Instrumentos leninistas de dirección política

Marta Harnecker

INTRODUCCION

Este documento tiene como propósito recoger una serie de instrumentos políticos usados por los clásicos del marxismo, fundamentalmente a través de la síntesis teórica de Lenin, al calor de la revolución bolchevique, por lo que es conveniente advertir que la mayoría de los ejemplos mencionados responden a las exigencias y la realidad de aquella experiencia.

Creemos que estos instrumentos deben ser una ayuda para aproximamos a la realidad histórica actual, sin olvidar que la realidad en general como tam­bién la realidad política en particular, entrega siempre nuevas problemáti­cas, que deben ser interpretadas y conceptualizadas permanentemente por los revolucionarios, para no quedar rezagados de los cambios históricos.

En cada proceso revolucionario siempre hay una continuidad, que el mar­xismo como ciencia debe expresar, es la regularidad de las leyes históricas, que se manifiestan en la lucha de clases en las más diversas experiencias sociales, pero siempre este contenido adquiere formas particulares en cada realidad concreta. El Marxismo Leninismo siempre está y debe estar en permanente construcción, es una teoría abierta, nunca terminada. Y la res­ponsabilidad fundamental de los revolucionarios es usar la teoría elaborada a partir de todas las experiencias históricas, en forma creativa, siempre con­trastándola con la realidad.

… “Nosotros no consideramos, en absoluto, la teoría de Marx como algo acabado e intangible; estamos convencidos, por el contrario, de que esta teoría no ha hecho sino colocar las piedras angulares en la ciencia que los socialistas deben impulsar en todos los sentidos, siempre que no quieran quedar rezagados en la vida. Creemos que para los socialistas rusos es particularmente necesario impulsar independientemente la teoría de Marx, porque esta teoría da solamente los principios directivos generales. que se aplican en particular a Inglaterra, de un modo distinto que a Francia, de un modo distinto que a Alemania; a Alemania, de un modo distinto que a Rusia… .. (VI. Lenin: Nuestro Programa, 1899).

De esta manera, los conceptos definidos en este documento no deben ser considerados como un recetario aplicado mecánicamente, sino instrumen­tos que permiten ordenar la realidad para su mayor comprensión.

1- ESTRATEGIA Y TÁCTICA.

Debemos tener claro que en el terreno político los conceptos de estrategia y táctica adquieren un contenido distinto del que se aplica en el terreno mili­tar. A grandes rasgos podemos decir que el terreno militar:

Estrategia militar

Es la forma en que se planifican, organizan y orientan los diversos comba­tes (campañas y operaciones), teniendo en cuenta una visión de conjunto de todas las fuerzas con que se cuenta y de las fuerzas enemigas, para conse­guir el objetivo fijado: ganar la guerra contra determinados adversarios.

Táctica militar

Son las distintas operaciones que se ejecutan concretamente para llevar a cabo los combates de acuerdo al plan estratégico general. Por ejemplo, se pueden dar pasos tácticos como los siguientes: interrumpir las comunica­ciones del enemigo, el suministro de víveres, simular ataques en un punto y ejecutarlos en otro, etc.

La relación entre la estrategia militar y la táctica militar es una relación entre el todo y la parte, es decir la táctica es un pedacito de la estrategia, en cambio en política es una relación entre el objetivo final (estrategia) y los medios que se usan para llegar a ese objetivo (táctica).

Estrategia y táctica política

La estrategia y la táctica forman parte de la ciencia de la dirección política revolucionaria.

Se entiende por estrategia y táctica de un partido “su conducta política, es decir, el carácter, la orientación y los procedimientos, de su actuación po­lítica “( 1) en relación a la situación política concreta.

“La estrategia tiene que ver con el objetivo final, de conjunto, a largo plazo, y las tácticas son los distintos medios para lograr ese objetivo. Am­bos son términos relativos. Es decir, siempre tendremos que precisar que cuestión es estratégica respecto de qué. Este carácter relativo de ambos conceptos lleva a que lo que es estratégico en una determinada etapa, sea a su vez táctico respecto de un objetivo superior o más general”(2).

Estrategia política

Determina el camino general por donde debe encauzarse la lucha de clases del proletariado para conseguir su objetivo final: la derrota de la burguesía y la instauración del comunismo, es decir es la forma como se planifican, organizan y orientan los diversos combates sociales para conseguir este ob­jetivo.

Para formular una estrategia, es necesario determinar con exactitud cuales son las clases o fuerzas sociales que se enfrenten en el terreno de la lucha política, como están agrupadas unas contra otras y cuales son las formas más generales que adoptan los enfrentamientos de clases. Para lo anterior debemos considerar los siguientes aspectos:

Primero: valorar en forma objetiva el conjunto de las relaciones mutuas entre todas las clases, sin excepción, de una sociedad dada, asunto que esta relacionado con el grado objetivo de desarrollo de esta sociedad, así como las relaciones de esta sociedad concreta y las otras sociedades.

Segundo: examinar todas las clases y todos los países de un modo dinámi­co, no estático. Las leyes de este movimiento emanan de las condiciones económicas de vida de cada clase.

Tercero: este movimiento debe estudiarse no solo desde el punto de vista pasado, sino también del porvenir.

Cuarto: las épocas de estancamiento político deben aprovecharse para de­sarrollar la conciencia, la fuerza, la capacidad combativa de la clase de avanzada. De esta manera esta preparada para enfrentar las grandes tareas de los periodos revolucionarios.

Quinto: se debe luchar por los intereses inmediatos del proletariado pero al mismo tiempo defender dentro del movimiento el porvenir de ese movimiento. La estrategia política implica un conocimiento de las leyes que regulan la lucha de clases, de cómo se ubica una clase respecto la una de las otras dependiendo del grado de desarrollo del movimiento revolucionario. Apro­vechando este conocimiento el estratega político será capaz de prever el curso que posiblemente adopte la lucha de clases y puede así determinar el camino a seguir para que esta lucha logre conquistar más plenamente sus objetivos.

Táctica Política

El concepto de táctica política con relación al trabajo político se encuentra enfocado a los problemas que se plantean en la actividad política concreta de la vanguardia revolucionaria. Esta debe ser capaz – afirma Lenin- de “brindar respuestas absolutamente claras que no admiten dos interpreta­ciones”. (3)

La táctica debe determinar el que hacer especifico de acuerdo a las circuns­tancias históricas concretas y no solo a los a deseos subjetivos de la van­guardia, porque eso significa condenarla al fracaso.

La táctica debe adaptarse a las diversas situaciones. Cada vez que surge una nueva coyuntura política ésta debe responder con formas de organización y lucha apropiadas a esta nueva situación. La táctica también debe estar atenta a la correlación de fuerzas existentes en cada situación concreta que se vive, debe considerar si se trata de un momento de calma o de acumulación de fuerza, o un periodo prerrevolucionario o revolucionario, si ya la revolu­ción es madura y ha llegado el momento de lanzarse al asalto del poder, etc.

La vanguardia revolucionaria, para fijar su táctica debe tener en cuenta, en­tre otras cosas:

. La forma específica en que actúa el enemigo

.Cuál es el estado de ánimo de las masas

.La correlación de fuerzas resultantes de ello en cada nueva situación.

La capacidad de la vanguardia para llevar a cabo determinadas tareas.

Repliegue táctico

No siempre es posible que las fuerzas revolucionarias estén a la ofensiva. Hay determinados momentos históricos en que la ofensiva pasa a manos del enemigo. En esos momentos se impone un repliegue de las fuerzas revo­lucionarias para retomar más tarde nuevamente la ofensiva.

Insistir en mantener a toda costa la ofensiva, cuando la correlación de fuerzas es muy desfavorable, es llevar al suicidio a las fuerzas revolucio­narias. “Cuando podemos aniquilarlos, lo hacemos con toda decisión; cuando no podemos aniquilarlos, tampoco nos dejamos aniquilar por ellos. El no combatir cuando hay posibilidades de vencer es oportunis­mo. El obstinarse en combatir cuando no hay posibilidad de vencer es aventurerismo” (4)

2- PROGRAMA Y OBJETIVOS

Un programa político “es la explicación breve, clara y precisa de todas las cosas a las que un partido aspira y por las cuales lucha” (5) y tiene una “enorme importancia” para su “actividad cohesionada y consecuente “(6)

El programa no sólo tiene una gran significación para la cohesión ideológi­ca del partido sino que también tiene un importante papel práctico. En él se plasma el fundamento de toda la actividad del partido y se trazan tanto los objetivos finales como inmediatos del proceso revolucionario. El programa constituye una síntesis científica fundamentada, del rumbo a seguir y de las medidas y metas a alcanzar dentro de una etapa histórica determinada. Y si es correcto es de hecho “un anticipo científico del posible e inevitable fruto de las transformaciones políticas.”

El programa del partido obrero debe expresar, según Lenin, los conceptos fundamentales acerca de su concepción de la sociedad, del papel del prole­tariado en ella y del sistema social que eliminara para siempre la explota­ción del hombre por el hombre, debe fijar con exactitud sus tareas políticas y señalar las reivindicaciones más cercanas, que son las que deben determi­nar el contenido de la labor de agitación parcial y fragmentaria a favor de pequeñas reivindicaciones, desligadas unas de otras, en agitación por el conjunto de todas las reivindicaciones para modificar en el sistema de domina­ción imperante.

La parte teórica del programa que se refiere a las metas que persigue el proletariado en última instancia: suprimir el régimen de producción capita­lista e instaurar el socialismo y luego el comunismo ha sido denominado por Lenin Programa máximo y las reivindicaciones inmediatas programa mínimo.

En relación al contenido del programa Lenin insiste en que deben excluir­se de él los problemas tácticos. “El programa debe dejar abierta la cues­tión de los medios, y permitir a las organizaciones que luchen y a los congresos del partido que son los que fijan su táctica, la elección de los medios “(7).

Programa mínimo: forma de aglutinar fuerza

La vanguardia revolucionaria debe ser capaz de determinar en forma muy clara cuál es el “principal obstáculo” que debe vencer o el “primer objeti­vo” que debe proponerse la clase obrera para avanzar hacia su objetivo final: el socialismo, y es esta definición básica la que determina el conteni­do de las tareas políticas inmediatas o programa mínimo, tareas que deben reflejar los intereses de todos aquellos sectores de la población que se ven objetivamente perjudicados por la actual situación política, económica y social, es decir, de todos sus posibles aliados.

Si un partido revolucionario no es capaz de visualizar cuáles son las tareas concretas e inmediatas que permiten avanzar hacia el objetivo estratégico final, no podrá convertirse en una verdadera vanguardia revolucionaria ya que funcionará con puros esquemas abstractos que las masas populares difícilmente comprenderán.

Resumiendo, en todo programa de una vanguardia revolucionaria deben combinarse en forma dialéctica dos aspectos: el programa máximo y el programa mínimo. El primero se refiere a los aspectos socialistas, más precisamente, comunistas del programa que señalan el objetivo fi­nal del proletariado: el segundo se refiere a las tareas inmediatas o me­didas concretas que deben ser adoptadas, en correspondencia con las condiciones objetivas de ese período histórico, para aglutinar fuerzas y hacer avanzar el proceso revolucionario en la perspectiva de su meta final. Estos pasos prácticos reflejan los intereses de amplios sectores sociales que no necesariamente comparten el objetivo final socialista de la clase obrera.

Enemigo estratégico y enemigo inmediato

Para distinguir los conceptos de enemigo estratégico y enemigo inmediato es necesario distinguir entre objetivos inmediatos de la lucha de los trabaja­dores y su objetivo final.

Objetivo final

Lenin indicaba que el “… objetivo final de la lucha de la clase obrera…” es la supresión del régimen capitalista de producción. La lucha de la clase obrera contra los capitalista…” y sólo terminará “…cuando habiendo pasa­do el poder político a manos de la clase obrera, se pongan todas las fabri­cas, talleres, minas, así como las grandes haciendas a disposición de toda la sociedad y se organice la producción socialista general, dirigida por los propios obreros… “(8) Del carácter de este objetivo final de la lucha de la clase obrera deriva el que, siendo internacional el dominio del capital, su unión y cohesión no se circunscriban a los límites de un solo país o naciona­lidad, sino que sean el fruto de la lucha de los obreros de todos los países contra el capital internacional.

Objetivo inmediato

Este esta relacionado con el “principal obstáculo” que se encuentra la clase obrera para luchar por su objetivo final. Lenin indicaba que en Rusia el “principal obstáculo”(9) era el gobierno autocrático zarista, por tanto los revolucionarios rusos no se proponían como “objetivo político inmediato” aplastar a la burguesía que constituye su objetivo final. Al plantearse este objetivo inmediato se señala con ello “el punto central hacia el cual debe converger y en torno al cual debe condensarse” la actividad de la vanguar­dia.( 10)

Enemigo estratégico

Está directamente relacionado con el carácter de la revolución, en una so­ciedad capitalista desarrollada la burguesía es el enemigo estratégico de los trabajadores. En una sociedad semicolonial y semifeudal los enemigos es­tratégicos son las potencias imperialistas que explotan a ese país y los terra­tenientes feudales. En una sociedad capitalista dependiente los enemigos estratégicos son el imperialismo, los grandes terratenientes y la gran bur­guesía ligada al capital financiero, o lo, que habitualmente se ha llamado oligarquía financiera.

Enemigo inmediato

Está relacionado con la contradicción principal de esa etapa o el “principal obstáculo” que es necesario superar para que el movimiento revolucionario pueda avanzar hacia la realización de sus objetivos.

Es de importancia estratégica definir cuál es le principal obstáculo en cada etapa del desarrollo de la revolución. Su correcta definición permite decidir hacia dónde debe descargarse el golpe principal, aglutinando en torno a este objetivo al máximo de fuerzas sociales.

El enemigo inmediato adquiere diferentes formas en cada momento políti­co e histórico. Lenin en la revolución rusa caracteriza al enemigo inmediato de diversas maneras en cada momento. En 1919 señala que el enemigo inmediato es el avance contrarrevolucionario del general zarista Kolchak, en 1920 deja de ser Kolchak y pasa a ser Dinikin apoyado por fuerzas inter­nacionales, en otro momento es el “hambre” que azota al pueblo ruso, luego es “la escasez de víveres y materias para la industria” etc. En el caso chileno en la década de los ochenta por ejemplo algunos sectores caracterizaron la contradicción principal como “dictadura o democracia”. Si no se resuelven estos diversos obstáculos no puede llevarse adelante la construcción material del socialismo.

Un dirigente político no puede limitarse a hablar de la necesidad de conti­nuar la lucha contra la burguesía y el capitalismo, sino que debe señalar cómo hacerlo concretamente; es decir, debe indicar cuál es el principal obs­táculo o traba que hay que vencer en cada situación concreta para continuar el avance hacia el objetivo final del proletariado.

3- EL PROBLEMA DE LAS ALIANZAS

“…Uno de los errores más graves y peligrosos de los comunistas – afirma Lenin – es la idea de que una revolución puede ser hecha por los revolucio­narios solos…”(11)

“…Sin alianza con los no comunistas en las más diversas esferas de la actividad no puede hablarse siquiera de una exitosa construcción comu­nista… “(12) Es decir, la organización revolucionaria debe ser capaz de con­ducir y aglutinar a los más diversos sectores de la población, en tomo a la transformación social.

Los trabajadores aislados no pueden derrotar a un enemigo tan poderoso, que cuenta, para mantenerse en el poder, con apoyo interno y externo y con todo el aparato estatal e ideológico vigentes. Debe, por tanto, unirse con otras clases y capas sociales que estén dispuestas a luchar contra él, es decir, debe buscar el máximo de aliados posibles. Esto dice relación principal­mente con los objetivos que se quieren alcanzar y por tanto debe ser este el que se debe privilegiar, sin importar los prejuicios, sino más bien clarifi­cando el objetivo que se quiere perseguir, que es lo determinante, él es el que determina la necesidad de las alianzas, es decir, en política los prejuicios de toda índole no deben ser considerados, sino el análisis real, concre­to, científico del momento histórico.

Concepto de alianza

La alianza es la unión temporal (a corto, mediano o largo plazo) que se establece entre grupos políticos o clases sociales de diferente origen para llevar a cabo una lucha por intereses comunes. Toda alianza en sí siempre una relación entre unidad y lucha, como se trata de la unión de grupos polí­ticos o clases sociales diferentes, al mismo tiempo que existe una unidad para luchar por intereses comunes de ese momento, existen contradicciones entre ellos. Llegado un determinado momento estas contradicciones se su­peran, si no son antagónicas, produciéndose la fusión, o se agudizan si son irreconciliables, produciéndose la separación o ruptura de la alianza.

La alianza de clases con intereses antagónicos a largo plazo es siempre una alianza temporal e implica de parte de ambas clases aceptar un desafío. Cada una de las clases acepta este desafió pensando en que ella va a triunfar, para hegemonizar y someter al otro políticamente. Cada una de estas clases utilizara la unidad actual para preparar la lucha futura.

Compromisos

La alianza de los trabajadores con clases sociales que tienen intereses de clases diferentes, especialmente con clases sociales cuyos intereses a largo plazo son antagónicos con los intereses de los trabajadores, implican gene­ralmente el establecimiento de ciertos compromisos. Según Lenin, se llama compromiso en política a la concesión hecha a ciertas exigencias, a la re­nuncia a parte de las propias exigencias, en virtud de un acuerdo político con otro partido. ” (13) bloque de partidos, gobiernos, etc.

Hay revolucionarios que consideran una traición contraer compromisos o renunciar parcialmente a los propios intereses de clases. Pero olvidan que ya Marx y Engels sostenían que era un absurdo proclamar de antemano que los comunistas rechazarían todo compromiso.

Para que un compromiso sea legítimo y no una traición al proletariado, debe estar basada en condiciones objetivas que obliguen a tomar ese ca­mino, porque es el único que permite consolidar lo ya ganado a través de la lucha o avanzar hacia nuevas posiciones, aunque sea en forma zigzagueante.

Acciones comunes

Existen distintos tipos de alianzas. Las más simples son las acciones con­juntas que se producen en forma espontánea, sin previo acuerdo entre los sujetos que conforman la alianza: estos pueden ser partidos u organizacio­nes apartidistas que representan a fuerzas sociales que responden a intereses de clase diferentes. A este último tipo de acuerdo Lenin lo denominó: “coa­lición de clases” (14)

Acuerdos y pactos políticos

Cuando ya existen organizaciones políticas representativas de las diferentes clases, la alianza puede llegar a manifestarse como acuerdo político, no necesariamente concreto ni formalizado. Estas son alianzas puntuales, tácti­cas, en función de determinadas coyunturas políticas, estas pueden llegar a formalizarse o no.

Bloque social y frente político

Bloque social se denomina a las “coaliciones de clase” (fuerzas sociales con intereses diversos) que se plantean la realización de tareas a más largo plazo que los simples acuerdos puntuales, y pueden ser: parlamentarias, insurreccionales, de gobierno, etc. Cuando los partidos y organizaciones sociales, que representan a los diferentes sectores sociales que conforman el bloque social, se estructuran en tomo a un programa común, surge lo que se denomina frente político. Entendemos, entonces, por frente político un blo­que social formalizado.

Aliados estratégicos

Son aquellos sectores de la población que. por su situación objetiva en la producción, deberían estar interesados en luchar junto a la clase obre­ra en una etapa dada de la revolución. es decir, son aquellas clases que conforman, junto con el proletariado, las fuerzas matrices de la revolu­ción

Aliados tácticos

Son aquellas fuerzas sociales que están dispuestas a luchar contra determi­nado enemigo inmediato muy preciso, ejemplo: el zarismo en Rusia, el fas­cismo, Batista en Cuba, Somoza en Nicaragua, Pinochet en chile etc. pero que no están dispuestos a llevar hasta el fin las tareas revolucionarias en el propio país.

Los aliados tácticos acompañan a los sectores revolucionarios hasta cierto periodo, pero los intereses que unen a estas fuerzas son muy frágiles. Una vez alcanzado su objetivo inmediato: la derrota del tirano de turno o de la fuerza invasora, surgen las contradicciones que no son producto de la fanta­sía o del voluntarismo, sino la expresión objetiva de sus diferentes intereses de clase. Sin embargo los aliados tácticos son necesarios para terminar con el obstáculo o enemigo principal, que son sectores o clases sociales con intereses a largo plazo antagónicos, pero cuyos intereses inmediatos coinci­den temporalmente. Ejemplo de esto 10 encontramos en la experiencia de los revolucionarios rusos con Lenin a la cabeza, los Bolcheviques “defen­dieron… la alianza de la clase obrera con el campesinado contra la burguesía liberal y el zarismo sin negarse nunca, sin embargo, apoyar ala burguesía contra el zarismo (por ejemplo, en la segunda vuelta de las elecciones o en las segundas votaciones)…( 15). Lenin sostiene que el programa, que contie­ne 10 que para nosotros es la estrategia del partido, determina “las relaciones generales y fundamentales entre las clases” y que la táctica determina “las relaciones parciales y transitorias”.

Por otra parte, es necesario tener presente, no sólo a los aliados internos, sino que también a los aliados externos, es decir, a las fuerzas sociales que a nivel mundial pueden apoyar la lucha del proletariado en un determinado país. Estos aliados también pueden dividirse en aliados estratégicos y tácti­cos. En Rusia por ejemplo la clase obrera de los otros países era un aliado estratégico del proletariado, y el imperialismo alemán se convierte, en un determinado momento, en un aliado táctico.

Aliados potenciales y reales

Es importante recordar aquí que un buen estratega no sólo debe ser capaz de hacer un correcto análisis de la actual correlación de fuerzas, sino que al mismo tiempo debe ser capaz de crear condiciones para que esa correlación de fuerzas cambie a favor de las fuerzas revolucionarias. Por esta razón políticamente importante es distinguir entre quiénes podrían estar con el proceso revolucionario debido a la situación objetiva que ocupan en la so­ciedad, y quiénes ya lo están.

Cuando se habla de quiénes podrían estar con el proceso revolucionario, se está pensando en los aliados potenciales que debería tener el proletariado de acuerdo a las situaciones objetivas que estos grupos tienen en la sociedad. Cuando nos referimos a quienes ya están con el proceso revolucionario, nos estamos refiriendo a los aliados reales.

Un buen estratega no sólo sabe determinar muy bien, en cada momento, cuáles son las fuerzas del enemigo o cuáles son las fuerzas propias y qué aliados cuenta en ese momento, sino que también debe ser capaz de llevar a cabo una política de alianzas que permita ir incorporando o ganando para el proceso revolucionario a todos aquellos sectores que todavía no están integrados a la lucha pero que, por su situación en la sociedad, o por la característica de una determinada coyuntura política, deberían estar in­teresados, en ese momento, en colaborar en la lucha contra el enemigo inmediato.

Política de alianza para neutralizar

Junto con las políticas de alianzas que tienen como objetivo incorporar y sumar a otros sectores ya sea en la táctica como en la estrategia, el partido revolucionario debe ser capaz de implementar una política de alianza que permita neutralizar a aquellos otros sectores sociales que por su situación o posición de clase no se incorporaran jamás a la lucha abierta contra el régi­men imperante, pero que tienen suficiente contradicciones con él como para lograr que, al menos, se marginen de la lucha y no apoyen a ese régimen contra las fuerzas revolucionarias.

Flexibilidad en la táctica

La flexibilidad en la táctica es una característica indispensable si se desea realmente triunfar en un proceso revolucionario. Lenin combatiendo las des­viaciones izquierdistas que rechazaban todo compromiso con otros partidos afirmaba que no se puede “ignorar que toda la historia del bolchevismo, tanto antes como después de la revolución de octubre, está llena de casos de táctica de maniobras, de conciliación y de compromisos con otros partidos, inclui­dos los partidos burgueses.”

Y luego agrega, “hacer una guerra para derro­car a la burguesía internacional, una guerra que es cien veces más difícil, prolongada y compleja que la más encarnizada de las guerras corrientes entre Estados, y renunciar de antemano a todo cambio de política, o a toda utilización de los antagonismos de intereses (aunque sólo sean temporales) entre los enemigos de uno, o a toda conciliación o compromiso con posibles aliados (aunque sean aliados transitorios, inconsecuentes, vacilantes, con­dicionales), no es, acaso, en extremo ridículo? No equivale – en la difícil ascensión a una montaña inexplorada y hasta entonces inaccesible a re­nunciar de antemano a hacer algún zigzag, a desandar a veces lo andado, o a abandonar a veces la senda elegida y probar otras?” (16)

“,.. sólo se puede vencer a un enemigo más poderoso empeñando los mayores esfuerzos y mediante la utilización más cuidadosa, prudente, minuciosa, diestra y obligatoria de cualquier “fisura”, aún la más pe­queña, entre los enemigos, de todo antagonismo de intereses entre la burguesía de los distintos países y entre los diferentes grupos o categorías de la burguesía dentro de los diferentes países, y también aprovechando to­das las posibilidades, aún las más pequeñas, de conquistar un aliado de masas, aunque sea transitorio, inconsecuente, vacilante, poco seguro y condicional. Quienes no comprenden esto, demuestran no comprender ni un ápice de marxismo, de socialismo científico moderno en general, Quie­nes no hayan demostrado en la practica, durante un lapso bastante con­siderable y en situaciones políticas bastante variadas, su habilidad para aplicar esta verdad en la practica, no han aprendido todavía a ayudar a la clase revolucionaria en su lucha por liberar de los explotadores a toda la humanidad trabajadora, Y esto se aplica tanto al periodo anterior a la conquista del poder político por el proletariado, como posterior. ” (17)

4. FASES DEL DESARROLLO HISTÓRICO

En la historia de las sociedades debemos distinguir entre periodos de desa­rrollo pacífico y periodos revolucionarios.

Los periodos revolucionarios son lapsos relativamente cortos ( 18) en los que “surgen a la luz contradicciones que han madurado a lo largo de décadas y hasta de siglos”( 19), y se manifiestan en agudas crisis económicas y políti­cas, y donde la lucha de clases madura hasta llegar a la guerra civil abierta, es decir, a la lucha armada entre dos partes del pueblo(20).

Nuevos torrentes del movimiento social se incorporan a la lucha y su núme­ro crece sin cesar. Lo que caracteriza a toda revolución es la decuplicación o centuplicación del número de hombres capaces de librar una lucha política, pertenecientes a la masa trabajadora y oprimida, antes apática.

En estos períodos, pequeños partidos con una línea justa pasan a ser con­ductores de millares de personas.

Periodo prerrevolucionario

El paso de una época de desarrollo pacífico a un período histórico revolu­cionario no se da, sin embargo, de golpe sino a través de un ascenso gradual de la efervescencia política y social.

En el período prerrevolucionario aumenta en forma extraordinaria el núme­ro de huelgas y se tiende a pasar de las huelgas económicas a las manifesta­ciones políticas. Las masas en general demuestran un vivo interés por la política, preocupación que luego se volcará en acciones directas. Las con­tradicciones entre las clases y fracciones de las clases dominantes tiende a agudizarse.

Cualquier conflicto con el gobierno en el terreno de los intereses sociales progresistas, por insignificante que sea en sí mismo, puede transformarse, si es correctamente encausado por la vanguardia revolucionaria, en un incen­dio general. (21)

El periodo prerrevolucionario es, entonces, el periodo que precede al parto revolucionario propiamente tal. En él se encuentran muchos de los elemen­tos que, en un grado más intenso, estarán presentes cuando estalle la revolu­ción, pero existen también diferencias cualitativas entre ambos: en el perio­do revolucionario la lucha de masas, que empieza a constituir en el periodo prerrevolucionario una amenaza para el régimen, pasa a adoptar formas organizativas que se oponen, de echo el poder vigente sin que éste tenga ya fuerzas para arrasar con ellas. Se produce un salto cualitativo tanto en el número de personas, hasta entonces inactivas, que ahora se integran a la lucha, con en el tipo de acciones que realizan.

Período Revolucionario: movimiento por oleadas

Tanto en los periodos prerrevolucionario como en los revolucionarios el movimiento de masa se da “por oleadas”(22), no tiene un ascenso constan­te, permanente. Después de intensos combates económicos y políticos las masas se agotan: necesitan tomar un respiro para recuperar fuerzas y conti­nuar en la lucha.

Es importante saber diferenciar estos periodos de calma, que preceden a nuevas tempestades, de los periodos de estancamiento, donde las condicio­nes objetivas para un nuevo ascenso revolucionario ya han desaparecido, puesto que la táctica de una vanguardia revolucionaria debe variar radical­mente de una situación a otra.

Lenin describe a estos periodos que se dan con relativa calma dentro de un periodo revolucionario como por ejemplo los primeros meses de 1906. que sucedieron a la insurrección armada de diciembre de 1905, afirmando que se trata de un periodo de “calma momentánea” debido a que las fuerzas de la clase obrera están exhaustas por una lucha aguda que duró casi un año, no obstante ello se trata de a calma que precede a una nueva tempestad(23)

Es un “periodo de acumulación de energías revolucionarias (afirma Lenin), de asimilación de la experiencia política de las etapas recorridas, de incor­poración de nuevas capas de la población al movimiento y, por consiguien­te, de preparación de un nuevo empuje revolucionario más vigoroso”(24)

Período contrarrevolucionario

No es fácil para los protagonistas de la revolución determinar con precisión cuándo termina un período revolucionario y empieza un periodo de estan­camiento. Sin embargo, mientras no se tenga la certeza de que el movimien­to revolucionario ha llegado a su agotamiento, la vanguardia revolucionaria no puede darse por vencida y replegar sus fuerzas; debe, por el contrario, preparar para orientarlo en los posibles nuevos combates.

Los períodos contrarrevolucionarios si bien son períodos de calma, de es­tancamiento, y tienen algunas características superficiales similares a los periodos pacíficos previos a las primeras rupturas revolucionarias, tienen otras características que los diferencian de éstos, siendo la más importante que durante los primeros no existen todavía condiciones objetivas para la revolución social, en cambio, durante los segundos las causas profundas que estuvieron en la base del anterior estallido revolucionario se mantienen.

Por otra parte, la “calma” que caracteriza a estos periodos, una vez que la contrarrevolución ha logrado aplastar a las fuerzas revolucionarias, es una calma que sólo se logra mediante la intervención activa de los aparatos re­presivos del antiguo régimen.

Situación revolucionaria

Lenin fundamentó por primera vez el concepto de “situación revoluciona­ria” en su artículo “La celebración del Primero de Mayo por el proletariado revolucionario”(25), escrito en 1913. Allí precisamente dio su célebre fór­mula: “los de arriba no pueden, los de abajo no quieren” Es cierto que Lenin no habló entonces de una “situación revolucionaria”, sino de una “crisis política a escala nacional”. Sin embargo, la identidad de esta definición y el concepto de “situación revolucionaria” es plenamente coincidente.

La situación revolucionaria constituye el conjunto de condiciones objetivas socio – políticas cuya presencia es imprescindible para que el triunfo revolu­cionario, sea objetivamente posible en breve plazo. Lenin señala tres carac­terísticas de la situación revolucionaria:

1- La imposibilidad para las clases dominantes de mantener inmutable su dominación; es decir, una crisis en la política de la clase dominante que abre una grieta por la que irrumpen el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle la revolución no suele bastar con que “los de abajo no quieran” sino que hace además que “los de arriba no puedan” se­guir viviendo como hasta entonces.

2- Una profundización, fuera de lo común, de la miseria y los sufrimientos de las clases oprimidas.

3- Una intensificación considerable, por estas causas de la actividad de las masas, que en tiempos de “paz” se dejan explotar tranquilamente, pero que en épocas turbulentas son empujadas, tanto por toda la situación de crisis, como por los mismos “de arriba” a una acción histórica independiente. (26)

Sin estos cambios objetivos, no sólo independiente de la voluntad de los dis­tintos grupos Y partidos, sino también de la voluntad de las diferentes clases, la revolución es por regla general, imposible. El conjunto de estos cambios objetivos es precisamente lo que se denomina situación revolucionaria” (27)

Continuando sus reflexiones respecto a la situación revolucionaria como “cambios objetivos” Lenin señala dos cuestiones fundamentales contra el subjetivismo:

a- Que al ser “cambios objetivos”, no depende de tal o cual partido o grupo revolucionario.

b- Que una revolución no se convoca cuando la vanguardia lo desea, sino que estos deseos y voluntades deben basarse en un estado de auge y lucha revolucionaria objetivos (28) estado que debe existir siempre que se piense seriamente en hacer el llamamiento a la revolución.

Ahora, no siempre una situación revolucionaria origina una revolución, sino para ello es necesario lo que se denomina Crisis Nacional Revolucionaria.

Crisis Nacional Revolucionaria

La diferencia entre la situación revolucionaria y la crisis nacional revolu­cionaria radica en que el concepto de esta abarca no solo los cambios objetivos, sino también el factor subjetivo. Es decir, la crisis nacional re­volucionaria representa la unidad de las condiciones objetivas y subjeti­vas de la revolución. Lenin indicaba: “…no siempre una situación revolu­cionaria origina una revolución, sino esta es posible solo si a los cambios objetivos arriba expuestos se agrega un cambio subjetivo, a saber: la ca­pacidad de la clase revolucionaria de llevar a cabo acciones revoluciona­rias de masas suficientemente fuertes para romper (o quebrantar) el viejo gobierno, que nunca, ni siquiera en las épocas de crisis, “caerá” si no se le “hace caer”(29)

Por tanto, en el concepto de crisis nacional revolucionaria se incluyen:

a- Los tres rasgos de la situación revolucionaria, como condiciones objeti­vas de la revolución.

b- Los factores subjetivos, en primer lugar la existencia de un partido o organización marxista – leninista, pertrechado de una teoría avanzada, es­trechamente ligado con las masas y capas de dirigir su lucha por el nuevo régimen social.

c- El apoyo a la(s) vanguardia(as) proletaria por parte de las mayoría de los obreros conscientes y políticamente activos.

d- La crisis gubel11amental que arrastra a la política, incluso a las masas más atrasadas y decuplica o incluso “centuplica” el número de trabajadores y representantes de las masas oprimidas aptos para la lucha política. Esto re­duce a la impotencia al gobierno y hace posible su rápido derrocamiento por los revolucionarios.(30)

5- CLASES SOCIALES Y SUJETOS SOCIALES

Las clases sociales.

Son grupos sociales antagónicos, en que uno se apropia del trabajo del otro a causa del lugar diferente que ocupan en la estructura económica de un modo de producción, lugar que está determinado fundamentalmente por las formas especifica en que se relaciona con los medios de producción, es decir si es dueño de los medios de producción o desposeído de ellos.

Lenin se refería a este concepto de la siguiente manera: las clases son grandes grupos de personas que se diferencian una de otra por el lugar que ocupan en el sistema de producción social históricamente determinado, por su relación, con los medios de producción por su papel en la organización social del trabajo y, en consecuencia por la magnitud de la riqueza social que disponen y el modo que la obtienen (31).

Esta relación especifica ha sido considerada por los clásicos, como la rela­ción de propiedad o de no – propiedad. El capitalista es el propietario de los medios de producción y los posee efectivamente al mismo tiempo.

De esta manera al decir que existen dos clases antagónicas, ¿ estamos afir­mando que con ello todos los individuos que existen bajo un modo de pro­ducción determinado deben conformar parte de una de las dos clases anta­gónicas?

No, de ninguna manera. No todos los individuos, de una sociedad, más aun no todos los grupos sociales deben formar parte de una clase determinada. Entre todos los grupos sociales que existen en una sociedad, solo los gru­pos que al participar en forma directa en proceso productivo llegan a cons­tituirse en los antagónicos (explotadores y explotados) se constituyen en clases sociales. Existen otros grupos que no pueden definirse, como clases sociales sean por representar por ejemplo grupos intermedios entre las dos clases antagónicas en cuanto a la producción, etc. Ejemplo de esto son; funcionarios militares y civiles del estado, trabajadores por cuenta propia, etc.

Por otra parte es necesario no confundir el concepto de clase con el de frac­ción de clase, que corresponde a los subgrupos que pueden descomponerse en una clase. Por ejemplo la burguesía se descompone como burguesía industrial, financiera, comercial, etc. Lo importante es distinguir científica­mente las diferentes fracciones al interior de una clase.

En política debemos considerar además no sólo la existencia de determina­das clases, sino su disposición a luchar por sus intereses de clase, esto ulti­mo es lo definitorio.

Lucha de clases

La lucha de clase es el enfrentamiento que se produce entre dos clases anta­gónicas cuando éstas luchan, no exclusivamente por sus intereses inmedia­tos, sino por sus intereses a largo plazo, es decir por sus intereses de clase.

Aunque la existencia de las clases y la lucha entre ellas ya eran conocidas antes de que apareciera el marxismo, fueron Marx y Engels quienes, sacan­do las conclusiones generales de todo el desarrollo de la historia de la hu­manidad y partiendo de las posiciones de clase del proletariado, descubrie­ron las causas e la división de la sociedad de clases, elaborando una teoría científica de las clases y de su lucha, a la ves que señalaron el camino para llegar a la abolición de las clases.

Refiriéndose a su aporte en este campo, Marx precisó: “… Por lo que a mi se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas Lo que yo he apor­tado de nuevo ha sido demostrar:

Que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históri­cas de desarrollo de la producción.

Que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado.

Que esta misma dictadura no es de por si más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases… “(32)

Tipo de luchas de clase

De acuerdo a los objetivos que persigue, la lucha de clases se divide enton­ces en lucha económica, lucha ideológica, y lucha política.

Lucha económica.: es el enfrentamiento que se produce entre las clases opuestas por objetivos económicos.

Lenin define de la siguiente manera la lucha económica del proletariado:

la lucha económica es la lucha colectiva de los obreros contra los patro­nes para lograr mejores condiciones de venta de la fuerza de trabajo, mejores condiciones de trabajo y de vida de los obreros” (33)

Lucha ideológica: La lucha de clases se da también en el terreno de las ideas, ya que las ideas burguesas contribuyen a mantener la dominación de las clases explotadoras sobre los explotados. La burguesía logra imponer estas ideas debido a que, gracias a su poder económico controla las institu­ciones, a través de las cuales se difunden las ideas. : radio, prensa, televi­sión, cine, escuelas, universidades, etc.

Por eso Lenin afirma que “,.. que sin teoría revolucionaria, no es posible la acción revolucionaria “. Para que el proletariado pueda combatir por sus intereses de clase necesita luchar en el terreno ideológico contra la ideología burguesa.

Lucha política: es la lucha por el poder político, es decir la lucha contra la organización del poder del estado hasta entonces vigente. No es una lucha por reformas sino una lucha revolucionaria,

Es necesario recalcar la centralidad del contenido y objetivos de la lucha, no su forma, por ejemplo una huelga puede tener carácter político, o un levan­tamiento popular un carácter económico.

Correlación de clases y correlación de fuerzas

Determinar cuáles son las clases que se enfrentan, cómo están agrupadas y cómo irá variando su comportamiento a medida que avance la revolución es una tarea fundamental de toda dirección política revolucionaria. Se trata de precisar lo que Lenin denomina: correlación de clases(34). El término más riguroso sería el de correlación de fuerzas sociales ya que el análisis se sitúa en el terreno de la coyuntura política. Sin embargo no es el más conveniente porque se presta a ser confundido con otro concepto que tiene un significa­do muy diferente, nos referimos a correlación de fuerzas.

La correlación de clases como dijimos antes se refiere a la forma en que se agrupan las distintas fuerzas sociales unas con relación a otras y la variación que se producen en esta situación a medida que avanza la revolución. La correlación de clases no es estática sino esencialmente dinámica como lo es el propio proceso del desarrollo social y político de una formación social determinada

La correlación de fuerzas Se refiere a la fuerza o capacidad que cada una tiene para imponer sus intereses de clase en una coyuntura determinada, capacidad que está íntimamente ligada a la capacidad que tienen las otras clases para hacer lo mismo.

Fuerzas opositoras, fuerzas motrices, fuerzas dirigentes, fuerza principal.

En relación a este problema de la correlación de clases debemos definir algunos conceptos que nos serán útiles para analizar las clases y sectores sociales que participan en la lucha común contra los enemigos del pueblo en cada etapa de la revolución.

Fuerzas opositoras

Son todas las clases y sectores sociales que participan de una u otra manera en el derrocamiento del régimen vigente.

Fuerzas motrices o fuerzas revolucionarias

Son las “fuerzas propulsoras”(35) o “clases capaces de conducir la revolu­ción a la victoria”(36). Son las fuerzas capaces de llevar una determinada etapa de la revolución a su victoria definitiva, es decir, a la plena realización de las tareas que se plantea en esa etapa.

Fuerza dirigente

Entre las fuerzas motrices existe una fuerza que es la dirigente del proceso, la que señala el camino a seguir y “arrastra tras de sí” al resto de las fuerzas revolucionarias. Es importante establecer que esta fuerza dirigente no es necesariamente la fuerza principal desde el punto de vista numérico. ejem­plo de esto es el proletariado ruso que era una gota de agua en el mar de campesinos de ese país agrario y, sin embargo. es la fuerza que conduce a la revolución.

Fuerza principal

Es la fuerza motriz numéricamente más significativa, que puede ser la fuer­za motriz principal y no ser la necesariamente la fuerza dirigente. “Se puede ser la principal fuerza motriz de la victoria de otra clase cuando no se pueden defender los intereses de la propia” (37)

Sujetos sociales

Los pobladores, como también ocurre con los trabajadores o los estudian­tes, constituyen antes que nada una categoría estadística, es decir, un con­junto de personas que poseen características comunes, sin embargo, no por ello, conforman un sujeto social. La propiedad de constituirse en sujeto social, supone algún grado de identidad que les permite auto-reconocerse como portadores de tales características, configurar distinciones respecto del resto de los sectores sociales y finalmente, como cuestión central, defi­nir los que son sus intereses permanentes.

El paso de categoría estadística a sujeto social se realiza históricamente, es decir, de acuerdo a circunstancias especiales bajo las cuales se desarrollan la economía y la sociedad en su conjunto. En Chile, por ejemplo, el surgi­miento de sindicatos en el salitre, obedece tanto a las condiciones de explo­tación (un mismo patrón con regímenes similares de trabajo) como a la concentración de grandes masas de hombres y mujeres en un espacio geo­gráfico determinado. Del mismo modo, la involución desde sujeto social a categoría estadística, aunque menos frecuente, es posible imaginaria bajo condiciones históricas determinadas; un ejemplo dramático es el itinerario del pueblo mapuche: de constituir una nación – sujeto político- pasó a suje­to social (campesinado asentado en reservaciones) y hoy casi convertido en categoría estadística.

Las masas, las clases, los grupos sociales diversos, actúan según sus necesi­dades e intereses objetivos, según las contradicciones, según las condicio­nes objetivas existentes en cada momento histórico – concreto.

En cada momento histórico concreto, es necesario buscar cuales son las fuerzas sociales que, por su ubicación objetiva en la sociedad, por el papel que desempeñan en el sistema de producción de que se trate y otras cualida­des que de esto se desprenden, están objetivamente interesados en promo­ver el desarrollo de la sociedad. Es necesario distinguir en el conjunto de esas fuerzas sociales, quienes obran espontáneamente y qué fuerzas, secto­res o grupos de hombres tienen conciencia de su actividad y los fines que persiguen, y se organizan, por tanto, sobre esta base.

Hablamos de sujeto social cuando confluyen cuatro condiciones:

.         Cuando las diferentes fuerzas sociales actúan en un momento dado como un sólo cuerpo.

.        Estas fuerzas sociales mantienen una acción consciente.

.        Se expresan territorialmente.

.         Concretizan las tendencias y contradicciones de la historia política, económica y social..

Los sujetos sociales tienen un carácter histórico, de acuerdo a las carac­terísticas económicas, territoriales, sociales, etc. de cada país. Por tanto un estudio profundo de cada una de esas realidades, indicará los sujetos que se sumarían a un proceso revolucionario. Entre los diversos sujetos que podemos mencionar en distintos procesos revolucionarios encontra­ríamos a los pobladores, campesinos indígenas, estudiantes, soldados (Rusia, Venezuela) etc.

Notas y Referencias

l. Lenin, Dos tácticas de la socialdemocracia T. 9, Pag.18

2. Moreno N. Conceptos políticos elementales Pag. 4 a 6

3. Lenin Discutan sobre táctica pero dentro de consignas claras T.9, Pag.258

4. Lin Piao ¡Viva el triunfo de la guerra popular! (folletos)

5. Lenin A los pobres del campo T.6, Pago 424

6. Lenin Proyecto del programa de nuestro partido T.4, Pago 233

7. Lenin Proyecto del programa de nuestro partido T.4, Pago 242

8. Lenin Proyecto y explicación del programa del Partido Socialdemócrata Pag. 99

9. Lenin Proyecto y explicación del programa del Partido Socialdemócrata     Pag.88

10. Lenin Proyecto de programa de nuestro partido T4, Pago 240

11. Lenin La significación del materialismo militante (1922)

12. Lenin La significación del materialismo militante (1922)

13. Lenin Acerca de los compromisos T.26, Pago 390

14. Lenin El objetivo de la lucha del proletariado T. 15 Pago 391

15. Lenin El izquierdismo enfermedad infantil del comunismo Pag. 177

16. Lenin El izquierdismo enfermedad infantil del comunismo Pag. 175

17. Lenin. El izquierdismo enfermedad infantil del comunismo Pag.176

18. Lenin Contra el boicot T. 13, Pag 17

19. Lenin Jornadas revolucionarias T.8, Pag.1 00

20. Lenin La guerra de guerrillas T. 11, Pago 227

21. Lenin La agitación Política T.5, Pago 395

22. Lenin Tres crisis T.26, Pago 248

23. Lenin La revolución Rusa y las tareas del proletariado Pago 144

24. Lenin Plataforma para el congreso de unificación t. 10, Pag 153

25. Lenin La celebración del 1 de mayo por el proletariado revolucionario      T.23 Pago 300

26. Lenin La bancarrota de la 11 internacional. Obras escogidas T.5 pago       226-227

27. Lenin La bancarrota de la II internacional T.26 Pag. 218-219

28. Lenin Carta a los camaradas o Obras escogidas T. 7 Pago 342

29. Lenin La bancarrota de la II internacional T. 26, Pago 219

30. Lenin La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo T. 41,      Pag. 70

31. Lenin Una gran iniciativa T.31, Pago 289

32. Marx Carta a J. Weydemeyer 5 de mayo 1852

330 Lenin Qué hacer Pago 459

34. Lenin. A propósito de la revolución en toda la nación T.12 Pag 389

35. Lenin La socialdemocracia y el gobierno provisional revolucionario T.8    Pag. 295

36. Lenin Apreciación de la revolución Rusa t15, Pago 50

37. Lenin Actitud hacia los partidos burgueses T. 12, PagA 78

Bibliografía

Algunos Problemas Teóricos de la Revolución Socialista varios autores, Editora Política, La Habana 1984

Vanguardia y Revolución María Isabel Rauber, Centro de Estudios Sobre América, La Habana, 1989

Marxismo Leninismo. Curso de Orientación Política, La Habana, 1972

Correspondencia de Marx y Engels, Editorial Quimantú, 1973

El Izquierdismo Enfermedad Infantil del Comunismo, Lenin

Qué Hacer, Lenin, ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín China

Estrategia y Táctica Marta Harnecker Editorial antarca Bo Aires 1985

Vanguardia y Crisis Actual Marta Harnecker, Brecha Editores, Santiago Chile 1990

Indígenas, Cristianos y Estudiantes en la Revolución Marta Harnecker, Editorial DESA, Lima Perú 1988

Lenin y América Latina Marta Harnecker

COSTA RICA: los partidos de izquierda y el decadente neoliberalismo (2014) Carlos A. Abarca

Este artículo no pretende abordar la historia política de Costa Rica, ni de las organizaciones de la izquierda. Lo escribo con el propósito de refrescar la memoria crítica e inconforme de la juventud, la clase trabajadora y demás sectores sociales que hoy reflexionan su decisión electoral en la contienda que culmina el 2 de febrero del 2014.                      

I. ANTECEDENTES HISTÒRICOS

La historia reciente de las luchas por el poder del Estado en Costa Rica irrumpe con el legado de la Guerra Civil de 1948 y el fallido levantamiento militar del Dr. Calderón Guardia, en 1955. Comprende las presiones de inversión pública lideradas por la burguesía agropecuaria, industrial y el comercio exportador; en vivienda, salud, educación y prestaciones sociales, dirigidas por los agentes de los partidos gobernantes a través de las instituciones estatales y las municipalidades, y las gestiones de bienestar ciudadano derivadas de luchas reivindicativas de diferentes sectores de la sociedad.    

La distribución de la riqueza social como gran logro del Estado reformista fue, además, resultado del ascenso de las luchas sociales; de las protestas, huelgas y demandas del magisterio nacional, empleados estatales, el proletariado bananero, los obreros de la manufactura y los consumidores de servicios públicos. En esa dinámica de conflictos y conciliaciones, la sociedad civil adquirió de nuevo tesitura política y electoral, después de la Guerra Civil.

La constitución de 1949 otorgó derechos electorales a las mujeres y a la población negra. Poco después se redujo de 21 a 18 años la edad para ejercer el derecho al voto y la participación de la población joven en actividades políticas. Desde 1953 se reorganizó el movimiento sindical obrero y campesino en la Confederación General de Trabajadores. Desde 1955 se formaron las juntas progresistas comunales y otras confederaciones sindicales que se vincularon al PLN. Entre 1960 y 1970 surgieron nuevas agrupaciones obreras, de estudiantes, campesinos y sectores ciudadanos, las cuales se adscribieron en buen número a los emergentes partidos políticos de izquierda.    

En tercer lugar, el tema del Estado reformista es inseparable de las repercusiones de la coyuntura económica y política en los liderazgos, composición y estructuras de los partidos, así como en las instituciones ideológicas y consensuales organizadas por la burguesía local en alianza con los intereses de los Estados Unidos en Centroamérica. Entre esos momentos de cambio resaltan la revolución cubana, la crisis del mercado común centroamericano, el alza de precios del petróleo desde 1971, la depresión económica de 1973-1975, la derrota militar y política de la dictadura somocista, el auge de movimientos revolucionarios en El Salvador y Guatemala, y la depresión capitalista de 1979-1983.

En el seno de esas alarmas se fraguó la fusión de los intereses del capital financiero e industrial con la política exterior de los Estados Unidos y Europa, y se lanzó la ofensiva imperialista que exigió a los Estados latinoamericanos el pago de las deudas externas e impulsó un comercio mundial sin restricciones nacionales, proteccionistas. El neoliberalismo forzó la reducción de las inversiones en bienestar social para subsidiar la reproducción y circulación del capital e impuso los ajustes de estructuras que arrasaron con las políticas de sustitución de importaciones, vigentes entre 1960 y 1980. Un antecedente estructural del neoliberalismo fue la revolución en la tecnología microeléctrica que unificó las industrias de telecomunicaciones, informática y automatización. A ese cambio se integró la biotecnología aplicada en farmacología, ingeniería genética, el cultivo de tejidos, industria alimenticia, minería y medio ambiente.

El neoliberalismo, la fase contemporánea del capitalismo imperialista, se convirtió en un sistema global cuando adquirió hegemonía política mundial a raíz de las transformaciones en la URSS y el desmembramiento de los países socialistas de Europa Oriental, durante los gobiernos de Mijail Gorbachov y Boris Yeltsin (1985-1991). A partir de entonces, Estados Unidos y Europa a través de la OTAN se encontraron sin competencia militar y retomaron la ofensiva neocolonialista con las guerras regionales en Europa balcánica, el Medio Oriente, Asia y Àfrica.

En ese contexto adquieren relevancia en Costa Rica, los impedimentos de los gobiernos para avanzar el desarrollo de políticas sociales de interés popular. Surgieron contradicciones en el bloque político detentor del poder por medio de los partidos Liberación Nacional y diversas coaliciones del liberalismo tradicional. Se configuraron nuevas corrientes ideológicas y partidos de izquierda, cuyo itinerario histórico ha concordado con los objetivos de las luchas sociales en relación con el reparto de la riqueza nacional y para encauzar las instituciones del Estado hacia metas de desarrollo con sentido ético, equidad en la propiedad y reparto de la riqueza y soberanía nacional.

En particular, porque desde 1983 el bipartido PLN-PUSC controló el poder del Estado. En momentos, adoquinado con los ajustes estructurales que diseñaron e impusieron a los gobiernos el FMI, el BM, el BID y el capital transnacional. En otros, enfangado por la corrupción descarada de conductores de esas políticas como Rafael A. Calderón Fournier, José María Figueres Olsen y Miguel Àngel Rodríguez, en mafiosa colaboración con políticos y empresarios ligados a algunas instituciones autónomas y a la banca transnacional.

En consecuencia los gobiernos del PLN-PUSC de los últimos 30 años abandonaron el reformismo; no así la intervención del Estado a favor de la reproducción sin fronteras del capital. Viraron al ala derecha del liberalismo, alimentaron la ingobernabilidad, agudizaron las luchas sociales, la desconfianza en los poderes del Estado y sus instituciones, y el descontento político. De ahí que, lentamente se fue abriendo el horizonte para la reformulación radical de la dominación neoliberal bajo liderazgo de nuevas y jóvenes expresiones del espectro político de centro e izquierda; en competencia, aún sin confrontación, con quienes militan en la extrema derecha de la política.         

II.- EXCLUSION DE LOS COMUNISTAS Y RUPTURAS EN EL P.L.N.    

En Costa Rica, entre 1949 y 1979 se avanzó otra fase del Estado Benefactor, con sustento en el Capítulo V de la Constitución. Este período difiere en cuanto al fundamento ético e ideológico de los cambios sociales y laborales que se institucionalizaron entre 1941 y 1948. En los artículos del capítulo V, las garantías sociales se perciben a distancia del concepto republicano y socialista que las legitimó inicialmente. Ahora se sustentan en la doctrina keynesiana del Estado Interventor o Estado Benefactor. Ya no se apela a una ética política, a los principios de doctrina social católica, ni del socialismo; sino a la evolución de las estructuras y las relaciones económicas de la sociedad capitalista que determinan la distribución de la riqueza social.  

La doctrina liberal clásica consideró las necesidades sociales básicas y de las clases trabajadoras, en la noción “interés general de la nación” y priorizó el crecimiento de la producción en el agro y la industria. En los años 40, ese tema de política económica generó la confrontación entre los republicanos liberales de izquierda, los comunistas y los socialdemócratas; porque éstos conciben las garantías sociales como parte del Estado de Derecho y las subordinan al crecimiento de la producción privada con mediación estatal a favor de la acumulación capitalista.

Para ellos, las cuestiones de Estado son temas seculares de tipo jurídico y político. Por principios derivados del dogma de la preservación inalterable de la propiedad privada de la tierra, la banca y las empresas productivas, los socialdemócratas rechazan las tesis marxistas sobre la sociedad y las finalidades del Estado. De ahí que, vencedores en la Guerra, ilegalizaron al Partido Vanguardia Popular y han menospreciado las alianzas políticas con los movimientos socialistas y los partidos marxistas. http://www.monografias.com/trabajos62/costa-rica-reformas-sociales/.shtml#ixzz2nUJu9SwD

El Decreto Ley No. 105 de la Junta de Gobierno y el Artículo 98 de la Constitución de 1949 ilegalizaron al PVP y los sindicatos campesinos, obreros y del sector público afiliados desde 1943 a la Confederación de Trabajadores. Los comunistas, que en 1947 sumaban unos 12.000 militantes vanguardistas, solicitaron inscribir el Partido Nacional Democrático para las elecciones de la Asamblea Constituyente, pero el 16 de agosto de 1949 el Tribunal Electoral desacreditó la pretensión. En 1950 insistieron en legalizar al PVP y fueron excluidos por la Ley No. 1191 del 1 de agosto del mismo año.  

En 1953 los vanguardistas hicieron actividad electoral como Partido Progresista Independiente, con el candidato Joaquín García Monge. De nuevo fueron proscritos por Ley No.1608 del 16 de julio. En 1957 propusieron la denominación Partido Unión Popular y en 1958 el Partido Socialista Costarricense, con Fabián Dobles como candidato. Las dos iniciativas fueron anuladas por la Ley No. 2788 del 20 de julio de 1961. Por ello, en 1962 apoyaron al Partido Acción Democrática Popular, liderado por Enrique Obregón Valverde, un liberacionista de izquierda y por el periodista Julio Suñol, miembro de la Sociedad de Amigos de la Revolución Cubana. El PADP obtuvo en 1962 el 0.9% votos para Presidente y 2.5% para diputados. (Gutiérrez, 1984:68).

En 1966 los comunistas presentaron al Tribunal el Partido Acción Popular Socialista con el candidato Marcial Aguiluz Orellana, disidente del PLN. Simultáneamente, Manuel Mora Valverde, secretario general del PVP, expresó públicamente sus simpatías por el candidato Daniel Oduber. Ese año el PVP celebró el X Congreso y constató un apreciable crecimiento. La composición social del partido mostraba un 43% de militantes de extracción obrera y campesina, 57% personas de la clase media, el 80% hombres y el 20% mujeres. (Gutiérrez, 1984:72)

En 1969 se negó el registro electoral de los vanguardistas, como Bloque de Obreros Campesinos e Intelectuales, presidido por Eduardo Mora Valverde. Ese año, Marcial Aguiluz inscribió el Partido Acción Socialista (PASO) el cual fue aceptado por el Tribunal y la Asamblea Legislativa, ante el dilema de ilegalizar dos partidos en un mismo proceso de elecciones. El PASO obtuvo el 5.5% votos para diputados. Eligieron 12 regidores municipales y llevaron a la Asamblea a Manuel Mora Valverde y a Marcial Aguiluz O. Los dos presentaron el Proyecto de Ley contra el Art. 98 de la Constitución. Cuatro años después el Plenario no había tramitado el proyecto. El PVP tenía 1.023 militantes en 1970. http://www.estudiosgenerales.ucr.ac.cr/estudios/no22/papers/iisec1.html

En las elecciones de 1974, los vanguardistas participaron y fueron electos diputados Eduardo Mora Valverde y Arnoldo Ferreto Segura, a pesar que aún regía la proscripción de los comunistas. Como fracción parlamentaria el PVP defendió leyes, como la expropiación de Osa Productos Forestales; eliminación de los Contratos-Ley de la Constitución; reforma a la Ley de la zona marítimo-terrestre; la Ley de Prohibición de Pesca en Aguas Patrimoniales del Estado; la creación del Parque Nacional “Manuel Antonio” en Quepos; reforma a la Constitución para derogar el párrafo segundo del Art. 98 y legalizar al PVP y otras fuerzas de izquierda activas en ese momento.

De modo que los vencedores de la Guerra Civil modularon el Estado Benefactor sin competencia electoral socialista, sin movilizar a sus bases sociales y con el fin de no contrariar los requisitos para la acumulación y reproducción del capital; sino más bien, para complementarlos atendiendo la necesidad de racionalizar la reproducción de la fuerza de trabajo. Ejercieron coacción y represión contra las voluntades reformistas de corrientes ciudadanas no liberacionistas. Y, a pesar de eso, otros hechos malograron la consistencia de su experimento reformista. Entre ellos, las rupturas de consensos y las fisuras entre los partidos gobernantes; los alineamientos con los intereses de los Estados Unidos; las diferencias con respecto al sindicalismo y sobre las funciones políticas de las organizaciones sociales y sus liderazgos populares.    

Las discontinuidades y estancamientos en los programas de reforma social se acentuaron en sincronía con otros acontecimientos. En el plano sindical, el rechazo a las autoridades eclesiales y el aval a la influencia sindical peronista. En la gestión de gobierno, el apego a los programas de la Alianza para el Progreso y el Mercado Común Centroamericano, estrategias de los Estados Unidos no siempre en concordancia con los objetivos de la Comisión Económica para América Latina o las orientaciones de la Internacional Socialdemócrata al PLN. En el campo internacional, el seguidismo a las directrices de la ONU, la OEA y las agencias regionales del gobierno norteamericano o de la Unión Europea, sin ponderar particularidades sociales, políticas y culturales de la historia nacional.        

Los partidos Unión Nacional (Ulatista) Unificación (Echandista) y otras facciones opositoras a los gobiernos del PLN carecían de asideros reformistas y renegaron los compromisos históricos con el “caldero-comunismo” de los 40. Eran agrupamientos elitistas más que partidos políticos contralores; liderazgos que envejecían políticamente, sumas de electores y pocos militantes orgánicos que disfrutaban puestos y prebendas en los gobiernos del PLN. Sólo a finales del setenta lograron alguna cohesión con el liderazgo de José Joaquín Trejos y Rodrigo Carazo Odio. Por esos años surgió también el Partido Demócrata Cristiano, con muy poco desarrollo.  

En las tiendas del PLN las escisiones afloraron desde 1958. Algunos rechazaban el caudillismo autoritario de José Figueres y el relevo de candidatos a Presidente de la República con criterio de comandos militares. Censuraban el abandono del ideario socialdemócrata. Resentían los fraudes electorales en las convenciones. Demandaban diferenciación social e ideológica con respecto a los liberales republicanos y los “mariachis”. Las “inconformidades” resquebrajaron al Partido.

Jorge Rossi creó en 1958 el Partido Independiente. Enrique Obregón Valverde fundó el Partido Revolucionario Independiente, en 1962. Rodrigo Carazo acogió desde 1964 la doctrina social católica y Benjamín Núñez, con el mismo libreto, redactó en 1968 los Documentos de Patio de Agua. El texto legitimó las fisuras. Nacieron el Grupo 70 y la fracción legislativa independiente que lideró Frank Marshall Jiménez con conceptos de ultraderecha. En esas deserciones, unos fundaron el Partido Socialista, el Partido Demócrata Cristiano o se acercaron a Vanguardia Popular.

Carazo abandonó el Partido Liberación en 1969 y con José J. Trejos fundó la Alianza Nacional Cristiana en 1972 y el Partido Renovación Democrática en 1974. Cuatro años después, el Partido Liberación vivió la primera gran derrota histórica con la presidencia de Carazo Odio y su proyecto de abandonar el paternalismo de Estado, combatir la corrupción, dignificar la política, defender la soberanía frente al FMI y fortalecer la identidad nacional con un ideario anticomunista, socialcristiano y liberal demócrata, divulgado por el Partido Unidad. (Abarca V. 1995: 38-40)

III.- RENACIMIENTO Y DISPERSIÓN DE LA IZQUIERDA ESTUDIANTIL

Otros cambios removieron la conciencia histórica, actualizaron ideologías y conceptos, ampliaron temáticas y metodologías de acción política en relación con la transformación social, consecución de la soberanía nacional y satisfacción de aspiraciones socialistas. Una vez más, la juventud universitaria y liceísta, magisterio, intelectuales y sectores de clase media irrumpen en varios escenarios políticos, tres décadas después de la exitosa alianza de republicanos y vanguardistas y del Partido Socialdemócrata que fundaron el Centro de Estudios de los Problemas Nacionales y José Figueres Ferrer.    

Entre 1960 y 1970 una intensa agitación gravitó en México, Centroamérica, el Caribe y el Cono Sur. La aureola de soberanía y justicia social irradió de la revolución cubana, de la estrategia insurreccional del proyecto OLAS y el heroísmo del Che Guevara en Bolivia; acompañó a los emergentes movimientos revolucionarios urbanos europeos y de América Sur, las luchas de descolonización y las agendas autonomistas de los Países No Alineados. La viabilidad de la paz mundial afloró en la iniciativa soviética de distensión en la Guerra Fría y de congelamiento de la carrera nuclear, en contexto de multitudinarias protestas contra la guerra imperialista en Viet Nam.

Esa atmósfera envolvió las academias y fue referente de identidad política de una generación de intelectuales, estudiantes y habitantes urbanos. A fines de los 50 la juventud crítica se declaraba admiradora del Movimiento 26 de Julio y se acercaba a los Amigos de la Revolución Cubana. En 1963 un grupo formó el Partido Revolucionario Auténtico (PRA) el cual fue otro polo de atracción de quienes radicalizaban ideales y criticaban el comunismo ruso. El PRA lo integraron entre otros: Sergio Eric Ardón, Otto Castro Sánchez, Álvaro Montero Mejía, José Francisco Aguilar Bulgarelli, Guillermo Arce, Jorge Arturo Camacho, Juan Antillón, Guillermo Joseph y el “Chino” Vargas. En la campaña del 62 apoyaron al Partido Acción Democrática Popular y forjaron vínculos con militantes disidentes del PLN y del clero católico. (Iglesias, 1984: 109).

Otra corriente apareció en 1961. Ese año el estudiante Rodolfo Cerdas Cruz fundó en la UCR la Juventud Socialista, vinculada al PVP, ilegalizado. Cerdas se propuso eliminar la tutela comunista y hubo divergencias de fondo con la dirección del partido. En un viaje a la URSS, entró en relaciones con la embajada China, cuando los maoístas rompían con los comunistas-leninistas. Expulsado del PVP en 1969, con el apoyo del comunismo chino se dedicó a elaborar la letra de una “nueva democracia” y un “nuevo bloque revolucionario de cuatro clases”. (Cerdas, 1981:99-138). A raíz de las protestas estudiantiles del 24 de abril de 1970 contra de la aprobación del Contrato Ley con la transnacional ALCOA, la agitación estudiantil le dio tema y ocasión para atacar al PVP y fundar el Frente Popular Costarricense (FPC). (Mayer, S., 1984: 141).

Las protestas contra ALCOA movilizaron más de 50.000 universitarios y liceístas y remiten al repunte del movimiento estudiantil y los partidos de izquierda. En ese campo fértil cuajaron otras corrientes de pensamiento marxista y las organizaciones políticas: Frente Popular (FP) Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP) y el Partido Socialista Costarricense (PSC). El PVP no capitalizó de inmediato la rebeldía estudiantil. Estaba involucrado en acciones sindicales y electorales. (Ruiz, A. 1984: 126).

En esos años se formó un grupo de discusión de los problemas nacionales que llenó un vacío de pensamiento crítico ante la ausencia de respuestas del PVP. En 1971 fundaron una organización de estudiantes, alternativa a la JVC, con Rodolfo Cerdas, Pablo Azofeifa, Álvaro Montero M., Eduardo Dorian, Nelson Gutiérrez Espeleta, Daniel Masís, José Ml. Arroyo, Roberto Hidalgo, María Eugenia Trejos y Álvaro Soto. De ahí nació el Frente Amplio Estudiantil Nacional (FAENA) el cual se presentó como “la única organización de la izquierda patriótica y antiimperialista”.

En tercer lugar, el 11 de abril de 1972 se fundó el Partido Socialista Costarricense (PS); aunque funcionaba como grupo desde 1971 presidido por Álvaro Montero M. -fundador del PRA- Enrique Obregón Valverde, José F. Aguilar Bulgarelli, Arnoldo Mora, Rodrigo Gutiérrez S. y Alberto Salóm E. Con el logotipo de la hormiga, el PSC se opuso a la línea política del MRP y se dedicó a disputar espacios al PVP generando pugnas de representatividad política y sindical. Su base social arraigó en universidades, empleados públicos, obreros y campesinos, y grupos de católicos. Fue exitosa la creación de la Juventud Universitaria Socialista (JUS). En 1975, en coalición con otras fuerzas eligieron a Alberto Salóm, Presidente de la FEUCR y la JUS fue un fuerte componente de la Unidad para Avanzar (UPA). (Ruiz, Á. 1984: 125-128)

El Movimiento Revolucionario Auténtico (MRA) en parte heredero del PRA, surgió en enero de 1970. Ese año ganaron presencia en los episodios de ALCOA pues ocupaban el directorio de la Asociación de Estudiantes de Estudios Generales. De ahí surge el Frente Estudiantil del Pueblo (FEP) “siguiendo la línea de construcción de frentes que desarrolló el MIR en Chile”. Al año siguiente, una escisión originó el Movimiento de Acción Revolucionaria Socialista (MARS) y poco después sus dirigentes Hubert Méndez, José Picado, César Solano, José Merino y Oscar Madrigal se adhirieron al PVP. El otro sector del FEP fundó el Frente Obrero del Pueblo (FOP), en competencia con el Movimiento Iglesia Joven (MIJ).  

Otra división del MRP dio lugar al Bloque 24 de Abril, poco antes de las elecciones nacionales de 1974. Después vino la fractura en el Movimiento Estudiantil Católico (MEC). Más repercusión tuvo “la escisión militar” provocada por algunos estudiantes que, años más tarde, organizaron “el Grupo La Familia” a raíz de las quemas de unos autobuses. Esa acción fue condenada por el MRP, a pesar de que tenían información de la “Operación Miguelito”. En 1981, un comando del grupo la Familia se involucró en una acción contra la embajada americana en San José. A raíz de esto hubo un tiroteo y murió un policía. Fueron apresadas Viviana Gallardo y otras dos muchachas. Estando en prisión, un amigo del policía fallecido, el Cabo Bolaños, asesinó vilmente a Viviana para vengar la muerte del compañero.

La siguiente ruptura del MRP la provocó un grupo influido por el trotskismo. Salieron dos miembros de la dirección y con otros militantes acogieron como guía revolucionaria las obras de León Trotsky. Ante esa actitud, la dirección apeló a los estatutos y a medidas disciplinarias. Surgió el grupo leninista-trotskista internacionalista (LTI) y otro que ingresó a la Tendencia Mayoritaria Internacional (TMT). (Iglesias J. 1984:114-116). En la campaña electoral de 1986 se presentaron como Organización Socialista de los Trabajadores (OST), en 1990 como el Partido de los Trabajadores en Lucha (PTL) y en el 2002 como Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). En las elecciones de 2010 se aliaron con el PVP liderado por Humberto Vargas Carbonell.

EL MIJ fue una opción radical de cristianos de izquierda que surgió inspirada y legitimada por el Congreso de Medellín (CELAM) de 1968. El evento estimuló la formación de organizaciones con compromiso político cristiano. Su líder, ejemplo de revolucionario, fue el sacerdote colombiano Camilo Torres Restrepo. En CR, el MIJ acuerpó a los partidos de izquierda; no tuvo independencia, estructura política de alcance nacional, ni realizó acciones de organización popular. Tampoco despegó un movimiento social cristiano radical. Al crearse el FOP, se enlazaron al MRP. Aportaron “gente fresca que se sumó a las aventuras militaristas y trató de atraer a obreros de la industria”. (Iglesias, J. 1984: 109-113).

En la UCR, desde 1967 el Frente de Acción Universitaria (FAU) imprimió al movimiento estudiantil y a la FEUCR un compromiso solidario internacional y nacional, y mayores vínculos con las luchas populares. En 1969, por acción del FAU y de la FEUCR se realizó un Seminario sobre el Contrato de la ALCOA y se organizó la protesta permanente en la Asamblea Legislativa. http://www.ticovision.com/cgi-bin/index.cgi?action=viewnews&id=12709

En 1970 el FAU, ligado al PVP a través de la JVC, era la única organización de izquierda aunque con poca fuerza electoral. En abril de 1972 se formó la Unidad Estudiantil de Izquierda (UNEI) una alianza de la JUS, ligada al PSC, el Frente Estudiantil del Pueblo (FEP), extensión del MRP, y la JVC. Ganaron la dirección de la FEUCR con un crecimiento de más de 1.000 votos. El grupo estudiantil del PVP se separó de UNEI en mayo de 1973 y se unió al Movimiento de Acción Revolucionaria Socialista (MARS) para formar el Frente Amplio Universitario (FAU). (Gutiérrez, 1984:72). Para las elecciones de la FEUCR de 1974, el PS y el PVP, con la papeleta Unidad para Avanzar (UPA) llevaron a Alberto Salom a la Presidencia. Obtuvieron 5.200 votos. Al año siguiente UPA obtiene otra vez el triunfo, pero con una baja de casi 2.000 votos. El FEP-MRP se negó a formar parte de la alianza y solo obtuvo 204 votos en 1974.

FAENA no formó coaliciones con la izquierda. Creó el Frente Estudiantil Mayoritario (FAM) con actividad en las sedes regionales de la UCR y facultades. En San Ramón nació el JIRU, Juventud de Izquierda Regional Universitaria, en la UNA el grupo Patria Joven. En 1972 presentó de candidatos a Eduardo Dorian y Pablo Azofeifa. Obtuvieron menos de 1.000 votos. En 1973, tuvieron buena presencia en las luchas por el presupuesto universitario y contra la Ley del Oleoducto. Se abstuvieron de participar en las elecciones de 1974 y apoyaron a UPA, la cual ganó el directorio de la FEUCR. En 1976 formaron el grupo Bases Universitarias Organizadas (BUO) y obtuvieron 3.000 votos. BUO viró a la derecha, dirigido por Federico Flores. Desaparece en 1979 y con él, FAENA. Hubo un “sucesor”: el grupo Liga de Asociaciones Solidarias (LAZOS). En sus mejores tiempos FAENA a lo sumo integró a 50 militantes. (Mayer, 1984:151-152)

Los años 1974-1976 fueron de auge de la izquierda universitaria. UPA se mantuvo en el directorio, hasta 1976, año que marcó la derrota de la izquierda. (Gutiérrez, 1984:73). En 1977 Fernando Coto, hijo del Presidente de la Corte de Justicia, magistrado del mismo nombre, dirigió la derrota de la izquierda estudiantil con su carapacho, danzas alucinógenas y triviales posiciones de derecha.

IV.- UNIDAD Y RUPTURAS EN LOS PARTIDOS DE IZQUIERDA

Entre 1949 y 1975, el Partido Vanguardia Popular dedicó sus esfuerzos a la actividad política para la consecución de legalidad electoral, el trabajo parlamentario y a la articulación de sus militantes con las luchas sindicales, agrarias, estudiantiles y en organizaciones comunales. Sus diligencias fueron marginales entre las clases medias económicamente activas. Ideológicamente, después del período estalinista y con la consolidación de Nikita Khrushchev y Leonid Brezhnev en el PC-URSS (1956 y 1982) se proclamó el “triunfo inevitable del socialismo sobre el capitalismo”.

En consecuencia, el PVP de los años 60-70 percibió que su función era contribuir con el desarrollo del capitalismo, más que luchar por la revolución. Propició “la vía pacífica al socialismo” en Costa Rica, (Ferreto, S.1981: 176) con rechazo explícito de la lucha armada; sin ponderar el impacto del apogeo de la Revolución Cubana, el avance de las actividades insurgentes del FSLN contra la dictadura somocista y la constitución en el país del PRA-MRA.

Sin embargo, desde 1968, ante los esperanzados aires de libertad y rebeldía de las juventudes a nivel mundial, el PVP consideró que debido a los cambios “en la correlación de fuerzas”, en Costa Rica era posible instaurar el socialismo sin agotar el desarrollo capitalista. Manuel Mora resaltó que en un gobierno del PLN podría surgir alguna resistencia al imperialismo. Reconoció el esfuerzo de Figueres, favorable a los cafetaleros, de abrir relaciones diplomáticas con la URSS y otros países socialistas, “señales claras de nuestra vía no capitalista en la transición al socialismo”. (Gutiérrez 1984: 67-69).

En perspectiva de acontecimientos futuros, esas tesis “consolidaron el “morismo” dentro de la izquierda vanguardista, aunque sus nuevos militantes se formaron en oposición a esa ideología. (Gutiérrez 1984:70). En posición hegemónica, el sector del partido afín a Manuel Mora retomó la tesis del “comunismo a la tica” enunciada entre 1936 y 1946, la cual había originado discrepancias. En 1949, Arnoldo Ferreto, Secretario General interino debido al autoexilio de Manuel Mora, documentó la autocrítica en relación con las posiciones políticas del partido en la coyuntura de 1943-1946. Esas censuras las formuló de nuevo en otros momentos, pero sin repercusión en el Comité Central del Partido. (Montero V. 2013:163-164 y 177)

Mientras tanto, la invasión norteamericana de Bahía Cochinos, la crisis de los misiles nucleares y la exacerbación del conflicto Cuba-URSS, hasta 1968, condimentaron rebeldías y suministraron en parte las ideas que originaron la “teoría del foco guerrillero”. Esquemáticamente: se considera que la izquierda debe construir una columna militar con el objetivo de agudizar las contradicciones sociales y políticas. Dado que las “condiciones objetivas” están dadas para la revolución, la guerrilla debe desarrollarse para forjar claridad y madurez en la conciencia revolucionaria. La propaganda y la organización de los trabajadores deben satisfacer ese objetivo. El frente militar operaría en terrenos de difícil acceso con acciones legítimas, como boicotear la producción y golpear las instituciones represivas, de modo que el conflicto social se polarice y facilite el asalto al poder. (Iglesias J., 1984: 110-111)

El “foquismo” lo adoptaron algunos movimientos revolucionarios que se apartaron de los PC en el período del pacifismo soviético. En Costa Rica lo acogió el PRA y luego el MRP. Colaboraron con el FSLN y participaron en la excarcelación de Carlos Fonseca Amador, del cuartel de Alajuela. Después de ese acto el PRA desapareció. El MRA, primero y luego, el MRP crecieron entre 1970 y 1976. Abordaron el financiamiento “realizando actividades selectivas, no comprensibles por el pueblo y en las que puso en peligro a cuadros muy especializados (…)

En una ocasión la tercera parte del partido cayó en prisión (…) En el secuestro de “Cuco” Arrieta fueron apresados otros militantes. (Iglesias, 1984: 120). El profesor Patrocinio Arrieta Leiva ocupó la Jefatura de Educación Primaria en 1924-25 y como tal presidió la Sociedad de Socorros Mutuos del Magisterio. Adquirió fama como prestamista (“cuando aprieta, Cuco Arrieta…”) y como víctima del primer secuestro político en Costa Rica. Era propietario de una vivienda que adquirieron unos chinos e instalaron el Restaurante Tin Jo, en el Paseo de los Estudiantes. Después del suceso, “Cuco” colaboró con dinero para el MRP.

En esas circunstancias “los Cucamaros”, por analogía con los “Tupamaros” de Uruguay, no participaron en las elecciones de 1974. Organizaron a pequeños productores de caña de Grecia, crearon el Sindicato de Trabajadores de Coope-Victoria y dirigieron la huelga de 1975. A finales de 1976 trabajaron con el PS y a mediados del 77 dialogaron con el PVP con miras a un trabajo sindical y electoral conjunto. Uno de esos acuerdos creó la alianza MRP-PS y AVANCE, sindicato que, junto con LUCHA (PVP), desalojó al FP de la dirección de ANEP. (Iglesias J. 1984: 117)

Entre 1979 y 1983 se mantuvo la alianza AVANCE pero unida al MT-11 de Abril, grupo que surgió de una escisión en el PS. En 1981 AVANCE se alía a sectores del PLN para enfrentar a LUCHA (PVP) y perdió la dirección de ANEP. “Entregaron el sindicato completamente sin fondos…al PVP”. Ante la iniciativa de los vanguardistas de formar la Confederación Unitaria de Trabajadores (CUT) (Ferreto 1981: 195) en 1979, el MRP se aisló y trató de conservar la dirección de ANEP. De nuevo son derrotados en 1982 y entonces conformaron un eje con el sector del PLN afín a Daniel Oduber, para lo cual, el Ing. Rolando Araya Monge fue puente y argamasa.

En 1983, en el III Congreso del MRP reconocen que AVANCE se mantuvo en la ANEP con los recursos del MRP. Afirman que “legalizaron” la manipulación y la burocracia, sin dirección colectiva y sin claridad política (…) sin generar cuadros que reprodujeran la organización”. Consideran que predominó un accionar político voluntarista y parcial por parte de algunos dirigentes. Después lograron convencer a sus activistas para que convirtieran el Partido en un sindicato. Pero en 1984 le piden a sus afiliados que abandonen AVANCE y reingresen a la ANEP, porque el MRP intentaría ganar la dirección, en alianza con el PVP- grupo Manuel Mora, contra el PVP-Vargas Carbonell, que ese año dirigía la ANEP.” (Iglesias, J. 1984: 118-122)

El MRP, creció en sectores obreros. En 1979 organizaron y dirigieron otra huelga, esta vez, en la Central Azucarera del Tempisque S.A. (CATSA), “una de las más heroicas y combativas que se recuerdan en Guanacaste”. Se suspendió para negociar cuando el movimiento estaba en auge y la patronal logró romper la huelga con ayuda policial”. Ese año crearon sindicatos en FERTICA, Hospital Monseñor Sanabria, estibadores del muelle de Limón y en una fábrica de calzado, en Alajuela. Aquí condujeron otra huelga. Dirigieron además la huelga en la fábrica Pozuelo. Esa protesta tuvo repercusión por la organización de las obreras. Pero se desgastaron en una campaña contra el consumo de galletas que no beneficiaba a las trabajadoras en huelga. Después de esas luchas crearon organizaciones campesinas. En Limón, San Carlos, Puntarenas, Miramar, Tenorio y Guácimo dirigieron ocupaciones de tierras y formaron el sindicato UPAGRA.

La presencia del MRP en Pueblo Unido (PU) fue opacada por el PVP, pues hacia 1982 PU era identificado por la mayoría de los ticos, como Vanguardia Popular o “los comunistas”. Lejos de diferenciarse, siguiendo con la línea militar, el MRP colocó su gente en puestos claves que le dieran acceso a sectores que no podían organizar por sus medios. Se quedó en la coalición PU, disfrutaron de la deuda política y de la diputación de Sergio Eric Ardón, en el gobierno liberacionista de 1982-1986.

El MRP realizó tres congresos. El primero en 1977, de cara a las elecciones. El segundo en 1980, en el punto más alto de actividad. Influido por el auge revolucionario en CA, dieron por un hecho la “madurez” de las condiciones para realizar la revolución en Costa Rica. Copiaron esquemas de organización de las FPL de El Salvador y del EGP de Guatemala. Mejoraron la preparación militar de sus militantes. Acordaron pasar a la clandestinidad y trabajar entre las masas para “poner en crisis el proyecto burocrático y economicista de la CUT, propuesta por el PVP.

En el tercer congreso, en 1983, ya había mucha deserción al punto que “ese Congreso aceptó la ruptura y definió quién heredaría el partido “oficial”. El grupo perdedor, dirigido por Otto Castro S. y Rolando Barrantes se dedicó a construir la Alianza Patriótica, la cual sufrió otra ruptura. El resto del grupo, con el nombre del partido, tampoco avanzó. La mayoría de cuadros del MRP rompió con ambos sectores. “En este momento el partido son dos personas: José Fabio Araya Monge y Sergio Eric Ardón. (Iglesias, 1984:119-122). El MRP y el FEP se esfumaron en el gobierno de Luis Alberto Monge.

El Partido Socialista Costarricense, otra agrupación de la “nueva izquierda”, trató de insertarse en varios frentes como las universidades, empleados públicos, zonas obreras y campesinos, y entre grupos de cristianos católicos. “La Hormiga” participó en la campaña nacional de 1973-74, una labor decisiva para su despegue político. Aportó ante todo “equipo joven, fresco y voluntarista y un tremendo empirismo”. No desarrollaron polémica teórica, ni metodológica con el PVP, ni con el MRP. Más que partido, fue la suma de personalidades en un grupo con experiencias y trayectorias heterogéneas; en un principio, alrededor de Álvaro Montero Mejía y Alberto Salom.

Desde 1974 la JUS en coalición con otras fuerzas fue el motor la Unidad para Avanzar (UPA) que dio a la izquierda la representación de la FEUCR. En los empleados públicos, en 1975, su trabajo dio a luz a la FENATRAP, desplazando a dirigentes de la CCTD, afín al PLN. Ese año organizaron campesinos de la Colonia Chambacú, en San Carlos. En fábricas y comunidades dirigieron una movilización contra el alza en las tarifas de buses en 1976, “la manifestación popular más importante de los años 70”. En el SINDEU cedieron ante el PVP. Entre los empleados públicos, el MRP los superó.

Los socialistas celebraron el primer congreso en octubre de 1972. Elaboraron el Programa de 21 Puntos, base de la campaña de 1974. El segundo Congreso se realizó en 1976. Ese año, la huelga del ICE les deparó éxito político, a pesar que fue derrotada y constituyó un golpe casi mortal para ASDEICE; aunque consagró figuras como Mario Devandas y el Ing. Alfaro. El PS creció entre los trabajadores de la caña, obreros, intelectuales y profesionales. Dirigieron la huelga de la caña en SITRATUVI, en Juan Viñas, y lograron puestos en el SINDEU. En las comunidades se sumaron al modelo de desarrollo comunal de la DINADECO. Entre 1974 y 78 ganaron presencia nacional.

En 1976 el PS propuso la unidad electoral con el PVP y el MRP. Se formó la coalición Pueblo Unido (PU) que obtuvo el 7.8% en las elecciones del 78 y tres diputados, en ellos Mario Devandas. Pero el partido fue absorbido por el PVP. La crisis en la dirección surgió en febrero de 1978 y se formaron dos facciones. Un grupo dirigido por Romano Sancho, Manuel Solís y Oscar Núñez, al perder la batalla legal por el nombre y el patrimonio del partido, fundaron el MT-11 de Abril. El PS “oficial” se lo dejaron Mario Devandas, Alberto Salom, Álvaro Montero y Arnoldo Mora.

La coalición PU no fue causa de la escisión del PS. En 1978 el partido catalizó un sector electoral no comunista, afín a la izquierda marxista. En PU, un equipo del grupo Montero – Devandas participó en la campaña de 1982. Álvaro Montero fue diputado “artificialmente”, por un pacto con el PVP. En 1982 Mario Devandas abandonó el partido con otros para conformar el núcleo, CANDIL. No lograron encender la mecha.

En síntesis, “el PS fue una experiencia política que, igual a otros partidos de izquierda, expresó los síntomas de la descomposición política del bloque dominante”, las angustias de sectores de la clase media alta y las utopías estudiantiles. Las divisiones del PS no generaron emigración al PVP. En 1984 algunos socialistas participaron en las elecciones con el nombre de Alianza Patriótica. El grueso del partido se negó a conciliar con el Comité Patriótico Nacional (COPAN) fundado y dirigido por Fausto Amador. (Ruiz, A. 1984: 125-133). El ex cura Arnoldo Mora fue cooptado por el PLN.  

El Frente Popular (FP) fue otra organización del abanico de izquierda. Para las elecciones de 1970, Cerdas formó el Frente Revolucionario Nacional, después llamado, Frente Popular Costarricense. “Figueres dio fuertes apoyos económicos al FP y al grupo FAENA, y China era una fuente económica permanente”. Por su parte, Juan José Echeverría Brealey hacía de puente con la Unidad. Rodolfo Cerdas era amigo de Enrique Benavides, vocero de la extrema derecha desde el periódico la Nación S.A., así como de Armando Vargas A., “hombre de estrechas relaciones con los Estados Unidos” y Ministro de Información del gobierno de Luis A. Monge.  

Desde 1972 iniciaron trabajo sindical en la Municipalidad de San José y algunas fábricas. Formaron comités contra el alza en el precio de la leche y recogieron firmas para forzar controles de precios a los productos de la canasta básica. Tenían el apoyo de varios miembros que salieron del PVP como Jaime Cerdas, Luis Alberto Jaén -fundador de las Juntas Progresistas- y Manuel Leitón, miembro de la Comisión Política del PVP. En las elecciones de 1974, las figuras relevantes fueron Cerdas, el sacerdote Carlos Muñoz, segundo lugar para candidato en San José y Daniel Camacho, en el tercer lugar. El FP presentó candidatos en Puntarenas y Acosta, en oposición al PVP. No lograron elegir diputado pero formaron 15 núcleos en San José, cada uno de 6 a 15 personas que impulsaron algunas luchas reivindicativas en comunidades, como Hatillo.

En 1974 se creó el cantón Corredores de Puntarenas y el FP fue a las elecciones municipales de 1975. Eligieron un regidor, en 1978. En Golfito, el regidor del PVP electo en 1975, ingresó al FP. En 1976 disolvieron los núcleos y células de San José y enfatizaron en los sindicatos. Primero en fábricas y luego en municipalidades, empleados públicos y universidades. Promovieron una huelga en Tirrases, con cierre de calles, dirigida por Plácido López, carpintero. En Puntarenas coordinaron tomas de tierras para viviendas suburbanas. En la zona sur, fundaron la Central Campesina del Sur en 1974 con 8 uniones campesinas de 40 miembros cada una. Sus dirigentes eran vanguardistas en retirada, como Miguel Arias y Pedro Araya. En 1977 regresaron a los barrios de la capital, en ocasión del proceso electoral del año siguiente.

El FP reconoció sus alianzas con sectores de la derecha para las elecciones de ANEP y en el SINDEU, en una autocrítica que publicaron en 1977. En la UCR eligieron tres miembros de 14 dirigentes. Ese año recurrieron a Leonel Villalobos, “director administrativo de la guardia rural” para movilizar empleados de ANEP. Luego crearon el SITECO y promovieron la división de los empleados públicos afiliados a ANEP.

El 23 de mayo del 77 realizaron el Congreso Nacional. Acordaron participar en la campaña de 1978 y “crearon una comisión de agitación y propaganda móvil que representaba obras de teatro en las comunidades…Hicieron millonarios programas de TV y radio centrados en el candidato a diputado, Rodolfo Cerdas. En Puntarenas, de los 9 candidatos a regidores todos dirigían comités comunales, pero el partido no les dio suficiente financiamiento electoral.

El triunfo personal de Cerdas marca el inicio del fin del FP. En mayo de 1978, el nuevo diputado dio el voto público a la Unidad para elegir el directorio legislativo. Fue un pacto con Carazo a fin de que el PLN pasara a la llanura. Ahí quedó claro que la “nueva democracia” no implicaba revolución popular…ni un camino al socialismo…Tampoco sería el producto de un nuevo bloque de fuerzas sociales…En el fondo consistía en un acentuado énfasis anti liberacionista. Cerdas buscó apoyo en  la burguesía para crear el Partido Nacional Democrático. Después del 78 abandonaron los frentes de trabajo. No lograron realizar una Conferencia Nacional propuesta. La comisión de cultura presentó un documento donde reconocen que el partido “no está dando la talla”. Poco después se fundó el Partido Nacional Democrático y desapareció el FP. (Mayer, S. 1984: 143-155).

La Organización Socialista de los Trabajadores (OST) de orientación trotskista, participó en las elecciones de 1978 con Carlos Coronado candidato a Presidente y Alejandra Calderón Fournier para diputada. Hija del segundo matrimonio del Dr. Calderón Guardia, Alejandra fue militante del PS antes de ingresar a la OST. En 1975, formó parte del Movimiento de Liberación de la Mujer (MLM). Fue dirigente de la Coordinadora Patriótica Nacional (COPAN), una opción a los Comités de Vivienda, al Frente Democrático de la Vivienda y el Frente Costarricense pro Vivienda Digna controlados por PLN. En 1981 el MLM se convirtió en el Centro Feminista de Información Acción (CEFEMINA) una organización no gubernamental por Decreto Ejecutivo No. 17515-J de 1987 http://calderocomunismo.blogspot.com/2010/02/maria-alejandra-calderon-fournier-1954.html

En el clímax de la depresión de 1979-1983, el gobierno de Luis Alberto Monge propició un acuerdo con el líder de la oposición republicana, Rafael A. Calderón Fournier, para disfrutar conjuntamente el financiamiento adelantado de las deudas electorales, una vez que se constituyera el Partido Unidad Social Cristiana. La idea de reeditar la alternancia de gobiernos de los republicanos y los liberacionistas se legitimaría con el accionar de un nuevo bloque político que tendría el control del poder estatal y el usufructo capitalista de la riqueza nacional.

El cálculo político visualizó las reacciones, respuestas y exigencias de las Agencias Financieras Internacionales ante futuras crisis coyunturales. Éstas constituían, a la vez, las premisas del cambio en el “modelo de sustitución de importaciones” y sus crisis recurrentes desde la “Guerra del Fútbol” entre Honduras y El Salvador de 1969, el alza de precios del petróleo y la depresión de 1973-1975.

El entendimiento conservador burgués se vio favorecido por la división del PVP. El 3 y 4 de diciembre de 1983 el Pleno del Comité Central aprobó crear la jerarquía de Presidente. Designó en el alto puesto a Manuel Mora Valverde y nombró Secretario General, a Humberto Vargas Carbonell. La decisión del Pleno produjo cisma político. Durante 1984 la división arrasó con todas las células y núcleos de cohesión y dirección del partido construidas con tenacidad proletaria entre 1948 y 1983. Por segunda vez después de 35 años, de los cuales 27 fueron de activismo parcialmente ilegal, se infligía otra derrota política al PVP y sectores del movimiento popular.

El reemplazo de Manuel Mora como Secretario General, cargo que ostentó desde la fundación del Partido Comunista el 6 de junio de 1931, fue el hecho cimero de un proceso de disensiones internas solapadas. Las diferencias ideológicas y sobre tácticas y estrategia política, torpemente postergadas, escindieron al PVP en dos grupos: El Partido del Pueblo Costarricense cohesionado por familiares del clan Mora Valverde, amigos y militantes acríticos del “morismo”, y el PVP comandado por Arnoldo Ferreto S y Humberto Vargas. Los antecedentes más cercanos a la división arrastraban desacuerdos, agudizados al calor del nacimiento de la CUT en 1979, del triunfo de la revolución sandinista y el apogeo del movimiento insurgente en el Salvador y Guatemala.

Cual “bomba de tiempo” las discrepancias en el PVP estallaron en 1984 en consonancia con la guerra contrarrevolucionaria en Nicaragua; en coincidencia con el 50 aniversario de la gran huelga bananera del Atlántico y en sincronía con la huelga bananera del Pacífico Sur. La heroica lucha de los bananeros y obreros de la palma había incubado en siete meses de tediosas negociaciones entre la Unión de Trabajadores de Golfito y la United Fruit Co., alevosamente postergados por la transnacional. La UFCo. tenía el propósito de abandonar el cultivo del banano sin cumplir las obligaciones con el Estado establecidas en los Contratos de 1934 y 1938. Además, había previsto reinsertarse en la apertura comercial que auspiciaron Ronald Reagan y el capital financiero en el Plan para la Cuenca del Caribe, presidido por el gerente generalísimo de la United Fruit Company.          

Mil novecientos ochenta y cuatro, como en la novela futurista de Orwell publicada en 1949, en la cual conjetura sobre las contradicciones entre el capitalismo monopolista y el comunismo estalinista de la postguerra, fue también preludio de la globalización neoliberal.

V.- BIPARTIDISMO Y DISPERSIÓN DE LAS LUCHAS POR EL PODER

El neoliberalismo despegó en Costa Rica hace tres décadas. En el gobierno del PLN, de Luis A. Monge se aprobaron las leyes monetarias, cambiarias e institucionales que satisfacían requisitos de política económica exigidos por el FMI y rechazados o postergados por el Presidente Rodrigo Carazo. Oscar Arias S., en el siguiente gobierno del PLN, aprobó el primer Plan de Ajuste Estructural, PAE-I. En la gestión de Calderón Fournier se firmó el PAE II y al día siguiente del Pacto Figueres-Calderón, dado a conocer en 1995, se convino la forma de destrabar las pugnas en el Congreso para aprobar el PAE III en el gobierno de Figueres y para futuras administraciones.

En quince años, de 1983 a 1998, el Estado Benefactor keynesiano perdió todo el ropaje jurídico e institucional que le dio señorío. El país quedó desprotegido ante la competencia mundial e invasora de las firmas transnacionales de la banca, industria, comercio, diversiones y difusión de dogmas religiosos. Las agencias de los monopolios fueron protegidas por Luis A. Monge y Ronald Reagan en “zonas francas” exentas de impuestos de renta y territorial, con tarifas de privilegio en el consumo de agua, electricidad, Internet y servicios municipales.

El calvario de la nación comenzó con traslado al capital privado de las empresas productivas del Estado (CODESA) y algunos servicios del ICE y el MOPT, y la eliminación del monopolio del Banco Central como ente receptor de dinero. Se aprobaron leyes para reducir inversiones sociales con cargo al presupuesto nacional. Se lanzó al mercado la inversión en educación, desde la pre-escolar a la universitaria. Se reprimió y coaccionó al movimiento sindical, en particular sobre el tema de la firma y vigencia de convenciones colectivas. Se amparó al solidarismo patronal-obrero. Se estimuló la inversión privada en salud pública. La infraestructura portuaria, terrestre, aérea y peatonal construida por el Estado entre 1935 y 1975 se entregó en administración a consorcios financieros para aliviar el presupuesto nacional, la deuda externa y favorecer la circulación regional del capital.

Con el slogan demagógico, “volvamos a la tierra”, la burguesía empresarial-agrícola, sin diferenciar el capital nacional del transnacional, disfrutó a lo grande de privilegios tributarios y aduaneros. La geografía económica cambió: piña, melón, cítricos, banano, yuca y palma africana ocuparon los vagones del transporte ferroviario, portuario y marítimo. Las importaciones de granos hicieron inoperante al Consejo Nacional de Producción y los centros comerciales medianos y grandes arrasaron con los estancos del Estado y los expendios de comercio minorista. El café adquirió fama como materia prima agroindustrial; igual que la ganadería, procesada por un oligopolio. Nuevos capitales emigraron o se acumularon en litorales “paradisíacos”, aprovechando incentivos estatales al turismo y reproduciéndolos por medio de un mercantilismo frívolo, procaz y delictivo.

Desde 1983, la ofensiva del PLN y los gobiernos bipartidistas contra el movimiento sindical clasista marcó pautas a las empresas extranjeras y nacionales. La contratación y explotación de la fuerza de trabajo se rige hoy por la oferta y demanda de brazos, más que, por la legislación laboral. Jóvenes mujeres y hombres calificados en universidades privadas y públicas son diestros en las innovaciones técnicas y formas modernas de gerencia y administración de empresas, comercios y bancos. Pero, en general, padecen crónicamente de una incomprensión sistémica de sus culturas, sus contradicciones y fundamentos humanistas. El nuevo sector de clase media alta trabaja todos los días sin más horizonte que alimentarse, estudiar y disfrutar las noches del presente.

Quizás no saben que desde el gobierno de Luis Alberto Monge y del bipartidismo se estableció el impuesto a las viviendas, al salario y las jubilaciones; se quitaron los controles de precios a los productos de la canasta básica y la educación, y se contrajo el empleo en el Estado. Muchas hijas e hijos de educadores y profesionales sí conocen que el magisterio y los empleados estatales han quedado acorralados en un régimen ocupacional austero, de salarios y pensiones congeladas en proporción a las alzas en el costo de vida, las devaluaciones del colón y la demanda privada de fuerza de trabajo en el sector de servicios calificados.

Saben por experiencia o “porque han oído”, que la pirámide de población se ensancha en la franja de adultos mayores y los jóvenes e inmigrantes ocuparán los índices de empleo y de satisfacción de necesidades de la población activa y pasiva del país. Todos los días las imágenes de televisión y las letrillas de la prensa los alerta sobre el aumento de la criminalidad: en la última década se pasó de 7 a 14 homicidios por cada 100.000 costarricenses, en muchos casos, crueles asesinatos de mujeres jefas de hogar, madres solteras o laboriosas esposas. La pobreza cifrada en ingresos fijos acosa desde 1994 al 20% de los hogares. El desempleo y subempleo suman el 21% y el gasto social, obligación del Estado, se mantiene comprimido y enredado en la inequidad tributaria. A seis de cada 10 mujeres asalariadas se le violenta al menos uno de sus derechos. Dos tercios de la clase trabajadora con empleo formal y salario fijo, no superan los $ 600 mensuales.

En el ámbito político, la representatividad de los ciudadanos y de las clases sociales en los órganos del poder gubernamental y estatal, muestra el naufragio del bipartidismo desde el año 2006. Los ciudadanos repudiaron el enriquecimiento ilegal e inmoral de sus líderes y algunos funcionarios, y el Partido Acción Ciudadana (PAC) tuvo gran éxito electoral. En adelante, una marea multicolor de partidos personalistas, acaso con intereses parciales, inunda cada cuatro años al TSE provocando dispersión de energías y fuerzas políticas; “dando palos de ciego” sobre cómo lograr la satisfacción del interés general de la nación y para donde enrumbar a la más estable democracia electoral de Centroamérica.

A escala de candidatos presidenciales ha habido elecciones con dos partidos y otras, hasta 14. En 1978 y 1982 participaron 8 partidos con candidatos presidenciales, en ellos cuatro agrupaciones de izquierda que formaron la alianza PU, y la OST. En 1986 el PVP se salió de PU y se unió al Frente Amplio Democrático para formar la Alianza Popular. PU desapareció en 1990. En 1994 emergen partidos a escala regional, como el Unión Generaleña. Ese año, Fuerza Democrática abanderó la izquierda del país.

En 1998 el PVP levantó PU con escasa votación y también participó FD. En el 2002 renacen los partidos inscritos a nivel regional y cantonal, y otros de izquierda: El Independiente Obrero, el Patriótico Nacional, FD y la Coalición Cambio 2000, integrada por PU y Acción Democrática Alajuelense. Por primera vez en medio siglo, el Presidente fue electo en segundas elecciones que favorecieron al Dr. Abel Pacheco. En 2006 se inscribieron 14 partidos, entre ellos seis de izquierda. En el 2010 se fundó el partido Alianza Patriótica con el Acción Demócrata Alajuelense. FD ni PVP presentaron candidatos. http://es.wikipedia.org/wiki/Partidos_pol%C3%ADticos_de_Costa_Rica

Cuantos más partidos hay, observa el historiador Vladimir de la Cruz, aumenta el abstencionismo, como en los años 1998, 2002 y 2006. A más partidos no ha correspondido mayor participación ciudadana. El abstencionismo comprende a quienes no van a votar, cifra que ha llegado a un 34% en el 2006 y en promedio es del 24.38%, y los que entregan papeletas en blanco. Hasta 2010 se elegían los candidatos al Poder Ejecutivo, Legislativo, Municipales y de los Consejos Distritales. En el 2014, entre 9.000 y 12.000 puestos no se van a elegir porque se hará por separado en el 2016. http://www.ticovision.com/cgi-bin/index.cgi?action=viewnews&id=13883

El suceso relevante de este año electoral fue la divulgación de los resultados que eventualmente obtendría el Partido Frente Amplio y su candidato José María Villalta, según dos empresas de encuestas. A finales de diciembre, Villalta ocupa el segundo lugar en las intenciones de voto y el candidato del PLN no lograría el 40% necesario para obtener la Presidencia. Se conjetura sobre la segunda vuelta electoral en abril del 2014. Hipótesis que, de confirmarse, acentuaría la polarización ideológica y el desencuentro de las actitudes y voluntades ciudadanas, entre aquellas posturas de derecha y las de centro-izquierda; entre los candidatos de los partidos aferrados a los dogmas del neoliberalismo y sus desigualdades sociales, y quienes rechazan ese modelo de capitalismo.

Importantes antecedentes indican la resistencia al neoliberalismo y a los partidos que lo instauraron en el país y lo siguen defendiendo. Bastantes acontecimientos confluyen en la aceptación de las propuestas de centro-izquierda propagadas por el Frente Amplio, Acción Ciudadana y otras fuerzas que, a pesar de su expreso anti-neoliberalismo, reciben menos simpatías de los votantes.

Entre ellas, el aumento de las acciones colectivas de protesta contra la Ley de Pensiones y el Combo ICE, en 1995 y 1999; el movimiento del NO al TLC, en el referéndum del 2007; las luchas obreras contra el arriendo del muelle de Limón; las manifestaciones ciudadanas contra la explotación de la minería abierta y por la protección de las cuencas hidroeléctricas; las alianzas de los partidos regionales y locales para desplazar a dirigentes del bipartidismo del poder municipal y los consejos de distrito; las luchas estudiantiles por el presupuesto universitario; o la formación de un bloque legislativo para derrotar al PLN en la elección del Presidente de la Asamblea, hace apenas dos años. http://www.hablandoclarocr.com/index./hablando-juntos/politica/203-transicion-y-politica-

El surgimiento del Partido Frente Amplio sintetiza una vertiente de las incidencias constructivas de la izquierda costarricense que, históricamente, ha reivindicado las necesidades y derechos de la clase trabajadora y la ciudadanía democrática. La reversión de la crisis de los partidos de izquierda avanzó entre 1984 y 1995. El 23 de julio de 1995 hubo una asamblea nacional con invitación a todas las corrientes de izquierda, a la cual no asistió el Partido del Pueblo Costarricense, facción Mora Valverde del PVP escindido en 1983. Ahí se fundó el Partido del Pueblo Unido (PPU) con el Lic. Trino Barrantes Araya, como Presidente.

Otras fuerzas de izquierda lideradas por el PPC e intelectuales y estudiantes, fundaron el Partido Fuerza Democrática para las elecciones de 1998 y llevaron a José Merino del Río, yerno de Eduardo Mora Valverde, a la Asamblea Legislativa. En el 2002 el PPU, PSC y el PADA (Alajuela) forman la Coalición Cambio 2000 que escogió candidato presidencial al Ex secretario General del PLN, Walter Coto Molina. Por su parte, FD se dividió en las elecciones del 2002 y Merino del Río lideró el Foro de Acción Política “Otra Costa Rica es posible, otro mundo es posible”, así como el Movimiento Alternativa de Izquierdas (MAIZ). Esta organización inscribió el FA el 16 de octubre del 2004.

Cambio 2000 y FD tuvieron un revés en el 2004 y al año siguiente nació la coalición Izquierda Unida, integrada por seis partidos: Movimiento Autónomo del Pueblo Unido (MAPU), Movimiento de Trabajadores y Campesinos (MTC) un Partido de Limón, Partido del Pueblo Costarricense (PPC), Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), Partido Socialista de los Trabajadores y Partido Vanguardia Popular (PVP). Estas agrupaciones no lograron coaligarse en el 2006, mientras en esa campaña resultó electo de nuevo como diputado, José Merino del Río.    

En las elecciones de 2010 el FA dejó de ser un partido provincial y se inscribió a escala nacional. Postuló para presidente al Rector del Instituto Tecnológico de Costa Rica (TEC) y ex vocero del No al TLC, Eugenio Trejos. En esas elecciones resultó el nombramiento como diputado del Lic. José María Villalta Florez-Estrada. Sólo eligió el regidor de Siquirres, pero se integró a la lucha electoral en alianza con otros partidos en diez municipalidades de San José, Alajuela y Heredia. Asimismo, para la elección de Alcaldes, participó en cuatro municipios aliado con ecologistas, socialcristianos, PASE y Alianza Patriótica. www.tse.go.cr/revista/art/2/beers.pd

De manera que, en relación con la campaña que culmina en febrero del 2014, la opinión pública que prefiere al candidato Villalta del FA, ha sido forjada en el lento proceso del despertar de la conciencia de pertenencia a unas u otras clases sociales del país; en la oposición al caudillismo y el pragmatismo del PLN, en el repudio a la corrupción de distintos agentes de la clase gobernante y la defraudación del presente gobierno del PLN. En fin, por un sentimiento de identidad nacional que se cultivó y maduró desde 1983 en contra del neoliberalismo y de las desigualdades económicas y sociales que ensucian la buena imagen internacional de Costa Rica.          

Abarca V. Carlos A. Rodrigo Carazo y la utopía de la dignidad. EUNA. Heredia, 1995.

Ardón R. Sergio E. “El papel dela izquierda en la organización de las fuerzas populares”. En: Los problemas socio-políticos del desarrollo en Costa Rica. U.C.I.D. y EUNED. San José, 1981.Pp. 221- 261.

Cerdas Cruz, Rodolfo. ”La nueva democracia como proyecto político hegemónico”. En: Los problemas socio-políticos del desarrollo en Costa Rica. U.C.I.D. y EUNED. San José, 1981.Pp. 99-171).

Ferreto S. Arnoldo. “La coyuntura internacional: el tránsito al socialismo”. En: Los problemas socio-políticos del desarrollo en Costa Rica. U.C.I.D. y EUNED. San José, 1981.Pp. 175-218.

Gutiérrez, José María. “Los Años del vacío”. En: COPAN. Revista Teórica Nos. 2 y 3. Dirección, Fausto Amador. San José, 1984. Pp. 59-74.

Iglesias, Juan Ml. “MRP: Entre el pueblo y la montaña”. En: COPAN. Revista Teórica Nos. 2 y 3. Dirección, Fausto Amador. San José, 1984. Pp. 107-122

Mayer, Susana. “Requiem por el Frente Popular”. En: COPAN. Revista Teórica Nos. 2 y 3. Dirección, Fausto Amador. San José, 1984. Pp. 139-157.

Montero Vega, Álvaro. Memorias de una vida y un tiempo de luchas y esperanzas. EUCR. San José, 2013. P. 251.

Ruiz, Ángel. “La política de la “Hormiga”. En: COPAN. Revista Teórica Nos. 2 y 3. Dirección, Fausto Amador. San José, 1984. Pp. 125-138.

http://www.monografias.com/trabajos62/costa-rica-reformas-sociales/.shtml#ixzz2nUJu9SwD
http://www.estudiosgenerales.ucr.ac.cr/estudios/no22/papers/iisec1.html
http://calderocomunismo.blogspot.com/2010/02/maria-alejandra-calderon-fournier-1954.html
http://es.wikipedia.org/wiki/Partidos_pol%C3%ADticos_de_Costa_Rica
http://www.ticovision.com/cgi-bin/index.cgi?action=viewnews&id=13883
http://www.hablandoclarocr.com/index.php/hablando-juntos/politica/203-transicion-y-politica-en-costa-rica

www.tse.go.cr/revista/art/2/beers.pd

El significado histórico de Salvador Cayetano Carpio Roberto Pineda

Ponencia presentada en presentación del libro El rostro oculto del Comandante Marcial, realizada  en el Centro Cultural Nuestra América, el 27 de agosto de 2019.

  1. Agradecimiento y felicitaciones

En primer lugar deseo agradecerle a Domingo por permitirme comentar su interesante libro  El rostro oculto del Comandante Marcial. Considero que es importante en este momento de mucha confusión, el buscar en nuestra trayectoria historica los valores y las experiencias que nos permitan enfrentar los complejos desafíos que  se alzan ante los sectores populares y la izquierda en El Salvador.

  • Sobre el papel de la personalidad en la historia

El marxismo nos enseña que existe una estrecha relación entre las personalidades destacadas, los dirigentes y los sectores populares. Si bien el ser social determina la conciencia social, o sea las condiciones sociales determinan las ideas, las visiones de las personas, de los individuos, pero estos a su vez pueden con su práctica y con sus proyectos, ponerse al frente de los acontecimientos e impulsarlos, para transformar la realidad.

Así funciona la dialéctica de la vida y de la historia. Hay personas que por sus capacidades y cualidades excepcionales se convierten en personalidades, aunque actúan en el marco de sus realidades históricas, en el que los sectores populares desempeñan el papel decisivo.

Las personalidades son por lo tanto producto del desarrollo social, del nivel alcanzado por la lucha de clases en determinada sociedad. Reflejan las peculiaridades de su clase o grupo social. Son personalidades destacadas, porque reflejan las demandas históricas, y contribuyen al progreso social. Todo esto fue abordado magistralmente por Jorge Plejanov en su conocida obra “El papel del individuo en la historia.”

Las personalidades inciden fuertemente en los procesos sociales, que se caracterizan por su complejidad contradictoria, por el choque de intereses entre clases opuestas. Las aspiraciones de estas personalidades, sus necesidades, sus luchas, sus fortalezas y debilidades reflejan precisamente este choque de intereses. No podemos explicar la historia exclusivamente mediante la psicología individual sino que debemos remitirnos al conflicto de clases, de fuerzas sociales en pugna. Salvador Cayetano Carpio, sin duda alguna, fue una de estas personalidades.

  • Sobre el libro acerca de Salvador Cayetano Carpio

Es en este marco global que debe ubicarse la trayectoria histórica de Salvador Cayetano Carpio, su destacada participación sindical y militancia política en el Partido Comunista por 25 años y su conducción de las Fuerzas Populares de Liberación por 13 años y el desenlace trágico, inesperado, doloroso de su vida.

El libro de Domingo se divide en diez capítulos y tres anexos. Nos acercan a la década de los sesenta, setenta y ochenta  del siglo pasado, tratan sobre el papel primero de Saúl y luego de Marcial, pseudónimos de Salvador Cayetano Carpio,  con relación al FUAR, al PCS, al movimiento sindical, a las FPL  y al FMLN.

El primer capítulo trata sobre  antecedentes históricos, su captura en 1952 narrada en la clásica obra de su autoría, Secuestro y Capucha. Domingo también rescata del olvido el papel de Ana Rosa Ochoa y su librería Claridad, ubicada en el centro de San Salvador en esa época, y que distribuía literatura marxista.

Salvador Cayetano Carpio nace en Santa Tecla el 6 de agosto de 1918. Se suicida en 1983 a los 64 años de edad. Su papá, de nombre José, originario de Chalatenango, era zapatero, y nunca lo conoció. Su mamá, Marcos Cerro, empleada doméstica, era de Cojutepeque. Su niñez la vive inicialmente con su abuela en el Mercado Central y luego, con monjas.

Y en su temprana adolescencia asiste al seminario de los somascos, el Emiliani, frente a la iglesia de Guadalupe. A los 13 años, siendo un niño,  en respuesta a maltratos huye del seminario y comienza ganarse la vida, en diversos oficios. Como aprendiz de zapatero experimenta los castigos crueles de la época; participa en las cortas de café en santa Ana; luego se va a Guatemala,  ahí se encuentra en 1932; ingresa como aprendiz de panificador y aprende ese oficio en el hospital de Antigua Guatemala.

En 1941, a los 21 años regresa a El Salvador y trabaja en diversas panaderías. En junio de 1943 encabeza una exitosa huelga por aumento salarial y mejores condiciones de trabajo. En 1945 el régimen militar de Salvador Castaneda Castro lo captura por su actividad sindical. Ese mismo año, a los 27 años de edad, ingresa al PCS reclutado por el abogado Toni Vasiliu Hidalgo. Rápidamente asciende en el PCS y se convierte en secretario de organización. Y se esfuerza por reorganizar el movimiento obrero. Es de nuevo capturado en septiembre de 1952 junto con su compañera Tulita Alvarenga. Es liberado en 1956 y parte hacia la URSS a la Escuela de Cuadros y asimismo realiza una estancia en la recién liberada República Popular China. Regresa al país en 1961. Y ahí empieza la historia narrada en el libro.

El segundo capítulo del libro es sobre el Frente Unidos de Acción Revolucionaria, FUAR. El tercer capítulo sobre el V Congreso del Partido Comunista de El Salvador, PCS. El cuarto capítulo sobre la huelga de los panificadores de 1967.  Debo reconocer que es primera vez que escucho sobre este episodio de los rompe dedos.

El quinto capítulo sobre la renuncia de Saúl al PCS, marzo de 1970. El sexto capítulo trata sobre frecuentes cambios de conducta en Saúl. El séptimo capítulo trata sobre la construcción inicial de la unidad revolucionaria.  El octavo capítulo sobre la visión de Marcial sobre la unidad. El noveno capítulo sobre el asesinato de Ana María y el suicido de Marcial. El décimo capítulo trata sobre la Comandante Ana María.

  • Conclusiones

Es importante establecer los principales y valiosos aportes de la práctica política  de Marcial, que abarcaron más de 40 años, y que permitieron hacer avanzar el proceso revolucionario salvadoreño. Entre estos se encuentran los siguientes:

1.27 años (1943-1970) dedicado al fortalecimiento del movimiento obrero.     2. La cárcel y la tortura contra él y su compañera Tulita en 1952 no le hicieron desistir de sus ideas revolucionarias. Se mantuvieron ambos firmes.                                                                                     3. El mérito histórico de identificar la lucha armada como vía principal para la derrota de la dictadura militar.                                                                                                           4. La construcción sacrificada de una poderosa y ejemplar organización político-militar, las Fuerzas Populares de Liberación, FPL Farabundo Martí. Reivindicando el nombre de Farabundo Martí, de la insurrección de 1932.                                                                                               5. La construcción de un poderoso y combativo movimiento de masas, el Bloque Popular Revolucionario, BPR. El más grande movimiento popular de nuestra historia.

Es importante también profundizar sobre las raíces del pensamiento que estuvo a la base de la práctica de Marcial. Considero que el pensamiento de Salvador Cayetano Carpio, de raigambre artesanal, porque esa era su procedencia social, que estuvo influenciado fuertemente por tres visiones: el dogmatismo, el sectarismo y el mesianismo. 

La mezcla explosiva de estas tres visiones le condujo finalmente al asesinato como medio para resolver diferencias políticas.  Este asesinato, el de Melida Anaya Montes, su segunda al mando, lamentablemente, dolorosamente, vino a borrar de tajo una brillante hoja de servicios a la revolución salvadoreña.

El caso de Marcial tiene un parangón histórico, la personalidad de Stalin. Stalin fue de los primeros bolcheviques, vivió la clandestinidad, estuvo desterrado en Siberia, impulsó la industrialización de la Unión Soviética, derrotó a los ejércitos nazis en la Segunda Guerra Mundial, pero a la vez como lo denunció Jruschov en el XX Congreso del PCUS, en febrero de 1956, fue el responsable de múltiples crímenes y violaciones a la legalidad socialista, de los famosos juicios de Moscú, lo que determinó que fuera borrado, eliminado del listado de héroes de la revolución rusa.

Hablamos de dogmatismo refiriéndonos a lo que Marcial -quizás por su formación marxista- consideraba categorías del marxismo como fetiches, como verdades intocables. Partía de una concepción lineal, determinista, mecanicista (necesidad histórica, inevitabilidad del socialismo). Entre estos dogmas se encontraba el de la clase obrera (obrerismo); la alianza obrero-campesina, el papel de vanguardia del proletariado, etc.  Esta situación determinó que él no pudiera avanzar y cambiar, su pensamiento se rezagó con respecto a  la realidad, no tuvo siempre la capacidad de plantear nuevas respuestas ante nuevas situaciones.

El obrerismo fue muy dañino y ya Lenin había explicado que en el seno del partido revolucionario de nuevo tipo desaparecen las diferencias entre obreros e intelectuales y se pasa a ser militantes. Marcial no comprendió esto.

Caracterizamos como sectarismo a que las FPL se presentaban como las únicas dueñas de la verdad revolucionaria, como la indiscutible “vanguardia proletaria”, única organización consecuente y las demás eran “desviadas”, “revisionistas”; “pequeño burguesas”; aparecía como la única con una estrategia correcta: la guerra popular prolongada, etc.

Esta visión sectaria en las FPL fue trasladada a la praxis desarrollada por el Bloque Popular Revolucionario, BPR,  y sus fuerzas integrantes, lo que bloqueó en aquella época cualquier posibilidad de unidad con otros sectores populares y afectó la construcción de alianzas con sectores democráticos. E incluso esta visión sectaria predominó en los primeros años de la Guerra Popular Revolucionaria, allá en Chalatenango.

Algunos de los que estamos aquí y que militamos sea en el PC o en las FPL, vivimos esas experiencias. En mi caso, a principios de  los años setentas, como dirigente de AES, la Asociación de Estudiantes de Secundaria, en esa época, experimenté la frustración por las actitudes sectarias de los compañeros del MERS, del Movimiento de Estudiantes Revolucionarios de Secundaria, hubo muchas huelgas en institutos nacionales que pudimos haberlas hecho conjuntamente y obtenido mejores resultados. Pero el MERS si bien era muy combativo a la vez era muy sectario, en seguimiento a la línea  que recibía.

Y también existió en la conducta política de Marcial, rasgos de mesianismo, particularmente  en los últimos años en los que él construyó alrededor de su persona un enfermizo culto a la personalidad, una alta concentración de poder, y tuvo promotores internos y hasta externos para esto, como el mexicano Mario Menéndez, director del diario Por esto! que lo bautizó como el Ho Chi Minh de América Latina.

En el caso reseñado en el libro del FUAR, por su dogmatismo, Saúl no pudo comprender, a inicios de los años sesenta la necesidad de pasar a nuevas formas de lucha, entre estas la armada y se aferró a la lucha sindical. Fue hasta el final de la década que rectifica esta posición y  se lanza a la lucha armada.

En el caso del V Congreso del PCS de marzo de 1964, en su dogmatismo Saúl en vez de fortalecer al PCS llevando “obreros” a su dirección, asumiendo como secretario general y desplazando a Daniel Castaneda, termina debilitándolo ya que estos vienen a reproducir sus estilos de trabajo artesanal y economicista. 

En el caso de la huelga de los panificadores de 1967, Saúl no toma en cuenta el estado de ánimo de los sectores populares, y se ve obligado a  utilizar métodos de lucha que no vienen a promover mayores niveles de organización y conciencia, sino que generan rechazo y aislamiento.

En el caso de la ruptura del PCS, en los años 69-70 prevaleció una visión sectaria, en la que de manera maniquea se acusaba a un sector de pequeño burgués y derechista, cuando esta fractura pudo haberse evitado y con esto se hubiera hecho avanzar el proceso revolucionario, que luego llevo diez años de agudas polémicas entre una izquierda dispersa, hasta lograr la unidad, la reunificación, en diciembre del 79.

En el caso del proceso de unidad de la izquierda de finales de los 70 y principios de los 80, el sectarismo propiciado por Marcial atrasó pasar a nuevos niveles de unidad en la izquierda salvadoreña, en el FMLN y desembocó en los impensables sucesos de abril de 1983, en los que el principal dirigente de las FPL, Marcial se consideró con el derecho de arrebatarle la vida a la segunda dirigente de las FPL, Mélida Anaya Montes, la Comandante Ana María

El marxismo en América Latina Adolfo Sanchez Vasquez (1988)

            La amplitud del término “marxismo” nos obliga a fijar, desde el primer momento, las coordenadas en que habremos de movernos. Primera: la de atenernos a una situación de hecho: la diversidad de corrientes marxistas en América Latina. Segunda: la de considerar marxistas a todas las corrientes que se remiten a Marx, independientemente de cómo hayan sido rotuladas: socialdemocracia, leninismo, maoísmo, castrismo-guevarismo, reformismo o foquismo. Por marxismo en América Latina entenderemos, pues, la teoría y la práctica que se ha elaborado en ella tratando de revisar, aplicar, desarrollar o enriquecer el marxismo clásico.

            Puesto que todo marxismo se remite a Marx, cabe empezar preguntándonos: ¿cuál es el Marx que llega a América Latina? Es el Marx de los textos que primeramente circulan en el continente, el del Manifiesto Comunista, primer tomo de El Capital y Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política, textos leídos desde la década del 80 del siglo XIX, con clave socialdemócrata y, desde los años veintes del presente siglo con la clave leninista de la III Internacional. Este Marx proporciona una concepción de la historia, y del lugar que en ella ocupan tanto los países modernos, capitalistas, como, los “atrasados”. Los parámetros de dicha concepción son los siguientes: 1) existe una historia universal desde que la burguesía ha creado un mercado mundial; 2) este desarrollo histórico universal, vinculado a la expansión mundial capitalista, tiene un carácter progresivo no sólo por el inmenso incremento de las fuerzas productivas sino también porque crea las bases materiales de una sociedad superior y con ellas hace emerger al proletariado como sepulturero del capitalismo; 3) el desarrollo progresivo del capitalismo desemboca inevitablemente en la sujeción de los pueblos no occidentales, colonizados, cuya incorporación al progreso histórico dependerá, en definitiva, del proceso de expansión capitalista; 4) aunque el capitalismo prepara las condiciones materiales para el socialismo, éste sólo llegará como resultado de la acción del proletariado, convertido en sujeto central y exclusivo del cambio revolucionario; y 5) la emancipación de los pueblos sojuzgados sólo vendrá por tanto de la acción del proletariado de las metrópolis, como eje de la revolución mundia

           

Aunque este paradigma lo aplica Marx sobre todo a los pueblos de Oriente, se extiende también a América Latina, aunque este continente apenas si ha sido objeto de la atención de Marx. Entre los escasos textos de Marx y Engels sobre América Latina está el artículo de Engels, de 1847, con motivo de la guerra de conquista que los Estados Unidos libran contra México. En él se dice: “Constituye un progreso también que en un país ocupado hasta el presente de sí mismo, desgarrado por perpetuas guerras civiles e impedido de todo desarrollo, un país que en el mejor de los casos estaba a punto de caer en el vasallaje industrial de Inglaterra, que un país semejante sea lanzado por la violencia al movimiento histórico. En interés de su propio desarrollo México estará en el futuro bajo la tutela de los Estados Unidos”. Afirmaciones más elaboradas de este género se encuentran por esos mismos años en los escritos de Marx sobre la colonización británica en la India. Su característica fundamental es considerar la dominación del capitalismo inglés como objetivamente progresista, aunque reconociendo la elevada cuota de explotación y sufrimiento que significaba para las masas populares.

Pero volviendo a América Latina tenemos también el artículo de Marx sobre Bolívar en el que acumula los epítetos más negativos contra el Libertador. Marx asimila a Bolívar al fenómeno del bonapartismo, pero al hacerlo su enfoque eurocéntrico le hace perder de vista la especificidad de las sociedades latinoamericanas. Mientras que en la explicación del bonapartismo francés, Marx en concordancia con sus principios metodológicos busca la clave del surgimiento de un individuo como Bonaparte en cierta correlación de las fracciones de la clase dominante, aquí la explicación del fenómeno Bolívar la busca en cierta incapacidad común a “todos sus compatriotas”. Su eurocentrismo le lleva así a mellar el arma metodológica que él mismo había creado y utilizado al estudiar el bonapartismo originario.

Ahora bien, la experiencia histórica del desarrollo desigual del capitalismo, que arroja riquezas sobre las metrópolis y miseria sobre las colonias, así como la experiencia política de las luchas nacionales y de clases en Irlanda, llevan a Marx y a Engels a elaborar un nuevo paradigma sobre las relaciones entre metrópolis y colonias o entre pueblos “civilizados” y “atrasados”. En el viraje teórico que da Marx con sus escritos sobre Irlanda, el desarrollo capitalista occidental no sólo se presenta en sus aspectos positivos sino también negativos. Sus efectos contradictorios explican las posiciones reformistas de los obreros ingleses y las revolucionarias de los trabajadores de Irlanda. El sujeto revolucionario ya no es central o exclusivamente la clase obrera sino toda la masa explotada y oprimida irlandesa, de la que son parte fundamental los campesinos. Por último, el centro de la revolución pasa del país capitalista desarrollado al país “atrasado” y la revolución en éste – como revolución de independencia- adopta una forma no sólo social sino nacional.

Pero admitido este nuevo paradigma, se plantea a Marx la cuestión -se la plantean a él los populistas rusos- de si un país “atrasado”, aunque no colonial, e insuficientemente desarrollado desde el punto de vista capitalista, puede ascender a la forma superior de sociedad, comunista, sin pasar por el capitalismo, o si por el contrario habrá de recorrer necesariamente el camino capitalista. Ya en 1877, en “Carta a la redacción de Otchestvienni zapiski, (“Anales de la patria”) y saliendo al paso de un crítico ruso de El capital, Marx escribe: “A todo trance quiere convertir mi esbozo histórico sobre los orígenes del capitalismo en Europa Occidental en una teoría filosófico-histórica sobre la trayectoria general a que se hallan sometidos fatalmente todos los pueblos, cualesquiera que sean las circunstancias históricas que en ellos concurran, para plasmarse por fin en aquella formación económica que, a la par que el mayor impulso de las fuerzas productivas, del trabajo social, asegura el desarrollo del hombre en todos y cada uno de los aspectos. (Esto es hacerme demasiado honor y, al mismo tiempo, demasiado escarnio)”.

La respuesta de Marx a la cuestión que le plantea Vera Zásulich y que tanto inquieta a los populistas rusos sobre si la Rusia zarista, con predominio de la comuna rural en el campo, habrá de pasar necesariamente por el capitalismo, consiste en afirmar que una serie de circunstancias históricas hacen posible en Rusia que la comuna rural pueda convertirse en “un elemento regenerador de la sociedad rusa” y convertirse “en punto de partida del sistema económico al que tiende la sociedad moderna”. Y todo ello “sin pasar por el régimen capitalista”. Pero se trata de una posibilidad que para realizarse requiere ante todo una condición que Marx señala claramente: una revolución rusa.

Tal es la posición que Marx asume en los textos suyos antes citados y que los marxistas de América Latina ignorarían al llegar el marxismo a este continente e iniciar aquí su itinerario. Habría, pues, un Marx ausente que correspondería al de sus escritos sobre Irlanda y la comuna rural rusa. Los parámetros de su concepción de la historia y de la revolución, diferentes de los anteriores, serían los siguientes: 1) la historia universal se constituye no sólo con los “pueblos históricos”, occidentales, sino también con los pueblos oprimidos, “sin historia”; 2) el desarrollo histórico capitalista de Europa Occidental no se da inevitablemente en todos los países; 3) sus efectos negativos para los pueblos sojuzgados ponen en cuestión su carácter progresista; 4) el centro de la revolución no se halla exclusivamente en Occidente sino que, en de- terminadas condiciones históricas, se halla fuera; 5) la emancipación de los países colonizados o dependientes sería llevada a cabo no por el proletariado de las metrópolis sino por las masas oprimidas de esos países; y 6) en las condiciones de “atraso”, o de sojuzgamiento por las metrópolis, la liberación social se halla indisolublemente unida a la liberación nacional. Este paradigma marxiano, ignorado al comenzar a difundirse el marxismo en América Latina, tendrá que esperar algunos decenios para abrirse paso entre los propios marxistas del continente.

El primer marxismo de América Latina es el que llega de Europa a través de núcleos de trabajadores europeos inmigrados y trasplantado miméticamente, como había sucedido con otras ideologías políticas europeas como la del liberalismo. Pero el socialismo no era en tierras latinoamericanas una novedad que llegara con  el marxismo. Desde mediados del siglo XIX existía ya un socialismo no marxista, mesiánico o utópico tanto en el terreno de las ideas como en el de la acción. El socialismo marxista nace orgánicamente con la fundación del Partido Socialista Argentino en 1895, que es también el año en que se publica en Madrid la primera traducción al español de El capital, realizada precisamente por Juan B. Justo, fundador de dicho partido. Este socialismo marxista no sólo tiene que hacer frente al Estado y las clases dominantes, sino también al anarquismo introducido por trabajadores inmigrantes europeos, particularmente italianos y españoles. La rivalidad entre socialistas reformistas y anarquistas se extiende desde finales del siglo pasado hasta comienzos de la década del 20, especialmente en América del Sur. Pero también en México llegó a gozar de cierta influencia en las primeras décadas del siglo, asociado sobre todo al nombre de Ricardo Flores Magón y a su periódico Regeneración (1900 1918).

El marxismo que llega a América Latina y que hacen suyo los partidos sociales fundados es el de la versión dominante en la sección más relevante de la Internacional Socialista: el Partido Socialdemócrata Alemán. Este marxismo socialdemócrata lleva  a cabo  una  revisión fundamental -en sentido reformista- de las tesis básicas de Marx. Y con respecto a los países colonizados o dependientes, la Internacional Socialista se apoya en los textos más eurocentristas de Marx y Engels, con base en ellos ve su destino sujeto a la lógica implacable de la expansión capitalista que los condena a sacrificarse ante el progreso histórico encarnado por las metrópolis occidentales. En cuanto a América Latina, la II Internacional no podía tener, por tanto, una política que reivindicara la lucha nacional de sus pueblos contra el imperialismo. Las posiciones de Juan B. Justo en su Teoría y práctica de la historia (1909) son un eco del marxismo reformista, evolucionista de la social- democracia alemana y, a la vez, un calco del eurocentrismo mencionado.

Pero en los años de difusión del marxismo de la II Internacional, surge también una orientación opuesta, como la que defiende Luis Emilio Recabarren, fundador del Partido Socialista de Chile. Ahora bien, de modo semejante a como la izquierda radical europea, representada por Rosa Luxemburgo, se oponía en nombre de un verdadero internacionalismo a la lucha por la autodeterminación nacional, el antirreformismo de Recabarren no significa una reivindicación del elemento nacional. Por ello ve en la conmemoración del Día de la Independencia una celebración burguesa a la que el pueblo chileno no debe sumarse.

Vemos, pues, que el marxismo que llega a América Latina, de finales del siglo pasado a comienzos de la década del 20, es un calco del que impone la socialdemocracia alemana en la II Internacional. De él está ausente una cuestión fundamental con la que tendrá que bregar el marxismo, teórica y prácticamente, en el continente: la lucha antiimperialista de los pueblos latinoamericanos por su autonomía y verdadera liberación nacional.

Un acontecimiento histórico lejano -la Revolución Rusa de 1917- deja una profunda huella en la recepción del marxismo en América Latina. De esta revolución derivaría el intento de dirigir las fuerzas revolucionarias a escala mundial conforme a la teoría, la estrategia y la organización bolcheviques que habían triunfado en Rusia. Tal sería la razón de ser de la fundación de la Internacional Comunista en 1919. En la difusión y aplicación del marxismo, la IC significaba una ruptura radical con la II Internacional. Desde los años veintes fueron constituyéndose en América Latina diferentes partidos comunistas como secciones nacionales de la Internacional Comunista. La Internacional Comunista se proponía transformar revolucionariamente la sociedad de cada país como parte de un proyecto común de revolución mundial. Dentro de este marco mundial situaba también a las sociedades “atrasadas”. De este modo, a los pueblos que para la visión circulante del marxismo clásico y para la II Internacional sólo eran objetos de la historia, les ofrecía su entrada activa como sujetos en ella. Frente a la concepción eurocentrista- colonialista de la II Internacional, la Internacional Comunista hacía suya la causa de los pueblos oprimidos que por su contradicción fundamental con el imperialismo pasaban a constituir una parte importante de la revolución mundial. Con todo esto quedaban sentadas, al parecer, las bases para reconocer la autonomía de la lucha de los pueblos oprimidos, de acuerdo con sus peculiaridades nacionales. Pero ya en el II Congreso de la IC se proclama ” la subordinación de los intereses de la lucha proletaria en un país a los intereses de esa lucha a escala mundial”. Por otra parte, el papel de las diferentes fuerzas y clases sociales interesadas en la liberación nacional se condicionaba al papel de vanguardia del proletariado, casi inexistente en las sociedades coloniales o débiles en las dependientes. No obstante, la política de la IC significaba un gran avance al subrayar la identidad de intereses del proletariado occidental y de los pueblos oprimidos no occidentales, así como al señalar la preeminencia de la vía revolucionaria en ellos y admitir la posibilidad del tránsito al socialismo, sin pasar por el capitalismo. Sin embargo, cierto eurocentrismo persistía al reafirmar el papel preeminente del proletariado occidental dentro del proceso revolucionario mundial. La clave de la liberación de los pueblos oprimidos por el imperialismo seguía estando en Occidente.

En el terreno teórico-filosófico, los primeros congresos de la IC destacan -como hace Bujarin en el VI Congreso- el materialismo dialéctico como método y concepción materialista del mundo.

Se subraya asimismo en el materialismo histórico la fundamentación científica de la necesidad histórica del socialismo, insertando en ella la teoría de la revolución. Con esos principios formulados por Bujarin se sentaban las bases del Diamat soviético y quedaba cerrado el espacio a toda interpretación que rompiera con el ontologismo, teñido de positivismo, que arrancaba del Anti-Dühring de Engels. Tal posición filosófica era asumida, en cierto modo, tanto por los dirigentes de la socialdemocracia como por los de la IC.

Veamos ahora, a grandes rasgos, el lugar de América Latina en el marxismo de la II Internacional. Lo que domina en sus primeros diez años de existencia es cierta indiferencia ante los problemas latinoamericanos. Sólo en el VI Congreso, en 1928, les dedica un informe especial. En él se subraya el carácter semicolonial de los países de América Latina, se establece una relación directa entre industrialización y colonización y se condena el nacionalismo como una ideología cultivada por el imperialismo. Aunque se reconoce la debilidad del proletariado y de la burguesía nacional, así como el peso de los campesinos en la lucha, se considera que el proletariado se ve empujado por ellos a ser la vanguardia. La lucha se vuelve antifeudal y antiimperialista y pasa por dos etapas: una de liberación nacional y democrático-burguesa y otra de tendencias socialistas con el proletariado a la vanguardia. Pero todo eso se hace depender, en definitiva, del papel de los partidos comunistas.

¿Hasta qué punto ese esquema corresponde a la realidad? Los propios delegados latinoamericanos al VI Congreso señalan su inadecuación a ella. Objetan la asimilación de América Latina a la situación de los países coloniales, así como el aferrarse al eje proletariado-burguesía nacional pasando por alto la verdadera correlación de clases. Y en cuanto a los países dependientes con fuerte población indígena, lamentan los delegados latinoamericanos que se olvide al imperialismo que los oprime y se ignore el problema indígena.

Lo  que  demuestra  todo  esto  es  la  persistencia  de  cierto  eurocentrismo en la IC. A su estrategia general se le escapan la especificidad de experiencias nacionales tan distintas como la Revolución Mexicana y su evolución posterior, la lucha guerrillera de Sandino en Nicaragua, las insurrecciones de El Salvador y Brasil y la experiencia legal posterior del Frente Popular en Chile. Esta ignorancia del elemento nacional-popular llevará a identificar -como hace el PC argentino- al peronismo con el fascismo o a tachar de populista a Mariátegui. La disolución de la IC en 1943, impuesta por la política exterior soviética, convertirá con Stalin el eurocentrismo de las décadas 20 y 30 en el rusocentrismo de los años 40 y 50 en el movimiento comunista mundial.

El pensamiento marxista de los años veintes y treintas tiene como principales exponentes en América Latina a Julio Antonio Mella en Cuba; Mariátegui en Perú; Aníbal Ponce en Argentina y Vicente Lombardo Toledano en México. Detengámonos en Mariátegui que ofrece una cara diversa del pensamiento marxista en la época de la III Internacional.

Mariátegui muere joven en 1930. Su importancia y originalidad estriban en haberse planteado y dado una nueva solución al problema de la latinoamericanización del marxismo. Para llegar a ella era preciso, en primer lugar, una clara conciencia de la necesidad teórica y práctica de semejante paso y, en segundo lugar, una interpretación certera de la realidad nacional. Ambas cuestiones están en el centro de su pensamiento. Por lo que toca a la primera, afirma sin rodeos: “No queremos ciertamente que el marxismo sea en América Latina calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro lenguaje, al socialismo indoamericano”. En cuanto a la segunda, la hallamos bien cumplida en la obra que muchos consideran la obra cumbre del marxismo latinoamericano: Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928).

La realidad que interpreta Mariátegui es la de un país con una escasa población industrial y minera en tanto que en el campo existe una in- mensa población campesina, casi en su totalidad indígena. Realidad de un país muy atrasado y esquilmado por el imperialismo. Pero justa- mente en estas condiciones de atraso y explotación Mariátegui encuentra lo específico nacional, y lo encuentra en la medida en que recurre a un marxismo inexistente -hasta él- en América Latina y que él mismo tiene que construir. Aunque el marxismo-leninismo de la III Internacional le abre un camino ante el reformismo y le traza el marco de una revolución mundial en la que los pueblos oprimidos como el suyo tienen su puesta, Mariátegui percibe cierto desencuentro entre la estrategia general que inspira y las condiciones específicas nacionales. Producir el encuentro entre marxismo y realidad será para Mariátegui una tarea vital que entraña una renovación del marxismo existente. Y a ese marxismo renovado Mariátegui trata de llegar por diversas vías.

La primera es la depuración del marxismo que ha aprendido en Europa, marxismo cientificista y positivista que no ha entrado en bancarrota con la bancarrota de la II Internacional que ya arroja sus sombras, incluso sobre la Internacional Comunista. Aunque el leninismo logra desembarazar al marxismo del reformismo y, hasta cierto punto, del eurocentrismo, su teoría de la importación de la conciencia socialista no sólo no le libra del cientifismo sino que éste se halla en la base misma de la teoría leninista de la conciencia de clase y de la organización. Mariátegui se enfrenta al progresismo y objetivismo y lo hace con los instrumentos conceptuales que fuera del propio marxismo le brindan Bergson, el pragmatismo y sobre todo Sorel. Incluso no duda en alinear a este último entre Marx y Lenin. Y habla de una “espiritualización del marxismo” que, lejos de reivindicar el saber, exalta la pasión como fuerza de los revolucionarios. Lo que propone Mariátegui es una lectura voluntarista del marxismo que, forzándola un poco, se apoyaría en Lenin, pero en un Lenin filtrado por Sorel. La presencia soreliana en Mariátegui no es casual o coyuntural sino que se explica por su voluntad de romper con el cientifismo, progresismo y objetivismo que encuentra en el marxismo existente. De ahí que su presencia se manifieste también en sus últimos escritos, incluso cuando más firmemente proclama su leninismo.

¿Hasta qué punto tuvo conciencia Mariátegui de que su sorelismo podía conciliarse con su leninismo? El acento que Lenin pone en el factor subjetivo, en la capacidad y voluntad de los revolucionarios para transformar la realidad sin esperar con los brazos cruzados el curso espontáneo de las condiciones objetivas, explican que Mariátegui se sintiera leninista sin dejar de ser soreliano, o que se considerara soreliano sin dejar de ser leninista. Pero hay una ambigüedad en Mariátegui que proviene del propio Lenin con su extraño maridaje de cientifismo y voluntarismo. Si Mariátegui hubiera sacado todas las consecuencias de uno y otro ¿cómo podría aferrarse a la teoría leninista, de origen kaustkiano, de un partido que introduce en la clase obrera una conciencia exterior a ella? El sorelismo de Mariátegui era incompatible con ese elemento modular leninista. A la vez, su leninismo tenía que encontrar un límite insalvable en los obstáculos que levantaba su sorelismo. De ahí también la ambigüedad del leninismo de Mariátegui que los leninistas ortodoxos aceptan pasando por alto su sorelismo, de la misma manera que no faltan los que niegan -por la presencia sorealiana- su leninismo. Sin torcer el bastón de un lado u otro, diremos que en Mariátegui hay más bien una voluntad política de ser leninista que no se cumple en virtud de su sorelismo. Pero leninista o no, Mariátegui se ha librado de los grilletes del cientifismo, el progresismo y el determinismo mecanicista y, con ello, del principal obstáculo para encarar la realidad nacional: el eurocentrismo. Y con ese marxismo, así liberado, Mariátegui se acerca al Perú de su tiempo y escribe sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana.

El marxismo de la IC había ya roturado el campo del anti-reformismo. Pero su lastre eurocentrista le impedía fijar un lugar propio a los países coloniales y dependientes dentro de su estrategia mundial. En Perú, el APRA -una variante latino-americana del populismo pretendió haber encontrado ese lugar al tratar de rescatar lo nacional-popular por encima de los antagonismos de clase. El aprismo no dejó de interesar a Mariátegui. De él le atraía su insistencia en el problema nacional y en el papel del bloque de fuerzas populares como sujeto histórico, Mariátegui comprendía la insuficiencia del concepto de clase en las condiciones de un país que tiene que rescatar su identidad nacional y en el que el problema agrario, siendo fundamental, no permitía hablar del proletariado  como sujeto revolucionario  exclusivo. Sin embargo,  el populismo aprista estaba lejos de llenar el vacío que en la interpretación de la realidad de un país con una población indígena predominante, dejaba el marxismo clásico. Lo peculiar en él estaba en cómo las contradicciones de clase (sin desaparecer) se vinculaban con el problema nacional. Y es aquí donde Mariátegui se esfuerza por superar las insuficiencias del marxismo vigente, dado que él desconocía las tesis de Marx sobra Irlanda y la comuna rural rusa.

Para captar lo específico de la sociedad peruana pone el pie en ese mundo agrario marcado por lo indígena que no sólo marca el campo sino también la realidad nacional. Reivindicar lo indígena es reivindicar la nación, y al revés. Aquí Mariátegui parece confundirlo todo en la noche oscura, policlasista, del aprismo. Pero tras recorrer un mismo trecho del camino juntos, se separa de él. En primer lugar, porque a juicio suyo esta reivindicación agrario-indigenista que entraña una reivindicación nacional sólo pueda cumplirse articulando el potencial revolucionario de las masas campesinas con el del proletariado. Y, segundo, porque la reivindicación nacional-popular, aún pasando por la revolución democrática-burguesa sólo puede tener una meta: el socialismo. Por este objetivo socialista se distingue del aprismo; pero, a la vez, por el lugar que asigna al elemento nacional y a los campesinos en el bloque de fuerzas populares se aleja de la III Internacional, que se debate en el dilema burguesía-proletariado. La diferencia con ella sobre el sujeto del cambio se extiende también a la idea del partido que ha de dirigir el bloque. ¿A quién se acerca más Mariátegui en este punto: ¿a Rosa Luxemburgo o a Lenin? ¿Partido como resultado o partido preexistente al movimiento? Tal vez Mariátegui vaciló en esta cuestión y ello explicaría que el Partido Socialista de Perú sólo se afiliara a la IC un mes después de su muerte.

Un tercer elemento en el pensamiento mariateguiano es su espíritu crítico y su apertura del marxismo al pensamiento ajeno (sorelismo, populismo) así como a la vanguardia artística, al psicoanálisis, como elementos fecundantes, ya sea para contraponerse a las interpretaciones cientificista y positivista del marxismo, ya sea para enriquecerlo. No hay que elevar mucho la imaginación para comprender cuál sería el destino ulterior de su obra: su rechazo o su aceptación tras una lectura que haría de ella, con su maquillaje, una obra “marxista-leninista”  sin más.

Para ello, había que podar en ella sus incursiones en tierras extrañas. De este modo se cumplía, al parecer, la voluntad leninista de Mariátegui que, incluso contra ella misma, no se llegó a cumplir.

En la recepción del marxismo en América Latina, la Revolución Cubana constituye un viraje decisivo. En una primera fase tiene un objetivo democrático y nacionalista y se descarta el socialismo como objetivo inmediato. Las alianzas incluyen a todas las fuerzas sociales enemigas de la tiranía batistiana. La fuerza política dirigente es el Movimiento 26 de julio, de inspiración martiana y el Directorio Estudiantil, procedentes ambos de los sectores más radicales de la pequeña burguesía, es la violencia, particularmente la guerra de guerrillas. Al triunfar la Revolución y pasarse de los principios a las medidas concretas surgen las contradicciones en el seno de las alianzas de clases e incluso los primeros desprendimientos. A la vez, en cuanto que las medidas adoptadas afectan a intereses extranjeros, el imperialismo agrede a la Revolución. La lucha nacional adquiere cada vez más un carácter anti- imperialista. Finalmente, al radicalizarse socialmente y afirmarse nacionalmente, la Revolución se vuelve anticapitalista y se ve empujada a una alternativa socialista; se convierte así en una revolución nacional, antiimperialista y, a la vez, social.

Al encontrarse con el socialismo, la revolución se encuentra forzosamente con el marxismo. Pero ¿con qué marxismo? La revolución en sus primeras fases no era socialista ni el partido marxista-leninista de la época (el Partido Socialista Popular) se hace presente en ella. Sus dirigentes la habían condenado por el papel subordinado de la clase obrera en ella y la vía de la lucha armada escogida. Contrastan, pues, el marxismo que se expresa a través del Partido Popular Socialista y las concepciones de los dirigentes de la revolución. Partiendo de ambas perspectivas sólo podía darse el desencuentro, que efectivamente se dio, entre el marxismo establecido y reconocido en Cuba y, en general en los partidos comunistas de América Latina, y la Revolución.

Por otra parte, con la revolución afirmaba el marxismo que no separa al socialismo de sus raíces democráticas y nacionales (la ideología y la práctica combativa de Martí), pero a la vez se negaba el que permanecía ciego ante el elemento nacional. La constante apelación de los revolucionarios cubanos a Martí, que por supuesto no era marxista, se explica por su función de lo nacional y lo social. Finalmente, la Revolución acabó por ser en la década del 60 un verdadero escándalo teórico y práctico para el marxismo-leninismo, tal como era concebido y aplicado por los partidos comunistas latinoamericanos con respecto al papel de la clase obrera y del partido. La Revolución venía a poner en cuestión la tesis de que una revolución democrático-burguesa y su transformación en socialista sólo podía tener lugar si el proletariado desempeñaba  el  papel  principal  y  si  existía  el  partido  marxista- leninista que podía garantizar esa transformación. Aunque los revolucionarios cubanos aceptan que la revolución no puede darse espontáneamente, sin una vanguardia, afirman -con base en su propia experiencia- que puede darse sin el partido marxista-leninista y, sobre todo, del representado por los partidos comunistas tradicionales. Por otro lado, la vanguardia había existido en la Revolución Cubana: políticamente (con el movimiento del 26 de julio) y militarmente (con la guerrilla, o Ejército Rebelde). Pero en un terreno o en otro, en la ciudad o en el campo, lo decisivo era la vanguardia política, vinculada con los sectores populares. La vanguardia militar no sólo se subordina a ella sino que sólo puede desarrollarse políticamente en relación con las masas, los campesinos.

Si la Revolución pudo triunfar en Cuba fue, en primer lugar, porque existían -de acuerdo con el marxismo clásico una serie de condiciones objetivas que la hacían posible y, en segundo lugar, porque los factores subjetivos -conciencia, organización y acción- permitían realizar lo que objetivamente era posible. Al tomar en cuenta ambos factores, los revolucionarios cubanos se distanciaban del marxismo existente para el cual la revolución -sin el papel determinante de la clase obrera y sin la dirección del partido marxista-leninista- venía a ser un salto mortal en la aventura. De ahí que al hacerse una “revolución sin socialistas” y sin partido, eran infieles a la letra de cierto marxismo, pero no al espíritu del marxismo originario. Así, pues, el marxismo con el que se encuentra la Revolución Cubana, era otro marxismo que difícilmente podía encajar en los moldes existentes.

La Revolución Cubana provoca un deslumbramiento tal en los revolucionarios latinoamericanos que llega a cegarlos. En diferentes países de América Latina se hace sentir la aspiración a seguir un camino con las armas en la mano. Surge así y se desarrolla un variado y extenso movimiento guerrillero que opera primero en el campo y después en las ciudades. Este movimiento se inspira en cierta interpretación de la Revolución Cubana que se centra en una apoteosis de la voluntad revolucionaria y, por ello, del factor subjetivo, pero reducido éste al foco guerrillero. Es así como se desarrolla un marxismo que podemos llamar foquista. Su expresión teórica la hallamos en el texto de Regis Debray, Revolución en la revolución (1967). En esta exposición teórica de la lucha armada, guerrillera, encontramos: 1) la reducción de las diversas formas de lucha a la lucha armada y a una sólo de ella: la guerra de guerrillas; 2) la disociación de la lucha armada de la lucha política; 3) la sustitución del partido (en sentido leninista) por el foco guerrillero, y 4) la elevación de la dirección militar al rango de dirección única y exclusiva en la lucha, ya que absorbe en su seno, o subordina a ella, la dirección política.

El foquismo se remite al leninismo, al que prolonga al militarizar la concepción política de la exterioridad de la conciencia revolucionaria con respecto a las masas. Pero se aparta de él en los aspectos que antes hemos señalado: al absolutizar una forma de lucha (la lucha armada guerrillera); al eliminar el papel del partido de la clase obrera y al disociar la táctica (militar) de la estrategia (política). Aunque el foquismo dio lugar en su tiempo a un amplio y franco debate entre los marxistas de América Latina, lo que selló su destino fue la propia práctica al mostrar la derrota de los movimientos guerrilleros que se ajustaban, en nombre del marxismo-leninismo, a los cánones foquistas.

Las experiencias históricas de la Revolución Cubana y del foquismo venían a demostrar -como el anverso y el reverso de una medalla- lo que se gana o se pierde cuando se toman en cuenta o se ignoran, respectivamente, las condiciones específicas en que se lucha. Lo que nuevamente se ponía de manifiesto era la necesidad de tomarlas en cuenta y de oponerse a toda generalización abstracta de una sola forma de lucha, aunque haya probado su validez en determinadas condiciones. Y esto se aplica no sólo a la lucha armada, y a su forma específica como guerra de guerrillas, sino también a la vía legal. Tampoco ésta puede ser absolutizada olvidando que hay que estar preparados -recuérdese la advertencia del viejo Engels- para seguir la vía opuesta, violenta, ya que la clase dominante siempre estará dispuesta a ser la primera en destruir la legalidad conquistada. Es lo que vino a demostrar, al comenzar la década del 70, la experiencia chilena de la Unidad Popular al tratar de abrir una vía pacífica al socialismo.

Ahora bien, las experiencias fracasadas del foquismo y de la Unidad Popular en Chile no clausuraban para los marxistas de América Latina las posibilidades futuras de la vía pacífica o de la lucha armada. Los procesos de democratización abiertos en Argentina y Uruguay, aunque con enormes limitaciones e incertidumbres, permiten hablar cautelosamente en favor de la primera. A su vez, la Revolución Nicaragüense prueba la validez y efectividad de la segunda. Pero esta revolución pudo triunfar como revolución popular, nacional, democrática y anti- imperialista, sacando las lecciones debidas de la derrota del foquismo, aunque desde entonces paga un terrible precio por conservar lo conquistado con las armas y con el apoyo de todo el pueblo frente al poderoso enemigo exterior: el imperialismo yanqui.

Finalmente, al cabo de largo recorrido de la práctica política inspirada por el marxismo en América Latina que hemos examinado, podemos subrayar que se halla presente -con sus altas y bajas, con sus avances y retrocesos- en la lucha revolucionaria y antiimperialista de los pueblos latinoamericanos. Su historia es inseparable de la historia real, de la misma manera que la historia real de América Latina, y particularmente de sus luchas de liberación, es inseparable del marxismo.

Veamos, por último, la situación del pensamiento marxista que siempre ha ejercido una gran atracción sobre los intelectuales latinoamericanos. Ya vimos que en la época de la III Internacional se regía en gran parte por categorías universales, abstractas, extrañas a las realidades nacionales del continente, a la vez que mostraba un sensible embotamiento de su filo crítico. La excepción de la regla es -como ya señalamos- el pensamiento de Mariátegui. Nuevas perspectivas se abren en la década del 50 al entrar en crisis en Europa y más débilmente en América Latina, el marxismo institucionalizado, dogmático, predominante hasta entonces. Pero, en este terreno -como en otros- aporta un viento fresco la Revolución Cubana. Desde los años sesentas tiene lugar en el continente, y particularmente a través de las editoriales argentinas y marxistas, una amplia difusión del marxismo clásico, pero también de pensadores   marxistas   contemporáneos   -como   Lukács,   Korsch   y Gramsci- que hasta entonces sólo habitaban una especie de “terra incógnita”. El marxismo penetra asimismo en las universidades latinoamericanas y, desde los años sesentas y setentas, constituye una de las corrientes teóricas más vigorosas en la docencia y la investigación. Pero no sólo se difunde y estudia lo más diverso y polémico del marxismo europeo, sino que también se elabora una producción propia en todos los campos y desde los más diversos enfoques, lo que contrasta notablemente con el monolitismo ideológico de tiempos pasados.

Así, en filosofía, el Diamat soviético que en definitiva era una ontología o metafísica materialista, aunque dialectizada a la manera hegeliana, pierde su lugar dominante y tiene que compartir el espacio filosófico marxista con otras corrientes para las cuales el problema fundamental ya no es el de las relaciones entre el espíritu y la materia, como decía el viejo Engels y repiten los manuales soviéticos. Pasa a un primer plano el problema epistemológico de la cientificidad del marxismo, en torno al cual giran las investigaciones de Althusser y de sus discípulos  latinoamericanos.  Surge  también una  orientación  -menos vigorosa- antropológica-humanista, fundada en un concepto abstracto de esencia humana. Finalmente, insertándose en una línea que viene del joven Marx y que pasa por Lukacs y Gramsci, tenemos la corriente que hace de la praxis la categoría central no solo como nuevo objeto de la filosofía sino como nueva práctica filosófica. Entre estas diversas corrientes filosóficas marxistas se dan confrontaciones diversas y aportaciones que rebasan en algunos casos a las importadas, a veces con exceso, sobre todo en el caso del althusserismo.

Ahora bien, sin descuidar el estudio del instrumental filosófico y metodológico necesario, es en las ciencias sociales donde el marxismo rinde sus más logrados frutos en América Latina, aunque no hay que ignorar la verdadera destrucción de las ciencias sociales en general que llevaron a cabo en sus respectivos países las dictaduras del cono Sur.

Sin embargo, en la década del 60 sobre todo, la riqueza temática, la actitud crítica, la vinculación con los grandes problemas políticos, económicos y sociales del continente, alcanzan tal nivel teórico que se ha podido hablar con razón de una “edad de oro” para los estudios científico-sociales. Bajo la atención de los investigadores marxistas caen cuestiones vitales como las del desarrollo del capitalismo exterior y del capitalismo dependiente, las características fundamentales del pasado colonial que polémicamente se considera como capitalismo o como feudalismo, la diversidad de modos de producción, su imbricación y determinación del dominante. Una de las aportaciones más vigorosas de los científicos sociales latinoamericanos ha estado en sus análisis de las situaciones de dependencia, que no se reducen a los planteamientos muy discutidos de la escuela o teoría de la dependencia. Igualmente hay que señalar las formulaciones sobre el imperialismo que han enriquecido y rebasado las concepciones tradicionales de Lenin, Bujarin y Rosa Luxemburgo. Objeto también de la ciencia social latinoamericana de inspiración marxista, vinculada siempre a objetivos políticos que a veces la han sobrepolitizado, han sido cuestiones teóricas importantes para fundamentar una estrategia y una táctica política correctas, aunque no siempre hayan sido aprovechadas por los dirigentes políticos. Entre ellas están: las correlaciones y componentes de clase, las particularidades del Estado en el capitalismo dependiente y, de modo especial, tomando en cuenta las exigencias de la propia realidad, las peculiaridades de los Estados dictatoriales, autoritarios, del cono Sur. Los científicos latinoamericanos han investigado las nuevas formas de dominación surgidas en las décadas del 60 y el 70. Y no sólo examinan cuestiones en cierto modo nuevas, como las anteriores, sino también otras debatidas en tiempos pasados y despachadas a veces sin el suficiente rigor como son las del carácter de la revolución, las vías o fases de la lucha, el papel de la burguesía nacional, el sujeto del cambio histórico, el populismo, etcétera.

Todo esto ha obligado a entrar en los problemas centrales del materialismo histórico, poniendo en cuestión una concepción lineal, determinista de la historia y, sobre todo, saliendo al paso,  de los estragos eurocentristas del pasado.

En suma, el marxismo se ha esforzado en América Latina, en las últimas  décadas,  por atender a  las  realidades  nacionales,  específicas, contribuyendo así a que la práctica política se aleje -aunque no siempre- del economicismo u objetivismo de los partidos comunistas tradicionales o del subjetivismo y mesianismo de los últimos ecos del foquismo. Pero los marxistas de América Latina no se han concentrado en una problemática continental o nacional. Se han ocupado de los fenómenos más recientes del capitalismo como sistema mundial, de sus leyes universales, y, en particular, de su dimensión imperialista – inagotable y constante en América Latina-. Finalmente, se han incorporado, aunque con evidente retraso, al examen de la experiencia histórica del socialismo “real”.

Es innegable que el marxismo en América Latina, libre de los corsés que lo aprisionaron durante largos años, se ha desarrollado fecundamente desde la década del 60 y que permanece sensible a cuestiones que hoy ocupan el primer plano como la de la democracia. Pero al hacerlo los marxistas se esfuerzan par no dejarse llevar por el planteamiento abstracto del viejo y nuevo liberalismo.

Por último, la influencia del marxismo no está sólo en su aportación a la teoría que fundamenta una práctica política, sino también en la que ejerce en otras corrientes del pensamiento como las conocidas como “filosofía latinoamericana” y “teología de la liberación”. Una y otra, al tratar de examinar la realidad de América Latina a cuya liberación quieren contribuir, se valen de recursos teóricos y metodológicos extraídos del marxismo. Pero, incluso posiciones alejadas del marxismo y opuestas a él no pueden ignorarlo, aunque sea para medir sus armas con él en los diferentes campos del saber. En América Latina el marxismo sigue siendo un elemento sustancial de su cultura, aunque esta cultura no se reduzca, por supuesto, a él. Y así lo confirma el hecho de que un Octavio Paz al enfrentarse a problemas vivos de nuestro tiempo lo tenga como un interlocutor insoslayable. El marxismo es un ingrediente innegable de su cultura.

Ahora bien, en este balance de la situación actual del marxismo en el continente, no podemos dejar de reconocer que la derechización impresionante que se produce en el mundo capitalista ha llegado también a América Latina, y que, sin llegar a desarraigarlo de su cultura -como está sucediendo en Occidente- suscita cierto reflujo, provocado no sólo por la tremenda presión ideológica de la “nueva derecha” sino también por los marxistas de ayer que han transformado una crítica justa a cierto marxismo y al socialismo “real” en la negación total del marxismo e incluso de toda alternativa socialista.

Pero este reflujo no altera el puesto del marxismo en la cultura latinoamericana contemporánea, lugar legítimamente conquistado no sólo por su presencia en las esferas del saber qua hemos examinado, sino también por su peso -que no hemos examinado en nuestra exposición- en el terreno de las artes y de la literatura. En conclusión, si antes dijimos que el lado liberador de la historia real de América Latina de este siglo es inseparable del marxismo, ahora podemos decir también que sin él no puede escribirse tampoco la historia de las ideas de América Latina.

[1] Conferencia de Sánchez Vázquez publicada en  Dialéctica, nº 19, 1988

Uno de cada 3 habitantes en EE.UU. será hispano en 2060, según el Censo

Por CNN en Español   

11:26 ET(15:26 GMT) 13 diciembre, 2012

(CNNEspañol)  Uno de cada tres habitantes en Estados Unidos será hispano en 2060, y la población  será considerablemente mayor y más diversa racial y étnicamente, según las proyecciones dadas a conocer por la Oficina del Censo este miércoles. Estas proyecciones por edad, sexo, raza y origen hispano -que abarcan el período 2012-2060- son el primer conjunto de perspectivas de la población en Estados Unidos basadas en el Censo de 2010. Las nuevas cifras del Censo también revelan que en el año 2043 la población de raza blanca dejará de ser mayoría en Estados Unidos.

“Los próximos cincuenta años marcarán momentos clave en las continuas tendencias -Estados Unidos se convertirá en una nación pluralista en la que los blancos no hispanos seguirán siendo el mayor grupo individual, pero ningún grupo estará en la minoría”, explicó el director interino de la Oficina del Censo, Thomas L. Mensenbourg.

Ese cambio en la demografía estadounidense responderá a dos tendencias clave, según datos de la oficina del Censo: el aumento de la población hispana, que pasará de 53,3 millones en la actualidad a 128,8 millones en 2060, y por el descenso de la población blanca tanto en número total como en porcentaje. Si se mantienen las tendencias actuales, en 2060 cerca de uno de cada tres residentes serán de origen hispano, en comparación con la situación actual en la que cerca de uno de cada seis es de origen latino.

De acuerdo a las proyecciones del censo, la población estadounidense crecerá a un ritmo más lento en las próximas décadas, en comparación con las proyecciones realizadas en 2008 y 2009. Esto debido a que las proyecciones en los niveles de nacimientos y de migración internacional neta son más bajos en el informe divulgado el miércoles, lo que a su vez también refleja las tendencias más recientes en la fertilidad y los flujos migratorios, explicó Mensenbourg.

Más viejos, más minorías

La población de personas mayores de 65 años aumentará más del doble entre 2012 y 2060, pasando de 43,1 millones a 92 millones, mientras que la de ancianos mayores de 85 años aumentará en más del triple, de 5,9 millones a 18,2 millones, para alcanzar el 4,3% de la población en el país.

Entretanto,  los llamados “baby boomers” (personas nacidas en la época de la posguerra entre 1946 y 1964) pasarán de 76,4 millones en 2012 a unos 2,4 millones en 2060, representando el 0,6% del total de la población, indica el informe.

En 2043 Estados Unidos será definitivamente un país en el que la mayoría de la población estará compuesta por las minorías étnicas del país. En total, todas las minorías, que ahora conforman el 37% de la población estadounidense, serán el 57% en 2060. La población minoritaria pasará de 116,2 millones a 241,3 millones para 2060, dijo la Oficina del Censo. Y la población total de EE.UU. llegará a 420 millones de personas. En porcentaje, los blancos sumarán el 43%. Los hispanos, en la actualidad el 17%, representarán el 31%, y los negros sumarán el 14,7%. La población asiática se proyecta a más del doble, pasando de 15,9 millones en 2012 hasta 34,4 millones en 2060, con su participación en la población total del país pasando de un 5,1 por ciento a 8,2 por ciento en el mismo período.

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Publican en Caracas libro de Domingo Santacruz sobre el rostro oculto del Comandante Marcial

SAN SALVADOR, 22 de agosto de 2019 (SIEP). “He creído conveniente, en honor a la verdad…desempolvar algunos viejos apuntes sobre Salvador Cayetano Carpio…” nos indica Domingo Santacruz, en el prólogo de su libro El rostro oculto del Comandante Marcial publicado en Caracas, Venezuela en mayo de este año.  

Santacruz, originario de Ahuachapán y conocido dirigente revolucionario salvadoreño, fue durante el gobierno de Salvador Sánchez Ceren, Embajador de El Salvador en Venezuela y anteriormente había sido nuestro primer embajador en Cuba.

El libro, de 160 páginas, publicado por Editorial Trinchera, realiza un recorrido desde  finales de los años cincuenta hasta  concluir en los fatídicos sucesos de abril de 1983 que condujeron al asesinato de Melida Anaya Montes y el posterior suicidio de Salvador Cayetano Carpio, ambos dirigentes de las FPL y del FMLN.

El libro será presentado el próximo martes 27 de agosto en las instalaciones del Centro Cultural Nuestra América,  de 5 p.m. a 7 p.m., ubicado en la  29 Avenida  norte No 1147,  entre  calle  Gabriel Mistral y 21 Calle poniente.

Monty Johnstone: Trotsky y el debate sobre el socialismo en un solo país

El objeto del presente ensayo es examinar un aspecto del debate sostenido recientemente en NLR entre Nicolás Krassó y Ernest Mandel: la cuestión del “socialismo en un solo país”. Esta gran controversia histórica se desarrolló desde el comienzo en términos algo elusivos y – desfigurada hoy por décadas de distorsiones polémicas de ambos lados – tiene particular importancia para hacer una estimación objetiva y equilibrada de la posición de Trotsky, sin intención ideológica o psicológica alguna de ”reivindicar” a una de las partes en contra de la otra.

Un examen serio de lo que Trotsky dijo realmente acerca de la construcción del socialismo en Rusia revela una contradicción fundamental y no resuelta en su posición, que no aparece en la mutilada versión de Mandel. Por una parte, como Mandel afirma correctamente, Trotsky no discutió nunca la necesidad de “comenzar” la tarea de construir el socialismo y adelantó proposiciones para alcanzar un creciente índice de crecimiento económico, con este fin.[1]

Al ser atacado, negó tener la ”actitud pesimista hacia el programa de nuestro trabajo de construcción socialista, en vista del demorado proceso de la revolución en Occidente”, y aceptó que “a pesar de todas las dificultades que surgen de nuestro medio capitalista, los recursos económicos y políticos de la dictadura soviética son muy grandes”.[2]

Por otra parte, permaneció fiel a las ”dos proposiciones fundamentales de la teoría de la revolución permanente”: en primer lugar que, a pesar de que “la revolución puede transferir el poder a manos del proletariado ruso antes de que el proletariado de los países avanzados sea capaz de obtenerlo”, no obstante – y en segundo término – la única “manera de salir de aquellas contradicciones que sobrevendrán a la dictadura del proletariado en un país atrasado, rodeado por un mundo de enemigos capitalistas, se encontrara en la arena de la revolución mundial”.[3]

Krassó tiene razón al demostrar que la base fundamental de la argumentación de Trotsky contra la posibilidad de completar la construcción del socialismo en la Unión Soviética era una falta de confianza en su capacidad para sobrevivir ni siquiera como un Estado de los trabajadores si la revolución no se extendía a países más avanzados. Dado que Mandel no sólo no reconoce la verdad que hay en esto sino que habla oscuramente de “distorsiones históricas” en la presentación de Krassó, tal vez sería conveniente dejar a Trotsky hablar por sí mismo, no en citas incidentales y poco representativas, tomadas fuera de su contexto, sino en formulaciones que representen el contenido principal de su pensamiento sobre esta cuestión. 

Sin el directo apoyo estatal del proletariado europeo, la clase obrera de Rusia no puede permanecer en el poder y convertir su dominación temporal en una dictadura socialista estable”, escribió Trotsky en 1906.[4] En 1928, defendió vigorosamente esta formulación contra la crítica de Radek, quien sostuvo que al hablar de apoyo estatal Trotsky había exagerado el planteamiento de la indudable necesidad de que la Unión Soviética contara con la ayuda de los obreros de otros países.[5]

En El programa de paz, publicado en forma de folleto en junio de 1917 y reeditado con un apéndice en 1922 y 1924, Trotsky afirmó, acerca de la revolución socialista en Rusia: ”Sin esperar a los otros, comenzamos y continuamos la lucha en nuestro propio suelo nacional con la absoluta certeza de que nuestra iniciativa proporcionará el impulso para la lucha en otros países; y si así no fuese, sería inútil creer – de acuerdo con la experiencia histórica y las consideraciones teóricas- que la Rusia revolucionaria, por ejemplo, fuera capaz de mantenerse frente a la Europa conservadora, o que la Alemania socialista pueda permanecer aislada dentro de un mundo capitalista”.[6]

Al esbozar la teoría de la revolución permanente en un prólogo escrito en 1922 (y defendido sin reservas en 1928), para su libro 1905, Trotsky habló de la vanguardia proletaria durante las primeras etapas de su dominación y de sus incursiones contra la propiedad capitalista. “Con esto entrará en un choque hostil no sólo con todas las agrupaciones de la burguesía que la apoyaron en las primeras etapas de su lucha revolucionaria sino también con las grandes masas del campesinado con cuya ayuda llegó al poder. Las contradicciones que existen en la situación de un gobierno de los trabajadores en un país atrasado con una mayoría campesina, sólo pueden ser resueltas a escala internacional, en la arena de la revolución proletaria mundial”.[7]

En 1937, el tema continúa siendo fundamentalmente el mismo: Sin una victoria más o menos rápida del proletariado en los países avanzados, el gobierno de los trabajadores no sobrevivirá en Rusia. Dejado a sí mismo, el régimen soviético debe caer o deteriorarse. Más exactamente, se deteriorará primero y caerá después. Yo mismo he escrito acerca de esto más de una vez, desde 1905” [8]

La subestimación del crecimiento económico

La subestimación de las fuerzas internas del socialismo ruso se puso particularmente en evidencia en su falta de confianza en el desarrollo independiente de una economía socialista en la URSS. En su apéndice a su Programa de paz, escrito en 1922, escribió: “El socialismo sólo es concebible sobre la base del crecimiento y el florecimiento de las fuerzas productivas… Mientras la burguesía permanezca en el poder en otros Estados europeos, nos veremos obligados, en la lucha contra el aislamiento económico, a buscar acuerdos con el mundo capitalista; al mismo tiempo, puede afirmarse con certeza que estos acuerdos nos ayudarán, en el mejor de los casos, a curar ésta o aquella herida económica, a dar éste o aquel paso adelante, pero el genuino surgimiento de la economía socialista en Rusia sólo se tornará posible después de la victoria del proletariado en los países más importantes de Europa”.[9]

En 1927, le vemos afirmando que el Estado soviético estaba “siempre, directa o indirectamente, bajo el relativo control del mercado mundial. Allí reside la raíz de la cuestión. El índice de desarrollo no es arbitrario, sino que está determinado por el desarrollo mundial general, porque, en última instancia, la industria mundial controla cada una de sus partes, aun cuando esa parte se encuentre bajo la dictadura del proletariado y esté construyendo la industria socialista”.[10]

En su crítica al Programa de la Comintern, al año siguiente, va aún más lejos: “En la medida en que la productividad del trabajo y la productividad de un sistema social como un todo estén medidas en el mercado por la correlación de los precios”, escribió entonces, “no es tanto la intervención militar como la intervención de las mercancías capitalistas más baratas lo que quizás constituya la mayor amenaza inmediata a la economía soviética”.[11]

No existe pues, justificación alguna para la negativa de Mandel acerca de que Trotsky haya hablado nunca de que la economía planificada de la URSS hubiese de ser subvertida por el mercado capitalista mundial. El monopolio del comercio exterior – que, según Stalin y la mayoría del partido destacaron correctamente, era el medio de que disponía la Unión Soviética para protegerse de tal subversión económica – se convirtió para Trotsky en la “prueba de la severidad y el carácter peligroso de nuestra dependencia”.[12]

El consideraba que el destino de la economía mundial como un todo tenía una ”decisiva significación” contra la significación subsidiaria de la construcción socialista de Rusia.[13] Y llegó aún, con un absoluto derrotismo, a sugerir la posibilidad de que la productividad del trabajo creciera más rápidamente en los principales países capitalistas que en Rusia.[14]

Los éxitos de los Planes Quinquenales soviéticos probaron lo erróneo de este enfoque. Como viejo revolucionario que era, Trotsky no pudo evitar alegrarse en 1936 cuando vio “el vasto alcance de la industrialización en la Unión Soviética, comparada con el panorama de estancamiento y decadencia de casi todo el mundo capitalista”, según lo indicaban los índices comparativos de la producción industrial.[15]

Pero, a pesar de reconocer que “es imposible negar el hecho de que aun cuando las fuerzas productivas estén desarrollándose en la Unión Soviética a un ritmo que ningún otro país del mundo ha igualado nunca hasta ahora” [16], jamás habría de admitir que ello constituyera una refutación directa de sus pesimistas predicciones de fines de la década de los años veinte, que a su vez contrastaban extrañamente con los planes de superindustrialización que él había propugnado en un período anterior. (Son estos planes los que los defensores de Trotsky destacan ahora siempre, al mismo tiempo que olvidan convenientemente sus manifestaciones anteriores).

Y menos aún estaba Trotsky dispuesto a intentar un análisis marxista de la fuente de sus errores, tarea ésta que sin embargo estaba siempre dispuesto a exigir de sus adversarios políticos. Extraería más bien la extraña conclusión de que estos éxitos, aun cuando significaran que “la premisa técnica ha significado un enorme paso adelante para el socialismo”, no estaban conduciendo a la sociedad soviética hacia el socialismo sino hacia “la resurrección de las clases, el aniquilamiento de la economía   planificada y la restauración de la propiedad capitalista”. Y en tal caso, agregaba, “el Estado se tornará, inevitablemente, fascista”.[17]

¿Debate para comentaristas?

Isaac Deutscher comparó la lógica de la disputa acerca del socialismo en un solo país, mantenida en los años veinte, con una disputa acerca de si sería posible colocarle techo a un edificio, sostenida por dos partes que estuvieran a favor de comenzar el trabajo y se hubieran puesto ya de acuerdo acerca de su forma y de los materiales a utilizar.[18]

Fuera de las implicaciones – representativas de diferencias de carácter o de énfasis – que subyacían bajo el apasionamiento que suscitó, tal debate aparece como altamente escolástico. Con una aparente conciencia de este hecho, el New International, principal órgano trotskista americano de la década de los años treinta (elogiado por Trotsky a causa de su elevado nivel teórico), expresó abiertamente la esencia de la posición de Trotsky, en un editorial fechado el 30 de enero de 1935:

”A la luz de la actual situación mundial, la teoría del “socialismo en un solo país”, este evangelio de la burocracia, se nos aparece con toda su limitación nacionalista y su jactanciosa falsedad. Nos referimos, naturalmente, no a la posibilidad o imposibilidad puramente abstractas de construir una sociedad socialista dentro de ésta o aquella zona geográfica (ese es un tema para comentaristas) sino a la cuestión mucho más inmediata y concreta, viviente e histórica, y no metafísica: ¿es posible para un Estado soviético aislado mantenerse durante un período indeterminado de tiempo dentro de un medio imperialista, dentro del opresivo círculo de las contrarrevoluciones fascistas? La respuesta del marxismo es: ¡No! La respuesta de la situación interna de la URSS es: ¡No!… Fuera de la revolución mundial, no hay salvación posible”.[19]

Si aceptamos la cuestión planteada en esta forma, la historia ha demolido completamente la posición de Trotsky. Pero si definimos al socialismo, tal como lo hace Mandel, como “una sociedad sin clases, mercancías, dinero ni Estado”, entonces los términos mismos de esta definición nos conducen a una conclusión diferente. Si hemos de hacer una estimación que tenga sentido de las actitudes políticas de Trotsky, debemos evitar las definiciones arbitrarias que aíslan a los problemas de su contexto histórico y provocan ociosos altercados semánticos. El hecho es que la definición de Mandel difiere de la concepción leninista que era generalmente aceptada por el Partido Comunista ruso. En El Estado y la revolución, Lenin escribió sobre el socialismo considerándolo como sinónimo de la primera fase del comunismo de Marx, que representa la “conversión de los medios de producción en la propiedad común de toda la sociedad”. “El socialismo”, continuaba Lenin, “no suprime los defectos de la distribución y la desigualdad del ‘derecho burgués’, el cual sigue imperando, por cuanto los productos son distribuidos ‘según el trabajo’… El principio socialista ‘a igual cantidad de trabajo, igual cantidad de productos’ … se ha realizado ya… persiste todavía la necesidad del Estado… Para que el Estado se extinga completamente, hace falta el comunismo completo”.[20]

Esta distinción fue ampliada en El ABC del comunismo, de Bujarin y Preobrazhenski, que había sido el texto básico del partido desde 1919. ”En la sociedad socialista, que es inevitable como etapa intermedia entre el capitalismo y el comunismo”, escribían, “el dinero es  necesario, porque debe desempeñar un papel en la economía de las mercancías… En la sociedad socialista, esta economía de las mercancías perdurará, en alguna medida”.[21]

La sociedad sin mercancías, dinero y Estado que Mandel define como socialismo contiene muchas de las características que el partido identificaba tradicionalmente con la etapa superior del comunismo. Es arbitrario introducir este concepto en la discusión, porque no designa lo que los comunistas rusos entendían cuando se proponían el objetivo de crear una economía socialista; y por economía socialista entendían la organización de la producción cooperativa en gran escala, que es la definición que Trotsky dio del socialismo en 1906.[22]

Tampoco podrá justificar Mandel su afirmación de que ”hasta Stalin y Bujarin” estaban de acuerdo acerca de que la economía socialista que ellos creían posible en Rusia ”debía tener una productividad de trabajo más elevada que la más desarrollada economía capitalista” – a diferencia del nivel de productividad mucho más elevado que Rusia había conocido bajo el capitalismo, y del objetivo de alcanzar y superar al mundo capitalista en cuanto a productividad –, lo cual constituiría la garantía de la victoria del socialismo a escala mundial.[23]

La posición de Lenin

Mandel sostiene que la concepción del “socialismo en un solo país” representa un rechazo de la teoría marxista-leninista fundamental, de ”toda la herencia de Lenin”. Esta es una verdad parcial y particularmente engañosa. Lo cierto es que cuando los bolcheviques llegaron al poder en 1917 lo hicieron en la creencia de que se encontraban, según las palabras de Lenin, ”en el umbral de una revolución proletaria mundial”.[24]

Durante cierto tiempo, después de la Revolución de Octubre, Lenin y los bolcheviques pensaron (y Trotsky era muy dado a ordenar citas para probarlo) [25] “O bien estalla la revolución en los otros países, en los países capitalistas más desarrollados, inmediatamente, o al menos muy pronto, o bien pereceremos”.[26]

No obstante, con el realismo que le caracterizaba, Lenin advirtió ya en marzo de 1918, exigiendo la ratificación de los humillantes términos del Tratado de Paz de Brest-Litovsk, del cual Trotsky dijo que sería “una traición en el sentido más amplio de la palabra”,[27] que aun cuando ellos pudieran, eventualmente, ver la revolución mundial, ”por el momento eso es un hermoso cuento de hadas”.[28]

Dado que hacia 1921 era evidente para él que internacionalmente “los acontecimientos no seguían una línea tan recta como esperábamos” y que se “había demostrado la imposibilidad de provocar la revolución en otros países capitalistas” [29] ,se dedicó cada vez más a considerar el nuevo problema de la construcción del socialismo en Rusia dentro del contexto de una revolución internacional indefinidamente postergada. El 15 de marzo de 1921 había destacado dos condiciones sobre las cuales la revolución socialista podría ser “completamente exitosa” en Rusia: primero, “que reciba un apoyo oportuno de uno o varios países adelantados”, y segundo, que se mantuviera ”el acuerdo entre el proletariado… y la mayoría de la población campesina”.[30]

Menos de un 55 mes después, advertía: “Veinte años de correctas relaciones con el campesinado, y estará asegurada la victoria a escala mundial (aun con un retraso de las revoluciones proletarias, que están creciendo)”.[31] Dos años después, en sus últimos artículos, Lenin estaba aún más preocupado por el problema. ”¿Qué pasaría si lo desesperado de la situación [de Rusia en el mundo M. J.], al intensificar diez veces las energías de los trabajadores y campesinos, nos ofreciera la posibilidad de proceder a crear los requisitos fundamentales de la civilización de una manera diferente a la de los países de Europa occidental?”, se preguntaba en enero de 1923. ”…Si para la creación del socialismo se requiere un determinado nivel de cultura (aunque nadie pueda decir qué es ese determinado nivel de cultura), ¿por qué no podemos comenzar por reunir los requisitos previos para ese determinado nivel de cultura de una forma revolucionaria y entonces, con ayuda de un gobierno de los obreros y los campesinos y un sistema soviético, proceder a alcanzar a las otras naciones? Vosotros decís que la civilización es necesaria para la creación del socialismo. Muy bien. Pero, ¿por qué no podríamos nosotros haber comenzado por crear en nuestro país ciertos prerrequisitos de civilización, tales como la expulsión de los terratenientes y la expulsión de los capitalistas rusos, y empezar entonces a avanzar hacia el socialismo? ¿Dónde, en qué libros, habéis leído que tales variaciones del acostumbrado orden histórico de los hechos estén prohibidas o sean imposibles?”.[32]

Finalmente, en su artículo Sobre la Cooperación, Lenin escribió: “El poder del Estado sobre todos los medios de producción a gran escala, el poder del Estado en manos del proletariado, la alianza de este proletariado con los numerosos millones de pequeños y muy pequeños campesinos, la segura dirección del campesinado por parte del proletariado, etc.; ¿no es acaso esto lo único que falta para que las cooperativas… construyan la sociedad socialista completa? Esto no es todavía la construcción de la sociedad socialista, pero es todo lo que es necesario y suficiente para esta construcción… Un sistema de cooperadores civilizados, regido por la propiedad social de los medios de producción y con la victoria de clase del proletariado sobre la burguesía, es socialismo”.[33]

¿Fue logrado el socialismo?

La idea de que Rusia debiera aspirar a completar la construcción del socialismo por su cuenta si la revolución internacional continuaba demorándose, representó un alejamiento de la teoría tradicional de los bolcheviques, que no habían previsto que su país pudiera ser un Estado de los trabajadores aislados durante tanto tiempo como para que la cuestión pudiera plantearse. Pero aunque esta idea no fue jamás elaborada teóricamente por Lenin, ya hemos visto cómo en el último período de su vida activa se estaba aproximando cada vez más en la práctica a adoptar tal punto de vista. Estaba perfectamente de acuerdo con la teoría marxista de que, después de su muerte, el partido debería acomodarse a la nueva situación y expresar su confianza en que “la Rusia capitalista se tranformará en la Rusia socialista” [34] por sus propios medios, si la revolución que todos esperamos no se produjera en otros países y aliviara sus problemas.

¿Qué significaba este punto de vista? Lenin había enumerado cinco elementos constitutivos de las formas socio-económicas que existían en Rusia después de la Revolución de Octubre y durante el período de la Nueva Política Económica introducida en 1921: 1) economía campesina patriarcal, predominantemente autosuficiente; 2) escasa producción de mercancías  (incluyendo a la mayoría de los campesinos que vendían sus granos); 3) capitalismo privado; 4) capitalismo de Estado; y 5) socialismo. 

La transición al socialismo era vista como significando la transformación de Rusia de un territorio campesino atrasado en un país con una moderna industria estatal con planificación central y una agricultura colectiva y estatal, acompañadas de grandes adelantos educativos y culturales. Ello significaba la eliminación efectiva de las primeras cuatro categorías socio-económicas de Lenin, vinculando la desaparición de los kulaks (burguesía rural) y de los nepmen (comerciantes capitalistas) a un vasto crecimiento de la quinta categoría, que comprendía una industria estatalizada y granjas estatales por un lado y granjas colectivas por otro.[35]

Definida la situación en estos términos, Stalin pudo decir correctamente, después de 1935, que Trotsky había estado equivocado y que “nuestra burguesía ha sido ya liquidada y lo fundamental del socialismo ha sido ya construido. Esto es lo que nosotros llamamos la victoria del socialismo, para ser más exactos, la victoria de la Construcción Socialista en un país”.[36]

Sin embargo, abandonar allí el problema sería demasiado fácil. No sólo la colectivización de la agricultura había sido llevada a cabo de una manera innecesariamente costosa y dura, que dejó profunda desconfianza en importantes sectores del campesinado y del Estado soviético, sino que también la iniciativa y el poder político fueron sacados de las manos de los trabajadores y concentrados efectivamente en las de Stalin y un pequeño e irresponsable grupo gobernante, reemplazando paternalistamente a los primeros por estos últimos.[37]

Stalin, en una situación internacional extraordinariamente difícil, condujo el desarrollo y la defensa de los fundamentos económicos y culturales del socialismo, lo cual constituye su gran mérito histórico. Pero al mismo tiempo, atropelló brutalmente los derechos democráticos y los órganos del partido y del pueblo, cometiendo grandes persecuciones, brutales y arbitrarias, en las cuales encontraron trágico fin muchos de los mejores revolucionarios rusos y extranjeros; y ello constituye su gran crimen, que la Unión Soviética y el movimiento comunista internacional están pagando caro aún hoy.

Dado que los marxistas han considerado siempre que el socialismo y la democracia van unidos, Trotsky pisaba un terreno mucho más firme cuando, cambiando su principal línea de razonamiento, llegó – en la segunda mitad de la década de los años treinta – a hacer de ésta su objeción central a la afirmación de que el socialismo había sido construido en Rusia. El señaló entonces el terror policial, los juicios falsos a que fueron sometidos en Moscú los viejos  bolcheviques y la supresión general de la libertad política, precedida y acompañada por un gran aumento del poder del deteriorado aparato burocrático tanto del partido como del Estado.

Lo que Trotsky no entendió fue que, para un determinado período (que puede ser bastante prolongado) es posible una incómoda y antagónica coexistencia de una economía socialista y una superestructura no democrática y no socialista. Tarde o temprano el desarrollo de la primera tenderá a empujar a la sociedad (aunque tortuosa e irregularmente y de ninguna manera “automáticamente”) hacia la reforma de la superestructura y su progresiva alineación con la base económica, y con los deseos de su clase obrera y su intelectualidad, progresivamente más desarrolladas y educadas.

Lo que de una economía socialista se había alcanzado en los años treinta era, por supuesto, sólo los elementos del socialismo, que necesitaban aún varias décadas más de pacífico crecimiento antes de que pudieran superar totalmente el terrible legado del atraso ruso y convertirse en una sociedad socialista totalmente desarrollada, armoniosa y culta. La Unión Soviética de hoy, aunque enormemente más adelantada que en la década de los años treinta, tiene aún un buen tramo que recorrer antes de completar este estado del desarrollo socialista. Los discursos acerca de una transición hacia el comunismo en un futuro previsible, pronunciados en las épocas de Stalin y de Jruschev, son considerados actualmente como expresiones cargadas de afirmaciones pomposas y exageradas.

Es honesto decir que los escritos de Trotsky proporcionan un correctivo útil para esta suerte de hipérbole, que fue descrita por Togliatti como “una preponderante tendencia a la exageración, a la exaltación de los logros, sobre todo en la propaganda de aquella época pero también en la presentación general, y a considerar resueltos todos los problemas y superadas todas las contradicciones objetivas, junto con las dificultades y conflictos que son siempre inherentes a la construcción de la sociedad socialista y que pueden llegar a ser muy serios e insuperables, a menos que sean admitidos abiertamente”.[38] [39]

Al criticar las manifestaciones de superioridad nacional, y la vanidad y la estrechez de miras que las acompañan, Trotsky apelaba correctamente a las tradiciones fundamentalmente internacionales del marxismo, pero al mismo tiempo sostenía, erróneamente, que lo que él estaba atacando surgía inevitablemente de la teoría del socialismo e La Revolución traicionada, escrita por Trotsky en 1936, muestra tanto la fuerza como las debilidades de su posición en aquella época.

Al analizar el desarrollo de la Unión Soviética hasta la mitad de la década de los años treinta no tuvo en cuenta algunos aciertos en su exposición de los efectos negativos del stalinismo sobre tantos aspectos de la vida rusa. Sin embargo, muchas de sus críticas fueron capciosas y malintencionadas, como su ataque a los términos de la Constitución de 1936, cuya debilidad no residió en sus medidas extremadamente democráticas sino en su inaplicabilidad a la situación real de la Unión Soviética en ese momento, cuando Stalin podía pisotearlas, como lo hizo.

Por ejemplo, Trotsky describió la introducción del voto universal, igual y directo, en sustitución del sistema indirecto – el peso de la representación en favor de la clase obrera contra el campesinado y la negación del voto a los miembros de las antiguas clases explotadoras – como “jurídicamente aniquilador de la dictadura del proletariado”.[40] La Constitución como un todo, afirmó, representaba ”un inmenso paso atrás desde los principios socialistas a los burgueses” y creaba ”las premisas políticas para el nacimiento de una nueva clase dominante”.[41]

Los dogmáticos lemas de Trotsky acerca de la imposibilidad de construir el socialismo en un solo país lo condujeron aun entonces a subestimar cuán profundamente atrincherado y elástico era el sistema socialista en Rusia, a pesar de los estragos causados por las purgas de Stalin. Sin la aparición de una revolución en Occidente, afirmaba, si estallara la guerra, “las bases sociales de la Unión Soviética serían destruidas, no sólo en caso de derrota, sino también en caso de victoria”.[42]

Trotsky llegó a escribir que “la burocracia soviética ha avanzado mucho en la preparación de una restauración burguesa” y “debe inevitablemente, en etapas futuras, buscar apoyo en las relaciones de propiedad”, asegurando así ”su conversión en una nueva clase dominante”.[43]

En realidad, la victoria de la Unión Soviética en la guerra (Trotsky había predicho la derrota)[44] no fue seguida por el más ligero signo de un avance hacia una ”contrarrevolución burguesa” [45] sino, por el contrario, por el establecimiento – bajo la dirección de los partidos comunistas pretendidamente ”contrarrevolucionarios” – de relaciones de propiedad socialistas en otros trece países y por el surgimiento de un sistema socialista mundial en competencia con el sistema capitalista.

Además, desde la muerte de Stalin en 1953, los rasgos negativos del stalinismo denunciados por Trotsky habían desaparecido. Esta “desestalinización” no se produjo a través de la ”inevitable” revolución política violenta, para derrocar a la burocracia, conducida por la Cuarta Internacional, tal como pronosticaba y recomendaba La Revolución traicionada, [46] sino fundamentalmente a través de la iniciativa de fuerzas dentro del partido comunista (del cual Trotsky había escrito que estaba desintegrado,[47] “muerto”,[48] y que ”no era ya la vanguardia del proletariado”)[49] y dentro de ”la burocracia” que, según la definición de Trotsky[50], incluía al partido, al Estado y a los dirigentes de las granjas colectivas, administradores, técnicos y capataces, extraídos de entre los sectores más avanzados de la clase obrera y del campesinado.

Queda aún por hacer una crítica fundamental al stalinismo. Pero ésta no procederá de las premisas de Trotsky, aunque sus escritos debieran ser estudiados por contener para nosotros numerosas lecciones valiosas tanto positivas como negativas. Sin embargo, aun cuando sus ideas alcanzan gran brillantez, se presentan dentro del marco de un modelo sociológico fundamentalmente falso que le impidió comprender las leyes del desarrollo de la sociedad soviética o captar el fenómeno (a todas luces nuevo y sin precedentes) del estalinismo en toda su complejidad y pluralidad. De allí el rigor con que la historia ha tratado a las principales predicciones que hemos citado en el curso de este artículo.  

La fuente de la mayor parte de los errores de Trotsky con relación a Rusia estaba ya presente en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial. “A veces parecía ver el pasado y el presente de Rusia casi como un vacío”, destacó Deutscher. ”Esta era la debilidad subyacente bajo su llamamiento a la europeización y también en los errores de sus actitudes frente al bolchevismo. La fuerza de Lenin consistió en que él tomó la realidad rusa tal como era, y se dedicó a cambiarla. El partido de Lenin tenia profundas raíces en el suelo ruso y absorbió todo lo que ese suelo podía proporcionar de fuerza y rigor revolucionario, de impetuoso coraje y de primitiva rudeza.[51]

Trotsky no se unió a ese partido hasta las vísperas de la Revolución de octubre y nunca absorbió esa tradición, sino que permaneció en gran medida siendo un intelectual revolucionario occidental. Su pesimismo acerca de las perspectivas de una Rusia socialista se complementaba con su muy declamado “optimismo revolucionario” acerca de las perspectivas de la revolución en Occidente y por una extraña creencia en que “el optimismo con respecto a un Estado proletario aislado implicaría pesimismo con respecto a la revolución internacional”.[52]

Según demostró Lunatcharsky, en su benévolo perfil de Trotsky, su “sendero hacia la revolución… seguía una línea recta”.[53] Cuando la historia desmintió sus pronósticos o produjo situaciones nuevas e imprevistas, Trotsky careció del “sentido de la realidad” que poseía Lenin y “que conduce a alterar de vez en cuando las propias tácticas” y que llevó a Lenin, dada su “enorme sensibilidad a las exigencias de la época” , “en cierto momento a afilar ambas hojas de su espada y en otros a envainarla”.[54]


[1]

[2]

[3] L. Trotsky, The Third International After Lenin (New York, 1957), p. 40.

[4] L. Trotsky. Permanent Revolution and Results and Prospect (New York, 1965), p. 237. Subrayado en el original.

[5] Ibid., p. 138.

[6] L. Trotsky, The Programe of Peace (Colombo, 1956), p. 18

[7] L. Trotsky, 1905, (Moscow, 1922), p. 4.

[8] L. Trotsky, Stalinism and Bolshevism (London, 1956) p. 9. Subrayado en el original.

[9] L. Trotsky, The Programme of Peace, pp. 20-21.

[10] Where is Trotsky Going? (London, 1928), pp. 53-54.

[11] L. Trotsky, Third International After Lenin, p. 47.

[12] Ibid., p. 49. En un reciente folleto, Ernest Germain, de la IV Internacional, ridiculiza a aquellos que utilizan actualmente los mismos argumentos que utilizó Trotsky acerca de la ”subordinación” del… monopolio del comercio exterior! (E. Germain, Marxism vs. Ultra Leftism, París, 1967, p. 69 ss.)

[13] L. Trotsky, Third International After Lenin, p. 47.

[14] Ibid.

[15] L. Trotsky, The Revolution Betrayed (New York, 1957), pp. 6 ss.

[16] L. Trotsky, en Workers International News. London, July 1938, p. 1

[17] Ibid., p. 2.

[18] I. Deutscher, Stalin: A political Biography, London, 1949, pp.. 286-87 [hay edic. en esp.].

[19] New International. New York, March 1935, p. 40.

[20] V. I. Lenin Selected Works, en adelante S. W. (Moscow, 1937), VII, pp. 85-87. Subrayado en el original. Cf. también S. W., VII, p. 239.

[21] N. Bukharin and E. Preobrazhensky, An A. B. C. of Communism (London, 1924), pp. 345-346.

[22] L. Trotsky, Results and Prospects, p. 220.

[23] Actualmente la productividad media del trabajo en la URSS es igual y aún mayor que la de la mayoría de los países capitalistas, aunque está todavía por debajo de la de los Estados Unidos.

[24] S. W., VI, p. 225.

[25] Véase, por ejemplo, Historia de la Revolución Rusa, III, apéndice I.

[26] S. W., IX, p. 227.

[27] Citado por Lenin, S. W., VII, p. 309.

[28] S. W., VII, p. 297.

[29] S. W., IX, p. 277.

[30] S. W., IX, p. 277.

[31] V. I. Lenin, Polnoe Sobranie Sochineniy (Mossov, 1963), XLIII, p. 383.

[32] W., VI, pp. 511-512. Subrayado de Lenin.

[33] S. W., IX, pp. 403, 406.

[34] Ibid., p. 381.

[35] S. W., VII, p. 361. Por capitalismo de Estado, Lenin quería decir aquí el control, por parte del Estado de los trabajadores, de los productores y comerciantes capitalistas, a quienes se le permitía operar “dentro de ciertos límites”. Lenin distinguía agudamente ésto del “capitalismo de Estado que existe en los sistemas capitalistas donde el Estado toma el control directo de ciertas empresas capitalistas”. (Véase S. W., volumen IX, pp. 165-174, 338-339). Nada hay en común entre el concepto de Lenin acerca del capitalismo estatal como una forma de transición progresiva que preparaba el camino para el avance de Rusia hacia el socialismo en este primer período, y las concepciones del capitalismo de Estado que han sido expuestas para dar una caracterización básica de la URSS por, entre otros, Karl Kautsky, el Partido Socialista de Gran Bretaña, el grupo del Socialismo Internacional y Milovan Djilas.

[36] En el artículo Sobre la cooperación Lenin caracteriza este tipo de propiedad cooperativa, basada en la nacionalización de la tierra, como socialista.

[37] J. V. Stalin, The final Victory of Socialism in the Soviet Union, Reply to Ivanov, February 2nd., 1938 (London, n.d.), pp. 3, 6. En esta carta Stalin reitera su posición anterior acerca de “la victoria final del socialismo en el sentido de que una garantía total contra la restauración de las relaciones de propiedad burguesas, sólo es posible a escala internacional”, y no mientras la Unión Soviética esté rodeada por numerosos países capitalistas.

38 No puedo estar totalmente de acuerdo con Krassó en su total rechazo del concepto de “sustitutismo”, que me parece demasiado vasto. Si un individuo, grupo o partido actúa en nombre de la clase trabajadora al mismo tiempo que la priva de su política, eso es sustitución.

[39] P. Togliatti, Questions Posed by the 20th. Congress of the C.P.S.U., entrevista con Nuovi Argomenti (London, 1956), p. 8.

[40] Revolution Betrayed, p. 261.

[41] Ibid., p.272.

[42] Ibid., p. 229. Es interesante destacar que después de la última guerra, la IV Internacional trotskista, lejos de hacer una autocrítica o analizar este error, ensalzó su propio “acierto” y repitió su torpeza. En su Manifiesto de 1949, bajo el encabezamiento “El poder de predicción del marxismo”, su Conferencia Internacional afirmó que ”en todas las cuestiones de importancia, el análisis de la IV Internacional ha resistido la prueba del tiempo”, (Worker’s International News, London, April-May 1946, p. 271) y expresó en una resolución que “solo la intervención de la revolución proletaria puede evitar un resultado fatal para la URSS en su actual prueba de fuerzas con el imperialismo”. (Quatrieme Internationale, París, Abril-mayo, 1946, p. 18).

[43] Revolution Betrayed, pp. 253-254.

[44] Ibid., p. 227.

[45] Ibid., p. 290.

[46] Ibid., pp. 284-290.

[47] Stalinism and Bolshevism, p. 8.

[48] Ibid., p. 13.

[49] Revolution Betrayed, p. 138.

[50] Ibid., pp. 135 ss.

[51] I. Deutscher, El profeta armado.

[52] L. Trotsky, Carta sobre el XV aniversario de la Revolución de Octubre, 13 de octubre de 1932, reproducido por el Bolletin of Balham (Trotskyst) group, London, 1932.

[53] A. V. Lunacharsky, Revolutionary Silhouettes (London, 1967), p. 67.

[54] Loc. cit.

Nicolás Krassó: Respuesta a Ernest Mandel

La respuesta de Ernest Mandel a mi crítica del marxismo de Trotsky exige algunos comentarios. Quizás lo más conveniente sea considerar las tres cuestiones fundamentales que él plantea y centrar en ellas la discusión. La mayoría de los detalles que se discuten se resolverán al hacerlo. El objetivo general de mi análisis era examinar y reconstruir la unidad del pensamiento y la práctica de Trotsky como marxista, su singular carácter y coherencia. La respuesta de Mandel renuncia a toda tentativa de buscar tal unidad. Cronológicamente, separa al Trotsky de 1904 del de 1905 y al Trotsky de 1912 del de 1917. El Trotsky de 1926 es disociado del de 1922.

Estructuralmente el pensamiento de Trotsky está divorciado de su práctica como político. Mi propósito era demostrar que las differentia specifica de la actividad de Trotsky considerada como un todo no puede ser meramente identificada con principios abstractos. Mandel no hace virtualmente referencia alguna, a través de todo su artículo, al estilo de liderazgo de Trotsky dentro del partido, a su papel como comandante militar o a su actuación como administrador estatal.

Así, es importante destacar desde el comienzo que Mandel ha proporcionado críticas selectivas de las tesis del ensayo original, pero no ha elaborado una contra-teoría del marxismo de Trotsky. Al optar por este procedimiento, ha corrido el riesgo del empirismo. Consecuencia de esto es la reiterada tendencia de Mandel a volver a la tradicional comparación Trotsky-Stalin, mientras que uno de los propósitos de mi ensayo era librar al debate de la insuperable dificultad que entraña.

La lucha entre Stalin y Trotsky en los años veinte es considerada a menudo como una lucha de principios. Sin embargo, la polarización Trotsky-Stalin fue un desastre, tal como Lenin lo había vaticinado en su testamento. Actualmente, el punto de partida necesario para examinar a Trotsky y a Stalin, es Lenin. Este es el axioma que rigió todo el desarrollo de la argumentación. Al dividir el pensamiento de Trotsky en episodios aislados, separándolo de la práctica, y relacionándolo con una antípoda abstracta, Mandel ha omitido situar correctamente a Trotsky dentro de la historia del marxismo.

1. Trotsky y el partido

Mandel niega que Trotsky demostrara un sociologismo consecuente y una constante subestimación del papel autónomo de las instituciones políticas. El período inicial de la carrera de Trotsky (1902-1917) es crucial aquí. La argumentación de Mandel es doble. Niega que el modelo de Trotsky del partido revolucionario derivara del PSD alemán, es decir de la idea de un partido coextensivo con la clase trabajadora, a diferencia del modelo propuesto por Lenin en ¿Qué hacer? Sin embargo la única ocasión en la cual él escribió sobre el partido como tal fue en su virulento ataque a Lenin en 1904 (Nuestras tareas políticas).

Deutscher comenta explícitamente: “A esta concepción del partido que actuaba como un locum tenens del proletariado (es decir, la caricatura que Trotsky hiciera de la concepción de Lenin-NK.), él oponía el plan de Axelrod de un ”partido con base amplia” concebido según el modelo de los partidos socialdemócratas europeos”.[1]

El mismo folleto abundaba en elogios de las dirigentes mencheviques, principales protagonistas de un modelo semejante para Rusia. Dos años después, al escribir Balance y perspectivas, Trotsky expresó una gran desconfianza hacia los partidos social-demócratas occidentales, pero esto no le llevó a revisar su concepto del partido revolucionario, sino a olvidarlo. El resultado fue la confianza inmediata en la fuerza de las masas, el “fatalismo social-revolucionario”, algo que él mismo confesó más tarde.[2]  

Mandel sostiene, sin embargo, que fue Lenin y no Trotsky quien se inspiró en gran medida en los teóricos de la social-democracia alemana y austríaca para su teoría de la organización del partido. Tal afirmación es sorprendente, si se tiene en cuenta que todo el énfasis de la teoría de Lenin estaba puesto en la creación de un partido de revolucionarios profesionales dedicados a hacer la revolución, noción que era un anatema para Kautsky y Adler.

¿Sobre qué otra cosa se basó la histórica ruptura con los mencheviques? No es accidental que Trotsky fuera incapaz de comprender la significación de ésto en aquel momento. No hay pruebas de que en ninguna etapa posterior Trotsky aprendiera verdaderamente la lección de la teoría del partido de Lenin. En 1917, se unió decididamente a los bolcheviques y desempeñó un papel predominante durante la Revolución de Octubre.

Pero Mandel mismo demuestra involuntariamente la constante limitación de su pensamiento político cuando dice que: ”Trotsky comprendió que la unidad con los mencheviques era imposible cuando la política conciliadora (la bastardilla es suya) de los mencheviques en la revolución de 1917 se tornó evidente para él”.

Precisamente, Trotsky se unió a Lenin, no a causa de su teoría organizativa del partido, que era la necesaria formulación histórica de su ruptura con los mencheviques, sino a causa de su política insurreccional de 1917. Nadie debe subestimar la importancia de esta conversión. Pero fue precisamente la diferencia entre los dos lo que originó la persistente desconfianza hacia Trotsky dentro del Partido Bolchevique después de la Revolución de Octubre.

Toda la historia posterior de la lucha interna del partido resulta bastante incomprensible a menos que se acepte este hecho fundamental. Mandel no examina la cuestión en ningún momento. La única referencia que hace a ella es una cita de Lenin en el sentido de que después de 1917  “no hubo mejor bolchevique que Trotsky”. Sucede, sin embargo, que esta “cita” es un mero rumor, según aclara Deutscher (a quien Mandel cita como su fuente).[3]

No existen pruebas contundentes de que Lenin hiciera jamás semejante afirmación en el transcurso de una conversación. Existen, por el contrario, pruebas negativas: el hecho es que en todos sus voluminosos escritos posteriores a 1917, Lenin no comentó nunca el marxismo de Trotsky o el carácter de su conversión al bolchevismo. Este silencio de Lenin, que tuvo tantas oportunidades de ser explícito, es sin duda curioso. Su lacónico comentario sobre Trotsky en su testamento es el único juicio seguro que poseemos.

Por supuesto, durante los años treinta, Trotsky puso un enorme énfasis en el papel del partido en el desarrollo de la historia. Pero, como ya he señalado, este énfasis, que tomó la forma de una tentativa de iniciar una cuarta internacional, sólo reflejó su incapacidad de lograr una verdadera comprensión de la teoría de Lenin. Pero la conciencia de los errores pasados tendió a producir errores nuevos. Trotsky nunca estudió o experimentó profundamente la teoría de Lenin del partido o su relación con la sociedad. Cuando trató de reproducirla, en los arios treinta, la caricaturizó, dándole un giro voluntarista e idealista, en concordancia con el carácter anterior de su marxismo pero totalmente alejado del de Lenin.

Tanto es así que, en la misma frase citada por Mandel, Trotsky afirma que: ”La crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de la dirección revolucionaria”. Los colosales obstáculos sociales, económicos y políticos de los años treinta se reducen a una cuestión de  “dirección”. Semejante formulación idealista es sin duda incompatible con el pensamiento de Lenin; su subjetivismo y su monismo son evidentes.

Como corolario de la noción de dirección surge, en el pensamiento posterior de Trotsky, la fetichización del programa. Éste se convierte así en la instancia suprema de la eficacia revolucionaria, lo cual está fundamentalmente disociado de la estructura del partido, que era el soporte del pensamiento de Lenin. El programa así concebido se convierte en una virtud idealista acerca de la política, mientras que, por el contrario, la insistencia de Lenin sobre la organización, lo vinculaba constantemente con la estructura social y las contradicciones objetivas que actúan dentro de ella. De aquí entonces las enormes diferencias en los resultados prácticos de las dos experiencias de “construcción del partido”. Una de ellas estaba ligada al más profundo movimiento interno de la sociedad rusa de su época. La otra no alcanzó jamás logro alguno en Occidente. Hacia el final de su vida, Trotsky recordó al Lenin que había ignorado al comienzo. Pero nunca logró seguir sus pasos.

2. La lucha en la década de los años veinte

El curso concreto de la lucha interna del partido sólo es inteligible a la luz del pasado no leninista de Trotsky. Porque fue esto lo que no sólo le aisló de la Vieja Guardia sino que le condujo también a numerosos errores tácticos dentro del partido. Los resultados objetivos y subjetivos de su larga ausencia de la vida interna del partido fueron en este sentido decisivos.

Mandel arguye que es contradictorio afirmar que Trotsky cometiera un error tras otro en su lucha contra Stalin y que organizativamente Stalin era ya el amo del partido en 1923. “¿Pero acaso es seguro que estas dos líneas de pensamiento sean mutuamente excluyentes? En el primer caso, la victoria de Stalin sería el resultado de los errores de su oponente. En el segundo caso, era inevitable”.

De hecho, el argumento era que organizativamente Stalin era el amo del partido en 1923, pero que la unidad política de la Vieja Guardia contra él era la única fuerza que podría haberlo derrotado. El amo organizativo del partido no era ya el gobernante absoluto del país. Stalin, presentándose como el representante del liderazgo colectivo, podría haber sido desafiado con éxito por un conductor colectivo genuino. Porque es indudable que, en 1923, una alianza de Bujarin, Trotsky, Zinóviev y Kámenev hubiera triunfado.[4]

Esta formulación dialéctica define la cuestión central ¿por qué esa unidad política no se produjo nunca? Mandel admite implícitamente que es ésta la pregunta que hay que formular pero él mismo la propone de manera desesperada y agnóstica: “Lo trágico fue que los otros conductores del Partido Bolchevique no vieron a tiempo el peligro de la burocracia y de que Stalin se encaramara en el poder absoluto como representante de la burocracia soviética. Todos terminaron por ver el peligro, en un momento o en otro, pero no lo vieron al mismo tiempo ni lo suficientemente pronto. Esta es la explicación básica para la aparente facilidad con que Stalin conquistó el poder”.

Es esta formulación la que no proporciona explicación alguna para el hecho que admite. Una vez aceptado que se trata meramente de que los otros conductores bolcheviques  “no vieron a tiempo” el peligro del ascenso de Stalin al poder, los únicos factores causales posibles son el accidente o la aberración. Mi explicación, por el contrario, torna inmediatamente explicable la división de la Vieja Guardia. Trotsky no era considerado por los otros dirigentes bolcheviques como un aliado sino como la principal amenaza, a causa de su pasado no leninista, de su supremacía militar, de su papel autoritario durante el comunismo de guerra y de su concepción militarista en los debates sobre los sindicatos.

El bonapartismo no fue, como Mandel parece sugerir, una categoría marxista redescubierta por Trotsky durante la década del treinta: fue, por el contrario, el peligro que  

Trotsky nunca comprendió esta idea. El resultado fue una serie de torpezas políticas – documentadas en mi ensayo – que aseguraron la victoria de Stalin. Bujarin, Zinóviev y los otros vieron en Trotsky. Al mismo tiempo, la carencia misma de experiencia partidaria que provocó estas sospechas hacia Trotsky fue lo que impidió que él las comprendiera y superase. Estaba completamente inmerso en un combate de facción que él tendió siempre a interpretar como la expresión ideológica de los conflictos sociológicos dentro de la sociedad considerada como un todo. De allí entonces que viera a Zinóviev primero y a Bujarín después como a sus enemigos, porque ellos eran los “ideólogos” de la coalición dominante en diferentes momentos: ello fue un error simétrico. Trotsky se convirtió durante largo tiempo en el líder principal de una oposición que no se dio cuenta de que su principal enemigo era Stalin. El resultado fue que, en realidad, tendió a unificar al partido en su contra. El miedo a un tigre de papel hizo que los funcionarios del partido alimentaran a un tigre real; pero lo advirtieron diez años después. Durante la década de los años veinte, Trotsky, como centro negativo, aceleró las tendencias autoritarias y burocráticas del partido. La “primitiva acumulación” del poder de Stalin nació de la autodefensa de la Vieja Guardia contra Trotsky. Para Trotsky, la Vieja Guardia estaba cediendo tímidamente a la presión social de la Rusia retrógrada. Para los funcionarios del partido Trotsky era un peligroso aventurero. De allí entonces que la tendencia de Trotsky a dividir al partido según “principios” puros, creara, irónicamente, una alianza “ sin principios” contra él. Stalin ganó adhesiones por su realismo, porque la maquinaria del partido era muy consciente de que estaba aislada de las masas. Stalin nunca fue un derechista ni un izquierdista, y los hombres del aparato del partido adivinaban instintivamente que tampoco era un centrista. Para ellos, Stalin representaba una idea unilateral y elemental que tenía un tremendo atractivo: el poder debía conservarse. La necesidad relativa para Stalin era la vis inertiae de la situación. Esa era la vía que ofrecía menor resistencia para conservar el poder y para desarrollarse de manera no capitalista, Stalin llegó así a identificarse con la esencia del poder, aun para sus oponentes. Bujarin decía a Kamenev en 1928: “ ¿Acaso nuestra situación no es desesperada? Si el país es aplastado, nosotros (es decir el partido) seremos aplastados con él; y si logra recuperarse y Stalin cambia el rumbo con el tiempo, también así seremos aplastados”.[5]

La crucial importancia del problema de la Vieja Guardia fue un producto del contexto socio-político de Rusia en aquel momento. Porque, después de la Guerra Civil, la institución política del partido se desenvolvía dentro de un virtual vacío social. Esto es lo que importa para el carácter decisivo de los errores de Trotsky dentro del partido, que fueron la expresión natural de su general subestimación de la autonomía de las instituciones políticas.

El sociologismo es siempre un error teórico, pero fue especialmente desastroso en la Rusia de la década de los años veinte. Porque la dialéctica de la fuerza social de las masas había quedado temporariamente anulada en la Guerra Civil. La desintegración de la clase trabajadora prácticamente excluyó a ésta como protagonista del proceso político.

Después de Krondstadt nadie se atrevió a pensar en apelar a las masas (tal como haría Mao en China durante la década de los años sesenta, en una situación histórica muy diferente) . Así, el destino del socialismo fue súbitamente trasladado a la cúpula de la revolución, mientras su base se desgastaba. La errónea comprensión básica que Trotsky tuvo de esta situación puede verse en la contradictoria explicación que da Mandel de su perspectiva general durante la década de los años veinte. Por una parte, Mandel dice que el programa político de Trotsky era “irreal” porque ” las condiciones subjetivas (la bastardilla es suya) para su implementación no existían. El proletariado soviético permanecía pasivo y atomizado.

Contemplaba el programa de la  Oposición de Izquierda con simpatía pero, dado su agotamiento, carecía de la necesaria militancia para luchar por él. Contrariamente a lo que Krassó parece pensar, Trotsky no alimentó en ningún momento la más leve ilusión acerca de ésto”. Pero a continuación Mandel afirma lo contrario. La lucha de Trotsky no fue sólo una cuestión de honor para “salvar el programa”, con lúcida conciencia de que la derrota era inevitable porque ”la clase trabajadora soviética era pasiva pero su pasividad no estaba mecánicamente predeterminada para un largo período. Cualquier surgimiento de la revolución internacional, cualquier cambio en la relación soviética interna de las fuerzas sociales podría haber ocasionado su despertar. El instrumento inmediato para estos cambios sólo podía ser la Comintern y el Partido Comunista de la Unión Soviética”.

Estas dos afirmaciones son irreconciliables. Indican meramente la dificultad de cualquier justificación ex post facto de la trayectoria de Trotsky. La verdad es que Trotsky no creía que su programa fuera “irreal”. Su disputa con Rakovski en 1928 lo pone absolutamente en evidencia, porque Rakovski sí lo creía. Su Carta a Valentinov destaca tal vez como el más clarividente análisis social de la década y Trotsky lo rechazó enfáticamente. La razón de que lo hiciera fue, por supuesto, que él creía en la inmediata capacidad combativa del proletariado soviético; y esta creencia explica por supuesto, toda su conducta en la lucha interna del partido. Lo que él subestimó de forma crucial fue el grado de desintegración de la clase trabajadora después de la Guerra Civil. Lenin, por el contrario, fue, una vez más, extremadamente consciente de éste hecho. Su formulación del problema fue característicamente radical: ”¿Dónde está vuestra industria en gran escala? ¿Qué clase de proletariado es éste? ¿Dónde está vuestra industria? ¿Por qué está ociosa?” se preguntaba en 1921. Esta era la raíz del problema: no la “pasividad” del proletariado (frase de Mandel), es decir, un estado subjetivo y coyuntural, sino su desintegración y dispersión, o sea una situación objetiva y estructural. Su número se había reducido en dos tercios y su composición se había transformado, con los mejores militantes muertos o transferidos a funciones partidarias. Este es el fondo sociológico de la lucha interna del partido, que Lenin al comienzo de la década y Rakovski al final, percibieron. Trotsky, creyendo en el predominio inmediato de las fuerzas sociales, no lo advirtió.

¿Acaso significa ésto que el PCUS era un ente político completamente divorciado de la estructura social objetiva de la Rusia soviética? Por supuesto que no. El pensamiento de Marx fundó tanto la autonomía de la instancia política dentro de la compleja totalidad social como su determinación a largo plazo por medio de la economía. El error opuesto al de Trotsky consiste en creer en el papel todopoderoso de las instituciones políticas como tales, abstraídas de la formación socio-económica dentro de la cual se articulan necesariamente.[6]

Mandel proporciona una excelente definición de las consecuencias de tal creencia, cuando escribe: ”La pura política del poder degrada a sus actores precisamente hasta el punto de hacerles perder todo control sobre sus actos. Los vínculos entre el propósito consciente y las consecuencias objetivas de sus actos se desvanecen. Los marxistas, por el contrario, otorgan gran valor a la acción consciente; y conciencia implica conciencia del papel decisivo de las fuerzas sociales y de las limitaciones que este papel impone inevitablemente a toda acción individual… La creencia de Stalin en las posibilidades autónomas de la “política del poder” se convirtió en su “nemesis” porque lo transformó en un instrumento inconsciente de fuerzas sociales, cuya existencia no pareció advertir hasta el fin de su vida”.

Aquí está el germen de una explicación nueva y científica del papel histórico de Stalin, libre de la personalización que tanto sus discípulos como sus enemigos han ejercido hasta ahora.[7] Tal explicación debiera establecer una relación significativa entre su fácil victoria dentro del partido en la década de los años veinte y las furiosas purgas de la década de los años treinta. Porque Stalin temía, por cierto, la consolidación de un nuevo grupo social dentro del aparato del partido y del Estado, y no vaciló en diezmar a sus propios seguidores cuando advirtió el peligro (poco antes de su muerte) .

Como ya lo señalé, fue como si en la década de los años treinta hubiera tomado con absoluta seriedad las advertencias de Trotsky sobre una “restauración burocrática”.[8]

Lo que importa enfatizar aquí es que el problema de la burocracia fue – como lo expresa Mandel – una preocupación central para Lenin durante sus últimos años. En los años veinte la estabilización temporal del capitalismo se había convertido en un hecho. Lenin repitió constantemente, cada vez con más énfasis, que la política revolucionaria debía unir una intransigencia respecto a los principios unido a la capacidad de llegar a compromisos.

Ya en 1918 Lenin habló en su artículo Sobre el infantilismo de “izquierda” y el espíritu pequeño-burgués de la debilidad rusa que hace que ”(en nuestro país) no exista un alto nivel cultural ni la costumbre de los compromisos”.[9]

Es evidente que mientras menos dispuesto esté un político a comprometerse con la realidad de una situación, menos capaz será de contribuir a su solución. Es difícil aceptar que sea una mera coincidencia el hecho de que varios de los militantes de la Oposición Obrera, menos comprometidos, y los de pensamiento más unilateral en su rechazo a la burocracia, llegaran más tarde a convertirse en funcionarios de la administración de Stalin y hasta lograron librarse de las purgas. Sus principios eran tan elevados que no había posibilidad de vivir de acuerdo con ellos (una situación humana que llegó a interesar mucho a Dostoievski). De allí entonces que, más tarde, nada les viniera bien. Fue realista la oposición de Lenin al estatismo, a la organización burocrática y administrativa del Estado, representada al comienzo principalmente por Trotsky. Pero estos representantes de la Oposición Obrera, una vez que advirtieron que sus objetivos eran irreales, encontraron mucho más fácil que otros aceptar la versión del realismo de Stalin.

Esto tiene una gran importancia para lo que Mandel llama ”la principal preocupación y la batalla final de Lenin durante el último período de su vida”: la lucha contra la burocracia.  

Porque precisamente Lenin nunca planteó el problema de modo idealista a tenor del romanticismo político de “o bien… o”. Para Lenin, no se trataba de una cuestión de burocracia o no. Lenin era agudamente consciente de las insuperables contradicciones que dominaban tanto la política interna como la externa y creía que la única manera de abordarlas era desarrollar una política de experimentación deliberada. Las tendencias burocráticas y autoritarias debían ser combatidas, pero los compromisos eran inevitables a lo largo de esta lucha. El objetivo de Lenin no era el triunfo completo sobre la burocratización, un objetivo imposible, sino que consistía más bien en buscar correctivos para tal fin. Este fue el significado del papel crucial que desempeñó en los debates sobre los sindicatos, cuando se opuso resueltamente a la política de Bujarin y Trotsky e insistió en que los sindicalistas debían estar en situación de defender a los trabajadores contra el Estado Soviético real: “El camarada Trotsky habla del Estado de los trabajadores. Permitidme decir que esto es una abstracción… Nuestro Estado actual es tal que el proletariado organizado incluso debe defenderse y debe utilizar estas organizaciones de los trabajadores para la defensa de los trabajadores contra el Estado y para la defensa de nuestro Estado a favor de los trabajadores”.

Lenin jamás idealizó a este Estado. En 1921 escribió que: “El Estado de los trabajadores es una abstracción. En realidad, tenemos un Estado de los trabajadores con los siguientes rasgos característicos: 1. Son los campesinos y no los obreros quienes predominan en la población; 2. Se trata de un Estado de los trabajadores con deformaciones burocráticas”. Se puede advertir que Lenin encontró necesario calificar la noción de “Estado de los trabajadores” indicando sus deformaciones burocráticas. Era muy consciente de la necesidad de captar la especificidad de la situación rusa. La “burocracia” tout court era una noción tan abstracta como la de un ”Estado de los trabajadores”. Pero el marxismo vulgar dominaba el pensamiento de los cuadros dirigentes del partido. Ninguna situación histórica nueva puede ser correctamente captada por medio del marxismo vulgar; pero difícilmente habría habido otra circunstancia para la cual fuese tan inadecuado como la circunstancia de Rusia en la década de los años veinte. Desde el punto de vista del marxista vulgar no había solución: el partido debiera haber desistido. Bujarin y muchos otros buscaron refugio en zig-zags entre posiciones de extrema derecha y de extrema izquierda, mientras prevalecía como fondo una especie de desesperación. Bujarin lloró en 1918 cuando el partido resolvió aceptar alimentos de los americanos, y dijo a Trotsky: ”Están convirtiendo al partido en un estercolero”.[10]

Trotsky y Stalin reaccionaron de manera diferente frente a esta situación, según el carácter de sus respectivos marxismos. En comparación con los otros dirigentes su irresistible voluntarismo les otorgaba una ventaja. Pero este voluntarismo tomaba formas opuestas. Lo único que importa destacar aquí es que el marxismo de Trotsky no puede ser definido como el reverso positivo del de Stalin. La comparación mecánica de los dos no contribuye necesariamente a nuestra comprensión de ambos. Había una némesis en el marxismo de Stalin pero ello no modifica ni disminuye la némesis de Trotsky. Tanto el “sociologismo” como la “política del poder” son desviaciones fundamentales del leninismo.  

3. Rusia y la revolución mundial

El debate  “socialismo en un país versus revolución permanente” forma el núcleo de los comentarios finales de Mandel sobre mi ensayo. Estos comentarios proporcionan una oportunidad para aclarar algunos reiterados errores acerca de la historia del movimiento revolucionario internacional desde la década de los años veinte. Mandel sostiene que Trotsky tenía una política interna y una política internacional coherentes, basadas en las tesis fundamentales de la “revolución permanente”.

Por otra parte, no objeta explícitamente mi análisis de las confluencias sobre las cuales fue construida la noción de revolución permanente. Siendo así, puede suponerse que el análisis se sostiene. Lo que sí discute Mandel es que las polémicas de Trotsky contra el socialismo en un solo país implicaran la creencia de que la Unión Soviética se derrumbaría a causa de la “subversión” del mercado mundial o de la agresión militar. También sostiene que la política económica de industrialización acelerada propiciada por Trotsky iba acompañada de una línea política para las diferentes clases sociales en la URSS, es decir, por un correcto “manejo de las contradicciones del pueblo”.

Pero en ambas cuestiones la evidencia es abrumadora. En su folleto La revolución permanente Trotsky dice:  “Las crisis de la economía soviética no son meramente enfermedades propias del crecimiento, es decir, una especie de dolencia infantil, sino algo mucho más significativo: las rígidas restricciones del mercado mundial”.[11]

En este punto, toda su argumentación da por supuesto que el mercado mundial capitalista es el sistema económico que hace imposible el socialismo en un solo país , aunque nunca explica por qué ni cómo. Lo mismo puede decirse de su discurso sobre la intervención militar desde el exterior. Trotsky escribe: “O el proletariado llega al poder o la burguesía, por medio de una serie de demoledores golpes, debilita la presión revolucionaria a fin de recobrar su libertad de acción, sobre todo en la cuestión de la guerra y la paz. Sólo un reformista puede imaginar la presión del proletariado sobre el Estado burgués como un factor permanentemente creciente y como una garantía contra la intervención”.[12]

Se desprende del texto de este folleto que Trotsky pensaba en un colapso económico o militar de la URSS, tal como lo demuestra la condición curiosamente jruschevista que agregó: ”El ejemplo de un país atrasado, que en el transcurso de varios Planes Quinquenales fue capaz de construir con sus propias fuerzas una poderosa sociedad socialista, significa en sí un golpe mortal para el capitalismo mundial y reduciría al mínimo, si no a cero, los riesgos de la revolución proletaria mundial”. Stalin, por supuesto, no sostuvo jamás algo semejante.[13] Una vez más, la idea de que el Estado soviético aislado no era viable a largo plazo es la única que da sentido a esta afirmación.

Aceptado esto, es bastante lógico que la política de Trotsky con respecto a la industrialización interna haya sido tan vaga: se trataba de una suerte de medida de emergencia hasta que el advenimiento de la revolución internacional salvara la situación. Mandel mismo lo prueba al citar la alternativa propuesta por la Oposición de Izquierda ante el desastre masivo que supuso la industrialización de Stalin: ”un impuesto especial sólo para los campesinos ricos y una reducción radical de los gastos administrativos, economizando un billón de rublos de oro  anuales”.

El carácter académico, si no demagógico, de tal proposición, es evidente. Financiar la acumulación reduciendo los gastos del Estado es un sueño utópico para todo país atrasado. Resulta difícil creer que el mismo Trotsky tomara en serio tal propuesta. Por cierto que ello no tenía relación alguna con la desesperada situación económica de 1928, que fue de bloqueo virtual de las ciudades por parte de los kulaks, tal como E. H. Carr ha destacado recientemente en estas páginas (Revolution from Above, NLR, N9 46).

El programa de industrialización de Trotsky, a pesar de toda su trascendencia económica, no contiene solución política alguna para el problema del campesinado. De allí que éste estuviera siempre expuesto a la confiscación por Stalin y a comprometerse en una guerra contra los kulaks. Prueba de ello es el rápido realineamiento de Preobrazhenski y Piatakov en 1929; si hubiera habido una fórmula política, aceptada de común acuerdo para el programa de industrialización de la oposición, este desplazamiento no habría ocurrido.

La perspectiva internacional de la “revolución permanente” era un razonamiento fundamental para esta incompletada política interna. Debemos considerar ahora la interpretación que hace Mandel de esta idea. Rechaza la idea de que este concepto pueda esencialmente identificarse con la creencia en la inminencia y la ubicuidad de la insurrección. Por el contrario, afirma que lo único que sostiene es que la época histórica es una época de frecuentes réplicas de situaciones revolucionarias, ninguna de las cuales debe necesariamente producir una toma exitosa del poder. Los límites geográficos de este concepto permanecen indefinidos, pero presumiblemente se extienden a todo el globo. Ahora bien: si es ésta la interpretación que ha de darse al concepto de “revolución permanente”, entonces este concepto deja de ser erróneo para convertirse meramente en banal. Porque ¿quién en la Comintern hubiera negado nunca que la época histórica se caracterizaba por el surgimiento periódico de situaciones revolucionarias? Ninguna afirmación podía ser más segura o menos discutible. Una “época” comprende muchos años, se cuenta por décadas. Dentro de tal lapso, las erupciones pueden ser muy espaciadas sin dejar de ser “periódicas”. Diluir la idea de la revolución permanente equivale a tornarla banal.

La explicación que Mandel da del concepto incluye, sin embargo, un corolario polémico. Mandel afirma que dado que hubo numerosas situaciones revolucionarias en Europa después de 1919 y dado que ninguna produjo una revolución socialista, la responsabilidad de estos fracasos debía ser atribuida fundamentalmente, a la Comintern y al Partido soviético que la controlaba. ”La principal responsabilidad de las derrotas de la clase trabajadora en los años veinte, en los treinta y en los comienzos de la década del cuarenta puede ser lisa y llanamente imputada a una conducción inadecuada”.

La revolución permanente se convierte aquí en la explicación racional para una denuncia histórica de la política exterior soviética. No hay duda de que ésta es una interpretación correcta de la visión de Trotsky durante la década del treinta. Pero ¿es también una interpretación correcta de la historia? Mandel critica muy bien las explicaciones psicológicas de la política de Stalin, y reclama explicaciones sociológicas. Pero no advierte que, al tratar de atribuir todas las importantes derrotas revolucionarias acaecidas desde 1922 a la política de la URSS, está simplemente repitiendo el mismo error, a otro nivel.

Este fue precisamente el error de Trotsky, y este error derivó de su constante sobrestimación de la importancia de la nación como institución política.[14]

Porque el hecho es que, en última  instancia, la Comintern no determinó el destino de los movimientos revolucionarios de todos los países del mundo. Esto debiera ser obvio para todo marxista. Creer otra cosa sería exagerar desproporcionadamente la importancia y la influencia del naciente Estado soviético sobre los asuntos mundiales. La convicción anticomunista vulgar de que el “Kremlin” era responsable de todas las explosiones de descontento social o de revolución en todas partes del mundo encuentra aquí su contraparte marxista vulgar: el Kremlin se torna responsable de toda represión de descontento social y de todas las victorias de la contrarrevolución. Esta idea es incompatible con cualquier apreciación racional de la historia mundial y está precisamente basada en el monismo sociológico por el cual yo critiqué a Trotsky y que consiste en dar por sentada la existencia de “una estructura social universal que planea sobre sus manifestaciones en cualquier sistema internacional concreto”. La consecuencia voluntarista de tal suposición consiste en atribuir a la URSS una omnipotencia maléfica. Así, Mandel no vacila en escribir que “los cincuenta millones de víctimas de la Segunda Guerra Mundial” fueron el ”resultado” de la política de la Comintern. El idealismo de esta línea de pensamiento, y su distancia del marxismo, son evidentes.

Una vez que la dominación contrarrevolucionaria ha sido internacionalmente atribuida a Stalin, no existe ya restricción objetiva alguna para la ubicación de las “situaciones revolucionarias” cuyo triunfo se pretende que la Unión Soviética ha evitado. Los cuasi-fracasos se multiplican en el texto de Mandel: nada menos que cuatro para Alemania, tres para España, tres para Francia y hasta uno, quizás, para Gran Bretaña. Y a todos ellos se les llama “situaciones revolucionarias”.

Basta arrojar una mirada a la lista para advertir cuán alejada de la historia está tal afirmación. La huelga general inglesa fue saludada por Trotsky, en aquel momento, como la señal de un levantamiento general revolucionario. Sin embargo, la organizada clase trabajadora inglesa no pudo mostrar un “impulso instintivo para tomar en sus manos el destino de la sociedad”, sino que luchó por objetivos estrictamente limitados y se resignó a no alcanzarlos. (El Partido Comunista inglés demostró una correcta apreciación de la coyuntura, lo cual contrasta con el error de Trotsky).

La situación de 1945 en Francia y en Italia hacían muy problemática una tentativa armada de tomar el poder por parte de los partidos comunistas nacionales. El destino de Grecia lo prueba. Allí, la izquierda era mucho más fuerte que en Francia o en Italia, y el país era mucho menos vital para el imperialismo que cualesquiera de estas dos naciones. No obstante, la revolución griega fue brutalmente aplastada por la invasión anglo-americana. Thorez y Togliatti tenían muchas menos posibilidades que el KKE.

La Guerra Civil española es otro ejemplo. Mandel sugiere que los comunistas españoles podrían haber hecho una revolución exitosa dentro de la República en guerra en 1936-37 y haber intentado después una victoria militar sobre Franco. Pero eran sólo una pequeña minoría dentro de las fuerzas republicanas, y éstas a su vez tenían pocas posibilidades de ganar la guerra una vez que la correlación de fuerzas miñitares cristalizara en  1936.

Las posibilidades de una revolución socialista en Alemania también eran remotas. El KPD no tuvo en ningún momento algo semejante a las fuerzas necesarias para enfrentarse a la Wehrmacht, armada y equipada por los socialdemócratas con el deliberado propósito de sostener la contrarrevolución en 1918, y constantemente incrementada desde entonces. Esta situación estratégica era previa a cualquier consideración sobre el nazismo. Un control exitoso del nazismo era una cosa, y una revolución proletaria, otra bastante diferente.

Por supuesto, la política de Stalin fue errónea en Francia, en Italia y – sobre todo – en Alemania. Yo enfaticé en mi ensayo las sucesivas torpezas de la Tercera Internacional. Además, la crítica de Trotsky a la política de la Comintern en Alemania fue excelente (quizás sea significativo destacar, a este respecto, que sus mejores polémicas de estos años fueron escritas desde una posición “derechista”, paralela a la de Brandler, y no desde la posición ”izquierdista” que adoptó en la etapa de los Frentes Populares).

Pero en todos estos casos la política internacional de Stalin era, en última instancia, un factor secundario dentro de una lucha sostenida y decidida a nivel nacional. La unidad primaria de la lucha de clases era la nación; la promulgación de la política de la Comintern en Moscú no hizo nada para alterar este hecho. La política internacional de Stalin se tornó decisiva sólo cuando la nación fue abolida como tal, es decir, en la guerra. Fue entonces, precisamente, con la eliminación de las fronteras nacionales y la disolución temporal de las estructuras sociales que encerraban que el papel de las acciones soviéticas se tornó fundamental. El Ejército Rojo en Europa Oriental, al crear un cordon sanitaire a manera de contraste, logró lo que ninguna directiva de la Comintern tuvo jamás posibilidad de lograr.

El error fundamental que Trotsky cometió al subestimar la autonomía de la institución política del Estado-nación se hace evidente en su idea general de que, a causa de la ”política incorrecta de la Comintern”, no era posible revolución alguna dentro de las filas de los partidos leales a la Tercera Internacional. Sin embargo, fue precisamente esta creencia la que se vio refutada espectacularmente, confirmando así – por el contrario – cuán secundaria era la influencia de esta política sobre la lucha revolucionaria dentro de cualquier país dado. El monumental levantamiento de la Revolución China – para no hablar de otras victorias en Vietnam, Yugoeslavia y Albania – lo demostraron definitivamente. La Revolución China, giro fundamental de la historia mundial de las últimas décadas, concentra todos los principales errores que acosaban al pensamiento de Trotsky. Fue una revolución victoriosa conducida por un partido que nunca desafió abiertamente a la Comintern o a Stalin. Esto era algo que a Trotsky le parecía imposible: de allí su decisión de crear una nueva Internacional. Dicha revolución estaba basada en el campo y su fuerza principal fue el campesinado, a pesar de lo cual nunca abandonó su programa o su ideología socialista. Trotsky condenó explícitamente a Mao y al partido chino por retirarse a la China rural después de 1927, y predijo que degenerarían en un mero movimiento campesino. Imposible concebir prueba más evidente del sociologismo de Trotsky.[15]

Este fue su juicio acerca del fenómeno político más decisivo de la época, y revela con la mayor claridad su constante tendencia a trasladar inmediatamente las instituciones políticas a las fuerzas sociales, como así también los enormes errores a que tal desviación teórica conduce. (Puede agregarse que los escritos de Trotsky sobre China demuestran su incomprensión de la potencia revolucionaria de la guerra de guerrillas, a la que él había sabido someter como Comandante del Ejército Rojo. En este punto, tanto Lenin como Mao fueron – en diferentes momentos – superiores a él.) Así, Trotsky no tuvo nunca una plena conciencia de las formidables victorias de la Larga Marcha y de la guerra antijaponesa. Las categorías de su marxismo le impedían comprender la importancia de estos acontecimientos. De allí en adelante, la experiencia china, que llegaría a ser el vértice de la revolución mundial hacia la mitad del siglo, se le escapó.  

También se le escapó a Stalin, por supuesto. Pero de eso precisamente se trata. La política de Stalin no era frenética, con poder de vida y muerte sobre el movimiento revolucionario mundial. Fueron los movimientos cautelosos y conservadores del Estado soviético los que necesariamente tendrían sólo una influencia limitada sobre los acontecimientos que se producían en otros lugares, excepto cuando ese Estado sobrepasó sus fronteras nacionales, como en 1944-45.

La política de Stalin no fue más responsable del fracaso de la revolución en Occidente que lo fue del éxito de la revolución en Oriente. Aquellos partidos con suficiente vitalidad como para ignorar las directivas de la Comintern fueron los que tuvieron suficiente poder combativo como para ganar la revolución; aquellos que se sometieron dócilmente a las erróneas directrices de la Comintern no fueron los más aptos para derrotar a la burguesía. El hecho de que Stalin se equivocara con tanta frecuencia en esos años no significa, por el contrario, que Trotsky estuviera siempre en lo cierto. El leninismo había desaparecido con su autor, y las acusaciones mutuas hechas en estas décadas resonaban en el abismo de su ausencia.

Resumen

Para resumir: la indiferencia de Trotsky hacia las instituciones políticas lo alejó de Lenin antes de la Revolución de Octubre y lo excluyó del partido bolchevique. Su teoría y su práctica anteriores lo aislaron luego dentro del partido, en la década de los años veinte y aseguraron finalmente su derrota. En los años treinta su internacionalismo abstracto le impidió comprender la compleja dinámica intra-nacional que regía al desarrollo fundamental de los diferentes desprendimientos del movimiento revolucionario mundial.

El sociologismo de Trotsky forma una unidad coherente. Resulta innecesario decir que una crítica a su práctica teórica y política no disminuye, de ninguna manera, sus extraordinarios logros durante la Revolución de Octubre y la Guerra Civil. Por el contrario, como mi ensayo destaca, ambas estaban orgánicamente unidas: Trotsky tenía todas las virtudes de sus vicios.

Esto se aplica también al último período de su vida. Expresé en mi ensayo que estos años estuvieron  “dominados por su simbólica relación con el gran drama de la década anterior, que para él se había convertido en un trágico destino. Sus actividades se tornaron sumamente insignificantes”.

Pero esta insignificancia no era la de los gestos teatrales y las adaptaciones tácticas de la década de los años veinte. No se trataba ya de una falta de perspectiva. En su nuevo impasse, Trotsky alcanzó cierta grandeza. La escisión entre el “deber” y el “ser” tuvo una base histórica objetiva en la década de los años treinta. El “deber” de Trotsky fue sin embargo válido por cuanto la unión del socialismo con el nacionalismo y con un sistema autocrático es un absurdo. Pero por entonces no había posibilidad de que él lograra una existencia histórica definida.

Trotsky se convirtió en un mito identificándose con su “deber”. Fue Engels quien escribió que, mientras los socialistas utópicos estaban errados en un sentido económico, representaban una verdad en un sentido último, vinculado a la historia universal. Algo similar puede decirse de Trotsky. Mandel afirma que él representaba los “principios de  la democracia soviética y del internacionalismo revolucionario”.

Sin embargo, la realidad no es nunca una mera cuestión de principios. El precio que Trotsky debió pagar por su estatura fue tornarse irreal, convertirse en un mito romántico y en un símbolo. Era revolucionario en una escala clásica. Su tragedia consistió en sobrevivir en una época y en un campo de batalla post-clásicos. Está bien restaurar esta categoría fundamental. Porque el marxismo no es un optimismo beatífico es la comprensión de una época intolerable y la acción para transformarla.

1 No puedo examinar, dentro de la extensión de este artículo, hasta dónde las proposiciones de Trotsky de 1923-24 para la introducción de un plan central en 1925-27 para la industrialización correspondían a las posibilidades reales existentes en eI momento en que fueron formuladas. Uno de los mitos del trotskismo vulgar es que la implementación por parte de Stalin después de 1928,de planes de mucho mayor alcance que los que habían sido propuestos por la oposición prueba per se que estos últimos eran correctos. Según escribe Maurice Dobb, ”no se deduce que lo que puede haber sido practicable en 1928-29 fuera necesariamente practicable en una fecha anterior, cuando tanto la industria como la agricultura eran más débiles” (M. Dobb, Soviet Economic Development since 1917, London, 1948, pp. 206-207). Véase también R. W. Daves. ”The Inadequacies of Russian Trotskysm”, en Labour Review (London) July-August 1957. Sin embargo, yo aceptaría el argumento de que si el partido hubiera tenido en cuenta antes las advertencias de la oposición contra el peligroso crecimiento del poder de los kulaks en el campo, el proceso de colectivización de 1929-30 podría haber sido menos violento.

2 Carta de Trotsky al Plenarium del CC del PCR. enero 15 de 1925. En J. Murphy (ed.) Errors of Trotskysm (London, 1925), p. 374.


[1] El profeta armado, p. 14.

[2] La revolución permanente, p. 49 de la edic. inglesa.

[3] El profeta armado, p. 243.

[4] En mi primer ensayo, destaqué la complementariedad objetiva de las políticas de la izquierda y de la derecha, y ello constituye una tesis central que Mandel ignora. El problema que enfrentaba al partido era la forma que adquiriera la síntesis. De hecho, la unidad de izquierda-derecha que los derechistas y los izquierdistas no lograron fue fomentada por Stalin de tres maneras. Primero, por la elemental amalgama de derechismo e izquierdismo de la zigzagueante política oficial soviética. Segundo, dando origen al mito de que tal bloque antipartidario existía realmente. Y tercero, llevando a cabo la unidad de izquierdistas y derechistas en las prisiones.

[5] El profeta desarmado. p. 411. [Por error en el original inglés figura El profeta armado. N. del E].

[6] Es extraño que se me acuse de reducir todo a una lucha por el poder dentro del marco de la organización. No admiro la política del poder. Aun la política en un sentido más amplio, mientras tenga una relativa autonomía estructural es algo más que mera política para los revolucionarios socialistas, aquellos que lo son conscientemente.

[7] Es incorrecto que Mandel sugiera que Stalin era una persona mediocre comparada con Napoleón III. Tampoco era un “gigante entre enanos”. Sus características personales fueron, por supuesto, una condición necesaria de su papel histórico, pero fue el contexto político lo que determinó su impacto. Es posible que las características negativas de Trotsky fueran más significativas que las características positivas de Stalin – el momento übergreifendes – en la génesis del ascenso de Stalin.

[8] Es evidente que en la década de los años treinta, la forma en que la colectivización fue conducida como campaña hizo que muchos de los funcionarios de Stalin dudaran de su dirigente. Fue entonces cuando Stalin eliminó a aquellos de los cuales él era una creación, y los sustituyó por los que eran una creación suya. De esta manera puede decirse que él llevó a cabo parte del programa de Trotsky. Los jóvenes, la mayoría de ellos provenientes de la clase obrera, ocuparon los puestos de la Vieja Guardia. (Más tarde se convirtieron en dirigentes del país: Jruschev, Malenkov y otros). La abrumadora mayoría en el Congreso de 1934, el Congreso de los Triunfadores, fue víctima de las purgas. Sociológicamente éste fue el principal cambio, camuflado de hecho por los procesos espectaculares de la anterior oposición de izquierda y de derecha, es decir por el proceso a los que se habían transformado en políticamente insignificantes. Con Stalin, los funcionarios del partido y del Estado no tuvieron nunca la oportunidad de convertirse en un grupo social permanente y estable.

[9] Fue en este mismo artículo de 1918 que Lenin escribió en contra de aquellos que creían que era un error haber tomado el poder: “Así argumentan… (quienes) olvidan que jamás se dará la “correspondencia”, que no lo puede haber en el desarrollo de la naturaleza ni de la sociedad, y que solamente por medio de una serie de tentativas – cada una de ellas, tomada por separado, será unilateral y adolecerá de cierta falta de correspondencia – se creará el socialismo integral, producto de la colaboración revolucionaria de los proletarios de todos los países”.

[10] Lunatcharski comentó cierta vez, acerca de la personalidad de Trotsky: “Trotsky atesora su papel revolucionario y probablemente estaría dispuesto a hacer cualquier sacrificio personal, sin excluir el mayor sacrificio, el de su vida, a fin de perdurar en la memoria de los hombres provisto de la aureola de un genuino líder revolucionario”. Algo de verdad hay en ello. Trotsky era dado a las actitudes y a las afirmaciones  “dramáticas”, que, para criterios más mesurados, no siempre estaban justificados. Podría decirse que su tragedia fue una tragedia de tipo schilleriano, a diferencia de la tragedia de los últimos años de Lenin. Se recordará que Marx y Engels criticaron el drama Sickingen de Lasalle, calificándolo de schilleriano en comparación con el drama shakesperiano.

[11] La revolución permanente, p. 30 de la edic. inglesa.

[12] Ibid., p. 143 de la edic. inglesa.

[13] Ibid., p. 26. Dije en mi primer ensayo que la perspectiva de Stalin en esta cuestión fue superior a la de Trotsky. El aislamiento de Rusia era un hecho. Pero eso no fue el objeto de la cuestión. Durante la discusión del Comité Central acerca del Tratado de Paz con Alemania en enero de 1918, Stalin dijo que en lo que concernía a los movimientos revolucionarios occidentales, no había hechos sino sólo posibilidades, y que las posibilidades no podían ser tenidas en cuenta. “¿No pueden ser tenidas en cuenta?” preguntó Lenin. Esto fue una diferencia decisiva entre los dos, entonces y después. Lenin nunca ignoró los hechos, pero siempre tuvo en cuenta las posibilidades.

[14] Hay aquí un significativo contraste entre Trotsky y Lenin. Puede verse un buen ejemplo de ello en sus actitudes hacia Noruega y Serbia respectivamente en las dos guerras mundiales. En 1940, cuando los alemanes habían invadido Noruega, Trotsky escribió: “Dos gobiernos luchan en Noruega: el gobierno de los nazis europeos, apoyado por las tropas alemanas en el sur, y el antiguo gobierno socialdemócrata con su rey en el norte. Lo que se da en Noruega es el enfrentamiento directo e inmediato entre dos campos imperialistas, en cuyas manos los gobiernos noruegos en guerra son sólo instrumentos auxiliares. En el escenario mundial, no apoyamos ni el campo de los aliados ni al de Alemania. En consecuencia no tenemos la menor razón ni justificación para apoyar a ninguno de sus instrumentos temporales dentro de Noruega”. In defence of marxism. pp. 171-172 [hay versión en esp.]. En otras palabras, Trotsky se negó a reconocer la relativa justicia de la causa nacional noruega contra los alemanes. Repitió mecánica y abstractamente las posiciones revolucionarias clásicas de la Primera Guerra Mundial a pesar de las evidentes diferencias entre ellas. En 1914 Lenin por el contrario basó toda su política en una absoluta condena de la Guerra Mundial como una lucha interimperialista, pero dijo que había una relativa justicia en la lucha nacional serbia contra los imperios austro-húngaro y alemán. Habló de su expedición expoliadora contra Serbia. Su marxismo fue siempre dialéctico: integró tanto las contradicciones principales como las secundarias.

[15] El desconocimiento de Trotsky de la Revolución China contrasta de manera reveladora con la importancia que asignó a intelectuales americanos insignificantes y a los pequeños grupos políticos que ellos representaban. El sociologismo que lo indujo a desdeñar al partido chino como un fenómeno campesino lo indujo también a creer que la clase obrera americana – por representar al proletariado del país capitalista más avanzado – era una fuerza histórica decisiva en la década de los años treinta y, por lo tanto, las disputas ideológicas acerca de ella tenían una enorme importancia. De allí lo oprobioso de sus debates con Burnham. Schachtman y otros (agravados por la conciencia que Trotsky tenía de su nulidad ).

Ernest Mandel: Crítica de una Crítica

La crítica de Nicolás Krassó al pensamiento y las actividades políticas de Trotsky nos ofrece una buena ocasión para debatir algunas concepciones erróneas y algunos prejuicios que siguen preocupando a buen número de intelectuales de izquierda no alineados. Las raíces de estas concepciones falsas son fáciles de descubrir. La revelación y denuncia públicas de los peores crímenes de Stalin por parte de los dirigentes soviéticos actuales no se ven acompañadas en absoluto por la adopción de la política por la que Trotsky luchó durante los últimos quince años de su vida. Ni en la organización interna de los países “socialistas” ni en su política internacional (excepción hecha de Cuba) han vuelto los dirigentes de esos países a los principios de la democracia soviética y del internacionalismo proletario defendidos por Trotsky.

Sin embargo, históricamente, el hecho de que Stalin haya sido derribado de su pedestal y de que muchas de las acusaciones lanzadas contra él por Trotsky se reconozcan como ciertas constituye una formidable rehabilitación histórica para quien fuera asesinado por un agente de Stalin, el 20 de agosto de 1940, en Coyoacán.

Todos aquellos que permanecen fuera de la lucha por hacer triunfar finalmente el programa de Trotsky – por su completa rehabilitación política – tratarán, por consiguiente, de justificar su abstención en base a los fallos, errores y debilidades de este programa. Para ello, no irán a repetir las burdas exageraciones y falsificaciones forjadas por los estalinistas en los años treinta, cuarenta y cincuenta, según las cuales Trotsky fue un contrarrevolucionario y un agente del imperialismo, y deseó, o, al menos favoreció objetivamente la restauración del capitalismo en la URSS.

Tendrán que decantarse, pues, por los argumentos propuestos por los adversarios más refinados e inteligentes, que reprochaban a Trotsky, durante los años veinte, de no ser en realidad un bolchevique, sino un socialdemócrata de izquierda que no había comprendido en absoluto las particularidades de Rusia, ni las sutilezas de la teoría leninista de la organización ni la dialéctica compleja de la lucha proletaria tanto de Occidente como de Oriente. Esto es precisamente lo que está haciendo Krassó.

1. Clases, partidos y autonomía de las instituciones políticas

La tesis central de Krassó es sencilla: el pecado capital de Trotsky era su falta de comprensión del papel de un partido revolucionario; creía que las fuerzas sociales podían, directa e inmediatamente, modelar la historia, que eran transportables, tal cual, en organizaciones políticas. Esto, según parece, le impidió llegar nunca a comprender la teoría leninista de la organización, y le condujo a un sociologismo vulgar y al voluntarismo.

Su salida del bolchevismo en 1904, su papel en la revolución de octubre, su creación del Ejército rojo, su derrota en las luchas internas del partido en 1923-27, su concepción de la historia, su  “vano intento” de edificar la IV Internacional, todo ello está condicionado por el sociologismo y el voluntarismo. El marxismo de Trotsky, según Krassó, “forma una unidad coherente y característica desde la primera juventud hasta la vejez”.

Nadie discutirá que, antes de 1917, Trotsky rechazó lo esencial de la teoría de la organización de Lenin[1]. No discutiremos que el partido, la ideología y la psicología de las clases sociales pueden adquirir un determinado grado de autonomía en el proceso histórico, ni que el marxismo, por citar a Krassó (y no sólo el marxismo-leninismo, sino todas las demás interpretaciones fieles a la doctrina de Marx), “queda, en verdad, definido por la noción de una  totalidad compleja en la que todos los niveles – el económico, el social, el político y el ideológico – son siempre operacionales y se relevan como foco principal de las contradicciones”.

Pero ésta es una base muy pobre para justificar la tesis de Krassó. Si tratamos de analizar el verdadero pensamiento de Trotsky y su desarrollo a lo largo de casi cuarenta años, tropezaremos, a cada paso, con la insuficiencia y la infidelidad del cuadro esbozado por Krassó.

Ante todo, es falso que Trotsky, al rechazar la teoría leninista de la organización, tomara su propio modelo del partido socialdemócrata alemán en tanto que  “partido que englobaba a la clase obrera en su conjunto”. Históricamente, sería mucho más exacto sostener lo contrario, y poner de relieve que la teoría leninista de la organización fue tomada en gran medida de los teóricos de la socialdemocracia alemana y austríaca, Kautsky y Adler[2].

La oposición injustificada de Trotsky a la teoría de Lenin se basaba en su desconfianza frente al aparato social-demócrata occidental, considerado como esencialmente conservador. El propio Krassó admite, unas páginas más adelante, que Trotsky, ya en 1905, tenía una actitud más crítica que Lenin respecto a la socialdemocracia occidental. ¿Cómo hubiera podido calcar su idea del partido sobre esa socialdemocracia[3]?

En segundo lugar, es totalmente falsa la insinuación de que Trotsky siguió haciendo caso omiso o rechazando la teoría leninista de la organización tras haber reconocido, en 1917, que, finalmente, Lenin había tenido razón. Esta hipótesis carece de fundamento; el propio Lenin declaró – tras haber comprendido Trotsky que la unión con los mencheviques era imposible[4] – que “no había mejor bolchevique que Trotsky”[5].

Todos los escritos de Trotsky posteriores a 1917 insisten en el papel decisivo, en nuestra época, del partido revolucionario. En todos los puntos de inflexión de su carrera: en 1923, con Lecciones de octubre y Nuevo curso; en 1926, con la Plataforma de la oposición de izquierda; en su crítica a la desastrosa política de la Comintern en China, en Alemania, en España y en Francia; en el curso de los años treinta, en su Historia de la revolución rusa y en sus testamentos políticos, el Programa de transición de la IV Internacional y el Manifiesto de la conferencia extraordinaria de la IV Internacional (mayo de 1940), subrayó, incansablemente, que la cuestión de la construcción de los partidos revolucionarios era el problema clave de esta época:

“La crisis histórica de la humanidad se resume en la crisis de la dirección revolucionaria.” [6] Extraño modo, en verdad, de “olvidar” el papel de la vanguardia y de creer que las fuerzas sociales pueden modelar directa e inmediatamente la historia…

Es cierto que, para Trotsky, una vanguardia revolucionaria no era simplemente una máquina política hábilmente construida y bien engrasada. Semejante concepción – que, como se sabe, tiene su origen en la política burguesa americana, a menudo difícil de distinguir del gangsterismo – era totalmente extraña a Lenin, al bolchevismo y a todo el movimiento obrero internacional, hasta el día en que Stalin la introdujo y la puso en práctica en la Comintern.

Para Trotsky, así como para Lenin y para toda tendencia marxista, un partido revolucionario de vanguardia debe juzgarse objetivamente, ante todo, a la luz de su programa explícito y de su política real. En todos los casos en que el partido, por bien que funcione, por fuerte que sea, se pone a actuar contra los intereses de la revolución y de la clase obrera, hay que desarrollar una lucha para enderezarlo.

Cuando sus acciones se convierten en contrarias, de modo no episódico y durante todo un período, a los intereses del proletariado, no puede de ningún modo ser considerado como un partido revolucionario de vanguardia, y entonces se impone inmediatamente la tarea de construir uno nuevo.[7]

Naturalmente, ni Lenin ni Trotsky identificaron nunca un partido revolucionario con un programa correcto. Lenin declaró explícitamente que una política correcta no podía demostrar su justeza, durante un largo período, más que por su capacidad para ganarse a una parte importante de la clase obrera, o, de hecho, a su mayoría.[8]

Pero ambos elementos son los complementos indispensables para la construcción de un partido revolucionario de vanguardia. En ausencia de un programa y una política correcta, un partido puede convertirse objetivamente en contrarrevolucionario, sea cual sea la amplitud de su influencia en la clase obrera. Si no adquieren, a la larga, una influencia de masas en el seno de la clase obrera, los revolucionarios armados con el mejor de los programas degenerarán en una secta estéril.

Vemos, pues, en tercer lugar, que, lejos de resolver el problema con la afirmación de “la autonomía de las instituciones políticas”, que, según se nos dice, Trotsky no comprendió, Krassó plantea sencillamente una pregunta sin aportar ninguna respuesta. Ya que el problema consiste precisamente en comprender a la vez la autonomía de las instituciones políticas y el carácter relativo de esta autonomía. Después de todo, fueron Marx y Engels, y no Trotsky, los que dijeron que toda historia es, en último análisis, la historia de la lucha de clases.[9]

Las instituciones políticas son organismos funcionales. Si se separan de las fuerzas sociales a las que supuestamente sirven, pierden muy rápidamente su eficacia y su poder, a menos que otras fuerzas sociales las utilicen.[10]Esto fue precisamente lo que ocurrió con Stalin y su fracción en el seno del Partido bolchevique.

La  “pura” política de poder que tanto parece admirar Krassó degrada a sus protagonistas hasta el punto de que pierden todo control sobre sus propias acciones. El vínculo entre los fines conscientes y las consecuencias objetivas de estas acciones se difumina y finalmente desaparece. Los marxistas, por el contrario, conceden la mayor importancia a la acción consciente; y tal conciencia implica reconocer el papel decisivo de las fuerzas sociales y de los límites que este papel impone inevitablemente a la acción de todo individuo. La incomprensión por parte de Krassó de esta relación dialéctica entre partido y clase, su desconocimiento del problema, están en el origen de la debilidad fundamental de su ensayo.

La clase obrera no puede triunfar sin partido de vanguardia. Pero el partido de vanguardia es, a su vez, producto de la clase obrera, aunque no tan sólo de ella. No puede desempeñar su papel más que si cuenta con el apoyo de la parte más activa, de esta clase.[11]

Por otra parte, en ausencia de condiciones favorables, la clase obrera no puede producir ese partido de vanguardia, ni el partido de vanguardia puede conducir a la clase obrera a la victoria. Por último, a falta de una clara comprensión de estos problemas, no surgirá ningún partido de vanguardia, aun cuando las condiciones sean favorables, y se perderán irrevocablemente, por largo tiempo, las oportunidades de victoria de la revolución.

Desde 1916, Trotsky comprendió perfectamente esta relación dialéctica y la aplicó a distintas situaciones concretas de un modo tan magistral que es absurdo afirmar, como hace Krassó, que  “no supo discernir el poder autónomo de las instituciones políticas”. El propio Krassó define los ensayos de Trotsky sobre el fascismo alemán como  “los únicos escritos marxistas de aquella época, en los que se prevén las catastróficas consecuencias del nazismo y de la política demente que la Comintern, en su Tercer Período, practicó al respecto”. Pero, ¿cómo pudo Trotsky alcanzar un análisis tan correcto de la evolución de la sociedad alemana entre 1929 y 1933 sin un examen detallado y sin una comprensión no sólo de las clases sociales y de las fracciones de clase, sino también de sus partidos? ¿No demuestran esos brillantes escritos su capacidad de apreciar correctamente la importancia de los partidos, sobre todo de aquellos que ejercen influencia sobre la clase obrera? ¿No quedan resumidas sus advertencias en este grito de Casandra: ”O bien el partido comunista y la socialdemocracia combatirán juntos a Hitler, o bien Hitler aplastará a la clase obrera alemana por un largo período”? ¿No se basaba este llamamiento, precisamente, en la comprensión por parte de Trotsky de la incapacidad de la clase obrera para enfrentarse a la amenaza fascista sin la unión de los partidos obreros? ¿No iba emparejado todo este análisis con un estudio, igualmente minucioso, de la evolución de las instituciones políticas burguesas, análisis que permitió a Trotsky descubrir el valor universal, en nuestra época, de la categoría marxista del bonapartismo? A la luz de todos estos hechos, ¿qué queda de la tesis de Krassó según la cual Trotsky ”subestimó el poder autónomo de las instituciones políticas” hasta el fin de sus días?

2. La lucha por el poder y los conflictos sociales en la Unión Soviética (1923-1927)

Al estudiar la ”lucha por el poder” en el seno del partido comunista soviético entre 1923 y 1927, Krassó se divide en dos líneas de pensamiento contradictorias. Por un lado, pretende que Trotsky cometió error tras error por subestimar la autonomía de las instituciones políticas. No quiso aliarse con la derecha de Stalin y, con ello, le proporcionó a Stalin la victoria, ya que el único medio de impedir tal victoria era el de unir contra Stalin a todos los viejos bolcheviques.

Por otro lado, sostiene que Trotsky no tenía ninguna posibilidad de victoria, dada la actitud de toda la vieja guardia bolchevique, virtualmente unida contra él en 1923: ”En efecto, Stalin era ya dueño de la organización del partido en 1923.” Estas dos líneas de pensamiento son contradictorias. En el primer caso, la victoria de Stalin es consecuencia de los errores de su adversario; en el segundo, esta victoria es inevitable.

La debilidad del análisis de Krassó se evidencia claramente por el hecho de que ninguna de las dos versiones aporta ninguna explicación; los hechos – o, mejor dicho, la interpretación parcialmente falsa que Krassó da de ellos –, sencillamente, se presuponen. Según la primera versión, y quién sabe por qué razón, no sólo Trotsky, sino también todos los viejos bolcheviques desatendieron las advertencias de Lenin sobre el poder de Stalin, y se unieron a éste contra Trotsky en vez de unirse a Trotsky en su lucha contra Stalin. Según la segunda versión, sin que se sepa tampoco por qué, Stalin se adueña repentinamente del partido ya en 1923, estando aún en vida Lenin. ¿Obedeció ello tan sólo a su habilidad para maniobrar en el seno del partido, a su “capacidad de persuadir a los individuos y a los grupos para que aceptaran la política que preconizaba”, o, incluso, a su “gran paciencia”? Pero si así fue, eso quiere decir que Stalin surgió como un gigante entre enanos, y que incluso Lenin se dejó manipular por el astuto secretario general…

En este caso, la historia se hace completamente incomprensible para la ciencia social, y se reduce, en un vacío social, a un escenario por la “conquista del poder”. Los millones de víctimas de la colectivización forzosa y de la Yejovchtchina; la conquista del poder por Hitler; la derrota de los republicanos españoles y los cincuenta millones de víctimas de la segunda guerra mundial, todo ello parece deberse al accidente genético de la concepción de José Djugashvili.

Vemos aquí el resultado final de la insistencia en una autonomía absoluta de las instituciones políticas, separadas de las fuerzas sociales, y de la negativa a considerar las luchas políticas como reflejo, en último análisis, de los intereses contradictorios de las fuerzas sociales. Marx, en su prefacio a la segunda edición de El 18 de Brumario de Luis Bonaparte, señala que Víctor Hugo, al considerar la toma del poder por Luis Bonaparte como golpe de fuerza de un individuo, “lo engrandecía en vez de disminuirlo, atribuyéndole un poder de iniciativa personal sin precedente en la historia”.[12] Y las consecuencias de la toma del poder por Luis Bonaparte parecen minúsculas en comparación a las que tuvo la toma del poder por Stalin.

El método correcto para comprender y explicar lo que ocurrió en Rusia entre 1923 y 1927, o, más bien, entre 1920 y 1936, consiste en exponer, tal como sugiere Marx en el prefacio antes mencionado, “cómo la lucha de clases ha podido crear unas circunstancias y una situación en que un personaje mediocre” pudo convertirse en héroe y dictador.

En este contexto, lo importante, según el método no marxista de Krassó, no es únicamente el que considere las luchas internas del partido “focalizadas en el ejercicio del poder como tal”, es decir, en cierta medida, separadas incluso de las cuestiones políticas que suscitaron. Lo importante es, sobre todo, el negarse a vincular, directa o indirectamente, las contradicciones sociales con la lucha política tal como se expresa, especialmente, cuando entran en juego  ideas o programas divergentes. Aquí, la idea de autonomía de las instituciones políticas es llevada hasta un punto en que se hace incompatible con el materialismo histórico.

De hecho, cuando Krassó echa en cara a Trotsky el haber escrito que “incluso divergencias episódicas y matices de opinión pueden expresar la presión oculta de intereses sociales distintos” (subrayado nuestro), ¡lo que le echa en cara es ser marxista! Ya que esta frase en concreto no plantea, como parece suponer Krassó, ninguna ”identidad” eventual entre los partidos y las clases, sino sencillamente el hecho de que los partidos, en último análisis, representan intereses sociales, y no pueden ser entendidos históricamente más que como portavoces de distintos intereses sociales. Esto es, a fin de cuentas, lo que Marx expuso detalladamnte en La lucha de clases en Francia, 1848-1850, y en El 18 de Brumario de Luis Bonaparte, por no citar más que las obras más conocidas.

Nada tiene de sorprendente que, en estas condiciones, Krassó no mencione ni siquiera una sola vez a la capa social que convierte en inteligible, en términos sociohistóricos, toda la historia rusa de los años veinte: la burocracia. No debe considerarse como una idiosincrasia personal la reiterada insistencia de Trotsky sobre el papel de la burocracia como fuerza social con intereses separados[13] de los del proletariado. Ya en 1871, Marx y Engels, en sus escritos sobre la Comuna de París, llamaron la atención sobre el peligro de que una burocracia pudiera dominar un Estado proletario, y enumeraron una serie de normas sencillas para eludir este peligro[14]. Kautsky, en el mejor período de su madurez, cuando Lenin se consideraba su discípulo, señaló este peligro, en 1898, de modo profético.[15] Lenin, en El Estado y la revolución y en el primer programa bolchevique tras la revolución de octubre, subraya la gravedad de este problema.[16]

Hubiera podido esperarse que un escritor como Krassó, que se considera un gran admirador de Lenin, prestara, al menos, alguna atención a aquello que se convirtió en el principal combate final de Lenin, en la preocupación obsesiva de la última parte de su vida: la lucha contra la burocracia. Ya en 1921, se negaba a definir a la Unión Soviética como Estado obrero, declarando, en cambio, que Rusia era un “Estado proletario con deformaciones burocráticas”. Su aprensión y su inquietud fueron creciendo mes a mes. Puede seguirse esta evolución de artículo en artículo en todos sus últimos escritos, hasta llegar a las sombrías profecías de su último ensayo y de su Testamento.[17]  

Lenin comprendió, sin la menor duda, la interacción concreta entre el proceso socialpasividad política creciente de la clase obrera y poder creciente de la burocracia en el aparato del partido y en la sociedad, junto a una creciente burocratización del aparato del partido – y las luchas internas en el partido. Trotsky, empleando el mismo método, comprendió, indudablemente – al cabo de cierto tiempo –, esta interacción, y actuó en consecuencia.[18]

Lo trágico fue que los demás miembros del Partido bolchevique no vieron a tiempo el peligro de la burocracia y de la ascensión de Stalin como representante de la burocracia soviética. Todos acabaron por ver el peligro, en un momento u otro, pero no lo hicieron ni a la vez ni lo bastante pronto. Esta es la razón fundamental de la aparente facilidad con que Stalin conquistó el poder.

Está fuera de toda duda de que Trotsky cometiera errores tácticos en la lucha, errores particularmente evidentes hoy para autores como Krassó, dotados de esa fuente única de inteligencia política que es la perspicacia retrospectiva.[19] Pero también Lenin cometió errores. Después de todo, fue Lenin el que creó el aparato del partido que ahora empezaba a degenerar.

Fue Lenin el que no se opuso a la elección de Stalin para el cargo de secretario general. Fue Lenin el que avaló con su autoridad personal una serie de medidas institucionales y administrativas que favorecieron poderosamente la victoria de la burocracia, y que hoy sabemos – también por perspicacia retrospectiva – que hubieran podido evitarse sin destruir la revolución: la norma de la autoridad única del director de fábrica; la excesiva importancia concedida a los estímulos materiales; la exagerada identificación entre el partido y el Estado; la supresión de los vestigios de partidos o agrupamientos soviéticos que no fueran el Partido bolchevique cuando ya la guerra civil había terminado (y cuando esos mismos agrupamientos habían sido tolerados, durante la guerra civil, a condición de no pactar con la contrarrevolución); la supresión del derecho tradicional de los miembros del Partido bolchevique a formar fracciones.[20]

Puede decirse, de forma mucho más general, que, después de la guerra civil y al comienzo de la NEP, Lenin exageró el peligro inmediato que podía resultar del relajamiento de la disciplina en el partido, y que subestimó el peligro de que la supresión de las libertades civiles (de las que hasta entonces gozaban las tendencias no bolcheviques) y la reducción de la democracia interna del partido aceleraran el proceso de burocratización que tan justificadamente temía.

El origen de este error reside, precisamente, en una identificación demasiado estrecha entre el partido y el proletariado, y en la creencia de que el partido defendía de modo autónomo las conquistas del proletariado. Algunos años más tarde, Lenin comprendió hasta qué punto se había equivocado; pero era ya tarde para eliminar el germen del peligro de burocratización del aparato del partido.

Krassó se equivoca por completo cuando opina que Trotsky subestimó la autonomía del poder de las instituciones políticas durante su dramática lucha en el seno del partido entre 1923 y 1927. Lo cierto es todo lo contrario. Su estrategia política, en el curso de aquel período, sólo puede entenderse a la luz de cómo entendió la relación dialéctica particular entre las condiciones objetivas de la sociedad soviética, rodeada de Estados capitalistas hostiles, la fuerza correspondiente de los agrupamientos sociales en la sociedad soviética y el papel autónomo del Partido bolchevique en ese período particular y en esas condiciones concretas.

Debido a que Krassó no comprende esta estrategia, y que desea, evidentemente, explicar las posiciones de Trotsky a través de su supuesto pecado original de éste, se sorprende y denuncia su total incoherencia. “Trotsky, nos dice, nunca abordó de modo concreto el problema de la puesta en práctica de su política económica en el curso de los años veinte.” Esta política económica, según Krassó, no era más que el resultado del “talento administrativo” de Trotsky, y no el de una elaboración política correcta que tomara en cuenta las diferentes fuerzas sociales de la URSS.

Además, esta política no provenía de su teoría de la revolución permanente, que implicaba que ”no es viable el socialismo en un solo país” ya que sucumbiría bajo los efectos de la ”subversión” que desencadenara el mercado mundial y de la agresión imperialista extranjera… Ante tantas deformaciones de la historia, nos preguntamos si acaso las incoherencias que Krassó imputa a Trotsky no existirán tan sólo en la mente de Krassó.

Resulta incoherente, en efecto, contraponer el programa económico de urgencia de Trotsky a su concepto de “revolución permanente”.[21] ¿Cómo podía un marxista, que, según Krassó, les daba a las ideas tanta preponderancia y las vinculaba de forma tan ”inmediata” a las fuerzas sociales, luchar por un crecimiento económico acelerado de la Unión Soviética y, al mismo tiempo, sostener que todo dependía de una revolución internacional inminente sin la cual la Unión Soviética se hundiría? ¿Acaso la segunda afirmación no convierte en ilusoria la lucha económica? He aquí una contradicción implícita de la versión falsificada de la teoría de la revolución permanente, que ni los críticos estalinistas de ayer y de hoy ni algunos estúpidos seudodiscípulos de extrema izquierda han sido nunca capaces de resolver. El misterio es de fácil elucidación cuando se plantea el problema en unos términos correctos: todo lo que afirmó Trotsky en su tercera “ley de la revolución permanente” fue que una sociedad socialista acabada, es decir, una sociedad sin clases, sin comercio, sin moneda y sin Estado, nunca podrá ser realizada dentro de las fronteras de un solo Estado (entonces más atrasado que la mayoría de los Estados capitalistas avanzados de la época.[22] Ni por un solo instante negó la necesidad de empezar a edificar el socialismo o de lograr, con este objeto, un crecimiento económico acelerado que debería proseguirse durante todo el tiempo en que la revolución sólo se hubiera realizado en un único país. Al fin y al cabo, él fue el primero en proponer concretamente una política de aceleración de la industrialización.

Si todo el debate se redujera al problema teórico abstracto de la terminación del socialismo (distinto del comunismo, que se caracteriza por la desaparición total de la división social del trabajo), cabría entonces preguntarse: ¿por qué fue la discusión tan encarnizada? ¿No cometería Trotsky un grave error táctico al entrar personalmente en un combate tan difícilmente comprensible para la gran mayoría de los miembros del partido?

Lo cierto es que no fue ni mucho menos Trotsky el que levantó el problema, sino Stalin y su fracción. Se trató, sin duda, de un “hábil” movimiento táctico orientado a separar a Trotsky y sus partidarios de los más pragmáticos de los cuadros bolcheviques. Sin embargo, la mayoría de la vieja guardia, incluyendo a la viuda de Lenin, se alineó con la oposición de izquierda unida; Zinoviev y Kamenev, en particular, se lanzaron a la batalla. La oposición de Trotsky a la teoría del  “socialismo en un solo país” se convirtió, de este modo, en el terreno de su más estrecha colaboración con la vieja guardia después de la guerra civil.

Ni los malabarismos ideológicos de Stalin ni la resistencia que les opuso la vieja guardia fueron accidentales. En la teoría del  “socialismo en un solo país”, la burocracia expresaba la conciencia naciente de su poder, y volvía arrogantemente la espalda a los principios elementales del marxismo-leninismo. Se  “emancipaba” no sólo de la revolución mundial, sino también de toda la herencia teórica de Lenin, e incidentemente pensaba tener otras cosas por hacer que contar con la acción consciente de la clase obrera soviética y mundial. Al oponerse a este rechazo de la más elemental teoría marxista, la vieja guardia demostraba sus cualidades fundamentales.

Estaba dispuesta a seguir a Stalin para  “preservar la unidad del partido”, para “no comprometer la dictadura del proletariado”; pero se resistía a llegar hasta el abandono de los principios básicos de la teoría de Lenin. Tal como antes hemos dicho, la tragedia de los años veinte fue, de hecho, la tragedia de esta vieja guardia, es decir, del partido de Lenin sin Lenin. Pero Stalin le rindió el supremo homenaje de un total exterminio físico, revelando con ello su convicción de que la vieja guardia era, por naturaleza, “irrecuperable” para la siniestra dictadura burocrática de los años treinta y cuarenta.

Allí donde Krassó fragmenta el pensamiento de Trotsky, en el curso de los años veinte, en otros tantos pedazos dispersos e incoherentes, lo que hay en realidad es unidad dialéctica y coherencia. Trotsky estaba convencido de que la sociedad soviética, que estaba pasando del capitalismo al socialismo, no podría, en el marco de la NEP, resolver gradualmente sus problemas.

Rechazaba la idea de la coexistencia pacífica entre una pequeña producción mercantil y una industria socialista, anverso ya conocido de lo que era la “coexistencia pacífica” del capitalismo y el Estado obrero en el escenario mundial. Estaba convencido de que, tarde o temprano, las fuerzas sociales antagónicas se enfrentarían en los planos nacional e internacional. Su política puede resumirse de este modo: favorecer toda tendencia que, en el  plano nacional o en el internacional, fortalezca al proletariado, su poder numérico y cualitativo, su confianza en sí mismo y su dirección revolucionaria; debilitar todas las tendencias que, en el plano nacional o en el internacional, tiendan a dividir a la clase obrera o a disminuir su capacidad y su voluntad de autodefensa.

Desde esta óptica, todo se vuelve coherente y desaparece todo misterio. Trotsky es partidario de la industrialización porque es indispensable para el fortalecimiento del proletariado en el seno de la sociedad soviética. Es partidario de la colectivización gradual del campo para atenuar la presión de los campesinos ricos sobre el Estado proletario y el chantaje que pueden llegar a ejercer sobre las ciudades con la amenaza de cortar las entregas de grano. Es partidario de combinar la industrialización acelerada con la colectivización gradual de la tierra porque es preciso crear la infraestructura técnica de las granjas colectivas (tractores y maquinaria agrícola[23]), sin la cual la colectivización podría llegar a provocar el hambre en las ciudades.

Es partidario de una ampliación de la democracia de los soviets con objeto de estimular la actividad y la conciencia políticas de la clase obrera. Es partidario de eliminar el paro y de aumentar los salarios reales porque la industrialización, si va acompañada de un descenso del nivel de vida de los obreros, hace bajar la actividad política autónoma del proletariado en vez de aumentarla.[24] Es partidario de una línea de la Comintern que saque provecho de todas las condiciones favorables para la victoria proletaria en otros países, porque ello mejoraría la relación internacional de fuerzas a favor del proletariado. La combinación de estas medidas no hubiera evitado una primera prueba de fuerza con el enemigo; pero hubiera tenido lugar en unas condiciones mucho más favorables que en 1928-32, en el interior, y en 1941-45 en el exterior.

¿Era ””irreal” este programa? No, ya que existían las condiciones objetivas para su realización. Ningún historiador sin prejuicios puede hoy dudar de que si se hubiera seguido esa otra línea, el proletariado y el pueblo soviéticos se hubieran ahorrado innumerables sacrificios y sufrimientos, y que la humanidad se hubiera evitado, sino una guerra, sí al menos el azote del fascismo victorioso extendido por Europa, con sus decenas de millones de muertos. Pero este programa sí era irreal en el sentido de que las condiciones subjetivas para su realización eran inexistentes. El proletariado soviético estaba pasivo y fragmentado. Veía con simpatía el programa de la oposición de izquierda, pero no tenía la suficiente energía militante para luchar por él. En contra de lo que parece pensar Krassó, Trotsky no se hizo jamás la menor ilusión al respecto.

Abandonar de inmediato el Partido bolchevique, fundar un nuevo partido (ilegal), significaba contar demasiado exclusivamente con una clase obrera cada vez más pasiva. Contar con el ejército, organizar un golpe de Estado, significaba, de hecho, sustituir un aparato burocrático por otro y condenarse a convertirse en prisionero de la burocracia. Aquellos que echan en cara a Trotsky el no haber adoptado una de estas dos vías no comprenden la situación en términos de fuerzas sociales y políticas fundamentales. La tarea de un revolucionario proletario no consiste en “hacerse con el poder” empleando los medios que sean y en las condiciones que sean, sino en tomar el poder para poner en marcha un programa socialista.

Si el poder no puede obtenerse más que en unas condiciones que nos alejan de los objetivos de tal programa en vez de acercarnos a ellos, es preferible mil veces permanecer en la oposición. Los admiradores no marxistas del poder en abstracto, desvinculado de la realidad social, ven ahí una “debilidad”. Cualquier marxista convencido verá en ello, por el contrario, la mayor fuerza de Trotsky y su aportación a la historia, y no la grieta de su coraza.

¿Fue acaso la lucha de Trotsky durante los años veinte tan sólo una “pose” que adoptó ante la historia, con objeto de ”salvar el programa”? Dicho sea de paso, aunque así hubiera sido, Trotsky quedaría, históricamente, totalmente justificado. Hoy, debería resultar evidente que la reapropiación del auténtico marxismo por parte de la nueva vanguardia revolucionaria mundial se ve enormemente facilitada por el hecho de que Trotsky, casi solo, salvara la herencia y la continuidad del marxismo durante los ”oscuros años treinta”.   

En realidad, sin embargo, la lucha de Trotsky tuvo un objetivo más concreto. La clase obrera soviética estaba pasiva, pero no estaba predeterminada su pasividad durante un largo período. Cualquier impulso de la revolución internacional, cualquier modificación en la relación entre las fuerzas sociales en el interior podía determinar un renacimiento. Los instrumentos inmediatos para emprender estos cambios no podían ser otros que la Comintern y el Partido comunista de la Unión Soviética. Trotsky luchó para que el partido detuviera el proceso de degeneración burocrática, cosa que Lenin le había encomendado.

La historia ha revelado, a posteriori, que el aparato del partido se había burocratizado ya hasta el punto de actuar como motor y no como freno en el proceso de expropiación política del proletariado. A priori, el resultado de esta lucha dependía de las opciones políticas concretas de la dirección del PCUS, de los viejos bolcheviques. Un giro hacia la orientación correcta, en el momento oportuno, hubiera podido invertir el proceso; no hasta el punto de eliminar por completo a la burocracia (lo cual era imposible en un país subdesarrollado y amenazado por el capitalismo), pero sí hasta el de disminuir su nefasta influencia y reinfundir confianza en sí mismo al proletariado.

El ”fracaso” de Trotsky fue también el de la vieja guardia, que comprendió demasiado tarde la verdadera naturaleza del monstruoso parásito que la revolución había engendrado. Pero este mismo “fracaso” evidencia que Trotsky había comprendido las relaciones complejas entre fuerzas sociales, instituciones políticas e ideas durante los años veinte.

3. ¿Era imposible una extensión internacional de la revolución entre 1919 y 1949?

Llegamos ahora al tercer panel de la crítica de Krassó, el más importante, pero también el más débil: su reproche a Trotsky de haber esperado y previsto revoluciones extranjeras después de 1923.

Toda esta parte del ensayo de Krassó está dominada por una curiosa paradoja. Krassó empieza por acusar a Trotsky de haber subestimado el papel del partido. Ahora, sin embargo, Krassó declara que la esperanza de Trotsky en revoluciones victoriosas en Europa occidental se basaba en su incapacidad  “para comprender las diferencias fundamentales entre las estructuras sociales rusas y las de Europa occidental”.

En otros términos, las condiciones objetivas hacían imposible una revolución mundial, al menos entre las dos guerras. Por oposición al “voluntarismo” que le echa en cara a Trotsky, Krassó defiende en este punto un burdo determinismo económico y social: puesto que las revoluciones no han triunfado (hasta el momento) en Occidente, esto quiere decir que no podían vencer; y si no podían vencer, ello se debe a unas ”estructuras sociales específicas” de Occidente.

El papel del partido, de la vanguardia, de la  dirección, la “autonomía de las instituciones políticas”, todo ello es ahora borrado del mapa; y por el propio Krassó, polemizando contra Trotsky. Una curiosa inversión de términos, la verdad…

Pero, ¿y Lenin? ¿Cómo explica Krassó que Lenin, el cual, por citar a Krassó, ”estableció la teoría de la relación necesaria entre partido y sociedad”, estuviera tan apasionadamente convencido como Trotsky de la necesidad de fundar partidos comunistas y una Internacional Comunista? ¿Considera Krassó esta posición de Lenin como un “vano voluntarismo”? ¿Cómo explica que, años después de Brest-Litovsk (en este punto, Krassó deforma la historia, insinuando lo contrario), Lenin siguiera pensando que era inevitable una extensión internacional de la revolución hacia Occidente y hacia Oriente? [25]

Krassó es incapaz de establecer una diferencia entre la posición de Lenin y la de Trotsky en lo que se refiere a la relación dialéctica entre la Revolución de octubre y la revolución internacional como no sea atribuyendo a Trotsky tres ideas mecanicistas e infantiles: la de que era ”inminente” que hubiera revoluciones en Europa; la de que en todos los países capitalistas (o al menos en los de Europa) se cumplían las condiciones para una revolución; y la de que era ”indudable” la victoria de estas revoluciones. No hace falta decir que Krassó no podría apuntalar ni una sola de estas alegaciones. Es fácil encontrar pruebas abrumadoras de lo contrario.

Ya en el tercer congreso de la Comintern (1921), Trotsky y Lenin (ambos estaban en el “ala derecha” de ese congreso) declaraban, con razón, que, tras la primera oleada revolucionaria de la posguerra, el capitalismo había logrado un respiro en Europa. No era la ”revolución inmediata” la que estaba a la orden del día, sino la preparación de los partidos comunistas para la revolución futura, es decir, la elaboración de una política justa destinada a conquistar la mayoría de la clase obrera y a crear unos cuadros y una dirección capaces de conducir a esos partidos a la victoria cuando se presentaran nuevas situaciones revolucionarias.[26]

Criticando el Proyecto de programa de la Internacional Comunista de Bujarin y Stalin, Trotsky declaró explícitamente, en 1928: “El carácter revolucionario de la época no consiste en que permita, en todo momento, realizar la revolución, es decir, tomar el poder. Este carácter revolucionario viene dado por unas oscilaciones profundas y bruscas, por unos cambios frecuentes y brutales: se pasa de una situación francamente revolucionaria, en que el partido comunista puede aspirar a arrebatar el poder, a la victoria de la contrarrevolución fascista o semifascista, y de esta última al régimen provisional de justo medio (‘bloque de izquierda’, entrada de la socialdemocracia en la coalición, acceso al poder del partido de MacDonald, etc.), que hace que luego las contradicciones se afilen como una navaja de afeitar y plantea claramente el problema del poder).” [27]

En sus últimos escritos, describe una y otra vez nuestra época como una rápida sucesión de revoluciones, de contrarrevoluciones y de ”estabilizaciones temporales”, sucesión que crea, precisamente, las condiciones objetivas para la edificación de un partido revolucionario de vanguardia de tipo leninista.

Ahí está, naturalmente, el nudo de la cuestión, que Krassó no ha planteado siquiera; he aquí por qué no podía, evidentemente, darle respuesta. ¿Cuál es la hipótesis de base sobre la que se fundamenta el concepto de la organización de Lenin? Como con tanta exactitud dijo Georg Lukacs, es la hipótesis de la actualidad de la revolución[28], es decir, la disposición consciente y deliberada del proletariado para tomar el poder cuando se presenten condiciones revolucionarias, y la convicción profunda, basada en las leyes objetivas de la evolución de la sociedad rusa, de que tales situaciones tienen que presentarse tarde o temprano.

Lenin, cuando escribió su libro sobre el Imperialismo, influenciado por el Finanzkapital de Hilferding[29], y cuando hizo un inventario de la primera guerra mundial, extendió, justamente, esta noción de la actualidad de la revolución al conjunto del sistema del mundo imperialista; los eslabones más débiles serán los primeros en romperse, y toda la cadena iría rompiéndose progresivamente.[30] Ésta era la justificación de su llamamiento para la formación de la III Internacional. Tal era el programa de la naciente Comintern.

Ahora bien, ésta es una concepción central con la que no se puede jugar. O bien es teóricamente exacta y está confirmada por la historia, y, en este caso, no sólo es exacta la “tercera ley de la revolución permanente”, sino que las derrotas de la clase obrera entre 1920 y 1943 deben imputarse resueltamente a las insuficiencias de la dirección revolucionaria; o bien aquello que fue la concepción fundamental de Lenin después del 4 de agosto de 1914 era erróneo, viniendo la experiencia a demostrar que no estaban maduras las condiciones objetivas para la aparición periódica de situaciones revolucionarias en el resto de Europa, y, en este caso, no es tan sólo la “tercera ley de la revolución permanente” la que, según dice Krassó, es un ”error teórico”, sino que también todos los esfuerzos de Lenin para edificar partidos comunistas y organizarlos con objeto de conducir al proletariado a la conquista del poder tendría que condenarse entonces como una criminal actividad escisionista.

Después de todo, ¿no es acaso esto lo que los socialdemócratas han sostenido desde hace más de cincuenta años, empleando el mismo argumento de que las ”condiciones político-sociales” en Occidente no estaban ”maduras” para la revolución, y de que Lenin era incapaz de comprender las diferencias fundamentales entre las estructuras sociales de Rusia y las de Europa occidental?

Puede hacerse un inventario muy rápidamente, al menos en lo que se refiere a las experiencias históricas. Si dejamos de lado a las pequeñas naciones, hubo situaciones revolucionarias, en Alemania, en 1918-19, en 1920 y 1923, y grandes oportunidades para que una defensa victoriosa contra la amenaza nazi derivara en una nueva situación revolucionaria a comienzos de los años 30; en España, hubo situaciones revolucionarias en 1931, 1934, 1936 y 1937; hubo situaciones revolucionarias en Italia en 1920, en 1945 y en 1948 (en el momento del atentado contra Togliatti); hubo situaciones revolucionarias en Francia en 1936 y en 1944 y 1947.

Incluso en Gran Bretaña hubo una huelga general, en 1926… Numerosos escritos, incluso de no comunistas y no revolucionarios, atestiguan que, en todas las situaciones, la negativa de las masas a seguir soportando el sistema capitalista y su deseo instintivo de tomar en sus manos el destino de la sociedad coincidían con la confusión, la división, por no decir la parálisis, de las clases dirigentes, lo cual, según Lenin, es la definición misma de una situación revolucionaria clásica.

Si aplicamos el esquema al resto del mundo, para poder incluir en él a la revolución china de los años veinte, la insurrección vietnamita de comienzos de los años treinta, y la onda expansiva de una y otra, al final de la segunda guerra mundial, en dos revoluciones poderosas que estimularon el movimiento revolucionario en todos los  países coloniales, entonces la definición de ese medio siglo como la ”era de la revolución permanente” – título elegido por Isaac Deutscher y George Novack para una antología de textos de Trotsky[31] – da cuenta perfectamente de este balance histórico.

Vayamos ahora a la afirmación más extravagante de Krassó: los fracasos de la revolución europea en los años veinte, treinta y comienzos de los cuarenta demuestran, según parece, que  “es innegable la superioridad de la óptica de Stalin respecto a la de Trotsky”. Y ello debido a que Trotsky preveía revoluciones victoriosas, mientras que Stalin “no hacía demasiado caso de las posibilidades de victoria de las revoluciones en Europa”.

Pero, ¿la situación no era a la inversa? Trotsky no creía en absoluto en revoluciones automáticamente victoriosas, ni en Europa ni en ningún sitio. Nunca dejó de luchar por una política correcta del movimiento comunista, que, a fin de cuentas, hubiera hecho posible – si no en la primera ocasión, sí al menos en la segunda o la tercera – la transformación de situaciones revolucionarias en victorias revolucionarias. Stalin, al sostener una política incorrecta, contribuyó enormemente al fracaso de esas revoluciones.

Prescribió a los comunistas chinos la confianza en Chang Kai-chek y, en un discurso público, en la misma víspera de la matanza de los trabajadores de Shangai, ordenada por Chang Kai-chek, expresó su entera confianza en su verdugo, calificándolo de ”aliado fiel”.[32] Decretó que la socialdemocracia era el peor enemigo de los comunistas alemanes, y que Hitler o bien sería incapaz de conquistar el poder, o bien de conservarlo, no sería sino por unos pocos meses: pronto los comunistas serían los auténticos vencedores. Aconsejó a los comunistas españoles que detuvieran su revolución y que se “ganara antes la guerra” mediante una alianza con la burguesía ”liberal”. Aconsejó a los comunistas franceses e italianos que edificaran una ”nueva democracia” que no sería ya totalmente burguesa por cuanto habría algunos ministros comunistas y algunas nacionalizaciones.

Esta política se saldó en todas partes con desastres. Sin embargo, Krassó, incluso cuando hace balance de las catástrofes, concluye que la visión de Stalin era innegablemente superior a la de Trotsky, ¡porque Stalin  “no hacía demasiado caso de las posibilidades de victoria de las revoluciones en Europa”! Tal vez la dirección por parte de Stalin de la III Internacional, la transformación de la Comintern, originariamente instrumento de la revolución mundial, en herramienta diplomática del gobierno soviético, y la teoría del socialismo en un solo país tuvieron algo que ver con el fracaso de las revoluciones en Europa, ¿no es cierto? ¿O acaso Krassó podría llegar a decir que Stalin organizó deliberadamente estas derrotas para  “demostrar” la ”superioridad” de sus puntos de vista respecto a los de Trotsky?

Como marxistas, hemos de plantear una última pregunta. No se pueden explicar los “errores” cometidos por Stalin en la dirección de la Internacional Comunista diciendo que fueron resultados accidentales de su ”falta de comprensión” o de su “provincialismo ruso”, como tampoco pueden explicarse los desastrosos resultados de su política interior por la fórmula esencialmente no marxista del ”culto de la personalidad”.[33]

Nunca coincidieron sus “errores” tácticos con los intereses del proletariado soviético o internacional. Costaron millones de vidas que hubieran podido salvarse, años de sacrificios inútiles, y horribles sufrimientos bajo la opresión fascista. ¿Cómo puede explicarse que, durante treinta años y en todas partes, excepto en la zona de influencia del ejército rojo, Stalin se opusiera sistemáticamente a todas las tentativas de los partidos comunistas de adueñarse del poder, o las saboteara?[34]

Existe, indudablemente, una explicación social de este curioso hecho. Una política tan sistemática no puede explicarse más que como expresión de los intereses particulares de un grupo social determinado en el seno de la sociedad soviética: la burocracia.

Este grupo no es una nueva clase. No desempeña ningún papel particular ni objetivamente necesario en el proceso de producción. Es una casta privilegiada del proletariado, nacida después de la conquista del poder, en unas condiciones objetivamente desfavorables para el florecimiento de la democracia socialista. Igual que el proletariado, está fundamentalmente apegado a la propiedad colectiva de los medios de producción y en oposición al capitalismo: por esto Stalin acabó por aplastar a los kulaks y se levantó contra la invasión nazi. La burocracia no ha destruido las conquistas socioeconómicas fundamentales de la Revolución de octubre sino que, por el contrario, las ha conservado, aun cuando lo haya hecho por medios cada vez más opuestos a los objetivos fundamentales del socialismo.

El modo de producción socializado nacido de la Revolución de octubre ha resistido con éxito todos los asaltos del exterior y todos los sabotajes del interior. Ha demostrado su superioridad ante cientos de millones de hombres. Es este hecho histórico fundamental el que también explica por qué la revolución mundial, en lugar de retrasarse por varios decenios – como afirman los pesimistas –, pudo resurgir con tanta facilidad y lograr victorias importantes después de la Segunda Guerra mundial.

Pero a diferencia del proletariado, la burocracia es esencialmente conservadora y le tiene miedo a cualquier nuevo impulso de la revolución mundial, que, al estimular la combatividad obrera en el interior, podría amenazar su poder y sus privilegios. La teoría y la práctica del  “socialismo en un solo país”, y luego la teoría y la práctica de la ”coexistencia pacífica”, reflejan perfectamente la naturaleza, socialmente contradictoria, de esta burocracia. Se defiende resueltamente cuando se ve amenazada de exterminio por el imperialismo; intenta extender su zona de influencia cuando con ello no pone en peligro el equilibrio social de fuerzas a escala mundial. Pero está fundamentalmente apegada al statu quo. Los estadistas americanos han terminado por darse cuenta de ello. Krassó debería, por lo menos, dar cuenta de esta continuidad de la política exterior soviética después de la muerte de Lenin, y tratar de darle una explicación social. No encontrará otra que la formulada por Trotsky.

La burocracia y sus defensores pueden, indudablemente, tratar de racionalizar esta política y sostener que sólo perseguía la defensa de la Unión Soviética contra la amenaza de todos los países capitalistas, que se hubieran coligado contra ella si se hubieran sentido ”provocados” en uno u otro sitio por revoluciones. De igual modo los socialdemócratas han ido sosteniendo que sólo se oponían a las revoluciones para defender las organizaciones y conquistas de las clase obrera, que se verían aplastadas por la reacción si la burguesía se sintiera “provocada”  por un activismo revolucionario.

Pero Marx nos ha enseñado precisamente a no juzgar a los partidos y grupos sociales por lo que dicen de sí mismos ni por sus intenciones, sino por su papel objetivo en el seno de la sociedad y por los resultados objetivos de sus acciones. También la verdadera naturaleza social de la burocracia queda reflejada en la suma de sus acciones; y de igual modo, según Lenin, la verdadera naturaleza social de la burocracia sindical y de los cuadros superiores pequeñoburgueses de la socialdemocracia en los países imperialistas explica su oposición lógica a la revolución socialista.

Y hemos vuelto ahora a nuestro punto de partida. Los marxistas comprenden la autonomía relativa de las instituciones políticas, pero esta comprensión implica una análisis constante de la raigambre social de estas instituciones y de los intereses sociales a los que sirven en último análisis: Esto implica que cuanto más se elevan estas instituciones por encima de las clases sociales a las que supuestamente sirven en un principio, más tienden a la autodefensa y a la autoconservación y más fácilmente entran en conflicto con los intereses históricos de la clase de la que han surgido.

Así fue como entendieron el problema Marx y Lenin. En este sentido, cuando Krassó acusa a Trotsky de haber ”subestimado” la posibilidad de autonomía de los ”partidos” y las ”naciones”, le acusa, en definitiva, de haber sido marxista y leninista, Estamos convencidos de que Trotsky hubiera aceptado sin quejarse esta acusación.  


[1]

[2] El programa de Hainfeld de la socialdemocracia austríaca, de 1889, afirma claramente que la “conciencia socialista es, por consiguiente, algo que debe introducirse desde el exterior a la lucha de clase proletaria”. Kautsky dedicó un artículo en Die Neue Zeit del 17 de abril de 1901 (“Akademiker und Proletarier”) al problema de la relación entre intelectuales y obreros revolucionarios, en el que formuló la mayor parte de los conceptos de la organización leninista. Es indudable, dada su fecha de publicación, que este artículo (uno de una serie de dos) inspiró directamente el ¿Qué hacer? de Lenin.

[3] Habría que añadir que la desconfianza instintiva de Trotsky hacia los intelectuales dilettantes que entran en un partido obrero, desconfianza que heredaba de Marx, se veía totalmente compartida por Lenin, punto que Krasso olvida hábilmente. Cf. Marx-Engels, carta circular a Bebel, Liebknecht, Bracke, etc., del 17-18 de septiembre de 1879 (Marx-Engels, Ausgewählte Schriffen, vol. II, pp. 45556, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1950), así como V. I. Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás, donde estigmatiza a ”los intelectuales burgueses que temen la disciplina y la organización del proletariado”. Krasso ve una  “ironía suprema” en el hecho de que Trotsky, al final de su vida, tuviera que discutir con ”intelectuales de salón”, a los que siempre había detestado, como Burnham y Shachtman; se olvida de que Engels tuvo que discutir con Dühring, y Lenin con Bulgakov, que, ciertamente, no eran superiores a Burnham o Shachtman. Es Krasso el que no entiende la función que tienen estas polémicas educativas en la construcción del partido, función que ha sido bien comprendida por todos los maestros del marxismo.

[4] Tal como evidencia claramente el texto de Trotsky citado por Krasso, Trotsky comprendió que “la unión con los mencheviques era imposible” a partir del momento en que tomó conciencia de la política conciliadora de los mencheviques durante la revolución de 1917.

[5] Isaac Deutscher, El profeta armado, Ed. Era, México.

[6] The Founding Conference of the Fourth International, publicado por el Socialist Workers Party, New York, 1939, p. 16.

[7] Ya el 7 de noviembre de 1914, Lenin escribía : ”La II Internacional ha muerto, vencida por el oportunismo… La III Internacional tiene el deber de organizar las fuerzas del proletariado con vistas al asalto revolucionario contra los gobiernos capitalistas.” (Lenin-Zinoviev, Gegen den Strom, p. 6, Verlag der Kommunistischen Internationale, 1912.)

[8] Ya en 1908, Lenin escribe: ”La condición previa fundamental para este éxito es, naturalmente, que la clase obrera, cuya élite ha creado la socialdemocracia, se distinga de todas las demás clases de la sociedad capitalista, por razones económicas objetivas, por su capacidad para organizarse. Sin esta condición previa, la organización de los revolucionarios profesionales no sería otra cosa que un juego, una aventura…” El folleto ¿Qué hacer? subraya constantemente que la organización de los revolucionarios profesionales que en él se preconiza no tiene sentido más que en relación con  “la clase realmente revolucionaria que surge de modo elemental para la lucha”.

[9] “Fue precisamente Marx el primero en descubrir la ley según la cual todas las luchas históricas, ya se libren en el plano político, religioso, filosófico o en cualquier otro terreno ideológico, no son, de hecho, más que expresión más o menos clara de la pugna entre clases sociales : ley en virtud de la cual la existencia de esas clases y, consiguientemente, también sus enfrentamientos, están, a su vez, condicionados por el grado de desarrollo de su situación económica, por su modo de producción y de cambio…” (Engels, prefacio a la 3a. edición alemana de El 18 de brumario de Luis Bonaparte.)

[10] Uno de los documentos más patéticos de los años veinte es precisamente el folleto de Stalin Preguntas y respuestas, escrito en 1925, en el que declara que la degeneración del partido y del Estado son posibles, ”si es que” la política exterior del gobierno soviético abandona el internacionalismo proletario, reparte, junto con el imperialismo, el mundo en esferas de influencia, o disuelve la Comintern; eventualidades que, por supuesto, descartaba completamente, pero que él mismo realizaría al cabo de dieciocho años.

[11] En El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, Lenin insiste en la necesidad, para la vanguardia comunista, de conquistar el apoyo de “la clase trabajadora entera”, de las  “más amplias masas”, antes de poder conquistar victoriosamente el poder.

[12] Marx-Engels,  Selected Works, vol. I, p. 244, Ed. en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1958.

[13] No totalmente separados, sin embargo, como tampoco la burocracia fascista puede llegar a separarse por entero del capitalismo monopolista. Sin embargo, en ambos casos, la defensa de los intereses históricos de clase (propiedad colectiva en el primer caso, propiedad privada en el segundo) se combina con una profunda expropiación política de la clase, e incluso con grandes sufrimientos individuales de muchos de sus miembros.

[14] Marx-Engels, La guerra civil en Francia, introducción de Engels a la edición alemana de 1891.

[15] Kautsky, Der Ursprung des Christentums, 13.a edición, Dietz Verlag, Stuttgart, 1923, p. 499

[16] En su discurso sobre el programa del partido, antes del VIII congreso del Partido comunista de la Unión Soviética (19 de marzo de 1919), Lenin recuerda varias veces el problema de la burocracia: ”La carencia de cultura de Rusia… corrompe el poder soviético y recrea la burocracia… la burocracia se camufla en comunistas… combatir el burocratismo hasta el fin, hasta la victoria total, es imposible si el pueblo entero no participa en la administración del país…”

[17] Ejemplos: ”Vemos surgir el mal ante nosotros (el burocratismo) de un modo más claro, más preciso y más amenazador” (21 de abril de 1921); ”el recurso de la huelga en un Estado en que el poder político pertenece al proletariado no puede explicarse ni justificarse más que por las deformaciones burocráticas del Estado proletario…” (17 de enero de 1922); ”sin embargo, si consideramos Moscú – 4.700 responsables comunistas –, y si consideramos esta máquina burocrática, esta montaña, ¿quién gobierna y quién es gobernado? Dudo mucho que pueda decirse que los comunistas gobiernan esta montaña. En realidad, no gobiernan, sino que son gobernados” (2 de marzo de 1923). En el tercer codicilo añadido a su Testamento, redactado el 26 de diciembre de 1922, Lenin propone que entren en el Comité central varias decenas de trabajadores, y que no se elijan entre aquellos que han trabajado ya en el aparato soviético, ya que estarían ya infectados por el virus burocrático.

[18] Es inexacto que, como dice Krasso, Lenin, en su Testamento, “no le concediera una especial confianza” (a Trotsky). El Testamento presenta a Trotsky como el miembro más capaz del Comité central. Subraya, eso es cierto, lo que según Lenin constituyen sus debilidades, pero también pronostica un agudo conflicto entre Trotsky y Stalin, y propone eliminar a Stalin de su posición central en la organización.

[19] La enumeración de estos errores es inexacta en muchos aspectos. Krasso atribuye falsamente a Trotsky la idea de la “militarización de la mano de obra”, que fue, en realidad, una decisión colectiva del partido, adoptada en el IX congreso del PCUS. Alega que Trotsky no luchó por la publicación del Testamento de Lenin; en realidad, en este punto, Trotsky fue derrotado por la dirección del partido, y no quiso quebrantar la disciplina por razones que veremos más adelante. Trotsky, afirma Krasso, “fue totalmente incapaz de ver que Stalin estaba decidido a separarlo del partido”. Puede que esto fuera cierto en 1923, pero entonces nadie se daba cuenta de ello, ni, probablemente, siquiera Stalin debía pensar en recurrir a esta medida extrema. En cambio, Trotsky se dio cuenta antes que ningún otro dirigente bolchevique de la gravedad de la situación en el partido y en el Estado, situación que, dado el carácter de Stalin, tenía que conducir a expulsiones, y luego a represiones sangrientas. Krasso escribe que Trotsky no le prestó atención alguna a la ruptura de la troika Stalin-Kamenev-Zinoviev. Se olvida de añadir que fue de esta ruptura de donde nació la oposición conjunta de la izquierda entre Trotsky, por un lado, y Zinoviev y Kamenev por otro, y que este frente unido no fue roto, en 1927-28, por Trotsky y sus amigos, sino por los partidarios de Zinoviev.

[20] Para hacer justicia a Lenin, hay que añadir que, al mismo tiempo que cometía estos errores, trataba de introducir una serie de medidas cautelares destinadas a frenar el proceso de burocratización del Estado y del partido. El sistema de la troika limitó realmente la autoridad de los directores en las fábricas. Los derechos de los sindicatos fueron aumentados (en este punto, Lenin criticó justificadamente las propuestas de Trotsky referentes a los sindicatos). Se mantuvo el principio de “salario máximo” para los cuadros del partido. Al mismo tiempo que se suprimían las fracciones, se consolidó el derecho a formar tendencias, y Chliapnikov recibió la promesa de que sus ideas opositoras se imprimirían en cientos de miles de ejemplares. Pero la historia ha demostrado que cuanto más pasivo se hace el proletariado tanto más se extiende el poder de la burocracia, y tanto más fácil le resulta a ésta abolir estas medidas cautelares mediante algunos ataques-relámpago; cosa que hizo entre 1927 y comienzos de los años treinta.

[21] Krasso dice que la fórmula de “revolución permanente” es ”impropia e indica una falta de precisión científica incluso en sus más profundas intuiciones”. Parece ignorar que esta fórmula la inventó el propio Marx.

[22] En uno de los capítulos de su crítica del Proyecto de programa de la Comintern, Trotsky expone muy detalladamente el hecho de que Stalin y sus aliados han confundido deliberadamente el problema de la posibilidad de una victoria de la revolución socialista en un solo país – que implica la necesidad de un inicio de organización socialista y de construcción socialista de la economía – con el problema de la victoria final del socialismo, es decir, el establecimiento de una sociedad socialista plenamente desarrollada (Cf. La Internacional Comunista después de Lenin; ed. de PUF, París, 1969, pp. 94-129). Resulta interesante observar que, aún en 1924, en la primera edición rusa de Lenin y el leninismo, el propio Stalin escribía: “Para la victoria final del socialismo, para la organización de la producción socialista, son insuficientes los esfuerzos de un solo país, en especial de un país campesino como Rusia.” Las razones económicas expuestas por Trotsky sobre la imposibilidad del “socialismo en un solo país”, confusas en Krasso, se hacen perfectamente inteligibles si se las considera desde el punto de vista de la ”victoria final” y no del ”comienzo de la edificación”. Evidentemente, una economía socialista llegada a la madurez debe poseer una productividad del trabajo mayor que las economías capitalistas más avanzadas; en este punto, incluso Stalin y Bujarin estuvieron de acuerdo. Trotsky sostenía, sencillamente, que, en una economía esencialmente autárquica, sería imposible alcanzar un nivel de productividad superior al que los países imperialistas alcanzan gracias a su división internacional del trabajo. En ningún momento pretende que esto deba conducir a una inevitable  “subversión” de la economía planificada de la Unión Soviética. Declara, sencillamente, que esto podría convertirse en una fuente de conflictos violentos y de contradicciones que no permitirían a la Unión Soviética la realización de una sociedad sin clases. La historia ha confirmado plenamente este diagnóstico.

[23] Este no es más que un ejemplo del hecho de que Stalin no adoptó el programa de Trotsky, sino tan sólo partes de tal programa, sin consideración a su lógica interna. A partir de 1923, la oposición luchó por la construcción de una fábrica de tractores en Tsaritsyn. El proyecto fue aceptado. Pero la fábrica no se construyó hasta 1928. Si se hubieran producido tractores desde 1924-25, y los koljoses se hubieran desarrollado gradualmente, atrayendo a los campesinos pobres, en base a la voluntariedad, gracias a la más elevada productividad del trabajo y a los ingresos más altos en el sector cooperativo, la combinación de la industrialización y de la colectivización de la agricultura hubiera llevado a una situación totalmente distinta de la trágica situación de los años 1928-32, de la que la Unión Soviética sigue hoy sufriendo los efectos.

[24] La oposición propuso, como otras fuentes de acumulación, que, en vez del inexorable descenso del nivel de vida de los obreros y de los campesinos ordenado por Stalin, se gravara con un impuesto especial tan sólo a los campesinos ricos, y que se decidiera una reducción radical de los gastos administrativos, todo ello hubiera supuesto un ahorro de mil millones de rublos-oro anuales. Si los objetivos del primer plan quinquenal se hubieran extendido a ocho o diez años a partir de 1923-24, en vez dé a cinco años, hubieran impuesto unas restricciones mucho menos pesadas para las masas populares.

[25] Dos citas tan sólo: “la primera revolución bolchevique liberó al primer centenar de millones de hombres de la opresión de la guerra imperialista, de la opresión del mundo imperialista. Las futuras revoluciones liberarán a la humanidad entera de la opresión de esas guerras y de ese mundo” (14 de octubre de 1921). ”Tenéis que aprender de un modo especial a entender realmente la organización, la construcción, el método y el contenido del trabajo revolucionario. Si lo conseguís, entonces estoy convencido de que la revolución mundial no sólo será buena, sino excelente” (15 de noviembre de 1922). (Cit. según Oeuvres, Moscú-París, t. 33, pp. 50 y 444).

[26] He aquí un ejemplo típico de “subestimación de la autonomía de las instituciones políticas”, sin duda…

[27] Trotsky, La Internacional Comunista después de Lenin, cit., p. 179.

[28] Georg Lukacs, Lenin. Cit. según la ed. de EDI, París, 1965, pp. 28-29.

[29] Rudolf Hilferding, Das Finanzkapital, Wiener Volksbuchhandlung, Viena. En pág. 447 de esta edición, Hilferding concluye con un párrafo sobre las finanzas como dictadura perfecta de las grandes empresas, y predice “una formidable colisión de intereses [sociales] antagónicos” que, finalmente, transformará la dictadura de las grandes empresas en dictadura del proletariado.

[30] El panfleto El hundimiento de la Segunda Internacional, escrito por Lenin en 1915, está centrado en la idea de que se desarrolla en Europa una situación revolucionaria, y que los socialistas deben actuar con objeto de estimular los sentimientos y las acciones revolucionarias de las masas. Sus declaraciones a los dos primeros congresos de la Internacional Comunista extienden este análisis a todos los países bajo régimen colonial o semicolonial.

[31] Ed. Laurel, Dell Publishing Company, New York, 1964.

[32] La dirección maoísta del Partido comunista chino, deformando deliberadamente la verdad histórica, sigue presentando a Chen Du-siu, jefe del Partido comunista chino en el período 1925-27, como responsable de estos ”errores”; omite decir que actuaba bajo las indicaciones directas y apremiantes de la Internacional Comunista y, ante todo, bajo las del propio Stalin.

[33] Muchos se preguntan (como Krasso) si la política de Stalin no queda justificada por la victoria de la URSS en la Segunda Guerra mundial. Ver así las cosas significa presentar un cuadro falseado de la realidad y pasar completamente por alto el precio espantoso que se tuvo que pagar por esta victoria, las innumerables víctimas innecesarias, las innumerables derrotas (incluyendo las derrotas militares: en la Unión Soviética ha surgido toda una literatura sobre este tema). Un hombre que vive en un quinto piso no quiere ni tomar el ascensor ni apretar el botón de la escalera para tener luz. Tropieza, tal como era de esperar, pero, gracias a su robusta constitución, no se rompe el cráneo, sino tan sólo los brazos y las piernas, y, al cabo de cuatro años, puede ya andar con muletas. Esto demuestra, evidentemente, una fuerte constitución; pero, ¿sirve de argumento para no usar los ascensores?

[34] Ahora sabemos que Stalin también intentó influenciar a los comunistas yugoslavos y chinos, desaconsejándoles la toma del poder. Dio instrucciones al partido comunista vietnamita para que permaneciera en el seno del imperio colonial francés, rebautizado con el nombre de  “Unión francesa”. El partido cubano, educado por él, rehusó obstinadamente, durante años, comprometerse con Fidel Castro con vistas a una revolución socialista victoriosa en Cuba. ¿Necesitan estos hechos una explicación sociológica, o tan sólo sicológica?

Changing world balance of forces in new stage of globalization August 15, John Bachtell

Capitalism is a crisis-ridden system. A crisis anywhere in the global capitalist system can become a world contagion. It is only a matter of time before a new one occurs, perhaps even more destructive than the 2007 financial crisis.

Neoliberalism is the current set of economic policies defining globalization. The extreme right originated these policies to undo the New Deal and Great Society gains and reverse the falling rate of profit.

Domestically the result was deregulation, privatization, and austerity. Globally the result was a race to the bottom for the working class and the widening gap between the North and South, between developed capitalist and developing economies. Everywhere it resulted in extreme wealth concentration, industry oligopolies, and attacks on democracy and national sovereignty.

The scientific, technological, and mass communications revolutions have facilitated globalization and the creation of far-flung production chains. Financial and economic crises originating in one place can quickly spread globally.

The mass communications revolution has also elevated the battle of ideas. Cyberwarfare and mass disinformation, including “deep fakes,” are seemingly impossible to stop and can bring down governments, affect politics, and alter election outcomes.

Cyberwarfare is also aimed at a nation’s infrastructure, military installations, and critical industries, geared to disrupt and disable the natural functioning of the economy, government, media, and social media. They present new challenges to democracy and national sovereignty.

The world is a smaller, more complex, and interconnected place.

A new global order on the horizon

After WWII, a new global order with the U.S. as the dominant capitalist power was established. Alliances, institutions, and rules comprise what is called the “liberal international order.” Both the Democratic and Republican Party establishments have generally supported this order.

However, the world is changing rapidly, and the old global order is increasingly battered by crisis and contradiction. Has the current phase of neoliberal globalization exhausted itself? Is a new global balance of forces and new stage emerging, perhaps one that is not capitalist but not yet socialist-oriented?

U.S. imperialism is a descending superpower in today’s world. The ability of the U.S. and other capitalist powers to define globalization and dominate the global order has weakened. Globalization is increasingly shaped by the rise of China, emerging economies, and alternative global institutions and blocs.

Other factors include:

1. The inclusion of China, Russia, the Eastern European, and newly emerging economies in the global capitalist market system. China and Russia are increasingly challenging the current global order.

2. Growing trade between China and emerging economies and between emerging economies themselves, and the creation of new alliances and trade blocs (BRICS).

3. Greater integration and sharpening competition between capitalist powers, and Russia, also a global capitalist power.

4. Growing resistance to U.S. foreign policy in response to the history of regime change, military aggression, and occupation in the Korean peninsula, Vietnam, Iraq, and Afghanistan.

How will U.S. capitalism respond to this new reality, shifts in the world balance of forces, and growing infeasibility of the post-World War II global order? Will U.S. ruling circles adjust or seek to regain a dominant status by military force, as happened in the invasion and occupation of Iraq?

Trump foreign policy

Trump’s foreign policy is shaped first and foremost by Wall Street and U.S. capitalist corporations, primarily the banks, fossil fuel, and military corporations.

Its goal is to restore the unchallenged dominant status of U.S. imperialism. However, the Trump foreign policy has specific new features producing instability, turmoil, chaos, and an elevated war danger.

The policy is shaped by extreme right sections of capital, administration officials rife with contradictions and competing interests, and Trump family members and their circle of cronies who unabashedly seek to expand their business empire.

The State Department and national security apparatus are run by extreme right officials with lineage to Joe McCarthy, Barry Goldwater, and Dick Cheney, including John Bolton and the war criminal Eliot Abrams.

These forces include individuals with links to Tea Party right-wing evangelicalism (Pompeo, Pence) who seek to impose their religious views on policy and economic nationalists like Steve Bannon.

What unites these forces with Trump and economic advisor Peter Navarro is “America First” nationalism. This foreign policy despises global institutions. It favors military might and regime change over diplomacy, nuclear supremacy, the “preventative war doctrine” based on self-defense, and the notion that accommodation is surrender.

It embraces free-market capitalism and the elimination of socialism.

Bolton, Pompeo, and some sections of U.S. capital, in alliance with the right-wing governments in Israel, Saudi Arabia, and the UAE, are obsessed with carrying out regime change in Iran. The provocations toward Iran could quickly spiral out of control, escalating into a regional conflict and possibly nuclear war.

The refusal by Israel to recognize the right of Palestinian people to national self-determination, the occupation of Palestine, and its annexation through an expansion of settlements has created an explosive situation. The right-wing extremist alliance of the Trump administration, Netanyahu government, and the Middle East feudal monarchies have created new dangers of war without end.

Solving this crisis begins with the ouster of both Trump and Netanyahu, the extreme right forces backing them, and the Middle East feudal monarchies. Then a two-state solution, still supported by majorities in Israeli and Palestine, the UN, and the U.S. Jewish community, may be possible.

In the end, it will be up to the Israeli people, both Jews, and Arabs, to change their government and its policies, win equal rights for Israeli Arabs, and end the occupation of Palestinian territories.

U.S. foreign policy and ruling class splits

Finance capital, energy, and military corporations dominate the U.S. foreign policy establishment, spanning both Democratic and Republican Parties. However, “conflicts of interest” and splits in the ruling class play out in the foreign policies promoted by these parties. Unilateralism over multilateralism, military force over diplomacy, and addressing climate change over denying it are some critical policy differences.

Trump’s “America First” demagogy is geared to mobilize his base of supporters. Racism and white supremacy, anti-immigrant hate, Islamophobia, anti-Semitism, anti-communism, and nationalism infuse this demagogy.

Immigration, foreign policy, and militarization intersect at the U.S.-Mexico border. The goal of Trump and the extreme right is to slow down, halt, and reverse changing racial demographics. Trump is trampling on U.S. and international law on migration, refugees, asylum, and religious freedom.

The Trump administration sees China as the chief strategic and competitive rival and is building a global front against China through the military encirclement and the trade war. Although it differs in significant ways, some aspects of Trump’s policy echo Obama’s approach to isolate China by the “Pivot to Asia” and now-defunct Trans-Pacific Partnership (TPP). Undermining China’s socialist orientation, its ability to compete scientifically and technologically, and increasing profits for key US corporations is Trump’s goal.

The U.S. seeks to restore its single dominant power status in the Western hemisphere, through regime change in Venezuela, Cuba, and Nicaragua, the defeat of anti-imperialist center-left governments and reverse increasing economic, diplomatic, and cultural ties and cooperation with Russia and China.

The global fight for peace

But the rest of the world is not going along with Trump. He finds little support for his efforts to foster regime change in Iran and Venezuela, and nearly every country continues to support the Paris Climate Accords.

Building a broad global democratic alliance for peace, sustainable development, and a new democratic global order is the only way to counter U.S. and global imperialism, and especially the extreme right, and fascist circles connected to the Trump administration.

This alliance includes every force possible to isolate the global extreme right, including global public opinion, non-militarized states, socialist-oriented, and independent developing nations and blocs.

Global working-class unity and solidarity of all peace, environmental, and democratic forces are critical.

Unity of communist, socialist, and revolutionary left democratic forces, and currents are also critical.

Employing splits in the U.S. and global ruling circles, isolating the most reactionary sectors and regimes, is crucial.

A people’s foreign policy and 2020 elections

The purpose of the Communist Party USA is to help build broad working-class unity and international solidarity with every democratic and social movement; to challenge U.S. ruling class ideological seepage of great-power chauvinism and other ideological poisons into the U.S. working class.

Moreover, to win support for a new pro-people, demilitarized foreign policy linked to an advanced pro-people, pro-working-class domestic policy.

The CPUSA and other democratic movements need to challenge the embrace of increased military spending and the dominant pro-corporate foreign policy by these forces in the Democratic Party.

Nevertheless, if Trump and the GOP are successfully ousted in 2020 and a broad center-left governing alliance elected in their place, the terrain will be altered. A victory will be possible only through the vehicle of the Democratic Party and those in its orbit. And with the working class and democratic forces and movements independent of the Democratic Party itself working in more or less close alliance. The working class, its allies, and mass democratic movements can then gain leverage to shape a new peaceful foreign policy.