Conclusiones de la crisis

Conclusiones de la crisis
Si algo bueno puede salir de la crisis social, ojalá sea la empatía de quienes arriesgan menos el pellejo para llegar a su trabajo con aquellos para quienes, esta semana, fue otro episodio ordinario de jugarse el todo por el todo
Comentarios (0)

Por Cristina López G.*2.ago.2015 | 20:20

El dedo con el que intentaban tapar el sol de la real crisis de inseguridad que está ahogando al país, finalmente lo quitaron con el paro de transportistas. Cuatro cosas, que aunque eran obvias, se comprobaron de sobra: la primera, que el Estado no tiene el monopolio de la fuerza sino que compite (y va perdiendo) con el oligopolio de las pandillas. Segundo, que quienes lideran el país (los actuales y los anteriores) no tienen una hoja de ruta para encarar la epidemia de inseguridad. Tercero, la oposición encontrará siempre la manera –-independientemente del grado de insensibilidad-– de explotar crisis para sacar réditos políticos distrayendo de lo que importa. Cuarto, muchos no empezaron a preocuparse por la inseguridad que día a día frena el desarrollo de sus compatriotas hasta que la sintieron cerca.

Las pandillas, sin manifestarse o publicarlo en carísimos anuncios publicitarios enviaron un fuerte mensaje: que con la presión de la violencia y el miedo, son capaces de paralizar el país a su antojo, puesto que la única fuerza que podría detenerlos – la de la ley y la del monopolio estatal de la fuerza – está desarticulada al punto de la inutilidad.

El gobierno ocupó la crisis para victimizarse, prefiriendo salvar el cuello político y buscando chivos expiatorios en donde no los hay. Al gritar que la crisis es producto de “golpes de Estado” fantasmas y “campañas de desestabilización” dejan en evidencia que ignoran lo obvio: que la inseguridad es un problema de política pública y no de politiquería electoral, por lo que no se acabará con sloganismo y baterías de mensajes.

La oposición, empecinada en sacar réditos políticos de la irresponsabilidad del presidente de no poner en pausa por la crisis su rutina ordinaria y posponer su huida a La Habana para un chequeo rutinario (si era rutinario, difícilmente era urgente), distrajo a la opinión pública del tema que importaba: que estamos en guerra contra la inseguridad y la inseguridad está ganando. Era el momento de enfocarse exclusivamente en proponer alternativas. Al además hacer campaña, distrajeron de cualquier alternativa que pudieran proponer.

También es triste que algunos ciudadanos solo se percataron de la gravedad de la situación de violencia en el país –-que tiene bastante de estar mal— hasta que se les reventó la burbuja de comodidad cuando se encontraron atrapados en más tráfico que de costumbre. El miedo, que antes solo se vivía “en otras colonias” se coló por debajo de los portones de las colonias cerradas, azuzado por los rumores, la incertidumbre y la falta de señales claras por parte del gobierno. Ese miedo que hace reportarse a los familiares al llegar a la casa. Ese, que restringe planes y obliga a encerrarse y que, según quienes fueron testigos, se vivía en los ochentas. Si algo bueno puede salir de la crisis social, ojalá sea la empatía de quienes arriesgan menos el pellejo para llegar a su lugar de trabajo cada mañana con aquellos para quienes, esta semana, fue otro episodio ordinario de jugarse el todo por el todo.

La política pública se construye partiendo de las circunstancias existentes, no de las circunstancias ideales ni de las circunstancias deseadas. Las circunstancias, como menú de comedor a la vista, son “lo que hay”. Y lo que hay, es un grupo violento que se ha convertido en un actor político, con poder fáctico para doblarle el brazo al Estado y a la ciudadanía. No es ni ideal, ni deseable. Es lo que hay, por lo que una política que ignora este elemento y pretende construirse alrededor o a pesar de las pandillas y no con su participación, no va a funcionar. Dios ayude a El Salvador.

*Lic. en Derecho de ESEN con maestría en Políticas Públicas de Georgetown University. Columnista de El Diario de Hoy.
@crislopezg

“Lo que hay es un inicio adelantado de campaña”: Juan José Martel

Dos conflictos instalados en El Salvador, uno que enfrenta a la criminalidad con la sociedad, y el otro electoral, del cual se alimentan los partidos políticos, constituyen para el país “uno de los escenarios más críticos desde los Acuerdos de Paz” de 1992. Así lo asegura Juan José Martel, secretario general del Cambio Democrático (CD), ideólogo de izquierda. Propone activar una instancia interpartidaria, pide fortalecer las instituciones contra la corrupción y legislar para que los actos de corrupción se vuelvan imprescriptibles.

¿Cómo describe la situación que El Salvador está viviendo actualmente?

Para nosotros, el país está viviendo uno de los momentos más críticos desde los acuerdos de paz. Da la impresión que tenemos instalados varios conflictos al mismo tiempo y todos con un alto volumen. Por un lado, un conflicto entre las maras y la sociedad salvadoreña, y el Gobierno, que es como el elemento detonante en la coyuntura de esta semana y que se expresa en el parto al transporte. El paro de transporte implica un salto en la escalada de violencia que ha venido sufriendo el país, desde que terminaron las elecciones, y que nos demuestra que las pandillas, que las maras, son una estructura organizada con control de territorio, con poder y con armas. Pero al mismo tiempo que se está presentando este conflicto fundamental, olvidándose el grave problema que tiene El Salvador, y todos utilizando como pretexto la defensa de la población. Entonces, detrás de las acusaciones de golpe de Estado, de ineficiencia, de que renuncie el presidente de la República, lo que tenemos es otro conflicto que se nos ha agravado en un momento en que no es normal que la política esté tan polarizada, porque acabamos de tener una elección y la próxima elección es dentro de tres años. Y por lo general, después que termina una elección y tenemos tres años de tranquilidad, de silencio electoral, es primero como consecuencia que ha habido elecciones dos años seguidos, esto ha cansado a la población y por lo tanto se establece una especie de tranquilidad y siempre ha sido como año y medio que le permite al Gobierno trabajar. Las elecciones están lejos todavía, hay cansancio, pero hoy resulta que eso no ha pasado. Lo que resulta es que termina la elección, que tardó más tiempo, y de inmediato se activó este inusual conflicto y con un alto volumen.

¿Por qué se activó este conflicto que parece electoral?

Esa es la gran pregunta. ¿Será que ya empezó la campaña de 2018? ¿Será que los partidos políticos han decidido no darse tregua? Es obvio que el panorama electoral en lo fundamental no se movió, las dos fuerzas grandes siguen siendo las dos grandes, el resto continúa, ningún partido pequeño se volvió más grande o uno excesivamente grande se volvió pequeño, puede que un partido haya ganado dos diputados más y que otro haya perdido dos, pero en el fondo se mantienen las correlaciones básicas que teníamos en la legislatura pasada. Lo que hay es un inicio adelantado de campaña en el cual los partidos están tratando de sacarle provecho a la situación grave que tiene el país. Entonces, se nos instalan dos conflictos de manera simultánea: un conflicto entre la criminalidad y la sociedad, y un conflicto dentro de las fuerzas políticas. Esa situación para nosotros se vuelve doblemente grave. Uno solo ya sería grave.

¿Y qué tanto el segundo conflicto puede favorecer a que siga el primer conflicto?

Se alimentan mutuamente. Las pandillas y los grupos criminales perciben la división que hay en el sector político, perciben el conflicto entre las dos fuerzas grandes entre el Gobierno y los partidos de oposición, que con distinto tono pero están en la dinámica, y esto lo usan, entonces, dicen ‘Estamos peleando en el momento en que hay una clase política dividida, por tanto el Gobierno es débil’. Pero al mismo tiempo provoca un nuevo incendio en el sector político porque aumentan las acusaciones del Gobierno de incapacidad y el Gobierno sigue gritando que son golpes de Estado. Ahí está la base de nuestra propuesta: tenemos que desactivar uno de los dos conflictos para comenzar a generar un círculo distinto. No podemos desactivar el conflicto de las pandillas en este momento, pero sí bajarle el mayor volumen posible al conflicto dentro del sector político. Estamos proponiendo la reconformación de la comisión interpartidaria en la que estén presenten todos los partidos, no solo los que tengan representación legislativa. No es un problema de votos, es un problema de representación, de que necesitamos grandes, medianos y pequeños a sentarnos en una mesa, y buscar una salida en primer lugar a esta guerra verbal. Hay dos partidos que por su tamaño son los que tienen la mayor responsabilidad.

Esto no es nuevo. Los partidos políticos se reunieron y firmaron un pacto por el diálogo, pero no hay acuerdos…

Este proceso electoral fue tan complejo que, una vez que terminó, ya nadie se acordó de ese pacto. Pero creo que es un buen momento para retomarlo. La interpartidaria ha tenido momentos buenos y malos, contribuyó mucho en los procesos de paz. Un tercer momento que se pretendía abrir, después de la elección, se firmó un compromiso y se dijo después vamos a retomar. Si los partidos no son capaces de juntarse, la situación se va a complicar más. Este no es un problema de votos y tamaños, es un problema que las fuerzas legalmente constituidas deben todas de dar un aporte. Todos debemos de aportar, sería negativo iniciar excluyendo. La segunda propuesta: se necesita un alto nivel de coordinación entre los tres órganos fundamentales del Estado: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. No se trata de atentar contra la independiencia, la misma Constitución señala que deben colaborar entre sí para lograr el bien común. Hemos tenido conflictos, creo que eso debemos evitarlo. Esos conflictos no deben entorpecer el trabajo. Si comienza la Asamblea a halar por un lado, el Ejecutivo por otro y el Órgano Judicial no se incorpora, lo que tendríamos es ineficiencia en la solución de un grave problema que tiene el país.

Ante el gran problema de la criminalidad, la corrupción en el sistema judicial, la falta de recursos en Fiscalía, se propone conformar una Comisión Internacional contra la Impunidad en El Salvador. ¿Es factible?

Tenemos un histórico problema de impunidad, no es reciente, no es del FMLN, ni siquiera de los Gobiernos de ARENA. Vamos a encontrar un problema permanente de impunidad. Se resuelve fortaleciendo el Estado de Derecho y generando fortaleza en las instituciones de la vida nacional. En algunos momentos es necesario generar recursos extraordinarios. Una comisión para investigar hechos al estilo de Guatemala es un recurso extraordinario que de ninguna manera lleva a que el Gobierno cumpla su papel y a que no tengamos de todos modos que fortalecer las instituciones del Estado. Por lo tanto, no es una discusión de una comisión en abstracto la que va a resolver los problemas, es un esfuerzo que va muchísimo más allá. El problema es que estos temas entran en una discusión polar entre los que se enamoran de una comisión y los que niegan rotundamente toda posibilidad de una comisión. En esos términos no hay posibilidades de acuerdo. En Guatemala, lo que motivó la creación de esa comisión no fue el hecho de la impunidad en general, sino casos graves que estaban quedando impunes, como consecuencia de que las estructuras policiales y militares en el Estado estaban siendo penetrados hasta la médula por el crimen organizado y el narcotráfico. Basta con recordar el caso de nuestros diputados del Parlamento Centroamericano asesinados en Guatemala, se captura a los hechores materiales y aparece una estructura y asesina a los involucrados y se retira con total impunidad. Me pregunto: ¿existe esa situación acá?, ¿con ese nivel de gravedad? En segundo lugar, la comisión en Guatemala fue consecuencia de un acuerdo en el que la clase política se unió, la Corte de Constitucionalidad señaló que no había ningún problema de inconstitucionalidad. En tercer lugar, la Asamblea Legislativa ratificó el tratado que firmó el Gobierno con Naciones Unidas. ¿Existen condiciones para que la clase política tome una decisión unánime? ¿O estamos utilizando la comisión para generar un mayor nivel de conflictividad? Y finalmente los recursos.

La comisión en Guatemala es financiada 100 % con recursos externos, ningún guatemalteco aporta ni cinco centavos, para garantizar que no hay contaminación financiera con recursos nacionales que puedan tener dudoso origen. ¿Estaría Naciones Unidas en condiciones de financiar? Ahora, el problema de la impunidad es grave. Desde los asesinatos, más del 90 % quedan sin judicialización, hasta los delitos de cuello blanco. La columna vertebral es fortalezcamos el Estado de Derecho y después veamos si necesitamos medidas extraordinarias.

Perfil

Juan José Martel logró una de las diputaciones que consiguió la “Convergencia Democrática” en 1991, junto a Héctor Silva, Rubén Zamora y Jorge Villacorta. Esta fue integrada por el Movimiento Nacional Revolucionario, Movimiento Popular Social Cristiano y el Partido Social Demócrata. La Convergencia participó en las elecciones de 1994 en coalición con el FMLN, con Rubén Zamora como candidato. Luego de cancelaciones partidarias, en 2003, se constituyó el Centro Democrático Unido (CDU) y en 2005 el Cambio Democrático (CD), ahora en proceso de cancelación.
Juan-Jose-Martel

Foto: Diario El Mundo

En cuatro preguntas

¿Están en crisis los partidos políticos?

Yo creo que tenemos una crisis de partidos pero no una crisis del sistema de partidos políticos. El sistema funciona, tenemos partidos históricos, distintas representaciones, tenemos partidos que tienen una base de votos histórica, pero lo que está en crisis es el partido como tal, como consecuencia del autoritarismo dentro de los partidos, la falta de transparencia y no han renovado su pensamiento político ideológico, y algunos están con ideas de la guerra fría. Se agrega que las elecciones cada vez se convierten en un componente en que el dinero es lo fundamental.

¿Qué se necesita?

Necesitamos resolver esos probleams: más democracia interna, transparencia, que revisen y actualicen su pensamiento, crear un entorno de mayor equidad en la competencia electoral, reduciendo el rol que tiene el dinero de las campañas electorales.

¿Cuál es la situación de ARENA, FMLN y GANA?

Yo creo que los partidos van a tener que dar pasos en su democratización interna y transparencia por presión de la nueva Ley de Partidos Políticos. Se necesitan partidos en que realmente la base participe y para eso necesitan crear estructuras y métodos que garanticen la democracia. Tanto ARENA como GANA y el FMLN tienen un problema interno de autoritarismo. Creo que eso necesitan irlo superando, eso uno se los puede señalar pero no se puede ver en la vida interna de ningún partido político.

El FMLN habla de actualizarel socialismo. ¿Se puede?

Todo pensamiento ideológico político necesita actualizarse y renovarse de manera permanente. La internacional Socialista es un ejemplo de partidos que buscan la renovación de su pensamiento, yo sí creo que el Frente puede renovar su visión socialista, igual que ARENA, debería revisar su visión de esta sociedad capitalista, no podemos seguir con los esquemas liberales concentradores de riqueza porque destruyen la capacidad adquisitiva de las clases medias, aumentan la pobreza.

Militarismo, movilización popular y juego político en El Salvador

Militarismo, movilización popular y juego político en El Salvador. Roberto Pineda 7 de agosto de 2015

El juego político en El Salvador se ha tornado más violento que de costumbre, aunque siempre ha sido violento. Es parecido al futbol, un juego de choque, de fricción. Algunos en la izquierda incluso hablan de golpe de estado suave mientras en la derecha se muestran sorprendidos y halagados por la acusación de ser padres de esta crisis.

Ya en este segundo gobierno de izquierda, que lleva un año apenas, la administración del país se vuelve pesada y complicada. Y hay distintas fuerzas interesadas en que se complique aún más, desean que el equipo adversario llegue agotado a los partidos del 2018 y del 2019.

No obstante esto, y a pesar de las crisis cotidianas- paros al transporte, amenazas, asesinatos de policías, masacres civiles, campañas mediáticas, este segundo gobierno del FMLN posee la inusual característica de gozar del apoyo tanto del gobierno Obama como del gobierno Maduro; es un gobierno electoralmente legitimado, con una red de alianzas sociales (incluyendo la existente en el área de seguridad) y un indiscutible respaldo popular.

No estamos al borde del abismo. Hay que precisar el momento, caracterizarlo, y evitar sobredimensionar al enemigo y volverlo todopoderoso así como subestimarlo, tiene fuerza. Acordémonos que nuestras percepciones se vuelven realidades. Y lógicamente en la derecha estos son poderosos motivos para calentar la cancha hasta el 2018 y el 2019. A continuación exploramos dos situaciones vinculadas a esta disputa histórica.

El peligro del militarismo.

La forma como se resuelva el urgente problema de la delincuencia y su desafío al estado va a determinar el rumbo hacia un fortalecimiento de los espacios democráticos conquistados desde 1992 o su regresión a modalidades de autoritarismo civil o militar, y quizás más militar que civil.
Hay un afán construido por la derecha mediática desde 1992 de presentar a las fuerzas armadas como una institución “respetuosa” de los Acuerdos de Paz y a la vez se ha sembrado la idea en sectores populares para que sea el Ejército el que asuma la seguridad pública. Y la violencia irracional y criminal de las pandillas viene a justificar este razonamiento, por lo que hoy tanto derecha como izquierda, junto con el aliado estratégico, junto con la empresa privada, coinciden en esta visión.
Hay algunos dentro de la misma izquierda que ante la amenaza y el accionar de las pandillas sueñan con desempolvar y desenvainar la espada ensangrentada del general Martínez y resolver de una vez por todas como en 1932, la actual crisis de seguridad, por medio de la acción punitiva de nuestra gloriosa fuerza armada. Es una tesis equivocada y además peligrosa. Significa justificar un nuevo genocidio para defender el orden social existente, el orden capitalista existente. Y lo peor, será una estrategia fracasada.
Pero no puede negarse que las pandillas controlan importante franjas del territorio nacional, urbano y rural. Y entonces ¿Cuál es la salida? No existen soluciones simples ni a corto plazo. Y la sangría popular enardece los ánimos diariamente. Pero tampoco podemos adoptar la visión de la derecha y del imperio. Y esta es una disputa política y e ideológica.
En primer lugar necesitamos como izquierda ir en búsqueda de las víctimas y solidarizarnos. Pero además acompañarlos en sus procesos de organización y de lucha. Hay familias urbanas y rurales, jóvenes y niños, que viven bajo esta nueva modalidad de opresión derivada de la exclusión social. Este es un ya amplio sector popular que vive bajo el miedo y la amenaza de las pandillas. La organización le dará fuerza y confianza en la autodefensa. Hay que constituir una Asociación Nacional de Víctimas de la Violencia, como organización popular, que aglutine a los que viven y a los desplazados por la violencia y golpeados por el sistema.
En segundo lugar necesitamos garantizar el carácter civilista de la PNC. Si la PNC pierde este rasgo y es percibida en las comunidades como fuerza represiva la derecha habrá vencido. No podemos permitir que la derecha logre convertir a la PNC en una Guardia Nacional. Mantener la naturaleza civilista de la PNC es un desafío principal para este gobierno de izquierda.
En tercer lugar, asegurar que los militares acompañen pero no conduzcan la solución de este problema. Los Acuerdos de Paz de 1992 definieron límites precisos en las responsabilidades de las fuerzas armadas. No podemos permitir que la derecha mediática y política amplíe estos márgenes y promueva el mesianismo militar. Ya hay un considerable sector atrasado de la población clamando por un dictador “que imponga orden.” Recordemos que la última vez que salieron de los cuarteles se tardaron sesenta años en que los regresáramos.
En cuarto lugar, el control territorial de las pandillas de los principales barrios populares está vinculado a la desmovilización popular provocada después de los Acuerdos de Paz de 1992. El movimiento popular surgido en los años finales de la guerra fue desmovilizado y esto fue un gravísimo error. Hay es más difícil reconstruirlo. Y lo más preocupante es que no existe una clara voluntad política para desde la izquierda impulsar este proceso urgente y necesario. Hoy las pandillas están más organizadas que nosotros. Hacia futuro la seguridad popular y ciudadana está vinculada a la organización popular y social. Es una tarea estratégica.
En quinto lugar, nuestras comunidades urbanas y rurales necesitan la construcción de una infraestructura de afecto y cuidado social –escuelas, empleos, unidades de salud, espacios de recreación, etc.,- que permitan vivir con dignidad. Y para esto se necesita un estado fuerte que impulse una enérgica reforma fiscal que garantice los recursos para este esfuerzo.
En sexto lugar, necesitamos convertir a las cárceles de escuelas y centros para la extorsión en espacios de capacitación política. No podemos abandonar nuestra responsabilidad como izquierda de organizar, educar y movilizar a los sectores populares, incluyendo aquellos que han sido empujados al crimen por un sistema que los margina y estigmatiza. Esos rostros tatuados son los rostros de la pobreza y no debemos de renunciar como izquierda a esta responsabilidad.
El peligro del acomodamiento al modelo
La necesidad de garantizar niveles aceptables de gobernabilidad para este segundo gobierno de izquierda ha llevado a enfatizar en su gestión elementos de continuidad por encima de elementos de ruptura. Es una decisión táctica que objetivamente produce ventajas pero a la vez acarrea costos y a veces facturas difíciles de pagar.
En el centro de esta decisión se encuentra la necesidad de neutralizar al sector oligárquico, desplazado del gobierno pero no del poder. Es un poder oligárquico al acecho, midiendo cada jugada, evaluando cada movimiento, y en un escenario latinoamericano y caribeño de abierta disputa con la izquierda gobernante.
Y es un gobierno de izquierda limitado por sus alianzas nacionales e internacionales, y cercado financieramente, obligado a ser “realista” y buscar la “unidad nacional” por medio de un programa económico de carácter neoliberal, en el que los tratados de libre comercio, el endeudamiento, la búsqueda de inversionistas y la teoría del rebalse son la brújula mágica para conducir el barco.
El peligro para la izquierda salvadoreña es el de convertir la necesidad táctica en criterio estratégico. O sea como gobierno necesita fortalecer al mercado, garantizar mayores niveles de rentabilidad para las empresas oligárquicas, (para los Poma, Simán, Meza) y transnacionales mientras como izquierda necesitamos fortalecer al estado para garantizar mayores niveles de soberanía y de programas sociales. Y vencer en la batalla por la producción a la vez que se impulsa la batalla por la igualdad tributaria,
El capital sabe que es el que paga los salarios de los funcionarios públicos y que controla las inversiones. Y además controla los principales medios de comunicación, lo que les permite definir el clima de opinión. Esta contradicción atraviesa y define el rumbo del proceso. Y determina el rol de funcionarios de izquierda al servicio del capital o militantes de izquierda para transformar al sistema capitalista, construyendo poder popular desde cada espacio gubernamental conquistado. El principal desafío a lo interno como izquierda es el de conservar nuestros principios subversivos estando en el gobierno.
Es por esto que la izquierda salvadoreña necesita urgentemente readecuar su estrategia organizativa y orientarla hacia la construcción de un poderoso movimiento popular y social que se convierta en interlocutor entre el capital y el estado y asuma el desafío de reimpulsar las transformaciones estructurales que han sido paralizadas por las presiones del poder económico. Mientras más se retrase en la izquierda avanzar en esta tarea estratégica, mayores serán las amenazas de un Termidor, de una restauración oligárquica en el 2019.

Na intersecção entre transgeneridade e classe social

Na intersecção entre transgeneridade e classe social

Luiz Augusto Campos

Raramente os debates públicos em torno das pautas do movimento LGBTT tematizam os problemas específicos dos transgêneros e transexuais. À exceção da portaria do SUS que permite desde 2008 o custeio público da cirurgia de mudança de sexo, e de alguns estados da federação que custeiam a distribuição de hormônios, poucas agências estatais incluem critérios específicos para esse grupo em suas políticas públicas mais amplas. Ainda assim, aquelas que o fazem operam como se os problemas vivenciados por esse grupo fossem restritos às discussões sobre processos clínicos de transgenitalização e outras modificações corporais. Ignoram, portanto, a multidimensionalidade das opressões vividas pelos transgêneros.

Essa orientação política reflete, em parte, o próprio discurso do movimento trans. Na intenção de desconstruir a transfobia, tal movimento busca desfazer associações estereotipadas entre transgeneridade e prostituição. Sobretudo, tenta apresentar a trasngeneridade como uma orientação préssocial e, por vezes, como uma disposição biológica. Trata-se de um debate espinhoso que não pretendemos adentrar aqui. Chamamos apenas a atenção para o fato de que a adoção desse enquadramento para a questão – seja pelo movimento trans, seja pelas agências estatais – faz com que deixemos de perceber a complexa interação entre transgeneridade e opressão de classe.

É por isso que um programa piloto da Prefeitura de São Paulo merece atenção. Criado em 2014 por Fernando Haddad, esse projeto visa distribuir cem bolsas de estudo para transgêneros em situação de prostituição que desejarem retomar seus estudos. Ainda que tal política tenha um alcance bastante limitado (trata-se de um programa experimental) vale notar que ela introduz um olhar renovado sobre os problemas vivenciados por esse grupo social e as melhores estratégias para enfrentá-los. De forma pioneira, o programa leva em conta que tais problemas têm uma dimensão ligada à opressão de classe para além do problema estrito da homofobia ou da transfobia.

É curioso notar como os problemas relacionados à comunidade LGBTT costumam ser tratados de forma isolada das posições de classe, mesmo pelos grupos mais progressistas da militância política e da academia. Num texto caro aos setores mais progressistas da academia brasileira, por exemplo, a cientista política Nancy Fraser defende que a luta por justiça do movimento gay teria mais a ver com demandas por reconhecimento do que com demandas por redistribuição de recursos econômicos. Isso porque a “sexualidade (…) é um modo de diferenciação social cujas raízes não estão na economia política, já que homossexuais distribuem-se ao longo de toda estrutura de classes da sociedade capitalista, não ocupam uma posição particular na divisão do trabalho e não constituem uma classe explorada. (…) Nessa perspectiva, a injustiça sofrida [pelos gays] é basicamente uma questão de reconhecimento” (Fraser, Nancy. Da redistribuição ao reconhecimento?Dilemas da justiça na era pós-socialista, in: Souza, Jessé (org). Democracia Hoje.)

Desse ponto de vista, qualquer política redistributiva que tome como público-alvo algum grupo LGBTT correria o risco de mirar no problema errado. Ora, se as sexualidades marginalizadas pela sociedade demandam basicamente reconhecimento, não haveria motivo para tomá-las como critério para a redistribuição de recursos pelo Estado.

Contudo, esse ponto de vista falha ao não perceber que a construção subjetiva e intersubjetiva das orientações sexuais e de gênero marginais é de inúmeras formas influenciada pela opressão de classes. E isso fica particularmente claro no caso das travestis que se prostituem. Essas não podem ser vistas apenas como indivíduos que “escolheram” se prostituir para ganhar a vida. Muitas vezes, a prostituição surge como única alternativa para esses indivíduos que, ainda na infância, convivem com violências cotidianas no âmbito de famílias paupérrimas e em contextos sociais extremamente homofóbicos e transfóbicos.

A prostituição lhes fornece, assim, não apenas uma fonte de sustento, mas também um novo círculo de convívio, integração e proteção sociais. Não raro, esses círculos fazem emergir novas formas de identificação intersubjetiva entre os jovens recém-chegados e aqueles que neles já se encontram, ou mesmo o conhecimento das técnicas de modificação corporal. Porém, não devemos excluir a possibilidade de que tais modificações sejam, em alguns casos, instiladas pelas próprias demandas da prostituição e do desejo dos clientes por corpos feminilizados ou semifeminilizados. Nesses casos, a opção pela transgeneridade pode sim refletir as imposições da prostituição. Em suma, pobreza, prostituição e orientação sexual se relacionam de modo complexo e plural, formando uma subjetividade que, como todas, emerge também de processos de sujeição e poder.

Se mulheres e negros são exemplos de grupos que encontram dificuldades de ascender no mercado tradicional de trabalho ou na educação formal, travestis dificilmente conseguem adentrar essas esferas de distribuição de capital econômico e simbólico. São, portanto, condenadas à prostituição e a mesma condição de classe da qual se originaram, quando não são rebaixadas de uma origem de classe abastada. Por isso tudo, políticas como aquela em experimentação na cidade de São Paulo recolocam a problemática sob um novo enquadramento. Valeria a pena observar, também, programas semelhantes, aplicados em outros contextos. A Província de Buenos Aires, por exemplo, criou uma reserva de 1% das vagas de seus concursos públicos para transgêneros. Novamente, entende-se que a transfobia se relaciona de modo complexo com as hierarquias de classe e a distribuição de oportunidades na sociedade. Embora todas essas medidas possam ser criticadas em seu alcance e forma, elas ajudam a reposicionar o debate em torno da transgeneridade em sua intersecção com a opressão de classes e, talvez, romper o círculo vicioso que encerra esse grande parte dos transgêneros pobres na prostituição.

Sete ensinamentos do feminismo para a teoria política

Sete ensinamentos do feminismo para a teoria política

Luis Felipe Miguel

O feminismo, em suas diferentes vertentes, desvelou os mecanismos da opressão sobre as mulheres nas sociedades contemporâneas. Com o passar do tempo, por pressão das próprias lutas feministas, tais mecanismos se tornaram menos evidentes. A maior parte de suas expressões na letra da lei foi superada, substituída pela adoção de um sistema de incentivos para que a adesão aos papéis estereotipados e subalternos seja vista não apenas como voluntária, mas como verdadeiramente “libertadora”.

Por isso, a reflexão feminista teve que ganhar em sofisticação e complexidade, para apreender uma forma de dominação que também se tornou muito mais sofisticada e muito mais complexa do que o velho patriarcado.
No processo, o feminismo construiu (e está construindo) uma teoria do mundo social que contribui para iluminá-lo não só no que se refere às relações de gênero, mas em todos os seus padrões de dominação e de reprodução das assimetrias entre grupos.

De fato, é possível dizer que o feminismo constitui, ao lado do marxismo, uma das duas principais vertentes da reflexão crítica sobre a sociedade. Uma teoria política que esteja preocupada com a opressão e a injustiça não pode prescindir da sua contribuição. Apresento, aqui, aqueles que me parecem ser sete ensinamentos centrais do feminismo para essa teoria política.

1. Desconfiar do universal

Marx dizia que “não há natureza humana fora da sociedade humana”. O feminismo enfatiza que essa sociedade produz “naturezas” diversas de acordo com as diferentes posições sociais – algo com que Marx certamente concordaria, aliás. O apelo ao elemento universal, que unifica nossa humanidade comum, significa abstrair tais diferenças (que, convém lembrar, não são só diferenças, são hierarquias).

É possível buscar esse universal como uma promessa que não se realiza na sociedade em que vivemos. Mas se simplesmente postulamos que ele está dado e pode ser extraído do mundo tal como ele é, então certamente estamos tomando como parâmetro uma posição particular, universalizando-a e, em consequência, marginalizando todas as outras.
As posições sociais dominantes têm condição privilegiada para ignorar sua própria especificidade e construir a si mesmas como universais. É por isso, por exemplo, que falamos da literatura escrita por mulheres como literatura “feminina”, mas não há uma literatura “masculina”. Como há uma literatura negra e uma literatura gay, mas não falamos de literatura branca ou hetero.
Assim, o pensamento feminista mostrou como o “indivíduo” genérico e universal do liberalismo é o homem proprietário e branco. Ele é que possui a capacidade de estabelecer contratos, que caracterizaria os indivíduos “em geral”, mas essa capacidade é dependente de sua posição no trabalho e na família. Quando mulheres, trabalhadoras e trabalhadores, negras e negros são admitidos à cidadania, são cidadãos incompletos, pois não possuem os atributos associados ao indivíduo “padrão” universal.
Mas o feminismo vai mostrar também como o “trabalhador” do movimento socialista sempre foi o homem; que na visão deste trabalhador estava pressuposta a presença de uma mulher, em casa, cumprindo funções tanto imprescindíveis quanto invisíveis.
Com isso, o feminismo lançou, ao socialismo, desafios que não foram completamente respondidos até hoje. E, por fim, o feminismo vai questionar a si próprio. Afinal, ele não pode falar em nome de uma “mulher” universal, sem levar em conta que as mulheres estão situadas socialmente também em função de suas características de raça, de classe, de sexualidade – e que a emancipação da mulher, entendida sob a perspectiva de profissionais brancas, de classe média, heterossexuais, não é necessariamente a emancipação da mulher negra, da mulher trabalhadora ou da mulher lésbica.
2. Atentar para as opressões cruzadas
O entendimento desta situação gera desafios maiores para o discurso e a prática da emancipação social, pois os coloca diante de uma realidade que não admite simplificações. Não se trata de “somar” posições parciais. Um movimento operário e um movimento negro que negligenciem o gênero podem ser somados a um movimento feminista insensível a classe ou raça.
Mas os três, não são capazes, mesmo em conjunto, de expressar as perspectivas e as demandas de mulheres trabalhadoras negras. Numa sociedade que é, simultaneamente, capitalista, “patriarcal”, racista e heterossexista, as posições geradas por gênero, raça ou sexualidade geram vulnerabilidades específicas nas relações de trabalho – e vice-versa. A posição social de quem sofre opressões cruzadas precisa ser entendida na sua especificidade.
Na primeira metade do século passado, uma dirigente negra do Partido Comunista dos Estados Unidos, Claudia Jones, já começava a teorizar sobre o que chamava de “tripla opressão”, observando corajosamente o equívoco de julgar que a desigualdade de classe nos fornecia, isoladamente, explicação suficiente sobre a sociedade e seus conflitos.
Hoje, usamos sobretudo o termo “interseccionalidade”. Algo se perdeu, porém, nessa transição: a interseccionalidade é muitas vezes lida como indicando a necessidade de atenção ao cruzamento entre opressões de gênero e de raça, com a classe perdendo centralidade e passando a compor o pano de fundo.
3. O pessoal é político
É o slogan do feminismo dos anos 1960 que condensa, de maneira gráfica, a reflexão crítica sobre a distinção entre uma esfera pública e uma esfera privada. A crítica à divisão entre público e privado é, de fato, uma contribuição crucial do pensamento feminista.
“Público” e “privado” são categorias históricas, fruto de uma classificação convencional que, ao gerar uma realidade que se adequa a ela, passa a ser vivida como se fosse natural. Como todo bom pensamento crítico, o feminismo é antinaturalista: ele busca mostrar que as relações sociais não são reflexo da natureza, mas produtos da ação de mulheres e homens que fazem (sob condições desiguais) sua própria história.
O movimento socialista já havia dado um passo, recusando a ideia de que a economia “privada” não era passível de regulação pública. Mas foi o feminismo que avançou, chegando à esfera da família, que transita como espaço de afetos e, justamente por isso, parece ter salvo-conduto para reproduzir todo o tipo de opressão.
A família vive, na expressão da feminista francesa Christine Delphy, um “estado de exceção”. Nela, os direitos de seus integrantes estão suspensos. A reação à recente lei brasileira que busca impedir castigos físicos contra crianças revela como essa percepção da unidade familiar continua viva e atuante.
Ao dizer que o pessoal é político, o feminismo destacou como as relações interpessoais – na família, na conjugalidade, em todos os espaços – refletem padrões mais amplos de dominação e, ao mesmo tempo, contribuem fortemente para reproduzi-los. A barreira que separa o “privado” do “público” é um poderoso obstáculo ao enfrentamento da opressão.
Mas há o reverso deste dístico, que é menos lembrado, mas igualmente importante…
4. O político também é pessoal
O que está em jogo na política não é o controle sobre estruturas distanciadas da vida das pessoas. O que está em jogo são as matrizes de possibilidades que dão a uns, mas não a outros, o acesso a determinados espaços sociais e o controle de recursos escassos e valorizados. O que está em jogo, em suma, é a possibilidade de decidir a própria vida, o que é algo que não se efetiva em arenas específicas, mas na vida vivida de todos os dias. O político é pessoal porque nele se definem as condições em que podemos exercer nossa autonomia.
O feminismo, assim, contribuiu, mais do que qualquer outra corrente de pensamento, para a expansão de nossa compreensão da política. Boa parte da ciência política ainda se faz como se a política fosse uma atividade restrita a espaços sociais muito específicos (governo, partidos, parlamento), que giraria mais ou menos em torno de si mesma. A crítica feminista ajuda a mostrar porque essa é uma má ciência da política.
5. Aprender com a experiência vivida
A teoria não é um discurso apartado da experiência. Apenas a experiência concreta, de pessoas em suas circunstâncias próprias, socialmente estruturadas, pode ancorar a reflexão de maneira a preservar a complexidade dos padrões cruzados de opressão.
O universal abstrato pode prescindir da experiência, mas não um pensamento que queira entender o mundo social com suas injustiças e buscar maneiras de enfrentá-las. Uma importante feminista estadunidense, Iris Marion Young, combinou, melhor do que ninguém, esses três aspectos: a atenção à experiência vivida, que a motivou a buscar, na própria vivência – socialmente estruturada, como qualquer vivência – da corporalidade das mulheres, elementos para produzir a crítica da sociedade atual; a recusa radical ao discurso do universal; e o entendimento de que a luta por justiça não é a busca de um padrão abstrato, mas o enfrentamento das injustiças existentes.
Citei Young por um bom motivo. Aprender com a experiência vivida, para ela, nunca foi acreditar que a experiência em estado bruto, sem construção reflexiva a partir dela, constitui conhecimento. Não há um misticismo da vivência que faz com que sua simples enunciação supra a necessidade da reflexão teórica. Aprender com a experiência vivida significa elaborar essa experiência, até mesmo para não repeti-la.
6. Discutir a formação das preferências

A experiência vivida é uma experiência vivida sob uma sociedade desigual. A opressão não é externa aos agentes sociais, ela contribui para produzi-los. Produz, em particular, a adesão à ordem social, vista como natural, como inevitável ou mesmo como justa.
O feminismo sempre buscou valorizar a experiência e a expressão das mulheres, sem, no entanto, aceitá-las como se remetessem a uma verdade original. Trata-se de evitar, por um lado, o erro de tantas interpretações autoritárias do marxismo, que desprezavam as manifestações das próprias classes trabalhadoras, entendidas como meras demonstrações da “falsa consciência”. E de evitar, por outro lado, a falácia própria de boa parte do liberalismo, para quem qualquer expressão individual de um interesse ou uma preferência é um documento indiscutível, inacessível ao escrutínio crítico, da vontade real e autêntica daquele sujeito.
Se uma mulher é capaz de expressar sua adesão ao insulamento no lar, à posição subalterna na família, aos padrões dominantes de beleza, à dupla moral sexual ou mesmo à mutilação genital, não se pode simplesmente aceitar que é a manifestação de uma vontade autônoma.
Sem negar a ela a condição de sujeito, é necessário interrogar as condições – os constrangimentos e os incentivos – que geraram tal adesão, que produziram tais preferências. É necessário, enfim, manter a posição em que se recusa a ideia de que existem preferências “certas”, objetivamente identificáveis por observadores externos, mas ao mesmo tempo não se abre mão da crítica aos mecanismos de manipulação e produção da conformidade ao mundo social, tão presentes e tão atuantes.
7. Prezar a diferença não significa abrir mão da igualdade
A recusa ao universalismo abstrato, a atenção às várias formas de opressão sobrepostas, a valorização da experiência concreta: tudo isso aponta para o reconhecimento da enorme diversidade social. O feminismo vai, então, afirmar a positividade da diferença – uma questão, aliás, que continua a ser muito debatida entre as próprias pensadoras feministas.
Afinal (recorrendo de novo a Christine Delphy), se a diferença é vista como a manutenção de papéis estereotipados diversos para (por exemplo) os gêneros, ela é na verdade uma forma de bloqueara existência de formas diferentes de ser mulher e de ser homem. Tantas formas que, no final das contas, a própria ideia de um papel masculino e outro feminino acabaria por desaparecer, como propõe a utopia feminista de uma sociedade pós-gênero.
De qualquer maneira que se entenda a diferença, porém, ela deve se compatibilizar com a igualdade. A crítica ao universal leva à compreensão de que a verdadeira igualdade implica no reconhecimento das diferenças, para que todos possam usufruir da mesma autonomia – “a cada um segundo suas necessidades”, de acordo com o velho slogan socialista.
As lutas para que as leis levem em conta a diferença foram e são cruciais para permitir o acesso das mulheres à esfera pública, na contramão do discurso que vê “privilégios” na proteção às gestantes, em folgas no trabalho para permitir a amamentação dos filhos pequenos ou em cotas para o preenchimento de determinadas funções.
A valorização da diferença assume, assim, a posição de defesa de uma igualdade complexa, que entende que apenas aplicar a mesma régua a todos não gera justiça. Levar em conta a diferença, em vez de anulá-la pela adesão a um modelo universal abstrato, é pensar nas condições de oferecer a todos uma igualdade mais plena, entendida como igual possibilidade de viver uma vida efetivamente autônoma.

    • *

O feminismo é uma corrente teórica muito diversificada – seria mais correto falar no plural, “feminismos”, tanto quanto o plural afirma, corretamente, a variedade interna dos “marxismos” ou dos “liberalismos”. Nem todas as suas vertentes avançam nas lições que esbocei aqui. Mas nenhuma dessas lições existiria, pelo menos com a força e a clareza que têm hoje, sem a contribuição decisiva de um ou mais feminismos.
De forma geral, o feminismo nos ensinou que não é possível pensar a sociedade sem levar em conta a desigualdade de gênero. Mas aprendemos também que precisamos da reflexão feminista para aprofundar a compreensão não só das questões de gênero, mas de todos os tipos de opressão social.

O cansaço e a luta

O cansaço e a luta
Publicado em 31/07/2015 | Deixe um comentário

15 07 31 Luis Felipe Miguel Luta e cansaçoPor Luis Felipe Miguel.

Numa tirinha da Mafalda, Felipe lê a inscrição no pedestal de uma estátua, que descreve o homenageado como “lutador incansável” – e desdenha, afinal difícil mesmo é “estar cansado e continuar lutando”. É a sensação do momento, a de uma fadiga enorme e de uma também enorme força de vontade para não abandonar uma batalha em que a única vitória que se almeja é não recuar mais.15 07 31 Luis Felipe Miguel Luta cansaço

As forças armadas deixaram o poder no Brasil há mais de 30 anos. Sob certo ponto de vista, nossa transição democrática é um sucesso. Há uma ampla inclusão política formal e ampla liberdade de dissenso, que representam os dois eixos da democratização, segundo a teoria de Robert Dahl. A censura estatal acabou e o aparelho de repressão política do Estado parou de funcionar; quase não há mais prisioneiros políticos e a tortura contra eles foi abolida (embora, é verdade, não contra os presos comuns). Para tristeza de alguns, as intervenções militares são uma hipótese afastada, pois parece haver um amplo consenso, entre as forças políticas, de que o voto é o meio por excelência para constituir governos. Os principais grupos de interesse agem por meio dos poderes instituídos, não à margem deles. A democracia se apresenta, assim, como “the only game in town” (o único jogo disponível na cidade), o que, na visão de autores como Juan Linz ou Alfred Stepan, indicaria a consolidação democrática.

Sob outras perspectivas, porém, o balanço é menos positivo. Por um lado, a luta contra a ditadura canalizava um conjunto de expectativas de efetiva transformação social que acabaram frustradas. Há uma música que encarna isso – “Tô voltando”, de Maurício Tapajós e Paulo César Pinheiro, saudação à volta dos exilados, na forma de um samba pra cima, cheio de esperança. O fim da ditadura anunciava a possibilidade de um país mais alegre, mais justo, mais solidário. Esse país se anunciou na campanha das Diretas, se anunciou na vitória de Tancredo Neves no Colégio Eleitoral, se anunciou na Constituição de 1988 e se anunciou, por fim, na vitória do PT e nos governos de Lula, mas não veio nunca.

Até aí, nada demais. Até aí, estamos no script de cientistas políticos conservadores, como Giovanni Sartori, que dizia que era necessário inflar as expectativas sobre o que a democracia poderia fazer, antes dela ser alcançada, e reduzi-las brutalmente depois. Mas há também o “por outro lado”. Se, por um lado, as esperanças presentes na luta contra a ditadura foram malogradas, por outro as próprias instituições políticas democráticas, que nessa visão conservadora deveriam ser o alfa e o ômega de qualquer projeto de sociedade, mostram-se mais do que frustrantes.

Embora, graças aos últimos escândalos, o reinado de Eduardo Cunha comece a ruir, continuamos – após 30 anos de democracia – com a pior representação parlamentar da história, campeã negativa em qualquer critério que se escolha: integridade, esclarecimento, capacidade intelectual. Não foi Cunha, sozinho, que fez vitoriosa a pauta retrógrada dos últimos meses. Contou com uma sólida maioria de deputados. Todos eleitos pelo povo e, mais do que pelo povo, por polpudos financiamentos de campanha. Da democracia à plutocracia, parece, o caminho é curto. Ao lado desse Legislativo, um Executivo que vive atolado na corrupção e um Judiciário sobre o qual pesa a suspeita de ser muito seletivo em suas ações.

É um sistema político que impõe, a quem quer nele triunfar, uma lógica perversa. O PT, que emergiu do final da ditadura como a principal esperança para a transformação do Brasil, sucumbiu a essa lógica – talvez pelo cansaço. Ele representou um experimento muito especial para as esquerdas no Brasil e mesmo fora dele. Marcou a renovação da prática e do discurso da esquerda brasileira. Sob a liderança (por vezes autoritária e equivocada, mas aportando um valioso elemento de autenticidade) de Lula, brotava uma nova forma de fazer política popular, com todas as promessas e equívocos de algo ainda em construção.

O diferencial que Lula e, por tabela, o PT traziam à cena política brasileira era, como Haquira Osakabe disse certa vez, uma “palavra imperfeita”. Imperfeita não apenas porque transportava para a arena política, de forma inédita no Brasil, a prosódia e a sintaxe próprias das classes populares. Imperfeita sobretudo porque não se prendia às fórmulas acabadas, aos modelos prontos das esquerdas tradicionais e, muito menos, das elites estabelecidas. Queria se alimentar da experiência vivida dos trabalhadores e dos embates cotidianos dos movimentos sociais. Mas, conforme o tempo passou, o discurso e a prática do PT se “aperfeiçoaram” – isto é, adaptaram-se aos padrões da política dominante, em forma e em conteúdo. Os padrões do toma-lá-dá-cá, do tráfico de influência, dos acertos de bastidores e, em especial, de um jogo político em que tudo, absolutamente tudo, é feito para que as pessoas comuns fiquem à margem dele.

É a acomodação, enfim, a uma democracia que realiza muito mal seu próprio ideal. A democracia remete à ideia de autonomia coletiva, isto é, à produção das normas que regem o convívio social pelas cidadãs e cidadãos que estarão submetidos a elas. Com o desenvolvimento histórico do ideal democrático, a noção de cidadania ganhou um inequívoco caráter inclusivo, incorporando não-proprietários, mulheres e minorias étnicas. É contra o pano de fundo deste modelo, ainda que se aceite que ele jamais será realizado em plenitude, que se avaliam os regimes políticos que se dizem democráticos. A redução da democracia a um procedimento – a seleção dos governantes por via eleitoral – é arbitrária, contrabandeando, em geral sem explicitá-la ou fundamentá-la, a percepção de que há alguma relação necessária entre este mecanismo e o ideal democrático.

Se a concorrência eleitoral é um elemento inescapável de uma ordem democrática nas sociedades contemporâneas (e tudo indica que sim), ainda é necessário discutir até que ponto os representantes estão vinculados aos interesses de seus constituintes, se as eleições se estabelecem de fato como um momento em que a cidadania marca suas opções para o futuro coletivo, se ao povo comum é concedido algo mais que uma posição passiva no jogo político. Como mecanismo, a eleição não possui valor intrínseco – a não ser, talvez, o de exilar o uso da violência aberta na disputa pelo poder, se bem que outros métodos, desde que reúnam suficiente consenso social, cumprem o mesmo objetivo. Seu valor depende da capacidade de viabilizar objetivos que estão além dela.

Por isso, a igualdade política, numa democracia que se aproxime de seu sentido normativo, deve ser entendida de maneira mais exigente. Não basta ser uma igualdade formal, consubstanciada no peso idêntico dos votos individuais ou no fato de que, oficialmente, todos têm o mesmo direito de se candidatar aos postos de governo. A igualdade democrática requer a redução dos diferenciais de poder político e a eliminação das barreiras estruturais que forçam grupos sociais inteiros à passividade, à apatia e à abstenção.

Colocada a discussão desta forma, vários de seus elementos ficam deslocados. A redução do universo de alternativas em jogo, com a moderação dos “radicais” e a convergência de todos os atores relevantes num “centro” inflado, que em geral é saudada como demonstração de “amadurecimento” da democracia e passo importante no rumo da consolidação, pode ser vista pelo avesso, sinalizando a banalização da controvérsia política e o esvaziamento das opções submetidas ao escrutínio popular. A desmobilização política, que reduz as pressões sobre os governantes, faz decrescer o grau de conflito e amplia a estabilidade do sistema, indica também a capitulação dos grupos desprivilegiados diante da impermeabilidade das instituições às suas demandas.

Não se trata de negar a importância de garantir que o conflito permaneça em níveis administráveis ou que o governo possua, de fato, capacidade governativa. Mas reduzir a preocupação a esses aspectos, como costuma fazer a literatura vinculada à questão da “governabilidade”, significa retirar da discussão os aspectos que estão de fato associados à democracia. Por isso, não basta averiguar a quantas anda a “consolidação” – um conceito, por si só, ambíguo – da democracia. É necessário investigar a qualidade desta democracia, isto é, em que medida ela consegue realizar as promessas de autonomia coletiva, cidadania inclusiva e igualdade política.

Não é possível dizer que estejamos bem nesses quesitos. No Brasil, como por todo o mundo, os interesses do capital comandam as decisões políticas. O exemplo dramático da Grécia diz tudo: ainda que o povo grego tenha afirmado em plebiscito sua recusa, o governo (“de esquerda”) foi obrigado a aceitar as imposições de um plano de “ajuda econômica” que simplesmente suspende a soberania do país. Programas de ajuste fiscal, como se vê hoje na Grécia, no Brasil, na Espanha, em tantos lugares, apresentados como necessidades naturais, sujeitam milhões de pessoas a privações, ao abandono de projetos de vida, à redução de horizontes, sem que seja dado a elas o direito de opinar. Como diz a escritora espanhola Belén Gopegui, em seu belo romance recente El comité de la noche, “estão nos roubando os dias, um a um”.

O romance fala de pessoas que, na Europa, tentam impedir a legalização do comércio de plasma sanguíneo – uma Europa em que, a leste ou oeste, a decadência dos serviços públicos e a ampliação do império do mercado fragilizam a vida das pessoas. A luta das personagens do livro é para garantir limites ao desmonte do Estado de bem-estar, assim como aqui, no momento, parece que não aspiramos a mais do que evitar retrocessos: evitar o fim da CLT, evitar a redução da maioridade penal, evitar uma “reforma política” catastrófica, evitar a degradação da laicidade do Estado, evitar o aniquilamento total das políticas sociais que, com todos os seus limites, foram adotadas nos governos petistas. “No capitalismo” (e aqui cito outra frase do livro de Gopegui), “o dinheiro não é um meio de troca, é violência”. É essa violência que coloniza cada vez mais os diferentes espaços da vida social e é contra ela que, mesmo cansados, é preciso continuar lutando.

***

Luis Felipe Miguel é professor do Instituto de Ciência Política da Universidade de Brasília, onde edita a Revista Brasileira de Ciência Política e coordena o Grupo de Pesquisa sobre Democracia e Desigualdades – Demodê, que mantém o Blog do Demodê, onde escreve regularmente. Autor, entre outros, de Democracia e representação: territórias em disputa (Editora Unesp, 2014), e, junto com Flávia Biroli, de Feminismo e política: uma introdução (Boitempo, 2014). Ambos colaboram com o Blog da Boitempo mensalmente às sextas

Hacer balance del progresismo

Hacer balance del progresismo

Por Raúl Zibechi / Resumen Latinoamericano/Naiz/04 de Agosto 2015.- En la medida que el ciclo progresista latinoamericano se está terminando, parece el momento adecuado para comenzar a trazar balances de largo aliento, que no se detengan en las coyunturas o en datos secundarios, para irnos acercando a diseñar un panorama de conjunto. De más está decir que este fin de ciclo está siendo desastroso para los sectores populares y las personas de izquierda, nos llena de incertidumbres y zozobras por el futuro inmediato, por el corte derechista y represivo que deberemos afrontar.

Decir progresismo suena demasiado vago, porque en esa categoría pueden entrar procesos bien distintos. Entiendo por progresismo aquellos gobiernos que han intentado cambios en lo que fue el Consenso de Washington, pero nunca aspiraron a trascender el capitalismo en su fase extractiva y financiera.

Los gobiernos de Brasil, Argentina, Uruguay, Chile y Ecuador, así como Paraguay cuando fue gobernado por Fernando Lugo, entran de lleno en esa categoría. Los de Venezuela y Bolivia merecen un trato aparte, ya que han declarado su voluntad de trascender la realidad que heredaron y no sólo administrarla.

¿Porqué incluir al gobierno ecuatoriano de Rafael Correa en esa lista? Porque la relación con los movimientos sociales hace la diferencia. Los movimientos populares de Ecuador, indígenas, obreros y estudiantiles, están convocando un gran paro nacional para el 13 de agosto contra un gobierno autoritario, que persigue a dirigentes y organizaciones populares.

En toda la región sudamericana arrecian las campañas de las derechas mediáticas y los grupos empresariales, alentados por los Estados Unidos, para modificar los equilibrios de fuerzas a su favor. Pero asistimos también a una reactivación de los movimientos populares, de modo particular en Brasil, Chile, Ecuador y Perú, siempre en contra de un modelo que sigue concentrando la riqueza y frente a gobiernos que no han realizado cambios estructurales.

A mi modo de ver, es en Brasil donde se está produciendo un debate más profundo sobre los doce años de gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) encabezados por los presidentes Lula da Silva y Dilma Rousseff. Quizá porque Brasil representa la mitad de la región sudamericana en términos de población y producción, por su innegable trascendencia regional y global y, sobre todo, porque el PT fue creado desde abajo por sindicalistas, exguerrilleros y comunidades eclesiales de base, siendo el mayor partido de izquierda de América Latina, el impulsor de los foros sociales con los movimientos y del Foro de São Paulo con los partidos de izquierda.

El filósofo marxista Paulo Arantes, situado a la izquierda del PT y referente de buena parte de los debates sobre las izquierdas, sostiene que el país y la izquierda están cansados y exhaustos. «Agotamos por depredación extractivista el inmenso reservorio de energía política y social almacenada a lo largo de todo el proceso de salida de la dictadura», sostiene en una de sus últimas intervenciones (“Correio da Cidadania”, 15 de julio de 2015).

La energía agotada es de carácter ético, es la que permitió la creación del PT, de la central sindical CUT y del Movimiento Sin Tierra, las principales organizaciones sociales y políticas del país. La exigencia de resultados rápidos, «un deterioro social jamás visto», que resume en «el derecho de los pobres al dinero», es en su opinión una de las claves del fin de ciclo al que se asiste. Donde siempre se había priorizado la dignidad de la clase trabajadora, aparece una gama de preocupaciones que se centran en administrar en vez de vez de transformar, apostando todo al crecimiento de la economía, sin más objetivos.

El sociólogo Francisco de Oliveira es uno de los intelectuales más respetados, fue fundador del PT en los estertores de la dictadura (1980) y luego del PSOL (Partido Socialismo y Libertad) cuando el Gobierno de Lula implementó reformas neoliberales (2004). Acuñó e concepto de «hegemonía al revés» para explicar cómo los ricos consentían ser políticamente conducidos por los dominados, con la condición de que no cuestionaran la explotación capitalista. En su opinión eso sucede tanto en Brasil como en Sudáfrica bajo los gobiernos del Congreso Nacional Africano.

En un artículo de 2009 realizó una afirmación valiente y polémica: «El lulismo es una regresión política» (Piauí, octubre de 2009). En aquel momento, el último año del segundo Gobierno de Lula, la afirmación parecía fuera de lugar, aunque muchos brasileños de izquierda la compartieron. De hecho, en las elecciones presidenciales de 2006 Heloísa Helena (expulsada del PT por negarse a votar la reforma previsional) obtuvo 6,5 millones de votos como candidata del PSOL, casi el 7% de los votos totales.

Seis años después de aquella sentencia, en medio de un ajuste neoliberal que vulnera derechos sociales y con un escándalo de corrupción alucinante (Dilma reconoció que los dineros sustraídos equivalen a un punto del PIB), podemos volver a preguntarnos si el progresismo fue una regresión o un paso adelante.

Uno de los argumentos centrales de De Oliveira es que los gobiernos de Lula y Dilma provocaron una gran despolitización de la sociedad, en gran medida porque la política fue sustituida por la administración y porque «se cooptaron centrales sindicales y movimientos sociales, entre ellos el Movimiento de los Sin Tierra, que aún resiste».

En este punto, los análisis se bifurcan. No sólo en Brasil sino en la izquierda de toda la región. Una parte sostiene que los gobiernos progresistas fueron un avance, siendo su principal argumento que redujeron la pobreza llevándola a los niveles más bajos en la historia reciente. En esa reducción aparecen dos elementos a considerar: por un lado, el crecimiento económico permitió que más personas se incorporen al mercado de trabajo. Por otro, las políticas sociales y el aumento del salario mínimo jugaron un papel indudable en la caída de la pobreza.

Pero otro sector, en el que me incluyo, argumenta que no hubo cambios significativos en la desigualdad, ni reformas estructurales, que hubo desindustrialización y se registró una re-primarización de las economías (centralidad de las exportaciones de bienes primarios). En este sentido se puede afirmar que el progresismo no fue un avance.

Pero ¿fue un retroceso como argumenta De Oliveira? Si colocamos la política en el centro, las cosas cobran otra tonalidad. La política, desde una mirada de izquierda, gira en torno a la capacidad de los sectores populares de organizarse y movilizarse para debilitar al poder económico y político, y abrir así las posibilidades de cambios. Desde este punto de vista, la energía popular latinoamericana ha sido fuertemente desgastada por el progresismo. Las grandes movilizaciones de junio de 2013 en Brasil, que fueron criticadas por el PT porque supuestamente favorecen a la derecha, son claro testimonio de los cambios que hubo arriba y abajo.

El problema ahora es cómo enfrentar la ofensiva de las derechas con sociedades despolitizadas y desorganizadas, porque la izquierda dilapidó la energía social acumulada bajo las dictaduras. No es, por cierto, la única región del mundo donde esto sucede.

A tres décadas de distancia, ¿la llegada del PSOE al gobierno del Estado Español, fue un paso adelante o un retroceso? No pretendo comparar al socialismo europeo con el progresismo latinoamericano, sino reflexionar sobre cómo se produjo la pérdida de la energía social, en ambas situaciones.

ACJ de El Salvador divulga informe de abril, mayo y junio 2015 de Observatorio de Derechos de la Juventud

ACJ de El Salvador divulga informe de abril, mayo y junio 2015 de Observatorio de Derechos de la Juventud

SAN SALVADOR, 31 de julio de 2015 (SIEP) “La violencia ejercida contra la juventud salvadoreña es el rasgo más pronunciado de estos tres meses investigados así como de lo que va de este año 2015…” denunció Adela Pineda, Directora Ejecutiva de la Asociación Cristiana de Jóvenes (ACJ) de El Salvador.

Explicó que “al evaluar los meses de abril, mayo y junio de 2015 se evidencia esta trágica constante. Como ACJ de El Salvador, con 25 años de trabajo con jóvenes salvadoreños, hombres y mujeres, implementamos desde marzo de 2014 un Observatorio de los Derechos de la Juventud Salvadoreña, mediante el cual le damos seguimiento diario a las noticias de los medios escritos.”

Indicó que “durante el mes de abril de 2015 de 22 notas, 9 están relacionadas con la situación de violencia contra la niñez, y en particular la situación de abuso sexual; 7 están vinculadas con esfuerzos por revertir la situación de abandono y discriminación existente; 5 con la práctica criminal de masacres juveniles y 1 nota sobre deportación desde Estados Unidos de niños y adolescentes.”

Durante el mes de mayo “de 28 notas, 8 están relacionadas a violencia contra jóvenes; 8 a actividades a favor de la juventud; 4 a situaciones de acoso escolar, 4 a situaciones de violencia sexual, 2 a violencia de militares contra jóvenes, 1 a niñez con discapacidad, 1 a jóvenes migrantes y 1 a jóvenes desaparecidos.”

Durante el mes de junio, “de 13 notas, 6 están relacionados con la situación de violencia predominante en el país; 2 con acciones a favor de los jóvenes, 1 nota sobre un análisis sobre situación de juventud salvadoreña; 1 sobre el alto nivel de deserción juvenil en el sistema educativo, 1sobre el papel de los adolescente como cabezas de familia, 1 sobre denuncia interpuesta por joven que padece cáncer contra Ministra de salud y 1 sobre menor inmigrante que lucha por permanecer en Estados Unidos.

Concluyó que “únicamente la organización y la lucha juvenil podrá revertir este doloroso proceso y abrir una puerta de esperanza que nos permita soñar en un país en el que podamos vivir como hermanos y hermanas, en el que podamos vivir sin miedo y con alegría en nuestros corazones.”

El paro del transporte y las sombras del poder

El paro del transporte y las sombras del poder
julio 31, 2015 Voces Comentar
Publicado en: Actualidad, Contracorriente – Dagoberto Gutiérrez, Foro de opiniones, Nacionales, Voces Ciudadanas

Dagoberto Gutiérrez

De nuevo, la sociedad salvadoreña se encuentra con un poder que es ejercido, que actúa como una fuerza capaz de imponer su voluntad y de sacar a flote sus intereses, al ordenar el paro al transporte público. Las pandillas desplegaron su capacidad operativa, su mortífero poder criminal, y lograron que, en efecto, el transporte fuera afectado en grandes segmentos.

Esta coyuntura fue un golpe a la economía, al poder tradicional, al poder del gobierno, y una demostración bastante evidente de que en la actual guerra, el poder gubernamental no es el predominante ante el poder de estas fuerzas.
En esta confrontación, el gobierno ha sido derrotado, y no hay que olvidar que hace algunas semanas, el Presidente de la República declaró la guerra a las bandas y se construyó en el país el entramado de una guerra que sin ser todavía comprendida como tal, se muestra día a día en las calles de las ciudades, en las zonas rurales, en oficinas y en cualquier esquina. Es una guerra que cobra vidas, son armas que disparan desde la sombra, que matan, aparentemente de manera indiscriminada, y que en el caso del paro al transporte, toma una dimensión política bastante evidente porque aquí se planteó una especie de medición de fuerzas que, ante todo el mundo, buscaba establecer quien tiene el control de un poder en el país. El resultado no favoreció al gobierno.

Por supuesto que cuando estamos hablando de fuerza, estamos usando un concepto sociológico para referirnos a grupos organizados con capacidad de actuar, de dictar prescripciones, de controlar territorios y de hacer cumplir sus normativas, y llamamos fuerzas a estos grupos a partir de esa capacidad demostrada de imponer, por encima de las fuerzas gubernamentales, su voluntad y sus intereses. Resulta que esa voluntad y esos intereses han sido los determinantes en esta coyuntura.

Para el pueblo, en general, estas fuerzas son conocidas, tienen rostro, tienen voz y tienen nombre, porque en las comunidades hay una tratativa que establece la relación de estas fuerzas con estas comunidades. Esta es una relación de todos los días, que tiene que ver con la vida cotidiana de las personas. Está basada en la fuerza compulsiva de estos grupos, en el uso del terror y en la necesidad, posibilidad y capacidad de las personas de convivir con ese poder encima, controlando los tiempos, los movimientos y las vidas de los seres humanos.

Esto es posible porque en la filosofía política actual, la que aplica el gobierno y sostiene al Estado en los territorios donde viven millones de personas, reina el mercado que convierte a cada persona en un consumidor, mientras que el Estado abandona el territorio, renuncia a asegurar a las personas la dignidad del trabajo, la educación, la salud y todo bienestar.

Siendo así, las personas, llamadas ciudadanas por el Estado, abandonadas a su suerte, no tienen más camino que someterse a estas fuerzas que pasan, así, a controlar el territorio del país.

Este control se vuelve político en el momento en que las prescripciones y normativas provenientes de estas fuerzas son acatadas por los habitantes que adecúan su vida, sus tiempos, horarios, a lo establecido por fuerzas cuyo rostro no siempre es visible. Esta fuerza se convierte en poder y este poder resulta ser político porque en los territorios son la ley que hay que cumplir a costa de la vida de los infractores.

No se trata de fuerzas invisibles, que han aparecido en los pliegues de las noches, es una producción que empieza a trabajarse desde el momento en que el Foro Económico y Social de los finales de la guerra civil, en el que obreros y empresarios debían negociar los fundamentos de una nueva sociedad y una nueva economía, no lo hicieron por ausencia, rechazo y desprecio de los señores dueños del capital, de toda tratativa o acuerdo con sus trabajadores o esclavos, como ellos lo entienden.

En estos momentos, se estaba imponiendo a la sociedad la coyunda de acero de un modelo capitalista brutal y sangriento que hoy se encuentra plenamente desplegado. Y aquí, en esos momentos, se crearon las condiciones, las temperaturas y los ambientes para que millones de personas excluidas de la economía, de la dignidad, de la vida, decidieran simplemente sobrevivir, y se inicia un proceso que hoy, casi 25 años después, y luego de una serie de mutaciones, se enfrentan al Estado, de manera clara, consiente y victoriosa.

La confrontación del transporte deja en pie una serie de preguntas que tienen que ver con el funcionamiento de acuerdos entre los diferentes agrupamientos, con las coordinaciones entre ellos, con la distribución de los territorios, con las jefaturas y con futuras acciones. Mientras del lado del gobierno aparece la soledad política y el aislamiento. Un gobierno débil e incapaz de diálogo y/o acuerdos entre y con las propias fuerzas de derecha, que sustentan el régimen, terminó presentando la coyuntura como una simple conspiración antigubernamental del partido ARENA, es decir que un grave problema con raíces profundas es transformado en un lío inter-partidario, desconociendo la pesada herencia histórica que el tema arrastra.

Por supuesto, que no se ignora los problemas que las empresas partidarias mantienen, porque aunque se trata de un universo de derechas, ninguna de estas empresas hará algo que favorezca al gobierno y lo ponga en condiciones de ganar las próximas elecciones. Este afán de derrotar al partido en el gobierno, sea cual sea éste, anula toda posibilidad de acuerdo fructífero entre estas empresas.

Aquí, por supuesto, aparecen las conspiraciones en todos sus colores, formas e intensidades, pero resulta que no es este el componente esencial y determinante de la coyuntura.

El problema político de un abordaje diferente consiste en que aquí está en juego toda la filosofía de una paz de papel de china que ha mantenido por largos años amarrada la conciencia y la acción de millones de personas que han estado sometidas a la idea de que se está viviendo momentos de paz que deben ser cuidados sin protestas, sin reclamos y sin exigencias. Y cuando resulta que nada de eso ha existido y que se está viviendo una guerra social más grave que la guerra civil, todo ese discurso se derrumba con estrépito, por eso les resulta conveniente presentar los acontecimientos como fruto exclusivo de conspiraciones anti-gubernamentales.

Dejaremos pendiente el papel particular del imperio estadounidense en esta coyuntura, pero es evidente el desencuentro de los intereses imperiales con los intereses gubernamentales locales.

Contemporary Imperialism

Contemporary Imperialism
Samir Amin
31/07/2015

Lenin, Bukharin, Stalin, and Trotsky in Russia, as well as Mao, Zhou Enlai, and Den Xiaoping in China, shaped the history of the two great revolutions of the twentieth century.1 As leaders of revolutionary communist parties and then later as leaders of revolutionary states, they were confronted with the problems faced by a triumphant revolution in countries of peripheral capitalism and forced to “revise” (I deliberately use this term, considered sacrilegious by many) the theses inherited from the historical Marxism of the Second International. Lenin and Bukharin went much further than Hobson and Hilferding in their analyses of monopoly capitalism and imperialism and drew this major political conclusion: the imperialist war of 1914–1918 (they were among the few, if not the only ones, to anticipate it) made necessary and possible a revolution led by the proletariat.

With the benefit of hindsight, I will indicate here the limitations of their analyses. Lenin and Bukharin considered imperialism to be a new stage (“the highest”) of capitalism associated with the development of monopolies. I question this thesis and contend that historical capitalism has always been imperialist, in the sense that it has led to a polarization between centers and peripheries since its origin (the sixteenth century), which has only increased over the course of its later globalized development.
The nineteenth-century pre-monopolist system was not less imperialist. Great Britain maintained its hegemony precisely because of its colonial domination of India. Lenin and Bukharin thought that the revolution, begun in Russia (“the weak link”), would continue in the centers (Germany in particular). Their hope was based on an underestimate of the effects of imperialist polarization, which destroyed revolutionary prospects in the centers.
Nevertheless, Lenin, and even more Bukharin, quickly learned the necessary historical lesson. The revolution, made in the name of socialism (and communism), was, in fact, something else: mainly a peasant revolution. So what to do? How can the peasantry be linked with the construction of socialism? By making concessions to the market and by respecting newly acquired peasant property; hence by progressing slowly towards socialism? The New Economic Plan (NEP) implemented this strategy.
Yes, but…. Lenin, Bukharin, and Stalin also understood that the imperialist powers would never accept the Revolution or even the NEP. After the hot wars of intervention, the cold war was to become permanent, from 1920 to 1990.2 Soviet Russia, even though it was far from being able to construct socialism, was able to free itself from the straightjacket that imperialism always strives to impose on all peripheries of the world system that it dominates. In effect, Soviet Russia delinked. So what to do now? Attempt to push for peaceful coexistence, by making concessions if necessary and refraining from intervening too actively on the international stage? But at the same time, it was necessary to be armed to face new and unavoidable attacks. And that implied rapid industrialization, which, in turn, came into conflict with the interests of the peasantry and thus threatened to break the worker-peasant alliance, the foundation of the revolutionary state.
It is possible, then, to understand the equivocations of Lenin, Bukharin, and Stalin. In theoretical terms, there were U-turns from one extreme to the other. Sometimes a determinist attitude inspired by the phased approach inherited from earlier Marxism (first the bourgeois democratic revolution, then the socialist one) predominated, sometimes a voluntarist approach (political action would make it possible to leap over stages).
Finally, from 1930–1933, Stalin chose rapid industrialization and armament (and this choice was not without some connection to the rise of fascism). Collectivization was the price of that choice. Here again we must beware of judging too quickly: all socialists of that period (and even more the capitalists) shared Kautsky’s analyses on this point and were persuaded that the future belonged to large-scale agriculture.3 The break in the worker-peasant alliance that this choice implied lay behind the abandonment of revolutionary democracy and the autocratic turn.
In my opinion, Trotsky would certainly not have done better. His attitude towards the rebellion of the Kronstadt sailors and his later equivocations demonstrate that he was no different than the other Bolshevik leaders in government. But, after 1927, living in exile and no longer having responsibility for managing the Soviet state, he could delight in endlessly repeating the sacred principles of socialism. He became like many academic Marxists who have the luxury of asserting their attachment to principles without having to be concerned about effectiveness in transforming reality.4
The Chinese communists appeared later on the revolutionary stage. Mao was able to learn from Bolshevik equivocations. China was confronted with the same problems as Soviet Russia: revolution in a backward country, the necessity of including the peasantry in revolutionary transformation, and the hostility of the imperialist powers. But Mao was able to see more clearly than Lenin, Bukharin, and Stalin.
Yes, the Chinese revolution was anti-imperialist and peasant (anti-feudal). But it was not bourgeois democratic; it was popular democratic. The difference is important: the latter type of revolution requires maintaining the worker-peasant alliance over a long period. China was thus able to avoid the fatal error of forced collectivization and invent another way: make all agricultural land state property, give the peasantry equal access to use of this land, and renovate family agriculture.5
The two revolutions had difficulty in achieving stability because they were forced to reconcile support for a socialist outlook and concessions to capitalism. Which of these two tendencies would prevail? These revolutions only achieved stability after their “Thermidor,” to use Trotsky’s term. But when was the Thermidor in Russia? Was it in 1930, as Trotsky said? Or was it in the 1920s, with the NEP? Or was it the ice age of the Brezhnev period? And in China, did Mao choose Thermidor beginning in 1950? Or do we have to wait until Deng Xiaoping to speak of the Thermidor of 1980?
It is not by chance that reference is made to lessons of the French Revolution. The three great revolutions of modern times (the French, Russian, and Chinese) are great precisely because they looked forward beyond the immediate requirements of the moment. With the rise of the Mountain, led by Robespierre, in the National Convention, the French Revolution was consolidated as both popular and bourgeois and, just like the Russian and Chinese Revolutions—which strove to go all the way to communism even if it were not on the agenda due to the necessity of averting defeat—retained the prospect of going much further later.
Thermidor is not the Restoration. The latter occurred in France, not with Napoleon, but only beginning in 1815. Still it should be remembered that the Restoration could not completely do away with the gigantic social transformation caused by the Revolution. In Russia, the restoration occurred even later in its revolutionary history, with Gorbachev and Yeltsin. It should be noted that this restoration remains fragile, as can be seen in the challenges Putin must still confront. In China, there has not been (or not yet!) a restoration.6
A New Stage of Monopoly Capital
The contemporary world is still confronted with the same challenges encountered by the revolutions of the twentieth century. The continued deepening of the center/periphery contrast, characteristic of the spread of globalized capitalism, still leads to the same major political consequence: transformation of the world begins with anti-imperialist, national, popular—and potentially anti-capitalist—revolutions, which are the only ones on the agenda for the foreseeable future. But this transformation will only be able to go beyond the first steps and proceed on the path to socialism later if and when the peoples of the centers, in turn, begin the struggle for communism, viewed as a higher stage of universal human civilization. The systemic crisis of capitalism in the centers gives a chance for this possibility to be translated into reality.
In the meantime, there is a two-fold challenge confronting the peoples and states of the South: (1) the lumpen development that contemporary capitalism forces on all peripheries of the system has nothing to offer three-quarters of humanity; in particular, it leads to the rapid destruction of peasant societies in Asia and Africa, and consequently the response given to the peasant question will largely govern the nature of future changes;7 (2) the aggressive geostrategy of the imperialist powers, which is opposed to any attempt by the peoples and states of the periphery to get out of the impasse, forces the peoples concerned to defeat the military control of the world by the United States and its subaltern European and Japanese allies.
The first long systemic crisis of capitalism got underway in the 1870s. The version of historic capitalism’s extension over the long span that I have put forward suggests a succession of three epochs: ten centuries of incubation from the year 1000 in China to the eighteenth-century revolutions in England and France, a short century of triumphal flourishing (the nineteenth century), probably a long decline comprising in itself the first long crisis (1875–1945) and then the second (begun in 1975 and still ongoing). In each of those two long crises, capital responds to the challenge by the same triple formula: concentration of capital’s control, deepening of uneven globalization, financialization of the system’s management.8
Two major thinkers (Hobson and Hilferding) immediately grasped the enormous importance of capitalism’s transformation into monopoly capitalism. But it was Lenin and Bukharin who drew the political conclusion from this transformation, a transformation that initiated the decline of capitalism and thus moved the socialist revolution onto the agenda.9
The primary formation of monopoly capitalism thus goes back to the end of the nineteenth century, but in the United States it really established itself as a system only from the 1920s, to conquer next the Western Europe and Japan of the “thirty glorious years” following the Second World War. The concept of surplus, put forth by Baran and Sweezy in the 1950–1960 decade, allows a grasp of what is essential in the transformation of capitalism. Convinced at the moment of its publication by that work of enrichment to the Marxist critique of capitalism, I undertook as soon as the 1970s its reformulation which required, in my opinion, the transformation of the “first” (1920–1970) monopoly capitalism into generalized-monopoly capitalism, analyzed as a qualitatively new phase of the system.
In the previous forms of competition among firms producing the same use value—numerous then, and independent of each other—decisions were made by the capitalist owners of those firms on the basis of a recognized market price which imposed itself as an external datum. Baran and Sweezy observed that the new monopolies act differently: they set their prices simultaneously with the nature and volume of their outputs. So it is an end to “fair and open competition,” which remains, quite contrary to reality, at the heart of conventional economics’ rhetoric!
The abolition of competition—the radical transformation of that term’s meaning, of its functioning and of its results—detaches the price system from its basis, the system of values, and in that very way hides from sight the referential framework which used to define capitalism’s rationality. Although use values used to constitute to a great extent autonomous realities, they become, in monopoly capitalism, the object of actual fabrications produced systematically through aggressive and particularized sales strategies (advertising, brands, etc.).
In monopoly capitalism, a coherent reproduction of the productive system is no longer possible merely by mutual adjustment of the two departments discussed in the second volume of Capital: it is thenceforward necessary to take into account a Department III, conceived by Baran and Sweezy. This allows for added surplus absorption promoted by the state—beyond Department I (private investment) and beyond the portion of Department II (private consumption) devoted to capitalist consumption. The classic example of Department III spending is military expenditure. However, the notion of Department III can be expanded to cover the wider array of socially unreproductive expenditures promoted by generalized-monopoly capitalism.10
The excrescence of Department III, in turn, favors in fact the erasure of the distinction made by Marx between productive (of surplus-value) labor and unproductive labor. All forms of wage labor can—and do—become sources of possible profits. A hairdresser sells his services to a customer who pays him out of his income. But if that hairdresser becomes the employee of a beauty parlor, the business must realize a profit for its owner. If the country at issue puts ten million wage workers to work in Departments I, II, and III, providing the equivalent of twelve million years of abstract labor, and if the wages received by those workers allow them to buy goods and services requiring merely six million years of abstract labor, the rate of exploitation for all of them, productive and unproductive confounded, is the same 100 percent. But the six million years of abstract labor that the workers do not receive cannot all be invested in the purchase of producer goods destined to expand Departments I and II; part of them will be put toward the expansion of Department III.
Generalized-Monopoly Capitalism (Since 1975)
Passage from the initial monopoly capitalism to its current form (generalized-monopoly capitalism) was accomplished in a short time (between 1975 and 2000) in response to the second long crisis of declining capitalism. In fifteen years, monopoly power’s centralization and its capacity for control over the entire productive system reached summits incomparable with what had until then been the case.
My first formulation of generalized-monopoly capitalism dates from 1978, when I put forward an interpretation of capital’s responses to the challenge of its long systemic crisis, which opened starting from 1971–1975. In that interpretation I accentuated the three directions of this expected reply, then barely under way: strengthened centralization of control over the economy by the monopolies, deepening of globalization (and the outsourcing of the manufacturing industry to the peripheries), and financialization. The work that André Gunder Frank and I published together in 1978 drew no notice probably because our theses were ahead of their time. But today the three characteristics at issue have become blindingly obvious to everybody.11
A name had to be given to this new phase of monopoly capitalism. The adjective “generalized” specifies what is new: the monopolies are thenceforward in a position that gives them the capability of reducing all (or nearly all) economic activities to subcontractor status. The example of family farming in the capitalist centers provides the finest example of this. These farmers are controlled upstream by the monopolies that provide their inputs and financing, and downstream by the marketing chains, to the point that the price structures forced on them wipe out the income from their labor.
Farmers survive only thanks to public subsidies paid for by the taxpayers. This extraction is thus at the origin of the monopolies’ profits! As likewise has been observed with bank failures, the new principal of economic management is summed up in a phrase: privatization of the monopolies’ profits, socialization of their losses! To go on talking of “fair and open competition” and of “truth of the prices revealed by the markets”—that belongs in a farce.
The fragmented, and by that fact concrete, economic power of proprietary bourgeois families gives way to a centralized power exercised by the directors of the monopolies and their cohort of salaried servitors. For generalized-monopoly capitalism involves not the concentration of property, which on the contrary is more dispersed than ever, but of the power to manage it. That is why it is deceptive to attach the adjective “patrimonial” to contemporary capitalism. It is only in appearance that “shareholders” rule.
Absolute monarchs, the top executives of the monopolies, decide everything in their name. Moreover, the deepening globalization of the system wipes out the holistic (i.e., simultaneously economic, political, and social) logic of national systems without putting in its place any global logic whatsoever. This is the empire of chaos—the title of one of my works, published in 1991 and subsequently taken up by others: in fact international political violence takes the place of economic competition.12
Financialization of Accumulation
The new financialization of economic life crowns this transformation in capital’s power. In place of strategies set out by real owners of fragmented capital are those of the managers of ownership titles over capital. What is vulgarly called fictitious capital (the estimated value of ownership certificates) is nothing but the expression of this displacement, this disconnect between the virtual and real worlds.
By its very nature capitalist accumulation has always been synonymous with disorder, in the sense that Marx gave to that term: a system moving from disequilibrium to disequilibrium (driven by class struggles and conflicts among the powers) without ever tending toward an equilibrium. But this disorder resulting from competition among fragmented capitals was kept within reasonable limits through management of the credit system carried out under the control of the national state. With contemporary financialized and globalized capitalism those frontiers disappear; the violence of the movements from disequilibrium to disequilibrium is reinforced. The successor of disorder is chaos.
Domination by the capital of the generalized monopolies is exercised on the world scale through global integration of the monetary and financial market, based henceforward on the principle of flexible exchange rates, and giving up national controls over the flow of capital. Nevertheless, this domination is called into question, to varying degrees, by state policies of the emerging countries. The conflict between these latter policies and the strategic objectives of the triad’s collective imperialism becomes by that fact one of the central axes for possibly putting generalized-monopoly capitalism once more on trial.13
The Decline of Democracy
In the system’s centers, generalized-monopoly capitalism has brought with it generalization of the wage-form. Upper managers are thenceforward employees who do not participate in the formation of surplus-value, of which they have become consumers. At the other social pole, the generalized proletarianization that the wage-form suggests is accompanied by multiplication in forms of segmentation of the labor force.
In other words, the “proletariat” (in its forms as known in the past) disappears at the very moment when proletarianization becomes generalized. In the peripheries, the effects of domination by generalized-monopoly capital are no less visible. Above an already diverse social structure made up of local ruling classes and the subordinate classes and status groups there is placed a dominant superclass emerging in the wake of globalization. This superclass is sometimes that of “neo-comprador insiders,” sometimes that of the governing political class (or class-state-party), or a mixture of the two.
Far from being synonyms, “market” and “democracy” are, on the contrary, antonyms. In the centers a new political consensus-culture (only seeming, perhaps, but nevertheless active) synonymous with depolitization, has taken the place of the former political culture based on the right-left confrontation that used to give significance to bourgeois democracy and the contradictory inscription of class struggles within its framework. In the peripheries, the monopoly of power captured by the dominant local superclass likewise involves the negation of democracy. The rise of political Islam provides an example of such a regression.
The Aggressive Geostrategy of Contemporary Imperialism
The Collective Imperialism of the Triad; the State in Contemporary Capitalism
In the 1970s, Sweezy, Magdoff, and I had already advanced this thesis, formulated by André Gunder Frank and me in a work published in 1978. We said that monopoly capitalism was entering a new age, characterized by the gradual—but rapid—dismantling of national production systems. The production of a growing number of market goods can no longer be defined by the label “made in France” (or the Soviet Union or the United States), but becomes “made in the world,” because its manufacture is now broken into segments, located here and there throughout the whole world.
Recognizing this fact, now a commonplace, does not imply that there is only one explanation of the major cause for the transformation in question. For my part, I explain it by the leap forward in the degree of centralization in the control of capital by the monopolies, which I have described as the move from the capitalism of monopolies to the capitalism of generalized monopolies. The information revolution, among other factors, provides the means that make possible the management of this globally dispersed production system. But for me, these means are only implemented in response to a new objective need created by the leap forward in the centralized control of capital.
The emergence of this globalized production system eliminates coherent “national development” policies (diverse and unequally effective), but it does not substitute a new coherence, which would be that of the globalized system. The reason for that is the absence of a globalized bourgeoisie and globalized state, which I will examine later. Consequently, the globalized production system is incoherent by nature.
Another important consequence of this qualitative transformation of contemporary capitalism is the emergence of the collective imperialism of the triad, which takes the place of the historical national imperialisms (of the United States, Great Britain, Japan, Germany, France, and a few others). Collective imperialism finds its raison d’être in the awareness by the bourgeoisies in the triad nations of the necessity for their joint management of the world and particularly of the subjected, and yet to be subjected, societies of the peripheries.
Some draw two correlates from the thesis of the emergence of a globalized production system: the emergence of a globalized bourgeoisie and the emergence of a globalized state, both of which would find their objective foundation in this new production system. My interpretation of the current changes and crises leads me to reject these two correlates.
There is no globalized bourgeoisie (or dominant class) in the process of being formed, either on the world scale or in the countries of the imperialist triad. I am led to emphasize the fact that the centralization of control over the capital of the monopolies takes place within the nation-states of the triad (United States, each member of the European Union, Japan) much more than it does in the relations between the partners of the triad, or even between members of the European Union.
The bourgeoisies (or oligopolistic groups) are in competition within nations (and the national state manages this competition, in part at least) and between nations. Thus the German oligopolies (and the German state) took on the leadership of European affairs, not for the equal benefit of everyone, but first of all for their own benefit. At the level of the triad, it is obviously the bourgeoisie of the United States that leads the alliance, once again with an unequal distribution of the benefits.
The idea that the objective cause—the emergence of the globalized production system—entails ipso facto the emergence of a globalized dominant class is based on the underlying hypothesis that the system must be coherent. In reality, it is possible for it not to be coherent. In fact, it is not coherent and hence this chaotic system is not viable.
In the peripheries, the globalization of the production system occurs in conjunction with the replacement of the hegemonic blocs of earlier eras by a new hegemonic bloc dominated by the new comprador bourgeoisies, which are not constitutive elements of a globalized bourgeoisie, but only subaltern allies of the bourgeoisies of the dominant triad.
Just like there is no globalized bourgeoisie in the process of formation, there is also no globalized state on the horizon. The major reason for this is that the current globalized system does not attenuate, but actually accentuates conflict (already visible or potential) between the societies of the triad and those of the rest of the world. I do indeed mean conflict between societies and, consequently, potentially conflict between states.
The advantage derived from the triad’s dominant position (imperialist rent) allows the hegemonic bloc formed around the generalized monopolies to benefit from a legitimacy that is expressed, in turn, by the convergence of all major electoral parties, right and left, and their equal commitment to neoliberal economic policies and continual intervention in the affairs of the peripheries.
On the other hand, the neo-comprador bourgeoisies of the peripheries are neither legitimate nor credible in the eyes of their own people (because the policies they serve do not make it possible to “catch up,” and most often lead to the impasse of lumpen-development). Instability of the current governments is thus the rule in this context.
Just as there is no globalized bourgeoisie even at the level of the triad or that of the European Union, there is also no globalized state at these levels. Instead, there is only an alliance of states. These states, in turn, willingly accept the hierarchy that allows that alliance to function: general leadership is taken on by Washington, and leadership in Europe by Berlin. The national state remains in place to serve globalization as it is.
There is an idea circulating in postmodernist currents that contemporary capitalism no longer needs the state to manage the world economy and thus that the state system is in the process of withering away to the benefit of the emergence of civil society. I will not go back over the arguments that I have developed elsewhere against this naive thesis, one moreover that is propagated by the dominant governments and the media clergy in their service. There is no capitalism without the state. Capitalist globalization could not be pursued without the interventions of the United States armed forces and the management of the dollar. Clearly, the armed forces and money are instruments of the state, not of the market.
But since there is no world state, the United States intends to fulfill this function. The societies of the triad consider this function to be legitimate; other societies do not. But what does that matter? The self-proclaimed “international community,” i.e., the G7 plus Saudi Arabia, which has surely become a democratic republic, does not recognize the legitimacy of the opinion of 85 percent of the world’s population!
There is thus an asymmetry between the functions of the state in the dominant imperialist centers and those of the state in the subject, or yet to be subjected, peripheries. The state in the compradorized peripheries is inherently unstable and, consequently, a potential enemy, when it is not already one.
There are enemies with which the dominant imperialist powers have been forced to coexist—at least up until now. This is the case with China because it has rejected (up until now) the neo-comprador option and is pursuing its sovereign project of integrated and coherent national development. Russia became an enemy as soon as Putin refused to align politically with the triad and wanted to block the expansionist ambitions of the latter in Ukraine, even if he does not envision (or not yet?) leaving the rut of economic liberalism.
The great majority of comprador states in the South (that is, states in the service of their comprador bourgeoisies) are allies, not enemies—as long as each of these comprador states gives the appearance of being in charge of its country. But leaders in Washington, London, Berlin, and Paris know that these states are fragile. As soon as a popular movement of revolt—with or without a viable alternative strategy—threatens one of these states, the triad arrogates to itself the right to intervene. Intervention can even lead to contemplating the destruction of these states and, beyond them, of the societies concerned. This strategy is currently at work in Iraq, Syria, and elsewhere. The raison d’être of the strategy for military control of the world by the triad led by Washington is located entirely in this “realist” vision, which is in direct counterpoint to the naive view—à la Negri—of a globalized state in the process of formation.14
Responses of the Peoples and States of the South
The ongoing offensive of United States/Europe/Japan collective imperialism against all the peoples of the South walks on two legs: the economic leg—globalized neoliberalism forced as the exclusive possible economic policy; and the political leg—continuous interventions including preemptive wars against those who reject imperialist interventions.
In response, some countries of the South, such as the BRICS, at best walk on only one leg: they reject the geopolitics of imperialism but accept economic neoliberalism. They remain, for that reason, vulnerable, as the current case of Russia shows.15 Yes, they have to understand that “trade is war,” as Yash Tandon wrote.16
All countries of the world outside the triad are enemies or potential enemies, except those who accept complete submission to its economic and political strategy. In that frame Russia is “an enemy.”17 Whatever might be our assessment of what the Soviet Union was, the triad fought it simply because it was an attempt to develop independently of dominant capitalism/imperialism. After the breakdown of the Soviet system, some people (in Russia in particular) thought that the “West” would not antagonize a “capitalist Russia”—just as Germany and Japan had “lost the war but won the peace.”
They forgot that the Western powers supported the reconstruction of the former fascist countries precisely to face the challenge of the independent policies of the Soviet Union. Now, this challenge having disappeared, the target of the triad is complete submission, to destroy the capacity of Russia to resist. The current development of the Ukraine tragedy illustrates the reality of the strategic target of the triad. The triad organized in Kiev what ought to be called a “Euro/Nazi putsch.”
The rhetoric of the Western medias, claiming that the policies of the Triad aim at promoting democracy, is simply a lie. Eastern Europe has been “integrated” in the European Union not as equal partners, but as “semi-colonies” of major Western and Central European capitalist/imperialist powers. The relation between West and East in the European system is in some degree similar to that which rules the relations between the United States and Latin America!
Therefore the policy of Russia to resist the project of colonization of Ukraine must be supported. But this positive Russian “international policy” is bound to fail if it is not supported by the Russian people. And this support cannot be won on the exclusive basis of “nationalism.” The support can be won only if the internal economic and social policy pursued promotes the interests of the majority of the working people.
A people-oriented policy implies therefore moving away, as much as possible, from the “liberal” recipe and the electoral masquerade associated with it, which claims to give legitimacy to regressive social policies. I would suggest setting up in its place a brand of new state capitalism with a social dimension (I say social, not socialist). That system would open the road to eventual advances toward a socialization of the management of the economy and therefore authentic new advances toward an invention of democracy responding to the challenges of a modern economy.
Russian state power remaining within the strict limits of the neoliberal recipe annihilates the chances of success of an independent foreign policy and the chances of Russia becoming a really emerging country acting as an important international actor. Neoliberalism can produce for Russia only a tragic economic and social regression, a pattern of “lumpen development,” and a growing subordinate status in the global imperialist order.
Russia would provide the triad with oil, gas, and some other natural resources; its industries would be reduced to the status of sub-contracting for the benefit of Western financial monopolies. In such a position, which is not very far from that of Russia today in the global system, attempts to act independently in the international area will remain extremely fragile, threatened by “sanctions” which will strengthen the disastrous alignment of the ruling economic oligarchy to the demands of dominant monopolies of the triad. The current outflow of “Russian capital” associated with the Ukraine crisis illustrates the danger. Reestablishing state control over the movements of capital is the only effective response to that danger.
Outside of China, which is implementing a national project of modern industrial development in connection with the renovation of family agriculture, the other so-called emergent countries of the South (the BRICS) still walk only on one leg: they are opposed to the depredations of militarized globalization, but remain imprisoned in the straightjacket of neoliberalism.18
Notes
1. In this article, I am limiting myself to examining the experiences of Russia and China, with no intention of ignoring the other twentieth-century socialist revolutions (North Korea, Vietnam, Cuba).
2. Before the Second World War, Stalin had desperately, and unsuccessfully, sought an alliance with the Western democracies against Nazism. After the war, Washington chose to pursue the Cold War, while Stalin sought to extend friendship with the Western powers, again without success. See Geoffrey Roberts, Stalin’s Wars: From World War to Cold War, 1939–1953 (New Haven, CT: Yale University Press, 2007). See the important preface by Annie Lacroix Riz to the French edition: Les guerres de Staline: De la guerre mondiale à la guerre froide (Paris: Éditions Delga, 2014).
3. I am alluding here to Kautsky’s theses in The Agrarian Question, 2 vols. (London: Pluto Press, 1988; first edition, 1899).
4. There are pleasant exceptions among Marxist intellectuals who, without having had responsibilities in the leadership of revolutionary parties or, still less, of revolutionary states, have nonetheless remained attentive to the challenges confronted by state socialisms (I am thinking here of Baran, Sweezy, Hobsbawn, and others).
5. See Samir Amin, “China 2013,” Monthly Review 64, no. 10 (March 2013): 14–33, in particular for analyses concerning Maoism’s treatment of the agrarian question.
6. See Eric J. Hobsbawn, Echoes of the Marseillaise: Two Centuries Look Back on the French Revolution (London: Verso, 1990); also see the works of Florence Gauthier. These authors do not assimilate Thermidor to restoration, as the Trotskyist simplification suggests.
7. Concerning the destruction of the Asian and African peasantry currently underway, see Samir Amin, “Contemporary Imperialism and the Agrarian Question,” Agrarian South: Journal of Political Economy 1, no. 1 (April 2012): 11–26, http://ags.sagepub.com.
8. I discuss here only some of the major consequences of the move to generalized monopolies (financialization, decline of democracy). As for ecological questions, I refer to the remarkable works of John Bellamy Foster.
9. Nicolai Bukharin, Imperialism and the World Economy (New York: Monthly Review Press, 1973; written in 1915); V. I. Lenin, Imperialism, The Highest Stage of Capitalism (New York: International Publishers, 1969; written in 1916).
10. For further discussions of the Department III analysis and its relation to Baran and Sweezy’s theory of surplus absorption see Samir Amin, Three Essays on Marx’s Value Theory (New York: Monthly Review Press, 2013), 67–76; and John Bellamy Foster, “Marxian Crisis Theory and the State,” in John Bellamy Foster and Henryk Szlajfer, eds., The Faltering Economy (New York: Monthly Review Press, 1984), 325–49.
11. Andre Gunder Frank and Samir Amin, “Let’s Not Wait for 1984,” in Frank, Reflections on the World Economic Crisis (New York: Monthly Review Press, 1981).
12. Samir Amin, Empire of Chaos (New York: Monthly Review Press, 1992).
13. Concerning the challenge to financial globalization, see Samir Amin, “From Bandung (1955) to 2015: New and Old Challenges for the Peoples and States of the South,” paper presented at the World Social Forum, Tunis, March 2015, and “The Chinese Yuan,” published in Chinese, 2013.
14. “Contra Hardt and Negri,” Monthly Review 66, no. 6 (November 2014): 25–36.
15. The choice to delink is inevitable. The extreme centralization of the surplus at the world level in the form of imperialist rent for the monopolies of the imperialist powers is unsupportable by all societies in the periphery. It is necessary to deconstruct this system with the prospect of reconstructing it later in another form of globalization compatible with communism understood as a more advanced stage of universal civilization. I have suggested, in this context, a comparison with the necessary destruction of the centralization of the Roman Empire, which opened the way to feudal decentralization.
16. Yash Tandon, Trade is War (New York: OR Books, forthcoming).
17. Samir Amin, “Russia in the World System,” chapter 7 in Global History: A View from the South (London: Pambazuka Press, 2010), “The Return of Fascism in Contemporary Capitalism,” Monthly Review 66, no. 4 (September 2014): 1–12.
18. Concerning the inadequate responses of India and Brazil, see Samir Amin, The Implosion of Capitalism (New York: Monthly Review Press, 2013), chapter 2, and “Latin America Confronts the Challenge of Globalization,” Monthly Review 66, no. 7 (December 2014): 1–6.