Nota sobre la situación internacional Alberto Wiñazky*

En un clima a nivel mundial de incertidumbre económica y política, transcurren los enfrentamientos entre distintos países que dificulta severamente la política multilateral diseñada bajo la supremacía de EE.UU. Es en definitiva la consecuencia de una larga crisis estructural del capitalismo no resuelta.

El proyecto del brexit sin acuerdo en el Reino Unido, el freno a las ambiciones de Mattteo Salvini en Italia, el golpe electoral en Turquía contra el gobierno de Erdogán, que perdió incluso el control de Estambul, la guerra comercial entre EE.UU. y China, la rebelión de la población en Hong Kong, los enfrentamientos de EE.UU. con Irán y Siria, el bombardeo de la refinería saudita, la crisis económica en Alemania, los incendios en el Amazonas, el populismo evangélico de Bolsonaro entre otros casos, confluyen en la inestabilidad y la volubilidad internacional que refleja en definitiva, los problemas económicos, políticos, sociales y ambientales del conjunto del sistema en esta etapa.

Estos hechos se hilvanaron a través de una cadena de acontecimientos donde se destacó la peripecia británica por la pesadilla del brexit y sus posibles vínculos con otros procesos que se desarrollan en Europa. El primer ministro Boris Johnson no solo no cumplió con su promesa de unir al país, sino que amplió la brecha existente y dividió a su partido conservador, llevando a la rebelión a figuras emblemáticas de esa agrupación. Además con “un golpe antidemocrático” cerró el parlamento para demostrar a la Unión Europea (UE) que puede conseguir un brexit sin acuerdo, si las autoridades de la Unión no ceden y negocian en un todo de acuerdo a sus deseos.  Por otro lado Jeremy Corbin, el líder del laborismo, acordó una agenda con el resto de la oposición británica, para tratar de impedir una salida de la UE sin la conformidad de todos los sectores políticos.

También el regreso (sin mucha convicción) de Donald Trump, a la mesa de negociaciones con China, refleja la compleja situación de la guerra comercial de las dos potencias más integradas productivamente de la historia del capitalismo. Esta guerra comercial, que es en realidad una disputa  por el dominio mundial, se ha constituido junto con el brexit en los mayores fantasmas que corroen el sistema y han hecho reaparecer la amenaza de una gran recesión.

Situación que se reflejó recientemente en la baja de la tasa de interés en EE.UU. Asimismo, el desplazamiento del centro económico mundial hacia Asia, con epicentro en China, que en conjunto representa dos tercios del crecimiento económico mundial y el 50% del PBI global, está comenzando a provocar dificultades para el dominio de EE.UU. y el funcionamiento mundial del dólar. EE.UU. trata de sostener al dólar como la principal moneda del mundo, dado que todavía es el instrumento que se utiliza en más del 80% de los intercambios globales, además de componer las reservas y activos de todos los países.

Una parábola similar a la británica sucedió en el mes de agosto pasado con el ultraderechista Matteo Salvini en Italia, quien igual que Johnson en el Reino unido, ha tenido fuertes diferencias con Bruselas al hacer campaña contra la burocracia de la UE. Pero a pesar que, siguiendo el resultado de las encuestas, pensaba imponerse en las elecciones italianas, apareció una fuerza centrista social-demócrata, el Partito Democrático, que quiere ante todo evitar la constitución de un gobierno de ultraderecha, haciendo que las ambiciones de Salvini colapsaran y se estrellaran contra la dura realidad de la política italiana.

Alemania, la cuarta economía del mundo, con una gran capacidad exportadora, ya que es hoy la segunda vendedora de manufacturas después de China y la primera de bienes de capital, cuenta con un retraso en las inversiones en capital intangible (conocimiento) y propiedad intelectual cuya inversión se sitúa en el 50% de su PBI, mientras que en EE.UU. es casi el 70%, ubicándose por este motivo por detrás de este momento histórico. Este retraso de Alemania en el desarrollo del “capital intangible”, resulta ser un componente muy importante dentro de la creciente irrelevancia de Europa en el contexto global del sistema capitalista. Asimismo, por causa del envejecimiento de su población, la fuerza de trabajo pierde 350.000 trabajadores por año, dificultando su crecimiento.

Es evidente que lo que está en juego en Europa es el contrato que había surgido luego de la Segunda Guerra Mundial que le abrió paso a un capitalismo renano, que en muchos aspectos es diferente al capitalismo imperante en EE.UU.

El conjunto de estos hechos que se superponen dentro de este universo complejo, evidencian una mutación hacia la derecha de las dirigencias políticas en esta etapa del capitalismo. Un informe de OXFAM, publicado poco antes del encuentro del G7, sostenía que “al adoptar [el encuentro] un régimen neoliberal fundado sobre la desreglamentación y la privatización, trata por consiguiente de modelar la economía mundial según ese modelo”.

AMÉRICA DEL SUR

Para América del Sur, la posibilidad de la firma de un acuerdo Unión Europea- Mercosur, tendría un carácter desequilibrado y confiscatorio. De imponerse llevaría a una profundización de la primarización de las economías de los países sudamericanos que tienen un cierto grado de industrialización como son Brasil y Argentina, reforzando un mercado desigual entre la región y Europa.

Demostraría la naturaleza neoliberal de sometimiento encaminada esencialmente a disciplinar aún más a la clase trabajadora, potenciando el atraso y la dependencia de estos países. Sin embargo existen algunos voceros del gobierno argentino en retirada, como el candidato a vicepresidente Pichetto, quien caracterizó el posible acuerdo como “trascendente”. Además  sectores del capital, integrantes del Foro Empresario, destacaron, contra toda lógica, que el acuerdo beneficiaría la generación de empleo. De cualquier forma, para concretar este acuerdo quedaría por vencer en Europa, entre otras dificultades, la resistencia de las burguesías agrarias de Francia, Bélgica, Irlanda, Polonia y Austria.

Es de esperar que las próximas autoridades gubernamentales argentinas, que seguramente asumirán el próximo 10 de diciembre, consideren que la firma de este acuerdo ampliará aún más la crítica situación económica del país. Además, que hacen falta medidas estructurales que traten de revertir el lamentable estado de la economía del país. Para concluir, hay que señalar que los posibles acuerdos internacionales y las distintas medidas económicas que se puedan aplicar, deberán reflejar a futuro los intereses del pueblo trabajador, de los demás sectores populares y de las pequeñas empresas, que también se encuentran perjudicadas por las acciones que hoy implementa un gobierno neoliberal.

*Alberto Wiñazky, economista, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11. Revista Tesis Once Nº 131 (09/2019) Publicado en 26 septiembre 2019

Comunicado de Prensa del partido Unión Democrática Nacionalista, UDN, del 6 de septiembre de 1971

El Partido Unión Democrática Nacionalista ha realizado el domingo 22 de agosto próximo pasado su Asamblea general Extraordinaria según convocatoria girada al efecto y acorde con el estatuto del Partido.

La Asamblea General del Partido conoció lo siguiente:

1.- Informe sobre los resultados del trabajo de reorganización del partido iniciado en mayo dl año en curso, en el que se destacan los avances logrados en la formación de muchas directivas departamentales y municipales, así como el aumento considerable de los afiliados.

2.- Resolvió caos no previsto en el estatuto sobre la no elección de la Directiva Suprema en su oportunidad. En este punto, la Asamblea General, acordó elegir nuevas Directiva Suprema del Partido, la que quedo integrada de la manera siguiente:

Presidente    Dr. Manuel de Paz Villalta

Secretario General   Agrónomo Carlos Humberto Rivera

Secretario Nacional de Asuntos Jurídicos  Dr. Emilio Mendoza

Secretario Nacional de Organización     Pedro Santacruz Castro

   “              “   de Asuntos Económicos    Pedro Napoleón Martínez

                      de  Actas     Ana del Rosario Luna

                     de Propaganda     Prof. Ernesto Adalberto Ruiz

                    de Relaciones Publicas      Mario R. Inclán

           de Asuntos Electorales               Manuel Pineda Prieto

         de Asuntos Obreros        Jorge Mendoza Santos

de Asuntos Femeninos   Ana Lila de Inclán

  de Asuntos Campesinos    Romeo Granadino

1er. Vocal                           Julio Iraheta Santos

2do. Vocal                      Prof.  Nazario E. Hernández

3er. Vocal                       Hernán Robledo

4to. Vocal                     Prof. Laura Siliezar

5to. Vocal                     Felipe Rodas

3.- Analizó la situación política del país, destacando los principales rasgos de la misma, que permitieron a la Asamblea elaborar los puntos básicos de su línea política, la cual, en resumen es la siguiente:

a) Hacer Participar: el UDN con un papel más activo como fuerza de oposición, debiendo dar su aporte a las acciones gremiales y sociales que a criterio del Comité Ejecutivo necesitan de esa ayuda. Principal preocupación esta en estos momentos a solidarizarse con las exigencias obreras, magisteriales y campesinas, y

b) Trabajar  para profundizar los pasos unitarios en la búsqueda de soluciones adecuadas a los principales problemas del pueblo salvadoreño.

En este terreno, la Asamblea estimo que el UDN utilizara como criterio guía para decidir si puede llegar a entendimientos con determinada organización, la actitud que tal entidad adopte ante un programa de cambios (básicos) que habrá de elaborarse.

En cuento a las próximas elecciones y a la posibilidad de formar una coalición de partidos de oposición, la Asamblea  General, acordó encomendar a la Directiva Suprema el estudio de este asunto, así como la elaboración de un proyecto de participación en las elecciones, el que será conocido por la Asamblea General que se realizará oportunamente.

EL PARTIDO UNION DEMOCRATICA NACIONALISTA denuncia la detención ilegal (secuestro) del compañero Ing. Carlos H. Rivera, Secretario General de la Directiva Suprema de nuestro Partido. Tal captura la efectuaron agentes de civil frete al negocio “La Semilla” en santa Tecla, el 23 de agosto próximo pasado a las 5:30 p.m., quienes se conducían en un vehículo marca volkswagen placa 57515.Hasta la fecha se ignora el paradero del capturado pues los cuerpos de seguridad lo niegan. Se han presentado varios recursos de exhibición personal. Asimismo denunciamos el salvaje atropello de que fue víctima el compañero profesor Ernesto Adalberto Ruiz, quien fue golpeado por agentes de seguridad ignorando la protección constitucional que tiene como representante del pueblo. Tal hecho consumado por agentes de seguridad en el cantón El Delirio, frente a la hacienda “La Finca” jurisdicción de San Miguel, demuestra claramente la represión desatada contra elementos y organizaciones democráticas. Los agentes se conducían en el vehículo marca Willys placa 45398 tipo Jeep.

San Salvador, 6 de septiembre de 1971

Publican documento del partido UDN de septiembre de 1971

San Salvador, 24 de septiembre de 2019 (SIEP). Domingo Santacruz, ex embajador de El Salvador en Cuba y Venezuela y destacado revolucionario, divulgo recientemente un documento histórico de 6 de septiembre de 1971 del partido de izquierda Unión Democrática Nacionalista, UDN.

En el Comunicado de Prensa del UDN se reseña los resultados de la Asamblea General realizada por este partido el 22 de agosto de ese año. Indica Santacruz que un día después de esta asamblea “fue secuestrado y desaparecido el compañero Agrónomo Carlos Humberto Rivera Mendoza, Secretario General de la Directiva Suprema del UDN.”

Santacruz también denuncia que posteriormente fueron secuestrados y desaparecidos por la dictadura militar,  el Dr. Manuel de Paz Villalta, presidente y Pedro Napoleón Martínez, secretario de asuntos económicos del mismo partido.

En el documento se plantea la necesidad que el UDN, que era la expresión abierta del clandestino Partido Comunista de El Salvador, desempeñe “un papel mucho más activo como fuerza de oposición, debiendo dar su aporte a las acciones gremiales y sociales que a criterio del Comité Ejecutivo necesitan de esa ayuda. Principal preocupación será en estos momentos solidarizarse con las exigencia sobreras, magisteriales y campesinas y trabajar para profundizar los pasos unitarios en la búsqueda de soluciones adecuadas a los principales problemas del pueblo salvadoreño.”

Por que as massas trabalhadoras ainda não entraram em cena? Arcadio Valery

Vai ser uma maratona. O pesadelo político-social que estamos atravessando é terrível.  Mas, infelizmente, não vai passar rápido. A luta para derrubar Bolsonaro não vai ser uma corrida de velocidade. Estamos acumulando, muito dolorosamente, forças. As massas não estão sempre dispostas a lutar com disposição revolucionária. A idealização de uma classe trabalhadora incansável é um auto-engano. A experiência de milhões tem os seus próprios ritmos.

Sem a mobilização de milhões não é possível deslocar Bolsonaro. A hora exige perseverança, resiliência, e muita paciência revolucionária. Mas tampouco vai demorar anos indefinidos. Bolsonaro não é imbatível.

As pessoas cansam e desistem. As classes populares cansam, também, mas não podem desistir. Na escala de nossos destinos individuais o desalento, a frustração e o desânimo podem conduzir à depressão, desfalecimento e prostração política. O Brasil está mergulhando em trevas. O céu está desabando sobre nossas cabeças. Mas o desespero é mal conselheiro. A situação exige, dia após dia, firmeza e paciência, determinação e calma contra o desespero. Qualidades que não costumam andar juntas.

Determinação e firmeza para ter força para dizer não, basta, chega, e construir nas ruas a resistência, os protestos, as manifestações. Paciência e calma para perseverar sabendo que o tempo político da experiência de milhões de pessoas é uma aposta no futuro. E toda aposta tem margens de incerteza. Mas não há atalhos.

Compreendo aqueles que, diante do avanço da barbárie monstruosa, desejam a aceleração da história. Aumenta a ansiedade e a desconfiança nas nossas fileiras. Teorias de conspiração ganham popularidade imediata. Mas não vamos derrubar o governo com frases revolucionárias. Precisamos de ações revolucionárias. Ações revolucionárias são aquelas que são feitas por milhões nas ruas. As dificuldades para realizá-las são reais. Não há truque mágico. Não há um abracadabra que desperte a disposição de luta das massas populares, imediatamente.

O escândalo do aumento das queimadas na Amazônia acelerou, qualitativamente, o isolamento internacional do governo. Teve intensa repercussão, também, no Brasil. Uma das frações mais importantes da classe dominante se moveu, criticamente, em função do perigo para as exportações do agronegócio. As maiores mobilizações de sempre contra o desmatamento saíram às ruas, ainda que tenham sido somente na escala de milhares. Até um primeiro panelaço foi ouvido em alguns bairros de classe média em muitas das grandes cidades.

Pesquisas de opinião já começaram a identificar um desgaste do governo. Segundo a CNT/MDA, com oito meses de mandato, a rejeição ao governo quase atingiu os 40%, com lenta, mas consistente dinâmica de aumento, e a rejeição ao próprio Bolsonaro superou os 50%,

Mas não nos enganemos. É lúcido saber que enfrentamos um inimigo ainda, social e politicamente, muito forte. Pesquisas de opinião não vão derrubar Bolsonaro. O regime presidencialista impõe uma relação de poder entre as instituições que deixa a presidência blindada diante das oscilações de popularidade. Um governo pode ter muito pouco apoio e, no entanto, chegar até ao final do seu mandato, se a oposição não for capaz de impulsionar manifestações poderosas que coloquem na ordem do dia o seu deslocamento.

Temer tinha taxas mínimas de aprovação, e cometeu um crime de responsabilidade sem paralelo, em 2017, nas conversas gravadas dentro do Palácio. É necessário que o governo perca, completamente, apoio no Congresso Nacional para que seja possível avançar um pedido de impeachment. E para que isso seja plausível, é indispensável que sejamos capazes de construir mobilizações na escala de milhões contra Bolsonaro.

Não depende da frase revolucionária, nem de gritar mais alto, nem de xingar. Sem a classe trabalhadora e a maioria oprimida nas ruas tudo é ilusão. Os últimos quarenta anos nos deixaram como lição que só ela tem a força social para derrubar Bolsonaro.

Fatores objetivos e subjetivos explicam porque ainda é tão difícil a entrada em cena da classe trabalhadora: (1) o desemprego, portanto, o medo das demissões e a ferocidade da luta diária pela sobrevivência alimentam a insegurança social e a desesperança política; (2) as políticas públicas dos últimos trinta anos, como a criação de uma rede de seguridade social com a Previdência, o SUS, a Bolsa Família, entre outras, não existiam em 1984, quando das Diretas ou em 1992, quando do Fora Collor, paradoxalmente, atenuam o impacto da crise econômico-social; (3) Outras redes de amortecimento da crescente pauperização, como a expansão das Igrejas evangélicas, e outros processos, como a imigração e as remessas dos imigrantes; (4) o aumento do medo da repressão; (5) a desindustrialização, as transformações estruturais no mundo do trabalho, portanto, a maior debilidade orgânica dos setores organizados da classe, e a expansão do semi-proletariado; (6) o peso das derrotas acumuladas na consciência da classe, em especial, o impeachment de Dilma Rousseff, a prisão de Lula e a eleição de Bolsonaro; (7) as ilusões em Bolsonaro ou o giro à direita em uma parcela da classe trabalhadora mais conservadora nos valores e mais vulnerável, politicamente, ao discurso da guerra contra a criminalidade, ou até contra a corrupção; (8) a força da ofensiva burguesa e sua narrativa de que o crescimento econômico é uma questão de tempo, desde que sejam feitas as reformas; (9) o deslocamento da classe média para a extrema direita e a pressão do impacto das suas mobilizações desde 2015/16; (10) os gravíssimos erros dos governos do PT, em especial, da política de Dilma Rousseff depois das eleições de 2014.

Alguns destes fatores pesam mais e outros menos. O papel da direção tem que ser inspirador. Mas a autoridade da esquerda diminuiu, e muito. Mesmo quando o fenômeno é contraditório. A do PT caiu muito, qualitativamente, a do PSOL aumentou um pouco, mas quantitativamente. Sim, há responsáveis. Eles têm nome. Mas dizer que a culpa é, em primeiro lugar, do PT, e repeti-lo todos os dias, não vai mudar a insegurança do povo que está atormentado na luta diária pela sobrevivência.

Ninguém tem o tipo de autoridade que Lula teve no seu auge, nem o próprio Lula. Falta autoridade moral, política e intelectual na esquerda. A moral vem do exemplo. Boulos tem, crescentemente. A política vem do projeto. Ninguém tem muita. A intelectual vem da força das ideias. Nesse terreno, permanecemos na defensiva.

Nada disso quer dizer que esta relação social de forças entre as classes não pode se alterar. Claro que pode.

O papel da esquerda deve ser aumentar o nível de consciência. Só que não é somente um problema de comunicação. É verdade que a agitação nas redes sociais é insuficiente. Mas esse não é o problema fundamental. A questão central é acreditar que é possível vencer. Ainda não somos fortes o bastante para um assalto frontal contra Bolsonaro. A hora da luta definitiva, decisiva, final não chegou. Ela virá. Mais cedo do que tarde. Estamos semeando a tempestade.

Ela será colossal, imensa, avassaladora. A força monumental da ação política dos trabalhadores e da juventude se revelou, parcialmente, nas Diretas em 1984, no Fora Collor em 1992, e no início de Junho de 2013. O que o futuro nos reserva será muito maior. Mas é preciso reorganizar a esquerda para não perder a próxima oportunidade histórica. A hora da revolução brasileira. Ela virá.

Más parque Cuscatlán y menos centro comercial Willian Carballo Septiembre de 2019 (El Faro)

Pasear por centros comerciales como La Gran Vía es una masturbación turística. Caminar cual europeos por su amplio paso peatonal adoquinado, mientras esquivamos tranvías infantiles y fuentes azul marino iluminadas, nos genera la falsa sensación de ser unos citadinos despreocupados que podemos salir a disfrutar de nuestra área metropolitana a pie, incluso de noche, como en París, Ámsterdam o Nueva York. Pero en el fondo sabemos que es paja. En realidad lo que hacemos es andar dentro de una burbuja fabricada con el jabón de la vigilancia privada y perfumada con el aroma de la exclusividad de tiendas a las que 2 millones de salvadoreños que viven en pobreza, según la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples 2018, quizás ni siquiera sueñan con vitrinear.

Caminar por la ciudad en verdaderos espacios públicos, lejos de esas ilusiones burbujeantes, en cambio, es complicado. Muchos ministros de Obras Públicas, quizás decoradores de Disney frustrados, fueron moldeando una ciudad que se asemejaba más a un escenario de la película Cars que a una urbe de seres humanos. San Salvador creció como si los automóviles nos gobernaran. Los ingenieros a cargo instalaron bancas en redondeles donde nadie se ha de sentar, angostaron las aceras y priorizaron los sapos en lugar de los árboles. El resultado fue un caminante para quien no hay camino ni se hace camino al andar.

Además, la violencia nos terminó de hundir. Los parques de muchas colonias se fueron llenando de números y letras góticas, hierba, brincos y rifas de los muchachos. Mientras que muchas calles, sobre todo las del centro de la ciudad, se fueron poblando de delincuentes hasta convertir los pasajes y las calles penumbrosas en sitios por los que caminar es pellizcar los testículos de un toro dormido. Los alcaldes también aunaron a la desidia. Incapaces o desinteresados –existen de los dos–, dejaron crecer la maleza en los pocos espacios públicos que teníamos y acabaron por condenarnos a avanzar con el celular escondido; o bien, si tenemos la suerte de ser del 19 por ciento de los hogares con vehículo, a no querer bajarnos de él.

Los dueños del capital supieron leer el cuento. Entendieron que los salvadoreños en el exterior mandaban dólares –más de 5 mil millones solo en 2018– y que quienes nos quedamos acá somos hijos del consumo que nos gastamos el 80 % de ese dinero. Entonces, como los geckos en nuestras casas, los centros comercialesfueron de a poco colonizando la capital. Era más entretenido ir al Pops de Metrocentro que comprar un sorbete de carretón en el Parque Infantil, y era más seguro llevar a los niños al carrusel de Galerías o al carrito tragamonedas del minion en Unicentro que atravesarse con ellos el Centenario flanqueado por faldas cortas y tacones. El resultado fue macondiano. San Salvador se convirtió en un centro urbano ecléctico que combinaba lo mejor de Miami con lo peor de las favelas de Río. En medio de esa rara ensalada, el mall terminó por ser el epicentro de nuestro tiempo libre en el área urbana.

Por eso es que noticias como la reciente remodelación del parque Cuscatlán se reciben como un frente frío en San Miguel. La reinauguración –pero también la recuperación y embellecimiento del Centro Histórico y la apertura de sitios como el Bicentenario y la plaza temática sobre El Principito– funcionan como alcohol en la piel de una población a la que normalmente le da comezón andar a pie. Y aunque nos quejemos de que el remozado espacio verde no tiene parqueo idóneo, porque nos sigue dando miedo llegar en bus o porque ir hacia él sigue siendo un campo de minas, el lugar se yergue como un oasis en un país que ha hecho de vitrinear y de comer donas un deporte. 2.6 millones de salvadoreños con sobrepeso y obesidad lo confirman.

Ahora, una vez el parque listo, las oportunidades son enormes. Me imagino a Adrenalina en la hoja cultural cantando La maldita; a la ídem delegación de diputados reconociendo simbólicamente, por fin, la memoria de las víctimas del conflicto armado en el monumento instalado en una de sus paredes y a Camilo Minero homenajeado en la Sala Nacional de Exposiciones. Veo emoción, deportes y esparcimiento lejos de los techos de Plaza Mundo o de los nuevos centros comerciales que está pariendo la Zona Rosa. Y también me veo caminando con mi familia por sus senderos, llevando a mi hija a marearse hacia la casa de la gravedad del Tin Marín y hasta saliendo desde ahí de su manita, a las 8 p.m. de un sábado, con rumbo al Teatro Nacional por el camino amarillo que lleva a la obra El Mago de Oz.

Claro que nos falta seguridad, aceras despejadas, circuitos peatonales y varias decenas de museos y monumentos para ser París, Ámsterdam o Nueva York. Pero se puede soñar. Quizás el Parque Cuscatlán sea, después de todo, el despertar de esta adolescencia y de esta masturbación turística de los mall. O mejor aún: el inicio de un nuevo andar por los adoquines de un suelo público de verdad en esta furiosa y tan susceptible ciudad.

INTRODUCCION DE 1891 por F. Engels a La Guerra Civil en Francia

El requerimiento para reeditar el manifiesto del Consejo General de la Internacional sobre “La guerra civil en Francia” y para escribir una introducción para él, me cogió desprevenido. Por eso sólo puedo tocar brevemente aquí los puntos más importantes.

Hago preceder al extenso trabajo arriba citado los dos manifiestos más cortos del Consejo General sobre la guerra franco-prusiana [*] . En primer lugar, porque en “La guerra civil” se hace referencia al segundo de estos dos manifiestos, que, a su vez, no puede ser completamente comprendido si no se conoce el primero. Pero además, porque estos dos manifiestos, escritos también por Marx, son, al igual que “La guerra civil”, ejemplos elocuentes de las dotes extraordinarias del autor -manifestadas por vez primera en “El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte” [**] – para ver claramente el carácter, el alcance y las consecuencias inevitables de los grandes acontecimientos históricos, cuando éstos se desarrollan todavía ante nuestros ojos o acaban apenas de producirse. Y, finalmente, porque en Alemania estamos aún padeciendo las consecuencias de aquellos acontecimientos, tal como Marx los había pronosticado.

En el primer manifiesto se declaraba que si la guerra defensiva de Alemania contra Luis Bonaparte degeneraba en una guerra de conquista contra el pueblo francés revivirían con redoblada intensidad todas las desventuras que Alemania había experímentado después de la llamada guerra de liberación [3]. ¿Acaso no ha sucedido así? ¿No hemos padecido otros veinte años de dominación bismarquiana, con su Ley de Excepción [4] y su batida antisocialista en lugar de las persecuciones de demagogos [5] con las mismas arbitrariedades policíacas y la misma, literalmente la misma, interpretación indignante de las leyes?

¿Y acaso no se ha cumplido al pie de la letra el pronóstico de que la anexión de Alsacia y Lorena «echaría a Francia en brazos de Rusia» y de que Alemania con esta anexión se convertiría abiertamente en un vasallo de Rusia o tendría, que prepararse, después de una breve tregua, para una nueva guerra, para «una guerra de razas, una guerra contra las razas eslava y latina coligadas»? [***] ¿Acaso la anexión de las provincias francesas no ha echado a Francia en brazos de Rusia? ¿Acaso Bismarck no ha implorado en vano durante veinte años los favores del zar, y con servicios aún más bajos que aquellos con que la pequeña Prusia, cuando todavía no era la «primera potencia de Europa», solía postrarse a los pies de la santa Rusia? ¿Y acaso no pende constantemente sobre nuestras cabezas la espada de Damocles de otra guerra, que, al empezar, convertirá en humo de pajas todas las alianzas de los soberanos selladas por los protocolos, una guerra en la que lo única cierto es la absoluta incertidumbre de sus consecuencias; una guerra de razas que entregará a toda Europa a la obra devastadora de quince o veinte millones de hombres armados, y que si no ha comenzado ya a hacer estragos es simplemente porque hasta la más fuerte entre las grandes potencias militares tiembla ante la completa imposibilidad de prever su resultado final?

De aquí que estemos aún más obligados a poner al alcance de los obreros alemanes esta brillante prueba, hoy medio olvidada, de la profunda visión de la política internacional de la clase obrera en 1870.

Y lo que decimos de estos dos manifiestos también es aplicable a “La guerra civil en Francia”. El 28 de mayo, los últimos luchadores de la Comuna sucumbían ante la superioridad de fuerzas del enemigo en las faldas de Belleville. Dos días después, el 30, Marx leía ya al Consejo General el texto del trabajo en que se esboza la significación histórica de la Comuna de París, en trazos breves y enérgicos, pero tan precisos y sobre todo tan exactos que no han sido nunca igualados en toda la enorme masa de escritos publicados sobre este tema.

Gracias al desarrollo económico y político de Francia desde 1789, la situación en París desde hace cincuenta años ha sido tal que no podía estallar en esta ciudad ninguna revolución que no asumiese en seguida un carácter proletario, es decir, sin que el proletariado, que había comprado la victoria con su sangre, presentase sus propias reivindicaciones después del triunfo conseguido. Estas reivindicaciones eran más o menos oscuras y hasta confusas, a tono en cada período con el grado de desarrollo de los obreros de París, pero se reducían siempre a la exigencia de abolir los antagonismos de clase entre capitalistas y obreros. A decir verdad, nadie sabía cómo se podía conseguir esto. Pero la reivindicación misma, por vaga que fuese la manera de formularla, encerraba ya una amenaza contra el orden social existente; los obreros que la mantenían estaban aún armados; por eso, el desarme de los obreros era el primer mandamiento de los burgueses que se hallaban al frente del Estado. De aquí que después de cada revolución ganada por los obreros se llevara a cabo una nueva lucha que acababa con la derrota de éstos.

Así sucedió por primera vez en 1848. Los burgueses liberales de la oposición parlamentaria celebraban banquetes abogando por una reforma electoral que había de garantizar la dominación de su partido. Viéndose cada vez más obligados a apelar al pueblo en la lucha que sostenían contra el Gobierno, no tenían más remedio que tolerar que los sectores radicales y republicanos de la burguesía y de la pequeña burguesía tomasen poco a poco la delantera. Pero detrás de estos sectores estaban los obreros revolucionarios, que desde 1830 [6] habían adquirido mucha más independencia política de lo que los burgueses e incluso los republicanos se imaginaban. Al producirse la crisis entre el Gobierno y la oposición, los obreros comenzaron la lucha en las calles. Luis Felipe desapareció, y con él la reforma electoral, viniendo a ocupar su puesto la república, y una república que los mismos obreros victoriosos calificaban de república «social». Nadie sabía a ciencia cierta, ni los mismos obreros, qué había que entender por república social. Pero los obreros tenían ahora armas y eran una fuerza dentro del Estado. Por eso, tan pronto como los republicanos burgueses, que empuñaban el timón del Gobierno, sintieron que pisaban terreno un poco más firme, su primera aspiración fue desarmar a los obreros. Para lograrlo se les empujó a la insurrección de Junio de 1848 [7], por medio de una violación manifiesta de la palabra dada, lanzándoles un desafío descarado e intentando desterrar a los parados a una provincia lejana. El Gobierno había cuidado de asegurarse una aplastante superioridad de fuerzas. Después de cinco días de lucha heroica, los obreros sucumbieron. Y se produjo un baño en sangre con prisioneros indefensos como jamás se había visto en los días de las guerras civiles con que se inició la caída de la República Romana [8]. Era la primera vez que la burguesía ponía de manifiesto a qué insensatas crueldades de venganza es capaz de acudir tan pronto como el proletariado se atreve a enfrentarse con ella, como clase aparte con intereses propios y propias reivindicaciones. Y, sin embargo, lo de 1848 no fue más que un juego de chicos, comparado con la furia de la burguesía en 1871.

El castigo no se hizo esperar. Si el proletariado no estaba todavía en condiciones de gobernar a Francia, la burguesía ya no podía seguir gobernándola. Por lo menos en aquel momento, en que su mayoría era todavía de tendencia monárquica y se hallaba dividida en tres partidos dinásticos [9] y el cuarto republicano. Sus discordias intestinas permitieron al aventurero Luis Bonaparte apoderarse de todos los puestos de mando -ejército, policía, aparato administrativo- y hacer saltar, el 2 de diciembre de 1851 [10], el último baluarte de la burguesía: la Asamblea Nacional. Así comenzó el Segundo Imperio, la explotación de Francia por una cuadrilla de aventureros políticos y financieros, pero también, al mismo tiempo, un desarrollo industrial como jamás hubiera podido concebirse bajo el sistema mezquino y asustadizo de Luis Felipe, en que la dominación exclusiva se hallaba en manos de un pequeño sector de la gran burguesía. Luis Bonaparte quitó a los capitalistas el poder político con el pretexto de defenderles, de defender a los burgueses contra los obreros, y, por otra parte, a éstos contra la burguesía; pero, a cambio de ello, su régimen estimuló la especulación y las actividades industriales; en una palabra, el auge y el enriquecimiento de toda la burguesía en proporciones hasta entonces desconocidas. Cierto es que fueron todavía mayores las proporciones en que se desarrollaron la corrupción y el robo en masa, que pululaban en torno a la Corte imperial y se llevaban buenos dividendos de este enriquecimiento.

Pero el Segundo Imperio era la apelación al chovinismo francés, la reivindicación de las fronteras del Primer Imperio, perdidas en 1814, o al menos las de la Primera República [11]. Era imposible que subsistiese a la larga un Imperio francés dentro de las fronteras de la antigua monarquía, más aún, dentro de las fronteras todavía más amputadas de 1815. Esto implicaba la necesidad de guerras accidentales y de ensanchar las fronteras. Pero no había zona de expansión que tanto deslumbrase la fantasía de los chovinistas franceses como las tierras alemanas de la orilla izquierda del Rin. Para ellos, una milla cuadrada en el Rin valía más que diez en los Alpes o en cualquier otro sitio. Proclamado el Segundo Imperio, la reivindicación de la orilla izquierda del Rin fuese de una vez o por partes, era simplemente una cuestión de tiempo. Y el tiempo llegó con la guerra austro-prusiana de 1866. Defraudado en sus esperanzas de «compensaciones territoriales» por el engaño de Bismarck y por su propia política demasiado astuta y vacilante, a Napoleón no le quedaba ahora más salida que la guerra, que estalló en 1870 y le empujó primero a Sedán y después a Wilhelmshöhe [12].

La consecuencia inevitable fue la revolución de París del 4 de septiembre de 1870. El Imperio se derrumbó como un castillo de naipes y nuevamente fue proclamada la república. Pero el enemigo estaba a las puertas. Los ejércitos del Imperio estaban sitiados en Metz sin esperanza de salvación o prisioneros en Alemania. En esta situación angustiosa, el pueblo permitió a los diputados parisinos del antiguo Cuerpo Legislativo constituirse en un «Gobierno de la Defensa Nacional». Estuvo tanto más dispuesto a acceder a esto, cuanto que, para los fines de la defensa, todos los parisinos capaces de empuñar las armas se habían enrolado en la Guardia Nacional y estaban armados, con lo cual los obreros representaban dentro de ella una gran mayoría. Pero el antagonismo entre el Gobierno, formado casi exclusivamente por burgueses, y el proletariado en armas no tardó en estallar. El 31 de octubre los batallones obreros tomaron por asalto el Hôtel de Ville y capturaron a algunos miembros del Gobierno. Mediante una traición, la violación descarada por el Gobierno de su palabra y la intervención de algunos batallones pequeñoburgueses, se consiguió ponerlos nuevamente en libertad y, para no provocar el estallido de la guerra civil dentro de una ciudad sitiada por un ejército extranjero, se permitió seguir en funciones al Gobierno constituido.

Por fin, el 28 de enero de 1871, la ciudad de París, vencida por el hambre, capituló. Pero con honores sin precedente en la historia de las guerras. Los fuertes fueron rendidos, las murallas desarmadas, las armas de las tropas de línea y de la Guardia Móvil entregadas, y sus hombres fueron considerados prisioneros de guerra. Pero la Guardia Nacional conservó sus armas y sus cañones y se limitó a sellar un armisticio con los vencedores. Y éstos no se atrevieron a entrar en París en son de triunfo. Sólo osaron ocupar un pequeño rincón de la ciudad, una parte en que no había, en realidad, más que parques públicos, y, por anadidura, ¡sólo lo tuvieron ocupado unos cuantos días! Y durante este tiempo, ellos, que habían tenido cercado a París por espacio de 131 días, estuvieron cercados por los obreros armados de la capital, que montaban la guardia celosamente para evitar que ningún «prusiano» traspasase los estrechos límites del rincón cedido a los conquistadores extranjeros. Tal era el respeto que los obreros de París infundían a un ejército ante el cual habían rendido sus armas todas las tropas del Imperio. Y los junkers prusianos, que habían venido a tomarse la venganza en el hogar de la revolución, ¡no tuvieron más remedio que pararse respetuosamente a saludar a esta misma revolución armada!

Durante la guerra, los obreros de París habíanse limitado a exigir la enérgica continuación de la lucha. Pero ahora, sellada ya la paz [13] después de la capitulación de París, Thiers, nuevo jefe del Gobierno, tenía que darse cuenta de que la dominación de las clases poseedoras -grandes terratenientes y capitalistas- estaba en constante peligro mientras los obreros de París tuviesen en sus manos las armas. Lo primero que hizo fue intentar desarmarlos. El 18 de marzo envió tropas de línea con orden de robar a la Guardia Nacional la artillería que era de su pertenencia, pues había sido construida durante el asedio de París y pagada por suscripción pública. El intento no prosperó; París se movilizó como un solo hombre para la resistencia y se declaró la guerra entre París y el Gobierno francés, instalado en Versalles. El 26 de marzo fue elegida, y el 28 proclamada la Comuna de París. El Comité Central de la Guardia Nacional, que hasta entonces había desempeñado las funciones de gobierno, dimitió en favor de la Comuna, después de haber decretado la abolición de la escandalosa «policía de moralidad» de París. El 30, la Comuna abolió la conscripción y el ejército permanente y declaró única fuerza armada a la Guardia Nacional, en la que debían enrolarse todos los ciudadanos capaces de empuñar las armas. Condonó los pagos de alquiler de viviendas desde octubre de 1870 hasta abril de 1871, incluyendo en cuenta para futuros pagos de alquileres las cantidades ya abonadas, y suspendió la venta de objetos empeñados en el monte de piedad de la ciudad. El mismo día 30 fueron confirmados en sus cargos los extranjeros elegidos para la Comuna, pues «la bandera de la Comuna es la bandera de la República mundial». El 1 de abril se acordó que el sueldo máximo que podría percibir un funcionario de la Comuna, y por tanto los mismos miembros de ésta, no podría exceder de 6.000 francos (4.800 marcos). Al día siguiente, la Comuna decretó la separación de la Iglesia del Estado y la supresión de todas las partidas consignadas en el presupuesto del Estado para fines religiosos, declarando propiedad nacional todos los bienes de la Iglesia; como consecuencia de esto, el 8 de abril se ordenó que se eliminase de las escuelas todos los símbolos religiosos, imágenes, dogmas, oraciones, en una palabra, «todo lo que cae dentro de la órbita de la conciencia individual», orden que fue aplicándose gradualmente. El día 5, en vista de que las tropas de Versalles fusilaban diariamente a los combatientes de la Comuna capturados por ellas, se dictó un decreto ordenando la detención de rehenes, pero esta disposición nunca se llevó a la práctica. El día 6, el 137 Batallón de la Guardia Nacional sacó a la calle la guillotina y la quemó públicamente, entre el entusiasmo popular. El 12, la Comuna acordó que la Columna Triunfal de la plaza Vendôme, fundida con el bronce de los cañones tomados por Napoleón después de la guerra de 1809, se demoliese, como símbolo de chovinismo e incitación a los odios entre naciones. Esta disposición fue cumplida el 16 de mayo. El 16 de abril, la Comuna ordenó que se abriese un registro estadístico de todas las fábricas clausuradas por los patronos y se preparasen los planes para reanudar su explotación con los obreros que antes trabajaban en ellas, organizándoles en sociedades cooperativas, y que se planease también la agrupación de todas estas cooperativas en una gran Unión. El 20, la Comuna declaró abolido el trabajo nocturno de los panaderos y suprimió también las oficinas de colocación, que durante el Segundo Imperio eran un monopolio de ciertos sujetos designados por la policía, explotadores de primera fila de los obreros. Las oficinas fueron transferidas a las alcaldías de los veinte distritos de París. El 30 de abril, la Comuna ordenó la clausura de las casas de empeño, basándose en que eran una forma de explotación privada de los obreros, en pugna con el derecho de éstos a disponer de sus instrumentos de trabajo y de crédito. El 5 de mayo, dispuso la demolición de la Capilla Expiatoria, que se había erigido para expiar la ejecución de Luis XVI.

Como se ve, el carácter de clase del movimiento de París, que antes se había relegado a segundo plano por la lucha contra los invasores extranjeros, resalta con trazos netos y enérgicos desde el 18 de marzo en adelante. Como los miembros de la Comuna eran todos, casi sin excepción, obreros o representantes reconocidos de los obreros, sus acuerdos se distinguían por un carácter marcadamente proletario. Una parte de sus decretos eran reformas que la burguesía republicana no se había atrevido a implantar sólo por vil cobardía y que echaban los cimientos indispensables para la libre acción de la clase obrera, como, por ejemplo, la implantación del principio de que, con respecto al Estado, la religión es un asunto de incumbencia puramente privada; otros iban encaminados a salvaguardar directamente los intereses de la clase obrera, y, en parte, abrían profundas brechas en el viejo orden social. Sin embargo, en una ciudad sitiada lo más que se podía alcanzar era un comienzo de desarrollo de todas estas medidas. Desde los primeros días de mayo, la lucha contra los ejércitos levantados por el Gobierno de Versalles, cada vez más nutridos, absorbió todas las energías.

El 7 de abril, los versalleses tomaron el puente sobre el Sena en Neuilly, en el frente occidental de París; en cambio, el 11 fueron rechazados con grandes pérdidas por el general Eudes, en el frente sur. París estaba sometido a constante bombardeo, dirigido además por los mismos que habían estigmatizado como un sacrilegio el bombardeo de la capital por los prusianos. Ahora, estos mismos individuos imploraban al Gobierno prusiano que acelerase la devolución de los soldados franceses hechos prisioneros en Sedán y en Metz, para que les reconquistasen París. Desde comienzos de mayo, la llegada gradual de estas tropas dio una superioridad decisiva a las fuerzas de Versalles. Esto se puso ya de manifiesto cuando, el 23 de abril, Thiers rompió las negociaciones, abiertas a propuesta de la Comuna, para canjear al arzobispo de París [****] y a toda una serie de clérigos, presos en la capital como rehenes, por un solo hombre, Blanqui, elegido por dos veces a la Comuna, pero preso en Clairvaux. Y se hizo más patente todavía en el nuevo lenguaje de Thiers, que, de reservado y ambiguo, se convirtió de pronto en insolente, amenazador, brutal. En el frente sur, los versalleses tomaron el 3 de mayo el reducto de Moulin Saquet; el día 9 se apoderaron del fuerte de Issy, reducido por completo a escombros por el cañoneo; el 14 tomaron el fuerte de Vanves. En el frente occidental avanzaban paulatinamente, apoderándose de numerosos edificios y aldeas que se extendían hasta el cinturón fortificado de la ciudad y llegando, por último, hasta la muralla misma; el 21, gracias a una traición y por culpa del descuido de los guardias nacionales destacados en este sector, consiguieron abrirse paso hacia el interior de la ciudad. Los prusianos, que seguían ocupando los fuertes del Norte y del Este, permitieron a los versalleses cruzar por la parte norte de la ciudad, que era terreno vedado para ellos según los términos del armisticio, y, de este modo, avanzar atacando sobre un largo frente, que los parisinos no podían por menos que creer amparado por dicho convenio y que, por esta razón, tenían guarnecido con escasas fuerzas. Resultado de esto fue que en la mitad occidental de París, en los barrios ricos, sólo se opuso una débil resistencia, que se hacía más fuerte y más tenaz a medida que las fuerzas atacantes se acercaban al sector del Este, a los barrios propiamente obreros. Hasta después de ocho días de lucha no cayeron en las alturas de Belleville y Ménilmontant los últimos defensores de la Comuna; y entonces llegó a su apogeo aquella matanza de hombres desarmados, mujeres y niños, que había hecho estragos durante toda la semana con furia creciente. Ya los fusiles de retrocarga no mataban bastante de prisa, y entraron en juego las ametralladoras para abatir por centenares a los vencidos. El Muro de los Federados del cementerio de Père Luchaise, donde se consumó el último asesinato en masa, queda todavía en pie, testimonio mudo pero elocuente del frenesí a que es capaz de llegar la clase dominante cuando el proletariado se atreve a reclamar sus derechos. Luego, cuando se vio que era imposible matarlos a todos, vinieron las detenciones en masa, comenzaron los fusilamientos de víctimas caprichosamente seleccionadas entre las cuerdas de presos y el traslado de los demás a grandes campos de concentración, donde esperaban la vista de los Consejos de Guerra. Las tropas prusianas que tenían cercado el sector nordeste de París recibieron la orden de no dejar pasar a ningún fugitivo, pero los oficiales con frecuencia cerraban los ojos cuando los soldados prestaban más obediencia a los dictados de humanidad que a las órdenes de superioridad; mención especial merece, por su humano comportamiento, el cuerpo de ejército de Sajonia, que dejó paso libre a muchas personas, cuya calidad de luchadores de la Comuna saltaba a la vista.* * *

Si hoy, al cabo de veinte años, volvemos los ojos a las actividades y a la significación histórica de la Comuna de París de 1871, advertimos la necesidad de completar un poco la exposición que se hace en “La guerra civil en Francia”.

Los miembros de la Comuna estaban divididos en una mayoría integrada por los blanquistas, que habían predominado también en el Comité Central de la Guardia Nacional, y una minoría compuesta por afiliados a la Asociación Internacional de los Trabajadores, entre los que prevalecían los adeptos de la escuela socialista de Proudhon. En aquel tiempo, la gran mayoría de los blanquistas sólo eran socialistas por instinto revolucionario y proletario; sólo unos pocos habían alcanzado una mayor claridad de principios; gracias a Vaillant, que conocía el socialismo científico alemán. Así se explica que la Comuna dejase de hacer, en el terreno económico, muchas cosas que, desde nuestro punto de vista actúal, debió realizar. Lo más difícil de comprender es indudablemente el santo temor con que aquellos hombres se detuvieron respetuosamente en los umbrales del Banco de Francia. Fue éste además un error político muy grave. El Banco de Francia en manos de la Comuna hubiera valido más que diez mil rehenes. Hubiera significado la presión de toda la burguesía francesa sobre el Gobierno de Versalles para que negociase la paz con la Comuna. Pero aún es más asombroso el acierto de muchas de las cosas que se hicieron, a pesar de estar compuesta la Comuna de proudhonianos y blanquistas. Por supuesto, cabe a los proudhonianos la principal responsabilidad por los decretos económicos de la Comuna, lo mismo en lo que atañe a sus méritos como a sus defectos; a los blanquistas les incumbe la responsabilidad principal por los actos y las omisiones políticos. Y, en ambos casos, la ironía de la historia quiso -como acontece generalmente cuando el poder cae en manos de doctrinarios- que tanto unos como otros hiciesen lo contrario de lo que la doctrina de su escuela respectiva prescribía.

Proudhon, el socialista de los pequeños campesinos y maestros artesanos, odiaba positivamente la asociación. Decía de ella que tenía más de malo que de bueno; que era por naturaleza estéril y aun perniciosa, como un grillete puesto a la libertad del obrero; que era un puro dogma, improductivo y gravoso, contrario por igual a la libertad del obrero y al ahorro de trabajo; que sus inconvenientes crecían más de prisa que sus ventajas; que, por el contrario, la libre concurrencia, la división del trabajo y la propiedad privada eran otras tantas fuerzas económicas. Sólo en los casos excepcionales -así calificaba Proudhon la gran industria y las grandes empresas como, por ejemplo, los ferrocarriles- estaba indicada la asociación de los obreros. (Véase “Idée générale de la révolution”, 3er estudio.)

Pero hacia 1871, incluso en París, centro del artesanado artístico, la gran industria había dejado ya hasta tal punto de ser un caso excepcional, que el decreto más importante de cuantos dictó la Comuna dispuso una organización para la gran industria e incluso para la manufactura, que no se basaba sólo en la asociación de obreros dentro de cada fábrica, sino que debía también unificar a todas estas asociaciones en una gran Unión; en resumen, en una organización que, como Marx dice muy bien en “La guerra civil”, forzosamente habría conducido en última instancia al comunismo, o sea, a lo más antitético de la doctrina proudhoniana. Por eso, la Comuna fue la tumba de la escuela proudhoniana del socialismo. Esta escuela ha desaparecido hoy de los medios obreros franceses; en ellos, actualmente, la teoría de Marx predomina sin discusión, y no menos entre los «posibilistas» [14] que entre los «marxistas». Sólo quedan proudhonianos en el campo de la burguesía «radical».

No fue mejor la suerte que corrieron los blanquistas. Educados en la escuela de la conspiración y mantenidos en cohesión por la rígida disciplina que esta escuela supone, los blanquistas partían de la idea de que un grupo relativamente pequeño de hombres decididos y bien organizados estaría en condiciones, no sólo de adueñarse en un momento favorable del timón del Estado, sino que, desplegando una acción enérgica e incansable, sería capaz de sostenerse hasta lograr arrastrar a la revolución a las masas del pueblo y congregarlas en torno al puñado de caudillos. Esto llevaba consigo, sobre todo, la más rígida y dictatorial centralización de todos los poderes en manos del nuevo Gobierno revolucionario. ¿Y qué hizo la Comuna, compuesta en su mayoría precisamente por blanquistas? En todas las proclamas dirigidas a los franceses de las provincias, la Comuna les invita a crear una Federación libre de todas las Comunas de Francia con París, una organización nacional que, por vez primera, iba a ser creada realmente por la misma nación. Precisamente el poder opresor del antiguo Gobierno centralizado -el ejército, la policía política y la burocracia-, creado por Napoleón en 1798 y que desde entonces hahía sido heredado por todos los nuevos gobiernos como un instrumento grato, empleándolo contra sus enemigos, precisamente éste debía ser derrumbado en toda Francia, como había sido derrumbado ya en París.

La Comuna tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al poder, no podía seguir gobernando con la vieja máquina del Estado; que, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera tenía, de una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción, revocables en cualquier momento. ¿Cuáles eran las características del Estado hasta entonces? En un principio, por medio de la simple división del trabajo, la sociedad se creó los órganos especiales destinados a velar por sus intereses comunes. Pero, a la larga, estos órganos, a la cabeza de los cuales figuraba el poder estatal, persiguiendo sus propios intereses específicos, se convirtieron de servidores de la sociedad en señores de ella. Esto puede verse, por ejemplo, no sólo en las monarquías hereditarias, sino también en las repúblicas democráticas. No hay ningún país en que los «políticos» formen un sector más poderoso y más separado de la nación que en Norteamérica. Allí cada uno de los dos grandes partidos que alternan en el Gobierno está a su vez gobernado por gentes que hacen de la política un negocio, que especulan con las actas de diputado de las asambleas legistativas de la Unión y de los distintos Estados federados, o que viven de la agitación en favor de su partido y son retribuidos con cargos cuando éste triunfa. Es sabido que los norteamericanos llevan treinta años esforzándose por sacudir este yugo, que ha llegado a ser insoportable, y que, a pesar de todo, se hunden cada vez más en este pantano de corrupción. Y es precisamente en Norteamérica donde podemos ver mejor cómo progresa esta independización del Estado frente a la sociedad, de la que originariamente debía ser un simple instrumento. Allí no hay dinastía, ni nobleza, ni ejército permanente -fuera del puñado de hombres que montan la guardia contra los indios-, ni burocracia con cargos permanentes o derechos pasivos. Y, sin embargo, en Norteamérica nos encontramos con dos grandes cuadrillas de especuladores políticos que alternativamente se posesionan del poder estatal y lo explotan por los medios y para los fines más corrompidos; y la nación es impotente frente a estos dos grandes cártels de políticos, pretendidos servidores suyos, pero que, en realidad, la dominan y la saquean.

Contra esta transformación del Estado y de los órganos del Estado de servidores de la sociedad en señores de ella, transformación inevitable en todos los Estados anteriores, empleó la Comuna dos remedios infalibles. En primer lugar, cubrió todos los cargos administrativos, judiciales y de enseñanza por elección, mediante sufragio universal, concediendo a los electores el derecho a revocar en todo momento a sus elegidos. En segundo lugar, todos los funcionarios, altos y bajos, estaban retribuidos como los demás trabajadores. El sueldo máximo abonado por la Comuna era de 6.000 francos. Con este sistema se ponía una barrera eficaz al arribismo y la caza de cargos, y esto sin contar con los mandatos imperativos que, por añadidura, introdujo la Comuna para los diputados a los cuerpos representativos.

En el capítulo tercero de “La guerra civil” se describe con todo detalle esta labor encaminada a hacer saltar el viejo poder estatal y sustituirlo por otro nuevo y realmente democrático. Sin embargo, era necesario detenerse a examinar aquí brevemente algunos de los rasgos de esta sustitución por ser precisamente en Alemania donde la fe supersticiosa en el Estado se ha trasplantado del campo filosófico a la conciencia general de la burguesía e incluso a la de muchos obreros. Según la concepción filosófica, el Estado es la «realización de la idea», o sea, traducido al lenguaje filosófico, el reino de Dios en la tierra, el campo en que se hacen o deben hacerse realidad la eterna verdad y la eterna justicia. De aquí nace una veneración supersticiosa del Estado y de todo lo que con él se relaciona, veneración supersticiosa que va arraigando en las conciencias con tanta mayor facilidad cuanto que la gente se acostumbra ya desde la infancia a pensar que los asuntos e intereses comunes a toda la sociedad no pueden gestionarse ni salvaguardarse de otro modo que como se ha venido haciendo hasta aquí, es decir, por medio del Estado y de sus funcionarios bien retribuidos. Y se cree haber dado un paso enormemente audaz con librarse de la fe en la monarquía hereditaria y entusiasmarse por la república democrática. En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la república democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, es un mal que se transmite hereditariamente al proletariado triunfante en su lucha por la dominación de clase. El proletariado victorioso, lo mismo que hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente los lados peores de este mal, entretanto que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo este trasto viejo del Estado.

Ultimamente, las palabras «dictadura del proletariado» han vuelto a sumir en santo horror al filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡he ahí la dictadura del proletariado!

Londres, en el vigésimo aniversario de la Comuna de París, 18 de marzo de 1891

F. Engels


Publicado en la revista “Die “Neue Zeit”, Bd. 2, Nº 28, 1890-1891
y en el libro: Karl Marx. “Der Bürgerkrieg in Frankreich”, Berlin, 1891.


Se publica de acuerdo con el texto del libro

traducido del alemán.


NOTAS

[*] págs. 200-205, 206-213.

[**] Véase el Obras escogidas en 3 tomos, t. 1, págs. 408-498.

[***] Véase el Obras escogidas en 3 tomos, t. 1, pág. 210. (N. de la Edit.)

[****] Darboy (N. de la Edit.)

[1] La guerra civil en Francia es una de las más importantes obras del marxismo, en la que, sobre la base de la experiencia de la Comuna de París, se desarrollan las principales tesis de la doctrina marxista sobre el Estado y la revolución. Fue escrita como Manifiesto del Consejo General de la Internacional a todos los miembros de la Asociación Internacional de los Trabajadores en Europa y los Estados Unidos.
En este trabajo se confirma y se desarrolla la tesis expuesta por Marx en “El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte” acerca de la necesidad de que el proletariado destruya la máquina estatal burguesa. Marx saca la conclusión de que «la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines»
El proletariado debe destruirla y sustituirla con un Estado del tipo de la Comuna de París. Esta conclusión de Marx acerca del Estado de nuevo tipo -del tipo de la Comuna de París- como forma estatal de la dictadura del proletariado constituye el contenido principal de su nueva aportación a la teoría revolucionaria.
La obra de Marx “La guerra civil en Francia” tuvo gran propagación. En los años de 1871-1872 fue traducida a varias lenguas y publicada en diversos países de Europa y en los EE.UU.

[2] Engels escribió esta introducción para la tercera edición alemana del trabajo de Marx “La guerra civil en Francia” publicada en 1891 en conmemoración del 20 aniversario de la Comuna de París. En dicha edición, Engels incluye el primer y el segundo manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores, escritos por Marx, acerca de la guerra franco-prusiana, manifiestos que en las ediciones posteriores en diferentes lenguas se publican también junto con “La guerra civil en Francia”.

[3] Se alude a la guerra de liberación nacional del pueblo alemán contra la dominación napoleónica en 1813-1814.

[4] La Ley de Excepción contra los socialistas fue promulgada en Alemania el 21 de octubre de 1878. En virtud de la misma quedaron prohibidas todas las organizaciones del Partido Socialdemócrata, las organizaciones obreras de masas y la prensa obrera. Fueron confiscadas las publicaciones socialistas y se sometió a represiones a los socialdemócratas. Bajo la presión del movimiento obrero de masas, la ley fue derogada el 1º de octubre de 1890.

[5] Se denominaban demogagos en Alemania en los años 20 del siglo XIX a los participantes en el movimiento oposicionista de los intelectuales alemanes que se pronunciaban contra el régimen reaccionario en los Estados alemanes y reivindicaban la unificación de Alemania. Los «demagogos» eran víctimas de crueles persecuciones por parte de las autoridades alemanas.

[6] Trátase de la revolución burguesa de julio de 1830 en Francia.

[7] La insurrección de Junio, heroica insurrección de los obreros de París el 23-26 de junio de 1848, reprimida con inaudita crueldad por la burguesía francesa, fue la primera gran guerra civil entre el proletariado y la burguesía.

[8] Se alude a las guerras civiles de los años 44 a 27 a. de n. e., que desembocaron en la instauración del Imperio Romano.

[9] Trátase de los legitimistas, los orleanistas y los bonapartistas.
Legitimistas, partidarios de la dinastía de los Borbones, derrocada en Francia en 1792; representaban los intereses de la gran aristocracia propietaria de tierras y del alto clero; constituyeron partido en 1830, después del segundo derrocamiento de la dinastía. En 1871, los legitimistas se incorporaron a la cruzada común de las fuerzas contrarrevolucionarias para combatir a la Comuna de París.
Orleanistas, partidarios de los duques de Orleáns, rama menor de la dinastía de los Borbones, que se mantuvo en el poder desde la revolución de julio de 1830 hasta la de 1848; representaban los intereses de la aristocracia financiera y la gran burguesía.

[10] Alusión al golpe de Estado de Luis Bonaparte efectuado el 2 de diciembre de 1851, con el que comienza el régimen bonapartista del Segundo Imperio.

[11] La Primera República fue proclamada en 1792, durante la Gran Revolución burguesa de Francia. Le siguieron en 1799 el Consulado y, luego, el Primer Imperio de Napoleón I Bonaparte (1804-1814). En ese período, Francia sostuvo numerosas guerras, ampliando considerablemente los límites del Estado.

[12] El 2 de setiembre de 1870, el ejército francés fue derrotado en Sedán, quedando prisioneras las tropas, con el mismo emperador. Del 5 de setiembre de 1870 al 19 de marzo de 1871, Napoleón III y el mando se hallaban en Wilhelmshöle (cerca de Kassel), castillo de los reyes de Prusia. La catástrofe de Sedán precipitó la caída del Segundo Imperio y desembocó el 4 de setiembre de 1870 en la proclamación de la república en Francia. Se formó un Gobierno nuevo, el llamado «Gobierno de la Defensa Nacional».

[13] Se alude al tratado preliminar de paz entre Francia y Alemania firmado en Versalles el 26 de febrero de 1871 por Thiers y J. Favre, de una parte, y Bismarck, de otra. Según las condiciones del tratado, Francia cedía a Alemania el territorio de Alsacia y la parte oriental de Lorena y le pagaba una contribución de guerra de 5 mil millones de francos. El tratado definitivo de paz fue firmado en Francfort del Meno el 10 de mayo de 1871.

[14] Los posibilistas formaban una corriente oportunista en el movimiento socialista de Francia. Sus dirigentes, entre otros, Brousse y Malon, provocaron en 1882 la escisión del Partido Obrero Francés. Los líderes de esta corriente proclamaron el principio reformista de procurar nada más que lo «posible».

Breves valoraciones sobre próximas elecciones presidenciales de febrero 2019 Roberto Pineda 18 de enero de 2018

1.    Esta es una elección completamente irregular, atípica.  Con muy poco colorido en las calles, peleada básicamente en los medios de comunicación y particularmente en las redes sociales. Esto no lo entendieron ni ARENA ni el FMLN que a última hora hacen esfuerzos en este sentido.

2.    El dilema electoral a resolver consiste en quien triunfara: el rechazo popular masivo al bipartidismo, evidenciado en marzo de 2018, junto a la popularidad de Nayib reflejada en la intensión de voto de más de 20 encuestas desde septiembre del año pasado o la fortaleza territorial de ARENA/FMLN en la defensa del voto y su control de Tribunal Supremo Electoral, Fiscalía General de la Republica, Corte Suprema de Justicia, y Medios de Comunicación.

3.    Existen diversos escenarios  de resultado electorales: considero que Nayib puede ganar en primera vuelta con una victoria abrumadora  e inédita (60% del voto) que venga a confirmar las encuestas.

Un segundo escenario es una victoria cerrada en primera vuelta de Nayib con un 51% del voto.

Un tercer escenario de primera vuelta es una victoria de Calleja (ARENA) cerrada (entre 51 y 53%).

No me parece muy objetiva la apreciación del empate técnico entre Nayib, Calleja y Hugo.

En caso de segunda vuelta Nayib gana por un 60% del voto.

4.    El universo de votantes es de 5 millones. En las elecciones de marzo pasado votaron 2.1 millones, el 40 por ciento. En las elecciones presidenciales anteriores votaron 3 millones (el 60 por ciento). Creo que por esta cifra andara la actual elección, unos 3 millones de votantes.  Para ganar cualquier candidato necesita mínimo  1, 6 millones de votantes.

Hacia un anticapitalismo realista Entrevista a Wolfgang Streeck (Joanna Itzek)

Wolfgang Streeck cree que la izquierda debe plantear un programa anticapitalista realista antes que proyectos de reeducación moral. En esta entrevista analiza el rol de las izquierdas en el complejo panorama contemporáneo.

Los partidos de izquierda, dentro y fuera de Europa, están en crisis. ¿Hasta qué punto esta crisis difiere de la crisis general de las organizaciones políticas de masas y del desconcierto ideológico de los conservadores?

Hay puntos en común y diferencias. Uno de los puntos en común es que ya no se cree que los partidos tradicionales tengan fuerza creativa, y ni siquiera se les exige que la tengan. La diferencia es que hay otros que pueden manejar esta situación mejor que los socialdemócratas o los partidos ubicados a la izquierda de estos. Los partidos que no son de izquierda, antaño «burgueses», pueden hacer política de manera espontánea, como lo hace, por ejemplo, Angela Merkel, que logra escenificar magistralmente un oportunismo guiado por encuestas, a modo de una novela de aprendizaje personal. Todos los días sucede algo que la prensa puede revelar de inmediato. Lo que sucedió ayer ya no es de interés siquiera para los miembros de la Unión Demócrata Cristiana (CDU, por sus siglas en alemán).

Por el contrario, los partidos de izquierda tienen miembros que esperan de ellos un núcleo ideológico-programático. Sin embargo, generalmente no lo pueden consensuar, en parte porque carecen cada vez más de una perspectiva de poder real que promueva el realismo. Los votantes, muchos de los cuales toman su decisión en el último minuto dentro del cuarto oscuro, ven esto solamente como caos. Si los partidos de izquierda no logran, en medio de una opinión pública acostumbrada a consumir una multiplicidad de noticias, concitar atención y credibilidad para una voluntad transformadora que apunte a una sociedad sostenible a largo plazo, y por lo tanto tangiblemente distinta, se volverán irrelevantes. Más aún cuando sus líderes intentan imitar el oportunismo carente de conceptos del llamado «centro». Los otros dominan mejor la política posdemocrática.

Un punto neurálgico del debate político es el futuro de la Unión Europea. ¿Cómo percibe el debate actual de la izquierda sobre Europa?

Para Alemania, la Unión Europea sigue significando bonanza, tanto económica como política. En Alemania convergen los flujos de poder económico de la eurozona, mientras que los países de la región mediterránea se desangran. Aquí es donde se está gestando un conflicto intraeuropeo como no hemos tenido desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Haber impuesto una moneda única de acuerdo con la receta alemana sirve a los intereses de la industria exportadora alemana, incluidos sus trabajadores, al tiempo que arruina a países como Italia y Grecia: un ejemplo de cómo un exceso de integración lleva al conflicto.

La situación es similar en Europa del Este, aunque por otras razones, como la política de refugiados. En términos políticos, con el número creciente y la heterogeneidad de los Estados miembros de la Unión Europea, Alemania está emergiendo como la potencia hegemónica de Europa, junto con –o mejor dicho, escondida detrás de– Francia. Y esto se debe además, en no menor medida, al rearme previsto del 2% del PIB, con lo que el presupuesto alemán de «defensa» superará con creces el de Rusia. Es probable que el nuevo poder militar se use en el África poscolonial, donde Francia necesita ayuda contra los insurgentes islamistas, así como en Europa del Este y los Balcanes, donde, para mantener la amistad de sus habitantes con Europa, Rusia debe ser mantenida a raya; y quizás incluso en Oriente Medio.

¿Cuáles son las consecuencias de esta hegemonía alemana para los y las votantes en Alemania?

Ser una potencia hegemónica no es gratis; los países mediterráneos demandarán compensación económica y financiera regional, y los países balcánicos reclamarán ayuda para el desarrollo; además será necesario cerrar la brecha financiera abierta por el Brexit en la Unión Europea y contar con el armamento convencional planeado como complemento de las armas nucleares y espaciales francesas. Nada de esto se discute seriamente en la izquierda alemana. Su pasatiempo es el reaseguro, en el nivel de la Unión Europea, de los seguros nacionales de desempleo a base de crédito y el denominado «salario mínimo europeo», llamado así porque diferencia según el ingreso promedio nacional.

Hay muchos indicios de que Alemania es demasiado pequeña para estar a la altura del papel de un Estado hegemónico europeo, incluso si Francia contribuyera con los costos. Ni siquiera somos capaces de reducir las diferencias de ingresos entre Alemania Occidental y Alemania del Este 30 años después de la unión monetaria alemana, ¿cómo haríamos entonces para reducir esas diferencias entre Baviera y Sicilia? Las demandas imposibles de satisfacer de otros países, especialmente si están moralmente justificadas, pueden provocar reacciones hostiles en la política interna. Entonces la «gran europea» Merkel, para ponerse del lado de sus votantes, traería sin duda de vuelta al «ama de casa suaba» (el símbolo de la austeridad alemana) de su reserva de RRPP. Incluso ante este peligro evidente, no hay una visión alternativa en la izquierda para una Europa futura, aparte de una mayor redistribución de Norte a Sur, con fronteras abiertas en todas las direcciones: un proyecto segurísimo de autorrepliegue.

Una importancia no menor reviste el tema de la migración, que ha resultado ser tan difícil como doloroso para los partidos de izquierda. ¿Cómo debería ser para usted una posición de izquierda convincente?

Las empresas alemanas tienen hambre de mano de obra, tanto de trabajadores calificados como de aquellos que estarían satisfechos con la mitad del salario mínimo alemán, sumado al subsidio Hartz IV. Una floreciente economía regional está creciendo más rápido que la oferta laboral renovable en cada región; es necesario que pasen casi dos décadas para que esa oferta arroje ganancias para los empleadores y los organismos de seguridad social. Esto significa inmigración. Piense en el hombre de Daimler, Dieter Zetsche, quien a fines de 2015 fantaseaba con el «comienzo de un segundo milagro económico». Pero tenemos una ley de migración desde hace apenas unos meses –tal fue hasta ese entonces la resistencia tanto de la antigua CDU como de los sindicatos– y no habría sido suficiente para la utopía neoliberal de un mercado laboral abierto con oferta ilimitada de mano de obra.

Fue entonces cuando llegaron oportunamente la guerra de Siria y las guerras (también guerras civiles) en Afganistán y África: si se interpreta adecuadamente la Constitución y el derecho internacional, a los refugiados se les debe permitir ingresar sin control y sin límite, incluso a aquellos poco calificados o que no están calificados en absoluto. Incluso tampoco pudo hacer nada en contra la bancada de la CDU/CSU en el Bundestag, acosada por sus votantes pero presionada a quedarse quieta no solo por la canciller, sino también por los empleadores, aliados con las iglesias, el Partido Socialdemócrata de Alemán (SPD), Los Verdes…

Por lo tanto, la economía obtuvo por razones humanitarias lo que no podría haber obtenido con justificación económica: una oferta de trabajo adicional tanto para trabajos calificados como para el sector de bajos salarios, desde el cual se puede seleccionar lo mejor y transferir el resto a la asistencia social. Que luego «nosotros» hayamos sido elogiados como una nación «abierta al mundo» –una «nueva Alemania» que ha «aprendido de su historia»– hizo de la izquierda casi un club de admiradores de Merkel, especialmente cuando se le permitió combatir al inevitable movimiento antagónico tildándolo de «neofascista». Lo que se le escapó fue el hecho de que Merkel, a más tardar a fines de 2016, tuvo éxito en volver a cerrar las fronteras no solo de Alemania sino también de Europa, para asegurar así su supervivencia política.

¿Pero la inmigración controlada no es vista con agrado por amplios círculos de la opinión pública alemana?

Sabemos poco sobre la reacción de la población local a las oleadas inmigratorias. Sin embargo, parece que aun en los países «más abiertos al mundo» la euforia inicial, incluso el orgullo nacional por la propia voluntad de ayudar, se convierte en algún momento y súbitamente en rechazo (ver los países escandinavos), al menos cuando se extiende la impresión de que la inmigración no está bien administrada, ya sea por incapacidad del gobierno o por falta de cooperación por parte de los inmigrantes.

En los Estados de Bienestar clásicos de Europa occidental, la oposición que surge a la inmigración se debe menos probablemente a la xenofobia general que a la preocupación por el estilo de vida propio, considerado progresista y justo. Una sociedad igualitaria tolera, por ejemplo, la desigualdad solo en un grado muy limitado: a diferencia de Estambul, no se quiere ver a los refugiados en Colonia o Múnich durmiendo en las calles y en los parques. Para que tal colapso del orden público sea solo una excepción, los recién llegados deben ser rápidamente capacitados para participar en la vida social como ciudadanos de pleno derecho, incluso mediante la adquisición de habilidades laborales, de modo que puedan ganar por lo menos el salario mínimo alemán.

Esto requiere un esfuerzo social y fiscal que no puede aumentarse arbitrariamente. A menos que se logre limitar la inmigración de forma tal que los recién llegados puedan integrarse a una vida doméstica exigente, es decir, que la entrada de inmigrantes se ajuste a los recursos destinados a la integración social disponibles, inevitablemente se hará escuchar el reclamo para que se ponga fin, primero de manera temporaria y luego permanente, a la inmigración. Quien condene esto moralmente debe contar, a su vez, con que recibirá una condena moral por violar otros valores sociales.

En Alemania, los socialdemócratas han discutido en los últimos tiempos acaloradamente sobre el ejemplo de Dinamarca, donde los socialdemócratas insisten en establecer estrictas restricciones migratorias.

Del caso danés se puede aprender que un partido socialdemócrata asume un alto riesgo si permite que la cantidad de inmigrantes exceda la capacidad de la sociedad para integrarlos a su estilo de vida tradicional. Esto es en particular lo que pasa cuando el partido reacciona con una retórica «cosmopolita» destinada a reeducar a los ciudadanos en lo que consideran moralmente aconsejable. Volver a trabajar como partido desde tal posición para volver a representar a sus votantes puede requerir un tipo de política simbólica que puede parecer sucia a los observadores externos. Sin embargo, en la medida en que los defensores de la inmigración ilimitada, incluso como consumidores, tienen interés en una mayor desigualdad –para comer barato en el restaurante y limpiar sus casas de manera más barata–, esto puede señalar un conflicto real sobre qué tipo de sociedad se quiere ser, una sociedad socialdemócrata o neoliberal.

Lo que sucede con los demócratas estadounidenses parece ser bien diferente de lo que ocurre en Dinamarca. ¿Qué se puede aprender de estas comparaciones?

El Partido Demócrata de Estados Unidos nunca ha logrado ponerse de acuerdo sobre una política de inmigración creíble. Actualmente, la reacción frente a Trump es liderada por fuerzas «liberales» que se basan en dos grupos significativos de defensores de las fronteras abiertas de facto: las familias inmigrantes que ya están en el país, predominantemente latinoamericanas, y los trabajadores de bajos salarios, como los cientos de miles que cada mañana inician su viaje de varias horas en el metro para limpiar habitaciones de hotel en Manhattan y cocinar alimentos para locales y turistas; por la noche viajan otras tantas horas de regreso, porque ni siquiera pueden soñar con vivir cerca de su lugar de trabajo. El lema que ambos deben pregonar es «Legalización de la inmigración ilegal».

Se evita decir si «legalización» significa que, después de una victoria electoral democrática, toda inmigración debería ser legal, o si todavía habrá inmigración ilegal en el futuro y qué se debe hacer si alguien que no puede ingresar legalmente en ese momento lo hace ilegalmente. Cualquiera que haya tenido que pasar por los controles normales de inmigración como pasajero de una aerolínea normal después de aterrizar de manera segura en Estados Unidos debería poder imaginar que la «legalización de la inmigración», entendida como entrada gratuita al país para todos, no es un hit de campaña con el que se pueda vencer a Trump; probablemente ni siquiera se obtenga bajo ese lema una mayoría en el Partido Demócrata.

Por cierto, nadie habla de recursos para financiar la calificación profesional de los inmigrantes ni incluso de construir viviendas dignas para ellos, ni siquiera los «legalizadores»; ahí es donde se termina la generosidad aun del demócrata más generoso porque, en la vieja tradición de la sociedad rica más desigual del mundo, los inmigrantes tienen que valerse por sí mismos. No es un modelo para Europa.

Usted señala repetidamente el importante papel del Estado. ¿Realmente necesita la izquierda aclarar su relación con el Estado-nación?

Por cierto que sí, y con urgencia. El Estado-nación, especialmente el europeo, es la única entidad política de importancia que puede democratizarse. La transferencia de competencias nacionales al «mercado mundial» o a las autoridades supranacionales normalmente equivale a una desdemocratización de estas competencias, si por democracia se entiende la posibilidad que tienen los perdedores en la lotería capitalista de oportunidades de corregir, mediante la movilización del poder político, los resultados de la distribución.

La política de redistribución solo funciona en las naciones; en la sociedad mundial hay donaciones, de Bill Gates y compañía, pero no hay impuestos. La «gobernanza global» no es democrática y no puede serlo. Por encima del Estado-nación solo existe el «libre mercado internacional», que consiste en grandes empresas que son libres de hacer lo que quieran, y tecnocracias como el Fondo Monetario Internacional o la Unión Europea. En lo que respecta especialmente a esta última, se ha construido supranacionalmente desde el principio de modo tal que su democratización quede descartada o permanezca en el plano de la «consulta pública» del señor Juncker sobre la eliminación de la hora de verano. ¿Alguien realmente recuerda eso? En su lugar, ahora todos esperan que la señora Von der Leyen ponga fin al cambio climático.

Incluso si los Estados nacionales y la democracia están ligados, los Estados nacionales son históricamente responsables del exceso de violencia. ¿Acaso ser una nación no implica esto?

Es un cuento de hadas, contado muchas veces en beneficio de los Estados nacionales con ambiciones imperiales, que los Estados nacionales como tales sean agresivos hacia fuera y autoritarios hacia dentro. Curiosamente, el escepticismo con respecto al Estado desaparece como por arte de magia en los autodenominados «proeuropeos» tan pronto como el concepto se transpone al plano europeo. El superestado supranacional, que reemplazará al Estado-nación europeo al final de la «integración europea», de repente tiene que ser imaginado como pacífico y democrático.

El hecho de que los Estados nacionales pueden ser bastante diferentes se demuestra al observar Escandinavia y Suiza, pero también las seis o siete décadas de la Europa occidental de posguerra, después de que las aspiraciones de poder del Reich fueran aniquiladas junto con el propio Reich. Los imperios son agresivos hacia dentro especialmente cuando no quieren que se independicen las naciones que ellos dominan, y hacia fuera, cuando hay conflicto con otros imperios, como en la Primera Guerra Mundial; así sucede con los Estados nacionales que quieren convertirse en imperios, como Alemania y Japón en la Segunda Guerra Mundial, o Estados Unidos en Vietnam, Iraq, etc. Para formularlo de manera provocativa, una Unión Europea bajo el liderazgo francés y armada con el 2% del PIB de Europa, obviamente con fines de defensa, sería la única entidad política de Europa occidental que podría tener hoy ambiciones imperiales, por ejemplo, en África u Oriente Medio.

Volvamos nuevamente a la debilidad de la izquierda: el debate a menudo se refiere a la distribución de la atención política entre un eje de conflicto cultural y un eje de conflicto económico. ¿Cuál es el eje decisivo desde su punto de vista? ¿En qué plano hay que dar un golpe de timón de manera más urgente?

No creo que los dos ejes sean rígidamente perpendiculares entre sí, es decir, que no tengan nada que ver entre sí, en cuyo caso de hecho plantearían un dilema como el de Escila y Caribdis para la izquierda. Recuerdo que el problema surgió del desconcierto de la izquierda de la «Tercera Vía» en la década de 1990 sobre lo que aún podían ofrecer a los votantes después de su giro globalista: quedaba ya descartada la protección frente a las fuerzas del mercado y la competencia internacional. La respuesta fue la propagación de valores liberal-libertarios, llamados posmaterialistas, que eran percibidos como una tendencia.

Esto dividió a la base de la izquierda: aquellos «nuevos libertarios», que hasta entonces habían podido integrarse económicamente, ya no veían razón alguna para no pasarse inmediatamente a Los Verdes, que estaban en ascenso; por el contrario, los votantes de izquierda tradicionales se encontraron expuestos a una retórica de reeducación que exigía de ellos que adhirieran a estilos de vida que les parecían incomprensibles, siniestros o incluso inmorales. Es por ello que muchos de ellos decidieron no tener nunca más relación con la política. Otros se fueron a partidos conservadores o, en su defecto, a partidos de derecha y radicales de derecha.

¿Habría podido evitarse?

Creo que la mayoría de los alemanes tiende a adoptar una actitud de «vivir y dejar vivir» en cuestiones culturales y morales, siempre que los otros adopten la misma actitud hacia ellos. Aceptación de que cada uno haga lo que quiera mientras no me moleste; rechazo a que se imponga una cultura de «celebración de la diversidad» desde arriba hacia abajo, desde el pensamiento único antitradicionalista de la elite de los medios liberales hasta los últimos rincones del pensamiento y la vida cotidianos. No existe ninguna contradicción entre esto y que uno se lleve bien con los vecinos turcos o vietnamitas, aunque sea de una manera alemana, bastante poco social.

Creo que la política de izquierda puede contentarse con eso: no tiene que presionar por limpiar la esfera pública de actitudes y manifestaciones que no sean lo suficientemente diversas desde una perspectiva verde. Quedan exceptuadas las manifestaciones de odio nazis, para cuya represión en Alemania, afortunadamente, se cuenta con el derecho penal. La izquierda puede encomendarles los intentos de reeducación moral de las masas a Los Verdes, que tienen bastante experiencia en ello, y cuyo buen momento actual se debe probablemente al hecho de que han atenuado notoriamente su moralismo, que tanto crispa a la gente.

¿Dónde ve una razón para el optimismo? ¿Dónde están los puntos fuertes estructurales de la izquierda que podrían aprovecharse más en el futuro?

Veo una gran necesidad estructural de una política de izquierda, es decir, una política que cohesione a la sociedad multiplicando sus bienes colectivos, que benefician a todos por igual. Obviamente, otro asunto completamente distinto es si los partidos de izquierda pueden satisfacer esta necesidad tal como están conformados en la actualidad; en esto soy escéptico. La actual borrachera del espectro verde/izquierda con una política simbólica de exclusión hacia dentro, regulaciones discriminatorias en escritura y lenguaje, condena moral contra quienes cometan mínimas desviaciones, habla en contra de esto.

En mi opinión, la situación actual pide a gritos una izquierda que se preocupe con igual intensidad por los déficits dramáticamente crecientes de nuestras infraestructuras colectivas en el sentido más amplio, desde el transporte urbano hasta el sistema escolar, y por las crecientes disparidades entre las zonas centrales en ascenso y la periferia en decadencia. Esto requiere, entre otras cosas, el alivio de la deuda de los municipios, con una descentralización simultánea de decisiones, un aumento sostenido de la capacidad de la desangrada administración pública, la promoción de cooperativas y formas no convencionales de empresa con capital ligado a un lugar, inversiones costosas para la protección contra las consecuencias del irreversible cambio climático que se avecina y espera desde hace mucho tiempo, además de dejar de lado el «déficit cero» como dogma fiscal: en resumen, un anticapitalismo realista. A veces uno tiene la sensación de que algunas izquierdas están más preocupadas por la mayor difusión posible de las estrellas de género.

Banca centroamericana fuerte afrontará la tormenta Leonel Ibarra Marzo de 2018

La banca centroamericana viene de tener años bonancibles y ritmos acelerados de crecimiento en todos sus indicadores;  y el año pasado no fue la excepción. En 2017 los activos del sistema bancario regional, sin Panamá, crecieron 8.3 %, mientras que los créditos aumentaron 5.5 %, y 1.5 % en utilidades, este último indicador arrastrado por una caída en el mercado costarricense.

Pero, ante la estabilidad de los datos, hay nubes de tormenta que amenazan al sector y que podrían  impactar sobre los resultados de este año. Los analistas coinciden en que los destapes de malversación y desvío de fondos públicos, la polarización política, la inseguridad jurídica, los procesos electorales poco transparentes y la población descontenta podrían formar “una tormenta perfecta” que azotaría aun al más fuerte de los actores bancarios en la región.

Pero ¿qué tiene que ver que un funcionario vaya a la cárcel con que los bancos tengan un menor crecimiento? “En el negocio bancario siempre ha sido importante la influencia que tiene el entorno: económico, político, social; pero cada vez está influyendo más en el desempeño”, responde Rolando Martínez, director sénior y director de Instituciones Financieras Centroamericanas de Fitch Ratings.

Centroamérica tendrá un entorno económico y político que “probablemente permanecerá desafiante” y los bancos “enfrentarán algunas presiones sobre la calidad de activos y perspectivas de crecimiento limitadas, mientras que los eventos de riesgos no financieros podrían seguir poniendo a prueba los marcos regulatorios de estos países”, detalla el informe de Perspectivas 2018 realizado por esta agencia.

Dichos eventos de riesgo no financieros son a los que más atención debe poner la banca regional. Los temas de corrupción impactan al sector bancario, porque los lleva a exigirse un mayor control en sus procesos de otorgamiento de servicios, así como el monitoreo de estos con el fin de evitar servir de cómplices, explica Gary Barquero, gerente general de SC Riesgo.

“Ante todo, el sistema bancario debe tener credibilidad ante sus clientes a través del conjunto de políticas y procedimientos establecidos y en la medida que las entidades tengan un gobierno corporativo más robusto, este tema se puede mitigar”, agrega. Los elementos de inestabilidad política, el alto déficit fiscal de países como Costa Rica y El Salvador,  aunado a la incertidumbre de procesos electorales  con señalamiento de fraudes como en Honduras, generan una contracción de las inversiones y un menor otorgamiento  de créditos.

Asimismo, esa inestabilidad puede generar degradaciones de parte de las calificadoras de riesgo, incrementando los costos de fondeo internacional. Todo lo anterior llevaría como consecuencia a una posible contracción de la rentabilidad en el sector bancario si las cosas siguen iguales o empeoran.

Otro factor que incidirá son las políticas públicas que tome Estados Unidos y que podrían incidir en el flujo de remesas. Un análisis  publicado recientemente por S&P Global dice que estas medidas podrían afectar las relaciones comerciales regionales y obstaculizar la inversión. Martínez, de Fitch, explica que para el caso de El Salvador, los depósitos se mantuvieron estables durante un buen período del año y luego empezaron a subir también impulsado por las remesas de los salvadoreños en Estados Unidos.

“El tema del TPS es algo que va hasta el segundo semestre de 2019, entonces no está claro cómo va a ser el comportamiento de las remesas”, dice el analista. En el escenario de que las remesas disminuyan su dinamismo: ¿Qué pasaría con los depósitos de la banca? Posiblemente su crecimiento también tendería a reducirse, pero eso no significa que la liquidez de la banca se vaya ajustar, pues los bancos se han mantenido por bastantes años con niveles de liquidez y capital bastante buenos, coinciden los analistas.

Además, para los sistemas bancarios con exposición elevada a moneda extranjera (como Guatemala, Honduras y Costa Rica) el fortalecimiento del dólar “podría afectar los indicadores de calidad de activos, dañando la rentabilidad”, advierte S&P.

Más transparencia

De todos es sabido que la  región centroamericana se ha caracterizado  por su inestabilidad política y poca transparencia en finanzas públicas. Entonces ¿por qué ahora la banca se ve más afectada por este entorno?  Los expertos coinciden en que la diferencia es que hoy en día hay más mecanismos de control a través de los cuales se han detectado temas de corrupción así como de lavado de dinero que pasa a través de los bancos.

Pero, en todo caso, para Oscar Jasaui, presidente de la agencia Pacific Credit Rating (PCR), el aspecto político más influyente continúa siendo el desempeño fiscal y de balanza de pagos, y la forma en que los indicadores de deuda impactan en las economías. “Asimismo, deben sumarse otros efectos relacionados con la capacidad de los países de la región para mantener un adecuado ritmo de crecimiento económico que, ante una mayor demanda agregada y mejores indicadores de inversión, derive en un crecimiento de la participación de los servicios que ofrece el sector bancario”, afirma Jasaui.

Aunque es aventurado prever si estos escándalos de corrupción seguirán sucediendo, lo que sí está claro es que la banca ha tomado conciencia y está más preparada. “Nosotros esperamos, debido a esto, que en 2018 haya bastante estabilidad en la región, con un desempeño bancario similar al de 2017, con excepción de Honduras y Costa Rica, donde esperamos que algunos indicadores financieros se deterioren, sin que esto ponga en riesgo la solvencia o liquidez de la banca”, manifiesta el director sénior y director de Instituciones Financieras Centroamericanas de Fitch Ratings.

Otro buen año

Como dice el dicho: “Al mal tiempo, buena cara” y por los resultados financieros obtenidos en 2017, se puede concluir que la banca regional ha enfrentado con bastante éxito las condiciones adversas.   El sector bancario centroamericano (sin tomar en cuenta Panamá) registró un crecimiento promedio de activos del 8.3 % en 2017. Este porcentaje representó un aumento de $10,000 millones, destacando las plazas guatemalteca, costarricense y nicaragüense. La cartera crediticia de la región creció en promedio un 4.3 %, liderado por Nicaragua con 7.9 % y Costa Rica un 5.07 %. “Nicaragua es uno de los países que tiene mayores perspectivas de crecimiento económico en Latinoamérica, esto lo vemos reflejado en los crecimiento del sector bancario del país (…) impulsado por el comercio, vivienda e industria”, dice Barquero, gerente general de SC Riesgo.

El crecimiento de las utilidades del sector en el istmo (sin Panamá) estuvo en línea con el aumento en los depósitos, destacando el caso guatemalteco que obtuvo un incremento de 15.3 %. Sin embargo, las cifras de la región se deterioraron (creciendo solo un 1.5 %) arrastrado por las pérdidas en el sistema costarricense (-18.9 %) por el ajuste cambiario y el aumento de la morosidad.

Esto es menor al 3.5 % en beneficios que reportó la región a finales de 2016. En el caso de Panamá,  se espera que el crédito local cierre el año con crecimiento del 8 %,  había crecido 6 % hasta octubre pasado “lo cual es un dinamismo normal y bastante sano”, aseguró Recinos. Además, luego de dos años de mantener una perspectiva negativa, Fitch Rating la modificó a estable, ya que se estima que el sistema bancario panameño ya se ha adaptado al entorno de crecimiento menor y su desempeño financiero va a ser bastante similar al de 2017.

Por otra parte, para este año no se proyectan mayores compras o adquisiciones en el sector. La última la realizó en octubre el hondureño  Banco Atlántida (el segundo banco más grande de su país y número 19 de la región) que adquirió a ProCredit en El Salvador. Procredit Nicaragua también cambió de manos en agosto de 2017 cuando fue adquirido por la Corporación Financiera de Inversiones, S.A. de Grupo Pellas.

“Todavía hay espacio para que bancos que son relevantes en su país de origen inicien operaciones en otros países, pero el escenario más probable es que esas operaciones se realicen en una escala pequeña o empezando operaciones desde cero. Donde más espacio vemos es en Panamá, donde se puede iniciar un proceso de consolidación”, prevé Martínez, de Fitch. Es decir que los bancos más grandes adquieran a otros más pequeños.  

Honduras entra con fuerza

En el ranking bancario centroamericano 2017 elaborado por El Economista desde hace 10 años, que incluye a los 25 mayores bancos por activos, Banco General de Panamá se sigue posicionando como líder de la región,  con $15,867.5 millones, un incremento del 5.8 % comparado a noviembre del año anterior. Le sigue Banco Nacional de Costa Rica, con $12,340.9 millones (un 10.4 % más); el guatemalteco Banco Industrial está en la posición número tres  con $11,772.1 millones de activos, rompiendo la hegemonía panameña en los primeros cinco lugares. El podio de los primeros ocho bancos se mantiene igual que el año pasado, pero en esta ocasión  Honduras sumó cuatro instituciones en el top 25.

Bac Honduras y Banco de Occidente son de nuevo ingreso. Los activos de las 25 mayores instituciones bancarias suman  $161,764.5 millones, $6,085 millones más que en 2016. El 47 % de los activos del top 25 pertenecen a bancos panameños, 21 % a instituciones guatemaltecas, 20 % a bancos costarricenses, 9 % a hondureños y un 3 % a los salvadoreños.•

Leonel Ibarra-Centroamérica (El Economista)

27 de Marzo de 2018

Debatiendo a Salarrué en el siglo XXI Álvaro Rivera Larios

Una semana después de que Rafael Lara Martínez publicara en este periódico un artículo sobre la obra de Salarrué (“Cuentos de barro sin la censura del siglo XXI”), el escritor y ensayista salvadoreño Álvaro Rivera Larios, residente en Madrid, España, responde con estas palabras:

Álvaro Rivera Larios

Miércoles, 12 de Junio de 2013

Como buen clásico que es, el autor de los “Cuentos de barro” ha sobrevivido a las viejas interpretaciones de su obra y lo más probable es que también sobreviva a las actuales. Entre las interpretaciones actuales de Salarrué destaca, por su carácter polémico, la de Rafael Lara Martínez.

Lara Martínez sacude el avispero de ciertas omisiones y carencias en el abordaje de los Cuentos de barro y las interpreta como un ocultamiento. La suya es la típica hermenéutica de la sospecha que siguiendo la estela del “neo-historicismo” sitúa las lecturas del texto dentro de la historia social y la historia del pensamiento. Los silencios y las limitaciones de nuestra filología siempre serían, según él, parte de las estrategias discursivas de poder.

Qué duda cabe de que hay ciertos datos de la biografía política de Salarrué y de la utilización ideológica de su obra que hemos preferido ignorar para que no lastimasen su imagen de gran padre bonachón de la auténtica literatura salvadoreña. Puede que algunos hayan participado en la creación deliberada del mito (esos que, a sabiendas, ocultaron los hechos incómodos); puede que otros, sin mentir intencionadamente, hayamos preferido el plácido engaño al conocimiento que impugnaría las inocentes lecturas de nuestra infancia. Lo que sugiero es que no siempre quien participa de forma pasiva o activa en un ocultamiento ideológico es cómplice intencionado de una maquinación.

La hipótesis de la censura, llevada hasta el extremo, también puede distorsionar la realidad. Gracias al profesor sabemos que Salvador Salazar Arrué omitió trece textos de la versión final de los “Cuentos de barro”. Ahora bien, ese dato hay que explicarlo. La auto-censura y la censura aclaran algunas exclusiones, pero no todas. A veces, un escritor suprime textos de su obra final porque los considera mediocres desde el punto de vista literario.

Con ciertas tesis que Lara defiende, y que pertenecen al acerbo metodológico de la filología moderna (hay que trabajar con los datos del archivo, hay que definir los usos originales del texto y el marco inicial de su recepción), no hay más remedio que estar de acuerdo. Otra cosa es cómo se interpreten los datos del archivo y cómo se reconstruyan las lecturas iniciales de una obra.

Entre las fuentes primarias de los Cuentos de barro están las revistas en que inicialmente fueron publicados a partir de la segunda mitad de los años veinte del siglo pasado. La revista Excélsior (en 1928) y la revista Prisma (en 1931), que anticiparon algunos cuentos de barro, no pueden ser etiquetadas como revistas del martinato por la sencilla razón de que el martinato por esas fechas no existía. Esta última precisión tiene importancia a la hora de señalar que la recepción original de los primeros cuentos de barro incluye un período del tiempo social y político en el cual Martínez y su régimen no gobernaban la interpretación de esos textos.

Desde el punto de vista creativo sería un error creer que el Salarrué posterior a 1932 ya estaba presente –con los criterios estético-políticos del martinato– en el Salarrué de 1925. Solo una visión teleológica simplista podría sugerir que los primeros cuentos de barro ya legitimaban la política cultural de una dictadura populista del futuro cercano.

Las primeras fechas de publicación (de los Cuentos de barro) también nos indican que el regionalismo como expresión estética e ideología cultural es anterior al régimen del general Martínez. El regionalismo, como política, ya tenía también un ejemplo poderoso antes de la aparición del martinato y ese ejemplo era el régimen nacido de la revolución mexicana.

Martínez y su corte de intelectuales lo que hicieron fue institucionalizar una sensibilidad estética y unas ideas que ya recorrían América Latina en las primeras décadas del siglo XX. Martínez y su corte de intelectuales pusieron en práctica, imponiéndoles una determinada orientación, planteamientos que habían prendido en la agitada vida social salvadoreña de los años veinte. Por esa época domina en círculos intelectuales y políticos un protonacionalismo cuyos padres eran José Martí, Rodó, Vasconcelos, Masferrer, etcétera.

Los primeros usos e interpretaciones de los Cuentos de barro hay que hacerlos retroceder hasta esa época, teniendo el cuidado de no confundirlos con el uso peculiar que Martínez le dio a la estética regionalista con fecha posterior a 1932. Martínez utiliza unos antecedentes, no los crea, por eso es un error vincular genéticamente al regionalismo con la política del martinato.

El protonacionalismo popular latinoamericano era lo suficientemente ambiguo, en sus expresiones artísticas y políticas, como para albergar en su seno posturas pequeño-burguesas, fascistoides y marxistas. Por eso hubo una época en la cual Farabundo Martí colaboró con Sandino y Diego Rivera con José Vasconcelos. Éste último, con el paso del tiempo, y de modo semejante al general Martínez, llegó a simpatizar con Hitler.

Una pregunta que debemos hacer es si las recensiones críticas de los Cuentos de barro aparecidas en “las revistas del martinato” representan todas las lecturas que se hicieron de dicha obra literaria antes de Martínez y durante su dictadura. Es bastante probable que Agustín Farabundo Martí leyese los primeros Cuentos de barro. Sería bueno saber cómo interpretaron inicialmente esos cuentos los lectores e intelectuales que fueron derrotados en el año 32 ¿Qué rastros quedan de esas lecturas en las fuentes primarias que nos ofrece el profesor?

El diálogo entre Farabundo Martí y Salarrué demuestra que el escritor admiraba la integridad ética del político y que el político quizás admiraba la estética del escritor. Quizás. Esto es algo que debería investigarse pero cuya sola posibilidad nos pone en la pista de que las lecturas institucionalizadas de los Cuentos de barro que se impusieron a partir del 32 no agotan el universo ni el contexto original de su primera recepción.

Hay algo en el planteamiento de Lara Martínez que recuerda al uso mecanicista, y no dialéctico, de la tesis de la ideología dominante. Dicho enfoque deja sin voz y sin resistencia interpretativa a quienes se hallan bajo el dominio simbólico de una élite. Esas voces y esas lecturas difícilmente llegan a las redacciones de los periódicos y las revistas después de una matanza como la que inauguró la dictadura del general Martínez.

Pero sería un error ver a Martínez solo como a un hombre severo dotado de un cuchillo. Martínez asumió un proyecto (se rodeó de intelectuales) y poseía habilidad retórica (también era un hombre al que le gustaban la pluma y el micrófono). El General y sus secuaces presentaron la matanza como una pacificación y a los rebeldes como a unos agresores bestiales y sanguinarios. Indígenas y comunistas fueron derrotados en el teatro de la guerra y en el terreno de la propaganda (de ahí que la interpretación martinista de los Cuentos de barro pueda presentarse como “la primera”).

Sin lugar a dudas, tienen muchísima importancia las fuentes primarias, pero también hay que saber interpretarlas. Demasiado poder le concede a esas fuentes quien opina que los artículos aparecidos en una revista son capaces de determinar el uso social de unos cuentos. Tal uso puede estar influido por “la crítica” pero no se configura únicamente en el ámbito textual como sabe perfectamente cualquier sociólogo de la literatura.

Es cierto que las lecturas actuales de una obra no pueden ignorar el contexto original de su recepción. Pero también es verdad que la historia inicial del texto no puede ser la única pauta que rija sus lecturas actuales y futuras. La historia ilumina siempre que no sea un historicismo. El conocimiento del pasado es liberador siempre que no imponga una nueva camisa de fuerza.

Una historia social que ignore la historia del pensamiento está mal, pero está mal también una historia del pensamiento que ignore la entidad de lo literario. Es cierto que puede existir un nexo entre la recepción de un texto y las dimensiones simbólicas de la política, pero ésta conciencia crítica debe evitar los peligros de subsumir de forma mecanicista la complejidad de la obra literaria en los juegos crudos del poder.

Aceptemos que toda valoración de un poema o un relato que ignore los profundos vínculos de la palabra con el marco social e histórico en que es producida e interpretada corre el peligro de vaciarla hasta cierto punto de sus sentidos originales. Aceptemos que las posiciones políticas que adoptó Salarrué después de 1932 pudieron influir en la forma en que fueron leídos los Cuentos de barro. Aceptemos que las declaraciones explícitas de Salarrué sobre su forma de entender la literatura pudieron afectar el modo en que la suya fue leída. Pero ningún autor, más allá de cuál sea su idea del arte y de la función social inmediata que le asigna, controla por entero los contenidos latentes de su trabajo creativo y, por supuesto, aunque cuente con el respaldo estatal, tampoco rige de modo absoluto los marcos sociales presentes y futuros en los que su obra es y será interpretada.

Cuando se dice que toda obra literaria es abierta se asume que entra al juego y al conflicto de las interpretaciones. Dentro de esa lógica se comprende que Roque Dalton le disputase los Cuentos de barro a la cultura oficial. Y se los pudo disputar porque la estética de los Cuentos de barro más que deberse a la cultura del martinato se debía a la época del protonacionalismo popular latinoamericano. Ahora bien, un crítico actual les puede disputar el sentido de los cuentos a sus intérpretes oficiales del pasado y al mismo Dalton. Si algo nos dicen las obras de imaginación es que el pasado condiciona pero no determina fatalmente las lecturas del ahora.

Podemos incorporar la historia del texto a nuestra forma de leerlo, pero tal historia –como rastro de los conflictos sociales y hermenéuticos de poder– tampoco puede sustituir las encrucijadas intelectuales, literarias y políticas que condicionan el presente de nuestra lectura.

Tan importante como rescatar los datos silenciados del archivo es saber interpretarlos con rigor teórico en el marco de un debate plural. La censura, los tópicos y los silenciamientos prosperan ahí donde los datos no se revelan o se introducen sin cautela en el diálogo interpretativo.