Declaración teológica sobre los derechos humanos

Los derechos humanos y la tarea de la Teología y de las Iglesias cristianas

En muchos países el reconocimiento de los derechos y obligaciones humanos básicos ha surgido simultáneamente con la comprensión de su humanidad; no se trata de una idea exclusivamente europea o cristiana, aunque los derechos humanos en el tiempo de la Ilustración no son independientes de la influencia cristiana en la historia constitucional de Europa y Norteamérica, por lo que han ganado significado político universal. Hoy en día son precisamente los países del tercer mundo los que con su lucha a favor de la libertad y la autodeterminación de todos los seres humanos y las naciones inculcan la
necesidad de respetar y establecer los derechos humanos fundamentales.

Las declaraciones de derechos humanos válidas hoy en las Naciones Unidas se
encuentran en la Declaración General de los Derechos Humanos de 1948 y en las Convenciones Internacionales de Derechos Humanos de 1966, que, sin embargo, no han sido ratificados por todos los firmantes. Con todo, los pueblos, como consecuencia de sus diferentes historias políticas, económicas y sociales, acentúan y pretenden establecer distintos aspectos de los derechos humanos; las naciones que han sufrido bajo la dictadura fascista han acentuado los derechos individuales frente al Estado y la sociedad; las naciones socialistas han establecido los derechos humanos sociales, en
pugna con el capitalismo y el dominio de una clase; los pueblos del tercer mundo reclaman el derecho a la autodeterminación económica, social y política.

Por tanto, los derechos humanos no pueden considerarse como un ideal abstracto, sino que deben entenderse en el contexto correspondiente de la historia concreta y de la lucha por la libertad presente del hombre, los pueblos y las naciones. No es función de la Teología cristiana exponer por su cuenta lo que han llevado a cabo miles de juristas, parlamentarios y diplomáticos en las Naciones Unidas; pero tampoco puede mantenerse al margen de la discusión y de la lucha por el establecimiento de estos derechos.

En nombre de la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios, de la venida de Dios hecho hombre para la reconciliación del mundo y del Reino de Dios que viene para la plenitud de la Historia, la teología debe ocuparse de la humanidad del hombre y de sus derechos y obligaciones temporales; consideramos que la aportación teológica cristiana a los derechos humanos se basa en el derecho de Dios sobre los hombres y sobre la dignidad del hombre, su colectividad, su señorío sobre la Tierra y su futuro.

La fe cristiana ha de mantener o afirmar, más allá de los derechos y obligaciones del hombre, la dignidad del hombre en su vida con y para Dios.
La Iglesia, las comunidades cristianas y las organizaciones ecuménicas deben actuar públicamente para el reconocimiento y aplicaciones de los derechos humanos. Al no ser grupos privados ni gobernantes oficiales, pero actuar también públicamente, se puede esperar de ellos que tengan menos egoísmos y prejuicios que otras instituciones dedicadas a la defensa de los derechos humanos, así como que sean autocríticas y saquen a la luz el egoísmo de pueblos, naciones, clases sociales y razas a los que pertenecen; por tanto, se espera de ellas el testimonio de solidaridad con todos los seres humanos y, sobre todo, que abracen la causa de aquéllos a los que se han arrebatado sus
derechos y libertades fundamentales.

El derecho de Dios sobre los hombres

La Teología cristiana alude a la historia de Dios con los hombres basándose en los testimonios bíblicos. En esta historia se libera a los hombres de su ateísmo pecador y de su mortal falta de humanidad, permitiéndoles la realización de su destino original como imagen de Dios. Liberación, alianza y derecho de Dios son el contenido concreto del testimonio del Antiguo Testamento, precisamente en ese orden, y poseen la fuerza orientadora en especial para Israel y para la cristiandad y un significado ejemplar para todos los hombres y pueblos: los derechos a la libertad, comunidad, señorío y futuro del hombre son parte integrante e inseparable del derecho de Dios sobre el hombre y sobre
toda la Creación y pertenecen a la dignidad del hombre en su alianza con Dios.

Según el Nuevo Testamento, la Teología cristiana refleja la liberación del hombre del pecado, la ley y la muerte, mediante el envío, la entrega y la resurrección de Jesucristo: en el señorío del Hijo del Hombre crucificado se rompe el círculo diabólico del mal que engendra siempre mal, y aparece la libertad de los hijos de Dios. La liberación por la muerte de Cristo, la nueva alianza en su sangre y los nuevos derechos y obligaciones de la comunidad, “sean señores o esclavos, judíos o gentiles, hombres o mujeres” (Gal 3,
28), son el contenido concreto del testimonio bíblico del Nuevo Testamento.

Por el hecho de que Cristo en su envío, su entrega y su resurrección es la imagen visible del Dios invisible, los hombres se convierten en sus hermanos dentro de su comunidad y entran en el camino de la realización de su destino humano como imagen de Dios en el mundo; en esto consiste la gracia de Dios y la dignidad de los hombres.

La Teología cristiana al reflexionar sobre la liberación, la alianza y el derecho divino según el testimonio bíblico, descubre también la libertad, la alianza y el derecho del hombre hoy. Con ello provoca el dolor por la esclavitud actual del hombre, tanto interna como externa, así como la lucha por su liberación para una nueva vida en la dignidad, los derechos y las obligaciones de la comunidad con Dios, en un mundo que aún no es el Reino de Dios.

El presupuesto universal de la historia especial de Dios con Israel y la cristiandad se basa en que el Dios liberador y salvador es el creador de todos los hombres y de todas las cosas. En su obra liberadora y salvadora se experimenta y realiza el destino original del hombre a imagen de Dios y se expresa el derecho divino sobre los hombres. Los derechos humanos a la vida, la libertad, la asociación y la autodeterminación reflejan el derecho divino sobre los hombres porque el hombre, en todas las funciones de su vida,
está destinado a ser imagen de Dios, como hombre con los hombres y parte integrante de la Creación.

El objeto universal de la experiencia especial de Dios en Israel y en la cristiandad se encuentra en el hecho de que el Dios liberador y salvador es quien completa la historia del mundo y quien realiza su derecho y su Creación en su reino. Su actuación liberadora en la historia revela así el futuro real del hombre, que es ser imagen de Dios. El hombre tiene derecho al futuro: los derechos humanos reflejan el derecho del Dios que vendrá y
su futuro.

El derecho de Dios sobre los hombres fue y será experimentado en el acontecimiento concreto de la liberación del hombre, su alianza con Dios y los derechos y obligaciones de su liberación; el destino como imagen de Dios describe el derecho indivisible de Dios sobre los hombres y con ello la dignidad humana.

Derechos humanos fundamentales
Entendemos por derechos fundamentales del hombre aquellos derechos y obligaciones que corresponden claramente a su humanidad, porque sin realizarlos y practicarlos no puede cumplir su destino como imagen de Dios:

1. El hombre, como persona, es imagen de Dios en todas las actividades de su vida económicas, sociales, políticas y personales, y está obligado a vivir ante Dios, a responder a la palabra divina y a responder ante el mundo de su destino como imagen fiel de Dios. En consecuencia, sus derechos y obligaciones son inviolables e indivisibles, y la economía, la sociedad y el Estado tienen que respetar este destino del hombre. El respeto a la libertad de pensamiento es el fundamento de una sociedad libre.

En los mitos de gobierno y en las ideologías políticas de los pueblos, se llama
frecuentemente al rey imagen de Dios: la sombra de Dios es el príncipe y la sombra del príncipe son los hombres (imagen babilónica de los príncipes), solamente el que gobierna se considera mediador entre dioses y hombres. La Biblia, al denominar al hombre imagen de Dios, critica fundamentalmente el endiosamiento de los gobernantes y sus ideologías: el hombre y no el rey es el mediador entre Dios y los hombres. El hombre no existe por deseo de los gobernantes, sino éstos por deseo de aquél; de aquí se desprenden los principios democráticos del gobierno de hombres por hombres: gobernantes y gobernados deben ser considerados, juntos y en igual medida, como
hombres, lo que es posible únicamente en el terreno de la igualdad de derechos de todos los ciudadanos.

Una constitución debe garantizar los derechos humanos fundamentales
como derechos básicos de los ciudadanos, debe unir a regentes y regidos, pues sólo basándose en la igualdad de derechos puede hablarse de la identidad humana de gobernantes y gobernados. Los derechos humanos establecidos a imagen de Dios se respetan en la historia por el proceso continuo de democratización en la formación de la voluntad política. El control del poder mediante la separación de poderes, la limitación temporal del gobierno, la auto-administración y la co-determinación de los pueblos son los medios por los que se realiza históricamente la semejanza de los hombres con Dios.

Si los derechos humanos se basan en el derecho de Dios sobre los hombres y las libertades humanas se basan en la liberación donada por Dios, deberán formularse también las obligaciones humanas sin eliminar aquellos derechos y libertades. Por importante que sea formular la dignidad y los derechos de los seres humanos frente al Estado, para frenar y controlar la utilización del poder, no deben olvidarse las obligaciones que el hombre tiene para con sus semejantes. A ellas pertenecen el derecho y la obligación de oponerse al gobierno ilegal, e inhumano, en defensa de los derechos del prójimo. Según los escritos de la reforma, se debe obediencia a las autoridades
siempre que no estén en contra de Dios (Zuingli, Zürcher Disputation, 1523
Schlussreden Nr. 38); por consiguiente, “todas sus leyes deberán responder a la voluntad divina” (39); de la alianza divina en la libertad se deriva la obligación de proteger al inocente, oponerse a la tiranía y defender al oprimido.

Los derechos que aseguran la libertad del individuo sólo pueden tomarse en consideración cuando van unidos a las correspondientes obligaciones liberadoras; el amor cristiano respeta el
derecho ajeno.

2. Sólo en comunidad con los otros hombres es el hombre imagen de Dios (Gn 1, 28).

La historia de libertad europea y norteamericana acentúa con parcialidad sólo los derechos individuales frente a las organizaciones económicas, políticas y sociales. El ignorar la sociabilidad del ser humano (el lado social de la libertad) es el error del liberalismo y un defecto del individualismo: el hombre ha de responder de su destino como imagen de Dios no en contra de su prójimo ni prescindiendo de él, sino con él y para él. Debe estar disponible para Dios y ser responsable ante él en comunidad con los
otros hombres. Por consiguiente, los derechos y obligaciones de la comunidad humana
son también ineludibles e indivisibles, como los del individuo, y los seres humanos han
de respetar la dignidad y responsabilidad colectivas. Al democratizar el gobierno
humano no resulta que cada hombre sea su propio y absoluto gobernante: como en Gn
1, 277, la imagen de Dios que se produce en la comunidad del hombre y mujer, se
produce también en los grupos sociales mediante la comunidad humana; por ello, los
derechos de los seres humanos a la vida, la libertad y la autodeterminación están
íntimamente ligados a los derechos de las colectividades humanas sobre las personas.
En principio, no existe prioridad de los derechos individuales sobre los sociales, ni
viceversa: ambos se encuentran en un contexto genético recíproco, de igual manera que
la socialización y la individuación del hombre se complementan recíprocamente en la
Historia.
Los derechos

frecuentemente al rey imagen de Dios: la sombra de Dios es el príncipe y la sombra del
príncipe son los hombres (imagen babilónica de los príncipes), solamente el que
gobierna se considera mediador entre dioses y hombres. La Biblia, al denominar al
hombre imagen de Dios, critica fundamentalmente el endiosamiento de los gobernantes
y sus ideologías: el hombre y no el rey es el mediador entre Dios y los hombres. El
hombre no existe por deseo de los gobernantes, sino éstos por deseo de aquél; de aquí se
desprenden los principios democráticos del gobierno de hombres por hombres:
gobernantes y gobernados deben ser considerados, juntos y en igual medida, como
hombres, lo que ,s posible únicamente en el terreno de la igualdad de derechos de todos
los ciudadanos. Una constitución debe garantizar los derechos humanos fundamentales
como derechos básicos de los ciudadanos, debe unir a regentes y regidos, pues sólo
basándose en la igualdad de derechos puede hablarse de la identidad humana de
gobernantes y gobernados. Los derechos humanos establecidos a imagen de Dios se
respetan en la historia por el proceso continuo de democratización en la formación de la
voluntad política. El control del poder mediante la separación de poderes, la limitación
temporal del gobierno, la auto-administración y la co-determinación de los pueblos son
los medios por los que se realiza históricamente la semejanza de los hombres con Dios.
Si los derechos humanos se basan en el derecho de Dios sobre los hombres y las
libertades humanas se basan en la liberación donada por Dios, deberán formularse
también las obligaciones humanas sin eliminar aquellos derechos y libertades. Por
importante que sea formular la dignidad y los derechos de los seres humanos frente al
Estado, para frenar y controlar la utilización del poder, no deben olvidarse las
obligaciones que el hombre tiene para con sus semejantes. A ellas pertenecen el derecho
y la obligación de oponerse al gobierno ilegal, e inhumano, en defensa de los derechos
del prójimo. Según los escritos de la reforma, se debe obediencia a las autoridades
siempre que no estén en contra de Dios (Zu-ingli, Zürcher Disputation, 1523
Schlussreden Nr. 38); por consiguiente, “todas sus leyes deberán responder a la
voluntad divina” (39); de la alianza divina en la libertad se deriva la obligación de
proteger al inocente, oponerse a la tiranía y defender al oprimido. Los derechos que
aseguran la libertad del individuo sólo pueden tomarse en consideración cuando van
unidos a las correspondientes obligaciones liberadoras; el amor cristiano respeta el
derecho ajeno.

2. Sólo en comunidad con los otros hombres es el hombre imagen de Dios (Gn 1, 28).
La historia de libertad europea y norteamericana acentúa con parcialidad sólo los
derechos individuales frente a las organizaciones económicas, políticas y sociales. El
ignorar la sociabilidad del ser humano (el lado social de la libertad) es el error del
liberalismo y un defecto del individualismo: el hombre ha de responder de su destino
como imagen de Dios no en contra de su prójimo ni prescindiendo de él, sino con él y
para él. Debe estar disponible para Dios y ser responsable ante él en comunidad con los
otros hombres. Por consiguiente, los derechos y obligaciones de la comunidad humana
son también ineludibles e indivisibles, como los del individuo, y los seres humanos han
de respetar la dignidad y responsabilidad colectivas. Al democratizar el gobierno
humano no resulta que cada hombre sea su propio y absoluto gobernante: como en Gn
1, 277, la imagen de Dios que se produce en la comunidad del hombre y mujer, se
produce también en los grupos sociales mediante la comunidad humana; por ello, los
derechos de los seres humanos a la vida, la libertad y la autodeterminación están
íntimamente ligados a los derechos de las colectividades humanas sobre las personas.
En principio, no existe prioridad de los derechos individuales sobre los sociales, ni
viceversa: ambos se encuentran en un contexto genético recíproco, de igual manera que
la socialización y la individuación del hombre se complementan recíprocamente en la
Historia.
Los derechos de la persona sólo pueden hacerse realidad en una soriedad justa y ésta
sólo puede existir basándose en los derechos personales: la libertad del ser humano sólo
puede constituirse en una sociedad libre y ésta sólo puede existir basándose en la
libertad personal. La liberación humana es liberación para la colectividad y la
colectividad humana es comunidad en libertad.
Cada sociedad y cada nación es responsable de sus derechos y obligaciones sociales no
sólo ante los hombres que la forman, sino ante toda la Humanidad; los derechos
humanos son los mismos que los de la Humanidad sobre las sociedades y los hombres.
Si las comunidades particulares, políticas y sociales se sujetan por la Constitución a los
derechos humanos, deben hacerlo también a los derechos de la Humanidad. El egoísmo
colectivo es tan amenazador para los derechos humanos como el individual: las
comunidades y naciones son legitimadas por los derechos humanos sólo cuando
respetan los derechos de otros pueblos y otros hombres. El derecho humano es
indivisible y no puede ser un privilegio, por lo que la política exterior nacional sólo
puede legitimarse como política interior universal. La solidaridad internacional en la
superación de la falta de medios de subsistencia y de las crisis militares universales
tiene prioridad frente a la lealtad al propio pueblo, la propia clase, raza o nación, en
virtud de los derechos de la Humanidad. Cada colectividad y cada Estado tiene
obligaciones frente a los derechos de toda la Humanidad a la vida, la libertad y la
Comunidad.
3. El ser imagen de Dios fundamenta el derecho del hombre a gobernar la Tierra y a
vivir en comunión con el resto de la creación. Gn 1, 28 ss. incluye, en la creación del
hombre a imagen de Dios, la bendición divina y el destino humano a la fertilidad y a la
soberanía sobre el resto de la creación. El hombre debe “labrar y cuidar la Tierra” (Gn 2,
15). La explotación y destrucción de la Naturaleza están en contra de su derecho y de su
dignidad, y por ello la soberanía del hombre sobre la naturaleza va ligada a su unión con
el mundo exterior y conduce a la simbiosis que permite la vida en común de la
colectividad humana con el mundo que la rodea. Por consiguiente, el derecho del
RGEN MOLTMANN
hombre a mandar en el resto de la creación debe equilibrarse mediante el respeto de los
derechos de ésta.
Al existir el derecho a la Tierra surge como consecuencia el derecho económico que
todos y cada uno de los hombres poseen a una justa participación en la vida, la
alimentación, el trabajo, la protección y la propiedad personal; la concentración de
alimentos y medios de producción en manos de unos pocos debe considerase una
deformación y una perversión de la semejanza del hombre con Dios, indignas del
hombre y contrarias al derecho divino sobre los hombres. La privación de derechos
económicos fundamentales, la total miseria de pueblos o grupos de población, la muerte
por inanición, extendida por todo el mundo a causa del imperialismo político y
económico, son vergonzosos para la imagen de Dios y para el derecho de Dios sobre
todos y cada uno de los hombres: sin la realidad de los derechos económicos humanos
fundamentales a la vida, la alimentación, el trabajo y la protección, no pueden hacerse
realidad los derechos humanos individuales ni sociales.
Si con el derecho del hombre sobre la Tierra se establece también el “derecho” de éste
sobre el hombre, estos derechos económicos fundamentales estarán ligados con
obligaciones ecológicas fundamentales. El número de aquéllos no puede aumentarse
indiscriminadamente, ya que existen fronteras ecológicas fijas para el crecimiento
económico. La lucha humana por la supervivencia y el dominio del mundo no puede
realizarse a costa de la naturaleza, porque la muerte ecológica traería como
consecuencia el final de la vida humana. Por consiguiente, los derechos humanos
económicos coinciden con las condiciones cósmicas fundamentales para la
supervivencia de la humanidad en su ambiente natural. No pueden ya seguir
realizándose por medio del crecimiento económico incontrolado. La justicia económica
en la disposición y reparto de alimentos, recursos naturales y medios de producción
industrial debe estar dirigida a la supervivencia y a la convivencia de hombres y
pueblos. Sólo así se llegará a la estabilidad ecológica en la supervivencia y convivencia
con el resto de la creación: por tanto, la justicia económica y la ecológica se
condicionan mutuamente y sólo juntas podrán realizarse.
4. El ser imagen de Dios fundamenta el derecho del hombre a su futuro y su
responsabilidad para con sus descendientes. El hombre tiene derecho -en sus
actividades vitales, sus relaciones con otros hombres y su comunidad con la creación no
humana- a su auto-determinación y a la responsabilidad de su futuro. Su verdadero
futuro reside en la realización de su destino para la gloria de su comunidad con Dios,
con los otros hombres y con toda la creación. En su historia, que aún no es el Reino,
cumple el hombre con esta dignidad suya mediante su apertura a este futuro y siendo
responsable del presente frente al futuro. En virtud de la ciudadanía en el Reino de Dios,
que le ha sido otorgada, el hombre posee el derecho a este futuro real y las obligaciones
consecuentes respecto a la vida presente, derecho y obligaciones que sólo puede realizar
cuando ha ganado la libertad para responsabilizarse y el derecho a la autodeterminación.
Esta autodeterminación y esta imposibilidad se refieren: – al hombre en todas sus actividades vitales; – al hombre en comunidad con otros hombres;
RGEN MOLTMANN – al hombre en comunidad con la creación no humana.
Esto constituye una dimensión importante de los derechos y obligaciones humanos
individuales, sociales, económicos y ecológicos. Los derechos humanos no existen sin
el derecho a la autodeterminación y a la propia responsabilidad ante el futuro, ya que el
hombre vive personal, colectiva, económica y ecológicamente en el tiempo y en la
historia. Su futuro eterno y su futuro temporal poseen un derecho sobre él y el
reconocimiento y establecimiento político de los derechos humanos adquieren su
sentido en esta perspectiva del futuro. El hombre se hace libre y prueba sus derechos y
obligaciones tanto más cuanto su futuro, verdadero y eterno, adquieren poder sobre él e
influye en su presente. Entonces abogará por el derecho del futuro y por derecho a la
vida de sus descendientes, se ocupará no sólo de la justicia en el mundo de su
generación, sino también en el de futuras generaciones. Pues no sólo existe el egoísmo
personal y el colectivo, sino también el egoísmo de las generaciones. El hombre no debe
abusar de su medio ambiente a costa del futuro, ni está obligado a sacrificar su presente
al futuro, sino que deberá intentar equilibrar las posibilidades de vida y libertad de las
generaciones actuales y futuras. En tiempos de superpoblación y de limitación de
desarrollo, esta perspectiva temporal de los derechos humanos adquieren un significado
especial: la política económica, de población, de sanidad, etcétera y tal vez la política
hereditaria, deben encaminarse a establecer los derechos humanos actuales y futuros.
Justificación y renovación del hombre
Los derechos humanos surten efecto en tanto el hombre es y se comporta como tal. La
falta de humanidad del hombre se manifiesta en la violación de los derechos humanos.
Tras la cuestión práctica de cómo pueden hacerse realidad sobre la Tierra estos
derechos, late la pregunta más profunda de cómo puede el hombre experimentar su
verdadera humanidad y superar su indudable falta de ella.
Desde la declaración colectiva de los derechos humanos en 1948 se han dado a conocer
las violaciones políticas de los mismos, y se ha sabido en qué medida y en qué forma se
violan diariamente derechos humanos fundamentales. El aumento de la tortura en las
dictaduras es un signo de que la simple declaración y aprobación pública de los
derechos humanos no consiguen una humanización de los pueblos, aunque agudizan la
conciencia de los hombres y hacen ilegal la falta de humanidad.
Desde la discusión sobre los Pactos Internacionales en 1966, resulta claro que los
derechos humanos no sólo se violan, sino que se abusa de ellos. Esto sucede cuando se
utiliza para justificar los propios intereses a costa de los derechos de los demás, o
cuando se dividen y sólo se da a conocer una parte presentándolas como la totalidad.
Existen también el egoísmo individual, la arrogancia nacional, el imperialismo de la
humanidad frente a la naturaleza y el absolutismo de la generación actual frente a las
venideras. El aumento del abuso ideológico de los derechos humanos es otro signo de
que su declaración y aprobación no basta para hacer a los hombres más humanos. Sin
embargo, el conocimiento de la unidad indivisible de los derechos humanos agudiza la
conciencia y la responsabilidad de los hombres entre sí.
La Teología cristiana llama pecado a la inhumanidad del hombre cuando se manifiesta
en la violación o el abuso continuados de los derechos humanos; según el testimonio
RGEN MOLTMANN
bíblico, el hombre fracasa en su destino original de vivir a imagen de Dios al del
hombre con la naturaleza (Gn 3). Con el fratricidio de Caín comienza la historia del
hombre que no quiere ser guardián de su hermano (Gn 4) y de esta forma el pecado
trasforma la relación del hombre con Dios, su creador, con sus congéneres, su prójimo,
y con la naturaleza, su hogar. Así, Dios se convierte en juez, sus congéneres en
enemigos y la naturaleza se le hace extraña. El miedo y las agresiones dominan hoy a la
Humanidad dividida y enemistada, que está en camino de destruirse a sí misma y a la
naturaleza: los derechos humanos sólo pueden ser un hecho real cuando se convierten
en “justificación” del hombre y en renovación de su humanidad.
La fe cristiana reconoce y anuncia que Dios justifica al hombre por Jesucristo y le
renueva para su auténtica humanidad. Con la encarnación de Cristo, Dios devuelve al
hombre, que quiere ser como Dios, su verdadera humanidad perdida. Por la muerte de
Cristo, Dios toma sobre sí el juicio del pecado del hombre y le reconcilia consigo (2 Co
5,19). Por la resurrección de Cristo de entre los muertos, Dios hace realidad su derecho
sobre el hombre al justificarlo (Rm 4,25). Al enviar su Espíritu a todos los hombres (Jl
3,1; Hch 2), Dios renueva su imagen sobre la Tierra, reúne la Humanidad dispersa y
libera a la creación de la sombra del mal. En su Reino futuro, Dios glorificará
definitivamente su derecho, hará justo al hombre y transfigurará a la Creación.
Para la cristiandad, en este mundo pecaminoso e inhumano, la justicia divina se revela a
través del Evangelio de Cristo (Rm 1,16-17), porque mediante él se comunica a todos
los hombres el derecho divino de la gracia y se proclama la dignidad otorgada por Dios
a todos y cada uno de los hombres. Al revelarse esta dignidad, se pone en vigor también
los derechos humanos fundamentales. Su realizació n se hace posible, convirtiéndose en
una obligación ineludible.
Basándose en el Evangelio, los derechos humanos se realizan, en un mundo enemigo e
inhumano, en primer lugar por el servicio de la reconciliación (2 Co 5,18ss). La fe
separa a la persona humana del pecado inhumano. El amor acepta la persona y perdona
el pecado. La esperanza reconoce su futuro humano e inicia la vida nueva. A través de
la fe, el amor y la esperanza se devuelve al hombre su humanidad traicionada y perdida.
Por el “servicio de la reconciliación” se vuelven a establecer la dignidad y el derecho
humano: siempre que se respete la dignidad humana y se establezcan los derechos
humanos, se cumple este servicio de la reconciliación, que no es otra cosa que el
derecho justificante, la fuerza de la nueva Creación en este mundo falso. Por causa de la
reconciliación se puede incluso renunciar al propio derecho; por el derecho del prójimo
puede llegarse a arriesgar la propia vida: la renuncia y el sacrificio en el servicio de la
reconciliación del mundo con Dios son siempre la renuncia y el sacrificio a favor de la
humanidad del hombre. La cristiandad ha sido encargada por Dios de aportar el derecho
de la reconciliación a la lucha universal por los privilegios y el dominio. En esta lucha
es testimonio del futuro y agente de la esperanza, ya que con el derecho de la
reconciliación comienza ya aquí el cambio del mundo, que pasa de ser desconocido a
ser reconocido como mundo humano, amado por Dios. La experiencia de la
reconciliación convierte a los enemigos en amigos, y el trabajo en la reconciliación abre
un futuro de vida al hombre amenazado de muerte. Sin reconciliación no hay
humanización en las relaciones entre los hombres; sin humanización, la reconciliación
no es efectiva. Reconciliación y transformación se complementan y hacen que este
mundo sea más humano. La fe cristiana no dispensa de la lucha para el reconocimiento
y la realización de los derechos humanos, sino que ayuda a avanzar en esta lucha; la
RGEN MOLTMANN
comunidad que llama a Jesús “hijo del hombre” sufre con la inhumanidad y la
deshumanización perenne del hombre y, en sus oraciones, convierte este sufrimiento en
dolor consciente.
Prioridad y equilibrio en la lucha por los derechos humanos
El hombre está destinado a ser imagen de Dios como individuo, en comunidad y dentro
de la Humanidad. Por esto, todos los hombres están ligados entre sí y no pueden ser
reducidos, separados o valorados en distinta forma. Todos los derechos humanos están
también relacionados con obligaciones específicas del hombre, que no pueden separarse
de aquéllos; de los derechos no deben derivarse privilegios ni de las obligaciones
postulados huecos.
En la Historia, sin embargo, los hombres y las naciones establecen siempre prioridades
en virtud de sus necesidades: cuando la necesidad económica ocupa el primer lugar,
intentan la realización de los derechos económicos básicos; cuando rige la opresión
política, pretenden la realización de los derechos humanos políticos. Sin embargo, el
progreso parcial produce un desequilibrio; el crecimiento económico unilateral y no
coordinado de algunas naciones ha llevado el equilibrio político al borde de la
destrucción; la supremacía de las naciones industrialmente desarrolladas ha mantenido a
otros pueblos subdesarrollados y dependientes de ellas. El rápido desarrollo de las
libertades y derechos personales puede debilitar los derechos colectivos y, por el
contrario, el establecimiento unilateral de los derechos colectivos lleva a la debilitación
de los derechos personales. Por ello, los avances parciales en uno de los campos vitales
deben equilibrarse con la introducción de los derechos humanos en los otros terrenos. El
progreso sin equilibrio destruye, mientras que el equilibrio sin avance provoca la
degeneración. La historia. real del reconocimiento y establecimiento de los derechos
humanos se realiza en el conflicto inevitable entre progreso y equilibrio; quien respeta
al hombre como imagen de Dios, debe respetar, en la misma medida, todos los derechos
humanos y verlos en su relación recíproca e indisoluble. Quien respeta la dignidad
humana, deberá, en el conflicto entre progreso y equilibrio, respetar la unidad de los
derechos del hombre en todas sus actividades y para todos los hombres.
En los conflictos históricos los hombres viven en el equilibrio perturbado de sus
derechos humanos. Su dignidad está distorsionada. Por esto para la realización de todos
los derechos humanos han de desarrollarse estrategias que eliminen las diferencias
resultantes de prioridades establecidas: cuando el rápido progreso económico suponga
una disminución de los derechos políticos y las libertades individuales, deberá insistirse
en la realización de estos derechos; cuando los derechos colectivos se descuiden en
favor de la libertad individual, deberán reivindicarse aquéllos; cuando se establezcan
derechos sociales a costa de los individuales, deberán reclamarse éstos; en los países
colonizados y subdesarrollados, tienen prioridad los derechos a la independencia y a la
autodeterminación. La idea reguladora que mantiene el equilibrio es el reconocimiento
de la dignidad intransferible del hombre y de la indivisibilidad de sus derechos y
obligaciones. En este contexto puede esperarse de las Iglesias, comunidades y
organizaciones ecuménicas lo siguiente:
RGEN MOLTMANN
1. Que en la discusión sobre los derechos humanos y prioridades políticas defiendan la
dignidad humana intransferible y la indivisibilidad de los derechos y obligaciones del
hombre, basados en el derecho de Dios sobre los hombres.
2. Que aboguen por el restablecimiento de los derechos humanos descuidados,
debilitados u oprimidos a causa del progreso unilateral o de las prioridades existentes.
3. Que superen su propio egoísmo para ayudar a la superación del egoísmo individual,
social y humano frente a la naturaleza, así como el egoísmo de la generación actual
frente a generaciones venideras, sirviendo a la Humanidad, en todos y cada uno de los
hombres, en favor del Dios creador y libertador del hombre.
4. Que inculquen públicamente las obligaciones humanas (ligadas ineludiblemente a los
derechos) frente a su dignidad que procede de Dios, frente a los demás hombres, a la
naturaleza y al futuro.
La cristiandad se considera a sí misma como testimonio del Dios trinitario, que libera a
los hombres de su inhumanidad interior y exterior, que les permite vivir en su alianza y
los conduce a la gloria de su Reino. Aboga por la dignidad humana, de la que se derivan
los derechos y obligaciones del hombre. Defiende, por voluntad de Dios, la dignidad del
hombre y sus derechos como image n de Dios con todos los medios a su alcance. Para
realizar este servicio la cristiandad necesita el derecho a la libertad religiosa, el derecho
a la asociación y el derecho a poder hablar y actuar públicamente.
Tradujo y condensó: MARÍA AMPARO BRAVO

IR in Dialogue… but can we change the subjects?

The academic enterprise requires that we make our arguments in
conversation with existing work and ideas. As such it is an inherently social
activity – indeed we might consider conversation a constitutive element of
academic life.The move to thinking about IR’s conversations as a set of
‘dialogues’ rather than ‘debates’, as Millennium’s conference has encouraged,
is both in keeping with the traditions of the study of world politics and
subversive of the order that has historically shielded the conversation from
intruders.

The notion of ‘dialogue’, taken etymologically, is about speaking (-
logos) across or through (dia-), suggesting distance and difference between
reviewers has been invaluable, although all remaining errors are my own.
the speakers. It requires that we ask questions about their identities, horizons
and interests, and indeed how these are situated within the world of practice
and action, rather than presuming homogeneity of interest and a common
purpose to inquiry. We are pushed towards understanding academic work as
a live enterprise, disorderly and dynamic in form, embedded in a world of
plurality.

And yet, despite engaging in the conversational practices all the time
that constitute the practice of academic work, the mainstream has been slow
to pick up the emergence of a movement in the discipline that extends
dialogue itself as a critical strategy for thinking about the world.2 As this
paper aims to show, self-consciously decolonising strategies aim to articulate
different subject-positions from which this ‘speaking across’ or ‘dialogue’ can
take place.

In doing so they bring to prominence a principle that is already
taken for granted in everyday academic practice – that understanding is
improved through dialogue – and use it to generate a wider and more critical
understanding of what we think of as international relations.3 Although
necessarily rooted in common traditions of social thought, decolonising
strategies aim at reconfiguring our understanding of world politics through
subjecting its main perspectives to philosophical and empirical challenges.

This project sees itself as broadly rooted in a progressive ethic, motivated by
the desire to see and understand world order in a way appropriate to the
realisation of more equal relations between and within diverse political
communities.

2 Recent texts include Inayatullah, N. and D. L. Blaney (2003). International relations and the problem of difference. New York, London, Routledge, Bhambra, G. K. and R. Shilliam (2009).Silencing human rights: critical engagements with a contested project, Palgrave MacMillan.
Grovogui, S. N. (2002). “Regimes of sovereignty: International morality and the African condition.” European Journal of International Relations 8(3): 315, Hobson, J. M. (2004). The Eastern origins of Western civilisation. Cambridge, UK ; New York, Cambridge University
Press, Jones, B. G. (2006). Decolonizing international relations, Rowman & Littlefield
Publishers, Agathangelou, A. M. and L. H. M. Ling (2009). Transforming world politics: from
empire to multiple worlds, Taylor & Francis, Nayak and Selbin (2010) Decentering
International Relations, (London: Zed Books)
3 The concerns of the discourse ethics movement were similar but were critiqued in terms of
how they viewed the problems of power. See Hutchings, K. (2005). “Speaking and hearing:
Habermasian discourse ethics, feminism and IR.” Review of International Studies 31(01): 155-165

4 The role of normative evaluation in social analysis is a controversial issue. I am broadly
sympathetic to the position articulated by Mervyn Frost, who sees normative judgements as
relevant at all stages of analysis, and argues for making them more explicit. See Frost, M.
(1994). “The Role of Normative Theory in IR.” Millennium – Journal of International Studies
23(1): 109-118.

This paper aims to develop conversations within IR about the
contribution of decolonising strategies. The overall argument is that
decolonising thought can be viewed as a set of distinct but connected
intellectual strategies that provide a productive platform for identifying
specific problems in our research into world politics. Firstly, I will read
decolonising strategies as problematising the embedded ‘subjects’ of world
politics in various ways and offer a heuristic typology of this wide research
programme along these lines.

Secondly, I will demonstrate the contribution of this critical move through applying these distinctive strategies to the ‘liberal peace’ debate in IR and the case of Mozambique. Finally, I will offer some reflections about the questions this raises for the future study of world politics, both through building theory and research practices.

The paper seeks to make contributions to the literature on a number of
fronts. Primarily, in offering an innovative typology of decolonising strategies
it sets up a useful framework for debate about and between different
‘postcolonial’ or ‘anti-Eurocentric’ approaches in the study of world politics.

In particular, it enables the detailed comparison of complementarities and
tensions in decolonising thought through indicating how and why
approaches differ and what their specific concerns are. However, the corollary
contribution is that it also offers a unique mirror to the discipline of IR
through articulating different ways in which its framings might be
problematic in a supposedly postcolonial era.

The contribution of the case study is a demonstration of the ways in which the typology supports a development of applied critical approaches in IR, which all too often attempt to critique international political power without disturbing some important underlying assumptions. It demonstrates that these specific decolonizing strategies as articulated by the typology can be usefully concretised and applied to specific sites and topics of interest. It also makes a case for how and why appropriate empirical research is a crucial part of an active decolonising project, whilst highlighting the precariousness of the support that the profession offers for this.

Theory as strategy: recovering the purposes of critique

If ‘theory is always for someone and some purpose’, we should think
about it as a form of intellectual strategy, i.e. a response to a particular set of
conditions, involving different tactics employed towards a particular end. In
this sense, the philosophical wagers and commitments made are located in
and directed towards a particular problem, and express different interests.5

This is as true for a conception of the international derived from a statist and
materialist ontology of power as it is for feminist excavations of the
international structures of patriarchy or concepts of globalisation. This now commonplace observation has at least three important
implications for how we assess and think about theories of the international.

Firstly, it suggests that an important aspect of evaluating theory needs to be
done in the context of its own purposes. This may not seem controversial to
many academics, and particularly not the readership of Millennium, but given
the persistence of ‘science’ controversies in the broader discipline it needs to
be borne in mind.6 Theories are not the ‘last word’ on phenomena, but
analytic lenses that structure our thinking to a particular end. Secondly,
however, it must mean that it is at least useful, but also legitimate and
necessary to engage with, discuss and challenge the purposes of work and its
context rather than assume that this stands outside or apart from the
endeavour. This does not preclude the possibility of reasonable disagreement
about these objectives, but it does preclude the denial of their relevance.7

Thirdly, and perhaps most crucially however, it also draws attention to
the necessarily limited and incomplete nature of our conceptual endeavours.
These are not shortcomings of our work but its constitutive features – it is
grounded in a particular conceptual vocabulary or register, and has a
particular focus or target. As such, when thinking about how we analyse
complex social phenomena, such as patriarchy, political violence or racism,
given a wide acceptance that these are manifested and can be explained at
various levels, no single mode of analysis is likely to be completely
satisfactory.

In drawing together the connections in this literature, it makes sense to
read the contributions as ‘decolonising strategies’ for thinking about world
politics rather than as ‘theory’ as IR has conventionally tried to understand it
– these are critical intellectual strategies designed to challenge the centrality of
particular ideas about the international which naturalise forms of historic
inequality between communities and people. In particular, these are
connected to the legacies, broadly understood, of European colonialism and
the hierarchies of power, wealth and regard that it sought to institute.

5 In future work I intend to deal more fully with the essentially situated character of decolonising critiques. The link between anti-colonial thought and philosophical pragmatism is found in the work of Cornel West – I am grateful to Joe Hoover for pointing this out.
6 Jackson narrates these controversies well in the first chapter of Jackson, P. T. (2010). The
Conduct of Inquiry in International Relations. London, Routledge.
7 Frost, op.cit., 118.

Why do we need a typology?

To this author at least, there is a clear sense in which the decolonising
project in IR has been blossoming in recent years. The publication of
groundbreaking monographs has been complemented by more edited
collections, mainstream journal articles, conference panels and entire
conferences, postgraduate courses and now textbooks.8 In this period, the
principal aims and concerns of the project have been articulated in divergent
ways by different authors, which has contributed to the flourishing of the
research programme. However, it also raises important questions about the
relationship between these different articulations.

For example, Inayatullah and Blaney have foregrounded the ‘difference’ problematic as central to their project, concentrating on the Self/Other encounter that constitutes the space of the international.9 This project suggests a focus on the production of alterity and the question of respect. On the other hand, Jones articulates the project as a common preoccupation with the persistence of colonial and imperial relations within the international system, with an emphasis on discovering the Eurocentric and imperial constitution of international relations in the present day.10

As she notes, debates about Eurocentrism can often divide into
culturalist and political economy camps which talk past each other.11
Whilst valuable, this richness also brings the potential for opacity. As
Bhambra notes, following Wallerstein, the notion of ‘Eurocentrism’ is itself
contested and can mean different things.12

Whilst this does not mean that it cannot be a useful frame of analysis, it does mean that usages might be interchanged or conflated in a number of ways. For example, for Hobson, Eurocentrism is the assumption that the West lies at the centre of all things in the world and that the West self-generates through its own endogenous ‘logic of
immanence’, before projecting its global will-to-power outwards through
a one-way diffusionism so as to remake the world in its own image.13
8 E.g. Seth, S. (ed) (2011) Postcolonial theory and International Relations: A Comprehensive
Introduction, London: Routledge.
9 Inayatullah and Blaney, op. cit., 9-16.
10 Jones (2006). ‘Introduction: International Relations, Eurocentrism, and Imperialism’, in
Jones, op.cit.
11 Ibid.
12 Bhambra, G. K. (2007). Rethinking modernity: postcolonialism and the sociological
imagination, Palgrave Macmillan, 4.
13 Hobson, J. M. (2007). “Is critical theory always for the white West and for Western
imperialism? Beyond Westphilian towards a post-racist critical IR.” Review of International
Studies 33(S1): 91-116, 93.

Hobson’s conception suggests that Eurocentrism simultaneously
contains certain historical, sociological and political claims, which brings to
the fore how these may be inter-related. However, as Bhambra notes, it may
be possible for work to explicitly reject some aspects whilst retaining others.14

Moreover, in some of the literature the ‘Eurocentrism’ problematic can drop
out altogether, particularly that concerned most principally with
contemporary US / North American power.15

Yet, even with this diversity, I want to argue that there is a common
framework that unites the project, recognition of which might serve as a
platform for dialogue between its elements and with those working outside it.
This is the claim that IR is constructed around the exclusionary premise of an
imagined Western subject of world politics.16 Decolonising strategies are those that problematize this claim and offer alternative accounts of subjecthood as the basis for inquiry.

The recognition of possible alternative subjects of inquiry is the essential precondition for a dialogic mode of inquiry in IR – that is, speaking across divides from different positions. Conversely, without challenging the implicit and assumed universality of a particular subject, the possibility for genuine dialogue – rather than simply conversation – in the discipline becomes remote.

A typology of strategies: challenging the ‘subjects’ of IR

In social theory, the ‘subject’ of inquiry has multiple but related
definitions.17 I am using these different meanings in a non-exhaustive and
heuristic sense to delve into the structure of thinking behind decolonising
strategies (numbered i-vi in the text).

I summarise these here before elaborating in more depth in the rest of this section. In the first sense, various approaches focus on the construction of the West as an epistemically privileged or centred subject that can represent, know and treat parts of the world as its objects, through processes of objectification. In the second sense,

14 Bhambra, op.cit.
15 In particular, Agathangelou, A. M. and L. H. M. Ling (2009), op.cit.
16 This framing emerges in a limited way in the debates around subaltern historiography, but
is not extended in consideration of other decolonising strategies as far as I know e.g.
O’Hanlon, R. (1988). “Recovering the subject: Subaltern Studies and histories of resistance in
colonial South Asia.” Modern Asian Studies 22(1): 189-224.
17 For explicitly disaggregating different uses of the term ‘subject’ in social theory, I am
indebted to Paul Kirby’s unpublished paper ‘The System Of Subjects: International Relations
Theory and the Hard Problem of Subjectivity’ , International Theory seminar at the LSE’s IR
Department, 23rd November 2009, although his usages are not mine.

there is a strategy to challenge the exceptionalist presumption of the West as
the primary subject of modern world history and international relations.

Thirdly, a number of approaches challenge Europe as the implicit subject of
historiography. Fourthly, various works reconstruct the subjectivities of
subaltern positions. Fifthly, there is a tradition which interrogates the
presumed contours of the political subject underpinning analysis. Finally,
decolonising work in IR has sought to challenge the constitution of the socialpsychological subject underpinning recent work which anthropomorphizes states as reflexive beings.

Understood in this way, at a broad level decolonising strategies argue
that IR sees the world through the subjecthood(s),18 in all the senses just
described, of formerly colonial and imperial European and American
modernist, capitalist elites. This is understood to constitute a system of
multiple exclusions that continues to permeate the study and conduct of
world politics, which subsequently retains deeply hierarchical forms oriented
towards the interests and perspectives of this particular audience.

However, as a response decolonising strategies do not on the whole advocate a
systematic erasure or denial of these categories – rather they have attempted
to expose the alternatives and initiate dialogue between them. In this sense
they seek to re-negotiate the terms and preoccupations of inquiry, a point to
which I will return in the conclusion.19

The first strategy (i) centres on exposing the ways in which the
conceptual framings of both International Relations and international politics
express and reinforce hierarchical subject-object relationships between
formerly colonising and colonised peoples, despite the political-legal act of
decolonisation. Drawing directly on Said’s critique of colonial practices of

18 I owe use of the term to Robbie Shilliam.
19 A point which at the time of writing must be temporarily shelved is the ongoing tensions and overlaps between the decolonising project and the historical materialist project. Whilst they are in some ways inseparable, for this author the key fundamental difference arises in the possibility of a socially meaningful alterity that is not sidelined analytically as a form of false consciousness, incomplete modernity or underdevelopment; in short, the debate over the significance of pluralities of experience and standpoints in the analysis of human affairs.

Decolonising approaches on the whole are broadly sympathetic to, and often use, arguments in terms of social forces and the material conditions of political power and change; however there is discomfort with the potentially reductive implications of such a view for human subjectivity and political subjecthood in the extrapolation to the ‘objective’ understanding of
world history.

However, this is a very general statement and it is clear that there are broad
churches of thought within the various camps self-identifying as ‘Marxist’ or ‘decolonising /postcolonialist’, who have varying approaches to this relationship between selves and social forces

For an alternative account of the encounter between Marxism and postcolonialism from a broadly Marxist perspective, see Bartolovich, C. and N. Lazarus (2002). Marxism, modernity, and postcolonial studies, Cambridge University Press. Millennium: Journal of International Studies, 39:3, 781-803

representation in Orientalism, further elaborated in Culture and Imperialism,
this strategy has focused on the discursive and normative structures
governing contemporary international politics and sought to show how they
depend on the establishment of the ‘flexible positional superiority’20 of
Western/Northern countries and agents.

For example, Doty analyses historical and contemporary framings of North-South relations, from colonialism to governance to foreign aid in terms of the persistence of the imperial structure of the discourse that produces the relationship.21

Antony Anghie argues that the concept of ‘good governance’ is historically continuous with international legal norms that established rights and duties for colonial powers to rule the colonies, operating under ideas of racialised civilisational hierarchies.22 Both writers, amongst others, point towards the ways in which the ways that the global South – that is to say, spaces outside Europe and North America – become objectified in discourse as requiring external control, involvement and direction – in Said’s term that they ‘beseech domination’.23

In a substantive sense this means that formerly colonised countries become understood through being fixed as the object of some other subject which instrumentalises it or treats it as lacking proper agency.24 Under conditions of objectification, then, the possibility of dialogue becomes remote.

Within the discipline of IR itself, there has been solid critique of Robert
Jackson’s analysis of ‘quasi-states’ along similar lines, which obliquely
renders the third world as a cracked or incomplete image of the first.25 The
various objectifying representations of the South as backward, developing,
failed or ‘new’ states continually reproduce the hierarchical self imagery that
underpinned European colonialism, and specifically produces a disposition
that favours intervention and control between the full subjects and lesser
objects of world politics. The critique that decolonising thought makes is that
whilst the formal political and legal acts of decolonisation have broadly
occurred, the deeper challenge to the colonial system of thinking – of
objectifying the South in discourses of world politics – has not happened. The
strategy in this case is to raise consciousness about the ways in which our
20 Said, E. W. (2003). Orientalism. London, Penguin, 7.
21 Doty, R. L. (1996). Imperial encounters : the politics of representation in North-South
relations. Minneapolis, University of Minnesota Press.
22 Anghie, A. (2008). Decolonizing the Concept of” Good Governance. Decolonizing
international relations. B. Gruffydd Jones, Rowman & Littlefield Publishers.
23 Said, E. W. (1994). Culture and imperialism. London, Vintage, 8.
24 See Nussbaum, M. C. (1995). “Objectification.” Philosophy & Public Affairs 24(4): 249-291.
25 See Morton, A. D. (2005). “The ‘failed state’ of International Relations.” New Political
Economy 10(3): 371-379; Jones, B. G. (2008). “The global political economy of social crisis:
Towards a critique of the ‘failed state’ ideology.” Review of international political economy
15(2): 180-205.
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systems of knowledge and political discourses objectify those who were to
have become its subjects, perhaps more radically its authors.
As a decolonising intellectual strategy, the critique of objectification
through the analysis of authoritative discourses is clear and deeply important
but also necessarily limited in scope. As Anghie recognises, this strategy must
work alongside others which recover another telling of this encounter in order
to challenge these discourses as not just hegemonic but essentially fictive
rhetorical devices.26 Insofar as these strategies work within a framework
whereby the discourses of the powerful are the primary object of analysis,
they have tended to do the latter understandably in only a secondary or
limited sense. Nonetheless, this groundwork is clearly critical in clearing the
space for alternative discourses and speakers, and the possibility of dialogue
which is precluded by Orientalist objectifications.
The second approach is a deconstruction of the West as the primary
subject of world history. This wider approach develops into two distinct
strategies. The first (ii) involves the direct contradiction of foundational
historical myths in social theory and discourse about Europe itself – i.e. that it
was technologically advanced, economically developed, that it advanced the
problems of international coexistence through the institutionalisation of state
sovereignty, that it was the origin of enlightened and universalist ethical and
political thought. These strands have generally had their heritage in historical
sociology, political economy and revisionist readings of political thought.27
Overall they have sought to contradict or subvert the correlation of Europe
with pioneering a progressive modernity. John Hobson for example argues
that historically in the encounter between West and East it was the West that
was considered backward in terms of technology and social structures, and
was only able to flourish as the consequence of being a ‘late developer’.28
Sandra Halperin argues that the mythologisation of European development,
and in particular the various ‘revolutions’ that were instantiated, obscures the
fact that European growth and expansion was predicated on the ‘dualistic’
economy, with its violences and exclusions, that the Third World is currently
26 Anghie, op cit. .However, there is disquiet amongst thinkers about the extent to which
postcolonial literature has been constrained by the postmodern / poststructuralist tenor of its
approaches, and the commitment to ‘real’ lives. See Appiah, K. A. (1991). “Is the post-in
postmodernism the post-in postcolonial?” Critical Inquiry: 336-357 for one such discussion.
27 Under my reading decolonising strategies are themselves heterodox in scope and origins,
inclusive of aspects of other traditions as well as work which self-identifies as ‘postcolonial’.
28 Hobson, J. M. (2004). The Eastern origins of Western civilisation. Cambridge, UK ; New
York, Cambridge University Press.
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critiqued for having.29 Beate Jahn’s critique of nineteenth century liberal
political thought suggests that it was predicated on the limited and
particularist rather than universalist protection of rights, and was supportive
of imperialist policy.30
Collectively they deconstruct the mythic subject of the ‘European
model’ in history through challenging the primacy and exceptionalism that
has been historically claimed. This is important to the decolonising project
insofar as the implicit particular history of exceptionalism and enlightenment
often serves to legitimate various forms of control and authority in the present
day. By pushing beyond the ‘winner/loser’ account of world history31 it is
argued that they open up a dialogical mode of thinking that elevates the
hybrid, connected nature of the relationships between civilisations.32
This line of thinking has led to a third, in some ways more subversive,
strategy (iii) for decolonising thought, as a critique of the particular European
subjects immanent and naturalised in the writing of History itself. The
argument here is that historiographical understandings of change and
development, even for critical historians, are understood in terms of
categories and trajectories that were seen as significant in the emergence of
Europe’s modernity, thus excluding the significance of the pluralities of pasts,
presents and futures that were and are happening elsewhere, to which this
modernity was necessarily connected. This line of thought was extended from
the work of the Subaltern Studies group, who took issue specifically with the
claim in Marx and Hobsbawm that the colonies were ‘outside history’ prior to
their insertion into the European capitalist system, although this critique was
extended to other historiographies.33 This understanding of history, they
argued, preserved the centrality of an underlying European referent subject to
the telling of history, even when that history was intended to be of elsewhere,
and even if such history was critical or myth-shattering, and even if such
29 Halperin, S. (1997). In the mirror of the Third World: capitalist development in modern
Europe, Cornell Univ Pr, Halperin, S. (2006). “International Relations Theory and the
Hegemony of Western Conceptions of Modernity” in Jones (ed) Decolonizing international
relations, op. cit.: 43-64.
30 Jahn, B. (2005). “Kant, Mill, and illiberal legacies in international affairs.” International
Organization 59(01): 177-207.
31 Exemplified, however unintentionally, by Diamond, J. (1997). Guns, Germs, and Steel: The
Fates of Human Societies. 1997. New York, Norton.
32 Hobson, J. M. (2007), ibid., 106.
33 Prakash, G. (1990). “Writing post-orientalist histories of the third world: perspectives from
Indian historiography.” Comparative Studies in Society and History 32(02): 383-408. See also
Hutchings, K. (2008). Time and world politics : thinking the present. Manchester ; New York,
Manchester University Press, for a related argument about the specific conceptions of time
that inform influential thinkers from the Western canon.
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categories were otherwise indispensable.34 Instead, it has been argued that
there is a need to think in terms of ‘multiple modernities’ occurring in the
context of ‘connected histories’35 to avoid analysis that only refracts
understanding of social relations through a truncated telling of the European
experience of industrialisation. Alison Ayers’ work on an African
historiography makes a similar point about the histories of democracy that
begin in Europe and are translated to African contexts, without any
consciousness of alternative and autonomously developed traditions within
Africa itself.36
The historiographical critiques make manifest a seeming paradox at the
centre of decolonising strategies for social inquiry, which is that despite this
problematisation of the exclusions of social theory, it must nonetheless
continue to employ in some sense this intellectual inheritance as a means of
engagement and response. This is in some senses an important tension
between the approaches of the second strategy, which are more clearly aimed
at a straightforward rebuttal of myths, and this third strategy which
interrogates the conduct of inquiry itself. Certainly this is a perennial critique
put by those operating outside the paradigm, who complain that decolonising
strategies are ‘really’ or ‘ultimately’ ‘Western’ or even ‘liberal’ in content and
outlook.37 Partly in response to this issue, for some, this has prompted the
response of seeking much more widely for intellectual resources from non-
Western traditions to think about the international, as Ayers does.38 However,
as I will elaborate in the conclusion, by and large there is little need for
anxiety about this issue, insofar as decolonising strategies are self-conscious
about the ‘geocultural’ conditions of their production, and the strategic
purposes for which they are employed.39 Indeed the emphasis on the
inherently dialogic production of societies, selves and social analysis that
means that accusations of inauthenticity which presuppose the possibility of
an ‘authentic’ self become misplaced. Moreover, by retaining a consciousness
of these as ‘strategies’ we are alive to these circumscriptions of purpose and
origins.
34 Chakrabarty, D. (2000). Provincializing Europe : postcolonial thought and historical
difference. Princeton, N.J., Princeton University Press, 38-9.
35 Bhambra, G. K. (2010). “Historical sociology, international relations and connected
histories.” Cambridge Review of International Affairs 23(1): 127-143.
36 Ayers, A.J. (2006), ‘Beyond the Imperial Narrative: African Political Historiography
revisited’, in Jones (ed) (2006), op. cit.
37 Most recently, this emerged from discussion at this conference and by a reviewer of this
piece.
38 See also Shilliam, R. (2010). International Relations and Non-Western Thought: Imperialism,
Colonialism and Investigations of Global Modernity, Routledge.
39 Tickner’s keynote at this conference deals with the meaning of ‘geocultural’.
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The deep critique of history itself as being a type of practice centred
around the subject of Europe’s own modernity has generated the fourth
strategy (iv) of pluralising the various potential subjects of social inquiry and
analysing world politics from alternative subaltern perspectives.40 In some
senses, this is an inheritance from Fanon’s engagement with the
phenomenological aspects of colonialism and their importance in being able
to understand these relations in their entirety.41 In Chakrabarty’s work, this
has involved an exploration of the lifeworlds – a term from Husserl – of
various groups in Bengal in order to illustrate narratives of human experience
that are otherwise excluded or suppressed by modernist history.42 Within the
context of IR conversations Laffey and Weldes have re-told the story of the
Cuban missile crisis through the lens of Cuban interpretations rather than
superpower perspectives.43 This re-centring of different subjectivities has
necessarily involved a more interpretive engagement with both historical and
contemporary sources and people; that is to say an engagement with what
they thought and what they thought they were doing, rendering them as
more than principally the instruments of history or social forces. Often, as in
the case of Chakrabarty and others, this involves multiple layering of ideas
and sources in order to build up the understanding of the lifeworld as
concrete experience. Mohanty’s call for this engaged and detailed empirical
work as a means of appreciating fully both different domains of power and
the meanings given to the various structures also supports this approach.44
Clearly this strategy is connected with and complementary to the previous
one which problematises the adequacy of universalist historiographies and
narratives for a diverse social world.
However, this strategy, most closely connected with standpoint
theories in general, begins to pose important questions for decolonising
approaches to the study of world politics – in particular in thinking about the
relevance of particular experiences and worlds to the questions about world
politics which are pitched at an ostensibly general level. What weight should
be given to the inter/subjective interpretations of subaltern peoples about
their experiences of domination? Do these entail a commitment to the
40 An interesting example of this, developed somewhat separately from the Subaltern Studies
movement is Honwana, R. and A. F. Isaacman (1988). The life history of Raúl Honwana : an
inside view of Mozambique from colonialism to independence, 1905-1975. Boulder ; London,
Rienner.
41 Fanon, F. (1986). Black skin, white masks. London, Pluto.
42 Chakrabarty, op.cit; Chakrabarty, D. (1989). Rethinking Working-class History: Indian jute
workers in Bengal, 1890-1940, Princeton, NJ: Princeton University Press.
43 Laffey, M. and J. Weldes (2008). “Decolonizing the Cuban Missile Crisis.” International
Studies Quarterly 52(3): 555-577.
44 Mohanty, C. T. (1988). “Under Western eyes: Feminist scholarship and colonial discourses.”
Feminist review: 61-88.
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‘objectivity’ of the position of the subaltern with regard to structures of
domination, which e.g. feminist standpoint theory has claimed?45 How do
these engagements with colonised lifeworlds deal with Nandy’s attention to
the colonisation of the mind, and Spivak’s warnings about the hegemonic acts
involved in attempting to voice or translate the subaltern?46
This problem can be addressed in part through a reminder of the
strategic character of inquiry. For example, the controversy about ‘objectivity’
only makes sense where the value of work is primarily evaluated through the
prior commitment to mind-world dualism which suggests a direct form of
comparability between competing explanatory frameworks.47 Where the
notion of social inquiry as objective ‘science’ is rejected, as in many
decolonising approaches, and the principal concern is for ‘worlding’ our
understanding of social relations – as discussed for example by Agathangelou
and Ling, or by Said48 – this suggests that interpretive and non-interpretive
understandings can and should be intertwined and work in dialogue with
each other. As I will suggest in my discussion of applying these strategies to
my own research, the weight given to each will tend to depend on the nature
of the research question and the normative commitments entailed. This is
consistent with the way Fanon sets up the problem – he makes clear from the
outset that he is interested in understanding how colonialism de-humanises – as
such the relevance of the phenomenological is closely integrated with Fanon’s
conception of humanity as requiring both ‘objective’ and ‘subjective’
engagement.49 For these other critiques too, it is a humanist and pluralist ethic
which drives the interest in the exploration of the lifeworld, but not at the
expense of thinking about how these might be interpellated into what can be
understood as broader political structures.
A fifth strategy (v) which relates to, but is somewhat distinct from,
these modes of rethinking history is the recovery of alternative political
subjecthoods in both historical and contemporaneous contexts. CLR James’
The Black Jacobins has served as one point of departure for this strategy, which
was a story of slave emancipation written at a time where Black and Asian
45 Harding, S. G. (2004). The feminist standpoint theory reader: Intellectual and political
controversies, Psychology Press.
46 Nandy, A. (1989). The intimate enemy: Loss and recovery of self under colonialism, Oxford
University Press Delhi; Spivak, G. C. (1988). “Can the subaltern speak?” Marxism and the
Interpretation of Culture: 271-313.
47 For clarification on these terms, see Jackson, op.cit, 34-37.
48 Agathangelou and Ling, op.cit., Chowdhry, G. (2007). “Edward Said and Contrapuntal
Reading: Implications for Critical Interventions in International Relations.” Millennium-
Journal of International Studies 36(1): 101
49 Fanon, F.(2001) Black Skin. White Masks, Pluto Press, 63-4
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colonial peoples were making claims for political emancipation and equality.
In this sense it was an alternative vision of Black political subjecthood that
asserted an already-existing capacity and desire for freedom which was
militant and resurgent, even if it had to appropriate and subvert the
discourses of its oppressors. This was a reply to contemporaneous scientific
racist discourses on Black political subjecthood that emphasised its incapacity,
as well as alternative conceptions of decolonisation which were more
conservative and reformist in outlook.50 Ongoing interpretations of the
significance of the Haitian revolution have also sought to read within it the
possibility of an emancipatory ideal of politics and political subjecthood for
formerly colonised peoples that do not necessarily imply the passive diffusion
or acceptance of European norms.51 Gandhian conceptions of swaraj and
satyagraha are a further example of this strategy – the articulation of political
subjecthood that offers an alternative vision of the bases of authority, rule and
resistance to those conceived under colonial rule, that are not simply
imitations of secular nationalism but resonate with and draw on particular
cultural and spiritual tropes.
Within IR, Shilliam has used a similar strategy in terms of pitching
Rastafarian cosmologies of freedom as a claim and counterpoint to
universalist developmental ones, which represent the contemporary mould
for ideas surrounding international development and engagement in the
Third World.52 This strategy is of course closely linked to the attempts to decentre
Europe as the referent subject for historical accounts; instead it is a
provincialisation of the concept of individualist secular citizenship as the only
referent frame for politically relevant being.53 Instead, through a privileging of
the contextually grounded character of political subjecthood, this strategy
attempts to elucidate rather than suppress alterity.54
50 Scott, D. (2004). Conscripts of modernity : the tragedy of colonial enlightenment. Durham,
Duke University Press. There is controversy over exactly whether James’ account is
representative of an ‘alternative’ which was ‘post’-colonial or simply another version of elitist
and exclusionary politics: I am sympathetic to Scott’s point that reading James in his historical
context is key to understanding the significance of the ‘alternative’ that he had envisaged,
although contemporaneous readings of Toussaint’s political programme note his
authoritarian tendencies. See Nesbitt (ed) 2008, Jean-Bertrand Aristide presents Toussaint
L’Ouverture. The Haitian Revolution. London, Verso.
51 See Grovogui, S. N. (2006) ‘Mind, Body and Gut! Elements of a Postcolonial Human Rights
Discourse’ in Jones (ed) Decolonising International Relations, op.cit.
52 Shilliam, R. (2009). Redemption From Development: Amartya Sen, Rastafari and Promises
of Freedom. British International Studies Association Annual Conference. Leicester, UK.
53 See Ayers, A. J. (2009). “Imperial Liberties: Democratisation and Governance in the ‘New’
Imperial Order.” Political Studies 57(1): 1-27 for a sustained critique of the political subject
exported through the ‘democratisation’ agenda.
54 Inayatullah and Blaney (2003), ibid.
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Of all the tensions raised by all the strategies, this is probably the one
that challenges the practices of comparative and evaluative social inquiry
most explicitly, giving rise to the underlying question: how is it that humans
can be the same and yet different?55 And how does our work reflect
assumptions about the relevant degrees and nature of sameness and
difference? In thinking about the extent to which decolonising strategies are
viewed as controversial, despite few disputes on their objectives or normative
orientation, it seems that much revolves around an apparent willingness to
reject human similarity in favour of valorising human difference, giving up
both analytic and moral ground to some sort of relativism.56
Much has been said in response to this problem, and I will not cover
the relevant issues here.57 I am sympathetic to work that suggests that the
tension is inescapable.58 Indeed, in the abstract it makes little sense either
analytically or morally to deny either sameness or difference as foundational
aspects of existence. The real question, then, is what the limits of their
relevance might be, and the extent to which we can presume this ahead of
time. As I suggest in the application of this strategy to a particular problem,
there is a large extent to which different emphases might be reasonable
choices in different circumstances.
One final strategy (vi) of the decolonising project in broader social
theory that is only just beginning to take off self-consciously within IR is the
attempt to comprehend, challenge and displace the presumed psychic and
psychologically-understood ‘subjects’ that are produced by and support
various aspects of international relations. This is however consistent with the
low level of attention given to the affective dimension of politics within the
discipline as a whole.59 However, the emergence of considerations of the
affective and psychic dimensions of international politics within IR has also
stimulated a decolonising critique of the particular origins of this view of the
self. In particular, Shilliam’s critique of Lebow’s Cultural Theory of International
55 With apologies to Nancy Banks-Smith, whose formulation of anthropology I have stolen
and adapted: “the study of how people are the same, except when they are different.”
56 This critique is made strongly within by sympathisers as well as critics. Mohanty, S. P.
(1997). Literary theory and the claims of history: Postmodernism, objectivity, multicultural
politics, Cornell Univ Pr.
57 Inayatullah and Blaney, op. cit.
58 Paipais, V. (2011). “Self and other in critical international theory: assimilation,
incommensurability and the paradox of critique.” Review of International Studies 37(01): 121-
140.
59 Arguably, the discipline’s overwhelming critical focus on Foucault, poststructuralism and
the productivity of discourses turned it away from the questions of subjectivity and affect,
although this is also changing across the field. See .
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Relations demonstrates clearly the limits of the neo-Aristotelian basis on which
the human psyche is imagined in this text, pitching as an alternative a
Fanonian conception of colonised subjectivity as a necessarily embodied or
‘situated’ subjectivity.60 This is in distinction to the presumed mind-body
distinction that underpins the conception of the psyche in Lebow. In reimagining
the security bonds between states, Chen, Hwang and Ling
introduce questions of ambivalent postcolonial longing through the allegory
of the relationships in the film Lust/Caution.61 The displacement of the
rationalist, masculinist subjectivity/psyche attributed implicitly to states’
relations with each other within security studies with one that is more
complex, situated, affective and particular is a useful move, and seems to
deliver a compelling account of the relationship between mainland China and
Taiwan. Whilst these two pieces consist of very different analyses, they both
use a strategy which looks at the ways in which the presumed seeing subject
of world politics identifies itself, with itself and with other entities, and show
how this vision is tied to both particular locations and particular
psychological assumptions, often masking the inherently dialogical and
relational production of the self. 62 The decolonising project thus seeks to
examine and problematise this tethering, and in doing so start to imagine
alternative sites of departure.
It is noteworthy that this final strategy of challenging the presumed
psyche of international actors emerges principally in response to a particular
provocation – namely the anthropomorphisation of the state in a culturally
and gender specific way in analysis. In this sense it principally relates to the
disciplinary context of IR, the mainstream of which has moved from treating
states as ‘billiard balls’ to treating them as ‘people’.63 Although as yet not
widely developed, it is a particularly useful challenge to lay to a discipline
that continually attempts to update its core ontologies in a way which is
seemingly disembedded from the evaluative content of this theory.
60 Shilliam, R. (2009). “A Fanonian Critique of Lebow’s A Cultural Theory of International
Relations.” Millennium: Journal of International Studies 38(1): 117.
61 Chen, B., C. C. Hwang, et al. (2009). “Lust/caution in IR: democratising world politics with
culture as a method.” Millennium: Journal of International Studies 37(3): 743.
62 Not irrelevantly, however, both the sub-disciplines of war studies and peace studies have a
history of engaging with the psychological and affective dimensions of conflict and
peacebuilding. This has not, as far as my understanding of developments in these two fields
goes, led to a problematisation of the imagined psychological subject which serves as a
baseline for analysis, but it is a longstanding problematisation of the assumptions of
instrumental rationalities as dominating these two processes.
63 See the Review of International Studies forum, 2004, Volume 30, Issue 2.
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Decolonising strategies: central questions
Given the breadth of their conceptual concerns and intellectual
approaches, how, then, do decolonising strategies operate in a way which is
more dialogic than other modes of studying world politics? Why might these
be better? And what does this entail in terms of applying these strategies to
other areas of research?
Whilst there is increasing recognition that there are a plurality of ways
to study world politics, decolonising strategies, through pluralising the
subjects of inquiry, offer an intellectual platform for making good the ambition
of a discipline that has been trying to transcend its imperial, colonial and
racist roots.64 What they also expose however is the deep implications and
effects these roots have had on the ways of thinking within social theory at a
broad level as well as within the discipline, across theoretical divides. By
seeing this as a set of particularistic intellectual choices, they may provincialise
rather than reject wholesale these modes of analysis, meaning dialogue about
their relevance and structure is not only possible but imperative. The act of
provincialising particular perspectives and introducing the relevance of
others is a way of making inquiry itself a dialogue – speaking across different
subject positions – about the world rather than a single narrative which might
be more agnostic about its exclusions.
A central question that these strategies seem to generate is about the
level of co-implication between normative and analytic exclusions – whether
and how the forms of intellectual discrimination which are exercised in the
conduct of analysis, e.g. in a state-centric analysis of the international system
or a Gramscian account of capitalist hegemony, always reproduce types of
political and normative discrimination which we would consider problematic.
For example, one might accept that these failed to represent the experiences of
many in the world or continued to be Eurocentric but nonetheless had
explanatory purchase on events in the international arena by virtue of their
ability to parse events in a coherent manner.
Much might depend on the extent to which this work acknowledged or
failed to acknowledge its shortcomings as a piece of humanist research. Given
broad overlapping consensuses on a) the inherently purposive character of
inquiry, b) the necessarily perspectival character of knowledge and c) the
64 Vitalis, R. (2000). “The Graceful and Generous Liberal Gesture: Making Racism Invisible in
American International Relations.” Millennium – Journal of International Studies 29(2): 331-
356.
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illegitimacy of presumed civilizational hierarchies65, persisting with work that
rested on structures of thought which depends on denying or ignoring these
starting points seems odd to say the least. If these really are three
foundational assumptions for research then recognising and managing the
tensions these generate seems a rather more intellectually honest if precarious
way forward. As Mervyn Frost has argued, this is not about ‘adding’
normative values to structural analysis but making clear what is
commitments are already implicit.66
Such tensions include the co-implication between frames which enable
analysis through comparison or modelling and frames which suppress
potentially relevant difference. However, in general decolonising strategies
have tended to deal with this through putting these elements into dialogue
with one another and formalising this tension in the concept of ‘worlding’.
Said’s call for contrapuntal analysis conceives of these framings as part of a
wider whole, in which the relationship between the two or more melody lines
is as interesting, perhaps more so, than each line in and of itself.67 Note then,
that the substantive assumption returns here about the value any attempt to
narrate the world single-handedly or monologically – it will remain
inadequate and partial. Moreover, it may persist in cementing structures of
exclusion that continue to deny the experience of ‘most of the world’ in
Chatterjee’s expression as legitimate bases of knowledge. Whilst ‘worlding’
will still produce analyses that exclude important analytic and experiential
issues, this is a better way to think about a diverse and hierarchical world
than by denying this diversity.
This section, through unpicking the contributions of decolonising
strategies in world politics, has sought to re-articulate the project in a way
which demonstrates both its existing uses and possible future uses in the
study of world politics. As indicated at the outset, however, one of the
reasons for reflecting on decolonising thought and its commitments has been
to work through how it might be more widely applied.
I now turn to a particular research framing in order to explore more
deeply the potential for re-thinking IR through this typology. Drawing on a
wider research project, this case study specifically demonstrates the ways in
which the typology developed above helps re-frame critical approaches to
world politics, which express concerns for Western hegemony or imperialism
65 There may be a less broad consensus on this, although few who would be prepared to
admit to such in print.
66 Frost., op. cit.
67 Chowdry, op.cit.
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but without an adequate intellectual framing to redress the problem of
exclusion that they identify. I reconfigure the problematic of the ‘liberal
peace’, widely employed in the critical literature, through imagining
‘Mozambique’ as the relevant subject of inquiry in different ways. I do this
through an alternative historical grounding, through exploring shared
conceptions of political subjecthood and how these shape an engagement
with international co-operation, and through exploring the lifeworld of social
relations that this co-operation is part of in a variegated middle class. By
foregrounding these subjecthoods, critique can move away from assuming the
non-West as a space of insuperable difference and move towards a more
articulate, inclusive and concrete dialogue about the nature of international
power.
‘Changing the subjects’: decolonising the ‘liberal peace’ in Mozambique
A central topic in the study of world politics is the nature and structure
of international power and authority. There is widespread agreement that in
the contemporary world something called the ‘West’ remains predominant in
various spheres, although much dispute takes place regarding the nature,
origins, durability and effects of that power. Is the power hard or soft?68 Is it
based in military, ideological or capitalist expansion? Does it support or
undermine international institutions? Is it best characterised as operating
through consent, coercion, hegemony or governmentality? A particular
critical debate in this broader literature, emerging from the confluence of
peace studies, IR and globalisation theory is about the nature of the ‘liberal
peace’, as discussed by writers such as Duffield, Paris, Chandler and
Richmond.69
This research programme has a clear relevance in terms of
contemporary global politics, addressing a wide range of political and ethical
questions regarding the legitimacy, political effects and effectiveness of
Western power. At least some of these questions emerge from the claims of
certain governments to be acting the interests of humanity as a whole or on
the basis of the will to help the internationally vulnerable rather than simply
national self-interest. This coheres with seemingly inclusive cosmopolitan
stances on the need for globally-promoted standards of governance in
political and social life. Clearly, questions about the liberal peace are relevant
not only to the more narrowly defined activities of peacebuilding missions,
68 Berenskoetter, F. and M. J. Williams (2007). Power in world politics, Taylor & Francis
69 For a extended summary, see Chandler, D. (2011) ‘The uncritical critique of ‘liberal peace’’.
Review of International Studies, Available on CJO 26 Aug 2010 doi:10.1017/S0260210510000823
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but resonate strongly with this wider set of political goals, upon which much
of their legitimacy depends. My argument is that this research programme
has nonetheless failed to produce a dialogic account of this power, articulated
through the perspectives of those supposedly subject to it.
The principal thrust of the critique is that multilateral intervention in
post-war environments in the name of peacebuilding powerfully cements and
advances Western control and transformation of these societies through
economic and political liberalisation, the institutionalisation of conditional
foreign aid flows and related governance monitoring mechanisms in the state,
and the attempted re-making of civil society through the promotion of liberal
values.70 This is in some cases analysed as being problematic due to the
implications for political sovereignty and the principle of autonomy,71 in
others due to the increased vulnerability of economies to market forces,72 in
others consolidation of Western power over the South,73 and in others as for
promoting social and political arrangements more likely to lead to conflict
than not.74 In each of these cases, analogies with former European imperialism
and the civilising mission have been drawn. These analogies are of critical
moral, ethical and political salience given the contemporary de-legitimisation
of these historical practices.
These critiques have been hugely productive in terms of generating an
extensive critical narrative on the nature of international peacebuilding, and
reflect much of the richness of contemporary critical theory in IR, including
neo-Gramscian, Foucauldian and feminist responses. It is not my intention to
suggest that what has been said is fundamentally wrong or misguided – on
the contrary it has been very important and generally illuminating.
Nonetheless, despite an anxiety about the hegemony of the West and the
political exclusions generated by the liberal peace, these global critiques have
largely failed to dislodge it as the central subject of inquiry, in many of the
senses described in the previous section. Although these critiques profess
interest in advancing an agenda ‘in solidarity with the governed’ or more
attuned to the ‘everyday’, their modes of analysing world order end up
reproducing, perhaps unintentionally, many of the exclusions they critique. In
Hobson’s formulation, their focus on Western agency and the question of
70 Richmond, O. P. (2005). The transformation of peace. Basingstoke, Palgrave Macmillan
71 Chandler, (2011), op.cit.
72 Pugh, M. (2005). “The Political Economy of Peacebuilding: A Critical Theory Perspective.”
International Journal of Peace Studies 10(2): 23
73 Duffield, M. R. (2007). Development, security and unending war : governing the world of
peoples. Cambridge, Polity.
74 Paris, R. (2004). At War’s End: Building Peace After Civil Conflict, Cambridge University
Press.
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‘difference’ reproduce a monological quality to the analysis.75 In some senses,
there has been a partial engagement of the first strategy discussed – an
identification of how discourse objectifies recipient societies76 – but little else
by way of counter-argument.
This is because the primary subject of analysis remains the (neo)liberal
and hegemonic West, which acts imperiously upon this objectified non-liberal
non-West.77 Richmond, recognises and attempts to address the problem in his
more recent work,78 which is broadly articulated as a critique of the liberal
peace’s colonial tendencies. However, the debate is framed through a contrast
between the ‘liberal’/ ‘Western’ and the ‘local’ or ‘non-liberal’ – as defined
variously by ‘kinship’, ‘custom’, ‘agency’, ‘the individual’, ‘community’,
‘tradition’ and so forth.79 Although it is argued that this transcends the
colonial gaze through calling for a hybrid, post-liberal peace, centred on the
‘everyday’, it is difficult to see how the rationale does not also simultaneously
re-assert particular assumptions about the centrality and coherence of
Western agency and the necessity for Western engagement to bring peace in
the non-liberal non-West. This ‘local’ space, whilst contrasted to the space of
power, is also represented as banalised – ‘everyday’ – rather than politicised
as such.80 Difference, where it exists, is primarily represented as cultural or
‘customary’ in character.
This pattern of exclusion is repeated within the other literature in the
locating of the historical subject of analysis as the post-imperial Western states
qua interveners, represented through the backstory of UN peacebuilding
missions or more broadly Western development aid, or nineteenth century
colonial policy.81 In this manner, the West is also represented as a coherent
political subject with its formative essence in the Enlightenment, in capitalism,
in imperialism – a liberal subject that seeks to universalise itself through
modern forms of liberal governance.82
75 Hobson (2007) ‘Is critical theory always for the white West and Western imperialism?’,
op.cit.
76 E.g. in Duffield, (2007), ch. 7.
77 I expand on this point in Sabaratnam, M (2011) ‘Situated critiques of intervention:
Mozambique and the diverse politics of response’, in Campbell, S., Chandler, D. and
Sabaratnam, M (2011 / forthcoming) A Liberal Peace? The Problems and Practices of
Peacebuilding, (London: Zed Books)
78 Richmond, O. P. (2010). “Resistance and the Post-liberal Peace.” Millennium – Journal of
International Studies 38(3): 665-692, footnote 10, 667.
79 Ibid.
80 Ibid., 689-690.
81 Paris, op.cit., Duffield, op.cit.
82 Chandler, (2011), op.cit, 3-4.
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By contrast, however, across the critiques of the liberal peace, direct
engagement with the ‘recipients’ of these interventions has been relatively
limited, except as demonstrations of where the liberal peace has failed to
bring democracy, human rights and so on.83 The typology I present above
shows precisely the kinds of intellectual strategies that can be used to address
these exclusions. For example, by using this framework, attention is drawn to
the fact that there are few substantive articulations of these societies as
potentially distinctive or significant subjects of politics and history, and
extremely few examinations of the ways in which people and groups within
them have interpreted or engaged the practices and agents of intervention.84
As such, the potential for the exploration of possible alternatives to it through
a dialogic and situated understanding of this relationship is deeply inhibited.
In counterpoint and contrast to these critiques, I have sought to
reconstruct an analysis of the liberal peace that foregrounds as alternative
‘subjects’ of analysis the society which is normally rendered its ‘object’. I deal
with a specific site which seemingly expresses par excellence the power of the
liberal transformation agenda through peacebuilding and development –
ongoing multilateral presence in Mozambique. I attempt to think about it in a
way which deliberately attempts deeper engagement with and appreciation of
the intended recipients as politically and historically located subjects whose
experiences and interpretations of the so-called liberal peace can be used in
the ‘worlding’ of analysis.85 However, I will go on to identify various
constraints that limit the reach of this dialogic strategy.
A preliminary step in this process is to re-locate understanding of the
liberal peace not in the history of the West but within the social and political
history of Mozambique. To do this, I set out the contemporary period in a
relationship to late colonialism and the post-independence socialist regime.
This means that the foregrounded issues are about the relations and struggles
between different groups, the nature of state, the political economy, social and
political authority, the experiences of war and the nature of the peace, in
which international interactions play a role but do not occlude these other
issues. Using ‘Mozambique’ as a historical ‘subject’ rather than ‘the liberal
83 E.g. Roberts, D. (2008). “Hybrid Polities and Indigenous Pluralities: Advanced Lessons in
Statebuilding from Cambodia.” Journal of Intervention and Statebuilding 2(1): 63-86.
84 Although there are a few important exceptions – e.g. Belloni, R. (2001). “Civil society and
peacebuilding in Bosnia and Herzegovina.” Journal of peace Research: 163-180, Heathershaw,
J. (2007). “Peacebuilding as Practice: Discourses from Post-Conflict Tajikistan.” International
Peacekeeping 14(2): 219-236.
85 Kristoffer Lidén has also engaged post-colonial thought as a framing for thinking about the
liberal peace as self-governance,. See chapter in Tadjbaksh, S. ed. (2011) Rethinking the
Liberal Peace: External Models and Local Alternatives, Routledge.
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peace’ as a focal point is not unproblematic – it also relies on occluding and
stylising particular issues in order to foreground a particular focus on the
‘imagined community’ of Mozambique as a subject of history. It is also
important to acknowledge that this construction of history has been closely
associated with the political decolonisation and nationalist project, and
remains internally contested within Mozambique itself.86 Nonetheless, insofar
as critics of the liberal peace have expressed an interest in the hegemony of
the West over these societies, and insofar as people within this society identify
with the category it can be a useful place to dialogue from about the
relationship. It also forces a re-thinking of historical agency, usually narrated
as being the preserve of intervening powers, in part because we now
understand what an alternative historical agenda might look like from the
point of view of social relations in Mozambique.
A further step is to engage the ways in which this history has given rise
to complex structures of authority and legitimacy that shape political
subjecthoods and subjectivities, which strongly shape how the liberal peace is
understood, enacted and experienced. The presumptive exclusion of these
factors from an assessment of whether the liberal peace might or might not be
understood as ‘legitimate’ seems to reduce a priori a discussion of the issue to
the discursive framing of the analyst, excluding the possibility of a dialogic
engagement on these issues. For example, engaging public commentaries on
the question of corruption – acknowledged as a key theme in the liberal
governance agenda – demonstrates both that many see the spread of
corruption as emerging historically with the influx of post-conflict aid and the
process of privatisation.87 This viewpoint should give us pause for thought in
reflecting on the liberal peace relationship, as it counter-argues the claim of
the liberal peace to be a general agent of ‘good governance’ in a much more
powerful way than critiques which have not interrogated this stylised
narrative. Furthermore, engaging with historical political discourses about
corruption further highlights that a concern with corruption is not unique to
donor discourses about governance but has a broader political resonance,
which is not simply dismissable as the symptom of a comprador elite trying
to win favour. On the contrary, through engaging how corruption is
understood within popular culture, we can see that it also emerges as a potent
critique of elites themselves at various times and places.88
86 For a minority position, for example, see Cabrita, J. M. (2000). Mozambique : the tortuous
road to democracy. Basingstoke, Palgrave.
87 From author’s ongoing doctoral research on which this section is based; also see Harrison,
G. (1999). “Corruption as boundary politics : the state, democratisation, and Mozambique s
unstable liberalisation.” Third World Quarterly 20(3): 537-550.
88 See for example the work of the musician Azagaia, whose songs decry the corruption of
both national elites and development agencies – ‘Povo No Poder’ (trans. The People in
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Thirdly, engaging with the ‘lifeworlds’ of those whom the liberal peace
is designed to transform further allows us to construct alternative subject
perspectives from which to think about the political relations instantiated. In
particular, this requires thinking about the specific mechanisms through
which the liberal peace is supposedly deployed and thinking about how these
are interpreted.89 I have sought to do this both through secondary research on
ethnographies undertaken in rural areas whilst the liberal peace has been
implemented, and through a series of observations and interviews of people
working at the interface of donor projects and aid. This brings to the fore not
only important aspects of interpretation but also a raft of issues and problems
usually assigned to the realm of the ‘mundane’ which nonetheless
significantly shape the actual practices of the liberal peace. As just one
example, the ways in which the practices of development and
democratisation assistance restructure material incentives for large numbers
of professional and semi-skilled workers away from long-term employment
in national organisations, as well as the highly repetitive and cyclical turnover
of foreign staff leads to relatively widespread cynicism and alienation that is
not necessarily based on an ideological or cultural rejection of liberalism but
the clearer problem that there is very wide hypocrisy in a system which is
self-interested and ineffective.
These examples demonstrate briefly the added value of the typology
earlier developed in the paper as a frame for approaching the task of
decolonising world politics through the extension of dialogue. By articulating
the key problem as one of the ‘subjects’ of analysis, doors are opened in terms
of thinking about how to rethink the liberal peace in ways which do not
reproduce its own simplified and binaristic understandings of the world.
A good question to ask might be ‘why does it matter’? So what if
political life in Mozambique is structured around the navigation of postcolonial
identity, and so what if anti-corruption laws speak to memories of the
socialist past? How does this help us think critically about international
power relations? I would argue that bringing this research back into the
conversation about the liberal peace begins to lay the platform for a
conceptual and political dialogue about what is at stake when we ‘world’ our
analysis. One issue that seems to become clear is that the division between a
‘liberal’ West and a non-liberal non-West does not really seem to reflect either
Power): http://www.youtube.com/watch?v=RhSKixT-n0w&feature=related; ‘As Mentiras da
Verdade’ (trans. The Lies of Truth)
http://www.youtube.com/watch?v=b9IwDjrUNTE&feature=related
89 I specify these along the lines elaborated by Duffield, Richmond and Mac Ginty.
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identities or practices in a place like Mozambique, and should not be the basis
on which our understanding of the liberal peace is constructed.
This might mean that some of the ethical-political-practical questions
raised by the literature which turn on the distinction drop out, with others
taking their place. One replacement question might be about the extent to
which ameliorative interventions structurally re-form social relations and the
knowledge base around their short-termist and superficial needs. Another
might be about the extent to which the liberal peace does not pursue a
transformative political agenda which re-makes the South but a rather
conservative one which preserves its partisans and deflects pressures for
change. These kinds of issues can only come to the fore when we change the
‘subjects’ of our analysis and begin to attempt to get to grips with the
inherently multi-faceted quality of these relationships.
However, the approach that I have set out as a mode of ‘decolonising’
the liberal peace is in no way exhaustive and necessarily instantiates its own
exclusions. As such, it adds only a few more interlocutors – many of whom
are in some senses ‘elite’ – to the dialogue out of many possible ones,
although these interlocutors are very important. These limitations are
certainly not trivial in the context of work that seeks to ‘democratise’ our
understanding of world politics. Clearly, these exclusions are in some senses
borne of habits of analysis developed and trained in a particular academic
setting, and they reflect shortcomings in terms of possible depths of
engagement. In others, they simply reflect the need to limit the ambitions of
any single work – for example, I have used only three of the six distinctive
strategies above at this time, selected through my judgements about their
viability, compatibility and relevance for the research framing.
I hope, nonetheless, that they demonstrate a need for IR scholars, and
perhaps critical theorists in particular to think about the links between analytic
and political exclusion, which lies behind the call for not just more ‘debate’ but
greater ‘dialogue’ in the discipline. This is particularly given the context in
which the power of the liberal peace is justified politically and intellectually –
that is, specifically on its desire and ability to deliver a more just and peaceful
order in the name of war-torn societies and victims of conflict. Yet without
engaging with those societies as real historical and political subjects, they
remain objectified and voiceless in both politics and intellectual analysis.
Analytic inclusion in itself does not however ‘solve’ any problems as
such – indeed, it properly raises a vast array of new ones. This is the point
from a disciplinary perspective – to help re-frame the questions about
international power in terms that appreciate and reflect the situations of the
Sabaratnam – IR in Dialogue
February 2011
Millennium: Journal of International Studies, 39:3, 781-803
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intended recipients, in a manner which is explicit, accountable, and grounded
in detailed engagement and argument. The ultimate importance of this
intervention in the ongoing conversation is not something that can be settled
within the terms of the study itself but rather in its dialogue with existing
studies and the broader context of public discourses about the liberal peace.
Facilitating dialogue: the under-appreciated value of learning-in-exile
Even if, however, if one is convinced of the need for problematising the
subjecthoods of international politics through deep empirical engagement
with those normally excluded, there are several practical barriers to being able
to do so, which themselves need to be highlighted and challenged. A further
issue worth considering is the way in which we as an academic community of
scholars view ourselves and what we do that deeply conditions our ability to
execute the kinds of work that the decolonising project demands of us
personally. It is an uncomfortable but necessary admission that we are
perhaps (though not exclusively) not (yet) fit for purpose, a problem which
makes us all the more needful of dialogic modes of engagement.
By this, I principally mean that we should not shrink from recognising
the limits of our own perspectives and the value of trying to learn from others,
and the necessarily incomplete nature of our endeavours. This of course
involves appreciating the process of studying particular places and cases as a
learning process, and devoting time and energy to improving our own skills –
in languages, historical techniques and so on. These take significant resources
of time, energy, money and commitment for which there is limited incentive
and support beyond one’s postgraduate research methods course. Indeed,
given professional pressures to publish and teach,90 it is possible to say that
further training and deep empirical and applied engagement with alternative
subject positions is structurally inhibited within the discipline.
These perhaps obvious constraints have very serious analytic and
political consequences in terms of maintaining the discipline’s tendencies
towards Eurocentrism in research. It is unsurprising that the decolonising
project requires scholars to look at sources and work quite outside the
discipline for these alternative perspectives, and also unsurprising that the
empirical groundings of projects often do not seem completely satisfying.
When the necessary periods of exile are limited to the few weeks between
terms and funded only partially by institutions and departments, one’s
90 These are of course pressures exacerbated by present pressures on the higher education
system.
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mobility is deeply curtailed. Re-shaping where possible the opportunities for
engaged research is no less important a task
More than this, however, treating the decolonising project as being
about a process of learning is about the spirit or posture in which the research
is undertaken and then presented. If the decolonising project is about taking
the perspectival character of knowledge seriously, then the unsettling of
where epistemic authority lies between ‘researcher’ and ‘subject’ is a
necessary part of it. Whilst our professional identities, and moreover our
personal ones, will require us to re-occupy a space in various epistemic
hierarchies, as scholars and teachers, a consciousness that this is a fragile and
tenuous place imbued with power often presumed rather than justified
should encourage an openness to dialogue and alternative perspectives. In a
practical sense, this could start with putting more value on collaborative
work, as well as working harder to promote awareness of work from
marginalised perspectives, even if we have not produced it ourselves. Whilst
there are always strategic closures within any analysis, nonetheless a
decolonising project in social theory that is working to think in terms of,
perhaps counter-intuitively, heterogeneous and marginalised subjects of
world politics, with an appreciation of how to push the limits of this
endeavour, will contribute to the broader question of democratising world
politics.
Conclusions: Decolonising future horizons
This piece has argued that enabling dialogue in international relations
requires us to get to grips with the nature of the ‘subjects’ of this dialogue and
of our research. It has shown through its suggested typology that
decolonising strategies are connected and contested around this common
preoccupation. I have also argued that this can be a productive way to think
about the problem of international power structures in a more inclusive way,
through an illustrative case in which these strategies are applied to a wider
research project.
Through engaging with the preoccupations and strategies of
decolonising thought in the course of my research, I have become alive to the
multiple ways in which even in a politically decolonised age, variously
colonial and imperial ideas permeate the ways in which the contemporary
world is understood and represented, even in critical thought. Whilst, given
the intertwined character of modernity with colonialism in Europe, this is not
altogether surprising, the academy has been relatively slow to elaborate ways
of seeing and engaging that might help unpick some of these myths and
framings of world order. Nonetheless, as I hope I have shown, this is not for
want of innovative intellectual strategies for decolonising our analyses, which
can inspire new ways of researching that offer a less exclusionary terrain for
dialogue.
Substantive questions remain, for which there may be no answers that
satisfy everyone. In particular, the emphasis on the sources and nature of
alterity present key tensions. Can you really ‘do’ social theory that is
ultimately respectful of difference? What are legitimate and illegitimate
differentiations between people in the conduct of social inquiry? In whose
name is inquiry carried out, and who benefits from it? Can ‘dialogue’ be a
satisfactory alternative to Eurocentrism, given the persistence of this
intellectual baggage in constructing alternatives?
Many decolonising strategies have recognised these seeming
paradoxes. These paradoxes are not just ‘theoretical’ but also pervaded the
practical problems faced by the protagonists of Third World decolonisation in
the twentieth century. Although it is a now-standard response to these issues,
maintaining a reflexive and non-dogmatic approach to our conceptual lenses
is clearly important, and being explicit about the objectives of engagement
and analysis more so. However, it would be to capitulate too much to suggest
that decolonising theory is somehow more theoretically compromised by such
a stance in a way that other approaches are not. Simply being prepared to
admit and consider deeply the relevance of these issues does not mean that
they do not apply to other theoretical frames – it is more that they are
systematically ignored.
‘Decolonising’ ‘IR’ may not work as full accommodation or logical
coherence between the two terms, but it might produce some things which sit
better than the alternatives. Yet, for dialogue about world politics to be fully
realised, decolonising strategies and lines of argument require and deserve
replies from mainstream IR rather than being simply included without
comment in the burgeoning roster. Although so far, decolonising strategies
have been treated as little more than ‘local difficulties’, given conferences like
this these modes of thought seem to be spreading in popularity and
sophistication. This paper has aimed to add some small momentum to what is
an exciting research movement in the discipline, through opening up some
explicit ways in which particular problems and conceptual framings might be
re-imagined

Un mundo… muchos mundos: globalización, éxodos y multitudes

Un mundo… muchos mundos: globalización, éxodos y multitudes
Repensar la acción política antagonista por una nueva carta de derechos

Por primera vez en la historia, de hecho, el «mundo» se ha vuelto efectivamente tal: acontecimientos y situaciones, desde los lugares más lejanos y los territorios más diversos, se presentan y se conectan en un gran escenario único, en el mercado mundial.

• La «globalización» avanza, con fuerza trituradora e impetuosa: deshace viejos lazos y raíces, subvierte y trastorna modelos de vida, de producción, consumo… redibuja territorios, pertenencias, crea nuevas fronteras y discriminaciones… Construye nuevas jerarquías, privilegios, injusticias en cada esquina del planeta: ¡nada escapa de esta «máquina» poderosa, tan fuerte como lo fue la acumulación originaria del capital!

• La globalización se produce bajo la bandera del triunfo del capitalismo, del mercado, de la «violencia de la moneda»: toda alternativa parece haber desaparecido del escenario de la historia.

El «pensamiento único» del mercado global, ese nuevo monstruo totalitario y la «explotación del hombre por el hombre» parecen un destino ineluctable, casi como leyes de la naturaleza. «¡La Historia ha terminado!», se apresura a decir cualquier triste apologeta del nuevo orden mundial (¡y si fuera así de veras, no podía haber acabado peor!).

Nosotr@s, por el contrario, no pensamos que la Historia ha terminado.
Sigue existiendo una posibilidad, una alternativa, una utopía, una esperanza: ¡hay que saber aferrar el propio presente! Hoy es justo, posible, necesario, rebelarse contra el orden neoliberal, contra la globalización de la explotación y la opresión, a partir de nuestros territorios, de los lugares donde vivimos, habitamos y luchamos. Desde nuestros pueblos, ciudades, países… Tal y como enseña Chiapas, en el lazo indisoluble entre «local» y «global».

Neoliberalismo, despotismo y absolutismo: combatir una vez más, por la libertad.
Dentro de la crisis profunda, irreversible, del Estado social-nacional, la globalización neoliberal y el dominio del mercado capitalista sólo pueden ser atacados a este nivel de la contradicción.

Es necesario crear nuevas formas de acción política más allá de los límites de la «nacionalidad», romper definitivamente con las formas político-organizativas cristalizadas en el terreno «nacional»; conjugar inmediatamente la acción política «local» y arraigada en el territorio con la dimensión de globalidad, asentar los presupuestos de una superación radical de la forma-partido y de toda instancia centralista; tejer relaciones, proyectos, iniciativas de lucha y cooperación diferente entre sujetos, lugares y territorios diversos; prefigurar, allí donde sea posible, a partir de la dimensión local, elementos de autogobierno, de democracia radical, de apropiación desde abajo de los nexos administrativos; condicionar a las administraciones locales a través del conflicto y de las relaciones de fuerza, para conquistar derechos, espacios, mejores calidades de vida, para construir y difundir, más allá de todo límite o frontera, las redes de los contrapoderes y de las nuevas solidaridades; arrancar pedazo a pedazo, territorio por territorio, ciudad por ciudad, conquistas concretas, aunque parciales, nuevos derechos de ciudadanía, condiciones de vida dignas para todos, contra el racismo, la xenofobia, la exclusión…

Una nueva historia puede dar comienzo: habla el lenguaje simple y originario de la justicia y la libertad para los explotados, los oprimidos, los más débiles… de democracia real y nuevo espacio público, creación de comunidades solidarias y cooperantes.
Contra las formas modernas del absolutismo y el despotismo, por una nueva carta de los derechos humanos y ciudadanos
¡Por el derecho a la existencia como valor supremo y prioritario contra los mitos trabajistas de la eficiencia y la productividad del mercado y el dinero! ¡¡Contra el neoliberalismo!! Pero, al mismo tiempo, contra toda tradición ideológica, dogmática, fundamentalista y milenarista. No hay redención o solución final, hora «X» o ciencia objetiva del porvenir. Profetas y Casandras de todo pelo, vuestro tiempo pasó: sólo podemos contar con lo que el «movimiento real» logra conquistar día a día, sitio por sitio, en la materialidad del conflicto.
«[…] El primer presupuesto de toda existencia humana y por tanto de toda historia es que, para poder hacer la historia, los seres humanos deben estar en condiciones de vivir» (K. Marx, La ideología alemana).
Contra la Europa de Maastricht, contra el nacionalismo centralista y estatalista, contra todo nacionalismo… por una red de comunidades solidarias
Neoliberalismo y globalización se funden y funcionan, por tanto, a través de mecanismos precisos, muy definidos: FMI, acuerdos internacionales y políticas concretas, como el GATT, NAFTA, etc… En lo que respecta a la «globalización europea», el horizonte en el que nos vemos colocados inmediatamente es sin duda la Europa de Maastricht, tal y como ha sido diseñada y querida por los poderosos y sus diferentes corporaciones. ¡Libre circulación de mercancías, dinero y capital… así suenan las viejas trompetas liberales! Al mismo tiempo, nuevas fronteras y barreras para multitudes de hombres y mujeres en éxodo de su tierra, creación de nuevas y más profundas jerarquías, desigualdades, discriminaciones; desmantelamiento del Welfare State y supresión de todo derecho y garantía en nombre de las compatibilidades económicas y de mercado. Renacimiento por todas partes de micro neo-etno-nacionalismos: cada «comunidad terrritorial homogénea» lucha contra las demás para encontrar un lugar al sol en el mercado político y económico de la nueva Europa deshaciéndose de los pobres y de los que viven peor, erigiendo nuevas fronteras racistas y xenófobas, en nombre de la propiedad y el egoismo de la propiedad.
Este es pues el escenario en el que se ha de intentar construir un nuevo sujeto político, conflictivo y antagonista, ni partido ni movimiento en el sentido clásico; arraigado en la dimensión territorial y local, en el horizonte de la globalización, de manera transversal, abierta, articulada en más planos y niveles; en condiciones de defender los viejos derechos conquistados por las luchas de generaciones enteras de trabajadores, de resistir al desmantelamiento del Welfare, de la sanidad, de los servicios públicos y al mismo tiempo conquistar nuevos derechos, dentro de las contradicciones actuales entre rédito, trabajo, ciudadanía; prefigurar un mundo nuevo, abrir posibilidades múltiples, experimentaciones y alternativas a lo existente:
• por la reapropiación desde abajo de los bienes públicos, colectivos, de los valores de uso sociales
• por el derecho al rédito y a la existencia digna, en la transformación radical del propio concepto de trabajo
• por la creación de un nuevo sujeto político y un nuevo espacio público, contra el Estado-nación y todo «nacionalismo» viejo y nuevo
• contra las secesiones y separaciones basadas en el egoismo, la exclusión, el fundamentalismo étnico, racista y fascista
• por la abolición de todas las fronteras y la construcción de una red de comunidades solidarias en cada sitio
¡Nuestro NAFTA es Maastricht, liberemos nuestras «aguascalientes»!
Sobre todas estas temáticas, construyamos un encuentro para el 12, 13 y 14 de septiembre en Venecia (1997)
Un espacio abierto a todas las experiencias sociales y políticas que hoy se enfrentan a las nuevas contradicciones de nuestra época, que sienten la necesidad y el deseo de experimentar, construir, crear nuevos caminos de acción política, de transformación y liberación; por un mundo más libre y más justo contra el neoliberalismo. Pero todo esto no es suficiente. El encuentro europeo no debe ser para nosotr@s sólo una palestra dialéctica o una mera pasarela de diversos sujetos y grupos políticos. En esta perspectiva, hay que indicar trayectorias materiales de lucha y conflicto, en primer lugar sobre el problema de las fronteras, para construir una primera jornada de superación material de diversas fronteras en toda Europa, con motivo de la firma de los acuerdos de Schengen, a finales de octubre. Para nosotr@s el 14 de septiembre es una ocasión de lucha contra los secesionistas de la Lega Nord, que quieren celebrar en esa fecha, en Venecia precisamente, el nacimiento de una nueva «nación»: la Padania, basada en la intolerancia y el racismo, lo que en el fondo es también un producto extremo y paradójico del neoliberalismo.
Associazione Ya Basta (Italia)
Para más información:
Radio Sherwood (Padua): 0039 49 8752129— radiosherwood@iol.it
CSO Corto circuito (Roma): 0039 6 7217682
CSO Leoncavallo (Milán): 0039 2 6706474— leoncavallo@ecn.org

GLOBALIZACION: CAPITALISMO INFORMÁTICO-GLOBAL Y NUE-VA CONFI-GURACIÓN ESPACIAL DEL MUNDO

Junto con la revolución informática, la globalización es el principal de los grandes cambios que han transformado radicalmente el mundo en las últimas dos décadas, sea para bien (enorme salto en la integración potencial del mundo) como para mal (ahondamiento de desigualdades e inseguridades sociales). Pero es también el referente económico-social más mencionado y debatido de los últimos años; la palabra de moda más utilizada para denotar los mas diversos aspectos del cambio mundial o la idea-símbolo por excelencia usada tanto para tratar de explicar las polí-ticas impopulares de los gobiernos como para articular la protesta nacionalista, so-cial, étnica o religiosa. Como puede esperarse de este tipo de nociones, el mismo ha dado lugar a una literatura excepcionalmente vasta, que abarca a prácticamente to-das las esferas de la realidad, disciplinas de las ciencias sociales y géneros literarios.

Pero la globalización es también el mas complejo y menos delimitado de los grandes temas actuales, tanto por la gran diversidad de problemas, campos de co-nocimiento y universalidad de intereses nacionales y sociales que afecta, como por las dificultades teóricas que entraña. Conforme el autor de que se trate, la globaliza-ción es una tendencia actual, un fenómeno futuro, un proyecto hegemónico, un mi-to, una etapa histórica concreta o varias de estas cosas juntas. Ello da lugar a la existencia paradójica, de uno de los fenómenos más presentes en el discurso de las ciencias sociales, que carece de una definición conceptual precisa.

Por las razones expuestas, partiremos del hecho reconocido de que el término globalización es mucho más una noción (conocimiento elemental) que un concepto científico.

Las dificultades para definir a la globalización tienen mucho que ver con la novedad y complejidad del fenómeno. Con el hecho, de que esta no sea una proceso simple sino, como señala García Canclini (1999), un conjunto de procesos que están tanto homogeneizando al mundo, como fraccionándolo articuladamente de una nueva manera. Pero la dificultad también está anclada al interior de las propias ciencias sociales actuales, en cuestiones tales como la incomunicación casi absoluta de sus principales disciplinas o la inadecuación de sus paradigmas fundamentales para tratar adecuadamente problemas de la amplitud y complejidad de la globaliza-ción. Cuestión esta última que, por su importancia, merece algún comentario.

Por problemas históricos que hacen a la accidentada trayectoria de las cien-cias sociales en el siglo XX, los estudiosos de la globalización han tenido que lidiar con por lo menos cuatro grandes obstáculos: el paradigma estatocentristas que aún domina la mayoría de las disciplinas sociales (Axford, 1995; Antal, 1999); el am-biente intelectual antisistémico promovido por el postmodernismo, el individualismo metodológico o el pragmatismo tecnocrático; la herencia de casi un siglo de esta-tismo e ideologismo dentro del marxismo ; o la insuficiencia de la teoría espacial al nivel de los aspectos mas generales de determinación social, que es algo que trata-remos en la última sección. Este contexto epistemológico y teórico, favoreció un tipo de conocimiento sobre la globalización muy descriptivo, pragmático y metafó-rico , extremadamente pulverizado en torno a las diferentes convenciones discipli-narias y muy poco orientado hacia la síntesis histórico-geográfica y la generalización teórica.

Afortunadamente, esto parece estar cambiando favorablemente en los últimos años (segunda mitad de los 90s), con la aparición de un conjunto de autores y tra-bajos de alto nivel de concreción histórico-geográfica o de búsqueda de explicacio-nes integrales del fenómeno estudiado (obra de autores como Gereffi, Petrella, Castells, Dicken o Axford).

El presente trabajo, trata de ubicarse dentro de esta orienta-ción, sustentando la idea de que la globalización no es otra cosa que la nueva configuración espacial de la economía y sociedad mundial bajo las condicio-nes del nuevo capitalismo informático-global. Para ello, se apoya en una meto-dología de tipo histórico-estructural abierto , que intenta abordar conjuntamente las principales dimensiones del problema. Tal tratamiento se concreta en una exposi-ción dividida en cinco partes (incluida la introducción) referidas respectivamente, a las condiciones históricas del fenómeno, a su percepción social y académica, al de-bate teórico sobre su naturaleza y a la exposición y fundamentación final de la tesis central del trabajo.

2. Las precondiciones históricas de la globalización.

La globalización (o la nueva globalización para los que creen que ella existió desde mucho antes) es un fenómeno de las últimas décadas del siglo XX, en el con-texto de los grandes cambios mundiales que siguieron a la gran crisis mundial capi-talista de mediados de los 70s, el derrumbe del socialismo estatista, la emergencia ecológica mundial y el enorme desorden mundial que siguió al fin del orden bipolar de la segunda postguerra (Dabat y Rivera, 1995). En tales cambios, confluyeron tan-to procesos históricos relativamente “viejos” como la tecnología electrónica y de las comunicaciones, el telón de fondo de la crisis ecológica, la enorme extensión mundial de la empresa trasnacional o la nueva división internacional del trabajo, con otros completamente nuevos como la reestructuración posfordista y de mercado del capitalismo, las redes de información e Internet, la casi completa desaparición del estatismo y el nacionalismo corporativo del Tercer Mundo, la constitución de un nuevo sistema financiero de características inéditas, la integración mundial de la producción o la apertura externa, reforma neoliberal e incorporación plena al mer-cado mundial de los países periféricos, incluidos la gran mayoría de los ex miem-bros del Bloque Comunista tras el ejemplo anterior de China.
Esta transformación, como todo gran cambio profundo, tuvo dos dimensio-nes diferentes: una extensiva (cuantitativa) y otra de cambio estructural (cualitativa). La dimensión extensiva, puede sintetizarse en la extensión mundial del capitalismo prácticamente a todos los rincones del planea , la expansión mundial de las redes de comunicaciones y transportes, del mercado mundial de mercancías y capitales, del alcance mundial de la empresa trasnacional y la competencia de empresas, esta-dos y regiones, de la enorme dimensión del intercambio de monedas o del alcance nunca visto de la movilidad nacional e internacionales de las personas (migraciones laborales, turismo, viajes de negocio). La unificación tecno-económica del mundo, coincidió con la unificación política bajo la égida del capitalismo occidental, y la convergencia de ambos fenómenos abrió paso a un acelerado y amplísimo proceso de homogeneización social y cultural contradictorio y desigual, resultante de la ace-lerada expansión mundial de las relaciones de producción y vida del capitalismo y el enorme alcance de los medios de información y comunicación de Occidente. Pero eso está lejos de ser todo.
Más importante aún será el aspecto cualitativo del cambio, que dará lugar a por lo menos, a tres grandes procesos de trasformación radical del mundo: la revo-lución informática y de las comunicaciones, la reestructuración postfordista y de mercado del capitalismo y la completa unificación del mercado mundial por primera vez en la historia del capitalismo. Dado la gran importancia de cada uno de ellos pa-ra el estudio de la globalización los trataremos por separado
2.1 La revolución informática y de las comunicaciones.
La revolución informática fue el resultado de la conversión de la revolución microelectrónica (fenómeno específicamente tecnológico) en una nueva revolución productiva de enormes alcances económicos y sociales. El punto de inflexión de este pasaje, fue la reestructuración capitalista de los años 80s y 90s, que siguió a la crisis de agotamiento del patrón fordista-keynesiano de acumulación (ver sección siguiente) y que abrió paso a la automatización flexible de los procesos producti-vos, la introducción de la computadora y las redes de computadoras, la revolución de las comunicaciones y la llamada economía del conocimiento. En una primera etapa, la revolución informática estuvo centrada en el conjunto de los principales países capitalistas con decisiva participación de Japón; pero en una segunda etapa propia de los años 90s, pasó a ser encabezada por Estados Unidos por su posición dominante en los nuevos sectores productivos líderes dominantes de la misma, como el software, las comunicaciones o Internet.

La transformación de las fuerzas productivas y los modos de vida resultantes, alteraron las condiciones de desenvolvimiento de la economía, la sociedad, la cultura y la geopolítica mundial. En el plano económico generó industrias revolucionarias nuevas como el semiconductor, la computadora o el software (Lester, 1998), que asociadas al nuevo equipo reprogramable y las redes de computadoras, transformaron al conjunto de las condiciones de la producción (automatización flexible, frac-cionamiento de procesos productivos) convirtieron al conocimiento en la principal fuerza productiva de la época. La transformación de las condiciones de la produc-ción, del crédito, del consumo y del comercio, modificó las relaciones entre bienes y servicios y la estructura del empleo, la estructura de la empresa y las condiciones de la competencia.

Cambió la estructura del empleo, modificando, individualizando y mundializando los patrones de consumo En términos de dinámica económica modificó la lógica de la acumulación de capital y dio lugar a un nuevo ciclo industrial comandado por el sector electrónico informático (Dabat, en prensa) y a una división global del trabajo (Gereffi, 1995) que redefinió las relaciones entre países y regiones del mundo.

Pero el impacto de la revolución informática, trascendió ampliamente a la economía. Vía la revolución de las comunicaciones, de la información o de las llamadas industrias culturales, modificó el conjunto de las relaciones sociales y los patrones culturales, sea directamente o como resultado de las transformaciones de las relaciones de producción y cambio que consideraremos en la sección siguiente. Las transformaciones de la vida social alcanzaron a la composición del empleo, del consumo o de la familia, a la organización de la educación, la salud o la utilización del tiempo libre. Nuevas tendencias generales como la pluralización de las relaciones sociales, la individuación o reflexividad de las personas o los cambios en los principios de la organización social (pasaje de las organizaciones rígidas y verticales a organizaciones flexibles tipo red), favorecieron el desarrollo de movimientos sociales no corporativos, como los de mujeres, de ancianos, de homosexuales, de ciudadanos, de científicos, así también como la comunicaciones directas entre las comunidades indígenas más apartadas.

A nivel del orden mundial, la revolución informática aceleró la descomposición de la Unión Soviética y el Bloque Oriental estableciendo nuevas condiciones de competencia, viabilidad económica y circulación de la información (los gobiernos y censores perdieron toda capacidad de administrar lo que podía o no conocerse en sus países). Implantó nuevos estándares tecnológicos y educativos, e impuso a los países la reconversión imperativa de su infraestructura básica, planta productiva y bases científico-educacionales. Fue el empujón final que condujo del triunfo del capitalismo y Estados Unidos en la Guerra Fría, ante la imposibilidad de la Unión Soviética de controlar el aluvión informativo y dar respuesta al nivel y ritmo de cambio tecnólogico que le imponía su condición de superpotencia militar y económica.

Finalmente, no puede dejar de considerarse que la revolución tecnológica no vino sola, y que sus formidables logros potenciales no pueden separarse de la forma social y política de su entrada en escena como instrumento de competencia capitalista y poder. Entre sus consecuencias sociales favorables pueden contabilizarse grandes logros como la polivalencia y desburocratización del trabajo, la preeminencia del conocimiento y de la capacitación continua de amplios núcleos de trabajadores, los formidables avances medico-farmaceúticos o la mayor calidad y variedad de los bienes y servicios producidos. Entre las negativas, resaltan sobre todo la precarización del trabajo o la ampliación de las brechas tecnológicas y culturales entre pueblos, sectores sociales e individuos. Un problema sociocultural muy importante, es el que resulta del creciente monopolio de los medios de comunicación mundial por redes de empresas trasnacionales, y la consiguiente comercialización de la violencia y otras lacras sociales.

2.2 La reestructuración postfordista y de mercado del capitalismo.
La reestructuración de las dos últimas décadas alcanzó a los principales planos de la actividad económica, como el paradigma tecno-económico (Perez, 1986), la organización del trabajo y de la relación salarial (Coriat, 1992), la producción y la empresa (CET-ONU, 1988; Ernst y O´Connor, 1989), la implementación generalizada de la nuevas tecnologías Castells, 1995), el sistema financiero (Dabat y Toledo, 1999), las reformas del mercado y del estado (Petrella, 1995), la división territorial del trabajo (Gereffi, 1995) o el ciclo industrial (Dabat, en prensa) o la localización mundial de las actividades productivas (Dicken, 1998).

Como resultado de ello, se puede hablar de la entrada en una nueva etapa de desarrollo del capitalismo, la cuarta desde el capitalismo industrial de libre concurrencia del siglo XIX (Dabat, 1993), que ha comenzado a expresarse en cambios fundamentales en todos los niveles de la vida social (modo de producción y vida, estructura e instituciones sociales, patrones culturas, estado y política) (Castell, 1996)-

Los aspectos mas generales del cambio, tienen que ver con la sustitución de las anteriores relaciones fordistas de automatización rígida, especialización del trabajo en torno a la cadena de montaje y control burocrático, por otras mucho mas flexibles y dinámicas (Piore y Sabel, 1984). Entre los cambios de este tipo destacan (a) la automatización flexible (reprogramable) y gestión computarizada; (b) la nueva organización del trabajo a partir de los círculos de autocontrol de calidad; (c) el fraccionamiento de los procesos productivos que posibilita la relocalización parcial de parte de los mismos; (d) la aceleración del flujo continuo de información y materiales entre las secuencias del ciclo del producto (y consiguiente elevación de la eficiencia del control a distancia); (e) la posibilidad de sustituir las grandes series standarizadas por pequeñas series reprogramables con menores requerimientos de economías de escala y mayores posibilidades de descentralización.

Particularmente importante será el cambio en la organización y el funcionamiento de la empresa capitalista, bajo las nuevas condiciones de la competencia global, el nuevo sistema financiero y nueva división internacional del trabajo (Dabat, 2000). De la corporación multinacional verticalmente integrada de la segunda post-guerra, se pasará a la empresa trasnacional versátil y mundialmente omnipresente (“empresa-red” de alcance global), concentrada directamente en los sectores y segmentos productivos donde cuenta con sus principales ventajas competitivas (Porter, 1990) y extendida mundialmente a partir de una amplísima red de filiales, empresas asociadas, subcontratistas, distribuidores o franquiciatarios y de un conjunto de alianzas estratégicas temporales con ciertas empresas competidoras.

Este tipo de cambio, también afectará profundamente a la pequeña y mediana empresa, que quedará cada vez mas incluida en grandes redes interempresariales de alcance mundial o regional.

Los cambios del sistema financiero, abarcaron a prácticamente todo el uni-verso del crédito, como los instrumentos del mismo (pasaje del crédito bancario a la emisión de bonos y acciones), su base técnica (informatización de las operaciones), la naturaleza de los intermediarios (fondos mutuales y de protección, sociedades y banca de inversión, fondos de pensiones, compañías de seguros), la administración de riesgos (instrumentos “derivados” como futuros o swaps), las relaciones con las instituciones de regulación pública (desregulación, seguida de controles muy laxos) o la llamada “globalización financiera” . Este sistema se impuso sobre el anterior (de crédito bancario fuertemente regulado por la banca central) por el bajo costo financiero y agilidad operativa. Pero dio lugar a sistema altamente volátil y relativa-mente desvinculado de la esfera productiva .
A nivel de dinámica económica, los cambios estructurales dieron lugar a la progresiva conformación de un nuevo patrón de acumulación centrado en produc-ción de bienes y servicios intensivos en conocimiento, encabezado por el sector electrónico-informático (software, semiconductores, computación, telecomunica-ciones, servicios de apoyo) y el sector científico-educativo, dentro de una econo-mía productiva de servicios y una esfera crediticia profundamente transformada por la tecnología informática. Ello se tradujo en un nuevo tipo de ciclo industrial depen-diente del sector electrónico-informático que en conjunción con la relocalización del capital hacia los países periféricos, generó la nueva dinámica internacional que ten-dió a subordinar progresivamente a las diferentes esferas productivas y economías nacionales.
La conjunción de los cambios señalados con los de los otros dos tipos de cambio que estamos considerando, permitieron el restablecimiento de la rentabilidad empresarial, del empleo y de la acumulación del capital, tanto en Estados Unidos (Lester, 1998) como en los nuevos centros dinámicos del capitalismo centrados particularmente en Asia Oriental, excluido Japón (Dabat, 1997). Pero la experiencia histórica demuestra que la generalización y estabilización del desarrollo económico del mismo, requiere de instituciones de mediación y concertación político-social aún inexistentes, que permitan la inclusión del mundo del trabajo y la pluralidad de los sujetos sociales activos de la sociedad civil, con fue el caso de los anteriores pactos fordista-keynesianos o nacional-populistas.
Hasta ahora, todos los ciclos expansivos del capitalismo han requerido siempre de marcos regulatorios y pactos sociales que dieran sustentabilidad políti-co-social al sistema, como fue el caso del sindicato, la reducción de la jornada de trabajo y la educación pública en la segunda mitad del siglo XIX, de la legislación social y el sufragio popular en la época clásica del imperialismo o del convenio co-lectivo de trabajo, el seguro social y el voto femenino en la Segunda postguerra. Mientras no se haya avanzado sustancialmente en esta dirección, no se podrá pasar de la recuperación en ciernes del capitalismo, a un despegue global del mismo polí-tica y socialmente sustentable.
2.3 Fin de los “tres mundos” y reunificación-reestructuración del mercado mundial.
La reunificación del mercado mundial que siguió al desplome del Bloque Comunista y estuvo substancialmente determinada por el agotamiento histórico del estatismo y el nacionalismo corporativo del tercer mundo (Dabat, 1991; Dabat, 1993). En 1979, China, el país más poblado del mundo y segunda potencia políti-co-militar del Bloque Comunista, había escogido voluntariamente el camino del rein-tegro al mercado mundial y la “economía socialista de mercado”. Los países de Europa Oriental y la propia Unión Soviética tratarían poco después de seguir sus pasos mucho más lentamente a partir de las reformas de mercado signadas por la Perestroika. Pero la lentitud e ineficacia de la reforma económica conduciría al des-moronamiento pacífico del Muro de Berlín y la Cortina de Hierro, que abriría el te-rritorio de la ex Unión Soviética y Europa Oriental a la economía mercantil-capitalista.
El derrumbe del nacionalismo corporativo del tercer mundo tuvo que ver (es-pecialmente para los países menos desarrollados de África) a la desaparición del escudo económico, militar y diplomático del Bloque Comunista que canceló la po-sibilidad del juego pendular del nacionalismo corporativo del tercer mundo para mantener cerradas o entrecerradas sus puertas al capital internacional. Pero la prin-cipal causa del mismo (especialmente en el caso de América Latina) fue también el agotamiento interno del nacionalismo corporativo asociado a la substitución de im-portaciones, y su incapacidad para adoptar el desarrollo exportador asiático-oriental y afrontar de esa manera la crisis de la deuda . De todas maneras, todo esto dará lugar al llamado “fin del tercer mundo” (Harris, 1996).
Pero el elemento detonante de la crisis histórica del estatismo y el naciona-lismo corporativo, será la reestructuración informático-global del capitalismo, que determinará tanto la obsolescencia del arsenal atómico-balístico soviético, como la viabilidad de las economías cerradas preinformáticas carentes de competitividad internacional o la posibilidad de los estados nacionales de contener los flujos tras-nacionales de información. A partir de la segunda mitad de los 80s, la nueva relación entre empresa, tecnología, competitividad y respaldo estratégico estatal (Ernst y O’Connor, 1989; Thurow, 1992; Chesnais, 1994) dará lugar a una competencia oli-gopólica encarnizada de fuertes sesgo mercantilista entre Estados Unidos, Japón y los países de Europa Occidental, que pareció apuntar en algún momento (antes de la culminación de la Ronda Uruguay del GATT en 1994) a hacia una posible frac-tura proteccionista del mercado mundial.
La unificación del mercado mundial se concretará en los años 90s. A partir de la convergencia de procesos de diferente naturaleza, como el derrumbe del Bloque comunista y los nacionalismos corporativos del tercer mundo, el impacto de la re-volución tecnológica y la reestructuración del capitalismo, los procesos de liberali-zación, desregulación y privatización de los países en desarrollo y la conclusión li-brecambista de la Ronda Uruguay del GATT. La unificación de los 90s se caracte-rizará por una serie de hechos inéditos en la historia del capitalismo, como la exten-sión de las relaciones mercantil-capitalistas de producción al conjunto del planeta, la constitución de un enorme masa global de trabajadores móviles en los países en desarrollo densamente poblados, la plena incorporación al mercado mundial de la gran mayoría de países, la conversión de los principales países periféricos en gran-des exportadores manufactureros e importantes mercados financieros privados, la conformación de una infraestructura informático-comunicacional integrada de al-cance mundial, la integración mundial de los sectores fundamentales de la produc-ción en torno a cadenas productivas globales, redes empresariales flexibles del al-cance global y una división global del trabajo, la libre movilidad de capitales entre prácticamente todos los países, el establecimiento relativo del libre comercio inter-nacional , la conformación de múltiples bloques regionales competitivos bajo los principios del llamado regionalismo abierto y la conversión de Asia Oriental (exclui-do Japón) en el espacio más dinámico de la economía mundial.
En la discusión sobre las razones de este proceso, no puede desconocerse la importancia de hechos como el triunfo político del capitalismo neoliberal, la recupe-ración de Estados Unidos o la presión diplomática externa. Pero entendemos que la principal razón, fue la disciplina concurrencial impuesta por la “competencia global” actuando en conjunción con las nuevas condiciones del crédito internacional (priva-tización del mismo y requerimientos mínimos de calificación internacional), los im-periosos requerimientos de nueva tecnología, las posibilidades abiertas por la nueva división global del trabajo o la imposibilidad del retorno a los anteriores patrones de crecimiento económico (Dabat, 1995).
La unificación y reestructuración del mercado mundial no estará exenta de grandes contradicciones. La primera de ellas, es que a pesar de la amplitud del pro-ceso, el mismo tenderá a tener características excluyente porque marginará a los países preindustriales y de escasa potencialidad de integración al nuevo mercado mundial (el llamado “cuarto mundo”). La segunda de ellas, es que la falta de corres-pondencia entre integración productiva y volatilidad cambiaria-financiera, se traduci-rá en una secuencia casi ininterrumpida de crisis financieras regionales sucesivas de amplio impacto productivo, que por su gran profundidad y alcance potencial mun-dial, cuestionarán severamente los logros alcanzados. Precisamente esta cuestión, pondrá en el tapete de la discusión los requerimientos de regulación supranacional de los mercados financieros
3. La percepción de la globalización por la sociedad y las ciencias sociales.
Cuando se estudia el origen histórico del uso de las palabras glo-bal/globalización, debe partirse de dos hechos básicos. Que se trata de palabras de origen francés que recién comenzaron a utilizarse en idioma inglés hace unos cua-renta años ; y que su empleo en el sentido actual, es algo perteneciente a los últi-mos quince años , cuando comenzaron a ser usadas en respuesta a la aparición de conjunto de hechos nuevos intuitivamente a percibidos como componentes de un proceso mas amplio (Guerra Borges, 1999). Este proceso de construcción social de la noción de globalización, atravesó en líneas generales por tres grandes etapas: a) la anterior a los 80s, de visualización (en gran parte prefiguración) de antecedentes del fenómeno; b) el de la segunda mitad de los 80s y comienzos de los 90s, de descrip-ción y análisis detallado de aspectos particulares relativamente desconectados entre sí; y c), desde entonces al presente, de búsqueda de explicación más amplias e in-tegradas.
Las primeras aproximaciones a la noción ulterior de globalización, serán bas-tante anteriores al de su conformación propiamente dicha como fenómeno nuevo. En 1964, McLuhan utilizará el concepto de “aldea global” como visión premonitoria del papel potencial de la alta tecnología y las comunicaciones internacionales, de permitir a los individuos de las mas diversas partes del mundo experimentar simul-táneamente a la totalidad del mismo. En la década siguiente, en las nuevas condicio-nes de crisis ambiental del planeta, las primeras grandes organizaciones ecologistas comenzarán a insistir en la idea de que la humanidad compartía “un futuro común” que dependía de la preservación ambiental de la Tierra (Club de Roma).
Durante estos años, las principales aproximaciones de los economistas, esta-rán relacionadas con el estudio de la expansión internacional de la empresa multina-cional o trasnacional (denominación indistinta de mayoría de autores) y su relación con el estado-nacional (Dunning, 1971). Dentro de este contexto, desde la econo-mía política marxista, se introducirán nuevos conceptos como “internacionalización del capital” (Murray, 1971; Palloix, 1975) para expresar la extensión a escala mundial del ciclo de valorización y acumulación del capital y la internacionalización de las funciones básicas de los estados nacionales en respaldo de la empresa multi-nacional de cada país , o como “global corporation” (Adam, 1975), en un sentido parecido. Otra nueva conceptuación muy importante del mismo origen será la de “nueva división internacional del trabajo” (Frobel, Heinrichs y Kreye, 1978) para expresar el cambio que había comenzado a darse en la división tradicional del traba-jo por la relocalización de industrias manufactureras intensivas en trabajo debido a las grandes mejoras en las comunicaciones y transportes y la constitución de un “ejercito industrial de reserva” de carácter mundial.
El uso generalizado de los términos “global/globalización” será un fenómeno propio de la segunda mitad de los 80s, cuando comenzará a ser utilizado amplia-mente para hacer referencia a un conjunto muy amplio de fenómenos nuevos. Los politólogos y especialistas en relaciones internacionales, los usarán en el sentido casi como sinónimo de “multilateralización” o de “trilaterización” de las relaciones entre gobiernos de los principales países capitalistas, bloques regionales y elites empresa-riales, en el contexto del cambio de la relación internacional de fuerzas entre Japón, Europa Occidental y Estados Unidos, el reconocimiento de la interdependencia económica mundial y la reorientación del gobierno de Estados Unidos hacia una “global policy” de búsqueda de responsabilidad hegemónica compartida (Blake & Walters, 1886; Gill & Law, 1988). Globalización también será utilizado en el sentido de “multilateralismo” en el lenguaje burocrático de las organizaciones económicas internacionales, para referirse a la liberalización generalizada de los flujos comercia-les internacionales.
En el mismo período, las palabras global/globalización, comenzarán a utilizar-se ampliamente en la economía en dos sectores diferentes de actividad (financiero y empresarial). Banqueros, políticos y economistas comenzarán a hablar de “globali-zación financiera” desde perspectivas diferentes (descriptivas, apologéticas o críti-cas, según fuese el caso) como, por ejemplo, United States Congress (1987), Vers-luyen (1988), Lamfalussy (1989) o Aglietta, Brender y Coudert (1990). Dicho con-cepto será utilizado para denominar al conjunto interdependiente de cambios radica-les del sistema financiero mundial acaecidos a comienzos de la década, como la in-formatización de las operaciones cambiarias, financieras y bursátiles; la titularización y bursatilización del crédito; los nuevos intermediarios financieros y la llamada “des-intermediación bancaria”; el ascenso de la inversión de portafolio; la tendedencia a la unificación de los mercados financieros nacionales, o la magnitud desconocida del intercambio y la especulación cambiaria, o sus efectos disolventes sobre las po-líticas financieras y cambiarias nacionales.
En los staff de las escuelas y consultorías de negocios comenzará a utilizarse el término “competencia global”, para describir las nuevas condiciones de la concu-rrencia “trilateral” (Ohmahe, 1985) y la necesidad de nuevas respuestas competitivas (Porter, 1986). Será seguido por el concepto de “competencia estratégica”, que in-corporará el respaldo gubernamental a las empresas multinacionales de cada país (Ernst y O´Connor, 1989) y que se vinculará al de “globalización de la tecnología” (Council, 1987; Petrella, 1989 y 1990) usado por economistas, ingenieros, tecnólo-gos e investigadores, para tomar nota de los nuevos acuerdos y alianzas entre las empresas, gobiernos y universidades de distintos países, para costear y compartir el crecimiento desmedido de los costos de investigación y desarrollo y amortizar el drástico acortamiento del ciclo de vida del producto. Otra línea de desarrollo del concepto, será el de “competitividad de las naciones” (Porter, 1990) como conjunto de condiciones nacionales (naturales, población, infraestructura, educación, tecno-logía, mercado interno de consumo, calidad de gobiernos) que respaldan la activi-dad de las empresas que compiten desde los sectores y segmentos favorecidos de cada país. En una orientación completamente distinta a la de Porter, Ohmae (1990) formulará su conocida concepción aestatalista de la globalización como “mundo sin fronteras”, que pasará a convertise en uno de los principales referentes (sino en el principal) del debate sobre el tema.
Los sociólogos no quedaron demasiado atrás en el estudio del nuevo fenó-meno. Tan tempranamente como 1985, Robertson y Lechner escribirán sobre las consecuencias culturales de la globalización. La revista inglesa Theory, Culture and Society comenzará poco después a publicar artículos sobre la “globalización cultu-ral” (Featherstone, 1988; Smith, 1988). En 1990 Giddens concibirá a la globaliza-ción como algo inherente a la modernización, lo que será precisado históricamente por Beck (1992) al relacionarla más propiamente, con lo que llamará “segunda mo-dernidad” o “sociedad de riesgo”. A partir de formulaciones originales de Harvey (1989) y de Featherstone (1990), Robertson (1992) populizará las expresiones “compresión del tiempo y el espacio” y de espacio “glocal” (como síntesis concre-ta de lo global y lo local) y desarrollará una de las primeras definiciones de la globa-lización como “creciente densidad y complejización de la interacción entre los acto-res sociales y creciente conciencia de ello”
Pero la percepción generalización del nuevo fenómeno, comenzará a darse pasados los primeros años de los 90s, siguiendo muy de cerca los grandes cambios tecnológicos, económicos, socioculturales y geopolíticos del espacio económico y político mundial. Entre los economistas y estudiosos de los problemas de la empre-sa y la producción, habrá un importante núcleo de autores e instituciones que reco-nocerá ampliamente el “global shift” en la base productiva de la economía mundial (Dunning, 1993; UNCTAD, 1993 y 1994; Gereffi 1994 y 1995; Castell, 1996; Dic-ken, 1998) a partir del estudio y la conceptuación de cambios fundamentales como la emergencia de la “empresa-red” de alcance global, la “producción mundialmente integrada”, las “cadenas productivas globales”, la “división global del trabajo” o la nueva “geo-economía” del mundo que en buena parte se nutrirán de las aportacio-nes de otros campos y disciplinas de las ciencias sociales . De la idea de globali-zación como multilateralización, se pasará a la de globalización como internacionali-zación (Oman, 1994; Ferrer,1997) o como fenómeno estructural nuevo (Gereffi y Korzeniewicz, 1994; Petrella, 1996). De la “trilateralización” se pasará al “regiona-lismo abierto” (CEPAL, 1994) y a la discusión sobre las relaciones entre globaliza-ción y regionalización (oposición o complementariedad). El concepto de globaliza-ción financiera, se ampliará considerablemente para incorporar a los llamados “mer-cados emergentes”; y la temática de la deuda externa de los países en desarrollo será substituida como preocupación central, por la de las nuevas crisis cambiario-financieras globales y el debate sobre la regulación mundial de los flujos financieros.
Prácticamente todos los campos de la realidad y el pensamiento social serán enlazados por la nueva familia de palabras (global, globalización, globalismo, globa-lizante). Junto a nuevas categorías económicas como “agricultura global”, “globali-zación del consumo” o “industria cultural global”, aparecerán otras como no eco-nómicas de no menor impacto, como “ecología global”, “comunicaciones globa-les” “red informática global”, “ciudades globales”, “sociedad civil global”, “globali-zación del crimen”, “marginalización global”, “cambio mundial global”, “globalismo imperial” “solidaridad global”, “gobernabilidad global” o “ciudadanía global”, gene-ralmente acompañadas por nuevas nociones o categorías teoricas construidas para tratar de explicar o relacionar distintos aspectos del fenómeno estudiado. Este será el caso de conceptos ya mencionados como “time-space compressión” o “glocali-zación”; pero también de otros no menos importantes, como “virtualidad-real”, “desterritorialización” y “reterritorialización”, ”complejización” y “reflexibilidad” social o “híbridación” cultural.
Las ciencias políticas parece haber sido las más cautas y defensivas en el tra-tamiento del nuevo fenómeno bajo el impacto de las llamadas “crisis de soberanía” y “crisis de gobernabilidad” . Pero, a pesar de ello, darían un reconocimiento muy amplio (positivo o negativo) a la nueva problemática (Antal, 1999). A nivel propia-mente internacional, se desarrollará una literatura muy amplia sobre la sociedad civil global y la entrada en acción de nuevos actores nacionales, regionales y mundiales en la determinación de la “gobernabilidad global”, en conjunción con los sujetos tradicionales (estados y organizaciones internacionales), como será el caso de las empresas trasnacionales y bloques regionales, las organizaciones no gubernamenta-les (ONGs), los grupos de interés público y las comunidades epistémicas (de cono-cimiento). A nivel interno de los estados, se reconocerá la interpenetración práctica entre las esferas domésticas e internacionales en las agendas y políticas guberna-mentales. Las ciencias y prácticas jurídicas, comenzarán a ser conmovidas bajo el disimil impacto de los acuerdos de libre comercio y protección a la inversión extra-jera y propiedad intelectual, y de la extraterritorialización las normas de protección de los derechos humanos.
Una expresión muy generalizada de reconocimiento de la globalización, será la denuncia y el estudio de sus aspectos negativo-destructivos como el desmantela-miento del Estado Social, la precarización del trabajo, el incremento de las desigual-dades o la marginación de países, regiones y sectores sociales (Amin, 1988; Chos-sudovsky, 1997; Ruiz Contardo, 1999), la extremada acentuación de la incertidum-bre y el riesgo en diferentes aspectos de la vida social y económica (Beck, 1992; Guillén Romo, 1997) o los impacto de la globalización cultural sobre las culturales nacionales y locales tradicionales (Fehaterstone, 1990). Otra manifestación de reco-nocimiento crítico, será la de las políticas “globalistas” de otras grandes potencias planteado desde diferentes perspectivas analíticas (Saxe Fernández, 1995; García Canclini, 1999).
En términos de respuestas, la izquierda comenzará a esbozar distintos tipos de alternativas frente al nuevo fenómeno. Al nivel de la orientación del movimiento social, las respuestas irán desde la orientación antisistémica (Amín, Wallerstein), al nuevo internacionalismo de solidaridad global (Waterman). En políticas económicas nacionales, girarán entre la aceptación del hecho de la globalización con nuevo tipo de políticas públicas de carácter social (Cox, 1992) o el rechazo de la misma y el impulso a políticas de desarrollo interno (Panich, 1994). Finalmente, en lo que hace al tipo de respuesta mundial global, se irá desde la postura inicial de “desconexión” de Amín (1988), a la de pacto social mundial de “gobernación global cooperativa” (Petrella, 1996).
4. El debate sobre la naturaleza de la globalización.
Como señaláramos inicialmente, el reconocimiento de que llamáramos noción de globalización, no supuso nada parecido en materia de convergencia de opiniones sobre la naturaleza, significado, consecuencias o, incluso, nombre del fenómeno. Dado que la falta de consenso abarca un campo demasiado grande de problemas, nos limitaremos a considerar la cuestión de la naturaleza social de la globalización, con breves referencia a otras cuestiones conexas como, entre otras, la de su deno-minación más correcta.
Desde esta perspectiva analítica, pueden diferenciarse grandes núcleos de convergencia de opiniones no excluyente (en el sentido de que las de muchos auto-res pueden compartir aspectos de dos o más visiones) . Considerando al rasgo central que las agrupa, las posiciones pueden resumirse en las siguientes cinco vi-siones principales: (a) la globalización como fin del estado nacional, (b) la globaliza-ción como mito, (c) la globalización como neoliberalismo, (d) la globalización como internacionalización/mundialización y (e) la globalización como nueva etapa de desarrollo histórico.
4.1 La globalización como “mundo sin fronteras”.
La versión extrema o “fundamentalista” de la globalización, es la que exagera desmedidamente la extensión de la trasnacionalización y mundialización de la tecno-logía y las relaciones económicas y sociales, atribuye a agentes trasnacionales las decisiones fundamentales del mundo de hoy y vaticina la pronta muerte del estado nacional (difundida metáfora del “mundo sin fronteras”). Su principal exponente es Kenichi Ohmae a partir de libros de amplísima difusión como The Bordeless World (1990) o The End of the Nation State (1996) derivados de la lógica operativa glo-bal de la nueva empresa trasnacional (el “pensar globalmente” de los centros estra-tégicos de decisión de las mismas); pero está presente en una gran cantidad de auto-res, funcionarios y propagandizadores poco refinados del pensamiento neoliberal empresarial.
Aunque contiene aspectos limitados de verdad (como el enorme poder de las fuerzas trasnacionales o el arranque de una tendencia histórica de muy larguísimo plazo hacia la superación de los estados nacionales), no sólo exagera extremada-mente las mismas, sino que como vimos, ignora hechos fundamentales constitutivos de la globalización, como la gran importancia del estado y de la redefinición de sus funciones en la misma . En general, puede considerarse a esta visión, como una expresión apologética y propagandística del proceso, cuya amplia difusión mundial se explica tanto por su funcionalidad ideológica a los versiones más extremas de la globalización neoliberal, como por su conversión en el referente posiblemente más importante del debate académico y político sobre el proceso y en el putching ball por excelencia de los críticos reales o imaginarios de la misma en desmedro de la discusión sobre posiciones más serias y fundamentadas. Este papel de falso “se-ñuelo” de la globalización como como “mundo sin fronteras”, pasó a ser, en nues-tro opinión, otro factor de dispersión de la discusión sobre el fenómeno, de los ya muchos que hemos considerado al comienzo del artículo.
4.2 La globalización como mito.
La coincidencia fundamental que agrupa bajo este común denominador a posturas en otras cuestiones muy diferentes, es la negativa a aceptar que los fenó-menos asociados a la globalización impliquen un cambio muy importante en las re-laciones internacionales y transnacionales que requieran de modificaciones de fondo de las teorías y las políticas económicas, sociales o culturales prevalecientes en sec-tores específicos de la comunidad académica, la sociedad o la política. En princi-pio, los autores que comparten esta perspectiva, tenderán a concentrarse en la críti-ca a las versiones extremas (fundamentalistas) de la globalización (Wade, 1996; Hirst y Tompson, 1997; Ferrer, 1997; Veseth, 1998), para luego pasar a la negación o minimización del fenómeno mismo. En algunos casos, como la denuncia del “in-ternacionalismo pop” hecha por Krugman (1996) , se tratará mas bien frívolas de críticas frívolas de alta dosis de desconocimiento o incomprensión de la literatura más seria sobre los temas que considera ligeramente en campos de conocimiento conexos al de especialización del autor (macroeconomía teórica en su sentido más estrecho).
En general la idea de que la globalización es un mito, se encuentra muy arrai-gada en las disciplinas y corrientes de las ciencias sociales mas vinculadas a los pa-radigmas nacional-estatistas y de especialización disciplinaria rígida (macroecono-mía, sociología funcionalista, cuerpos principales de las ciencias políticas y jurídi-cas, escuela realista en relaciones internacionales etc). A nivel político, en sectores nacionalistas asociados a la vieja izquierda estatista o a la nueva derecha xenófoba. Pero también tiene una amplia base social que la nutre y retroalimenta, que es la vi-sión espontánea de sectores y organizaciones sociales afectadas por la apertura ex-terna o la nueva división internacional del trabajo.
4.3 La globalización como neoliberalismo.
Para las múltiples posiciones que incluimos dentro de este punto de vista, la globali-zación (libre comercio, movilidad internacional de capitales, informaciones y perso-nas, etc.) es un aspecto inseparable del triunfo político e ideológico del capitalismo occidental en la Guerra Fría y de la consiguiente consumación a nivel internacional contemporánea del viejo proyecto histórico liberal. A diferencia de la perspectiva anterior (globalización como mito), el eje de convergencia en torno a esta postura, no es el desconocimiento de la globalización como proceso realmente existente, si-no su contingencia ideológica-política y artificialidad de sus bases históricas y tec-no-productivas. Como en el caso anterior, convergen de hecho en la misma pers-pectiva cognoscitiva, un amplísimo espectro de concepciones muy distintas sobre otros aspectos de la globalización, que van desde expresiones muy importantes del nuevo liberalismo a posturas radicales muy críticas al mismo.
En el campo liberal, pueden diferenciarse dos posturas básicas: la del libera-lismo-globalización como orden natural y la del liberalismo-globalización como op-ción sin alternativas. La primera puede hallarse en neoliberales ortodoxos como Hayek o Buchanan que, consecuentes con la idea de que el liberalismo económico expresa propensiones psicológicas naturales del hombre, tienden a ver al conjunto del cambio mundial actual, incluida la globalización, como retorno a la racionalidad económica y libertad individual pérdida del siglo XIX tras la superación de los ex-travíos estatistas y nacionalistas del siglo XX. La segunda posición, de mayor difu-sión actual, se halla en autores como Fukuyama (1992) que asimilan la globalización al triunfo mundial de la democracia-liberal global en un contexto de falta de alterna-tivas previsibles a la misma . Estas visiones, aparte de su contenido ideológico-apologista, constituyen una visión superficial que desconoce de hecho los funda-mentos históricos, tecnológicos, económicos y culturales más profundos de la glo-balización.
Pero este mismo tipo de superficialidad se halla también presente, bajo la forma de una valoración ética invertida (la globalización como mal, no como bien), en los trabajos de gran parte de los autores críticos radicales del fenómeno. La ver-sión más general y radical de rechazo contestatario, es la idea de “neoliberalismo global” que está presente en trabajos como Esteva y Prakash (1996) que contrapone el mundo de las empresas y los poderes trasnacionales al de las comunidades loca-les más marginadas. Para esta perspectiva, globalización y neoliberalismo son dos cosas inseparables, por lo que no cabría la posibilidad de algo parecido a una glo-balización alternativa. Una versión más atenuada de esa visión, es la que reduce el significado histórico de la globalización a las políticas, proyectos o estrategias re-ales o supuestas del neoliberalismo y agentes orgánicos, como sería el caso de los “intereses metropolitanos” (Alonso, s/f), las “elites corporativas mundiales” (Her-man, 2000) o del capital especulativo. Como en el caso del pensamiento liberal, también aquí aparece la misma la misma confusión entre factores subjetivos y obje-tivos, entre intenciones y realidad, entre aspectos de la realidad y el conjunto de la misma.
4.4 La globalización como internacionalización o mundialización.
Esta difundidísima perspectiva, incluye a la gran cantidad de autores y co-rrientes que coinciden en que la globalización actual no es otra cosa que un nivel relativamente más elevado de los procesos históricos de internacionalización o mundialización de las relaciones económicas y sociales, sea que se las refiera al ca-pitalismo, a la modernización social (Giddens) o la “inclusividad del orden econó-mico mundial” (Ferrer). Como consecuencia de ello, la globalización no constituiría un fenómeno novedoso, propio de las últimas décadas, sino algo existente desde bastante o mucho antes (siglos XV, XIX o segunda postguerra) según sea el caso. Dentro de esta perspectiva general puede distinguirse entre la visión más ampliamen-te aceptada, que llamaremos “internacionalización a secas”, y otras dos posturas que difieren de la principal en torno al nombre del fenómeno (mundialización por globalización) y su explicación (teorías del sistema mundial).
La visión que identifica globalización con un nivel más elevado de internacio-nalización (o de otros términos sucedáneos utilizados para referirse a la misma idea), parte principalmente de la observación de los indicadores más tradicionales utilizados en el estudio de las relaciones internacionales, como comercio internacio-nal, de mercancías o formas tradicionales de inversión de capital, en detrimento de otros indicadores mucho más precisos que permitan denotar la novedad cualitativa del proceso . Tras reducir a la globalización a fenómenos principalmente cuantita-tivos, de crecimiento particularmente rápido de indicadores parciales, concluyen lógicamente en situar los orígenes históricos de la globalización en el arranque de la expansión mundial del capitalismo industrial moderno en el siglo XIX, continuada tras la superación del periodo de entreguerras. En la Segunda Postguerra, eclipse de varias décadas se trata de una visión difundida por una gran cantidad de autores y publicaciones prestigiosas de disciplinas y tradiciones teóricas muy diferentes, co-mo Robertson (1992), Oman (1994), MacEwan (1994), Waters (1995); Ferrer (1996, 1997) o The Economist (1997). Es también la mas utilizada recientemente por los staff de las principales organizaciones internacionales como OECD, Banco Mundial o FMI, en sustitución del concepto mas técnico de “multilateralización” que utilizaban anteriormente (ver trabajos citados de Oman o Chesnais, 1995).
La perspectiva analítica desarrollada por la escuela del sistema mundial cen-tro-periferia (o de la economía-mundo) , parte de la idea tautológica de que el ca-pitalismo ha sido siempre global, que la globalización existió desde el Siglo XV y que los cambios que ha sufrido el sistema desde entonces, han sido de carácter se-cundario y se han derivado de los procesos cíclicos de expansión y contracción del propio sistema (ondas largas ascendentes y descendentes). Como consecuencia de ello, los cambios mundiales propios de la globalización son puras inflexiones cícli-cas (por ej. Wallerstein, 1994) y no pueden considerarse totalmente nuevos, salvo en un sentido puramente cuantitativo, no cualitativo (Arrighi, 1997:1) .
La última perspectiva (cambio espacial mundial como mundialización) co-rresponde sobre todo a autores franceses críticos de la renovada preeminencia del capitalismo norteamericano. Esta visión se caracterizará, sobre todo, por el rechazo al uso de la palabra globalización para denominar al fenómeno discutido, por consi-derar que es un anglicismo ambiguo menos preciso que la palabra “mundialización”, e impuesto por las escuelas de negocios norteamericanas con fines apologéticos (Chesnais, 1994 y 1996) . Pasando del nombre del fenómeno a su contenido, de-be diferenciarse entre una mayoría de autores que tienden a compartir substancial-mente la perspectiva analítica de la internacionalización propiamente dicha con cier-tas salvedades (énfasis en la crítica al nuevo sistema financiero y el capitalismo nor-teamericano) y la escuela marxista de la internacionalización o mundialización del capital (Michalet, Chesnais), que cuenta con un desarrollo teórico propio.
La idea de que la globalización existió desde mucho antes planteada por estos autores, no tiene asidero. Periodos de muy rápido crecimiento de los indicadores utilizados por esta perspectiva, pueden encontrarse no sólo en los siglos XX, XIX y XV, sino también en el siglo I de la era cristiana o, aún, bastante antes . Pero lo que no pueden prácticamente encontrarse antes de la globalización, son los indica-dores centrales de la misma, como el despliegue mundial de las nuevas redes inte-reempresariales flexibles, los encadenamientos productivos trasnacionales, el co-mercio y transferencias internacionales de software o servicios informático , las operaciones transfronterizas de subfacturación o franquiciamiento o la creación ma-siva de organizaciones no gubernamentales (ONGs), para solo citar algunos indica-dores Lo mismo puede decirse obviamente, del tipo de interacciones estructurales igualmente nuevas, entre las nuevas y viejas relaciones dentro de la globalización, o entre ellas y los estados nacionales, bloques regionales y espacios locales situados al interior de espacios nacionales y regionales.
4.5 La globalización como nueva etapa histórica.
A diferencia de las visiones lineales que exageran, niegan o simplifican la es-pecificidad histórica de la globalización, un número creciente de autores acuerdan de una u otra manera en considerarla como un proceso histórico complejo de carác-ter inédito . Cabría incluir aquí a una gran variedad de aproximaciones y énfasis distintos sobre el aspecto central de la determinación del fenómeno como integra-ción funcional de actividades económicas internacionalmente dispersas (Gereffi), concentración del tiempo y el espacio (Harvey), articulación en tiempo real de acti-vidades sociales localizadas en espacios geográficos diferentes (Castell), articula-ción directa de lo global y lo local a partir de lo glocal (Featherstone), rebasamiento del estado nacional por las nuevas relaciones trasnacionales o mundiales (Petrella, Beck, Dabat), mosaico global emergente de sistemas regionales de producción y cambio (Scott), sistematicidad de la nuevas interacciones (Axford) o nueva geo-economía (Dicken). Tales diferencias, sin embargo, no implican tanto puntos de vista excluyentes sobre la naturaleza del fenómeno, como más bien, énfasis y jerar-quizaciones distintas de aspectos diferentes de un mismo proceso complejo.
La convergencia básica de estas posiciones podría sintetizarse en varias co-incidencias explícitas o implícitas, desprendidas del propio campo de coinciden-cias: (a) la globalización no es solo un nivel superior de internacionalización, mun-dialización y, sobre todo, trasnacionalización de la economía y la sociedad mundial, sino también una realidad histórica cualitativamente diferente a las anteriores; (b) la globalización es un proceso histórico inseparable de otros procesos igualmente nuevos y trascendentes como (usando un lenguaje propio no compartido por mu-chos autores) la revolución informática, la reestructuración postfordis-ta/postkeynesiana del capitalismo o la economía y la sociedad mundial o la reunifi-cación económica y política del mundo bajo la dirección del capitalismo; (c) que la globalización no tiene que ver con una supuesta desaparición o minimización de existencia histórica del estado nacional, sino con la redefinición de sus funciones y relaciones con la economía y la sociedad; y (d) que los distintos aspectos jerarqui-zados son prácticamente todos o casi todos de carácter espacial-territorial (integra-ción de actividades espaciales dispersas, concentración del espacio, nexos entre estado nacional y relaciones trasnacionales o mundiales, integración de sistemas re-gionales, relación de lo global con lo local (glocal), (nueva geografía).
Pasar de este tipo de aproximación a una teoría consistente de la globaliza-ción, conlleva, sin embargo, un conjunto de dificultades teóricas entre las que des-tacan la novedad e insuficiencia de los estudios sobre estructura espacial del capita-lismo y las etapas históricas del mismo. Pero dada necesidad de abordar estos problemas, trataremos de desarrollar y fundamentar con los elementos que conta-mos, la idea de que la globalización no es otra cosa que la configuración (o estruc-turación) del nuevo tipo de capitalismo que está reconformando el mundo.
5. La globalización como nueva configuración espacial del mundo.
¿Qué debe entenderse por conceptos como “configuración”/”estructuración” o “dinámica espacial” del capitalismo? Al respecto cabe distinguir entre la utilización teórica de las mismas, reducida y reciente por las razones señaladas en la nota ante-rior , y su empleo práctico implícito como orientación de la investigación, que ha estado presente en algunos de los más importantes estudios del siglo pasado sobre el capitalismo mundial. En otros trabajos (Dabat 1993, 1997 y 1999) hemos utili-zado tales categorías sin definirlas, por lo que consideramos necesario dedicar la primera parte de esta sección, a la formulación de un esbozo de teorización que ayude a avanzar en el conocimiento de la globalización.
5.1 La estructura espacial del capitalismo y sus grandes cambios históricos.
Según los más importantes científicos sociales de los últimos siglos (Smith, Marx, Shumpeter, Weber, Polanyi), el capitalismo es un sistema de producción, or-ganización social o conformación cultural, que se distingue de otras formas históri-cas de la sociedad, por contar con un determinado tipo de estructuración y dinámi-ca histórica . Pero además, recientemente, autores como Murray (1971) o Harvey (1982), ha señalado que también cuenta con un determinado tipo o patrón específi-co de configuración y dinámica territorial, Si bien ello no se ha traducido todavía en una teoría desarrollada, el reconocimiento de ello parece ser una consecuencia lógi-ca del redescubrimiento teórico de la dimensión espacial de los fenómenos sociales propio de las últimas décadas, que una autora como Massey (1985) sintetiza brillan-temente en la idea de que la dimensión espacial de todo fenómeno social debe ser incorporada como un aspecto central de los conceptos analíticos básicos utilizados para definirlos.
Como conclusión de lo anterior, partimos de la idea de que la configuración y dinámica espacial del capitalismo (o simplemente, patrón espacial del mismo, para abreviar) no es algo distintos a la estructura tecnosocial y dinámica histórica del ca-pitalismo, sino solo un aspecto particular de las mismas. Concretamente, que por patrón espacial del capitalismo debe entenderse a la sistematización de los princi-pios y relaciones que rigen el despliegue y la articulación territorial de los compo-nentes y relaciones básicas del mismo, tanto a partir de las propias propiedades es-paciales de esos componentes y relaciones, como de las del espacio geográfico so-bre las que se asientan y despliegan , como condición material de su desenvolvi-miento .
Tratando de sistematizar la abundante literatura dispersa sobre esos temas, cabe distinguir por lo menos cuatro planos diferentes de determinación espacial, que debieran abstraerse y sintetizarse para tratar de construir teóricamente un mode-lo general de los componentes y relaciones básicas de la configuración y dinámica territorial del capitalismo y sus diferentes expresiones históricas. Estos planos dife-rentes son: a) el alcance territorial (extensión) del sistema capitalista frente a otros regímenes sociales; b) las instancias específicas de articulación espacial correspon-dientes a niveles no espaciales de la vida social (tecnológico, tecno-económico y socioeconómico, social, etc.); c) los niveles de integración territorial directa del conjunto de la vida social (ciudad, región, estado nacional, relaciones internaciona-les, orden mundial); y (d) la articulación de las determinaciones señaladas en torno a síntesis históricas sistémicas, que permitan explicar científicamente la lógica de arti-culación y despliegue espacial de la economía y la sociedad mundial en una época determinada.
A. La extensión territorial del capitalismo. El carácter potencialmente mundial del capitalismo , no ha coincidido nunca con los alcances mucho más limitados del intercambio internacional efectivo, o sobre todo, de la producción capitalista (que en la mayor parte de su historia sólo ha abarcado a partes relativamente redu-cidas del mundo). Desde su arranque hasta una etapa muy avanzada de desarrollo, la producción capitalista se ha expandido dentro de un contexto social mundial abrumadoramente no capitalista (Luxemburgo, 1967), a partir de un proceso no li-neal (avance a saltos históricos y retrocesos) y de carácter espacialmente desigual, a partir de la destrucción, asimilación o subordinación de las relaciones sociales ante-riores.
B. Los niveles no territoriales de articulación espacial. El segundo plano de determinación espacial, esta compuesto por el desarrollo de los diversos niveles horizontales (no territoriales) de articulación de la vida social (tecnológico, tecnoe-conómico, socioeconómico, social, cultural etc), que contienen instancias específi-cas de articulación espacial.
B1) Nivel tecnológico: Plano de básico de configuración espacial en torno a la articulación de las fuerzas productivas básicas del sistema capitalista , que auto-res como Dosi (1984) traducen en sucesivos paradigmas y sistemas tecnológicos (Dosi, 1984). Tales sistemas, determinan las modalidades de despliegue y organiza-ción espacial de las distintas fuerzas productivas como, por ejemplo, de las tecno-logías de fijación territorial de la producción y el empleo (fábrica, cluster, yacimien-to, cultivo) o de las de enlace de la producción y la población (transportes, comuni-caciones, redes de energía etc.) con diferentes grados de rigidez y flexibilidad.
B2) Nivel tecnoeconómico: Esfera material de la vida social articulada en tor-no a las relaciones entre sectores y ramas productivos, tal como han sido consti-tuidas por la industrialización y el desarrollo económico desigual en el espacio terri-torial. Las relaciones entre sectores y ramas productivas se articulan historicamente en torno a determinados patrones o sistemas productivos (Fanjzylber, ….) asocia-dos a etapas del capitalismo, conforme determinados tipos de agrupamientos y je-rarquías entre sus componentes. Los patrones productivos se vinculan con la orga-nización social a partir de la división social del trabajo, cuya expresión espacial es la división territorial del trabajo.
B3) Nivel socioeconómico: Conjunto articulado de agentes, relaciones e insti-tuciones sociales básicas de la producción, el cambio y el consumo de la sociedad capitalista, que expresa los cambios técnicos, sociales y espaciales de las distintas etapas de la misma. Compuesto por diferentes instancias específicas de organiza-ción social y articulación espacial, como el mercado (alcance, estructura), la empre-sa, el capital (estructura, dinámica, movilidad), el trabajo (localización, calidad, co-sto relativo, movilidad ), el crédito (formas históricas y alcances) o la agencia eco-nómica del estado , que determinan lógicas particulares de despliegue y articula-ción espacial y diferentes combinaciones históricas y geográficas.
B4) Nivel demográfico: Estructura poblacional generada básicamente por el desarrollo del mercado, la industrialización y la acumulación de capital y sus conse-cuencias sobre la separación de la población de la tierra, la concentración urbana y la diferenciación entre población ocupada y población excedente (desempleada y desempleada). La magnitud y características de la población excedente (cultura, gé-nero etc), constituyen la base principal (migración) de la movilidad territorial de la población.
B5) Nivel societal: Conjunto de relaciones e instituciones sociales conforma-das en torno al desarrollo de la sociedad capitalista (modernización social para la sociología funcionalista). Contiene diferentes instancias de estructuración espacial, como la estructura social (clase, género, ocupación, poder), la familiar, o el desplie-gue de la sociedad civil (incluyendo movimientos político-sociales como fenómeno diferente al de la institucionalidad estatal). Cada instancia supone mecanismos dife-rentes de determinación espacial.
(B6) Nivel cultural: Estructurado en torno a las relaciones de las diferentes expresiones de la llamada cultura moderna con las culturas tradicionales y sus dife-rentes maneras de enlazar el espacio. Se vincula al territorio a partir del alcance es-pacial de las relaciones de identidad y significación que lo caracterizan (lingüísticas, de modos de vida y consumo, de creencias, de conocimientos, artísticas) y de sus determinadas condiciones de localización (centros de irradiación, de confluencia, de resistencia).
B7) Nivel ambiental. Relación entre la sociedad y su medio ambiente natural, determinada por las consecuencias espaciales de los aspectos destructivos incon-trolados de la industrialización, la urbanización, el crecimiento de la población o la cultura moderna, sobre las condiciones espaciales de la vida humana (atmósfera, aire, agua, floresta, biodiversidad, etc). Supone, como los demás niveles considera-dos, problemáticas históricas específicas, resultantes de combinaciones determina-das de niveles y estructuras tecnoeconómicas, poblacionales y culturales.
C) Los niveles territoriales de integración económica-social: Comprenden las instituciones propiamente espaciales del capitalismo (ciudad , región, estado nacio-nal, sistema de estados, orden mundial) caracterizadas por integrar verticalmente dentro de un espacio territorial determinado a diferentes niveles de la vida social (económico, social, cultural, político) de una población determinada . Dentro de este plano, sin embargo, debe diferenciarse entre el complejo de relaciones basados en la ciudad, en el estado nacional y en la organización internacional.
(C1) La ciudad: resulta de la concentración del comercio, los servicios, la producción, las actividades socio-culturales y la población en puntos localizados del espacio territorial, a partir del desarrollo histórico del proceso de urbanización. Constituye la base de los sistemas de ciudades, unidos entre sí y con los núcleos dispersos de producción, a través redes de transportes, comunicaciones o provi-sión de agua y energía. Las relaciones de la ciudad y los sistemas de ciudades con sus entornos rurales, centros dispersos de producción o áreas despobladas y reser-vas naturales, dan lugar a la región, con sus muy diferentes particularidades de constitución e integración.
(C2) El estado nacional: es la institución social más amplia y determinante de concentración espacial de la vida económica y socio-cultural, a partir de núcleos políticos-militares de poder soberano y homogeneización (nacionalización) de la vida social (economías nacionales, sociedades nacionales y culturas nacionales) de-ntro de espacios territoriales delimitados. Pero es también el punto de partida de los capitalismos nacionales (Dabat, 1993 y 1994: Introducción), en torno a un determi-nado tipo de relación entre desarrollo capitalista y territorio y entre esfera privada de desenvolvimiento interior del mismo y esfera pública de promoción y regulación estatal (protección del mercado interior, construcción de infraestructuras físicas y sociales, gestión monetaria, respaldo en competencia internacional).
La existencia de múltiples estados nacionales y capitalismos nacionales, da lugar a determinados tipos de relaciones internacionales competitivas. La más im-portante de ellas, es la establecida en torno al mercado mundial como esfera univer-sal de intercambios y transferencias internacionales de mercancías, capitales, traba-jadores y conocimientos. El alcance espacial y la estructura del mercado mundial, esta basada en la extensión y naturaleza de la división internacional del trabajo, ope-rando en conjunción con otros factores ya considerados, como la extensión mun-dial y el desarrollo desigual del capitalismo, el desarrollo tecnoindustrial, la estructu-ra de la empresa, los mercados nacionales y las formas de competencia, los niveles y modalidades del comercio, la inversión internacional y las migraciones internacio-nales, los alcances y modalidades del intervensionismo estatal o las modalidades de la organización internacional. La conjunción de estos factores determinarán formas específicas de competencia entre empresas, países y regiones, que operarán como los principales motores de la economía mundial y el proceso de internacionaliza-ción.
La organización política internacional está compuesta tres tipos de determina-ciones diferentes: a) los sistemas internacionales de estados (Anderson, 1983), co-mo instancias institucionales de equilibrio y resolución de problemas comunes entre estados soberanos, mediante relaciones diplomáticas, tratados internacionales y or-ganizaciones mundiales y regionales; b) las sistemas hegemónicos de estado (Gramsci, 1975), como relación integral de fuerzas entre estados (económicas, geo-políticas y militares, socioculturales) que condiciona el sistema institucional; y c) las relaciones internacionales (no gubernamentales) entre sociedades, que inciden so-bre el curso de los acontecimientos mundiales (internacionales político-ideológicas, iglesias, o redes de ONGs en la actualidad. La unidad esas instancias, da lugar a los denominados ordenes mundiales, como sistemas de gobernabilidad mundial y rela-ciones institucionalizadas de fuerzas entre estados y sociedades.
D. Etapas del capitalismo y configuraciones del espacio mundial
A partir de las determinaciones espaciales señaladas, las distintas etapas de desarrollo histórico del capitalismo, han tendido a conformar distintos configura-ciones espaciales de la economía y la sociedad mundial. Entre mediados del siglo XIX y la actualidad, el capitalismo ha atravesado por cuatro grandes etapas corres-pondientes, respectivamente, al capitalismo industrial liberal del siglo XIX, al capita-lismo monopolista-financiero clásico de las últimas décadas del siglo XX hasta la primera guerra mundial (o la década del 30s para muchos autores), al capitalismo fordista-mixto (o keynesiano) vinculado a una economía de guerra desde entonces hasta fines de los 70s y al capitalismo informático-global todavía en proceso de conformación, desde entonces. En todos los casos, el pasaje de una a otra forma histórica de estructuración y dinámica económico-social, se han traducido en con-formaciones muy distintas del espacio mundial.
La configuración espacial del capitalismo industrial liberal del siglo XIX fue el resultado de la combinación productiva entre la producción fabril a pequeña y me-diana escala de unos pocos países de europeos y la apertura a la moderna agricultu-ra de exportación de las grandes llanuras “vacías” de América, Oceanía y Europa Oriental, con relativamente pocas repercusiones en otras partes del mundo salvo la India. Tal relación constituyó la base de la constitución del mercado capitalista mundial moderno y de la división internacional “clásica” del trabajo (intercambio de productos manufacturados finales por productos agropecuarios), apoyadas en la primera red internacional de transportes y comunicaciones modernas (ferrocarril y navegación a vapor, telégrafo y cables submarinos), el arranque de la liberación co-mercial que siguió a la ley inglesa de granos de 1848, el gran salto del comercio in-ternacional de la época que modificó radicalmente la relación entre comercio inter-nacional y producción nacional en los países mas dinámicos , los inicios de la emigración europea y la inversión de cartera hacia las colonias agroexportadoras “de población” y los comienzos de la internacionalización de las relaciones socia-les (internacionales obreras y socialistas, agrupaciones feministas, sociedades geo-gráficas etc). La internacionalización de la época coincidió con el inicio de la cons-trucción generalizada de naciones y estuvo hegemonizada por la gran potencia in-dustrial, marítima y financiera de la época (Inglaterra). Pero los procesos de indus-trialización, internacionalización y construcción de naciones modernas alcanzaron muy poco a la gran mayoría de los países del mundo, aún dominados por relacio-nes sociales precapitalistas, (Hobsbawn, 1998).
La etapa del capitalismo monopolista-financiero y el imperialismo clásico se basó en la llamada Segunda Revolución Industrial (industrias pesadas de flujo con-tinuo; gran empresa monopolista verticalmente integrada; redes eléctricas, radioléc-tricas y telefónicas) y la continuación de la expansión internacional del capitalismo por medios imperialista-militaristas. Drásticos cambios en la estructura y dinámica de la empresa, el mercado, la competencia, y los estados nacionales conducirán en los países industriales a la empresa monopolista, la fusión de banca e industria, el pasaje del libre cambio al proteccionismo, la expansión militarista, el ascenso de nuevos imperialismos que cuestionarán la supremacía inglesa, el fraccionamiento del mercado mundial y de la división internacional del trabajo en torno a imperios colo-niales cerrados y la aparición de nuevos tipos de estados (social-imperialistas , coloniales y semicoloniales, nacionales-oligárquicos financie-ramente dependientes). Del internacionalismo cosmopolita y liberal anterior, se pasará a otro de naturaleza imperial extremadamente conflictivo, que conducirá en el siglo XX a las dos grandes guerras mundiales de redistribución territorial del mundo y a las revoluciones demo-cráticas, agrarias y nacionales que culminarán con la constitución de la Unión Sovié-tica y el bloque social-estatista (comunista) de países que llegará a abarcar a un tercio de la población mundial.
La configuración fordista-keynesiana del espacio territorial resulta más difícil de precisar, porque se desplegó en el contexto de fractura social, económica y polí-tico-militar del mundo y de guerra mundial o civil crónica, con sus corolarios de contracción del comercio y las relaciones internacionales, desarticulación de la divi-sión internacional del trabajo, competencia política militar con el Bloque Comunista e integración nacional-autoritaria generalizada de la vida social y las reformas socia-les impuesta por la lógica del conflicto mundial . A las fracturas provocadas por la ruptura comunista y las tendencias autárquicas de las grandes economías naciona-les, se sumará la constitución de un “tercer mundo” semi-autárquico resultante de la descolonización, el nuevo capitalismo nacional-corporativos, las posibilidades de juego pendular entre Oeste y Este o la reorientación “hacia adentro” de la industriali-zación periférica. Estas nuevas relaciones espaciales limitará fuertemente los alcan-ces espaciales del capitalismo internacional. Pero también dará lugar un nuevo orden mundial institucionalizado (el orden bipolar de los tres mundos), basado en las hegemonías absolutas de Estados Unidos y la Unión Soviética al frente de los blo-ques polares del sistema, la paridad nuclear, la administración bilateral de la guerra fría y una organización mundial de estados en torno a la ONU de funcionamiento más formal y simbólico que efectivo.
El capitalismo fordismo “mixto” (keynesiano) resultará de la reorganización radical del capitalismo centrada en Estados Unidos, basada en las industrias auto-motriz, aeronáutica, metalmecánica, petrolera y bélica; la reestructuración fordista-sloanoista de los procesos de trabajo y la gran empresa, y los principios keynesia-nos de gestión nacional y social de la economía. Aparte de sentar las bases para un nuevo tipo de pacto social interior, tales cambios posibilitarán él relanzamiento del capitalismo mundial de la segunda postguerra, a partir del enorme peso de la eco-nomía y la hegemonía mundial norteamericana, la liberalización limitada del comer-cio internacional en torno a los países industriales, la expansión internacional de la corporación multinacional y la ulterior emulación europea-japonesa. Esto dará lugar al proceso de internacionalización de la producción y el capital, basado en la corpo-ración multinacional gigante verticalmente integrada y su sistema de filiales dedicada al abastecimiento de mercados nacionales semicerrados y la constitución tardía del mercado financiero del eurodólar, orientado en buena parte al financiamiento de ins-tituciones gubernamentales del tercer y segundo mundo. Tal proceso. erosionará las bases del sistema de los tres mundos; pero no lo destruirá por si mismo, porque no será incompatible con el marco nacional-keynesiano de relaciones entre capital, es-tado y mercado .
5.3 La estructuración espacial del capitalismo informático-global.
Como las anteriores formas históricas, el nuevo capitalismo también ha modi-ficado la composición del espacio mundial y generado una nueva dinámica territo-rial. Sistematizando información presentada en las secciones anteriores para favore-cer la comparación con las configuraciones anteriores, resulta posible acercarnos con bastante precisión a las líneas fundamentales de la actual configuración.
El alcance territorial del nuevo capitalismo, será incomparablemente mayor al de etapas anteriores. Apoyándose en la unificación del mercado mundial, los gigan-tescos procesos de privatización y apertura externa del segundo y tercer mundo y los precedentes avances de la industrialización y la urbanización en esas partes del mundo en esas partes del mundo por medios no capitalistas o de capitalismo nacio-nal), la producción y el intercambio capitalista pasará a ser la fuerza económica do-minante en Rusia y Europa del Este, Asia, la mayor parte del mundo islámico, las islas del Pacífico, la casi totalidad de América Latina y gran parte de África, redu-ciendo a bolsones marginales a la producción no-capitalista y precapitalista. Como consecuencia de ello el capitalismo abarcará prácticamente al mundo entero, impo-niéndole su dinámica territorial de desarrollo desigual e inclusión-exclusión. Un as-pecto muy importante de ese logro, será su concomitancia con la emergencia de la crisis ambiental global, que presidirá la decadencia del capitalismo fordista “mixto” y el social-estatismo y el pasaje al capitalismo informático-global.
En los diferentes planos no territoriales de la vida social, también habrá cam-bios espaciales de fondo que alcanzarán a prácticamente todas las instancias de de-terminación. Como resultado de las potencialidades territoriales de la nueva tecno-logía, el mundo pasará a estar materialmente enlazado por dos tipos completamente nuevos de enlaces técno-económicos: a) la infraestructura trasnacional de comuni-cación electrónica en tiempo real, cada vez mas estructurada en torno al espacio virtual de internet; y b) la integración mundial directa de la producción, a partir de cadenas productivas de eslabonamientos materiales e “inmateriales” previamente fraccionados por la tecnología electrónica..
Los cambios en la organización social de la producción y el intercambio mo-dificarán radicalmente las anteriores formas de empresa, mercado, propiedad capita-lista, crédito, intervención económica del estado o utilización de las reservas de po-blación. Aparecerán la empresa-red trasnacional flexible de alcance global, los mer-cados oligopólicos abiertos , la preeminencia de la propiedad intelectual y los pa-quetes accionarios móviles; la titularización, bursatilización y globalización del crédi-to o la explotación global del trabajo subempleado y subpagado (población exce-dente) de los países periféricos. Como resultado, surgirá un mercado mundial glo-bal que subsumirá los mercados nacionales y dará lugar a tres mercados particulares de naturaleza muy distinta: a) el mercado global de mercancías y servicios estructu-rado alrededor de la competencia administrada entre empresas-redes y de la que tendrá lugar entre países, bloques regionales de países y ciudades y regiones; b) el mercado global de valores y dinero (financiero), caracterizado por su excepcional fluidez, ausencia de trabas regulatorias, volatilidad y relativa autonomía frente a la producción, el intercambio de mercancías o la inversión productiva ; y c) el mer-cado mundial de fuerza de trabajo, constituido en torno al desequilibrio crónico en-tre la enorme oferta global móvil provista por la población excedente de los países en desarrollo y las distintas condiciones de la demanda global (cierre de fronteras a la emigración internacional y aceleración de la inversión directa de la empresa tras-nacional para aprovechar las enormes diferenciales de costos internacionales del trabajo).
En el plano social y cultural, el enorme salto en el despliegue espacial del ca-pitalismo y los procesos de internacionalización y trasnacionalización, darán lugar a un tipo particular de modernización de las relaciones sociales y culturales, vinculado a las nuevas condiciones de trabajo y vida cotidiana y de sus múltiples expresiones “glocales”. La multiplicación de las relaciones internacionales y. trasnacionales ha estrechado considerablemente los vínculos de las comunidades migratorio con sus comunidades nacionales origen (García Canclini, 1999: 79), trasladado la multicultu-ralidad al seno de las familias, empresas, escuelas, iglesias, organizaciones sociales o comunidades virtuales y sacudido profundamente a las identidades e instituciones tradicionales de las sociedades a partir de complejos procesos de hibridación y conflicto. Un aspecto central de esa transformación, fue la constitutución de una “sociedad civil internacional” (Petrella, 1996) a partir de una amplísima gama de movimientos sociales, sociopolíticos y culturales (derechos humanos, ecologistas, feministas, de protesta contra los excesos de la globalización, laborales, de solidari-dad con los pueblos indígenas etc).
Al nivel de las instancias de organización territorial del espacio, los cambios serán aún más impresionantes. El estado nacional será desbordado por los múltiples procesos de trasnacionalización, “puesto que tales estados no podrán controlar mas que una parte cada vez menos de sus asuntos” (Hobsbawn, 1995). Por primera vez en su historia, la internacionalización capitalista correrá por andariveles separados al de la construcción e integración de naciones . El debilitamiento de la nación desar-ticulará a las instituciones y principios históricos clásicos de estructuración espacial del capitalismo, dando lugar a un nuevo tipo de pautas bastante diferentes que apun-tan hacia un distinto tipo de estatal-territorial.
Las ciudades y las regiones, tenderán a vincularse al comercio y las relaciones internacionales sin la intermediación del estado nacional, dando lugar a la nueva or-ganización competitiva del sistema de ciudades y regiones (Vazquez Barquero, 1999), a los complejos urbanos y regionales transfronterizos y a los separatismo micronacionales directamente integrados a la globalización. La competencia en el mercado global, llevará a las naciones vecinas a construir bloques comerciales ex-portadores en torno a torno a las potencias económicas regionales. Finalmente, las tendencias mucho más amplias que las puramente comerciales hacia la integra-ción territorial de grandes espacios territoriales, harán que regiones como la Unidad Europea emprendan el camino de la integración supranacional, no solo en torno a una moneda única, sino también de la libre circulación de personas y la ciudadanía común.
En el plano propiamente mundial, los cambios más importantes serán eco-nómicos y geopolíticos con pocas consecuencias inmediatas sobre la organización internacional de estados. Los mas destacados serán la reconstitución relativa de la hegemonía norteamericana en condiciones diferentes a los de la segunda postguerra (alcance mundial más amplio y menor superioridad económica frente a otras poten-cias), el vertiginoso ascenso de Asia Oriental y China, la integración de América del Norte, los avances hacia el Este de la integración europea, la organización de Suda-mérica en torno al MERCOSUR, la emergencia indu o la acentuación de la margi-nación económica y social de Africa y numerosos países de otros continentes. Pero ninguno de estos cambios apuntará directamente a la resolución de la crisis mundial de gobernabilidad acentuada por las nuevas condiciones de integración supraestatal, desigual y excluyente del mundo. Los avances en este sentido, no serán tanto inicia-tivas de estados nacionales individuales, sino procesos sociales, políticos e intelec-tuales mucho más amplios, como las propuestas generalizadas de reforma y reorien-tación política de las organizaciones internacionales , el agotamiento político del neoliberalismo, el amplio despliegue de la sociedad civil internacional o los logros en materia de integración regional, que en conjunto apuntan a la posibilidad de una reforma de nuevo tipo del orden mundial.
Las características territoriales del capitalismo actual que han sido señaladas, no son otra cosa que los rasgos que diferentes autores han atribuido a la globaliza-ción, sea como aspectos particulares, como combinaciones parciales o como pro-ceso integral. Por esa razón y las que han sido planteadas a lo largo del trabajo, ca-be definir conjuntamente a la globalización y al patrón espacial del nuevo capitalis-mo como la misma cosa. En otro trabajo (Dabat, 1999) definimos a la globalización como la nueva configuración espacial de la economía y la sociedad mundial resul-tante del desbordamiento de la capacidad normativa de los Estados nacionales por la interdependencia de las nuevas relaciones comunicativas, económicas, ambienta-les, sociales y culturales impuestas por la revolución informática, la unificación geo-política del mundo y la reestructuración trasnacional del capitalismo. De ello se de-riva la redefinición de las relaciones espaciales entre el mundo, los Estados naciona-les, las macro y micro regiones y los espacios locales y la generación de un nuevo tipo de contradicciones, desequilibrios y riesgos sistémicos, que requieren de un nuevo tipo de soluciones macro-regionales y mundiales que contemplen la nueva complejidad y diversidad de las sociedades y culturas del mundo.

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LA TEORÍA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES EN LOS ALBORES DEL SIGLO XXI: DIÁLOGO, DISIDENCIA, APROXIMACIONES

La finalidad de este artículo (2002)es pasar revista a las principales tendencias en la
teorización actual en Relaciones Internacionales en un momento que entendemos
especialmente propicio para ello. De unos años a esta parte, en efecto, la disciplina está viviendo un período de máxima autoconciencia y autocuestionamiento, en el que todo se analiza y se replantea con particular intensidad: la teoría, los métodos, el objeto, las funciones y hasta la propia historiografía de las Relaciones Internacionales.

Las razones de esta efervescencia particularmente intensa debemos buscarlas en las
mismas “fuerzas motrices” que tradicionalmente han impulsado el desarrollo de la
disciplina y su evolución teórica. Esas fuerzas motrices ya fueron identificadas por Alfred Zimmern el primer ocupante de una cátedra de Relaciones Internacionales y existe un amplio consenso entre los estudiosos de la materia en que son, fundamentalmente, tres. En primer lugar, el natural desarrollo interno de las ideas, estructuradas en teorías o “paradigmas”. En segundo lugar, el impacto de la evolución de los acontecimientos en las teorías que pretenden explicarlos. Y en tercer lugar, la influencia de conceptos e instrumentos provenientes de otras ciencias sociales (Zimmern, 1931; Barbé, 1989; Palomares Lerma, 1991; Halliday, 1994).

Es patente el dinamismo con que esas tres fuerzas motrices operan en la actualidad.
La actividad teórica primera fuerza es más rica y variada que nunca. Los acontecimientos internacionales segunda fuerza han sido particularmente impactantes en los últimos años

El fin de la guerra fría y el fenómeno de la globalización (ya existente pero puesto más en evidencia con la desaparición de la fractura bipolar) han tenido, evidentemente, una influencia decisiva en la agenda y en la teorización en Relaciones Internacionales. Las influencias ejercidas por otras ciencias sociales sobre una disciplina que siempre se ha caracterizado por su permeabilidad tercera fuerza han sido también especialmente significativas en los últimos tiempos. Dado que, como es evidente, las tres fuerzas se potencian entre sí, el resultado es el de un dinamismo que quizás no tenga parangón en la breve historia de las Relaciones Internacionales.

Como veremos en las páginas que siguen, en la teorización sobre las Relaciones
Internacionales coexisten los intentos de diálogo y aproximación entre distintos enfoques con la aparición de unas fracturas teóricas en la disciplina mucho más profundas que las que habían existido hasta hace pocos años, a partir de la emergencia de enfoques distanciados de los tradicionales no sólo por la elección de sus agendas sino también por el rechazo, por parte de algunas de estas nuevas tendencias, a las bases epistemológicas de las teorías tradicionales, un rechazo que en algunos casos alcanza a la totalidad de la tradición racionalista occidental (Searle, 1993: 57). A su vez, esos ataques a los enfoques tradicionales y a su epistemología no nacieron espontáneamente de las Relaciones Internacionales sino que fueron una manifestación de otras reflexiones que se hicieron en el
marco más amplio de las ciencias sociales y humanas.

Diálogo, disidencia y aproximaciones son las dinámicas que nos parecen más
relevantes en el momento que vive la disciplina y en las que centraremos esta reflexión sobre la teorización actual en Relaciones Internacionales.

Comenzaremos por el diálogo, objeto del primer apartado de este artículo. Desde
hace algunos años tiene lugar un fructífero intercambio entre los autores adscritos a dos corrientes teóricas, el neorrealismo y el neoliberalismo. Ambas provienen de dos tradiciones opuestas, la tradición realista y la tradición liberal. Los seguidores de la segunda confían en el desarrollo progresivo de unas relaciones internacionales más justas y armónicas. Los de la primera se muestran escépticos ante la posibilidad de alcanzarlo. Si bien ha habido importantes esfuerzos de acercamiento de las posiciones de las corrientes enmarcadas en esas dos grandes tradiciones a lo largo de la breve historia de la disciplina de las Relaciones Internacionales, ninguno es comparable con el desarrollado en los últimos
años.

Neorrealistas y neoliberales, en efecto, han descubierto muchos más puntos en común
que divergencias, especialmente desde el surgimiento de los enfoques anti-racionalistas,que han actuado como una especie de “federador externo” para la teoría tradicional. En el primer apartado reflexionamos sobre el proceso que ha conducido de la confrontación clásica del realismo y liberalismo a la situación actual. Nos interesa especialmente la cuestión de cuáles eran las principales divisiones que los separaban y qué tipo de transformación debieron experimentar para hacer posible esta situación actual, en la que pueden existir discrepancias pero se están haciendo esfuerzos serios para resolverlas en el terreno estrictamente científico, es decir, mediante la confrontación empírica de las teorías.

En el segundo apartado abordamos los enfoques que se autoproclaman disidentes
(teoría crítica, postmodernismo y feminismo), surgidos muy recientemente en el panorama teórico de las Relaciones Internacionales, e indagamos en el significado e implicaciones de la fractura descrita como “racionalidad vs. reflectividad”.
Por último, en el tercer apartado, dedicado a las aproximaciones, consideraremos
dos enfoques que ni forman parte de la agenda convergente del neorrealismoneoliberalismo ni son rupturistas como las aproximaciones reflectivistas: uno es el ya mencionado constructivismo y el otro es la tradición centrada en las reflexiones sobre la sociedad internacional, tradición que suele asociarse con la llamada escuela inglesa de las Relaciones Internacionales pero que también es el rasgo distintivo de la escuela española.

Como veremos, en los últimos años las conceptualizaciones clásicas sobre la sociedad
internacional han sido objeto de una renovada atención.

I. DIÁLOGO: EL DEBATE NEORREALISMO-NEOLIBERALISMO

El prefijo “neo” presente en las denominaciones de las dos corrientes teóricas que
trataremos a continuación denota que ambas son reformulaciones de dos tradiciones
teóricas anteriores: el realismo y el liberalismo.

Los orígenes de la tradición realista pueden trazarse en la antigua Grecia (en el
historiador griego Tucídides, cronista de las guerras del Peloponeso) y en la antigua India (en la obra de Cautilia, ministro del rey Chandragupta) y tiene sus principales exponentes en Maquiavelo y Thomas Hobbes. Pero el desarrollo del realismo como teoría con pretensiones explicativas de la realidad internacional tuvo lugar en el marco de la guerra fría. Celestino del Arenal ha resumido así las principales características del realismo político como corriente teórica (Arenal, 1990: 129-130).

a) es una teoría normativa orientada a la política práctica, que busca a la vez acercarse a la
realidad internacional de la guerra fría y del enfrentamiento entre los bloques y de justificar
la política que los Estados Unidos pusieron en marcha para mantener su hegemonía;
b) está dominada por el pesimismo antropológico;
c) en coherencia con lo anterior, el realismo rechaza la existencia de una posible armonía
de intereses y el conflicto se considera connatural al sistema internacional;
d) la actuación del Estado viene determinada por el propio sistema. Con independencia de
su ideología o sistema político-económico, todos los Estados actúan de forma semejante,
tratando siempre de aumentar su poder;
e) junto al poder, el segundo elemento clave del realismo es la noción de interés nacional,
definida en términos de poder y que se identifica con la seguridad del Estado;
f) en general, el realismo político asume que los principios morales en abstracto no pueden
aplicarse a la acción política1.
1.De entre la abundante bibliografía dedicada al realismo destacamos las aproximaciones generales de Dunne
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
4
De entre el grupo de autores que desarrollaron el realismo como teoría a partir de
los años cuarenta se destaca en primera línea la figura de Hans Morgenthau, autor del
primer estudio sistemático de política internacional: Politics Among Nations (Morgenthau,
1978 [1948])2. Sin embargo, antes que Morgenthau sistematizara el enfoque realista, otros
autores desarrollaron ideas compatibles con él. Entre los principales destacamos a Edward
Carr (al que nos referiremos en el próximo apartado), Reinhold Niebuhr (Niebuhr, 1946) y
Georg Schwarzenberger (Schwarzenberger, 1941). En la senda marcada por Morgenthau se
destaca la obra de dos autores realistas que a diferencia de él ejercieron responsabilidades
importantes en la política exterior estadounidense: el diplomático George Kennan (ideólogo
de la estrategia de contención hacia la Unión Soviética (Kennan, 1957) y el secretario de
Estado y consejero de seguridad Henry Kissinger (Kissinger, 1964). Asimismo, en el
pensamiento de algunos de los autores pertenecientes a la llamada “escuela inglesa” como
Martin Wight o Hedley Bull hay elementos que han llevado en ocasiones a incluirlos dentro
de la corriente realista. Lo mismo ocurre con Raymond Aron (Aron, 1962) y su discípulo
estadounidense Stanley Hoffmann (Hoffmann, 1978, 1985).
(1997a) y de Viotti y Kauppi (1987). En nuestro medio existe una literatura relativamente abundante sobre el
realismo político. Por un lado, las obras generales sobre Relaciones Internacionales contienen capítulos más o
menos extensos dedicados a esta corriente (Mesa, 1977: 82-93), Medina (1983: 58-79), Barbé (1995: 60-64),
además de la ya citada obra de Arenal (1990: 126-155). Por otro lado, tenemos también los trabajos de Esther
Barbé sobre el realismo (Barbé 1987a y 1987b), además de los específicamente dedicados a la obra de
Morgenthau que citamos en la siguiente nota.
2.Sobre la obra de Morgenthau véase Barbé (1986, 1990), Hertz, Claude y Ashley (1981) y Rosenberg
(1990).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
5
El linaje de la tradición liberal, por su parte, no es tan antiguo. La tradición
internacionalista liberal está enraizada en la teoría política liberal desarrollada, sobre todo a
partir del siglo XVII, por pensadores de diferentes campos disciplinarios, principalmente
los de la filosofía política y la economía política. Immanuel Kant, John Locke, David
Hume, Jeremy Bentham, Adam Smith, Richard Cobden, James Madison y Thomas
Jefferson son algunos de los pensadores y políticos en activo que suelen asociarse a esta
tradición.
Sin embargo, pese a sus raíces más recientes, fueron la tradición y las
preocupaciones liberales las que impulsaron el nacimiento de las Relaciones
Internacionales como disciplina autónoma. Zacher y Matthews (1995: 109-110) han
resumido en tres puntos las tesis principales del pensamiento internacionalista-liberal que
florecieron en las primeras décadas de este siglo:
a) la idea de que las relaciones internacionales avanzan hacia una situación de mayor
libertad, paz, prosperidad y progreso;
b) la transformación en las relaciones internacionales está desencadenada por un proceso de
modernización desencadenado por los avances científicos y reforzada por la revolución
intelectual del liberalismo;
c) a partir de esos supuestos, el liberalismo insiste en la necesidad de promover la
cooperación internacional para avanzar en el objetivo de paz, bienestar y justicia.
Estas ideas están presentes en mayor o menor medida en las obras del grupo de
pensadores (y políticos) internacionalistas liberales cuyo pensamiento marcó los primeros
años de la existencia de la disciplina de las Relaciones Internacionales como J. A. Hobson,
Norman Angell, Woodrow Wilson (quien en sus célebres “catorce puntos” encarnó como
nadie las preocupaciones liberales), Leonard Wolff, Arnold Toynbee, David Mitrany y del
diplomático e historiador Alfred Zimmern, ocupante de la primera cátedra de Relaciones
Internacionales en la universidad galesa de Aberystwyth que fue inaugurada en 19193. En
el período de entreguerras se iniciaron diversas líneas de investigación bastante
promisorias, como por ejemplo el estudio de las condiciones de cambio pacífico, la
investigación de las bases económicas de la paz, las posibilidades de lo que actualmente se
designa como “gobernabilidad internacional” (international governance, término acuñado
para distinguirlo del de “gobierno” o government), el análisis de los efectos de la creciente
interdependencia económica en la autoridad de los Estados y en los fines y medios
tradicionales de la política exterior, el estudio del papel de la opinión pública y su impacto
en el desarrollo de una conciencia social internacional4.
3.Los pormenores de la institucionalización de la disciplina de las Relaciones Internacionales están
desarrollados en Medina (1983: 97-98) y Barbé (1995: 28-32).
4. Es evidente que todos estos temas no sólo forman parte de la agenda actual de las Relaciones
Internacionales sino que pertenecen al núcleo de intereses fundamentales de la disciplina, lo que pone en
evidencia la supervivencia del “idealismo” (término peyorativo acuñado por los autores realistas para referirse
a los internacionalistas liberales), cuyo contenido e importancia están experimentando actualmente un proceso
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
6
No cabe duda de que el realismo ha sido la tradición dominante y más influyente en
la disciplina, hasta el punto que se ha llegado a considerar que “el resto de la historia de las
Relaciones Internacionales es, en muchos aspectos, una nota a pie de página del realismo”
(Dunne, 1997: 110). Durante largos períodos se ha hablado de una “hegemonía” del
realismo en la disciplina. Ha sido una hegemonía con altibajos, pero que actualmente sigue
muy viva en la versión del “neorrealismo”. Por su parte, las distintas corrientes liberales
han sido el contrapunto tradicional al realismo.
Si tradicionalmente realismo y liberalismo se presentaban como enfoques
irreconciliables, no ocurre lo mismo con los actuales neorrealismo y neoliberalismo. De
hecho, ambas corrientes comparten el mismo programa de investigación o, en otras
palabras, una agenda común. No es casual que el cambio de denominación coincida con el
nuevo talante dialogante de ambos enfoques. Como tendremos ocasión de argumentar en
las páginas que siguen, los mismos cambios que transformaron al realismo en neorrealismo
y al liberalismo en neoliberalismo explican la existencia del actual diálogo, iniciado a
principios de la década de los ochenta. Por otra parte, el hecho de que los dos enfoques no
se hayan fusionado, pese a tener un programa de investigación común, significa que sigue
habiendo diferencias en las maneras en que ambos intentan explicar la realidad
internacional o, en palabras de Rafael Grasa, en el “grado de pertinencia que cada enfoque
adjudica a determinados fenómenos” (Grasa, 1997: 123). En lo que sigue nos proponemos,
precisamente, analizar las divergencias y semejanzas entre ambos enfoques. Antes de
considerar el diálogo en sí mismo consideraremos dos de los antecedentes del diálogo
actual (el del llamado debate realismo-idealismo y el del debate realismo-globalismo).
A) Los antecedentes del diálogo actual entre neorrealistas y neoliberales
El diálogo desarrollado actualmente entre neorrealistas y neoliberales tiene dos
grandes antecedentes. El primero es el del episodio que la historiografía de las Relaciones
Internacionales describe como “primer debate” tras su configuración como disciplina
autónoma en el período de entreguerras y que se conoce como “debate realismo-idealismo”.
El segundo se enmarca en el “tercer debate” o “debate interparadigmático” de los años
setenta, cuando se cuestionó la explicación de la realidad internacional de los enfoques
realistas hegemónicos en la disciplina desde fines de la Segunda Guerra Mundial por
parte de las aproximaciones “transnacionalistas”5 . Como a continuación veremos, ninguno
de esos episodios puede considerarse como un diálogo, en el sentido de un intercambio de
de reconsideración y revalorización (Osiander, 1998; Schmidt, 1994 y 1998).
5.El “segundo debate” entre cientificistas y tradicionalistas en los años sesenta fue un debate metodológico en
el que realistas y liberales estuvieron presentes en ambos campos. Sobre su desarrollo véase Arenal (1990:
111-124). Las principales contribuciones al debate están incluidas en la obra editada en Knorr y Rosenau
(1969).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
7
opiniones en el que las partes se escuchan e intentan convencerse mutuamente. De hecho,
en el primero de esos episodios casi no hubo un debate propiamente dicho.
1. El debate realismo-idealismo
Como bien se sabe, tras la Segunda Guerra Mundial la tradición realista pasó a
ocupar el puesto dominante en la teorización de las Relaciones Internacionales que había
tenido el pensamiento internacionalista liberal en el período de entreguerras. La transición
entre una y otra etapa suele explicarse con la idea de que realistas e “idealistas”6
mantuvieron una confrontación el llamado “primer debate” que los primeros habrían
“ganado”.
En realidad, casi no hubo intercambio de ideas entre ambos grupos. En los manuales
y otras obras de Relaciones Internacionales en las que se considera la evolución de la
disciplina, en los apartados dedicados al “primer debate” suele aparecer una única
referencia: la de las críticas de E. H. Carr a los internacionalistas liberales en su obra The
Twenty Years Crisis, de 1939 (Carr, 1989 [1939, 1946] ), una obra que ejerció gran impacto
desde el momento mismo de su publicación. Uno de sus argumentos principales es que el
pensamiento “utópico” de autores como Zimmern, Angell o Toynbee o de estadistas como
Eden, Lloyd George o Roosevelt fue una de las causas de que la Segunda Guerra Mundial
(inminente en el momento de la publicación del libro) estuviera a punto de estallar. Las
referencias de los manuales al “primer debate” no incluyen las respuestas que los autores
implicados dieron a las críticas. Con ello se refuerzan los argumentos de Carr, con lo que la
idea que hoy día solemos tener del carácter del debate es muy sesgada. Básicamente, esa
idea coincide con la manera en que Carr lo expuso en su obra, a saber, como un
enfrentamiento entre la “ciencia” (representada por el realismo) y la “utopía” (de los
internacionalistas liberales).
Pero esa es una representación muy distorsionada de las posiciones de ambas partes.
Por un lado, los autores que Carr llamaba “utópicos” lo eran en distinta medida, algo que el
tratamiento en bloque por parte de Carr no permite discernir7. Además, algunas de las ideas
que les atribuía Carr correspondían, más bien, a etapas anteriores del pensamiento liberal,
6.En realidad, los autores que hoy englobamos bajo la denominación de “idealistas” no se identificaban con
ella. La etiqueta de “idealistas” fue acuñada posteriormente para aludir a los autores que E. H. Carr llamó
(peyorativamente) “utópicos” en su obra The Twenty Years Crisis. Posiblemente la mayoría de ellos se
habrían reconocido como “internacionalistas liberales”. Sobre las distintas variantes del pensamiento
“idealista” véase Mesa (1977:141-146); sobre la conexión entre el “idealismo filosófico” (de Platón, Kant o
Hegel) y el “utopismo político” véase Medina (1983: 48).
7.Recientemente, y en el marco del reexamen al que está siendo sometido el pensamiento internacionalista
liberal en nuestra disciplina, se ha editado una antología de pensadores “idealistas” (que incluye obras de
Carr, Zimmern y Angell) que tiene el propósito declarado de difundir las ideas de “las víctimas de Carr”.
(Long y Wilson, 1995).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
8
como por ejemplo la nocion cobdeniana de “armonía de intereses”. Aún cuesta más aceptar
las afirmaciones que Carr hizo en su obra sobre el “realismo”, presentado como un modo
de teorizar objetivo, basado en la realidad y por ello capaz de desenmascarar las ideologías
(Carr, 1989: 63). Más bien, lo que hizo Carr en The Twenty Years Crisis fue oponer a las
premisas utópicas (o, mejor dicho, a las que él atribuía a los utópicos) otra serie de
premisas basadas en la tradición de pensamiento realista y que, según él, coincidían con la
realidad. Así, por ejemplo, la tesis “utópica” de la indivisibilidad de la paz, definida como
“la ideología de los no privilegiados que intentan elevarse al nivel de los privilegiados” y la
propuesta del mecanismo de seguridad colectiva, “la ideología de los Estados que,
particularmente dispuestos a atacar, pretenden establecer el principio de que un ataque
contra ellos debe convertirse en una razón de preocupación para otros Estados” (Carr:
1989: 30) son contrapuestas a “realidades”, como por ejemplo la de “la máxima realista de
que la justicia es el derecho de los más poderosos”(Carr: 1989: 63).
Más que un enfrentamiento entre ciencia y utopía, el encontronazo de Carr con los
internacionalistas liberales fue un choque entre dos visiones del mundo opuestas, o entre
dos “ideologías sociopolíticas”, en el sentido que Mario Bunge da al término: el de
“conjunto de creencias referentes a la sociedad, al lugar del individuo en ésta, al
ordenamiento de la comunidad y al control político de ésta” constituidas (al contrario de las
teorías sociopolíticas) por afirmaciones dogmáticas y que ni suelen ser producto de la
investigación básica ni cambian con los resultados de ésta (Bunge: 1981: 165-166). En el
momento histórico en que se desarrolló el debate, ninguna de esas visiones del mundo
estaba vinculada a una teorización lo suficientemente sistemática y articulada como para
que se la pudiera considerar científica, aún en un sentido amplio. Ello, naturalmente hacía
imposible que los incipientes realismo y liberalismo pudieran entablar un auténtico debate,
es decir, un diálogo.
El dominio del realismo en la teoría de las Relaciones Internacionales a partir del
fin de la Segunda Guerra Mundial no puede interpretarse, por lo tanto, como una “victoria”
de los “realistas” en el “debate” contra los “idealistas”, puesto que no hubo ni “debate” ni
prácticamente coexistencia en el tiempo entre “realistas” e “idealistas”. Más que con
ningún otro factor, la preponderancia de las teorizaciones inspiradas en la tradición realista
tras la guerra tuvo que ver con la utilidad de los enfoques realistas como guía de los
decisores políticos estadounidenses en las dimensiones militares y diplomáticas de las
relaciones internacionales (es decir, en “inspiradora de la ideología de la política exterior
norteamericana” (Mesa: 1977: 88) ), a partir de la emergencia de los Estados Unidos como
superpotencia en un sistema bipolar . En todo caso, lo que está claro es que los realistas no
“vencieron” en el debate gracias a la evidente superioridad de sus argumentos.
En el período de más de veinticinco años que media entre el final de la Segunda
Guerra Mundial y principios de la década del setenta -cuando, a partir del impacto de
acontecimientos tales como la crisis del petróleo o la guerra de Vietnam el cuestionamiento
al realismo se intensificó- hubo muy pocos intercambios entre las teorizaciones realistas
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
9
dominantes y las corrientes herederas de la tradición liberal8.
2. El debate realismo-transnacionalismo
El segundo antecedente del diálogo actual entre neorrealistas-neoliberales tuvo
lugar en la década de 1970, en el marco del llamado “tercer debate”, “debate realismoglobalismo”
o “debate interparadigmático”9 , debate enmarcado en el contexto político
de la distensión, la crisis del sistema de Bretton-Woods, la crisis del petróleo y el
aparente declive de la hegemonía estadounidense en el sistema internacional. Interesa
destacar el papel protagonista en el cuestionamiento al realismo en el marco de este
tercer debate de Robert O. Keohane10, puesto que es el mismo Keohane el principal
artífice del acercamiento actual entre neorrealismo y neoliberalismo. Junto con Joseph
Nye (un conocido autor neofuncionalista, hecho que señala la continuidad de la
tradición liberal), Keohane es el responsable (como editor y como autor) de las dos
obras más significativas de la corriente transnacionalista: Transnational Relations and
World Politics (1971, 1972) y Power and Interdependence (1977)11. El cuestionamiento
al “estatocentrismo” del modelo realista fue el aspecto principal de la crítica
“transnacionalista” de ese momento. En un mundo cada vez más interdependiente, las
teorizaciones basadas en la preponderancia del Estado-nación eran juzgadas
8.El cuestionamiento de Stanley Hoffmann a las teorías neofuncionalistas de la integración europea es uno de
los pocos ejemplos de enfrentamiento realismo-liberalismo en los años sesenta. (Hoffmann, 1964 y 1966).
9. Las tres denominaciones son problemáticas. La de “tercer debate” (tras el primer debate realismo-idealismo
y el segundo debate tradicionalismo-cientificismo) suele caracterizar al debate entre los autores realistas y los
defensores de las concepciones transnacionalistas. A partir de la introducción en Relaciones Internacionales
de la noción kuhniana de “paradigma científico”, el tercer debate se define también como “debate
interparadigmático” entre el paradigma realista, el transnacionalista ( o globalista, o liberal, o pluralista, o de
sociedad mundial, según los autores) y el estructuralista (también definido como marxista -aunque no todos
los autores estructuralistas se consideran marxistas- o, complicando aún más las cosas, como globalista ), por
más que la participación de las corrientes marxistas, muy minoritarias en Relaciones Internacionales, en
debates con las otras dos fue muy restringida. El problema es que también se ha incluido -a partir de un muy
citado artículo de Yosef Lapid (Lapid, 1989)- en el ámbito del “tercer debate” a la confrontación
epistemológica entre las teorías racionalistas clásicas y las “reflectivistas” (teoría crítica, postmodernismo y
feminismos), así como el diálogo actual neorrealismo-neoliberalismo. Una manera de ordenar un poco las
cosas es separar, como ha propuesto Ole Waever, el debate interparadigmático o “tercer debate”, que se daría
por concluido, de los dos debates paralelos de la década de los noventa, el debate neorrealismoneoliberalismo
por un lado y el debate racionalismo-reflexivismo por otro, dos aspectos de un “cuarto
debate”. (Waever, 1996: 149-185).
10. Sobre la interesante y variada trayectoria académica de Robert Keohane, véase Suhr (1997:90-120) y
Keohane (1989:403-415).
11.En estas obras Keohane y Nye no crearon una nueva perspectiva en Relaciones Internacionales sino que
articularon una serie de ideas presentes en enfoques preexistentes. Entre las obras publicadas con anterioridad
a las obras de Keohane y Nye y que influyeron también en la construcción de la perspectiva transnacionalista
cabe estacar las de Scott (1967); Rosenau (1969) y Deutsch (1968).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
10
insuficientes para describir y explicar la realidad internacional. La noción de
“interdependencia” y el papel de la fuerza militar en las relaciones internacionales
fueron también cuestiones centrales en la controversia y por lo tanto en las obras
citadas.
A diferencia del debate realismo-idealismo, el debate realismo-transnacionalismo
fue un debate real. En la obra editada por Ray Maghroori y Bennett Ramberg, Globalism
Versus Realism: International Relations’ Third Debate (Maghroori y Ramberg (eds.),
1982) ambas partes discutieron los méritos respectivos del enfoque estatocéntrico y la
noción de interdependencia. Es destacable, sin embargo, que hay un punto importante en
común con el debate materializado en la obra editada por Maghroori y Ramberg y el debate
realismo-idealismo de entreguerras. Se trata de la percepción del punto de vista contrario
como un punto de vista más “ideológico” que científico. Un ejemplo de ello es la crítica del
(neo)realista Kenneth Waltz al concepto de interdependencia, en su opinión un “mito” que
“oscurece las realidades de la política internacional y afirma al mismo tiempo una falsa
creencia sobre las condiciones que pueden promover la paz” (Waltz, 1982: 93). Quizás esa
percepción (mutua) de que la posición contraria estaba basada en unos supuestos “falsos”
haya sido lo que impidió que el debate se convirtiera en un auténtico diálogo, en el que las
partes estuvieran dispuestas a modificar sus posiciones a partir de los argumentos del
oponente. Lo que se hizo fue, simplemente, contraponer una serie de argumentos a otros sin
que, por lo general, existiera una voluntad clara de volverlos compatibles.
La aplicación del concepto de “paradigma científico” de Thomas Kuhn a las
Relaciones Internacionales sirvió para explicar esa situación que no se veía, en palabras de
Ole Waever, “como un debate que alguien debía ganar, sino como una situación de
pluralismo que se había de aceptar” (Waever, 1996: 155). Waever ha desarrollado
convincentemente el argumento de que la importación del concepto de paradigma científico
a las Relaciones Internacionales tuvo efectos paralizantes en la disciplina porque justificó la
falta de diálogo y de confrontación de ideas. Ello es así porque, por lo general, se adoptó
una versión muy simplista de la tesis de Kuhn sobre la inconmensurabilidad de los
paradigmas. Aunque es cierto que Kuhn consideraba que las teorías científicas (y los
paradigmas) eran inconmensurables, en tanto que cada una genera sus propios criterios de
evaluación y su propio lenguaje, no por ello creía cerrada la posibilidad de diálogo entre
teorías diferentes: Kuhn no era en manera alguna un relativista12.
12.Véase Kuhn (1962) y especialmente Kuhn (1970). De hecho, ya en 1972 Hedley Bull había alertado contra
la aplicación a las Relaciones Internacionales de “la retórica del progreso científico, mal aplicada a un campo
en el que no hay un progreso de un tipo estrictamente científico, [ lo que] lleva a limitar y oscurecer el tipo de
avance que sí es posible” (Bull, 1972). Otros autores que han cuestionado el uso del concepto de paradigma
científico en Relaciones Internacionales (por razones similares a las alegadas por Waever) son Smith (1992)
y Guzzini (1992). De todos modos, hay que señalar que ninguno de estos autores cuestiona el uso del
concepto de paradigma como pilar de la “cartografía” de la disciplina que han hecho numerosos manuales de
Relaciones Internacionales en los últimos años (adoptado, en nuestro medio, tanto por Arenal (1990) como
por Barbé (1995).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
11
B) El diálogo neorrealismo-neoliberalismo: precondiciones, desarrollo y resultados
Resulta muy difícil establecer en qué preciso momento el debate-enfrentamiento
realismo-transnacionalismo se convirtió en el debate-diálogo del neorrealismoneoliberalismo.
Probablemente haya habido una superposición entre ambos. De hecho, la
obra editada por Maghroori y Ramberg (donde el debate era más bien un enfrentamiento)
se publicó en 1982, el mismo año en que Steven Krasner editó el número especial de la
revista International Organizations dedicada al análisis de los “regímenes internacionales”,
un concepto que, como pronto veremos, fue un producto del diálogo constructivo entre las
corrientes (neo)realistas y (neo)liberales. En ese sentido, es destacable el hecho de que
Robert Keohane no participara en la obra de Maghroori y Ramberg y en cambio sí
contribuyera a la de Krasner.
1.Precondiciones
Pese a que la diferenciación entre el “tercer debate” y el diálogo neorrealismoneoliberalismo
(el actual “cuarto debate”) no es muy nítida en el tiempo, sí en cambio es
posible establecerla claramente a partir de otros elementos. Esos elementos – ”precondiciones” del diálogo- son los siguientes: la renuncia, por parte del sector
“transnacionalista” de Keohane, a crear un “paradigma alternativo” al realismo (a); la
formulación, por parte del mismo Keohane, de una propuesta concreta para integrar teorías
provenientes de la tradición realista y de la tradición liberal en un enfoque
multidimensional (b); el acercamiento de posiciones, consecuencia de la reformulación del
realismo en neorrealismo© y la del enfoque transnacionalista en (neo)liberalismo
institucional (d).
a) En Power and Interdependence, de 1977, Keohane y Nye renunciaron a su propósito
inicial -manifestado en Transnational Relations and World Politics de 1971/1972 – de
construir un paradigma alternativo al realismo, el de la “política mundial” (Keohane y Nye
(eds.), 1972: XXIV). Sostuvieron que ya no pretendían construir un nuevo paradigma sino
completar el realismo -a su entender un enfoque válido para conceptualizar ciertos aspectos
de la realidad internacional- con el enfoque de la interdependencia, dedicado al análisis de
las relaciones transnacionales (Keohane y Nye, 1977: 23-24). Esta actitud conciliadora
contrastaba con la de otros autores también pertenecientes a la corriente transnacionalista,
como por ejemplo Richard Mansbach, Yale Ferguson o John Vasquez, que sí entendían sus
esfuerzos como diametralmente opuestos a los de las concepciones realistas clásicas y
siguieron, por consiguiente, reclamando la constitución de un “nuevo paradigma”
(Mansbach, Ferguson y Lampert, 1977; Mansbach y Vasquez, 1981).
b) La propuesta de integrar distintos programas de investigación en un enfoque
multidimensional amplio fue esbozada por primera vez por Keohane en un artículo
publicado en 1983 (Keohane, 1983, 1987) aunque, de hecho, Keohane ya estaba embarcado
en un productivo diálogo con los autores (neo)realistas en torno al concepto de régimen
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
12
internacional (Keohane, 1982). En ese artículo Keohane procedía al análisis del “realismo
estructural” (la reformulación del realismo de Kenneth Waltz en Theory of International
Politics, que en la actualidad se conoce más bien como “neorrealismo” y se distingue de
otras propuestas que sí se conocen como “realismo estructural” (Buzan, Jones y Little,
1993) ) y sostenía que, dadas sus virtudes rigor y claridad y potencialidades para
desarrollar una teoría lógicamente coherente, además de clara y relativamente simple
podría -junto a otras líneas de investigación conectadas al programa de investigación
realista (los trabajos de Snyder y Diesing en teoría de los juegos (Snyder y Diesing, 1977) y
las obras de Robert Gilpin (Gilpin, 1975, 1981), en particular sus explicaciones sobre las
causas de declive de los Estados hegemónicos)-, convertirse en el núcleo de “un enfoque
multidimensional a la política mundial que incorporara varios marcos analíticos o
programas de investigación”. Uno de esos programas sería el propio neorrealismo
(“realismo estructural” en los términos empleados por Keohane), dedicado a investigar
cuestiones relativas al poder y a los intereses. Otro sería un “programa de investigación
estructural modificado” (el de sus propias investigaciones), centrado en el análisis de las
instituciones y reglas internacionales. Un tercero, por último, se ocuparía de teorías de
política interna, de toma de decisiones y de procesamiento de la información y tendría la
función de conectar las dimensiones internas e internacionales.
c) La reformulación del realismo en neorrealismo por parte de Kenneth Waltz en 1979 fue
otra de las condiciones básicas para el acercamiento de las posiciones de los participantes
en el actual diálogo. Esta reformulación tuvo lugar en una de las obras más influyentes -y
más polémicas- en la literatura de las Relaciones Internacionales: Theory of International
Politics (Waltz, 1979). Su autor la redactó a partir de los siguientes propósitos:
1. Desarrollar una teoría de la política internacional más rigurosa que la de los anteriores
autores realistas.
2. Mostrar cómo se puede distinguir entre el nivel de análisis de la unidad de los elementos
estructurales y luego establecer conexiones entre ambos.
3. Demostrar la inadecuación de los análisis prevalecientes, que van “de dentro hacia
afuera” (inside-out) que han dominado el estudio de la política internacional.
4. Mostrar cómo cambia el comportamiento de los Estados y cómo los resultados
esperables varían a medida que los sistemas cambian.
5. Sugerir fórmulas para verificar la teoría y dar algunos ejemplos de aplicación práctica,
principalmente en cuestiones económicas y militares (Waltz: 1986: 322).
La reformulación del realismo de Waltz mantiene los principales supuestos del
realismo clásico: los Estados unidades racionales y autónomas son los principales actores
de la política internacional, el poder es la principal categoría analítica de la teoría, y la
anarquía es la característica definitoria del sistema internacional. Pero, a diferencia del
realismo, el neorrealismo centra su explicación más en las características estructurales del
sistema internacional y menos en las unidades que lo componen. Según Waltz, el
comportamiento de las unidades del sistema (Estados) se explica más en los
constreñimientos estructurales del sistema que en los atributos o características de cada una
de ellas (Waltz: 1979: 88-97).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
13
Pero quizás las principales diferencias entre el neorrealismo de Waltz y el realismo
clásico sean más formales que de sustancia y, en especial, ese intento de construir una
teoría clara, rigurosa, y concisa, de “explicar pocas cosas, pero importantes” (Waltz, 1975:
3-4). En ese sentido, la contribución (popperiana) de Waltz a la epistemología de las
relaciones internacionales es reconocida y apreciada incluso por sus críticos (Mansbach:
1996:93; Mouritzen, 1997). Otro aspecto formal que llama la atención en la teoría
neorrealista es el uso de la teoría microeconómica de las estructuras de mercado. Para
Waltz, el sistema internacional funciona como un mercado “interpuesto entre los actores
económicos y los resultados que producen. Ello condiciona sus cálculos, su
comportamiento y sus interacciones” (Waltz, 1990: 90-91). Esta analogía mercado-sistema
internacional propiciará también un uso importante, por parte de los neorrealistas, de los
modelos de las teorías de la acción racional, rasgo que compartirán con el neoliberalismo
institucional.
d) Por su parte, el “programa de investigación estructural modificado” que Keohane se
disponía a construir representaba un alejamiento significativo con respecto a las anteriores
posturas “transnacionalistas” del autor. El programa asumía algunas de las premisas del
(neo)realismo, aunque con ciertos matices:
I) La premisa de que los Estados son los principales actores internacionales, aunque no los
únicos.
II) La premisa de que los Estados actúan racionalmente, aunque no a partir de una
información completa ni con preferencias incambiables
III) La premisa de que los Estados buscan poder e influencia, aunque no siempre en los
mismos términos (en diferentes condiciones sistémicas, los Estados definen sus intereses de
manera diferente) (Keohane, 1983)
No obstante, y como ya hemos señalado, el centro de interés del “programa de
investigación estructural modificado” es el estudio de las reglas e instituciones
internacionales. Aquí se manifiesta con claridad el componente “liberal” del programa de
Keohane: en el interés de analizar las instituciones internacionales (un concepto amplio que
incluye a todas las modalidades de cooperación internacional formales e informales) y en la
premisa (de origen claramente liberal) de que la cooperación es posible y que las
instituciones modifican la percepción que los Estados tienen de sus propios intereses,
posibilitando así la cooperación (que los realistas/neorrealistas ven sólo como un fenómeno
coyuntural). En los trabajos desarrollados por Robert Axelrod en el marco de la teoría de
los juegos (Axelrod, 1984) Keohane encontró una buena base para explicar la
compatibilidad de las premisas realistas (Estados en situación de anarquía y motivados,
ante todo, por la búsqueda de poder) con las liberales (posibilidad de cooperación),
distanciándose (aunque no totalmente) del optimismo del liberalismo clásico. En el artículo
que escribieron juntos en 1985, los autores diferenciaban su propia noción de
“cooperación” de la “armonía de intereses” del liberalismo clásico:
Cooperación no equivale a armonía. La armonía exige una total identidad
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
14
de intereses, pero la cooperación sólo puede tener lugar en situaciones en
las que hay una mezcla de intereses conflictivos y complementarios. En
esas situaciones la cooperación tiene lugar cuando los actores ajustan su
comportamiento a las preferencias reales o previstas de los demás. Así
definida, la cooperación no es necesariamente buena desde un punto de
vista moral” (Axelrod y Keohane, 1985): 226)
Otra vertiente teórica en la que Keohane se apoyó para explicar la compatibilidad
entre la estructura anárquica del sistema internacional y la cooperación proviene de la
microeconomía, y en concreto del concepto de “fallos del mercado”. Esta noción alude a la
incapacidad de un mercado perfecto (no regulado) de proporcionar adecuadamente bienes
públicos a una sociedad, así como a la posibilidad de que un mercado no regulado dé lugar
a “males públicos” tales como la contaminación. A partir de la identificación de la sociedad
internacional anárquica y un mercado imperfecto, Keohane y los autores neoliberales en
general se han inspirado en los modelos elaborados por los economistas sobre la regulación
de los mercados para defender las posibilidades de cooperación internacional.
Del énfasis del papel de las instituciones13 en la cooperación internacional proviene
el nombre que Keohane dio al programa, de “institucionalismo liberal” en su obra After
Hegemony (Keohane, 1984). El prefijo “neo” que transformó el nombre del programa en
“institucionalismo neoliberal” o, simplemente, en “neoliberalismo” proviene de un artículo
(crítico para con el enfoque) de Joseph Grieco (Grieco, 1988), quien lo usó no sólo para
referirse a la novedad del enfoque sino para diferenciarlo del “institucionalismo liberal
clásico”, de las teorías funcionalistas y neofuncionalistas de la integración europea, una
tradición de la que Keohane se reconoce deudor (Keohane, 1984: 22).
Keohane ha sostenido enfáticamente que el neoliberalismo institucional debe tanto
al realismo como a la tradición liberal:
En consonancia con el realismo -y asumiendo que se lo suele designar como
“neorrealismo”- la teoría institucionalista asume que los Estados son los
principales actores en la política mundial y que se comportan en base a las
concepciones que tienen de sus propios intereses. Las capacidades relativas
la “distribución de poder” del realismo siguen siendo importantes, y los
Estados se ven obligados a depender de sí mismos para obtener ganancias
de la cooperación. Sin embargo, la teoría institucionalista pone también
13. Keohane definió las instituciones como “conjuntos de reglas (formales e informales) estables e
interconectadas que prescriben comportamientos, constriñen actividades y configuran expectativas”. A su vez,
las instituciones pueden ser de tres clases: a) organizaciones gubernamentales y no gubernamentales
(deliberadamente establecidas y diseñadas por los Estados, con carácter burocrático y reglas explícitas), b)
regímenes internacionales (instituciones con reglas explícitas acordadas por los gobiernos pero con nivel de
institucionalización menor que las instituciones) y convenciones (situaciones contractuales que comportan
reglas implícitas que configuran las expectativas de los actores) (Keohane, 1989b: 2-4).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
15
énfasis en el papel de las instituciones internacionales en el cambio de las
concepciones del propio interés. De ahí que se apoye en las ideas liberales
sobre la formación de intereses. (….) es crucial recordar que [el
neoliberalismo institucional] tiene tantos elementos del realismo como del
liberalismo: no puede ser encasillada simplemente como una teoría “liberal”
opuesta en todos sus elementos al realismo. Es sin duda tan erróneo
referirse a ella como liberal como darle el nombre de neorrealismo.
(Keohane, 1993: 271-272)-
Asimismo, no pocos autores han clasificado a Keohane como un autor
“neorrealista” (Ferguson y Mansbach, 1991: 364; Ashley, 1984; Palomares Lerma, 1991:
29; Barbé, 1995: 62-63 n. 76). Sin embargo, y pese a los esfuerzos de Keohane por tender
puentes entre las distintas tradiciones de pensamiento e incluso llegar a una síntesis de las
corrientes teóricas actuales, la esencia de su enfoque es -como han percibido autores
neorrealistas como Grieco (1988)- radicalmente opuesta a los supuestos realistas. El
tradicional pesimismo realista y el tradicional énfasis liberal en las posibilidades de
cooperación están muy presentes en los actuales neorrealismo y neoliberalismo. Ello
impedirá, muy posiblemente, que ambos enfoques acaben fundiéndose en una síntesis total,
pero no ha impedido el establecimiento de un diálogo muy productivo, cuyas características
consideraremos a continuación.
C) El desarrollo del diálogo: temática y metodología
El diálogo ha tenido dos focos temáticos principales. Uno ha sido el de la discusión
de la teoría neorrealista de Waltz. Es lo que se ha hecho en la obra editada por Keohane
Neorealism and its Critics (Keohane, 1986 ), donde se reproducen los cuatro capítulos más
importantes de Theory of International Politics de Waltz y se incluyen contribuciones
neorrealistas (Robert Gilpin) junto a otras que se enmarcan en los enfoques que más
adelante el propio Keohane definiría como “reflectivistas” (de John G. Ruggie, Robert Cox
y Richard Ashley), el artículo de Keohane de 1983 que ya hemos comentado y en el que
proponía el establecimiento del diálogo y (lo que demuestra que se trata de un auténtico
diálogo) una respuesta de Waltz a los comentarios de sus críticos.
Pero el tema principal del diálogo neorrealismo-neoliberalismo es el de los “efectos
de las instituciones internacionales en el comportamiento de los Estados en una situación de
anarquía internacional” (Smith, 1997: 170). ¿Pueden o no compensar las instituciones
internacionales los efectos de la anarquía? Los neoliberales sostienen que sí y los
neorrealistas que no, y en las creencias de cada grupo están presentes, sin duda, las
tradicionales visiones del mundo realista y liberal. Pero lo importante es que, más allá de
ello (y a diferencia de lo que ocurría en el pasado), ambos grupos de autores se avienen a
intentar demostrar sus ideas y a intentar confirmar la validez de sus supuestos a partir de la
confrontación de teorías y de hechos. Si, como sostiene Bunge, la aceptación de que los
resultados de la investigación pueden cambiar los supuestos básicos es lo que diferencia a
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
16
las ideologías sociopolíticas de las teorías sociopolíticas (Bunge, 1981), entonces el diálogo
neorrealismo-neoliberalismo sería valioso sólo por ello, más allá de sus resultados
concretos.
Las discusiones sobre si la anarquía es o no superable se han materializado en
numerosos artículos publicados, fundamentalmente, en la revista International
Organization. Además hay dos libros que recogen ese aspecto del debate: International
Regimes, editado por Steven Krasner (Krasner, 1982 y 1983) y, sobre todo, Neorealism and
Neoliberalism, editado por David Baldwin (Baldwin, 1993). Este autor es, precisamente,
quien en el artículo introductorio del libro mejor ha sintetizado el contenido del debate
neorrealismo-neoliberalismo y las principales divergencias entre ambas escuelas a
principios de los noventa, que eran las seis siguientes:
1. La naturaleza y las consecuencias de la anarquía internacional. Para los neorrealistas, la
anarquía plantea unas constricciones al comportamiento estatal mucho más importantes que
las admitidas por los neoliberales.
2. La cooperación internacional. Para los neorrealistas, la cooperación internacional es más
difícil de lograrse, más difícil de mantenerse y más dependiente de las relaciones de poder
de los Estados que lo que afirman los neoliberales.
3. Beneficios absolutos/relativos. Este era el núcleo del debate a principios de los años
noventa. De las posiciones que cada enfoque mantenía al respecto se desprendían las
expectativas (positivas para los neoliberales, negativas para los neorrealistas) de cada grupo
de autores sobre las posibilidades de la cooperación internacional. Los neorrealistas
sostenían que los Estados, al iniciar la cooperación con otros, buscan ante todo mejorar su
posición relativa frente a los demás. En otras palabras, lo que interesa a los Estados es, más
que obtener ganancias, mantener o alcanzar una posición de superioridad frente al resto. De
ahí que teman que otros Estados puedan obtener ganancias mayores que ellos en la
cooperación (superarlos en ganancias relativas). Ese temor a que la cooperación con otros
Estados aumente su superioridad es lo que impediría la cooperación a largo plazo. Los
neoliberales no negaban que en determinadas condiciones la cooperación se vea impedida o
dificultada por la preocupación de los Estados por los beneficios relativos, pero
consideraban que en general prevalecerá el deseo de obtener beneficios absolutos -deseo
que llevará a intentar maximizar el nivel total de los beneficios de quienes cooperan-14.
4. Las prioridades de las metas estatales. Ambos enfoques entienden que tanto la seguridad
como el bienestar económico son metas importantes, pero suelen diferir en cuanto a cuál
de ellas es prioritaria para los Estados. Los neorrealistas, igual que los realistas clásicos,
ponen el énfasis en la seguridad -por más que, a diferencia de aquéllos, participaban
activamente en los debates sobre temas económicos-. Los neoliberales consideran que las
14.Véase un análisis detallado de la problemática “beneficios absolutos vs. relativos” en Niou y Ordeshook
(1994: 209-234).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
17
prioridades económicas son básicas para los Estados.
5. Capacidades e intenciones. Los neorrealistas, igual que los realistas clásicos,
consideraban que la distribución de recursos (capacidades) de los Estados es el factor que
mejor explica su comportamiento, incluida su participación en esquemas de cooperación
con otros Estados. Los neoliberales ponen énfasis en las intenciones. Así, por ejemplo,
argumentan que la sensibilidad de los Estados con respecto a las ganancias relativas de los
demás se ve muy influenciada por las percepciones que se tengan sobre las intenciones de
esos Estados. Las ganancias relativas obtenidas por Estados clasificados como enemigos
serían mucho más preocupantes que las que consiguen los aliados.
6. El papel de los regímenes y las instituciones. Para los neoliberales, los regímenes y las
instituciones internacionales mitigan los efectos constreñidores que tiene la anarquía sobre
la cooperación. Sin negarlo, los neorrealistas consideran exagerado el papel que atribuyen
los neoliberales a regímenes e instituciones15.
Aunque las diferencias entre neorrealistas y neoliberales no se han resuelto, algunas
de ellas se han reformulado a partir del debate. Es el caso de la controversia sobre
ganancias absolutas/relativas. La cuestión de si los Estados persiguen ganancias absolutas o
relativas ha sido reformulada, según Keohane, en la siguiente pregunta: “bajo qué
condiciones los Estados emprenden una cooperación mutuamente beneficiosa para
preservar su poder y estatus relativos?” (Keohane, 1998:88). En la actualidad, la
controversia neorrealismo-neoliberalismo se centra en la capacidad de las instituciones
internacionales de afectar los resultados de las negociaciones multilaterales de los Estados
(Fearon, 1998).
Es llamativo el hecho de que el debate neorrealismo-neoliberalismo se haya
centrado en la dimensión de cooperación y que prácticamente haya dejado intacta la del
conflicto (cuando el tema de la utilidad o no de la fuerza militar era uno de los principales
en los enfrentamientos entre transnacionalistas y realistas). En teoría, la posibilidad de
aplicar el programa del institucionalismo neoliberal está abierta, y así lo ha señalado
Keohane (Keohane y Martin, 1995: 39). En la práctica, empero, los estudios de seguridad
siguen estando prácticamente monopolizados por el neorrealismo.
En cuanto a la metodología que se ha seguido, lo que más llama la atención es la
influencia de la teoría económica y el uso de la teoría de los juegos para conceptualizar las
situaciones de anarquía-cooperación (en base a los modelos que los economistas usan para
distinguir entre diferentes clases de mercado). Se razona en abstracto, y se parte de la base
que los actores (Estados u otros) se comportan racionalmente. Las referencias históricas
que aparecen en los trabajos son, si las hay, muy generales. Tampoco el derecho, la
15.Esta enumeración de las diferencias entre neorrealistas y neoliberales de Baldwin ha sido reproducida en
distintos manuales y cursos, como por ejemplo en Baylis y Smith (1997: 170) y, entre nosotros, por Grasa
(1997:144-145).
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18
filosofía, la sociología o la psicología parecen informar sus contenidos.En ese sentido,
Keohane ha subrayado el “carácter racionalista y utilitarista” de ambos enfoques (Keohane
y Martin, 1995:39) .
D) Algunos resultados del diálogo
a) El diálogo entre neoliberales y neorrealistas ha estructurado el debate del área o
subdisciplina de la Economía Política Internacional (Guzzini, 1992; Kébabdjian, 1999;
Higgott, 1994; García Segura, 1999), centrada en “la interacción recíproca y dinámica en
las relaciones internacionales de la búsqueda de la riqueza y del poder”, que es como la
definió Robert Gilpin, un autor clave en su desarrollo (Gilpin, 1975). En economía política
internacional la discusión teórica ha estado estructurada, desde el nacimiento de la
disciplina en los años setenta, según la misma lógica que las relaciones internacionales.
Así, en los años setenta se definía como un diálogo entre realistas (o mercantilistas),
liberales y marxistas y en la actualidad como un debate entre neorrealistas-neoliberales con
una participación menor de autores neo-marxistas, en general vinculados a la teoría crítica
inspirada en Gramsci.
Es destacable que en teoría política internacional el debate se considera muy
constructivo por sus participantes, que destacan que la dialéctica neorrealismoneoliberalismo
ha permitido desarrollar un rico programa de investigación en el que cada
una de las partes ha ido refinando progresivamente sus posiciones iniciales (Krasner, 1996).
Asimismo, puede decirse que el concepto de régimen internacional (categoría
central en la Economía Política Internacional, aunque empleada en general en las
Relaciones Internacionales) es casi exclusivamente un producto del diálogo neorrealismoneoliberalismo.
De hecho, una de los primeros indicadores de que neorrealistas y
neoliberales se estaban embarcando en una empresa constructiva fue el acuerdo que
alcanzaron sobre la que hoy se conoce como “definición canónica” de régimen
internacional. La llamada “definición canónica” es la que fue consensuada en 1983 entre
neorrealistas y neoliberales y aparece en el volumen editado por Steven Krasner en 1982
(como número especial de International Organization y en 1983 (como volumen
independiente):
Los régimenes internacionales son principios, normas, reglas y
procedimientos de toma de decisiones en torno a los cuales las expectativas
de los actores convergen en un área determinada de las relaciones
internacionales. Los principios son creencias de hecho, de causalidad o de
rectitud. Las normas son estándares de comportamiento definidas en
términos de derechos y obligaciones. Las reglas son prescripciones o
proscripciones para la acción específicas. Los procedimientos de toma de
decisiones son las prácticas prevalecientes para llevar a cabo y aplicar las
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
19
decisiones colectivas” (Krasner, 1983:2)16.
Sobre esa base común, neoliberales y neorrealistas pasaron a debatir casos
concretos de creación y mantenimiento de regímenes internacionales. Los primeros -a partir
de la idea de que los Estados consideran, ante todo, los beneficios absolutos que les puede
reportar la cooperación-, conciben los regímenes, ante todo, como el producto de la
maximización de intereses de los participantes. Los segundos -desde la premisa de que los
Estados se preocupan, ante todo, por la posición relativa en la escala de poder
internacional- los entienden como un producto de las relaciones de poder y explican los
regímenes bien a partir de la hegemonía de una potencia, bien a partir de una determinada
configuración de las relaciones de poder.
b) El diálogo neorrealismo-neoliberalismo está también en la base del intento de
reconceptualización de las teorías de la integración europea emprendido por Robert
Keohane, Stanley Hoffmann y Andrew Moravcsik (Keohane y Hoffmann, 1991;
Moravcsik, 1991, 1993). El “institucionalismo intergubernamental” es un intento de
fusionar algunas ideas de la teoría neofuncionalista (despojándola, sin embargo, de su
componente teleológico) y las criticas intergubernamentalistas (realistas) de Hoffmann a las
teorías clásicas de la integración europea (Hoffmann 1964, 1966). El sistema político
comunitario se concibe como un régimen internacional (Moravcsik, 1993: 140) o como una
“red” (network) (Keohane y Hoffmann, 1991: 10) basada en la convergencia de intereses de
sus miembros, en particular los tres grandes Estados europeos: Alemania, el Reino Unido y
Francia. A su vez, el proceso comunitario se define como a la vez intergubernamental y
supranacional: intergubernamental porque la autoridad máxima la detentan los gobiernos
(no las instituciones europeas), protagonistas en el proceso de toma de decisiones de la CE /
UE; supranacional por las maneras en que las decisiones se toman: en el seno de
instituciones centrales en las que prevalece la regla de mayoría cualificada en el voto,
controladas por el Tribunal de Justicia y amparadas por el derecho comunitario (Keohane y
Hoffmann, 1991: 16). Esto resuelve lo que para los neofuncionalistas aparecía como una
contradicción: el papel primordial de los gobiernos en el proceso comunitario paralelo al
paulatino fortalecimiento de las instituciones comunitarias, proceso que para los
neofuncionalistas no podía ser simultáneo (Haas, 1968).
El modelo institucionalista intergubernamental se ha usado para explicar la
dinámica del Acta Única y del Tratado de la Unión Europea (Maastricht) (Keohane y
Hoffmann, 1991) y al papel de las instituciones en la Europa de la inmediata post-guerra
fría (Keohane, Nye, Hoffmann, 1993). Asimismo, se han destacado sus potencialidades
para explicar la dinámica de la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión
Europea (Hill y Wallace, 1996; Salomón, 1999). También es de destacar su afinidad con el
enfoque intergubernamentalista desarrollado por Paul Taylor (Taylor, 1991, 1996).
16.Hasenclever, Mayer y Rittberger (1996; 2000) han realizado un análisis pormenorizado de la evolución de
los debates en torno al concepto de régimen internacional.
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
20
c) Un tercer esfuerzo que puede ser considerado producto del diálogo es el intento
de construir una teoría general de las relaciones internacionales sobre la base del
neorrealismo pero también usando las aportaciones del neoliberalismo institucional,
además de las de otras teorizaciones. Es la propuesta del “realismo estructural”, de Barry
Buzan, Charles Jones y Richard Little Little (Buzan, Jones y Little, 1993). Los autores
adoptan una posición semejante a la de Keohane: aceptan los presupuestos “duros” del
realismo pero con modificaciones. Afirman, además, que
[el realismo estructural que proponen] proporciona una base para sintetizar
los enfoques neoliberal y neorrealista al estudio del sistema internacional
(…), lo que abre la posibilidad de transformar una teoría de la política
internacional en una teoría de las relaciones internacionales” (Buzan, Jones
y Little, 1993: 62-63).
Los autores comparten, con los neoliberales institucionalistas y con los teóricos de
la sociedad internacional, la idea de que la anarquía puede dar lugar a una cooperación
sostenida, no sólo coyuntural. Asimismo, igual que los autores constructivistas, rechazan
las analogías microeconómicas de neorrealistas y neoliberales e insisten en el papel de los
factores sociocognitivos en las interacciones de las unidades (Estados) en el sistema
internacional.
Así, aún partiendo de la misma base común a neorrealismo y neoliberalismo
institucional (Estados como principales actores, con carácter racional y unitario,
actuando en función del poder y calculando sus intereses en función del poder) Buzan y
sus colegas proponen ciertas modificaciones importantes a las premisas neorrealistas.
En primer lugar, una defininición de estructura menos rígida que la de Waltz y
aplicable a sectores diferentes que los estrictamente políticos. En segundo lugar,
proponen desagregar el concepto de poder (poder militar, poder económico, poder
ideológico…) para explicar situaciones en las determinadas estructuras de poder se
mantengan incambiadas y en cambio otras varíen. En tercer lugar, proponen un nuevo
nivel de análisis, el de la “capacidad de interacción” entre las unidades. Según los
autores, una teoría así concebida permite explicar las situaciones de transformación del
sistema internacional y por lo tanto el fin de la guerra fría, la carencia más señalada en
el neorrealismo. Para ello es básico la desagregación del concepto de poder en distintas
capacidades. Así, el fin de la guerra fría se conceptualizaría teóricamente como un
cambio en la estructura distribucional de poder, en la que el poder económico
permanece incambiado y en cambio el poder político y militar se distribuyen de una
nueva manera.
El realismo estructural, pues, es una especie de operación de rescate del
neorrealismo, por más que en el camino se lo modifica tanto que queda casi irreconocible.
Buzan ha justificado esta posición con argumentos similares a los expuestos, en su día, por
Keohane. Buzan encuentra el neorrealismo es intelectualmente atractivo por su relativa (no
absoluta) coherencia intelectual y porque considera que es un buen punto de partida para
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
21
construir un marco teórico unificado de las Relaciones Internacionales (Buzan, 1996: 62-
63). Es una posición diametralmente opuesta a la de los autores que reclaman la
“reestructuración” de la disciplina y la teorización en Relaciones Internacionales y que
consideraremos en el próximo apartado.
II. DISIDENCIA: LA FRACTURA RACIONALISMO VS. REFLECTIVISMO
La disidencia17 es la segunda tendencia en la que focalizaremos nuestra reflexión
sobre la teorización en Relaciones Internacionales en los últimos años. En este apartado
consideraremos una serie de enfoques recientemente surgidos en el panorama teórico de
nuestra disciplina vinculados (aunque no en todos los casos) a la propuesta de llevar a cabo
una “reestructuración” de las Relaciones Internacionales (Neufeld, 1995). En parte, los
enfoques disidentes se explican como reacción a las carencias percibidas en las teorías
tradicionales, en especial la falta de elementos que permitieran no ya predecir sino
simplemente explicar el fin de la guerra fría (Arenal, 1993). En ese sentido, es un tipo de
reacción opuesto a esfuerzos como los del realismo estructural de Buzan. También se
explican como reacciones a las propias situaciones de cambio en el sistema internacional.
Algunos autores vinculados a estos enfoques aluden a las crisis de los años setenta al
referirse a sus motivaciones para buscar teorías alternativas, el mismo impulso que llevó a
la formulación de las corrientes transnacionalistas (Cox, 1981). No hay duda del enorme
impacto de los acontecimientos de 1989-91 en los llamamientos a la reestructuración y a la
disidencia, llamamientos que en los últimos años han perdido intensidad. Por último, los
enfoques disidentes son un reflejo de los debates metodológicos, epistemológicos,
ontológicos y axiológicos que se mantienen en el ámbito más amplio de las ciencias
sociales, así como de ciertas modas intelectuales de origen parisino y del pesimismo
vinculado a la desilusión con el proyecto “modernista” de la Ilustración (Holsti, 1998).
17. El término que hemos escogido para esta dinámica obedece a la autodefinición como “disidentes” que
asume una buena parte de los autores considerados en este apartado. Una muestra de esa autopercepción está
en el título del artículo introductorio al número extraordinario del International Studies Quaterly (editado por
los autores postmodernos R. Ashley y R. B. J. Walker): “Speaking the Language of Exile: Dissident Thought
in International Studies”, (Ashley y Walker, 1990).
La contraposición entre los nuevos enfoques “disidentes” y los viejos enfoques
“hegemónicos” o “tradicionales” fue planteada por primera vez por Robert Keohane, en la
conferencia que le correspondió pronunciar en marzo de 1988 en calidad de presidente – durante el curso 1988-89- de la International Studies Association (Keohane, 1989b). Desde
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
22
ese cargo institucional -que lo convertía en legítimo portavoz de la teorización hegemónica
en la academia estadounidense- Keohane identificó la nueva gran fractura que, a su
entender, dividía el campo de las Relaciones Internacionales.
A un lado de la fractura situó Keohane las teorías “racionalistas”, las que consideran
posible juzgar objetivamente los comportamientos, como el realismo/neorrealismo y
liberalismo/neoliberalismo. Del otro situó las teorías que llamó “reflectivistas”
(reflectivist). Según Keohane, los autores “reflectivistas” (entre los cuales señaló a
Hayward Alker, Richard Ashley, Friedrich Kratochwil y John Ruggie18) tenían en común a)
su desconfianza hacia los modelos científicos para el estudio de la política mundial, b) una
metodología basada en la interpretación histórica y textual y c) la insistencia en la
importancia de la reflexión humana sobre la naturaleza de las instituciones y sobre el
carácter de la política mundial. Asimismo, Keohane sostuvo que, pese a su interés, los
enfoques “reflectivistas” eran unos enfoques marginales en la disciplina y que lo seguirían
siendo si no desarrollaban unos programas de investigación empíricos concretos y que
contribuyeran a la tarea de clarificar las cuestiones centrales de la política mundial.
Desde entonces, algunos autores han clasificado la controversia entre estos
enfoques reflectivistas y las teorizaciones asentadas en la tradición racionalista
occidental como pertenecientes a un nuevo debate en la disciplina de las Relaciones
Internacionales, paralelo en el tiempo pero de naturaleza muy diferente al diálogo
neorrealismo-neoliberalismo (Waever, 1996; Smith, 1997).
No hay acuerdo entre los autores sobre la denominación de la familia de enfoques
que Keohane llamó “reflectivistas”. Algunos autores han optado por la denominación de
“tendencias post-positivistas” aludiendo al posicionamiento de varios de ellos frente a la
manera “positivista” de entender la ciencia (Lapid, 1989). El problema que supone el uso
de esa denominación es que podría sugerir que se está aceptando la dicotomía
positivismo/postpositivismo tal como algunos de esos autores la plantean, lo que, como
argumentaremos más adelante, no es nuestro caso. Otro grupo de autores distingue entre
“teoría crítica” (enfoques reflectivistas en general) y “Teoría Crítica” (el enfoque
específicamente habermasiano y neomarxista) (George, 1989; Brown, 1994; Wendt, 1995).
Es evidente que también esa solución se presta a confusiones. Para evitarlas hemos
adoptado aquí la denominación de “enfoques reflectivistas” de Keohane. Tiene, sobre las
demás, la ventaja de que no parece señalar a ninguno de estos enfoques en particular. Por
otra parte, aunque se trata de una denominación dada desde fuera, la usan también algunos
autores que se identifican con esas corrientes, como por ejemplo Steve Smith (Smith, 1997)
o Mark Neufeld (Neufeld, 1993).
18.Los dos primeros se inscriben en la corriente o corrientes “postmodernas”. Los dos últimos son exponentes
del enfoque constructivista. Es de señalar que tanto Richard Ashley como John Ruggie habían participado en
el debate en torno a Theory of International Politics de Waltz materializado en la ya citada antología de
Keohane, Neorealism and its Critics (Keohane, 1986).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
23
Aunque un importante elemento en común de los enfoques reflectivistas (que no
está entre los destacados por Keohane) es su consideración de las relaciones internacionales
como un conjunto de fenómenos “socialmente construidos”-según la terminología
empleada en el área de la sociología del conocimiento (Berger y Luckman, 1966)- es
posible, sin embargo, que, como ha afirmado otro autor, la “familia” de enfoques
reflectivistas esté más unida por lo que rechaza que por lo que acepta (Wendt, 1995: 71-
72). Esos rechazos tienen que ver con determinados aspectos en la manera de teorizar que
los autores reflectivistas atribuyen a las corrientes dominantes en el estudio de las
Relaciones Internacionales. En primer lugar, con aspectos epistemológicos: los enfoques
reflectivistas cuestionan, en mayor o menor medida, las bases del conocimiento que -en
nuestra opinión simplificando excesivamente- suelen denominar “positivista”: la
posibilidad de formular verdades objetivas y empíricamente verificables sobre el mundo
natural y, más aún, el social. En segundo lugar, con aspectos ontológicos: el
cuestionamiento de si el conocimiento puede o no fundarse en bases reales. En tercer lugar,
con cuestiones axiológicas, se cuestionan las posibilidades de elaborar una ciencia
“neutral” (Lapid, 1989). Es sobre esas bases que se reclama la “reestructuración de las
Relaciones Internacionales”(Neufeld, 1995; Sjolander y Cox, 1994; George, 1994; García
Picazo, 1998).
En este apartado consideraremos tres de los cuatro enfoques reflectivistas: la teoría
crítica, los postmodernismos y los feminismos. El uso del plural en los dos últimos casos se
debe a la gran variedad de aproximaciones dentro de esos enfoques (que a su vez se explica
en que los autores postmodernos y una parte de los autores feministas niegan la posibilidad
de construir teorías, con lo que las diversas contribuciones son muy heterogéneas). El
cuarto enfoque, el constructivismo, lo trataremos en el tercer apartado de este artículo, el
dedicado a los intentos de aproximar posiciones en teoría de las Relaciones Internacionales.
Esta opción se justifica en la diferenciación que el constructivismo ha experimentado en
relación a su “familia original” reflectivista.
A) La teoría crítica
La teoría crítica en Relaciones Internacionales es un intento de aplicar, a la
teorización en nuestra disciplina, una serie de conceptualizaciones elaboradas en el marco
de la teoría crítica sociológica de la llamada escuela de Frankfurt, el núcleo de pensadores
vinculados al Instituto de Frankfurt de Investigación Social establecido en 1923 entre cuyos
miembros se destacan los nombres de Max Horkheimer, Theodor Adorno, Herbert Marcuse
y Erich Fromm y cuyo principal exponente en la actualidad es Jürgen Habermas,
perteneciente a la segunda generación de la escuela.
No pretendemos adentrarnos aquí en la teoría crítica sociológica, de gran
complejidad filosófica y con poca relación con la problemática específica de las Relaciones
Internacionales. Lo que sí nos interesa es mencionar dos distinciones que los autores que
han intentado desarrollar una teoría crítica en Relaciones Internacionales suelen hacer. Una
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
24
es la distinción entre “teoría tradicional” y “teoría crítica” de Max Horkheimer. La otra es
la distinción de Jürgen Habermas entre tres diferentes fundamentos del conocimiento.
En su ensayo de 1937 “Teoría tradicional y teoría crítica” (Horkheimer, 1972), Max
Horkheimer distinguió entre dos maneras de teorizar. La “teoría tradicional” es la que
establece una separación radical entre sujeto cognoscente y objeto conocido, y por lo tanto
entre conocimiento e intereses. La “teoría crítica”, en cambio, no admite esa separación,
especialmente en el ámbito de las ciencias sociales. Según Horkheimer, la teoría tradicional
no sólo no potencia el desarrollo humano sino que lo impide. Ello es así porque, al no
reconocer la imbricación entre conocimiento e intereses, presenta los hechos, acciones e
ideas prevalecientes como inmutables. Al describirlos contribuye a reproducirlos, y por lo
tanto a reproducir sociedades injustas. La teoría crítica es la que no sólo describe las
sociedades sino que intenta transformarlas, insistiendo en el papel que ella misma puede
asumir en la configuración de los procesos sociales.
Otra distinción básica para la teoría crítica es la que estableció Jürgen Habermas
entre tres tipos diferentes de fundamentos del conocimiento: los intereses cognitivos
técnicos vinculados al trabajo, los intereses cognitivos prácticos vinculados a la interacción
y los intereses cognitivos emancipatorios vinculados al poder (Habermas, 1968). Son tres
tipos ideales, no separables en la realidad. Los intereses cognitivos técnicos llevan al
desarrollo de las ciencias empírico-analíticas y persiguen la satisfacción de las necesidades
materiales. Los intereses cognitivos prácticos llevan a la construcción de las normas
sociales (así como a las realizaciones de las ciencias históricas y culturales) y crean las
bases del entendimiento y la interacción mutuas. Los intereses cognitivos emancipatorios
son los que impulsan al individuo a liberarse de las condiciones sociales estáticas y de las
condiciones de comunicación distorsionadas que resultan del reforzamiento mutuo delos
intereses técnicos y prácticos. La teoría crítica es la que se construye a partir de estos
intereses cognitivos emancipatorios con el objetivo de construir un orden social nuevo. Su
función precisa es la de desenmascarar las ideologías que, abierta o subrepticiamente, están
presentes en las teorías sociales tradicionales o en el discurso político-social y que frenan el
cambio social.
A principios de la década de los ochenta, las ideas de la escuela de Frankfurt y la
teoría crítica desarrollada por Habermas, que ya habían ejercido un importante impacto en
la sociología y la ciencia política, hicieron su aparición en las Relaciones Internacionales.
Los dos autores que las introdujeron en la disciplina (en artículos publicados en 1981)
fueron Richard Ashley y Robert Cox. Andrew Linklater es un tercer autor comprometido
con este proyecto. Sin embargo, mientras que Cox y Linklater se definen a sí mismos como
exponentes de la teoría crítica en Relaciones Internacionales (o, para mayor precisión, a la
teoría crítica neomarxista19), Ashley pertenece actualmente a la corriente postmoderna, por
19.Recuérdese que la denominación “teoría crítica” se usa también con frecuencia para denominar a los
enfoques reflectivistas en general. Quienes adoptan esta denominación suelen usar mayúsculas para distinguir
entre Teoría Crítica (neomarxiana) y teoría crítica (enfoques reflectivistas en general).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
25
más que antes de identificarse como postmoderno haya aplicado algunas ideas de
Habermas en sus trabajos. Como esos trabajos son precisamente pioneros en la
introducción de la teoría habermasiana en Relaciones Internacionales, cabe reseñarlos en
esta sección.
Ashley (1981) usó la distinción habermasiana entre los tres tipos de conocimiento
para cuestionar las explicaciones del realismo sobre las relaciones internacionales. Según
Ashley, el realismo partía de un único “interés cognitivo”, el del conocimiento técnico y la
metodología del control. A pesar de ello, el autor consideraba que el realismo tradicional
(no el neorrealismo de Waltz) tenía un potencial que podría permitir acceder a un
conocimiento emancipatorio de las Relaciones Internacionales que sirviera, no para
controlar con mayor eficacia un medio “objectificado” (que era lo que, a su entender,
pretendía el neorrealismo) sino para comprender mejor las nociones de poder e interés
nacional en tanto que productos históricos, políticos y culturales. Concentrándose en los
intereses políticos de los actores humanos y no en las operaciones mecánicas de los
sistemas o estructuras podría crearse una “teoría crítica tradicionalista” de las Relaciones
Internacionales. Posteriormente (Ashley, 1984) el autor centró sus esfuerzos en la crítica al
neorrealismo (una categoría en la que incluía no sólo a los autores autodeclaradamente
realistas o neorrealistas como Waltz, Gilpin o Krasner sino también a Keohane). Aunque
hacía nuevamente referencias a la teoría habermasiana, recurría también a nociones
tomadas de Michel Foucault y de Pierre Bourdieu, lo que anticipaba su posterior
trayectoria postmoderna. Sostenía que el dominio del neorrealismo, una perspectiva
ideológica pese a su pretendida objetividad científica habría conducido a un “cúmulo de
errores”. En concreto, Ashley señalaba como causa de esos errores el estatocentrismo, el
utilitarismo, el positivismo y una concepción reificada de la estructura por parte del
neorrealismo.
Dado que buena parte de los autores que operan en el marco de los enfoques
reflectivistas se declaran “post-positivistas”, vale la pena detenerse en la crítica de Ashley
al “positivismo”. Según el autor, los autores positivistas son los que aceptan los siguientes
cuatro supuestos: 1. Que el conocimiento científico pretende aprehender una realidad de
acuerdo con ciertas relaciones causales estructurales fijas que son independientes de la
subjetividad humana. 2. Que la ciencia pretende formular un conocimiento técnicamente
útil 3. Que el conocimiento que intenta alcanzar la ciencia es axiológicamente neutral 4.
Que los enunciados científicos pueden verificarse por su correspondencia con la realidad
(Ashley 1984: 281). Hay que decir que el rechazo de Ashley (y de los autoproclamados
post-positivistas en general) al criterio de “verdad como correspondencia” (es verdadero
aquello que se corresponde con un hecho real) y a la neutralidad científica es muy
problemático desde el punto de vista de la filosofía de la ciencia. Con respecto a la primera
cuestión, si el criterio de verdad como correspondencia no se reemplaza por otro se corre el
riesgo de caer en un relativismo extremo, y por ende en la imposibilidad de hacer ciencia20.
20.Habermas se ha enfrentado a ese problema sustituyendo el criterio de “verdad como correspondencia” por
un criterio de verdad basado en el consenso intersubjetivo de los individuos y apoyado en el lenguaje
(Habermas, 1987).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
26
En lo que atañe a la segunda, cabe lamentar que Ashley y los autores que rechazan la
posibilidad de hacer ciencia “libre de valores” no distingan, como ha señalado Rafael Grasa
(Grasa, 1997), entre plano axiológico y el plano analítico de la teorización o, en otras
palabras, que no establezcan la distinción crucial entre “ciencia neutral” y “objetividad
científica”. A consecuencia de ello se crea una confusión entre “aceptación intelectual de la
realidad y reconciliación moral con ella” (Grasa, 1997: 130) que resulta peligrosa, puesto
que lleva a rechazar la objetividad y por lo tanto toda una serie de procedimientos
esenciales para el método científico. Pero la oposición positivismo-postpositivismo es
también problemática en otro sentido: al englobar bajo la misma etiqueta de “positivismo”a
todo el trabajo de las teorías “convencionales” de las Relaciones Internacionales (las que
Keohane definió como “racionalistas”), se está incurriendo, sencillamente, en un error. Las
distintas posiciones son muy variadas y matizadas, y en general no son incompatibles con
la introducción de nuevas dimensiones (ideas, valores, identidades) en las teorías, como
parecen suponer muchos autores reflectivistas. El resultado es la pérdida de relevancia de
las afirmaciones de los reflectivistas, y por lo tanto del debate con los enfoques
racionalistas21.
Prosiguiendo con la explicación de cómo se introdujo la teoría crítica en las
Relaciones Internacionales, consideraremos ahora los trabajos de Robert Cox. Igual que
Ashley, en su primer artículo vinculado a la teoría crítica (Cox, 1986 [1981]), Cox se sirvió
de nociones tomadas de ésta para cuestionar la teoría neorrealista. En concreto, el autor
partió de la distinción entre “teoría tradicional” y “teoría crítica” de Horkheimer y redefinió
a la primera categoría como teoría “que resuelve problemas” (problem-solving). A
continuación situó al neorrealismo de Waltz en esa primera categoría, como una teoría
“que resuelve problemas” y que va en la dirección contraria de la teoría crítica,
emancipatoria. Subrayó que, aunque el neorrealismo se presenta como axiológicamente
neutral, en realidad tiene un sesgo ideológico-normativo anti-emancipatorio e insistió en
que todo conocimiento “es para alguien y para algún propósito”. El hecho de que la teoría
neorrealista considere a las variables sociales como si se mantuvieran fijas (igual que el
químico trata las moléculas o el físico las fuerzas en movimiento) contribuye a frenar las
posibilidades de cambio del sistema. La “receta” -que se desprende de la teoríaneorrealista
para que los Estados maximicen su seguridad consiste en que éstos adopten la
racionalidad neorrealista como guía para la acción. De este modo la teoría neorrealista
21. En un texto reciente Keohane ha insistido en la inoperancia de la dicotomía positivismo-postpositivismo y
afirma que “ningún estudiante serio de relaciones internacionales espera descubrir unas verdades universales
que operen de manera determinista, dado que reconocen que ninguna generalización es significativa sin la
especificación de su alcance”. Igualmente inoperante es establecer una dicotomía tajante entre teorías que
defiendan un conocimiento “objetivo” y teorías que sólo admitan un conocimiento “subjetivo”: “es posible
reconocer que el conocimiento está socialmente construido sin abandonar los esfuerzos para alcanzar un
acuerdo intersubjetivo sobre cuestiones importantes, y especificar más las condiciones en las que algunos
acontecimientos importantes tienen mayor o menor probabilidad de ocurrir” (Keohane, 1996: 195). La prueba
más palpable de que en la práctica se puede ir más allá de las dicotomías es la feliz combinación del método
científico “tradicional” y el interés por las problemáticas vinculadas a la construcción de la realidad social en
Relaciones Internacionales que ha asumido el constructivismo y que comentaremos más adelante.
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
27
contribuye a mantener y reproducir un sistema internacional injusto. El artículo de Cox
incluía asimismo (a diferencia de la mayor parte de trabajos que se enmarcan dentro de los
enfoques críticos o reflectivistas) una propuesta para la construcción de una teoría crítica de
las relaciones internacionales, una propuesta que contuviera “un cuadro coherente de un
orden alternativo”. Ello se haría a partir de la articulación de algunos elementos del
realismo anterior a Morgenthau (fundamentalmente E. H. Carr y Meinecke) y el
materialismo histórico22 (representado por Marx, Gramsci23 y actualmente en la obra de
Eric Hobsbawm), elementos que permitirían analizar el tema del cambio en el orden
mundial, tema en el que, según Cox, debería centrarse la teoría de las Relaciones
Internacionales.
La noción de “estructura histórica” es un elemento central de la propuesta. La
estructura histórica es una configuración de fuerzas (capacidades materiales, ideas e
instituciones) que impone presiones y constreñimientos sobre el comportamiento de los
Estados. En concreto, Cox propuso un programa de investigación consistente en el análisis
de las diferentes estructuras históricas y sus procesos de transformación.
Cox desarrolló su propia propuesta en su obra Production, Power and World Order
(Cox, 1987), donde propuso una explicación histórico-sociológica de las diferentes tipos de
fuerzas sociales vinculadas a estructuras político-institucionales (occidentales y sinosoviéticas)
entre 1945 y 1980 e insistió en que -en contra de las previsiones neorrealistasno
existen unas constricciones estructurales que impidan grandes cambios globales en los
procesos productivos o en las fuerzas globales. En el terreno concreto de la subdisciplina de
la Economía Política Internacional el enfoque neomarxista-gramsciano de Cox ha ido
ganando cada vez más adeptos (García Segura, 1999).
Por su parte, en Beyond Realism and Marxism: Critical Theory and International
Relations (Linklater, 1990), Andrew Linklater propuso, también a partir de una perspectiva
habermasiana (ya explorada en trabajos anteriores (Linklater 1982, 1986) ), la construcción
de una síntesis “crítica” entre marxismo y realismo tradicional. La propuesta concreta de
investigación de Linklater -que comparte con Cox las premisas sobre las que debería
basarse una teoría crítica en Relaciones Internacionales- consiste en investigar los cambios
en la sociedad internacional (los principios dominantes que rigen las relaciones entre los
Estados en diferentes períodos históricos), así como los cambios que afectan los vínculos
sociales que unen a los individuos dentro de un Estado soberano y que los separan del resto
22.La teoría crítica propuesta por Cox es la “tercera ola” de teorización neomarxista en Relaciones
Internacionales, tras las teorías de la dependencia y el enfoque del “sistema mundial”. Los enfoques
inspirados por el marxismo han ocupado un lugar marginal en la teorización en las Relaciones
Internacionales, aunque en el subcampo de la Economía Política Internacional han alcanzado más
prominencia, pese a la primacía del neorrealismo-neoliberalismo.
23. Cox aplicó en distintas obras el concepto gramsciano de hegemonía para explicar el papel de los Estados
Unidos en el sistema internacional (Cox, 1983).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
28
del mundo. Esto se haría a partir de la interacción de lo que llama “procesos de
racionalización”. Esos procesos son una redefinición de las tres formas de conocimiento
propuestas por Habermas: proceso de racionalización técnico-instrumental, estratégico y
ético.
Ha habido un cierto debate sobre el papel de la teoría crítica en la teorización en las
Relaciones Internacionales en general. Algunos la han propuesto como “la nueva etapa en
el desarrollo de la teoría de las Relaciones Internacionales”, entre ellos Mark Hoffman, que
en 1987 presentó en esos términos las posibilidades de la teoría crítica (Hoffman, 1987).
Pero los propios teóricos críticos han sido más cautos. Para Linklater, la teoría crítica y sus
argumentaciones son, más que un nuevo paradigma, “una invitación a todos los analistas
sociales a reflexionar sobre los intereses cognitivos y los supuestos normativos que
presiden su investigación, sin que ello suponga que de ahora en adelante toda la
investigación debe ser teórico-crítica” (Linklater, 1992: 91). Es un objetivo mucho menos
ambicioso que el de la “reestructuración” pero también más sensato24 y que se corresponde
más con el papel que ha desempeñado en la disciplina el trabajo de estos primeros “teóricos
críticos” que hemos examinado.
B) Los postmodernismos
El pensamiento calificado como “postmoderno” (así llamado porque se define en
oposición al proyecto ilustrado de la modernidad) tuvo una entrada bastante tardía en las
Relaciones Internacionales. La primera obra declaradamente inscrita en esta moda
intelectual es International/Intertextual Relations, editada por James Der Derian y Michael
Shapiro (Der Derian y Shapiro, 1989). Der Derian ya había publicado anteriormente On
Diplomacy (Der Derian, 1987), que, aunque no se presentaba como postmoderna,
anticipaba ya el rumbo que tomaría su autor. También la obra One Worlds / Many Worlds
de R. B. J. Walker (Walker,1988) reflejaba claras influencias postmodernas. Pero el hito
que marcó definitivamente la entrada del postmodernismo en Relaciones Internacionales
fue el número especial de la revista International Studies Quaterly editado por Richard
Ashley y R. B. J. Walker en 1990 con el título “Hablando la lengua del exilio: el
pensamiento disidente en los estudios internacionales”. Aunque sería erróneo afirmar que a
partir de entonces se constituyó una “teoría” o una “escuela” postmoderna en Relaciones
Internacionales, excepto desde un punto de vista sociológico (Brown, 1994 b: 56) sí es
constatable una presencia regular de contribuciones postmodernas en las revistas
especializadas en Relaciones Internacionales.
Algunos autores han manifestado su sorpresa ante esa entrada tardía en las
24.El problema de intentar reestructurar la disciplina a partir de la teoría crítica es que, como ha señalado
Chris Brown, “cuando se pasa de las afirmaciones programáticas al trabajo teórico real, se hace difícil
distinguir entre la teoría crítica y otras variedades de pensamiento social [que no cuestionan el proyecto
racionalista de la Ilustración]” (Brown, 1994b: 59).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
29
Relaciones Internacionales del discurso antimoderno, anti-ilustrado, anti-racional y anticientífico
normalmente asociado con una serie de intelectuales franceses (Jacques Derrida,
Jacques Lacan, Julia Kristeva, Roland Barthes y Jean Baudrillard -todos ellos
explícitamente reconocidos como influencias importantes en International/Intertextual
Relations-), que se produjo justamente en un momento en el que el discurso estaba bastante
desacreditado en otros ámbitos.
Si algo tienen en común los autores postmodernos es su rechazo a la posibilidad de
conocer el mundo y por lo tanto de “teorizar” sobre él (en sus términos, de elaborar
“metanarrativas”) (Lyotard, 1984). Los autores que se definen como postmodernos
desconfían de todos los intentos de clasificación, de todas las categorizaciones y de todos
los esfuerzos dirigidos a encontrar verdades universales, una empresa que consideran
incompatible con la celebración de la “alteridad”, la apertura, la pluralidad, la diversidad y
la diferencia en todas las dimensiones de la vida social por la que abogan. Pese a su postura
radicalmente anticientífica, muchos de ellos no tienen reparo en emplear argumentos que
según ellos están basados en las “ciencias duras”, algo que algunos auténticos científicos se
han encargado de denunciar25. Lo que sí se puede analizar son los “textos” o narrativas.
Para Jacques Derrida, el mundo puede concebirse como una especie de “gran texto” o
conjunto de textos interconectados (intertexto) (Derrida, 1967)26. Por lo tanto, el análisis
del discurso nos permite, si no conocer, al menos aproximarnos al mundo, con el fin de
“ilustrar cómo los procesos textuales y sociales están intrínsecamente conectados y
describir, en contextos específicos, las implicaciones para la manera en la que pensamos y
actuamos en el mundo contemporáneo”, según explica uno de los adeptos a este enfoque en
Relaciones Internacionales (George, 1994: 191). Se trata, ante todo, de desenmascarar las
premisas, presuposiciones y sesgos que subyacen a las teorías que pretenden ser
universalistas. El método concebido para ello por Derrida es el de la “deconstrucción”,
método que el propio Derrida y otros autores postmodernos han aplicado al análisis del
pensamiento de distintos autores (entre ellos el de Platón, Descartes, Kant, Hegel, Nietzche,
Freud, Husserl, Heidegger y Sartre). Aunque las definiciones que da el propio Derrida
sobre la deconstrucción no son nada claras27 -e incluso ha negado que se trate de un
25.Uno de los últimos episodios de “desenmascaramiento” es la obra de los físicos Alan Sokal y Jean
Bricmont (Sokal y Bricmont, 1998), quienes analizan textos de conocidos autores postmodernos (Lacan,
Kristeva, Irigaray, Latour, Baudrillard, Deleuze, Guattari y Virilio) señalando sus incongruencias y, en
especial, el uso abusivo que hacen de conceptos y terminología científica.
26. “Lo que todavía llamo “texto” por razones parcialmente estratégicas (…) Ya no sería (…) Un corpus finito
de escritura, un contenido enmarcado en un libro o en sus márgenes, sino una red diferencial, un tejido de
huellas que remiten indefinidamente a otra cosa], que están referidas a otras huellas diferenciales. A partir de
ese momento, el texto desborda, pero sin ahogarlos en una homogeneidad indiferenciada, sino por el contrario
complicándolos, dividiendo y multiplicando el trazo, todos los límites que hasta aquí se le asignaban, todo lo
que se quería distinguir para oponerlo a la escritura (el habla, la vida el mundo, lo real, la historia, ¡qué se yo
qué más!, todos los campos de referencia física, psíquica consciente o inconsciente, política, económica,
etc.” (Derrida, 1986: 127-128).
27. Por ejemplo, “una cierta experiencia aporética de lo imposible” (Derrida, 1987: 27)o “la experiencia
misma de la posibilidad (imposible) de lo imposible”, (Derrida, 1993: 32).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
30
“método” (Derrida, 1987: 390-391)- de sus análisis se puede inferir que la deconstrucción
consiste, aproximadamente, en problematizar los significados que el propio autor atribuye a
su texto, proponiendo lecturas alternativas (“doble lectura”). La identificación y
problematización de “oposiciones binarias” explícitas o implícitas en los textos es también
corriente en los análisis de discurso postmodernos.
Otro “método” postmoderno adoptado por algunos autores para el análisis de las
Relaciones Internacionales más inteligible que la deconstrucción es el análisis
genealógico concebido por Foucault (a partir de Nietzsche). Este tipo de análisis -vinculado
a la tradición interpretativa en las ciencias sociales, y no necesariamente opuesto a una
concepción racionalista de la ciencia- no busca continuidades ni generalidades sino que
pone el énfasis en la singularidad de los acontecimientos, así como en los “discursos
silenciados”.
Los autores postmodernos en Relaciones Internacionales se distinguen de sus
maestros franceses en que sus trabajos son, en general, comprensibles para el lector no
iniciado. Sí comparten con el postmodernismo en general la característica desconfianza
hacia las “metanarrativas”. No creen, por consiguiente, que sea posible llegar a una
“representación verdadera” de las Relaciones Internacionales. Ello explica por qué, en el
artículo introductorio al número especial del International Studies Quaterly, Ashley y
Walker puntualizaron que no sus intenciones no eran construir “una nueva y poderosa
perspectiva sobre la política global” sino,
[al dar a conocer las distintas contribuciones “disidentes”], “dar una
oportunidad para la celebración pública de lo que estas piezas de
pensamiento disidente ya celebran (…): la diferencia, no la identidad; el
cuestionamiento y la transgresión de los límites, no la aserción de límites y
marcos; una disposición a cuestionar cómo el significado y el orden se
imponen, no la búsqueda de una fuente de significado y orden ya
establecida; el incansable y meticuloso análisis de la manera en que el poder
opera en la vida global moderna, no la nostalgia por una figura soberana (se
trate ya del hombre, de Dios, de la nación, del Estado, del paradigma o el
programa de investigación) que prometa librarnos del poder; la lucha por la
libertad, no un deseo religioso de producir algún domicilio territorial o una
manera de ser evidente que los hombres de fe inocente puedan llamar
hogar”(Ashley y Walker, 1990: 264-265).
Chris Brown, que ha reseñado las contribuciones postmodernas a las Relaciones
Internacionales, considera que el artículo de Ashley y Walker es lo más cercano a una
“declaración programática” que podemos encontrar en la literatura postmoderna en nuestra
disciplina (Brown, 1994 b: 161). En cuanto al contenido de los trabajos postmodernos,
puede hacerse una distinción entre a) reflexiones sobre la teoría de las relaciones
internacionales y b) análisis sustantivos de fenómenos o instituciones internacionales.
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
31
a) Las críticas a la teorización convencional en Relaciones Internacionales son, de
lejos, el terreno preferido por los postmodernos. En general, los autores postmodernos
conciben las teorías convencionales de las relaciones internacionales no como
explicaciones sino como algo que debe explicarse. Para R. J. B. Walker, por ejemplo, “Las
teorías de las relaciones internacionales son más interesantes como aspectos de la política
mundial contemporánea que necesita ser explicada que como explicaciones de la política
mundial contemporánea” (Walker, 1988: 6). Buena parte de los análisis postmodernos a las
teorías de las Relaciones Internacionales son críticas dirigidas contra el neorrealismo de
Waltz, que, como ha señalado un autor (Sorensen, 1998:85), es la “metanarrativa” más
atacada por este grupo. Richard Ashley, en su primer trabajo decididamente postmoderno,
emprendió la deconstrucción de Man, State and War y de Theory of International Politics
de Waltz (Ashley, 1989). Ashley centró su análisis en la dicotomía hombre/guerra,
señalando la dependencia jerárquica de la noción de “hombre” de la de “guerra” en el
discurso de Waltz y proponiendo una lectura alternativa en la que se invirtiera la jerarquía.
Por su parte, James Der Derian aplicó un análisis genealógico-semiológico a la evolución
del realismo en general (Der Derian, 1995). Pero la mayoría de los análisis deconstructivos
no tienen como objeto obras concretas sino el gran “texto” de las Relaciones
Internacionales. Dentro de ese gran texto se suelen identificar y problematizar dicotomías
como soberanía/anarquía, dentro/fuera, identidad/diferencia, inclusión/exclusión,
universalidad/particularidad, que son las que aparecen con mayor frecuencia. Otra
posibilidad es aplicar el análisis genealógico a un concepto, que es lo que ha hecho, por
ejemplo, Jens Bartelson con la noción de soberanía, cuya evolución ha vinculado a la de
diferentes teorías del conocimiento (Bartelson, 1995). Por último, la reinterpretación, en
clave deconstructivista o genealógica, de autores clásicos (del pensamiento internacional o
de otras disciplinas) es también un ejercicio habitual de los autores postmodernos. Así, por
ejemplo, los textos de Tucídides y de Maquiavelo han sido deconstruidos (por Daniel Garst
y Hayward Alker en el caso del primero y por R. J. B. Walker en el del segundo) con el fin
de demostrar que la conexión entre estos autores y el realismo/neorrealismo contemporáneo
es más débil que lo que suele afirmarse (Garst, 1989, Walker, 1989). Otros clásicos
reinterpretados desde la óptica postmoderna y en relación a su pensamiento internacional
han sido Freud, Vico, Marx, Weber y Nietszche (Elshtain, 1989; Alker, 1990; Der Derian,
1993).
b) Los análisis sustantivos sobre instituciones y acontecimientos internacionales son
también concebidos como análisis de textos (recordemos que los postmodernos consideran
que sólo a través de los textos podemos tener acceso al mundo). Así, en On Diplomacy,
James Der Derian (1987) analiza el “guión” (script) de la “institución diplomática” a través
de diferentes textos e intertextos aplicando el método genealógico, es decir analizando las
relaciones de los diferentes “guiones” en su relación con el poder en diferentes etapas
históricas, interpretando sus orígenes y los cambios en los textos-discursos. El tema
concreto es la genealogía del “extrañamiento occidental” (la diplomacia sólo puede
entenderse en términos de separación, de extrañamiento frente a otro) desde sus orígenes
bíblicos a la actual situación, definida como “tecno-diplomacia”. Las fuentes empleadas
son muy heterogéneas: van desde textos bíblicos (el papel de los ángeles en la mediación
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
32
“mito-diplomática” entre el hombre y Dios) hasta las fuentes convencionales (archivos
diplomáticos). Der Derian adopta en cambio el método semiológico o deconstructivista en
Antidiplomacy (1992), obra en la que analiza cómo unos “guiones” determinados
establecen límites y crean identidades y oposiciones binarias. Tampoco aquí se establecen
distinciones entre fuentes de ficción (novelas de espionaje, películas de ficción, tiras
cómicas, el diario del autor) y fuentes reales (archivos diplomáticos, informes de la CIA).
El análisis de discursos oficiales sobre seguridad se ha emprendido también desde la
óptica postmoderna. Michael Shapiro, por ejemplo, ha analizado las analogías entre el
lenguaje de los comentarios deportivos y el discurso oficial estadounidense en seguridad en
casos de conflicto internacional (Shapiro, 1989). En la misma tónica, Bradley Klein (1989,
1990) ha considerado las estrategias textuales empleadas por la OTAN en las definición de
las amenazas a la seguridad y David Campbell el discurso oficial estadounidense sobre la
guerra del Golfo o la de Bosnia (Campbell, 1992, 1998).
Muchos de los análisis (sobre teoría o sobre discursos oficiales) de los autores
postmodernos son muy ingeniosos e incisivos. Cumplen, además, con el objetivo de poner
en duda la coherencia y los fundamentos de los presupuestos de esos discursos que
analizan. Permiten, por lo tanto, incrementar nuestro conocimiento sobre las relaciones
internacionales. El problema es que los postmodernos no admiten que ello sea posible. Las
propias interpretaciones que proponen no son, desde su punto de vista, más “válidas” que
las que rechazan, puesto que no hay una interpretación más válida que otra (como no hay
una fuente de conocimiento más válida que otra). Sus críticas no están (ni pueden estar)
acompañadas de alternativas a los análisis “ideológicos” prevalecientes. Ese relativismo de
los postmodernos (coherente con sus ataques a la racionalidad y a la posibilidad de alcanzar
un conocimiento científico objetivo) es lo que más críticas ha suscitado por parte de la
“academia convencional”, que también ha cuestionado la capacidad de estos enfoques de
proporcionar explicaciones sustantivas de acontecimientos internacionales, ha señalado su
conservadurismo latente (en contradicción con sus manifiestos objetivos emancipatorios) y
cuestionado el tono y estilo vacuo de buena parte de su producción (Holsti, 1989; Halliday,
1994; Rosenberg, 1994).
C) Feminismo y relaciones internacionales
Una tercera variedad de enfoques “disidentes” en Relaciones Internacionales está
vinculada al feminismo, un proyecto político que tiene el objetivo de acabar con las
situaciones de desigualdad, explotación y opresión de la mujer. Ese proyecto político está
asociado también a una teorización, la teoría política feminista28. Existen numerosas
tipologías de los distintos enfoques teóricos feministas. Por lo general, esas tipologías
obedecen a uno de los dos criterios siguientes: el criterio político y el criterio
28. Sobre la evolución del feminismo en general, véase Tong (1989). Sobre el concepto y el panorama actual
de la teoría política feminista, véase Castells (comp.) (1996).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
33
epistemológico.
La tipología más sencilla de acuerdo con el criterio político (el de las asunciones
político-filosóficas subyacentes) parte de la elaborada por Alison Jaggar y distingue entre
tres variedades de teorización: a) el feminismo liberal, b) el feminismo socialista/marxista y
c) el feminismo radical29.
a) La teoría feminista liberal tiene una larga tradición. En los siglos XVII y XVIII
Mary Wollstonecraft, J. S. Mill y Harriet Taylor Mill militaron por los derechos de la mujer
y por conseguir cambios en las legislaciones que las discriminaban. Como los liberalismos
en general, la teoría feminista liberal defiende los valores de libertad, dignidad, igualdad y
autonomía. Es a partir de esos valores que denuncia la injusta discriminación de la mujer.
Sus propuestas políticas buscan revertir esa situación y alcanzar la igualdad de derechos
con los hombres en las distintas esferas de la actividad humana. Dentro de las autoras más
destacadas de esta corriente cabe citar a Betty Friedan, Karen Gregen, Geneviève Lloyd,
Jane R. Richards y Susan M. Okin.
b) Las teoría feministas marxistas y socialistas se construyeron, en parte, como una
crítica a la teoría feminista liberal. Según las teorías feministas marxistas, la opresión de las
mujeres no es resultado de la ignorancia o de las actuaciones intencionadas de individuos
sino un producto de las estructuras políticas, sociales y económicas asociadas con el
capitalismo, en particular con el sistema de clases. La desigualdad socioeconómica está
estrechamente vinculada a la desigualdad sexual. La liberación de la mujer -que incluye
compartir responsabilidades con el hombre en las instituciones políticas y económicas- se
concibe como parte de una lucha más amplia contra el sistema de opresión capitalista. Entre
las teorías feministas marxistas y socialistas las diferencias son más bien de matices. Las
marxistas dan más relevancia que las socialistas al sistema capitalista como factor de
opresión, mientras que las socialistas -cuyo pensamiento está influido además por las
teorías radicales- insisten en la combinación de capitalismo y patriarcado como principales
factores. Heidi Hartmann, Zillah Eisenstein, Juliet Mitchell, Sheila Rowbotham y Alison
Jaggar son autoras destacadas de estas corrientes.
c) La teoría feminista radical (a diferencia de las otras dos, con una historia muy
corta, vinculada al surgimiento de los movimientos por los derechos humanos en EEUU de
los años sesenta y setenta) se centra en la crítica al patriarcado, el sistema que hace posible
el dominio de la mujer por parte del hombre. La opresión de las mujeres no puede
erradicarse reformando las leyes o compartiendo responsabilidades (liberales) ni
compartiendo en pie de igualdad las instituciones políticas y económicas (como las
marxistas) sino mediante una “reconstrucción radical de la sexualidad”. Las radicales
29.En realidad, la tipología de Jaggar (Jaggar, 1983) identificaba no tres sino cuatro variedades (liberal,
marxista, socialista y radical). Sin embargo, muchos autores han dejado de señalar la distinción entre
feminismo marxista y socialista. Es el criterio que ha seguido Carme Castells (Castells, 1996) y, ya en el
terreno de las Relaciones Internacionales, Marysia Zalewski (Zalewski, 1994).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
34
consideran que tanto el feminismo liberal como el marxista parten de un modelo de
liberación de la mujer basado en valores masculinos que impulsa a las mujeres a aspirar a
unos valores patriarcales. Así, por ejemplo, las liberales comparten el individualismo
competitivo de los liberales y las marxistas se ocupan más del análisis de la producción que
del de la reproducción. Mas que la emulación de los hombres, las feministas radicales
promueven una contracultura que valorice los papeles y valores femeninos. Proponen un
análisis centrado en la mujer y, a nivel práctico, abogan por una separación entre hombres y
mujeres (sobre todo en el ámbito de las organizaciones políticas) para avanzar en el
objetivo de la liberación femenina. Germaine Greer, Shulamit Firestone, Eva Figes y Mary
Daly son conocidas autoras radicales.
La tipología basada en el criterio epistemológico -que es muy usada por los
enfoques feministas en Relaciones internacionales- es obra de Sandra Harding y distingue
entre a) feminismo empiricista, b) feminismo “de punto de vista” (standpoint feminism) y
c) feminismo postmoderno (Harding, 1996).
Según Harding, las autoras que de manera consciente o no trabajan a partir de los
supuestos del “feminismo empiricista” consideran que el sexismo y el androcentrismo
presentes en la investigación científica son sesgos sociales que es posible corregir mediante
la estricta adhesión al método científico. Esta aproximación -que presupone la posibilidad
de conocer la realidad- “circunscribe el problema a la mala ciencia, sin extenderlo a la
ciencia al uso” (Harding, 1996: 23).
El feminismo de punto de vista (vinculado a tradición de pensamiento que, según
Harding, incluye a Hegel, Marx, Engels y Lukacs) es el que adoptan quienes sostienen que
la ciencia al uso refleja la posición dominante de los hombres en la vida social, que se
traduce en un conocimiento “parcial y perverso” (Harding, 1996: 24). La posición
subyugada de la mujer les abre la posibilidad de un conocimiento más completo y menos
perverso. El punto de vista de las mujeres, por lo tanto, permite desarrollar un “punto de
vista” moral y científicamente preferible para las interpretaciones y explicaciones de la
naturaleza y la vida social. La propia Harding señala los problemas que suscita esta
aproximación:
¿Puede haber un punto de vista feminista cuando la experiencia social de las
mujeres (o de las feministas) está dividida por la clase social, la raza y la
cultura? ¿Acaso debe haber puntos de vista feministas negros y blancos, de
clase trabajadora y de clase profesional, norteamericanos y nigerianos?.
Por último, las feministas que adoptan una perspectiva postmoderna ponen en
cuestión, como los autores postmodernos en general, la validez del proyecto de la
Ilustración. Ello les lleva a cuestionar también gran parte de los valores y creencias de otras
escuelas de teoría feminista. Dado que los postmodernos niegan que haya una “historia
verdadera” de la condición humana, no se identifican con los proyectos emancipadores
universales (como la emancipación de los trabajadores o la de las mujeres). Asimismo,
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
35
como se oponen a todas las categorizaciones (opresoras por definición), las feministas
postmodernas rechazan la idea de que pueda existir un “punto de vista femenino”. Según
las pensadoras feministas postmodernas (por ejemplo Jane Flax), no existe ninguna
“experiencia femenina” ni punto de vista sobre el cuál sea posible construir una teoría del
mundo social y político, e incluso el concepto de “mujer” es problemático para ellas
(Alcoff, 1988). Igual que los postmodernos en general, las feministas postmodernas se
dedican casi exclusivamente al análisis del discurso. Les interesa mostrar cómo los
discursos y las estructuras dominantes y hegemónicas están profundamente imbuidas por la
ideología patriarcal y el dominio masculino.
De la combinación de las variedades de los dos criterios surgen distintas
posibilidades (hasta un total de nueve). Las conexiones que suelen darse en la práctica,
empero, son más reducidas. Las vinculaciones más frecuentes son las que se dan entre
feminismo liberal y epistemología empiricista y feminismos radical o marxista-socialista y
epistemologías de punto de vista y postmodernas (Zalewski, 1994).
En Relaciones Internacionales los enfoques feministas hicieron su aparición a fines
de los años ochenta y de la mano de la entrada de los postmodernismos en la disciplina.
Estos enfoques se autodefinen bien como pertenecientes a la postura epistemológica del
feminismo de punto de vista, bien como postmodernos. Las autoras que se adscriben a esos
dos grupos comparten, mayoritariamente, los planteamientos políticos del feminismo
radical. Asimismo, ambos grupos de autoras se apuntan a los llamamientos a la
“reestructuración” de la teoría y -especialmente en el caso de las autoras que defienden la
perspectiva del feminismo de punto de vista- aceptan la distinción entre teoría problemsolving
y crítica,situándose, naturalmente, en la segunda categoría (Tickner, 1993,
Withwort, 1989).
El feminismo de “punto de vista” en Relaciones Internacionales pretende
reinterpretar la teoría y la práctica de la disciplina a través de una lente feminista. Según sus
practicantes, el marco conceptual de las Relaciones Internacionales está “marcado por el
género” y refleja unos valores y unas preocupaciones esencialmente masculinas. Una
perspectiva basada en el punto de vista debería poder mostrar cómo las mujeres están
situadas en relación a las estructuras de poder dominantes y cómo esto forja un sentido de
identidad y una política de resistencia, además de sugerir maneras en las que tanto la teoría
como la práctica puedan ser redireccionadas en sentido liberatorio (Steans, 1998).
La autora más representativa de las posturas de “punto de vista feminista” en
Relaciones Internacionales es Jo Ann Tickner. Muy ilustrativo de su postura es el
cuestionamiento (presentado por la autora como “reformulación”) de los seis “principios
del realismo político” de Hans Morgenthau (Morgenthau, 1948). Según Tickner, los
principios de Morgenthau -representativos de la visión del mundo prevaleciente en el
medio académico de las Relaciones Internacionales- contienen un sesgo marcadamente
machista. Tickner los reformula a partir de su lente feminista. Así, por ejemplo, si para
Morgenthau la política y la sociedad se reigen por reglas objetivas enraizadas en la
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
36
naturaleza humana (primer principio), para Tickner la noción de objetividad está asociada
con la de masculinidad, por lo que las leyes “objetivas” de la naturaleza humana a las que
se refiere Morgenthau están basadas en una visión parcial y masculina de la misma. Y
mientras que Morgenthau sostiene que el concepto de intereses definido como poder es un
concepto racional que hace posible entender la política (segundo principio), Tickner
sostiene que, desde un punto de vista feminista, el interés nacional debe definirse no sólo
como poder sino desde una perspectiva cooperativa e interdependiente que incluya
problemas globales como la guerra nuclear, bienestar económico y degradación
medioambiental (Tickner, 1988). De todas maneras, el feminismo de punto de vista de
Tickner es relativamente moderado. La autora no propone que las Relaciones
Internacionales se reconstruyan desde un punto de vista femenino, sino añadir una
perspectiva feminista a la epistemología de las relaciones internacionales, (…) Una etapa
que debe cumplirse para empezar a pensar en construir unas ciencias humanas o una
política internacional sin sesgo de género y sensible tanto a las perspectivas masculinas
como femeninas, aunque vaya más allá de ellas
Los trabajos de Cinthia Enloe se incluyen también dentro de la perspectiva de
“feminismo de punto de vista”, aunque la autora se ha interesado más por cuestiones
empíricas que por la teoría de las Relaciones Internacionales. En Bananas, Beaches &
Bases (Enloe, 1989), una de las obras internacional-feministas más citadas, Enloe se
propuso demostrar que el papel de las mujeres en la política mundial es más importante que
el que los análisis suelen asignarle. Para ello examinó el papel de las mujeres en la política
internacional desde una perspectiva feminista y a partir de la idea de que “lo político (y lo
internacional) es personal”. Así, por ejemplo, consideró el papel de las esposas de los
líderes políticos o diplomáticos en las decisiones tomadas por éstos, el papel de las mujeres
vinculadas de alguna manera a las bases militares estadounidenses (empleadas, prostitutas,
manifestantes antimilitaristas…) en el funcionamiento de las alianzas militares o el de las
modas y los hábitos alimentarios en las relaciones entre países desarrollados y países en
desarrollo. En la misma tónica, en una obra posterior analizó, entre otras cuestiones, el
papel que las madres rusas tuvieron en el fin de la guerra fría, por ejemplo al retirar su
apoyo a la presencia de sus hijos soldados en Afganistán (Enloe, 1994).
En Relaciones Internacionales, el feminismo postmoderno se ocupa no tanto de las
mujeres sino del concepto de género: la construcción social de las diferencias entre
hombres y mujeres. Las autoras postmodernas analizan los tipos de papeles sociales para
hombres y mujeres que se construyen en las estructuras y procesos de la política mundial.
Algunas feministas postmodernas están embarcadas en la tarea de “deconstruir” los
múltiples mecanismos de opresión (dando especial relevancia al género) responsables de la
violencia estructural y directa en el sistema político-económico global. Para ello usan una
metodología similar a la de los postmodernos en general. En Women and War, por ejemplo,
Jean Bethke Elshtain (Elshtain, 1987) analizó diferentes discursos (películas, textos
escritos, fragmentos de su autobiografía, etc.) sobre la guerra y la paz identificando y
problematizando diferentes dicotomías: orden-anarquía, dependencia-soberanía, doméstico,
internacional, objeto-sujeto y en particular los estereotipo masculino-femenino que definió
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
37
como “guerrero justo vs. alma hermosa”. Aunque la obra es, ante todo, una crítica a la
concepción realista de las relaciones internacionales, una de las conclusiones es que
“también el feminismo reproduce muchas premisas que estructuran los discursos del
realismo y de la guerra justa”.
Otra conocida autora postmodernista-feminista es Christine Sylvester, quien se ha
ocupado extensamente del papel de la mujer y del feminismo en las Relaciones
Internacionales en Feminist Theory and International Relations in a Postmodern Era
(Sylvester, 1994). Sylvester reconoce la contradicción entre el proyecto emancipatorio
feminista y el relativismo postmoderno e intenta salvarla distinguiendo entre
“postmodernismo feminista” (feminist postmodernism), y “feminismo postmoderno”
(postmodern feminism) y situándose en esta segunda categoría, una categoría que intenta
resolver la contradicción entre la deconstrucción del género postmoderna y el proyecto
emancipatorio feminista. El resultado son unos análisis bastante similares a los del
“feminismo de punto de vista” de Enloe, aunque más escépticos frente a la posibilidad de
aprender una “esencia femenina”.
Para concluir este apartado, queremos señalar que en los últimos años la
problemática específica de la mujer (el papel de la mujer en el desarrollo o en la resolución
de conflictos, por ejemplo) ha recibido más atención que en el pasado en la disciplina en
general, como demuestra la inclusión de capítulos dedicados a estos temas en varios de los
recientes manuales y obras generales de Relaciones Internacionales (Baylis y Smith, 1997;
Halliday, 1994; Burchill y Linklater, 1995; Olson y Lee, 1994). Es razonable suponer que
la presencia de las autoras feministas en Relaciones Internacionales ha contribuido a una
sensibilización general hacia estas cuestiones, aún entre quienes dudan de la pertinencia de
teorizar a partir de un punto de vista o una epistemología exclusivamente feminista.
III. APROXIMACINOES: EL CONSTRUCTIVISMO Y LA PERSPECTIVA DE LA SOCIEDAD
INTERNACIONAL
Algunos autores han señalado el carácter “pendular” o “dialéctico” de la dinámica
de los debates en Relaciones Internacionales. Tras un período de enfrentamientos más o
menos intensos entre los contendientes, las posiciones suelen acercarse. El diálogo
neorrealismo-neoliberalismo sería un ejemplo de esta dinámica, tras los enfrentamientos
entre realistas y trasnacionalistas en el marco del “tercer debate”. También el “segundo
debate” entre tradicionalistas y cientificistas culminó en el acercamiento de la etapa “postbehaviorista”.
E incluso el exiguo “primer debate” dio lugar a un realismo que nunca se
pudo despegar del todo del “idealismo” que había combatido. De manera similar, la
separación entre racionalistas y reflectivistas se estaría empezando a acortar, con
aproximaciones reflectivistas al campo racionalista y aproximaciones reflectivistas al
racionalista.
Los casos más claros de esa dinámica de aproximación son los de los autores que se
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
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identifican como “constructivistas” o “constructivistas sociales” y el creciente interés por la
perspectiva de la “sociedad internacional”. La evolución del constructivismo en el último
lustro es un ejemplo del acercamiento de unas concepciones inicialmente catalogadas como
pertenecientes al campo reflectivista al rigor científico reclamado por los racionalistas. El
interés que estos últimos años los autores más identificados con las corrientes dominantes
en las relaciones internacionales han estado otorgando a las conceptualizaciones vinculadas
al concepto y a la perspectiva de la sociedad internacional ejemplificaría, por su parte, la
tendencia de acercamiento de los racionalistas a las preocupaciones filosóficas y sociales
reflectivistas.
A) El constructivismo
El énfasis en la idea de que las estructuras sociales (incluyendo las que regulan las
interacciones internacionales) están socialmente construidas es un rasgo común a todos los
enfoques reflectivistas. Pero el rótulo “constructivismo” (o “constructivismo social”) se usa
en una medida cada vez mayor para identificar una corriente que parece diferenciarse cada
vez más del resto de los reflectivismos. Un elemento que puede ayudar a definir la corriente
es la postura contemporizadora que los autores identificados con ella suelen adoptar ante
los enfoques racionalistas, y en particular sobre cuestiones epistemológicas. Otro es su
programa de investigación, construido no a partir de una teoría acabada sino más bien a
partir de las carencias percibidas en los enfoques tradicionales (y, en concreto, en el
programa neorrealista-neoliberal), particularmente en el tratamiento de los factores sociocognitivos.
El constructivismo no es una teoría de las relaciones internacionales, por más
que los autores constructivistas no descarten como sí lo hacen los postmodernos la
posibilidad de construirla en el futuro, una vez que se disponga de un número suficiente de
datos acumulados (Ruggie, 1998: 856). Esa actitud ilustra la postura de los constructivistas
hacia la actividad de teorizar: suelen preferir una teorización más inductiva e interpretativa
que deductiva y explicativa. Más que premisas o supuestos, lo que se plantea son hipótesis
de trabajo. En este momento no está claro cómo se podría articular una futura teoría
constructivista con las teorías existentes. Algunos autores ven posibilidades de
complementariedad, otros son más escépticos. No obstante, es destacable que, desde fuera,
ya se está empezando a presentar el constructivismo como una alternativa válida a las
explicaciones neorrealistas y neoliberales de las relaciones internacionales (Walt, 1998).
B) Origen y planteamiento
La etiqueta de “constructivismo” para designar un programa de investigación en
Relaciones Internacionales alternativo a los existentes fue acuñada por Nicholas Onuf en
1989, en su obra World of Our Making (Onuf, 1989). Sin embargo, el autor más
representativo de esta corriente es Alexander Wendt, quien en 1987 ya había planteado el
tema central de la problemática constructivista: la mutua constitución de las estructuras
sociales y los agentes en las relaciones internacionales (Wendt,1987). Posteriormente
Wendt adoptó para sí el rótulo de “constructivista moderno” (para diferenciarse de los
“constructivistas postmodernos” como Ashley o Walker) y señaló también a John G.
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
39
Ruggie y Friedrich Kratochwil como autores constructivistas (Wendt, 1992). Tanto uno
como otro son autores de reconocido prestigio en la academia estadounidense, con una
trayectoria marcada por un rico debate con neorrealistas y neoliberales sobre aspectos
fundamentales de la teorización en Relaciones Internacionales, en particular en torno al
concepto de régimen internacional y sus implicaciones30. Más tarde, Wendt eliminó el
adjetivo “moderno” y añadió los nombres de Emmanuel Adler y Peter Katzenstein al
núcleo “constructivista” (Wendt, 1995). Dado que todos estos autores aceptan la
denominación de constructivistas cabe considerarlos como tales, aunque hay diferencias
significativas entre ellos. La primera exposición del proyecto constructivista la hizo
Alexander Wendt en su influyente artículo de 1992. Es un buen punto de partida para
explicar su naturaleza y su inserción dentro del panorama teórico de las Relaciones
Internacionales.
Wendt presentó el constructivismo como una perspectiva capaz de contribuir al
diálogo neorrealismo-neoliberalismo reforzando los argumentos neoliberales y a la vez
capaz de acercar las posiciones reflectivistas a las racionalistas (Wendt, 1992: 394).
Para Wendt, el diálogo entre neorrealistas-neoliberales gira en torno a la medida en
que la acción estatal está condicionada por la “estructura” (anarquía y distribución de
poder) o por el “proceso” (interacción y aprendizaje) e instituciones. Ese diálogo era
posible a partir de la base común: el compromiso “racionalista” de ambas partes y, sobre
todo, su uso de los modelos económicos y de la teoría de los juegos. El problema es que la
teorización basada en la teoría de los juegos no concede especial interés a las identidades y
a los intereses de los participantes, sino que los trata como factores exógenos fijos,
centrándose en la manera en que los actores se comportan y en los resultados de sus
acciones. Sin embargo, en opinión de Wendt las posiciones neoliberales -que sostienen que
los procesos e instituciones pueden dar lugar a un comportamiento cooperativo a pesar de
la anarquía- se verían reforzadas si contaran con una teoría sistemática que explicara la
transformación de las identidades e intereses de los actores por parte de los regímenes e
instituciones. A su vez, las teorías “reflectivistas” sí se ocupan de “cómo las prácticas de
conocimiento constituyen a los individuos”, una cuestión cercana, según Wendt, a las
inquietudes de los neoliberales. Así, pues, el autor cree posible contribuir al debate
(racionalista) entre neorrealistas y neoliberales con elementos constructivistas.
30. De hecho, John Ruggie fue quien introdujo el concepto de “régimen internacional” en la teorización en
Relaciones Internacionales (Ruggie, 1975). Sin, embargo, la posterior crítica de Ruggie y Kratochwil a la
teoría de los regímenes internacionales es una de las que más impacto han tenido (Ruggie y Kratochwil,
1986).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
40
Para ello Wendt (y el resto de los autores constructivistas) se apoyan en una
abundante literatura proveniente de la sociología, las Relaciones Internacionales y otras
disciplinas que puede proporcionar conceptualizaciones útiles para entender mejor esta
problemática. Además de las obras de clásicos de la sociología como Durkheim y Weber,
dos obras importantes de la sociología del conocimiento son especialmente influyentes en
el pensamiento constructivista en Relaciones Internacionales. Una es el clásico de Berger y
Luckmann La construcción social de la realidad (Berger y Luckman, 1966). Otra es
Central Problems in Social Theory, donde Anthony Giddens desarrolló su “teoría de la
estructuración” (Giddens, 1979). De las múltiples influencias provenientes de la propia
disciplina de las Relaciones Internacionales los autores constructivistas destacan tres
núcleos, todos ellos particularmente interesados en el papel de los factores socio-cognitivos
en las Relaciones Internacionales: en primer lugar, la literatura vinculada a la teorización
sobre la sociedad internacional, especialmente la obra de Hedley Bull (Bull, 1977). En
segundo lugar, las aportaciones de la escuela neofuncionalista de la integración europea
(Haas, 1968; Lindberg, 1970; Nye, 1971). En tercer lugar, las de los estudiosos que se
ocuparon de los problemas de la percepción en los procesos de toma de decisiones, entre
los que se destaca Robert Jervis (Jervis, 1988).
Para ilustrar las ventajas de contar con una teoría sistemática que explique la
formación de las identidades e intereses de los actores y el papel de las instituciones en las
dinámicas de cooperación (y también en las de conflicto) del sistema internacional, Wendt
desarrolló en su artículo la cuestión del significado de la noción de anarquía y sus
implicaciones. Según la teoría neorrealista, la anarquía da lugar, necesariamente, al
conflicto, a partir de una concepción de la seguridad basada en la necesidad de la autotutela
(self-help). Wendt propuso cuestionar y problematizar este vínculo estrecho, sugiriendo que
la vinculación entre anarquía y política de autotutela podría ser no necesaria sino
contingente. Para Wendt la autotutela no es un rasgo constitutivo de la anarquía sino una
“institución”, que define como “un conjunto o una estructura relativamente estable de
identidades e intereses” (Wendt, 1992: 399). Esas estructuras pueden estar codificadas a
través de reglas y normas formales, pero son “unas entidades fundamentalmente cognitivas
que no existen aparte de las ideas de los actores sobre cómo funciona el mundo”. El
proceso de institucionalización consiste en la internalización de nuevas identidades e
intereses. La autotutela es, pues, una institución, una estructura particular de identidades e
intereses, pero no la única posible en una situación de anarquía. Wendt argumenta que
podrían existir otras. Una posibilidad, por ejemplo, la de una estructura opuesta a la de la
política de autotutela: la de un sistema de seguridad basado en una estructura cooperativa,
en la que los Estados se identificaran positivamente entre sí y percibieran la seguridad de
cada uno como la responsabilidad de todos (seguridad colectiva). Entre ambos extremos
podría hipotetizarse también la posibilidad de que en un sistema anárquico se desarrollara
una estructura intermedia, en la que los Estados fueran indiferentes a las relaciones entre su
propia seguridad y la de los demás pero se preocuparan más con las ganancias absolutas de
la cooperación que con la posición relativa de cada Estado. Evidentemente, esas diferentes
instituciones o estructuras no surgirían de la anarquía sino que serían la consecuencia de
otros procesos, fundamentalmente de la interacción recíproca entre los actores. Por
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
41
determinadas circunstancias, la interacción entre los actores puede dar lugar a la creación
de unas estructuras más o menos competitivas. Wendt niega, por lo tanto, que las
identidades e intereses de los actores preexistan a la interacción sino que se desarrollan a
partir de esa interacción:
[Ello] presupondría una historia de interacción en la que los actores han
adquirido identidades e intereses “egoístas. Antes de la interacción (…) no
tendrían experiencias sobre las que basar semejantes definiciones de sí
mismos y de los demás. Asumir lo contrario es atribuir a los Estados en el
estado de naturaleza unas cualidades que sólo pueden poseer en sociedad
(Wendt, 1992: 402)
Ahora bien, una vez creadas, las estructuras (como por ejemplo la de autotutela),
sufren un proceso de “reificación”: se las pasa a tratar como algo separado de las prácticas
que la producen y mantienen. Como las estructuras configuran las identidades e intereses
de los actores, un cambio de dinámica (como el que supondría pasar de un sistema de
autotutela a un sistema cooperativo) no es nunca sencillo. Pero a través de largos procesos
de interacción los actores podrían redefinir sus identidades e intereses y pasar de un sistema
de autotutela a uno de cooperación.
Wendt no ha planteado una teoría -ni siquiera en su reciente Social Theory of
International Politics (Wendt, 1999)- sino un conjunto de hipótesis que sugirió explorar
empíricamente. Lo que sí ha hecho es proponer una agenda de investigación. Ésta tendría
el objetivo de evaluar las relaciones causales entre prácticas e interacciones (variable
independiente) y las estructuras cognitivas en el nivel de los Estados individuales y los
sistemas de Estados (variable dependiente), lo que equivale a explorar la relación entre lo
que los actores hacen y lo que son. Aunque sugirió partir de la idea de la constitución
mutua entre agentes (actores) y estructuras , subrayó que no es una idea que pueda ayudar
demasiado: lo que hay que averiguar es cómo se constituyen mutuamente. En particular
Wendt señaló la importancia del papel de la práctica al configurar actitudes hacia lo “dado”
de esas estructuras: ¿Cómo y porqué los actores reifican las estructuras sociales, y bajo qué
condiciones desnaturalizan esas reificaciones?
Es también destacable la postura de Wendt frente a la controversia epistemológica
definida como “positivismo-postpositivismo”. Sencillamente, propuso quitarle importancia,
señalando asimismo que “abandonar las restricciones artificiales de las concepciones de
investigación del positivismo lógico no nos obliga a abandonar la ‘ciencia’” (Wendt, 1992:
425).
C) Desarrollo empírico
El llamamiento de Wendt a la exploración empírica de las ideas constructivistas ha
tenido eco, y en muy pocos años han aparecido numerosos trabajos (fundamentalmente
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
42
estudios de caso) vinculados a esta agenda de investigación y con la misma adscripción
“moderna”. Los estudios de caso suelen seguir una metodología que combina la explicación
con la interpretación, desde una perspectiva “científica y sensible a lo sociológico” (Adler,
1997). Para intentar demostrar cómo las instituciones configuran los intereses de los actores
se requieren necesariamente estudios muy detallados. Los estudios de caso suelen incluir
análisis de textos de decisores políticos, entrevistas, etc., aunque también se recurre a
estadísticas y a otros métodos formales.
Una parte importante de los estudios de caso trata del papel de las organizaciones
internacionales (una clase específica de instituciones, según la definición de Wendt) en los
procesos de reconfiguración de intereses estatales. El papel de la UNESCO en la
reestructuración de las políticas de investigación -a partir de un proceso descrito como de
reconfiguración de intereses- de numerosos Estados miembros (Finnemore, 1966), el de la
OTAN en la reestructuración de las percepciones mutuas de sus miembros y sus intereses
de seguridad (Risse-Kappen, 1994) y la reformulación de los intereses y percepciones de
los Estados miembros de la Unión Europea (Landau y Whitman, 1997) son ejemplos de
este tipo de análisis.
Otros estudios de caso se centran en la construcción de normas en sí (y menos en las
instituciones que las producen). Entre ellos cabe citar el análisis de la creación de una
“norma global antirracista” en el contexto de la imposición de sanciones anti-apartheid a
Sudáfrica (Klotz, 1995), las creación de normas subyacentes al proceso de descolonización
(Jackson, 1993), el análisis de las normas que subyacen a la “soberanía” como institución
(Barkin y Cronin, 1994; Bierstecker y Weber, 1996) y los aspectos normativos de las
políticas de seguridad (Katzenstein, 1996). A nivel teórico, las dos obras seminales
constructivistas relativas a la producción de normas internacionales son las ya citadada
World of Our Making de Nicholas Onuf (Onuf, 1989) y Rules, norms, and decisions de
Friedrich Kratochwil (Kratochwil, 1989). Ambas reelaboran la clásica distinción planteada
por primera vez por el filósofo John Rawls entre “reglas constitutivas” (las que crean la
práctica o institución, por ejemplo las reglas del ajedrez) y “reglas regulativas” (las que
ordenan las interacciones, como por ejemplo las reglas del tráfico) (Rawls, 1955)31. Los
autores constructivistas consideran, en general, que los autores neorrealistas o
institucionalistas neoliberales se han ocupado casi exclusivamente de las reglas regulativas
y demasiado poco de las constitutivas, esenciales para entender los aspectos intersubjetivos
de las relaciones internacionales (Ruggie, 1998: 871). Asimismo, los constructivistas
consideran que el papel que los neoliberales atribuyen a las normas internacionales (el de
actuar como elementos constreñidores del comportamiento de los actores) es demasiado
superficial. Para los constructivistas, el alcance de las normas es mucho más profundo: las
normas forman un consenso intersubjetivo entre los actores que, a su vez, constituye (o
reconstituye) las identidades e intereses de éstos (Checkel, 1997: 473).
31.Para una extensa discusión sobre la aplicación de esa distinción a los “hechos institucionales”, véase
Searle (1995).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
43
Un último grupo de estudios constructivistas que cabe destacar son los relacionados
con el papel de los individuos en la difusión de las normas por parte de las instituciones. El
concepto de “emprendedor moral” (moral entrepreneur) se ha usado para explicar porqué
determinada norma surge en un momento dado. Los emprendedores morales son individuos
comprometidos que se encuentran en el momento y lugar adecuado y consiguen transmitir
sus creencias a estructuras sociales más amplias (Florini, 1996; Finnemore, 1996). Pero
quizás más fructífero sea el uso de la noción de “comunidad epistémica” por los autores
constructivistas. Aunque fue John Ruggie el primero en introducir el término en la
literatura de las Relaciones Internacionales (Ruggie, 1975), quienes lo desarrollaron y
usaron fueron algunos autores institucionalistas neoliberales, en el marco de la teoría de los
regímenes. Según la definición de Peter Haas,
Una comunidad epistémica es una red de profesionales con reconocida
experiencia y competencia en un campo determinado y un reconocido
conocimiento de temas relevantes para la elaboración de política en ese
terreno o área temática (Haas, 1992)
La explotación constructivista del concepto de comunidad epistémica ha corrido a cargo,
fundamentalmente, de Emanuel Adler. Adler concibe a las comunidades epistémicas como
creadoras de creencias intersubjetivas que actúan como “vehículos de supuestos teóricos,
interpretaciones y significados colectivos que pueden ayudar a crear la realidad social de
las relaciones internacionales” (Adler, 1992: 343), y específicamente a través de la
“difusión e internacionalización de nuevas normas constitutivas que puedan acabar creando
nuevas identidades, intereses e incluso nuevos tipos de organización social”. Adler ha
ilustrado sus argumentos a través del estudio de caso sobre el papel de las comunidades
epistémicas en la adopción de normas de control nuclear.
La agenda constructivista es, pues, rica y variada. En muy pocos años la producción
constructivista ha alcanzado unas dimensiones respetables y el interés de los estudiosos por
el papel de las ideas en las Relaciones Internacionales está lejos de agotarse. El próximo
reto para el constructivismo -apuntado tanto desde dentro como desde fuera de la corriente
(Ruggie, 1998; Dessler, 1999; Checkel, 1998)- consiste en integrar los resultados de los
estudios empíricos en una teoría coherente (o en varias “teorías de alcance intermedio”) de
cómo las estructuras sociales y los actores internacionales se construyen mutuamente. Por
el momento, y como un crítico ha señalado (Dessler, 1999, 137), el constructivismo ha
conseguido, al menos, equilibrar los intentos de descubrir generalizaciones sobre la vida
internacional con los de intentar aprehenderla en sus aspectos más específicos.
D) El renovado interés por la perspectiva de la “sociedad internacional”
En los últimos años es patente un renovado interés -incluso por parte de autores
vinculados a la “corriente hegemónica” de la disciplina (anglosajones
realistas/neorrealistas)- por las posibilidades que ofrece para la teorización la perspectiva de
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
44
la sociedad internacional. Aunque esa perspectiva suele vincularse sobre todo a la llamada
escuela inglesa de las Relaciones Internacionales, ha sido desarrollada también por otros
autores e incluso por otras “escuelas”. En concreto, también la escuela española de las
Relaciones Internacionales se ha articulado en torno al estudio y consideración de la
sociedad internacional.
El particular atractivo que esa manera de entender el estudio de las Relaciones
Internacionales presenta en la actualidad se debe, por un lado, a que se la considera más
capaz de dar cuenta del cambio en la sociedad internacional que los enfoques realistas o
neorrealistas y, por otro, a que se percibe como compatible con aproximaciones teóricas
muy diversas e incluso como un puente para el acercamiento entre “racionalistas” y
“reflectivistas”, de ahí que la hayamos incluido en este apartado dedicado a las dinámicas
de aproximación en la teorización sobre las relaciones internacionales.
E) La sociedad internacional como perspectiva de análisis
Además de como objeto de estudio32, la sociedad internacional puede entenderse
como una manera de concebir las relaciones internacionales y su estudio, es decir como una
perspectiva de análisis. No queremos decir con ello que todos los autores que han usado el
concepto de sociedad internacional compartan la misma perspectiva. Pero sí creemos que
hay elementos comunes entre aquellos estudiosos o más bien aquellas escuelas que han
hecho de la sociedad internacional su centro de gravedad teórico. Nos referimos, en
concreto, a los integrantes de la escuela española y de la escuela inglesa, cuya manera de
concebir el estudio de las relaciones internacionales tiene muchos elementos en común.
Aunque la cuestión de qué autores deben ser incluidos entre los participantes de la
escuela inglesa es una cuestión abierta, no hay duda de la centralidad y la influencia dentro
de la escuela de la obra de Martin Wight, Hedley Bull y John Vincent33. El papel nuclear de
una institución, el British Commitee on International Theory que funcionó entre 1958 y
1968 , también es claro (Dunne, 1998).
Por su parte, la escuela española (más modesta que la inglesa en dimensiones y de
configuración más reciente) tiene como núcleo la obra de Antonio Truyol, Roberto Mesa,
Manuel Medina y Celestino del Arenal, en tanto que su institución central es sin duda el
Departamento de Estudios Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid
(Arenal, 1978).
32.La sociedad internacional como objeto de estudio es lo que define, desde la óptica de la academia
española, el ámbito disciplinario de las Relaciones Internacionales.
33.Señalamos, como curiosidad, que tanto Bull como Vincent eran australianos, aunque desarrollaron la
mayor parte de su actividad académica en el Reino Unido.
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
45
Más que glosar la obra de los autores pertenecientes a ambas escuelas (una tarea
que, en uno y otro caso, está ya hecha y en profundidad34), lo que nos interesa en este
apartado es destacar los elementos esenciales de la perspectiva de la sociedad internacional
para a continuación vincularlos a las cuestiones de su interés como punto de partida para
plantearse la cuestión del cambio y continuidad en las relaciones internacionales y su
interés como punto de encuentro entre perspectivas racionalistas y reflectivistas.
Hidemi Suganami ha caracterizado a la escuela inglesa a partir de los siguientes
rasgos: su compromiso con la objetividad científica, su rechazo al behaviorismo (patente en
el enfrentamiento metodológico de Hedley Bull con los cuantitativistas estadounidenses), el
uso del método sociológico y el análisis institucional, su defensa de la autonomía
académica de las Relaciones Internacionales y el rechazo del utopismo (Suganami, 1983).
Por su parte, la caracterización que ha hecho Esther Barbé de la escuela española destaca
los siguientes rasgos: la defensa de la autonomía de la disciplina con un espíritu
interdisciplinar; la adopción de una metodología clásica (con el consiguiente rechazo al
formalismo behaviorista y el reconocimiento de la importancia del papel auxiliar de la
historia) y la apuesta por una teoría objetiva en el análisis y orientada hacia el problema
(Barbé, 1995: 86-93).
Es evidente que la coincidencia entre las dos caracterizaciones es muy grande. Ello
nos autoriza, creemos, a hablar de una perspectiva común en la aproximación a la sociedad
internacional, que ambas escuelas consideran el objeto de estudio privilegiado. Hay, no
obstante, una diferencia importante entre ambas escuelas. Los autores de la escuela inglesa
han centrado, tradicionalmente, más que los de la escuela española, su análisis en la
dimensión estatocéntrica de la sociedad internacional. Ello ha llevado a no pocos autores a
identificarlos con las corrientes realistas de las Relaciones Internacionales, a veces
matizando ese realismo con el adjetivo “liberal” (Hill, 1989). En cambio, la escuela
española ha llevado más lejos que la inglesa su compromiso con la aproximación
sociológica, compromiso que se materializa en una aproximación global a las Relaciones
Internacionales, abarcándolas en todas sus dimensiones (estatal y transnacional) y
complejidad.
Esa diferencia de enfoques es coherente con las tradiciones de pensamiento en la
que se afirman ambas escuelas. La escuela inglesa se ha definido como vinculada a la
tradición grociana o “racionalista”, definiendo esa tradición como vía media entre las
tradiciones Hobbesiana/Maquiaveliana (realista) y la Kantiana/Marxiana (“revolucionista”)
(Wight, 1991). En la primera tradición (realista) las relaciones internacionales se definen,
34.En el caso español, además de la mencionada obra de Celestino del Arenal (que se detiene en el año 1977)
(Arenal, 1978), cabe destacar el capítulo dedicado por Esther Barbé a la escuela española en su manual, que
se apoya y complementa el análisis del profesor Arenal (Barbé, 1995: 86-93).Las publicaciones sobre la
escuela inglesa son muy abundantes (Forsyth, 1978; Jones, 1981; Suganami, 1983; Grader, 1988; Brown,
1995; Dunne, 1998).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
46
ante todo, por el conflicto entre Estados, por la guerra hobbesiana de todos contra todos. En
la tercera (revolucionista) la dimensión dominante es la cooperación, no tanto entre Estados
sino entre los individuos que constituyen una “comunidad mundial”. La segunda tradición
(racionalista) se define como un punto intermedio entre las otras dos: por el énfasis en las
reglas e instituciones que forman el tejido de la sociedad internacional y que limitan el
conflicto.
Sin negar las fuertes raíces grocianas de la escuela española de Relaciones
Internacionales, es evidente también la influencia de la escuela española del derecho de
gentes de los siglos XVI y XVII. Celestino del Arenal plantea en estos términos las
diferencias entre el enfoque grociano y el iusnaturalista:
Mientras Grocio y sus sucesores desarrollan una concepción de la sociedad
internacional y del Derecho Internacional cada vez más contractualista,
como consecuencia de su aceptación de la concepción bodiniana de la
soberanía, reflejo del sistema de Estados europeo que ha nacido, Vitoria y
los demás autores españoles desarrollan una visión del mundo, basada en un
iusnaturalismo de inspiración cristiana, que les lleva a elaborar una
concepción de la sociedad internacional que descansa en la aplicación de los
principios de la moral y del Derecho natural. (…) Ello implicaba, en
principio, la primacía de la idea de solidaridad internacional sobre el
concepto de soberanía
Así, pues, el iusnaturalismo cristiano de, entre otros, Francisco de Vitoria y
Francisco Suárez, se refleja en esa mayor importancia que los autores españoles acuerdan a
la dimensión transnacional de la sociedad internacional (Truyol, 1993; Arenal, 1990; Mesa,
1977; Barbé, 1995), principal rasgo diferenciador de perspectiva de la sociedad
internacional que adoptan la escuela española y la escuela inglesa.
F) La actualidad de la perspectiva de la sociedad internacional
Tras el recorrido que acabamos hacer por el panorama teórico actual no es difícil
entender el porqué del actual auge de la perspectiva de la sociedad internacional. Si la
perspectiva de la sociedad internacional -especialmente en la versión de la escuela inglesase
presentó tradicionalmente a sí misma como vía media entre realismo y
“revolucionismo”, en la actualidad se la presenta también como vía media entre
racionalismo y reflectivismo. Lo sería en tres sentidos diferentes:
En primer lugar, en el plano metodológico. Los análisis que se hacen desde la
perspectiva de la sociedad internacional operan con una metodología tradicional,
interpretativa y con un instrumental histórico-filosófico. Esto los acerca al campo
reflectivista y los aleja del cuantitativismo y la rational choice de ciertos sectores
racionalistas sin caer por ello, empero, en la falta de rigor metodológico de los
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
47
postmodernos.
En segundo lugar, en el plano epistemológico. La etiqueta de “positivismo” que los
partidarios de la reestructuración en Relaciones Internacionales han aplicado a las
corrientes clásicas en general es particularmente poco adecuada para la perspectiva de la
sociedad internacional, cuyos autores suelen ser cautelosos ante las generalizaciones
excesivas35. Pero, al mismo tiempo, su compromiso con el método científico es total, algo
que los distingue netamente del relativismo epistemológico postmoderno.
En tercer lugar, en el plano normativo. La perspectiva de la sociedad internacional
tiene un fuerte componente normativo. En este sentido, se lo ha equiparado a la “teoría
crítica” en sentido amplio (Dunne, 1998: XI). Pero ese componente normativo (muy
presente en la escuela española), compatible con los llamados a una teoría emancipatoria de
los teóricos críticos, no se sitúa por encima de la voluntad de analizar la sociedad
internacional con rigor y objetividad.
La capacidad de la perspectiva de la sociedad internacional de amortiguar las
diferencias entre racionalistas y reflectivistas ha sido reconocida por algunos autores
postmodernos, como Der Derian (1988) pero, sobre todo, por autores situados en corrientes
más tradicionales, y por lo tanto racionalistas, quienes han expresado la necesidad de dar
mayor importancia a los elementos sociocognitivos en la teoría pero que prefieren tomar
esos elementos de la clásica perspectiva de la sociedad internacional que, por ejemplo, del
constructivismo.
En ese sentido, Kal Holsti, un autor que se autodefine como realista, ha recordado
que desde la perspectiva de la sociedad internacional se han tratado cuestiones que son
centrales en las Relaciones Internacionales pero que han sido descuidadas por neorrealistas
o neoliberales: ¿cómo se reproduce históricamente la sociedad internacional? ¿cómo
afectan las normas e instituciones internacionales el comportamiento de los Estados?
¿cómo cambian las características fundamentales de los sistemas de Estados? (Holsti,
1987). El mismo Holsti ha empezado a explorar las posibilidades que brinda esta
perspectiva de análisis en su propia investigación sobre la cuestión del cambio sistémico.
En concreto, Holsti ha sugerido evaluar la importancia del cambio sistémico tomando como
parámetros las instituciones en que se centraron los teóricos de la sociedad internacional: el
derecho internacional, el equilibrio del poder y la diplomacia (Holsti, 1998).
En la misma tónica, Barry Buzan ha sugerido aplicar a su modelo “realista
estructural” algunas de las conceptualizaciones propias de la perspectiva de la sociedad
35. En ese sentido, Antonio Truyol ha afirmado que “la generalización propia de la teoría de las relaciones
internacionales, en cuanto sociología de la vida internacional, se conforma con la que conduzca a la
elaboración de conceptos típicos sin pretender a la generalidad de las ciencias naturales” (Truyol, 1977: 78-
79), una postura de consenso en la escuela española. Similares posiciones han mantenido en general los
integrantes de la escuela inglesa.
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internacional. Buzan considera, asimismo, que hay importantes puntos de encuentro entre
la teoría (neoliberal-neorrealista) de los regímenes internacionales y las ideas centrales de
los teóricos de la sociedad internacional (Buzan, 1993).
Pese a sus potencialidades, se ha apuntado que la perspectiva de la sociedad
internacional está todavía poco desarrollada conceptualmente (Waever, 1992). Sin
embargo, es notorio que se están haciendo esfuerzos en ese sentido. Desde la escuela
inglesa, por ejemplo, Fred Halliday ha propuesto establecer una triple distinción analítica
(ausente en la perspectiva estatocéntrica de Bull): sociedad internacional de Estados
(sociedad inter-Estatal), sociedad transnacional de interacciones económicas (sociedad
inter-socio-económica) y “socialización” (sociedad inter-ideológica), una tercera dimensión
vinculada a las demás y que consistiría en el mecanismo de reproducción de las normas
establecidas en el sistema internacional en su totalidad y tendría como resultado la
homogeneización política ideológica (Halliday, 1994). Halliday considera que esta última
dimensión es útil para explicar las recientes transformaciones del sistema internacional – especialmente el colapso soviético- y propone centrar la agenda teórica en ella.
Los anteriores son sólo algunos ejemplos de las numerosas muestras de interés que
la perspectiva de la sociedad internacional y sus posibilidades han suscitado últimamente.
Desde nuestro medio académico, esa nueva centralidad en el panorama teórico general de
las Relaciones Internacionales de la perspectiva global que tradicionalmente se ha
defendido desde la escuela española no puede menos que suscitarnos una reacción de
entusiasmo, matizada apenas por el hecho de que las referencias que internacionalmente se
hacen a la perspectiva de la sociedad internacional la asocian indisolublemente a la escuela
inglesa36.
IV. CONSIDERACIONES FINALES
En este artículo hemos realizado una revisión y análisis de tres grandes dinámicas
que hemos identificado en la teorización actual en Relaciones Internacionales. Estas
principales tendencias son, en primer lugar, el diálogo en que están embarcados desde hace
más de una década los autores neorrealistas y los neoliberales (o institucionalistas), un
diálogo que gira en torno a las posibilidades de la cooperación internacional. En segundo
lugar, los llamamientos a la disidencia y /o a la reestructuración de la disciplina de los
enfoques calificados como “reflectivistas”: teoría crítica, postmodernismos y feminismos.
En tercer lugar, el intento de acercar los enfoques tradicionales o racionalistas a los nuevos
enfoques reflectivistas a partir del constructivismo y de la clásica perspectiva de la sociedad
internacional, una perspectiva en la que se enmarca la escuela española de las Relaciones
Internacionales.
36. Eso podría estar empezando a cambiar. Un indicador de ello es la referencia que se hace a los estudios de
Relaciones Internacionales en España en la prestigiosa obra sobre el estado actual de la teorización en
Relaciones Internacionales editada por Groom y Light (Groom y Light, 1994: 229-230).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
49
Queremos concluir este trabajo subrayando algunos elementos de continuidad y
cambio (aquellos que nos impresionan como particularmente interesantes) en esta reciente
teorización sobre las Relaciones Internacionales que acabamos de recorrer.
En lo que respecta a la continuidad, el principal elemento que destacamos es la
persistencia de la centralidad del realismo/neorrealismo. Como hemos visto, todos los
intentos de teorizar las relaciones internacionales se hacen desde o contra él. No cabe duda
de que, para bien o para mal, los postulados realistas siguen siendo el principal punto de
referencia teórico.
En segundo lugar, destacamos como elemento de continuidad la pregunta que
subyace a buena parte del debate teórico en Relaciones Internacionales, desde la creación
de la disciplina hasta los ataques “disidentes” al núcleo hegemónico: ¿hasta qué punto y en
qué medida es posible ir más allá de la pura ideología sociopolítica y hacer teoría
sociopolítica?
En cuanto a los elementos de cambio, destacamos, en primer lugar, la novedad del
intento de neorrealistas/neoliberales de someter a prueba los propios supuestos políticonormativos.
Se trata de un ejercicio que parte de una respuesta afirmativa a la pregunta
formulada en el párrafo anterior, respuesta que, desde luego, no es unánimente compartida
por los estudiosos de las Relaciones Internacionales.
Un segundo elemento de cambio que queremos subrayar es el de la progresiva
pérdida de la vigencia del concepto kuhniano de paradigma como elemento ordenador de
los debates de la disciplina. Como hemos ya señalado, el concepto de paradigma, tal como
se usaba, tendía a legitimar la falta de comunicación en nuestra disciplina. Es por ello que
no podemos menos que celebrar su paulatino arrinconamiento.
También celebramos, por último, la mayor sensibilidad que desde hace unos años se
otorgan en nuestra disciplina a los aspectos socio-cognitivos de las relaciones
internacionales. Este es un elemento de cambio desde el punto de vista de la teoría
hegemónica estadounidense, pero no lo es desde la perspectiva europea y española, donde
la sociedad internacional ha sido, desde siempre, el objeto de estudio que se ha intentado
comprender.
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La Teoría de las Relaciones Internacionales…
59

Carta a mi padre

Querido y recordado Papá,Desde 1951, desde un mes de julio de ese año, dejamos de vernos. Yo tenía 7 años y usted más de 50. Lo recuerdo perfectamente cuando juntos salimos al corredor de la casa y una furiosa tormenta azotaba toda la ciudad, un relámpago inmenso iluminó todo el patio de la casa sembrado de maíz, y un rayo de acero cayó con fuerza en el maizal. Al día siguiente, usted cayó enfermo. Mi mamá decía que era por la impresión del relámpago. Yo no lo creí en ese momento y no lo creo ahora, porque más bien se trató de un nudo de enfermedades que troncharon su vida y me privaron de su luz.
Tenía 5 años cuando salía a comprar el diario en la esquina de la casa, en el Barrio San Miguelito de Santa Ana, después pasábamos a una sesión de lectura, usted en una hamaca, se ha de acordar de esa hamaca, y yo sentado en una pequeña silla, adecuada a mi tamaño y a mi edad, leyendo el diario, sobre todo en las noticias y los temas que usted me indicaba. Me acuerdo que le interesaba la guerra de Corea y me explicaba a donde quedaba ese país. También leíamos noticias locales y cualquier historia sobre el Dr. Cipriano Castro, que había sido patrón suyo.
Jamás olvido cuando regresó del hospital de Santa Ana, al que había ingresado enfermo del corazón, supe que le habían prohibido la sal, y me regaló mi primer libro, llamado “Al polo norte en velocípedo”. Fíjese, papá, que a mí me parecía increíble que alguien pudiera vivir sin usar la sal, pero hoy yo tampoco la uso. Su muerte me tomó de sorpresa, me asustó, y me introdujo en el mundo de la ausencia. Aprendí después a construir su presencia y a defenderlo a usted del olvido, que gusta de borrar las huellas que los caminantes dejan en los caminos, por eso yo lo recuerdo todos los días de mi vida, y lo lloro.
Tantos años han pasado, tanto polvo ha caído sobre los años que también envejecen, y nosotros dos seguimos viajando juntos, seguimos platicando como lo hacíamos en las calles de Chalchuapa, cuando usted me llevaba a la barbería a quitarme el pelo. Acuérdese que íbamos donde el maestro Ramón Solano, con el que usted platicaba largamente y chistaban de cosas que yo no entendía.
Somos 8 hermanos, sus hijos; han muerto 3: Irma Luz que murió a los 15 años, después Lidia de los Ángeles, y hace apenas menos de dos años, Santiago Antonio. A mí ya no me reconocería, aunque cuando nos encontremos sabremos muy bien quienes somos, de dónde venimos y le contaré todo lo que pueda, pasaremos noches enteras platicando, sobre todo del pasado, porque en esa casa solo del pasado se habla. Le cuento que no soy un hombre rico, soy pobre con olor a campesino, con ignorancia total sobre los caminos que conducen al dinero, pero, quizá por eso mismo, soy hombre de bien, es decir, odiado por algunos, como debe ser, tratándose de un hombre bueno, y considerado por algunos otros.
Participé en una guerra tremenda que duró 20 años, ni se imagina usted todo lo que aprendí, no solo a sobrevivir, porque eso quizá no se aprende, sino sobre todo, a usar la fuerza como si fuera poder y a usar el poder como si fuera fuerza. A estas alturas, usted ha de saber que no me gustan las armas, pero sí me interesa, y siempre fue así, el uso de ellas, que siendo éticamente neutras pueden estar al lado de las causas nobles y justas. No se preocupe, querido Padre, que siempre fui ponderado, y todos los guerrilleros fuimos capaces, junto con el pueblo, de derrotar y disolver aquel cuerpo de guardias nacionales que siempre pasaban por la calle real, fuertes y amenazantes, caminando hacia Texistepeque. Yo los veía pasar, sentado en el cerco de piedras, cuando vivíamos en San Jacinto, entre Santa Ana y Texis.
Yo esperaba su regreso de Santa Ana por los dulces que siempre me traía, o por un sombrero, o por mis primeros zapatos, pero en fin, siempre lo esperaba.
Es bueno que sepa que el país se ha hecho más chiquito en la medida que la población se ha hecho más grande, y Chalchuapa y Santa Ana, y Texistepeque y Metapán, y la Nueva Concepción, que son los lugares que usted conoció mucho como comerciante, son lugares con mucha riqueza y mucha pobreza, con mucha población y amenazados todos por el progreso. Pero yo le voy a explicar de todas estas cosas y hablaremos mucho de todo eso que se llama política.
Con nosotros vivió en Chalchuapa y durante muchos años, el Tío Pedro, el hermano suyo. Sabrá que era un gran contador de cuentos y un gran conocedor sobre las historias sobre el Cadejo, la Rosa Fragante, los Rosacruces, y sobre todo, un gran fabricante de magalla, que era una especie de masa hecha de tabaco y saliva. Los días sábado nos iban abañar con él al Río Las Cadenas, cerca de San Juan Chiquito, o al Río Pampe. Está enterrado en San Sebastián Salitrillo.
Mi mamá murió en 1983, y no se preocupe porque ella nos condujo bien en la vida. Yo sé que usted partió con mucha angustia porque estábamos muy pequeños, pero todos salimos adelante. Cuando ella murió, el país estaba en guerra y yo en ella, pero supe exactamente el día que murió. La policía de Chalchuapa fue a su entierro esperando que yo fuera. Mire que peligroso se hizo su hijo, quizá por leer tanto los diarios. También me hace mucha falta y también la lloro, pero ustedes: Santiago Gutiérrez y Lucía Linares, mis padres, construyeron en mi corazón todos los arroyuelos que me condujeron a la dignidad y la justicia, como puertos irrenunciables en la vida de un hombre honrado.
Le escribo, Papá, en el mes de diciembre, que se ha hecho un mes inhumano y ofensivo, porque el mercado convierte a los seres humanos en cosas y a las cosas en seres humanos. He leído sobre todo esto, porque desde aquellas sesiones iniciales no he dejado de leer ni de caminar ni de correr. Después le consultaré algunas cosas, pero ahora le doy un gran abrazo y un beso, y la mejor de mis sonrisas para que siempre sigamos juntos y siempre nos quitemos el pelo juntos.

EL FIN DE LOS IMPERIOS

Fue en 1918 cuando se convirtió en un revolucionario terrorista.
Su gurú estaba presente en su noche de bodas y en los diez
años que transcurrieron hasta la muerte de su esposa, en 1928,
nunca vivió con ella. Los revolucionarios tenían que respetar una
norma sagrada que estipulaba que no debían frecuentar a las
mujeres … Recuerdo que me decía que la India alcanzaría la
libertad si luchaba como lo habían hecho los irlandeses. Mientras
estaba con él leí la obra de Dan Breen My Fight for Irish Freedom.
Dan Breen era el héroe de Masterda. Dio a su organización
el nombre de «Ejército Republicano Indio, sección Chittagong»
en honor del Ejército Republicano Irlandés.
KALPANA DUTT (1945, pp. 16-17)

La casta superior de los administradores coloniales toleró e
incluso alentó la corrupción porque era un sistema poco costoso
para controlar a una población levantisca y con frecuencia desafecta.
Lo que eso significa es que cuanto un hombre desea (vencer
en un proceso legal, obtener un contrato con el estado, recibir
un regalo de cumpleaños o conseguir un puesto oficial) lo
puede alcanzar si hace un favor a aquel que tiene el poder de dar
y de negar. El «favor» no había de consistir necesariamente en
la entrega de dinero (eso es burdo y pocos europeos en la India
ensuciaban sus manos de esa forma). Podía ser un regalo de
amistad y respeto, un acto de. magnánima hospitalidad o la
entrega de fondos para una «buena causa», pero, sobre todo,
lealtad al raj.
M. CARRITT (1985, pp. 63-64)

LA ERA DE LAS CATÁSTROFES

En el curso del siglo xix un puñado de países —en su mayor parte situados
a orillas del Atlántico norte— conquistaron con increíble facilidad el
resto del mundo no europeo y, cuando no se molestaron en ocuparlo y go_
bernarlo, establecieron una superioridad incontestada a través de su sistema
económico y social, de su organización y su tecnología. El capitalismo y la
sociedad burguesa transformaron y gobernaron el mundo y ofrecieron el
modelo —hasta 1917 el único modelo— para aquellos que no deseaban verse
aplastados o barridos por la historia. Desde 1917 el comunismo soviético
ofreció un modelo alternativo, aunque en esencia del mismo tipo, excepto
por el hecho de que prescindía de la empresa privada y de las instituciones
liberales. Así pues, la historia del mundo no occidental (o, más exactamente,
no noroccidental) durante el siglo xx está determinada por sus relaciones con
los países que en el siglo xix se habían erigido en «los señores de la raza
humana».
Debido a ello, la historia del siglo xx aparece sesgada desde el punto de
vista geográfico, y no puede ser escrita de otra forma por el historiador que
quiera centrarse en la dinámica de la transformación mundial. Pero eso no
significa que el historiador comparta el sentido de superioridad condescendiente,
etnocéntrico e incluso racista, de los países favorecidos, ni la injustificada
complacencia que aún es habitual en ellos. De hecho, este historiador
rechaza con la máxima firmeza lo que E. P. Thompson ha denominado «la
gran condescendencia» hacia las zonas atrasadas y pobres del mundo. Pero,
a pesar de ello, lo cierto es que la dinámica de la mayor parte de la historia
mundial del siglo xx es derivada y no original. Consiste fundamentalmente
en los intentos por parte de las elites de las sociedades no burguesas de imitar
el modelo establecido en Occidente, que era percibido como el de unas
sociedades que generaban el progreso, en forma de riqueza, poder y cultura,
mediante el «desarrollo» económico y técnico-científico, en la variante capitalista
o socialista.1 De hecho sólo existía un modelo operativo: el de la
«occidentalización», «modernización», o como quiera llamársele. Del mismo
modo, sólo un eufemismo político distingue los diferentes sinónimos de
«atraso» (que Lenin no dudó en aplicar a la situación de su país y de «los
países coloniales y atrasados») que la diplomacia internacional ha utilizado
para referirse al mundo descolonizado («subdesarrollado», «en vías de desarrollo
», etc.).
1. Hay que señalar que la dicotomía «capitalista»/«socialista» es política más que analítica.
Refleja la aparición de movimientos obreros políticos de masas cuya ideología socialista era,
en la práctica, la antítesis del concepto de la sociedad actual («capitalismo»), A partir de octubre
de 1917 se reforzó con la larga guerra fría que enfrentó a las fuerzas rojas y antirrojas. En
lugar de agrupar a los sistemas económicos de Estados Unidos, Corea del Sur, Austria, Hong
Kong, Alemania Occidental y México, por ejemplo, bajo el epígrafe común de «capitalismo»,
sería posible clasificarlos en varios epígrafes.
EL FIN DE LOS IMPERIOS 2 05
El modelo operacional de «desarrollo» podía combinarse con otros conjuntos
de creencias e ideologías, en tanto en cuanto no interfirieran con él, es
decir, en la medida en que el país correspondiente no prohibiera, por ejemplo,
la construcción de aeropuertos con el argumento de que no estaban autorizados
por el Corán o la Biblia, o porque estaban en conflicto con la tradición
inspiradora de la caballería medieval o eran incompatibles con el espíritu eslavo.
Por otra parte, cuando ese conjunto de creencias se oponían en la práctica,
y no sólo en teoría, al proceso de «desarrollo», el resultado era el fracaso
y la derrota. Por profunda y sincera que fuera la convicción de que la magia
desviaría los disparos de las ametralladoras, ello ocurría demasiado raramente
como para tomarlo en cuenta. El teléfono y el telégrafo eran un medio
mejor de comunicación que la telepatía del santón.
Esto no implica despreciar las tradiciones, creencias o ideologías, invariables
o modificadas, en función de las cuales juzgaban al nuevo mundo del
«desarrollo» las sociedades que entraban en contacto con él. Tanto el tradicionalismo
como el socialismo coincidieron en detectar el espacio moral
vacío existente en el triunfante liberalismo económico —y político— capitalista,
que destruía todos los vínculos entre los individuos excepto aquellos que
se basaban en la «inclinación a comerciar» y a perseguir sus satisfacciones e
intereses personales de que hablaba Adam Smith. Como sistema moral, como
forma de ordenar el lugar de los seres humanos en el mundo y como forma de
reconocer qué y cuánto habían destruido el «desarrollo» y el «progreso», las
ideologías y los sistemas de valores precapitalistas o no capitalistas eran superiores,
en muchos casos, a las creencias que las cañoneras, los comerciantes,
los misioneros y los administradores coloniales llevaban consigo. Como
medio de movilizar a las masas de las sociedades tradicionales contra la
modernización, tanto de signo capitalista como socialista, o más exactamente
contra los foráneos que la importaban, podían resultar muy eficaces en algunas
circunstancias, si bien ninguno de los movimientos de liberación que
triunfaron en el mundo atrasado antes de la década de 1970 se inspiraba en
una ideología tradicional o neotradicional, aunque uno de ellos, la efímera
agitación Khilafat en la India británica (1920-1921), que exigía la preservación
del sultán turco como califa de todos los creyentes, el mantenimiento del
imperio turco en sus fronteras de 1914 y el control musulmán sobre los santos
lugares del islam (incluida Palestina), forzó probablemente al vacilante
Congreso Nacional Indio a adoptar una política de no cooperación y de desobediencia
civil (Minault, 1982). Las movilizaciones de masas más características
realizadas bajo los auspicios de la religión —la «Iglesia» conservaba una
mayor influencia que la «monarquía» sobre la gente común— eran acciones
de resistencia, a veces tenaces y heroicas, como la resistencia campesina a la
revolución mexicana secularizadora bajo el estandarte de «Cristo Rey» (1926-
1932), que su principal historiador ha descrito en términos épicos como «la
crístiada» (Meyer, 1973-1979). El fundamentalísmo religioso como fuerza
capaz de movilizar a las masas es un fenómeno de las últimas décadas del
siglo xx, durante las cuales se ha asistido incluso a la revitalización, entre
2 0 6 LA ERA DE LAS CATÁSTROFES
algunos intelectuales, de lo que sus antepasados instruidos habrían calificado
como superstición y barbarie.
En cambio, las ideologías, los programas e incluso los métodos y las formas
de organización política en que se inspiraron los países dependientes para
superar la situación de dependencia y los países atrasados para superar el atraso,
eran occidentales: liberales, socialistas, comunistas y/o nacionalistas; laicos
y recelosos del clericalismo; utilizando los medios desarrollados para los
fines de la vida pública en las sociedades burguesas: la prensa, los mítines,
los partidos y las campañas de masas, incluso cuando el discurso se expresaba,
porque no podía ser de otro modo, en el vocabulario religioso usado por
las masas. Esto supone que la historia de quienes han transformado el tercer
mundo en este siglo es la historia de minorías de elite, muy reducidas en
algunas ocasiones, porque —aparte de que casi en ningún sitio existían instituciones
políticas democráticas— sólo un pequeño estrato poseía los conocimientos,
la educación e incluso la instrucción elemental requeridos. Antes de
la independencia más del 90 por 100 de la población del subcontinente indio
era analfabeta. Y el número de los que conocían una lengua occidental (el
inglés) era todavía menor: medio millón en una población de 300 millones de
personas antes de 1914, o lo que es lo mismo, uno de cada 600 habitantes.2 En
el momento de la independencia (1949-1950), incluso la región de la India
donde el deseo de instrucción era más intenso (Bengala occidental) tenía tan
sólo 272 estudiantes universitarios por cada 100.000 habitantes, cinco veces
más que en el norte del país. Estas minorías insignificantes desde el punto de
vista numérico ejercieron una extraordinaria influencia. Los 38.000 parsis
de la presidencia de Bombay, una de las principales divisiones de la India
británica a finales del siglo xix, más de una cuarta parte de los cuales conocían
el inglés, formaron la elite de los comerciantes, industriales y financieros
en todo el subcontinente. De los cien abogados admitidos entre 1890 y
1900 en el tribunal supremo de Bombay, dos llegaron a ser dirigentes nacionales
importantes en la India independiente (Mohandas Karamchand Gandhi y
Vallabhai Patel) y uno sería el fundador de Pakistán, Muhammad Ali Jinnah
(Seal, 1968, p. 884; Misra, 1961, p. 328). La trayectoria de una familia india
con la que este autor tenía relación ilustra la importancia de la función de estas
elites educadas a la manera occidental. El padre, terrateniente y próspero abogado,
y personaje de prestigio social durante el dominio británico, llegaría a ser
diplomático y gobernador de un estado después de 1947. La madre fue la primera
mujer ministro en los gobiernos provinciales del Congreso Nacional Indio
de 1947. De los cuatro hijos (todos ellos educados en Gran Bretaña), tres ingresaron
en el Partido Comunista, uno alcanzó el puesto de comandante en jefe del
ejército indio; otra llegó a ser miembro de la asamblea del partido; un tercero,
después de una accidentada carrera política, llegó a ser ministro del gobierno
de Indira Gandhi y el cuarto hizo carrera en el mundo de los negocios.
2. Tomando como base el número de los que recibían educación secundaria de tipo occidental
(Anil Seal, 1971, pp. 21-22).
EL FIN DE LOS IMPERIOS 2 0 7
Ello no implica que las elites occidentalizadas aceptaran todos los valores
de los estados y las culturas que tomaban como modelo. Sus opiniones
personales podían oscilar entre la actitud asimilacionista al ciento por ciento
y una profunda desconfianza hacia Occidente, combinadas con la convicción
de que sólo adoptando sus innovaciones sería posible preservar o restablecer
los valores de la civilización autóctona. El objetivo que se proponía el proyecto
de «modernización» más ambicioso y afortunado, el de Japón desde la
restauración Meiji, no era occidentalizar el país, sino hacer al Japón tradicional
viable. De la misma forma, lo que los activistas del tercer mundo tomaban
de las ideologías y programas que adoptaban no era tanto el texto visible
como lo que subyacía a él. Así, en el período de la independencia, el socialismo
(en la versión comunista soviética) atraía a los gobiernos descolonizados
no sólo porque la izquierda de la metrópoli siempre había defendido la
causa del antiimperialismo, sino también porque veían en la URSS el modelo
para superar el atraso mediante la industrialización planificada, un problema
que les preocupaba más vitalmente que el de la emancipación de quienes
pudieran ser descritos en su país como «el proletariado» (véanse pp. 352
y 376). Análogamente, si bien el Partido Comunista brasileño nunca vaciló
en su ahesión al marxismo, desde comienzos de la década de 1930 un tipo
especial de nacionalismo desarrollista pasó a ser «un ingrediente fundamental
» de la política del partido, «incluso cuando entraba en conflicto con los
intereses obreros considerados con independencia de los demás intereses»
(Martins Rodrigues, 1984, p. 437). Fueran cuales fueren los objetivos que de
manera consciente o inconsciente pretendieran conseguir aquellos a quienes
les incumbía la responsabilidad de trazar el rumbo de la historia del mundo
atrasado, la modernización, es decir, la imitación de los modelos occidentales,
era el instrumento necesario e indispensable para conseguirlos.
La profunda divergencia de los planteamientos de las elites y de la gran
masa de la población del tercer mundo hacía que esto fuera más evidente.
Sólo el racismo blanco (encarnado en los países del Atlántico norte) suscitaba
un resentimiento que podían compartir los marajás y los barrenderos. Sin
embargo, ese factor podía resultar menos sentido por unos hombres, y especialmente
por unas mujeres, acostumbrados a ocupar una posición inferior en
cualquier sociedad, con independencia del color de su piel. Fuera del mundo
islámico son raros los casos en que la religión común proveía un vínculo de
esas características, en este caso el de la superioridad frente a los infieles.
II
La economía mundial del capitalismo de la era imperialista penetró y
transformó prácticamente todas las regiones del planeta, aunque, tras la revolución
de octubre, se detuvo provisionalmente ante las fronteras de la URSS.
Esa es la razón por la que la Gran Depresión de 1929-1933 resultó un hito
tan decisivo en la historia del antiimperialismo y de los movimientos de libe2
08 LA ERA DE LAS CATÁSTROFES
ración del tercer mundo. Todos los países, con independencia de su riqueza y
de sus características económicas, culturales y políticas, se vieron arrastrados
hacia el mercado mundial cuando entraron en contacto con las potencias del
Atlántico norte, salvo en los casos en que los hombres de negocios y los
gobiernos occidentales los consideraron carentes de interés económico, aunque
pintorescos, como les sucedió a los beduinos de los grandes desiertos
antes de que se descubriera la existencia de petróleo o gas natural en su
inhóspito territorio. La posición que se les reservaba en el mercado mundial
era la de suministradores de productos primarios —las materias primas para
la industria y la energía, y los productos agrícolas y ganaderos— y la de
destinatarios de las inversiones, principalmente en forma de préstamos a
los gobiernos, o en las infraestructuras del transporte, las comunicaciones
o los equipamientos urbanos, sin las cuales no se podían explotar con eficacia
los recursos de los países dependientes. En 1913, más de las tres cuartas
partes de las inversiones británicas en los países de ultramar —los británicos
exportaban más capital que el resto del mundo junto— estaban concentradas
en deuda pública, ferrocarriles, puertos y navegación (Brown, 1963,
p. 153).
La industrialización del mundo dependiente no figuraba en los planes de
los desarrollados, ni siquiera en países como los del cono sur de América
Latina, donde parecía lógico transformar productos alimentarios locales como
la carne, que podía envasarse para que fuera más fácilmente transportada.
Después de todo, enlatar sardinas y embotellar vino de Oporto no habían servido
para industrializar Portugal, y tampoco era eso lo que se pretendía. De
hecho, en el esquema de la mayoría de los estados y empresarios de los países
del norte, al mundo dependiente le correspondía pagar las manufacturas que
importaba mediante la venta de sus productos primarios. Tal había sido el
principio en que se había basado el funcionamiento de la economía mundial
dominada por Gran Bretaña en el período anterior a 1914 {La era del
imperio, capítulo 2) aunque, excepto en el caso de los países del llamado
«capitalismo colonizador», el mundo dependiente no era un mercado rentable
para la exportación de productos manufacturados. Los 300 millones de
habitantes del subcontinente indio y los 400 millones de chinos eran demasiado
pobres y dependían demasiado del aprovisionamiento local de sus
necesidades como para poder comprar productos fuera. Por fortuna para los
británicos en el período de su hegemonía económica la pequeña capacidad de
demanda individual de sus 700 millones de dependientes sumaba la riqueza
suficiente para mantener en funcionamiento la industria algodonera del Lancashire.
Su interés, como el de todos los productores de los países del norte,
era que el mercado de las colonias dependiera completamente de lo que ellos
fabricaban, es decir, que se ruralizaran.
Fuera o no este su objetivo, no podrían conseguirlo, en parte porque los
mercados locales que se crearon como consecuencia de la absorción de las
economías por un mercado mundial estimularon la producción local de bienes
de consumo que resultaban más baratos, y en parte porque muchas de
EL FIN DE LOS IMPERIOS 2 0 9
las economías de las regiones dependientes, especialmente en Asia, eran
estructuras muy complejas con una larga historia en el sector de la manufactura,
con una considerable sofisticación y con unos recursos y un potencial
técnicos y humanos impresionantes. De esta forma, en los grandes centros de
distribución portuarios que pasaron a ser los puntos de contacto por excelencia
entre los países del norte y el mundo dependiente —desde Buenos Aires
y Sydney a Bombay, Shanghai y Saigón— se desarrolló una industria local
al socaire de la protección temporal de que gozaban frente a las importaciones,
aunque no fuese esta la intención de sus gobernantes. No tardaron
mucho los productores locales de productos textiles de Ahmedabad o Shanghai,
ya fueran nativos o representantes de empresas extranjeras, en comenzar
a abastecer los vecinos mercados indio o chino de los productos de
algodón que hasta entonces importaban del distante y caro Lancashire. Eso
fue lo que ocurrió después de la primera guerra mundial, asestando el golpe
de gracia a la industria algodonera británica.
Sin embargo, cuando consideramos cuan lógica parecía la predicción de
Marx respecto a la difusión de la revolución industrial al resto del mundo, es
sorprendente que antes de que finalizara la era imperialista, e incluso hasta
los años setenta, fueran tan pocas las industrias que se habían desplazado
hacía otros lugares desde el mundo capitalista desarrollado. A finales de los
años treinta, la única modificación importante del mapa mundial de la industrialización
era la que se había registrado como consecuencia de los planes
quinquenales soviéticos (véase el capítulo II). Todavía en 1960 más del
70 por 100 de la producción bruta mundial y casi el 80 por 100 del «valor
añadido en la manufactura», es decir, de la producción industrial, procedía de
los viejos núcleos de la industrialización de Europa occidental y América del
Norte (N. Harris, 1987, pp. 102-103). Ha sido en el último tercio del siglo
cuando se ha producido el gran desplazamiento de la industria desde sus antiguos
centros de Occidente hacia otros lugares —incluyendo el despegue de
la industria japonesa, que en 1960 únicamente aportaba el 4 por 100 de la producción
industrial mundial. Sólo en los inicios de los años setenta comenzaron
los economistas a publicar libros sobre «la nueva división internacional
del trabajo» o, lo que es lo mismo, sobre el comienzo de la desindustrialización
de los centros industriales tradicionales.
Evidentemente, el imperialismo, la vieja «división internacional del trabajo
», tenía una tendencia intrínseca a reforzar el monopolio de los viejos países
industriales. Esto daba pie a los marxistas del período de entreguerras, a los
que se unieron a partir de 1945 diversos «teóricos de la dependencia», para
atacar al imperialismo como una forma de perpetuar el atraso de los países
atrasados. Pero, paradójicamente, era la relativa inmadurez del desarrollo de
la economía capitalista mundial y, más concretamente, de la tecnología del
transporte y la comunicación, la que impedía que la industria abandonara sus
núcleos originarios. En la lógica de la empresa maximizadora de beneficios y
de la acumulación de capital no había ningún principio que exigiera el emplazamiento
de la manufactura de acero en Pensilvania o en el Ruhr, aunque no
2 1 0 LA ERA DE LAS CATASTROFES
puede sorprender que los gobiernos de los países industriales, especialmente
si eran proteccionistas o poseían grandes imperios coloniales, trataran por
todos los medios de evitar que los posibles competidores perjudicaran a la
industria nacional. Pero incluso los gobiernos imperiales podían tener razones
para industrializar sus colonias, aunque el único que lo hizo sistemáticamente
fue Japón, que desarrolló industrias pesadas en Corea (anexionada en 1911) y
con posterioridad a 1931, en Manchuria y Taiwan, porque esas colonias, dotadas
de grandes recursos, estaban lo bastante próximas a Japón, país pequeño
y pobre en materias primas, como para contribuir directamente a la industrialización
nacional japonesa. En la India, la más extensa de todas las colonias,
el descubrimiento durante la primera guerra mundial de que no tenía la capacidad
necesaria para garantizar su autosuficiencia industrial y la defensa militar
se tradujo en una política de protección oficial y de participación directa en
el desarrollo industrial del país (Misra, 1961, pp. 239 y 256). Si la guerra hizo
experimentar incluso a los administradores imperiales las desventajas de la
insuficiente industria colonial, la crisis de 1929-1933 les sometió a una gran
presión financiera. Al disminuir las rentas agrícolas, el gobierno colonial se
vio en la necesidad de compensarlas elevando los aranceles sobre los productos
manufacturados, incluidos los de la propia metrópoli, británica, francesa u
holandesa. Por primera vez, las empresas occidentales, que hasta entonces
importaban los productos en régimen de franquicia arancelaria, tuvieron un
poderoso incentivo para fomentar la producción local en esos mercados marginales
(Holland, 1985, p. 13). Pero, a pesar de las repercusiones de la guerra
y la Depresión, lo cierto es que en la primera mitad del siglo xx el mundo
dependiente continuó siendo fundamentalmente agrario y rural. Esa es la
razón por la que el «gran salto adelante» de la economía mundial del tercer
cuarto de siglo significaría para ese mundo un punto de inflexión tan importante.
III
Prácticamente todas las regiones de Asia, África, América Latina y el
Caribe dependían —y se daban cuenta de ello— de lo que ocurría en un
número reducido de países del hemisferio septentrional, pero (dejando aparte
América) la mayor parte de esas regiones eran propiedad de esos países o
estaban bajo su administración o su dominio. Esto valía incluso para aquellas
en las que el gobierno estaba en manos de las autoridades autóctonas (por
ejemplo, como «protectorados» de estados regidos por soberanos, ya que se
entendía que el «consejo» del representante británico o francés en la corte del
emir, bey, raja, rey o sultán local era de obligado cumplimiento); e incluso
en países formalmente independientes como China, donde los extranjeros
gozaban de derechos extraterritoriales y supervisaban algunas de las funciones
esenciales de los estados soberanos, como la recaudación de impuestos.
Era inevitable que en esas zonas se planteara la necesidad de liberarse de la
EL FIN DE LOS IMPERIOS 21 1
dominación extranjera. No ocurría lo mismo en América Central y del Sur,
donde prácticamente todos los países eran estados soberanos, aunque Estados
Unidos —pero nadie más— trataba a los pequeños estados centroamericanos
como protectorados de facto, especialmente durante el primero y el último
tercios del siglo.
Desde 1945, el mundo colonial se ha transformado en un mosaico de estados
nominalmente soberanos, hasta el punto de que, visto desde nuestra perspectiva
actual, parece que eso era, además de inevitable, lo que los pueblos
coloniales habían deseado siempre. Sin duda ocurría así en los países con una
larga historia como entidades políticas, los grandes imperios asiáticos —China,
Persia, los turcos— y algún otro país como Egipto, especialmente si se
habían constituido en torno a un importante Staatsvolk o «pueblo estatal»,
como los chinos han o los creyentes del islam chiíta, convertido virtualmente
en la religión nacional del Irán. En esos países, el sentimiento popular
contra los extranjeros era fácilmente politizable. No es fruto de la casualidad
que China, Turquía e Irán hayan sido el escenario de importantes revoluciones
autóctonas. Sin embargo, esos casos eran excepcionales. Las más de las
veces, el concepto de entidad política territorial permanente, con unas fronteras
fijas que la separaban de otras entidades del mismo tipo, y sometida a una
autoridad permanente, esto es, la idea de un estado soberano independiente,
cuya existencia nosotros damos por sentada, no tenía significado alguno, al
menos (incluso en zonas de agricultura permanente y sedentaria) en niveles
superiores al de la aldea. De hecho, incluso cuando existía un «pueblo» claramente
reconocido, que los europeos gustaban de describir como una «tribu»,
la idea de que podía estar separado territorialmente de otro pueblo con el que
coexistía, se mezclaba y compartía funciones era difícil de entender, porque
no tenía mucho sentido. En dichas regiones, el único fundamento de los estados
independientes aparecidos en el siglo XX eran las divisiones territoriales
que la conquista y las rivalidades imperiales establecieron, generalmente sin
relación alguna con las estructuras locales. El mundo poscolonial está, pues,
casi completamente dividido por las fronteras del imperialismo.
Además, aquellos que en el tercer mundo rechazaban con mayor firmeza
a los occidentales, por considerarlos infieles o introductores de todo tipo de
innovaciones perturbadoras e impías o, simplemente, porque se oponían a
cualquier cambio de la forma de vida del pueblo común, que suponían, no
sin razón, que sería para peor, también rechazaban la convicción de las elites
de que la modernización era indispensable. Esta actitud hacía difícil que se
formara un frente común contra los imperialistas, incluso en los países coloniales
donde todo el pueblo sometido sufría el desprecio que los colonialistas
mostraban hacia la raza inferior.
En esos países, la principal tarea que debían afrontar los movimientos
nacionalistas vinculados a las clases medias era la de conseguir el apoyo de
las masas, amantes de la tradición y opuestas a lo moderno, sin poner en peligro
sus propios proyectos de modernización. El dinámico Bal Ganghadar
Tilak (1856-1920), uno de los primeros representantes del nacionalismo indio,
212 LA ERA DE LAS CATÁSTROFES
tenía razón al suponer que la mejor manera de conseguir el apoyo de las
masas, incluso de las capas medias bajas —y no sólo en la región occidental
de la India de la que era originario—, consistía en defender el carácter sagrado
de las vacas y la costumbre de que las muchachas indias contrajeran matrimonio
a los diez años de edad, así como afirmar la superioridad espiritual de
la antigua civilización hindú o «aria» y de su religión frente a la civilización
«occidental» y a sus admiradores nativos. La primera fase importante del
movimiento nacionalista indio, entre 1905 y 1910, se desarrolló bajo estas
premisas y en ella tuvieron un peso importante los jóvenes terroristas de Bengala.
Luego, Mohandas Karamchand Gandhi (1869-1948) conseguiría movilizar
a decenas de millones de personas de las aldeas y bazares de la India
apelando igualmente al nacionalismo como espiritualidad hindú, aunque cuidando
de no romper el frente común con los modemizadores (de los que
realmente formaba parte; véase La era del imperio, capítulo 13) y evitando el
antagonismo con la India musulmana, que había estado siempre implícito en
el nacionalismo hindú. Gandhi inventó la figura del político como hombre
santo, la revolución mediante la resistencia pasiva de la colectividad («no
cooperación no violenta») e incluso la modernización social, como el rechazo
del sistema de castas, aprovechando el potencial reformista contenido en las
ambigüedades cambiantes de un hinduismo en evolución. Su éxito fue más
allá de cualquier expectativa (y de cualquier temor). Pero a pesar de ello,
como reconoció al final de su vida, antes de ser asesinado por un fanático del
exclusivismo hindú en la tradición de Tilak, había fracasado en su objetivo
fundamental. A largo plazo resultaba imposible conciliar lo que movía a las
masas y lo que convenía hacer. A fin de cuentas, la India independiente sería
gobernada por aquellos que «no deseaban la revitalización de la India del
pasado», por quienes «no amaban ni comprendían ese pasado … sino que dirigían
su mirada hacia Occidente y se sentían fuertemente atraídos por el progreso
occidental» (Nehru, 1936, pp. 23-24). Sin embargo, en el momento de
escribir este libro, la tradición antimodernista de Tilak, representada por el
agresivo partido BJP, sigue siendo el principal foco de oposición popular y
—entonces como ahora— la principal fuerza de división en la India, no sólo
entre las masas, sino entre los intelectuales. El efímero intento de Mahatma
Gandhi de dar vida a un hinduismo a la vez populista y progresista ha caído
totalmente en el olvido.
En el mundo musulmán surgió un planteamiento parecido, aunque en él
todos los modemizadores estaban obligados (salvo después de una revolución
victoriosa) a manifestar su respeto hacia la piedad popular, fueran cuales fueren
sus convicciones íntimas. Pero, a diferencia de la India, el intento de
encontrar un mensaje reformista o modernizador en el islam no pretendía
movilizar a las masas y no sirvió para ello. A los discípulos de Jamal ai-Din
al-Afghani (1839-1897) en Irán, Egipto y Turquía, los de su seguidor Mohammed
Abduh (1849-1905) en Egipto y los del argelino Abdul Hamid Ben Badis
(1889-1940) no había que buscarlos en las aldeas sino en las escuelas y universidades,
donde el mensaje de resistencia a las potencias europeas habría
EL FIN DE LOS IMPERIOS 2 13
encontrado en cualquier caso un auditorio propicio.3 Sin embargo, ya hemos
visto (véase el capítulo 5) que en el mundo islámico los auténticos revolucionarios
y los que accedieron a posiciones de poder fueron modernizadores laicos
que no profesaban el islamismo: hombres como Kemal Atatürk, que sustituyó
el fez turco (que era una innovación introducida en el siglo xix) por el
sombrero hongo y la escritura árabe, asociada al islamismo, por el alfabeto
latino, y que, de hecho, rompieron los lazos existentes entre el islam, el estado
y el derecho. Sin embargo, como lo confirma una vez más la historia
reciente, la movilización de las masas se podía conseguir más fácilmente partiendo
de una religiosidad popular antimoderna (el «fundamentalismo islámico
»). En resumen, en el tercer mundo un profundo conflicto separaba a los
modernizadores, que eran también los nacionalistas (un concepto nada tradicional),
de la gran masa de la población.
Así pues, los movimientos antiimperialistas y anticolonialistas anteriores
a 1914 fueron menos importantes de lo que cabría pensar si se tiene en cuenta
que medio siglo después del estallido de la primera guerra mundial no
quedaba vestigio alguno de los imperios coloniales occidental y japonés. Ni
siquiera en América Latina resultó un factor político importante la hostilidad
contra la dependencia económica en general y contra Estados Unidos —el
único estado imperialista que mantenía una presencia militar allí— en particular.
El único imperio que se enfrentó en algunas zonas a problemas que
no era posible solucionar con una simple actuación policiaca fue el británico.
En 1914 ya había concedido la autonomía interna a las colonias en las que
predominaba la población blanca, conocidas desde 1907 como «dominios»
(Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Suráfrica) y estaba concediendo autonomía
(«Home Rule») a la siempre turbulenta Irlanda. En la India y en Egipto
se apreciaba ya que los intereses imperiales y las exigencias de autonomía,
e incluso de independencia, podían requerir una solución política. Podría
afirmarse, incluso, que a partir de 1905 el nacionalismo se había convertido
en estos países en un movimiento de masas.
No obstante, fue la primera guerra mundial la que comenzó a quebrantar
la estructura del colonialismo mundial, además de destruir dos imperios (el
alemán y el turco, cuyas posesiones se repartieron sobre todo los británicos y
los franceses) y dislocar temporalmente un tercero, Rusia (que recobró sus
posesiones asiáticas al cabo de pocos años). Las dificultades causadas por la
guerra en los territorios dependientes, cuyos recursos necesitaba Gran Bretaña,
provocaron inestabilidad. El impacto de la revolución de octubre y el
hundimiento general de los viejos regímenes, al que siguió la independencia
irlandesa de facto para los veintiséis condados del sur (1921), hicieron pensar,
por primera vez, que los imperios extranjeros no eran inmortales. A la
conclusión de la guerra, el partido egipcio Wafd («delegación»), encabezado
por Said Zaghlul e inspirado en la retórica del presidente Wilson, exigió por
3. En la zona del norte de África ocupada por los franceses, la religión del mundo rural
estaba dominada por santones sufíes (marabuts) denunciados por los reformistas.
2 1 4 LA ERA DE LAS CATÁSTROFES
primera vez una independencia total. Tres años de lucha (1919-1922) obligaron
a Gran Bretaña a convertir el protectorado en un territorio semiindependiente
bajo control británico; fórmula que decidió aplicar también, con una
sola excepción, a la administración de los territorios asiáticos tomados al
antiguo imperio turco: Irak y TransJordania. (La excepción era Palestina,
administrada directamente por las autoridades británicas, en un vano intento
de conciliar las promesas realizadas durante la guerra a los judíos sionistas,
a cambio de su apoyo contra Alemania, y a los árabes, por su apoyo contra
los turcos.)
Más difícil le resultó encontrar una fórmula sencilla para mantener el
control en la más extensa de sus colonias, la India, donde el lema de «autonomía
» (swaraj), adoptado por el Congreso Nacional Indio por primera vez en
1906, estaba evolucionando cada vez más hacia una reclamación de independencia
total. El período revolucionario de 1918-1922 transformó la política
nacionalista de masas en el subcontinente, en parte porque los musulmanes
se volvieron contra el gobierno británico, en parte por la sanguinaria histeria
de un general británico que en el turbulento año 1919 atacó a una multitud
desarmada en un lugar sin salida y mató a varios centenares de personas (la
«matanza de Amritsar»), y, sobre todo, por la conjunción de una oleada de
huelgas y de la desobediencia civil de las masas propugnada por Gandhi y
por un Congreso radicalizado. Por un momento, el movimiento de liberación
se sintió poseído de un estado de ánimo casi milenarista y Gandhi anunció que
la swaraj se conseguiría a fines de 1921. El gobierno «no intentó ocultar que la
situación le creaba una grave preocupación», con las ciudades paralizadas
por la no cooperación, conmociones rurales en amplias zonas del norte de la
India, Bengala, Orissa y Assam, y «una gran parte de la población musulmana
de todo el país resentida y desafecta» (Cmd 1586, 1922, p. 13). A partir
de entonces, la India fue intermitentemente ingobernable. Lo que salvó el
dominio británico fue, probablemente, la conjunción de la resistencia de la
mayor parte de los dirigentes del Congreso, incluido Gandhi, a lanzar el país
al riesgo de una insurrección de masas incontrolable, su falta de confianza
y la convicción de la mayor parte de los líderes nacionalistas de que los británicos
estaban realmente decididos a acometer la reforma de la India. El
hecho de que Gandhi interrumpiera la campaña de desobediencia civil a
comienzos de 1922 porque había llevado a una matanza de policías en una
aldea da pie para pensar que la presencia británica en la India dependía más
de la moderación del dirigente indio que de la actuación de la policía y del
ejército.
Tal convicción no carecía de fundamento. Aunque en Gran Bretaña había
un poderoso grupo de imperialistas a ultranza, del que Winston Churchill se
autoproclamó portavoz, lo cierto es que a partir de 1919 la clase dirigente
consideraba inevitable conceder a la India una autonomía similar a la que
conllevaba el «estatuto de dominio» y creía que el futuro de Gran Bretaña en
la India dependía de que se alcanzara un entendimiento con la elite india,
incluidos los nacionalistas. Por consiguiente, el fin del dominio británico uniEL
FIN DE LOS IMPERIOS 2 15
lateral en la India era sólo cuestión de tiempo. Dado que la India era el corazón
del imperio británico, el futuro del conjunto de tal imperio parecía
incierto, excepto en África y en las islas dispersas del Caribe y el Pacífico,
donde el paternalismo no encontraba oposición. Nunca como en el período
de entreguerras había estado un área tan grande del planeta bajo el control,
formal o informal, de Gran Bretaña, pero nunca, tampoco, se habían sentido
sus gobernantes menos confiados acerca de la posibilidad de conservar su
vieja supremacía imperial. Esta es una de las razones principales por las que,
cuando su posición se hizo insostenible, después de la segunda guerra mundial,
los británicos no se resistieron a la descolonización. Posiblemente explica
también, en un sentido contrario, que otros imperios, particularmente el
francés —pero también el holandés—, utilizaran las armas para intentar mantener
sus posiciones coloniales después de 1945. Sus imperios no habían sido
socavados por la primera guerra mundial. El único problema grave con que
se enfrentaban los franceses era que no habían completado aún la conquista
de Marruecos, pero las levantiscas tribus beréberes de las montañas del Atlas
representaban un problema militar, no político, que era todavía más grave
para el Marruecos colonial español, donde un intelectual montañés, Abd-el-
Krim, proclamó la república del Rifen 1923. Abd-el-Krim, que contaba con
el apoyo entusiasta de los comunistas franceses y de otros elementos izquierdistas,
fue derrotado en 1926 con la ayuda de Francia, tras lo cual los beréberes
volvieron a su estrategia habitual de luchar en el extranjero integrados
en los ejércitos coloniales francés y español y de resistirse a cualquier tipo de
gobierno central en su país. Fue mucho después de la conclusión de la primera
guerra mundial cuando surgió un movimiento anticolonial en las colonias
francesas islámicas y en la Indochina francesa, aunque antes ya había
existido cierta agitación, de escasa envergadura, en Túnez.
IV
El período revolucionario había afectado especialmente al imperio británico,
pero la Gran Depresión de 1929-1933 hizo tambalearse a todo el mundo
dependiente. La era del imperialismo había sido para la mayor parte de él
un período de crecimiento casi constante, que ni siquiera se había interrumpido
con una guerra mundial que se vivió como un acontecimiento lejano. Es
cierto que muchos de sus habitantes no participaban activamente en la economía
mundial en expansión, o no se sentían ligados a ella de una forma
nueva, pues a unos hombres y mujeres que vivían en la pobreza y cuya tarea
había sido siempre la de cavar y llevar cargas poco les importaba cuál fuera
el contexto global en el que tenían que realizar esas faenas. Sin embargo, la
economía imperialista modificó sustancialmente la vida de la gente corriente,
especialmente en las regiones de producción de materias primas destinadas a
la exportación. En algunos casos, esos cambios ya se habían manifestado en
la política de las autoridades autóctonas o extranjeras. Por ejemplo, cuando,
2 1 6 LA ERA DE LAS CATÁSTROFES
entre 1900 y 1930, las haciendas peruanas se transformaron en refinerías de
azúcar en la costa y en ranchos de ovejas en las montañas, y el goteo de la
mano de obra india que emigraba hacia la costa y la ciudad se convirtió en
una inundación, empezaron a surgir nuevas ideas en las zonas más tradicionales
del interior. A comienzos de los años treinta, en Huasicancha, una
comunidad «especialmente remota» situada a unos 3.700 metros de altitud en
las inaccesibles montañas de los Andes, se debatía ya cuál de los dos partidos
radicales nacionales representaría mejor sus intereses (Smith, 1989, esp.
p. 175). Pero en la mayor parte de los casos nadie, excepto la población
local, sabía hasta qué punto habían cambiado las cosas, ni se preocupaba de
saberlo.
¿Qué significaba, por ejemplo, para unas economías que apenas utilizaban
el dinero, o que sólo lo usaban para un número limitado de funciones,
integrarse en una economía en la que el dinero era el medio universal de
intercambio, como sucedía en los mares indopacíficos? Se alteró el significado
de bienes, servicios y transacciones entre personas, y con ello cambiaron
los valores morales de la sociedad y sus formas de distribución social. En
las sociedades matriarcales campesinas de los cultivadores de arroz de Negri
Sembilan (Malaysia), las tierras ancestrales, que cultivaban preferentemente
las mujeres, sólo podían ser heredadas por ellas o a través de ellas, pero las
nuevas parcelas que roturaban los hombres en la jungla, y en las que se cultivaban
otros productos como frutas y hortalizas, podían ser transmitidas
directamente a los hombres. Pues bien, con el auge de las plantaciones de
caucho, un cultivo mucho más rentable que el arroz, se modificó el equilibrio
entre los sexos, al imponerse la herencia por vía masculina. A su vez, esto
sirvió para reforzar la posición de los dirigentes patriarcales del islam ortodoxo,
que intentaban hacer prevalecer la ortodoxia sobre la ley consuetudinaria,
y también la del dirigente local y sus parientes, otra isla de descendencia
patriarcal en medio del lago matriarcal local (Firth, 1954). Ese tipo de
cambios y transformaciones se dieron con frecuencia en el mundo dependiente,
en el seno de comunidades que apenas tenían contacto directo con el
mundo exterior: en este caso concreto tal vez lo tuvieran a través de un
comerciante chino, las más de las veces un campesino o artesano emigrante
de Fukien, acostumbrado al esfuerzo constante y a las complejidades del
dinero, pero igualmente ajeno al mundo de Henry Ford y de la General
Motors (Freedman, 1959).
A pesar de ello, la economía mundial parecía remota, porque sus efectos
inmediatos y reconocibles no habían adquirido el carácter de un cataclismo,
excepto, tal vez, en los enclaves industriales que, aprovechando la existencia
de mano de obra barata, aparecieron en lugares como la India y China, donde
desde 1917 empezaron a ser frecuentes los conflictos laborales y las organizaciones
obreras de tipo occidental, y en las gigantescas ciudades portuarias e
industriales a través de las cuales se relacionaba el mundo dependiente con la
economía mundial que determinaba su destino: Bombay, Shanghai (cuya
población pasó de 200.000 habitantes a mediados del siglo xix a tres milloEL
FIN DE LOS IMPERIOS 2 17
nes y medio en los años treinta), Buenos Aires y, en menor escala, Casablanca,
que, menos de treinta años después de que adquiriera la condición de
puerto moderno contaba ya con 250.000 habitantes (Bairoch, 1985, pp. 517
y 525).
Todo ello fue trastocado por la Gran Depresión, durante la cual chocaron
por primera vez de manera patente los intereses de la economía de la metrópoli
y los de las economías dependientes, sobre todo porque los precios de
los productos primarios, de los que dependía el tercer mundo, se hundieron
mucho más que los de los productos manufacturados que se compraban a
Occidente (capítulo III). Por primera vez, el colonialismo y la dependencia
comenzaron a ser rechazados como inaceptables incluso por quienes hasta
entonces se habían beneficiado de ellos. «Los estudiantes se alborotaban en
El Cairo, Rangún y Yakarta (Batavia), no porque creyeran que se aproximaba
un gran cambio político, sino porque la Depresión había liquidado las
ventajas que habían hecho que el colonialismo resultara tan aceptable para la
generación de sus padres» (Holland, 1985, p. 12). Lo que es más: por primera
vez (salvo en las situaciones de guerra) la vida de la gente común se vio
sacudida por unos movimientos sísmicos que no eran de origen natural y que
movían más a la protesta que a la oración. Se formó así la base de masas para
una movilización política, especialmente en zonas como la costa occidental
de África y el sureste asiático donde los campesinos dependían estrechamente
de la evolución del mercado mundial de cultivos comerciales. Al mismo
tiempo, la Depresión desestabilizó tanto la política nacional como la internacional
del mundo dependiente.
La década de 1930 fue, pues, crucial para el tercer mundo, no tanto porque
la Depresión desencadenara una radicalización política sino porque determinó
que en los diferentes países entraran en contacto las minorías politizadas
y la población común. Eso ocurrió incluso en lugares como la India,
donde el movimiento nacionalista ya contaba con un apoyo de masas. El
recurso, por segunda vez, a la estrategia de la no cooperación al comienzo de
los años treinta, la nueva Constitución de compromiso que concedió el
gobierno británico y las primeras elecciones provinciales a escala nacional
de 1937 mostraron el apoyo con que contaba el Congreso Nacional Indio,
que en su centro neurálgico, en el Ganges, pasó de sesenta mil miembros
en 1935 a 1,5 millones a finales de la década (Tomlinson, 1976, p. 86). El
fenómeno fue aún más evidente en algunos países en los que hasta entonces
la movilización había sido escasa. Comenzaron ya a distinguirse, más o
menos claramente, los perfiles de la política de masas del futuro: el populismo
latinoamericano basado en unos líderes autoritarios que buscaban el apoyo
de los trabajadores de las zonas urbanas; la movilización política a cargo
de los líderes sindicales que luego serían dirigentes partidistas, como en la
zona del Caribe dominada por Gran Bretaña; un movimiento revolucionario
con una fuerte base entre los trabajadores que emigraban a Francia o que
regresaban de ella, como en Argelia; un movimiento de resistencia nacional
de base comunista con fuertes vínculos agrarios, como en Vietnam. Cuando
2 1 8 LA ERA DE LAS CATÁSTROFES
menos, como ocurrió en Malaysia, los años de la Depresión rompieron los
lazos existentes entre las autoridades coloniales y las masas campesinas,
dejando un espacio vacío para una nueva política.
Al final de los años treinta, la crisis del colonialismo se había extendido
a otros imperios, a pesar de que dos de ellos, el italiano (que acababa de conquistar
Etiopía) y el japonés (que intentaba dominar China), estaban todavía
en proceso de expansión, aunque no por mucho tiempo. En la India, la nueva
Constitución de 1935, un desafortunado compromiso con las fuerzas en ascenso
del nacionalismo, resultó ser una concesión importante gracias al amplio
triunfo electoral que el Congreso alcanzó en casi todo el país. En la zona
francesa del norte de África surgieron importantes movimientos políticos en
Túnez y en Argelia —se produjo incluso cierta agitación en Marruecos—, y
por primera vez cobró fuerza en la Indochina francesa la agitación de masas
bajo dirección comunista, ortodoxa y disidente. Los holandeses consiguieron
mantener el control en Indonesia, una región que «acusa con mayor intensidad
que la mayor parte de los países cuanto ocurre en Oriente» (Van Asbeck,
1939), no porque reinara la calma, sino por la división que existía entre las
fuerzas de oposición: islámicas, comunistas y nacionalistas laicas. Incluso en
el Caribe, que según los ministros encargados de los asuntos coloniales era
una zona somnolienta, se registraron entre 1935 y 1938 una serie de huelgas
en los campos petrolíferos de Trinidad y en las plantaciones y ciudades de
Jamaica, que dieron paso a enfrentamientos en toda la isla, revelando por primera
vez la existencia de una masa de desafectos.
Sólo el África subsahariana permanecía en calma, aunque también allí la
Depresión provocó, a partir de 1935, las primeras huelgas importantes, que
se iniciaron en las zonas productoras de cobre del África central. Londres
empezó entonces a instar a los gobiernos coloniales a que crearan departamentos
de trabajo, adoptaran medidas para mejorar las condiciones de los
trabajadores y estabilizaran la mano de obra, reconociendo que el sistema
imperante de emigración desde la aldea a la mina era social y políticamente
desestabilizador. La oleada de huelgas de 1935-1940 se extendió por toda
África, pero no tenía aún una dimensión política anticolonial, a menos que se
considere como tal la difusión en la zona de los yacimientos de cobre de iglesias
y profetas africanos de orientación negra y de movimientos como el
milenarista de los Testigos de Jehová (de inspiración norteamericana), que
rechazaba a los gobiernos mundanos. Por primera vez los gobiernos coloniales
comenzaron a reflexionar sobre el efecto desestabilizador de las transformaciones
económicas en la sociedad rural africana —que, de hecho, estaba
atravesando por una época de notable prosperidad— y a fomentar la investigación
de los antropólogos sociales sobre este tema.
No obstante, el peligro político parecía remoto. En las zonas rurales esta
fue la época dorada del administrador blanco, con o sin la ayuda de «jefes»
sumisos, creados a veces para auxiliarles, cuando la administración colonial
se ejercía de manera «indirecta». A mediados de los años treinta existía ya en
las ciudades un sector de africanos cultos e insatisfechos lo bastante nutríEL
FIN DE LOS IMPERIOS 2 1 9
do como para que pudiera crearse una prensa política floreciente, con diarios
como el African Morning Post en Costa de Oro (Ghana), el West African
Pilot en Nigeria y el Éclaireur de la Cene d’lvoire en Costa de Marfil («condujo
una campaña contra jefes importantes y contra la policía; exigió medidas
de reconstrucción social; defendió la causa de los desempleados y de los
campesinos africanos golpeados por la crisis económica» [Hodgkin, 1961,
p. 32]). Comenzaban ya a aparecer los dirigentes del nacionalismo político
local, influidos por las ideas del movimiento negro de los Estados Unidos, de
la Francia del Frente Popular, de las que difundía la Unión de Estudiantes del
África Occidental en Londres, e incluso del movimiento comunista.4 Algunos
de los futuros presidentes de las futuras repúblicas africanas, como Jomo
Kenyatta (1889-1978) de Kenia y el doctor Namdi Azikiwe, que sería presidente
de Nigeria, desempeñaban ya un papel activo. Sin embargo, nada de
eso preocupaba todavía a los ministros europeos de asuntos coloniales.
A la pregunta de si en 1939 podía verse como un acontecimiento inminente
la previsible desaparición de los imperios coloniales he de dar una
respuesta negativa, si me baso en mis recuerdos de una «escuela» para estudiantes
comunistas británicos y «coloniales» celebrada en aquel año. Y nadie
podía tener mayores expectativas en este sentido que los apasionados y esperanzados
jóvenes militantes marxistas. Lo que transformó la situación fue la
segunda guerra mundial: una guerra entre potencias imperialistas, aunque
fuese mucho más que eso. Hasta 1943, mientras triunfaban las fuerzas del
Eje, los grandes imperios coloniales estaban en el bando derrotado. Francia
se hundió estrepitosamente, y si conservó muchas de sus dependencias fue
porque se lo permitieron las potencias del Eje. Los japoneses se apoderaron
de las colonias que aún poseían Gran Bretaña, Países Bajos y otros estados
occidentales en el sureste de Asia y en el Pacífico occidental. Incluso en el
norte de África los alemanes ocuparon diversas posiciones a fin de controlar
una zona que se extendía hasta pocos kilómetros de Alejandría. En un
momento determinado, Gran Bretaña pensó seriamente en la posibilidad de
retirarse de Egipto. Sólo la parte del continente africano al sur de los desiertos
permaneció bajo el firme control de los países aliados, y los británicos se
las arreglaron para liquidar, sin grandes dificultades, el imperio italiano del
Cuerno de África.
Lo que dañó irreversiblemente a las viejas potencias coloniales fue la
demostración de que el hombre blanco podía ser derrotado de manera deshonrosa,
y de que esas viejas potencias coloniales eran demasiado débiles,
aun después de haber triunfado en la guerra, para recuperar su posición anterior.
La gran prueba para el raj británico en la India no fue la gran rebelión
organizada por el Congreso en 1942 bajo el lema Quit India («fuera de la
India»), que pudo sofocarse sin gran dificultad; fue el hecho de que, por primera
vez, cincuenta y cinco mil soldados indios se pasaran al enemigo para
constituir un «Ejército Nacional Indio» comandado por el dirigente izquier-
4. Sin embargo, ni un solo dirigente africano abrazó el comunismo.
2 2 0 LA ERA DE LAS CATÁSTROFES
dista del Congreso Subhas Chandra Bose, que había decidido buscar el apoyo
japonés para conseguir la independencia de la India (Bhargava y Singh
Gill, 1988, p. 10; Sareen, 1988, pp. 20-21). Japón, cuya estrategia política la
decidían tal vez los altos mandos navales, más sutiles que los del ejército de
tierra, hizo valer el color de la piel de sus habitantes para atribuirse, con
notable éxito, la función de liberador de colonias (excepto entre los chinos de
ultramar y en Vietnam, donde mantuvo la administración francesa). En 1943
se organizó en Tokio una «Asamblea de naciones asiáticas del gran oriente»
bajo el patrocinio de Japón,5 a la que asistieron los «presidentes» o «primeros
ministros» de China, India, Tailandia, Birmania y Manchuria (pero no el de
Indonesia, al cual, cuando la guerra ya estaba perdida, se le ofreció incluso
«independizarse» de Japón). Los nacionalistas de los territorios coloniales eran
demasiado realistas como para adoptar una actitud pro japonesa, aunque veían
con buenos ojos el apoyo de Japón, especialmente si, como en Indonesia, era
un apoyo sustancial. Cuando los japoneses estaban al borde de la derrota, se
volvieron contra ellos, pero nunca olvidaron cuan débiles habían demostrado
ser los viejos imperios occidentales. Tampoco olvidaron que las dos potencias
que en realidad habían derrotado al Eje, los Estados Unidos de Roosevelt y la
URSS de Stalin, eran, por diferentes razones, hostiles al viejo colonialismo,
aunque el anticomunismo norteamericano llevó muy pronto a Washington a
defender el conservadurismo en el tercer mundo.
No puede sorprender que fuera en Asia donde primero se quebró el viejo
sistema colonial. Siria y Líbano (posesiones francesas) consiguieron la independencia
en 1945; la India y Pakistán en 1947; Birmania, Ceilán (Sri Lanka),
Palestina (Israel) y las Indias Orientales Holandesas (Indonesia) en
1948. En 1946 los Estados Unidos habían concedido la independencia oficial
a Filipinas, ocupada por ellos desde 1898 y, naturalmente, el imperio japonés
desapareció en 1945. La zona islámica del norte de África estaba ya en
plena efervescencia, pero no se había llegado aún al punto de ruptura. En
cambio, la situación era relativamente tranquila en la mayor parte del África
subsahariana y en las islas del Caribe y del Pacífico. Sólo en algunas zonas
del sureste asiático encontró seria resistencia el proceso de descolonización
política, particularmente en la Indochina francesa (correspondiente en la
actualidad a Vietnam, Camboya y Laos), donde el movimiento comunista
de resistencia, a cuyo frente se hallaba el gran Ho Chi Minh, declaró la independencia
después de la liberación. Los franceses, apoyados por Gran
Bretaña y, en una fase posterior, por Estados Unidos, llevaron a cabo un
desesperado contraataque para reconquistar y conservar el país frente a la
5. Por razones que no están claras, el término «asiático» sólo comenzó a utilizarse
corrientemente después de la segunda guerra mundial.
EL FIN DE LOS IMPERIOS 221
revolución victoriosa. Fueron derrotados y obligados a retirarse en 1954,
pero Estados Unidos impidió la unificación del país e instaló un régimen
satélite en la parte meridional del Vietnam dividido. El inminente hundimiento
de ese régimen llevó a los Estados Unidos a intervenir en Vietnam, en
una guerra que duró diez años y que terminó con su derrota y su retirada
en 1975, después de haber lanzado sobre ese malhadado país más bombas de
las que se habían utilizado en toda la segunda guerra mundial.
La resistencia fue más desigual en el resto del sureste asiático. Los holandeses
(que tuvieron más éxito que los británicos en la descolonización de su
imperio indio, sin necesidad de dividirlo) no eran lo bastante fuertes como
para mantener la potencia militar necesaria en el extenso archipiélago indonesio,
la mayor parte de cuyas islas los habrían apoyado para contrarrestar el
predominio de Java, con sus cincuenta y cinco millones de habitantes. Abandonaron
ese proyecto cuando descubrieron que para Estados Unidos Indonesia
no era, a diferencia de Vietnam, un frente estratégico en la lucha contra el
comunismo mundial. En efecto, los nuevos nacionalistas indonesios no sólo
no eran de inspiración comunista, sino que en 1948 sofocaron una insurrección
del Partido Comunista. Este episodio convenció a Estados Unidos de que
la fuerza militar holandesa debía utilizarse en Europa contra la supuesta amenaza
soviética, y no para mantener su imperio. Así pues, los holandeses sólo
conservaron un enclave colonial en la mitad occidental de la gran isla melanésica
de Nueva Guinea, que se incorporó también a Indonesia en los años
sesenta. En cuanto a Malaysia, Gran Bretaña se encontró con un doble problema:
por un lado, el que planteaban los sultanes tradicionales, que habían
prosperado en el imperio, y por otro, el derivado de la existencia de dos
comunidades diferentes y mutuamente enfrentadas, los malayos y los chinos,
cada una de ellas radicalizada en una dirección diferente; los chinos bajo la
influencia del Partido Comunista, que había alcanzado una posición preeminente
como única fuerza que se oponía a los japoneses. Una vez iniciada la
guerra fría, no cabía pensar en modo alguno en permitir que los comunistas,
y menos aún los chinos, ocuparan el poder en una ex colonia, pero lo cierto
es que desde 1948 los británicos necesitaron doce años, un ejército de cincuenta
mil hombres, una fuerza de policía de sesenta mil y una guarnición de
doscientos mil soldados para vencer en la guerra de guerrillas instigada principalmente
por los chinos. Cabe preguntarse si en el caso de que el estaño y
el caucho de Malaysia no hubieran sido una fuente de dólares tan importante,
que garantizaba la estabilidad de la libra esterlina, Gran Bretaña habría mostrado
la misma disposición a afrontar el costo de esas operaciones. Lo cierto
es que la descolonización de Malaysia habría sido, en cualquier caso, una operación
compleja y que no se produjo (para satisfacción de los conservadores
malayos y de los millonarios chinos) hasta 1957. En 1965, la isla de Singapur,
de población mayoritariamente china, se separó para constituir una ciudad-
estado independiente y muy rica.
Su larga experiencia en la India había enseñado a Gran Bretaña algo que
no sabían franceses y holandeses: cuando surgía un movimiento nacionalista
2 22 LA ERA DE LAS CATÁSTROFES
importante, la renuncia al poder formal era la única forma de seguir disfrutando
las ventajas del imperio. Los británicos se retiraron del subcontinente
indio en 1947, antes de que resultara evidente que ya no podían controlarlo,
y lo hicieron sin oponer la menor resistencia. También Ceilán (que en 1972
tomó el nombre de Sri Lanka) y Birmania obtuvieron la independencia, la
primera con una agradable sensación de sorpresa y la segunda con más vacilación,
dado que los nacionalistas birmanos, aunque dirigidos por una Liga
Antifascista de Liberación del Pueblo, también habían cooperado con los
japoneses. De hecho, la hostilidad de Birmania contra Gran Bretaña era tan
intensa que de todas las posesiones británicas descolonizadas fue la única
que se negó inmediatamente a integrarse en la Commonwealth, una forma de
asociación laxa mediante la cual Londres intentaba mantener al menos el
recuerdo del imperio. La decisión de Birmania se adelantó incluso a la de los
irlandeses, que en el mismo año convirtieron a Irlanda en una república no
integrada en la Commonwealth. Aunque la retirada rápida y pacífica de Gran
Bretaña de ese sector del planeta, el más extenso que haya estado nunca
sometido y administrado por un conquistador extranjero, hay que acreditarla
en el haber del gobierno laborista que entró en funciones al terminar la
segunda guerra mundial, no se puede afirmar que fuera un éxito rotundo, ya
que se consiguió al precio de una sangrienta división de la India en dos estados
(uno musulmán, Pakistán, y otro, la India, en su gran mayoría hindú,
aunque no fuera un estado confesional), en el curso de la cual varios centenares
de miles de personas murieron a manos de sus oponentes religiosos, y
varios millones más tuvieron que abandonar su terruño ancestral para asentarse
en lo que se había convertido en un país extranjero. Desde luego eso no
figuraba en los planes ni del nacionalismo indio, ni de los movimientos
musulmanes, ni en el de los gobernantes imperiales.
El proceso por el que llegó a hacerse realidad la idea de un «Pakistán»
separado, un nombre y un concepto inventados por unos estudiantes en 1932-
1933, continúa intrigando tanto a los estudiosos de la historia como a aquellos
a quienes les gusta pensar qué habría ocurrido si las cosas hubieran sido
de otro modo. La perspectiva del tiempo permite afirmar que la división de
la India en función de parámetros religiosos creó un precedente siniestro para
el futuro del mundo, de modo que es necesario explicarlo. En cierto sentido
no fue culpa de nadie, o lo fue de todo el mundo. En las elecciones celebradas
tras la entrada en vigor de la Constitución de 1935 había triunfado el
Congreso, incluso en la mayor parte de las zonas musulmanas, y la Liga
Musulmana, partido nacional que se arrogaba la representación de la comunidad
minoritaria, había obtenido unos pobres resultados. El ascenso del
Congreso Nacional Indio, laico y no sectario, hizo que muchos musulmanes,
la mayor parte de los cuales (como la mayoría de los hindúes) no tenían todavía
derecho de voto, recelaran del poder hindú, pues parecía lógico que fueran
hindúes la mayoría de los líderes del Congreso en un país predominantemente
hindú. En lugar de admitir esos temores y conceder a los musulmanes
una representación especial, las elecciones parecieron reforzar la pretensión
EL FIN DE LOS IMPERIOS 2 2 3
del Congreso de ser el único partido nacional que representaba tanto a los
hindúes como a los musulmanes. Eso fue lo que indujo a la Liga Musulmana,
conducida por su formidable líder Muhammad Ali Jinnah, a romper con
el Congreso y avanzar por la senda que podía llevar al separatismo. No obstante,
no fue hasta 1940 cuando Jinnah dejó de oponerse a la creación de un
estado musulmán separado.
Fue la guerra la que produjo la ruptura de la India en dos mitades. En cierto
sentido, este fue el último gran triunfo del raj británico y, al mismo tiempo, su
último suspiro. Por última vez el raj movilizó los recursos humanos y económicos
de la India para ponerlos al servicio de una guerra británica, en
mayor escala aún que en 1914-1918, y en esta ocasión contra la oposición de
las masas que se alineaban con un partido de liberación nacional, y —a diferencia
de lo ocurrido en la primera guerra mundial— contra la inminente
invasión militar de Japón. Se consiguió un éxito sorprendente, pero el precio
que hubo que pagar fue muy elevado. La oposición del Congreso a la guerra
determinó que sus dirigentes quedaran al margen de la política y, desde 1942,
en prisión. Las dificultades inherentes a la economía de guerra enajenaron al
raj el apoyo de importantes grupos de musulmanes, particularmente en el
Punjab, y los aproximaron a la Liga Musulmana, que adquirió la condición de
un movimiento de masas en el mismo momento en que el gobierno de Delhi,
llevado del temor de que el Congreso pudiera sabotear el esfuerzo de guerra,
utilizaba de forma deliberada y sistemática la rivalidad entre las comunidades
hindú y musulmana para inmovilizar al movimiento nacionalista. En este caso
puede decirse que Gran Bretaña aplicó la máxima de «divide y vencerás». En
su último intento desesperado por ganar la guerra, el raj no sólo se destruyó a
sí mismo sino que acabó con lo que lo legitimaba moralmente: el proyecto de
lograr un subcontinente indio unido en el que sus múltiples comunidades
pudieran coexistir en una paz relativa bajo la misma administración y el mismo
ordenamiento jurídico. Cuando concluyó la guerra resultó imposible dar
marcha atrás al motor de una política confesionalista.
Con la excepción de Indochina, el proceso de descolonización estaba ya
concluido en Asia en 1950. Mientras tanto, la región musulmana occidental,
desde Persia (Irán) a Marruecos, experimentó una transformación impulsada
por una serie de movimientos populares, golpes revolucionarios e insurrecciones,
que comenzaron con la nacionalización de las compañías petrolíferas
occidentales en Irán (1951) y la implantación del populismo con Muhammad
Mussadiq (1880-1967) y el apoyo del poderoso Partido Tude (comunista).
(No puede sorprender que los partidos comunistas del Próximo Oriente
adquirieran cierta influencia a raíz de la gran victoria soviética.) Mussadiq
seria derrocado en 1953 como consecuencia de un golpe preparado por el servicio
secreto anglonorteamericano. La revolución de los Oficiales Libres en
Egipto (1952), dirigida por Gamal Abdel Nasser (1918-1970), y el posterior
derrumbamiento de los regímenes dependientes de Occidente en Irak (1958)
y Siria fueron hechos irreversibles, aunque británicos y franceses, en colaboración
con el nuevo estado antiárabe de Israel, intentaron por todos los
2 2 4 LA ERA DE LAS CATÁSTROFES
medios aniquilar a Nasser en la guerra de Suez de 1956 (véase p. 360). En
cambio, Francia se opuso con energía al levantamiento de las fuerzas que
luchaban por la independencia nacional en Argelia (1954-1961), uno de esos
territorios, como Suráfrica y —en un sentido distinto— Israel, donde la
coexistencia de la población autóctona con un núcleo numeroso de colonos
europeos dificultaba la solución del problema de la descolonización. La guerra
de Argelia fue un conflicto sangriento que contribuyó a institucionalizar
la tortura en el ejército, la policía y las fuerzas de seguridad de unos países
que se declaraban civilizados. Popularizó la utilización de la tortura mediante
descargas eléctricas que se aplicaban en distintas zonas del cuerpo como la
lengua, los pezones y los genitales, y provocó la caída de la cuarta república
(1958) y casi la de la quinta (1961), antes de que Argelia consiguiera la independencia,
que el general De Gaulle había considerado inevitable hacía mucho
tiempo. Mientras tanto, el gobierno francés había negociado secretamente la
autonomía y la independencia (1956) de los otros dos protectorados que
poseía en el norte de África: Túnez (que se convirtió en una república) y
Marruecos (que siguió siendo una monarquía). Ese mismo año Gran Bretaña
se desprendió tranquilamente de Sudán, cuyo mantenimiento como colonia
era insostenible desde que perdiera el control sobre Egipto.
Es difícil decir con certeza cuándo comprendieron los viejos imperios
que la era del imperialismo había concluido definitivamente. Visto desde la
actualidad, el intento de Gran Bretaña y de Francia de reafirmar su posición
como potencias imperialistas en la aventura del canal de Suez de 1956 parece
más claramente condenado al fracaso de lo que debieron pensar los
gobiernos de Londres y París que proyectaron esa operación militar para acabar
con el gobierno egipcio revolucionario del coronel Nasser, en una acción
concertada con Israel. El episodio constituyó un sonoro fracaso (salvo desde
el punto de vista de Israel), tanto más ridículo por la combinación de indecisión
y falta de sinceridad de que hizo gala el primer ministro británico Anthony
Edén. La operación —que, apenas iniciada, tuvo que ser cancelada
bajo la presión de Estados Unidos— inclinó a Egipto hacia la URSS y terminó
para siempre con lo que se ha llamado «el momento de Gran Bretaña
en el Próximo Oriente», es decir, la época de hegemonía británica incontestable
en la región, iniciada en 1918.
Sea como fuere, a finales de los años cincuenta los viejos imperios eran
conscientes de la necesidad de liquidar el colonialismo formal. Sólo Portugal
continuaba resistiéndose, porque la economía de la metrópoli, atrasada y aislada
políticamente, no podía permitirse el neocolonialismo. Necesitaba explotar
sus recursos africanos y, como su economía no era competitiva, sólo podía
hacerlo mediante el control directo. Suráfrica y Rodesia del Sur, los dos estados
africanos en los que existía un importante núcleo de colonos de raza blanca
(aparte de Kenia), se negaron también a seguir la senda que desembocaría
inevitablemente en el establecimiento de unos regímenes dominados por la
población africana, y para evitar ese destino Rodesia del Sur se declaró independiente
de Gran Bretaña (1965). Sin embargo, París, Londres y Bruselas (el
EL FIN DE LOS IMPERIOS 2 25
Congo belga) decidieron que la concesión voluntaria de la independencia formal
y el mantenimiento de la dependencia económica y cultural eran preferibles
a una larga lucha que probablemente desembocaría en la independencia
y el establecimiento de regímenes de izquierdas. Únicamente en Kenia se
produjo una importante insurrección popular y se inició una guerra de guerrillas,
aunque sólo participaron en ella algunos sectores de una etnia local, los
kikuyu (el llamado movimiento Mau-Mau, 1952-1956). En todos los demás
lugares, se practicó con éxito la política de descolonización profiláctica,
excepto en el Congo belga, donde muy pronto degeneró en anarquía, guerra
civil e intervención internacional. Por lo que respecta al África británica,
en 1957 se concedió la independencia a Costa de Oro (la actual Ghana), donde
ya existía un partido de masas conducido por un valioso político e intelectual
panafricanista llamado Kwame Nkrumah. En el África francesa, Guinea
fue abocada a una independencia prematura y empobrecida en 1958, cuando
su líder, Sekou Touré, se negó a integrarse en una «Comunidad Francesa»
ofrecida por De Gaulle, que conjugaba la autonomía con una dependencia
estricta de la economía francesa y, por ende, fue el primero de los líderes africanos
negros que se vio obligado a buscar ayuda en Moscú. Casi todas las restantes
colonias británicas, francesas y belgas de África obtuvieron la independencia
en 1960-1962, y el resto poco después. Sólo Portugal y los estados que
los colonos blancos habían declarado independientes se resistieron a seguir
esa tendencia.
Las posesiones británicas más extensas del Caribe fueron descolonizadas
sin disturbios en los años sesenta; las islas más pequeñas, a intervalos desde
ese momento hasta 1981, las del índico y el Pacífico, a finales de los años
sesenta y durante la década de los setenta. De hecho en 1970 ningún territorio
de gran extensión continuaba bajo la administración directa de las antiguas
potencias coloniales o de los regímenes controlados por sus colonos,
excepto en el centro y sur de África y, naturalmente, en Vietnam, donde en
ese momento rugían las armas. La era imperialista había llegado a su fin.
Setenta y cinco años antes el imperialismo parecía indestructible e incluso
treinta años antes afectaba a la mayor parte de los pueblos del planeta. El
imperialismo, un elemento irrecuperable del pasado, pasó a formar parte de
los recuerdos literarios y cinematográficos idealizados de los antiguos estados
imperiales, cuando una nueva generación de escritores autóctonos de los
antiguos países coloniales comenzaron su creación literaria al iniciarse el
período de la independencia.

En busca de un buen vehículo electoral

Varias veces me han preguntado si creo que Toni Saca se lanza a buscar un segundo período presidencial. Mi respuesta: no creo, estoy seguro de que lo hará. La única decisión que tiene pendiente es cuándo y cómo.

Dejando a un lado cualquier especulación sobre sus motivos, lo cierto es que Toni Saca inhala y exhala política desde que se levanta hasta que se acuesta y muy probablemente también cuando está dormido.

A no ser que uno esté muy prejuiciado, no es difícil entender su razonamiento. Es un hombre joven y lleno de vitalidad, aspectos en los que aventaja sobradamente a los candidatos que ya se han anunciado. Es el único que tiene experiencia específica y comprobada para el cargo de presidente de la república. Puede enarbolar sus logros y mostrar capacidad para aprender de sus errores. Sabe que cuenta, de partida, con mucha simpatía de la gente; también con intensos rechazos, algunos cerebrales y otros viscerales, pero no en cantidad suficiente como para afectarlo significativamente.

Entonces, ¿por qué no?, si como mínimo sería un contendiente igualmente viable que los demás, quienes por apresurarse están experimentando un notorio desgaste y debilitándose mutuamente mientras él descansa a la sombra, sin mojarse, sin enredarse visiblemente en todos los asuntos controversiales de la política cotidiana.

Esos son los argumentos a su favor, pero Toni Saca es suficientemente frío y astuto como para no caer en la cuenta de las dificultades que enfrenta su candidatura aun antes de concretarse. En primer lugar, la gran incógnita de cómo verá el pueblo, a la hora de la verdad, algo de lo que no hay experiencia en nuestra historia, una misma persona ocupando por segunda vez la silla presidencial.

Frente a esa incógnita, sabe que deberá reinventarse y tiene confianza en que puede hacerlo, aunque para hacer creíble esa reencarnación política no le bastará un cambio de discurso o algunas ideas novedosas; también tendría que botar el lastre de algunos de sus anteriores amigos y colaboradores que no gozan de muy buena reputación.

En segundo lugar, su principal problema, quién lo acarrea como candidato, quién le podrá sumar más de lo que le va a restar a su atractivo personal. En este punto sus opciones no son muy buenas.

Lo de articular una gran alianza de organizaciones políticas y civiles suena bonito pero corre el grave peligro de convertirse en un inmenso e inútil cascarón, si no por otra razón, porque en nuestra cultura política ningún partido puede esperar realistamente que sus militantes y simpatizantes sigan la señal de votar por un candidato externo. Además de que mucha gente que le guarda respeto o simpatía, recibiría un balde de agua fría si se les pone en situación de aceptar un combo que incluya partidos que les resultan intragables. Las sumas y las restas podrían arrojar un saldo negativo.

Pero en esto hay un problema más de fondo que, a mi juicio, Toni Saca no ha logrado percibir en su justa dimensión. La estrategia central de su campaña sería la de proponerse como una alternativa pragmática a los posicionamientos ideológicos de ARENA y el FMLN, pero cualquier mensaje de esa naturaleza está en abierta contradicción con el comportamiento político que han tenido en momentos cruciales los partidos que podrían respaldar su candidatura, particularmente GANA y la democracia cristiana, que han hecho una sola melcocha con el FMLN en todas las votaciones importantes en los últimos años en la Asamblea Legislativa.

¿Cuál nueva derecha?, se preguntará la gente, si esos partidos han sido inquebrantables aliados del FMLN y de Mauricio Funes. Podría pensarse que ese tipo de asociaciones políticas e identificaciones ideológicas solo las percibe un pequeño sector de clase media urbana, pero es precisamente ese sector el que decide elecciones cerradas, como son casi siempre las presidenciales en nuestro país.

¿Cómo puede pensar Toni Saca en liderar un movimiento civil de peso si los partidos que podrían adoptarlo como candidato tuvieron un enfrentamiento enconado y sostenido con las principales organizaciones de la sociedad civil en el conflicto por la elección del Fiscal y de los nuevos magistrados de la CSJ?

Y no sólo se enfrentaron a la sociedad civil sino que manifestaron una patente actitud de desprecio hacia ella. Esa era la oportunidad de Toni Saca para prestigiarse como una genuina opción de cambio en la próxima elección presidencial. Ahora lo más que podría reclamar es el beneficio de la duda, puesto que en ningún momento apareció objetando o respaldando públicamente las actuaciones de manoseo institucional que socavan los pilares fundamentales de la democracia.

No comparto las apreciaciones de los que descartan prematuramente la factibilidad de las aspiraciones presidenciales de Toni Saca. A pesar de tener techo de vidrio en algunos temas, creo que será un fuerte contendiente en la próxima campaña presidencial y podrá atraer votos de gente descontenta con ARENA o con el FMLN. Pero si quiere tener posibilidades reales de éxito, deberá tener buenas respuestas a preguntas difíciles que le harán constantemente desde el día que anuncie su candidatura.

Deberá también tomar distancia del FMLN, al menos en algunos temas, y ejercer liderazgo en esa misma dirección al interior de los partidos que respalden su candidatura. Seguramente el FMLN le ofrecerá algún financiamiento para lograr el objetivo común de debilitar a ARENA. Deberá entonces decidir si le apuesta a una publicidad masiva y costosa, sacrificando para ello su independencia, o si rechaza esos interesados apoyos financieros en aras de redefinir su propia identidad política y tener autoridad moral para intentar conseguir el respeto y la confianza de los votantes.

Hoy por hoy, la nuestra sigue siendo una sociedad bipartidista que tiende a la polarización. Abrir una tercera vía requiere mucho más que alianzas formales, discursos bonitos y cambios cosméticos. Ese es el desafío que asumiría Toni Saca cuando anuncie su candidatura.

Los anarquistas no son infiltrados ni vándalos; luchan apoyando todas las batallas del pueblo

1. Parodiando, pero con gran respeto al Marx de 1847, hoy podría
escribirse: Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del anarquismo.
Todas las fuerzas del universo de viejos, conservadores y burócratas:
los empresarios de los medios de información, el Papa, los gobiernos
yanquis, los partidos políticos de la derecha a la centro-izquierda y
todo tipo de grandes propietarios; los políticos, familias ricas, la
Iglesia, la escuela, todas las instituciones de gobierno y privadas
tienen miedo de perder sus grandes propiedades, se han unido en santa
cruzada para acosar a los anarquistas por ser jóvenes, autónomos y
valientes. Pero los anarquistas declaran que son simplemente dignos y
rebeldes contra la gran propiedad, contra los políticos oportunistas y
ladrones, contra el despilfarro capitalista que no atiende las
necesidades del pueblo.

2. En México Marcelo Ebrard, de la escuela de Carlos Salinas y Manuel
Camacho del PRI, junto con los del PRD de los Zambrano y Ortega de la
escuela de Talamantes del PST, (sin necesidad, porque ya son bien
conocidos por su oportunismo) han salido rápidamente a deslindarse “de
los actos de barbarie” de los jóvenes luchadores sociales anarquistas,
estudiantes y profesores, que se enfrentaron ayer sábado a los 10 mil
militares que construyeron un cerco de más de un kilómetro de diámetro
a la redonda para proteger la toma de posesión de un gobernante (Peña
Nieto). Ebrard y los Chuchos, muy oportunistas –incluso más que la
extrema derecha- han pedido castigo ejemplar contra los jóvenes
perseguidos, golpeados y baleados que rompieron vidrios en su retirada.
Pero las batallas han sido más grandes en Jalisco, Monterrey, Jalapa y
otros estados.

3. Los PRI, PAN, PRD, empresarios, medios de información y sus
seguidores, odian a los anarquistas porque no están dispuestos a
venderse a políticos y capitalistas. Los persiguen, encarcelan y
asesinan porque no quieren afiliarse a algún gobierno, partido u
organización y porque muchos se cubren el rostro para evitar ser
encarcelados. ¿Se puede olvidar que los indígenas zapatistas y los
luchadores de todo el mundo sólo así –con el rostro cubierto- pueden
luchar en las calles ante decenas de miles de milicos (también
encapuchados) que los persiguen? Los priístas, panistas y perredistas
no necesitan cubrirse porque tienen a sus órdenes a personas que
trabajan y saquean las riquezas por ellos. Si en el mundo estuvieran
–como debería ser- los millonarios, verdaderos ladrones, explotadores y
asesinos en la cárcel, nadie escondería la cara de la justicia.

4. Cuando en el país despierte el “México bronco” las cosas van a estar
peor (mil veces más que ayer) para los millonarios que cuidan sus
enormes riquezas y los gobiernos que dilapidan cientos de miles de
millones de pesos en adornos y obras suntuarias mientras el pueblo
muere de hambre sin trabajo y sin ingresos. Las calles y fachadas del
centro la ciudad de México y su Alameda, así como Guadalajara,
Monterrey, Mérida y otras ciudades, están de lujo y reacondicionadas;
son obras de relumbrón –muy notables por políticas- que el pueblo
hambriento paga con su dinero. ¿Cuántas fuentes de trabajo permanente
se han abierto para reducir el porcentaje del número de pobres y
miserables? Por el contrario, como en el gobierno de Felipe Calderón el
desempleo, la emigración, la miseria creció enormemente.

5. ¿Por qué luchan los anarquistas en el mundo apoyando las batallas de
los indígenas, campesinos, obreros, ciudadanos, contra el armamentismo
y la guerra? Porque ellos no tienen fronteras ni patria, pero tampoco
una filiación partidaria o de organizaciones. Ellos luchan contra la
explotación y opresión donde esta se encuentre. No son profesores,
obreros, estudiantes, electricistas, campesinos o mujeres, pero apoyan
todas las luchas sin ser invitados porque no son gremialistas ni
egocéntricos con intereses particulares. Ellos están por la igualdad y
la justicia y como seres humanos se encuentran en todas partes y jamás
buscan poder o dinero. Ellos también persiguen la paz, pero no la de
los sepulcros para cuando todos estén muertos. Pero lo más importante
es que están contra todo poder: político, económico, académicos y
cultural porque batallan por la igualdad.

6. Nadie quiere a los anarquistas porque destruyen todos los teatros
armados por los farsantes. Dado que no buscan ni un poder y, al
contrario, los combaten, los anarquistas dejan que las luchas avancen y
ponen todo su corazón en ellas, pero apenas se cercioran o se aseguran
de las malas cosas las denuncian. Los anarquistas avanzan –como lo han
hecho los jóvenes desde los años sesenta en todo el mundo- pero nunca
triunfan porque sus luchas son de toda la vida. Están continuamente
revisando los que sucede en el mundo, observando, luchando, gozando sus
pensamientos, construyendo utopías, pero sin creer en la organización
que lleva a la centralización y al poder. Si buscas dinero, prestigio y
poder no pienses en el anarquismo; métete a los partidos políticos, a
los negocios o al gremio empresarial y entonces te harás millonario.
(2/XII/12)

DÍA DE LA NO VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES 2012

25 de noviembre
DÍA DE LA NO VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES

Ante la vigencia de la Ley Especial Integral para una Vida Libre de Violencia para las Mujeres, nos manifestamos las mujeres organizadas:

Las organizaciones feministas, organizaciones de mujeres y mujeres feministas que conformamos la Concertación Feminista “Prudencia Ayala” y la Red Feminista frente a la Violencia Contra las Mujeres reconocemos que la entrada en vigor de una normativa favorable al cumplimiento de derechos humanos de las mujeres ha sido un logro histórico, producto de nuestra capacidad para formular leyes y del esfuerzo de gestión, cabildeo, alianzas e incidencia que el movimiento feminista y de mujeres realizó.

La Ley Especial Integral para una Vida Libre de Violencia para las Mujeres establece los mecanismos necesarios para prevenir, atender y sancionar la violación al derecho humano de las mujeres de todas las edades de vivir una vida exenta de violencia, violación que afecta el desarrollo integral de sus vidas y el reconocimiento de su aporte en todos los ámbitos de la sociedad.

La sociedad salvadoreña, por tradición, ha tolerado y normalizado muchas prácticas de violencia contra las mujeres, que ahora deben erradicarse y castigarse como delitos, pero además, deben desmontarse las justificaciones que las han perpetuado. Decir que “ellas toleran por dinero”, que “ella lo provocó”, que los abusos se dan “con su consentimiento”, “que si los padres permitían el noviazgo” o que “qué anda haciendo una mujer de noche”, son mecanismos que exculpan y legitiman a los agresores.

La ley, que entró en vigencia en enero del 2012, creó un marco protector inédito, que reconoce nuevos delitos contra las mujeres, entre ellos, la violencia simbólica y la discriminación.

Esta política pública supone desmontar, desde la institucionalidad del Estado, la promoción de la violencia contra las mujeres, a la cual éste debe observancia y evaluación.

Durante el presente año se han revelado hechos de violencia perpetrados por servidores públicos: diputados, jueces, policías, fiscales, entre otros; lo que deja en evidencia la condición de vulnerabilidad en que nos encontramos las mujeres, ante personas que deberían ser garantes de nuestro derecho a una vida sin violencia.

Vemos, además, cómo, a través de los actos de denuncia, se recrea la imagen de las mujeres que denuncian y se les obliga a perseguir a sus agresores, cobrándoles un costo al culparlas por su propia victimización y se castiga su decisión, con resultados sobre su dignidad, su integridad, su seguridad emocional y económica.

Sobre la realidad de la violencia que cotidianamente las mujeres seguimos viviendo en El Salvador, según la Policía Nacional Civil, durante el primer semestre de 2012, se han registrado un total de 1.190 denuncias por delitos sexuales en contra de niñas, adolescentes y mujeres; de las cuales, el 32 % corresponden a violaciones en menor o incapaz —379 casos— y el 24 % de las denuncias a violaciones —286 casos—. Es decir que más de tres mujeres fueron víctimas de delitos sexuales cada día, lo cual únicamente incluye a las mujeres que denuncian el delito.

La saña y el sufrimiento con que son ejecutados los hechos de violencia ponen en evidencia las prácticas sociales que desvalorizan la vida de las mujeres y las restricciones al ejercicio pleno de sus derechos, a través del odio expresado sobre sus cuerpos como la mutilación, la desfiguración, la desmembración y violencia sexual desde actitudes misóginas de los hombres.

En el marco de implementación de las leyes que garantizan el derecho de las mujeres a vivir una vida libre de violencia, queremos manifestar a la opinión pública, los retos que como sociedad y Órganos del Estado, en específico, nos corresponde asumir:
• Generar conciencia de que las mujeres somos personas sujetas de derecho y por lo tanto, podemos decidir sobre nuestras propias vidas.
• Fortalecer los mecanismos que permitan garantizar que las mujeres tengan la libertad de tomar sus propias decisiones.

Aun cuando no existe evidencia suficiente de todas expresiones de violencia que enfrentan las mujeres jóvenes y las niñas en delitos como el acoso sexual, acoso en redes sociales, estupro y violación sexual, la mayor victimización ocurre en sus propios ámbitos de supuesta protección familiar, escolar y comunitaria, donde el perpetrador es conocido (novios, familiares o amigos de las víctimas). En el nuevo marco normativo se busca proteger a esta población,

Es importante evidenciar que, poco a poco, las mujeres van logrando romper sus silencios, pero es necesario aún, trabajar por eliminar los persistentes obstáculos sexistas que promueven la impunidad, a través de la corrupción y la legitimación social de la violencia contra las mujeres.

Ante lo expuesto, nosotras, como mujeres organizadas, demandamos que cada una de las instituciones responsables se comprometa a EMPRENDER POLÍTICAS ORIENTADAS A LA DETECCIÓN, PREVENCIÓN, ATENCIÓN, PROTECCIÓN, REPARACIÓN Y SANCIÓN DE LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES.

Y EXIGIMOS:

Al Órgano Judicial:
• La creación de las unidades especializadas de atención.
• Presupuesto asignado para las acciones de la Política Nacional para la prevención y sanción de los delitos relativos a la violencia contra las mujeres.
• Un fondo especial para mujeres víctimas de violencia.
• Mecanismos de protección para mujeres víctimas de violencia.

Al Órgano Legislativo:
• Que se comprometa con la homologación de las leyes de manera que se facilite, la implementación de las nuevas normativas y compromisos que con ellas asumen.

Al Órgano Ejecutivo:
• La implementación de la Política Nacional para una Vida Libre de Violencia para las Mujeres.
• Informe sobre los avances y compromisos de la comisión técnica especializada sobre el cumplimiento de la Ley,
• Fortalecer al ISDEMU en su rol de ente rector, para que sea garante de los mecanismos para el cumplimiento de las acciones de las políticas.
• La creación de las unidades especializadas de atención.
• Presupuesto asignado para las acciones de la Política Nacional para una vida libre de violencia para las mujeres.

Al Ministerio Público:
• Que Fiscalía General de la República persiga los delitos de violencia en contra de las mujeres de forma diligente, para erradicar la impunidad.
• Que la Procuraduría General de la República cree los mecanismos pertinentes para la detección, atención, prevención, sanción y reparación de la violencia contra las mujeres, en cumplimiento de las leyes vigentes.
• Que Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos vigile el cumplimiento efectivo de las obligaciones de las instituciones encargadas de la implementación de la legislación que garantiza los derechos humanos de las mujeres.

A los Medios de Comunicación:
• El compromiso de eliminar de sus mensajes y cobertura la violencia simbólica, como lo exige la nueva legislación.

Y, finalmente, a las organizaciones de mujeres y a las mujeres en general, que exijan el cumplimiento de las leyes, que vigilen y denuncien a las instituciones que están obligadas a cumplirlas.

25 de noviembre del 2012