El concepto de revolución en el marxismo

El concepto de revolución en el marxismo
Manuel Ballestero

El concepto de revolución parece haberse borrado en una sociedad integrada y compleja. El movimiento social parece desarrollarse sin posible ruptura, de manera sólo evolutiva.

Algo de esto es verdad y corresponde a las condiciones políticas y sociales de estas sociedades; pero la dialéctica social sigue abierta, incluso en estas sociedades; no hablemos de las de la periferia del sistema; los problemas están ahí: paro crónico y de masas, dificultades de formación profesional, de alojamiento, de vida urbana, diferencias sociales cada día más hondas, la democracia reducida a una farsa.

Esas dialécticas – en torno a la longitud de la jornada de trabajo, en torno al nivel de salarios o de protección social de los ciudadanos- desajustan el falso equilibrio de estas democracias capitalistas y exigen soluciones.

El problema no es hoy el dilema entre reforma o revolución, sino articular un proceso y un movimiento de reformas que tiendan a superar el sistema del capital.

Nuestros adversarios (neo-liberales y social-liberales) confunden el necesario, obligado, proceso de avanzar por medio de reformas con la no modificación del sistema capitalista.

Nuestra estrategia, obligada por las condiciones sociales actuales, es una lucha por arrancarle a las clases dirigentes reformas que transformen los equilibrios sociales, que atenúen –hasta acabar con ella- la explotación del trabajo y de la sociedad por el capital.

Puede preguntarse: ¿es marxista esa perspectiva de reformas transformadoras?, o, ¿rompe con la teoría marxista clásica?

No es posible aquí abordar el problema en toda su extensión, es una cuestión muy ancha y profunda. Reflexionaré a partir de unas cuantas ideas de nuestros clásicos.

Arranco de un texto de la «Introducción a la contribución a la crítica de la economía política», de K. Marx, 1857 (lo citaré en la conferencia, no lo tengo a mano) (ver al final).

Dos observaciones: movimiento incesante, lento o rápido, en las fuerzas productivas: ese movimiento es la base del proceso histórico, de sus cambios y de sus rupturas. Por esa acumulación permanente de cambios en dichas fuerzas no hay detención en la historia; el proceso de expansión de las fuerzas productivas no se detiene, constituye la base móvil. Ahora bien, ese movimiento choca en un momento dado con la estructura de las relaciones de producción; esa contradicción provoca desajustes, desequilibrios en la estructura social, provoca sobresaltos sociales. Esto es la revolución.

En el texto de Marx hay la convergencia de estos dos elementos: el movimiento de las fuerzas productivas y la estructura de las relaciones de producción; el choque de una base móvil y de una estructura fijada. Desde el principio en la concepción de Marx la noción de revolución es dialéctica; no es una concepción simplista ni simplificada del proceso revolucionario.

La revolución, en ese texto, aparece colocada en un largo período, el de la acumulación de las transformaciones en las fuerzas productivas que, de manera continuada y prolongada, engendra tensiones respecto a las relaciones de producción. Estas tensiones emergen en formas diversas:

a) Como crisis en los procesos productivos y sociales, que pueden conducir, aunque no necesariamente, a un estancamiento prolongado de tales procesos productivos y reproductivos. O a un avance en el desarrollo de dichas fuerzas productivas con repercusiones destructoras respecto de la fuerza productiva principal, la fuerza de trabajo, la reproducción armoniosa de la vida social a este proceso asistimos hoy en los países capitalistas.

b) O a una explosión revolucionaria radical

c) O a una inquietud social que no desemboca inmediatamente en crisis revolucionaria, pero que se prosigue en medio de luchas sociales, intermitentes, más o menos profundas, pero que no encuentran el camino político para destruir el sistema.

De todos modos, la revolución en el texto de Marx aparece como un punto en una larga línea de transformaciones, de desequilibrios, de choques, contradicciones y luchas.

Hago un inciso. La crisis que se engendra en el desajuste entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción no tiene por que expresarse sólo en forma de crisis económica, como la del 29. Esto lo olvidan algunos que se dicen marxistas y que se encuentran obnubilados por las hazañas del sistema capitalista, olvidando sus lacras presentes. La crisis, en el pensamiento de Marx, puede manifestarse en formas no económicas, sino sociales: destrucción del tejido social, de los valores más elementales de la vida social y humana (valores de solidaridad y confianza entre los hombres), embrutecimiento social, fomentado desde el poder, desde los poderes, en teorías de darwinismo social, semejantes a las nazi-fascistas: ganan los mejor adaptados, pierden irremediablemente los más débiles. Ese naufragio de todos los valores es crisis; la vida del hombre incluye valores, no sólo mercancías. Esto debe estar claro en la mente de los comunistas; basta con volver a leer a Lenin.

Dicho esto, cierro el paréntesis. En el pensamiento de Marx el salto, el cambio revolucionario, en tanto que momento político de la toma del poder por una nueva clase, se instala en el largo curso, en el tiempo largo de la acumulación de las fuerzas productivas. En ese sentido, el cambio cualitativo, revolucionario está cogido y determinado por la acumulación de cambios cuantitativos en las fuerzas productivas, y en la vida social.

La revolución no comienza ni termina en el instante o en el momento de la revolución; tanto antes como después, el salto revolucionario se apoya y se encuadra en un largo proceso histórico-material-social.

Por todo esto, los clásicos del marxismo Marx, Engels, Lenin, Gramsci han utilizado para su teoría de la revolución social las categorías dialécticas de cambio cuantitativo-cualitativo. Y aquí, contra todos los análisis de los estalinistas, hay que decir que fue en la dialéctica idealista donde sólo de manera filosófica y alienada, no de modo histórico-social-material, se teorizó la cuestión del cambio revolucionario. Esto quiere decir que los marxistas y los comunistas tienen que estudiar la dialéctica materialista en el horizonte teórico de la filosofía clásica alemana; como hizo Lenin en sus « Cuadernos filosóficos », como hizo Marx en sus escritos de juventud «La Sagrada familia», los «Manuscritos del 44» y otros. Por eso Lenin le dio tanta importancia al factor cultural en la formación del partido comunista. Los comunistas tienen que aprender y heredar las conquistas de la inteligencia humana, toda, a lo largo de la historia. Los comunistas no pueden ser sólo buenos ejecutantes, tienen que procurar elevarse a un nivel de comprensión teórica, cada uno como puede, según sus posibilidades.

Resumo: en los clásicos la ruptura revolucionaria del curso social se da dentro del curso social mismo. En este sentido, ruptura y continuidad se interpenetran. Dialécticamente se conexionan, no se excluyen. Y aquí quiero insistir en el entramado dialéctico de la concepción marxista y en que dialéctica significa un modo de pensar que, pensando la realidad en todas sus dimensiones, excluye la unilateralidad y el formalismo, los esquemas.

Dialéctica es ante todo crítica de cualquier abstracción, es decir, unilateralidad, es pensamiento de lo real en su totalidad, en la totalidad de sus elementos y relaciones internas. Por eso dialécticamente es necesario saber pensar la conexión ruptura-continuidad.

La conexión del tiempo largo de los cambios cuantitativos y del corto de los cualitativos. Afirmar uno no quiere decir negar el contrario.

Puede decirse con M. Kossok, especialista alemán de los problemas de la revolución burguesa, «la revolución francesa de 1789 inaugura el final», es decir, empieza el final de todo un enorme y largo proceso de transición del feudalismo al capitalismo.

La noción marxista de «transición» abre otro campo conceptual: que el inicio revolucionario, precedido por la acumulación de los cambios cuantitativos en las fuerzas productivas y, más lentamente, en lo ideológico, tampoco termina en sí mismo; el salto revolucionario no es tan sólo de un instante, de un momento histórico, sino que con el comienza un período de transición y largo de paso de un sistema a otro.

El nuevo sistema no está contenido ni cumplido en el primer paso; el salto revolucionario no hace más que abrir un nuevo y acelerado proceso de adecuación de las fuerzas productivas a las nuevas relaciones. Es decir, el simple cambio de clase en el poder, la modificación del aspecto jurídico de las relaciones de producción, que son mucho más amplias que las simples formas de propiedad, tampoco culmina el proceso revolucionario. También, en este sentido, la revolución está cogida, más allá de sí misma, en un largo proceso.

Sobre estos problemas se ha publicado un libro que no está traducido en castellano, el de J. Legrand, «Le Socialisme Dans l’histoire». El autor insiste en todo lo que acabo de decir, pero llama la atención sobre un aspecto esencial y que el estalinismo silenció o deformó: que el paso al socialismo y la lucha por el socialismo representa la culminación de toda una enorme serie de esfuerzos emancipadores que todavía no tenían forma socialista; se liga a ellos dialécticamente y los realiza. Marx ha escrito que «la humanidad tiene un sueño y basta que tome conciencia de el para realizarlo». En esto, dos elementos: 1) Lo anterior emancipador, incluso en formas mistificadas religión, filosofía, arte son modos en que plasma ese sueño que el socialismo tiene que realizar. Lenin, por eso, decía que el comunismo es el compendio de todo lo que la humanidad ha producido de elevado en su curso civilizador. 2) En ese «basta que tome conciencia» de Marx se alude a la necesidad del momento consciente, teórico del proceso revolucionario.

En el pensamiento marxista de la revolución no hay la idea de cortes ni de comienzos radicales y asoladores, ni tampoco la idea de cambios puramente objetivistas, sin intervención, consciente y voluntaria de los hombres.

El sujeto social tiene que asumir la problemática del cambio social, debe producirla desde su posibilidad material, posibilidad que los cambios materiales y los de la conciencia social han preparado.

La concepción marxista de la revolución es dialéctica, es decir, la revolución es entendida como proceso histórico dentro de la historia, dentro del proceso histórico general que la prepara y que ella misma, la revolución, lleva a cabo con la vista puesta en los valores que debe alumbrar y que deben recoger y profundizar lo que la humanidad ha ido alumbrado en su devenir histórico.

Por eso es necesario retener en el centro de la concepción la noción dialéctica de Aufhebung: sobrepasamiento dialéctico: lo nuevo suprime lo anterior en la medida en que lo preserva, es decir, en que cumple las promesas que han quedado incumplidas y en la medida en que profundiza en lo que se ha cumplido.

El socialismo retiene en su interior las conquistas emancipadoras de la historia. La democracia, en su sentido recto-poder del pueblo, autodeterminación popular del contenido de la vida social y del proceso social de producción. En ese sentido, la democracia se retiene transformándola, convirtiéndola en real democracia. En el número 4 de la revista «Contrarios» hemos publicado unos textos de Marx sobre este tema.

¿Cómo entender esto de preservar lo que se supera? Como integración en nuevas estructuras sociales de los elementos racionales de las anteriores, dentro de las nuevas y en la medida en que esos elementos de racionalidad se pliegan a una nueva lógica histórico-social.

Esta nueva lógica social no está acuñada con el simple salto revolucionario. La nueva lógica tiene que abrirse a través de un largo período de transición.

Esto nos lleva a otra cosa. La teoría de Marx acerca de la revolución socialista contaba con que ésta se produciría en un país capitalista desarrollado y como resultado del desarrollo de las contradicciones del capitalismo desarrollado. Esto significaba que el capitalismo habría preparado la base material para una nueva sociedad; en tanto que sociedad, el capitalismo tiene un cometido desarrollar al máximo las fuerzas productivas para comprimir el valor de la fuerza de trabajo y aumentar la tasa de plusvalía y de explotación.

La naturaleza desigual del desarrollo y los fenómenos imperialistas motivaron la emergencia revolucionaria en países de la periferia, en la Rusiaatrasada. Por eso el proceso de transición tenía que ser más largo y difícil, no acelerado como en cierto modo impusieron las necesidades históricas de defensa de la república soviética. La radicalización estalinista impidió un desarrollo más equilibrado también las amenazas del fascismo desde 1933. Pero también hay que señalar que el estalinismo no sólo aceleró los ritmos, sino que cambió la orientación leninista.

Lenin, como explica muy bien G. Lukacs en «Socialismo y democratización», le prestó mucha más importancia a los aspectos cualitativos de la nueva sociedad los soviets como órganos de poder del nuevo Estado que a los puramente cuantitativos: crecimiento de la producción y-perspectiva de alcanzar a los países capitalistas, en lugar de desarrollar una nueva lógica social y política, nuevos modos de gestión obrera, intervención popular en los asuntos del Estado, y otros.

A la luz de lo dicho, resumo: la revolución aparece cogida en largos procesos acumulativos; los procesos de las luchas sociales por reformas forman parte dialécticamente de1 proceso revolucionario.

El sistema del capital mantiene todas sus contradicciones, en nuevas formas y nuevos modos de gestionarlas, pero, por ello, ese sistema tiene que ser superado, sobrepasado. En situaciones históricas en que parece que el horizonte está cerrado hay que pensar en el tiempo largo que no significa adaptación, sino lucha tenaz, consecuente.

Marxismos, Neo-marxismos y post-marxismos

MARXISMOS, NEO-MARXISMOS Y POST-MARXISMOS

André Tosel

PARA UN ESTADO DE SITUACIÓN: DEL LADO “MARXISTA”

El modo de existencia del pensamiento de quienes hoy se reivindican más o menos en pro de Marx y se dicen marxistas, es muy problemático. El fin del marxismo-leninismo soviético, que fue el pensamiento oficial de los partidos comunistas de la Tercera Internacional, coincidió con el agotamiento de los efectos producidos por las últimas grandes elaboraciones de los heréticos del marxismo que fueron, a títulos diversos, A. Gramsci, G. Lukács, M. Horkheimer, T. W. Adorno, H. Lefebvre y L. Althusser. Todos estos auténticos pensadores del siglo XX no han logrado reformar la ortodoxia, de la misma manera en que sus proposiciones teóricas y estratégicas no han sido asimiladas en profundidad por sus destinatarios efectivos, los partidos comunistas. La implosión del comunismo de tipo soviético, o bien ha conducido a un alineamiento tendencial sobre los partidos socio-demócratas, cada vez más convertidos en liberal-demócratas, o bien ha desembocado en la existencia de partidos comunistas “refundados“, pero desprovistos de una actitud política efectiva. Y sobre todo, ha sido roto irremisiblemente el vínculo que unía la teoría marxista y el movimiento obrero organizado, ese substrato de los marxismos ortodoxos y heréticos. La referencia a Marx, por lo tanto, no ha desaparecido, y, en esta situación inédita, han surgido numerosas tentativas de efectuar un balance del pensamiento marxiano, exentas de toda reverencia y atentas a la complejidad real de ese pensamiento.

Así han emergido neo-marxismos y post-marxismos sin que este florecimiento pueda alinearse como tal en la investigación académica: si bien todas esas elaboraciones tratan a Marx como un clásico del pensamiento que debe ser estudiado como Hegel o Aristóteles, todas lo tratan como un crítico esencial de la modernidad y buscan, en él y contra él, elementos y aún una problemática para la elaboración de un pensamiento realmente crítico respecto del capitalismo que devino mundial. Todas son “políticas“, lo que no perdona la filosofía universitaria. Esta supervivencia explosiva y diseminada de Marx, desprovista de vínculos organizativos, puede reservar sorpresas, pero en el momento actual lleva una existencia marginal. La amplitud de las revisiones de que han sido objeto la obra de Marx y de los grandes heréticos del siglo, impide la ocurrencia de un efecto de sugestión sobre las grandes corrientes de la filosofía contemporánea. Sería útil estudiar esos neo-post-marxismos para medir el estado de pulverización extrema en que se halla, de aquí en más, el corpus marxiano, del que, por otra parte, se comienza a percibir que es como tal una inmensa acumulación de fragmentos, no un sistema.

Se podría ver que en el seno de esos neo y post-marxismos no hay ni una sola tesis de Marx que no sea discutida, reformulada, o incluso abandonada. Un sencillo relevamiento bastará. La teoría de la historia es, o bien denunciada como versión materialista de la filosofía progresista de la historia, o bien reelaborada como teoría de posibles abiertos. Estos posibles, a su vez, son, ya interpretados como tendencias que contienen sustancialmente las razones objetivas y los motivos subjetivos de su actualización, o ya reelaborados como elementos de una concepción aleatoria del cambio. La teoría crucial de la explotación, que durante mucho tiempo íúe considerada como el meollo de la crítica de la economía política capitalista, no goza de mejor estado. Su fundamento, la teoría de la plusvalía absoluta y relativa, reposa sobre la teoría del valor trabajo que, desde fines del siglo XIX, ha sido objeto de recusaciones constantes (a partir de la dificultad de hacer posible una teoría de los precios de mercado). Así, ella puede ser, o bien aceptada por su capacidad de dar cuenta de las formas sucesivas de la sumisión real del trabajo al capital, abstracción hecha de sus propias aporías, o bien completamente reformulada sobre la base de una crítica del sustancialismo metafísico inmanente a la idea misma del valor trabajo; y esta reformulación puede tomar a su vez diversas formas, de las cuales, la de la dotación desigual en capital (se dicen explotados los individuos que estarían en mejor posición si se retiraran de su lugar en las relaciones sociales). Las mismas observaciones podrían hacerse sobre la teoría de la caída tendencial de la tasa de ganancias y de las crisis: a la tesis de la necesidad de una resolución más o menos catastrófica de esta ley en una crisis final, ha sucedido una interpretación probabilística que hace reserva de los derechos de la contingencia histórica y de la iniciativa humana. Más aún, ciertas lecturas hacen de la crisis misma el mecanismo de la reproducción indefinida del capitalismo….

A la vez, se plantea la polémica concerniente al derecho, la moral y la política, la justicia según Marx, polémica que se ha nutrido durante estos años en el seno del marxismo llamado analítico: la teoría funcionalista de la explotación ¿autoriza una teoría normativa, o conduce, en razón de la inseparabilidad entre el ser y el deber ser, a no ver en la reivindicación de justicia sino una dicción necesaria y contradictoria de los derechos según la posición de clase? Este interrogante sobre el lugar y la función de la ética, y aún de la moral, en el pensamiento marxiano, relanza con la cuestión del derecho la cuestión aún pendiente de la política, la de la lucha de clases en su relación con el Estado, con la democracia representativa y directa: a los que reivindican a Marx, teórico de la institución republicana, se oponen los que hacen aparecer la irreductibilidad de la crítica de la representación en Marx y subrayan la persistencia de la temática de la democracia directa y de los consejos. El asunto no termina ahí, se vuelve a plantear al interrogarse sobre la relación de Marx con la tradición política del liberalismo, el contractualismo liberal-social: a los que proponen, siguiendo a Rawls y Habermas, reconstruir la teoría de Marx a partir de las categorías del contrato central e interindividual, y del principio de asociatividad, se enfrentan quienes sostienen una lectura neo-maquiaveliana o spinoziana en términos de relaciones de poder.

No es sorprendente, desde luego, que la estructura del saber marxiano sea objeto de disputas tan radicales. La interpretación dialéctica de la Kritik es contestada, no solamente por lecturas estructurales que eliminan la herencia teórica de la referencia hegeliana, siempre diabolizada en Francia, sino que esas lecturas mismas se dividen según que rectifiquen el presunto funcionalismo epistemológico, considerado teleológico, de Marx en el sentido del individualismo metodológico, o que entiendan conservar algo de la tradición organicista en la que se supone se inscribe Marx. Todas estas revisiones se desarrollan, por fin, sobre el trasfondo que constituye el descubrimiento de faltas y lagunas graves en el pensamiento marxiano: es ya antigua la comprobación de la insuficiencia de las teorizaciones marxianas acerca de lo político, lo jurídico, lo religioso, demasiado marcadas por el economismo y la reducción de las relaciones hegemónicas de sentido a relaciones mecánicas de fuerzas; a ello se agregan cuestionamientos más graves que se refieren a la hipóstasis de la producción y del trabajo, a la acción mal entendida como acción en primera persona, al olvido de las estructuras simbólicas, a la oculta ocultación de la perspectiva hermenéutica en beneficio de la sola dimensión de la crítica.

Todo ocurre como si el campo de los neo y post-marxismos estuviese organizado en dos polos contradictorios, el analítico y el utópico.

Por una parte, el polo de lo que se denomina el marxismo anglosajón o analítico ha emprendido la deconstruccción del corpus marxiano de manera interna cotejando sus argumentos desde el punto de vista del individualismo metodológico, es decir haciendo del método micro-fundador y de la teoría de las opciones racionales los medios de una reconstrucción, más coherente, de la teoría de los fenómenos económicos y sociales. Esta reconstrucción debe poder ser sometida a la discusión argumentada de una comunidad científica cuya primera preocupación es el rigor. Ella pone a prueba la coherencia de la teoría marxiana, individualiza sus modos de razonamiento, sus obscuridades, su plenitud. Ella recusa toda opción ideológica a priori que se refiera a una elección de posición de clase o de partido, retraduce a un lenguaje ordinario pero epistemológicamente controlado lo que en Marx se enuncia en un lenguaje especulativo y dialéctico. Ella trata de esclarecer los conceptos de base para llegar a definiciones claras que permitan una confrontación constante con las ciencias sociales. No vacila en corregir ciertos análisis, abandonar sin retorno ciertas teorías, recusar ciertas perspectivas consideradas confusas, inconstructibles y utópicas. Mantiene así la doble necesidad del mercado y del Estado, liquida como inútil la teoría del valor. Separa lo que es válido en Marx de lo que no está verificado empíricamente o que es lógicamente incoherente. Añade las piezas teóricas consideradas faltantes, como la teoría normativa de la ética y del derecho. De todas maneras, esta deconstrucción analítica asegura un distanciamiento respecto del corpus marxiano y marxista.

Por otra parte, el polo utópico, e incluso escatológico y apocalíptico, trata de situarse a un nivel no susceptible de ser demostrado como falso, inaccesible a la deconstrucción analítica. Ésta deja intacta la dimensión de esperanza inscripta en los gritos de los vencidos y de los explotados, no conoce más que el comportamiento racional modelado sobre los teoremas del utilitarismo, es ciega a la cuestión históricomundial de la dominación. No puede encarar otro horizonte que no sea el de la racionalización aceptada como un dato evidente, no problematizable. Excluye en general la dimensión de la posibilidad, y en particular la ruptura de la linealidad del tiempo. Marx supo unir saber (incluso si ese saber exige su rectificación) y memoria viva del sacrificio de los vencidos. Este vínculo apocalíptico -que acaba de subrayar J. Derrida después de W. Benjamín– halla su pertenencia en la época de la mundialización capitalista. La epistemología tiene por efecto ocultar el espíritu de un pensamiento que ha estado y está todavía a la altura del desafío de la modernidad en la medida en que no oculta el precio cada vez más intolerable con que se paga la constitución de la economía-mundo. Como se ve, los neo y post-marxismos no se desarrollan en el sentido de una iracundia sin fronteras. La nueva libertad de que goza la búsqueda no acaba en un unísono, sino más bien en una cacofonía. Aquí el estado de situación debería ser evaluación o balance, pero dejaremos esta tarea en suspenso.

En este punto de máximo alejamiento de la compactación de las diversas ortodoxias marxistas, se plantea un interrogante: ¿qué significa hoy llamarse todavía “marxista“? ¿qué unidad conceptual mantiene juntas esas voces discordantes? ¿por dónde pasa para cada elaboración la línea de demarcación entre lo que es válido en el pensamiento de Marx y sigue siendo fecundo, y lo que debe ser descartado? ¿se pueden formular, en el seno de los desacuerdos comprobados, proposiciones con un consenso mínimo asegurado? Podemos intentar una respuesta distinguiendo dos tesis que pueden ser la base que permita todavía hablar de neo o de post-marxismo o de marxismo a secas.

Primera tesis: es del orden del saber. Afirma la posibilidad y la urgencia de una crítica del capitalismo histórico devenido mundial y de sus formas, articulada con la teoría de la sumisión real del trabajo al capital. Esta tesis tiene por horizonte llevar a cabo un juzgamiento crítico respecto de la persistencia injustificable material y espiritualmente de formas antiguas y nuevas de inhumanidad histórica.

Segunda tesis: es del orden de la finalidad práctica y de la esperanza razonada. Plantea las esperanzas de una posibilidad de eliminación de ese elemento inhumano (llámese alienación, dominación, explotación, sometimiento, exclusión). Esta tesis tiene por horizonte la liberación del poder de la multitud y la construcción efectiva de formas sociales determinadas que institucionalicen este poder.

DEL LADO DE LA FILOSOFÍA

Fuerza es reconocer sin embargo que esas investigaciones no atraen la atención de las corrientes filosóficas actualmente dominantes, si se exceptúa el marxismo analítico que ha logrado ser parte activa del debate concerniente a la justicia o ciertas lecturas estéticas y estetizantes del marxismo utópico-apocalíptico. Están muy lejos los años en que las orientaciones esenciales de la filosofía no podían sustraerse a la interrogación concerniente a su propio sentido emanado de los diversos marxismos. Si se observa lo ocurrido en Francia, la situación es de desinterés de la filosofía por Marx y los mil marxismos actuales. Al anti-marxismo virulento de los años 1975-1990, ha seguido un a-marxismo educado. La última intervención “marxista” en filosofía que logró ser tomada en cuenta por la filosofía “pura” fue la de Althusser y su grupo. Pero esta intervención ha conocido una parábola singular: partiendo de una proposición de reestructuración del pensamiento de Marx como ciencia estructural del continente historia (después del corte epistemológico), ha terminado en aporética generalizada y se ha acercado tendencialmente a los emprendimientos post-metafísicos y postheideggerianos de deconstrucción del racionalismo occidental. Su vigor y su capacidad de plantear bien los problemas han inspirado investigaciones originales, pero dentro del elemento inevitable de la escisión y la dispersión de “la escuela“. Marx es bien reconocido hoy como un clásico, pero ninguna corriente de pensamiento integra de manera orgánica la Kritik para definirse y desarrollarse. El reconocimiento del pensador crítico de la modernidad económica mundializada no da lugar a una confrontación recíprocamente productiva. El interrogadorde la filosofía que había obligado a Merleau-Ponty, Sartre, R. Aron o Eric Weil, y, en menor grado, a Foucault y Deleuze a situarse en relación a él, ya no es interrogado. Queda librado al estudio dividido de sus intérpretes.

En efecto, la escena filosófica francesa es dominada tendencialmente por la confrontación y la interpenetración de la fenomenología y la hermenéutica, las que de aquí en adelante deben, cada vez más, confrontarse y combinarse con la filosofía analítica en plena emergencia.

La fenomenología da una gran importancia a la intersubjetividad y a su modo de ser en el lenguaje, pero jamás se eleva a un análisis de las relaciones sociales fundamentales. El interés por el propio cuerpo, la sensibilidad y la estética en general concierne a un cuerpo que no trabaja ni actúa como ciudadano, un cuerpo esencial sin otra actividad que las del ejercicio de los sentidos en el seno de una relación indeterminada con las cosas mismas. La fenomenología del vínculo social, formulada por Schutz, interesa más a los sociólogos pragmáticos de la acción que a los fenomenólogos que reemplazan a menudo la temática de la constitución por aquella, teológica, de la donación. El libro importante de Michel Henry (Marx, I. Unephilosophie de la réalité. II. Une philosophie de l ‘économie. 1976) no ha tenido continuación.

La hermenéutica, por su parte, es de hoy en más la koiné filosófica que valida en el ecumenismo del círculo del precomprender y del comprender, la totalidad de los discursos convertidos en textos objetos de una reverencia igual. El perturbador planteo del cuestionamiento heideggeriano o nietzcheano sobre la metafísica moderna es así amortiguado en beneficio de un relativismo bien pensante. El retroceso del motivo de la crítica ante el de la hermenéutica da una primacía de hecho a la toma en consideración de las tradiciones de lenguaje y de los prejuicios como estructura del sentido común. La idea misma de una articulación de la filosofía y la crítica de la economía política ya no es encarada, precisamente en el momento en que la mundialización capitalista da a esta tarea una urgencia nueva.

A este respecto, basta observar la manera reduccionista en que se comprende en Francia la obra de J. Habermas. La larga confrontación con Marx y él marxismo occidental es aceptada sin discusión, basta con registrar su resultado, el de una eutanasia suave propuesta a Marx en la lógica de la acción comunicacional. Se descuida la dimensión crítica, modesta, pero sostenida aún por Habermas en sus análisis de la colonización del mundo vivido por esos medios impersonales que son la economía de mercado y la administración política. A ello se prefiere emprender la fundación de una ética del discurso separada de sus justificaciones histórico-mundiales. La filosofía analítica se consagra al análisis técnico del lenguaje y de los saberes.

Se fecunda con las ciencias cognitivas, desarrolla una epistemología internalista de las ciencias. Pero olvida ostentosamente las aproximaciones de la epistemología histórica francesa (Cavalliés, Bachelard, Canguilhem, Desanti, Dagognet) que ha sabido siempre analizar la dialéctica del conocimiento en términos de práctica histórica, sin ignorar la inscripción de la verdad en una problemática teórica que se inscribe simultáneamente en una situación socialmente determinada e indisolublemente unida a la ideológica.

Sería importante interrogar a la figura mayor de la filosofía francesa, Paul Ricoeur, y compararla con Habermas, para hacer aparecer la virtualización de la referencia marxiana en el pensamiento filosófico francés. El intento, impresionante por su amplitud y su saber, de reconciliar fenomenología y hermenéutica, crítica y comprehensión, se pretende considerar a-marxista. Aún cuando los conceptos de ideología y de utopía hayan sido tomados en cuenta por el filósofo, su tematización sigue siendo general y como desconectada de la interrogación marxiana sobre la impureza del simbolismo propiamente capitalista. La filosofía política de P. Ricoeur representa un retorno a Kant; más acá de los análisis penetrantes de Hegel mismo o de Eric Weil. El precio por pagar es por lo menos pesado, en la medida en que permanezcan filosóficamente impensadas las estructuras efectivas de nuestro mundo social y de su ontología de hecho. El muy notable Temps et récit moviliza con penetración los recursos de la narrativa, la historiografía, pero nunca las historias o exposiciones así tematizados al plano de la historia mundial que se hace, so pretexto de peligro de un retorno al totalitarismo inmanente de las grandes exposiciones de las filosofías de la historia.

Es menester ir más lejos. La obra de Ricoeur, aún sin ser seguida por los filósofos mismos, devino la referencia dominante en Francia para las ciencias humanas e históricas. El paradigma del actor intérprete privilegiado de £us actos, aquel de la acción como texto, tendiente a reemplazar la perspectiva crítica de un P. Bourdieu, quien paga las consecuencias de haberse mantenido siempre ligado a la problemática de Marx, procediendo a la generalización de la noción de capital y elaborando la teoría de las prácticas como campos diferenciados de relaciones de dominación y de legitimación. Pero los filósofos franceses, en su gran mayoría, ignoran con soberbia el trabajo de P. Bourdieu a quien no perdonan el haber objetivado la filosofía como práctica inscripta en los dispositivos sociales.

Este rápido panorama sería, por cierto, incompleto si no se observara que, siguiendo la estela de una lectura epocal de Heidegger, o incluso de Nietzche, algunos pensadores, marginales y originales, solicitan a Marx para interrogar la modernidad como crisis de la producción ilimitada, siendo ésta la figura actual de la subjetividad en lugar de dominación, y para replantear la cuestión de la filosofía en su relación con una política de dominio (G. Granel, J.-L. Nancy y, desde otro punto de vista, J. Derrida). Pero, como se ha visto, la exposición de lo que sucede del lado de la filosofía considerada en su relación con Marx y con los marxismos manifiesta, sobre todo, la marginalidad de la referencia marxiana.

Sin embargo, las cosas no son tan simples: este estado de situación, en efecto, muestra simultáneamente que al margen, pero de manera sintomática, el mantenimiento de un punto de vista marxiano-marxista minimal renueva de manera inesperada la posibilidad de interrogar de nuevo a la filosofía en su ejercicio actual, con la condición de que la interrogación marxiana-marxista sepa cruzarse con las corrientes de la filosofía contemporánea que han afrontado la cuestión histórico-mundial del destino del pensamiento como búsqueda desenfrenada de la supremacía. La interrogación marxiana de la filosofía y de su crítica vuelve a surgir así subterráneamente desde el corazón de las aporías marxistas.

Filosofía, ideología, constitución del mundo, en la época de la mundialización capitalista.

La filosofía contemporánea se rehusa, en efecto, estructuralmente, no tanto a pensar su historicidad en términos de misión (el servicio “tradicional” de la libertad, del derecho, de la comunicación, de la ciencia, del ser, enumeración no exhaustiva) como a asumir su pertenencia a un mundo histórico-social, a tornar problemática su propia vinculación con las relaciones sociales fundamentales de este mundo, con las prácticas efectivas así conducidas. Ella difiere la prueba que consiste en medirse con ese otro, con la alteridad de la no filosofía, que es el proceso histórico en su condicionalidad específica, con sus espacios de experiencia y sus horizontes de espera para tomar prestados de R. Koselleck sus útiles conceptos. El pensamiento de Marx y de los marxistas que realmente han trabajado, ha resurgido cuando ha logrado reformarse y reformar teniendo en cuenta los desmentidos y los fracasos históricos, reconfigurándose en función de las reconfiguraciones indefinidas de las coyunturas en que se había inscripto él mismo como actor pensante, cuando ha podido analizar en el curso viviente del cambio histórico los cambios de ese mundo y los cambios del modo de cambio mismo, cuando, en fin, se ha transformado sin renegar de sí mismo. Es el modo actual de cambio del cambio que importa pensar, con el fracaso de la primera tentativa de revolución comunista y con el devenir-mundo de un capitalismo también transformado. Con raras excepciones, la filosofía considera indigno de sí misma pensar esas transformaciones de las transformaciones, cuya tarea delega a las ciencias humanas sin comprometer de manera general con estas últimas la indispensable confrontación. Todas las temáticas impuras desarrolladas en torno a “Marx y la filosofía” no han llegado jamás a definir “una filosofía marxista”, pero han asegurado incansablemente el retorno de la historia y de las relaciones sociales en la filosofía, tomando sus formas más diversas y relativamente heterogéneas dentro de la unidad de la cuestión: dialéctica materialista, materialismo(s) dialéctico(s), teoría crítica, filosofía de la praxis, ontología del ser social, ontología del aún no ser, etc. Marx continúa planteando a la práctica de la filosofía la cuestión de su incurable impureza. Esta cuestión no toma sólo la forma “salvaje” de la ideología, pues ésta es reversible, y los marxismos han funcionado largamente como legitimación del Estado-Partido para reivindicar una ingenuidad perdida.

Para recuperar su pertinencia, la cuestión de la función ideológica de la filosofía, sin embargo, puede y debe comenzar por reformularse en términos de constitución del mundo. La dependencia de la filosofía respecto de las relaciones sociales de producción obliga, en efecto, a pensar positivamente la heteronomia de la filosofía, su pertenencia a un mundo histórico-social que ella puede relativamente constituir. La cuestión “marxista” dirigida a la filosofía es la de la efectividad de su práctica teórica, ella reenvía la práctica filosófica a su verdad inmanente, a la prueba del asimiento conceptual, de la concepción de su mundo, la hace constreñirse a los límites de ese mundo que son siempre los límites (parcialmente desplazables) del pensamiento mismo. La cuestión planteada por el marxismo éste se la plantea infinitamente a sí mismo, concierne a su propia capacidad de pensar los límites de ese mundo. No se trata de la cuestión clásica de la historicidad ni la de la reflexividad, magistralmente planteada y absolutizada por Hegel y asimismo magistralmente retomada por M. Weber, sino la de la historicidad y la reflexividad determinadas, propias de nuestro mundo actual, de su reflexión específica en su proceso de vida y de muerte, del borde, del margen mismo de la posibilidad radical que define nuestra historicidad, la de su derrumbe como mundo humano histórico.

La fuerza de Marx ha sido y sigue siendo la de dar un contenido a esa historicidad. Ella remite al modo de producción capitalista y a las relaciones sociales que lo definen, las del capital como poder de sumisión real del trabajo y de todas las actividades humanas. Ella implica la permanencia de la resistencia a esta sumisión, y por lo tanto la de la figura de esta resistencia, la lucha de clases que no es solamente lucha contra la servidumbre, sino contra su forma especular, la dominación. La universalización a nivel planetario de la relación social capitalista es ciertamente la materia no filosófica (y el nombre no filosófico) que convoca y cita a la orden del día a la filosofía, y la aparta de los sueños de su imposible autonomía, de su vana pureza. La especificidad de nuestra historicidad fin del comunismo histórico, devenir mundo de la economía y devenir economía del mundo radica en que ya no es posible traducir esta universalización capitalista en anticipación y condición de posibilidad (así sea en vano) de superarla. Nada garantiza que el progreso de las fuerzas productivas sea el de la libertad, una vez liberadas éstas de las trabas de la relación capitalista. La universalización ya no es el sinónimo social de la libertad, de la racionalización, de la humanización o de la eticización. Ella se presenta como un mundo totalmente nuevo (“brave new new world” que espera con sus tempestades su nuevo Shakespeare) en el cual, a las antiguas escisiones y contradicciones identificadas por Marx y los grandes heréticos marxistas del siglo, se agregan, desplazándolas, nuevas escisiones y contradicciones, sean sexuales, ecológicas, etno-nacionalistas o intelectuales. Es éste sin duda el punto filosóficamente decisivo que concierne a la pertinencia y los límites del racionalismo progresista en el que Marx y los marxistas están inscriptos.

La hegemonía actualmente no limitada de la producción por la producción, de su infinitud, es la de la subjetividad perdida en su delirio de dominación. Ella designa nuestra coyuntura y muestra a la vez los límites y la impotencia del comunismo histórico, obsesionado por lo infinito de la producción y al mismo tiempo incapaz de rivalizar con el capitalismo en su propio terreno. Ella hace aparecer los límites de la crítica marxiana demasiado ligada a la exaltación moderna de la producción por la producción y a su racionalidad, demasiado confiada en el poder de la ciencia, considerada en cuanto se halla incorporada al capital mientras se mantiene susceptible de ser separada y liberada de él. Es en este punto que la aprehensión de la historicidad de nuestro tiempo, el tiempo de la caída del comunismo histórico y de las devastaciones de la producción capitalista, desemboca en la necesaria reconsideración de la racionalidad moderna y de la presión que ella ejerce sobre Marx y los marxistas. Es en este punto que se convoca a la filosofía, y es en este punto que aparece la pertinencia de una confrontación de Marx y los marxistas, no sólo con la tradición de la economía política, del social-liberalismo, o del pensamiento racionalista, dialéctico o no, sino con los filósofos de la historia del ser como historia del nihilismo. Así, Vico, Rousseau, Nietzche, Heidegger, y, más cerca de nosotros, M. Weber, son a su manera los testigos y los pensadores del devenir nihilista de la historia, de la modernidad económica y política. Nuestra época es la del desencadenamiento del capital, vencedor de sus adversarios históricos, liquidados o reabsorbidos en su hegemonía, pero siempre en guerra civil y en todos lo? frentes contra las resistencias que perduran pese a todo porque es él quien las reproduce. Ciertamente, la proposición de la historia del ser como historia del devenir nihilista de la producción por la producción está llena de equívocos, e incluso es portadora de mitologías criminales (como lo atestigua la ambigüedad política de Heidegger). Pero tiene el mérito de precisar la doble e idéntica cuestión que la configuración “Marx” plantea a la filosofía y se plantea a sí misma: es una cuestión histórico-mundial. La participación de los neo-marxismos y de los post-marxismos (que hasta aquí hemos dejado sin dilucidar) puede operarse de aquí en más.

Los post-marxismos se distinguen, en efecto, de los neo-marxismos por la resolución de trabajar con Marx, sobre él y contra él, a partir de un punto de vista crítico sobre los racionalismos de la subjetividad absoluta en la medida en que éstos se ilusionan sobre su propia supremacía y sobre la de la producción-destrucción. Podrá parecer excesiva esta proposición, pero la producción es por cierto la figura historial de nuestra relación con el mundo y el ser, de nuestra pertenencia al ser y al mundo. Su dominación que no es potencia se revierte cada vez más en impotencia, es decir en fuerza de deshumanización creciente, al separar a la multitud de su propia potencia. El reino del capital-mundo es el de la subjetividad-dueño que, en su inmanencia y su finitud proclamada, se absolutiza, se infinitiza en una producción de riquezas que es simultáneamente destrucción. Esta reversibilidad de la producción y de la destrucción es el propió nihilismo (como lo han visto G. Granel, Etudes, 1995, y J.-L. Nancy, Etre singulier pluriel, 1996). La cuestión que la configuración “Marx” plantea a la filosofía al dar una concreción histórico-social, la del capital como relación social imperialista, a las especulaciones pánicas de los deconstructores sobre el fin de la metafísica, es por cierto la del porvenir de la producción y de su razón. El post-marxismo plantea la cuestión, no deplorando el devenir mundial del nihilismo capitalista, sino intentando explorar las vías de un nihilismo gozoso en que la tecnología social será reexaminada no solamente en sus impasses sino también en su limitación y su reconfiguración posible, a construir en la resistencia. Desde este punto de vista, pierde toda pertinencia la problemática de una refundación, de un recomenzar, de una revisión de la obra de Marx, fundada sobre un balance que establezca lo que en ella está vivo o muerto.

No se trata ya de reducir a piezas el rompecabezas de la crítica de la economía política para repetir esta última en el lenguaje depurado del individualismo metodológico dejando sin considerar el vínculo entre este último y el individualismo posesivo. No se trata ya ante todo de suplir las carencias añadiendo a Marx y a los marxismos una teoría de la política fundada sobre el contractualismo social-liberal, una teoría de lo simbólico tomada del psicoanálisis o de la antropología, una teoría de la acción salida de un cruzamiento entre Weber y Habermas, entre Gadamer y Ricoeur. Como si la suma improbable de estos agregados pudiera ocupar el lugar de una rectificación coherente y darnos al fin el buen sistema. Se trata de interrogar a la filosofía contemporánea y a las ciencias sociales, haciéndola pragmática antes o después, sobre su pertenencia a la relación social de la economía mundo, sin olvidar que esta relación es la figura presente de nuestra relación con el mundo y el ser, sin pasar a pérdidas y ganancias la masa de destrucciones y de inhumanidad, que se ha hecho injustificable, producida por la producción desencadenada. Se trata de establecer otra relación, a la vez filosófica y no filosófica, con la producción, la racionalidad, de fundar esta relación sobre el rechazo del fantasma de la dominación, sobre la liberación de las potencias de actuar y de disfrutar en común, sobre la acción que se hace de la multitud.

Solamente la aprehensión por la filosofía de su pertenencia al mundo de la producción destructora, esta figura historial de la manifestación del ser, puede permitir a la filosofía la conquista de una posición crítica a la altura de la época. La distancia tomada en relación al racionalismo de la dominación, que abre la provocación surgida de los grandes pensamientos del nihilismo, puede hacer posible otra relación con las tradiciones del racionalismo y distanciar a su vez el catastrofismo del nihilismo, al relativizar su pretensión de hacer el proceso global, sin distinciones, del racionalismo y de la técnica confundida con el capital. El cuestionamiento marxiano-marxista de la filosofía puede así trabajar en su propia reconfiguración por la rectificación de sus figuras anteriores y por el descubrimiento de una nueva tierra más allá de los racionalismos y de la deconstrucción nihilista.

Ese cuestionamiento autoriza in fine, después de esta vuelta por el examen de las relaciones entre filosofía y constitución del mundo, a volver a la cuestión de las relaciones entre filosofía e ideología. “La ideología es para la filosofía el nombre materialista de su propia finitud“, dijo E. Balibar en La philosophie de Marx (1993). La cuestión de Marx y de los marxistas es por cierto la de la verdad, pero de una verdad que se juega sobre la crítica de las ficciones unlversalizantes y de su función (atrevámonos a usar la palabra, a pesar de la nueva interdicción del marxismo analítico) en la instalación de la producción destructora y del nihilismo. Esta verdad se forma en la conjunción de lo lógico y lo político, asume su génesis en las formas pasadas y presentes del agón de la historia, desarrolla su constitución lógico-política.

La lucha contra la explotación del capitalismo mundo no puede ser entonces una simple lucha política que habría que articular a las otras luchas contra otras formas de contradicción. Tiene una dimensión historial en tanto se trata de lucha contra y en el nihilismo de la producción convertida en destrucción. Apuesta a la construcción en la finitud histórica de otra relación con el mundo, otra figura de nuestro mundo históricosocial. Replantea como cuestión última y primera la cuestión de la comunidad, más allá del comunitarismo, más allá del vínculo social impuesto por la sociedad mercantil, la cuestión de nuestra relación con el ser como ser-en-común. Replantea como cuestión ontológica la cuestión de otro modo del cambio, la cuestión de la revolución (pensable) después de la revolución (errada), después de su aniquilamiento en la producción por la producción. Esta cuestión se abre paso en numerosos estudios, surgidos en verdad de las ciencias sociales más que de la filosofía. La crisis del neoliber(al)ismo queda abierta de aquí en adelante, y se debe reconocimiento a P. Bourdieu por haberla formulado (con otros, neo y post-marxistas incluidos) dándole una bella virulencia que le ha valido el odio feroz del establishment liberal-social. Buenos espíritus en filosofía apelan incluso a desarrollar sus capacidades de análisis y de crítica (así, J. Bouveresse o F. Dagognet) para arrojar nuevos Iluminismos esclarecidos sobre su parte de sombra y sobre sus límites. Del interior de las problemáticas aquí evocadas podrán salir cambios de perspectivas. La filosofía ha estado quizás demasiado marcada por los excesos del siglo para no apartarse de una desconfianza justificada respecto de la cuestión “Marx“. Pero la gran mundialización de una ruina de lo humano, que es la cuestión propia de la época, acabará por hacerse reconocer en sus términos exactos por la filosofía misma. Una noche inédita cae, demasiado oscura, sobre nuestro mundo, para que levante vuelo el pájaro de Minerva.

Atilio Montalvo: “El FMLN ha evolucionado porque llegó al Gobierno”

El asesor del FMLN, exmilitante de las Fuerzas Populares de Liberación, prevé en el partido de Gobierno la necesidad de “adaptar” el pensamiento socialista a la realidad nacional e internacional. Según él, sería un modelo en donde el Estado media entre el “capitalismo salvaje” y las personas, a la luz de la Constitución de la República, en la cual identifica “preceptos socialistas”. Explica que el “Buen Vivir” promulgado por el presidente Salvador Sánchez Cerén, promueve la inclusión de todos. “Se necesita la concurrencia de ambos (Estado y empresa privada) para un socialismo adaptado a la realidad”, expresa.

¿Se puede moderar el socialismo? Roberto Cañas dice: O es socialismo o no es.

Lo que pasa es que, en este momento, en el mundo, no existe. En América Latina no existe el socialismo. Lo único que existe es el socialismo que se desarrolló en Cuba, que es un modelo del siglo pasado que ha sufrido su reajuste en la economía cubana.

¿Tampoco es socialismo puro?

Está en una transición hacia una economía de mercado que favorece a los pequeños, pero hay una apertura. Venezuela no es socialista. Venezuela es una economía de mercado, lo que han hecho es una revolución democrática… han consolidado la democracia y rescatado la identidad latinoamericana. Pero no se puede hablar de que haya socialismo.

Pero Venezuela tiene varios medios de producción nacionalizados…

Pero sigue siendo eminentemente petrolero, insertado en el mercado mundial. La economía que funciona al interior de Venezuela es de mercado.

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DEM

¿No es capitalismo de Estado?

No hay mucha diferencia, antes estaba concentrado el petróleo en particulares, transnacionales, y ahora está concentrado en otras personas, porque no podríamos hablar del Estado, PDVSA (Petróleos de Venezuela S.A.) es otra cosa, es una empresa diferente…

¿Qué es socialismo del siglo XXI?

Teóricamente no existe. Existen las ideas socialistas. Ubicándonos en nuestro país, Schafik Hándal planteó que si ganaba la Presidencia su plan iba a respetar la Constitución, como esta es una Constitución avanzada, quedaron varios preceptos socialmente avanzados, uno es que la razón de ser de la sociedad es la persona humana. Analizado de manera ortodoxa, decís: ese puede ser un precepto socialista… Las libertades democráticas, el derecho a la asociación, a elegir y ser electo, a la expresión, los rescata el FMLN.

¿Y la propiedad?

La propiedad en función social.

¿El respeto a la propiedad privada?

Está el respeto a la propiedad privada.

El FMLN habla de moderar el socialismo. ¿Qué significa?

En los estatutos se habla de una revolución democrática y de un pensamiento revolucionario socialista, es lo que hay que refrescar; más que refrescar, adaptar a las realidades no solo del país sino internacionales… Lo otro que se puede rescatar son los preceptos socialistas que parten de los principios humanistas que han dado resultados en países socialistas o democráticamente avanzados. Cuando el profesor (Salvador) Sánchez Cerén habla, la otra corriente, del “Buen Vivir”. El pensamiento de Schafik era rescatar los preceptos socialistas desde el punto de vista legal y Sánchez Cerén habla del Buen Vivir, que no abarca legal, plantea elementos filosóficos de otro tipo que ya no son ni siquiera socialistas, que podrían ser base para un socialismo en El Salvador, que habla de inclusión, de que toda la gente tiene derecho al bienestar, que en esta sociedad podemos convivir todos, que no importa si estás haciendo dinero o venís de las clases populares, que tanto derecho al empleo tiene la gente que no tiene nada, como el derecho de la gente que hace riqueza, ese es el Buen Vivir que plantea Sánchez Cerén.

¿Ese modelo (del Presidente) convive más con el mercado?

Es una utopía, porque el socialismo hasta hoy en el Frente es una utopía. Si vamos a la realidad estamos empujando a una revolución democrática de corte socialista, que es a lo mucho que llega. Una revolución democrática es más por la vía que el Estado tiene que jugar un papel intermediador entre lo que era el capitalismo salvaje, del neoliberalismo, a una democracia fuerte y consolidada en función de la persona, de los derechos sociales. De socialismo del siglo XXI no hay referencias, más que revoluciones democráticas, la referencia que tenemos es que estamos gobernando hace seis años. La electrificación, los buenos caminos, el acceso a la información, vivienda, educación y salud son otros derechos que podrían ser socialistas. Si tienes eso, tienes ciudadanos dignos. Si le agregás el empleo, pero el Gobierno no es generador de riqueza porque la riqueza lo genera la empresa privada, entonces, el acuerdo de nación en donde los empresarios cumplan la responsabilidad social y que cumpla el Estado, todo eso es a lo que están llamando socialismo, a mi entender.

¿Es la convivencia de la empresa privada con el Estado, hacia fines sociales?

Exacto, porque en ningún momento se trata de afectar a la empresa privada, es más, se ha venido incentivando. Otra cosa es que quieran todo regalado y no se puede. En la doctrina de la economía social de mercado en Europa es pagar los impuestos y cumplir con la responsabilidad social empresarial. Aquí se necesita de la concurrencia de ambos para que pueda haber un socialismo adaptado a la realidad nacional.

atilio-montalvo-entrevista

DEM

¿No modifica la propiedad de los medios de producción?

No. Lo que hace es que tiene un Estado más fuerte para que el mercado no se imponga a violentar derechos ciudadanos. Si vamos a hablar del concepto teórico, el socialismo no dice que las clases desaparezcan. Marx planteaba que las clases siguen viviendo, la propiedad privada sigue existiendo, lo único que refuerzan al Estado. ¿En qué se ve el ajuste? Como que no se hace necesaria una dictadura, como la que planteaba Lenin, sino un Estado fuerte para regular y arbitrar. Como decía (Juan Jacobo) Rousseau, él sustituye la ley de la selva por el contrato social.

ANEP dice que estamos en la tercera fase del socialismo del siglo XXI. Básicamente plantea que por la vía democrática el Gobierno tratará de instalarse permanentemente y restringir las libertades de la empresa privada y de los medios de comunicación.

Habría que ver cuánto tiempo se necesita para poder ejercer los derechos plenamente. Aunque no se justifica, pero ellos también han tenido su oportunidad. Ahora es la oportunidad del FMLN. Yo más que socialista, le llamaría políticas sociales o a lo más una revolución democrática de corte socialista.

¿Cómo lo ven las bases del FMLN?

Está en los estatutos. Si lo que van a tratar de adaptar es qué es revolución democrática y socialismo es más fortalecer el papel del Estado para regular y mediar entre el mercado y los derechos civiles, y el Frente hace más énfasis en un Estado que asegure los derechos civiles. Prácticamente hacia eso se va. Que si eso se llama socialismo, son políticas sociales socialistas. Es una revolución democrática pacífica en donde el contrato social principal es la Constitución y se trata de reforzar esa Constitución con políticas sociales. Si hay alguna gente del Frente que se plantee utopías socialistas, por supuesto. Porque en la parte económica, el FMLN entiende cuál es el papel del Estado, cuál es el papel del mercado y qué es lo que tiene que hacer con los derechos ciudadanos. Porque los estatutos están muy… como veníamos de un conflicto, estábamos bien enfrentados. Ahora, que esos estatutos que sirvieron para fundar el FMLN como partido político se traten de refrescar y adaptar después de 20 años.

¿El Frente ha evolucionado?, ¿por qué?

Claro, ha evolucionado porque llegó al Gobierno, porque llegó a tener una oposición fuerte en la Asamblea Legislativa, porque alcanzó cuotas de poder político. Al gobernar te das cuenta que tenés que gobernar para todos, es una realidad del día a día en donde te topás que llega a Casa Presidencial una comunidad como también una gremial empresarial, tenés que lidiar con todo eso. Eso hace evolucionar también nuestra democracia. El hecho de que ARENA sea oposición realmente es una lección para ellos. Lo que sí va siendo estrictamente necesario son nuevos acuerdos de país, más que todo en materia económica… Los estatutos de fundación (del FMLN) probablemente ya no obedezcan a la realidad y a cómo ha evolucionado el mundo.

¿Cómo enfrentarán a militantes que creen en el socialismo y comunismo?, es un FMLN prácticamente adaptado al mercado, con fines sociales y respeto a la propiedad privada.

Sí. La discusión va a ser fuerte. La discusión incluye al movimiento social, en donde hay movimiento bastante radicalizado, el caso de los sindicatos, en donde hay gente que se salió del FMLN. En cuanto a los comunistas, son comunistas de vocación y de visión, no tanto que impidan aplicar política realista en cuanto al país. Yo no he medido las posiciones radicales, se va a hacer un estudio de la realidad, se le ha encomendado el estudio a un consultor que vaya a explicar cómo está compuesta la sociedad salvadoreña, para no equivocarnos.

¿Cómo quedan las intenciones por nacionalizar la banca, pensiones, telecomunicaciones?

En cuanto a eso, el Frente más lo que está proponiendo es ampliar las oportunidades de mercado, más que nacionalizar, democratizar el espacio radioeléctrico. En cuanto a la banca, lo que están tratando es atraer inversión extranjera. El Banrural, el Atlántida, Bancolombia. Lo demás puede ser campaña pero la realidad es otra. Yo lo veo más por la vía de fomentar la competencia y respetar los derechos del consumidor. Eso no estaba reflejado en la filosofía original que tenía el FMLN.

¿Por qué cree que el Frente no ha insistido en la demanda contra el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos?

En cuanto a la política de relaciones comerciales e internacionales, el FMLN tiene más la mira puesta a diversificarla en el mundo que a depender solo de una vía. El 60 % de las relaciones comerciales es con Estados Unidos, el FMLN lo que está diciendo es ‘Para prever lo que pasó con EE.UU. en 2008 lo que tenemos que hacer es diversificarnos. Hacer ensayitos con China, con algunos países europeos y con los asiáticos, o ver más al Sur, con todo el mundo’, lo cual te habla de que para el FMLN ya no es un mito mezclar la parte ideológica con los negocios o con el mercado. En eso ha avanzado y, en cambio, la empresa privada sigue ideologizando los preceptos del mercado y, mientras siga así, se va a retrasar. Si China ya nos está tocando las puertas. Cuba será una potencia en políticas sociales pero no tanto económica. Entonces, por eso el FMLN ya no insiste tanto en lo del TLC.

¿Por qué si el FMLN ha evolucionado no logra acuerdos con ARENA?

Estamos entre una izquierda liberal y una derecha ortodoxa que no ha avanzado. Avanzar significa que se den cuenta que tienen que destetarse, el empresariado, del Estado, para hacer negocios.

¿Sin incentivos a las inversiones?

Cómo no, si los tienen. Toda la infraestructura que se está desarrollando no es para las bicicletas. Tienen que aprender a vivir con las reglas del mercado.

A propósito de la propuesta del FMLN (Revista ECA 570, marzo-abril 1996)

A propósito de la propuesta del FMLN (Revista ECA 570, marzo-abril 1996)

El contenido económico social de la propuesta del FMLN no debe soslayar otro aspecto igual o más importante aún. Una perspectiva de análisis es si la propuesta en cuestión tiene coherencia interna, si es viable técnicamente, si existen recursos para financiarla. De una u otra forma, estos problemas podrían resolverse una vez que el partido llegue al poder, pero antes es preciso llegar.

En cualquier propuesta política y, especialmente, cuando se trata de una con contenido económico social, antes que detenerse a discutir su lógica o sus tecnicismos, importa considerar si tiene sujetos reales dispuestos a ejecutarla, ya que, de muy poco sirve una propuesta, por excelente que sea, si carece de sujetos. Desde esta perspectiva, la propuesta del Frente no es criticable, puesto que, efectivamente, cuenta con los sujetos necesarios para llevarla a cabo. Los sujetos de la propuesta del FMLN parecen ser los empresarios capitalistas.

Cabe preguntarse, entonces, si al FMLN le corresponde elaborar propuestas para tales sujetos. ¨Y por qué no? Se podría argüir y añadir: si se busca ser gobierno de El Salvador, hay que elaborar una propuesta para todos. Formalmente, parece tener sentido tal argumentación. Sin embargo, “toda la población” no pasa de ser un ente abstracto, en razón de que ésta está conformada por diferentes sectores sociales, los cuales poseen diferentes intereses y por ello, precisamente, es que se torna necesario optar preferentemente y el Frente tal parece que opta por los empresarios capitalistas, aunque no lo explicite. Y es aquí donde se encuentra un grave error: ¨a qué partido preferirían estos empresarios como gerente del proyecto, a ARENA o al Frente? La respuesta es obvia.

En segundo lugar, hay que considerar con atención la visión político ideológica que subyace en la propuesta, puesto que ella estaría definiendo la especificidad del Frente como partido político, es decir, lo que lo diferenciaría de ARENA, del Partido de Conciliación Nacional, del Partido Demócrata Cristiano, del Partido Demócrata, etc., y es lo que, por otro lado, atraería el apoyo o el rechazo de los electores. De esto dependería, en último término, su acceso al poder, la razón última de cualquier partido político.

La propuesta del Frente no parece distinguir entre aceptar las reglas impuestas por el sistema y aceptar el sistema mismo. Es decir, el Frente debiera optar preferentemente por los sectores populares y, en consecuencia, proponer algo realmente alternativo al modelo neoliberal y no simplemente ofrecer “un nuevo arreglo de la misma melodía”.

En tercer lugar, políticamente, el Frente ha caído en su propuesta en algunos errores como consecuencia de una concepción política errada. Da la impresión que busca ser “potable”, ya que, a su juicio, para algunos sectores no lo es. En esto último, el Frente está en lo correcto, porque ningún partido político puede ser “potable” para todos los sectores. El error consiste en que al buscar su “potabilización” renuncia a su naturaleza esencial: ser un partido de izquierda radical en su concepción política e ideológica. Radical no en la connotación vulgar del término, sino en el sentido de buscar atacar la raíz de los problemas. Este radicalismo tiene razón de ser en la actualidad, ya que nuestra sociedad continúa clamando a gritos por cambios radicales, lo cual exige y justifica la presencia de un partido con estas características.

Prueba de que hay un error en su concepción política sería el hecho de que en las elecciones
pasadas, cuando recién se salía del conflicto político-militar -con todo el lastre que esto significaba para el Frente en aquél momento, pero no por su visión político-ideológica, sino por sus formas de lucha-, los electores lo colocaron como la segunda fuerza política del país, pese a todas las fallas de su campaña y a los presuntos fraudes del partido oficial. Esto, obviamente, no se explica porque el Frente se presentara como un partido “potable” para todos, sino precisamente porque se lo veía como una alternativa de gobierno para los sectores populares.

En consecuencia, más que renunciar a ese contenido esencial y a su imagen de entonces, el Frente debería esforzarse por profundizar dicho contenido y por proyectar mejor esa imagen. Esto es más importante todavía cuando se considera que el partido en el poder es claramente anti popular, lo cual, seguramente, se traducirá en una disminución del número de sus electores; pero éstos podrían ser captados por otros partidos electoreros,
gangueros y demagógicos como algunos de los recién constituidos, si el Frente persiste en su postura de izquierda moderada. ¿Moderada por quién?

La búsqueda de “potabilización” puede acarrearle más costos que beneficios al Frente, ya que podría reducir el caudal de los votos populares de sus antiguos simpatizantes así como también entre otros sectores populares que urgen propuestas radicales. En cambio, entre aquellos para quienes busca ser “potable” puede que no encuentre nuevos votantes, ya que nunca podrá llegar a serlo en realidad.

Nunca le creerán que haya cambiado de piel, aunque efectivamente lo haga. En consecuencia, ¿qué sentido tiene el negarse a sí mismo? Y eso es, precisamente, lo que se desprende de la propuesta del Frente, “Economía productiva con desarrollo humano”, la
cual está muy bien, pero para los de “en frente”.

Finalmente, se pueden señalar algunos puntos y sólo algunos a partir de los cuales se podría
“trabajar” una plataforma política de izquierda radical: promocionar a los informales urbanos, así como a los empresarios pequeños y medianos; promocionar a los campesinos, así como a los agricultores pequeños y medianos; promocionar a las comunidades urbanas y rurales; promocionar las cooperativas, ya sean asociaciones o sociedades, urbanas o rurales, de producción, comercio o servicios; promocionar a la mujer para que participe más activa e igualitariamente en los diferentes ámbitos de la vida nacional; promocionar a las organizaciones no gubernamentales y velar por su eficiencia y compromiso solidario con los sujetos antes mencionados. Una plataforma como ésta debe ser elaborada y consensuada a partir de propuestas concretas de los diferentes sectores populares, que no sólo conoce cuáles son sus problemas, sino también sus posibles soluciones. Por eso mismo aquí no podemos señalar medidas específicas, sino tan sólo identificar sujetos y objetivos.

Los seis puntos anteriores implican, obviamente, una nueva concepción de la labor del gobierno de cara a la consecución del desarrollo socio económico de las mayorías populares. Su labor estaría centrada en promover la planificación local, regional, zonal y nacional y en coordinar los esfuerzos de la sociedad popular, en la cual las organizaciones no gubernamentales desempeñan un papel de primer orden. Esto no significa, por supuesto, que el gobierno desatienda financieramente el proceso, sino tan sólo el no comprometerse en aquellas tareas que estas organizaciones pueden hacer mejor que él.

Otros elementos que habría que tomar en cuenta en la elaboración de la plataforma serían: promocionar a los empleados públicos y privados, mediante su calificación y recalificación, y velar porque se respete la legislación laboral, nacional e internacional cuando se trate de convenios internacionales, suscritos por el país; generar una conciencia ecológica y evitar por todos los medios legales que continúe la degradación
del medio ambiente, así como procurar su recuperación la labor primordial en este campo correspondería a las organizaciones no gubernamentales; combatir la evasión tributaria para incrementar la recaudación fiscal que posibilite la promoción de los sectores populares, así como otras tareas sociales indelegables por parte del gobierno; gobernar de manera honesta y transparente, recuperando el patrimonio público mal habido y enjuiciando a los responsables sin considerar cuándo se cometió el delito y hasta donde lo permitan las leyes; combatir el crimen organizado y la delincuencia común, y generar las condiciones necesarias para prevenir esta última; los empresarios capitalistas se regirán por las leyes del mercado, para lo cual se propiciarán las condiciones necesarias para una sana competencia, entre sí y con las empresas extranjeras.

Si para entonces aún existieran algunos activos públicos, cuya privatización sea socialmente aceptable, se crearían empresas bajo la modalidad de sociedades cooperativas con propiedad tripartita: popular, gubernamental y empresarial capitalista. La propiedad accionaria de estos tres sectores sería igual e invariable. En el caso de los activos públicos ya privatizados se determinaría si hubo irregularidades en el proceso de privatización y si ésta se comprobase, el proceso se revertiría. En este caso, podrían crearse sociedades cooperativas bajo la modalidad anterior, si esta es la forma más favorable al interés nacional, en términos de beneficios sociales.

Aquiles Montoya

La fábula del conejo rebelde y la zanahoria imperial

La fábula del conejo rebelde y la zanahoria imperial Roberto Pineda 23 de junio de 2015
El zorro y el puma estaban muy preocupados porque en el bosque latinoamericano los conejos se habían rebelado y proclamaron que no iban a permitir que los siguieran explotando; y entonces el zorro y el puma decidieron que ya no solo había que regañarlos y castigarlos para que trabajaran más duro sino que había que ofrecerles dulces zanahorias para poderlos mantener bajo su hegemonía. Pero lo que el zorro y el puma imperial no sabían es que los conejos rebeldes estaban organizados y unidos…
Un mundo complejo y divertido
La llegada al gobierno de Estados Unidos en enero de 2009 del primer presidente afroamericano Barack Obama precede por unos meses la toma de posesión del presidente salvadoreño Mauricio Funes, en junio de ese año en El Salvador. Ambos acontecimientos marcan importantes hitos en ambos países. En el caso de Estados Unidos se trataba de un significativo avance en la lucha por la igualdad social y un fuerte golpe al racismo institucional; y en el caso de El Salvador se trataba de una histórica victoria popular sobre los representantes de la centenaria dominación oligárquica.
El cruce diplomático y político de estos dos procesos históricos permitió modificar la política exterior norteamericana, que había sido durante las campañas electorales de 1994, 1999 y 2004, de temor y rechazo hacia el FMLN y cambiarla por una nueva actitud inicial de wait and see, de esperar y ver, y posteriormente por una de ofrecer “amistad y cooperación” a sus antiguos adversarios militares.
Por lo que en El Salvador la potencia imperial decide esconder el garrote y muestra un simpático rostro caribeño que le ofrece zanahorias al también ocurrente conejo rebelde, que antes había sido conejo guerrillero. Pero además de este singular y extraordinario posicionamiento de los astros geopolíticos ¿qué es lo que explica la posición estadounidense hacia El Salvador? ¿Por qué se le aplica garrote a Venezuela y hoy a Ecuador mientras que a El Salvador se le envían barcos humanitarios? ¿Por qué del trato diferenciado? A continuación exploramos algunas aristas de esta interesante temática.
Como decorado histórico de fondo de esta fábula hay que registrar que mientras el FMLN en noviembre de 1989 impulsaba su ofensiva “hasta el tope” rodeando con columnas guerrilleras a San Salvador, en Berlín se estaban cayendo los primeros ladrillos del famoso muro del socialismo real; en esa misma larga década de los ochenta en el mundo entero el estado de bienestar keynesiano era acuchillado por el rabiosamente agresivo credo neoliberal; y como la cereza del pastel, al finalizar el siglo presenciábamos las combativas marchas en las calles de Seattle contra la OMC y un hasta entonces desconocido militar rebelde ganaba las elecciones en Venezuela.
Y en nuestro rincón mágico mientras se firmaba en 1992 los acuerdos de paz como colofón de una guerra de doce años “sin vencedores ni vencidos” el gobierno empresarial de Alfredo Cristiani avanzaba en sus planes de neoliberalizar la economía y el país; proceso que ha sido detenido pero no revertido por el actual segundo gobierno del FMLN.
Nuestro Tío Sam
Durante casi todo el siglo veinte la política exterior de Estados Unidos estuvo simbolizada por un compromiso con las clases dominantes salvadoreñas y su aparato de dominación militar. Y aunque inicialmente en 1932 le negaron el reconocimiento al General Martínez, y hubo algún malestar por la negativa de este mismo general de no permitir instalar tropa “para proteger el canal” durante la Segunda Guerra Mundial, El Salvador fue un fiel aliado de Washington contra la “amenaza soviética” luego durante toda la Guerra Fría.
Y esta histórica alianza fue ratificada con el millonario involucramiento militar –en armas, asesores y ayuda económica- durante el conflicto militar que enfrentó durante doce años al FMLN y al Gobierno salvadoreño. A la vez, durante ese periodo el crecimiento de un amplio y poderoso movimiento de solidaridad al interior de la sociedad estadounidense con la lucha del pueblo salvadoreño fue significativo.
El gobierno de Ronald Reagan (1981-85 y 1985-1989) fue recibido con la pólvora de la primera ofensiva militar del FMLN. Y es bajo este gobierno que se desarrolla la guerra salvadoreña. Reagan y sus asesores pretendieron aplastar militarmente al FMLN; evitar el colapso de la economía y consolidar un rostro político presentable ante el mundo, incluso apoyando pragmáticamente al democristiano José Napoleón Duarte, y rechazando al ultraderechista Roberto DAubuisson.
Le correspondió al gobierno del también republicano George Bush en 1989 establecer una nueva relación esta vez con el primer presidente de ARENA, el empresario Alfredo Cristiani. Fue en este periodo que se firman los acuerdos que ponen fin a la guerra. En 1993 los demócratas con Bill Clinton regresaron a la Casa Blanca y se quedaron hasta el 2001.

Tuvieron que lidiar con los presidentes salvadoreños Armando Calderón Sol (1994-1999) y Francisco Flores (1999-2004). Pero este último se emocionó con la llegada del presidente republicano George Bush hijo en el 2001, y que habitaría la Casa Blanca hasta la llegada de Barack Obama en el 2009. Y la emoción por esta “amistad” provocó que dolarizara la economía, firmara el Tratado de Libre Comercio (CAFTA), permitiera la Base Militar de Comalapa y la instalación de la Academia Internacional de Polícía (ILEA), así como decidiera enviar tropa salvadoreña para la “pacificación “de Irak, política que luego fue servilmente continuada por el último gobierno de ARENA, el de Antonio Saca (2004-2009). Durante la campaña electoral del 2004 senadores estadounidenses amenazaron con “cortar las remesas” y suspender el Permiso de Protección Temporal (TPS) en el caso que ganara el candidato presidencial del FMLN, Schafik Handal.

Las razones del lobo imperial: la política de Obama hacia El Salvador 2009-2015

Tres días después del triunfo electoral en 2009 del candidato del FMLN Mauricio Funes se recibió el aval del imperio, el saludo de Obama. El susto había pasado. La transición pacífica de un gobierno de ARENA a uno del FMLN podía tener éxito. Había una nueva situación.

Existen diversas razones que explican la política de Obama hacia El Salvador. Una de estas es el esfuerzo diplomático por disputarle terreno político a la corriente emancipadora que recorre América Latina y está encabezada por Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua. Y en ese entonces contaba con el acompañamiento de Honduras y de Paraguay. Y de Uruguay y Argentina. E incluso con el poderoso apoyo de Brasil. Esta es una razón que continúa vigente. Somos por esto, como lo dijo en una ocasión nuestro sabio canciller “aliados estratégicos.”

Otra razón es de carácter más interno. Los Estados Unidos necesitan asegurar mediante la Base Militar de Comalapa un pilar estratégico local en la lucha contra el narcotráfico. El Salvador es hoy territorio de la DEA. De la DEA y de la AID, y del FBI, y del Pentágono, etc., etc. Lo positivo es que todo es ayuda humanitaria desinteresada.

Y además los teóricos democristianos del ISTU piensan que nos ayudan por la increíble belleza de nuestras playas, o por la calidad y suavidad de la ropa interior que exportamos, o por el temor a nuestros niños y niñas viajeros, o por la inevitable adicción a nuestras pupusas, o por el peso político de nuestra diáspora, o por nuestra envidiable estabilidad política y envidiable clima de seguridad.
Todas estas razones obligaron al presidente Obama en marzo de 2011 a incluir a El Salvador en su viaje latinoamericano, que además incluyó a otros países como Chile y Brasil. Y en su visita Obama definió con claridad cinco áreas prioritarias: migración, seguridad, Asocio para el Crecimiento, desarrollo económico-comercial y cooperación.

Los límites del juego

Tanto el segundo gobierno de Obama como el segundo gobierno del FMLN conocen los límites de esta relación. Es un noviazgo pactado con derechos. Seguramente nunca habrá matrimonio pero a la vez difícilmente habrá ruptura, aunque las relaciones pueden tensionarse en algún momento. Aunque en el caso que en el 2017 llegue un nuevo inquilino republicano a la Casa Blanca las reglas del juego probablemente tendrán que modificarse.

Por de pronto es un noviazgo con diversos horizontes de continuidad. Un horizonte deseado por ambos es el de la profundización de la relación: el gobierno implementa el II Fomilenio y se cuida de no ser muy efusivo en su relación con Venezuela. Puede también haber un enfriamiento sin ruptura: la administración Obama hace críticas “suaves” y retrasa proyectos mientras el gobierno salvadoreño se muestra más cariñoso con Venezuela; y puede haber ruptura pactada: el gobierno Obama bloquea proyectos de cooperación y el gobierno salvadoreño aumenta acercamiento con rival, pero siempre bajo el anaranjado de las zanahorias para el conejo rebelde.

Apuntes en torno a la línea general del PCS (junio de 1977)

Apuntes en torno a la línea general del PCS (junio de 1977)

En junio de 1977 circula en los medios sindicales y universitarios, un documento del Partido Comunista de El Salvador, PCS, en el que se enumeran los principales lineamientos de su visión estratégica, cuatro meses después del violento desalojo realizado por la dictadura militar en la Plaza Libertad, hecho que puso fin a sus once años de participación en la lucha política electoral y abrió la puerta a su posterior ingreso a la lucha armada.

A continuación hacemos un resumen de este importante documento, seguramente escrito por Schafik Handal, que nos permite adentrarnos en la visión en ese momento de los comunistas salvadoreños, y contrastarla con los avances alcanzados en la actual situación de un segundo gobierno de izquierda.

La Revolución Democrática Antiimperialista

El documento se divide en nueve apartados. El primero trata sobre la caracterización del tipo de revolución. Plantea que existen “dos revoluciones hacia el socialismo: -revolución democrática antiimperialista (Revolución Nacional Liberadora, Agraria, Democrática y Popular) y Revolución Socialista. Una constituye nuestro Programa Mínimo y la otra nuestro Programa Máximo.”
El segundo describe ocho tareas de la etapa de la Revolución Democrática Antiimperialista, las cuales son las siguientes: la primera es la de “derrocar la dictadura militar de derecha que deviene más y más en dictadura fascista, destruir su aparato burocrático-militar y establecer el gobierno democrático-revolucionario de las fuerzas populares encabezadas por el proletariado y su Partido.”
A continuación la de “asegurar la libertad y los derechos democráticos para las masas trabajadoras y el pueblo en general.” Como tercera tarea la de “resolver el problema agrario y campesino, mediante una reforma agraria profunda.”
Como cuarta tarea la de “liberar al país de la dependencia política y económica del imperialismo, poniendo fin al predominio económico y a toda forma de influencia política de los monopolios y de los Estados imperialistas y de la gran burguesía salvadoreña (oligarquía).” Esta es una tarea estratégica pendiente y mucho más compleja en el marco de la actual globalización neoliberal, y de un presidente estadounidense como Obama que despliega una política de “cooptación” más que de “rechazo” hacia el proyecto revolucionario salvadoreño. Es un imperio que nos esconde el garrote y nos ofrece zanahorias.
Como quinta tarea la de “elevar las condiciones de vida materiales y culturales del pueblo.” Como sexto desafío el de “emprender el acelerado desarrollo económico, social y cultural independiente de nuestro país.”
Como séptimo desafío el de “establecer una política internacional independiente, orientada a la defensa de la paz, la solidaridad con todos los pueblos en su lucha por su liberación o por la defensa o recuperación de sus riquezas naturales…” Y finalmente la tarea de “asegurar el paso al socialismo sin agotar previamente el desarrollo del capitalismo.”
El sujeto social de la revolución democrática antiimperialista
El tercer apartado define al sujeto social de la revolución democrática antiimperialista, que en aquella ya lejana época se conocía como las fuerzas motrices. Plantea que estas son “el proletariado (urbano y agropecuario); los campesinos y las capas medias. La fuerza revolucionaria principal es el proletariado. Los campesinos (en particular, los semi-proletarios o campesinos pobres) son el aliado principal del proletariado, y la alianza obrero-campesina esta llamada a dar fundamento sólido a la lucha por conquistar la dirección del movimiento revolucionario por el proletariado y su Partido, a proporcionar el grueso de las fuerzas de la revolución y a constituirse en su garantía de firmeza y consecuencia hasta el fin ,en la garantía para el avance ininterrumpido hacia la etapa socialista de la revolución.”
Establece el documento que “la burguesía no es fuerza motriz de la revolución, pero algunos sectores de ella pueden ser atraídos como aliados temporales a la lucha por la democracia y en defensa del interés nacional frente al imperialismo; otros sectores de la burguesía pueden ser neutralizados.”
Los enemigos de la revolución democrática antiimperialista
En el cuarto apartado se define como los enemigos principales de la revolución democrática antiimperialista al “imperialismo yanqui y sus sirvientes (en El Salvador, en los países de Centro América u otros de América Latina)” así como “la gran burguesía y los grandes terratenientes de nuestro país y sus sirvientes.” Y agrega que “su forma de dominación política desde diciembre de 1931 ha sido la dictadura militar de derecha, que está hoy en vísperas de transformarse en dictadura fascista abierta.”
Sostiene el documento que “los demás sectores de la burguesía y de los terratenientes son enemigos secundarios de la revolución y debe buscarse su neutralización o, su atracción como aliados temporales del proletariado.”
Señala que tal política de alianzas debe basarse en que por una parte “únicamente serán expropiados por la revolución democrática los grandes terratenientes, los grandes burgueses y los monopolios imperialistas” y por la otra en que “sectores burgueses no oligárquicos pueden estar interesados al menos en ciertos momentos, en la lucha por la democracia, o verse obligados a defender sus interese económicos frente a los imperialistas o la oligarquía, y lo harán si las fuerzas revolucionarias son fuertes y compactas.”
El documento opina que “los enemigos principales de la revolución con frecuencia no forman un bloque cohesionado y compacto, y por ello, es condición indispensable, para elaborar una táctica acertada del Partido, diferenciar a los enemigos principales según su conducta política concreta, y determinar, en cada momento, el enemigo principal más peligroso contra el cual es necesario concentrar la punta de la lucha revolucionaria para aislarlo, debilitarlo y derrotarlo.”
Agrega que “los sectores menos peligrosos del bloque de enemigos principales, pasan a ser, temporalmente, enemigos secundarios; ello exige aplicar una política de neutralización de los sectores menos peligrosos del bloque de enemigos principales y realizar maniobras que activen sus contradicciones con los enemigos más peligrosos para aprovecharlas a favor de la revolución.”
Concluye en este punto que “la derrota del enemigo más peligros significa a menudo, la derrota del enemigo principal en su conjunto o lo debilita, facilitando su derrota total sucesiva,; la derrota del enemigo principal facilita la derrota ulterior de los enemigos secundarios de la revolución.”
La construcción del Frente Único
El quinto apartado explica que “la construcción del Frente Único democrático, antioligárquico y antiimperialista, es condición estratégica para la culminación de la revolución antiimperialista.”
“En este Frente estarán representadas las fuerzas motrices de la revolución, siendo cuestión vital la conquista de la unidad del movimiento obrero y de la alianza obrero-campesina, alrededor de una común plataforma de reivindicaciones inmediatas económicas, políticas y sociales y de un programa para la liberación y transformación general del país, en sentido favorable a los interese de la clase obrera” señala el documento.
Subraya que “en la actual coyuntura de lucha contra los fascistas, que han devenido en el enemigo más peligroso, nuestro trabajo de Frente único también comprende la lucha por la unidad de las fuerzas democráticas y antifascistas incluyendo aquellas que no militan en posiciones antiimperialistas y antioligárquicas; complementando este trabajo con el aprovechamiento de las contradicciones en el campo enemigo.”
El problema del poder
El sexto apartado trata sobre la vía hacia el poder. Considera que “hasta donde se alcanza a ver en la perspectiva” como lo aprobara el V Congreso del Partido, realizado a principios de 1964, la Revolución democrática antiimperialista, habrá de realizarse por la vía armada. En marzo de 1968, el Comité Central concluyó que la forma más adecuada de la violencia armada para la toma del poder, en las condiciones de nuestro país, es la insurrección y no la guerra (prolongada).”
Agrega el documento con respecto a la guerra que “esta podría sin embargo realizarse con éxito por el gobierno revolucionario recién instaurado para defenderse del eventual ataque exterior. Concluye este apartado consignando que en 1968 el PCS “aprobó los rasgos esenciales de la insurrección, y determinó algunas tareas fundamentales relativas a su preparación.
Hay que señalar que la estrategia de Guerra Popular Prolongada era sostenida por las Fuerzas Populares de Liberación. Al final ni la tesis del PCS respecto a la insurrección, que fue compartida asimismo por el ERP y la RN, ni la de las FPL de GPP se manifestaron como correctas. Y la realidad impuso la Guerra Popular Revolucionaria.
Y reitera el documento la tesis insurreccionalista al afirmar que “ahora como resultado del proceso vivo de la lucha de clases –y con la comprensión de la mayoría de nuestro pueblo, que ha hecho en ella su propia experiencia-surge la insurrección popular como la única vía posible para conquistar el poder.”
Sobre formas de aproximación a la Revolución Democrática Antiimperialista
El documento con base a la experiencia internacional y nacional define posición ante la posibilidad tanto de un Gobierno de Apertura Democrática como uno de Transición. Sobre el primero establece que “se limita a restablecer, más o menos consecuentemente, el juego de las libertades democráticas: más para la burguesía que para el proletariado y los campesinos; más para las fuerzas reformistas y menos para las revolucionarias; más para el centro y la derecha y menos para la izquierda.” Considera que este tipo de gobiernos “se encuentra bajo la hegemonía de la burguesía democrática o de los sectores ascensionales y “moderados” de la pequeña burguesía.”
Por su parte, los gobiernos de transición, son “más avanzados, abren mucho más libertades democráticas para las masas trabajadoras y la izquierda, tienden a apoyarse en ellas y emprenden la realización de reformas dirigidas en un sentido anti-oligárquico y anti-imperialista, incluso llegan a restringir la libertad para la gran burguesía y los representantes y sirvientes del imperialismo…”
Considera que ambos tipos de gobierno “surgen como salida de crisis políticas agudas del poder oligárquico-imperialista, en condiciones en las que la correlación de fuerzas es muy adversa para las fuerzas revolucionarias y/o marcha en retraso la organización y conciencia revolucionaria del proletariado, es débil o no existe su Partido de vanguardia, y no ha alanzado el proletariado revolucionario la dirección del movimiento popular.”
Asegura el documento que este tipo de gobiernos “significan un debilitamiento del poder oligárquico-imperialista y, por consiguiente, encierran la posibilidad de que el movimiento revolucionario avance e incluso lleve al proceso hasta la realización democrática antiimperialista.”
Sostiene que “en nuestro país, las experiencias de 1944, 1948 y 1960, fueron “aperturas democráticas”; las de 1944 y marzo de 1972 pudieron dar origen a un “gobierno de transición.”
Afirma como línea política, como táctica a seguir por el PCS la de “luchar activamente por realizar las posibilidades de aproximación a la revolución democrática antiimperialista, mientras la correlación de fuerzas y demás condiciones no son favorables para el triunfo inmediato de la misma.”
Añade que “el Partido puede plantear en todo momento, una consigna revolucionaria de poder a la clase obrera y a todo el movimiento popular, mostrarle siempre la perspectiva final del socialismo al proletariado y a las capas avanzadas del pueblo, clarificándoles la relación que hay entre su lucha actual y esa meta superior; esto permite elevar sucesivamente, la organización y la conciencia de las masas…”
La lucha por la democracia y el problema del poder
En la octava parte de este documento se amplía sobre la concepción del PCS de vincular lucha por la democracia con lucha por el poder y en el marco de la polémica entablada con las FPL y las otras organizaciones revolucionarias hermanas.
Se argumenta que “el problema del poder no surge, pues, únicamente “cuando llega la hora del proletariado” dándole mientras tanto, la espalda al proceso vivo y concreto de la lucha de clases, a sus coyunturas críticas, a las situaciones revolucionarias incompletas o, a aquellas que llegan cuando no estamos del todo preparados, que es en esencia, la tesis del BPR y otras agrupaciones ultra-izquierdistas, cuando opinan, en apariencia radicalmente, en el sentido que no es revolucionario luchar por un gobierno democrático.”
Afirma que fueron estas concepciones “respecto a la lucha ´por la democracia y al problema del poder, son las que los llevaron a volver por completo la espalda a las grandes batallas revolucionarias de las masas, en relación con las elecciones presidenciales de este año.”
Reitera el documento del PCS que los gobiernos de apertura o de transición “no son etapas ni siquiera fases sucesivas obligatorias, sin cuyo cumplimiento previo, la revolución democráticas antiimperialista no puede realizarse, sino que son salidas democráticas burguesas, o pequeño burguesas, por lo general efímeras, que , independientemente de nuestra voluntad, actuando o no los comunistas, suelen encontrar en sus puntos más agudos la crisis política de la dictadura militar de derecha en nuestro país, según lo ha mostrado la experiencia de los últimos 33 años…”
Considera que “este trabajo consciente por realizar las posibilidades objetivas de una “apertura” o “transición “es lo que puede convertir tales “interrupciones” en ruptura creciente del viejo poder y, por consiguiente, en auténticas vías de aproximación a la revolución democrática antiimperialista.”
Enfatiza en que no existe ninguna “muralla china” entre la revolución democrática antiimperialista y la revolución socialista, ya que “como lo ilustra la experiencia cubana, la realización consecuente de la primera conduce, necesariamente, a la segunda, sin solución de continuidad.; a tal grado se funde una con la otra que, tomado el proceso de ambas revoluciones en conjunto, la ejecución del programa de las transformaciones democráticas antiimperialistas aparece como la realización de tareas iníciales de una sola y misma revolución, la revolución socialista.”
La conquista de la dirección del movimiento popular
En el último apartado se definen tres grandes tareas orientadas a lograr por parte “del proletariado y su Partido” la conquista de la dirección del movimiento popular. La primera tarea es la de “educar revolucionariamente a la clase obrera (educación política y elevamiento de su temple combativo), determinando en cada etapa donde debe ponerse el acento principal de esta educación: en los sindicatos o en las organizaciones ilegales y la preparación de la insurrección.”
La segunda tarea estratégica es la de “ganar a las grandes masas campesinas, principalmente a los semi-proletarios y demás campesinos pobres, para marchar como aliados fundamentales del proletariado hacia la revolución democrática antiimperialista.”
Y como tercer tarea “impulsar enérgica y sistemáticamente un trabajo correcto por la construcción del Partido y la J.C. entre el proletariado urbano y rural, entre los campesinos y entre las capas medias urbanas (principalmente, entre sus sectores asalariados).”
Y concluye el documento en relación a la necesidad de fortalecer el PCS a través de “multiplicar sus vínculos con las masas, elevar su carácter clasista, la combatividad y al disciplina, profundizar en el estudio del marxismo-leninismo y en la experiencia revolucionaria internacional, luchar sistemáticamente contra todas las manifestaciones de la ideología pequeño-burguesa y burguesa, en el Partido y en el movimiento revolucionario.”

Los desafíos del marxismo en un mundo globalizado

Los desafíos del marxismo en un mundo globalizado Roberto Pineda 16 de junio de 2015

¿Continuara el marxismo jugando un papel de ideología y teoría revolucionaria en las nuevas situaciones creadas por la globalización neoliberal del siglo XXI? Sí en la medida en que resuelva política y teóricamente la construcción de una alternativa y una estrategia viable frente al capitalismo. Y esa solución pasa principalmente por redefinir los sujetos, los modelos y las vías de esa transformación emancipadora, enfatizando en su pluralidad inclusiva y su diversidad cultural.

No en la medida en que quede anclado a referencias dogmáticas, ya que partimos de la premisa que el marxismo no es un conjunto de verdades sagradas derivadas de un libro celestial con interpretes autorizados, sino un conjunto de visiones e instrumentos de análisis que nos permiten comprender de manera dialéctica la realidad para transformarla. Por eso era que Marx no se consideraba marxista.
El marxismo como filosofía de la praxis, como horizonte utópico y transformador de la sociedad ha atravesado con su elegante carruaje de luchas e ideas, por las callejuelas empedradas de tres siglos de un agotador e incesante batallar.
Los tres grandes momentos del pensamiento marxista
Bajo las banderas rojas de un naciente proletariado industrial europeo estremeció el siglo XIX con el poderoso llamado de “proletarios de todos los país, uníos”; continuó su caminar a principios del siglo XX en las nevadas avenidas de Moscú con la construcción del primer gobierno de obreros y campesinos, para regresar políticamente derrotado en este siglo XXI a sus antiguas raíces de teoría social subversiva. A continuación hacemos un brevísimo recorrido por esos momentos gloriosos de lucha y reflexión teórica.
El primer momento
El primer momento va del 1848 al 1917 y entonces el marxismo emerge como una de las variadas y coloridas teorías revolucionarias para enfrentar al aún naciente capitalismo. Es la época del marxismo clásico de Marx y Engels. Ubicamos su acta de nacimiento con la publicación de El Manifiesto Comunista en 1848. Nace en abierta polémica y disputa política con otras corrientes de pensamiento emancipador, como los reformistas, que soñaban con trasformar el mundo sin violencia y por medio de cambios graduales; así como con los anarquistas, que soberbios renegaban de cualquier tipo de gobierno y autoridad.
Es una teoría que proclama la lucha de clases como la clave para entender los misterios de la historia; al proletariado como la clase encargada tanto de enterrar el viejo orden burgués por medio de la violencia revolucionaria como de establecer el nuevo orden socialista, donde no existirían explotadores ni explotados. Y se crea con este fin la (1ra.) Asociación Internacional de los Trabajadores. Era un mensaje básicamente dirigido a los proletarios de los países centrales del occidente europeo. Y logra crecer y desarrollarse como un poderoso movimiento de lucha por la clase obrera europea y norteamericana. Entre sus méritos esta la conquista de la jornada de ocho horas de trabajo.
El segundo momento
El segundo momento va de 1917 a 1991 y es la teoría hegemónica del movimiento revolucionario mundial y la teoría oficial del primer estado socialista de la historia. Es la época del leninismo. Las luchas por las ideas del socialismo de Marx y Engels no alcanzan la victoria en los países centrales del capitalismo sino en su periferia europea, en la lejana y atrasada Rusia de los zares.
Y la fría Moscú se convierte desde 1917 en el horno de la revolución mundial. Y surge la URSS, bajo la conducción de Lenin y luego de Stalin, y despliega la defensa contra el cerco militar imperialista y la industrialización del país, mientras que en el capitalismo, emerge el fascismo como visión de mundo de sus sectores más racistas y militaristas del capitalismo monopolista, orientado a derrotar a este socialismo. Y estalla la guerra. Y con el sacrificio del pueblo soviético el fascismo es derrotado y surge un sistema socialista mundial y una doctrina, el marxismo-leninismo.
Y se cree vivir la época de la “inevitable” transición del capitalismo al socialismo, ya que en 1945 surge la República Democrática de Vietnam; en 1949 la Revolución China; en 1959 la Revolución Cubana, en 1970 triunfa Salvador Allende en Chile, en 1979 la Revolución Sandinista, en 1980 las luchas populares en El Salvador.
Y aparecen nuevos pensadores marxistas europeos desde el mundo de la lucha política, Vladimir Illich Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo, Gramsci y Lukacs; ideas radicales desde la periferia del capitalismo, como el pensamiento de Mao, de Ho Chi Minh, de Mariátegui y del Che, del anticolonialista Fanón, y incluso la Teología de la Liberación; así como pensamientos reformistas como el de Bernstein, Kautsky, Bujarin, Earl Browder, el socialismo autogestionario de Tito, el eurocomunismo de Santiago Carrillo y el socialismo de mercado de Deng Xiaoping, entre otros.
Y también es preciso mencionar a los pensadores que surgen desde la academia, como la Escuela de Frankfurt, las teorías del sistema-mundo (Wallerstein); el marxismo ecológico (OConnor, Leff), los estudios poscoloniales (Said), la Teoría de la Dependencia ( Dos Santos), el marxismo histórico inglés (Thompson, Dobb, Hobsbawm, Anderson), el marxismo analítico; Karel Kosik, Poulantzas, Bobbio, Marcuse, Sartre, Garaudy, Althusser y los estructuralistas, Sacristán, el posmodernismo emancipador (Boaventura Santos)Bourdieu, Balibar, Habermas, Bloch, Godelier, Schaff, Barthes, Foucault, Harvey, Pikkety, Callinicos, Freire, Bolívar Echeverría, Kohan, Linera,Boron, etc.

Pero, a finales de los años ochenta observamos sorprendidos a la combativa clase obrera polaca organizada en el sindicato Solidaridad desafiar al gobierno socialista; en 1989 cae estrepitosamente el Muro de Berlín simbolizando la crisis del “socialismo real” la cual llega a su clímax con la disolución en diciembre de 1991 de la URSS. Con este acto el marxismo dejaba de constituir la doctrina oficial de una potencia mundial y entraba en una profunda crisis. Con el hundimiento del barco socialista se hundía a la vez elementos teóricos sustanciales de la brújula marxista de factura soviética, el marxismo canonizado, y políticamente desaparecía el llamado movimiento comunista internacional.
El tercer momento

El tercer momento va de 1991 hasta el presente. Ante el derrumbe muchos partidos comunistas se socialdemocratizan y se impone la confusión ideológica. Este periodo se caracteriza inicialmente por el efímero triunfo del pensamiento neoliberal y su pretendido “final de la historia.” El liberalismo parecía haber ganado la batalla. Pero a los teóricos neoliberales la alegría les dura poco.
En 1994 se reinicia la disputa histórica entre imperio y resistencias populares cuando se levantan en armas los zapatistas en Chiapas; surge el Foro Social Mundial en Porto Alegre; la histórica batalla de Seattle en 1999 contra la globalización; el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela y el inicio de la Revolución Bolivariana; victorias electorales de la izquierda en Brasil, Uruguay, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, El Salvador. A la vez la contraofensiva imperial en Honduras y Paraguay. Y el último triunfo popular es en la propia cuna del capitalismo, en Europa, este año en Grecia. La historia sigue su marcha.
Y en este caminar se necesitan nuevas lámparas que nos iluminen el sendero. La actual crisis del marxismo puede hacia futuro marcar su desplazamiento e irrelevancia o su necesaria renovación desde una óptica emancipadora. En este marco, el marxismo como teoría crítica felizmente regresa a su posición inicial de corriente ideológica radical de transformación del capitalismo. Y de nuevo interesantemente en disputa contra el anarquismo y el reformismo. Y enfrentada al modelo de globalización neoliberal así como a la fragmentación de las luchas de resistencia.
La prueba de fuego del marxismo a nivel mundial será su capacidad para producir como en el pasado horizontes utópicos de transformación social. Ese es en la actualidad nuestro desafío principal, junto con la lucha revolucionaria contra la globalización neoliberal, contra el capitalismo en el siglo XXI. En defensa de la tradición marxista como luchadores sociales.

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Una cierta idea de los problemas del marxismo contemporaneo

UNA CIERTA IDEA (RADICAL) DE LOS PROBLEMAS DEL MARXISMO CONTEMPORÁNEO (1)
Alejandro Dorna (2) – Horacio Hormazábal (3)

Plural. Revista del Instituto para el Nuevo Chile. Nº 3. Rotterdam Junio 1984

La polémica en torno al marxismo se hace equívoca e inagotable. Mientras los detractores acumulan antecedentes tanto en el terreno teórico como en las consecuencias de sus aplicaciones políticas, sus defensores reiteran su pertinencia y vitalidad. Una cosa es cierta y evidente: el pensamiento de Marx es un fenómeno cultural y su impacto perdura a través de su mensaje social.

La natural sequedad de un corto artículo sólo permite poner de relieve la extensión y profundidad de algunos de los problemas que el marxismo encarna. En lugar de entregarnos a la saludable demostración de nuestras reflexiones, nos vemos obligados sólo a mostrar algunos fragmentos. A nuestro juicio, al menos hay cuatro grandes ejes de análisis que pueden aproximarnos a una cierta idea (radical) de los alcances y vicisitudes de los fundamentos preposicionales del «socialismo científico»: la identificación que se ha producido entre marxismo y socialismo; la canonización del cuerpo de proposiciones establecidos por Marx y Engels; la enorme influencia de los intelectuales en la tradición marxista, y las dificultades epistemológicas del llamado materialismo dialéctico.
Finalmente, expondremos cómo la superación de tales impasses depende en gran medida de nuestra disposición para incorporar, a nuestro repertorio metodológico, una actitud experimental.
1. La identificación del marxismo con el socialismo
La identificación del marxismo con el socialismo (la teoría con la práctica) constituye una de las paradojas y tal vez el más grave equívoco ideológico de nuestro tiempo. Ofrece sin embargo la mejor explicación de la crisis ya crónica del “socialismo científico”.
La asimilación del proyecto a la idea se produjo progresiva e insidiosamente y al margen del mismo Marx. Y pese a que esta identificación puede imputarse a Engels, la discusión de fondo es otra. El apelativo «marxista» constituyó una etiqueta eminentemente política durante el siglo XIX, pues se trataba de diferenciar a los socialistas partidarios de Marx de aquellos otros, numerosos, que reivindicaban para sí el rótulo de socialistas.
En cambio, durante el siglo XX, a partir de la Revolución Rusa, el término marxista se transforma en la apelación genérica de una teoría y en la doctrina del «socialismo científico», bajo la forma canonizada impuesta por la dirigencia soviética, Lenin tanto como Bujarin, y Trotsky tanto como Stalin.
La fusión del objeto y la idea se produce justamente en el momento preciso en que (hoy es posible medir la profundidad) se produce el repliegue y sobre todo la transformación de las condiciones de vida y trabajo del movimiento obrero en Europa.
Por cierto que la discusión sobre este tema adquiere rasgos completamente distintos según los interlocutores y el contexto donde ésta se realice. En el caso latinoamericano, algunos elementos inherentes a su condición, lo hacen particularmente conflictivo, entre ellos tenemos:
a) En pocas regiones como en A. L. se ha vivido más intensa y dramáticamente la asimilación entre marxismo y socialismo: los sacrificios de un Che Guevara y de un Salvador Allende son dos testimonios de un extenso y profundo proceso.
b) La fuerza emocional del mensaje marxista verdadero credo evangelizador y la brillante lógica argumentativa de muchos de sus introductores, sumada a las condiciones objetivas de explotación infrahumana que sufre la mayoría de la población, hacen que el marxismo adquiera un status marcado de «teoría de la liberación».
c) El marxismo constituye para muchos una lengua universal de comunicación y en los hechos ha funcionado como un puente entre la Intelectualidad progresista de los países desarrollados y los «intelectuales orgánicos» de los países atrasados.
2. La canonización del marxismo
Actualmente es preciso evaluar como la obra de Marx en tanto teoría, ha dejado definitivamente paso al marxismo «realmente existente». La paradoja no siendo nueva pone en cuestión toda la estructura de la argumentación del propio Marx, y revela la importancia de los factores propiamente políticos y culturales de los procesos de cambio social.
2. 1. La canonización de Marx y Engels y luego de Lenin es producto de la revolución rusa (la vieja guardia bolchevique), de Stalin y la burocracia soviética, como justificación ideológica y razón de Estado.
La enseñanza del «materialismo dialéctico» y del llamado «comunismo científico» en los países socialistas, y la vulgarización escolar del marxismo, constituyen uno de los mejores criterios para medir la utilización canonizada de la palabra de Marx.
Este proceso de mistificación del marxismo en el cual el poder de la doctrina es la doctrina en el poder, ha sido descrito por Rakovski (1977), para quien el materialismo dialéctico no significa sino elevar a la categoría de principio sistemático una lógica de la ambigüedad.
2. 2. La canonización del marxismo no obedece solamente a una simple manipulación política y/o a la voluntad cínicamente inteligente de ciertos hombres en el poder. Sería un error desconocer las raíces sociales de la devoción marxista en los países subdesarrollados. El mensaje marxista extrae su fuerza concreta del sufrimiento de las criaturas oprimidas, de la esperanza que representa una política alternativa al hambre.
La palabra marxista es capaz de competir exitosamente con otras, pues es la apasionada y sostenida denuncia de una enorme Verdad: que la ganancia, la comodidad y el lujo de un hombre se paga con la pérdida, la miseria y la privación de otro hombre. Y aunque Marx se haya equivocado en la forma y en el mecanismo de explicación de la injusticia social, para muchos el marxismo representa esa verdad, y la promesa de un mundo terrenal mejor.
2. 3. En este proceso de canonización del marxismo, hay un elemento en la propia obra de Marx que lo hace también responsable: su lectura de Hegel y la formulación del materialismo dialéctico. Aunque pueda parecer aventurado afirmarlo, es la resurrección de Hegel en el marxismo que abre la brecha a su sello característico: su pretensión totalizante y su política totalitaria.
Lenin es el antecedente más directo de la vuelta a Hegel dentro del marxismo soviético. La razón está lejos de ser académica.
Los trabajos bastantes abstractos sobre el empiro criticismo y las múltiples lecturas sobre Hegel, en las cuales Lenin descarga su agresiva habilidad polémica, corresponden a la lucha entre la fracción bolchevique y los otros grupos socialistas de la inmigración rusa. Posteriormente, la fascinación de la revolución triunfante y el peso científico otorgado a la obra de Lenin hacen que la polémica entre socialdemócratas «dialécticos» (bolcheviques) y social-demócratas «mecanicistas» (mencheviques) se termine con la eliminación teórica y en algunos casos física de estos últimos y otros «renegados».
Imposible olvidar el notable escrito escolástico de Stalin sobre las «cuestiones del Leninismo» en el cual hace un esquemático y persuasivo ejercicio de comparación entre las posiciones metafísicas (mecanicistas) y las dialéctico marxistas, inaugurando así la extensa serie de versiones seculares de la «filosofía de partido».
2. 4. Uno de los elementos claves de la canonización ha sido la manipulación de la historia. De la misma manera como la imagen de Trotsky fue borrada de un cuadro en el cual aparecía junto a Lenin, muchas de las obras «completas» de los clásicos del marxismo han sufrido mutilaciones, otras han desaparecido de la circulación y algunas resucitan sorpresivamente toda vez que permiten justificar alguna decisión suprema.
La adulteración de la historia es flagrante y sin pudor cuando se comparan las distintas ediciones, por ejemplo de la historia del PCUS y de los diccionarios enciclopédicos.
3. El marxismo y la revolución de los intelectuales
Lenin, cristaliza y proyecta políticamente el rol y el status de los intelectuales dentro del proceso revolucionario y en la formación del partido revolucionario. La necesidad de introducir la ideología revolucionaria «desde fuera» del movimiento obrero, a causa de su tendencia espontánea al reformismo, coloca al intelectual en el centro de todo el debate teórico y político.
La esencia de la relación entre intelectual y revolución es desarrollada, posteriormente al triunfo bolchevique, por Antonio Gramsci, quien llegara a sintetizar la idea en la fórmula: «el intelectual orgánico».
Esta actitud ya pesquizable en Kautsky tuvo y sigue teniendo numerosos detractores: Rosa Luxemburgo, Otto Bauer, Gustav Landauer y muchos otros.
Y en esa vertiente crítica también se sitúa J. W. Makhaiski (1976), obrero revolucionario polaco, cuya gran actividad a comienzos de siglo en Rusia, fue descrita por L. Trotsky en sus memorias y permite apreciar el impacto que sus ideas tuvieron en los círculos de deportados.
La reciente publicación de fragmentos de su obra, hasta la fecha prácticamente inédita en Occidente, nos hace medir la profundidad del problema y aproximamos con ojos nuevos a una de sus conclusiones más audaces (para la época) y cuya vigencia tiene hoy parámetros concretos en las estructuras burocráticas (intelectuales) del llamado socialismo real: «el socialismo es el régimen social basado en la explotación de los obreros por los intelectuales profesionales.»
Para Makhaiski (1979), el profeta de esta nueva clave dominante es el propio Marx, y Lenin el conductor de la conspiración de los intelectuales (revolucionarios profesionales), quienes esconden los intereses de clase de la «sociedad culta» en el proceso de industrialización.
La originalidad de la reflexión de este autor consiste en desentrañar por una parte un antagonismo social más profundo en las relaciones de producción: la división entre trabajo intelectual y manual. En otras palabras, más allá de la lucha entre capital y trabajo, se sitúa el conflicto entre dirigentes y dirigidos. Por otra parte, demuestra que la remuneración elevada atribuida a las tareas de dirección se otorgan en detrimento del trabajo de ejecución, y en consecuencia de la apropiación de una parte de la plusvalía.
Makhaiski denuncia el enfoque «industrial-productivista» de Marx, el análisis precario que se hace de la organización del trabajo, y la poca sensibilidad de Lenin, Trotsky y la dirigencia (intelectual) del bolchevismo, respecto a las condiciones de vida y trabajo de los obreros y la estructura de poder de la fábrica. Recordamos que son justamente los bolcheviques quienes instauran con entusiasmo la militarización del trabajo, subrayan el carácter beneficioso de la disciplina industrial, y proponen la utilización de la administración «científica» introducida por Taylor a comienzos del siglo en EE. UU. y posteriormente adaptada al sistema soviético por el camarada Stajanov, héroe del trabajo de la URSS.
La presencia de una nueva forma de poder jerarquizado constituye otra de las finas intuiciones de Makhaiski, para quien los intelectuales ya representaban aquello que posteriormente Gramsci llamara entusiasta y voluntaristamente «los intelectuales orgánicos», los letrados del aparato, los revolucionario evangelizadores profesionalizados: los «capitalistas del saber» según la chocante fórmula utilizada por Makhaiski.
En definitiva, el marxismo no buscaría abolir los antagonismos fundamentales de clase, sino que sustituiría una vieja clase dirigente por otra nueva, introduciendo nuevas condiciones de opresión mucho más sutiles y eficaces.
La reflexión de Makhaiski se adelanta y completamente la célebre «ley de hierro de la oligarquía» propuesta por Michels y a través de la cual se analiza la tendencia de las organizaciones a generar una mayoría dirigida y una minoría dirigente, la cual se aleja progresivamente del control de la base, que se transforma en un simple órgano de ejecución.
4. La cuestión epistemológica en el marxismo
En un artículo anterior (Dorna y Hormazábal 1980) hemos discutido críticamente el status científico del marxismo, nos limitaremos entonces a reafirmar algunos criterios.
Durante décadas las cuestiones de orden epistemológico fueron soslayadas por los marxistas quienes presentaron al marxismo como un todo coherente y necesariamente cierto, puesto que científico. La adhesión fervorosa de no pocos científicos de laboratorio, más precisamente a la causa revolucionaria, propuesta por el (los) partido (s) marxista (s), permitió que la argumentación tuviera una fuerza persuasiva suficiente.
4. 1. El marxismo ha mostrado ser más un cientísmo que un enfoque científico.
La razón una vez más es política. Para Marx la argumentación científica y luego para Engels la cientificidad del socialismo marxista, era la manera más eficaz para demarcarse de (los) otros socialistas (llamados peyorativamente «utópicos») y del colectivismo anarquista a la Bakunin.
En consecuencia, la preocupación científica muchas veces se subordina a la contingencia política, contradiciendo los criterios más elementales de! método de la ciencia.
a) Los hechos están en seria oposición de las principales predicciones efectuadas por el propio Marx: la pauperización creciente de la clase obrera, la proximidad de la revolución en Inglaterra, el colapso del capitalismo, la sobredeterminación de la superestructura (ideología, cultura) por la infraestructura (economía, modo de producción), etc.
En la actualidad ningún marxista culto negará estos hechos, pero pocos son aquellos que están dispuestos a extraer la conclusión fundamental: buscar qué falla en la metodología y porqué la teoría predice falsedades.
b) La poca operacionalidad de las categorías de análisis utilizadas por el marxismo; a título de ejemplo, el concepto de «clase» se ha prestado a más de una polémica.
c) Las llamadas «leyes» de la historia pueden ponerse en duda desde el instante mismo en que se reconoce la imposibilidad de establecer experimentos capaces de validar el carácter explicativo de tales «leyes».
d) La dificultad para comunicar las experiencias y la tendencia a reiterar los errores de método están profundamente reñidas con el propósito del método de la ciencia.
e) Si una de las características del enfoque científico es la búsqueda de solución a problemas específicos, el procedimiento utilizado por el marxismo en el terreno social hace del problema un fenómeno global, cuya solución sólo puede ser global.
f) El diagnóstico al cual se libra el análisis marxista, se desolidariza de los criterios técnicos que propone la metodología científica: los programas de acción se conciben sin definir operacionalmente los objetivos específicos a alcanzar.
g) La dificultad de introducir elementos correctivos, sea bajo la acusación de «revisionismo», sea ante el «reconocimiento de los porfiados hechos».
Cierto es que el anatema de revisionista ha dejado de castigar al menos en Occidente las observaciones críticas de los marxistas respecto al marxismo e incluso a Marx. Incluso, en la Unión Soviética de tanto en tanto se reconocen algunos errores, especialmente después del célebre XX congreso del PCUS. El caso del economista E. Varga, deportado y perseguido en 1946, por afirmar que «una próxima crisis económica en USA no sería fatal», es aparentemente un argumento en favor del «reconocimiento y corrección de errores», puesto que en 1963 no sólo es rehabilitado sino que recibe el premio Lenin.
Sin embargo, nosotros cometeríamos un grave error aceptando esta retórica política, al confundir la aceptación de los hechos siempre «post-mortem») con la verdadera introducción de modificaciones en la metodología de diagnóstico y predicción, es decir en la naturaleza (dialéctica) del razonamiento marxista. En ese sentido, cabe subrayar que una cosa es reconocer un hecho y otra cosa distinta es remediar las causas de las fallas de nuestro aparato explicativo.
En suma, el pensamiento de Marx se desarrolla y consolida como reacción al racionalismo: el espíritu no es más que el reflejo del mundo. No obstante, el marxismo extrae de su materialismo una (su) interpretación de la ciencia, sin adoptar completamente el método de la ciencia ni plantearse el significado de la experimentación social.
4. 2. La dialéctica de la materia no es materialista.
El marxismo es perfectamente coherente para quienes admiten sus premisas epistemológicas. Marx mismo funda su enfoque sobre una (su) base «científica» que rechaza desde la partida, la confrontación con los hechos empíricos, puesto que la (su) teoría de la prueba se encierra en la dialéctica materialista y cuya evidencia se muestra más que demuestra, bajo la forma de un proceso siempre cambiante, por tanto jamás completamente comparable ni confrontable.
La dialéctica y sus leyes constituyen la plataforma sobre la cual se estructura la argumentación y la cientificidad del marxismo. La gran diferencia entre Hegel y Marx a propósito de la dialéctica, será el reemplazo de la noción de espíritu (como expresión de la idea absoluta), por la de materia. En la medida en que todo es devenir, la materia misma es dialéctica y todas las cosas son contradictorias. Mientras que en la dialéctica hegeliana, la dialéctica aborda sólo las ideas y los conceptos; en la versión marxista, la inversión materialista permite que sea aplicada a las cosas y a los objetos reales.
Lenin elevó a la categoría de ley dialéctica fundamental, el principio de contradicción y su aplicación, al análisis del «proceso» social. Pero serán Stalin y Mao Tsé Tung quienes generalizarán e] predominio de la dialéctica contraponiendo materialismo a idealismo y dialéctica a metafísica, con lo cual progresivamente la síntesis nos entregó una fórmula persuasiva: el materialismo dialéctico, con sus reglas y leyes «científicas».
Es justamente por estas razones que la crítica sobre la pertinencia científica del enfoque dialéctico provoca un enorme revuelo en el interior de la cultura marxista contemporánea. Sin embargo, esto no es nuevo: las poco conocidas críticas de E. Duhuring, tan severamente apostrofado por Engels, son un ejemplo temprano de las serias dudas planteadas en torno al naciente «materialismo dialéctico»; el ensayo de Pannekoek (1976) sobre la filosofía de Lenin, marca otro hito importante en la larga cadena de interrogantes (desde dentro) que permiten observar con una mirada más tolerante las afirmaciones empiro-criticistas de un Mach y un Avenarius, y juzgar con justicia la vehemencia polémica de Lenin.
En años cercanos, un conocido Premio Nobel, J. Monod (1970) llega a denunciar el carácter «animista» del método dialéctico. Sin embargo, sin duda es la moderna vertiente crítica de los epistemólogos italianas, con Della Volpe y sus discípulos, que se inicia a comienzos de la década de los cincuenta, el verdadero proceso de clarificación en torno al materialismo de la dialéctica.
En este sentido, cobra una importancia capital la crítica de Colleti (1977-1983), que denuncia con agudeza al «materialismo dialéctico» como el equívoco fundamental sobre el cual reposa un siglo de teorización marxista: «El marxismo y Lenin han interpretado la dialéctica de la materia, que encuentran desarrollada en la filosofía de Hegel, como un testimonio y un documento del realismo y del materialismo» (pero…) «la dialéctica de la materia no es materialista. Al contrario, es su negación.»
Imposible resumir ni desarrollar en pocas líneas la brillante demostración de Colletti, por tanto nos limitaremos a señalar dos de sus conclusiones más provocativas:
a) No existe la contradicción en la realidad. La realidad no puede contradecirse. Por tanto no existe una dialéctica de la materia. Afirmar la existencia de contradicciones reales, constituye colocarse al lado del neo-platonismo y de la teología.
El hecho de que el análisis del capitalismo y de los conflictos sociales haya sido desarrollado por Marx en términos de «contradicción dialéctica» plantea interrogantes fundamentales respecto al valor científico de dicho análisis, en la medida en que la ciencia rechaza la dialéctica.
b) La insistencia del marxismo en la dialéctica lo ha colocado en un callejón sin salida. La ciencia moderna no reconoce la dialéctica de la materia, y la considera como una filosofía romántica de la naturaleza. La exigencia del marxismo sobre la dialectización de la ciencia, comenzando por las ciencias de la naturaleza (actualmente menos insistente que hace algunos años) tuvo como consecuencia, entre otras, el «caso Lyssenko» y haber puesto en la picota los trabajos de gran cantidad de científicos, particularmente los de Einstein.
En resumen: cuestionar la cientificidad del marxismo y la pertinencia del método de la dialéctica en ciencia, exige reconocer simultáneamente dos cosas. Por una parte, que esto no puede entenderse como un «abandono» o «ejecución» sumaria de la obra de Marx (aspecto sobre el cual nuestra posición se clarifica más adelante); y por otra parte, que mientras frente a los problemas físicos y «micro-sociales» el enfoque científico experimental de las ciencias de la conducta social obtiene una capacidad predictiva y una fuerza explicativa incuestionables, no ocurre lo mismo ante el universo de los factores (entrecruzados) de lo «macro-social». Razón más que suficiente como para mantener un criterio de estudio y reflexión riguroso frente a las interesantes proposiciones que surgen a partir de la obra de Marx, cuyo pensamiento se encuentra ubicado en la galena de los grandes representantes de la Filosofía Social de todos los tiempos.
5. ¿Por dónde empezar?
Esta es una pregunta, que la confrontación de la teoría (marxista) con los hechos (empíricos), hace urgente responder.
Para quien se interrogue sobre la problemática marxista y sus implicaciones epistemológicas y repercusiones prácticas, la pregunta no consiste a nuestro juicio en hacer un inventario de los elementos «rescatables» del marxismo, sino más bien como mejor valorar en forma singular y contingente los aportes de Marx, de Engels, y de la larga legión de seguidores, en lugar de buscar en el «marxismo» («horizonte insuperable de nuestra época») las respuestas que debido a su propia estructura es incapaz de entregar, pues en el «marxismo» ni la falsedad ni la verdad de la(s) teoría(s) confirmarán lo adecuado del modelo, en la medida que sería preciso renunciar a su totalismo y a su inherente cosmovisión y puesto que su rol es un efecto no deseado por el propio Marx: convertirse en una filosofía social, en una devoción para muchos y en un hábil mecanismo de dominación de unos pocos.
La obra de Marx, más que una teoría «todopoderosa porque es verdadera» como gustaba repetir Lenin, una teoría científica de valor universal como lo divulgan los manuales escolares; es un modelo, un inventario más o menos sistemático de los elementos a los que debemos prestar atención, útil y creativo en la medida en que no sea postulado en tanto ciencia.
En otras palabras, resulta significativo que mientras en el caso de los fenómenos físicos ningún científico se proclama newtoniano o copernicano o einsteiniano, pese a la indudable simpatía o aprecio que una u otra teoría puede despertar entre sus continuadores; ante los fenómenos sociales sean justamente aquellos socialistas que se quieren científicos quienes con más fuerza hacen de la obra de un hombre un objeto de culto, en algunos casos, y peor aún, de justificación en otros.
Una manera de contrarrestar las consecuencias de la implantación de una visión dogmática a escala planetaria, como es actualmente el caso, consiste en desarrollar, no sólo en lo político, un proceso sólido de democratización de la(s) sociedad(es), sino también, en equipar a los más en el conocimiento y aplicación de los preceptos básicos de una actitud experimental.
La actitud experimental consiste en: – Evaluar permanentemente el soporte empírico de las teorías que sustentamos. – Habituarse a explicitar los supuestos y las hipótesis de lo que afirmamos, a fin de poder corregir los elementos de la teoría que no concuerdan con los hechos. – Considerar que ninguna teoría (por muy científica que sea) podrá dar completamente cuenta del problema que se plantea resolver. – Reconocer que las teorías se establecen para encontrar solución a ciertos problemas más que para dar satisfacción estética a sus adeptos. – Aceptar que cada problema tiene varios niveles de solución. – Exigir la verificación empírica de las teorías, especialmente cuando se explora un nuevo terreno. – Dudar (respetuosamente) de las teorías, por muy consagradas que sean. – Ser consistentes con la noción de experimentar, experimentar y volver a experimentar.
En conclusión: los elementos fragmentarios que hemos presentado, exigen sin duda un desarrollo ulterior. Muchas de las afirmaciones son esquemáticas, las proposiciones alternativas faltan. Pero, lo fundamental nos parece considerar que si el marxismo no es una ciencia sino una filosofía social, tendremos que equilibrar cotidianamente la fuerza de nuestras pasiones con el peso de nuestras razones, y ambas validarías con el rigor del método experimental.
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Bibliografía
Colletti, L. (1977), La dialéctica de la materia de Hegel y el materialismo dialéctico, Grijalbo (México).
Colletti, L. (1983), Le materialisme dialectique et Hegel, Socialism in the World Belgrado, 36, 39-47.
Dorna, A. y Hormazábal, H. (1980): Sobre el Status Científico del Marxismo, Nueva Sociedad (Caracas).
Michels, R. (1971), Les partis politiques, Flammarion (París)
Makhaiski, J. W. (1979), Le socialisme des intellectuels. Seuil (París).
Rokovski, M (1977), Le marxisme face aux pays de l’Est, Savelli (París).
1. Dejamos constancia de reconocimiento a nuestro colega y amigo. Profesor Jorge Tapia, quien nos ha hecho parte de sus comentarios, a una primera versión de este trabajo.
2. Sociólogo, docente e investigador en la Universidad de París VIII, docente en la Escuela Internacional de Verano (ESIN)
3. Sociólogo.

Doce tesis sobre la crisis del socialismo realmente existente (Mayo de 1991)

DOCE TESIS SOBRE LA CRISIS DEL SOCIALISMO REALMENTE EXISTENTE (mayo de 1991)

Michael Löwy
1.

Uno no puede morir antes de nacer. El comunismo no está muerto porque no ha nacido todavía. Lo mismo se aplica al socialismo. Lo que los medios de comunicación occidentales llaman los estados comunistas y la ideología oficial de Oriente socialismo realmente existente tampoco fueron tales. A lo sumo, uno podría llamar sociedades no capitalistas a aquellas donde la propiedad privada de los principales medios de producción fue abolida. Pero estuvieron muy lejos del socialismo: una forma de sociedad en la que los productores asociados son los dueños del proceso de producción; una sociedad basada sobre la más amplia democracia económica, social y política; una comunidad liberada de toda explotación y opresión de clase, etnia o genero. Cualesquiera que hayan sido sus logros o fallas económicas y sociales, estas sociedades realmente existentes tuvieron una básica y común deficiencia: la ausencia de democracia; la exclusión de los trabajadores, de la mayoría del pueblo, del poder político.

Los derechos democráticos —libertad de expresión y organización; sufragio universal; pluralismo político— no son meras “instituciones burguesas”, sino duras conquistas ganadas por el movimiento obrero. Su restricción en el nombre del socialismo es despotismo burocrático. Como Rosa Luxemburgo (quien activamente apoyo a la revolución rusa) advirtió en una fraternal critica a los bolcheviques en 1918: “sin elecciones generales, sin libertad de opinión, la vida muere en cada institución publica, deviene una mera apariencia de vida en la cual solamente la burocracia permanece como elemento activo“. Si bien algunos aspectos del pluralismo y democracia de los trabajadores existieron aun durante los años 1918-1923, progresivamente fueron tomadas medidas autoritarias. Este error, junto con el retraso, la guerra civil, la hambruna, la intervención extranjera en la URSS durante estos años, crearon las condiciones para la aparición de la maldad burocrática que, bajo Stalin, destruyó al partido bolchevique y su liderazgo histórico.
2.

Lo que los medios de comunicación liberales o conservadores llaman la muerte del comunismo es de hecho la crisis del sistema de desarrollo burocrático y autoritario establecido primero en la URSS en la década de los años veinte y treinta sobre las cenizas de la revolución rusa. Es un modelo que ya fue criticado y rechazado en el nombre del marxismo por toda una generación de radicales, incluyendo a Leon Trotsky y Christian Rakovsky, Issac Deutscher y Abraham Leon, Heinrich Brandier y Willy Muenzenberg, Victor Serge y André Breton.

Lo que esta moribundo o muriéndose en Europa del Este no es el comunismo, sino su caricatura burocrática: el monopolio del poder por la nomenklatura.
3.

Esta crisis esta desarrollándose también en la URSS en una forma más contradictoria. Después de muchas décadas de inmovilidad y estancamiento burocrático, tuvo lugar un vigoroso proceso de demolición de la herencia estalinista, proceso impulsado por la dialéctica de las reformas desde arriba —promovidas por Mijail Gorbachov y sus colaboradores— y el movimiento democrático desde abajo —los frentes populares y clubes socialistas, ecologistas y reformistas.

La política de reformas del nuevo liderazgo soviético es una bendita mezcla de una importante apertura política (glastnost); una reestructuración económica mercantilmente orientada (perestroika), que pone en peligro algunos de los derechos tradicionales de los trabajadores; y algunas iniciativas muy positivas por el desarme nuclear, junto a una reducción substancial del apoyo a las revoluciones del Tercer Mundo (particularmente de Centroamérica).
4.

En la lucha política y social que está desarrollándose en la URSS y en otras sociedades no capitalistas, tanto dentro de la nomenklatura, como en la sociedad civil, muchas alternativas se confrontan en la vía para salir del modelo estalinista: a) la conservación del sistema político autoritario combinado con significativas reformas orientadas al mercado —el modelo Deng Xiaoping—; b) la relativa democratización de estructuras políticas y la introducción de mecanismos de mercado, y de dirección económica empresarial —la URSS, Bulgaria, Rumania—; c) la democratización según el modelo occidental y la generalización de la economía de mercado —esto es, la restauración del capitalismo—, como en otros países este-europeos; y d) la cabal democratización del poder político y una planeación socialista democrática de la economía —el programa radical de sindicatos obreros y opositores socialistas no logradas en ninguna parte hasta ahora.
5.

No hay mucho espacio para el optimismo sobre el resultado de la lucha, por lo menos, en el corto plazo. En la mayoría de los países de Europa del Este, los movimientos radicales que luchan por la alternativa socialista democrática o reclaman alguna relación con la tradición marxista han sido derrotados, incluso aquellos que poseían una historia de ríspida oposición al sistema burocrático. Además de las razones específicas de cada país, un elemento común explica este retroceso: durante 40 años, socialismo y marxismo han sido identificados con el sistema burocrático estalinista. Este ha sido el único punto de acuerdo entre propagandistas de los gobiernos del Este y sus antagonistas occidentales, entre Radio Praga y Radio Europa Libre —que esos estados son socialistas, que sus líderes están siguiendo políticas marxistas—. Confrontada con este unánime y formidable consenso, ¿qué peso podría tener la oposición de un pequeño grupo de disidentes marxistas? La propaganda occidental esta, claro, tratando de explotar esta situación para sus propios fines. Nadie podría hacer a Descartes responsable de las guerras francesas coloniales, ni a Jesús de la Inquisición; menos, inclusive, a Thomas Jefferson por la invasión norteamericana a Vietnam; y sin embargo, se ha hecho aparecer a Marx como el responsable de la construcción del muro de Berlín y del nombramiento de Ceaucescu como líder del Partido Comunista Rumano.
6.

No hay razón para aceptar el argumento —presentado como una suerte de verdad autoevidente por economistas del stablishment, ideólogos neoliberales, lideres políticos occidentales y editorialistas— de que la economía de mercado, el capitalismo y el sistema de beneficio son las únicas alternativas posibles para la fracasada economía de comando totalitario que existió en los países no capitalistas —un sistema en el cual un pequeño grupo de (incompetentes) tecnócratas decidió que hacer con la economía y despóticamente impuso sus decisiones sobre la sociedad—. Tertium datur. Hay otro camino, la planeación democrática de la economía por la sociedad, en la cual el pueblo decide, después de un debate plural y abierto, las principales opciones económicas, las prioridades de inversión, las líneas generales de política económica, esto es, democracia socialista.
7.

Ha sido un dogma impuesto por muchos economistas reformistas y líderes de países del Este decir que existe una directa y lógica relación entre las reformas orientadas a una economía de mercado y la democracia política, libertad económica y libertad política. El modelo Deng Xiaoping es un buen ejemplo en contra, como lo son algunos países del Tercer Mundo, que combinan economías neoliberales con formas extremadamente autoritarias de poder estatal. Por otra parte, la reciente experiencia china demuestra que, si bien las reformas orientadas al mercado pueden temporalmente resolver ciertas dificultades creadas por la planeación burocrática centralizada, esto genera nuevos e igualmente serios problemas: desempleo, éxodo rural, corrupción, inflación, crecimiento de desigualdades sociales, declinación de los servicios sociales, desarrollo de la criminalidad, subordinación de la economía a los bancos multinacionales.
8.

Los crímenes cometidos en nombre del comunismo y del socialismo por los regímenes burocráticos —desde las sangrientas purgas de los años treinta hasta la invasión a Checoslovaquia en 1968— han dañado profundamente incluso la misma idea de un futuro socialista y reforzaran la ideología burguesa entre amplios núcleos de población, tanto en el Este como en el Oeste. Sin embargo, las aspiraciones por una sociedad libre e igualitaria, por una democracia económica y social, por la auto administración y control desde abajo, están profundamente enraizadas en sectores significativos de la clase obrera y de la juventud en el Este y en el Oeste. Desde este punto de vista, socialismo y comunismo, no como un Estado existente, sino como un programa que ha inspirado luchas emancipatorias de las víctimas del capitalismo y el imperialismo durante siglo y medio, permanecerán vivos, tanto como la explotación y la opresión.
9.

Comprensiblemente, en la presente situación de crisis, uno puede encontrar entre muchos izquierdistas un estado de profunda confusión ideológica, desorden y perplejidad. Inclusive aquellos que no están todavía listos para abandonar toda la herencia marxista están preparándose a sí mismos para retirarse en buen orden. La tendencia dominante en la izquierda, tanto en el Este como en el Oeste —con la excepción de unos cuantos heréticos que aun creen en la necesidad de la revolución social—, es a una modernización del marxismo, adaptándolo a las ideas dominantes del liberalismo, el individualismo, el positivismo y sobre todo el mercado, sus ídolos, sus ritos y sus dogmas. En esta perspectiva, el fracaso del socialismo realmente existente tiene sus orígenes en el intento de la revolución rusa de romper (por lo menos parcialmente) con el modelo de civilización capitalista, con el mundo del mercado; la modernización del marxismo podría, entonces, implicar un cierto retorno a los cánones del sistema económico y social occidentales. La social democratización de varios partidos comunistas, en Este y Oeste, es una de las mayores formas de este intento de diluir el programa socialista. Lo que está siendo tirado, junto con el agua (extremadamente) sucia de la bañera —la naturaleza antidemocrática, burocrática y frecuentemente totalitaria de las sociedades no capitalistas y de su sistema de planeación centralizada—, es al niño, es la idea de transitar mas allá del capitalismo, hacia una economía planificada democráticamente. Lo que se está echando a rodar en este intento de “reconciliación con la realidad” (para usar una venerable formula hegeliana), no son los valores universales negados o pervertidos por el estalinismo —democracia, derechos humanos, libertad de expresión, igualdad social, solidaridad—, sino aquellos publicitados por élites occidentales —libre competencia, libre empresa, monetarismo, cultura de mercado.
10.

No hay duda de que el marxismo necesita ser cuestionado, criticado y renovado, pero esto deberá hacerse exactamente por la razón opuesta ofrecida por sus críticos burgueses: debido a que su ruptura con el modelo productivista del capitalismo industrial y con los fundamentos de la moderna civilización burguesa no fueron suficientemente radicales. Marx y los marxistas frecuentemente han ido tras los pasos de la ideología del progreso típica de los siglos XVIII y XIX, particularmente al presentar el desarrollo de las fuerzas productivas como el objetivo fundamental de la revolución y como el principal argumento de legitimación del socialismo. En ciertas formas de marxismo vulgar, el objetivo supremo de la revolución social no es una fraternal e igualitaria reorganización de la sociedad, no una utopía, junto a un nuevo modo de producir y de vivir, junto a fuerzas productivas de una naturaleza cualitativamente diferente, sino simplemente remover esas relaciones de producción como obstáculos al libre desarrollo de las fuerzas productivas. Uno difícilmente puede encontrar en El capital —exceptuando una o dos frases— elementos para comprender que “el desarrollo de las fuerzas productivas” puede poner en peligro la sobrevivencia humana, por intentar destruir el medio ambiente natural.

Como científico social, Marx no siempre trascendió el modelo burgués-positivista, basado en la arbitraria extensión de la esfera histórica del paradigma epistemológico de las ciencias naturales, con sus leyes, su determinismo, sus predicciones puramente objetivas y su desarrollo lineal —una tendencia llevada a sus conclusiones lógicas por una cierta clase de marxismo desde Plejanov a Louis Althusser.
11.

La esencia del marxismo esta dondequiera: en la filosofía de la praxis y el método dialectico-materialista, en el análisis del fetichismo mercantil y de la alienación capitalista, en la perspectiva de la auto emancipación de los trabajadores revolucionarios y en la utopía de una sociedad sin clases y sin Estado. Esta es la razón por la cual el marxismo tiene un potencial extraordinario para el pensamiento y la acción critica y subversiva. La renovación del marxismo debe empezar con la herencia humanista, democrática, revolucionaria, dialéctica, que se encuentra en Marx y en sus mejores seguidores: Luxemburgo, Trotsky y Gramsci, entre otros, una tradición que fue derrotada durante los años veinte y treinta por la contrarrevolución, el estalinismo y el fascismo. Por otra parte, para radicalizar la ruptura con la civilización burguesa, el marxismo debe poder integrar los desafíos prácticos y teóricos propuestos por la ecología, los movimientos feministas, la teología de la liberación y el pacifismo. Esto requiere la visión de una nueva civilización que no podría ser solo una versión más progresista del sistema capitalista industrial, con base en el desarrollo controlado estatalmente de las mismas fuerzas productivas, sino un nuevo modo de vida basado en el valor de uso y la planeación democrática; en la energía renovable y el cuidado ecológico, en la igualdad de raza y genero, en la fraternidad, en la sorority* y en la solidaridad internacional.

El triunfo presente del neoliberalismo y de la modernización burguesa a lo largo del mundo resulta de la imposibilidad de la socialdemocracia y el postestalinismo de ofrecer una alternativa significativa —que sea tanto radical como democrática— al sistema capitalista mundial.
12.

Más que nunca, el marxismo deber ser, como Marx sugiere: “la critica despiadada de todo lo que existe“. Rechazando las apologías modernistas del orden establecido; los discursos realistas que legitiman el mercado capitalista o el despotismo burocrático; el marxismo representa lo que Bloch llamo “el principio de esperanza”, la utopía de una sociedad emancipada.

Pero no hay una respuesta prefabricada para todas las cuestiones de la transición al socialismo: cómo combinar democracia representativa y directa; cómo articular planeación democrática con los residuos del mercado; como reconciliar desarrollo económico con imperativos ecológicos. Nadie puede reclamar el monopolio de la verdad; estas cuestiones exigen un debate plural y abierto en un proceso de mutuo aprendizaje.

  • Sorority: hermandad entre las mujeres.

El marxismo contemporáneo

El marxismo contemporáneo
Gabriel Vargas Lozano

En 2009 fue publicado en paperback el voluminoso libro titulado
Critical companion to contemporary marxism (*), compilado por Jacques Bidet, conocido filósofo francés y fundador de la revista Actuel Marx,
junto a Jacques Texier, en una primera época, y Stathis Kouvelakis, profesor de filosofía política del King’s College de Londres y autor del libro, Philosophy and Revolution: from Kant to Marx, entre otros.

En la contraportada se dice que “se trata de un volumen interdisciplinario que ofrece un panorama preciso de los recientes desarrollos de la teoría marxista en Estados Unidos, Europa (sin España), Asia (sólo un autor japonés) y mas allá”. Supongo que “el más allá” será Latinoamérica y África aunque, en realidad, se trata del marxismo europeo, que obviamente ha influido en el
mundo.

El libro está compuesto por 814 páginas y dividido en tres grandes temáticas: prefiguraciones, en donde se exponen las claves interpretativas del marxismo por Bidet, Kouvelakis, Tosel, Callinicos, Duménil y Levy; configuraciones, en donde se aborda el marxismo analítico, la escuela de Frankfurt, Lukács y la escuela de Budapest, la escuela de la regulación, el marxismo ecológico, las teorías del sistema-mundo capitalista, marxismo y teología de la liberación, socialismo de mercado, los radicales americanos, el marxismo político, el operaismo italiano, los estudios poscoloniales, la historia marxista británica, los análisis de clase marxistas, la nuevas interpretaciones de El Capital; la teoría del Estado, las teorías del racismo, el materialismo histórico y las relaciones internacionales, marxismo y lenguaje; y la tercera parte titulada figuras, conformada por estudios sobre Adorno y Marx, Althusser, Alain Badiou, Walter Benjamin, Roy Bhaskar, Bourdieu y el materialismo histórico, Deleuze, Marx y revolución, Jacques Derridá, Foucault, lector y crítico de Marx, el legado de Gramsci, la concepción de Habermas sobre Marx, Frederic Jameson, Henry Lefebvre, Kózó Uno y Raymond Wiliams.

Lo que uno puede decir después de esta simple mención es que el libro es impresionante y hay que felicitar a Bidet y Kouvelakis por esta iniciativa, al
tiempo que echamos de menos que no se haya hecho algo similar con las mejores iniciativas del marxismo latinoamericano durante la segunda mitad del siglo xx, para que, al menos, hubiera tenido un capítulo
en este libro.

Como se comprenderá, no es posible, en una reseña, abordar todas las
posiciones expuestas, sin embargo, la introducción y los cuatro primeros artículos nos ofrecen un panorama bastante completo de la perspectiva adoptada.

De entrada, Bidet y Kouvelakis nos dan una nota de optimismo: “El marxismo
está demostrando su persistencia, su productividad y su capacidad para adaptarse a contextos y coyunturas” (p. XI), y luego tres precisiones: en primer lugar, la posición ortodoxa se ha hecho añicos y no es ya sostenible; en segundo, asumir un post-marxismo implica la presunción de que el marxismo está agotado, lo cual no se puede sostener debido a las múltiples razones que se ofrecen en los trabajos incluidos y, en tercer lugar, la adopción de un neomarxismo, como el que los autores sostienen, implica una re-interpretación de Marx, pero a partir de nuevos contextos y descubrimientos.

En efecto, si el mundo ha cambiado en cierto sentido, y se han presentado nuevos fenómenos como el del capitalismo globalizado, la crisis ecológica, cambios en el proceso de trabajo, la urbanización, los nuevos movimientos sociales, etcétera, se requiere también ofrecer nuevas reflexiones, pero que no impliquen una ruptura con algunas de las tesis fundamentales de Marx. Por
tal motivo, podemos decir que en este libro se registran una serie de aportes que apuntan hacia una profunda renovación del marxismo.

En el prólogo también se registra un desplazamiento del interés por el marxismo del sur de Europa y Latinoamérica hacia el mundo anglófono. ¿Cuáles son las causas de este desplazamiento? La respuesta a esta
pregunta se desprende de los diversos ensayos incluidos, pero podemos considerar que se trata de un fenómeno relacionado con dos grandes fracasos políticos: por un lado, el derrumbe del llamado socialismo real y, por otro, el fracaso del eurocomunismo, que fue adoptado activamente por los
partidos comunistas de Francia, Italia y España.

En el caso de diversos países latinoamericanos influyeron los fracasos políticos de la izquierda y la influencia del neoliberalismo, sin embargo se registra una cierta recuperación en países como Ecuador, Brasil, Argentina, Venezuela y Bolivia, debido a la necesidad de fortalecer la resistencia.

En el análisis que hacen los autores sobre corrientes de pensamiento y temáticas podemos reconocer prácticamente a todas, debido a que han estado presentes en los debates del mundo hispánico. Por ejemplo, Callinicos se refiere a los aportes de los historiadores ingleses como Thompson,
Dobb, Hobsbawm, Anderson, así como el marxismo analítico en sus tres etapas: la iniciada por Cohen, a través de su Teoría de la historia en Karl Marx
; de Jon Elster (aplicando el individualismo metodológico en su Making sense of Marx), John Roemer (en su A General theory of explotation and class, en
donde separa la teoría de la explotación de la teoría del valor/trabajo) y las tesis de Wright y Brener.

Frente a la tesis de Ronald Aronson, en el sentido de que el marxismo ha muerto, la hipótesis de Callinicos es que “el marxismo no ha sido técnicamente refutado pero ha sufrido severos golpes políticos”. En otras
palabras, el marxismo sigue siendo viable pero no niega que existan anomalías, silencios y otras limitaciones que requieren más análisis y propuestas.

Al final de su interesante ensayo, en donde da a conocer autores que no se han
traducido al español, como Chris Harman, dice que el problema central es cubrir el vacío existente entre teoría y praxis, y ofrece tres opciones: primera, la de validar la interpretación de Marx a través de una teoría de la modernidad, como hace Jacques Bidet, quien efectúa un deslinde crítico con Habermas y Rawls.

Por cierto, en México acaba de morir prematuramente Bolívar
Echeverría, quien trabajó también en una teoría de la modernidad y sobre la hipótesis de una modernidad barroca que sería propia de Latinoamérica; segundo, la posición posmoderna de un Fredric Jameson que implica su reconstrucción en vista de que estamos en una nueva época. (Como nota
al calce, creo que Callinicos, en su pregunta ¿hacia dónde va el marxismo anglo-sajón?, se quedó corto en el análisis del marxismo norteamericano)

Y tercero, el registro de que entramos en una nueva etapa de luchas suscitadas por el capitalismo en su fase neoliberal, lo que permitirá al marxismo convertirse de nuevo en fuerza material. Esta última tesis es la del filósofo griego radicado en Inglaterra.

Por su lado, André Tosel, profesor emérito de la Universidad de Niza, hace un
balance muy amplio e incisivo del desarrollo del marxismo en Italia y Francia. Con respecto al marxismo italiano, que fue conocido por su riqueza teórica que convoca a figuras como Della Volpe, Luporini, el primer Colletti, Mario Dal Pra, Ludovico Geymonat, Umberto Cerroni, Giusseppe Vacca, etcétera, se nos ofrece la hipótesis de la incapacidad del pcipara sortear dos crisis: la que provino de la transformación del capitalismo globalizado y la del derrumbe
del llamado socialismo real aunque, en este último caso, conocemos la posición crítica frente a dicha experiencia que tuvo sus raíces en Gramsci y Togliatti.

A juicio de Tosel, el comunismo italiano no fue capaz de responder a problemas como: las funciones que tendría el estado socialista para preservar las libertades civiles; qué pasaría con las instituciones de libertad después de la conquista del poder y cuál sería una alternativa a la democracia representativa. Cuestiones planteadas por Bobbio en su momento, a fines de los setenta.

Tosel dice: “por lo general, el marxismo italiano cometió, en términos generales, un suicidio, a través de una precipitada metamorfosis social-liberal, terminando por aceptar e liberalismo de las teorías de la justicia de John Rawls” (p.59). Sería interesante contrastar esta hipótesis con parte de lo ocurrido en España.

A pesar de lo anterior, el marxismo italiano ha tenido a otros autores como Costanzo Preve (La filosofía imperffeta- Una proposta di riconstruzioni del marxismo contemporáneo1984) y Domenico Losurdo, un excelente historiador de la filosofía que publicó, en 2006, una Controhistoria del liberalismo, aparte de una biografía intelectual de Nietzsche, entre otros.

Nuevamente encontramos aquí que el marxismo tiene dos registros, uno es el teórico, en donde encontramos mil marxismos (Wallerstein), y otro es el práctico político, como en Italia y en Francia. También en el último país se observa una pérdida de la identidad del Partido Comunista Francés frente a la socialdemocracia. Las dos preguntas que plantea Tosel son: ¿qué clase de
democracia es posible o deseable después de la autodisolución de la democracia representativa capitalista?, y ¿qué clase de revolución puede haber después del fracaso del comunismo soviético y el fin de cierto tipo de violencia? A ello responde el propio Tosel a través de su libro Democratie et liberalisme, 1995.

En el caso de Francia se registran, en los últimos tiempos, importantes iniciativas, como la desarrollada por Jacques Bidet en su último libro,
Théorie General(1999), insuficientemente discutida y que arranca con una nueva lectura de El Capital de Marx; las polémicas reflexiones de Balibar
en sus libros, como el dedicado a la filosofía en Marx o Race, Class, Nature
de 1988 que abandona la tesis del marxismo como concepción del mundo o de un partido; y la poco conocida tesis de Jean Robelin, Marxisme et socialisation (1989), entre otras.

Como hemos dicho, no es posible analizar todos y cada una de los ensayos que conforman esta rica antología. Pienso que el libro es de lectura y discusión obligadas para los que se interesan en la situación del marxismo actual y sus posibilidades futuras, en forma seria. Los demás podrán seguir pensando que el único mundo posible es el neoliberalismo o, peor aún, el neoconservadurismo.

(*) Critical companion to Contemporary Marxism.
Edited by Jacques Bidet and Stathis Kouvelakis. First published in 2005, Brill Academic Publishers; Paperback 2009, Chicago, Ill. Haymarket books.
(**) Profesor-investigador de la uam-i y director de la revista Dialéctica.