Los animales no tienen ética ni moral, al menos
desde el punto de vista humano. Actúan
por instinto, sin poder escoger, sin discernimiento consciente de sus actos.
Incluso cuando un perro se aleja de una persona es su instinto quien le
previene de la posibilidad de un castigo. Por eso el animal puede ser
domesticado, adiestrado, pero nunca dotado de ética.
En la naturaleza sólo el ser humano asume comportamiento ético. Es a partir de los 3
años cuando la persona comienza a darse cuenta de que no puede hacer lo que
quiere ni actuar instintivamente. Entonces comienza a percibir las relaciones
sociales: la madre que reclama porque el niño se hizo pipí en el suelo, la
abuela o la niñera que le baña todo el día.
Ese condicionamiento
ético pasa a la esfera de la razón. El niño apegado a la madre y con celos
del padre (complejo de Edipo) se va convenciendo de que debe dejar de lado sus
fantasías de matar al padre. La vida
social exige autolimitación de nuestros impulsos, control de nuestro instinto,
selección de nuestros valores y opciones, que siempre implican renuncias. No se
puede escoger esto sin renunciar a aquello. En suma, poco a poco se forja en
nosotros el comportamiento ético.
Toda
actitud ética está íntimamente ligada a los valores morales que predominan en
nuestro grupo social. Son esos valores los que inspiran
nuestras acciones y sirven de referencia para juzgar si ellas son o no
éticamente aceptables. En la moral de
ciertos países árabes el hombre tiene más valor que la mujer y por tanto
ésta debe estar supeditada a él. Por lo mismo es éticamente aceptable que el
padre decida con quién debe casarse la hija e impide que ella muestre su rostro
en la calle. En la moral de nuestros abuelos una joven no debía enseñar las
piernas ni un muchacho llevar cabellos largos o usar aretes.
Hoy día eso se considera aceptable y pasa por
moralista quien recrimine tales comportamientos. Estos ejemplos muestran que la moral no es la misma en todos los tiempos ni
en todos los pueblos, sino que resulta del proceso cultural de cada pueblo,
o sea desde el punto de vista de la
razón no hay valores morales absolutos, objetivamente incuestionables para toda
la humanidad.
En el Egipto de los faraones o en el Brasil anterior
a 1888 no era considerado inmoral esclavizar a seres humanos, y aún hoy no es considerado inmoral por la
cultura dominante explotar el trabajo ajeno. En muchas sociedades, a lo
largo de la historia, se aceptó que hubiera seres humanos superiores (reyes,
nobles, blancos, sacerdotes) e inferiores (súbditos, peones, negros, laicos).
Poco a poco los hombres y las mujeres fueron tomando conciencia de sus
derechos.
Cuanto mayor es la conciencia de los derechos
humanos, más ética y moral se vuelve la vida social. Sin embargo, si miramos a
nuestro alrededor notaremos que hay
mucha falta de ética y de moral en nuestra sociedad. Hay, incluso, quien se
opone a las campañas a favor de los derechos humanos, ¿Por qué?
Capitalismo
y moral
La moral tiene implicaciones políticas y económicas.
En la Edad Media la Iglesia condenaba el
interés bancario; si hoy perdurase tal censura ningún católico podría ser
banquero o agiotista; e incluso, por ironía del destino, el mismo Vaticano
posee el Banco del Espíritu Santo… La ética protestante siempre recomendó a
sus fieles empeño en el trabajo y austeridad en los gastos, incentivando el
ahorro. Algunos autores creen que tal ética fue decisiva para enriquecer a
países de fuerte tradición protestante, como Alemania, Suiza y los Estados
Unidos.
En el capitalismo
la moral predominante en la sociedad es ambigua y contradictoria, pues el
mayor valor para el sistema es la acumulación de capital. Así, en la «moral» de dicho sistema la
propiedad privada es un valor por encima de la existencia humana. Basta con
referirnos a la reacción de algunos ruralistas con relación a las demandas del
Movimiento Sin Tierra… Si una persona tiene hambre, dice la doctrina de la
Iglesia, tiene derecho a hacer uso de la propiedad ajena. ¿Mayor y más divino
es el bien del pueblo que el bien particular?, recuerda santo Tomás de Aquino
en ?De Regimine Principum 1,1,9.
La lógica del
capital trata de arrimar la ética social a sus intereses y objetivos. Para
ella es aceptable el asesinato de niños de la calle o de líderes sindicales que
luchan por la reforma agraria. Y se refleja incluso en el tejido social bajo la
forma de una doble moral: la privada y la pública. El mismo presidente de la
empresa que paga el anuncio pornográfico en la televisión prohíbe en casa que
su hija use «hilo dental»; el mismo comerciante que llama a la
policía contra el jovenzuelo que le robó una lata de sardinas aumenta los
precios de modo exorbitante y defrauda al fisco; el mismo cura que predica la
participación de los laicos en la vida eclesial cierra las puertas de la
iglesia si las cosas no funcionan tal como a él le gustan… La lógica del capital destruye los valores
morales y corroe la ética.
En Estados Unidos hicieron una investigación para
saber en qué fase de la vida consume más una persona, y se descubrió que cuando
se casa. Un casamiento siempre desencadena consumo, desde las alianzas al nuevo
apartamento, pasando por la ropa de los invitados y los regalos. Resultado:
«hagamos que las personas se casen varias veces». No es de extrañar,
pues, que las novelas de la televisión consideren obsoleta la fidelidad e
incentiven tanto la rotatividad conyugal.
¿El fin justifica los medios? En la política burguesa la lucha por el poder
hace que el fin justifique los medios, o sea niega la ética. ¿Sería lícito
y políticamente ventajoso utilizar cualquier medio para obtener un fin
liberador? Un grupo de labradores sin tierra ¿podría torturar a un latifundista
para obtener una información considerada importante para su movimiento? La historia demuestra que el medio utilizado
influye en el carácter del fin que se pretende obtener.
La tortura es
un arma del opresor y todo el que la utiliza se pone de lado del opresor, por más que los fines sean aparentemente
liberadores. Al torturar, el torturador
se deshumaniza y deshumaniza a su víctima poniéndola como testigo de su oprobio.
Por eso, los verdaderos movimientos
revolucionarios nunca recurrieron a la tortura.
En la guerrilla de Sierra Maestra, en Cuba, torturar
al enemigo era considerado un crimen, aunque se tratase de un torturador. Ante
todo porque la revolución no es un movimiento vengativo. Segundo, porque tratar
bien al enemigo es demostrarle que la guerrilla, contrario al ejército burgués, no llega a
matar sino a generar más vida. El enemigo preso era intercambiado por
combatientes presos. Y cuando retornaba a sus filas hacía propaganda favorable
del movimiento revolucionario al relatar el tratamiento digno que había
recibido.
Un revolucionario
que necesita echar mano a la tortura para obtener información demuestra que se
apartó del pueblo. El pueblo sabe todo, basta con estrechar vínculos con él
para que le fluya información. En la guerra del Vietnam los vietcongs eran
violentamente torturados por los militares estadounidenses. Sin embargo, cuando
un soldado o un oficial de los Estados Unidos caía en manos de los vietcongs
era bien tratado.
Los oficiales eran llevados al antiguo hotel Hilton
de Hanoi, la capital de Vietnam del Norte, donde estaba ubicado también el
comando guerrillero. Durante años la Casa Blanca pretendió bombardear Hanoi y
nunca lo pudo hacer porque hubiera matado a sus propios oficiales en el hotel
Hilton. De este modo se salvó Hanoi. Al terminar la guerra los prisioneros
fueron llevados de Hanoi a la base naval de Guam, en el Pacífico.
Entrevistados por la prensa, revelaron que fueron
bien tratados y que, durante los años de prisión en el antiguo hotel, jugaron
tenis, usaron la piscina y recibieron periódicos y revistas de su país. La
entrevista fue suspendida, bajo la alegación de que habían sufrido lavado de
cerebro para no contar las torturas recibidas… Sufrían, según los médicos norteamericanos, de «Síndrome de
Estocolmo», expresión utilizada para definir la admiración de la
víctima por su verdugo.
Moral
y política
A lo largo de los tiempos se ha discutido
ampliamente la unión entre moral y política. Hay quien defiende que la política
debe ser autónoma o independiente respecto a la moral. Tal propuesta es
atribuida al famoso politicólogo italiano Maquiavelo (1469-1527). Por eso se le
llama maquiavélica a toda actitud política que ignora los preceptos morales. De
hecho fue Maquiavelo quien sugirió a los poderosos el principio de que «el
fin justifica los medios».
En su famoso libro El Príncipe aconseja: «…y
en las acciones de todos los hombres, especialmente de los príncipes, cuando no
hay indicación a la que apelar, se mira al fin. Haga, pues, el príncipe por
vencer y defender el Estado: los medios siempre serán considerados honrosos y
alabados por todos».
El gran reto
de la política liberadora es basarse en una ética liberadora. No se puede
construir el hombre y la mujer nuevos usando métodos viejos. Cuando se recurre
a irregularidades, difamaciones y trampas para ganar una elección sindical o
partidaria, de hecho se está perpetuando
la vieja sociedad opresora en nombre de ideales libertarios. Es lo que el
Evangelio denuncia como echar vino nuevo en odres viejos.
En octubre de 1990, en la 2ª Plenaria nacional de
Movimientos Populares, un grupo de compañeros falsificó papeletas de votación
para tratar de ganar una elección. Salió derrotado. Pero lo grave del caso fue
encontrar que la liberación podría avanzar utilizando medios propios de quienes
oprimen y promueven la injusticia. La ética
se enraiza en el corazón humano.
No es tan sólo una cuestión de comportamiento
político. Ella sólo adquiere fuerza cuando se encarna en la vivencia personal. El opresor actúa movido por intereses; el
liberador, por principios. Así, nunca un militante de la justicia puede
aceptar desviar fondos, viciar
procesos electorales, mentirle al pueblo o hacer uso de lo que es colectivo en
beneficio personal. «El que es fiel en las cosas pequeñas – advierte
Jesús- también lo será en las grandes, y el que es injusto en lo poco, también
lo es en lo mucho» (Lucas 16, 10-12).
El poder intriga. Lo ejercí pocas veces: dirigente
estudiantil, jefe de redacción. Más reciente, en 2003 y 2004, asesor especial
del presidente de la República, con derecho a gabinete en Palacio de Planalto y
una infraestructura nada despreciable: secretarias, móvil, viajes aéreos,
vivienda, coche con conductor, todo pagado por el contribuyente.
Mucho aprendí. Algunas lecciones traigo de la cuna.
Mi abuelo y mi padre también sirvieron en palacios de gobierno.
La persona revestida de poder –cualquiera que sea:
síndico o gerente, policial o político- debería prestar atención a lo que de
ella dicen sus subalternos. Vox populi. Pero no es lo que acontece en general.
Prestamos más atención al juicio de los pares y superiores, en búsqueda de
reconocimiento de quien tiene poder de ampliar nuestro poder.
Así, sobre
los subalternos cae nuestro otro lado perverso que tanto esmeramos en esconder
a los ojos de nuestros pares y superiores. Sin embargo, caballo indomado,
si no somos contenidos por las riendas de la buena educación, ¡ay de los
subalternos! Quien está por encima tiene el poder de amonestarlos, censurarlos,
castigarlos y despedirlos. Como no nos
amenazan, dejamos desbordar el demonio que llevamos dentro. Irrazonables,
elevamos la voz, humillamos, insultamos, reprendemos, y por poco no llegamos a
descargar sopapos a la víctima.
Dé
a la persona una tajada de poder y sabrá quién de hecho ella es.
El poder, al contrario de lo que se dice, no
cambia a las personas. Hace que se revelen. Es como el artista a quien
faltaban pincel, tintas y tela, o el asesino que, finalmente, dispone de arma.
El poder sube a la cabeza cuando ya se
encontraba destilado, en reposo, en el corazón. Como el alcohol, embriaga
y, a veces, hace delirar, excita la agresividad, derrumba escrúpulos. Una vez
investida de la función o cargo, título o prebenda, la persona se cree superior y no admite que subalternos contraríen su
voluntad, sus opiniones, sus ideas y sus caprichos.
A falta de una psicología del poder más sistemática,
en la cual no faltan las valiosas contribuciones de Adler y Reich, recurro a
los clásicos de la literatura. Desde la Biblia, destacándose los libros del
Pentateuco, a las obras de Shakespeare, Kafka y nuestro Machado de Assis.
El dramaturgo inglés retrata bien las ambiciones y las intrigas del poder. El autor de
La Metamorfosis revela su fase opresiva, la arrogancia, el modo cómo tiende a
anular la dignidad del ciudadano común. Y Machado de Assis no hace menos,
aunque con más sutileza, sin embargo incisivo.
Léase el cuento El Espejo. Allí, un tratado completo de patología del poder.
El joven Jacobina, de origen pobre, es nombrado alférez. Descubre, pues, que
“cada criatura humana trae dos almas consigo: una que mira de dentro hacia
fuera; otra que mira de fuera hacia dentro.” (…) “Hay casos, por ejemplo, en
que un simple botón de camisa es el alma exterior de una persona; y así también
la polca, el voltarete [1] , un libro, una máquina, un par de botas, una
cavatina, un tambor etc.”
Recibido en la hacienda de la tía, Jacobina se
asombra que todos lo traten de “señor alférez” (lo que me hace recordar que, en
Planalto, todos son llamados “doctor” o “doctora”, aunque el funcionario nunca
haya pisado una facultad). Su “alma
exterior” anula la “interior”.
Jacobina sólo se da cuenta de la aberración cuando
se ve a solas en la propiedad. No es la soledad la que lo asusta. Es la propia
insignificancia. Se había acostumbrado a mirarse sólo de fuera hacia dentro.
Hasta que, uniformado, se contempla en el espejo. Recupera entonces el auto-estima, el orgullo, el “alma exterior” que le
despersonalizara, castrándole la verdadera identidad.
No todos quienes ocupan el poder dejan que el “alma
exterior” prevalezca sobre la “interior”. Esos hacen del poder servicio y no temen el juicio de sus subalternos, ni
tampoco las críticas. Pues saben que somos todos hechos de barro y soplo, y
lo que importa en la vida es el equipaje subjetivo, no los aderezos objetivos.
Sin el ingenio de Machado de Assis, sin embargo
inspirado en su poema La mosca azul, osé llevar al papel mi reflexión sobre el
poder. Desembocó en el libro “La mosca azul», que la editora Rocco hace
llegar este mes a las librerías. Mis dos años en el gobierno Lula me
estimularon a compartir con los lectores mi punto de vista a partir de un
punto: el Palacio de Planalto, corazón
del poder.
La mosca azul
es, en el libro de Frei Betto, el poder corruptor. Acaso la asociación
venga porque esta especie tiende a poner sus huevos en la materia en
descomposición; algo no del todo lejano a lo que ocurre cuando alguien
«enferma de poder». Pero encontrar la analogía que propone el título
de la obra, es apenas uno de los motivos para hacer su lectura.
Ricardo Alarcón, presentado por última vez como
Presidente del Parlamento, Gilberto
Valdés, director del Instituto de Filosofía, y Ricardo Barnet, uno de los
editores (Ciencias Sociales), acompañaron al autor; quien presentó su obra como
una reflexión autocrítica acerca de su generación.
«Una
generación que superó cárcel, tortura, asesinato, y una vez que llegó al poder,
se acomodó». Betto confesó haber creído durante
mucho tiempo que el poder cambiaba a la gente; pero que había descubierto luego que lo que hace, en verdad, es revelar
su esencia. «Por allá -dijo- tenemos un dicho que versa más o menos
así: Si quieres conocer a Juanito, dale
un carguito”. Aquellos en tales circunstancias manifiestan lo que realmente son, toda la bondad, o la maldad, o la miseria o la magnificencia que hasta
entonces habían tenido en potencia o en más o menos desarrollo.
«Mosca
azul trata del poder, la mayor de las tentaciones humanas. Recorro los
clásicos: Platón, Aristóteles, Maquiavelo, Montaigne, Hanna Arendt, Robert
Michels. Intento diagnosticar el proceso
histórico que llevó al Partido de los Trabajadores (PT) al gobierno de Brasil y
las causas de su involucramiento en procesos antiéticos. Analizo la crisis de la izquierda brasileña, su
tendencia a cambiar un proyecto de
nación por un proyecto electoral, y enfatizo en la importancia de gobernar en sintonía con los movimientos
populares, condición de una democracia real«; explicó en una
entrevista.
Así, pues, debe evitarse
«la picada de la mosca azul. La política es consagración: servicio,
donación, riesgo». Él, Betto,
bien lo sabe: así lo hace desde los 13 años. Para tener una introducción
a la obra, nada mejor que las palabras de presentación leídas en la Sala José
Antonio Portuondo, en una de las últimas jornadas de la Feria, por Gilberto
Valdés:
PALABRAS
DE PRESENTACIÓN DE GILBERTO VALDÉS
Las palabras me salvan, tornan terriblemente lúcida
mi demencia y me disipan las sombras del alma. Tengo con ellas una relación
pasional, promiscua, lexicofágica. Las como, las bebo, las respiro, son ellas
las que pueblan mis sueños”. Habría que añadir algo a esta confesión, una
máxima que Mario Benedetti dijera de otro grande de las letras: “La moral de
los hechos aclara su palabra”.
Y esos hechos de una vida como la de Frei Betto son
los que clarifican esta sui generis reflexión
ética y estética sobre el poder que fluye en su libro La mosca azul. El
ingenioso poema de Machado de Asís que da título al libro narra la fascinación
de un paria ante una mosca azul que brota entre las hojas de una rosa
encarnada, que lo encandila con la magnificencia del poder que cree ver a
través de su fulgor, la atrapa con sus manos, curioso por esos mundos, y
termina disecando su ilusión, sucumbe la mosca azul y se desvanece aquella
visión fantástica y sutil. El paria pierde la mosca azul que creyó poseer,
enloquece.
Vale advertir al lector. No hay en el texto un
rechazo romántico al ejercicio del poder y al liderazgo y mucho menos a la política.
Todo lo contario. En reciente entrevista, el autor aclara: “La persona
revestida de poder ―cualquiera que sea: síndico o gerente, policial o político―
debería prestar atención a lo que de ella dicen sus subalternos. Vox populi.
Pero no es lo que acontece en general. Prestamos más atención al juicio de los
pares y superiores, en búsqueda de reconocimiento de quien tiene poder de
ampliar nuestro poder”.
Esa relación
de poder corrupto y corruptor se hace más dramática en las sociedades
neoliberales, signadas por la absolutización del principio mercantil, en las que prima la política-espectáculo,
la contaminación visual y la “pornografía” política, en medio de la irrelevancia decisoria del voto ciudadano, el
vaciamiento de la democracia
representativa, el clientelismo político y el secuestro del estado por las
élites de poder.
“La política siempre fue un factor de educación
ciudadana –escribe. Vaciada de contenido ideológico y firmeza de ideas, se
transforma en el mero negocio de acceder al poder”.
Betto apuesta por otra Política, por otro Poder (sin
dejar de contemplar la posible pertinencia del escepticismo freudiano sobre las
ambigüedades del deseo, refractadas en la instancia política). Una política emancipatoria, que tenga a la
ética como referente para evaluar los medios que construyamos en el camino
para llegar, sin arrepentirnos, al fin anhelado, que siempre propicie espacio a
la autocrítica propositiva, como antídoto al elitismo y la desvinculación con los principios que enarbolamos.
Sin embargo, mientras no se logre superar los
procedimientos heredados de la democracia liberal reconoce que “a la izquierda no le queda más
alternativa, si quiere ganar elecciones, que someterse a los parámetros del
marketing”, el que cada vez más –nos recuerda–, fabrica candidaturas desideologizadas en aras de satisfacer a los
“consumidores-electores”.
Entre las sugerencias sustantivas que aporta en aras
de impregnar un uso contragehemónico a esos mecanismos, está el llamado al
financiamiento público de las campañas electorales. Esa centralidad de la ética
a la hora de concebir el ejercicio de la política es la que lo lleva a afirmar:
“El mundo y la crisis que le afecta sí tienen solución. Siempre que los países
fueran gobernados por políticos centrados en otros paradigmas que huyan del
casino global de la acumulación privada y de la incontenible espiral del lucro.
Paradigmas altruistas, centrados en la distribución de la riqueza, en la
preservación ambiental y en el compartimiento de los bienes de la Tierra y de
los frutos del trabajo humano”.
El texto no aspira a ser un tratado profesoral de
filosofía política –algo ajeno a la epistemología y la sensibilidad
freireana, sentipensante del autor, para
quien “pensar duele” y el saber resulta más eficaz y solidario si se construye
y se comparte desde el disfrute y la belleza–. No obstante, desde estas
páginas podemos identificar diálogos, afinidades y discusiones con los clásicos
del pensamiento político: Platón, Aristóteles, Maquiavelo, Montesquieu,
Rousseau, Max Weber, Marx, Lenin, Che Guevara.
Asoman referentes fundamentales de nuestro escenario
latinoamericano como la teología de la
liberación, el “mandar obedeciendo” de los zapatistas, el poder obedencial de
Evo Morales, la Revolución Cubana como permanencia en lucha y cambio, la
ejecutoria del MST y las Comunidades Eclesiales de Base, el feminismo emancipador, las organizaciones
indígenas, el ecosocialismo. Todas vertientes de pensamiento y acción
alternativa para enrumbar las luchas estratégicas contra lo que define, con
rigor imposible de superar por ninguna academia, con el término de globocolonización.
El autor es consciente que en América Latina existe una tensión entre la lógica de la
lucha política (antineoliberal, antioligárquica, antiimperialista) y la emergencia civilizatoria antisistémica
derivada de las prácticas y visiones utópico-liberadoras, ambientalistas y
antipatriarcales de los movimientos sociales. La actitud más productiva
para intentar superar dicha tensión no radica, salvo que nos contentemos con un
consenso “fácil” e igualmente estéril, en desplazar los puntos conflictivos que
suponen ambas lógicas.
La Mosca azul es un ejemplo de esa postura de
radical honestidad intelectual y
política. Desde el fondo de esta reflexión emerge el clamor por facilitar
agendas de discusiones honestas entre los gobiernos de izquierda y las vertientes del movimiento social popular sobre la
construcción del nuevo poder y la nueva hegemonía antineoliberal, con horizonte
no capitalista. A sabiendas de que nos enfrentamos siempre a “la paradoja entre
el discurso y la práctica, la falta de sintonía entre la fina armonía de los
sueños y la conflictiva aspereza de la realidad”.
Betto sabe por su visión y su práctica que sobreviene el tiempo político de los
movimientos sociales, tiempo que no implica el regreso a los modos
estrategistas de otras épocas, ni mucho menos acomodar las exigencias
liberadoras de los pueblos a los juegos de la gobernabilidad liberal, sino la
necesidad de poner en común los sentidos de una construcción de lo político
como proceso de la propia lucha contrahegemónica y los objetivos emancipatorios
del movimiento social-popular, superando la lógica fragmentaria y
sectorializada de lo social.
Debemos estar preparados para las nuevas estrategias
liberadoras, que implica ensanchar el continente y el contenido de lo político,
percibir la política implícita en lo social, y no solo en las estructuras
concebidas habitualmente como tales, incorporar con ello más actores sociales
que asuman posiciones contestatarias frente a las discriminaciones de todo
tipo, tal vez dispersas y no sistemáticas; pero igualmente válidas.
La lección que parece darnos, pese a que él se
aparta del didactismo y de las preceptivas, es que la construcción integral de lo político se hace desde la cotidianidad de
las demandas emancipatorias, libertarias y de reconocimiento. Lo político
no es un momento que sucede a otras instancias de resistencia, lucha y creación
alternativa, sino una dimensión de articulación de la lucha política,
económica, social, cultural, simbólica y comunicativa, desde la diversidad del
movimiento social popular.
No hay escepticismo en estas reflexiones, “la
esperanza es un pájaro en vuelo permanente”-nos dice en un momento del libro.
Aunque el pensador comprometido deja entrever en medio de su portentosa
búsqueda, de su empuje beligerante contra la cultura de la desesperanza,
aquella fragilidad de los humanos que en ocasiones abre la brecha al deseo de
“quedarme en el portal, contemplando en silencio la ciudad, con sus miríadas de
ventana que relucen impersonales, anónimas, indiferentes a mi estupor”.
Cuando inicia su obra organizativa en las
comunidades eclesiales de base, luego de
la experiencia de la cárcel, nos narra sus peripecias “en una casucha de
madera, en plena favela” en un pueblo de Espíritu Santo. Con esa misma línea de
profundo humanismo, de franqueza irreductible y humor inteligente, escribe
sobre los sujetos históricos de la emancipación latinoamericana:
“Por primera vez entré en contacto directo con el
pueblo. Ese pueblo que existía en los libros que nutrían mi idealismo y
presente también en mi discurso, en mis teorías, en la razón de ser de mi
participación en la lucha armada, en las infinitas discusiones políticas de la
cárcel: allí estaba el pueblo pegado a mi covacha, en aquella callejuela fétida
por los desechos a cielo abierto, el moco corriendo por la nariz de los niños,
el radio alto el día entero, el marido borracho pegándole a la mujer, mientras
yo intentaba concentrarme, rezar, estudiar y me preguntaba si el viejo Marx
habría producido su obra monumental de haber estado cercado así por ese
proletariado que tanto analiza y exalta, la vecina preguntando si le podía
prestar una taza de azúcar, un poco de fariña, una lata de puré de tomate, la
niña pidiendo un lápiz para usar en la escuela, el vecino matando el tiempo por
la noche en nuestra casa, conversando, sin la menor idea de que interrumpía
nuestra reunión…”
Es un privilegio presentar este libro de Frei Betto,
uno de los seres humanos que más ha contribuido desde su vida raigalmente
comprometida con los humildes, marginados y excluidos, a la construcción plural
de los sentidos éticos y políticos de la lucha liberadora y emancipatoria de
nuestra América.
Un hombre que nos conmina a mantener viva la
indignación y comprometernos con los cambios que terminen con la
marginalización y la exclusión, que nos alerta para que nunca aceptemos la
desigualdad social como algo natural; un hombre que, como decía de su padre,
“se vuelve más joven a medida que envejece”. Más allá de la controversia de
opiniones que puedan suscitar sus juicios, o mejor, gracias a esa controversia,
es que podremos seguir nuestro camino de aprendizaje al lado de este hermano
que la mosca azul no lo picó y que prefiere seguir siendo un “paria” al
servicio de los oprimidos y oprimidas de este mundo.
En un nuevo aniversario de la caída en combate del
Comandante el 8 de octubre, queremos recuperar su perspectiva ética del militante revolucionario. Su mirada acerca de
la construcción de la conciencia socialista. Su vida como permanente ejemplo de la praxis revolucionaria que debe guiar
la actitud y el comportamiento cotidiano para construir de manera sólida los
cimientos de una nueva sociedad sin opresión.
Del Che podemos recuperar muchos aspectos de su vida
revolucionaria. Cada uno/a podrá elegir diferentes aristas. Su capacidad
política, su visión estratégica, sus dotes militares, su internacionalismo,
etc. Cualquier proyecto político que busque reivindicar su legado puede ahondar
en variados aspectos. Desde nuestra perspectiva, es complejo recortar alguno de
ellos.
Pero más allá de sus múltiples cualidades, sin lugar
a dudas, el Che cumple una de las mayores virtudes que pueden reconocerse en
un/a dirigente revolucionario/a, que es
su coherencia y su ética en el actuar. Trataremos de ver esta dimensión de
la figura del Che, que entendemos debe ser parte de una construcción política
que pretende hacer de sus militantes una proyección de la nueva sociedad que se
desea alcanzar.
Un
hombre que actúa como piensa
El Che
actuaba como pensaba. Así lo dejó plasmado en su carta de despedida a sus
hijos e hijas donde les dice: “Su padre ha sido un hombre que actúa como piensa y, seguro ha sido leal a sus convicciones”. Durante toda su vida buscó ser coherente
entre los principios que pregonaba y su modo de vida. De hecho, su mirada
acerca de la sociedad comunista que había que construir no quedaba por fuera de
estas expectativas.
En una entrevista en el año 1963 decía: “El
socialismo económico sin moral comunista no me interesa. Luchamos contra la
miseria, pero al mismo tiempo luchamos
contra la alienación… Si el comunismo descuida los hechos de conciencia
puede ser un método de repartición, pero deja de ser una moral revolucionaria.”
En esta frase puede leerse una confrontación con
posiciones economicistas y mecanicistas que imperaban en el campo de la
izquierda y que todavía hoy suelen imperar de modo idealista, en algunas
interpretaciones del marxismo. En ellas, las revoluciones pareciera que se producen
por el solo conflicto entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las
relaciones sociales de producción, conflicto que se expresa en la lucha de
clases. El Che entendía que una verdadera revolución no es sólo profundas
transformaciones económicas y políticas, sino que además, debe ir acompañada de una nueva moral, de una nueva subjetividad, del
desarrollo de la conciencia donde se construyen nuevos valores acordes a una sociedad basada en la cooperación y el
trabajo común.
Desde la filosofía, la ética tiene que ver con el sentido del “obrar bien”, de acuerdo a los
valores morales que se establece para una sociedad concreta en un momento
histórico determinado. No todas las sociedades tienen los mismos preceptos
morales, porque no todas desarrollan los mismos valores. En la lucha por
construir una nueva sociedad, libre de explotación y opresión, emancipada de
las taras del egoísmo, la vanidad, el individualismo, se hace necesario
construir esos valores y realizarlo en el propio proceso de destrucción de lo
viejo y construcción de lo nuevo. Aquello que Gramsci de la revolución como una
transformación, una refundación moral e
intelectual.
El
ejemplo
La lucha por el desarrollo de una conciencia que
vaya avanzando en colocar los mojones de lo nuevo necesita de ejemplos
concretos para ofrecer ese horizonte de lo posible. Y es en esa idea que la vida del Che está atravesada por la
búsqueda de la ejemplaridad permanente. Ya sea en la actitud durante sus viajes por América Latina, en la Sierra
Maestra, en su rol de funcionario, o hasta en sus últimas batallas por
expandir la revolución a otros países siendo consecuente con su
internacionalismo.
Su ejemplo
permanente es el de la humildad, la sencillez, la austeridad. Cuenta entre
sus anécdotas, que en una reunión que analizaba un informe de una empresa de
productos farmacéuticos en 1963, siendo Ministro de Industrias, había un termo con café sobre la mesa.
Y cuando se le preguntó al Che por qué no se servía debido a que se iba a
enfriar respondió: “Caballeros, tienen que aprender muchas cosas, el café no
alcanza para todos los que participan en la discusión del informe”. Esta
coherencia no era una pose, ni respondía a una vocación de sacrificio en sí
mismo. Por el contrario, esa conducta sacaba del “más allá” una ética centrada en la igualdad, en la
felicidad colectiva como objetivo de vida, en una conciencia profundamente
humana que buscaba acercarse a lo mejor de lo humano.
Una
praxis revolucionaria integral
Permanentemente buscaba ser ejemplo y conducta en cada momento. Pero también nos dejó
señales de cómo encarar ese proceso de construcción de conciencia, de ética
revolucionaria. Él mismo decía que había
tenido que batallar contra sus propias miserias, contra sus propias
contradicciones, que había tenido que “tallar” su voluntad como un artesano
para poder responder a sus propias expectativas.
El estudio
sistemático y la formación permanente forman parte esencial de esa tarea. Estudiar y formarse como modo de
problematizar los aspectos a revisar y corregir de la propia acción, individual
o colectiva. Así lo muestran las imágenes leyendo, trepado arriba de un árbol.
Pero el desarrollo de esa conciencia no era sólo estudio, como parte de la
misma praxis el Che entendía que debía orientarse el trabajo sobre la conciencia
a través del trabajo voluntario. La unidad entre acción y reflexión.
Es fundamental también en este trabajo la práctica de la crítica y la
autocrítica, sincera y rigurosa. Ese es otro rasgo del Che. No ejercía ni toleraba la adulación que es
una herramienta que envilece. Autocrítico ante todo, no buscaba halagar o
ganarse la buena predisposición de otros/as a costa de ocultar errores. Es
necesario “Conocer nuestras flaquezas para liquidarlas y adquirir más fuerza”.
Es de revolucionarios/ as asumir con honestidad los propios errores. Desprenderse de vanidades, asumir las
consecuencias de los propios actos y ofrecer la propia experiencia para
poder reflexionar colectivamente frente a los desafíos y dificultades de la
construcción política.
En su carta dirigida a Carlos Quijano, “El socialismo y el hombre en Cuba”,
puede encontrarse gran parte de su elaboración acerca de estos aspectos necesarios en la conformación del
“hombre nuevo” (humanidad nueva, diríamos hoy). Allí dice: “Para construir
el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo. De allí que sea tan importante
elegir correctamente el instrumento de movilización de las masas. Este instrumento debe ser de índole moral,
fundamentalmente, sin olvidar una correcta utilización del estímulo
material, sobre todo de naturaleza social”. Es por esto que el Che insiste mucho en las cualidades morales
que deben caracterizar a los/las revolucionarios/as, la vanguardia, al partido
de la clase trabajadora.
Defenderte
de ser dios
Es por esto que el Che sigue siendo fuente de
inspiración para las nuevas generaciones que asumimos hoy, en pleno comienzo
del siglo XXI, el desafío de continuar su legado revolucionario, asumiendo las
responsabilidades que eso demanda y peleando por ponernos a la altura de las
exigencias que implican nuestras propias metas. No se trata tampoco de colocar
al Che en el lugar de la perfección, del modelo exacto sin debilidades o críticas
para hacerle. Sino tenerlo presente como faro hacia donde deseamos caminar,
incluso con sus errores, porque el Che es un compañero, un hermano mayor al que
hay que salvar de convertirlo en dios, como dijo sobre Lenin el poeta Vicente
Huidobro.
Para ser consecuentes con esto, hay que afrontar con
humildad la tarea de construir organización política, estrategia
revolucionaria, relación de fuerzas favorable a favor del pueblo, y a la par de
esto, desarrollar nuestra propia ética revolucionaria y llevarla adelante en
cada uno de nuestros actos. Ser conscientes también de que ese camino no estará
exento también para nosotros/as de errores, de contradicciones que deberemos
asumir, sin creernos infalibles. Porque el capitalismo y el imperialismo, no
sólo producen mercancías y ganancias, producen una subjetividad acordes a sus
propios valores que se expresan en el aislamiento, el individualismo, la
inestabilidad y la inconstancia, la hipocresía. Construir una ética militante, será una de las mejores armas y una
de las mejores defensas contra cualquier vacilación que el camino nos ponga por
delante.
El Análisis CAME es una metodología suplementaria a la del
Análisis DAFO, que da pautas para actuar
sobre los aspectos hallados en los diagnósticos de situación obtenidos
anteriormente a partir de la matriz DAFO. En este artículo repasaremos
brevemente el concepto de Análisis DAFO, y lo ampliaremos para continuar el
proceso con el Análisis CAME.
1. Qué es el Análisis CAME
El nombre del Análisis CAME
viene de las iniciales “Corregir, Afrontar, Mantener y Explotar” (en inglés
Correct, Adapt, Maintain, Explore). Este análisis puede ser interpretado como
una ampliación del Análisis DAFO (ver aquí detalles sobre el DAFO). De esta forma,
el Análisis DAFO sirve para hacer un
diagnóstico inicial de situación, y en Análisis CAME sirve para definir las acciones a tomar a partir
de los resultados del DAFO. Los Análisis DAFO y CAME son muy usados en todo
lo relativo a Planificación estratégica
(Planes de negocios, definición de programas y proyectos, etc).
2. Pasos para realizar un Análisis CAME
Estos son los pasos básicos
para realizar un análisis CAME:
1.Establecer
una estrategia que nos indique cuáles
son los objetivos generales que queremos alcanzar en nuestra organización.
Hacer esto es importante porque nos ayudará a priorizar las acciones a tomar en los siguientes pasos.
2.Realizar
un Análisis DAFO
para obtener un diagnóstico de situación con los aspectos a considerar.
3.
Una vez obtenidas las debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades,
seleccionar cuáles de ellas son más
importantes (por ejemplo, seleccionando las que más relevantes sean según su impacto y probabilidad).
4.
Ahora que hemos decidido sobre
qué aspectos vamos a actuar, realizaremos el Análisis CAME. Para ello
cogemos cada una de las debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades
seleccionadas previamente, y les asociamos
acciones para corregirlas, afrontarlas, mantenerlas o explotarlas, según
aplique en cada caso (ver apartado siguiente).
5.
Por último, sólo queda implantar las
acciones y realizar un seguimiento de ellas para comprobar que se
cumplen nuestros objetivos iniciales.
3. Tipos de acciones:
Corregir, Afrontar, Mantener y Explotar
Frecuentemente el Análisis
DAFO se usa para conocer la situación concreta de una empresa, organización,
ente, persona, etc. Este análisis se puede usar en casi cualquier situación, y
sirve para obtener una visión general de lo que sucede, y a partir de ahí poder
tomar decisiones. De esta forma, tras realizar la matriz DAFO, obtendremos
nuestras Debilidades, Amenazas, Fortalezas y Oportunidades.
Una vez obtenidos estos
aspectos, llega el turno de usar el Análisis CAME: Corregir, Afrontar,
Mantener y Explotar. Estas son las pautas para actuar en cada uno de los
aspectos identificados en la matriz DAFO:
Debilidades…Corregir
Amenazas….Afrontar
Fortalezas….Mantener
Oportunidades….Explotar
De forma detallada, debemos definir acciones para:
Corregir las debilidades: Hacer
que desaparezcan las debilidades. Para ello debemos tomar medidas para que dejen de existir, o para que dejen
de afectarnos negativamente.
Mantener las fortalezas: Tomar medidas para evitar perder nuestras
fortalezas. El objetivo es mantener nuestros puntos fuertes y fortalecerlos
para que sigan siendo una ventaja competitiva en el futuro.
Explorar/Explotar las
oportunidades: Crear estrategias y planificar
acciones para convertir las oportunidades en futuras fortalezas.
4. Elegir las acciones que se adapten mejor a nuestra estrategia
Los tipos de acciones
señalados anteriormente, deben ser coherentes con la estrategia de la
organización.
Estrategia A de
reorientación: corregir debilidades
Estrategia B de reorientación:
explotar oportunidades
Estrategia defensiva: afrontar
amenazas y mantener fortalezas
Estrategia de
supervivencia: corregir debilidades y afrontar amenazas
Estrategia ofensiva: mantener
fortalezas y explotar oportunidades
Normalmente las estrategias
se pueden enmarcar en uno de estos grupos:
Estrategias defensivas (A y F): Buscan evitar que empeore nuestra situación actual
(evitar perder cuota de mercado, etc). En este tipo de estrategias predominarán
las acciones enfocadas en afrontar amenazas y mantener fortalezas.
Estrategias ofensivas (F y O): Buscan mejorar nuestra situación actual (ganar
cuota de mercado, etc). En este tipo de estrategias predominarán las acciones
enfocadas a explotar las oportunidades y
mantener/reforzar las fortalezas.
Estrategias de
reorientación (D y O): Busca
trasformar situación haciendo cambios que eliminen nuestras debilidades y creen
nuevas fortalezas. En este tipo de estrategias predominarán las acciones
enfocadas a corregir debilidades y explotar oportunidades.
Estrategia de supervivencia
(D y A): Busca
eliminar los aspectos negativos que nos perjudican. En este tipo de estrategias
predominarán las acciones enfocadas a corregir las debilidades y a afrontar
amenazas.
5. Ejemplo de Análisis CAME
A continuación, os ponemos
algunos ejemplos de diferentes acciones que se pueden tomar para varios
posibles aspectos detectados previamente en la Matriz DAFO:
– Debilidad detectada:
Tenemos pocos conocimientos de idiomas extranjeros.
– Forma de corregir la debilidad: Hacer
un curso de idiomas, o contratar a un traductor.
– Amenaza detectada:
Posibilidad de que el proveedor de un producto o servicio determinado quiebre,
dejándonos sin suministro.
– Forma de afrontar la amenaza: Localizar posibles proveedores
sustitutos para poder reaccionar a tiempo.
– Fortaleza detectada: Nuestros clientes son más fieles a nuestra
empresa que los clientes de la competencia.
– Forma de mantener la fortaleza: Hacer estudios (encuestas,
feedback…) para saber por qué nuestros clientes son fieles, y
seguir trabajando en la misma línea para que lo sigan siendo en el futuro.
– Oportunidad detectada: Las aparición de nuevas tecnologías
(TIC) hace que nuestros clientes potenciales compren cada vez más a través de
Internet.
– Forma de explotar la oportunidad: Crear una página web de venta
online, admitir pedidos por email, crear perfiles en las redes sociales, etc.
De forma ideal, si
gestionamos bien cada uno de estos aspectos podremos aumentar nuestras ventajas
competitivas: Podemos convertir las debilidades en fortalezas, y las amenazas
en oportunidades.
Del mismo modo, si no
hacemos nada, nos podría ocurrir lo contrario: Podemos perder nuestras
fortalezas si no sabemos gestionarlas bien, y además las oportunidades
malgastadas podrían convertirse en debilidades si la competencia las sabe
aprovechar mejor que nosotros.
6. Conclusiones
El Análisis CAME es la continuación lógica del DAFO. Por lo general,
cuando la gente habla de hacer una matriz DAFO para tener un diagnóstico de situación, normalmente
va implícito el hecho de que se van a tomar medidas para mejorar esa situación,
actuando sobre los aspectos identificados (esto implica evitar las amenazas,
convertir las oportunidades en fortalezas, eliminar las debilidades y potenciar
las fortalezas).
Por lo tanto, el Análisis
CAME es la evolución natural al DAFO, donde se establecen las pautas lógicas
para establecer las acciones de forma coherente con nuestra estrategia.
Una de las técnicas más conocidas de análisis de situación actual es el
denominado Análisis FODA (también conocido como DAFO en español,
o SWOT en inglés). FODA (SWOT) son las iniciales de los cuatro parámetros
que caracterizan una situación, ya sea de una persona, un equipo de personas o
una organización:
Fortalezas (Strengths)
Oportunidades
(Opportunities)
Debilidades
(Weaknesses)
Amenazas (Threats)
FODA: Análisis interno: fortalezas
y debilidades + Análisis externo: oportunidades o amenazas
De ellas, dos son origen externo (las oportunidades y las
amenazas) y dos de origen interno (las fortalezas y las debilidades). Esto se representa generalmente mediante
una matriz. Una correcta interpretación de nuestro estado actual, de
nuestra realidad objetiva, nos permitirá tomar decisiones de manera mucho más
efectiva. Para facilitar la explicación, nos hemos orientado al análisis de
situación de una organización, pero puede aplicarse sólo a un grupo de
personas, una persona, o algún proceso o sistema. Es un método algo
trillado y aparentemente trivial, pero nunca está de más recordar su
importancia por su facilidad de uso y su versatilidad.
¿Qué
contempla cada parámetro?
Las fortalezas son todas aquellas virtudes, esas ventajas que nos
destacan del resto. Son las cualidades
que posee la organización que la hacen competitiva y que permiten dar un
valor agregado al producto o servicio que se entrega al cliente. Por ejemplo,
un buen servicio postventa, una cartera variada de productos, o un precio
competitivo son ejemplos de fortalezas que puede tener la organización.
Por el
contrario, las debilidades son todas aquellas falencias que posee la organización: la falta de recursos, la mala administración,
la presencia de procesos que entregan productos defectuosos, o un personal
incompetente son sólo ejemplos de debilidades. Éstas nos colocan en una
situación desfavorable frente a los competidores. Tanto las fortalezas como las debilidades no dependen del contexto, sólo tienen que ver con decisiones
internas, de la propia organización.
Pero una organización no está aislada de su contexto. No es un ente
completamente independiente. Su actividad se ve afectada, tanto positiva como
negativamente por infinidad de factores externos. Una organización es
propiamente interdependiente y no puede estar ajena a lo que sucede ‘afuera’.
Aquí aparecen los otros dos parámetros necesarios para el análisis FODA.
Por un
lado, las oportunidades son aquellas cuestiones relacionadas con lo
que sucede externamente de las cuales
podemos sacar alguna ventaja competitiva (hasta convertirla quizás en una
fortaleza). Por ejemplo, un competidor que sale de escena,
o algún cambio en el mercado o la legislación en el que nuestro
producto quede mejor posicionado. También son oportunidades las mejoras en
las condiciones impositivas, como exenciones o formas de pago. Estas nos
permiten reducir los costos.
Estos
factores externos, cuando influyen negativamente se convierten en amenazas:
un nuevo competidor, o un nuevo producto, una modificación impositiva que
recargue al precio final, etc. Todo lo relacionado a mejoras salariales también
puede verse como una amenaza porque afecta en forma directa a los costos. Las
restricciones, tanto de compra de moneda extranjera como de importación, son
una amenaza bastante habitual durante el último lustro en países como Argentina
o Venezuela. Afectan directamente al buen desempeño de las organizaciones, y lo
hacen de manera desproporcionada en función de la dependencia o no de insumos
importados para el desarrollo de la actividad. Esta dependencia podría verse
también como una debilidad ya que es una característica inherente a la empresa.
En resumen, debemos reforzar nuestras
fortalezas actuales y crear nuevas, eliminar o reducir todo lo posible
nuestras debilidades, aprovechar las oportunidades y establecer estrategias
adecuadas para afrontar las amenazas.
Si
hacemos foco en aumentar nuestras fortalezas y reducir las debilidades,
seguramente las oportunidades se convertirán en nuevas fortalezas y las
amenazas dejarán de serlo. Una correcta determinación y combinación de las
fortalezas y oportunidades pueden llevarnos a un cambio sumamente positivo y a
mejorar continuamente. La combinación entre debilidades y amenazas, mal
administrada, puede convertirse en una mezcla letal que pone en riesgo la
actividad y continuidad de la organización. La limitación al crecimiento se
encuentra aquí.
El Análisis CAME: un complemento ideal
Existe una técnica complementaria ampliamente utilizada, denominada Análisis
CAME que consiste en establecer la
estrategia correcta para atacar todos los puntos que hayan
surgido durante el Análisis FODA. Este tema será tratado en otra
publicación. Sin el análisis CAME, la realización de un FODA da una sensación
de incompletitud. De nada sirve tener tantos datos, si no se va a realizar
ninguna acción en consecuencia. La sigla CAME corresponde a las acciones que
deben tomarse para cada parámetro de FODA:
En una publicación anterior
analizamos en qué consiste el Análisis FODA (también conocido en español
como DAFO, o SWOT en inglés), una técnica ampliamente difundida que nos permite obtener una fotografía de
la situación actual, ya sea de una
organización completa como de un proceso específico, una persona o un grupo
de personas. Recordemos que FODA son las iniciales de los cuatro parámetros que
caracterizan a lo que estamos analizando:
Fortalezas (Strengths)
Oportunidades (Opportunities)
Debilidades (Weaknesses)
Amenazas (Threats)
Estos datos, tal como mencionamos, son vertidos en una matriz (la Matriz
FODA). Ahora bien, ya sabemos en dónde estamos parados. Conocemos nuestras fortalezas, pero también nuestras debilidades. Sabemos qué nos amenaza
desde el exterior, y podemos identificar qué oportunidades
existen para explotar. Pero, ¿qué hacemos con eso?.
El Análisis CAME aparece como una herramienta complementaria al Análisis
FODA. En sus propias iniciales está la explicación. Con CAME se busca:
Corregir las
debilidades
Afrontar las amenazas
Mantener las fortalezas
Explotar las
oportunidades
La aplicación de esta técnica puede ser parcial, y estar orientada a
nuestra necesidad específica.
C…corregir las debilidades D
A…afrontar las amenazas A
M…mantener las fortalezas F
E…explotar las oportunidades O
Supongamos que sólo queremos quedarnos en el lugar en donde estamos. Es
decir, continuar trabajando de igual manera.
Lo que sí precisamos es que nuestras fortalezas
se mantengan y que podamos afrontar las amenazas. Esto
sólo nos coloca en una posición defensiva, con el único objetivo de no
empeorar. Aquí no hay lugar para la mejora.
Si, en cambio, deseamos mejorar, apuntaremos a mantener las fortalezas y a explotar las oportunidades. Aumentar
nuestra presencia en el mercado a través, por ejemplo, un nuevo producto o una
versión mejorada de un producto existente. Esta posición ofensiva nos
permite avanzar hacia una mejor situación. Es probable que si logramos un
aprovechamiento exitoso de las oportunidades, nuestras fortalezas se verán
reforzadas o aumentadas.
Existen otros casos en los que deseamos trabajar en la eliminación o
mitigación de los aspectos negativos, nos dedicaremos a corregir las debilidades y afrontar las amenazas.
Estamos adoptando así una posición de supervivencia.
Si sólo buscamos trabajar sobre los aspectos internos, sobre los que
tenemos control, podemos rediseñar nuestros procesos a través de cambios
específicos. Estos cambios deben buscar la eliminación de las debilidades y su transformación en nuevas fortalezas.
En
resumen…
El Análisis CAME es una excelente manera de aprovechar los datos
valiosos que nos brinda un buen Análisis FODA. A la hora de buscar la mejora, existen infinidad de herramientas que pueden
utilizarse. Para el análisis de los aspectos negativos se pueden utilizar herramientas de resolución de problemas, para
detectar la causa raíz de los mismos. Así podemos determinar por qué tenemos
determinada debilidad o por qué nos representa una amenaza un aspecto externo
en particular.
Sobre las fortalezas con las que contamos, y las oportunidades que se
nos presentan podemos utilizar muchas técnicas de mejora. Podemos, además, convertir debilidades en fortalezas, o
amenazas en oportunidades. La versatilidad de este análisis nos permite
adaptarlo a nuestra realidad y aplicarlo de la mejor manera, a través de la
estrategia particular que consideremos adecuada.
Fue el programa martiano, organizador de este evento
el que me propuso el tema de mi intervención: El papel de la ética en las políticas de desarrollo. Se trata de un
tema de suma importancia, en especial para Cuba en un momento en el que el país
establece sus relaciones con los Estados Unidos, se abre a la inversión extranjera además de
promover cambios sustanciales en su economía.
En las primeras
páginas de la Biblia, La Génesis, se encuentra el tema de la ética, el cual
estaba en el centro del bien y del mal. Esto es un símbolo obvio de que toda la organización de la vida humana debe
planearse en torno a principios éticos.
Nacemos
para la libertad, y si somos libres tenemos siempre ante los ojos una
diversidad de opciones; podemos objetar por la opresión o
por la liberación, por la mentira o por la verdad, por la competitividad o por
la solidaridad. Cada una de esas
opciones tanto personales como sociales, se fundamentan en una raíz ética o
antiética, porque como subraya Santo Tomás de Aquino, todos sin excepción
buscamos un bien mayor e incluso cuando practicamos el mal: y el bien mayor es la felicidad.
Pero la ética nos exige una respuesta: ¿busco en mi
felicidad algo que sea a costa de la felicidad ajena? O busco la felicidad de todos aunque mi felicidad se vea coronada por
el sacrificio de mi propia vida.
Sabemos que en este mundo capitalista globo-colonizado, el desarrollo, como bien
analizó Marx, siempre ha significado
mayor acumulación de riquezas en manos privadas, nunca se ha emprendido en
función de las necesidades reales de la mayoría de la población. Se abren calles asfaltadas e iluminadas en
lotes de terrenos vacíos destinados a condominios de lujo, mientras que las
calles populosas de las periferias de las ciudades no merecen ningún tipo de
pavimentación y pasan por ellas canales de desechos humanos.
Tal vez el ejemplo más significativo de la lógica perversa que rige el desarrollo
capitalista sea el hecho extraordinario de que el ser humano haya puesto
los pies en la superficie lunar a un costo de 6 mil millones de dólares,
mientras que aún no se ha logrado poner los nutrientes esenciales en los
estómagos de millones de niños de América Latina, de Asia y de África, clamor
que el Papa Francisco tanto repite.
La razón
instrumental de la modernidad fracasó, porque cedió al pragmatismo del mercado y se distanció de los valores de la
ética. En el capitalismo todo
sistema axiológico constituye un estorbo; la ética solo existe como discurso para engañar a los ingenuos,
como los sellos verdes que marcan la propaganda de las grandes empresas que
devastan el medio ambiente como algunas compañías en Brasil que en noviembre
del año pasado debido a la ruptura de una presa ocurrió el mayor desastre
ecológico de la historia de Brasil al envenenar un río que beneficiaba 3.5
millones de personas, una de nuestras más importantes vías fluviales y ha causado daños evaluables como mínimo en
4 mil millones de dólares.
En el mundo
capitalista el desarrollo es un negocio y no un programa para el mejoramiento
de la calidad de vida de la población; una prueba es la especulación
inmobiliaria. Mientras que la tercera parte de la población de Río de Janeiro
vive en Favelas, en la franja marítima miles de apartamentos permanecen
cerrados durante todo el año y solo se abren en las vacaciones de sus
propietarios, que coinciden con el período veraniego.
En el devenir
del desarrollo capitalista hay un virus que parece imbatible que es la
corrupción. Desgraciadamente Brasil sobresale hoy por ser un país donde la
corrupción contaminó al gobierno y a nuestras mayores empresas como Petrobras.
Hay que recordar que lo mismo ocurre en numerosos países, la diferencia para
mérito de Brasil es que los gobiernos de Lula y Dilma no han movido un solo
dedo para impedir que la policía federal y el ministerio público denuncien e
investiguen a corruptos en los poderes públicos y la iniciativa privada,
incluido presidentes de grandes empresas, ministros de gobiernos y dirigentes del Partido de los Trabajadores.
Toda la historia
del desarrollo brasileño está marcada por el matrimonio de corrupción e
impunidad, por suerte el gobierno del Partido de los Trabajadores ha
promovido su divorcio, establecido la transparencia y ha favorecido prisiones y
castigos en un proceso que desgraciadamente está lejos de llegar a su fin.
Cuba vive actualmente un momento histórico de
grandes transformaciones. Su lógica revolucionaria del desarrollo centrada en
los derechos de la mayoría de la población se
abre a las asociaciones público-privadas.
La construcción del puerto del Mariel, el más
importante de todo el Caribe y quizás de todo el Océano Atlántico, inaugura
nuevas posibilidades para el desarrollo económico. El desarrollo turístico, incrementado por la excelencia de los
servicios sobre todo en el área médica y alto nivel educacional de la mano de obra y también la protección se
encamina como prometedora estrategia de captación de divisa.
Todos sabemos que el gobierno de Cuba se empeña en
resolver el problema de la doble moneda; en resumen estudia y pone a prueba una
serie de nuevas medidas para impulsar el desarrollo de este país.
Lo que tiene de
original la lógica de desarrollo de esta nación es justamente su capital
simbólico, que tiene como bases
valores espirituales como el sentimiento
de libertad e independencia, de cooperación y solidaridad que marca la
historia de este país desde la lucha de los esclavos hasta la implantación del
Estado socialista.
Muchos en el exterior apuestan a que Cuba será una mini China políticamente socialista y
económicamente capitalista.Este
peligro existiría si Cuba abandonara lo más preciado que posee, su capital
simbólico.
Este país no posee grandes recursos naturales y los
pocos que tiene han sido repartidos para garantizar a cada habitante su derecho
a la dignidad como ser humano. Pero
pocas naciones del mundo son ricas como Cuba en capital simbólico
encarnados en figuras como el padre
Félix Varela, José Martí, Ernesto Che Guevara, Raúl y Fidel Castro.
Este capital simbólico no es solo resultado de la
Revolución victoriosa de 1959, la revolución lo potenció pero es consecuencia
de siglos de resistencia del pueblo cubano de los dominadores españoles y
estadounidenses.
Pero no seamos ingenuos, la corrupción no tiene ideología, se inmiscuye en la derecha y en la
izquierda. Es un virus que penetra cuando el revolucionario
pierde su inmunidad ideológica. Y esto
ocurre cuando se despersonaliza fascinado por las funciones que ocupa en la
estructura de poder.
Entonces la corrupción
se torna más importante que la persona y esta hace cualquier cosa para no
perderla, como náufrago que se aferra al tronco en medio de la borrasca
marina.
Corrupto no es solo el que facilite el logro de
intereses que no son de la colectividad; corrupto es también quien se encierra
en su burbuja de cristal y no admite críticas y mucho menos que lo depongan de su supuesta posición de
general para asumir el puesto de simple soldado en las trincheras de la
Revolución.
El corrupto
nace de una ambición desmedida, de la vanidad exagerada, del auto
convencimiento de que es intocable e insustituible que se ampara en la certeza
de la impunidad.
Si la
revolución cubana tiene el propósito de perdurar como un sol del mundo moral,
como la expresión de Luz y Caballero, perfeccionar el socialismo es un desafío,
y la cuestión ética se torna central en los procesos de educación de este país.
Cada cubano debe preguntarse por qué Martí que vivió
casi 15 años en los Estados Unidos no
vendió su alma al imperialismo ascendente. Por qué Fidel y Raúl, hijos de
latifundistas y educados en los mejores colegios de la alta burguesía cubana, no vendieron su alma al enemigo. Por
qué Che Guevara, médico formado en Argentina, revolucionario consagrado en
Cuba, decidió abandonar todas las obras políticas y las comodidades inherentes
al ejercicio de las funciones de poder para internarse anónimamente en las selvas
del Congo y de Bolivia, donde la muerte lo encontró. He aquí la respuesta: la vida de cada uno de nosotros se define por
el sentido que le imprima. Este
sentido solo se transforma en capital simbólico cuando hay sentido de la ética.
El capitalismo con su poderosa máquina de publicidad
quiere que la humanidad solo tenga sentido a
través del tener y no del ser. Quiere
formar consumistas y no ciudadanos.
El giro posmoderno
en antropología se manifiesta fundamentalmente como crítica al realismo
etnográfico. Para los antropólogos posmodernos, el realismo etnográfico se halla vinculado al positivismo,
constituye una expresión de éste[1]. Más allá, pues, de su recusación del realismo etnográfico,
lo que el enfoque reflexivo posmoderno implica
y expresa es, como ha escrito Stephen Tyler (cit. por Reynoso 1996, pág.
44), un rechazo del programa
positivista, del paradigma científico objetivista propio del discurso
etnográfico de las tradiciones estructural funcionalista y funcionalista de la
antropología británica (Hischon 1998).
En su revuelta
antipositivista los antropólogos posmodernos han terminado por sostener
tesis que han sido objeto de merecidas críticas (véase, por ejemplo, Harris
1979 y Reynoso 1996).
Ciertamente, los excesos y las exageraciones del
relativismo radical y del deconstruccionismo
nihilista posmodernos dirigen a la antropología «hacia su disolución»
(Fernández Díaz 1998, pág. 205). Pero, a veces, la reacción contra el
posmodernismo antropológico no ha sabido captar, más allá de sus insensateces,
la importancia de las cuestiones
planteadas y la parte de razón anidada en sus planteamientos, aferrándose a
un cientificismo y a un positivismo trasnochados e insostenibles.
Un ejemplo de esto último lo tenemos en Ernest Gellner (1992), quien ha
realizado una de las críticas más enconadas, irónicas y mordaces de las
arremetidas contra el posmodernismo antropológico. Frente al relativismo
posmoderno, Gellner propugna un
fundamentalismo racionalista ilustrado atendiendo al cual llega a aseverar,
generando ambigüedades con respecto a afirmaciones vertidas en otras partes de
su obra[2],
que la ciencia es un conocimiento «que trasciende a la cultura» (pág. 96), que
está «más allá y fuera de toda cultura» (pág. 102), que «no es sólo el aspecto
cognitivo de esta o aquella cultura», sino «el conocimiento en sí» (pág. 103). Semejantes tesis son erradas y su propuesta
no parece ir más allá de un ingenuo y acrítico positivismo ignorante de lo
llovido durante los últimos decenios en filosofía y epistemología de la ciencia.
Los desarrollos
de las ciencias contemporáneas y los trabajos de Popper, Kuhn, Lakatos y
Feyerabend, entre otros, han hecho
añicos la imagen positivista de la ciencia. Los posmodernos tienen razón en su cuestionamiento del cientificismo positivista.
Pero no han sabido ofrecer una alternativa «científica» a éste. Esto se ha
debido, en parte (véase O’Meara 1989), a su estereotipada visión de «la ciencia», basada en determinados
planteamientos del empirismo lógico, y que en absoluto son representativos
de los desarrollos teóricos de la ciencia contemporánea.
Han identificado ciencia con cientificismo positivista
y, al rechazar éste, han arrojado al niño (los aspectos de la racionalidad científica
de los que todo trabajo empírico o teórico, etnográfico o etnológico, antropológico
en suma, jamás podrá prescindir)[3]
con el agua sucia, resbalando con el jabón hacia el irracionalismo, el
oscurantismo y demás desvaríos conocidos. Por su parte, los positivistas estilo
Gellner tienen razón en su insistencia en que la investigación etnográfica y el
discurso antropológico sean «científicos». Ciertamente, no caben alternativas anticientíficas al cientificismo. Pero
tampoco vale ya parapetarse en la estrecha racionalidad cientificista del
positivismo. ¿Podemos salir de este atolladero, de este dilema?
La antropología futura deberá huir «tanto del rígido y logocéntrico cientifismo
empírico-positivista (…) como del nihilista
relativismo post-moderno» (Fernández Díaz 1998, pág. 217).
Frente al rechazo posmoderno de la epistemología
(véase Rabinow 1986, pág. 321-328), la alternativa al positivismo sólo puede
ser fruto de una reflexión epistemológica sustentada en los desarrollos de las
ciencias contemporáneas, de una reflexión sobre el paradigma científico que debe
guiar el desarrollo de la labor investigadora y las explicaciones e interpretaciones
teóricas: «Los últimos avances de la filosofía
de la ciencia no dejan, pues, lugar a dudas en lo que concierne a la
importancia de los presupuestos paradigmáticos para el desarrollo de un
conocimiento científico efectivo» (Harris 1979, pág. 41).
Los desarrollos
científicos acontecidos durante el siglo XX (como la teoría de la
relatividad de Einstein, la teoría
cuántica de Plank y Heisenberg, la
termodinámica, la teoría de las estructuras disipativas de Prigogine, el principio de complementariedad de Niels Bohr) y las reflexiones
epistemológicas realizadas en torno a ellos han supuesto la emergencia de una racionalidad científica postpositivista.
A partir de una reflexión epistemológica sobre los
desarrollos de la ciencia contemporánea Morin
nos ha mostrado cómo es posible pergeñar un paradigma de la complejidad (una
racionalidad científica más rica y no reduccionista) alternativo al paradigma de simplificación asumido por el positivismo.
La puesta en
juego de los principios epistemológicos complejos podría permitirnos salir
de los callejones sin salida y de las insensateces donde nos abocan tanto los planteamientos
positivistas como los posmodernista, pues, como escribe Marc Augé: «La
complejidad de que nos hablan hoy los físicos es evidentemente el resultado de
un mejoramiento de los medios de investigación y de cálculo: es el pensamiento
lo que se hace complejo al afrontar una realidad que se sustrae a la acción de
los instrumentos demasiado simples. La complejidad que descubren las ciencias
sociales, y especialmente la antropología, no es fundamentalmente diferente»
(1994, págs. 75-76).
Es resaltable en este planteamiento que los principios
epistemológicos antirreduccionistas (pospositivistas, si se quiere) son
«científicos», no surgen de un rechazo de la ciencia, sino de una reflexión epistemológica
de y sobre las ciencias contemporáneas. Paradójicamente, los planteamientos
posmodernista vienen a apartarse radicalmente de la ciencia precisamente cuando
las ciencias han exigido y desarrollado una nueva y más rica racionalidad. La
parte de razón de las reivindicaciones posmodernistas puede ser asumida por la
teoría antropológica dentro de un marco científico, resituando así sus
reivindicaciones en un marco adecuado para su desarrollo y profundización, y salvando,
consiguientemente, sus desmanes.
Es evidente que en este breve texto no puedo mostrar
todas las posibles aplicaciones de los
principios epistemológicos del paradigma de la complejidad a las múltiples cuestiones objeto de debate entre
posmodernos y neopositivistas (puede verse al respecto Solana 2001); por lo
que seguidamente me limitaré tan sólo a bosquejar algunas cuestiones al
respecto, relacionadas con la querella
sobre la recusación posmoderna del objetivismo.
La etnografía se halla sometida a una «gran
paradoja» (Díaz 1991, pág. 13), consistente en que la «autoridad científica» viene dada por la experiencia subjetiva en el
trabajo de campo, el «certificado de
autenticidad» de la objetividad de lo descrito depende de un acto de
subjetividad. Para salir de esta paradoja y no enturbiar la «objetividad
científica», los antropólogos han utilizado
la estrategia de escindir sujeto y objeto orillando u ocultando los aspectos
personales de su trabajo, su subjetividad.
Desde Malinowski (véase Clifford 1981), los etnógrafos se hallaron sometidos al
imperativo de la observación «objetiva», imperativo que conllevaba «un
exacerbado distanciamiento» de la experiencia personal del etnógrafo con
respecto a su objeto de estudio. El «estilo realista» exigía una proyección
«unidimensional» del texto sobre la objetividad, un cierre de la obra en torno
a ésta, de manera que la subjetividad del autor quedase al margen del objeto
referido en el texto.
Los escritos que, como L’Afrique fantôme (1934) de Michael
Leiris, Return to Laughter (1954) de Eleonore Smith Bowen (seudónimo de Laura
Bohannan) o Tristes Trópicos (1955) de
Lévi-Strauss, venían a poner sobre
el tapete la subjetividad del científico fueron marginados.
Pero desde finales de la década de los cincuenta y
durante las dos décadas siguientes se produjo un cambio. Diversas publicaciones
reflexionan sobre las relaciones entre objetividad y subjetividad, obligando a
replantear la cuestión sobre cómo elaborar un texto «objetivo» (ahora entre
comillas)[4].
Además, emerge como subgénero
etnográfico la autorreflexión elaborada a partir de las notas de trabajo de
campo. Estos trabajos contribuyen al
ensanchamiento de la reflexión epistemológica.
Se cuestiona
el análisis de la cultura entendido como mera descripción a partir de datos
obtenidos mediante observación. Se desarrolla la experimentación
etnográfica. Comienza a extenderse la
narración en primera persona, uso hasta entonces considerado como impropio para
un etnógrafo. Se presta atención a lo retórico, a lo autobiográfico, a la
experiencia vivida[5].
Diversos trabajos recurren a un proceder dialogal,
transcribiendo diálogos mantenidos con los informantes y confesando las dudas
aparecidas durante la realización del trabajo de campo[6].
La problematización
posmodernista de la disyunción entre el observador (sujeto) y lo observado
(objeto) presupuesta por la etnografía realista (Strathern 1987, pág. 231) es razonable y compartible. Frente a
ella no caben respuestas tan simplonas como la de Gellner cuando escribe: «Lo
uno o lo otro: o bien hay hechos objetivos (…) o bien no los hay.» (1992,
pág. 89). Como Morin nos enseña, el modo de responder a una simplificación no
es mediante otra, sino con una respuesta compleja capaz de destilar e integrar
(si los hay, y en los casos que nos ocupan, creo que los hay), superándolos y
contrapesándolos, los elementos de verdad contenidos en la posición contraria.
Según Morin (1994, págs. 68-69; y 1995, pág. 316), el trasvase del modelo (determinista,
reduccionista y objetivista) de cientificidad clásica a las ciencias humanas y
sociales operado durante el siglo XIX
tiene como una de sus consecuencias la expulsión del sujeto. Se ha intentado
desterrar al sujeto de la psicología,
reemplazándolo por estímulos y respuestas; desalojarlo
de la historia, eliminando las decisiones y las personalidades para
considerar sólo procesos sociales deterministas; proscribirlo de la antropología y de la sociología, para ver sólo
estructuras y procesos inconscientes.
Pero, como Morin nos ha mostrado, desde finales del
siglo XIX, con la termodinámica, con los desarrollos de la microfísica y la
macrofísica relativista, con los avances de la biología (genética, etología,
ecología), con la teoría de la información (Brillouin), la teoría de sistemas y
el principio antrópico de Brandon Carter, la noción clásica de objetividad (el objeto sustancial, separado del entorno
y del observador, descomponible en elementos aislables, sustanciales y simples)
entra en crisis (se pasa del objeto
y el elemento simple al sistema y a la organización) y se reintroduce al
observador en la observación.
El propio progreso
del conocimiento científico ha terminado por requerir que el observador se
incluya en su observación, es decir, en suma, que el sujeto se introduzca
de forma autocrítica y autorreflexiva en el conocimiento de los objetos.
La objetividad
debe dejar de definirse mediante la exclusión de toda subjetividad.
Muy al contrario, es resultado de determinadas
actividades subjetivas, como las mismas operaciones de objetivación, un ethos
subjetivo de amor y pasión por la verdad, la consciencia del auto-egocentrismo
y el combate contra éste, operaciones de descentramiento e inscripción en
circuitos transubjetivos, y la auto-reflexión crítica. Sin estas actividades
«subjetivas» no hay constitución de objetividad. Por ello: «la referencia y la
apelación al sujeto, lejos de constituir una renuncia a la objetividad,
constituyen una condición para ella. Dar pleno empleo a la subjetividad es dar
pleno empleo también a las cualidades de objetivación.» (Morin 1980, pág. 347).
La objetividad exige, además (Morin 1984, pág. 16),
la comunicación intersubjetiva entre observadores o experimentadores. Para que
exista esta comunicación es necesario una comunidad científica en la que haya un
consenso sobre las reglas de juego (de observación, experimentación,
verificación), sobre los fines del saber y sobre determinados valores y
creencias. Junto a esos aspectos comunitarios de la comunidad (gemeinschaft) de científicos, es necesario que ésta funcione también como una sociedad
(geselschaft) en la que existan aspectos rivalitarios y conflictivos, enfrentamientos
entre teorías.
De este modo, la objetividad, que es el elemento primero y fundador de la verdad y de la
validez de las teorías científicas, puede ser considerada al mismo tiempo
como el último producto de un consenso
sociocultural e histórico de la comunidad/sociedad científica. Como Popper señaló, la objetividad de los
enunciados científicos reside de hecho en que pueden ser intersubjetivamente
sometidos a testación. La objetividad tiene una indefectible dimensión de
construcción intersubjetiva, por lo que no excluye al sujeto humano
socioculturalmente ubicado; no emerge mediante la supresión de la subjetividad,
disociando e incomunicando sujeto y objeto, sino que se constituye en el
circuito dialógico entre ambos.
En la
cuestión del sujeto las ciencias antroposociales han oscilado entre dos paradigmas.
De un lado, un «paradigma objetivista
que pretende fundar la cientificidad antroposociológicasobre el modelo de la ciencia física
(es decir, por la eliminación de toda idea de autonomía, de autocausalidad, de
autoorganización, de individuo y, por ello mismo, a fortiori, de sujeto)»
(Morin 1980, págs. 330). Por otro, un
paradigma subjetivista, metafísico, humanista y antropocéntrico.
Ambos
paradigmas son recusados por Morin. Con respecto al
primero (la negación y el rechazo del sujeto considerado una construcción
metafísica y acientífica), Morin suscribe las críticas a la metafísica del
sujeto y al subjetivismo, pero discierne «la realidad de la subjetividad» de
«la ilusión del subjetivismo» (1980, pág. 328). En su opinión, el sujeto es una
realidad que la ciencia debe conceptualizar y reintegrar, tanto «por arriba» (reintegración
del sujeto observador/conceptuador, entrada antroposocial de todo concepto,
subjetividad necesaria para la objetividad) como «por debajo» (reintegración
del sujeto viviente computante, que le aporta una «base objetiva» al sujeto
observador/conceptuador).
La antropología
debe tomar consciencia de que el antropólogo que estudia otra cultura es
miembro de una sociedad y una cultura que condicionan sus observaciones, por
lo que es necesario introducir la
autorreflexión, la autocrítica y la relativización del sujeto cognoscente en el
proceso de conocimiento. Así, por ejemplo, a la hora de observar o conocer una
cultura el antropólogo debe preguntarse hasta qué punto será válido juzgarla a
partir de sus criterios de racionalidad y de sus valores, ambos pertenecientes
y relativos a su sociedad de procedencia.
Pero esto no
tiene porqué conducir al relativismo ni a la pérdida de la realidad del objeto
de estudio. La asunción de la subjetividad y de la interpretación «no equivale
a la “anarquía relativista” tan execrable para los defensores del materialismo
cultural. No se trata tampoco de postular una fenomenología fuera de todo
control crítico. La relatividad que constatamos no ha de traducirse como
arbitrariedad, como una impunidad absoluta por parte del etnógrafo para contar
e interpretar inventando sobre lo que no se ha visto. Todo lo contrario.» (Díaz
1991, pág. 17). Igual que caben buenos y malos comentarios de un texto, caben
mejores y peores interpretaciones de una cultura o de un fenómeno cultural.
El meollo de
la cuestión está en saber mantener la dialógica. Algo que los antropólogos
posmodernos no han aprendido a hacer. Así, por ejemplo, Tyler (1987, pág. 291)
aboga por borrar la «separación fundamental originaria entre sujeto y objeto»
presupuesta por «la ciencia normal» y propugna, frente a esta separación, la intersubjetividad. Si esto se
plantea y desarrolla bien, puede resultar válido[7].
Pero a partir de aquí Tyler comienza una serie de deslizamientos que terminan
abocándolo a planteamientos absurdos. Pasa a entender la etnografía como
«evocación» y no como representación (mímesis) (1986, pág. 298), con lo que el objeto
es disipado y queda suspendida toda posibilidad de objetividad:
«Ningún objeto de ninguna clase precede y constriñe
a la etnografía. Ella crea sus propios objetos (…) No hay origen fuera del
texto. ¿Sólo literatura, entonces, o una especie rara de crít. lit.? Sí,
literatura (…)» (1986, pág. 312). Y no cualquier literatura, sino que
concluye proponiendo que la etnografía pudiera ser incluso una evocación
heideggeriana escrita en un inglés no lineal, como si fuese chino (Tyler 1986,
pág. 304). Una vez soslayado el blanco inmaculado del realismo ingenuo, la
paleta de colores es amplia, pero Tyler parece tener preferencia por los tonos
fosforitos cuanto más chirriantes mejor[8].
Para Tyler el problema del realismo no es «la complejidad
del así llamado objeto de observación», sino «el fracaso de toda ideología
visualista del discurso referencial» (1986, pág. 305). Pero, en mi opinión, el
problema sí que es la complejidad de la realidad,
complejidad que conlleva la imposibilidad de establecer una disyunción (que no
una distinción) entre sujeto y objeto, y la necesidad de mantener la dialógica
entre ambos. «El deslizamiento hacia el cientificismo o, del otro lado, hacia
el subjetivismo ─escribe Clifford Geertz─, no es sino signo de que la tensión [la
dialógica] ya no puede soportarse, de que se han perdido los nervios y de que
se ha optado por la supresión de, o bien de la propia humanidad, o bien de la
propia racionalidad» (1984-86, pág. 62). Que la antropología disponga de una base
epistemológica satisfactoria depende, en parte, como señala Robert Ulin (1984),
de una correcta resolución de la
dicotomía sujeto/objeto, que evite tanto el objetivismo cientificista como el
relativismo subjetivista y que sea
capaz de integrar
tanto la historicidad de los fenómenos socioculturales como la reflexividad crítica del sujeto cognoscente.
Para continuar trabajando como ciencia social, la antropología debe profundizar
en la complejidad de sus objetos (Augé 1994, pág. 75).
Por tanto, los sanos intentos «posmodernos» por
superar los planteamientos reduccionistas de algunas corrientes de la ciencia
moderna no tienen porqué huir de la ciencia (tachada, como hace Tyler 1987,
pág. 184, como «una forma arcaizante de la consciencia degradada»), pues ésta
misma se ha enriquecido y complejizado. Una estrategia de investigación
antropológica posmoderna (pospositivista) no tiene porqué ser anticientífica, porqué
huir de la ciencia, para refugiarse en
filosofías irracionalistas, en la literatura[9] o
en la estética, sino que puede articularse a partir de los principios epistemológicos
de los que puede proveernos un pensamiento complejo como el que Morin ha
desarrollado a lo largo de su feraz obra.
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[1] «las
tradiciones etnográficas norteamericana y británica convergieron en la
consolidación del
realismo etnográfico como el género para la
antropología, como la “institución literaria” que servía a
los objetivos científicos positivistas» (Clifford 1986,
pág. 176).
[2] En
última instancia, no se termina de saber qué defiende: si, como a veces
sugiere, la independencia
de la ciencia con respecto a la cultura (lo que me
parece un desvarío), o bien que no todos los estilos
de pensamiento son cognitivamente iguales, que desde
una cultura es posible juzgar aspectos de
otras culturas y que unas culturas pueden aceptar
modos de conocimiento surgidos en otras (lo que es
razonable y sostenible). En la obra existe ambigüedad
al respecto. Además, donde Gellner cree, con una arrogante contundencia, que
hay deducciones, resulta no haberlas. No es cierto, por ejemplo, que
el inevitable arraigo histórico-cultural de todo
conocimiento implique ineluctablemente el nihilismo.
Del reconocimiento de la construcción cultural de los
significados no se deriva ineluctablemente,
como cree, su inconmensurabilidad y la consiguiente
igualdad de las culturas.
[3] Entre
otros (como bien señala Teresa San Román 1996, quien afirma “la posibilidad
científica de la
Antropología en el contexto y con las limitaciones de
la posibilidad de existencia de la ciencia”): la
necesidad de ser rigurosos en la operacionalidad de
los conceptos (precisión, definición operacional)
y las entidades teóricas; la exigencia de falsabilidad
de nuestras hipótesis, enfatizando la necesidad
de contrastación empírica; la exigencia de rigor y
coherencia lógica de nuestras hipótesis, enunciados
y razonamientos; el rechazo de las hipótesis ad hoc
como requisito metodológico; y la valoración de
las nuevas hipótesis propuestas, de las alternativas
teóricas, atendiendo a su poder predictivo y a si
abarcan contenido empírico excedente con respecto a
teorías alternativas vigentes.
[4] Además
de la publicación en 1967 de los diarios de Malinowski, con el impacto que
tuvieron, caben
destacarse las siguientes publicaciones: L’Afrique
ambigüe (1957) de Georges Balandier, The Savage
and
the Innocent (1965) de David Maybury-Lewis, Never in Anger (1970) de Jean
Briggs, The Headman
and I (1978) de Jean Paul Dumont y las Reflexiones
sobre un trabajo de campo en Marruecos (1977)
de Paul Rabinow.
[5] Obras
como Le Pacte autobiographique (1975) de Philippe Lejeune y Miroirs d’Encre
(1980) de
Michel Beaujour resultan significativas al respecto.
[6] Caben
citarse, en este sentido, obras como Dialogue des femmes en ethnologie (1977)
de Camille
Lacoste-Dujardin,
Tuhami: Portrait of a Maroccan (1980) de Vincent Crapanzano, Maroccan Dialogues
(1982)
de Kevin Dwyer, Nisa: The Life ands Words of a ¡Kung Woman (1981) de Marjorie
Shostak y Le
Maroc raconté par ses femmes (1984) de Fatima
Mernissi.
[7] Como
señala Robert Ulin (1984, págs. 105-106): «La pérdida de reflexividad en la
filosofía de la
ciencia positivista tiene serias consecuencias para el
observador participante en antropología. Tanto
los procedimientos metodológicos como las preguntas
hechas a los informantes tienen su sentido y su
origen dentro de la forma de vida del investigador, no
de la sociedad nativa. Si los antropólogos no
comprenden el significado de sus prácticas sociales y
reconocen que las preguntas plantean un marco
limitado de respuestas posibles, no harán más que
reproducir su mundo vital en culturas nativas. El
proceso de comprensión no implica sólo la
contemplación de un sujeto objetivado, sino la mediación
de sujeto y objeto a través de la comunicación de dos
formas de vida distintas.».
[8] Ya
había advertido Lévi-Strauss (1965, págs. 260-261) con respecto a la crítica
literaria con
pretensiones estructuralistas (la cual constituye una
de las fuentes de influencia e inspiración de los
antropólogos posmodernos: véase Reynoso 1996) que su
vicio fundamental estribaba «en el hecho de
que con demasiada frecuencia se reduce a un juego de
espejos, donde se hace imposible distinguir el
objeto de su repercusión simbólica en la conciencia
del sujeto.», encerrándose así en un relativismo
subjetivamente encantador, pero carente de «evidencia
externa» y de medios de «verificación
objetiva».
[9] La
tarea principal del seminario de Santa Fe y, consiguientemente, de los escritos
recogidos
en Retóricas de la Antropología, «fue la de introducir
una consciencia literaria en la práctica
etnográfica» (Marcus 1981, pág. 357). Cuán diferentes
podrían haber sido los resultados si la revisión
posmoderna de la cientificidad positivista se hubiese
articulado, no mediante un tratamiento literario
(recurriendo, como escribe Marcus, a una «terapia
literaria») de la etnografía, sino a partir de
una reflexión epistemológica sobre la racionalidad
compleja de la ciencia contemporánea. Pero,
precisamente, una de las características del
posmodernismo antropológico ha sido (véase Llobera
1999, págs. 104-105) su alejamiento (rayano en la
ignorancia) de los desarrollos prácticos y teóricos
Cada día aparecen
más publicaciones sobre
un tema que
parece estar de moda
y que, según se
afirma, representa un giro
con respecto a
la cosmovisión científica tradicional. En
tales publicaciones se
repiten una y
otra vez las características de
este “nuevo modo
de comprender la realidad”, la
importancia que reviste, sus
principios fundamentales, sus representantes más destacados, sus puntos de ruptura
y de continuidad
con el pensamiento epistemológico tradicional e
incluso, frecuentemente, se promulga la necesidad de abandonar ciertas
nociones “caducas” y se invita a
renunciar de inmediato
al “antiguo paradigma”
en favor de
esta “nueva revolución
científica”, representada por lo que se ha dado en llamar “el paradigma de La Complejidad”.[1]
Es necesario señalar, sin embargo, que algunos temas
“tradicionales” como lo es el religioso,
han quedado un
tanto en la
sombra. En lo
que sigue, por
tanto, me ocuparé de examinar la problemática religiosa
desde la perspectiva del “pensamiento
complejo”, enunciada por
el pensador francés
Edgar Morin.
¿Qué lugar
ocupa la religión en
la propuesta epistemológica moriniana?¿Se
mantienen desde esta posición las
críticas a los
enunciados de carácter
metafísico presentes en
gran parte de la
filosofía de la
ciencia del pasado
siglo? ¿Es
consecuente Morin con
sus presupuestos fundamentales? Estas son algunas de las preguntas a las que intentaré responder.
Para
comenzar, dos conceptos
serán de vital
utilidad para el
acercamiento al tema, a
saber, el de pensamiento
complejo y el
de epistemología compleja.
Los abordaré muy brevemente,
destacando sólo aquellas
aristas de utilidad
para el objetivo recién señalado.
Morin define
lo complejo como “
el tejido de
eventos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares,
que constituyen nuestro
mundo fenoménico” (Morin 2000).
Consecuentemente,
un “pensamiento
complejo” sólo puede
ser aquel que relacione, que religue
lo disjunto, que asuma la paradoja
entre lo uno y lo múltiple, que integre
y reconozca la
presencia de incertidumbres y
contradicciones en el
seno del conocimiento. Para
ello, dispone de siete
principios[2]
básicos de los
cuales abordaremos, cuando sea
pertinente, sólo aquellos
que afecten directamente
la concepción religiosa moriniana. Por
ahora veamos sólo uno.
El principio
de reintroducción del
sujeto como
observador-conceptualizador permite
comprender al conocimiento como una reconstrucción/traducción que hace la
mente/cerebro en una cultura y tiempo determinados. (Morin 1999, P. 101)
Este
principio es uno
de los fundamentales
para complejizar
la epistemología, es decir,
para conocer el conocimiento, tarea que se presenta a Morin como una de las
más importantes del proyecto complejo.
El conocimiento del conocimiento
implica una auto organización
epistemológica “ a través
del bucle de
intercambios, antagonismos, complementaciones, extrapolaciones, etc.,
de los contenidos
de las epistemologías.” (Moreno 2002, p. 125)
La epistemología compleja toma
prestadas aquellas ideas
de Nicholas Rescher[3] según las
cuales, en lugar
de partir de los enunciados
protocolares del positivismo lógico[4]habrá
que considerar un
sistema reticular cuya
estructura no sea jerárquica y
por tanto, sin
niveles más importantes
que otros. A
estas concepciones Morin añade
la idea dinámica
de “recursividad rotativa”.
La epistemología ha de
girar alrededor del problema
de la verdad
pasando de perspectiva
en perspectiva y de verdades parciales
en verdades parciales.
Por esta rotación
se podrá efectuar entonces una rearticulación/reorganización del saber:
“ La epistemología compleja tendrá una competencia
más basta que la clásica, aunque
sin disponer no
obstante de fundamento,
de puesto privilegiado,
ni de un poder
unilateral de control.(…)Se propondrá examinar
no sólo los
instrumentos del conocimiento en
sí mismo, sino
las condiciones de
producción (neurocerebrales, socioculturales) de
los instrumentos del
conocimiento. (…) el
conocimiento del conocimiento no
podrá prescindir de
los logros y problemas de
los conocimientos científicos relativos
al cerebro , la psicología
cognitiva, la inteligencia
artificial, la sociología
del conocimiento etc.,
sino que estos,
para adquirir sentido,
no podrán prescindir de
la dimensión epistemológica: el
conocimiento de los
constituyentes biológicos,
antropológicos,
psicológicos, culturales del conocimiento, no
podrá verse privado de
un conocimiento de
segundo grado referido
a ese mismo
conocimiento.” (Morin 1994, p. 32).
El conocimiento del
conocimiento implica entonces
una “meta-pan-epistemología” tanto
como una “panepistemología”. Meta-pan-epistemología porque, según Morin, supera los marcos de la
epistemología clásica sin dejar de incluirlos y se interesa no
sólo por los
conocimientos científicos sino
que se abre
a otros tipos
de saber. Además, toma en cuenta los conocimientos no racionales al mantener
abierta la problemática de la
verdad considerando toda
pretensión de conocimiento,
todo pseudoconocimiento, error, ilusión o desconocimiento.[5]
Panepistemología porque lejos de
estar suspendida por
encima de otros
conocimientos, la epistemología compleja debe integrarse
en aquellos que
tengan necesidad de
reflexionarse, reconocerse, situarse,
problematizarse[6].
La
urgencia de esta
epistemología parte del
reconocimiento de que la ciencia
actual trabaja con
reducidas parcelas de
la realidad a
través de una variedad
de lentes disciplinares desconectados
entre sí; con
métodos cuyas rígidas
fronteras artificiales producen
ceguera mientras “arrojan luz” sobre
zonas muy particulares de su
objeto de estudio;
con una cosmovisión
que rechaza las
de otras tradiciones descontándolas entre
las fuentes legítimas
de conocimiento. Tal fragmentación
es el resultado de
un largo proceso
de diferenciación que
ha ocurrido en
el campo de la Noosfera, específicamente en el
reino de las
ideas abstractas que
forman una concepción del mundo.
Génesis
noosférica: la emergencia de los dioses.
El
término noosfera[7] es retomado
por Morin para
referirse al mundo
de las ideas, dioses,
saberes, ideas-fuerza etc, que, producidas por
los seres humanos según
su cultura, adquieren vida
propia a través de las creencias y la fe, de tal modo que logran incluso dominar a sus creadores[8].
Este tipo
de autonomía que
cobran las ideas una vez
que han nacido
del espíritu humano, Morin la
encuentra en la concepción de los Números pitagóricos, en las Ideas de
Platón, en el concepto
de Sujeto autotrascendido y
autodeterminado de Hegel, en
los arquetipos que,
según Jung, reinan
en el Inconsciente
colectivo, en el Mundo 3 popperiano, en el Knowledge construct de Wojciechowski, en la
“ecología de las ideas” de
Geoffrey Vickers y
es empleada, según
él, por científicos
como Bateson, Monod, Auger, y otros.
Por su parte, Morin considerará no sólo a la
noosfera poblada de “seres
vivientes”, sino también
“la posibilidad de
una ciencia de
las ideas que sería
al mismo tiempo
una ciencia de
la vida de los “seres
del espíritu”: una noología” (Morin 1992 pp. 109-115)
La
noología partiría “del punto
de vista científico
elemental que objetiva
su objeto de conocimiento;
así, el lenguaje
para el lingüista,
la lógica para
el lógico, el mito
para el mitólogo,
en tanto que
objetos, están dotados
de una realidad
objetiva. Pero esta realidad
objetiva es muy
pobre y no
dispone ni de
autonomía ni de
poder. Hace falta un punto de vista estructural para dotar al lenguaje o
al mito de una virtud autoestructurante
(…) hace falta
un punto de
vista sistémico para
darles a estos objetos la organización compleja de
sistema”[9]
En la elaboración
de esta noología,
Morin considerará a
los productos del espíritu no sólo como entidades
objetivas, sino como suprarealidades que
emergen a partir de las actividades antroposociales. La noosfera participa
de modo recursivo[10]
en el bucle autogenerador
de la sociedad
y el individuo;
sus entidades se
reproducen a través de la educación y se propagan a través del
proselitismo.
Para
Morin, es en
la noosfera donde
los mitos, dioses
e ideas se auto trascienden gracias a
la increíble energía
psíquica que obtienen
de nuestros temores y
deseos. De este
modo, se establece
una relación de
recíproca posesión entre los
seres humanos y sus dioses: estos últimos exigen adoración a cambio de su ayuda.
También las ideas producidas por el
pensamiento racional logran adquirir poder cuando, de modo inadvertido,
se convierten en
providenciales fundando religiones terrenales.
Los mitos
que habitan la
noosfera han nacido
de la actitud
humana ante la muerte. La conciencia
de la muerte
provoca, según Morin,
tal horror que
sólo se supera con
la creación de
mitos según los
cuales el individuo sobrevive,
sea como espectro o
como doble, sea
porque renace como humano
o como animal; posteriormente se producen
las concepciones históricas
de salvación (Morin
2001,p.52)
Los
habitantes de la
noosfera, sean ideas,
imágenes, signos, símbolos, mensajes o figuraciones, permiten el contacto del ser humano con la
sociedad, con el mundo y consigo mismo. En este sentido, la noosfera tiene una entrada subjetiva, una misión transubjetiva y
resulta un constituyente objetivo de la realidad humana, además de un
medio que conduce
el conocimiento humano[11].
Es por ello
que los mitos, símbolos e
ideas se han
vuelto indispensables para
nuestra vida social:
símbolos, ideas y mitos, son los
creadores del universo en que habitan nuestros espíritus. Así, a la decadencia
de los mitos
arcaicos les siguió
la nueva noosfera
de las grandes religiones de
la antigüedad y
la de los
tiempos modernos, pues,
aunque en la modernidad
el área de
las religiones se
ha reducido, han proliferado,
en cambio, las ideologías, las ideas abstractas, el
desarrollo científico y técnico,
como el del universo imaginario de la literatura, el cine, la televisión[12] .
(Morin 1992, p.117)
Aunque
de naturaleza espiritual,
los seres de la noosfera
están materialmente enraizados:
“De
igual modo que
la información sigue
teniendo un soporte
físico/energético al mismo tiempo
que es inmaterial,
igualmente el mito, el dios,
la idea tienen
un soporte físico/energético en
los cerebros humanos
y se concretizan
a partir de la materialidad de
los intercambios químico-eléctricos del cerebro, los
sonidos de la palabra, las inscripciones. Disponen sobre
todo de un soporte biológico constituido por estos mismos
cerebros, y es
esto lo que
les va a
insuflar una vida
propia” (Morin 1992, p.119)
Morin encuentra aún otra analogía: la que se establece entre los productos de la noosfera y
los de la biosfera. Del mismo modo que esta última posee una variedad extraordinaria
(“del virus a la secoya, de la pulga al elefante”), la noosfera está poblada por muy diversas
especies: fantasmas, símbolos, mitos, ideas, figuraciones estéticas, seres
matemáticos, asociaciones poéticas, concatenaciones lógicas etc. No
obstante, la noosfera no
es tan afortunada
como la biosfera
en términos de
comprensión humana: si bien la organización nucleoproteinada permite
captar la diversidad viviente, el
estado actual del
conocimiento no permite
reconocer su unidad.
Como ya se
dijo, las disciplinas cortan el dominio noosférico fragmentándolo.
Morin distingue
dos grandes tipos
de entidades de
organización que han resultado ser
fuertes y duraderas: las
primeras son las
“entidades cosmo-bio-antropomorfas, mitos y
religiones pobladas de
seres de apariencia
animal o humana (genios, espíritus, dioses)”, mientras
que las segundas son las “entidades logomorfas, doctrinas, teorías, filosofías,
que son sistemas
de ideas”.
De
hecho, existe una
doble implicación: en el
aparente desorden y
multiplicidad de sentidos
que se dan en la proliferación onírica,
existe una lógica
subterránea un discurso
analógico/metafórico, una
lógica organizadora propia,
una filosofía subyacente
en mitos y
religiones. Del mismo modo, en la
más abstracta de las teorías puede haber mitos ocultos, poesía e imaginación. Además,
ambas entidades tienen en común
la autoorganización, disponen de
una maquinaria compleja constituida por un lenguaje y una lógica.[13]
Desde el punto de vista noosférico, las entidades
cosmo-bio-antropomorfas se autotrascienden
a partir de
la energía psíquica
que obtienen gracias
a nuestros deseos y
temores[14]
; desde el
punto de vista
psicológico son proyecciones
por los mismos motivos.
Es así como,
aun cuando son
productos culturales, retroactúan dominando a
los espíritus/cerebros rigiendo
los destinos humanos
y
ofreciendo inmortalidad a cambio
de amor y
obediencia. La vida de
los dioses depende
de la comunidad creyente
y su existencia
se encuentra dentro
de los límites
de dicha comunidad. La muerte
de los humanos
traería la muerte
de los dioses.
Los dioses llegan a poseer individualidad, identidad, psicología,
corporalidad incluso. Los dioses:
“Actúan,
intervienen, piden, escuchan.
Están realmente presentes
en las ceremonias religiosas
(…) se incardinan,
hablan, exigen (…)
reinan, ordenan sacrificios, se
regocijan. (…) están recíprocamente a nuestro servicio (…) Poseemos a los dioses que
nos poseen. Hay
pues, efectivamente, una
relación de simbiosis,
de parasitismo mutuo, de
explotación mutua (la
más de las
veces muy desigual)
entre dioses y humanos
(…) Los dioses
monoteístas, es decir
monopolistas, son terriblemente celosos,
sobre todo
de sus sosias
que quieren usurpar
su puesto: intentan asesinarse
unos a otros
y desencadenan la
masacre de los
infieles, que no son otros que los fieles de su rival.” (Morin 1992, p.123)
Morin
señala que con
el advenimiento de la
civilización laica, los dioses, los mitos
y la religión
se han infiltrado
en la razón
y en la
ciencia, convirtiéndolas en entidades
providenciales que aseguran
el progreso de la humanidad
(Morin 2001,p.242). Ante este
fenómeno “hipostático”, Morin adopta una posición clara y definida.
El
evangelio de la perdición. Hacia una religión de tercer tipo.
Morin
participa de la
idea metafísica, comúnmente
aceptada en el terreno
científico, según la cual la creación
del universo es el resultado de un accidente y no de ninguna voluntad divina[15] . Del mismo modo, la materia organizada del
universo es tan sólo una ínfima parte de la materia conocida que, a su vez, es
también una mínima parte de la realidad material del universo.
Según esta cosmovisión, las emergencias que surgen
de organizaciones entre entidades materiales (átomos, moléculas, astros, seres
vivientes), es decir, la vida, la conciencia,
la belleza, el
amor, aun cuando
tienen valor para
nosotros, son perecederas y, a
pesar de lo
fundamentales que son
para nosotros, carecen
de fundamento.[16]
El hecho de
que todo esté
destinado a morir implica, para
Morin, la no-existencia de
la Salvación en
ningún sentido: ni en
el sentido de
las religiones que prometen la inmortalidad, ni en el de
la salvación terrestre que prometiera la
religión comunista, es decir,
no existe “una
solución social donde la
vida de cada
uno y de todos será liberada de la desgracia, de la
alea, de la tragedia”. Se ha de
renunciar por tanto definitivamente a
toda salvación y,
del mismo modo,
se ha de
renunciar a las promesas
infinitas[17]. La
existencia del mundo físico, de
la existencia viviente,
y de la felicidad humana se pagan al precio de la degradación, del
desperdicio de la ruina.
Para Morin:
“No
estamos en marcha
sobre un camino
señalado, no estamos teleguiados por
la ley del
progreso, no tenemos
ni Mesías ni
salvación, caminamos entre la noche y la niebla” (Morin y Kern 1993, p.197)
A su juicio
es posible, sin
embargo, tener “ideas–faros”, valores
elegidos y estrategias que
se enriquezcan en la medida
en que se
modifican; también existen aspiraciones, voluntad, coraje. Pero a pesar de toda esperanza no existe
recompensa final;navegamos
en un océano
de desesperanza; nuestro
vagar por el
mundo está condenado al
aquí-abajo, al destino terrestre.
Sin embargo, la idea de un “más allá” no queda
excluida, pues puede buscarse un “más
allá” que no esté fuera del mundo sino en él; un más allá del hic et nunc, de la miseria, de la desgracia.
Para ello, habría que revalorizar los
momentos auténticos, extáticos,
poéticos de la
existencia. El ser
humano asumiría su ser-ahí
(dasein) sin saber por
qué; la carencia
de certeza haría
que se multiplicaran las
fuentes de angustia y
cada vez habría
más necesidad de fraternidad, participación para rechazarlas. Aquí
Morin recurre a la
propuesta cristiana que
parte del amor
como experiencia fundamentalmente positiva
del ser humano,
no obstante, el
amor serviría para “ripostar“ y
no para “responder” a esta angustia.
En
este punto Morin
anuncia su mala
noticia: estamos perdidos, irremediablemente perdidos.
Sin embargo, a
su juicio, puede
partirse de esta pésima noticia para construir la buena.
La buena noticia radica en nuestra pertenencia a una patria: el planeta en que vivimos y en el cual los seres humanos deben reconocer su casa
común; si bien no es un paraíso
terrestre es al menos el lugar donde moriremos.
Es por ello que debemos civilizar la tierra, cultivar nuestro jardín terrestre:
“El
evangelio de los
hombres perdidos y
de la tierra-patria
nos dice: seamos
humanos, no porque
seremos salvados, sino
porque estamos perdidos.
Seamos hermanos, para vivir auténticamente nuestra comunidad de destino,
de vida y muerte terrenas”[18]
Morin
afirma que la idea
de salvación surge a partir
del rechazo de la conciencia
de la perdición y, por esta razón,
toda religión que postule la vida después de la muerte lleva implícita
la idea de la irreparabilidad de la muerte. En su opinión, el “evangelio de
la perdición” sería
capaz, a partir
de esta conciencia,
de regenerar el mensaje de compasión y conmiseración que
proponía Jesús de Nazareth. Del mismo modo que el mensaje cristiano, el evangelio
moriniano es una
llamada de fraternidad “para que
todos la escuchen”.
Esta fraternización sólo puede
tener lugar luego
de vencer la repulsión ante quienes no comparten nuestras ideas, normas
o tabúes; sólo así se
podrá vencer la
hostilidad que nos provoca
el extranjero sobre
quien proyectamos nuestros miedos
de lo desconocido
y de lo
extraño. El evangelio
de la fraternidad “es a
la ética lo
que la complejidad
es al pensamiento:
esta llama a no fraccionar ni
separar más, sino a reunir,
y es intrínsecamente re-ligiosa
en el sentido literal del término.” (Morin y Kern
1993, p.205)
Con todo, el
evangelio de la perdición se define en “términos opuestos” a los de la religión
en su sentido ordinario y se distingue
de otros dos tipos de religión. Las religiones
con fe en
un dios supremo
o en dioses,
con cultos y
ritos de veneración, serían religiones de primer tipo.
Un segundo
tipo de religión, aunque se ignora como tal, prescinde de aquellas divinidades. Este
es el caso
de las religiones
terrestres segregadas por
los estados-naciones[19],
por la esfera racional, laica,
científica. Así, ejemplifica Morin, Robespierre
quería una religión
de la razón,
Augusto Comte creyó
fundar una religión
de la humanidad y Marx creó
una religión de salvación terrestre que
se proclamaba ciencia.
Malraux, por su parte anunciaba la religiosidad del
siglo XXI sin ver que el siglo XX era fanáticamente religioso. Morin rechaza
también a estas religiones de segundo
tipo (providenciales y de salvación)
y propone, en
cambio, fundar una religión
de tercer tipo.
A su juicio,
para continuar el proyecto
de civilización se
precisa “ de una
fuerza comunicante y comulgante”; se precisa de un impulso
religioso que permita religar los espíritus de los seres humanos entre sí. El
evangelio de los hombres perdidos, sostiene Morin, podría dar vida a
una especie de
religión de la
perdición que rompiera
con las religiones
de salvación pero que, sin embargo colaborara con ellas sobre la base de la fraternidad que les es
común. La misión de esta religión de anti-salvación sería civilizar la tierra, lograr la unidad
humana y salvaguardar su diversidad[20].
Sería una religión, señala Morin, que asegurara y no
prohibiera el pleno empleo de un pensamiento
racional, una religión que
tomara a cargo
el pensamiento laico, problematizante y autocrítico salido
del Renacimiento europeo[21]
. Sería una religión en el sentido mínimo del término, que no fuera una reducción a lo racional sino
que, por el contrario, tuviera
algo que sobrepasara
lo racional, participaría
en eso que
nos sobrepasa: “a lo
que Pascal llamaba
claridad y que
se puede llamar
también compasión”. Sería
una religión que
comprendiera un sentimiento
místico, que tal
vez llamaría a un
ritual, una religión sin
dios que revelaría
la presencia del
misterio; una religión sin
revelación; de conmiseración
(como el budismo)
y de amor
(como el cristianismo, pero
sin salvación[22] ni inmortalidad/resurrección ni
liberación por engullimiento (engloutissement) del yo[23].
Sería
una religión de profundidades (“las comunidades
de sufrimiento y muerte”); una religión sin verdad primera ni verdad final (“no sabemos
porqué el mundo
es mundo, porqué
estamos en el
mundo, por qué desapareceremos en
él, no sabemos
quiénes somos”). Sería
una religión sin providencia ni
porvenir radiante pero
que, aun así,
nos liara unos
a otros en la aventura desconocida;
una religión sin
promesas aunque con raíces en
nuestra civilización, en la
historia planetaria, en
la especie humana,
en las estrellas
(“que forjaron los átomos
que nos constituyen,
raíces en el cosmos donde
aparecieron las partículas que
constituyen nuestros átomos”).
Sería
una religión con fe
pero que, a diferencia de otras religiones que
sustituyen la duda por el fanatismo,
reconocería en su seno y
dialogaría con la
duda. Sería una
religión que asumiera
la incertidumbre. Sería una religión
abierta sobre el
abismo, que reconociera
a la tierra-patria
como hogar común. Sería una religión terrena y no supraterrestre; una
religión de liberación, fraternidad,
salvaguarda y salvamento,
pero no de
salvación si esto
significa escapar de la
perdición. (Morin y Kern 1993)
Crítica
a la concepción religiosa del pensamiento complejo
Como se ha
visto, la noción de
Noosfera sirve a Morin para
mostrar el origen común
de entidades matemáticas,
ideas racionales(logomorfas),así como
el de dioses, mitos
etc.
(cosmo-bio-antropomorfas)…
Ambos tipos de
entidad no sólo son objetivas (existen realmente para sus
seguidores) sino que pueden adquirir
autonomía y poder.
Desde
una perspectiva psicológica,
Morin considera a los dioses
como el resultado de
proyecciones humanas a
partir de las cuales han
sido entronados y configurados en
correspondencia con la
cultura concreta e históricamente
condicionada en que tuvieron origen.
Hay que señalar
que esta concepción
que sostiene Morin
no es nueva.
Se inserta en una tradición
filosófica que puede
ubicarse en la
Grecia Antigua con
las críticas de Jenófanes, y
resurge con fuerza
en pensadores modernos
como Feuerbach, Marx, Engels,
Freud, etc.
Sin
embargo, Paul Feyerabend, ha
mostrado cuán frecuentemente se
asume que el origen y fundamento de la religión se encuentra sobre la
base de proyecciones, aun cuando los supuestos que subyacen en esta afirmación
no han sido debidamente examinados. Este
filósofo mostraba también
cómo Jenófanes, lejos
de ofrecer argumentos contra la
existencia de los dioses “configurados” por diversas culturas, se limitaba a
enumerarlos, para luego sustituirlos por un solo Dios deshumanizado[24] .
A
diferencia de Jenófanes,
Morin no pretende
ofrecer una divinidad
con características atípicas y
rasgos inhumanos; se limita
a postular el
origen de los dioses en los cerebros humanos y a negar su
existencia trascendente; pero para ello no
toma en cuenta
que de la
existencia de una divinidad
(o divinidades) trascendente(s) nada
puede decirse, aun
cuando se verifiquen
mecanismos defensivos en el campo religioso.
Naturalmente, es muy posible que los dioses hayan nacido en
la noosfera, es incluso
probable que sean el resultado
de proyecciones humanas; pero pretender
comprender la psicología
de la religión
estrictamente sobre esta base es generalizar
un mecanismo que, por otra parte, suele encontrase también en la vida psíquica
de los no creyentes.
El campo religioso es una esfera de actuación donde el
ser humano se
expresa y no
una entidad colocada
fuera de este
que supuestamente le secuestra y transforma. Esto significa que si en
ella se manifiesta la proyección, también lo hace en el campo secular[25] ;
que si el fanatismo, el dogmatismo, y
el fundamentalismo se
verifican en la
esfera religiosa[26], también
lo hacen en la esfera política.[27]
Y que, finalmente,
estas expresiones no
dicen absolutamente nada de la existencia o ausencia de divinidad
alguna, cualquiera que esta sea.[28] Hay
que señalar, no obstante, que la admisión de la autotrascendencia de los dioses
a partir de la energía psíquica que extraen de sus fieles presupone otorgarles un
lugar en el
mundo. De esta
manera Morin supera
formidablemente (y siempre consecuentemente con
lo que expone
su concepción compleja)
el paradigma tradicional de la
vulgata positivista (desde
una perspectiva incluso
pragmática), y propicia un marco
teórico que permite la convivencia pacífica
de teorías provenientes de
tradiciones diversas, a
pesar de mantenerse
en la línea de quienes
admiten la superioridad del
juego científico ante
otros juegos. Pero
al negar radicalmente
la existencia de alguna
divinidad trascendente con
independencia de la
noosfera que describe, la
racionalidad moriniana queda
muy por debajo
de las propuestas
del positivismo lógico al respecto.
Recordemos
que, desde la
esfera de reflexión
filosófica sobre la
ciencia, los positivistas lógicos no
ponían en tela
de juicio la
verdad o falsedad
de las proposiciones
metafísicas: éstas, sencillamente, carecían de sentido; Wittgenstein, por
su parte, sentenciaba en su Tractatus : “ante aquello de lo que nada puede decirse, es
mejor callarse”; luego Popper
excluiría del campo
del saber
científico a las proposiciones metafísicas y,
consecuentemente, del mismo
modo que a
los enunciados teológicos
expulsaría también a la teoría de la evolución darwiniana, a las teorías
psicoanalíticas freudianas y a la
dialéctica historicista del
marxismo (Popper 1977; 1992;
1994). Pero no es nada de esto lo que
hace Morin.
Si el
problema religioso en la filosofía de la ciencia, desde el positivismo
lógico a los programas
de investigación Lakatianos
quedaba al margen
del perímetro de lo científico (perímetro
que el mismo
Morin pone en
cuestión una y otra vez),
muy diferente es la
negación tajante de
afirmaciones sobre zonas
ajenas al campo
de lo empírico; y Morin, quien no trae los atuendos de quién ha
estado en estas zonas (si se me permite
parafrasear a Ortega
y Gasset en
su hermoso ensayo
sobre el misticismo, Cf.
su 1993 pp.
87-93), no duda
declararse implícitamente el
portador de tales verdades supra
empíricas.
En resumen: mientras en la filosofía de la ciencia
se tenía claro que
los criterios de
demarcación presuponen el
silencio ante todo
lo que quede fuera
del propio límite
que estos establecen,
Morin saca a
la luz, sin
pudor ninguno, afirmaciones
propias del carácter
dogmático de las
ideologías (religiosas o no) que él mismo critica.
Por otra parte,
si la epistemología
compleja, como declara
Morin de modo contradictorio, se propone tomar en cuenta
no importa que tipo de conocimiento para integrarlo en su
proyecto articulador, esencialmente
transdiciplinar, cabe preguntarse cuál será el criterio de selección al interior del proyecto
moriniano y , asimismo, dado el sinnúmero
de creencias y
proposiciones excluyentes en
el seno de
la miríada de tradiciones extracientíficas
existentes, cuál teoría extracientífica ha de ser rechazada y
por qué.
Para mostrar la importancia que, a mi juicio, tienen
estas preguntas intentaré ejemplificar mi punto a partir de la asunción que
Morin hace de la relativamente nueva teoría de la autoorganización[29]
en su propia propuesta epistemológica:
Aplicándola
a los marcos
del enfoque que
promulga, Morin sostiene
que las estructuras a priori del
intelecto se habrían formado
por un
juego de inter-retroacciones, modificándose
en su incesante
contacto con la
realidad. Así, si
para Kant existen unas formas a
priori de la sensibilidad y unas categorías que permiten al ser humano
organizar el caos
de impresiones que
recibe del mundo
exterior, para Morin estas
formas se habrían
conformado precisamente en
el contacto con
una realidad portadora de
las propiedades que Kant ubica
en la psiquis
humana.[30]
Pero Morin no
valora la posibilidad
de que los
dioses y mitos
hayan llegado a
la noosfera precisamente por el mismo camino que él describe: a partir
de interretroacciones con los creyentes. En
otras palabras, Morin
no sabe si
los religiosos, místicos[31], etc., interactúan
con una “realidad diferente” poblada de dioses a los cuales introyectan. A menos que
Morin ofrezca un
criterio demarcador, estas últimas
afirmaciones podrían sostenerse.
Por otra parte, pienso que cuando Morin se refiere al componente mítico de la investigación científica,
o al componente
religioso de la
verdad, incluso cuando propone que
la ciencia tome
en cuenta todo
tipo de proposiciones, sean
estas científicas o no, no está haciendo, en lo absoluto, una concesión
de tipo moral como la que desea el
filósofo norteamericano Tristram
Engelhard (con quién,
por supuesto, habría que estar de
acuerdo)[32].
Un examen desprejuiciado de la historia de la
ciencia arrojaría un sinnúmero
de ejemplos que
permitirían ver cómo
las creencias e
ideas religiosas de algunos científicos han “colaborado” en la
configuración de sus teorías.[33]
En este sentido,
el historiador y
estudioso de la ciencia
Alexander Koyré ha puesto
de manifiesto cómo
concepciones filosóficas, científicas
y religiosas están estrechamente relacionadas. De hecho, ha mostrado que la influencia del
pensamiento científico y la
visión del mundo que éste
determina, se encuentra tanto
en sistemas como los de Descartes
o Leibniz, como en el propio seno de la mística. Así, la mística de
Böhme es “rigurosamente
incomprensible” sin referencia
a la nueva
cosmología creada por Copérnico.
Esta cosmovisión Copernicana, más allá de una nueva imagen del mundo, propicia además un nuevo sentimiento del ser pues “el
paso del sol al centro del
mundo expresa el
renacimiento de la
metafísica de la luz, y eleva
a la Tierra a la categoría de los
astros”. (Koyré 1990, P- 4)
Feyerabend, por
su parte, ha
afirmado que cuando Copérnico
introdujo su visión nueva del
universo, “no consultó predecesores
científicos [sino] a un pitagórico loco
como Filolao. Adoptó sus ideas y las mantuvo en oposición a toda regla
adecuada de razonamiento científico. La mecánica
y la óptica
deben mucho a
los artesanos, la medicina,
las parteras y
brujas.
Y en nuestro
propio tiempo hemos
visto como la interferencia del Estado puede
[hacer] avanzar la ciencia: cuando
los comunistas chinos se negaron
a ser intimidados por el juicio de los expertos y ordenaron traer la medicina tradicional
de vuelta a las universidades
y hospitales, hubo
una protesta mundial (y
se dijo) que
la ciencia se
arruinaba en China.
Ocurrió justamente lo contrario: la ciencia
china avanzó y la ciencia
occidental aprendió de
ella.” (Feyerabend 2001)
También
la obra de Kepler(1571-1630), proveniente de una concepción nueva del orden cósmico, estaba “ fundada ella misma en la renovada idea de
un Dios geó-metra, y es
la unión de la teología
cristiana con el pensamiento de
Proclo lo que permite
al gran astrónomo
liberarse de la obsesión
de la circularidad que
había dominado el pensamiento
antiguo y medieval
(incluso el de
Copérnico)(…)No se comprende
verdaderamente la obra del astrónomo ni la del matemático si no se la ve imbuida del
pensamiento del filósofo
y del teólogo.
(…)”.
Por su parte,
la revolución metodológica
cartesiana “procede también
de una concepción nueva
del saber; a través
de la intuición
de la infinitud
divina, Descartes [1594-1650] llega
a su gran descubrimiento del carácter positivo de
la noción de infinito que domina su lógica y su matemática. Por último, la idea filosófica -y teológica- de lo posible, intermediaria entre el
ser y la
nada, permitirá a
Leibniz [1646-1716] hacer
caso omiso de
los escrúpulos que habían
detenido a Pascal.” (Koyré 1990, P-5)
Esto no significa,
no obstante, que
las cosmovisiones religiosas
hayan sido siempre fieles
colaboradoras de las teorías filosóficas o científicas, a las que aportaría necesariamente una
sabiduría providencial[34]. Lo
que se sugiere
es que las cosmovisiones
religiosas, filosóficas y científicas no existen independientes de la labor del
investigador, cualquiera que sea el
campo en que este se desarrolla, sino que, por el contrario, condicionan esta
práctica. De hecho, podrían señalarse también casos en que las
convicciones religiosas paralizaron
el pensamiento crítico.
Así,
Tycho Brahe contemporáneo de
Kepler no acepta
la cosmología heliocéntrica
de este último,
no sólo porque consideraba
que tal cosmología
no refutaba a
las teorías físicas
de su tiempo, anterior
a la revolución
científica del siglo
XVII, sino porque sus
convicciones religiosas le impedían contradecir a las Santas Escrituras.[35]
De
cualquier modo, la
obra kepleriana no
era “enteramente científica”
pues “está profundamente inspirada en
la idea de
la armonía, en
la idea de
que Dios ha organizado el mundo según las leyes de la
armonía matemática; esto es para Kepler
la clave de la estructura del Universo.
En cuanto a los lugares respectivos que atribuye al Sol
y a la Tierra es, por supuesto, copernicano y por la misma razón que Copérnico: el Sol para él representa a
Dios, es el Dios visible del universo, símbolo del Dios creador que se
expresa en el universo creado, y es por esto por lo que es necesario que esté
en el centro de éste.” [36]
Ya en el
siglo XIX, el
célebre astrónomo británico John
Herschel [1792-1871] señalaba en
su A Preliminary
Discourse on The Study
of Natural Philosophy
(1830) que sólo había que observar la historia de la ciencia para ver
como las especulaciones en
apariencia inútiles pueden
conducir a las
más importantes aplicaciones
prácticas.
¿Qué había más inútil en apariencia, se preguntaba Herschel,
que las especulaciones de la geometría antigua sobre las propiedades de las
secciones cónicas o los sueños de
Kepler sobre las
armonías numéricas del
universo? Sin embargo
fue en estas especulaciones que
se apoyó el sabio
polaco para llegar
al conocimiento del movimiento elíptico
de los planetas
y a la
ley de gravitación
y a sus
espléndidas consecuencias.
También las ideas
de los alquimistas
y sus prácticas
experimentales arrojaron
resultados que luego
serían tomados en
consideración por la
química y la física modernas[37].
(Saint-Sernin 2002, pp. 50-51)
En The Foundations of Newton’s
Alchemy or ‘The Hunting of
the Green Lyon’ (1975), primer estudio sistemático sobre la influencia de la alquimia en
Newton, Betty Jo Teeter
Dobbs establece que la noción
de fuerza de
atracción en la
mecánica celeste de Newton
[1642-1727] toma prestados sus principales rasgos
de los “principios activos”
de la tradición
alquímica y hermética. Newton conocía
toda la literatura alquímica
griega, árabe, medieval
y del Renacimiento. Había leído
a los rosacruces y
a los alquimistas
aristotélicos, neoplatónicos y
mecanicistas, además, conocía la
medicina alquímica. Dobbs
suscribe la tesis del Richard
S. Westfall, el biógrafo
y comentarista más
reputado de Newton, autor
de Newton and
the Hermetic Tradition, según
la cual “fue
el matrimonio de la
tradición hermética y
de la filosofía mecánica quién
dio origen a
la ciencia moderna”.
De hecho, Newton
soñaba con un sistema
dinámico de la
naturaleza que incluyera
las fuerzas cuya
existencia le había sido
revelada en su
trabajo alquímico. Esta
no es, sin
embargo, la imagen
que se tiene del
sabio británico pues
el siglo de
las luces popularizó
una imagen exclusivamente mecanicista
que sólo ve
en Newton al
más grande de
los físicos matemáticos modernos.
Recordemos que incluso el físico,
filósofo e historiador de la ciencia Pierre Duhem, quién promulgara la
idea de que la mecánica y la física de
los tiempos modernos fueron el resultado de una serie de mejoras
ininterrumpidas salidas del corazón de las escuelas medievales[38],
desconocía la existencia de los manuscritos alquímicos de Newton (Saint-Sernin
2002, pp. 40-46).
Cien
años después de
la muerte de Newton, la ciencia y
la teología todavía estaban mezcladas para muchos científicos
de la época. En su Historia de la
biología, el biólogo alemán
Ernst Mayr recuerda
que tratados científicos
de geología como
los de Sedwick, Auckland,
Murchinson o el
naturalista Agassiz, “se
presentaban como ejercicios de
teología natural. Esto también
es cierto para
los Principles of
Geology (1833) de Lyell
[1795-1875]”[39]
Podría pensarse que los ejemplos hasta aquí expuestos,
tomados de los siglos XVI al XIX,
han sido elegidos
por pertenecer a
un período dominado
aun por las cosmovisiones religiosas.
Sin embargo, el
antropólogo francés Gilbert
Durand ha puesto de
manifiesto cómo también
en la ciencia del siglo
XX, marcada por
una cosmovisión secular y positivista, y construida con un espíritu
académico en cuyo seno se moldea la ideología de los científicos, subordinándola
a los estrechos marcos de lo estrictamente
verificable, algunos sabios
han construido una
nueva concepción del mundo que encuentra analogías en el
pensamiento religioso oriental.
Así, el físico teórico danés Niels Bohr “recurre
a un modelo chino inmemorial, el del taoísmo”[40], mientras
que el físico
austriaco “Edwin Schrödinger
se refiere al Vedanta
para dar cuenta de las estructuras de la física más moderna”. El físico francés
Olivier Costa de Beauregard, por su parte, reconocía que “las mil y una
paradojas de la mecánica
cuántica, admirablemente verificadas
por la experiencia
y cuya interpretación es
generalmente imposible en el marco de una metafísica “realista a la occidental”,
lo incitaban a recurrir a “una metafísica cercana a la maya del hinduismo”.
Durand
concluye que la física de vanguardia ha encontrado esquemas directivos de su
propio pensamiento “no
en el positivismo
pedagógico de Occidente,
en su binarismo
aristotélico, en sus
“formas a priori”
newtonianas y euclidianas,
en su determinismo galileano, sino
en los mitos
fundadores llegados de
otras partes o
de antes de las
conceptualizaciones del siglo
XVII de Galileo
y de Descartes”,
como es el caso
del hermetismo,
estudiado por Françoise
Bonardel en su
Philosophie de l ́ Alchimie (Durand 2003 pp. 39-40)
Estos ejemplos muestran que cuando Morin propone
tomar en consideración el conocimiento aportado por otras tradiciones para
lograr un acercamiento a la realidad mucho
más rico, en realidad
se suma a
las múltiples voces
que han expuesto
la necesidad de despositivizar el conocimiento para hacerlo más
humano, es decir, para hacerlo más adecuado[41].
De
hecho, del mismo
modo que Paul
Feyerabend (1975;1996) y Daniel
Andler, Morin reconoce la ausencia de un criterio definitivo de ciencia[42] y se
limita a recocer
un par de
características del juego
científico: la crítica
y los tribunales de la
verificación/refutación.
Lo
cierto es que
Morin no sólo
no niega la importancia
de las proposiciones extracientíficas en el área del
conocimiento científico, sino que encuentra
convicciones religiosas y vívidos
mitos aun en
las teorías y
doctrinas más seculares
(Cf. Morin 1994, P-145).
La consideración del
sabio francés según
la cual lejos
de desaparecer en la
historia, como previeron
tantos pensadores, la
religión se ha transformado y camuflado
incluso en doctrinas
ateas, le hace
pretender aprovechar la
fuerza de las estructuras míticas del ser humano[43],
y proclamar una nueva religión, esta vez basada en el objetivo común de salvar
la tierra y con ella a sus habitantes.
Por mi parte, no creo que la religión racionalista
que propone Morin pueda ser asumida
por quien está
en una situación
de crisis existencial,
o por quien
padece de alguna terrible
y mortal enfermedad,
o
por los ancianos
al borde de
la muerte, inmersos en su soledad,
o por quién sencillamente necesita creer, tener fe y certezas (del mismo
modo que los
sobrios investigadores y los grandes
hombres de ciencia frecuentemente las tienen para
mantenerse durante años investigando sobre un tópico que en
ocasiones no arroja
resultado alguno). Tampoco
tiene lugar para
los dogmáticos, ni para
los recalcitrantes; ni
para quienes se
preocupan más por sí
mismos y por su alma que por los destinos terrestres.
Una religión no se instaura así, sin más. Ha de
poseer una tradición arraigada en el alma de los pueblos; se adopta o rechaza,
se transforma o muta, se disecciona y reaviva, pero no creo que su núcleo
esencial se instaure sobre la base de
una decisión racional. La religión
moriniana puede ser
un excelente antídoto
contra las políticas que no poseen una conciencia medioambiental, tan
necesaria por estos días, pero su intento de
retomar principios del
cristianismo, y del
budismo para crear
su nueva religión no pasa de
ser similar a los que llevaran a cabo
algunos de sus antecesores (como
Augusto Comte) y,
por tanto, no
ha de dudarse
que esté destinado
a terminar como aquellos.
Este sea tal
vez el momento
para formular al menos un
par de preguntas
a Morin respecto a
lo que considero
pudieran ser incongruencias en
su posición respecto a la
cuestión religiosa.
La primera es de carácter metafísico y se refiere al
hecho según el cual Morin enuncia
tranquilamente su ignorancia
sobre temas a
propósito de los
cuales en otro lugar
se pronuncia con
toda seguridad. Así,
en su “Ciencia
con consciencia”, el pensador
francés escribe que “hemos
dejado de creernos en
el seno de
un universo fijo y
eterno, no sabemos
de dónde procede
nuestro universo, no
sabemos a dónde va,
no sabemos por
qué nació” (Morin
1982, P-71)
Mientras que
en su Terre
Patrie, como se ha
visto, expresa con
toda certeza que
no fue Dios
quién creó al
universo.
Entonces
¿Cómo puede Morin
no saber las
causas del surgimiento
de nuestro universo y a la vez
afirmar con precisión lo que no fue tal
causa?[44]
La
segunda tiene que
ver con la afirmación
según la cual “
no estamos en marcha
sobre un camino
señalado”, pues
no existe ni
Mesías, ni Salvación:
¿Acaso Morin pretende englobar en su “no estamos…” a todos los
seres humanos de la tierra incluyendo
a aquellos que
sí creen efectivamente, a aquellos que
regulan sus vidas por un Mesías y siguen un camino
señalado por la ética que le dicta su religión? Opino que Morin, que le ha concedido vida, existencia e
influencia real a genios, espíritus y dioses
en las vidas
concretas de sus
fieles, no deba negar estas
cualidades a un Mesías con tal nivel de influencia. Su
afirmación sería mucho más coherente si hubiera sido pronunciada en primera
persona del singular.
Además,
¿no afirmaba Morin
que su epistemología
tomaría en cuenta
los conocimientos no racionales,
mantendría abierta la problemática de
la verdad y consideraría todo error, ilusión o
pseudoconocimiento (término que nunca define, otra vez en
desventaja con respecto
al positivismo lógico)?
Queda claro que
la epistemología compleja está
en abierta contradicción con
la propuesta evangélica moriniana.
No se ve cómo la supuesta posición transdisciplinar
de Morin pasa de ser una mera
intención; no se ve en
qué radica el
diálogo moriniano con
el resto de las
tradiciones (sus libros
están llenos de
citas de Von Foerster,
Maruyama, Maxwell, Popper, etc.,
mientras que brillantes
exponentes de la tradición filosófico-teológica como Bullmann,
Moltmann, Pannenberg, Küng,
Panikar, J. Hick,
Tillich, por solo mencionar algunos,
no aparecen en su bibliografía). Tampoco
se aclara en qué
consiste el tránsito
de una verdad
a otra mediante
el examen de
cada una; por el
contrario, como acaba
de verse Morin parte
de algunas muy
preciadas verdades absolutas: no
hay más allá, todo es incierto, estamos irremediablemente perdidos, no existe
salvación, etc.
A
propósito, las opiniones
de Morin sobre
la Salvación merecen
un breve examen. Considero
que el hecho
de que todo
esté destinado a morir, de
que haya muerte terrena,
no implica necesariamente la
no-existencia de la
Salvación. Las premisas de Morin
no apoyan sus conclusiones.
De
hecho, Mircea Eliade (a quién Morin cita cuando de mitos se
trata) plantea esta cuestión de una manera diferente[45].
Después de haber mostrado un gran número de
casos donde se
constata cierta autonomía
del ser humano
respecto a las
leyes físicas y biológicas
(incombustibilidad,
levitación, etc…) El
mitólogo se pregunta
si la argumentación positivista
(y en este punto Morin se muestra abiertamente positivista) merece más
crédito que la
hipótesis de la
supervivencia del alma.
Si bien los positivistas niegan
generalmente la
posibilidad de la
supervivencia del alma apoyándose sobre leyes de la vida
orgánica (relación cerebro-conciencia, etc…), estas leyes podrían
ser ocasionalmente abrogadas:
“La correlación cerebro-conciencia puede ser perfectamente válida
en el caso de las condiciones humanas, pero nadie ha demostrado que no pueda
quedar abolida en el momento de la muerte” (Eliade 2005,p.44)
Asimismo, sostiene Eliade, nada impide pensar que la
dificultad para conocer la realidad
de la muerte
hoy día se
deba a la
evolución mental de
la humanidad; las creencias
folklóricas tienen una
base experimental y,
por tanto, los
documentos folklóricos sobre la
muerte pueden servir
con la misma seguridad que
los geológicos para comprender
fenómenos que no pueden ser sometidos a control experimental en la actual
condición humana. A
diferencia de la
cuestión de la
supervivencia de la conciencia
(“las condiciones reales
en que se encuentra la
conciencia después de la muerte”), la inmortalidad
del alma es un problema
metafísico que cada
cual debe responder según su
propia inteligencia y capacidad metafísica.[46]
Nuevamente puede verse que Morin no se plantea estas
cuestiones y prefiere generalizar
afirmaciones que están fuera del marco de lo verificable.
Diferente sería, sin
embargo, negar la
Salvación sobre la
base de su
incoherencia al interior
de una religión específica
(la proclamación de un Dios-Padre amoroso
y omnipotente que condiciona a sus hijos para luego
castigarlos eternamente, etc…) pero nótese que en este caso las
objeciones serían de tipo coherencial y no de
correspondencia.
Pero vemos a Morin inspirado y proclamando con aire profético una religión sin dios que
revele la presencia
del misterio, sin
tener en cuenta
que el misterio ha
sido uno de los
alimentos preferidos por
la religión, especialmente
por la cristiana, a lo
largo de
toda su historia;
una religión de
profundidades sin referencia
a seres trascendentes que
no toma en
cuenta que ella misma
tiene como fundamento intrincadas elaboraciones
abstractas, inaccesibles a quienes
quedan fuera de la vulgata intelectual, es
decir, inaccesible precisamente a
las comunidades de sufrimiento y muerte que tiene por
sujeto; una religión sin verdad primera ni final, como no sea
la de ese
punto inamovible que
es la incertidumbre
acerca del futuro;
una religión que constituyera
una aventura, pero
sólo para aquellos
que disponen de suficiente
ánimo y energía,
es decir, para
quienes tienen todas
sus necesidades cubiertas y
deciden dedicarse a la humilde labor de salvar al mundo; una religión que dialogue con
la duda, excepto
con aquella referida a
una salvación que, indubitablemente, no
existe; una religión
que reconozca a la
tierra-patria como hogar común, sobre todo para los que no tienen
casa; una religión de liberación, aunque no se sepa exactamente de qué. En fin, Morin proclama una religión
burguesa.
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[1] Desde el
inicio conviene aclarar
que lo que
se ha dado en llamar
popularmente “La
Complejidad”, no es un
todo homogéneo. A
grandes rasgos se identifican
tres caminos de pensamiento en el proceso de configuración de la complejidad como una forma de
racionalidad que articula lo
que el filósofo
colombiano Carlos E.
Maldonado denomina la
lógica de la complejidad: La complejidad como
cosmovisión, formulada por
Bateson y continuada
por Capra (1996), La complejidad como
ciencia, orientada hacia
los sistemas complejos
(no-lineales) y ,
finalmente, La complejidad
como método, que
constituye la propuesta
de Edgar Morin (Maldonado
1999, pp.13-25)
[3] La
posición de este filósofo norteamericano
en el marco de las teorías de la complejidad puede encontrarse en Maldonado
1999, p.10. Para su concepción de la verdad véase Hynes 2003.
[4] Véase
Hempel 1997, p. 485; Schlick 1967, p.
267
[5] La
epistemología compleja encuentra
aquí un punto de
contacto con el
anarquismo epistemológico de Paul Feyerabend. Véase Feyerabend 1975.
[6] “(…)
en la crisis
de los fundamentos
y ante el
desafío de la
complejidad de lo
real, todo conocimiento necesita
hoy reflexionarse, reconocerse,
situarse, problematizarse. La
necesidad legítima de todo aquel que conoce, en adelante, dondequiera
que esté y quienquiera que sea, debiera
ser: no hay conocimiento sin conocimiento del conocimiento” (Morin 1994, p-34)
[7] Morin
toma este término del teólogo y paleontólogo francés Teilhard de Chardin
(1881-1955), quién consideraba a la noosfera (del
griego noos, inteligencia) como
la tercera fase
de desarrollo evolutivo, después
de la geosfera y de la biosfera Cf. Teilhard 1963, p.220. El término fue
introducido por el minerólogo y geoquímico
ruso Vladimir Ivanovich Vernadsky (1863-1945).
[8] “Tenemos que
admirar la concretización, más
formidable aún que
una materialización, de estos seres
de espíritu que, tan pronto como son
formados a partir de proyecciones colectivas, se imponen a los humanos con toda
evidencia y plena potencia (…)”. (Morin 1992, p-121).
[10] El
principio del bucle recursivo sustituye
la noción de regulación por la de autoproducción y autoorganización. Aquí los
productos y efectos son a la vez causantes y productores de lo que los produce.
Según este principio,
la sociedad, producida
por individuos y
sus interacciones, produce a su
vez a los individuos en tanto les aporta
la cultura, el lenguaje, etcétera. Cf. nota 2
[11] Sin embargo
la noosfera “no es únicamente
el medio conductor/mensajero del
conocimiento humano, tienen el
efecto de una
bruma, una pantalla
entre el mundo
cultural que avanza rodeado de sus nubes, y el mundo de la
vida. De este modo, nos encontramos con
una paradoja capital con la que ya nos enfrentamos: lo que hace que nos
comuniquemos es al mismo tiempo lo que lo impide.” (Morin 1992, p.118)
[12] “El espíritu humano puede hacer morir a
los dioses que ha creado. Pero, ¿puede
suprimir a los sucesores abstractos
de los dioses,
que se ocultan
tras filosofías e
ideologías aparentemente laicas?” (Morin 1992, p.123)
[14] Treinta años
antes de la
publicación de la
obra donde aparecen
estas ideas, Morin
había escrito: “(…) la
visión antropo-cosmológica nos
obliga a considerar
no sólo al
hombre del éxtasis, sino al
hombre del culto, del rito, al hombre
pastor del ser, al hombre leal y adorador de Dios (quedando
claro que los
cultos y las
religiones no tienen
como explicación principal
el temor, la ignorancia, etc.) (Morin 1969, pp.330-331)
[15] De
manera general el pensamiento científico-filosófico
contemporáneo no asume la idea de una
causa divina que
crea al universo,
a modo de
plan. Como dice
Merleau-Ponty “ Para
Descartes, las verdades
eternas tenían que
haber sido creadas.
Para la cosmología
moderna, las leyes de la naturaleza tienen que existir en y por el universo” (Merleau-Ponty
1971, p.536)
[16] “Nada tiene
fundamento absoluto, todo
proviene en última
o primera instancia
de lo sin-nombre,
de lo sin-forma.
Todo nace en
la circunstancia y
todo lo que
nace está destinado
a morir”. (Morin y Kern 1993, p.195)
[17]
“El humanismo occidental
nos destinaba a
la conquista de
la naturaleza, del
infinito. La ley del
progreso nos decía
que este continuaría
hasta el fin.
No había límites
al crecimiento económico ni a la
inteligencia humana, ni a la razón. El hombre había llegado por sí mismo a su
propio
infinito. Podemos hoy
rechazar este falso
infinito y tomar
conciencia de nuestra irremediable finitud .” (ibidem, P-196)
[19] “La mitología
macro-patriótica promueve una
verdadera religión del
Estado-Nación que conlleva ceremonias
de exaltación, objetos
sagrados (bandera, monumentos
a los muertos), culto de adoración
a la Madre-patria,
cultos personalizados a
héroes y mártires.
Como toda religión se nutre del
amor que, a su vez, es capaz de inspirar fanatismo y odio. (…) El mito no es
una superestructura de la nación: es lo que genera la solidaridad y la comunidad; es el cimiento
que toda
sociedad necesita, es
el único antídoto
para la atomización
individual y para
el derrumbe destructor de los conflictos.” (Morin 1999 a, p.72)
[20] La religión
moriniana propone una
ética planetaria cuyos
Nueve Mandamientos pueden encontrarse en Morin 2006 pp. 181-182.
[21] Para una
radical crítica a la propuesta
moriniana, especialmente a su falta
de autocrítica, véase Reynoso
2007
[22] Ahora
bien, si salvación “ significa evitar lo peor, encontrar lo mejor posible,
entonces nuestra salvación personal está
en la conciencia,
en el amor
y en la
fraternidad, nuestra salvación colectiva es
evitar el desastre
de una muerte
prematura de la
humanidad y hacer
de la tierra, perdida en el cosmos, nuestro
“refugio de salvación” (havre de
salut)” (Morin y Kern 1993, pp.
205-208).
[23] “¿No se
podría deshelar la
inmensa cantidad de
amor petrificada en
religiones y abstracciones para
consagrarla a lo mortal en vez de a lo inmortal?” (Morin y Kern 1993, p.197)
“ El dios «verdadero» se describe, por
contraste, como sigue: Un solo dios, entre dioses y hombres más grande que
nadie, ni en cuerpo igual a mortales ni en cuanto a pensar se refiere. Siempre
en lo mismo quedando y sin mudarse en nada, ni le conviene afanarse andando de
un lado a otro. Todo él ve, y todo él piensa, y todo él oye; mas sin esfuerzo
el querer de su mente todo lo mueve.”
Timón de Fliunte, discípulo de Pirrón, se burlaba de
Jenófanes del siguiente modo: “ Jenófanes, medio modesto, el engaño de Homero
abatió; a un dios inventó sin nada humano y en todo igual inmóvil, sin pena,
más listo aún que la misma listeza” Citados por Feyerabend 2005.
[25] Aplicado a
sus estudios sobre
los niños, Anna
Freud definió la
proyección en “El
yo y los mecanismos de
defensa’’, como recursos
psicológicos típicos por
los cuales el
organismo psíquico, buscando preservar
su sentimiento placentero
de seguridad, se
resguarda contra las angustias de los conflictos internos y el
miedo a las asechanzas del mundo
exterior. (Freud, A. 1949, p-151) En esta obra
la autora no menciona ni una sola vez la cuestión religiosa.
[26] A
propósito véase el excelente y equilibrado “Tratado de la Tolerancia” de
Voltaire (1984). El miedo y las
patologías verificadas en
el campo religioso
han sido estudiados
por Delumeau 1983.
[27] Fromm encuentra
mecanismos proyectores en
ambas esferas. De
la parte religiosa
escribe: “Cuanto más perfecto se hace Dios más imperfecto se hace el hombre. Este proyecta en Dios lo
mejor que tiene
y de este
modo se empobrece.
Entonces Dios tiene
todo el amor,
toda la sabiduría, toda la
justicia, y el hombre está privado de estas cualidades, está vacío y pobre. Ha
comenzado con un
sentimiento de pequeñez,
pero ahora esta
completamente inerme, sin fuerzas. Todas sus potencias han sido
proyectadas en Dios. Este mecanismo de proyección es el mismo
(…) que hace
que la gente
dote a los
líderes de los
sistemas más inhumanos
con cualidades de sabiduría y bondad’’ (Fromm 1956 P-72). Sus críticas a
la enajenación en ambas esferas se hallan
en su Fromm
1958, pp. 72-106.
También Sigmund Freud
encuentra a la proyección, junto a otros mecanismos, en
ambos ámbitos. Véase especialmente su 1995. Para sus críticas más explícitas a
la religión véanse sus 1995 a, 1995 b,
1995 c.
[28] En
palabras de C. G. Jung: «La existencia de Dios no depende de nuestras
demostraciones». (Jung 2003, P-81)
[29] No
ha de olvidarse que, aunque de modo especulativo, esta
idea se encuentra también en Kant. (Cf. Capra 1996, pp. 21-22)
[30] Recordemos que
esto le permite
a Morin introducir
la posibilidad de
la verdad como correspondencia entre
una organización cognitiva
y una organización
fenoménica, es decir,
el ser humano construye su
realidad a partir de traducciones y modelizaciones de la realidad. Todo
conocimiento sería entonces conocimiento
aproximado.
[31] Para
una crítica a la condición inverificable intersubjetivamente de los místicos
véase Russell 1949, así como Ortega y Gasset (1993), especialmente pp.
87-93.
[32] Engelhard
le reprochaba a Apel su propuesta de una comunidad general donde prevaleciera
la razón
argumentativa para evitar
el error: dado
que no vivimos
en la comunidad
ideal que sugiere Apel
donde los “hechos”
tienen autoridad, sino
en una comunidad
real donde viven personas con
perspectivas y creencias
diferentes a las
científicas ¿qué habrá
que hacer con estas personas? En la perspectiva de
Engelhard no puede exigirse una racionalidad de acuerdo con las
normas realistas; a
su juicio es
mucho más importante
el respeto por
la autonomía de los
sujetos.
Así,
imponer en nombre
de la ciencia
la enseñanza de
la teoría neodarwiniana
a quienes prefieren el creacionismo sería una violación de esta
autonomía, del mismo modo que sucedería
si los creacionistas
impusieran su doctrina
a los científicos.
Cuando hay
que elegir entre la
autoridad de los
hechos y la
autoridad de las
personas, Engelhard prefiere
la de las personas. (Cf. Fagot-Largueault 2002 pp. 203-204)
[33] En general
este tipo de
demanda puede ubicarse
en lo que
se conoce como Transdiciplinariedad, es
decir, la demanda de
un conocimiento que
integre los saberes provenientes de otras tradiciones
como el mito, la religión, la poesía, el arte, la literatura, etc. La
noción fue utilizada inicialmente (1970) en un sentido diferente por Piaget y,
posteriormente por B. Nicolescu.
[34] Un minucioso
examen de la
resistencia del poder
eclesiástico a los
avances de la ciencia
puede encontrarse en White 1959.
[37] En las
décadas de 1950,
1960 y 1970
salieron a la
luz numerosos estudios
sobre las influencias de
tradiciones “no-científicas” en la obra de Newton. “La publicación de
manuscritos devendría una tarea
fundamental, encabezada principalmente por
Herbert McLachlan con su
selección y edición
(…)de algunos manuscritos
teológicos en su
Sir Isaac Newton:
Theological Manuscripts
(1950); I. Bernard
Cohen con su
publicación de los
Isaac Newton’s Papers
& Letters on Natural
Philosophy (1958) y
(…) junto con
Alexandre Koyré, de
los Philosophiæ Naturalis Principia
Mathematica (2 vols.
1972), acompañada de una biografía
de los Principia intitulada Introduction to Newton’s Principia (1971); A.
R. Hall y Marie Boas Hall publicarían los Unpublished Scientific
Papers (1962), edición
en la que
recogerían, principalmente, algunos manuscritos conectados
con los Principia,
en los que
se hacían evidentes
las influencias químico/alquímicas y
teológicas en la
redacción del opus
magnum; (…) el artículo
de J. E. McGuire
y P. M.
Rattansi “Newton and
the ‘Pipes of Pan’
” (1966) revelaría
el compromiso de Newton con una sabiduría
física-teológica-moral revelada por Dios
a los antiguos y corrompida por los griegos, los mecanicistas modernos y los
cristianos que fundaron la herejía trinitarista.” (Orozco 2007)
[38] Cf
Duhem, P. Les origines de la statique, vol 1, Harvard University Press, P-38
[39] Mayr,
Ernst. Histoire de la biologie [1982] Fayard, T-I P-505. Citado por
Saint-Sernin 2002, P-66.
[40] Niels Bohr
enunció, en 1923,
el principio de
la correspondencia, al
que añadió, en
1928, el principio de la
complementariedad (un principio físico según el cual los fotones y los
electrones se comportan en
ciertas ocasiones como
ondas y en
otras como partículas)
A causa de su
impresión por el principio chino de complementariedad Bohr diseñó para sí mismo
un escudo de armas con el símbolo del
Ying Yang y con el lema Contraria Sunt
Complementa (los opuestos se
complementan, postulado central
del taoísmo). De
hecho, el físico
austriaco Fritjof Capra, (quien, además de la obra citada más
arriba, es autor de “El Tao de la física”) ha afirmado que Bohr era lo más
próximo a un místico que
pueda ser un
científico. Véase El
nuevo Paradigma científico, entrevista
realizada por Guitta
Pessis a Fritjof
Capra En Revista
Alcione, Disponible en
http://www.alcione.cl/nuevo/index.php?object_id=156
[41] En este
sentido no pueden
olvidarse los esfuerzos
conjuntos iniciados desde
1933, con una perspectiva multidisciplinar, en el
Círculo de Eranos, en cuyo seno se ubican pensadores como Rudolf Otto, C. G.
Jung, Henry Corbin, Gilbert Durand, Mircea Eliade, Joseph Campbell, Hayao
Kawai, Karl Kerényi, Laurens van der Post, Gershom Scholem, D. T. Suzuki,
Víctor Zuckerkandl, Heinrich Zimmer, Louis Massignon etc.
[42]
En L ́ordre humain
el matemático y
filósofo Daniel Andler apunta
“No olvidamos, en
efecto, que no disponemos
de ninguna definición
satisfactoria de “ciencia”;
sólo podemos designar ejemplos de
ciencias” (Andler 2002
P-689). En La
laïcité en education
Morin afirma: “No
hay fronteras entre lo
que es científico
y lo que
no lo es.
(…) un fenómeno
establecido como no científico puede devenir científico.
Ningún criterio intrínseco a una teoría puede hacer que esta sea científica.”
(Morin 1985). A
propósito del concepto
de ciencia, el
físico teórico y
Premio Nobel en 1965 Richard
Feynman escribía “(…)La ciencia no es
lo que han dicho los filósofos y, con
toda seguridad, tampoco
lo que dicen
las
guías del profesor(…)Durante toda
mi vida he hecho ciencia y sé lo que es, pero me
siento incapaz de decirlo” (Feynman 2001)
[43] La
perennidad de las estructuras míticas del ser humano ha sido estudiadas desde
el campo secular por Jung, Eliade, Durand entre otros. Pero el positivismo, que
parece ser también un tipo de
religión muy arraigada,
se ha hecho
hegemónico de tal
manera que podemos
encontrarlo incluso en el centro de las teorías que lo atacan.
[44] Así, desde
la perspectiva compleja,
Stuart Kauffman, quien
no es un
pensador religioso, pareciera
apoyar a los creacionistas cuando afirma que
“No es obvio (…) que el universo deba ser complejo. Cabe imaginar
universos rígidos por la relatividad
general que, tras surgir en un big bang, colapsen en una fracción de segundo o
en un siglo. O universos también gobernados por
dicha ley, que
desde su nacimiento
se expanden para
siempre, sin que
exista más complejidad que la del
hidrógeno y el helio y las partículas subatómicas en la era oscura y fría
inmensidad siempre creciente” (Kauffman
2003, P-329)
[45] A propósito,
véase su artículo
El Folklore como
instrumento de conocimiento
pp.29-46, En Eliade 2005.