FMLN: análisis d ela coyuntura electoral

Tema: Análisis de Coyuntura

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Hemos comenzado ya hablando del resultado de las elecciones realizadas el 9 de marzo. Es importante comenzar con un saludo a todas las personas que participaron en este proceso.

Por supuesto. La Dirección del partido. El partido en general agradece la participación del pueblo. Felicita al pueblo salvadoreño por su vocación democrática de elevar los niveles de participación para de esa manera participar en la decisión de quienes son sus futuros gobernantes y marcar el rumbo de la vida nacional. Es una participación que creció entre la primera y segunda vuelta, en un porcentaje importantísimo. Creo que fueron cerca de 300 mil votos más que los que hubo en la primera vuelta, vamos a ver exactamente después las cifras, pero creo que ha llegado hoy a 2 millones 900 mil, seguramente se ha rebasado un poco, en la primera vuelta anduvimos por 2.6 aproximadamente, o sea, que aumentó la participación de la ciudadana.

Un saludo a toda la militancia del partido, a los militantes que participaron no solamente en la campaña, hoy una felicitación especial a los que estuvieron en la defensa del voto, 120 mil compañeros y compañeras que estuvieron en todo el aparato con una actitud disciplinada, con una defensa férrea de la voluntad popular, voto a voto se ha defendido en las mesas electorales, y por supuestos a todo el aparato logístico, de transporte del partido que dio como resultado que Salvador y Oscar, fueran electos Presidente y Vicepresidente de la República. Hay que registrar que esta es la votación que obtuvimos en esta oportunidad como partido FMLN, y como candidatos, como fórmula presidencial, es la votación más alta que registra la historia de un Presidente y un Vicepresidente.

No hay si revisamos la historia del país, no hay ningún candidato que haya recibido la votación que ahora obtuvo Salvador, es la más alta de la historia, no solo para el FMLN sino de todos los partidos políticos. Entonces es una votación que le da una enorme legitimidad, un enorme prestigio, y un enorme reconocimiento del pueblo salvadoreño. El FMLN creció entre la primera y la segunda vuelta aproximadamente 175 mil votos, lo cual fue producto del trabajo de las alianzas, de los entendimientos con otros sectores. Prácticamente toda la gente que votó por el FMLN en la primera vuelta volvió a votar en la segunda vuelta, y en la segunda vuelta adicionalmente tuvimos un incremento más o menos de 175 mil votos que es el voto de los aliados, el voto de nuevos simpatizantes, gente que se había quedado. Y no podemos dejar de expresar también que nuestro adversario también tuvo un crecimiento importante, lo cual hizo una elección competitiva, pero a estas alturas del juego la suerte está echada, se decidió.

El Salvador tiene Presidente y Vicepresidente de la República, es el resultado preliminar del conteo del Tribunal Supremo Electoral con el 100% de las actas, establece que el FMLN, y Salvador y Oscar han sido electos como Presidente y Vicepresidente por una diferencia más o menos de 6 mil 500 votos, esa es la diferencia. Es una diferencia suficiente para establecer su victoria, no se necesita más que un voto. La mitad más uno de los votos hay que tener al menos, como cuando se elige Presidente, y tenemos más de 6 mil votos. Entonces es incuestionable, irreversible. Nosotros tenemos el 100% de las actas agradezco y felicito también a nombre de la dirección del partido a todo nuestro aparato que tuvo la capacidad en la misma noche de entregar el 100% de las actas nuestras.

Nosotros tenemos el 100% de las actas, no se nos ha perdido ninguna acta, y las hemos revisado y corresponde realmente con el dato que el Tribunal ha dado. Entonces no tenemos absolutamente ninguna duda de la certeza de este resultado, y por otro lado, hay que decir, bueno Salvador ha hecho un planteamiento que lo acompaña la dirección del partido, en el sentido de que además de agradecer al pueblo por haberle dado la confianza mayoritaria de hacerlo Presidente y Vicepresidente en el caso de Oscar, por supuesto de que vamos a esperar para hacer una proclamación oficial. El conteo definitivo que hace el Tribunal que es un trámite que simplemente consiste en verificar que las actas que tenemos los partidos corresponden con las actas que ya el Tribunal Supremo Electoral puso en el internet. Hoy están en el escrutinio popular, están en el escrutinio de los medios de comunicación, están en el escrutinio nacional e internacional. El mundo entero puede verificar hoy, incluso el detalle de las actas de cada mesa electoral.

De tal manera, que hay una auditoria generalizada, entonces no hay en esto ninguna duda. Quiero también expresar lo siguiente, ya ARENA y su candidato, y luego vamos a hablar un poco más de sus declaraciones, hizo un planteamiento el día de ayer, que ellos lo que quieren es que se vaya al conteo voto por voto. El conteo voto por voto se hace en las mesas electorales, se hace en ese momento cuando se hace el conteo en cada junta receptora de votos, ahí se hace el conteo voto por voto, de ahí se hace un acta y la Ley establece que en el conteo definitivo lo que se hace es verificar las actas, que las actas correspondan, que sean las publicadas con lo que cada partido tiene. Entonces, es un intento que se les diga que no justamente porque la Ley establece que solamente cuando los votos son impugnados, son superiores a la diferencia entre un partido y otro, entonces es se va a verificar, a abrir las cajas, y a contar voto por voto.

Esto la Ley lo establece por lo siguiente, en este momento por ejemplo tenemos como 4 mil 500 votos impugnados, y nosotros tenemos una diferencia de 6 mil 500, quiere decir que si aún se les regalara a ARENA todos los votos impugnados, que no fuera así, porque los votos impugnados son impugnados de ambos lados, o sea, son votos que tienen alguna objeción, que están manchados, que están fuera de la marca, o sea de la bandera de un partido, etc. Los votos impugnados aun cuando se los diéramos el 100% no alcanzarían para rebasar la diferencia que tenemos. Entonces por eso es que la Ley establece eso, y no se puede realizar. Ellos, lo que están buscando es un pretexto para llamar a la violencia, para llamar al desacato, para tratar de cuestionar un resultado limpio que ha sido observado por la comunidad internacional, como bien ustedes lo decían antes, los observadores han dado un planteamiento de transparencia.

Han hecho un reconocimiento del trabajo limpio que ha hecho el Tribunal Supremo Electoral, y una felicitación al pueblo salvadoreño por sus niveles de participación. Entonces así están las cosas, estamos contentos, estamos satisfechos. Hubiéramos querido por supuesto que la diferencia fuera mayor, pero yo voy a empezar a hacer una lectura, yo sé que esto va haber necesidad de más tiempo, pero quiero decir, lo siguiente, o sea, nosotros crecimos. Tenemos la historia más alta de la historia que haya tenido un Presidente de la República, eso expresa la voluntad popular de querer continuar por la ruta de los cambios mayoritariamente. Pero no podemos desconocer que en el último mes se registró un crecimiento importante de nuestro adversario, quiere decir, dentro de otras cosas que funcionó el miedo realmente en una parte importante de la población, ese es el registro principal que hay que hacer. La campaña de miedo que hicieron al final, si bien es cierto fue derrotada, porque la ha derrotado el pueblo salvadoreño en esta elección de nuevo, porque no alcanzaron a superarnos, los superamos nosotros, lo superó el pueblo. Pero quiere decir, que una parte de la población sí fue impactada por la campaña de miedo. Y a eso se debe ese resurgimiento.

No es ARENA realmente. ARENA, es un cascaron destruido. Es la fuerza de la oligarquía nacional, son los grandes capitales del país, que movilizaron, que financiaron la campaña del miedo acompañada por una parte importante de medios de comunicación, la ANEP, FUSADES. Y yo, quiero decirles que ellos se equivocan también, porque nosotros no queremos confrontar con ellos, queremos entendernos. Pero bueno, tienen el legítimo derecho de tener una participación política, e inclinarse ideológicamente por quien quieran, pero la campaña de miedo funcionó y quizá funcionó más, porque ya era muy evidente la victoria del FMLN, y lograron ellos engarzar campaña de miedo con los acontecimientos de Venezuela, por ejemplo, y eso hizo que reaccionara una parte.

Y las empresas que llamaron a sus trabajadores, presionaron a sus trabajadores, fueron varias decenas de empresas que presionaron a sus trabajadores para que votaran en una dirección, amenazándolas que iban a perder su trabajo, que iban a perder su empleo, entonces funcionó una parte. Pero afortunadamente la campaña del miedo fue derrotada. El FMLN derrotó a ARENA, y derrotamos a la derecha en su conjunto, eso es lo que ha pasado. Derrotamos a la derecha económica, derrotamos al gran capital salvadoreño que es el que sustituyó. Empresarios importantes del país estaban en algunos centros electorales dirigiendo y tenían en las mesas a sus empleados, a los que los obligaron a ir a cuidar mesas, los derrotamos a ellos también. Y ahora, Salvador y el FMLN, les tiende la mano para que busquemos un entendimiento nacional. Hay que voltear esta página. El FMLN se llevó la victoria, Salvador es Presidente de la República y Oscar, Vicepresidente, y queremos un diálogo nacional para entendernos.

Rechazamos categóricamente ese planteamiento que hizo Norman Quijano, que dicho sea de paso no le han dado los medios de comunicación mucha fuerza, el primer planteamiento que él hizo fue: estamos en un estado de guerra, dijo estamos en un estado de guerra, Norman Quijano. Nosotros rechazamos ese planteamiento, categóricamente. Dijo que llamaba al ejército, a las fuerzas armadas del país a que se sumaran a una especie de sedición para imponerse por la vía militar, nosotros rechazamos categóricamente ese planteamiento, y felicitamos a las fuerzas armadas de El Salvador, que no se han sumado a ese planteamiento irresponsable de Norman Quijano. Creo que los medios de comunicación deberían de condenarlo, a mí me extraña por qué no lo hace, si tenemos todos, el compromiso de darle al país estabilidad política y estabilidad social. Nosotros rechazamos categóricamente ese planteamiento irresponsable de Norman Quijano.

Hoy está haciendo llamados ya al Tribunal Supremo Electoral, ayer fueron a la Fiscalía, un grupito minúsculo realmente, queriendo seguir el camino de la oposición venezolana de generar violencia en las calles, nosotros no nos vamos a prestar a ese juego, vamos a evitar provocaciones. Ahora, se quieren movilizar del redondel Luceiro para el hotel donde está el Tribunal Supremo Electoral, para ir a hacer un hostigamiento. Nosotros creemos que no hay que permitir, por supuesto, tienen la libertad de expresión pero hechos desestabilizadores no se pueden permitir y las instituciones deben de funcionar. Esta es una situación en que el pueblo ya decidió, y yo quiero decirles, con todo el respeto que nos merecemos todos, el FMLN va a defender también la voluntad popular. El pueblo ya decidió, y por lo tanto, eso se respeta. Y queremos hacerlo por la vía civilizada, por la vía pacífica, porque no vamos a caer en la tentación de la violencia como están provocando el partido ARENA, y particularmente, su candidato a la presidencia.

Reiterando para aquellas personas que preguntan desde el exterior, y que preguntan por qué no nos pronunciamos abiertamente como ganadores, cuando se proclamó Quijano, declarándose ganadores. Hay mucha información y desinformación.

En realidad Salvador siempre dijo que iba a pronunciarse alrededor de la elección cuando el Tribunal Supremo Electoral hubiese dado la información. El Tribunal Supremo Electoral, a eso de las 10 de la noche dio un conteo casi terminado, del conteo preliminar. En la que ya establecía el carácter irreversible prácticamente de esta elección. Fue hasta la medianoche cuando se tenía prácticamente que ya se tenía el 100% de las actas, y en la que se podía establecer con mucho más firmeza el carácter irreversible, por eso es que Salvador cuando va a la plaza con el pueblo salvadoreño, que estaba aglutinado una gran cantidad en el redondel de la Victoria, como le llamamos hoy al Redondel Masferrer, él dijo, estos son los datos del Tribunal y nosotros creemos que esto es irreversible, porque nosotros también tenemos esta información.

Pero vamos a esperar que el Tribunal Supremo Electoral oficialice esos datos. Por Ley el Tribunal Supremo Electoral tiene que oficializar la elección del Presidente y Vicepresidente cuando se ha terminado el conteo definitivo. Y el conteo definitivo se reinició el día de ayer, de tal manera, que nosotros creemos que un par de días más, y ahí, se hace conteo definitivo. Que solamente consiste en chequear si las actas que tenemos los partidos corresponden a las actas que ha publicado el Tribunal Supremo Electoral. Pero esto ya está decidido. Ayer bromeábamos con Oscar, porque Oscar utilizaba la frase en campaña, este arroz está cocinado. Pero le decíamos ayer a Oscar que se hizo con baño de María, un poco lento.

Pero eso así es, la democracia así es, respetamos nosotros la voluntad popular. Felicitamos también a todos los que participaron en contra nuestra, vamos a entendernos con todos los sectores sociales, vamos a tener entendimientos con todas las fuerzas políticas que sean necesarias. El respeto a la voluntad popular significa también impulsar el programa de gobierno que hemos promovido con el pueblo salvadoreño, pero al mismo tiempo debemos de ponernos de acuerdo en otros aspectos que no están en el programa que son de interés nacional. La comunidad internacional debe de vernos juntos como pueblo salvadoreño. Creo que Salvador tendrá la capacidad de unir a la nación, y no puedo dejar de expresar también, aunque nos hemos visto personalmente, una felicitación a Salvador por parte del partido, por el enorme esfuerzo que hizo, y a Oscar también por la energía que le imprimieron a esta campaña.

¿Cuándo se espera que el Tribunal dé el resultado final?

Nosotros esperamos que ya mañana eso este finiquitado. Porque solamente se trata de chequear que las actas que están publicadas en la página web corresponden a las que tenemos los partidos, y que tiene la Fiscalía, y que tiene la Procuraduría. Eso es todo. Entonces, eso ya está revisado, nosotros hemos revisado detalladamente en las actas, que las recibimos en 100%, y no le vemos mayor objeción.

El FMLN desde el inicio y mantuvo una campaña limpia. Decía Salvador, hemos terminado campaña limpia, a diferencia del otro que hasta el mismo día de la elección estaba diciendo que estaba en pie de guerra. El país necesita certidumbre Salvador y Oscar, han dicho estamos ya en contactos y tendiendo puentes.

Sí. Yo creo que nos vamos a dar un chance para celebrar. Quiero decirle a toda la militancia del partido, la dirección nacional, el día de ayer que estuvo reunida, dijo bueno vamos a celebrar con el pueblo. Seguramente, hay que estar atentos en los próximos días o próximas horas, la dirección del partido, su comisión política, hará una convocatoria nacional a la militancia, al pueblo salvadoreño para hacer una celebración. Todavía no tengo los datos de cuándo se va a hacer eso, pero vamos a celebrar. Pero tenemos que empezar a trabajar inmediatamente en organizar gobierno, en redefinir las readecuaciones que hay que hacer en el trabajo legislativo, el partido tiene que entrar en una nueva dinámica respecto a los desafíos del próximo momento, tenemos una campaña electoral dentro de un año. Hay que hacer una evaluación con rigor de lo que ha pasado. Hay que hacer una revisión de nuestros errores, hacer nuestras respectivas autocríticas para corregir, y ver los aspectos positivos y negativos de nuestro trabajo. Entonces, eso lo vamos a hacer en los próximos días.

Cerrar con un llamado a la población.

Un llamado al pueblo salvadoreño, a la militancia, como lo hizo Salvador el día de ayer, tranquilidad. Hay que tener tranquilidad. Hay que tener prudencia. El país merece respeto, el pueblo salvadoreño merece respeto, y por lo tanto, celebramos sin triunfalismos. Respetémonos y no caigamos en provocaciones. Y le pedimos por supuesto, al partido ARENA, que no se vaya a atrever porque nosotros queremos estabilidad política.

El Salvador: la derecha en la calle y la izquierda en el gobierno

El Salvador: la derecha en la calle y la izquierda en el gobierno Por Roberto Pineda San Salvador, 14 de marzo de 2014

“Cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo…”
Mercedes Sosa

La segunda vuelta de las elecciones presidenciales en El Salvador, realizada el 9 de marzo ha creado una nueva situación política, en la cual la derecha al fracasar en su empeño electoral de una restauración oligárquica se lanza a las calles a protestar, mientras la izquierda hace llamados a la calma mientras se prepara para asumir un segundo gobierno. A continuación reflexionamos sobre este cambio a la luz del contexto latinoamericano así como de la necesidad de la labor ideológica y la nueva lucha contra el militarismo.

El contexto latinoamericano

A partir de 1999 con el triunfo en Venezuela de Hugo Chávez inicia un nuevo periodo histórico en nuestra región latinoamericana y caribeña, que le permite a la izquierda alcanzar gobiernos por medio de procesos electorales, derrotando a la derecha en su propia y tradicional cancha. La lucha electoral pasa a ser la forma principal de lucha. La izquierda latinoamericana logra así salirse de la camisa de fuerza del silencio y la derrota impuesta por el desmoronamiento del socialismo “realmente existente” de noviembre de 1989.

El pueblo de Venezuela tomaba la estafeta revolucionaria en 1999 de la mano del pueblo nicaragüense victorioso en 1979, que la había tomado a su vez del pueblo cubano victorioso en 1959. La lucha continuaba por nuevas avenidas y lo importante es que en esta nueva época de globalización no nos habían derrotado. Y gradualmente el sur se fue tiñendo de diversos matices de rojo, Brasil con Lula, Bolivia con Evo, Argentina con los Kirchner, Uruguay con Mujica, Nicaragua con Daniel, Ecuador con Correa, Chile con Bachelet. Incluso los procesos abortados de Honduras con Zelaya y de Paraguay con Lugo.

Han pasado ya quince años y existen frutos regionales de estos procesos iniciados por Chavez en 1999, como lo es la CELAC, UNASUR y ALBA. E incluso a nivel mundial el Brasil de Lula y de Dilma ha jugado un papel destacado en la construcción de una alternativa internacional a los imperios occidentales por medio del BRICS. Lo mismo el PT brasileño y Atacc con lo que fue el Foro Social Mundial iniciado en Porto Alegre en el 2001, heredero también en parte de las batallas de Seattle contra la OMC, a finales de 1999.
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Frente a estos desarrollos progresistas en América Latina, hay un esfuerzo por parte de la ultima administración Bush y de la Administración Obama desde su primera gestión, para revertir este proyecto integracionista alternativo mediante la creación inicialmente del ALCA, y últimamente de la Alianza del Pacífico y por la otra, el respaldo a la derecha latinoamericana, a machete desenvainado en Honduras y mediante golpe parlamentario en Paraguay; abiertamente en Cuba, Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Bolivia, y veladamente en El Salvador.

El esfuerzo principal de la estrategia intervencionista está focalizado en Europa en Ucrania y en Nuestra América en Venezuela, pretende golpear a uno de los procesos sociales y políticos más avanzados y pilar fundamental de este proyecto. Y todo esto incide, influye en El Salvador. La victoria del FMLN fortalece este proceso de integración regional alternativa y una victoria de ARENA hubiera conducido seguramente al fortalecimiento de la Alianza del Pacífico.

La izquierda derrota de nuevo a la derecha en El Salvador

En este contexto de vientos de cambio en el sur, en marzo de 2009 la izquierda salvadoreña a partir de una amplia coalición con fuerzas democráticas logra derrotar electoralmente a la derecha. Han pasado ya cinco años de esa fecha. Y ya en la búsqueda de un segundo gobierno de izquierda, en las elecciones presidenciales del 2 de febrero de 2014 el FMLN logra alcanzar una diferencia de alrededor de 300,000 votos que equivalen a una diferencia de 10 puntos sobre el partido ARENA, pero no logra como lo exige la ley electoral la mitad más uno de votos. Y se impone una segunda vuelta electoral el 9 de marzo en la cual sorpresivamente ARENA logra remontar esa diferencia, aunque el FMLN termina ganando la elección presidencial por un ajustado margen de 6,364 votos.

Estos resultados significan políticamente el surgimiento de una situación de equilibrio estratégico entre estas dos fuerzas, que vienen enfrentándose electoralmente desde hace veinte años, desde 1994. Será un equilibrio estratégico que será confirmado o modificado en las próximas elecciones municipales y legislativas de 2015.

En definitiva, se establece de nuevo un equilibrio estratégico entre el FMLN y ARENA, como ya había sucedido en el pasado durante el conflicto armado entre el FMLN y la Fuerza Armada. Esta nueva situación política ha provocado momentáneamente una situación de alegatos de fraude por parte de ARENA, mientras se define por parte la oligarquía los rumbos futuros de cara a un segundo gobierno de izquierda.

Frente a la actual situación de un segundo gobierno del FMLN, ARENA con el capital político logrado, tendrá que decidir si negocia aspectos de la política social y económica a cambio de aceptar la legitimidad de este gobierno o decide rechazar esta elección y mantener la ya iniciada estrategia dual de lucha de calle, llamando incluso a la desobediencia civil junto con el agotamiento de las diversas instancias jurídicas para anular el resultado electoral. La decisión, pronto lo sabremos, aunque la tendencia a corto plazo parece ser lanzarse hacia la desestabilización del régimen.

La lucha por la agenda política pasa a ocupar el primer plano. ARENA seguramente tratará de prolongar la situación de incertidumbre acerca de los resultados electorales. Posteriormente se dedicará a observar cuidadosamente y deslegitimar la conducta futura de este segundo gobierno del FMLN. El presidente Funes, por su parte, probablemente pase a ser lo que en Estados Unidos se llama un lame duck, un presidente de salida.

ARENA pasa de experimentar una derrota humillante el 2 de febrero, a buscar una derrota aceptable el 9 de marzo, a conseguir una amplia votación que le permite en un primer momento casi saborear la victoria de una restauración oligárquica y en un segundo momento, a pretender descarrilar el proceso electoral alegando fraude y finalmente a negarse a reconocer la victoria del FMLN, privando así a este de la tan ansiada y urgente legitimidad.

El FMLN de este segundo gobierno, de ser fuerza subversiva en el pasado ha pasado a convertirse en el principal defensor del orden establecido, de la ley y el orden, incluyendo la defensa de la fuerza armada y del régimen económico, el cual no puede ser quebrantado por “elementos al margen de la ley.” Los roles han cambiado aunque los personajes y los intereses son los mismos. Al FMLN le corresponde hoy defender y cobijarse en el marco constitucional heredado de la Constitución contrainsurgente de 1983. ARENA por su lado, opta momentáneamente por subirse al carro de la lucha de calle y la desobediencia civil.

Al final, se comprueba que las formas de lucha no son patrimonio de la izquierda, aunque en el caso de la lucha de calle, para los sectores populares salvadoreños si forma parte valiosa de su identidad histórica. Paradojas de la historia: la revolución para avanzar se ve obligada en 2014 a defender el orden constitucional impuesto por la contrarrevolución en 1983.

Y mientras el FMLN se convierte en el partido de la ley y el orden, ARENA deviene el partido de la subversión y la desobediencia civil. Todo cambia a excepción de la contradicción principal y de naturaleza antagónica que continúa siendo entre el proyecto oligárquico –dominante desde mediados del siglo XIX- y el proyecto popular, en el gobierno desde 2009.

La necesidad del trabajo ideológico

La izquierda salvadoreña experimenta en este 2014 un problema de correlación de fuerzas motivada por la desaparición súbita de una extraordinaria mayoría electoral, determinada en parte por la existencia en sus actuales proyecciones políticas de una clientela electoral y no una militancia social. En la vieja escuela leninista de la revolución, la fortaleza ideológica existente que incluso permitía estar dispuesto a entregar la vida en cualquier momento tenía como fundamento una ideología, el marxismo, con sus respectivos apellidos.

Alrededor de esta ideología de izquierda y de sus principios iniciada en nuestro país hace casi noventa años se encontraba la certeza en el triunfo del socialismo sobre el capitalismo, la lucha de clases y el esfuerzo de la vanguardia revolucionaria por la toma del poder; el orgullo de estar “organizado” de ser militante en una organización revolucionaria clandestina, la solidaridad con los pueblos que luchaban contra el imperialismo, la conciencia e identidad de clase proletaria opuesta a la clase burguesa, el rechazo a la ideología y explotación del capitalismo, la identificación de varios enemigos: la oligarquía, la dictadura militar, el imperialismo; las banderas eran muy claras: luchábamos por la democracia y contra la dictadura militar, y por el socialismo; por una sociedad sin opresores ni oprimidos y lo hacíamos de manera disciplinada, con una plena confianza en la dirección política que luego devino en comandancia general.

Cada quien cumplía su tarea en el campo que le correspondía, y se era parte de un colectivo. Un elemento clave, de principios, era el apoyo a las luchas populares. Cada huelga, cada demostración, estaba acompañada por la izquierda. Esa fue nuestra formación política, nuestra escuela. Y no estábamos equivocados ya que esa fortaleza ideológica permitió construir la fuerza militar que derrotó a la dictadura. Y es lo que únicamente permitirá a futuro construir la fuerza que derrote a la oligarquía desde lo político y lo ideológico pasando por lo electoral. Mientras tanto las victorias serán frágiles y hasta transitorias.

Mucho de estos elementos ideológicos se han perdido a partir de los Acuerdos de Paz y en particular luego de la disolución de las cinco fuerzas que constituyeron el FMLN en 1995 y reconstruirlo es esencial para seguir avanzando. Sin teoría revolucionaria, no puede haber movimiento revolucionario. Fue y es clave la formulación y divulgación de la teoría revolucionaria, del marxismo, hoy más que nunca. El Código Electoral y la Constitución de 1983 no pueden convertirse en los nuevos fundamentos ideológicos.

En la nueva escuela cada quien resuelve por sí mismo y lo más importante es lo electoral. Y aún así, partiendo de lo acumulado durante la guerra, como FMLN se ha logrado avanzar de manera impresionante, pero los límites están a la vista. La derecha nos disputa fuertemente el corazón de la gente, y de la gente más pobre.

La voz del amo de la finca cafetalera sigue fluyendo de los gramófonos ideológicos de la oligarquía y es escuchada y obedecida por miles de personas…aunque es una realidad que hemos empezado a cambiar, en particular durante estos últimos cinco años. Pero modificar esta situación requiere un aprendizaje a largo plazo que incluye lo político electoral pero que a la vez necesita otros componentes, como la disputa al interior de las iglesias y universidades, la creación de medios alternativos, y la reconstrucción del tejido organizativo popular y de la militancia de izquierda. Reducirlo a lo electoral es un grave error. Por otra parte, el problema de la disputa de la gente, además de ser político es un problema de naturaleza cultural.

Modificar la cultura política autoritaria heredada de la larguísima resistencia clandestina contra la dictadura militar y reforzada en la izquierda durante el conflicto armado es un proceso a largo plazo, pero es fundamental para este periodo de transición. La cultura política autoritaria en la que nacimos y crecimos permite que la opresión continúe internalizada en amplios sectores populares y explica incluso el desbordamiento de movimientos religiosos derechistas en nuestras mismas comunidades, en nuestros mismos territorios. Profundizar la democracia exige dar esta difícil batalla ideológica, que incluye también la batalla contra el machismo y contra el militarismo.

La nueva lucha contra el militarismo

Se observan peligrosas señales de un resurgimiento del militarismo. El presidente Funes informaba recientemente que 5 mil efectivos del ejército se sumaran a las labores contra la delincuencia aunque esto signifique la militarización de nuestras escuelas; el domingo 9 de marzo el candidato presidencial de la derecha invoca a la fuerza armada clamando por un golpe para “garantizar la democracia.”; el Alto Mando de la Fuerza Armada aparece en respuesta a esta llamado en una Conferencia de Prensa reivindicando su naturaleza “apolítica.”

Ya antes a los militares les había comprado el presidente Funes unos aviones chatarra. Ya antes a altos militares violadores de los derechos humanos los habían guardado en la exGuardia Nacional para que no los detuvieran y los juzgaran en España.. Este peligroso proceso de remilitarización del Estado y la sociedad, que lleva ya varios años, entra en conflicto con la letra y el espíritu de los Acuerdos de Paz de 1992 y lo curioso es que parece ser aceptado e incluso impulsado tanto por el FMLN como por ARENA.

Es parte de una cultura autoritaria que debemos de rechazar y que se manifiesta entre otros aspectos en la vigencia del silencio obligado, del ocultamiento de la verdad, de la secretividad y del culto a la decisión jerárquica. La claridad acerca de estos desafíos y la necesidad de enfrentarlos son los pilares para poder así construir una cultura democrática, tolerante, que exprese la pluralidad de nuestra sociedad. La lucha continúa.

El Salvador: la dialéctica entre lo electoral y lo político en las elecciones presidenciales del 2014

El Salvador: la dialéctica entre lo electoral y lo político en las elecciones presidenciales del 2014
Por Roberto Pineda San Salvador, 10 de marzo de 2014

“Gris es toda teoría
Y verde y dorado el árbol de la vida…”
Goethe

Ante nuestra mirada sorprendida, el panorama político salvadoreño se modificó profundamente durante el transcurso de este 9 de marzo, cambiando radicalmente la segura expectativa de una victoria demoledora sobre la derecha oligárquica representada por ARENA, por las cruda realidad de un claro desenlace en el cual la derecha recupera su caudal electoral y la izquierda pierde el margen de 10 puntos obtenidos en la votación del 2 de febrero.

Las cosas han cambiado. Aunque al final el FMLN gane la presidencia, será una victoria electoral frágil y comprometida ante una derecha que se ha fortalecido, se ha recuperado. Políticamente para la izquierda hay un retroceso y electoralmente en cinco semanas se pasa de 300,000 votos a una diferencia de 6,000 votos, que probablemente incluso al final sea menor. Y es preciso como izquierda asumirlo e indagar sobre sus causas para poder revertirlo, ya que pretender ocultarlo o maquillarlo, únicamente va contribuir a prolongarlo.

Ante este irreversible hecho político es importante revisar nuestras premisas e intentar una explicación. ¿Qué fue lo que pasó? Para enfocar la segunda vuelta de marzo partíamos de la premisa que era para la derecha altamente improbable aunque no imposible remontar una ventaja de 10 puntos, equivalentes a cerca de 300,000 votantes. Era una premisa que resulto falsa ya que ARENA logró remontar esas cifras y colocarse de nuevo a la par del FMLN.

El 9 de marzo señala un desplazamiento del electorado hacia la derecha como resultado de la debilidad del movimiento popular. Comprueba que necesitamos no solo una maquinaria electoral poderosa como lo es el FMLN sino también un movimiento popular amplio y ramificado. Amplios sectores que el 2 de febrero votaron por el FMLN cambiaron su voto el 9 de marzo y votaron por ARENA. Esto tiene que ver con que estos sectores populares carecen de organización y de conciencia acerca de luchar por sus intereses. Son sectores fácilmente manipulables por la derecha.

El 2 de febrero dieron su voto en agradecimiento a los programas sociales que desde el Gobierno los han beneficiado, pero no era un voto ideológico, era un voto político. El 9 de marzo votaron acorde a su ideología, que todavía esta condicionada por la derecha. Pensar que porque la gente recibe uniformes y zapatos para sus niños ya son de izquierda es una ingenuidad y un error. Y en política los errores se pagan caros. Este es el factor principal que explica lo que sucedió, además de otros aspectos que también abordaremos. Pero, repito, este es el factor principal.

Y mientras la izquierda no le dedique tiempo, recursos y pensamiento a reconstruir el movimiento popular y solo se dedique a pensar en los candidatos para la próxima elección, la derecha, que cuenta en lo ideológico, con medios de comunicación, iglesias y universidades, se verá fortalecida y seguirá desarrollándose y puede llegar a desplazarnos.

No todo lo político es electoral, pero todo lo electoral es político. La política cubre y abarca territorios que impactan y se reflejan en lo electoral. En los diversos momentos a partir del 2 de febrero las estrategias electorales tanto del FMLN como de ARENA hicieron uso de elementos tanto internos como externos para lograr la derrota política del adversario.

A nivel externo, la coincidencia en los tiempos entre la campaña electoral y los sucesos de Venezuela, fueron hábilmente manipulados por los medios de comunicación para construir la imagen que una victoria del FMLN iba a resultar en una situación de caos y violencia. La gente valora altamente el factor tranquilidad, le pudieron tocar una fibra sensible.

A nivel interno, la coincidencia en los tiempos entre el accidente de un Ferrari en la Plaza Masferrer y una lesión en la cintura agravada del Presidente Funes que requirió una operación, permitió a la derecha mediática vincular ambos hechos y construir una duda razonable sobre la participación presidencial en este incidente. La gente valora altamente el factor sinceridad, y parecía ser que el Presidente ocultaba algo.

El presidente Funes continuó durante estas cinco semanas jugando un papel protagónico en la denuncia política en contra de ARENA. Al final parece ser que diversos sectores de capas medias reaccionaron negativamente ante esta situación y se movilizaron a favor de ARENA, en particular sectores de la juventud. Hubo una sobresaturación de la imagen pública del Presidente Funes que al final resulto dañina.

Por otra parte, estas denuncias de corrupción de los gobiernos de ARENA realizadas por el presidente Funes permitieron sacar del escenario político al expresidente Francisco Flores, asesor del candidato presidencial Quijano, y quizás este fue el mejor favor que pudo hacerle a ARENA, ya que con su salida, se liberaron fuerzas al interior de este partido que estaban bloqueadas por Flores y esto al final fortaleció la campaña política de la derecha.

Por otra parte, hay un sector popular atrasado políticamente, que reaccionó positivamente al uso de un lenguaje agresivo por parte de la campaña de ARENA y que se ve estimulado por un feroz anticomunismo que responde claramente al marco ideológico de su formación: El Salvador será la tumba donde los rojos terminaran, salvándose así América.

Otro elemento es que en esta segunda vuelta las opciones eran claramente la derecha y la izquierda. Durante la primera vuelta en febrero la participación de dos opciones de derecha (ARENA y la Coalición Unidad del expresidente Saca) permitió que este voto de derecha se dividiera. En esta ocasión, la base de Unidad no siguió el consejo político de su líder, lo rebasó y voto ideológicamente por la derecha, por ARENA.

Independientemente del resultado electoral definitivo, que será conocido en algunos días, y que probablemente beneficiara al FMLN, es evidente que se abre un nuevo escenario político en el que la disputa por la mente y el corazón de los sectores populares de cara a las elecciones municipales y legislativas del próximo año, será una disputa cerrada, codo a codo, en el que recuperar la consistencia ideológica y la fortaleza organizativa como izquierda será clave para defender lo acumulado y poder avanzar.

Decidir ceder ante la derecha para garantizar la “institucionalidad” del nuevo gobierno del FMLN e invitarla a cogobernar será un grave error. Y es una posibilidad. Lo pertinente es posicionarse y defender el derecho popular de que lo conquistado no se entrega. La lucha continúa.

El pensamiento contemporaneo

INTRODUCCIÓN
Podemos decir que el pensamiento contemporáneo, se inicia a partir de 1979 con la publicación de La condition Postmoderne de Jean Francois Lyotard (1984) por la editorial Gallimard, a resultas de una iniciativa de la UNESCO para estudiar las tendencias contemporáneas que ejercerían las nuevas tecnologías y que dominarían el escenario de un modo total a partir de la caída del Muro de Berlín, en 1989. Sin embargo, la heterogeneidad de su composición abrirá paso a la configuración de dos corrientes fuertes dentro del postmodernismo, ya sólo inercial e imprecisamente, por arrastre del paradigma anterior, denominables “izquierda” y “derecha”.

Los posmodernos de “izquierda” o “decontruccionistas” — desde Jacques Derrida (1989) hasta Peter Sloterdijk (2003), pasando por Judith Butler (2001), Toni Negri (2000) y Stuart Hall (2003) — empezaron a ganar prestigio, poder y fortuna en universidades y centros de investigaciones, así como en Organizaciones no Gubernamentales (ONG’s) y movimientos sociales de los países del Norte; y los de “derecha” o neoliberal que, con Francis Fukuyama (1992), Alvin Toffler (1990), Samuel Huntington (1997), John Negroponte (1995) y otros, ganaron la mente y el espíritu de funcionarios públicos en los nuevos Estados triunfantes, que acogieron políticas públicas de mercado abierto, democracia representativa y fascinación por las nuevas tecnologías.

Un subconjunto de estas corrientes, incluso, está enfrascado en un debate entre libertarios con John Rawls (1998) y su teoría distributiva de la justicia, Alasdair Macintyre (1987) desde la visión comunitarista y Amitai Etzioni (1999) con su teoría del bien común aristotélico, que recuerdan las viejas discusiones entre las variedades marxistas (véase por ejemplo, Kolakowski, 1980). El precio de los vencedores, una vez más, lo pagan dividiéndose a sí mismos, como un homenaje irónico a los que vienen de derrotar.

Todas las corrientes de pensamiento contemporáneo se pueden presentar en cuatro grandes conjuntos, cada uno de ellos con fuertes relaciones, de continuidad y ruptura simultánea, con el siguiente y con una serie de variedades y subconjuntos internos que también se cruzan e hipertextualizan. Algunas de estas corrientes alentaron a las otras y estas mismas reactuaron sobre las primeras, a veces confundiéndose y otras amalgamándose. Algunas de ellas, incluso, se consideran cerradas y como el final del camino.

La complejidad y profundidad del tema, reclama la presentación de este trabajo en siete capítulos, con cuatro paradigmas (ver Cuadro No. 1), procurando reflejarse en cada una de ellos, un mapa con sus variedades y subconjuntos del modo más sencillo posible y un listado de bibliografía lo más accesible posible en nuestro idioma..

El recorrido por el pensamiento contemporáneo condensado en este libro, constituye la cita idónea para actualizar a lectores, con un nivel académico superior y medio, sobre las corrientes actuales que, pocos de nuestros académicos e investigadores utilizan y sólo algunos conocen con gran dominio. Las cuatro grandes corrientes teóricas son: postmodernismos, postcolonialismo, teorías dinámicas no lineales y teorías holísticas (ver abajo, Cuadro No. 1).
Cuadro No. 1 MAPA DEL PENSAMIENTO CONTEMPORÁNEO

CAPITULO AUTOR OBRAS
MAS
REPRESENTATIVAS VARIEDADES CONCEPTO HEURISTICO
I.

P
O
S
T
M
O
D
E
R
N
I
S
M
O
S J.Lyotard 

J.Derrida 

F. Fukuyama 

S. Huntington 

R. Putnam 

J. Butler 

T. Negri 

P. Sloterdijk 

N. G. Canclini  “La Condición Postmoderna”

“Escritura y Diferencia”

“El fin de la Historia”

“Choque de civilizaciones”

“Declive del Capital Social”

“Género en Disputa”

“Imperio”

“Crítica de la razón cínica”

“Culturas Híbridas” Clásico

Neoliberalismo

Geo – culturalismo

Neo -institucionalismo

Teorías Queer

Marxismo Abierto

Cinismo ilustrado

Estudios Culturales,
Culturas Híbridas
Metarrelato

Diferencia
Deconstrucción

Mercado

Geocultura

Capital social

Performance

Multitud

Cinismo

Media
Hybris
II.

POS
C
O
L
O
N
I
A
L Edward Said 

Gayatri Spivak 

Homi Bahba 

W. Mignolo 
“Orientalismo”,

“¿Pueden hablar los Subalternos?”

“El lugar de la Cultura”

“Posoccidentalismo: el argumento desde América Latina” Estudios Subalternos

Post -occidentalismo
Poder Narrativo

Construcción del Otro

Imaginarios

Colonialidad

III.

C
A
O
S
Ilya Prigogine 

Benoit Mandel – Broot 

Briggs y Peat 

Edgard Morin  “El Fin de la Certidumbre”

“Geometria Fractal”

“Espejo y Reflejo”

“Introducción a la Teoría de la complejidad” Caos determinista

Caología

Teoria de la Complejidad Disipación

Fractal

Autopoiesis

Holograma
IV.

HOLIS
TICA Ken Wilber 

Jiddu
Krishnamurti  “Breve Historia de las Cosas”.

“Teoría sobre Todo”.

“Usted es el Mundo” Pensamiento de segundo grado

Anti- pensamiento Meme,
Holon, Holoarquías,
Cuadrante
No dual (advaita)

Aclaro, que mi papel en el recorrido de los cuatro episodios teóricos será más indicativo que ejecutivo; consejero más que normativo; orientador más que prescriptivo; comprehensivo más que imperativo. Seré algo así como el sastre que señala servicial, pero no servilmente las líneas de la moda o, como el garcon que brinda el menú y se guarda de anunciar, hasta no ser preguntado, por el plato del día que recomienda el chef.

Al fin y al cabo, ustedes, para asomarse al mundo de hoy, son los que decidirán qué ponerse, qué comer, o qué combinación usar de ellos. Hasta en los tres últimos capítulos arriesgaré algunos juicios sobre cada uno de los paradigmas y aplicaré sus elementos, como un ejercicio, a un tema específico. Empecemos, pues, con el primer capítulo sobre los postmodernismos.

CAPITULO I

I. FUENTES Y CORRIENTES POSTMODERNAS

Aunque Jürgen Habermas en 1980 (¡hace 25 años¡) inició el disparo de salida, hay que decir también que Leszek Kolakowski (1990) lo acompañó, pero en otros terrenos.
Ambos son los teóricos de la decadencia de la modernidad, pero al mismo tiempo de su capacidad de recuperación, por medio de la crítica y de su “otro”, la utopía, bajo la fórmula de “protesta con propuesta”. Los han seguido en esto Slavoj Zizek (1994; 1999) – vivimos, nos dice, en la época del “deber de gozar” con sus nuevas formas de culpabilidad por abstenernos, pudiendo hacerlo – y Zygmunt Bauman (1999) que cree en un nuevo tipo de ética globalizada a lo Che Guevara.

Digamos que se situaron en el dintel de la postmodernidad. En cambio, dos intelectuales de resonancia mundial, que prácticamente se les consideraba como los defensores más intransigentes del postmodernismo, ahora no se reconocen en el desarrollo de este zeitgeist. Uno de ellos, Umberto Eco (2004), quien ahora sólo cree en aquel postmodernismo que regresa a visitar el pasado a condición que lo haga de manera irónica, sin ingenuidades, ni nostalgias. Octavio Paz (1985), el otro, no se tuvo nunca a sí mismo como postmoderno, a pesar que muchas de sus viejas y nuevas concepciones (algunas de ellas prestadas a Emil Cioran (1998), ese Diógenes de nuestro tiempo, a quien dio a conocer en América Latina) fueron asumidas por tal corriente.

Digamos que estos atravesaron el umbral pero se salieron, no sabemos si horrorizados por los resultados de su propia criatura. Artistas, al fin y al cabo, es probable que hayan desertado por el principio de insatisfacción perpetua que anima a todos los grandes escritores literarios.

Entre quienes se quedaron a la entrada y quienes salieron, hay una serie de autores de distintas disciplinas que han logrado contribuir en cuatro tantos del mismo tenor a lo que hoy se conoce como postmodernidad.

1.1 POSTESTRUCTURALISMO FRANCES

Esta corriente es heredera del estructuralismo clásico francés de F. Sasurre, C. Lévi Strauss y R. Barthes. Anuncia el giro linguístico de la filosofía que, por su lado, rematarán los anglosajones J.L. Austin, Charles Pierce y John Searle. Esta corriente esencialmente llamaba la atención sobre cuatro aspectos: la oposición de los significantes, el carácter arbitrario del signo, la dominancia del todo sobre las partes y el descentramiento del sujeto. Foucault (1980), como precursor, Deleuze (1994), Lyotard (1991), Baudrillard (1993), Derrida (1989) y Virilio (2003), constituyen los más lúcidos exponentes de esta corriente, concluyeron que en tres campos se quebraba el racionalismo descartiano, la autoconciencia hegeliana y el etnocentrismo liberal y marxista.

Tales hallazgos derivados esencialmente de la antropología, con James Clifford (1991), Clifford Geertz (1989) y Stephen Tyler (1991), a través del relativismo cultural por medio de la revancha del otro externo con símbolos, ritos y discursos que, al compararlos con la cultura occidental, nada indicaba que fueran inferiores o superiores. En la lingüística (como herederos de los “juegos” y “aires de familia” de L. Wittgenstein) con Lyotard (1984), Baudrillard (1993) y Derrida (1989), el reconocimiento por medio de la differance y la deconstrucción de los grandes relatos emancipatorios (meta récits) de nuestra cultura, entendidos como secularizaciones, ilustradas o dialécticas de la religión cristiana, cuyo pivote clave es la teoría de la reconciliación en un punto del tiempo, manteniendo el origen divino del ayer bajo la lectura conservadora; declarando el fin de la historia, como lo pronosticó F. Fukuyama (1992) bajo la narración neoliberal; o como creían los marxistas, señalando el sitio Omega de la historia, el mañana, donde el hombre se reconciliaría consigo mismo, con la naturaleza y la sociedad, con sus orígenes, redondeándose así toda la mitología. Por último, en el psicoanálisis con Lacan (1977) y Foucault (1980) con la existencia del otro interno (el poder, la locura, la sexualidad, la muerte), el deseo freudiano como motivación de la razón y la velocidad de los nuevos tiempos que decontruyó Paul Virilio (2003).

La cultura, como llave para leer los fenómeno sociales, hasta antes del postmodernismo – ejercido casi exclusivamente por los antropólogos -, empezó a combinarse con los estudios que hacían sobre grupos específicos (obreros, inmigrantes, mujeres, etnias urbanas) escuelas gramscianas como la de Birmingham (Raymond Williams (2000), E. Thompson y R. Hoggart) y combinada con los estudios de los emergentes medios de comunicación en el seno de la cultura occidental como los de la Escuela de Frankfurt – Benjamín (1987), Adorno (1995), Horkheimer (1994) .

Todas estas nuevas corrientes se reencontraron en América Latina con los estudios, incluso avant la lettre, de García Canclini (1990) y Martín Barbero (1997) , quienes aún se resisten a reconocer la influencia directa de estas fuentes. En este escenario, otros autores de origen “oriental”, asumirán posteriormente algunos de estos conceptos para dar paso al postcolonialismo, que veremos en el siguiente capítulo.

Como resumen básico del posmodernismo podemos decir que rompió el imaginario del tiempo lineal por uno plural, el espacio dejó de ser infinito, el ser se desencializó y la diferencia, junto al cinismo y la publicidad, empezaron a reinar.

1.2 NIHILISMO CLASICO ALEMAN

Otra fuente del postmodernismo fueron las lecciones retomadas básicamente de tres autores: Nietzsche (2001), Heidegger (2003) y Schopenhauer . A este último se le rescató su pesimismo y las constantes llamadas de alertas sobre el aspecto destructivo de la razón. Principio que después rescató Teodoro W. Adorno, en su segundo momento como miembro de la Escuela de Frankfurt, para denunciar el carácter opresor de la razón instrumental que consideraba un sujeto con derecho a oprimir a su objeto (la naturaleza, la mujer, entre otros) derivando este modelo como el principio opresor en la sociedad.

Por otro lado, de Nietzsche y Heidegger se integró esencialmente la concepción de la voluntad de poder, el rechazo de los grandes fines y el olvido del cuerpo, del ser, por la primacía de la conciencia racionalista. Decían que había que apartar al hombre del centro hacia la x dando a entender que no somos el centro de las cosas, no somos el sustituto de Dios como lo entendieron los ateos racionalistas y dialécticos. Quizás esta posición es la que coincida con el “descentramiento del sujeto occidental” en la versión estructuralista y comunique ese aire “oriental” a las lecciones de estos dos autores alemanes. Si entendemos bajo esta forma las cosas, no hay tal “eliminación del sujeto subsumido por la estructura”, tal como critican sus detractores sino exactamente al revés: es devolverle el cuerpo al sujeto, hacerlo “pesado” en el sentido heideggeriano. El filósofo alemán dijo una vez que el dasein es lo más cerca que tenemos de nosotros mismos y que el secreto de toda filosofía no metafísica es reconocerlo. Con este modo de mirar las cosas, podemos decir que a la realidad no se le calumnia con utopías, sino saber vivir con ella.

1.3 VANGUARDISMO ESTETICO

Un elemento interesante expresado por Jürgen Habermas (1989) en su célebre opúsculo contra el postmodernismo – que en el fondo otorga la razón a los postmodernos creyendo quitársela -, dice que la modernidad es el aislamiento de las tres esferas básicas kantianas y su completamiento reside en integrarlas: la ciencia (razón teórica), la moral (razón práctica) y la estética. Sin embargo, considera al vanguardismo estético la corriente que realmente desestabilizó más a las otras dos esferas. En efecto, bien mirada las cosas, las cinco grandes escuelas (simbolismo, expresionismo, futurismo, constructivismo y surrealismo) que denunciaron, combatieron y pronosticaron la decadencia de la modernidad, la representación y el formalismo, utilizaron un discurso muy similar al discurso postmodernista.

De hecho, el postmodernismo es una versión avanzada de la crítica del vanguardismo estético a toda la sociedad. El postmodernismo guarda una continuidad sólo en este sentido con la modernidad. Ken Wilber (1997) comparte esta visión, añadiéndole que desde el Renacimiento, se desprende la desestabilización de la división kantiana y la ciencia con el “paradigma de la representación” que investiga, conoce, explota, oprime, controla y habla por su objeto, empieza así la modernidad y la postmodernidad imponiendo el sentido “descendente” de nuestra cultura, echando de la bañera, el agua sucia con el niño, es decir, la espiritualidad junto con la religión, al místico con el teólogo.

Lo anterior, es representativo del paradigma del pensamiento de segundo grado de Wilber, el cual se abordará más adelante.

1.4 LAS OTRAS RAMAS (EL NEOINSTUCIONALISMO, “IMPERIO”, LAS TEORIAS QUEER, LA RAZONNICA)

Fuera de los movimientos sociales (ecologistas, pacifistas, etáreos, étnicos, lingüísticos, sexuales y misceláneos) quienes encontraron soporte teórico en el diferencialismo postmoderno, verdaderas máquinas de inventar sentidos y producir relatos, los cánones más poderosos sin duda fueron, porque dominaron el imaginario internacional, los puestos a circular por Francis Fukuyama (1992) con “El Fin de la Historia” y Samuel Huntington (1997) con “El Choque de Civilizaciones”. Ambos funcionarios y asesores públicos alguna vez de poderosas secretarías de los Estados Unidos, rivalizaron con los más clásicos y deconstruccionistas, de los que hasta aquí se ha venido hablando y quienes coparon las universidades y centros de investigación metropolitanos.

Pero también en las universidades, la cultura, la diferencia y el derecho, así como el mercado y la publicidad, constituyeron los motores claves de las lecturas de nuevos fenómenos sociales, originando otras corrientes como el neoinstitucionalismo (North, 1994), que además de admitir la necesidad de las leyes del mercado, consideraba contar con la confianza y el crédito comunitario en una red de instituciones como “capital social” (Putnam, 2003) siendo el eje fundamental, una legitimidad sólida y fuertes tradiciones legales.

El punto de vista del neoinstitucionalismo, esa corriente de la economía que al parecer está descubriendo hasta ahora la pertinencia de la sociología y el derecho, se está aplicando en las “nuevas ruralidades” (Clemens y Ruben, 2001), un nuevo paradigma europeo para sacar a los países “lentos” de la pobreza rural, cambiar su mentalidad con una ética del trabajo y una nueva cultura emprendedora y de pago, llamando “capital social” a todo lo que se mueve y “desarrollo sostenible”, a una vulgar y clásica reproducción ampliada.

Giorgio Agamben (1996: 41-61) – heredando parcialmente de Hanna Arendt su preocupación por los exiliados y refugiados desde el punto de vista de los Derechos del Hombre y del Ciudadano – , abrirá un nuevo frente de discusión sobre la contradicción que desde entonces encierra el “hombre” (universal) y el “ciudadano” (nacional) en la Declaración de la Revolución Francesa de 1791, integrando incluso, la discusión marxista entre un socialismo universal y la defensa de una patria socialista.

Esa ambigüedad de compartir todas las características como ciudadano del mundo y al mismo tiempo defender las identidades nacionales frente a los imaginarios del poder, develada a partir de diversos estudios sobre los fenómenos de las migraciones, han permitido identificar a esos nuevos sujetos cruzados por todos los temas contemporáneos y además, se les debe mucha de las nuevas corrientes.

Los ejes de análisis de Agamben: a) la localización (territorio), b) el ordenamiento (Estado) y, c) los nacimientos (Nación), desencadenaron sucesivas investigaciones y discusiones profundas sobre la crisis de los Estados Nacionales, las migraciones modernas, a partir de los nacimientos en fuga, para coronar los pilares del derrumbe del mismo. En nuestros tiempos, y en nuestros países, estudios que no tomen en cuenta las migraciones (tanto en países huéspedes como expulsores), deben ser considerados incompletos.

Ya en los últimos años, cuando el postmodernismo perdía fuerza, sobre todo a partir de las críticas mordaces de Sokal y Bricmont (1999) , Judith Butler (2001; 2002) junto a Eve Sedgwick y Teresa de Lauretis, aplicaron el postmodernismo, como un segundo aire, a las teorías de género (como lo había hecho casi al mismo tiempo Toni Negri y Michael Hardt (2000) con el multiculturalismo en las tesis de “Imperio” y desde antes Peter Sloterdijk (2003) deduciendo el cinismo de nuestra era de la propia Ilustración) e hicieron rodar una bomba que echó a correr a las reinas feministas en palacio, diciendo que el género era una “repetición de invocaciones performativas de la ley heterosexual”.

Desde esta perspectiva, los enunciados de género (es niño o niña) aparentemente describen una realidad (constatativa), aunque en verdad, son actos performativos, impositivos y reproductores de una convención social, una verdad política. El marco en el que se basa el uso de performatividad que hace Judith Butler – el proceso de socialización por el que género e identidad sexual (por ejemplo) son producidos a través de prácticas regulatorias y citacionales -, es difícil de identificar porque el proceso de normalización lo ha invisibilizado.

En el mundo de los movimientos sociales se conoce a todo esto como las teorías queer, que recogen definiciones peyorativas y políticamente incorrectas como “maricón”, “negro”, “tortillera”, “indio”, etc., y se las devuelve, y asume, con orgullo y desafío.

Si procediéramos al antiguo modo marxista, diríamos que los movimientos sociales son los que hoy encarnan el postmodernismo del mismo modo como los partidos y las clases sociales encarnaron la modernidad. Hoy quienes interpretan mejor a las “masas” son los grupos musicales, los clubes deportivos y las estrellas de cine. No se tratará de unirlos, sino de diferenciarlos, para bien de la búsqueda de sus identidades que, en adelante, aprovecharán sus enemigos para encerrarlos en esencias, a veces aceptadas por los propios, permitiéndoles en efecto, mantenerlas, separados de los demás. Curiosamente se producen coincidencias entre los más opuestos, entre quienes reclaman respeto a las identidades y quienes precisamente en su nombre, exigirán respuestas xenofóbicas, racistas y sexistas. Sería falso decir, en consecuencia, que hay que llevarles una conciencia y educarlos, integrarlos en una internacional, tomar el poder y cambiar el mundo. Al revés de la famosa cita de Marx sobre Feurbach “Ya no se trata de transformarlo, sino de comprenderlo”.

CAPITULO II

2.1 EL POSTCOLONIALISMO

El postcolonialismo puede resumirse en esta expresión: “Quien tiene el poder, impone el discurso”. El postcolonialismo es un hijo directo del postmodernismo, con la diferencia que sus conceptos más heurísticos como la differance, deconstrucción, microfísica, multiculturalismo, imaginario y la hibridez, se pusieron al servicio de leer de otra manera la relación entre los imperios europeos y sus ex – colonias, donde aún se conservan grandes culturas como la islámica, hindú y confuciana.

Críticos tanto del colonialismo como del anticolonialismo (del tipo de Aimé Cesaire y Franz Fanon,) que desplegaron las ex -colonias europeas de Asia y Äfrica después de la Segunda Guerra Mundial y que compartían las mismas metas de desarrollo y progreso, impuesto por el discurso moderno de los colonizadores, los postcoloniales oponiéndose a ellos, prefirieron superar este dualismo.

Efectivamente, la migración, el exilio, la diáspora es la situación concreta de cantidad de sujetos postcoloniales. La transnacionalidad plantea el problema de la definición misma de una cultura: ¿Se debe seguir relacionando con un territorio nacional?. La discusión es superada como dice Bhabha (2001: 44), “una vez hayamos admitido como lugar de partida paradigmático el hibridismo cultural e histórico del mundo postcolonial”.

Dos autores de origen indio, G. Spivak (1995) y H. Bhabha (2001) y uno árabe E. Said (1990) asimilaron, desde las universidades europeas y norteamericanas donde se educaron, un modo de ver las cosas en la que resaltaron tres aspectos fundamentales, heredado de sus respectivos maestros postmodernos: J. Derrida, M. Foucault y G. Deleuze: a) la representación de los subalternos, si se puede o no hablar en nombre de ellos; b) el poder de imponer una visión de una cultura dominante a otras colonizadas y; c) el significado de los intersticios de la diferencia y sus mixturas. Todos ellos descentrando el eurocentrismo de sus propias maestros y del postmodernismo.

Antes de que estas teorías dominaran el ambiente académico del primer mundo y los círculos de profesionales emigrados de los países del Sur, hay que decir que para el caso de las culturas “orientales”, existía un grupo muy reducido de autores tributarios de las teorías de Antonio Gramsci y algunas variedades inteligentes de marxismo llamado Subaltern Studies (un poco parecidas a los Cultural Studies de la escuela de Birmingham) que encabezaban Ranajit Guha (2001) y Partha Chatterjee (1993) dedicados a estudios historiográficos donde replanteaban el conocimiento de fenómenos y problemas tan importantes como las insurrecciones campesinas, el nacionalismo, la formación de la Nación y su relación con los campesinos, la conformación del Estado nacional, etc. Luego se combinarían, del mismo modo que el postmodernismo lo hizo con los Estudios Culturales, con el postcolonialismo, desplazando el acento marxista y emancipador que aún guardaban en ambos casos.

Los postcoloniales reconocen los derechos de la diferencia, pero también los peligros que encierra de “ghettización” y xenofobia en contextos de poder entre países y culturas, así como la justificación de mantener el aislamiento de grupos sociales diversos en esencias eternas e inmóviles, definidos por el poder cultural de los colonizadores. Así está desarrollándose, en estos momentos, lo que podríamos denominar, a riesgo de parecer ridículos, “la diferencia de la diferencia”.

Edward Said (1990: 33) escandalizó a las buenas conciencias europeas con su monumental obra “Orientalismo”, que es el canon de los postcoloniales, en una de cuyas partes señala “…los filósofos suelen discutir sobre Locke, Hume y el empirismo sin tener nunca en cuenta que hay una conexión explícita entre las doctrinas filosóficas de estos autores clásicos y la teoría racial, la justificación de la esclavitud o los argumentos a favor de la explotación colonial”. John Locke, como se sabe, fue el gran justificador de la esclavitud; John Stuart Mill, el padre de los conceptos más radicales de libertad, oficial de la Compañía Comercial Británica de la India, no concedía esos derechos a los indios por considerarlos inferiores y menores de edad y hasta el propio K. Marx reconoció una vez la necesidad de destruir las castas hindúes por medio del ferrocarril, el vapor y la electricidad, aconsejando a los indios ver su porvenir en el espejo de Inglaterra.

En otra parte, Said (íbid: 63) concluye: “El conocimiento de Oriente, porque nació de la fuerza, crea en cierto sentido a Oriente, al oriental y a su mundo… el oriental es descrito como algo que se juzga (como en un tribunal), se estudia y examina (como en un currículum), se corrige (como en una escuela o en una prisión) y se ilustra (como en un manual de zoología). En cada uno de estos caso, el oriental es contenido y representado por las estructuras dominantes…”.

El poscolonialismo se desarrolla, así, en el marco de las mismas condiciones de posibilidad que la posmodernidad, y en estrecha relación con el profundo “giro cultural” de las ciencias sociales y humanas. De allí la lectura del discurso poscolonial entendido como una modalidad académica del posmodernismo, y también sus estrechas relaciones con otras corrientes de reflexión anti-hegemónica como los “estudios culturales”, los “estudios subalternos” y el “multiculturalismo” — dominante en nuestros días hasta en organismos como el PNUD, donde abundan estudios de un diferencialismo incluyente y una discriminación positiva, como los de A. Sen (1998) y W. Kymlicka (1996) — todos de trayectorias diferenciadas.

Los autores postcoloniales pueden ser vistos como hijos de casa en el seno de los imperios, estudiantes brillantes de las ex – colonias, que tomarían las “diferencias” cargadas de virtud por sus anfitriones y le aplicarían sus propias enseñanzas, encontrándose con un juego más de intelectuales occidentales, desgarrándose entre reconocer el callejón sin salida por la vía de renunciar al sentido que recomienda el postmodernismo más radical o regresar de nuevo al camino trillado de la vieja igualdad, heredada por los imperios, a los emancipadores de sus colonias de origen. Curioso camino de vuelta de estos intelectuales que dieron cabida en sus imaginarios a la diferencia como categoría de poder (no ontológica), pero que jamás se desprendieron de esa promesa por ver a sus países con niveles socioeconómicos dignos y al menos parecidos al de los países metropolitanos donde sufren por no ser completamente ni de aquí ni de allá en un exilio de todos los lados, sin sacar las lecciones sencillas de este destierro por partida doble: que no hay diferencias pero tampoco igualdad.

2.2 LOS POSTOCCIDENTALES

Los postoccidentales como W. Mignolo (2000), N. Richards (2001), E. Lander (2000), F. Coronil (2000), G. Lins Ribeiro (2001) y otros, son latinoamericanos que imparten clases, conferencias o simplemente siguen las discusiones en las universidades del mundo “rápido” y en esa tarea determinaron, siguiendo a los autores que mencionamos arriba, dos cosas: a) que los latinoamericanos sufren las mismas consecuencias que los postcoloniales y b) los postcoloniales le han hecho ver que no somos una cultura independiente de la Occidental y lo que antes era “orgullo a medias” ha pasado a ser hoy para esta nueva ola de autores, vergüenza entera. Los latinoamericanos son rechazados por ambos movimientos. Por los postmodernos porque siempre nos ven como subcultura de ellos y no podemos aportar absolutamente nada nuevo (pese a que la crítica a la modernidad ya está en Carpentier y el postmodernismo en alguno novelistas del “boom” latinoamericano) y los postcoloniales porque nos ven como cómplices despreciables de los europeos en la construcción del “orientalismo” y el “otro”, que no son ni nunca han sido, los árabes, chinos, japoneses e indios reales. De nuevo, los latinoamericanos, esta vez por la vía del postoccidentalismo, vuelven a desgarrarse, con sus viejos problemas de identidad a cuestas.

Con todo, se le debe a los postoccidentales, siguiendo a Edward Said, la deconstrucción del “macondismo” (esa definición que produjo la imaginación de Gabriel García Márquez y se impuso como imaginario a toda América Latina) con el que nos caracterizan los académicos metropolitanos del Norte y la clase media en general, incluyendo autores tan perspicaces como Frederick Jameson (1996) que creen ver en nuestro modo de ver el progreso, fresco pero ingenuo, el propio pasado de ellos mismos.

Se cuenta entre las denuncias de los postoccidentales, término que Walter Mignolo tomó de Roberto Fernández Retamar, el desenmascaramiento de las teorías libertarias europeas (como las de los contractualistas e ilustrados que no se hubiesen dado jamás sin colonias de por medio) aplicadas en Haití en la revuelta de los negros esclavos, con consecuencias desastrosas; la denuncia del tamaño de los mapas con que los europeos se veían a sí mismos y a los demás (Dussel, 2000); la retoma de las concepciones de Angel Rama (1984) y su ciudad letrada desde la que todos nosotros vemos las cosas; los patrones industriales europeos de la primera hora basándose en los esquemas esclavistas de las plantaciones americanas. La explicación del silencio de muchos intelectuales de hoy sobre un marxismo desacreditado que ya no citan para nada, cuando sólo ayer nos saturaban con él, retrocediendo la historia de las ideas de Hegel a Kant en vez de ir hacia delante con Wittgenstein; de Marx a Rousseau en vez de avanzar hacia Derrida; y de Lenin a Locke en vez de evolucionar hacia Said.

Retrocesos dramáticos del socialismo a la democracia, sin profundizar por un lado, en el postcolonialismo y por otro, de la revolución proletaria a la globalización alternativa, ignorando los estudios subalternos; o las angustias de nuestra clase media que con todas sus aspiraciones, siempre ocultaron con sus discursos importados el escenario racial que aún no se ha podido, para bien o para mal, eliminar desde la colonia en muchos países latinoamericanos. Esta última situación se vuelve tan trágica como divertida. Mientras unos llaman a restaurar unos viejos valores europeos que jamás se han puesto en práctica en América Latina, otros llaman a dejarlos correr en estos contextos extraños que no producirán los resultados que se esperan. Entre regresar de donde no hemos venido y equivocarnos al seguir adelante esperando algo que no se puede obtener, emerge la realidad cruda y sin discurso que son nuestras sociedades.

Le debemos también a los postoccidentales la advertencia de imaginar siempre frente al discurso eurocéntrico (como ese que ocupan muchos intelectuales nuestros para justificar y explicar el origen de nuestros problemas presentes) los locus de nuestros países (colonizados y esclavizados) en el momento cumbre del pensamiento europeo como el “contrapunto” que establece Said (1993: 304) en “Cultura e Imperialismo”, con las novelas europeas más célebres en cuyo telón de fondo, usualmente el dominio de las colonias, callan o no dicen, “naturalizando” esos bellos relatos. “…hoy debemos leer las grandes obras canónicas y talvez el archivo completo de la cultura europea y norteamericana premoderna y moderna haciendo el esfuerzo de señalar, extender, y dar énfasis y voz a lo que allí está presente en silencio, o marginalmente, o representado con tintes ideológicos” (íbid: 121).

Es decir, mientras se habla de las fechas claves del pensamiento moderno europeo y se les concede similar importancia al igual que se las dan los colonizadores (1688, 1776, 1789, callando por impolíticas y vencidas otras de ellos mismos como 1848, 1870, 1917, etc.) esas mismas fechas pero en otros locus (muchas veces la América Latina desde la que se envidia el horizonte de los colonizadores) significaron colonización, esclavitud, encomienda, racialización, pobreza y dependencia, pero su conocimiento exacto quedó confinado a historiadores, cronistas y escritores regionales (AA.VV, 2001) quienes las ocuparon también para sus propios fines de identidad, como, a su turno, lo usaron dependentistas, escritores del “boom latinoamericano”, antropólogos y anticolonialistas.

Los postoccidentales, le han sumado a la polémica entre los “post”, el papel que las viejas potencias europeas ibéricas (España y Portugal), y luego EEUU, desempeñaron y desempeñan aún en la construcción de los imaginarios latinoamericanos, siguiendo, al parecer con bajo vuelo crítico, lo expresado por los postcoloniales del papel del Reino Unido y la Commonwealth anglófona.

Todas estas corrientes “post” y la polémica sostenida entre ellas, giran alrededor de paradigmas para comprender sus propias situaciones e imaginarios derivables de los discursos cuestionados dentro de ópticas de poder. Así, por ejemplo, los postmodernos se pueden dar el lujo de olvidar o rechazar sus metarrelatos, porque tienen resueltos sus asuntos socioeconómicos, y lo que es bueno para ellos, no necesariamente es bueno para los que colonizaron, como dice Edgard Lander (2000). Asimismo, el postmodernismo, en efecto, es una enorme crítica a la cultura emancipatoria moderna, pero sigue haciendo, como dice G. Spivak, de Occidente, el sujeto por excelencia, es decir, lo que le pasa a Occidente debe sucederle al mundo entero.

Pero por otro lado, los postoccidentales cuestionan la mezquindad de los postcoloniales por no incorporar a los latinoamericanos como subalternos del sistema, circunscribiendo el examen a las ex-colonias británicas y las grandes culturas que aún subsisten en ellas, como les reclama Fernando Coronil (1999).

Las humanidades en la época Colonial en Nicaragua

Las humanidades en la época Colonial en Nicaragua

—Pablo Kraudy—
Managua

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Foto de Julio Valle Casillo
Con frecuencia se ha señalado como nota característica de la historiografía nicaragüense, su predominancia narrativa de procesos y sucesos políticos y militares, y por ende, la índole marcadamente citadina, concentrada en determinados grupos hegemónicos y personajes. Una historiografía en la que se ha operado un sesgo histórico-humano, socio-cultural, e incluso regional, puesto que deriva en generalizaciones a título de “nacional”.

Junto a esta imagen, se ha puesto de relieve la emergencia de nuevas maneras de hacer historia, que en nuestro medio comienzan a ganar adeptos, y de lo que resulta la ampliación de aspectos, temas y técnicas de investigación de la Historia de Nicaragua.

En el contexto de este renacer de la historiografía nicaragüense, nos hemos resuelto traer a discusión el tema del discurrir intelectual en nuestra latitud, circunscribiéndonos, de momento, a una dirección (el pensamiento humanista), y las formas en que la misma se presenta durante la colonia.

Valgan para ello las siguientes aclaraciones:

si bien la historia intelectual no es un ámbito reciente del quehacer historiográfico , sin embargo su consolidación es un fenómeno del siglo XX. En América Latina se produce alrededor de 1940. En Centroamérica, aparece creciente el interés sobre ella durante la década de 1960, sin llegar, hasta la fecha, a establecerse con suficiencia; aún cuando no podamos afirmar que la Historia Intelectual en Centroamérica haya alcanzado niveles notables, sí es de reconocerse que ha habido aportes significativos, tanto en el tratamiento de la región , como en el tratamiento de algunos países, en particular de Costa Rica y Guatemala, y de considerarse, también Panamá . En Nicaragua, nos atreveríamos a decir que, como espacio de investigación, continúa inédito, pese a los aportes que ofrecen las diez obras que cataloga por tales Horacio Jorge Becco , y a las contribuciones de estudiosos como Franco Cerutti, Jorge Eduardo Arellano, Francisco Pérez Estrada, y otros cuyos ramos afines los han aproximado; por lo general, estas aproximaciones adolecen de serias limitaciones. Se orientan más a informarnos en términos biográficos, a inventariar obras, y a lo sumo llegan a describirnos el ambiente cultural de un momento dado, por lo regular del siglo XIX o del XX. Son escasos aquellos que profundizan en la esfera del pensamiento o de las creencias ; ha ocurrido en la historiografía nicaragüense que al confrontarse las fuentes textuales, se observa para con ellas un “fervor empírico”, a la caza del dato, y en consecuencia, del texto se purgan los estratos eidéticos, perdiéndose el valor histórico que ellos poseen. Es hasta recientemente que se está teniendo reparo en esta dimensión de las fuentes, en particular en trabajos orientados al estudio de las mentalidades colectivas ; el punto de vista que sustentamos pretende miras ambiciosas: por una parte, observar las estructuras eidéticas en los textos, sin aprisionarnos en la figura del “intelectual”, sino dimensionándolas en lo individual y lo colectivo; por otra, reconocer estructuras eidéticas en fuentes no textuales. Ambos aspectos operándose sobre la misma unidad espacio-temporal. Sin embargo, por la magnitud que ello representa, iniciamos con el tratamiento de fuentes textuales, individualizadas. De ello resulta la presentación que del pensamiento humanista desarrollaremos a lo inmediato.

I

En la historiografía de las ideas en América Latina, se ha prestado atención al estudio del pensamiento escolástico y del humanismo durante la colonización hispánica. En alguna medida se lo ha prestado también en los efectuados a nivel de la región centroamericana, aunque destaca más la atención al pensamiento moderno, en particular de la ilustración. En Nicaragua, su abordaje es prácticamente inexistente.

Podría argumentarse que de un estudio de ésta índole no se esperan nuevas conclusiones a las hoy obtenidas por vía de los estudios generales y regionales. El punto, para nosotros, no es ese. Sin duda, las directrices dominantes, de una forma u otra forma, quizá con someras variantes, serán las mismas. Y en este sentido, cabe la extrapolación. Sin embargo, esto significaría que el conocimiento de su discurrir real, en base a las fuentes disponibles, persistiría vedado, y amputado el eje que vertebra el proceso conducente a la maduración intelectual.

Atribuimos, pues, importancia a la indagación de estas direcciones de pensamiento a través de los textos escritos durante aquella época en Nicaragua. Limitándonos al pensamiento humanista, consideraremos los escritos de cuatro religiosos: los frailes Bartolomé de las Casas (1484-1566) y Antonio de Valdivieso (¿?-1550) , de la Orden de Santo Domingo, y Fernando Espino (fines del siglo XVI-1676) y Blas Hurtado y Plaza (1722-1792) , de la Orden de San Francisco. Estos caracterizan el movimiento que se realiza en el seno de la tendencia. Siguiendo a Burckhardt, el humanismo representa el descubrimiento del hombre en cuanto hombre, y por tanto, la reafirmación de todo lo humano. Este concepto general nos insta a reconocer la forma concreta en que ello se produce en nuestras tierras.

De acuerdo con Arturo Andrés Roig , los rasgos que caracterizaron esta vertiente de pensamiento en Hispanoamérica fueron:

el presentarse como forma de un saber más amplio, el “saber cristiano”; la conciencia lingüística, por cuanto la atribución a la palabra de su valor comunicativo y verdadero; y el problema del reconocimiento, o sea, el de la imagen del hombre de nuestras tierras, en la cual se revelan los puntos de vistas del observador no sólo sobre el ser observado, sino también sobre el lugar en que lo sitúa en su propio mundo.

Este último rasgo, ligado íntimamente a los hechos históricos, a la dinámica suscitada entre “la destrucción de un mundo y la construcción de otro nuevo” , se expresó de dos modos: como “heterorreconocimiento”, primero, y como “autorreconocimiento” después. El uno nucleó el humanismo paternalista, “ejercido por el mismo hombre español” ante la experiencia de la conquista y la dominación, durante los siglos XVI, XVII y primeras décadas del XVIII, representable en nuestro suelo por las figuras de Bartolomé de las Casas y Antonio de Valdivieso; el otro, empezando como un humanismo ambiguo, durante la segunda mitad del siglo XVII, en el que ya se detenta el autorreconocimiento, al que se asocian Fernando Espino y, extendiéndose al siglo XVIII en nuestro caso, Blas Hurtado, siglo en que derivará en un humanismo emergente, en el que el autorreconocimiento es más decidido, y se asume como autoafirmación; en ambas formas, “el sujeto expresivo reconocido y el sujeto que lo reconoce, son uno mismo” . Los textos de Las Casas y Valdivieso se articulan a partir del reconocimiento del indio y de la denuncia de su situación vital, durante las décadas de 1530 y 1540. Es por eso que en ellos la escritura es también un modo de acción. En carta del 19 de octubre de 1545, dirigida al Consejo de Indias, de la cual ambos son firmantes, queda claramente definida la forma de humanismo que representan . En ella se parte de que la postura adoptada en defensa de las “personas miserables, y especialmente cuando son oprimidas y agraviadas”, se halla fundamentada en el Derecho Canónigo, y debe ser ella causa de los obispos y jueces eclesiásticos. En dicha carta se califica de “personas miserables” a aquellas que inspiran compasión y que “por sí mismo no puede(n) defender sus causas, ni pedir justicia para sí”. De ellas forman parte “estas gentes indianas”, que de entre todas las del mundo, son “las más miserables, las más oprimidas, agraviadas, afligidas y desamparadas personas, las que más injusticias padecen, las que más carecen y mayor necesidad tienen de amparo, defensa y protección”. Ambos frailes asumen que todos los hombres, ante las miserias de aquellos, deben mover su amor, no sólo en término afectivo, sino también efectivo, haciendo por ellas todo el bien que “cada uno, si estuviese en el estado triste y abatido en que ellas están, querría que hiciesen por él”. Se infiere de las palabras de ambos frailes, que la situación vital del indio es la expresión del “desconocimiento humano”, ya que en ella se traducen condiciones de vida que para un grupo son inaceptables para sí, pero que el mismo se halla en disposición de imponérselas a otro grupo humano. En los textos de Fernando Espino y Blas Hurtado, las condiciones reflejadas son otras. En primer lugar, no estamos ante autores españoles: ambos son nacidos en suelo nicaragüense; en segundo lugar, los objetivos que privan en sus escritos no son los de denuncia de la situación de vida, como ocurre en Las Casas y Valdivieso. La otrora cuestión de la humanidad del indio que nutría al humanismo paternalista, comenzó a ser desplazada por la afirmación de la humanidad de un nuevo sujeto histórico ; otrora la evangelización sirvió para inculcar “en la población nativa la conciencia de su situación de vasallos” y las “obligaciones” que esto representaba, el nuevo sujeto se sentía a sí mismo vasallo del Imperio . Un rasgo que destaca en los textos de ambos frailes es la riqueza con que la realidad es captada, capturando en sus discursos su profundidad, contrastes y dialéctica. En Fernando Espino se halla un primer momento de esta renovación discursiva, en donde todavía se preservan temas medulares de la forma de humanismo precedente; es en Blas Hurtado en quien esta riqueza se realiza en mayor medida. La estructura propositiva que da lugar a sus respectivos textos, es acorde al proyecto ideológico colonial; la misma la hemos analizado a partir de cuatro aspectos que explícitamente ambos frailes enuncian: personal, en el sentido del ángulo propositivo dado desde la individualidad del autor, y en todo momento ligado a la fe que dispensan. El eje que lo constituye es el agradecimiento, entendido como una virtud; teologal, cuyo núcleo expresivo es la veneración cristiana, a la cual se subordina el discurso; didáctico, el que se fundamenta en la comprensión de la ejemplaridad como vehículo de enseñanza cristiana y del discurso como medio de su irradiación; y histórico, o sea, la finalidad de dar cuenta a fidelidad de los hechos, entendidos éstos como aconteceres reales o espirituales de los que han sido testigos o protagonistas.

Procederemos, pues, a observar brevemente algunos de los tópicos abordados en los escritos de nuestros autores. II

Tanto los textos de Las Casas como los de Valdivieso exponen una serie de ideas y valores predominantemente sociales y políticos, como resultado de una experiencia humana fundamental; revelan la percepción que de la realidad ambos frailes tuvieron, la escala axiológica desde la cual juzgaron y la actitud que ante ella adoptaron. A continuación, algunos de ellos.

II.1.- La triple alteridad de América

Los textos, principalmente los de Las Casas, nos permiten desbrozar la noción de una triple alteridad de América: geográfica, histórica y antropológica. La noción de una alteridad geográfica puede observarse en la correlación de topía-utopía.

En el primer sentido, es el espacio real “descubierto”,cuyo derecho de posesión se basa en el otorgamiento papal , el que puede ser cuestionado. Lo ilustra el drástico señalamiento que hace junto a Valdivieso: “Esas tierras no eran suyas hace cincuenta y tres años” .

En el segundo sentido, destaca las bellezas y riquezas que la caracteriza, lo cual propicia su asimilación idealizada: “Es esta Nicaragua un paraíso del Señor. Es unos deleite y alegría para el linaje humano…” .

La alteridad histórica se halla implícita en el otorgamiento papal, necesario por el hecho de encontrarse las “nuevas tierras” pobladas, y que se otorga atribuyendo a España una misión de evangelización y civilización respecto de aquellos.

Ello lleva implícito la idea de una vida anterior a la presencia europea, que se ha constatado diferente, basada y orientada en valores distintos, pero que, en la realidad, no derivó en el “reconocimiento de la diferencia”.

Las Casas ofrece la visión diferenciada y valorativa de una vivencia indígena de la conquista respecto de la vivencia anterior que aquellos tenían. Mientras la vivencia anterior se describen en términos de “felicísima”, dotada de “sanidad, amenidad y prosperidad”, densamente poblada y sus gentes suaves, “muy mansa y pacífica”; la experiencia de la conquista se califica de “triste hora”, “angustia”, “sufrimiento”, “persecución”, “tiranía y servidumbre”, destrucción, despoblamiento para el indígena. La alteridad antropológica, eje que vertebra la polémica sobre el estatuto axiológico del indiano, se expresa en la postura adoptada, tanto por Las Casas como por Valdivieso, contraria a la teología de la esclavitud que niega o reduce la condición humana del indio, para considerarlo un “prójimo” . Las Casas es enfático en criticar a quienes “tan injusta y malamente infaman estas naciones, diciendo que no quieren las cosas de Dios” .

A la aprehensión del indio como prójimo le es inherente el reconocimiento en aquel de su condición de hombre, argumento que estará presente inclusive en Francisco Vitoria .

II.2. Voluntad de servicio al poder divino y al poder civil Junto a la perspectiva o aspecto político y económico, la empresa de América se presenta con un carácter misionero, atributivo que adquiere en función de constatarse que se había llegado a tierra de “infieles”, y se patentiza en la bula Inter Caetera (1493), asentándose en 1507 mediante la bula Universalis Ecclesiae , siendo incorporado como principio en la legislación indiana.

En virtud de ello, en la mentalidad del religioso durante la colonia, toma asiento la noción de servicio a “ambas majestades”: Dios y el Rey, como dirá tiempo después Fernando Espino . En Las Casas la observamos como una oscilación crítica circunstanciada: el fraile se coloca frente al mal gobierno ejercido por las autoridades locales, realidad a partir de la cual emplaza y apela a la autoridad real (explícitamente reconocida, “el Rey, nuestro señor”) como poder efectivo, cuya fuente reside en la donación papal, y por tanto garante del acrecentamiento de la cristiandad (servicio a Dios, “no buscamos sino su gloria y salvación destas ánimas”) .

El mismo comprende también la labor misionera como un doble servicio: a Dios, por la conversión de indios; y al rey, por la reducción de aquellos a su “imperial servicio”, y “los hacer tributarios” . Podría decirse que en Valdivieso, esta noción es más explícita y directamente abocada a la experiencia cotidiana , por lo que su declaración de servicio se presenta más radical, a diferencia de Las Casas que, sin ser menos radical, la expone en términos de principio. Siguiendo la normativa del Regio Patronato, es nombrado obispo de Nicaragua, cargo que acepta “solamente para servir a Dios y a S. M.”, a sabiendas de que “no se podía sacar de él otra cosa que no fuese aventurar el alma y la vida y la honra” .

Su convicción de servicio, a escaso año y medio de su arribo, se enturbia debido a la falta de respaldo político efectivo, respaldo que demanda al Consejo Real. Si bien es la expresión consciente de la importancia del poder político para el ejercicio de sus funciones eclesiásticas, es también la denuncia del riesgo que representa su carencia en lo espiritual y lo temporal . La realidad se sobrepone a las ideas. Frente a la voluntad de servicio se halla la contención del “deservicio” y los intereses, “las grandes ofensas que en la provincia se han inferido a Dios y a V. M.” . Desde esta perspectiva se estructura la sistemática denuncia de Valdivieso al modo de vida y de gobierno de los españoles, cuyos abusos “son para corromper a todo el mundo, y para infamar y hacer aborrecible el nombre de Jesucristo entre todas las gentes, pues no hay nación que haya sido tan engañada como en este caso, ya que del mayor bien del mundo han sacado el mayor mal del mundo” . Encontrándose el origen del mal en las autoridades y sus acciones, no hay quien pueda servir a Dios y a S. M. “sin poner vida y honra y todo lo demás en peligro” , y no hay en quien pueda confiar sino “sólo en Dios” . II.3. El buen gobierno

De la percepción de la realidad humana, ambos frailes dominicos derivan una crítica ética y política, cuya base es el ideal del buen gobierno , noción que expresaba entonces la necesidad de una buena administración de justicia (función primordial del Rey) como medio para preservar la seguridad, la quietud y el sosiego de los estados, y cuya finalidad era el “bien común”, comprendido en lo espiritual y lo temporal . En las Indias, la persecución de este ideal chocó con la existencia de una colectividad dividida en dos grupos, de intereses no coincidentes: españoles e indios. El núcleo del discurso de Las Casas en la “Carta a un personaje de la corte” es precisamente la discordancia entre el ideal y los hechos . Instar al Rey y al Real Consejo a percatarse de los hechos y remediar los males, es el objetivo tácito de ella. La constatación adopta varios ejes: el despoblamiento ; la desatención y falta de control de funcionarios administrativos (gobernadores) en las Indias, lo que tiene por consecuencia los abusos de las autoridades locales; las muertes injustas y tiránicas e inhumanidades propiciadas a los indígenas; la opresión de guerras injustas; el despojo de tierras y riquezas; los impedimentos a la evangelización; y la encomienda y la esclavitud. La crítica al mal gobierno, la extiende Valdivieso no sólo a las autoridades locales, sino también a los administradores de justicia (Audiencia de los Confines). “….ninguno, o muy poquitos, de los que tienen cargos públicos le son fieles ni a su honra, ni a su fama, ni a su conciencia, ni a su hacienda (de S. M.), sino a su propio y personal interés” . Para poner remedio a los males, Vadivieso pone como condición primaria el cambio de las autoridades, ya que en las existentes radica la causa de aquellos. “Si V. M. lo quiere arreglar, debe nombrar muy fieles y cristianas autoridades; y no de los viejos de aquí” . A lo anterior se suman dos acciones más, enunciadas junto a Las Casas: la primera, “que nos liberten a nuestras ovejas, indios nativos de estas Indias….se debe encomendar y encargar a los prelados (a los que han dado muestras de servicio a Dios y a su Rey) la defensa y protección corporal de los indios (que ya tienen encomendados las almas), y la ejecución de las leyes, ordenanzas y provisiones hechas y por hacer “ ; y la segunda, se ordene el resguardo de la jurisdicción, los privilegios y libertades eclesiásticas, y la obediencia a los obispos . Los ejes lascasianos incluyen dos tópicos que estarán en el centro de la polémica indiana: la crítica de las “guerras justas” y el derecho de los indios a sus posesiones (tierras y riquezas). Ante el primero, las califica de “injustas y aspérima y cruel ordinaria y contra toda ley y derecho” . En realidad, este tema se halla ligado al propósito del acrecentamiento de la cristiandad, por lo que alcanza cabal expresión en De unico vocationis modo.

En relación al segundo, Vitoria lo aborda en su Relectio de Indis, concluyendo que éstos eran “verdaderos dueños pública y privadamente” . Las Casas lo hace en varios de sus textos; en el Tratado de las doce dudas, por ejemplo, asume que, por cuanto “el Derecho natural y divino, y el que llamamos Derecho de gentes, [ que todos los infieles ] justamente tienen y poseen señorío sobre sus cosas, que sin perjuicio de otros adquirieron. Y también con la misma justicia posee sus principados, reinos, estados, dignidades, jurisdicciones y señoríos” . Por tanto, el despojo se produce por “la ley de robar” . II.4. Derecho de posesión (real) y la predicación de la fe En su carta, al cuestionar Las Casas las acciones de la conquista y el mal gobierno, pone en duda el buen entendimiento de la razón por la cual el Rey de España ostenta el derecho de posesión sobre tierra americana. Trae a colación la bula Inter Caetera: “la causa final del título … es predicar la fe” . De ahí la conclusión: “que primero reciban estas gentes a Dios, por la fe, por su Dios, y después al Rey por su señor” . Fe y Gobernación son las dos constantes básicas, y de ellas es ajeno el empleo de métodos violentos . Es de aquí de donde deriva una de las expresiones del utopismo lascasiano. El deber ser del buen gobierno lo enuncia en términos de: “viviendo en algún tiempo, Dios las remediaría, y si la gobernación y regimiento, que les había de hacer, había de ser sabroso, porque no había de exceder sus fuerzas y posibilidad, y todo para su salud y bien común y temporal augmentación” . Siendo de esa manera, la existenia indígena no sería una tragedia humana. Tanto para Las Casas como para Valdivieso, en el indígena hay una disposición natural para recibir la fe, aún mayor que la del europeo (español). El modo de convertirlos a la fe debe ser mediante un trato benigno, blando, “como a niños recien nacidos, a quienes conviene dar leche de suavidad que tiene en sí la religión cristiana” , “como Cristo y los Apóstoles lo hicieron” . Con estos principios es coherente la propuesta de Las Casas en Nicaragua: solicita a la corona que se le permita fundar una reducción en la zona del Desaguadero, donde implementaría el método de evangelización pacífica, contando con la prohibición a todo español a penetrar en ella . El proyecto no se desarrolló, sino hasta la empresa de Vera Paz, en Guatemala. III Consideremos ahora los textos de Fernando Espino y algunos de los tópicos por éstos contenidos.

III.1. Idea de la partición del mundo en cristiandad e infieles

Luego de la conmoción que pudo causar la presencia ante “lo nuevo”, procede, para europeos y nativos, la necesidad de pensarse e interpretarse mutuamente, lo que fue ejercido por cada uno de éstos protagonistas desde sus propios esquemas y paradigmas ideológicos, sin dar cabida al reconocimiento de lo otro. Esta actitud etnocéntrica de pensar al uno por el otro, constituye, sin duda, el primer paso para obligar al uno a vivir como el otro, ocupando el lugar y cumpliendo el rol que dentro de aquella cosmovisión se le confiere.

En este contexto, una noción básica para la comprensión del pensamiento colonial, y de la que derivan muchos de sus problemas, es la de la partición del mundo en cristiandad e infieles. Esta noción resulta orgánica del pensamiento y la acción de Fray Fernando Espino, y explicitada en dos de sus textos, desde el título mismo de éstos: en la Relación Verdadera… y en Razón del estado….

El discurso de Fernando Espino es elaborado desde la óptica de la cristiandad. Si bien debemos considerar que, por una parte, estamos a 150 años de iniciado el mundo colonial en nuestro suelo, de lo que se desprende que la fase más cruda de desestructuración de la cosmovisión indígena ha ocurrido, y que la concepción de la vida hispánica ha venido asentándose, tarea en la que jugaron un papel protagónico los misioneros, también hemos de tener presente que con Fernando Espino estamos frenta a un nuevo sujeto histórico, el criollo .

Al referirse al indio, aún el recién convertido, Espino ocupa los términos infieles, gentiles y bárbaros, en funciones sustantivas o como calificador , términos estos que han servido para designar al conglomerado humano ajeno al de la pertenencia del observador, de acuerdo a criterios religiosos, etnocéntrico y del grado de desarrollo cultural. Son empleados en la Biblia (gentil y bárbaro) y en la literatura cristiana. Desde este punto de vista, designa a aquellos que no forman parte de la cristiandad, entendida ésta último como la totalidad cultural orientada por el cristianismo .

En el mundo colonial, dos ejes cobran vigor a través de éstos términos: el uno, de creencia, al definir a aquellos que no se adscriben dentro de la tradición cristiana, entre los que cuenta el mundo indígena; el otro, de política, puesto que, entre ellos, la convivencia no se realizaba de acuerdo a las normas sociales europeas. Así queda plasmado en la Recopilación de las Leyes de los Reinos de las Indias (1681), y en los debates y tratadistas de la época.

Siguiendo el itinerario de Fray Espino, de ambos aspecto brinda observaciones. Mientras a su paso da testimonio de la subsistencia de creencias antiguas, hechicerías, ritos a los que califica de “invenciones y marañas diabólicas” , “superticiones del demonio y embustes” , se muestra empeñado en contribuir en la obra evangelizadora de “sacar de las tinieblas de la idolatría y engaños del demonio” a “aquellas pobres almas” , “catequizándolos y enseñándoles la doctrina cristiana” , labor de la que no oculta su satisfacción: “Oh fuerça de predestinación, y misericordia de Dios, que gentiles bárbaros acaban dándonos tantas muestras de su salvación” .

Queda de relieve en este proceso que la cristiandad progresa en la medida en que se profundiza la desestructuración del mundo indígena. Que el misionero es agente fundamental de la desestructuración del sustrato cultural-simbólico del mundo indígena.

III.2. El problema de los métodos misionales

Del tópico anterior podemos concluir, no sólo la realidad que tuvo la idea de la partición del mundo en cristiandad e infieles, sino también que de tal noción se deriva la necesariedad de que la fe cristiana se propugne entre los infieles para su salvación. El primer problema que ello plantea es el relativo a los métodos misionales.

En el primer párrafo de Razón del estado…, Fernando Espino toca este punto. Dice así: “…aunque se halla en estas partes tan propagada la fe cathólica en la gente de ellas, la mayor actividad parece tuvieron las armas para introducirla, pues tan a sangre y fuego se conquistaron” .

En el texto citado, Espino deja entrever que en la propagación de la fe católica fueron dos los tipos de métodos que se implementaron: uno, de tipo coactivo, entre los que se cuenta el militar o misión armada , que es el que directamente enuncia, del que resulta la mayor actividad misionera; la mayor, no toda. Los casos que caen fuera de la órbita de este tipo de métodos, por lo pronto, podemos asumir que se realizaron por métodos pacíficos . El hecho de que los indios Xicaques solicitan ministro, permite que la actividad misionera no se vea requerida de la fuerza.

Es con el segundo tipo de método misional (el método pacífico), con el que se identifica Fernando Espino, lo cual hace evidente en la composición del grupo misionero que él mismo encabeza para su viaje a tierra de xicaques (2 frailes /el propio Espino y Fray Pedro de Ovalle/, un soldado y tres indios christianos). Su observación es reveladora: “no llevábamos armas, más que el Santo Evangelio, palabra de Dios” .

El método pacífico supone que lo mejor para la propagación de la fe cristiana era enviar religiosos ejemplares sin protección armada a una región donde todavía no se conocieran los crímenes escandalosos de los cristianos.

Si bien, es partidario de la misión pacífica, su actitud respecto de aquella implementada bajo métodos coercitivos no es de una abierta reprobación y protesta como lo fuera en las figuras de Las Casas y Valdivieso, si nos atenemos al tono en que queda enunciado en el texto. Más pareciera (pues su tono preserva cierta ambigüedad e inseguridad, “pareciera”) que a su entender, si bien puede ser lamentable el sufrimiento y muerte producido, en los momentos iniciales aquello fue justificado. Su circunstancias, ante esta, difiere en gran medida, por lo cual su actitud y valoración por igual. El se halla frente a un indígena que hace demanda de la evangelización, “excelencia que en todo tiempo les grangea no pequeña estimación, y a Dios perpetua alabanza” .

Esta postura tiene por trasfondo dos temas básicos del pensamiento colonial, que en lo sucesivo abordaremos: el de la humanización y civilización del indio, y el de los procedimientos de la evangelización, aspecto este último que nos insta a un señalamiento final por cuanto este tópico. Espino evidencia una crítica a cierto tipo de bautismo y catequización, mal realizados debido al método de contacto y entendimiento con que se llevaron a cabo. Fueron ejercidos sin mediar para ello la suficiente comprensión de la doctrina cristiana, pues quien los ejecutó no conocía la lengua del indígena. El contacto debió darse bajo las formas que Hans-Jürgen Prien llama método mudo y método mímico de contacto y entendimiento, o con el empleo de intérpretes . “…a pesar del bautismo sólo raramente fueron cristianos convencidos y en cualquier caso no comprendían suficientemente la doctrina cristiana como para que la pudieran transmitir o incluso la pudieran traducir al mundo espiritual indio” .

Cabe suponer, aunque no podemos en esto ser categóricos, pese a que el mismo Espino parece sugerirlo (“como hizo con otros muchos infieles” ), que este hecho esté relacionado con los bautismos masivos, que en nuestro suelo se produjeron. Son conocidos, por ejemplo, los realizados por Gil González (un total de 21,625), negados en su efectividad por Fray Francisco Bobadilla, quien a su vez realizó otros tantos (52,558).

Este tipo de sucesos desdibujan otro tipo de métodos coactivos de evangelización; Prien habla de él en los términos de “medidas coactivas eclesiásticas”, entre las que señala el “bautismo forzoso, en especial el bautismo masivo infantil” . III.3. Humanización y civilización del indio

No se trata, en nuestro caso, de la inserción polémica (que dicho sea de paso con Espino no se da, ni lo pretende) en la llamada cuestión indiana , tan copiosamente documentada y estudiada. Es del todo más modesta: la opinión acerca del indio, en dos sentidos:

la opinión acerca de la humanización como precondición para ser cristiano; y la visión del indio.

III.3.1. Opinión acerca de la humanización como precondición para ser cristiano

Veamos primero lo que a la letra dice Fernando Espino: “Admirable siempre Dios nuestro Señor en sus obras, ha querido en estos tiempos sacar de las tinieblas de la idolatría y engaños del demonio casi innumerable multitud de almas, á quienes aún haviéndose difundido tanto la luz del Evangelio en estas partes y dilatadas regiones, no havían llegado los rayos de la Fe; aunque los de la razón, aventajándose a las fuerzas naturales, han hecho salir a esta gente en busca de la ley de Dios, solicitanto Ministros evangélicos que se la prediquen, y nuevos Apóstoles que los cathequizen” .

Tratémosle en la sucesión con que su autor lo plantea. Inicia trayendo a colación lo que llamamos propósito teologal, y prosigue en una alusión indirecta a la ya referida distinción entre cristiandad e infieles, en donde la evangelización es el mecanismo mediante el cual se realiza la expansión de la cristiandad a costa de la merma del sustrato cultural-simbólico del indio (condición de infieles).

Llamemos a esta primera parte el encuadre. A él procede una categorización antropológica, en tres tipos, que se definen a lo interno del proceso, y en forma correspondiente:

a) “no habían llegado los rayos de la Fe” (lo que vuelve cristianos); b) “aunque los de la razón…” (en términos de presencia o actualización, que signa la elevación humana, Indio-Hombre o indio civilizado); y c) “aventajándose a las fuerzas naturales” (llamémoslo naturales, no bestia ).

Graficándolo, en su relación correspondiente, podría ser a como sigue:

Cristiandad Cristiano

Indio-Hombre Elevación o indio civilizado humana

Infieles

Naturales

Se deduce del texto de Fray Espino, la idea de que el indio, para poder ser cristiano, tenía primero que ser hombre, idea que se abrigó en las diversas partes de América, a lo largo de los tres siglos de dominación colonial.

La última sección del texto citado es el enunciado de la patentización de la elevación humana, lo que Fernando Espino lo ve en el hecho de salir los indios en busca de la “ley de Dios”, al solicitar misionero que la propague entre ellos.

Hasta este punto no se agota la estructura de opinión que Fernando Espino alcanza a brindarnos. A esta idea del Hombre guiado por los “rayos de la razón”, la complementa la del Hombre como sujeto sociable; ambos, rasgos que acusan cierto aristotelismo en nuestro autor. Son tenues los elementos. Un ejemplo de ello lo refiere en el párrafo 7, con la fundación del pueblo que llama San Buenaventura: 20 personas quieren vivir alejados de la idolatría y la sozobra que siembra entre ellos los del pueblo de Santa María .

Sin duda, ha de haber en ello mucho de lo planteado en las Leyes de Indias y el pensamiento de la época: la idea de vivir “concertadamente” (juntos en pueblos) y en “policía” (orden).

III.3.2. La visión del indio

En la Relación Verdadera… incluye una descripción, física, moral y cultural, del indio. Dice así: “son de muy buen natural, apacibles, de muy buenas estaturas, por la mayor parte de lindos cuerpos y rostros; ellos y las mugeres son blancos, amestizados; recibieron muy bien la fe de Christo Señor nuestro; guardan hasta el tercer grado de afinidad para casarse; no tienen más que vna muger; poco viciosos en la sensualidad; las mugeres guardan virginidad hasta casarse; no se acompañan con varones aunque sean primos, cuando van á sus cacaguatales y platanales, y es de miedo; porque si acaso alguna india cae en el pecado de la sensualidad antes de casarse, hecha la averiguación, es el castigo ponerlos á él y á ella en vn patio, parados, y allí los varean ó flechan á entrambos hasta que los matan, por cuyo temor generalmente son castos” .

III.4. La Conciencia Lingüística

Como una observación incidental, retórica, adscrita al propósito personal de agradecimiento, aparece, en la Relación verdadera…, la cuestión de la lengua, que, a posteriori, cobra relevancia.

En este pasaje , Espino muestra claridad en lo referente a la elaboración lingüística de un mensaje, en su doble aspecto:

contenidista: lo que la persona encierra, que merece ser dicho y quiere decirse: su experiencia, su sensibilidad, voluntad, sinceridad;

estilística (”…esculpidas”): la perfecta expresión literaria de la estructura de contenido.

El instrumento que media entre la emoción y la obra, y a través del cual se transmuta lo uno en lo otro, es la lengua.

Esta interpretación, aparentemente erudita y al margen de lo tratado en el texto, es sin embargo básica, ya que se articula directamente con el método de contacto y entendimiento de la evangelización: el contenido (la fe cristiana) que ha de ser transmitida mediante la evangelización (lo cual exige del más apropiado método de contacto y entendimiento, el método lingüístico) para la salvación de las almas (conversión, obra o frutos).

Así pues, es lógica la censura que Fernando Espino hace del bautismo y el endoctrinamiento cristiano, cuando este no se realiza en la lengua del indio, y la relevancia que le confiere en la narración del “Testimonio…” al destacar la respuesta emotiva que obtiene de “un indio llamado Gonzalo”, al verse solicitado por el cura de la ciudad de Nueva Segovia a que “confesase a aquellos indios y les predicase, porque le parecía (al cura) que nunca se habían confesado en su lengua materna” , y su subsecuente comentario: “y así fue Dios servido” . IV Los anteriores son escasamente algunos de los ejes de opinión de Bartolomé de Las Casas y Antonio de Valdivieso, abordados a partir de sus escritos en Nicaragua, y de Fernando Espino. La riqueza de pensamiento de éstos frailes es, sin duda, aún mayor. En el caso de ellos, estamos considerando el humanismo en su dimensión de contenido o tendencia hacia el bien del hombre (el indio para la ocasión), y no en su dimensión formal. Un contenido que es el producto de la intensidad con que se viven las experiencias cotidianas. José María Vigil hablaría de “indignación ética”, refiriéndose a la postura adoptada por Las Casas y Valdivieso: en sus escritos se expresa un trasfondo marcadamente ético; una visión del mundo fundada en los valores cristianos, pero estructurada críticamente en base a la praxis histórica que ambos desarrollaron. Por cuanto Fernando Espino, es claro que no hace, al respecto de las cuestiones señaladas, teoría, ni siquiera, en sentido estricto y explícito una interpretación. Su texto es de relación, y su forma, en consecuencia, predominantemente narrativa y descriptiva. Lo cierto es que en el mismo se encierra su actitud ante aquellos problemas y en torno a ellos se entrecruzan observaciones y opiniones que nos permiten inferirlos. Con ser nuestra obra primigenia, es también documento clave de nuestra historia intelectual. En ella subyace una estructura mental binaria: cristiandad – infieles; verdad – error; bien – mal; Sagradas Escrituras (palabra de Dios) – embustes y supersticiones del demonio; latría – idolatría; misioneros evangelizadores – hechiceros. Síntesis de una lucha agónica por ganar a su partido “aquellas pobres almas”. Esperamos que éstas anotaciones valgan al cometido propuesto.

Nicaragua: “Sociabilidad y cultura obrera en Nicaragua, 1915-1945”,

“Sociabilidad y cultura obrera en Nicaragua, 1915-1945”,

Por Luis Alfredo Lobato Blanco

INTRODUCCIÓN

Es nuestro interés en esta ponencia resaltar la búsqueda de su propia identidad por parte de las organizaciones sociales nicaragüenses en el periodo que abarca de 1920 a 1956. Dicho periodo comprende desde la plenitud del conservatismo en el poder hasta la muerte de Anastasio Somoza García, fundador de la dinastía que gobernó Nicaragua durante más de cuarenta años.. El objetivo central consiste en demostrar como independientemente de las concesiones de los gobiernos liberales y conservadores en su intento de atraerse a la clase obrera existió una vasta red de relaciones sociales de carácter reivindicativo, cultural y recreativo, lo que demuestra que, más allá de los inconvenientes derivados de una política caracterizada por la represión y las concesiones hacia ciertos sectores de la clase obrera, existió una fuerte tendencia a la constitución de organizaciones independientes, así como una creciente sociabilidad formal e informal.

Hasta nuestros días, los estudios sobre la clase obrera nicaragüense se habían centrado más en sus aspectos sindicales y en el tratamiento de los problemas del liderazgo político –y en consecuencia sus aspectos partidarios – que en el análisis de la constitución de los tejidos de sociabilidad popular. Se remarcaba, fundamentalmente, todo lo que rodeaba al conflicto social y los enfrentamientos entre las diversas tendencias ideológicas dentro del movimiento obrero. Sin dejar a un lado tales aspectos es mi propósito en la presente ponencia profundizar precisamente en aquellos puntos que marcan los orígenes culturales y organizativos de los trabajadores y otros sectores afines así como las demostraciones tanto del carácter sandinista y antifascista de algunas de sus expresiones como de aquellos detractores de las ideas del socialismo y otras corrientes progresistas.

Es necesario plantearse como punto de partida algunas cuestiones: En primer lugar dónde podríamos situar la transición del taller artesanal a la fábrica. En segundo lugar, que explicación merece el hecho de que, aunque se le atribuya a la clase obrera nicaragüense un bajo nivel de desarrollo, podamos hablar de una amplio tejido de sociabilidad formal partiendo de las sociedades de socorro mutuo. En tercer lugar, cómo se desarrollaron las relaciones de género.

Hasta hace poco los enfoques historiográficos en el tratamiento de los problemas de la clase obrera nicaragüense no diferían de un carácter tradicional o de historia episódica. Es preciso referirse, sin embargo el valor testimonial de obras como la de Calos Pérez Bermúdez y Onofre Guevara, Apuntes para una historia del movimiento obrero nicaragüense, la aportación de Armando Amador, Un siglo de lucha de los trabajadores nicaragüenses o las obras de Fernando Centeno Zapata que han tenido un carácter claramente testimonial, no superado en muchos casos1. En una línea más sociológica hay que citar a Gustavo Gutiérrez2. Es necesario hacer mención, por otra parte, de la obra del historiador norteamericano Jeffrey Gould quien reunió una serie de ensayos de su propia autoría bajo el título de Orgullo amargo, excelentes en cuanto al análisis del movimiento obrero del occidente de Nicaragua3.

Tomando en cuenta la dificultad que entraña la ausencia de una documentación sistemática del período, se ha considerado conveniente hacer una labor de rescate de aquellas fuentes periodísticas emanadas de las organizaciones obreras, como El Gráfico, Revista Obrera, Hoy, Causa Obrera y Ahora, pero realizando una tarea de contraste con la documentación y la prensa diaria oficial.

Nos hemos auxiliado también de diversas fuentes como el diario oficial La Gaceta, que recoge diversos aspectos de la vida asociativa Las revistas Flecha, y Hoy. Por otra parte, La Noticia, La Prensa El Diario Nicaragüense, como diarios de circulación legal, representan una fuente valiosa para conocer el enfoque de la clase política y los diferentes sectores nacionales, la revista editada en Costa Rica, Repertorio Americano, presenta los posicionamientos políticos de intelectuales de izquierda de ambas orillas del Atlántico. La consulta del Fondo de Gobernación del Archivo Nacional de Nicaragua aporta interesantes documentos relacionados con las asociaciones legales. No obstante la consulta, mediante entrevista, a históricos dirigentes del movimiento de oposición nicaragüense constituyó para nosotros una fuente importante en el terreno de la historia social

2. ALGUNOS ESPACIOS DE SOCIABILIDAD

Para comenzar, es necesario señalar cómo la actividad social de corte tradicional que había caracterizado a los grupos cercanos al poder central sirvió en alguna medida como modelo para la organización de los clubes obreros, numerosos en toda Nicaragua durante la época en estudio.

Hay que hacer notar, en el caso de Nicaragua, que la búsqueda de identidad de la clase obrera nicaragüense pese a los avatares políticos propios de un sistema de dominación política extranjera se remonta a la segunda década de nuestro siglo, con expresiones de lucha como las huelgas de trabajadores de enclave bananero y maderero y que significaron importantes experiencias en el campo de la lucha social tomando, incluso, un eco continental. En este sentido, en 1925, en la reunión celebrada en Atlantic City por la American Federation of Labor se elevó una nota de protesta al gobierno de Nicaragua por la matanza perpetrada en contra de los trabajadores de la Cuyamel Fruit Co, en el puerto de La Cruz, región Atlántica de Nicaragua. Debe mencionarse como algunos antecedentes en cuanto a la expresión organizada d e los trabajadores, la constitución de la Federación de León en 19204, germen de las luchas obreras en el área del Pacífico, aunque como ya se comprobó, los conflictos sociales en el Atlántico adquirieron un carácter cruento. Posteriormente, surgiría el Partido Laborista que combatió la candidatura política de José María Moncada, organizándose una huelga en el puerto de Corinto, en el sector noroccidental de Nicaragua. No obstante dicho partido no tendría una buena relación con el líder guerrillero de Las Segovias, el general Augusto C. Sandino5.

En el largo camino de formación de la clase obrera se fue formando un liderazgo interesado en sostener un política de independencia no desdeñable en un país con una débil burguesía más interesada en subordinarse a los designios del intervencionismo norteamericano; en esa política de entrega, la oligarquía criolla intentó siempre ganarse a un sector de los trabajadores, de ahí que la asociación, en lo referente a éstos, representaba una motivación en la búsqueda de una organización autónoma.

Además de los llamados clubes sociales en el sentido estricto del término, existían en las regiones del Pacífico y Norte, y en menos medida en el Atlántico, los llamados clubes sociales obreros. Dichos clubes, donde se agrupaban personas pertenecientes a los distintos gremios artesanales de las diferentes localidades tenían su propia sede y contraían relaciones tanto de carácter social como económico a través del pago de cuotas y el establecimiento de las diversas obligaciones. Eso si, en condiciones precarias. Dichos elementos de identidad, como se ve bastante difusos y que son propios de una etapa artesanal llegaron a constituir sus propias redes sociales y contaron con el “apoyo del dictador Somoza García a través de la constitución de las Casas del Obrero que si bien fue un instrumento de control del gobernante, también significó un espacio de relativa libertad para el crecimiento numérico de las organizaciones obreras, pues a ellas concurrían tanto conglomerados artesanales como sindicales y políticos representativos de la clase obrera nicaragüense.

Dentro de algunas casas del obrero se constituyeron las Escuelas de Cultura Obrera tendientes a elevar la cultura general que los trabajadores hubieran adquirido en la escuela primaria o en su defecto adquirirla, dedicándose particular importancia a la alfabetización de obreros adultos. Debe indicarse que esta expresión organizada tiene sus antecedentes en la formación, durante los años veinte del siglo recién pasado, de escuelas nocturnas en diferentes lugares de la geografía nicaragüense, promovidas en muchos de los casos por integrantes de la FON (Federación Obrera Nicaragüense) o del Obrerismo Organizado. En idéntico sentido se recogía la formación de bibliotecas para obreros surgidas en el contexto de las difíciles condiciones creadas en 1925 y como uno de los reductos posibles para la reunión de las organizaciones obreras6.

Las asociaciones constituidas sirvieron de toma de contacto de aquellos que venían fraguando una conciencia social y una posición antigubernamental. De esa forma, la sociabilidad, como forma de acción política, cristalizaba no solo en el centro de trabajo o en el taller sino también en el club o en la asociación, donde de manera dispersa y contando con la relativa tolerancia del responsable o de la Junta Directiva de turno, afluía la propaganda opositora. La sociabilidad formal servía de plataforma para el germen de diversas expresiones de clase.

Era notable en esta agrupación unitaria la participación de algunas mujeres. Tal es el caso de Irma Utitch, Pastora Canales, Ignacia Obando, Rosa A. de Juárez, Octaviana de Amador y Mercedes de Pérez E. Otras como Josefa Lorío o la misma Pastora Canales, destacarían desde la tribuna de la prensa obrera. En el espacio “Ventana Femenina” la primera de ellas proclamaba:

“Yo, mujer del pueblo, pido para la mujer nicaragüense, al renovarse la Carta Fundamental de la República, la Fundación de un Instituto Enciclopédico de la Cultura Femenina para formar a la mujer del pueblo”[7]

Es innegable que, frente a las fuertes concepciones patriarcales presentes en la sociedad nicaragüense de la época comenzaba a aparecer una nueva visión del papel de la mujer tal como se expresa en el siguiente párrafo:

“La mujer como incubadora no debe concretarse a echar hijos al mundo, solo por necesidad sexual que la obliga a cederse estúpidamente a los requerimientos grotescos de un patán que ignora la vasta importancia del contacto sexual. Esto sucede comúnmente entre el pueblo. A esta clase de mujeres debe imponérseles la obligación de lanzar hijos para que colaboren en la grandiosa reconstrucción de su patria”[8]

En cuanto a la participación de mujeres organizadas en sociedades de socorro mutuo se puede afirmar que ya desde inicios de los años veinte eran aceptadas como socias, pero dejando claramente establecido que “siempre que se sometieran a sus estatutos y condiciones9. Respecto a la organización social de las mujeres es preciso añadir que ésta tendría entre algunos de sus antecedentes en algunas expresiones concretas de activistas vinculadas al Partido de los Trabajadores Nicaragüenses (PTN), tales como Octaviana García y Rosa Paladino, desde 193210. Con un carácter de mayor extensión se formaría, en 1939, El Sindicato Obrero Femenino que sería promovido principalmente por las trabajadoras Antonia de Castellón, Jerónima Obregón y Josefa Blanco.

En ciertos casos se reconocía en este tipo de sociedades que “se notaron deficiencias derivadas más que todo de la natural evolución de los ideales y de las necesidades de la vida moderna”. Es decir, se presagiaba que ya las armas de lucha y de organización que debía utilizar el obrero debían cambiar producto de los nuevos tiempos reinantes. Llama la atención el sentido de amplitud en lo que concierne a la apertura hacia la participación de las mujeres dentro del obrerismo. Así, la organización conocida como “Fraternidad Obrera segoviana” de Ocotal señalaba como fines primordiales:

“Proclamar y organizar en forma permanente, sin distinción de sexos al obrerismo de esta ciudad de Ocotal y de todos los demás pueblos de este Departamento, para despertar en la clase trabajadora el espíritu de ahorro y de cooperación mutua entre sus asociados, pues considera que no podrá haber bienestar obrero, mientras no se haya conseguido la independencia económica11”.

No obstante en algunos de estos clubes se iba más allá de lo meramente recreativo, pues se consignaba que de sus fondos se destinara el veinte por ciento a la asistencia social de sus asociados(suministro de auxilio médico, funerales, asistencia jurídica y defensa frente a atentados de funcionarios públicos). En otros casos se establecía la barrera de la instrucción pues se indicaba que podían pertenecer al club “todo ciudadano perteneciente al gremio obrero o campesino que sepa leer o escribir Dentro de las sociedades cooperativas anónimas se desplegó una intensa actividad, más allá incluso que la limitada ley de asociaciones imponía. Entre algunos ejemplos debe darse cuenta de la conocida con el nombre “Voluntad obrera” que ofrecía como una de sus más importantes características la de haber sido fundada, entre otros, por doce mujeres. Se proponía como principales objetivos, además del ahorro y socorro, el adelanto moral y material de sus asociados, el mantenimiento de relaciones de fraternidad con todas las sociedades obreras dentro y fuera de Nicaragua. Sus puertas estaban abiertas a todos los obreros y obreras ya sean centroamericanos o extranjeros domiciliados en el país. Como se puede patentizar establecía una clara distinción entre centroamericanos y extranjeros.

La solidaridad fomentada por este tipo de asociaciones se prolongaba incluso hasta el momento del fallecimiento y honras fúnebres de algunos de sus socios. Por ejemplo, en el artículo 38 de los estatutos de la sociedad antes citada se plasma:

“Para el efecto de un entierro de un socio, se colocará el emblema Voluntad Obrera sobre el féretro, organizándose el desfile de la manera siguiente; los socios asistirán a la casa del socio difunto a dar el pésame y ocuparán ambos lados de la calle; presidirán el duelo los familiares o quien los represente y la Junta Directiva. Queda a juicio de los socios prestar ofrendas florales. La Comisión de supervigilancia se encargará de guardar el orden en el desfile”[12]

El peso de la simbología y los aspectos rituales está muy marcado. Así en la asociación Fraternidad Obrera se establecía como emblema de la sociedad un anillo que contenía un brazo sosteniendo un martillo con una estrella en el fondo. Dicho emblema era llevado por todos los socios en todos los actos públicos y en los funerales de los compañeros fallecidos. Con similares características se organizaría la Fraternidad Comercial, una de las asociaciones con mayor arraigo dentro de los empleados de comercio; estaba constituida por varones y mujeres que según sus fundadores “Estuvieran animados de buena voluntad y mejores deseos e ideales en la vida de las clases pobres, los del ahorro y socorro mutuo, procurando por todos los medios posibles, el mejoramiento social, intelectual, moral y económico, manteniendo contacto con todas las agrupaciones obreras de dentro y fuera de Nicaragua”. Asociaciones como esta se planteaban como principales finalidades la prosperidad de la sociedad “verificando toda clase de negocios y transacciones comerciales que redundaran en provecho de la misma”[13].

No estaba ausente de algunas de estas sociedades el ideal centroamericanista, pues en muchos casos se planteaba agrupar a obreros y obreras nicaragüenses, centroamericanos y extranjeros, aunque se aclaraba que no podían formar parte de la sociedad los militares en servicio, los que no pertenecían al estado seglar o los que formaran parte de la clase capitalista o patronal. De nuevo, como se observa, se recalca en el carácter mixto hombre-mujer en lo que se refiere a las posibilidades de pertenencia a dichos centros sociales14.

Es plausible que a partir de un estudio de cada uno de estas asociaciones de clase, algunas de ellas con un marcado sentido mutualista, nos permita avanzar en un estudio profundo del movimiento obrero en Nicaragua, por encima del tópico tantas veces utilizado de la existencia de un movimiento social manejado por las estructuras políticas del somocismo. En todo caso aunque si no se puede hablar de manipulación en sentido estricto, parte de la prensa obrera estaba tejida de una cierta dosis de ingenuidad política. Así es frecuente leer en algunos medios de difusión de las ideas de los trabajadores reproducción de frases de Somoza tales como “Si los trabajadores no se organizan yo los organizaré”[15].

Un análisis particular merece la organización de las tertulias del sindicato de tipógrafos y otras asociaciones las que tenían un carácter marcadamente cultural. En ellas se practicaban todo tipo de expresiones artísticas como música, cantos, bailes, declamación, etc. A ellas acudían todos los tipógrafos sindicalizados con sus familias y estaban abiertas a otros trabajadores que pertenecieran al gremio. Normalmente concluían con una fiesta danzante. En el reglamento de tales tertulias quedaba claramente expresada la prohibición de expender y consumir bebidas alcohólicas16.

Las tertulias se celebraban en el local social del diario Novedades, posteriormente pasaron a ser celebradas en los salones de la cervecería nacional o en la Casa del Obrero. Se consideraba a las mismas como una rama de las Brigadas culturales del Partido de los Trabajadores Nicaragüenses (PTN), destinadas a “constituir un fuerte núcleo revolucionario, de inmensa revolución, que principia por el aspecto sentimental, poniendo así en camino la doctrina de la confraternidad, en marcha hacia el futuro unionista de las clases que palpitan las ansias de elevación y de progreso”[17].

Mención aparte merece el debate sobre la concepción de los sindicatos a inicios de los años cuarenta. Al respecto “Sociedades unidas”, organismo anteriormente señalado, que aglutinaba a algunas organizaciones afines a la Confederación de los Trabajadores Nicaragüenses en una polémica con los dirigentes de “Protección Obrera” terminaba expresando:

“(Sociedades Unidas) Representa al trabajador simplemente como trabajador y no como albañil, zapatero, tipógrafo, etc. Su lucha no tiene la característica gremial, sino general, y por esa razón es un fenómeno de donde tienen que derivarse por la fuerza de las circunstancias, otros dos fenómenos sociales: un organismo de lucha económica gremial y un organismo de la clase obrera. Es el punto de contacto entre uno y otro fenómeno”[18].

Se puede afirmar, por otra parte, que en el caso de Nicaragua no existió un límite temporal entre la sociedad de socorros mutuos y el sindicato, ya que todavía en 1945, cuando se aprobó el Código del Trabajo, y con ello un aumento de las organizaciones sindicales, todavía eran numerosas las mutuales existentes. Es necesario recalcar que todas las asociaciones estudiadas presentaban los estatutos y gozaban de la debida personería jurídica. Ocurre que además del tránsito entre el círculo “informal” de amigos y la sociedad mutua se daba el cambio hacia el sindicato y la unión sindical gremial o intergremial.

Hay que precisar, sin embargo, que tales relaciones se establecían más bien en un espacio urbano y donde el trabajo artesanal representaba el centro de la actividad obrera; muy al contrario de las economías de enclave caracterizadas por niveles de sociabilidad mas informales, espacios, sin embargo, nada despreciables en cuanto a la organización de la protesta social, tal como se demuestra en el desarrollo de conflictos en los enclaves bananeros, madereros y mineros de la Región Atlántica de Nicaragua.

En la mayoría de las sociedades mutuas de la época, la sociabilidad se ejercía con una relativa dosis de coerción pues se establecía como obligatoria la asistencia con puntualidad a las sesiones ordinarias y extraordinarias que se convocaban.

No obstante es fácil de deducir que la mayoría de las asociaciones constituidas sirvieron de toma de contacto de personas que venían fraguando una conciencia social y una tendencia a la militancia antisomocista, sobre todo a partir de 1944. De esta forma, las expresiones de sociabilidad como antesala de la acción política cristalizaban en la fábrica o el taller artesano así como en el club o la asociación , donde de manera esporádica, en algunos casos y sistemática en otros y contando con una relativa tolerancia del maestro de obras o de la Junta Directiva de turno, llegaba la propaganda y la cultura de izquierdas.

Se producía así, tal como explica Maurice Agulhon ciertos tipos de sociabilidad formal, cuando se refiere a los círculos, asociaciones en forma o asociaciones informales. Aunque en la constitución de las asociaciones se dejaba patente que no se perseguía ningún fin político o religioso, existen amplias evidencias de que ello no era así. El propio Somoza manejó con diferentes medidas la relativa tolerancia en los locales donde de manera asidua se reunían los trabajadores y sus familias. Debe destacarse el factor de voluntariedad en la formalización de las expresiones organizadas de sociabilidad, pues – tal como añade Agulhon, refiriéndose al caso francés – “para transformar el grupo de clientes habituales de un expendio de bebidas en una asociación cerrada, basta que el grupo lo decida. No importa si se redactan o no estatutos formales, la transición queda hecha”[19]. Coincidiríamos, además, con Agulhon que la fijación de obligaciones económicas dentro de la asociación ocupaba una parte importante en la redacción de los estatutos20.

CONCLUSIONES

– Al margen del debate de las ideas se desarrolló en Nicaragua todo un proceso de organización en diferentes ámbitos de la vida social y cultural. Ello demuestra que pese a las restricciones en los derechos y libertades democráticas, hubo una tendencia bastante marcada hacia la vertebración del tejido social en organizaciones de diferentes características y enfoques culturales y políticos. En este sentido, el análisis de las asociaciones, sus actividades y experiencias constituyen un importante elemento para el estudio de la Historia Contemporánea de Nicaragua.

Debe extraerse como consecuencia la necesidad de ampliar la base del análisis social, no limitándolo al estudio de las organizaciones sociales de carácter sindical o gremial, si en realidad queremos obtener un resultado amplio de la configuración social nicaragüense del periodo en estudio. Tampoco debe limitarse dicho estudio a los aspectos meramente estructurales de la organización social, pues resulta esencial el estudio de las relaciones entre las diversas sociedades, las formas de vida cotidiana y las diferentes tipos de sociabilidad existente, así como las relaciones de género que caracterizaban sobre todo a las organizaciones de tipo mutualista y sindical.

Trabajo suplementario a partir de esta investigación debe ser el estudio de las diferentes líneas de influencia que se proyectaron sobre la incipiente izquierda nicaragüense, partiendo de la relación existente con el exilio antifascista y las experiencias del pensamiento social anterior al periodo de Somoza García. Todo ello lleva a la necesidad de una historia social que surja de la necesidad de aportar al estudio de la materia las principales vivencias, formas organizativas y actividades no solo de los líderes sociales, que nos lleven incluso más allá de las controversias ideológicas que marcaban el debate entre las principales tendencias de las organizaciones obreras.

FUENTES HEMEROGRAFICAS

La Noticia, 1936-1941

La Prensa, 1936-1950

Novedades, 1940-1950

Flecha, 1 de enero de 1942, Núm. 21.

Hoy, 17 de agosto de 1941, 1939-1941

La Estrella de Nicaragua, 1941-1950

Ahora, “expresión de las masas populares”, 1945-1946

Causa Obrera, 1938

La Gaceta, Diario Oficial, (1910-1952)

Repertorio Americano (1936-1939)

El Gráfico, 1924-1926

Revista Obrera, 1923-1924

FONDOS DE ARCHIVO

Sección de Asociaciones del Fondo de Gobernación (Archivo Nacional de Nicaragua)

Fondo del Movimiento Obrero (IHNCA), Donado por Carlos Pérez Bermúdez

[1] Entre las obras de Centeno Zapata cabe destacar Breve cronología de las luchas sociales en Nicaragua, Masatepe, Club del Libro Nicaragüense, 1976

[2] Gutiérrez Mayorga, Gustavo, Dos etapas en la historia del movimiento obrero en Nicaragua. Tesis de grado, San José, Costa Rica, 1977.

[3] Jeffrey Gould, Orgullo amargo,, Managua, Ediciones del Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica, 1998

[4] León, segunda ciudad en importancia, situada a 90 kilómetros al noroccidente de Managua

[5] La Federación de León (documento inédito), Archivo del Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (IHNCA), s/a, s/f.

[6] Debe mencionarse que con el “Lomazo”, golpe de estado “de facto” de lider conservador Emiliano Chamorro, ocurrido en 1925, las posibilidades de los trabajadores para organizarse menguaros significativamente.

[7] Causa Obrera, 25 de septiembre de 1938

[8] Caussa Obrera, 31 de julio de 1938.

[9] Estatutos de la sociedad de socorros mutuos de Santo Domingo (Chontales), LG/DO, 1 de octubre de 1924.

[10]

Entrevista con Armando Amador, 16 de octubre de 1997.

[11]

LG/DO, Núm. 263, 4 de diciembre de 1941.

[12]

LG/DO, Managua, 5 de mayo de 1938. Núm. 92.

[13]

LG/DO, 24 de agosto de 1938

[14]

Estatutos de la “Unión Protectora Obrera”, constituida el 1 de enero de 1942. LG/DO, Núm. 262, 3 de diciembre de 1942.

[15]

Semanario Hoy, 26 de marzo de 1939.

[16] Causa obrera, 25 de septiembre de 1938

[17] Ibídem

[18]

Constituida el 3 de febrero de 1942. LG/DO, Núm. 212, 1 de octubre de 1941

[19] Maurice Agulhon, Op. Cit., pag. 71.

[20] Ibídem, pag. 65

La época colonial en América Latina

La época colonia en América Latina

1. Los objetivos de la colonización
Para 1492, España se había consolidado como una de las primeras naciones europeas que, en la era moderna, se unificaron bajo un gobierno central. Esto se había logrado después de varios siglos de lucha armada contra la presencia musulmana en la Península Ibérica, la así llamada “Reconquista” desde el norte. Con la expulsión de los últimos moros del sur, en Granada, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón –los Reyes Católicos– aseguraron su dominio del nuevo reino unificado que ahora era España. También en ese año se decretó la expulsión de los judíos (o su forzosa conversión al cristianismo), y se publicó la primera gramática del castellano (Antonio de Nebrija 1441-1552).

Estos datos revelan tres de las bases ideológicas y políticas con que se inició la expansión española en América. En primer lugar, había un ejército muy organizado y ansioso de nuevas conquistas heroicas en nombre del cristianismo. En segundo término, el Catolicismo, el idioma español y el absolutismo de la Corona eran los elementos unificadores de la nueva identidad nacional. Y un tercer factor, no menos importante, era la ambición expansiva, en busca de riquezas para premiar a los héroes de la Reconquista y sostener una economía basada en la guerra y en la posesión de tierras. Ya que el comercio comenzaba a florecer en Europa, la compra y venta de mercancías era una dinámica social fundamental que utilizaba el oro y la plata como monedas de cambio. Así lo afirma el historiador Peter Winn (Americas: The Changing Face of Latin America and the Caribbean. Berkeley: U of California P, 1999):

It was late medieval Castile that shaped Spanish America’s society and stamped its culture with a set of values that were the product of Spain’s long Reconquest of its territories from the Moors completed in 1492, the same year that Columbus “discovered” Hispaniola. They were crusader values, which stressed the role of the warrior and the Church, and assumed the inherent justice of European rule over people of darker hue, alien culture, and heathen beliefs (40).

Así pues, la colonización de América tenía, en la esfera ideológica, una misión evangelizadora: cristianizar heroicamente el mundo, por conversión o por miedo. A escala política, su papel era expandir el dominio de la Corona española, consagrada a la fe católica. En el campo económico, había que encontrar metales preciosos, competir comercialmente con el resto de Europa, y dar tierras a los héroes españoles y a la Iglesia. Por eso la conquista fue una operación fundamentalmente militar, pero también evangelizadora, que avanzó en busca de oro y de plata hasta el extremo sur del continente, con la esperanza de encontrar el legendario “dorado”. Son típicas las imágenes de los conquistadores españoles con sus armaduras y caballos, siempre acompañados de sacerdotes católicos, convirtiendo a los indígenas o luchando contra ellos, y fundando ciudades en nombre de Dios y del rey.

Una vez conquistado un vasto terreno, el esfuerzo militar pronto se concentró en neutralizar la intervención de otras potencias en la zona, tales como los bucaneros ingleses. Además, la Corona española estableció un fuerte monopolio comercial sobre sus territorios de ultramar, y una estructura autoritaria, burocrática y jerárquica que duró más de tres siglos y que hasta el presente continúa influenciando de muchas maneras la cultura, enconomía y política de la región.

2. Las estructuras políticas y sociales
Pocas décadas después de la llegada de Colón, la administración española ya tenía una jerarquía muy organizada en Las Indias, que se consideraban parte del territorio nacional. El rey delegaba directamente su autoridad a un noble español con el título de virrey. Durante el siglo XVI se establecieron dos virreinatos: el de Nueva España, creado en 1535 con capital en la ciudad de México, incluía todo el territorio del antiguo México (desde Nuevo México, Texas, California hasta lo que hoy es Guatemala); y el de Nueva Castilla, establecido en 1543, cuya capital era Lima, que reemplazó al Imperio Incaico (hoy Ecuador, Perú y Bolivia). Con menor jerarquía política, había territorios más militarizados, gobernados por capitanes: las capitanías de Guatemala (hasta lo que hoy es Panamá), de Cuba (que incluía La Española y Puerto Rico), de Venezuela y de Chile. En el siglo XVIII se crearon otros dos virreinatos: La Nueva Granada, con capital en Bogotá (1739), y Buenos Aires, con capital en La Plata (1776).

Además de los virreyes, existía en América una institución judicial llamada la Audiencia, constituida por unos ocho oidores que controlaban a las autoridades políticas. Los virreyes, además, eran visitados con frecuencia por representantes del rey para supervisar su fidelidad a la Corona. Este complicado aparato político respondía, en parte, a la preocupación constante de la Corona española por controlar sus territorios en América. Pero también reflejaba los debates internos del gobierno español, que por un lado fomentaba el afán de lucro y el trabajo forzado de indígenas y de africanos, pero por otro lado expedía leyes para proteger los derechos cristianos de los indígenas y prevenir los abusos. La autoridad era contradictoria y difusa. Un dicho común en las colonias era: “la ley se acata pero no se cumple”, es decir, se reconocía el mandato del rey, pero sus leyes tenían poco impacto en la práctica. Por ejemplo, por razones religiosas y políticas, en todos los territorios españoles estaba prohibido el tráfico de esclavos –los traficantes de esclavos eran ingleses, franceses, portugueses y holandeses, pero en realidad la compra y venta de esclavos africanos fue una parte fundamental de la economía colonial.

La pirámide social de las colonias ibéricas era bastante fija, y estaba basada en una clara distribución desigual de la riqueza, el trabajo y la raza. En la cima de la pirámide, con el mayor poder político y económico, estaban los españoles venidos de Europa. Junto a ellos, pero con menor influencia política, estaban los criollos: americanos de “pura sangre” española que generalmente eran latifundistas y tenían pleno acceso a la educación. En el estrato medio, casi siempre artesanos o pequeños propietarios de tierras, estaban los mestizos: estos eran una mezcla de indígena y español. En escala descendiente había un gran número de otras “castas” o mezclas raciales: mulatos (negro y español), zambos (negro e indígena), etc. Por fin, en la base de la pirámide y destinados a los trabajos más duros en las minas y la agricultura, estaban los indígenas y los esclavos africanos.

Estas estructuras políticas y sociales también se expresaban en el desarrollo urbanístico. Las ciudades se organizaban alrededor de una plaza mayor central, donde se hacía el mercado semanal, y donde se encontraba el palacio de gobierno y la iglesia principal o catedral. Cerca de la plaza vivían las personalidades más influyentes –autoridades, familias adineradas de españoles o de criollos–, y estaban los conventos y las universidades. En la periferia vivían los ciudadanos de menor categoría: mestizos, mulatos, indígenas. Así, las ciudades reflejaban la estratificación de la colonia, basada en la “pureza” de sangre española, y con muy pocas posibilidades para ascender en la escala social. Pero esta estructura expresa también el continuo contacto entre clases y grupos diferentes en la plaza mayor, para el mercado, las Audiencias, y las festividades religiosas que, además del contacto sexual entre las distintas castas, creó el sincretismo cultural y racial que hoy caracteriza a América Latina.
3. La vida económica y cultural
La economía colonial tenía tres bases: la agricultura, la minería y el comercio. La mayor riqueza venía de la explotación de minas de oro y de plata, como la de Potosí en Bolivia, o la de Zacatecas en México. Los cultivos de algodón y los ingenios de azúcar también fueron de gran importancia, especialmente en el Caribe y Brasil. Los españoles y los criollos eran los propietarios y administradores de las tierras, mientras que los indígenas y los esclavos africanos eran la mano de obra, tanto en las minas como en los cultivos agrícolas. Era típico de los colonos españoles considerar indigno el trabajo físico, como lo declaró Hernán Cortés al llegar a América: “No he venido a arar la tierra como si fuera un campesino”. Esta tradición de mantener una minoría privilegiada en el poder político y una mayoría pobre dedicada al trabajo agrícola y manual está todavía hoy arraigada en la organización social de la mayoría de los países latinoamericanos.

Los indígenas, que no eran esclavos sino ciudadanos, estaban obligados a trabajar mediante instituciones basadas en los impuestos o en la “protección” militar. Dichas instituciones eran la mita (impuestos que se pagaban con tiempo de trabajo) y la encomienda (tierras “protegidas” por un español que debía asegurarse del bienestar de los indígenas, quienes a cambio trabajaban gratuitamente para él). La metrópoli española tenía el monopolio del mercado, así que era prohibido el comercio de unas colonias con otras: todas enviaban sus mercancías directamente a España. Sin embargo, el contrabando y la piratería eran prácticas comunes. La industria nunca fue una parte muy significativa de este monopolio, y fundamentalmente se concentraba en la manufactura de algunos productos para el consumo doméstico (ropa, alimentos, ladrillos, etc.). Los criollos y los mestizos generalmente controlaban este tipo de industrias locales.

Pero no todo en la colonia era explotación económica o burocracia política. La vida cultural también se manifestó a través de instituciones educativas (controladas por la Iglesia), arte y festivales religiosos, periódicos, expediciones científicas, la creación de una dieta nueva y variada, la producción arquitectónica, una rica tradición de leyendas orales y una producción literaria basada en la crónica y en la poesía. En paralelo con la estructura social, los virreinatos españoles en América tenían pocas instituciones educativas para el pueblo en general, pero establecieron desde muy temprano prestigiosas universidades para los españoles y los criollos, los futuros administradores. En Lima, por ejemplo, se fundó la Universidad de San Marcos desde 1552, la cual ha continuado funcionando hasta hoy.

La censura de libros por parte de la Inquisición católica fue más estricta en América, donde estaban prohibidas todas las novelas, incluyendo la famosa obra de Miguel de Cervantes. Por lo tanto, el cultivo literario se concentró en las crónicas históricas y en la poesía. En la práctica, sin embargo, había un contrabando continuo de novelas europeas: se ha descubierto que en 1605, el mismo año en que se publicó El Quijote, había en Cartagena (Colombia) y en Lima numerosos volúmenes de esta obra (¡la ley se acata pero no se cumple!). Además, desde 1535, funcionaban muchas imprentas en las ciudades hispánicas de América. La escritora más famosa de la época colonial, y probablemente una de las mentes más brillantes que produjo el Nuevo Mundo, fue Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), quien desde niña impresionó a la corte de la Nueva España por sus vastos conocimientos. Esta genial escritora, que se hizo monja para poder cultivar la actividad intelectual sin las restricciones del matrimonio, fue célebre por sus poemas barrocos, villancicos y obras teatrales, así como por su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (1691), que defiende el derecho de las mujeres a la educación.

Fue esta herencia múltiple y contradictoria, llena de posibilidades y limitaciones, la que dio forma a lo que hoy se llama América Latina. Su estética barroca, su diversidad étnica, sus paradojas económicas y sociales, encuentran sus raíces en la historia colonial, en la que las nuevas potencias europeas luchaban por la tierra y el trabajo de indígenas y africanos. En el proceso, tanto América como Europa se transformaron e influenciaron mutuamente, en relaciones verticales en cuanto al poder político y económico, pero horizontales u oblicuas respecto al patrimonio cultural.

MOMENTOS Y CORRIENTES DEL PENSAMIENTO HUMANISTA DURANTE LA ÉPOCA DE LA COLONIA HISPANOAMERICANA: RENACIMIENTO, BARROCO E ILUSTRACIÓN

MOMENTOS Y CORRIENTES DEL PENSAMIENTO HUMANISTA DURANTE LA ÉPOCA DE LA COLONIA HISPANOAMERICANA: RENACIMIENTO, BARROCO E ILUSTRACIÓN

Arturo Andrés Roig
Pontificia Universidad Católica del Ecuador

I. HUMANISMO Y ESCOLÁSTICA

[55] Dentro de nuestra historia de las ideas y en particular de las ideas filosóficas se ha tendido a considerar la escolástica como la manifestación más significativa y, en muchos casos, como la única dada en la época de la colonización hispánica. Se ha hablado también de la existencia de otra línea de desarrollo del pensamiento hispanoamericano colonial, a la que se le ha prestado menos atención aún cuando siempre aparezca denunciada su presencia y a la que se ha denomi-nado con el término “humanismo”, ya establecido para la corriente similar europea.

Si bien no podríamos decir que la escolástica hispanoamericana se encuentre ya normalizada co-mo tema de estudio, los investigadores que se han ocupado de ella parten del presupuesto de que es un campo que puede llegar a una rigurosa sistematización dadas las características formales con que se manifestó. En tal sentido se han avanzado hipótesis de periodización sobre cuya base se va trayendo lentamente a la luz el impresionante material documental que ha quedado. Por otra parte, la tarea de sistematización de la escolástica europea, que ha alcanzado un nivel ciertamente importante, viene a confirmar la posibilidad que tiene nuestra escolástica de alcanzar algún día una situación parecida dentro del mundo de las ideas. Un hecho, que se presenta como indiscuti-ble, es además, el de la continuidad del saber de tipo escolástico, que cubre la totalidad del desa-rrollo histórico colonial y se prolonga aún más allá, hasta las primeras décadas de la etapa inde-pendentista de nuestros países.

[56] No podríamos hablar de humanismo en los mismos términos. Este movimiento ha sido redu-cido epocalmente a la etapa inicial que coincidiría, aun cuando tardíamente, con el humanismo europeo renacentista. Por otra parte, dadas las características formales de esta línea de pensa-miento, se ha partido del presupuesto ya anticipado que ha regido los estudios sobre la escolásti-ca, el de su posibilidad de sistematización más o menos rigurosa. El humanismo se presenta, es verdad, entre nosotros como un desarrollo muchas veces difuso, ocasional y sistemático, sobre todo si entendemos la noción de sistema aproximándonos a su fórmula escolástica. Más aún, se ha llegado a considerar el humanismo como una forma pensamiento dependiente y en algunas ocasiones hasta determinado en sus mismas formas expresivas por el saber de las escuelas.

Lo más grave de todo posiblemente radica en el hecho de que no se ha intentado buscar y esta-blecer la noción misma del humanismo a partir de sus propias manifestaciones, tal como se die-ron en nuestras tierras. Bien sabemos que el concepto de “humanismo” se ha dada íntimamente ligado al de “renacimiento” y sabemos asimismo que la polémica sobre el verdadero sentido de ambos aún no se encuentra clausurada. Si bien es cierto que, por lo general, se ha afirmado una relación casi constante entre “humanismo” y “renacimiento”, sucede que habría humanismos que corresponderían a “renacimientos” distintos e inclusive antagónicos. A la tesis tradicional según la cual el humanismo propiamente dicho fue el que correspondió al Renacimiento italiano, se contrapuso la tesis de un humanismo nórdico; ante el humanismo de la Reforma, vista también como un “renacimiento”, se ha hablado de un humanismo de la Contrarreforma; frente al huma-nismo español de influencia italiana y nórdica, en particular erasmiana, se sostuvo el renacimien-to escolástico del siglo XVII como humanismo auténtico.

Por otra parte, ciertas notas que habrían sido propias del humanismo, en particular del italiano, han llevado a declarar absurdamente como humanistas, personajes abiertamente antihumanistas. Tal es el caso, que nos interesa muy directamente, de Ginés de Sepúlveda, declarado “humanista” por su tarea filosófica, en particular por sus traducciones de Aristóteles, pero que difícilmente podríamos nosotros entenderlo acabadamente como tal si pensamos en la utilización que hizo de esas traducciones, en particular de la Política. Es evidente que los caracteres que podríamos con-siderar como históricos externos, no nos permitirán nunca encontrar un criterio que nos lleve a superar las dificultades terminológicas. Y frente a un caso como es el de Ginés de Sepúlveda, sucede que hay autores que siendo escolásticos dadas sus formas de expresión y sus fuentes, se aproximaron mucho más a un humanismo como ha sido el caso de Francisco de Victoria.

[57] Cabría, pues, que nos preguntáramos acerca del criterio de determinación del humanismo el que, evidentemente no es único. En unos casos se parte de un modelo histórico y se busca su in-fluencia en otras etapas o sectores. En este sentido, y bajo la influencia de Burkhardt, ese modelo sería el del Quattrocento italiano. En otros, se tiene en cuenta los caracteres formales que serían comunes a los “humanismos”, dejando de lado la cuestión de cuál de estos fue primero o segun-do, así por ejemplo, los que ofrecen un Lorenzo Valla y un Erasmo de Rotterdam; y por último, se atiende a lo que podría ser el “espíritu” del humanismo, entendido como ideología de un grupo humano emergente y por cierto con las variantes del caso y sin que haya un humanismo que ne-cesariamente lo haya desarrollado a plenitud, y se pueden establecer en este caso diferencias.

Respecto del primer criterio hemos de decir que la vigencia de un modelo utilizado como patrón histórico ha llevado al desconocimiento de las formas epocales, nacionales o regionales específi-cas de los humanismos haciendo difícil, por ejemplo, una caracterización del humanismo español o llevando a negar su existencia. Otro tanto y con mayor razón deberíamos decir respecto de las formas americanas del hecho. El segundo criterio, externo, si bien no puede ser dejado de lado, conduce a absurdos tales como el que hemos comentado. A nuestro juicio, no basta para la defi-nición del humanismo la presencia de la pasión por la antigüedad y sí puede ser, y es más impor-tante señalar los motivos interiores que impulsaron a establecer un nuevo campo de lecturas y, sobre todo, nuevos criterios de lectura para el saber de la época. Atendiendo a esto último, no nos cabe duda, que hablar de la escolástica renacida del siglo XVII, como de un humanismo no es nada más que forzar las palabras en la polémica ideológica que se generó, y que aún pervive en nuestros días, entre el saber nuevo y el saber tradicional y a su vez, entre los sucesivos “renaci-mientos” del saber nuevo y los sucesivos “renacimientos” del saber tradicional. Tenemos que concluir que aquella equiparación entre “humanismo” y “renacimiento” no siempre es sostenible si no se aclara a qué tipo de “renacimiento” nos referimos. Como tendremos que aceptar, a su vez, que es necesario conjugar los tres criterios que hemos mencionado ya que ninguno de ellos por sí solo nos puede servir para una determinación histórica satisfactoria aún cuando unos sean más definitorios que otros. En este sentido, a pesar de lo que dijimos de Francisco Vitoria, por ejemplo, no podríamos considerarlo como humanista y deberíamos dejarlo entre los escolásticos.

Lo que sí deberemos aceptar es que entre la escolástica y el humanismo hay momentos de aproximación y de alejamiento, como hay mutuas interferencias. Lógicamente estas últimas han llevado a los escolastizantes del siglo [58] pasado y del nuestro a considerar las manifestaciones del humanismo, y esto en particular del humanismo español y del americano, como dependientes teoréticamente del saber de las escuelas, reduciendo el antiescolasticismo de tantos humanistas a un rechazo o simplemente a un abandono de la parte formal de aquella tendencia. De modo inver-so, cuando se han planteado el problema de la restauración escolástica de los siglos XVI y XVII, en la que son evidentes los aportes de la crítica textual generada por los humanistas, se ha afir-mado que esta influencia no ha sido “intrínseca”, sino “extrínseca”, ya que desde el punto de vis-ta especulativo la escolástica habría prolongado, incluso en contra del humanismo clásico, los planteos tradicionales del medioevo. Con lo que se adopta una posición manifiestamente proesco-lástica, pero parcial, en la medida que la escolástica, desde el punto de vista teorético, aún cuando en bloque pueda ser considerada como una prolongación de un “saber tradicional”, muestra face-tas diferenciadoras que son más lejanas o menos respecto de planteos teóricos del humanismo, según los casos. Concretamente estamos pensando en la filosofía escotista y la valoración de la palabra tal como se da en ella.

Todo lo que venimos diciendo se torna más difícil de resolver en particular si partimos de un hecho incuestionable respecto de las formas del humanismo español y del americano y es que, junto con el escolasticismo, son ambos formas de saber más amplio, el “saber cristiano” y, más aún, de un saber cristiano decididamente católico. En contra de los tradicionalistas ultramontanos del siglo XIX que veían en Erasmo una especie de representante heterodoxo, ni siquiera el eras-mismo fue una excepción de lo dicho.

En conjunto, tanto el humanismo hispanoamericano como la escolástica partieron de las mismas fuentes básicas: el Evangelio, respecto de las verdades de revelación y los grandes escritores griegos, en particular Platón y Aristóteles, respecto de las verdades originadas en la “luz natural”. Hubo sin embargo diferencias en dos sentidos: la primera de ellas relativa a las técnicas de traba-jo con las que se trató de reestablecer aquellas fuentes y que daría origen a las “ediciones críticas” que quedaron como definitivamente indispensables. La primera “crítica”, incorporada dentro del vocabulario humanístico, tal como puede verse en Luis Vives, no se reducía a lo que fue y es la “crítica textual” y que daría origen a los llamados “aparatos críticos”, sino que tenía un alcance mayor y ciertamente inquietante en cuanto a que suponía la eliminación de la mediación escolás-tica en la lectura de las fuentes básicas, incluido el Evangelio. La segunda, relacionada con lo que acabamos de decir, se dio como consecuencia del espíritu con el que se llevaron a cabo las lectu-ras. Es cierto que hubo un amor a los clásicos del [59] pensamiento grecolatino y cristiano, que en algunos casos fue excluyente y hasta meramente erudito, pero se ha descuidado el hecho de que esa pasión estaba movida por la necesidad de reencuentro de un nuevo hombre, el hombre moderno, al que quedó sometido todo el regreso a los clásicos, tanto los grecolatinos como los del pensamiento cristiano, el Evangelio y los Padres de la Iglesia. Esta segunda diferencia se en-contraría, en general en un distinto punto de partida y a su vez en un diverso sistema de equilibrio entre inmanencia y trascendencia. Podríamos decir que la escolástica, con todas las matizaciones del caso, tuvo un punto de partida teológico, frente al humanismo, que se nos presenta arrancando desde lo antropológico. Las dos formulas podrían ser expresadas como una inmanencia teorizada desde un teologismo, y una trascendencia considerada desde un antropologismo.

Si tuviéramos que caracterizar los alcances de lo antropológico dentro del pensamiento humanis-ta, tendríamos que referirnos inevitablemente al problema del valor del lenguaje. La importancia que adquirieron con los humanistas la gramática y la retórica no es un hecho casual. El hombre moderno pareciera haberse lanzado, desde sus inicios, a la osada tarea de encontrar un lenguaje que superara la propia naturaleza del lenguaje como mediación. De ahí, por ejemplo, el literalis-mo que rigió el establecimiento de los textos, en particular los del Evangelio y de ahí también el rechazo del saber escolástico y las disidencias dadas en Europa respecto de una Iglesia compro-metida con él. Con los humanistas se produjo un cambio ciertamente profundo en la interna orga-nización de las clásicas artes liberales por la razón de que si el lenguaje es lo más propio del hombre debía convertirse en el lugar del encuentro de todas las ciencias, incluida la teología, tan-to revelada como natural.

Pero también era el lugar de encuentro de los hombres, hecho que hacía posible aquel encuentro de las ciencias. De ahí que el lenguaje comenzara a ser visto en una relación inmediata y directa con la realidad social y cultural de los pueblos tal como se puede ver en la valoración que hizo Nebrija del latín y del castellano. Se trataba de devolverle a la palabra su esencial sentido huma-no, relacionándola con las experiencias vitales inmediatas del hombre, entendido no como un ser de tránsito, sino como inserto dentro de una comunidad particular que tenía un destino y por cier-to también un pasado. El imperio nació de esta manera en España sobre la base de una afirmación nacional que era a su vez la afirmación de un lenguaje, fuera este el latín, como idioma de expan-sión en Europa, el castellano, como lenguaje de expansión en la Península Ibérica y en América y finalmente, las lenguas americanas, el quichua, el náhuatl y el guaraní, como medios de expan-sión en lo interno de las sociedades indígenas.

[60] Podríamos decir que el humanismo partía, pues, de una comprensión del hombre como “ser expresivo” y que la clásica definición del Estagirita, de que era un “animal poseedor de Lógos”, fue entendida traduciendo el término griego como verbum y no como ratio, con lo que la razón venía a insertarse en una cierta forma de temporalidad, la de la realidad sociocultural de los pue-blos. De este punto de vista no nos cabe duda que aquella aproximación teorética del humanismo a ciertas líneas del desarrollo del pensamiento escolástico, tal el caso del escotismo que se carac-terizó precisamente por sostener la prioridad del Verbum sobre la Ratio divinas, se dio sobre la base de las tendencias no coincidentes. Y la diferencia, tanto respecto de la forma escolástica, como de otras, se encuentra precisamente en una visión del lenguaje que tiene como trasfondo una cierta comprensión del mismo como hecho cultural e histórico. El punto de partida, como dijimos, no era teológico, sino antropológico.

En relación directa con lo que estamos viendo se puede afirmar sin error que el humanismo, en particular en sus formas más desarrolladas y coherentes, tuvo como eje el saber retórico. Se cons-tituyó, en efecto, como una crítica a la retórica tradicional de las escuelas mediante un regreso a las normas de este saber establecidas en Quintiliano y Cicerón y continuó, a lo largo de toda su historia, como un movimiento en el que el saber de lo humano quedó centrado en la retórica, la que era a la vez para los fundadores del humanismo, tanto un arte como una ciencia, tanto una técnica de la palabra como un saber de lo humano. Y si bien estuvo de trasfondo en las diversas formulaciones del humanismo cristiano la palabra fundante, el Verbo, la retórica nueva puso de manifiesto que no era lo teológico lo que movía directamente al nuevo saber, sino la palabra humana rescatada más allá de nominalismos y de realismos, en su fuerza y virtud como medio de comunicación entre los hombres.

Lo antropológico fue, pues, encarado desde una teoría del discurso y la retórica no fue meramente el saber de la elocuencia, entendida ésta como el de la palabra a su vez comunicativa y verdadera. De ahí que el humanismo sólo pueda ser entendido en relación con grupos humanos emergentes que quieren y necesitan ejercitar su voz, lo hagan de modo directo y a veces hasta violento, o de modo indirecto en un juego de ocultamiento y de desocultamiento. Mas, siempre el humanismo pondrá como exigencia un grado de manifestación, aún cuando mínimo, ya que ello está en la esencia misma de todo acto humano de hétero y autorreconocimiento.

Al adquirir la retórica esta significación, dejó de ser un saber agregado a otras formas, para con-vertirse en el saber desde el cual precisamente se [61] organizaron los demás. A su alrededor se nucleó la exigencia del conocimiento de las lenguas, tanto de las clásicas como de las vernáculas, se elaboró una teoría de la palabra que se resolvía en una teoría del hombre y de la cultura, se pensó a éste como un ser social y se desembocó en proyectos sociales, que dieron pie para el de-sarrollo de utopías; se revitalizó el saber cristiano, tratando de eliminar mediaciones instituciona-les y formales y se convirtió en fin, el saber retórico en sus mejores expresiones, en un saber de denuncia.

En este sentido, el humanismo europeo es una de las tantas formas de desarrollo del pensamiento moderno y no es extraño que en sus formas históricas más claras, se pusieran los humanistas del lado del despertar de una nueva clase social que acabaría autorreconociéndose bajo el amplio y a veces no siempre preciso término de “burguesía”.

De ahí que el humanismo no pueda ser reducido a su etapa Renacentista y que ésta no sea nada más que los inicios de un proceso que habrá de adquirir su pleno sentido más allá de aquélla en los siglos XVIII y XIX. En este sentido, la historia del humanismo podría ser entendida como la de la conformación gradual de la conciencia moderna que concluye en las formas de la concien-cia burguesa.

Otro aspecto que se debe tener en cuenta es el de la especificidad de los humanismos, hecho que plantea el problema metodológico de encontrar su fuente, la que hace de cada humanismo un hecho singular y que permite a su vez hablar de formas propias de desarrollo del humanismo en España y en las tierras americanas. La clave se la ha de buscar en el sujeto que invoca la nueva palabra, ya sea respecto de otros, como de sí mismo. La historia social de Hispanoamérica hizo que el desarrollo de las formas de pensamiento humanista quedara signada por hechos que no se dieron en otras partes. La conquista significó la destrucción de un mundo y la construcción de otro nuevo, en una medida que no se vio en la Europa moderna. Los momentos de la destrucción y de la construcción signaron las etapas de nuestro humanismo. No es un hecho casual que Fray Bartolomé de las Casas hablara de la “destrucción” en la primera época y propusiera los “reme-dios”, es decir, las bases para la “construcción”, dentro de sus ideales de heterorreconocimiento del ser humano conquistado. Con ello estamos tocando a algo que es definitorio del pensamiento humanista que habrá de organizarse básicamente sobre esa noción de “reconocimiento”. Comen-zará, como dijimos, como “heterorreconocimiento” por parte de humanistas influidos muy de cerca de los ideales del Renacimiento europeo, para concluir, una vez que surjan perfiladas las clases sociales dentro de la estructura colonial, en un “autorreconocimiento” de los grupos huma-nos emergentes, primero tímida [62] y ambiguamente en la etapa del barroco y luego, abierta-mente, en el momento de la ilustración.

De ahí pues, los tres grandes momentos de desarrollo del humanismo durante la conquista y co-lonización española: el renacentista, el barroco y el ilustrado, que darán nacimiento al humanismo paternalista, al humanismo ambiguo y, por último, al humanismo emergente. En todo momento, el sentido y alcance del “renacimiento”, el “barroco” y de la “ilustración” estarán dados por el sujeto histórico que asume esas líneas de desarrollo del pensamiento y que lo hace desde su con-creta realidad social, ya fuera para ejercer, como hemos dicho, las formas del heterorreconoci-miento o del autorreconocimiento . No sucedió otra cosa en Europa y no fueron, por eso mismo, el Renacimiento, el Barroco y la Ilustración, respuestas modélicas absolutas y extratemporales. Caeríamos una vez más en un grueso error si pensáramos en que los desarrollos americanos fue-ron algo “externo” en relación con procesos generales vividos por la cultura del Occidente euro-peo, pero más grueso es el error que lleva a desconocer las especificidades.

II. LOS TRES HUMANISMOS HISPANOAMERICANOS

El problema de la especificidad del humanismo hispanoamericano presenta, además, otras com-plejidades, ya que es posible señalar aspectos diferenciadores internos. Así, por ejemplo, se ha recalcado las diferencias que muestra el arte en la etapa del barroco tal como evolucionó en la Nueva España y en Sudamérica. Es probable que estas modalidades regionales puedan ser encon-tradas en otras manifestaciones de la cultura colonial.

En este ensayo vamos a intentar una caracterización de los tres humanismos partiendo de la expe-riencia regional andina y en particular ecuatoriana, con lo que tampoco pretenderemos llegar a la afirmación de diferencias radicales que quebrarían la unidad de procesos ideológicos que, en comparación con el hecho humanista europeo, sí la poseen. Por otra parte, es importante tener en cuenta que la “geografía del humanismo” que corresponde a los siglos XV-XVIII en América, si bien anticipa el futuro “mapa de las ideas” que acabará conformándose con el nacimiento de las repúblicas y monarquías independientes de Europa, no es la misma. Dentro de esta comprensión del hecho regional colonial debe pues entenderse aquel punto de partida que hemos denominado “experiencia ecuatoriana”.

Por otra parte, si la clave para la comprensión del humanismo está en el sujeto histórico concreto que se reconoce a sí mismo en su propia humanidad, su discurso no podrá ser comprendido en su especificidad si no se tiene [63] en cuenta la realidad social, económica y política dentro de la cual se mueve ese mismo hombre.

Lo dicho plantea problemas que no son de fácil solución. Es un hecho que las manifestaciones estéticas, por ejemplo, están determinadas a partir del Renacimiento europeo, por el nacimiento y desarrollo del pensamiento humanista y que muy poco o nada pareciera influir sobre el pensa-miento escolástico. Se ha llegado a establecer una ecuación entre humanismo y arte que ha con-ducido en más de un caso a reducir el primero a lo segundo. Si bien esa reducción no es acepta-ble, no cabe duda que lo estético fue incorporado por el humanismo como una de las vías, no la única, de elaboración de un lenguaje que es lo que sí lo caracteriza esencialmente. Como conse-cuencia de lo venimos afirmando, las manifestaciones del arte en Hispanoamérica interesan de modo directo para la reconstrucción del humanismo y a su vez obligan a considerarlas desde los criterios sociales, que no por eso han de ser declarados como “extraestéticos”, tal como temen los que todavía siguen pensando en un arte por el arte y entienden que la calidad de las obras se des-virtúa por el hecho de subrayar la función social de las mismas.

Conforme con lo que venimos diciendo se hace indispensable tener en cuenta el régimen de con-tradicciones sociales que ha caracterizado a cada una de las tres etapas que podemos reconocer en la historia de nuestro humanismo; habrá que señalar cuáles fueron los promotores de las respues-tas que podemos considerar humanistas, como asimismo cuál es el sujeto respecto del cual se desarrolla ese pensamiento; en tercer lugar, cuáles fueron las fuentes teóricas de cada una de las etapas y en qué sentido adquirieron formulaciones específicas que las alejaron de sus manifesta-ciones primeras y en qué medida, esas posiciones teóricas se jugaron de modo pleno en relación con las modalidades históricas del sistema productivo vigente; del mismo modo se hace indispen-sable tener en cuenta el problema del espacio y el proceso de creación del mismo como uno delos marcos indispensables de comprensión de las respuestas humanistas, concretamente, nos referi-mos a la ciudad y al campo y a los proyectos sobre los cuales se intentó organizarlos, el “ciuda-dano” y el “poblacional”.

No menos importante es tener en cuenta las etapas de apogeo y decadencia de los grupos huma-nos, en particular, de los que durante la larga historia colonial hispánica detentaron el poder eco-nómico y político. Al respecto se ha de tener en cuenta que los altibajos que sufrieron las colonias españolas, en su relación con los de la Metrópoli, tuvo como trasfondo un hecho ciertamente trá-gico, el de la decadencia irreversible de la cultura indígena, que pasó a un segundo plano sin po-sibilidades de rehabilitación, aun cuando [64] se hubieran mantenido latentes las esperanzas de un renacimiento, las que fueron definitivamente ahogadas en la segunda mitad del siglo XVIII.

Por otra parte, esas etapas de apogeo y decadencia, de esplendor y de miseria, si bien pueden ser vistas como fenómenos generales que afectaron de una manera más o menos homogénea a todo el sistema colonial español en América, muestran también peculiaridades regionales. Se encuentran además en relación inversa con las etapas de decadencia y recuperación que vivió la Metrópoli. A la profunda crisis económica y social de la España de fines del siglo XVI y de gran parte del siglo XVII, correspondió una etapa de bonanza en las colonias, e inversamente, el proceso de recupe-ración lento pero persistente de la Península, que se inició de modo manifiesto a partir del 1700, fue paralelo a un empobrecimiento creciente en las regiones americanas que culminó, de modo alarmante para la audiencia de Quito, en la segunda mitad del siglo XVIII.

De esta manera, lo que muchos estudiosos han considerado dentro de la historia cultural españo-la, como un arte de la decadencia, el barroco, no tuvo el mismo signo en América y bien podría considerarse que el neoclásico que se desarrolló en España en una época de recuperación, tuvo asimismo un signo inverso en América, hecho que tal vez explique su escasa presencia y desarro-llo.

También resulta importante para la comprensión de las diversas etapas del humanismo tener en cuenta los dos momentos que se podrían señalar en las relaciones entre Metrópoli y las colonias, una la de la “primera conquista”, que coincide con el desarrollo del humanismo renacentista y otra, a la que se ha denominado con acierto de la “segunda conquista”, que se inicia con el go-bierno borbónico. La primera, dentro de los ideales de los reinos integrantes de la Casa de Aus-tria, coincidió con el desarrollo de formas de autonomía que tenían un cierto sentido feudal, la segunda, que respondió a un proyecto de centralización y de mayor eficacia en la extracción de las riquezas coloniales, se organizó sobre la destrucción de aquellas autonomías relativas y gene-ró una unidad imperial dentro de los ideales de un estado premoderno que antes no se había al-canzado. Las primeras manifestaciones de crisis en América de este proyecto imperial son coin-cidentes con el tercer humanismo, el ilustrado, a pesar de los esfuerzos de la corona por sostener la ideología monolítica vigente, de modo claro, en la etapa de nuestro barroco.

Es importante, para la historia de la cultura y de las ideas, no tomar de modo abstracto los con-ceptos de apogeo y decadencia, toda vez que el momento que podría considerarse como de bo-nanza para las colonias, y esto lo decimos particularmente pensando en la región nuclear andina, fue una de las más duras y brutales para la población indígena sometida al trabajo de [65] mitas y controlada por el sistema de la encomienda. Aquel concepto únicamente tuvo vigencia para los grupos sociales de poder económico y político y nunca para la población campesina. Innecesario resulta subrayar la situación de miseria en que cayó esa misma población cuando la clase terrate-niente comenzó a sentir los efectos de la decadencia.

a) El humanismo paternalista

Entre mediados del siglo XVI y primeras décadas del XVIII, tuvieron lugar las manifestaciones del primer humanismo, el renacentista, al que hemos caracterizado como humanismo paternalista. Este pensamiento se generó como consecuencia de las experiencias vividas durante las guerras de conquista y fue, por el origen de sus teóricos y defensores, un tipo de pensar ejercido por el mis-mo hombre europeo tanto en nuestras tierras como en España. Frente a la masa de conquistadores movidos por un ansia incontenible de riquezas, satisfecha mediante las formas más crueles de inhumanidad, se levantó la voz de algunos sacerdotes que sintieron la necesidad de asegurar las bases sociales indispensables para alcanzar una evangelización pacífica. No hubiera sido el pen-samiento de estos hombres un verdadero humanismo si tan sólo hubieran estado movidos por un sentimiento filantrópico. A más de esta actitud, se desarrolló en ellos una forma de heterorreco-nocimiento de la humanidad indígena que se sustentaba sobre una exigencia de conservación de formas de vida autónoma de la población conquistada. Precisamente ha sido uno de los caracteres del pensamiento humanista del Renacimiento europeo, la tesis de que todo individuo podía cum-plir con sus deberes hacia Dios y hacia el prójimo desarrollando sus propias facultades físicas e intelectuales de las que había sido dotado por la naturaleza. Mas, no se trataba de facultades to-madas desde el abstracto, sino que se las reconocía en el modo histórico en que habían sido des-arrolladas. Y la prueba más evidente e irrefutable del ejercicio de ellas estaba en el hecho de la posesión de un lenguaje, y en el sistema de relaciones sociales y económicas que aquel lenguaje expresaba. Y si bien esta apertura se encontró en todo momento frenada por el inevitable euro-peocentrismo que rigió el criterio de valoración de las costumbres de las poblaciones americanas, no llegó a cerrarse hasta el extremo de no reconocer hábitos, tradiciones culturales y formas de organización política que aun cuando extraños, no violaban lo que se entendía que derivaba de los principios de una “razón natural”. La virtud surgida de aquella razón podía darse en todos los hombres, en cuanto tales, y nada de lo humano podía ser ajeno al cristianismo. Lógicamente esas nuevas criaturas debían ser evangelizadas y las relaciones entre quienes portaban las [66] verda-des desconocidas del Evangelio y los neófitos, se dieron bajo la figura “padre-hijo” con la que se pretendió desplazar la vigencia de la otra, la generalizada e imperante, la de “amo-esclavo”. Para el ejercicio de la violencia bastaba con el grito, para la evangelización pacífica era el ejercicio de una palabra que sólo era posible mediante el reconocimiento de la palabra de otro, del dominado. Ahora bien, si el grito significaba el saqueo, el robo, la esclavitud y la muerte, la relación sobre la palabra, no podía hacerse sino mediante el respeto de la vida, de la propiedad e incluso del siste-ma de relaciones políticas de las comunidades indígenas. Esto habría de generar la conocida tesis lascasiana de la restitución de lo robado, como asimismo de todos los proyectos utópicos de or-ganización autónoma con las que se creyó aproximarse a los ideales de una sociedad humana perfecta.

Este pensamiento humanista, claramente relacionado con los ideales propios del Renacimiento, habría de enfrentarse con posiciones sociales y políticas de sentido feudal y en tal sentido puede ser visto por esta razón también como modernizante. En el conflicto entre los conquistadores en-comenderos y el Estado metropolitano, que tanta fuerza alcanzó en el alzamiento de Gonzalo Pizarro, es bien sabido que el papel que le tocó jugar a Las Casas y a sus seguidores. Frente a la defensa de la encomienda, los lascasianos apoyaron al poder central. La derrota de los encomen-deros en Jaquijaguana significó pues los inicios de la construcción de un Estado de tipo premo-derno o modernizante que benefició además la consolidación del sistema colonial.

Pero al mismo tiempo, los evangelizadores que se internaban en las selvas y lograban establecer pueblos ordenados y pacíficos, en su lucha por la defensa de la relativa autonomía que ellos mis-mos habían prometido a sus feligreses a cambio de la evangelización, se vieron constantemente enfrentados al propio poder real, representado por los administradores de la corona en América, entrando de esta manera en contradicción con la misma monarquía que habían defendido en un comienzo. Esto llevaría a la muerte de los proyectos típicos del humanismo renacentista y a la extinción de estos ideales. Los mismos quedaron ahogados también por el poder creciente de la Iglesia secular, frente a las comunidades religiosas que habían mantenido un sistema parroquial autónomo respecto de las autoridades eclesiásticas. El conflicto entre parroquias regulares y pa-rroquias seculares, y la permanente exigencia de que el misionero debía ceder la misión al párro-co nombrado por los obispos, acabó imposibilitando aquellos proyectos misionales utópicos, con-tradictorios entre sí mismos, si pensamos en la exigencia permanente de sometimiento del indí-gena como mano de obra disponible. Por otra parte, [67] las mismas ordenes religiosas fueron cambiando de actitud en la medida que se beneficiaron del sistema encomendero y que fueron convirtiéndose, más tarde, al entrar en decadencia este sistema, en latifundistas y hacendarias, entrando a formar parte y la más importante, de la clase terrateniente. A lo dicho se debe agregar la puja, muchas veces violenta, entre las mismas órdenes, por la supremacía en el poder económi-co y político en una sociedad en la que los valores religiosos constituían una eficacísima herra-mienta de poder social.

Otro factor que provocó el agotamiento de las manifestaciones del humanismo renacentista se dio como consecuencia del crecimiento de las ciudades. Desde los inicios mismos de la conquista, el sistema de control de las masas indígenas sometidas se llevó adelante mediante un doble proyec-to, el “ciudadano” y el “poblacional”: nucleación de la gente hispánica en ciudades y de la indí-gena, en pueblos. Esto, lógicamente, tuvo sus mayores posibilidades de realización en aquellas regiones en que existía una población indígena campesina asentada. Pues bien, en contra de lo que sucedió en Europa, en la que el movimiento renacentista se expresó como un fenómeno ciu-dadano, en América, en particular en la América nuclear andina, las ciudades fueron las que aca-baron ahogando esos ideales cuyo lugar se dio básicamente en los “pueblos”. La tendencia surgi-da de las ciudades fue la de una constante disminución de la vida relativamente autónoma de aquellos, hecho que alcanzó su máxima en el momento en el que se pasó de la organización en-comendera a la hacendaria. A su vez, las ciudades se consolidaron a partir del momento en que surgió en ellas una especie de preburguesía comercial cuyo progreso estaba en relación directa con un aumento de control sobre la sociedad campesina, estuviera o no nucleada en poblaciones.

Por otra parte, los ideales humanistas no fueron llevados adelante por ese tipo humano que se conoció en las ciudades españolas, el “letrado”, surgido de las universidades, e incorporado, por lo general, al servicio de las cortes. En el caso americano, ese personaje recién habrá de hacer su aparición, y con modalidades que lo habrán de diferenciar del europeo, en la segunda mitad del siglo XVIII, época en la que se produjo sintomáticamente un regreso a ciertos aspectos del humanismo de la primera etapa, la renacentista. Los ideales del humanismo primitivo fueron mo-vilizados principalmente por misioneros, pertenecientes a órdenes religiosas y tan sólo por algu-nos, muy contados, que se incorporaron directa o indirectamente al proyecto lascasiano. Y esto marca otro aspecto radicalmente diferenciador del humanismo renacentista en América, que muy poco o nada tuvo que ver con el proceso de secularización que caracterizó el humanismo euro-peo, como forma preburguesa [68] de pensamiento en aquellos de sus representantes que se mo-vieron dentro del seno de la Iglesia Católica.

El proceso social y político tanto en España como en las colonias, que determinó las manifesta-ciones del humanismo en éstas, concluyó en un fracaso. En verdad quien acabó triunfando fue Ginés de Sepúlveda y no las Casas y el mismo lascasismo reformado, cuya forma intentó ser al-canzada por los últimos humanistas, tal es el caso de Solórzano Pereira, fue una prueba de fracaso señalado.

Hubo también un humanismo que tuvo su expresión en las ciudades, pero no es un hecho casual que sus manifestaciones sólo se dieron en una etapa inicial de las mismas en la que la contradic-ción “ciudad-campo” no se había aún generado o establecido claramente. Es la etapa, por ejem-plo, en la que se organizaron escuelas artesanales indígenas, en las que se crearon las primeras cátedras de lenguas nativas y se las estudió dentro de los ideales del trilingüismo y en la que se inició el proceso de monumentalismo religioso con la construcción de las primeras grandes igle-sias, dentro de cánones arquitectónicos tradicionales en la Península, en los que es visible la pre-sencia del románico y el gótico, entre otros estilos, pero que luego se vieron modernizados con la aparición de elemento estructurales renacentistas tardíos, entre ellos el manierismo.

Las manifestaciones del humanismo renacentista en Quito se corresponden con formas del pen-samiento escolástico sumamente pobres, enmarcadas dentro del medievalismo pretridentino. Las instituciones universitarias en las que el escolasticismo irá cobrando importancia recién aparecie-ron a fines del siglo XVI y primeras décadas del XVII (entre 1594 y 1622). Por otra parte, esas “universidades” fueron todas ellas monacales y estuvieron fuertemente condicionadas al proceso de evangelización. En tal sentido fueron “universidades misioneras”, que si bien surgieron y se desarrollaron en las ciudades, y comenzaron a cumplir con su tarea de justificación de la ciudad como centro del poder colonial, su mira estaba fuertemente puesta sobre la población indígena no reducida. Como consecuencia de este hecho, al lado de los estudios necesarios para la formación teológica, de tipo tradicional, surgieron otros, centrados principalmente en las cátedras de lenguas indígenas, en particular quichua. La vigencia de esta enseñanza coincidió con el desarrollo y muerte del pensamiento que podemos considerar como humanista renacentista. La exigencia de la posesión de las tres lenguas, latín, castellano y quichua, generó una de las tantas variantes del trilingüismo que ha caracterizado a las escuelas humanistas. Y en esto, las universidades misione-ras, no pueden ser consideradas como escolásticas. Desde muy temprano se puede señalar la pre-sencia de la “crítica” característica de la filología renacentista, [69] puesta de manifiesto en la Gramática quichua de Fray Domingo Santo Tomás (1551), de espíritu nebricense. Por otra parte, las manifestaciones de este renacimiento coincidieron con el florecimiento de los grandes huma-nistas españoles: Nebrija y Vives, fallecidos en 1522 y 1540 respectivamente. La debilidad de la escolástica de la época, en particular en la ciudad de Quito, dejó libres las formas de expresión del pensamiento humanista que si bien encontró un lugar, como hemos dicho, en el seno de las universidades monacales misioneras, fue en todo momento un saber de tipo extra-académico, expresión de una realidad que difícilmente podía ser descripta y criticada desde los cánones tradi-cionales de la disputatio.

En líneas generales podríamos sostener que no fue la escolástica la que determinó al pensamiento humanista, sino que el hecho fue inverso. La “crítica”, llevada adelante por los llamados “aristo-télicos independientes”, es decir no-escolásticos, entre ellos un Ginés de Sepúlveda, hizo posible la constitución de la Escolástica restaurada o renacida, contemporánea con el desarrollo del humanismo barroco. Y la ciencia experimental, surgida con espíritu de modernidad que puede señalarse en ella en sus etapas más avanzadas. Claro está que tanto esa “crítica”, como esa “cien-cia” que tuvieron sus desarrollos dentro de las escuelas, no se apartaron de las líneas generales de restauración teológica y quedaron sometidas a ella. Por otro lado, la problemática social, manifes-tada dentro de los desarrollos jurídicos del saber escolástico, tal como se dio en Francisco de Vi-toria, tuvo sus fuentes en las grandes polémicas llevadas adelante por pensadores propiamente humanistas, tales como Montesinos, Vasco de Quiroga o Bartolomé de las Casas.

Nuestros humanistas hispanoamericanos dejaron la “ciencia”, en particular pensamos en la física, en manos de los escolásticos y aquellos que habían tenido una formación escolástica, tal el caso de Fray Bartolomé, surgido del pensamiento dominico tomista, revitalizaron este saber recurrien-do a un testamentarismo directo, dentro de los ideales típicamente renacentistas de regreso al cris-tianismo primitivo.

Para no abundar más, cabría que habláramos de las escuelas artesanales. Si el pensamiento humanista se aproximó a la ratio desde el verbum, dio una respuesta a la trascendencia desde la inmanencia, no podía generar menos que una revalorización del ser humano como artífice. El Renacimiento se caracterizó por una apasionada búsqueda del valor espiritual y humano de la artesanía, por parte de un hombre que se autorreconocía en sus obras. Todo ello se encuentra sin duda, en Europa, en los orígenes de la conciencia [70] burguesa y en la lenta conformación de nuevos grupos humanos que se iban desprendiendo del seno de la sociedad medieval. La artesa-nía abarcó la totalidad de las manifestaciones humanas, el artista debía ser básicamente y antes que artista, artesano; el artesano debía alcanzar a su vez, el nivel de lo artístico; el humanista filó-logo, era a su modo también un artesano, en cuanto poseía el secreto de aquella “crítica” que era la forma de artesanía indispensable para la verdadera lectura del Evangelio, de los padres de la Iglesia, de Cicerón o de Quintiliano. La palabra misma, dentro de los ideales del saber retórico renovado, se presentaba apoyada en lo que bien podemos considerar la técnica artesanal necesa-ria, previa al discurso. Con magistral artesanía, para la época, construyó Fray Domingo de Santo Tomás su gramática quichua, para hacer posible el discurso indígena dentro de los ideales de una nueva lengua sacerdotal, tan noble para él como el latín e inclusive, más noble que el castellano, en la medida que, asombrosamente, se aproximaba más por su estructura a la lengua del Lacio que la de Castilla.

Dentro de este espíritu, Fray Jodocko Ricke, el humanista flamenco llegado a Quito con los pri-meros conquistadores, creó su celebre escuela artesanal indígena en 1550 e inició la construcción de la imponente Iglesia de San Francisco que quedaría concluida en 1581, dentro del espíritu ar-quitectónico del manierismo, propio del Renacimiento tardío europeo, y más tarde en 1563 Fray Pedro Bedón, crearía la Cofradía del Rosario, otra escuela artesanal de espíritu semejante a la de Jodocko Rico.

Tal vez podamos considerar como textos típicos del humanismo paternal el Itinerario para pá-rrocos de indios de Alonso de la Peña y Montenegro, del año 1648 y el Gobierno eclesiástico pacífico de Fray Gaspar de Villarroel, en 1657. Otra obra de relevante importancia para toda la América nuclear andina es la de Juan de Solórzano y Pereira, Política indiana aparecida la prime-ra vez en 1648. Solórzano, dentro de los ideales del lascasismo reformado muestra a nuestro jui-cio el paso del humanismo renacentista al barroco.

El misticismo es otra línea de desarrollo del pensamiento de la época en que se manifestó lo que podemos considerar como un humanismo. La experiencia mística, fenómeno típico de la vida religiosa ciudadana, se presenta como un impulso hacia la trascendencia desde un punto de parti-da humano personal y muestra por eso, la misma línea que hemos afirmado como característica del pensamiento humanista frente al escolástico. Lógicamente, el lenguaje místico tuvo sus etapas que se encuentran claramente determinadas por las formas sencillas del misticismo renacentista, al estilo de un Fray Luis de León o las formas manieristas según unos, o barrocas, según otros, de Sor Juana Inés de la Cruz. De todas maneras, este tipo de literatura [71] ciudadana, en sus expre-siones quiteñas, en Fray José de Maldonado, muerto en 1652, y en Sor Gertrudes de San Ildefon-so, fallecida en 1709, está anticipando la espiritualidad propia del humanismo barroco, o es ya expresión del mismo.

b) El humanismo ambiguo

En la segunda mitad del siglo XVII comienza a producirse en la América nuclear andina, no en las regiones periféricas, en particular la Amazónica donde subsistirán manifestaciones del huma-nismo renacentista, un cambio significativo. Toma cuerpo un nuevo humanismo en el que el suje-to expresivo reconocido y el sujeto que lo reconoce, son uno mismo. El hecho tiene relación dire-cta con un fenómeno social que habría de determinar en adelante todos los procesos vividos en las colonias españolas, el de una conformación de las clases sociales que con perfiles cada vez más netos se prolongaría casi idéntica hasta muy entrado el siglo XIX. Surge entonces un nuevo sujeto histórico que primero de modo tímido y ambiguo, y luego de manera franca, comenzaría a asumir el liderazgo de la sociedad de la época, la clase terrateniente criolla. La humanidad del indígena, que había sido la que dio el sentido profundo al humanismo renacentista americano, comenzó a ser desplazada por la afirmación de humanidad de un nuevo hombre, hasta llega a ser prácticamente olvidada. Los dos momentos de autorreconocimiento y de autoafirmación de este hombre, marcan en general los dos pasos siguientes del humanismo en nuestras tierras, el barroco y el ilustrado. El barroco será la expresión primera de un nuevo sujeto histórico que jugó ambi-guamente con las formas del ocultamiento y la manifestación. Todas las expresiones ciudadanas del humanismo renacentista muy pronto quedaron incorporadas a esta nueva ideología que se caracterizó precisamente, por ser eminentemente citadina. Fue, además, la época del barroco una etapa de contrastes violentos. La ciudad se distanció de la campaña que, a su vez perdió toda au-tonomía; la sorda puja entre “americanos” y “europeos” fue cobrando fuerza; los grupos interme-diarios mestizos, aliados a los terratenientes criollos, participaron vivamente de ese enfrentamien-to; a su vez, se produjo una acentuación en las diferencias de castas, como no se había conocido antes, que ponía distancias aun entre los grupos aliados ciudadanos; los primeros efectos de la decadencia económica general, no frenaron, por lo menos casi hasta inicios del siglo XVIII, el proceso del monumentalismo religioso que se había iniciado en la etapa anterior; la miseria de la plebe ciudadana, indígena, mestiza y blanca, hacía contraste con el boato y magnificencia de los templos; el enfrentamiento entre criollos y europeos [72] creció dentro de las ordenes religiosas, quebrando el equilibrio que se había pretendido imponer mediante la “ley de la alternativa” en el siglo XVII; el rígido estamentarismo que separaba las castas y que fortalecía a las clases sociales, aparecía constantemente quebrado por un fuerte impulso de ascenso social, visible claramente en la plebe blanca y la mestiza; la carencia del circulante monetario, que acabaría siendo crónica y que en la segunda mitad del siglo XVIII obligaría a regresar a formas de trueque, no impedía que los templos se cubrieran con el oro de las órdenes religiosas y de los terratenientes con sus cofra-días y capellanías, a pesar de la decadencia ya definitiva de la explotación minera; boato y es-plendor de los templos que contrastaba, como puede vérselo aún en nuestros días en la vieja ciu-dad de Quito, con la simplicidad y parquedad de la edificación ciudadana; riquezas manifiestas y ostentosas y tesoros escondidos en las arcas de una población civil que no llegó a tener presencia edilicia; en pocas palabras, esplendor y a su vez recato de las clases sociales altas, cuya fracción civil no pretendió la autonomía que las burguesías europeas habían comenzado a afirmar respecto de la Iglesia; y frente a ellas, miseria y humildad de los suburbios que fueron aumentando a los márgenes de la ciudad barroca donde el primitivo artesano indígena había sido reemplazado por un tipo de artesano mestizo, hombre ambiguo de la plebe incorporado al desarrollo de la ciudad monumental y ostentosa.

Contrastes violentos de una ciudad que sin embargo, se suponía inmóvil y en la que sus clases altas habían logrado que la plebe participara de las ilusiones de un orden que hiciera unidad de toda su abigarrada constitución. Contradicciones reprimidas por una voluntad, expresada en una cosmovisión integradora, de fuerte sentido religioso ritualista, dentro de la cual la imagen del monarca, más allá del repudio de que podían ser objeto sus administradores enviados de la Me-trópoli, iba adquiriendo un poder casi mítico y a su vez, vigentes de modo permanente en la vida cotidiana y jugadas de modo inevitable mediante la ambigüedad de las manifestaciones y el ocul-tamiento.

No es casual que las dos grandes alteraciones del orden ciudadano en Quito se hayan producido, la primera, en la etapa del humanismo renacentista, en 1592, con el “motín de las alcabalas”, úl-timo enfrentamiento entre los encomenderos y el poder real, y la otra, concluida ya la etapa del barroco, en 1765, y que fue la primera manifestación política de la clase criolla y los grupos mes-tizos aliados en contra de los administradores de la Corona, la “revolución de los estancos” cuan-do ya habían comenzado las primeras manifestaciones del humanismo ilustrado. Y otro tanto podríamos decir de los continuos motines campesinos indígenas, los que recién amenazarían que-brar seriamente la hegemonía de la ciudad sobre el campo en la América [73] nuclear andina, pasada ya la etapa del barroco, con el gran alzamiento fracasado de Túpac Amaru, en 1780.

Si la evangelización indígena había sido llevada adelante por los misioneros tratando de crear en la población nativa la conciencia de su situación de vasallos, con la que se justificaba el tributo y el trabajo compulsivo, ahora surgía un nuevo concepto de vasallaje que anticiparía la noción de ciudadano de la etapa del humanismo ilustrado. El nuevo sujeto del discurso humanista se sentía orgulloso de ser vasallo del Imperio, pero con la pretensión de gozar de un lugar dentro del régi-men de centralización aceptado. El vasallaje indígena equiparado por las Leyes de Indias al de todos los miembros “libres” de la monarquía, no era en verdad otra cosa que un estado servil mu-chas veces inferior al de la esclavitud. El nuevo vasallo americano, que participa de los ideales de la hidalguía, en el sentido social de ser “hijo de algo”, constituía parte de los beneficios del siste-ma colonial, aun cuando estuviera frenado en sus ambiciones de riqueza y de poder político por su misma situación colonial. No cabía otra respuesta que la búsqueda de una vía oblicua de ex-presión. Era necesario elaborar un discurso en el que todos los integrantes de la ciudad coincidie-ran, pero también en el que todos se reconocieran en sus diferencias y contrastes, que mostrara la superación de las contradicciones, utilizando esas mismas contradicciones. En pocas palabras, un discurso dinámico, y a su vez dialéctico. Este hecho explicaría la recepción creadora que tuvo el barroco en tierras americanas y en particular en algunas de sus regiones.

Si el discurso humanista se había expresado en cartas, en itinerarios para párrocos, en gramáticas indígenas, en ese tipo de sermón llano y amenazante que inició Montesinos y prolongó el lasca-sismo, en historias de la “destrucción” escrita con el mismo espíritu de las cartas, en biografías de misioneros y en la indispensables descripciones geográficas de la América marginal, necesarias para la tarea evangelizadora, el nuevo discurso habrá de ser eminentemente plástico, sin referen-cias a la humanidad indígena y al campo, y no ya escuetamente literario como había sido el ante-rior. Se producirá un cambio profundo expresado en la aparición de una nueva retórica que no sólo estaba destinada a cumplir otra función social, sino que buscó en relación con ella, nuevas vías expresivas mucho más ricas y complejas. Perdió la retórica aquella dignidad y jerarquía que la había convertido de una técnica del discurso en un verdadero saber de lo humano y regresó a ser, otra vez, una técnica, pero ahora con una serie de recursos ciertamente asombrosos. Primó sobre el significado, el significante o, si se quiere, se enriqueció de manera estupenda la materia-lidad de los signos a costa de sus valores semánticos que dejaron de pesar por sí mismos. Y a su vez, manifestaciones [74] de la alta cultura que no habían nacido con expresa intención signifi-cante, como podía ser la fachada de un templo manierista, de gusto renacentista tardío, se convir-tieron por obra del barroco en verdaderos textos con su clave de lectura. Tal es la diferencia que aún podemos ver entre la Iglesia de San Francisco de Quito, y la de la Compañía en la misma ciudad.

El juego permanente entre el decir y no decir, condujo a ejercer la voluntad de significación a través de un lujo exacerbado de lo simbólico, generando todas las formas posibles del lenguaje indirecto y renunciando de modo expreso al literalismo renacentista. La mayor audacia de esta nueva retórica tal vez no radique sin embargo en haber elaborado un discurso en el que el signifi-cante se llevaba la mayor parte, logrando de esta manera una de las formas más ideológicas del discurso, sino en su intento de integración deformas expresivas en el que la palabra del sermón, el sonido de la música sacra y el claro-oscuro del ambiente interior del templo, llegaron a constituir un todo orgánico y estructural. En efecto, no es posible comprender el púlpito churrigueresco, con su portavoz, sin el sermón culterano, en cuanto ambos constituían una sola unidad expresiva difícilmente reconstruible fuera de su época. De esta manera la ciudad barroca creó un lenguaje ciudadano que se alejó violentamente de las formas de lenguaje ordinario y provocó un hiato, imposible se salvar, entre las hablas de la plebe urbana y el lenguaje de la población indígena campesina. Con el barroco, el quichua perdió toda posibilidad de crecer como habla sacerdotal, por lo mismo que sólo el castellano, como idioma de la ciudad, pudo satisfacer por eso mismo las exigencias de las formas culteranas. Era esta, otra de las maneras cómo la ciudad, cerrando su control y dominio sobre el campo, le dio a su vez las espaldas. Si en 1551 Fray Domingo de San-to Tomás había encontrado más perfecto el quichua que el castellano, en 1685, una real cédula exigía la imposición del castellano a las poblaciones indígenas fundándose en que “ni aun en la más perfecta lengua de los indios se puede explicar bien y con propiedad los misterios de nuestra fe católica”. De esta manera, el latín, que había sido entendido dentro del trilingüismo como una lengua de cultura al igual que las demás, volvió a quedar encerrado dentro de los usos del saber escolástico. Se inició así la pérdida de la conciencia lingüística que había sido virtud definitoria del humanismo renacentista, y que no fue recuperada por la etapa posterior al barroco, la del humanismo ilustrado, por lo menos en lo que respecta a los idiomas indígenas americanos.

El barroco se sobrepuso como una esplendorosa y compleja fachada sobre una ciudad cuya es-tructura edilicia no lo era. El espíritu de la nueva mentalidad fue básicamente decorativo, aun cuando mediante la decoración se expresan sentimientos y ansias profundas del hombre religioso de la [75] época. Sobre los templos en los que todavía se ven las formas pesadas del románico y las formas más ligeras del gótico, se acumuló el texto barroco como una especie de cobertura vegetal de riquísimas manifestaciones estéticas. Nunca la colonia española había alcanzado un nivel semejante y nunca lo alcanzaría después. Decoración barroca por lo demás, en notable con-vivencia, con el gusto decorativo mudéjar, que era a su vez otra manifestación del espíritu refina-do en el que se intentó hacer desaparecer las estructuras arquitectónicas, especie de terror, como se ha dicho, ante las superficies desnudas y los espacios vacíos.

El espíritu del barroco había tenido su primera manifestación significativa en el campo de las letras con las poesías gongorinas de Jacinto de Evia, en 1675 y su culminación con la obra poéti-ca de Juan Bautista Aguirre hacia 1750, en quien es posible notar el paso de un primer barroco hacia formas que según unos son expresiones del rococó, y según otros, podrían ser tenidas ya por neoclásicas. En Aguirre, como ha sido señalado, quedó expresada de manera profunda la conciencia de temporalidad propia del dinamismo del discurso de la época. También en aquel año de 1675 hizo su aparición la columna salomónica, elemento decorativo que puede considerarse como una de las notas propias de la América nuclear andina así como el estípite lo es del barroco mexicano. El desarrollo helicoidal de aquella ha sido una de las más vivas manifestaciones plásti-cas de aquel dinamismo, expresado en las categorías de ocultamiento-manifestación y del claro-oscuro encarnadas en el movimiento del fuste. La generalización de la columna retorcida se pro-dujo ampliamente desde el 1700 en adelante. El retablo, otro de los elementos arquitectónico-decorativos más importantes del arte barroco, que alcanzó un esplendor que aún sigue siendo motivo de asombro, llegó a su culminación con el osado proyecto de usar sus leyes y modalida-des expresivas para la construcción de la fachada del célebre templo de la Compañía de Jesús, concluida en 1766 y cuyos retablos interiores se terminaron veinte años después.

Es un lugar comúnmente aceptado que el barroco, entendido como modalidad expresiva, fue par-te de la ideología de la Contrarreforma. Pareciera ser que la tesis puede ser sostenida respecto del barroco español, y por extensión, al de sus colonias en América. Hay sin embargo diferencias entre estas y la Metrópoli que conviene tener en cuenta. El movimiento de la contrarreforma, ge-nerado a partir del Concilio de Trento, concluido en 1563, le sirvió al Estado español para una lucha en dos frentes: uno de ellos, el europeo, en el que se jugaba su hegemonía en el Viejo Con-tinente; otro, el interno, que tenía como objeto su total unificación. El frente europeo cobraba todo su sentido ante la existencia del hecho mismo de la reforma y es este [76] uno de los aspec-tos que marcan precisamente una de las diferencias con el proceso americano en donde al no haberse dado una “reforma” y al haberse mantenido sólidamente la unidad religiosa, de hecho no tiene sentido hablar de una “contrarreforma”, por lo menos en este aspecto. En relación muy dire-cta con lo señalado se debe tener en cuenta asimismo la diferencia de intensidad con la que la Inquisición actuó dentro de la cultura americana, en donde las cosas no se daban de la misma manera que en España. El otro hecho que se debe tener presente es que tanto la cultura barroca como la Contrarreforma se desarrollaron en América y en particular en la Audiencia de Quito, cuando en España se había pasado a la etapa llamada de la “segunda Contrarreforma” en la que había perdido fuerza la problemática teológica, para adquirir importancia la teoría política, en particular la relativa a la naturaleza del Estado.

El peso de la ideología contrarreformista se jugó por tanto en América en relación con el segundo de los frentes citados, el de la consolidación interna del Estado, entendido como la organización jurídica de la “nación” española. Todo esto dentro de los ideales del “Príncipe cristiano” que ya habían sido anticipados en la etapa renacentista y como una respuesta conservadora frente al con-cepto de Estado natural y a la teoría de la “razón de Estado” generalizadas con el maquiavelismo. Las más importantes manifestaciones de estas teorías no se desarrollaron, sin embargo, en la eta-pa del barroco, sino que integraron la ideología política sobre la cual se organizó, más tarde, el humanismo ilustrado. Fue este maquiavelismo cuyas fuentes no estuvieron en los pensadores político españoles del siglo XVII, sino en las tesis de Voltaire y de Federico de Prusia.

El discurso del barroco no reflejó, pues, el problema de la ruptura religiosa, hecho inexistente como hemos dicho, si bien se organizó sobre la base de una evidente acentuación de la religiosi-dad en todos los niveles sociales, con los caracteres que les fueron propios, como expresión for-malista, ritualista y devocional. Se llevó a cabo una reformulación del discurso político anterior, el renacentista, reforzando aquellos aspectos del mismo que beneficiaban los ideales del absolu-tismo y eliminando lo que había tenido de contestatario y a la vez de utópico. Toda la época se caracterizó por una renuncia al derecho de resistencia que se había asimismo manifestado en la etapa anterior dentro de ciertas actitudes de sentido feudalizante, ahora debilitadas. Tan repudia-bles habían sido los encomenderos cuando se alzaron contra la monarquía española, como los misioneros de espíritu lascasiano que si bien apoyaron a esta última contra los primeros, promo-vieron la organización de comunidades indígenas que [77] entraban en conflicto con el sistema de extracción de riquezas. El nuevo discurso, tenía como objeto sentar las bases de un autoritarismo político mediante un acuerdo entre la monarquía y la Iglesia y a favor del fortalecimiento de las ciudades coloniales americanas, en las que el poder económico se encontraba en la clase criolla y las comunidades religiosas, integrantes ambos grupos de la clase terrateniente.

Así como se ha dicho que el barroco y la Contrarreforma son dos aspectos de un mismo proceso, es también lugar común afirmar que la Contrarreforma fue, de modo particular, la ideología de la Compañía de Jesús. Ahora bien, en la medida en que nuestro barroco se desarrolló históricamente en la etapa de la Segunda Contrarreforma, hecho posterior a la muerte de Francisco Suárez y pro-pio de la España del siglo XVII, la escolástica jesuítica desarrollada en América, tendió a morige-rar aquellas tesis suarecianas que pudieran afectar la doctrina de la potestas indirecta característi-ca precisamente de aquella última Contrarreforma. En efecto, no era tanto la tesis acerca del ori-gen de la soberanía, puesto por Suárez en el pueblo, la que afectaba a aquella doctrina, sino las tesis que establecían una diferencia metafísica y teológica entre el poder eclesiástico, de origen divino, y el poder temporal, con lo que la soberanía del monarca no solamente resultaba dismi-nuida en cuanto que era delegación de la soberanía del pueblo, sino que además era rebajada res-pecto del poder eclesiástico. Por donde aun cuando en el intento de armonizar al Estado absoluto y la Iglesia se había llegado a la tesis de una potestas de esta última de tipo “indirecto”, el equili-brio de poderes estaba lejos de haber alcanzado una fórmula estable.

Podríamos decir, aun cuando caigamos en una especie de tautología, que la respuesta fue típica-mente barroca. El saber escolástico jesuítico de la época, sin que pretendamos desconocer los avances que pudo alcanzar en otros campos, como el de la física, se desplazó manifiestamente hacia lo antropológico, acercándose de esta manera a las formas de lo que entendemos fue en general el discurso humanista. El eje sobre el que se produjo este desplazamiento pasó por la teo-logía moral y se expresó en la doctrina del probabilismo, que mucho tuvo que ver con la confor-mación de una escolástica ecléctica. De esta manera el saber escolástico de la época vino a refor-zar el discurso humanístico ambiguo y a expresarlo a su modo.

El probabilismo permitió ablandar las relaciones autoritarias generadas por el absolutismo políti-co, favoreciendo el fortalecimiento de la clase terrateniente hacendaria dentro de la cual la propia Compañía de Jesús era uno de los integrantes económicamente más poderoso. Y lógicamente favoreció el ascenso de la clase criolla y junto con ella la de los grupos mestizos que actuaban como sus aliados, en contra de la población campesina indígena. [78] Pero, al mismo tiempo, en un juego constante de ambigüedad, ayudó vigorosamente al establecimiento de una sociedad ver-ticalista que frenaba aquellos impulsos de ascenso social mencionados.

La expulsión de la Compañía de Jesús en 1767 se produjo cuando la Contrarreforma con el senti-do que tuvo en América había llegado ya a un agotamiento y surgieron las últimas manifestacio-nes ciertamente tardías del barroco. No es casual que la fachada de la Iglesia de la Compañía, lo más acabado del barroco quiteño, se construyera un año antes de aquel hecho. La Contrarreforma, como ideología jesuita, más allá de las respuestas prudentes del probabilismo moral y sus pro-yecciones políticas con las que se revistió en su última etapa, habían llevado a una crisis de la noción de Estado, eje teórico de aquella ideología, al crear en sus tierras americanas un verdadero “estado dentro de un estado”. El probabilismo se hizo doctrina sospechosa, hecho que se daría en la etapa del humanismo ilustrado conjuntamente con un antiprobabilismo de espíritu jansenizan-te. El regalismo, como la respuesta ideológica del poder de la corona frente al poder eclesiástico, marcaría asimismo los cauces dentro de los cuales la clase terrateniente criolla recibiría los bene-ficios de la expulsión de los jesuitas, al ponerse a remate todos los cuantiosos bienes de estos que pasaron a sus manos.

El humanismo barroco fue el modo como un hombre americano se abrió camino por primera vez a su propia realidad, captándola profundamente en sus contrastes y expresándola de manera di-námica. Suponía esto una coincidencia de temporalidad vivida desde el punto de vista religioso, como una tensión entre lo temporal y lo eterno, entre el pecado y la salvación y, desde el punto de vista social, entre el ocultamiento y la manifestación, en un juego en el que la autoafirmación y el autorreconocimiento tenían como condición de posibilidad la unidad colonial hispánica. Eran los primeros pasos de una nueva clase social posibles únicamente en la ambigüedad.

c) El humanismo emergente

El paso de la monarquía austracista a la borbónica, en 1700, abrió un proceso en las colonias americanas que fue profundizando la dependencia y ahondando la depresión económica, sobre la base de una serie de medidas administrativas de espíritu centralista. El Estado tributario alcanzó con estos hechos su máxima expresión asegurando una extracción de riquezas que conduciría a algunas regiones coloniales a una situación de deterioro económico que alcanzó hasta las clases altas de la sociedad americana. El fenómeno adquirió toda su fuerza ya de modo alarmante al promediar el siglo XVIII y a fines de este había conducido a situaciones desesperantes. La pobla-ción más [79] castigada fue lógicamente la que integraba las clases bajas, en particular, el campe-sinado indígena. Manifestación de esta situación fue precisamente el gran alzamiento de Túpac Amaru, en 1780, sin contar innúmeros otros alzamientos anteriores que se fueron sucediendo en la época. También lo fue el alzamiento criollo-mestizo provocado por el establecimiento de nue-vos estancos en la ciudad de Quito, en 1765, del que ya hicimos referencia. Por otra parte se hab-ía pasado de modo abierto a un nuevo sistema de explotación, organizado sobre la base de la hacienda y el ya casi abandonado sistema de control de la población campesina, la encomienda, había sido sustituido por la organización de parroquias dependientes del gobierno eclesiástico secular. La expropiación violenta de las tierras de las comunidades campesinas y el trabajo en las haciendas con el nuevo sistema de “concertaje” acabó con la autonomía relativa de los pueblos indígenas. Agregóse a esto el remate de los llamados “obrajes de comunidad”, con el pretexto de que administrada la producción textil por los mismos indígenas resultaban poco rentables, hecho que incidió asimismo en la pérdida de aquella autonomía. De esta manera puede decirse que to-dos los niveles sociales sufrieron las consecuencias de la recuperación económica de la Metrópoli que había desplazado la decadencia a sus colonias.

En las ciudades también se dejó sentir el fenómeno. El monumentalismo quedó definitivamente frenado, y de la misma manera todo el proceso decorativo barroco con el que había culminado. No hubo una arquitectura ciudadana que expresara la nueva época como había sucedido en la etapa anterior de modo tan notable. La pobreza del neoclásico, su escaso desarrollo en este aspec-to, es una prueba manifiesta.

Lógicamente todos estos hechos acentuaron los contrastes de los que había sido expresión el humanismo barroco, convirtiéndose ahora en verdaderas contradicciones de carácter antagónico. El enfrentamiento entre criollos y españoles se profundizó y otro tanto ha de decirse del enfren-tamiento entre la ciudad y el campo, entre el vasallo privilegiado y sus sectores sociales allegados y el vasallo servil, el indígena.

Como expresión de esta situación general comenzaría a tomar cuerpo en la segunda mitad del siglo XVIII una nueva formulación del pensamiento humanista. El sujeto que le dio forma no era sin embargo el mismo. Lógicamente la aristocracia terrateniente criolla mantuvo la hegemonía en el nuevo proceso, pero a su lado se había consolidado otro tipo de hombre como consecuencia del fenómeno de ascenso social que se había mantenido de forma constante. En efecto, el mestizo había logrado romper barreras sociales y se había incorporado en el mundo de las profesiones tanto civiles como eclesiásticas. Provenía este tipo humano generalmente de los grupos artesana-les [80] ciudadanos, aquellos que en la etapa del barroco habían reemplazado a los artesanos in-dígenas de la primitiva etapa renacentista. Siempre el sujeto del discurso humanista sería eminen-temente ciudadano, como sucedió en la época del barroco, pero ahora su discurso dejará de mo-verse dentro de los términos de la ambigüedad, para pasar a formas expresivas directas. De ahí que el nuevo humanismo se nos presente como manifestación emergente y surja una formulación del saber retórico de distinto signo.

En líneas generales, el humanismo ilustrado se presentó como un regreso a posiciones y fuentes que habían tenido vigencia en la etapa del humanismo renacentista. En otros aspectos, sería la normal continuación de actitudes establecidas en el período barroco. La ideología de la unidad imperial dentro de la que se había sentido instalado este hombre, comenzó a sufrir un proceso de altibajos. Como consecuencia de los hechos sociales y económicos coloniales, se regresó a los ideales del autonomismo de la primera época, pero lógicamente, no ya dentro de formulaciones semifeudales, sino claramente relacionadas con el despertar de las primeras manifestaciones de una conciencia burguesa; y como consecuencia de hechos acaecidos a nivel mundial, en particu-lar los de la Revolución Francesa, aquel autonomismo no fue visto como incompatible con una reformulación de una monarquía absoluta. El hecho se explica por el carácter francamente anti-popular y aristocrático del humanismo ilustrado, sobre todo si lo consideramos desde el punto de vista de las relaciones entre la ciudad y el campo, espíritu que era compartido por la fracción mestiza aliada a la clase terrateniente. Surgirían al mismo tiempo las primeras manifestaciones de un pensamiento liberal dadas dentro de un reformismo que no pretendió quebrar los principios del mercantilismo imperante. El crecimiento económico de nuevas litorales marítimas, tal el caso de Guayaquil, que no habían tenido mayor incidencia sobre la conformación de las posiciones ideológicas imperantes en las etapas anteriores, la renacentista y la barroca, coincidió todo el pro-ceso favoreciendo aquel reformismo de espíritu liberal que hemos mencionado.

La posición antipopular y aristocratizante prolongó y aun profundizó el desconocimiento y recha-zo de las formas culturales de la población indígena. El espíritu misionero quedó relegado a la periferia y al mismo tiempo perdió impulso, hecho que fue concomitante con el abandono de las regiones amazónicas y que habría de caracterizar a todo el siglo XIX. Las universidades monaca-les habían entrado ya en crisis en la primera mitad del siglo XVIII y la de los jesuitas, la de San Gregorio, posiblemente la única que se mantenía vigorosa, fue cerrada cuando se produjo la ex-pulsión de la orden. Bien pronto, en 1788, el Estado se hizo cargo de la enseñanza universitaria, eliminando las antiguas universidades eclesiásticas en las que de alguna [81] manera se había mantenido el antiguo espíritu misionero, creando la primera universidad “pública”, la de Santo Tomás. En sus planes de estudio no se mantuvo la cátedra de quichua, por otra parte, hacía tiem-po había perdido toda presencia.

La conciencia lingüística tomó nuevo curso. Respecto de las lenguas indígenas se profundizó su pérdida podríamos decir ya definitivamente hasta nuestros días. Mas, la exigencia de alcanzar una forma discursiva que fuera expresión de la clase social emergente, condujo al intento de depurar el discurso barroco regresando al literalismo del que habían hablado los humanistas del Renaci-miento. Era necesario un lenguaje directo y para eso no había otro camino que enfrentar la retóri-ca barroca destruyéndola en su misma base mediante una nueva teoría de la palabra. De esta ma-nera se produjo un renacer de la critica, con los alcances que vimos páginas atrás y la postulación, del mismo modo, de un deseo de regreso al trilingüismo ahora entendido como la conjunción de tres lenguas de culturas tradicionales en el mundo hispánico: el latín, el griego y el castellano.

Paralelamente con aquel intento de depuración de la palabra, tan osado como el proyecto barroco, reaparecieron formas de pensamiento utópico y se volvió a hablar de Tomás Moro, así como del lenguaje se había regresado al olvidado Erasmo. El mismo intento de depuración que hemos mencionado era uno de los tantos aspectos de ese utopismo, apagado durante la época barroca en la que a la palabra no se le exigió un imposible, sino que se pretendió, por el contrario, abrirle las puertas de modo ilimitado a sus posibilidades. El regreso al cristianismo primitivo y a los Padres de la Iglesia que fue otra de las expresiones del pensamiento utópico, significaba también un vol-ver a posiciones características del humanismo de la primera época, se diferenció de este por la atmósfera jansenista con que se produjo.

Con la ilustración el antiguo vasallo comenzó a autodenominarse “ciudadano”, palabra que como sabemos introdujo Jovellanos en nuestro idioma. La noción de “ciudadanía” suponía un cambio profundo del concepto de “república”, antigua y clásica palabra de la filosofía política. Comenzó lentamente a generarse una contradicción entre “súbdito” y “ciudadano” que acabaría poniendo en crisis el problema mismo del origen de la soberanía y del poder político. Por otra parte, este “ciudadano” en la medida que fue el hombre de letras e hizo profesión de ellas, se apartó de la clásica dependencia respecto de las instituciones de tipo universitario. Apareció un personaje en alguna medida semejante al “letrado” que había sido el motor del pensamiento humanista en los siglos XV y XVI en España. Este intelectual no académico estaba nucleado en grupos privados integrados por aristócratas [82] de la clase terrateniente criolla y profesionales mestizos de origen plebeyo que habían podido llegar a la posesión de una cultura literaria. Al margen de la iniciativa real proveniente de la Metrópoli, en la época de Carlos III, fueron esos grupos los principales y más entusiastas promotores de las célebres “sociedades económicas de amigos del país”. Y fue alrededor del movimiento que impulsó a estas instituciones y el que ellas por su parte intensifica-ron, donde surgieron los primeros escritos de carácter económico-social que sentaron las bases histórico-críticas sobre las cuales, más tarde, se ejercería el derecho de resistencia.

La conciencia de temporalidad tan agudamente vivida por algunos escritores del barroco –conciencia que forma parte de la concepción barroca del mundo y de la vida– habrá de orientarse en la etapa del humanismo ilustrado hacia una forma de conciencia histórica. Ello hizo posible el nacimiento de la historiografía asumida en adelante como tarea imprescindible del hombre ame-ricano. La Historia del Reino de Quito, escrita por Juan de Velasco en 1788 es sin duda es el más importante documento de este hecho, así como los escritos económicos de Eugenio de Santa Cruz y Espejo lo fueron del antes mencionado. Por otra parte, esa conciencia se dio ya clara y decidi-damente como ideología americanista, la que serviría de herramienta en la lucha decisiva contra la “calumnia de América” sostenida por tantos escritores españoles y de otros países europeos que se hicieron eco de ella. Podríamos decir que con hombres ilustrados como Velasco tuvo sus inicios entre nosotros el americanismo como una efectiva forma de autoconciencia y autorreco-nocimiento del nuevo hombre.

El humanismo ilustrado fue, además, tal como dijimos en un comienzo, una de las formas que tomó el humanismo cristiano hispanoamericano. Si bien la noción de “ciudadano” traía consigo una cierta secularización, esta no llegó a quebrar, por lo menos en la segunda mitad del siglo XVIII, ideales sociales y políticos que tenían sus fuentes en la tradición cristiana y más aún, cató-lica. Las fuentes francesas del humanismo ilustrado muestran además una pervivencia de autores que corresponden al barroco francés: Bouhours, Bossuet, Pascal, y de la violenta polémica contra el probabilismo jesuita se inspiró directamente en este último, en relación con el desarrollo de lo que denominó el “jansenismo” español. Por otra parte, la filosofía política muestra la pervivencia de otros aspectos que corresponden a la etapa anterior, si bien adecuadas a los nuevos tiempos, en la medida que se desarrolló en general aquella sobre la problemática del “Príncipe cristiano” en la polémica contra el maquiavelismo. Los nuevos matices de este ya los señalamos páginas atrás. De esta manera, el humanismo ilustrado no se aparece estableciendo una ruptura con las etapas anteriores del humanismo, sino como una [83] reformulación de los temas que venían ya consa-grados desde la etapa renacentista. Por otra parte, las noticias que llegaron de América sobre los acontecimientos del Terror, frenaron de modo muy fuerte la recepción de las doctrinas de la En-ciclopedia, dado el carácter aristocrático y antipopular que tuvo el humanismo ilustrado en la mayoría de sus representantes temerosos siempre de que se generara entre nosotros formas del jacobinismo.

La lectura y admiración que hubo por Voltaire no debe hacernos olvidar el aristocratismo del célebre autor francés. La radicalización del pensamiento ilustrado se presentó, pues, como un hecho tardío y como una segunda etapa del mismo, correspondiente ya al siglo XIX.

Por último, cabría decir dos palabras sobre las conexiones entre el humanismo ilustrado y la esco-lástica. Podríamos decir que nuestra ilustración, por lo menos en su primera etapa no hizo profe-sión violenta de antiescolasticismo, excepción hecha de su polémica contra la teología moral y ciertas costumbres aberrantes generalizadas en las escuelas. Las razones tal vez se encuentren en la pérdida de poder de las antiguas universidades monacales, disueltas en la segunda mitad del siglo XVIII, tal como dijimos y en las modalidades que había adoptado la escolástica que le fue contemporánea. El humanismo renacentista se desarrollo paralelamente a la escolástica pretriden-tina; el barroco, por su parte, coincidió con el desarrollo de la escolástica tridentina y término históricamente junto con ella. La escolástica coetánea con el humanismo ilustrado fue decidida-mente ecléctica y modernizante. Como consecuencia de este hecho podríamos decir que así como el discurso barroco se aproximó al espíritu trascendentalista de la escolástica de su tiempo, en la época ilustrada se produjo el fenómeno inverso, el de la aproximación de la escolástica ecléctica al discurso humanista. El hecho pareciera estar probado por la introducción dentro de los inter-eses de los escolásticos de la época de la problemática americana que ha llevado a afirmar que esta escolástica puede ser considerada como una de las primeras manifestaciones, dentro de este tipo de enseñanza y de saber, de un pensamiento latinoamericano.

El humanismo ilustrado, dadas las circunstancias sociales y económicas que comentamos páginas atrás, puede ser considerado como un pensamiento de la decadencia, cosa que se ha dicho del barroco español. Más, de ninguna manera podría ser entendido como un pensamiento decadente. Las formas de misología y misantropía que podrían señalarse en la etapa del barroco, no podrían de ninguna manera atribuirse a las manifestaciones de la ilustración como forma de humanismo emergente.

Pensamiento y reflexión filosófica en Nicaragua

Pensamiento y reflexión filosófica en Nicaragua
Por Karlos Navarro | Opinión

Si realizamos un pequeño esquema de la trayectoria del pensamiento nicaragüense, podemos constatar que además de ser pocos los intelectuales que se han abocado a la tarea del pensar, son escasas las investigaciones serias que se han realizado entorno a nuestro pensamiento.

Constantin Lascaris, en su libro “Historia de las ideas en Centroamericana”, escribe sobre los pensadores nicaragüenses y menciona a Tomás Ruiz, Rafael Osejo, José Toribio Argüello y Máximo Jerez. A finales del siglo XIX encontramos un fascinante artículo de Rubén Darío sobre “Nietzche”, y el libro “Divino Platón”, del poeta Santiago Argüello”.

En la primera mitad del siglo XX encontramos dos obras que van a tener una gran influencia en el pensamiento nicaragüense: “Reflexiones sobre historia de Nicaragua”, de José Coronel Urtecho, y “El nicaragüense”, de Pablo Antonio Cuadra, quienes de manera separada se preguntan cuál es nuestra identidad, y cuál es nuestro destino como nación. De la primera obra partirá la vertiente filosófica histórica que será cultivada de manera sistemática, a través de múltiples ensayos, por el poeta Álvaro Urtecho y también por Alejandro Serrano.

Los libros “La cultura hispánica” y “Etica marxista”, de Santiago Anitua, y “Filosofía del hombre”, de Juan Bautista Arrien, van a constituir importantes aportes a la reflexión de nuestro país, desde diferentes corrientes filosóficas, en la segunda mitad del siglo XX.

Un importante período de debate y reflexión filosófica serán los años de 1975 a 1980, ya que por medio del suplemento cultural La Prensa Literaria se publican interesantes artículos de Carlos Miranda (“Penuria del pensamiento” y “Consideraciones sobre la filosofía en Nicaragua”), en donde afirma que “el pensamiento que existe en Nicaragua es casi exclusivamente un pensamiento aplicado, modelos importados sin propuesta a nuestra realidad, sin haber pasado por el tamiz de la reflexión crítica.

Una de las misiones del nicaragüense es pensar. En caso contrario, nuestras imitaciones seguirán ofreciendo el sello de lo mediocre y de lo inauténtico. “En un país económico, social y culturalmente subdesarrollado, como el nicaragüense, predomina un pensamiento acrítico, receptivo e inconstante”. Para Carlos Miranda, en Nicaragua se da una mentalidad prelógica, un pensar acrítico, y en este caso, el pensar representa un camino necesario hacia una cultura nuestra.

Otra reflexión importante sobre la filosofía nicaragüense la realiza José Emilio Balladares Cuadra en su ensayo “La filosofía en Nicaragua”, en donde expresa que la “filosofía en Nicaragua más que una ocupación es una preocupación. Otros ensayos filosóficos importantes serán los del Dr. Camilo Vigil Tardón y de Fernando Benavente.

A comienzos de los años noventa, en varias universidades de Nicaragua se instituyó la cátedra del pensamiento latinoamericano e incluso se publicó el libro antológico “Razón e historia del pensamiento latinoamericano”, recopilado por Erwin Silva y Karlos Navarro.

En esos mismos años en la Universidad Centroamericana de El Salvador y Nicaragua, se forma el seminario Zubirí-Ellacuria y se publican los libros “Voluntad de vida” y “Voluntad de arraigo”, en donde se recopilan artículos de algunos pensadores centroamericanos. Asimismo es importante destacar los aportes de Juan Bosco Cuadra en los últimos años.

La importancia del estudio del pensamiento latinoamericano en las universidades y colegios de secundaria radica principalmente en conocer la historia de nuestras ideas y preocupaciones filosóficas y profundizar en nuestras raíces históricas y culturales comunes y particulares. Y, asimismo, dejar de un lado y para siempre la actitud de menosprecio a nuestras propias reflexiones.

Además, el estudio del pensamiento latinoamericano permite conocer la interrelación entre lo general y lo particular, lo global y lo local, lo universal y lo nacional. Igualmente comprender cómo las ideas europeas han adquirido otras connotaciones prácticas a la hora de su aplicación en territorio americano, y cómo han ido evolucionando de manera particular.

Debatir sobre la originalidad y la autenticidad del pensar latinoamericano, al igual que conocer temáticamente los problemas sobre el mestizaje, la identidad, el mito, las cosmovisiones indígenas, el pensamiento colonial, la influencia de las ideas de la Ilustración, el positivismo, el nuevo idealismo y propiamente la filosofía latinoamericana; ayudaría a entender la intrincada y compleja historia de los países latinoamericanos y su particularidad en Centroamérica y propiamente en Nicaragua.

  • Abogado e historiador.

La conquista espiritual, base del orden social durante 300 años

Clero diocesano y órdenes religiosas.

Evangelización. Iglesia de Conchagua, La Unión. Al convento de Amapala (La Unión) se le dieron los pueblos insulares de Santa Ana de la Teca y Santiago de Conchagua para que estuvieren bajo su administración de la fe.
España y sus provincias y reinos americanos fueron por siglos un Estado confesional, una monarquía plenamente identificada con la Iglesia católica romana, fuente de unidad e identidad y con un auténtico rostro imperial de grandeza, con obsesiva observancia de una liturgia emotiva y trascendente.
Pedro Antonio Escalante Arce
Academia Salvadoreña de la Historia
España incluyó a los indígenas a su propio mundo, pero esa inclusión fue también origen de una herencia de sometimiento, de reiterado vasallaje, de destrucción de culturas milenarias, del abandono del panteón precolombino y del trastorno de un destino aborigen, que se vio de pronto inmerso en una sociedad estamental que les situaba en la base de la pirámide de una sociedad his tóricamente todavía imbuida de pensamiento medieval y basamento feudal. Para esta gigantesca labor de obligada cristianización en América, la Corona de Castilla recibió los privilegios del Real Patronato y el Real Vicariato sobre la Iglesia americana; la cual, con plena obediencia a Roma, en la práctica, vino a ser una singular Iglesia nacional con autonomía, que es la que rigió en estas tierras y subsumió en ella la vida diaria y el común actuar social.
Por el Real Patronato de la Iglesia en las Indias americanas, la Corona fue erigiendo obispados y estableciendo jurisdicciones eclesiásticas. En el istmo centroamericano, el primer obispado lo fue en Santa María la Antigua del Darién (1513-1514, Bética Áurea), luego se trasladado a la Ciudad de Panamá. Después, se erigió el de León de Nicaragua (1527-1532) y a los pocos años el de Guatemala (1534-1537), en el cual quedaron incorporadas las provincias salvadoreñas. Hasta que siglos después, por la bula “Universalis Ecclesiae Procuratio”, del 28 de septiembre de 1842, el papa Gregorio XVI creó el obispado de San Salvador. El primer obispo guatemalteco —y salvadoreño–, Francisco Marroquín, fue consagrado en la Ciudad de México por el obispo Juan de Zumárraga, en abril de 1537, y fue en los tiempos alvaradianos el verdadero hombre de Estado, la cabeza política y el organizador de las provincias, aun después de establecida la Real Audiencia. Marroquín fue el impulsor de la reducción de indígenas a pueblos urbanizados, con sus propias autoridades, con el traslado al nuevo emplazamiento y el abandono de los sitios originales; pueblos a los que se les dio su propia advocación religiosa con el nombre del santoral, así como de manifestación mariana o cristológica, antes del nombre autóctono. En algunos casos la advocación predominaría sobre el cristiano, como sucedió con Santa Ana Cihuateocan, donde solo perduró el de Santa Ana.
Los pueblos principales, además de las ciudades, recibieron a sus párrocos; otros los compartirían, pero todos, con sus respectivas iglesias, algunas de las cuales —magníficas construcciones salvadoreñas que todavía perduran– son solo un pequeño capítulo de las maravillas del arte sacro hispanoamericano. Son variadas manifestaciones de la mejor imaginería en madera y detalles decorativos. A la par del clero diocesano, la gran labor evangelizadora fue afrontada por las órdenes religiosas, que llegaron a sobresalir por su poderío y autoridad, además de ser de entre ellas de donde brotaron algunos de los máximos cronistas coloniales, así como extraordinarios estudiosos de las culturas aborígenes y lingüistas. La orden de Santo Domingo tuvo convento en San Salvador desde 1551 y en La Trinidad de Sonsonate fue establecido en 1570, primero en el barrio del Santo Ángel, luego se trasladado al centro de la villa. También, los dominicos tuvieron en Sonsonate el único beaterio para religiosas que existió en el actual El Salvador (1604), pero fue de corta vida. La orden de Nuestra Señora de la Merced estuvo en La Trinidad desde 1599 y en San Salvador fue establecido el convento en 1594 (Biblioteca Mercedaria, Roma), pero inaugurado hasta en 1623 (Vázquez), y luego abrieron otro en San Miguel, que cerró a finales del siglo XVIII. La Orden de San Juan de Dios solamente tuvo presencia en Sonsonate, con el hospital de Nuestra Señora de la O, del que se hicieron cargo en 1642. Los franciscanos inauguraron conventos en 1574, en La Trinidad de Sonsonate, San Salvador y San Miguel (de acuerdo con fray Francisco Vázquez, y según Lardé y Larín los dos últimos en 1575). Además, tuvieron su convento de Santa María de las Nieves a orillas del golfo de Fonseca, en la Amapala histórica, hoy Pueblo Viejo, establecido en 1593, y a finales del siglo XVIII pusieron casa de religiosos en San Vicente de Austria. También, tuvieron uno brevemente en el pueblo de San Esteban Texistepeque, por algunos años a principios del siglo XVII. Los frailes realizaron una extensa labor proselitista, así como fueron decisivos en el surgimiento de la piedad popular, manifestada en una cultura de liturgia mestiza de cautivante sincretismo religioso.
Las órdenes atendieron por casi 200 años muchos pueblos indígenas con el carácter de doctrinas. Por ejemplo, los dominicos de Sonsonate tenían las doctrinas de San Francisco Tacuzcalco, Santo Domingo Huitzapan (Santo Domingo de Guzmán) y San Juan Bautista Nahuizalco. Los dominicos de San Salvador, además de varios pueblos, como San Nicolás Tonacatepeque y San Jacinto, tenían el de Santos Inocentes Cuzcatlán. Los franciscanos sonsonatecos administraban el barrio de Santa Isabel Mexicanos, San Andrés Apaneca, Santa Lucía Juayúa y San Miguel Quetzalcoatitán. Los franciscanos de San Salvador eran doctrineros en Santo Tomás y Santiago Texacuangos y en San Marcos Cutacúzcat. Los franciscanos migueleños tenían la doctrina en San Felipe Jocoro, San Cristóbal Jucuarán, San Gaspar Yucuaiquín, San Gaspar Comacarán, San Benito Ereguayquín y otros. Al convento de Amapala (La Unión) se le dieron los pueblos insulares de Santa Ana de la Teca y Santiago de Conchagua, así como Santa María Magdalena de Meanguera, y los de Concepción Intipucá, San Juan Yayantique y Santa María Magdalena de Monleo. Pero es un cuadro muy variable en los dos siglos que funcionaron los doctrineros. A mediados del siglo XVIII, comenzó la supresión de las doctrinas hasta que tomó la completa administración religiosa el clero diocesano, a través de párrocos y vicarios.
Texto y fotos cortesía de la Academia Salvadoreña de la Historia.

La conquista espiritual, base del orden social durante 300 años

En algunos pueblos, los indígenas asistían a la iglesia, pero a la vez hacían los propios ritos de la antigua religión escondidos en los montes.
Universidad de El Salvador Academia Salvadoreña de la Historia
En la lejanía del siglo XVI, cuando años más tarde de la primera llegada de Pedro de Alvarado a Cuzcatlán y los Izalcos (1524), arribaron los frailes y curas diocesanos con la misión de ganar almas de los naturales a la fe católica. Es difícil imaginar cómo un puñado de misioneros logró tal hazaña, ante tan numerosa población indígena de entonces; pero esto se explica si se ve la obra de la conquista espiritual en estas tierras como una continuación de la campaña militar efectuada por los Alvarado en el lado norte del Mar del Sur centroamericano, como llamaban al Pacífico en esa época, y por Pedrarias Dávila, entre Panamá y Nicaragua. Una misión que no habría sido posible sin el apoyo de la Corona, de las autoridades religiosas y obispos, y de los grupos conquistadores, de encomenderos y burócratas, así como de autoridades indígenas y de los aborígenes del común, quienes facilitaron el proceso con el aval, protección y defensa de los frailes y curas, persuadiendo a veces y coaccionado otras, a los naturales. Así, la misión evangelizadora no fue solamente promovida por clérigos y religiosos.
Esa fue una empresa misional que la monarquía católica hispana emprendió para legitimar su actuación en América y dar cumplimiento a los compromisos adquiridos ante el papado y las bulas de Alejandro VI, para expandir la fe católica a cambio de las nuevas posesiones territoriales. Un tránsito de la cristianización que se configuró dentro de los conflictos y división europea, entre protestantes y católicos, y en el temor a la expansión de otras vertientes consideradas heréticas, así como del islamismo y el judaísmo.
En las provincias salvadoreñas, se instalaron dominicos, franciscanos, mercedarios y juaninos, así como el clero diocesano, guiados por lo que el Derecho Indiano ordenaba en cuanto a la difusión de la fe, según lo indicaba el libro Primero de la Recopilación de Leyes de los Reinos de las Indias (1681), no solo para la evangelización de naturales, sino también para negros, mulatos y ladinos: que los ministros eclesiásticos enseñen primero a los indígenas los artículos de la fe cristiana católica; que si son reticentes a recibir el Evangelio que usen los medios que la ley se manda; que los indios sean apartados de sus antiguos sacerdotes idólatras y que los reacios sean reducidos y puestos en conventos. Que en los repartimientos de indígenas, pueblos de encomienda y otras partes donde no hubiere beneficios se ponga sacerdote, conforme al Patronazgo Real —el derecho de la Corona de hacer fundaciones eclesiásticas, nombramientos de obispos y párrocos, así como el cobro y distribución del diezmo para financiar el envío de los misioneros, asimismo determinar el salario real de los obispos y curas doctrineros de indios, y lo necesario para edificación de iglesias, conventos y obras de educación y salud–. Igualmente, velar porque se ponga doctrina a los indígenas de obrajes e ingenios y que en cada pueblo se señale la hora en que los indígenas acudan a oír la doctrina cristiana, y que no se les impida ir a misa los domingos y fiestas. Y en el caso de los no evangelizados, se les envíe cada mañana a la doctrina. Que cuando fueren a misa y a las fiestas no vayan las justicias del pueblo a hacer averiguaciones con ellos a las puertas de las iglesias, y que los indígenas, negros y mulatos no trabajen los domingos y días de guardar. Todas esas situaciones que intentó regular el Derecho de Indias muestran las continuas dificultades de recursos, de distancias y dispersión de los poblados indígenas. Asimismo, la resistencia de los naturales a dejar sus rituales por un lado, así como la aceptación de muchos sacerdotes de que continuaran haciendo prácticas religiosas a su manera, tal como lo observó el arzobispo Pedro Cortés y Larraz en su visita pastoral a los curatos de la arquidiócesis de Guatemala en 1768-1770.
En la labor de cristianización, tanto frailes de órdenes mendicantes, como los sacerdotes seculares, que fueron los más, utilizaron muchos métodos. Uno de ellos fue el de evangelizar a través de los mismos indígenas. Para eso, prepararon a niños y jóvenes de familias principales, para a partir de estas familias hacer más fácil la conversión de los macehuales, por el hecho de la jerarquización social indígena. También, se hizo uso de los recursos audiovisuales utilizados en Europa, como el teatro piadoso en los atrios de las iglesias y el canto litúrgico, imbuidos de elementos indígenas como la danza tradicional.
El cristianismo no se extendió de la misma manera a todas partes. Los poblados alejados a las cabeceras de curatos fueron menos atendidos y en los más pobres comúnmente no llegaba cura, porque tampoco tenían ermita, ni facilidades, como pila bautismal. Otro obstáculo fue la insistencia de los naturales de continuar con sus rituales, sus imágenes propias y sus milenarias creencias. En muchos lugares, la población no asistía a la iglesia y no enviaba a los niños a la doctrina. En algunos pueblos, los indígenas asistían a la iglesia, pero a la vez hacían los propios ritos de la antigua religión escondidos en los montes. Muchas veces, esto llevó a acciones violentas de los curas y la destrucción de altares e imágenes del panteón precolombino; e incluso, a veces, el sacerdote en el afán de ganarse a la gente del pueblo, no celebraba en la iglesia sino en el campo, en medio de los viejos rituales. Todo esto llevó a la fusión de creencias y prácticas, de lo que resultó un catolicismo sincrético, una mezcla de ritos y creencias de ambos mundos, el indígena y el europeo occidental. Tal proceso de cristianización contribuyó, en gran medida, a que la organización social del Reino de Guatemala, de sus gobernaciones y provincias, pudiera acomodarse a los siglos coloniales y funcionar durante tres siglos.