brasil.1

Pero enfrentados al tsunami Donald Trump se miran desconcertados y muy pocos, tanto aquí como en Estados Unidos, logran comprender lo sucedido. Cayeron en las trampas de las encuestas que fracasaron en Inglaterra con el Brexit, en Colombia con el No, en España con Podemos y ahora en Estados Unidos al pronosticar unánimemente el triunfo de la candidata del partido Demócrata.

También fueron víctimas del microclima que suele acompañar a ciertos políticos, y confundieron las opiniones prevalecientes entre los asesores y consejeros de campaña con el sentimiento y la opinión pública del conjunto de la población estadounidense, esa sin educación universitaria, con altas tasas de desempleo, económicamente arruinada y frustrada por el lento pero inexorable desvanecimiento del sueño americano, convertido en una interminable pesadilla.

Por eso hablan de la “sorpresa” de ayer a la madrugada, pero como observara con astucia Omar Torrijos, en política no hay sorpresas sino sorprendidos. Veamos algunas de las razones por las que Trump se impuso en las elecciones.

Primero, porque Hillary Clinton hizo su campaña proclamando el orgullo que henchía su espíritu por haber colaborado con la Administración Barack Obama, sin detenerse un minuto a pensar que la gestión de su mentor fue un verdadero fiasco. Sus promesas del “Sí, nosotros podemos” fueron inclementemente sepultadas por las intrigas y presiones de lo que los más agudos observadores de la vida política estadounidense esos que nunca llegan a los grandes medios de aquel país denominan “el gobierno invisible” o el “estado profundo”.

Las módicas tentativas reformistas de Obama en el plano doméstico naufragaron sistemáticamente, y no siempre por culpa de la mayoría republicana en el Congreso. Su intención de cerrar la cárcel de Guantánamo se diluyó sin dejar mayores rastros y Obama, galardonado con un inmerecido Premio Nobel, careció de las agallas necesarias para defender su proyecto y se entregó sin luchar ante los halcones.

Otro tanto ocurrió con el “Obamacare”, la malograda reforma del absurdo, por lo carísimo e ineficiente, sistema de salud de Estados Unidos, fuente de encendidas críticas sobre todo entre los votantes de la tercera edad pero no sólo entre ellos. No mejor suerte corrió la reforma financiera, luego del estallido de la crisis del 2008 que sumió a a la economía mundial en una onda recesiva que no da señales de menguar y que, pese a la hojarasca producida por la Casa Blanca y distintas comisiones del Congreso, mantuvo incólume la impunidad del capital financiero para hacer y deshacer a su antojo, con las consabidas consecuencias.

Mientras, los ingresos de la mayoría de la población económicamente activa registraban no en términos nominales sino reales un estancamiento casi medio siglo, las ganancias del uno por ciento más rico de la sociedad norteamericana crecieron astronómicamente.2 Tan es así que un autor como Zbigniew Brzezinski, tan poco afecto al empleo de las categorías del análisis marxista, venía hace un tiempo expresando su preocupación porque los fracasos de la política económica de Obama encendiese la hoguera de la lucha de clases en Estados Unidos.

En realidad esta venía desplegándose con creciente fuerza desde comienzos de los noventas sin que él, y la gran mayoría de los “expertos”, se dieran cuenta de lo que estaba ocurriendo bajo sus narices. Sólo que la lucha de clases en el corazón del sistema imperialista no puede tener las mismas formas que ese enfrentamiento asume en la periferia. Es menos visible y ruidoso, pero no por ello inexistente. De ahí la tardía preocupación del aristócrata polaco-americano. En materia de reforma migratoria Obama tiene el dudoso honor de haber sido el presidente que más migrantes indocumentados deportó, incluyendo un exorbitante número de niños que querían reunirse con sus familias. En resumen, Clinton se ufanaba de ser la heredera del legado de Obama, y aquél había sido un desastre.

Pero, segundo, la herencia de Obama no pudo ser peor en materia de política internacional. Se pasó ocho años guerreando en los cinco continentes, y sin cosechar ninguna victoria. Al contrario, la posición relativa de Estados Unidos en el tablero geopolítico mundial se debilitó significativamente a lo largo de estos años. Por eso fue un acierto propagandístico de Trump cuando utilizó para su campaña el slogan de “¡Hagamos que Estados Unidos sea grande otra vez!” Obama y la Clinton propiciaron golpes de estado en América Latina (en Honduras, Ecuador, Paraguay) y envió al Brasil a Liliana Ayalde, la embajadora que había urdido la conspiración que derribó a Fernando Lugo para hacer lo mismo contra Dilma.

Atacó a Venezuela con una estúpida orden presidencial declarando que el gobierno bolivariano constituía una “amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos.” Reanudó las relaciones diplomáticas con Cuba pero hizo poco y nada para acabar con el bloqueo. Orquestó el golpe contra Gadaffi inventando unos “combatientes por la libertad” que resultaron ser mercenarios del imperio.

Y Hillary merece la humillación de haber sido derrotada por Trump aunque nomás sea por su repugnante risotada cuando le susurraron al oído, mientras estaba en una audiencia, que Gadaffi había sido capturado y linchado. Toda su degradación moral quedó reflejada para la historia en esa carcajada. Luego de eso, Obama y su Secretaria de Estado repitieron la operación contra Basher al Assad y destruyeron Siria al paso que, como confesó la Clinton, “nos equivocamos al elegir a los amigos” –a quienes dieron cobertura diplomática y mediática, armas y grandes cantidades de dinero- y del huevo de la serpiente nació, finalmente, el tenebroso y criminal Estado Islámico.

Obama declaró una guerra económica no sólo contra Venezuela sino también contra Rusia e Irán, aprovechándose del derrumbe del precio del petróleo originado en el robo de ese hidrocarburo por los jijadistas que ocupaban Siria e Irak. Envió a Victoria Nuland, Secretaria de Estado Adjunta para Asuntos Euroasiáticos , a ofrecer apoyo logístico y militar a las bandas neonazis que querían acabar con el gobierno legítimo de Ucrania, y lo consiguieron al precio de colocar al mundo, como lo recuerda Francisco, al borde de una Tercera Guerra Mundial.

Y para contener a China desplazó gran parte de su flota de mar al Asia Pacífico, obligó al gobierno de Japón a cambiar su constitución para permitir que sus tropas salieran del territorio nipón (con la evidente intención de amenazar a China) e instaló dos bases militares en Australia para, desde el Sur, cerrar el círculo sobre China. En resumen, una cadena interminable de tropelías y fracasos internacionales que provocaron indecibles sufrimientos a millones de personas.

Dicho lo anterior, no podía sorprender a nadie que Trump derrotara a la candidata de la continuidad oficial. Con la llegada de este a la Casa Blanca la globalización neoliberal y el libre comercio pierden su promotor mundial. El magnate neoyorquino se manifestó en contra del TTP, habló de poner fin al NAFTA (el acuerdo comercial entre Estados Unidos, México y Canadá) y se declaró a favor de una política proteccionista que recupere para su país los empleos perdidos a manos de sus competidores asiáticos.

Por otra parte, y en contraposición a la suicida beligerancia de Obama contra Rusia, propone hacer un acuerdo con este país para estabilizar la situación en Siria y el Medio Oriente porque es evidente que tanto Estados Unidos como la Unión Europea han sido incapaces de hacerlo. Hay, por lo tanto, un muy significativo cambio en el clima de opinión que campea en las alturas del imperio. Los gobiernos de Argentina y Brasil, que se ilusionaban pensando que el futuro de estos países pasaría por “insertarse en el mundo” vía libre comercio (TTP, Alianza del Pacífico, Acuerdo Unión Europea-Mercosur) más les vale vayan aggiornando su discurso y comenzar a leer a Alexander Hamilton, primer Secretario del Tesoro de Estados Unidos, y padre fundador del proteccionismo económico.

Sí, se acabó un ciclo: el del neoliberalismo, cuya malignidad convirtió a la Unión Europea en una potencia de segundo orden e hizo que Estados Unidos se internara por el sendero de una lenta pero irreversible decadencia imperial. Paradojalmente, la elección de un xenófobo y misógino millonario norteamericano podría abrir, para América Latina, insospechadas oportunidades para romper la camisa de fuerza del neoliberalismo y ensayar otras políticas económicas una vez que las que hasta ahora prohijara Washington cayeron en desgracia.

Como diría Eric Hobsbawm, se vienen “tiempos interesantes” porque, para salvar al imperio, Trump abandonará el credo económico-político que tanto daño hizo al mundo desde finales de los años setentas del siglo pasado. Habrá que saber aprovechar esta inédita oportunidad.

Notas:

1 Ver Atilio A. Boron y Paula Klachko, “Sobre el “post-progresismo” en América Latina: aportes para un debate”, 24 Septiembre 2016, (disponible en varios diarios digitales)

2 Cf. Drew Desilver, “For most workers, real wages have barely budged for decades” donde demuestra que los salarios reales tenían en el año 2014 ¡el mismo poder de compra que en 1974! Ver http://www.pewresearch.org/fact-tank/2014/10/09/for-most-workers-real-wages-have-barely-budged-for-decades/

Fuente: Investig’Action – See more at: http://www.investigaction.net/es/trump-el-otro-fin-de-ciclo/#sthash.Ln5S1oc7.dpuf