Las FPL y la Carta a los Cristianos de enero de 1975. Roberto Pineda

Uno de los documentos más significativos surgidos de las organizaciones político-militares salvadoreñas, es la Carta los Cristianos que dieron a conocer las Fuerzas Populares de Liberación, FPL “Farabundo Martí”,  en su revista teórica Estrella Roja en febrero de 1975[1].

Es un documento desde una organización que se define como marxista-leninista dirigido a aclarar su posición con respecto a las corrientes progresistas que surgían al interior de la iglesia salvadoreña y que alcanzaron su máxima expresión con la práctica liberadora del Obispo Mártir Monseñor Romero  y del Sacerdote Mártir Rutilio Grande.

Pero que alcanzaban también a buena parte de la base social campesina orientada por las FPL e incluso a sectores de capas medias urbanas, de su segunda dirección política, que incluía luego de cinco años de lucha, a elementos procedentes de este sector, entre estos a Felipe Peña, posiblemente autor de este escrito.    

El documento en su primera parte presenta su visión del momento político y de las características de la organización y de la estrategia de las FLP. Pero en su segunda parte aborda la línea política con respecto a los sectores cristianos. Ya antes, en 1970, el Partido Comunista de El Salvador[2], había  señalado algunas orientaciones al respecto en su documento, pero sin llegar a este nivel de focalización y profundización. El capítulo VI de este documento se titula Nuestra actitud ante la religión y  el capítulo VII lleva el título de El clero progresista en el proceso revolucionario.

Inicia esta histórica Carta a los Cristianos explicando que “consideran que el incremento de la Guerra Prolongada del pueblo y, por consiguiente, la creciente incidencia de la lucha armada revolucionaria en la vida política nacional, así como el creciente desarrollo de las luchas combativas de las masas por las necesidades vitales urgentes, pueden crear en algunos sectores progresistas del país, entre ellas en el sector progresista del clero, algunas reservas, interrogantes y preocupaciones sobre el quehacer militar y político de nuestra Organización que conlleva la creciente incorporación de sectores avanzados del pueblo a las distintos aspectos de la guerra revolucionaria.”

Le preocupaba a las FPL que “en este proceso, sectores o personas que en un momento determinado ocuparon posiciones con ciertos tintes progresistas, pero que no alcanzan a comprender en su plenitud el proceso de desarrollo revolucionario de la lucha de clases, pueden ir derivando paulatinamente hacia el campo de las posiciones reaccionarias y contrarrevolucionarias.”

Pero confían en que “la historia de las luchas de los pueblos ha mostrado que quienes sincera y correctamente están por las aspiraciones revolucionarias del pueblo estarán al lado de éste en su lucha revolucionaria, y que, en cambio, quienes no tengan consecuencia con ese ideal se irán se irán colocando contra la lucha revolucionaria popular.”

Establecen las FPL con claridad que “nuestro trabajo revolucionario va dirigido contra los enemigos del pueblo y no va encaminado a menoscabar la religión, ni el trabajo de masas religioso. La experiencia en este terreno indica que el quehacer religioso y la actividad revolucionaria pueden combinarse fecundamente en aras de los intereses del pueblo.”

Y en abierta ruptura con el ateísmo militante predominante en la izquierda, plantean como criterio de reclutamiento que “las FPL aceptan en sus filas a todo revolucionario honesto que adopte conscientemente su estrategia, su línea táctica y política, y sus lineamientos orgánicos y disciplinarios, y para ello, sus creencias y prácticas religiosas no constituyen un obstáculo.”

Explican que “partimos del hecho de que ser cristiano no se opone al deber de luchar por la justa causa del pueblo, por su liberación de la explotación y de la miseria. Consideramos como una ofensa para un trabajador cristiano–hombre o mujer- suponer lo contrario.”

Manifiestan que “donde quiera que haya un militante católico, que desee dar un salto en su práctica revolucionaria y que llene los requisitos exigidos por nuestra organización, no tenemos por qué rechazarlo, por qué cerrarle las puertas e impedirle que realice su aspiración de servir a la causa revolucionaria de su pueblo.”

No obstante esto, indica el documento en un afán positivista que “si bien nuestra misión no es menoscabar sus creencias religiosas, es necesario decir que todo revolucionario, a medida que va elevándose a un enfoque científico de la realidad objetiva, va llenando sus lagunas, debilidades, deficiencias y errores en la esfera del conocimiento con una base científica que eleva integralmente su conciencia y acción en aras del interés colectivo.”

Advierten que “podría suceder que algunos sacerdotes progresistas a estas altura todavía no vean con claridad que va en marcha el proceso de la lucha armada revolucionaria, que éste es ya un proceso y que este es ya un proceso irreversible, y que a medida que se profundice, también el enemigo responde con sus acciones de creciente intensidad y crueldad, lo cual es una dinámica inevitable de la lucha cuando los pueblos han tomado la decisión de liberarse con las armas en la mano.”

El documento reafirma el carácter marxista-leninista de la organización y rechaza  “algunas incomprensiones y recelos que se han creado o se van creando en el ánimo de algunas personas avanzadas en relación con la naturaleza de la Organización. Pereciera que aceptarían que el Marxismo se utilizara como método de análisis, de interpretación y estudio de la realidad pero no como el arma revolucionaria de transformación de la sociedad.”

Agrega que “una actitud de este tipo no sería consecuente con sus posiciones avanzadas ya que trataría de presentar al Marxismo como una teoría abstracta y declarativa y así nada “peligrosa” para los explotadores.”

Enfatiza que “nuestra Organización es una Organización clandestina, con una estricta compartimentación entre sus diversos organismos, con una racional distribución de responsabilidades entre organismos y miembros y que se rige por estrictas normas de seguridad y trabajo secreto.”

Considera que “es natural que a las clases explotadoras no les convenga altos grados de organización y disciplina revolucionaria en los sectores avanzados del pueblo, de allí que estén vitalmente interesadas en debilitar la solidez orgánica de los explotados, en difundir el liberalismo individualista, la falta de disciplina proletaria y de espíritu de sacrificio consciente.”

Sobre la política de alianzas el documento enfatiza la visión sectaria que caracterizó en ese momento a las FPL y luego al Bloque Popular Revolucionario, BPR, al plantear que “fue en el transcurso de 10 años de lucha ideológica que se fue perfilando y depurando una estrategia integral revolucionaria político-militar, que al irse poniendo en aplicación a través de los nuevos instrumentos orgánicos está abriendo el cauce revolucionario del pueblo que a través de la Guerra Revolucionaria lo conducirá a las victorias definitivas.”

Por lo que “nuestra Organización propugna por una línea de unidad a nivel de los sectores avanzados del pueblo, para luchar conjuntamente por profundizar y ampliar el proceso revolucionario de la Guerra prolongada del pueblo, para acrecentar la lucha contra los enemigos de la revolución, y para derrotar ideológicamente a las corrientes oportunistas y revisionistas que están al servicio de los intereses de la burguesía.”

Y finaliza esta Carta de las FPL a los Cristianos afirmando que “desean recalcar su respeto por el sector de sacerdotes de ideas y prácticas avanzadas, esperando que en bien de la causa del pueblo, sus esfuerzos den cada día mayores frutos para la revolución.” Con fecha enero de 1975, firma el Comando Central de las Fuerzas Populares de Liberación, FPL, “Farabundo Martí.”


[1]https://ecumenico.org/carta-de-las-fpl-a-los-cristianos-progresistas/

[2] Ver Lineamientos básicos de la táctica del PCS (Pleno del CC del PCS del 18 de octubre de 1970) https://ecumenico.org/lineamientos-basicos-de-la-tactica-del-pcs-pleno-d/17/

El comunismo “a la tica” y la primera ola de la revolución centroamericana. 2013. J. Roberto Herrera Zúñiga

El presente artículo tiene el objetivo de ser una aplicación del pensar radical a las condiciones sociohistóricas centroamericanas y su relación con la ideología/estrategia del comunismo “a la tica”.

“Entendemos como pensar radical aquel: “que es función de construcción de un nuevo orden [que] se propone como tarea central contribuir al ámbito -práctico- desde el cual es necesario y posible “pensar. [Que] pensar se llena así no sólo con su sociedad y con sus conflictos y desgarramientos, sino que también y específicamente con la moralidad que emana desde y que sostiene a esa sociedad. El carácter histórico-social del pensar es, al mismo tiempo, su sentido moral, su urgencia, y su toma de partido […] El pensar radical, teórico, expresa profundamente y sintetiza prácticas sociales de explotación y liberación y, sobre todo, toma partido” (Gallardo, 1981, 17).

Buscamos entonces extraer de las experiencias históricas y sociales de emancipación, las conclusiones políticas y filosóficas de lo que ha significado y significa ser políticamente pueblo en Centroamérica. Nuestra exposición por motivos pedagógicos será desarrollada como una serie de preguntas y respuestas de las cuales se extraerán conclusiones filosófico-políticas.

1) ¿Cuál relación se establece entre el comunismo “a la tica” y Centroamérica?

Queremos analizar una serie de problemas sobre la interpretación histórica y política de los comunistas “a la tica”, a saber: ¿Qué papel juega Centroamérica en su análisis? ¿Hay alguna relación entre la experiencia de la lucha sandinista entre 1928-1935, el levantamiento salvadoreño de 1932 y el surgimiento del comunismo costarricense? ¿Hay alguna relación entre el aplastamiento de las dos primeras alternativas y la desradicalización y criollización de los comunistas costarricenses?

Es importante señalar primero un problema de método, que creemos de la mayor importancia.

Nuestro criterio metodológico para ingresar a cualquier análisis de los fenómenos sociales en el área es que: “Centroamérica constituye una realidad cualitativamente distinta al resto de América Latina. Por razones de unidad y extensión geográfica, tradición histórica común que arranca de la colonia unida, cultural e idiomática, forma una sola nacionalidad dividida en seis estados distintos, donde la tendencia a la conformación de una sola nacionalidad es fuerte y evidente” (Moreno, 2003, 33).

Evidentemente esta realidad es contradictoria y desigualmente desarrollada, pero creemos que es indudable que estamos en presencia de una totalidad concreta [1].

Podríamos decir que mientras que El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua tienden a marcar en Centroamérica las tendencias hacia la unidad, hacia la combinación y homologación del proceso social, Costa Rica tiende a representar el polo desigual del desarrollo, pero que en todo caso sería el elemento desigual en el marco de un desarrollo de conjunto que se despliega y concreta justamente a través de estas múltiples y desiguales determinaciones.

Este criterio, por cierto, no es novedoso en la tradición del pensamiento comunista centroamericano, este era el mismo que poseía el comunismo salvadoreño en sus orígenes, por ejemplo para uno de los pioneros del comunismo salvadoreño, Miguel Mármol [2]: “nuestra tradición centroamericanista es un hecho y aunque la burguesía y los gringos siempre han atizado la división, la verdad es que somos una sola nación, partida en cinco pedazos” (Dalton, 2000, 422).

Nada más falso entonces que interpretar la realidad de los fenómenos sociales surgidos en alguno de los seis países, o en el conjunto del área, sumando definiciones locales [3]: “El método adecuado es el contrario: se debe formular una caracterización de conjunto sobre la situación en Centroamérica, y partir de esa definición para señalar las diferencias de país a país” (Moreno, 2003, 35).

Este vacío metodológico es por cierto un defecto común en las obras de los analistas afines a la tradición intelectual del comunismo “a la tica” (Botey, 1984; Contreras, 2006; Cerdas Cruz,1986; De la Cruz, 1980; Merino, 2006). En todos estos autores, el análisis económico-social, las tareas y procesos internos de la revolución centroamericana aparecen explicitados como subcapítulos de la historia del comunismo costarricense.

Para ser más preciso, en esta tradición intelectual la revolución centroamericana siempre aparece como un elemento exterior y de segundo orden al desenvolvimiento del comunismo criollo. Centroamérica siempre aparece como influencia extranjera o como solidaridad hacia el exterior, nunca como un movimiento interno, propio, que pueda iluminar desde dentro el desenvolvimiento de los comunistas costarricenses.

En los análisis de los comunistas “a la tica”, Costa Rica no parece ser parte de Centroamérica.

Por ejemplo, en las explicaciones que dan Cerdas Cruz (1986) y Merino (2006) sobre la política que desarrolló el Partido Comunista de Costa Rica en los años treinta y cuarenta, siempre terminan necesitando del recurso al exotismo y a la excepcionalidad costarricense.

Para Cerdas Cruz la política del comunismo “a la tica” fue la que más se ajustó “a la situación política y social del país” (1986, 352) y para Merino fue que la que le otorgó una “singularidad” (1996, 42) en la región, y lo consolidó como una alternativa efectiva frente a otras estrategias desplegadas en Centroamérica, concretamente las desarrolladas por el Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional en Nicaragua y por el Partido Comunista de El Salvador.

Es evidente que el recurso al exotismo también refuerza el principio de caudillismo y de culto a la personalidad; fue Manuel Mora (en tanto que individuo excepcional) que teniendo una profunda capacidad de entender la psicología de su pueblo, pudo elaborar una política excepcional para un país excepcional (Merino, 2009; Solís, 1985).

El enfoque de los comunistas “a la tica” parece tener justificación en la medida que las alternativas populares centroamericanas de los años 30 (PCs y EDSN) fueron masacradas y liquidadas por la fuerza y las democracias liberal-oligárquicas limitadas fueron sustituidas por gobiernos autoritarios y dictatoriales.

Pero en todo caso este hecho político no soluciona la pregunta que nosotros estimamos como clave para entender el proceso histórico-social que sucedió en los años 30 en Centroamérica:

¿Por qué fueron derrotadas en toda el área, las fuerzas populares durante el ciclo de rebelión instaurado en 1928-1932?

En los hechos, un poco más tarde que en los años 30, cuando fueron liquidados el EDSN y el PCS, el PC CR también fue liquidado como fuerza política. Si algo es indudable de la guerra de 1948 fue que los comunistas y las organizaciones sindicales filocomunistas quienes tuvieron que vivir el rigor de la derrota y nunca pudieron recuperar la influencia política de los años 40.

Es decir, algo está perdido en el análisis de los comunistas costarricenses. Sus enfoques empobrecen la comprensión de las raíces históricas-sociales del comunismo costarricense y también oscurecen su especificidad entre las respuestas políticas que los sectores obreros y populares centroamericanos dieron a una crisis política y social que los afectaba de conjunto.

Creemos que hay tres elementos que pueden unificar el análisis de los fenómenos centroamericanos de este periodo: 1) Los dos mundos sociales surgidos al calor de las dos principales actividades productivas del capitalismo centroamericano: la producción cafetalera y el enclave bananero, 2) el impacto y las características de la crisis económica de 1929 y 3) la política del imperialismo norteamericano hacia la región. El cuarto elemento que interviene en este cuadro aportando el elemento desigual fueron las respuestas políticas de los sectores populares a estos tres elementos.

2) ¿Cómo era el capitalismo centroamericano de esta época? [4]

2.1) El capitalismo cafetalero: Es conocido que las características de la expansión cafetalera fueron fundamentales para delinear las formas de acumulación, las formas de dominio y los estilos políticos de las clases dominantes centroamericanas.

Asimismo, comprender el despliegue del capitalismo cafetalero nos da pistas para comprender el perfil y la agonalidad de las clases subalternas, sobretodo de los campesinos y los peones agrarios. Así por ejemplo en Nicaragua: “el desarrollo del cultivo del café se produce en un contexto [marcado] por la gran hacienda ganadera de corte colonial, y de las pequeñas parcelas de subsistencia que constituyen su complemento. El café entonces no origina un reordenamiento sustancial de las actividades agrícolas y tendrá menos peso en la economía nacional” (Cardoso y Pérez, 1977, 220) que en el resto de Centroamérica.

El peonaje y las distintas formas precarias de tenencia de la tierra, son las formas fundamentales que se mantienen en el marco de las relaciones latifundio-minifundio. Estas formas son el fundamento de la agitada vida política nicaragüense (junto con dos elementos claves: los intereses norteamericanos y la posición estratégica de Nicaragua como posible paso entre los dos océanos).

Diferente es la situación en Costa Rica, El Salvador y Guatemala, donde el inicio del capitalismo agrario cafetalero sí generó una reconfiguración interna de la tenencia de la tierra y construyó unas determinadas formas de dominioque fueron fundamentales en la constituciónespecífica de los distintos comunismos centroamericanos,sobre todo en dos de sus versionesmás peculiares: la salvadoreña y la “tica”.

Según Cardoso y Pérez, en: “Costa Rica y El Salvador

[el desarrollo de la producción cafetalera causó]

la eliminación total del sistema de ejidos y tierras comunales, pero en el primer país tales tierras estaban muy lejos de tener la misma importancia que en el segundo. En Guatemala, la extensión de las formas comunales de tendencia fundiaria no fue sino solo parcial y limitada a ciertas áreas” (220).

Y es que por lo menos en Costa Rica, el desarrollo del capitalismo agrario cafetalero tuvo como eje: “1. La apropiación de terrenos baldíos; 2. la compra-venta de tierras apropiadas anteriormente, 3. la disolución de formas comunales de propiedad” (210). “La gran facilidad para obtener [tierras públicas] condujo con frecuencia a su ocupación con fines especulativos, sin que se cumpliera con la obligación de cultivarlos efectivamente” (211), lo cual evidentemente facilitó el desarrollo de grandes hacendados. En todo caso, es importante señalar que en Costa Rica, a diferencia de por ejemplo en Guatemala, “la verdadera formación de la propiedad territorial […] ocurrió después de la separación de España” (211).

Según Cardoso y Pérez Brignoli, en las zonas cafetaleras del Valle Central de Costa Rica la característica más notable fue la existencia de una “multitud de pequeñas fincas y la ausencia de propiedades realmente grandes” (216), aunque este hecho no puede esconder que “la mayor parte de los trabajadores agrícolas, aunque a la vez eran propietarios, no escaparon de volverse dependientes de los cafetaleros más importantes, debido al monopolio que ejercían estos últimos sobre el beneficio del producto, la comercialización y el crédito” (226) [5].

Una forma distinta tuvo el capitalismo agrario salvadoreño, pues la reconfiguración en la tenencia de la tierra que produjo la expansión cafetalera en El Salvador, a la larga, será fundamental para comprender la insurrección salvadoreña de 1932 y las tradiciones revolucionarias del comunismo centroamericano de las que el Partido Comunista de El Salvador y su dirigente más influyente, Farabundo Martí, serán unos de los exponentes más destacados.

“En El Salvador, y especialmente en su meseta volcánica central- la zona más poblada del país y la más propicia para el café (…) en lo atinente a la tenencia de la tierra [la característica fundamental fue] la extinción total de ejidos y comunidades” (219).

La abolición de los ejidos y tierras comunales fue acompañada de una serie de leyes que trataban de controlar a los campesinos, expulsándolos de tierras ocupadas sin título de propiedad y forzándolos a cumplir con sus trabajos en las fincas que los emplean.

Sin embargo, al contrario de lo que pasaba en Guatemala, el Estado no reglamentaba el trabajo, ni trataba de establecer sistemas de reclutamiento forzoso de jornaleros, sino que se limitaba a reprimir -duramente- el no

cumplimiento de las obligaciones laborales contraídas por los campesinos o los intentos de rebelión (231).

La forma bastante clásica de expropiación de los pequeños propietarios y de los pueblos originarios que produjo el capitalismo agrario salvadoreño, que a la vez se combinaba con una organización política y estatal, que pese a los intentos de reforma liberal poco había cambiado en su funcionamiento patrimonial, clientelar y oligárquico, generó una combinación especial que marcó la lucha de clases salvadoreña de las primeras décadas del siglo XX.

Una de esas características es que la lucha de clases salvadoreña fue muy directa, abierta y clásica, en cuanto a los métodos de lucha por parte de las clases subalternas, y muy cruenta y sanguinaria por parte de la oligarquía.

Por otra parte, en Guatemala el capitalismo cafetalero reconfiguró las estructuras económicas y sociales en muchos casos reforzando desigualdades y opresiones heredadas del capitalismo colonial [6]. Los ejes de la expansión cafetalera fueron: “1 La nacionalización de las propiedades eclesiásticas; 2. La abolición del censo eufemístico; 3. La política de venta y de distribución del baldíos” (216).

Como el grueso de la mano de obra eran trabajadores originarios sometidos a sistemas coloniales de prestación de trabajo fue frecuente la queja de los oligarcas cafetaleros por la falta de mano de obra, máxime que a diferencia de El Salvador, en Guatemala la expansión cafetalera no coincidía con las zonas de mayor densidad poblacional originaria.

Desde finales del siglo XIX, el ejecutivo guatemalteco había girado instrucciones a los jefes políticos locales señalando que ellos “deberían proporcionar a los finqueros que lo pidieran, el número de mozos que necesitaran, hasta un máximo de cien, sacados de las comunidades indígenas de su jurisdicción, garantizando su relevo por otros trabajadores en intervalos regulares” (226).

“Los mandamientos, de corte colonial, o sea la facultad de extraer por la fuerza de las comunidades a ciertas cantidades de trabajadores temporales;

y las habilitaciones, es decir, anticipos en dinero para obligar a los indígenas a un trabajo posterior” (228), fueron las formas fundamentales que tuvieron las relaciones de producción en Guatemala hasta la revolución de 1944. Sin duda, por estas razones, es Guatemala el país donde el proyecto liberal fracasa de manera más estrepitosa y la lucha de clases siempre tuvo un importante componente originario en la lucha por la tierra.

2.2) El enclave bananero: La economía de enclave que existió en las grandes plantaciones agrícolas en la zona Atlántica de Centroamérica tiene una serie de características: 1) “la propiedad de la empresa recae generalmente en una gran corporación internacional”. 2) “El alto grado de integración vertical de las actividades, es decir, el control por la misma empresa de todas las fases del proceso de producción y comercialización”. 3) “Las tareas de dirección y supervisión están a cargo de personal altamente especializado, mientras que los trabajos corrientes emplean una gran cantidad de mano de obra asalariada, con un grado bajo de especialización” (275).

Sin embargo la consolidación de la economía de enclave no tiene que ver solo con esta estructura interna de su dinámica productiva, sino que, y esto sería lo más importante, es tal vez una de las formas más agudamente contrastantes del desarrollo desequilibrado que toma el capitalismo semicolonial, pues la consolidación de las compañías bananeras se realizó a través de un complejo proceso en el que intervienen: “las concesiones de tierras por el Estado, la construcción de ferrocarriles y puertos, la introducción de tecnologías y capitales extranjeros, la habilidad y visión de algunos empresarios, los conflictos y fusiones entre las propias compañías bananeras, la usurpación de tierras y bienes de muchos agricultores independientes y aun los conflictos fronterizos con las naciones vecinas” (278).

Es importante señalar que las economías de enclave generaron un numeroso proletariado agrícola cuyos salarios pagados por la compañía fueron generalmente más altos que en el resto del país, pero existieron varios mecanismos de pago que perjudicaban a los trabajadores: así por ejemplo en Honduras fueron usuales los bonos o los cupones que sólo podían cambiarse en los comisariatos de las mismas compañías; el pago en dólares con pérdidas para el trabajador al efectuarse la transferencia en moneda nacional a una tasa menor que la usual; la regularidad del pago, que los trabajadores preferían semanal, y que las compañías efectuaban cada 15 días e incluso 40 días (282).

Las específicas relaciones de producción en los enclaves marcaron con claridad su impronta en la lucha de clases centroamericana, no solo en los años 20 y 30, sino hasta ya casi finalizar el siglo XX, cuando se da un cambio significativo en el modelo de acumulación capitalista centroamericana, marcado profundamente por el fracaso del proyecto cepalino de modernización capitalista y la entrada de las formas del capitalismo tardío.

La impronta de estas relaciones quedó plasmada en las obras y el pensamiento político de los distintos Partidos Comunistas. Aun así, sobre todo en la literatura las condiciones subhumanas de explotación de los trabajadores de las bananeras encontraron su expresión más universal (Fallas, 1984; Amaya, 2006).

3) ¿Cuáles eran entonces los rasgos fundamentales del capitalismo y de la lucha de clases en Centroamérica? (resumen)

La región centroamericana fue incorporada al capitalismo colonial de forma dependiente, como productora de materias primas. Esta incorporación dependiente del capitalismo centroamericano reconfiguró a todas las clases y estamentos sociales y la relación de estas con el Estado, combinando formas capitalistas de explotación y formas previas de sujeción y dominio.

Las formas y sujeción de dominio imperialista colocaban como contradicción fundamental el conflicto entre nación oprimida y el centro imperial. Este conflicto tuvo dos manifestaciones fundamentales: una de tipo estructural (la economía de enclave) y otra como manifestación fenoménica (la intervención militar estadounidense).

Pese a que el desarrollo del capitalismo agrario tendía a esconder (a los ojos de las clases subalternas) su carácter dependiente y a que este se manifestaba fundamentalmente a través del intercambio desigual en el mercado mundial (hecho que se volverá fundamental y evidente a los ojos de las clases subalternas durante la crisis de 1929), este capitalismo generó también una reconfiguración de todas las clases de la nación centroamericana, lo cual marcó la pauta y los estilos para la lucha anticapitalista en el interior de nuestras sociedades.

El capitalismo agrario cafetalero, en casos como el guatemalteco o en el occidente de El Salvador, sumó a su conflictividad específica los conflictos clasistas y estamentales heredados y no solucionados del capitalismo colonial. Esta combinación de necesidades postergadas contribuyó a la aparición de una serie de levantamientos originarios, que nutriéndose de las tradiciones y los imaginarios de otros levantamientos contra otras formas de opresión generaron un movimiento, el cual combinaba las viejas tradiciones de lucha originaria con los estilos organizativos de la clase trabajadora, dinámica contradictoria que no siempre supo ser pensada radicalmente.

4) ¿Cómo se organizó la balcanización de Centroamérica?

Hay una serie de elementos que debemos entender para diferenciar el unionismo latinoamericano del unionismo centroamericano. Mientras el proyecto bolivariano de constituir una sola nacionalidad latinoamericana estaba definitivamente derrotado a mediados de la década de 1820, la Federación Centroamericana no es desmembrada hasta 1838.

Pero este desmembramiento contra naturam era permanentemente puesto en entredicho, sobre todo por sectores centroamericanistas de los ejércitos “nacionales” [7]. Los múltiples intentos fallidos del unionismo militar centroamericano tenían razones sociales profundas para su fracaso: solo una clase social dispuesta a tomar medidas radicales como la liberación jurídica y social de los pueblos originarios y los mestizos, la liquidación de las oligarquías postcoloniales y sobre todo de la estructura latifundista del campo, a través de una reforma agraria radical y la instauración de una dictadura popular centralizada (jacobina), podía realizar el sueño morazánico.

La década de los 20 es el momento cuando se concreta la balcanización definitiva del istmo centroamericano, y es el último intento de concretar una Federación Centroamericana. Arturo Taracena Arriola hace una descripción bastante gráfica de los límites esencialmente superestructuralizantes que iba a tener esta Federación, la cual se supone: “Sería representativa y popular, y en ella cada Estado debía de [sic] preservar su autonomía en independencia en asuntos internos. Se comprometían a garantizar el orden interno y a unificar los ejércitos bajo mando federal, de tal suerte que los estados miembros debían de [sic] reducir sus gastos militares, a fin de orientar recursos hacia los sectores productivos” (1993, 242). Pese a ese intento bastante moderado de unidad nacional, fue muy evidente que “Estados Unidos no quería dicho pacto y que usaba a Nicaragua para impedirlo. Asimismo alentaba la conflictividad de la cuestión delímites entre Panamá y Costa Rica” (242). Conel claro aliento imperialista al golpe de estadocontra Herrera Luna en Guatemala, se puso fina la Federaci

El presente artículo tiene el objetivo de ser una aplicación del pensar radical a las condiciones sociohistóricas centroamericanas y su relación con la ideología/estrategia del comunismo “a la tica”.

“Entendemos como pensar radical aquel: “que es función de construcción de un nuevo orden [que] se propone como tarea central contribuir al ámbito -práctico- desde el cual es necesario y posible “pensar. [Que] pensar se llena así no sólo con su sociedad y con sus conflictos y desgarramientos, sino que también y específicamente con la moralidad que emana desde y que sostiene a esa sociedad. El carácter histórico-social del pensar es, al mismo tiempo, su sentido moral, su urgencia, y su toma de partido […] El pensar radical, teórico, expresa profundamente y sintetiza prácticas sociales de explotación y liberación y, sobre todo, toma partido” (Gallardo, 1981, 17).

Buscamos entonces extraer de las experiencias históricas y sociales de emancipación, las conclusiones políticas y filosóficas de lo que ha significado y significa ser políticamente pueblo en Centroamérica. Nuestra exposición por motivos pedagógicos será desarrollada como una serie de preguntas y respuestas de las cuales se extraerán conclusiones filosófico-políticas.

1) ¿Cuál relación se establece entre el comunismo “a la tica” y Centroamérica?

Queremos analizar una serie de problemas sobre la interpretación histórica y política de los comunistas “a la tica”, a saber: ¿Qué papel juega Centroamérica en su análisis? ¿Hay alguna relación entre la experiencia de la lucha sandinista entre 1928-1935, el levantamiento salvadoreño de 1932 y el surgimiento del comunismo costarricense? ¿Hay alguna relación entre el aplastamiento de las dos primeras alternativas y la desradicalización y criollización de los comunistas costarricenses?

Es importante señalar primero un problema de método, que creemos de la mayor importancia.

Nuestro criterio metodológico para ingresar a cualquier análisis de los fenómenos sociales en el área es que: “Centroamérica constituye una realidad cualitativamente distinta al resto de América Latina. Por razones de unidad y extensión geográfica, tradición histórica común que arranca de la colonia unida, cultural e idiomática, forma una sola nacionalidad dividida en seis estados distintos, donde la tendencia a la conformación de una sola nacionalidad es fuerte y evidente” (Moreno, 2003, 33).

Evidentemente esta realidad es contradictoria y desigualmente desarrollada, pero creemos que es indudable que estamos en presencia de una totalidad concreta [1].

Podríamos decir que mientras que El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua tienden a marcar en Centroamérica las tendencias hacia la unidad, hacia la combinación y homologación del proceso social, Costa Rica tiende a representar el polo desigual del desarrollo, pero que en todo caso sería el elemento desigual en el marco de un desarrollo de conjunto que se despliega y concreta justamente a través de estas múltiples y desiguales determinaciones.

Este criterio, por cierto, no es novedoso en la tradición del pensamiento comunista centroamericano, este era el mismo que poseía el comunismo salvadoreño en sus orígenes, por ejemplo para uno de los pioneros del comunismo salvadoreño, Miguel Mármol [2]: “nuestra tradición centroamericanista es un hecho y aunque la burguesía y los gringos siempre han atizado la división, la verdad es que somos una sola nación, partida en cinco pedazos” (Dalton, 2000, 422).

Nada más falso entonces que interpretar la realidad de los fenómenos sociales surgidos en alguno de los seis países, o en el conjunto del área, sumando definiciones locales [3]: “El método adecuado es el contrario: se debe formular una caracterización de conjunto sobre la situación en Centroamérica, y partir de esa definición para señalar las diferencias de país a país” (Moreno, 2003, 35).

Este vacío metodológico es por cierto un defecto común en las obras de los analistas afines a la tradición intelectual del comunismo “a la tica” (Botey, 1984; Contreras, 2006; Cerdas Cruz,1986; De la Cruz, 1980; Merino, 2006). En todos estos autores, el análisis económico-social, las tareas y procesos internos de la revolución centroamericana aparecen explicitados como subcapítulos de la historia del comunismo costarricense.

Para ser más preciso, en esta tradición intelectual la revolución centroamericana siempre aparece como un elemento exterior y de segundo orden al desenvolvimiento del comunismo criollo. Centroamérica siempre aparece como influencia extranjera o como solidaridad hacia el exterior, nunca como un movimiento interno, propio, que pueda iluminar desde dentro el desenvolvimiento de los comunistas costarricenses.

En los análisis de los comunistas “a la tica”, Costa Rica no parece ser parte de Centroamérica.

Por ejemplo, en las explicaciones que dan Cerdas Cruz (1986) y Merino (2006) sobre la política que desarrolló el Partido Comunista de Costa Rica en los años treinta y cuarenta, siempre terminan necesitando del recurso al exotismo y a la excepcionalidad costarricense.

Para Cerdas Cruz la política del comunismo “a la tica” fue la que más se ajustó “a la situación política y social del país” (1986, 352) y para Merino fue que la que le otorgó una “singularidad” (1996, 42) en la región, y lo consolidó como una alternativa efectiva frente a otras estrategias desplegadas en Centroamérica, concretamente las desarrolladas por el Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional en Nicaragua y por el Partido Comunista de El Salvador.

Es evidente que el recurso al exotismo también refuerza el principio de caudillismo y de culto a la personalidad; fue Manuel Mora (en tanto que individuo excepcional) que teniendo una profunda capacidad de entender la psicología de su pueblo, pudo elaborar una política excepcional para un país excepcional (Merino, 2009; Solís, 1985).

El enfoque de los comunistas “a la tica” parece tener justificación en la medida que las alternativas populares centroamericanas de los años 30 (PCs y EDSN) fueron masacradas y liquidadas por la fuerza y las democracias liberal-oligárquicas limitadas fueron sustituidas por gobiernos autoritarios y dictatoriales.

Pero en todo caso este hecho político no soluciona la pregunta que nosotros estimamos como clave para entender el proceso histórico-social que sucedió en los años 30 en Centroamérica:

¿Por qué fueron derrotadas en toda el área, las fuerzas populares durante el ciclo de rebelión instaurado en 1928-1932?

En los hechos, un poco más tarde que en los años 30, cuando fueron liquidados el EDSN y el PCS, el PC CR también fue liquidado como fuerza política. Si algo es indudable de la guerra de 1948 fue que los comunistas y las organizaciones sindicales filocomunistas quienes tuvieron que vivir el rigor de la derrota y nunca pudieron recuperar la influencia política de los años 40.

Es decir, algo está perdido en el análisis de los comunistas costarricenses. Sus enfoques empobrecen la comprensión de las raíces históricas-sociales del comunismo costarricense y también oscurecen su especificidad entre las respuestas políticas que los sectores obreros y populares centroamericanos dieron a una crisis política y social que los afectaba de conjunto.

Creemos que hay tres elementos que pueden unificar el análisis de los fenómenos centroamericanos de este periodo: 1) Los dos mundos sociales surgidos al calor de las dos principales actividades productivas del capitalismo centroamericano: la producción cafetalera y el enclave bananero, 2) el impacto y las características de la crisis económica de 1929 y 3) la política del imperialismo norteamericano hacia la región. El cuarto elemento que interviene en este cuadro aportando el elemento desigual fueron las respuestas políticas de los sectores populares a estos tres elementos.

2) ¿Cómo era el capitalismo centroamericano de esta época? [4]

2.1) El capitalismo cafetalero: Es conocido que las características de la expansión cafetalera fueron fundamentales para delinear las formas de acumulación, las formas de dominio y los estilos políticos de las clases dominantes centroamericanas.

Asimismo, comprender el despliegue del capitalismo cafetalero nos da pistas para comprender el perfil y la agonalidad de las clases subalternas, sobretodo de los campesinos y los peones agrarios. Así por ejemplo en Nicaragua: “el desarrollo del cultivo del café se produce en un contexto [marcado] por la gran hacienda ganadera de corte colonial, y de las pequeñas parcelas de subsistencia que constituyen su complemento. El café entonces no origina un reordenamiento sustancial de las actividades agrícolas y tendrá menos peso en la economía nacional” (Cardoso y Pérez, 1977, 220) que en el resto de Centroamérica.

El peonaje y las distintas formas precarias de tenencia de la tierra, son las formas fundamentales que se mantienen en el marco de las relaciones latifundio-minifundio. Estas formas son el fundamento de la agitada vida política nicaragüense (junto con dos elementos claves: los intereses norteamericanos y la posición estratégica de Nicaragua como posible paso entre los dos océanos).

Diferente es la situación en Costa Rica, El Salvador y Guatemala, donde el inicio del capitalismo agrario cafetalero sí generó una reconfiguración interna de la tenencia de la tierra y construyó unas determinadas formas de dominioque fueron fundamentales en la constituciónespecífica de los distintos comunismos centroamericanos,sobre todo en dos de sus versionesmás peculiares: la salvadoreña y la “tica”.

Según Cardoso y Pérez, en: “Costa Rica y El Salvador

[el desarrollo de la producción cafetalera causó]

la eliminación total del sistema de ejidos y tierras comunales, pero en el primer país tales tierras estaban muy lejos de tener la misma importancia que en el segundo. En Guatemala, la extensión de las formas comunales de tendencia fundiaria no fue sino solo parcial y limitada a ciertas áreas” (220).

Y es que por lo menos en Costa Rica, el desarrollo del capitalismo agrario cafetalero tuvo como eje: “1. La apropiación de terrenos baldíos; 2. la compra-venta de tierras apropiadas anteriormente, 3. la disolución de formas comunales de propiedad” (210). “La gran facilidad para obtener [tierras públicas] condujo con frecuencia a su ocupación con fines especulativos, sin que se cumpliera con la obligación de cultivarlos efectivamente” (211), lo cual evidentemente facilitó el desarrollo de grandes hacendados. En todo caso, es importante señalar que en Costa Rica, a diferencia de por ejemplo en Guatemala, “la verdadera formación de la propiedad territorial […] ocurrió después de la separación de España” (211).

Según Cardoso y Pérez Brignoli, en las zonas cafetaleras del Valle Central de Costa Rica la característica más notable fue la existencia de una “multitud de pequeñas fincas y la ausencia de propiedades realmente grandes” (216), aunque este hecho no puede esconder que “la mayor parte de los trabajadores agrícolas, aunque a la vez eran propietarios, no escaparon de volverse dependientes de los cafetaleros más importantes, debido al monopolio que ejercían estos últimos sobre el beneficio del producto, la comercialización y el crédito” (226) [5].

Una forma distinta tuvo el capitalismo agrario salvadoreño, pues la reconfiguración en la tenencia de la tierra que produjo la expansión cafetalera en El Salvador, a la larga, será fundamental para comprender la insurrección salvadoreña de 1932 y las tradiciones revolucionarias del comunismo centroamericano de las que el Partido Comunista de El Salvador y su dirigente más influyente, Farabundo Martí, serán unos de los exponentes más destacados.

“En El Salvador, y especialmente en su meseta volcánica central- la zona más poblada del país y la más propicia para el café (…) en lo atinente a la tenencia de la tierra [la característica fundamental fue] la extinción total de ejidos y comunidades” (219).

La abolición de los ejidos y tierras comunales fue acompañada de una serie de leyes que trataban de controlar a los campesinos, expulsándolos de tierras ocupadas sin título de propiedad y forzándolos a cumplir con sus trabajos en las fincas que los emplean.

Sin embargo, al contrario de lo que pasaba en Guatemala, el Estado no reglamentaba el trabajo, ni trataba de establecer sistemas de reclutamiento forzoso de jornaleros, sino que se limitaba a reprimir -duramente- el no

cumplimiento de las obligaciones laborales contraídas por los campesinos o los intentos de rebelión (231).

La forma bastante clásica de expropiación de los pequeños propietarios y de los pueblos originarios que produjo el capitalismo agrario salvadoreño, que a la vez se combinaba con una organización política y estatal, que pese a los intentos de reforma liberal poco había cambiado en su funcionamiento patrimonial, clientelar y oligárquico, generó una combinación especial que marcó la lucha de clases salvadoreña de las primeras décadas del siglo XX.

Una de esas características es que la lucha de clases salvadoreña fue muy directa, abierta y clásica, en cuanto a los métodos de lucha por parte de las clases subalternas, y muy cruenta y sanguinaria por parte de la oligarquía.

Por otra parte, en Guatemala el capitalismo cafetalero reconfiguró las estructuras económicas y sociales en muchos casos reforzando desigualdades y opresiones heredadas del capitalismo colonial [6]. Los ejes de la expansión cafetalera fueron: “1 La nacionalización de las propiedades eclesiásticas; 2. La abolición del censo eufemístico; 3. La política de venta y de distribución del baldíos” (216).

Como el grueso de la mano de obra eran trabajadores originarios sometidos a sistemas coloniales de prestación de trabajo fue frecuente la queja de los oligarcas cafetaleros por la falta de mano de obra, máxime que a diferencia de El Salvador, en Guatemala la expansión cafetalera no coincidía con las zonas de mayor densidad poblacional originaria.

Desde finales del siglo XIX, el ejecutivo guatemalteco había girado instrucciones a los jefes políticos locales señalando que ellos “deberían proporcionar a los finqueros que lo pidieran, el número de mozos que necesitaran, hasta un máximo de cien, sacados de las comunidades indígenas de su jurisdicción, garantizando su relevo por otros trabajadores en intervalos regulares” (226).

“Los mandamientos, de corte colonial, o sea la facultad de extraer por la fuerza de las comunidades a ciertas cantidades de trabajadores temporales;

y las habilitaciones, es decir, anticipos en dinero para obligar a los indígenas a un trabajo posterior” (228), fueron las formas fundamentales que tuvieron las relaciones de producción en Guatemala hasta la revolución de 1944. Sin duda, por estas razones, es Guatemala el país donde el proyecto liberal fracasa de manera más estrepitosa y la lucha de clases siempre tuvo un importante componente originario en la lucha por la tierra.

2.2) El enclave bananero: La economía de enclave que existió en las grandes plantaciones agrícolas en la zona Atlántica de Centroamérica tiene una serie de características: 1) “la propiedad de la empresa recae generalmente en una gran corporación internacional”. 2) “El alto grado de integración vertical de las actividades, es decir, el control por la misma empresa de todas las fases del proceso de producción y comercialización”. 3) “Las tareas de dirección y supervisión están a cargo de personal altamente especializado, mientras que los trabajos corrientes emplean una gran cantidad de mano de obra asalariada, con un grado bajo de especialización” (275).

Sin embargo la consolidación de la economía de enclave no tiene que ver solo con esta estructura interna de su dinámica productiva, sino que, y esto sería lo más importante, es tal vez una de las formas más agudamente contrastantes del desarrollo desequilibrado que toma el capitalismo semicolonial, pues la consolidación de las compañías bananeras se realizó a través de un complejo proceso en el que intervienen: “las concesiones de tierras por el Estado, la construcción de ferrocarriles y puertos, la introducción de tecnologías y capitales extranjeros, la habilidad y visión de algunos empresarios, los conflictos y fusiones entre las propias compañías bananeras, la usurpación de tierras y bienes de muchos agricultores independientes y aun los conflictos fronterizos con las naciones vecinas” (278).

Es importante señalar que las economías de enclave generaron un numeroso proletariado agrícola cuyos salarios pagados por la compañía fueron generalmente más altos que en el resto del país, pero existieron varios mecanismos de pago que perjudicaban a los trabajadores: así por ejemplo en Honduras fueron usuales los bonos o los cupones que sólo podían cambiarse en los comisariatos de las mismas compañías; el pago en dólares con pérdidas para el trabajador al efectuarse la transferencia en moneda nacional a una tasa menor que la usual; la regularidad del pago, que los trabajadores preferían semanal, y que las compañías efectuaban cada 15 días e incluso 40 días (282).

Las específicas relaciones de producción en los enclaves marcaron con claridad su impronta en la lucha de clases centroamericana, no solo en los años 20 y 30, sino hasta ya casi finalizar el siglo XX, cuando se da un cambio significativo en el modelo de acumulación capitalista centroamericana, marcado profundamente por el fracaso del proyecto cepalino de modernización capitalista y la entrada de las formas del capitalismo tardío.

La impronta de estas relaciones quedó plasmada en las obras y el pensamiento político de los distintos Partidos Comunistas. Aun así, sobre todo en la literatura las condiciones subhumanas de explotación de los trabajadores de las bananeras encontraron su expresión más universal (Fallas, 1984; Amaya, 2006).

3) ¿Cuáles eran entonces los rasgos fundamentales del capitalismo y de la lucha de clases en Centroamérica? (resumen)

La región centroamericana fue incorporada al capitalismo colonial de forma dependiente, como productora de materias primas. Esta incorporación dependiente del capitalismo centroamericano reconfiguró a todas las clases y estamentos sociales y la relación de estas con el Estado, combinando formas capitalistas de explotación y formas previas de sujeción y dominio.

Las formas y sujeción de dominio imperialista colocaban como contradicción fundamental el conflicto entre nación oprimida y el centro imperial. Este conflicto tuvo dos manifestaciones fundamentales: una de tipo estructural (la economía de enclave) y otra como manifestación fenoménica (la intervención militar estadounidense).

Pese a que el desarrollo del capitalismo agrario tendía a esconder (a los ojos de las clases subalternas) su carácter dependiente y a que este se manifestaba fundamentalmente a través del intercambio desigual en el mercado mundial (hecho que se volverá fundamental y evidente a los ojos de las clases subalternas durante la crisis de 1929), este capitalismo generó también una reconfiguración de todas las clases de la nación centroamericana, lo cual marcó la pauta y los estilos para la lucha anticapitalista en el interior de nuestras sociedades.

El capitalismo agrario cafetalero, en casos como el guatemalteco o en el occidente de El Salvador, sumó a su conflictividad específica los conflictos clasistas y estamentales heredados y no solucionados del capitalismo colonial. Esta combinación de necesidades postergadas contribuyó a la aparición de una serie de levantamientos originarios, que nutriéndose de las tradiciones y los imaginarios de otros levantamientos contra otras formas de opresión generaron un movimiento, el cual combinaba las viejas tradiciones de lucha originaria con los estilos organizativos de la clase trabajadora, dinámica contradictoria que no siempre supo ser pensada radicalmente.

4) ¿Cómo se organizó la balcanización de Centroamérica?

Hay una serie de elementos que debemos entender para diferenciar el unionismo latinoamericano del unionismo centroamericano. Mientras el proyecto bolivariano de constituir una sola nacionalidad latinoamericana estaba definitivamente derrotado a mediados de la década de 1820, la Federación Centroamericana no es desmembrada hasta 1838.

Pero este desmembramiento contra naturam era permanentemente puesto en entredicho, sobre todo por sectores centroamericanistas de los ejércitos “nacionales” [7]. Los múltiples intentos fallidos del unionismo militar centroamericano tenían razones sociales profundas para su fracaso: solo una clase social dispuesta a tomar medidas radicales como la liberación jurídica y social de los pueblos originarios y los mestizos, la liquidación de las oligarquías postcoloniales y sobre todo de la estructura latifundista del campo, a través de una reforma agraria radical y la instauración de una dictadura popular centralizada (jacobina), podía realizar el sueño morazánico.

La década de los 20 es el momento cuando se concreta la balcanización definitiva del istmo centroamericano, y es el último intento de concretar una Federación Centroamericana. Arturo Taracena Arriola hace una descripción bastante gráfica de los límites esencialmente superestructuralizantes que iba a tener esta Federación, la cual se supone: “Sería representativa y popular, y en ella cada Estado debía de [sic] preservar su autonomía en independencia en asuntos internos. Se comprometían a garantizar el orden interno y a unificar los ejércitos bajo mando federal, de tal suerte que los estados miembros debían de [sic] reducir sus gastos militares, a fin de orientar recursos hacia los sectores productivos” (1993, 242). Pese a ese intento bastante moderado de unidad nacional, fue muy evidente que “Estados Unidos no quería dicho pacto y que usaba a Nicaragua para impedirlo. Asimismo alentaba la conflictividad de la cuestión delímites entre Panamá y Costa Rica” (242). Con el claro aliento imperialista al golpe de estado contra Herrera Luna en Guatemala, se puso fin a la

imperialista al golpe de estadocontra Herrera Luna en Guatemala, se puso fina la Federación [1]. Después de la derrota del unionismo militar, la bandera de la unidad centroamericana no volverá a ser

Después de la derrota del unionismo militar, la bandera de la unidad centroamericana no volverá a ser levantada más que por los proyectos políticos populares. La idea de la necesidad de una unidad centroamericana de raigambre popular ha sido asumida de manera bastante pragmática, casi como una “intuición natural” de los sectores populares.

Esta asimilación pragmática es acicateada por la evidente pequeñez de nuestros países y la rápida necesidad de solidaridad económica y política que tiene cualquier proyecto popular centroamericano que quiera hacerle frente al dispositivo imperial-oligárquico de dominio, pero esta necesidad política no ha venido acompañada de una reflexión teórica sistemática.

5) ¿Cómo fue organizada la política del imperialismo frente a la crisis de este periodo?

La opresión imperialista y la balcanización semicolonial iban acompañadas de un aumento en la agresividad de la política imperialista estadounidense hacia el área. El imperialismo de los EEUU tenía un claro y ambicioso programa político que necesitaba de un reforzamiento militar para llevarse adelante. ¿Cuáles eran los ejes de este programa? “a) la defensa de los intereses económicos estadounidenses en [Nicaragua]. b) la necesaria protección de la zona del Canal de Panamá. c) la preservación de la estabilidad política en el istmo dictada por los Tratados de Washington de 1923; y d) poner un freno a la influencia de México en Centroamérica, que desde 1920 se venía acrecentando como partede la política de institucionalización de la gestarevolucionaria de 1910” (247).

Además los años 1927-1932 no solo son los más crudos del conocido crack de la economía mundial, sino que Bulmer-Thomas señala:

“El colapso de los precios [del café y el banano], la caída de la entrada neta de capital extranjero y la reducción del ingreso del fisco ejercieron una presión sin precedentes sobre el modelo exportador. Los disturbios temporales causados por la fluctuaciones del mercado mundial, al igual que en 1920-1921, eran un problema ya conocido para el estado de la oligarquía liberal y los instrumentos de política para hacer frente a la mayoría de las consecuencias ya habían sido forjados. No obstante, la crisis económica de 1929, fue tan fuerte que las respuestas tradicionales resultaron totalmente inadecuadas. La reacción política subsiguiente llevó al modelo oligárquico liberal al colapso en las cuatro repúblicas del norte y a una severa realineación en Costa Rica misma (1993, 346).

Desde el punto de vista político el hecho más significativo del periodo es el fracaso del proyecto de relegitimación, modernización institucional y ensanchamiento de la base social del régimen liberal-oligárquico que intentaron llevar adelante distintos gobiernos del área (Araujo, González Flores, Paz Barahona).

Este fracaso empieza a producir efectos sociales y a renovar irritaciones populares acumuladas, que fueron claramente expresados, en sus formas específicas, por el Partido Comunista de El Salvador, el Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional y también a su manera por el Partido Comunista de Costa Rica.

Estos instrumentos políticos populares lograron articularse sobre la base del fracaso de este proceso de relegitimación democrática, logrando canalizar cada uno a su manera los reclamos e irritaciones populares ampliamente postergados en las sociedades costarricense, nicaragüense y salvadoreña.

6) ¿Cuál fue la respuesta del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional a la crisis general centroamericana?

Entre los rasgos más universales de la experiencia sandinista se encuentra haber encontrado:

“una base social para su programa y un programa para su base social” […] “Sandino da un vuelco a su acción planteando el problema de la soberanía y la dignidad de Nicaragua y convocando a esta tarea a los sectores populares” (Acuña, 1993, 317).

Los rasgos principales de su pensamiento político enfatizan la defensa de la soberanía, proyectada como una cuestión latinoamericana, y el carácter antioligárquico de su gesta militar, con base en una alianza de contenido popular que obligase nacionalmente a respetar los procesos electorales, a democratizar el poder y a abordar la cuestión agraria por medio de la ampliación de la frontera agrícola en Nicaragua” (Taracena,1993, 242).

Para ello “mezcló la reivindicación campesina, la revalorización de la identidad étnica y el rescate de la soberanía nacional (Acuña, 1993, 315).

La lucha sandinista abarcó todo el país. Este hecho, no “debe hacer olvidar que “las condiciones específicas de un región tienen un significadoenorme en el análisis de clase, ya que el desarrollodependiente de la sociedad nicaragüense implicabauna marcada heterogenidad interna y fuertesdesigualdades regionales” (Wünderich, 1988, 14).

La región de Las Segovias sufrió el efecto de “modernización” que introdujo el capitalismo agrario bastante tardíamente, así como también fueron tardíos los devastadores efectos sociales de este modo de producción. El capitalismo agrario se desarrolló “unos 30 años más tarde que en los centros del auge cafetalero” (Op. cit., 22).

En esta región, además los pueblos originarios resistieron mejor y más tenazmente el trabajo forzado y semiesclavo en las minas coloniales. Esta resistencia tomó la forma de huida masiva y cambio de identidad.

Fue también tardía la resistencia de los campesinos y pueblos originarios a la explotación generada por la expansión de la producción cafetalera.

Cuando Sandino lanza su famoso ataque a la Mina de San Albino, la otrora boyante industria minera de la zona, había entrado en franca decadencia.

En la mina “las condiciones de trabajo eran miserables y los salarios no se pagaban en efectivo sino con cupones, que eran aceptados únicamente en el comisariato de la compañía” (Op. cit., 17). Además esta decadencia de la producción seguramente dejó a “gran parte de los mineros despedidos en una situación difícil e inestable. Es cierto que en tiempos anteriores, el carácter esporádico de la actividad minera había conducido a una coexistencia del trabajo asalariado con la economía tradicional de subsistencia. Sin embargo, con este último ciclo, la economía de enclave había alcanzado dimensiones nuevas” (Op. cit., 26).

Entonces se encuentra en la zona de asentamiento social del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional, un acumulado de tensiones e irritaciones, que combinan una memoria social de la resistencia originaria al capitalismo colonial, la resistencia campesina y originaria al desplazamientoproducto de la expansión de la fronteraagrícola y, junto a eso, un proletariado mineroharapiento, sufriendo los efectos sociales de lacontracción de la economía de enclave minera,todo esto en un marco de ocupación militar norteamericana,permitida y solicitada por la oligarquíaconservadora y por sectores del liberalismo.

Justamente esta suma de contradicciones sociales y nacionales son las que permiten explicar el éxito militar de Sandino, que logró librar una guerra de todo el pueblo contra el agresor imperialista y que, por lo tanto, es obligado a generar una ideología nacional-popular, capaz de aglutinar este bloque de clases y capas subalternas.

Pero, si es irrefutable que estas características son los aportes imperecederos del sandinismo original, se necesita señalar que es imposible pensar la solución de una tarea histórico-social, sin tomar en cuenta también los sujetos sociales y los métodos políticos que estos se dan para llevar adelante las tareas planteadas. Allí deben ubicarse los límites trágicos del pensamiento sandinista original.

7) ¿Cuáles fueron los límites del programa sandinista?

La primera debilidad evidente del sandinismo es una incomprensión del carácter dual de la opresión imperialista, como ocupación militar y como balcanización centroamericana.

El EDSN es una de las primeras experiencias de un ejército popular multinacional, inclusive previo a la experiencia de las Brigadas Internacionales de la Guerra Civil Española. Dos de los diez comandantes sandinistas eran de otros países centroamericanos (José León Díaz, salvadoreño y José María Jirón Ruano, guatemalteco) y mucha de la “crema y nata” del activismo antiimperialista latinoamericano luchó o colaboró activamente por la causa del EDSN (Farabundo Martí, José de Paredes, Froylán Turcios, Rubén Ardilla Gómez, Esteban Pavlevich, etc.).

Pese a la clara impronta centroamericana del EDSN, Sandino no planteaba claramente la necesidad de una organización de lucha que rompiera las fronteras “nacionales” centroamericanas, sino que tendía a ver la temática de la ocupación militar sobre suelo nicaragüense como una contradicción sobredeterminada, fundamental y exclusiva de la sociedad nicaragüense, desligada de la lucha contra el dispositivo imperialista en todo el área, cuya manifestación militar y de ocupación era solo uno de sus rasgos y no necesariamente el fundamental, aunque sí el más urgente de solucionar.

Por ejemplo, en el famoso Manifiesto de San Albino, Sandino tranquiliza al gobierno hondureño, tan cipayo como el de Adolfo Díaz.

Dice Sandino: “Yo quiero justificar (advertir) a los gobiernos de Centroamérica, mayormente al de Honduras, que mi actitud no debe preocuparle, creyendo que porque tengo elementos más que suficientes, invadiría su territorio en actitud bélica para derrocarlo. No. No soy un mercenario sino un patriota que no permite ultraje a nuestra soberanía” (Ramírez, 1979, 89).

Ante la pregunta por la presencia de luchadores internacionalistas en las filas del EDSN dice:

“Tengo oficiales de Costa Rica, de Guatemala, de El Salvador, de Honduras y aún dos o tres de México, que llegaron atraídos por la justicia de mi causa, pero están en una minoría. La médula de mi ejército es nicaragüense y los oficiales que más tiempo han permanecido a mi lado son nicaragüenses. He recibido muchos oficiales de afuera, pero en la mayoría de los casos los he despedido” (citado por Arias, 1996, 131).

El que tal vez es el límite más claro del pensamiento sandinista, es el interpretar que bastaba con la salida de las tropas militares estadounidenses, para desactivar el dispositivo imperial, que como sabemos es muchísimo más complejo y requiere de colaboradores y estructuras interiores.

A partir de un somero estudio de los textos y la historia de Ejército Defensor de la Soberanía Nacional, queda claro que Sandino no era una pensador anticapitalista radical, como señala Wünderich: “Sandino no fue un enemigo irreconciliable de la propiedad privada. El nunca exigió la expropiación de la burguesía nicaragüense ni la repartición de los grandes latifundios. Por el contrario, esperaba que la burguesía cooperara con él con base en su proyecto nacionalista” […]

Sandino estableció la diferencia entre la propiedad “legítima” e “ilegítima”. La encarnación de la propiedad ilegítima era el capital de Norte América” (1988, 28).

Pese a la extensa base social campesina y originaria del EDSN, este nunca tuvo una plataforma ni siquiera cercana a la del agrarismo mexicano. De hecho, lo más significativo del programa agrario sandinista era la colonización agraria a través de cooperativas, que si bien pueden ser un importante punto de apoyo en el marco de una transformación radical de las estructuras económico-sociales de dominación, colocar estos proyectos como eje de la solución del programa agrario e inclusive del problema laboral nicaragüense tenía claros ribetes utópicos (en el sentido conservador del término).

Pese a estas limitaciones, llama la atención encontrar en el EDSN, casi toda la gama de reivindicaciones laborales del movimiento sindical de estirpe comunista, más significativo aun durante la toma de la Mina de San Albino: “El primer paso después de la ocupación de la mina fue anunciar la expropiación de los propietarios norteamericanos y pagar los salarios debidos a los trabajadores en oro puro” (Wünderich, 1988, 17). Es decir, en su primera acción militar el EDSN tomó claras medidas anticapitalistas.

¿Cómo se puede explicar esta aparente contradicción? Aquí se puede encontrar un problema no tematizado suficientemente en el estudio del movimiento sandinista.

El EDSN generó en su organización política y militar interna una fuerte impronta bonapartista, en la cual el liderazgo carismático de Sandino jugaba como efecto estabilizador que ofrecía cohesión interna para un movimiento social muy heterogéneo y fuertemente asentado en trabajadores acostumbrados a la vida social en el minifundio (lo cual facilitaba la dispersión).

Vemos aquí una contradicción: La acción anticapitalista del EDSN es llevada a cabo “desde afuera”, con la participación pasiva de la clase obrera y sin que se constituya ningún organismo de autodeterminación obrera y popular siendo el poder dual el propio ejército sandinista.

La ausencia de un claro programa y perspectiva anticapitalista, un descuido de la dimensión necesariamente centroamericana de cualquier lucha contra la ocupación militar imperialista y un fuerte elemento de sustituismo social temprano, son los límites precisos, los cuales hay que saber señalarle a la experiencia sandinista para poder apropiarse de ella en las actuales condiciones del pensar radical latinoamericano.

8) ¿Cuál fue la respuesta del Partido Comunista de El Salvador?

La segunda gran respuesta popular al proceso de balcanización definitiva y profundización de las condiciones de dependencia en Centroamérica fue la insurrección popular salvadoreña y sobre todo la acción del Partido Comunista de El Salvador en 1932.

Creemos que es importante recordar la importancia actual que tienen estos hechos para la vida política en el Salvador. Para Héctor Lindo Fuentes: “Los principales actores políticos del país nunca olvidaron la Matanza [de 1932]. A través de los años, el recuerdo de un confuso y complejo conjunto de eventos fue continuamente conformado y reconformado, de manera que proporcionó categorías y un complejo glosario de símbolos que identificaron a las principales fuerzas que se enfrentaron durante la guerra civil de la década de los ochentas” (2004, 288).

En la insurrección salvadoreña, el conflicto social está menos tamizado por la contradicción nación oprimida/imperialismo que en Nicaragua, y el eje de la lucha insurreccional más bien tendió a centrarse en el tema de la propiedad de la tierra y la lucha contra los “barones” del café.

Así describe Lindo Fuentes, la crisis de dominio que en 1932 se instaló en El Salvador:

“La crisis mundial que siguió al colapso de la Bolsa de Valores de Nueva York, en 1929, llevó a la baja de los precios de los productos prescindibles como el café, que para entonces representaba más del noventa por ciento de las exportaciones de El Salvador. Los precios eran tan bajos que muchos cafetaleros decidieron que no valía la pena cosechar el grano y no contrataron cortadores. La espiral descendente parecía incontrolable, el desempleo bajaba los salarios, las quiebras de cafetaleros y comerciantes aumentaban el desempleo y bajaban los salarios, ya no en el campo sino también en la ciudad. Con menos exportaciones de café, los ingresos del estado también bajaban y los empleados públicos dejaban de percibir su salario por varios meses o perdían el empleo. […] los limitados recursos del estado no dejaban de disminuir y cualquier reforma social era imposible. Inclusive los soldados del ejército dejaron de recibir salarios puntualmente (2004, 289). La crisis orgánica del régi

La crisis orgánica del régimen de dominio, sumado a las características que tuvo el desarrollo del movimiento obrero-artesanal en El Salvador, permite que las manifestaciones de la lucha de clases aparezcan como más clásicas y los contornos clasistas del conflicto social menos mediados. Señala bien en ese sentido Arias Gómez cuando apunta que las leyes y las conquistas sociales que obtuvo el movimiento obrero y socialista salvadoreño fueron adquiridas “de hecho’ [así como] la facultad de organizarse en entidades de defensa clasistas de nuevo tipo. No esperaron, pues, a que el maná jurídico les cayera del cielo estatal” (1996, 54) presentando así el movimiento obrero salvadoreño más elementos de autodeterminación y autoorganización que otros movimientos obreros en el área.

Esta característica identitaria del obrerismo y del comunismo salvadoreño está también afirmada por uno de sus fundadores Miguel Mármol:

“No forzamos la historia cuando decimos que nuestro Partido Comunista se hizo de la clase obrera salvadoreña, pues entre nosotros no se dio el caso, ocurrido en otros países, de que el partido comunista se organizara primeramente en el medio universitario o entre la intelectualidad pequeño burguesa.

Nuestro Partido Comunista salió de las entrañas mismas de nuestra clase obrera, de nuestro movimiento sindical, como una forma superior, política, de organización de clase. Los cuadros intelectuales que dieron los aportes principales en el aspecto teórico, fueron cuadros ya formados por el movimiento comunista internacional (citado por Arias, 1996, 181).

Ahora bien, la necesaria comprensión del PCS como la organización con más raigambre obrera y popular en la Centroamérica de los 30, así como la organización pionera en lograr una articulación efectiva entre el artesanado urbano y la peonada cafetalera [1], no basta para comprender las características ya no del PCS, sino de la base social que le acompañó en su heroica y trágica insurrección.

La insurrección salvadoreña no puede ser entendida exclusivamente solo como reacción a la coyuntura de la represión mundial, ni como resultado de una estrategia suicida de los comunistas, sino que indica el grado de tensión y frustración acumulados en las relaciones sociales agrarias y, en particular el sedimento de agravios depositados en las poblaciones indígenas del occidente del país a lo largo de la era liberal (Acuña, 1993, 313).

Al igual que con nuestro análisis del movimiento sandinista, parece fundamental comprender las características de la zona de Sonsonete y Ahuachapán, que fueron los verdaderos epicentros de la insurrección de 1932.

Es aceptado por todos los militantes comunistas y por el ejército contrainsurgente que en el oriente del país no hubo levantamiento y en el centro urbano-artesanal, fue rápidamente dispersado y anulado, en su intentona.

Al estudiar el testimonio de Miguel Mármol sobre la insurrección de 1932, parece haber una incomprensión del que probablemente fue la principal carencia de la insurrección salvadoreña, el déficit en el análisis consiste en pensar el levantamiento del occidente del país como exclusivamente motivado por las irritaciones de los peones agrícolas, cuando en realidad era una insurrección popular que combinaba 1) las tradicionales formas de la revuelta anticolonial originaria yque, por lo tanto, le daba a esta reivindicaciónidentitaria una importancia fundamental; 2) unprograma de lucha clasista aportado por loscomunistas radicales centroamericanos.

9) ¿Cuáles fueron los límites del levantamiento de 1932 en El Salvador?

Es importante señalar que este empalme entre la ideología comunista centroamericana de primera época, la cual contenía un marcado sacrificialismo y un gusto por los ritos y los gestos formales (¿litúrgicos?), probablemente empalmó con facilidad con la memoria milenarista de los pueblos originarios.

Autores como Arias Gómez (1996) o Cerdas Cruz (1986) señalan entre los errores que llevaron al fracaso de la insurrección de 1932, el ultraizquierdismo verbal, el sectarismo, la ausencia de apoyo popular, la vocación sacrificial. Más allá de que algunos de estos elementos existan, no los estimamos como los elementos deficitarios fundamentales que le deberían ser criticados al PCS, para poder reapropiar su gesta en el marco de un pensar radical asentado en nuestras actuales condiciones.

Además, como señala Acuña: “el mismo [Cerdas Cruz] reconoce la inevitabilidad de la insurrección, dada la situación interna de El Salvador en aquellos momentos” (1987, 173).

Aunque es cierto y evidente que existió un gusto por la pose sacrificial en los principales exponentes del comunismo radical[2] y que estos estuvieron indudablemente marcados por la orientación ultraizquierdista, de “tercer periodo”[3] de la III Internacional, coincidimos con Michael Löwy cuando señala que pese a que esta orientación estalinista tuvo un rol perversamente contrarrevolucionario en Europa (donde facilitó el ascenso del fascismo) y jugó un papel esterilizador en los Partidos Comunistas del Cono Sur, en Centroamérica y el Caribe los dirigentes y las organizaciones comunistas “veían en esa corriente de izquierda un estimulante a su propia tendencia revolucionaria autónoma. Es el caso particular del Partido Comunista de El Salvador […] que organizó en 1932 la única insurrección de masas dirigida por un Partido Comunista en toda la historia de América Latina” (Löwy, 1980, 24).

Ahora, regresamos a lo que malintencionadamente se oscurece en los análisis sobre el fracaso del auténtico levantamiento obrero-originario de El Salvador: el problema del fetichismo soviético. Un tema fundamental que todo pensar radical ocupa precisar, son las formas políticas de transición en el marco de la transformación revolucionaria.

El pensamiento socialdemocratizante ve la posibilidad de la transformación social, sin cambiar radicalmente la máquina del Estado, habría solo que “ocupar” el Estado. Por eso el recurrente fetichismo electoral de estas corrientes políticas y sobre todo de sus pensadores [4].

Para toda transformación radical de las condiciones de explotación y miseria, necesariamente se requiere pensar en cuáles son las formas políticas por las que se expresarán y se autodeterminarán los sujetos de esa transformación.

La carencia de auténticos organismos de autodeterminación y autoorganización de las clases subalternas, se constituye en un evidente límite de cualquier proceso de transformación radical y también en una evidente tentación burocrática para ahogar el proceso de transformación mismo, de esto por cierto están cargadas las experiencias revolucionarias de la segunda posguerra.

Ahora bien, en las organizaciones de inspiración comunista tanto en las estalinizadas, como en el comunismo radical centroamericano vemos la presencia de un claro fetichismo soviético.

En el caso de la tradición más estalinista, los soviets eran directamente inventados por orden de alguna dirección superior y estos “tinglados sectarios” (como los llamó Trotsky) normalmente eran organizaciones ad hoc de los mismos Partidos Comunistas, solamente había que declararlos como soviets a través de alguna ordenanza burocrática.

En el caso del comunismo centroamericano de primera época el fetichismo soviético no tenía nada de ese cinismo burocrático, sino que pasó por una incomprensión ingenua, que intentó organizar soviets imitando las estructuras municipales y dejando sin comprensión y sin punto de apoyo el auténtico organismo de autodeterminación que efectivamente produjo la insurrección del Occidente del país: las cofradías y las comunidades indígenas.

Y aquí surge una crítica aún más rica y comprensiva al comunismo radical de primera época que la observación socialdemocratizante sobre su ultraizquierdismo verbal, y es la incapacidad de comprender una forma específica de resistencia popular y ver solo en las formas de resistencia y organización popular más clásicas (¿más europeas?) “las” formas de la transición política.

El siguiente señalamiento de Acuña es muy agudo (aunque el autor no saque de él, conclusiones radicales):

“La persistencia de la comunidad [indígena] constituyó una forma de resistencia continua de los indígenas en contra de los ladinos, el Estado y los distintos agentes de la economía de exportación. En ausencia de instituciones como las mutuales y los sindicatos y al margen del movimiento popular urbano, la comunidad funcionaba como órgano de representación y de articulación de sus intereses frente a los adversarios. En este sentido, los indígenas tenían alguna ventaja frente al campesinado pobre ladinizado que ya no disponía de f

que ya no disponía de formas comunitarias (1993, 312).

En ese sentido es sumamente sugerente el estilo del liderazgo de Feliciano Ama, cacique indígena afiliado al Partido Comunista de El Salvador y dirigente de las operaciones insurreccionales en Sonsonete.

Ama, natural de Izalco, era el mayordomo principal de la cofradía del Espíritu Santo que, según versiones, era la más poderosa en 1932. Esta posición le situaba en el pináculo de una jerarquía espiritual indiscutible, lo que unido a su reconocimiento como cacique (aunque este título había sino abolido por los conquistadores, seguía, de hecho, reconociéndose entre los indígenas) hacía de Ama un hombre de gran poder en el campo religioso y el político, es decir un caudillo indiscutido. Se ha llegado a asegurar que a través de las cofradías, obedecían a Ama cerca de 30000 indígenas (prácticamente la población aborigen de Sonsonete) (Arias, 1996, 102).

Más interesante aún que esta sugestiva mezcla de líder religioso, caudillo originario y cuadro comunista, las cuales son tres formas bastante distintas de vivir lo político y que tuvieron una articulación efectiva en la persona de FelicianoAma. Es más interesante la determinación quehace Arias Gómez de las cofradías como auténticos organismos de poder dual que sin duda fueron las vías por las que se expresaron localmente los pueblos originarios durante la insurrección.

Arias Gómez señala: “podríamos decir, que en las cofradías los indígenasencontraron, aunque sea a pedazos,parte de su identidad cultural rota por laviolencia del conquistador; ellas fueron unaespecie de argamasa social que les manteníaunidos ante un mundo hostil y brutalmenteexplotador. La cofradía fue un medio paratransmitirse verbalmente su propia historiaen forma de recuerdos, gratos o dolorosos,fue su expediente para guardar su memoriahistórica. La convivencia que se estrechabadurante los días que duran los festejos delrespectivo santo, y de los cuales son excluidoshasta los propios curas, es una forma demantener esa identidad (1996, 103).

Estas pinceladas que presenta Arias Gómez sobre las características de la resistencia originaria, acompañadas de la aceptación por parte de Mármol de que el PCS tenía una comprensión fetichizada de las formas políticas de la transición, hacen pensar que probablemente hubo de parte de la dirección comunista salvadoreña, una frialdad hacia estas formas de resistencia.

Indudablemente, existió un extrañamiento entre los comunistas salvadoreños y las comunidades originarias acaudilladas por Feliciano Ama.

Arias Gómez reproduce una entrevista a Modesto Ramírez, donde describe la reunión en la cual afilió a Feliciano Ama y nos parece que retrata de cuerpo entero este extrañamiento: “Llegado el momento de proponerle a Ama su afiliación partidista, contaba Modesto que le respondió más o menos en estos términos:

–De entrar al Partido, debe entrar también toda la gente de mi cofradía.

Modesto le hacía la observación de que la afiliación era una decisión personal, individual y que no podía hacerse en masa, indiferenciadamente.

A esta observación Ama respondió:

–De no entrar todos mis compañeros no entro yo tampoco-. La dirección del PCS, como era lógico, accedió a la demanda” (1996, 107).

Muy significativo todo el cuadro que traza Modesto Ramírez. Por un lado, la demanda de Ama de afiliación colectiva y la consecuente extrañeza del comunista, mientras Ramírez tiene en mente la afiliación individual, mediante un acto de conciencia “racional” y “voluntario” de un individuo a un partido que defiende un programa general para transformar la sociedad y el Estado, Feliciano Ama en cambio al decidir “su” ingreso a una estructura que él cree defenderá los intereses de su comunidad originaria, estima impensable que no se afilie a esta organización toda la comunidad originaria, “su” comunidad originaria.

Esta racionalidad comunitaria, que obligaría a pensar y repensar la dialéctica entre participación originaria y partidos populares, se puede ver aún en nuestra época, por ejemplo, en las experiencias de las rebeliones obrero-originarias de la ciudad de El Alto en Bolivia durante los años 2003 y 2005.

10) ¿Qué conclusiones podemos sacar de la lucha política del Ejercito Defensor de la Soberanía nacional y del Partido Comunista de El Salvador?

Se han analizado los rasgos más generales que tuvieron dos de las respuestas políticas populares a la balcanización de Centroamérica [1].

Por un lado, la respuesta del nacionalismo popular, del cual el sandinismo fue la experiencia más significativa, pero con una fuerte inercia en cuanto a la comprensión de los dispositivos internos del orden imperialista, una serie de problemas significativos por la ausencia de un programa auténticamente anticapitalista para el campo y la ciudad, y una fuerte tendencia al sustituismo social que le imprimía un rasgo caudillesco a su liderazgo.

Por otra lado, la alternativa del comunismo ingenuo del PCS, que superaba al sandinismo, al contar con una tosca pero real comprensión centroamericanistade la lucha de clases y también,con una mayor claridad del rol de los partidosy agrupaciones de la burguesía nativa y, sobretodo, con una mayor vocación para poner enpie auténticos organismos de autodeterminaciónpopular.

Aunque apunta en contra de su historialcomo alternativa popular su efectivo verbalismoabstracto y sobre todo la incomprensión y laausencia de una estrategia para combinar la lucha anticapitalista de los peones agrarios y la lucha por el reconieocimnto identitario de esos mismos peones, que a la vez eran pueblos originarios.

Como es sabido, estas dos alternativas populares fueron trágicamente separadas y opuestas por una combinación de la realpolitik de los gobiernos mexicano y estadounidense y de la realpolitik de la III Internacional [2]. Impidiendo que confluyeran y se entrelazaran sus distintas virtudes posibilitando así un auténtico proceso regional insurreccional, antiimperialista y anticapitalista, el trágico desenlace fue que estas dos alternativas populares fueron finalmente aplastadas de manera independiente, cuando la democratización de baja intensidad se obturó y se ingresó en la época de las dictaduras militares, las cuales garantizaron la profundización de la balcanización, esta vez manu militari.

Esta comprensión de las propuestas políticas populares que recorrían el istmo en los 30 ayudará a ver mejor los contornos del comunismo radical costarricense de primera época y su posterior deriva en comunismo “a la tica”.

11) ¿Se puede entender la primera época del comunismo costarricense como una alternativa política a la crisis de dominación centroamericana?

No se quiere ahondar demasiado en los efectos que el crack económico mundial produjo en la frágil economía semicolonial centroamericana y, en específico, sobre la costarricense. Creemos que hay una abundante bibliografía, con suficientes e interesantes datos al respecto [3].

La cita de Bulmer-Thomas, vista más arriba, invita a entender la crisis de dominio no de manera determinista, como un producto inmediato del crack del 29, sino como una situación que se agrava cualitativamente con la crisis económica y se mezcla con toda otra serie de elementos políticos acumulados: la actividad creciente de las clases subalternas y sus variados intentos de dotarse de un instrumento político propio, el desarrollo de una cultura impresa en los centros urbanos, la cual contribuyó a difundir la crítica política y cultural más o menos antisistémica de la intelectualidad radicalizada de inicios de siglo XX y el relativo vacío que dejó el intento fracasado de relegitimación del orden liberal, vacío que a su vez, fue aprovechado por los comunistas costarricenses.

Dentro de algunos analistas de filiación comunista “a la tica”, se pretende comprender las alternativas políticas que enfrentaron la crisis de dominio como comportamientos estancos. La hoz y el machete de Cerdas Cruz, pese a ser un trabajo muy documentado, tiene esta debilidad, la cual tiende a oscurecer una de las preguntas claves del proceso histórico-social que se viene analizando: ¿Por qué fueron derrotadas en toda el área, las fuerzas populares durante el ciclo de rebelión instaurado en 1928-1932?

Nuestra tesis es que el sandinismo, el comunismo salvadoreño y el comunismo costarricense eran tres respuestas a una sola crisis de dominio global del régimen oligárquico en Centroamérica.

Estas tres alternativas fueron las primeras respuestas de las clases subalternas al fracaso, ya de carácter histórico, de las capas medias y los militares por reunificar Centroamérica.

Creemos que hay que comprender estos fenómenos como tres respuestas que no lograron confluir y a partir de sus posibles articulaciones generar una fuerza social centroamericana, capaz de instaurar un nuevo orden político, donde las clases subalternas tuvieran hegemonía.

Esta es la mejor forma para también comprender por qué la crisis de dominio oligárquico en el área logra cerrarse y por qué tuvo una respuesta distinta en Costa Rica que en el resto del área.

Las interpretaciones de Cerdas Cruz y Merino y de los comunistas “a la tica” en general, quieren presentar el camino elegido por el Partido Comunista de Costa Rica como una alternativa fuerte a la vía sandinista y a la “farabundista”. Esta lectura nos parece equivocada y unilateral.

A nuestro entender, es más bien todo lo contrario: el cierre de la crisis de dominio imperialista en la región, al resultar globalmente favorable a las fuerzas oligárquicas e imperialistas, terminó con la liquidación física de dos de los instrumentos políticos que forjaron las clases subalternas (el EDSN y el PCS) y con la cooptación de la tercera alternativa popular (el comunismo costarricense), al lograr convertirlo en comunismo “a la tica”.

Nuestra tesis es que los comunistas costarricenses de primera época, al igual que las alternativas políticas populares que se produjeron en Nicaragua y El Salvador, fueron neutralizados por una estrategia contrarrevolucionaria de las clases dominantes. No debemos olvidar que el contenido político de la contrarrevolución no es el exterminio físico de la vanguard

exterminio físico de la vanguardia revolucionaria, sus teorías y testimonios, (aunque esto puede suceder y sigue sucediendo). La idea profunda de la

contrarrevolución es introducir en la conciencia de los oprimidos la certeza de que nunca más deben atreverse a hacer lo que hicieron, (poner en tela de juicio los mecanismos del dominio).

Los oprimidos y explotados deben sacar la conclusión que la rebelión organizada estuvo mal y que es innecesario e indeseable volver a intentarla. Éste es el contenido profundo de la idea de contrarrevolución.

¿No hay pues en la explicación de los comunistas costarricenses sobre la diferencia entre los primeros años de su existencia y el giro comunista “a la tica”, un machacar sistemático de la idea que eso que se hizo en los orígenes estuvo mal y no debería volver a repetirse? ¿No es acaso esto la idea misma de la contrarrevolución?

12) ¿Es verdad que el origen del comunismo costarricense fue “ultraizquierdista” y “juvenil”?

En las tesis de Mora (2000, 25-51), Merino (1996, 21-42) y Cerdas Cruz (1986, 323-244), la primera etapa del PC CR estaría marcada fundamentalmente por “desviaciones”: verbalismo izquierdista, infantilismo de izquierda, sectarismo, etc. Es decir, se presenta esta etapa como una distorsión o un defecto del Partido Comunista de Costa Rica, no como lo que podría ser su contribución más “universal” al pensamiento político radical.

Estos mismos autores siempre guardan el recaudo de señalar que estas características del comunismo costarricense de primera época fueron esencialmente excesos verbales, pues los comunistas, desde el momento de su fundación, estarían comprometidos con las instituciones democráticas del país.

Esta es definitivamente una mala forma de acercarse a los primeros años del comunismo costarricense. Creemos que es más adecuado pensar los primeros años del comunismo costarricense como el momento en que los sectores populares construyeron una herramienta de lucha para enfrentar los mecanismos privilegiados del modo de dominación en el país: el fraudulento sistema electoral y el caudillista sistema de partidos.

La efectiva existencia de una pose verbalista y una serie de limitaciones ideológicas, políticas y programáticas no deben esconder la importancia fundamental de esta primera etapa del comunismo costarricense como fuente de un pensamiento radical actual.

13) ¿Cuál era la actitud del comunismo costarricense hacia las elecciones burguesas?

Una contradicción significativa de los defensores del comunismo “a la tica” es que “miran con malos ojos” y critican duramente el “verbalismo antielectoral” de los comunistas originarios.

Estimamos que esta crítica es deshonesta, pues el “radicalismo antielectoral” es una tradición que heredan, asumen y prolongan los comunistas de la tradición del nacionalismo de capas medias, articulado alrededor del Repertorio Americano (que según Mora, Merino y Cerdas Cruz sería también parte de las “vigorosas tradiciones democrático-nacionales”). Molina y Lehoucq muestran además, con bastantes ejemplos, cómo estaban introducidas en la cultura política de la lucha interoligárquica las impugnaciones violentas a los procesos electorales (1999, 9-105). Es decir, estas impugnaciones eran parte del clima de época.

Lo importante es que los comunistas prolongan, a  su manera, las críticas que intelectuales como Mario Sancho o García Monge [1] realizaban en los años 10 y 20 contra la argolla clientelar, contra el carácter engañoso, vacío, formal y antipopular del dispositivo electoral y contra la legalización/legitimación del poder de los gamonales, emanado del circuito de elecciones fraudulentas-clientela.

Esta tradición de denuncia sistemática de las elecciones como farsa y circo, como engaño a los sectores populares, es la que retoma el joven Partido Comunista de Costa Rica. En el diario que editaba Mora previo a la fundación del PC CR, La Revolución (al que llamará “el único periódico verdaderamente demócrata”), señala con ironía:

“¡Democracia, Democracia palabra hueca y sin sentido con la cual procuran los gobernantes cubrir las miserias del pueblo, cuya libertad y soberanía son irrisorias! Democracia, velo demasiado pequeño que no oculta a los ojos […] de los hombres conscientes, la faz demacrada y llorosa de un pueblo que vive una vida de abyección, originada por la miseria. Democracia, mordaza con la que se procura ahogar los lamentos de la masa (2003, 221).

Hemos dicho que aunque efectivamente hay elementos de radicalismo verbal y ciertas lógicas y proposiciones abstractas y, por ende, se da pie a propuestas políticas sectarias, en los primeros escritos de los comunistas costarricenses se puede encontrar una política para crear un autentico instrumento político de clase. Se puede encontrar en

Se puede encontrar en las críticas comunistas al gobierno burgués y al “sistema democrático”, no solo la clásica denuncia de las elecciones como manipulación de los gamonales, sino como un síntoma/función del sistema de dominio. Por ejemplo, en Trabajo 4-II-1934 se dice: “El gobierno no es, dentro del régimen capitalista, sino un administrador de los intereses de los patronos y un fiel lacayo suyo”. En la edición del 1-I-1932, va a definirse al gobierno como: “el criado servil de los bancos, criado de frac y pechera reluciente como los mozos de los grandes hoteles”.

En la edición del 21-IV-1932 se denuncia la farsa de las elecciones que se avecinan y los mecanismos electoral/clientelares contra los que hay que luchar: “El P.C. quiere evitar a todo trance, que se le imponga simpatía lejana siquiera, por cualquiera de esos licenciados al servicio dócil de la injusticia capitalista, que aspiran a la Presidencia de la República. Las clases trabajadoras, que no tienen todavía bien definido en su pensamiento el papel netamente anticapitalista de nuestro partido, y la lucha inexorable de nuestro partido por un gobierno para Costa Rica de obreros y campesinos, pudieran ser engañados por los gritos de los agentes a sueldo de los partidos burgueses que se mezclaran en nuestras filas y creer que nosotros propiciamos tal o cual candidatura”.

Parece que el otro elemento central sería que, a diferencia de las críticas que se podrían encontrar en los intelectuales radicales del inicios del siglo XX, quienes muchas veces ven en los sectores populares un simple sujeto de manipulación, en los escritos tempranos del PC CR hay la clara intención de construir una fuerza social popular capaz de generar una nueva hegemonía.

Por ejemplo, el Partido Comunista de Costa Rica tenía como lema de su periódico en el periodo 1931-1932 la lucha por la “organización del proletariado como clase y la destrucción de la supremacía burguesa y conquista del poder político para el proletariado” (citado por Cerdas, 1986, 327). De ninguna forma parece que este lema fuese declarativo o producto de un desvarío juvenil.

Por ejemplo, en el número 6 de Trabajo se señala: “Albertazzi Avendaño se alarma de que pidamos los comunistas el poder político para la clase trabajadora. La ignorancia de los trabajadores les impediría administrar bien. Y preguntamos nosotros: ¿es que los “licenciados” y los “poetas” que nos han venido administrando lo han hecho bien? ¿Han sido obreros ineptos o sabios universitarios quienes han vendido arruinado el país?” (citado por Amador, 1980, 74).

En las frases periodísticas seleccionadas se nota con fuerza la idea de señalar las instituciones de la democracia patronal como obstáculos por vencer, no como punto de apoyo para una salida popular. Además, estas caducas instituciones deben ser suprimidas y suplantadas por instituciones democráticas de nuevo tipo, las cuales tendrán su raigambre social en los sectores populares.

Se encuentra que, en el comunismo costarricense de primera época, el Estado no puede ser solo “tomado” o “llenado de contenido económico”, que será el lema permanente del futuro comunismo “a la tica”, sino que deberá ser sustituido por un Estado de los productores directos, por la dictadura del proletariado. Entendiendo por dictadura del proletariado, no el totalitarismo y el estado de excepción, impuesto por una burocracia privilegiada, sino el Estado de los obreros y los campesinos armados, el primer gobierno de la mayorías explotadas en beneficio de estas mismas mayorías, gobierno en el cual también se oprime y coacciona a la antigua minoría explotadora (Sousa, 2009, 120).

Para lograr estos objetivos, era necesario llevar adelante una lucha para quebrar “desde dentro” el régimen de dominio, a través de una denuncia sistemática de la contradicción entre la supuesta igualdad en el plano jurídico y la efectiva desigualdad real en el plano social, y que esta denuncia genere una fuerza social y unas instituciones capaces de servir de sustituto a la vieja democracia patronal. Enfatizamos que se plantea sustituir, no aportar o acompañar, sino sustituir, lo cual significa en política moderna, desplazar por medio de la fuerza.

Ese es el otro elemento que se encuentra con frecuencia en el comunismo costarricense de primera época: la comprensión del orden como violencia. Por lo tanto, habrá que estar preparado para resistirla. En Trabajo de 17-II-1934, se señala: “No será sobre la pacífica agua de los comicios, sino sobre el caldeado escenario de la contienda civil donde se librará la última batalla entre las clases opresoras en derrota y el proletariado victorioso”.

14) ¿Por qué entonces la división entre el periodo ultraizquierdismo y el periodo comunista “a la tica”?

Hay en la periodización interesada de la historia del Partido Comunista de Costa Rica un sesgo ideológico que quiere esconder como “verbalismo juvenil”, la que en realidad es la específica respuesta de las clases subalternas costarricenses, a la crisis de dominio en la región centroamericana, dando una respuesta radical a lo que era el nudo del sistema de dominación en esta provincia balcanizada del área.

Si el problema de la ocupación al territorio nacional por las tropas estadounidenses generó, como alternativa, el Ejército Defensor de la Soberanía Nacional y la ideología sandinista; si la irritación por los vejámenes a los pueblos originarios y a los campesinos/peones agrarios fortaleció al Partido Comunista de El Salvador y le marcó con su impronta, el Partido Comunista de Costa Rica en sus primeros años debe ser comprendido como la respuesta popular a otro de los clásicos mecanismos de dominación: el engaño y cooptación electoral y estatal, y la hegemonía de la oligarquía burguesa [1].

Se observa cómo el comunismo costarricense original[2], no solo recupera la veta de la denuncia sobre la desigualdad social imperante en Costa Rica y su legitimación electoral, sino que los comunistas aportan a estas denuncias al orden liberal-oligárquico, una comprensión del sistema de dominio como un régimen de producción capitalista y dependiente, y plantean la necesidad de construir una fuerza social que construya un nuevo orden de carácter socialista.

A esta valoración que se hace de la doctrina comunista de primera época habría que sumarle el siguiente comentario de Iván Molina, el cual señala la originalidad histórica del comunismo radical en la política costarricense y también por qué empezó a ser visto como una amenaza efectiva al orden dominante. Molina señala:

“A la luz de lo expuesto, puede comprenderse mejor la originalidad que supuso el Partido en la Costa Rica de la década de 1930: en medio de una aguda crisis económica, surgió una organización con una plataforma sindical y editorial permanente, cuya estrategia para ganar el voto popular, se basaba en la denuncia de las injusticias sociales y en el llamado a la organización de los trabajadores.

Para el resto de los partidos, cuyas dirigencias estaban acostumbradas a organizarse sólo durante los períodos electorales y a responder a las demandas populares mediante formas que fomentaban la desmovilización de la población, el BOC representaba una amenaza evidente como competidor electoral. Por eso, la reacción inicial de las cúpulas políticas fue impedir la inscripción electoral de los comunistas, lo cual lograron sólo brevemente (2004,2-3).

Es decir, la respuesta que en un primer momento dan los comunistas costarricenses a la crisis de dominio abierta en 1929, está golpeando sobre los núcleos duros de la hegemonía burguesa costarricense; frente al sentido común excepcionalista, la ciudadanía pasiva y el engaño/manipulación electoral, el PC CR opuso organizaciones permanentes de trabajadores, una prensa y una opinión pública obrera educada en denunciar las injusticias sociales y un sentido de identidad de clase, opuesto al “igualiticos” del sentido común oligárquico. Es decir es una amenaza que debía ser conjurada y olvidada.

En el olvido de las lecciones estratégicas que podemos sacar de estos pocos años de los comunistas costarricenses colaboran activamente no solo los historiadores oficiales, sino también los estrategas del comunismo “a la tica”.

Notas

4. Carlos Marx, en uno de los textos de El Capital, indica cómo enfrentar metodológicamente las relaciones de producción y propiedad y las formas políticas derivadas de ella. Señala: “La forma económica específica en la que se le extrae el plustrabajo impago al productor directo determina la relación de dominación y servidumbre; tal como ésta surge directamente de la propia producción y a su vez reacciona en forma determinante sobre ella. Pero en esto se funda toda la configuración de la entidad comunitaria económica, emanada de las propias relaciones de producción, y por ende, al mismo tiempo, su figura política específica. En todos los casos es la relación directa entre los propietarios de las condiciones de producción y los productores directos-relación ésta cuya forma eventual siempre corresponde naturalmente a determinada fase de desarrollo del modo de trabajo y, por ende, a su fuerza productiva social – donde encontraremos el secreto más íntimo, el fundamento oculto de toda estructura social, y por consiguiente también de la forma política que presenta la relación de soberanía y dependencia, en suma, de la forma específica del estado existente en cada caso.

Esto no impide que la misma base económica –la base con arreglo a las condiciones principales-, en virtud de incontables diferentes circunstancias empíricas, condiciones naturales, relaciones raciales, influencias históricas operantes desde el exterior, etc., pueda presentar infinitas variaciones y matices en sus manifestaciones, las que sólo resultan comprensibles mediante el análisis de estas circunstancias empíricamente dadas”. (citado por Audry, 2007, 6). Por lo tanto, para analizar tanto los efectos en los estados centroamericanos de la crisis del 29 y las respuestas políticas específicas, debemos realizar un repaso de cómo estaban organizados los dos principales focos de desarrollo capitalista, tanto el capitalismo agrario cafetalero como el mundo del enclave bananero.

5. Es importante que cuando se habla del desarrollo de la formación económico-social costarricense hay que distinguir entre el Valle Central y las provincias de la periferia del país (Limón, Guanacaste y Puntarenas). Iván Molina (1999, 44) señala que existen importantes diferencias en los patrones de lucha social, intervención estatal y características de los fraudes electorales entre la meseta central y la periferia del país. Edelman (1998, 31) y Gudmundson (1983, 182-185) señalan en la misma dirección, en relación con las características de la tenencia de la tierra y las relaciones de producción.

La periferia de Costa Rica se caracterizó por la relación latifundio-minifundio en la hacienda ganadera guanacasteca, distintas formas de la tenencia precaria de la tierra en Limón y Puntarenas o directamente trabajo asalariado de los obreros agrícolas en los enclaves fruteros.

6. Néstor Kohan considera que “la conquista de América, realizada con la espada y con la cruz, fue una gigantesca y genocida empresa capitalista que contribuyó a conformar un sistema mundial de dominación de todo el orbe. […] En la América colonial posterior a la conquista de las diversas culturas de los pueblos originarios y a la destrucción de los imperios comunales-tributarios de los incas y aztecas, se conformó un tipo de sociedad que articulaba y empalmaba en forma desigual y combinada relaciones sociales precapitalistas (las comunales que lograron sobrevivir a 1492, las serviles y las esclavistas) con una inserción típicamente capitalista en el mercado mundial. Las relaciones sociales eran distintas entre sí, pero estaban combinadas y unas predominaban sobre otras” (2007, 4).

7. Marx, reflexionando acerca del rol del ejército durante las revoluciones españolas del siglo XIX, había dicho: “Los movimientos revolucionarios de España presentan un aspecto notablemente uniforme […] Todas las conjuras palaciegas son seguidas de sublevaciones militares […] Ese fenómeno se debe a dos causas. En primer término, observamos que lo que se llama Estado en el moderno sentido de la palabra, debido a la vida exclusivamente provincial del pueblo, no tiene personificación nacional alguna frente a la Corte como no sea en el ejército. […] Su independencia con respecto al Gobierno supremo, el relajamiento de la disciplina, los continuos desastres, la formación, descomposición y reconstrucción […] forzosamente tenían que imprimir al ejército español un carácter pretoriano, haciéndolo propenso a convertirse por igual en el instrumento o en el azote de sus jefes. […] los habitantes de las ciudades revolucionarias de la masa fundamental del pueblo involuntariamente pasaron a depender del ejército y de sus jefes en la lucha contra los grandes, el clero rural, el monacato y el rey, representante de los elementos caducos de la sociedad” (1978, 65-116). Si hay alguna zona del mundo donde se puede hacer una analogía no forzada con esta situación especial de la institución militar es definitivamente la Centroamérica del siglo XIX e inicios del siglo XX. Las distintas intentonas y cuartelazos militares que buscaban reconstruir a punta de bayoneta la Federación Centroamericana, fueron los espasmos de un sector de las fuerzas armadas que buscaba expresar las necesidades de la revolución democrático-burguesa, que la oligarquía postcolonial cafetalera y añilera centroamericana no tenía ningún interés de ejecutar.

8. Para ponerle fin al unionismo militar las clases dominantes, a partir de mediados de los años veinte, darán inicio a un proceso de profesionalización, diferenciación social y adoctrinamiento ideológico y militar de las FFAA centroamericanas para evitar que siguieran funcionando (cada algún tiempo) como cajas de resonancia de las demandas y aspiraciones populares. La acción conjunta de la oligarquía y el imperialismo logran transformar a los ejércitos centroamericanos en verdaderas tropas de ocupación interior de nuestras sociedades-economías. Pese a esta transformación cualitativa en las Fuerzas Armadas, estas a su vez eran un grupo social con intereses propios, no siempre identificables de manera inmediata con los de la oligarquía burguesa-terrateniente. 9. Esta profunda raigambre entre los artesanos y la peonada del Partido Comunista de El Salvador, tuvo como efecto la teóricamente ridícula y políticamente limitada presencia del nacionalismo popular de capas medias en El Salvador, cuya expresión más acabada fue el minimum vitalismo de Alberto Masferrer. Esta doctrina que sirvió de cobertura discursiva al gobierno semiliberal/ semireformista de Arturo Araujo, ha sido permanente motivo de crítica por parte de las corrientes de inspiración marxista, por ejemplo Roque Dalton en el poema/denuncia Viejuemierda, incluido en sus Historias prohibidas del pulgarcito. En el critica con ácida ironía las posiciones y el

ironía las posiciones y el talante de Masferrer, a quien ve como un auténtico pensador colonizado.

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J. Roberto Herrera Zúñiga (xherrera16@yahoo.com).

Docente en la Escuela de Filosofía y en la Escuela de Trabajo Social (Sede de Occidente) de la Universidad de Costa Rica. Sus áreas de especialidad son la filosofía social y política, la teoría de las ideologías y el pensamiento político latinoamericano y costarricense. Entre sus publicaciones se encuentran “Las metáforas del racismo: apuntes sobre el positivismo boliviano” (2008), “Pensar desde el Tercer Mundo sobre Mayo Francés” (2009), “Pensar radical, pensar colonizado. Una mirada al marxismo costarricense” (2009), “La herida colonial y la cultura revolucionaria: leer a Roque Dalton” (2010), “Crítica desde el marxismo latinoamericano descolonizado del comunismo “a la tica” (2011).



[1] En los comentarios de Lenin a la obra de Engels El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, se puede leer: “El Estado -dice Engels, resumiendo su análisis histórico- no es, en modo alguno, un Poder impuesto desde fuera a la sociedad; ni es tampoco ‘la realidad de la idea moral’, ‘la imagen y la realidad de la razón’, como afirma Hegel. El Estado es, más bien, un producto de la sociedad al llegar a una determinada fase de desarrollo; es la confesión de que esta sociedad se ha enredado consigo misma en una contradicción insoluble, se ha dividido en antagonismos irreconciliables, que ella es impotente para conjurar. Y para que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna, no se devoren a sí mismas y no devoren a la sociedad en una lucha estéril, para eso hízose necesario un Poder situado, aparentemente, por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el conflicto, a mantenerlo dentro de los límites del ‘orden’. Y este Poder, que brota de la sociedad, pero que se coloca por encima de ella y que se divorcia cada vez más de ella, es el Estado” (págs. 177 y 178 de la sexta edición alemana). Aquí aparece expresada con toda claridad la idea fundamental del marxismo en punto a la cuestión del papel histórico y de la significación del Estado. El Estado es el producto y la manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase. El Estado surge en el sitio, en el momento y en el grado en que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables.” (1978, 275).

[2] 18. Entendemos por hegemonía de la oligarquía su capacidad de dirección intelectual y moral sobre las clases subordinadas, donde esta capacidad hegemónica tiene primacía sobre las capacidades coercitivas y en el caso de que el elemento coercitivo salga a relucir, siempre aparezca cubierto de un planteamiento ideológico coherente y por lo tanto legitimador. Es decir, que la violencia constitutiva del modelo parezca como legítima/natural.



[1] Mario Sancho caracterizaba de la siguiente manera los procesos electorales: “acaso ignora nadie que esa costosa y ruin comedia [la campaña electoral] no es más, a pesar de sus apariencias democráticas, que un camuflaje de la oligarquía egoísta que domina a Costa Rica hace tiempo” (citado por Molina, 1993, 128). Luego afirma: “aún en las épocas que hemos convenido en llamar respetuosas a la libertad electoral, muchos votos se compran al contado y otros con promesas de puestos y granjerías y las más se dan bajo el apremio de patrones y gamonales” (citado por Molina, 1999, 129). Reflexionando sobre la obra de García Monge y Carmen Lyra, el historiador Iván Molina ha señalado con bastante claridad, la que creemos que es el elemento fundamental para señalar los límites de esta generación: “El discurso que elaboraron sobre esta temática [“sobre la llamada cuestión social”] […] tenía una doble cara, una potencialmente explosiva, y otra muy identificada con la ideología liberal del progreso. El lado subversivo de sus escritos […] denuncia la explotación laboral, el crecimiento de la pobreza, de las campañas electorales como farsas al servicio de los poderosos, y del imperialismo estadounidense” […] “El perfil no contestatario de estos radicales se desprendía de su énfasis en que los sectores populares de la ciudad y el campo, para alcanzar su plenitud física y espiritual, debían ser redimidos mediante una educación apropiada, que sería proporcionada por esos mismos jóvenes” (Molina, 2000, 24).



[1] Cuando usamos el concepto “respuestas políticas populares a la balcanización”, queremos decir que tanto el sandinismo, el PCS y el PC CR fueron en un primer momento respuestas a la crisis de dominio en cada uno de sus Estados, pero rápidamente la resistencia popular tuvo que producir una respuesta ya no militarista, sino obrera y popular a los desafíos que significaba la dinámica de revolución permanente que desarrollan las luchas populares en Centroamérica. La dinámica de revolución permanente en Centroamérica, básicamente debe vencer tres obstáculos: el capitalismo, el imperialismo y la balcanización.

[2] Para entender la separación entre Farabundo Martí y César Augusto Sandino, se puede revisar el libro de Arias Gómez Farabundo Martí (1996, 47-163), así como la obra de Cerdas Cruz La hoz y el machete (1986, 221-255

[3] Solo para citar algunas posibles fuentes podemos recomendar el trabajo de Víctor Bulmer Tomas: La crisis de la economía de agroexportación (1930-1945), de la Historia General de Centroamérica (1993, 325-396); de Vladimir de la Cruz: Las luchas sociales en Costa Rica (1984, 213-228); de Víctor Hugo Acuña e Iván Molina: El desarrollo económico y social de Costa Rica: de la Colonia a la crisis de 1930 (1986, 105-218); y de Ana Maria Botey y Rodolfo Cisneros: La crisis de 1929 y la fundación del Partido Comunista de Costa Rica (1984, 75-113).



[1] Creemos que a partir del año 2000 hay una nueva etapa que está marcada por la resistencia cada vez más generalizada de las masas a los planes de recolonización, especialmente la lucha contra el TLC y sus efectos. Sin duda, el pico de esa resistencia son las movilizaciones revolucionarias contra el golpe de estado en Honduras durante el año 2009.

[2]La insuficiente existencia de material de primera mano sobre el comunismo salvadoreño, hondureño o guatemalteco nos hace de dudar que efectivamente todas las poses que se les atribuyen a los fundadores del comunismo centroamericano hayan ocurrido. Tenemos alguna duda de si estas poses no fueron una reconstrucción imaginaria a posteriori para reforzar los rasgos identitarios de los PC centroamericanos, ya en la época de la normalización estalinista, pues el carácter esencialmente conservador y reformista que tomaron las organizaciones prosoviéticas, probablemente necesitaba de una leyenda heroica que les permitiera usarla como “moneda de cambio” dentro del movimiento popular.

[3] . “Según el esquema proclamado por los stalinistas en 1928, [el “tercer periodo”] era la etapa final del capitalismo […] La táctica de la Comintern durante los seis años siguientes estuvo marcada por el ultra izquierdismo, el aventurerismo, los sectarios sindicatos rojos y la oposición al frente único” (Trotsky, 1977, 242).

[4] Este es un debate de una gran actualidad estratégica, una expresión de este debate se encuentra en el artículo de Clara Sousa “¿Qué Internacional necesitamos hoy? Una polémica con el Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional.” Allí, Sousa recupera un argumento clásico de Lenin: “Todos los socialistas, explicando el carácter de clase de la civilización burguesa, de la democracia burguesa, del parlamentarismo burgués, han expresado la misma idea que ya Marx y Engels habían expuesto con el máximo rigor científico, diciendo que la república burguesa más democrática no es más que una máquina que permite a la burguesía aplastar a la clase obrera, que permite a un puñado de capitalistas aplastar a las masas trabajadoras. No hay un solo revolucionario, no hay un solo marxista, entre los que actualmente claman contra la dictadura y a favor de la democracia, que no jure y perjure ante los obreros aceptar esta verdad fundamental del socialismo. Pero justo ahora, mientras el proletariado revolucionario está en fermentación y se moviliza para destruir esta máquina de opresión y para conquistar la dictadura del proletariado, estos traidores del socialismo presentan las cosas como si la burguesía hubiese regalado a los trabajadores la “democracia pura”, como si la burguesía, renunciando a resistir, estuviese dispuesta a someterse a la mayoría de los trabajadores, como si en la república democrática no hubiese habido y no hubiese una máquina estatal para la opresión del trabajo por parte del capital”.



[1] 1990-2000: La etapa abierta por la derrota de la revolución centroamericana a manos de la reacción democrática imperialista, es decir, por una combinación de la acción militar (Contra, ejércitos nacionales, paramilitarismo), que buscaban presionar a las direcciones guerrilleras (FSLN, FMLN, URNG) para que aplicaran los planes del imperialismo, ya fueran las políticas de “pacificación” y “elecciones libres” (para el caso del FMLN y la URNG), ya fuera la aplicación de la política fondomonetarista (FSLN). La balcanización del proceso revolucionario y la negativa de las direcciones guerrilleras a profundizar el proceso revolucionario, acabó con el agotamiento de las masas trabajadoras y con el triunfo electoral de opciones burguesas neoliberales (UNO, ARENA).



[1] 1990-2000: La etapa abierta por la derrota de la revolución centroamericana a manos de la reacción democrática imperialista, es decir, por una combinación de la acción militar (Contra, ejércitos nacionales, paramilitarismo), que buscaban presionar a las direcciones guerrilleras (FSLN, FMLN, URNG) para que aplicaran los planes del imperialismo, ya fueran las políticas de “pacificación” y “elecciones libres” (para el caso del FMLN y la URNG), ya fuera la aplicación de la política fondomonetarista (FSLN). La balcanización del proceso revolucionario y la negativa de las direcciones guerrilleras a profundizar el proceso revolucionario, acabó con el agotamiento de las masas trabajadoras y con el triunfo electoral de opciones burguesas neoliberales (UNO, ARENA).



[1]. “En el pensamiento dialéctico la realidad se concibe y representa como un todo, que no es sólo un conjunto de relaciones, hechos, y procesos, sino también su creación, su estructura y génesis. Al todo dialéctico pertenece la creación del todo, la creación de la unidad, la unidad de las contradicciones y su génesis. Heráclito representa la concepción dialéctica de la realidad con su genial imagen simbólica del mundo como un fuego que se enciende y se apaga según leyes, pero al mismo tiempo subraya de un modo especial la negatividad de la realidad” (Kosik, 1976, 63).

[2] Miguel Mármol, militante comunista salvadoreño, participó en la revolución salvadoreña de 1932 y sobrevivió a los fusilamientos masivos (30000 muertos) del sátrapa Maximiliano Hernández Martínez. Su testimonio fue recogido en 1966 por el poeta y revolucionario salvadoreño Roque Dalton. Roque Dalton es uno de los representantes más auténticos del esfuerzo de los marxistas centroamericanos por descolonizarse de la influencia soviética. Puede verse, en ese sentido, la obra de Dalton Un Libro Rojo para Lenin, sobre todo las páginas 195-208, y el interesante ensayo de Néstor Kohan, Roque Dalton y Lenin leídos desde el siglo XXI, publicado el 03/04/2007 en el website www.rebelión.org. También la obra colectiva Otros que levantan la mano, de pronta aparición en la Editorial Arlekín.

[3] Utilizando como criterio de ingreso, la existencia de una totalidad concreta llamada Centroamérica, cuya característica fundamental es ser una sola nacionalidad dividida en seis estados, podríamos agrupar en 9 grandes etapas, la historia política centroamericana: 1. 1821-1842: La independencia centroamericana y el proceso de desmembramiento de la República Federal. 2. 1842-1921: Los intentos de sectores de los ejércitos por reunificar Centroamérica. 3. 1921-1935: A partir de la balcanización definitiva del istmo, la bandera de la unidad centroamericana es retomada por los sectores populares. Este periodo tiene como pico la insurrección salvadoreña de 1932 y la lucha militar sandinista. Aquí, las tareas democráticas, antiimperialistas y anticapitalistas empiezan a mezclarse.

[4]1935-1944: La consolidación de las dictaduras pro imperialistas (Somoza, Hernández Martínez, Carías).

[5] 19441960: Nuevo jalón revolucionario centrado en la revolución guatemalteca, que es clausurado por la intervención de las fuerzas contrarrevolucionarias y la CIA.

[6] 1960-1979: Frágil intento de estabilización sobre la base de políticas contrainsurgentes como la Alianza para el Progreso y la instalación del Mercado Común Centroamericano.

[7] 1979-1990: Situación revolucionaria generalizada abierta por la caída de Somoza, el inicio de la guerra civil en el Salvador y Guatemala, más los ascensos populares en Honduras y Panamá. Fue Costa Rica el punto más bajo del ascenso popular.



[1]. “En el pensamiento dialéctico la realidad se concibe y representa como un todo, que no es sólo un conjunto de relaciones, hechos, y procesos, sino también su creación, su estructura y génesis. Al todo dialéctico pertenece la creación del todo, la creación de la unidad, la unidad de las contradicciones y su génesis. Heráclito representa la concepción dialéctica de la realidad con su genial imagen simbólica del mundo como un fuego que se enciende y se apaga según leyes, pero al mismo tiempo subraya de un modo especial la negatividad de la realidad” (Kosik, 1976, 63).

[2] Miguel Mármol, militante comunista salvadoreño, participó en la revolución salvadoreña de 1932 y sobrevivió a los fusilamientos masivos (30000 muertos) del sátrapa Maximiliano Hernández Martínez. Su testimonio fue recogido en 1966 por el poeta y revolucionario salvadoreño Roque Dalton. Roque Dalton es uno de los representantes más auténticos del esfuerzo de los marxistas centroamericanos por descolonizarse de la influencia soviética. Puede verse, en ese sentido, la obra de Dalton Un Libro Rojo para Lenin, sobre todo las páginas 195-208, y el interesante ensayo de Néstor Kohan, Roque Dalton y Lenin leídos desde el siglo XXI, publicado el 03/04/2007 en el website www.rebelión.org. También la obra colectiva Otros que levantan la mano, de pronta aparición en la Editorial Arlekín.

[3] Utilizando como criterio de ingreso, la existencia de una totalidad concreta llamada Centroamérica, cuya característica fundamental es ser una sola nacionalidad dividida en seis estados, podríamos agrupar en 9 grandes etapas, la historia política centroamericana: 1. 1821-1842: La independencia centroamericana y el proceso de desmembramiento de la República Federal. 2. 1842-1921: Los intentos de sectores de los ejércitos por reunificar Centroamérica. 3. 1921-1935: A partir de la balcanización definitiva del istmo, la bandera de la unidad centroamericana es retomada por los sectores populares. Este periodo tiene como pico la insurrección salvadoreña de 1932 y la lucha militar sandinista. Aquí, las tareas democráticas, antiimperialistas y anticapitalistas empiezan a mezclarse.

[4]1935-1944: La consolidación de las dictaduras pro imperialistas (Somoza, Hernández Martínez, Carías).

[5] 19441960: Nuevo jalón revolucionario centrado en la revolución guatemalteca, que es clausurado por la intervención de las fuerzas contrarrevolucionarias y la CIA.

[6] 1960-1979: Frágil intento de estabilización sobre la base de políticas contrainsurgentes como la Alianza para el Progreso y la instalación del Mercado Común Centroamericano.

[7] 1979-1990: Situación revolucionaria generalizada abierta por la caída de Somoza, el inicio de la guerra civil en el Salvador y Guatemala, más los ascensos populares en Honduras y Panamá. Fue Costa Rica el punto más bajo del ascenso popular.

Foxconned Labour as the Dark Side of the Information Age: Working Conditions at Apple’s Contract Manufacturers in China. Marisol Sandoval

Information and Communication Technologies (icts) have played a double role in the restructuring of capitalism since the 1970s. On the one hand they enable fast transnational communication that is needed for organising international markets and value chains. On the other hand the production of these technologies is itself based on an international supply network (Dyer-Witheford 2014;Hong 2011, 9).

Nick Dyer-Witheford therefore describes the value chain as “the dirty secret of the digital revolution” (Dyer-Witheford 2014). Part of this “dirty secret” is that “the global information economy is built in part on the backs of tens of millions Chinese industrial workers” (Zhao and Duffy 2008, 229).

The clean, immaculate and advanced surface of modern computer products hides the dirty reality of their production process. Concepts such as “digital sublime” (Mosco 2004) or “technological sublime” (Maxwell and Miller 2012, 7) suggest that certain myths and utopian ideals are attached to media and communication technologies. Maxwell and Miller argue that this has as a consequence that the “way technology is experienced in daily life is far removed from the physical work and material resources that go into it” (Maxwell and Miller 2012, 7).

The tendency even of critical scholarship to focus on how the usage of icts as production technologies is transforming work, perpetuates the technological sublime rather than unmasking it. In this vein Hardt and Negri for example highlight that the “contemporary scene of labour and production […] is being transformed under the hegemony of immaterial labor, that is labor that produces immaterial products, such as information, knowledge, ideas, images, relationships, and affects” (Hardt and Negri 2004, 65).

Even if they recognize that the rise of “immaterial labour” does not lead to the disappearance of industrial labour the term tends to mystify the actual impact of icts and digital technologies on work and workers on a global scale. Before and after icts serve as theinstruments of the mental labour of software developers, journalists, designersnew media workers, prosumers etc. their production and disposal is shaped byvarious forms of manual work such as the extraction of minerals, the assembly of components into the final product and the waste work needed for their disposal.

Conceptualizing digital labour only as mental and immaterial labour misrepresents the character of icts and digital technologies as it tends to downplay the physical and manual labour that goes into them.

The notion of immaterial labour only focuses on the bright side of the expansion of communication, interaction and knowledge, while leaving its dirty counterpart in the dark. What is rather needed is demystification by fostering “greater transparency in working conditions throughout the ict/ce supply chain” in order to shed light on the work and life realities of “workers who disappear in the twilight zone of the technological sublime” (Maxwell and Miller 2012, 108).

As Vincent Mosco argues, only if computer technologies “cease to be sublime icons of mythology […] they can become important forces for social and economic change” (Mosco 2004, 6).

This chapter contributes to this task of demystification as it looks at the working conditions in Chinese assembly plants of one of the world’s most dominant and most admired computer companies: Apple Inc.

Studying Apple is important because the company represents both the mental and the manual side of digital labour: For many years Apple’s products have been known as the preferred digital production technologies for the knowledge work of designers, journalists, artists and new media workers. iPhone, iPod and Co are symbols for technological progress that enables unprecedented levels of co-creation and sharing of knowledge, images and affects as well as interaction, communication, co-operation etc. At the same time during the past years Apple has become an infamous example for the existence of hard manual labour under miserable conditions along the supply chain of consumer electronics.

In this chapter I therefore use the example of Apple for highlighting that an adequate conceptualization of digital labour must not ignore its physical and manual aspects.

In the first section I give a brief overview of the developments that led to the rise of China as the “workshop of the world.” In Section 2 I contrast Apple’s business success with allegations from corporate watchdogs regarding bad working conditions in the company’s supply chain. In order to examine these allegations in greater detail I then introduce a systematic model of working conditions (Section 3) and apply it to Apple’s contract manufacturers in China (Section 4).

Finally, I discuss Apple’s response to labour rights violations (Section 5) and conclude with some reflections on solidarity along the global value chain (Section 6).

1 The Rise of China as “Workshop of the World”

The rise of neoliberal globalization and international value chains is generally considered as a reaction to the crisis of Fordist capitalism in the 1970s (Fröbel, 352 Sandoval Heinrichs and Kreye 1981; Smith 2012, 40; Harvey 2005, Munck 2002, 45). Part of the restructuring of capitalism was the gradual relocation of large parts of production activities from the industrialized core of the world economy to the former periphery.

In this context Fröbel, Heinrichs and Kreye coined the concept of the “new international division of labour” (nidl). They argue that:

“The development of the world economy has increasingly created conditions (forcing the development of the new international division of labour) in which the survival of more and more companies can only be assured through the relocation of production to new industrial sites, where labour-power is cheap to buy, abundant and well-disciplined; in short, through the transnational reorganization of production” (Fröbel, Heinrichs and Kreye 1981, 15).

As a consequence, commodity production became “increasingly subdivided into fragments which can be assigned to whichever part of the world can provide the most profitable combination of capital and labour” (Fröbel, Heinrichs and Kreye 1981, 15). The result was the emergence of global value chains and production networks in various industries including the electronics sector.

This development had a substantial impact on labour relations and working conditions around the world. As the global labour force expanded (Munck 2002, 109) the protection of labour rights was weakened. McGuigan argues that neoliberal restructurings and the rise of post-Fordism led to “an attack on organized labour in older industrialised capitalist states and devolution of much manufacturing to much cheaper labour markets and poor working conditions of newly industrialising countries” (McGuigan 2005, 230).

The rise of China as the “workshop of the world” needs to be seen in the context of these developments. Hung stresses that “China’s labour-intensive takeoff coincided with the onset of an unprecedented expansion of global free trade since the 1980s” (Hung 2009, 10). The integration of China into global capitalist production networks was made possible by a number of policy reforms pursued by the Chinese state.

David Harvey highlights that the Chinese economic reform programme initiated in the late 1970s coincided with the rise of neoliberalism in the us and the uk (Harvey 2006, 34). This reform program included the encouragement of competition between state owned companies, the introduction of market pricing as well as a gradual turn towards foreign direct investment (Harvey 2006, 39).

The first Special Economic Zones (sez) in China were established in 1980 (Yeung et al. 2009, 223). The first four sez were located in the coastal areas of south-east China: Shantou, Shenzhen and Zhuhai in Guangdong province and Xiamen in Fujian Province (Yeung et al. 2009, 224). By 2002, David Harvey argues, foreign direct investment accounted for more than 40 percent of China’s gdp (Harvey 2006, 39).

Hong highlights that China was particularly interested in entering the market for ict production. In order to boost exports, tax refunds for the export of ict commodities were set in place In the 1990s (Hong 2011, 37). In 2005 import tariffs for semiconductor, computer and telecommunication products were removed (Hon

removed (Hong 2011, 37). These policies proved effective: Hong argues that “In the global market China has emerged as leading ict manufacturing powerhouse: In 2006, China became the world’s second largest ict manufacturer, and ict products manufactured in China accounted for over 15 percent of the international trade of ict products” (Hong 2011, 2).

The fact that attracting foreign direct investment was made possible by granting tax exemptions means that foreign companies could make use of Chinese land area and exploit Chinese labour, while paying only little back to the Chinese public through taxes. Hong shows that by 2005 40.4 percent of ict companies in China were foreign enterprises, which controlled 71.1 percent of all profits from the industry, but due to tax benefits these foreign invested ict enterprises only made up 42.3 percent of the total tax contribution of the sector (Hong 2011, 38).

An effect of the shift towards pro-market policies and the privatization of state enterprises was the massive commodification of labour (Su 2011, 346).

The newly established market for labour power replaced the previous system in which workers were guaranteed employment as well as social welfare including medical care, education opportunities, pensions and housing (Friedman and Lee 2010, 509). Zhao and Duffy point out that the adoption of a policy towards foreign direct investment in the ict sector and the privatization of industries also meant a weakening of the power of the Chinese working class. Older industrial workers were replaced by young, often female migrant workers (Zhao and Duffy 2008, 230).

Low wages and cheap production costs made China attractive for companies in search for outsourcing opportunities. Hung argues that the prolonged stagnation of wages resulted from Chinese government policies that neglected and exploited the rural agricultural sector in order to spur urban industrial growth (Hung 2009 13f). This situation forced young people to leave the countryside in order to find work in the city, creating a “limitless supply of labour” (Hung 2009, 14) while reinforcing “a rural social crisis” (Hung 2009, 14).

Among the companies that are taking advantage of the cheap labour supply in China is the computer giant Apple.

2 Apple: Clean Image Versus Dirty Reality

Steve Wozniak, Steve Jobs and Ronald Wayne founded Apple in 1976 (Linzmayer 2004, 6). However, it was not until the mid 2000s that Apple joined the elite of the most profitable companies in the world. In 2005 Apple’s profits for the first time exceeded 1 billion usd and during the following years continued to increase rapidly until they reached 41.7 billion usd in 2012 (Apple SEC-Filings.10-k form 20122), which made Apple the second most profitable company in the world.[1]

Between 2000 and 2012 Apple’s profits on average grew 39.2% each year[2] (Apple SEC-Filings, 10-k form) (see Figure 11.1).

In 2012 Apple’s total net sales amounted to 156.51 billion usd. The largest share of it was derived from hardware, whereby the iPhone was Apple’s most successful product (see Figure 11.2).

In addition to its economic success Apple is also successful in building its reputation. Fortune Magazine, for six years in a row (2008–2013), has ranked Apple the most admired company in the world.[3] According to a survey among 47,000 people from 15 countries that was conducted by the consultancy firm Reputation Institute, Apple is the company with the 5th best Corporate Social Responsibility (csr) reputation worldwide (Reputation Institute 2012, 19).

This image does not correspond to the company’s actual business practices. The production of Apple’s hardware products, on which its economic success is built (see Figure 11.1), is largely outsourced to contract manufacturers in China. In May and June 2010 many major Western media reported about a

series of suicides at factory campuses in China. The factories, at which 17 young workers jumped to death between 2007 and May 2010[4] belong to the Taiwanbased company Hon Hai Precision Industry Co. Ltd, better known as Foxconn, which is a major supplier for computer giants such as Apple, Hewlett-Packard and Nokia (Finnwatch, sacom and somo 2011, 8).

Hon Hai Precision is a profitable company itself. According to Forbes Magazine it is the 113th biggest company in the world. In 2012 its profits amounted to 10.7 billion usd.[5] Nevertheless the company strongly depends on orders from consumer brands such as Apple. Finnwatch, sacom and somo describe this situation as follows: “These companies often drive down the price they pay their suppliers, which then makes the suppliers less or no longer profitable. To get back in the game, suppliers reduce costs, often at the cost of workers, violating labour laws in the process” (Finnwatch, sacom and somo 2009, 44).

Competition between contract manufacturers such as Foxconn is also high, which is why profit rates can often only be achieved by keeping cost low (somo 2005a, 41). Although some Foxconn factories are exclusively producing for Apple, such as for example three plants in Zhengzhou, Henan (sacom 2012, 3), Foxconn is not the only company that is manufacturing Apple products. Other Apple suppliers include Pegatron Corporation, Primax Electronics, Quanta Computers, Wintek or Foxlink.[6]

Working conditions are similar throughout these factories (sacom 2010, 2012, 2013). sacom argues that “illegal long working hours, low wages and poor occupational health and safety are rooted in the unethical purchasing practices of Apple” (sacom 2012, 1).

The losers in this corporate race for profit are the workers. When young

Foxconn workers decided to end their lives by jumping from their employer’s factory buildings, Western media for some weeks were looking behind the surface of bright and shiny computer products. For example, The New York Times published a story about the String of Suicides Continues at Electronics Supplier in China;[7] the bbc reported on Foxconn Suicides: ‘Workers Feel Quite Lonely’,[8]

Time Magazine published an article entitled Chinese Factory Under Scrutiny As Suicides Mount;[9] The Guardian headlined Latest Foxconn Suicide Raises Concern Over Factory Life in China,[10] and cnn reported Inside China Factory Hit By Suicides.[11]

However, these suicides are only the tip of the iceberg. For several years ngos have stressed that computers, mp3 players, game consoles, etc are often produced under miserable working conditions (ico, Finnwatch and eca 2005; somo 2005b, somo 2007a). Far away from shopping centres and department stores, workers in factories in Asia or Latin America produce consumer electronics devices during 10 to 12 hour shifts, a minimum of 6 days a week for at best a minimum wage.

Apple’s suppliers are no exception. In the next sections I develop a systematic account of working conditions (Section 3), which I will subsequently apply to the situation in the workshops of Apple’s contract manufactures in China (Section 4).

3 A Systematic Model of Working Conditions

A suitable starting point for a systematic model of different dimensions of

working conditions is the circuit of capital accumulation as it has been described by Karl Marx (1967/1990, 248–253; 1885/1992, 109). According to Marx, capital accumulation in a first stage requires the investment of capital in order to buy what is necessary for producing commodities, the productive forces: labour time of workers (L or variable capital) on the one hand, and working equipment like machines and raw materials (MoP or constant capital) on the other hand (Marx 1885/1992, 110). Thus, money (M) is used in order to buy labour power as well as machines and resources as commodities (C) that then in a second stage enter the labour process and produ


[1] Forbes Magazine. The World’s Biggest Public Companies. Retrieved from http://www.forbes.com/global2000/#page:1_sort:4_direction:desc_search:_filter:All%20industries_filter:All%20countries_filter:All%20states on April 24, 2013.

[2] Compound Annual Growth Rate cagr.

[3] Fortune. 2013. World’s Most Admired Companies. Retrieved from http://money.cnn.com/magazines/fortune/most-admired/ on April 24, 2013.

[4] Wired Magazine. 2011. 1 Million Workers. 90 Million iPhones. 17 Suicides. Who’s to blame? By Joel Johnson on Februar 28, 2011. Retrieved from http://www.wired.com/magazine/2011/02/ff_joelinchina/all/1 on October 23, 2011.

[5] Forbes Magazine. The World’s Biggest Public Companies. Retrieved from http://www.forbes.com/global2000/list/#page:1_sort:0_direction:asc_search:_filter:Electronics_filter:All%20countries_filter:All%20states on May 1, 2013.

[6]Apple. List of Suppliers. Retrieved from http://www.apple.com/supplierresponsibility/our-suppliers.html on May 1, 2013.

[7] The New York Times. 2010. String of Suicides Continues at Electronics Supplier in China. By David Barboza on May 25, 2010. Retrieved from http://www.nytimes.com/2010/05/26/technology/26suicide.html on October 24, 2011.

[8] bbc. 2010. Foxconn Suicides: ‘Workers Feel Quite Lonely’. On May 28, 2010. Retrieved from http://www.bbc.co.uk/news/10182824 on October 24, 2011.

[9]Time Magazine. 2010. Chinese Factory Under Scrutiny As Suicides Mount. On May 26, 2010. Retrieved from http://www.time.com/time/world/article/0,8599,1991620,00.html on October 24, 2011.

[10] The Guardian. 2010. Latest Foxconn Suicide Raises Concern Over Factory Life in China. By Tania Branigan on May 17, 2010. Retrieved from http://www.guardian.co.uk/world/2010/may/17/foxconn-suicide-china-factory-life on October 24, 2011.

[11] cnn. 2010. Inside China Factory Hit By Suicides. By John Vause on June 1, 2010. Retrieved from http://articles.cnn.com/2010-06-01/world/china.foxconn.inside.factory_1_foxconn-suicides-china-labor-bulletin?_s=PM:WORLD on October 24, 2011.

Thus, money (M) is used in order to buy labour power as well as machines and resources as commodities (C) that then in a second stage enter the labour process and produce (P) a new commodity (C’) (Marx 1885/1992, 118). This new commodity (C’) contains more value than the sum of its parts, i.e. surplus value. This surplus value needs to be realized and turned into more money (M’) by selling the commodity in the market (Marx 1885/1992, 125). The circuit of capital accumulation can thus be described with the following formula: M → C … P … C’→M’ (Marx 1885/1992, 110).

According to Marx, surplus value can only be generated due to the specific qualities of labour-power as a commodity. Marx argued that labour power is the only commodity “whose use-value possesses the peculiar property of being a source of value, whose actual consumption is therefore itself an objectification of labour, hence a creation of value” (Marx 1867/1990, 270).

Labour is thus essential to the process of capital accumulation. The model I constructed thus takes this process as its point of departure for identifying different dimensions that shape working conditions (see Figure 11.2). The purpose of this model is to provide comprehensive guidelines that can be applied for systematically studying working conditions in different sectors.

The model pictured in Figure 11.3 identifies five areas that shape working conditions throughout the capital accumulation process: means of production, labour, relations of production, the production process and the outcome of production. Furthermore this model includes the state’s impact on working conditions through labour legislation:

• Productive Forces – Means of Production: Means of production include machines and equipment on the one hand and resources that are needed for production on the other hand. The question whether workers operate big machines, work at the assembly line, use mobile devices such as laptops, handle potentially hazardous substances, use high-tech equipment, traditional tools or no technology at all etc. shapes the experience of work and has a strong impact on work processes and working conditions.

• Productive Forces – Labour: The subjects of the labour process are workers themselves. One dimension that impacts work in a certain sector is the question how the workforce is composed in terms of gender, ethnic background, age, education levels etc. Another question concerns worker health and safety and how it is affected by the means of production, the relations of production, the labour process and labour law. Apart from outside impacts on the worker, an important factor is how workers themselves experience their working conditions.

Relations of Production: Within capitalist relations of production, capitalists buy labour power as a commodity. Thereby a relation between capital and labour is established. The purchase of labour power is expressed through wages. Wages are the primary means of subsistence for workers and the reason why they enter a wage labour relation. The level of wages thus is a central element of working conditions. Labour contracts specify the conditions under which capital and labour enter this relation, including working hours, wages, work roles and responsibilities etc.

The content of this contract is subject to negotiations and often struggles between capital and labour. The relation between capital and labour is thus established through a wage relation and formally enacted by a labour contract that is subject to negotiations and struggles. These three dimensions of the relation between capital and labour set the framework for the capitalist labour process.

• Production process: Assessing working conditions furthermore requires looking at the specifics of the actual production process. A first factor in this context is its spatial location. Whether it is attached to a certain place or is location independent, whether it takes place in a factory, an office building, or outdoors etc. are important questions.

A second factor relates to the temporal dimension of work. Relevant questions concern the amount of regular working hours and overtime, work rhythms, the flexibility or rigidness of working hours, the relation between work time and free time etc. Finally working conditions are essentially shaped by how the production process is executed. This includes on the one hand the question which types of work activity are performed. The activities can range from intellectual work, to physical work, to service work, from skilled to unskilled work, from creative work to monotonous and standardized work tasks, etc.

On the other hand another aspect of the production process is how it is controlled and managed. Different management styles can range from strict control of worker behaviour and the labour process to high degrees of autonomy, self-management or participatory management etc.

Space, time, activity and control are essential qualities of the production process and therefore need to be considered when studying working conditions.

• Product: Throughout the production process workers put their time, effort and energy into producing a certain product. This actual outcome of production and how it relates back to the worker thus needs to be considered for understanding work in a certain sector.

• The state: Finally the state has an impact on working conditions through enacting labour laws that regulate minimum wages, maximum working hours, social security, safety standards etc.

Table 11.1 summarizes the dimensions of working conditions that I describedabove.

Based on research that has been conducted by corporate watchdogs I will now take a closer look at all of the described dimensions in Apple’s manufacturing factories in China.

4 Working Conditions at Apple’s Contract Manufacturers in China

Corporate watchdogs such as Students and Scholars Against Corporate Misbehaviour (sacom), China Labour Watch and the organisations involved

in the European project makeITfair have collected comprehensive data about working conditions in Apple’s supply chain. sacom is a Hong-Kong based ngo that was founded in 2005. It brings together concerned labour rights activists, students, scholars and consumers in order to monitor working conditions throughout China and elsewhere.[1] sacom’s research is largely based on undercover investigations and anonymous interviews with workers, conducted outside of factory campuses. Its research results are documented in reports such as iSlave behind the iPhone (2011b) or New iPhone, Old Abuses (2012) that are made available online. China Labour Watch (clw) is another independent ngo that was founded in 2000. Since then it has collaborated with workers, unions, labour activists and the media in order to monitor working conditions in different industries in China. clw’s Shenzhen office works directly with local workers and factories, while clw’s New York based office produces investigation report and makes them available to an international audience.[2]

The project makeITfair,[3] funded by the European Union (2006–2012), focuses on working conditions and environmental impacts throughout the live-cycles consumer electronics such as computers, mobile phones, photo cameras or mp3 players. The research that was conducted within the project is based on anonymous interviews with workers outside factory buildings and sometimes also includes interviews with management officials.

Workers tend to be hesitant to answer questions about their working conditions as they depend on their jobs and are afraid of negative consequences, especially if the investigators are foreigners. Therefore the European project partners such Swedwatch, Germanwatch, somo, Finnwatch or Danwatch co-operate with local ngos and researchers who approach and interview workers without the knowledge of factory managers. MakeITfair informs the electronics brand companies such as Apple, Dell or hp of its research results and invites them to comment on the findings.

Based on its research makeITfair aims at raising awareness among consumers, activists and policy makers about the work and life reality of workers in the manufacturing of consumer electronics and to pressure electronics companies to improve working conditions in their supply chains.

I will in the following use data provided by these corporate watchdogs in order to shed light on the work reality of those who are manufacturing Apple’s products in China.

4.1 Productive Forces – Means of Production

According to Marx, means of production consist of tools and instruments on the one hand and raw materials on the other hand (Marx 1867/1990, 284f). The fact that in capitalism means of production are privately owned lays the foundation for exploitation and the domination of man by man: “modern bourgeois private property is the final and most complete expression of the system of producing and appropriating products, that is based on class antagonism, on the exploitation of the many by the few” (Marx and Engels 1848/2011, 18).

For the majority of people private ownership of means of production in fact means non-ownership. Being deprived from the necessary capital to buy means of production that are needed to engage in a production process, workers have to sell their labour power in order to earn their means of subsistence.

Private ownership of machines and equipment as well as resources is thus the starting point of the capitalist labour process. I will now consider which instruments (see Section 4.1.1) and resources (see Section 4.1.2) are needed for producing Apple’s products.

4.1.1 Machines and Equipment

Compared to other manufacturing sectors such as apparel or toys, electronics manufacturing is relatively capital intensive and requires high-tech equipment (Plank and Staritz 2013, 4; Lüthje 2006, 22). This is even more the case as computer products are becoming more sophisticated smaller in size and lower in weight (wtec 1997, 16).

However the consultancy firm McKinsey & Company classifies the final assembly of high-tech products as labour-intensive (McKinsey & Company 2012, 64). One reason for this is that the fragmentation of the production process allows to separate “labour-intensive and more capital- and knowledge-intensive parts” so that “there is a considerable amount of lowvalue and thus low-skill and low-wage activity, which is often combined with advanced production technologies in this ‘high-tech’ sector” (Plank and Staritz 2013, 9). Electronics manufacturing is thus characterized by both high-tech equipment and high demand for labour.

Electronics manufacturing is among those industries that account for the most robot purchases. According to McKinsey and Company “in 2010, automotive and electronics manufacturing each accounted for more than 30,000 robot units sold globally, while industries such as food and beverage, rubber and plastics, and metal products each bought only 4,000 to 6,000 new robots” (McKinsey & Company 2012, 88).

A technology that Apple’s contract manufacturers employ for the automated part of assembly is Surface Mount Technology (smt) (wtec 1997, 16; Lüthje 2012). smt uses programming to automatically solder electronics components such as chips or connectors onto circuit boards.[4]

Boy Lüthje argues that as labour costs in China are low not the entire potential of automation is realized, thus “the degree of automation in most factories in China and Asia is lower than it would be in Europe or the United States” (Lüthje 2012). This means that labour is sometimes cheaper than high-tech equipment. It also means that making use of the full range of available automation technology could eliminate parts of the repetitive and standardized work activities that are now part of electronics production.

4.1.2 Resources

Among the resources needed for the production of consumer electronics such as Apple’s Mac’s, iPads, iPhones and iPods are minerals such as tin, beryllium, gallium, platinum tantalum, indium, neodymium, tungsten, palladium, yttrium, gold, and cobalt (somo 2007b, 10–12, Friends of the Earth 2012, 7; ).

Often these minerals are sourced in conflict areas (somo 2007b, 13). The mining activities usually take place under extremely poor health and safety conditions, are extremely low paid, require the resettlement of local villages,threaten the environment and the livelihood of local communities (somo2007b; 2011; Swedwatch 2007; Finnwatch 2007).

Cobalt for example is mainly extracted in the so-called copperbelt in Zambia and the Democratic Republic of Congo (drc) (Swedwatch 2007, 7). It is needed for the production of rechargeable batteries for laptops, mobile phones etc as well as for speakers, headphones and the coatings of hard drives (Swedwatch 2007, 12). Swedwatch in an investigation of mining activities in the Katanga province in drc found that worker are risking their lives for an income of about 2–4 usd per day (Swedwatch 2007, 29,33).

Many of the miners are children:

An estimated number of 50,000 children between the age of 7 and 18 are working in the mines of Katanga and thus form a large part of the total workforce of 10,000–14,000 miners (Swedwatch 2007, 7).

The drc is rich on mineral resources but has been shaped by poverty as well as colonial violence, civil war and armed conflict. A report by Free the Slaves shows that in drc mines are often controlled by armed rebel groups that force local people into slavery (Free the Slaves 2011, 11). Many women and girls, who are often not allowed to work in the mines, are forced into sexual exploitation (Free the Slaves 2011, 17f).

It is difficult to determine where exactly and under which conditions the minerals contained in a product of a certain electronics brand were soured. However sometimes watchdogs successfully trace the supply chain of a brand back to the point of mineral extraction. In 2012 Friends of the Earth published a report that traces the tin used in Apple’s iPhones back to mines in Bangka, an island in Indonesia.

The report reveals that Foxconn and Samsung, which are Apple’s direct suppliers, buy their tin from the middle companies Shenmao, Chernan and PT Timah, which obtain their tin from Indonesia. 90% of Indonesian tin is mined at Bangka island (Friends of the Earth 2012, 21). The report shows how tin mining destroyed forests and farmlands, killed coral, seagrass and mangroves and led fish to disappear, contaminated drinking water (Friends of the Earth 2012, 13).

The destruction of the ecosystem deprives local farmers and fishermen of their livelihood, forcing them to become tin miners themselves (Friends of the Earth 2012, 15f). Tin mining at Bangka island is dangerous and security standards are low. Friends of the Earth reports that that in 2011 on average one miner per week was killed in an accident (Friends of the Earth 2012, 9).

Conflict minerals are used for producing electronics parts such as researchable batteries (cobalt), magnets (cobalt), speakers (cobalt), power amplifiers (gallium), camera flashes (gallium), high efficiency transistors (Indium), flat screens (indium, platinum), lead frames (palladium), plating connectors (palladium), chip resistors (ruthenium), capacitors (neodymium, lanthanum, tantalum) or circuit boards (tin) (Finnwatch 2007, 9f).

Long before minerals enter the final assembly process of consumer electronics, they have passed through a process framed by destruction and exploitation.

It is important to recognize this history of the components that are assembled in Apple’s manufacturing factories. Threats to workers and the environment connected to these minerals however continue: Due to the toxic qualities of many minerals they can potentially harm workers in electronics manufacturing.

Furthermore the fact that toxic minerals are contained in electronics products can cause problems at the point of disposal. Toxic electronic waste often ends up in waste dumps in the global South where it contaminates the environment and threatens the health of waste worker (Danwatch 2011).

4.2 Productive Forces – Labour

Focussing on the subjective side of the labour process, at workers themselves, shows that work on Apple’s manufacturing sites is often performed by young female migrant workers (see Section 4.2.1), who are exposed to serious health hazards (see Section 4.2.2) and experience their daily work life as alienating and exhausting (see Section 4.2.3).

4.2.1 Workforce Characteristics

The majority of production workers in China are young female migrant workers (Bread for All 2007, 6; FinnWatch, sacom and somo 2009, 17). Estimates show that in the Chinese Guangdong province, for example, migrant workers make up 65 percent of the workforce in the manufacturing sector (Finnwatch, sacom and somo 2009, 17).

Migrant workers are a particularly vulnerable group of workers. Far away from their hometown they lack social contacts and are therefore prone to isolation.

Migrant workers also receive less social benefits. According to the fla investigation migrant workers at Shenzhen – which constitute 99% of the total workforce – are not covered by unemployment and maternity insurance systems because they do not have a Shenzhen residence card (fla 2012, 9).

Even if migrant workers have unemployment insurance they often cannot claim benefits in their hometown due to lacking transfer agreements between provinces (fla 2012, 9). Chinese laws prevent migrant workers to officially become urban citizens who are entitled to education and medical care in the city. They remain always dependent on their social networks in their hometowns especially in times of unemployment, illness or pregnancy. This situation keeps many workers trapped as permanent migrants (Friedman and Lee 2010, 516).

Many workers in the electronics industry are young women, who leave their families on the countryside to find work in an industrial area and provide some financial assistance for their relatives. Often factories prefer to hire female workers because they are considered to be good at performing detail-oriented work and to be more obedient and less likely to engage in protests (Swedwatch, sacom and somo 2008, 11).

Workers often have no other choice than to find employment in a factory in order to be able to earn enough money to support themselves and their families.

This dependency increases the power of companies over workers. The lack of alternatives makes it likely that workers feel forced to accept bad working conditions.

4.2.2 Mental and Physical Health

Threats to health and safety in electronics factories result from the usage of hazardous substances, insufficient information of workers about the substances they are using, a lack of protection equipment and unsafe work routines.

During the last couple of years a number of serious incidents occurred at Apple’s supplier factories.

For example between July 2009 and early 2010, 47 workers at United Win, a subsidy of Wintek Corporation that produces Apple products, were hospitalized because of being poisoned with n-hexane (sacom 2010, 2). If inhaled, n-hexane can cause nerve damage and paralysis of arms and legs. The poisoned workers were using n-hexane for cleaning iPhone touch screens (sacom 2010, 2). When the first poisoning occurred workers organized a strike. As a result United Win organized health examinations. However, no poisoning was diagnosed during these examinations. The affected workers therefore went to a hospital outside the factory, in which the poisoning was finally diagnosed (sacom 2010, 2).

Similar health hazards were also found at Futaihua Precision Electronics, a Foxconn subsidiary in Zhengzhou, where around 52,500 workers are producing 100,000 iPhones per day. Workers were exposed to chemicals such as n-hexane without adequate protection equipment. Some workers suffered from allergies (sacom 2011b, 7).

In 2011 sacom monitored Foxconn’s Chengdu factory that produces exclusively for Apple. The investigation revealed an alarming occupational health and safety situation. sacom found poor ventilation, insufficient protection equipment and noisy workplaces. Workers were using chemicals, without knowing whether they were harmful. At the milling and the polishing department – in which the iPads’s aluminium cover is polished until it is untarnished and shiny – workers were constantly breathing in aluminium dust. Several workers were suffering from a skin allergy after working with glue like substances without wearing gloves (sacom 2011a, 14). Shortly after sacom’s report was published, aluminium dust triggered an explosion at the polishing department at Chengdu that killed 3 workers and left 15 injured (sacom 2011b, 1; Friends of Nature, ipe, Green Beagle 2011, 36).

The Chengdu campus, which consists of eight factory buildings, was built in only 76 days in order to meet growing demand from Apple. Furthermore workers were insufficiently trained and not aware of the dangers connected to aluminium dust (Friends of Nature, ipe, Green Beagle 2011, 37f).

A similar incident occurred at the iPhone polishing department at a Pegatron factory in Shanghai in December 2011. 61 workers were injured (sacom 2013, 8). sacom furthermore reports that weak ventilations system at Pegatron’s polishing department creates high levels of dust that cover worker’s faces and penetrate their masks entering their noses and mouths (sacom 2013, 8).

Working conditions at electronics manufacturing factories are not only threatening workers’ physical health but also creating psychological problems. Social life at Foxconn is deprived. Workers do not have time for any free time activities. Their life consists of working, eating and sleeping. Often they do not even find enough time to sleep. When asked what they would like to do on holiday most interviewees said that they would like to sleep (sacom 2011a, 12).

Workers lack social contacts. sacom’s research shows that workers were not allowed to talk during work. They live in rooms with workers from different shifts, which they therefore hardly ever meet (sacom 2011a, 12f, FinnWatch, sacom and somo 2011, 30).

Work and life at factory campuses have severe impacts on the bodies and minds of workers. The example of Apple’s supplier factories in China illustrates that for many workers selling their labour power also means selling their mental and physical health.

4.2.3 Work Experiences

During the past five years corporate watchdogs have interviewed numerous workers at Apple’s supplier factories. These interviews reveal that workers experience their work as exhausting and alienating. They feel stressed and under pressure in order to achieve production targets (FinnWatch, sacom and somo 2011, 30) as well as exhausted due to extremely long working hours, long hours of standing, and stress during meal breaks (sacom 2011a, 15).

One worker told sacom that workers they feel that Apple’s demand dictates their entire lives. Workers are torn between the need to increase their salary by working overtime and the need to rest:

The daily production target is 6,400 pieces. I am worn out every day. I fall asleep immediately after returning to the dormitory. The demand from Apple determines our lives. On one hand, I hope I can have a higher wage.

On the other hand, I cannot keep working everyday without a day-off. Foxconn worker quoted in sacom 2012, 5f

Workers furthermore experience their work environment as unsafe and unpleasant.

They are worried about their health due to a lack of protection equipment: In my department, the working conditions are unbearable. I’m a machine operator, producing the silver frame for the iPhone. We have to put some oil into the machines in the production. I don’t know what kind of substance it is and the smell is irritating. The frontline management confided to us that we should not stay in the department for over a year because the oil could cause problems to our lungs. Although the shop floor has air conditioning, it is very hot and the ventilation is poor. For me, the installation of the air-conditioners is just a tactic to avoid paying high temperature subsidy to the workers. Worker quoted in sacom 2011b, 9

Furthermore workers describe the way they are controlled and managed as humiliating and exhausting:

We have to queue up all the time. Queuing up for bus, toilet, card-punching, food, etc. During recess, we don’t have a place to sit. We can only sit on the floor. We get up in early morning and can only return to the dorm in late evening. I am really worn out. Worker quoted in sacom 2011a, 15

Workers are aware of the alienating character of their work situation, which expressed by the fact that they are not able to own the products that they are themselves producing every day: One worker told sacom: Though we produce for iPhone, I haven’ t got a chance to use iPhone. I believe it is fascinating and has lots of function. However, I don’t think I can own one by myself. Worker quoted in sacom 2011a, 19

These descriptions show that workers find themselves in a state of exhaustion and alienation. Karl Marx in 1844 in the Economic and Philosophic Manuscripts described the alienation of worker as his/her labour becoming an external object that “exists outside him, independently, as something alien to him” (Marx 1844/2007, 70).

The more life the workers puts into his/her product, the more alienated s/he becomes: “The worker puts his life into the object; but now his life no longer belongs to him but to the object. […] The greater this product, the less is he himself” (Marx 1844/2007, 70).

Workers in Apple’s manufacturing factories have put their labour power into these products while producing them. Many workers left their families, gave up their free time and their health for producing products, which they will never be able to own. The finished products, although containing the workers’ energy and labour, suddenly turn out of their reach. Workers are inside Apple’s products, but at the same time insurmountably separated from them.

4.3 Relations of Production

The relation between capital and labour needs to be understood as a relation of domination. In capitalism the only commodity workers possess is their labour

power. In order to make a living they thus have no other choice but to sell it by entering into a wage labour relationship (Marx 1867/1990, 272). Research conducted by corporate watchdogs shows that the relation between capital and labour in Apple’s supplier factories in China is largely based on precarious labour contracts (see Section 4.3.1), characterized by low wages (see Section 4.3.2) and occasionally contested through labour struggles (see Section 4.3.3).

4.3.1 Labour Contracts

Labour contracts that offer weak protection for workers are an expression of the unequal power relation between employers and workers. In 2004 the Institute for Contemporary Observation (ico), FinnWatch and the Finnish Export Credit Agency (eca) investigated the Shenzhen Foxconn campus. They found that workers could be dismissed anytime. If dismissed, employees had to leave immediately without any financial compensation. If a worker decided to quit and to leave immediately s/he would not receive her/his outstanding wage (ico, Finnwatch and eca 2005, 17).

Watchdogs found instances where workers in Apple supplier factories did not receive any contract at all (ico, Finnwatch and eca 2005, 17, Swedwatch, sacom and somo 2008, 42; Bread for All and sacom 2008, 19). Without a signed contract workers are deprived of the possibility of taking legal steps in the case of labour law violations.

The majority of labour contracts in Apple’s supplier factories are precarious. Short-term contracts allow supplier companies to remain flexible and to quickly respond to fluctuations of Apple’s demand. Another measure Foxconn uses in order to cover sudden increases of labour demand is to recruit workers from labour agencies, or to relocate workers from other cities and provinces to another factory that has a heightened demand for workers (sacom 2012, 8).

So-called dispatch or agency workers are hired by labour agencies rather than being employed directly by the contract manufacturer. According to sacom around 80% of the total workforce of the Apple supplier factories Foxlink in Guangdong, Pegatron in Shanghai and Wintek in Jiangsu are agency workers (sacom 2013, 4). Often social insurance schemes do not cover agency workers (sacom 2013, 4).

New workers often have a probationary period between three and six months during which their wages are lower than those of permanent workers. For example, the wage increases Foxconn implemented after the suicide tragedies were only granted to workers that had been working in the facility for more than six months (Finnwatch, sacom, somo 2011, 28).

Another common practice among Apple’s contract manufacturers is the employment of student interns. Especially during peak season students are hired in order to cover the sudden labour demand (sacom 2012, 6). Students are cheaper to employ since they do not receive regular social security benefits and are not covered by labour law. They however have to work night shifts and overtime like regular workers.

Student workers complain that the work they have to perform in Apple supplier factories is unskilled labour that is unrelated to the subject of their studies. Although students officially are not allowed to work more than eight hours per day, they are treated like regular workers and have to work overtime as well as night shifts (sacom 2011a, 18). They also feel forced to work at these factories, as they are afraid that they will not be able to graduate if they refuse to complete the internship (sacom 2013, 6).

Su argues that the internship programs led to the commodification of both student’s labour and education (Su 2011, 342). Internship programmes allow factories such as Foxconn to exploit student labour for a profit. In return for sending students to factories technical schools receive equipment and funding (Su 2011, 350).

Finnwatch, sacom and somo found that large numbers of 16-to 18-year old students were employed in Foxconn factories for periods between four and six months (Finnwatch, sacom and somo 2009, 36; Finnwatch, sacom an somo 2011, 5 see also Su 2011, 345). sacom quotes reports form Chinese media according to which in 2010 100,000 vocational school students from Henan province were sent to work at a Foxconn plant in Shenzhen to complete a 3-month internship (sacom 2011b, 3). An investigation by the Fair Labour Association (fla), that Apple had requested, confirmed that Foxconn did not comply with the standards regarding maximum working hours for student interns. Like regular workers, students had to work overtime and nights shifts (fla 2012, 10).

Short-term precarious contracts and weak protection against dismissal increase factory management’s power over workers. It makes workers vulnerable and serves as a means for controlling their behaviour by threat of dismissal.

Because workers need to fear loosing their jobs they are more likely to agree to higher production targets or increased overtime. Precarious contracts make long-term life planning difficult. Short notice periods leave workers hardly any time to rearrange their lives after a dismissal. Furthermore different types of contracts create divides between workers with fixed contracts, short term contracts, agency contracts or internship contracts. The fact that different types of contracts confront workers with different kinds of problems makes it more difficult to formulate collective demands.

4.3.2 Wages and Benefits

Among the most pressing problems that occur throughout Apple’s supplier factories is the low wage level. Already in 2007 the Dutch non-profit research centre somo (2007a) interviewed workers at five Apple supplier factories in China, the Philippines and Thailand: Workers in all investigated factories reported that their wages were too low to cover their living expenses. Wages at the Chinese factory of Volex Cable Assembly Co. Ltd. were found to be below the legal minimum (somo 2007a, 21).

However, even if wages comply with minimum wage regulations they are often hardly enough to cover basic living expenses. In 2008 for example FinnWatch, sacom and somo monitored buildings C03 and C04 of Foxconn’s Shenzhen campus, in which 2,800 workers at 40 assembly lines are producing black and white models of the iPhone 8G and 16G (FinnWatch, sacom and somo 2009, 35). Wages corresponded to the legal minimum wage of around 980 yuan, which however is not an adequate living wage (FinnWatch, sacom and somo 2009, 36, 44).

A living wage should cover expenses for food, housing, clothes, education, social security and health care for a family, and allow for some savings.[5]

After the suicide tragedies, Foxconn announced significant wage raises.[6] FinnWatch, sacom and somo in 2010 did a follow up study at Apple’s production line at Foxconn’s Shenzhen campus in order to investigate how the promised wage raises were implemented…(falta segunda parte)


[1] sacom. About Us. Retrieved from http://sacom.hk/about-us on July 22, 2013.

[2] China Labour Watch. Who We Are. Retrieved from http://www.chinalaborwatch.org/ aboutus.html July 22, 2013.

[3]MakeITfair: http://makeitfair.org/en?set_language=en

[4] Surface Mount Technology Association. Glossary of Acronyms Relevant to Electronics Manufacturing. Retrieved from http://www.smta.org/files/acronym_glossary.pdf on May 18, 2013.

[5] The Asia Floor Wage Campaign (2009) suggested a method for calculating the living wage. According to this calculation a living wage needs to cover the costs for food, equivalent of 3000 calories per adult family member multiplied by two, in order to cover also other basic need such as clothing, housing, education, It is thus calculated as follows: price for food worth 3000 calories x 3 x 2 but healthcare, and savings. The living wage should provide for a family of two adults and two children. It thus should cover the cost for food worth 3000 (Asia Floor Wage Campaign 2009, 50). A worker should be able to earn a living wage within a working week of a maximum of 48 hours. This calculation of a living wage was developed with specific regard to the garment sector, calories for three consumption units (two adults and two children) multiplied by two. is also applicable for other sectors such as electronics manufacturing.

[6] Reuters 2010. Foxconn to Raise Wages Again at China Plant. Retrieved from http://www.reuters.com/article/2010/10/01/us-foxconn-idUSTRE6902GD20101001 on April 28, 2013. 

¿Qué son las cadenas globales de valor? 2013 Lucía Pittaluga

Se consolida una nueva forma de producción a escala mundial

En los años recientes se ha profundizado la trasnacionalización de la producción, conformándose lo que se denominan “cadenas globales de valor” (cgv).[1] Éstas son sistemas de producción internacionales organizados para optimizar la producción, el marketing y la innovación, al localizar productos, procesos y funciones en diferentes países, buscando beneficios por diferencias de costo, tecnología y logística, entre otras variables.

Las cgv cumplen un importante papel en la división internacional del trabajo y tienen impacto en el desarrollo económico de los países. El avance de las tecnologías de la información y la comunicación (tic), los mejores esquemas de codificación del proceso productivo, la baja de los costos de transporte y la liberalización del comercio y de la inversión extranjera directa son los motores que permitieron la difusión de las cgv.

Estos factores facilitaron la redefinición de las estrategias a escala global de los principales actores de las cgv: las grandes empresas trasnacionales (et), en general de los países desarrollados, aunque hay un creciente número de cgv comandadas por empresas de países en desarrollo.

Pero vayamos primero a explicar cómo se conforman las cgv. Una cadena de valor se constituye por cada fase que necesita un negocio para desarrollar un producto o servicio y entregarlo al cliente desde su concepción hasta su uso final y más allá.

Esto incluye actividades que van desde la investigación y desarrollo (i+d), el diseño, la producción, la comercialización,la distribución y el apoyo para el consumidor final. Los servicios corporativos actúan como mecanismos de apoyo a esos procesos básicos. Se pueden ver en la figura 1 los procesos individuales de una empresa representados en la cadena de valor.

Las actividades en la cadena de valor pueden estar contenidas dentro de una sola empresa y/o ubicación o divididas entre diferentes lugares y/o empresas. En la figura 2 se muestra cómo los procesos previamente encapsulados en una unidad productiva se fragmentan y son separables. Aunque la unidad a nivel estratégico se preserva a través de la retroalimentación de información.

Cuando esas actividades están dispersas a nivel internacional se genera una cgv. Es decir, se dividen los procesos de producción y apoyo entre muchos lugares y/o empresas internacionales, aprovechando las competencias básicas de cada uno. Por ejemplo, una es que tiene su sede en Estados Unidos, hace la i+d en Canadá, manufactura sus bienes en México y China utilizando insumos de India, desde Polonia realiza la logística de distribución de sus ventas a la Unión Europea y ofrece servicios de posventa desde Malasia y Brasil.

No todas las actividades de las cgv tienen la misma capacidad para crear valor agregado. Como muestra la figura 3, las actividades de pre y posproducción tienen mayor capacidad de generar valor que las de producción propiamente dicha. Además, esas diferencias se acentuaron entre los años 1970 y 2000, período en el cual las actividades de producción (básicamente el ensamblado) perdieron capacidad para generar valor.

En los años recientes algunos países en desarrollo (principalmente de Asia) han logrado mejorar su posicionamiento en las cgv a través de la especialización en actividades de pre y posproducción, constituyéndose en un mecanismo clave para el cierre de la brecha en términos de prácticas productivas, estándares tecnológicos, recursos humanos, etcétera, con relación a los países centrales. No obstante, esa integración distó de ser homogénea dentro del grupo de los países en desarrollo.

El concepto de “poder” es central en el enfoque de las cgv.[2] Es decir, algunas empresas de la cadena establecen y/o aplican los parámetros bajo los cuales otras operan en esa cadena. Aunque no hay una sola forma de gobernanza de las cgv; ésta puede establecerse a través del mercado o a través de diferentes relaciones jerárquicas, modulares, relacionales o cautivas. El estilo de gobernanza tiene obviamente influencia sobre la capacidad de cada empresa para mejorar su posicionamiento en la cgv.

Cabe resaltar que uno de los mayores obstáculos para el estudio de las cgv es la dificultad para medirlas. En este sentido es significativo el reciente informe del Massachusetts Institute of Technology,[3] en el que se trasmite la urgencia para dimensionar y caracterizar este fenómeno que no es captado por las estadísticas existentes.

Uruguay no está ajeno a esas transformaciones. Según estimaciones del Ministerio de Economía y Finanzas, el país exportaba casi 800 millones de dólares por servicios globales de exportación en 2010 (la mitad desde zonas francas). Los rubros más significativos son la centralización de actividades de empresas globales, el asesoramiento financiero y profesional, servicios de back-office, call centers e informática.

Para ofrecer estos servicios el país cuenta con varias ventajas: la calificación de los recursos humanos, la infraestructura tecnológica (aunque con deficiencias importantes en la velocidad de subida en banda ancha) y la ubicación geográfica y respecto a los husos horarios. Según un informe que clasifica a los 100 mejores destinos para subcontratar servicios globales,[4] Montevideo se ubica en el lugar 37 y mejoró seis escalones desde el informe anterior.

Sin embargo existen fuertes posibilidades para competir en servicios globales más rentables y que generan mejores empleos que la mayor parte de los que actualmente ya exporta Uruguay. Se asientan en ventajas competitivas dinámicas basadas en capacidades de i+d locales.

Un estudio[5] detectó oportunidades reales de Uruguay para exportar servicios globales vinculados a la salud humana en investigación clínica, servicios de manufactura para farmacéutica y biotecnología y medicina digital. Este tipo de exportaciones permitirían un mejor posicionamiento de nuestro país en las cgv relacionadas con la salud.

Otro grupo de oportunidades para escalar posiciones en las cgv sobre la base de capacidades locales se encuentra en la producción asociada a los recursos naturales. Esto siempre y cuando se produzca un desplazamiento hacia segmentos de mayor capacidad de acumulación en el contexto de la diversidad de pasos que deben cubrirse desde el productor inicial hasta el consumidor final.

Sobre la base del sistema de trazabilidad bovina y las cajas negras en los frigoríficos, por ejemplo, Uruguay tiene instalada una plataforma tecnológica para apostar al escalamiento en las cgv de alimentos. Si bien esta oportunidad aún no ha sido plenamente explotada, se están haciendo actualmente experimentaciones con grupos de productores, frigoríficos y brokers para transitar por ese camino.[6]

Nuevamente, aquí se generarían ventajas competitivas dinámicas fundadas en la i+d local, la institucionalidad existente y la infraestructura tecnológica. Hay otros ejemplos menos estudiados con este enfoque, pero con posibilidades ciertas de escalamiento en las cgv, como son los desarrollos asociados a algunos segmentos de la industria automotriz o a la biofarmacéutica humana y animal.

En suma, si bien el conocimiento de las cgv es aún muy incipiente y faltan estadísticas económicas para dar cuenta de forma fiel de este nuevo fenómeno, hay suficiente evidencia para afirmar que se está consolidando una nueva forma de producción a escala mundial, con una redefinición de la división internacional del trabajo.

Lo local se tornará más relevante para definir ventajas competitivas, en la medida que pueda articularse con los entramados internacionales. El atractivo de incorporarse a esos entramados radica en su potencialidad para captar rentas derivadas de los mercados ampliados y, con ello, iniciar un ciclo virtuoso de acumulación. Ese camino dependerá en mayor medida de las políticas productivas y de innovación que se implementen, y de los actores locales e internacionales que entren a jugar en los entramados que nos conciernan.

¿Qué es una Cadena de Valor?  2018.CCM

Empecemos con la definición de este concepto: es un modelo que clasifica y organiza los procesos o actividades del negocio, generando valor al cliente.

Michael Porter, profesor de la Escuela de Negocios de Harvard, propuso el concepto de “cadena de valor” en su libro “Competitive Advantage: Creating and Sustaining Superior Performance”, para identificar formas de generar más beneficios para los consumidores internos y externos a través de las actividades de una organización empresarial y con ello obtener una ventaja competitiva que genera valor al cliente final.

La Cadena de Valor es una poderosa herramienta para el análisis de la planificación estratégica de la empresa con el objetivo de crear valor minimizando los costos para crear valor para el cliente, lo que se traduce en un margen entre lo que se acepta pagar y los costos incurridos por adquirir la oferta. Las actividades de valor que realizan las empresas o unidad de negocio se llaman estrategia de negocio o estrategia competitiva.

En ella pueden influir las acciones o actividades de la empresa, el panorama de segmento, los sectores industriales con los que compite la empresa y el panorama geográfico. Es junto con otros factores, un reflejo de la estrategia, enfoque y otros aspectos que diferencian a la empresa y la hacen única.

Las actividades primarias se relacionan con la producción y distribución de los productos y servicios de la empresa, tales como las operaciones, logística de entrada, logística de salida, servicio, ventas y marketing. Las actividades de apoyo se basan en los recursos humanos, infraestructura, tecnología y adquisiciones de la empresa.

El modelo de la Cadena de Valor buscará primar las actividades del negocio en que se puedan mejorar las estrategias competitivas. Es por eso por lo que la empresa puede diferenciarse y ganar ventaja competitiva del resto de empresas del sector.


[1] Kaplinsky, R y Morris, M (2002), “A Handbook for Value Chain Research”, Institute of Development Studies, idrc. http://www.srp- guinee.org/download/valuechain-handbook.pdf

[2] Humphrey, J y Schmitz, H (2004), “Las empresas de los países en vías de desarrollo en la economía mundial: poder y mejora de las cadenas de valor”, en Aportes, número 1, Buenos Aires, Instituto Nacional de Tecnología Industrial (inti).

[3] Timothy J Sturgeon (2013), “Global Value Chains and EconomicGlobalization. Towards a New Measurement Framework”, Industrial Performance Center, Massachusetts Institute of Technology, Estados Unidos.

[4]“Tholons Top 100 Outsourcing Destinations Rankings and Report Overview” (2013). www.tholons.com

[5] “Planes estratégicos de promoción. Servicios asociados a la industria farmacéutica y salud”, Uruguay XXI, 2013.

[6] Bisang, R (2009), “Políticas, programas e instituciones en los agroalimentos. ¿Asincronía o coevolución de las instituciones?”, Seminario Institucionalidad Agropecuaria y Rural, Santiago de Chile, cepal.

Starbucks as an Example of the Value Chain Model. 2019. Prableen Bajpai

The business management concept of the value chain was introduced and described by Michael Porter in his popular book: Competitive Advantage Creating and Sustaining Superior Performance in 1985. A value chain is a series of activities or processes that aims at creating and adding value to an article (product) at every step during the production process.

Businesses aim at enhancing their margins and thus work to change input into an output which is of a greater value (the difference between the two being the company’s profit margin). The logic behind it is simple: The more value a company creates, the more profitable it is. The enhanced value is passed on to the customers and thus further helps in consolidating a company’s competitive edge.

Value-chain business activities are divided into primary activities and secondary activities. The primary activities are directly related to the creation of a good or service, while the support activities help in enhancing the efficiency and work to obtain a competitive advantage among peers.

Let’s take the example of Starbucks (SBUX) to understand this better. The Starbucks journey began with a single store in Seattle in the year 1971 to become one of the most recognized brands in the world. Starbucks mission is, per its website, “to inspire and nurture the human spirit – one person, one cup and one neighborhood at a time.”

Primary Activities

Inbound Logistics

The inbound quality coffee beans from producers in Latin America, Africa, and Asia logistics for Starbucks refer to company-appointed coffee buyers selecting the finest. In the case of Starbucks, the green or unroasted beans are procured directly from the farms by the Starbucks buyers. These are transported to the storage sites, after which the beans are roasted and packaged. They are then sent to distribution centers, a few of which are company-owned and some of which are operated by other logistic companies. The company does not outsource its procurement, ensuring high-quality standards right from the point of selection of coffee beans.

Operations

Starbucks operates in more than 75 markets, either in the form of direct company-owned stores or licensees. Starbucks has more than 24,000 stores internationally, including Starbucks Coffee, Teavana, Seattle’s Best Coffee, and Evolution Fresh retail locations. According to its annual report, the company generated 79% of its total net revenue during the fiscal year 2017 from its company-operated stores while the licensed stores accounted for 10.5%.

Outbound Logistics

There is very little or no presence of intermediaries in product selling. The majority of the products are sold in their own or in licensed stores only. As a new venture, the company has launched a range of single-origin coffees, which will be sold through some leading retailers in the U.S.; these are Guatemala Laguna de Ayarza, Rwanda Rift Valley, and Timor Mount Ramelau.

Marketing and Sales

Starbucks invests more in superior quality products and a high level of customer service than in aggressive marketing. However, need-based marketing activities are carried out by the company during new products launches in the form of sampling in areas around the stores.

Service

Starbucks aims at building customer loyalty through its stores’ customer service. The retail objective of Starbucks is, as it says in its annual report, “to be the leading retailer and brand of coffee in each of our target markets by selling the finest quality coffee and related products, and by providing each customer a unique Starbucks Experience.”

Support Activities

Infrastructure

This includes departments like management, finance, legal, etc., which are required to keep the company’s stores operational. Starbucks’ well-designed and pleasing stores are complemented with good customer service provided by the dedicated team of employees in green aprons.

Human Resource Management

The committed workforce is considered a key attribute in the company’s success and growth over the years. Starbucks employees are motivated through generous benefits and incentives. The company is known for taking care of its workforce, a key reason for a low turnover of employees, which indicates great human resource management. There are many training programs conducted for employees in a setting of a work culture which keeps its staff motivated and efficient.

Technology Development

Starbucks is very well-known for the use of technology, not only for coffee-related processes (to ensure consistency in taste and quality along with cost savings) but to connect to its customers. Many customers use Starbucks stores as a makeshift office or meeting place because of free and unlimited WiFi. Back in 2008, the company launched a platform where customers could ask questions, give suggestions and openly express opinions and share experiences; the company has implemented some of the suggestions, including for its rewards program, from this forum. Starbucks also uses Apple’s iBeacon system, wherein customers can order a drink through the Starbucks phone app and get a notification of its readiness when they walk in the store.

The concept of value chain helps to understand and segregate the useful (which help in gaining a completive edge) and wasteful activities (which hamper market lead) accompanying each step during the product development process. It also explains that if a value is added during each step, the overall value of the product gets enhanced thus helping in achieving greater profit margins.

La cadena de valor: Una herramienta del pensamiento estratégico. 2006. Quintero, Johana; Sánchez, José

Introducción

El pensamiento estratégico no es precisamente un conjunto de teorías, sino un punto de vista: el del estratega de los negocios que ve el mundo de modo diferente.

Él ve las actividades de los negocios tal como se desarrollan en el mercado competitivo, no como las entiende la gerencia; ve la empresa desde el exterior, cual si sus actividades internas se proyectaran en una gran pantalla por medio de una linterna mágica situada en su centro. Ello, en contraste con el gerente operativo, quien tiende a ver la empresa de adentro hacia afuera (GERSTEIN, 1988).

Cambiar el punto de vista propio es esencial para el desarrollo del pensamiento estratégico. El punto de partida más lógico quizá sea la definición de la estrategia en sí (GERSTEIN, 1988).

La estrategia puede verse de dos modos, relacionados entre sí pero hasta cierto punto diferente: en primer lugar, cabe verla como un conjunto de “intenciones” a menudo expresadas en forma de un plan estratégico. Este se desarrolla como un enunciado de la visión que la empresa tiene acerca del alcance de sus operaciones, metas y objetivos, y de los programas y demás acciones necesarias para lograr el éxito dentro del contexto del ambiente competitivo previsto.

El segundo modo de ver la estrategia es más “conductista”. Específicamente, la estrategia se considera allí como una pauta de asignación de recursos (GERSTEIN, 1988). Convertir las decisiones estratégicas en un comportamiento eficaz en el mercado implica desarrollar programas en casi todas las áreas de operación de la empresa: operaciones, el corazón del proceso de producción; mercadotecnia y ventas; logística interna; logística externa; servicio; desarrollo de productos; desarrollo de procesos o del sistema de producción; capacitación, desarrollo y administración de recursos humanos, y finanzas (GERSTEIN, 1988).

La cadena de valor de una organización, identifica pues, las principales actividades que crean un valor para los clientes y las actividades de apoyo relacionadas.

La cadena permite también identificar los distintos costos en que incurre una organización a través de las distintas actividades que conforman su proceso productivo, por lo que constituye un elemento indispensable para determinar la estructura de costos de una compañía. Cada actividad en la cadena de valor incurre en costos y limita activos, para lograr su debido análisis y consideración permiten mejorar la eficiencia tecno-económica de una empresa, un grupo de empresas ode un determinado sector industrial.

Desde el punto de vista estratégico igualmente, la cadena de valor de una compañía y la forma en la cual desempeña cada actividad refleja la evolución de su propio negocio y de sus operaciones internas; la estrategia, los enfoques que utiliza en su ejecución y la economía fundamental de las actividades mismas. En consecuencia es normal que las cadenas de valor de las compañías rivales difieran, tal vez considerablemente, una condición que complica la tarea de evaluar las posiciones de costo relativas de los rivales.

Por ejemplo, las compañías en competencia pueden diferir en su grado de integración vertical. La comparación de un rival totalmente integrado, requiere un ajuste de las diferencias en la esfera de acción de las actividades desempeñadas, obviamente los costos internos para un fabricante que produce la totalidad de sus partes y componentes serán mayores que los de un productor y que compra las partes y los componentes necesarios a proveedores externos y que sólo desempeña las operaciones de ensamble.

Así mismo, hay una razón legítima para esperar diferencias en la cadena de valor, en el costo entre una compañía que busca una estrategia de costo bajo / precio bajo y un rival posicionando en el extremo superior del mercado con un producto de calidad y prestigio que poseen características sobresalientes.

Los proveedores o los aliados de los canales hacia delante pueden tener estructuras de costo excesivamente elevadas o márgenes de utilidad que sitúan en peligro la competitividad de costos de una compañía, incluso cuando los costos de las actividades que se desempeñan internamente son competitivos.

Según lo señalado por Porter (1986) el concepto de “cadena de valor” permite identificar formas de generar más beneficio para el consumidor y con ello obtener ventaja competitiva. El concepto radica en hacer el mayor esfuerzo en lograr la fluidez de los procesos centrales de la empresa, lo cual implica una interrelaciónfuncional que se basa en la cooperación.

El sitio Web gestiopolis.com (2005), indica que para Porter las metas señalan qué pretende lograr una unidad de negocios; la estrategia responde a cómo lograrlas.

El instrumento más utilizado para realizar un análisis que permita extraer claras implicaciones estratégicas para el mejoramiento de las actividades con un enfoque de eficiencia y eficacia es la Cadena de Valor.

1. Generalidades del pensamiento estratégico

Jiménez, S. y Peralta, M., (2004), acotan que el pensamiento estratégico tiene como propósito complementar el ejercicio de planificación estratégica, en la medida que propicia una mirada y visión de futuro como percepción dinámica dela realidad y como proceso de preconfiguración de alternativas viables.

Según vaneduc.edu.ar, el, pensamiento estratégico es vincular y dialéctico en el sentido hegeliano de dicha categoría, va desde la acción al concepto paramarcar el rumbo, el sentido, la dirección que se quiere tomar acorde con la visiónprefijada.

Por lo cual es intuitivo y está muy ligado al arte. La dialéctica de Hegel o el contrapunto en las fugas de la música de Bach, son fruto de un pensamiento estratégico, así como el posicionamiento del Imperio Británico en el siglo XIX o el liderazgo indiscutible de los Estados Unidos en el concierto mundial actual.

Los pensadores sobre estos estudios dividen la estrategia en tres niveles de decisión, llamados comúnmente estratégico o gran estrategia, estratégico operacional y táctico, en los cuales el comportamiento humano es distinto dado que los valores funcionales de los cuadros que los componen pertenecen a distintos arquetipos.

Esto no quiere decir que sean compartimentos estancos, por el contrario, los tres niveles necesitan interactuar para que el sistema funcione armoniosamente y se puedan alcanzar los objetivos deseados. La existencia de los tres niveles y su liderazgo por los conductores de los mismos es vital para alcanzar los objetivos propuestos.

Es un proceso de razonamiento aplicado a sistemas o problemas complejos, con miras a lograr un objetivo. Este tipo de razonamiento pretende reducir la incertidumbre, minimizar riesgos y maximizar oportunidades a través de un conjunto de múltiples procedimientos de análisis y aprendizaje (Loehle, 1996; Wells, 1998).

En el mismo orden de ideas, (Chiavenato, 2002) define la planeación estratégica como un proceso de adaptación organizacional amplio que implica toma de decisiones y evaluación, con el fin de responder a preguntas básicas tales como por qué existe la organización, qué hace y cómo lo hace. El resultado del proceso es un plan que sirve para guiar la acción.

Según el autor tiene cinco características fundamentales:

– Se relaciona con la adaptación de la organización a un ambiente variable.

– Se orienta hacia el futuro; su horizonte temporal es a largo plazo.

– Implica la organización como totalidad.

– Es un proceso de construcción de consenso.

– Es una forma de aprendizaje organizacional.

Una de las herramientas de pensamiento estratégico más comúnmente utilizadas en procesos de planificación, es la que se conoce como cadena de valor.

2. Cadena de valor

El concepto lo popularizó Porter (1986), en textos como ventaja competitiva y estudios de sectores industriales y de la competencia, publicados a finales dela década de los 80. Al mismo autor se atribuye la introducción del análisis del costo estratégico, el cual implica la comparación de la forma en la que los costospor unidad de una compañía se pueden comparar con los costos por unidad de los competidores claves, actividad por actividad, señalando así cuales son las actividadesclave con el origen de una ventaja o desventaja de costo.

Mayo (2005), expresa que el análisis de la cadena de valor, es una técnica original de Michel Porter con el fin de obtener ventaja competitiva. En los libros de contabilidad se refleja esencialmente un incremento teórico del valor sobre y por encima del costo inicial. Generalmente se supone que este valor debe ser superior a los costos acumulados que se han “agregado” a lo largo de la etapa del proceso de producción.

Las actividades del valor agregado real (AVAR) son aquellas que, vistas por el cliente final, son necesarias para proporcionar el output que el cliente está esperando. Hay muchas actividades que la empresa requiere, pero que no agregan valor desde el punto de vista de las ventajas para el cliente (actividades de valor agregado en la empresa o VAE).

Además, existen otras actividades que no agregan valor alguno, por ejemplo, el almacenamiento.

Frances, A. (2001), señala: La Cadena de valor proporciona un modelo de aplicación general que permite representar de manera sistemática las actividades de cualquier organización, ya sea aislada o que forme parte de una corporación.

Se basa en los conceptos de costo, valor y margen. La cadena de valor está conformada por una serie de etapas de agregación de valía, de aplicación general en los procesos productivos.

La cadena de valor proporciona:

– Un esquema coherente para diagnosticar la posición de la empresa respecto de sus competidores.

– Un procedimiento para definir las acciones tendentes a desarrollar una ventaja competitiva sostenible.

3. Elementos de la cadena de valor

El concepto de cadena de valor de una compañía muestra el conjunto de actividades y funciones entrelazadas que se realizan internamente. La cadena empieza con el suministro de materia prima y continua a lo largo de la producción de partes y componentes, la fabricación y el ensamble, la distribución al mayor y detalle,  hasta llegar al usuario final del producto o servicio.

Una cadena de valor genérica está constituida por tres elementos básicos:

– Las Actividades Primarias, son aquellas que tienen que ver con el desarrollo del producto, su producción, las de logística y comercialización y los servicios de post-venta.

– Las Actividades de Soporte a las actividades primarias, se componen por la administración de los recursos humanos, compras de bienes y servicios, desarrollo tecnológico (telecomunicaciones, automatización, desarrollo de procesos e ingeniería, investigación), las de infraestructura empresarial (finanzas, contabilidad, gerencia de la calidad, relaciones públicas, asesoría legal, gerencia general).

– El Margen, que es la diferencia entre el valor total y los costos totales incurridos por la empresa para desempeñar las actividades generadoras devalor.

El portal electrónico inei.gob.pe señala, que estas actividades nunca son independientes entre sí, es decir, se encuentran relacionadas por vínculos, quienes crean la necesidad de coordinar dichas actividades en su realización, ya sea para aumentar diferenciación o reducir sus costos (Gráfico 1).

El criterio para identificar las actividades del negocio son:

1. Cada actividad tenga distinto fundamento económico.

2. Cada actividad tenga un fuerte impacto potencial en la diferencia.

3. Cada actividad representa una parte significativa a la proporción creciente del monto total.

Considerando este criterio como base se definen las actividades primarias del negocio, las cuales se encuentran conformadas por:

a. Logística de entrada: conformada por las actividades de recepción, almacenaje, manipulación de materiales, inventarios, vehículos, devoluciones, entre otros.

b. Operaciones: compuesta por la transformación del producto final (mecanizado, montaje, etiquetado, mantenimiento, verificación y operaciones de instalación).

c. Logística de salida: constituida por la distribución del producto acabado (almacenaje de mercancías acabadas, manejo de materiales, vehículos de reparto, pedidos y programación).

d. Comercialización y ventas: integra las actividades involucradas en la inducción y fácil adquisición de los productos (publicidad, fuerza de ventas, cuotas, selección de canales, relaciones canal, precios).

e. Servicio: constituida por aquellas actividades que tratan de mantener y aumentar el valor del producto después de la venta (instalación, reparación entrenamiento, suministro de repuestos y ajuste del producto).

Para definir las actividades de soporte del negocio, se emplea el mismo criterio utilizado en la definición de las acciones principales del negocio, definiéndose así las siguientes actividades de soporte:

a. Compras: conformada por aquellas actividades involucradas en las adquisiciones de materiales primarias, suministros y artículos consumibles así como activos.

b. Desarrollo de la tecnología: compuesta por aquellas actividades involucradas en el conocimiento y capacitación adquiridas, procedimientos y entradas tecnológicas precisas para cada actividad de la cadena de valor.

ACTIVIDADES DE SOPORTE: INFRAESTRUCTURA Y SISTEMAS,

RECURSOS HUMANOS, TECNOLOGÍA Y COMPRAS

ACTIVIDADES PRIMARIAS: LOGÍSTICA DE SALIDA, OPERACIONES,  LOGÍSTICA DE ENTRADA,  MERCADEO Y VENTAS,  SERVICIOS DE POST-VENTA

Gráfico 1. Fuente: Porter (1986).

c. Dirección de recursos humanos: integrada por aquellas actividades involucradas en la selección, promoción y colocación del personal de la institución.

d. Infraestructura institucional: conformada por aquellas actividades involucradas en la dirección general, planificación, sistemas de información, finanzas, contabilidad, legal, asuntos gubernamentales y dirección de calidad.

4. Generadores de valor y de costos

Generadores

Porter (1986) lo define como un conjunto de factores en la cadena de valor que tienen incidencia especial sobre los costos o sobre el valor generado, en las actividades de la cadena de valor.

Estos pueden ser:

Generadores de Costos

– Generadores de Valor

a) Generadores de Costos: Son las causas estructurales de costo de una actividad, en la cadena de valor de una organización y pueden estar más o menos bajo el control de la empresa.

Algunos generadores de costo de la cadena de valor podrían ser: las economías de escala, el aprendizaje, el patrón de uso de capacidad de capacidad, la vinculación entre las distintas actividades, vínculos entre unidades organizacionales, grado de integración, el timing o la actuación a tiempo, las políticas de la empresa, la localización, y políticas gubernamentales, entre otras.

b) Generadores de Valor: Son las razones fundamentales dentro de la cadena de una organización de porque una actividad es única (exclusiva). En esta se encuentran los siguientes generadores de valor: las políticas empresariales, los vínculos entre las actividades de la cadena, la ubicación, el aprendizaje, las políticas públicas, entre otros.

5. Ventaja competitiva

Por ventaja competitiva se entienden todas las características o atributos de un producto o servicio que le dan una cierta superioridad sobre sus competidores inmediatos. Estas características o atributos pueden ser de naturaleza variada y referirse al mismo producto o servicio, a los servicios necesarios o añadidos que acompañan al servicio base, o a las modalidades de producción, de distribución o venta del producto o de la empresa.

Esta superioridad, es por lo tanto, relativa establecida en referencia al competidor mejor situado y puede resultar de una multiplicidad de factores. De manera general estos, se pueden reagrupar en dos grandes categorías según el origen de la ventaja competitiva que proporcionen. La ventaja competitiva puede ser externa o interna.

Una ventaja competitiva se denomina “externa” cuando se apoya en una de las cualidades distintivas del producto que constituyen un valor para el comprador, que puede lograrse por la reducción de sus costos de uso o por el aumento de su rendimiento de uso.

Este tipo da a la empresa un cierto poder de mercado en el sentido que está en condiciones de hacer aceptar por el mercado un precio de venta superior al de su competidor más cercano, que no tiene la misma cualidad distintiva. Esto trae como consecuencia las posibilidades para la adopción de una estrategia de diferenciación.

Una ventaja competitiva es “interna” cuando se apoya en una superioridad de la empresa en el dominio de los costos de fabricación, administración o gestión del producto o servicio y que aporta de esa forma un valor al fabricante, proporcionandoasí un costo unitario inferior al del competidor más cercano.

Una ventaja competitiva interna es el resultado de mejor productividad y por esto da a la empresa una rentabilidad mejor y una mayor capacidad de resistencia a una reducción del precio de venta impuesta por las condiciones del mercado.

Trae aparejada una estrategia de dominación a través de los costos, que pone de manifiesto el saber hacer organizacional y tecnológico de la empresa.

Así como lo señala Porter (1986), las ventajas competitivas pueden ser de bajo costo o de diferenciación (valor):

a) De costos: están asociadas con la capacidad de ofrecer un producto al costo mínimo para los clientes (precio, costos de traslado, de espera, de molestias, entre otros).

b) De valor: Basadas en la oferta de un producto con atributos únicos, apreciables por los clientes, que lo distinguen de la competencia (dada por la diferencia de empaque, financiamiento, diseño, servicio postventa, estilo, asistencia técnica).

6. Sistema de valor

La cadena del valor de una compañía para competir en un determinado sector forma parte de una mayor corriente de actividades que se denomina el sistema del valor (Porter 1986).

De acuerdo al concepto de cadena de valor descrito por Porter (1986), extendiéndolo al sistema de valor, el cual considera que la empresa está inmersa en un conjunto complejo de actividades ejecutadas por un gran número de actores diferentes. Este punto de vista lleva a considerar al menos tres cadenas de valor adicionales a la que se describen como genérica:

a) Las Cadenas de Valor de los Proveedores: Las cuales crean y le aportan los abastecimientos esenciales a la propia cadena de valor de la empresa. Los proveedores incurren en costos al producir y despachar los suministros que requiere la cadena de valor de la empresa. El costo y la calidad de esos suministros influyen en los costos de la empresa y/o en sus capacidades de diferenciación.

b) Las Cadenas de Valor de los Canales: Son los mecanismos de entrega de los productos por parte de la empresa al usuario final o cliente. Los costos y márgenes de los distribuidores son parte del precio que paga el usuario final. Las actividades desarrolladas por los distribuidores de los productos oservicios de la empresa afectan la satisfacción del mismo.

c) Las Cadenas de Valor de los Compradores: Que son la fuente de diferenciación por excelencia, puesto que en ellas la función del producto determinalas necesidades del cliente.

Mayo (2004), define el valor como la suma de los beneficios percibidos por el cliente recibe los costos vistos por él; al adquirir y usar un producto o servicio.

La cadena de valor es esencialmente una forma de análisis de la actividad empresarial mediante la cual se descompone una empresa en sus partes constitutivas, buscando identificar fuentes de ventaja competitiva en aquellas actividades generadoras de valor.

De esta manera, la competitividad de costos de una compañía depende no solo de los costos de las actividades que desempeña internamente (su propia cadena del valor), sino también de los costos en las cadenas de valor de sus proveedores y aliados de los canales hacia delante; y comparativamente pueden analizarse las respectivas cadenas de las inmensas competidoras en un determinado sector industrial.

En dicho análisis comparativo de costos estratégicos interempresariales, se emplea la técnica del benchmarking de los costos de las actividades claves. Así, el benchmarking del desempeño de las actividades de una compañía con respecto asus rivales y de las mejores prácticas de otras compañías proporciona una evidenciasólida de su competitividad de costos.

7. Formulación de estrategias a partir de la cadena de valor

La cadena de valor se extiende desde los proveedores de los proveedores hasta los clientes de los clientes. Las tareas de cada uno de los eslabones que conforman esta cadena está bien definida, por ejemplo, el fabricante tiene la función de la calidad y la innovación en el producto, el mayorista tiene en su haber la consolidación y distribución eficiente de los productos, el detallista de la comercialización del producto y así sucesivamente. La manera en que cada uno de estos integrantes se desenvuelva repercutirá en el adecuado o inadecuado funcionamiento de la cadena.

Una vez analizada la cadena de valor de la empresa y detectadas las principales fuentes de ventaja competitiva, se debe optar por una estrategia que permita el cumplimiento de la misión de la misma teniendo en cuenta, además, la evolución del entorno. Porter (1986) enuncia, sobre la base de la ventaja competitiva detectada, cuáles son las estrategias básicas a considerar siempre que dicha sea defendible, y que será por lo tanto el punto de apoyo a las acciones estratégicas y tácticas posteriores.

Las estrategias básicas susceptibles de ser adoptadas serán diferentes sobre la base de la ventaja competitiva, que bien puede ser basada en una ganancia de productividad, y por consiguiente en términos de costo, o basada en un elemento de diferenciación y por tanto en términos de precio.

De esta forma, Porter (1986) considera que existen tres grandes estrategias básicas posibles frente a la competencia según el objetivo considerado: todo el mercado o un segmento específico; y según la naturaleza de la ventaja competitiva de que dispone la empresa: Una ventaja en costo o una ventaja debida a las cualidades distintivas del producto.

Estas estrategias son:

1. Liderazgo o dominación a través de los costos. (El negocio que lo consigue se encuentra en la posibilidad de ofrecer menores precios).

2. Diferenciación. (El negocio se concentra en conseguir un desempeño superior en algún aspecto importante para el cliente).

3. Concentración. (El negocio se concentra en uno o varios segmentos del mercado y consigue el liderazgo en costos o la diferenciación). El tema centr

central de esta estrategia es que las empresas que elijan la misma deben centrar todos sus esfuerzos en mantener los costos bajos en relación con sus competidores aunque esto no significa que menosprecian otras áreas tales como calidad y servicios. El bajo nivel de costos supone una defensa frente a las cinco fuerzas competitivas en varios aspectos.

El nivel de costos es un arma con la que la empresa puede defenderse de sus competidores puesto que sus bajos costos le permiten obtener beneficios una vez que sus competidores hayan dilapidado los suyos en la rivalidad por el mercado.

Una posición de costos bajos defiende a la empresa de los compradores más fuertes porque los compradores solo pueden ejercer su poder para hacer bajar los precios al nivel del siguiente competidor más eficiente.

El nivel de costos bajos es también una defensa ante los proveedores al proporcionar más flexibilidad para afrontar los incrementos en el costo de los insumos.

Generalmente, los factores que conducen hacia una posición de costos bajos también conducen a la creación de barreras de entrada en cuanto a economías de escala o de ventajas de costo. Finalmente, una posición competitiva en costos normalmente posiciona a la empresa favorablemente frente a productos sustitutivos de los competidores en el sector.

Porter (1986), sugirió la diferenciación como una alternativa al liderazgo en costos. Con la diferenciación, la empresa se preocupa menos de los costos y más por ser percibida en la industria como única en algún sentido.

Esta estrategia tiene por objetivo dar al producto cualidades distintivas importantes para el comprador y que la diferencien de la oferta de los competidores.

Así, una diferencia acertada permite obtener beneficios superiores siempre que el mercado esté dispuesto a pagar un precio superior. Esta estrategia implica además inversiones importantes en el marketing operacional con el objetivo de dar a conocer al mercado las cualidades distintivas del producto.

A diferencia de la estrategia del liderazgo en costos, en la que puede haber una sola empresa líder en costos en una industria, en el caso de la estrategia de la diferenciación, en una misma industria puede haber muchas empresas diferenciadoras puesto que cada una de ellas puede hacer énfasis en un atributo que difiera de los de sus rivales.

La diferenciación requiere ciertos intercambios con los costos. Las empresas que opten por esta estrategia tienen que invertir más en investigación que los líderes en costos. Sus diseños de producto deben ser mejores. Para fabricar sus productos tienen que utilizar materias primas de más calidad y generalmente más caras. Tienen que invertir más en servicio al cliente. Además tienen que estar dispuestos a renunciar a cierta participación de mercado. A pesar de que todo el mundo reconoce la superioridad del producto y de los servicios, muchos clientes no pueden o no están dispuestos a pagar más por ellos.

La estrategia de concentración dentro de la empresa se concentra en las necesidades de un segmento o de un grupo específico de compradores, sin pretender dirigirse al mercado total. El objetivo es asignarse un segmento de mercado restringido y satisfacer las necesidades propias de este segmento.

Esta estrategia implica diferenciación o liderazgo en costos pero únicamente con respecto al segmento de mercado escogido. Permite obtener cuotas de mercado altas dentro del segmento a que se dirige pero que son débiles con respecto al mercado total.

Se debe decir que la elección de una u otra estrategia implican riesgos de naturaleza diferentes y formas de organización diferentes también. Su implantación necesita de recursos y es fundamental la relación empresa – entorno para el logro de los resultados esperados.

Consideraciones finales

La complejidad de una economía global, la velocidad del cambio tecnológico, los riesgos de un mercado abierto y los recursos limitados de una empresa llevan a buscar alianzas que se traduzcan en Ventajas Competitivas.

La Gerencia de las organizaciones pueden llegar a considerar diversas opciones estratégicas para lograr una competitividad de costos, dichas acciones se orientan a la eliminación de una desventaja de costo vinculada con la ubicación en la cadena de valor en donde se originan la diferencias de costo puede ser esta forma emprender acciones como: la negociación de precios más favorables con los proveedores o colaborar con estos para lograr costos más bajos, o integrarse hacia atrás para tener el control de los insumos comprados, tratar de utilizar insumos sustitutos de precios más bajos, emplear sistemas de entrega “justos a tiempo” que disminuyen entre otros los costos de inventario, o tratar de compensar la diferencia reduciendo los costos en otras partes de la cadena entre otras opciones estratégicas.

Por otra parte, el desarrollo de la capacidad para desempeñarse mejor que los rivales, es a través de las actividades de la cadena de valor, las cuales son decisivas desde el punto de vista competitivo, es una fuente confiable de la ventaja competitiva, lo cual contiene a esta práctica un carácter estratégico fundamental. En línea con lo anteriormente expuesto, la evaluación sistemática de si la posición total de una compañía es poderosa o débil en relación con sus rivales cercanos, es un paso esencial en el análisis de la situación de la compañía.

Para Porter (1986), el valor es la cantidad que los compradores están dispuestos a pagar por un producto o servicio. Para las empresas debe ser una meta crear valor para los compradores que exceda el costo de su producción y debe serusado en el análisis de la ventaja competitiva, al igual que el costo, ya que muchasveces las empresas elevan deliberadamente su costo para imponer un precio superiorpor medio de la diferenciación, y esta no debe ser la vía.

Aunque no hay un consenso pleno alrededor de todas las reflexiones de Porter (1986), teóricos como Thompson (2001), Francés (2003), David (2004) coinciden en algo básico: competitividad, calidad total, reingeniería, desarrollo organizacional, planeación y administración estratégica, entre otros, se orientan a gestar una ventaja competitiva: a conquistar en la percepción de un mercado meta la convicción de que la empresa ofrece la mejor relación valor a precio.

La ventaja competitiva que detenta una empresa adquiere su poder de mercado, no sólo por la presencia de un elemento diferenciador, sino también por la presencia eventual de una diferencia de costos unitarios. Los trabajadores cada vez más se especializan, adquieren mayor experiencia, hacen mejores cosas; consecuentemente los costos bajan

Según Kotter (2004), autor de reconocido prestigio, el valor recibido por el cliente es la diferencia entre los valores positivos y negativos que proporciona un producto y para demostrarlo lo hace basándose en aquellos factores que determinan el valor añadido para el cliente.

Entre los valores positivos están: el valor que proporciona el producto, el valor de los servicios, el valor del personal que ha intervenido en la producción y en la realización de los servicios y el valor de la imagen de la empresa o marca del producto.

Los valores negativos son el precio, ya que toda adquisición de un producto o servicio representa el desembolso de determinada suma de dinero, el tiempo empleado, la energía y los llamados “costos psíquicos”.

Bajo esta perspectiva se supone que el cliente tiende a elegir el producto cuya suma de valores positivos sea mayor considerando el total de los valores negativos que él mismo tiene.

Esto supone que la estrategia adoptada debe estar encaminada a ofrecer al cliente una suma mayor de valores positivos que de valores negativos. Para lograrlo es necesario conocer a profundidad el segmento o los segmentos sobre los que la empresa actúa y cómo los clientes definen el valor. Sobre esta base, el análisis de la cadena de valor de la empresa permitirá una gestión más eficiente de aquellos elementos considerados fuente de ventaja competitiva y concentrar recursos para eliminar las debilidades detectadas.

Por otro lado, el análisis de la cadena de valor del cliente permitirá adecuar la oferta de la empresa a las necesidades y expectativas del mismo, incrementado así el valor del producto o servicio para el cliente.

Referencias Bibliográficas

Frances, A. (2001). Estrategias para la Empresa en la América Latina. Ediciones IESA Caracas.

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HILL, CH. JONES, G. “Administración Estratégica”. Un Enfoque Integrado. Editorial McGraw-Hill. Tercera Edición. Bogota. Abril 2001.

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Jiménez, S. y Peralta, M. (2004). Herramientas de planificación y pensamiento estratégico para la gestión del postgrado y el doctorado. Pautas y lineamientos generales No. 1, Universidad del Valle, Cali, Colombia.

Kotter, P. (2004). Fundamentos de Mercadotecnia. Prentice-Hall.

Porter, M. (1986). Ventaja Competitiva. Editorial C.E.C.S.A. México.

Thompson, A. Strickland III, A.(2000). Administración Estratégica. Conceptos y Casos. Editorial McGraw-Hill. 11ª. Edición. México.

Weffer, H. (2004). Planificación Estratégica. cuaderno de trabajo de EAD

URBE.

Resumen

El instrumento más utilizado para realizar un análisis que permita extraer implicaciones estratégicas para el mejoramiento de las actividades es la Cadena de Valor, la cual identifica el valor para los clientes, fuente confiable de la ventaja competitiva. El Pensamiento estratégico bajo la perspectiva del Enfoque de Morrisey (1985) es intuitivo y está muy ligado al arte, tiene que ver con el punto de vista del estratega de los negocios. Esto permitió concluir que el desempeño superior se logrará a través de la cadena de valor, práctica que desde el punto de vista competitivo que contiene un carácter estratégico fundamental. Palabras clave: Actividades de valor, ventaja competitiva, estrategia, costos

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The Construction of Platform Imperialism in the Globalisation Era. 2015. Dal Yong Jin

1 Introduction

In the early 21st century, notions of imperialism have gained significance with the rapid growth of platform technologies. Platforms, such as social network sites (sns s, e.g., Facebook), search engines (e.g., Google), smartphones (e.g., iPhone), and operating systems (e.g., Android) are known as digital intermediaries, which have greatly influenced people’s daily lives.

The digital platform has emerged “as an increasingly familiar term in the description of the online services of content intermediaries, both in their self-characterizationsand in the broader public discourse of users, the press and commentaries”(Gillespie 2010, 349). Due to the importance of platforms – not only as hardware architecture but also as software frameworks that allow software to run– for the digital economy and culture, several countries have developed theirown sns s and smartphones; however, only a handful of Western countries,primarily the u.s., have dominated the global platform market and society.

The hegemonic power of American-based platforms is crucial because Google, Facebook, iPhone, and Android have functioned as major digital media intermediaries thanks to their advanced roles in aggregating several services.

The u.s, which had previously controlled non-Western countries with its military power, capital, and later cultural products, now seems to dominate the world with platforms, benefitting from these platforms, mainly in terms of capital accumulation. This new trend raises the question whether the u.s., which has always utilized its imperial power, not only with capital and technology, but also with culture, to control the majority of the world, actualizes the same dominance with platforms.

The primary goal of the chapter is to historicize a notion of imperialism in the 21st century by analyzing the evolutionary nature of imperialism, from 1)

Lenin’s imperialism, through 2) cultural imperialism, 3) information imperialism, and finally 4)  platform imperialism. It then addresses whether or not weare experiencing a new notion of imperialism by mapping out several corecharacteristics that define platform imperialism, including the swift growthand global dominance of sns s and smartphones.

It especially examines the capitalization of platforms and their global expansion in the digital age. Iteventually endeavors to make a contribution to the discourse of platform imperialism as a new form of imperialism, focusing on the nexus of great powers encompassing nation-states and transnational corporations (tnc s), such asGoogle and Apple. The chapter finally discusses whether platform imperialismis useful for explaining the current power relations between the u.s. and non-Western countries.

2 The Evolution of Imperialism in the 20th and the 21st Centuries

The contemporary concept of imperialism is much different from the discourse developed in the early 20th century when it had been primarily advanced by classical, Marxist-inspired theories of imperialism (e.g., Kautsky, Lenin, and Luxemburg).

From a Marxist perspective, imperialism is what happens when two forms of competition – the economic struggle among capitals and geopolitical rivalries between states – fuse (Callinicos 2007, 70).

One of the central arguments of the Marxist tradition of thinking on imperialism is that there is an intrinsic relation between capitalism and expansion, and that capitalist expansion inevitably takes the political form of imperialism (Marx 1867).

Building on and modifying the theories of Karl Marx, there are several renditions of imperialism in the critical theory tradition, and Lenin’s pamphlet, Imperialism, the Highest State of Capitalism (1917) provides an excellent place to start discussing imperialism, because the Leninist theory of imperialism has exerted a considerable impact on the current era.

What Lenin emphasized almost one hundred years ago cannot be applied directly to the contemporary era due to vastly different social and economic conditions, as well as a different technological milieu. However, it is certainly worth trying to see whether Lenin’s concepts can be applied to the 21st century situation.

Most of all, Lenin argued that modern imperialism (or capitalist imperialism) constitutes a different stage in the history of capitalism. “The first stage was the competitive form of capitalism characterized by relatively small-scale enterprises, few of which dominated their market. That is the form of capitalism that mostly existed in Marx’s day” (Harrison 2007).

The newer stage of capitalism, however, is characterized by huge monopolistic or oligopolistic corporations (Lenin 1917). In his pamphlet, Lenin remarked, “if it were necessary to give the briefest possible definition of imperialism, we should have to say that imperialism is the monopoly state of capitalism” (Lenin 1917, 265).

The key to understanding is that it was an economic analysis of the transition from free competition to monopoly. For Lenin, imperialism is the monopoly stage of capitalism, and imperialism is a new development that had been predicted but not yet seen by Marx.

What Lenin wanted to emphasize was that, at the fundamental economic level, what had most changed was that there were major aspects of monopoly in this new stage of capitalism, and that whether or not the consolidation of companies had reached the point of there being a single survivor in each industry. That is, even if there still are several huge companies in each industry, they tend to collude and jointly control the market to their mutual benefit (Harrison 2007, 1, 10).

Later, he gave a more elaborate five-point definition of capitalist imperialism, which emphasizes finance-capital – the dominant form of capital. The criteria are; 1) the concentration of production and capital developed to such a stage that it creates monopolies which play a decisive role in economic life; 2) the merging of bank capital with industrial capital, and the creation, on the basis of finance capital of a financial oligarchy; 3) the export of capital, which has become extremely important, as distinguished from the export of commodities; 4) the formation of international capitalist monopolies which share the world among themselves; and 5) the territorial division of the whole world among the greatest capitalist powers (Lenin 1917, 237).

Based on these five characteristics, Lenin defined imperialism as: “capitalism at that stage of development at which the domination of monopolies and finance capital is established: in which the export of capital has acquired pronounced importance; in which the division of the world among the international trusts has begun; in which the division of all the territories of the globe among the biggest capitalist powers has been completed.” Lenin, 1917, 237.

As Lenin’s five-point definition of imperialism explains, finance capital uses the state machinery to colonize the periphery. In the periphery, capitalists would use oppressed peripheral labour to produce primary commodities and raw materials cheaply and create an affluent stratum (peripheral elite) to consume expensive commodities imported from the core, and undermine indigenous industry (Galtung 1971).

For Lenin, imperialism is the power struggle for the economic and political division of the world, which gives rise of a transitional dependence between rentier states and debtor states: the epoch of the latest stage of capitalism shows us that certain relations between capitalist associations grow up, based on the economic division of the world; while parallel to and in connection with it, certain relations grow up between political alliances, between states, on the basis of the territorial division of the world, of the struggle for colonies, of the struggle for spheres of influence. Lenin 1917, 239.

Indeed, Lenin himself implicitly discussed the role of the nation-state; and his notion of state was part of strong power, which included also transnational capitals, and his argument for a strong state was a Commune worker state. The Commune was an armed and organized revolutionary section of the Parisian working class, but it was not a state (Lenin 1964; Rothenberg 1995). What Lenin described was that both economic rivalry and military conflicts are indicative as conflicts for hegemony between great powers that constitute essential features for imperialism. In his statement, great powers are not necessarily nationstates, because great powers are powerful actors, meaning that they can also be corporations as well as nation-states (Fuchs 2011a, 198). Though, in Lenin’s conceptualization imperialism is essentially associated with a system of relations and contradictions between nation states (Liodakis 2003, 4).

Several new-Marxists (Galtung 1971; Doyle 1986) have also emphasized nation-states as major actors in imperialism theory. For them, imperialism involves the extension of power or authority over others in the interests of domination and results in the political, military, or economic dominance of one country over another (Wasko 2003). In other words, imperialism would be conceived of as a dominant relationship between collectivities, particularly between nations, which is a sophisticated type of dominant relationship (Galtung 1971, 81).

Imperialism or empire can be therefore defined as “effective control, whether formal or informal, of a subordinated society by an imperial society” (Doyle 1986, 30). Therefore, while admitting that Lenin’s definition has greatly influenced our understanding of global capitalism, we should update theoretical arguments in order to re-engage with Lenin’s theory of imperialism today (Fuchs 2010b). One way to do so is to take Lenin as a theoretical impetus for the contemporary theorization of platform imperialism.

3 Cultural Imperialism from Lenin’s Fourth Characteristic

Beginning in the early 20th century, media scholars have developed imperialism theory in the contexts of several different areas, including culture and technology. Media theoreticians have especially developed Lenin’s fourth point of imperialism, primarily focusing on the major role of big companies that dominate the economy.

As Lenin (1917) argued, these big corporations, cartels, syndicates, and trusts first divided the home market among themselves and obtained more or less complete possession of the industry in their own country. “But under capitalism the home market is inevitably bound up with the foreign market. As the export of capital increased, and as the foreign and colonial connections and spheres of influence of the big monopolist associations expanded in all ways, things naturally gravitated towards an international agreement among these associations, and towards the formation of international cartels” (Lenin 1917, 266).

Information industries and services, including both audiovisual and information and communication technologies (icts) industries, are no exception from this inequal economic geography (Fuchs 2010a). Therefore, one can say that theories of communication imperialism and cultural domination have described Lenin’s fourth characteristic of imperialism in relation to media and culture: the domination of the information sphere by large Western corporations (Fuchs 2010a; Said 1993; Galtung 1971; Schiller 1969).

Such concepts focusedon the ownership and control, structure and distribution of media content (and the media industries) in one country by another country (Fuchs 2010a;Boyd-Barrett 1977) or primarily by the u.s. (Schiller 1976). This updated versionis suited for theoretically describing Lenin’s dimension of corporateeconomic domination in the attempt to apply imperialism theory to informational capitalism.

The debate over imperialism in media studies intensified beginning in the mid-1970s. Several media scholars, including H. Schiller (1976), debated the dominance in international cultural exchange when the international communication system mainly expanded by supplying television programs and motion pictures.

They argued that “the international communication system was characterized by imbalances and inequalities between rich and poor nations, and that these imbalances were deepening the already existing economic and technological gaps between countries” (unesco 1980, 111–115).

Schiller (1976) identified the dominance of the u.s. and a few European nations in the global flow of media products as an integral component of Western imperialism, and dubbed it cultural imperialism in the following way: “the concept of cultural imperialism describes the sum of processes by which a society is brought into the modern world system and how its dominating stratum is attracted, pressured, forced, and sometimes bribed into shaping social institutions to correspond to, or even promote, the values and structures of the dominant center of the system” (1976, 9–10).

Guback (1984, 155–156) also argued, “the powerful u.s. communication industry, including film and television as well as news, exerts influence, sometime quite considerable, over the cultural life of other nations.” These scholars defined cultural imperialism as the conscious and organized effort taken by the Western, especially u.s. media corporations to maintain commercial, political, and military superiority.

Those Western multinational corporationsexerted power through a vast extension of cultural control and domination,and thus saturated the cultural space of most countries in the world, which was claimed to have eliminated and destroyed local cultures by installing a new dominant culture in their place (Jin 2007).

What is also important in the cultural imperialism thesis is the major role taken by the u.s. government. As discussed, media scholars have developed cultural imperialism primarily based on Lenin’s fourth characteristic of imperialism, which emphasized the primary role of big corporations, in this case, major u.s. media and cultural companies; however, the push by the large cultural, media and information industries corporations into markets and societies around the world was also propelled by strong support from the u.s. government.

The u.s. government’s initiative and support for its culture industry has a long history, and this strategy has emphasized the importance of information-based products, making the u.s. State Department a powerful government agent on behalf of the cultural sector (Miller et al. 2001). Given that much of the enormous revenues generated by the u.s. cultural industry have come from foreign markets, “the liberalization of the global cultural market is very significant for the u.s. government” (Magder 2004, 385).

The u.s. government has extensively supported Hollywood by driving other countries to open their cultural markets, which means the us government has been deeply involved in the cultural trade issue by demanding that other governments should take a hands-off approach in the cultural area. Several non-Western economics have been targeted by the u.s. due in larger part to the increasing role of emerging markets, such as China, Russia, Korea, Brazil, and India. For example, Avatar’s – a Hollywood movie released in 2010 – overseas income of $915 million significantly outpaced comparable domestic action, more than doubling its $430.7 million domestic take in the u.s. and Canada (Hollywood Reporter 2011).

The restructuring of the global film sector was conducted through the use of larger power relations and patterns after World War ii, with initial moves beginning prior to wwii. Since World War ii, u.s. policy has generally supported the liberalization of international trade – that is, the elimination of artificial barriers to trade and other distortions, such as tariffs, quotas, and subsidies that countries use to protect their domestic industries from foreign competition (Congressional Budget Office 2003).

The u.s. government sought and eventually secured the liberalization of the audiovisual sector in the first General Agreement on Tariffs and Trade (gatt) negotiations in 1947. As Western countries began to settle on the arrangements that would govern the post-war world, cinema was high on the list of outstanding issues, and Hollywood wanted to restore its overseas markets (Magder 2004).

The u.s. government alongside major film/tv corporations has intensified its dominance in the global cultural market, and cultural imperialism has been one of the primary practices of Lenin’s imperialism in different contexts in the 20th century, of course, until recent years.

The new media sector is not much different. Facebook has rapidly increased its revenue from advertising in foreign countries, including several emerging markets, due to the soaring number of users in those markets (more than 1.3 billion in the world as of March 2014), as will be detailed later. Western-based game corporations have also enjoyed profits from the global markets. New media corporations alongside cultural industries corporations have benefited from global capitalism paved by the nexus of the u.s. government and mega media tncs.

4 The Nexus of Globalisation and Information Imperialism

Since the early 1990s, two historical developments – the rapid growth of new technologies and the development of globalization – have greatly influenced the concept of imperialism. To begin with, as globalization theory has evolved over the last decade or so, contemporary theories of imperialism and global capitalism can be categorized on a continuum that describes the degree of novelty of imperialism (Fuchs 2010a).

At the end of the continuum there are theoreticians who argue that imperialism, including cultural imperialism no longer exists today and that a post-imperialistic empire has emerged. Several media scholars have indeed made a case against the cultural imperialism thesis.

Straubhaar (1991) emphasizes that national cultures can defend their ways of life and, in some respects, even share their images with the rest of the world.

Sparks (2007, 119) points out, “in the place of a single, u.s.-based production center dominating the whole of the world trade in television programs, it was increasingly argued that technical and economic changes were rendering the world a more complex place, in which there were multiple centers of production and exchanges flowing through many different channels.”

Several other scholars also convincingly stress the discontinuity between globalization in the 21st century and times past (Negri 2008, Robinson 2007, Hardt and Negri 2000). Hardt and Negri (2000) point out that imperialism, which was an extension of the sovereignty of the European nation-states beyond their own boundaries, is over, because no nation could ever be a world leader in the way modern European nations were in the midst of 19th and early-20th centuries versions of globalization.

Hardt and Negri develop the term empire instead of imperialism to describe the contemporary form of the global order and argue that empire is a system of global capitalist rule that is altogether different from imperialism:

“in contrast to imperialism, empire establishes no territorial center of power and does not rely on fixed boundaries or barriers. It is a decentered and deterritorializing apparatus of rule that progressively incorporates the entire global realm within its open, expanding frontiers.” (hardt and negri 2000, xii-xiv).

Robinson (2007, 7–8) also argues, “capitalism has fundamentally changed since the days of Lenin due to the appearance of a new transnational capitalist class, a class group grounded in new global markets and circuits of accumulation, rather than national markets and circuits.” Robinson claims, “the imperialist era of world capitalism has ended” (2007, 24).

He believes that tnc s are much different from national corporations because tnc s have been free from nation-states.

More importantly, in the midst of the globalization process, some theoreticians claim that the core-periphery dichotomy by Lenin and new Marxists does not work anymore because it is too simplistic. Hardt and Negri (2000, xii) especially argue that “theories of imperialism were founded on nation states, whereas in their opinion today a global empire has emerged, and imperialism no longer exists with the demise of nation-states,” although they do not explain in detail as to why they think that Lenin limited his concept of imperialism to the extension of national sovereignty over foreign territory (Fuchs 2010b).

In fact, “the nation state-centeredness of their own narrow definition of imperialism as the expansive process of the power of the nation state through policies of export of capital, export of labour power and constitution-occupation of areas of influence” (Negri 2008, 34) bears little resemblance to Lenin’s definition (Fuchs 2010b, 841), because Lenin’s emphasis is on finance capital, which is capital controlled by banks and employed by industrialists. Again, Lenindiscussed the significant role of nation-states as colonizers and rentier states.However, economic interdependence and de-colonization do not mean the demise of nation-states, nor automatic de-territorialization.

Meanwhile, others argue that contemporary capitalism is just as imperialistic as imperialism was 100 years ago or that it has formed a new kind of imperialism (Fuchs 2010a; Harvey 2007; Wood 2003). As Ellen Wood (2003, 129) points out, the new imperialism that would eventually emerge from the wreckage of the old would no longer be a relationship between imperial masters and colonial subjects but a complex interaction between more or less sovereign states. While the u.s. took command of a new imperialism governed by economic imperative, however, this economic empire would be sustained by political and military hegemony.

The stress is, therefore, on continuity rather than fundamental change (Harvey 2003, 2007; Wood 2003). Unlike the emphasis on the coercive power of nationstates that Hardt and Negri focus on, “the harmonization of capitalist space relies on the soft power of consent and the emulation of models of development” (Winseck and Pike 2007, 8).

Although contemporary aspects of imperialismcannot be considered in the same way as set out in Lenin’s understandingof imperialism, contemporary critical scholars believe that “the notion ofimperialism still functions as a meaningful theoretical framework to interpretthe world which was globalized neo-liberally” (Fuchs 2010a, 34).

Many theoreticians have especially argued that the differential power relations associated with globalization are a continuation of past forms of Western imperialism that created the persistent differentiation between the First and Third Worlds (Miller 2010; Amin 1999). Harshe (1997) describes globalization and imperialism as intertwined and characterized by unequal cultural and intellectual exchanges. Grewal (2008, 7) also points out, “the assertion that globalization is imperial has lately become the subject of mainstream discussion in the u.s. and elsewhere; it is no longer a charge made by anti-globalization activists alone.”

Alongside globalization, the rapid growth of icts has influenced the change and continuity of the notion of imperialism. The connection of imperialism and the information sector is not peculiar for a new form of imperialism. Boyd-Barrett (1980, 23) has shown that “already in the 19th and early 20th century the big news agencies Havas, Reuters and Wolff were based in imperial capitals, and their expansion was intimately associated with the territorial colonialismof the late nineteenth century.” At the time of Lenin, they served as governmentpropaganda arms in the First World War.

Later, Winseck and Pike (2007)discuss with the example of the global expansion of cable and wireless companies(e.g. Western Union, Eastern Telegraph Company, Commercial CableCompany, Anglo American Telegraph Company or Marconi) in the years1860–1930 that at the time of Lenin there was a distinct connection betweencommunication, globalization, and capitalist imperialism. They argue:

the growth of a worldwide network of fast cables and telegraph systems, in tandem with developments in railways and steamships, eroded some of the obstacles of geography and made it easier to organize transcontinental business. These networks supported huge flows of capital, technology, people, news, and ideas which, in turn, led to a high degree of convergence among markets, merchants, and bankers. (winseck and pike, 2007, 1–2)

It is clear that the notion of imperialism has gained a new perspective in the midst of the rapid growth of new technologies. While the importance of the global flow in capital and culture has arguably changed, several recent theoreticians have emphasized the importance of the dominance of icts.

Dan Schiller (1999) has specifically developed a theory of digital capitalism that emphasizes the changing role of networks for capital accumulation:the networks that comprise cyberspace were originally created at thebehest of government agencies, military contractors, and allied educationalinstitutions. However, over the past generation or so, a growingnumber of these networks began to serve primarily corporate users.Under the sway of an expansionary market logic, the Internet began a political-economic transition toward digital capitalism.

Castells (2001) also cautions against the socially and functionally selective diffusion of technology. He identifies one of the major sources of social inequality as the differential timing in access to the power of technology for people, and thus acknowledges, in contrast to the laudatory rhetoric about the globalization of technological systems, that its outcome is instead large areas of the world, and considerable segments of population, switched off from the new technological system. Boyd-Barrett emphasizes (2006, 21–22), “the emergence of microprocessor-based computer network technology and the u.s. dominance of ict are crucial for u.s. economy and imperialism.”

Meanwhile, Fuchs (2010a, 56) points out, “media and information play a pivotal role in the new concept of imperialism, which the u.s. has dominated based on its advanced digital technologies, although they are subsumed under finance capital in the 21st century.”

However, with the swift transfer of power to platforms, the situation has recently changed, although of course, not without periodic setbacks for traditional ict companies. Previously powerful ict corporations have increasingly been subordinated to platforms due to the latters’ ascendant role and power in digital media economies. For example, in August 2011, Google acquired Motorola Mobility for $12.5 billion in order to give the platform giant a presence in smartphone hardware while also bringing it thousands of new patents (Efrati and Ante, 2011).

Almost at the same time, Hewlett-Packard Co., the world’s largest personal-computer maker, is simultaneously exploring a spinoff of its pc business as profits slide, but buying u.k. software firm Autonomy Corp., for about $10.25 billion (Worthen et al., 2011). It is presumptuous to say that the hardware era is gone; however, these two recent events and the increasing role of u.s.-based platforms in capital accumulation and culture (Facebook and Google) are arguably clear examples of the rise of platform imperialism.

5 Great American Powers and Platform Imperialism

5.1 What is Platform Imperialism?

The term platform has recently emerged as a concept to describe the online services of content intermediaries, both in their self-characterizations and in the broader public discourse of users, the press and commentaries (Gillespie 2010, 349). While people associate platforms with their computational meaning (Bodle 2010), which is an infrastructure that supports the design and use of particular applications or operating systems, the concept of platform can be explained in three different, but interconnected ways.

First, a platform is not only hardware architecture, but also a software framework that allows other programs to run (Tech Coders.com 2012). Second, platforms afford an opportunity to communicate, interact, or sell. This means that platforms allow code to be written or run, and a key is that they also enhance the ability of people to use a range of Web 2.0 technologies to express themselves online and participate in the commons of cyberspace (Gillespie 2010).

Platforms also can be analyzed from the corporate sphere because their operation is substantially defined by market forces and the process of commodity exchange (van Dijck 2012, 162). Finally, it is crucial to understand the nature of platforms because a platform’s value is embedded in design. As several theoreticians argue (Ess 2009; Feenberg 1991), technology is not value neutral but reflects the cultural bias, values and communicative preferences of designers.

Likewise, platforms often reinforce the values and preferences of designers, either explicitly or implicitly, while sometimes clashing with the values and preferences of their intended users (Ess 2009, 16). As Bodle (2010, 15) points out, the technological design of online spaces, tools, and operating systems constitutes a contested terrain where the imposition of designers’ values and preferences are at odds with the values and preferences of theintended user base.

All three of these areas are relevant to why platforms have emerged in reference to online and mobile content-hosting intermediaries. Drawing these meanings together allows us to see that platforms emerge not simply as indicating a functional computational shape, but with cultural values embedded in them.

Since platforms are crucial for people’s everyday information flows and capitalism, not only on a national level, but also on a global level, it is important to measure whether platforms suggest a progressive and egalitarian

arrangement, promising to support those who stand upon them in the contemporary global society (Gillespie 2010). Arguably, global flows of culture and technology have been asymmetrical, as theories of cultural and media imperialism have long asserted, and thus the focal point here is whether asymmetrical relationships between a few developed and many developing countries exist in the case of platforms.

Accepting platforms as digital media intermediaries, the idea of platform imperialism refers to an asymmetrical relationship of interdependence between the West, primarily the u.s., and many developing powers – of course, including transnational corporations as Lenin andH. Schiller analyzed. Characterized in part by unequal technological exchangesand therefore capital flows, the current state of platform development impliesa technological domination of u.s.-based companies that have greatly influenced the majority of people and countries.

Unlike other fields, including cultureand hardware, in which a method for maintaining unequal power relationsamong countries is primarily the exportation of these goods and related services,in the case of platform imperialism, the methods are different because commercial values are embedded in platforms and in ways that are more significant for capital accumulation and the expansion of power.

5.2 Internet Platforms: The American Dominance in Platform Imperialism

American-based platforms, including search engines and social media, are dominant in the global Internet markets. According to Alexa.com (2012), over the three-month period between September and November of 2012, among the top 100 global sites on the Web based on page views and visits, 48 websites were owned by u.s. corporations and 52 websites were non-u.s. Internet firms. Other than the u.s., 16 countries had their own websites on the list, and amongthem, China had the largest number of websites (18), followed by Japan (6), Russia (5), India (4) and the uk (4). A few non-Western countries, includingIndonesia, Turkey, Brazil, and Mexico also had one website each.

This dataseemingly explains that the u.s. is not a dominant force in the Internet market.However, when we consider the origins of the websites, the story is not thesame, because the websites that belong to these non-Western countries are of u.s.-origin, including Google, Yahoo, and Amazon. Other than a handful ofcountries, including China and Russia, developing countries have no websitesthat they originally created and operated themselves.

Based on the origin ofthe websites, u.s. companies comprised 72% of the list, which means that only one country controls three-fourths of the top Internet market. More importantly, 88 of these websites, such as Google, Yahoo, and YouTube, accumulate capital primarily by (targeted) advertising, and they prove that u.s.-origin platforms are symbols of global capitalism. In fact, among the top 100 list, only two websites (Wikipedia and bbc Online) are operated with a non-profit model. Ten websites make revenues through other business models, including pay-per-view and subscription, although a few websites (Am

Amazon and eBay) developed several business models, such as product and service sales and marketing.

Among these, Craigslist.com makes money through a handful of revenue streams. The website charges some fees to post a job listing in several u.s. cities, while charging fees to list an apartment rental in New York, usa. The revenues cover only the operating expenses; the company has not made a profit since its inception (Patrick 2012).

Meanwhile, WordPress.com is run by Automatic which currently makes money from the aforementioned upgrades, blog services, Akismet anti-spam technology, and hosting partnerships. What is most significant about the contemporary Internet is the swift growth of capitalist platforms, such as Facebook, Google, and Twitter. As Baran and Sweezy (1968) argued, in a capitalism dominated by large corporations operating in oligopolistic markets, advertising especially becomes a necessary, competitive weapon.

No matter whether Western or non-Western, these websites and platforms are major engines appropriating advertising for global capitalism.

Specifically speaking, while there are many u.s-based platforms that have increased their global influence, three major American-based platforms – Google, Facebook, and YouTube (also owned by Google) – made up the top three websites in November 2012 (Alexa.com, 2012). Except for two Chinese-based  platforms (Baidu.com and qq.com), the other eight platforms in the top 10 were all American-based platforms.

Among these, Google is the world’s most accessed web platform: 46% of worldwide Internet users accessed Google in a three-month period in 2010 (Fuchs 2011b). Among search engines only, Google’s dominant position is furthermore phenomenal. As of November 2012, Google accounted for as much as 88.8% of the global search engine market, followed by Bing (4.2%), Baidu (3.5%), Yahoo (2.4), and others (1.1%) (Kamasnack 2012).

Google even launched google.cn in 2006, agreeing to some censorship of search results to enter the country, to meet the requirements of the Chinese government.

In China, Google’s market share stood at 16.7% as of December 2011, down from 27% in June 2010, while local web search engine Baidu’s market share increased from 70% as of June 2010 to 78.3% in December 2011 (La Monica 2012; Lee 2010; Lau 2010). Due to the fact that Baidu is limited mainly to Chinese language users, though, it can’t surmount Google’s global market share.

snss have also gained tremendous attention as popular online spaces for both youth and adults in recent years. American-based snss have rapidly penetrated the world and enjoyed an ample amount of capital gains. Several localbased snss, such as Mixi (Japan), Cyworld (Korea), and qq (China), as well as vk (Originally VKontakte) – a European social network site that Russianspeaking users use around the world (vk was established in 2006 by Pavel Durov, a Russian entrepreneur, who is still the co-owner alongside the Mail.ru Group–the Russian Internet giant that owns a 39.9% stake in Vkontakte; East–west Digital News, 2012) – are competing with American-based snss.

For example, Russian Cyberspace, including the Commonwealth of Independent States (cis), such as Azerbaijan, Armenia, and Georgia, known as runet, is a selfcontained linguistic and cultural environment with well-developed and highly popular search engines, web portals, social network sites, and free e-mail services.

Within runet, Russian search engines dominate with Yandex (often called the Google of Russia), beating out Google (Deibert et al. 2010, 17–19). The market share of Yandex was 60.3% in November 2012, while Google’s share was 26.6% in November 2012, according to LiveInternet (2012).

However, outside these few countries, the majority of countries in the world have increased their usage of Facebook and Twitter. These Western-based platforms have managed to overtake some local incumbent snss and search engines in the past few years (Jin forthcoming). The u.s. has continued an asymmetrical relationship of interdependence between a few developed countries and the majority of developing countries up to the present time.

Among these, Facebook, which was founded in the usa in 2004, is organized around linked personal platforms based on geographic, educational, or corporate networks. Given that the general concept of platform means any base of technologies on which other technologies or processes are built, Facebook is a platform that plays an advanced role in aggregating several services. When Netscape became a platform in the 1990s, their flagship product was the web browser, and their strategy was to use their dominance in the browser market to establish a market for high-priced products (O’Reilly 2005).

However, for Facebook, ‘usage’ is more important than other functions. “People as consumers and producers flock to Facebook to socialize with their friends and acquaintances, to share information with interested others, and to see and be seen” (boyd 2011, 39). The site can be understood as an online communication platform that combines features of e-mail, instant messaging, photo-sharing, and blogging programs, as well as a way to monitor one’s friends’ online social activity.

Since May 2007, members have been able to download and interact with Facebook applications, programs and accessories developed by outside companies that now have access to Facebook’s operating platform and large

networked membership (Cohen 2008).

Facebook is indeed maintaining its rate of growth and generating thousands of new user registrations every day. The number of total users has grown from 585 million in December 2010 to 1.3 billion in March 2014., These numbers are significant because they have contributed to the high valuation assigned to the company. Facebook’s value reached $50 billion in January 2011 (McGirt 2007; Rushe 2011). Right after its public offering on May 18, 2012, the capital value of Facebook was as much as $104 billion (ap 2012).

Interestingly enough, before its public offering, Zuckerberg emphasized that “Facebook’s social mission was to make the world more open and connected,” and he stated that “the primary goal was not making money” (Channel 4 News 2012). This might be true and it will not always be easy to separate economic and social values as motives, but the public offering of Facebook clearly proves that the development of new technology cannot be understood without its value embedded in design for commodity exchange, as van Dijck (2012) points out.

At the very least, the technological design of online spaces and operating systems constitute a contested terrain where the imposition of designers’ values and preferences are at odds with the values and preferences of the intended user base (Bodle 2010).

Meanwhile, Facebook has rapidly expanded its dominance in many countries. According to the World Map of Social Networks, showing the most popular snss by country, which is based on Alexa and Google Trends for Websites traffic data (2012), Facebook is the market leader in 126 countries out of 137 (92%) as of June 2012, up from 87% in June 2010, and up from 78% in December 2009 (Vincos Blog 2012).

Although several local-based snss are still market leaders in Asian countries, such as China, Japan, and Korea as well as Russia, which is very significant because these are some of the largest it markets, Facebook has managed to overtake local incumbent snss, and has rapidly penetrated the majority of countries in the world. Facebook has positioned itself as the leader of interactive, participant-based online media, or Web 2.0, the descriptor for websites based on user-generated content that create value from the sharing of information between participants (Hoegg et al. 2006, 1; O’Reilly 2005).

The dominant positions of several social media, including Facebook and Google have been considered as clear examples of platform imperialism. While these sites can offer participants entertainment and a way to socialize, the social relations present on a site like Facebook can obscure economic relations that reflect larger patterns of capitalist development in the digital age.

The connection of snss to capitalism is especially significant. sns users provide their daily activities as free labour to network owners, and thereafter, to advertisers, and their activities are primarily being watched and counted and eventually appropriated by large corporations and advertising agencies (Jin forthcoming).

As the number of sns users has soared, advertisers, including corporations and advertising agencies, have focused more on snss as alternative advertising media. According to Facebook’s S-1 filing with the u.s. Securities and Exchange Commission (sec), Facebook’s ad revenue in 2013 was $6.98 billion, up from $1.9 billion in 2010. Approximately 56% of Facebook’s 2011 ad revenue of $3.1 billion came from the u.s. alone, according to the company’s regulatory filings (Facebook 2014).

However, the proportion of the u.s. significantly decreased from 70.5% in 2010 to 56% in 2011 (eMarketer 2010), meaning Facebook has rapidly increased its profits from foreign countries.

As Grewal (2008, 4) emphasizes, “the prominent elements of globalization can be understood as the rise of network power.” The notion of network power consists of the joining of two ideas: first, that coordinating standards are more valuable when greater numbers of people use them, and second, that this dynamic as a form of power backed by Facebook, which is one of the largest tncs, can lead to the progressive elimination of the alternatives, as Lenin (1917) and H. Schiller (1991) emphasized.

Facebook as the market leader in the sns world has eliminated competitors as the number of users exponentially soars. “In the digital era, one of the main sources of social inequality is theaccess to technology” (Castells 1996, 32–33). Even when the issue is no longerthat of lack of material access to technology, a power distribution and hegemonicnegotiation of technologically mediated space is always at play (Gajjalaand Birzescu 2011).

The powers that can be marshaled through platforms arenot exclusively centered in the u.s. However, as Lenin argued, the conflicts forhegemony between great powers, in this case, u.s-based snss and local-basedsnss have been evident, and Facebook and Twitter have become dominant powers.

In other words, a few u.s.-based platforms dominate the global order, which has resulted in the concentration of capital in a few hands within majortncs and start-ups. This is far from a globalization model in which power isinfinitely dispersed. Capital and power are not the form of monopoly; however,a handful of u.s.-owned platforms have rapidly expanded their dominance inthe global market, which has caused the asymmetrical gap between a fewWestern countries and the majority of non-Western countries.

6 The Role of Nation-States in the Construction of Platform Imperialism

While tncs have developed and advanced new technologies, it is important to understand that nation-states, both the u.s. government and other governments, including China, support the growth of their own platforms, and these new political agendas certainly construct the new form of media imperialism in tandem with platforms.

The u.s. government, based on its state power, has greatly supported American-based platform owners in global politics. The involvement of the u.s. government and the Chinese government in the wake of China’s attacks on Google services has become a recent case in this regard.

In the midst of the conflicts between the Chinese government and Google, the Chinese government has restricted Google discussion topics that the government finds objectionable, such as independence drives in the regions of Tibet and Xinjiang and the banned religious movement Falun Gong. For the tens of thousands of censors employed by the Chinese government, blocking

access to restricted information both at home and abroad is an ongoing struggle.

Search engines are prevented from linking to sensitive content (Ramzy 2010). As discussed, Google launched google.cn in 2006, agreeing to some censorship of search results, as required by the Chinese government; however, due to the restrictions and some cyberattacks allegedly targeting Gmail, Google warned that it might end its operations in China (bbc News 2010).

Interestingly enough, the u.s. as a nation-state has strongly supported Google. u.s. Secretary of State Hillary Clinton especially gave two major speeches in 2010 and 2011, respectively. Clinton gave the first significant speech on Internet freedom around the world, making it clear exactly where the u.s. stood in January 2010; on their own, new technologies do not take sides in the struggle for freedom and progress, but the u.s. does.

We stand for a single Internet where all of humanity has equal access to knowledge and ideas. And we recognize that the world’s information infrastructure will become what we and others make of it. This challenge may be new, but our responsibility to help ensure the free exchange of ideas goes back to the birth of our republic. (u.s. Secretary of State 2010).

In her speech, Clinton cited China as among a number of countries where there has been “a spike in threats to the free flow of information” over the past year, and she also named Tunisia, Uzbekistan, Egypt, Iran, Saudi Arabia and Vietnam (u.s. Secretary of State 2010). Of course, China rejected a call by Clinton for the lifting of restrictions on the Internet in the communist country, denouncing her criticism as false and damaging to bilateral ties. Foreign Ministry spokesman Ma Zhaoxu said in a statement posted on the ministry’s Web site:

“regarding comments that contradict facts and harm China-u.s. relations, we are firmly opposed. We urged the u.s. side to respect facts and stop using the so-called freedom of the Internet to make unjustified accusations against China. The Chinese Internet is open and China is the country witnessing the most active development of the Internet.” mufson 2010, a14

Ma added that China regulated the Web according to law and in keeping with  its national conditions and cultural traditions.

It is evident that the Chinese government understands the vast size of the Chinese Internet market, and it has taken measures to cultivate the growth of local information technology, including Google’s competitor, Baidu.cn. The Chinese government has maneuvered to protect its own technology-driven corporations due to their significance for the national economy. China’s English-language Global Times therefore characterizes Clinton’s speech as a disguised attempt to impose [u.s.] values on other cultures in the name of democracy. The newspaper then dragged out another snarling phrase to denounce Clinton’s overtures on freedom of speech: information imperialism (Global Times 2010).

The second round of debate between the u.s. and China occurred in February 2011. Hillary Clinton again warned repressive governments, such as China, Cuba and Syria, not to restrict Internet freedom, saying such efforts will ultimately fail. Calling the Internet the public space of the future, Clinton enumerated all the reasons that freedom of expression must be the overriding ethos of this worldwide landscape (Goodale 2011).

As expected, the Chinese government also warned the u.s. not to use the issues to meddle in China’s internal affairs. The government expressed that Internet freedom in China is guaranteed by law, and stated “we are opposed to any country using Internet freedom as a pretext for interference in Chinese affairs” (States News Service 2011).

As such, in the 21st century, the u.s. government has intensified its efforts to penetrate the global information market. As Panitch and Gindin (2003, 35–36) succinctly argue, neoliberal globalization is the acceleration of the drive to a seamless world of capital accumulation, and the mechanisms of neoliberalism may have been economic, but in essence it was a political response to the democratic gains that had been previously achieved by subordinate classes and which had become, in a new context and from capital’s perspective, barriers to accumulation…. Once the American state itself moved in this direction, it had a new status: capitalism evolved to a new

form of social rule that promised, and largely delivered, a) the revival of the productive base for American dominance; b) a universal model for restoring the conditions for profits in other developed countries; and c) the economic conditions for integrating global capitalism.

Direct government intervention and support by the State Department have developed and expanded u.s. platforms throughout the world. As the u.s. government has continuously supported Hollywood backed by the Motion Picture Association of America and major film producers (Wasko 2003), the u.s government has been actively involved in the discourse of the free flow of information, and of course, one of the primary backgrounds is Google. The company lobbied 13 government agencies in 2009, spending just under $6 million in the process, and Google chiefly focused on freedom of speech on the Internet in 2010, particularly because of its highly publicized battles with the Chinese government.

Google urged lawmakers to adopt policies that assure a neutral and open Internet at home and put pressure on foreign governments that censor the Web (Goldman 2010). The u.s. campaign for uncensored and free flow of information on an unrestricted Internet backed by Google and other platforms, including Microsoft has been a clear proof of the collaboration between the government and tncs, two major powers, in the global market.

Since the early 1990s, as H. Schiller (1999) criticized, several theoreticians have insisted that the market is the solution to all problems, that private enterprise is the preferred means to achieve solid economic results, and that government is the enemy. However, as the case of Google in China proves, as well as ip rights related global politics, the last several decades’ record is of government initiative, support, and promotion of information and communication policies.

The principle – vital to the worldwide export of American cultural product and American way of life – of the free flow of information has arguably become a universal virtue to both the information industries and the u.s. government (H. Schiller 1999), and this fundamental political agenda continues in the Obama government.

The u.s. government has become a primary actor in tandem with tncs, which also applies to platform imperialism. The u.s. is not the only country to actualize neoliberal policies. The Chinese government also capitalizes on neoliberal globalization, meaning the role of China in global capitalism has rapidly increased. One needs to be very careful, though, because “China is not capitalist despite the rise of a capitalist class and capitalist enterprises” (Arrighi 2007, 331).

“The capitalist character of marked-based development is not determined by the presence of capitalist institutions and dispositions but by the relation of state power to capital. Add as many capitalists as you like to a market economy, but unless the state has been subordinated to their class interest, the market economy remains non-capitalist. (arrighi 2007, 331–332)

The Chinese state in Arrighi’s view still retains a high degree of autonomy from the capitalist class and is therefore able to act in the national rather than in a class interest (Robinson 2010).

Since the late 1970s, the Chinese state has undergone a radical transformation in order to pursue substantive linkages with transnational capitalism. Neoliberal ideas have been influential in China as the post-Mao leadership embraced the market system as a means to develop the country (Zhao, 2008).

In A Brief History of Neoliberalism, David Harvey (2005, 120) clearly points out that “the outcome in China has been the construction of a particular kind of market economy that increasingly incorporates neoliberal elements interdigitated with authoritarian centralized control.” As The Top 100 Sites on the Web show, Chinese platforms, including Baidu, qq, and Taobao, utilize the targeted advertising capital business model, which is not different from us Internet capitalism.

Of course, this does not imply that China has entirely adopted neoliberal capitalist reform. Although China’s transition from a planned economy to a socialist market economy is substantial, China also poses an alternative to the Washington Consensus, which emphasizes the continuing role of the government in the market. As Zhao (2008, 37) aptly puts it, the Chinese government has developed both “neoliberalism as exception” and “exceptions to neoliberalism” for the national economy and culture. The Chinese government has developed a market-friendly economy; however, at the same time, it continues to play a primary role in the market.

In sum, when society looks to regulate an emerging form of information distribution, be it the telegraph or radio or the Internet, it is in many ways making decisions about what that technology is, what it is for, what sociotechnical arrangements are best suited to help it achieve that and what it must not be allowed to become (Benkler 2003).

This is not just in the words of the policymakers themselves. Interested third parties, particularly the companies that provide these services, are deeply invested in fostering a regulatory paradigm that gives them the most leeway to conduct their businesses, imposes the fewest restrictions on their service provision, protects them from liability for things they hope not to be liable for and paints them in the best light in terms of the public interest (Gillespie 2010, 356).

In fact, Google, in its newly adopted role of aggressive lobbyist, has become increasingly vocal on a number of policy issues, including net neutrality, spectrum allocation, freedom of speech and political transparency (Phillips 2006, Gillespie 2010). Platform imperialism has been developed and influenced by sometimes cooperative and at other times conflicting relationships among the government, domestic capital and tncs. tncs are valuable players to platform technologies; the nation-states are also primary actors in international negotiations.

As Marx stated (1867), the capitalist expansion of tncs inevitably takes the political form of imperialism, and it is further evident in the case with the development of platform imperialism.

7 Conclusion

This chapter has analyzed the evolutionary development of various theories of imperialism and examined whether we might be moving towards a situation of platform imperialism. It examined whether Lenin’s analysis continues to explain what is happening in the world during these early years of the 21st

century. Since the new concept of imperialism functions through digital technologies, first information and second platform technologies in the 21st century, which were not seen in Lenin’s imperialism, it is crucial to understand whether such technologies play a primary role in changing the notions of imperialism.

At a glance, the massive switch to the digital economy has provided a surplus for several emerging powers, including China, India, and Korea with which to challenge the longer-term u.s. dominance, unlike the old notion of imperialism developed by Lenin (Boyd-Barrett 2006, 24). These countries have presumably competed with Western countries, and they are supposed to build a new global order with their advanced digital technologies.

However, there are doubts as to whether non-Western ict corporations have reorganized the global flow and constructed a balance between the West and the East. The panacea of technology may reduce imperialism and domination to vestiges of the past; however, technology will always be the reality of human hierarchy and domination (Maurais 2003, Demont-Heinrich 2008), and digital technologies have buttressed u.s. hegemony.

In particular, when the debates reach platforms, non-Western countries have not, and likely cannot, construct a balanced global order, because Google (including its Android operating system), Facebook, Twitter and Apple’s iPhones (and iOS) are indices of the dominance of the u.s. in the digital economy.

These platforms have penetrated the global market and expanded their global dominance. Therefore, it is not unsafe to say that American imperialism has been continued with platforms. As in the time of Lenin between the late 19th century and the early 20th century, there has been a connection between platform and capitalist imperialism. Platforms have functioned as a new form of distributor and producer that the u.s. dominates. Arguably, therefore, we are still living in the imperialist era.

A critical interrogation of the global hegemony of platforms proves that the dominant position of the u.s. has intensified an increasingly unequal relationship between the West and the East. In the 21st century, the world has become further divided into a handful of Western states, in particular, the u.s., which have developed platforms, and a vast majority of non-Western states, which do not have advanced platforms. Therefore, it is certain that American imperialism has been renewed with platforms, like the old form of American imperialism supported by politics, economy, and military, as well as culture.

At the time of Lenin, there was certainly a connection between communication – cable and telegraph systems – globalization and capitalist imperialism (Winseck and Pike 2007, 1). In the 21st century, again, there is a distinct connection between platforms, globalization, and capitalist imperialism.

Unlike the old notion of imperialism, though, the contemporary concept of imperialism has supported huge flows of people, news, and symbols, which, in turn, leads to a high degree of convergence among markets, technologies, and major tncs in tandem with nation-states. Platforms can be situated within more general capitalist processes that follow familiar patterns of asymmetrical power relations between the West and the East, as well as between workers and owners, commodification, and the harnessing of user power.

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Platform Capitalism. 2017. Nick Srnicek

Introduction

We are told today that we are living in an age of massive transformation. Terms like the sharing economy, the gig economy, and the fourth industrial revolution are tossed around, with enticing images of entrepreneurial spirit and flexibility bandied about. As workers, we are to be liberated from the constraints of a permanent career and given the opportunity to make our own way by selling whatever goods and services we might like to offer.

As consumers, we are presented with a cornucopia of on-demand services and with the promise of a network of connected devices that cater to our every whim. This is a book on this contemporary moment and its avatars in emerging technologies: platforms, big data, additive manufacturing, advanced robotics, machine learning, and the internet of things.

It is not the first book to look at these topics, but it takes a different approach from others. In the existing literature, one group of commentaries focuses on the politics of emerging technology, emphasising privacy and state surveillance but leaving aside economic issues around ownership and profitability. Another group looks at how corporations are embodiments of particular ideas and values and criticises them for not acting humanely – but, again, it neglects the economic context and the imperatives of a capitalist system.[1]

Other scholars do examine these emerging economic trends but present them as sui generis phenomena, disconnected from their history. They never ask why we have this economy today, nor do they recognise how today’s economy responds to yesterday’s problems. Finally, a number of analyses report on how poor the smart economy is for workers and how digital labour represents a shift in the relationship between workers and capital, but they leave aside any analysis of broader economic trends and intercapitalist competition.[2]

The present book aims to supplement these other perspectives by giving an economic history of capitalism and digital technology, while recognising the diversity of economic forms and the competitive tensions inherent in the contemporary economy. The simple wager of the book is that we can learn a lot about major tech companies by taking them to be economic actors within a capitalist mode of production.

This means abstracting from them as cultural actors defined by the values of the Californian ideology, or as political actors seeking to wield power. By contrast, these actors are compelled to seek out profits in order to fend off competition. This places strict limits on what constitutes possible and predictable expectations of what is likely to occur.

Most notably, capitalism demands that firms constantly seek out new avenues for profit, new markets, new commodities, and new means of exploitation. For some, this focus on capital rather than labour may suggest a vulgar economism; but, in a world where the labour movement has been significantly weakened, giving capital a priority of agency seems only to reflect reality.

Where, then, do we focus our attention if we wish to see the effects of digital technology on capitalism? We might turn to the technology sector,[3] but, strictly speaking, this sector remains a relatively small part of the economy.

In the United States it currently contributes around 6.8 per cent of the value added from private companies and employs about 2.5 per cent of the labour force.[4] By comparison, manufacturing in the deindustrialised United States employs four times as many people. In the United Kingdom manufacturing employs nearly three times as many people as the tech sector.[5]

This is in part because tech companies are notoriously small. Google has around 60,000 direct employees, Facebook has 12,000, while WhatsApp had 55 employees when it was sold to Facebook for $19 billion and Instagram had 13 when it was purchased for $1 billion. By comparison, in 1962 the most significant companies employed far larger numbers of workers: AT&T had 564,000 employees, Exxon had 150,000 workers, and GM had 605,000 employees.[6]

Thus, when we discuss the digital economy, we should bear in mind that it is something broader than just the tech sector defined according to standard classifications.

As a preliminary definition, we can say that the digital economy refers to those businesses that increasingly rely upon information technology, data, and the internet for their business models. This is an area that cuts across traditional sectors – including manufacturing, services, transportation, mining, and telecommunications – and is in fact becoming essential to much of the economy today.

Understood in this way, the digital economy is far more important than a simple sectoral analysis might suggest. In the first place, it appears to be the most dynamic sector of the contemporary economy– an area from which constant innovation is purportedly emerging and that seems to be guiding economic growth forward. The digital economy appears to be a leading light in an otherwise rather stagnant economic context.

Secondly, digital technology is becoming systematically important, much in the same way as finance. As the digital economy is an increasingly pervasive infrastructure for the contemporary economy, its collapse would be economically devastating. Lastly, because of its dynamism, the digital economy is presented as an ideal that can legitimate contemporary capitalism more broadly.

The digital economy is becoming a hegemonic model: cities are to become smart, businesses must be disruptive, workers are to become flexible, and governments must be lean and intelligent. In this environment those who work hard can take advantage of the changes and win out. Or so we are told.

The argument of this book is that, with a long decline in manufacturing profitability, capitalism has turned to data as one way to maintain economic growth and vitality in the face of a sluggish production sector. In the twentyfirst century, on the basis of changes in digital technologies, data have become increasingly central to firms and their relations with workers, customers, and other capitalists.

The platform has emerged as a new business model, capable of extracting and controlling immense amounts of data, andwith this shift we have seen the rise of large monopolistic firms. Today thecapitalism of the high- and middle-income economies is increasinglydominated by these firms, and the dynamics outlined in this book suggestthat the trend is only going to continue.

The aim here is to set these platformsin the context of a larger economic history, understand them as means togenerate profit, and outline some of the tendencies they produce as a result.

In part, this book is a synthesis of existing work. The discussion in Chapter 1 should be familiar to economic historians, as it outlines the various crises that have laid the groundwork for today’s post-2008 economy. It attempts to historicise emerging technologies as an outcome of deeper capitalist tendencies, showing how they are implicated within a system of exploitation, exclusion, and competition.

The material in Chapter 2 should be fairly well known to those who follow the business of technology. In many ways, the chapter is an attempt to give clarity to various ongoing discussions in that world, as it lays out a typology and genesis of platforms. By contrast, Chapter 3 hopefully offers something new to everyone. On the basis of the preceding chapters, it attempts to draw out some likely tendencies and to make some broad-brush predictions about the future of platform capitalism.

These forward-looking prognoses are essential to any political project. How we conceptualise the past and the future is important for how we think strategically and develop political tactics to transform society today. In short, it makes a difference whether we see emerging technologies as inaugurating a new regime of accumulation or as continuing earlier regimes. This has consequences on the possibility of a crisis and on deciding where that crisis might emerge from; and it has consequences on our envisaging the likely future of labour under capitalism.

Part of the argument of this book is that the apparent novelties of the situation obscure the persistence of longer term trends, but also that today presents important changes that must be grasped by a twenty-first-century left. Understanding our position in a broader context is the first step to creating strategies for transforming it.

Notes

2. Huws, 2014.

3. Since the phrase ‘technology sector’ is so often thrown around with little clarification, we will here define the sector using the North American Industry Classification System (NAICS) and its associated codes. Under that system, the tech sector can be considered to include computer and electronic product manufacturing (334), telecommunications (517), data processing, hosting, and related services (518), other information services (519), and computer systems design and related services (5415).

4. Klein, 2016.

5. Office for National Statistics, 2016b.

6. Davis, 2015: 7.

1 The Long Downturn

To understand our contemporary situation, it is necessary to see how it links in with what preceded it. Phenomena that appear to be radical novelties may, in historical light, reveal themselves to be simple continuities. In this chapter I will argue that there are three moments in the relatively recent history of capitalism that are particularly relevant to the current conjuncture: the

response to the 1970s downturn; the boom and bust of the 1990s; and the response to the 2008 crisis. Each of these moments has set the stage for the new digital economy and has determined the ways in which it has developed.

All of this must first be set in the context of our broad economic system of capitalism and of the imperatives and constraints it imposes upon enterprises and workers. While capitalism is an incredibly flexible system, it also has certain invariant features, which function as broad parameters for any given historical period. If we are to understand the causes, dynamics, and consequences of today’s situation, we must first understand how capitalism operates.

Capitalism, uniquely among all modes of production to date, is immensely successful at raising productivity levels.[7] This is the key dynamic that expresses capitalist economies’ unprecedented capacity to grow at a rapid pace and to raise living standards. What makes capitalism different?[8] This cannot be explained through psychological mechanisms, as though at some time we collectively decided to become greedier or more efficient at producing than our ancestors did. Instead, what explains capitalism’s productivity growth is a change in social relationships, particularly property relationships.

In precapitalist societies, producers had direct access to their means of subsistence: land for farming and housing. Under those conditions, survival did not systematically depend on how efficiently one’s production process was. The vagaries of natural cycles may mean that a crop did not grow at adequate levels for one year, but these were contingent constraints rather than systemic ones. Working sufficiently hard to gain the resources necessary for survival was all that was needed. Under capitalism, this changes.

Economic agents are now separated from the means of subsistence and, in order to secure the goods they need for survival, they must now turn to the market. While markets had existed for thousands of years, under capitalism economic agents were uniquely faced with generalised market dependence.

Production therefore became oriented towards the market: one had to sell goods in order to make the money needed for purchasing subsistence goods.

But, as vast numbers of people were now relying upon selling on the market, producers faced competitive pressures. If too costly, their goods would not sell, and they would quickly face the collapse of their business. As a result, generalised market dependency led to a systemic imperative to reduce production costs in relation to prices. This can be done in a variety of ways; but the most significant methods were the adoption of efficient technologies and techniques in the labour process, specialisation, and the sabotage of competitors.

The outcome of these competitive actions was eventually expressed in the mediumterm tendencies of capitalism: prices tangentially declined to the level of costs, profits across different industries tended to become equal, and relentless growth imposed itself as the ultimate logic of capitalism. This logic of accumulation became an implicit and taken-for granted element embedded within every business decision: whom to hire, where to invest, what to build, what to produce, who to sell to, and so on.

One of the most important consequences of this schematic model of capitalism is that it demands constant technological change. In the effort to cut costs, beat out competitors, control workers, reduce turnover time, and gain market share, capitalists are incentivised to continually transform the labour process. This was the source of capitalism’s immense dynamism, as capitalists tend to increase labour productivity constantly and to outdo one another in generating profits efficiently.

But technology is also central to capitalism for other reasons, which we will examine in more detail later on. It has often been used to deskill workers and undermine the power of skilled labourers (though there are countertendencies towards reskilling as well).[9]

These deskilling technologies enable cheaper and more pliable workers to come in and replace the skilled ones, as well as transferring the mental processes of work to management rather than leaving it in the hands of workers on the shop floor. Behind these technical changes, however, lies competition and struggle – both between classes, in their struggle to gain strength at one another’s expense, and between capitalists, in their efforts to lower the costs of production below the social average. It is the latter dynamic, in particular, that will play a key role in the changes that lie at heart of this book. But before we can understand the digital economy we must look back to an earlier period.

The End of the Postwar Exception

It is increasingly obvious to many that we live in a time still coming to terms with the breakdown of the postwar settlement. Thomas Piketty argues that the reduction in inequality after the Second World War was an exception to the general rule of capitalism; Robert Gordon sees high productivity growth in the middle of the twentieth century as an exception to the historical norm; and numerous thinkers on the left have long argued that the postwar period was an unsustainably good period for capitalism.[10]

That exceptional moment –broadly defined at the international level by embedded liberalism, at the national level by social democratic consensus, and at the economic level by Fordism – has been falling apart since the 1970s.

What characterised the postwar situation of the high-income economies? For our purposes, two elements are crucial (though not exhaustive): the business model and the nature of employment. After the devastation of the Second World War, American manufacturing was in a globally dominant position. It was marked by large manufacturing plants built along Fordist lines, with the automobile industry functioning as the paradigm. These factories were

oriented towards mass production, top-down managerial control, and a ‘just in case’ approach that demanded extra workers and extra inventories in case of surges in demand. The labour process was organised along Taylorist principles, which sought to break tasks down into smaller deskilled pieces and to reorganise them in the most efficient way; and workers were gathered together in large numbers in single factories. This gave rise to the mass worker, capable of developing a collective identity on the basis of fellow workers’ sharing in the same conditions. Workers in this period were represented by trade unions that reached a balance with capital and repressed more radical initiatives.[11]

Collective bargaining ensured that wages grew at a healthy pace, and workers were increasingly bundled into manufacturing industries with relatively permanent jobs, high wages, and guaranteed pensions. Meanwhile the welfare state redistributed money to those left outside the labour market.

As its nearest competitors were devastated by the war, American manufacturing profited and was the powerhouse of the postwar era.[12] Yet Japan and Germany had their own comparative advantages – notably relatively low labour costs, skilled labour forces, advantageous exchange rates, and, in Japan’s case, a highly supportive institutional structure between government, banks, and key firms. Furthermore, the American Marshall Plan laid the groundwork for expanding export markets and for rising investment levels across these countries.

Between the 1950s and the 1960s Japanese and German manufacturing grew rapidly in terms of output and productivity.

Most importantly, as the world market developed and global demand grew, Japanese and German firms began to cut into the share of American firms. Suddenly there were multiple major manufacturers that produced for the world market. The consequence was that global manufacturing reached a point of overcapacity and overproduction that put downward pressure on the prices of manufactured goods. By the mid-1960s, American manufacturing was being undercut in terms of prices by its Japanese and German competitors, which led to a crisis of profitability for domestic firms.

The high, fixed costs of the United States were simply no longer able to beat the prices of its competitors. Through a series of exchange rate adaptations, this crisis of profitability was eventually transmitted to Japan and Germany, and the global crisis of the 1970s was underway.

In the face of declining profitability, manufacturers made efforts to revive their businesses. In the first place, firms turned to their successful competitors and began to model themselves after them. The American Fordist model was to be replaced by the Japanese Toyotist model.[13]

In terms of the labour process, production was to be streamlined. A sort of hyper-Taylorism aimed to break the process down into its smallest components and to ensure that as few impediments and downtime entered into the sequence. The entire process was reorganised to be as lean as possible.

Companies were increasingly told by shareholders and management consultants to cut back to their core competencies, any excess workers being laid off and inventories kept to a minimum. This was mandated and enabled by the rise of increasingly sophisticated supply chain software, as manufacturers would demand and expect supplies to arrive as needed. And there was a move away from the mass production of homogeneous goods and towards increasingly customised goods that responded to consumer demand.

Yet these efforts met with counterattempts by Japanese and German competitors to increase their own profitability, along with the introduction of new competitors (Korea, Taiwan, Singapore, and eventually China). The result was continued international competition, overcapacity, and downward pressures on prices.

The second major attempt to revive profitability was through an attack on the power of labour. Unions across the western world faced an all-out assault and were eventually broken. Trade unions faced new legal hurdles, the deregulation of various industries, and a subsequent decline in membership.

Businesses took advantage of this to reduce wages and increasingly to outsource jobs. Early outsourcing involved jobs with goods that could be shipped (e.g. small consumer goods), while non-tradable services (e.g. administration) and non-tradable goods (e.g. houses) remained. Yet in the 1990s information and communications technologies enabled a number of those services to be offshored, and the relevant distinction came to be the one between services that required face-to-face encounters (e.g. haircuts, care work) and impersonal services that did not (e.g. data entry, customer service, radiologists, etc.).[14]

The former were contracted out domestically where possible, while the latter were under increasing pressure from global labour markets. Hospitality provides one illuminating example of this general trend: the percentage of franchised hotels in the United States raised from a marginal figure in the 1960s to over 76 per cent by 2006. Alongside this, there was a move towards contracting all other work associated with hospitality: cleaning, management, maintenance, and janitorial services.[15] The drivers behind this shift were to reduce benefits and liability costs, in an effort to maintain profitability levels. These changes inaugurated the secular trends we have seen since, with employment being increasingly flexible, low wage, and subject to pressures from management.

The Dot-com Boom and Bust

The 1970s therefore set the stage for the lengthy slump in manufacturing profitability that has since been the baseline of advanced economies. A period of healthy manufacturing growth in the United States began when the dollar was devalued in the Plaza Accord (1985); but manufacturing slumped again when the yen and the mark were devalued over fears of Japanese collapse.[16]

And, while economic growth recovered from its 1970s lows, nevertheless the G7 countries have all seen both economic and productivity growth trend downwards.[17] The one notable exception was the dot-com boom in the 1990s

and its associated frenzy of interest in the possibilities of the internet. In fact the 1990s’ boom is redolent of much of today’s fascination with the sharing economy, the internet of things, and other tech-enabled businesses. It will remain to the next chapter to show us whether the fate of these recent developments will follow the same downward path as well. For our present purposes, the most significant aspects of the 1990s’ boom and bust are the installation of an infrastructural basis for the digital economy and the turn to an ultraaccommodative monetary policy in response to economic problems.

The boom in the 1990s amounted effectively to the fateful commercialization of what had been, until that point, a largely non-commercial internet. It was an era driven by financial speculation, which was in turn fostered by large amounts of venture capital (VC) and expressed in high levels of stock valuation. As US manufacturing began to stall after the reversal of the Plaza Accord, the telecommunications sector became the favoured outlet of financial capital in the late 1990s.

It was a vast new sector, and the imperative for profit latched onto the possibilities afforded by getting people and businesses online. When this sector was at its height, nearly 1 per cent of US gross domestic product (GDP) consisted of VC invested in tech companies; and the average size of VC deals quadrupled between 1996 and 2000.[18] All told, more than 50,000 companies were formed to commercialise the internet and more than $256 billion was provided to them.[19]

Investors chased hopes for future profitability and companies adopted a ‘growth before profits’ model. While many of these businesses lacked a revenue source and, even more, lacked any profits, the hope was that through rapid growth they would be able to grab market share and eventually dominate what was assumed to be a major new industry. In what would come to characterise the internetbased sector to this day, it appeared a requirement that companies aim for monopolistic dominance.

In the cut-throat early stages investors enthusiastically joined, in hopes of picking the eventual winner. Many companies did not have to rely on VC either, as the equity markets swooned over tech stocks. Initially driven by declining borrowing costs and rising corporate profits,[20] the stock market boom came unmoored from the real economy when it latched onto the ‘new economy’ promised by internet-based companies. During its peak period between 1997 and 2000, technology stocks rose 300 per cent and took on a market capitalisation of $5 trillion.[21]

This excitement about the new industry translated into a massive injection of capital into the fixed assets of the internet. While investment in computers and information technology had been going on for decades, the level of investment in the period between 1995 and 2000 remains unprecedented to this day. In 1980 the level of annual investment in computers and peripheral equipment was $50.1 billion; by 1990 it had reached $154.6 billion; and at the height of the bubble, in 2000, it reached an unsurpassed peak of $412.8 billion.[22]

This was a global shift as well: in the low-income economies, telecommunications was the largest sector for foreign direct investment in the 1990s – with over $331 billion invested in it.[23] Companies began spending extraordinary amounts to modernise their computing infrastructure and, in conjunction with a series of regulatory changes introduced by the US government, this laid the basis for the mainstreaming of the internet in the early years of the new millennium.

Concretely, this investment meant that millions of miles of fibre-optic and submarine cables were laid out, major advances in software and network design were established, and large investments in databases and servers were made. This process also accelerated the outsourcing tendency initiated in the 1970s, when coordination costs were drastically cut as global communication and supply chains became easier to build and manage.[24]

Companies pushed more and more of their components outwards and Nike became an emblem of the lean firm: branding and design were managed in the high-income economies, while manufacturing and assembly were outsourced to sweatshops in the low-income economies. In all of these ways, the 1990s tech boom was abubble that laid the groundwork for the digital economy to come.

In 1998, as the East Asian crisis gathered pace, the US boom began to stumble as well. The bust was staved off through a series of rapid interest rate reductions made by the US Federal Reserve; and these reductions marked the beginning of a lengthy period of ultra-easy monetary policy. Implicitly the goal was to let equity markets continue to rise despite their ‘irrational exuberance’,[25] in an effort to increase the nominal wealth of companies and households and hence their propensity to invest and consume.

In a world where the US government was trying to reduce its deficits, fiscal stimulus was out of the question. This ‘asset-price Keynesianism’ offered an alternative way to get the economy growing in the absence of deficit spending and competitive manufacturing.[26] It was a signal shift in the US economy: without a revival of US manufacturing, profitability was necessarily sought in other sectors.

And it worked for a time, as it facilitated further investment in new dot-com companies and kept the asset bubble running until 2000, when the National Association of Securities Dealers Automated Quotations (NASDAQ) stock market peaked. Reliance on an accommodative monetary policy continued after the 2001 crash as well,[27] including through lowered interest rates and through a new liquidity provision in the wake of the 9/11 attacks.

One of the effects of these central bank interventions was to lower mortgage rates, thereby fostering conditions for a housing bubble. Lowered interest rates also lowered the return on financial investments and compelled a search for new investments – a search that eventually landed on the high returns available from subprime mortgages and set the stage for the next crisis.

Loose monetary policy is one of the key consequences of the 1990s bust, and one that continues on to this day.

The Crisis of 2008

In 2006 US housing prices reached a turning point, and their decline began to weigh on the rest of the economy. Household wealth decreased in tandem, leading to lowered consumption and eventually to a series of mortgage nonpayments.

As the financial system had become increasingly tied to the mortgage market, it was inevitable that the decline in housing prices would wreak havoc on the financial sector. Strains began to emerge in 2007, when two hedge funds collapsed after being heavily involved in mortgage-backed securities. The entire structure buckled in September 2008, when Lehman Brothers collapsed and a full-blown crisis burst asunder.

The immediate response was quick and massive. The US Federal Reserve moved to bail out banks to the tune of $700 billion, provided liquidity assistance, extended the scope of deposit insurance, and even took partial ownership of key banks. Through massive bailouts, support for faltering companies, emergency tax cuts, and a series of automatic stabilisers, governments undertook the burden of increasing their deficits in order to ward off the worst of the crisis.

As a result, the high levels of private debt before the crisis were transformed into high levels of public debt after the crisis. Simultaneously, central banks stepped in to try and prevent a breakdown of the global financial order. The United States initiated a number of liquidity actions designed to make sure that the pipelines of credit kept running. Emergency lending was made to banks, and currency swap agreements were drawn up with 14 different countries in order to ensure that they had access to the dollars they needed. The most important action, however, was that key interest rates across the world dropped precipitously: the US federal funds target rate went from 5.25 per cent in August 2007 to a 0–0.25 per cent target by December 2008.

Likewise, the Bank of England dropped its primary interest rate from 5.0 per cent in October 2008 to 0.5 per cent by March 2009. October 2008 saw the crisis intensify, which led to an internationally coordinated interest rate cut by six major central banks. By 2016 monetary policymakers had dropped interest rates 637 times.[28] This has continued through the postcrisis period and has established a low interest rate environment for the global economy – a key enabling condition for parts of today’s digital economy to arise.

But, when the immediate threat of collapse was gone, governments were suddenly left with a massive bill. After decades of increasing government deficits, the 2008 crisis pushed a number of governments into a seemingly more precarious position. The United States saw its deficit rise from $160 million to $1,412 million over 2007–9. In part from fears of the effects of high government debt, in part as a means to build up the fiscal resources for any future crisis, and in part as a class project intended to continue the privatisation and reduction of the state, austerity became the watchword in advanced capitalist nations.

Governments were to eliminate their deficits and reduce their debts. While other countries have faced deeper cuts to government spending, the United States has not escaped the dominance of austerity ideology. At the end of 2012 a series of tax raises and spending cuts were brought in, while at the same time tax cuts that had been implemented in response to the crisis were allowed to expire. Since 2011 the deficit has been reduced every year. Perhaps the biggest influence of austerity ideas on America, however, was the political impossibility of getting any major new fiscal stimulus.

The United States has a significantly decaying infrastructure, but even here the argument for government spending falls on deaf ears. This has reached its peak in the political posturing that occurs increasingly frequently over the US debt ceiling. This congressionally approved ceiling sets a limit on how much debt the US Treasury can issue and has become a major point of contention between those who think that the US debt is too high and those who think that spending is necessary.

Since fiscal stimulus is politically unpalatable, governments have been left with only one mechanism for reviving their sluggish economies: monetary

policy. The result has been a series of extraordinary and unprecedented central bank interventions. We have already noted a continuation of low interest rate policies. But, stuck at the zero lower bound, policymakers have been forced to turn toward more unconventional monetary instruments.[29]

The most important of these has been ‘quantitative easing’: the creation of money by the central bank, which then uses that money to purchase various assets (e.g. government bonds, corporate bonds, mortgages) from the banks.

The United States led the way in using quantitative easing in November 2008, while the United Kingdom followed suit in March 2009. The European Central Bank (ECB), due to its unique situation as a central bank of numerous countries, was slower to act, although it eventually began purchasing government bonds in January 2015. By the beginning of 2016, central banks across the world had purchased more than $12.3 trillion worth of assets.[30]

The primary argument for using quantitative easing is that it should lower the yields of other assets. If traditional monetary policy operates primarily by altering the short-term interest rate, quantitative easing seeks to affect the interest rates of longer term and alternative assets. The key idea here is a ‘portfolio balance channel’.

Given that assets are not perfect substitutes for one another (they have different values, different risks, different returns), taking away or restricting supply of one asset should have an effect on demand for other assets. In particular, reducing the supply of government bonds should increase the demand for other financial assets. It should both lower the yield of bonds (e.g. corporate debt), thereby easing credit, and raise the asset prices of stocks (e.g. corporate equities) and subsequently create a wealth effect to spur spending.

While the evidence is still preliminary, it does seem that quantitative easing has had an effect in this way: corporate yields have declined and stock markets have surged upwards.[31]

It may have had an effect on the non-financial sectors of the economy as well, by making much of the economic recovery dependent on $4.7 trillion of new corporate debt since 2007.[32] Most important for our purpose is the fact that the generalised low interest rate environment built by central banks has reduced the rate of return on a wide range of financial assets. The result is that investors seeking higher yields have had to turn to increasingly risky assets – by investing in unprofitable and unproven tech companies, for instance.

In addition to a loose monetary policy, there has been a significant growth in corporate cash hoarding and tax havens in recent years. In the United States, as of January 2016, $1.9 trillion is being held by companies in cash and cashlike investments – that is, in low-interest, liquid securities.[33] This is part of a long-term and global trend towards higher levels of corporate savings;[34]but the rise in cash hoarding has accelerated with the surge in corporate profits after the crisis.

Moreover, with a few exceptions such as General Motors, it is a phenomenon dominated by tech companies. Since these companies only need to move intellectual property (rather than entire factories) to different tax jurisdictions, tax evasion is particularly easy for them. Table 1.1 outlines the amount of reserves[35] held by some of the major tech companies, and also the amount held offshore by foreign subsidiaries.

Table 1. 1 Reserves, onshore and offshore

Source: 10-Q or 10-K Securities and Exchange Commission (SEC) filings from March 2016

These figures are enormous: Google’s total is enough to purchase Uber or Goldman Sachs, while Apple’s reserves are enough to buy Samsung, Pfizer, or Shell. To properly understand these figures, however, some caveats are in order. In the first place, they do not take into account the respective companies’ liabilities and debt. However, with historically low corporate yields, many companies find it cheaper to take on new debt instead of repatriating these offshore funds and paying corporate tax on them. In their SEC filings tax avoidance is explicitly given as a reason for holding such high levels of offshore reserves. The use of corporate debt by these companies therefore needs to be set in the context of a tax avoidance strategy. This is also part of a broader trend towards the growing use of tax havens. In the wake of the crisis, offshore wealth grew by 25 per cent between 2008 and 2014,[36] which resulted in an estimated $7.6 trillion of household financial wealth being held in tax havens.[37]

The point of all this is twofold. At one end, tax evasion and cash hoarding have left US companies – particularly tech companies – with a vast amount of money to invest. This glut of corporate savings has – both directly and indirectly – combined with a loose monetary policy to strengthen the pursuit of riskier investments for the sake of a decent return.

At the other end, tax evasion is, by definition, a drain on government revenues and therefore has exacerbated austerity. The vast amount of tax money that goes missing in tax havens must be made up elsewhere. The result is further limitations on fiscal stimulus and a greater need for unorthodox monetary policies. Tax evasion, austerity, and extraordinary monetary policies are all mutually reinforcing.

To define the present conjuncture, we must add one further element: the employment situation. With the collapse of communism, there has been a long-term trend towards both greater proletarianisation and greater number of surplus populations.[38]

Much of the world today receives a marketmediated income through precarious and informal work. This reserve army was significantly expanded after the 2008 crisis. The initial shock of the crisis meant that unemployment jumped drastically across the board. In the United States it doubled, going from 5.0 per cent before the crisis to 10.0 per cent at its height. Among the unemployed, long-term unemployment escalated from 17.4 per cent to 45.5 per cent: not only did many people lose their jobs, they did so for long periods of time. Even today, long-term unemployment remains at levels higher than anything seen before the crisis. The effect of all this has been pressure on the remaining employed population – lower weekly earnings, fewer household savings, and increased household debt.

In the United States personal savings have been declining from above 10.0 per cent in the 1970s to around 5.0 per cent after the crisis.[39] In the United Kingdom household savings have decreased to 3.8 per cent – a 50-year low and a secular trend since the 1990s.[40] In this context, many have been forced to take whatever job is available.

Conclusion

The conjuncture today is therefore a product of long-term trends and cyclical movements. We continue to live in a capitalist society where competition and profit seeking provide the general parameters of our world. But the 1970s created a major shift within these general conditions, away from secure employment and unwieldy industrial behemoths and towards flexible labour and lean business models.

During the 1990s a technological revolution was laid out when finance drove a bubble in the new internet industry that led to massive investment in the built environment. This phenomenon also heralded a turn towards a new model of growth: America was definitively giving up on its manufacturing base and turning towards asset-price Keynesianism as the best viable option. This new model of growth led to the housing bubble of the early twenty-first century and has driven the response to the 2008 crisis. Plagued by global concerns over public debt, governments have turned to monetary policy in order to ease economic conditions.

This, combined with increases in corporate savings and with the expansion of tax havens, has let loose a vast glut of cash, which has been seeking out decent rates of investment in a low-interest rate world. Finally, workers have suffered immensely in the wake of the crisis and have been highly vulnerable to exploitative working conditions as a result of their need to earn an income.

All this sets the scene for today’s economy.

Notes

1. Unless otherwise stated in the text, ‘productivity’ will refer to labour productivity rather than total factor productivity.

2. The following paragraph summarises Robert Brenner’s insights in Brenner, 2007.

3. Braverman, 1999.

4. Piketty, 2014; Gordon, 2000; Glyn, Hughes, Lipietz, and Singh, 1990.

5. In many ways, this balance was the result of the defeat of radical labour and shop floor agitation rather than reflecting the success of the labour movement.

6. The following three paragraphs draw heavily on the account in Brenner, 2006.

7. Dyer-Witheford, 2015: 49–50.

8. Blinder, 2016.

9. Scheiber, 2015.

10. Brenner, 2002: 59–78, 128–33.

11. Antolin-Diaz, Drechsel, and Petrella, 2015; Bergeaud, Cette, and Lecat,

2015.

12. Perez, 2009; Goldfarb, Kirsch, and Miller, 2007: 115.

13. Goldfarb, Pfarrer, and Kirsch, 2005: 2.

14. Brenner, 2009: 21.

15. Perez, 2009.

16. Federal Reserve Bank of St Louis, 2016b.

17. Comments of Verizon and Verizon Wireless, 2010: 8n12.

18. Schiller, 2014: 80.

19. Dyer-Witheford, 2015: 82–4.

20. Greenspan, 1996.

21. Brenner, 2009: 23.

22. Rachel and Smith, 2015.

23. Khan, 2016.

24. The zero lower bound, or liquidity trap, argues that nominal interest rates cannot go below zero (otherwise savers would take their money out and put it under the proverbial mattress). The result is that policymakers cannot push nominal interest rates below zero. For more, see Krugman, 1998. Recently some countries have begun imposing negative rates on reserves held at the central bank, though the effects of this action appear so far to be minimal and possibly contrary to what is intended (e.g. decreasing lending, rather than increasing lending).

25. Khan, 2016.

26. Joyce, Tong, and Woods, 2011; Gagnon, Raskin, Remache, and Sack, 2011; Bernanke, 2012: 7.

27. Dobbs, Lund, Woetzel, and Mutafchieva, 2015: 8.

28. Spross, 2016.

29. Karabarbounis and Neiman, 2012.

30. Reserves refers to their holdings of cash, cash equivalents, and marketable securities.

31. Zucman, 2015: 46.

32. Ibid., 35. Notably this estimate excludes banknotes (estimated around $400 billion) and physical assets like art, jewellery, and real estate, which are also used to avoid taxes.

33. Srnicek and Williams, 2015: ch. 5.

34. Federal Reserve Bank of St Louis. 2016a.

35. Office for National Statistics, 2016b.

2 Platform Capitalism

Capitalism, when a crisis hits, tends to be restructured. New technologies, new organisational forms, new modes of exploitation, new types of jobs, and new markets all emerge to create a new way of accumulating capital.

As we saw with the crisis of overcapacity in the 1970s, manufacturing attempted to recover by attacking labour and by turning towards increasingly lean business models. In the wake of the 1990s bust, internet-based companies shifted to business models that monetised the free resources available to them.

While the dot-com bust placed a pall over investor enthusiasm for internet-based firms, the subsequent decade saw technology firms significantly progressing in terms of the amount of power and capital at their disposal. Since the 2008 crisis, has there been a similar shift? The dominant narrative in the advanced capitalist countries has been one of change. In particular, there has been a renewed focus on the rise of technology: automation, the sharing economy, endless stories about the ‘Uber for X’, and, since around 2010, proclamations about the internet of things.

These changes have received labels such as ‘paradigm shift’ from McKinsey[41] and ‘fourth industrial revolution’ from the executive chairman of the World Economic Forum and, in more ridiculous formulations, have been compared in importance to the Renaissance and the Enlightenment.[42]

We have witnessed a massive proliferation of new terms: the gig economy, the sharing economy, the on-demand economy, the next industrial revolution, the surveillance economy, the app economy, the attention economy, and so on. The task of this chapter is to examine these changes.

Numerous theorists have argued that these changes mean we live in a cognitive, or informational, or immaterial, or knowledge economy. But what does this mean? Here we can find a number of interconnected but distinct claims. In Italian autonomism, this would be a claim about the ‘general intellect’, where collective cooperation and knowledge become a source of value.[43] Such an argument also entails that the labour process is increasingly immaterial, oriented towards the use and manipulation of symbols and affects.

Likewise, the traditional industrial working class is increasingly replaced by knowledge workers or the ‘cognitariat’. Simultaneously, the generalised deindustrialisation of the high-income economies means that the product of work becomes immaterial: cultural content, knowledge, affects, and services.

This includes media content like YouTube and blogs, as well as broader contributions in the form of creating websites, participating in online forums, and producing software.[44]

A related claim is that material commodities contain an increasing amount of knowledge, which is embodied in them. The production process of even the most basic agricultural commodities, for instance, is reliant upon a vast array of scientific and technical knowledges. On the other side of the class relation, some argue that the economy today is dominated by a new class, which does not own the means of production but rather has ownership over information.[45]

There is some truth in this, but the argument goes awry when it situates this class outside of capitalism. Given that the imperatives of capitalism hold for these companies as much as for any other, the companies remain capitalist. Yet there is something new here, and it is worth trying to discern exactly what it is.

A key argument of this chapter is that in the twenty-first century advanced capitalism came to be centred upon extracting and using a particular kind of raw material: data.

But it is important to be clear about what data are. In the first place, we will distinguish data (information that something happened) from knowledge (information about why something happened). Data may involve knowledge, but this is not a necessary condition. Data also entail recording, and therefore a material medium of some kind.

As a recorded entity, any datum requires sensors to capture it and massive storage systems to maintain it. Data are not immaterial, as any glance at the energy consumption of data centres will quickly prove (and the internet as a whole is responsible for about 9.2 per cent of the world’s electricity consumption).[46]

We should also be wary of thinking that data collection and analysis are frictionless or automated processes. Most data must be cleaned and organized into standardised formats in order to be usable. Likewise, generating the proper algorithms can involve the manual entry of learning sets into a system. Altogether, this means that the collection of data today is dependent on a vast infrastructure to sense, record, and analyse.[47] What is recorded?

Simply put, we should consider data to be the raw material that must be extracted, and the activities of users to be the natural source of this raw material.[48] Just like oil, data are a material to be extracted, refined, and used in a variety of ways. The more data one has, the more uses one can make of them.

Data were a resource that had been available for some time and used to lesser degrees in previous business models (particularly in coordinating the global logistics of lean production). In the twenty-first century, however, the technology needed for turning simple activities into recorded data became increasingly cheap; and the move to digital-based communications made recording exceedingly simple.

Massive new expanses of potential data were opened up, and new industries arose to extract these data and to use them so as to optimise production processes, give insight into consumer preferences, control workers, provide the foundation for new products and services (e.g. Google Maps, self-driving cars, Siri), and sell to advertisers. All of this had historical precedents in earlier periods of capitalism, but what was novel with the shift in technology was the sheer amount of data that could now be used.

From representing a peripheral aspect of businesses, data increasingly became a central resource. In the early years of the century it was hardly clear, however, that data would become the raw material to jumpstart a major shift in capitalism.[49]

The incipient efforts by Google simply used data to draw advertising revenues away from traditional media outlets like newspapers and television. Google was performing a valuable service in organising the internet, but this was hardly a revolutionary change at an economic level.

However, as the internet expanded and firms became dependent on digital communications for all aspects of their business, data became increasingly relevant. As I will attempt to show in this chapter, data have come to serve a number of key capitalist functions: they educate and give competitive advantage to algorithms; they enable the coordination and outsourcing of workers; they allow for the optimisation and flexibility of productive processes; they make possible the transformation of low-margin goods into high-margin services; and data analysis is itself generative of data, in a virtuous cycle.

Given the significant advantages of recording and using data and the competitive pressures of capitalism, it was perhaps inevitable that this raw material would come to represent a vast new resource to be extracted from.

The problem for capitalist firms that continues to the present day is that old business models were not particularly well designed to extract and use data. Their method of operating was to produce a good in a factory where most of the information was lost, then to sell it, and never to learn anything about the customer or how the product was being used. While the global logistics network of lean production was an improvement in this respect, with few exceptions it remained a lossy model as well. A different business model was necessary if capitalist firms were to take full advantage of dwindling recording costs. This chapter argues that the new business model that eventually emerged is a powerful new type of firm: the platform.[50]

Often arising out of internal needs to handle data, platforms became an efficient way to monopolise, extract, analyse, and use the increasingly large amounts of data that were being recorded.

Now this model has come to expand across the economy, as numerous companies incorporate platforms: powerful technology companies (Google, Facebook, and Amazon), dynamic start-ups (Uber, Airbnb), industrial leaders (GE, Siemens), and agricultural powerhouses (John Deere, Monsanto), to name just a few.

What are platforms?[51] At the most general level, platforms are digital infrastructures that enable two or more groups to interact.[52] They therefore position themselves as intermediaries that bring together different users: customers, advertisers, service providers, producers, suppliers, and even physical objects.[53] More often than not, these platforms also come with a series of tools that enable their users to build their own products, services, and marketplaces.[54]

Microsoft’s Windows operating system enables software developers to create applications for it and sell them to consumers; Apple’s App Store and its associated ecosystem (XCode and the iOS SDK) enable developers to build and sell new apps to users; Google’s search engine provides a platform for advertisers and content providers to target people searching for information; and Uber’s taxi app enables drivers and passengers to exchange rides for cash.

Rather than having to build a marketplace from the ground up, a platform provides the basic infrastructure to mediate between different groups. This is the key to its advantage over traditional business models when it comes to data, since a platform positions itself (1) between users, and (2) as the ground upon which their activities occur, which thus gives it privileged access to record them.

Google, as the platform for searching, draws on vast amounts of search activity (which express the fluctuating desires of individuals). Uber, as the platform for taxis, draws on traffic data and the activities of drivers and riders. Facebook, as the platform for social networking, brings in a variety of intimate social interactions that can then be recorded. And, as more and more industries move their interactions online (e.g. Uber shifting the taxi industry into a digital form), more and more businesses will be subject to platform development.

Platforms are, as a result, far more than internet companies or tech companies, since they can operate anywhere, wherever digital interaction takes place.

The second essential characteristic is that digital platforms produce and are reliant on ‘network effects’: the more numerous the users who use a platform, the more valuable that platform becomes for everyone else.

Facebook, for example, has become the default social networking platform simply by virtue of the sheer number of people on it. If you want to join a platform for socialising, you join the platform where most of your friends and family already are. Likewise, the more numerous the users who search on Google, the better their search algorithms become, and the more useful Google becomes to users.

But this generates a cycle whereby more users beget more users, which leads to platforms having a natural tendency towards monopolisation. It also lends platforms a dynamic of ever-increasing access to more activities, and therefore to more data. Moreover, the ability to rapidly scale many platform businesses by relying on pre-existing infrastructure and cheap marginal costs means that there are few natural limits to growth.

One reason for Uber’s rapid growth, for instance, is that it does not need to build new factories – it just needs to rent more servers. Combined with network effects, this means that platforms can grow very big very quickly.

The importance of network effects means that platforms must deploy a range of tactics to ensure that more and more users come on board. For example – and this is the third characteristic – platforms often use cross-subsidisation: one arm of the firm reduces the price of a service or good (even providing it for free), but another arm raises prices in order to make up for these losses.

The price structure  of the platform matters significantly for how many users become involved and how often they use the platform.[55] Google, for instance, provides service likes email for free in order to get users on board, but raises money through its advertising arm. Since platforms have to attract a number of different groups, part of their business is fine-tuning the balance between what is paid, what is not paid, what is subsidised, and what is not subsidised. This is a far cry from the lean model, which aimed to reduce a company down to its core competencies and sell off any unprofitable ventures.[56]

Finally, platforms are also designed in a way that makes them attractive to its varied users. While often presenting themselves as empty spaces for others to interact on, they in fact embody a politics. The rules of product and service development, as well as marketplace interactions, are set by the platform owner. Uber, despite presenting itself as an empty vessel for market forces, shapes the appearance of a market. It predicts where the demand for drivers will be and raises surge prices in advance of actual demand, while also creating phantom cabs to give an illusion of greater supply.[57]

In their position as an intermediary, platforms gain not only access to more data but also control and governance over the rules of the game. The core architecture of fixed rules, however, is also generative, enabling others to build upon them in unexpected ways. The core architecture of Facebook, for instance, has allowed developers to produce apps, companies to create pages, and users to share information in a way that brings in even more users.

The same holds for Apple’s App Store, which enabled the production of numerous useful apps that tied users and software developers increasingly into its ecosystem. The challenge of maintaining platforms is, in part, to revise the crosssubsidisation links and the rules of the platform in order to sustain user interest. While network effects strongly support existing platform leaders, these positions are not unassailable.

Platforms, in sum, are a new type of firm; they are characterised by providing the infrastructure to intermediate between different user groups, by displaying monopoly tendencies driven by network effects, by employing cross-subsidisation to draw in different user groups, and by having a designed core architecture that governs the interaction possibilities.

Platform ownership, in turn, is essentially ownership of software (the 2 billion lines of code for Google, or the 20 million lines of code for Facebook)[58] and hardware (servers, data centres, smartphones, etc.), built upon open-source material (e.g. Hadoop’s data management system is used by Facebook).[59]

All these characteristics make platforms key business models for extracting and controlling data. By providing a digital space for others to interact in, platforms position themselves so as to extract data from natural processes (weather conditions, crop cycles, etc.), from production processes (assembly lines, continuous flow manufacturing, etc.), and from other businesses and users (web tracking, usage data, etc.). They are an extractive apparatus for data.

The remainder of this chapter will give an overview of the emerging platform landscape by way of presenting five different types of platforms. In each of these areas, the important element is that the capitalist class owns the platform, not necessarily that it produces a physical product.

The first type is that of advertising platforms (e.g. Google, Facebook), which extract information on users, undertake a labour of analysis, and then use the products of that process to sell ad space. The second type is that of cloud platforms (e.g. AWS, Salesforce), which own the hardware and software of digital-dependent businesses and are renting them out as needed.

The third type is that of industrial platforms (e.g. GE, Siemens), which build the hardware and software necessary to transform traditional manufacturing into internet-connected processes that lower the costs of production and transform goods into services. The fourth type is that of product platforms (e.g. Rolls Royce, Spotify), which generate revenue by using other platforms to transform a traditional good into a service and by collecting rent orsubscription fees on them.

Finally, the fifth type is that of lean platforms (e.g.Uber, Airbnb), which attempt to reduce their ownership of assets to aminimum and to profit by reducing costs as much as possible. These analytical divisions can, and often do, run together within any one firm.

Amazon, for example, is often seen as an e-commerce company, yet it rapidly broadened out into a logistics company. Today it is spreading into the ondemand market with a Home Services program in partnership with TaskRabbit, while the infamous Mechanical Turk (AMT) was in many ways a pioneer for the gig economy and, perhaps most importantly, is developing Amazon Web Services as a cloud-based service. Amazon therefore spans nearly all of the above categories.

Advertising Platforms

The elders of this new enterprise form, advertising platforms are the initial attempts at building a model adequate to the digital age. As we will see, they have directly and indirectly fostered the emergence of the most recent technological trends – from the sharing economy to the industrial internet.

They emerged out of the easy creditfuelled dot-com bust, whose effect was twofold. One aspect of it was that many competitors collapsed, leaving the various areas of the tech industry increasingly under the control of the remaining enterprises. The sudden unwillingness of venture capital (VC) to finance new entries meant that entry into the competitive landscape remained closed as well. The monopoly tendencies of the early tech boom were solidified here, as a new range of dominant companies emerged from the ashes and have continued to dominate ever since. The other important consequence of the bust was that the drying up of VC and equity financing placed new pressure on internet-based companies to generate revenues. In the midst of the boom there was no clearly dominant way to raise a sustainable revenue stream – companies were relatively equally divided among different proposals.[60]

However, the centrality of marketing to finance capital’s ‘growth before profits’ strategy meant that dot-com firms had already built the basis for a business model oriented towards advertising and attracting users. As a percentage of revenues, these firms spent 3–4 times more than other sectors on advertising, and they were the pioneers in purchasing online advertising as well.[61]

When the bubble burst, it was perhaps inevitable that these companies would turn towards advertising as their major revenue source. In this endeavour, Google and Facebook have come to represent the leading edges of this process.

Created in 1997, Google was an early recipient of venture funding in 1998 and received a major $25 million funding round in 1999. At this point Google had been collecting user data from searches and using these data to improve searches.[62]

This was an example of the classic use of data within capitalism: it was meant to improve one’s services for customers and users. But there was no value leftover from which Google could generate revenue. In the wake of the dot-com bust, Google increasingly needed a way to generate revenues, yet a fee-based service risked alienating the users who were the basis of its success.

Eventually it began to use the search data, along with cookies and other bits of information, to sell targeted ad space to advertisers through an increasingly automated auction system.[63] When the National Association of Securities Dealers Automated Quotations (NASDAQ) market peaked in March 2000, Google unveiled AdWords in October 2000 and began its transformation into a revenue-generating company. The extracted data moved from being a way to improve services to becoming a way to collect advertising revenues. Today Google and Facebook remain almost entirely dependent on them: in the first quarter of 2016, 89.0 per cent of Google’s and 96.6 per cent of Facebook’s revenues came from advertisers.

This was part and parcel of the broader shift, in the early years of the new millennium, to Web 2.0, which was premised more on user generated content than on digital storefronts and on multimedia interfaces rather than on static text. In the press, this shift came packaged with a rhetoric of democratizing communication in which anyone would be able to create and share content online. No longer would newspapers and other mass media outlets have a monopoly over what was voiced in society. For critical theorists of the web, this rhetoric obscured a shift to business models premised upon the exploitation of ‘free labour’.[64]

From this perspective, the story of how Google and Facebook generate profit has been a simple one: users are unwaged labourers who produce goods (data and content) that are then taken and sold by the companies to advertisers and other interested parties. There are a number of problems with this account, however. A first issue with the freelabour argument is that it often slides into grand metaphysical claims. All social interaction becomes free labour for capitalism, and we begin to worry that there is no outside to capitalism. Work becomes inseparable from nonworkand precise categories become blunt banalities. It is important, however,to draw distinctions between interactions done on platforms and interactionsdone elsewhere, as well as between interactions done on profit-orientedplatforms and interactions done on other platforms.[65]

Not all – and not evenmost – of our social interactions are co-opted into a system of profitgeneration. In fact one of the reasons why companies must compete to build platforms is that most of our social interactions do not enter into a valorisation process. If all of our actions were already captured withincapitalist valorisation, it is hard to see why there would be a need to build theextractive apparatus of platforms.

More broadly, ‘free labour’ is only a portionof the multitude of data sources that a company like Google relies upon:economic transactions, information collected by sensors in the internet ofthings, corporate and government data (such as credit records and financialrecords), and public and private surveillance (such as the cars used to buildup Google Maps).[66]

Yet even limiting our attention to user-created data, it is right to call this activity labour? Within a Marxist framework, labour has a very particular meaning: it is an activity that generates a surplus value within a context of markets for labour and a production process oriented towards exchange. The debate over whether or not online social interaction is part of capitalist production is not just a tedious scholarly debate over definitions. The relevance  of whether this interaction is free labour or not has to do with consequences.

If it is capitalist, then it will be pressured by all the standard capitalist imperatives: to rationalise the production processes, to lower costs, to increase productivity, and so on. If it is not, then those demands will not be imposed. In examining the activities of users online, it is hard to make the case that what they do is labour, properly speaking. Beyond the intuitive hesitation to think that messaging friends is labour, any idea of socially necessary labour time – the implicit standard against which production processes are set – is lacking. This means there are no competitive pressures for getting users to do more, even if there are pressures to get them to do more online.

More broadly, if our online interactions are free labour, then these companies must be a significant boon to capitalism overall – a whole new landscape of exploited labour has been opened up. On the other hand, if this is not free labour, then these firms are parasitical on other value producing industries and global capitalism is in a more dire state. A quick glance at the stagnating global economy suggests that the latter is more likely.

Rather than exploiting free labour, the position taken here is that advertising platforms appropriate data as a raw material. The activities of users and institutions, if they are recorded and transformed into data, become a rawmaterial that can be refined and used in a variety of ways by platforms. With advertising platforms in particular, revenue is generated through the extraction of data from users’ activities online, from the analysis of thosedata, and from the auctioning of ad space to advertisers.

This involvesachieving two processes. First, advertising platforms need to monitor and record online activities. The more users interact with a site, the moreinformation can be collected and used. Equally, as users wander around theinternet, they are tracked via cookies and other means, and these data becomeever more extensive and valuable to advertisers. There is a convergence ofsurveillance and profit making in the digital economy, which leads some tospeak of ‘surveillance capitalism’.[67]

Key to revenues, however, is not just the collection of data, but also the analysis of data. Advertisers are interested lessin unorganised data and more in data that give them insights or match themto likely consumers. These are data that have been worked on.[68]

They havehad some process applied to them, whether through the skilled labour of adata scientist or the automated labour of a machine-learning algorithm. Whatis sold to advertisers is therefore not the data themselves (advertisers do notreceive personalised data), but rather the promise that Google’s software will adeptly match an advertiser with the correct users when needed.

While the data extraction model has been prominent in the online world, it has also migrated into the offline world. Tesco, one of the world’s largest retailers, owns Dunnhumby, a UK-based ‘consumer insights’ business valued at around $2 billion. (The US arm of the company was recently sold to Kroger, one of America’s largest employers.) The company is premised upon tracking consumers both online and offline and using that information to sell to clients such as Coca-Cola, Macy’s, and Office Depot. It has attempted to build a monopolistic platform for itself as well, through a loyalty card that channels customers into Tesco stores with the promise of rewards.

Simultaneously, more and more diverse information about customers is being tracked (to the point where the company is even suggesting using wearables as a source of customer health data).[69] Non-tech firms are also developing user databases and using data to adapt to customer trends and effectively market goods to consumers. Data extraction is becoming a key method of building a monopolistic platform and of siphoning off revenue from advertisers.

These advertising platforms are currently the most successful of the new platform businesses, with high revenues, significant profits, and a vigorous dynamism. But what have they been doing with their revenues? Investment levels remain low in the United States, United Kingdom, and Germany, so there has been little growth in fixed capital. Instead these companies have tended to do three things with their cash. One was to save it, and high levels of corporate cash have been an odd phenomenon of the post-2008 era. As we saw in Chapter 1, tech companies have taken up a disproportionately large amount of this cash glut.

The leaders of tax evasion have also been tech companies: Google, Apple, Facebook, Amazon, and Uber. The second use of this cash was in high levels of mergers and acquisitions – a process that centralises existing capacity rather than building new capacity. Among the big tech companies, Google has made the most acquisitions over the past five years (on average, it purchases a new company every week),[70] while Facebook has some of the biggest acquisitions (e.g. it bought WhatsApp for $22 billion).[71] Google’s creation of the Alphabet Holding Company in 2015 is part and parcel of this process; this was an effort designed to enable Google to purchase firms in other industries while giving them a clear delineation from its core business.

Thirdly, these companies have funnelled their money into tech start-ups, many of the advertising platforms being large investors in this area. As we will see, they have set the conditions for the latest tech boom.

Most importantly, however, they have provided a business model – the platform – that is now being replicated across a variety of industries.

Cloud Platforms

If advertising platforms like Google and Facebook laid the groundwork for extracting and using massive amounts of data, then the emerging cloud platforms are the step that has consolidated the platform as a unique and powerful business model. The story of corporate cloud rental begins with ecommerce in the 1990s. During the late 1990s, e-commerce companies thought they could outsource the material aspects of exchange to others. But this proved to be insufficient, and companies ended up taking on the tasks of building warehouses and logistical networks and hiring large numbers of workers.[72]

By 2016 Amazon has invested in vast data centres, robotic warehouse movers, and massive computer systems, had pioneered the use of drones for deliveries, and recently began leasing airplanes for its shipping section.[73] It is also by far the largest employer in the digital economy, employing over 230,000 workers and tens of thousands of seasonal workers, most of whom do low-wage and highly stressful jobs in warehouses. To grow as an e-commerce platform, Amazon has sought to gain as many users as possible through cross-subsidisation.

By all accounts, the Amazon Prime delivery service loses money on every order, and the Kindle e-book reader is sold at cost.[74] On traditional metrics for lean businesses, this is unintelligible: unprofitable ventures should be cut off. Yet rapid and cheap delivery is one of the main ways in which Amazon entices users onto its platform in order to make revenues elsewhere.

In the process of building a massive logistical network, Amazon Web Services (AWS) was developed as an internal platform, to handle the increasingly complex logistics of the company. Indeed, a common theme in the genesis of platforms is that they often emerge out of internal company needs. Amazon required ways to get new services up and running quickly, and the answer was to build up the basic infrastructure in a way that enabled new services to use it easily.[75]

It was quickly recognised that this could also be rented to other firms. In effect AWS rents out cloud computing services, which include ondemand services for servers, storage and computing power, software development tools and operating systems, and ready-made applications.[76]

The utility of this practice for other businesses is that they do not need to spend the time and money to build up their own hardware system, their own software development kit, or their own applications. They can simply rent these on an ‘as needed’ basis. Software, for instance, is increasingly deployed on a subscription basis; Adobe, Google, and Microsoft have all started to incorporate this practice. Likewise, the sophisticated analytical tools that Google has developed are now beginning to be rented out as part of its AWS competitor.[77]

Other businesses can now rent the ability to use pattern recognition algorithms and audio transcription services. In other words, Google is selling its machine-learning processes (and this is precisely where Google sees its advantage over its competitors in the cloud computing field).

Microsoft, meanwhile, has built an artificial intelligence platform that gives businesses the software development tools to build their own bots (‘intelligence as a service’, in the contemporary lingo). And International Business Machines (IBM) is moving to make quantum cloud computing a reality.[78]

Cloud platforms ultimately enable the outsourcing of much of a company’s information technology (IT) department. This process pushes knowledge workers out and often enables the automation of their work as well. Data analysis, storage of customer information, maintenance of a company’s servers – all of this can be pushed to the cloud and provides the capitalist rationale for using these platforms.

The logic behind them is akin to how utilities function. Jeff Bezos, Amazon’s chief executive officer, compares it to electricity provision: whereas early factories had each its own power generator, eventually electricity generation became centralised and rented out on an ‘as needed’ basis. Today every area of the economy is increasingly integrated with a digital layer; therefore owning the infrastructure that is necessary to every other industry is an immensely powerful and profitable position to be in.

Moreover, the significance of the cloud platform for data extraction is that its rental model enables it to constantly collect data, whereas the older purchasing model involved selling these as goods that were then separated from the company.

By moving businesses’ activities onto cloud platforms, companies like Amazon gain direct access to whole new datasets (even if some remain occluded to the platform). It is unsurprising, then, that AWS is now estimated to be worth around $70 billion,[79] and major competitors like Microsoft and Google are moving into the field, as well as Chinese competitors like Alibaba.

AWS is now the most rapidly growing part of Amazon – and also the most profitable, with about 30 per cent margins and nearly $8 billion in revenue in

2015. In the first quarter of 2016, AWS generated more profit for Amazon than its core retail service.[80]

If Google and Facebook built the first data extraction platforms, Amazon built the first major cloud platform in order to rent out an increasingly basic means of production for contemporary businesses. Rather than relying on advertisers’ buying data, these cloud platforms are building up the basic infrastructure of the digital economy in a way that can be rented out profitably to others, while they collect data for their own uses.

Industrial Platforms

As data collection, storage, and analysis have become increasingly cheaper, more and more companies have attempted to bring platforms into the field of traditional manufacturing. The most significant of these attempts goes under the rubric of ‘the industrial internet of things’, or simply ‘the industrial internet’.

At the most basic level, the industrial internet involves the embedding of sensors and computer chips into the production process and of trackers (e.g. RFID) into the logistics process, all linked together through connections over the internet. In Germany, this process is being heralded as ‘Industry 4.0’. The idea is that each component in the production process becomes able to communicate with assembly machines and other components, without the guidance of workers or managers. Data about the position and state of these components are constantly shared with other elements in the production process.

In this vision, material goods become inseparable from their informational representations. For its proponents, the industrial internet will optimise the production process: they argue that it is capable of reducing labour costs by 25 per cent, of reducing energy costs by 20 per cent (e.g. data centres would distribute energy where it is needed and when), of reducing maintenance costs by 40 per cent by issuing warnings of wear and tear, of reducing downtime by scheduling it for appropriate times, and of reducing errors and increasing quality.[81]

The industrial internet promises, in effect, to make the production process more efficient, primarily by doing what competitive manufacturing has been doing for some time now: reducing costs and downtime. But it also aims to link the production process more closely to the realisation process. Rather than relying on focus groups or surveys, manufacturers are hoping to develop new products and design new features on the basis of usage data drawn from existing products (even by using online methodologies like A/B testing to do so).[82]

The industrial internet also enables mass customisation. In one test factory from BASF SE, the largest chemicals producer in the world, the assembly line is capable of individually customising every unit that comes down the line: individual soap bottles can have different fragrances, colours, labels, and soaps, all being automatically produced once a customer places an order.[83] Product lifecycles can be significantly reduced as a result.

As factories begin to implement the components for the industrial internet, one major challenge is establishing a common standard for communication; interoperability between components needs to be ensured, particularly in the case of older machinery. This is where industrial platforms come in, functioning as the basic core framework for linking together sensors and  actuators, factories and suppliers, producers and consumers, software and hardware.

These are the developing powerhouses of industry, which are building the hardware and software to run the industrial internet across turbines, oil wells, motors, factory floors, trucking fleets, and many more applications. As one report puts it, with the industrial internet ‘the big winners will be platform owners’.[84]

It is therefore no surprise to see traditional manufacturing powerhouses like General Electric (GE) and Siemens, as well as traditional tech titans like Intel and Microsoft, make a major push to develop industrial internet platforms. Siemens has spent over€4 billion to acquire smart manufacturing capabilities and to build itsindustrial platform MindSphere,[85] while GE has been working rapidly todevelop its own platform, Predix.

The field has so far been dominated bythese established companies rather than being subject to an influx of newstart-ups. And even the industrial internet start-ups are primarily funded bythe old guard (four of the top five investors), keeping funding for the sectorstrong in 2016 despite a general slowdown in other start-up areas.[86]

The shift to industrial platforms is also an expression of national economic competition, as Germany (a traditional manufacturing powerhouse represented by Siemens) and the United States (a technology powerhouserepresented by GE) are the primary supporters of this shift. Germany hasenthusiastically bought into this idea and developed its own consortium tosupport the project, as has the United States, where companies like GE, Intel,Cisco, and IBM have partnered with the government in a similar non-profitconsortium to push for smart manufacturing. At the moment the Germanconsortium aims simply to raise awareness and support for the industrialInternet, while the American consortium is actively expanding trials with thetechnology.

The competition here is ultimately over the ability to build the monopolistic platform for manufacturing: ‘It’s winner takes all,’ says GE’s chief digital officer.[87] Predix and MindSphere both already offer infrastructural services (cloud-based computing), development tools, and applications for managing the industrial internet (i.e. an app store for factories). Rather than companies developing their own software to manage the internal internet, these platforms license out the tools needed.

Expertise is necessary, for instance, in order to cope with the massive amounts of data that will be produced and to develop new analytical tools for things like time series data and geographical data. GE’s liquid natural gas business alone is already collecting as many data as Facebook and requires a series of specialised tools to manage the influx of data.[88]

The same holds for software designed to collect and analyse big data, for the modelling of physical-based systems, or for software that makes changes in factories and power plants. These platforms also provide the hardware (servers, storage, etc.) needed to operate an industrial internet. In competition with more generic platforms like AWS, industrial platforms promote themselves as having insider knowledge of manufacturing and the security necessary to run such a system.

Like other platforms, these industrial firms rely on extracting data as a competitive tool against their rivals, a tool that ensures quicker, cheaper, more flexible services. By positioning themselves as the intermediary between factories, consumers, and app developers, these platforms are ideally placed to monitor much of how global manufacturing operates, from the smallest actuator to the largest factory, and they draw upon these data to further solidify their monopoly position.

Deploying a standard platform strategy, both Siemens and GE also maintain openness in terms of who can connect to the platform, where data are stored (on site or in the cloud), and who can build apps for it. Network effects are, as always, essential to gaining a monopoly position, and this openness enables them to incorporate more and more users. These platforms already are strong revenue sources for the companies: Predix currently brings GE $5 billion and is expected to triple this revenue by 2020.[89]

Predictions are that the sector will be worth $225 billion by 2020 – more than both the consumer internet of things and enterprise cloud computing.[90] Nevertheless, demonstrating the power of monopolies, GE continues to use AWS for its internal needs.[91]

Product Platforms

Importantly, the preceding developments – particularly the internet of things and cloud computing – have enabled a new type of on-demand platform. They are two closely related but distinct business models: the product platform and the lean platform. Take, for example, Uber and Zipcar – both platforms designed for consumers who wish to rent some asset for a time. While they are similar in this respect, their business models are significantly different.

Zipcar owns the assets it rents out – the vehicles; Uber does not. The former is a product platform, while the latter is a lean platform that attempts to outsource nearly every possible cost. (Uber aims, however, eventually to command a fleet of self-driving cars, which would transform it into a product platform.) Zipcar, by contrast, might be considered a ‘goods as a service’ type of platform.

Product platforms are perhaps one of the biggest means by which companies attempt to recuperate the tendency to zero marginal costs in some goods.

Music is the best example, as in the late 1990s downloading music for free became as simple as installing a small program. Record labels’ revenues took a major dip, as consumers stopped purchasing compact discs (CDs) and other physical copies of music. Yet, in spite of its numerous obituaries, the music industry has been revived in recent years by platforms (Spotify, Pandora) that siphon off fees from music listeners, record labels, and advertisers alike.

Between 2010 and 2014 subscription services have seen user numbers rise up from 8 million to 41 million, and subscription revenues are set to overtake download revenues as the highest source of digital music.[92] After years of decline, the music industry is poised to see its revenue grow once again in 2016. While subscription models have been around for centuries, for example in newspapers, what is novel today is their expansion to new realms: housing, cars, toothbrushes, razors, even private jets. Part of what has enabled these product platforms to flourish in recent years is the stagnation in wages and the decline in savings that we noted in Chapter 1.

As less money is saved up, big-ticket purchases like cars and houses become nearly impossible and seemingly cheaper upfront fees appear more enticing. In the United Kingdom, for instance, household ownership has declined since 2008, while private rentals have skyrocketed.[93]

On-demand platforms are not affecting just software and consumer goods, though. One of the earliest stabs  at an on-demand economy centred on manufactured goods, particularly durable goods. The most influential of these efforts was the transformation of the jet engine business from one that sold engines into one that rented thrust.

The three big manufacturers – Rolls Royce, GE, and Pratt & Whitney – have all moved to this business model, with Rolls Royce leading the way in the late 1990s. The classic model of building an engine and then selling it to an airline was a relatively low margin business with high levels of competition. The competitive dynamics outlined in Chapter 1 are on full display here. Over the past 40 years the jet engine industry has been characterised by very few new companies, and no companies leaving the industry.[94]

Instead the three major firms have competed intensely among themselves by introducing incremental technological improvements, in an effort to gain an edge. This technological competition continues today, when the jet engine industry pioneers the use of additive manufacturing. (For instance, GE’s most popular jet engine has a number of parts that are now 3D printed rather than welded together out of different components.[95]) But margins on the engines themselves remain small, and competition tight.

By contrast, the maintenance of these engines involves much higher profit margins – seven times higher, according to estimates.[96] The challenge with maintenance is that it is quite easy for outside competitors to come in to the market and take the profits away. This prompted Rolls Royce to introduce the ‘goods as a service’ model, whereby airlines do not purchase the jet engine but pay a fee for every hour one is used.

In turn, Rolls Royce provides maintenance and replacement parts.

The raw material of data remains as central to this platform as to any other.

Sensors are placed on all the engines and massive amounts of data are extracted from every flight, combined with weather data and information on air traffic control, and sent to a command centre in the United Kingdom.

Information on the wear and tear on engines, possible problems, and times for scheduling maintenance are all derived. These data are immensely useful in blocking out competitors and in securing a competitive advantage against any outside maintenance firm that may hope to break into the market. Data on how the engines perform have also been crucial for developing new models: they enabled Rolls Royce to improve fuel efficiency and to increase the life of the engines, and generated another competitive advantage over other jet engine manufacturers. Once again, platforms appear as an optimal form for extracting data and using them to gain an edge over competitors.

Data and the network effects of extracting them have enabled the company to establish dominance.

Lean Platforms

In the context of everything that has just been described, it is hard not to regard the new lean platforms as a retrogression to the earliest stages of the internet-enabled economy. Whereas the previous platforms have all developed business models that generate profits in some way, today’s lean platforms have returned to the ‘growth before profit’ model of the 1990s.

Companies like Uber and Airbnb have rapidly become household names and have come to epitomise this revived business model. These platforms range from specialised firms for a variety of services (cleaning, house calls from physicians, grocery shopping, plumbing, and so on) to more general marketplaces like TaskRabbit and Mechanical Turk, which provide a variety of services. All of them, however, attempt to establish themselves as the platform upon which users, customers, and workers can meet.

Why are they ‘lean’ platforms? The answer lies in an oft-quoted observation: ‘Uber, the world’s largest taxi company, owns no vehicles […] and Airbnb, the largest accommodation provider, owns no property.’[97] It would seem that these are asset-less companies; we might call them virtual platforms.[98]

Yet the key is that they do own the most important asset: the platform of software and data analytics. Lean platforms operate through a hyper-outsourced model, whereby workers are outsourced, fixed capital is outsourced, maintenance costs are outsourced, and training is outsourced. All that remains is a bare extractive minimum – control over the platform that enables a monopoly rent to be gained.

The most notorious part of these firms is their outsourcing of workers. In America, these platforms legally understand their workers as ‘independent contractors’ rather than ‘employees’. This enables the companies to save around 30 per cent on labour costs by cutting out benefits, overtime, sick days, and other costs.[99] It also means outsourcing training costs, since training is only permitted for employees; and this process has led to alternatives forms of control via reputation systems, which often transmit the gendered and racist biases of society.

Contractors are then paid by the task: a cut of every ride from Uber, of every rental from Airbnb, of every task fulfilled on Mechanical Turk. Given the reduction in labour costs provided by such an approach, it is no wonder that Marx wrote that the ‘piece-wage is the form of wages most in harmony with the capitalist mode of production’.[100]

Yet, as we have seen, this outsourcing of labour is part of a broader and longer outsourcing trend, which took hold in the 1970s. Jobs involving tradable goods were the first to be outsourced, while impersonal services were the next to go. In the 1990s Nike became a corporate ideal for contracting out, in that it contracted much of its labour to others. Rather than adopting vertical integration, Nike was premised upon the existence of a small core of designers and branders, who then outsourced the manufacturing of their goods to other companies.

As a result, by 1996 people were already voicing concerns that we were transitioning to ‘a “just-in-time” age of “disposable” workers’.[101] But the issue involves more than lean platforms. Apple, for instance, directly employs less than 10 per cent of the workers who contribute to the production of its products.[102]

Likewise, a quick glance at the US Department of Labor can find a vast number of non-Uber cases involving the mislabelling of workers as independent contractors: cases related to construction workers, security guards, baristas, plumbers, and restaurantworkers – to name just a few.[103] In fact the traditional labour market thatmost closely approximates the lean platform model is an old and low-techone: the market of day labourers – agricultural workers, dock workers, or other low-wage workers – who would show up at a site in the morning in the hope of finding a job for the day.

Likewise, a major reason why mobile phoneshave become essential in developing countries is that they are nowindispensable in the process of finding work on informal labour markets.[104]

The gig economy simply moves these sites online and adds a layer of

pervasive surveillance. A tool of survival is being marketed by Silicon Valley as a tool of liberation.

We can also find this broader shift to non-traditional jobs in economic statistics. In 2005[105] the Bureau of Labour Statistics (BLS) found that nearly 15 million US workers (10.1 per cent of the labour force) were in alternative employment.[106] This category includes employees hired under alternative contract arrangements (on-call work, independent contractors) and employees hired through intermediaries (temp agencies, contract companies). By 2015 this category had grown to 15.8 per cent of the labour force.[107] Nearly half of this rise (2.5 per cent) was due to an increase in contracting out, as education, healthcare, and administration jobs were often at risk.

Most strikingly, between 2005 and 2015, the US labour market added 9.1 million jobs – including 9.4 million alternative arrangement jobs. This means that the net increase in US jobs since 2005 has been solely from these sorts of (often precarious) positions.[108] Similar trends can be seen in selfemployment.

While the number of people who identify as self-employed has decreased, the number of people who filed the 1099 tax form for selfemployment in the United States has increased.[109] What we see here is effectively an acceleration of the long-term tendency towards more precarious employment, particularly after 2008. The same trends are observable in the United Kingdom, where self-employment has created 66.5 per cent of net employment after 2008 and is the only thing that has staved off much higher levels of unemployment.[110]

Where do lean platforms fit into this? The most obvious point is the category of independent contractors and freelancers. This category has registered an increase of 1.7 per cent (2.9 million) between 2005 and 2015,[111] but most of these increases have been for offline work. Given that no direct measures of the sharing economy are currently available, surveys and other indirect measures have been used instead. Nearly all of the estimates suggest that around 1 per cent of the US labour force is involved in the online sharing economy formed by lean platforms.[112]

Even here, the results have to take into account that Uber drivers probably form the majority of these workers.[113] The sharing economy outside of Uber is tiny. In the United Kingdom less evidence is presently available, but the most thorough survey done so far suggests that a slightly higher number of people routinely sell their labour through lean platforms. It is estimated that approximately 1.3 million UK workers (3.9 per cent of the labour force) work through them at least once a week, while other estimates range from 3 to 6 per cent of the labour force.[114]

Other surveys suggest slightly higher numbers, but those problematically include a much larger range of activities.[115] What we can therefore conclude is that the sharing economy is but a small tip of a much larger trend.

Moreover, it is a small sector, which is premised upon the vast growth in the levels of unemployment after the 2008 crisis. Building on the trends towards more precarious work that were outlined earlier, the crisis caused unemployment in the United States to double, while long-term unemployment nearly tripled.

Moreover, the aftermath of the crisis was a jobless recovery – a phenomenon where economic growth returns, but job growth does not. As a result, numerous workers were forced to find whatever desperate means they could to survive. In this context, self-employment is not a freely chosen path, but rather a forced imposition. A look at the demographics of lean platform workers seems to support this. Of the workers on TaskRabbit, 70 per cent have Bachelor’s degrees, while 5 per cent have PhDs.[116]

An International Labour Organization (ILO) survey found that workers on Amazon’s Mechanical Turk (AMT) also tend to be highly educated, 37 per cent using crowd work as their main job.[117] And Uber admits that around a third of its drivers in London come from neighbourhoods with unemployment rates of more than 10 per cent.[118] In a healthy economy these people would have no need to be microtasking, as they would have proper jobs.

While the other platform types have all developed novel elements, is there anything new about lean platforms? Given the broader context just outlined, we can see that they are simply extending earlier trends into new areas.

Whereas outsourcing once primarily took place in manufacturing, administration , and hospitality, today it is extending to a range of new jobs: cabs, haircuts, stylists, cleaning, plumbing, painting, moving, content moderation, and so on. It is even pushing into white-collar jobs – copyediting, programming and management, for instance. And, in terms of the labour market, lean platforms have turned what was once non-tradable services into tradable services, effectively expanding the labour supply to a near-global level.

A multitude of novel tasks can now be carried out online through Mechanical Turk and similar platforms. This enables business, again, to cut costs by exploiting cheap labour in developing countries and places more downward pressure on wages by placing these jobs into global labour markets. The extent to which lean platform firms have outsourced other costs is also notable (though not novel); these are perhaps the purest attempts at a virtual platform to date.

In doing so, these companies have been dependent upon the capacities offered by cloud platforms. Whereas firms once had to spend large amounts to invest in the computing equipment and expertise needed for their businesses, today’s start-ups have flourished because they can simply rent hardware and software from the cloud. As a result, Airbnb, Slack, Uber, and many other start-ups use AWS.[119]

Uber further relies on Google for mapping, Twilio for texting, SendGrid for emailing, and Braintree for payments: it is a lean platform built on other platforms. These companies have also offloaded costs from their balance sheets and shifted them to their workers: things like investment costs (accommodations for Airbnb, vehicles for Uber and Lyft), maintenance costs, insurance costs, and depreciation costs. Firms such as Instacart (which delivers groceries) have also outsourced delivery costs to food suppliers (e.g. Pepsi) and to retailers (e.g. Whole Foods) in return for advertising space.[120]

However, even with this support, Instacart remains unprofitable on 60 per cent of its business, and that is before the rather large costs of office space or the salaries of its core team are taken into account.[121] The lack of profitability has led to the predictable measure of cutting back on wages – a notably widespread phenomenon among lean platforms.

This has also prompted companies to compete on data extraction – again, a process optimised by the access afforded by platforms. Uber is perhaps the best example of this development, as it collects data on all of its rides, as well as data on drivers, even when they are not receiving a fare.[122] Data about what drivers are doing and how they are driving are used in a variety of ways in order to beat out competitors.

For instance, Uber uses the data to ensure that its drivers are not working for other taxi platforms; and its routing algorithms use the data on traffic patterns to plot out the most efficient path for a trip.

Data are fed into other algorithms to match passengers with nearby drivers, as well as to make predictions about where demand is likely to arise. In China, Uber monitors even whether drivers go to protests. All of this enables Uber to have a service that is quick and efficient from the passenger’s point of view, thereby drawing users away from competitors. Data are one of the primary means of competition for lean platforms.

Nevertheless, these firms are still struggling to be profitable and the money to support them has to come from the outside. As we saw earlier, one of the important consequences of the 2008 crisis has been the intensification of an easy monetary policy and the growing corporate cash glut. The lean platform boom is, fundamentally, a post-2008 phenomenon. The growth of this sector is reflected most clearly in the number of deals made for start-up companies: VC deals have tripled since 2009.[123]

Even after excluding Uber (which has an outsized position in the market), on-demand mobile services raised $1.7 billion over the course of 2014 – a 316 per cent increase from 2013.[124] And 2015 continued this trend towards more deals and higher volumes. But it is worth taking a moment to put the funding of lean platforms in context. When we look at the lean platforms for on-demand mobile services, we are primarily discussing Uber. In terms of funding, in 2014 Uber outpaced all the other service companies, taken together, by 39 per cent.[125]

In 2015 Uber, Airbnb, and Uber’s Chinese competitor, Didi Chuxing, combined to take 59 per cent of all the funding for on-demand start-ups.[126] And, while the enthusiasm for new tech start-ups has reached a fever pitch, funding in 2015 ($59 billion) still paled in comparison to the highs of 2000 (nearly $100 billion).[127]

Where is the money coming from? Broadly speaking, it is surplus capital seeking higher rates of return in a low interest rate environment. The low interest rates have depressed the returns on traditional financial investments, forcing investors to seek out new avenues for yield. Rather than a finance boom or a housing boom, surplus capital today appears to be building a technology boom. Such is the level of compulsion that even nontraditional funding from hedge funds, mutual funds, and investment banks is

playing a major role in the tech boom.

In fact, in the technology start-up sector, most investment financing comes from hedge funds and mutual funds.[128] Larger companies are also involved, Google being a major investor in the ill-fated Homejoy, while the logistics company DHL has created its own on-demand service MyWays, and firms like Intel and Google are also purchasing equity in a variety of new start-ups.

Companies like Uber, deploying more than 135 subsidiary companies across the world, are also helped by tax evasion techniques.[129] Yet the profitability of these lean platforms remains largely unproven. Just like the earlier dot-com boom, growth in the lean platform sector is premised on expectations of future profits rather than on actual profits. The hope is that the low margin business of taxis will eventually pay off once Uber has gained a monopoly position.

Until these firms reach monopoly status (and possibly even then), their profitability appears to be generated solely by the removal of costs and the lowering of wages and not by anything substantial.

In summary, lean platforms appear as the product of a few tendencies and moments: the tendencies towards outsourcing, surplus populations, and the digitisation of life, along with the post-2008 surge in unemployment and rise of an accommodative monetary policy, surplus capital, and cloud platforms that enable rapid scaling. While the lean model has garnered a large amount of hype and, in the case of Uber, a large amount of VC, there are few signs that it will inaugurate a major shift in advanced capitalist countries. In terms of outsourcing, the lean model remains a minor player in a long-term trend.

The profit-making capacity of most lean models likewise appears to be minimal and limited to a few specialised tasks. And, even there, the most successful of the lean models has been supported by VC welfare rather than by any meaningful revenue generation. Far from representing the future of work or that of the economy, these models seem likely to fall apart in the coming years.

Conclusion

We began this chapter by arguing that twenty-first-century capitalism has found a massive new raw material to appropriate: data. Through a series of developments, the platform has become an increasingly dominant way of organising businesses so as to monopolise these data, then extract, analyse, use, and sell them. The old business models of the Fordist era had only a rudimentary capacity to extract data from the production process or from customer usage.

The era of lean production modified this slightly, as global ‘just in time’ supply chains demanded data about the status of inventories and the location of supplies. Yet data outside the firm remained nearly impossible to attain; and, even inside the firm, most of the activities went unrecorded.

The platform, on the other hand, has data extraction built into its DNA, as a model that enables other services and goods and technologies to be built on top of it, as a model that demands more users in order to gain network effects, and as a digitally based medium that makes recording and storage simple. All of these characteristics make platforms a central model for extracting data as raw material to be used in various ways.

As we have seen in this brief overview of some different platform types, data can be used in a variety of ways to generate revenues. For companies like Google and Facebook, data are, primarily, a resource that can be used to lure in advertisers and other interested parties. For firms like Rolls Royce and Uber, data are at the heart of beating the competition: they enable such firms to offer better products and services, control workers, and optimise their algorithms for a more competitive business.

Likewise, platforms like AWS and Predix are oriented towards building (and owning) the basic infrastructures necessary to collect, analyse, and deploy data for other companies to use, and a rent is extracted for these platform services. In every case, collecting massive amounts of data is central to the business model and the platform provides the ideal extractive apparatus.

This new business form has intertwined with a series of long-term trends and short-term cyclical movements. The shift towards lean production and ‘just in time’ supply chains has been an ongoing process since the 1970s, and digital platforms continue it in heightened form today. The same goes for the trend towards outsourcing. Even companies that are not normally associated with outsourcing are still involved. For instance, content moderation for Google and Facebook is typically done in the Philippines, where an estimated 100,000 workers search through the content on social media and in cloud storage.[130]

And Amazon has a notoriously low-paid workforce of warehouse workers who are subject to incredibly comprehensive systems of surveillance and control. These firms simply continue the secular trend of outsourcing low-skill workers while retaining a core of well-paid high-skill labourers.

On a broader scale, all of the post-2008 net employment gains in America have come from workers in non-traditional employment, such as contractors and on-call workers. This process of outsourcing and building lean business models gets taken to an extreme in firms like Uber, which rely on a virtually asset-less form to generate profits.

As we have seen, though, much of their profitability after the crisis has stemmed from holding wages down. Even the Economist is forced to admit that, since 2008, ‘if the share of domestic gross earnings paid in wages were to rise back to the average level of the 1990s, the profits of American firms would drop by a fifth’.[131]

An increasingly desperate surplus population has therefore provided a considerable supply of workers in low-wage, low-skill work. This group of exploitable workers has intersected with a vast amount of surplus capital set in a low interest rate world. Tax evasion, high corporate savings, and easy monetary policies have all combined, so that a large amount of capital seeks out returns in various ways.

It is no surprise, then, that funding for tech start-ups has massively surged since 2010. Set in context, the lean platform economy ultimately appears as an outlet for surplus capital in an era of ultra-low interest rates and dire investment opportunities rather than the vanguard destined to revive capitalism.

While lean platforms seem to be a short-lived phenomenon, the other examples set out in this chapter seem to point to an important shift in how capitalist firms operate. Enabled by digital technology, platforms emerge as the means to lead and control industries. At their pinnacle, they have prominence over manufacturing, logistics, and design, by providing the basic landscape upon which the rest of the industry operates. They have enabled a shift from products to services in a variety of new industries, leading some to declare that the age of ownership is over.

Let us be clear, though: this is not the end of ownership, but rather the concentration of ownership. Pieties about an ‘age of access’ are just empty rhetoric that obscures the realities of the situation. Likewise, while lean platforms have aimed to be virtually assetless, the most significant platforms are all building large infrastructures and spending significant amounts of money to purchase other companies and to invest in their own capacities. Far from being mere owners of information, these companies are becoming owners of the infrastructures of society.

Hence the monopolistic tendencies of these platforms must be taken into account in any analysis of their effects on the broader economy.

Notes

1. Löffler and Tschiesner, 2013.

2. Kaminska, 2016a.

3. Vercellone, 2007.

4. Terranova, 2000.

5. Wark, 2004.

6. Author’s calculation on the basis of data from Andrae and Corcoran, 2013 and US Energy Information Administration, n.d.; for more, see Maxwell and Miller, 2012.

7. One particularly illuminating example of this comes from climate science; see Edwards, 2010.

8. I draw here upon Marx’s definition of raw material: ‘The land (and this, economically speaking, includes water) in the virgin state in which it supplies man with necessaries or the means of subsistence ready to hand, exists independently of him, and is the universal subject of human labour. All those things which labour merely separates from immediate connexion with their environment, are subjects of labour spontaneously provided by Nature. Such are fish which we catch and take from their element, water, timber which we fell in the virgin forest, and ores which we extract from their veins. If, on the other hand, the subject of labour has, so to say, been filtered through previous labour, we call it raw material; such is ore already extracted and ready for washing’ (Marx, 1990: 284–5, emphasis added).

9. A useful relation could perhaps be drawn to Jason Moore’s concept of cheap inputs, although this lies outside the scope of this study; see ch. 2 in Moore, 2015.

10. Apple is one example of a major company excluded by this focus, as it is primarily a traditional consumer electronics producer with now standard practices of outsourcing manufacturing. It has some platform elements to its business (iTunes, the App Store), but these only generate 8.0 per cent of the revenues that Apple is famous for. The vast majority (68.0 per cent) of revenues come from iPhone sales. Apple is more akin to the 1990s Nike business model than to the 2010s Google business model.

11. For useful complementary approaches to platforms, see Bratton, 2015: ch. 9 and Rochet and Tirole, 2003.

12. While technically platforms can exist in non-digital forms (e.g. a shopping mall), the ease of recording activities online makes digital platforms the ideal model for data extraction in today’s economy.

13. By ‘user’ we also include machines – an important addition when considering the internet of things. See: Bratton, 2015: 251–89.

14. Gawer, 2009: 54.

15. Rochet and Tirole, 2003.

16. Kaminska, 2016b.

17. Hwang and Elish, 2015.

18. Metz, 2012.

19. We can imagine a scenario where a firm owns the code of a platform but rents all of its computing needs from a cloud-based service. Hardware is therefore not essential to the ownership of a platform. But, given the competitive demands that we will outline later on, the largest platforms have all moved towards proprietary hardware. In other words, ownership of fixed capital remains important to these firms, if not essential.

20. Goldfarb, Kirsch, and Miller, 2007: 128.

21. Crain, 2014: 377–8.

22. Zuboff, 2016.

23. Varian, 2009.

24. Terranova, 2000.

25. Wittel, 2016: 86.

26. Zuboff, 2015: 78.

27. Ibid.

28. For one example of a data value chain, see Dumbill, 2014.

29. Finnegan, 2014.

30. Davidson, 2016.

31. CB Insights, 2016b.

32. Henwood, 2003: 30.

33. Hook, 2016.

34. Clark and Young, 2013.

35. Burrington, 2016.

36. In the industry, these are known respectively as ‘infrastructure as a service’ (IaaS), ‘platform as a service’ (Paas), and ‘software as a service’ (SaaS).

37. Clark, 2016.

38. Miller, 2016.

39. Asay, 2015.

40. McBride and Medhora, 2016.

41. Webb, 2015; Bughin, Chui, and Manyika, 2015.

42. Bughin, Chui, and Manyika, 2015.

43. Alessi, 2014.

44. World Economic Forum, 2015: 4.

45. Zaske, 2015.

46. CB Insights, 2016c.

47. Waters, 2016.

48. Murray, 2016.

49. Miller, 2015b.

50. Waters, 2016.

51. Miller, 2015a.

52. International Federation of the Phonographic Industry, 2015: 6–7.

53. Office for National Statistics, 2016a.

54. Bonaccorsi and Giuri, 2000: 16–21.

55. Dishman, 2015.

56. ‘Britain’s Lonely High-Flier’, 2009.

57. Goodwin, 2015.

58. Incidentally, they appear to be owned by what McKenzie Wark calls the vectoralist class; see Wark, 2004.

59. Kamdar, 2016; Kosoff, 2015.

60. Marx, 1990: 697–8.

61. Polivka, 1996: 3.

62. Scheiber, 2015.

63. US Department of Labor, n.d.

64. Dyer-Witheford, 2015: 112–14.

65. The BLS measures the gig economy indirectly, through ‘contingent and alternative employment’ – but stopped in 2005, after funding was cut. They are, however, set to carry out another survey in 2017; see BLS Commissioner, 2016.

66. US Department of Labor, 2005: 17.

67. This estimate is based on an attempt to duplicate the BLS surveys as closely as possible. See Katz and Krueger, 2016.

68. Ibid.

69. Wile, 2016.

70. Office for National Statistics, 2014: 3.

71. Katz and Krueger, 2016.

72. Various estimates include: 0.5% of the labour force (Katz and Kreuger, 2016); 0.4–1.3% (Harris and Kreuger, 2015: 12); 1.0% (McKinsey: see Manyika, Lund, Robinson, Valentino, and Dobbs, 2015); 2.0% (Intuit: see Business Wire, 2015). One outlier survey from Burson-Marsteller suggests that 28.6% of the US labour force has provided services through the gig economy (see Burson-Marsteller, Aspen Institute, and TIME, 2016).

73. Harris and Krueger, 2015: 12.

74. Various estimates are: 3.0% of the labour force (Coyle, 2016: 7); 3.9% (Huws and Joyce, 2016); 6.0% (Business Wire, 2015). See also Hesse, 2015.

75. A Nesta survey found that 25% of Brits had been involved in internetenabled collaborative activity, but this category includes people who purchase from the internet rather than just workers. It also includes people who donate goods or purchase media online. An Intuit survey, on the other hand, reportedly found that 6% of the population in Britain is working in the sharing economy, but the actual data do not appear to be available. See Stokes, Clarence, Anderson, and Rinne, 2014: 25; Hesse, 2015.

76. Henwood, 2015.

77. Berg, 2016.

78. Knight, 2016.

79. See many more examples at Amazon Web Services, 2016.

80. Huet, 2016.

81. Ibid.

82. While government surveillance is often the focus of public attention today, corporate surveillance is just as pernicious a phenomenon. Pasquale,  2015.

83. ‘Reinventing the Deal’, 2015.

84. CB Insights, 2015.

85. Ibid.

86. CB Insights, 2016a.

87. National Venture Capital Association, 2016: 9; Crain, 2014: 374.

88. CB Insights, 2016d.

89. O’Keefe and Jones, 2015.

90. Chen, 2014.

91. ‘The Age of the Torporation’, 2015.

3  Great Platform Wars

If platforms are the emerging business model for the digital economy, how do they appear when set in the longer history of capitalism? In particular, up to this point we have largely left out one of the fundamental drivers of capitalism: intracapitalist competition.

In Chapter 1 we set out the context of the long downturn – that period since the 1970s when the global economy has been saddled by overcapacity and overproduction in the manufacturing sector. As companies were unwilling and unable to destroy their fixed capital or to invest in new lines, international competition has steadily continued and, alongside it, the crisis of overcapacity in manufacturing.

Unable to generate growth in this situation, in the 1990s the United States began trying to stimulate the economy through an asset-price Keynesianism that operated by inducing low interest rates in order to generate higher asset prices and a wealth effect that would spark broader economic growth. This led to the dotcom boom of the 1990s and to the housing bubble of the early years of the twenty-first century.

Today, as we saw in the previous chapter, asset-price Keynesianism continues apace and is one of the fundamental drivers behind the current mania for tech start-ups. Yet, behind the shiny new technology and slick façade of app interfaces, what broader consequences do these new firms hold for capitalism?

In this chapter we will step back to look at the tendencies unleashed by these new firms into the broader economic environment of the long downturn. Some argue that capitalism renews itself through the creation and adoption of new technological complexes: steam and railways, steel and heavy engineering, automobiles and petrochemicals – and now information and communications technologies.[132]

Are we witnessing the adoption of a new infrastructure that might revive capitalism’s moribund growth? Will competition survive in the digital era, or are we headed for a new monopoly capitalism?

With network effects, a tendency towards monopolisation is built into the DNA of platforms: the more numerous the users who interact on a platform, the more valuable the entire platform becomes for each one of them. Network effects, moreover, tend to mean that early advantages become solidified as permanent positions of industry leadership. Platforms also have a unique ability to link together and consolidate multiple network effects. Uber, for instance, benefits from the network effects of more and more drivers as well as from the network effects of more and more riders.[133]

Leading platforms tend consciously to perpetuate themselves in other ways as well. Advantages in data collection mean that the more activities a firm has access to, the more data it can extract and the more value it can generate from those data, and therefore the more activities it can gain access to. Equally, access to a multitude of data from different areas of our life makes prediction more useful, and this stimulates the centralisation of data within one platform.

We give Google access to our email, our calendars, our video histories, our search histories, our locations – and, with each aspect provided to Google, we get better predictive services as a result. Likewise, platforms aim to facilitate complementary products: useful software built for Android leads more users to use Android, which leads more developers to develop for Android, and so on, in a virtuous circle.

Platforms also seek to build up ecosystems of goods and services that close off competitors: apps that only work with Android, services that require Facebook logins. All these dynamics turn platforms into monopolies with centralised control over increasingly vast numbers of users and the data they generate. We can get a sense of how significant these monopolies already are by looking at how they consolidate ad revenue: in 2016 Facebook, Google, and Alibaba alone will take half of the world’s digital advertising.[134] In the United States, Facebook and Google receive 76 per cent of online advertising revenue and are taking 85 per cent of every new advertising dollar.[135]

Yet it is also true that capitalism develops not only greater means for monopoly but also greater means for competition. The emergence of the corporation form, the rise of large financial institutions, and the monetary resources behind states all point to its capacity to initiate new lines of industry and to topple existing monopolies.[136]  Equally importantly, digital platforms tend to arise in industries that are subject to disruption by new competitors.[137] Monopolies, in this view, should only ever be temporary. The challenge today, however, is that capital investment is not sufficient to overturn monopolies; access to data, network effects, and path dependency place even higher hurdles in the way of overcoming a monopoly like Google.

This does not mean the end of competition or of the struggle for market power, but it means a change in the form of competition.[138] In particular, this is a shift away from competition over prices (e.g. many services are offered for free). Here we come to an essential point. Unlike in manufacturing, in platforms competitiveness is not judged solely by the criterion of a maximal difference between costs and prices; data collection and analysis also contribute to how competitiveness is judged and ranked.

This means that, if these platforms wish to remain competitive, they must intensify their extraction, analysis, and control of data – and they must invest in the fixed capital to do so. And while their genetic drive is towards monopolisation, at present they are faced with an increasingly competitive environment comprised of other great platforms.

Tendencies

Since platforms are grounded upon the extraction of data and the generation of network effects, certain tendencies emerge from the competitive dynamics of these large platforms: expansion of extraction, positioning as a gatekeeper, convergence of markets, and enclosure of ecosystems. These tendencies then go on to be installed in our economic systems.

At one level, the expansion of platforms is driven by the cross-subsidisation of services used to draw users into a network. If a service appears likely to draw consumers or suppliers into the platform, then a company may develop the tools to do so. Yet expansion is also driven by factors other than user demand. One such factor is the drive for further data extraction. If collecting and analysing this raw material is the primary revenue source for these companies and gives them competitive advantages, there is an imperative to collect more and more.

As one report notes, echoing colonialist ventures: ‘From a data-production perspective, activities are like lands waiting to be discovered. Whoever gets there first and holds them gets their resources – in this case, their data riches.’[139]

For many of these platforms, the quality of the data is of less interest than their quantity and diversity.[140] Every action performed by a user, no matter how minute, is useful for reconfiguring algorithms and optimising processes. Such is the importance of data that many companies could make all of their software open-source and still maintain their dominant position due to their data.[141]

Unsurprisingly, then, these companies have been prolific purchasers and developers of assets that enable them to expand their capacity for gaining information. Mergers relating to big data, for instance, have doubled between 2008 and 2013.[142]

Their vast cash glut and frequent use of tax havens contributed to making this possible. A large surplus of capital sitting idle has enabled these companies to build and expand an infrastructure of data extraction.

This is the context in which we should understand the significant investments made in the consumer internet of things (IoT), where sensors are placed in consumer goods and homes.[143] For example, Google’s investment in Nest, a heating system for residential homes, makes much more sense when it is understood as the extension of data extraction. The same goes for Amazon’s new device, Echo, an always-on device that consumers place in their homes.

At the mention of its name, Echo will respond to questions; but it is also capable of recording activities around it. It is not difficult to see how this might be useful for a company trying to understand consumer preferences. Similar devices already exist in many phones – Siri for Apple, Google Now for Android, not to mention the emergence of smart TVs.[144]

Wearable technologies are another major element of consumer IoT. Nike, for instance, is using wearables and fitness technology to bring users onto its platform and extract their data. While all these devices may have some use value for consumers, the field has not been driven by consumers clamouring for them. Instead, consumer IoT is only fully intelligible as a platform-driven extension of data recording into everyday activities.

With consumer IoT, our everyday behaviours start to be recorded: how we drive, how many steps we take, how active we are, what we say, where we go, and so on. This is simply an expression of an innate tendency within platforms. It is therefore no surprise that one of Facebook’s most recent acquisitions, the Oculus Rift VR system, is able to collect all sorts of data on its users and uses this information as part of the sales pitch to advertisers.[145]

The fact that the information platform requires an extension of sensors means that it is countering the tendency towards a lean platform. These are not asset-less companies – far from it; they spend billions of dollars to purchase fixed capital and take other companies over. Importantly, ‘once we understand this

, it becomes clear that demanding privacy from surveillance capitalists or lobbying for an end to commercial surveillance on the Internet is like asking Henry Ford to make each Model T by hand’.[146]

Calls for privacy miss how the suppression of privacy is at the heart of this business model. This tendency involves constantly pressing against the limits of what is socially and legally acceptable in terms of data collection. For the most part, the strategy has been to collect data, then apologise and roll back programs if there is an uproar, rather than consulting with users beforehand.[147] This is why we will continue to see frequent uproars over the collection of data by these companies. If data collection is a key task of platforms, analysis is the necessary correlate.


[1] Morozov, 2015b.

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[35] Office for National Statistics, 2016b.

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Epistemología de la Comunicación: un estado de la cuestión en el contexto actual de la mediatización. Sandra Valdettaro

1. Introducción

A los fines de presentar una descripción exploratoria del estado de la cuestión referida a los presupuestos teórico-epistemológicos del campo de estudios de la Comunicación, el presente texto se interrogará acerca de los desafíos que el actual contexto de mediatización produce en dicho campo.

En tal sentido, se torna necesario realizar una breve caracterización de los contextos actuales de la comunicación para, a partir de ello, delimitar los tipos de operaciones teórico-epistemológicas indispensables bajo el propósito de coadyuvar a la formación de una actitud crítica y responsable de intervención profesional en el presente.

La fisonomía de los procesos actuales de la comunicación, desde un punto de vista analítico, presupone una articulación sistémica entre “procesos de modernización”[1] y “procesos de mediatización”, produciendo complejas asignaciones de sentido a las representaciones de la “actualidad”.

La mediatización actual, caracterizada por profundas mutaciones en la base tecnológico-informacional, exige una actitud permanente de reconceptualización.

Las modalidades de construcción de los vínculos sociales en tal contexto de convergencia mediática y divergencia en recepción[2] producen nuevas gramáticas del lazo público y, consecuentemente, nuevos tipos de “sociedad”. La coexistencia, en nuestros países, de los tradicionales medios masivos de comunicación con los llamados “nuevos medios” define el carácter plenamente ubicuo de la mediatización de nuestras sociedades (cfr. Verón, 2001a, p. 13/40). Si la hipótesis que caracterizaba a la sociedad mediática era la “representacionalista”, es evidente que en dicho escenario de creciente mediatización se impone un punto de vista “constructivista” que atienda a la especificidad semiótica de los lenguajes involucrados en la comunicación social.

Los “cambios de escala” (Verón, 2001b, p. 127/138) que produjo la mediatización icónica con el cine, y luego la indicial con la televisión, adquieren un nuevo estatuto con los medios digitales basados en el protocolo de Internet habilitando una convivencia de variados regímenes semióticos de alta complejidad.

Si bien se podría caracterizar, de manera general, el presente actual de la mediatización como preeminentemente icónico-indicial, sin embargo es preciso considerar el nuevo estatuto que lo simbólico adquiere en relación con las diversas estrategias basadas en el aspecto específicamente escrito de lo textual.

Por lo tanto, una nueva configuración entre lo simbólico, lo icónico y lo indicial obliga a una actitud investigativa atenta a los matices que configuran hoy la producción de sentido. De tal modo, lo televisivo (cfr. Carlón, 2004 y 2006) y lo radiofónico (cfr. Fernández, 1994), por ejemplo, se encuentran interpelados en su propia fisonomía en un metamedio como es Internet.

En la mediaesfera actual (Debray, 1992) conviven los lenguajes del directo con los del grabado, los simbólicos con los indiciales, de un nuevo modo transmediático, intertextual, de serialidad y dispersión, en el cual todas las estrategias del “contacto” se solapan con apelaciones racionalísticas y críticas, en un soporte casi preeminente que es la “pantalla”.

Consecuentemente, el concepto de “interfaz” debe ocupar un lugar central en las investigaciones, ya que a partir del mismo es posible definir el tipo de relación (cfr. Scolari, 2004) que se establece con los usuarios. Siendo la interfaz un “entre-dos”, su función de cópula produce el “modo” del vínculo enunciativo, y detenerse en el análisis de sus diversas modalidades supone la posibilidad de construir hipótesis acerca de las peculiaridades actuales de la semiosis (Valdettaro, 2007). Siendo, además, el ámbito de la “circulación” lo que principalmente ha mutado, es preciso entonces detenerse de manera precisa en las cuestiones de interfaz.

A los fines de especificar convenientemente dichos conceptos en el estado de la mediatización en nuestra región, deberían considerarse de manera descriptiva y comparativa los sistemas de comunicación teniendo en cuenta variables e indicadores sobre el estado de la base tecnológica, su conformación económica, sus modalidades legal–reglamentarias, los niveles de su penetración social según distintos estamentos, etc.

Dichas investigaciones comparativas posibilitarían –tomando como base estudios ya realizados (cfr., por ejemplo, Mastrini y Becerra, 2006, y Belinche, Vialey y Tovar, 2006)– poner a punto un estado de la cuestión a partir del cual poder delimitar convenientemente los abordajes teórico-epistemológicos desde un punto de vista sistémico (cfr. Luhmann, 2000), logrando, de tal modo, una caracterización precisa de las operaciones específicas que cada sistema pone en acto al “comunicar” el todo-social, y las interdependencias entre ellos.

2. Propuesta de algunas líneas para una epistemología de la comunicación


[1] Entendemos que en la “actualidad” nos encontramos aún en el desarrollo de procesos de modernización, aunque dichos procesos se nombren de distintos modos: “posmodernidad”, “tardomodernidad”, “sobremodernidad”, “modernidad líquida”. De manera general, la referencia es al periodo histórico que, luego de la caída del Muro de Berlín, inicia una nueva era marcada, en términos generales, por cambios en los procesos productivos a nivel global, por nuevas formas del ejercicio político y por modificaciones profundas en la constitución del lazo público. En dicho marco, se parte de la hipótesis de que uno de los aspectos ineludibles a la hora de la caracterización de dicho estadio del proceso de modernización tiene que ver con la creciente complejización de la mediatización. A su vez, y en general, entendemos que dicho proceso se puede caracterizar, para América Latina, como de desarrollo desigual y combinado.

[2] De manera sintética, nos referimos a la creciente asimetría entre gramáticas de producción y de reconocimiento que, luego de un dilatado periodo de convergencia entre oferta y demanda asentado en la consolidación de la televisión histórica cuyos antecedentes se remontan a la segunda posguerra, ya durante los 70 y a mediados de los 80 del siglo XX mostraba síntomas de divergencia produciendo, en el campo de los estudios comunicacionales, un “reception turn”. La multiplicación de señales, el desarrollo de soportes tecnológicos cada vez más personalizados, el mercado de los dispositivos y las prácticas a ellos asociadas (control remoto, videocasettera), etc., produjeron “ruidos” entre producción y consumo y posicionaron el lugar del receptor como un ámbito de paulatina libertad (libertad de grabar con la videocasettera interrumpiendo de este modo las consecuencias que en la vida cotidiana producían las grillas de programación; libertad de elección de programas mediante la práctica del zapping volviendo indecidible cualquier tipo de política de emisión, de medición de audiencias, y, por tanto, de venta publicitaria de nichos de telespectadores, etc.). La evolución de dichos dispositivos hace que el ámbito de la recepción se visualice, actualmente, como progresivamente divergente. Itinerarios de prácticas de consumos mediáticos cada vez más personalizados producen un persistente distanciamiento de las constricciones de la emisión. Por su parte, el perfeccionamiento técnico de los dispositivos icónico-indiciales deriva en soportes que pueden considerarse metamedios (Internet, celulares), originando un proceso de convergencia tecnológica en el nivel de la producción. Se entiende por convergencia la capacidad de diferentes plataformas de red de transportar tipos de servicios esencialmente similares y la aproximación de dispositivos de consumo, como el teléfono, la televisión y la computadora. Ello implica, tendencialmente, la desaparición de los límites entre los medios de comunicación. Tal convergencia depende de la digitalización. Tres dispositivos diferentes –PC, teléfono móvil y televisión digital– se complementan para lograr la fusión de las pantallas a través del protocolo de Internet y el sistema de codificación de la televisión digital.

Teniendo en cuenta lo antes dicho, proponemos tener en cuenta la pertinencia de las siguientes hipótesis tendientes a la formulación de líneas para una epistemología de la comunicación en la actualidad.

Vale aclarar que los temas que a continuación se presentan son indicativos y preliminares, y, además, que deben actuar en simultaneidad, ya que la complejidad de los procesos de mediatización requiere una necesaria actitud transdisciplinar.

En relación con ello, Wallerstein (1999) plantea que las ciencias sociales en el siglo XXI pueden verse como una  “promesa” bajo el impulso de tres perspectivas que deben tomar a su cargo: la reunificación epistemológica de la cultura, la ciencia y las humanidades; la reunificación organizacional de las ciencias sociales; y la asunción, por parte de las mismas, de su “centralidad” dentro del mundo del conocimiento (Wallerstein, 1999, p. 49).

En el marco de dicho diagnóstico, creemos que el lugar de las Ciencias de la Comunicación es central; son, sin dudas, protagonistas medulares ya que no será posible, sin su auxilio, explicar las configuraciones socioculturales de los mundos contemporáneos.

Dicho esto, presentamos los siguientes aspectos a tener en cuenta en relación con una Epistemología de la Comunicación:

a) La perspectiva que, desde la sociología de la comunicación, plantea a los medios como “constructores” del “conocimiento” públicamente relevante. Ello implica debatir las derivaciones que supone un corrimiento de una epistemología representacionalista a una constructivista y, consecuentemente, a una definición de la sociedad en tanto mediatizada.

b) La consideración de las tecnologías de comunicación, desde un enfoque socio-semiótico, en tanto “lenguajes”, esto es, en tanto dispositivos configuradores de diversos vínculos enunciativos y efectos de sentido que hacen a la emergencia de imaginarios y representaciones sociales peculiares derivando en específicas configuraciones del lazo social, comunitario y político.

c) Su articulación con las investigaciones sobre política y economía de los medios, partiendo de que los medios, simultáneamente a su funcionamiento en tanto “aparatos ideológicos”, producen una interpelación, también, en tanto “máquinas deseantes”. La revisión de la categoría de “lo ideológico” en la producción actual fi losófico-política podría constituir una de las claves a partir de las cuales poder entender el funcionamiento del contacto mediático en sus distintos soportes.

d) Partiendo de la radical asimetría entre procesos de producción y procesos de reconocimiento, el rescate de la necesidad de los abordajes empíricos de la recepción, situados en experiencias de consumo específicas, bajo la presunción, de cuño etnográfico-antropológico, de colocarnos “en la perspectiva de los actores sociales” para poder acercarnos, de este modo, a las modalidades del carácter concreto, práxico, de la acción y el discurso sociales, esto es, a las peculiares gramáticas del reconocimiento y la producción de imaginarios sociales.

e) Los enfoques que, desde el marco general de la sociología de las profesiones, pueden colaborar a una descripción de las nuevas modalidades operativas de los medios y especificar los cambios en los mecanismos productivos, las rutinas y las operaciones selectivas propias de la actividad constructiva de cada lenguaje.

Asimismo, estas líneas de abordaje pueden permitir, en el interior mismo de las Ciencias de la Comunicación, superar viejas discusiones que hoy en día parecen superadas pero sin embargo siguen operando en las prácticas académicas concretas: la disputa acerca de la definición misma del objeto de estudio y, concomitantemente, la conformación de un “espacio propio”, diverso y plural, que se visualiza incierto bajo el esquema general de la globalización; la tensión constitutiva entre dos concepciones epistemológicas antagónicas –el binomio funcionalismo/teoría crítica, estadounidenses vs frankfurtianos– que acaso continúa, actualmente, perfilando distintos tipos de graduados –periodistas vs comunicadores– y que en general disuelve la tensión por una via unidireccional –ya sea por la opción profesionalista, como “aprendizaje de un oficio” (con lo cual se desvirtúan todas aquellas capacidades críticas que la profesión siempre requirió); ya sea por la alternativa crítica, para la cual la práctica de la comunicación se supone develadora de la contradicción social; y que, en las currículas de las carreras de Comunicación, se expresó –y tal vez se sigue expresando– mediante la vieja escisión entre “asignaturas teóricas” y “talleres prácticos” (cfr. Valdettaro, Calamari y Martínez, 2006).

A pesar de la renovación de dicho debate a partir de la recuperación democrática en América Latina luego de su suspensión durante los periodos dictatoriales, los nuevos horizontes tecnológicos y sus implicancias teóricas fueron teñidos, en algunos ámbitos de la investigación, por estas viejas dicotomías, por influjo de los efectos de la concentración hegemónica y los diseños privatistas de las políticas neoliberales de los 90 del siglo pasado.

Hoy, sin embargo, un renovado espacio institucional del campo de estudios de la Comunicación, que convoca distintos agrupamientos de investigadores tanto locales como latinoamericanos, y cuyos intereses cognoscitivos tienden a la cooperación, hace posible superar, aunque recuperando ciertos desarrollos precedentes que aún conservan importantes niveles explicativos, dichas dicotomías.

La problematización actual de los fenómenos comunicativos encuentra claves interpretativas en un sinnúmero de antecedentes críticos los cuales actúan a la manera de recorridos conceptuales que producen series y pautas de juicio.

Simultáneamente a este ascendiente en las tradiciones clásicas de las ciencias sociales, se encuentra ligada, también, la Comunicación, a los propósitos de conocimientos prácticos de tradiciones epistemológicas ligadas a las ciencias llamadas “duras”, recuperadas actualmente bajo una nueva mirada. Es así como ciertos tópicos de la física y la termodinámica –como los conceptos de entropía, ruido y redundancia– vuelven a conformar una noción específica de información que fue central en el desarrollo de la cibernética y la teoría de los sistemas, e inquiere hoy, de diversos modos, a los estudios en Comunicación.

Una de las modalidades de dicha apropiación, ligada principalmente al componente “complejo” de los sistemas, se encuentra en, por ejemplo, la recuperación de los desarrollos de la Escuela de Palo Alto (Bateson, Watzlawick, Birdwhistell, etc.) y sus derivaciones en el llamado “paradigma de la complejidad”. Es dicha modalidad la que, por ejemplo, puede detectarse en la teoría funcionalista-sistémica de Niklas Luhmann, un corpus que, como mencionamos más arriba, no sólo apunta a la específica productividad de lo social y sus sistemas, sino a la determinación peculiar que el propio sistema de la comunicación mediática adquiere en tal contexto.

Nos encontramos, por lo tanto, ante una muy particular configuración epistemológica que, obviando las clásicas dicotomías entre lo duro y lo blando al hablar de ciencia, propone un significativo cambio de escala en el intento de entendimiento de los procesos comunicacionales.

3. Aclaraciones generales

En tanto objeto técnico y social, la Comunicación es una disciplina que se constituye de manera transdisciplinar y su especificidad dependerá de la modalidad del entrecruzamiento de distintas tradiciones teórico-epistemológicas.

Las Teorías de la Comunicación incluyen un abordaje tanto de prácticas comunicacionales directas o interpersonales, como mediáticas. Las corrientes clásicas que hacen al “canon” de la Comunicación –el Funcionalismo, la Mass Communication Research, la Escuela de Frankfurt, los Estudios Culturales de la Escuela de Birmingham, la Escuela de Palo Alto, la perspectiva de McLuhan, la Socio–Semiótica, etc.– se encuentran indisolublemente ligadas a perspectivas filosóficas más generales que caracterizan el debate de la Modernidad en Occidente. La caracterización de sus supuestos epistemológicos tiene que ver directamente con dicha pertenencia a los debates macro.

Dentro de dicho marco, el enfoque socio-semiótico –junto con el llamado “giro lingüístico”– resulta particularmente productivo, tanto desde el punto de vista teórico-epistemológico, como metodológico. El análisis de la mediatización y sus significaciones debe incorporar el abordaje de los entornos digitales y las hibridaciones entre lenguajes, a los fines de determinar el funcionamiento de lo ideológico, la producción de verosímiles de época, la construcción de imaginarios y de matrices de subjetivación.

Asimismo, una mirada histórico-genealógica de la mediatización resulta indispensable, ya que la emergencia y consolidación del sistema de medios primero, y luego de la informatización de la comunicación, suponen transformaciones históricas que producen un complejo campo de efectos tanto a nivel de la agencia social como de su estructura.

La dimensión jurídica atraviesa, asimismo, dicho desarrollo histórico, ya que el “derecho a la información” como “derecho humano” caracteriza no sólo a la era de los medios masivos, sino que adquiere un nuevo estatuto transfronterizo en épocas de Internet. En tal sentido, el estudio de las políticas de comunicación, tanto públicas como de la sociedad civil, en sus distintos momentos históricos, adquiere relevancia en el contexto actual de mundialización digital y semiocapitalismo.

Ligado a ello, las modalidades de construcción del vínculo político a partir de las llamadas “redes sociales”, y la emergencia de nuevos colectivos –movimientos sociales de todo tipo sin una identidad formal–, y de novedosos y disruptivos modos de ejercicio de la protesta social, atraviesan a la disciplina forzándola a la construcción de nuevos conceptos socioantropológicos en el marco de una hipermediatización de la política.

Las transformaciones en los géneros discursivos que se producen al calor de dichas mutaciones obligan a una focalización en las variaciones narrativas, estilísticas y retóricas en el contexto actual de la mediatización.

El aspecto “organizacional” de la Comunicación es también una línea a desarrollar. Los modelos “organizacionales” suponen, sin dudas, modelos comunicativos en el nivel de los grupos, las instituciones y las empresas, que requieren una conceptualización detenida del concepto de “planificación estratégica” tanto del consenso como del conflicto en el marco de tramas de poder específicas.

La banalización actual de la aplicación del componente “estratégico” requerirá, sin dudas, detenerse en su formulación “retórica” a los fines de especificar de qué se habla cuando se nombra lo “estratégico”. Del tal modo, podrá reformularse el concepto de “marketing” atendiendo a las condiciones del presente, el cual, asimismo, se asentará en un nuevo modo de entender la comunicación publicitaria como instancia de creación colaborativa.

El vínculo entre Comunicación y Educación plantea los dilemas con que se encuentra el campo educativo a partir de su encuentro con los lenguajes digitales, y se constituye en un desafío epistemológico que tiene que ver con la posibilidad de definiciones generacionales, identitarias y experienciales de los actores involucrados en los procesos educativos, tendiendo a comprender la reconfiguración de subjetividades que dicho proceso implica.

Por último, la dimensión estética de la comunicación y su relación con la mediatización, y con el mundo del arte, merece también una discusión histórico-epistemológica. En tal sentido, los estilos de época de las expresiones artísticas, y su relación con la cultura de masas y con la “industria cultural” y los medios, son tópicos necesarios para el abordaje de las relaciones actuales entre el campo del arte y el campo de las mediatizaciones, cuyos atravesamientos han hecho estallar cualquier tipo de división entre niveles de cultura.

4. Palabras de cierre

La diversidad de objetos que cubre el campo de estudios de la Comunicación puede resultar, sin dudas, intimidante.

La lista de tópicos acá propuesta, aun sin ser exhaustiva, lo demuestra. Desde un punto de vista epistemológico, en primera instancia parece inaprensible, ya que dicha dispersión supone una variedad de enfoques teóricos y abordajes metodológicos que se alejan del paradigma clásico de la definición de “ciencia”.

Sin embargo, consideramos que las especificaciones propuestas resultan pertinentes y hacen a la consolidación del área de estudios, cuya transdisciplinariedad encontramos desde sus propios orígenes. Será tarea, entonces, de los investigadores continuar en la delimitación de un campo que, aunque parezca evanescente, aparece, sin embargo, pleno de realidad.

Bibliografía general

BELINCHE, M.; VIALEY, P.; TOVAR, C. 2006. Los grupos de telecomunicaciones en la Argentina. Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, Centro de Estudios y Observación de Medios de La Plata.

CARLÓN, Mario. 2006. De lo cinematográfico a lo televisivo: metatelevisión, lenguaje y temporalidad. Buenos Aires, Editorial La Crujía.

CARLÓN, Mario. 2004. Sobre lo televisivo: dispositivos, discursos y sujetos. Buenos Aires, La Crujía.

DEBRAY, Regis. 1992. Vida y muerte de la imagen en Occidente. Barcelona, Paidós.

FERNÁNDEZ, José Luis. 1994. Los lenguajes de la radio. Buenos Aires, Atuel.

LUHMANN, N. 2000. La realidad de los medios de masas. México, Anthropos y Universidad Iberoamericana.

MASTRINI, G.; BECERRA, M. 2006. Globalización y monopolio en la comunicación de América Latina. Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, Centro de Estudios y Observación de Medios de La Plata.

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VALDETTARO, Sandra; CALAMARI, Andrea; MARTÍNEZ DE AGUIRRE, Elizabeth. 2006. Aportes para un diagnóstico del perfil curricular de la carrera de Comunicación Social. Rosario, Depto. de Ciencias de la Comunicación, Depto. de Comunic y Lenguajes, Fac. de C. Polít. Y RRII.

VERÓN, Eliseo. 2001a. El cuerpo de las imágenes. Buenos Aires, Editorial Norma.

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WALLERSTEIN, I. 1999. El legado de la Sociología, la promesa de la Ciencia Social. Caracas, Nueva Sociedad.

Resumen

El presente texto presenta una serie de reflexiones a los fines de arribar a una descripción aproximativa de los presupuestos epistemológicos básicos del área de estudios de la Comunicación, en el contexto actual de la mediatización. Se propone, además, como líneas a plantear en términos de diseñar una agenda de debate sobre el tema.

Palabras clave: comunicación, mediatización, epistemología, teorías, contextos.

Capitalismo de plataformas. Laura Amarilla. 2019

Capitalismo de plataformas de Nick Srnicek (2018) es un ensayo que, como indica su título, estudia la articulación entre el sistema capitalista y los nuevos agentes que intervienen en él: las plataformas. El libro se divide en tres capítulos (más un apartado con una entrevista al autor) en los que se presenta una propuesta alternativa a través de la historia económica del capitalismo y la tecnología digital, un espacio de vacancia respecto de las investigaciones de referencia y la diversidad de formas económicas, y las tensiones competitivas inherentes a la economía contemporánea.

El argumento de este libro es que, con una prolongada caída de la rentabilidad de la manufactura, el capitalismo se volcó hacia los datos como modo de mantener el crecimiento económico y la vitalidad, de cara al inerte sector de producción (Srnicek, 2018, p. 13).

En ese contexto, las plataformas emergen como un nuevo modelo de negocios.

El autor canadiense sintetiza las investigaciones realizadas sobre el tema y esboza un mapa de catalogación en lo que podría considerarse un acercamiento esencial para entender cómo funciona este nuevo paradigma: “entender nuestra posición en un contexto más amplio es el primer paso en la creación de estrategias para transformarlo” (p. 17).

Tal como plantea Fernández (2018) en otro libro dedicado a reflexionar sobre las plataformas mediáticas, “hoy todo aspecto de la vida social es susceptible de ser, en algún momento, gestionado a través de plataformas mediáticas” (p.15). Cuando el navegador web muestra algún anuncio publicitario relacionado con búsquedas del historial o incluso con conversaciones frecuentes, los usuarios oscilan entre el temor y el asombro hacia las cualidades panópticas de las nuevas tecnologías[1].

En esa línea, aunque con eje en los datos como nueva materia prima y en su procesamiento en favor de nuevos sistemas de negocios, Srnicek presenta las plataformas como un tipo de empresa que se caracteriza por proporcionar la infraestructura para mediar entre diferentes grupos usuarios, desplegar tendencias monopólicas impulsadas por efectos de red, hacer uso de subvenciones cruzadas para captar diferentes grupos usuarios y por tener una arquitectura central establecida que controla las posibilidades de interacción.

La introducción del libro de Srnicek delinea la estructura, los ejes temáticos y el marco teórico del trabajo realizado. En las primeras páginas se advierte el diferencial de su análisis, que excluye perspectivas sociológicas y antropológicas ya utilizadas para abordar estos cambios en el terreno de la economía y la cultura. Asimismo, el libro también se desprende de la disyuntiva que propone una posición de rechazo al poder de vigilancia de la red o, en su polo opuesto, la total aceptación de las nuevas tecnologías como herramientas para la democratización de la información[2].

En ese contexto, Srnicek plantea:

Podemos aprender mucho acerca de las empresas de tecnología más importantes tomándolas como actores económicos dentro de un modo capitalista de producción. Esto significa abstraerlas como actores culturales definidos por los valores de la ideología californiana[3] o como actores políticos que buscan ejercer el poder (2018, p. 10).

El primer capítulo se titula “La larga recesión” y gira en torno a los impactos de la migración desde el sistema de producción manufacturero hacia la recopilación de datos y sus nuevas estructuras. Para entender este recorrido, se centra en tres momentos que considera relevantes en la historia económica y los antecedentes que la configuran: la respuesta a la recesión de 1970; el boom y la caída de la década del 90; la respuesta a la crisis 2008. A lo largo de las 28 páginas que componen esta primera parte del ensayo, predomina la cita al pie –consecuencia del cruce analítico con trabajos anteriores– que permite sintetizar los acontecimientos de los últimos 30 años a partir de distintos textos de referencia.

En su análisis, Srnicek señala que el cambio de paradigma –desde las sociedades precapitalistas– condujo a una dependencia generalizada del mercado y empujó a los productores a la pérdida del acceso directo a sus medios de subsistencias.

Esto los obligó a producir para competir. El factor decisivo para ello fue una excepción respecto de la norma histórica: la reducción en la desigualdad después de la Segunda Guerra Mundial, lo cual resultó un “insostenible buen período para el capitalismo” (2018, p. 10). Ante el declive de la rentabilidad, existieron dos intentos por revivir la ganancia, ambos vinculados a disminuir el poder adquirido por los sindicatos y la clase obrera.

Más adelante, durante la década del 90, las finanzas crearon una burbuja financiera en la industria de Internet[4] que condujo a enormes inversiones que anunciaron un nuevo modelo de crecimiento. Fue así que Amazon Web Service, Google, Facebook, Apple y Microsoft, entre otras empresas, multiplicaron sus reservas en Estados Unidos y en el exterior.

Estos tres momentos configuraron la coyuntura contemporánea y la definieron como el producto de tendencias de largo plazo y movimientos cíclicos que surgieron en la década del 70 y crearon un gran cambio en estas condiciones generales, alejándose del empleo seguro y los gigantes industriales difíciles de manejar, para virar hacia el trabajo flexible y austeros modelos de negocio.

Una vez descrito el funcionamiento económico de la sociedad capitalista de los últimos 30 años, el segundo capítulo, denominado “Capitalismo de plataformas”, examina la materia prima en que se centró el sistema en el siglo XXI: los datos. Antes de sumergirse en el análisis que constituye la mayor parte del libro, Srnicek desmitifica la crítica a la recopilación de datos como método de vigilancia. Por un lado, advierte que se debe tener cautela ante la creencia que asume a la recopilación de datos y su análisis como un proceso automatizado y sin complicaciones. Por el otro, enumera los procesos que los vuelven rentables (tracking). Precisamente ese trackeo permite que los datos (información de que algo sucedió) se transformen en conocimiento (información de por qué algo sucedió).

La mayor parte de los datos precisa limpieza y se la deben organizar en formatos estandarizados para que sean utilizables. Del mismo modo, generar los algoritmos apropiados puede implicar ingresar manualmente secuencias de aprendizaje en un sistema. En conjunto esto significa que la recopilación de datos, al día de hoy, depende de una vasta infraestructura para detectar, grabar y analizar (2018, p. 42).

Luego Srnicek desarrolla el contenido central del capítulo: la clasificación de las plataformas. El autor procesa las investigaciones de referencia que le permiten catalogar a las plataformas en cinco grandes grupos: plataformas publicitarias, de la nube, industriales, de productos y austeras. Todas ellas “tienen en común tres características ventajosas por sobre los modelos de negocio tradicionales” (2018, p. 45).

En primer lugar, en vez de tener que construir un mercado desde cero, una plataforma proporciona la infraestructura básica para mediar entre diferentes grupos. La segunda característica es que producen y dependen de efectos de red: al aumentar el número de usuarios aumenta el valor de esa plataforma.

Facebook, por ejemplo, se ha convertido en la plataforma más grande de red social debido simplemente a la inmensa cantidad de gente que la utiliza; algo similar ha sucedido con WhatsApp (la aplicación de mensajería instantánea recientemente adquirida por Facebook) cuya principal competidora es Telegram, que ha tenido que conformarse con una cifra de usuarios ocho veces inferior pese a que muchas de sus características fueron pioneras en el campo (cifrado, open source, stickers, clips de video, edición y eliminación de mensajes enviados)[5].

La tercera y última característica común en estos cinco grandes grupos de plataformas son las subvenciones cruzadas: una rama de la compañía reduce el precio de un servicio o de un producto mientras que otra rama sube los precios para cubrir estas pérdidas (correo electrónico gratis para captar usuarios y publicidad de pago).

Empezando por las más antiguas, las plataformas publicitarias, que emergieron con el estallido de la burbuja de las puntocom, Google y Facebook estuvieron a la vanguardia de este proceso. Los datos extraídos pasaron de ser una forma de mejorar los servicios a volverse una manera de recolectar ingresos por publicidad. La promesa de venta de estos espacios era el alcance (a partir del análisis de los datos de los usuarios) a rangos de target específicos.

Esto dio lugar a otra polémica que el autor resuelve brevemente: el hecho de que las plataformas utilicen datos para personalizar los avisos publicitarios, no implica que los usuarios puedan considerarse trabajadores esclavos de las compañías, ya que, en su mayor parte, las interacciones sociales no entran en procesos de valorización. Al examinar las actividades online de los usuarios, es difícil argumentar que lo que hacen es trabajo[6].

El siguiente grupo al que le presta atención es el de las plataformas de la nube, cuyo análisis está centrado en el gigante estadounidense Amazon. Además de ser, por lejos, el empleador más grande en la economía digital con másde 2.300.000 trabajadores fijos y decenas de miles de trabajadores temporales,la plataforma se ha centrado en la subvención cruzada para ganar usuarios.

Los principales productos que distinguen su servicio Amazon Prime y Kindle sonnegocios que no producen ganancia: se atrae a los usuarios a la plataforma para obtener ganancias de otras formas.

En el tercer grupo (las plataformas industriales) aparecen Intel, Microsoft y Siemens. Son empresas que impulsan el desarrollo y el diseño de productos customizados y habilitados por la Internet industrial para optimizar sus líneas de producción. Así, una línea de ensamblaje puede “personalizar” cada unidad que pasa por ella: las botellas de jabón individuales pueden tener distintas fragancias, colores, etiquetas y jabones, todo producido automáticamente después de que el cliente hace su solicitud.

Según plantea Srnicek, “la idea es que cada componente en el proceso de producción se vuelve capaz de comunicarse con máquinas de ensamblaje y con otros componentes sin que los guíen gerentes o trabajadores” (2018 p. 63).

El cuarto grupo clasificado son las plataformas de productos, encabezadas por las on-demand, cuyo análisis se centra en dos casos. El primer caso es el de Spotify. Esta plataforma recibe pagos tanto de los usuarios como de las discográficas y de los anunciantes, y resultó ser la clave para la resurrección de la industria de la música.

El segundo tipo analizado es el servicio on-demand de bienes manufacturados. El caso Rolls-Royce (que introdujo la posibilidad de monitorear su producción de motores aeronáuticos una vez vendidos a través de un sistema de sensores) ofrece los bienes como servicios: las compañías aéreas pagan una tasa por las horas de empleo de cada motor de reacción y el fabricante les provee mantenimiento y repuestos (Srnicek, 2018). La eficacia en el control de deterioro está basada en la recopilación y análisis de datos, una vez más esencial como en cualquiera de las otras plataformas.

El último grupo es el de las plataformas austeras, que son aquellas que no poseen bienes, pero son dueñas del activo más importante: el software que habilita al servicio y el análisis de datos. Así, Uber es una empresa de taxis que no tiene automóviles, Airbnb es una empresa de alquileres temporales que no posee propiedades, etc. El hincapié en este último grupo está centrado en dos aspectos: la situación de los trabajadores subcontratados y la imposibilidad de crecimiento de estas empresas.

El primer aspecto aborda las problemáticas de falta de seguro médico, derechos y beneficios de los empleados de las compañías con modelos de negocio austero[7]. Sin embargo, este asunto es transversal y comprende a todas las empresas que gestionan sus negocios a través de plataformas (Apple, Amazon, etc.)[8]. Con respecto al segundo aspecto sobre el carácter efímero de este modelo, el canadiense enfatiza:

En términos de tercerización, el modelo austero es todavía un jugador menor en una tendencia de largo plazo. La capacidad de generar ganancias que tiene la mayor parte de los modelos austeros también parece ser mínima y estar limitada a unas pocas tareas especializadas. E incluso en esos casos los modelos austeros más exitosos han estado respaldados más por riqueza de CR que por algún tipo de generación significativa de ganancia (Srnicek, 2018 p. 83).

Finalmente, en el último capítulo, “La guerra de las grandes plataformas”, se gestiona toda la información analizada previamente para obtener conclusiones más globales. Por un lado, se evidencia que todos estos modelos de negocios están en constante cambio porque, para no perder rentabilidad, no sólo deben mutar a la velocidad que lo hacen los deseos y las necesidades de usuarios y potenciales clientes, sino que también necesitan ganar terreno frente a sus competidores.

La consecuencia directa de esta vertiginosidad es una tendencia a la monopolización (desarrollar más funciones dentro de la misma plataforma para que los usuarios no tengan que salir de ella). Este cierre del ecosistema obliga a las grandes empresas a mudarse hacia estos modelos de negocios y a realizar importantes inversiones en la Internet de las cosas[9], cuya acumulación de datos les permita generar ganancias (tecnologías portátiles Nike, Google Now para Android, Siri para iOS , etc.).

Las reflexiones del ensayo, junto a la entrevista a modo de epílogo ampliatorio, pronosticaron algunos de los hechos que, al momento de escribirse este artículo, ya están ocurriendo: las plataformas de productos no pueden sostenerse con las subvenciones cruzadas de la venta de publicidad y deben mutar al pago directo[10]. El desarrollo de inteligencia artificial (principal inversión de Google) avanza a pasos agigantados[11].

Asimismo, las conclusiones más incisivas del autor hacia el final de Capitalismo de plataformas proponen la intervención del Estado como regulador de las tecnologías existentes, pero también como desarrollador de plataformas públicas que garanticen a los usuarios, trabajadores y clientes, autonomía, derechos y beneficios.

En resumen, puede decirse que este libro brinda un acercamiento a la historia económica de la tecnología digital a partir de un análisis alternativo y contemporáneo. Las herramientas teóricas utilizadas para el análisis son el resultado de un cruce interdisciplinar con principal foco en los datos como materia prima y su influencia en la configuración de los nuevos modelos de negocio imperantes.

REFERENCIAS

Alsina González, G. (mayo de 2017). Definición de Burbuja “Puntocom”. En Definición ABC. Recuperado de: https://www.definicionabc.com/tecnologia/burbujapuntocom.php

Hollow, M. (productor). (2018). Is Google always listening: Live Test. En Youtube. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?time_continue=1&v=zBnDWS vaQ1I

Marx, K. (2010). El Capital. Madrid: Alianza Editorial.

Oliva, L. (12 de febrero de 2017). ¿El fin de la ilusión? La utopía de Internet que no supimos conseguir. La Nación. Recuperado de: https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-fin-de-la-ilusion-la-utopia-de-internet-que-no-supimos-conseguirnid1983214

Pérez Vizzón, T. (2019). Plataformas, una serie documental. Un click y no trabajás más. Anfibia. Recuperado de: https://revistaanfibia.com/cronica/un-click-y-notrabajas-mas/

Ramírez, I. (2019). Whatsapp vs. Telegram ¿Cuál es la mejor aplicación de mensajería instantánea? Xataka. Recuperado de: https://www.xatakandroid.com/comunicacion-y-mensajeria/whatsapp-vs-telegram-cual-mejor-aplicacionmensajeria

S/R (2019). Google Duplex: AI assistant Calls Local Businesses to Make Appointments. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?time_ continue=7&v=D5VN56jQMWM

S/R (4 de mayo de 2018). Un youtuber reveló un misterio: ¿Google nos escucha a través de los teléfonos? Clarín. Recuperado de: https://www.clarin.com/tecnologia/youtuber-revelo-misterio-google-escuchan-traves telefonos_0_S1VFJ 0F6z.html

Srnicek, N. & Williams, A. (2015). #Acelera. Manifiesto por una política aceleracionista. WordPress. Recuperado de: https://syntheticedifice.files.wordpress.com/2013/08/manifiesto-aceleracionista1.pdf

Srnicek, N. & Williams, A. (2015b). Inventing the Future: Postcapitalism and a World Without Work. Nueva York: Verso.

Varian, H. (2015). Big Data and Real-Time Economic Measurement. Recuperado de: https://www.houseoffinance.se/big-data-and-real-time-economicmeasurement/


[1] El 12 de abril de 2018, el youtuber estadounidense Mitch Hollow transmitió en su canal de YouTube un registro donde puso a prueba el asistente de Google para comprobar si efectivamente utiliza fragmentos de grabaciones de audio del micrófono para obtener datos de los usuarios. El video continúa en línea y cuenta con más de 3 millones de visitas.

[2] La discusión en torno a estas posiciones se puede leer en diversos artículos que toman partido frente a las posibilidades de concebir una sociedad transparente, la información libre y el control de poder gracias a la democratización de la red, y otros que atacan esta utopía centrándose en el poder de control que adquirieron las empresas con los sistemas de vigilancia y la extracción de datos habilitada por las nuevas tecnologías. Una perspectiva analítica se puede leer en el artículo de Lorena Oliva (2017) titulado: “¿El fin de la ilusión? La utopía de Internet que no supimos conseguir”.

[3] La expresión ideología californiana fue acuñada por Richard Barbrook y Andy Cameron, y refiere a un conjunto de creencias que combina las actitudes bohemias y antiautoritarias de la contracultura de la década del 60 con el utopismo tecnológico y el apoyo al liberalismo económico.

[4] La crisis o burbuja de las puntocom se ubica en el período 1998-2002 (año de su estallido). Surge a partir de la sobrevaloración de las compañías tecnológicas con fines especulativos y fue protagonizada por las empresas que ofrecían servicios de Internet (AOL ). Para más información, se sugiere leer el artículo de Guillem Alsina González (mayo de 2017).

[5] La discusión entre cantidad de funciones y cantidad de usuarios en estas aplicaciones ha variado desde sus orígenes. Sin embargo, en esta categoría, la plataforma necesita de usuarios para poder subsistir. Una comparación actualizada entre las novedades que se insertaron para aportar diferencial fue realizada por el especialista Iván Ramírez en el artículo: “Whatsapp vs. Telegram ¿Cuál es la mejor aplicación de mensajería instantánea?”. El artículo tiene una versión actualizada en 2019.

[6] Resulta oportuno señalar que el autor aborda la definición de trabajo durante todo el texto (y especialmente en este apartado) desde la teoría marxista. Y lo hace utilizando como referencia a Marx (2010).

[7] La revista digital Anfibia publicó en el mes de marzo de 2019 el primer capítulo de la producción audiovisual: Plataformas: una serie documental. El mismo se titula “Un click y no trabajas más” y sitúa en la escena latinoamericana la problemática descrita por el autor en este apartado del libro.

[8] Este contexto de precarización laboral fue analizado previamente en el artículo “#Acelera. Manifiesto por una política aceleracionista” (Srnicek & Williams, 2015). Entre otras cosas, los autores señalan que sin un enfoque sistemático para construir un nuevo modelo económico ni la solidaridad estructural necesaria para promover cambios, las fuerzas laborales siguen siendo relativamente impotentes.

[9] El concepto es usado para referir a la interconexión digital entre objetos cotidianos e Internet, la conexión con más objetos y menos personas.

[10] El lanzamiento de Youtube Premium en los países de Latinoamérica es una evidencia de que esta predicción referida por Hal Varian (7 de septiembre de 2015) en el artículo “Big Data Economic Measurement”, lo cual deja ver la velocidad con la que mutan las estructuras económicas.

[11] Google Duplex AI es un complemento presentado en Google I/O en mayo de 2018 y que permite que el asistente realice llamados que requieren la interacción con humanos (turno salón de belleza, turnos médicos, reservas de restaurantes, etc.) sin la intervención del usuario.