Hace 24 años, a mediados de abril

Durante un buen tiempo, fue frecuente que Higinio me hablara del compa Francisco. Me decía que su trabajo lo estaba desempeñando exitosamente, que sus relaciones con distintos sectores se ampliaban cada vez más y se le apreciaba y respetaba. A Francisco lo llegué a conocer hasta mediados de abril de 1984. A partir de entonces, me familiaricé con su ocupación principal: la fotografía.

A comienzos de aquel año se dio la escisión de los compañeros que se agruparon alrededor del 6 de Enero. Los integrantes de la CP del CC del PGT, que nos reunimos en enero, examinamos la situación que se creaba para el partido; definimos las tareas prioritarias e identificamos los peligros principales.

Lo principal de lo tratado está recogido en la Carta para la reconstrucción dada a conocer muy limitadamente, por cierto a la militancia, cuadros y dirigentes a partir del 14 de febrero de 1984, y en la que se plantea que el trabajo a emprender de inmediato había que centrarlo en la reconstrucción orgánica de los círculos de la JPT, y de los comités de base del partido, sus órganos intermedios y su propia dirección nacional, el reforzamiento del trabajo ideológico y político, y las medidas para salvaguardar al partido de los golpes del enemigo.

El desprendimiento del 6 de Enero no lo subestimamos. Crítica y autocríticamente reconocimos las causas que lo determinaron y nuestras propias responsabilidades.
Como lo expresé en su momento, lo que permitió que los compañeros del 6 de Enero tomaran la decisión de separarse del partido, fueron las deficiencias y descuidos en el trabajo organizativo, cierto relajamiento de la disciplina interna, descompartimentación de las tareas y la información, y nocivas tendencias a subestimar las normas de seguridad y el trabajo en la clandestinidad.

Influyó, además, la falta de atención, seguimiento, control y chequeo de la formación, educación y capacitación política.

Como no se fue lo suficientemente previsores y no se supo salirle al paso y a tiempo a estas deficiencias, tampoco fue posible discutir y de común acuerdo superar lo que se señaló y criticó no sin razón y fundamento como causa de la escisión: el rezago en el cumplimiento de las tareas de la Guerra Revolucionaria Popular, GPR, como vía de desarrollo de la Revolución en nuestro país.

Sabiendo el enemigo lo que se había dado al interior del partido, no vaciló en enfilar sus golpes no sólo contra los compañeros del 6 de Enero, sino contra quienes nos unificamos alrededor del Comité Central y que significó la desaparición, captura y asesinato de destacados y valiosísimos militantes, cuadros y dirigentes.

El cerco y persecución policial contra nuestra dirección se recrudeció con la captura, asesinato y desaparición, primero, del Jovencito y, enseguida, de la compañera Chabe. La CP del CC redobló las medidas para resguardar a la militancia, sus cuadros y dirigentes y acordó la salida temporal del país de dos de sus integrantes.

Parte de esa tarea se le asignó al compañero Higinio y a la compañera Clara. A Flora se le encargó arreglar la documentación de uno de ellos y a la compañera Tijerina su enmascaramiento. El traslado a la frontera corrió a cargo de un matrimonio de absoluta confianza de la dirección.

La ruta por la que se optó fue la de occidente. El operativo de salida se inició en la capital el 12 de abril. Se pasó la noche en las afueras de la cabecera departamental de Quetzaltenango. En la tarde se viajó a Malacatán. Se recogió al otro compañero. En la carretera, a las 18 horas, se entró en contacto con el enlace operativo de la patrulla de la Organización del Pueblo en Armas, ORPA, sin cuyo apoyo y cooperación solidaria no hubiera sido posible atravesar el Suchiate y garantizar los movimientos y estancia, del otro lado y por dos días, de dos “finqueros”.

El vehículo para el viaje era el del compañero Francisco. Él lo manejó. Iba también su compañera y uno de a quienes se autorizó su salida: Julián. El otro, fue el compañero Otto. Así fue como conocí a Francisco y a su compañera. En Tapachula, se me informó que habían regresado bien a la capital. De allí en adelante, nuestro traslado lo hizo el compañero Daniel y su equipo operativo de apoyo y acompañamiento.

Lo que no puedo dejar de decir, y lo hago a manera de reconocimiento imperecedero, es que Ximena es la compañera de Francisco y el compa Francisco es Mauro Calanchina a quien muy merecidamente se le homenajeó en el MUSAC el miércoles pasado previo a la inauguración de Hilando la memoria, su valiosa colección de fotografías.

Ana María y yo salimos de la antigua facultad de Derecho de la Usac con tres claveles rojos y la convicción de que alrededor del homenajeado se reunió lo mejor de los jóvenes que quedan de los años 70 y 80 y que continúan en la lucha.
Mauro Calanchina puede estar seguro que es de los que están contribuyendo a abrir el anchuroso y desafiante camino de la refundación y unidad de las izquierdas en nuestro país y que se le admira y respeta.

Y cuando desperté el dinosaurio todavía estaba allí

Y cuando desperté el dinosaurio todavía estaba allí. (A propósito de Ricardo Rosales Román)
Por Carlos Figueroa Ibarra – Puebla, México, 6 de marzo de 2007

Hace unos días un antiguo compañero de militancia me hizo llegar por correo electrónico dos artículos publicados en La Hora por quien fuera el último secretario general del Partido Guatemalteco del Trabajo, Ricardo Rosales Román, conocido en la época de la clandestinidad como Carlos Gonzáles. Dichos artículos, publicados el 7 y el 21 de febrero del presente año dan una opinión sobre algunos sucesos vinculados con el PGT. También he leído algún otro, publicado meses antes en el mismo medio, pero no recuerdo la fecha. Me parece respetable y legítimo que quien fuera uno de los principales dirigentes de dicho partido se permite formular opiniones, como respetable y legítimo es que quien no esté de acuerdo con ellas también se permita expresarlo.

El tema resulta interesante porque ya es hora que la reconstrucción de la historia de la izquierda guatemalteca rebase la mera exposición de los testimonios personales y entre a un terreno en el que con documentación y sustentación teórica se haga una elaboración más profunda. Con respecto al PGT he sabido que se está preparando una edición nueva del texto de Huberto Alvarado Apuntes para la historia del Partido Guatemalteco del Trabajo, el cual llevará algunos textos introductorios o comentarios redactados entre otros, por Sergio Tischler y por quien estas líneas escribe.

Tres ideas expresadas por Rosales Román me han llamado poderosamente la atención. Las iré mencionando y después haré un comentario general. La primera de ellas es la expresada en el artículo cuya fecha no recuerdo. Rosales Román menciona al principal dirigente del movimiento que fraccionó al PGT en 1984. Dicho sea de paso no dice quien fue ese dirigente y yo no lo logro identificar pese a que adherí a ese movimiento que después se convirtió en el PGT (6 de enero). Dice Rosales Román que dicho dirigente llevó a la comisión política del PGT una propuesta que se había recibido del naciente gobierno encabezado por Ríos Montt, para que el partido entrara a la legalidad. Según nos cuenta ampulosamente Rosales Román, en la comisión política se rechazó la oferta con lo cual el PGT le ganó una batalla muy importante al enemigo. La segunda idea es la expresada en el artículo del 21 de febrero : “El propósito real y verdadero de los fraccionalistas del 6 de Enero no fue otro que intentar sabotear la incorporación del partido a URNG lo cual no consiguieron.”. La tercera idea es la expresada en el artículo del 7 de febrero, cuando en el párrafo final de su artículo menciona al revisionismo de Jruschov y la traición de Gorbachov y Yeltsin.

La gran ventaja de los planteamientos de Rosales Román es que retratan de manera muy clara el perfil que siempre tuvo como miembro de la dirección del PGT. Buena parte del fracaso del PGT en su etapa terminal se debió a que nunca pudo contar con una dirección política con el nivel, experiencia y creatividad que tuvo la dirección histórica secuestrada y asesinada en septiembre de 1972 y diciembre de 1974. En el caso de Rosales Román, estas deficiencias se conjugaron con una visión poco profunda y dogmática del marxismo, y un estilo de conducción marcado por el autoritarismo burocrático que probablemente aprendió durante su estancia en los países del socialismo real. Cuando se haga la historia del PGT, y se examine el papel que pudo haber jugado la dirigencia que se constituyó a partir de 1972 y 1974, es muy probable que Rosales Román no salga bien parado. Las aseveraciones sobre el fraccionamiento del partido en 1984 son autocomplacientes y de ninguna manera autocríticas. Rosales Román debería preguntarse sobre su responsabilidad en el fraccionamiento de 1978 y el de 1984, severos golpes que contribuyeron a que el PGT se convirtiera en una realidad secundaria en el movimiento revolucionario guatemalteco. En lugar de ello, se limita a retratar a quienes fuimos críticos de su gestión, como un grupo que quería legalizar al PGT y que veía con malos ojos la incorporación del PGT a la URNG, en suma como un grupo de oportunistas y sectarios. Me parece que es una visión que no se condice con la verdad y el planteamiento de Rosales Román por lo tanto adultera la verdad histórica.

El que Rosales Román piense que Jruschov fue un revisionista y equipare como traidor a Gorbachov con Yeltsin, revela que el último secretario general del PGT le pasó de noche el XX Congreso del PCUS y lo evidencia como un stalinista fuera de contexto. Lo que se insinúa en esta idea es que para Rosales Román el tránsito de Stalin a Jruschov fue una desgracia para el socialismo soviético y que el principal culpable de la debacle del socialismo soviético fue Gorbachov. Cuando leí ese párrafo recordé a mi querido colega cubano y académico del Instituto Raúl Roa de relaciones exteriores en Cuba, el lamentablemente ya fallecido Roberto González, quien alguna vez me dijo: “Es absurdo echarle la culpa a Gorbachov de lo que sucedió en la Unión Soviética. Si algún culpable existe, este no es otro más que Stalin”.

Sería una tontería atribuirle a Ricardo Rosales Román la entera responsabilidad de la crisis terminal del PGT. Hubo muchos factores, entre ellos los golpes demoledores que le asestaron los arquitectos del terror. Pero lo que si es cierto es que una conducción encabezada por un dirigente como Rosales Román, hizo una contribución no desdeñable. Por ello, cuando leí los artículos que hoy comento, no pude dejar de recordar a Augusto Monterroso en su célebre cuento: Y cuando despertó el dinosaurio todavía estaba allí.

De la incompetencia y los retos de la izquierda en Guatemala

De la incompetencia y los retos de la izquierda en Guatemala
Mario Sosa, 17 de julio de 2015
Parte I

La palabra incompetente refiere a la incapacidad para realizar una tarea determinada. En ese sentido, el punto de partida de este artículo es la afirmación relacionada con la izquierda electoral y su incapacidad para competir electoralmente. Por demás sabido es que esta expresión de la izquierda –que no es la única– ha devenido en una fuerza marginal, “funcional y participativa”, incapaz de competir para ganar una elección nacional. El porcentaje de los cuatro partidos políticos de izquierda, aliados en las elecciones generales de 2011, corroboran tal afirmación. Con la llamada alianza Frente Amplio, en las últimas elecciones obtuvieron apenas un 3.27% de los votos válidos1. Y como se mostrará a continuación, la historia electoral reciente, de 1995 a 2011, confirma su tendencia a decrecer y estancarse.

Esta problemática es la que trataré de analizar en este artículo, a sabiendas que lo que aquí se recupera no pretende sino ser un aporte entre muchos, para describir, analizar, interpretar y debatir sobre la izquierda en Guatemala, con el objetivo de contribuir a su recuperación histórica.

El inicio de un nuevo camino: la izquierda en las elecciones de 1995 y 1999

Posterior a la vuelta a la constitucionalidad, la izquierda participa por primera vez en elecciones en 1995, a través del Frente Democrático Nueva Guatemala (FDNG), partido político que logró articular a una parte importante del movimiento social y de expresiones de izquierda legal e insurrecta, en un momento donde aun se vivía la última etapa del enfrentamiento armado que concluyó con la firma de la paz en 1996. Dicho partido logró un valioso 7.70% de los votos, proponiendo al economista Jorge Luis González como candidato presidencial y a Juan León como candidato vicepresidencial. El primero un economista prestigioso, pero alejado de la cotidianidad del país, y el segundo un líder al interior del movimiento maya.

Con el FDNG, la izquierda logró integrar una honorable y valiosa bancada de seis diputados y diputadas, y ganar 19 alcaldías municipales. Este experimento electoral, en buena medida decidido e inducido por la izquierda revolucionaria en armas, pronto fue descartado por esta, siendo que reñía con la dirección política de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) y que se encargaría de conducir la conversión en partido político posterior a la firma de los acuerdos de paz. Este fue uno de los más importantes factores, si no el principal, que hicieron que dicho instrumento feneciera en las elecciones de 1999, cuando logra el 1.28% de los votos, para ese momento distanciado de la URNG.

Más allá del resultado electoral, no se supo valorar coherentemente el esfuerzo y resultado del FDNG, y “contrariamente, hubo un empecinamiento en mantener estructuras de dirección que estaban dejando de contar con la legitimidad necesaria para conducir el proceso, no solamente por la irrupción de sujetos, sino por la gestación de nuevos liderazgos” (Sosa, 2009a). Se perdió la oportunidad para avanzar en una relación virtuosa –no exenta de dificultades– entre la izquierda “política” y otras formas de representación sociopolítica procedente de sujetos colectivos históricos, como los pueblos indígenas, más allá de aquellas expresiones organizativas vinculadas con las expresiones integrantes de la URNG en ese momento.

Con ese antecedente, URNG inicia su conversión en partido político, fase que concluye el 18 de diciembre de 1998. Este paso significó el inicio de una etapa en la cual las fuerzas revolucionarias que lo integraron (PGT, EGP, FAR y ORPA) fueron disueltas formalmente y constituidas en un solo organismo electoral. Con ello inicia un proceso de institucionalización del movimiento revolucionario en la lógica de partido electoral y se convierte en una fuerza institucionalista y defensora del Estado de derecho, siendo su interés por ser parte y promover la institucionalidad procedente de los acuerdos de paz, lo cual exigía regirse por la normativa del establishment2. Con esto empezó –o continúo–, en la práctica, el abandono de uno de los fundamentos de la lucha revolucionaria en el país hasta ese momento: el socialismo como proyecto histórico.

Así, para el año 1999, conjuntamente con el partido Desarrollo Integral Auténtico –DIA–, crean la primera coalición electoral llamada Alianza Nueva Nación y lanzan como candidato presidencial al ingeniero Álvaro Colom Caballeros, con quien se logró un 12.36% de los votos y se ubica como la tercera fuerza política a nivel nacional. Con ese resultado aumenta a nueve su bancada de diputados y logra ganar 14 alcaldías municipales. Este resultado, el más alto de la izquierda en la historia reciente del país, permitía prever la posibilidad para que URNG pudiera convertirse pronto en una fuerza con capacidad de disputar la presidencia, tal y como hacía el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional –FMLN– en El Salvador.

De los resultados y fraccionamientos de la izquierda en las elecciones de 2003
Para el 2003, con su anterior candidato presidencial Álvaro Colom encabezando otro partido político y deshecha la anterior alianza ANN, la URNG lanza como propuesta presidencial a uno de los comandantes revolucionarios: Rodrigo Asturias. Con apenas el 2.58% de los votos válidos, experimentó un rotundo fracaso, del cual no se ha logrado reponer. Adicionalmente logra ganar ocho alcaldías municipales. Significativa resultó, además, la diferencia de votos obtenidos para diputados por listado nacional, que alcanzó el 4.2%, lo cual se explica en parte por las diferencias internas que empezaban a observarse al interior del partido y la preferencia que votantes tuvieron hacia el candidato de la UNE, Álvaro Colom.

Pero quizá el principal factor de esta debacle fue la escisión de una fracción del partido ocurrida en 2002, encabezada por el comandante Pablo Monsanto. Dicha fracción se articuló en la Alianza Nueva Nación (ANN), conjuntamente con dos fuerzas políticas pequeñas, que pretendían convertirse en partido político: Unidad de Izquierda Democrática –UNID-, encabezada por Alfonso Bauer Paiz, y el Frente Democrático Solidaridad encabezado por Nineth Montenegro, posteriormente constituido e inscrito como Encuentro por Guatemala. Esta alianza, que podía catalogarse también de izquierda, participó sólo con candidaturas a alcaldías y diputaciones, estrategia que le permitió obtener el 4.85% de los votos válidos para diputados por listado nacional y lograr una bancada de seis diputados, tres de los cuales renuncian al partido ya en el ejercicio de su función legislativa3.

Del estancamiento e insistencias en el fraccionamiento en las elecciones de 2007
Las divisiones en la izquierda electoral continuaron para las elecciones de 2007. URNG realiza un esfuerzo que intentó recuperar su relación con la izquierda “social” y a finales de 2006 se alía en el Movimiento amplio de izquierda (Maíz). Esta instancia fue la confluencia entre la URNG, así como organizaciones y liderazgos sociales ligados a dicho partido, el Movimiento Político y Social de Izquierda –MPSI– que aglutinaba a ex militantes del PGT, EGP, FAR y ORPA y de otras experiencias sociopolíticas y nuevas militancias de izquierda social. Los desacuerdos en torno a decisiones e integración de listado de candidaturas, principalmente, generaron que una parte del MPSI saliera de dicha articulación.

El partido político ahora llamado URNG-Maíz, en 2007 lanzó como candidato presidencial al periodista Miguel Ángel Sandoval (antiguo militante del EGP/URNG y en ese momento procedente del MPSI) y como candidata vicepresidencial a la antropóloga Walda Barrios, con quienes obtiene el 2.14% de los votos válidos. Es relevante de nuevo que para diputados por listado nacional obtuviera el 3.55% de los votos y dos diputados.

Por su parte, la ANN lanzó como candidato presidencial a Pablo Monsanto, quien logró el 0.6% de los sufragios, lo cual en términos absolutos significó menos votos con relación al número de afiliados que integraban dicho partido político, con lo que pierde su registro electoral en 2008. No obstante, su alianza con la Unidad Nacional de la Esperanza –UNE– de cara a la segunda vuelta electoral, le valió convertirse en parte de la articulación gobernante y en su carácter de fuerza secundaria acuerpó una política de corte asistencialista y facilitadora del modelo de acumulación dominante. Esto le permitió a la ANN colocar a muchos de sus cuadros en programas sociales, embajadas y secretarías del gobierno de Álvaro Colom.

Una tercera expresión en ese momento fue la candidatura de la Premio Nobel de la Paz, Rigoberta Menchú Tum, quien obtuvo el 3.06% de votos, respaldada por el partido político Encuentro Por Guatemala y por una pequeña fuerza política con intenciones de convertirse en partido político.

Esfuerzos de articulación y consolidación del estancamiento electoral en 2011

En las últimas elecciones, las de 2011, la izquierda electoral participa en dos esfuerzos de articulación política.

Uno de ellos fue la integración de la Mesa para la Unidad de las Izquierdas (también conocida como Mesa Unitaria), en cuyo seno se encontraron en términos generales dos posiciones: la primera, con la pretensión que dicha Mesa se orientara a participar conjuntamente en el proceso electoral, planteada por URNG, ANN, y la segunda, con el propósito de gestar un programa y una estrategia revolucionaria que trascendiera lo electoral como “estrategia” y el momento electoral mismo, posición compartida por el PGT (esfuerzo de refundación del partido comunista iniciado en 2003) y el Frente Popular, una pequeña articulación política de izquierda no partidaria. Después de cerca de año y medio de avances lentos, la Mesa se disuelve con la salida del PGT y el Frente Popular, quienes cuestionaron que el nombre de la Mesa para la Unidad de las Izquierdas hubiese sido incorporado inconsultamente en el comunicado público de creación del Frente Amplio, creado para participar en las elecciones de 2011.

El segundo esfuerzo de articulación fue la creación del Frente Amplio, en el cual participaron URNG-Maíz y Alternativa Nueva Nación –ANN– (antes Alianza Nueva Nación). Asimismo, el partido Movimiento Político Winaq, encabezado por su secretaria general, Rigoberta Menchú, con fuerte orientación e integración maya, que evadía en ese momento definirse como de izquierda o derecha. También integró el Frente Amplio el partido político en formación, Movimiento Nueva República, cuyo secretario general es Aníbal García. Asimismo, un conjunto de organizaciones sociales, en su mayor parte, vinculadas a los dos primeros partidos políticos mencionados.

El binomio presidencial propuesto estuvo integrado por Rigoberta Menchú y Aníbal García, con el cual se alcanza el 3.27% de los votos y tres diputaciones, una perteneciente al Movimiento Político Winaq y dos a URNG.

Con dicho resultado adverso y sin la disposición para sostener la alianza, para la segunda vuelta electoral, el Movimiento Político Winaq y ANN deciden apoyar la candidatura de Manuel Baldizón, del partido derechista Líder, en el intento o con la justificación de impedir el ascenso al gobierno del militar Otto Pérez Molina, quien finalmente triunfa. URNG y MNR manifestaron su rechazo a ambas candidaturas4.
No obstante tales diferencias, se intentó recuperar y mantener el Frente Amplio con las cuatro organizaciones, esfuerzo que pronto fracasó y se impusieron estrategias diferenciadas entre URNG y el Movimiento Político Winaq, por un lado, y ANN y MNR por otro, como se verá a continuación.

De las perspectivas hacia la elección de 2015

A las puertas de un nuevo evento de selección de autoridades nacionales y locales, la izquierda electoral asiste dividida y enfrenta fuertes problemas irresueltos, además de dilemas de coyuntura política, que le hacen incompetente para la tarea que significa enfrentar airosamente: a) Un sistema de partidos dominado por fuerzas de derecha y corruptas; b) Un proceso electoral con profundas ilegalidades como las campañas anticipadas; c) Ilegitimidad sistémica devenida de gastos en campaña que exceden los techos financieros electorales legales, además de los graves hechos de corrupción que involucran criminal y políticamente a un conjunto de políticos, candidatos y partidos políticos, todo lo cual estimula un fuerte rechazo ciudadano a la llamada “clase política” en general, entre otro conjunto de factores.

URNG-Maíz y el Movimiento Político Winaq han logrado gestar un acuerdo electoral que les permite lanzar candidaturas conjuntas a nivel nacional y en buena parte de los distritos electorales departamentales y municipales. En esta ocasión vuelven a lanzar la candidatura presidencial del periodista Miguel Ángel Sandoval y la candidatura vicepresidencial del abogado Mario Ellington, fundador de la Organización Negra de Guatemala (Onegua).

Esto ocurre después del rompimiento con la primera opción presidencial hecha pública a inicios de este año, la del ambientalista Yuri Melini, y posterior a la formalización de divisiones internas en URNG-Maíz, que llevan a la separación de un contingente liderado por el Comité de Desarrollo Campesino –CODECA– y por la aparente inmovilidad electoral de la fracción que dirigió el partido hasta junio de este año. Esto, sin duda, merma fuertemente su capacidad organizativa de cara al proceso electoral de 2015.

Por aparte, ANN decide dar paso a una estrategia consistente en la gestación de la Convergencia por la Revolución Democrática (CRD), hoy denominada Convergencia y que da nuevo nombre al partido. Inicialmente la CRD se integró principalmente con organizaciones y liderazgos vinculados a la ANN, y luego se amplía con la integración de una parte del Consejo de los Pueblos de Occidente –CPO5.

Con ello, esta fracción de izquierda constituida como ANN, ahora Convergencia, avanza en la recuperación de relaciones con una parte importante del movimiento social territorial, protagonista de la resistencia a los proyectos extractivos. Es relevante, asimismo, que ante las debilidades que presenta para competir con la derecha y con las otras expresiones de izquierda, haya decidido lanzar sólo candidaturas para alcaldías y diputaciones, en buena parte con liderazgos procedentes del movimiento social o de expresiones que, en su mayoría, no habían tenido una participación electoral en esas posiciones.

Por último, el Movimiento Nueva República que se autodenomina izquierda moderada, la fuerza que en papel luce más débil, lanza como candidato presidencial a su secretario general, el abogado y ex diputado (2008-2012) Aníbal García, y al abogado ambientalista, Rafael Maldonado.

Así las cosas y siendo la tendencia en materia de resultados electorales, la situación de la izquierda electoral es aún más difícil al considerar otros factores de primer orden…

Fuentes
1. Gramsci, Antonio (1980). Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno. Madrid: Ediciones Nueva Visión.
2. Sosa Velásquez, Mario Enrique (2013). Resistencia indígena al capital en Guatemala: Una mirada desde el modelo económico, el territorio y la gobernabilidad. En CEDFOG. Sexta Jornada de Estudios sobre Territorio, Poder y Política. Huehuetenango: CEDFOG. Pp. 113-150
3. Sosa, Mario (a). Algunos retos para la construcción y articulación del sujeto político en Guatemala. Guatemala: albedrio. 2 de diciembre de 2009 http://www.albedrio.org/htm/articulos/m/msosa-027.htm
4. __________ (b) Del triunfo del FMLN y la izquierda en Guatemala. Algunas reflexiones. Segunda parte. 26 de marzo de 2009. Guatemala: albedrio. http://www.albedrio.org/htm/articulos/m/msosa-016.htm
5. __________© Del triunfo del FMLN y la izquierda en Guatemala. Algunas reflexiones. Primera parte. 19 de marzo de 2009. Guatemala: albedrio. http://www.albedrio.org/htm/articulos/m/msosa-015.htm
6. Tribunal Supremo Electoral (2012). Memoria elecciones 2011. Guatemala: Tribunal Supremo Electoral.
7. ________________________ (2008). Memoria elecciones 2007. Guatemala: Tribunal Supremo Electoral.
8. ________________________ (2004). Memoria elecciones 2003. Guatemala: Tribunal Supremo Electoral.
9. ________________________ (2000). Memoria elecciones 1999. Guatemala: Tribunal Supremo Electoral.
10. ________________________ (1996). Memoria elecciones 1995. Guatemala: Tribunal Supremo Electoral.
1 Los datos de carácter electoral, han sido extraídos de las memorias de elecciones publicadas por el Tribunal Supremo Electoral y que son citadas al final del artículo.
2 En un artículo publicado en 1999, afirmaba lo siguiente: “…en Guatemala, las fuerzas revolucionarias salen de la negociación y de la firma de la paz en situación de debilidad producto del desgaste que hechos, como el del secuestro de la señora Novela, le hicieron ceder en el Acuerdo sobre Aspectos Socioeconómicos y Situación Agraria y le orillaron a firmar con rapidez los acuerdos finales, a desmovilizarse y convertirse en partido político en condición de fuerza secundaria, sin la capacidad de beligerancia requerida, ni siquiera, para luchar por el cumplimiento de aquella parte de los acuerdos que por ser coherentes con el proyecto revolucionario debían lucharse en la calle y no en mesas de comisión.” (Sosa, 2009a)
3 Los tres diputados que salen de ANN crean un bloque legislativo aparte. En 2007 dicho bloque se convierte en el partido político Encuentro por Guatemala, cuya secretaria general ha sido Nineth Montenegro. Desde ese momento, dicha expresión política ha devenido en una fuerza con fuertes signos de derechización y completamente alejada de las expresiones de izquierda, tanto dentro como fuera del Congreso de la República.
4 De forma inconsulta con su partido URNG, el diputado electo por el departamento de San Marcos, Carlos Mejía, también llamó a votar por el candidato de Líder. Carlos Mejía encabeza el listado de candidatos a diputado por el mismo distrito y a propuesta del mismo partido en la actual contienda electoral 2015.
5 El Consejo de los Pueblos de Occidente, es la articulación de buena parte de los liderazgos regionales que proceden de la lucha de resistencia contra proyectos extractivos mineros e hidroeléctricos y de las Consultas Comunitarias de Buena Fe en las cuales, en los municipios donde han sido realizadas, han votado mayoritariamente en contra de tales proyectos. Para ampliar véase: Sosa, 2013.
II Parte

En la primera parte su artículo, Mario Sosa hace un recorrido por la participación de la izquierda en procesos electorales, desde 1995 con el Frente Democrático Nueva Guatemala, hasta los comicios que están próximos a realizarse con cuatro agrupaciones de izquierda en la contienda. En esta parte, concluye su análisis de estos grupos.

Así las cosas y siendo la tendencia en materia de resultados electorales, la situación de la izquierda electoral es aún más difícil al considerar otros factores de primer orden, tales como:

1. Carece de un trabajo organizativo sólido y sostenido, que le posibilite pensar en mejorar su correlación de fuerzas en el proceso político en general y electoral en particular. Como parte de esto también aparece su fragmentación entre sí como expresiones político partidarias y con relación a expresiones sociales y políticas no electorales de izquierda o que podrían acercarse a esta corriente1.

2. Carece del programa político con el cual la ciudadanía o, en otros términos, la clase trabajadora, los pueblos indígenas, las mujeres, los jóvenes, se sientan identificados y se hagan parte orgánica o apoyen una alternativa de izquierda. Esto se debe a que la izquierda no es observada por los principales segmentos sociales como una expresión que les represente e intermedie sus intereses, además del carácter conservador y anticomunista predominante en la sociedad guatemalteca en general.

3. Carece de liderazgo con capacidad de gestar conducción ideológica y política, y desde ahí, que le permita convertirse en una fuerza política de primera línea en el país. La izquierda electoral no logra ni siquiera evidenciar un posicionamiento coherente para pensar que se está ante el inicio de un proceso contrahegemónico en el país en el cual esta pudiera situarse en primera fila de conducción.

4. Carece de los suficientes recursos financieros y medios de comunicación para sostener una campaña política que le permita enfrentar a los partidos de derecha más fuertes y quienes encabezan las encuestas electorales.

5. Enfrenta la contienda en el marco de un sistema político articulado por normas que reproducen las lógicas e intereses de la clase dominante (y de la oligarquía), las fuerzas conservadoras y sus satélites de derecha. Asimismo, de una dinámica política determinada por los controles y financiamientos oligárquicos, empresariales locales y extranjeros, e intereses mafiosos, a través de los cuales se han gestado las relaciones históricas que dan vida a este sistema político. Esto sucede así porque quienes proveen tales recursos son propietarios, controlan, financian y encabezan la mayoría de partidos, y son quienes configuran el conjunto de factores ideológicos, económicos, sociales y políticos, que tanto en el ámbito de la sociedad civil como del Estado, determinan la correlación de fuerzas. Son estos factores los que operan y plasman la desigual distribución de poder preexistente en el momento y en el resultado electoral.

6. En la actualidad se vive en el país una crisis política producto del descubrimiento de redes mafiosas en el gobierno del Partido Patriota. Estos hechos han revelado una buena parte de los factores determinantes del régimen y sistema político. Han provocado, como reacción contradictoria, un importante movimiento de indignados contra la corrupción, factor de primer orden que permite pensar en un punto de inflexión en la “normalidad” con la que se reproduce dicho sistema, el cual no obstante, pensando en lo electoral, pareciera que tendrá impactos legales (en la Ley Electoral y de Partidos Políticos, por ejemplo) con posterioridad a las elecciones de este año. En este contexto, resulta evidente también la profunda debilidad de la izquierda electoral y de la izquierda en general para dirigir la lucha, no solamente hacia la depuración de los organismos del Estado, sino para enrumbarla hacia un nuevo momento político, favorable a las transformaciones políticas y sociales. En el interés electoral de los partidos de izquierda electoral, el cual domina cada vez más en la medida que avanza la temporada de campaña electoral, esta se ve incapaz para generar mejores condiciones de competencia política. Una más, las estrategias electorales están situadas con cierta contradicción al movimiento ciudadano de indignados desde donde se está cuestionando la legitimidad de las elecciones e, inclusive, planteando su aplazamiento, suspensión e inclusive su boicot.

En conclusión, la izquierda asiste y participa, pero no compite en este proceso electoral. Arriba al mismo sin haber gestado las condiciones internas y externas necesarias, que le permitan nuevas posibilidades a sus estrategia electorales inmediatas. Asiste al proceso electoral, asimismo, con cierta contradicción ante un movimiento ciudadano que exige reformas profundas y un aplazamiento o suspensión de elecciones, ante lo que se avizora será en esencia una nueva reedición de lo sucedido hace cuatro años: una elección de presidente y un congreso con fuertes signos de corrupción y con evidencia de ser actores que facilitarán el modelo de acumulación de capital imperante. El cual continuará la vía de expansión y profundización de la explotación y expolio de la naturaleza, de los pueblos y la clase trabajadora, así como el saqueo del Estado, a través del robo descarado, las concesiones y evasión de impuestos.

Como hipótesis, entonces, puede plantearse que la izquierda está ante una inminente repetición de su resultado político: mantenerse como fuerza dividida, débil y marginal, y en esa medida, comparsa sistémica –hasta cierto punto crítica– en la reproducción del establishment.

Cabría la posibilidad, eso sí, de que alguna de las opciones de la izquierda electoral salga de esta contienda con los argumentos (fundamentados en votos y en alcaldías y diputaciones, logradas especialmente por su relación con algunos liderazgos territoriales) para justificar su curso erróneo anterior o para posicionar con nuevos aires esta expresión política.

Más allá de tal hipótesis, el tipo de factores que hacen de la izquierda electoral incompetente para competir en ese plano, permiten reafirmar la necesidad de repensar la izquierda en Guatemala. Hablo de la izquierda electoral, que es objeto de análisis en este artículo, pero también de la izquierda no electoral y de la izquierda “social”. Congresos, conferencias y encuentros realizados a lo largo de estos años, es evidente que han sido insuficientes para recuperarnos históricamente de las derrotas y obstáculos de distinto orden que enfrentamos como izquierda o, para ser más precisos, como izquierdas en Guatemala.
Algunos retos para el debate de la izquierda en Guatemala
Repensar la izquierda, sin duda, requiere ideas que permitan realizar un ejercicio lo más complejo posible, desde el cual pueda encontrarse los criterios suficientes que nos permitan salir del estancamiento y marginalidad. En esa búsqueda se proponen algunos retos que, desde distintos esfuerzos, ya están siendo considerados en la búsqueda de nuevas orientaciones prácticas.
1. “Sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria”. Así lo afirmó y llevó a la práctica uno de los grandes revolucionarios del siglo XX: Vladimir Ilich Lenin. En este sentido, una de las carencias principales en el país es la escasa producción y recreación de teoría y, menos aún, de teoría revolucionaria2. Lo dominante es una práctica empirista, de sentido común, cuyos resultados están a la vista. En este sentido, uno de los retos está en recuperar bases teóricas e ideológicas que nos permitan interpretar el carácter histórico y estructural de la sociedad y el Estado guatemalteco en la etapa actual, caracterizada por una dinámica de acumulación de capital renovada. Un Estado facilitador de tal dinámica, por la injerencia imperial cada vez más descarada y por la profundización de contradicciones procedentes de su carácter de clase, étnico y de género en relación simbiótica y compleja. Sólo desde ese nivel de unidad dialéctica entre teoría e interpretación de la realidad concreta podrá repensarse el carácter revolucionario de la izquierda, un carácter en buena medida inexistente en la mayoría de prácticas y estrategias organizativas3.

2. En ese sentido, trascendiendo lo electoral y el instrumento partido político, es fundamental el reconocimiento de actores y sujetos políticos que exigen y deben ser protagonistas en la transformación social. Desde ahí, es necesario recuperar la discusión sobre el sujeto revolucionario, para repensarlo en la búsqueda de gestar la alternativa al capitalismo, siendo que dicho sistema es el que nos está llevando al despeñadero, no solamente como sociedad sino como humanidad. Desde ahí, asimismo, repensar lo electoral y el instrumento político necesario.

3. Tal como afirmaba en el 2009, a partir de las propuestas de los múltiples actores y sujetos específicos, es necesario articular una propuesta de programa político y de proyecto histórico –que ante la falta de otra propuesta coherente, proponemos e insistimos debe ser el Socialismo, sin duda recreado en nuestras condiciones y características históricas–, que articule coherentemente las reivindicaciones, derechos, demandas y propuestas que permitan idear y construir un nuevo Estado y una nueva comunidad (nación dirían algunos) de comunidades (seguramente como unidad de pueblos). Un nuevo Estado y una nueva comunidad nacional, donde se garantice un modelo de desarrollo para la vida, donde la apropiación colectiva y equitativa sea la norma, y donde la dignidad, la solidaridad, la justicia, la equidad, la soberanía, se conviertan en principios vigentes en toda práctica y relación social. Esto pasa por trascender el pragmatismo o el minimalismo (expresados en programas de gobierno para el momento electoral, por ejemplo) que más que hacernos avanzar, se han convertido en nuestros parámetros de estancamiento, sin perspectiva y proyección histórica. Esto es la recuperación creadora del proyecto histórico y el programa de la revolución.

4. En coherencia con lo anterior, idear una estrategia revolucionaria en la cual redimensionemos las formas de lucha. Esto pasa por repensar la lucha electoral y parlamentaria; “…por articular una estrategia que incluya la construcción de nuevo poder, la potenciación de los poderes con los que ya contamos, y por la necesaria toma del poder del Estado; por replantearnos las formas de articulación, que a la luz del proceso actual, pareciera ser más coherente hacerlo desde los territorios y los sujetos que se desarrollan desde ahí; por recuperar prácticas de formación…, esfuerzos de organización y articulación, y movilización, reconociendo los ámbitos donde nos estamos jugando nuestro presente y futuro que siempre –y así debiéramos comprenderlo– es compartido; por impulsar la lucha económica, política e ideológica; por fortalecer la resistencia pero haciéndola trascender en dirección a construir el sujeto revolucionario, avanzar en su programa y estrategia, que recupere su carácter ofensivo; por enlazar nuestras luchas a los procesos emancipatorios que se están dando en América Latina y en donde resulta necesario pensar en la Patria Grande de Bolívar y Nuestra América en palabras de Martí. Estos y otros aspectos formarían parte de lo que nosotros llamamos la recuperación creadora de la estrategia revolucionaria.” (Sosa, 2009a)

5. Sin duda, concepción y práctica deben confluir en la gestación de una cultura política revolucionaria” que destierre aquella cultura de derecha y conservadora que subsiste dentro de nuestras organizaciones y movimientos y que se expresa en: jerarquización, machismo, racismo; la incomunicación y el chisme como eje de “comunicación”, entendimiento y relación con el Otro; el clientelismo y el electoralismo; el pragmatismo y la falta de vigencia de principios; la sumisión; la corrupción y la cooptación; el autoritarismo; la falta de debate serio y fraternal; la priorización del conflicto con mi hermano o mi aliado, por sobre la lucha frente a nuestros enemigos, etc. Contrariamente, que potencie, construya o reconstruya una cultura política basada en principios y valores que se centren en el Ser Humano, en relaciones dialógicas, en el intercambio de saberes, experiencias y sueños, en la recuperación de nuestra memoria y perspectiva histórica que potencie nuestras prácticas y acciones de hoy, con todas sus posibilidades y limitaciones; en el reconocimiento de identidades y sujetos de cambio, donde los liderazgos y dirigencias surjan del fragor de las luchas y no de imposiciones verticalistas, donde nuestras búsquedas de transformación abarquen el ámbito de lo político y no solamente de la política.” (Ibíd.)

6. Es necesario clarificar contra qué y contra quién luchamos. En ese sentido, luchamos o debiéramos luchar en contra del sistema capitalista, el sistema racista y el sistema patriarcal. Aun cuando estos tres sistemas tienen sus propias implicaciones como relaciones históricas, y requieren un tratamiento coherente, sin supeditación, es necesario afirmar que es el capitalismo el que las articula en el momento histórico actual, en función de su reproducción. Con relación a nuestros contendientes políticos fundamentales, esos devenidos del sistema capitalista, muchas veces están ocultos en la contienda partidaria y electoral. No necesariamente pertenecen a ninguna de las fracciones o partidos electorales de derecha, pero siempre actúan como la fuerza dirigente, superior a los partidos. En el caso guatemalteco y a pesar de sus contradicciones secundarias, tales contendientes fundamentales están organizados como grupos corporativos articulados como G-8 (los ocho principales grupos corporativos locales) y de forma ampliada en el Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras (CACIF), con vínculos y articulaciones con capital transnacional, la mayoría bajo la tutela y supeditados a la Embajada de Estados Unidos como principal imperio de influencia en la región y el país. Tales contendientes fundamentales y su principal representación política, el CACIF, es lo que Antonio Gramsci denominó “Estado Mayor intelectual del partido orgánico” de la clase hegemónica (Gramsci, 1980: 29). De tal cuenta que la lucha electoral significa apenas una de las arenas donde se requiere desarrollar tal confrontación y podría estar significando un enfoque parcial, fragmentado y equívoco en el enfrentamiento a tales oponentes.
La interpretación histórico estructural, posibilitaría repensar el programa político revolucionario –e insisto, no me refiero al programa de gobierno que supondría la lógica electoral– y por consiguiente la estrategia política, donde lo electoral sería una de las formas de lucha, y quizá no la principal en esta etapa y menos en este momento político. Posibilitaría, asimismo, repensar el instrumento político, la dirigencia colectiva, las alianzas, entre otros asuntos de primer orden.
Concluyo reafirmando lo escrito en 2009 al respecto: “En un contexto donde las formas de acumulación a través de intensificar la explotación y el expolio se expanden y profundizan, con un Estado que afianza su papel criminalizador y represor de la lucha indígena, campesina y popular, con una hegemonía conservadora y cada vez más incisiva en sus orientaciones fascistas y con una política de mayor intervencionismo imperialista, la tarea de articularnos y avanzar hacia la unidad se hace cada vez más imperante.” (Sosa, 2009b) Agrego: articulación que no necesariamente debe focalizarse en lo electoral. Lo electoral puede ser la consecuencia de una articulación estratégica previa, tal y como sucedió en Bolivia, donde el triunfo electoral del Movimiento de Acción al Socialismo (MAS) y su gran líder, Evo Morales, fue la consecuencia de luchas y articulaciones de alto impacto nacional.
Ya es tiempo que el reflujo de la izquierda concluya. Y de ello debemos ser responsables todos quienes nos ubicamos en esa posición del espectro político. Esperemos que pronto estemos hablando de una izquierda en proceso de recreación y recuperación histórica.
Fuentes

1. Gramsci, Antonio (1980). Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno. Madrid: Ediciones Nueva Visión.
2. Sosa Velásquez, Mario Enrique (2013). Resistencia indígena al capital en Guatemala: Una mirada desde el modelo económico, el territorio y la gobernabilidad. En CEDFOG. Sexta Jornada de Estudios sobre Territorio, Poder y Política. Huehuetenango: CEDFOG. Pp. 113-150
3. Sosa, Mario (a). Algunos retos para la construcción y articulación del sujeto político en Guatemala. Guatemala: albedrio. 2 de diciembre de 2009 http://www.albedrio.org/htm/articulos/m/msosa-027.htm
4. __________ (b) Del triunfo del FMLN y la izquierda en Guatemala. Algunas reflexiones. Segunda parte. 26 de marzo de 2009. Guatemala: albedrio. http://www.albedrio.org/htm/articulos/m/msosa-016.htm
5. __________© Del triunfo del FMLN y la izquierda en Guatemala. Algunas reflexiones. Primera parte. 19 de marzo de 2009. Guatemala: albedrio. http://www.albedrio.org/htm/articulos/m/msosa-015.htm

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1. Al respecto, en 1999 escribía: “En esas condiciones y desde una perspectiva revolucionaria, sólo se podría participar sin legitimar el juego de relevo de las elites en el poder, a partir de contar con la capacidad organizativa, con un programa político revolucionario y con los recursos económicos (financieros, humanos, informativos, etc.), algo con lo que evidentemente en la izquierda carecemos todavía.” (Sosa, 2009b)
2. En 2009 afirmaba algo que aun considero vigente: “La recuperación de la teoría revolucionaria, donde incluimos el marxismo como cimiento, pero sin dogmatismo y recreándolo a partir de nuestros contextos y procesos, abriéndonos a aportes que desde otras matrices de pensamiento revolucionario, nos aportan elementos para pensar y repensar nuestras realidades y nuestras luchas por la transformación radical. Es necesario, pues, recuperar la teoría, los ideales y las luchas revolucionarias que se han desarrollado en Guatemala, en Latinoamérica y el mundo, y que nos pueden permitir liberarnos de todo tipo de yugos. Así, pensamiento marxista, bolivariano, martiano, morazanista, sumado a los aportes liberadores de otras matrices de pensamiento y conocimiento como el de los pueblos indígenas, debieran constituir nuestras fuentes.” (Sosa, 2009a)
3. En la segunda parte del artículo Del triunfo del FMLN y la izquierda en Guatemala. Algunas reflexiones, publicado en marzo de 1999, se incluyen otros asuntos relativos a la problemática que enfrenta la izquierda en al país: “Nuestro estado es de fragmentación y dispersión originada en conflictos de liderazgo, en diferencias programáticas y de estrategia, en predominio de identidades sectoriales y temáticas, en procesos de unidad fracasados a partir de estrategias de eliminación del disenso y la imposición de “mayorías” o de estrategias electoralistas, en la cooptación y derechización, entre otros aspectos. Hemos sido incapaces de generar las posibilidades y concretar un esfuerzo de carácter estratégico, no solamente para articularnos y unirnos, sino para hacer frente a la hegemonía burguesa, oligárquica e imperialista que se plasma en la profundización de las formas de acumulación de capital y sus impactos en la condiciones de explotación, expolio, miseria y deterioro ambiental.” (Sosa, 2009b). Ahí mismo pueden encontrase otros elementos a considerar.

Golpe al corazón de la izquierda latinoamericana

GOLPE AL CORAZÓN DE LA IZQUIERDA LATINOAMERICANA

Fin del ciclo del Partido de los Trabajadores

Raúl Zibechi
Brecha

La crisis que afecta al PT tendrá repercusiones en toda la región latinoamericana, ya que las fuerzas de izquierda y progresistas siempre se referenciaron en una suerte de “hermano mayor” que ahora enfrenta lo que puede ser su fase terminal.

Tarso Genro, uno de los cuadros históricos del Partido de los Trabajadores (PT) y ministro de Justicia durante el segundo gobierno de Lula, sostiene que “el ciclo que llevó al PT al gobierno está agotado” (Folha de São Paulo, 6 de marzo de 2016). En paralelo, agrega que es muy difícil que tenga chances de permanecer en el poder en el próximo período, porque estamos ante “el fin de un ciclo económico, social y político de Brasil”.

En días de profunda incertidumbre y de fuerte ofensiva mediática y judicial contra el principal partido de la izquierda latinoamericana, está resultado difícil hacer análisis que superen el cortísimo plazo, para vislumbrar el futuro de esta fuerza política. Genro sostiene que el juez Sergio Moro se inspira en Carl Schmitt (1888-1985), jurista y filósofo alemán que colaboró con el régimen nazi. “Es el imperio que el Estado debe tener sobre la ley, descartando inclusivo los procedimientos legales, el problema que estamos enfrentando con esa innecesaria conducción forzada de Lula a declarar”, dice Genro.

La lógica de la justicia, en este caso, consiste en “apuntar primero a una persona, después intentar producir pruebas contra ella, lo que es un procedimiento de excepción al margen de la legalidad constitucional, generando un derecho paralelo, una Constitución paralela”. Todo el sistema judicial está distorsionado, dice Genro, incluyendo las famosas delaciones premiadas.

EL PT Y AMÉRICA LATINA

En julio de 1990 se reunieron en el hotel Danubio de São Paulo 48 partidos y organizaciones de América Latina, por invitación del PT, con el objetivo de “debatir la nueva coyuntura internacional post caída del Muro de Berlín y las consecuencias de la implantación de políticas neoliberales por parte de la mayoría de los gobiernos de la región” (forodesaopualo.org). La propuesta principal giró en torno a crear una alternativa popular y democrática al neoliberalismo.

La mesa de aquel primer encuentro lucía una pancarta con el logo del PT y la mayoría de los asistentes militaban en esa sigla. En esos años de neoliberalismo feroz, se convirtió en el principal referente de las izquierdas, rasgo que se acentuaría en los próximos años.

En 1988 se realizó en Porto Alegre, gobernada por el petista Olivio Dutra, la primera experiencia de presupuesto participativo en el mundo. El proceso fue tan impactante que pronto se irradió hacia otras ciudades, entre ellas Montevideo y Rosario, pero también una decena de ciudades brasileñas adoptaron la experiencia.

Pero la mayor creación del PT fueron los foros sociales. Con ellos, la estrella roja comenzó a alumbrar no sólo la región sino el mundo. El primer foro fue convocado por la Asociación para la Tasación de las Transacciones Financieras para la Ayuda al Ciudadano (ATTAC) y el PT ,y se realizó del 25 de diciembre al 30 de enero de 2001 en Porto Alegre, vitrina de lo que podía ser un gobierno de esa fuerza política.

Los siguientes foros fueron un éxito completo. El tercero, en 2003, año en que Lula se estrenaba como presidente, recibió más de cien mil personas de 156 países, organizó 1.300 seminarios talleres y acogió a los más importantes pensadores de la izquierda mundial: Noam Chomsky, Antonio Negri, John Holloway, Eduardo Galeano, entre muchos otros. Pocos repararon que una de las siglas que aparecían entre los auspiciantes rezaba Petrobras.

En un clima de euforia colectiva, un Lula recién estrenado como presidente improvisó un discurso: “Tengo la nítida noción de cuánto nuestra victoria representa de esperanza no sólo en Brasil, sino también para la izquierda del mundo entero y sobre todo para la izquierda en América Latina”. Dijo ser consciente de “la esperanza que los socialistas del mundo entero depositan en el éxito de nuestro gobierno” y adelantó que esperaba contribuir “para que otros compañeros ganen las elecciones en otros países del mundo”.

Las tres experiencias que confluyeron hace apenas una década en Porto Alegre, se marchitaron: el presupuesto participativo se convirtió en una reseca práctica burocrática, los foros sociales se vaciaron cooptados por las grandes ONGs y el gobierno del PT naufraga en la incertidumbre. Debe recordarse que esas tres experiencias merecieron tesis y libros, fueron motivo de extensas reflexiones en el seno de una izquierda que, una década y poco después de la caída del socialismo real, acariciaba el retorno de los buenos tiempos. Sólo el zapatismo se mantuvo al margen.

IZQUIERDA Y ESTADO DE EXCEPCIÓN

“Si el Estado de Derecho ya venía sufriendo las vicisitudes de la actual crisis política por la innegable conducta parcial y sesgada de la justicia contra los pobres, contra los negros, contra las mujeres y otras minorías, con la operación Lava Jato la violación del Estado de Derecho se eleva al estatuto de estado de excepción judicial. Este estado se configura por la violación sistemática y políticamente orientada de derechos y garantías individuales plasmados en la Constitución y las leyes”, escribe el sociólogo Aldo Fornazieri (Jornal GGN, 07-03-2016.

Al igual que Giorgio Agamben y Hannah Arendt, quienes sostienen que el nazismo fue un punto de inflexión en la utilización de la legalidad estatal de excepción para la construcción de un régimen autoritario, Fornazieri sostiene que en Brasil se ha instalado una “dictadura judicial”.

Sn embargo, quienes defienden a Lula y al PT desconsideran por lo menos tres cuestiones.

La primera es que en las décadas durante las cuales los negros y los pobres, y de modo muy particular los habitantes de las favelas, fueron sistemáticamente hostigados, asesinados y desparecidos por la Policía Militar y ninguneados por la justicia, los dirigentes del PT miraron al costado o fueron cómplices. Un sólo ejemplo. En febrero de 2015 la policía militar de Salvador (Bahia) mató a 15 jóvenes negros pobres, siendo muy cuestionada por los organismos de derechos humanos. El gobernador Rui Costa, del PT, declaró a los medios: “La policía tiene que decidir en cada momento, tener la frialdad y la calma necesarias para tomar la decisión acertada. Es como el artillero frente al gol que intenta decidir, en segundos, cómo va a disparar frente a la portería. Después que la jugada termina, si fue un golazo, todos los hinchas lo van a aplaudir” (Carta Capital, 9 de febrero de 2015).

Diversas organizaciones acusaron al gobierno petista del estado de estar encubriendo, como mínimo, el genocidio del pueblo negro: en los años de Lula y Dilma la muerte violenta de negros se disparó casi un 40 por ciento.

La segunda es lo que sostiene Luciana Genro, miembro de la Dirección Nacional del PSOL, en base a la delación premiada de Delcidio Amaral (senador y ex jefe de bancada del PT): “Es lamentable que un líder histórico como Lula haya dejado de ser del pueblo para aliarse con las elites, gobernar con ellas y recibir por eso mismo cuantiosas comisiones y regalos” (Viento Sur, 5 de marzo de 2016).

Nadie puede negar que el PT y Lula establecieron relaciones carnales con el gran empresariado brasileño, en particular con las constructoras a las que abrieron mercados y defendieron cada vez que enfrentaron problemas, como sucedió cuando Odebrecht fue expulsada de Ecuador por el presidente Rafael Correa.

Finalmente, el PT y el conjunto de la izquierda brasileña no parecen en condiciones de afrontar ni de enfrentar el “estado de excepción permanente” que denuncian. Según Agamben, “el totalitarismo moderno puede ser definido como la instauración, a través del estado de excepción, de una guerra civil legal, que permite la eliminación física no sólo de los adversario políticos sino de categorías enteras de ciudadanos que por cualquier razón resultan no integrables en el sistema político”*.

Este es el talón de Aquiles del lulismo: no tiene la fuerza moral necesaria para enfrentar la ofensiva de las derechas porque no defendió, cuando debía hacerlo, a las víctimas del mismo sistema que hora lo condena.

  • Estado de excepción, Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2004, p. 25.

Portada

El sentido de la vida en el socialismo

EL SENTIDO DE LA VIDA EN EL SOCIALISMO
Jorge Asís

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Fragmento
LA VISIÓN DEL FUTURO

Acababa de ubicarse, en el sitial asignado a los observadores. Tenía los folletos, primorosamente impresos, en la mano. Rodolfo Zalim, el observador, se disponía a leerlos, cuando de repente, en la plenitud de su primera mirada panorámica, reconoció a su amigo, el novelista urbano Nikita Bekashikov.

Constataba que Nikita —quién iba a decirlo— era uno de los panelistas del Gran Coloquio de Intelectuales Europeos del Este y del Oeste. Un seminario que se celebraba en la sala de actos del Banco Mundial, sede de la Avenida Iena.

Hacía alrededor de ocho años que Zalim no lo veía a Bekashikov. Desde su penúltimo viaje a Moscú, entre octubre y noviembre de 1984, cuando aún mantenía ciertas intenciones de entender las claves secretas del socialismo real. Todavía existía la gloriosa Unión Soviética, a la cabeza indudable de la esperanza de los pueblos oprimidos de la tierra. Nostalgias indefendibles del engendro artificial infortunadamente trunco, un imperio virtual que había extendido su fantástico predominio durante poco más de siete décadas que vertebraron el siglo más terrible. Nostalgias tangueras de la vieja URSS, la abuelita del socialismo a la que Zalim, cuando era bolche y muy joven, en la distante Buenos Aires construida por la memoria, denominaba, con su feroz ironía, la Madre Patria.

Téngase en cuenta que Zalim era algo más grave que un comunista. Era —mucho peor— un ex comunista. Y en París, al evocar sus antiguas posiciones maniqueas que reivindicaban el compromiso con la acción de las masas, se ponía un tanto melancólico. Como al escuchar los sones vibrantes de La Internacional, en oportunidades Zalim se emocionaba, hasta la admisible tristeza que atenuaba sospechosamente su cinismo protector. Sentía que creer en algo, así se tratara de una utopía torpe, resultaba francamente formidable. Igual que retener remotas esperanzas en un mundo igualitario, sin explotadores y esas cosas. Un mundo —digamos— mejor. Extrañaba, como había escrito, la visión de un futuro idealizado.
EL SENTIDO DE LA VIDA

Lo relevante, acaso lo increíble, era que Rodolfo Zalim, ex comunista convertido en aliado o compañero de ruta, se había atrevido a viajar especialmente a la URSS. Tenía el propósito de escribir un gran ensayo, que pensaba titular El sentido de la vida en el socialismo.

Y aquella noche de noviembre de 1984, previa a su partida definitiva de Moscú, en el departamento poco original de Igor Yegorov, ellos, los tres rusos, se reían impiadosamente del estudioso argentino. Se le burlaban a cara descubierta. Bebían vodka en cantidad desmesurada y se le reían, en primer lugar, de la diarrea espantosa que el extraño escritor visitante había contraído en la Siberia. Una diarrea agresiva, cagadera inagotable que arrastraba, con sus respectivos cólicos intestinales, desde Erevan, la capital de la Armenia aún dependiente. A su pedido, los gentiles anfitriones soviéticos lo habían trasladado hacia Erevan, para que el investigador conociera la verdadera realidad de las repúblicas del interior. Y cómo armonizaba el sentimiento nacional con los consolidados espíritus revolucionarios. ¡Cómo los rusos no se le iban a reír! En segundo lugar, se reían porque durante veinticuatro días Zalim había convivido con la vieja Ela Petroskavana, que tenía casi la edad de la Revolución que conmovió en diez días al mundo.

Ela era una intérprete eficiente e inmemorial, que treinta años atrás, según contaban con mala fe, había sido bellísima, pero con una pronunciada tendencia a ponerse algo mimosa o bastante querendona. Habían intentado seducirla, con suerte relativa, una legión apreciable de intelectuales y políticos latinoamericanos comprometidos con la causa del porvenir igualitario sin explotadores ni explotados.

La tía Ela había sido de corazón vulnerable solamente para Fernando Conigliaro, un ardiente y complicado novelista chileno que aún respira en la Patagonia. Un eterno aliado del Partido Comunista de Chile, amigo personal del legendario Condorito Corbalán, sobre todo de Volodia Teitelboim. Era un envidioso permanente de la gloria coyuntural del consagrado Pablo Neruda. Porque Conigliaro aspiraba a consolidarse en la estética más alta y difícil, el insaciable pretendía ser el más grande poeta de Chile, superador simultáneo de Neruda, Tellier y Huidobro. Pero no bastaba con el tesón, la disciplina ni la voluntad. El pobrecito Conigliaro componía espantosos e imprudentes versos de amor para Ela, su codiciada flor soviética, su luchadora mujer de mármol y de sangre. Sus desbordes con la rima y el soneto serían publicados en El Siglo, en los días turbulentos de la Unidad Popular que desembocarían en la prosa efectiva del general Pinochet.

Zalim conocía al dedillo la historia del romance con el chileno torrencial porque se la había contado la propia tía Ela. Fue durante una cena demorada, en el Gran Hotel de Leningrado, junto a los ventanales que daban a las ondulaciones persistentes del río Neva. La vieja rusa se ponía muy sensible y lagrimeaba al contar los detalles de aquella escapada fugaz hacia la dacha de su hermana, en las afueras de Moscú, el miércoles por la tarde de un invierno habitualmente inolvidable. En la casa de campo, una construcción oculta entre los árboles y que parecía una cabaña, no había agua, habían cortado la luz y faltaba el gas. Pero resultó útil para que Conigliaro canalizara tanta poética desesperación carnal y emitiera su sustancial semen congelado entre las piernas de una soviética apasionada.
PROFANACIONES

Ela Petroskavana conservaba una persistente sensibilidad, una emoción inalterable que la incitaba a llorar por cualquier confesión sentimental. Por el recuerdo del complejo Conigliaro o por cualquier despedida ordinaria.

Zalim había aprendido a estimar a la vieja Ela. Igualmente debía soportar, con cierto estoicismo, la profanación de las burlas que desfilaban en el departamento de Igor, interrumpidas por sus continuos ingresos al pequeño baño.

El argentino era acusado por los tres rusos festivos y difamadores de pretender abusar sexualmente de la vieja Ela. Aunque la histórica traductora bordeara la frontera sin regreso de los setenta y tres años. Imaginaban la ceremonia de la supuesta violación, graficaba Nikita de pie la escena de la penetración, entre los vasos de vodka que se llenaban copiosamente y provocaban que las carcajadas fueran, a cada trago, más estentóreas y estremecedoras. Los tres rusos infames lo acusaban de haberle hecho fervientemente el amor, como si se tratara de un deber militante, por adelante y por detrás, después de tantas dilatadas noches de monótono socialismo real. Se burlaban diciéndole que, estimulado por los relatos ardientes de su amor por Conigliaro, el argentino se había encargado de penetrarla con retroactividad, en virtud de su pasado revolucionario y en honor de la belleza perdida como la fe. Sostenía el futuro panelista, Nikita Bekashikov, que en una de las cinco noches interminables de Novosibirsk, la capital de la Siberia, el novelista Rodolfo Zalim —según su información incuestionable, basada en reportes secretos de la KGB— había forzado la resistencia valiente, y los principios firmes de la ejemplar traductora, revolucionaria y soviética. Y de manera indecorosa —continuaba Igor Yegorov—, el distinguido visitante argentino había colocado su miembro en la boca de la intérprete, que carecía de dientes. Agregaba entonces García Turulenko que, después del paso del meticuloso estudioso Rodolfo Zalim con la Ela Petroskavana, Novosibirsk pasaba a convertirse, en adelante, en la capital de la disipación y la perversión del pecado. Por último los tres rusos también se reían hasta el hartazgo, y con cierta razón, de la soberbia y petulante pretensión de Zalim de encontrarle un sentido a la vida en el socialismo. Tal extravagante desvergüenza del visitante era lo que más gracia les provocaba. Al imaginar el posible ensayo no podían detener, siquiera por un instante, la intensidad de las carcajadas.
TRES SOVIÉTICOS

Los tres malditos rusos eran oficialmente soviéticos.

Igor Yegorov, el dueño de casa, era un extravertido periodista gordinflón y descreído, que se ocupaba de analizar los temas económicos, en el diario Pravda.

El otro ruso era también español. Nicolás García Turulenko había nacido en Moscú, su madre había sido una rusa campesina y stalinista que se llamaba Olga, y su padre, don Fermín, un combatiente republicano que procedía de La Coruña. El miliciano Fermín García había llegado a Mos …

Templarios

TEMPLARIOS
Canal Historia

Fragmento
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El hierro y la fe

Hubo un tiempo en que Europa vivió en la anarquía y la oscuridad. Una era en que todo vestigio de orden, de justicia y de autoridad se había olvidado y había sido reemplazado por el ejercicio de la fuerza. Reyes y obispos palidecían ante el avance de los señores feudales que aprovecharon una época de inestabilidad para imponer su voluntad sobre una población atemorizada e ignorante. La espada y la lanza habían afianzado su lógica sangrienta sobre la ley y la administración que no hacía tanto se habían extendido por los territorios del Occidente europeo. En los siglos X y XI, puesto que éste es el período al que nos referimos, la única esperanza para la mayoría de los europeos se depositaba en una fe que los consolaba y dotaba de sentido a sus desdichadas vidas. La Iglesia estaba lejos de ser ejemplar y caritativa, pero poseía en su interior la suficiente vitalidad para seguir extendiendo su presencia junto al sufrido campesino o al valiente comerciante que se instalaba en las todavía balbucientes ciudades. Además, algunos de sus miembros eran lo bastante osados como para denunciar los excesos y reclamar los cambios que toda la sociedad sentía como indispensables.

Ésta es la historia de un tiempo en el que surgió un grupo de hombres que hizo del ejercicio de las armas una profesión y un medio de vida, que después sería conocido como «caballería». Y en el que también nacería una nueva espiritualidad más auténtica, más compasiva y más fuerte que haría de la búsqueda de la coherencia su bandera y de su cercanía al pueblo su ideal. Dos protagonistas cuyo encuentro daría pie a una de las aventuras más singulares de la Europa medieval, las Cruzadas, y al nacimiento de las órdenes militares, de las que el Temple fue la pionera.

La Edad Media es uno de los períodos históricos que más pasión despierta en el público general. Muchos de los ávidos lectores de divulgación y ficción histórica se sienten atraídos por el aliento épico y el exotismo que atribuyen a esta etapa. ¿Quién no se ha imaginado como alguno de los poderosos guerreros que poblaron aquellos siglos, como las damas que en determinados momentos cambiaron el destino de reinos enteros o como los míticos reyes cuyas leyendas resuenan todavía hoy? El Cid, Leonor de Aquitania o el rey Arturo son sólo algunas de las muchas figuras que podrían ilustrar con facilidad esos arquetipos y cuyas peripecias han hecho correr ríos de tinta.

Sin embargo, la realidad suele ser mucho más prosaica. Los profesionales de la Historia dedican buena parte de su esfuerzo a desmentir los tópicos más o menos fundados que se reproducen hasta la saciedad y que obedecen más a las inquietudes de nuestros días que al conocimiento que tenemos del pasado. Muchas veces un simple vistazo sirve para darse cuenta de que lo que suele presentarse como un tiempo heroico y brillante puede ser mucho más complejo y menos loable de lo que se había pensado en un primer momento.

LA NOCHE DE LOS TIEMPOS

Si cualquier lector contemporáneo hubiese nacido en el siglo XI, lo más probable es que no hubiese sido ni guerrero, ni dama noble ni rey. Como en los siglos anteriores, la inmensa mayoría de la población vivía en (y del) campo, en lo que constituía una lucha diaria por la subsistencia con un pobre equipamiento técnico y unos limitados conocimientos sobre agricultura. Su vida solía ser muy corta (se estima que la esperanza de vida en torno al año 1000 tan sólo llegaba a los veintidós años) y alrededor de la quinta parte de los niños que nacían vivos no llegaba a superar el año. Nada que parezca digno de envidia.

Si sobrevivir era ya de por sí difícil, el contexto no lo facilitaba en absoluto. Europa se encontraba entonces en un momento muy delicado. Los tiempos en que sus habitantes podían acudir a un poder fuerte que los socorriese y gobernase habían pasado no hacía tanto. A comienzos del siglo IX, Carlomagno fue el último monarca que logró llevar a término la reconstrucción de un Estado inspirado en el Imperio romano. Aunque no alcanzó los deslumbrantes resultados de éste, consiguió imponer una administración imperial desde Italia y los Pirineos hasta el mar del Norte en los actuales Países Bajos y Alemania occidental. Pero el sueño de este imperio, que conocemos con el nombre de Imperio carolingio, duró poco tras la muerte de su fundador.

Después del breve reinado de su hijo, Ludovico Pío, sus sucesores se repartieron el territorio en una serie conflictos y divisiones que sólo sirvieron para dejar en evidencia su debilidad. Pero lo peor estaba por llegar. Aunque ellos no lo sospechaban, estaban a punto de sufrir un golpe que se iba a transformar en una terrible prueba. A finales del siglo IX, una serie de amenazas externas, que no eran desconocidas y cuyo poder destructivo se intuía, se materializaron abatiéndose sobre la maltrecha Europa. Los historiadores suelen denominar a la serie de agresiones que se produjeron entonces con el nombre de «segundas invasiones», rememorando las que en los siglos IV y V precipitaron el final del Imperio romano.

Los primeros protagonistas de estas acciones vinieron del norte. Los vikingos eran un pueblo de guerreros y pescadores que habitaban la península de Jutlandia y el sur de Escandinavia. En aquel momento muchos de ellos se dieron a la piratería y desplegaron una brutal acción depredadora a lo largo de los litorales atlántico y mediterráneo. Sus hazañas fueron más allá de los fabulosos botines obtenidos en sus correrías. Mediante el desarrollo de varias campañas bien organizadas lograron apropiarse de algunas regiones en los reinos de Inglaterra y Francia, en los que se fueron instalando. Especialmente llamativo fue el caso de Normandía, cuyo territorio (elevado a la categoría de ducado) les fue concedido por el rey de Francia a cambio de su conversión al cristianismo y de que le jurasen fidelidad. Aunque los ataques vikingos acabaron sobre el año 930, su asombrosa epopeya todavía dio mucho de sí. Un siglo más tarde, los descendientes de los normandos que se habían trasladado hasta Sicilia, para ofrecerse como mercenarios a los gobernantes bizantinos y musulmanes, acabaron apropiándose de la isla y del sur de Italia, creando entonces un reino nuevo con el apoyo del Papa.

Mientras esto sucedía, el interior del continente se vio amenazado por un peligro que llegaba del este. Los húngaros eran un pueblo nómada procedente de los Urales. A mediados del siglo IX, la presión de otro pueblo, los pechenegos, los empujó hacia las fronteras orientales de la cristiandad. Llevaron a cabo innumerables razias tanto sobre el Imperio bizantino como en los reinos de Germania, Italia y Francia. Su principal objetivo era, al igual que los piratas vikingos, el saqueo de las aldeas y, sobre todo, los grandes monasterios, que habían acumulado importantes riquezas en los siglos anteriores. Sus jinetes eran un peligro aterrador: atacaban a gran velocidad armados con arco y flechas y montaban sobre caballos herrados y con estribo, innovaciones técnicas que los europeos desconocían. Pronto se hicieron acreedores de una merecida fama de matar y quemar todo lo que no podían transportar sobre sus corceles. Tendría que pasar un siglo para que un europeo fuese capaz de ponerles freno. En el 955, el duque Otón I de Sajonia los derrotó definitivamente a orillas del río Lech comenzando a partir de entonces un reflujo en el ritmo de sus desmanes. Finalmente, los húngaros acabaron por sedentarizarse en la llanura de Panonia (en la actual Hungría) y convertirse al cristianismo romano.

Pero todavía un último enemigo se alzó para abatirse sobre la sufrida Europa. En el sur, la ribera del Mediterráneo se vio sacudida por un violento avance de los musulmanes. A diferencia de la gran conquista de los siglos VII y VIII, en esta ocasión se sucedieron los ataques de piratas que actuaban al margen de la autoridad de los emiratos de al-Ándalus y el norte de África. Desde localidades costeras de estas regiones se abalanzaban sobre los puertos para saquearlos y capturar a mujeres, hombres y niños que vendían como esclavos en sus lugares de origen. Sus acciones se volvieron cada vez más violentas y sistemáticas: conquistaron Sicilia, de donde expulsaron a los bizantinos, y atacaron el sur de Italia y la costa provenzal. Allí se apoderaron de Praxitenum, uno de sus principales cuarteles generales del que fueron expulsados en 972 después de numerosos y penosos esfuerzos.

Los reyes europeos demostraron una escasa capacidad para repeler estos ataques y defender a sus respectivos pueblos de estos nuevos bárbaros. En la mayoría de los casos estas agresiones sólo sirvieron para acelerar la descomposición del poder central y demostrar que la autoridad real estaba demasiado lejos y era demasiado débil como para articular una respuesta que fuese más allá de reacciones episódicas. ¿No hubo nadie, entonces, que plantase cara a la situación, que hiciese un esfuerzo para defender el territorio y sus gentes?

LA OMNIPOTENCIA DE LAS ESPADAS

Poco después de que se pusiese freno a las segundas invasiones, a comienzos del siglo XI, surgió el primer estilo artístico internacional propiamente europeo. En las regiones de Lombardía y Borgoña se comenzaron a construir las primeras iglesias del estilo que hoy llamamos románico. Una de sus representaciones escultóricas favoritas era la del Juicio Final. En los tímpanos de templos como la iglesia de Santa Fe de Conques o la catedral de San Lázaro de Autun (ambas en Francia) ha quedado constancia de la riqueza plástica de que fueron capaces los artistas de aquel tiempo. El visitante que se acerque hasta allí podrá ver las impresionantes imágenes en que Cristo resucitado, rodeado de una corte de ángeles, evangelistas y ancianos del Apocalipsis, aparece mayestático para impartir su justicia universal sobre los vivos y los muertos. Entre éstos se pueden distinguir sin dificultad todos los «estados» del momento: reyes, obispos, nobles, caballeros, monjes, mujeres, tullidos y marginados. Los escultores que tallaron esas imágenes quisieron dejar constancia del entorno que los rodeaba y de los tipos humanos que lo componían. Su intención era mostrar al espectador de su tiempo que lo que contemplaba podía suceder en cualquier momento. Para el hombre actual, su obra se ha convertido en una de las fuentes de conocimiento más valiosas sobre la realidad de hace casi mil años.

Por tanto, en los tímpanos de las iglesias medievales es posible «leer», entre otras muchas cosas, el paisaje humano de aquellos siglos. Precisamente uno de los tipos más representados en la escultura románica, el del caballero, tuvo su origen real en ese momento. De las cenizas de una Europa arrasada por las segundas invasiones surgieron grupos de gentes de armas que se aprestaron a defender lo suyo. Ante el vacío de poder central, la reacción provino de los poderes locales de las regiones más afectadas por los ataques. Fueron los notables de cada lugar los que movilizaron los recursos necesarios para reunir contingentes armados que protegiesen sus patrimonios y a sus subordinados.

En algunos casos estos poderosos fueron los descendientes de las autoridades carolingias, los condes que Carlomagno puso al frente de cada uno de los distritos en que dividió su imperio. En otros muchos no había quedado rastro alguno de autoridad, y sencillamente fueron los que tenían medios para costearse una montura y armamento los que se organizaron por su cuenta. Proliferaron por doquier los castillos, donde floreció una nueva aristocracia guerrera a la que le resultaba cada vez más necesario aglutinar en torno a sí un grupo de jinetes armados que les permitiese cimentar su poder tanto en el interior de sus tierras como frente a los señores vecinos, que en muchos casos eran rivales.

El origen de estos nuevos guerreros a caballo solía responder a un mismo patrón. Según el medievalista francés Jean Flori, «hasta el siglo XII parece ser que las únicas restricciones a la entrada en la caballería eran de carácter material. Para convertirse en caballero era menester, naturalmente, estar dotado de la capacidad física (lo que excluía a los débiles, a los enfermos, a los niños y generalmente a las mujeres), pero también de medios financieros: el coste del equipo y la disponibilidad de tiempo que exigía el entrenamiento indispensable para la eficacia del guerrero». Así, aunque inicialmente no hacía falta ser noble para ser caballero, en la práctica las exigencias económicas limitaron el acceso. A tal condición sólo pudieron llegar un contado grupo de terratenientes ricos o los hombres que los propios señores mantenían para que ejerciesen el oficio de las armas a su servicio. La relación entre los señores y sus guerreros a caballo se cimentaba en la fidelidad personal y en el reparto de prebendas, lo que acabó por crear clientelas personales excluyentes en las que cada guerrero obedecía a un señor.

En un ambiente de inseguridad reinante, los campesinos cada vez más empobrecidos no tuvieron más remedio que acudir a los señores en busca de protección. Éstos se la concedieron, pero a cambio de atarles a las tierras de su propiedad y de que les reconociesen el derecho a ejercer sobre ellos funciones que antes desempeñaban las autoridades reales. Además, los señores los obligaron a que les diesen muestras de fidelidad personal y que cumpliesen con ciertas obligaciones económicas. De este modo comenzó a cristalizar el feudalismo en Europa.

Sin embargo el nuevo sistema no mostró beneficios a corto plazo en lo que al orden y la paz se refiere. Los invasores de las periferias del mundo medieval fueron aplacando su furia en la segunda mitad del siglo X, pero quienes habían hecho del ejercicio de las armas una forma de vida no estaban dispuestos a renunciar a él. La lucha contra los invasores fue sustituida por las guerras privadas entre los señores feudales, que rivalizaban por afianzar y extender su poder. Como apunta Flori, «los guerreros, menos apremiados por las amenazas del exterior, tendieron a orientar hacia el interior, hacia las poblaciones, sus actividades protectoras y, al mismo tiempo, expoliadoras».

La actividad militar de las huestes a caballo dejó de ser la de defender las fronteras; su principal ocupación era las cabalgadas, razias contra los señores rivales con objeto de infligir bajas a sus fuerzas armadas, destruir sus bienes y hacerse con un botín que se pudiesen repartir. La capacidad ofensiva y predatoria se convirtió en el mejor medio para acrecentar el prestigio y la riqueza de los señores, que se enredaron en un sinfín de conflictos. Así, a la anarquía de los ataques externos le siguió la anarquía feudal. La violencia, lejos de disminuir, se mantuvo; pero por contra los bárbaros no venían del exterior, sino que habían surgido en el seno de la cristiandad. El impacto de esta situación en las conciencias de la época fue inmenso. En vez de la satisfacción por un nuevo tiempo de paz, la sensación era de estupor por la saña destructora que se extendía imparable. En opinión de la medievalista y paleógrafa italiana Barbara Frale, «la sociedad europea estaba conmocionada por la inusitada violencia de las mesnadas que luchaban continuamente entre sí, destruían los cultivos, depredaban las aldeas y mataban a los indefensos —incluso a los sacerdotes—, a menudo sin otro motivo que la codicia del botín».

La virulencia de las correrías feudales aumentó, además, por problemas internos de la nueva clase dirigente. Los señores aprovecharon la situación para asegurar la continuidad de su poder mediante la herencia. Pero para que no se disgregase lo que con tanto esfuerzo habían acumulado, dispusieron unánimemente la sucesión exclusiva de los primogénitos. Todo el poder y la riqueza pasarían al hijo mayor, lo que inmediatamente planteaba el problema de qué hacer en caso de que hubiese más descendencia masculina. La opción mayoritaria fue la de entregar a los segundogénitos a la carrera eclesiástica. Pero ¿y si había más hijos varones o el segundón no se avenía a ingresar en el clero? El camino normal era el de las armas, pero el ejercicio de éstas había que hacerlo lejos del heredero, ya que para asegurar la transmisión patrimonial era preciso evitar a todo trance rivalidades entre hermanos.

Lo más frecuente era enviar al hijo menor al castillo de un familiar cercano, en cuyas huestes ingresaba como caballero. Pero estos «jóvenes», como se les ha llamado frecuentemente, no estaban dispuestos a equipararse con el resto de sus compañeros de armas. Tendieron a desarrollar actitudes especialmente enérgicas, ya que deseaban lograr por otros medios lo que la herencia les había negado. Se los ha descrito como hombres frustrados, ambiciosos y belicosos, que deseaban como ninguno de sus compañeros la gloria, el botín, una rica heredera o una aventura que les permitiese alcanzar un rango parangonable al de sus padres. Su actitud, además de abrir una grieta con el resto de sus camaradas, a los que despreciaban por su origen menos encumbrado, azuzaba todavía más la espiral de correrías, robos, destrucción y muerte que amenazaba con convertirse en una pesadilla sin fin. Para atajarla, los europeos no podían contar con la nueva aristocracia feudal. Las súplicas que llevaban formulando desde hacía décadas tendrían que ser dirigidas a otro destinatario.

LA CULPA Y EL PERDÓN

La Iglesia había jugado, desde la caída del Imperio romano, un papel de primer orden en Europa. Siempre había permanecido cerca del poder político apoyando la actividad de gobierno de reyes y emperadores. Su importancia económica y social había crecido exponencialmente a medida que iba acumulando los bienes legados por los difuntos que aspiraban a asegurar su salvación haciéndose enterrar en suelo sagrado o dejando algún bien o renta para que se rezase por su alma a perpetuidad.

Pero si algo la diferenciaba del resto de poderes de aquel tiempo era que poseía un patrimonio que nadie podía donarle ni legarle, porque era prácticamente su monopolio. La Iglesia era la depositaria fundamental del legado cultural grecorromano en Europa, que preservaba celosamente y era enseñado a los clérigos en las escuelas catedralicias y monacales. En aquel momento casi nadie sabía leer ni escribir fuera del clero, razón por la que éste era tan importante en la actividad de gobierno de los monarcas, que como contrapartida apoyaron la extensión de la fe y le concedieron nuevos beneficios. Pero aquello sucedió en los viejos buenos tiempos. El nuevo clima de los siglos X y XI no le era especialmente propicio. Las instituciones eclesiásticas, sobre todo los monasterios, habían sido las víctimas preferidas de las incursiones de vikingos y húngaros. Pero cuando la agresividad de estos pueblos remitió, su situación tampoco mejoró. Pasaron a ser entonces un botín apetecible para las huestes feudales al servicio de los señores.

Los eclesiásticos se defendieron escribiendo duras denuncias contra los excesos de los guerreros a caballo, a los que llamaron milites (literalmente, «soldados» en latín), que consideraban como un hecho inaceptable y una expresión del mal. Como recuerda el medievalista italiano Giovanni Miccoli: «Las agresiones y los saqueos perpetrados con daño para la vida y para los bienes monásticos por milites indisciplinados en busca de fortuna o por señores ambiciosos y sin escrúpulos, son juzgados siempre por la cultura monástica como fruto de ciega violencia y de maldad diabólica».

Los monasterios eran grandes propietarios de bienes rústicos y en una sociedad de analfabetos las soflamas no tenían mucha efectividad, sobre todo si el poder civil brillaba por su ausencia. No tuvieron más remedio que integrarse en la lógica feudal para poder defender su patrimonio. Legalmente, el clero no podía portar armas ni practicar la lucha. Aunque esta prohibición era generalmente respetada, no faltaron situaciones en las que algunos se vieron forzados a ignorarla o lo hicieron con gusto. Según José Luis Corral, profesor de Historia Medieval de la Universidad de Zaragoza: «Aunque el ideal eclesiástico parecía decir todo lo contrario, en realidad hubo clérigos de la época que combatieron con las armas como cualquier soldado de su tiempo, incluso había algunos obispos que eran muy famosos porque eran unos extraordinarios combatientes, unos soldados que manejaban muy bien la espada y la lanza…».

Sin embargo, la solución que tuvo más éxito fue buscar la asistencia de los caballeros para defenderse. Estos ejércitos de la fe fueron conocidos como defensores Ecclesiae o milites Ecclesiae («defensores de la Iglesia» o «soldados de la Iglesia»), cuya actividad era sufragada y se hacía bajo el amparo de la institución que requería sus servicios. En complejas ceremonias llenas de simbolismo, los monjes les entregaban las armas y el estandarte del santo patrón del monasterio bajo el que lucharían por defenderlo. Después tanto estos objetos como los propios guerreros eran bendecidos. Los caballeros se beneficiaban de no tener que pagar las armas, que eran financiadas por el monasterio, y de las ventajas espirituales que conllevaba servir a un señor sagrado.

Así la institución que criticaba a los guerreros movidos por instintos demoníacos comenzó a ofrecerles un medio para que redimiesen sus culpas y empleasen su oficio por una buena causa. Este giro en la percepción de la caballería, siempre que estuviese al servicio de la religión, se fue reforzando con el tiempo. Más adelante se suprimieron para estos soldados eclesiásticos la penitencia en caso de matar por defender a la Iglesia. Fue el primer paso para sacralizar la caballería, que se potenció sobremanera mediante la difusión del culto a santos de caracterización militar o caballeresca, como san Miguel o san Jorge, el santo caballero por excelencia.

Al tiempo que la Iglesia adoptaba una estrategia de intervención directa para protegerse de las agresiones, desplegó una importante actividad para intentar frenar la anarquía y el caos en que se había sumido Europa debido a las guerras privadas de los señores. En regiones especialmente afectadas por los desórdenes internos, como Aquitania y el Midi francés, y ante la debilidad del poder real, algunos prelados eclesiásticos tomaron la iniciativa de convocar las que se conocieron como «asambleas de paz». Gracias al apoyo de algunos nobles y de la mayoría de la población, los eclesiásticos reunían a amplios grupos de caballeros a los que hacían jurar sobre reliquias de santos que no atacarían las iglesias, ni a los clérigos ni a los indefensos. Tampoco podrían apropiarse de las rentas o propiedades eclesiásticas y tendrían que respetar las cosechas, viviendas y mercancías de los legos que no usasen armas. El objetivo de esta campaña eclesiástica era patente; en opinión de Flori: «Se trataba realmente de reservar y de circunscribir la guerra a los guerreros y de hacer que este ejercicio no interfiriera en la buena marcha de los negocios de la Iglesia, por una parte, y de los “trabajadores laicos” (campesinos y comerciantes), por otra». Esta serie de límites a la acción armada fueron agrupados bajo el nombre de «Paz de Dios», a la que pronto se añadió el de no luchar en los días en que era obligatoria la asistencia a los oficios religiosos, la llamada «Tregua de Dios». Ambas instituciones de paz poco a poco empezaron a expandirse por Europa gracias al apoyo de la jerarquía eclesiástica.

La pena para los que no respetasen estos términos y rompiesen su juramento era la excomunión y la persecución por parte de los milites Ecclesiae para hacerles cumplir con la penitencia que dictase un juez de la Iglesia. Entre las más llamativas de las que se introdujeron estaba la de obligar a los infractores a realizar una peregrinación penitencial a Jerusalén para limpiar su pecado. Un castigo muy en consonancia con la religiosidad propia de aquel tiempo. Aquellas asambleas de paz se desarrollaban en un clima de excitación religiosa, de fervor encendido por las reliquias y los santos, de tintes apocalípticos. Después de una larga etapa de guerras y devastación, la vivencia de la religión cristiana y su mensaje salvador ultraterreno por parte de quienes cargaban a sus espaldas tanto sufrimiento era un hecho palpable y cotidiano. Cuando la muerte es una compañera visible todos los días, la preocupación por la finitud de la vida ocupa un lugar muy destacado. Pero también es cierto que la actitud de la Iglesia hacia la religiosidad popular había cambiado en los últimos tiempos.

¿LUZ ENTRE LAS TINIEBLAS?

A mediados del siglo XI, la Iglesia romana estaba inmersa en un período de profunda renovación interna. Debido a la iniciativa de una serie de papas enérgicos, a partir del pontificado de León IX las autoridades eclesiásticas emprendieron una serie de importantes reformas. Su objetivo inmediato era lograr la emancipación de la Iglesia de cualquier injerencia externa. Durante las agitadas décadas del siglo y medio anterior se habían vuelto demasiado frecuentes los casos de cargos eclesiásticos que eran nombrados directamente por el señor feudal más próximo. Incluso algunos clérigos cedían a las presiones externas y accedían a vender sus cargos o las rentas y propiedades que llevaban anejos. La pobre impresión e incluso el escándalo que producían semejantes conductas se veían acentuados por las costumbres poco ejemplares y la escasa formación de parte del clero. La lucha contra el amancebamiento en que vivían muchos de sus miembros fue el estandarte de un amplio movimiento promovido por las autoridades con el objetivo de remediar esta situación.

La preocupación principal que subyacía a estas acciones no siempre había estado en las mentes de quienes debían velar por la salvación de sus fieles. Las décadas anteriores habían estado marcadas por el deseo de convertir al cristianismo romano a los reyes y caudillos de los pueblos que, procedentes de la periferia, habían comenzado a asentarse en la Europa cristiana. En ese momento el interés se había vuelto hacia los propios europeos. Era la forma que tenía la jerarquía de hacer caso a las señales de alarma que llevaban tiempo llegando desde dentro.

Desde finales del siglo X, algunos sectores de la Iglesia y de sus fieles demostraron una gran inquietud religiosa. Un primer signo fue una sorprendente proliferación de ermitaños. Aunque el movimiento eremítico era muy antiguo, hacía siglos que languidecía frente a la tendencia mayoritaria de que los monjes viviesen en comunidad. En aquel momento surgieron en los territorios de Francia y Germania occidental una serie de monjes que se apartaban del mundo para perseguir su ideal de perfección religiosa en la soledad más absoluta. Su pobreza, su independencia y la predicación que ejercían algunos de ellos les granjearon rápidamente la adhesión del pueblo. Empleaban un lenguaje nuevo en sus sermones, en el que el centro de atención se ponía en la salvación personal, usando como ejemplo las vidas heroicas de los santos y hablando de un Cristo cercano, humanizado y consolador de los afligidos. Su actividad generó una gran inquietud entre los prelados, ya que como recordaba Julio Valdeón Baruque, catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Valladolid, los eremitas eran «auténticos anarquistas de la vida religiosa que gozaban de una inmensa veneración popular».

Además, no eran los únicos que habían emprendido la búsqueda de un cristianismo más auténtico dentro de la Iglesia. En el año 910, el duque Guillermo de Aquitania había fundado un monasterio en Cluny, que entregó al respetado fray Bernon para que lo dirigiese como abad. Éste puso en marcha lo que acabaría por convertirse en una auténtica revolución en la Iglesia medieval. Impuso la regla que san Benito había redactado en el siglo VI con la intención de devolverla a su rigor original, enfatizando para ello la penitencia, la pobreza, la castidad y la obediencia que debían practicar los monjes. Como contrapeso, dejó algo de lado el trabajo manual en favor de la celebración de la liturgia y el trabajo intelectual.

Pero lo auténticamente radical fue que, frente a unos monasterios que llevaban siglos organizándose de forma individual e interpretando la regla a su manera, comenzó a crear nuevos monasterios subordinados y a someter otros existentes a su autoridad. Era la primera vez que se ponía en pie una organización monacal en Europa, una auténtica orden. Para más novedad, la puso bajo la dependencia directa al Papa, ya que antes cada monasterio debía obedecer al obispo de su diócesis. El éxito de la iniciativa prendió como la pólvora y los monasterios cluniacenses se diseminaron rápidamente por todo el continente.

Su ejemplo fue seguido además por otros monjes que, a lo largo del siglo XI, hicieron lecturas todavía más drásticas de la regla. En 1084, san Bruno fundaba cerca de Grenoble la Gran Cartuja, que se convertiría en la casa matriz de la orden homónima. En ella los hermanos se sometían a un silencio y una abstinencia perpetuos, así como a ayunos frecuentes. Pero el ejemplo más exitoso fue el de la Orden del Císter, los monjes de hábito blanco, creada por san Roberto de Molesmes con la fundación de la pequeña comunidad de Cîteaux en 1098. Seguían una rigurosa observancia de la regla benedictina como reacción a la relajación progresiva que estaba mostrando Cluny, haciendo hincapié en la austeridad de sus monasterios, la pobreza y el trabajo de la comunidad como único sustento. El éxito del ascetismo de estos monjes fue tal que el color de sus hábitos comenzó a verse como algo simbólico. Como recuerda el profesor Corral: «Los cistercienses visten de blanco, adoptan el hábito blanco como un símbolo de pureza, como un símbolo también de pobreza, pero a la vez un símbolo que representa la luz de Dios, que es una luz blanca».

Quizá la clave de su éxito residiese en su capacidad de combinar la tradición de la Iglesia con el nuevo espíritu religioso del momento. El deseo de cristianizar auténticamente a los europeos que habían mostrado los papas de la reforma había llevado a un mayor interés de las autoridades eclesiásticas en llegar al pueblo llano. La construcción de iglesias desde las que el Evangelio llegase a los campesinos de los pueblos y aldeas alcanzó gran intensidad. Sus fachadas comenzaron a esculpirse pronto con escenas de la historia sagrada para ilustrarles, en lo que constituían auténticas «biblias de los analfabetos». La Iglesia potenció el culto a los santos y las reliquias como una forma de acercar el mensaje del cristianismo reformado. Las pruebas de que éste estaba calando no tardarían en llegar.

Cada vez más hombres y mujeres daban muestras de querer llevar a la práctica el ideal de una vida apostólica, en el que la penitencia jugaba un papel clave. Una de las formas más factibles de hacer realidad esos deseos fue el de ponerse en marcha hacia alguno de los lugares especialmente vinculados a Cristo y los santos. Las peregrinaciones vivieron un auténtico auge popular. Los destinos tradicionales eran Jerusalén (donde había acontecido la pasión, muerte y resurrección de Cristo) y Roma (lugar del suplicio de san Pedro y otros muchos mártires). Pero pronto se les añadieron otros nuevos, entre los que el más destacado fue Santiago de Compostela, donde se había descubierto la tumba del apóstol Santiago el Mayor en el siglo IX.

En medio de ese ambiente de excitación espiritual no faltaron los milenaristas, partidarios de una corriente que aparecía intermitentemente en el cristianismo medieval. Defendían la inminencia de la segunda venida de Cristo para acabar con un mundo corrupto y violento del que sólo se salvarían los desheredados, auténticos testigos del verdadero mensaje del Redentor. Por tanto, avanzado el siglo XI se había extendido un fervor popular que contribuyó poderosamente a que la tensión religiosa se difundiese por toda la escala social. Este ánimo colectivo coincidió con la cristalización de un estado de opinión en el que se empezaba a ver con buenos ojos el ejercicio de la violencia en defensa de la fe. Semejante mezcla era sumamente inflamable y no podría permanecer estable por mucho tiempo. Sólo hacía falta una chispa para que se desatase el incendio que liberase una energía que la sociedad europea apenas podía contener. De forma inesperada para muchos, la chispa saltaría en Clermont, una tarde de noviembre de 1095.
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Dios lo quiere

La Orden del Temple fue la primera de las órdenes militares de la historia. Quienes se sumaban a ella abrazaban una dura vida cuyo sentido último era el propio sacrificio en nombre de Dios. Como verdaderos peregrinos, los templarios soñaban con llegar a Tierra Santa, a los lugares en que había transcurrido la vida y pasión de Jesucristo, para alcanzar la redención. Pero la expiación de sus pecados iba mucho más allá del simple sacrificio que el peregrinaje en sí implicaba. Su titánica tarea no era otra que la de restaurar el honor de Dios mancillado por la presencia de infieles en los Santos Lugares. Y para ello, la sola oración no era suficiente, ni siquiera bastaba la consagración religiosa de la vida. Los templarios se erigieron en el brazo armado de la justicia de Dios. Por la fuerza de sus armas, los infieles serían sometidos y la cristiandad, amenazada por ellos, recuperaría para sí las tierras que nunca debería haber perdido.

Sin embargo, la Orden del Temple nació en una Jerusalén ya conquistada para la cristiandad en una guerra hecha también en nombre de Dios: la cruzada. Y es que varias décadas antes de su surgimiento la cristiandad occidental se vio sacudida por un verdadero terremoto espiritual que llevó a la Iglesia a proclamar que ningún acto podría ser más puro que tomar las armas en defensa de Dios. Miles de personas respondieron al llamamiento que el papa Urbano II hizo a finales del año 1095 para liberar los Santos Lugares de la presencia musulmana. La génesis de la Orden del Temple resulta incomprensible sin detenerse en aquella respuesta, en sus razones y su justificación, pues es en la historia de la Primera Cruzada donde se encuentran las raíces de la mítica orden de los caballeros de Cristo.

Con triste frecuencia, los informativos y periódicos recogen noticias sobre atentados perpetrados por fundamentalistas. Se trata de personas convencidas de ciertas ideas de carácter religioso que excluyen cualquier otra percepción de la fe, la sociedad o la política ajenas a la propia. Su convencimiento llega a tal grado que no sólo consideran lícito, sino noble, la defensa de dichas ideas mediante la fuerza, incluso aunque el precio a pagar sea la propia vida. Desde la perspectiva actual de millones de personas en todo el mundo, tales comportamientos resultan difícilmente comprensibles o justificables, y sin embargo un paseo por nuestra propia historia nos sorprende con un pasado no tan distinto. Es bien cierto que las Cruzadas tuvieron lugar hace siglos, pero no es menos cierto que se llevaron a cabo en nombre de una religión, la cristiana, profundamente asentada en nuestra cultura y cuyo quinto mandamiento prohibía, entonces y ahora, matar.

La legitimación de la violencia es siempre una cuestión espinosa, y también lo fue para el cristianismo desde sus inicios, muy especialmente cuando desde finales del siglo IV pasó a convertirse en religión oficial del Imperio romano, es decir, religión oficial de un edificio político en el que la actividad bélica resultaba indispensable para la supervivencia. Ya a comienzos del siglo V, uno de los principales teóricos del cristianismo y padre de la Iglesia, san Agustín de Hipona, abordó el problema de la llamada «guerra justa», cuyos principios dejaría establecidos. Teólogos y canonistas, entre los que destaca san Isidoro de Sevilla, matizarían y completarían las ideas de san Agustín, dando así forma al concepto de guerra santa medieval sobre el que habría de descansar el de cruzada.

Tres eran los principios fundamentales que definían la guerra santa: la causa justa, es decir, la existencia de un motivo (por lo general, una agresión) que convirtiese el recurso a las armas en un acto moralmente aceptable e inevitable; la autoridad legítima, pues sólo a ella quedaba reservado el derecho de proclamarla, y la recta intención, ya que el objetivo de una guerra santa no podía ser otro que el de reparar una injusticia que de otro modo no podría ser corregida. No obstante, como recuerda el profesor de Historia Medieval de la Universidad Autónoma de Madrid Carlos de Ayala, «hasta mediados del siglo XI, el ejercicio de las armas, incluso en el contexto de una guerra justa y santa, comportaba penas espirituales»; es decir, quienes participaban en ellas después debían practicar penitencia. Pero este último asunto pronto habría de cambiar cuando de la mano de Urbano II cristalizase el concepto de cruzada.

La cruzada era un tipo especial de guerra santa que sólo podía ser proclamada por el Papa como cabeza de la cristiandad, cuyo objetivo era la liberación de los Santos Lugares y que contribuiría a la realización de las profecías apocalípticas sobre el final de los tiempos. Por todo ello, la cruzada, a diferencia de otras guerras santas, se convertía en un instrumento de salvación para quienes participaban en ella. Era en sí misma una forma de penitencia, de ahí que, al tener como meta la Tierra Santa, se concibiese como una suerte de peregrinaje redentor. «No se esperaba de ellos [de los cruzados] que emprendieran una gloriosa travesía, sino que se vistieran sencillamente como peregrinos y llevaran sus armas y armaduras en las alforjas de sus animales de carga», recuerda el catedrático y especialista en cruzadas Jonathan Riley-Smith. Quienes sobrevivían a la cruzada obtenían la remisión de las penas temporales por sus pecados, pero quienes morían en ella alcanzaban la salvación de forma directa, sin aguardar al Juicio Final, un privilegio hasta entonces reservado a los mártires y los santos.

Por otra parte, en el contexto de violencia generalizada característico del período comprendido entre principios del siglo X y mediados del XI, la posibilidad de convertir la actividad bélica, correctamente encauzada, en un acto de defensa de la fe se mostraba especialmente interesante. Sobre todo para una Iglesia que se encontraba en pleno proceso de reforma interna para consolidarse como poder hegemónico en Europa. La canalización adecuada de la violencia ya había sido abordada por la Iglesia con la creación de instituciones como la Tregua de Dios, pero la cruzada iba mucho más allá abriendo nuevos horizontes. Unos horizontes que, sin duda alguna, tenía en mente Urbano II cuando en la primavera del año 1095 recibió la visita de una peculiar embajada bizantina.

UNA DESESPERADA PETICIÓN

En marzo de 1095, obispos italianos, borgoñones, franceses y alemanes acudieron a Piacenza para asistir a un gran concilio convocado por el Papa. En la cabeza de Urbano II zumbaban los numerosos problemas a los que por entonces debía hacer frente la Iglesia y a los que desde la época de su predecesor, Gregorio VII, se trataba de dar respuesta con un importante movimiento de reforma interna. Entre esos problemas no era menor el de la quiebra de la cristiandad que venía arrastrándose desde 1054. En esa fecha, el enfrentamiento entre el pontífice romano y el patriarca de Constantinopla por cuestiones doctrinales terminó conduciendo al que se conoce como «Cisma de Oriente». La Iglesia bizantina quedó formalmente separada de la romana y el entonces Papa, León IX, excomulgó al emperador bizantino. Recuperar la unidad de la Iglesia bajo la hegemonía romana era una de las mayores prioridades de Urbano II cuando accedió al solio pontificio, razón por la que en 1089 levantó la excomunión impuesta a los emperadores bizantinos y en 1095 no dudó en invitar a los representantes del emperador Alejo I al Concilio de Piacenza.

Por entonces, el Oriente Próximo islámico se encontraba profundamente dividido. Dos grandes califatos, el fatimí de Egipto y el abasí de Bagdad, se repartían lo que hasta el siglo X había sido un único imperio y pugnaban por hacerse con el control de la estratégica región sirio-palestina (en la que se encontraba Tierra Santa). En 1095 ésta se encontraba bajo dominio turco, pues desde inicios del siglo XI los turcos selyúcidas habían logrado hacerse con el control efectivo del califato abasí. El empuje turco no sólo había puesto en jaque a los abasíes, sino también al Imperio bizantino cuyos territorios de Asia Menor habían logrado conquistar. Bizancio carecía de los recursos militares suficientes para afrontar la recuperación de sus posesiones anatolias, una cuestión que obsesionaba a Alejo I, empeñado en fortalecer el debilitado poder de los emperadores bizantinos.

En esa situación, la invitación pontificia a Piacenza no pudo resultar más oportuna. A través de sus embajadores, Alejo I hizo llegar una petición de auxilio al Papa. El emperador solicitaba la ayuda militar de la cristiandad latina y lo hacía empleando el mejor argumento posible: las comunidades cristianas de Oriente agonizaban bajo el yugo musulmán del que sólo conseguiría librarlas la ayuda militar de sus hermanos cristianos de Occidente. No era la primera vez que se producía una petición de auxilio de tales características. Ya en 1073 el emperador bizantino había solicitado apoyo militar al Papa instándole a recuperar los Santos Lugares, pero como recuerda Barbara Frale, «aunque Gregorio VII había pensado encabezar personalmente la expedición de auxilio a Tierra Santa para liberar el Santo Sepulcro, en 1085 murió sin haberse ocupado nunca de los detalles organizativos de la misión de socorro a Oriente».

Sin embargo, la solicitud de 1095 correría mejor suerte. El panorama descrito por la embajada bizantina no podía ser más sombrío. Se relataron pormenorizadamente las calamidades padecidas por los cristianos orientales, se insistió en la necesidad de recuperar para la cristiandad los lugares santos mancillados por los infieles, y no se ahorró ni un solo detalle que pudiese contribuir a convencer a los asistentes al concilio de lo patético y desesperado de la situación. Además, el emperador daba a entender su inclinación favorable a flexibilizar la situación de quiebra entre la Iglesia romana y la bizantina. Difícilmente el auditorio podía permanecer impasible ante tantos y tan seductores argumentos.

Los especialistas coinciden en señalar que el contenido de la embajada no respondía a la realidad de las comunidades cristianas bajo dominio musulmán. La convivencia de éstas con el islam había discurrido tradicionalmente por cauces tranquilos a excepción de situaciones puntuales y del período de gobierno del desequilibrado califa al-Hâquim (996-1021), que protagonizó persecuciones religiosas contra cristianos, judíos y musulmanes suníes y destruyó el Santo Sepulcro de Jerusalén en 1009. Pero fuera de estos episodios excepcionales, las comunidades cristianas de Oriente pudieron vivir libremente su fe y el fenómeno creciente de las peregrinaciones a Tierra Santa respondió a esa realidad de tolerancia. La entrada de los turcos en escena supuso un importante factor de inestabilidad interna que, como es lógico, también afectó a las comunidades cristianas, pero no conllevó un empeoramiento tan sustancial de su situación como para explicar la desesperada petición de ayuda de Bizancio.

Alejo I necesitaba, por encima de todo, el apoyo militar que podía proporcionarle el Papa para recuperar los territorios bizantinos tomados por los turcos, y supo recurrir a los argumentos más certeros para lograrlo. Sin embargo, como recuerda el profesor Ayala, «es evidente que las reglas de una llamativa propaganda se impusieron, y también lo es que dicha propaganda, que tanto influyó en el Papa y su entorno episcopal, acabó revolviéndose contra el emperador: éste esperaba de Occidente un buen número de disciplinados mercenarios, y acabó encontrándose con una masiva e incontrolable presencia de cruzados». Sin saberlo, Alejo I había puesto en marcha la maquinaria de la Primera Cruzada.

TOMAR LA CRUZ

Finalizado el Concilio de Piacenza, Urbano II estaba completamente persuadido tanto de las ventajas políticas que para su programa reformista supondría emprender la cruzada a Tierra Santa, como de la necesidad religiosa de abordarla. Con los ojos puestos en una nueva reunión conciliar que habría de tener lugar en la localidad francesa de Clermont en noviembre de 1095, el Papa inició un largo viaje. En su camino a Clermont recorrió buena parte de Francia aprovechando para tomar contacto con algunos personajes que, como el obispo de Le Puy o el conde Raimundo IV de Tolosa, más adelante desempeñarían un papel esencial en la Primera Cruzada. Como apunta el profesor Riley-Smith, «su itinerario después de su estancia en Piacenza demuestra que, tal como él mismo escribe, se proponía “estimular las mentes” de los nobles y caballeros de su tierra natal, Francia. […] Pasó por varias ciudades luciendo su corona, las cuales nunca, o casi nunca, habían visto un rey. Lo acompañaba un impresionante séquito compuesto de cardenales y altos cargos de la Iglesia católica, así como una hueste de arzobispos y obispos franceses, que producían un efecto deliberadamente teatral».

El 18 de noviembre dio comienzo el Concilio de Clermont. La asamblea tenía por objeto principal tratar de cuestiones relativas a las instituciones de paz promovidas por la Iglesia, y en ese contexto la discusión sobre la cruzada encontró su espacio perfecto. No en vano el primero de los cánones (decisiones doctrinales) aprobados por el concilio se dedicó a la consagración de la Paz de Dios como tregua formal e inviolable, y el segundo de ellos a la consagración de la cruzada como peregrinación redentora. Las decisiones adoptadas por el concilio no podían ser más relevantes, pues convertir la cruzada en una realidad suponía hacer efectiva una empresa que abarcaba al conjunto de la cristiandad. Consciente de ello, Urbano II preparó cuidadosamente la que habría de convertirse en la primera de las predicaciones de la cruzada.

El 27 de noviembre, una muchedumbre ansiosa congregada a las afueras de la ciudad esperaba escuchar el anuncio extraordinario prometido por el pontífice una semana antes. El atrio de la catedral de Clermont, en la que se había celebrado el concilio, con toda seguridad no habría sido suficiente para albergar al enorme grupo de autoridades eclesiásticas, civiles, nobles y campesinos allí reunidos. A todos ellos se dirigió el Papa con un apasionado y persuasivo discurso: los …

Orden Mundial

ORDEN MUNDIAL
Henry Kissinger

Introducción

La cuestión del orden mundial

En 1961, al inicio de mi carrera académica, hice una visita al presidente Harry S. Truman cuando me encontraba en Kansas City para dar una conferencia. A la pregunta de qué lo enorgullecía más de su mandato, Truman respondió: «Que derrotamos por completo a nuestros enemigos y luego los trajimos de vuelta a la comunidad de las naciones. Me gustaría pensar que solo Estados Unidos es capaz de algo así». Consciente del enorme poder del gobierno estadounidense, Truman se enorgullecía sobre todo de los valores humanos y democráticos que lo caracterizaba. Quería ser recordado no tanto por las victorias de Estados Unidos como por sus conciliaciones.

Todos los sucesores de Truman han adoptado alguna versión de esta retórica y han exaltado atributos similares de la experiencia estadounidense. Y durante la mayor parte de este período la comunidad de naciones que Estados Unidos aspiraba a defender reflejó el consenso: un orden de estados cooperativos en expansión inexorable que observara reglas y normas comunes, adoptara sistemas económicos liberales, renunciara a la conquista territorial, respetara la soberanía nacional y abrazara sistemas de gobierno participativos y democráticos. Los presidentes estadounidenses de ambos partidos han continuado instando a otros gobiernos, a menudo con suma vehemencia y elocuencia, a esforzarse en la preservación y la ampliación de los derechos humanos. En muchas instancias, la defensa de estos valores por parte de Estados Unidos y sus aliados ha dado como resultado importantes cambios para la condición humana.

No obstante, hoy este sistema «basado en reglas» se enfrenta a cuestionamientos y desafíos. Las frecuentes exhortaciones dirigidas a distintos países para que «hagan su justa parte», jueguen según «las reglas del siglo XXI» o sean «actores responsables» dentro de un sistema común reflejan el hecho de que no existe una definición compartida del sistema ni una idea clara de qué sería una contribución «justa». Más allá del mundo occidental, las regiones que desempeñaron un rol menor en la formulación original de estas reglas cuestionan su validez en su forma actual y han dejado claro que trabajarán para modificarlas. Así, aunque «la comunidad internacional» sea hoy quizá invocada más insistentemente que en cualquier otra época, no presenta un conjunto claro o consensuado de metas, métodos o límites.

Nuestra época persigue con insistencia, a veces casi con desesperación, una idea de orden mundial. El caos amenaza acompañándose de: una interdependencia sin precedentes en la propagación de armas de destrucción masiva, la desintegración de los estados, el impacto de la devastación del medioambiente, la persistencia de las prácticas genocidas y la difusión de nuevas tecnologías que pueden llevar el conflicto más allá del control o la comprensión humanos. Los nuevos métodos de acceso y comunicación de información unen a las regiones como nunca antes y proyectan globalmente los acontecimientos, pero de una manera que inhibe la reflexión y exige que los líderes registren reacciones instantáneas expresadas en eslóganes. ¿Acaso nos encontramos en un período en el que fuerzas que están más allá de las restricciones de cualquier orden determinarán nuestro futuro?
VARIEDADES DE ORDEN MUNDIAL

Jamás ha existido un verdadero orden mundial. Lo que entendemos por orden en nuestra época fue concebido en Europa Occidental hace casi cuatro siglos, en una conferencia de paz que tuvo lugar en la región alemana de Westfalia, realizada sin la participación y ni siquiera el conocimiento de la mayoría de los otros continentes y civilizaciones. Un siglo de conflictos sectarios y sediciones políticas en Europa Central había culminado en la guerra de los Treinta Años, de 1618 a 1648: una conflagración en que se mezclaron las disputas políticas y religiosas, los combatientes recurrieron a la «guerra total» contra los centros poblados, y casi un cuarto de la población de Europa Central murió en combate, por enfermedad o de hambre. Los exhaustos participantes se reunieron para definir un conjunto de acuerdos que restañaran el baño de sangre. La unidad religiosa se había fracturado con la supervivencia y la expansión del protestantismo; la diversidad política era inevitable, dado el número de unidades políticas autónomas que habían combatido sin que ninguna prevaleciera. Y así fue como en cierto modo se manifestaron en Europa las condiciones que caracterizan el mundo contemporáneo: una multiplicidad de unidades políticas, ninguna lo suficientemente poderosa como para derrotar a las otras, muchas de ellas con filosofías y prácticas internas contradictorias, en busca de reglas neutrales que regularan su conducta y mitigaran el conflicto.

La Paz de Westfalia reflejó una adaptación práctica a la realidad, no una visión moral única. Se basaba en un sistema de estados independientes que se abstuvieran de interferir en los asuntos internos ajenos y controlaran mutuamente sus ambiciones a través de un equilibrio general del poder. Ninguna verdad o regla universal prevaleció en las disputas europeas. En cambio, a cada Estado se le asignó el atributo de poder soberano sobre su territorio. Cada uno de ellos debía reconocer y respetar como realidades las estructuras internas y propensiones religiosas de los otros y abstenerse de cuestionar su existencia. Dado que el equilibrio de poder se percibía ahora como algo natural y deseable, las ambiciones de los gobernantes se contrapesarían mutuamente, cosa que, al menos en teoría, reduciría el alcance de los conflictos. La división y la multiplicidad, un accidente de la historia europea, se transformaron en el sello distintivo de un nuevo sistema de orden internacional dotado de una perspectiva filosófica propia y definida. En este sentido, el esfuerzo europeo por terminar con la conflagración configuró y prefiguró la sensibilidad moderna: descartó el criterio absoluto en favor de lo práctico y lo ecuménico; buscó extraer orden de la multiplicidad y la restricción.

Los negociadores del siglo XVII que pergeñaron la Paz de Westfalia no pensaron que estaban poniendo los cimientos de un sistema aplicable a escala global. No intentaron incluir a la vecina Rusia, que por entonces se esforzaba por reconsolidar su propio orden después del pesadillesco «tiempo de tribulaciones», consagrando principios claramente opuestos al equilibrio de Westfalia: un solo monarca absoluto, una ortodoxia religiosa unificada y un programa de expansión territorial en todas direcciones. Los otros centros mayores de poder tampoco pensaron que el acuerdo de Westfalia (siempre y cuando se hubieran enterado de su existencia) fuera relevante para sus regiones.

La idea de un orden mundial fue aplicada a la región geográfica que conocían los estadistas de la época: un patrón que se repitió en otras regiones. Esto se debió mayormente a que la tecnología entonces vigente no propiciaba, y ni siquiera permitía, el funcionamiento de un sistema global único. A falta de medios para interactuar unos con otros sobre una base sostenida, y sin un marco que permitiera medir el poder de una región sobre otra, cada región veía su propio orden como único y calificaba a los otros de «bárbaros», gobernados de una manera incomprensible para el sistema establecido e irrelevantes para sus designios, excepto como amenaza. Cada región se definía a sí misma como modelo de organización legítima para toda la humanidad, imaginando que por el solo hecho de gobernar lo que tenía delante estaba ordenando el mundo.

En el otro extremo de la masa continental euroasiática —respecto de Europa—, China era el centro de su propio, jerárquico y teóricamente universal concepto de orden. Este sistema venía operando desde hacía milenios —ya existía cuando el Imperio romano gobernaba Europa como una única entidad— y estaba basado, no en la igualdad soberana de los estados, sino en el supuesto poder ilimitado del emperador. En este concepto no existía la soberanía en el sentido europeo porque el emperador ejercía su dominio sobre «todo lo que había bajo el cielo». Era la cúspide de una jerarquía política y cultural, definida y universal, que irradiaba desde el centro del mundo —situado en la capital china— sobre el resto de la humanidad. Se clasificaba al resto de la humanidad según diversos grados de barbarie, de acuerdo con su conocimiento de la escritura y con las instituciones chinas (una cosmografía que perduró hasta bien entrada la era moderna). Desde esta perspectiva, China ordenaría el mundo primordialmente impresionando a las otras sociedades con su magnificencia cultural y su munificencia económica, y atrayéndolas a relaciones que serían estratégicamente manejadas para alcanzar el elevado objetivo de «armonía bajo el cielo».

En buena parte del área comprendida entre Europa y China imperaba el concepto universal de orden mundial del islam, con su propia visión de un gobierno único y sancionado por mandato divino cuya misión consistía en unir y pacificar el mundo. En el siglo VII el islam se había lanzado sobre tres continentes en una oleada sin precedentes de exaltación religiosa y expansión imperial. Tras unificar el mundo árabe, apoderarse de los restos del Imperio romano y englobar al Imperio persa, el islam llegó a gobernar Oriente Próximo, el norte de África, grandes extensiones de Asia y parte de Europa. Según su versión del orden universal, el islam estaba destinado a expandirse sobre «el reino de la guerra» —así llamaba a todas las regiones pobladas por infieles—, hasta que el mundo entero constituyera un sistema unitario bajo la armonía del mensaje del profeta Mahoma. Mientras Europa construía su orden multiestatal, el Imperio otomano, con base en Turquía, resucitaba su ambición de un gobierno legítimo único y propagaba su supremacía en el corazón del mundo árabe, el Mediterráneo, los Balcanes y Europa Oriental. Consciente del orden interestatal que estaba naciendo en Europa, no lo consideraba un modelo que hubiera que seguir, sino una fuente de división para explotar en pro de la expansión otomana hacia el oeste. Ya el sultán Mehmed el Conquistador amonestaba así a las ciudades-estados italianas que encarnaban una versión temprana de la multipolaridad en el siglo XV: «Sois veinte estados […] estáis en desacuerdo entre vosotras mismas. […] Debe haber un solo imperio, una sola fe y una única soberanía en el mundo».[1]

Entretanto, al otro lado del Atlántico, más específicamente en el Nuevo Mundo, se estaban sentando las bases de una visión distinta del orden mundial. Mientras la Europa del siglo XVII se debatía en conflictos políticos y sectarios, los colonos puritanos decidieron cumplir el plan de Dios «en tierras salvajes», misión que a su vez los libraría de observar las estructuras de autoridad establecidas (a las que consideraban corruptas). Allí construirían —como predicara el gobernador John Winthrop en 1630 a bordo de un barco rumbo a la colonia de Massachusetts— una «ciudad sobre una colina» e inspirarían al mundo con la justicia de sus principios y la fuerza de su ejemplo. En la visión norteamericana del orden mundial, la paz y el equilibrio se darían naturalmente y las antiguas enemistades serían olvidadas, cuando las otras naciones incorporaran a su forma de gobierno los mismos principios que ponían en práctica los norteamericanos. La tarea de la política exterior no era, por tanto, perseguir los intereses específicos norteamericanos, sino cultivar principios compartidos. Con el tiempo, Estados Unidos se convertiría en defensor indispensable del orden creado por Europa. Pero aunque Estados Unidos puso toda su energía en la empresa, la ambivalencia persistió: porque la visión norteamericana no pretendía adoptar el sistema europeo de equilibrio de poder, sino alcanzar la paz mediante la difusión de los principios democráticos.

De todas estas concepciones de orden, los principios de Westfalia son, en el momento en que escribo este libro, la única base generalmente reconocida de lo que entendemos como orden mundial. El sistema de Westfalia se propagó por el mundo como marco de un orden internacional basado en la existencia de los estados que abarca múltiples civilizaciones y regiones porque, al expandirse, las naciones europeas llevaron consigo su modelo de orden internacional. Y si bien es cierto que casi nunca aplicaban esos conceptos de soberanía a las colonias y los pueblos colonizados, cuando esos pueblos comenzaron a exigir su independencia lo hicieron en nombre de las ideas de Westfalia. Los principios de independencia nacional, Estado soberano, interés nacional y no interferencia resultaron argumentos eficaces contra los propios colonizadores en las luchas por la emancipación y la posterior protección de los estados de formación reciente.

El sistema contemporáneo westfaliano, ahora global —al que coloquialmente llamamos «la comunidad mundial»—, ha logrado controlar la naturaleza anárquica del mundo mediante una extensa red de estructuras legales y organizaciones internacionales destinadas a fomentar el libre comercio y un sistema financiero internacional estable, establecer principios aceptados para la resolución de las disputas internacionales y poner límites a la dire …

La confusión de Estados Unidos en un mundo desordenado

La confusión de Estados Unidos en un mundo desordenado

MANUEL MUÑIZ

¿Cuál será la forma y el contenido del orden mundial en el siglo XXI? El recorrido de Kissinger por 2.000 años de relaciones internacionales resulta demasiado rígido a la hora de alumbrar un nuevo sistema.

La mayor parte de las reseñas que se han publicado sobre el último libro de Henry Kissinger, Orden mundial, coinciden en que resume con claridad sus ideas acerca de las relaciones internacionales. El profesor Karl Kaiser de la Universidad de Harvard, discípulo y amigo de Kissinger, está de acuerdo con esa interpretación y, al ser preguntado por su opinión sobre el libro, comenta que sería “el que recomendaría a quien quisiera ver el mundo a través de los ojos de Henry y en pocas páginas”.

Kissinger dejó su marca como académico en una generación de politólogos e internacionalistas. Fue el fundador, con Robert Bowie, del Centro de Relaciones Internacionales de la Uni­versidad de Harvard, lugar desde donde se escribe esta reseña. Asimismo, sus años en las administraciones de Nixon y Ford marcaron una época en la política exterior americana, con un legado de polémicas y éxitos.

Tal vez el éxito más significativo sea la restauración de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y China, que culminó con la legendaria cumbre de 1972 entre Nixon, Zhou Enlai y Mao Zedong en Pekín. Entre sus decisiones polémicas, se encuentran el bombardeo de Camboya, en 1969, con la intención de debilitar a los Jemeres Rojos y a elementos del Viet Cong con presencia en el país, y el apoyo al golpe de Estado del general Augusto Pinochet en Chile en 1973.

Kissinger pretende con Orden mundial abordar la que él considera la cuestión central de nuestro tiempo: la forma y el contenido del orden mundial del siglo XXI. Para responder a esa pregunta, el autor mira al pasado y subraya los contornos de órdenes anteriores, ya que estos pueden ayudar a entender lo que deparan las próximas décadas. Los distintos casos de relevancia que destaca Kissinger tienen, a su parecer, una doble manifestación: un marco normativo que rige las relaciones internacionales y una distribución de fuerzas que lo sustenta. Ese binomio, que él denomina de legitimidad y poder, es la piedra angular de los distintos órdenes globales que han existido.

Con el objetivo de identificar los ejemplos históricos relevantes, y fiel a su estilo enciclopédico, Kissinger recorre 2.000 años de historia y cubre la práctica totalidad de la geografía mundial. Nos lleva desde los orígenes del islam hasta la fundación de Estados Unidos, pasando por la Europa de la Reforma y destila la esencia de dos milenios de política exterior china.

La conclusión fundamental de ese recorrido es que han existido, y en cierto sentido siguen existiendo, cuatro grandes modelos de orden global: el orden westfaliano europeo con los conceptos de soberanía nacional y equilibrio de poder como ejes centrales; el modelo islámico de régimen religioso global; el orden global chino que posiciona al “Reino del Medio” en el centro cultural y político de la comunidad internacional y; en último término, el orden global americano, basado en la creencia en ciertos valores y derechos inherentes al hombre y en la superioridad, práctica y moral, de la democracia como sistema de gobierno. Kissinger considera que estos cuatro modelos son globales porque tienen vocación de generalidad y se constituyen en auténticos códigos de conducta internacional.

Las cuatro cosmovisiones (término que no utiliza Kissinger pero que tiene un significado análogo al concepto de orden global), difieren en cuanto a aspectos básicos de la comprensión del mundo. Las diferencias son sustantivas, pues afectan a la forma en que los poseedores de cada una de ellas abordan la realidad que les rodea, bien a través del prisma de lo objetivo y empírico, o bien a través de lo subjetivo y teológico. Esas diferencias se manifiestan (esto es lo que realmente interesa a Kissinger) en la forma que han dado a las sociedades en las que son hegemónicas y en sus pretensiones a la hora de definir el orden internacional.

Orden europeo

Kissinger mantiene que el orden europeo tiene su origen en la caída del imperio Romano en el siglo V. Con el fin del poder central del emperador romano se inicia un fraccionamiento de la autoridad política, y emerge la que el autor considera característica central de la política europea de los siguientes 1.500 años: la imposibilidad de que una única unidad política imponga su voluntad sobre el resto. Nace así la necesidad de construir equilibrios de poder y de respetar la existencia, autonomía y preferencias de otros. Esta realidad se termina codificando en los tratados de Westfalia del siglo XVII que a ojos de Kissinger recogen el orden global europeo; un orden compuesto por Estados soberanos y en permanente búsqueda de equilibrios de poder que garanticen la paz.

Orden islámico

La cosmovisión islámica del orden internacional descrita por Kissinger es radicalmente distinta de la europea, al dividir el mundo en dos realidades: la Casa del Islam, dar-al Islam, y el resto o dar-al harb. En la primera rige la ley de Alá y se vive en paz bajo la autoridad del califa, el heredero del profeta Mahoma. Fuera de sus fronteras la Casa del Islam debe luchar contra los infieles y extender la ley de Dios a todos los rincones de la Tierra. Ese esfuerzo sostenido de expansión de las fronteras del islam se denomina yihad y, aunque no implica un estado constante de guerra con otras culturas, sí prohíbe (así lo interpreta Kissinger) acuerdos de paz duraderos entre regímenes musulmanes y terceros.

Según esta interpretación del mundo islámico, la creación de Estados en Oriente Próximo tras la caída del Imperio Otomano supuso una imposición del modelo europeo-westfaliano en una región donde el criterio definitorio de comunidad política había sido de corte estrictamente religioso. El islamismo moderno, e incluso la versión más radical del mismo que representa el Daesh, no se­rían pues más que intentos de recuperar una cosmovisión puramente islámica de la comunidad política, regida por un califa, y por principios religiosos y en constante conflicto con el infiel.

El régimen de los ayatolás en Irán y su política internacional son para Kissinger ejemplos del carácter revolucionario de la cosmovisión islámica y de su objetivo último de, a través de acciones subversivas y amparándose en las garantías que le ofrece el sistema westfaliano, suplantar ese orden por uno de corte religioso.

Orden chino

Kissinger describe la génesis de la China moderna en términos similares al caso del nacimiento de los Estados de Oriente Próximo. Existía en Asia hasta el siglo XIX un orden regional, con pretensiones de globalidad, del que China ocupaba el centro y que se vio alterado por la llegada de los poderes europeos y su imposición de un modelo westfaliano.

El emperador chino que gobernaba “Todo Bajo el Cielo” se vio obligado, después de repetidas derrotas militares a manos de los británicos, a aceptar el estatus de China de mero Estado en un orden internacional poblado por muchos otros. Tras las Guerras del Opio no volvería China a ser el centro de su propio orden global, ni a ocupar su cultura la centralidad que había creído ocupar durante más de 2.000 años. Kissinger alega que China no olvida el origen violento de su actual condición y deja la puerta abierta a que se convierta en un actor revisionista con deseos de recuperar la centralidad política.

Orden americano

El orden americano es descrito por Kissinger con clara pasión. Se refiere el libro a la importancia del concepto de la “ciudad que brilla en la cima de la colina”; la idea de que América es una sociedad excepcional, llamada a superar las limitaciones de anteriores comunidades políticas, sobre todo las europeas, y a guiar a otros pueblos hacia la libertad, la prosperidad y la democracia. Kissinger navega con inteligencia los matices en la historia de la política exterior de EEUU y dibuja dos grandes corrientes: una pragmática, encarnada por Theodore Roosevelt, que sin dejar de buscar la difusión de la democracia y los derechos individuales, entiende el equilibrio de poder y hasta cierto punto lo sostiene a través de una política exterior que busca no alterar el statu quo de forma acelerada, y otra, de tipo idealista, representada por Woodrow Wilson que desea transgredir y transformar el orden internacional a través de la creación de una comunidad de naciones con normas e instituciones internacionales.

La tensión entre esas dos formas de hacer política exterior dio origen a una disciplina del conocimiento, las relaciones internacionales, y a sus dos escuelas principales, el realismo y el liberalismo. Por sus orígenes, esas escuelas tienden a reflejar las tensiones dentro de la cosmovisión dominante en esa parte del mundo. Cabe pues preguntarse si la propia disciplina, el marco heurístico bajo el cual se estudia el orden internacional, no es más que un producto de un orden específico, de una forma de aproximarse a la realidad y que, por tanto, ignora otras formas de entender el mundo. El intento de Kissinger es por ello particularmente valiente, ya que busca desbordar la hegemonía occidental y mostrar otras formas de hacer política internacional.

La capacidad de síntesis de Kissinger es extraordinaria. Extrae de 2.000 años de historia cuatro grandes cosmovisiones que han dado forma a las relaciones internacionales.

El libro suscita, sin embargo, algunas dudas, entre las que destacaría dos. La primera es de tipo empírico, y es que obvia una cosmovisión central para la comprensión del orden internacional moderno: el orden postulado por Francia a finales del siglo XVIII. De hecho, muchas de las características que el autor atribuye a los órdenes westfaliano y americano son de claro corte francés. Los conceptos de Estado moderno, de libertad, dignidad humana, derechos universales o democracia representativa son desarrollados en gran medida por pensadores franceses como Montesquieu, Diderot, Rousseau o Voltaire. El origen mismo de la Ilustración, una de las referencias del orden global americano que Kissinger describe, tiene un claro carácter francés. Si bien es cierto que estos órdenes se gestan antes y que América ha sido desde principios del siglo XX el gran defensor de aspectos fundamentales de ambos, su gestación se produce en la Francia revolucionaria.

La segunda duda es de tipo conceptual, y se debe a la rigidez y falta de detalle en la definición de los órdenes globales. Kissinger enuncia grandes cismas entre culturas y los describe como hechos estáticos. Llega a decir que la historia es para los paí­ses lo que la personalidad es para los individuos: un corsé dentro del cual cada uno opera. No sorprende, por tanto, que su análisis histórico sirva para apuntalar la idea de que sus cuatro cosmovisiones han sobrevivido durante muchos siglos con cambios más bien superficiales.

Sin embargo, si algo parece enseñarnos la historia es la mutabilidad de las comunidades políticas, así como de sus objetivos en las interacciones con terceros. Hay momentos en los que la propia argumentación de Kissinger parece doblegarse a esta realidad, como cuando acepta que Europa vivió periodos prolongados en los que fue dominante una visión acerca del orden mundial nada westfaliana. Los ejemplos que cita el propio Kissinger son los reinados de Carlos I y Felipe II de España, líderes que en muchas ocasiones se autodefinieron como la cabeza de una monarquía cristiana global. Algo similar sucede cuando Kissinger describe la aceptación por parte de China del orden westfaliano impuesto por los imperios occidentales. De hecho, China es hoy uno de los grandes defensores en el orden internacional de los principios de soberanía nacional, y de no injerencia en los asuntos internos de otros Estados, el corazón mismo de ese modelo. Esto podría cuestionar la sabiduría de dedicar una porción tan extensa del libro a un orden global, el chino, que parece ser significativo tan solo en términos históricos y deja al lector con dudas acerca de la perdurabilidad de estos órdenes, su fortaleza o fragilidad.

El caso de la Europa contemporánea viene a ilustrar el problema de definición enunciado arriba. Es evidente que Europa, el lugar donde nace la cosmovisión westfaliana, lleva inmersa más de medio siglo en un proceso de construcción de un ente político, la Unión Europea, cuyo eje fundamental es la disolución de Estados soberanos en una unidad superior, que desactive cualquier fuente de conflicto entre ellos; es decir, en superar el modelo westfaliano. Es asimismo evidente que esa Unión tiene una clara cosmovisión, basada en la defensa de los derechos humanos, el Derecho Internacional y el libre mercado. Esto no solo demuestra la capacidad evolutiva de los órdenes globales promovidos por distintos actores políticos en distintos momentos de su historia, sino que además es una muestra de la interconexión, e incluso confusión, entre los órdenes sugeridos por Kissinger, ya que el orden europeo moderno tiene grandes similitudes con el orden americano. No es esto sorprendente, pues EEUU fue uno de los principales promotores del proceso de integración europea, sin duda una empresa que, a la vista de los hechos, debe entenderse como una gran victoria de la cosmovisión americana.

Orden mundial es una lectura fascinante, cargada de reflexiones sobre importantes cosmovisiones de nuestra historia y con un análisis riguroso de la política exterior de grandes actores internacionales. Podría marcar el inicio de un esfuerzo teórico de definición de los grandes ejes de política exterior y de los cimientos sobre los que se debe construir una verdadera gobernanza global. Este debate ganará en importancia en las próximas décadas y según avance el proceso de pérdida de poder de Occi­dente y el ascenso de nuevos actores en el orden internacional.

Mapa del poder en Irán

Mapa del poder en Irán

IRENE GARCÍA BENITO

Las últimas elecciones al Parlamento y a la Asamblea de Expertos presentan un nuevo panorama en Irán. Pero en un sistema político tan enrevesado, resulta complicado anticipar si la nueva tendencia moderada del electorado se traducirá en cambios significativos dentro de las instituciones. El iraní es un sistema donde conviven elementos propios de una democracia con otros de una teocracia islámica moderna. Es decir, existen instituciones elegidas mediante sufragio universal encargadas, a su vez, de elegir a los miembros de aquellos órganos que representan el poder religioso. En la práctica, esto se traduce en ocasiones en una falta de coordinación entre el presidente y el Parlamento –electos– y entre el Líder Supremo.

Repasamos las diferentes instituciones con el objetivo de trazar un mapa del poder en Irán.

Líder Supremo

Es la máxima autoridad política y religiosa en Irán, equivalente a jefe de Estado, y su poder deriva del principio velayat-e Faqih o juristocracia. Son los expertos en jurisprudencia islámica quienes deben designar y ratificar al máximo dirigente iraní, que debe ser igualmente un miembro del clero. Por tanto, el Líder Supremo no es elegido directamente por los ciudadanos, sino que es designado de forma vitalicia a través de un órgano electo, el Consejo de Expertos. Tras la Revolución Islámica de 1979, Ruholá Jomeini ocupó el cargo durante diez años. Su sucesor, Alí Jameini, sigue hoy al frente del país.

Su función principal es trazar la política general de Irán, tanto nacional como internacional. Tiene capacidad para declarar la paz o la guerra, para solucionar posibles disputas entre los tres poderes y para nombrar o destituir a altos cargos de otras instituciones, como el Consejo de Guardianes, líderes del poder judicial y miembros de las fuerzas armadas; incluso puede llegar a ejercer el veto sobre el presidente. Es comandante en jefe de las fuerzas armadas y controla las operaciones de inteligencia y seguridad.

El Líder Supremo tiene alrededor de dos mil representantes que le permiten crear una esfera de poder. Destaca el Consejo de Discernimiento, creado por Jomeini para resolver posibles disputas entre el Parlamento y el Consejo de Guardianes, pero que se ha convertido en un órgano consultivo del Líder Supremo y en uno de los grupos con más poder.

Presidente

El presidente es el jefe de gobierno y su principal función es asegurar el cumplimiento de la Constitución. Es el cargo público electo con mayor rango del país. Es elegido por cuatro años y puede cumplir un máximo de dos mandatos. El presidente elige a los ministros, que deben ser aprobados por el Parlamento –puede ser necesaria la aprobación del Líder Supremo en casos especiales–, se encarga de las políticas económicas y tiene capacidad para firmar tratados internacionales.

Aunque el presidente tiene un perfil público elevado, el poder ejecutivo se encuentra subordinado al Líder Supremo. Un ejemplo es que Irán es el único país donde las fuerzas armadas no están controladas por el gobierno. A pesar de que sobre el papel el presidente tiene poder sobre el Consejo Supremo de Seguridad Nacional y el ministerio de Inteligencia y Seguridad, en la práctica todos los asuntos de seguridad son gestionados por el Líder Supremo o por su círculo de poder.

Estructura de poder en Irán

Parlamento o Majles

El poder legislativo en Irán consiste en una única cámara con 290 miembros, elegidos cada cuatro años, con cinco escaños reservados para representantes de minorías religiosas. Presentan y aprueban borradores legislativos, ratifican tratados internacionales, votan a los ministros propuestos por el presidente, autorizan los presupuestos y pueden llevar a cabo un proceso de impeachment contra ministros y presidente. El Consejo de Guardianes ejerce un control directo sobre el Parlamento, ya que decide quiénes son los candidatos electorales y aprueba o rechaza las leyes propuestas por el Parlamento.

En Irán no existe tradición de partidos políticos. Los partidos políticos suelen formarse ad hoc para las propias elecciones y no están bien valorados por la opinión pública. Cuando los partidos consiguen sus objetivos, suelen disolverse o pasan a un segundo plano. A la hora de formar gobierno o coaliciones, no existe un respaldo por parte de partidos políticos, por lo que el presidente en Irán no depende de ningún partido. A pesar de que se presenten organizados en partidos políticos, las listas abiertas permiten a los ciudadanos votar a los candidatos que deseen.

Asamblea de Expertos

A pesar de que se reúne dos veces al año, la Asamblea de Expertos es uno de los órganos más poderosos (y opacos) de Irán. Sus 88 miembros son elegidos por sufragio universal cada ocho años, con el requisito indispensable de que todos ellos deben ser expertos juristas. Su principal función, y la que le otorga tanto poder, es elegir al Líder Supremo, además de supervisar el cumplimiento de sus funciones e incluso destituirle. Debido a esta función, se suele comparar la Asamblea de Expertos con el Colegio Cardenalicio del Vaticano.

Consejo de Guardianes

Es el organismo más influyente en Irán, pero no se somete a elección pública. De sus doce miembros, todos expertos en jurisprudencia islámica, seis son elegidos directamente por el Líder Supremo y los otros seis son propuestos por el poder judicial y aprobados por el Parlamento. Su mandato es de seis años, pero se produce la renovación de la mitad del Consejo cada tres años. Una de sus funciones es revisar y seleccionar a los candidatos a cualquiera de las elecciones populares: presidente, Parlamento y Asamblea de Expertos. Se ocupa, también, de salvaguardar los principios del islam y decidir si las leyes actúan en conformidad a la Constitución y la sharia. En la práctica, esto otorga al Consejo de Guardianes capacidad de veto.

Poder judicial

Está estrechamente controlado por el Líder Supremo, quien elige al jefe del poder judicial. Además de los tribunales encargados de los casos civiles y penales, existen tribunales que tratan casos que dañan a la imagen de la República, así como un Tribunal Eclesiástico Especial, encargado de los delitos religiosos, en especial los cometidos por clérigos. Este tribunal solo responde ante el Líder Supremo. En Irán, el poder judicial está muy ligado al poder político y sirve a los intereses del régimen. En los últimos años, los conservadores han conseguido frenar el ritmo de los cambios encarcelando a reformistas y periodistas.

La mujer en la política iraní

Estas elecciones muestran otro dato positivo, además del aumento de los moderados. El número de mujeres en el Parlamento pasa de nueve a 14, cuando todavía faltan escaños por repartir, por lo que el número podría llegar incluso a veinte. Sin embargo, más allá del Parlamento parece difícil que se pueda conseguir una mayor representación femenina. Entre los candidatos a la Asamblea de Expertos se encontraban solo dieciséis mujeres, todas ellas descalificadas por el Consejo de Guardianes. Ninguna ley impide que las mujeres sean miembros de los órganos oficiales, pero, en una sociedad tradicionalmente patriarcal, existe una gran oposición a ello.

Moderados vs conservadores

Todos estos órganos han estado históricamente liderados por los conservadores. Sin embargo, tras las últimas elecciones, los moderados han conseguido controlar casi la mitad del Parlamento, renovándose más del 60% del Majles, mientras que en la Asamblea de Expertos algunos de los conservadores más radicales se han quedado fuera. Por tanto, podríamos asistir a un cambio de rumbo en Irán, por dos razones. Por un lado, el actual presidente, Hasan Rohaní, va a encontrar menos obstáculos en un Parlamento que, hasta ahora, ha rechazado su agenda más pro-occidental. Por otro, es posible que la Asamblea de Expertos tenga que nombrar a un nuevo Líder Supremo en los próximos años, debido a los problemas de salud de Jameini: su nueva composición puede suponer un líder más moderado y progresista.

Pero en un país con un sistema tan complejo es difícil hacer predicciones y la historia nos da un ejemplo de ello. Irán ya ha vivido un periodo reformista con un líder, Mohamed Jatami, de tendencia moderada. A pesar de un Parlamento afín a sus principios, Jatami encontró multitud de obstáculos y el rumbo de Irán estuvo controlado por los conservadores.

Derrotas y victorias

Derrotas y victorias

Domingo 6 de marzo de 2016

Cuando uno arroja una piedra a un vaso de cristal y éste se quiebra, a veces surge la pregunta ¿por qué se rompe el vaso? ¿Es por culpa de la piedra que lo impactó? ¿O porque el vaso es rompible y luego entonces la piedra lo fragmenta? Es una pregunta que solía plantearla el sociólogo Pierre Bourdieu para explicar que solo la segunda posibilidad era la correcta, porque te permitía ver, en la configuración interna del objeto, las condiciones de su devenir.

En el caso del referéndum del 21 de febrero, no cabe duda que hubo una campaña política orquestada por asesores extranjeros. Las visitas clandestinas de la ONG NDI, dependiente del Departamento de Estado, sus cursos de preparación de activistas cibernéticos, los continuos viajes de los jefes de oposición a Nueva York —no precisamente a disfrutar del invierno—, hablan de una planificación externa que tuvo su influencia. Pero así como la piedra arrojada hacia el vaso, esta acción externa solo pudo tener efecto debido a las condiciones internas del proceso político boliviano, que es preciso analizar.

CLASES. 1. La nueva estructura de las clases sociales

Que en 10 años el 20% de la población boliviana haya pasado de la extrema pobreza a la clase media es un hecho de justicia y un récord de ascenso social, pero también de desclasamiento y reenclasamiento social, que modifica toda la arquitectura de las clases sociales en Bolivia. Si a ello sumamos que en la misma década de oro la diferencia entre los más ricos y los más pobres se redujo de 128 a 39 veces; que la blanquitud social ha dejado de ser un “plus”, un capital de ascenso social y que hoy más bien la indianitud se está consagrando como el nuevo capital étnico que habilita el acceso a la administración pública y al reconocimiento, nos referimos a que la composición boliviana de clases sociales se ha reconfigurado y, con ello, las sensibilidades colectivas, o lo que Antonio Gramsci llama el sentido común, el modo de organizar y recepcionar el mundo, es distinto al que prevalecía a inicios del siglo XXI.

Las clases sociales populares de hoy no son las mismas que aquellas que llevaron adelante la insurrección de 2003. Los regantes controlan sus sistemas de agua; los mineros y fabriles han multiplicado su salario por cinco; los alteños, que pelearon por el gas, ahora tienen, en un 80%, gas a domicilio; las comunidades campesinas e indígenas tienen seis veces más cantidad de tierra que todo el sector empresarial; y los aymaras y quechas, marginados por su identidad indígena en el pasado, son los que ahora conducen la indianización del Estado boliviano. Hay, por tanto, un poder económico y político democratizado en la base popular, que modifica los métodos de lucha sociales para ser atendido por el Estado. Paralelamente, la urbanización se ha incrementado pero, ante todo, los servicios urbanos de educación, salud, comunicación y transporte se han expandido en las áreas rurales ampliando los procesos de individuación de las nuevas generaciones, diversificando las fuentes de información y de construcción de opinión pública regionalizada más allá del sindicato o la asamblea. Si a ello añadimos el hecho de que pasada la etapa del ascenso social insurreccional (2003-2009), inevitablemente viene un reflujo social, un repliegue corporativo que debilita a las organizaciones sociales y a su producción de un horizonte universal, entonces es normal un periodo de despolitización social, que disminuye la centralidad sindical como núcleo privilegiado de construcción de la opinión pública popular, para ampliarla a una pluralidad de fuentes como los medios de comunicación, la gestión estatal, las redes sociales, etc.

La comunidad nacional en lucha contra las privatizaciones, la comunidad nacional despojada de sus recursos y que reclama su reconquista, o la comunidad dolorosa de las víctimas de la matanza de octubre de 2003, que fueron la base del ascenso revolucionario entre 2000 y 2006, han dado lugar a otro tipo de comunidades reivindicativas más dispersas regionalmente, más afincadas en la gestión de proyectos de desarrollo o de expectativas educativas de carácter individual. Se trata de comunidades de tipo virtual o mediáticas que no solo modifican los métodos de lucha sino también los contenidos mismos de lucha, las percepciones sobre lo deseado, lo necesario y lo común.

En conjunto, la estructura de las clases sociales se ha modificado. La democratización en el acceso al capital económico, clave del modelo de desarrollo boliviano, ha permitido un rápido ascenso social de sectores pobres y una reducción de las distancias económicas con los sectores más ricos de la sociedad; la acelerada devaluación de la blanquitud como capital étnico de consagración social, sumada a la conversión de la filiación sindical en un tipo de capital social y capital político revalorizado por el Estado para acceder a derechos, puestos y reconocimientos públicos, han modificado la composición material de cada clase social y la relación entre las clases sociales. El normal y previsible reflujo social después del largo ciclo de rebeliones (2000-2009), ha acentuado estrategias individuales de reenclasamiento social, pero también una especie de “desencantamiento” temporal de la acción colectiva, creando nuevos marcos de percepción cultural y disponibilidad política atenuadas. Y si, además, tomamos en cuenta que una parte importante de los cuadros sindicales van pasando a la administración pública (alcaldías, ministerios, asambleas legislativas, etc.), tenemos un escenario de debilitamiento interno y temporal de los niveles de dirección de las organizaciones sociales, que anteriormente habían concentrado la función política de la sociedad.

Estamos, por tanto, no solo ante una nueva estructura de clases, sino también ante nuevos marcos culturales de movilización y de percepción del mundo. Por todo ello, la convocatoria del sindicato o de la comunidad convertida en capital electoral en 2005 o en 2009, que irradió a sectores de la sociedad civil individuada, hoy no son suficientes para producir el mismo efecto electoral. Sin duda, el mundo sindical obrero, campesino- indígena y vecinal pobre continúa siendo el bastión más sólido y leal del proceso de cambio —y esto se ha verificado nuevamente en la última elección con gestos tan extraordinarios como la donación de una mita por parte del proletariado minero de Huanuni para la campaña—, pero ya no tiene el mismo efecto irradiador de antes. Han surgido otras colectividades sociales entre las clases populares y en las diversas clases medias de origen popular, más volátiles, por residencia, por estudio o por comunidad virtual, que se mueven por otros referentes e intereses, muchas veces de carácter individual. Como gobierno revolucionario habíamos ayudado a cambiar al mundo; sin embargo, en la acción electoral, en una parte de nuestras acciones, seguíamos aún actuando como si el mundo no hubiera cambiado. Acudimos a medios de movilización y de información insuficientes para la nueva estructura social de clases y, en algunas ocasiones, empleamos marcos interpretativos del mundo que ya no correspondían al actual momento social.

LIDERAZGO. 2. Hegemonía no es lo mismo que continuidad de liderazgo

La fortaleza de un proceso revolucionario radica en instaurar una matriz explicativa del mundo en medio de la cual las personas, las clases dominantes y las clases dominadas, organizan su vida cotidiana y su futuro.

Durkheim llamaba a esto las estructuras del conformismo moral y conformismo lógico de la vida en común. Y el bloque social dirigente capaz de conducir activamente estas estructuras se constituye en un bloque social hegemónico. El proceso de cambio creó una matriz explicativa y organizadora del mundo: Estado plurinacional, igualdad de naciones y pueblos indígenas, economía plural con liderazgo estatal, autonomías.

Hoy, izquierdas y derechas se mueven en torno a esos parámetros interpretativos que regulan el campo de lo posible y lo deseado socialmente aceptado. Hoy, la gente de a pie construye sus proyectos personales y expectativas en torno a estos componentes potenciados hacia el futuro a través de la Agenda Patriótica 2025, y no tiene al frente ningún otro proyecto de Estado y de economía que le haga sombra. En ese sentido, hablamos de un campo político unipolar. El que el presidente Evo tenga una popularidad y apoyo a la gestión de gobierno que bordea el 80%, según las encuestas hechas en plena campaña por el referéndum, constata este hecho hegemónico.

Sin embargo, cuando a los entrevistados se les consulta si están de acuerdo con una nueva postulación, solo la mitad de los que apoyan la gestión responde positivamente. El apego al proyecto de Estado, economía y sociedad no es similar al apoyo a la repostulación o, si se quiere, hegemonía no es directamente sinónimo de continuidad de liderazgo.

Es posible que haya pesado la desconfianza normal hacia una gestión muy larga; también es posible que algunas personas pensaran que en el referéndum volvían a reelegir a Evo, creyéndolo innecesario después de ya haberlo elegido en 2014. En todo caso, sobre ese espacio de votantes que daban su apoyo a la gestión de Evo, pero no a su repostulación, se centró toda la artillería de la campaña, tanto de la oposición como del partido gobernante. La oposición se montó rápidamente en una matriz de opinión larvaria, pero trabajada desde hace años con el apoyo de agencias internacionales, referida a que los gobiernos de izquierda revolucionarios son “autoritarios”, “abusivos”, quieren “eternizarse”, etc. Y, entonces, la repostulación fue rápidamente ensamblada a la lógica de una manifestación que confirmaba el “abuso”, el “autoritarismo” etc. Algunos izquierdistas de “cafetín” se sumaron a este estribillo y, por consiguiente, la irradiación fue más extensa. En tanto que el partido de gobierno tuvo que hacer una doble labor explicativa. Primero, enfatizar que quienes no querían la repostulación eran los de la vieja derecha privatizadora y, luego, que la repostulación garantizaba la continuidad del proceso de cambio. En esta dualidad explicativa es donde se perdió la fuerza de la simpleza de una consigna electoral, frente a la matriz discursiva imperialmente labrada que repercutía más fuerte justamente por su simpleza.

REDES. 3. Las redes: nuevos escenarios de lucha

Recientemente estuve en San Pedro de Curahuara, un municipio alejado, cercano a la frontera con Chile. Los mallkus y mama t ́allas nos recibieron con cariño y bien organizados; habían decidido en su asamblea los temas a tratar y los oradores. Pero también vinieron a recibirme los jóvenes del colegio. Todos los estudiantes de la promoción tenían un smartphone similar al mío, y si bien no habían participado de la asamblea comunal, se habían enterado por teléfono o WhatsApp que estábamos llegando al municipio. Aquello que vi en Curahuara se repite en toda Bolivia. El internet y las redes han abierto un nuevo soporte material de comunicación, tan importante como lo fueron otros soportes materiales de comunicación en el pasado: la imprenta en el siglo XVIII, la radio a principios del siglo XX, la televisión a mediados del siglo XX. Se trata de medios de comunicación cada vez más universales, que han llegado para quedarse y que no solo modifican la construcción cultural y educativa de las sociedades, sino la forma de hacer política y de luchar por el sentido común.

La masificación y novedad de este nuevo soporte material de comunicación ha generado una sobreexcitación comunicacional que ha sido bien aprovechada por las fuerzas políticas de derecha, que dispusieron recursos y especialistas cibernéticos al servicio de una guerra sucia como nunca antes había sucedido en nuestra democracia y que ha vertido toda la lacra social en el espacio de la opinión pública.

Está claro que las redes no son culpables de la guerra sucia; es la derecha, que no tuvo escrúpulo alguno para esa guerra sucia unilateral, la que apabulló el medio. Y que, además, logró crear una articulación en tiempo real entre medios de comunicación tradicionales (periódico, televisión y radio), con redes sociales, de tal manera que una información o denuncia —por ejemplo, vertida en la radio— instantáneamente contaba con un pequeño ejército de activistas profesionales para replicarla, ampliarla y convertirla en memes, llegando así a miles de seguidores que, antes del noticiero de la noche o el periódico de la mañana, ya se habían enterado de ella y estaban buscando mayor información. Del mismo modo, una falsedad creada a partir de las redes podía encontrar de manera planificada su correlato escrito al día siguiente, alargando así la vida social de una “noticia” que, de otra forma, se hubiera diluido en la existencia efímera propia de las redes sociales. Nosotros atinamos a una defensa artesanal en un escenario de gran industria comunicacional. Al final, esto también contribuyó a la derrota. A futuro, está claro que los movimientos sociales y el partido de gobierno deben incorporar en sus repertorios de movilización a las redes sociales como un escenario privilegiado de la disputa por la conducción del sentido común. Hay que democratizar más aún el acceso popular a este soporte material de comunicación, lo que permitirá quitar el monopolio actual de la conducción del debate de las redes a la clase media tradicional que, a lo largo de esta década revolucionaria, siempre ha tenido una actitud conservadora y, ahora, aparece como la constructora de la opinión pública en las redes sociales.

OPOSICIÓN. 4. Oposición unida

A lo largo de los últimos 15 años, las batallas electorales han contado con un bloque conservador de derecha fragmentado. Desde las elecciones de 2002 hasta las de 2014, la derecha política ha presentado varias candidaturas que han dispersado el voto de esas derechas. En oposición a ello, la izquierda política ha contado con una única candidatura y, encima, respaldada por un único bloque de izquierda social (sindicatos, comunidades, juntas de vecinos).

El 2016 este panorama se ha modificado. Aun con sus divergencias, toda la derecha pudo articularse en torno a una sola posición, la del No; e incluso tuvo la capacidad de arrastrar a los fragmentos del “izquierdismo deslactosado”, que antes había acompañado a Gonzalo Sánchez de Lozada en su gestión de gobierno.
La antigua fragmentación de la derecha claramente mejoraba la posición electoral del MAS, que se presentaba como la única fuerza con voluntad real de gobierno. Sin embargo, al unificarse aquélla para el referéndum, se anularon temporalmente las fisuras y guerras internas que debilitaban a unas frente a otras y a todas ellas frente al MAS. Así, el “todos contra el MAS” permitió que entraran, en una misma bolsa, desde los fascistas recalcitrantes y los derechistas moderados, hasta los trotskistas avergonzados. Y, en un memorable grotesco político, la noche del 21 de febrero se abrazaron quienes, pocos años atrás, estaban agarrando bates de béisbol para romper las cabezas de campesinas cocaleras, y algunos ex izquierdistas que, alguna vez, pontificaron desde su escritorio los derechos indígenas.

Al final, la derrota del Sí ha removido la estructura general de las organizaciones sociales indígenas, campesinas, vecinales, juveniles, obreras y populares que sostienen el proceso de cambio. Y lo ha hecho para bien y en un momento oportuno.

Momento oportuno porque quedan cuatro años por delante para corregir errores, ya que es una derrota táctica en medio de una ofensiva y victoria estratégica del proceso de cambio. Y, para bien, porque las repetidas victorias de los últimos diez años han generado una peligrosa confianza y pesadez para un escenario de lucha de clases siempre cambiante, que requiere lo máximo de las fuerzas, lo máximo de la inteligencia y lo máximo de la audacia del movimiento popular. Y es que las revoluciones avanzan porque aprenden de sus derrotas o, en palabras de Carlos Marx, las revoluciones sociales “se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado para comenzar de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que solo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: ¡Aquí está Rodas, salta aquí!”