¡Domingo Santacruz, hasta la victoria siempre!

SAN SALVADOR, 8 de febrero de 2023 “Con un inmenso dolor recibimos la noticia esta mañana de la muerte de nuestro querido camarada Domingo Santacruz…mis condolencias para su esposa Zoila y sus hijos…” expreso Roberto Pineda, director del Servicio Informativo Ecuménico y Popular (SIEP).

Agregó que “Domingo, originario de Ahuachapán, de seudónimo Eduardo, dedicó más de 60 años de su vida como fundador del Movimiento Revolucionario 2 de Abril, luego del FUAR, y como militante comunista en las filas del Partido Comunista y luego del FMLN a la lucha por un El Salvador socialista, por la liberación del pueblo salvadoreño.”

Subrayó que “ya hoy Domingo esta acompañando en la eternidad a sus dos hijos, Danilo y Jorge,  que cayeron en combate durante la Guerra Popular revolucionaria de los años ochenta, así como a su querido amigo y compañero de mil batallas, Jorge Schafik Handal.”

Relató que “conocí a Domingo a mediados de los años ochenta en México, cuando era el responsable de Finanzas del PCS,  y  me sorprendió unos meses después volver a encontrármelo en un restaurante de San Salvador, lo más tranquilo, planificando diverso proyectos, con muchas ideas para gestionar fondos… “

“Luego de la guerra, siguió con múltiples actividades revolucionarias, incluyendo promover la educación política y la organización de los sectores profesionales mediante el  MPTIES, Movimiento de Profesionales y Técnicos de El Salvador, y luego en 2009 es nombrado como nuestro primer Embajador en Cuba y luego en Venezuela.”

Finalizó diciendo que “el ejemplo de militancia revolucionaria Domingo Santacruz sirvió y servirá para que las nuevas generaciones de revolucionarios se eduquen en la entrega a los más altos intereses de nuestro sufrido pueblo. Querido Domingo, ¡hasta la victoria siempre!”

El marxismo latinoamericano ante dos desafíos: feminismo y crisis ecológica. Luis Vitale. 1983

Los marxistas latinoamericanos no han tomado aún plena conciencia de los desafíos fundamentales de la última década. Cuando parecía haberse superado el dogmatismo, se ha producido una parcial involución, cayendo en una posición a la defensiva frente a problemas como la insurgencia femenina, la crisis ambiental, la relación etnia-clase, el papel revolucionario de otras capas explotadas -y no solo del proletariado- puesto de manifiesto en la revolución nicaragüense y salvadoreña, el proceso de regionalización de la revolución latinoamericana y el socialismo que queremos.

Está de moda hablar de la crisis del marxismo. A nuestro modo de entender, lo que está en crisis es el marxismo convertido en escolástica, el dogmatismo sedicentemente marxista, el estalinismo, el neo- y el mao-stalinismo. En ese nuevo catecismo todo parece reducirse a las «siete leyes inmanentes» de la dialéctica, al binomio fuerzas productivas-relaciones de producción o a la fórmula cuasi mágica de estructura-superestructura para explicar de un modo reduccionista los complejos y multifacéticos problemas de las formaciones sociales

Así se fue forjando una nueva ortodoxia que transformó al marxismo en filosofía, tirando por la borda la herencia de sus fundadores que lucharon precisamente por la supresión de la filosofía como ideología. Y se pretendió no solo convertir al marxismo en filosofía sino también en una nueva ciencia, en una ciencia de las ciencias. En nombre de la sedicente ciencia marxista Althusser llegó a negar la teoría de la alienación, calificándola de mera ideología, cuando constituye la esencia del pensamiento de Marx.

El marxismo no necesita el certificado de ciencia para legitimarse en las aulas universitarias. El marxismo es más que una ciencia. Es una teoría y una praxis para construir una nueva sociedad, para derrocar a la clase dominante y reemplazarla por un gobierno de obreros, campesinos y demás capas oprimidas de la sociedad, que permitirá construir un socialismo autogestionario y basado en la auténtica democracia de los trabajadores, con el fin de extinguir progresivamente el Estado hasta llegar a la sociedad sin clases. Esto es y no es ciencia. Es también política.

Construir una nueva sociedad -distinta de los actuales «socialismos burocráticos reales»- es más que una ciencia. Por eso, el planteamiento estratégico de Marx no fue la mera formulación economicista relacionada con los medios de producción, sino la lucha permanente por liquidar la alienación humana.

Esta teoría no está en crisis. Lo que está en crisis es la ideología pervertida del denominado «campo socialista» que con sus deformaciones burocráticas y abiertamente represivas y autoritarias -al estilo Jaruzelski- ha distorsionado la imagen del socialismo proyectada por los fundadores del marxismo. Está en quiebra, también, la forma de generar el poder en la sociedad global y dentro del partido.

De más está decir que ante todo está en crisis el pensamiento burgués. Ni el liberalismo, el neopositivismo, el neotomismo y el estructural funcionalismo, ni los postulados de un Spengler, un Mannheim, un Popper o un Toynbee han podido superar la falta de un proyecto histórico de sociedad que viene arrastrando hace más de un siglo el sistema capitalista mundial. Las únicas banderas que dicen representar, la libertad y los derechos humanos, se disuelven como pompas de jabón ante realidades tan evidentes como las masacres de Vietnam, El Líbano y Centroamérica.

Periodización tentativa del pensamiento marxista latinoamericano

Podrían señalarse las siguientes fases: la de gestación (1870-1910), caracterizada por la divulgación de los libros de Marx y Engels, la organización de las seccionales de la Internacional y la elaboración de los primeros programas socialistas por Enrique Roig y Carlos Baliño en Cuba, Rhodakanaty y Zalacota en México, Vázquez y Vasseur en Uruguay y el alemán H. Ave Lallemant, que hizo uno de los primeros análisis marxistas de Argentina, publicados en El Obrero y en Die Neue Zeit, además de ser fundador del movimiento obrero argentino, junto a otros inmigrantes que se quedaron definitivamente en ese país. Paralelamente, surgió el pensamiento socialdemócrata, bernsteiniano, liderado por J. B. Justo.

En la segunda fase (1910-1930), se destacaron precursores de la talla de Recabarren, Salvador de la Plaza, Mariátegui, Mella y Ponce. Entonces se planteó creadoramente la cuestión de la tierra ligada al problema indígena, la unidad de los pueblos latinoamericanos retomando el pensamiento bolivariano en un nuevo contexto de clase, la lucha nacional-antimperialista y el carácter socialista de la revolución.

La tercera fase, que transcurrió desde 1930 hasta 1960, estuvo caracterizada por un proceso de esclerosamiento ideológico que condujo a un dogmatismo incapaz de ver más allá de lo que dictaban los manuales de la Unión Soviética. Fueron los tiempos en que había que fabricar tesis, como la de América Latina feudal, al servicio de la estrategia de turno: el Frente Popular, expresión de la teoría de la revolución por etapas.

Tuvo que advenir una gran revolución, como la cubana, para que pudiera romperse el corsé estalinista, inaugurando la cuarta fase, una de las más ricas del pensamiento marxista en nuestro continente. Se inició así el cuestionamiento de los manuales, del llamado materialismo dialéctico y de la interpretación escolástica de nuestra historia. Esta ruptura con el dogmatismo ha tenido subperiodos de alza, de la Revolución Cubana al triunfo popular de Allende; de estancamientos, como los sufridos a raíz de los golpes militares en el Cono Sur, que «choquearon» a los intelectuales marxistas; y de resurgimientos estimulados por el triunfo de la revolución nicaragüense.

En general, han sido 20 años de continuo enriquecer del pensamiento marxista latinoamericano, que se expresa en la reinterpretación de las historias de cada país, de los nuevos papeles del Estado, de los nuevos sectores de clase, de la llamada «marginalidad», de los movimientos sociales, etc.

Hemos tenido un rico debate sobre los modos de producción y las formaciones sociales, que puso al desnudo la ideologización hecha por el estalinismo en relación con una supuesta existencia de feudalismo para justificar su política de colaboración de clases con la burguesía industrial «progresista».

Hemos logrado romper los esquemas y modelos europeos que se aplicaban acríticamente a nuestras sociedades atrasadas semicoloniales, aunque todavía quedan algunos con «mente colonizada», como diría Franz Fanon.

A pesar de la derrota sufrida por los partidarios de la concepción unilineal de la historia, que rebuscaron obstinadamente en América Latina la secuencia esclavismo-feudalismo-capitalismo, ha vuelto a resurgir un dogmatismo tardío, bajo un nuevo ropaje. Su portavoz más publicitado es Marta Harnecker, repetidora fiel de los modelos del estructuralismo althusseriano. Ha llegado el momento de hacer un anti-Dühring para América Latina, salvando en lo puntual, por supuesto, las distancias entre el señor Dühring y la señorita en cuestión.

La discusión sobre el carácter de la dependencia abrió un nuevo campo de investigación a los pensadores marxistas, que comenzaron a cuestionar la teoría desarrollista de la Cepal, poniendo de manifiesto que era otra ideologización al servicio de una nueva reasociación del capital privado y estatal con el capital monopólico internacional. Sin embargo, algunos pretendieron erigir la «dependencia» como una nueva teoría, cuando en realidad se trata de una categoría de análisis que puede utilizarse en las fases de la historia latinoamericana, despojándola de la ideología de los «dependentólogos», de su metodología estructuralista, del dualismo centro-periferia y, sobre todo, del enfoque aséptico que ha menospreciado el papel de la lucha de clases.

Una nueva generación de marxistas ha comenzado a criticar la llamada «teoría de la dependencia» –cuyo estancamiento es obvio– por haber unilateralizado el análisis, al poner el acento en el carácter exógeno de nuestra economía, en detrimento del estudio de las relaciones de producción y del conflicto de clases.

Los llamados factores «externos e internos» forman parte de un mismo proceso global insertado en el sistema capitalista mundial. Las relaciones de dependencia se expresan tanto a través de la opresión semicolonial y étnica, como de la explotación de clase, las repercusiones de la crisis ecológica y las formas especiales de opresión de la mujer en América Latina.

Etnia-clase-sexo-colonialismo constituyen en América Latina partes interrelacionadas de una totalidad dependiente que no puede escindirse, a riesgo de parcelar el conocimiento de la realidad y la praxis social, como si por ejemplo las luchas de la mujer por su emancipación estuvieran desligadas del movimiento ecologista, indígena, clasista y antimperialista, y viceversa.

Solo a la luz de este análisis totalizante de la formación social podemos enfocar problemas como los del feminismo y la crisis ecológica.

Feminismo y marxismo

Los «marxistas» fosilizados y lamentablemente la mayoría de los partidos de la izquierda latinoamericana no se han atrevido a dar una respuesta integral a las luchas de la mujer por su emancipación, aunque existen algunos promisorios avances en Cuba y Nicaragua. Basta mirar los programas y la praxis diaria de la mayoría de esos partidos para comprobar que su «comprensión» del problema no va más allá de permitir tímidas reformas que, a fin de cuentas, mediatizan la lucha feminista.

Ni qué decir si uno se adentra en la vida interior de esos partidos, donde en las células o núcleos se reproduce la misma forma de dominación machista, autoritaria y represiva, que en la sociedad global: los hombres dirigen y teorizan, las mujeres hacen de secretarias, servidoras de café y organizadoras de fiestas para recolectar fondos destinados al partido. Los dirigentes de los comités centrales, temerosos de perder votos, no quieren que se les mencione la posibilidad de hacer una campaña por el derecho al aborto, a pesar de estar informados que en cada uno de nuestros países entre medio y un millón de mujeres practican anualmente el aborto ilegal, con todos sus riesgos fatales.

Los partidos autodenominados «marxistas-leninistas» tratan de minimizar las luchas de la mujer manifestando que el movimiento es diversionista y ¡cuando no! pequeño burgués, ya que sus reivindicaciones específicas tenderían a desviar el proceso de la lucha de clases, como si el combate de la mujer estuviera desligado de esa lucha de clases que tanto propugnan y tan poco practican.

Prometen a las mujeres que su liberación comenzará con el socialismo. Dicen luchar contra el sistema, pero parecen ignorar que el sistema de dominación se afirma también en la ideología de la opresión femenina. Se niegan a reconocer que los pioneros del marxismo no alcanzaron a formular una teoría sistemática de la explotación y opresión de la mujer. La mayoría de los marxistas creyó que la incorporación masiva de la mujer al trabajo sentaría las bases esenciales para la liberación femenina. La realidad ha demostrado que eso no basta. Más aún, la revolución socialista es la condición sine qua non para iniciar el proceso de emancipación de la mujer, pero no lo garantiza. El curso deformado de las revoluciones socialistas ha demostrado que aún subsisten ciertas formas de explotación de la mujer y que los hombres se resisten a perder sus privilegios, superviviendo rasgos heredados de la familia patriarcal burguesa.

Los varones marxistas latinoamericanos por su parte, tampoco se han atrevido, salvo excepciones, a dar una respuesta al desafío planteado por más de la mitad de la población. Manuel Agustín Aguirre, el que suscribe y otros, hemos intentado hacer algunas contribuciones sobre el tema, tratando de señalar la especificidad de las luchas de la mujer latinoamericana: su etnia indígena y negra, sus prejuicios condicionados por la ideología de la clase dominante, sus creencias religiosas, su sobrecarga de trabajo hogareño y el especial machismo que soportan.

Pero los aportes fundamentales han sido realizados por las propias mujeres latinoamericanas, lo cual constituye una clara expresión de la renovación del pensamiento marxista. Una Giovanna Machado en Venezuela, Mirta Henault, Elena Gil e Isabel Larguía en Argentina, Lourdes Arispe en México, Margaret Randall, Viezzer Domitila en Bolivia, la Revista FAM de Ecuador, y otras de Perú, Colombia, México y Brasil, son muestras elocuentes de una teoría propia, latinoamericana, que se está abriendo paso con sus propias fuerzas.

La teoría marxista acerca de la mujer debe considerar que no es solamente oprimida, postergada y objeto sexual, sino desentrañar su proceso de explotación económica y la magnitud de su contribución a la acumulación originaria de capital desde la colonia y a la ulterior consolidación del modo de producción capitalista. La base de la opresión es la explotación. Las diferentes variantes de alienación sexual, psíquica y cultural tienen como basamento la alienación en el trabajo, dentro y fuera del hogar.

La mujer: reproductora de la fuerza de trabajo

La función básica que realiza la mujer es la de reproducir la fuerza de trabajo. El capitalismo no invierte un centavo en esa reproducción. La mujer se encarga de la reproducción sin que el capitalismo retribuya su trabajo. Parece increíble, pero hay que repetirlo: la crianza de los hijos es un trabajo, un trabajo no remunerado.

Detrás de la ideología, que pretende idealizar el papel de la madre, están los intereses del capitalismo para asegurar, sin inversión, la reproducción de la fuerza de trabajo. El trabajo «doméstico» de la mujer, considerado como función natural, complementa el salario o «trabajo necesario» del obrero o empleado.

Un ideólogo burgués podría argumentar que la alimentación de los hijos es subvencionada por el pago del salario. La verdad es que el «trabajo necesario» pagado al trabajador solo alcanza para que se mantenga y vuelva con nuevas energías a la producción. Sin el trabajo de la mujer en el hogar, dicho salario no bastaría para la familia. La mujer realiza un trabajo no remunerado en la preparación de los alimentos para el hombre que tiene que seguir entregando plusvalía en la empresa. La mujer no solo cría hijos y elabora gratis la comida sino que también produce valores de uso, como vestidos, tejidos, etc. Los marxistas latinoamericanos tenemos que analizar las especificidades de esta explotación económica en América Latina, como parte del enriquecimiento a la Economía Política en relación con el proceso de acumulación capitalista.

La teoría del valor-trabajo sirve para explicar el fenómeno de la plusvalía y del excedente económico, pero no ha evaluado el significado del trabajo de la mujer como factor decisivo en la reproducción de la fuerza de trabajo. No se trata de aplicar la teoría de la plusvalía al trabajo doméstico de la mujer, ya que en esta labor no se dan las reglas del juego capitalista: trabajo necesario y trabajo excedente. No hay extracción de la plusvalía por parte del hombre en relación con el trabajo de la mujer en el hogar, pero hay una transferencia de valor al conjunto del sistema capitalista.

La mujer realiza un trabajo, y todo trabajo produce valor. Si la mujer que trabaja en el hogar produce un valor, cabe analizar cómo se manifiesta ese valor. Es evidente que los alimentos y vestidos producidos en el hogar son valores de uso. Pero el problema se hace más complejo cuando se trata de la reproducción de la fuerza de trabajo destinada al mercado laboral.

Marx demostró que la fuerza de trabajo es una mercancía en el capitalismo. El obrero-mercancía vende «libremente» su fuerza de trabajo una vez que ha sido criado por su madre. Sería osado deducir de esta afirmación -como lo han hecho ya algunas autoras- que la madre produce mercancías. Lo que hace la mujer es reproducir gratis la fuerza de trabajo que luego se convertirá en mercancía en el momento en que el obrero se ofrece por un salario.

La explotación de la mujer en el capitalismo

Otro de los trabajos no remunerados de la mujer se realiza en las pequeñas explotaciones indígenas y campesinas de tipo familiar. El trabajo no remunerado de esposa e hijas en las labores de campo permite al campesino vender sus productos a bajos precios. El capitalismo se beneficia de estos precios de los productos de consumo popular porque los trabajadores pueden adquirirlos para renovarse como fuerza de trabajo. De modo que la explotación de tipo familiar -que obviamente no es capitalista- sirve para reforzar el proceso de acumulación. Es fundamental investigar en qué medida han tomado conciencia de esta explotación las mujeres indígenas y campesinas y si estarían dispuestas a luchar para que su trabajo sea remunerado.

Las mujeres obreras y empleadas entregan tanta o más plusvalía que los hombres porque son contratadas con bajos salarios, en los llamados trabajos «no calificados». La verdad es que en algunas industrias la productividad de la mujer es superior a la de los hombres y, por tanto, la plusvalía producida es mayor. Este es otro tema de investigación para el marxismo latinoamericano; es fundamental porque permitiría explicar el proceso de acumulación de capital en la primera fase de la industrialización por sustitución de algunas importaciones que se dio en América Latina entre 1930-1960, con mayor incidencia del capital variable. Hay que estudiar -como se ha hecho en Japón- en qué trabajos «no calificados» la mujer es capaz de alcanzar una velocidad de ejecución y una minuciosidad que el hombre no puede lograr.

Si el marxismo latinoamericano pudiera demostrar este tipo de explotación ayudaría a que las obreras y empleadas tomen conciencia de la necesidad de luchar para que a igual trabajo, calificado o no, se pague igual salario, terminando así con la discriminación por sexo en el trabajo. Quizá ese convencimiento las lleve a exigir una Secretaría de la Mujer en los sindicatos, como se hace en España, y desde esa trinchera organizada de clase, defender el derecho al aborto, luchar para no ser despedida en caso de embarazo y reafirmar el derecho de la mujer a hacer libre uso de su cuerpo.

El numeroso contingente de mujeres que trabajan por cuenta propia en América Latina produce valores de cambio, como vestidos y alimentos. Otras son explotadas por las empresas que les dan trabajo a domicilio. El marxismo tiene que analizar cómo ha bajado el salario real a través de la integración de la mujer al masivo ejército industrial de reserva. La mujer no solamente reproduce la fuerza de trabajo que engrosa esa masa de cesantes, sino que también es parte potencial y real del propio ejército de reserva de mano de obra.

Las mujeres latinoamericanas se han organizado, todavía minoritariamente, en movimientos autónomos, democráticos y antiautoritarios, muchos de ellos convocados al Segundo Congreso Latinoamericano de Mujeres a realizarse este año en Perú. Están en contra del verticalismo partidario que las frustró por ser en el fondo una expresión de la sociedad patriarcal represiva. Los hombres de izquierda deben entender que la mayoría de las mujeres no solo luchan por sus reivindicaciones específicas, sino también por una forma alternativa de comunidad igualitaria, proyecto histórico del cual tienen mucho que aprender los marxistas. Quizá las mujeres jueguen un papel clave en la estructuración de una nueva concepción de partido y de generación del poder. De ahí, las numerosas coincidencias estratégicas entre el movimiento feminista y el de los Verdes ecologistas.

Ecología y marxismo

El marxismo tiene otro gran desafío: dar respuesta teórica y política a la crisis ambiental, porque en torno de esta cuestión clave se está jugando la supervivencia de la humanidad. El dilema «socialismo o barbarie», planteado por Rosa Luxemburg, está más vigente que nunca.

Los marxistas han descuidado el estudio del ambiente, reaccionando muchos de ellos a la defensiva, negando la trascendencia de la crisis ecológica o denunciando los grupos ecologistas como movimientos diversionistas que distraen la atención de las tareas de la lucha de clases. Uno se pregunta si esta falta de respuesta de la izquierda, y especialmente de los partidos comunistas, se debe a que en la URSS, los países de Europa oriental y China existen similares impactos ambientales, ya que aún no han inventado una tecnología distinta a la del capitalismo industrial, que no altere los ecosistemas.

La indiferencia de la izquierda latinoamericana ante la crisis ecológica ha facilitado el camino para que un «ecologismo demagógico», de ideología burguesa, arrebate ciertas banderas al auténtico movimiento ambientalista reduciendo la crisis a la contaminación y el conservacionismo.

También se ha desarrollado un «dogmatismo energético», que plantea el problema de la energía por encima de las clases, como si los flujos energéticos no estuvieran mediados por las relaciones de poder. Se ha llegado a plantear que la ecología ha superado al marxismo y su teoría de la lucha de clases, no advirtiendo que la crisis ambiental solo será superada a través de la lucha de clases, del enfrentamiento con los explotadores, responsables del deterioro ambiental.

También los «desarrollistas» se han puesto a la moda incorporando la «variable ecológica» y el estudio del «medio ambiente», según los informes de los últimos años de la Cepal. Antes que nada, es necesario aclarar que el ambiente no es «medio», sino la totalidad constituida por la naturaleza y la sociedad humana. Por eso es un error hablar de medio ambiente; la palabra medio debe utilizarse en relación al medio natural, medio geográfico, etc. Es también incorrecto emplear el término «variable ambiental» porque el ambiente no es ninguna variable sino el todo.

Cuando los teóricos de la Cepal se refieren a la necesidad de incorporar la «dimensión» ambiental, quieren expresar que toda planificación económica debe contemplar la «variable» ambiental. En rigor, debería partirse de la planificación ambiental y dentro de ella considerar la variable económica. Pero la Cepal no plantea el problema de esta manera porque le interesa el «crecimiento sin deterioro» o «el desarrollo con el mínimo daño permisible», modelo de por sí falso, ya que es el actual tipo de desarrollo capitalista el que precisamente ha conducido a la crisis ambiental más grave de la historia. La Cepal trata de conciliar lo inconciliable: desarrollo capitalista y mínimo deterioro ambiental.

Ahora están preocupados de determinar la «oferta ecológica» potencial. Cabe preguntarse: ¿quién cuantifica la oferta ecológica? y ¿quién se la apropia? Paralelamente, sugieren incorporar a las «cuentas nacionales» los recursos naturales para registrar el monto del deterioro. ¿Acaso las cuentas nacionales no son controladas por la misma clase social que provoca el deterioro?

Las sugerencias de la Cepal para un «crecimiento sin deterioro» se hacen en un momento en que las transnacionales están trasladando a Latinoamérica industrias altamente contaminantes, reactores nucleares y empresas de alto consumo energético. El nuevo modelo de acumulación, basado en el crecimiento de las industrias de exportación no tradicionales, va también en contra de toda ilusión de un crecimiento sin deterioro. El aumento de la inversión extranjera, de 18.000 a 38.000 millones de dólares entre 1967 y 1975 en América Latina, se ha dado precisamente en las industrias de mayor impacto ambiental. ¿Cómo hará la Cepal para pedirle a esas transnacionales un crecimiento con el «mínimo daño permisible»?

Naturaleza y sociedad

Los marxistas deben partir del reconocimiento que han estudiado solamente la sociedad humana. Para comprender la totalidad naturaleza-sociedad, que es el ambiente, es necesario retornar a la concepción de la historia formulada por Marx, a la indisoluble relación entre naturaleza e historia. Así, podrá entenderse el proceso de la naturaleza socialmente mediada por la producción de bienes materiales. El fenómeno de la producción es el aspecto más relevante de la interacción naturaleza-sociedad. Para estudiar esta interrelación hay que crear una nueva disciplina, o Ciencia del Ambiente.

Las actuales ciencias y subciencias parcelan la realidad.

Los marxistas tenemos que reexaminar la forma en que los ecosistemas condicionaron nuestros modos de producción desde la sociedad precolombina y cómo la ecobase determina la productividad de los recursos naturales, afectando las condiciones de producción, es decir, estudiar la incidencia de los ecosistemas en la formación del valor, especialmente en la renta de la tierra de nuestros latifundios y haciendas.

Comprendiendo la interrelación entre naturaleza y sociedad global humana, tomará una nueva dimensión la Economía Política, al analizar los costos ecológicos de la explotación petrolera, del cobre, estaño, madera y demás materias primas. De este modo, podrá plantearse una clara política de protección a los ecosistemas, denunciando los desastres ambientales provocados por el capitalismo y los regímenes burocráticos, al mismo tiempo que adquirirá un perfil más claro el tipo de socialismo que queremos.

Mientras el marxismo europeo discute acerca de las nuevas alternativas de vida, en América Latina seguimos repitiendo viejos esquemas de la transición, ignorando el papel que pueden jugar en la lucha social los movimientos feministas y ecológicos en el diseño de una nueva sociedad y de una nueva calidad de vida.

Hasta ahora la izquierda latinoamericana ha criticado solamente el régimen de producción del sistema capitalista, pero no el estilo de consumo ni lo que se produce. Hay que cuestionar tanto las pautas de consumo como el tipo de producción, criticando los monocultivos que han proliferado en América Latina en función de las empresas agroindustriales y postulando una diversificación que incorpore las experiencias de la agricultura campesina.

En tal sentido, los marxistas tienen mucho que aprender de los indígenas y campesinos que conocen mejor que muchos técnicos de escritorio el funcionamiento de los ecosistemas naturales y los riesgos que corren sus tierras con los pesticidas y la contaminación de las fábricas. El marxismo tiene que retomar el problema de la tierra en la tradición de Mariátegui, pero integrando la problemática ambiental. Si no se comprende la relación etnia-clase-ambiente se puede caer en un mal tratamiento del problema indígena, como le ha sucedido a los compañeros sandinistas con los misquitos, cuya única reivindicación es que se respete el derecho a la autodeterminación de su pueblo.

Nuestra izquierda sigue denunciando al imperialismo en los mismos términos de hace medio siglo, no advirtiendo que las transnacionales están trasladando reactores nucleares e industrias altamente contaminantes, que no sólo saquean nuestras materias primas y se apoderan de las industrias sino que ahora también nos envenenan el ambiente.

Algunos alientan ilusiones acerca de la posibilidad de lograr una planificación ambiental. La burguesía puede programar ciertas campañas contra la contaminación, pero jamás planificará en beneficio del ambiente de la calidad de vida del pueblo, porque la lógica de la acumulación del capital va precisamente en contra de los ecosistemas. Existe una contradicción insalvable entre la acumulación capitalista y los ciclos ecológicos.

La estrategia global de ecodesarrollo se logrará solamente en una sociedad socialista, autogestionaria y practicante de la democracia de los que trabajan, capaz de generar una tecnología propia, de bajo costo ecológico y de uso racional de la energía.

Sin ruptura del nexo semicolonial en América Latina no habrá planificación ambiental ni posibilidades de implementar un auténtico ecodesarrollo. Como dice Philippe Saint Marc: «la única manera de proteger la naturaleza es socializarla».

Los mil y un marxismos. Miguel Mazzeo. La Tizza.2018

Desde la muerte de Carlos Marx, hemos asistido al despliegue interminable de una extensa serie de marxismos. Nos referimos a un universo que va más allá de las taxonomías convencionales y que excede con creces a las diversas «escuelas del pensamiento marxista» (la Escuela de Budapest, la Escuela de Frankfurt, la Escuela anglosajona/analítica, por ejemplo).

Se habló y se habla de un marxismo engelsiano, leninista, trotskista, estalinista, maoísta, guevarista; de uno hegeliano, antihegeliano, spinozista, leibniziano, althusseriano, postalthusseriano; de uno soviético, chino, eurocéntrico, occidental, latinoamericano. También de un marxismo escolástico, cientificista, mecanicista, legal, funcionalista, estructuralista, humanista, historicista, analítico o de «elección racional».

A lo largo de la historia se identificaron marxismos economicistas o voluntaristas, racionalistas o teológicos, teoricistas o practicistas, productivistas o culturalistas, deterministas o subjetivistas, deshistorizados o historizados, colonizados o descolonizados, colonizadores y descolonizadores, dogmáticos o heréticos, oficiales o disidentes, reformistas o revolucionarios, liberales y antiliberales, parlamentaristas o consejistas, burocráticos o autónomos, politicistas o societarios, ortodoxos o revisionistas, doctrinarios y antidoctrinarios, chauvinistas o cosmopolitas, ortodoxos o heterodoxos, autoritarios y libertarios, imitativos o creativos, hiperformalizados e informales, cerrados o abiertos, sectarios o pluralistas, rígidos o flexibles, solemnes o descontracturados, gélidos o cálidos, superficiales o profundos, vulgares o elaborados y refinados, retóricos o medulares, «sagrados» o «profanos», oficiales o alternativos, opacos o relumbrosos.

Algunos marxismos se emparentaron con las ciencias naturales o físicas, otros prefirieron la cercanía de la poesía. Marx fue ubicado, ora en el laboratorio de un médico (o peor: de un entomólogo), ora en una taberna proletaria (o en un boliche de suburbio o de campo). Algunos marxismos pusieron el énfasis en los conceptos y otros en la realidad. Algunos marxismos se ocuparon de problemas epistemológicos, económicos, culturales y estéticos, otros se centraron en las cuestiones vinculadas a la estrategia revolucionaria. Algunos marxismos se afincaron en las academias, otros prefirieron las calles de las barriadas populares, las fábricas y los montes, montañas y selvas.

A fines del siglo XIX surgió un «neomarxismo», que planteaba que la concentración del capital, el desarrollo de los monopolios y la expansión imperialista reforzaban la estabilidad del sistema en su conjunto. Rudolf Hilferding puede ser considerado un representante de esta corriente.

Las críticas a estas posturas fueron delineando una ortodoxia. En el transcurso del siglo XX hubo otros «neomarxismos», estructurados sobre tópicos disímiles. Y también hubo «otras ortodoxias». Esto significa que, en el marxismo, el lugar de la ortodoxia no fue un lugar estático.

Como se puede apreciar, se trata de marxismos que, además de diversos, también han sido y son antagónicos. Pertenecen a redes conceptuales distintas, a gramáticas incompatibles, a linajes divergentes. Pero entre las condiciones convergentes, las amalgamas han sido habituales.

Existen marxismos producidos en contextos donde las perspectivas para las fuerzas transformadoras fueron radiantes; contextos de alza de las luchas populares, la organización y la conciencia política de los pueblos; y también existen marxismos elaborados en situaciones donde las perspectivas se revelaron como sombrías para estas fuerzas, situaciones de derrota histórica.

El marxismo supo ser definido, en el plano filosófico, como materialismo dialéctico: el DIAMAT, sobre el que volveremos más adelante; y como materialismo histórico: el HISTMAT o HISTOMAT, que usualmente se asocia al plano de las «aplicaciones» del DIAMAT. Este último se convertirá en la base de la monocultura soviética, pero la excederá con creces. No será la filosofía exclusiva del estalinismo. Se esparcirá ampliamente en la cultura de la izquierda marxista.

DIAMAT e HISTOMAT son unos términos que, vale recodar, Marx jamás utilizó. Marx se autodefinió como materialista, la primera vez junto con Engels en La Sagrada Familia y luego en otros trabajos. Para él, el materialismo era inseparable del socialismo y el comunismo. También en El Capital habló de un «método dialéctico» de base materialista. Suele considerarse que la mejor síntesis de la visión «materialista de la historia» de Marx está presente en el Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política de 1859.

Quien sí recurrió a estos términos fue Engels. Empleó el término «materialismo histórico» en su folleto Socialismo utópico y socialismo científico, (los artículos que lo componen fueron publicados entre 1876 y 1878). Otros trabajos suyos dieron lugar a la fórmula del «materialismo dialéctico»: El Anti-Dühring. O «La revolución de la ciencia» de Eugenio Dühring. Introducción al estudio del socialismo de 1878; Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana de 1888. También su Dialéctica de la naturaleza, elaborada en la década de 1870 y nunca concluida.

 Estas obras han funcionado como un verdadero reservorio de insumos para las lecturas más groseras del marxismo y para todos los incidentes positivistas, aunque todavía se siga viendo en ellas buenos intentos de articular ciencia y dialéctica.

Sin dejar de reconocer los aportes de Engels en otros campos, y dando cuenta de la existencia de una versión caricaturizada de sus planteos, nos cuesta mucho encontrar en estas obras pasajes enriquecedores de la dialéctica o propuestas teóricas refinadas.

Distinta es la situación cuando tomamos –como muestra de otra perspectiva– la carta de Engels a P. Ernst del 5 de junio de 1890, la carta a Joseph Bloch del 21 de septiembre de 1890 o la carta a Conrad Schmidt del 27 de octubre del mismo año. Por ejemplo, en la primera de las cartas mencionadas, Engels decía:

    «En cuanto a vuestra tentativa de explicar la cosa de una manera materialista, tengo que deciros, ante todo, que el método materialista se transforma en su contrario si, en vez de servir de hilo conductor en los estudios históricos, es aplicado como un modelo preparado sobre el cual se tallan los hechos históricos».

Gueorgui Plejanov, padre del marxismo ruso devenido antibolchevique en tiempos de la Gran Revolución de Octubre de 1917, decía que en las obras de Engels citadas, concretamente en las dos primeras, «están expuestas las concepciones que constituyen la base filosófica del marxismo». Más adelante volveremos sobre Plejanov y el «materialismo dialéctico».

También sirvieron como insumo para el DIAMAT los trabajos en los que Lenin intentó –creemos que de manera infructuosa– una «filosofía en acto», específicamente: Materialismo y empiriocriticismo de 1908. En este libro el líder bolchevique propone una crítica a los marxistas seducidos por corrientes idealistas y subjetivistas como el empiriocriticismo (Alexander Bogdanov, entre otros). El problema de fondo presente en estas obras de Engels y Lenin, y que aquí sólo enunciaremos, consiste en una comprensión de la dialéctica que es de carácter más ontológico que metodológico y relacional. En ellas la praxis, con la razón desontologizadora que le es inherente, se diluye. Como veremos, en menos de una década y al calor de acontecimientos significativos y lecturas edificantes, Lenin modificará radicalmente sus posiciones y su misma vida política se convertirá en una expresión aguda de la dialéctica.

Corresponde aclarar que no toda referencia al método del «materialismo dialéctico» o a la «dialéctica materialista» tiene las connotaciones negativas del DIAMAT. Muchas veces esas referencias remiten a la simple contraposición entre la dialéctica idealista y la dialéctica materialista, entre Georg W. F. Hegel y Marx.

Del mismo modo, no toda referencia al materialismo histórico debería asociarse al HISTOMAT. Por ejemplo, Plejanov consideraba que el materialismo histórico (el marxismo) era la versión moderna del materialismo de Baruch Spinoza, que tenía en Ludwig Feuerbach una estación inmediatamente anterior. Esta visión, por cierto tan atractiva como discutible, introduce dimensiones que no son compatibles con las tipificaciones elementales del HISTOMAT.

El DIAMAT es la antítesis de la dialéctica. Porque la dialéctica enfatiza la dinámica, la interacción recíproca entre personas y entre personas y cosas. Sus conceptos remiten a relaciones, no a sustancias.

La dialéctica incluye siempre en los conceptos un «factor de reflexión subjetiva» (en términos de Adorno). Favorece la autorreflexividad del pensamiento. La dialéctica es polifacética, está implícita en la crítica real, en la «crítica de clase», y repudia los sistemas omnicomprensivos.

Marx nos propone una reinvención de la dialéctica. Un ajuste de la misma a la dinámica propia del capitalismo; a un sistema inarmónico y desordenado en el que «todo lo sólido se desvanece en el aire»; un mundo en proceso cuyo signo distintivo es la contradicción, la oposición, la irresolución, la interiorización, la reproducción, la expansión, el exceso, la trasgresión de algún límite, el cambio y el reinicio del proceso en un punto nuevo que se bifurca en un espacio prácticamente ilimitado. Un mundo repleto de posibilidades, latencias y tendencias.

Con los años, el DIAMAT se erigió en un «sistema filosófico», en la «única filosofía revolucionaria» capaz de explicar absolutamente todo lo que acontece en el universo y sus arrabales, desde los procesos sociales a los geofísicos.

Un hito en la consolidación del DIAMAT fue la edición del libro de Nicolai I. Bujarin La teoría del materialismo histórico. Ensayo popular de sociología marxista, publicado en Moscú en 1921. Bujarin toma los costados menos disruptivos de la dialéctica hegeliana, propone un materialismo mecanicista y presenta a la dialéctica en los términos de la física.

A partir del DIAMAT se confeccionará la interminable lista de los supuestos «enemigos» del marxismo; entre otros, el psicoanálisis, el existencialismo o la cibernética. El DIAMAT, base de la Vulgata marxista, hizo del marxismo un clericalismo lóbrego y oficial e impulsó la escisión entre teoría y práctica. En este último aspecto nodal, el rudo estalinismo coincide con el más sofisticado marxismo occidental.

Hubo y hay otros marxismos que hicieron de la posición antidialéctica una profesión de fe. Fueron abiertamente antidialécticos a diferencia del DIAMAT, que asumía la dialéctica para tergiversarla y limitarla. Nos referimos al marxismo empirista y evolucionista, de base spenceriana, que llegó a proponer un reemplazo de la dialéctica por la evolución biológica o por la mirada fenomenológica.

Para Eduard Bernstein, uno de los representantes más conspicuos de esta posición, la dialéctica era una «jerga» y una «trampa», un «elemento pérfido de la doctrina marxista», una especie de deleznable prejuicio hegeliano. Kautsky también desarrolló una lectura antidialéctica del marxismo.

Juan B. Justo, fundador del Partido Socialista Argentino (PSA) y traductor (en sentido estrictamente literal) de El Capital al castellano, solía decir que Marx y Engels habían sido grandes «a pesar de la dialéctica». Este tipo de marxismo constituyó un extravío, puesto que propuso una claudicación del pensamiento y asumió como punto de partida la renuncia a penetrar la realidad.

Según la clásica definición de Lenin en su Marx, el marxismo es continuación y consumación «de las tres grandes corrientes espirituales del siglo XIX, que tuvieron por cuna a los tres países más avanzados de la humanidad: la filosofía clásica alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés unido a las ideas revolucionarias francesas en general». Es por demás valiosa la ubicación del marxismo como producto histórico situado y la identificación de sus aptitudes para sintetizar las tradiciones de pensamiento más avanzadas de su tiempo y para deducir de esa síntesis (cuya proyección promueve) consecuencias emancipatorias.

    Por supuesto, nosotros y nosotras debemos relativizar la caracterización de Alemania, Inglaterra y Francia como países avanzados.

Plejanov, enfatizando una perspectiva metodológica, decía que el marxismo aportaba una solución «algebraica» y no «aritmética»: «no la explicación de las causas de los diferentes fenómenos, sino la del modo como hay que proceder para descubrirlas». Un método justo.

Labriola estimaba conveniente definir al marxismo como «comunismo crítico» y no como socialismo científico. Benedetto Croce prefería delimitarlo como un canon de interpretación histórica «extraordinariamente sugestivo». Charles Wrigth Mills consideraba que era imposible alcanzar la talla de un «científico social» sin adentrarse en el marxismo y, convencido de que el marxismo tenía la última palabra, también habló de un marxismo «creativo». Ernst Bloch identificó una corriente cálida del Marxismo.

    Mariátegui propuso una traducción fecunda del marxismo a la realidad de nuestra América: un «marxismo mestizo». El Amauta hizo del marxismo latinoamericano una «denominación de origen», un producto singular que reivindica una particular herencia cultural. Años más tarde, la Revolución cubana, Fidel Castro y el Che, se encargaron de ratificar las garantías de ese producto. En las últimas décadas la Revolución Bolivariana, con sus claroscuros, se ha erigido en baluarte de esta tradición, y el chavismo plebeyo y comunero ha realizado aportes sustanciales.

Ha generado un proceso de fermentación donde el marxismo y la trilogía compuesta por Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora se intercalan en la función de enzimas.

En una línea emparentada con Mariátegui, pero a la vez diferenciada de él, otros y otras prefirieron hablar de un «marxismo indianizado» (Fausto Reinaga, por ejemplo).

Cabe agregar que hubo muchos aportes –dispares, por cierto– a esta denominación de origen que es el marxismo de nuestra América. Inclusive se le pueden rastrear precursores al Amauta: Luis Emilio Recabarren, por ejemplo, o desarrollos paralelos, como en el caso de Julio Antonio Mella. Luego llegaron, entre otros y otras: Vania Bambirra, John William Cooke, Agustín Cueva, Enrique Dussel, Orlando Fals Borda, Bolívar Echeverría, Florestán Fernándes, Alberto Flores Galindo, Silvio Frondizi, Michel Löwy, Ruy Mauro Marini, Fernando Martínez Heredia, Caio Prado Junior, Aníbal Quijano, Adolfo Sánchez Vázquez, Ludovico Silva, Renán Vega Cantor, Luis Vitale, Rene Zavaleta Mercado. Mencionamos arbitrariamente a unas pocas figuras que, como efecto central o colateral de su praxis, dejaron algunas huellas literarias.

En un sinfín de rincones de nuestra América, a lo largo del último siglo, una mirada atenta y desprejuiciada está en condiciones de identificar diversas expresiones de un «marxismo cafre».

Maximilien Rubel decía que el materialismo marxista era una «concepción sensualista y pragmática del mundo», una «sociología pragmática». Pier Paolo Pasolini habló de un «marxismo visceral», que era un componente básico de su empirismo herético y mágico. Jean Paul Sartre definió al marxismo como «una filosofía hecha mundo» y como el «horizonte insuperable de nuestro tiempo» e, indefectiblemente, se le impuso la expresión: «marxismo viviente».

Joseph Schumpeter consideraba a Marx como una rara especie de genio y profeta. La anomalía respondía al hecho de que a estos «dones», Marx agregaba erudición y originalidad. Schumpeter era un auténtico Think Tank del capital. Situado en las antípodas del marxismo, tendía a celebrar en Marx todo lo que había de David Ricardo. Pero nada de eso constituyó una limitación para que reconociese la riqueza conceptual del marxismo; lo que él denominaba: el «carácter caleidoscópico de su contribución», en particular el análisis del capitalismo tendiente a develar su lógica y su carácter sistémico, su lectura de las crisis capitalistas como «incidentes cíclicos», etcétera.

En su «Marx economista», Schumpeter consideraba que Marx «fue el primer economista de gran clase que reconoció y enseñó sistemáticamente cómo la teoría económica puede convertirse en análisis histórico y cómo el planteamiento histórico puede convertirse en historia razonada». Es notorio el contraste entre la visión de Schumpeter y la indigencia teórica de los economistas prosistémicos actuales, sobre todo con los neoclásicos.

Jacques Lacan sostuvo que Marx tuvo el mérito de reconocer el valor del síntoma en la estructura social: todo aquello que oculta el fetichismo de la mercancía.

Partiendo del antropólogo argentino Rodolfo Kusch (que no era marxista) podemos identificar un «marxismo hediondo» para designar a un marxismo inmerso en la realidad que debe interpretar/transformar, un marxismo que supera el temor de impregnarse del olor de esa realidad, el temor de ser nosotros mismos y nosotras mismas. Un marxismo abierto a las diversas formas del conocimiento.

La figura del hedor remite a unos modos no occidentales, no europeos y no burgueses de conocer. Unos modos que toman en cuenta el lado vivencial y afectivo de las cosas. De ahí el sentido que se puede derivar de la situación, referida por Kusch, en la que el Inca Atahualpa huele la Biblia que le presenta el fraile Valverde.

El mismo sentido que, posiblemente, podamos identificar en el horizonte político-gnoseológico asumido por Pier Paolo Pasolini (como vimos más arriba, un «marxista visceral») al colocarle un título como El olor de la india a su crónica de viaje por ese país.

Para conocer a través del olfato, se impone la cercanía, el contacto físico. Para lograr una profunda comprensión de los procesos de descomposición históricos o para reconocer lo que constituye un abono, es inevitable atravesar la experiencia de la repugnancia, de la náusea. Para conocer el mundo no-occidental, el mundo no-pulcro, es necesario hacer caer algunas representaciones y algunas represiones, superar algunas convenciones occidentales y atildadas: la barrera del asco, por ejemplo. Y el asco se disipa con el encuentro de los cuerpos, con el amor y, también, con el proyecto.

    Hablamos de un marxismo contrapuesto al «marxismo pulcro» y que, por lo tanto, se alcanza en la lucha de clases más que en la Universidad; por eso no es, recurriendo a los términos que el propio Kusch utilizaba para caracterizar a la pulcritud, «política pura y teórica» o «economía impecable».

Se trata de un marxismo que, como decía Sartre en su prólogo a Los condenados de la tierra de Frantz Fanon, exige llevar la dialéctica «hasta sus últimas consecuencias». Para Sartre, esta operación también implicaba un strip tease del humanismo occidental, del humanismo burgués o del pseudohumanismo, que no era más que una «ideología mentirosa, la exquisita justificación del pillaje».

El marxismo hediondo sería un marxismo que articula un «conocimiento objetivo» con «un saber hacer», lo causal con lo seminal. Un marxismo que considera a la conciencia tanto en sus aspectos teóricos-predicativos (racionales) como en sus aspectos antepredicativos (intuitivos), superando el positivismo y el cientificismo al que conduce la sobrevaloración del primer aspecto y el irracionalismo al que conduce la sobrevaloración del segundo.

Un marxismo que aporta al autoconocimiento de las clases subalternas y oprimidas. Un marxismo que no le tiene asco a lo que hiede. Un marxismo que es capaz de poner en duda la completitud de su universo cultural en función de lograr la plenitud del diálogo. Un marxismo que enseña a no despreciar. Un marxismo que no se deleita con el olor de epopeyas ajenas.

Kusch rechazaba básicamente el componente cartesiano del marxismo, la actitud meramente intelectual frente al mundo, la herencia de los peores postulados de la modernidad y del iluminismo, y todo aquello que el marxismo compartía con el «humanismo burgués»: una concepción teleológica y determinista, ascendente y unidireccional del desarrollo histórico, principalmente la idea del progreso ininterrumpido o la idea –absurda desde todo punto de vista– de que «lo último» siempre es mejor a «lo anterior»; algunas tendencias a la cosificación del sujeto (presentes en las versiones más dogmáticas del marxismo) y una cultura anticontemplativa y, por ende, seriamente limitada para captar la belleza y la humanidad y altamente destructiva de la naturaleza.

Vale aclarar que esta concepción del progreso teleológica, determinista, ascendente y unidireccional no dejaba de ser, en última instancia, una concepción emparentada con ideales y proyectos a largo plazo. Pero sucede que, en buena parte de nuestra América y a lo largo de su historia «moderna», las clases dominantes asumieron, en los hechos, el inmediatismo más grosero que fue el correlato de las diversas formas de saqueo, desde las más directas hasta las más sutiles.

Tanta adjetivación, indirectamente, promovió la afirmación sustantiva y así también tenemos un marxismo «a secas». Pero tal vez este sea uno de los menos fiables: se adjudica la autoridad interpretativa y una función rectora; reivindica un marxismo estable y constante y en estado puro, sin infiltraciones; niega contextos, mediaciones y subjetividades; no reconoce intercambios y procesos miméticos; rechaza las progresivas estratificaciones de aportaciones; tiende a negar la esfera axiológica.

Le asigna al marxismo el estatuto de un saber acabado. Tampoco da cuenta de aquellos elementos incorporados colectivamente bajo la forma de representaciones e imaginarios con los que (o mejor: en los que) tiene que interactuar de manera indefectible. Peor aún: ve en ellos una amenaza y una fuente de decadencia teórica. Se considera autoengendrado y, por ende, no escapa al vicio de la autoreferencialidad.

Algunos y algunas marxistas «a secas» se pueden parangonar con los inquisidores de Galileo Galilei: se aferran a las verdades preconcebidas e impugnan la experiencia concreta, la realidad.

También se asemejan a Juan Ginés de Sepúlveda, quien negaba la humanidad de los pueblos originarios de nuestra América porque no eran mencionados en la Biblia y porque eran diferentes a todo lo conocido hasta entonces desde Europa. Por cierto, abundan los modos de leer El Capital (y la obra de Marx en general) asimilables al método de Sepúlveda.

El marxismo «a secas» no deja de exhibir altas dosis de jactancia mientras blande un fósil, un abalorio teórico. Siguiendo a Adorno, debemos tener presente que la teoría concebida como definitiva y universal se objetiva frente al hombre y a la mujer que piensa. Desde este emplazamiento, la teoría indirectamente promueve una actitud acrítica frente a la pseudorealidad de las objetivaciones del capitalismo.

El marxismo «a secas» se perfila como la «mano invisible» del marxismo. Sus cultores le asignan a su militancia el carácter de una fuerza correctiva (autocorrectiva).

    En dos extremos contrapuestos, el marxismo-leninismo en su formato tradicional y el marxismo analítico pueden ser considerados como dos versiones del marxismo «a secas».

El primero se asume como dialéctico y no reniega en absoluto de la lucha de clases ni la considera una abstracción teórica. Todo lo contrario. Asimismo, conserva las inquietudes por la estrategia política. Pero reitera los tradicionales incidentes dogmáticos y vulgares: una dialéctica acotada a los límites del DIAMAT, una visión ultrasimplificada de la lucha de clases (tanto de la «lucha» como de las «clases») que no contribuye a labrar las continuidades de las experiencias plebeyas y que no da cuenta de diversas situaciones de subyugación.

Es decir, la dominación social queda reducida a la dominación «material» de clase y sigue considerando a la fábrica como el ámbito por excelencia de la lucha de clases. Como hace 50 años, el ojo está puesto en los espacios productivos de mercancías y poco y nada en los espacios reproductivos de la vida. Luego, tiende a asumir los conceptos categoriales del marxismo como transhistóricos, e insiste en la neutralidad y la autonomía de las diversas tecnologías, ya sean industriales, políticas, culturales, etcétera.

Por estos motivos, entre otros, el marxismo-leninismo no ha realizado aportes sustanciales en las últimas décadas, ni en materia crítica, ni en materia estratégica. Continúa aferrado al manual y al partido. Su idea de la revolución social extrae la poesía del pasado (por ejemplo, de la Revolución Rusa) y no del futuro. Desde este emplazamiento, experiencias tan relevantes para el desarrollo del marxismo, como pueden ser el neozapatismo o el chavismo plebeyo, entre muchas otras más, han sido tildadas como «posmarxistas».

El segundo presenta a un conjunto de autores que se reconocen a sí mismos como no bullshit marxists («marxistas sin pamplinas»). Sin contradecir los buenos aportes de autores como Cohen, Brenner, Olin Wrigth, lo cierto es que predomina en ellos una visión que tiende a soslayar la dialéctica. Por cierto: la dialéctica aparece conformando el núcleo mismo de «las pamplinas». En aras de un supuesto rigor, asignan una jerarquía conceptual que subestima algunas categorías marxistas. Así, terminan priorizando análisis causales y asumiendo posturas cuasi positivistas o, directamente, reducen el marxismo a una formalización.

John Roemer, por ejemplo, basa su visión de la explotación y las clases sociales en modelos neoclásicos. Otros autores apelan a la teoría de los juegos o a la teoría de la elección racional. La gran mayoría muestra su predilección por el individualismo metodológico. La elipsis de la dialéctica va de la mano de la elipsis de la lucha de clases y la estrategia política.

    Desde hace algunas décadas también existe un «posmarxismo». Como casi todo lo que se designa como «pos», tiende a firmar certificados de defunción a diestra y siniestra y suele cargar con el lastre de la moda y con el consiguiente riesgo de lo efímero y pasajero.

En líneas generales, el posmarxismo puede ser considerado un hijo legítimo del «giro lingüístico». El posmarxismo vino a proponer un nuevo determinismo: el determinismo de los símbolos, junto a un nuevo reduccionismo que consiste en sobredimensionar los elementos puramente discursivos de la lucha de clases que queda acotada a la lucha de significantes.

El corolario: un marxismo sin ardores, demasiado enredado en los juegos del lenguaje, la deconstrucción, la opción por lo fragmentario y el pensamiento débil. Al asignarle primacía ontológica a lo simbólico y a lo discursivo, el posmarxismo ha tendido a desjerarquizar la explotación y la lucha de clases, disociando las formas dispares de opresión que pesan sobre los diversos colectivos humanos de la opresión específica de clase y de la división del trabajo.

En consonancia con estos planteos, el posmarxismo ha reivindicado una autonomía absoluta (no relativa) para lo político, en abierta contraposición a los planteos de Marx vinculados a la alienación, la enajenación política, o la superstición política, que a su vez están relacionados con las categorías de mistificación y de fetichismo.

De este modo, frente a las dificultades del marxismo para producir una nueva política emancipatoria, el posmarxismo propone una política que consiste en rellenar estratégicamente los significantes. No es para nada casual que, en las últimas décadas, el posmarxismo haya sido la referencia teórica de un conjunto de alternativas que abjuraron del anticapitalismo y asumieron dicciones administrativas y «pospolíticas»; alternativas que suelen denominarse, con sentidos que pueden ser o bien críticos o bien laudatorios, como de «izquierda liberal» o como «neopopulistas».

El culto por la ortodoxia cae en el fundamentalismo en un sentido literal, remite a un supuesto retorno a los «principios originarios» y se manifiesta como arrogancia teórica y opresión intelectual, dado que impone la primacía del código con la consiguiente ablación del pensamiento.

Más recientemente se planteó una diferenciación entre los marxismos del siglo XIX, el XX y el XXI. Se identificó un marxismo de preguerra, de entreguerras y de posguerra. Hasta se ha perpetrado el anacronismo que sugiere un «marxismo dieciochesco», modernizador y cientificista.

Löwy reivindicó un «marxismo romántico» llamado a corregir los desaciertos de la ilustración y, retomando a Mariátegui (entre otros pensadores marxistas), le adosó a los fundamentos racionales del marxismo los derechos de la tradición, el sentimiento y, principalmente, de la praxis. De este modo, con un gesto herético y en las adyacencias del desacato, Löwy resignifica positivamente uno de los componentes menos reconocidos del marxismo y de los más difamados por la «cultura marxista».

Para Jameson el marxismo es un mastercode, un código maestro, un metarelato o un metacomentario histórico.

Mészáros revalorizó aspectos opacados del marxismo, que resultan indispensables para la comprensión de nuestro tiempo. Destacó el aporte del marxismo en la comprensión de las mediaciones que el capital instituye en la relación entre la humanidad (el trabajo), la producción y la naturaleza. Mediaciones que producen una humanidad (trabajo), una producción y una naturaleza alienadas.

Asimismo, el pensador húngaro propuso una periodización del marxismo. Un primer marxismo: el que su maestro Luckács despliega en Historia y conciencia de clase. Un segundo marxismo: el marxismo-leninismo en todas sus versiones. Y un tercer marxismo, en el cual él mismo está inscripto y que busca comprender el proceso de totalización de las relaciones sociales por parte del capitalismo actual.

Franz Hinkelammert considera a Marx uno de los principales críticos de la «ley» (y lo ubica en una línea de continuidad con Pablo de Tarso), mientras que ve en el marxismo una de las pocas corrientes de pensamiento capaz de dar cuenta de la irracionalidad de lo racionalizado.

Podríamos agregar más definiciones y prolongar la lista de marxismos –e intentar calificativos ingeniosos– hasta lo indecible. Por ejemplo, podríamos haber partido de los «humores» del médico griego Claudio Galeno e identificar un marxismo colérico, uno melancólico, otro sanguíneo y, finalmente, uno flemático. O, inspirados en la literatura de Julio Cortázar, instituir un marxismo fama y otro cronopio. Es decir, un marxismo que consiste «en dejarse ir» y otro marxismo que sabe ser «contra cada cosa que los demás aceptan».

Algunos de los marxismos listados partieron a Marx en dos o reivindicaron fragmentos de su obra. Por ejemplo Althusser, quien pretendiendo exorcizar al marxismo de todo demonio romántico, propuso la fórmula de un Marx «premarxista» y otro Marx «marxista».

Por un lado, un joven Marx idealista puro, en un primer momento humanista nacionalista-liberal y poco más tarde humanista comunitario; por el otro, un viejo Marx «científico», que se deslastra de los recursos propios del idealismo hegeliano, que rompe con toda antropología y todo humanismo filosófico, que abandona categorías tales como sujeto, ideal, entre otras, y que va delineando un antihumanismo teórico. De este modo se construyeron territorios marxistas aislados, sin vínculos entre sí. O se usaron partes de la obra de Marx a modo de desechos para confeccionar embutidos.

    Nosotros consideramos que existe una coherencia de fondo en la obra y el pensamiento de Marx, más allá de sus incongruencias, sus asimetrías y sus evidentes contradicciones (algunas superficiales, otras no tanto). Las continuidades, las visiones y preocupaciones persistentes son demasiado potentes como para ensayar particiones significativas.

Entre las juveniles cavilaciones sobre la alienación humana y los sesudos desarrollos sobre el fetichismo de la mercancía y la teoría del valor no media precisamente un abismo. Sólo se trata de afinar un poco la mirada para percibir aquello que hilvana esos tópicos.

Estamos de acuerdo con quienes plantean que en los textos producidos por Marx en la década de 1840 está presente el trazo grueso de su obra posterior: la trama de la que sería su crítica de la economía política, su concepción sobre la praxis, etcétera. En lo fundamental, no hay diferencias entre el joven y el viejo Marx. Desde el plan de 1843 (inconcluso) de la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, a sus últimos trabajos.

En otros aspectos sí corresponde hacer la distinción entre el joven y el viejo Marx. Por ejemplo, en relación al tema colonial y al tema nacional, como veremos más adelante. Estos cambios en su visión responden a las circunstancias que suelen explicar cualquier trayecto intelectual, que van desde la incorporación de saberes y experiencias a los cambios en el contexto histórico.

Entonces, hubo un marxismo que asumió la unidad constitutiva de la obra de Marx y a partir de esa certeza se desarrolló. Una unidad de fondo, en absoluto afectada por las superficies divergentes o por las notorias ambigüedades. Una unidad que remite a una continuidad que está condicionada por la asunción de un punto de partida: la opción por la emancipación humana; la opción por el socialismo junto con la idea, tomada de Flora Tristán, que establece que la emancipación de los trabajadores y las trabajadoras es autoemancipación (la fórmula: «la emancipación de los obreros por los obreros mismos»).

Asimismo, hubo marxismos que propusieron desarrollos teóricos a partir de los «baches» presentes en la obra de Marx o que rectificaron los errores de la letra original. También hubo marxismos que tomaron esos errores como fundamentos.

Por ejemplo, los marxismos de manual, con sus versiones soviéticas y antisoviéticas: Georges Politzer o George Novack. Sin olvidar una versión precursora del «manualismo» dogmático, evolucionista, reduccionista y mecanicista condensada en el Ensayo popular de Bujarin. Lenin sostuvo que este era un libro marxista, pero «con muchas reservas». Gramsci puso en evidencia todas sus falencias y la incompatibilidad del subgénero de los manuales con el marxismo.

Porque si los manuales asumen una filosofía convencional simplificada como punto de partida para una pedagogía revolucionaria, el marxismo debe comenzar su tarea crítica y transformadora desde el núcleo mismo de las experiencias y vivencias populares, debe partir de la «filosofía espontánea» del pueblo. Porque si los manuales obturan los debates, el marxismo debe abrirlos permanentemente a riesgo de perder su principal fuente de enriquecimiento y desarrollo.

Quienes estaban convencidos y convencidas de la autonomía epistemológica del marxismo cultivaron el purismo para preservarlo incontaminado de otras filosofías pero, en general, este emplazamiento aséptico oculta filosofías segundas de la peor catadura: racionalistas, positivistas, liberales. También consideraron que el lenguaje marxista ya estaba completo y cerrado.

En el marco de este hábito de seccionar al marxismo, muchas veces se escindieron sus categorías en categorías de/para la lucha y categorías de/para el análisis.

    Como si las categorías analíticas no remitieran a la praxis de los hombres y las mujeres, como si las categorías no estuviesen mediadas por los sujetos, como si los procesos y las estructuras marcharan por caminos distintos y no constituyeran una unidad. Vale decir que esta escisión es falsa y no está presente en Marx.

Otros y otras propiciaron las mixturas, los ensamblajes. O, simplemente, los aceptaron como consecuencias lógicas de los procesos históricos de la periferia, en particular en aquellas sociedades (o formaciones económico-sociales) con tiempos fracturados y discontinuos, como las de nuestra América; en fin, como efecto de las inevitables y maravillosas intromisiones del mundo y de la vida. Claro está, consideraron al lenguaje marxista como praxis y no como objeto. Es decir, como un lenguaje susceptible de ser enriquecido. Más que un marxismo actualizado, han preferido un marxismo reconstruido. Que es como decir: permanentemente construido. Una construcción que articula viejas y nuevas categorías; historia, experiencia y transmisión con descubrimiento. En fin, el mejor camino para reeditar la radicalidad originaria.

Vale decir, también, que se puede ser marxólogos y no ser marxistas (o serlo de un modo superficial).

La tarea de los marxólogos ha sido y es inestimable. Ha aportado y aporta al conocimiento estricto y detallado de la obra de Marx y del conjunto de los autores marxistas, a su análisis sistemático. Pero la rigurosidad en el manejo de las fuentes marxistas, los cotejos eruditos, de ningún modo garantizan el ejercicio de un oficio crítico radical y el compromiso con las praxis orientadas a la transformación del mundo.

No todos los marxólogos han seguido y siguen las orientaciones de una figura señera como la de David Riazanov. Luego, existe un modo insoportable de ser marxistas de algunos marxólogos que consiste en ser ganados por la tentación de convertirse en administradores del verbo y custodios de la interpretación. Lo mismo cabe para las marxólogas, claro está.

Va de suyo que para ser marxista no necesariamente hay que ser marxólogo o marxóloga. Porque el marxismo, en contra de lo que promueve cierto dandismo académico, no debería ser una etiqueta ni un signo de distinción intelectual. Por supuesto, un marxista debe asumir con esfuerzo y dedicación, a lo largo de toda su vida, la tarea de alcanzar, peldaño tras peldaño, todo el Marx que se pueda. Por supuesto, se puede hacer mucho con poco y poco con mucho. Muchos y muchas marxistas no conocieron los textos de Marx publicados tardíamente como La ideología alemana o los Grundrisse (producidos en 1857 y 1858), entre otros, y eso no inhibió su capacidad de enriquecer la praxis marxista. A la inversa, otros y otras, que dispusieron de bibliotecas enteras y del ocio procurado por diferentes instituciones, no hicieron aportes significativos.

Por supuesto, nunca conviene encarar la faena de la formación marxista en soledad. Creemos que las cimas del marxismo sólo se alcanzan en el marco de procesos colectivos. Más allá de los necesarios momentos de introspección individual, jamás la soledad y el aislamiento pueden ser las condiciones óptimas para el pensamiento, menos aún para el pensamiento crítico y emancipador.

El mismo Marx, frente a las tempranas interpretaciones empalagosas de su obra y su pensamiento, frente a los recortes que sugerían caricaturas, llegó a afirmar que no era marxista. Esto se lo dijo alguna vez a su yerno Paul Lafargue. Es decir: sostuvo que él no se reconocía en muchas formulaciones y planteos que invocaban su pensamiento en vano, porque lo tergiversaban o lo acotaban, porque querían hacer cuadrada o rectangular una obra que es poliédrica. Como dice Aldo Casas en su libro Karl Marx, nuestro compañero: «Marx fue el primer crítico del marxismo».

Sin dudas, Gramsci fue uno de los discípulos del maestro de Treveris más certeros cuando, inspirado en Labriola, definió al marxismo como la filosofía de la praxis (y no precisamente una «filosofía de la materia» o una «filosofía del logos»). Una filosofía que exige una teoría crítica: de la economía política, de la ideología, la cultura, etcétera.

Una praxis que articula ciencia y ética, racionalidad y fraternidad, crítica y acción social concreta. Gramsci era perfectamente consciente de los alcances de esa definición, que no debería considerarse una expresión derivada de una estrategia de disimulo con el fin de eludir la vigilancia carcelaria. Podría haber utilizado otras alternativas de encubrimiento.

La definición gramsciana pone en evidencia una dimensión fundamental de esa peculiar filosofía: el marxismo no sólo se limita a dar cuenta de la praxis o a reflexionar sobre su objeto, también la desea fervientemente y busca impulsarla. A su modo, el jesuita francés Jean Yves Calvez retomó la definición gramsciana cuando sostuvo que el marxismo era una «teoría del actuar».

La contribución a la praxis es inherente al marxismo, está inscripta en su ADN, lo mismo que su constitución en un componente más –uno categórico– de la praxis. Como se verá más adelante, nosotros y nosotras preferimos definir esa filosofía de la praxis, con su inalterable afán por lo concreto, directamente, como una antifilosofía.

(Tomado de Marx Populi. Collage para repensar el marxismo. Editorial El Colectivo, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2018. pp. 51–66.)

Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política. Carlos Marx. 1859

Mis estudios profesionales eran los de jurisprudencia, de la que, sin embargo, sólo me preocupé como disciplina secundaria, junto a la filosofía y la historia. En 1842‑1843, siendo redactor de “Gaceta Renana”[[1]] me vi por primera vez en el trance difícil de tener que opinar sobre los llamados intereses materiales. Los debates de la Dieta renana sobre la tala furtiva y la parcelación de la propiedad de la tierra, la polémica oficial mantenida entre el señor von Schaper, por entonces gobernador de la provincia renana, y Gaceta Renana acerca de la situación de los campesinos de Mosela y, finalmente, los debates sobre el librecambio y el proteccionismo, fue lo que me movió a ocuparme por primera vez de cuestiones económicas.

Por otra parte, en aquellos tiempos en que el buen deseo de “ir adelante” superaba en mucho el conocimiento de la materia, “Gaceta Renana” dejaba traslucir un eco del socialismo y del comunismo francés, tañido de un tenue matiz filosófico.

Yo me declaré en contra de ese trabajo de aficionados, pero confesando al mismo tiempo sinceramente, en una controversia con la “Gaceta General” de Ausburgo[[2]] que mis estudios hasta ese entonces no me permitían aventurar ningún juicio acerca del contenido propiamente dicho de las tendencias francesas.

Con tanto mayor deseo aproveché la ilusión de los gerentes de “Gaceta Renana”, quienes creían que suavizando la posición del periódico iban a conseguir que se revocase la sentencia de muerte ya decretada contra él, para retirarme de la escena pública a mi cuarto de estudio.

Mi primer trabajo emprendido para resolver las dudas que me azotaban, fue una revisión crítica de la filosofía hegeliana del derecho[[3]], trabajo cuya introducción apareció en 1844 en los “Anales francoalemanes”[[4]], que se publicaban en París.

Mi investigación me llevó a la conclusión de que, tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no pueden comprenderse por sí mismas ni por la llamada evolución general del espíritu humano, sino que, por el contrario, radican en las condiciones materiales de vida cuyo conjunto resume Hegel siguiendo el precedente de los ingleses y franceses del siglo XVIII, bajo el nombre de “sociedad civil”, y que la anatomía de la sociedad civil hay que buscarla en la economía política.

En Bruselas a donde me trasladé a consecuencia de una orden de destierro dictada por el señor Guizot proseguí mis estudios de economía política comenzados en París. El resultado general al que llegué y que una vez obtenido sirvió de hilo conductor a mis estudios puede resumirse así: en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una fase determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica se transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas transformaciones hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de transformación por su conciencia, sino que , por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, porque, mirando mejor, se encontrará siempre que estos objetivos sólo surgen cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización. A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas de progreso en la formación económica de la sociedad el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción; antagónica, no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que proviene de las condiciones sociales de vida de los individuos. Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de este antagonismo. Con esta formación social se cierra, por lo tanto, la prehistoria de la sociedad humana.

Federico Engels, con el que yo mantenía un constante intercambio escrito de ideas desde la publicación de su genial bosquejo sobre la crítica de las categorías económicas (en los Deutsch‑Französische Jahrbücher)[[5]], había llegado por distinto camino (véase su libro La situación de la clase obrera en Inglaterra) al mismo resultado que yo. Y cuando, en la primavera de 1845, se estableció también en Bruselas, acordamos elaborar en común la contraposición de nuestro punto de vista con el punto de vista ideológico de la filosofía alemana; en realidad, liquidar cuentas con nuestra conciencia filosófica anterior. El propósito fue realizado bajo la forma de una crítica de la filosofía poshegeliana[[6]].

El manuscrito ‑dos gruesos volúmenes en octavo‑ ya hacía mucho tiempo que había llegado a su sitio de publicación en Westfalia, cuando no enteramos de que nuevas circunstancias imprevistas impedían su publicación. En vista de eso, entregamos el manuscrito a la crítica roedora de los ratones, muy de buen grado, pues nuestro objeto principal: esclarecer nuestras propias ideas, ya había sido logrado. Entre los trabajos dispersos en que por aquel entonces expusimos al público nuestras ideas, bajo unos u otros aspectos, sólo citaré el Manifiesto del Partido Comunista escrito conjuntamente por Engels y por mí, y un Discurso sobre el librecambio, publicado por mí. Los puntos decisivos de nuestra concepción fueron expuestos por primera vez científicamente, aunque sólo en forma polémica, en la obra Miseria de la filosofía, etc., publicada por mí en 1847 y dirigida contra Proudhon. La publicación de un estudio escrito en alemán sobre el Trabajo asalariado[[7]], en el que recogía las conferencias que había dado acerca de este tema en la Asociación Obrera Alemana de Bruselas[[8]], que interrumpida por la revolución de febrero, que trajo como consecuencia mi alejamiento forzoso de Bélgica.

La publicación de la “Nueva Gaceta Renana” (1848‑1849) y los acontecimientos posteriores interrumpieron mis estudio económicos, que no pude reanudar hasta 1850, en Londres. El enorme material sobre la historia de la economía política acumulado en el British Museum, la posición tan favorable que brinda Londres para la observación de la sociedad burguesa y, finalmente, la nueva etapa de desarrollo en que parecía entrar ésta con el descubrimiento del oro en California y en Australia, me impulsaron a volver a empezar desde el principio, abriéndome paso, de un modo crítico, a través de los nuevos materiales. Estos estudios a veces me llevaban por sí mismos a campos aparentemente alejados y en los que tenía que detenerme durante más o menos tiempo. Pero lo que sobre todo reducía el tiempo de que disponía era la necesidad imperiosa de trabajar para vivir. Mi colaboración desde hace ya ocho años en el primer periódico anglo‑americano, el New York Daily Tribune, me obligaba a desperdigar extraordinariamente mis estudios, ya que sólo en casos excepcionales me dedico a escribir para la prensa correspondencias propiamente dichas. Sin embargo, los artículos sobre los acontecimientos económicos más salientes de Inglaterra y del continente formaba una parte tan importante de mi colaboración, que esto me obligaba a familiarizarme con una serie de detalles de carácter práctico situados fuera de la órbita de la verdadera ciencia de la economía política.

Este esbozo sobre la trayectoria de mis estudios en el campo de la economía política tiende simplemente a demostrar que mis ideas, cualquiera que sea el juicio que merezcan, y por mucho que choquen con los prejuicios interesados de las clases dominantes, son el fruto de largos años de concienzuda investigación. Pero en la puerta de la ciencia, como en la del infierno, debiera estamparse esta consigna:

Qui si convien lasciare ogni sospetto;

Ogni viltá convien che qui sia morta[[9]]

Londres, enero de 1859.

Publicado en el libro; Zur Kritik der plitischen Oekonomie von Karl Marx, Erstes Heft, Berlín 1859.


[1] Gaceta renana (“Rheinische Zeitung”): diario radical que se publicó en Colonia en 1842 y 1843. Marx fue su jefe de redacción desde el 15 de octubre de 1842 hasta el 18 de marzo de 1843.

[2] Gaceta general (“Allegemeine Zeitung”): diario alemán reaccionario fundado en 1798; desde 1810 hasta 1882 se editó en Ausburgo. En 1842 publicó una falsificación de las ideas del comunismo y el socialismo utópicos y Marx lo desenmascaró en su artículo “El comunismo y el Allegemeine Zeitung de Ausburgo”, que fue publicado en Rheinische Zeitung en octubre de 1842.

[3] C. Marx, Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel.

[4] Deutsch‑französische Jahrbücher (“Anales franco‑alemanes”): órgano de la propaganda revolucionaria y comunista, editado por Marx en parís, en el año 1844.

[5] “Anales franco‑alemanes”

[6] Marx y Engels, La ideología alemana.

[7] Marx, Trabajo asalariado y capital.

[8] La Asociación Obrera Alemana de Bruselas fue fundada por Marx y Engels a fines de agosto de 1847, con el fin de educar políticamente a los obreros  alemanes residentes en Bélgica y propagar entre ellos las ideas del comunismo científico. Bajo la dirección de Marx, Engels y sus compañeros, la sociedad se convirtió en un centro legal de unión de los proletarios revolucionarios alemanes en Bélgica y mantenía contacto directo con los clubes obreros flamencos y valones. Los mejores elementos de la asociación entraron luego en la organización de Bruselas de la Liga de los Comunistas. Las actividades de la Asociación Alemana en Bruselas se suspendieron poco después de la revolución burguesa de febrero de 1848 en Francia, debido al arresto y expulsión de sus miembros por la policía belga.

[9] Déjese aquí cuanto sea recelo;/ Mátese aquí cuanto sea vileza. (Dante, La divina comedia).

Una aproximación epistemológica a los derechos humanos desde la dimensión vivencial pragmática. Enrique Uribe

I. Consideraciones previas

Es inconcuso que los derechos humanos son indivisibles. Aunque la doctrina se ha ocupado de estudiar múltiples aspectos de gran relevancia, tal vez sea este el de mayor peso, pues se configura como la primera y la más importante de las afirmaciones que podemos hacer sobre los derechos de los seres humanos. La unidad y la unicidad[1] de los derechos humanos son la más evidente prueba de su naturaleza indisoluble e inmanente.

A pesar de ello, hay una cuestión que no deja de llamar la atención desde el momento en que nos aproximamos a la comprensión del objeto en estudio, pues resulta evidente que no todos los derechos humanos se materializan en la misma medida.

Es decir, que aunque todos los derechos humanos pertenecen a la misma categoría es innegable que entre ellos existen diversos segmentos (o tal vez distintos momentos o proyecciones), según sea el grado de evolución que cada cual tenga.

Por citar un ejemplo, los derechos humanos de proyección civil, como el derecho a la libre manifestación de las ideas o el derecho a la libre asociación, son derechos que han alcanzado un nivel de aceptación y por consiguiente de consolidación que nadie pone en duda.

Hoy en día, en casi cualquier parte del mundo,[2] los habitantes podemos organizamos y manifestar nuestra forma de pensar.

Sin embargo, existen otros derechos que no tienen ese “nivel” de desarrollo y aceptación. En este rubro podemos incluir a casi todos los derechos de reciente manufactura y estructuración, como el derecho al desarrollo o el derecho a un medio ambiente sano, por citar algunos. En muchos países, la contaminación del aire, del agua y de la tierra alcanzan niveles alarmantes y el tema de la garantía de los citados derechos es poco menos que ilusoria.[3]

La reciente catástrofe ambiental provocada por la empresa British Petroleum[4] es, sin duda, la más elocuente muestra de esta falta de garantías para tan noveles y poco desarrollados derechos humanos.

Esto significa que los derechos humanos “de papel”[5] que existen en todos los instrumentos internacionales y en las Constituciones deben ser replanteados en su dimensión vivencial y en los mecanismos para su aseguramiento, en ánimo de permitir la generación de escenarios que hagan viable su presencia cotidiana en todos los espacios de la vida humana.

A partir de esta percepción asimétrica entre los diversos derechos que pertenecen a los seres humanos, hemos considerado la necesidad de generar una clasificación que permita distinguir, entre los derechos humanos, cuáles son los que deben ser potenciados para servir como detonador de todos los demás.

En este sentido, una primera cuestión exige saber si en términos epistemológicos es posible establecer diferentes jerarquías o niveles entre los derechos humanos. Concretamente podemos preguntarnos, ¿existen diferentes jerarquías entre los derechos humanos?[6]

Ante una pregunta de tal envergadura, no podemos menos que madurar la respuesta con mesura y cuidado; incluso hasta podríamos expresar nuestro desacuerdo por la manera en que la referida pregunta ha sido formulada, pues la respuesta que de inmediato podemos lanzar es que todos los derechos humanos pertenecen a la misma familia, a la misma categoría.

Con este ejercicio un tanto provocativo, damos inicio a este discurso con el que pretendemos hacer una aproximación a la manera en que hasta hoy se ha categorizado a los derechos humanos y cómo de esa categorización se derivan otras cuestiones esenciales como los alcances de la protección de los derechos humanos.

Como se verá, la cuestión no es asunto menor, justamente porque de su adecuada concepción podemos derivar una serie de consecuencias que a fortiori van anudadas a la visión que se puede construir en torno a los derechos humanos y su garantía.

En este sentido, bien podemos traer a colación las clásicas perspectivas del iusnaturalismo y el positivismo que a lo largo del tiempo han ocupado la escena en esta discusión ya vieja sobre la esencia y el origen de los derechos humanos.

Por un lado, está la afirmación de la inmanencia de estos derechos en la naturaleza de los seres humanos; por el otro, la idea de que es el Estado quien los otorga o los reconoce.[7] Una y otra mirada nos han conducido de manera inexorable a un callejón sin salida, pues desde su raíz ambas tendencias teóricas se han asentado en puntos de partida distintos, en cierto sentido irreconciliables, pero además incompletos.

En la primera expresión, los derechos humanos de cuño iusnaturalista necesitan ir acompañados de su necesaria protección; en la segunda, la fuente de validación que es el poder del Estado, puede incurrir en lamentables fallas si acota o anula ciertos derechos que ya no quiera “otorgar” ni “reconocer”.[8]

Pues bien, los derechos humanos necesitan una visión más fresca, holística, integral. Lejos de las discusiones meramente conceptuales, nos parece que la perspectiva epistemológica tiene que ser conducida desde la manera en que los derechos inmanentes a los seres humanos son vividos cotidianamente, y los distintos modos o mecanismos con que son asegurados.

Prima facie, en este proceso vivencial es claro que no todos los derechos humanos se proyectan con la misma fuerza. Algunos derechos se pueden potenciar incluso hasta el nivel de autoprotección, cuando su “apropiación y ejercicio” son simultáneos. Permítasenos hacer una afirmación con la cual intentamos robustecer nuestro planteamiento: No todos los derechos humanos pueden ser al mismo tiempo una garantía.

Más bien, casi todos los derechos son sólo derechos. Lo cual significa que aún sin pronunciarnos sobre la existencia de distintos grados o jerarquías entre los derechos humanos, sí podemos introducir dos “categorías” que nos permitirán ir definiendo cuál es la impronta y relevancia de cada uno de estos derechos. Por supuesto que no vamos a estudiar en forma individual cada derecho, pues resultaría un tanto riesgoso hacer un estudio particular y concreto, cuando la ciencia se construye con categorías y conceptos.

En este sentido, vamos a utilizar un argumento que conecta los derechos humanos con la democracia y el Estado constitucional. Esta triada que conforma lo que hemos denominado el ciclo constitucional garantista,[9] es una construcción teórica que permite mirar con mayor claridad cuál es el papel que los derechos humanos tienen en la praxis de la democracia y en la construcción del Estado constitucional.

II. La cuestión epistemológica

Es típica la clasificación que establece al menos tres generaciones de derechos humanos. La primera que corresponde al desarrollo de los derechos civiles y políticos, la segunda que se vincula a los atisbos de los derechos sociales, y la tercera que tiene que ver con el despunte de los derechos de solidaridad. Esta clasificación basada meramente en el criterio cronológico, es ahora insuficiente para contener a los nuevos derechos humanos que paulatinamente han ido apareciendo en los diversos contextos.

Hoy, por ejemplo, se menciona ya una cuarta generación de derechos humanos que algunos autores identifican con la “sociedad tecnológica” y las formas en que los avances tecnológicos impactan en la vida humana; también hay voces que inscriben en esta misma generación a los derechos de las minorías y a los nuevos actores y movimientos sociales. En el mismo orden de ideas, hasta se menciona ya una quinta generación de derechos humanos que, según la perspectiva que se atienda, puede incluir alguna de las manifestaciones antes señaladas.

Como podemos advertir, los derechos de las minorías o los derechos informáticos (que también se identifican como cyber-rights) resultan poco precisos para delinear y delimitar los contenidos de cada generación. De seguir en esta ruta, pronto estaremos avistando una sexta o hasta una séptima generación de derechos humanos de trazos poco precisos.

Lo cierto es que en tal caso, lo más relevante no se sitúa en el número de generaciones que podamos armar desde el punto de vista temporal. En nuestra opinión, es necesario apostar a nuevos criterios de clasificación que nos permitan traspasar la sola dimensión cronológica, estática y poco creativa, a una perspectiva que hemos denominado vivencial-pragmática, que entre otras cosas pretende incluir en tales ensayos de clasificación, los mejores procedimientos para hacer que los derechos humanos sean algo más que el solo eco de lo que el poder público es capaz de manifestar. Antes de entrar de lleno al estudio de esta construcción, es preciso aclarar cuál es el alcance de lo que aquí hemos dicho.

De acuerdo con lo que podemos advertir en los textos sobre la materia, los derechos humanos tienen una relación inmediata con el poder público. Nos parece que aún desde la mirada del iusnaturalismo y siendo inmanentes a la naturaleza de los seres humanos, los referidos derechos tienen que ser respetados por los agentes externos que pueden incidir en su vulneración.

Esto significa que aún para los partidarios de la visión iusnaturalista, los derechos humanos se relacionan, quiérase o no, con la potestad del Estado, pues cualquier manifestación o ejercicio de sus atribuciones tiene que respetar invariablemente los derechos que se identifican como inherent rights.

En este supuesto, la actuación del Estado es pasiva, pues se limita a respetar la esfera jurídica de los habitantes. Podemos decir que en este caso, sin hacer nada, el Estado hace todo; el Estado y sus órganos cumplen con el respeto a los derechos humanos en la medida que son capaces de reprimir y limitar los alcances de su potestad. Como fácilmente se desprende de esta afirmación, una manera de ver las cosas en esta proyección se queda a la mitad del camino, pues no muestra la otra parte del respeto y garantía de los derechos humanos; aquella donde la actitud pasivo-permisiva del Estado es insuficiente para dar paso a la configuración de los derechos y a la actualización de sus medios de protección.

Podemos decir que de manera similar al laissez faire, laissez passer del liberalismo burgués, el Estado se sitúa en el papel de frío observador que no interviene sino hasta que los habitantes le requieren que lleve a cabo una investigación sobre posibles violaciones a derechos humanos o que emita algún pronunciamiento, jurisdiccional o no, sobre el particular. Estos son los derechos humanos de configuración más simple.

Por supuesto, la referida configuración poco tiene que ver con el momento temporal de la aparición de los derechos humanos en cuestión. De modo tal que en este escenario lo mismo podemos encontrar un derecho de primera generación (o al menos aspectos de algún derecho de primera generación) que cualquier otro derecho de segunda o tercera generación.

Para poder identificar de mejor manera lo que aquí hemos expresado, vamos a decir que el derecho a votar (primera generación) es un derecho que se configura desde el momento mismo en que la Constitución prescribe su existencia y disfrute. En este sentido, cualquier ciudadano se sabe titular del citado derecho, y para “apropiarse” de él no necesita más que cumplir con los requisitos que la Constitución marca y ejercerlo. En la misma dinámica podemos encontrar derechos de segunda o tercera generación que se tienen desde el momento mismo en que son incluidos en la carta magna.

Por ejemplo, en México, todos los niños son titulares de los derechos a la alimentación, a tener una familia, un nombre, etcétera. En los dos casos citados, los derechos humanos se dan frente al Estado y ante las demás personas, de manera concomitante a su regulación constitucional. Ni el ciudadano que va a votar, ni el niño que es registrado para tener un nombre, necesitan accionar a los órganos del Estado para que los derechos en comento se configuren y actualicen.

Con esto, podemos decir además que todas las cuestiones concernientes a la legitimación para el ejercicio de los citados derechos, ni siquiera es un asunto relevante, pues los sujetos titulares de los mismos asumen un papel pasivo; hacia ellos se referencia la potestad del Estado, pero solamente como recipiendarios de los derechos humanos que el Estado mismo les otorga o les reconoce, y ante los cuales el poder público limita o atenúa su potestad.

Se trata en esencia de ciertos aspectos de los derechos humanos que, por lo general, no sufren disminución ni afrenta por parte del Estado. Por lo tanto, su configuración y disfrute caminan de la mano con la existencia misma de los citados derechos. En tal caso, podemos citar, a guisa de ejemplo, los derechos inmanentes a la mayoría de edad, como el derecho a votar que se obtiene con el solo hecho de cumplir 18 años. Es evidente que toda persona que reúna las condiciones plasmadas en la carta magna tiene (sin mayor trámite) el derecho a votar, y por ende, el derecho a que se le incluya en el padrón electoral y a que se le expida una credencial, etcétera. Vamos a llamar a estos derechos humanos derechos de disfrute inmanente.

Estos derechos, que también podemos llamar derechos de tipo reflejo o derechos-espejo, coexisten de manera inmediata con el sujeto titular de los mismos. El sujeto titular de los derechos humanos se mira al espejo y los derechos regresan de inmediato a él; es más, ni siquiera regresan, permanecen en sí mismo, pues a él le pertenecen; esto es, forman parte de su ser; sin ellos, simplemente no puede vivir. La inmanencia de estos derechos permite que las personas los lleven consigo a dondequiera que se encaminen.

Por supuesto, muchos de los derechos que podemos inscribir en este nicho, no pueden ser valorados desde la visión temporal, toda vez que la aparición cronológica de los derechos humanos es la sola manifestación del reconocimiento de ciertos derechos que en algún momento histórico determinado resulta imposible reducir o ignorar.

Por ejemplo, la revolución francesa vio nacer los derechos civiles y políticos, porque la expoliación del pueblo francés en ese momento histórico había llegado a su culmen y era imposible continuar con el status quo entonces imperante.

Cuestión distinta se plantea cuando un derecho humano necesita de una acción adicional que permita perfeccionar su configuración. En tal caso, podemos señalar que el derecho por sí mismo no se inscribe en el circulo de atribuciones de la persona humana que es su titular, sino hasta el momento en que el sujeto en cuestión realiza alguna acción que convierte ese derecho que se encuentra “en estado de latencia”, en un derecho de ejercicio pleno que se potencia y proyecta a la vida de los seres humanos.

Citamos, a manera de ejemplo, el derecho a la información, que no obstante estar reconocido constitucionalmente, no se tiene a plenitud, sino hasta el momento en que se acude ante los órganos del Estado a solicitar información.

Se podrá decir, en contra de lo que aquí hemos descrito, que nuestra referencia atiende dos arcos temporales distintos de los derechos humanos; por un lado, su reconocimiento como tales; por el otro, el momento de su ejercicio; sin embargo, vale decir que aún en el caso de que todos los derechos estén constitucionalmente reconocidos, no todos se tienen como vivencia inmediata. Por eso, podemos formular la siguiente expresión: todos los derechos humanos son inherentes a la naturaleza del ser humano, pero no todos se disfrutan ipso facto. Esta segunda categoría da lugar a lo que hemos llamado los derechos de disfrute condicionado. Como podremos ver, unos y otros derechos dan lugar a distintos escenarios y posibilidades.

III. La dimensión vivencial pragmática de los derechos humanos

De acuerdo con lo que hasta aquí hemos apuntado, los derechos humanos necesitan ser vistos con el auxilio de nuevas herramientas metodológicas que permitan la construcción de una dimensión epistemológica más acorde con las exigencias actuales en este campo.

Dijimos ya que no basta con la simple configuración temporal y los ejercicios descriptivos sobre el significado y contenido de los derechos humanos. A nadie le sirve saber que tiene tal o cual derecho si cuando pretende vivirlo y disfrutarlo, pocas o nulas son las posibilidades que tiene al alcance de su mano para pasar de lo descriptivo (e incluso prescriptivo) sobre el referido derecho, a la fase vivencial pragmática.

Ahora bien, en esta construcción epistemológica, es claro que hay dos grandes momentos intrínsecamente relacionados: por un lado, todo lo concerniente a la concepción de los derechos humanos; por otra parte, lo referente a la manera en que los citados derechos pueden ser (y deben ser) garantizados por el poder del Estado (en principio esta responsabilidad es del Estado; empero, la proyección internacional[10] de esta cuestión es un asunto cada vez más consistente y aceptado). En seguimiento de esta idea, es evidente que la orientación teórica de la concepción sobre los derechos humanos indica de inmediato e incide decisivamente en la orientación de la forma en que los citados derechos pueden ser garantizados.

En cuanto a lo primero, las ya citadas concepciones clásicas sobre los derechos humanos muestran a cabalidad los dos grandes escenarios para la comprensión del significado y alcances de estos. En el iusnaturalismo, los derechos pertenecen a todos los seres humanos; en el positivismo, su existencia depende de la capacidad y de la voluntad del Estado.

Esta manera de aproximarse al tema que nos ocupa plantea de inmediato algunas otras consecuencias derivadas de la concepción antes apuntada. Por ejemplo, en la primera orientación, los derechos son vistos de manera unidimensional (todos los derechos son de todos); en la segunda, el factor temporal es decisivo (los derechos evolucionan en la medida que el Estado avanza).

En la primera aproximación teórica, los derechos pueden o no ser protegidos; lo más relevante es comprender su existencia en todo ser humano; en la segunda perspectiva, el mayor triunfo de los derechos humanos reside en su constitucionalización.

A partir de estos trazos conceptuales, la concepción de los derechos humanos se apunta como un momento de relevancia indiscutible. De manera tal que podemos armar el siguiente axioma: la concepción de los derechos humanos influye y determina los alcances de su protección.

Pues bien, de acuerdo con esto, ni el iusnaturalismo ni el positivismo pueden construir los escenarios idóneos para el respeto indeclinable de los derechos humanos. En este orden de ideas, tampoco las orientaciones de reciente cuño sirven para la tarea que hemos anotado; el argumento a favor de la constitucionalización de los derechos humanos se queda a la mitad del camino, pues no basta con que la carta magna los reconozca para que los habitantes los disfruten de inmediato; una visión garantista de los derechos humanos se queda igualmente corta, pues en muchos casos la mejor garantía ni siquiera es asunto de los tribunales del Estado.

Como podemos colegir de todo esto, la concepción de los derechos humanos tiene que ser completa, integral. Debemos ver desde un principio, no solamente los bordes del horizonte hermenéutico, sino también la estructura y contenido del continente llamado derechos humanos. De este modo, será posible avistar desde la concepción misma, el desarrollo, el disfrute y la evolución de los derechos consustanciales a los seres humanos.

Por eso, nos ha parecido insuficiente la visión histórica que encarga la existencia de los derechos humanos a su aparición en determinado momento y acontecimiento histórico, por eso también, los procesos de reconocimiento y constitucionalización de los referidos derechos se advierten fríos e irrelevantes y, aún más, la afirmación de que estos derechos pueden ser plenamente garantizados por el Estado —sin que este haga algo más que mirar el desarrollo de la sociedad—, nos parecen franca evidencia de que la concepción de los derechos humanos debe ser revisada y replanteada.

Luego entonces, pretender que la concepción es algo distinto y hasta ajeno a la protección de los derechos humanos, es una manera parcial e insuficiente de entender el verdadero quid de estos derechos irreductibles e irrenunciables que deben tener en el Estado su garantía plena. Desde luego, la tendencia (al menos en Europa) apunta hacia la proyección internacional (comunitaria) de los derechos humanos, en el propósito de que estos sean plenamente garantizados, sin importar a qué país pertenezca la persona que deba ser objeto de dicha protección.[11]

Es necesario entonces que la nueva construcción epistemológica sobre el particular anude estos dos momentos centrales y los comprenda inseparables: en primer término, la concepción de los derechos humanos desde una visión holística, ajena a condiciones temporales o sucesos históricos; en segundo lugar, la verdadera garantía (más allá del garantismo) constitucionalmente prevista e internacionalmente procedente.[12]

Como hemos podido anotarlo en este trabajo, la concepción aquí delineada entraña un ejercicio epistemológico que debe moldear y modelar a los derechos humanos —más allá de conceptos y definiciones— como atributos consustanciales, atemporales, irreductibles de los seres humanos con independencia de la ubicación geográfica y condiciones de vida de sus titulares.

Esto significa que los derechos humanos pueden y deben acompañar a sus titulares en todo momento, en cualquier lugar, más allá de los artificios que en el derecho internacional pueden distinguir a los nacionales de los extranjeros, a los comunitarios de los no comunitarios, a los inmigrantes de los no inmigrantes, a los residentes de los “sin papeles”,[13] y otras frioleras de similar catadura.

Estos son los derechos humanos: los atributos inexpugnables de los seres humanos: no sólo los derechos tangibles como el derecho a cambiar de residencia (por cierto, no garantizado por el orden jurídico internacional), sino también aquellos derechos intangibles como la dignidad y el valor personal que de manera invariable deben ser equidistantes, entre su concepción y su ejercicio. En seguimiento de todo esto, no hay fórmula secreta para poder comprender y argumentar adecuadamente sobre los derechos humanos. Comprender y describir es la primera tarea que debemos realizar en este campo; luego, es necesario diseñar y aglutinar en un modelo todos los elementos interactuantes del sistema; finalmente, es indispensable establecer las vías de ejercicio de los derechos humanos.

Como hemos dicho, estos derechos son la parte nuclear de todo ser humano; más allá de su descripción simple e irrelevante, debemos procurar los escenarios y los mejores instrumentos para su praxis cotidiana; para su dimensión vivencial aquí y ahora. Entonces, la más adecuada concepción de los derechos humanos debe estar conectada de manera directa, inmediata, con su disfrute y luego con las garantías para dicho disfrute. No al revés, porque entonces, parecería como si las garantías (asunto de índole procesal) fueran el estadio previo del disfrute de los derechos humanos.

De acuerdo con este hilo argumentativo, podemos establecer la conexión lógica entre los elementos que aquí hemos citado. La concepción de los derechos humanos y el disfrute de los mismos se puede plasmar en este esquema que nos muestra en diferentes fases cada momento de esta construcción. Así, de la concepción que se ubica en la primera fase podremos llegar hasta el tema de las garantías como consecuencia final, natural e irreductible de la cosmovisión sobre los derechos humanos.

Como podemos desprender de todo esto, la afirmación derechos humanos sin garantías es una aporía:

    Fase 1. Derechos humanos = concepción y praxis.

    Fase 2. Concepción derechos humanos = quid y disfrute.

    Fase 3. Disfrute derechos humanos = dimensión vivencial.

    Fase 4. Dimensión vivencial = praxis e instrumentos “constitucionales” (garantías).

El asunto fino está entonces en cómo llevar a cabo la dimensión vivencial. Este es el punto central de la construcción epistemológica que nos ocupa, y que se advierte esencial en el intento por hacer que el disfrute de los derechos humanos sea la regla y no la excepción.

IV. Los escenarios y los procesos

Hemos señalado que la apuesta por la dimensión vivencial de los derechos humanos acusa pertinencia y posibilidad en el intento por acercar los dos elementos ya referidos. La praxis de los derechos humanos puede permitir la materialización del nexo entre la cosmovisión, entre el quid y los mecanismos para la protección cotidiana, común y corriente de los mismos.

Como podemos ver en el esquema que antecede, el arribo a la “fase 4 del modelo” implicados condiciones o elementos (según se quiera ver) que son la praxis y los instrumentos constitucionales necesarios para hacer asequible en la realidad y en la vida de todos los días, el disfrute de los derechos de los seres humanos. Para el logro de estas dos condiciones, es necesaria la aproximación taxonómica que trazamos al principio. Id est que no todos los derechos humanos pertenecen a la misma categoría. Hay derechos de disfrute inmanente y derechos de disfrute condicionado. Unos y otros dan lugar a escenarios distintos y, por supuesto, dan cabida también a una distinta manera de intervención por parte del Estado.

Los derechos humanos de tipo inmanente, por lo general, no requieren mayor intervención del poder estatal. Como son parte inexpugnable de las personas, estos derechos se tienen y se vivencian desde el momento mismo de su existencia.

El problema mayúsculo se vive en el campo de los derechos de disfrute condicionado, pues aquí los individuos precisan el auxilio de otros elementos que no siempre acompañan a los derechos-sustancia que se pretende vivenciar. En este caso, es necesario entonces armar a los habitantes con los escenarios, mecanismos y procedimientos que sean útiles y accesibles para el propósito antes apuntado.

De este modo, tienen lugar dos escenarios que se pueden identificar en dos planos diferenciados. En primer término, el del Estado en actitud pasivo-permisiva. En segundo lugar, el del Estado proactivo; el del Estado ocupado en generar las condiciones óptimas para que sus habitantes puedan vivir sus derechos humanos sin ambages ni pretextos. Como ya lo anotamos en este trabajo, el Estado que se sitúa en una actitud pasivo-permisiva, poco o nada hace en relación con la generación de escenarios y procesos a favor de la evolución de los derechos humanos. Lo más relevante se identifica con la dimensión garantista, en virtud de la cual, el Estado se limita a establecer los procedimientos y los tribunales para que los habitantes acudan a ellos en caso de alguna violación a sus derechos esenciales. Vale decir que lamentablemente, ni siquiera este escenario ha sido desarrollado con atención y prestancia.

El segundo escenario que se identifica con la actitud del Estado, proclive al impulso y desarrollo de los derechos humanos, representa el escenario ad hoc, el contexto idóneo en el tema que nos ocupa. Empero, un escenario de tal naturaleza demanda muchas otras condiciones que no pueden faltar en eso que hemos llamado el ciclo constitucional garantista. Por lo pronto, los dos tipos de intervención estatal que hemos apuntado, provocan la generación de dos tipos de procesos que también son divergentes en su sentido y proyección.

El proceso natural para el primer tipo de escenario, es el proceso reactivo. El Estado solamente interviene cuando los gobernados se lo piden; el Estado actúa en su papel de garante del statu quo plasmado en la Constitución. Los derechos humanos de disfrute condicionado —por su propia naturaleza— necesitan que el Estado tenga una actitud más abierta, proactiva y de franca colaboración y coadyuvancia. En caso contrario, el mismo Estado se convierte en el principal agente de su aletargamiento y olvido. Ahora bien, la actitud de potenciación que se estima necesaria de parte del Estado, da lugar a una intervención estatal mediante lo que hemos llamado el proceso proactivo. Aquí el Estado se identifica a sí mismo como el principal promotor y defensor de los derechos humanos.

Una clasificación planteada en estos términos da lugar a dos escenarios totalmente diferentes en cuanto a la protección de los derechos fundamentales. En este caso, la parte esencial no se sitúa ya en la forma como las leyes del Estado recogen y reconocen los derechos humanos, sino que se ubica en el momento vivencial-pragmático donde lo más relevante, sin duda, se mira en la forma en que los derechos son puestos en práctica cotidiana.

El primero de los procesos se identifica con el garantismo de tipo procesal; id est se trata de un escenario en el que los habitantes necesitan de manera ineluctable los procedimientos, escenarios y mecanismos de un adecuado sistema de justicia constitucional capaz de dotar a sus ciudadanos y habitantes, en general, con las herramientas de tipo jurisdiccional constitucional, viables y eficaces para la defensa y protección de sus derechos.[14]

Empero, este primer proceso no es, con mucho, el que mejor abona a favor de la “garantía” de los derechos fundamentales, habida cuenta de que siendo el Estado el principal garante de estos, antes que los tribunales y los procesos judiciales, tiene que ponerse la mira en las acciones de gobierno útiles y pertinentes para que los gobernados pocas veces se vean compelidos a exigirle al poder público que respete sus derechos. Esto es parte indeclinable de un genuino Estado constitucional.

Como se ve, la consecución de un escenario como el planteado en segunda instancia no es un asunto fácil; con toda seguridad podemos aseverar que tampoco el primer supuesto es un asunto sencillo. Sin embargo, para ningún Estado que en la actualidad se precie de estar evolucionando hacia las reformas que lo identifiquen como un Estado constitucional, resulta difícil el establecimiento de los procedimientos (incluso constitucionales) para que los habitantes puedan alegar el respeto a sus derechos humanos.

Lo que en realidad tiene un alto grado de dificultad por todos los factores que inciden en ello, es el establecimiento de los diseños adecuados para que los habitantes puedan tener en el Estado al principal promotor y defensor de sus derechos; lo anterior demanda políticas públicas de alto contenido humanista y de fuerte vocación social. Lamentablemente, en la mayoría de los países, el poder del Estado es ejercido de manera vertical descendente, las más de las veces a partir de una visión autoritaria del poder.[15]

Casi por lo general, el contenido de la justicia constitucional se sitúa en los procesos constitucionales viables para dicha protección y para el mantenimiento de los ámbitos competenciales de los órganos del Estado. Sin embargo, como podemos derivar de todo lo que hasta aquí hemos dicho, la justicia constitucional debe ser armada con otros elementos que no son necesariamente procesos ni tribunales.

Por lo anterior, creemos que un gran primer paso podríamos materializarlo en el diseño de un sistema de justicia constitucional que hiciera posible la configuración del ciclo constitucional garantista ya anunciado y que se explica más adelante.

Pero como la cuestión de fondo se halla en la manera que el Estado puede llevar a cabo esta relevante función de cumplir ad libitum con el respeto de los derechos de los habitantes, por eso insistimos en el ejercicio de lege ferenda que nos lleva al planteamiento sobre la necesidad y condición inaplazable de que el diseño constitucional del Estado contenga necesariamente estos escenarios (procesos) para el disfrute cotidiano, sin cortapisas, de los derechos inherentes a la condición humana.

V. Configuraciones y consecuencias

Como podemos ver, la concepción de los derechos humanos es el punto de inflexión en los modos de articular la mejor defensa posible de estos. La misma concepción va enderezada a configurar una manera de actuar del Estado —proactiva o pasiva, según sea el caso— que abonará a favor de los derechos humanos o simplemente permanecerá expectante testimoniando su desarrollo o hasta su involución.

Por estar conectado con todas estas derivaciones de la misma cuestión central, debemos destacar el caso de la participación internacional del Estado en estas tareas, pues no podemos dejar de señalar la responsabilidad internacional que cada Estado asume con el tema que nos ocupa.[16]

De este modo, la concepción o las diversas concepciones dan paso a otras tantas configuraciones que implican al Estado (poder público) y a otras fuentes de poder (incluso particular). También, la concepción da paso a otras configuraciones de tipo espacial donde los derechos humanos se pueden proyectar con fuerza hacia el exterior o simplemente permanecer estancados, ajenos a la evolución, en el interior del Estado. De todo esto podemos extraer algunas reflexiones que lógicamente se desprenden de lo que hemos afirmado.

Configuración A. La concepción configura y predetermina los alcances de los derechos humanos. Aquí se inscriben las corrientes de pensamiento como el positivismo y el iusnaturalismo que atienden a dos diferentes maneras de comprender los derechos humanos, y en consecuencia, a las distintas vías para procurar su disfrute y protección.

Configuración B. La concepción configura y predetermina el tipo de intervención del Estado. En este caso, la concepción puede dar paso a una actitud pasivo-permisiva o proactiva, según sea el sentido e intensidad del interés del Estado en este tema.

Configuración C. La concepción configura y predetermina un tipo especial de relación de las personas con las fuentes de poder (público y privado). A partir de esto, el Estado puede identificarse bien sea en su profunda vocación social o en el ejercicio autoritario del poder. En este nicho podemos situar a las personas como el centro de la preocupación del Estado, con políticas públicas encaminadas a mejorar sus condiciones de vida o, por otro lado, al Estado vuelto hacia sí mismo y ajeno a las preocupaciones y penurias cotidianas de los habitantes.

Configuración D. La concepción sirve para explicar la aparición de los derechos humanos, su génesis y su prospectiva. La visión cronológica-histórico-temporal explicará la formación de los derechos humanos a partir de sus nexos irreductibles con cierto momento de la historia; la expresión vivencial-pragmática proyectará a los derechos humanos hacia su disfrute pleno más allá de lo que el Estado, los poderes públicos y/o privados deban hacer al respecto e incluso, más allá de lo que las Constituciones domésticas puedan incidir en su protección y desarrollo.

De cada una de estas concepciones es posible extraer algunas consideraciones. En cuanto a la primera, las consecuencias de las visiones dogmáticas ya fueron anotadas líneas atrás, ni positivismo ni iusnaturalismo, ninguna de estas dos miradas alcanzan a explicar el quid de los derechos humanos; ni siquiera los intentos de la corriente sociológica, intentada como una alternativa de las otras dos, puede dar respuestas satisfactorias a la cuestión central de los derechos humanos.

En lo tocante a la segunda concepción, es palpable la ineficacia del Estado cuando simplemente se espera de él que funja como árbitro o que dote a los habitantes de herramientas para su defensa. Como ya lo señalamos, el Estado tiene que ser el principal promotor de los derechos humanos.

Por cuanto hace a la tercera perspectiva, el ejercicio del poder guarda una relación estrecha con los derechos humanos; tal vez sea esta la mejor vía para entender a qué se refiere dicha temática, pues de la manera en que se ejerce la potestad del Estado, podemos saber en qué tipo de Estado vivimos; el axioma no puede ser más contundente: dime qué tanto le interesa a tu Estado el tema de los derechos humanos y te diré en qué tipo de Estado vives.

Por último, si la concepción va a seguir lastrada por el influjo del tiempo y de los acontecimientos históricos concretos, tendremos que atenernos a la aparición de otros sucesos que no sabemos en qué sentido se vayan a direccionar, para saber qué otros derechos humanos no natos podrán hacer su aparición en el futuro.

Con lo que hasta hoy nos ha reportado la historia, no podemos llegar muy lejos. Si, en cambio, más allá de las distintas generaciones de derechos humanos, ponemos nuestro empeño en la construcción de los escenarios y el diseño de los mecanismos y procedimientos para su disfrute pleno, nos parece que entonces estaremos en el camino adecuado. Los derechos humanos y su evolución, sin duda, dependen más de su praxis (que los puede proyectar hacia otras dimensiones hasta ahora ni siquiera esbozadas) que de las construcciones científicas a posteriori.

VI. Derechos y democracia para el Estado constitucional

Lo hasta aquí expresado adquiere su ratio esendi cuando nos acercamos a la consecuencia natural de que los derechos humanos son el campo idóneo para abonar en favor de la democracia y la justicia.

En este punto, de nada valen las construcciones intelectuales más pulidas sobre los derechos humanos si, como hemos dicho, los citados derechos se estrellan con insalvables límites provenientes de las más variadas fuentes; entre otras, el poder autoritario, centralizado, carente de límites y controles; los frágiles mecanismos de protección y defensa de los citados derechos; los escenarios para su protección, cercenados e incompletos; la cortedad de miras de quienes todavía creen que el Estado y sus tribunales domésticos son el límite en la protección de los derechos humanos; por último, la tibieza en el ejercicio de los derechos humanos por parte de sus titulares indiscutibles: los habitantes y, más aún, los ciudadanos.

Veamos en el diagrama de la página siguiente cómo podemos enlazar el diseño epistemológico propuesto. En la dimensión vivencial-pragmática, los derechos humanos necesitan ser vivenciados para hacerlos respirar a toda hora. El ciclo constitucional garantista busca ser una respuesta a esta ingente necesidad. Así, los derechos humanos, la democracia, la justicia constitucional y el Estado constitucional, conforman un ciclo donde cualquiera de sus fases es irremplazable y esencial: la democracia, que es mucho más que procesos electorales, no puede estar completa si carece de un sistema de protección y defensa de los derechos humanos; la justicia constitucional no puede ser plena si su sistema de garantías está a medio diseño; el Estado constitucional tampoco puede alimentarse si le faltan estos pilares.

En este ciclo, la dimensión vivencial-pragmática de los derechos humanos es irremplazable, pues si no son ejercidos, estos derechos fácilmente enmohecen y mueren, y abren paso franco a todo tipo de abusos y ejercicio incontrolado del poder.[17] Ergo, es urgente y nos llama con apremio una concepción de los derechos humanos que pueda poner énfasis en esta necesidad ciudadana de vivir y practicar cada día y a cada instante nuestros derechos.

VII. Conclusiones

Primera. Todas las reflexiones que hemos ido hilvanando a lo largo de este trabajo nos han permitido llevar a cabo el ejercicio epistemológico consistente en buscar otras posibilidades y otros caminos en la necesidad de construir la plataforma para lanzar a los derechos humanos hacia su plena realización. Es claro que el diseño plasmado a lo largo de este trabajo resulta aplicable a cualquier país y a todo ser humano. Hemos destacado en alguna parte el caso de México, por ser el más cercano a nuestra experiencia; esto no significa que el estudio se deba limitar a nuestro país, pues el intento científico aquí contenido pretende sentar las bases de una nueva forma de comprender, explicar y aplicar los derechos humanos.

Segunda. Ahora bien, no desconocemos que los derechos humanos conceptualmente difieren de los derechos fundamentales; para los efectos de nuestro estudio, las diferencias entre ambos conceptos poco interesan, pues la proyección epistemológica que nos ha ocupado fácilmente comprende ambas categorías conceptuales. En todo caso, ya es hora de replantear no sólo la denominación, sino desde luego, las posibilidades reales de saltar de la potentia al acto para que los derechos humanos y los derechos fundamentales formen parte de la agenda colectiva y personal de los seres humanos.

Tercera. En este elevado propósito, es necesario un Estado proactivo que sitúe en el centro de sus afanes a los seres humanos, que sea capaz de llevar a cabo una reforma sustancial que catapulte la evolución de los derechos humanos a su plano más inmediato, es decir, a su vivencia, a su disfrute. En este propósito que identifica y distingue a cualquier Estado constitucional, la reforma del Estado debe incluir una visión prospectiva donde la democracia, la justicia constitucional y un sólido Estado constitucional, sean tenidos por los habitantes como el más preciado de sus logros como generación.

VIII. Bibliografía

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FUENTES ELECTRÓNICAS

http://www.adnmundo.com/contenidos/politica/rusia_manifestantes_detienen_reprimen_medvedev_pi_310110.html el 8 de marzo de 2010 13:15.

http://www.jornada.unam.mx/2010/06/30/index.php?section=mundo&article=034n2mu.


[1] El significado de estas dos palabras corrobora lo aquí dicho. La unicidad significa (Del lat. unicitas, -âtis). 1. f. Cualidad de único. La unidad significa (Del lat. unitas, -âtis). 1. f. Propiedad de todo ser, en virtud de la cual no puede dividirse sin que su esencia se destruya o altere. 2. f. Singularidad en número o calidad. 3. f. Unión o conformidad. De esta segunda palabra, hemos tomado solamente las primeras acepciones, ya que la fuente indica muchos otros significados que en la raíz hacen referencia al carácter indivisible de las cosas. Diccionario de la lengua española, Madrid, Real Academia Española, 2001, versión electrónica.

[2] Lamentablemente, aún con todo y su reconocimiento de rango constitucional, todavía hay gobiernos que se resisten a garantizar los citados derechos. Veamos, a manera de ejemplo, lo siguiente: “La policía rusa, en clara violación a su Constitución, reprimió ayer varias protestas contra el Gobierno que se realizaron en la plaza Triumfálnaya de Moscú y en San Petersburgo y detuvo a algunos grupos de manifestantes, entre los que se encontraban conocidos líderes de la oposición. Varios cientos de manifestantes se reunieron en una plaza del centro de Moscú para desafiar una prohibición impuesta por las autoridades. Los manifestantes gritaban ‘¡Vergüenza!’ cuando los agentes antidisturbios los empujaban al interior de autobuses. La protesta fue prohibida en una clara violación de la Constitución rusa, que garantiza el derecho de la gente a reunirse”. http://www.adnmundo.com/contenidos/politica/rusia_manifestantes_detienen_reprimen_medvedev_pi_310110.html, 8 de marzo de 2010.

[3] En el caso de México, una de las más claras manifestaciones de esto son los reiterados intentos por recuperar el río Lerma y que no han tenido los resultados que todos esperamos. Para los habitantes que viven a orillas del citado afluente, la garantía del derecho humano a la salud y a un medio ambiente sano es inexistente; sus derechos son conculcados de manera cotidiana y, a causa de ello, no es extraño encontrar personas (sobre todo niños) que padecen enfermedades cutáneas y gastrointestinales.

[4] http://www.jornada.unam.mx/2010/06/30/index.php?section=mundo&article=034n2mun.

[5] Utilizo esta expresión lejos de cualquier asomo peyorativo, en el sentido de que se trata de derechos formalmente incluidos en los textos legales, pero que en la vida de todos los días, lamentablemente están lejos de ser disfrutados a plenitud.

[6] Introducimos con toda mesura esta afirmación, y así esperamos que la advierta el lector, pues la simple mención del término “categoría” puede conducirnos a equivocaciones, ya que ningún “derecho humano” puede ser categorizado; es decir, que entre los derechos de los seres humanos no puede haber categorías ni rangos ni jerarquías ni cualquier otra expresión en sí misma conceptualmente diferenciadora.

[7] La literatura sobre el particular es abundante; baste con citar algunas obras que pueden ilustrar cualquiera de estas dos tendencias: Bidart Campos, German J., Teoría general de los derechos humanos, Buenos Aires, Astrea, 1991; Ferrajoli, Luigi, Derechos y garantías, la ley del más débil, Madrid, Trotta, 2002; Jiménez Campo, Javier, Derechos fundamentales, concepto y garantías, Madrid, Trotta, 1999; Truyol y Serra, Antonio, Los derechos humanos, Madrid, Tecnos, 2000; Bartolomé Cenzano, José Carlos de, Derechos fundamentales y libertades públicas, Valencia, Tirant lo Blanch, 2003.

[8] Podemos citar, a manera de ejemplo, el caso del artículo 22 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos que desde el 5 de febrero de 1917 (fecha en que fue promulgada) y hasta el 1 de diciembre de 2005 (fecha en que el citado artículo fue reformado), conservó en su texto la pena de muerte, con lo cual dejó de “reconocer” uno de los derechos esenciales del ser humano: el derecho a la vida.

[9] Esta expresión está contenida en el trabajo de nuestra autoría, intitulado “La naturaleza constitucional dual del derecho a la información y su papel en la construcción del Estado constitucional en México”, que se hizo acreedor al primer lugar en categoría de Investigación del Premio Estatal de Transparencia, edición 2009, convocado por el Instituto de Acceso a la Información del Estado de México.

[10] Cfr. Reidy,David A.,”An Internationalist Conception of HumanRights”, The Philosophical Forum, vol. XXXVI, núm. 4, invierno de 2005.

[11] Cfr. Dellavalle, Sergio, Constitutionalism Beyond the Constitution. The Treaty of Lisbon in the Light of Post-National Public Law, New York University School of Law, Jean Monnet Working Paper 03/09, 2009. Este autor expone la importancia y al mismo tiempo la dificultad que entraña introducir en el orden jurídico europeo el tema de los derechos humanos a fin de garantizar su protección. El citado autor da cuenta del desarrollo que entre 1950 y 1990 tuvo esta cuestión al seno de la European Court of Justice (ECJ). “The third phase, finally, expanded the judicial review of the ECJ to comprehend also member states insofar as these apply Community law or, following the more far-reaching interpretation of the Court, issue legal acts within the scope of the Treaties”.

[12] El tema de la protección de los derechos humanos no puede seguir siendo vista como un asunto de la incumbencia (inicialmente particular) de los Estados; esto implica incluso que las construcciones teóricas como el garantismo, deben proyectarse hacia el plano internacional. Ahora, las garantías son mucho más que tribunales domésticos y procedimientos constitucionales. En este plano epistemológico, salta a la vista lo pueril de nuestros procedimientos de protección constitucional de los derechos humanos (fundamentales) entre los que campea el juicio de amparo, pues su diseño nació de una visión bastante limitada. Véase, al respecto, Giegerich, Thomas, “The Is and the Ought of International Constitutionalism: How Far Have We Come on Habermas’s Road to a Well-Considered Constitutionalization of International Law?”, German Law Journal, vol. 10, núm. 1, http://www.germanlawjournal.com/index.php?pageID=2&vol=10&no=1.

[13] La persecución policial de que son objeto los “ilegales” o “sin papeles” en muchos países como Estados Unidos, España o Francia, es una malsana consecuencia de esta construcción parcial sobre los derechos humanos. Quiérase o no, la idea de que en el Estado los extranjeros deben tener una “residencia legal” es un paroxismo que facilita la discriminación y los abusos. Este asunto ni siquiera necesita mayor motivación, como puede constatarse con la famosa Ley SB1070 del Estado de Arizona que ha exacerbado la xenofobia en contra de los ilegales, y ha justificado la inhumanidad de gente como el desde ahora tristemente célebre sheriff Arpaio.

[14] Por nuestra parte, consideramos que la defensa de lo más preciado de los seres humanos no tiene mejor vía que la jurisdiccional; en este sentido, lo más aconsejable es la vía jurisdiccional constitucional. Véase Uribe Arzate, Enrique y González Chávez, María de Lourdes, “La protección jurídica de las personas vulnerables”, Revista de Derecho, Barranquilla, División de Ciencias Jurídicas de la Universidad del Norte, núm. 27, 2007.

[15] Véase, a manera de ejemplo, el siguiente caso: “A pesar de ser punta de lanza en el impulso de reformas en materia de violencia, salud y participación política para que los gobiernos en turno adopten políticas públicas con perspectiva de género, las y los diputados de la LXI legislatura no asignaron presupuesto a la Comisión de Equidad y Género (CEG) para su ejercicio de este año… Entre los principales pendientes de la CEG en materia de derechos humanos, se encuentra la defensa del derecho a la maternidad libre y voluntaria, que a decir de las especialistas se verá amenazada durante la actual legislatura por grupos conservadores que buscarán restringirlo”. Milenio Estado de México, 18 de abril de 2010, p. 10.

[16] Véase Koskenniemi, Martti, “The Politics of International Law, 20 Years Later”, The European Journal of International Law, vol. 20, núm. 1, EJIL, 2009, p. 10,http://www.ejil.org/pdfs/20/1/1785.pdf.

[17] Cada vez es más fuerte la corriente de opinión y, sobre todo, los estudios científicos a favor del control del poder; cfr. Ackerman, Susan Rose, “Rendición de cuentas y el Estado de derecho en la consolidación de las democracias”, Perfiles Latinoamericanos, México, Flacso, núm. 26, julio-diciembre de 2005; Warren, Mark E., “La democracia contra la corrupción”, Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, México, UNAM, vol. XLVII, enero-marzo de 2005; Zúñiga Urbina, Francisco, “Responsabilidad constitucional del gobierno”, lus et Praxis, Talca, Universidad de Talca, vol. 12, núm. 2, 2006.

Interacción cultural en El Salvador antes de los pipiles: Una mirada desde el centro de México. Blas Castellón.2017.

Desde hace muchos años, son bien conocidas las notorias semejanzas culturales entre la arqueología del centro de México y El Salvador. Estas analogías hacen énfasis en los aspectos lingüísticos y estilísticos de las dos regiones, cuyo origen se sitúa en distintos periodos y distintos modelos de interacción propuestos desde el Preclásico Medio hasta la época de la conquista.

Aunque existe la posibilidad de distintos flujos migratorios a larga distancia con personas que establecieron nuevos enclaves de población, normalmente se considera que la causa más probable de las semejanzas se debe al movimiento frecuente de productos, conceptos, artefactos, íconos, e incluso elementos tecnológicos a lo largo de los siglos.

Como los procesos de difusión involucran muchas formas distintas y posible transmisión de ideas y elementos materiales, no existen respuestas fáciles para proponer con precisión rutas, duración o simplemente, la elección de unos elementos más notorios en lugar de otros.

Hasta hace 20 años, el tema de las migraciones nahua pipiles y el establecimiento de grupos con esta filiación cultural en el centro y occidente de El Salvador, se explicaba de manera más bien general por referencia a la información de tipo lingüístico, etnohistórico y algunos datos arqueológicos, cuyo contexto no siempre estaba bien documentado.

No obstante, esta situación ha cambiado rápidamente en las últimas dos décadas y ahora se están haciendo reevaluaciones y nuevas exploraciones arqueológicas, cuyos resultados seguramente conoceremos con mayor precisión la naturaleza de estos procesos y el porqué de las similitudes culturales entre ambas regiones (Fowler, 2011; Escamilla, 2011 y Mc Cafferty, 2011).

En el presente trabajo me enfocaré hacia los periodos más tempranos y a lo que parece ser una tradición de mayor profundidad histórica en las interacciones y contactos entre el centro y norte, con el sureste de Mesoamérica, la cual se remonta desde el Preclásico y a través del periodo Clásico.

Aquí daré mayor énfasis a algunos datos arqueológicos del centro de México que pudieran estar relacionados con posibles procesos de interacción cultural, o al menos con el movimiento norte-sur-norte de elementos de cultura material que cada vez son mejor conocidos, cuya presencia está documentada en El Salvador.

Esta presentación, además, es parte de mi propia experiencia como arqueólogo que trabaja en el centro de México desde hace dos décadas y también tiene como antecedente dos experiencias de trabajo en El Salvador, por lo cual mencionaré datos de tipo arqueológico y su posible potencial de transferencia hacia regiones más lejanas, haciendo eco de los esfuerzos más recientes en esta materia, en la arqueología salvadoreña.

Mi propuesta general es que las manifestaciones culturales de semejanza entre México y El Salvador, tales como los nahua pipiles durante el Posclásico, son parte de una tradición mucho más antigua en el traspaso y proyección de elementos de cultura material y creencias, que puede ser rastreada en todo lo largo de la secuencia de desarrollo mesoamericano.

Mi hipótesis es que la difusión y transmisión de ideas, estilos e idiomas entre el centro de México y El Salvador define lo que llamaré una zona de «alto impacto» de los desarrollos mesoamericanos desde al menos el Preclásico Medio, en diferentes regiones circundantes al norte y este de Guatemala, Honduras y Nicaragua.

El Salvador es una región que fue amplia receptora de elementos transmitidos a todo lo largo de Mesoamérica desde al menos el Preclásico Medio, a través de la reelaboración y adaptación de estas tendencias y que, a diferencia de otras regiones adyacentes de menor impacto y desarrollos más locales, siempre se mantuvo abierta al flujo de estilos e ideas que marcaron los cambios más importantes, interactuando con todas las demás áreas lejanas y cercanas.

Como esto es demasiado amplio y ambicioso para los límites de este artículo, necesariamente debo seleccionar sólo algunos ejemplos, subrayando más el periodo que va desde finales del periodo Preclásico en el centro de México hasta finales del periodo Clásico durante las últimas manifestaciones de la influencia teotihuacana, sin abordar los periodos más tardíos en donde se han ubicado recientemente la mayoría de analogías entre las dos regiones dentro de lo que se ha dado a nombrar la «diáspora tolteca» (Fowler, 2011).

Los olmecas llegaron ya

Si iniciamos la búsqueda desde el establecimiento de las comunidades agrícolas y las primeras unidades políticas importantes en Mesoamérica, la difusión y el empleo de rasgos comunes, sin duda coincide con la expansión del primer gran estilo horizonte que es conocido como olmeca, con una gran extensión territorial entre los siglos X y IV antes de nuestra era.

Sin pretender entrar en detalle, es preciso recordar que en Guatemala y El Salvador existen muchos indicios de la presencia de este estilo, los cuales indican las primeras evidencias de transmisión y adopción de rasgos culturales de norte a sur del área mesoamericana (Sharer, 1989, pp. 227).

Pongamos un ejemplo bien conocido: los monumentos 1 y 12 de Chalchuapa (Figura 1 a y b), se trata de dos personajes con claros rasgos olmecas que sujetan una especie de insignia o bastón que Taube (1996, Figuras 1 a y c) identifica con la insignia del maíz.

El culto al maíz es, a partir del Preclásico Medio, el punto de partida para rastrear lo que este autor considera «una extensa red de intercambio con las tierras altas de México y la región maya», a través de objetos portables que son la expresión de lo precioso, tales como las cuentas de jade y las plumas de quetzal, ambas identificadas iconográficamente con el maíz.

Las élites olmecas procuraban el acceso a objetos exóticos y raros como indicadores de rango social y riqueza manejable. Las representaciones iconográficas se encuentran en lo que se considera áreas estratégicas asociadas con rutas de comercio y para la obtención de materiales considerados preciosos.

Este es justamente el caso de Chalchuapa que debemos identificar como un importante centro político portador del estilo olmeca, con presencia de relieves tallados en monumentos de piedra asociados a rituales públicos.

Este sitio, ubicado alrededor de 900 a. C. sería parte de un sistema de comercio muy extendido, que permitió el acceso a las fuentes de jade al norte, las plumas de quetzal al oriente y su distribución e intercambio a nivel local y hacia regiones muy distantes entre las que se encuentran sitios tan lejanos como Teopantecuanitlán, en Guerrero, y Chalcatzingo, en Morelos, ambos a más de 1100 km de distancia.

Pensar estos contactos sólo en términos de desplazamiento de personas es posible, pero por los costos de las distancias, la geografía y las posibilidades logísticas de la época es más factible que el amplio sistema de comunicación en torno a creencias, ya bien establecidas como los cultos agrícolas, fuera operativo mediante la transmisión de ideas y objetos portables entre regiones adyacentes, que a su vez expandían su información en un efecto de ondas de agua, con distintos núcleos o zonas emisoras, de las cuales el occidente de El Salvador fue sin duda una muy importante desde el Preclásico.

Los detalles de estos contactos son aún poco claros, aunque se han propuesto básicamente dos modelos: uno jerárquico y otro en forma de red con frecuentes intersecciones de rutas (Demarest,

1989).

También se ha observado que las cerámicas y figurillas en El Salvador tienen más cercanía con objetos similares de la costa del Pacífico de Guatemala, lo que hace pensar que la distribución de parafernalia olmeca es selectiva e indirecta, e incluso se ha planteado que no existe un estilo olmeca, sino la manifestación de distintas identidades locales, de las cuales los sitios como Chalchuapa y Ahuachapán serían manifestaciones regionales (Love y Guernsey, 2008).

Esta posición se ve reforzada por los estudios más recientes en sitios del occidente de El Salvador, donde los complejos cerámicos también son similares a los de la costa de Guatemala y sitios de Chiapas, pero difícilmente van más allá de la costa del Golfo o centro de México, aunque se conoce la arquitectura de tierra, muy común en todo Mesoamérica, y formas cerámicas frecuentes como los tecomates o cántaros de cuello largo (Valdivieso, 2011).

Fue sólo después del 800 a 900 a. C., que lo «olmeca», ya formado, llegó hasta la parte sureste de Mesoamérica. En el grupo de Las Victorias, en Chalchuapa, los relieves posiblemente corresponden al periodo Preclásico Medio, pero la culminación del estilo va hasta el Preclásico Tardío, lo cual pondría este caso en correspondencia con los relieves del mismo estilo que se encuentran en Chalcatzingo, en el estado de Morelos, centro de México (Grove, 1987 y Gay, 1972).

La posible conexión de rasgos de este estilo desde la costa del Golfo de México hasta Centroamérica debe, además, considerar otras posibilidades, ya que el estilo olmeca se encuentra también con gran fuerza en la zona montañosa del estado de Guerrero y la dispersión de estos rasgos ya no parece exclusiva de una sola región.

A la vez, es necesario comparar las figurillas y otros objetos portables como piedras labradas, hachas, orejeras y máscaras que se encuentran dispersas por todo el sur de Mesoamérica, lo cual implica un trabajo permanente de identificación de fuentes de material e iconografía.

Las propuestas actuales aún dudan entre considerar la difusión de lo olmeca como un fenómeno externo o poner de relieve los desarrollos locales. Ambos casos son importantes, por tanto es necesario multiplicar los estudios comparativos. Sin embargo, creo que la amplia difusión de rasgos reconocidos como olmecas durante el Preclásico Medio son una expresión de varios hechos comunes a todo Mesoamérica.

Uno de ellos es la amplia adopción del cultivo del maíz y otras plantas asociadas como actividad agrícola principal, con sus consecuencias en términos religiosos. La segunda es la consolidación de una gran cantidad de unidades políticas autónomas que definieron identidades locales e inmediatamente establecieron rutas de intercambio con sus vecinos cercanos y lejanos, esto para fines de legitimación.

Evidentemente, el tercer factor tiene que ver con el surgimiento de un amplio sistema de comunicación que debe estar relacionado con este estilo «internacional». Este último aspecto implica el posible surgimiento de sistemas de escritura e iconografía religiosa, que parece ser una necesidad en todas las regiones, incluido El Salvador y territorios más al sur.

De esta manera, se puede decir que no necesariamente hubo una intervención o presencia directa de «gentes olmecas» desde la costa del Golfo, al mismo tiempo se puede comprender por qué en muchos sitios de Centroamérica, los rasgos de tipo olmeca están presentes.

Cabe destacar que se trata siempre de objetos relacionados con aspectos religiosos, o de prestigio, y no necesariamente con cuestiones administrativas o de subsistencia, de las que no hay mucha evidencia, aunque la adopción del maíz como cultivo importante desde estas épocas en El Salvador tuvo que ser un factor decisivo para la difusión de lo olmeca, cuya iconografía está muy relacionada con esta planta (Taube, 1996).

Los personajes con máscaras que parecen representar a dignatarios y sacerdotes con símbolos de poder son muy semejantes en cuanto a detalles iconográficos.

Tomemos de nuevo el ejemplo de Chalchuapa, los personajes están tallados en relieves que se exhiben públicamente como parte de un contexto ritual. Sus rostros se muestran de perfil con su inconfundible estilo olmeca (ojos semicerrados, labiosabultados) y ataviados con especies decascos y medallones indican a primera vista que se trata de gobernantes o sacerdotes de un culto importante.

La jerarquía que los monumentos sugieren es parte de elementos ampliamente difundidos para esta época por todo Mesoamérica.

Los bastones o insignias se pueden rastrear hasta la costa del Golfo y centro de México, Chiapas y costa de Guatemala (Taube, 1996, p. 72, Fig. 24), y resultan junto con la especie de capa que llevan atrás, casi idénticos a los atavíos de monumento 2 de Chalcatzingo, Morelos (Figura 1c) y (Gay, 1972, p. 47, Fig. 17a).

El Salvador participó de este sistema de creencias y comunicación que está relacionado con aspectos religiosos y ceremoniales, principalmente.

Los linajes jerárquicos en Chalchuapa, Ahuachapán y Coatepeque, por ejemplo (Wassen, 1966; Boggs, 1950, 1971 y Casasola, 1974), aunque autóctonos, estaban bien al tanto de lo que ocurría mucho más al norte.

La legitimación del poder y la comunicación efectiva entre unidades políticas vecinas o distantes implicaba la circulación de íconos de poder y autentificación de los gobernantes, lo que puede dar lugar a diversas combinaciones de rasgos locales y foráneos.

El conocimiento de la existencia de centros de poder lejanos y el contacto esporádico por cuestiones de intercambio puede ser suficiente para la presencia de estos rasgos externos, que pudieron ser absorbidos y adaptados si las condiciones sociales lo permitían, lo cual era evidentemente el caso en el occidente de El Salvador con una amplia población desde el Preclásico temprano en costas y valles fértiles, con recursos variados y excelentes tierras para el cultivo del maíz y otras plantas.

(Figura 1: Mapa de influencias olmecas y ejemplos: a) Monumento 1 del grupo Las Victorias en Chalchuapa, b) Monumento 12 de Chalchuapa y c) Monumento 2 de Chalcatzingo Morelos. Mapa y dibujos del autor.)

Si esta dinámica de rasgos compartidos a través del ejercicio del poder y la consolidación de las élites fue una constante en el desarrollo de Mesoamérica y, evidentemente, la región de El Salvador participó siempre de estos cambios, las preguntas deben enfocarse hacia los procesos locales mediante los cuales se establecieron en distintas épocas nuevas formas de expresión plástica a través de escultura, arquitectura, objetos portables, costumbres funerarias y ubicación de asentamientos para fines habitacionales, rituales, defensivos y de actividades varias.

Las migraciones, entendidas como desplazamientos de personas portadoras de rasgos culturales de una región a otra, incluidas sus creencias, cultura material e idioma, debieron ser sólo una de las razones de la dispersión de esos rasgos, pero de ninguna manera la única ni la más importante.

De hecho, los movimientos poblacionales documentados para periodos más tardíos se presentan siempre como un caso extremo de rompimiento político, que implica una perturbación de lo cotidiano y, a la vez, forma parte del imaginario colectivo que pasa a ser asimilado a los mitos fundacionales en unidades políticas emergentes.

Esos movimientos de gente debieron ocurrir como algo inevitable en épocas de crisis y carencia de otras opciones de supervivencia ante desastres naturales, guerras o falta oportunidades, tal y como ocurre en la actualidad. Aún en este caso, resulta complicado distinguir entre rasgos foráneos producto de desplazamientos voluntarios o forzados de población, enclaves étnicos (Rattray,1987 y Spence, 1996), contactos comerciales, peregrinaciones religiosas, avanzadas militares, embajadas políticas, intercambios matrimoniales o una combinación de todos estos (Rattray y otros, 1981).

La arqueología en Mesoamérica aún debe resolver estos y muchos otros problemas que han sido revisados con más detalle en relación a los grandes centros de poder del periodo Clásico al Posclásico, pero el occidente y centro de El Salvador fueron desde el Preclásico una zona abierta a los sistemas de comunicación más dinámicos de todo Mesoamérica.

Teotihuacanos al abordaje

Teotihuacán, el gran centro urbano del periodo Clásico en el centro de México, floreció entre 100 y 600 d. C. mediante una fuerza coercitiva que organizó a las poblaciones dispersas en un solo lugar (Sanders, 1988 y Millon, 1988).

Asimismo, fue un centro administrativo que llegó a tener alrededor de 150 mil habitantes en su momento de mayor desarrollo entre 300 y 500 d. C., reorganizando la jerarquía de asentamientos en la cuenca de México y probablemente en otros lugares más lejanos, donde pudo establecer «centros provinciales» para fines de comercio.

La ciudad, con más de 20 km² de extensión, presenta una traza ortogonal hasta entonces desconocida en centros de población, dentro de la cual, la mayoría de las personas organizadas en grupos familiares residían al interior de complejos habitacionales cerrados, hechos de mampostería y adobes, muy semejantes a las ciudades modernas.

El estilo de representación gráfica teotihuacana es fácil de reconocer, se trata de la expresión más bien esquemática de elementos religiosos y emblemas de poder de forma abstracta y angulosa, contrastando claramente con el anterior estilo olmeca, que tenía rasgos más ondulantes y sinuosos en la integración de figuras humanas y símbolos naturales o abstractos.

Este nuevo estilo teotihuacano se difundió rápidamente por toda Mesoamérica y es parte del debate actual para determinar si tal difusión es el resultado de migraciones o contactos que implicaron algún tipo de colonización con fines militares, o para proteger las rutas de intercambio.

En términos generales, la mayoría de los especialistas coincide en indicar que la presencia de rasgos, evidentemente teotihuacanos, está relacionado, igual que el anterior estilo olmeca, con prácticas de prestigio que fueron absorbidas por las élites locales (Braswell, 2003).

Esto es especialmente cierto en el caso de los grandes centros mayas del periodo Clásico tardío como Kaminaljuyú, Tikal, Altun Ha, o Copán, pero la presencia teotihuacana es mucho más frecuente y común de lo que originalmente se había creído.

Actualmente, uno de los temas más estudiados es la cronología precisa y el impacto local que tuvo lo que ahora se conoce como la «entrada teotihuacana» en estos centros de poder ubicados muy lejos de Teotihuacán como Kaminaljuyú (1,000 km) en las tierras altas, Tikal (1,000 km) en el Petén y Copán (1,160 km) en la cuenca del Motagua.

Se ha planteado que en Teotihuacán se habló principalmente una variante de las lenguas otomangueanas, posiblemente el otomí (Knab, 1983), aunque se menciona la presencia de «olmecas xicallancas», que en realidad son grupos multiétnicos, posiblemente portadores de idiomas diversos, también de la familia otomangue, tales como el popoloca y el mixteco más antiguo.

No obstante, de acuerdo a algunos lingüistas, es posible que los primeros grupos de hablantes de la variante más antigua del náhuatl, conocida como el náhuatl oriental, estuvieran presentes durante los primeros siglos del desarrollo teotihuacano, aunque los flujos migratorios del proto-nahuat que llegaron hasta El Salvador ocurrieron mucho después, posiblemente hasta 1250 d. C. (Wright, 2015).

Es bien conocido el carácter cosmopolita de Teotihuacán, en donde existieron auténticos barrios o parcialidades de personas que procedían de lugares muy distantes como Oaxaca, la costa del Golfo, e incluso del área maya (Rattray, 1993; Gómez, 2002; Taube, 2003 y Sugiyama y otros, 2016).

Aún es importante trabajar sobre cronologías confiables de la presencia de lo teotihuacano en regiones más alejadas, así como un contexto bien definido de lo que se considera «teotihuacano», a fin de poder definir la naturaleza y función de otros sitios alejados de la gran ciudad pero que presentan claras coincidencias con el centro principal.

Tradicionalmente, estos elementos se identifican por la arquitectura de talud-tablero, algunos tipos cerámicos como vasos trípodes con soportes calados y tapa, incensarios muy elaborados con aplicaciones e incensarios portátiles, imágenes pintadas como dioses de la lluvia («Tlaloc»), símbolos del año, figurillas, obsidiana verde y figuras humanas con perfil y tocados al estilo del centro de México, entre muchos otros emblemas relacionados principalmente con el sacrificio y la guerra.

Este grupo de rasgos presentes en sitios del sur y sureste de Mesoamérica creó, igualmente, la impresión de que existieron migraciones de personas desde el gran asentamiento urbano del centro de México, que se establecieron y dominaron poblaciones mucho más al sur.

No obstante, desde mediados de la década de los 80 quedó claro que los procesos de desarrollo en el área maya, especialmente, se remontan hasta el Preclásico Temprano; de este modo, existe arquitectura monumental desde el Preclásico Medio.

Una vez establecido que lo teotihuacano no fue en modo alguno resultado de una influencia o intervención directa sino la adaptación de algunos rasgos seleccionados, las explicaciones se orientaron a explorar la posibilidad de que estas coincidencias pudieran deberse a cuestiones de intercambio y prestigio político e ideológico.

Un ejemplo bien conocido es la región de Tiquisate-Escuintla en la costa pacífica de Guatemala. Desde la década de los 70 en el siglo pasado, comenzaron a aparecer una gran cantidad de incensarios con claro estilo e indicadores de tipo teotihuacano, en colecciones particulares (Hellmuth, 1975).

Estos objetos de cerámica con aplicaciones modeladas alrededor representan rostros, tocados, aves, y muchos otros objetos hechos en molde, que eran evidentemente de manufactura local, pero la innegable coincidencia en su composición y representación con los que existen en Teotihuacán dejaban poca duda respecto a la relación con aquella lejana ciudad.

En su estudio de estas piezas, Janet Berlo indica que probablemente se trató de un lugar donde realmente se establecieron guerreros de ascendencia teotihuacana, quienes decidieron mantener vivos sus cultos religiosos.

Incluso, planteó la posibilidad de que esta zona de la costa de Guatemala sirviera de plataforma para otras incursiones locales dentro del área maya más al norte (Berlo, 1984, pp. 199-217). No obstante, se subraya el carácter «provincial» y ecléctico de estas producciones como adaptaciones autóctonas que contribuyeron a la formación de un nuevo estilo (Bove y Medrano, 2003).

Esto contrasta con la constante presencia de cánones teotihuacanos en la iconografía de otros centros de mayor importancia como Kaminaljuyú en las tierras altas y Tikal en las selvas del Petén. En estos casos, la presencia foránea es mucho menos visible, pero siempre se encuentra en contextos especiales de entierros de élite o sitios de importancia ritual, por lo cual, los mayistas, como Linda Schele, pusieron el énfasis en el carácter sagrado, de poder y prestigio que puede tener la aparición de rostros de Tláloc, por ejemplo, dentro de las élites mayas que de este modo se apropiaron ideológicamente de la reputación de la gran ciudad (Schele y Miller, 1986; Schele y Friedel, 1990).

Actualmente, está muy claro que los centros mayas del periodo Clásico fueron ciudades y que su origen y evolución poco o nada tienen que ver con Teotihuacán, de modo que, salvo el caso de la costa de Guatemala, la presencia de rasgos del México central es observado con más cuidado en su posible función política.

Es así como los trabajos de epigrafía actuales han definido lo que se conoce como la «entrada teotihuacana» alrededor del año 378 d. C. (Stuart, 2,000). Esta presencia se observa con mucha más fuerza en Tikal, por tanto se ha propuesto que este lugar vivió una «élite bicultural» maya y teotihuacana, que a su vez influyó en la difusión de rasgos teotihuacanos hacia otros lugares como Holmul (Belice) y Copán (Honduras) (Estrada Belli y otros, 2009).

El asunto no es fácil de resolver porque el constante hallazgo de pinturas y artefactos con imágenes de estilo claramente teotihuacano ha llevado a proponer, aún en años recientes, la presencia de personas o grupos militares reales posiblemente llegados desde Teotihuacán (Sharer 2003; Martin y Grube, 2000, pp, 29-35), hasta posiciones más moderadas que favorecen modelos de interacción indirecta a través de eventos importantes o alianzas matrimoniales en distintos momentos (Marcus, 2003).

Por lo general, los arqueólogos intentan colocar los hallazgos de pintura mural y objetos de estilo teotihuacano recientes en un contexto más preciso para evitar la suposición de contactos a larga distancia, pero las evidencias epigráficas en tumbas reales, como la de Copán (Nielsen, 2006a), sugieren que tales contactos sí fueron posibles (Nielsen, 2006b).

En todo caso, los objetos y conceptos teotihuacanos posiblemente se comenzaron a difundir hacia el sur en alguna época cercana al 300 d. C., si no es que antes, y esto debió ocurrir principalmente por zonas geográficas consideradas desde hace mucho como «corredores» culturales, que posiblemente fueron utilizados por emisarios y comerciantes desde Teotihuacán y que existían desde siglos anteriores.

Mucho trabajo arqueológico hace falta para definir correctamente las rutas, pues, curiosamente, se han estudiado mucho las relaciones entre lo maya y Teotihuacán, a larga distancia, pero muy poco en sitios del periodo Clásico que están a 200 o 300 km de Teotihuacán, de los cuales no sabemos casi nada (Cowgill, 2003, p. 324).

Tenemos entonces que existe una larga e ininterrumpida cadena de asentamientos con influencia teotihuacana, pero sin explorar, que a grandes rasgos pasa por diversos valles de la región Puebla-Tlaxcala al sureste de Teotihuacán. Luego se interna hacia el sureste por el Valle de Tehuacán, hacia la región montañosa de la Mixteca, para llegar más al sur a los valles centrales de Oaxaca, y desde aquí desciende por el istmo hacia la costa del Pacífico en Chiapas, para posteriormente dirigirse hasta la costa de Guatemala.

Esta parece ser la ruta más notoria en sitios con arquitectura, monumentos y artefactos teotihuacanos, así se cree que desde la costa de Guatemala se difundió este nuevo gran estilo al resto del mundo maya en el norte y este (Figura 2).

Aunque no está claro si los sitios «teotihuacanos» eran efectivamente estaciones de paso para los mercaderes teotihuacanos, lugares colonizados directamente o asentamientos regionales donde las élites locales de otras etnias establecieron lazos de colaboración con Teotihuacán, lo cierto es que la influencia de esta ciudad fue muy grande en el centro y sur de toda Mesoamérica.

Sobre la ruta de los caminantes

Mencionaré a manera de comparación dos sitios con fuerte influencia teotihuacana a lo largo de la ruta mencionada, los cuales han sido explorados en años recientes, pues creo que los datos que ofrecen pueden ayudar a comprender mejor el flujo de información e ideas que ocurrieron desde inicios del periodo Clásico entre el centro de México y el área maya, pero sobre todo con las regiones del sureste de Mesoamérica y en especial con El Salvador.

El primero de ellos es el recién descubierto sitio de Teteles de Santo Nombre, ubicado 180 km al sureste de la ciudad de México y al norte del valle de Tehuacán, Puebla. Se trata de un centro ceremonial del periodo Clásico Temprano, con arquitectura monumental, que floreció a la par de Teotihuacán.

Aunque los rasgos teotihuacanos ya eran bien conocidos en la región sur de Puebla hace mucho tiempo, no se conocía un lugar como este con semejanzas tan notables al gran centro urbano, sobre todo en arquitectura y en la parafernalia de ofrendas dedicadas a los templos.

El sitio tuvo un desarrollo continuo desde el periodo Preclásico Tardío alrededor de 400 a. C., aumentó sus monumentos y zonas habitacionales en los siglos siguientes hasta alcanzar una extensión aproximada de 6 km², y alrededor del año 650 d. C. fue abandonado, igual que Teotihuacán, mediante un ritual de terminación.

En esta clausura, se desmontó buena parte de la mampostería de los edificios mayores, se quemaron y destruyeron ofrendas frente a los mismos y se sellaron los contextos con capas de piedra, arena y barro, una práctica que era común desde tiempos preclásicos en sitios mayores del área maya como Cerros y Colhá, por ejemplo (Walker, 1998 y Mock, 1998).

Entre 2009 y 2011, realizamos exploraciones en varias partes de este asentamiento, principalmente en el conjunto conocido como Plaza Gran Altar, que resultó ser un complejo arquitectónico con plaza hundida rodeada por tres templos y una plataforma baja de acceso, semejante a los que existen en la calle de los muertos en Teotihuacán, pero en este caso de dimensiones más grandes.

Entre las ofrendas hasta ahora recuperadas, pues las exploraciones continúan, tenemos más de 300 cuentas de piedra, ollas miniatura, restos de alrededor de diez braseros efigie, sahumadores, platos, caracoles marinos, figurillas, mazorcas, frijoles, y pequeñas esculturas, entre otras. Todos los objetos están referidos al carácter agrícola de los templos (Castellón, 2014).

Casos casi idénticos se pueden mencionar en Teotihuacán, donde ocurrieron clausuras de edificios semejantes en la misma época, por lo cual podría incluso tratarse de casos directamente relacionados.

No obstante, hemos observado que la mayoría de la cerámica y seguramente gran parte de las ofrendas mismas deben ser de manufactura local, hechas con arcillas de la región, y con una solución final distinta de los objetos similares en Teotihuacán. Estos objetos portables están en un contexto arquitectónico muy parecido a Teotihuacán, pero también hay diferencias.

Los tableros y taludes de los edificios piramidales tienen una solución distinta, más semejante a los tableros de molduras abiertas de Monte Albán y otras regiones del sur, indicando una especie de combinación de rasgos que confirmaría el carácter híbrido de este lugar. Otros elementos como la piedra altar central, el tipo de figurillas y esculturas y la ubicación del lugar en el pie de monte de una serranía baja parecen indicar las soluciones preferidas por las élites políticas locales desde tiempos más antiguos, que posiblemente se adaptaron a las modas teotihuacanas y a necesidades de tipo social y político de cada momento.

Pondré un ejemplo de estilo teotihuacano más específico. Se trata de un brasero efigie encontrado entre las ofrendas al edificio sur de la Plaza Gran Altar, cuyo contexto está fechado en el momento del cierre hacia 650 d. C., muestra a un personaje a manera de guerrero con un escudo cuadrado, una especie de cuchillo y atavíos que incluyen un gran tocado de plumas (Figura 3c, e).

El simbolismo de la guerra parece ser un elemento religioso y de prestigio importante en los conceptos compartidos a todo lo largo y ancho de Mesoamérica en épocas antiguas. Los guerreros de frente y perfil son abundantes en figurillas y, por supuesto, en relieves que se encuentran desde la región del estado de Guerrero al sur, hasta el área maya, luciendo por lo general los tocados, narigueras y objetos de guerra en las manos como escudos, lanzas, lanza-dardos y cuchillos, entre otros. Estos se asemejan mucho a los incensarios tipo «teatro» cuya relación con los guerreros muertos ha sido señalada repetidamente (Sugiyama, 2002 y García Des Lauriers, 2008).

Si miramos hacia las colecciones de la región de Escuintla en Guatemala, con su abundante presencia de objetos de arcilla con evidentes rasgos de origen teotihuacano y en donde el culto a los guerreros muertos debió ser muy importante, veremos cómo se estrechan las relaciones entre los cultos e imágenes del sur-centro de México y la costa pacífica de Centroamérica.

Existe en el Museo Nacional de Antropología de El Salvador un objeto de tipo teotihuacano, pero con evidentes semejanzas a los braseros e incensarios de Guatemala. Se trata de una pieza procedente de Tazumal, que presenta el rostro de un personaje enmarcado por una estrella de cinco puntas, rasgo diagnóstico de la iconografía teotihuacana comúnmente relacionado con el agua, el cielo y el culto al dios de la lluvia (Yanagisawa, 2005, pp. 44-46; Ruiz, 2013) (figura 3a).

Curiosamente, las características de esta pieza en particular se pueden hallar en el lejano sitio de Santo Nombre en Puebla.

El rostro central, por ejemplo, tiene la boca abierta y muestra los dientes, sus ojos están bien delineados y representan la pupila, tal como ocurre con la mayoría de personajes en los murales teotihuacanos. Tiene dos pequeñas cuentas en las fosas nasales, que normalmente simbolizan cuentas de jade o la noción de «aliento vital» (Taube, 2007). Las orejeras tienen un objeto que brota de ellas a manera de hacha, pero que puede indicar una cabeza de serpiente, muy común en el arte maya y presente en México central (Taube, 2005, pp. 44,Fig. 19).

En todo caso, esto relaciona a las orejeras con flores de donde emana el «aroma» que se relaciona con la vida. Las orejeras del personaje en el brasero de Santo Nombre son, efectivamente, flores y hay al menos un rostro de otro brasero con una cuenta en la nariz (Figura 2).

En cuanto a la estrella de cinco puntas que puede ser una estrella de mar, frecuente en la iconografía mural teotihuacana se ha encontrado en cerámica sellada de Santo Nombre (Figura 3e). Las serpientes emplumadas presentes en la parte posterior del personaje de Tazumal son muy comunes en Teotihuacán, pero en su forma bicéfala se relacionan casi siempre con chorros de sangre y sacrificio (Winning, 1987I, p. 125), pero también con la misma noción de aliento, reforzado esto por la presencia de volutas de humo arriba de la estrella (Taube, 2005, p. 33, Fig. 9), además de que los monstruos bicéfalos son muy comunes en la iconografía maya.

Estamos, entonces, ante complejos iconográficos formalmente equivalentes que fueron replicados a lo largo de cientos de kilómetros en sitios con importancia política regional, posiblemente formando un amplio complejo religioso compartido, cuyo impacto está presente en El Salvador, lo cual no necesariamente implica desplazamientos grandes de población, pero sí de conceptos que entre el 300 al 600 d. C. eran bien conocidos en todas partes.

Si vemos lo que ocurría más al sur sobre la ruta propuesta, veremos que los motivos teotihuacanos abundan en Oaxaca, aunque aquí se desarrolló, igual que en el área maya, un estilo regional vigoroso que tuvo en Monte Albán su expresión más notable. Entonces, no es raro encontrar expresiones plásticas mixtas en arquitectura, cerámica y escultura, entre el centro de Oaxaca y Santo Nombre en Puebla. Por eso es interesante moverse aún más al sur en la costa de Chiapas, para encontrar otro sitio «teotihuacano» muy notable por su escultura y complejos arquitectónicos que recuerda patrones bien conocidos en el centro de México.

Los sitios cercanos a Tonalá, Chiapas, llamaron la atención desde hace décadas por su notable cercanía con la iconografía teotihuacana. En particular el sitio de Cerro Bernal, a 500 km de distancia de Tazumal, donde existen representaciones de Tláloc y posibles signos calendáricos de estilo teotihuacano en estelas talladas, aunque no hay mayores datos sobre su arquitectura (Navarrete, 1976).

Varios sitios alrededor de este cerro presentan relieves que combinan numerales y signos en «cartuchos» y desde sus primeros reportes se vislumbró la posibilidad de que se tratara de un centro de control de una ruta hipotética debida a su ubicación en una elevación frente al mar sobre la amplia y transitable costa del Pacífico y cerca del istmo de Tehuantepec.

En años recientes, un proyecto más específico se lleva a cabo en esta zona en el sitio de Los Horcones, que ya era conocido sobre todo por su Estela 3, una piedra alargada de casi 5 m de altura que representa una elaborada imagen en relieve del dios de la lluvia parado de fren-te y sujetando en su mano derecha un elemento curvo que parece ser el rayo a la manera de los murales teotihuacanos de Techinantitla.

Los estudios de años recientes han registrado varios conjuntos arquitectónicos desde las partes más bajas hacia las más altas, unidas por un camino, pertenecientes al Clásico Temprano (250-650 d. C.). Destaca la presencia de seis juegos de pelota que estaban asociados a las estelas con excelentes relieves (García Des Lauriers, 2012ª y 2012b).

Igual que como ocurre en sitios de influencia teotihuacana, existen artefactos y arquitectura que evocan las de aquel gran centro, pero a la vez hay indicadores de la presencia maya, además de que se considera que la población local era mixe-zoque con fuertes interacciones con los mayas y con el centro de Veracruz y centro de México.

Es muy importante subrayar que a partir de los trabajos recientes se ha puesto de relieve la importancia del juego de identidades que debió tener lugar en sitios como éste, sobre todo por la confluencia de diversos grupos étnicos y el uso de símbolos similares conocidos en regiones muy distantes.

En general, se considera que este sitio funcionó como punto de control en la ruta hacia el Soconusco, por su posición intermedia entre el centro de México y el área maya, posiblemente hacia los centros urbanos de Kaminaljuyú, Copán y Tikal.

En particular, me parece muy revelador el empleo de un espacio arquitectónico que puede estar presente en Mesoamérica desde épocas anteriores, pero que durante el periodo Clásico parece marcar los espacios que tendrán importancia religiosa, política y de intercambio. El grupo F del sitio de Los Horcones, situado en la parte más alta del sitio y orientado al suroeste, consiste en una amplia plaza cerrada por plataformas (Figura 4a).

En su parte posterior cierra con una plataforma de 200 m de largo sobre la cual se encuentra el edificio piramidal principal y edificios menores a los lados. El acceso a este conjunto es por una larga y estrecha calle, lo cual hace pensar que los rituales aquí efectuados eran la culminación de una procesión que debía seguir un orden específico.

En la plaza pudieron entrar más de 2,300 personas si se consideran hasta tres individuos por metro cuadrado (García Des Lauriers, 2012a, p. 68, tabla 6.1). Este patrón de plazas cerradas con posible ruta de acceso, que generalmente reproducen un conjunto triádico, tienen antecedentes desde el Preclásico Medio en la parte noreste del Petén principalmente (Szymanzki, 2014), pero se encuentran también representados en el centro de México en el Preclásico Tardío en arquitectura doméstica (Plunket y Uruñuela, 1998) y constituyen lo que se conoce en Teotihuacán como «conjuntos de tres templos» (Manzanillas, 1993, p. 41).

En el caso de Santo Nombre, la Plaza Gran Altar es un complejo de este tipo, existe una serie de montículos antepuestos que conducen hasta este lugar, con un posible juego de pelota frente a su entrada que es una plaza hundida, cerrada y rodeada de tres pirámides mayores (Figura 4b).

De este modo, las procesiones siguen un eje que culmina siempre en un conjunto de estas características, lo cual parece ser un elemento importante durante este periodo en los sitios que pudieron estar conectados por rutas de intercambio.

Siguiendo la ruta de la costa, los siguientes sitios de importancia serían aquellos de la región de Tiquisiate y Escuintla, con sus abundantes ejemplos de incensarios de estilo teotihuacano y, continuando hacia el este, el sitio de Tazumal en El Salvador.

Aquí es difícil establecer indicadores directos de su relación con las tradiciones que vienen desde Teotihuacán, ya que se ha cuestionado la existencia de arquitectura con «cornisa y talud», sobre todo en la estructura B1-2, tal como fue reconstruido este edificio en 1950, pues exploraciones recientes indican que los edificios anteriores tenían un aspecto distinto (Valdivieso, 2005).

Además, los edificios de esta plaza parecen haber sido reutilizados durante el Posclásico Temprano mediante la construcción de pórticos con columnas. No obstante, el conjunto arquitectónico tiene al menos cuatro fases y su estructura mayor, la B1-1, alcanzó los 23 m de altura con múltiples agrandamientos.

Hay que considerar que Tazumal, en Chalchuapa, ha tenido ocupación continua durante 3,500 años, cuenta con alrededor de 5 km² de extensión y existen más de seis conjuntos de monumentos arqueológicos, siendo Tazumal el más grande.

Entonces, cabe la posibilidad de que hacia finales del Clásico Tardío, esta plaza funcionara a la manera de los conjuntos de tres templos ya mencionados, como punto de llegada de procesiones hasta este lugar. Entre los artefactos hallados aquí se encuentran incensarios de influencia teotihuacana, muy al estilo de los hallados en la costa de Guatemala (Ruiz, 2013), y estelas labradas.

El periodo Clásico en el sureste de Mesoamérica se extiende con una fuerte mezcla de estilos locales, combinados con lo maya y lo teotihuacano. Los complejos cerámicos normalmente son diagnósticos de los gustos de las élites locales y los objetos foráneos aparecen más aislados en contextos rituales (Alfaro, 2011).

No obstante, todo el occidente de El Salvador participaba activamente de las tendencias y cambios conocidos y producía sus propias versiones regionales de cerámicas polícromas, escultura y arquitectura, y sus poblaciones interpretaban las formas externas aportando las propias, aun teniendo tan cerca la influencia de los grandes sitios mayas del Clásico como Copán.

De ninguna manera era una región marginal o aislada, sino una zona muy receptiva y dinámica donde se pueden reconocer desde el periodo Clásico, y aún antes, la llegada de expresiones simbólicas que son incorporadas por las élites locales a sus propias necesidades, pero esta receptividad y respuesta cultural parece ser la constante en toda la secuencia de su desarrollo prehispánico.

El final del Clásico llega a su término cuando las poblaciones de El Salvador ampliamente distribuidas al occidente del Lempa en múltiples centros políticos ocupan toda la extensión de las mejores tierras de cultivo de manera muy intensa.

Los sitios de la ruta ancestral colapsan y los nuevos ajustes estilísticos, resultados de movimientos de población y fuertes cambios políticos en el área maya y centro de México dan lugar, una vez más, a adaptaciones y trasformaciones.

Y permanecieron los antiguos señores

El centro de México, Teotihuacán y su enorme prestigio quedaron como un lejano recuerdo, junto con las evidencias de su interacción de siglos con el área maya.

Cacaxtla y Xochicalco fueron sitios cuya arquitectura, iconografía y artefactos menores combinaron símbolos teotihuacanos y mayas, pero en proporciones muy distintas y con resultados que no pueden ser simplemente asignados a ninguna región foránea en particular (Quirarte, 1983 y López y López, 1996, pp. 173-193), como expresión de ajustes en las ideologías y en la percepción de los antiguos centros del poder del Clásico, ahora desaparecidos, así como la necesidad de un nuevo orden en una Mesoamérica acostumbrada a la permanente conexión e intercambio de ideas.

El fin del periodo Clásico apunta a la reorganización de grupos de población y de unidades políticas emergentes, posiblemente por la falta de una entidad o estado lo suficientemente fuerte para integrar a varias regiones.

El periodo Epiclásico entre 800 y 1,000 d. C. es entonces una época cuya principal característica es de un eclecticismo iconográfico, aunque algunos autores (Hirth, 1984 y Nagao, 1989) opinan que se trata en realidad del resultado de la interacción entre tierras bajas y tierras altas, donde a veces es difícil establecer la fuente original de ciertos elementos.

Se trata más bien de programas políticos en donde se usan símbolos ya conocidos que presentan una nueva realidad deseable, pero no necesariamente con referencia a una exactitud histórica (Ringle y otros, 1998) y donde los ejecutantes de las obras pueden ser especialistas que han viajado y pueden crear un nuevo conjunto iconográfico al gusto de las élites locales.

Estos elementos escultóricos, relieves y de pintura mural, asociados a arquitectura, deben ser comparados con los objetos portables para indicar en cada caso cuáles son las soluciones locales.

Así, se dice que Cacaxtla, fue gobernada por «olmecas xicallancas», pero en realidad, la mayoría de los íconos son de influencia maya de las tierras bajas, a pesar de su cercanía con la antigua Teotihuacán (67 km) e inclusive puede tratarse del rechazo de ese estilo, pues durante esta época, Teotihuacán se había apagado y posiblemente ya habían pasado más de 200 años de su decadencia.

En el caso de Xochicalco, a 100 km de distancia al sur de Teotihuacán, la combinación derasgos en relieves, distribución deestructuras en partes altas y objetosportables parecen estar más inspiradas en modelos provenientes deOaxaca y de la región mixteca. Unaobservación interesante es que loforáneo ocurrió en Teotihuacán demanera acotada y, cuando lo hizo,fue en barrios o parcialidades adonde se cree que se establecieronpersonas de otras áreas.

En cambio,el estilo teotihuacano es muy fuertey rígido en otras regiones periféricas, excluyendo a menudo los estiloslocales y foráneos. Tal vez por eso ala desaparición de Teotihuacán le siguió un periodo de evaluación crítica de su simbolismo, lo cual produjodistintos estilos locales yuxtapuestos como aquellos que aparecieronen la escultura y artes menores de lacosta del Pacífico en Guatemala y El Salvador, regiones donde tradicionalmente las grandes modas culturales fueron sometidas a un riguroso examen e interpretación local.

Los anteriores hechos conocidos por la arqueología podrían entonces estar relacionados a lo que quizás fue la primera migración importante, posiblemente consecuencia de la desintegración del estado teotihuacano en el centro de México: la de los pipil nicarao, es decir, los hablantes del náhuatl oriental más antiguo, que debió ocurrir entre los siglos VII y IX (600 a 1,000 d. C.).

Estos primeros hablantes de náhuatl serían, hipotéticamente, los creadores del estilo escultórico de Cotzumalguapa en la costa del Pacífico, que se manifiesta más al sur, y que posiblemente se extendió hasta El Salvador y Nicaragua.

En el caso de El Salvador, el sitio más conocido de esta época es Cara Sucia, de donde se cree que proviene el famoso disco de jaguar que es un ícono importante de este país (Figura 5a).

Esta escultura en relieve fue objeto de discusión acerca de su cronología y posible pertenencia al estilo Cotzumalguapa, pero en años recientes ha quedado claro que su cercanía estilística está con los monumentos de Pasaco, en Jutiapa, el monumento 14 de El Baúl y el monumento 86 de Bilbao, todos ellos pertenecientes a aquel estilo y al Clásico Tardío (Perrot-Minnot y Paredes S. F).

Sin embargo, vale la pena mencionar que la presencia de esculturas tipo «jaguar» estilizadas, bastante frecuentes en sitios de El Salvador tienen sus antecedentes en el Preclásico Medio a Tardío (Figura 5 c, d) y algunos rasgos como la presencia de espigas horizontales en esculturas y estilizaciones en cejas y boca parecen haberse prolongado hasta el Clásico Tardío, por lo cual los materiales de estilo Cotzumalguapa, en especial la representación del jaguar, podrían formar parte de una larga tradición de esta parte del Pacífico (Figura b).

El estilo posteotihuacano de la costa pacífica es una especie de renacimiento de la gran escultura y de reelaboración de temas relacionados con el poder y con la mitología antigua que, efectivamente, pertenecen a una larga tradición desde el Preclásico en sitios como Izapa.

En Cotzumalguapa, con impresionantes relieves y escultura de bulto, abundan escenas de personajes en espacios floridos y solares, jaguares, retratos elaborados, seres descarnados, escenas de ascensión al poder, sacrificio y desmembramiento, entre muchas otras, con un estilo firme y magistralmente tallado en piedras volcánicas que formaban parte de un paisaje urbano entre conjuntos arquitectónicos como El Castillo, Bilbao y El Baúl, cerca de la población actual de Santa Lucía Cotzumalguapa, aunque no todos son estrictamente contemporáneos (Chinchilla, 2011).

Destaca, por ejemplo, la representación de escenas que integran los conceptos mayas de la montaña florida con detalles que eran conocidos en el centro de México y el área maya. El monumento 21 de Bilbao, por ejemplo, es una evidente reconfiguración regional de estos temas que puede ser reconocida en sus detalles (Chinchilla, 2008).

Esta efervescencia por reinterpretar los antiguos temas religiosos de poder, curiosamente, parece tener una continuidad en lo geográfico a través de los mismos trayectos establecidos desde muchos siglos antes. Como muchos sitios aún no son conocidos ni explorados, casi siempre las referencias de esta época son sobre los bien conocidos centros de Xochicalco y Cacaxtla en el México central, donde las combinaciones y nuevos estilos en escultura y pintura mural se manifiestan igualmente de manera vigorosa.

No obstante, quiero hacer énfasis en la región de Puebla, mejor conocida por mí, donde el impacto de la caída de Teotihuacán también produjo una situación similar a lo que ocurría en las provincias del sur de Mesoamérica en el periodo entre 700 y 1,000 d. C.

Si, como hemos visto, al término del periodo Clásico, y ya sin la influencia de Teotihuacán, las poblaciones locales habían participado por siglos en el intercambio de bienes a través de las rutas que conducían hacia Oaxaca y hacia el Pacífico y, si ya desde esta época en el sur de Puebla estaba presente la variante más antigua del náhuatl oriental, conviviendo con los idiomas otomangueanos locales, cabe la posibilidad de que el flujo de ideas y estilos de esta región participara en la creación de las nuevas manifestaciones plásticas que se desarrollaron durante el Epiclásico y el Posclásico temprano. Veamos con más detenimiento esta situación.

En el sur de Puebla, región muy poco estudiada aún desde el punto de vista arqueológico, existen, tal vez desde finales del periodo Clásico, indicadores arqueológicos de semejanza con El Salvador y nombres de población inconfundibles y sugerentes como Tehuacán, Coxcatlán, Zacabasco o Xaltepec, por nombrar solo algunos, por lo cual vale la pena revisar estas semejanzas con más detenimiento, aun cuando los datos arqueológicos son todavía escasos o no están debidamente asignados a un periodo cronológico o a una filiación cultural bien determinada.

La población de San Gabriel Chilac, en el valle de Tehuacán, es hasta hoy hablante de náhuatl, del cual poseen la variante más antigua (Canger, 1983 y 1988), pero no es la única población de la región, ya que también se encuentran otras como Altepexi, Zinacatepec, Ajalpan, Coapan y Mihuatlán, entre las más conocidas.

Los títulos de fundación de Chilac, ciertamente, indican que sus habitantes son de ascendencia tolteca (Gil y Neely, 1972). Muchas poblaciones del sur de Puebla fueron fundadas en estos territorios hacia el siglo XII con la llegada de los toltecas-chichimecas desde Tula (Kirchhoff y otros, 1976 y Cruz, 2006).

Vale la pena señalar que algunos lingüistas consideran que el náhuatl más antiguo, el que se conoce como nahuat, era el lenguaje de los toltecas, y este es mucho más antiguo que la variante que hablaron los aztecas, con terminación tl, es decir, el náhuatl.

El nahua-pipil deriva de aquel idioma más antiguo, al extremo que las formas más arcaicas se encontraban en lenguas como el pipil de Izalco:

«Ya que el dialecto de Izalco en El Salvador, de acuerdo a mis notas, ha preservado formas gramaticales más completas que el azteca mexicano, se deduce que el primero debe ser más antiguo que el segundo. Sí, aún más antiguo que los antiguos himnos aztecas de Sahagún, más antiguo que el pipil de Guatemala» (Lehmann citado en Canger, 1988, pp. 29-30).[1]

(Figura 5: Ejemplos comparativos de escultura y pintura del centro y sureste de Mesoamerica: a) Disco de Cara Sucia, Ahuachapán, adaptado de Perrot-Minnot y Paredes (S. F.), fig. 5, b) Jaguar en relieve de El Baúl, Cotzumalguapa, Escuintla, c) Altar con jaguar de El Trapiche, Chalchuapa, y Altar 1 de Quelepa, San Miguel (El Salvador), d) Mural de la Tumba 1 de Ixcaquixtla, Puebla, adaptado a partir de foto de Cervantes y otros, 2005, p.67 y e, f y g) Altar con jaguar de San Martín, Zapotitlán Salinas, Puebla. Los dibujos pertenecen al autor.)

Antes de que esto ocurriera, hay motivos arqueológicos en la zona de Puebla para suponer que los hablantes de náhuatl antiguo, nombrados Nonoalcas, junto con hablantes de idiomas locales como el popoloca, nombrados confusamente «olmeca-xicallanca», fueron portadores, desde finales del periodo Clásico, de un estilo visual que retomaba las antiguas representaciones teotihuacanas, combinados con el estilo zapoteco de Monte Albán y elementos curvilíneos de la costa del Golfo, que Paddock (1966) nombró «estilo Ñuine», pero que en mi opinión son manifestaciones regionales más generalizadas que se extendieron en todo lo largo de las antiguas rutas utilizadas por Teotihuacán en los siglos anteriores y que continuaron haciéndolo durante los siglos VIII a X, entre 700 y 1,000 d. C.

Estos grupos «olmeca-xicallanca» que habitaron el sur de Puebla, adaptaron elementos locales y foráneos como ya hemos visto en el caso de Xochicalco, y sobre todo de Cacaxtla, y establecieron poco a poco una simbología que derivó en el estilo horizonte dominante durante el periodo Posclásico, conocido como Mixteca-Puebla.

Este estilo, que es el de los códices de la región, junto con escultura, arquitectura y cerámica, entre otros, tiene su origen en el sur de Puebla como una transformación del estilo teotihuacano y los estilos regionales desde el Clásico tardío y debe ser también resultado de las interacciones culturales durante el periodo Epiclásico entre el centro y sur de Mesoamérica (Nicholson, 1982 y Yanagisawa, 2005).

Un buen ejemplo es la tumba de Ixcaquixtla con pinturas murales que anuncian el nuevo estilo, pero aún con una fuerte influencia teotihuacana y de la región centro de Oaxaca (Figura 5e).

En ellas se observa una deidad de frente que porta rayos a la manera del dios del agua y otros personajes sentados con atavíos sencillos, pero con su posible nombre indicado por un amplio símbolo (Cervantes y otros, 2005), esta escena recuerda también los temas solares de los monumentos 3 y 6 de Bilbao, durante el Clásico Tardío (Chinchilla, 2013, pp. 210-11, Figs.7 y 8).

Otro ejemplo es un sitio del Clásico Tardío en la zona de Zapotitlán, donde se halló recientemente un par de esculturas que recuerdan claramente el estilo de las esculturas del estilo Cotzumalguapa. En particular, se trata de un pequeño altar con volutas y otro con cabeza de jaguar tallado al frente (Figuras 5f, g) que guardan semejanzas no sólo con los de Oaxaca, sino con los altares hallados en distintas partes de El Salvador, que, si bien pueden ser mucho más tempranos, también parecen ser parte de una tradición que se prolonga hasta finales del periodo Clásico (Figura 5).

Otros indicadores de la época entre Puebla y Oaxaca son incensarios con rostros de ancianos y felinos, aparición de cerámica con fondo sellado con motivos geométricos que se difundió por varias regiones del centro de México, Veracruz y Oaxaca (Castellón, 1996 y Castellón y Dumaine, 2000), vasijas asimétricas o «patojos», presencia de cámaras funerarias subterráneas o al interior de edificios piramidales como en el caso del Cerro de la Máscara o Cuthá (Castellón 2006), y posiblemente la aparición de figurillas y esculturas con el rostro del dios desollado o Xipe, muy características del inicio de etapa Posclásica en El Salvador.

La presencia de comunidades multiétnicas y lingüísticas en la Mixteca (al menos nueve idiomas se distinguieron entre 600 y 900 d. C.) estableció la necesidad de crear un lenguaje visual en el cual se pudieran expresar la mayor parte de las comunidades y centros políticos dispersos por toda la geografía montañosa. Es muy posible que estos elementos viajaran hasta Centroamérica en escalas y grados distintos.

Aunque hace casi 50 años se había señalado que el estilo Cotzumalguapa podía tener una etapa inicial de contactos culturales y otras de dispersión de influencias entre el Clásico y el Clásico Tardío (Parsons, 1969), un problema que aún subsiste es la datación precisa de muchos de estos contextos o esculturas, que son muchas veces resultado del hallazgo fortuito o del saqueo.

En todo caso, si esta tradición es coincidente con los rasgos ya mencionados, es también probable que su transmisión haya estado unida a movimientos de población en la época entre el 600 y el 900 d. C. incluyendo a hablantes de náhuat y otras lenguas locales, siempre a lo largo de las antiguas rutas que unían Centroamérica con Teotihuacán.

Es preciso hacer énfasis en el carácter multiétnico y plurilingüístico de las poblaciones de estos siglos anteriores al inicio del periodo Posclásico. El idioma no es sinónimo de etnia y muchos idiomas de distintas familias debieron estar unidos a los rasgos iconográficos que se distribuían de un extremo a otro de Mesoamérica.

En el caso de los sitios entre el centro de México y Centroamérica, muchos idiomas en formación participaron de los intercambios y aunque algunos de éstos hayan sido hablantes de náhuatl y sus variantes, otros portadores de los mismos rasgos debieron hablar idiomas distintos. La extensión del nahua pipil durante los siglos posteriores a Teotihuacán pudo haber sido un factor importante de comunicación, pero es necesario aún establecer las condiciones políticas, simbólicas y culturales de esta expansión, pues los idiomas de la familia otomangueana como el mixteco, zapoteco, y aún el mangue, podrían también haber estado representados en migraciones del Clásico Tardío, hasta lugares tan lejanos como Honduras y Nicaragua donde fueron conocidos en tiempos tardíos como chorotega (Kaufman, 2001), aunque la arqueología de esas regiones aún está intentando definir estas relaciones (McCafferty, 2011).

Comentarios finales

He intentado aquí proponer un panorama de las relaciones entre centro y sur de Mesoamérica anterior al establecimiento de los nahua-pipiles, para hacer énfasis en la profundidad histórica de los contactos culturales y estilísticos mucho más comunes de lo que a menudo se logra percibir. En esta dinámica constante de intercambio de formas, ideas y objetos, la zona sureste de Mesoamérica y en particular el occidente de El Salvador fue una región muy receptiva a todas las influencias y cambios que ocurrieron desde el centro de México y área maya principalmente, en una escala inclusive mayor que en otras regiones adyacentes. No obstante, el conocimiento de las expresiones culturales de otras regiones no fue adaptado directamente sino, como sucede a menudo, fue sujeto de negociación y reinterpretación en distintos niveles sociales.

En el caso de El Salvador, las unidades políticas debieron ser lo suficiente complejas para recibir o transformar a sus propias necesidades los estilos en boga durante muchos siglos, como seguramente ocurrió en sociedades de escala mayor como Teotihuacán, con grupos sociales sobrepuestos en la misma ciudad (Murakami, 2016).

Aunque menores en extensión, las sociedades del Preclásico Tardío hasta inicios del Posclásico como Izapa, Cotzumalguapa o Chalchuapa, por ejemplo, debieron ser de un grado de complejidad permanente a lo largo de los siglos, como lo atestiguan sus conjuntos iconográficos.

Aunque falta aún mucho para determinar los caminos y sitios precisos que unieron en distintos periodos al centro y sur de Mesoamérica, una ruta muy evidente salta a la vista, como franja de transmisión constante de elementos visuales, lingüísticos y materiales. Este corredor cultural es el que baja por la zona de Puebla-Tlaxcala, el valle de Tehuacán, donde he realizado investigaciones en los últimos 20 años, llega al centro de Oaxaca y desciende por el istmo de Tehuantepec hacia la planicie costera, para de ahí continuar hasta el occidente de El Salvador.

En las partes intermedias debe haber aún muchos lugares por explorar, aquí sólo he destacado la presencia de algunos de ellos de acuerdo a las exploraciones más recientes. Los pueblos asentados aquí hablaron distintos idiomas y tuvieron producciones materiales diferentes, pero siempre estuvieron al tanto de las principales ideas religiosas y políticas que se difundieron con rapidez en todas partes.

Sin duda, hay algunas estaciones que por su monumentalidad debieron ser críticas y estratégicas para el paso de caravanas de mercaderes que eran quienes normalmente difundían las novedades de uno y otro extremo, e informaban primero de eventos como la caída de Teotihuacán o la inminente llegada de embajadas importantes o personas en busca de nuevo asiento.

Actualmente, solo podemos hacer un esbozo general y esperar a que nuevos proyectos arqueológicos se efectúen en las extensas zonas de esta franja hasta ahora casi desconocidas.

Por lo pronto, me parece importante señalar que en la zona sur de Puebla con una profundidad histórica que se remonta al origen de las plantas cultivadas, especialmente el maíz, junto con la adyacente zona montañosa de la Mixteca, existen muchos rasgos que se pueden comparar con lo que ocurría en el sur de Mesoamérica, región esta última que ya no puede ser considerada una «zona de frontera» como a principios del siglo XX, sino más bien como parte de un amplio sistema de comunicación complejo y multicultural que abarcó cientos de kilómetros y zonas geográficas muy diversas.

Resulta cada vez más claro que los modelos de influencia unidireccionales son obsoletos y los modelos de interacción se aceptan como los más adecuados, especialmente cuando se consideran los casos más típicos de influencias mutuas como Teotihuacán-área maya, o bien, Tula-Chichén Itzá (Joyce, 1986 y Jordan, 2016).

Por supuesto, cabe destacar que las perspectivas de una mejor definición de los contactos a larga distancia requieren de mejores fechas y datos arqueológicos más precisos, lo cual afortunadamente, en el caso de El Salvador, ha venido ocurriendo de manera continua desde hace 25 años (Erquicia, 2011; Alabarracín-Jordán y Valdivieso, 2013; Paredes y Erquicia 2013 y Escamilla, 2015).

Notas al final

1 En el original: “As the dialect from Izalco in El Salvador according to my notes has preserved fuller grammatical forms than the Mexican Aztec, it follows that the former must be older than the latter, yes even older tan Sahagun’s Old Aztec hymns, older than Pipil from Guatemala”.

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[1]

Chalchuapa. Capital regional en el occidente de El Salvador. Nobuyuki Ito.

En Mesoamérica se encuentran diversos componentes culturales que simbolizan el poder de la sociedad, por ejemplo, en la cultura olmeca, los monolitos del tipo mesa-altar se consideran el trono del gobernante; en lzapa, Kaminaljuyú y otros sitios existieron mesas-altar tetrápodos, las cuales además pueden ser consideradas como tronos. También podrían significar poderío, como son las estelas esculpidas con glifos y el uso del sistema calendárico, como la cuenta larga, componentes todos que se encuentran en la Costa Sur de Mesoamérica.

La zona arqueológica de Chalchuapa, en El Salvador, consta de diez áreas: El Trapiche, Pampe, Peñate, Casa Blanca, Las Victorias, Tazumal, Nuevo Tazumal, Laguna Cuscachapa, Laguna Seca y El Gavilán. En Chalchuapa el Preclásico se subdivide en cinco fases a partir de los datos de excavación, lo que muestra la secuencia de la historia de Chalchuapa (Sharer, 1978).

La fase Tok es la más temprana y se desarrolla entre 1200 y 900 a.C. Esta fase se caracteriza fundamentalmente por las actividades domésticas.

Durante la fase Colos (900-650 a.C.) se incrementaron las actividades domésticas y se iniciaron las actividades ceremoniales. En el área de El Trapiche se construyó una estructura monumental conocida como E3-1-2a, hecha de barro con revestimiento de piedra basáltica y 22 m de altura. También se esculpió una pequeña escultura obesa, llamada Monumento 7.

Durante las fases Kal (650-400 a.C.) y Chul (400- 200 a.C.) se extendieron las actividades domésticas y ceremoniales hacia otras áreas de Chalchuapa. Durante la fase Caynac (200 a.C.-200 d.C.), en El Trapiche, sobre la estructura E3- 1-2a se construyó la estructura E3-1- 1a; además, se intensificó la construcción en otras estructuras, como la E3-3, y E3-6, de la misma área, entre otras, y varias estructuras monumentales, como la C1-1 y C3-6, en otra área chalchuapaneca.

En El Trapiche se localizaron varias esculturas de piedra que simbolizan el poder: cabezas de jaguar estilizado, tronos tetrápodos, estelas esculpidas con glifos, entre otras.

Estelas con glifos y la fecha más temprana

En la Costa Sur de Mesoamérica se localizaron 300 estelas esculpidas, aproximadamente; sin embargo, en la mayoría de los casos no se pudo conocer el contexto arqueológico por medio del registro científico (Ito, 2004). Sólo una docena de estelas se encontraron dentro de un contexto arqueológico (in situ) del Preclásico. Correspondiente a ese mismo periodo, en Chiapas, México, se localizaron cinco sitios arqueológicos: Tzutzuculi, Izapa, Mirador, Chiapa de Corzo y Padre Piedra. En Guatemala se registraron estelas esculpidas en cinco sitios arqueológicos: Tak’alik Ab’aj, Nueve Cerros, Los Mangales, El Portón y Kaminaljuyú, y en El Salvador, sólo dos sitios: Ataco y Chalchuapa.

En estos sitios son menos las estelas con glifos. En este sentido se puede inferir que los sitios que presentan un sistema de escritura son lugares que tenían un nivel cultural avanzado y alta tecnología. No obstante, en la Costa Sur de Mesoamérica se localizaron cuatro sitios que tienen estelas con las fechas más tempranas de 7 baktún –Chiapa de Corzo, Tak’alik Ab’aj, El Baúl y El Trapiche–, mientras que fuera de esta región sólo hay un sitio: Tres Zapotes.

Los pobladores de estos sitios conocían la cuenta larga y contaban con alta tecnología, por lo que es posible considerarlos centros regionales principales. De hecho, en El Trapiche se encontraron varios fragmentos de estelas al frente del Montículo E3-1, entre ellos dos fragmentos de estela vinculados a las cabezas de jaguar estilizado que tienen la misma orientación del eje arquitectónico del montículo, y que se colocaron como ofrenda al frente del acceso a la estructura. El Monumento 1 se colocó sobre el eje de la Estructura E3-1. En el fragmento están esculpidas ocho columnas con glifos y un personaje asociado. Otro fragmento de estela fue colocado con el lado esculpido hacia el suelo al construir el piso. Se trata de un fragmento de estela de estilo Izapa-Kaminaljuyú. Se puede observar una banda terrestre, en la cual se encuentra un símbolo en forma de U. Sobre esta misma banda se colocó una base de petate. Un señor está sentado sobre esa base o trono; sin embargo, sólo se puede observar una parte de su rodilla. Esta escena podría ser de un gobernante chalchuapaneco.

Más hacia el sur de la Estructura E3-1, y al frente a la Estructura E3-2, se encontró otro fragmento de estela con la fecha de cuenta larga relacionada al 7 baktún. Por el contexto arqueológico puede deducirse la secuencia de colocación del fragmento correspondiente: 1) se excavó un hoyo en el piso original; 2) se rellenó el hoyo con un poco de piedras; 3) se colocó el fragmento de estela con el lado esculpido hacia arriba; 4) se tapó el hoyo con piedras; 5) se hizo otro piso con arena. El lado esculpido muestra que se hizo una columna un poco más alta que las otras para colocar el glifo introductorio de la serie inicial y el número 7 para baktún.

Nobuyuki Ito. Maestro en arqueología por la Universidad de Kanazawa y doctor en arqueología por la Universidad de Nagoya. Profesor asistente de la Universidad de Nagoya, Japón. Director del Proyecto Arqueológico de El Trapiche, Chalchuapa, El Salvador.

David Stuart. Profesor Schele de arte y escritura mesoamericanos. Colabora en el Departamento de Arte e Historia del Arte de la Universidad de Texas, en Austin. Miembro del Consejo de Asesores de esta revista.

Is this the end of globalisation? Niklas Albin Svensson. January 2023 (IMT).

In May 2022, the CEO of BlackRock declared that “the Russian invasion of Ukraine has put an end to the globalisation we have experienced over the last three decades”. He undoubtedly has a point. The war in Ukraine has brought to a head the conflicts that have been brewing between the major powers for some time.

This development needs an explanation. The bourgeois commentators bemoan our impending doom and the shortsightedness of politicians. But there is little point in this kind of hand-wringing. One cannot understand the world in terms of ‘policy choices’ and similarly useless terminology.

Rather, we must try to understand the contexts in which free trade (which is the real content of globalisation) and protectionism develop. Globalisation has to be understood as a process, which was brought about by certain conditions; conditions that are no longer there.

How world trade has transformed the world

Back in the early 2000s, globalisation and free trade were in fashion. Liberals and conservatives alike worshipped at the altar of Adam Smith. The Wealth of Nations was considered the most profound thing ever written.

Their admiration for free trade had a certain justification. World trade has transformed the world, and for the better. The productive forces have burst the limits of the nation state. The world has become interconnected in a way that it has never been before. Supply chains have connected nations, industries and workers across the world.

With the growth of world trade, productivity also rose. The industries in the advanced economies produced increasingly advanced goods, and even former colonial countries began developing significant bases of industry, in particular in China, of course, a country we will return to later on.

World trade cheapened raw materials by shifting production or extraction to those places where they were most accessible, as Adam Smith had foreseen. Why not extract iron ore in the Australian outback where it costs $30 per tonne, rather than in China where it costs $90 per tonne?

Likewise, only the combination of all the resources of the world could create modern technology. Take cobalt, for example. Half of the world’s reserves and production are to be found in the Democratic Republic of Congo. One third of the world’s nickel is produced in Indonesia, and half of the world’s lithium is produced in Australia. These materials are all essential components of lithium batteries.

Furthermore, by concentrating production in huge factories that serve the world market, tremendous economies of scale can be achieved. The Foxconn iPhone assembly line in Shenzhen, for instance, is capable of outputting 100,000 iPhones per day. This is a far cry from capitalism’s early years, when production was carried out by handloom workers, weaving, powered by nothing more than the individual workers’ own muscles and skill.

In just the last 30 years, the Chinese economy has been completely transformed. The number of workers involved in the primary sector (mining, agriculture, etc.) fell from 60 to 34 percent, whilst the share of industrial workers increased from 20 to 34 percent, which means that China now has one of the highest shares of industrial workers in the world. The value added per industrial worker in Chinese industry increased tenfold in US dollar terms between 1991 and 2019, although it remains only one fifth of that produced by US workers.

The worldwide division of labour massively increased the productivity of labour and made possible the production of cheap commodities, including the provision of mobile phones all over the world. Even in a poor country like India, today there are 84 mobile phone subscriptions per 100 people (up from one in 2001). This massive improvement in the productivity in industry has also allowed an increasing share of the population to dedicate their working hours to the service sector, healthcare and education, as well as tourism and hospitality.

The whole period following the Second World War witnessed a massive expansion of world trade, starting in the 1950s and 1960s, which continued to soar thereafter. In 1970, the ratio of world trade to world GDP was 13 percent – in other words, approximately an eighth of all goods and services were produced for export. By 1980, this figure had reached 21 percent. In the 1990s, there was another spurt of growth up to 24 percent, and by 2008 it reached 31 percent.

Political developments followed alongside economic development. The General Agreement on Tariffs and Trade (GATT) was concluded in 1947 by 20 countries. This was followed by multiple further agreements among the signatories throughout the 1950s and 1960s, as well as an increase in the number of signatories, from 20 in 1949 to 37 in 1959, to 75 by 1968. By the time the World Trade Organisation (WTO) was created in 1994, GATT had 128 signatories.

The WTO itself included a far more comprehensive trade agreement including services; a dispute settlement mechanism; agreements on the protection of intellectual property, etc. On average, trade tariffs fell from 22 percent in 1947, to 5 percent at the time of the creation of the WTO.

This was made possible by the massive expansion of the world economy that took place after the Second World War, meaning that even if you had to cede some ground to your competitor or close down some of your industry, the overall increase in the world markets would leave you significantly better off.

In this period, the dynamic of free trade really worked in the way Adam Smith and David Ricardo (who developed Smith’s ideas) suggested it would. The looming dominance of the US over the capitalist world pushed a free trade agenda onto reluctant participants, smoothing over the whole process.

In the 1990s, the International Marxist Tendency (IMT) produced a document that explained this process:

“The fact that we have entered an entirely new situation on a world scale is shown by the changed role of world trade. The massive development of world trade in the period 1948-73 was one of the main reasons for the post-war upswing in world capitalism. This enabled capitalism—partially and for a temporary period—to overcome the main barriers to the development of the productive forces: the nation state and private property.” (A New Stage in the World Revolution)

This is what was known as globalisation, i.e. a massive expansion of the world market to overcome the limitations of the national markets. In other words: the limits of the nation state.

The nation state

At this point, it is necessary to consider how the nation state relates to the development of capitalism. When capitalism emerged onto the scene of world history it overcame regional, feudal limitations, to create a national market. The peculiarities of isolated markets around market-towns and regional capital were overcome, and prices were established through competition on a national scale between farmers and companies. This national market was the key to the development of capitalism in the first centuries of its existence.

But as capitalism developed the productive forces, competition gave way to monopoly. The handloom gave way to the power loom, and ‘barriers to entry’, as the economists call them, became greater. To start a weaving mill, you now needed not just a workshop and some handlooms, but a factory, a steam engine and power looms. The development of the productive forces, i.e. the development of new technology and its application to production, almost always leads to greater monopolisation, i.e. the concentration of more capital in the hands of fewer capitalists.

Once the monopolies have dominated and exhausted the domestic market, they are forced to seek out other outlets for their products. This leads to a massive expansion of the world market and world trade. Yet this too ceases to be sufficient at a certain point. The monopolies also need to find new outlets for their accumulated profits. Capital seeks new profitable investments, no longer available on the domestic markets. This is the beginning of the export of capital.

Capital is exported by means of finance capital (banks, insurance companies etc.), which comes to dominate the domestic and the world market. This is the world that Lenin described in his work, Imperialism: the Highest Stage of Capitalism. This is also the world that we live in today, although on an even higher level.

Lenin explained that the narrow, limited borders of the nation hem in the productive forces, which each capitalist nation is forced to attempt to overcome. Therefore, as the productive forces developed during the 20th century, world trade developed far quicker.

The consequences were tremendous:

    “The intensification of the international division of labour, the lowering of tariff barriers, and the growth of trade, particularly between the advanced capitalist countries acted as an enormous stimulus for the economies of the national states. This was in complete contrast to the dismemberment of the world economy in the period between the Wars, when protectionism and competitive devaluations helped to turn the slump into a world depression.” (A New Stage in the World Revolution)

Furthermore, the upswing of the post-war period was both the cause, and the effect of the development of world trade:

    “This enabled capitalism—partially and for a temporary period—to overcome the main barriers to the development of the productive forces: the nation state and private property.”  (A New Stage in the World Revolution)

Protectionism

Protectionism, the polar opposite of free trade has, of course, also existed throughout the history of capitalism, and for very good reasons.

By the mid-19th century, British industries reigned supreme on the world market. Using cheap commodities, they conquered the world. This was the era of British free trade. It was reflected in the domination of the Whigs in the British Parliament, and the repeal of the tariffs on grain, known as the Corn Laws. Thus, food for the working class was cheapened, enabling the bosses to keep wages down.

However, the domination of British industry posed a problem for other nations whose industries were far less developed. They needed some means of shielding their industries from British competition. As Engels put it, these nations “did not see the beauty of a system by which the momentary industrial advantages possessed by England should be turned into means to secure to her the monopoly of manufactures all the world over and forever.” (Engels, “The French Commercial Treaty”, 1881)

In Sweden for example, they introduced a system of export restrictions. The British industries were drawing in ever increasing amounts of raw materials. But supplying Britain with unprocessed logs, iron ore and other minerals would do little to develop Swedish industries. Therefore restrictions were put in place on exports of pig iron, iron ore and logs, in order to ensure that the processing took place in Sweden. When the Swedish metal and wood industry caught up, the restrictions were lifted, and Sweden entered a free trade agreement with Britain and France.

Similarly, the cotton-producing Confederates during the US Civil War were free-trade advocates. They wanted lower barriers to export raw cotton to England. The industrial north, however, favoured protective tariffs to protect its industries from their English counterparts. Slavery was therefore intimately connected with economic backwardness and free trade. Again, once the US had developed its industries, its bourgeoisie became massive proponents of free trade.

However, this development towards free trade does not flow in only one direction. By the end of the 19th century, British industries were facing increasingly stiff competition abroad, particularly from Germany and the US. This began causing a shift in the UK. The Tory Party returned to power, and started pushing an increasingly protectionist agenda. What was known as ‘imperial preference’ became one means of applying protectionism. This entailed Britain’s colonial possessions enacting preferential treatment for trade inside the British Empire. This policy was particularly targeted against the US and Germany.

This policy coincided with a turn towards land-grabbing of colonies. Lenin explained this process in Imperialism. The competition between monopolies turned into competition between nations. By 1900, the imperialist nations had carved up the world between themselves, and so any further expansion could only come at the expense of the other imperialist nations. The increasing contradictions between the capitalist powers – their battle over markets for goods and investments – were leading to increasing tensions in international relations.

As Germany had the smaller share of the colonies, its industries strained against the limitations imposed on it by its lack of colonies and access to the colonies of other nations. The German bourgeoisie needed and demanded a re-division of the world, in proportion to Germany’s newfound economic development. When the boom of the late 19th and early 20th century ended, the contradictions spilled over into world war.

There is therefore a close connection between economic crisis, protectionism, crises in international relations and war. We should remember, as Clausewitz pointed out, that war is politics by other means. And, as Lenin put it, politics itself is only concentrated economics.

The First World War solved none of the contradictions in the world economy. It only intensified them, and after the war, protectionism really took off. Britain introduced ‘Imperial Preference’ in 1932-33, bringing the policy of the colonies into line with the mainland. In 1933, President Hoover introduced the Buy American Act, which forced government contractors to use US-made products. Similar policies were enacted all around the world, contributing to a dramatic collapse in world trade by some 30 percent in the three years following the 1929 crash.

Adam Smith said that protectionist nations were “beggaring all their neighbours”, i.e. turning their neighbours into paupers, from which the phrase ‘beggar-thy-neighbour’ comes. Smith was describing attempts to cure recession and unemployment by exporting it, by shifting consumption to domestically produced goods. Of course, in a recession and especially a depression, these contradictions are exacerbated, as shrinking markets create more idle factories.

Protectionism on the rise

The crisis of 2007-8 really put an end to the further extension of free trade. The Doha Round of WTO-led negotiations was already in trouble, but the crisis finished it off. The negotiations were meant to tackle the issue of agricultural subsidies in Europe and the United States. After the collapse of negotiations, only half-hearted attempts were made to renew them. Instead, the process of rolling back world trade started.

Often, Trump is credited with bringing back protectionism, but he was only the logical next step. Obama launched the slogan, “Buy American!” in 2009. The Buy American Act had remained in force ever since 1933, but had been watered down significantly by various agreements like GATT, NAFTA and the Agreement on Government Procurement. Obama beefed it up in his 2009 Recovery Act and would have gone further in his 2011 Jobs Act, if it hadn’t been for the Republicans blocking it. Both acts were heavily criticised by the EU and Canada for undermining free trade.

Trump, of course, introduced a raft of protectionist measures, particularly around steel, but he remained constrained by WTO provisions. Biden rolled back some of these measures, particularly against Europe, Japan and Canada. However, far from abandoning protectionism, he has promised to try to ‘modernise’ the WTO rules, by which he means watering them down to give the US more scope for protectionist measures. The EU, for obvious reasons, is less than enthusiastic about this proposal.

Biden’s Inflation Reduction Act (IRA) follows the precedent set by Obama. In order to qualify for a subsidy to your electric car purchase, you have to buy a car ‘Made in America’. Similarly, investments in Green Energy need to comply with the conditions of the Buy American Act, i.e. they need to source their raw materials from the US. This has really inflamed tensions between the US and the EU, who feel that the US is discriminating against its ‘allies’. Macron called for a ‘Buy European Act’ and although the Germans have taken a less confrontational approach, they have nonetheless been pressuring the US for concessions.

German Chancellor Scholtz in his typically reserved diplomatic style, wrote in Foreign Affairs:

    “I believe that what we are witnessing is the end of an exceptional phase of globalisation, a historic shift accelerated by, but not entirely the result of, external shocks such as the COVID-19 pandemic and Russia’s war in Ukraine.”

In other words, globalisation as we know it is finished, and it won’t be coming back, precisely because it is not just the result of the war in Ukraine or the pandemic.

Alongside the economic forces pushing towards protectionism, there are also political factors connected to the impact of the crisis on workers across the advanced economies. Pressures of unemployment, attacks on wages and conditions etc. have created a huge discontent among workers.

The traditional bourgeois parties find themselves without anything to offer except more attacks and austerity. The only way to try to find a base in this situation is to move to the right, and to nationalism, including economic nationalism. Flag waving, anti-immigration sentiment and protectionism go hand-in-hand and are the only way in which the bourgeois can somehow cobble together an electoral base.

Trump was the most obvious example of this. He talked about restoring the position of “the American working class” by restricting immigration and foreign trade – a combination of ‘beggar-thy-neighbour’ policies; of keeping industry at home; and of keeping out the masses abroad, impoverished by imperialist wars and economic plunder. At least this was what he attempted to achieve.

The rise of China

Another pressure is the rise of China. The economic development of China was a massive boon to the world economy. The opening up of the economies to the world market – in Eastern Europe, but especially in China – was one of the key factors in prolonging the boom into the 1990s and early 2000s.

What industrial development we’ve seen on a world scale over the past 30 years has taken place largely in China, which has emerged as a new world power. Since the mid-1990s, China’s labour productivity has grown by 7 to 10 percent annually.

After initially hailing the Chinese economic success, and leaning on China to recover from the 2008 crash, the US and the EU started to become concerned about Chinese growth. They started noticing how Chinese companies took a serious interest in patents and intellectual property. This ranged from agriculture to electronics. Chinese companies like Lenovo, Geely and Huawei were also acquiring companies and market shares in the West. And so the western powers started to worry.

Already by Obama’s presidency, there was talk of a ‘Pivot to Asia’, but after the announcement of the ‘Made in China 2025’ plan in 2015, quantity turned into quality. China became a serious worry and during Trump’s presidency, the US began a serious attempt to hold back China’s development.

‘Made in China 2025’ was an announcement to the world that China was no longer content with producing merely furniture and clothes, and assembling electronics. It wanted to compete in the most advanced technological sectors and reduce its dependence on foreign suppliers.

China has a massive population, and the value of the total output of its economy is now approaching that of the US. The modernisation of Chinese industries has made China into one of the biggest industrial nations. However, China still lags far behind. The IMF estimates that its average labour productivity in industry is 35 percent of that of global best practices.

Only in the most advanced areas, like the cities around the Pearl River Estuary, Shanghai or Beijing, do you get a GDP per capita which is comparable to Spain or Portugal. China is not on par with advanced imperialist countries like Germany, Japan or the US, but it has laid out its ambition to become so.

The US is now leveraging its economic and diplomatic power to stop countries exporting key components to China and buying technologies like 5G from Huawei. It also has set itself the task of ‘liberating’ its supply chains and those of its allies from China.

Many of its allies remain unconvinced by their approach. Indeed, Scholtz, contrary to the wishes of the US, decided to make a visit to Xi Jinping. He was determined to resolve Germany’s disputes with China independently of the US. Macron has a very similar approach, and the communique of ‘agreements’ after his recent meeting with Biden, notably did not mention China.

The smaller EU powers are unhappy with the way the conflict with Russia has been handled by the US: twisting their arms to take measures that have a limited impact on the US economy, but are very heavily damaging European industry, in particular that of Germany. One anonymous senior EU official called it a “historic juncture” in the EU-US relationship (Europe accuses US of profiting from war – POLITICO). The European powers fail to see the allure of another trade war in which they must abide by US dictates.

Yet the US is quite capable of taking unilateral action, and it has continued to do so. It is imposing new legislation, not just on US companies but on any company in the world. The recent ban on the export of machinery to produce semiconductors to China is one such example. Similarly, in its blockade against Cuba, the US has unilaterally demanded compliance from companies in Europe, Taiwan, etc., or risk being sanctioned in turn.

The world’s biggest producer of semiconductors is a Taiwanese company called TSMC. It now has to apply for permission from the US government to import machinery to its plants in China. The largest producer of such machinery is ASML, a Dutch company. The Dutch government is now in discussions with the US about what additional barriers to impose on exports to China. The US is essentially forcing its methods of ‘competition’ with China onto its allies.

The US remains the super power, and just as the British fleet back in 1914 had a policy of maintaining a naval capacity larger than its two biggest competitors combined, so the US is spending as much as the ten following nations combined on its military, or 2.7 times that of China, which comes in second. In the past, this power was used to keep free trade flowing. But increasingly, it is now being used for the opposite purpose.

This turn in the US has major implications. Unlike in the past, its power is no longer used to defend the general interests of the capitalist class against the Soviet Union or world revolution, but its own narrow interests against the other major powers. It has thus taken up the role of a declining power, attempting to shield itself from competition, somewhat like Britain at the end of the 19th century.

Yet it would be quite wrong to see protectionism merely from a US perspective. The European Union also has an interest in countering Chinese competition. They have their own “Chips Act”, their own attempts to secure battery plants for lithium batteries, and so on. The Chinese government has limited new protectionist initiatives, but there are plenty of complaints about unofficial measures taken to make life difficult for Western companies operating in China.

All these conflicts are intensifying under the pressure of events. This will have major consequences. Refashioning supply chains to avoid Russia and China will be tremendously expensive. The attempt to move microchip production apparently means investment in lithography systems to the tune of $300 billion from TSMC, Intel and Samsung.

According to ASML, TSMC has already announced investment plans of $100 billion. Once established, these new factories will have to be protected against foreign competition by tariffs and other measures. The fact that they are all likely to overshoot the demand of the world market for semiconductors, with consequences for prices, makes this particularly true. Thus, protectionism feeds protectionism.

This will have long-term consequences for levels of investment. The IMF estimated that every point reduction in tariffs resulted in a 0.4 point increase in investment, because of the cheapening of machinery. Now, increased protectionism will lead to more expensive machinery and thus less investment.

In this scramble, world trade will not cease. How can it? But it will become more expensive, which will mean more expensive goods, i.e. more inflation. This will have to be countered then by the raising of the interest rates to try to cool down the economy, which will in turn provoke recession.

Why are they doing it, one might ask? Certainly the liberal press asks this time and time again. Yet it is not hard to find the reason. Firstly, it is the policies of free trade that have led us precisely to this point. Free trade both postponed and also massively exacerbated the crisis. Neither free trade nor protectionism can resolve the contradictions of capitalism.

Secondly, in increasingly harsh economic conditions, governments are trying to find some kind of way of stabilising the political system and ensuring that the main monopolies retain or gain an edge over the competition. They attempt to buy themselves a bit of time, so that if revolutionary convulsions will collapse a regime, they can ensure it won’t be their regime. Yet, because they’re all acting in the same way, they destroy the fabric of the world economy, and by extension, of the capitalist system as a whole.

Where do Marxists stand?

The market, or the ‘invisible hand’, played a historically progressive role, but is clearly unable to do so any more. For us it’s not a question of supporting free trade against protectionism. It’s not our role to try to turn the clock back to 2006 or even to 1967. The whole crisis shows the inability of capitalism to take humanity forward, and in its senile decline, capitalism is destroying many of the gains it had made in the past.

It is destroying its supply chains, it’s destroying its system of international relations, it’s returning us to wars, militarism and all the associated waste in economic resources and human life. Our role is to explain why this is taking place, and how neither side will solve anything by their measures.

We must understand that protectionism is a dead end. The whole development of the past 80 years shows the complete reactionary utopia that was ‘socialism in one country’. We are one interconnected globe and there are huge advantages for us in sharing experiences, technology and resources. Socialism would be built on a foundation of trade and internationalism, not by forcing the productive forces into the straight jacket of the nation state.

Free trade and liberalisation can no longer take us one step forward, whilst the turn to protectionism just makes things worse. We are socialists, Marxists and revolutionaries. We see in this collapse of globalisation only another stage in the crisis of the system as a whole. We see the great benefits of world trade, but this path is now finished. Only on the basis of the working class taking power can we re-establish world trade and world relations on a healthy basis. We will prepare the way for a massive leap forward.

El gran dilema de quienes controlan el FMLN. Wilfredo Zepeda. CRS del FMLN. Diciembre de 2022

El FMLN lleva más de tres años cargando una contradicción entre el sentimiento antigobierno de su militancia y el comportamiento progobierno del grupo que controla el partido.

Es normal que la militancia del Frente rechace a un Gobierno como este, que persigue a dirigentes y ex funcionarios del partido, ataca al movimiento popular, viola los derechos humanos y el marco legal, miente sobre las causas de la guerra (que atribuye a un pacto entre la guerrilla y la oligarquía para matar al pueblo), denigra los Acuerdos de Paz, roba y tiene la economía estancada, entre otras cosas.

Toda persona de izquierda y progresista de verdad, no de pose, siente aversión por este régimen, uno de los peores de la historia del país. Pero resulta que el grupo que comanda el FMLN ve las cosas de otro modo, hasta el punto de que su jefe, el señor Ramiro, elogió recientemente el Estado de Excepción, el cual ha generado decenas de muertes, miles de detenciones arbitrarias e infinidad de atropellos, mientras el Gobierno protege a los cabecillas de las pandillas, les da empleo a muchos de ellos y les otorga otras prebendas a cambio de que reduzcan los asesinatos.

Hay que recordar que el grupo que manda en el FMLN dijo, en el documento “Análisis del momento actual y líneas estratégicas para el período 2019-2024”, que “el “presidente Bukele está estrechamente vinculado y coincide con el enemigo estratégico en el propósito de destruir al FMLN como opción revolucionaria” y que “el FMLN desarrollará una estrategia para evitar que se consolide esa alianza”. ¿Cuál alianza? La de Bukele con los enemigos estratégicos, el imperialismo y la oligarquía. O sea, que hay que atraer a Bukele.

La mayoría de militantes no conoce ese documento, pero percibe la pasividad de quienes dirigen el partido, que no opinan sobre los problemas nacionales, no enfrentan al gobierno, siguen lamentando la expulsión de Bukele del FMLN y le dedican buena parte de su tiempo a atacar al grupo que lo expulsó. Hay una especie de angustia en la militancia del FMLN, que no ve a su dirección a la altura de las circunstancias, sino coqueteando con el régimen.

Para calmar las inquietudes de la militancia, y sobre todo para cohesionar a la base que le apoya, el grupo dirigente hace tres cosas: dice que el enemigo principal solo está integrado por la oligarquía y el imperialismo, o sea, excluye al gobierno de ese bloque; difama a la corriente revolucionaria del partido; y calumnia al movimiento popular, al que acusa de recibir dinero de la embajada de Estados Unidos, exactamente lo mismo que dice Bukele.

La calificación del enemigo principal, donde el clan Bukele no aparece, es muy curiosa. Cuando en la izquierda (y en la derecha) se habla del enemigo principal o inmediato, se hace referencia al bloque de fuerzas que hay que vencer para avanzar hacia el poder o para tomarlo.

Durante la guerra, cuando el PDC gobernaba, el FMLN tenía claro que el enemigo principal era el bando integrado por la Fuerza Armada (FAES), el gobierno de Duarte y el imperialismo como sostén de los otros dos. Si el FMLN hubiera ganado la guerra en esos años, su victoria hubiera sido, al mismo tiempo, contra la FAES, el gobierno de Duarte y el imperialismo. Y una vez en el poder, se enfrentaría de nuevo al imperialismo y también a la oligarquía, pues ambos conforman el enemigo estratégico, es decir, el obstáculo a vencer para aplicar el programa de transformación.

Pero una vez ARENA llegó al Ejecutivo, sacó al PDC del lugar que ocupaba como enemigo principal y le dio entrada a la oligarquía, que a su vez era (y siempre es) parte del enemigo estratégico. Si el FMLN tomaba el poder durante la ofensiva de 1989, hubiese derrotado, al mismo tiempo, a la FAES, al gobierno de Cristiani y al imperialismo. Y luego se enfrentaría de nuevo al imperialismo y a la oligarquía para defender al gobierno revolucionario y aplicar su programa.

¿Y cómo está la cosa hoy? ¿El clan Bukele es o no es parte del  enemigo principal? Por supuesto que lo es, pues controla el Estado y golpea al FMLN, al movimiento popular y a las fuerzas progresistas. Pero lo hace con el apoyo de un sector de la oligarquía y el respaldo del imperialismo.

El gobierno de Bukele tiene el apoyo público de Roberto Kriete, de los Meza, los Regalado, los Dueñas, los Calleja y otros oligarcas que respaldan sus acciones (incluyendo las ilegales), al tiempo que se lucran de las compras públicas, la privatización del agua y los permisos ambientales para sus proyectos. La oligarquía mantiene en silencio a sus gremios (ANEP, ASI, CAMAGRO y otros) y está complacida con el daño ocasionado por el clan Bukele al FMLN, el enemigo al que ella y el imperialismo no pudieron derrotar en la guerra y la postguerra.

El clan gobernante también tiene el apoyo del gobierno de Estados Unidos, que le pide guardar las apariencias democráticas mientras le agradece sus ataques al FMLN, a las fuerzas progresistas y al movimiento popular, así como la ruptura de relaciones diplomáticas con Venezuela y la República Saharaui Democrática. El gobierno de Estados Unidos le ayuda con los préstamos del BID y a hurtadillas le dona aeronaves militares, entre otras cosas. 

Es claro que el imperialismo solo adversa a las fuerzas de izquierda y progresistas. Y Bukele no dirige un proyecto de esa naturaleza, sino de derecha. Nadie lo ha visto en foros de grupos de izquierda, ni celebrando los triunfos electorales de la izquierda ni coincidiendo con los gobiernos revolucionarios y progresistas de América Latina. 

De manera que, para la izquierda verdadera, el enemigo a vencer es el agrupamiento integrado por el clan Bukele, el sector de la oligarquía que lo apoya y el imperialismo norteamericano. A ese agrupamiento hay que enfrentarlo en las luchas de calle y en las elecciones de 2024 y más allá. El sector oligarca no bukelista, que sigue en ARENA o anda en otros pasos, no será parte del Frente Amplio opositor que enfrentará al régimen. Es enemigo secundario, pero enemigo, no amigo.

¿Podrán los que controlan el FMLN convencer a la militancia de que el clan gobernante no es parte del enemigo principal? Tal vez la gente más fanatizada acepte esa versión. Y es justamente a esas personas que el jefe del grupo les dice que la oligarquía y el imperialismo masacraron en el pasado y atacaron a Alba Petróleo, como si la militancia no lo supiera. Pero ese esfuerzo por “sensibilizar” únicamente contra esos enemigos es cuesta arriba, pues la militancia también sabe que el régimen de los Bukele reprime al pueblo, roba y difama con el respaldo de los principales oligarcas y del imperialismo. Por lo tanto, en la fórmula de Ramiro sobre el enemigo principal hay un cabo suelto que genera angustia en la militancia del partido.

Sobre la difamación a la corriente revolucionaria del FMLN, la que expulsó a Bukele del partido y a la que acusan de querer una alianza con ARENA, la vida aclarará esa calumnia. Además, la militancia sabe que dicha corriente es la que enfrenta al régimen. Por lo tanto, esa maniobra morirá por falta de oxígeno.

Sobre los ataques al movimiento popular que lucha contra el gobierno, la maniobra del jefe del FMLN y sus operadores políticos es muy precaria, pues la militancia ve a ese movimiento luchando contra el régimen y vinculado a la izquierda continental.

Para justificar su aislamiento, el grupo que dirige al FMLN dice que el partido tiene 500,000 votos. Pero esa cifra es falsa, pues es la suma de los votos de las elecciones presidenciales y los votos de las legislativas y municipales, como si quienes votaron en ambas elecciones fueran diferentes.

Ese grupo también anda diciendo que no hará alianza con ningún partido de derecha, incluidos los que no están en el bando del enemigo principal. Olvidan las alianzas del Partido Comunista de El Salvador con los demócratacristianos y los socialdemócratas en los años setenta, entre muchas experiencias históricas de alianzas estratégicas y tácticas en el país y en el mundo.

Decir que un grupo de izquierda solo debe aliarse con otro similar es negar toda la experiencia del FMLN y de la izquierda mundial. Y es hipocresía celebrar las victorias pasadas del FMLN y las victorias de la izquierda latinoamericana (pasadas y presentes), que se sustentan en alianzas con sectores que no son de izquierda pero que coinciden en la lucha contra el enemigo principal.

Sobre el tema de las alianzas, Lenin afirmó que “…uno de los errores más graves de los comunistas, es la idea de que una revolución puede ser hecha por los revolucionarios solos…Sin alianza con los no comunistas en las más diversas esferas de la actividad, no puede hablarse siquiera de una exitosa construcción comunista…” (“La significación del materialismo militante.”) También dijo que no se puede “ignorar que toda la historia del bolchevismo, tanto antes como después de la revolución de octubre, está llena de casos de táctica de maniobras, de conciliación y de compromisos con otros partidos, incluidos los partidos burgueses. “El izquierdismo enfermedad infantil del comunismo.”). ¿Se estudia a Lenin en la escuela del FMLN?

Las poses de “pureza” que asume el grupo que controla el FMLN solo demuestran su decisión de no enfrentar al régimen. Pero el autoengaño y el aislamiento son peligrosos en política. ¿Será que ese grupo tiene baja autoestima y cree que si habla con un derechista se hace de derecha? ¿Será que desea que el partido termine consumido? ¿O será que quiere contribuir a la victoria de Bukele? 

Vociferar contra la oligarquía y el imperialismo, al margen de enfrentar al gobierno de Bukele, es propio de falsos izquierdistas, que dejan de lado el problema más candente: la reelección ilegal de Bukele y el posible afianzamiento de su gobierno dictatorial. Enfrentar ese peligro mediante una amplia alianza opositora es la tarea revolucionaria del momento. Lo demás es fraseología contra la oligarquía y el imperialismo, pero sin enfrentarse a su instrumento principal, el régimen de turno.

¿Qué pasará, entonces, en el FMLN? La convención de diciembre será crucial, pues si se aprueba que el FMLN solo hará alianza con un grupito social que responde a la dirección, irá solo a las elecciones de 2024 y el resultado ya se sabe cuál será. El 2.6% que le da la UCA equivale a menos de 100,000 votos, que, dispersos en el país, tal vez ni alcancen para tener presencia en la Asamblea Nacional.

Tres años complejos, complicados, difíciles. Diario El Mundo. 2 de junio de 2022

El presidente Nayib Bukele arribó ayer a su tercer año de Gobierno con elevados niveles de aprobación y en medio de una ofensiva frontal contra las pandillas.

Han sido tres años difíciles, complejos, complicados. La pandemia, la crisis económica que vino con ella, la inseguridad que llegó de manera trágica a su peor explosión en marzo con aquellos días tenebrosos de homicidios, todo eso han sido variables que le ha tocado enfrentar al gobierno.

Evidentemente ha habido dificultades, hay cuestionamientos y críticas a nivel nacional e internacional desde que se destituyó a los magistrados de la Sala de lo Constitucional y al Fiscal General de la República, ha habido también preocupación sobre la institucionalidad democrática.

Luego con el régimen de excepción hay denuncias de violaciones de Derechos Humanos y otros señalamientos. La confrontación con Estados Unidos también ha sido tema de preocupación.

Pero además de esas críticas, hay una realidad incuestionable y es que todas las encuestas muestran un nivel elevado de aprobación para el mandatario y la mayoría de sus medidas, con excepción de la economía y la apuesta por el bitcoin.

Eso se puede explicar porque el mandatario ha tomado medidas osadas que la inmensa mayoría de la población respalda como el combate frontal a las pandillas. La población estaba harta de los crímenes de esas bandas y urge una solución permanente contra la violencia, las extorsiones, el acoso de estas.

Como todo gobierno, hay avances y hay deudas. Es vital conservar un sistema democrático, con libertades y Estado de Derecho, que sepa escuchar a la población y sus necesidades.