La división de la izquierda. Augusto Klappenbach. 2013

Creo que no existe un problema político más importante en este momento que la necesidad de formar un frente común para evitar un cambio de modelo social que no ha sido decidido democráticamente por los ciudadanos sino impuesto por poderes económicos que no representan a nadie más que a sus gestores.

Pero una izquierda dividida no es capaz de ofrecer una alternativa seria a este atentado a la democracia. La división de la izquierda tiene una larga historia que se manifestó claramente en la guerra civil: mientras las derechas formaron un frente común, las izquierdas no olvidaron ni siquiera en esos momentos las luchas entre comunistas, anarquistas y socialistas. Y así nos fue.

Y hoy, mientras el Partido Popular es capaz de aglutinar a liberales y conservadores, franquistas y democristianos, ateos y católicos, honestos y corruptos, la izquierda se divide en dos partidos nacionales, varios regionales y alguno en formación, frecuentemente enfrentados entre sí y a veces duramente. Por no hablar de la división de la izquierda en la Unión Europea. Quizás es el momento de preguntarnos por las razones de esta constante histórica.

Un componente esencial del pensamiento de izquierdas consiste en la actitud crítica ante lo que existe. La izquierda nació así, como cuestionamiento al poder vigente, mientras que las derechas, en general, dedicaron su discurso a justificar el orden social, dirigiendo sus esfuerzos a defender el sistema establecido o a reformarlo para lograr su continuidad.

Y esta vocación de crítica a la totalidad ha perdurado en la izquierda hasta nuestros días, hasta el punto de volverse contra sí misma.  Max Weber es el autor de la clásica distinción entre la ética de las convicciones y la ética de la responsabilidad.  Según él, la ética de las convicciones tiende a aplicar los principios morales de modo absoluto, despreocupándose de las consecuencias que provoque la conducta. La ética de la responsabilidad, por el contrario, tiene en cuenta los resultados de la acción y es capaz de adaptar los principios a los fines que se persiguen.

Creo que el error de Max Weber consiste en atribuir la ética de las convicciones al ámbito privado, reservando la ética de la responsabilidad a la acción política. Toda decisión moral incluye tanto los principios como los resultados de la acción, a riesgo de convertirse respectivamente en fanatismo o en oportunismo, tanto en la política como en la vida privada.

Pero es verdad que en los dos ámbitos existen tendencias que ponen el acento en uno u otro aspecto. Y la izquierda ha insistido históricamente en los principios ideológicos de su concepción del mundo, muchas veces a costa de obtener resultados intolerables que terminan contradiciendo los mismos principios que postulaba. Una actitud coherente con el predominio de la ética de las convicciones: los principios  se pueden permitir el privilegio de ser absolutos y de ejercer una crítica implacable a las contingencias cotidianas, mientras que esas consecuencias están llenas de matices y decisiones complejas. Nada es más dócil que las ideas.

Este fundamentalismo moral, junto con los inevitables personalismos y ambiciones personales,  está en la raíz de la frecuente actitud sectaria de los partidos de izquierda, que con frecuencia exigen de los compañeros de viaje una identificación total con los principios y estrategias propias para considerarlos como tales.

No se trata, por supuesto, de renunciar a los principios y caer en un oportunismo acomodaticio. Ni de olvidar las utopías, esenciales en el pensamiento de izquierdas. Ni de adherir a la siniestra doctrina del fin que justifica los medios. Sino de comprender que el objetivo de la acción política consiste en la transformación de la realidad y que la función de las ideas y principios consiste en hacerla posible. Utilizar los principios éticos para evitar el compromiso con las dificultades que entrañan las decisiones concretas necesarias para cambiar las cosas y refugiarse en el reino abstracto de las ideas implica hacerle un flaco favor a la ética.

Por supuesto que la deseable unidad de la izquierda no puede incorporar a cualquier sector que reivindique su pertenencia a ella. Porque hay que recordar que izquierda y derecha son términos espaciales y relativos, que dependen del término de comparación que se utilice: el Partido Popular podría situarse a la izquierda del Amanecer Dorado de los griegos.

No puede afirmarse que cualquiera que proclame su condición de izquierdas tenga derecho a participar en la necesaria unidad de acción que estos tiempos exigen. El caso de ETA ilustra suficientemente la necesidad de estas exclusiones. Tampoco se trata de conseguir esa unidad aceptando sin crítica las posturas de quien tiene más poder.

Creo que la cuestión que más importa en estos momentos consiste en la posibilidad de acuerdos entre las corrientes socialdemócratas, que proponen una profunda reforma dentro del sistema capitalista y otras posturas que rechazan cualquier posibilidad de vigencia del capitalismo y defienden el paso a modelos socialistas desde convicciones democráticas y no violentas. En estas dos posturas se incluye la inmensa mayoría de lo que se entiende por izquierda sociológica en este país.

Por ejemplo. Muchos de quienes pensamos que la socialdemocracia no es capaz de enfrentarse a crisis como la que estamos viviendo y que es necesario un cambio de paradigma creemos sin embargo que en este momento no puede descalificarse en bloque un partido como el PSOE al que han votado más de siete millones de ciudadanos, aunque sus dirigentes estén haciendo lo posible para seguir perdiendo apoyo popular.

Esos votantes, en su gran mayoría, prefieren una sociedad que ofrezca sanidad, educación y servicios sociales gestionados por el Estado, que asegure los mismos derechos a todos los ciudadanos incluyendo el derecho a un nivel de vida digno, que se establezca una sociedad laica y libre de presiones de la Iglesia, que se limite el poder de los mercados financieros, que pague más impuestos quien más tiene, que los poderes públicos aseguren a todos el derecho a una jubilación suficiente, que permita a todos vivir libremente su sexualidad, que el acceso a la educación no sea un privilegio de las clases pudientes, que no se discrimine a nadie por su sexo, su nacionalidad o su color de piel, que se destinen recursos públicos a los países subdesarrollados. Y en estas y otras aspiraciones se reconoce el pensamiento de izquierdas, mucho más que en la proclamación de consignas y programas maximalistas.

Cualquier avance que se consiga en estos y otros objetivos es un avance que la izquierda debe considerar como propio, aunque sus gestores no respeten la ortodoxia ideológica. Descalificar a priori cualquier logro parcial  bajo la acusación de “reformista” suele ocultar el deseo de instalarse en la comodidad de los principios generales para no verse en la necesidad de tomar decisiones comprometidas, siempre discutibles y nunca puras.

Si esta crisis nos ha enseñado algo es que lo poco que se ha logrado (evitar desahucios, mantener abiertos hospitales y ambulatorios, evitar el cierre de muchos servicios sociales) ha sido por la acción conjunta de ciudadanos que olvidaron las siglas de los partidos y concentraron sus esfuerzos en objetivos concretos.

Y lo más notable de estas movilizaciones es su pluralidad: militantes de todos los partidos, incluyendo votantes de la derecha, gente que nunca había pensado en salir a la calle, jóvenes y viejos, jubilados y parados, profesionales y amas de casa. Se ha dicho que el 15M y las sucesivas mareas que recorrieron las calles adolecían de falta de propuestas políticamente estructuradas.

Por supuesto, pero esa es precisamente la función de los partidos políticos: traducir lo que la gente demanda en propuestas políticamente viables. Lo que se aprendió durante esta crisis es que la gente es capaz de olvidar diferencias para conseguir resultados concretos y habrá que esperar para saber si los partidos son capaces de aprender esta lección.

Y ya llegará el tiempo de discutir programas más ambiciosos; ahora no estamos en una crisis pasajera sino en una emergencia que puede terminar con nuestro modelo de sociedad y que exige juntar las fuerzas disponibles. Mientras tanto ¿sería imposible pensar en una coalición de partidos de izquierda que se presentaran conjuntamente a las próximas elecciones, de modo que el voto a cualquiera de ellos valga lo mismo y se evitaran así las discriminaciones de la actual ley electoral?

Paradojas y lucha de clases al interior del FMLN. Izquierda Rebelde. 8 de marzo de 2021

En 2004, Schafik Hándal obtuvo 812,519 votos como candidato a la presidencia por el FMLN, una cifra 121% mayor a la obtenida por Facundo Guardado en 1999, cuando recibió 365,689 como candidato del FMLN.

Como Schafik no ganó las elecciones, Oscar Ortiz, quien había competido contra él en las internas del FMLN, demandó la renuncia de la dirección del FMLN. Nadie le hizo caso. Actualmente Ortiz es secretario general del FMLN, y a pesar de que el partido tuvo la peor caída electoral de su historia, él se niega a renunciar.

En 2009 y 2014, la dirección del FMLN, que tenía como secretario general a Medardo González, obtuvo dos victorias presidenciales, primero con Mauricio Funes y luego con Salvador Sánchez Cerén.

Para 2017, Nayib Bukele, entonces alcalde de San Salvador, pretendía ser candidato del FMLN para las elecciones de 2019, pero cuando se le comunicó que no lo sería, hizo diabluras, atacó al gobierno y al partido y fue expulsado por agresor y traidor. Los hechos le dieron la razón a quienes tomaron esa decisión.

Luego del revés electoral de 2018, cuando Bukele llamo a la militancia del FMLN a no votar, llegó la competencia por la candidatura de 2019. Los seguidores de Ramiro Vásquez, que no aceptaban la expulsión de Bukele, se asustaron ante la posibilidad de que Gerson Martínez fuera el candidato. ¿Por qué? No lo sabemos, pero fue público el apoyo que le dieron a Hugo Martínez, quien se inmoló en una contienda donde obtuvo el 26% de los votos que había recibido Sánchez Cerén.

Pero volvamos al caso Bukele. En 2018, cuando Nuevas Ideas socavaba las bases del FMLN, los seguidores de Ramiro dijeron en la CP del FMLN, y en la televisión, que Bukele no era el enemigo principal.

El tema del enemigo principal o inmediato es crucial en política. Se le define como el obstáculo que un partido debe vencer para tomar el poder o para mantenerlo, porque si no lo vence, se convierte en un factor de destrucción.

Durante buena parte de la guerra, el enemigo principal del FMLN era el bloque integrado por el imperialismo, el gobierno del PDC y los militares. En 1989, ARENA ganó las elecciones presidenciales y sustituyó al PDC en el bloque del enemigo principal. El FMLN nunca se enredó en eso. Pero no siempre el enemigo principal es un gobierno y su ejército. A veces es una fuerza que no controla el poder pero que amenaza con tomarlo.

Un ejemplo ilustrativo lo da la Revolución Rusa. Para los bolcheviques, el enemigo principal era el régimen del Zar. Cuando éste cayó, en febrero de 1917, pasó a ser el gobierno de Kérenski, surgido días después. Cuando el general Kornilov se alzó contra Kérenski, en septiembre del mismo año, se convirtió en el enemigo principal, al que los bolcheviques combatieron. Derrotado Kornilov, el enemigo volvió a ser el gobierno Kérenski, al que los bolcheviques derrocaron en octubre de ese año. En solo 8 meses, el enemigo cambió cuatro veces.

El Partico Comunista Alemán también ilustra sobre el tema, pero en un sentido trágico. Creyó que el enemigo principal era el gobierno solcialdemócrata, al que calificó de socialfascista, justo cuando Hítler avanzaba impetuosamente por la vía electoral. Llegado al poder, Hitler destruyó a los dos partidos.

Para las elecciones de 2019, el FMLN solo podía ganar si derrotaba el proyecto de Bukele, que erosionaba sus bases. Decir que Bukele no era el enemigo principal equivalía a considerarlo un posible aliado contra ARENA. Amparado en esa concepción, el grupo que apoyaba a Bukele bloqueó la estrategia aprobada por la CP en mayo de 2018. Ese documento deberían estudiarlo las bases.

Cuando en julio de 2019 se produjo el cambio en la CP, la autoproclama “dirección joven”, que dirige Ramiro y es mayoría en la CP, elaboró un documento titulado “Análisis del momento actual y líneas estratégicas para el período 2019-2024”, donde se dice que “desde una perspectivas histórica enfrentamos a los dos enemigos estratégicos de siempre: el imperialismo norteamericano y los grupos dominantes que representan los intereses de la oligarquía”. Luego el documento habla del “liderazgo del presidente Bukele, quien está estrechamente vinculado y coincide con el enemigo estratégico en el propósito de destruir al FMLN como opción revolucionaria. El FMLN desarrollará una estrategia para evitar que se consolide esa alianza”. ¿Cuál alianza? La de Bukele con los enemigos estratégicos, o sea, con el imperialismo y la oligarquía.

Si Bukele coincide con el imperialismo y la oligarquía en el “propósito de destruir al FMLN”, ¿cómo el FMLN lo convencerá de que se separe de esas fuerzas malignas? Para ello tendría que tratarlo como aliando, como un “excaramada” al que se puede atraer. Tal pretensión, desprovista de porvenir, sería una nueva traición al FMLN. ¿Será que esos jóvenes tienen coincidencia ideológica con Bukele?

Ese documento no fue aprobado en la dirección nacional, porque a sus autores les dio vergüenza defenderlo. Sin embargo, ellos aplicaron sus recomendaciones, a juzgar por la pasividad que exhiben frente al gobierno desde que controlan la dirección del partido. Y eso lo percibe la militancia.

La “dirección joven” dice que las derrotas de 2018 y 2019 se debieron a que el partido se hizo electorero, se burocratizó, no fue autocrítico, abandonó el trabajo de base y no aplicó una política de formación de cuadros. Aducen esas razones a pesar de que ellos dirigen desde hace décadas las secretarías de organización y educación. Tras el reciente descalabro electoral retoman las mismas frases. Una dirigente de ese grupo afirmó que el desacumulado del FMLN inició en 2015.

Sin embargo, esa retórica encuentra en si misma su propia expiación, pues en otro documento presentado ante el Consejo Nacional a finales de 2019, con el mismo título del anterior, ese grupo afirmó que “la simpatía y el apoyo de amplios sectores pobres y capas medias urbanas y rurales del país hacia el gobierno y el FMLN se mantuvieron altos hasta mediados del año 2017 y las posibilidades de ganar un tercer gobierno del FMLN eran muy claras…” Dicho de otro modo, hasta 2017 la lucha electoral era exitosa y no había desacumulación.

¿Por qué entonces no se tuvo un tercer gobierno? ¿Será porque el partido es electorero, se burocratizó y desorganizó? Parece que no, pues el propio documento que citamos da esta explicación: “la simpatía y el apoyo popular al gobierno y al partido comenzó a deteriorarse a partir del manejo inadecuado que se hizo del caso Bukele al interior del Frente”. Acá llegamos a la verdadera razón de la derrota de 2018 y 2019. Se perdió por haber expulsado a Bukele. Eso es lo que realmente cree el grupo que dirige Ramiro. Toda la retórica anterior es falsa.

Los jóvenes que destilan odio contra un sector del partido no aceptan sus responsabilidades, ni siquiera en las recientes elecciones, pese a que bajo su “conducción” el FMLN no tiene ni siquiera estrategia, pues a finales de 2019 ellos cortaron el debate. Por supuesto, eso no significa que no tengan un plan. Sí lo tienen, pero no contra el gobierno sino contra la corriente revolucionaria y socialista que expulsó a Bukele del FMLN, a la que ellos consideran su enemigo principal.

A casi dos años al frente de la CP, la supuesta dirección joven ha dedicado la mayor parte de su tiempo a atacar a la “dirección anterior”, sin aclarar a quiénes se refieren. Obviamente, no se refieren a Ortiz, miembro de la CP anterior, exvicepresidente de la república y aliado de ellos. Tampoco incluyen a Ramiro, miembro de la CP durante décadas, ni a otros antiguos y actuales miembros de la CP, exfuncionarios del gobierno y dirigentes de su tendencia.

¿Cuál es la situación objetiva del FMLN?

Tras la derrota del 28 de febrero, la “dirección joven” trata de imponer un esquema de discusión interna diseñado de antemano para evadir los temas de la vida diaria y no enfrentar al gobierno sino a sus “enemigos en el FMLN”. Mientras Bukele prepara otra ofensiva contra el partido, ellos, que no conocen el país donde viven, pasarán 10 meses discutiendo generalidades y diseñando frases rituales en reuniones y seminarios.

Si el partido sigue dirigido por el bukelismo que lo corroe, se convertirá en una cueva ideológica donde varios francotiradores seguirán disparando contra la “dirección anterior” y callados ante los desmanes del gobierno, que no representa intereses populares, sino lo intereses del imperialismo y de una burguesía opulenta.

Si la corriente revolucionaria y socialista libera al partido del bukelismo, el FMLN podrá levantarse, pues esta corriente defiende al pueblo, es claramente opositora al gobierno y no acepta componendas con bukelistas.

8 de marzo de 2021

20 Black Scholars You Should Know. The Best Schools Staff. 2020

Black scholars have made an enormous impact on students and society as a whole. We set out to highlight some of the many prominent Black scholars today.

Many people are trying to learn more about social equality and racial injustice. Here, we highlight the work of some living Black scholars who have made it their life’s work.

Their work represents a variety of academic disciplines, which we’ve narrowed down to five categories:

Economics, political science, and jurisprudence

Linguistics, psychology, and sociology

History, anthropology, and Africana studies

Literary theory, philology, and cultural criticism

Philosophy, theology, and critical theory

Of course, these are just a few of the many Black scholars who could have made our list. We encourage readers to do more research on their own to find others who have made similar impacts in humanities, social sciences, and other fields.

The following list is alphabetical by surname.

Kwame Anthony Appiah

Mary Frances Berry

Stephen L. Carter

Ta-Nehisi Coates

Patricia Hill Collins

Kimberlé W. Crenshaw

Angela Davis

Henry Louis Gates, Jr.

Joy DeGruy

Annette Gordon-Reed

Angela P. Harris

Ephraim Isaac

Edmond J. Keller

Randall L. Kennedy

John H. McWhorter

Rhonda Vonshay Sharpe

Claude M. Steele

Beverley Daniel Tatum

Cornel West

William J. Wilson

Kwame Anthony Appiah

Philosophy | Critical Theory | Africana Studies

Kwame Anthony Appiah was born in London in 1954 to a Ghanaian father and an English mother. The family returned to Ghana when Anthony was very young; thus, he grew up speaking Asante (a form of Twi) as well as English.

Appiah returned to England, earning both his bachelor’s degree (first-class) and for his higher education his Ph.D. in philosophy from Cambridge University. At Cambridge, Appiah wrote his dissertation on the philosophy of language under the supervision of Hugh Mellor. His first two books were devoted to this field.

After publishing an introductory general philosophy text, Appiah switched gears in 1992 with his next book, “In My Father’s House.”

Part memoir and part philosophical reflection, this widely reviewed and admired paper examined what it meant to Appiah to be an African intellectual in today’s world. It was his first foray into the territory of African history and cultural identity.

In addition to the 35-odd academic books he has authored, co-authored, or edited, Appiah is the author or co-author of hundreds of journals, magazines, newspaper articles, and book chapters aimed at both the academic world and popular audiences. He has also lectured around the world and published three novels and a volume of poetry.

Today, he is a professor of philosophy and law at New York University. Appiah is married to New Yorker editorial director Henry Finder.

Selected Books | Find Books by Kwame Anthony Appiah

Assertion and Conditionals (Cambridge UP, 1985)

    For Truth in Semantics (Blackwell, 1986)

    Necessary Questions: An Introduction to Philosophy (Prentice-Hall, 1989)

    In My Father’s House (Oxford UP, 1992)

    Color Conscious: The Political Morality of Race (Princeton UP, 1996)

    Thinking It Through: An Introduction to Contemporary Philosophy (Oxford UP, 2003)

    Africana: The Encyclopedia of the African and African American Experience – The Concise Desk Reference, with Louis Henry Gates, Jr. (Running Press, 2003; 2nd ed., 2005)

   The Ethics of Identity (Princeton UP, 2005)

    Cosmopolitanism: Ethics in a World of Strangers (W.W. Norton, 2006)

    Experiments in Ethics (Harvard UP, 2008)

    The Honor Code: How Moral Revolutions Happen (W.W. Norton, 2010)

    The Encyclopedia of Africa (Oxford UP, 2010)

    Lines of Descent: W.E.B. Du Bois and the Emergence of Identity (Harvard UP, 2014)

    As If: Idealization and Ideals (Harvard UP, 2017)

    The Lies That Bind: Rethinking Identity (W.W. Norton, 2018)

Mary Frances Berry

History | Jurisprudence | Africana Studies

Mary Frances Berry was born in Nashville, Tennessee, in 1938. She attended segregated public schools in her hometown, then studied at Fisk University for a time before transferring to Howard University, where she received her bachelor’s degree in 1961.

She earned her Ph.D. in American constitutional history from the University of Michigan in 1965, and also obtained a J.D. degree from the University of Michigan Law School in 1970.

Berry became the first Black woman to lead a major research university in the United States when she was appointed Chancellor of the University of Colorado Boulder in 1976.

During the late 1970s, Berry took a leave of absence to serve as an assistant secretary for education in the Department of Health, Education, and Welfare. She returned to academics in 1980.

Berry’s interests changed over time. Her early work focused on the relationship between African Americans and U.S. judicial, political, and military institutions throughout American history. She later devoted increasing attention to issues relating to gender equality, in addition to racial equality.

Berry participated in international campaigns for human rights and social justice. She co-founded the Free South Africa Movement in 1984, which eventually led to her arrest during demonstrations aimed at exerting pressure on the U.S. government to apply sanctions on South Africa to free Nelson Mandela and end apartheid.

Berry also served as the chairwoman on the United States Commission on Civil Rights from 1993-2004. Berry has received more than 30 honorary degrees, as well as numerous other honors and awards.

She is currently the Geraldine R. Segal Professor of American Social Thought and Professor of History at the University of Pennsylvania.

Selected Books | Find Books by Mary Frances Berry

    Black Resistance, White Law: A History of Constitutional Racism in America (Prentice-Hall, 1971)

    Military Necessity and Civil Rights Policy: Black Citizenship and the Constitution, 1861–1868 (Associated Faculty Press, 1977)

    Stability, Security, and Continuity: Mr. Justice Burton and Decision-Making in the Supreme Court, 1945–1958 (Praeger, 1978)

    Long Memory: The Black Experience in America (Oxford University Press, 1982)

    Why ERA Failed: Politics, Women’s Rights, and the Amending Process of the Constitution (Indiana University Press, 1988)

    The Politics of Parenthood: Child Care, Women’s Rights, and the Myth of the Good Mother (Viking, 1993)

    The Pig Farmer’s Daughter and Other Tales of American Justice: Episodes of Racism and Sexism in the Courts from 1865 to the Present (Knopf, 1999)

    My Face Is Black Is True: Callie House and the Struggle for Ex-Slave Reparations (Knopf, 2005)

    And Justice for All: The United States Commission on Civil Rights and the Struggle for Freedom in America (Knopf, 2009)

    We Are Who We Say We Are: A Black Family’s Search for Home Across the Atlantic World (Oxford University Press, 2014)

    Five Dollars and a Pork Chop Sandwich: Vote Buying and the Corruption of Democracy (Beacon Press, 2016)

    History Teaches Us to Resist: How Progressive Movements Have Succeeded in Challenging Times (Beacon Press, 2018)

Stephen L. Carter

Jurisprudence | Cultural Criticism

Stephen L. Carter was born in Washington, D.C., in 1954. He received his bachelor’s degree in history in 1976 from Stanford University, where he was managing editor of the student newspaper.

Carter earned his J.D. in 1979 from Yale Law School, where he was an editor of the Yale Law Journal. After law school, he clerked for Judge Spottswood W. Robinson III of the U.S. Circuit Court of Appeals for the District of Columbia and U.S. Supreme Court Justice Thurgood Marshall during the 1980-1981 session.

Carter has taught at Yale Law School since 1982. He is currently the William Nelson Cromwell Professor of Law. His areas of expertise include contracts, evidence, intellectual property, professional ethics, ethics in literature, law and the ethics of war, and law and religion.

In addition to numerous scholarly articles published in journals like the Harvard Law Review and the Yale Law and Policy Review, Carter gained recognition beyond the academic world through his writings for popular audiences.

Carter wrote a memoir and meditation on the role that affirmative action played in his own life, “Reflections of an Affirmative Action Baby,” which was published in 1991. He has since released seven other nonfiction works.

His books have dealt with the intolerance of religious belief in public life (“The Culture of Disbelief”), the federal judicial appointment process (“The Confirmation Mess”), the loss of civility from our social and political life (“Civility”), and the ethics of war (“The Violence of Peace”).

Personal Website

Selected Books | Find Books by Stephen L. Carter

Reflections of an Affirmative Action Baby (Basic Books, 1991)

    The Culture of Disbelief: How American Law and Politics Trivialize Religious Devotion (Anchor, 1991)

    The Confirmation Mess: Cleaning Up the Federal Appointments Process (Basic Books, 1994)

    Integrity (Harper Perennial, 1996)

    The Dissent of the Governed: A Meditation on Law, Religion, and Loyalty (Harvard University Press, 1998)

    Civility: Manners, Morals, and the Etiquette of Democracy (Harper Perennial, 1999)

    God’s Name in Vain: The Wrongs and Rights of Religion in Politics (Basic Books, 2000)

    The Violence of Peace: America’s Wars in the Age of Obama (Beast Books, 2011)

    Invisible: The Forgotten Story of the Black Woman Lawyer Who Took Down America’s Most Powerful Mobster (Henry Holt and Co., 2018)

Ta-Nehisi Coates

Cultural Criticism

Ta-Nehisi Coates was born in Baltimore, Maryland, in 1975. His father, Paul Coates, who was a former Black Panther, owned the Black Book bookstore in Baltimore and ran the Black Classic Press publishing operation out of his home.

After graduating from high school, Coates attended Howard University for several years, but left before taking a degree to pursue a career in journalism.

He was appointed Martin Luther King, Jr., Visiting Scholar at MIT in 2012 and Journalist in Residence at City University of New York (CUNY) in 2014. Coates is currently Distinguished Writer in Residence with the Arthur L. Carter Journalism Institute at New York University.

Coates has worked as a reporter for the Washington City Paper, Philadelphia Weekly, the Village Voice, and Time. He joined The Atlantic in 2008, and later became senior editor and wrote a regular column on their blog.

He also became a frequent contributor to op-eds and more extended essays for the New York Times, the Washington Post, the Washington Monthly, and many other mainstream media outlets.

Coates is best known for his 2015 memoir, “Between the World and Me.” In this best-selling and highly praised book, Coates described growing up in Baltimore in the shadow of the Black Power movement of the 1960s. It reflects on the many ways in which life for African Americans has and has not changed since those fraught times.

In addition to the three books of literary nonfiction, Coates has also published comic books and video game texts. Most recently, he published a novel.

Selected Books | Find Books by Ta-Nehisi Coates

    The Beautiful Struggle: A Father, Two Sons, and an Unlikely Road to Manhood (Spiegel & Grau, 2008)

    Between the World and Me (Spiegel & Grau, 2015)

    We Were Eight Years in Power: An American Tragedy (OneWorld, 2017)

Patricia Hill Collins

Sociology | Critical Theory | Africana Studies

Patricia Hill Collins was born in Philadelphia, Pennsylvania, in 1948. She obtained her bachelor’s degree in sociology in 1969 from Brandeis University and a master’s degree in social sciences education in 1970 from Harvard University.

Collins taught in the public schools of the Roxbury section of Boston from 1970-1976. Then, she was appointed director of the Africana Center at Tufts University, a post she held until 1980.

In 1984, she earned her Ph.D. in sociology from Brandeis. Collins is currently Distinguished University Professor in the Department of Sociology at the University of Maryland College Park.

Collins’ published work has focused on the intersectionality of race, class, and gender. Her writing and analysis made her a pioneer in critical race theory, which assesses how society and culture impact the categorizations of race, law, and power. In 1990, she released her landmark book, “Black Feminist Thought: Knowledge, Consciousness, and the Politics of Empowerment.”

The book focuses on the social, psychological, and political issues surrounding the disempowerment of Black women, including perspectives of revolutionary Marxist and feminist theory (drawing on the work of Angela Davis), fiction (Alice Walker), and poetry (Audre Lorde).

Collins’ other works have broached public education (“Another Kind of Public Education”) and the role of intellectuals in articulating social and political possibilities (“On Intellectual Activism”).

Collins also emphasizes the linguistic dimension of social constructions. From “On Intellectual Activism”: “Challenging power structures from the inside, working the cracks within the system, however, requires learning to speak multiple languages of power convincingly.”

Collins has been published in the Journal of Speculative Philosophy, Qualitative Sociology, Ethnic and Racial Studies, American Sociological Review, Signs, Sociological Theory, Social Problems, and Black Scholar.

Collins served as the President of the American Sociological Association from 2008-2009 and has received numerous grants, awards, honorary degrees, and board memberships. She regularly gives lectures and keynote addresses.

Selected Books | Find Books by Patricia Hill Collins

    Black Feminist Thought: Knowledge, Consciousness, and the Politics of Empowerment (Routledge, 1990; rev. ed., 2000)

    Race, Class and Gender: An Anthology (Wadsworth Publishing Co., 1992; numerous editions)

    Fighting Words: Black Women and the Search for Justice (University of Minnesota Press, 1998)

    Black Sexual Politics: African Americans, Gender, and the New Racism (Routledge, 2004)

  From Black Power to Hip Hop: Racism, Nationalism, and Feminism (Temple University Press, 2006)

    Another Kind of Public Education: Race, the Media, Schools, and Democratic Possibilities (Beacon Press, 2009)

    The SAGE Handbook of Race and Ethnic Studies (SAGE Publications, 2010)

    On Intellectual Activism (Temple University Press, 2012)

    Intersectionality as Critical Social Theory (Duke University Press Books, 2019)

Kimberlé W. Crenshaw

Jurisprudence | Critical Theory

Kimberlé W. Crenshaw was born in Canton, Ohio, in 1959 and is best known as one of the founders of critical race theory. She received her bachelor’s degree in government and Africana studies in 1981 from Cornell University.

Crenshaw earned a juris doctorate in 1984 from Harvard Law School, followed by a master of laws (LLM) in 1985 from the University of Wisconsin Law School. At Harvard, she organized the Critical Race Theory Workshop, which originated the term.

After clerking for Wisconsin Supreme Court Judge Shirley Abrahamson, she joined the faculty of the UCLA Law School in 1986, where she lectured on critical race theory, civil rights, and constitutional law.

Crenshaw became world-famous in 1989 for creating the concept of intersectionality in a paper for the University of Chicago Law Forum. She explained that people belonging to two or more oppressed categories often encounter overlapping and independent systems of discrimination or disadvantage.

Crenshaw’s goal is to change that dynamic. Her work, which received international acclaim, even influenced the equality clause in the Constitution of South Africa in 1996.

In addition to her teaching and writing, Crenshaw has been active in politics. For example, she was a member of the legal team representing Anita Hill during the 1991 Senate confirmation hearings on Supreme Court Justice Clarence Thomas.

Crenshaw is also the co-founder and executive director of the African American Policy Forum, a nonprofit think tank that focuses on scholarly research on race, gender inequality, and discrimination in public policy discourse in the media and government.

Crenshaw has been awarded several visiting fellowships and lectureships and is a regular commentator on NPR’s The Tavis Smiley Show. She is currently a professor of law at UCLA Law School and Columbia Law School.

Academic Website I | Academic Website II

Selected Books | Find Books by Kimberlé W. Crenshaw

    Words That Wound: Critical Race Theory, Assaultive Speech, and the First Amendment (Routledge, 1993)

    Critical Race Theory: The Key Writings That Formed the Movement (New Press, 1996)

    Reaffirming Racism: How Both Sides Are Getting Affirmative Action Wrong (New Press, 2016)

    Say Her Name: Resisting Police Brutality Against Black Women (African American Policy Forum, 2016)

    Black Girls Matter: Pushed Out, Over Policed and Under Protected (African American Policy Forum, 2016)

  Mapping the Margins: Intersectionality, Identity Politics, and Violence Against Women of Color (GradeSaver LLC, 2017)

    Seeing Race Again: Countering Colorblindness Across the Disciplines (University of California Press, 2019)

    On Intersectionality: Essential Writings of Kimberlé Crenshaw (New Press, forthcoming)

    The Race Track: How The Myth of Equal Opportunity Defeats Racial Justice (New Press, forthcoming)

Angela Davis

Philosophy | Critical Theory

Angela Davis is a political activist, philosopher, academic, and author who was born in Birmingham, Alabama, in 1944. After spending a year at the Sorbonne in Paris, she earned her bachelor’s degree magna cum laude in French Brandeis University in 1965.

While at Brandeis, Davis came into contact with the émigré German Marxist philosopher, Herbert Marcuse. Following two years of graduate work at the University of Frankfurt, she entered the doctoral program in philosophy at the University of California, San Diego.

Davis received her master’s degree in philosophy from the University of California, San Diego, in 1968. She passed the qualifying exams for her Ph.D. that same year. She began writing her dissertation under the supervision of Herbert Marcuse.

In 1969, the University of California, Los Angeles, fired her as an assistant professor of philosophy for being a member of the Community Party USA. Then, in 1970, she was accused of being an accomplice in a violent takeover at the Marin County Courthouse in San Rafael, California, though she was found innocent.

As a philosopher and critical theorist, Davis has consistently applied Marxist analysis to the oppression of people of color and women by imperialist-capitalist society. She has continued to be politically committed, frequently lending her support to those unjustly accused or condemned.

In more recent years, she has turned her attention to the injustice of what she calls the “prison-industrial complex.” She has stated that she sees radical prison reform as the great abolition movement of the 21st century. To this end, Davis co-founded the national grassroots prison-abolition organization Critical Resistance.

Davis has authored, co-authored, or edited 10 books. She has lectured widely at universities around the world, covering philosophical topics and political issues of the day. Davis holds several honorary doctorates and has been the subject of numerous films and academic studies by other authors.

Davis has taught philosophy, Africana studies, and feminist studies at several universities over the years, including UCLA, San Francisco State University, Rutgers University, and Syracuse University. She is currently Distinguished Professor Emerita, with a joint appointment in the History of Consciousness Department and the Feminist Studies Department, at the University of California Santa Cruz.

Selected Books | Find Books by Angela Davis

    If They Come in the Morning: Voices of Resistance (Third Press, 1971)

    Angela Davis: An Autobiography (Random House, 1974)

    Women, Race, and Class (Random House, 1981)

    Women, Culture, and Politics (Random House, 1989)

    The Angela Y. Davis Reader (Wiley-Blackwell, 1998)

    Blues Legacies and Black Feminism: Gertrude “Ma” Rainey, Bessie Smith, and Billie Holiday (Pantheon, 1998)

  Are Prisons Obsolete? (Seven Stories Press, 2003)

    Abolition Democracy: Beyond Prisons, Torture, and Empire (Seven Stories Press, 2005)

    The Meaning of Freedom: And Other Difficult Dialogues (City Lights, 2012)

    Freedom Is a Constant Struggle: Ferguson, Palestine, and the Foundations of a Movement (Haymarket Books, 2016)

Henry Louis Gates, Jr.

Literary Theory | Africana Studies

Gates is a literary critic, teacher, historian, filmmaker, and public intellectual who was born in Keyser, West Virginia, in 1950. He is currently the Alphonse Fletcher University Professor at Harvard University and Director of Harvard’s Hutchins Center for African and African American Research.

Gates took his bachelor’s degree summa cum laude in history in 1973 from Yale University. He obtained his Ph.D. in English language and literature in 1979 from Cambridge University.

Gates earned a reputation as a literary theorist with his 1988 treatise “The Signifying Monkey,” which analyzes the interplay between texts of prominent African-American writers and the influences of historical and cultural contexts.

Gates defends the right of white scholars to work within Africana studies disciplines. He also argues that the Black literary canon should not be theorized in isolation from European literature any more than European literature should be sealed off from African and African American influences.

Beginning with his 1994 memoir, “Colored People,” Gates has attempted to bring his own experiences as a Black man in America to speak on a variety of issues. His bibliography includes books on 18th-century Black woman poet Phillis Wheatley, African-American history and folklore, and the Norton Anthology of African American Literature. He has also brought genealogy to a broad audience through his books, lectures, and an award-winning television series, The African Americans: Many Rivers to Cross.

Gates’ writing, interviews, and television programs have made him one of the most recognizable faces of Africana studies in the country. In addition to receiving numerous awards, grants, and fellowships, he sits on the editorial boards of several dozen scholarly journals.

Selected Books | Find Books by Henry Louis Gates, Jr.

    Figures in Black: Words, Signs, and the Racial Self (Oxford University Press, 1987)

    The Signifying Monkey: A Theory of Afro-American Literary Criticism (Oxford University Press, 1988)

    Colored People: A Memoir (Knopf, 1994)

    The Norton Anthology of African American Literature (W.W. Norton, 1996)

    Thirteen Ways of Looking at a Black Man (Random House, 1997)

    The African American Century: How Black Americans Have Shaped Our Century (Free Press, 2000)

    The Trials of Phillis Wheatley: America’s First Black Poet and Her Encounters with the Founding Fathers (Basic Civitas Books, 2003)

    Africana: The Encyclopedia of the African and African American Experience – The Concise Desk Reference, with Kwame Anthony Appiah (Running Press, 2003; 2nd ed., 2005)

   Call and Response: Key Debates in African American Studies (W.W. Norton, 2008)

    In Search of Our Roots: How 19 Extraordinary African Americans Reclaimed Their Past (Crown, 2009)

    Tradition and the Black Atlantic: Critical Theory in the African Diaspora (Basic Civitas Books, 2010)

    Black in Latin America (New York University Press, 2011)

    Life Upon These Shores: Looking at African American History, 1513–2008 (Knopf, 2011)

    The Henry Louis Gates Jr. Reader (Basic Civitas Books, 2012)

    The Annotated African American Folktales (Liveright, 2017)

    100 Amazing Facts About the Negro (Pantheon, 2017)

    Stony the Road: Reconstruction, White Supremacy, and the Rise of Jim Crow (Penguin Press, 2019)

Joy DeGruy

History | Critical Theory

Joy DeGruy, born in 1957, is a researcher, educator, and author. She is known worldwide for her research into the intersection of racism, trauma, violence, and American chattel slavery.

DeGruy earned her education at Portland State University (PSU). She first earned her bachelor’s degree in speech communication in 1986, followed by master’s degrees in social work and clinical psychology in 1988 and 1995, respectively.

She completed her Ph.D. in social work and social research in 2001, then became an assistant professor at PSU’s School of Social Work, where she remained for the next 20 years.

In addition to being an academic, DeGruy has more than 30 years of experience as a social worker. She leads workshops and training regarding intergenerational/historical trauma, mental health, social justice, improvement strategies, and evidence-based model development.

In 2005, she authored “Post Traumatic Slave Syndrome: America’s Legacy of Enduring Injury and Healing,” which addresses the lasting impacts of trauma on African descendants in the United States. She also discusses the functional and dysfunctional attitudes and behaviors that have persisted through multiple generations due to generational trauma.

DeGruy has published numerous peer-reviewed articles and book chapters, as well as developed evidence-based models for working with children, youth, and adults of color and their communities.

Book

    Post Traumatic Slave Syndrome: America’s Legacy of Enduring Injury and Healing” (Uptone Press, 2005)

Annette Gordon-Reed

History | Jurisprudence

Annette Gordon-Reed, a historian and law professor, was born in Livingston, Texas, in 1958. She received her bachelor’s degree from Dartmouth College in 1981 and her JD from Harvard Law School in 1984, where she worked on the Harvard Law Review.

She is a professor at Harvard Law School, Harvard University, and the Radcliffe Institute for Advanced Study. After spending time in private legal practice, Gordon-Reed returned to academia and taught at New York Law School and Rutgers.

In 2010, she returned to Harvard with a joint appointment in history and law. In 2014, she was appointed Harold Vyvyan Harmsworth Visiting Professor at the University of Oxford.

Gordon-Reed is best known for her groundbreaking research into the Hemings family, who were slaves owned by President Thomas Jefferson and lived on his Virginia plantation. In many research articles and three best-selling books, she advanced new arguments that Jefferson’s slave Sally Hemings was the mother of as many as six of his children. After initial skepticism by historians, Gordon-Reed’s work on the complicated relationship between Jefferson and Hemings is now widely accepted by the academic historical community.

In addition to her work on Jefferson and the Hemingses, she has published widely on other topics of early American history, including a book on Andrew Johnson, the 17th president of the United States. She also assisted the prominent civil rights activist Vernon Jordan in writing his memoir.

In 2009, Gordon-Reed received the Pulitzer Prize for History and the National Book Award for nonfiction for her book, “The Hemingses of Monticello.”

Gordon-Reed is the recipient of several honorary degrees, as well as a Guggenheim Fellowship in 2009 and a MacArthur Fellowship in 2010. She received the National Humanities Medal — the nation’s highest award in the humanities — in a ceremony at the White House.

Selected Books | Find Books by Annette Gordon-Reed

    Thomas Jefferson and Sally Hemings: An American Controversy (University of Virginia Press, 1997)

    Vernon Can Read! A Memoir (Public Affairs, 2001)

    Race on Trial: Law and Justice in American History (Oxford University Press, 2002)

 The Hemingses of Monticello: An American Family (W.W. Norton, 2008)

    Andrew Johnson (Times Books, 2011)

    “Most Blessed of the Patriarchs”: Thomas Jefferson and the Empire of the Imagination (Liveright, 2016)

Angela P. Harris

Critical Theory | Jurisprudence

Angela P. Harris, a legal scholar, was born in 1961. She received her bachelor’s degree in English in 1981 from the University of Michigan and her master’s in sociology in 1983 from the University of Chicago.

She earned her juris doctorate in 1986 from the University of Chicago Law School. After taking her law degree, she clerked for Judge Joel Flaum of the United States Court of Appeals for the Seventh Circuit and then worked as an associate for Morrison & Foerster in San Francisco.

Returning to academia in 1988, she joined the faculty of the University of California Berkeley School of Law. She served as the Boochever and Bird Endowed Chair for the Study of Law at the University of California Davis School of Law from 2011-2017. Her expertise included critical race theory, feminist legal theory, and criminal law.

Harris — a former research affiliate with UC-Davis’s Center for Poverty Research — is the author of several influential articles and essays in critical legal theory, feminist legal theory, and critical race theory. One of her more commonly known contributions was adding critical race theory to the International Encyclopedia of the Social and Behavioral Sciences.

Harris has published articles in peer-reviewed journals — including Fordham Law Review, Stanford Law Review, and California Law Review — and authored, co-authored, and edited numerous books.

Harris has also helped to organize or participate in many colloquia, seminars, and workshops on feminist legal theory and critical race theory. In 2003, she received Berkeley Law School’s coveted Rutter Award for Distinction in Teaching.

Selected Books | Find Books by Angela P. Harris

Gender and Law: Theory, Doctrine, Commentary (Aspen Law & Business, 1998)

    Race and Races: Cases and Resources for a Diverse America (West Group, 2000; 3rd ed., 2014)

    Crossroads, Directions, and a New Critical Race Theory (Temple University Press, 2002)

    When Markets Fail: Race and Economics (Foundation Press, 2005)

    A Woman’s Place Is in the Marketplace: Gender and Economics (Foundation Press, 2005)

 Cultural Economics: Markets and Culture (Foundation Press, 2005)

    Economic Justice: Race, Gender, Identity, and Economics (Foundation Press, 2005; 2nd ed., 2010)

    Criminal Law: Cases and Materials (2nd ed., West Academic Publishing, 2009; 3rd ed., 2014)

    Presumed Incompetent: The Intersections of Race and Class for Women in Academia (University Press of Colorado, 2012)

    Race and Equality Law (Routledge, 2013)

Ephraim Isaac

Biblical Philology | Africana Studies

Ephraim Isaac was born in Ethiopia in 1936 to a Yemeni Jewish father and an Ethiopian mother. He was raised in Ethiopia but came to the United States for his higher education. He is currently director of the Institute of Semitic Studies in Princeton, New Jersey.

Isaac received his bachelor of divinity from Harvard Divinity School in 1963 and his Ph.D. from Harvard University in 1969. He subsequently taught at Harvard, as well as several other universities, including Bard College, Howard University Divinity School, Hebrew University of Jerusalem, and Princeton University.

Isaac is a polymath who is proficient in 17 ancient and modern languages, including some in Europe, the Near East, Ethiopia, and the Horn of Africa. He is one of the world’s foremost experts on Ge’ez, the ancestral form of the South Semitic languages (including Amharic, Tigrinya, and Tigre) spoken in present-day Ethiopia.

Isaac has published translations of the Hebrew Bible into Ge’ez, including editions and translations of two works that are wholly extant only in Ge’ez: the “Book of Enoch” and the “History of Joseph.”

Isaac has also been a leader of Africana studies in the United States. He founded the Department of African and Afro-American Studies at Harvard University in 1969 and taught many courses in African history and philosophy.

Isaac is well known as an activist working for peace in the Middle East, including in his native land of Ethiopia. He is a longtime associate of the Tanenbaum Center for Interreligious Understanding, as well as a member of the Committee, a group of respected Ethiopian elders. They work for reconciliation among the various ethnic groups within Ethiopia and between Ethiopia and its neighbors. He is also co-editor of the Journal of Afroasiatic Studies — a post he has held since 1985.

Selected Books | Find Books by Ephraim Isaac

    The Ethiopian Church (H.N. Sawyer Co., 1968)

    A New Text-Critical Introduction to Mashafa Berhan (Brill, 1973)

    Judaeo-Yemenite Studies: Proceedings of the Second International Congress of Yemenite Jewish Studies (Institute of Semitic Studies, 1999)

    The Ethiopian Orthodox Tawahido Church (Red Sea Press, 2012)

    From Abraham to Obama: A History of Jews, Africans, and African Americans (Africa World Press, 2015)

Edmond J. Keller

Political Science

Edmond J. Keller was born in New Orleans, Louisiana, in 1942. He received his bachelor’s degree in government in 1969 from Louisiana State University in New Orleans. His master’s degree in political science came from the University of Wisconsin in 1970, followed by a Ph.D. in political science from the same school in 1974.

Keller is an Africanist scholar, and served as chair of the Department of Political Science, director of the Globalization Research Center – Africa, and director of the James S. Coleman African Studies Center at the University of California Los Angeles (UCLA) until his retirement in 2013.

He is currently distinguished professor emeritus of the Department of Political Science at UCLA. He has also taught at Indiana University, Dartmouth College, the University of Wisconsin, Xavier University (New Orleans), and the University of California Santa Barbara.

Keller specializes in comparative politics with a focus on Africa. He has been a visiting research scholar at the Institute for Development Studies and the Bureau of Educational Research in Nairobi, the United Nations Economic Commission for Africa, the Africa Institute of South Africa, and the Institute for International Studies at University of California, Berkeley.

Keller has done public policy work with the United Nations and consulted on African development, regional security issues, public policy, and the process of political transitions in Africa. In 1990, Keller gave testimony before the U.S. Congress Joint Committee on Hunger and Foreign Affairs on the politics of war, drought, and famine in Ethiopia.

Keller has authored or co-authored several books and more than 50 peer-reviewed articles. In 2008, Keller received the Distinguished Africanist Award from the African Studies Association.

Selected Books | Find Books by Edmond J Keller

    Education, Manpower, and Development: The Impact of Educational Policy in Kenya (Kenya Literature Bureau, 1980)

    Afro-Marxist Regimes: Ideology and Public Policy (Lynne Rienner Publications, 1987)

    South Africa in Southern Africa: Domestic Change and International Conflict (Lynne Rienner Publications, 1989)

    Revolutionary Ethiopia: From Empire to People’s Republic (Indiana University Press, 1989)

    Africa in the New International Order: Rethinking State Sovereignty and Regional Security (Lynne Rienner Publications, 1996)

    Africa-US Relations: Strategic Encounters (Lynne Rienner Publications, 2006)

    HIV/AIDS in Africa: Challenges and Impact (Africa World Press, 2008)

    Trustee for the Human Community: Ralph J. Bunche, the United Nations, and the Decolonization of Africa (Ohio University Press, 2010)

    Religion, Institutions, and the Transition to Democracy in Africa (Unisa Press, 2012)

    Identity, Citizenship, and Political Conflict in Africa (Indiana University Press, 2014)

Randall L. Kennedy

Jurisprudence | Cultural Criticism

Randall L. Kennedy, a law professor and author, was born in Columbia, South Carolina, in 1954. He is currently Michael R. Klein Professor of Law at Harvard Law School.

Kennedy received his bachelor’s degree in history in 1977 from Princeton University. Appointed a Rhodes Scholar, he studied history at Oxford University for two academic years (1977-1979). He earned his juris doctorate in 1982 from Yale Law School.

Kennedy clerked for Judge J. Skelly Wright of the U.S. Court of Appeals for the District of Columbia Circuit during the 1982-83 term and for U.S. Supreme Court Justice Thurgood Marshall from 1983-84.

Kennedy has taught courses on contracts, freedom of expression, race relations law, civil rights legislation, and the Supreme Court. His published work — most of which addresses the intersection of racial discrimination and the law — is noted for dispassionate arguments and the effort to balance opposing points of view.

Kennedy is known for being unafraid to tackle contested issues, such as racism, interracial marriages, and adoptions. His views are widely acclaimed but often draw controversy.

Kennedy has written many articles for both peer-reviewed journals and publications, including The Atlantic, Harper’s, and the American Prospect. He is a fellow of the American Academy of Arts and Sciences and a member of the American Philosophical Association.

Selected Books | Find Books by Randall L. Kennedy

    Race, Crime, and the Law (Pantheon, 1997)

    Interracial Intimacies: Sex, Marriage, Identity, and Adoption (Pantheon, 2003)

    Sellout: The Politics of Racial Betrayal (Pantheon, 2008)

    The Persistence of the Color Line: Racial Politics and the Obama Presidency (Pantheon, 2011)

    For Discrimination: Race, Affirmative Action, and the Law (Pantheon, 2013)

John H. McWhorter

Linguistics | Cultural Criticism

John H. McWhorter, a linguist and academic, was born in Philadelphia, Pennsylvania, in 1965. He attended Friends Select School in the city, but skipped the 11th and 12th grades for early admission to Simon’s Rock College in Massachusetts.

He received his bachelor’s degree in French from Rutgers University, followed by a master’s degree in American studies from New York University. In 1993, he earned his Ph.D. in linguistics from Stanford University.

McWhorter taught linguistics at Cornell University and at University of California, Berkeley. He later became an associate professor of English and comparative literature at the Center for American Studies at Columbia University in New York City.

McWhorter has lectured on many other subjects, including American studies, philosophy, and music history, but most of his academic work involves linguistics — primarily the study of creole languages. Creoles are the result of two different languages quickly mixing into a new one.

McWhorter has argued against the Sapir-Whorf hypothesis, which claims that language influences how humans perceive the world. He also contends that everyday constructions, such as “like” and “totally,” should not be perceived as degraded renditions of English.

McWhorter entered more controversial territory by discussing Black self-sabotage in his 2000 book, “Losing the Race,” and by advancing a moderately conservative viewpoint on such sensitive topics as racial profiling, affirmative action, the reparations movement, and the corruption of certain older Civil Rights-era activists like Jesse Jackson and Al Sharpton in his book “Authentically Black.”

McWhorter is the author of more than a dozen books, and he has been published in The Wall Street Journal, the New York Times, and the Washington Post. He also makes frequent appearances on radio and television talk shows.

Selected Books | Find Books by John H. McWhorter

    Towards a New Model of Creole Genesis (Peter Lang, 1997)

    Word on the Street: Debunking the Myth of a “Pure” Standard English (Basic Books, 1999; many later editions)

    Spreading the Word: Language and Dialect in America (Heinemann, 2000)

    Losing the Race: Self-Sabotage in Black America (Free Press, 2000)

    The Power of Babel: A Natural History of Language (W.H. Freeman, 2002)

    Authentically Black: Essays for the Black Silent Majority (Gotham, 2003)

    Doing Our Own Thing: The Degradation of Language and Music and Why We Should, Like, Care (Gotham, 2003)

    Defining Creole (Oxford University Press, 2005)

    Winning the Race: Beyond the Crisis in Black America (Gotham, 2005)

    All About the Beat: Why Hip-Hop Can’t Save Black America (Gotham, 2008)

    Our Magnificent Bastard Tongue: The Untold History of English (Gotham, 2008)

    What Language Is (And What It Isn’t and What It Could Be) (Gotham, 2011)

    The Language Hoax: Why the World Looks the Same in Any Language (Oxford University Press, 2014)

    Words on the Move: Why English Won’t – and Can’t – Sit Still (Like, Literally) (Henry Holt & Co., 2016)

    Talking Back, Talking Black: Truths About America’s Lingua Franca (Bellevue Literary Press, 2017)

Rhonda Vonshay Sharpe

Economics | Literary Theory | Cultural Criticism

Rhonda Vonshay Sharpe was born in New York City in 1966. She is an economist and the founder and president of the Women’s Institute for Science, Equity and Race (WISER), a nonprofit research organization.

Sharpe earned her bachelor’s degree in mathematics in 1988 from North Carolina Wesleyan University. She holds three master’s degrees: applied mathematics from Clark Atlanta University (1992); operations research from Stanford University (1994); and economics from Claremont Graduate University. She received her Ph.D. in economics and mathematics from Claremont in 1998.

Sharpe has taught at many colleges and universities, including Barnard College, Bucknell University, and Columbia University. She served as Associate Professor and Chair of the Department of Business and Economics at Bennett College from 2009-2012.

She is the co-founder of the Diversity Initiative for Tenure in Economics (DITE), where she served as associate director from 2008-2014. She was also an Institute of Higher Education Law & Governance fellow at the University of Houston Law Center from 2008-2009.

Sharpe’s work as an economist lies primarily at the intersection between labor economics and feminist economics. She has paid specific attention to the academic labor market as it relates to African American women and to Black women in science, technology, engineering, and mathematics (STEM) fields.

Sharp has also reflected on poverty around the world. She co-authored a study on the wage differential between urban and rural-urban migrant laborers in China, as well as an article on global poverty for an encyclopedia on gender and sexuality studies.

Her nonprofit organization, WISER, is one of the first to focus solely on the social, economic, cultural, and political well-being of women of color.

Selected Books | Find Books by Rhonda Vonshay Sharpe

    Black Female Undergraduates on Campus: Successes and Challenges (Emerald Group Publishing, 2012)

    Black Women in the US Economy: The Hardest Working Woman (Routledge, 2018)

Claude M. Steele

Psychology

Claud M. Steele was born in Chicago in 1946. He is a social scientist and is currently a professor of psychology at Stanford University.

Steele earned his bachelor’s degree in psychology in 1967 from Hiram College. He received his master’s degree and his Ph.D. in psychology from Ohio State State University in 1969 and 1971, respectively.

Steele has taught psychology for nearly 40 years at various institutions, including the University of Washington, the University of Michigan, and Stanford University. He also served as provost of Columbia University from 2009-2011 and as executive vice chancellor and provost of University of California, Berkeley, from 2014-2016.

Steele’s early work as a social psychologist centered around the study of addiction, especially alcohol abuse. He is best known for his groundbreaking work on stereotype threat, a concept he originated in a much-cited 1995 paper in the Journal of Personality and Social Psychology.

Stereotype threat (also known as stereotype vulnerability) is anxiety triggered by specific situations where a person fears confirming a negative stereotype attached to the ethnic, religious, racial, gender, or other social groups to which they belong. The concept, Steele said, often applies to a Black person who experiences anxiety about failure in academics out of fear of confirming others’ stereotypes.

The psychology community widely accepts his ideas, which have become prominent in the analysis of race and social psychology.

Steele is a member of the National Academy of Sciences (NAS), the American Academy of Arts and Sciences, the National Academy of Education, and the American Philosophical Society.

Book

    Whistling Vivaldi: And Other Clues to How Stereotypes Affect Us (W.W. Norton, 2010)

Beverley Daniel Tatum

Psychology

Beverly Daniel Tatum was born in Tallahassee, Florida, in 1954. She is a psychologist, administrator, and educator.

Tatum earned her bachelor’s degree in psychology in 1975 from Wesleyan University. She received her master’s degree in 1976 and her Ph.D. in 1984, both in clinical psychology from the University of Michigan. She later earned a master’s degree in religious studies from Hartford Seminary.

Tatum taught Black studies and psychology at University of California, Santa Barbara; Westfield State College; and Mount Holyoke College. Mount Holyoke eventually appointed her as chair of the psychology department, dean of the college, vice president for Student Affairs, and acting president.

Tatum served as president of Spelman College — the oldest historically Black women’s college in the country — from 2002-2015. In 2017, she was named the Mimi and Peter E. Haas Distinguished Visitor at the Haas Center for Public Service at Stanford University.

Tatum has retired from her post as president emerita at Spelman College and is now focusing on her work as an author and lecturer.

Tatum’s career as a clinical psychologist is mostly devoted to racism and how it impacts people’s self-understanding. She has been at the forefront of arguing that racial differences are something young children notice on their own and that it is better to discuss them openly and honestly than to pretend they do not exist.

She has taught a course entitled “The Psychology of Racism” for nearly two decades. Her lessons from the course influenced her 1997 book, “Why Are All the Black Kids Sitting Together in the Cafeteria?”

Tatum has also been influential in applying William E. Cross, Jr.’s racial identity development theory for interpreting the process by which racial self-consciousness forms in young people over time.

Tatum has published three books, as well as many articles in peer-reviewed journals and edited volumes. She has served on the boards of numerous public and governmental organizations. In 2014, the American Psychological Association (APA) gave Tatum its Award for Outstanding Lifetime Contribution to Psychology.

Selected Books | Find Books by Beverly Daniel Tatum

    Assimilation Blues: Black Families in a White Community (Praeger, 1987; revised edition, 2000)

    Why Are All the Black Kids Sitting Together in the Cafeteria?: And Other Conversations About Race (Basic Books, 1997; revised edition, 2017)

    Can We Talk About Race?: And Other Conversations in an Era of School Resegregation (Basic Books, 2007)

Cornel West

Philosophy | Religion | Critical Theory

Cornel West was born in Tulsa, Oklahoma, in 1953. He is a widely recognized philosopher, political activist, social critic, author, and public intellectual.

West received his bachelor’s degree magna cum laude in Near Eastern languages and civilizations from Harvard University in 1973. He earned his Ph.D. in philosophy in 1980 from Princeton University.

He subsequently taught at several institutions, including Yale University, Union Theological Seminary, the University of Paris, Harvard University, and Princeton University. West has had two careers: one as a conventional philosophy professor and another as one of the most visible African American public intellectuals in the country.

Early in his career, West studied and criticized both American pragmatist and French-inspired postmodernist strains of thought. West leans toward a radical, Marxist-inspired critique of racism within the broader context of capitalist imperialism. He has published several books of analytical philosophy, covering topics such as revolutionary Christianity and Marxist ethics.

In the early 1990s, West began to practice radical prophecy. He sought a more committed style of philosophical engagement, often extending his radical critique of American society and politics to the Democratic Party itself, including former President Barack Obama.

West’s willingness to voice his opinions has won him a broad and devoted following far beyond the confines of academic philosophy, but his views have drawn controversy. His increasingly committed prophetic stance has led to personal disputes, including a highly publicized conflict with Harvard University in 2005.

West has made appearances on radio and television. For several years, he co-hosted a talk show with Tavis Smiley called Smiley & West. He is also the author of many books, essays, and op-eds. In 1993, he won the National Book Award for Prophetic Thought in Postmodern Times.

West is currently professor emeritus at Princeton University and Professor of the Practice of Public Philosophy at Harvard University, with a joint appointment at Harvard Divinity School and in the Department of African American Studies.

Selected Books | Find Books by Cornel West

    Prophesy Deliverance! An Afro-American Revolutionary Christianity (Westminster Press, 1982)

    Post-Analytic Philosophy (Columbia University Press, 1985)

    Prophetic Fragments (Eerdmans, 1988)

    Ethical Dimensions of Marxist Thought (Monthly Review Press, 1991)

    Prophetic Thought in Postmodern Times: Beyond Eurocentrism and Multiculturalism (Common Courage Press, 1993)

    Race Matters (Vintage, 1993)

    Keeping Faith: Philosophy and Race in America (Routledge, 1993)

    Jews and Blacks: A Dialogue on Race, Religion, and Culture in America (Plume, 1996)

  Restoring Hope: Conversations on the Future of Black America (Beacon Press, 1997)

    The Cornel West Reader (Civitas Books, 1999)

    The American Evasion of Philosophy: A Genealogy of Pragmatism (University of Wisconsin Press, 2002)

    Democracy Matters: Winning the Fight Against Imperialism (Penguin, 2004)

    Hope on a Tightrope: Words and Wisdom (Hay House, 2008)

    Brother West: Living and Loving Out Loud, A Memoir (SmileyBooks, 2009)

    Black Prophetic Fire (Beacon Press, 2014)

William J. Wilson

Sociology

William J. Wilson was born in Derry, Pennsylvania, in 1935. His career has mainly focused on urban sociology, race, and class issues.

Wilson received his bachelor’s degree in sociology and history from Wilberforce University in 1958. He earned his master’s degree, also in sociology and history, from Bowling Green State University in 1961, and his Ph.D. in sociology and anthropology from Washington State University in 1966.

Wilson taught sociology at the University of Massachusetts Amherst until the early 1970s. He joined the faculty at the University of Chicago in 1972, where he eventually attained the title of Lucy Flower University Professor and became the director of the university’s Center for the Study of Urban Inequality.

In 1996, Wilson was appointed Malcolm Wiener Professor of Social Policy at Harvard University. He was also named director of the Joblessness and Urban Poverty Research Program at the Malcolm Wiener Center for Social Policy at Harvard. He has been Lewis P. and Linda L. Geyser University Professor in the department of sociology at Harvard since 1998.

In his work as a sociologist, Wilson has primarily addressed the problem of poverty and inequality of opportunity among African Americans despite 50 years of government programs. Wilson argues that structural and cultural factors contribute to the issue, rather than systemic, socioeconomic, and political factors.

Wilson’s efforts to end over-simplified, polarized, and politicized thinking about the issue carry over to his writing. He is the author, co-author, or editor of more than a dozen books and approximately 175 peer-reviewed articles and chapters in professional journals and edited volumes.

Wilson has lectured at more than 400 colleges and universities around the world. He is also a member of the National Academy of Sciences (NAS), the American Academy of Arts and Sciences, the National Academy of Education, the American Philosophical Society, and the British Academy.

In 1987, Wilson was appointed a MacArthur Fellow, and in 1998, he received the National Medal of Science.

Selected Books | Find Books by William J. Wilson

    Power, Racism, and Privilege: Race Relations in Theoretical and Sociohistorical Perspectives (Collier Macmillan, 1973)

    Through Different Eyes: Black and White Perspectives on American Race Relations (Oxford University Press, 1973)

    The Declining Significance of Race: Blacks and Changing American Institutions (University of Chicago Press, 1978; 3rd ed., 2012)

    The Truly Disadvantaged: The Inner City, the Underclass, and Public Policy (University of Chicago Press, 1987; 2nd edition, 2012)

    The Ghetto Underclass: Social Science Perspectives (American Academy of Political and Social Sciences, 1989; updated edition, 1993)

    Poverty, Inequality, and the Future of Social Policy: Western States in the New World Order (Russell Sage Foundation, 1995)

¿Cuáles son los poderes fácticos en Nicaragua? Oscar-René Vargas. Marzo de 2021

Poderes fácticos se refiere a un sector de la sociedad al margen de las instituciones políticas que ejercen sobre aquella una gran influencia, basada en su capacidad de presión, o sea, la autoridad se ejerce al margen de los canales formales y está basado en los hechos, y no en lo teórico o imaginario.

Generalmente son considerados como tales los poderes del dinero, los medios de comunicación, las iglesias, los estamentos militares, los movimientos sociales, organizaciones no gubernamentales (ONG) e incluso las mafias y otras entidades que tienen potestades no previstas ni autorizadas por la ley no por eso son menos influyentes a la hora de la toma de decisiones en la sociedad.

Es decir, los poderes fácticos son los poderes en la sombra no por eso sean menos reales. El poder fáctico tiene capacidad de influencia sobre la maquinaria administrativa del aparato formal del Estado, poseen la posibilidad de influir con fuerza en las estructuras legales y regulatorias, por intermedio de su poder de presión, utilizando el poder blando (soft power) o el poder duro (hard power).

Familia Ortega-Murillo

Existe un grupo de unas 200 personas alrededor de la pareja presidencial que operan con mentalidad de cartel (familia ampliada, miembros de la nueva clase y altos miembros del aparato del estado). Este grupo de poder ha cooptado todos los poderes del Estado. Estamos en un nuevo ciclo de dictadura familiar a lo que algunos llaman “populismo responsable”.

La historia de Nicaragua ha sido y es la historia de las familias de la clase dominante. La familia Ortega-Murillo ha perdido el sentido de la realidad y tiene una sensación de impunidad absoluta, creerse intocable es su gravísimo error. Los cortesanos se han dedicado a complacer al dictador y eso, al final, le va jugar una mala pasada.

El autoritarismo tiene un componente histórico enraizado en la cultura política y relacionado con el mesianismo; hay un gusto por los caudillos por esa herencia autoritaria desde Pedrarias. La historia nos enseña que los dictadores se fueron destruyendo en el ejercicio del poder, esa dinámica autodestructiva está presente en el régimen Ortega-Murillo.

Su poder político autoritario se sustenta en seis puntos: a) alianza con el gran capital; b) control de las fuerzas de seguridad (ejército y policía); c) censura y dominación de los medios de comunicación; d) cooptación de los sindicatos; e) subordinación de los otros poderes del estado; f) represión a través de la policía, los paramilitares y fuerzas de choque.

Partido oficial

Depende directamente de Ortega-Murillo. Ha dejado de lado la lucha ideológica; ahora es la lucha por los puestos. Los nuevos militantes “carnetizados” (la mayoría de ellos empleados públicos) quienes han convertido su militancia en un “modus vivendi”, prefieren no pensar y seguir las consignas desde arriba para mantener sus puestos e ingresos.

El objetivo político ha sido fusionar el aparato estatal con el partido de gobierno, ha sometido a los movimientos de masa al Estado, su propósito es controlar a los principales cuadros militares, a los altos jefes de la policía, a los viejos dirigentes sindicales y de los trabajadores del campo.

Con el control del aparato estatal se lanzó a crear una nueva clase (la nueva oligarquía), que anteriormente no existía. Con las políticas públicas asegura y defiende la propiedad agraria a los grandes terratenientes y reprime las ocupaciones de tierras de los sin tierras, reforzó un Estado capitalista sin distribución y concentrador de la riqueza en pocas manos. Una de sus aspiraciones es privatizar las tierras comunales de la Costa Caribe a favor de las empresas nacionales e internacionales madereras, agronegocios, ganaderas, mineras y extractivistas en general.

Más de una vez ha sucedido en la historia que el vencedor haya adoptado la cultura política del vencido. La cultura política de la dictadura somocista era miserable sin duda. Pero la cultura del orteguismo es aún peor. Toda esta situación ha coincidido con la transformación de los principales cuadros del partido oficial. De un partido de militantes abnegados se convirtió en un partido de arribistas y oportunistas que buscan ventajas, privilegios y riquezas.

El “líder” que todo controla en el partido quiere dar la imagen de un “pontífice” que ignora las fechorías de sus subordinados y sigue encallado en negar que la corrupción se ha enquistado en el aparato del Estado que él domina. El “caudillo” legitima la lógica del Estado-Botín al permitir la impunidad en la apropiación ilegal de los bienes estatales. ¿Es posible que la corrupción se instale sin que el “jefe” se entere?

En reuniones informales con miembros de la cúpula del poder, el “líder” se ha enorgullecido, no pocas veces, de que tiene totalmente infiltrado, con “topos”, a los principales dirigentes de la oposición formal. Todo vale con tal de mantener el poder autoritario.

Partidos de Oposición

Una parte es la oposición comparsa o “zancuda”, la cual está subordinada y dependiente del poder autoritario, son eslabones de dominación del poder dictatorial que le sirve y apoya.

Por otro lado, en la oposición real hay diferentes corrientes la que denominamos la oposición formal constituida por la Alianza Ciudadana y sus aliados, los cuales están a favor de la “salida al suave” o cohabitación pregonada por el gran capital. También está la oposición real que se manifiestan de manera diferente en la diversidad de organizaciones surgidas de los movimientos sociales nacidos a partir de abril 2018, aglutinados en la Coalición Nacional/UNAB.

Hay una búsqueda por un programa mínimo para actuar coordinadamente. Por su lado, el régimen intenta destruir a todos los sectores que representan una posición más progresista utilizando todos los métodos posibles: represión, infiltración, división, con el objetivo de impedir su derrota.

Capital Local (COSEP)

El gremio del COSEP-Consejo Superior de la Empresa Privada (dominado por los grandes capitales) no representa a más del 5 por ciento de todo el empresariado nicaragüense, donde más del 90 por ciento del total de las empresas son micro, pequeñas, medianas e informales. Las ventajas del gran capital han sido formidables bajo el régimen Ortega-Murillo, solo las exoneraciones fiscales que reciben representan alrededor del 10 por ciento del PIB (un promedio aproximado de US$ 1,000 millones de dólares por año). Las sociedades financieras “matriculadas” en los paraísos fiscales son actores claves de la evasión fiscal en Nicaragua.

La clase dominante está compuesta mayoritariamente por personas atrasadas, poco ilustradas, socialmente insensibles, políticamente irresponsables, con propósitos fundamentalmente extractivos y sin visión estratégica de nación. Su principal objetivo ha sido mantener un sistema sociopolítico que le permita obtener ganancias extraordinarias basadas en salarios miserables y los favores del régimen de turno.

Nueva oligarquía

Son los miembros del “orteguismo” (los que están en el gobierno o pululan alrededor del régimen), son los que se han enriquecido inexplicablemente en los últimos años, gracias al poder presidencial y al dinero venezolano.

Son aliados del gran capital y tienen inversiones conjuntas con la burguesía tradicional. Sirve de puente, en las diferentes cámaras empresariales, para influir en la visión política de la burguesía tradicional y del gran capital.

La lógica de la nueva oligarquía ha sido: política sin principios, riqueza sin trabajo y negocios sin moral.

Dinero Ilícito

El dinero ilícito tiene una importante presencia en algunos departamentos del país y en la capital, controlado por las mafias existentes en el país (maderera, tierras, narcotráfico, etcétera). De acuerdo a fuentes norteamericanas en Nicaragua se lavan alrededor entre US$ 1,300 a US$ 1,500 millones de dólares anuales, lo que significa un monto total acumulado, entre 2007-2020, de unos US$ 18,000 millones de dólares.

Posiblemente algunos miembros de la burguesía tradicional y miembros de la nueva clase se benefician del dinero ilícito ya sea de manera directa o indirecta. Se considera que en Nicaragua existe altos niveles de permeabilidad del lavado de dinero y de la actividad del narcotráfico que se traduce en nuevas casas, compra de propiedades agrarias y comercios boyantes en diferentes regiones y ciudades del país.

Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN)

Desde mayo 2014, los obispos están divididos entre los que están a favor de tener un perfil de distanciamiento con la dictadura, lo cual se hizo evidente después de abril 2018. También existe un sector minoritario que promueve tener una relación “amigable” con el régimen. La CEN ha tenido un papel importante desde abril 2018 a la fecha acompañando mayoritariamente a los ciudadanos frente a la represión del régimen. El actual Nuncio Apostólico es un aliado del gobierno Ortega-Murillo.

Iglesia Evangélica

Se calcula que el 30 por ciento o más de la población nicaragüense profesa algún culto entre las diferentes denominaciones protestantes, la mayoría de los fieles pertenecen a sectores vulnerables y con un nivel cultural limitado. Existe entre los pastores evangélicos un sector mayoritario a favor de mantener un perfil “amigable” con el gobierno, son los que reciben regalías y beneficios de parte de la dictadura. Un sector minoritario es crítico al proceso político-social.

Ejército Nacional (EN)

Los mandos superiores están en alianza con el poder dictatorial. Muchos de los altos mandos pertenecen a la nueva clase enriquecida al amparo del poder. No hay ningún malestar evidente en la alta oficialidad.

La principal fuerza que sostiene el actual modelo dictatorial-familiar es el Ejército, el cual se ha transformado en la columna vertebral del sistema vigente. Ejerce la represión en las zonas rurales del país y participa de la expropiación y despojo de las tierras comunales de los indígenas de la Costa Caribe.

Policía Nacional (PN)

Los mandos superiores están completamente subordinados al poder dictatorial. Muchos de los altos mandos pertenecen a la nueva clase enriquecida al amparo del poder. El consuegro de Ortega-Murillo, Francisco Díaz y los principales mandos aseguran la subordinación de la PN.

Desde abril 2018 a la fecha, la PN junto con los paramilitares han sido los actores principales de la represión social en las ciudades, mientras que el Ejército es el principal actor de la represión en el campo. Tanto las cúpulas de la PN como del EN se integran a la nueva clase y son favorables a la alianza con el gran capital y al mantenimiento del “status quo” político y económico.

Juventud

El tema de la juventud es esencial. De acuerdo al informe “Trabajo decente y juventud en América Latina, políticas para la acción” de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en el 2015 se estimaba que en Nicaragua que de los 1.2 millones de jóvenes entre las edades de 15 a 24 años, un 19.5 por ciento ni estudiaban ni trabajaban (los llamados ninis). La gran mayoría de los emigrantes nicaragüenses son personas jóvenes, mujeres, desempleados, de extracción humilde y del interior del país.

Los jóvenes universitarios, jóvenes provenientes de la juventud sandinista, jóvenes ninis, junto con ciudadanos autoconvocados y sectores de las clases populares, ha sido la fuerza motriz de la rebelión de abril de 2018.

El desempleo, la pobreza, la violencia estatal, la emigración y la desigualdad fueron los principales detonantes de su protesta contra la dictadura.

El alto nivel de desempleo juvenil, una clase política privilegiada, totalmente corrupta, al servicio de los intereses de las elites económicas, los abusos policiales/paramilitares y la sensación de que el futuro será peor: este es el telón de fondo del descontento juvenil. Es normal que los jóvenes digan que los viejos políticos ladrones deben irse. El hartazgo juvenil es totalmente legítimo.

Sindicatos

No existe una dirección política independiente al interior del movimiento sindical, político y popular organizado. Las actuales organizaciones gremiales son sindicatos blancos dependientes del régimen. Están alineados porque les ofrecen diputaciones e impunidad ni defienden los intereses de los trabajadores. La clase obrera sindicalizada es muy poca numerosa.

Los asalariados formales pierden su capacidad de compra real y la tasa de empleo informal se ubica alrededor del 72 por ciento de la PEA. Las huelgas solidarias no existen y lo normal, en cambio si se produce alguna huelga, son aisladas a las que el gobierno reprime con dureza. No hay un sindicalismo independiente de masas.

Los sindicatos independientes son termómetros que permiten medir, aunque mal, el nivel de conciencia de los trabajadores. Su inexistencia indica que el movimiento obrero aún no ha madurado suficientemente.

Movimiento Social

El movimiento social despierta alrededor de temas como la migración, canal interoceánico, ambiental, minas, etcétera. Sin embargo, antes de abril habían sido movimientos con poca repercusión nacional. Aunque tuvieran una presencia fuerte a nivel local. La única oposición social que ha desafiado abiertamente al poder había sido la lucha de los campesinos contra el canal. La gente no se movilizó por la institucionalidad, sino por sus problemas cotidianos: la tierra, la comida, el empleo, el costo de la vida, etcétera.

En el 2015 y 2016, las movilizaciones de los movimientos sociales tuvieron una mayor presencia que los años anteriores. En el 2017, surgieron más protestas sociales por el deterioro de la situación económica y social. Deterioro que se manifestó por la ausencia del dinero de la cooperación venezolano, incremento del precio del combustible, contracción del sector de la construcción, disminución de los salarios reales, caída de la inversión nacional e internacional.

Movimiento de Mujeres

En los últimos años el movimiento de mujeres ha renacido con presencia nacional (Ocotal, la lucha contra la violencia de género, a favor del aborto terapéutico, etcétera). Hay aproximadamente unas 120 mil mujeres en las maquiladoras, fuerza social con poca expresión política nacional.

Sociedad Civil

La sociedad civil se transformó en una de las expresiones de oposición real al régimen. Los abusos cometidos por agentes del Estado contra la sociedad civil se han ido incrementando. La dictadura usa la ley como instrumento de persecución política contra las feministas, ecologistas, periodistas, defensores de los derechos humanos, etcétera.

Medios de Comunicación

Los canales de TV abierta son controlados, ya sea por el poder autoritario directamente o indirectamente por su alianza con Ángel González. Los medios independientes han sido clausurados como Confidencial y el canal 100% Noticias, o permanentemente reprimidos como Radio Darío (León), Radio La Costeñísima (Bluefields), Radio Camoapa y noticieros de diferentes radios en distintas ciudades del país. Los pocos medios de comunicación no controlados directa e indirectamente son muy pocos y fragmentados.

Migración

La migración por falta de empleos juega un doble papel: a) quita presión social interna, válvula de escape; b) permite que los pobres que se van envíen dinero a los pobres que se quedan evitando mayor presión social y mejorando los niveles de vida de los más vulnerables.

Los pobres que emigraron envían más dinero anualmente que el monto de las inversiones extranjeras o de la burguesía local; sin embargo, no tienen ninguna expresión, como grupo de presión, en el juego político nacional.

Los intelectuales

Los intelectuales gubernamentales producen y transmiten conocimiento. Tienen la función social de: asegurar la reproducción de un modo de ver el mundo y organizar la vida en función de la visión gubernamental. Sus carreras se han desarrollado entre asesorías, escritura de artículos y relaciones con las elites dominantes.

Los intelectuales gubernamentales mantienen una relación fundamental y estructural (no fortuita o contingente) con la clase dominante y/o el partido orteguista. Algunos hombres de letras, periodistas, escritores o artistas, prefieren acomodarse al sistema del que reciben algunos beneficios. Su papel ha sido ayudar a anestesiar a la sociedad nicaragüense, alejada de los problemas de la gente. Propugnan pasar página y volver al período anterior a abril de 2018.

Conclusiones

En la coyuntura electoral de 2021, todos poderes fácticos van a mover fichas y cualquier movimiento tendrá repercusión en la política nacional, cada uno piensa cómo mejorar influencia. El resultado puede ser favorable para Ortega y para el gran capital a través de la renovación del pacto público-privado, lo que arruinará más al país y se encaminará hacia un nuevo conflicto aún más destructivo.

En la estrategia del régimen (conectada con los servicios de inteligencia, contrainteligencia y a la red siniestra de los paramilitares) cree posible mantener arrinconado al movimiento social con la represión. La estrategia de la tensión tiene sus peligros para la dictadura cuando la ciudadanía anda muy cerca del hartazgo.

Ortega cree sacar beneficios llevando el juego político al límite, al borde del abismo. Supone que la crispación le dará algún rédito o le permitirá mantener la primacía en el escenario político. Mantiene sus ataques a EEUU porque necesita desviar la atención de sus problemas internos que no puede resolver.

La dictadura sigue siendo el rival político perfecto, con una inigualable capacidad de sumar adversarios desde la sociedad civil hasta la comunidad internacional. Los aliados de la dictadura, el gran capital y su brazo político (Alianza Ciudadana), no ocultan una creciente preocupación y temor, proponiendo un nuevo enfoque para la sustentación del poder: la cohabitación.

La Alianza Ciudadana (representante de la derecha política) piensa que le conviene que el régimen mantenga la represión y crezca el descontento para que Ortega se vea forzado a ceder más espacios políticos. Especulan que cuanto peor vayan las cosas, mejor irá para ellos, piensan que ellos son el mejor dique para evitar un nuevo tsunami social que trastoque todo el escenario político nacional.

En su visión estratégica contempla que, en la fase actual, no se podrá salir de la dictadura, sino que sería desde 2022 en adelante. Miembros del sector privado sospechan que en un escenario post dictadura no es beneficioso para ellos. Ya que habrá mayor fiscalización de las políticas públicas desde la calle y desde las instituciones. Por lo tanto, no quieren arriesgarse a que haya contrapesos a la caída del régimen, son favorables a la cohabitación con la dictadura.

El Estado nicaragüense sigue sustentado en los mismos políticos tradicionales y en estamentos judiciales, policiales, militares, políticos y empresariales desde hace 14 años. Los ciudadanos “de a pie” reclaman una democratización real y, por lo tanto, exigen la ruptura con el régimen Ortega-Murillo.

El movimiento social es como un surfista en su tabla de surf, a veces está arriba, luego abajo, desaparece bajo el agua y luego sale a la superficie, siempre en movimiento y presente. Por el temor de los poderes fácticos (la mano invisible del poder) que el movimiento social reaparezca, ellos impulsan la cohabitación con el régimen con un nuevo pacto secreto de combustión lenta para evitar una segunda ola de protesta. El tigre sociopolítico que despertó en abril 2018 está adormecido, pero suelto y puede dar zarpazos.

En abril 2018 los ciudadanos autoconvocados irrumpen en la escena política nacional cambiando todo, poniendo en jaque a la dictadura y haciendo pedazos el pacto de Ortega con el Gran Capital. Crisis que la dictadura no ha podido superar y permitió transparentar la descomposición y el desgaste del modelo público-privado.

Las elecciones de noviembre 2021 se van a celebrar en un contexto excepcional, relacionado con las cinco crisis, el malestar ciudadano, el bloqueo político, desigualdades de todo tipo y ausencia de mejora en el corto plazo. Todo ello, además, en el escenario de una política de terror generalizada, lo anterior puede influir para que se produzca una alta abstención.

Si todas las cinco crisis perduran (económica, social, política, sanitaria e internacional), la fragilidad estratégica de la dictadura se mantendrá; en esas condiciones la hipótesis de la permanencia indefinida de Ortega-Murillo en el poder es falsa, es la utopía reaccionaria.

Necesitamos una estrategia de conjunto que nos permita ampliar el campo de la protesta, evitando el aislamiento de las luchas. La oposición real debiera mejorar la coordinación para movilizar el malestar y poder mover las fichas del actual tablero político. La gente “de a pie” está necesitando de certidumbre y esperanza de que la caída de la dictadura es posible.

En resumen, estamos ante una situación explosiva. El hartazgo social se acumula, la pandemia y la crisis económica añade más tirantez a una situación ya de por sí tensa. Somos conscientes de que la unidad de la oposición no llega, los desgarros internos y las desconfianzas mutuas son parte de la ecuación. Ninguna demanda debe ser abandonada: forman parte del mismo problema, la incapacidad del régimen para dar una respuesta democrática a la crisis actual. En ese sentido, creemos que hace falta una reflexión estratégica para construir la agenda social desde los problemas inmediatos de la población: trabajo, tierra y techo.

Las nuevas encrucijadas de América Latina. Claudio Katz. Marzo de 2021

La principal amenaza que afronta la restauración conservadora es la renovada oleada de movilizaciones populares.

El desmantelamiento de la salud pública multiplicó los efectos de la pandemia y el desplome de la economía acrecentó la desigualdad. La derecha propicia regímenes autoritarios pero pierde comicios y figuras. Su crisis no indica el ocaso del neoliberalismo, pero expresa el viraje introducido por la nueva oleada de movilizaciones populares. También el intervencionismo imperial quedó afectado por la derrota de Trump.

En México y Argentina se verifica el nuevo perfil del progresismo moderado. El rumbo de la vertiente radical en Bolivia es una incógnita, Venezuela afronta adversidades mayúsculas y los logros de Cuba reavivan la esperanza.

La construcción de la izquierda exige críticas y puentes con el PT y el kirchnerismo. Esa política contrasta con el abstencionismo autonomista o la neutralidad dogmática actualizados por la disyuntiva de Ecuador. La estrategia de radicalización pavimenta la batalla por otra sociedad.

———————————————————————————-

La coyuntura regional está signada por el traumático escenario que generó la pandemia. América Latina ha sido uno de los epicentros internacionales de la infección, con dos países en el tope de fallecidos por millón de habitantes. Se vislumbra ahora el peligro de afrontar una segunda ola del Covid con pocas vacunas.

El coronavirus se expandió en un terreno fértil para la explosión de los contagios, entre sectores empobrecidos y alojados en viviendas sin agua corriente. El hacinamiento impidió cumplir con los requisitos básicos del distanciamiento social y se registraron escenarios dantescos de venta de oxígeno, hospitales saturados y ausencia de camas.

Ese impacto fue más demoledor en las naciones afectadas por el desmantelamiento de la salud pública. En Perú, los testeos fueron totalmente inefectivos ante la ausencia de atención primaria a los infectados. El país más ponderado por el neoliberalismo encabeza el porcentual de víctimas fatales.

El negacionismo criminal de Bolsonaro multiplicó en Brasil el número de fallecidos. El alucinado presidente recorrió las playas con arengas contra el distanciamiento social, mientras se acumulaban los muertos por asfixia en las terapias intensivas. Obstruyó todos los rescates y propició el descontrol de la enfermedad entre los estratos de menores ingresos.

Esos despiadados extremos han coexistido en la región con la improvisación, en todos los países que subestimaron la enfermedad e introdujeron cuarentenas tardías o inefectivas. En Argentina las políticas de protección evitaron la saturación de los hospitales, las muertes en las calles y las sepulturas colectivas. Pero el número de víctimas escaló cuando se disiparon los resguardos. La campaña de erosión que motorizó la derecha socavó todos los cuidados que el oficialismo no supo preservar.

Cuba demostró la forma de evitar esas vacilaciones. Con una estrategia solidaria de organización territorial garantizó la prevención y logró estabilizar un bajo índice de mortalidad.

El gran desafío actual es acelerar la vacunación para asegurar el descenso de la infección. Pero América Latina no logra acceder a las demandadas inyecciones. En el debut del operativo internacional contra el COVID, las tres cuartas partes de las vacunas se han aplicado en 10 países avanzados. En 130 naciones que albergan a 2500 millones de habitantes todavía no se administró ninguna dosis y Sudamérica sólo recibió el 5% de las inmunizaciones distribuidas en el mundo.

DETERIORO EN TODOS LOS TERRENOS

El impacto económico-social de la pandemia ha sido tan severo como su efecto sanitario. Profundizó la desigualdad y afectó duramente al 50% de la masa laboral que sobrevive en la informalidad. Esos sectores acrecentaron sus deudas familiares para contrarrestar la brutal caída de los ingresos.

También la brecha digital se expandió con terribles consecuencias para los marginados de los servicios básicos de la comunicación. Sólo 4 de cada 10 hogares de la región cuentan con sistemas de banda ancha fija. Esa carencia impidió el funcionamiento de la educación a distancia y condujo a un año escolar perdido para la mitad de los niños y el 19% de los adolescentes[1].

La pandemia precipitó también un derrumbe económico mayúsculo. Se estima que la retracción del PBI osciló el año pasado en torno al 7,7%-9,1% del PBI. América Latina padeció la mayor contracción planetaria de horas de trabajo. Esta caída duplicó la media internacional, en consonancia con retrocesos del mismo porte de los ingresos populares[2].

Como la región arrastra un quinquenio de estancamiento, el coronavirus acentuó un deterioro descomunal. Hace pocos meses se preveía la desaparición de 2,7 millones de firmas, la pérdida de 34 millones de empleos y la incorporación de 45,4 millones de nuevos pobres al universo de los desamparados[3].

Para colmo de males los indicios de recuperación son tenues. El pronóstico de crecimiento para el 2021 en la región (3,6%) es muy inferior al promedio mundial (5,2%). Si se corrobora esa estimación, el PBI latinoamericano retomará su nivel de la pre-pandemia recién en el 2024. Esos decepcionantes guarismos dependerán a su vez de la provisión de vacunas y la continuidad de un rebote económico sin nuevas cepas del Covid.

Una recuperación más acelerada deberá lidiar con el agotamiento de las reservas fiscales y monetarias, al cabo de un año de grandes socorros estatales. Es también dudoso el reinicio de un ciclo de endeudamiento masivo. El FMI continúa emitiendo hipócritas mensajes de colaboración, pero en los hechos se ha limitado a implementar un irrisorio alivio del pasivo entre pocas naciones ultra-empobrecidas. Repite la actitud que asumió en la crisis del 2008-10, ponderando la regulación en medio de la tormenta y afinando sus tradicionales exigencias de ajuste.

El coronavirus tampoco sensibilizó a las empresas transnacionales. Prescindieron de cualquier disfraz humanitario, continuaron exigiendo pagos y remitieron utilidades. Los gobiernos latinoamericanos que han suscripto tratados internacionales de “protección de inversiones”, afrontaron nuevas demandas por cifras descomunales en medio de la tragedia sanitaria[4].

El Covid agravó, por lo tanto, todos los desequilibrios generados por décadas de neoliberalismo, primarización y endeudamiento. Se acentuó la asfixia financiera, el desbalance comercial, la regresión productiva y la contracción del poder adquisitivo. Esos ahogos sólo comenzarán a resolverse con otro modelo y otra política.

CRISIS EN LAS CÚPULAS CONSERVADORAS

La pandemia ha sido utilizada por los gobiernos derechistas para militarizar sus gestiones. En Colombia, Perú, Chile y Ecuador se instauraron estados de excepción con creciente protagonismo de las fuerzas armadas. La represión incluyó formas virulentas de violencia estatal. El asesinato perpetrado por los carabineros en Chile de un joven malabarista y la masacre de niñas en Paraguay son los ejemplos recientes de ese salvajismo. Todas las semanas se conoce el nombre de algún militante social colombiano ultimado por las fuerzas paramilitares.

Los gobiernos de la restauración conservadora están empeñados en instaurar regímenes autoritarios. No promueven las tiranías militares explícitas de los años 70, sino formas disfrazadas de dictadura civil. Esa nueva variedad de golpismo institucional cuenta con un alto nivel de coordinación regional.

En el campo derechista persiste la división entre corrientes extremistas y moderadas, pero ambos grupos unifican fuerzas en los momentos decisivos. Propician una estrategia común de proscripción de los principales dirigentes del progresismo.

La derecha utiliza los dispositivos del lawfare para inhabilitar opositores y capturar gobiernos. Obstruyó las candidaturas de Correa en Ecuador y Morales en Bolivia para extender el mecanismo instaurado con la proscripción Lula. Combina golpes parlamentarios, judiciales y mediáticos para suprimir adversarios, en operativos que intentaron invalidar el mandato de AMLO en México o Cristina en Argentina[5].

El fraude opera como complemento de esa proscripción. Se implementa en Centroamérica, falló en Bolivia y fue imaginado en Chile para manipular la Constitución. Con mecanismos equivalentes se consumaron en Perú numerosos recambios, frente a cada desmadre del sistema político.

Esos avasallamientos cuentan con el soporte explícito de las fuerzas armadas. En Bolivia reapareció el golpe militar y en Brasil se conocieron los detalles de la asonada que preparaba la cúpula castrense, si Lula participaba en la carrera presidencial.

En ese país se verificó también la participación golpista de la casta judicial y los medios hegemónicos. El comportamiento del juez Moro fue tan descarado como las mentiras divulgadas por la red O Globo. Los principales comunicadores han asumido en toda la región una inédita primacía en la fijación de la agenda de las clases dominantes.

También la embajada de Estados Unidos mantiene su tradicional preeminencia en el armado de las conspiraciones. Apuntalaron directamente el golpe Bolivia y actualmente maniobran en Ecuador para colocar a su candidato en la presidencia.

La derecha ha resucitado, además, discursos primitivos y campañas delirantes contra el comunismo. Alerta contra fantasiosos complots de China y denuncia ocultos propósitos de socialismo en reconocidas figuras del establishment.

La ideología conservadora cuenta con el importante sostén de los evangélicos, que se expandieron confrontando con las variantes contestatarias del cristianismo (teología de la liberación). Se afianzaron en campañas de oposición al aborto incorporando todos los mitos del neoliberalismo. Apadrinan presidentes, ministros y legisladores y han conquistado una gran influencia sustituyendo al estado en el amparo de los desprotegidos[6].

Pero el proyecto de restauración conservadora que sucedió al ciclo progresista se encuentra afectado por la erosión de sus principales figuras. Piñera gestiona en soledad, Añez elude los tribunales, Uribe pasó varias semanas en prisión domiciliaria y Lenin Moreno prepara las valijas. La misma desventura atraviesa Guaidó -que se quedó sin cómplices- o Macri, que fantasea en soledad con un inverosímil retorno.

Las derrotas sufridas por la derecha en la última secuencia de comicios (Argentina, México, Brasil, Chile, Bolivia) corroboran las adversidades de ese sector. En Ecuador Lasso perdió recientemente la mitad de los sufragios reunidos en la votación precedente.

Pero esta crisis de la derecha no es sinónimo de ocaso del neoliberalismo. Ese modelo persiste con ensayos más devastadores. Sus gestores propician la “doctrina del shock” para instrumentar en la pos-pandemia nuevas políticas de privatización, apertura comercial y desregulación laboral. La experiencia del 2009 confirma que el neoliberalismo no desaparecerá por la simple presencia de la crisis o por la creciente regulación del estado. Su remoción requiere la movilización popular.

En un lapso previsible la continuidad de la restauración conservadora está sujeta a la suerte de sus dos principales exponentes. En Colombia, Duque afronta un conflicto con Uribe que ha socavado la homogeneidad del bloque derechista, en un contexto de resurgimiento de la lucha social y consolidación de la figura alternativa de Petro.

En Brasil el destino de Bolsonaro suscita pronósticos dispares. Algunos analistas resaltan su persistente comando del sistema político. Señalan que conserva el manejo del Congreso y usufructúa de un giro asistencialista para captar empobrecidos con mayor gasto público.

La otra biblioteca resalta la arrolladora derrota de los candidatos ultra-derechistas en las recientes elecciones provinciales. Destaca la indignación imperante frente al manejo de la pandemia y observa cómo el establishment prepara un sustituto centro-derechista. En cualquier caso el nivel de intervención popular será determinante de ese futuro.

CONTINUIDADES Y RELANTEOS DE BIDEN

La derrota de Trump introduce otra adversidad para la derecha regional. Han sido eyectados del Departamento de Estado los personajes cavernícolas (Pompeo, Abrams) que manejaron las últimas conspiraciones en América Latina.

Bolsonaro se quedó sin referente, Duque entreteje nuevos soportes y el Grupo de Lima navega a la deriva. Ya no será sencillo repetir el desprecio imperial hacia la región, con provocaciones contra los inmigrantes o desconocimientos de compromisos en la gestión de organismos compartidos (BID).

También el asalto que propició Trump al Capitolio afecta a los derechistas latinoamericanos. Pulverizó los argumentos utilizados por Washington para intervenir en la región y socavó la autoridad del Departamento de Estado para sostener el lawfare. El escandaloso proceso electoral que vivió Estados Unidos obstruye, además, la impugnación de comicios en los países hostilizados. Los cuestionamientos a las elecciones en Venezuela contrastan ahora con el silencio de la OEA, frente a la ocupación fascista del Congreso estadounidense.

Biden intentará remontar estos obstáculos mediante una política de dominación con buenos modales. Archivará los exabruptos de su antecesor para rearmar las alianzas con el establishment latinoamericano. Sus antecedentes despejan cualquier duda sobre su política externa. Apoyó a Thatcher en la Guerra de Malvinas, sostuvo los crímenes del Plan Colombia y apañó las operaciones de la DEA en Centroamérica.

Durante la campaña electoral difundió los mismos slogans de Trump para congraciarse con los reaccionarios de Miami. Ya anticipó que reconocerá la presidencia fantasmal de Guaidó en Venezuela y no anunció cuando derogará la tipificación de Cuba como estado terrorista.

Biden buscará artilugios para reducir la presencia de China en América Latina. Tanteará socios regionales para las multinacionales estadounidenses, que trasladan fábricas desde Asia hacia localidades próximas al mercado norteamericano. Intentará, además, formas de coordinación hemisférica para los nuevos negocios que augura la digitalización del trabajo.

El mito que a Estados Unidos “no le interesa América Latina” fue desmentido por la propia gestión de Trump. El magnate propició 180 cumbres de negocios y 160 acuerdos y comerciales con grandes grupos capitalistas de la zona. Tanto los Republicanos como los Demócratas aspiran a retomar el predominio de Washington sobre el continente, como antesala de su añorada reconquista de la primacía mundial. Ese objetivo exige ante todo contener la arrolladora presencia de China en la región.

Pero Biden carga con el fracaso de su antecesor en ese objetivo. El gigante asiático consolidó sus inversiones y exportaciones en todos los países, sin que Estados Unidos pudiera frenar esa avalancha. Hasta Bolsonaro -que al principio insinuó un enfriamiento de las relaciones con la nueva potencia- debió dar marcha atrás, bajo la presión de los exportadores brasileños.

Ni siquiera la suscripción del nuevo tratado de libre comercio con México (T-MEC) ha neutralizado la presencia china. Las compañías asiáticas siguen concertando acuerdos en Centroamérica y el litio es la nueva actividad en disputa, en Bolivia, Chile y Argentina. Allí se probará si Biden puede revertir las persistentes adversidades de las empresas estadounidenses. Pero todos los negocios que imagina Washington dependerán del contexto político prevaleciente.

DESAFÍOS CALLEJEROS

La principal amenaza que afronta la restauración conservadora es la renovada oleada de movilizaciones populares. El arrollador triunfo del MAS en Bolivia fue un resultado directo de esa intervención. Las enormes protestas que irrumpieron en ese país tuvieron un correlato directo en las urnas.

El ejército no se atrevió a reprimir los masivos bloqueos de rutas, que impusieron la realización de comicios e impidieron la consumación de un nuevo golpe. La dictadura quedó fagocitada por su desastrosa gestión de la pandemia y por el festival de corrupción que enfureció a la clase media.

El MAS volvió a exhibir una gran capacidad para articular la acción directa con la intervención electoral. Una nueva generación de dirigentes accede ahora a la conducción del gobierno, en el clima de euforia que rodeó al regreso de Evo.

También en Chile la victoria alcanzada en la consulta sobre la Constitución fue un efecto de movilizaciones ininterrumpidas. La pandemia no disuadió la presencia de una nueva camada de militantes en las calles. Pusieron el cuerpo con decenas de muertos y centenares de mutilados, frente a gendarmes que disparaban a los ojos y lanzaban manifestantes al río.

Chile se apresta a enterrar ahora la herencia del pinochetismo y podría coronar la prolongada lucha que iniciaron los pingüinos (2006), continuaron los estudiantes (2011) y afianzaron distintos sectores de la población (2019-2020). Ha quedado abierto el camino para avanzar hacia una Constituyente soberana y democrática, que sepulte el nefasto régimen de desigualdad, educación privada y endeudamiento familiar.

En Perú el estallido reciente fue más sorpresivo y espontáneo. Canalizó el descontento popular acumulado contra el régimen, que desde 1992 aseguró la continuidad del neoliberalismo mediante la rotación de presidentes desplazados por el Congreso.

Los jóvenes convocados por las redes sociales protagonizaron una sublevación contra los fujimoristas, liberales y apristas que han disputado la torta de los desfalcos. Esa descarnada codicia empujó a cinco presidentes a la cárcel y a uno al suicidio.

Durante varios días se vivió en Perú un escenario parecido al 2001 de Argentina. La caída de un mandatario impostor fue precipitada por el asesinato de dos estudiantes y han quedado abiertas las rendijas para bregar por una Asamblea Constituyente.

En Ecuador se ha corroborado el protagonismo de diversos sujetos populares en las revueltas. El movimiento indigenista tuvo una descollante intervención en el levantamiento que doblegó a Lenin Moreno (octubre del 2019). Encabezó primero las resistencias locales contra el aumento del combustible y comandó luego la marcha sobre la capital que impuso la anulación del tarifazo.

Esa victoria rememoró tres antecedentes de presidentes tumbados por la intervención del movimiento indígena (1997, 2000 y 2005). En la última sublevación impusieron la derogación de un decreto redactado por el FMI, luego de ocupar las oficinas de ese organismo. Los éxitos obtenidos en las barricadas se plasmaron en un evento político que sintetizó las principales demandas de las organizaciones populares.

La misma tendencia a la irrupción callejera se ha verificado también en Guatemala, en las grandes protestas contra el recorte de partidas sociales del presupuesto. Esos reclamos ganaron centralidad en un país desgarrado por el terrorismo de estado.

En Haití se desenvuelve otra incansable batalla desde el 2018. Las multitudinarias movilizaciones han reunido un quinto de la población con exigencias de inmediato desplazamiento del gobierno. El presidente Moisé ha establecido un régimen de facto extendiendo la vigencia de su mandato. Anuló el Parlamento, desconoció el poder judicial y se sostiene en los militares extranjeros que ocupan el país.

Ha incentivado, además, un bandidaje criminal para aterrorizar a los opositores y doblegar la lucha callejera. Estados Unidos, Francia y Canadá actúan con prepotencia colonial para mantener a su títere, en una crisis que no es eterna, ni irresoluble. Es consecuencia de la reiterada intervención imperialista en un país devastado por la casta gobernante.

En distintos rincones del hemisferio se verifica, por lo tanto, la misma tendencia al reinicio de las rebeliones que convulsionaron a Latinoamérica a principio del milenio. La derecha no encuentra instrumentos para lidiar con ese desafío.

PROGRESISMO MODERADO

Las últimas rondas de comicios presidenciales no zanjaron la primacía entre la restauración conservadora y los gobiernos de centroizquierda. Hubo victorias derechistas en Uruguay y el Salvador y triunfos de signo inverso en México y Argentina. En Bolivia prevaleció esta segunda tendencia y se avecina un desenlace en Ecuador.

Durante el año en curso estarán en juego los gobiernos de Perú, Chile, Nicaragua y Honduras y se dirimirán elecciones legislativas en El Salvador, México y la Argentina. Los cómputos finales clarificarán cuáles son las posibilidades de reinicio del ciclo progresista. El establishment transmite serias preocupaciones por esa eventualidad y la consiguiente rehabilitación del eje geopolítico forjado en la década pasada en torno a UNASUR[7].

Pero la moderación es el rasgo preeminente en las nuevas figuras del progresismo. Esa impronta es muy notoria en Fernández, López Obrador, Arce y Arauz y se verifica en los dos gobiernos representativos de la nueva tendencia: Argentina y México.

El presidente del primer país esperaba revertir el desolador legado de Macri, con tenues mejoras compatibles con los privilegios de los poderosos. Afrontó la desgracia del coronavirus en un marco de furibunda agresión de la derecha y optó por el vaivén y la indefinición.

La oposición conservadora frenó su proyecto de expropiar una gran empresa quebrada (Vicentin) e impuso concesiones a los financistas mediante la presión cambiaria. Fernández violó, además, su promesa electoral con una fórmula de ajuste de las jubilaciones que reduce la incidencia de la inflación. Pero ha resistido las exigencias de devaluación e introdujo un impuesto a las grandes fortunas que sienta las bases para una reforma fiscal progresiva.

El gobierno argentino no implementa el ajuste que reclaman los acaudalados, ni la redistribución que demandan los sectores populares. Intenta transitar por un camino intermedio. Por un lado implementó desalojos de familias sin techo y por otra parte facilitó la aprobación del aborto. En la política exterior condena y sostiene (según la ocasión) al gobierno venezolano y toma distancia de la OEA, mientras afianza los vínculos con Israel.

Alberto Fernández se ubica en el cuadrante moderado del progresismo, sin definir qué tipo de peronismo prevalecerá en su gestión. A lo largo de 70 años el justicialismo ha incluido múltiples y contradictorias variantes de nacionalismo con reformas sociales, virulencia derechista, virajes neoliberales y rumbos reformistas.

El perfil actual quedará signado por la reacción del gobierno frente a una oposición que buscó instalar el caos, para judicializar (y paralizar) el sistema político. También el nivel de movilizaciones populares incidirá sobre el rumbo del oficialismo.

En México se localiza el segundo referente de este tipo de progresismo tardío. AMLO surgió de una dura confrontación con las castas del PRI y del PAN, que durante varias décadas contaron con el sostén de los principales grupos económicos. Aprovechó la división de esa elite -y la imposibilidad de repetir los tradicionales mecanismos del fraude- para llegar a la presidencia.

López Obrador presenta como logros, ciertas iniciativas democratizadoras en la investigación de la masacre de Ayotzinapa (43 estudiantes asesinados por narco-criminales), la suspensión de la construcción de cuestionados aeropuertos y la cancelación de una reforma que potenciaba la privatización de la educación pública. También resalta su estrategia de grandes obras de infraestructura, para recuperar la soberanía energética socavada por la importación de gasolina desde Estados Unidos.

Pero en los hechos han primado las decisiones regresivas para reforzar el acuerdo comercial suscripto con Trump (T-MEC). Mantiene el objetado proyecto de un Tren Maya y aceptó la activa intervención del ejército para frenar el flujo de inmigrantes hacia el Norte. Ese protagonismo militar incluyó la creación de una nueva Guardia Nacional para lidiar con el flagelo de la violencia. Aunque logró aligerar la tasa de homicidios, continúa sobrepasado por una violencia criminal que segó la vida de 260.000 personas[8].

López Obrador comparte la ambivalencia de la política exterior argentina. Se distanció del Grupo de Lima, convalida la soberanía de Venezuela y recibe a los médicos cubanos que batallan contra la covid-19. Pero al mismo tiempo realizó una entusiasta visita a Trump para ratificar el tratado de libre comercio.

La gestión de AMLO es muy representativa de la tibieza que signa a la segunda ola del progresismo. En esa timidez para encarar transformaciones de cierta significación supera a su colega de Argentina. Aunque corresponde situarlo en el universo del progresismo actúa con gran lejanía del cardenismo, en un contexto de signado por el debilitamiento de la clase trabajadora y el distanciamiento del legado antiimperialista.

PROGRESISMO RADICAL

Hay dos gobiernos en la región que provienen de vertientes radicales diferenciadas del progresismo convencional. Evo y Chávez forjaron modelos convergentes, pero al mismo tiempo distantes de Kirchner o Lula. ¿En qué medida sus sucesores Arce y Maduro mantienen esa impronta?

En Bolivia el interrogante comenzará a dilucidarse cuando se clarifiquen los nuevos liderazgos dentro del MAS. En el debut de Arce han sido impactantes las iniciativas “anti-Lawfare”. Ya empezaron los juicios contra los responsables de las masacres perpetradas por los golpistas, pero no se sabe aún si habrá una depuración efectiva del ejército.

La principal duda gira en torno al rumbo económico. ¿Podrá el oficialismo retomar los logros de la administración precedente? Durante la presidencia de Evo se implementó un modelo de expansión productiva con redistribución del ingreso, que colocó al país en un tope de crecimiento con mejoras sociales. El secreto de esos resultados fue la estatización de los recursos naturales, en un marco de estabilidad macroeconómica y coexistencia con sectores privados e informales.

El manejo estatal directo de las empresas estratégicas fue decisivo para la captura de la renta generada por los sectores de alta rentabilidad. El estado absorbió y recicló el 80% de ese excedente e impuso a los bancos la obligatoriedad de orientar el 60% de sus inversiones hacia las actividades productivas.         

Con esa regulación se logró la desdolarización, el aumento del consumo y la multiplicación de la inversión. La pobreza extrema disminuyó del 38,2% (2005) al 15,2% (2018) y el PBI per cápita se incrementó de 1037 a 3390 dólares. Los ingresos de los sectores medios repuntaron junto a la ampliación del poder adquisitivo, en un esquema asentado en la nacionalización del petróleo[9].

Habrá que si este modelo recobra vitalidad en el nuevo contexto internacional y si la gran rémora de subdesarrollo que caracteriza a Bolivia facilita esa expansión. Las primeras medidas del gobierno incluyeron un gravamen anual a las grandes fortunas y proyectos para efectivizar la industrialización local de litio, mediante acuerdos con empresas foráneas. Los golpistas habían interrumpido ese plan para consumar la simple depredación de los recursos naturales. Pero el sendero general adoptará Arce aún no parece definido.

LUCES Y SOMBRAS

Al igual que en Bolivia la derecha sufrió en Venezuela una significativa derrota. Los golpistas que durante un año arrebataron el gobierno del Altiplano, no consiguieron doblegar en ningún momento al chavismo. El proceso bolivariano desbarató todas las conspiraciones gestadas por Washington.

Las diferencias entre esas dos experiencias del mismo signo son numerosas. En Venezuela la clase dominante rechazó todos los intentos de conciliación o mínima coordinación con el gobierno. Saboteó las iniciativas del oficialismo siguiendo el guión de hostilidad diseñado por la embajada estadounidense.

Ese clima de agresión permanente impidió el despunte de un modelo económico semejante al forjado en Bolivia. El Departamento de Estado toleró la autonomía de ese pequeño país, pero no aceptó la pérdida de la principal reserva petrolera del hemisferio. Por eso arremetió una otra vez contra Venezuela.

Ese carácter estratégico de la confrontación imperial con el chavismo realza la derrota padecida por los escuálidos. El sostén de Washington a Guaidó está naufragando y el último intento golpista ensayado con la fuga de Leopoldo López se diluyó en el olvido. Los operativos de provocación militar persisten con nuevos reagrupamientos de paramilitares en la frontera con Colombia, pero los complots han perdido efectividad. El vergonzoso fracaso del desembarco de mercenarios yanquis en la costa afectó seriamente a los conspiradores.

La derecha tampoco pudo boicotear las elecciones de diciembre pasado. La farsa de comicios paralelos fue intrascendente y un sector de la oposición concurrió a las urnas. Con la mayoría oficialista en la nueva Asamblea Nacional, el chavismo recuperó la institución secuestrada durante varios años por los golpistas.

El fantoche de Guaidó conserva el aval estadounidense, pero quedó a la defensiva y está manchado por incontables escándalos de corrupción. Ha perdido capacidad de convocatoria y enfrenta los cuestionamientos de su propia camarilla.

Pero también el chavismo afronta graves problemas. Ganó la última elección con un alto porcentual de abstención. El 32 % de participación en las urnas no fue el más bajo de la secuencia bolivariana, ni tocó el piso habitual en numerosos países. Pero esa alicaída concurrencia electoral ilustra el cansancio que impera en la población. La pérdida de un millón sufragios por parte del oficialismo se registró en un escenario de dramáticas dificultades.

El derrumbe económico es descomunal. El producto bruto se desplomó un 70% desde el 2013 bajo el impactante flagelo de la estanflación. El acoso orquestado por el imperialismo y sus socios locales desencadenó un desmoronamiento mayúsculo.

El país ha soportado el desabastecimiento programado y selectivo de bienes esenciales, junto a un sistemático sabotaje al financiamiento de la empresa petrolera (PDVSA). Esa compañía no pudo refinanciar deudas, ni adquirir repuestos para la continuidad de la producción. La extracción de crudo ha caído a un piso sin precedentes y las reservas internacionales se desmoronaron de 20.000 (2013) a 6.000 millones de dólares (2020). La depreciación de moneda perdió todo parámetro ante alucinantes tasas de hiperinflación[10].

El evidente determinante externo de ese caos económico no explica todo lo ocurrido. El gobierno ha sido también responsable por improvisación, impotencia o complicidad. Toleró pasivamente un desmoronamiento productivo que contrastó con el enriquecimiento de la boliburguesía. Permitió la descapitalización generada por la fuga de capitales, que implicó un salto en la salida de fondos de 49.000 (2003) a 500.000 millones de dólares (2016).

El oficialismo desoyó todas las propuestas del chavismo crítico para introducir controles sobre los bancos, modificar la asignación de divisas al sector privado, incentivar la producción local de alimentos e involucrar a la población en el control de los precios. Tampoco penalizó seriamente a los corruptos que sobre-facturan importaciones, transfieren divisas al exterior y lucran con la especulación cambiaria. La auditoría de la deuda -para clarificar los pagos de intereses a acreedores tributarios del imperio- fue ignorada[11].

Recientemente el alivio introducido por el uso de dólares para rehabilitar el consumo quedó interrumpido por la pandemia. La decisión posterior de implementar una “ley antibloqueo” -para sortear la asfixia externa con atractivos al capital privado- ha sido muy cuestionada por los economistas de izquierda. Obstruye el control de las divisas y fomenta las privatizaciones. Las razones políticas -que impidieron al chavismo forjar un modelo económico semejante a Bolivia- continúan incidiendo en el país.

Últimamente se han multiplicado los cuestionamientos de los sectores radicales del chavismo hacia la intolerancia presidencial con los críticos de izquierda. Algunos interpretan que se está perpetrando un debilitamiento de las estructuras de base, para facilitar los negocios de grupos acomodados. Proponen una inmediata rectificación y un proyecto de reconstrucción de la economía basado en las comunas y la participación popular[12].

UN LOGRO EJEMPLAR

Cuba persiste como el principal aliado del chavismo y conserva su rol de referente del bloque radical. A diferencia de Bolivia y Venezuela logró consumar un proyecto revolucionario, que se ha mantenido al cabo de varias décadas de adversidad, aislamiento y complots. La continuidad del proceso socialista en la isla constituye una hazaña mayúscula, que ha contribuido a la perdurabilidad de la izquierda latinoamericana. Pero el último proyecto de gestar un entramado regional radical en torno al ALBA quedó severamente afectado por la crisis de Venezuela y el vaivén de Bolivia.

En medio de las dificultades generadas por el bloqueo y las agresiones económicas de Trump, Cuba logró sostener una economía acosada por el desmoronamiento del turismo y la escasez de divisas.

El procesamiento de divergencias políticas sin vulnerar la continuidad del régimen ha contribuido a la cohesión de la población. Recientemente tuvo gran difusión internacional la aparición de expresiones de disconformidad entre sectores del arte (Movimiento de San Isidro). Este hecho corrobora que Cuba no vive ajena al mundo exterior y que las distintas corrientes del neoliberalismo, la socialdemocracia y la izquierda hacen oír su voz por distintos canales. Ese nivel de deliberación probablemente supera en intensidad y participación el promedio latinoamericano.

En ese difícil escenario ha resultado particularmente meritorio el manejo de la pandemia y los avances de la vacuna Soberana II. Superados los ensayos clínicos ya hay previsiones de fabricación y aplicación a la población (y a los visitantes de la isla). Sería el primer país latinoamericano en producir la vacuna contra el COVID, reafirmando la capacidad de inmunización desarrollada contra el meningococo. Esos éxitos coronan una larga experiencia de trabajo, en el país con mayor número de médicos por habitante de América latina.

Pero también ha sido impactante el rol de las misiones en distintos lugares. A los 30.000 sanitaristas que prestaban servicios en 61 países antes de la pandemia, se añadieron 46 brigadas internacionales de lucha contra la infección. Ese “ejército de batas blancas” ha sido nominado por muchas personalidades para el próximo Premio Nobel de la Paz[13].

LA IZQUIERDA FRENTE AL PT Y EL PERONISMO

¿Cómo avanzar en proyectos de emancipación e igualdad en un escenario político dominado por la contraposición entre el progresismo y la derecha? Ese interrogante ordena los debates entre las corrientes reformistas, autonomistas y ortodoxas de la izquierda.

El primer sector promueve estrategias afines a la socialdemocracia tradicional. Comparte la reivindicación de objetivos humanistas, sin registrar la inviabilidad de esas metas bajo el régimen social vigente. Con esa misma omisión difunde propuestas de forjar modelos de capitalismo regulado, inclusivo y pos-liberal. Convoca a concertar iniciativas de desarrollo con los grandes bancos y empresas transnacionales, sin evaluar los fracasos de esos intentos.

Las vertientes reformistas amoldan su intervención al marco institucional imperante, minusvalorando el veto de las castas militares, judiciales y mediáticas a cualquier trasformación popular significativa. Suelen desconsiderar la gravitación del golpismo y en lugar de confrontar con la derecha, exploran vías de conciliación que envalentonan al enemigo y desmoralizan a los aliados.

El PT de Brasil es el principal exponente de esa desacertada concepción, que afectó seriamente su paso el gobierno. Los avances conseguidos durante esa gestión no alcanzaron para contener la decepción popular y el ascenso de Bolsonaro. El desencanto comenzó con Lula y se generalizó con Dilma, al cabo de varios años de convalidación de los beneficios de la elite capitalista. El PT preservó la vieja estructura de privilegios de la partidocracia y aceptó la continuada primacía de los medios de comunicación hegemónicos.

Por esa aprobación del status quo el PT perdió primero el apoyo de las clases medias y luego el sostén de los trabajadores. Esa erosión se verificó durante las protestas del 2013, cuando la derecha comenzó a imponer su control de la calle. Triunfó en ese ámbito antes que en las urnas, confirmando que las relaciones de fuerza se dilucidan en el llano y se proyectan al terreno electoral.

Las corrientes reformistas suelen omitir este balance y presentan al PT como una simple víctima de los artilugios derechistas. No registran que abandonó el empoderamiento popular y apostó a un sostén pasivo de la población asentado en la mejora del consumo. Cuando el repunte económico se agotó la derecha tuvo despejado el camino para apoderarse del gobierno.

Pero esa trayectoria no define el futuro. El PT podría recuperar centralidad en la batalla contra Bolsonaro, diluirse en un frente hegemonizado por sus rivales o quedar superado por un alineamiento de izquierda. Estas tres posibilidades dependerán de la intensidad de la resistencia social y del papel que asuma (o logre imponer) Lula. Las derrotas populares acumuladas durante el 2016-2018 influyen sobre un partido, que ya no es visto como el insoslayable referente de la militancia[14].

Las miradas optimistas resaltan el surgimiento de dos nuevas figuras con gran raigambre entre la juventud y los movimientos sociales (Boulos y Manuela). Han ganado un inédito protagonismo, a partir de la alianza que dos formaciones de la izquierda (PSOL y PCdB) concertaron con el PT. Las visiones pesimistas desconsideran este acontecimiento y remarcan el retroceso frente a la derecha, en un contexto de escasa gravitación de las movilizaciones.

En cualquier caso el avance de la izquierda exige equilibrar críticas y convergencias con el PT. Por un lado resulta imprescindible discutir los errores cometidos por ese partido, para recordar que Bolsonaro no ha sido el resultado de inexorables desgracias históricas ancladas en el paternalismo y la esclavitud. Por otra parte hay que reconocer la continuada gravitación de esa organización y la probada posibilidad de construir un proyecto de izquierda preservando los puentes con el PT[15].

Los desafíos para la izquierda en el otro país que alberga una significativa variante del reformismo son más complejos. En Argentina gobierna nuevamente el kirchnerismo y a diferencia de Brasil, la oposición derechista carga con la herencia de Macri y no ha logrado consolidar la base social que acompaña a Bolsonaro. Cristina dejó, además, un recuerdo de conquistas y no un legado de decepción y el kirchnerismo recompuso sus basamentos con otro tipo de alianzas y modalidades de gestión.

Nuevamente el peronismo se ha reciclado frente al mayúsculo fracaso de sus adversarios liberales y ha sumado un segmento de los movimientos sociales, a su tradicional hegemonía en el sindicalismo. No se han corroborado los pronósticos de extinción del justicialismo, ni tampoco las expectativas de convertirlo en una fuerza radicalizada. El peronismo conserva en su estructura las franjas conservadoras que periódicamente recuperan la conducción de esa fuerza.

La naturaleza variable de ese movimiento y sus cambiantes facetas de progresismo y reacción han reaparecido, bajo un gobierno que oscila entre los atropellos y las mejoras. Comprender esa plasticidad de la principal fuerza de Argentina es un requisito insoslayable para el despunte de la izquierda. Si se desconoce esa dualidad con simples aprobaciones o miopes sectarismo resultará imposible construir un proyecto radicalizado.

Es tan equivocada la subordinación al mensaje oficial -justificando el desalojo de Guernica o el recorte de las jubilaciones- como la descalificación del logro conseguido con el impuesto a las grandes fortunas. El avance de la izquierda transita por levantar la voz contra los desaciertos del gobierno y reconocer las mejoras que introduce.

DISYUNTIVAS DEL AUTONOMISMO

El autonomismo emergió con gran entusiasmo en la década pasada reivindicando la lucha de los movimientos sociales. Subrayó el alcance anti-sistémico de las protestas populares y objetó los proyectos basados en alguna estrategia de conquista del poder estatal. Con esa óptica equiparó a los gobiernos progresistas con sus pares derechistas y estimó que conformaban dos variantes de la misma dominación de los poderosos.

También propició una crítica acérrima al chavismo utilizando argumentos afines a la socialdemocracia. Cuestionó la violación de normas de funcionamiento democrático en Venezuela desconociendo el acoso estadounidense y situó al régimen de ese país, en el mismo plano que los gobiernos serviles del imperialismo. Esa actitud lo indujo a adoptar confusas posturas frente al golpe en Bolivia, que equiparaban a Evo con los golpistas y eludían la solidaridad activa con las víctimas de la asonada.

La experiencia de todo el período ha demostrado la inefectividad de cualquier estrategia de transformación social que renuncie al manejo del estado. Ese instrumento es insoslayable para conseguir mejoras sociales, ampliar el radio de ejercicio de la democracia y permitir el protagonismo popular en un largo proceso de erradicación del capitalismo. La intervención en las elecciones constituye un momento relevante de esa batalla.

La tradicional postura autonomista de impugnación de esos comicios fue sustituida en los últimos años por miradas que aceptan la participación en esas disputas. Pero la forma en que se promueve esa intervención es tan controvertida como el abstencionismo precedente. Las disyuntivas en curso en Ecuador ejemplifican estos problemas.

La gran novedad de esos comicios ha sido el sorprendente resultado obtenido por el indigenismo, que logró colocar a su candidato del Pachakutik -Yaku Pérez- a un paso del balotaje con el correista Arauz. Pero si se confirma que el desempate se dirimirá con el derechista Lasso, el movimiento más combativo del país afronta un serio dilema. Deberá resolver su postura en la segunda vuelta. Esa definición sólo podrá posponerse mientras se diluciden las impugnaciones a cierto número de boletas.

Yacu Pérez ha emitido varios mensajes favorables a Lasso. Lo sostuvo explícitamente en las elecciones del 2017 señalando que era “preferible un banquero a un dictador”. También lo invitó a forjar un frente en el primer recuento de votos realizado bajo el paraguas de la OEA.

Esa postura es consecuencia del durísimo conflicto que mantuvo con el gobierno de Correa, empeñado en ampliar la extracción minera. Ese choque incluyó 400 procesos judiciales contra dirigentes del indigenismo y generó una grieta tan profunda, que Pérez caracteriza a la “revolución ciudadana” en los mismos términos que el millonario neoliberal (“una década del saqueo”).

Esa animadversión se extiende también a los aliados regionales del correismo. Pérez repudia a Chávez, Maduro y Evo Morales con el mismo lenguaje de la derecha e incluso dio a entender hace dos años su aprobación al golpe de estado en Bolivia[16].

Algunos analistas señalan que expresa la vertiente “etnicista” del indigenismo, que promueve demandas corporativas en estrecha conexión con las ONGs. Esa corriente exhibe sintonías con la ideología neoliberal, en sus elogios a los emprendedores y a la desgravación impositiva.

Por el contrario la corriente “clasista” reivindica proyectos de izquierda y propicia vínculos con el sindicalismo. Registra cómo la urbanización ha impactado sobre las viejas comunidades agrarias, incrementando la incorporación de indígenas al segmento más pauperizado de las ciudades.

Este segundo alineamiento -reacio a cualquier convergencia con la derecha- podría tender puentes con los progresistas del correismo, que objetan el brutal enfrentamiento del gobierno anterior con el indigenismo. Ese empalme de fuerzas populares es indispensable para derrotar en las urnas a Lasso y para disipar cualquier amenaza de extensión a Latinoamérica del desangre étnico-comunitario que se ha vivido en los Balcanes, Medio Oriente o África[17].

En ese contexto, varios exponentes del autonomismo celebran la aparición de Pérez, como una tercera opción que permitirá superar la política regresiva del correismo. Mencionan las convergencias con Lasso como un episodio de escasa relevancia que se corregirá en el futuro[18]. Convergen con las voces que en Ecuador observan al líder del Pachakutik como el artífice de un nuevo rumbo, que dejará atrás la falsa antinomia entre dos pares (Arauz y Lasso)[19].

Pero de estas caracterizaciones se deduce (en el mejor de los casos) una actitud de abstención, que apuntalaría la restauración conservadora si logra frustrar la victoria de Arauz. La enceguecida confrontación con el correismo impide registrar ese sencillo dato del escenario actual. Salta a la vista la total equivalencia de Lasso con Bolsonaro, Macri, Piñera o Duque y el sostén objetivo a ese proyecto reaccionario, si se rechaza el voto por Arauz en el próximo balotaje. No se requiere una elaboración teórica muy sofisticada para notar ese corolario.

La lucha contra el extractivismo es resaltada por los autonomistas, como otra contundente razón para colocar al correismo y la derecha en un mismo plano. Reivindican enfáticamente la defensa de los recursos hídricos y el medio ambiente, pero sin mencionar que ese resguardo sólo será efectivo si abre caminos para el crecimiento, la industrialización y la erradicación del subdesarrollo. De lo contrario recreará el estancamiento, la pobreza y la desigualdad.

Si se convoca por ejemplo a mantener intocados bajo tierra los yacimientos mineros y petroleros (a fin de preservar el ecosistema), corresponde explicar de dónde saldrán los recursos para viabilizar un proceso de expansión productiva con redistribución del ingreso[20].

Bolivia aporta la principal experiencia para evaluar ese dilema. Es un país muy próximo y semejante a Ecuador, los líderes del MAS introdujeron el estado plurinacional, el respecto a las lenguas y costumbres de las comunidades y la orgullosa reivindicación de la tradición indigenista.

Pero al mismo tiempo acotaron los planteos etnicistas, articularon un proyecto nacional con otros sectores populares y pusieron en práctica un modelo de crecimiento asentado en el manejo estatal de la renta gasífero-petrolera. Los avances económico-sociales logrados en esa gestión hubo inviables con un proyecto meramente anti-extractivo.

PROBLEMAS DEL DOGMATISMO

Si en Ecuador se confirma el balotaje entre Arauz y Lasso, todas las vertientes de la izquierda afrontarán una conocida disyuntiva: apoyar al candidato progresista u optar por la abstención declarando son iguales. El sistema de doble vuelta ya impuso esa definición en otros países (Haddad versus Bolsonaro) o exigió considerar esa posibilidad (Fernández frente a Macri, Evo ante Mesa).

Varias corrientes provenientes de la tradición más ortodoxa de trotskismo suelen objetar el sostén de las figuras de centroizquierda frente a los conservadores. Denuncian las afinidades entre dos sectores pertenecientes al mismo segmento burgués y cuestionan la resignación frente al “mal menor”. Destacan también el daño que genera el apoyo al reformismo para la construcción de un proyecto revolucionario.

Pero en las últimas décadas esos señalamientos no pasaron la prueba de los hechos. En ningún país la decisión de cuestionar por igual a los dos principales contendientes redundó en la gestación de fuerzas significativas de la izquierda. La experiencia demostró que el progresismo es inconsecuente en su batalla contra la derecha, pero no se asemeja al principal enemigo de los pueblos latinoamericanos. Además, la opción por “el mal menor” no es invariablemente negativa. En la militancia cotidiana siempre se buscan logros (sindicales, sociales o políticos) distanciados del ideal socialista.

El voto al progresismo contra la derecha simplemente contribuye a frenar la restauración conservadora. Permite limitar los atropellos económicos y contener la violencia contra los oprimidos. De esa forma se generan escenarios más favorables para el avance de la izquierda y se forjan relaciones de fuerzas más afines a ese objetivo. Esa estrategia resulta comprensible a la mayoría de la población, que nunca capta los enmarañados razonamientos expuestos para justificar la abstención.

El dilema electoral concentra los mismos problemas de intervención política, que aparecen a la hora de precisar posicionamientos frente a gobiernos ambiguos (AMLO, Fernández) o alianzas de la izquierda con el progresismo (el PSOL con el PT). Pero Venezuela es el país dónde esas disyuntivas han suscitado controversias más acaloradas.

Allí no está en juego la simple opción electoral entre oficialistas y opositores, sino la permanente amenaza de un golpe para instaurar un régimen de terror y entrega. Ese peligro -registrado por todos los analistas- suele resultar imperceptible para quiénes subrayan la tendencia del chavismo a conciliar con la derecha. Destacan esas coincidencias sin explicar por qué razón el imperialismo y vasallos continúan fomentando incontables complots. Esa postura presenta numerosas variantes[21].

Las corrientes más extremas presentan a Maduro como el enemigo principal y demandan su remoción en evidente sintonía con la derecha. Repiten el suicidio que cometió la izquierda, cuando empalmó con el gorilismo (alianzas con el antiperonismo en la Argentina en los años 50).

Otras vertientes más moderadas eluden ese alineamiento, pero optan por criticar al chavismo y a la oposición sin tomar partido en el conflicto. Convocan a la abstención en las elecciones y difunden consignas abstractas. En otros casos esa evasión del conflicto real conduce a propiciar mediaciones entre los escuálidos y el chavismo, asumiendo una implícita neutralidad frente a los victimarios y las víctimas de la agresión imperialista. Esas conductas obstruyen la incidencia en procesos políticos reales y potencian la marginalidad.

ESTRATEGIAS DE RADICALIZACIÓN

Los debates en la izquierda no sólo aportan diagnósticos del escenario latinoamericano. Intentan caracterizaciones destinadas a facilitar la intervención política para avanzar hacia el objetivo transformador. Buscan apuntalar la construcción de otra sociedad, construyendo caminos para resistir el avasallamiento imperial, erradicar el capitalismo y sentar las bases del socialismo.

Los militantes de la izquierda persiguen esa meta. Rechazan las fantasías de capitalismo productivo, inclusivo y humanista que propagan los líderes del progresismo. También cuestionan el mito de una gestión armonizadora del estado, en una sociedad desgarrada por la desigualdad y la explotación. El logro del bien común exige apuntalar la superación del capitalismo.

Esa reafirmación de los principios es decisiva para forjar el objetivo socialista. Pero se necesitan tácticas, estrategias y proyectos adecuados a la época actual. Durante la mayor parte del siglo XX ese cuerpo de acciones estuvo centrado en la revolución, como momento culminante de los levantamientos populares.

Ese desemboque podía derivar de conquistas ascendentes, procesos de insurrección o guerras populares prolongadas. Las revoluciones triunfantes consumadas en escenarios de gran confrontación bélica o agresión imperial aportaban los antecedentes de ese desenlace. Con esos presupuestos se definían orientación inspiradas en las exitosas experiencias de China, Vietnam o Cuba.

Esos proyectos fueron abandonados en la mayor parte del planeta luego del colapso de Unión Soviética. Pero en América Latina esa deserción quedó acotada por la permanencia de la revolución cubana, la irrupción del ciclo progresista y el impacto de los procesos radicales de Venezuela y Bolivia. Este escenario permitió grandes cambios sin rupturas revolucionarias, bajo sistemas políticos más complejos que las clásicas dictaduras de los años 60-70.

En este marco han madurado nuevas estrategia de radicalización que valoran los logros de los gobierno progresistas, sin aceptar los límites que imponen a la acción popular. Esas políticas anticapitalistas no definen con antelación el rumbo que adoptará la batalla por una nueva sociedad. Evitan esa predeterminación de temporalidades o secuencias de una transformación imprevisible. Propician que la experiencia dilucide cuáles son las conquistas que precederán el logro de la meta socialista.

Esos avances emergerán de acciones parlamentarias y batallas callejeras, pero no es posible presagiar qué tipo de combinación enlazará a ambos procesos. La mejor forma de integrar ambas dimensiones transita por la construcción de hegemonías políticas gramscianas y la preparación de acciones revolucionarias leninistas.

Ese tipo de política tiene numerosos exponentes en corrientes, partidos y movimientos de América Latina. Todos subrayan la prioridad de la resistencia antiimperialista frente a las agresiones estadounidenses. Destacan que para recuperar soberanía y concebir proyectos alternativos hay que forjar un bloque de contención del imperialismo. Ese entramado permitiría, además, encarar negociaciones económicas conjuntas con potencias extra-regionales como China, para mejorar el intercambio y revertir la prevaricación.

La izquierda se construye en América Latina en las luchas cotidianas que rechazan el ajuste y propician la redistribución del ingreso. En la coyuntura actual esa acción supone un replanteo de la sofocante carga de la deuda externa. Hay muchas propuestas de condonaciones y quitas, pero la auditoría y la suspensión de pagos persisten como las opciones más adecuadas para implementar esa revisión. La misma centralidad presenta el impuesto a las grandes fortunas, para contrarrestar el descalabro de los ingresos fiscales con criterios de equidad.

La izquierda necesita caracterizaciones y programas, pero ningún escrito resolverá los enigmas de la experiencia militante. La voluntad de lucha es el principal ingrediente de esa intervención, en abierta contraposición con el escepticismo y la resignación. Los incontables ejemplos de esa cualidad entre la juventud actual auguran prometedores momentos para toda la región.

Claudio Katz. Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz


[1] Furlong, Sebastián. Pandemia y desigualdades en América Latina, 8-6-2020 https://www.nodal.am

[2] Ferrari, Sergio. América Latina contra las cuerdas de la pandemia, 14-10-2020, https://www.cadtm.org

[3] OIT. La pandemia se ensañó con América Latina, 2-10-2020, https://www.pagina12.com.ar/296143.

[4] Ferrari, Sergio, Presión de inversores extranjeros, 2-9-2020, https://www.agenciapacourondo.com.ar

[5] Guerra Cabrera Ángel Democracia neoliberal, 12-9-2020, https://www.jornada.com.mx

[6] Goldstein , Ariel. Cómo los grupos religiosos están copando la política en América, 25-1-2021 https://www.pagina12.com.ar/319383

[7] Oppenheimer, Andrés ¿América Latina gira a la izquierda? https://www.lanacion.com.ar

[8] Hernández Ayala, José Luis. División en la élite y ruido de sables, 2-6-2020, https://vientosur.info

[9] Oglietti, Guillermo; Serrano Mancilla,  Alfredo. ¿Por qué funciona la economía boliviana?, 24-9-2019

[10] Curcio, Pasqualina, El laberinto de la economía venezolana, 28-1-2021 https://www.desdeabajo.info/mundo/item/41577 

[11] Zúñiga, Simón Andrés Moratoria de la deuda y plan de apoyo solidario: primero el pueblo. 20/02/2019 https://rebelion.org. Las medidas económicas y lo que nos dejó Chávez, 19/01/2014, aporrea.org

[12] Gilbert, Chris Cómo llegó la izquierda venezolana hasta donde está, 27-1-2021 https://rebelion.org/autor

[13] Szalkowicz, Gerardo, Made in Cuba: la vacuna contra el coronavirus, 5-9-2020, https:// www pagina12

[14] Arcary, Valerio. ¿A dónde va el PT?, 10-12-2020,   https://www.resumenlatinoamericano.org

[15] Arcary, Valerio. Boulos abrió una brecha, 1-12-2020 https://jacobinlat.com

[16] Cárdenas Félix. Ecuador. ¿Yaku? ¿Indígena?, 10-2-2021 https://www.resumenlatinoamericano.org

[17] Figueroa José Antonio. Ecuador: Etnicismo neoliberal. Un panorama de urgencia tras la primera vuelta de las elecciones ecuatorianas, 13-2-2021 https://www.sinpermiso.info/textos/.

[18] Svampa Maristella. Yaku Pérez y otra izquierda posible, 8-2-2021, https://www.eldiarioar.com/opinion 

[19] Saltos, Napoleón; Cuvi, Juan, Acosta, Alberto. Desde el Ecuador para los pueblos -Aquí el pronunciamiento, 10-2-2021 https://clajadep.lahaine.org/index.php

[20] Itzamná, Ollantay Ante una falsa disyuntiva de progresismo o agenda indígena, 11-2-2021, https://www.resumenlatinoamericano.org/

[21] Katz, Claudio. La izquierda frente a Venezuela, 12/6/2017, www.lahaine.org/katz

La nueva realidad política salvadoreña. Roberto Pineda. 3 de marzo de 2021

Los resultados de las elecciones legislativas y municipales de este 28 de febrero, constituyen un golpe a la yugular del actual cuerpo político y el quiebre de su columna vertebral, los partidos ARENA y el FMLN.

Los resultados para la Asamblea Legislativa son los siguientes: Nuevas Ideas: 56 diputados, ARENA: 14, GANA: 5, FMLN: 4, PCN: 2, PDC: 1, Nuestro Tiempo: 1 y Vamos: 1. Además NI gana 13 de las 14 cabeceras departamentales, incluyendo la capital, San Salvador.

La derrota electoral de ARENA y el FMLN ya era una decisión tomada por los sectores populares, pero postergada por el calendario electoral del orden oligárquico.

Tanto ARENA como el FMLN son barcos que fueron golpeados por la furia huracanada del rechazo popular electoral, y lo irónico del caso es que cumplieron el triste y difícil papel de -vía control del TSE- organizar unas elecciones “limpias y transparentes” sabiendo de antemano que organizaban su propia derrota.

En el caso de ARENA, como derecha política, debe decidir si dar la batalla por la sobrevivencia luchando o pensar que solo puede salvar su vida, logrando previsibles arreglos con el nuevo poder.  

Lo segundo es más  rentable económicamente que lo primero y probablemente prevalecerá como criterio, incluso si es necesario sacrificar uno que otro chivo expiatorio.

En el caso del FMLN, como izquierda política, enfrenta la disyuntiva de permitir –como en el pasado reciente-que la inercia le resuelva su golpeada identidad o de evaluar que únicamente puede sobrevivir a este naufragio, aferrándose -rápida y autocríticamente- al trozo de madera del debate y la organización y lucha popular.

Lo primero es más conocido que lo segundo y probablemente prevalecerá, afectando aún más la credibilidad de este sujeto político. Y ojala pueda romperse a futuro el vínculo político con ARENA que fue una de las principales razones del rechazo popular.

En síntesis, en el plano político, la contradicción principal es entre el orden burgués emergente de Bukele, representado por NI,  y el orden oligárquico vencido pero no derrotado, simbolizado por ARENA, que con 14 diputados tratará de encabezar la oposición política al régimen autoritario y populista del presidente Bukele.

A continuación repasamos la actual correlación de fuerzas, los diversos mensajes  derivados del evento electoral y concluimos con algunas reflexiones sobre los desafíos para enfrentar el naufragio de la izquierda salvadoreña.

La actual correlación de fuerzas sociales y políticas

A partir de la desafortunada expulsión de Nayib Bukele del FMLN en 2017,  este comienza a ensamblar un proyecto político que de manera ascendente ha venido acumulando fuerza social y política, y que se expresa en 2019 en la conquista de la presidencia y hoy en esta arrolladora victoria electoral.

La cual fue también lograda poniendo los recursos del Estado al servicio de NI y desafiando abiertamente la legalidad electoral vigente, y que ahora le permitirá el control de Asamblea Legislativa y la mitad de alcaldías del país. Bukele de manera subversiva se burló de la legalidad oligárquica y garantizó su triunfo.

Por otra parte, inicia a partir de 2019 un enfrentamiento social encarnizado entre Nuevas Ideas, NI y su bloque de poder emergente y la vieja oligarquía, que ve desafiada su dominación ancestral y reacciona airadamente mediante sus instrumentos políticos (ARENA) , mediáticos (TCS, LPG, DDH) académicos (FUSADES,ESEN) y gremiales (ANEP, CCIES). Probablemente en esta guerra social, la siguiente batalla será contra la ANEP y su emblemático presidente, Javier Simán.

Los logros  del presidente Bukele y su partido NI han sido posibles a partir de dos elementos: un indiscutible respaldo popular y un profundo desgaste del sistema de partidos políticos surgidos de los Acuerdos de Paz de 1992. Hoy Nayib Bukele y su proyecto político Nuevas Ideas, controlan una parte sustancial del Estado: la presidencia y con esto la Fuerza Armada y la Policía Nacional Civil, la Asamblea Legislativa, y la mitad de gobiernos municipales.

A partir de esta victoria legislativa y municipal, NI se coloca en una situación de ventaja estratégica que difícilmente podrá ser revertida, y que seguramente le permitirá continuar el proceso de desmontaje del viejo sistema político y construcción de su propio modelo, de naturaleza populista y autoritario.

Incluso si el gobierno estadounidense de Biden adoptara una posición de beligerancia frente al presidente Bukele, como sueñan las fuerzas de la oligarquía opositora -debilitadas pero no totalmente vencidas- esto vendría a fortalecerlo.  Es más, hasta una actitud reservada de USA frente a Bukele, vendrá a consolidarlo más que afectarlo, ya que le dará internacionalmente un aire de independencia frente al imperio. 

En Nuevas Ideas y en la cabeza de Bukele parece predominar la idea que la mejor defensa es el ataque –ese es su estilo personal- así que la próxima plaza a ser conquistada –mediante ya sea su neutralización o incluso apoyo- será la Corte Suprema de Justicia  y la Fiscalía.

Al lograr este propósito todas las piezas del ajedrez del nuevo sistema político de naturaleza populista y autoritaria estarán en su lugar. Entonces su problema va ser la de la ausencia de un enemigo a quien enfrentar y seguramente el enemigo se volverá interno.

A partir del 1 de mayo de 2021 el proyecto de Nuevas Ideas deberá garantizar para mantener su viabilidad,  principalmente el respaldo popular mediante iniciativas que colaboren en un mejoramiento de la calidad de vida de los sectores populares, que son su principal base de apoyo. Asimismo necesitara en el marco de la crisis provocada por la pandemia del coronavirus, incentivar la economía.

Y garantizar que la delincuencia pandilleril continúe férreamente controlada. Y si a esto le agregamos una dosis de teatralidad -de espectáculo en que es  especialista- puede confiar en el avance seamless de su proyecto.

Pero además deberá resolver el crítico problema de su continuidad en el tiempo, ya que en la actual legislación no existe la figura de la reelección, y Bukele llega hasta el 2024.¿Quién le sucederá en el trono?

Los mensajes derivados del evento electoral

Este 28 de febrero deja muchos mensajes tanto para las fuerzas sociales como políticas. Enseña que la población ha realizado un aprendizaje del uso independiente de su fuerza electoral, lo cual refleja un alto nivel de criterio político. Veamos los mensajes principales.

Para la derecha oligárquica, los resultados le señalan que su desplazamiento del poder político iniciado en 2009 con la victoria del periodista Mauricio Funes, se prolonga en el tiempo.  Están fuera del aparato de estado y lo seguirán estando.

Para la izquierda aglutinada en el FMLN, que como sujeto político debe entender que no es propietario de la voluntad popular, y que los sectores populares, la gente, son un ente crítico. Son hasta tristes las expresiones de algunos que califican estos resultados electorales como expresión de la “estupidez de la gente.” Así como de otros que lo ven como un revés temporal, coyuntural, “una moda.”

Y más preocupante que otros confíen que sea el gobierno de Biden el que se encargue de enfrentar la “dictadura” de Bukele y “restablecer” la democracia en el país. Y peor aun los que hoy asumen y divulgan por redes las opiniones de los intelectuales de la derecha oligárquica.

Lo que existe la necesidad de reasumir la lucha social por la emancipación y redefinir el papel de lo electoral en la construcción de poder popular.

Para Nuevas Ideas y Nayib Bukele, ojala que no crean que este sea un cheque en blanco, porque muy pronto se van a decepcionar.   Lo que la gente les dice es lo siguiente: les entregamos esta cuota, nuestra confianza y respaldo para que lo usen a nuestro favor. No nos vayan a defraudar, please.

El mensaje para el movimiento popular: la ausencia o presencia de un movimiento popular que construya poder popular,  definirá el perfil de gobierno que realizará Nayib de aquí al 2024. Ante la ausencia de un movimiento popular privilegiara su alianza con sectores de la oligarquía y afectará a sectores populares para enfrentar crisis, ante la presencia de movimiento popular privilegiara su alianza con este, y descargara conjuntamente sus golpes contra la oligarquía. 

Si no hay quien le pase la factura a Bukele por la cena, este se irá seguramente sin pagar.  Si no enfrenta un movimiento popular que le haga demandas, se verá libre para golpear sabiendo de antemano que no habrá respuesta. Debe Bukele saber que habrá respuesta y que será contundente.

Asimismo debemos cuidarnos de una visión sectaria que descalifique a ese millón y medio de personas que hoy respaldan a Nuevas Ideas, cuidarnos del lenguaje injurioso que nos aisla, y saber que nuestra tarea como izquierda es la de garantizar que realicen en la escuela de la lucha su aprendizaje político.

El naufragio electoral, político, ideológico y ético de la izquierda salvadoreña. Quo vadis FMLN?

El FMLN como partido de izquierda, atraviesa una crisis múltiple y aguda, con cuatro componentes principales: electoral, político, ideológico y ético. Una comprensión unilateral de esta crisis le ocasionara más problemas que soluciones. Por otro lado, debemos de sacar lecciones de esta gran derrota. Repasamos cada uno de los componentes de esta crisis.

A nivel electoral el FMLN perdió su voto duro, el que le permitía enfrentar cualquier evento electoral con la confianza que representaba un segmento significativo del electorado. Pero desde 2012 existe una tendencia a la baja y hoy con estos resultados, la vía electoral como opción de futuro parece agotada.

Hoy electoralmente el FMLN ocupa un humillante cuarto lugar, después de NI, ARENA y GANA. Y ojala que la reducida fracción legislativa electa no se convierta en fuerza de apoyo de ARENA  sino que sepa con posiciones firmes e independientes, ganarse el respaldo popular.

A nivel político perdió su cuota legislativa y municipal. Y esto hace que en el marco del sistema político vigente, o sea en la lucha parlamentaria, se vuelva una fuerza marginal e irrelevante. Por otra parte, a lo interno, hay voces que piden la renuncia de esta dirección, lo cual creo que sería un grave error. Lo mismo pretender desde una visión legalista que una reforma de estatutos solucionara un problema que es político.

Pero si hay que pautar un calendario para definir debate sobre rumbo estratégico, que podría concluir a nivel FMLN, en un nuevo congreso y a nivel amplio, en un gran encuentro de la izquierda.

A nivel ideológico, no hay un rumbo claro y durante este último periodo se ha sumado a la tesis de ARENA de -como  criterio principal- la defensa de esta democracia liberal. Pero para la gente esta democracia liberal capitalista le resulta irrelevante, no le resuelve sus problemas.  

Lo que la gente busca es la esperanza de un empleo decente para mantener a su familia. Si solo hace debate sin lucha popular, terminara aislándose mientras que si solo hace lucha popular sin definir rumbo, terminara en el reformismo.

A nivel ético, la actuación de su dirigencia al adaptarse al sistema vigente y negarse a impulsar los cambios prometidos, provocó la pérdida de la confianza popular y esta es de difícil recuperación.

Conclusiones

Al cruzar este río electoral de febrero de 2021 la izquierda salvadoreña ha entrado en territorios peligrosos y desconocidos. Y la única brújula que le permitirá reagrupar sus fuerzas y recuperar la confianza popular perdida, es el compromiso real-no de palabra-con la  organización y la lucha popular. 

Y para esto necesita recuperar el espíritu autocrítico. No solo basta el parcial relevo generacional ocurrido en 2019. De no hacerlo y de continuar con el mismo discurso de confrontación, los resultados de mayor aislamiento político son previsibles, como lo fueron desde el 2018.

Hay que escudriñar lo que la gente quiere, sus más profundos anhelos, y en estos momentos no es la confrontación con el gobierno, sino la búsqueda de soluciones a sus problemas.   

Y saber que Bukele va intentar mantener a la izquierda aislada de la lucha popular, y puede lograrlo en la medida que lo electoral siga siendo el eje principal sobre el que gire la conducta del FMLN.

Han pasado tres años desde el 2018 y parece ser que el mensaje popular de la necesidad de renovación –de rostros, de discurso  y de práctica política -sigue sin escucharse. El peligro es el de convertirse en una secta, simbólica pero políticamente irrelevante. El desafío es el de renovarse, crecer  y avanzar.-

¿Burguesía patriótica? Un debate pendiente. Iosu Perales. 2 de marzo de 2021

De forma recurrente, cada cierto tiempo, en el seno de la izquierda latinoamericana se plantea el debate acerca de la pertinencia o no de impulsar la creación de una burguesía patriótica. La discusión incluye la conveniencia o no de que los partidos comunistas clásicos formen parte activa de esa creación e incluso la lideren mediante una buena infiltración en las filas de la burguesía y del sistema de acumulación de capital. Este enfoque incorpora la idea de que la acumulación de riqueza individual es lícita y pueden llevarla a cabo quienes están en las filas revolucionarias.

Nótese la diferencia entre conformar alianzas con la burguesía patriótica y progresista, algo muy positivo, con la decisión de crear una nueva burguesía, parte de la cual sería un sector del FMLN o una parte desgajada del mismo. Es lo que ya propuso Villalobos en 1992.

La misión histórica de esa burguesía patriótica es ser agente decisivo en el desarrollo de las fuerzas productivas para cumplir con los requisitos clásicos de la revolución por etapas. Objetivo que puede incluir ser parte del poder en confrontación con las oligarquías que son el muro conservador frente al progreso y la revolución democrática. Este enfoque está detrás, como telón de fondo, del acercamiento al poder de la burguesía liberal a la que se valora como potencial aliado.

La tesis que sirve de punto de apoyo al desplazamiento de la izquierda posibilita hacia las esferas de poder, defiende que el capital debe completar su tarea de conformar una sociedad burguesa que impulse condiciones objetivas y subjetivas (fuerzas productivas), que termine por colocar en primer plano la contradicción burguesía-proletariado, momento en que la etapa socialista tendrá su oportunidad.

Un ejemplo de esto que escribo es el desastroso comportamiento del Partido Comunista de Nicaragua, que desde el primer minuto del 19 de julio de 1979 criticó la revolución sandinista por no encajar con el esquema convencional de la revolución por etapas que debía concretarse en ese momento de la historia de Nicaragua en un poder de la burguesía liberal. La idea de que un país pobre tiene que alcanzar primero un desarrollo global en todos los sectores, del que nazca un acto proletario, vanguardia de la revolución, estaba en la mente de los comunistas nicaragüenses. Esta posición los llevó a fundar, junto con otras trece organizaciones, la mayoría de derechas, la Unión Nacional Opositora que con Violeta Chamorro de candidata ganó las elecciones de 1990.

El enfoque de las etapas, es mecanicista, pretende sujetar la realidad en una camisa de fuerza ya establecida para siempre. En el caso de Nicaragua “su revolución no podía ser y no podía ser”. Daba igual que hubiera una buena disposición de organizaciones y fuerzas populares y que la toma del poder fuera accesible: las fuerzas de la revolución debían dejar paso y ceder a la prioridad de lo que el etapismo decía que ha de hacerse.

No es buena idea universalizar la ruta hacia el socialismo con un modelo único, incluso para los países periféricos. Las revoluciones no se escriben primero en una pizarra para luego aplicarlas de acuerdo a lo pre-establecido. Como decía Lenin “la teoría es gris y verde el árbol de la vida”, lo que quiere decir que la vida real nos da y nos quita oportunidades y las revoluciones no son apuestas cerradas.

Además, la idea de crear una burguesía patriótica plantea el peligro de la desnaturalización de las fuerzas de izquierda. Se puede creer tanto en ello que muchos militantes y sobre todo cuadros, terminan cambiando radicalmente su tipo de vida para convertirse en miembros fieles de la burguesía.

En cuanto al PCS (Partido Comunista Salvadoreño) en 1979, después del golpe de Estado que derribó al general Romero, entró al Gobierno junto a los demócratas cristianos de Duarte y a los militares reformistas encabezados por el coronel Majano. Sin hacer un juicio de valor, lo cierto es que los comunistas salvadoreños tienen detrás una historia de alianzas con la vista puesta en el poder. No sería nada nuevo que en la actualidad el PCS busque una nueva correlación de fuerzas tirando del hilo de la tesis de una burguesía patriótica. Pero este enfoque, de ser cierto supondría un regreso al pasado.

Como es sabido el PCS cambió de orientación a partir de la idea-fuerza de que la revolución democrática y antiimperialista son inseparables y, juntas, son una parte de la revolución socialista. La revolución salvadoreña, entonces, no podrá lograrse a través de una vía pacífica al poder. Fue entonces que el PCS se incorporó a la guerrilla, lo que en la práctica fue una enmienda severa a partidos comunistas tradicionales.

Respecto a ello, en una entrevista con la periodista chilena Marta Harnecker, Schafik Hándal desarrolla  una crítica a la política de los PCs en América Latina: “Es curiosamente sintomático, que los partidos comunistas hayan demostrado en las décadas pasadas, una gran capacidad para entenderse con sus vecinos de la derecha, mientras que no hemos sido capaces, sin embargo, en la mayor parte de los casos, de establecer relaciones y alianzas progresistas estables con nuestros vecinos de la izquierda; no somos capaces de comprender el fenómeno de sus existencias, sus características y su significado histórico”.

En la misma entrevista y sobre el carácter de la revolución en América Latina, Hándal, tras afirmar claramente que la revolución democrática antiimperialista y la revolución socialista no podían existir separadas, y que se trata de “dos facetas de una misma revolución”, dice lo siguiente: “Yo no sé de dónde nos ha venido la idea, que nuestro partido, y me parece que otros partidos y dirigentes comunistas en América Latina, han trabajado durante decenas de años con la idea de las dos revoluciones, y que hemos considerado a la revolución cubana como una experiencia particular”.

De todos modos, el alegato a una burguesía patriótica y se supone que progresista, tiene en Nayib Bukele una contraparte sospechosa. Un tipo autócrata como él, que corrompe la política, destroza la división de poderes y pretende la militarización de la gobernanza, difícilmente puede clasificarse como progresista y patriota, calificación que sólo puede aplicarse a quienes creen en la justicia social y respetan la democracia.

Apostar por Bukele y buscar por debajo de lo que se ve, oscuros “acuerdos” que contemplan la desaparición del FMLN y su sustitución por el liderazgo de una nueva oligarquía populista, es más que un error. Es una traición.

Sobre Nancy Fraser y Fortunas del feminismo. Sonia Arribas. 2016

Por fin disponemos de la traducción de la última recopilación de ensayos de la filósofa feminista norteamericana Nancy Fraser. Los artículos aquí reunidos ya habían aparecido en distintas versiones en inglés y cubren los debates más relevantes en los que participó en los últimos veinticinco años. Sitúan a ambos lados del Atlántico Norte las múltiples mutaciones y variantes de la teoría feminista.

El libro es importante porque es un ejercicio fundamental de historización. Fraser se ha caracterizado siempre por la creación de conceptos y claves de interpretación para intervenir políticamente en los debates feministas. Su rasgo más definitorio es que ha realizado esta tarea reflexionando sobre el devenir histórico del feminismo como movimiento y como teoría.

Los problemas del presente solo los confrontamos cuando investigamos la manera en que hunden sus raíces en el pasado. En esta edición se incluye un prefacio escrito para la ocasión que da cuenta de la dificultad principal a la que se enfrenta hoy en día el feminismo: el que sus críticas al sexismo hayan sido cooptadas por el sistema neoliberal, de manera que se termina interpretando en términos meramente individualistas y meritocráticos, sin cuestionar en lo más mínimo las bases de explotación que sustentan dicho sistema.

El feminismo contemporáneo tiene un dilema: el de dejarse arrastrar por la corriente ideológica de nuestro tiempo y optar por una versión liberal del sujeto, defensora del mercado, o decantarse por la democracia radical. Fraser prefiere lo segundo y su apuesta se enmarca en la justicia normativa.

La autora tiene además la virtud de sintetizar y ordenar la historia del feminismo con una claridad expositiva notable. El objetivo no es descriptivo sino crítico: diferenciar entre cuáles han sido sus conquistas y cuáles sus errores y fracasos, poniendo la mirada en estos para apuntar a formas posibles de corregirlos y superarlos.

El prólogo habla de un drama en tres actos. El primero se remonta a los nuevos movimientos sociales y la nueva izquierda de los años 60 y 70 y sus críticas a la función de redistribución del Estado de Bienestar: el que subyaciera a este cierto androcentrismo y una organización burocrática represora. El movimiento feminista se dedicó a politizar “lo personal” y a mostrar la desigualdad interna de la familia burguesa.

El segundo tiene como protagonista el giro del feminismo en la década posterior hacia las políticas de la identidad y las luchas por el reconocimiento. Coincide con el auge del neoliberalismo: su sospecha de lo público y su desmantelamiento del Estado de Bienestar. Finalmente, el tercero observa al feminismo del presente y diagnostica su vínculo peligroso con la mercantilización en nombre de las libertades.

Las tres partes del libro se corresponden con estos tres actos. La primera contiene textos que reflejan la explosividad de los movimientos sociales que ampliaron la noción de la política progresista que hasta los 60 estaba circunscrita, como dijimos, al Estado de Bienestar. Se lanza una crítica al poder opresor localizado en esferas como la sexualidad, el ocio y la vida cotidiana. Reina el optimismo ante la constatación de que se estaba cambiando el mundo más allá de la socialdemocracia.

Destaca un ya clásico texto sobre Habermas (“¿Qué hay de crítico en la teoría crítica? El caso de Habermas y el género”) como muestra de ese espíritu de cambio. Aquí, Fraser reconoce la labor crítica y constructiva de Habermas en dos terrenos complementarios: la diagnosis de los males del capitalismo tardío —en particular la “colonización del mundo de la vida por el sistema”— y el haber sacado a la luz los intereses postmaterialistas de los nuevos movimientos sociales.

Pero Fraser también hace ver que a Habermas le faltan recursos para criticar adecuadamente la dominación masculina. Sus distinciones analíticas entre lo público y lo privado, entre la reproducción simbólica y la reproducción material, o entre la integración en sistemas y la integración social deben ser reexaminadas a la luz de una perspectiva radical de género.  El objetivo es ampliar el ámbito de la crítica a aquellos nichos ignorados por Habermas.

Otro texto que se ha convertido ya en referencia ineludible es el que escribió junto a Linda Gordon, “Genealogía del término dependencia”. Examina los distintos usos de esta palabra en el marco del Estado de Bienestar y en un momento —los años 90— en que se producían desde la derecha numerosos ataques contra la dependencia respecto de las políticas sociales. Combate usos de este término tendentes a estigmatizar a la mujer, resignificándolo para superar la dicotomía entre dependencia e independencia por medio de la cual pensamos habitualmente.

La segunda parte, confiesa Fraser, supone un cambio en el estado de ánimo. Los textos de las últimas dos décadas del siglo XX perciben que la izquierda y los movimientos sociales no están en una etapa tan boyante y se limitan a defender políticas identitarias y culturales, ignorando las cuestiones de economía política.

“Contra el simbolicismo: usos y abusos del lacanismo en la política feminista” es un texto de 1990 que critica ciertas formas anglosajonas de apropiación de Lacan, lo que Fraser denomina lacanismo, para mostrar que no sirven a la causa feminista.

En una línea similar, “La política feminista en la era del reconocimiento” (2001) diagnostica el progresivo declive de la imaginación feminista con el cambio de siglo y propone salir de los muchos impasses a los que se ve sumida mediante una reelaboración conceptual normativa cuyo objetivo sea el de superar dicotomías y enfrentamientos poco productivos.

Así, el concepto de plena paridad de participación supone una forma de articulación de las dimensiones de la economía y de la cultura en el marco común de la (re)distribución y el reconocimiento. Contamos aquí también con los muy famosos artículos “Merely Cultural” y “Heterosexismo, falta de reconocimiento y capitalismo” (1997), acalorados debates con Judith Butler. Se ve claramente que a Fraser le incomoda el modo en que Butler pone en segundo plano la lucha emancipadora anticapitalista en favor de las luchas por el reconocimiento.

La tercera y última parte nos sitúa en la crisis económica neoliberal que ha asolado gran parte del planeta en los últimos años. Fraser testimonia con agrado el renacer del interés por la economía política entre las filas feministas. Pretende conseguir que las propuestas de lucha por la emancipación tengan en cuenta las múltiples y contradictorias vertientes de la injusticia y la desigualdad ocasionadas por la crisis.

Le sirve a su elaboración teórica la noción de “marco” de la justicia que había desarrollado en un artículo escrito poco antes, en 2005, “Replantear la justicia en un mundo en globalización”. Si hasta ese momento su teoría normativa había consistido en la doble articulación de las cuestiones sociales de la distribución y las luchas culturales por el reconocimiento, la pregunta por el quién de la justicia la lleva a cuestionarse si la forma en que se enmarcan los problemas de justicia no debería replantearse en sus mismos fundamentos.

Se trataría de una tercera dimensión de la justicia, sobreimpuesta a las otras dos, y que Fraser denomina “política” en sentidos bien definidos: primero, el de la pertenencia de los sujetos a una comunidad (las fronteras); segundo, el de su representación.

En esta tercera parte está el artículo “El feminismo, el capitalismo y la astucia de la historia”, publicado originalmente en la New Left Review al poco del estallido de la crisis financiera y uno de los mejores ejemplos de la capacidad sintética, historizante, y por supuesto política (y un poco provocadora) de Fraser.

Aquí revitaliza la teoría feminista socialista con la que creció intelectualmente para pensar una integración entre “la mejor teoría política feminista reciente” y “la mejor teoría crítica reciente sobre el capitalismo” (p. 244). También nos recuerda cómo gran parte de las fortunas del feminismo actual han tenido lugar en el campo de las mentalités y en el plano de la cultura, sin traducción alguna en las instituciones. La solución a esta cuestión no pasa, sin embargo, por una mera transformación de las instituciones para ponerlas al compás de la cultura y así hacer caso a las demandas planteadas por el feminismo.

El problema es otro, más grave: “los cambios culturales fomentados por la segunda ola, saludables en sí mismos, han servido para legitimar una transformación de la sociedad capitalista que se opone directamente a las esperanzas feministas de alcanzar un sociedad justa” (p. 245).

El argumento es el siguiente. Remontándose de nuevo un cuarto de siglo, Fraser considera que el feminismo de la segunda ola entrelazó las tres dimensiones de la injusticia de género: la económica, la cultural y la política. Progresivamente y a lo largo de los años, sin embargo, con la fragmentación de la teoría feminista, estas tres dimensiones se han ido desanudando de manera que algunas de sus líneas han pasado a ser absorbidas por el reciente capitalismo posfordista, transnacional y neoliberal. El objetivo del feminismo del presente consistiría pues en volver a encontrar ese holismo emancipador característico de sus orígenes.

¿Pero de qué modo se ha llegado a convertir el feminismo en un “nuevo espíritu del capitalismo”? (La expresión proviene, como es bien sabido, de Luc Boltanski y Ève Chiapello). Fraser constata con tristeza el modo en que el feminismo ha prosperado en condiciones neoliberales.

Los motivos son varios y se reúnen en un punto común: el que las críticas feministas que antes sirvieron para denostar ciertos aspectos del Estado de Bienestar, bien para ampliarlo, bien para buscar nuevas esferas de la vida diaria en que vivir libremente, fueran luego resignificadas para pasar a funcionar ideológicamente como herramientas útiles para el neoliberalismo.

Así, el antieconomicismo de las feministas y su giro hacia las luchas por el reconocimiento terminó dejando de lado las luchas económicas y, en último término, la lucha anticapitalista. Por otro lado, el antiandrocentrismo feminista, sus críticas al salario familiar, por ejemplo, ha contribuido al orden económico actual. También Fraser menciona que el antiestatismo del feminismo acabó proclamando la reducción del Estado como lo hace el neoliberalismo.

Pone como ejemplo el microcrédito —basado en buena medida en el ideario feminista del empoderamiento y la participación desde abajo—, que ha sido empleado en tiempos neoliberales como argumento para justificar el abandono por parte de los Estados de los esfuerzos macro para combatir la desigualdad.

Finalmente, el giro transnacional del feminismo, su construcción de una sociedad civil planetaria, ha enarbolado a veces causas justas y legítimas (como la lucha contra la violencia) pero ha dejado otras veces aparcada la lucha contra la pobreza. El resultado es toda una serie de ambigüedades que han servido para dar rienda suelta a las nuevas prácticas económicas, y que permiten concluir que en efecto ha habido una afinidad electiva entre feminismo y neoliberalismo.

El feminismo actual, sostiene con firmeza al final de su artículo Fraser, se encuentra en una encrucijada de la que solo podrá salir con un poco de éxito si mantiene su actitud “anti-” de siempre, pero ahora claramente dirigida contra el sistema neoliberal, recuperando el ímpetu transformador para la causa feminista. Fortunas del feminismo vibra con energía mencionando a las muchas feministas jóvenes que quieren saber de su historia para combatir en el presente.

El capítulo que cierra el libro regresa a la preocupación del prólogo: el que se haya producido un vínculo peligroso entre el neoliberalismo, la defensa a ultranza del mercado y determinados logros feministas. Pone las bases sobre las que debería funcionar a partir de ahora cualquier feminismo que no quiera dejar de lado la lucha social por la emancipación. Fraser sugiere que no basta solo con combatir la mercantilización, también hay que criticar aquellas formas de protección social que se erigen como vehículos de exclusión de “los de fuera”. En este sentido, el feminismo debería sentar una nueva alianza de principios con la protección social, pero sin perder de vista los mecanismos de dominación que está a veces genera.

Justicia de género y feminismo socialista. Regina Larrea. 2013

I am (s)he, as you are (s)he, as you are me,  and we are all together.

—The Beatles, “I Am The Walrus”

¿Qué es más estructurante en términos de opresión y dominación sociales: el género o la clase, el patriarcado o el capitalismo?

Las feministas socialistas trascendieron esta dicotomía y lograron integrar ambas formas de dominación en sus análisis. Al incorporar el estudio del género al de clase, señalaron a la familia como una estructura social central para entender la actual constitución del mercado, el Estado y la sociedad civil. En este ejercicio, criticaron a la teoría marxista por no abordar la dominación de los hombres hacia las mujeres, obviando así las dinámicas de subordinación dentro de la familia y la apropiación gratuita del trabajo de las mujeres dentro del hogar.

En México el mercado y el Estado parecen seguir operando, al menos parcialmente, bajo las premisas de que el cuidado de la familia 1) no es su responsabilidad y 2) es primordialmente responsabilidad de las mujeres. Desde esta perspectiva un proyecto socialista democrático que no aborde esta dimensión de dominación no será transformativo de la desigualdad, sino seguirá perpetuándola bajo el manto de la justicia social.

La familia es la otra pieza del rompecabezas Estado-mercado-sociedad civil.

Según Joan Williams, la sociedad se encuentra regida actualmente por dos normas incompatibles: la norma del cuidado familiar y la norma del trabajador ideal. Conforme a la primera, las y los niños deben ser cuidados por su familia, y no por personas extrañas. Según la segunda, el mercado laboral en el capitalismo presupone un trabajador ideal, que no tiene ninguna responsabilidad doméstica —fuera de proveer económicamente a su familia— y no tiene necesidad, por tanto, de tomar tiempo libre para atender asuntos familiares.[1]

De forma que en “muchos trabajos, particularmente en aquellos de ‘alto nivel’, un progenitor no puede desempeñarse como trabajador ideal sin violar la norma del cuidado familiar —a menos de que el otro progenitor se encargue de dicho cuidado”.[2] Este conflicto suele resolverse con la división sexual del trabajo.

Estas normas son interiorizadas por las personas y condicionan en muchas ocasiones sus decisiones y preferencias. A su vez, las instituciones también las absorben y reproducen, generando incentivos a su favor. Lo anterior provoca que ciertas situaciones de desigualdad y opresión, como las descritas en este artículo, se asuman como elegidas y no se cuestionen los contextos y estructuras que las condicionan.

De acuerdo con el sistema de género dualista que desde el siglo XIX opera en las sociedades occidentales, u occidentalizadas como la mexicana, “[…] se esperaba que las personas estuvieran organizadas en familias nucleares heterosexuales, encabezadas por un hombre, que subsistían principalmente del salario del mercado laboral de éste. El hombre jefe de familia recibía un salario familiar, suficiente para mantener a sus hijos y a una esposa-madre, que llevaba a cabo el trabajo doméstico sin remuneración alguna”.[3]

Es difícil sostener que todas las familias mexicanas se organizan según ese modelo. Una sexta parte de los hogares familiares en México están encabezados por un jefe o jefa de familia —la mayoría son mujeres—, y no una pareja.[4] En los hogares familiares en los que cohabita una pareja, las mujeres participan en un 37.4% en el mercado de trabajo remunerado; esto es, no se dedican exclusivamente al hogar.[5]

Entre las personas fuera del mercado de trabajo remunerado, más de 75% de las mujeres lleva a cabo trabajo doméstico y de cuidado, mientras que sólo 24.4% de los hombres realiza quehaceres domésticos y 8.9% trabajo de cuidado.[6]

En los hogares familiares en los que cohabita una pareja las mujeres dedican 75:36 horas semanales a las labores domésticas y de cuidado y los hombres sólo 23:54 horas, incluso cuando ambos realizan trabajo remunerado.[7]

En los hogares uniparentales las mujeres dedican más del doble de tiempo a la semana al trabajo doméstico y de cuidado (55:54 horas) que los hombres (27:06 horas).[8] En este tipo de familias el tiempo dedicado al trabajo remunerado es casi el mismo entre ambos sexos.[9]

Por otro lado, el mercado de trabajo remunerado difícilmente aporta salarios suficientes en todos los niveles económicos para mantener a una familia con sólo un trabajador ideal, pues los gastos promedio por hogar superan el salario mínimo mensual.[10] Por tanto, ambos progenitores deben ser trabajadores ideales para sufragar sus gastos.

Consecuentemente, resulta difícil sostener que el modelo del trabajador ideal y la cuidadora de tiempo completo es la realidad de todas las familias mexicanas; además de que la necesidad económica junto con la persistente división sexual del trabajo provoca que la incompatibilidad de dichas normas aumente.

Las estadísticas aquí mencionadas indican que el sistema de género ha cambiado sólo parcialmente: las mujeres han ingresado en mayor medida al “mundo masculino”, que los hombres al “mundo femenino”. Así, si bien el ingreso masivo de las mujeres al trabajo remunerado ha posibilitado su autonomía económica en cierta medida, les ha generado jornadas dobles de trabajo: la remunerada y la doméstica.[11]

Ello se refuerza con la insuficiencia de legislación y políticas públicas que ayuden a modificar estos patrones. Tómese como ejemplo las licencias de maternidad y paternidad o la provisión del seguro de guarderías dentro del régimen de trabajo privado.

Socialismo democrático

La disparidad entre el seguro de maternidad y las licencias de paternidad es muy significativa. El primero es de 12 semanas, mientras que las segundas sólo de cinco días. Lo anterior no se justifica por el hecho de que las mujeres sufren procesos físicos y los hombres no (el embarazo y el parto). Por el contrario, ello es parte del proceso de reproducción humana y justifica con mayor razón la necesidad de licencias de paternidad suficientes para cuidar de la pareja y del nuevo o nueva integrante de la familia.[12]

En el supuesto de adopción, la Ley Federal del Trabajo otorga a las madres trabajadoras seis semanas de descanso posteriores a la adopción con goce de sueldo, y sólo cinco días a los trabajadores hombres.[13] En este caso se agudiza la legitimación y reproducción jurídicas de la división sexual del trabajo, pues a pesar de que el cuerpo de la mujer no se está recuperando físicamente, cuenta con más tiempo que el hombre para atender al hijo o hija.

Por su parte, el seguro de guarderías es insuficiente y discriminatorio, pues cubre a todas las trabajadoras, pero sólo a los trabajadores viudos, divorciados o que judicialmente tienen la custodia de sus hijos e hijas.

Además, la misma ley condiciona su disfrute a los hombres que caen en el supuesto normativo mencionado al hecho de que no contraigan matrimonio nuevamente o se unan en concubinato. De nuevo, la presuposición del Estado de que el trabajo de cuidado siempre estará a cargo de las mujeres, incluso cuando no son las madres biológicas, se atrinchera y reproduce jurídicamente. Además, dicha ley establece que el servicio de guarderías se presta hasta que los niños cumplen cuatro años, siendo incompatible con las jornadas laborales que rebasan el horario escolar.[14]

Así, la igualdad de derechos para realizar trabajo remunerado y algunas medidas de protección social como las aquí descritas no resultaron en la emancipación de las mujeres. El costo de la reproducción humana sigue siendo transferido a las mujeres, quienes para poder sufragarlo acaban marginadas económicamente, pues las tareas domésticas y de cuidado limitan, en términos de tiempo o tipo de trabajo, las opciones laborales compatibles con sus responsabilidades en casa;[15] políticamente, ya que están confinadas a la esfera de lo privado, lo doméstico, incluso cuando trabajan en el mercado remunerado, pues el tiempo fuera de éste lo suelen ocupar para trabajar en el hogar; humanamente, pues al enfrentar dobles jornadas laborales  —la remunerada y la doméstica— tienen menos tiempo para el ocio.

Dentro del feminismo el principal debate que se ha dado para resolver esta problemática es el de la igualdad (sameness) y la diferencia. Las feministas de la igualdad, asociadas al feminismo liberal, apuestan a la igualdad formal: a reconocer los mismos derechos a mujeres y hombres y abrir así las puertas del mundo masculino a las mujeres. En términos de Williams: permitir a todas las mujeres ser trabajadoras ideales.

El problema con este feminismo es que no cuestiona al sistema de género, pues acepta al sujeto masculino como paradigma de lo humano. Este sujeto no asume ninguna responsabilidad de cuidado, así que cualquier política adoptada desde esta perspectiva será insuficiente para hacerse cargo del ámbito doméstico de la vida humana. Además, castiga —económica y políticamente— a las mujeres que no se asimilan a los hombres, y que decidan ser cuidadoras de tiempo completo.

La otra postura, sostenida por las feministas de la diferencia, apuesta al reconocimiento de la diferencia: mujeres y hombres son diferentes y ello no debe modificarse. El problema no es la diferencia, sino la desigualad que produce su jerarquización. Su propuesta es la de la revalorización de lo femenino: el ámbito doméstico y de cuidado humano.

Ellas buscan que el sistema normativo descrito por Williams perdure, pero con igual valoración. El problema de esta postura es que implica que hay esencias femeninas y masculinas, no involucra a los hombres en la tareas de cuidado, reduce a las mujeres a madres y promueve que se les valore únicamente como tales, afectando así a aquellas mujeres que optan por un camino distinto.

Nancy Fraser, dentro del feminismo socialista, ha intentado sobrepasar el impasse que este debate parece haber producido.[16] Fraser propone como criterios de análisis y de diseño de la política social un principio normativo complejo de “justicia de género”, compuesto a su vez por los principios de antipobreza, antiexplotación, igualdad en el ingreso, igualdad en el tiempo de ocio, igualdad de respeto, antimarginalización y antiandrocentrismo,[17]así como retomar la idea de emancipación.[18]

Al reconocer que el cuidado de la sociedad ya no puede ser concebido como una responsabilidad privada,[19] esta autora propone el modelo de “cuidador o cuidadora universal”. Éste presupone que “[…] los actuales patrones de vida de las mujeres son la norma para todas las personas”.[20] Es decir, asume que todas las personas se benefician y participan en la reproducción humana y el cuidado y redistribuye sus costos equitativamente entre ellas y todas las esferas de la vida social.[21] De forma que el Estado, el mercado y la sociedad civil deben modificarse hacia adentro y en sus relaciones entre sí y con la familia.

Considerar la desigualdad entre los sexos como parte de un proyecto de transformación social, entonces, no pasa únicamente por otorgar iguales derechos o protección social a las mujeres. Si bien es verdad que la familia ha sido un espacio de reforma constante desde el siglo pasado, es imprescindible dejar de verla como una esfera desconectada del mercado, el Estado y la sociedad civil. De otra forma, el rompecabezas de la [des]igualdad continuará incompleto, y la redistribución seguirá siendo inalcanzable.

Regina Larrea Maccise. Abogada por el ITAM, doctoranda en derecho por la Universidad de Harvard, y feminista.


[1] Williams, Joan, “Restructuring Work and Family Entitlements around Family Values”, Harvard Journal of Law and Policy, vol. 19, 1995-1996, p. 753.

[2] Ídem.

[3] Fraser, Nancy, “After the Family Wage: A Postindustrial Thought Experiment”, en Fortunes of Feminism: From State-Managed Capitalism to Neoliberal Crisis, Verso, Londres y Nueva York, 2013, p. 111. Ello, claro, sin importar si de hecho todas las personas se adaptaban a dicho modelo. En este sentido, es posible observar que los sistemas de género están inevitablemente atravesados y estructurados, a su vez, por otros órdenes clasificadores tal y como la raza y la clase. Sin embargo, el modelo de género del grupo poderoso es el que con frecuencia acaba siendo legalizado y que define el diseño institucional del Estado, el trabajo, la familia y la sociedad civil.

[4] INEGI, Mujeres y hombres en México 2012, México, 2013, p. 57. Es importante mencionar que estas estadísticas no están cruzadas con datos de ingreso o escolaridad, por lo que es difícil saber cuál es el nivel económico de estos hogares.

[5] Ídem. Las estadísticas sufren el mismo problema señalado en la nota anterior.

[6] 75.6% y 91.1%, respectivamente. Ídem., p. 123.

[7] Ídem., p. 57.

[8] Ídem.

[9] Ídem.

[10] En las localidades de menos de dos mil 500 habitantes los gastos promedio mensuales por hogar son de cuatro mil 608 pesos y en las de más de dos mil 500 de ocho mil 807 pesos. INEGI, op. cit., p. 60. El salario mínimo promedio vigente en México es de 63.12 pesos mexicanos diarios. Comisión Nacional de los Salarios Mínimos, Salarios Mínimos, http://www.conasami.gob.mx/pdf/salario_minimo/sal_min_gral_prom.pdf, fecha de consulta: 21 de julio de 2013.

[11] En total, 53.5% de las personas que trabajan —ya sea en el mercado remunerado o fuera de él— son mujeres, mientras que 46.5% son hombres. INEGI, op. cit., p. 115.

[12] Artículo 101, de la Ley del Seguro Social y artículo 132, fracción XXVII bis, de la Ley Federal del Trabajo.

[13] Artículos 132, fracción XXVII bis y 170, fracción II bis.

[14] Artículos 201, 205 y 206.

[15] Es importante precisar que aunque en algunos casos, como el de las familias uniparentales, las mujeres trabajan casi lo mismo que los hombres fuera del hogar, dadas las responsabilidades domésticas y de cuidado a su cargo, pueden tender a buscar trabajos con mayor flexibilidad, que frecuentemente pagan menos. Igualmente, en los casos de mujeres casadas o en pareja, tienden a buscar trabajos flexibles y de tiempo parcial para poder cumplir con su trabajo no remunerado. En este sentido, la marginación económica no sólo se da por el menor tiempo dedicado al trabajo remunerado, sino también por el tipo de trabajo al que pueden acceder.

[16] Una crítica más detallada y concreta del debate sobre igualdad/diferencia y sus propuestas de reforma puede encontrarse en Fraser, Nancy, “After the Family Wage: A Postindustrial Thought Experiment”, op. cit., pp. 111-135.

[17] Para una descripción detallada de dicho principio ver ídem., pp. 115-121

[18] Fraser, Nancy, “Between Marketization and Social Protection: Resolving the Feminist Ambivalence”, op. cit., pp. 232-241.

[19] Fraser, Nancy, “After the Family Wage: A Postindustrial Thought Experiment”, op. cit., pp. 121-123.

[20] Ídem., p. 134.

[21] Para una descripción más detallada de dicho modelo, ver ídem., pp. 134-135.

Capitalist Realism. Is There No Alternative?Mark Fisher. 2009

1. It’s easier to imagine the end of the world than the end of capitalism

In one of the key scenes in Alfonso Cuarón’s 2006 film Children of Men, Clive Owen’s character, Theo, visits a friend at Battersea Power Station, which is now some combination of government building and private collection. Cultural treasures –Michelangelo’s David, Picasso’s Guernica, Pink Floyd’s inflatable pig – are preserved in a building that is itself a refurbished heritage artifact. This is our only glimpse into the lives of the elite, holed up against the effects of a catastrophe which has caused mass sterility: no children have been born for a generation.

Theo asks the question, ‘how all this can matter if there will be no-one to see it?’ The alibi can no longer be future generations, since there will be none. The response is nihilistic hedonism: ‘I try not to think about it’.

What is unique about the dystopia in Children of Men is that it is specific to late capitalism. This isn’t the familiar totalitarian scenario routinely trotted out in cinematic dystopias (see, for example, James McTeigue’s 2005 V for Vendetta). In the P.D. James novel on which the film is based, democracy is suspended and the country is ruled over by a self-appointed Warden, but, wisely, the film downplays all this. For all that we know, the authoritarian measures that are everywhere in place could have been implemented within a political structure that remains, notionally, democratic. The War on Terror has prepared us for such a development: the normalization of crisis produces a situation in which the repealing of measures brought in to deal with an emergency becomes unimaginable (when will the war be over?)

Watching Children of Men, we are inevitably reminded of the phrase attributed to Fredric Jameson and Slavoj Žižek, that it is easier to imagine the end of the world than it is to imagine the end of capitalism. That slogan captures precisely what I mean by ‘capitalist realism’: the widespread sense that not only is capitalism the only viable political and economic system, but also that it is now impossible even to imagine a coherent alternative to it.

Once, dystopian films and novels were exercises in such acts of imagination – the disasters they depicted acting as narrative pretext for the emergence of different ways of living. Not so in Children of Men. The world that it projects seems more like an extrapolation or exacerbation of ours than an alternative to it. In its world, as in ours, ultra-authoritarianism and Capital are by no means incompatible: internment camps and franchise coffee bars co-exist.

In Children of Men, public space is abandoned, given over to uncollected garbage and stalking animals (one especially resonant scene takes place inside a derelict school, through which a deer runs). Neoliberals, the capitalist realists par excellence, have celebrated the destruction of public space but, contrary to their official hopes, there is no withering away of the state in Children of Men, only a stripping back of the state to its core military and police functions (I say ‘official’ hopes since neoliberalism surreptitiously relied on the state even while it has ideologically excoriated it. This was made spectacularly clear during the banking crisis of 2008, when, at the invitation of neoliberal ideologues, the state rushed in to shore up the banking system.)

The catastrophe in Children of Men is neither waiting down the road, nor has it already happened. Rather, it is being lived through. There is no punctual moment of disaster; the world doesn’t end with a bang, it winks out, unravels, gradually falls apart. What caused the catastrophe to occur, who knows; its cause lies long in the past, so absolutely detached from the present as to seem like the caprice of a malign being: a negative miracle, a malediction which no penitence can ameliorate. Such a blight can only be eased by an intervention that can no more be anticipated than was the onset of the curse in the first place.

Action is pointless; only senseless hope makes sense.

Superstition and religion, the first resorts of the helpless, proliferate. But what of the catastrophe itself? It is evident that the theme of sterility must be read metaphorically, as the displacement of another kind of anxiety. I want to argue this anxiety cries out to be read in cultural terms, and the question the film poses is: how long can a culture persist without the new? What happens if the young are no longer capable of producing surprises?

Children of Men connects with the suspicion that the end has already come, the thought that it could well be the case that the future harbors only reiteration and re-permutation. Could it be that there are no breaks, no ‘shocks of the new’ to come? Such anxieties tend to result in a bi-polar oscillation: the ‘weak messianic’ hope that there must be something new on the way lapses into the morose conviction that nothing new can ever happen. The focus shifts from the Next Big Thing to the last big thing – how long ago did it happen and just how big was it?

T.S. Eliot looms in the background of Children of Men, which, after all, inherits the theme of sterility from The Waste Land. The film’s closing epigraph ‘shantih shantih shantih’ has more to do with Eliot’s fragmentary pieces than the Upanishads’ peace.

Perhaps it is possible to see the concerns of another Eliot – the Eliot of ‘Tradition and the Individual Talent’ – ciphered in Children of Men. It was in this essay that Eliot, in anticipation of Harold Bloom, described the reciprocal relationship between the canonical and the new. The new defines itself in response to what is already established; at the same time, the established has to reconfigure itself in response to the new. Eliot’s claim was that the exhaustion of the future does not even leave us with the past.

Tradition counts for nothing when it is no longer contested and modified. A culture that is merely preserved is no culture at all.

The fate of Picasso’s Guernica in the film – once a howl of anguish and outrage against Fascist atrocities, now a wall-hanging – is exemplary. Like its Battersea hanging space in the film, the painting is accorded ‘iconic’ status only when it is deprived of any possible function or context. No cultural object can retain its power when there are no longer new eyes to see it.

We do not need to wait for Children of Men’s near-future to arrive to see this transformation of culture into museum pieces.

The power of capitalist realism derives in part from the way that capitalism subsumes and consumes all of previous history: one effect of its ‘system of equivalence’ which can assign all cultural objects, whether they are religious iconography, pornography, or Das Kapital, a monetary value.

Walk around the British Museum, where you see objects torn from their lifeworlds and assembled as if on the deck of some Predator spacecraft, and you have a powerful image of this process at work. In the conversion of practices and rituals into merely aesthetic objects, the beliefs of previous cultures are objectively ironized, transformed into artifacts. Capitalist realism is therefore not a particular type of realism; it is more like realism in itself.

As Marx and Engels themselves observed in The Communist Manifesto, [Capital] has drowned the most heavenly ecstasies of religious fervor, of chivalrous enthusiasm, of philistine sentimentalism, in the icy water of egotistical calculation. It has resolved personal worth into exchange value, and in place of the numberless indefeasible chartered freedoms, has set up that single, unconscionable freedom — Free Trade. In one word, for exploitation, veiled by religious and political illusions, it has substituted naked, shameless, direct, brutal exploitation.

Capitalism is what is left when beliefs have collapsed at the level of ritual or symbolic elaboration, and all that is left is the consumer-spectator, trudging through the ruins and the relics.

Yet this turn from belief to aesthetics, from engagement to spectatorship, is held to be one of the virtues of capitalist realism. In claiming, as Badiou puts it, to have ‘delivered us from the “fatal abstractions” inspired by the “ideologies of the past”’, capitalist realism presents itself as a shield protecting us from the perils posed by belief itself. The attitude of ironic distance proper to postmodern capitalism is supposed to immunize us against the seductions of fanaticism. Lowering our expectations, we are told, is a small price to pay for being protected from terror and totalitarianism.

‘We live in a contradiction,’ Badiou has observed: a brutal state of affairs, profoundly inegalitarian where all existence is evaluated in terms of money alone – is presented to us as ideal. To justify their conservatism, the partisans of the established order cannot really call it ideal or wonderful.

So instead, they have decided to say that all the rest is horrible. Sure, they say, we may not live in a condition of perfect Goodness. But we’re lucky that we don’t live in a condition of Evil. Our democracy is not perfect. But it’s better than the bloody dictatorships. Capitalism is unjust. But it’s not criminal like Stalinism. We let millions of Africans die of AIDS, but we don’t make racist nationalist declarations like Milosevic. We kill Iraqis with our airplanes, but we don’t cut their throats with machetes like they do in Rwanda, etc.

The ‘realism’ here is analogous to the deflationary perspective of a depressive who believes that any positive state, any hope, is a dangerous illusion.

In their account of capitalism, surely the most impressive since Marx’s, Deleuze and Guattari describe capitalism as a kind of dark potentiality which haunted all previous social systems. Capital, they argue, is the ‘unnamable Thing’, the abomination, which primitive and feudal societies ‘warded off in advance’.

When it actually arrives, capitalism brings with it a massive desacralization of culture. It is a system which is no longer governed by any transcendent Law; on the contrary, it dismantles all such codes, only to re-install them on an ad hoc basis. The limits of capitalism are not fixed by fiat, but defined (and redefined) pragmatically and improvisationally. This makes capitalism very much like the Thing in John Carpenter’s film of the same name: a monstrous, infinitely plastic entity, capable of metabolizing and absorbing anything with which it comes into contact.

Capital, Deleuze and Guattari says, is a ‘motley painting of everything that ever was’; a strange hybrid of the ultra-modern and the archaic. In the years since Deleuze and Guattari wrote the two volumes of their Capitalism And Schizophrenia, it has seemed as if the deterritorializing impulses of capitalism have been confined to finance, leaving culture presided over by the forces of reterritorialization.

This malaise, the feeling that there is nothing new, is itself nothing new of course. We find ourselves at the notorious ‘end of history’ trumpeted by Francis Fukuyama after the fall of the Berlin Wall. Fukuyama’s thesis that history has climaxed with liberal capitalism may have been widely derided, but it is accepted, even assumed, at the level of the cultural unconscious.

It should be remembered, though, that even when Fukuyama advanced it, the idea that history had reached a ‘terminal beach’ was not merely triumphalist. Fukuyama warned that his radiant city would be haunted, but he thought its specters would be Nietzschean rather than Marxian. Some of Nietzsche’s most prescient pages are those in which he describes the ‘oversaturation of an age with history’.

‘It leads an age into a dangerous mood of irony in regard to itself’, he wrote in Untimely Meditations, ‘and subsequently into the even more dangerous mood of cynicism’, in which ‘cosmopolitan fingering’, a detached spectatorialism, replaces engagement and involvement. This is the condition of Nietzsche’s Last Man, who has seen everything, but is decadently enfeebled precisely by this excess of (self) awareness.

Fukuyama’s position is in some ways a mirror image of Fredric Jameson’s. Jameson famously claimed that postmodernism is the ‘cultural logic of late capitalism’. He argued that the failure of the future was constitutive of a postmodern cultural scene which, as he correctly prophesied, would become dominated by pastiche and revivalism. Given that Jameson has made a convincing case for the relationship between postmodern culture and certain tendencies in consumer (or post-Fordist) capitalism, it could appear that there is no need for the concept of capitalist realism at all.

In some ways, this is true. What I’m calling capitalist realism can be subsumed under the rubric of postmodernism as theorized by Jameson. Yet, despite Jameson’s heroic work of clarification, postmodernism remains a hugely contested term, its meanings, appropriately but unhelpfully, unsettled and multiple. More importantly, I would want to argue that some of the processes which Jameson described and analyzed have now become so aggravated and chronic that they have gone through a change in kind.

Ultimately, there are three reasons that I prefer the term capitalist realism to postmodernism. In the 1980s, when Jameson first advanced his thesis about postmodernism, there were still, in name at least, political alternatives to capitalism. What we are dealing with now, however, is a deeper, far more pervasive, sense of exhaustion, of cultural and political sterility. In the 80s, ‘Really Existing Socialism’ still persisted, albeit in its final phase of collapse.

In Britain, the fault lines of class antagonism were fully exposed in an event like the Miners’ Strike of 1984-1985, and the defeat of the miners was an important moment in the development of capitalist realism, at least as significant in its symbolic dimension as in its practical effects. The closure of pits was defended precisely on the grounds that keeping them open was not ‘economically realistic’, and the miners were cast in the role of the last actors in a doomed proletarian romance.

The 80s were the period when capitalist realism was fought for and established, when Margaret Thatcher’s doctrine that ‘there is no alternative’ – as succinct a slogan of capitalist realism as you could hope for – became a brutally self-fulfilling prophecy.

Secondly, postmodernism involved some relationship to modernism. Jameson’s work on postmodernism began with an interrogation of the idea, cherished by the likes of Adorno, that modernism possessed revolutionary potentials by virtue of its formal innovations alone. What Jameson saw happening instead was the incorporation of modernist motifs into popular culture (suddenly, for example, Surrealist techniques would appear in advertising).

At the same time as particular modernist forms were absorbed and commodified, modernism’s credos – its supposed belief in elitism and its monological, top-down model of culture – were challenged and rejected in the name of ‘difference’, ‘diversity’ and ‘multiplicity’. Capitalist realism no longer stages this kind of confrontation with modernism. On the contrary, it takes the vanquishing of modernism for granted: modernism is now something that can periodically return, but only as a frozen aesthetic style, never as an ideal for living.

Thirdly, a whole generation has passed since the collapse of the Berlin Wall. In the 1960s and 1970s, capitalism had to face the problem of how to contain and absorb energies from outside. It now, in fact, has the opposite problem; having all-too successfully incorporated externality, how can it function without an outside it can colonize and appropriate?

For most people under twenty in Europe and North America, the lack of alternatives to capitalism is no longer even an issue. Capitalism seamlessly occupies the horizons of the thinkable. Jameson used to report in horror about the ways that capitalism had seeped into the very unconscious; now, the fact that capitalism has colonized the dreaming life of the population is so taken for granted that it is no longer worthy of comment.

It would be dangerous and misleading to imagine that the near past was some prelapsarian state rife with political potentials, so it’s as well to remember the role that commodification played in the production of culture throughout the twentieth century.

Yet the old struggle between detournement and recuperation, between subversion and incorporation, seems to have been played out. What we are dealing with now is not the incorporation of materials that previously seemed to possess subversive potentials, but instead, their precorporation: the pre-emptive formatting and shaping of desires, aspirations and hopes by capitalist culture.

Witness, for instance, the establishment of settled ‘alternative’ or ‘independent’ cultural zones, which endlessly repeat older gestures of rebellion and contestation as if for the first time. ‘Alternative’ and ‘independent’ don’t designate something outside mainstream culture; rather, they are styles, in fact the dominant styles, within the mainstream.

No-one embodied (and struggled with) this deadlock more than Kurt Cobain and Nirvana. In his dreadful lassitude and objectless rage, Cobain seemed to give wearied voice to the despondency of the generation that had come after history, whose every move was anticipated, tracked, bought and sold before it had even happened.

Cobain knew that he was just another piece of spectacle, that nothing runs better on MTV than a protest against MTV; knew that his every move was a cliché scripted in advance, knew that even realizing it is a cliché. The impasse that paralyzed Cobain is precisely the one that Jameson described: like postmodern culture in general, Cobain found himself in ‘a world in which stylistic innovation is no longer possible, [where] all that is left is to imitate dead styles, to speak through the masks and with the voices of the styles in the imaginary museum’.

Here, even success meant failure, since to succeed would only mean that you were the new meat on which the system could feed. But the high existential angst of Nirvana and Cobain belongs to an older moment; what succeeded them was a pastiche-rock which reproduced the forms of the past without anxiety.

Cobain’s death confirmed the defeat and incorporation of rock’s utopian and promethean ambitions. When he died, rock was already being eclipsed by hip hop, whose global success has presupposed just the kind of precorporation by capital which I alluded to above. For much hip hop, any ‘naïve’ hope that youth culture could change anything has been replaced by the hardheaded embracing of a brutally reductive version of ‘reality’.

‘In hip hop’, Simon Reynolds pointed out in a 1996 essay in The Wire magazine, ‘real’ has two meanings. First, it means authentic, uncompromised music that refuses to sell out to the music industry and soften its message for crossover. ‘Real’ also signifies that the music reflects a ‘reality’ constituted by late capitalist economic instability, institutionalized racism, and increased surveillance and harassment of youth by the police.

‘Real’ means the death of the social: it means corporations who respond to increased profits not by raising pay or improving benefits but by …. downsizing (the laying-off the permanent workforce in order to create a floating employment pool of part-time and freelance workers without benefits or job security).

In the end, it was precisely hip hop’s performance of this first version of the real – ‘the uncompromising’ – that enabled its easy absorption into the second, the reality of late capitalist economic instability, where such authenticity has proven highly marketable. Gangster rap neither merely reflects pre-existing social conditions, as many of its advocates claim, nor does it simply cause those conditions, as its critics argue – rather the circuit whereby hip hop and the late capitalist social field feed into each other is one of the means by which capitalist realism transforms itself into a kind of anti-mythical myth.

The affinity between hip hop and gangster movies such as Scarface, The Godfather films, Reservoir Dogs, Goodfellas and Pulp Fiction arises from their common claim to have stripped the world of sentimental illusions and seen it for ‘what it really is’: a Hobbesian war of all against all, a system of perpetual exploitation and generalized criminality.

In hip hop, Reynolds writes, ‘To “get real” is to confront a state-of-nature where dog eats dog, where you’re either a winner or a loser, and where most will be losers’.

The same neo-noir worldview can be found in the comic books of Frank Miller and in the novels of James Ellroy. There is a kind of machismo of demythologization in Miller and Ellroy’s works.

They pose as unflinching observers who refuse to prettify the world so that it can be fitted into the supposedly simple ethical binaries of the superhero comic and the traditional crime novel.

The ‘realism’ here is somehow underscored, rather than undercut, by their fixation on the luridly venal – even though the hyperbolic insistence on cruelty, betrayal and savagery in both writers quickly becomes pantomimic. ‘In his pitch blackness’, Mike Davis wrote of  Ellroy in 1992, ‘there is no light left to cast shadows and evil becomes a forensic banality. The result feels very much like the actual moral texture of the Reagan-Bush era: a supersaturation of corruption that fails any longer to outrage or even interest’.

Yet this very desensitization serves a function for capitalist realism: Davis hypothesized that ‘the role of L.A. noir’ may have been ‘to endorse the emergence of homo reaganus’.