“Contra el peligro de un pensamiento estancado”.

Entrevista a Aurelio Alonso por Yohanka León del Río, “Contra el peligro de un pensamiento estancado”.

Yohanka León Del Río
11 January 2013
Biblioteca Contracorriente

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Publicada en la Revista Cine Cubano

AURELIO ALONSO (Cuba, 1939)

Licenciado en Sociología en la Universidad de La Habana. Fundador del Departamento de Filosofía. Miembro del Consejo de Dirección de la revista Pensamiento Crítico desde su creación en 1967 hasta su desaparición en 1971. Publicó en 1998 su libro Iglesia y política en Cuba, y también más de ochenta artículos, desde materiales de prensa hasta ensayos en revistas especializadas, en Cuba y en el extranjero. Designado en el 2003 coordinador del Grupo de Trabajo de CLACSO sobre Religión y Sociedad. En la actualidad es Investigador Titular del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) y Profesor Titular Adjunto de la Universidad de la Habana. Es miembro del Comité de Redacción de la revista Alternatives Sud , publicada en Bélgica. Colabora habitualmente en las publicaciones cubanas Temas , Revolución y Cultura , Marx Ahora , Debates Americanos , y en el exterior en Alternatives Sud.

YOHANKA LEÓN DEL RÍO

Profesora de Filosofía de la Universidad de La Habana, investigadora, miembro del Grupo de Investigación América Latina: Filosofía Social y Axiología (GALFISA), del Instituto de Filosofía del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente de Cuba.

Yohanka León: Una vez más, la Videoteca Contracorriente del ICAIC nos ofrece la oportunidad de conversar con un amigo y profesor entrañable: Aurelio Alonso Tejada, investigador titular y subdirector de la revista Casa de las Américas. Bienvenido.

Aurelio Alonso: Muchas gracias.

Y. L.: ¿Cómo era el joven Aurelio Alonso? ¿Vivió la conmoción revolucionaria del año 1959?

A. A.: Ah, bueno. Yo creo que muchas de mis vivencias fueron comunes a las de otros jóvenes de aquella época que tenían mi edad: al triunfo de la Revolución yo tenía diecinueve años, estaba al cumplir los veinte, y estudiaba en el extranjero. Abandoné mis estudios para regresar a Cuba ante el impacto del hecho revolucionario; y decidí no volver al extranjero porque sentí la fuerza enorme de las transformaciones que comenzaban con la Revolución. Más la fuerza ética que la fuerza política. He dicho a veces, no siempre, sino a partir de que lo he reflexionado un poco, que sentí la enorme carga de libertad que una transformación revolucionaria genera como posibilidad; no en el sentido clásico de «quiero más libertad», «que me den más libertades». No es la forma liberal de concebir la libertad, es la forma que, incluso, pudiéramos decir que Marx hereda de la visión de Hegel: la libertad ligada a la necesidad de la comprensión histórica, de las posibilidades ante las que se enfrenta una generación, ante las que se enfrenta una comunidad, ante las que se enfrenta una nación, incluso, ante las que se enfrenta una familia, y que permiten un marco de realización y un marco de compromiso, que es realmente el punto de referencia para la libertad. Es el planteamiento de Ortega y Gasset cuando hablaba de las circunstancias: «soy yo y mis circunstancias»; es una reflexión que no está resumida a una ideología solamente, es decir, hay mucho pensamiento filosófico detrás. Tú siempre estás condicionado por tus circunstancias y tú siempre eres un actor clave sobre esas circunstancias. Eso yo lo viví muy fuertemente.

Y. L.: Hablando de circunstancias y mencionando a Ortega y Gasset y la filosofía, usted ha dicho en varias ocasiones que su incursión en la enseñanza de la filosofía y del marxismo, en la Universidad de La Habana, en esos inicios de los años sesenta, lo marcaron definitivamente desde el punto de vista existencial y desde el punto de vista profesional. Usted ha dicho que los profesores eran «hijos de la urgencia», por la formación rápida que recibían para la enseñanza del marxismo en la Universidad. Y precisamente en relación con esto quería que conversara un poco sobre esos destinos, sobre ese curso del marxismo en los primeros años del proceso de institucionalidad cubana, de la reforma universitaria.

A. A.: En efecto, los años que van de 1962 a 1965 ó 1966 son definitivos, porque en realidad, yo no empecé mi vida universitaria estudiando Filosofía; comencé estudiando una carrera ya casi olvidada por mí, que fue Administración de Negocios, es decir, estudié una carrera vinculada más bien a la contabilidad, y empecé a trabajar también en Cuba en empresas del Ministerio de Industrias. Pero también estudié Derecho y, en el marco universitario, cuando se produce la necesidad de enseñar Filosofía, ya yo tenía algunas lecturas filosóficas marxistas y no marxistas —más no marxistas que marxistas—, y poseía cierta inclinación y vocación, sobre todo, por el pensamiento filosófico. Y me alisté, me propusieron y acepté el desafío de dedicarme a la enseñanza de esta disciplina. La filosofía, las ciencias sociales, la reflexión filosófica y sociológica, me capturaron con mucha fuerza, y ya nunca me pude distanciar de eso.

Y. L.: Aurelio, esa fue una etapa de enconadas polémicas. Recientemente, Graziella Pogolotti publicó una compilación de las polémicas culturales que se produjeron en esa época. Pero también hubo una polémica en la que usted tuvo una activa participación, que fue la «polémica de los manuales». ¿Qué marxismo se asumió? ¿Cuál fue la polémica en relación con esto? ¿Por qué en relación con los manuales? ¿Qué pudiera conversar con nosotros acerca del papel del marxismo y el encuentro de la Revolución cubana con el pensamiento marxista en ese momento?

A. A.: Bueno, ¿qué te diría yo? Es una pregunta muy difícil de responder de forma breve. Podría resumirla a mi experiencia personal o podría enfocarla en función de mi concepción, es decir, de la lectura que yo tengo de la entrada del marxismo en Cuba y de las polémicas mismas como fenómeno. En cuanto a mi experiencia personal, es inevitable decirlo: el grupo nuestro se formó en el marxismo soviético, es decir, con profesores hispano-soviéticos, y enseñamos la filosofía. Realmente ya yo había leído un poco a saltos, había leído a otros filósofos más bien contemporáneos, existencialistas algunos de ellos, y tenía cierta inclinación hacia el pensamiento de Sartre. Pero en realidad el marxismo me capturó muy rápido, incluso a través del mismo manual. Este me dio una cierta seguridad: la seguridad que ofrecen los manuales, que es superficial. Y entonces empezamos a formarnos dentro de esa visión del marxismo manualizado; fue en el curso del estudio de la filosofía y de la mirada de la realidad cubana que fuimos cambiando hacia una visión crítica, leyendo a otros autores, comprendiendo que no todo estaba dicho dentro del marxismo y que no toda la verdad estaba dentro; que no todo se decía desde el marxismo… y que la realidad necesitaba un análisis más dinámico; que la dialéctica era otra cosa… El grupo nuestro representó una herejía. Bueno, nosotros quizás nos creímos que éramos los portadores de una nueva ortodoxia de la Revolución y nos equivocamos: la nueva ortodoxia de la Revolución no existía, era la Revolución misma. Es decir, nosotros teníamos una lectura y creo que éramos orgánicos en ese sentido, pero los otros también. La contienda entre dogmáticos y no dogmáticos, o revisionistas y no revisionistas, según el ángulo desde el que tú la mires, no es tan sencilla, no es tan lineal, no es tan dual, porque la historia es muy compleja. No es una contienda de enemigos, es una contienda de lecturas. Bueno, para decirlo con palabras del día, es parte de la «batalla de ideas» de entonces, de hoy, y de muchos años en un futuro.

Y. L.: La «batalla de ideas» es permanente, y yo creo que también en esa etapa una batalla de ideas importante fue la desempeñada por la revista Pensamiento Crítico.

A. A.: La revista Pensamiento Crítico fue un proyecto que se tronchó, es decir, se realizó en un sentido y se tronchó en otro, porque no logró su plena madurez. Fue una revista que comenzó a salir en el año 1967 y se nos planteó que teníamos que dejar de publicarla en el año 1971. Es decir, fueron 52 números… ¿52, verdad?

Y. L.: 52 ó 56…

A. A.: No, 53 creo, si no recuerdo mal. Si la memoria no me falla, fueron 53. Y, por supuesto, desaparece en un momento en que está ganando una madurez sobre todo en cuanto a participación cubana. Yo nunca llegué a escribir en Pensamiento Crítico: no hay ningún artículo mío en esa publicación. Hay varios prólogos de números que yo preparaba; Fernando creo que nada más llegó a publicar dos artículos en la revista… Es decir, los primeros números más bien eran reproducciones, trabajos de otras colaboraciones. Nosotros no queríamos hacer una revista que fuera para lanzarnos a nosotros mismos, sino difundir un pensamiento que creíamos que no tenía suficiente promoción en Cuba. Deseábamos mostrar una imagen de y hacia América Latina, pues la selección de los textos era realizada por cubanos, mostrábamos nuestra mirada, la visión de generaciones jóvenes, cercana y articulada al proyecto revolucionario. Por eso también pensábamos que éramos los orgánicos: yo hoy pienso que orgánicos éramos muchos, no solo nosotros. Quizás hoy conozco más a Gramsci; entonces lo empezábamos a conocer… La revista desaparece en un momento en que estábamos entrando nosotros mismos en ella, con mucha cautela, con mucho cuidado, con temas en los que estábamos seguros que podíamos entrar, etc. Sin embargo, a la vuelta de los años, nos hemos dado cuenta de que la revista circuló tremendamente por América Latina: llegó a tener una tirada de 15 000 ejemplares, y sabemos que por lo menos unos 5 000 o un poco más, circulaban en América Latina. Incluso, muchos compañeros de la izquierda latinoamericana de hoy, que no vivieron la época de la revista, que nacieron después, la conocen, les ha sido útil, importante en la formación de ellos, importante en la renovación del pensamiento de izquierda. Es decir, esa izquierda a la cual el derrumbe socialista no amilanó… No me gusta decir el «derrumbe socialista» porque queda muy ambiguo: el derrumbe del experimento socialista del siglo XX… Me gusta siempre puntualizar que el socialismo no ha fracasado: lo que ha fracasado es el experimento temprano del socialismo, el primer experimento del socialismo, el del siglo XX, y lo que nos está indicando también es que posiblemente en el siglo XX era muy temprano para pensar que iba a tener éxito… Hay compañeros, muchos compañeros de esa izquierda, que han logrado recoger este mensaje y retomar el reto en América Latina, de la búsqueda de un socialismo del siglo XXI o como le quieras llamar; de la reconstrucción del socialismo; del hallazgo de un socialismo viable; de la búsqueda en cada país de las coordenadas de ese socialismo, cosa que ya está floreciendo con mucha fuerza. Y muchos de esos compañeros se han formado tomando a Pensamiento Crítico como punto de referencia importante. Para nosotros, ese es el gran elemento de aliento. ¿Cómo decirte? No quisiera verlo yo mismo como un elemento de vanidad, y pensar: «esto demuestra que nosotros éramos los que teníamos la razón en aquella época», no. La razón nunca la tiene nadie completamente, es decir, la razón siempre está en un lugar a mitad de camino. Pero la satisfacción es darnos cuenta de que nuestra herejía se insertaba dentro de la lucidez revolucionaria de la época, como se insertaba la herejía del Che mucho más que la de nosotros.

Hay muchos compañeros que ya han trabajado Pensamiento Crítico como publicación, incluso se ha puesto un poco de moda en Cuba y fuera de Cuba, y me alegro de eso, porque ha mostrado que el grueso de los artículos de la revista son sobre temas políticos, económicos y sociales de América Latina, sobre los problemas políticos y sociales del Tercer Mundo y del Primer Mundo también. Por ejemplo, recientemente estuve buscando entre viejos números de revistas con motivo de una nueva que hice por el aniversario del Mayo francés de 1968, y te puedo asegurar que no encontré un dossier más completo de aquella época que el número que nosotros hicimos de Mayo del 68. En aquel momento no estaba seguro de eso, pero ahora te digo que fue un número excepcional; el número de la Revolución del 30 también fue excepcional… En fin, hay números de la revista que quedan… Hay un número sobre Martí que lanza el ensayo de Ramón de Armas, creo que después fue incluso Premio Casa, y el ensayo de Pedro Pablo Rodríguez, es decir, hay un número dedicado a Martí que también fue excepcional. La revista tuvo números verdaderamente geniales. Y no solamente sobre América Latina, pero América Latina fue el tema central de la revista. ¡Y qué decirte! Estaba lo polémico, estaba el análisis académico de las problemáticas coyunturales y, en menor medida, estaba lo teórico. La revista no era una revista de filosofía o una revista esencialmente de pensamiento; era una revista que abarcaba un espectro ensayístico muy amplio que iba de lo coyuntural a la reflexión más abstracta.

Y. L.: Por eso yo le quiero hacer esta pregunta muy precisa: ¿qué desafíos le plantea al pensamiento social crítico la urgencia de la formación política de los movimientos sociales populares?

A. A.: Ese es uno de los problemas centrales de hoy. Yo creo que… Creo no: considero evidente que las fuerzas de cambio en el Tercer Mundo, pero específicamente en América Latina, que es nuestro escenario más cercano de inserción, han basculado —y esto lo han planteado muchos autores, no estoy diciendo nada nuevo— de las fuerzas propiamente políticas, es decir, de los partidos, movimientos políticos, etc., a los movimientos sociales. Cada vez han tenido un peso mayor los movimientos sociales y yo creo que esto es un hecho que, aunque algunos critican, se va a reforzar, ha habido momentos de avance y momentos de reflujo, pero a mi juicio esta es una tendencia que se va a instalar. Hoy en día, nosotros tenemos una de las fuerzas no solamente sociales, sino políticas y hasta ideológicas, más importantes del continente, que es el movimiento «sin tierra», y su expansión en ese gran movimiento internacional que se llama «vía campesina», que tiene un peso muy significativo en el presente de Brasil, en el presente de América Latina en general, y en el futuro. Pero, por otra parte, los movimientos indigenistas, en toda la región andina, tienen también un significado de primer orden. Hasta hace poco, el indigenismo era un actor invisible, invisible para la teoría (a pesar de Mariátegui que estaba ahí como referencia), para la teorización sobre el peso del movimiento indigenista como movimiento social y su significado en la lucha de clases… Porque el problema es ese: no es que los movimientos sociales desplacen a la lucha de clases, es que los movimientos sociales fuerzan a las correlaciones de clases a actuar en otra forma, o quizás sea que las correlaciones de clases le imponen sus tareas principales a los movimientos sociales sobre otra forma de organización. No me atrevo a decir qué incide sobre qué con más presión, pero esto, por supuesto, constituye un reto esencial para el pensamiento crítico de hoy, de nuestros días: la colocación del movimiento social en su justo lugar y la relación entre movimiento social y política. No me gusta decir «la relación entre movimiento social y movimiento político», sino la relación entre movimiento social y la política como ejercicio.

Y. L.: Vamos entonces a pasar al tema de Cuba. En su último texto, recientemente publicado en Rebelión, habla de los desafíos del socialismo en Cuba más allá de la economía.

A. A.: Ese último artículo es realmente una ponencia y se introduce en la economía… No es posible enfocar la producción de un futuro socialista dejando la economía de por medio; no es posible decir «yo me encargo de lo político y no de lo económico». No, a mi juicio eso no es posible. Incluso nosotros tenemos hasta que evaluar los inmensos aportes sociales de la Revolución, críticamente, en el plano económico, porque Cuba, la Revolución, desde los sesenta hasta nuestros días, muchas veces ha tomado decisiones y realizado inmensos aportes sociales sin preguntarse antes cuánto van a costar en el plano económico. Eso entraña una enorme virtud y es la de no subordinar la necesidad social a la posibilidad económica; pero entraña un defecto también, es decir, el defecto de involucrarse en proyectos que después no estás en condiciones de sustentar. Son cosas que en el pensamiento socialista del siglo XXI tenemos que ver cómo se resuelven. Ahí está vinculado todo el problema de encontrar un patrón de eficiencia económica que sea capaz de darle sostén a las políticas sociales. Y en ese trabajo yo planteo que hoy en día el desafío más grande que tiene la Revolución cubana, que tiene el socialismo cubano y el proyecto socialista cubano, sigue siendo —cincuenta años después de la victoria del 59— el de encontrar un patrón, un factor, un elemento de eficiencia que la haga sustentable, y que supone cambios estructurales.

Y. L.: Institucionales también.

A. A.: Sí, también institucionales. Yo los pienso económicos, los pienso políticos y los pienso en la esfera de la espiritualidad también. Mira, ¡qué decirte! A veces me da miedo que las cosas que digo y repito sean clichés, pero tengo que decirlas. Pienso que el hombre nuevo, la idea de ese hombre y el avance hacia él, nunca será total; en lo que yo creo que la Revolución tiene mucho avance es en la generosidad de los médicos y de nuestros combatientes internacionalistas, en fin, en muchos elementos de conducta…, pero también tiene cuotas de egoísmo que no se han logrado superar. Y lo he dicho en varias ocasiones, considero que hay que sacar el deseo del automóvil de la cabeza humana. ¿Te ríes? Bueno. Yo no estoy diciendo que hay que acabar con los automóviles, ni que no quiero un carro, o que prefiero irme caminando… Creo que el automóvil es el mayor signo de deformación individualista que el capitalismo del siglo XX nos impuso y que el socialismo compró. Y el socialismo cubano también, porque en cuanto el proyecto cubano se afilió al CAME y tuvo un poco de holgura, no empezó por asegurar el transporte público: empezó por comprar Fiat, Peugeot, Ladas y Moscovitz, y qué se yo, y comenzó a vender automóviles. Nunca ha habido un aseguramiento del transporte público. Entonces, pienso que una sociedad tiene que resolver los grandes problemas sociales, y los grandes problemas sociales tienen que estar primero que los problemas que satisfagan necesidades individuales; y cuando se antepone la satisfacción de esas necesidades, no solamente se yerra en el plano económico, sino también en el plano de la formación moral de la sociedad, porque se lleva al ser humano a circunscribirse a la satisfacción de una necesidad personal, a veces por encima de todas las demás cosas. El hombre en una sociedad nueva tiene que hacer avanzar también su formación en el sentido de tener objetivos distintos, de poder reflexionar estas cosas con otros criterios más altruistas.

Y. L.: Aurelio, usted ha señalado en este último trabajo los temas de la economía, cómo pensar, cómo debe ser una economía socialista. ¿Y se ha acercado a pensar si la democracia es el desafío para el poder popular en Cuba, o a la inversa, es más el poder popular el desafío para la democracia cubana?

A. A.: Yo creo que la democracia es el desafío para el Poder Popular y que el poder popular es el desafío para la democracia. Creo que es una dinámica, una dialéctica complementaria, porque precisamente es el poder popular… no el que tenemos, que no estoy diciendo que sea malo ni bueno, en fin, tiene cosas muy importantes y tiene frustraciones también muy grandes, y déficits, es decir, cosas que le faltan, cosas que ha realizado de manera insatisfactoria. Estoy hablando del poder popular dicho literalmente, es decir, el desideratum. Tampoco el que está en la utopía, sino el que está en lo que podemos realizar a partir de lo que tenemos, porque no hay que pararse en la utopía. No hay que perder de vista la utopía; pero hay una realidad posible que está delante de nosotros y que está poco realizada; hay una institucionalidad insuficientemente aprovechada, tratada, respetada y desarrollada. Hay una cierta incapacidad para desarrollar esa institucionalidad, una rutinización de las respuestas; ese es un mal que tenemos y que atenta contra la institucionalidad, la que nosotros mismos nos hemos creado. Lamentablemente, nosotros no podemos decir que tenemos una democracia participativa; es algo que no existe en ningún lugar, ¿qué cosa es participativa? ¿Participativa es que te citen a la manifestación y que tú vayas? No, eso es… no sé, eso podría ser «democracia movilizativa». Participativa es que tú tengas un rol, un papel en las decisiones que tienen que ver con tu comunidad, hasta las que tienen que ver con tu país. Hay una cita del Che que yo la repito bastante, no porque no haya otras que se aproximen: él habla de que las masas tienen que llegar incluso a decidir, a poder participar en la decisión de qué parte de los ingresos del país van al consumo y qué parte a la acumulación. Eso me parece que lo esclarece todo. El poder real, la democracia real que supone el poder popular… El poder popular debe ser la democracia y eso vamos a decir que es una tarea pendiente, en la cual nosotros estamos situados en un plano más viable de realización que otros muchos sistemas. El problema es que a veces parecería que no lo vemos, que nos solazamos demasiado en lo que tenemos y nos conformamos demasiado con lo que tenemos, nos complacemos. Hay una cierta lectura complaciente de nuestras realizaciones, de nuestros logros. Lo mismo pasa en la economía. Nosotros hemos desarrollado una economía sumamente estatizada y sumamente inoperante, con muchos errores; con la quimera de que nosotros eliminamos lo que se puede eliminar: que se podía eliminar el mercado con medidas administrativas, lo cual la historia ha demostrado que es falso. Porque lo que haces es relegarlo a una segunda economía, que es la informal, que en situaciones de alguna holgura económica la puedes mantener en cierto equilibrio, pero cuando la economía entra en crisis, como sucedió a partir del año 1990… Y como todavía está en crisis, el mito de que el Período Especial pasó es un poco ingenuo. «Período Especial» fue una forma de anunciar los efectos que el país iba a sufrir cuando se derrumbara el sistema en Moscú. El problema es que la economía cubana estaba cayendo, desde 1990 a 1994; en el año 94 se queda ahí y después tiene momentos de mejoría; con el cambio del escenario latinoamericano, con el alza del comercio con China, con los resultados del turismo que ya venía, a partir de 2000 vuelve a tener un proceso de recuperación. Ahora, el problema es que todos los momentos de la historia económica del país, después de 1959, han estado muy marcados —más allá de que se haya tenido siempre una utopía— por imposiciones cortoplazistas. El país ha tenido que tomar decisiones constantemente para subsistir mañana. No sé si me explico. Cuando la bancarrota de finales de los sesenta y después de la zafra de los diez millones (que era una bancarrota, con diez millones o sin ellos), el país acudió al CAME. Acudir al CAME era una decisión en principio cortoplazista, porque era salir del problema: era el CAME el que daba una salida al problema y ya, y el largo plazo se enrumbó también por ahí. Pero después de 1990, el país ha estado acosado por los efectos de la caída de aquel sistema y tomó medidas, reformas, más bien determinadas por la imposición de problemas que requerían respuesta a corto plazo. Nosotros tenemos que llegar a la construcción de una estructura económica en nuestra sociedad que balancee la propiedad estatal, que concentre la propiedad estatal en aquello que el Estado tiene que administrar para darle las seguridades a la sociedad, y que se saque de encima, en formas de producción cooperativa, asociativa, comunal y familiar —privada también—, los sectores de la economía que pueden funcionar mejor en esa forma y que pueden ser controlados por el Estado; control para los sectores no estatalizados y estatalizar los sectores que son determinantes para la economía. Ah, bueno, y ahora tú me preguntarías: «¿y cuáles son los sectores determinantes y cuáles no?». Bueno, ese no es ya el problema. El problema es que eso es algo que tiene que definirse por la sociedad misma, porque en la composición de nuestra economía serán unos y en la composición de la economía de Ecuador, por ejemplo, serán otros. Claro, nosotros tenemos la diferencia de que el futuro de Ecuador, para balancear adecuadamente su economía, está en nacionalizarla; el futuro nuestro, para balancear adecuadamente nuestra economía, está en desnacionalizarla. No quiero decir en privatizar, no me gusta la palabra «privatizar» porque no se trata de eso: se trata de dejar de identificar «socialización» con «estatización». Como dice Boaventura de Souza Santos, y yo estoy de acuerdo con él en eso, igual que el capitalismo significa no una sociedad donde todas las relaciones de producción son capitalistas (hay distintas relaciones de producción, pero las que dominan son las capitalistas, las que tipifican a la sociedad son las capitalistas), bueno, el socialismo tiene que ser una sociedad en la cual no quiere decir que todo sea nacionalizado, estatal. No puede ser que la socialización se identifique con la relación estatal, porque la relación estatal puede ser ineficiente, y suele ser ineficiente en muchos niveles. Y entonces en esos niveles en los que es ineficiente, para que el conjunto de la sociedad sea eficiente y, por lo tanto, que el conjunto de la economía socialista sea eficiente, esa economía socialista tiene que desnacionalizar, que hacer cambios estructurales en esa dirección. Esa es una tarea pendiente muy fuerte en nuestra economía.

Y. L.: Creo que vamos a ir terminando, el tiempo se nos está acabando. Ya esta es una pregunta que va más hacia lo que en toda la entrevista usted ha mostrado: el oficio del pensamiento crítico y la misión del pensamiento crítico comprometido. Hubo quien mal colgó un pésimo cartel a su generación, calificándola como «la del silencio», y usted en su momento indicó que no era precisamente «del silencio», sino de «la lealtad». ¿Cuál es el desafío de la coherencia en el ejercicio intelectual?

A. A.: Bueno, es que realmente esto tiene que ver con la relación entre el intelectual y la Revolución, en el sentido de la militancia. Yo estaba hace poco releyendo un pasaje de un debate que se produjo aquí en la Casa de las Américas, a los diez años de la Revolución, donde se entraba en ese tema entre varios intelectuales, y Roque Dalton decía una cosa muy interesante… No puedo citarlo ahora literalmente, porque estoy simplemente recordando esa lectura, pero decía que el intelectual tenía que ser incondicionalmente revolucionario, pero que esa incondicionalidad suponía la dimensión crítica, porque para ser incondicionalmente revolucionario, tienes que ser autocrítico, y si tienes que ser autocrítico, también tienes que ser crítico. En tu incondicionalidad de revolucionario está implicado el sentido crítico de tu pensamiento, porque no puedes ver a la Revolución como algo perfecto, sino como algo perfectible siempre, y el sentido autocrítico tuyo es una bella forma de expresarlo. No sé si tenga más de sentimental que de argumentación ética, pero es una forma muy bella de expresar una relación que existe y que hace la lealtad; la lealtad no con un hombre, sino la lealtad con las ideas que ese hombre, o esos hombres, han defendido, con las que tú te has sentido identificado y de las que formas parte en el compromiso de una construcción política, social, distinta, con un objetivo distinto, pero que no quiere decir que te conviertas en un repetidor.

Y. L.: Ahora una pregunta pequeñita, si puede: desde esa incondicionalidad, desde esa lealtad que usted identificó para su generación, más concretamente, ¿cuáles serían, aunque sea de una forma esquemática, las tareas que tiene ante sí, hoy, el pensamiento crítico social en América Latina?

A. A.: Bueno, sobre qué es lo que nos toca a los cubanos es como yo entiendo tu pregunta: ¿qué cosa hemos dado nosotros? Lo primero que hemos dado es un ejemplo de resistencia; y lo otro, junto a ese ejemplo… vamos a decir mejor que dentro de ese ejemplo de resistencia más que junto a él, es la capacidad de hacer transformaciones orientadas hacia el mundo que queremos. No es que hayamos llegado; estamos muy distantes, tenemos muchos fracasos arriba. Nuestro desafío está en seguir dando los resultados de nuestra experiencia, y también en aprender algunas cosas de lo que está pasando en los nuevos procesos latinoamericanos. Yo creo que hay cosas también que nosotros tenemos que aprender de lo que sucede en Bolivia y en otros espacios… No es que busquemos allí quien nos tenga que enseñar, sino las experiencias del proceso mismo: cómo se comporta la relación con el pueblo, cómo se comporta el cambio de institucionalidad, por qué tienen un significado tan grande la constitucionalidad y las modificaciones de las constituciones de esos países, y nosotros no hemos asumido que aquí tendrían que tener un significado más grande también esa constitucionalidad y los cambios constitucionales. Hay cosas que aprender.

La pasión por la teoría

La pasión por la teoría
Yohanka León del Río , Félix Valdés García • La Habana, Cuba

La filosofía no es siempre un saber necesario, pero para las revoluciones se convierte en un saber imprescindible. En ocasiones viene a menos, se convierte en lujo del espíritu, en ejercicio baldío y de placer, se enajena de su mundo, como la mayor parte de las veces se esquiva por constituir un estorbo adicional ante las cosas prácticas e inmediatas.

Vladímir I. Lenin, en vísperas de una gran revolución en mente, se sumergió en la apacible sala de lecturas de la biblioteca de Berna, entre 1914 y 1915, para leer la Ciencia de la Lógica y entender a Hegel, para comprender a Marx, o para reafirmarse que la dialéctica expuesta aquí, invertida por Marx, es el álgebra de la revolución. Frantz Fanon tenía en su mochila la Fenomenología de Hegel y daba clases de marxismo a las tropas del Frente de Liberación Nacional argelino, acantonadas en la frontera con Túnez durante la revolución. Y Fidel se leía a Kant y a Marx en el Presidio Modelo, así como el Che, ante la batalla decisiva de la Revolución en Santa Clara, leía en su escaso asueto a Göete, según atestigua una foto que ha quedado para la historia.

Al triunfo de la Revolución cubana en 1959, nuevamente la filosofía se pone en la diana, y tras reformarse la universidad surge el 1ro. de febrero de 1963, el Departamento de Filosofía sobre el cual hoy reflexionamos en ocasión de sus 50 años, con una distancia de medio siglo, pero asistidos aún por la necesidad de pensar en la teoría que acompaña a la revolución y su impronta, como bien señalara en su tiempo una mujer, la marxista norteamericana Raya Dunayevskaya, en aquel texto que ponía en maridaje los dos términos: Filosofía y revolución para rescatar a Marx y a Lenin de los espectros inmóviles sobre ellos creados, en tiempos que los obreros de Norteamérica los demandaban.

Imagen: La Jiribilla

Los jóvenes profesores del recién creado Departamento de Filosofía, sabían de su reto, hacían y emprendieron una revolución total en este campo, querían incendiar el océano, desafiando y asimilando el maremágnum de cosas nuevas ante sus narices puestas.

¿Cuál fue este tiempo para ellos, para el mundo y para la teoría misma? En primer lugar, era un momento de rupturas y de quiebras epistémicas. Como nunca antes se viene de vuelta de la modernidad, la ilustración y el liberalismo. El Tercer Mundo pone en tela de juicio todo el saber hasta entonces funcional al sistema capitalista. No es suficiente lo que se sabe, no se adecuan los conceptos que permiten entender lo que está pasando en Cuba, en América Latina, en África, en el sur de los EE.UU., en Nueva York y en California, como en la propia Europa y la Unión Soviética. Y en la periferia de Europa, están sucediendo cosas que aun no tienen siquiera un nombre, “estamos prácticamente sin bautizar” —decía Fidel en un discurso—. Y es que entendernos, leernos, pensarnos no es suficiente desde recetas y saberes llegados allende el Atlántico. El Manual de Konstantinov, el marxismo desarrollado en la URSS con sus leyes y categorías, o las creencias infalibles de los intelectuales del Norte con sus cortapisas resultaban de poca ayuda. Hay un vacío de presupuestos en el conocer, y también ellos deben ser emancipados.

Cuba se convertía en ‘atractor’ de las nuevas ideas y del movimiento revolucionario del Tercer Mundo, del giro que tanto la teoría y el marxismo abierto como fundamento teórico de los partidos revolucionarios, se exigía. Había que indisciplinar la disciplina de la filosofía, había que readecuar la enseñanza del marxismo. Pero indisciplinar la disciplina traería graves riesgos.

¿Por qué hablamos de un giro de tipo epistémico, de nuevos presupuestos ante los cuales sustentar el saber? ¿Es que se tenía conciencia de este salto, de esta revolución total por quienes eran sujetos del cambio? Los jóvenes profesores de filosofía hacían, debatían, se sumaban, pero tal vez no advertidos del vórtice en el que se hallaban ellos mismos y la teoría.

En este tiempo, no solo las ciencias naturales o exactas se autocritican en su programa moderno y su pretensión de objetivad, neutralidad, linealidad y sus leyes eternas. Como dijera Inmanuel Wallerstein, cuando en 1995 presentaba su Informe Gulbekian en Nueva York, la década del 60 ponía a las ciencias —con la complejidad y los estudios culturales— en otros rumbos. Desde entonces, el equilibrio se hizo excepcional; la realidad física, indeterminada; no hay orden sino caos, hay simetría temporal; y el saber social es parte del saber del mundo.

Desde el Tercer Mundo —el Sur diríamos hoy—, se desmienten las nociones tradicionales llegadas del Norte. Los pueblos de África, Asia y América se convierten en sujeto de la historia, en objeto de una nueva relación teórica. Ya lo santificaba Sartre en su apasionado prefacio a Los condenados de la tierra. Se está dando un giro, se está produciendo teoría de la práctica, que se separa de lo sabido por manuales y doctrinas. Hacerse eco de ellos, recepcionarlo como justo deber de intelectual y marxista cubano, se contraponía a la estabilidad del marxismo hecho disciplina, hecho orden y programa académico. Sin embargo, la práctica, siempre más dinámica, está demandando leer con otros ojos, sobre todo desde otro locus de enunciación.

Imagen: La Jiribilla

Una muestra de ello se da en la propia Historia de Cuba, una ciencia que encontraba impulso en los ímpetus del momento y ponía en solfa la lectura misma de la formación de la nación, esta vez releída desde la gente sin historia. El recién estrenado departamento se sintió atrapado y le dio una vuelta de rosca a la Historia misma y al marxismo, uniendo y siguiendo a la una y al otro, en una inusual interconexión. De estos años nacieron libros esenciales como El ingenio, de Manuel Moreno Fraginals; Ideología mambisa, de Jorge Ibarra y La revolución pospuesta, de Ramón de Armas —un ensayo escrito para la revista Pensamiento crítico, justo en los días finales de 1969—. La Historia se democratizaba y las personas se apoderaban de ella, al mismo tiempo que se le exigía sostenerse sobre nuevos pies, justo al filo de las celebraciones del centenario del 68. ¿Habrá significado hacerse concientes de ello?

Se dan sucesos de tanto valor como la descolonización en África, asistida por perspectivas como la negritud, el antioccidentalismo, el antimperialismo y el socialismo para el Tercer Mundo o el giro en la comprensión del sujeto del cambio. Entre ellas, la revolución argelina fue un proceso particular a la cual la joven Revolución cubana se había ligado desde el principio. Su gran ideólogo y filósofo político, Frantz Omar Fanon, destacaba que los conceptos no eran suficientes para comprender la descolonización. El colonizado ya no es más el lumpen proletario del marxismo europeo, ni la vida de los partidos políticos en sus formas tradicionales, viene de gran ayuda para el mundo africano que se emancipa. Fanon esquiva a los periodistas y a los intelectuales socialdemócratas como a los marxistas europeos, unos y otros están en incapacidad para comprender el nacimiento de un hombre nuevo, no como utopía abstracta, sino como realidad que emana del acto revolucionario, del colonizado que se deshace “de los miedos y de lo onírico”.

Fanon habla del hombre nuevo que se construye en el acto, en el proceso de la revolución que niega los valores vencidos de la cultura occidental, tales como el racismo, el patriarcalismo, el sexismo y todo tipo de discriminación humana. El hombre nuevo, un ideal sentado en el cenit utópico abstracto de la emancipación, sería la superación del sujeto que Europa no pudo crear. La violencia revolucionaria, según Fanon, era un acto necesario que llevaría a la superación de la violencia misma, como se había discutido en Accra en 1960, mientras el proceso pasaba por los peligros de la dependencia colonial, los nacionalismos, la enajenación, las mímesis acríticas y los compromisos y apetitos de los líderes involucrados. La revolución se forja al rojo vivo y no desde las herencias ancestrales negras. Todas estas verdades nuevas vienen a cambiar referentes teóricos envejecidos y actuantes.

Tampoco puede olvidarse en nuestro caso el proceso político de independencia en las vecinas islas del Caribe, con proyectos y perspectivas que anunciaban rupturas radicales: Eric William en Trinidad, los Manley en Jamaica, Cheddi Jagan en la Guyana, así como las fuertes críticas de intelectuales caribeños de la talla de C.L.R. James, Aimé Cesaire, L. Best, seguidos del Black Power, que introducía aun más leña al fuego. Todos estos cambios confluían en lecturas y críticas teóricas que se agolpaban en un espacio docente en revolución, a las afueras de los muros universitarios.

Imagen: La Jiribilla

No menos importante fue el Movimiento por los Derechos Civiles en la América del Norte, desde el Mississippi hasta Montreal, acompañado del movimiento contracultura, el reclamo por la libertad de expresión con Mario Sávio a la entrada de la Universidad de California en Berkeley, el movimiento Hippie, el movimiento negro estadounidense, los Panteras negras, Ángela Davis, Stokely Carmichel, o los jóvenes que se revelaban contra la guerra en Vietnam.

A su vez, la América Latina se convertía en un hervidero, con sucesos revolucionarios en Córdova, Argentina, en México, y hasta en la isla de Guadalupe. Surgían guerrillas en México, Guatemala, Nicaragua, Venezuela, Colombia, Perú, la Bolivia del Che, y se afincaban como respuesta las más sangrientas dictaduras, hasta Chile con Pinochet en 1973, que vino a poner fin a un movimiento intelectual, cuestionador del desarrollo y propugnador de teorías que merecían el diálogo, una vez arrinconadas en este país austral.

Todo ello en medio de la guerra fría, de distención entre los dos grandes polos constituidos y de encerramiento político, militar, pero sobre todo ideológico: Tanto el Macartismo —una especie de limpieza y reafirmación anticomunista en el país de las libertades per se y la democracia a todas voces—, como el cuestionamiento del estalinismno y la construcción del socialismo desarrollado en la URSS, imponían al comunismo internacional un reforzamiento teórico y un atrincheramiento ideológico, también geopolítico, en el cual cada espacio ganado era una victoria a mantener.

¡Cuanto suceso político e intelectual, cuanto estremecimiento pasaba también por Cuba! Y en medio de todo, la guerra desatada contra la joven Revolución desde el imperio del norte.

La filosofía nuevamente venía al ruedo, como para Lenin en 1914 o para Fidel en el Presidio Modelo, y los jóvenes profesores que constituían el Departamento encaraban a tumbos dos modos, o dos grandes paquetes de conocimiento: uno, el del marxismo soviético, ya batallador en nuestro medio, y otro, el del marxismo que se enriquecía con las nuevas lecturas de la realidad y de su tiempo. El primero era sistema, era método, horma, escuela, y ante todo ‘manual’ al cual solo había que adicionarle los ejemplos del sur, como adornos o añadiduras individuales a las leyes universales. El diamat y el hismat eran infalible doctrina, disciplina coherente de la academia, dada en la docencia, mientras el marxismo de Che, de Fidel, de Fanon, y de mucho intelectual del Sur se hacía búsqueda, inquietud, enriquecimiento, crítica, y no sabía exactamente cómo hacerse disciplinado. El primero era cerrado, monolítico, el segundo era abierto. Y en este bregar estuvo el Departamento de Filosofía, el cual —más allá de las afrentas—, supo hacer encantar la teoría, recepcionarla, debatirla y difundirla, desde las coordenadas cubanas.

Fue tanta la acción, que los jóvenes profesores rebasaban los marcos de una simple estructura organizativa docente universitaria, para convertirse en un proyecto cultural, político pedagógico, no solo en el escenario universitario, sino más allá del Alma Mater. El 7 de diciembre de 1965, Fidel los visitaba en la casa de la calle K y en aquella noche, tal y como cuentan sus protagonistas, se articularía un plan, más que pedagógico, político, cultural, que incluía la publicación de textos imprescindibles. Ellos ambicionaban seguir la rebeldía en las montañas del conocimiento, la ideología, el saber y la cultura. Para eso había que emplazar las fuerzas y las estrategias en el campo de la teoría, darle continuidad y hacer real el proceso nacional, liberador revolucionario, antimperialista, anticolonial y martiano de la nación cubana, de la república en armas que había nacido en la manigua.

Venir al mundo en esas circunstancias fue la mayor de las herejías, porque nació una propuesta teórica nueva en la enseñanza del marxismo que tuvo su despegue a partir del año 1966, en un proceso de fermento y creación profunda de la teoría marxista desde la atalaya única e indiscutible del proceso revolucionario cubano. Sus búsquedas las encuentran no solo revisitando a Marx, Engels, Lenin, Luxemburgo, Lukacs, Korsh, Gramsci, el marxismo latinoamericano de Mariategui y Mella, sino en el diálogo creador con el pensamiento de los líderes de la Revolución cubana, de los movimientos anticoloniales y de liberación nacional, y esencialmente con el de Che Guevara.

Los jóvenes de la calle K, se sumergieron con pasión sin límites, en lo que la Revolución regalaba, en sus diarias celebraciones de dignidad y de justicia, en la tarea (palabra mágica de la década, que a lo largo de los años ha perdido la carga inicial movilizativa que tuvo) de la teoría. La Revolución como el acontecimiento trascendente seguía teniendo sus líneas de fuego, sus ofensivas armadas y esta era la de la teoría.

Sin embargo, tiempos de afrenta, de desentendimientos y de crudezas, de redefiniciones y desafíos, de radicalizaciones, hicieron ver sombras e incomprensiones, allí donde se imponía el diálogo y la continuidad del debate. El arduo periodo de inicios de los 70 sustraía la calma. En el verano de 1971 cerró el Departamento y la revista que viera crecerse en apegadas apuestas. Justamente en estos días Roberto Fernández Retamar dio a la luz su ensayo Caliban en el Nro. 68 de la revista Casa de las Américas, correspondiente a septiembre-octubre de 1971, y al hacer balance de aquellas jornadas, rememora cómo la Isla vivía la intensidad y el peso de un proceso en el cual “separar la paja del grano”, suponía ciertos estragos. Caliban nacía cuando cerraba el Departamento de Filosofía y Pensamiento Crítico, “días, de escaso sueño y sostén, de noches febriles”.

Hoy, como en aquellos años, el problema no es de poses intelectuales, sino de reales aconteceres prácticos, y el dilema de la teoría es nuevamente vital. Aportar a la formación marxista de las grandes masas significaba ampliar los horizontes de compresión de la teoría misma, por la insurgencia de las realidades rebeldes de las luchas y resistencias de los pueblos del mundo contra el sistema de dominación imperialista, capitalista y colonial.

La pasión por la teoría no fue adorno intelectual, ni saber colonizado, ni búsqueda de protagonismos, sino la responsabilidad asumida de que la teoría fuese saber culturalmente apropiado y apropiable por las grandes masas de hombres y mujeres protagonistas de los cambios cotidianos de sus vidas hacia la dignificación y la justicia. Eran jóvenes y todo lo era en aquellos años, el propio pensamiento tercermundista anticolonial que se gestaba de las luchas de liberación nacional como ofensiva estratégica de la teoría marxista. Ahí están los textos de Ho Chi Min, revelando la necesidad de volcarse la teoría hacia las cuestiones coloniales, el estudio y análisis de la situación concreta, de cómo entender la relación entre las luchas por la liberación nacional y la lucha de clases como responsabilidad intelectual y acto de solidaridad, en los textos de Amílcar Cabral, publicados en la Revista. Es sobre todo la impresión inmediata en mimeógrafo del discurso de Che Guevara en Argel, el 24 de febrero de 1965.

Era la herejía del acto revolucionario cubano y de las rebeldías del mundo colonial y subdesarrollado que se levantaba, que atrapaba el apasionante oficio de la teoría. Todo era cotidiano y urgente, y no por la espera agonizante de la objetividad de realidades condensadas y deterministas, sino por la voluntad y la intencionalidad enlazadas. ¿Cómo explicar entonces en un mundo que ya se marcaba en una geopolítica bipolar, el entusiasmo esperanzador de una revolución mundial? Esa esperanza había sido puesta en el escenario mundial y su eficacia era tal, que su certeza estaba rubricada por la férrea y visceral respuesta de las fuerzas dominantes del capitalismo mundial, el imperialismo, y los reformismos renovados.

Cuba surcaba esas aguas con una soberanía permanentemente asediada, y ese carácter soberano era también el del ejercicio teórico. No hay un texto más explícito sobre esto que “El Ejercicio de pensar”, aparecido en enero de 1967 en Caimán Barbudo y luego en Lecturas de Filosofía, que no merece reseña, sino únicamente obligada lectura.

Los años 60 entrelazan muchas historias intelectuales y culturales, hay una deuda de estudios históricos sobre esas interconexiones y sobre todo no para juzgar, ni dirimir ganadores o perdedores sino para comprender, que es la manera de que ese pasado se haga presente.

La presencia es urgente. Ejerzo la docencia por años de aquella asignatura que quedara dispuesta en los diseños curriculares de todas las carreras, refrendada por la Reforma Universitaria de 1962. Hace pocos días conversaba con los estudiantes en el primer encuentro y con un ejercicio realizado levanté las expectativas hacia la asignatura que ellos tendrán, así como sus sentidos comunes acerca del marxismo. A pesar de mi obstinado optimismo, tengo difícil la tarea para este curso. Me pregunto entonces cómo devolver la pasión por la teoría, cómo lograr enamorar para el ejercicio de pensar, como re-encantar la Revolución, que es lo mismo.

Es premura desprenderse de la concepción de una teoría incólume, no dispuesta al desarrollo, una ideología de la legitimación, la obediencia y la clasificación incapaz de aportar a lo que va emergiendo con fuerzas. El propio Ernesto Guevara, en sus lecturas de juventud de las Lecciones sobre la historia de la filosofía de Hegel, avizoraba lo que ya era un prejuicio insalvable: La propia filosofía siendo “doctrina de la verdad absoluta” no puede circuns­cribirse a un número tan reducido de individuos, ni a determinados pueblos, o ciertas épocas. El Che iniciaba la heterodoxia total que la teoría misma exige en su tiempo.

Hoy, como en los 60, una tercera ola de revoluciones se abre en el mundo y su centro pasa por el continente latinoamericano. Una vez más, el marxismo no es la unívoca teoría, jamás eso lo hubieran querido sus fundadores en todos los sentidos. La univocidad no implica unidad, fortaleza o solidez, sino arbitrariedad, empobrecimiento e inutilidad. Sin embargo, hay que volver al ejercicio apasionado de la teoría porque la realidad de lucha de los pueblos contra las dominaciones en el mundo, siguen poniendo infinitas preguntas y hay que hacer valer el instrumento analítico de la lectura de la realidad.

El problema no es el de poner en práctica la teoría sino el de la necesidad práctica de la teoría. El problema, tanto en aquellos años como en estos, no es cuánto es difícil hacer una teoría, sino cómo la realidad y la práctica nueva que emerge, nos reta teóricamente.

Las lecturas teóricas de la realidad, desde el paradigma crítico, enfatizan el momento de la negación, de develar la realidad unilateral de la dominación. Las teorías críticas del fetichismo, la cosificación, la explotación, el colonialismo en sus diferentes escuelas y sistemas de ideas (marxismos, escuela de Frankfurt, estudios culturales, estudios postcoloniales, teología de la liberación y pedagogía de la liberación, etc.), han dado aportes epistemológicos y críticos fundamentales para comprender las relaciones de dominación.

Es por eso que con ellas y desde ellas, la tarea del pensamiento crítico sigue siendo subvertir todo el andamiaje en el que se ha construido el pensamiento crítico mismo. El acto de pensar críticamente sucede desde el observador activo, no contemplativo de las subjetividades en luchas y resistencias en el mundo; al poner las teorías y las prácticas en común, que es más que una teoría y una práctica común.

La tarea, y así la vislumbraron en su quehacer el grupo del Departamento de Filosofía, está en hacer consciente para sí, sistematizar sin homogeneizar ese acto de pensar. Es recrear los saberes desde el diálogo y la pregunta, traducir, transitar desde las lógicas de lo unívoco a las lógicas relacionales de las identidades múltiples, de la diversidad. Es hablar, conversar (en todas sus formas preformativas: cantar, pintar, mirar, bailar, sentir) con todos y todas, en cualquier lugar y en cualquier momento.

Tendríamos que, entre tantas cosas, preguntarnos específicamente desde las experiencias de producción de pensamiento crítico, como desde las emergencias emancipadoras anticapitalistas que suceden hoy en el movimiento social popular de Nuestra América. ¿Cuáles son entonces las claves para la construcción teórica de la emancipación?

La pasión por la teoría es reconocer la producción de conocimientos desde una nueva mirada a la praxis revolucionaria, un desplazamiento epistémico-político hacia la construcción de saberes críticos y democratizadores. Hoy se está produciendo un diálogo no solo para enfrentar y buscar soluciones a problemas urgentes de la práctica emancipadora, sino para reorganizar los conocimientos con que se interpretan estos, producirlos mediante cambios en los modos, perspectivas de colaborar, y comportamientos en la organización de los saberes para la lucha emancipadora.

Si la polémica de los manuales asumida por el profesor Aurelio Alonso, en las páginas de la Revista teoría y práctica, no fue una discusión bizantina del Medioevo europeo, sí mostró la necesidad de encontrar las formas, modos y métodos de hacer valer la construcción colectiva de la hegemonía cultural de la revolución de los humildes y para los humildes. Hoy, ello no es simple anécdota o récord del pasado, como tampoco los inicios urgentes de la década del 70 y la vuelta a la gresca de los manuales, que esta vez fue una polémica con tintes mordaces, donde se dieron términos incriminatorios que culpabilizaban y anatemizaban, antes que dialogar o debatir en busca de un marco de comunes puntos de partida y compromisos políticos. Se dio entonces un desplazamiento al plano de la política real, y un vaciamiento de la teoría con contenido profético, inspirador, político, que el proceso revolucionario no ha cesado de producir. No serán traperos de la historia quienes revolcarán estos sucesos, sino el trabajo joven de investigación que justiprecie y comprenda.

Hoy, no se ha renunciado aún a la pasión por la teoría, pues sería de un error estratégico sin par, y sí, para ello tenemos de inspiración a los jóvenes, “los filósofos” de K. Todos, o casi todos, han dado continuidad a esa empresa, han seguido en el magisterio, en el profesorado de formación política teórica y cultural, en la tarea de las revoluciones sociales por el socialismo, haciendo valer cada vez más un marxismo urgente y necesario, como instrumento teórico y paradigma de crítica al modo dogmático especulativo, positivista, autoritario y reformista de una tendencia académica, teórica y política divulgativa, latente en formas de relaciones de poder y saber en el campo cultural e intelectual.

La pasión por la teoría era la misión cultural, ética y política del grupo. Creo justo reconocer la labor de los profesores del Departamento de Filosofía, como la del rebelde haitiano, para quien el reino de este mundo es siempre una tarea por realizar, es buscar las soluciones, no en imágenes congeladas de ideas peregrinas, sino en las luchas, los sentidos, las emociones, las iconografías bellas de las revoluciones y las vidas puestas de los dignificados de la tierra.
Ponencia incluida en el panel “Coloquio Científico 50 Aniversario del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana”. La Habana, 17 y 18 de septiembre de 2013.

American Hegemony or American Primacy?

MAR 9, 2015 20
American Hegemony or American Primacy?

CAMBRIDGE – No country in modern history has possessed as much global military power as the United States. Yet some analysts now argue that the US is following in the footsteps of the United Kingdom, the last global hegemon to decline. This historical analogy, though increasingly popular, is misleading.

Britain was never as dominant as the US is today. To be sure, it maintained a navy equal in size to the next two fleets combined, and its empire, on which the sun never set, ruled over a quarter of humankind. But there were major differences in the relative power resources of imperial Britain and contemporary America. By the outbreak of World War I, Britain ranked only fourth among the great powers in terms of military personnel, fourth in terms of GDP, and third in military spending.

The British Empire was ruled in large part through reliance on local troops. Of the 8.6 million British forces in WWI, nearly a third came from the overseas empire. That made it increasingly difficult for the government in London to declare war on behalf of the empire when nationalist sentiments began to intensify.

By World War II, protecting the empire had become more of a burden than an asset. The fact that the UK was situated so close to powers like Germany and Russia made matters even more challenging.

For all the loose talk of an “American empire,” the fact is that the US does not have colonies that it must administer, and thus has more freedom to maneuver than the UK did. And, surrounded by unthreatening countries and two oceans, it finds it far easier to protect itself.

That brings us to another problem with the global hegemon analogy: the confusion over what “hegemony” actually means. Some observers conflate the concept with imperialism; but the US is clear evidence that a hegemon does not have to have a formal empire. Others define hegemony as the ability to set the rules of the international system; but precisely how much influence over this process a hegemon must have, relative to other powers, remains unclear.

Still others consider hegemony to be synonymous with control of the most power resources. But, by this definition, nineteenth-century Britain – which at the height of its power in 1870 ranked third (behind the US and Russia) in GDP and third (behind Russia and France) in military expenditures – could not be considered hegemonic, despite its naval dominance.

Similarly, those who speak of American hegemony after 1945 fail to note that the Soviet Union balanced US military power for more than four decades. Though the US had disproportionate economic clout, its room for political and military maneuver was constrained by Soviet power.

Some analysts describe the post-1945 period as a US-led hierarchical order with liberal characteristics, in which the US provided public goods while operating within a loose system of multilateral rules and institutions that gave weaker states a say. They point out that it may be rational for many countries to preserve this institutional framework, even if American power resources decline. In this sense, the US-led international order could outlive America’s primacy in power resources, though many others argue that the emergence of new powers portends this order’s demise.

But, when it comes to the era of supposed US hegemony, there has always been a lot of fiction mixed in with the facts. It was less a global order than a group of like-minded countries, largely in the Americas and Western Europe, which comprised less than half of the world. And its effects on non-members – including significant powers like China, India, Indonesia, and the Soviet bloc – were not always benign. Given this, the US position in the world could more accurately be called a “half-hegemony.”

Of course, America did maintain economic dominance after 1945: the devastation of WWII in so many countries meant that the US produced nearly half of global GDP. That position lasted until 1970, when the US share of global GDP fell to its pre-war level of one-quarter. But, from a political or military standpoint, the world was bipolar, with the Soviet Union balancing America’s power. Indeed, during this period, the US often could not defend its interests: the Soviet Union acquired nuclear weapons; communist takeovers occurred in China, Cuba, and half of Vietnam; the Korean War ended in a stalemate; and revolts in Hungary and Czechoslovakia were repressed.

Against this background, “primacy” seems like a more accurate description of a country’s disproportionate (and measurable) share of all three kinds of power resources: military, economic, and soft. The question now is whether the era of US primacy is coming to an end.

Given the unpredictability of global developments, it is, of course, impossible to answer this question definitively. The rise of transnational forces and non-state actors, not to mention emerging powers like China, suggests that there are big changes on the horizon. But there is still reason to believe that, at least in the first half of this century, the US will retain its primacy in power resources and continue to play the central role in the global balance of power.

In short, while the era of US primacy is not over, it is set to change in important ways. Whether or not these changes will bolster global security and prosperity remains to be seen.

Read more at http://www.project-syndicate.org/commentary/american-hegemony-military-superiority-by-joseph-s—nye-2015-03#5auWCIqgZHgqIe30.99

Evolution of Soft Power Since Fall of the Berlin Wall (2015)

Evolution of Soft Power Since Fall of the Berlin Wall
January 20, 2015 Joseph S. Nye, Jr. University Distinguished Service Professor at Harvard

When the Berlin Wall came down a quarter century ago, its collapse was not caused by a barrage of artillery, but by hammers and bulldozers wielded by people whose minds had been changed by ideas that penetrated the Iron Curtain. In other words, the end of the Cold War was partly caused by “soft power.”

One of the notable trends of the past half century is the current information revolution. And with it comes an increase in the role of soft power—the ability to obtain preferred outcomes by attraction and persuasion rather than coercion and payment.

The current information revolution dates from Moore’s Law in the 1960s—the capacity to double the number of transistors on a computer chip every 18 months. As a result, computing power doubled every couple of years. In 1993, there were about 50 websites in the world; today, about a third of the world population is online; by 2020 the “Internet of things” is projected to connect some 50 billion devices.

The crucial change is not speed, but the enormous reduction in the cost of transmitting information. When the price of a technology declines so rapidly, it becomes readily accessible and the barriers to entry are reduced. In the middle of the twentieth century, people feared that the computers and communications of the current information revolution would create the central governmental control dramatized in George Orwell’s dystopian novel 1984. Instead, as computing power has decreased in cost and computers have shrunk to the size of smart phones, their decentralizing capabilities have outweighed their centralizing effects.
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Governments will be most powerful global actors, but new actors will compete effectively in the realm of soft power.

Today, more people have access to more information than ever before. As I describe in The Future of Power, this has lead to a diffusion of power away from governments to non-state actors ranging from large corporations to non-profits to informal ad hoc groups. This does not mean the end of the nation-state. Governments will remain the most powerful actors on the global stage, but the stage has become more crowded. Tahrir Square and the so-called “Arab Spring” is a good example. New information technologies contributed to the collapse of the Mubarak regime, but today the deep state is still in control in Egypt.

But the story does not end there. Many of the new actors will compete effectively in the realm of soft power—witness the ability of ISIL to attract thousands of recruits from as far away as Australia, Canada and Europe to its efforts to create a new Caliphate in Syria and Iraq. The politics of the cyber domain with actors ranging from Anonymous to transnational criminal groups using the “dark net” are another good example. As John Arquilla noted, in today’s global information age, victory may sometimes depend not on whose army wins, but on whose story wins.
Twenty five years ago, I coined the term “soft power” as a concept to fill a deficiency in the way analysts thought about power. It was eventually used by European leaders to describe some of their power resources, as well as by other governments, such as Japan and Australia. But I was most surprised when Chinese President Hu Jintao told the 17th party Congress of the Chinese Communist Party in 2007 that China needed to increase its soft power. Xi Jinping repeated that message last year. It is a smart strategy because as China’s hard military and economic power grows, it may frighten its neighbors into balancing coalitions. If it can accompany its rise with an increase in its soft power, China can weaken the incentives for these coalitions.
China has created hundreds of Confucius Institutes around the world to teach its language and culture, and China is spending billions to increase its international radio and television broadcasting. In addition, China has reinforced its attraction by economic aid to poor countries. In the last decade, it became common to refer to these efforts as “China’s Charm Offensive.”
China’s soft power still has a long way to go as measured by recent international polls. China does not yet have global cultural industries on the scale of Hollywood, and its universities are not yet the equal of America’s, but more important, it lacks the many non-governmental organizations that generate much of America’s soft power. As The Economist noted, “[T]he party has not bought into Mr. Nye’s view that soft power springs largely from individuals, the private sector, and civil society. So the government has taken to promoting ancient cultural icons whom it thinks might have global appeal.”
Moreover, as the party has based it legitimacy on a high rate of economic growth and appeals to nationalism, it not only reduces the universal appeal of Xi’s “Chinese Dream,” but it encourages policies in the South China Sea and elsewhere that antagonize its neighbors. For example, when Chinese ships drove Philippine fishing boats from the Scarborough Shoal, China gained control of the remote area, but at the cost of reduced Chinese soft power in Manila.
Vladimir Putin has recently called for an effort to increase Russia’s soft power, but he might consider the Chinese examples the next time he locks up dissidents like Andrei Navalny or intervenes in the state affairs of its neighbors, such as Ukraine. Not only has he suffered the hard power of economic sanctions, but he has undercut his soft power to attract neighbors into his design for a Eurasian Union to compete with the European Union. Last year Russia increased its investment in government propaganda but that is not a smart strategy to increase a country’s soft power. The best propaganda is deeds, not propaganda.
Increasingly, smart strategies will have to pay attention to both hard and soft power, and the ways they can reinforce or contradict each other. The example of the Berlin Wall is a good place to start.

Diversifying American Power

Diversifying American Power
[By Joseph S. Nye, Jr. Part of the series “Global Challenges in 2030” (Goldstein & Pevehouse), January 2010.]

The American National Intelligence Council projects that American dominance will be “much diminished,” by 2025. Many foreign leaders also suggest that American power has passed its mid-day. How would you know if these predictions are correct or not?

First, beware of misleading metaphors of organic decline. Nations are not like humans, with predictable life spans. For example, after Britain lost its American colonies at the end of the 18th century, Horace Walpole lamented Britain’s reduction to “as insignificant a country as Denmark or Sardinia.” He failed to foresee that the Industrial Revolution would give Britain a second century of even greater ascendency. Rome remained dominant for more than three centuries after the apogee of Roman power. Even then, Rome did not succumb to the rise of another state, but died a death of a thousand cuts inflicted by various barbarian tribes.

Indeed for all the fashionable predictions of China, India, or Brazil surpassing the United States in the next decades, the greater threats to all states may come from modern barbarians and non-state actors. The classical transition of power among great states may be less of a problem than the rise of non-state actors. In an information-based world of cyberinsecurity, power diffusion may be a greater threat than power transition.
“On many transnational issues, empowering others can help us to accomplish our own goals.” Here, in 2009, the leaders of Brazil, the United States, and China work together, with others, to coordinate actions for global economic recovery.
At an even more basic level, what resources will produce power in the next two decades? In the 16th century, control of colonies and gold bullion gave Spain
the edge; 17th-century Netherlands profited from trade and finance; 18th-century France gained from its larger population and armies; while 19th-century British power rested on its primacy in the Industrial Revolution and its navy. Conventional wisdom has always held
that the state with the largest military prevails, but in an information age it may be that the state (or nonstate) with the best story will win. Soft or attractive
power becomes as important as hard military or economic power. Secretary of State Hillary Clinton has said, “We must use what has been called ‘smart power,’ the full range of tools at our disposal.” Smart power means the combination of the hard power of command and the soft power of attraction.
In today’s world, power resources are distributed in a pattern that resembles a complex, three-dimensional chess game. On the top chessboard, military power is largely unipolar and the United States is likely to remain the only superpower for some time. But on the middle chessboard, economic power has already been multipolar for more than a decade, with the United States, Europe, Japan, and China as the major players, and others gaining in importance.
The bottom chessboard is the realm of transnational relations that cross borders outside of government control, and it includes non-state actors as diverse as bankers electronically transferring sums larger than most national budgets at one extreme, and terrorists transferring weapons or hackers threatening cyber-security at the other. It also includes new challenges like pandemics and climate change. On this bottom board, power is widely dispersed, and it makes no sense to speak of unipolarity, multipolarity, hegemony. The soft power to attract and organize cooperation will be essential for dealing with transnational issues.
The problem for American power in the 21st century is that there are more and more things outside the control of even the most powerful state. Although the United States does well on military measures, there is increasingly more going on in the world that those measures fail to capture. For example, international financial stability is vital to the prosperity of Americans, but the United States needs the cooperation of others to ensure it. Global climate change too will affect the quality of life, but the United States cannot manage the problem alone. And in a world where borders are becoming more porous than ever to everything from drugs to infectious diseases to terrorism, America must help build international coalitions and build institutions to address shared threats and challenges. In this sense, power becomes a positive sum game. It is not enough to think in terms of power over others. One must also think in terms of power to accomplish goals. On many transnational issues, empowering others can help us to accomplish our own goals. In this world, networks and connectedness become an important source of relevant power. The problem of American power is less one of decline, than realizing that even the largest country cannot achieve its aims without the help of others.
JOSEPH S. NYE, JR. is University Distinguished Service Professor at Harvard and former dean of Harvard’s Kennedy School of Government. He is the author of The Powers to Lead and Soft Power: The Means to Success in World Politics.

La urgencia de pensar la comunicación política

Por Darío Machado Rodríguez*

La comunicación política, prefiero llamarla de contenido político, tiene hoy el mayor de los desafíos: preservar y enriquecer los valores cultivados por la revolución socialista en condiciones de un cuádruple conjunto de factores que conspiran en contra.

Naturalmente, la comunicación política no puede echar sobre sus hombros toda la responsabilidad. Sin el predominio de la propiedad social, sin un Estado, sin voluntad política y leyes que respalden la orientación socialista de la sociedad cubana poco o nada significarán las acciones en el terreno de la comunicación social. Pero de igual manera, sin la acción consciente desde la ideología y la política revolucionarias, estos factores pueden debilitar y hacer desaparecer el rumbo socialista y con ello la independencia, la soberanía nacional y la identidad cultural.

Pero el tema que nos ocupa concretamente es el de la comunicación de contenido político y, por tanto, lo primero es explicar la naturaleza de ese cuádruple desafío y hacerlo pensando en la posible acción que pueden tener en lo inmediato y en el mediano plazo.

El enfocar los desafíos ideológicos de la comunicación política hay que ir a la raíz de la realidad social, tener en cuenta los datos que esta aporta.

El primer desafío es el que presentan las transformaciones económicas en curso hoy y en los años siguientes en la sociedad cubana, impulsadas por el Estado revolucionario y por la voluntad política de la nación expresada en los Lineamientos y que amplían la acción del mercado y de la propiedad privada. Ambos elementos contienen el germen del individualismo y junto con su ampliación recrean y amplían la base económica alrededor de la cual puede y de hecho ya ha comenzado a recomponerse subrepticiamente la ideología liberal derrotada por la revolución socialista.

Todos los cubanos, sin importar el lugar que ocupamos en la estructura socioclasista, recibimos iguales beneficios de las políticas sociales del Estado, pero las relaciones económicas que se van abriendo paso, estimuladas por la acción del mercado y la propiedad privada, van tejiendo también relaciones personales de entendimiento mutuo de quienes se encuentran ligados a una cotidianidad específica, diferente de quienes participan en la parte de la economía vinculada a la propiedad social, relaciones que pueden conducir a una autoidentificación como grupo social, con intereses diferentes a los de la sociedad en su conjunto, aun compartiendo los beneficios de las políticas sociales consideradas por muchos “naturales”. Una cadena de favores mutuos, tiende a apartarlos de la proyección colectiva, de la visión de futuro compartido. La ausencia o debilidad en el examen de las consecuencias para todos de ese alejamiento solo servirá a la rearticulación del liberalismo.

No significa lo anterior que estos cambios traigan automáticamente cambios en la mentalidad de las personas, pero tampoco significa negar que a la larga, la cotidianidad de su espacio económico traerá inevitablemente una influencia en la conciencia de los protagonistas, que puede terminar dándose la mano con la ideología liberal si no hay acciones conscientes para evitarlo.

El repunte de la ideología liberal arriba aludido se observa, por ejemplo, en una relectura exageradamente entusiasta de la vieja república que esconde una negación de las transformaciones materiales y culturales desarrolladas por la revolución socialista, o en las propuestas de fórmulas jurídicas y políticas que miran más al pasado que al presente y al futuro, o en la negación a ultranza de fórmulas de orientación socialista para el desarrollo social y económico del país.

Tenemos además presentes los hechos de corrupción que ya han provocado importantes acciones legales en contra de funcionarios que han privatizado los cargos para operar en ellos en función de intereses personales espurios, a lo que se suma el oportunismo que tanto daño espiritual y material hace a la sociedad.

Corruptos y oportunistas no tendrán escrúpulo alguno en servir a la ideología liberal y a una ampliación ilimitada del papel del mercado y de la propiedad privada, puesto que sus intereses individuales hace rato que ya no están en clave social, si es que en algún momento lo estuvieron. A los corruptos y a los oportunistas les viene bien el capitalismo.

Un tercer factor en contra se presenta con el proceso de normalización de las relaciones con los Estados Unidos, ya que junto con la ampliación de los contactos, las inversiones y el comercio, vendrá la propaganda sociológica implícita en la sociedad norteamericana y en su modo de vida. Una sociedad solo exporta lo que porta. La política y las leyes deberán hacer lo suyo en materia de poner límites claros a estas relaciones, pero el efecto simbólico de su presencia en lo adelante creciente en la sociedad cubana no se podrá conjurar si no hay un correlato ideológico y político pensando sistémicamente y expresado en la comunicación de contenido político.

Y un cuarto elemento ya lo tenemos también presente en nuestra realidad: me refiero a los medios principalmente digitales y de otra índole a través de los cuales fluye producción informativa y cultural, no siempre veraz y no siempre de buen gusto, conformándose un panorama simbólico diferente en el cual se mira hoy cada vez más la sociedad cubana.

Es imprescindible que nuestros medios nacionales, propiedad social y al servicio del pueblo trabajador, presenten un espejo analítico, crítico, comprometido, convincente de nuestra vida, en el que se vea y reflexione la sociedad cubana. Naturalmente no solo la radio y la televisión nacionales, y la prensa nacional, sino los medios digitales que crecen y se desarrollan en una batalla contra el tiempo.

La necesidad de un enfoque integral de la comunicación de contenido político que recupere todo el talento nacional imbuido de la necesidad de proteger el proyecto de nación que solo sobrevivirá si mantiene su esencia socialista, es hoy el principal objetivo político para echar a andar la ofensiva ideológica en toda la línea de la batalla por la preservación, afianzamiento y enriquecimiento de los logros culturales de la revolución socialista.

En este contexto, se observa en ocasiones una distonía entre el abordaje de los asuntos sensibles del país en la producción periodística que comunican los medios nacionales y en la producción habitualmente llamada cultural: novelas, programas humorísticos, etc.

Mientras en la producción informativa y periodística en general los temas que se aprueban por los medios solo pueden ser tratados parcial e insuficientemente para el nivel cultural del público y las realidades de la sociedad cubana, en la producción cultural se observan licencias que pasan en ocasiones de la crítica necesaria, profunda y constructiva a zaherir sensibilidades en la audiencia y, al exceder los límites, hacen reprobables esos mensajes. Hay que encontrar el justo medio, el equilibrio que de rienda suelta a la creatividad y la diversidad y a la vez evite la confusión y el desencanto.

El correlato ideológico de la aplicación de los cambios necesarios en la economía del país, imprescindibles para garantizar la orientación socialista y con ello preservar la independencia nacional y el proyecto de nación, tiene que tener expresión en los medios nacionales que sirven a la sociedad cubana con más confianza en nuestro público, en nuestros periodistas y en los colectivos de los medios de comunicación, quienes deberán enfocar su trabajo con la necesaria autonomía y no solo otorgarles el derecho a equivocarse como cualquier otra actividad humana, sino también reconocerles el derecho a tener la razón.

Solo ventajas en la actual batalla de ideas nos traerá el tratamiento de la comunicación de contenido político desde la autoestima de los periodistas, los medios y el público, para un accionar responsable, comprometido y sin secretismos de la realidad nacional. Un público mejor informado y escuchado confiará más en los medios y en la institucionalidad revolucionaria, estará cada vez mejor preparado para ejercer su derecho a participar en los asuntos del país y para controlar su funcionamiento, en particular previniendo la corrupción y la ilegalidad, a la vez que contribuirá a alcanzar como nos pidió nuestro Presidente, toda la democracia posible.

La ofensiva en la comunicación política, como toda operación compleja, deberá tener una estrategia clara, que abarque integralmente todos los escenarios en los cuales tiene y tendrá lugar la batalla de ideas y deberá también mantener y acrecentar sus reservas, lo cual pone la mirada en los más jóvenes.

Estoy convencido que en esta pelea la población adulta cubana formada por la revolución socialista está más preparada para vérselas con la mentira sobre Cuba que los adultos de los países del norte para aceptar la verdad, pero es de importancia estratégica contribuir a la mejor preparación de los jóvenes.

Cabe preguntarnos por qué, si hoy por hoy, cuando el escenario más dinámico de la batalla de ideas está en la comunicación social, nuestros medios de comunicación no producen programas que expliquen la naturaleza de esta confrontación y en especial por qué en nuestro sistema educacional esta materia no tiene el tratamiento que corresponde al desafío que representa. Circula en todo el país información y programación de ninguna o cuando menos escasa o dudosa calidad en el orden ético y cultural (que tiene su principal símbolo en el famoso “paquete”), sin que haya una acción consciente de cara a este verdadero reto de nuestra época.

Creo que debe pensarse seriamente por parte de quienes integran el sistema nacional de educación en cómo instruir y educar a nuestros niños, adolescentes y jóvenes acerca del funcionamiento de estos medios, en formar una conciencia contrahegemónica en ellos, enseñarles la importancia que tiene para nosotros la veracidad en la producción informativa y también las artimañas de los medios al servicio de los intereses imperialistas para ocultar la verdad. Desarrollar en ellos una conciencia crítica que les permita comprender las intenciones de la producción desinformativa y anticultural de estos medios. No solo pienso en el sistema nacional de educación si lo destaco es porque resulta por su solidez y sistematicidad el más importante, sino en general en todos los espacios formativos del país.

En resumen, junto con el imprescindible crecimiento y desarrollo económico, una organización a tono con los nuevos tiempos, un entramado jurídico normativo eficiente, deben marchar indisolublemente articuladas las políticas sociales que ha defendido el ideal socialista en Cuba, y un correlato ideológico y político que reproduzca y defienda creativa y audazmente los valores de la revolución cubana.

Enviado por su autor para Cubacoraje

*Licenciado en Ciencias Políticas. Diplomado en Teoría del proceso ideológico y Doctor en Ciencias Filosóficas. Preside la Cátedra de Periodismo de Investigación y es vicepresidente de la cátedra de Comunicación y Sociedad del Instituto Internacional de Periodismo José Martí.

Schafik Handal y la conducción estratégica de la guerra circa 1985

Schafik Handal y la conducción estratégica de la guerra circa 1985 Roberto Pineda 14 de julio de 2015

A mediados de 1985 (mayo-junio) se realizó en las montañas de Morazán con el ERP de Joaquín Villalobos como anfitrión una importante reunión de la Comandancia General del FMLN, en la que se definieron las líneas generales de la estrategia insurgente para el periodo, para enfrentar el diseño político-militar implementado por el ejército salvadoreño, bajo la conducción directa del gobierno estadounidense.

En octubre de ese mismo año, Schafik Handal, integrante de ese organismo de dirección superior del FMLN, traslada parte de los principales acuerdos y valoraciones de esta reunión a un colectivo de cuadros dirigentes del FMLN. A continuación hacemos un resumen de este informe.
Una de las conclusiones principales de esta reunión, explica Schafik es la reiteración de la tesis que El Salvador vive una “prolongada situación revolucionaria”, sostenida por la CG-FMLN desde 1983 y que la coyuntura de ese momento de mediados de 1985 era la de “aceleración del proceso de maduración de la situación revolucionaria.”
A la base de esta afirmación se encontraba según Schafik el siguiente marco teórico “hay etapas históricas de evolución y etapas históricas de revolución. Lo que determina que una etapa histórica sea de evolución o de revolución, es la concordancia o no, entre el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, que es el factor dinámico de desarrollo en el modo de producción, y el carácter de las relaciones de producción, que es el factor mucho más lento que se rezaga respecto al desarrollo de las fuerzas productivas.”
Enfatiza Schafik que “el primer momento, dentro de la etapa histórica de revolución es el de entrada a lo que el marxismo caracteriza como crisis en las estructuras. Es decir, aquel desfase trae como consecuencia la crisis en las estructuras económicas, políticas, ideológicas, et., de la formación económico-social. El sistema no puede seguirse desarrollando, se entra en un periodo de empantanamiento y las crisis económicas coyunturales del capitalismo, que le son inherentes aun en el período de evolución, agravan más profundamente la crisis estructural.”
Añade que “al agudizarse la crisis estructural y al entrelazarse con la crisis económica propiamente dicha, se pasa a otro momento más crítico. Surgen las motivaciones concretas que impulsan a las masas a enfrentarse a las clases dominantes y a las distintas clases sociales entre sí.”
“Las motivaciones aparecen o se manifiestan bajo la forma de protesta contra la represión, contra la falta de libertad, etc., ya que al entrar en crisis el sistema, las clases dominantes adoptan una política para defender el sistema, pues el cambio de sistema es su muerte como clase.”
Y frente a esto las clases dominantes hacen uso del “Estado que es su instrumento de fuerza, pero también es su instrumento político, ideológico, jurídico, además ponen en acción al resto de sus instrumentos (a los partidos políticos, medios de prensa, etc.) Así aparece la represión, el ahogamiento de las libertades democráticas; la inestabilidad política y social agrava la crisis económica coyuntural; las clases dominantes pasan a defender sus intereses económicos y trasladan sobre las masas los efectos de la crisis.”
Explica Schafik que “en la medida que el sistema capitalista dependiente de nuestro país no es puramente nacional sino que forma parte del sistema capitalista mundial, la crisis general del capitalismo mundial, acentúa la crisis estructural de nuestro país y contribuye a bloquear la posibilidad de solución por vía evolutiva. Así pues la crisis estructural se manifiesta como crisis de la dependencia, como crisis de la ideología y de la política de esas relaciones de dependencia.”
Sostiene que “la acumulación de todos esos cambios graduales, bajo la forma de mayores enfrentamientos entre las clases, mayor conciencia de las masas populares, etc., abre la entrada a un nuevo momento, que el marxismo-leninismo define como SITUACION REVOLUCIONARIA.”
Caracteriza Schafik la situación revolucionaria como “un momento de agudo tensionamiento de la etapa histórica de la revolución y que tiene a la base la crisis estructural que, como ya se dijo, no es puramente nacional, ni puede ser puramente nacional, es también crisis de la dependencia y de su particulares relaciones con los centros de poder imperialistas y en particular con el imperialismo norteamericano.”
Continúa explicando que “por las características del sistema económico de nuestro país, es decir, por las características de la estructura económica concreta, del modelo, las inversiones del imperialismo no eran cuantiosas y a partir de estas realidad muchos concluían que en el país, hablar del imperialismo era solo propaganda comunista. Sin embargo, al profundizarse la crisis estructural, apareció más claramente la presencia del imperialismo, su actividad fue más evidente y entonces entró en todo el contexto de la lucha de clases, que se hizo mucho más profunda y multifacética.”
Añade que “pero también entró en crisis la ideología, hicieron crisis las estructuras ideológicas, los llamados aparatos ideológicos, la religión, no como religión propiamente, sino como tesis religiosa concreta, que quebrantó; hizo crisis la teoría prevaleciente de los partidos burgueses acerca, de lo que es y debe ser la democracia. En este marco y sobre la base de la crisis estructural, el sistema arriba a su momento de plena madurez, en el que está listo para ser cambiado, para que tenga lugar una revolución.”
Analiza que “para que la revolución pueda ocurrir, no decimos triunfar, este es otro aspecto, para que la revolución pueda ocurrir tiene que ser en el marco de una situación revolucionaria y está solamente puede darse sobre la base de la crisis estructural, y la crisis estructural a la vez es propia de la época de revolución, surgida tras la ruptura de aquella concordancia.”
Continua diciendo que “dentro de la situación revolucionaria a su vez sigue desarrollándose el proceso de cambios graduales, en busca de una salida, hasta que llega un momento en que se configura otro momento pasajero, en el que niveles del enfrentamiento son máximos, es máxima la actividad política de las distintas clases sociales y el enfrentamiento entre ellas; la crisis económica, social, ideológica, etc., alcanza igualmente su máximo nivel de profundidad. Este es el momento en el que están dadas las condiciones para que la revolución estalle y para que pueda triunfar, para que pueda, puesto que el triunfo no e s una cuestión mecánica.”
Plantea Schafik que “cuando la revolución toma la forma de una insurrección, sin previo desarrollo de la lucha armada o de la guerra revolucionaria, entonces el momento maduro de la situación revolucionaria, tiende a confundirse en el análisis, con la situación revolucionaria como tal; es decir que la situación revolucionaria tiende a reducirse a ese momento muy fugaz, a aquellos días, a aquellas semanas o meses de máximo enfrentamiento que culminan con la insurrección.”
Y para ilustrar esta tesis Schafik indica que en El Salvador “en la historia política de los últimos años han ocurrido varios momentos de situación revolucionaria (1932, 1944, 1959-60, 1979-80) que se desarrolla más o menos aceleradamente, hasta que la crisis revolucionaria estalló. En la segunda mitad de 1979 y la primera de 1980 se dio un caso típico de momento maduro de la situación revolucionaria que tuvo sus antecedentes, su desarrollo.”
Indica que “la historia de las revoluciones muestra que estas no solo triunfan por vía de la insurrección; cada vez se dan experiencias de revoluciones triunfantes que han pasado por largos procesos de guerra revolucionaria, que duran años, lo cual le plantea al análisis la pregunta de si en estos caso hubo o no situación revolucionaria, hubo o no crisis estructural?”
Y de esta premisa Schafik se hace al siguiente pregunta: ¡se puede desarrollar la guerra en cualquier situación, en cualquier marco histórico, en cualquier etapa histórica?” Y responde: “No se puede, porque a guerra revolucionaria se alimenta de la incorporación de las masas a la guerra, y ese proceso de incorporación no pude ocurrir sin que existan fundamentos para ello, sin que se den las motivaciones concretas de lucha, sin que haya problemas, etc.” Y plantea que “objetivamente no pude desarrollarse la guerra revolucionaria en ausencia de crisis estructural y en ausencia de situación revolucionaria.”
Y sobre este punto concluye que “la situación revolucionaria es un proceso más o menos prolongado, no se pude reducir sólo al momento fugaz del punto de su maduración. Es un proceso más o menos largo que surge en un momento de agravamiento de la crisis estructural y que se mantiene abierta si se mantiene vigente la crisis estructural. Cuan larga o cuan corta puede ser una situación revolucionaria depende de las condiciones históricas concretas de cada país.”
Argumenta que “si al revolución estalla y no triunfa y la situación revolucionaria se desvanece, pero se mantienen la crisis estructural, entonces poco apoco se va configurando otra situación revolucionaria. Este ah sido el caso de otras revoluciones, como el clásico caso de la revolución bolchevique en Rusia. En 1905 estalló la revolución y fue derrotada. Sin embargo, no fue sino hasta los años 1906-1907 en que se desvanecieron los aspectos más destacados del momento de maduración de 1905 caracterizado por un alto nivel de actividad de las masas y de enfrentamiento de las clases.”
Alrededor de esta situación, rescata Schafik que se planteó un debate en la izquierda rusa que permitió el afianzamiento del leninismo como teoría revolucionaria. Explica que “una parte de la izquierda consideraba que Rusia había entrado a una “etapa de evolución, y por tanto lo que se imponía era la lucha por las reformas. En cambio, el planteamiento leninista sostuvo lo contrario, que aunque el momento que se vivía era de reflujo del movimiento popular, y lo que se había abierto era un periodo contrarrevolucionario, las causas que originaron aquel periodo de situación revolucionaria continuaban vigentes.”
Agrega que para Lenin “lo que se imponía era adaptar la táctica a las condiciones del reflujo del movimiento de masas para contribuir a la configuración de una nueva situación revolucionaria. Así, los bolcheviques que en el anterior período habían estado bloqueando las luchas parlamentarias pasaron a participar en el Parlamento con aquella directriz clara…La vida mostró que el enfoque leninista era correcto: en 1917, se da otro momento de situación revolucionaria madura y se dan dos revoluciones: una en febrero, la revolución democrática-burguesa, y la revolución socialista en octubre.”
Explica Schafik que “la lucha de masas se desarrolla por flujos y reflujos, no puede mantenerse a un nivel máximo de actividad de las masas indefinidamente, eso choca contra las conveniencias y contra los intereses concretos de las mismas masas.”
Por otra parte, Schafik subraya con respecto al papel de la vanguardia política que esta “si bien no tiene que ver en absoluto con la creación de las condiciones objetivas de la situación revolucionaria, si puede y debe influir en su maduración. Si su línea es correcta y su acción es revolucionaria puede acelerar el proceso de maduración de las condiciones objetivas de la situación revolucionaria y en definitiva llevar a las masas a la victoria revolucionaria.”
Y señala como ejemplo de esta tesis a la Bolivia de 1952 en la que en “una situación revolucionaria madura, la revolución estalló y triunfó. En qué sentido triunfa? Como fenómeno histórico-social, se da una revolución que se consuma, el ejército es destruido, se da una revolución clásica de la clase obrera; los mineros se pusieron a la cabeza, aniquilaron al ejército y se instala uh nuevo poder. Pero ¿ a donde fue aparar el nuevo poder? Después de vacilaciones, de conflictos cayó en manos del que tenía “más simpatías” en la opinión pública. Ese fue pues resultado de la inexistencia de una vanguardia revolucionaria…”
Considera Schafik que “el papel de la vanguardia es clave, es decisivo. Su actitud no es la de esperar que maduren condiciones por si solas y escoger el momento para la toma del poder…la línea que adopte puede bloquear o acelerar la maduración de la situación revolucionaria.”
Ante el retraso en las tareas decisivas para la toma del poder, y la necesidad de fortalecer el ejército popular luego de casi cinco años de Guerra Popular Revolucionaria, Schafik reflexiona que “quienes piensan que se entró en un periodo evolutivo y que no puede darse un nuevo momento de maduración de la situación revolucionaria porque se abrió un período de reflujo de la lucha de masas, es porque se desubicaron.”
Estima Schafik con respecto a la vanguardia política que “el problema del número no es decisivo, el número se hace. La vanguardia se convierte en “el capital de todo el pueblo” en los momentos de situación revolucionaria madura, si tiene una línea correcta y tiene capacidad de aplicarla. El partido de Lenin era de los partidos más pequeños de la izquierda rusa, con menos ramificaciones, ¿qué hacía al diferencia? La línea y al capacidad de aplicarla.”
Agrega que “en esto último juega un papel clave la claridad, la conciencia de los militantes. No es necesario que las masas lleguen a tener un nivel de conciencia óptimo para que la revolución triunfe. La vanguardia en cambio si debe ser muy consciente, muy unida ideológicamente, muy disciplinada, con una alta moral, dispuesta al sacrificio absoluto, incondicional…”
Analiza Schafik que en El Salvador “existe una crisis estructural que ha atravesado varias fases. La última de ellas, la actual, la de maduración de esa crisis, la ubicamos a partir del estallido del MERCOMUN y de la guerra de Honduras. Desde entonces las clases dominantes y el imperialismo no han podido poner en marcha un nuevo modelo de desarrollo económico-social que les permita superar la crisis estructural. En estos últimos cinco años la situación revolucionaria se ha mantenido vigente en tanto se ha mantenido la crisis estructural y esta se ha mantenido abierta a causa de que a guerra revolucionaria le ha impedido al imperialismo y a la burguesía poner en marcha un nuevo modelo de capitalismo dependiente, más moderno para darle salida a aquella crisis.”
Agrega que “debemos percatarnos pues, de que el gobierno de Duarte, no es una simple pantalla, sino que se trata de un plan contrainsurgente integral del enemigo. No percatarse de ello puede llevar al error de concluir de que como los partidos derechistas y los señores oligarcas son más burdos, tiene una línea de confrontación con la revolución por la vía de la matanza, están vinculados a los escuadrones de la muerte, entones hay que considerarlos como los enemigos principales a los que hay que derrotar primero. Efectivamente son los más burdos pero no son los más peligrosos.”
Enfatiza que “el peligro mortal para la revolución está dentro de los marcos del capitalismo dependiente. La solución a la crisis, aunque temporal pero sería una solución que postergaría la revolución…Para este periodo nosotros hemos definido que el enemigo principal está constituido por un bloque integrado por el imperialismo yanqui y más específicamente por el actual gobierno de Reagan, el gobierno demócrata cristiano de El Salvador, las Fuerzas Armadas, cada vez más dominadas por los norteamericanos. Este es el núcleo principal del bloque enemigo.”
Pero también concluye que “forman parte del bloque de fuerzas enemigas, la gran burguesía, los terratenientes, la oligarquía, pero el núcleo principal es aquel, con todos sus instrumentos (su prensa, sus partidos, etc.) . La esencia de clase del bloque de fuerzas enemigas pero sobre todo el enemigo principal que al revolución han enfrentado en otros momentos.”

Orígenes de la historiografía marxista

Orígenes de la historiografía marxista
Karl Marx

Karl Marx nació en Tréveris, en 1818, en el seno de una familia burguesa judía convertida al protestantismo y atraída por el espíritu de la Ilustración.

Realizó sus estudios, entre los años 1830 y 1835, en el instituto de Tréveris, y después, entre 1835 y 1840, en las universidades de Bonn (Humanidades) y Berlín (Derecho y Filosofía). Defendió su tesis sobre el pensamiento griego (el estoicismo, el epicureísmo, etc.) en Jena en 1841.

Colaboró en revistas -Gaceta renana, los Anales franco-alemanes- y, tras un largo noviazgo, se desposó con Jenny von Westphalen, en 1843. El “joven Marx” asimiló la filosofía de Hegel y después la puso en duda, dialogó con los “jóvenes hegelianos” –Arnold Ruge, Bruno Bauer, Ludwig von Feuerbach– y redactó sus primeros “cuadernos de trabajo” –Manuscritos económicos y filosóficos (1844), La ideología alemana (1845-1846)-.

Entre 1844 y 1850 vivió en París, Bruselas, Colonia y Londres. Trabó con Friedich Engels una amistad a toda prueba y una entente intelectual fructífera. Entró en contacto con los socialistas franceses, polemizando con Pierre-Joseph Proudhon –Miseria de la filosofía (1847)-. Participó en la Liga de los Comunistas y se entusiasmó con las revoluciones europeas –Manifiesto del partido comunista (1848)-. Estudió especialmente los acontecimientos que se desarrollaron en Francia –La lucha de clases en Francia (1850); El 18 de Brumario de Luis Bonaparte (1852)-.

A partir de 1851, Marx y su familia se instalaron con carácter definitivo en Londres, y vivieron de los artículos que Marx escribía para grandes diarios como el New York Tribune o el Neue Rheinische Zeitung, beneficiándose de vez en cuando de la ayuda financiera que le prestaba su amigo Engels.

En 1864, Marx intervino en la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores, cuyos “estatutos” y “discurso inaugural” redactó. En los años siguientes se enfrentaron, en el seno de la organización, los amigos de Marx con los partidarios de Proudhon y, después, con los de Mijaíl Bakunin. Tras la experiencia de la Comuna –La guerra civil en Francia (1871)-, los marxistas abandonaron la AIT, dominada por los anarquistas.

Durante más de treinta años, Marx consagró lo esencial de su energía a leer muchísimo, a acumular voluminosos cuadernos y a publicar algunos bosquejos –Los principios de economía (1857), La crítica de la economía política (1859)-, hasta llegar a la publicación de su obra más importante: el libro I de El Capital, en 1867. Después, Marx continuó dedicado a su tarea, pero la enfermedad le fue debilitando, y murió en 1883. Engels acabó El Capital, a partir de las notas dejadas por su amigo y de sus propias reflexiones, publicando el libro II en 1885 y el libro III en 1894.

El materialismo histórico

El marxismo apareció durante la segunda mitad del siglo XIX, en un momento en que el historicismo era la tendencia historiográfica dominante tanto en Europa como en Norteamérica.

La nueva corriente de pensamiento, conformada inicialmente a partir de los escritos de Karl Marx y, en menor medida, de Friedrich Engels, tuvo las siguientes raíces intelectuales:

La filosofía clásica alemana.

Marx estudia la filosofía de Hegel. En su Crítica de la filosofía del derecho de Hegel (1843) demuestra que la sociedad civil es la que determina el Estado y no al revés.
Además, revisa con Engels la filosofía idealista en La Sagrada Familia, Las Tesis sobre Feuerbach y otros cuadernos de La ideología alemana. Afirma “No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia”.

La economía política inglesa y francesa. Marx estudia a los economistas ingleses (Adam Smith, David Ricardo, John Stuart Mill) y franceses (Jean-Baptiste Say, Jean Charles Leonard de Sismondi), descubriendo el mecanismo de la alienación del obrero respecto a su trabajo y el carácter dialéctico de la historia (enfrentamiento entre los hombres).
El socialismo y el comunismo franceses. Conoce a los socialistas y comunistas franceses (Henri de Saint-Simon, François Babeuf), de los que utiliza el concepto de clase. Y estudia las revoluciones de 1848.

El marxismo surgió como consecuencia de un intento de comprensión de la realidad de aquella época, del contexto histórico de la industrialización europea, marcado por las transformaciones económicas, las corrientes migratorias, el desarraigo de las comunidades campesinas, la extensión de la miseria social urbana y la generación de una nueva clase social (el proletariado obrero industrial).

Dicho análisis llevó a Marx a formular una nueva filosofía de la historia, que fue denominada “materialismo histórico”. El pensador alemán expone dicha tesis en obras como La ideología alemana o Contribución a la crítica de la economía política:

Necesidades básicas. El materialismo histórico partía de la idea de que los hombres tienen necesidades vitales básicas, de las que depende su supervivencia (alimento, ropa, vivienda, etc.). Dichos bienes de primera necesidad han de ser producidos.
Fuerzas productivas. Para la fabricación de dichos bienes son empleadas las fuerzas productivas. Estas son materiales y humanas. Comprenden las fuentes de energía (leña, carbón, petróleo, etc.), las materias primas (algodón, caucho, hierro, etc.), la maquinaria (molinos de viento, máquina de vapor, cadena de montaje, etc.), los conocimientos científicos y técnicos, y los propios trabajadores.
Relaciones sociales de producción. La fabricación de dichos bienes genera relaciones sociales de producción que los hombres tejen entre sí con el objeto de producir y repartirse bienes y servicios.

En el Occidente medieval eran el marco del dominio señorial, con el reparto de tierras entre la reserva y los feudos, el sistema de corveas, las detracciones de tasas, las diversas categorías de campesinos (siervos, manumisos, colonos, propietarios de alodios), y la organización de la comunidad campesina (con la rotación de cultivos, pastos comunales, landas y bosques comunales).
En las sociedades industriales occidentales diversos factores influyen sobre las relaciones de producción:
La propiedad del capital (que permite tomar decisiones, elegir las inversiones, repartir beneficios).
El funcionamiento de las empresas (con el personal jerarquizado, la disciplina del taller, la fijación de normas y horarios).
La situación de los obreros (que varía según los salarios, el procedimiento de contratación y de despido y la importancia de los sindicatos).

Modos de producción o infraestructura económica. La combinación de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción origina un modo de producción (o infraestructura económica), que determina la morfología de la sociedad (sus aspectos políticos, jurídicos, ideológicos, culturales, religiosos, intelectuales, etc.).

Marx reconoció la existencia de muchos modos de producción a lo largo de la Historia. No obstante, únicamente analizó cinco; cuatro que habían existido ya y un quinto, el comunista, que había de sobrevenir, en su opinión, tras el capitalista:

Asiático. Relación de producción: régimen marcado por el Estado. Ejemplos: Egipto faraónico, China imperial, Perú incaico.
Antiguo. Relación de producción: esclavitud. Ejemplos: Mundos helenístico y romano.
Feudal. Relación de producción: servidumbre. Ejemplo: Occidente medieval señorial.
Burgués-capitalista. Relación de producción: trabajo asalariado. Ejemplo: Occidente tras la revolución industrial.

Los modos de producción podían coexistir en ciertos momentos históricos. Por ejemplo, en el siglo XVIII, en el que aparece el trabajo asalariado en la Europa Occidental, en la Oriental se implanta la servidumbre y en América se extiende el modo esclavista.

Además, se podían reproducir en formaciones sociales muy distintas entre sí; por ejemplo, el feudal tuvo vigencia en el Sacro Imperio Romano Germánico del siglo XI, en la Francia de los Capetos del siglo XIII o en el Japón de los Tokugawa en el siglo XVIII.

Superestructura jurídica y política. A partir de la infraestructura económica se construye la superestructura jurídica y política, a la que corresponden las formas de conciencia social. Esta superestructura la componen las formas de las relaciones jurídicas, las instituciones políticas y las formas de estado.
Conciencia social. La conciencia social se manifiesta en diferentes “formas ideológicas”: obras literarias, ensayos filosóficos, doctrinas religiosas, creaciones artísticas. En contra del idealismo hegeliano, Marx pensaba que las condiciones materiales de la existencia eran las que determinaban la ideología. No es la conciencia de los hombres la que determina la realidad; es la realidad social la que determina la conciencia de los hombres.

Marx reflexionó sobre la evolución de la Historia, que tenía como marco de referencia los distintos modos de producción. Creía que la Historia no era lineal y que podía pasarse de un modo de producción a otro por dos vías: la revolucionaria (corta y brusca) o la reformista (más larga y lenta). Para explicar el cambio de infraestructura partía del método dialéctico de Hegel para afirmar que la lucha de clases es el motor de la Historia. La contradicción entre la clase trabajadora y los propietarios de los medios de producción y de las plusvalías llevaba a la lucha de clases, a la revolución, a la destrucción de la infraestructura y a su sustitución por otra nueva.

Un ejemplo de este proceso de cambio de modo de producción fue, según Marx, el que experimentó Francia tras la Revolución (del feudal al capitalista). En el siglo XVIII, el desarrollo económico, el progreso de las ciencias y de las técnicas, la renovación de los cultivos y el crecimiento de la población chocaron con el orden antiguo, la administración monárquica, el marco señorial y el sistema corporativo gremial. Fruto de la lucha de clases, sobrevino la Revolución y, después, la estabilización del Imperio entre 1789 y 1815. Posteriormente, en el siglo XIX, se introdujo la sociedad capitalista liberal, dirigida por una burguesía de empresarios que explotaba a la masa de los obreros asalariados.

En El Capital Marx describió el modo de producción capitalista. En este, existían dos clases sociales antagónicas, que tenían distintas funciones económicas:

La burguesía (clase dominante, propietaria de los medios de producción y acaparadora de las plusvalías generadas por la comercialización de mercancías en el mercado).
El proletariado (clase dominada, obligada a trabajar con los medios de producción de la burguesía, a cambio de un salario siempre inferior al valor de su trabajo en el mercado).

La explotación social del proletariado por la burguesía era la causa de la lucha de clases propia del capitalismo, que había de llevar, tras la revolución, al modo de producción comunista. Como podemos apreciar, Marx concedía al hombre un papel activo en la Historia; el proletario podía y debía luchar para cambiar la infraestructura.

El análisis marxista no pretendía ser solo una interpretación de la realidad histórica, sino que pretendía promover una revolución proletaria que acabase con el modo de producción capitalista e instaurase un nuevo modo de producción (el comunista) que llevase a la formación de una sociedad sin clases ni explotación humana. De hecho, Marx propuso en varias obras (como El manifiesto comunista o El 18 de Brumario de Luis Bonaparte) la intervención política inmediata: la movilización del proletariado, la revolución y la ejecución del programa político comunista. El ejemplo más claro de esta faceta activista lo encontramos en la consigna final de El manifiesto comunista: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”.

La influencia de Marx sobre la historiografía fue mínima durante la segunda mitad del siglo XIX. Aparte de algunos casos aislados (como Jean Jaurés en Francia o Franz Mehring en Alemania), la práctica totalidad de los historiadores permanecieron fieles a la corriente historicista. El marxismo no ganaría protagonismo entre el gremio de los historiadores hasta la Primera Guerra Mundial y el triunfo de la revolución bolchevique en Rusia.

La deformación dogmática

Tras la muerte de Engels en 1895 tanto los pensadores como los dirigentes políticos de los distintos partidos socialistas hallaron dificultades a la hora de interpretar las obras y las ideas de Marx. A partir de este momento, el marxismo fue simplificado y sufrió dos tipos de deformaciones:

El “cientifismo”. Las ideas de Marx fueron consideradas un corpus doctrinal cerrado y definitivo y no fueron desarrolladas con nuevas reflexiones filosóficas ni nuevas investigaciones sobre la sociedad.
El “economicismo”. Se reafirmó la primacía de los aspectos económicos, descuidándose otros aspectos tratados en las obras de Marx.

Los principales teóricos de este marxismo empobrecido fueron Karl Kautsky en Alemania y Jules Guesde, Paul Lafargue y Gabriel Deville en Francia. Aunque en la Segunda Internacional varias corrientes (austromarxistas, revisionistas e izquierdistas) rechazaron los planteamientos simplificadores, las versiones “kautskystas” y “guesdistas”, destinadas a la difusión del marxismo entre las masas, fueron las que prevalecieron en el tránsito del siglo XIX al XX

Esta tendencia economicista, de orientación más reformista que revolucionaria, se invirtió gracias a Vladímir Ilich Lenin. Lenin reavivó los planteamientos originales de Marx en dos líneas de trabajo:

La utilización del materialismo histórico como método de investigación para la comprensión de situaciones históricas concretas (en obras como La evolución del capitalismo en Rusia o El imperialismo, estadio supremo del capitalismo).
La recuperación de la praxis revolucionaria, del activismo político. En su obra ¿Qué hacer? perfiló el modelo de un partido revolucionario capaz de luchar contra la autocracia zarista; y en El estado y la revolución definió la estrategia de la toma del poder, que implicaba la dictadura del proletariado. No obstante, no se limitó al ámbito teórico. Al contrario, puso en ejecución sus ideas dirigiendo el partido bolchevique en la Revolución de Octubre que consiguió movilizar a las masas y apoderarse del Estado ruso en 1917. Logró eliminar a los partidos rivales, vencer al ejército blanco y rechazar las presiones exteriores entre 1917 y 1921. Y entre 1921 y 1924 trabajó en la reparación de los estragos de la guerra civil y en la formación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Tras la muerte de Lenin se desencadenaron luchas de facciones para apoderarse de la dirección del partido bolchevique, que terminaron con el triunfo de Stalin, que incrementó el terror policíaco, impuso la colectivización agraria y construyó la industria pesada.

Desde entonces, el “marxismo-leninismo” se convirtió en un sistema ideológico instrumentalizado políticamente para justificar la dictadura del partido-estado. Y este propósito de legitimar las acciones gubernamentales llevó a una regresión del marxismo. La era stalinista se caracterizó por una vuelta a la desviación “cientifista”. Los distintos teóricos intentaron presentar el materialismo histórico como una ciencia exacta, capaz de establecer leyes que permitiesen conocer el pasado y prever el futuro, lo que limitó su desarrollo.

El más claro ejemplo de esta deformación cientifista y utilitarista del pensamiento marxista es la obra titulada La historia del partido comunista (bolchevique) de la URSS, redactada por una comisión de la que formó parte el propio Stalin y aprobada por el comité central del PCUS en 1938. En ella se aprecian claramente las dos desviaciones apuntadas:

La estricta utilización de las ideas principales marxistas, como la lucha de clases, para la interpretación de los acontecimientos y los procesos históricos.
La manipulación premeditada (voluntaria o forzada) de la historia, que se adapta a las necesidades políticas del “presente” de los gobernantes. Ejemplos de esta tendencia son la valorización de los dirigentes de la revolución bolchevique o de las actuaciones posteriores de Lenin y Stalin, o la crítica a los líderes de la oposición de este último (como León Trotsky o Nikolái Bujarin, entre otros).

La visión de la historia concebida en la época de Stalin permaneció casi intacta durante los mandatos de Nikita Kruschev y Leonid Brézhnev. De hecho, el propio Kruschev llegó afirmar en 1956: «Los historiadores son peligrosos. Son capaces de poner todas las cosas patas arriba. Hay que vigilarlos».

La enseñanza de la Historia en la URSS también fue controlada por el Partido Comunista y tuvo una orientación doctrinaria y propagandística. Una Instrucción oficial de 1934 dirigida a los historiadores soviéticos ponía claramente de manifiesto la línea pedagógica que los profesores de Historia habían de seguir:

“Una buena enseñanza de la Historia debe crear la convicción del inevitable fracaso del capitalismo […] y que en todo, en el ámbito de las ciencias, de la agricultura, de la industria, de la paz y de la guerra, el pueblo soviético marcha a la cabeza de las demás naciones, que sus importantes acciones no tienen igual en la Historia. […] Es importante insistir sobre las guerras y los problemas militares para sostener el patriotismo soviético1”.

La historiografía marxista británica
Características y orígenes

De forma paralela al relanzamiento de la corriente de los Annales tras la Segunda Guerra Mundial, en el contexto histórico de la Guerra Fría, la historiografía marxista comenzó un período de gran expansión en Gran Bretaña. El hito fundamental de tal proceso de crecimiento fue la fundación en 1952 de la revista Past and Present, promovida por un grupo de historiadores de inspiración marxista, al que pertenecían el arqueólogo Veré Gordon Childe, el medievalista Rodney Hilton, el modernista Christopher Hill, el contemporanista Eric J. Hobsbawm y un economista que había sido maestro de la mayoría e introductor del marxismo en la Universidad de Cambridge: Maurice Dobb. A su lado colaboraron historiadores y profesionales de las ciencias sociales.

Las características principales de la historiografía marxista británica fueron las siguientes:

Reacción contra los vicios cientifistas y utilitaristas de la historiografía marxista soviética.
Superación del determinismo economicista (infraestructura) y valoración de factores típicos de la superestructura (sociales, políticos, jurídicos, culturales, ideológicos, religiosos, etc.).
Desarrollo de estudios sobre un tema común: los orígenes, el desarrollo y la expansión del capitalismo, teniendo en cuenta sus cambios económicos y también sociales.
Realización de estudios empíricos con el apoyo de métodos de otras ciencias humanas.
Preocupación común por el estudio teórico del concepto marxista de la lucha de clases.
Desarrollo de la teoría de la determinación de clases, que defiende la importancia capital de la lucha de clases en la Historia.
Desarrollo de una nueva perspectiva histórica: la “historia desde abajo” o la “historia de abajo a arriba”, centrada en las experiencias, acciones y luchas de las clases bajas (el pueblo llano, los campesinos, la clase trabajadora) en oposición a la historia de las clases dirigentes o las élites.
Participación en la formación en Gran Bretaña de una conciencia política socialista y democrática.

Por otra parte, si bien se reconoce de forma generalizada que el hito fundamental del desarrollo de la corriente historiográfica marxista británica fue la fundación de la revista Past and Present, no existe acuerdo en torno al tema del origen y las influencias intelectuales de la tendencia. Varios historiadores han estudiado este tema, llegando a conclusiones distintas.

Raphael Samuel analizó la historiografía marxista británica desde 1880 hasta 1980, en The British Marxist Historians, y llegó a la conclusión de que la tradición historiográfica marxista fue desarrollándose progresivamente, en contacto con diversas influencias:

La influencia de los historiadores democráticos radicales y liberales, como los Hammond.
El influjo de los historiadores socialistas no marxistas, como G.D.H. Cole o R.H. Tawney.
La influencia del inconformismo protestante (especialmente apreciable en algunos de los principales historiadores marxistas británicos, como Hill o Thompson).
El contacto con otras corrientes intelectuales y políticas, como el anticlericalismo o el progresismo.

Eric Hobsbawm, al contrario que Samuel, afirmó en The Historians’ Group of the Communist Party que la tradición historiográfica marxista comenzó con la formación del grupo de historiadores del Partido Comunista, justo después del fin de la Segunda Guerra Mundial (1946). La iniciativa fue promovida por especialistas, como Maurice Dobb, Christopher Hill, Victor Kiernan, John Saville, Eric Hobsbawm o Rodney Hilton, de distintas generaciones, comprometidos intelectual y políticamente por las consecuencias de la guerra, la oposición al fascismo y la pertenencia activa al Partido Comunista, y unidos por la ideología marxista y la voluntad de estudiar de forma organizada la Historia y de divulgarla a través de estudios individuales y proyectos conjuntos.

Hobsbawm reconocía únicamente la influencia previa de Dona Torr, periodista e historiadora británica, conocedora erudita del marxismo, que participó en la fundación del Partido Comunista en 1920 y promovió la publicación de escritos marxistas (tanto textos de Marx y Engels, como estudios sobre el marxismo y el movimiento obrero). Torr no participó directamente en la fundación del grupo, pero se sumó a él y puso su apasionamiento, trabajo, experiencia y conocimientos a disposición de los demás historiadores.

Un tercer teórico, Richard Johnson, estudió en Culture and the Historians la ensayística histórica británica. Afirmó que la tradición historiográfica marxista surgió como consecuencia del interés que se generalizó tras la Segunda Guerra Mundial entre los historiadores socialistas (marxistas y no marxistas) por estudiar la influencia de los aspectos culturales en la Historia. Diversos historiadores, como Hill, Hilton, Hobsbawm o Thompson, participaron de esta tendencia, alejándose de las explicaciones históricas tradicionales marxistas, de carácter más economicista. El nuevo enfoque historiográfico recibió la denominación de “marxismo cultural” o “culturalismo”.

La revista Past and Present

El hito fundamental del proceso de crecimiento de la corriente historiográfica marxista británica fue la creación en 1952 de la revista Past and Present. La creación fue promovida por el grupo de historiadores del Partido Comunista de Gran Bretaña (CPGB), encabezado por Maurice Dobb, Rodney Hilton, Christopher Hill, Eric Hobsbawm y John Morris (a quien se le reconoce un protagonismo principal en la organización inicial de la revista).

No obstante, no fue una revista limitada a los estudios marxistas históricos. De hecho, publicó trabajos de historiadores no marxistas afines o con intereses investigadores comunes y acogió en su consejo de redacción a historiadores no marxistas (como Lawrence Stone) y a sociólogos y antropólogos.

Sus principales objetivos fueron:

Criticar los estudios históricos no marxistas.
Explicar las transformaciones sociales a lo largo de la Historia.

Con el paso de los años, Past & Present se convirtió en una de las revistas líderes en los estudios históricos, contribuyendo notablemente al desarrollo de la historia social y de la sociología histórica.

Algunos historiadores del grupo inicial siguen en la actualidad ligados con la revista. Hill es presidente de la Past & Present Society. Y Hilton y Hobsbawm son director y vicedirector del comité editorial. Su trabajo colectivo en la revista ha persistido en el tiempo al margen de las diferencias políticas. De hecho, la cohesión del equipo editorial se mantuvo pese a que algunos de sus representantes (entre ellos, Hilton, Hill o Thompson) abandonaron el Partido Comunista como consecuencia de la invasión soviética de Hungría en 1956 y del fracaso de la oposición a esta por parte del Partido, y el grupo de historiadores se resintió.

Los principales temas abordados en la revista han sido la Historia Moderna, la de Gran Bretaña y la de Europa. Aunque en su origen, los números aparecieron con periodicidad bimestral, posteriormente la revista se hizo trimestral. En la actualidad, ya han sido publicados más de 200 números.

Estructuralismo y culturalismo

En el período de entreguerras el italiano Antonio Gramsci y el húngaro Georg Lukács (autor de la obra Historia y conciencia de clase) encabezaron la crítica al marxismo cientifista, poniendo en duda:

El determinismo económico en la explicación histórica marxista (afirmando la importancia de aspectos de la superestructura, como la conciencia de clase, los sistemas de ideas).
La concepción mecánica de la relación entre la infraestructura y la superestructura (que negaba la capacidad humana para intervenir en la Historia).

Las críticas fueron el germen de una nueva visión del marxismo, la “culturalista”, que sería desarrollada por el marxismo británico y que presenta las siguientes características básicas:

Concedía importancia a la superestructura en la explicación de la historia.
En contra del determinismo económico, defendía que la conciencia individual y colectiva puede convertir al hombre en un sujeto activo en la historia, a la hora de enfrentarse a los problemas de su tiempo.

Tras la aparición de esta nueva corriente, el historiografía marxista siguió desarrollándose en líneas diferentes: la estructuralista y la culturalista.
Neomarxismo estructuralista

La línea neomarxista estructuralista presenta los siguientes rasgos generales:

Inspiración en los planteamientos de Louis Althusser.
Interés historiográfico común: analizar y explicar los mecanismos y factores de los cambios de modos de producción.
Importancia de las fuerzas productivas, las relaciones sociales y la lucha de clases en la evolución histórica (en los cambios de los modos de producción).
Rechazo del determinismo económico puro para justificar los cambios históricos.
Devaluación de la influencia del hombre sobre la historia.
Refuerzo del carácter científico del marxismo (restándole valor a los aspectos ideológicos-filosóficos, que no son considerados científicos).
Valoración de la política como elemento regulador de las relaciones sociales.
Idea común: la historia tiende al surgimiento del comunismo y la sociedad sin clases.

Entre los representantes de esta corriente, podemos destacar a Maurice Dobb, Paul Sweezy, Robert Brenner, Guy Bois e Inmanuel Wallerstein.
Neomarxismo culturalista

La línea neomarxista culturalista o humanista presenta las siguientes características generales:

Rechazo de la idea marxista de que la sociedad determina la ideología o conciencia social.
Atención especial por la lucha de clases:
Alejamiento del determinismo económico para explicar la lucha de clases.
Valoración de la importancia de la conciencia social sobre la lucha de clases.
Concepción de la lucha de clases como una lucha de dominación no solo económica, sino también social y cultural.
Importancia del concepto de cultura popular (conjunto de tradiciones y valores populares).
Valoración de la influencia del hombre sobre la evolución histórica.
Suma de aspectos políticos, culturales, sociales e ideológicos a los económicos en la explicación de las relaciones sociales de producción.
Análisis de abajo a arriba (la conciencia individual y colectiva del hombre puede influir en la lucha social, y manifestarse políticamente bajo diversas formas de resistencia más o menos violentas).

Su principales representantes fueron E. P. (Edward Palmer) Thompson, Christopher Hill, George Rudé, Eric Hobsbawm, Eugene Genovese, Carlo Ginzburg, Giovanni Levi o Carlo Poni.

El debate sobre la transición al capitalismo
El origen del debate y Maurice Dobb

El debate sobre el capitalismo.

En 1946 Maurice Dobb publicó la obra Studies in the Development of Capitalism. En ella, estudió y amplió el planteamiento marxista del origen y el desarrollo del modo de producción capitalista. Ello dio inicio a un debate sobre la transición del feudalismo al capitalismo que analizó aspectos económicos, sociológicos, filosóficos e históricos, y promovió el desarrollo de conceptos como relaciones y modo de producción, (infra)estructura y lucha de clases.

De cualquier forma, el estudio este tema no ha sido únicamente abordado por marxistas, ni comenzó tras la publicación de la obra de Dobb. La citada transición fue objeto de análisis de distintos economistas (como el propio Adam Smith, en La riqueza de las naciones) o sociólogos (como Saint-Simon, Durkheim en La división del trabajo social, o Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo). En la actualidad, el nacimiento del capitalismo sigue siendo un tema interesante para los investigadores de las distintas ciencias sociales, marxistas o no, especialmente por sus implicaciones políticas.

Explicaciones previas sobre el origen del capitalismo.

Dobb comienza su estudio del capitalismo recuperando varias explicaciones sobre su origen:

Origen según Werner Sombart y Max Weber:
Sombart creía que el origen estaba en el espíritu empresarial emprendedor burgués.
Weber pensaba que el origen radicaba en la ideología protestante (especialmente, calvinista-puritana), que impulsó la búsqueda de ganancias.
Origen según Henri Pirenne. El historiador belga situaba el origen del capitalismo en el siglo XII europeo, cuando la producción de manufacturas comenzó a dirigirse al mercado y una clase de mercaderes, ávida de acumular riqueza, desarrolló el comercio exterior a gran escala.
Origen según Karl Marx.
El capitalismo como modo de producción surgió cuando los propietarios de los medios de producción contrataron a trabajadores libres para elaborar productos a cambio de un salario, quedándose las plusvalías de la comercialización de las mercancías a modo de beneficio.
Marx y Engels reconocieron la existencia de una relación entre el capitalismo y el espíritu de expansión económica de los siglos XVI y XVII. Y señalaron algunos factores que promovieron el tránsito del feudalismo al capitalismo: la existencia de una tradición comercial previa (fundamentalmente medieval), la influencia de la ideología protestante, la expansión geográfica mundial del mercado comercial (con la correspondiente competitividad empresarial a nivel particular e incluso estatal) y el desarrollo del sistema colonial de explotación económica.

El origen del modo de producción capitalista para Maurice Dobb.

Dobb criticó las definiciones del “espíritu del capitalismo” y del “capitalismo como comercio”, porque, en su opinión, eran demasiado generales y no ilustraban adecuadamente el desarrollo histórico de los últimos siglos. Y se quedó con la marxista porque creía que explicaba mejor el fenómeno analizado y porque, además, consideraba el estudio de aspectos sociales y económicos (al tratar sobre el modo y las relaciones sociales de producción). A partir de esta definición marxista, desarrolló la suya.

El historiador británico creía, no obstante, que no era suficiente relacionar una época histórica concreta (los siglos bajomedievales y modernos) con el modo de producción (capitalista). Pensaba que era más adecuado realizar un estudio “dinámico” del proceso histórico que llevó al origen del capitalismo y a la sustitución del modo de producción feudal por el capitalista; un análisis que tuviese en cuenta tanto los períodos de estabilidad, en los que se producían modificaciones graduales y continuas del modo de producción, como aquellos de revolución social, en los que los cambios se aceleraban, alterando bruscamente el curso de los acontecimientos y marcando la transición a un nuevo modo de producción. Dobb afirmaba que el motor de dichos cambios era la estructura social de clases y, en concreto, la lucha entre las dominantes y las dominadas en el marco del modo de producción.

De acuerdo con estas premisas teóricas, Dobb expuso su propia interpretación sobre el origen del capitalismo y la relación entre el modo feudal y el capitalismo. Situó el inicio de la era capitalista en Inglaterra y lo dató en la segunda mitad del siglo XVI y en los primeros años del XVII, cuando se formó una clase burguesa mercantil capitalista, propietaria de los medios de producción, que comenzó a contratar a trabajadores asalariados para lograr incrementar la producción (putting-out system) y poder beneficiarse del comercio a gran escala.

Dobb señaló dos momentos clave en la historia del capitalismo:

El primero lo situó en las revueltas de la Inglaterra del siglo XVII, un período de transformaciones sociales y políticas en el que la nueva clase social capitalista se convirtió en la clase dominante del nuevo modo de producción, desplazando a los detentadores del poder económico y social del orden anterior.
El segundo fue la revolución industrial a finales del siglo XVIII y principios del XIX.

En cuanto al modo de producción feudal, Dobb lo definió como un modo de producción basado en la relación socio-económica de servidumbre de la clase dominada (fundamentalmente campesina) hacia los señores feudales. Situó su crisis en el siglo XIV y su final en el siglo XVII, tras las citadas revueltas inglesas. Dobb comentó que las causas de la desintegración progresiva del feudalismo fueron inherentes al propio modo de producción: la necesidad creciente de ingresos de los señores les movió a incrementar la presión y las demandas sobre los campesinos, lo que conllevó la marcha progresiva de los trabajadores a las ciudades con el consecuente abandono de los campos, y el descenso de la productividad. Esta tendencia, iniciada en el siglo XIV, afectó en distinta medida a los señores feudales en función de diversos factores. Entre ellos, señaló la realización o no de concesiones económicas a los trabajadores (como la remuneración en metálico por el trabajo), el grado de presión sobre ellos, la mayor o menor fuerza de la oposición campesina, el poder militar o político de los señores, o la voluntad real de reforzar la autoridad señorial o por debilitarla. Dobb concluyó afirmando que el declive del feudalismo se debió a su ineficacia como modo de producción, y que las causas de la crisis y el final de este orden se hallaban en las relaciones económicas de explotación entre la clase dominante y la dominada.

Por su parte, el capitalismo no se desarrolló hasta que el feudalismo entró en estado avanzado de desintegración. Para Dobb, la revolución capitalista comenzó a principios del siglo XVII cuando algunos productores agrícolas y manufactureros acumularon capital, se dedicaron al comercio y organizaron la producción de forma capitalista, invirtiendo beneficios en el pago de asalariados para incrementar la producción y en la mejora de los medios de producción (acumulación de propiedades agrícolas y avances metodológicos o tecnológicos).

En resumen, Dobb concluyó que las causas de la sustitución del modo de producción feudal por el capitalista fueron:

la aparición de las luchas y revueltas en la Inglaterra del Seiscientos, en las que el modo de producción y el orden social feudal fueron depuestos;
y el desarrollo de las relaciones capitalistas en la agricultura y en la industria manufacturera, que dio origen al modo de producción capitalista.

El debate sobre la transición del modo de producción feudal al capitalista

La interpretación de Dobb en sus Studies in the Development of Capitalism dio origen a un debate historiográfico en el que participaron numerosos historiadores.

El economista marxista norteamericano Paul Sweezy fue el primero en criticar diversos aspectos de la concepción de Dobb:

Afirmó que Dobb había fracasado en su intento de definir el modo de producción feudal, al identificar feudalismo con servidumbre, obviando aspectos económicos del sistema, como la producción orientada a la autosuficiencia o el comercio local.
Criticó que Dobb no reconociese que el crecimiento del comercio fue una de las causas del declive del modo de producción feudal. (Recordemos que Dobb afirmó que la causa principal de su crisis fue la ineficacia del sistema feudal, motivado por las relaciones económicas de explotación entre las clases).
Cuestionó la concepción de Dobb sobre el período de tiempo que iba desde la crisis del siglo XIV hasta la disolución del modo de producción feudal en el XVII. Sweezy afirmó que la servidumbre prácticamente había desaparecido en tal período y que el sistema de producción de esta fase de transición había de llamarse “modo de producción pre-capitalista de bienes”.
Y, por último, en cuanto al origen del capitalismo, criticó la “vía revolucionaria” de la aparición de la clase capitalista entre los mismos productores.

Dobb respondió a las críticas de Sweezy:

Defendió su definición del modo de producción feudal, por estar basada en las relaciones sociales de producción entre las clases, y no en las relaciones económicas (que era en lo que se fundamentaba la del norteamericano).
Sobre la causa del declive del feudalismo, defendió su posición de que este había decaído por causas internas y externas, aunque fundamentalmente internas. Y afirmó la pobreza de la de la posición de Sweezy, que solo admitía una causa externa como causa del fin del modo de producción feudal (el comercio).
Acerca del intervalo de los dos siglos, criticó la existencia del modo de producción intermedio de Sweezy, afirmando que la clase dominante en aquella época seguía siendo la feudal.
Y, por último, defendió la “vía revolucionaria” señalando que uno de los grupos más avanzados, económica y políticamente, fue la clase de pequeños terratenientes, surgidos del mismo campesinado.

Esta polémica inicial marcó el origen de dos líneas diferentes de interpretación marxista: una económica, centrada en las relaciones de intercambio, que desarrolló las ideas de Sweezy; y otra política-económica, centrada en las relaciones sociales de producción y en la lucha de clases, que evolucionó las propuestas de Dobb. De todas formas, lo más valioso de la aportación de este último es que abrió un debate historiográfico que se ha prolongado en el tiempo y que ha implicado a numerosos historiadores.

Tras la respuesta de Dobb a Sweezy, entró en escena el japonés Kohachiro Takahashi, quien se alineó con Dobb al defender las causas internas en el declive del feudalismo. Sus aportaciones más interesantes tuvieron relación con la transición al capitalismo en Prusia y Japón, naciones en las que la revolución se realizó “desde arriba”, es decir, que nuevo modo de producción fue patrocinado y controlado por el Estado absoluto, que no hubo de enfrentarse a subversiones revolucionarias desde abajo” (como ocurrió en Inglaterra o Francia).

Después de conocer la aportación del japonés, Dobb insistió en que la desintegración del modo de producción feudal y la aparición del capitalista fueron procesos independientes. Y Sweezy les respondió a ambos defendiendo de nuevo la importancia del comercio, al resaltar el impacto que tuvo en la economía mediterránea; y también comentó que en el período intermedio hubo varias clases dirigentes compitiendo por el poder y la autoridad.

En los años 50, Rodney Hilton, Christopher Hill y Eric Hobsbawm participaron en el debate, realizando aportaciones destacadas.

Rodney Hilton criticó a Sweezy al afirmar que el motor del modo de producción feudal era la lucha continua de los señores por acumular bienes y por reforzar su posición dominante respecto a la clase dominada (y no la vertiente económica del sistema de producción feudal). Y apoyó la opinión de Takahashi de que las relaciones sociales de producción estructuraron el mercado y no al revés. Posteriormente, Dobb suscribió la importancia que Hilton asignó a la lucha de clases.
Christopher Hill criticó la tesis de Sweezy de que en el “período intermedio” había varias clases dirigentes, afirmando que hasta el siglo XVII la única clase dominante fue la clase feudal de los hacendados (la nobleza) y que su poder se puso de manifiesto en el surgimiento del estado moderno: la monarquía absoluta.
Eric Hobsbawm estudió la crisis del siglo XVII, la última fase de la transición general del modo de producción feudal al capitalista. Describió las distintas manifestaciones de la crisis en la Europa mediterránea, en la del noroeste, en las colonias españolas en América o en la Europa del este, lo que le permitió demostrar la importancia de las relaciones sociales en los modos de producción. Justificó dicha influencia en que el hecho de que las citadas relaciones sociales pusieron las bases de la revolución industrial en Inglaterra y la Europa noroccidental y, en cambio, retrasaron su progreso en la Europa oriental o, incluso, en Italia, donde, pese a que la industria había adquirido cierto desarrollo y a que existía una clase de comerciantes, la estructura social feudal inhibió o prohibió la apertura al capitalismo.

Contribuciones recientes al debate

Tras esta primera fase del debate, con predominio de historiadores británicos, la discusión se extendió por todo el mundo historiográfico y comenzaron a participar especialistas latinoamericanos, estadounidenses y de otros países de Europa y del Tercer Mundo.

Durante el período de postguerra, la interpretación historiográfica predominante fue la “teoría del subdesarrollo” o “dualismo”, que suponía la existencia de una división entre regiones capitalistas desarrolladas (industriales, comerciales, urbanas, modernas) y regiones “feudales” atrasadas (agrarias, montañosas, rurales, tradicionales, preocupadas por la subsistencia).

Oponiéndose a esta teoría, el economista y sociólogo alemán André Gunder Frank presentó su teoría del “desarrollo del subdesarrollo”, que defendía que el modo de producción vigente desde la conquista de América había sido el capitalista y que las regiones subdesarrolladas habían sido explotadas por las metrópolis, primero, y por las potencias dominantes de Norteamérica. Por tanto, no tenía sentido aplicarles la denominación de “regiones feudales”.

Las ideas de Frank fueron criticadas por teóricos argentinos como Rodolfo Puiggrós o Ernesto Laclau. Ambos afirmaron que el modo de producción vigente en la América Latina colonial era el feudal y que era un error identificar la economía mercantil con el modo de producción capitalista.

El debate continuó en los escritos de Immanuel Wallerstein y Eugene Genovese.

Influido por Sweezy, Immanuel Wallerstein trató de explicar el origen del capitalismo desarrollando un modelo teórico diferente del que utilizaban los marxistas (que era el modo de producción) para la comprensión de la historia: el sistema económico capitalista mundial. Wallerstein defendía que este sistema surgió en el siglo XVI y que ponía en relación distintas áreas del mundo:

Áreas centrales: la Europa del noroeste, que se apropiaba de los excedentes de producción de las demás áreas, buscaba la producción para la venta en el mercado con el objetivo de conseguir beneficios y tenía un régimen de división del trabajo basado en el arrendamiento y el trabajo asalariado.
Áreas semiperiféricas: la Europa mediterránea, en la que el régimen de división del trabajo era la aparcería.
Áreas periféricas: la Europa oriental y el Nuevo Mundo, en las que el régimen de división del trabajo se basaba en la esclavitud y el trabajo del campo a cambio del pago de rentas obligatorias.

El carácter capitalista del sistema unía a todas las áreas, independientemente de su desarrollo, de las características más o menos originales de su cultura, de la función que cumplían en él, o de las relaciones sociales de producción que se daban en ellas (aunque fuesen típicas de otros modos de producción).

El planteamiento de Wallerstein se caracterizaba por el determinismo económico. En su opinión, la economía influía en la estructura de clases, las relaciones sociales, las decisiones políticas e, incluso, en el desarrollo de la cultura y de las ideologías en las distintas áreas del sistema.

Eugene Genovese criticó el determinismo económico de Frank y Wallerstein, que argumentaban que el capitalismo europeo había convertido los sistemas sociales de los pueblos explotados en una variedad más de la cultura burguesa. En su interpretación histórica del Sur esclavista, Genovese afirmó la importancia de las relaciones sociales de producción y la estructura de clases derivada de estas como factores del desarrollo del capitalismo.

Otras contribuciones interesantes al debate sobre la transición son las que tienen en consideración los aspectos políticos. Destacamos las de Perry Anderson y Robert Brenner.

Influido por el marxismo estructuralista de Althuser y las ideas de Max Weber, Perry Anderson estudió el desarrollo de los estados absolutistas de la última fase de la época feudal, en relación con el nacimiento del modo de producción capitalista, comparando los estados de la Europa del este y los del oeste.

Reivindicó la importancia de los aspectos políticos e ideológicos, junto a los económicos, en la evolución histórica. Se centró especialmente en el estudio de los factores políticos porque pensaba que las luchas de clases se resolvían a nivel político en la sociedad. Por ello, llegó a afirmar que “la historia desde arriba” (de los Estados) era tan importante como “la historia desde abajo” (de las clases desfavorecidas). Y, en consecuencia, se dedicó al estudio del Estado, especialmente, el absolutista moderno.

En relación con el debate de la transición del modo de producción feudal al capitalista, Anderson señaló que la lucha de clases en el feudalismo llevó a un proceso de reivindicación de la tierra y este al crecimiento económico. Añadió que este modelo de expansión estuvo vigente entre los siglos XI y XIII, y que entró en crisis en el XIV. Y que el nacimiento del estado absolutista entre el XV y el XVI fue un intento de las clases privilegiadas de reforzar su posición dominante sobre las masas campesinas; el nuevo Estado moderno fue “la nueva coraza política de una nobleza amenazada” más que un arma de la naciente clase capitalista en contra de la vieja clase feudal dirigente.

Anderson defendió que el feudalismo, por sí mismo, no dio origen al capitalismo, sino que este fue posible gracias a la concatenación de antigüedad y feudalismo que se produjo durante el Renacimiento. En esta época se dieron tres circunstancias que llevaron al origen del capitalismo:

El redescubrimiento del mundo antiguo propició el renacer de la civilización urbana y la recuperación del Derecho romano, que permitió conocer la ley de la propiedad.
El descubrimiento del Nuevo Mundo facilitó la acumulación de capital en Europa.
El nacimiento del sistema estatal europeo, bajo la forma del absolutismo, permitió la expansión del capitalismo mercantil y manufacturero.

Por último, analizaremos las aportaciones de Robert Brenner al debate. Este historiador norteamericano criticó los modelos demográficos y económicos (fundamentalmente comerciales) de interpretación de la transición al capitalismo porque no podían explicar satisfactoriamente determinados procesos históricos:

No podían justificar la distinta evolución del feudalismo en la Europa del oeste y en la del este a finales del período medieval y principios del moderno (la aparición de una población campesina prácticamente libre en la occidental y degradada hacia la servidumbre en la oriental).
Ni tampoco explicar el hecho de que el capitalismo se desarrollase antes en Inglaterra que en Francia, cuando ambos países experimentaron crecimientos poblacionales similares.

Brenner relacionó el declive del feudalismo con las manifestaciones de la lucha de clases en la época bajomedieval:

La intensificación del señorialismo desde el siglo XIV hasta el XVI, con el fin de reforzar las relaciones sociales de producción basadas en la servidumbre.
La distinta capacidad de los campesinos para oponerse a los señores y lograr asegurarse el control de tierras.

La renovación marxista no anglosajona

Antes de la Primera Guerra Mundial, en el contexto de la Segunda Internacional, los teóricos marxistas reaccionaron contra las deformaciones cientifista y economicista que estaba sufriendo el materialismo histórico.

En Austria surgió una generación de teóricos llamados “austromarxistas”, que desarrolló una teoría política marxista que, además de la revolución, admitía la llegada de la clase dominada al poder por la vía reformista de la socialdemocracia. Entre sus principales representantes cabe destacar a Max Adler (que pretendía incluir los aspectos éticos-políticos en la interpretación histórica marxista), Otto Bauer (que intentó combinar socialismo y nacionalismo) o Rudolf Hilferding.
En Alemania, Eduard Bernstein realizó una revisión completa de El Capital. Criticó aspectos centrales de la concepción marxista, como la teoría de la plusvalía, la importancia de la dialéctica o el determinismo económico en los cambios históricos. Y manifestó que la sociedad avanzaba hacia el socialismo movida por el impuso de los ideales morales. También cabe destacar la labor de Franz Mehring, como formador y divulgador de las ideas marxistas, y también como historiador; en este ámbito, realizó un estudio del rey sueco Gustavo Adolfo y de la Guerra de Treinta Años, justificando esta contienda, no en aspectos religiosos, sino en los intereses sociales y económicos de las clases.
En Francia, Jean Jaurés intentó realizar una síntesis entre la tradición democrática, heredada de la Revolución Francesa, y el socialismo de inspiración marxista. Jaurès opinaba que el motor de la historia no eran las relaciones sociales de producción, sino la contradicción entre las aspiraciones altruistras del hombre y su negación en la vida económica.

Tras la revolución de 1917, los bolcheviques adquirieron un gran prestigio intelectual entre los teóricos marxistas, que se mantuvo prácticamente intacto durante 40 años. No obstante, diversos teóricos lucharon contra la “esclerosis” dogmática stalinista:

En Italia, Antonio Gramsci realizó una nueva reflexión del marxismo, que criticaba la simpleza del recurso al determinismo económico para explicar la política y la ideología, aspectos que consideraba que mantenían cierta autonomía respecto a las luchas de clases y las estructuras económicas. Gramsci inventó conceptos, como “catarsis” para aludir a la toma de conciencia que lleva a la clase dominada a luchar por la libertad en el marco de un nuevo modo de producción, o “bloque histórico” para hacer referencia a la alianza de muchas clases o fracciones de clase. El Partido Comunista Italiano, influido por el stalinismo, se abstuvo durante mucho tiempo de difundir la obra de este innovador teórico.
Junto a Gramsci, también son reseñables las críticas del húngaro Georg Lukács y el alemán Karl Korsch a las deformaciones cientifista y economicista del marxismo.
En Francia, algunos integrantes de la Escuela de los Annales, como el propio Marc Bloch, o cercanos a tal corriente, como Ernest Labrousse, se vieron influidos por determinados aspectos de la concepción marxista de la historia (como la definición de las clases o la influencia de los aspectos económicos sobre las distintas capas sociales).
En Alemania, diversos teóricos marxistas, críticos del cientifismo, se reunieron en torno a la llamada Escuela de Frankfurt, dirigida por Max Horkheimer. Entre sus representantes más destacados podemos citar a Siegfried Kracauer y a Walter Benjamin, autor de las conocidas Tesis sobre la filosofía de la historia.

A finales de la década de 1950 y principios de la de 1960 se empezó a romper la hegemonía intelectual marxista soviética. Los planteamientos críticos de Gramsci o Luckács comenzaron a ser conocidos en los círculos militantes.

En Francia, Louis Althusser formó un equipo de jóvenes intelectuales comunistas y comenzó una productiva labor editorial. Analizó profundamente la obra de Marx. Presentó una nueva concepción de la historia en el que le restaba al hombre capacidad de influencia, “una historia sin protagonista”, movida por la lucha de clases.

En los años 60 y 70 del siglo XX, la influencia del marxismo se extendió de la historia económica a la historia de las mentalidades, como puede apreciarse en la producción historiográfica de autores como el medievalista Georges Duby. Así mismo, historiadores marxistas, como Michel Vovelle o Regine Robin, se aproximaron a ámbitos de estudio típicos de la superestructura, como la propia historia de las mentalidades o de la lingüística. También destacaron las figuras de los marxistas Albert Soboul (especialista en la Revolución Francesa) y Pierre Vilar (hispanista, autor de la conocida obra Cataluña en la España Moderna), quien estudió las convergencias entre la corriente de los Annales y la historiografía marxista.

En esos años se formó en Polonia la Escuela de Poznan, cuyos principales representantes fueron Witold Kula y Jerzy Topolsky.

Por último, cabe destacar la influencia de los historiadores marxistas (especialmente, los británicos) sobre la historiografía norteamericana, especialmente patente desde la fundación en 1969 del Shelby Cullom Davis Center for Historical Studies, de la Universidad de Princeton, bajo la dirección de Lawrence Stone.

1 Citado en Marc Ferro, Cómo se cuenta la Historia a los niños en el mundo entero, p. 239. G. Barraclough, Main Trends in History, pp. 21-28. E. Breisach, Historiography, cap. 25. S. H. Barón y N.W. Heer, «The Soviet Union: Historiography Since Stalin», en G. Iggers y H. Parker, International Handbook of Historical Research, cap. 15. J. Fontana, op cit, pp. 214-226.

Introducción a la historiografía del siglo XX

Introducción a la historiografía del siglo XX
por Antonio Carrasco

1. La explicación en la historia
En general, los hechos del pasado suelen ser transmitidos por medio de la narración. Esta narración puede limitarse a contar lo que sucedió sin emitir juicios o valoraciones personales (descripción) o puede intentar dar respuesta a las causas que motivaron dichas circunstancias (explicación). Los cronistas, antiguos y modernos, solían quedarse en el plano puramente descriptivo, “contaban cosas”. El historiador va más allá y trata de explicar las causas, las circunstancias, la influencia de la personalidad de los protagonistas individuales o colectivos en los fenómenos históricos.

Cuando tratamos de explicar los hechos y las conductas del pasado solemos hacerlo desde dos perspectivas, que derivan en dos tipos de explicaciones: la causal y la intencional.
La explicación causal es la más usual en la historia y posiblemente la más propiamente histórica. Es la que trata de explicar las causas múltiples de los hechos históricos.
La explicación intencional o motivacional es la que trata de establecer los motivos que llevaron a los protagonistas (individuales o colectivos) a actuar de una determinada manera y las consecuencias de sus acciones. Tienen, por tanto, una naturaleza psicológica y requieren empatía, es decir, una identificación mental con los protagonistas; hemos de ponernos en su situación para poder comprender sus acciones y decisiones.
En la historia, es posible combinar ambas explicaciones y llegar a una explicación integrada. Ambas son complementarias, ya que las acciones de los protagonistas no tuvieron siempre los efectos esperados y las causas de los hechos históricos suelen ser múltiples, dada la complejidad de las relaciones sociales.
2. La historiografía en el siglo XX e inicios del XXI
La historiografía ha suscitado gran interés entre los historiadores. Algunos autores han reconocido dos fases en la construcción del saber histórico: una anterior al siglo XIX, que arranca de la tradición clásica de Heródoto y consiste fundamentalmente en narrar “cosas del pasado”; y otra iniciada a comienzos del siglo XIX que recoge el pensamiento de la escuela alemana, que le da estatus de ciencia humana a la Historia.

Como ciencia, la Historia tiene un ámbito de estudio que no es el pasado en sí, ya que este es inexistente e inaprehensible. Su campo de estudio lo constituyen las “reliquias del pasado”, el conjunto de restos y vestigios del pasado que perviven en el presente bajo diversas formas. Al trabajar con estas reliquias, el conocimiento no es el pasado, sino una parte fragmentaria y parcial del pasado.
Veamos los paradigmas historiográficos más comunes en nuestro tiempo y sus antecedentes más significativos.
2.1. El nacimiento de la historiografía: historicismo y positivismo
La ciencia histórica nace en Alemania en el tránsito del siglo XVIII al XIX. El historicismo es la cuna de la historia académica del siglo XIX y de toda una tradición de crítica de las fuentes históricas.
Uno de sus principales representantes, Leopold von Ranke, entendía la Historia como un discurso fuertemente unitario en el que la política desempeñaba un papel fundamental en torno al cual se desarrollaba el discurso histórico. Era una Historia nacida al calor de la lucha por la unidad alemana y justificadora del Estado-Nación propio de la ideología nacionalista y liberal de los años centrales del siglo XIX. En ella, las ideas políticas y los principios morales de los protagonistas individuales (los reyes, los jefes de Estado o los grandes personajes) dejaban de lado la historia de las colectividades, la historia económica o la historia social. Esta historiografía estaba claramente influida por el positivismo. Los historiadores aparecieron como una clase profesional, lo que les llevó a considerar su disciplina como ciencia.
La influencia alemana hizo que se extendiese por Europa una visión de la historia reducida a la mera reconstrucción de acontecimientos, basada en el estudio de los documentos.
Frente a esta forma de hacer historia surgieron a finales del siglo XIX, al margen de los círculos académicos, nuevas alternativas historiográficas: las teorías de Marx y de algunos sectores de la historiografía dominante:
El pensamiento marxista suponía una subversión profunda de la historiografía. Incidía en la historia del movimiento obrero y en ciencias sociales, como la Economía y la Sociología. Así mismo, entre los historiadores académicos surgió el cultivo de la historia económica y social, al centrarse en el estudio de las relaciones entre el Estado eje del análisis historicista, la sociedad y la economía.
Los primeros cambios se produjeron en los Estados Unidos y en Francia:

En EE. UU., surgió la idea de la que la Historia era una ciencia social más y, por lo tanto, tenía que contribuir al descubimiento de las leyes del desarrollo humano. Así nació la historia científica, llamada “New History”, como una rama de las ciencias sociales.
No obstante, fue en Francia donde nació la historia social. Hacia 1900, en torno a Henri Berr, nació una nueva clase de historia apoyada por las nuevas ciencias sociales (“humanas”, según la terminología francesa): geografía, economía y sociología. Esta nueva historia se enfrentó con la historia académica y de la confrontación salieron beneficiados los que han sido considerados padres de la historia social: Lucien Febvre y Marc Bloch, fundadores en 1929 de la revista Annales d’histoire économique et sociale.
La transición de la historiografía positivista o historicista-metódica no se produjo hasta el período de entreguerras. La primera alternativa fue la formada en torno a la s Annales.
2.2. El cambio cualitativo: de Annales a la Nouvelle Histoire
La llamada Escuela de los Annales, formada en la década de los 30 del siglo XX, como reacción a la historia académica, intentó una reconstrucción del pasado sobre bases científicas tomadas de otras ciencias humanas o sociales, para acabar desintegrándose en los años 70 en múltiples direcciones. Su objetivo era hacer una historia global, total, partiendo de la premisa de que los aspectos sociales y económicos formaban parte de la Historia.
Así mismo, la Escuela de los Annales amplió el concepto de documento histórico: además de los documentos escritos (como señalaban Langlois y Seignobos a finales del siglo XIX), también fueron considerados documentos históricos todas las huellas del pasado humano: las obras de arte, los restos arqueológicos, los testimonios orales y las imágenes.
La nueva historia nació con dos objetivos: sacarla de la rutina de la escuela “metódica” y primar lo económico y lo social en detrimento de lo narrativo-factual y de lo exclusivamente político.
La Escuela de los Annales tuvo tres “generaciones” de historiadores:
La primera generación nació en 1929 y tuvo como principales representantes a Marc Bloch y Lucien Febvre. Fue la etapa de formación de la corriente y se caracterizó por el rechazo al historicismo, la búsqueda de nuevos objetivos de estudio, con énfasis especial en lo social.
La segunda generación comenzó tras 1945, en torno a Fernand Braudel, y llegó hasta los años 70. Fue la etapa de mayor influencia de la Escuela. Se caracterizó por la introducción de propuestas tomadas de otras ciencias sociales.
La tercera generación, la de la Nouvelle Histoire o Nueva Historia, tuvo como principales representantes a Jacques Le Goff, George Duby, Pierre Chaunu, François Furet, Jacques Revel, André Burguière y Roger Chartier. Fue la etapa de la fragmentación del objeto de análisis y la búsqueda de nuevos caminos por el análisis de nuevos temas (como la mujer, la vida privada, la infancia o la familia) o por el uso de nuevos métodos (como el estudio de las mentalidades).
La corriente de pensamiento historiográfico de los Annales se extendió a otros países. En España penetró durante los años 50 del siglo pasado. De la mano de Jaume Vicens i Vives fueron incorporados a los estudios históricos los aspectos económicos y sociales, así como el estudio de un nuevo sujeto histórico: las masas.
La Escuela de los Annales ha recibido diversas críticas. Entre ellas, las principales han sido la ausencia de una concepción historiográfica propia y la primacía de los aspectos económicos sobre los sociales.
Desde los años 70 la Escuela se fragmentó, alcanzando un alto grado de especialización, que ha llevado a la aparición de múltiples “historias” (del libro, de las mentalidades, de la familia, de la vida privada, de la alimentación, del sexo, de la infancia, de la vejez, etc.).
2.3. La aportación del marxismo
El marxismo es el otro gran pilar sobre el que se apoya la historiografía contemporánea. La llegada del marxismo a la Historiografía es relativamente tardía. Desde la muerte de Engels, en 1895, hasta la incorporación del método de análisis del materialismo histórico a la construcción de la explicación histórica pasó casi medio siglo. Las primeras aportaciones de la nueva historiografía marxista se produjeron durante el período de entreguerras. En España, la dictadura franquista impidió su desarrollo hasta mediados los años 70.
El materialismo histórico pretendía explicar el pasado sobre la base de una teoría general del movimiento de las sociedades, en la que se incluyen conceptos “básicos” marxistas (clases, lucha de clases, superestructura, infraestructura), entre los que el más importante es el modo de producción. La historiografía marxista tuvo representantes ilustres en Francia y en Gran Bretaña: Entre los franceses, podemos destacar a Pierre Vilar.
La nueva historiografía marxista británica se desarrolló en torno a la revista History Workshop, fundada en 1975. Se centró en la historia social del trabajo y en el compromiso político de sus representantes.
2.4. Estructuralismo e Historia

La historia estructural o de las estructuras fue una tendencia centrada en Francia y muy relacionada con la Escuela de los Annales. Estudia las regularidades, los hechos cotidianos, que se repiten, frente a los sucesos excepcionales, únicos o singulares que caracterizan a la historia narrativa tradicional. Las estructuras son fenómenos geográficos, ecológicos, técnicos, económicos, sociales, políticos, culturales y psicológicos, que permanecen constantes durante un período largo de tiempo y que evolucionan de manera casi imperceptible. Frente a la estructura se halla la coyuntura, las fluctuaciones manifiestas en el contexto de la estructura. El tiempo de las estructuras es muy lento (“tiempo largo”, según Braudel), mientras que el de las coyunturas es un “tiempo corto”.
La historia estructural es una historia de poblaciones totales, es decir, del conjunto de personas que viven en un lugar objeto de estudio, que no excluye el análisis de las individualidades o de las elites, en el sentido de minorías innovadoras y no de grupos de privilegiados. Es, además, una historia biológica, relacionada con la alimentación, la sexualidad, la enfermedad, las actitudes con respecto al cuerpo. Se interesa por los acontecimientos de larga duración, por lo que una revolución tiene un carácter de proceso que conmueve estructuras históricas. Las revoluciones estructurales son silenciosas e imperceptibles, como, por ejemplo, las revoluciones neolítica o demográfica.
2.5. New Economic History y cuantitativismo
Si bien la cuantificación de los sucesos históricos comenzó en los años 30 del siglo XX, la defensa de un paradigma cuantitativista para explicar los hechos del pasado humano apareció en Francia y los Estados Unidos en los años 70, se extendió durante los 80 y ha entrado en crisis desde entonces. En la historiografía cuantitativista se pueden distinguir dos tendencias:
La cliometría, la auténtica historia cuantitativa, que matematiza la explicación del pasado mediente la elaboración de modelos cuantitativos. Un ejemplo de esta línea es la “New Economic History”, desarrollada en los años 60 en los Estados Unidos y con aplicación a la historia económica.
La historia estructural-cuantitativista, que utiliza con frecuencia la estadística o la informatización de datos numéricos como complemento o instrumento auxiliar de una explicación histórica puramente verbal y no matematizada. Esta tendencia está muy presente en la tercera generación de la Escuela de los Annales y abarca temas muy variados, generalmente en el ámbito de lo social.
2.6. La crisis de los grandes paradigmas

La crisis de los grandes paradigmas es el nombre de un período de la Historiografía iniciado a finales de la década de los 70 del siglo XX, que se agranda con el hundimiento del socialismo (1989) y conduce a la incertidumbre de los 90, agravada en los inicios del siglo XXI por los efectos de la globalización, la expansión del terrorismo y las consecuencias de los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Frente a los paradigmas de la historia marxista, la historia estructural, el cuantitativismo o la Nouvelle Histoire, ha surgido en los últimos años una reivindicación de la historia narrativa, una vuelta al relato histórico, que no supone una vuelta a los modos de hacer historia del siglo XIX. Este retorno, unido a la inmensa fragmentación que ha experimentado la historiografía en las últimas dos décadas, son síntomas claros de la crisis de la historia analítica como ciencia.
Esta crisis de los grandes modelos historiográficos no supone, en cambio, una pérdida de interés por la Historia. Al contrario, el crecimiento de los problemas políticos a escala global hace mayor la necesidad de información que el conocimiento del pasado proporciona para la comprensión del presente. En esta “era de la incertidumbre” la Historia es necesaria. Este hecho y la creciente demanda de novela histórica revelan la atracción que siente el ser humano por el conocimiento, el estudio y la lectura sobre las raíces históricas de las distintas culturas existentes en el planeta.
La vuelta a la historia narrativa se planteó a finales de los años 70 y comienzos de los 80. Surgió como consecuencia de un debate mantenido en la revista Past and Present entre Lawrence Stone y otros autores, entre los que cabe destacar al marxista Eric Hobsbawm:
Stone comentaba la existencia de un cansancio de la historia sociológico-estructural dominante, en la que se relegaban los factores intelectuales, culturales, religiosos, psicológicos e incluso políticos por un determinismo económico-demográfico en el que la cuantificación tenía un papel relevante. Este cansancio había llevado a un resurgimiento del interés por los factores culturales y políticos o por la historia de las ideas, aunque concebidos de forma muy distinta a los de la historia tradicional del historicismo y el positivismo.
Howsbawm criticó la exposición de Stone, asegurando que los cambios historiográficos producidos no tenían tal importancia y defendiéndose del reduccionismo economicista en que habían caído algunos historiadores marxistas o de la Nouvelle Histoire. Así mismo, afirmó que los marxistas británicos nunca perdieron el interés por los acontecimientos o la cultura y que tampoco aceptaron nunca el determinismo económico que consideraba a la “superestructura” siempre dependiente de la “infraestructura”.

La vuelta a la historia narrativa ha dado paso a la “microhistoria”, en contraposición a los grandes análisis estructurales. De esta manera, han surgido la historia de la vida cotidiana, de la vida privada, o la “nueva historia social de la política”, en la que los dos objetivos básicos son el poder y los hechos que se relacionan con él.
De la crisis de los grandes paradigmas han surgido nuevas formas de hacer historia, que han marcado la historiografía de los últimos 15 años; entre esas nuevas formas historiográficas destacan las siguientes:
La microhistoria. Tiene su origen en Italia, tras la publicación en 1976 por Carlo Ginzburg del libro El queso y los gusanos. El cosmos de un molinero del siglo XVI. Se basa en la reducción de la escala de la observación, en un análisis microscópico y en un estudio intensivo del material documental. Es más una práctica historiográfica que un paradigma teórico. Las relaciones con la antropología y otras ciencias sociales y su proximidad a la historia local la hacen estar próxima a la creación literaria y la narración.
La nueva historia cultural. Influida por la antropología y la lingüística, incide en el mundo de las “representaciones”. Va más allá de la historia de las mentalidades y la tradicional historia cultural o intelectual. Pretende el estudio de las creencias populares colectivas como objeto etnográfico, lo que se ha llamado el “imaginario colectivo”. En este sentido, sería una especie de antropología histórica, pero que más que describir las prácticas socioculturales del pasado, resalta la manera en que esas formas se representan en la mente de los distintos grupos sociales.
La ciencia histórica socioestructural o historia socioestructural. Es la más renovadora de todas estas nuevas formas de hacer historia. Su máximo representante es Christopher Lloyd, que se inserta dentro de la amplia vía de la historia social. Ligada a la sociología histórica, defiende un estatus “científico” que se niega a las otras dos corrientes señaladas, enmarcadas en el narrativismo. La historia socioestructural pretende descubrir la real estructura oculta de la sociedad, el proceso real del cambio social estructural

Pierre Bourdieu, trayectoria de un sociologo

Ocho días después de su muerte, el semanario Nouvel Observateur1 publica un texto inédito con el título “Yo tenía 15 años: Pierre Bourdieu”,2 presentado como extracto de una obra autobiográfica subtitulada: … Esbozo de socioanálisis. La editorial critica un pretendido consenso en torno a la muerte de Pierre Bourdieu y evoca las relaciones difíciles entre el intelectual y el semanario. Incluye otro texto de J. Juliard, “La miseria de la sociología”, en el que habla del “fracaso” de Bourdieu, y de sus seguidores. Mediante un comunicado contra la revista, la familia protesta con indignación por publicar sin autorización y por daño moral a su memoria.

Este conflicto muestra las polémicas que se agudizaron después de la muerte del sociólogo y da cuenta de algunas reacciones que suscitaban sus obras. Los trabajos de Bourdieu molestaban; lo percibía y estaba encantado porque para él era un signo de la pertinencia de sus análisis.3 Muchas veces, las polémicas nacían de malentendidos. Por ejemplo, se le reprochó ser determinista y negar la libertad individual por su denuncia de los mecanismos de reproducción de las relaciones de dominación. Él explicó en numerosas ocasiones que el análisis sociológico “ofrece algunos de los medios más eficaces para acceder al conocimiento de los determinismos sociales, lo que permite conquistar a los determinismos”.4 Cada explicación era pretexto para nuevas controversias. Bourdieu señala lo que él considera el origen de muchas de estas discusiones:

Me parece que la resistencia que tantos intelectuales oponen al análisis sociológico ¬siempre sospechoso de ser burdo, reduccionista, y particularmente odioso cuando se aplica directamente a su propio universo¬, tiene sus raíces en una especie de punto de honor, mal colocado, que les impide aceptar la representación realista de la acción humana que es la primera condición del conocimiento científico del mundo social […] que les hace ver en el análisis científico un atentado a su libertad.5

La experiencia sociológica de Pierre Bourdieu es un intento de conquista de sus propios determinismos, como lo podemos insinuar en un breve recorrido histórico.
En este texto retomaremos algunos elementos biográficos del polémico autor a partir de su propia autocomprensión, para esbozar su trayectoria individual en su contexto social. Bourdieu nos advierte que la vida no “constituye un todo, un conjunto coherente y orientado, que puede y debe ser aprehendido como expresión unitaria de una intención subjetiva y objetiva, de un proyecto”,6 se acerca más a la novela moderna ligada al descubrimiento de que “lo real es discontinuo, formado de elementos yuxtapuestos sin razón, donde cada uno es único, […] difíciles de aprehender porque surgen sin cesar de manera imprevista, fuera de lugar, y de manera aleatoria”.7 En este escrito no pretendemos presentar un hipotético “todo”, ni deducir una lógica de causa efecto, ni de sentido y fin de las acciones de la trayectoria bourdieuniana, sino introducir algunos elementos centrales de su proceso intelectual. El eje que atraviesa este trabajo es la referencia del autor a la reflexión de su vivencia o búsqueda de conquista de sus propios determinismos.

Recorreremos su lugar de nacimiento, sus estudios, primeros empleos e investigaciones, acontecimientos internacionales, algunos temas de investigación, su nombramiento en el Colegio de Francia, su posicionamiento público, su perspectiva interdisciplinaria, y el significado que tenía para él la sociología.
Pierre Bourdieu acumuló una amplia producción sociológica durante cuarenta años. Publicó una treintena de obras y más de doscientos artículos. Decenas de libros se han escrito sobre su teoría y otros tantos para rebatirla. En Francia no hay manual de sociología que no contenga una referencia a su obra.8 La noticia de su muerte llenó las primeras páginas de los diarios y noticiarios, y se publicaron numerosas reacciones de intelectuales y periodistas.9

La importancia actual de su pensamiento no debe hacernos olvidar que es el fruto de una larga aventura, de una trayectoria individual en su contexto social. Él mismo nos señala: “… la conversión que he tenido que hacer para llegar a la sociología no fue sin relación con mi trayectoria social”.10

Detenerse en algunos datos biográficos no es un ejercicio inútil, aunque esta labor puede complicarse dado que Bourdieu era renuente a comentar cuestiones personales: “… constantemente estoy expuesto a que me planteen preguntas personales a las cuales yo me esfuerzo en resistir […] puede ser, por defender la autonomía, pagada cara, de mi discurso en relación con la persona singular que soy…”.11
Una parte de su sociología está fundada en las prácticas individuales y colectivas: en el complejo concepto de habitus que se construye en la historia individual y colectiva. Coherente con su pensamiento decía: “ como todo el mundo, yo tengo el gusto y las preferencias que corresponden a mi posición en el espacio social …”.12 Así, él aplica el habitus como historia incorporada a su propia experiencia.

El recorrido intelectual de Pierre Bourdieu está marcado por una serie de rupturas personales: con su medio de origen, con su formación inicial, y con las corrientes intelectuales dominantes, así como por la confluencia de la herencia legada por tres padres fundadores de la sociología: Durkheim, Marx y Weber:13

Por mi parte establezco con los autores relaciones muy pragmáticas: recurro a ellos como a “compañeros” en sentido de la tradición artesanal, a quien uno puede demandar que le echen la mano en situaciones difíciles […] Los autores ¬Marx, Durkheim, Weber, etcétera¬ representan los referentes que estructuran nuestro espacio teórico y nuestra percepción de este espacio”.14

Asimismo, se ve influenciado por los acontecimientos en el plano internacional y nacional. Vive el fin del estalinismo (Stalin muere en 1953) y la guerra fría, con los bloques socialista y capitalista. En los sesenta, las reivindicaciones nacionalistas toman fuerza en movimientos de descolonización. Francia estaba en los llamados “’treinta gloriosos’ años de prosperidad económica, desarrollo de la clase media y fortalecimiento de la clase obrera”.15 Bourdieu guarda distancia del movimiento estudiantil del 68, pero es uno de los primeros en apoyar el sindicato Solidarnosc contra la represión del poder comunista polonés. Vive la caída del muro de Berlín y las presidencias de François Miterrand con la desilusión social por las políticas “socialistas” (malestar que da pie a su libro La miseria del mundo).16

A principios de los noventa, ocurre la guerra del Golfo Pérsico, contra la que milita y se opone a Alain Touraine. En 1995, llama a los intelectuales a sostener a los huelguistas ferroviarios y participa en las manifestaciones contra el plan Juppé sobre los jubilados. En julio de 2000, viaja a Millau al proceso de José Bové17 y de militantes de la confederación campesina.18 Bourdieu defiende sus tomas de posición pública: “Si yo he debido, para ser eficaz, comprometerme en persona y con nombre propio, siempre ha sido con la esperanza […] al menos de romper la apariencia de unanimidad que constituye lo esencial de la fuerza simbólica del discurso dominante”,19 que predica “la utopía neoliberal de un mercado puro y perfecto”.20

Bourdieu nace en 1930 en Denguin, un pueblito de los Pirineos del Atlántico en la provincia de Béarn, al suroeste de Francia. Estudia filosofía en la Escuela Normal Superior (1951-1954) y pasa el examen como profesor en 1955. Su carrera académica lo lleva a cambiar su lugar de residencia y a conocer otros medios sociales. Él mismo se considera un “tránsfuga” que circula por “medios sociales muy diversos”. Experiencias que enriquecerán su trabajo sociológico posterior.
Dejemos hablar al sociólogo mismo:

Yo pasé la mayor parte de mi juventud en un pequeño pueblo alejado al sudoeste de Francia. Y no pude satisfacer las demandas de la institución escolar sino renunciando a muchas de mis experiencias y primeras adquisiciones y no solamente a un cierto acento […] La etnología y la sociología me permitieron reconciliarme con mis primeras experiencias y asumirlas sin perder nada, yo creo, de aquello que adquirí posteriormente. Esto es algo que no es común entre los tránsfugas, que frecuentemente sienten un profundo malestar, a veces una gran vergüenza sobre sus orígenes y sus experiencias originarias. La investigación que llevé a cabo alrededor de 1960, en aquel pueblito, me ha permitido descubrir más cosas sobre mí mismo que cualquier otra forma de introspección. […] Leyendo Flaubert, descubrí que había estado, como él, profundamente marcado por otra experiencia social, la del internado. Flaubert escribe en alguna parte que “cualquiera que ha conocido el internado a la edad de diez años, sabe todo de la sociedad”. […] A veces me pregunto dónde adquirí la aptitud para comprender y hasta anticipar las experiencias de situaciones que yo no conocía en primera persona, como el trabajo en cadena, o la rutina monótona del trabajo de oficina descalificado. Yo creo que en mi juventud y a lo largo de mi trayectoria social, que me ha llevado, como es seguido el caso de las gentes en ascensión, a atravesar medios sociales muy diversos, yo tomé toda una serie de fotografías mentales que mi trabajo sociológico se esfuerza en desarrollar.21

Según nos relata Mounier, en lugar de seguir la carrera universitaria clásica22 se va a Argelia, aún colonia francesa, como profesor de la Facultad de Letras (1958-1960), en donde comienza un trabajo etnológico sobre la sociedad kabylia.23 Sus contribuciones sobre el espacio simbólico de la casa kabylia, el matrimonio árabe y las transformaciones sociales provocadas por la industrialización de Argelia lo llevan a criticar el modelo antropológico dominante de la época, el estructuralismo de Lévi-Strauss.24 Bourdieu reconoce que llevaba un etnólogo dentro: “Yo me pensaba como filósofo y me ha tomado mucho tiempo reconocer que me había convertido en etnólogo”.25 Y de nuevo vemos su lucha contra sus determinismos: “Lo que yo hago en sociología y en etnología, lo hago tanto contra mi formación como gracias a mi formación…”.26
Como sociólogo se dedica a estudiar las prácticas culturales y la escuela con la dirección de Raymond Aron, y aplica la sociología de la práctica que él había esbozado en su crítica al estructuralismo.27 En su obra Los herederos,28 la escuela se presenta como una institución que reproduce las relaciones sociales de dominación. Esta reproducción se efectúa por la generalización de un sistema de valores que privilegian “la inteligencia”, “el don”, “las capacidades”, lo que legitima así el fracaso escolar y los mecanismos de selección social. Los hijos de clases populares parecen excluirse ellos mismos para dejar el lugar a los “herederos”. La escuela “no está hecha para todo el mundo” y todo el mundo puede darse cuenta porque las categorías sociales dominadas sólo acceden a los primeros escalones del sistema educativo para salirse luego, convencidos de la legitimidad de su fracaso.29
Más tarde en La reproducción,30 profundiza el estudio del sistema escolar, cuya principal función es justificar a los ojos de todos la legitimidad de los nuevos títulos escolares. Analiza con detalle las grandes escuelas de enseñanza francesa en La nobleza de Estado, y muestra cómo la acción pedagógica31 funciona como un rito de institución, que se dirige a producir un grupo separado y sagrado, “la consagración escolar debe hacer que se reconozca la frontera de la élite tanto a aquellos que excluye como a aquellos que incluye”, “el proceso finaliza con la producción de una nobleza”.32
Nombrado por Aron a la cabeza del Centro Europeo de Sociología Histórica, se pelea con él en 1968. Esta ruptura le permite la independencia teórica y práctica que necesitaba: su propio laboratorio (el Centro Europeo) y su propia revista (Actas de la Investigación en Ciencias Sociales).33 Después tendrá sus propias colecciones: “El sentido común”, en editorial Minuit (1964 ¬1992)34 y “Liber”, en Seuil (1989). Esta última apoyada por su asociación (Raisons d’agir ¬Razones para Actuar).35
La singularidad de su trayectoria36 no impidió un desarrollo exitoso en las entidades académicas: inició su carrera como asistente en la Facultad de Letras de Argelia, luego en la de París (1960-1961); maestro de conferencias en Lille (1961-1964); director de estudios en la Escuela Práctica de Altos Estudios (1964); director de laboratorio de la misma escuela en Ciencias Sociales; director del Centro de Sociología de la Educación y de la Cultura (cnrs).37
Su carrera profesional culminó como profesor del Colegio de Francia (titular de la silla de sociología desde 1981). Bourdieu explica la experiencia de su nominación en la institución académica más prestigiosa de Francia:
No es por azar que el momento en que fui nombrado al Colegio de Francia coincidió con un trabajo de profundidad38 sobre lo que yo llamo la magia social de la consagración y sobre los “ritos de institución”. ¿Cómo habría podido no intentar saber lo que implicaba el hecho de ser así consagrado? Al reflexionar sobre lo que estaba viviendo, buscaba asegurarme un cierto grado de libertad en relación a lo que me pasaba.
Pero hacer una sociología de los intelectuales, hacer una sociología del Colegio de Francia, de lo que significa el hecho de dictar una conferencia inaugural en el Colegio de Francia, en la conferencia inaugural misma en el Colegio de Francia, es decir, en el momento mismo en el que uno está atrapado en y por el mismo juego, es afirmar, si no la posibilidad de liberarse de ello completamente, al menos la posibilidad de hacer un esfuerzo en ese sentido […] si yo tengo una pequeña oportunidad de no quedar abrumado por la consagración se la debo al hecho de haber trabajado en el análisis de la consagración.39
De esta manera, el analista y crítico de los ritos de consagración llega a ser, él mismo, consagrado y convertido en noble, pasa a formar parte de la nobleza de Estado. No obstante, el consagrado es consciente de los mecanismos de selección social del sistema escolar y académico. De una entrevista a Malik, joven de origen árabe de diecinueve años, Bourdieu destaca: “… y poco a poco fui percibiendo que era más un ‘establecimiento basurero’ que otra cosa […] es duro cuando uno se da cuenta.40 Malik, “no cesa de dar testimonio, de mil maneras, que él sabe siempre perfectamente, donde está, que su escuela es una ‘secundaria basurero’ ¬lycée poubelle¬.
Él describe con una gran economía de medios, como él comprende muy rápidamente donde él ha terminado por fracasar al descubrir que aquellos que están sentados delante de él, al lado, y atrás ¬en su salón de clase¬, son como él”,41 es decir, rechazados de otras escuelas. Así, “ellos arrastran sin convicción una escolaridad que ellos saben sin futuro”.42
Pierre Bourdieu no fue el rechazado de la sociología francesa que pudiera pensarse. Tampoco fue un hombre aislado, sino que supo rodearse de un equipo de investigadores que retomaron y desarrollaron sus temas predilectos. En una palabra supo hacer escuela y conseguir una posición importante en el campo intelectual francés.43
Bourdieu insistió en el carácter integrado de su trabajo, en el que la teoría y la práctica son indisociables, y las tesis no pueden ser comprendidas y expuestas por separado de las condiciones y de los protocolos de la investigación sociológica. No se puede disociar el concepto de habitus o el de campo, por ejemplo, sin referirse al contexto de su obra. Esta característica hace difícil la elaboración de resúmenes, o textos introductorios. Otros obstáculos para la comprensión y la difusión de su obra son el estilo complicado de su redacción, la amplia producción editorial y el ruido44 de los comentadores y críticos.45
A pesar de las dificultades de su difusión, podemos afirmar la existencia de una corriente o polo sociológico46 representado por Pierre Bourdieu, que él mismo ha bautizado: “Si yo tuviera que caracterizar mi trabajo en dos palabras […] yo hablaría de constructivismo estructuralista o estructuralismo constructivista…”.47
Al final de su carrera, Bourdieu fue haciendo explícito cada vez más su posicionamiento público ante los acontecimientos de Francia, de Europa y de la sociedad global. En uno de sus textos recientes, “Contra la política de despolitización”,48 llamó a “restaurar la política, es decir, la acción y el pensamiento”. Propuso la agrupación (no la unificación ni posible ni deseable) de movimientos sociales y sindicales dispersos, mediante una coordinación de las reivindicaciones y de las acciones que sobrepase la fragmentación, que escape a la vez a los riesgos de la monopolización (que obsesiona a los movimientos) y al inmovilismo por el miedo casi neurótico del riesgo.
Señaló también la división entre investigadores y militantes: diferentes por su formación y trayectoria social los investigadores involucrados en un trabajo militante y los militantes dedicados a una tarea de investigación deben aprender a trabajar juntos, y deshacerse de las rutinas y los prejuicios, gracias a modos de comunicación y de debate de nuevo tipo. Según él, sólo un movimiento social europeo de todas las fuerzas acumuladas de las diferentes organizaciones y países será capaz de resistir a las fuerzas económicas e intelectuales de las grandes empresas y a la armada de consultantes, expertos y juristas reunidos en sus agencias de comunicación, oficinas de estudio y consejos en lobbying.49
La sociología de Pierre Bourdieu tiene una amplia influencia. Demostró capacidad de jugar con las fronteras no sólo de las especialidades de la sociología, sino que entabló un diálogo entre los sociólogos de diferentes nacionalidades, e invitó a trabajar en una perspectiva interdisciplinaria, particularmente con la filosofía, la antropología, la economía y la historia. Sobre esta última nos afirma:
… la separación de la sociología y de la historia me parece desastrosa, y totalmente sin justificación epistemológica: toda sociología debe ser histórica y toda historia sociológica […] lo arbitrario de la distinción entre historia y sociología es particularmente visible al nivel más elevado de la disciplina: yo pienso que los grandes historiadores son también grandes sociólogos.50
Escudriñemos las herramientas que nos ha dejado en sus planteamientos teóricos, en sus conceptos, en los resultados de sus investigaciones y en su participación política. Escuchemos los argumentos de sus comentaristas y críticos. Estas controversias alimentan el debate científico, social, político sobre el mundo que nos tocó vivir. Qué mejor manera de concluir que el autoanálisis de Bourdieu:
Para mí, la sociología ha jugado el rol de un socioanálisis que me ha ayudado a comprender y a soportar cosas (comenzando por mí mismo) que yo encontraba insoportables anteriormente …51
… la sociología era la mejor cosa a hacer por mí, si no para sentirme en acuerdo con la vida, al menos para encontrar más o menos aceptable el mundo en el cual yo estaba condenado a vivir …52
En este sentido limitado, pienso que yo tuve éxito en mi trabajo: realicé un tipo de autoterapia que, yo espero, haya producido al mismo tiempo herramientas que puedan tener alguna utilidad para los otros.53

Bibliografía
Accardo, Alain y Philippe Corcuff. La sociologie de Bourdieu, Textes choisis et commentés. Le Mascaret, 1986.
Bonnewitz, Patrice. Premières leçons sur La sociologie de P. Bourdieu. París: puf, 1997.
Bourdieu, Pierre. Science de la science et réflexivité. París: Raison d’agir, 2001.
______ Contre-feux. París: Raison d’agir. 1998.
______ Raisons pratiques. Sur la théorie de l’action. París: Seuil, 1994.
______ La misère du monde. París: Seuil, 1993.
______ y Loïc J. D. Wacquant. Réponses. París: Seuil, 1992.
______ La noblesse d’État. Grandes ecoles et esprit de corps. París: Minuit, 1989.
______ “Choses dites”, Minuit, 1987, pp. 16-17.
Bourdieu, Pierre, J. C. Chamboredon y J. C. Passeron. El oficio del sociólogo. Argentina: Siglo XXI, 1975.
Lahire, Bernard. Le travail sociologique de Pierre Bourdieu. Dettes et critiques, 1999.
Mounier, Pierre. Pierre Bourdieu, une introduction. París: Pocket/La Découverte, 2001.
Sciences Humaines, número especial: “L’oeuvre de Pierre Bourdieu”, 2002.
Le Monde, enero-febrero de 2002.

Notas
1 “Une polémique oppose la famille de Pierre Bourdieu au ‘Nouvel Observateur’”, Le Monde, 8 de febrero de 2002.
2 Todas las traducciones del presente texto son mías.
3 Mounier, Pierre Bourdieu, une introduction, Pocket/La Découverte, 2001, p. 10.
4 P. Bourdieu, Raisons pratiques. Sur la théorie de l’action, Seuil, 1994, p. 11.
5 Idem.
6 “L’illusion biographique”, en Bourdieu, op. cit., p. 81.
7 Robbe-Grillet, Le mirroir qui revient, París, Minuit, p. 208, citado por Bourdieu, op. cit. p. 83.
8 Por ejemplo, el Dictionnaire de sociologie, 1997, Hatier, París, le dedica siete páginas: “Bourdieu […] constituye una referencia sociológica para los intelectuales de todas las disciplinas, él es sin duda el sociólogo más leído, aun si él piensa seguido ser incomprendido o mal comprendido…”.
9 “Pierre Bourdieu ha muerto”, tituló el diario Le Monde y desplegó la noticia a dos páginas, sus principales espacios cubrieron la noticia. Algunos ejemplos de los numerosos artículos aparecidos: Jügen Habermas: “Humanista comprometido”, Le Monde, 25 de enero de 2002; “Bourdieu: la tristeza”, por Annie Ernaux, Le Monde, 5 de febrero de 2002; “Pierre Bourdieu, 71, pensador francés y crítico de la globalización”, New York Times, 25 de enero de 2002; “La sosegada irreverencia de un hombre bueno”, por M. A. Bastenier, El País, 25 de enero de 2002.
10 Bourdieu y L. J. D. Wacquant, Réponses. Pour une antropologie réflexive, Seuil, 1992, pp. 175-176.
11 Idem.
12 Idem.
13 Patrice Bonnewitz, Premières leçons sur La sociologie de P. Bourdieu, puf, 1997, pp. 3 y 11.
14 Bourdieu, Choses dites, pp. 39-40, citado por P. Bonnewitz, op. cit., p. 11.
15 Bonnewitz, op. cit., p. 5.
16 Bourdieu, La misère du monde, París, Seuil, 1993, p. 950, en el que presenta los testimonios de hombres y mujeres que confiaron su malestar, sus sufrimientos y dificultades para existir en la sociedad francesa.
17 Agricultor francés célebre por oponerse a la globalización.
18 Cfr. Monnot y Zappi, “Adversaire de la pensée unique”, Le Monde, 25 de enero de 2002.
19 Bourdieu, Contre-feux, Liber-Raisons d’agir, 1998, p. 8.
20 Ibid., p. 110.
21 Bourdieu y Wacquant, p. 176.
22 Mounier, op. cit., pp. 14 y ss.
23 Bourdieu, Sociologie de l’Algérie, París, puf, 1958; “Célibat et condition paysanne”, Études rurales, núm. 5-6, 1962, pp. 32-136; “La hantise du chômage chez l’ouvrier algérien”, Sociologie du travail, núm. 4, pp. 313-331.
24 Mounier, op. cit., p. 14.
25 Bourdieu, “Choses dites”, pp. 16-17, citado por Bonnewitz, op. cit., p. 8.
26 Bourdieu y Wacquant, p. 176.
27 Mounier, op. cit., p. 14.
28 Bourdieu y Passeron, Les héritiers. Les étudiants et la culture, París, Minuit, 1964.
29 Cfr. Mounier, op. cit., pp. 133 y ss.
30 Bourdieu y Passeron, La reproduction. Elements pour une théorie du système d’enseignement, París, Minuit, 1970.
31 Mounier, op. cit., p. 149.
32 Bourdieu, La noblesse d’Etat. Grandes Ecoles et esprit de corp, París, Minuit, 1989.
33 Actes de la recherche en sciences sociales.
34 “Pierre Bourdieu”, Notice bio-bibliographique éditée par le Collège de France, 1999.
35 Mounier, op. cit., pp. 14-15.
36 El recorrido intelectual de Pierre Bourdieu se construyó sobre una triple ruptura: con la filosofía académica (escolástica), con la antropología estructural, y con la sociología aroniana (de Raymon Aron): Mounier, op. cit., p. 15.
37 Cfr. Mounier, op. cit., p. 15.
38 Bourdieu, “Éprouve scolaire et conécration sociale. Les classes préparatoires aux grandes écoles”, Actes de la recherche en sciences sociales, núm. 39, 1981, pp. 3-70; Bourdieu, Ce que parler veut dire. L’économie des échanges linguistiques, París, Fayard, 1982.
39 Bourdieu y Wacquant, pp. 181-182.
40 Bourdieu, La misère du monde, Seuil, 1993, p. 611.
41 Ibid., p. 608.
42 Ibid., p. 603.
43 Mounier, op. cit., p. 15.
44 Hay una lista grande de artículos y panfletos contra Bourdieu: “El diablo y el Bourdieu”; “El sabio y la política. Ensayo sobre el terrorismo sociológico de Pierre Bourdieu”; “El periodismo según Bourdieu”; “El populismo de izquierda”. Diccionnaire critique de sociologie, París, puf, 1982, califica la teoría de Bourdieu de la dominación de “Ideológica”. Obras de crítica moderada como lahire, Bernard, 1999. Cfr. Mounier, op. cit., p. 215.
45 Cfr. Mounier, op. cit., pp. 15-16.
46 Con riesgo de simplificar retomamos el esquema que propone Bonnewitz de cuatro polos sociológicos en Francia, uno de los cuales estaría representado por Bourdieu: a) el individualismo metodológico representado por Raymond Boudon; b) la aproximación estratégica de Michel Croizier (relaciones de poder en organizaciones, actores y sistema); c) la sociología de la acción, y el estudio de los movimientos sociales de Alain Tourain; y d) el estructuralismo constructivista de Bourdieu. Bonnewitz, op. cit., p. 9.
47 Bourdieu, Choses dites, Editions de Minuit, 1987, p. 147, citado por Bonnewitz, op. cit., p. 10.
48 Publicado en diferentes revistas: Ecología Política, núm. 21, 1987, 2001; Memoria, núm.155, enero de 2002; y lo envió también a Porto Alegre (fsm-2002), “Contra la política de despolitización. Hay que restaurar la política, es decir, la acción y el pensamiento”.
49 Idem.
50 Bourdieu y Wacquant, p. 67.
51 Ibid., p. 182.
52 Ibid., p. 183.
53 Idem.