Marx y los derechos humanos. Manuel Atienza

1. INTRODUCCIÓN

Si se entiende por ideología un conjunto de ideas con capacidad para influir en las conductas de los hombres, entonces los derechos humanos y el marxismo son dos de las más importantes ideologías de nuestro tiempo. Pero las relaciones entre ambas son considerablemente problemáticas, lo que se debe, en parte, a la obscuridad de ambos conceptos, en especial el de marxismo.

En efecto, existen interpretaciones muy diversas de los derechos humanos y hoy incluso podría hablarse de una cierta pérdida de sentido del concepto desde el momento en que todas las ideologías parecen estar de acuerdo en que los derechos humanos constituyen el contenido fundamental de la idea de justicia. Pero, por lo demás, se puede dar una idea razonablemente clara de lo que son los derechos humanos.

Bastaría con remitir (a la manera de una definición ostensiva) a la Declaración de Derechos del buen pueblo de Virginia de 1776, a las Declaraciones de Derechos del hombre y del ciudadano de la Revolución francesa de 1789 y 1793 o a la Declaración de la ONU de 1948. Incluso cabe decir que esta última Declaración, con sus desarrollos posteriores, ha configurado un conjunto normativo (aunque sea difícil de considerar como normatividad jurídica) que concita un consenso (la sinceridad no importa a estos efectos) prácticamente universal.

Respecto al marxismo, sin embargo, la situación es bastante menos clara. Si intentáramos dar una definición ostensiva del mismo, nos encontraríamos, sin duda, con dificultades mucho mayores. Por ejemplo, podría quizás lograrse acuerdo en que la ideología marxista (en un sentido más bien no-marxista de ideología) es la contenida en los textos de Marx, ¿pero también en los de Engels, Lenin, Luxemburg, Kautsky, Gramsci, Mao, etc.?

E incluso cabría preguntarse si el marxismo queda definido por toda la obra de Marx o más bien habría que ir a buscarlo al “joven Marx”, al “Marx maduro”, etc.

Concretamente, y por lo que se refiere a la cuestión de los derechos humanos, es posible distinguir, al menos, dos líneas de pensamiento “marxista” que podrían ejemplificarse con la famosa polémica entre Kautsky y Lenin al final de la segunda Internacional. [1]

Kautsky, siguiendo una línea interpretativa que puede remontarse a los últimos escritos de Engels y que luego caracterizará a lo que suele denominarse humanismo socialista o socialismo democrático, defendió el carácter irrenunciable, aunque susceptible de profundización, de los derechos humanos del liberalismo y en especial el valor de la democracia y del derecho de sufragio. Lenin, y tras él el pensamiento jurídico soviético, enfatizó, por el contrario, los aspectos críticos de Marx respecto a los derechos humanos (y, en general, respecto al Derecho y el Estado).

Para Lenin, en la fase de transición al socialismo, en la dictadura del proletariado, no cabría hablar de derechos humanos, al menos en cuanto “derechos de todos los hombres”: los explotadores burgueses no podían tener los mismos derechos que la clase proletaria que partía de una situación de inferioridad económica, cultural, técnica, etc.

Y en la segunda fase, en la sociedad plenamente socialista, los derechos humanos dejarían también de tener sentido, pues la consecución de la libertad y de la igualdad reales significaba también la desaparición del Derecho y del Estado.

Dicho de otra forma, mientras que en la primera interpretación se trata de mostrar los elementos de continuidad entre el liberalismo y el socialismo, en la segunda se pone el énfasis en los elementos de ruptura y en la imposibilidad de una transición pacífica (a través del derecho de sufragio y de la democracia) del capitalismo al socialismo.

Si este mismo problema lo trasladamos a la propia obra de Marx (objetivo de este trabajo) no parece haber tampoco una respuesta precisa. Marx, en mi opinión, mantuvo siempre una cierta ambigüedad a la hora de enfrentarse con la cuestión de los derechos humanos.

Así, por un lado, se refirió a ellos siempre en términos críticos e incluso sarcásticos (un ejemplo, entre otros muchos: en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Marx compara el lema Liberté, égalité, fraternité, con las palabras “inequívocas”: ¡Infantería, caballería, artillería!)[2].

Mientras que, por otro lado, otorgó a los derechos humanos (en especial a algunos de ellos) una gran importancia práctica.

Las causas de dicha ambigüedad son, en parte, externas a la obra de Marx: la sociedad capitalista que él conoce difiere en aspectos esenciales de las sociedades industriales o postindustriales del presente; pero también internas a la misma: en Marx hay una serie de conceptos, (que, desde luego, no son ajenos a los condicionamientos externos en que se forjaron) como la tesis de la separación sociedad-Estado, el extincionismo, el economicismo en algunas fases, etc. Que son otros tantos obstáculos para una consideración abiertamente positiva de los derechos humanos.

Por otro lado, es preciso reconocer que la postura de Marx respecto a esta cuestión no fue siempre exactamente la misma, aunque exista una importante continuidad a lo largo de toda su obra.

2, DERECHOS HUMANOS Y ALIENACIÓN DEL HOMBRE

2. En diversos artículos publicados en la Gaceta del Rin en los años 1842 y 1843, Marx asume una ideología liberal radical que se basa en la defensa de los derechos humanos, es decir, de la libertad y de la igualdad que caracterizan el Derecho y el Estado “racionales”. Así, por ejemplo, critica la censura y defiende la libertad de prensa, la legitimidad del divorcio, la libertad religiosa o el principio de la separación entre la Iglesia y el Estado.

No obstante, en el famoso artículo que publica en 1842 a propósito de la ley contra los hurtos de leña, inicia su crítica a la propiedad privada, aunque sin formular todavía una noción clara de la propiedad privada capitalista y de sus efectos[3].

La Crítica de la filosofia del Derecho público de Hegel (1843) significa un cambio importante en los planteamientos de Marx. En esta obra (que permaneció inédita hasta 1927) caracteriza, como había hecho Hegel, al Estado moderno por la oposición que en él se establece entre la sociedad civil y el Estado político. A diferencia, sin embargo, de Hegel, Marx entiende: En primer lugar, que dicha oposición es real, y no meramente lógica, ideal, y por tanto susceptible de mediación. En segundo lugar, que la sociedad civil es lo que determina al Estado, y no el Estado a la sociedad civil.

Finalmente, Marx relaciona esta caracterización del Estado moderno con la religión: al igual que “los cristianos son iguales en el cielo y desiguales en la tierra”, los diferentes miembros del pueblo “son iguales en el cielo de su mundo político y desiguales en la existencia terrestre de la sociedad” [4].

Los planteamientos de Marx en esta última obra son, a su vez, los presupuestos de la crítica que efectúa a los derechos humanos en La cuestión judía, artículo que se publicó en los Anales franco-alemanes, editados en Francia, en 1844. Y esta crítica se continúa, prácticamente en los mismos términos, en la Sagrada Familia (1845), obra con la que se inicia su colaboración con Engels,

En La cuestión judía, Marx parte de la distinción que establecía la Declaración de derechos de la Revolución francesa entre derechos del hombre y derechos del ciudadano, y los relaciona, respectivamente, con las esferas de la sociedad civil y del Estado: “Los derechos del hombre —escribe— son los derechos del miembro de la sociedad burguesa, es decir, del hombre egoista, del hombre separado del hombre y de la comunidad”.

Mientras que los derechos del ciudadano son “derechos que sólo pueden ejercerse en comunidad con el resto de los hombres. Su contenido es la participación en la comunidad, y concretamente en la comunidad política, en el Estado” [5].

Además, los derechos del ciudadano estarían, en la Declaración, supeditados a los derechos del hombre (la sociedad civil es lo que produce el Estado, y no a la inversa). La crítica de Marx se centra, por eso, en los derechos humanos (naturales e imprescriptibles) de igualdad, libertad, seguridad y propiedad.

La libertad a la que se refiere la Declaración, según Marx, es “el derecho de hacer o ejercitar todo lo que no perjudica a los demás”, pero tales límites “están establecidos por la Ley, del mismo modo que la empalizada marca el límite o la división entre las tierras”. Se trata, por tanto, de “la libertad del hombre en cuanto mónada aislada y replegada en sí misma”, es el “derecho del individuo delimitado, limitado a sí mismo” [6].

El derecho del hombre a la propiedad privada es, por su lado, “el derecho a  (á son gré) sin atender al resto de los hombres, independientemente de la sociedad” [7]. La igualdad no es otra cosa que la igualdad de la libertad en el sentido antes indicado, es decir “que todo hombre se considere por igual mónada y a sí mismo se atenga” [8]. Y, finalmente, la seguridad sería la cláusula de cierre de todos los demás derechos, esto es, “la garantía de ese egoísmo”[9].

La conclusión a la que llega Marx es que ninguno de los derechos humanos trasciende “el hombre egoista, el hombre como miembro de la sociedad burguesa, es decir, el individuo replegado en sí mismo”[10].

La emancipación del hombre, la realización del hombre como ser genérico (un concepto que toma de Feuerbach) no consiste pues en el logro de los derechos humanos, de la emancipación política. Por el contrario, la emancipación humana se caracteriza precisamente por la supresión del Derecho y del Estado: “La emancipación política es la reducción del hombre, de una parte, a miembro de la sociedad burguesa, al individuo egoísta independiente y, de otra parte, al ciudadano del Estado, a la persona moral.

Solo cuando el hombre individual real reincorpora a sí al ciudadano abstracto y se convierte como hombre individual en ser genérico, en su trabajo individual y en sus relaciones individuales; solo cuando el hombre ha reconocido y organizado sus “forces propres” como fuerzas sociales y cuando, por lo tanto, no desglosa ya de sí la fuerza social bajo la forma de fuerza política, solo entonces se lleva a cabo la emancipación humana” [11].

Desde luego, es posible efectuar diversas objeciones a la postura de Marx en estos escritos de juventud:

Por ejemplo, Marx no hace ninguna referencia a lo que podría considerarse como el aspecto más revolucionario de las Declaraciones de derechos populares (incluyendo, naturalmente, la francesa): el derecho de resistencia frente a la opresión. Es discutible la subordinación que establece de los derechos del ciudadano a los derechos del hombre, pues, por ejemplo, en la Declaración francesa, el límite que se señala a los derechos humanos es la ley que se entiende, a su vez, como expresión de la voluntad general; es decir, como el resultado de un derecho del ciudadano a participar en la formación de la voluntad política.

La interpretación que hace de la libertad como libertad negativa y de la igualdad como igualdad ante la ley, aunque esencialmente exacta referida a las declaraciones burguesas de derechos es, sin embargo, excesivamente restringida, pues no tiene en cuenta otras acepciones de libertad e igualdad (en sentido político o en sentido material) que ya estaban en la Declaración, al menos en germen.

La separación entre la sociedad civil y el Estado no podría aceptarse, por lo menos para describir las sociedades actuales donde el Estado cumple una función cada vez más intervencionista en la sociedad civil y concretamente en la esfera de la economía. La crítica de Marx estaría, en todo caso, limitada, en cuanto a su alcance, a un determinado momento en el desarrollo histórico de los derechos humanos, pero no podría extenderse a lo que hoy son los derechos humanos (por ejemplo, si se toma como marco de referencia la Declaración de la ONU). Finalmente, Marx parece trasladar al plano jurídico-político su crítica a la religión (cuyo origen es, de nuevo, Feuerbach), y según la cual, la religión es una forma de conciencia que necesariamente aliena al individuo; la religión es, incluso, la esencia de la alienación y está, por lo tanto, destinada a desaparecer en una sociedad verdaderamente libre.

Del mismo modo, el Derecho, el Estado (y por lo tanto los derechos humanos) constituyen otros tantos momentos de la alienación humana incompatibles con una sociedad realmente emancipada. Hay que decir, sin embargo, que Marx mostró durante toda su vida una actitud de crítica radical frente a la religión, pero parece haber modificado sensiblemente su postura frente al Derecho y al Estado hasta llegar, en sus últimas obras, a abandonar la tesis de la extinción. Con ello se abría también la posibilidad de una perspectiva más positiva desde la que afrontar el problema de los derechos humanos.

3. LOS DERECHOS HUMANOS, ENTRE LA ETICA Y LA POLÍTICA

A comienzos de 1845, Marx escribe en Bruselas un brevísimo trabajo, las Tesis sobre Feuerbach, en el que muestra su oposición a este autor en un doble sentido: En primer lugar, la filosofía de Feuerbach no sería una filosofía de la praxis; para Marx, el materialismo de Feuerbach es un materialismo teórico o contemplativo, pero no práctico, revolucionario. En segundo lugar, para Marx, el punto de vista asumido por Feuerbach es ahistórico y abstracto;

Feuerbach contempla al hombre como ente aislado, no como ser social. Resumiendo: por un lado, la noción feuerbachiana del hombre como ser genérico de la que había partido en su anterior crítica a los derechos humanos, aparece ahora sustituida (el cambio empieza ya a advertirse en los Manuscritos del 44) por el concepto de hombre como ser social; por otro lado, la primera de las críticas a Feuerbach apunta también a la consideración de los derechos humanos como un producto característico del pensamiento especulativo, abstracto, es decir, como una ideología.

Y precisamente desde esta última perspectiva es desde la que Marx aborda el problema de los derechos humanos en La ideología alemana obra que escribe (en colaboración con Engels) en 1845-46 y que no llegó a publicarse hasta 1932. Frente a la filosofía neohegeliana de Feuerbach. Bauer, Stirner, etc., Marx afirma que “no es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia” [12].

La libertad en el régimen burgués es, para Marx, una libertad puramente ficticia; no es propiamente libertad, sino alienación. La verdadera libertad solo puede darse en el contexto de la sociedad comunista (que describe en términos libertarios) y presupone: negativamente, la abolición de la división social del trabajo y de la propiedad privada y, en general, de las condiciones de existencia de la antigua sociedad (burguesa) incluyendo el Estado y el Derecho; y, positivamente, el desarrollo del hombre social, del hombre multilateral, polifacético.

El carácter ideológico de los derechos humanos se explica, en La ideología alemana, en cuanto que las ideas de libertad, igualdad, etc., aparecen como independientes de la práctica material y, en este sentido, tienen un carácter ilusorio, ya que plantean falsamente la liberación del hombre en el terreno de las ideas y no en el de la praxis: “Todas las luchas que se libran dentro del Estado —escribe Marx—, la lucha entre la democracia, la aristocracia y la monarquía, la lucha por el derecho de sufragio, etc., no son sino las formas ilusorias bajo las que se ventilan las luchas reales entre las diversas clases” [13].

Sin embargo, tanto en esta última obra como en Miseria de la filosofía (1847), Marx atribuye una gran importancia a la conquista de los derechos de asociación y de huelga como medios de transformación de la propia sociedad capitalista que, inevitablemente, los hace surgir.

Y en diversos artículos que publica en la Gaceta alemana de Bruselas, también en 1847, los derechos y libertades burguesas (o, al menos, algunos de ellos) se presentan ya muy claramente como medios para la consecución del objetivo final: la revolución proletaria. Dicho de otra forma, la defensa que Marx hace de los derechos humanos tiene un sentido político, no ético.

En el Manifiesto del partido comunista (1848), la ambigüedad (no contradicción) de Marx al afrontar el problema de los derechos humanos, aparece muy acusada. Por un lado, parece defender un determinismo económico que le lleva a valorar muy negativamente el papel del Derecho y del Estado (instrumentos de dominación de la burguesía destinados a extinguirse en la futura sociedad comunista) y por tanto de los derechos humanos. La libertad y la justicia son tachadas despectivamente en el Manifiesto de “verdades eternas” que cabe reducir a fenómenos económicos: “por libertad, en las condiciones actuales de la producción burguesa, se entiende la libertad de comprar y vender” [14].

Por otro lado, sin embargo, insiste en la necesidad de que el proletariado lleve a cabo una acción política y otorga una gran importancia práctica a la consecución de los derechos humanos, excluido el derecho de propiedad en sentido capitalista.

Ahora bien, Marx insiste en la necesidad de abolir la propiedad privada burguesa, precisamente porque resulta incompatible con el “igual derecho” de todos los hombres a la propiedad. La limitación de la jornada de trabajo y el derecho de asociación le parecen conquistas fundamentales de la clase obrera, que sin embargo contempla en una perspectiva economicista y determinista. Marx no considera en absoluto que el comunismo sea incompatible con la libertad, sino que, al contrario, en su opinión es la verdadera libertad lo que resulta incompatible con la existencia del Estado y de la sociedad burguesa.

Es cierto que ve como inevitable la vía de la violencia para llevar a cabo la revolución proletaria, pero el derecho de resistencia frente a la opresión es uno de los derechos humanos reconocido en todas las declaraciones populares de derechos (incluyendo, como se ha dicho, la de la Revolución francesa). Finalmente, las medidas que se proponen en el Manifiesto para llevar a cabo la transformación radical del modo de producción burgués no suponen la negación de los derechos humanos (excluido, naturalmente, el derecho de propiedad capitalista) sino su profundización; tal es el caso, por ejemplo, de la obligatoriedad del trabajo para todos, la instrucción pública, la abolición del trabajo infantil, etc.

Marx participa activamente en la revolución europea de 1848, fundamentalmente a través del periódico Nueva Gaceta renana que se publica en Colonia de junio de 1848 a mayo del año siguiente, bajo la dirección de Marx. Inicialmente, Marx defiende, para Alemania, un programa democrático avanzado (el subtítulo del periódico era “Órgano de la democracia”) que deberían apoyar todos los partidos democráticos, obreros y burgueses, y en el que se concedía una gran importancia al sufragio universal, se defendía la necesidad de participación en las elecciones y se reclamaba un sistema de libertades burguesas en su más amplia extensión. Sin embargo, a medida que va comprobando la tibieza de la burguesía en defender tales principios y el giro conservador que va tomando la revolución, va radicalizando su postura y adoptando una actitud cada vez más crítica hacia los derechos humanos [15].

Es decir: inicialmente, consideraba a los derechos humanos como medios, no como fines en sí mismos, pero acaba por no ver en ellos ni siquiera el único medio para llegar al socialismo.

Sobre la situación francesa, Marx adopta una actitud todavía más radical que con respecto a Alemania, tanto en La lucha de clases en Francia (1850) como en El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852).

En esta última obra, parece introducir, sin embargo, (con la teoría del “bonapartismo”) un elemento de flexibilidad en relación con su concepción del Estado: el Estado es, primariamente, un producto clasista, una determinación de la sociedad civil, pero parece poseer también una relativa autonomía. Por otro lado, en Las luchas de clases en Francia, aparece por primera vez la noción de dictadura del proletariado para referirse a la estructura política revolucionaria del paso del capitalismo al socialismo. La dictadura del proletariado significa, para Marx, el dominio absoluto de una clase, la clase más numerosa de la sociedad, pero no de un partido o de una persona.

Para Marx, todo poder político, desde el punto de vista de las clases sociales (incluyendo el Estado representativo democrático), es dictatorial, es siempre el poder de una clase sobre otra. La dictadura del proletariado tiene carácter transitorio y debe desembocar en la abolición de las clases y del poder político como tal, es decir, del Estado. Pero, finalmente, Marx, que siempre prestó más atención a la cuestión de quien gobierna que a la de cómo se gobierna, no aclaró cuál habría de ser la forma política concreta que debería asumir la dictadura del proletariado.

Esta última cuestión está ligada a la admisión o no de una vía no violenta (la vía del sufragio) para la consecución del socialismo. Marx parece excluir esta posibilidad —especialmente con el triunfo de la contrarrevolución— para Alemania y Francia, pero la admite en el caso de Inglaterra: “para la clase obrera inglesa —escribe en 1852—, sufragio universal y poder político son sinónimos (…) el sufragio universal sería en Inglaterra una conquista con más espíritu socialista que cualquier otra medida que haya sido honrada con ese nombre en el continente. Esta conquista tendría como consecuencia inevitable la supremacía política de la clase obrera[16].

En los dos escritos ya citados en los que analiza la situación política francesa desde el estallido de la revolución, en 1848, al golpe de Estado de finales de 1851, los derechos humanos se presentan, por un lado, como un fenómeno característicamente burgués, al igual que la república constitucional; pero, por otro lado, de la misma manera que la república constitucional vendría a ser la forma superior y más completa de dominación de la burguesía (que, por tanto, aproxima el momento del logro del socialismo), los derechos humanos serían el terreno de lucha, la situación más favorable en la que puede encontrarse el proletariado para llevar a cabo su revolución.

Además, la república liberal y parlamentaria tiene para Marx un carácter contradictorio. Las armas que la burguesía había forjado para asegurar su dominación, los derechos humanos, pueden volverse contra ella misma: tal es el caso, sobre todo, del derecho de asociación y del derecho de sufragio universal. Por esto, la clase dominante se ve en la necesidad de tener que suprimirlos para seguir ejerciendo su poder, tal como pone de manifiesto —en opinión de Marx— el caso francés.

Resumiendo: Si en su etapa juvenil, Marx realizaba una crítica radical de los derechos humanos por su carácter burgués y por ser instrumentos de la alienación humana, ahora, en esta nueva etapa, sigue considerándolos como fenómenos burgueses (como formando parte de la ideología burguesa), pero le parecen medios importantes en la lucha por el logro de la sociedad comunista. Tienen un valor político, estratégico, pero no ético. Y lo que hace posible su utilización es el carácter contradictorio de la sociedad burguesa y el sentido dialéctico de la historia, en la que se da una cierta continuidad entre el capitalismo y el socialismo.

Se podrían, desde luego, formular también aquí una serie de consideraciones críticas que sirvan como explicación al hecho de que Marx no haya ido, en esta época, más allá en su valoración de los derechos humanos y de la democracia:

En primer lugar, el riesgo de considerar a los derechos humanos (o a la democracia formal) como el medio para el logro del fin último: la revolución proletaria o el comunismo, estriba en que se puede caer fácilmente en la tentación (en la que cae Marx) de pensar que dichos medios pueden ser sustituidos (al menos en ciertos casos, etc.) por otros. Por otro lado, lo que —aparte de las otras posibles razones— le lleva a postular la naturaleza de los derechos humanos como medios es la proximidad e inevitabilidad con que contempla el fin último, la llegada del socialismo. Sí, por el contrario, el fin se viera como algo distante en el tiempo y meramente posible (no-necesario), los medios se convertirían casi naturalmente en fines.

En segundo lugar, el economicismo que aflora, al menos, en algunos pasajes de las obras de Marx de esta época, tiende a reducir los fenómenos jurídicos, políticos o éticos a efectos casi automáticos con respecto a determinadas estructuras económicas. En consecuencia, los derechos humanos se interpretan en clave casi exclusivamente (y, desde luego, unilateralmente) económica.

En tercer lugar, y vinculado a lo anterior, la tesis de la extinción del Derecho y del Estado que sigue apareciendo en los escritos de Marx de esta época lleva, inequívocamente, a la infravaloracíón de los derechos humanos. Si la sociedad comunista es una sociedad sin Derecho ni Estado, también será una sociedad en la que no tenga ya sentido hablar de “derechos” humanos. La sociedad comunista se configura como una asociación de hombres libres e igualmente propietarios de los medios de producción, pero la libertad y la igualdad, al ser reales, no necesitarán adoptar ya ninguna forma jurídica o política.

Ahora bien, aparte de que la desaparición del Derecho y del Estado no parece ser —y menos hoy— un acontecimiento que vaya a producirse en un futuro próximo, esta tesis está ligada a una idea que resulta bastante discutible: la idea de que las únicas fuentes de conflicto (por lo menos, de conflicto agudo que hagan necesario la utilización de recursos coactivos) son la propiedad privada de los medios de producción y la división social del trabajo.

En cuarto lugar, la lenta progresión del Estado de Derecho en el siglo XIX, con algunos pasos atrás temporales (como, por ejemplo, con ocasión del triunfo de la contrarrevolución en Europa en 1849), le llevaron demasiado rápidamente a considerar que la república constitucional (otra denominación para lo que hoy conocemos como Estado de Derecho) era una organización periclitada. Consecuentemente, los derechos humanos que surgen en su seno (en particular, el derecho de asociación y el de sufragio) habían llegado ya a su cénit y a partir de ahí, en cuanto que significaban una amenaza real para el poder de !a burguesía, no podían hacer otra cosa que declinar.

Pero la historia ha mostrado que las cosas iban por otro camino, que el sistema burgués era bastante más resistentes y flexible de lo que Marx imaginaba (especialmente en esta época) y capaz de subsistir, no solo sin suprimir estos derechos humanos, sino incluso ampliándolos, al menos para una parte de los países capitalistas. La evolución del derecho de sufragio es una importante prueba de ello.

4. LOS DERECHOS HUMANOS EN LA SOCIEDAD CAPITALISTA

En 1849, con el triunfo de la contrarrevolución en el continente europeo, Marx tiene que trasladarse a Inglaterra, en donde vivirá ya el resto de su vida, en medio de grandes dificultades económicas. En la década de los 50, colabora en diversos periódicos, en especial en el New-York Daily Tribune, y prosigue sus trabajos de economía, aunque con frecuentes interrupciones. Fruto del trabajo de Marx de estos años en su Contribución a la crítica de la economía política de 1859, en cuyo conocidísimo prefacio efectúa un breve repaso de su biografía intelectual y presenta una síntesis de la concepción materialista de la historia en la que se destaca la importancia de la sociedad civil cuya anatomía “hay que buscarla en la economía política” [17], y en donde el Derecho y el Estado aparecen en una posición singularmente subordinada con respecto a la estructura económica: “en la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”[18].

Además, Marx había escrito en 1857 una Introducción general a la crítica de la economía política que quedó inédita, así como unos borradores redactados en 1857-58 en los que prepara tanto la Contribución a la crítica de la economía política como El Capital, los famosos Grundrisse [19], y que sólo se publicaron por primera vez en 1939-41. La importancia que hoy se da a los Grundisse estriba en que esta obra de Marx muestra la continuidad esencial de todo su pensamiento, así como la importancia que en él tiene la problemática filosófica y, más concretamente, hegeliana.

En los Grundrisse, la libertad en el sistema burgués vuelve a aparecer como una manifestación de la alienación del hombre. De libertad en el sistema capitalista solo puede hablarse en cuanto que al individuo se le abstrae de las condiciones de su existencia que constituyen, precisamente, la verdadera base de la alienación. Se trata, por lo tanto, de una libertad abstracta, ilusoria, ideológica.

Pero, al mismo tiempo, la postulación de las ideas de libertad e igualdad es una necesidad de la sociedad capitalista, en cuanto sociedad de intercambiantes de mercancías: “No solo se trata, pues, de que la libertad y la igualdad son respetadas, en el intercambio basado en valores de cambio, sino que el intercambio de valores de cambio es la base productiva, real, de toda igualdad y libertad. Estas, como ideas puras, son meras expresiones idealizadas de aquel al desarrollarse en relaciones jurídicas, políticas y sociales, estas son solamente aquella base elevada a otra potencia” [20].

Y esto, según Marx, se puede confirmar históricamente por el hecho de que la igualdad y la libertad en el sentido burgués, moderno, son lo contrario, de lo que eran la igualdad y la libertad en la Antigüedad. La libertad e igualdad modernas, los derechos humanos, presuponen relaciones de producción (el trabajo como productor de valores de cambio en general, es decir, el trabajo genérico, libre) que no se habían realizado ni en el mundo antiguo (trabajo forzado) ni en el de la Edad Media (trabajo corporativo).

Para Marx, la verdadera libertad, incompatible con el sistema capitalista, solo puede darse en el contexto de la sociedad comunista y gracias al desarrollo técnico y científico que permite la disminución del tiempo de trabajo, la aparición del ocio creativo y el desarrollo del hombre multilateral. En definitiva, una sociedad que significa el fin de la alienación humana.

Durante los primeros años de la Internacional, fundada en septiembre de 1864, Marx redacta diversos escritos en los que, aparte de insistir en la idea de que “la emancipación económica de las clases obreras es la gran finalidad a la que todo movimiento político debe estar subordinado como un medio” [21], valora altamente la lucha por la consecución de los derechos humanos.

Especialmente, el derecho a la limitación de la jornada de trabajo, a la asociación y a la educación.

Pero, al mismo tiempo, insiste también en las limitaciones inherentes al sistema capitalista: “el clamor por la igualdad de salarios —escribe en 1865— descansa en un error, es un deseo absurdo, que jamás llegará a realizarse (…) Pedir una retribución igual, o incluso una retribución equitativa, sobre la base del sistema del trabajo asalariado, es lo mismo que pedir libertad sobre la base de un sistema fundado en la esclavitud. Lo que pudiéramos reputar justo o equitativo, no hace el caso. El problema está en saber qué es lo necesario e inevitable dentro de un sistema dado de producción” [22].

En 1867 se publica por fin el libro primero de El Capital, sin duda la obra maestra de Marx. En la sección segunda, se explica cómo, en el modo de producción capitalista, la compra y la venta de la fuerza de trabajo —que se desarrolla en la órbita de la circulación o del cambio de mercancías— es el “verdadero paraíso de los derechos humanos”. Lo que aquí impera —dice Marx— es la libertad, la igualdad, la propiedad y Bentham: “¡Libertad!, porque el comprador y el vendedor de una mercancía, por ejemplo de la fuerza de trabajo, sólo están determinados por su libre voluntad. Celebran su contrato como personas libres, jurídicamente iguales. El contrato es el resultado final en el que sus voluntades confluyen en una expresión jurídica común.

\Igualdad\, porqué solo se relacionan entre sí en cuanto poseedores de mercancías, e intercambian equivalente por equivalente.

\Propiedad\, porque cada uno dispone solo de lo suyo. \Bentham\, porque cada uno de los dos se ocupa solo de sí mismo. El único poder que los reúne y los pone en relación es el de su egoísmo, el de su ventaja personal, el de sus intereses privados” [23].

Ahora bien, los derechos humanos cumplen, en el sistema capitalista, una función ideológica, la función de enmascarar la explotación capitalista dando a la misma una apariencia de relaciones presididas por la libertad e igualdad. Y la cumplen de una manera doble: Por un lado, en cuanto que la libertad y la igualdad solo aparecen cuando se contempla el plano de la circulación, pero no cuando se baja al “taller oculto de la producción” que es donde realmente se genera la plusvalía y la explotación: el capitalista solo paga una parte del trabajo del obrero, mientras que el resto se lo apropia.

Y como este hecho aparece enmascarado en el ámbito del mercado, es preciso introducirse en el plano de la producción en el que las escenas y los personajes aparecen cambiados: “El otrora poseedor del dinero abre la marcha como capitalista; el poseedor de fuerza de trabajo le sigue como su obrero; el uno, significativamente, sonríe con ínfulas y avanza impetuoso; el otro lo hace con recelo, reluctante, como el que ha llevado al mercado su propio pellejo y no puede esperar sino una cosa: que se lo curtan** [24].

Por otro lado, en cuanto que tal libertad e igualdad aparecen como ideas eternas, separadas de la historia. Aunque al “poseedor de dinero (al capitalista) —argumenta Marx— que ya encuentra el mercado de trabajo como sección especial del mercado de mercancías, no le interesa preguntar por qué ese obrero libre se le enfrenta en la esfera de la circulación”, sin embargo hay un hecho indiscutible, y es que la “naturaleza no produce por una parte poseedores de dinero o de mercancías y por otra persona que simplemente poseen sus propias fuerzas de trabajo. Esta relación en modo alguno pertenece al ámbito de la historia natural, ni tampoco es una relación social coman a todos los periodos históricos. Es en sí misma, ostensiblemente, el resultado de un desarrollo histórico precedente, el producto de numerosos trastocamientos económicos, de la decadencia experimentada por toda una serie de formaciones más antiguas de la producción social” [25].

Aunque la ambigüedad en el tratamiento de los derechos humanos sigue sin resolverse en El Capital, es importante destacar que aquí desaparece toda referencia a la extinción del Derecho y del Estado, el economicismo resulta sustituido por el reconocimiento de una cierta autonomía al Derecho y al Estado, y los derechos humanos (especialmente algunos de ellos, como la limitación de la jornada de trabajo y el derecho a la asociación o a la educación) tienden a configurarse no como necesidades económicas del sistema capitalista, sino como conquistas hechas posibles (pero no necesarias) por la economía.

La conclusión que podría extraerse de El Capital —y en general de toda la obra de Marx— podría ser ésta: como los derechos humanos, la libertad y la igualdad no son más que realidades ilusorias o, en todo caso, limitadas, el objetivo debe ser el de hacerlas reales. Sólo que Marx pone especial énfasis en mostrar que esto, dentro del sistema capitalista, es puramente utópico. Bajo el sistema capitalista no cabe pensar en acabar con la explotación del trabajador, sino que sólo es posible poner ciertos límites a dicha explotación, por ejemplo, limitando la jornada de trabajo:

“Es preciso reconocer que nuestro obrero sale del proceso de producción distinto de como entró. En el mercado se enfrentaba a otros poseedores de mercancías como poseedor de la mercancía “fuerza de trabajo”: poseedor de mercancías contra poseedor de mercancías. El contrato por el cual vendía al capitalista su fuerza de trabajo demostraba, negro sobre blanco, por así decirlo, que había dispuesto libremente de su persona. Cerrado el trato se descubre que el obrero no es “ningún agente libre”, y que el tiempo de que disponía libremente para vender su fuerza de trabajo es el tiempo por el cual está obligado a venderla; que en realidad su vampiro no se desprende de él “mientras quede por explotar un músculo, un tendón, una gota de sangre”.

Para “protegerse” contra la serpiente de sus tormentos, los obreros tienen que confederar sus cabezas e imponer como clase una ley estatal, una barrera social infranqueable que les impida a ellos mismos venderse junto a su descendencia, por medio de un contrato libre con el capital, para la muerte y la esclavitud. En lugar del pomposo catálogo de los “derechos humanos inalienables” hace ahora su aparición la modesta Magna Charta de una jornada laboral restringida por la ley, una carta magna que “pone en claro finalmente cuando termina el tiempo que el obrero vende, y cuando comienza el tiempo que le pertenece a sí mismo. ¡Qué gran transformación!”[26].

En su más famoso escrito polémico, sobre la Comuna de Paris: La guerra civil de Francia (1871), Marx seguía considerando a la emancipación económica del trabajo como el objetivo final, mientras que las conquistas democráticas de la Comuna aparecen en un segundo plano:

“La Comuna —escribía— dotó a la república de una base de instituciones realmente democráticas. Pero ni el gobierno barato, ni la “verdadera república” constituían su meta final; no eran más que fenómenos concomitantes”. Y proseguía: “He aquí su verdadero secreto: la Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo” [27].

Pero lo cierto es que en el modelo (libertario) que Marx trazaba de la Comuna, el desarrollo y profúndización de los derechos humanos es lo que caracterizaría a esta fórmula organizativa que venía a suponer el fin del antagonismo entre la sociedad civil y el Estado: “El régimen de la Comuna había devuelto al organismo social todas las fuerzas que hasta entonces venía observiendo el Estado parásito, que se nutre a expensas de la sociedad y entorpece su libre movimiento” [28].

Ante todo, Marx concede una enorme importancia a! derecho de sufragio universal que en la Comuna había de cumplir una función muy distinta de la que cumplía en la república burguesa: “En vez de decidir una vez cada tres o seis años qué miembros de la clase dominante han de representar y aplastar al pueblo, en el parlamento, el sufragio universal habría de servir al pueblo organizado en comunas, como el sufragio individual sirve a los patronos que buscan obreros y administradores para sus negocios (…) Por otra parte, nada podía ser más ajeno al espíritu de la Comuna que sustituir el sufragio universal por una investidura jerárquica”[29].

Más aún, podría decirse que lo que caracterizaría, según Marx, el modelo de la Comuna (el empleo del condicional tiene sentido, pues la experiencia de la Comuna fue tan breve que su organización nunca pasó de ser un proyecto) sería la profundización del sufragio universal: en sentido extensivo, ya que el sufragio universal habría de ser el procedimiento para elegir a todos cuantos desempeñasen funciones públicas, incluidos los jueces; y en sentido intensivo, pues la elección iría acompañada de un control en todo momento sobre los elegidos.

Y otro tanto cabría decir respecto a las medidas tomadas por la Comuna en el sentido de abrir todas las instituciones de enseñanza gratuitamente al pueblo, al tiempo que se emancipaban “de toda intromisión de la Iglesia y el Estado”[30]. O respecto a la justificación, por parte de Marx, de las limitaciones al derecho de libertad de expresión decretadas por la Comuna, pues esta no podía “sin traicionar ignominiosamente su causa, guardar todas las formas y las apariencias de liberalismo, como si gobernase en tiempos de serena paz” [31].

Finalmente, es interesante analizar cuál era la postura de Marx respecto al problema de la violencia. Marx justifica los actos de violencia a que se ve obligada a recurrir la Comuna apelando, aunque no sea explícitamente, al derecho de resistencia frente a la opresión: “la guerra de los esclavizados contra los esclavizadores” es, argumenta, “la única guerra justa de la historia”[32].

No obstante, es preciso resaltar el carácter ambivalente con el que Marx se plantea el problema de la guerra y, en general, el de la violencia. Así, en un discurso que pronuncia en Amsterdam, en 1872, afirmaba: “Conocemos la importancia que se debe atribuir a las instituciones, costumbres y tradiciones de los diferentes lugares; y no negamos que existen países como Estados Unidos, Inglaterra, y sí conociera mejor vuestras instituciones agregaría Holanda, en que los trabajadores pueden lograr sus fines por medios pacíficos. Si esto es así, debemos reconocer también que, en la mayoría de los países del continente, nuestras revoluciones deberán apoyarse en la fuerza, a la cual será necesario recurrir por un tiempo para establecer el reino del trabajo” [33]. Y, más adelante, en 1878, condenará los dos atentados contra la vida de Guillermo I que habían servido de excusa para la promulgación por Bismarck de la ley antisocialista, mientras que, en 1881, expresaba su admiración por el ala terrorista del movimiento populista ruso.

Con el final de la Internacional (1873), Marx se retira “a su cuarto de trabajo”, pero dificultades de diverso tipo, especialmente su deteriorada salud, le impiden acabar la redacción de los libros segundo y tercero de El Capital. En los últimos años de su vida escribe, sin embargo, una obra teórica importante, especialmente desde la perspectiva jurídico-política, la Crítica del Programa de Gotha (1875) en la que muestra su desacuerdo con el programa que significaba la reunificación de las dos fracciones del movimiento obrero en Alemania.

Marx sigue atribuyendo aquí un carácter subordinado al Derecho: “El Derecho —escribe— no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado” [34]. Y en ello radica el fundamento de su crítica a las proclamas del Programa en el sentido de declarar que “todos los miembros de la sociedad tienen igual derecho a percibir el fruto íntegro del trabajo” o a un “reparto equitativo del fruto del trabajo”.

Sin embargo, Marx parece abandonar aquí (aunque su postura no sea del todo clara) la tesis de la extinción del Derecho y del Estado.

Refiriéndose a la etapa de transición al socialismo, (a la dictadura del proletariado), una vez por tanto que han desaparecido las clases sociales, sigue hablando de que el Derecho aquí, “como todo Derecho”, es “el Derecho de la desigualdad” [35]. Y sólo en la fase superior de la sociedad comunista “podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del Derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades!” [36].

Pero Marx parece reconocer la subsistencia, en la sociedad comunista, del Estado e, implícitamente, del Derecho:

“Cabe, entonces, preguntarse —escribe poco después—: ¿qué transformación sufrirá el Estado en la sociedad comunista? O, en otros términos: ¿que funciones sociales, análogas a las actuales funciones del Estado subsistirán entonces? Esta pregunta solo puede contestarse científicamente” [37].

El desprecio que muestra por los puntos del Programa que denomina “letanía democrática” no implica en absoluto que fuera partidario de la eliminación de la democracia, sino, por el contrario, de la necesidad de su profundización. Concretamente, la crítica de Marx se basa, por una parte, en que las reivindicaciones del Programa las considera insuficientes, ya que “cuando no están exageradas hasta verse convertidas en ideas fantásticas, están ya realizadas” [38] (por ejemplo, en Suiza o en Estados Unidos) y, por otra parte, en que resultan incongruentes, pues presuponen la república democrática y la soberanía popular, lo que no existía en el Estado prusiano de la época, ni exigían tampoco los redactores del Programa.

Por eso, cuando examina los derechos humanos contenidos en el Programa, está claro que lo que propugna es su profundización. Por ejemplo, en relación con la instrucción gratuita, se opone a la gratuidad de la enseñanza media que sólo podría favorecer a las clases burguesas. En relación con la libertad de enseñanza, critica el derecho a la “educación popular a cargo del Estado”, pues en opinión de Marx “lo que hay que hacer es substraer la escuela a toda influencia por parte del gobierno o de la Iglesia” [39].

Y, a propósito de la libertad de conciencia, estima que “el Partido obrero, aprovechando la ocasión, tenía que haber expresado aquí su convicción de que “la libertad de conciencia” burguesa se limita a tolerar cualquier género de libertad de conciencia religiosa, mientras que él aspira a liberar la conciencia de todo fantasma religioso” [40].

5. CONCLUSIÓN

Resumiendo: Después de una corta etapa (hasta 1843) de defensa de los derechos humanos del liberalismo, el joven Marx mantiene una actitud inequívocamente hostil hacia los derechos humanos que interpreta como un aspecto más de la alienación humana. Posteriormente, en una fase que podríamos centrar en el Manifiesto y que iría hasta 1852, su postura es esencialmente ambigua: por un lado, otorga una gran importancia práctica a la conquista de los derechos humanos por el proletariado pero, por otro lado, los reduce a la categoría de medios, no de fines; es decir, les concede un valor más bien político que ético.

Finalmente, en su etapa de madurez (a partir de 1853) y aunque no desaparezca del todo la ambigüedad a la que me he referido, su postura se va decantando para dar un valor cada vez mayor a los derechos humanos. Esta nueva actitud va acompañada de cambios teóricos importantes; fundamentalmente, del abandono de la tesis de la extinción del Derecho y del Estado (pero no de la religión) que parece sustituirse por la del carácter simplemente subordinado de la superestrutura jurídico-política.

La aportación de Marx a los derechos humanos es esencialmente crítica (negativa, por así decirlo) pero de un valor fundamental. Marx ha mostrado, en forma difícilmente objetable, el carácter ideológico, abstracto, etc. de los derechos humanos del capitalismo y su naturaleza histórica, ligada a la aparición de dicha sociedad capitalista.

Lamentablemente, no puso siempre el mismo énfasis en defender la idea de que los derechos humanos, al mismo tiempo que lo anterior, son también —excluida la propiedad privada en sentido capitalista— conquistas irrenunciables, fines en sí mismos, aunque puedan servir, al mismo tiempo, como medios para otros fines. Precisamente por su carácter final, ético, son también sumamente débiles, por lo que creo que no es exagerado afirmar que nunca están asegurados en ninguna sociedad, y por lo tanto precisan siempre de una defensa enérgica y nada ambigua.

S U M A R I O: 1 Introducción. 2. Derechos humanos y alienación del hombre. 3. Los derechos humanos, entre la ética y la política. 4. Los derechos humanos en la sociedad capitalista. 5. Conclusión


[1] Sobre la polémica Kautsky-Lenin, véase el libro publicado por Grijalbo (México, 1975) con introdución de F. Claudin y que recoge La dictadura del proletariado de Kautsky. y La revolución proletaria y el renegado Kautsky de Lenin, escritos ambos en 1918.

[2] En Marx-Engels, Obras escogidas,Progreso, Moscú, 1971, t. I. p. 264

[3] Cfr. K. Marx, Debaties sobre la ley contra los hurtos de leña, en K. Marx. Scritti politici giovanili, eci. preparada por L. Firpo, Einauii, Torino, 1950 (reeditado en 1975)

[4] K. Marx. Critica de la filosofía del Estado de Hegel, Grijalbo, Barcelona, 1974, p, 100

[5] K. Marx. La cuestión judía, en K. Man-A. Ruge, Los Anales franco-alemanes, Martínez Roca, Barcelona, 1970, p. 241.

[6] Ibid.. p. 243

[7] Ibid.. p. 244

[8] Ibid.

[9] Ibid.

[10] Ibid., p. 244-45

[11] Ibide., p. 249

[12] K Marx-F, Engeis, La ideología alemana, Coedicion Pueblos Unidos, Montevideo- Ed. Grijalbo, Barcelona, 1974, p. 26.

[13] Ibid.. p. 35

[14] K. Marx-F. Engels, Manifiesto del partido comunista, en Marx-Engels, Obras escogidas. Ed. Progreso, Moscú, 1971, t. I., p. 33.

[15] Cfr., para este periodo de Marx, F. Claudin, Marx. Engels y la revolución de 1848, Siglo XXI, Madrid, 1975.

[16] K. Marx, artículo aparecido en el New-York Daily Tribune de I5-VIII-1852; tomado de M. Rabel, Páginas escogidas de Marx para una ética socialista, Amorrortu, Buenos Aires, 1974, t, II, p. 97.

[17] K. Marx, Prefacio de la Contribución de la critica de la economia política, en Marx-Engeis, Obras escogidas, Ed. Progreso, Moscú, 1971. t. 1., p. 342.

[18] Ibid., p. 343

[19] K. Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Borrador}. Siglo XXI, Madrid, 5a. ed. 1976.

[20] Ibid.. p. 183.

[21] Alocución inaugural de la Asociación Internacional de los trabajadores (1864); tomado de M. Rubel. cit.. t. II , p. 59.

[22] K. Marx, Salario, precio y ganancia,eit Marx-Engels, Obras escogidas. Ed. Progreso,Moscú, 1976, t. II, p. 56.

[23] K. Marx, El Capital, libro primero, t. I.. Siglo XXI 6a . ed., Madrid. 1978. p. 214.

[24] Ibid.. p. 2 I 4 .

[25] Ibtd.. p. 205-6.

[26] Ibid., pp. 364-5.

[27] K. Marx,La guerra civil en Francia, en Marx-Engels, Obras escogidas. Progreso Moscú, 1976, t. II, pp. 235-6.

[28] Ibid., p. 235

[29] Ibid.

[30] Ibid., p. 234.

[31] Ibid., p. 242

[32] Ibid., p. 252.

[33]Tomado de M. Ruben, cit., t. II, pp. 85 86

[34] K. Marx,Critica de! Programa de Gotha, en Marx-Engels, Obras escogidas, Progreso, Moscú, 1976, t. III, p. 15

[35] Ibid.

[36] ibid.

[37] Ibid., p. 23

[38] Ibid., p. 23

[39] Ibid.. p. 25

[40]  Ibid.

Las consecuencias del falso golpe de Estado en El Salvador. Roberto Valencia

Quiero creer que Nayib Bukele ya se ha percatado de que este domingo 9 de febrero cometió un error que lo perseguirá toda la vida, sin importar lo que haga o deje de hacer hasta el 1 de junio de 2024, cuando finalizará su mandato como presidente de El Salvador.

Entre las 4:00 y las 5:00 pm de ese día, cuando medio mundo se aprestaba para ver la gala de los Óscar, los salvadoreños tuvimos que vivir —en directo, con encuadres perfectos— la toma de la Asamblea Legislativa por parte de docenas de soldados y policías con chalecos antibalas y fusiles M-16 y AR-15, una performance diseñada por el presidente de la República. Bukele dio un discurso incendiario ante miles de sus seguidores reunidos en las afueras de la Asamblea, ingresó sin invitación en la sede del Legislativo, se sentó en la curul del presidente de la Asamblea y dijo: “Creo que está muy claro quién tiene el control de la situación”. Y se puso a rezar cubriéndose el rostro. Luego se secó las lágrimas y él y los fusiles salieron del recinto hasta donde estaban sus seguidores para decirles que ese día no tomarían la Asamblea: “Pregunté a dios, y dios me dijo: ‘Paciencia’”.AD

Quiero creer que disolver la Asamblea Legislativa —y consumar con ello un golpe de Estado — nunca fue una opción para Bukele, que todo fue una retorcida pero calculada dramatización. Pero esa convicción de que todo fue un falso golpe de Estado desemboca en dos sentimientos encontrados: el alivio y la zozobra.

Alivio porque la separación de poderes que consagra la enclenque democracia salvadoreña nunca estuvo realmente en juego.

Y zozobra por razones incontables, pero explicito tres: el profundo deterioro que El Salvador va a tener ante los ojos del mundo, que repercutirá en las inversiones, el turismo, y del que el responsable máximo es la persona que no supo o no quiso medir las consecuencias de un falso golpe de Estado; la evidencia, una vez más, de que Bukele está rodeado de un equipo de trabajo que le asesora mal o que no se atreve a decirle no a sus ocurrencias; y el que tanto la Fuerza Armada como la Policía Nacional Civil (PNC) —ambas instituciones claves en un país que apenas en 1992 estaba en guerra civil— se prestaron a seguir el juego al presidente de turno, sentando un peligroso precedente.

¿Por qué está sucediendo este hecho histórico en El Salvador? ¿Por qué el presidente milénial, que se presenta como el más cool del mundo, es uno de los mejor evaluados entre sus colegas del continente, ha logrado que la violencia homicida caiga a mínimos históricos y acumula titulares de la prensa internacional como promotor del surf, del hip-hop y de las nuevas tecnologías, termina desatando una crisis política sin precedentes? Las respuestas no hacen sino evidenciar lo kafkiano de la situación y lo surrealista de la actuación del presidente Bukele.

El falso golpe de Estado lo detonó un choque entre el Ejecutivo y el Legislativo por un préstamo de 109 millones de dólares que Bukele solicitó al Banco Centroamericano de Integración Económica. El préstamo, que dijo que se usaría para equipar y mejorar la Fuerza Armada y la PNC, se preaprobó el 30 de octubre pasado, pero la Constitución salvadoreña determina que es la Asamblea, y no el Ejecutivo, quien avala toda la deuda que el Estado contrae. La Asamblea sigue en manos de los partidos Arena (derecha) y FMLN (izquierda), los representantes del sistema bipartidista que dinamitó Bukele con su triunfo en las elecciones de febrero de 2019. En más de tres meses, esos partidos ni siquiera han autorizado a Bukele sentarse a negociar los detalles del préstamo, paso previo para luego votar su ratificación.

Todo esto ocurre en los mismos días en los que la Fiscalía ha procesado a altos dirigentes tanto de Arena como del FMLN por fraude electoral, por negociar el apoyo de las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 en las elecciones presidenciales de 2014, que se definieron a favor del FMLN en segunda vuelta por poco más de 6,000 votos.AD

Dentro de ese contexto, y como medida de presión para que la Asamblea le autorice a negociar la letra pequeña del préstamo, el presidente creyó que lo mejor para El Salvador era hacer lo que hizo la tarde del 9 de febrero.

Quiero creer, decía, que Nayib Bukele ya se ha percatado de que cometió un error que lo perseguirá toda la vida, aunque sus primeras declaraciones sugieran lo contrario. “Al final, cuando las aguas se calmen (como todo), quedará claro quiénes estamos luchando por el pueblo y quiénes no”, tuiteó en su primer hilo tras lo ocurrido en la Asamblea. “Los diputados están ofendidos. Así que castigarán al pueblo no aprobando los fondos que prometieron aprobar hoy”, añadió un cuarto de hora después, tras conocerse que la Asamblea suspendía la plenaria extraordinaria que se desarrollaría el lunes 10 de febrero, que al final sí se realizó.

Quiero creer que buena parte de la crisis política provocada por Bukele se desactivaría si admitiera el error que ha cometido al militarizar la Asamblea y pidiera un perdón genuino a la sociedad salvadoreña.AD

Quiero creer que Bukele hará lo que dicta el sentido común cuando se está comprometido con la democracia, pero mucho me temo que eso no ocurrirá. Admitir errores y pedir disculpas no forman parte del manual del líder mesiánico que habla con dios y se cree infalible.

“Podría pensar que esta tensión creada no es por el préstamo, sino porque se pretende cambiar la Constitución”: Álvaro Artiga

Una imagen inédita: el presidente de la República, Nayib Bukele, sentado en el lugar asignado al presidente del Congreso, rodeado de militares dentro del Palacio Legislativo. La sesión extraordinaria a la que convocó Bukele el domingo pasado ha abierto el debate: ¿fue legítima?

Álvaro Artiga, politólogo y catedrático en Ciencia Política de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” UCA, platicó con GatoEncerrado sobre el choque de poderes ocurrido en los últimos días, especialmente el domingo 9 de febrero. Artiga dice que el problema de fondo no es que el presidente Bukele no tenga la correlación de fuerzas en la Asamblea para aprobar el préstamo de $109 millones, con los que pretende suplir los gastos del Plan Control Territorial fase III, sino que se esté buscando cambiar la Constitución de la República a través de una Asamblea Constituyente.

Mientras la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) da una sentencia definitiva a las demandas interpuestas en contra de Bukele y su Consejo de Ministros, lo que pasó en el Salón Azul podría ser el preámbulo de otro escenario en donde el conflicto institucional se multiplique. Artiga es claro: “Los hechos del domingo estarían marcando un momento de crisis importante en el país, como no lo hemos tenido en todos estos años desde 1992”.

En sistemas presidenciales como el de El Salvador, ningún Órgano puede disolver al otro, al ser elegidos por voto popular. En ese sentido, cuando el presidente no controla la mayoría en el Congreso, entonces, los choques entre el Congreso y la Presidencia son frecuentes. 

“Aquí hay un problema cuando el presidente no controla, y no digo este presidente, sino en general (…). Si a eso le agregamos que la Constitución del 83 y los constituyentes, para evitar que Napoleón Duarte tuviese una mayoría legislativa en el año 84, que fueron las elecciones presidenciales, crearon esta separación de elecciones”, explica en esta entrevista.

Para cambiar la Constitución y convocar a una Constituyente, Artiga alerta a que el procedimiento tiene vacíos: para comenzar, habría que trabajar para especificar el proceso de convocatoria de la Constituyente, porque ni eso está regulado.

Lo mismo sucede en el caso de referéndum. Pero, a la vez, insiste: “Si alguien quiere la reforma de la Constitución, por las razones que sean, pues el procedimiento constitucional está establecido, que es el de las dos Asambleas”.

Hay una imagen que pasó a la historia: la de las fuerzas militares dentro de la Asamblea Legislativa. ¿Qué implicaciones acarrea para el sistema político salvadoreño?

Primero, podría hablarse de una toma del Palacio Legislativo. Está clara la intromisión: físicamente, ingresa el Ejecutivo y toma el control del Órgano Legislativo, del sitio donde se reúne el Órgano Legislativo. Ahora, que después se fue y se fueron las tropas, no quiere decir que ya haya pasado todo o que ya se estabilizó el país. Ahora depende de cuál sea la reacción de los diputados y del Congreso, ante acciones que riñen con la legalidad. Yo me imagino que si el Congreso reacciona, pide explicaciones, inicia procesos ante la Fiscalía, esto se va a escalar. No era necesario que llegáramos a esta situación. Aun cuando ya había convocado el presidente al pueblo, él pudo haber desactivado eso. Que lo consultó con Dios y Dios le pidió paciencia, tal vez lo que le habría faltado al presidente es consultarle el día sábado. La respuesta de Dios habría sido la misma: “ten paciencia”. Entonces, podría haber desactivado una cosa que casi se le va de las manos. Ese es el problema, estamos jugando con fuego en el país sin tener claro las consecuencias. 

¿Qué queda ahora dentro del sistema institucional instalado? ¿Cómo debería reaccionar cada actor que está involucrado, pensando en no hacer más grande el fuego? 

Lo que pasa en esta situación, ya en perspectiva, es que cualquier acción legal, según lo establecido en la Constitución, en las leyes, que suponga un desafío al Ejecutivo y al presidente, el presidente cuenta con un apoyo de la población, de una gran parte de la población.

Y eso él lo sabe.

Él lo sabe. Será un enfrentamiento entre las instituciones y el soberano. Esa es la gravedad del asunto. Aquí el asunto es que el presidente cuenta con apoyo popular y su discurso es recibido, según él lo plantea. Él puede movilizar al ejército, a la policía, al brazo armado del poder político y puede movilizar a la población contra las instituciones. Por eso es bien delicado.

Hay que entender que hemos llegado a una situación que es previsible, dado el diseño institucional que tenemos. En los sistemas presidenciales cuando el presidente no controla la mayoría en el Congreso, entonces, los choques entre el Congreso y la Presidencia son frecuentes. Si a eso le agregamos que la Constitución del 83 y los constituyentes para evitar que Napoleón Duarte tuviese una mayoría legislativa en el año 84, que fueron las elecciones presidenciales, crearon esta separación de elecciones.

En esos escenarios de presidencialismo, elecciones separadas, multipartidismo, la gobernabilidad depende de la capacidad de negociación de los líderes, en la presidencia y en el Congreso. Eso es lo que tenemos: un problema en la capacidad de negociación. Este escenario podría no ser con Bukele, podría ser con otro presidente. De hecho, así ha sido, lo que pasa es que otros presidentes de Arena negociaron con el PCN, así montaron todo el sistema neoliberal en el país; el Frente se apoyó en Gana y así continuamos con las medidas neoliberales. Ahora, este llega en una posición todavía en mayor desventaja, porque no tiene partido político. Y hay otro problema que no es del presidente Bukele, está en el diseño constitucional: nuestro presidente salvadoreño tiene de los menores poderes constitucionales si uno lo compara con presidentes de la región. Las reformas de 1991 a la Constitución del 82 y 83 implicaron una reducción de los poderes del Ejecutivo frente al Legislativo y de los militares frente a los partidos. Las reformas constitucionales del 91 le dan más poder a la Asamblea y a los partidos, frente a los militares. ¿Por qué? Porque antes de esta Constitución, el presidente y los militares tenían el control de todo. Es el diseño institucional nuestro. Si queremos evitar situaciones futuras como esta, es el que debe de ser revisado. 

¿Qué puntos deben revisarse para no entrar en una crisis mayor?

En primer lugar, un rediseño de todo el sistema electoral. Aquí esto pasa por una reforma al sistema. Hay otros elementos que requerirían reformas para hacer menos proclive el sistema político a las crisis y esas tienen que ver con la conveniencia o no de tener las elecciones separadas, los mandatos si son de cinco o cuatro años, si hay o no reelección. Aquí hay toda una discusión que hay que tener cuidado, porque uno podría pensar que esta tensión creada, realmente, no es por el problema del préstamo, sino justamente porque se pretenda cambiar la Constitución, porque la Constitución, en este momento, no permite la reelección del presidente ni de su esposa ni de sus hermanos. Prohíbe hasta el cuarto grado de consanguinidad. Y como el proceso de reforma constitucional supone que una Asamblea acuerda la reforma y la siguiente ratifica, si el presidente, gozando con este nivel de popularidad quisiera ser reelecto en 2024, no puede. Una posibilidad sería, de acuerdo a algunas cosas que circularon, que casi hablaban de convertir a la Asamblea Legislativa en una Constituyente, que sería la única forma para que él pudiese ser reelecto presidente en 2024.

Y con la Constituyente no necesitaría a la siguiente Asamblea para que ratifique. 

No, es que una Constituyente elimina la Constitución vigente, por eso es constituyente. Ahí hay que pensar si en el fondo no es ese el problema. 

¿Estaría preparándose el escenario para instalar una Constituyente? 

Con el  90 % de apoyo de la población. Si lo que vimos ayer era casi eso: la toma del Congreso y, como hay que sustituirlos, según el artículo que citaba el presidente para hacer esa acción, la única manera de sustituirlos es mediante una nueva elección. 

¿Cómo ve la gobernabilidad que se tiene ahora en comparación con las anteriores?

Es una coyuntura en donde las instituciones que tienen el diseño institucional para el control del ejercicio del poder, por parte de aquellos que son electos, funcionan: se supone que la fiscalía opera, que la Corte de Cuentas opera, que la Sala de lo Constitucional hace su trabajo, que la Sala de lo Contencioso administrativo hace su trabajo, que el Instituto de Acceso a la Información Pública se impone y hace cumplir la ley, que el Tribunal de Ética funciona, que el Tribunal Suprema Electoral opera. Si todo eso es desmantelado y neutralizado, ante lo que estamos es ante un giro autoritario. 

Yo no puedo decir que ya se consumó. Ahorita estamos viendo las instituciones que tienen que controlar, y que van a tener que controlar lo que pasó ayer. Hay una demanda de inconstitucionalidad a la convocatoria que hizo el Consejo de Ministros. Tendrá la Sala que pronunciarse al respecto. La fiscalía tendrá que investigar si hubo sedición, si hubo incitación a la rebelión. Hay que ver si opera eso. Imaginémonos que opere, eso sería un triunfo a las fuerzas democratizadoras del país, pero eso no quiere decir que hayamos eliminado el problema. Porque en la Asamblea Legislativa está otro problema, que es lo que argumenta el presidente. En parte, el presidente tiene razón: en la Asamblea Legislativa han ocurrido cosas que son las que la gente rechaza. Él lo único que ha hecho es montarse en el descontento popular. Por eso es bien delicada la situación: cualquier opinión a favor de la institucionalidad pareciera que uno está defendiendo a Arena o al FMLN, que son los responsables de habernos llevado a donde estamos. Incluso, el FMLN es responsable de que el presidente Bukele sea presidente, porque él expulsó a Bukele del partido. Desde ese momento, lo sacó y lo puso en contra de toda la institucionalidad. En el fondo tenemos un problema con toda la clase política y nos están arrastrando a todos los demás.

¿Qué salidas hay para poder no solo bajar la tensión, sino para mejorar el sistema?

Que las instituciones de control operen y lo hagan profesionalmente y den la razón a quien tenga la razón, que no sigan con criterios de favorecer a determinadas fuerzas. También hay que pensar en lo que ocurra dentro de los principales partidos, los partidos más grandes, todavía Arena y el FMLN: las militancias de esos partidos tienen una responsabilidad en relación con estar soportando a sus dirigencias, que son las que nos han llevado a esta problema. 

De ahí, si hay un sector que no está de acuerdo con la composición de la Asamblea Legislativa que no es favorable para el presidente, pues, tendrá que resolverlo en 2021. Ese es el mecanismo para cambiar la correlación de fuerzas. Para mientras, al presidente le aprobaron cientos de millones para seguridad en el presupuesto de este año. No es posible que diga que de lo que haga la Asamblea depende. Yo me acuerdo que él dijo, cuando se le preguntaba de dónde iba a sacar fondos para todos sus proyectos, hablaba del combate a la elusión y a la evasión. Esa fuerza que mostró ayer, que la ponga al servicio para que los que evaden y los que eluden, no lo hagan. Entonces, va a tener más ingresos sin necesidad de endeudar al país más y sin tensar a la institucionalidad. Se requiere ver las cosas con mayor frialdad, se requiere que otras fuerzas, que no son las fuerzas políticas, se hagan escuchar para que toda la clase política vea que nos están haciendo daño. 

de cinco o cuatro años, si hay o no reelección. Aquí hay toda una discusión que hay que tener cuidado, porque uno podría pensar que esta tensión creada, realmente, no es por el problema del préstamo, sino justamente porque se pretenda cambiar la Constitución, porque la Constitución, en este momento, no permite la reelección del presidente ni de su esposa ni de sus hermanos. Prohíbe hasta el cuarto grado de consanguinidad. Y como el proceso de reforma constitucional supone que una Asamblea acuerda la reforma y la siguiente ratifica, si el presidente, gozando con este nivel de popularidad quisiera ser reelecto en 2024, no puede. Una posibilidad sería, de acuerdo a algunas cosas que circularon, que casi hablaban de convertir a la Asamblea Legislativa en una Constituyente, que sería la única forma para que él pudiese ser reelecto presidente en 2024.

Y con la Constituyente no necesitaría a la siguiente Asamblea para que ratifique. 

No, es que una Constituyente elimina la Constitución vigente, por eso es constituyente. Ahí hay que pensar si en el fondo no es ese el problema. 

¿Estaría preparándose el escenario para instalar una Constituyente? 

Con el  90 % de apoyo de la población. Si lo que vimos ayer era casi eso: la toma del Congreso y, como hay que sustituirlos, según el artículo que citaba el presidente para hacer esa acción, la única manera de sustituirlos es mediante una nueva elección. 

¿Cómo ve la gobernabilidad que se tiene ahora en comparación con las anteriores?

Es una coyuntura en donde las instituciones que tienen el diseño institucional para el control del ejercicio del poder, por parte de aquellos que son electos, funcionan: se supone que la fiscalía opera, que la Corte de Cuentas opera, que la Sala de lo Constitucional hace su trabajo, que la Sala de lo Contencioso administrativo hace su trabajo, que el Instituto de Acceso a la Información Pública se impone y hace cumplir la ley, que el Tribunal de Ética funciona, que el Tribunal Suprema Electoral opera. Si todo eso es desmantelado y neutralizado, ante lo que estamos es ante un giro autoritario. 

Yo no puedo decir que ya se consumó. Ahorita estamos viendo las instituciones que tienen que controlar, y que van a tener que controlar lo que pasó ayer. Hay una demanda de inconstitucionalidad a la convocatoria que hizo el Consejo de Ministros. Tendrá la Sala que pronunciarse al respecto. La fiscalía tendrá que investigar si hubo sedición, si hubo incitación a la rebelión. Hay que ver si opera eso. Imaginémonos que opere, eso sería un triunfo a las fuerzas democratizadoras del país, pero eso no quiere decir que hayamos eliminado el problema. Porque en la Asamblea Legislativa está otro problema, que es lo que argumenta el presidente. En parte, el presidente tiene razón: en la Asamblea Legislativa han ocurrido cosas que son las que la gente rechaza. Él lo único que ha hecho es montarse en el descontento popular. Por eso es bien delicada la situación: cualquier opinión a favor de la institucionalidad pareciera que uno está defendiendo a Arena o al FMLN, que son los responsables de habernos llevado a donde estamos. Incluso, el FMLN es responsable de que el presidente Bukele sea presidente, porque él expulsó a Bukele del partido. Desde ese momento, lo sacó y lo puso en contra de toda la institucionalidad. En el fondo tenemos un problema con toda la clase política y nos están arrastrando a todos los demás.

¿Qué salidas hay para poder no solo bajar la tensión, sino para mejorar el sistema?

Que las instituciones de control operen y lo hagan profesionalmente y den la razón a quien tenga la razón, que no sigan con criterios de favorecer a determinadas fuerzas. También hay que pensar en lo que ocurra dentro de los principales partidos, los partidos más grandes, todavía Arena y el FMLN: las militancias de esos partidos tienen una responsabilidad en relación con estar soportando a sus dirigencias, que son las que nos han llevado a esta problema. 

De ahí, si hay un sector que no está de acuerdo con la composición de la Asamblea Legislativa que no es favorable para el presidente, pues, tendrá que resolverlo en 2021. Ese es el mecanismo para cambiar la correlación de fuerzas. Para mientras, al presidente le aprobaron cientos de millones para seguridad en el presupuesto de este año. No es posible que diga que de lo que haga la Asamblea depende. Yo me acuerdo que él dijo, cuando se le preguntaba de dónde iba a sacar fondos para todos sus proyectos, hablaba del combate a la elusión y a la evasión. Esa fuerza que mostró ayer, que la ponga al servicio para que los que evaden y los que eluden, no lo hagan. Entonces, va a tener más ingresos sin necesidad de endeudar al país más y sin tensar a la institucionalidad. Se requiere ver las cosas con mayor frialdad, se requiere que otras fuerzas, que no son las fuerzas políticas, se hagan escuchar para que toda la clase política vea que nos están haciendo daño. 

Julia Gavarrete/Carolina Amaya (Gatoencerrado)

Las FPL y el balance político del año 1974. Roberto Pineda. 12 de febrero de 2020

En el boletín El Rebelde No. 27,  de enero de 1975 aparece un balance político-militar del año 1974 que refleja el pensamiento de las Fuerzas Populares de Liberación, FPL “Farabundo Martí” , al respecto de la coyuntura de ese momento, que marcó el puente  hacia nuevos niveles de lucha popular.

Califica las FPL 1974 como un año que “ha significado un avance para el movimiento revolucionario. En el transcurso del año pasado se clarificó más y se consolidó en aspectos fundamentales la Estrategia Revolucionaria” la cual pasa a desglosar.

En primer lugar, señala El Rebelde que “en el terreno de la lucha de masas por las necesidades económico-sociales se ha notado el despertar de las clases trabajadoras del campo a la lucha por sus intereses inmediatos, la lucha que dada la estructura de poder burgués que vive el país, altamente represiva, tiende a saltar casi de manera espontánea a la instancia de la lucha política  revolucionaria.”  Efectivamente durante 1974  las calles de San Salvador presenciaron luego de más de cuarenta años la protesta campesina, en particular de los desplazados por la construcción de la presa hidroeléctrica del Cerrón Grande.  

En segundo lugar, se refiere que “en el área del trabajo político clandestino en el pueblo los resultados fueron exitosos ya que, en el periodo que analizamos, crecientes sectores  del pueblo en forma organizada se han incorporado a las distintas tareas de las FPL a lo largo y ancho del país para impulsar la Estrategia de Guerra Popular Prolongada.”

En tercer lugar, evalúan que “en el terreno militar revolucionario, el accionar popular materializado en las operaciones que ejecutaron los comandos urbanos (unidades militares de las FPL) han estado orientadas a impulsar la lucha de clase proletaria en su conjunto, y por ende, son el embrión en creciente desarrollo que, a determinado nivel, le dará a nuestra sociedad las características de una sociedad en plena guerra civil.” 

Agrega que “la lucha armada la va impulsando nuestra Organización en forma armónica en relación a los otros aspectos de la lucha. En el periodo actual de desarrollo de la Lucha Armada ésta se impulsa con la modalidad guerrillera tanto en el área urbana como en la rural.”

Luego aparece un listado de acciones militares ejecutadas por los Comandos Armados de las FPL, que incluyen recuperación de armas, asalto y ocupación del Consejo Central de Elecciones; recuperaciones económicas, sabotaje con explosivos a comandancias locales, quema de buses.

Se rinde homenaje a 4 compañeros caídos en combate, con los pseudónimos de Félix (Rafael Avalos), caído al momento de realizar una actividad de propaganda, Tomás, caído en una acción de ajusticiamiento a un verdugo del pueblo y Alberto y Juan Sebastián (Alejandro Ramírez), caídos en una acción de recuperación económica al Banco Agrícola Comercial de Santa Tecla. 

Además se mencionan los diversos componentes de la Prensa Revolucionaria de las FPL: “EL  REBELDE”, “PRENSA OBRERA”, “JUVENTUD REBELDE”, “EL CAMPESINO REBELDE”, “GUERRILLERO”, “EL MAGISTERIO REBELDE”, y “ESTRELLA ROJA.”

Valora El Rebelde que “es importante que el pueblo se eduque en una concepción integral de la lucha revolucionaria, para así evitar los lineamientos unilaterales en uno u otro sentido (pacifismo y militarismo) que tantos resultados dolorosos han causado en el ámbito latinoamericano.”

Y para el 1975 las FPL se plantean tres grandes tares estratégicas; en primer lugar, “desarrollar al máximo la lucha reivindicativa de masas”, luego la de “ampliar la base política orgánica clandestina de la Revolución” y como tercer tarea la de “elevar a nuevos escalones la Lucha Armada revolucionaria” para poder así “hacer avanzar la estrategia de Guerra Popular hasta la Victoria Final.”

La lucha ideológica de las FPL contra el PCS y el ERP

Luego aparece un artículo típico de la acida polémica ideológica de esos tiempos, esta enfilado hacia el Partido Comunista de El Salvador, PCS y lleva como título: El servilismo de los oportunistas: “El gobierno de Molina “punto intermedio” entre la democracia y la tiranía” y se refiere a unas supuestas declaraciones de Schafik Handal en el exterior del país.

Inicia el artículo así: “El último descubrimiento de los oportunistas criollos en sus serviles halagos al régimen, es que el actual gobierno encabezado por Molina ya no es una tiranía sangrienta, continuación del régimen militar que se instaló hace más de 40 años sobre una montaña de cadáveres y que se sostiene a base crímenes, fraudes, imposiciones y atropellos de todo género: sino que ahora está en un “punto intermedio” entre los regímenes tiránicos y los gobiernos “democráticos.”

Se pregunta: “¿Acaso han contraído el compromiso los oportunistas con el actual equipo gobernante de quedarse haciendo propaganda  a las “bondades” democráticas del régimen, como precio para que se les permita sumarse al juego electorero ventajoso para el gobierno?

Concluye el artículo que “los oportunistas-revisionistas desprecian un hecho: que las cosas están cambiando en el seno de las fuerzas del pueblo y que no obstante que ellos van derivando de posiciones burguesas de “oposición” a las posiciones de embellecimiento y propaganda del gobierno de Molina, las fuerzas avanzadas que luchamos con todas las armas, en lo político y lo militar contra la tiranía de los explotadores oligarcas e imperialistas, acrecentaremos nuestra lucha en el marco de la Guerra Revolucionaria.”

Tampoco el Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP se libra de la crítica de las FPL, y en otro artículo que lleva por título “El FAPU trata de desacreditar acciones guerrilleras” la emprende contra esta iniciativa unitaria surgida desde un sector al interior del ERP a principios de 1974 y que marca el inicio de las organizaciones populares de masas.

Inicia esta diatriba indicando que “En publicación fechada el 16 del presente y responsabilizada por el FAPU a través de un “sector” del mismo se ha incluido entre una serie de hechos criminales realizados por el gobierno nada menos que una| de las operaciones revolucionarias de las FPL.”  Se refiere a la campaña de las FPL de atentados con explosivos a diversas instituciones gubernamentales incluida la Guardia Nacional.

Considera El Rebelde que “esa publicación muestra que hay dirigentes del FAPU incapaces de comprender el trascendental significado de estas acciones revolucionarias de las FPL.”

Concluye enjuiciando la naturaleza unitaria del Frente de Acción Popular Unificada, FAPU, afirmando que  “lo verdaderamente lamentable que evidencia esa publicación, es la situación ideológica-política en que ha venido a caer el FAPU. Este frente, creado como un medio de alianza basado en el trabajo conjunto con los dirigentes oportunistas de los organismos tradicionales de masas, proclamó la necesidad de unirse en un solo canal orgánico con diversos sectores, incluyendo a los revisionistas, para la lucha por reivindicaciones económicas y democráticas, considerando necesario hacer concesiones ideológicas a los mismos como medio para “llegar a las masas.”

Agrega que “tales cálculos que no están basados en una evaluación realista de la situación en las fuerzas populares en un periodo en que ya la guerra prolongada del pueblo ha iniciado su marcha, pronto fracasaron estrepitosamente: los oportunistas con su doble juego favorable a la burguesía, con su deshonestidad política y deslealtad característica hacia sus aliados, siguieron sus propios planes y dejaron plantado al “nuevo frente”: ni sirvieron de vehículo para que elementos más avanzados llegaran a las masas, ni siquiera ser desenmascarados ideológicamente en el seno de las mismas como proclamaban estos. Como siempre, los oportunistas jugaron su propia carta marrullera frente a sus pretendidos “aliados” y, el aspirado frente “amplio” se estrechó y estancó.”

Analiza que “la práctica demostró lo equivocado de tal concepto de alianzas. Pero una política conciliadora deja huellas negativas en quienes la practican. La conciliación con los oportunistas es una política pequeño-burguesa  y conduce no hacia la elevación de la conciencia revolucionaria, sino hacia la hegemonización ideológica por parte de los estratos más retrasados de la pequeña-burguesía y, por esa vía, conduce a caer bajo la influencia del pensamiento burgués.”

El Rebelde No. 27 concluye con una nota biográfica sobre Farabundo Martí y la Insurrección de 1932, en la que se indica que  él fue “hombre excepcional, de firmes convicciones revolucionarias, que luchó por la causa del proletariado, fuera y dentro de nuestras fronteras. Es esa la razón por la cual las FPL llevan con orgullo su nombre, que es un símbolo revolucionario del pueblo, y porque anhela continuar con nuevo impulso la lucha emprendida por él y culminar el gran ideal que iluminó el camino de FARABUNDO MARTI: LA REVOLUCION SOCIALISTA.”

La apuesta por la lucha ideológica. 2012. Josep Ramoneda

Mitt Romney ha entendido que las elecciones se ganan en el terreno ideológico. Y que la cultura digital empuja en esta dirección.

Con la elección de Paul Ryan como compañero de candidatura, el candidato republicano Mitt Romney ha optado por la lucha ideológica. De este modo, se suma a los que piensan que movilizar a los electores en torno a unas ideas, aunque sean simples y toscas, es una baza decisiva para la batalla electoral. Y se distancia del mito de que las elecciones se ganan con la moderación y con el desplazamiento hacia este vaporoso espacio llamado centro.

El Tea Party, ante el conformismo del poder establecido republicano, se ha convertido en la bandera de referencia del partido, la única capaz de generar consignas, contagio y entusiasmo, y Mitt Romney ha decidido acercarse a este grupo en busca de una campaña desacomplejada, montada sobre la forma clásica de la lucha entre el amigo y el enemigo, nosotros (salvadores de Estados Unidos y de sus valores individualistas) contra los otros (traidores que entregan el país al colectivismo). Paul Ryan representa más que nadie este espíritu de batalla. Y de él se espera que movilice a las bases a un combate sin tregua por todo el país. Algunos sectores del propio partido republicano han expresado su inquietud por una decisión que radicaliza la figura de Mitt Romney y la aleja del electorado moderado. Ante el protagonismo de la derecha radical, electores defraudados por Obama, podrían resistirse a cruzar la frontera electoral.

Algunos comentaristas han llegado incluso a decir que, con la apuesta por Ryan, los republicanos habían perdido ya las elecciones. Sin embargo, un ideólogo como William Kristol, referente del llamado neoconservadurismo, ha ridiculizado los miedos del aparato republicano. Su argumento es que cada vez que los dirigentes del partido han caído en el pánico o en la aprehensión por la osadía de los proyectos de sus líderes —como con Reagan en los 80, con Gingrich en 1994, o con el Tea Party en 2010— a la derecha le ha ido de maravilla. Y cuando los hombres fuertes del partido se han sentido confiados y complacidos con las estrategias en curso —como con Bush padre a finales de 1991 y con Bush hijo a principios de 2005— los republicanos han ido al desastre. En realidad, lo que está diciendo Kristol —y Mitt Romney ha hecho efectivo— es que la lucha ideológica es fundamental para ganar batallas políticas.

Que el fin de las ideologías es un camelo. Que la posición ideológica sigue siendo el primer criterio de voto de los ciudadanos. Y que para ganar las elecciones lo primero que hay que conseguir es el pleno de los electores propios, y eso solo es posible cohesionándolos en torno a unas ideas y contra un adversario identificado como enemigo. Si consigues agrupar al electorado tradicional puede que el centro te caiga por añadidura, sin asegurar la plena movilización de los tuyos no hay centro que valga, por muy moderado que sea el discurso.

Efectivamente, creo que Romney y Kristol tienen razón. El candidato ha hecho la única opción que le puede dar la victoria: la confrontación frontal entre dos ideas de Estados Unidos. Es probable que pierda, pero esta es la única vía que le puede dar alguna opción para ganar. Sobre todo teniendo en cuenta que la situación de Estados Unidos no es la misma que la de Europa, porque la dimensión de la crisis es distinta. En Europa, la gestión de la austeridad carboniza al que gobierna, sin distinción de siglas. Obama está desgastado pero no quemado, ha perdido carisma porque el cambio que propuso ha quedado en casi nada, pero todavía tiene margen político.

En las democracias avanzadas se ha instalado el tópico de que las diferencias ideológicas son menores, que las elecciones se ganan por desgaste, que los proyectos políticos poco importan y que finalmente lo que pesa es la gestión. Es un discurso con trampa, que ha sido extremadamente útil para la consolidación de la hegemonía conservadora. La derecha desacredita lo público, proclama la inviabilidad del Estado del bienestar, promueve la desregulación masiva y recupera los viejos acentos morales de raíz religioso; al mismo tiempo, dice que las ideologías han muerto, es decir, que no hay alternativa, como modo desahuciar a una izquierda sin proyecto ni palabra. La derecha sabe que es la ideología la que gana las elecciones.

Solo algunos ejemplos. La derecha volvió al poder en España cuando Aznar comprendió que solo gobernaría si ganaba la batalla ideológica. Y de hecho pese al tremendo desgaste del PSOE, no ganó en 1993 y ganó por los pelos 1996. Solo en 2000 hizo el salto a la mayoría absoluta, porque fue en su primera legislatura cuando dio definitivamente el vuelco y la derecha se hizo ideológicamente mayoritaria en España.

Nicolas Sarkozy llegó a la presidencia francesa gracias una campaña que él mismo ha explicado como de confrontación ideológica en que trató de dinamitar las bases del pensamiento de la izquierda e incluso de la cultura republicana y construir una nueva Francia aunque, una vez en el poder, pronto quedó prisionero de la Francia eterna, a la que él mismo había servido sin rechistar durante muchos años.

Obama entendió el problema. Y su victoria se fundó en una ofensiva ideológica sin precedentes, en forma de reconciliación de la nación americana frente a la fractura propiciada por el complejo militar, financiero y religioso pentecostalista que dio soporte a Bush hijo. Después, quedó también atrapado en las redes del poder, pero la ideología le dio la victoria y ahora le lastra con la carga de la frustración.

Este reconocimiento de la importancia de la ideología, sintoniza con la cultura digital. En el universo digital la base del éxito está en las llamadas comunidades, en conseguir atraer en torno a cualquier proyecto (cultural, político, social) a un número muy importante de personas, capaz de hacer masa crítica y expandirse, que se sientan plenamente implicados. Todo en Internet tiene tendencia a lo efímero, las comunidades también. Por eso consolidar una comunidad requiere elementos identitarios que la diferencien y que al mismo tiempo den conciencia de pertenencia a sus miembros. Esta necesidad de crear identidad para agrupar y activar a muchísimas personas tiene indudablemente un efecto de afirmación y radicalización de las ideas. Y más en un contexto en el que abunda el mensaje breve, simple y escasamente matizado. Lo vemos en la prensa que cada vez se está inclinando más hacia el modelo amigo-enemigo.

Hay condiciones para un retorno a la confrontación ideológica. La derecha lo ha tenido claro siempre. La última batalla ideológica de la izquierda europea fue la famosa tercera vía de Tony Blair pero resultó que no conducía al futuro sino a la derecha. Quien tiene la hegemonía ideológica tiene garantizada la hegemonía política.

Curiosa paradoja de la red universal: salta fronteras, da nuevos poderes a la autonomía del individuo, favorece la dispersión y la provisionalidad, pero, a la vez, nos abruma con la hipermemoria y la recuperación (a través de la gran nube o biblioteca infinita) y reconstruye los espacios comunitarios dotados de fuertes referentes simbólicos. La red favorece la confrontación ideológica. Pero para que el debate sea verdaderamente democrático, un ejercicio de transparencia, persuasión y respeto, se requieren ideas y proyectos, no solo garrotazos populistas. De momento, el protagonismo lo tiene la ruidosa restauración conservadora —de la que el Tea Party es emblema, pero que en España el PP ha hecho suya sin complejos, con Gallardón y Wert como autores intelectuales—, con su alianza con lo religioso y con el valor siempre seguro del nacionalismo. A la izquierda toca desperezarse, perder complejos y entrar en una batalla política que, como Romney ha entendido, cada vez requiere más armamento ideológico.

Algunos apuntes sobre la lucha ideológica en la izquierda salvadoreña. Roberto Pineda. 7 de febrero de 2020

Introducción

No es casual que V. I. Lenin inicie su famoso Qué hacer?[1] con una breve cita de una carta de Lasalle a Marx:  “…La  lucha  interna  da  al  partido  fuerzas  y vitalidad; la prueba más grande de la debilidad de un partido es la amorfía y la ausencia de fronteras  bien  delimitadas;  el  partido  se  fortalece depurándose…”[2].

Desde que surge y a lo largo de la historia del marxismo como teoría emancipadora, sus periodos de mayor florecimiento han estado siempre vinculados a intensas luchas sociales, acompañadas de profundos debates acerca de la teoría revolucionaria, de la estrategia y la táctica, así como la definición del sujeto histórico , el instrumento de cambio y la utopía social.

A la vez el desarrollo del marxismo y de los procesos revolucionarios a nivel internacional y nacional,  ha estado vinculado permanentemente a frecuentes rupturas ideológicas y orgánicas. La realidad es contradictoria, compleja, en determinado momento, en todo proceso social y de pensamiento, lo nuevo sustituye  a lo viejo y también, se produce un salto de calidad. Es de esta manera que se avanza inevitablemente en los procesos histórico sociales, mediante crisis, a través de rupturas.  Y esto no es nuevo, ya lo decía en la antigüedad Heráclito el oscuro bañista de Éfeso.

A continuación, abordamos la temática de la  lucha ideológica, desde el marxismo, en su vertiente tanto histórica, internacional como la experiencia de diversos momentos de la izquierda salvadoreña y sus múltiples expresiones de lucha ideológica contra el sectarismo, oportunismo, dogmatismo y empirismo, en el marco de su ya centenaria trayectoria histórica.  El Manifiesto Comunista[3] de 1848 por su parte, significó la declaración de guerra del trabajo contra el capital.

El marxismo nace en el crisol de la lucha y el debate

La doctrina de Carlos Marx y de Federico Engels[4] nace en el fragor, en el crisol de una intensa lucha ideológica contra otras tendencias que disputaban la dirección del movimiento obrero en la mitad y finales del siglo XIX. La I y luego la II Internacional fueron el escenario de estos encarnizados debates, en los cuales los fundadores Marx y Engels y posteriormente Lenin desde la III Internacional ,se enfrentaron a anarquistas y a revisionistas (reformistas,  oportunistas). Este enfrentamiento se desarrolló en dos frentes, contra los anarquistas y contra los reformistas.

  1. El enfrentamiento del marxismo con los anarquistas

Los anarquistas rechazan cualquier tipo de autoridad y enfatizan la libertad individual. Asimismo niegan todo tipo de institucionalidad, incluyendo la del Estado, Propiedad Privada, Iglesia, Familia  y  Partido Político.  Algunos de ellos  reconocen la validez de la lucha sindical y reivindican como forma principal de lucha la huelga general, como mecanismos de la clase obrera para la destrucción del Estado capitalista, y la creación de una sociedad basada en comunidades autosuficientes, colectivos libertarios altamente educados que ejercen el sufragio universal.

Marx en 1847 escribe su obra Miseria de la Filosofía[5] en la cual desmorona las tesis del pensador anarquista Pedro-José Proudhon,  en particular su noción sobre  la abolición inmediata del Estado y sobre la autonomía. Marx era de la opinión que el Estado no se destruye sino se extingue históricamente y que se necesitaba una organización y conducción política del proceso revolucionario y la conquista del poder político.

Marx identifica las tesis anarquistas  como reflejo de la visión de la pequeña burguesía y luego se enfrenta en el seno de la Primera Internacional o Asociación Internacional de los Trabajadores, -fundada en Londres en 1864- con otro principal teórico del anarquismo, Miguel Bakunin, quien consideraba que el sujeto de la revolución eran los sectores de capas medias,  incluyendo al lumpenproletariado,  estudiantes y no la clase obrera. En 1872 los anarquistas son expulsados de la I Internacional. Esta división ideológica entre marxistas y anarquistas subsiste hasta nuestros días.

     b) El enfrentamiento del marxismo con los oportunistas

Otro frente de lucha ideológica y política está constituido por los llamados revisionistas, oportunistas o reformistas. A diferencia de los anarquistas, los revisionistas consideran que  la revolución social surgirá como resultado del desarrollo de las fuerzas productivas por lo que no se necesita una acción revolucionaria que la organice e impulse. Son partidarios de realizar reformas graduales al capitalismo y no de cambios estructurales, por lo que enfatizan la lucha parlamentaria, electoral y rechazan la violencia revolucionaria.

Le correspondió principalmente a Federico Engels desplegar la lucha ideológica contra esta tendencia, al interior tanto de la II Internacional  -surgida en 1889 en Inglaterra – como del Partido Socialdemócrata Alemán, que era el destacamento marxista más importante de finales del siglo XIX. Esta nueva internacional estaba integrada ya por partidos políticos de la clase obrera.

Engels en diversos escritos enfatizó sobre la necesidad de mantener el carácter revolucionario de la actividad de los partidos obreros llamados  entonces socialdemócratas y no ser asimilados al sistema capitalista y sobre la amenaza del reformismo como expresión clara de la ideología burguesa sobre las fuerzas del proletariado.

Posteriormente los marxistas, entre estos Lenin y Rosa Luxemburgo[6]  se enfrentaron  a Eduardo Bernstein[7], quien como dirigente del partido Socialdemócrata Alemán impulsa una política de conciliación con la burguesía, a la cual se suma luego otro dirigente alemán, Carlos Kautski[8].  Bernstein planteaba que el capitalismo tenía el potencial de mejorar las condiciones de la clase obrera por lo que no se necesitaba una revolución, sino la realización de lucha por reformas, por cambios graduales y pacíficos.

La II Internacional juega un papel reaccionario al respecto de la Primera Guerra Mundial 1914-1918, donde permitió que cada partido de la clase obrera apoyara a su propia burguesía. Se disuelve en 1940 y es refundada en 1951 con el nombre de Internacional Socialista. El desaparecido Movimiento Nacional Revolucionario, MNR de Guillermo Manuel Ungo formo parte de esta agrupación mundial de partidos socialistas y socialdemócratas.

En 1919 y ya en el marco del surgimiento en Rusia del primer Estado obrero de la historia, se crea precisamente en Moscú la III Internacional o Internacional Comunista, bajo la visión de V. I Lenin, e integrada exclusivamente por partidos comunistas. Esta agrupación internacional o partido mundial obrero, es disuelta en 1943. A partir de ahí surge el Movimiento Comunista Internacional y luego el campo socialista. En la actualidad, luego de la debacle de 1989,  únicamente la República Popular China, Vietnam, Republica Popular y Democrática de Corea y Cuba, son estados conducidos por partidos comunistas.  

La lucha ideológica en un mundo neoliberal globalizado

Hoy por hoy, luego del derrumbe del llamado “socialismo real” a partir de noviembre de 1989 y la imposición de un discurso único procedente de los centros hegemónicos del capitalismo globalizado, en la actualidad capitalismo digital, las ideas del marxismo han sido sometidas a una crítica  sistemática[9].

El discurso neoliberal sostiene que vivimos en un mundo en el que la Tecnología de Mercado y el comercio mundial garantizara mediante la productividad, la satisfacción de las necesidades humanas, y en donde las ideas de solidaridad están desfasadas y han sido substituidas por las de eficiencia, y éxito. Incluso se habla de socialismo de mercado, de teología de la prosperidad, del fin de las ideologías, etc.   

No obstante esto, la resistencia popular global a este modelo inicia a finales de  1999 en Seattle con una serie de movilizaciones  multitudinarias en contra de una reunión de la Organización Mundial de Comercio, OMC.  Surge el movimiento antiglobalización, que en estos últimos 20 años ha asumido diversas facetas.  E interesantemente, concurren en su construcción esfuerzos tanto de marxistas, como de socialdemócratas y de anarquistas.

Y así como este movimiento antiglobalización se caracteriza por su diversidad ideológica, también lo es en términos de la construcción de una propuesta popular global, de una alternativa teórica ante este modelo neoliberal, y con mayor profundidad, ante la visión positivista del pensamiento eurocéntrico[10].

Observamos  un proceso de búsqueda y de múltiples iniciativas, desde el marxismo y desde el feminismo, en un arco iris que incluye desde América Latina y el Caribe, las visiones liberadores de  la Educación Popular de Freire, la teología de la liberación, la investigación-acción participativa, la decolonialidad, entre otros aportes.

Momentos de la lucha ideológica en El Salvador

Así como en la Europa del siglo XIX, el marxismo surge en El Salvador [11] vinculado a intensas luchas sociales y en medio de polémicas políticas e ideológicas con otras corrientes, como la anarquista y la reformista, entre otras. Estos debates de casi un siglo han atravesado por diversos momentos.

Podemos caracterizar a grosso modo diez momentos principales de auge de la lucha ideológica: el momento de la FRTS 1924-1929, el momento del PCS 1930-1932; el momento de la lucha antifascista y antimartinista 1941-1944; el momento del osorismo 1948-1956; el momento del despliegue de la lucha de masas 1956-1970; el momento del surgimiento de la nueva izquierda  y la polémica con el PCS 1970-1979 ; durante la Guerra Popular Revolucionaria 1980-1992; en el marco de  la negociación con GOES 1990-1992; al interior del partido FMLN, 1992-2019, y el último periodo a partir de junio de 2019.

a)La pugna entre anarquistas, oportunistas y marxistas en La Regional

La formación en 1924 de la seccional salvadoreña de la Federación Regional de Trabajadores Salvadoreños, FRTS[12], constituyó un importante paso de avance en el proceso de unidad y lucha de la clase obrera salvadoreña, en ese momento de carácter artesanal. Durante sus primeros cinco años a la par del impulso de luchas reivindicativas se desarrolló una intensa lucha ideológica entre anarquistas, reformistas y marxistas.

En 1929 los marxistas[13], que un año después formarían el Partido Comunista de El Salvador, PCS, habían ya desplazado a los anarquistas y reformistas de la conducción sindical. En el caso de los reformistas, estos todavía estaban organizados en sindicatos que incluían obreros y patronos.   Los marxistas defendieron frente a los anarquistas la necesidad de la lucha política por la conquista del poder y frente a los reformistas la necesidad de asumir la lucha de clases como principio rector de su accionar sindical. 

En su visión internacional, lo crucial en la FRTS y Universidad Popular fue el apoyo popular al levantamiento de Sandino en las Segovias contra los “machos” invasores, al cual incluso se envió un contingente simbólico a combatir, encabezado por Agustín Farabundo Martí.

b)Las polémicas iniciales entre comunistas del periodo 1930-1932

La primera generación de comunistas salvadoreños estuvo caracterizada socialmente por una fuerte presencia de artesanos, entre zapateros, sastres, panaderos, talabarteros, etc. Asimismo el nivel de formación ideológica era mínimo, lo cual era complementado por una sólida disposición combativa.

Comunistas de otros países contribuyeron solidariamente a las labores de educación política, mexicanos, peruanos y venezolanos, entre estos Jorge Fernández Anaya[14], Jacobo Hurwitz[15] Zender y Ricardo Martínez[16].  

Los núcleos del debate estuvieron influenciados por la situación nacional e internacional y tenían como ejes principales la participación electoral, sobre las alianzas, sobre la caracterización del régimen de Martínez y sobre la insurrección.

El primer gran debate sobre la validez de la lucha electoral, al interior dela izquierda salvadoreña,  o sea del PCS,  tiene lugar en octubre de 1931, durante el gobierno de Arturo Araujo, meses antes del golpe de estado del 2 de diciembre de ese año, dado por el General Martínez.  Un sector, representado por sectores vinculados a la FRTS y la JC rechazaba la participación electoral argumentando que la prioridad debía ser el fortalecimiento orgánico mientras otro sector, básicamente intelectual, la apoyaba bajo la premisa que esto les permitiría crecer y acercarse a otros sectores. Al final predominaron estos últimos, incluso con el respaldo del Farabundo Martí, que representaba al Socorro Rojo.

Por otra parte, los comunistas desplegaron una sistemática denuncia de los atropellos represivos  y políticas antipopulares del gobierno de Arturo Araujo, desde el 1 de marzo hasta el 2 de diciembre, lo cual bloqueó la posibilidad de establecer un frente común, -una alianza política con los araujistas-  posteriormente contra las corrientes golpistas militares y oligárquicas que al apoderarse del poder, ejecutaron una aplastante matanza popular e indígena.

A nivel partidario se debatía sobre la conveniencia de establecer alianzas con el laborismo impulsado por Arturo Araujo y Alberto Masferrer, que desde una visión  reformista disputaba el movimiento de masas.  Al final reitero predomino una visión sectaria que luego influyó fuertemente en el desenlace de la insurrección indígena de enero de 1932

Incluso luego del golpe como PCS se tuvo una actitud pasiva y dubitativa  e incluso de expectativa, lo cual le permitió al astuto General Martínez desarrollar su proyecto de hacerse del gobierno.  Martínez supo ocultar sus nexos oligárquicos y aprovechar el levantamiento indígena para consolidar su régimen incluso en contra del gobierno estadounidense, que luego se vio obligado a reconocerlo. Estos errores políticos condujeron al aislamiento y la posterior  destrucción del movimiento popular y el casi desaparecimiento de su entonces vanguardia política, el PCS.

Otra polémica fue ya a finales de 1931 sobre la naturaleza del golpe de estado de Maximiliano Hernández Martínez. Un sector opinaba que había que esperar y no precipitarse mientras otro planteaba la necesidad de denunciarlo y combatirlo antes que tomara fuerza, como en los hechos ocurrió. Y finalmente sobre la conveniencia del levantamiento insurreccional, un sector argumentaba que era una actitud suicida e irresponsable, y había que resguardar a la vanguardia, mientras otro –que fue el que predominó-que aunque así fuera, no podía  dejarse a los sectores populares ir solos al combate, había por principios que acompañarlos. Y así se hizo.

c)La lucha antimartinista 1941-1944

A partir del ataque japonés  a Pearl Harbor en 1941 se da un cambio en la situación política nacional,  debido a que el régimen martinista atemorizado ante sus veleidades profascistas, le declara la guerra al eje y limpia su aparato estatal de reconocidos fascistas. Esta situación fue aprovechada tanto por sectores democráticos como por sobrevivientes del PCS para impulsar la organización y movilización popular.

Sectores profesionales y militares inician procesos conspirativos los cuales desembocan en el levantamiento cívico-militar del 2 de abril y posteriormente en el desarrollo de la Huelga General de Brazos Caídos que logra la salida del tirano el 8 de mayo de 1944.  Los comunistas participan en la conspiración  anti dictatorial y luego aprovechan la breve apertura democrática (mayo-octubre 1944)  para discutir sobre diversas temáticas, entre estas la conveniencia de salir de nuevo a la calle como PCS; la naturaleza de la Unidad Nacional de Trabajadores, UNT; la necesidad de participar dentro o de una alianza con los demócratas del Partido de Unidad Democrática, PUD.  

Con relación a la salida a las calles como PCS unanimente se decide mantener el carácter clandestino de la vanguardia; sobre si la UNT era central obrera o frente político se inclina la discusión hacia lo último. Otro aspecto del debate era si fortalecer el instrumento propio (la UNT) con Alejandro Dagoberto Marroquín[17] -recién regresado de México- como candidato presidencial, o fortalecer el instrumento amplio, el PUD, organizado por Agustín Alfaro Moran[18] y que llevaba como candidato presidencial al Dr. Arturo Romero, llamado el Hombre Símbolo de la Revolución, que no se cansaba de repetir “menos machetes, más escuelas.”[19]

Al final prevaleció la idea de apoyar al PUD, una decisión que reflejaba una mayor madurez política, inconcebible en el año de 1931. Hay que señalar que miembros de la dirección del PCS, como el Dr. Antonio Díaz[20], formaban parte asimismo de la dirección del PUD.

d)La pugna entre osoristas y revolucionarios en el PCS 1948-1950

El 14 de diciembre un grupo de militares jóvenes dan un golpe de estado e inician un proceso inédito de modernización del estado, demagogia social   junto con represión del movimiento sindical y estudiantil. Los golpistas logran el apoyo de sectores profesionales e intelectuales que habían participado en la lucha contra el General Martínez, y que gozaban de algún prestigio, entre estos Reynaldo Galindo Pohl[21].

Esta marejada reformista arrastró, cooptó también a dirigentes del PCS, incluido su secretario general, el Dr. Julio Fausto Fernández[22], los cuales por su actitud entreguista, oportunista,  fueron expulsados de la organización en 1950 durante el IV Congreso, que elige al sastre Daniel Castaneda como secretario general[23].   

La actitud de Fernández no fue casual. Una parte de la intelectualidad del PCS fue influenciada ya en las postrimerías de la II Guerra Mundial por las tesis oportunistas de conciliación de clases, sostenidas por el comunista estadounidense Earl Browder[24].  Otro grupo, encabezado por los santanecos Daniel Castaneda y  Virgilio Guerra las rechazaron rotundamente. Estos dos legendarios comunistas habían rubricado en octubre de 1943 un famoso Memorial contra Martínez que salió publicado en el diario Latino.

e) Las pugnas en el despliegue de la lucha de masas 1956-1970

La llegada al gobierno del Coronel José María Lemus en 1956 originó inicialmente una breve apertura democrática que permitió el regreso de los exilados, muchos de estos comunistas. Regresaron de Chile, de Argentina, de Costa Rica y de México. De Chile regresó el usuluteco Schafik Handal[25].

Esta apertura  permitió la consolidación y creación de nuevos frentes de masas, incluyendo la Asociación de Estudiantes Universitarios, AEU[26], impulsada por Jorge Arias Gómez[27] y que vino a fortalecer a la Asociación General de Estudiantes Universitarios Salvadoreños, AGEUS[28],  Fraternidad de Mujeres Salvadoreñas[29] impulsada por Rosita Braña de Castellanos, la Confederación General de Trabajadores Salvadoreños, CGTS[30], y de varios partidos democráticos, incluyendo el Movimiento Revolucionario Abril y Mayo, PRAM[31], con participación de comunistas. Y llevó a finales de1960 a la creación del Frente Nacional de Orientación Cívica, FNOC[32].  La Revolución Cubana viene a constituir en este periodo un parteaguas histórico con profundas repercusiones ideológicas.

Entre los núcleos de la polémica se encontraban los de la vía de la revolución, las llamadas entonces fuerzas motrices, y la política de alianzas.  

El triunfo de la Revolución Cubana junto con el golpe de estado de enero de 1961, fueron una fuente de inspiración para la creación del Frente Unido de Acción Revolucionaria, FUAR,  alrededor del cual se nuclearon los sectores populares políticamente más avanzados y radicalizados. Frente a esta tendencia, sectores conservadores encabezados irónicamente por Salvador Cayetano Carpio[33] criticaron este esfuerzo acusándolo de izquierdista y clamaron por regresar de nuevo a las tareas reivindicativas en los locales sindicales.

Las luchas populares pusieron de manifiesto que las fuerzas interesadas en la destrucción de la dictadura militar de derecha, que era la tarea política de orden estratégico,  no podían estar confinadas a la clase obrera sino que requerían la participación de otros sectores, en particular el estudiantado universitario le disputaba a la clase obrera esta responsabilidad histórica. Esto implicaba el desplegar una política de alianzas basada en la amplitud. 

f) El surgimiento de la nueva izquierda en polémica con el PCS 1970-1980

Luego de 40 años de navegar solitario en el estuario del movimiento popular, el PCS presenció el aparecimiento de otras embarcaciones político-militares que con su velocidad y estilo desenfadado le disputaban su tradicional hegemonía en las aulas universitaria y los locales sindicales.

En abril de 1970 surgen las Fuerzas Populares de Liberación “Farabundo Martí”, FPL,  y en marzo de 1972, el Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP,  se da a conocer públicamente, teniendo como antecedente a El Grupo. Posteriormente surgiría la Resistencia Nacional en mayo de 1975 y el Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos, PRTC en 1976. Otras organizaciones de izquierda  como Bases Obreras terminaron integrándose a las cinco mencionadas, que constituirían el FMLN en octubre de 1980.

Este momento es el periodo más rico e intenso en términos de lucha ideológica de la izquierda y desembocó  en la formación de cinco ejércitos bajo una prolongada coordinación político-militar  a partir de octubre de 1980, la Comandancia General del FMLN. La lucha ideológica se realiza de manera cuasi pública, en locales sindicales y en la UES y adquiere un carácter masivo, se desarrolla mediante instrumentos propagandísticos,  entre libros, boletines y periódicos[34].

Cada fuerza construye su aparato teórico y su visión estratégica. Cada fuerza cuenta con un instrumento principal, en el caso del PCS es el periódico legal Voz Popular  y la revista Fundamentos y Perspectivas; en  el caso de las FPL es el boletín El Rebelde ( inicia octubre de 1972) y la revista Estrella Roja (cinco  números) , en el caso del ERP es los boletines El Combatiente y Prensa Comunista (inicia mayo de 1975) ; en el caso de las RN es Por la Causa Proletaria (inicia octubre de 1972) y el boletín del FAPU, Pueblo y su revista Polémica.

Los núcleos de debate principales están centrados en los siguientes temas: vía de la revolución (visión insurreccionalista de ERP,RN, PCS, visión de Guerra Popular Prolongada de FPL, visión regionalista de PRTC); formas de lucha (armada de FPL, ERP,RN y PRTC y electoral del PCS) caracterización de régimen ( tiranía fascistoide de FPL, fascista de ERP; en escalada fascista de PCS, de contrainsurgencia de PRTC) y de revolución (democrática, antioligarquica y antiimperialista de PCS)

g)  En el marco de la Guerra Popular Revolucionaria 1981-1989

En este periodo[35] podemos encontrar como  ejes del debate los siguientes: el problema del poder, de las alianzas, el carácter y vía de la revolución, y la unidad de la izquierda. 

La lucha ideológica adquiere en este periodo características novedosas. Cada partido construye sus propios mecanismos de difusión y propaganda. Quizás el más desarrollado fue el de Sistema Venceremos, que incluye a la famosa Radio Venceremos, que ubicada en Morazán trasmite la visión del ERP-FMLN para el país y el mundo entero.  Le sigue la Radio Farabundo Martí de las FPL-FMLN basada en Chalatenango. Las RN trataron de contar con su Radio Guazapa pero no les fue posible sostener el proyecto. En el caso del PCS y el PRTC optaron por proceso unitarios, como la Radio Unidad, que no cuajaron.  Mucho del esfuerzo propagandístico de las 5 fuerzas se realiza desde la llamada retaguardia estratégica, desde la Managua Sandinista.

h) En el marco de la negociación 1990-1992

En este momento  la lucha ideológica da un salto de calidad ya que significa discutir sobre el sistema político del país, hubo cuatro ejes: desmilitarización, (incluyendo depuración de las fuerzas armadas) , democratización, reconstrucción y reconciliación. En cada uno de estos puntos había diferencias entre el FMLN y el GOES, así como entre los cinco partidos leninistas que integraban el FMLN.  

Una de las lecciones principales es que en la mesa de negociación no puede ganarse lo que no se ha ganado en el campo de batalla.  Eso explica el concepto de revolución diferida así como las sucesivas rupturas políticas ya del FMLN como partido político, como resultado que el enemigo que los unificaba política pero no ideológicamente, la dictadura militar, estaba en proceso de desmantelamiento. 

Sobre la desmilitarización de la sociedad al interior del  FMLN había dos visiones: la que sostenía  la necesidad por principio de destruir al ejército y una visión más pragmática y realista  que terminó predominando,  que reconocía la correlación de fuerzas como decisiva, y que no se podía destruir legalmente a un enemigo que no había sido derrotado militarmente.

Sobre la depuración de las fuerzas armadas, unos sostenían la necesidad que los militares violadores de derechos humanos y responsables de masacres fueran enjuiciados pero otros concluyeron que lo único realista en la negociación era identificarlos y darles de baja, para lo que se crea la Comisión de la Verdad. Sobre la democratización, algunos manejaban la posibilidad de un cogobierno de transición, pero al final se concluye en  una  profunda reforma política y constitucional, que establece una nueva instancia electoral, y de seguridad pública.

Sobre la reconstrucción se pensó casi unánimemente que los Acuerdos de Paz  daban la base para una reorganización del sistema productivo y se hablaba entusiastamente de una economía alternativa, pero al final la imposición  del modelo neoliberal con sus privatizaciones y despidos, mostró quienes eran realmente los dueños del país. En términos de reconciliación,  no fue ni siquiera discutida, y una apresurada Ley de Amnistía vino a  silenciar temporalmente las voces que exigían justicia.   

i) Al interior del partido FMLN, 1992-2019

El fin de la dictadura militar y la profunda reforma del Estado salvadoreño lograda mediante los Acuerdos de Paz marcaron el inicio de un nuevo periodo histórico, inédito, de lucha democrática en el contexto de una sociedad con una arraigada cultura autoritaria y violenta. Dos momentos, como oposición y como gobierno simbolizan este periodo.

Como oposición política (1994-2009) fueron 15 años en los que el FMLN se dedicó de manera sistemática a enfrentar la avalancha neoliberal representada en los gobiernos de ARENA y a nivel interno, fueron creándose las condiciones para un modelo de partido parlamentario, unificado desde 1995, con presencia creciente en las principales alcaldías y preparándose para acceder a la presidencia.

Cómo gobierno  fue una experiencia inédita y estuvo influida además por procesos continentales de este mismo tipo, particularmente las experiencias de Venezuela y Brasil. Luego del 2009 y ya en el gobierno se presentan distintos debates: la relación entre FMLN y el presidente Mauricio Funes, entre FMLN y Gobierno, y sobre gobernabilidad o crisis gubernamental.

Ya desde la campaña en 2008 el FMLN comprendió que la personalidad de su entonces candidato Mauricio Funes iba a significar una relación complicada, pero se pensó que los números de las encuestas justificaban la selección del joven periodista. Ya en la presidencia esta relación fue muy tensa. Funes arrastró al FMLN a una relación anti-oligárquica pero pro-imperialista, de medio administrar el modelo vigente.

Durante el segundo gobierno estos ejes de debate y esta caracterización se mantienen pero en octubre de 2017 se abre una peligrosa crisis con la expulsión del entonces Alcalde de San Salvador, Nayib Bukele, de las filas del FMLN. El FMLN se divide entre los que justifican esta expulsión y aquellos que consideran que fue una medida precipitada y políticamente equivocada, dado los márgenes de respaldo popular de que goza este personaje. En las elecciones legislativas y municipales de 2018 el FMLN sufre una derrota política y electoral.

En mayo de 2018 se abre un debate alrededor del enemigo a vencer en las elecciones presidenciales de febrero de 2019. Un sector señala a Nayib Nukele y su partido Nuevas Ideas y no ARENA, pero otro sector se diferencia de esta tesis. En las elecciones presidenciales, Bukele logra una aplastante derrota sobre los candidatos tanto de ARENA (Calleja) como del FMLN (Martínez) y es elegido presidente 2019-2024.

j) Último periodo a partir de junio de 2019.

Las sucesivas derrotas electorales de 2018 y 2019 precipitaron una profunda crisis política e ideológica al interior del FMLN y desembocaron en junio de 2019 en el desplazamiento parcial de la antigua conducción política surgida en el 2004. Esta es una crisis que aún no ha sido resuelta y de la modalidad de su solución depende el futuro de este instrumento político de izquierda. Existen tres escenarios para tres agrupaciones: el de una sucesión pactada, el de una imposición aceptada o de una ruptura inevitable. Lo más recomendable sería la opción de una salida pactada que permita el relevo generacional sin rupturas.

La conducción anterior fue el resultado de una apuesta política desde sectores revolucionarios de las FPL y el PCS,  conducidos por Salvador Sánchez Ceren y Schafik Handal, llamados Corriente Revolucionaria Socialista, CRS y conocidos como “ortodoxos” que se enfrentaron  a sectores reformistas  de las FPL, encabezados por Facundo Guardado,  Oscar Ortiz, Gerson Martínez y Hugo Martínez, conocidos como “renovadores.” La CRS derrota a Oscar Ortiz y entonces Medardo González,  pasa a ocupar la coordinación del FMLN, y lo conduce por 15 años.

Los renovadores o reformistas prueban suerte con nuevos instrumentos políticos, inicia esta corriente al interior del FMLN,  en 1995 con el Partido Demócrata, PD,  que fue la primera ruptura y aglutinó a la vieja guardia del ERP y RN, incluyendo a Joaquín Villalobos, Ana Guadalupe Martínez  y Eduardo Sancho (Ferman Cienfuegos), en un segundo momento en el 2000 con Facundo Guardado con el Movimiento Renovador, MR y finalmente en el 2005 Francisco Jovel con el Frente Democrático Revolucionario. FDR. Oscar Ortiz decidió astutamente quedarse. A vez, pero por la puerta izquierda, salió del FMLN, Dagoberto Gutiérrez y formó en noviembre de 1996 la Tendencia Revolucionaria, TR, y luego el Movimiento por la Democracia Participativa, MDP y finalmente el Movimiento Nuevo País, MNP.

En junio de 2019 Oscar Ortiz pasa a ocupar la secretaría general del FMLN así como una nueva generación de dirigentes, bastante jóvenes. Uno de los  desafíos por lo tanto es el de combinar la inmensa voluntad de trabajo juvenil así como claridad política, con la experiencia acumulada en décadas de lucha. Pero el principal desafío radica en despojarse, orgánica y programáticamente, de estilos de trabajo burocratizados, incluyendo el electoralismo y pragmatismo,  y recuperar la confianza popular. Y esto no es una tarea fácil.

Durante estos siete meses hemos podido observar un esfuerzo sostenido de la nueva dirección del FMLN por recuperar el contacto con su base social, y de cohesionar su militancia en un marco muy complejo de acusaciones públicas de corrupción de algunos dirigentes[36], y defensa de permanentes ataques desde el Ejecutivo[37], así como de peligrosa reactivación  de la lucha fraccional subterránea y a veces hasta pública[38]

Desafíos actuales de la lucha ideológica

El marxismo salvadoreño, durante estos cien años ha acumulado una riquísima experiencia política e ideológica que incluye la lucha contra diversas manifestaciones de dogmatismo, empirismo, sectarismo y pragmatismo, entre otras expresiones de influencia del pensamiento burgués en sus filas. Por otra parte, es sabido que las ideas queden retrasadas de la realidad, que avanza con mayor rapidez que el pensamiento…

En el caso del dogmatismo, durante muchos años no se realizó un estudio sistemático de nuestra experiencia revolucionaria para extraer enseñanzas y se trasladó mecánicamente formatos de experiencias internacionales, las cuales eran valiosas, pero muchas veces no reflejaban nuestras particularidades a nivel de formación económico-social, tradiciones de lucha  y estado de animo de las masas.

Esto fue el caso de la experiencia revolucionaria del levantamiento de 1932, la cual fue interpretada  por décadas como expresión de aventurerismo, despojándola de su valiosa lección de lucha por el poder. Las FPL tienen el mérito en 1972 de recuperar esta combativa tradición vinculándola a la figura de Farabundo Martí.

En el caso del empirismo, este ha caracterizado buena parte de nuestra historia y militancia, y se manifiesta en la actualidad como la peligrosa ausencia del debate político así como de un proyecto de largo plazo y el énfasis en los últimos 28 años en plataformas electorales de naturaleza coyuntural. Esto explica las convenciones partidarias donde solo se llega a ratificar decisiones ya tomadas “arriba” sin ningún tipo de debate. 

El pensamiento conservador  a la vez nos ha bloqueado muchas veces la posibilidad de comprender que el proceso ha avanzado ya a otra fase de desarrollo y seguimos anclados a las viejas consignas y las antiguas formas de organización y lucha. Como ejemplo de esto es que cuando fuimos gobierno a partir de 2009 seguíamos actuando como si fuéramos oposición, y hoy que desde el 2019 estamos en la oposición,  muchas veces actuamos como si siguiéramos en el gobierno. Y también se expresa en diversas formaciones políticas minoritarias, que toman sus  ilusiones por realidades y pretenden realizar proyectos que solo son factibles en el porvenir, se manifiesta como espíritu aventurero, desligado de la realidad.

Conclusiones

En la historia de la izquierda como corriente ideológica y política internacional e histórica  los procesos de resolución de conflictos internos no han sido siempre los más felices ni mucho menos ejemplares. Contradicciones políticas entre revolucionarios se han vuelto antagónicas y han desembocado muchas veces en hechos lamentables.

Es en este contexto en el que la izquierda salvadoreña, incluido el FMLN como su principal expresión y acumulación histórica, atraviesa en la actualidad por una profunda, delicada y compleja crisis, inédita en su historia centenaria, una crisis de credibilidad popular, derivada principal pero no exclusivamente, de su gestión de diez años en la administración del Gobierno y su presencia en el Estado.  Pero es una crisis que puede y debe resolverse a lo interno de manera dialogada, evitando los subjetivismos y a lo externo con una profunda voluntad de cambio. Trabajemos para que así sea.-


[1] https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1900s/quehacer/index.htm

[2] Carta de Lasalle a Marx, 24 de junio de 1852.

[3] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm

[4] Pineda, Roberto. Los desafíos del marxismo en un mundo globalizado. https://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article2021

[5] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1847/miseria/index.htm

[6] https://www.rosalux.org.ec/biografia/

[7] http://www.filosofia.org/enc/ros/bernste.htm

[8] https://www.ecured.cu/Karl_Kautsky

[9] https://ecumenico.org/despues-de-marx-quien-1991-thomas-ferenczi/

[10] https://ecumenico.org/patricia-hill-collins-intersecting-oppressions/

[11] La construcción de la teoría revolucionaria en El Salvador. https://www.alainet.org/fr/node/169426

[12] Pensamiento y praxis del marxismo en El Salvador. https://www.alainet.org/es/active/72906

[13] Juan Mario Castellanos. El Salvador: 1930-1960. https://www.amazon.com/-/es/Juan-Mario-Castellanos/dp/9992300485

[14] https://ecumenico.org/la-fundacion-del-partido-comunista-de-el-salvador/

[15] https://ecumenico.org/jacobohurwitz-semblanza-de-un-revolucionario-latin/

[16] https://www.revistas.una.ac.cr/index.php/historia/article/view/3220

[17] https://ecumenico.org/alejandro-dagoberto-marroquin-1911-1917/

[18] https://uncpress.org/book/9780807840931/el-salvador-in-transition/

[19] https://www.amazon.com/Democracies-Tyrannies-Caribbean-William-Krehm/dp/0882081691

[20] https://openlibrary.org/books/OL22991442M/Insurrecci%C3%B3n_no_violenta_en_El_Salvador

[21] https://www.diariocolatino.com/reynaldo-galindo-pohl-y-los-valores/

[22] https://ecumenico.org/esbozo-biografico-de-julio-fausto-fernandez/

[23] https://ecumenico.org/daniel-castaneda-mi-papa-fue-un-ejemplo-de-revoluc/5/

[24] PCS: 60 años jóvenes en la lucha por la democracia y el socialismo (marzo 30 de 1990). https://www.alainet.org/es/articulo/171698

[25] https://www.fmln.org.sv/index.php/nuestro-partido/historia-del-fmln/109-secciones-base/biografias/194-biografias-schafik-handal

[26] https://kaosenlared.net/el-salvador-universidad-y-revoluci-n/

[27] https://ecumenico.org/con-jorge-arias-gomez/

[28] https://ecumenico.org/en-1970-cuando-fui-presidente-de-ageus/

[29] https://ecumenico.org/a-principios-de-1956-creamos-la-fraternidad-de-muj/

[30] https://ecumenico.org/las-jornadas-populares-contra-lemus-en-el-salvado/7/

[31] https://ecumenico.org/en-1958-me-incorporo-al-pramentrevista-con-tirso-c/

[32] https://www.amazon.com.mx/Crisis-pol%C3%ADtica-guerra-El-Salvador/dp/9682315247

[33] https://ecumenico.org/el-significado-historico-de-salvador-cayetano-carpio-roberto-pineda/

[34] https://journals.openedition.org/nuevomundo/69645

[35] Ver Roberto Pineda. Schafik Handal y el problema del poder. https://www.alainet.org/fr/node/169449

[36] Ver Ética y estética en la política electoral de la izquierda salvadoreña. https://ecumenico.org/etica-y-estetica-en-la-politica-electoral-de-la-izquierda-salvadorena-roberto-pineda-2020/

[37] Ver Roberto Pineda. La Administración Bukele y la crisis del sistema político neoliberal. https://ecumenico.org/la-administracion-bukele-y-la-crisis-del-sistema-politico-neoliberal-roberto-pineda/

[38] Ver Medardo González. La encrucijada de la unidad. http://rebelion.org/noticia.php?id=264946 y Jasael Torres. Volver a las raíces del FMLN desde las bases. https://izquierdajoven.org/volver-a-las-raices-del-fmln-desde-las-bases Oscar Ortiz. Agenda para el cambio real. https://cronio.sv/nacionales/agenda-para-el-cambio-real-es-la-propuesta-de-oscar-ortiz-para-cambiar-al-fmln/

FMLN: Agenda para el Cambio Real. abril de 2019

La propuesta se denomina “Agenda para el cambio real”, es un aporte para hacer resurgir al FMLN y recuperar la confianza de la población.

El partido de izquierda ha sufrido la peor derrota electoral de su historia debido precisamente a que ha gobernado el país durante diez años, tras esta derrota  el Vicepresidente de la República, Óscar Ortiz dio a conocer su propuesta para cambiar el rumbo del FMLN.

La propuesta se denomina “Agenda para el cambio real”, es un aporte para hacer resurgir al FMLN y recuperar la confianza de la población.

1. Impulsar una reforma profunda a los estatutos del partido

El vicemandatario señala que el FMLN, como instrumento político, está llamado a actualizarse mediante un proceso incluyente, participativo, crítico y autocrítico que conduzca a erradicar prácticas nocivas y antiéticas en el ejercicio del poder.

“Debemos iniciar un proceso de cambios a fondo, entre ellos el más significativo es dotar de mayor poder y autoridad partidaria a los territorios, estamos llamados a erradicar la multiplicidad de cargos: eliminar la reelección indefinida, asegurar la participación con mayor equidad e inclusión”, detalla en la propuesta.

2. Transitar hacia una izquierda más incluyente y abierta

Para Ortiz es necesaria la apertura permanente del padrón, a través de un método inteligente y de una estrategia de búsqueda de nuevos talentos, la cual permitiría convertir al partido en uno de los principales aliados y referentes de una nueva generación de liderazgos.

3. Avanzar a un enfoque “partido-movimiento”

En este eje, plantea la dinamización de la estructura organizacional, convirtiendo al FMLN en un partido-movimiento que supere la rigidez y permita el contacto con los territorios. “Nuestra meta es conectarnos con el poder de la ciudadanía”, indica.

4. Actualizar nuestra agenda política estratégica

El vicepresidente expone, como fuerza política, asumir un rol crítico y propositivo frente al nuevo gobierno y el resto de fuerzas políticas, teniendo como brújula una agenda propia, construida con la participación de la militancia y aportes de aliados estratégicos.

“Impulsaremos una gestión de alianza nacionales e internacionales que nos permita ampliar y fortalecer los lazos de cooperación y solidaridad”

5. Renovar permanentemente el pensamiento y acción de izquierda

El desarrollo de este eje, señala Ortiz, requiere reactivar los espacios para el debate, la reflexión y formación sobre fundamentos y valores esenciales del FMLN, con la claridad de reafirmar su vocación de izquierda.

6. Mejorar e innovar nuestra comunicación y formas de conexión

En el eje final, busca recuperar la confianza, credibilidad y prestigio del proyecto de izquierda con base a un diseño más integral, moderno y adecuado a las nuevas tecnologías de comunicación y la información.

Volver a las raíces del FMLN desde las bases. 25 de enero de 2020. Jasael Torres

Compañeros y compañeras, reciban un fuerte abrazo en este V Seminario Internacional sobre la Vigencia del Pensamiento de Schafik en América Latina de hoy. 

Aquí estamos en la 88 conmemoración de la insurrección indígena campesina de 1932, que marcó nuestra historia en el siglo pasado. Aquí estamos a 40 años de fundarse nuestro partido, el FMLN, como legítimo instrumento de lucha. A 28 años de la firma de los Acuerdos de Paz que puso fin a 12 años de guerra y abrió el camino democrático para la lucha de los pueblos. A 14 años de la desaparición física de Schafik Hándal, hijo meritísimo de nuestro pueblo, de América Latina y, por qué no decirlo, del mundo. Sintámonos orgullosos de ser herederos y herederas de este pueblo heroico y combativo por la justicia social y su emancipación plena. 

Una mirada al mundo

En esta ocasión, en la que rendimos homenaje a este gran revolucionario salvadoreño, Schafik, a través de la reflexión y debate de sus ideas y obra, no podemos obviar hacer una breve mención de la situación del mundo. Como FMLN estamos expectantes de la grave situación que aqueja la estabilidad de las diferentes naciones provocada por la escalada de intervencionismo y hostigamiento económico, político y militar de las potencias imperialistas, en especial, del gobierno de Estados Unidos y su Presidente, que al verse desplazados de su posición hegemónica, pretenden arrastrar al mundo a la barbarie. Ante esto, reafirmamos nuestra profunda convicción solidaria e internacionalista con los pueblos del mundo y su legítimo derecho a su soberanía y autodeterminación. 

Frente a la escalada de tensiones en el Medio Oriente, el FMLN abogamos la estabilidad en la región a través del diálogo y la concertación, evitando que una incalculable cantidad de vidas humanas sean devoradas por las fauces de una guerra que tiene a su base la irracionalidad de los poderes imperiales de mantener la hegemonía del decadente sistema capitalista neoliberal. 

A la vez, nos solidarizamos con los pueblos de Venezuela, Bolivia y Nicaragua, que en su camino soberano, ha sufrido las envestidas de los intereses imperiales en contubernio con las oligarquías locales, que no descansan en su afán de recuperar los espacios de poder perdido y restaurar sus agendas neoliberales en la región.

América Latina es el epicentro de las luchas contra la ofensiva neoliberal y por el avance socialista

América Latina y el Caribe es el epicentro de las luchas populares por el paradigma socialista, por eso las fuerzas imperiales no descansan en su afán porque las ovejas descarriadas vuelvan al redil; todas sus estrategias y planes pretenden, no sólo recuperar su llamado patio trasero, sino también el exterminio de las ideas revolucionarias y las fuerzas portadoras de los ideales emancipatorios, que se atreven a impulsar cambios estructurales en la ruta socialista como única alternativa viable al capitalismo fratricida.

La década de oro, como la nombró Álvaro García Linera, abrió las puertas para que la izquierda accediera a espacios de poder formal e impulsara una redistribución social en beneficio de los históricamente excluidos. El ensanchamiento de los beneficios sociales promovidos por la izquierda en el gobierno, permitió una reducción de la pobreza en la región alcanzando niveles sin precedentes en la reducción de la brecha entre pobres y ricos en el continente.

La democratización de espacios políticos y económicos, la visibilización de minorías étnicas y sociales así como de nuevas institucionalidades emergentes, cambiaron el rostro del continente desde políticas públicas que impactaron positivamente a las economías de nuestros países, hasta la construcción de nuevos idearios colectivos en los acumulados culturales de los pueblos nuestroamericanos, teniendo en cuenta lo diverso de la región y las características propias de cada nación. 

Evidentemente América Latina no es la misma de antes del primer gobierno del Comandante Chávez, quien inauguró la oleada de gobiernos progresistas y de izquierda. Ha sido la lucha de los pueblos la que ha impulsado una ruptura con el dominio hegemónico del capitalismo para abrirse paso en la conquista de sus reivindicaciones.

Sin embargo, los retrocesos que hoy enfrentamos por la pérdida de espacios institucionales de poder no obedecen exclusivamente a la agenda de nuestro enemigo, sino también contienen las deficiencias, errores y desviaciones de nuestras prácticas en el ejercicio del gobierno. No podemos, compañeras y compañeros, culpar únicamente al imperio por nuestras deficiencias en la no construcción de la democracia popular y directa, del no desmontaje profundo del neoliberalismo, de la ausencia de una nueva estructura económica así como de la práctica de una política conciliadora con sectores de la burguesía que terminó separándonos del sujeto social de la revolución: el pueblo organizado. 

Pese a nuestros errores y deficiencias en el ejercicio de gobernar, los pueblos de América Latina se encuentran en combate, resisten y reclaman la urgente rectificación de la izquierda partidaria para elaborar las estrategias y tácticas necesarias que nos permitan acortar la distancia entre las fuerzas políticas y populares, hoy distantes por la pérdida de la confianza y la legitimidad. 

Aunque el escenario parezca sombrío, el camino recorrido hasta ahora es una experiencia rica e invaluable para las actuales y futuras generaciones de luchadoras y luchadores revolucionarios, que se propongan cambiar las raíces estructurales del sistema y sepultar de una vez por todas los escombros de la vieja y decadente sociedad. Ejemplo de ello, son los pueblos de Chile, Colombia, Venezuela, Bolivia, Nicaragua y la heroica Cuba, que con su firme lucha dan ejemplo de valentía y resistencia frente a la feroz envestida de las derechas golpistas y sus aliados del Norte.

¡Camaradas, en Nuestra América Latina y Caribeña se define el avance o retroceso de la lucha por el socialismo! ¡De nosotras y nosotros depende!

El FMLN y la lucha revolucionaria en El Salvador

Esta experiencia latinoamericana no es ajena a nuestro proceso de lucha en El Salvador, que luego de un largo proceso de acumulación de fuerzas logramos arribar al ejercicio del gobierno en el año 2009 y un segundo gobierno en 2014, una experiencia de gestión de lo público que concluyó con una derrota electoral en 2019.

No me detendré a hacer una descripción de los importantes logros y avances de nuestros dos gobiernos, no por desconocer el significado de éstos para el beneficio de nuestro pueblo, sino porque muchos han sido los espacios donde se ha debatido y reflexionado al respecto; incluso, se ha querido justificar o solapar los decisiones y prácticas que provocaron el fracaso de nuestro gobierno con este proceder. 

A las y los revolucionarios en ocasiones nos da por escuchar únicamente las cosas buenas que hacemos, pero debemos cuidarnos de negarle los oídos a los errores. Y esto de pronto hasta podría parecer normal, a nadie le gusta escuchar sobre sus deficiencias y equívocos, pero los revolucionarias y revolucionarios abrazamos el principio de la crítica y la autocrítica; es por ello, que desde la posición de nuestra juventud, frente al actual contexto de lucha, es más importante identificar nuestras falencias y errores, que vivir celebrando permanentemente nuestras victorias, para corregirlos y no volver a cometerlos. Claro está, tampoco se trata de caer en la autoflagelación. 

En este sentido, la experiencia del FMLN en el gobierno nos hace recordar aquellas palabras de Schafik que nos advertían sabiamente en los siguientes términos: “[…] Si llegamos al gobierno, tendremos un reto muy grande. Estamos en un país con un problema social sumamente complejo. Hay un estado de ánimo no solo de insatisfacción sino de desesperación. Hay problemas que no pueden resolverse de la noche a la mañana, pero la gente espera resultados rápidos. Entonces nosotros vamos a tener un fuerte desafío. Yo creo que la respuesta a esto va a estar en sincerarse con la gente, estrechar lazos con ella, en intercambiar, en decirle cual es la verdad de lo que estamos viendo.”

Estas palabras de Schafik nos hacen reflexionar sobre cómo debe ser la relación entre el partido, el gobierno y el pueblo, ecuación que debe servirnos para analizar y debatir nuestro papel como fuerza política en el gobierno durante los dos periodos anteriores; y principalmente sobre el papel que le asignamos al pueblo en el mismo ejercicio gubernamental: cómo meros beneficiarios de una política social o cómo sujetos de su propio destino.

No tardamos en iniciar nuestro primer gobierno cuando justamente nos enfrentamos a estos desafíos. Las expectativas generadas en el pueblo durante la campaña electoral en 2009 estaban sobre las posibilidades reales de llevarlas a cabo y no contábamos con la correlación de fuerzas suficientes, pero en lugar de ampliarlas junto al pueblo se terminó optando por el camino de la gobernabilidad con las fuerzas conservadoras del país y los organismos internacionales, que no escatimaron esfuerzos por bloquear, frenar y condicionar la agenda de país por la que la población había votado.

Convencidos que este primer gobierno era de transición y amparados por los programas sociales exitosos, enfrentamos un segundo periodo gubernamental en el que recibimos el respaldo de la población, esta vez con un comandante guerrillero a la cabeza y con la promesa que esta sería la muestra clara de nuestro compromiso por hacer las transformaciones que históricamente abanderamos. 

El segundo gobierno del FMLN estuvo marcada por las falencias no resueltas del primero, principalmente expresadas en la incapacidad de desarrollar una estrategia clara de ampliación de la correlación de fuerzas revolucionarias, por el contrario, ya estábamos en un proceso acelerado de desacumulación en los espacios estratégicos, como la Asamblea Legislativa, Concejos Municipales y principalmente con la desmovilización de los sectores populares. 

A raíz de esto, lejos de fortalecernos en nuestro segundo gobierno fuimos perdiendo el respaldo, la confianza y la legitimidad ante nuestro pueblo. Algunas de las principales deficiencias que marcaron, desde nuestro punto de vista, el declive político expresado en las últimas dos elecciones, son las siguientes: 

1. La falta de liderazgo al frente del gobierno en la toma de decisiones estratégicas, como la reforma de pensiones, la reforma fiscal progresiva, el combate frontal a la elusión y evasión fiscal. 

2. En nombre de la gobernabilidad, el FMLN en el ejercicio de gobierno sustituyó su carácter beligerante por una conducta conciliadora con los sectores económicamente poderosos, que trajo como consecuencia el distanciamiento con los sectores populares que históricamente nos han acompañado.

3. El temor político de enfrentarse a los intereses del imperialismo norteamericano y la derecha local postergó la apertura de relaciones diplomáticas estratégicas para el país, ejemplo de ello es establecimiento de relaciones con China Popular.

4. La sustitución del programa de la revolución por la plataforma de gobierno, que tiene a su base la prioridad de una agenda eminentemente electorera.

5. La disolución del contenido político de la conducción estratégica del gobierno que se depositó en manos de tecnócratas y aliados de derecha, que provocó la desconexión con el pueblo y el partido; en consecuencia, se postergaron las rupturas estructurales necesarias y se terminó reproduciendo las prácticas burocráticas del estado burgués. 

En cuanto al partido, 

1. La pérdida del rumbo revolucionario, a merced de un mezquino cálculo electorero que convirtió al FMLN de instrumento de lucha revolucionaria por una maquinaria exclusivamente para ganar elecciones. En este sentido, se desfiguró la concepción de organización de base del partido por la estructuración del EPEL, la formación política e ideológica por la capacitación electoral, al programa de la revolución por la plataforma legislativa y municipal, y lo más grave, la sustitución del pueblo como sujeto de la revolución por una masa de votantes. 

2. La burocratización de la histórica dirección nacional del partido, vaciada en los principales cargos públicos, algunos de los cuales ya suman varias décadas en la función pública con salarios onerosos que los alejaron de nuestra base y del pueblo trabajador. El usufructo de los espacios y privilegios derivados del poder estatal hicieron de la función pública un modus vivendi que descompuso a muchos dirigentes, incluidos algunos amparados bajo la cuota partidaria de juventud y mujeres.

3. La destrucción de la democracia interna por el uso del llamado consenso como método de toma de decisiones, que excluyó a la base de participar bajo el pretexto de que esta no estaba preparada y que debía, por la lealtad a los dirigentes históricos y en resguardo de la disciplina, aceptar la verticalidad como forma de orientación. 

4. Se censuró la crítica y autocrítica cerrando los espacios para el debate y el pensamiento crítico con la militancia, con excepción de un exclusivo y reducido grupo de dirección, lo que provocó la exclusión y purga contra quienes, a contracorriente de la línea, emitían señalamientos sobre las desviaciones cometidas. 

Usualmente, las posiciones oportunistas descalifican el valor de la crítica y autocrítica bajo el pretexto de quienes hacemos uso de ella no queremos la unidad partidaria. Quieren unidad partidaria pero sin reconocer sus errores y desviaciones, y menos asumir la responsabilidad que de ellas deriven. Quieren que hayan autocritica, pero no crítica, porque saben que la militancia tiene claridad de son los principales responsables del desprestigio al que han llevado a nuestro FMLN ante la población.

En el marco de la conmemoración de la partida física de Schafik, pretenden usar la incansable lucha unitaria de este líder histórico para justificar sus conductas oportunistas. Y por eso las palabras de Schafik sobre la unidad revolucionaria les azota: «Cuando propugno por la unidad del partido, no estoy hablando de pegar con chicle grupos que se forman con intereses electorales y tampoco hablo de tranzar sin principios. Eso sería reducir la unidad sólo a estar todos juntos, con el FMLN como techo común. Esa no es unidad, deja de lado la misión revolucionaria del partido y su capacidad de cumplirla. El principal combate ideológico deberá dirigirse contra el mezquino interés electorero y la ambición de adquirir poder personal, contra la corrupción, el oportunismo y el arribismo»

Estos oportunistas, incluso se atreven a acusarnos de que queremos dividir y destruir al partido, porque queremos construir otro instrumento. Sobre esta ridícula acusación, esta nueva dirección nacional desmiente categóricamente esa vil falacia y reafirma su compromiso por la recuperación del rumbo revolucionario de nuestro partido, el FMLN, que le ha costado la sangre y vida de tantos hijos e hijas de nuestro pueblo.

Quienes nos acusan de querer dividir y destruir al FMLN, con sus prácticas y conductas casi lo logran. Pero eso no sucederá si nosotros lo impedimos, corrigiendo lo que haya que corregir, escuchando a la base nuestro partido y a nuestro pueblo. No hay camino hacia la recuperación de nuestra fuerza si no es a través del diálogo franco y transparente con la base y el pueblo. Este pueblo sabrá valorar nuestra sinceridad y la justeza de nuestra lucha; nos acompañará con la firme decisión de vencer. 

Por lo anteriormente expuesto, el objetivo estratégico de este momento para el FMLN es recuperar la confianza del pueblo y el rumbo revolucionario como opción transformadora. 

1. Urge recuperar la organicidad en las filas efemelenistas a través de la estructura de comités de base, como organismos de capaces de vincularse permanentemente con el pueblo salvadoreño, que no visite sino que viva entre el pueblo, cambiando la visión de este de masa electoral a lo que verdaderamente es: sujeto de transformación. En este aspecto, es importante compartir algunas de las ideas que Schafik nos dejara: “Yo insisto, hay que asegurar la vinculación con la gente, formar los comités de base, los dobles carriles que deben generarse de esa información: del partido hacia la gente y de la gente hacia el partido. Ese es el antídoto para la estrategia de hacer cambios para que nada cambie, para cambios paliativos o cambios propagandísticos”.

2. Recuperar los métodos de dirección y funcionamiento colectivo, en el que la base pase de receptora de la línea a constructora permanente de la estrategia. Para ello es indispensable que sea participe de las grandes decisiones, devolverle a la militancia el lugar que le corresponde. 

3. Desarrollar una poderosa y activa organización y movilización popular desde el diálogo con todas las fuerzas vivas de nuestro país, que permita enfrentar al actual gobierno abiertamente de derecha neoliberal y a los intereses imperiales, que usando una avalancha mediática, pretenden enterrar la historia de lucha de nuestro pueblo y sus esperanzas de cambio para sus vidas. Esto debe ser antesala para impulsar la construcción de poder popular. 

4. Superar las desviaciones electoreras, en las que las elecciones son sólo una vía para acumular fuerzas para el avance de nuestro horizonte socialista y deben combinarse con otras formas de lucha, como la lucha popular. Al respecto, cabe traer a cuenta aquellas orientaciones de Schafik: “[…] pido también que adoptemos otro inciso […] hacer del FMLN un partido de luchadores sociales y no sólo de votantes.”

5. Es urgente intensificar los esfuerzos de formación política e ideológica a todo nivel, prestando especial interés a la formación y promoción de cuadros juveniles a través de la integración de las experiencias de las diferentes generaciones del FMLN, para garantizar hoy el surgimiento de los futuros luchadores y luchadoras sociales que empuñen la bandera del socialismo en El Salvador. 

Camaradas, estas son tareas de todo el partido en su conjunto, en especial, es compromiso de esta nueva dirección, pero solo será posible lograrlos con firme decisión y participación de nuestra militancia revolucionaria. 

Para que haya socialismo en El Salvador, el pueblo debe quererlo, será este quien lo conquiste y lo defienda; y para que el pueblo lo quiera, debe ser el FMLN quien lo acompañe.

Camaradas, hoy más que nunca se vuelven oportunas aquellas palabras de Schafik con las cuales quiero concluir esta participación: “Nosotros no estamos llegando a este momento como ovejas descarriadas que vuelven al redil, sino como maduros y enérgicos impulsores de los cambios hace mucho tiempo anhelados por la inmensa mayoría de los salvadoreños”.

¡Viva el FMLN!

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Jasael Torres

Jasael Torres

Secretario Nacional de Juventud Farabundo Martí e integrante de la Comisión Política del FMLN

Patricia Hill Collins: Intersecting Oppressions

Patricia Hill Collins is principally concerned with the relationships among empowerment, self-definition, and knowledge; and she is obviously concerned with black women: it is the oppression with which she is most intimately familiar. But Collins is also one of the few social thinkers who are able to rise above their own experiences; to challenge us with a significant view of oppression and identity politics that not only has the possibility of changing the world but also of opening up the prospect of continuous change.

For change to be continuous, it can’t be exclusively focused on one social group.

In other words, a social movement that is only concerned with racial inequality, will end its influence once equality for that group is achieved. What Patricia Hill Collins gives us is a way of transcending group specific politics that is based upon black feminist epistemology. However, it is vital to note that her intent is to place “U.S. Black women’s experiences in the center of analysis without privileging those experiences” (Collins, 2000, p. 228). Collins is saying that we can learn significantly from black women’s knowledge.

Black women sit at a theoretically interesting point. Collins argues that black women are uniquely situated in that they stand at the focal point where two exceptionally powerful and prevalent systems of oppression come together: race and gender.

Being able to understand this position as something she calls “intersectionality” opens up the possibility of seeing and understanding many more spaces of cross-cutting interests. That is, understanding the social position black women ought to compel us to see, and look for, other spaces where systems of inequality come together.

Just as important to this possibility of continuous change are the qualities of what Collins variously terms alternative or black feminist epistemology. This notion implies that the emphasis on social, scientific knowledge has hindered social reform. In this way of thinking about things, all knowledge is political and can be used to serve specific group interests. Social science is particularly susceptible to this because it simultaneously objectifies its subjects and denies the validity of lived experience as a form of knowing.

Black Feminist Epistemology

Epistemology is the study of knowledge. Now, let’s stop and think about that for a moment. Why would people study knowledge? The common sense understanding of knowledge is rather straightforward: knowledge is what you know; it is the fact or condition of knowing. Having knowledge means to have familiarity with an individual, thing, or event.

For example, you know your friend; you know sociology; and you know 2 + 2 = 4. So, what’s to study? Common sense tells us that you either know 2 + 2 = 4 or you don’t; and you can know more or less about sociology or about your friend. If epistemology is the study of knowledge, why and how is it studied? What are the problems and questions that have produced epistemology?

What I’m trying to get us to recognize is that despite our common sense understanding, there is something odd and disturbing about knowledge, disturbing in the sense that it prompts scrutiny. In fact, the idea of knowledge is so disturbing that philosophers have been studying it for almost 2500 years; and “nearly every great philosopher has contributed to the epistemological literature” (Merriam-Webster, 2002).

Human knowledge is disturbing because we’re not exactly sure what it is, where it comes from, or how it can be validated. With human knowledge, there is at least the possibility that what we know is not the direct knowledge of events or the physical universe.

As the philosopher Ernst Cassirer (1944) puts it, “No longer can man confront reality immediately; he cannot see it, as it were, face to face. Physical reality seems to recede in proportion as man’s symbolic activity advances” (p. 42).

There are two main philosophical schools that attempt to address this possibility: empiricism and rationalism.

Empiricism holds that all knowledge comes from and must be tested by sense experience; the data that come to us via our five senses. Rationalism, on the other hand, argues that sense experience can be wrong and that reason is our chief source and validation of knowledge.

There are, of course, many other philosophical schools of thought about knowledge. But my point is simply that knowing and knowledge are not as straightforward as they seem. Think of it this way: we are the only animal that takes its knowledge as something to be studied. My dog Maggie for example isn’t concerned one iota about her knowledge; she simply knows what she knows. Knowledge for humans is not so easy.

As sociologists, we aren’t usually concerned with the philosophical investigation of knowledge. However, sociology is interested in the social factors that influence how knowledge is created and how knowledge is socially used. One of the first sociologists to express these concerns was Karl Marx (1859/1978a): “It is not the consciousness of men that determines their being, but, on the contrary, their social being that determines their consciousness” (p. 4).

Marx (1932/1978b) is specifically concerned with the class based and oppressive nature of knowledge: “The ideas of the ruling class are in every epoch the ruling ideas: i.e., the class which is the ruling material force of society, is at the same time its ruling intellectual force” (p. 172, emphasis original). Notice that Marx connects knowledge (ideas) with material interests. What people know and think are intrinsically wrapped up with class position. Also notice that the elite in any society exercise disproportionate control over what ideas are accepted as truth. Thus, whatever else philosophy may say, sociologically we know that knowledge is influenced by and used in the politics surrounding class position.

Patricia Hill Collins argues that the politics of race and gender also influence knowledge. In Marxian terms, race and gender are part of our “social being.” In order to talk about this issue, and specifically about black feminist knowledge, Collins juxtaposes Eurocentric, positivistic knowledge—the kind of knowledge in back of science. But before we get to that, I need to point out that there is more to knowledge than simply information. Knowledge—information and facts—can only exist within a context that is

defined through specific ways of knowing and validation.

In other words, human scrutinize how knowledge is produced and how it is validated as true. So, what ways of knowing and methods of validation are specific to Eurocentric, positivistic knowledge?

Collins gives us four points. Note that sociology is generally defined as a social science; and insofar as it is a scientific inquiry into social life, it espouses these four points.

First, according to the positivistic approach, true or correct knowledge only comes when the observer separates him or her self from that which is being studied. You undoubtedly came across this idea in your methods class: the researcher must take an objective stand in order to safeguard against bias.

Second, personal emotions must be set aside in the pursuit of pure knowledge.

Third, no personal ethics or values must come into the research. Social science is to be value-free, not passing judgment or trying to impose values on others.

And, fourth, knowledge progresses through cumulation and adversarial debate.

Cumulation in positivism is a particular way of building knowledge. Science is supposed to progress by testing the knowledge that others created before us and by throwing out the bad and holding onto the good. This incremental building is captured by Isaac Newton’s famous dictum: “If I have seen further it is by standing on the shoulders of giants.” But, as I’ve already implied, information and ideas can’t be taken at face value. Thus, scientific knowledge is validated because it is tested and argued against from every angle. The belief is that only that which is left standing is truth. And it is upon those remnants that objective, scientific knowledge will be built.

Four tenets of black feminist epistemology: Collins gives us four characteristics of alternative epistemologies, ways of knowing and validating knowledge that challenges the status quo. As we review these, notice how each point stands in opposition to the tenets of positivistic knowledge.

The first point is that alternative epistemologies are built upon lived experience not upon an objectified position. Social science argues that to truly understand society and group life one must be removed from the particulars and concerns of the subjects being studied. In this way, subjects are turned into objects of study. Collins’ (2000) alternative epistemology claims that is it only those men and women who experience the consequences of social being who can select “topics for investigation and methodologies used” (p. 258). Black feminist epistemology, then, begins with “connected knowers,” those who know from personal experience.

The second dimension of Collins’ alternative epistemology is the use of dialog rather than adversarial debate. As we’ve seen, knowledge claims in social science are assessed through adversarial debate. Using dialog to evaluate implies the presence of at least two subjects—thus knowledge isn’t seen as having an objective existence apart from lived experiences; knowledge ongoingly emerges through dialog.

In alternative epistemologies, then, we tend to see the use of personal pronouns such as “I” and “we” instead of the objectifying and distancing language of social science. Rather than disappearing, the author is central to and present in the text. In black feminist epistemology, the story is told and preserved in narrative form and not “torn apart in analysis” (Collins, 2000, p. 258).

Centering lived experiences and the use of dialog imply that knowledge is built around ethics of caring, Collins’ third characteristic of black feminist knowledge. Rather than believing that researchers can be value-free, Collins argues that all knowledge is intrinsically value-laden and should thus be tested by the presence of empathy and compassion. Collins sees this tenet as healing the binary break between the intellect and emotion that Eurocentric knowledge values. Alternative epistemology is thus holistic; it doesn’t require the separation of the researcher from her or his own experiences nor does it require, or assume that it is possible, to separate our thoughts from our feelings.

Additionally, Collins (2000) argues that the presence of emotion validates the argument: “Emotion indicates that a speaker believes in the validity of an argument” (p. 263).

Fourth, black feminist epistemology requires personal accountability. Because knowledge is built upon lived experience, the assessment of knowledge is simultaneous assessment of an individual’s character, values, and ethics. This approach sees that all knowledge is based upon beliefs, things assumed to be true. And belief implies personal responsibility. Think about the implications of these two different approaches to knowing, information, and truth: One, information can be objective and truth exists apart from any observer; and, two, all information finds its existence and “truth” within a preexisting knowledge system that must be believed in order to work.

The first allows for, indeed demands, the separation of personal responsibility from knowledge—knowledge exists as an objective entity apart from the knower. The second places accountability directly on the knower. Collins would ask us, which form of knowing is more likely to lead to social justice, one that denies ethical and moral accountability or one that demands it?

Implications of black feminist thought: By now we should see that for Collins ways of knowing and knowledge are not separable or sterile—they are not abstract entities that exist apart from the political values and beliefs of the individual. How we know and what we know have implications for who we see ourselves to be, how we live our lives, and how we treat others. Collins sees these connections as particularly important for black women in at least three ways.

First, there is a tension between common challenges and diverse experiences. Think for a moment about what it means to center the idea of lived experience. We’ve already touched upon several implications of this idea; but what problem might arise from this way of thinking? The notion of lived experience, if taken to an extreme, can privilege individual experience and knowledge to the exclusion of a collective standpoint. The possibility of this implication is particularly probable in a society like the United States that is built around the idea of individualism.

However, this isn’t what Collins has in mind. One doesn’t overshadow the other.

According to Collins, the diverse responses are prompted by what Collins refers to as intersectionality. We’ll explore this idea later but for now we want to see that each individual stands at a unique matrix of cross-cutting interests. These interests and the diverse responses they motivate are defined through such social positions as race, class, gender, sexual identity, religion, nationality, and so on.

So the lived experience of a middle-class, pagan, single, gay black woman living in Los Angeles will undoubtedly be different than a poverty stricken, Catholic, married black woman living in a small town in Mississippi. As Collins (2000) says, “it is important to stress that no homogeneous Black woman’s standpoint exists” (p. 28, emphasis original).

However, there are core themes or issues that come from living as a black woman such that “a Black women’s collective standpoint does exist, one characterized by the tensions that accrue to different responses to common challenges” (p. 28, emphasis original). In other words, a black women’s epistemology recognizes this tension between common challenges and diverse responses, which in turn is producing a growing sensibility that black women, because of their gendered racial identity, “may be victimized by racism, misogyny, and poverty” (Collins, 2000, p. 26).

Thus, even though individual black women may respond differently, based on different cross-cutting interests, there are themes or core issues that all black women can acknowledge and integrate into their selfidentity.

Another implication of black feminist epistemology is informed by this growing sensibility of diversity within commonality: understanding these issues leads to the creation of “safe spaces.” Safe spaces are “social spaces where Black women speak freely” (Collins, 2000, p. 100). These safe spaces are of course common occurrences for all oppressed groups. In order for an oppressed group to continue to exist as a viable social group, the members must have spaces where they can express themselves apart from the hegemonic or ruling ideology.

Collins identifies three primary safe spaces for black women. The first is black women’s relationships with one another. These relationships can form and function within informal relationships such as family and friends or they can occur within more formal and public spaces such as black churches and black women’s organizations. In this context, Collins (2002) also points to the importance of mentoring within black women’s circles; mentoring that empowers black women “by passing on the everyday knowledge essential to survival as African-American women” (p. 102).

The other two safe spaces are cultural and are constituted by the black women’s blues tradition and the voices of black women authors. Such cultural expressions have historically given voice to the voiceless. Those who were denied political or academic power could express their ideas and experiences through story and poetry. As long as the political majority could read these as “fictions,” as long as they weren’t faced with the facts of oppression, blacks were allowed these cultural outlets in “race markets.”

However, these books, stories, and poetry allowed oppressed people to communicate one with another and to produce a sense of shared identity.

There are several reasons why the blues are particularly important for constructing safe spaces and identities for black women. Blues originated out of the back and forth call of slaves working in the fields. It was born out of misery but simultaneously gave birth to hope. This hope wasn’t simply expressed in words, but it was more powerfully felt in the rhythm and collectivity that made slave-work less arduous. The blues thus expresses to even the illiterate the experience of black America; and it wraps individual suffering in a transcendent collective consciousness that enables the oppressed to persevere in hope without bitterness.

The music of the classic blues singers of the 1920s—almost exclusively women—marks the early written record of this dimension of U.S. Black oral culture. The songs themselves were originally sung in small communities, where boundaries distinguishing singer from audience, call from response, and thought from action were fluid and permeable. (Collins, 2000, p. 106)

The importance of these safe spaces is that they provide opportunities for selfdefinition; and self-definition is the first step to empowerment: if a group is not defining itself, then it is being defined by and for the use of others. These safe spaces also allow black women to escape and resist “objectification as the Other” (Collins, 2000, p. 101), the images and ideas about black women found in the larger culture.

These safe spaces, then, are spaces of diversity not homogeneity: “the resulting reality is much more complex than one of an all-powerful White majority objectifying Black women with a unified U.S. Black community staunchly challenging these external assaults” (Collins, 2002, p. 101).

However, even though these spaces recognize diversity, they are nonetheless exclusionary (here we can clearly see the tension that Collins notes).

If these spaces did not exclude, they would not be safe: “By definition, such spaces become less ‘safe’ if shared with those who were not Black and female” (p. 110).

Although exclusionary, the intent of these spaces is to produce “a more inclusionary, just society” (p. 110).

This idea leads us to our third implication of black feminist thought: the struggles for self-identity take place within an ongoing dialog between group knowledge or standpoint and experiences as a heterogeneous collective. Here Collins is reconceptualizing the tension noted above between common challenges and diverse responses. This is important to note because one of the central features of Collins’ approach is complexity. Collins wants us to see that most social issues, factors, and processes have multiple faces.

Understanding how the different facets of inequality work together is paramount for understanding any part of it. In this case, on the one hand we have a tension between common challenges and diverse responses, and on the other hand we have a dialog between a common group standpoint and diverse experiences.

Collins is arguing that changes in thinking may alter behaviors and altering behaviors may produce changes in thinking. Thus, for U.S. black women as a collective,“the struggle for a self-defined Black feminism occurs though an ongoing dialoguewhereby action and thought inform one another” (Collins, 2000, p. 30). For example,because black Americans have been racially segregated, black feminist practice and thought have emerged within the context of black community development.

Other ideasand practices, such as Black Nationalism, have also come about due to racial segregation.

Thus, black feminism and nationalism inform one another in the context of the Black community yet they are both distinct. And, of course, the relationships are reciprocal in that black feminist and nationalist thought influence black community development. Collins also sees this dialog as a process of rearticulation rather than consciousness raising. During the 1960s and 1970s, consciousness raising was a principal method in the feminist movement.

Consciousness raising groups would generally meet weekly, consist of no more than twelve women, and would encourage women to share their personal experiences as women. The intent was a kind of Marxian class consciousness that would precede social change, except that it was oriented around gender rather than class.

Rearticulation, according to Collins, is a vehicle for re-expressing a consciousness that quite often already exists in the public sphere. In rearticulation we can see the dialogic nature of Collins’ perspective. Rather than a specific, limited method designed to motivate women toward social movement, Collins sees black feminism as part of an already existing national discourse.

What black feminism can do is to take the core themes of black gendered oppression—such as racism, misogyny, and poverty—and infuse them with the lived experience of black women’s taken-for-granted, everyday knowledge. This is brought back into the national discourse where practice and ideas are in a constant dialog: “Rather than viewing consciousness as a fixed entity, a more useful approach sees it as continually evolving and negotiated. A dynamic consciousness is vital to both individual and group agency.” (Collins, 2000, p. 285)

The place of black intellectuals: Within this rearticulation, black feminist intellectuals have a specific place. To set ourselves up for this consideration, we can divide social intellectuals or academics into two broad groups: those who are pure researchers and those who are praxis researchers.

Pure researchers hold to value-free sociology; the kind we noted above in considering Eurocentric thought. They are interested in simply discovering and explaining the social world. Praxis or critically oriented researchers are interested in ferreting out the processes of oppression and changing the social world. Black feminist intellectuals are of the latter kind, blending the lived experiences of black women with the highly specialized knowledge of intellectualism.

This dual intellectual citizenship gives black feminist scholars critical insights into the conditions of oppression. They both experience it as a lived reality and can think about it using the tools of critical analysis. Further, in studying oppression among black women, they are less likely to walk away “when the obstacles seem overwhelming or when the rewards for staying diminish” (Collins, 2000, p. 35).

Black feminist intellectuals are also more motivated in this area because they are defining themselves while studying gendered racial inequality.

Finally, Collins (2002) argues that black feminist intellectuals “alone can foster the group autonomy that fosters effective coalitions with other groups” (p. 36). In thinking about this it is important to remember that Collins recognizes that intellectuals are found within all walks of life. Intellectual status isn’t simply conferred as the result of academic credentials. Black feminist intellectuals are those who think reflexively and publicly about their own lived experiences within the context of broader social issues and ideas.

Black feminist intellectuals, then, function like intermediary groups. On the one hand, they are very much in touch with their own and their confidants’ experiences as a disenfranchised group; on the other hand, they are also in touch with intellectual heritages, diverse groups, and broader social justice issues.

“By advocating, refining, and disseminating Black feminist thought, individuals from other groups who are engaged in similar social justice projects—Black men, African women, White men, Latinas, White women, and members of other U.S. racial/ethnic groups, for example—can identify points of connection that further social justice projects” (Collins, 2000, p. 37).

Collins notes, however, that coalition building with other groups and intellectuals can be costly.

Privileged group members often have to become traitors to the “privileges that their race, class, gender, sexuality, or citizenship status provide them” (p. 37).

Intersectionality and Matrices of Domination

Collins is best known for her ideas of intersectionality and the matrix of domination.

Intersectionality is a particular way of understanding social location in terms of crisscross systems of oppression. Specifically, intersectionality is an “analysis claiming that systems of race, social class, gender, sexuality, ethnicity, nation, and age form mutually constructing features of social organization, which shape Black women’s experiences and, in turn, are shaped by Black women” (Collins, 2000, p. 299).

This idea goes back to Max Weber and Georg Simmel, two theorists working in Germany at the beginning of the 20th century. Weber’s concern was to understand the complications that status and power brought to Marx’s idea of class stratification.

According to Weber, class consciousness and social change are more difficult to achieve than Marx first thought: status group affiliation and differences in power create concerns that may override class issues. For example, race may be more important than class for two racially distinct families living below the poverty. In such cases, social change becomes less likely.

Simmel was concerned with how modern living in cities created different kinds of friendship patterns. In smaller, more rural settings, Simmel claimed that people generally had what he termed “organic” social relationships. These relations are organic because very little if any choice was involved: many of the social groups in smaller, more stable settings overlap one with another and thus strongly influence group membership. For example, in traditional rural settings an individual would generally go to the same school as her or his family members. Chances are good that work groups would overlap with other groups as well, with one’s boss and fellow employees attending the same church.

Such overlapping and “natural” group affiliations produced a good deal of social homogeneity. In modern, urban settings, the “rational” group membership pattern prevails. Here individuals choose their group affiliations apart from pre-existing memberships such as family. Additionally, social groups in large cities tend not to overlap and influence one another.

Simmel’s concern in outlining these two types of group membership patterns is to see how these differing patterns affect the person. Generally speaking, under conditions of rational group membership, people will tend to see themselves as unique individuals with greater freedom of choice. However, in Simmel’s scheme, this freedom and individuality is offset by increasing levels of anomie and the blasé attitude.

There is a way in which Collins blends these two approaches while at the same time going beyond them. Like Simmel, Collins is concerned with the influences of intersectionality on the individual. But the important issue for Collins is the way intersectionality creates different kinds of lived experiences and social realities. She is particularly concerned with how these interact with what passes as objective knowledge and with how diverse voices of intersectionality are denied under scientism. Like Weber, she is concerned about how intersectionality creates different kinds of inequalities and

how these cross-cutting influences affect social change. But Collins brings Weber’s notion of power into this analysis in a much more sophisticated way. Collins sees intersectionality working within a matrix of domination.

The matrix of domination refers to the overall organization of power in a society.

There are two features to any matrix. First, any specific matrix has a particular arrangement of intersecting systems of oppression. Just what and how these systems come together is historically and socially specific. Second, intersecting systems of oppression are specifically organized through four interrelated domains of power: structural, disciplinary, hegemonic, and interpersonal.

The structural domain consists of social structures such as law, polity, religion, and the economy. This domain sets the structural parameters that organize power relations. For example, prior to February 3, 1870 blacks in the United States could not legally vote. Although constitutionally enabled to vote, voting didn’t become a reality for many African American people until almost a century later with the passage of the Voting Rights Act of 1965, which officially ended Jim Crow law.

Collins’ point is that the structural domain sets the overall organization of power within a matrix of domination and that the structural domain is slow to change, often only yielding to large-scale social movements, such as the Civil War and the upheavals of the 1950s and 1960s in the United States.

The disciplinary domain manages oppression. Collins borrows this idea from both Weber and Michel Foucault: the disciplinary domain consists of bureaucratic organizations whose task it is to control and organize human behavior through routinization, rationalization, and surveillance. Here the matrix of domination is expressed through organizational protocol that hides the effects of racism and sexism under the canopy of efficiency, rationality, and equal treatment.

If we think about the contours of black feminist thought that Collins gives us, we can see that the American university system and the methods of financing research are good examples. Sexism and racism never raise their ugly heads when certain kinds of knowledge are systematically excluded in the name of science and objectivity. This same kind of pattern is seen in the U.S. economy. According to the Bureau of Labor Statistics (2005), in the first quarter of 2005 the average weekly income for white men was $731.00, for white women $601.00, for black men $579.00, and for black women the average weekly wage was $506.00. In a country that has outlawed discrimination based on race and sex, black women still make on average about 31% less than a white man.

In this domain, change can come through insider resistance. Collins uses the analogy of an egg. From a distance, the surface of the egg looks smooth and seamless. But upon closer inspection, the egg is revealed to be riddled with cracks. For those interested in social justice, working in a bureaucracy is like working the cracks, finding spaces and fissures to work and expand. Again, change is slow and incremental.

The hegemonic domain legitimates oppression. Max Weber was among the first to teach us that authority functions because people believe in it. This is the cultural sphere of influence where ideology and consciousness come together. The hegemonic domain links the structural, disciplinary, and interpersonal domains. It is made up of the language we use, the images we respond to, the values we hold, and the ideas we entertain.

And it is produced through school curricula and textbooks, religious teachings, mass media images and contexts, community cultures, and family histories. The black feminist priority of self-definition and critical, reflexive education are important stepping stones to deconstructing and dissuading the hegemonic domain.

As Collins (2000) puts it, “Racist and sexist ideologies, if they are disbelieved, lose their impact” (p. 284).

The interpersonal domain influences everyday life. It is made up of the personal relationships we maintain as well as the different interactions that make up our daily life.

Collins points out that change in this domain begins with the intrapersonal; that is, how an individual sees and understands her or his own self and experiences. In particular, people don’t generally have a problem identifying ways in which they have been victimized. But the first step in changing the interpersonal domain of the matrix of domination is seeing how our own “thoughts and actions uphold someone else’s subordination” (Collins, 2000, p. 287, emphasis added).

Part of this first step is seeing that people have a tendency to identify with an oppression, most likely the one they have experienced, and to consider all other oppressions as being of less importance. In the person’s mind their oppression has a tendency then to become a master status. This leads to a kind contradiction where the oppressed becomes the oppressor. For example, a black heterosexual woman may discriminate against lesbians without a second thought; or, a black Southern Baptist woman may believe that every school classroom ought to display the Ten Commandments.

“Oppression is filled with such contradictions because these approaches fail to recognize that a matrix of domination contains few pure victims or oppressors” (Collins, 2000, p. 287).

Black Feminist Thought, Intersectionality, and Activism

There are a number of implications for activism that Collins draws out from black feminist thought and the notions of intersectionality and the matrix of domination. The first that I want to point out is the most immediate: Collins’ approach to epistemology and intersectionality conceptualizes resistance as a complex interplay of a variety of forces working at several levels; that is, the four interrelated domains of power that we’ve just reviewed.

This point of Collins’ isn’t an incidental issue. Remember that part of what is meant by modernity is the search for social equality. In modernity, primary paths for these social changes correspond to Collins’ first domain of power. For example, the United States Declaration of Independence, Constitution, and Bill of Rights together provide for principal mechanisms of structural change: the electoral process within a civil society guaranteed by the twin freedoms of press and speech and the upheaval or revolutionary process.

Though we don’t usually think of the latter as a legitimated means of social change, it is how this nation began and it is how much of the more dramatic changes that surround equality have come about (for example, the social movements behind women’s suffrage and civil rights).

One of the ideas that comes out of postmodernism and considerations of latemodernity is the notion that guided or rational social change is no longer possible (see our chapters for Niklas Luhmann, Anthony Giddens, and Jean Baudrillard). What Collins gives us is a different take on the issues of complexity and fragmentation. While recognizing the complexity of intersectionality and the different levels of the matrix of domination, Collins also sees the four domains of power as interrelated and thus influencing one another.

By themselves, the structural and disciplinary domains are most resilient to change; but the hegemonic and interpersonal domains are open to individual agency and change. Bringing these domains together creates a more dynamic system, wherein the priorities of black feminist thought and understanding the contradictions of oppression can empower social justice causes.

Collins’ approach also has other important implications. Her ideas of intersectionality and the matrix of domination challenge many of our political assumptions. Black feminist epistemology, for example, challenges our assumptions concerning the separation of the private and public spheres. What it means to be a mother in a traditional black community is very different than in a white community: “Black women’s experiences have never fit the logic of work in the public sphere juxtaposed to family obligations in the private sphere” (Collins, 2000, p. 228).

Intersectionality also challenges the assumption that gender stratification affects all women in the same way; race and class matter, as does sexual identity.

Additionally, Collins’ approach untangles relationships among knowledge, empowerment, and power; and opens up conceptual space to identify new connections within the matrix of domination.

The idea of the matrix emphasizes connections and interdependencies rather than single structures of inequality. The idea itself prompts us to wonder about how social categories are related and mutually constituted. For example, how do race and sexual preference work together? Asking such a question might lead us to discover that homosexuality is viewed and treated differently in different racial cultures—is the lived experience of a black, gay male different than that of a white, gay male? If so, we might take the next step and ask how does class influence those differences? Or, if these lived experiences are different, we might be provoked to ask another question: are there different masculinities in different racial or class cultures?

As you might be able to surmise from this example, Collins’ approach discourages binary thinking and labeling one oppression and/or activism as more important or radical. From Collins’ point of view, it would be much too simplistic to say that a white male living in poverty is enjoying white privilege. In the same way, it would be one dimensional to say that any one group is more oppressed than another.

Collins’ entire approach also shifts our understanding of social categories from bounded to fluid and highlights the processes of self definition as constructed in conjunction with others. Intersectionality implies that social categories are not bounded or static. Your social nearness or distance to another changes as the matrix of domination shifts, depending on which scheme is salient at any given moment.

You and the person next to you may both be women; but that social nearness may be severed as the indices change to include religion, race, ethnicity, sexual practices or identities, class, and so forth. Groups are also constructed in connection to others. No group or identity stands alone. To state the obvious: the only way “white” as a social index can exist is if “black” exists.

Intersectionality motivates us to look at just how our identities are constructed at the expense of others: “These examples suggest that moral positions as survivors of one expression of systemic violence become eroded in the absence of accepting responsibility of other expressions of systemic violence” (Collins, 2000, p. 247).

One final implication of Collins’ approach: because groups’ histories and inequalities are relational, understanding intersectionality and the matrix of domination means that some coalitions with some social groups are more difficult and less fruitful than others. Groups will more or less align on the issues of “victimization, access to positions of authority, unearned benefits, and traditions of resistance” (Collins, 2000, p. 248). The more closely aligned are these issues, more like likely and beneficial are coalitions. Coalitions will also ebb and flow, “based on the perceived saliency of issues to group members” (p. 248). We end, then, with the insight that inequalities and dominations are complex and dynamic.

References

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Cassirer, E. (1944). An essay on man. New Haven, CT: Yale University Press.

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Merriam-Webster (Ed.). (2002). Webster’s collegiate encyclopedia, unabridged. Retrieved March 3, 2006 from http://unabridged.merriam-webster.com.

Después de Marx, ¿quién? 1991. Thomas Ferenczi

“El socialismo en Francia está al borde del agotamiento”, manifestaba recientemente Michel Charzat, a quien el Partido Socialista (PS) ha encargado la elaboración de un nuevo proyecto a fin de garantizar la actualización doctrinal de la izquierda. Lo único que puede hacerse es suscribir este testimonio. Bajo su forma comunista, el socialismo ha fracasado, como lo demuestra día a día la evolución de los países de Europa del Este. Bajo su forma socialdemócrata se ha edulcorado de tal forma que cada vez cuesta más diferenciarlo del liberalismo, como lo demuestra, en especial, el ejemplo francés después del cambio de rumbo de la década de los ochenta.

¿Es necesario entonces renunciar a aquello que fue durante un siglo uno de los mitos principales de la izquierda? ¿O quedan todavía esperanzas de resucitarlo? Algunos intelectuales marxistas, en el coloquio celebrado el pasado mes de junio a iniciativa de la revista Actuel Marx, no han tenido miedo de plantear una pregunta hasta hace poco sacrílega: “¿Tiene futuro la ideología socialista?”.

Si, al igual que el PS, se desea dar una respuesta positiva, es necesario intentar modernizar el socialismo buscando en algún lugar que no sea en Marx las referencias intelectuales que le aportarán su legitimidad, porque con el socialismo, el marxismo, el cual fue asociado históricamente a él, se encuentra también en crisis e incluso aquellos que no lo rechazan en Francia desean enriquecerlo o renovarlo mediante otras aportaciones.

Estas aportaciones han sido, solicitadas a múltiples teóricos, pero son tres los que actualmente parecen ser los nuevos ideólogos de la izquierda. El primero, Edgar Morin, es francés: lo que los socialistas conservan de su abundante y diversa obra es, ante todo, su idea sobre el concepto de “complejidad”, que permite, según Michel Charzat, “elevarse a la inteligencia del pluralismo”.

El segundo John Rawls, es norteamericano:, desde su aparición en Estados Unidos, hace 20 años, su Teoría de la justicia es objeto de constante atención y, desde su traducción al francés hace cuatro años, de creciente interés. El tercero, Jürgen Habermas, es alemán: su tesis sobre El espacio público y, sobre todo, su Teoría de la actuación comunicacional, traducida en 1987, sirven de base a numerosos trabajos sobre la organización de la sociedad política y sobre los medios para fundar ” “racional y democráticamente” el vínculo social, como dice todavía Michel Charzat.

Los coloquios en seminarios, los artículos de revistas en libros de divulgación, y muchas discusiones actualmente en curso entre aquellos que se esfuerzan, como Marx, en meditar sobre el socialismo, giran alrededor de las ideas que defienden uno u otro de estos tres filósofos.

Edgar Morin no es el autor de la teoría de la complejidad, sino uno de aquellos que se esfuerzan en extender su aplicación desde el campo de las ciencia físicas al de las ciencias sociales, porque la teoría de la complejidad ha revolucionado la investigación desde hace 20 años, contribuyendo al surgimiento, según Ilya Prigogine, de una “racionalización científica nueva” que pone en cuestión la concepción clásica del determinismo.

Además, al igual que el marxismo en su tiempo, un proyecto político para finales del siglo XX y el comienzo del siglo XXI es algo que no puede separarse de un análisis de la sociedad que tenga en cuenta los últimos desarrollos de la cultura contemporánea.

“La crisis de nuestras ideas es más profunda aún de lo que parece”, dice con razón Jean Luc Mélenchon, el líder, junto con Julien Dray, de la Nueva Escuela Socialista. “Afecta también -y quizá esencialmente- a las referencias científicas sobre las que se apoya la izquierda desde sus orígenes hasta nuestros días para justificar su proyecto”. ¿Quién dice que estas referencias estén obsoletas hoy día? Lo que sucede es que la izquierda ha tomado prestados “estos materiales como base para una forma de determinismo y para una definición lineal de las fases de la historia que proceden de las ciencias de la naturaleza según se presentaban a principios de siglo”.

En su libro A la conquista del caos (Denoél, 1991), Jean-Luc Mélenchon recurre precisamente a la teoría del caos, una de las formas de la teoría de la complejidad, para tratar de renovar los materiales básicos del pensamiento socialista y romper con el antiguo modelo de determinismo inspirado en Darwin y después en la física clásica que ha engendrado, por ejemplo, Ia idea de que el capitalismo engendra al socialismo con la misma certidumbre que las metamorfosis de la naturaleza”.

La teoría de la complejidad no sugiere solamente que las cosas son más complicadas de lo que se cree, lo cual tendría un interés mediocre, sino que facilita también instrumentos o, al menos según Edgar Morin, un método para pensar en esa complejidad. No vamos a exponer aquí en detalle las tesis de Morin. Nos contentaremos con recordar que, para los teóricos de la complejidad, “aquello de lo que un objeto, complejo es capaz es (infinitamente) más complejo que el propio objeto” (Jean Pierre Dupuy, Curso de introducción a las ciencias sociales. Escuela Politécnica, tomo 3, edición 1991). Por tanto, hay que aceptar la parte aleatoria que contiene la historia: lo que Jean-Luc Mélenchon, citando a Morin, denomina “el rico diálogo del orden y del desorden”.

En Estados Unidos, John Rawls es considerado en ocasiones como el pensador de la socialdemocracia, o del Estado providencia. Criticado por su izquierda por los marxistas, que le reprochan acomodarse con demasiada rapidez a las desigualdades sociales, y por su derecha por los liberales, que juzgan excesivo el papel que asigna al Estado, el filósofo americano ofrece sin duda unas herramientas útiles para la reflexión a aquellos que deseen elaborar un “socialismo de mercado”. Según Michel Charzat, hace posible la definición de un proyecto “que no conjuga la libertad y el liberalismo y que no confunde lo justo con lo útil”.

John Rawls propone, en efecto, fundar la organización de la sociedad sobre dos principios: el principio de la libertad, que afirma el derecho que todos tienen a las libertades básicas, y el principio de la diferencia, que acepta las desigualdades sociales siempre que vayan aparejadas a empleos abiertos a todos, “en unas condiciones de justa igualdad de oportunidades” y que tengan por efecto mejorar la suerte de los más desfavorecidos.

Evidentemente, el principio de la diferencia es el que se encuentra en el origen de las controversias más vivas alrededor de la obra de Rawls, pero también es él el que abre las perspectivas más ricas. Evita las trampas del igualitarismo, al tiempo que rechaza el sacrificio de cualquiera en aras del bienestar general de la sociedad, como podría sugerirlo el liberalismo económico. Para medir el alcance de la teoría sería necesario iniciar de nuevo toda la argumentación. Dado que aquí solamente tratamos de señalar su importancia, se observará que las tesis de Rawls, probablemente las más ampliamente comentadas y las más ardientemente discutidas en los países anglosajones desde las de John Stuart Mill en el pasado siglo, no pueden ser ignoradas por aquellos que no quieren resignarse a la muerte de las ideologías. Al igual que hace poco el de Marx, el pensamiento de Rawls parece inamovible tanto hacia la derecha como hacia la izquierda.

A la derecha, Robert Nozick, uno de los principales teóricos del Estado mínimo, considera que “a partir de ahora, los filósofos de la política deben, o bien trabajar dentro de la teoría de Rawls, o bien explicar por qué no lo hacen”. A la izquierda, los líderes de la revista Actuel Marx citados anteriormente han acometido la tarea de revisar a Márx a la luz de la Teoría de la justicia. De esta formal Jacques Bider se esfuerza por inscribir el pensamiento de Rawls en la historia haciendo observar que éste tiene únicamente por objeto “el definir la sociedad justa, y no el establecer la forma de lograrla”.

La tercera fuente de inspiración para la izquierda: los trabajos de Jürgen Habermas. Resumidos esquemáticamente, se esfuerzan por establecer, a través del concepto de espacio público y después a través del de la comunicación, los principios fundamentales que legitiman las normas sociales, y que se derivan, según Habermas, de un acuerdo entre ciudadanos libres e iguales. Esta reflexión sobre la democracia se incorpora a las preocupaciones de los socialistas.

He aquí dos ejemplos. Uno de los grupos de trabajo establecidos por el PS, dirigido por Philippe Coreuff, ve a la vez en el pensamiento de Habermas, sin ignorar sus límites, “un método a medio plazo para la refundación de la izquierda” que pasa por la promoción “de espacios públicos autónomos”, y “un objetivo a largo plazo para un proyecto de transformación social” que implica la búsqueda de: una articulación entre el Estado de derecho y estos espacios “de intercomprensión”.

Yves Sintomer, en el coloquio de Actuel Marx, ha subrayado que “el paradigma de la comunicación” construido por Habermas define una “racionalidad” que se opone a las racionalidades de los “dos pilares fundamentales de las sociedades actuales”: en el mercado capitalista y en el Estado burocrático. Por tanto, formulando también él importantes reservas respecto al modelo habermasiano sugiere que éste puede ayudarnos sin duda “en el intento (le pensar lo que podría ser una sociedad poscapitalista, desechando la ilusión de la transparencia y de la reconciliación”.

Como eco a los propósitos de Michel Charzat, Yves Sintomer afirma que Ia tradición socialista, si quiere recobrar de nuevo el aliento, debe salir de sí misma” y enfrentarse a “unas teorías que le son absolutamente extrañas”. Esta confrontación ya se ha iniciado. Para que sea fructífera, supone que no se recaiga en el error de sacralizar los textos de los ideólogos, pero que tampoco se cometa el error inverso de considerarlos desdeñables con el pretexto de que los debates doctrinales están pasados de moda.

Thomas Ferenczi es periodista de Le Monde. Traducción: E. Rincón e I. Méndez.