Las 5 familias con más plata y poder que mandan en Guatemala. Las dos orillas. Enero de 2024

En Guatemala, el país centroamericano en el que finalmente pudo posesionarse el presidente Bernardo Arévalo, quien ganó hace seis meses democráticamente las elecciones, la riqueza está tan concentrada que hacen de este país uno de los 10 más desiguales del mundo.

Doscientos sesenta millonarios tienen más dinero que el resto de los 17 millones de ciudadanos combinados y controlan el 30% del PIB nacional. Y entre éstos hay un puñado de 6 fortunas billonarias que manejan la producción de cerveza, bebidas, azúcar, pollos y huevos, café, pastas, el cemento y controlan el comercio, supermercados, centros comerciales y bancos.

Seis familias que llevan acumulando riqueza y poder algunas desde comienzos del siglo XX y otras desde la colonia como es el caso de los Castillo, descendientes del cronista y encomendero español Bernal Diaz del Castillo. Recibió tierras, otorgadas por la Corona española en el siglo XVI y que supo aprovechar constituyéndose en un caso excepcional en América Latina. Hay tres ramas descendientes del cronista: los Castillo Monge, Castillo Love y Castillo Sinibaldi que forman parte de los billonarios guatemaltecos.

Los Castillo cerveceros y banqueros

Son propietarios de Cervecería Centroamericana con sus marcas Gallo, Dorada ICE, Brahva, negocio que dio origen a un emporio con más de un centenar de empresas en las industrias alimentos y bebidas entre las que se encuentran Embotelladora Mariposa (Pepsi), Cervecería del Río (Brahva), Productos Maravilla (Tampico Citrus Punch), Alimentos de Guatemala (Boquitas Señorial, Néctares del Frutal).

Los hermanos Ramiro y Jorge Castillo Love se concentraron más en el sector financiero con el Banco Industrial y el Banco Continental. La familia es también accionista de los Centros Comerciales Pradera.

Pantaleón el ingenio con el que empezaron los Herrera

Tan antiguo como varios de los 14 ingenios del Valle del Cauca, el ingenio Pantaleon lo inició en 1870 con Manuel María Herrera en la región de Escuintla en el sur del país. El próspero negocio se transformó en  Pantaleon Sugar Holdings conformada por Ingenio Pantaleón y Concepción y otros ingenios en esta región, produciendo 1.3 millones de toneladas de azúcar y derivados; han incursionado en otros cultivos como café y palma de aceite, la materia prima de la productora de alimentos y bebidas «Procalidad», Agropecuarias Atitlán, San Agustín y Cantel.

La familia Herrera tiene además participación e inversión en diversas hidroeléctricas, accionistas en Bancos Agro Mercantil, Cuscatlán, Industrial y Telefónica que fue adquirida por Carlos Slim en 2019 y la Inmobiliaria Spectrum con centros comerciales como Oakland Mall).

Con el Pollo Campero los Gutierrez Bosch multiplicaron su riqueza

A la cabeza de Corporación Multi Inversiones está Juan Luis Bosch quien además de empresario hace sentir su poder con los gobernantes y patrocinan distintos partidos políticos.

Aunque el negocio familiar empezó en los años 20 cuando el bisabuelo don Dionisio Gutiérrez, un inmigrante español, abrió una pequeña tienda en San Cristóbal, Totonicapán y luego en 1936 su hijo montó un molino –Excelsior- es en la industria avícola donde han hecho su gran acumulación.

Iniciaron en 1964 y el Pollo Campero se convirtió en un éxito que se expandió primero en su país donde controlan el negocio del pollo y el huevo, así como sus derivados para siguieron avanzando más allá de Guatemala hasta ser conocidos como el McDonald centroamericano y junto a sus otras marcas Don Pollo y Pollo Granjero suman más de 800 establecimientos que manejan como franquicias.  Pollo Campero se vende en Europa, Estados Unidos y está también en China.  

Intentaron entrar a Colombia en alianza con Kokorico y con los hermanos Robayo Ferro hicieron los primeros contactos hace más de una década, pero ésta no prosperó.

Vea también: Los hermanos Robayo empezaron con Kokoriko, ahora pisan duro en el negocio de comida

Además de la cadena avícola con presentaciones adicionales como Pollo Granjero, Pollo Rey la Corporación CMI manejada por Juan Luis Bosch y su primo Dionisio Gutiérrez Bosch, incluye Pastas INA, Galletas Gama, Galletas Can Can, Franks, Club Max, Alican, Cuétara, Rufo, Multiproyectos, centros comerciales Pradera, El Pulté, Renace y son accionistas principales en el Banco Industrial y Banco Reformador.

De la tienda La Bombita a Wallmart, la visión de don Carlos Paíz

La visión comercial de don Carlos Paiz que en 1928 abrió la tienda de artículos de cuero y materiales para calzado «La Bombita», tiene a la familia negociando con Wallmart. El pequeño negocio pasó a convertirse en los almacenes Paiz y luego abrieron Suertienda Paiz –el primer autoservicio- y otros formatos Despensa Familiar, Hiper Paíz, ClubCo, Maxi Despensas y Wallmart (adquirida en 2010 por Wallmart México).

En los años 90 el primogénito Carlos Paiz Andrade empezó la internacionalización y en el 2005, Fernando, el menor de los hermanos, culminó la alianza con Walmart Stores de Estados Unidos, operación que fue adquirida por Walmart de México en 2010.

Al igual que las otras familias, los Paiz han diversificado sus negocios, teniendo participación en el Banco Cuscatlán, diario Siglo 21, y empresas de bienes raíces, entre otros. También tienen inversiones en constructoras en Guatemala, El Salvador y Honduras.

Los Novella millonarios con el monopolio de Cementos Progreso

De ascendencia italiana, Carlos Novella fundó en 1899 en la finca La Pedrera en plena Ciudad de Guatemala Carlos F. Novella y Cia, una de las primeras fábricas de cemento en América Latina, una industria innovadora, cuando el cemento comenzaba a utilizarse en la construcción. Este fue el origen del monopolio Cementos Progreso, siendo el principal fabricante de cemento por más de un siglo, además de producir hierro, lamina, piedrín y otros derivados.

Los Novella son también dueños de mineras, empresas de energía y transporte de petróleo y negocios relacionados con el petróleo, plantas de piedrín y mineras, entre otros. Son accionistas importantes en la generación de cementos en Honduras y El Salvador, y tienen acciones en el Banco Industrial y Agro Mercantil.

Política planetaria: reactivar el espíritu del concepto de «sociedad civil global». Sabine Selchow. CIDOB. Septiembre 2023

Una de las tareas centrales de los científicos sociales en la actualidad es desarrollar conceptos que no se limiten a describir las realidades sociales, sino que abran horizontes para reimaginar el mundo de una forma que permita abordar los complejos problemas globales a los que se enfrenta la humanidad. Al respecto, este artículo analiza el concepto de «sociedad civil global», que desempeñó un papel importante en la construcción simbólica de la realidad social tras el final de la Guerra Fría. Fue un concepto que representó una crítica a las percepciones convencionales de la política estatocéntrica, al hacer hincapié en la importancia de la política no partidista y del activismo transfronterizo. De hecho, el estudio de la sociedad civil global se consideró una forma de suplantar el estudio de las relaciones internacionales, más centrado en las relaciones entre estados. Este concepto, además, se inmiscuyó en el debate sobre la relación entre el Estado, la sociedad, el individuo y el mercado, y representó una contribución al discurso sobre la globalización, argumentando que esta era un fenómeno más amplio que la integración económica y que no era un simple proceso estructural que se nos había impuesto. Sin embargo, a pesar de todos sus logros discursivos, dicho concepto fracasó en un aspecto: no consiguió impulsar la producción de conocimiento más allá del nacionalismo metodológico, que es una forma de acercarse al mundo que tiene como fundamento el supuesto de que la vida social está contenida en los estados-nación (Beck, 2007; Selchow, 2020). Aquello que constituía el potencial disruptivo del concepto –es decir, su enredo teórico con la idea de globalización, recogida en el adjetivo global– acabó domesticándolo. Este artículo pretende reactivar el espíritu de la noción de «sociedad civil global» introduciendo un concepto que retome e impulse este objetivo no alcanzado: la «política planetaria».

Contexto histórico y finalidad del concepto de «sociedad civil global»

El concepto de «sociedad civil global» nació y tomó fuerza a principios de la década de 2000 (Anheier et al., 2001; Kaldor, 2003), y tres fueron los factores que allanaron su camino: el primero fue una realidad sociopolítica cambiante, caracterizada por un activismo político no partidista –cada vez mayor y más interconectado a escala mundial– que pasó a formar parte de las estructuras de gobernanza global en una medida desconocida hasta entonces. La década anterior, la de 1990, había sido testigo de «la aparición de una esfera supranacional de participación social y política en la que grupos de ciudadanos, movimientos sociales e individuos entablan diálogos, debates, confrontaciones y negociaciones entre sí y con diversos actores gubernamentales –internacionales, nacionales y locales–, así como con el mundo empresarial» (Anheier et al., 2001: 4). Tanto el número de ONG internacionales que actuaban en espacios transnacionales como el de individuos que participaban en ellas nunca había sido tan elevado (Anheier et al., 2005: 302).

El segundo factor que explica el éxito del establecimiento del concepto de «sociedad civil global» a principios de la década de 2000 fue su popularidad. Dicho concepto no era una novedad en la caja de herramientas conceptuales del pensamiento político del momento. Ya lo había redescubierto la disidencia de América Latina y Europa Central y del Este en los años setenta y ochenta del siglo pasado (Kaldor, 2003), al recuperar la idea de «sociedad civil» para sus respectivas proyecciones de alternativas a los regímenes y sociedades autoritarios en los que y contra los que luchaba. Desde la década de 1990, este concepto ha sido utilizado para captar y promover ideales muy diferentes de la relación entre el Estado, o la autoridad política, la sociedad, el individuo y el mercado, que van desde ideales neoliberales, del tercer sector como un elemento central de la organización de dicha relación, hasta las «nociones activistas» de una esfera pública como su esencia necesaria (ibídem).

Por último, el tercer factor fue el auge de un discurso surgido tras la Guerra Fría en el que la creciente interconexión de las relaciones sociales y económicas se conceptualizó con la ayuda del neologismo globalización. Por supuesto, la década de 1990 no fue, en absoluto, el único momento histórico de interconexión mundial y de toma de conciencia de dicha interconexión (Osterhammel y Petersson, 2005). Sin embargo, no fue hasta esa década que se introdujo el neologismo globalización para captar el encogimiento del mundo. Esto se debió a que a finales de los años ochenta se produjo un curioso vacío conceptual ante la ruptura del sistema bipolar de bloques, un acontecimiento que se percibía como algo que había dejado «a los observadores sin paradigmas ni teorías que pudieran explicar adecuadamente el curso de los acontecimientos», en palabras del teórico de las relaciones internacionales Rosenau (1990: 5). Así, el neologismo globalización llenó este vacío, constituyendo el núcleo en torno al cual se desplegó un discurso centrado en la idea de que había algo «nuevo», desconocido e incluso inexplicable en el mundo (Selchow, 2017). La «globalización», que tenía significados muy diferentes para muchas personas distintas, se convirtió en un nombre familiar para describir el estado del mundo a partir de 1989, propiciando la práctica de emplear el adjetivo global en todo tipo de contextos, como en el concepto de «sociedad civil global» (ibídem). En definitiva, fue la confluencia de estos tres factores lo que hizo posible el nacimiento de la noción de «sociedad civil global».

Un aspecto fundamental del concepto –tal y como lo desarrollaron los estudiosos del entorno de Anheier et al. (2001) y Kaldor (2003)– fue la propuesta de que las realidades sociopolíticas captadas por la «sociedad civil global» «se alimentan (…) de la globalización y reaccionan (…) a ella» (Anheier et al.,2001: 7). La globalización se entendía en un sentido amplio, ya que abarcaba una «creciente interconexión en las esferas política, social y cultural, así como en la económica» y un mayor «sentimiento de comunidad compartida de la humanidad» (ibídem). El adjetivo global recogía esta relación fundamental entre las realidades de la sociedad civil global y la globalización, y no era utilizado tanto para señalar una escala geográfica como una realidad política de «globalización» con una cualidad distinta y nueva, es decir, la «globalización desde abajo» (Falk, 1997). Con ello, el concepto de «sociedad civil global» sirvió para que este se inmiscuyera en las percepciones convencionales de la política estatocéntrica, al destacar la importancia de la política no partidista y el activismo; asimismo, intervenía en el debate sobre la relación entre el Estado, la sociedad, el individuo y el mercado, haciendo hincapié y promoviendo una noción «activista» de la sociedad civil basada en la deliberación, en contraste con el pensamiento «neoliberal», del «tercer sector» (Kaldor, 2003). El concepto de «sociedad civil global» también participó en el discurso de la globalización, argumentando que esta era algo más que integración económica y un proceso estructural que se extendía por el mundo.

Por lo tanto, más que una descripción de la realidad social, el concepto de «sociedad civil global» fue concebido como una provocación a la producción del conocimiento convencional. Con ello, se perseguían tres objetivos principales: en primer lugar, afinar la percepción de los distintos actores políticos mundiales no estatales tanto como parte de la globalización como una reacción a ella; en segundo lugar, debatir y promover una idea distinta y activista de sociedad civil; y, en tercer lugar, impulsar el abandono de una convicción que ha dado y sigue dando forma a gran parte de la producción de conocimiento científico social y de la recopilación de datos públicos, esto es, el nacionalismo metodológico –en otras palabras, la convicción de que sociedad equivale a sociedad nacional, es decir, que la vida social está limitada a contenedores nacionales, y la inscripción natural e invisible de esta convicción en la ordenación simbólica del mundo–. 

La domesticación del concepto de «sociedad civil global»

Los nuevos conceptos, al intervenir en la producción de conocimiento establecida, están inevitablemente sujetos a respuestas críticas y a la domesticación por parte de los discursos hegemónicos. El potencial disruptivo del concepto de «sociedad civil global» fue domesticado por el hecho de que, tras el final de la Guerra Fría, el término sociedad civil adquirió de forma predominante significados basados en el pensamiento del «tercer sector». La acepción neoliberal de sociedad civil (Kaldor, 2003) se convirtió en el significado dominante del término, equiparando la sociedad civil con las ONG (internacionales). Esta interpretación se reprodujo en los programas de promoción de la democracia nacionales e internacionales, así como en una serie de otros ámbitos políticos.

Evidentemente, por su naturaleza, los conceptos en las ciencias políticas y sociales son «esencialmente cuestionables» (y a veces cuestionados) (Mason, 1993: 59); por lo que el propósito explícito del concepto de «sociedad civil global» era abrir nuevas perspectivas sobre cómo se construye el dónde y el quién de la política (internacional) y de qué iba la globalización, en efecto, cuestionar la producción moderna de conocimiento y su dependencia del nacionalismo metodológico; ello es una aproximación al mundo que, como se ha mencionado, asume que la vida social está contenida en los estados-nación (Beck, 2007; Selchow, 2020). En particular, el concepto pretendía captar las diversas redes de la sociedad civil y formas de activismo en todo el mundo –en definitiva, la «globalización desde abajo»–, que se intensificó tras el final de la Guerra Fría. De ahí que el desafío de parte de su potencial disruptivo por parte de los discursos hegemónicos, en particular desviando las ideas de «sociedad civil», fuera una parte productiva de su vigencia. Ello no impidió que el concepto alcanzara dos de sus tres objetivos principales: reforzar la consideración de los distintos actores políticos globales no estatales como parte de la globalización y como reacción a esta, y someter a debate y promover una idea distinta y activista de sociedad civil.

Lo que no logró plenamente el concepto de «sociedad civil global» fue su tercer propósito: desencadenar un cambio epistemológico fundamental que se alejara del nacionalismo metodológico. Esto se debió principalmente a que el discurso de la globalización, en el que el concepto de «sociedad civil global» estaba explícitamente integrado, simplemente resultó no ser lo suficientemente radical como para pensar más allá del nacionalismo metodológico (Selchow, 2017). El adjetivo global, uno de los componentes constitutivos del concepto «sociedad civil global», estaba demasiado ocupado por la idea de «escala» para que pudiera provocar un cambio profundo en la percepción y el enfoque del mundo social. Sin embargo, la expresión «sociedad civil global» no debía referirse únicamente a las ONG internacionales que operaban en relación con las instituciones y los tratados internacionales, sino también a la sociedad civil en general, en estos tiempos globales o nuevos. De ahí que, irónicamente, fuera su compromiso conceptual con la globalización, captado y expresado a través del adjetivo global, lo que domesticó la idea de «sociedad civil global» de forma improductiva. 

Política planetaria: reactivar el espíritu del concepto de «sociedad civil global»

En la actualidad, al igual que en la década de 1990, nos encontramos en un momento donde se ofrece un espacio discursivo para la innovación conceptual respecto a la reimaginación de las relaciones sociales y la política mundial. Es un momento histórico en el que las deficiencias institucionales son más flagrantes que nunca y la evidencia científica de las amenazas que se ciernen sobre los ecosistemas que sustentan la vida es cada vez más difícil de desestimar. Por ello, es discursivamente aceptable cuestionar principios rectores fundamentales que han informado la organización de las sociedades (nacionales) modernas como, por ejemplo, el indicador monetario del PIB (Raworth, 2017). Por lo tanto, se abren posibilidades para reactivar el espíritu del concepto de «sociedad civil global», impulsando lo que fue su tercer e inalcanzado propósito, es decir, el cuestionamiento de las epistemologías mediante la superación del nacionalismo metodológico. De esta forma, es necesario un nuevo concepto: el de la «política planetaria».

El adjetivo planetario ha ganado popularidad recientemente entre los científicos sociales que pretenden superar las deficiencias del adjetivo global (Lees et al., 2016; Friedman, 2018). Actualmente existen tres usos del término planetario: en primer lugar, para referirse a una escala y, a menudo, también como sinónimo de global (Scholte, 2014); en segundo lugar, para apuntar a la importancia del medio ambiente, sobre todo en relación con el cambio climático (Burke et al., 2016); y, en tercer lugar, para aludir a algo más profundo y desencadenar una nueva idea del mundo, al desnaturalizar la noción moderna de la relación entre los seres humanos y la naturaleza. En el extremo de esta tendencia se encuentra el «pensamiento planetario», que Hanusch, Leggwie y Meyer (2021) presentan como un nuevo Denkstil (estilo de pensamiento).

El adjetivo planetario propuesto en este artículo no llega a plantear un nuevo Denkstil; sin embargo, entra en el tercer propósito porque, al igual que el adjetivo global en el concepto de «sociedad civil global» de hace 20 años, pretende impulsar una reimaginación radical de las relaciones sociales y políticas. El adjetivo planetario presentado aúna dos ideas: primero, reconoce a la Tierra como un planeta material que está sometido a un profundo estrés debido a los modos de vida humanos. En este sentido, el adjetivo planetario tiene en cuenta la finitud de los recursos naturales, la interrelación esencial entre los seres humanos y los ecosistemas que sustentan la vida, así como el profundo impacto de las actividades humanas pasadas y futuras en estos sistemas.

En segundo lugar, introduce la idea de «planetaridad» de Spivak (2015). Esta autora presenta el término «planetaridad» como una palabra intraducible, lo que implica que esta no puede remitirse a un objeto que la domestique simbólicamente. Afirma: «[s]i pensamos críticamente –de nuevo a través de Kant– solo en referencia a nuestras facultades cognitivas y, en consecuencia, sujetos a las condiciones subjetivas de imaginar la planetaridad, sin comprometernos a decidir nada sobre su objeto, descubrimos que la planetaridad no es susceptible de ser aprehendida por el sujeto» (ibídem: 290). Por tanto, la «planetaridad» abre la posibilidad de imaginar un nuevo tipo de sujeto, el «sujeto planetario», en cuyo contexto «la alteridad sigue sin estar relacionada con nosotros; no es nuestra negación dialéctica, nos contiene tanto como nos expulsa y, por lo tanto, pensar en ella ya es transgredir, porque, a pesar de nuestras incursiones en lo que representamos a través de la metáfora, de manera diferente, como espacio exterior e interior, lo que está por encima y más allá de nuestro propio alcance no tiene continuidad con nosotros, del mismo modo que no es, de hecho, específicamente discontinuo» (ibídem: 292).

Asumir esta disolución radical de dicotomías y fundamentos (globales) convencionales que implica la noción de «planetaridad» de Spivak es una estrategia que ayuda a abrir horizontes epistemológicos y a desencadenar un cambio más allá del principio rector del nacionalismo metodológico, hacia el tercer propósito no alcanzado del concepto de «sociedad civil global». Ello se recoge en lo que Ulrich Beck denomina «cosmopolitización» y «modernización reflexiva». Se trata de una comprensión del mundo que reconoce que muchos de los problemas de acción colectiva global a los que nos enfrentamos no tienen tanto que ver con una nueva realidad externa que requiere un ajuste institucional, como que son el resultado de un mundo organizado nacionalmente con fundamentos modernos. Problemas como el cambio climático inducido por la actividad humana deben considerarse, por un lado, como el éxito, el triunfo de la modernización y no como su lado oscuro y, por el otro, como el resultado de «decisiones industriales, es decir, tecnoeconómicas y consideraciones de utilidad» del pasado (Beck, 1992: 98), que se basaban en lo que Beck (2006: 48) denomina la «perspectiva nacional», en general, y la tecnología moderna del «riesgo», en particular. Esto último se debe a que, en la aplicación del riesgo, la posibilidad de problemas como el cambio climático (o una consecuencia no deseada imaginada del cambio climático) no podría haber figurado como factor orientador de la acción, simplemente porque tales problemas son contrarios a las propias premisas nacionales-modernas en las que se basaban o se basan las evaluaciones del riesgo de las «decisiones tecnoeconómicas y las consideraciones de utilidad», tales como las ideas de «dentro» y «fuera» y, más en general, la noción de delimitación espacial. En este sentido, la realidad de problemas como el cambio climático es un ejemplo del «efecto colateral de la modernización», como lo llama Beck, en el que el propio éxito de la modernización socava sus propias instituciones y premisas. Al respecto, la mirada nacional es la perspectiva que pone de manifiesto la realidad con la que nos vemos confrontados cada vez con mayor impotencia, ya que equipara la sociedad con la sociedad nacional (ibídem) y consigue su posición de mirada natural sobre el mundo debido a que «adopta las categorías de la práctica como categorías de análisis» (Beck y Sznaider, 2006: 4; véase también Selchow, 2020).

Impuesta a través de la noción natural-antinatural de soberanía nacional, la perspectiva nacional permite y luego reproduce la existencia de un mundo en el que no solo está claro dónde están los límites de las políticas y acciones soberanas del Estado-nación, sino también, y de forma importante, dónde están los límites naturales-antinaturales de las responsabilidades; esta perspectiva pone de manifiesto un mundo de «irresponsabilidad organizada» (Beck, 1988). En términos más generales, es la perspectiva nacional la que hace posible la idea misma de externalización de los males de los estilos de vida nacionales a otras sociedades nacionales, tales como las condiciones laborales que suponen una amenaza para la vida y el trabajo infantil en las industrias de la confección y el camarón, la exportación de residuos electrónicos y plásticos o, de hecho, la externalización de la producción agraria a otra parte del mundo, con todas sus consecuencias ecológicas y económicas. Lessenich (2016) desvela y evalúa críticamente todo esto y sobre todo bajo la etiqueta «sociedad de la externalización». Aunque estas externalizaciones son perfectamente razonables y naturales en un mundo de perspectiva nacional, de hecho, nunca se produce una verdadera externalización. Las tecnologías contemporáneas de la información y la comunicación hacen difícil escapar a la realidad mediada de las vidas de los «otros globales»; la destrucción de ecosistemas en nombre de la productividad agraria en el extranjero regresa en forma de consecuencias del cambio climático; y los residuos plásticos que se externalizan en los océanos del mundo allí encuentran su camino de vuelta a las existencias corporales en su lugar de origen a través del marisco que se consume aquí.

Algunas partes de este razonamiento se parecen a la historia de la globalización que habla de una creciente interconexión mundial. Sin embargo, hay un ligero pero importante giro y consecuencia de lo anterior. Seguir esta forma de entender el mundo nos obliga a ver que enfrentarse a los retos contemporáneos no consiste tanto en encontrar el ajuste institucional adecuado a un entorno cambiante –es decir, retocar lo que hay para que encaje en cada vez más y más amplios entornos y experimentos de gobernanza– como en darse cuenta de que la propia «gramática» (Beck, 2004: 133) de la perspectiva nacional fracasa ante la realidad, y que esto pone en evidencia el entorno institucional y las premisas sobre las que este se construye. Eso no responde a la realidad porque, según Beck, esta realidad inicialmente no es nacional, sino que está moldeada por la «condición cosmopolita» (Beck y Sznaider, 2006: 6-9). La condición cosmopolita es el producto de la cosmopolitización, un proceso estructural de enredo global que se desarrolla como un efecto secundario no intencionado de todo tipo de acciones y que lleva al «otro global» (por ejemplo, procedente de un pequeño Estado insular que se está hundiendo debido al cambio climático) a encontrarse en medio de los demás «otros globales», independientemente de si los actores sociales son conscientes de ello o no. Para referirse a esto, Beck utiliza la palabra «cosmopolitización», en lugar de globalización, porque ve la perspectiva nacional reproducida en la segunda, sugiriendo que esta se conceptualiza ampliamente como «algo que tiene lugar “ahí fuera”, [mientras que] la cosmopolitización ocurre “desde dentro”» (ibídem: 9).

Esta combinación de nociones relativas, por un lado, a la finitud de los recursos naturales, a la interrelación esencial entre los seres humanos y los ecosistemas que sustentan la vida, así como al profundo impacto de los desarrollos humanos pasados y futuros sobre estos sistemas; y, por el otro, al impulso de Spivak (2015) y Beck (2006 y 2007) en favor de una epistemología diferente, es lo que hace que el adjetivo planetario sea «poderoso» e inscriba en el concepto de «política planetaria» una forma radicalmente nueva de ver el mundo que el concepto de «sociedad civil global» perseguía pero no consiguió.

Conclusión

Los conceptos son abstracciones; orientan y permiten ver con mayor nitidez determinados aspectos de la realidad social. En su momento, el concepto de «sociedad civil global» abordó la relación entre la autoridad política, la sociedad, el individuo y el mercado, ayudándonos a comprender «la aparición de una esfera supranacional de participación social y política» (Anheier et al., 2001, 4); de hecho, fue útil para fines importantes en la producción de conocimiento posguerra fría. La expresión «sociedad civil global» intervino en las percepciones convencionales de la política centradas en el Estado, al hacer hincapié en la importancia de la política no partidista y el activismo; asimismo, incidió en el debate sobre la relación entre el Estado, la sociedad, el individuo y el mercado, al subrayar y promover una noción «activista» de la sociedad civil basada en la deliberación –en contraste con el pensamiento «neoliberal», del «tercer sector» (Kaldor, 2003)–; y en el discurso sobre la globalización, al argumentar que esta era algo más que integración económica y un proceso estructural que se extendía por el mundo, ya que era una construcción humana.

En la misma línea, el concepto de «política planetaria» tal y como se propone aquí pretende intervenir en la producción contemporánea de conocimiento. Su objetivo es reavivar e impulsar un propósito que el concepto de «sociedad civil global» no acabó de alcanzar plenamente, es decir, abrir vías para un enfoque no convencional del mundo social, que fuera más allá del nacionalismo metodológico. Así, el concepto propuesto de «política planetaria» abarca una comprensión de la realidad social contemporánea en la que el desarrollo humano está esencialmente involucrado con el estado del planeta Tierra, además de conformado por el «efecto colateral de la modernización» en el que las instituciones establecidas socavan [BM5] su propia finalidad debido a premisas y principios subyacentes, importantes para nosotros, guiados por la idea de que las consecuencias de la acción social podrían externalizarse. Ambos aspectos están interrelacionados. La idea de que las consecuencias pueden externalizarse da forma a las prácticas (cotidianas) en todos los niveles; no solo incluye externalizaciones espaciales, sino también, por ejemplo, externalizaciones intergeneracionales, interraciales e intergénero.

Partiendo de esta forma de entender el mundo, el concepto de «política planetaria» está diseñado para mejorar nuestra comprensión de las prácticas de externalización, que ya no pueden considerarse una forma natural de hacer las cosas, sino prácticas políticas que reproducen un mundo social y un paisaje institucional que es el motor de muchos de los problemas contemporáneos esenciales más que una realidad que aún no se ha ajustado del todo. Dando la vuelta a esto, la «política planetaria» abarca prácticas y formaciones sociales que se comprometen y desafían las diversas realidades y prácticas de externalización y/o (intentan) vivir una realidad «no externalizadora». En este sentido, la expresión «política planetaria» no es una descripción de un aspecto concreto de la realidad, sino que, al igual que «sociedad civil global», este concepto pretende desencadenar una agenda de investigación que explore la existencia y los matices de la «política planetaria». Si el concepto de «sociedad civil global» exigía alejarse del nacionalismo metodológico, el de «política planetaria» va un paso más allá. Esta noción pone de manifiesto un objeto de investigación, la «política planetaria», que solo es visible desde una perspectiva conceptual que, para empezar, va más allá del nacionalismo metodológico; por lo tanto, sitúa al investigador en un mundo diferente, «no metodológicamente nacionalista» y, con ello, abre la perspectiva a una realidad ignorada de prácticas y formaciones políticas. 

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Este artículo es una versión adaptada y abreviada del trabajo «Planetary Politics: Reviving the Spirit of the Concept of ‘Global Civil Society’» (originalmente en: Civil Society: Concepts, Challenges, Contexts: Essays in Honour of Helmut K. Anheier. Springer International Publishing, 2022, p. 189-204).

Palabras clave: sociedad civil global, nacionalismo metodológico, globalización, política planetaria

La teoría política ante el desafío de un mundo multipolar. Mario López Areu. 2020

I. INTRODUCCIÓN

A lo largo de la última década hemos sido testigos de fenómenos políticos tales como el auge y la consolidación de nuevas potencias como China e India, el resurgir nacionalista ruso o el fracaso de la Primavera Árabe y la expansión del Estado Islámico.

A pesar de su diversidad, todos ellos tienen en común que son fenómenos modernos que están teniendo lugar en el no-Occidente y que la ciencia política y sus disciplinas afines encuentran difícil explicar adecuadamente, a menudo porque sus causas y dinámicas internas no se ajustan al canon teórico occidental.

En este trabajo buscamos reflexionar acerca de la labor fundamental que realiza la teoría política a la hora de equipar a las ciencias sociales, y en particular a la ciencia política, con conceptos y teorías que les ayuden a comprender los fenómenos sociopolíticos. Debido a la importancia de dicha tarea, el trabajo también defiende la necesidad de llevar a cabo una expansión de las fronteras conceptuales de la teoría política para aumentar su capacidad heurística ante fenómenos modernos no europeos que, para bien o para mal, van a jugar un papel muy relevante en la nueva normalidad que es un mundo multipolar.

Nuestra investigación se divide en dos partes. En una primera parte proponemos una suerte de tipología crítica de los tres ejes del conocimiento científico —ontología, epistemología y metodologíapara la teoría política contemporánea. El objetivo de esta tipología no es realizar un examen exhaustivo, o siquiera al uso, de la disciplina, sino ordenar y contrastar las principales líneas de debate de relevancia para evaluar la naturaleza de la actual crisis heurística de la disciplina.

En la segunda parte, utilizando como punto de referencia la tipología de la primera parte, defendemos que la teoría política requiere de una reflexión global para que sus principios, conceptos y herramientas de trabajo puedan continuar ayudando a explicar la realidad política. En esta segunda parte también presentamos nuestra propia contribución a dicha reflexión colectiva.

II. TRES EJES BÁSICOS DE LA NATURALEZA DE LA TEORÍA POLÍTICA: UNA SUERTE DE TIPOLOGÍA CRÍTICA DE LA DISCIPLINA

¿Qué es y cuál es la función de la teoría política? Estas son dos preguntas que llevan haciéndose los teóricos de la política desde sus inicios como disciplina moderna.

Ambas preguntas no tienen una única respuesta porque, como en toda disciplina académica, existen distintos enfoques y debates alrededor de la misma; esta es una cualidad inmanente al estudio y la reflexión.

En relación con qué es la teoría política, el punto de partida sí está claro: la teoría política busca, a partir de un análisis racional, conocer y explicar la realidad política. Este mínimo común denominador es el punto de partida porque determina el objeto de estudio de la disciplina.

Dicho objeto es la política: la(s) forma(s) en que los seres humanos organizan sus intereses comunes, los asuntos públicos, a través del acatamiento de reglas colectivas; o, dicho de otra manera, «la provisión de bienes públicos por medio de la acción colectiva» (Colomer, 2009: XII).

Si el objeto de estudio está claro, sin embargo, solo hasta ahí alcanza el consenso en la disciplina. Más allá comienzan las divergencias que abarcan los tres ejes del conocimientola ontología, la epistemología y la metodología— y que aquí ordenaremos en una tipología basada en tres líneas de debate, quizás atípicas, pero que creemos útiles para alcanzar el objetivo de este trabajo.

La primera línea de debate es cómo abordar el conocimiento de la realidad política; la segunda es cuáles son los límites de lo político, y la tercera y última, si la teoría política debe ir más allá de simplemente la comprensión de la realidad política. A continuación, indagaremos en las tres líneas por separado.

1. CÓMO ABORDAR EL CONOCIMIENTO DE LA REALIDAD POLÍTICA (ONTOLOGÍA)

La primera línea de debate, cómo abordar el conocimiento de la realidad política, podríamos organizarla con base en dos preguntas básicas: ¿por qué se comportan los individuos como lo hacen? ¿Por qué debería alguien obedecer a otro alguien?

«¿Por qué se comportan los individuos como lo hacen?» es una pregunta clave de la que parte el positivismo en la ciencia política. La ciencia política positiva se desarrolla en la década de 1950 y sus principios fueron presentados por David Easton (1965) en su conocido A framework for political analysis.

El primer principio es la búsqueda de regularidades en el comportamiento político de los individuos. La ciencia política positiva asume que las personas reaccionan de manera uniforme ante la misma circunstancia y, por tanto, se pueden extraer conclusiones generales de acuerdo con dicho comportamiento político similar en los individuos.

El segundo principio es que dichas generalizaciones sobre el comportamiento político pueden ser verificadas a través de su demostración empírica. Tercero, el uso de técnicas de investigación científicas para garantizar que la recolección e interpretación de los datos es objetiva, estable y consistente. El cuarto principio es el uso de la cuantificación, es decir, los datos y la evidencia son medidos para hacer posible la aplicación de técnicas de investigación científicas a los mismos. Quinto, la distinción clara entre la explicación objetiva y la valoración subjetiva del comportamiento observado. Sexto, la sistematización del proceso explicativo, en otras palabras, el análisis científico debe ir orientado al desarrollo de una verdad objetiva o a la construcción de un principio general y, por tanto, todos los pasos dados en el proceso deben ser parte de un sistema. El principio séptimo y último es la reivindicación de la aplicación de los principios de la ciencia pura, sus métodos y técnicas, a la ciencia política para que esta alcance un mayor poder explicativo y prestigio.

Con base en estos principios, podemos afirmar que el enfoque positivista asume que los comportamientos políticos son ahistóricos, objetivos, estables y consistentes y que, por tanto, a través del método científico se pueden desarrollar conceptos y teorías generales que expliquen y no simplemente describan la realidad política (Easton, 1953).

Esos conceptos y teorías generales constituirían la teoría política; una teoría política que establece postulados que buscan dar respuesta a la pregunta que enunciábamos al comienzo: por qué se comportan los individuos como lo hacen ante situaciones similares (Riker y Ordeshook, 1973).

Frente a la razón descontextualizada del positivismo encontramos la interpretación de la teoría política que busca dar respuesta a la segunda pregunta: ¿por qué debería alguien obedecer a otro alguien?

Esta segunda pregunta, a nuestro juicio, orbita alrededor del elemento crucial de la legitimidad política, como justificaremos más adelante. La pregunta la planteó ya Isaiah Berlin en su artículo «Does political theory still exist?» de 1962. En el mismo, Berlin (1978: 149) explica que la realidad política está constituida por el desacuerdo sobre el significado de conceptos como autoridad, soberanía o libertad entre los miembros de la sociedad y que, por ende, existen diferencias acerca de lo que componen razones válidas para la acción política.

Esa heterogeneidad de interpretaciones y valores políticos abre la puerta a la consideración de la contextualización —histórica, geográfica, sociocultural, lingüística, etc.— en la teoría política, lo que se ha denominado como giro ontológico.

Ya en 1977, Gabriel Almond y Stephen Genco (1977: 489), inspirados por la metáfora de las nubes y los relojes de Karl Popper, criticaron el carácter descontextualizado de la teoría política positiva para, en su lugar, reivindicar la necesidad de que toda teorización política se mantenga en contacto con su base ontológica.

Según ellos la realidad política está constituida por tres elementos que interactúan entre sí. El primer elemento son las ideas políticas, las cuales son heterogéneas y diversas, lo que da lugar a distintas concepciones de lo político.

El segundo elemento es el comportamiento humano, que se encuentra determinado por la socialización. Y el tercero, el mundo físico, que incluye la situación geográfica o el nivel de desarrollo tecnológico, entre otros, de una sociedad. La interacción entre esos tres condicionantes da lugar a un complejo sistema que determina las elecciones y decisiones tanto de los líderes —qué políticas adoptar y cómo hacerlo— como de los ciudadanos —a quién votar, qué demandas hacer o si obedecer o no a la autoridad (Almond y Genco, 1977: 492)—.

El complejo y específico contexto en el que se constituye toda realidad política implica que no se pueda intentar estudiar esta en un vacío científico. La experiencia individual y colectiva y la naturaleza de los objetivos condicionan el horizonte de lo posible a través de la opinión pública y la cultura política.

A todo esto, Almond y Genco (ibid.: 494) lo denominan «propiedades ontológicas», y sin ellas no se puede comprender verdaderamente la realidad política. En definitiva, mientras toda teoría busca encontrar regularidades y establecer generalizaciones, las teorías de la política lo hacen, pero limitadas a un espacio y un tiempo.

La preocupación por la ontología en la teoría política que expusieron Almond y Genco ha sido articulada también por Michael Freeden a través del estudio de las ideologías. Como para Almond y Genco, para él toda interpretación social por parte de un individuo tiene lugar dentro de un contexto dado y limitado (Freeden, 2018: 410).

Según la tesis de Freeden, la realidad política se constituye a través del lenguaje ordinario de una sociedad, ya que es a través del mismo como los individuos se comunican, deliberan y toman decisiones acerca de lo público. Pero, como ya afirmó Berlin, dicho lenguaje es ambiguo, dando lugar a múltiples y complejas interpretaciones de los conceptos políticos.

Ante esa ambigüedad de significados, las ideologías, defiende Freeden (1996), ofrecen una simplificación semántica que permite a los individuos orientarse políticamente, decidir, en definitiva, acerca de su posición en relación a las distintas opciones disponibles para la gobernanza de lo público.

Para él, el estudio de las ideologías es la mejor manera de comprender la realidad política porque estas son vehículos de doble dirección.

Como afirma la escuela marxista, las ideologías pueden ser una manifestación del poder de los intereses de la clase dominante, pero también, argumenta Freeden (2018: 411), estas pueden resolver la necesidad de un grupo social de poseer una identidad política que le permita organizarse en la lucha por el poder.

El estudio de las ideologías, en definitiva, pone el foco de la teoría política en el punto de encuentro entre pensamiento y acción política.

Antes hemos dicho que esta segunda interpretación de la teoría política está íntimamente ligada, a nuestro juicio, a la cuestión de la legitimidad. Para dar respuesta a la pregunta «¿por qué debería alguien obedecer a otro alguien?» es necesario conocer cuáles son las razones que el individuo considera válidas, es decir, legítimas, para acatar la autoridad política; dichas razones le dirigirán hacia una u otra opción política.

Y a su vez, los líderes políticos compiten por influir en la composición de dichas razones válidas a través de la lucha ideológica. Todo esto ocurre a través de dos elementos: el lenguaje ordinario y el marco ontológico de la cultura política del momento (Lebenswelt).

Es por ello que la respuesta a la pregunta de por qué alguien debería obedecer a otro alguien es porque es el poder legítimo y esa legitimidad solo puede existir dentro de un contexto específico.

El giro ontológico o contextualismo en la teoría política es relevante no solo para el objeto de estudio —la realidad política— como hemos analizado hasta ahora, sino también para el investigador.

En 1969 Sheldon Wolin alertó sobre el peligro de aplicar el positivismo, lo que él denominó metodismo, a la teoría política, pero por razones distintas a las ya mencionadas.

Para Wolin el principal riesgo de aplicar el método científico a la política, un análisis objetivo y desapegado del sujeto y su contexto, es que ignora el «yo situado históricamente» del propio teórico. El teórico político que busca descubrir verdades científicas de la realidad política, ignora que su reflexión está limitada por su propia experiencia subjetiva.

Esto abre la puerta a que sus postulados generales puedan ser cuestionados por otros teóricos políticos desde otros contextos y que a su vez afirman sus propias verdades científicas.

La cuestión de cómo la propia subjetividad del investigador limita su

horizonte de posibilidades analíticas ha dado lugar a lo que Richard Bernstein (1976: XV) ha denominado «el científico social metodológicamente auto-consciente».

El cuestionamiento de la capacidad para la objetividad del teórico político nos conduce a la segunda línea de debate que hemos presentado al principio de este trabajo: cuáles son los límites de lo político.

2. CUÁLES SON LOS LÍMITES DE LO POLÍTICO (EPISTEMOLOGÍA)

Un concepto central para la teoría política es el de poder —la capacidad de un individuo para influir en la conducta de otros— y, unido a ello, el concepto de autoridad como fuente del poder legítimo. A partir de la década de 1960, emergen un número de críticas, denominadas radicales, en la teoría política tradicional y sus explicaciones de cómo el poder es ejercido y por quién.

Dichas críticas pueden ser resumidas en la pregunta «¿quién se beneficia?». En otras palabras, estas corrientes buscan examinar cómo las reglas e instituciones que organizan los intereses comunes, los asuntos públicos, no son moldeadas por la sociedad en su totalidad, ya que ciertos grupos sociales han sido excluidos del proceso.

De ahí la pregunta que se hacen de quién se beneficia del sistema político. Estas críticas han sido calificadas como radicales porque se trata de críticas epistemológicas: denuncian que la producción de conocimiento perpetúa estructuras de poder discriminatorias a través de representaciones del mundo interesadas.

Su objetivo es expandir los límites de lo político al explorar nuevas formas o relaciones de poder y, por tanto, de comprender y explicar la realidad política, introduciendo nuevas perspectivas y conceptos en la teoría política.

Entre estas teorías críticas, resaltar brevemente, como ejemplos ilustrativos, la teoría política feminista, la teoría de la gubernamentalidad de Michel Foucault o la teoría poscolonial de, entre otros, los estudios subalternos.

La crítica feminista a la teoría política se construye sobre el concepto de patriarcado: el sistema general de dominio masculino sobre las esferas económica, política y cultural (Menon, 2014: 154). Para la teoría política feminista, la posición subordinada de las mujeres no es el resultado de comportamientos o situaciones individuales, sino que el patriarcado legitima su dominación y subyugación sistemática y les deniega el acceso a los recursos necesarios para su liberación.

Para esta crítica epistemológica, el dominio del patriarcado se extiende a la teoría política que como sistema de conocimiento está dominada por conceptos e interpretaciones que excluyen la perspectiva femenina, legitimando y normalizando el dominio de lo masculino (Guerra-Cunningham, 2007: 10).

La teoría de la gubernamentalidad de Michel Foucault explora la noción de poder dominante en la teoría política y defiende que este no es de carácter represivo, sino productivo. Para el filósofo francés la verdadera función del poder es producir identidades y subjetividades que, a través de discursos, son normalizadas y aceptadas como válidas.

Estas identidades y subjetividades, a través de definiciones instrumentales, dan lugar a su vez a interpretaciones interesadas de la realidad política, sin que estas sean percibidas conscientemente, y que condicionan el ordenamiento de lo público en favor de los poderosos. Su concepto de gubernamentalidad (Foucault, 2012) establece que la construcción de la subjetividad, cómo respondemos a la pregunta de quiénes somos, es a su vez una subyugación al poder ejercido por los poderosos que son los que establecen la verdad y, por tanto, la normalidad.

Por último, desde la crítica poscolonial los estudios subalternos defienden que la evolución política del mundo poscolonial está dominada por el consenso epistemológico alrededor de los valores y conceptos de la modernidad occidental compartido por las élites coloniales y las élites nacionalistas (Chibber, 2013: 7).

Los estudios subalternos defienden que dicha continuidad de las ideas y conceptos políticos de los poderosos marginan las formas de conocimiento de las clases subalternas autóctonas, excluyéndolas de la interpretación y construcción de las realidades sociopolíticas poscoloniales (Guha, 1982).

El resultado de la continuidad histórica de las teorías y conceptos políticos entre el colonialismo y el poscolonialismo es también la continuidad de las estructuras de poder.

Los estudios subalternos buscan rescatar las narrativas políticas subalternas a través de una relectura radical de la evidencia histórica contaminada por las interpretaciones elitistas, otorgándoles a las mismas la capacidad para desarrollar sus ideas políticas y su capacidad de influencia en el devenir de los procesos políticos como un actor legítimo y no prepolítico.

El elemento común a estas tres críticas epistemológicas a la teoría política es que la producción de conocimiento es una función instrumental de las relaciones de poder. Por tanto, resulta pertinente primero hacerse la pregunta acerca de quién y por qué ha producido y produce los conceptos y herramientas analíticas de la teoría política para determinar quién se beneficia y a quién se excluye de la interpretación de la realidad política a la que estos dan lugar.

Y segundo, considerar cómo influyen estos en nosotros mismos como investigadores a la hora de llevar a cabo nuestras propias interpretaciones y explicaciones de los fenómenos políticos.

3. EXPLICAR O VALORAR EN LA TEORÍA POLÍTICA (METODOLOGÍA)

La tercera línea de debate en nuestra tipología atiende a la cuestión de si la función de la teoría política debe limitarse a comprender y explicar la realidad política o si, por el contrario, debe ir más allá y realizar juicios de valor sobre la misma. Esta cuestión la presentaremos como un debate entre lo que denominamos la teoría política explicativa —¿por qué esta realidad?— y la teoría política normativa —¿es esta realidad aceptable?—.

La cuestión de si la teoría política debe explicar o valorar la realidad política fue una preocupación fundamental para Max Weber. En 1904, tras convertirse en coeditor de la Revista de Ciencia Social y Política Social, Weber publica un artículo en la misma en la que reflexiona sobre la objetividad en la ciencia social. El artículo «La “objetividad” del conocimiento en la ciencia social y en la política social» (Weber, 2017) es un texto fundamental del pensador alemán porque desarrolla las nociones más importantes de su metodología de trabajo.

En opinión de Weber (1993: 211), existe una necesidad de examinar críticamente la realidad política, pero sin hacer juicios de valor sobre la misma, ya que «las tomas de posición política y el análisis científico de los fenómenos y los partidos políticos son dos cosas bien distintas».

Para poder llevar a cabo dicha tarea, él desarrolla una metodología de trabajo en el artículo y en la que continuaría profundizando en escritos posteriores como Por qué no se deben hacer juicios de valor en la sociología y en la economía (Weber, 2010) y La ciencia como profesión (Weber, 1993).

Para Weber, el objetivo de investigación de la ciencia social es comprender la vida que nos rodea en su singularidad, cómo se organiza y el significado de sus fenómenos concretos en su forma actual; pero también por qué dichos fenómenos que la constituyen son así y no de otra manera (Abellán, 2017:17).

Por tanto, la realidad política solo puede ser comprendida en referencia a lo particular. Ese particular son los valores culturales establecidos en una sociedad determinada en una época determinada, es decir, el contexto.

Por ello, en un primer paso, Weber (2017: 122) defiende que la ciencia social no puede formular leyes generales porque: «No se puede pensar en un conocimiento de los fenómenos culturales que no sea sobre la base del significado que tengan para nosotros determinados aspectos concretos de la siempre individualizada realidad. Y ninguna ley nos puede descubrir en qué sentido y en qué situaciones ocurre esto, pues esto se decide por los valores con los que contemplemos la ‘cultura’ en cada caso».

En otras palabras, son los valores culturales los que le dan su significado a la realidad política.

El segundo paso en la metodología de Weber es desvelar esos valores que dan significado a la realidad. Para ello, hace la distinción entre el concepto genérico y el concepto genético o tipo ideal. El concepto genérico es aquel que contiene lo común a varios fenómenos que encontramos en la realidad política para así poder definirlos y clasificarlos. El tipo ideal —concepto genético— por su parte no busca subsumir la realidad en un género más amplio, sino que se construye como un modelo que sirve como punto de referencia con el que comparar el fenómeno histórico.

El tipo ideal, por tanto, no existe en la realidad, es una imagen mental, formada por un conjunto de características objetivamente posibles, con la que se mide o se compara la realidad para desvelar los elementos significativos de la misma, los valores que le dan su significado, y así poder comprenderla (Weber, 2017: 145). La ética protestante o el sistema capitalista son ejemplos de tipos ideales.

A la hora de enmarcar la metodología de Weber más ampliamente en nuestra tipología, podemos destacar dos elementos relevantes. El primero es que esta metodología hace una importante distinción entre argumentar para los sentimientos y argumentar científicamente para el entendimiento (Abellán, 2017: 15).

Esto implica la advertencia de que los tipos ideales deben reflejar una idea, pero no el ideal del teórico porque entonces dejarían de ser un medio lógico con el que comparar la realidad para convertirse, en su lugar, en un estándar con el que valorar la realidad.

La función, por tanto, de los tipos ideales es ofrecer un punto de referencia con el que primero ordenar para después explicar la realidad política —argumentar científicamente para el entendimiento—, en lugar de legitimar o validar una realidad política —argumentar para los sentimientos—.

El segundo elemento destacable es que, para Weber, al ser la realidad política finita, el objetivo de la teoría política no debe ser la búsqueda de un sistema de valores de carácter supratemporal o infinito (Abellán, 2015: 237). Los conceptos son efímeros, porque según cambia la realidad y los valores culturales, el contenido de los conceptos se transforma o se crean nuevos conceptos.

En suma, en relación con nuestra tipología se pueden extraer dos conclusiones de la metodología de Weber: primero, que la teoría política debe limitarse a conocer y explicar la realidad política, y segundo, que el contexto es relevante, tanto para el objeto de estudio como para el investigador.

Si la metodología de Max Weber nos sirve como referente de la teoría política explicativa, para la teoría política normativa esa función la puede realizar la conocida undécima tesis de Feuerbach de Karl Marx (1845): «Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo».

La tesis de Marx es un punto de partida adecuado porque engloba la idea de algunos teóricos políticos para los que no es suficiente con comprender la realidad política, sino que existe una obligación moral de valorar si esta conduce a la buena vida y si no es así, hacer propuestas para cambiarla. Esta corriente normativa podemos decir que se adscribe a la necesidad de la teoría política de contribuir al progreso de la humanidad a través de la mejora de su organización política con base en valores como justicia, igualdad o libertad.

Aquí nos gustaría hacer una distinción clasificatoria entre dos formas de hacer teoría política normativa y que, a su vez, está unida a la cuestión del contexto.

La primera forma sería aquella que engloba metateorías de carácter descontextualizado. Estas metateorías tienen en común su adscripción a los principios básicos de la modernidad occidental: el racionalismo y el universalismo. Charles Taylor (2001) define este tipo de teorías como aculturales porque su característica común fundamental es su carácter universalista, lo que implica que se construyen en base a una razón descontextualizada, es decir, niegan que la modernidad occidental —el individualismo, el capitalismo, el método científico, el Estado centralizado…— sea fruto de un contexto cultural específico, el europeo.

Es por ello que para estos teóricos aculturales, el proyecto de la modernidad occidental es factible en cualquier sociedad independientemente del contexto cultural de la misma y, por tanto, universal.

Dos ejemplos de este tipo de metateorías podrían ser el materialismo histórico marxista y la teoría de los sentimientos morales de Adam Smith, por poner dos ejemplos en los extremos ideológicos de la teoría política normativa. En ambos casos se ofrece una lógica descontextualizada de comportamiento humano, con base en unos principios que pueden ser utilizados para construir un sistema político más adecuado para alcanzar el bien común de una manera más justa, igualitaria y basada en el respeto a la libertad humana.

La segunda forma de teoría política normativa englobaría aquellas teorías que podríamos denominar herramientas normativas. Dentro de este tipo encontraríamos aquellas teorías que, a diferencia de las metateorías analizadas más arriba, sí son sensibles al contexto cultural de la realidad social y, por tanto, aunque su aplicabilidad es universal, no prescriben una lógica unilineal de progreso.

Dos ejemplos que a nuestro juicio formarían parte de esta forma serían la teoría de la justicia de John Rawls y la teoría de la acción comunicativa de Jürgen Habermas. Por motivos de espacio, nos centraremos solo en analizar la primera para ilustrar nuestro argumento.

Para John Rawls (1996) la centralidad de la ontología en los sistemas de valores de las democracias modernas dificulta el surgimiento de una concepción consensuada socialmente de justicia. La importancia que Rawls otorga a la ontología es un matiz importante a la hora de comprender su propuesta de una concepción de la justicia común.

Como afirma Irena Rosenthal (2019: 5), la búsqueda de dicho consenso no debe ser vista, como interpretan algunos críticos de Rawls, entre ellos Habermas, como un intento por encontrar una solución definitiva y universal a los conflictos políticos. Dicha búsqueda es una herramienta metodológica para que cada sociedad pueda construir su propio consenso dentro de su contexto cultural específico.

Esa herramienta metodológica de Rawls se basa en un proceso deliberativo en tres fases, que da lugar a la construcción de un consenso social sobre la concepción de justicia (Rawls, 1996: 386).

La primera fase —por tanto— sería en la que tendría lugar una reflexión individual de cada uno de los ciudadanos acerca de

la propia concepción de la justicia social según sus valores políticos personales. La segunda fase —justificación completa— implicaría que cada ciudadano evaluara si su concepción de la justicia podría ser considerada lo suficientemente independiente, es decir, aplicable de manera generalizada en la sociedad. La tercera y última fase sería la de la justificación pública de la concepción por parte de la sociedad, con los ciudadanos deliberando acerca de sus distintas concepciones para encontrar puntos de encuentro que den lugar a un consenso de justicia independiente ampliamente aceptado.

Dos son los elementos que destacar en la teoría normativa de Rawls con relevancia para nuestro argumento. Primero, que es normativa porque Rawls (1999: XII) establece ex ante dos atributos necesarios para que una concepción de justicia pueda ser considerada independiente: el principio de libertad igualitaria y el principio de la diferencia.

Y segundo, que ofrece una herramientametodológica que tiene en cuenta que es el contexto lo que al final legitima la concepción de justicia a ojos de la sociedad, lo que la hace aceptada y, portanto, duradera en el tiempo.

Como el propio Rawls afirma (2001: 90), suherramienta ofrece a los ciudadanos la oportunidad de demostrar bajo quécondiciones están dispuestos a aceptar la concepción pública de justicia.

III EL DESAFÍO DE LA NUEVA NORMALIDAD DE UN MUNDO MULTIPOLAR

En la primera parte del trabajo hemos desarrollado una tipología sobre los tres principales debates acerca del ser y la función de la teoría política:

1) una ontología descontextualizada y universalista frente a otra contextualizada y finita;

2) una epistemología tradicional frente a otra crítica,

y 3) una metodología explicativa y otra normativa.

A continuación, en esta segunda parte del trabajo abordaremos nuestra reflexión acerca de la crisis de capacidad explicativa de la disciplina ante fenómenos modernos no occidentales que conforman la realidad política del mundo actual, utilizando como marco referencial esa tipología.

De manera periódica en la teoría política surge el debate acerca de la capacidad de la misma para explicar los fenómenos políticos de un tiempo determinado. Como hemos visto que afirma Weber, la evolución de la realidad política impone la necesidad de actualizar los conceptos que utiliza la disciplina para mantener su capacidad heurística.

Durante el último cambio de siglo encontramos algunas reflexiones sobre esta cuestión. Por ejemplo, en 2002 la revista Political Theory publicó un volumen monográfico especial que aunaba distintas reflexiones sobre la relevancia de la teoría política cincuenta años después de su surgimiento como disciplina moderna.

Entre los artículos publicados podemos destacar «The adequacy of the canon» de George Kateb (2002), en el que reflexiona sobre la capacidad de la teoría política para explicar algunos de los horrores del siglo xx como el nazismo o el estalinismo.

Kateb argumenta, desde una concepción universalista de la teoría política, cómo tres factores —el crecimiento exponencial de la población humana, eldesarrollo tecnológico y el declive de la religión— han modificado la aplicabilidad de los postulados teóricos occidentales surgidos en los siglos xviii y xix.

Desde la perspectiva normativa, por otro lado, en 1993 John Dunn publicó unas breves notas tituladas Western political theory in the face of the future en las que se hacía la pregunta de si las tradiciones de entender la política que han sido desarrolladas en Europa en los dos últimos milenios poseían aún la capacidad para dirigirnos en el mundo de entonces.

En sus notas, Dunn (1993: IX) defiende que el tono confiado con el que las ideologías y los conceptos normativos occidentales se pronuncian, particularmente el liberalismo democrático y capitalista tras el colapso de la URSS en 1989, no equivalía a la fuerza intelectual y coherencia práctica de los que presumían.

Este tipo de reflexiones críticas son un ejercicio saludable para la teoría política porque ayuda a examinar la relevancia de sus postulados y herramientas de trabajo. Las tres líneas de debate que hemos presentado en nuestra tipología de la primera parte del trabajo son un buen reflejo de ese ánimo reflexivo a lo largo del último siglo.

En consonancia con ese espíritu crítico, a nuestro juicio, a las puertas de la tercera década del siglo xxi sería conveniente inaugurar un nuevo período de reflexión. Las razones para ello son principalmente dos.

La primera es que la crisis económica de 2008 ha supuesto un punto de inflexión para el orden político mundial. Esta crisis económica, que afectó principalmente a Occidente, ha tenido un profundo impacto en los ordenamientos políticos de Europa y EE. UU., sumiendo al consenso liberal post Guerra Fría en una importante crisis de legitimidad. Los denominados movimientos nacional populistas han minado la credibilidad de proyectos liberales como la integración regional de la Unión Europea —con la elección de Gobiernos ultranacionalistas y el referéndum del brexit— o el libre comercio, ilustrado principalmente por la política de inspiración jacksoniana del «America First» de Donald Trump en EE. UU. (Tovar, 2019).

La segunda razón es que, mientras este declive del proyecto liberal occidental tenía lugar, otras regiones del mundo han experimentado desarrollos políticos muy importantes. China, por ejemplo, no solo ha consolidado una forma económicamente exitosa de capitalismo de Estado, sino que ha unido esa fortaleza económica a una visión política más sofisticada, alejada de la ortodoxia ideológica marxista.

La doctrina del «sueño chino» de Xi Jinping propone una sinización del discurso político en el gigante asiático. El objetivo es cuestionar la superioridad normativa de los ordenamientos políticos occidentales y, por tanto, su universalidad. Con ello se busca una mayor autonomía del proyecto político chino de los conceptos políticos occidentales y su horizonte de posibilidades y, a su vez, la exportación de una modernidad política china alternativa y su horizonte de posibilidades a otras regiones del mundo como Asia, África o Latinoamérica.

En el caso de Rusia, vemos cómo el régimen de Vladimir Putin ha recuperado el concepto de eurasianismo y con él la noción eslavófila de una Rusia epistemológicamente alejada de Occidente (Clover, 2016; Berlin, 2008: 6). Un último ejemplo podría ser cómo los sustentos teóricos de la democracia india, como su particular conceptualización del secularismo o del nacionalismo, ofrecen una hoja de ruta para las democracias liberales dentro de un contexto futuro inevitablemente más multicultural.

A diferencia de lo que ocurrió en el pasado, por ejemplo con el fascismo o el comunismo, muchos de estos cambios en la realidad política no están inspirados en las ideas y valores occidentales, sino que provienen de unas epistemologías y ontologías diferentes.

Además, aunque ya a mediados del siglo xx tuvo lugar el proceso descolonizador en Asia y África, dentro del cual se desarrollaron nuevas teorías y conceptos alejados de la modernidad política occidental, la diferencia hoy es que algunos de estos nuevos proyectos buscan ofrecer una alternativa normativa a las cosmovisiones políticas occidentales, principalmente, como ya hemos apuntado, al liberalismo democrático capitalista.

Esa combinación de declive de la influencia de las ideas liberales y el auge de cosmovisiones alternativas inevitablemente ponen a la teoría política contra las cuerdas a la hora de explicar la normalidad de un nuevo mundo con diferentes centros de influencia, cada uno con una cosmovisión diferente.

1. LA TESIS DE LA PLURALIDAD DE MODERNIDADES

No es una afirmación sorprendente decir que la teoría política como disciplina está fuertemente arraigada en la epistemología y ontología occidental. La teoría política es hija de la modernidad europea; es más, la disciplina ha sido clave en la definición de los atributos de esta y en la expansión geográfica de sus instituciones y valores más allá de los confines de la región.

Uno de los atributos definitorios de la teoría política descontextuali-

zada, sea esta positiva o de las metateorías normativas, es que asume el carácter ahistórico y universal de la modernidad occidental. Ello conlleva dos consecuencias. Primero, que sus postulados tiendan a asentarse sobre una cruda dicotomía modernidad/tradición, equivalente, a su vez, a progreso/atraso.

Y segundo, como resultado de la primera, que el asumido carácter universal de la modernidad devenga en el impulso en el siglo xx de la convicción de que la única manera para que una sociedad se modernice y progrese es realizando las mismas transformaciones culturales que hizo Occidente en su momento.

El resultado ha sido un grave problema de etnocentrismo: «La tendencia a considerar el grupo étnico propio y sus estándares sociales como la base para juicios de valor en relación a las prácticas de otros; con la implicación de que el punto de vista de uno es que sus propios estándares son superiores» (Joseph, 1990: 1).

Ya que la teoría política juega una función fundamental equipando a la ciencia política con teorías, conceptos y metodologías de trabajo, su eurocentrismo inevitablemente se contagia a los análisis sociopolíticos de su disciplina afín.

El máximo exponente de los postulados teóricos de la modernidad eurocéntrica en la ciencia política ha sido la escuela desarrollista (developmentalism), que tuvo su auge en el período entre 1945 y la década de 1970, un período dominado por el amplio proceso descolonizador en Asia y África.

Esta escuela, espoleada por la revolución positiva, busca crear categorías generales que permitan distinguir los elementos esenciales en procesos sociales para permitir la comparación entre distintas sociedades (Parsons, 1966; Huntington, 1968). Siguiendo los principios de la modernidad occidental y el positivismo, el desarrollismo busca descontextualizar sus análisis, defendiendo una metodología funcionalista-estructuralista, con el objetivo de alcanzar teorías generales y científicamente verificables de la acción humana.

El resultado son observaciones reduccionistas porque desdeñan el contexto cultural de una sociedad como vacío de poder explicativo en el desarrollo de la misma, y unilineales porque al utilizar la modernidad occidental como un ideal, para que otras sociedades se consideren modernas, estas deben ajustarse al modelo occidental:

Lo que había ocurrido en Europa y Norteamérica en el siglo xix y principios del siglo xx estaba ahora, más o menos, a punto de ocurrir en América Latina, Asia y África. El progreso prometido por la Ilustración —la expansión del conocimiento, el desarrollo de la tecnología, el alcance de niveles más altos de bienestar material, el auge de gobiernos de derecho, humanos y liberales, y la perfección del espíritu humano ahora espera al tercer mundo libre del colonialismo y la explotación y luchando contra su propio provincialismo— (Smith, 1985: 537).

Aunque el desarrollismo en su vertiente más ortodoxa sufrió un fuerte declive en el último cuarto del siglo xx con la irrupción del contextualismo, como ya hemos analizado en la primera parte de este trabajo, su influencia sigue siendo muy importante, informando las políticas de instituciones internacionales que se crearon con base en su análisis, como son el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o la Organización Mundial del Comercio.

Si el eurocentrismo de la teoría política produce, a través de los conceptos y herramientas del positivismo y la teoría normativa liberal, la escuela desarrollista en la ciencia política, a través de los conceptos y herramientas del materialismo histórico marxista produce la teoría de la dependencia.

La teoría de la dependencia ejerce una crítica directa y feroz a la tesis liberal del desarrollismo; a pesar de ello, comparte con esta los postulados que avanzaba Charles Taylor de las teorías aculturales de la modernidad.

La teoría de la dependencia extrapola la teoría marxista del desarrollo capitalista a las relaciones internacionales, para argumentar que el poder del capitalismo internacional concentrado en Occidente, el centro, ha creado una división del trabajo global y es el principal responsable de determinar la historia del tercer mundo, la periferia, a través de su sometimiento imperialista.

Al igual que el desarrollismo, la teoría de la dependencia ha ignorado en su análisis la influencia de la cultura en el desarrollo de una sociedad, al tratarla como parte de la superestructura económica y, por tanto, sometida a la lógica acultural de la economía capitalista.

El propio Marx (1976) sentía que la historia, a través del colonialismo, produciría nuevas fuerzas tecnológicas y sociales en Asia y África, que acabarían por desarrollar una conciencia crítica racional similar a la que tendría lugar en Occidente bajo el capitalismo.

Tradicionalmente, en la teoría política el liberalismo y el marxismo han sido vistos como dos corrientes de pensamiento y análisis fundamentalmente diferentes e incluso antagónicas. Este análisis, sin embargo, como hemos examinado brevemente, es solo válido si aceptamos la premisa básica de que la lógica de la modernidad occidental es universal; el desarrollo histórico en sociedades no occidentales en los dos últimos siglos evidencia que tal premisa no es cierta.

Las teorías aculturales de la modernidad han desarrollado herramientas de análisis extraordinariamente exitosas para explicar las realidades políticas en sociedades occidentales, pero según han expandido su análisis hacia otras sociedades fuera de Occidente su capacidad explicativa ha decaído fuertemente.

Esto se debe a su incapacidad para incorporar a su análisis las particularidades históricas y socioculturales de estas sociedades.

No es solo que las transformaciones sociopolíticas en sociedades no occidentales con frecuencia no siguen las pautas de la modernidad occidental, como esperaba la teoría política descontextualizada, sino que tampoco es que estas sociedades se encuentren estancadas en sistemas tradicionales; lo que ocurre es que desarrollan sus propias modernidades alternativas.

El islamismo político, sea este la versión iraní o la de los Hermanos Musulmanes en Egipto, por ejemplo, utiliza términos como Estado o religión para apelar a la construcción de un modelo de sociedad alternativo al occidental, y para ello dan a esos términos un contenido conceptual totalmente diferente al desarrollado originalmente por la modernidad occidental. ¿Significa que porque el islamismo político no sigue las pautas de la modernidad occidental ya no es un movimiento moderno?

La respuesta es que sí lo es, es moderno porque utiliza conceptos modernos, pero los reconceptualiza para aplicarlos a lo que ellos consideran la realidad cultural de sus sociedades.

Con este ejemplo, no se trata aquí de hacer un juicio de valor sobre estos movimientos, sino de señalar que a menos que la teoría política sea capaz de comprender e incorporar nuevos conceptos, su capacidad analítica y explicativa de la lógica de los fenómenos políticos fuera de Occidente seguirá siendo insuficiente. La aparición de una nueva normalidad política epistemológicamente multipolar hace más urgente esa tarea.

La gran deficiencia analítica de la teoría política hoy es la ausencia de conceptos que le ayuden a comprender y explicar estas realidades sociopolíticas que no se adecúan a la experiencia histórica y al canon teórico occidentales. A falta de conceptos adecuados, la disciplina peca del abuso de dicotomías que utilizan descripciones secundarias o en negativo para analizarlas.

La dicotomía moderno/tradicional, como ya hemos visto, es un ejemplo de ello, pero también lo son secularismo/religión u occidental/no occidental. Como advierte Sudipta Kaviraj (2005: 525), existe la necesidad de forzar las fronteras conceptuales de la modernidad occidental en la teoría política para abarcar nuevas realidades políticas como legítimas formas de modernidades alternativas.

2. LOS LÍMITES DEL GIRO ONTOLÓGICO Y LA TESIS DE LA INCONMENSURABILIDAD

La preocupación por la necesidad de expandir las fronteras conceptuales de la teoría política más allá de Occidente, desde una perspectiva de la pluralidad de modernidades, es la razón de la que parte esta propuesta de reflexión acerca del estado de la teoría política hoy.

Nuestro objetivo no es defender el relativismo epistémico y ontológico, es decir, la creencia en la originalidad absoluta y hermética de cada cultural individual que previene su estudio y comprensión a menos que se haga desde sus propios conceptos y tradiciones autóctonos.

Igualmente, es importante resaltar que sería un error hacer una equivalencia entre el rechazo a la hegemonía de las ideas modernas occidentales en sociedades poscoloniales con lo que Samuel Huntington (1996) denominó un choque de civilizaciones.

Al contrario, el desafío que aquí proponemos para la teoría política es actualizarse para contribuir a la búsqueda de puentes de entendimiento conceptuales entre sistemas cognitivos diferentes frente a aquellos que, en ambos extremos del debate, abogan por posiciones radicalizadas y enfrentadas.

Como ya hemos expuesto, el giro ontológico en la teoría política emergió como respuesta a la preocupación por las limitaciones analíticas de una teoría política descontextualizada. Es por ello que su premisa básica, la importancia del contexto histórico para explicar una realidad política concreta, continúa siendo válida.

Sin embargo, la irrupción de realidades políticas no occidentales han expuesto sus limitaciones, principalmente su incapacidad de escapar del marco conceptual occidental.

Incluso en aquellos casos, como el del poscolonialismo, en los que se ha hecho del contexto la piedra angular de su enfoque, existen sofisticadas críticas (Chibber, 2013; Nandy, 2020) acerca del continuo uso de dicho marco por parte de investigadores formados dentro del mismo.

El multiculturalismo es un claro ejemplo ilustrativo de las debilidades del universo de enfoques nacidos del giro ontológico para abordar la cuestión de la expansión conceptual. Podemos señalar dos razones del porqué.

La primera es que el multiculturalismo no aborda la cuestión de la pluralidad de modernidades, al centrarse en comprender y explicar el impacto y acomodo de la diversidad cultural en la realidad política de una sociedad específica con una modernidad preexistente y no en el desarrollo e interacción de diversas modernidades dentro de dicha sociedad.

Y segundo, la teoría política multicultural, ya sea esta explicativa —la que considera la diversidad cultural dentro de una sociedad como un hecho— o normativa la que considera dicha diversidad como un valor—, tiende a un proceso de esencialización de las características de una cultura (Turner, 2018).

Las culturas no son estáticas y perennes, sino que sus normas y prácticas existen en un contexto de raciocinio y deliberación dentro del cual las personas establecen preferencias, deseos y creencias para así encontrar sentido a sus vidas. Por tanto, la cultura no puede ser vista como una normatividad estática y perenne, sino como un espacio (Mehta, 2000: 625).

En gran medida la esencialización de la cultura que vemos presente en el multiculturalismo ilustra el problema subyacente en el giro ontológico en la teoría política y que lo ha hecho reticente a expandirse más allá de la experiencia de las sociedades occidentales u occidentalizadas.

Dicho problema es su eurocentrismo: la inhabilidad de ver en todas las culturas una capacidad reflexiva, retornando a la convicción originaria de la teoría política como disciplina moderna de que solo las ideas y los sistemas políticos occidentales permiten el progreso y la modernidad, mientras que el resto son tradicionales y atrasadas, donde la agencia de sus miembros se ve desplazada a unas esencias culturales, y sus acciones explicadas como expresiones de dichas esencias (Mehta, 2000: 631).

Este eurocentrismo lleva inevitablemente a la conclusión de que las sociedades no occidentales, al estar presas de sus esencias culturales, son prepolíticas y, por tanto, incapaces de contribuir conceptualmente a la teoría política.

Un destacado miembro del giro contextual como Jürgen Habermas (1998: 162) lo expresaba así: «La capacidad para tomar cierta distancia de las tradiciones de uno y expandir perspectivas limitadas es una ventaja comparativa del racionalismo occidental».

Las limitaciones del giro ontológico para contribuir a la expansión conceptual más allá de Occidente de la teoría política se deben a que la reflexión sobre los cambios necesarios debe ir más allá de lo ontológico y metodológico, para abarcar también lo epistemológico. La teoría política debe superar su tendencia a la esencialización de los sistemas de conocimiento, tanto desde la perspectiva de la universalidad de las ideas y conceptos occidentales como del relativismo cultural, que impide cualquier tipo de teorización y comparación de distintas realidades políticas al considerar cada cultura individual original.

Frente a esa tendencia a la esencialización en la teoría política, para

superar las limitaciones del giro ontológico aquí nos apoyamos en una tercera vía intermedia, arraigada en la tradición hermenéutica y la tesis de la inconmensurabilidad de Richard Bernstein.

La tesis de la inconmensurabilidad cuestiona la existencia de un marco ahistórico, universal y neutral en el que todas las lenguas y vocablos pueden ser traducidos para evaluar racionalmente los argumentos hechos por las distintas lenguas (Bernstein, 1991: 92). La inconmensurabilidad, por tanto, cuestiona las bases fundacionales de la epistemología moderna occidental, siguiendo los mismos argumentos desarrollados en este trabajo.

Sin embargo, la tesis de la inconmensurabilidad difiere del relativismo cultural porque, a diferencia de este, no cae en el mito del marco, es decir, no interpreta las tradiciones epistemológicas como recipientes herméticamente cerrados y, por tanto, con marcos cognitivos irreconciliables que previenen a un miembro externo a esa comunidad conocer al otro; siempre existen puntos de unión y trasvase entre ellas, lo que permite la comparación e incluso a menudo la fusión de los distintos horizontes (Lebenswelt).

El problema, señala Bernstein (1983: 73), es que dentro de una tradición de pensamiento sus miembros siempre argumentarán la validez universal de sus ideas, lo que las hace querer transcender el contexto específico en el que se desarrollaron. En el caso del pensamiento occidental moderno, en su Dialéctica de la Ilustración, Horkheimer y Adorno (2018: 70) apuntan que el ímpetu homogeneizador del pensamiento ilustrado nace en parte de que el ser humano cree estar liberado del terror cuando ya no existe nada desconocido, lo que conlleva que nada debe

quedar inexplicado, porque lo externo es la «genuina fuente del miedo».

Frente a esa disposición de los sistemas de conocimiento humanos a considerar lo propio como universal, lo necesario es intentar involucrarnos con las ideas del otro desde su propia perspectiva, en lugar de desde la nuestra propia. Esto implica el rechazo al esencialismo, una ardua tarea que conlleva resistir la tentación de ver algo de lo nuestro en el otro, es decir, caer en la comparación desde nuestro propio marco epistemológico en lugar de aceptar que pueden existir otros alternativos y tan válidos como el nuestro.

Esta es la base del concepto de inconmensurabilidad y de la tesis de la pluralidad de modernidades. Nos encontramos, por tanto, no solo ante un desafío académico, como ya planteaba Weber, de incrementar la capacidad heurística de la ciencia política, sino ante un desafío ético, una obligación recíproca entre tradiciones de pensamiento de abandonar su esencialismo e intentar entender al otro, la alteridad.

Porque, como señala Bernstein, la inestabilidad de la alteridad es un problema de la convivencia humana y no existe una solución definitiva a ella que no suponga intolerancia y la violencia imperialista homogeneizadora.

El desafío de la inconmensurabilidad y de las modernidades alternativas en la teoría política es lo que Walter Mignolo (2018: 380) ha denominado la externalidad, una invención epistémica para la otredad ontológica; como lo otro no puede ser controlado, debe ser concebido como algo externo para así legitimar su devaluación y manejabilidad.

Lo necesario es un proceso de reconstitución epistémica, que él denomina «decolonialidad», para cambiar las reglas de la conversación y no solo su contexto, que es a lo que se ha limitado el giro ontológico en relación a las realidades políticas no occidentales.

3. LA HISTORIA INTELECTUAL PUEDE MARCAR EL CAMINO

Una disciplina afín a la teoría política en la que actualmente se está llevando a cabo una reflexión profunda en relación a la pluralidad de modernidades es la historia intelectual. En la última década ha comenzado en esta disciplina un interesante debate alrededor de la cuestión del contexto entre lo que John Pocock (2019: 3) ha denominado la historia intelectual global y la historia mundial del pensamiento político.

La historia intelectual global es un nuevo enfoque, o una disciplina neonata —todavía no existe un consenso sobre ello— que ha ido tomando forma tras la publicación en 2013 del volumen Global intellectual history (Moyn y Sartori, 2013).

Esta obra compila las contribuciones de destacados estudiosos de las ideas políticas acerca de las fortalezas y debilidades de establecer estudios comparativos transnacionales para explicar cómo los conceptos políticos fueron, o no, globalizados.

Aunque existen tensiones acerca de cómo abordar dicha cuestión, en el libro emergen tres concepciones sobre la historia intelectual global (López, 2016). Primero, la utilización de lo global como una categoría metaanalítica para el historiador de las ideas. Segundo, el estudio de lo global como un proceso histórico: cómo los conceptos circulan, son traducidos y adquieren significado

más allá de su ámbito nacional original. Y, por último, la historia intelectual global como una historia intelectual de lo global. El punto en común a todos ellos es la problematización de lo que la historia intelectual entiende por contexto, tanto a nivel temporal como espacial.

Ante el desafío de la historia intelectual global a la relevancia del contexto en la producción de las ideas políticas, Pocock afirma la existencia de una edad axial, no en el mismo período del uso original del término por Karl Jaspers (2017), en la que diversos sistemas de pensamiento político se desarrollaron y existieron con caracteres diferentes entre ellos.

Estos sistemas se proveyeron de sus propios contextos porque poseían autoridad paradigmática y existían en aislamiento, antagonismo, comunicación o interacción entre unos y otros (Pocock, 2019: 3). Para Pocock esa potencial relación entre ellos es lo que permitiría el establecimiento de puentes de entendimiento y estudio, lo que él denomina una historia mundial del pensamiento político.

Para poder llevar a cabo ese estudio, Pocock defiende, frente a los proponentes de la historia intelectual global, que se deben considerar tres cuestiones metodológicas.

Primero, la cuestión de la traducción: la adaptación del lenguaje y los contextos para describir el mundo lingüístico en el que otro culturalmente y lingüísticamente remoto de nosotros lleva a cabo acciones y discursos y se representa a sí mismo.

Segundo, si sería necesario utilizar diferentes lenguas o si las mismas expresiones podrían ser utilizadas y cuáles serían

las consecuencias políticas de ello. Y tercero, cuando el investigador considera políticos unas acciones o discursos de acuerdo a su criterio, ¿lo eran también para el otro? (ibid.: 3).

La defensa de Pocock y el debate acerca del contexto en la disciplina de la historia intelectual resultan valiosos para la teoría política porque nos ayudan a examinar las debilidades y limitaciones de su propio giro contextual.

Kari Palonen (2002: 92) ha argumentado, por ejemplo, que la capacidad de la historia conceptual como metodología dentro de la historia intelectual para examinar la falibilidad, la contingencia y la historicidad del uso de los conceptos la convierte en un instrumento útil para la conceptualización en la teoría política.

Nos parece interesante destacar el argumento de Palonen porque apunta a una debilidad en el proceso de construcción de conceptos en la teoría política. Dicha debilidad se fundamenta en que la teoría política tiende a desarrollar conceptos para explicar la realidad política que resultan sofisticados, pero estáticos.

Es decir, los conceptos responden bien a un fenómeno o realidad específica, hasta que estos evolucionan. La teoría política, paradójicamente, encuentra dificultades para reflejar la política como actividad: cómo el proceso de deliberación público, las ideologías y la lucha por el poder dan lugar a una evolución en el contenido de significados de los conceptos.

Desde la escuela de Cambridge, Quentin Skinner (1987) ahonda en esta crítica al defender que la acción política no se limita al momento constituyente —el establecimiento del contrato social y su entramado legal e institucional—, sino que es continua debido a la obligación de la autoridad de buscar su legitimación ante los ciudadanos. Esa necesidad de una legitimación permanente de la autoridad supone dos cosas: primero, que el contexto cultural está intrínsecamente unido a la cuestión de la legitimidad, como ya hemos defendido en la primera parte del trabajo. Y segundo, que si rechazamos la esencialización de las culturas —como también aquí hemos argumentado— y, por tanto, aceptamos que estas evolucionan, entonces los discursos y conceptos políticos también lo han de hacer para preservar la legitimidad de la autoridad.

Por tanto, las debilidades y limitaciones de la conceptualización en la teoría política hoy tienen dos causas. Primero, desde la perspectiva de la ontología, su dificultad para reflejar el cambio conceptual derivado de la política como acción. Y segundo, desde la epistemología, su eurocentrismo, que le impide entablar una conversación con otros sistemas de conocimiento no occidentales.

Estas debilidades y limitaciones suponen que en un mundo donde el poder político se ha descentralizado, principalmente hacia Asia, la disciplina ha perdido poder heurístico al aplicar conceptos ajenos a la experiencia histórica del lugar no occidental. Si la teoría política ya no puede cumplir su función fundamental de explicar la realidad política adecuadamente, entonces debemos reconocer los límites de nuestros conceptos y, como hemos indicado, forzar las fronteras conceptuales de la disciplina, evitando buscar Occidente en el no-Occidente (Ingerflom, 2018: 203).

Dentro de la disciplina de la historia intelectual encontramos la que, a nuestro juicio, podría ser una interesante contribución a este esfuerzo actualizador en la teoría política; esta es la metodología de la historia de los conceptos o Begriffsgeschichte. Reinhart Koselleck desarrolló la Begriffsgeschichte como una alternativa metodológica a la ortodoxia historiográfica alemana en elestudio de las ideas políticas, representada por la Geistesgeschichte de, entreotros, Friedrich Meinecke.

A diferencia de la segunda, que asume el caráctermonolítico del clima intelectual de los períodos históricos, la historia de los conceptos se construye sobre la premisa básica de que la constitución de la sociedad moderna se puede observar como una batalla semántica sobre lo político y lo social, una batalla de definiciones, de defensa y ocupación de posiciones conceptuales.

Su enfoque, por tanto, permite trazar la evolución del contenido de los conceptos políticos durante un período de tiempo histórico en particular y al mismo tiempo relacionar dicha evolución con suimpacto en la realidad social y política extralingüística.

Al centrarse en la evolución histórica de los conceptos, la metodología de Koselleck puede resultar una contribución muy útil a la teoría política.

Primero, porque permite dilucidar la naturaleza ontológica de modernidades alternativas. A menudo, en estas modernidades nos encontramos ante el uso de una terminología política occidental —el Estado, la sociedad civil, secularismo, comunismo, nacionalismo…— debido a que los conceptos acuñados inicialmente en Occidente por diversas razones, principalmente el imperialismo y la globalización, son introducidos en las sociedades no occidentales.

Es, por tanto, de particular relevancia conocer, primero, cómo dichos conceptos foráneos son llenados de significado —y de qué significado— por los pensadores de estas sociedades y, segundo, si la evolución en el contenido de los conceptos supone: la imposición de la ontología occidental en aquellas modernidades; el reemplazo completo del contenido de los conceptos y, por tanto, el nacimiento de una modernidad completamente autóctona que rechaza a la occidental, o, por último, una combinación de ambas.

La segunda razón de la potencial utilidad de la metodología de la historia de los conceptos para la teoría política es que el conocer el contenido de los conceptos nos permitirá crear un puente de entendimiento entre las epistemologías políticas occidental y no occidental.

La Begriffsgeschichte no solo resulta atractiva como metodología para la teoría política por su poder explicativo, sino que también lo es desde el punto de vista del análisis práctico. La diversidad lingüística, como apunta Pocock, es un desafío importante a la hora de abordar el estudio del pensamiento político no occidental.

Dicha diversidad da lugar a una terminología muy diversa para desarrollar y explicar ideas a distintas audiencias, retornando a la cuestión de la legitimación de la autoridad. Igualmente, para evitar caer en un esencialismo o reduccionismo de la existencia de un pensamiento monolítico, es importante ser capaces de examinar las diversas ideas y visiones políticas dentro de estas modernidades alternativas.

El análisis semasiológico y onomasiológico de la Begriffsgeschichte nos va a permitir rastrear los conceptos a través de los múltiples términos utilizados para referirse a ellos, permitiendo tanto un análisis pancultural como uno más detallado de la batalla semántica no solo entre las distintas ideologías en su lucha por el poder, sino también entre los pensadores autóctonos frente a los postulados del canon teórico dominante.

El análisis conceptual que la Begriffsgeschichte nos permite realizar es también, desde nuestro punto de vista, particularmente apto para el estudio de sociedades poscoloniales, entendiendo el colonialismo como físico —como en el caso de India y en cierta medida China— o epistemológico —como en el caso de Rusia—, ya que dentro de las mismas existen dos ámbitos de acción conceptuales como ya hemos indicado; por un lado, el de confrontación con la epistemología del poder colonial occidental y, por otro, el de legitimación y movilización local. El análisis sincrónico nos permite en estos casos estudiar el uso de conceptos en ambos ámbitos, al posicionar el uso específico que los pensadores locales dan a un concepto en un contexto de confrontación con el otro, pero también en uno dentro del nosotros, la visión del mundo nacional.

IV. CONCLUSIONES

Como hemos afirmado al comienzo del mismo, el objetivo de este trabajo era proponer una reflexión acerca del estado de la teoría política como disciplina académica. La necesidad de dicha reflexión la hemos defendido según dos ejes. Primero, la constatación del surgimiento y consolidación de una nueva normalidad política, constituida por el declive de la influencia de las ideas de la modernidad liberal occidental tras la crisis de 2008 y el auge a su vez de cosmovisiones de modernidades alternativas no occidentales.

Y segundo, que esta descentralización política ha dado lugar a un desencuentro epistemológico y ontológico entre el canon de la teoría política, dominado por Occidente, y la realidad política. Ese desencuentro, hemos defendido, ha reducido la capacidad heurística de la disciplina.

En la primera parte del trabajo, hemos desarrollado una tipología crítica de la teoría política con base en los tres ejes de conocimiento: ontología, epistemología y metodología. Esta tipología es atípica porque su función es instrumental; su objetivo es permitirnos identificar los principales debates acerca de las limitaciones de la disciplina que expliquen el declive de su poder analítico de la nueva realidad política.

De nuestra tipología hemos extraído dos conclusiones fundamentales. La primera es que las aspiraciones universalistas de la teoría política descontextualizada chocan frontalmente con la naturaleza efímera de su objeto de estudio: la realidad política; y dos, que la disciplina encontró la solución a dicho problema en el giro ontológico, que exitosamente articula el nexo entre contexto y legitimidad política.

La nueva normalidad de un mundo multipolar, sin embargo, pone a la teoría política ante la necesidad de ir más allá del giro ontológico y expandir sus fronteras conceptuales para capturar de una manera más precisa su realidad política. Para ello hemos propuesto dos desafíos que abordar: primero, la descentralización epistemológica de la disciplina, a través de la superación de su eurocentrismo; y segundo, desde la ontología, la superación del estatismo conceptual que deriva en la esencialización de las culturas y la incapacidad de reflejar la política como acción.

Finalmente, hemos querido, recurriendo a la disciplina afín de la historia de las ideas, ofrecer una pequeña aportación al debate al sugerir la contribución que podría hacer la metodología de la historia conceptual, o Begriffsgeschichte, a la dinamización conceptual en la teoría política.

Un elemento constitutivo de la política como actividad es el del diálogo ante la pluralidad de ideas y como vehículo para la competición entre ideologías y distintas interpretaciones del gobierno de los asuntos públicos (Crick, 1964). La pluralidad es intrínseca a la política como actividad y, por ende, la teoría política, como disciplina que busca comprender y explicar esa actividad, debe también ser capaz de reflejar dicha pluralidad. Es por ello que aquí defendemos que en el mundo de hoy es necesario una descentralización del canon de la disciplina, abarcando como legítimos otros sistemas de conocimiento, dialogar con ellos e incorporar sus ideas y conceptos al canon.

En caso contrario, la alternativa es correr el riesgo de caer en la disfuncionalidad de un lenguaje teórico abstracto que crea un mundo propio, desconectado de la realidad política.

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SUMARIO

I. INTRODUCCIÓN. II. TRES EJES BÁSICOS DE LA NATURALEZA DE LA TEORÍA POLÍTICA: UNA SUERTE DE TIPOLOGÍA CRÍTICA DE LA DISCIPLINA: 1. Cómo abordar el conocimiento de la realidad política (ontología). 2. Cuáles son los límites de lo político (epistemología). 3. Explicar o valorar en la teoría política (metodología). III. EL DESAFÍO DE LA NUEVA NORMALIDAD DE UN MUNDO MULTIPOLAR: 1. La tesis de la pluralidad de modernidades. 2. Los límites del giro ontológico y la tesis de la inconmensurabilidad. 3. La historia intelectual puede marcar el camino. IV. CONCLUSIONES. BiBliografía .

Algunas reflexiones sobre multipolarismo y socialismo. Jesús Lara. CMEES. Enero de 2023

Discursos y análisis sobre la multipolaridad emergieron y proliferaron durante las últimas dos décadas en boca de diversos sectores políticos en todo el planeta. Sin embargo, la consolidación de China como potencia mundial y la guerra tecnológico-comercial que Estados Unidos libra contra ella, así como el estallido de la guerra en Ucrania, que apunta hacia la separación definitiva de Rusia del bloque occidental, han colocado al debate sobre la multipolaridad al orden del día.

Del mismo modo, las fuerzas políticas de izquierda antimperialistas y socialistas se posicionan firmemente por la construcción de un mundo multipolar, y, generalmente, determinan sus posiciones en política exterior tomando como criterio principal la medida en que un evento particular contribuye a la multipolaridad. Esto vuelve imprescindible un análisis crítico acerca de la relación entre multipolaridad, imperialismo y socialismo.

El objetivo de este trabajo es contribuir a esa discusión. El argumento central es que el marxismo cometería un error enorme al rechazar el objetivo de la multipolaridad, pero también que no puede aceptar acríticamente ninguna las concepciones dominantes sobre la misma.

El reto consiste en entender cómo el desarrollo real del capitalismo global se dirige o no hacia la multipolaridad, y cómo esto favorece o no los intereses de largo plazo de la clase trabajadora mundial. Esto demanda análisis concretos de cada situación en las que se juega el balance de fuerzas global, y no una toma de postura basada en un esquema fijo y predefinido.

En esta primera parte, presento la concepción básica de la multipolaridad, su relación con el imperialismo y con las luchas de las masas por vías de desarrollo alternativas al neoliberalismo y, eventualmente, por el socialismo. 

Multipolaridad e imperialismo

La primera y obvia definición de multipolaridad es que es lo contrario a la unipolaridad. Esta última, a grandes rasgos, se refiere a la concentración del poder en un solo polo, que en la actualidad está liderado indiscutiblemente por Estados Unidos con sus aliados subordinados de Europa occidental y Japón. El marxista egipcio Samir Amin denomina a este polo la triada imperialista

La fuente de esta asimetría de poder yace en la superioridad económica (que abarca aspectos tecnológicos, de infraestructura y organizacionales), científica y militar del bloque liderado por EE. UU. Esto le otorga la capacidad de limitar el espacio de acción de los gobiernos del resto del mundo y, más aún, de dirigir el desarrollo económico de los mismos de acuerdo con sus propios intereses.

Este orden unipolar es, a su vez, producto del colapso del campo socialista en los ochenta y noventa del siglo pasado, que significó el fin del mundo bipolar. Los dos grandes polos en disputa eran el bloque imperialista (el “primer mundo”) y el campo socialista (el “segundo mundo”). Los países no abiertamente adheridos a uno de los bloques aprovechaban en distinto grado el conflicto entre los dos hegemones y en muchos casos el apoyo abierto y decidido de la Unión Soviética para negociar condiciones favorables a su desarrollo económico o a sus procesos revolucionarios y de liberación nacional.

El multipolarismo, puesto de manera sencilla, significaría el fin del poder desproporcionado de la triada imperialista sobre el resto del mundo. Esto supone, necesariamente, el surgimiento de otros polos con capacidades económicas y militares, así como con importancia demográfica y estratégica, similares a las de la triada; esto, por un lado, obligaría a los participantes más importantes de cada polo a negociar en pie de igualdad cualquier cuestión en la que busquen avanzar sus intereses.

Por otro lado, y quizás lo más relevante para la periferia mundial, que en el corto plazo no tiene posibilidades reales de consolidarse como poder global o regional, el mundo multipolar representaría un aumento efectivo de la soberanía nacional para todos los países del mundo. O, puesto en otros términos, representaría la posibilidad de elegir caminos de desarrollo económico y político que actualmente son sancionados y prohibidos por el imperialismo norteamericano.

Así entendida, muy pocas objeciones podrían encontrarse hacia la meta de construir un mundo multipolar. Sin embargo, esta es una elaboración sumamente abstracta de la cuestión. Al menos dos puntos se vuelven evidentes cuando se analiza el problema desde el punto de vista marxista.

El primero es que se toma a los estados-nación e implícitamente a los gobiernos nacionales como la unidad básica de análisis. Se ignora así, en primer lugar, que cada nación está interconectada a todas las demás por complejas redes de producción y distribución que crecen y desarrollan siguiendo la lógica de la acumulación de capital, que tiene independencia relativa de los distintos gobiernos nacionales. (Lo que …llamaba el sistema mundo…RP)

En segundo lugar, y quizás más importante, en la formulación anterior cada estado-nación es una unidad homogénea, carente de contradicciones internas, la más importante de ellas siendo la división entre clases sociales antagónicas que luchan por coordinar la producción social y asignar el excedente que de ella se deriva.

Pongamos un ejemplo para ilustrar el problema. Supongamos que, fruto de conflictos internos entre Estados Unidos, Europa y Japón, el bloque que ellos representan se desmembrara en dos bloques distintos: Estados Unidos (junto con Canadá) contra Europa occidental y Japón. Para la ilustración del argumento, supongamos que ni China ni Rusia están en condiciones serias de equipararse a alguno de estos dos bloques.

Este mundo, en el sentido puramente político, efectivamente habría dejado de ser unipolar: ni Estados Unidos ni Europa-Japón podrían avanzar sus intereses a costa del resto del mundo de manera unilateral.

Ahora bien, en un sentido más profundo, el mundo seguiría siendo unipolar en tanto todo el planeta estaría dominado no solo por relaciones de producción capitalistas, sino por la unidad entre el estado nación de los países imperialistas con sus monopolios nacionales, que se repartirían el mundo para la provisión de materias primas, energía, mercados y súper explotación de fuerza laboral.

En una palabra: habríamos regresado a 1914, a la antesala de la Primera Guerra Mundial, es decir, al sistema imperialista clásico en donde las diversas potencias se  dividen el mundo y, además, entran en conflictos inter-imperialistas por la redivisión del mismo, como tan nítidamente apuntaron los grandes teóricos marxistas del imperialismo clásico: Vladimir Lenin y Nikolai Bujarin.

Ese mundo no es necesariamente más propicio para el avance de luchas proletarias que la unipolaridad imperialista. Como demuestra la historia durante el periodo imperialista clásico, las potencias capitalistas son capaces de superar temporalmente sus diferencias para aplastar avances revolucionarios que amenacen al orden capitalista; basta recordar la invasión conjunta de más de diez ejércitos extranjeros en apoyo a las Guardias Blancas contra el Ejército Rojo durante la Guerra Civil Rusa.

Tampoco crea mejores condiciones para el desarrollo económico de la periferia: el mundo de la preguerra fue el del colonialismo abierto en toda Asia y África, mientras que América Latina cayó definitivamente bajo el mando norteamericano.

De aquí se desprende una conclusión que, aunque puede parecer obvia, no siempre se menciona con la claridad necesaria: para que el mundo multipolar desempeñe un papel progresista con respecto al unipolarismo, es indispensable que al menos uno de los polos emergentes tenga un carácter no-imperialista.

Esto cambia radicalmente los términos del problema, porque en este caso, uno de los polos no determina su política exterior y su relación con el resto del mundo bajo el criterio del máximo beneficio para sus monopolios y el fortalecimiento estatal-militar. Las grandes potencias se ven en la necesidad, entonces, de negociar de manera más simétrica cuestiones que afectan sus intereses (los de su clase dominante), y el resto del mundo se puede beneficiar de esa nueva configuración.

Finalmente, es importante enfatizar que el carácter antimperialista o no-imperialista de un proyecto político no se puede determinar por los discursos o declaraciones de la clase dirigente del país en turno. La base de la teoría marxista del imperialismo es que la política de dominación más o menos directa sobre otras naciones, y los conflictos con otras potencias imperialistas, son la consecuencia necesaria de fenómenos de carácter económico: la formación del capital financiero o monopolista, problemas de subconsumo y rentabilidad a nivel interno, competencia con los oligopolios de otros países y sus respectivas maquinarias estatales, entre otros.

Por eso, cometen un error quienes se apresuran a calificar de imperialista, a un país de acuerdo con sus acciones de política exterior (Rusia) o por la creciente importancia de sus relaciones con el exterior para la economía doméstica (China).

Ninguno de los países que se perfilan a colocarse como fuerzas clave del nuevo polo emergente puede calificarse de imperialista en tanto su nivel de desarrollo es incomparablemente menor con el de los países de la tríada – siendo China la única posible excepción.

Por último, a pesar de que el polo no-imperialista estaría constituido temporalmente por países más “atrasados” en términos económicos, tecnológicos y militares, aspectos importantísimos como la magnitud de la población y el consecuente tamaño del mercado interno, y su papel en el suministro de recursos naturales y materias primas, pueden ser factores que eventualmente impongan costos enormes al polo imperialista si este último insiste en el ejercicio del poder unilateralmente.

Sin embargo, como bien afirma Samir Amin, la triada deriva su poder de cinco grandes monopolios: el monopolio tecnológico, producto de descomunales gastos militares; el de armas de destrucción masiva; el de acceso a los recursos naturales, el de control sobre los medios de comunicación masiva, y el del sistema financiero global.

Para que la multipolaridad sea una realidad, el polo no-imperialista debe romper inevitablemente esos monopolios, lo que demanda no solo coordinación entre gobiernos nacionales sino apoyo popular organizado y consciente: consciente de la explotación imperialista y la necesidad de revertir esa situación.

Así, el régimen político y económico de los países que conforman el nuevo polo cobra importancia esencial en la lucha por un mundo multipolar.

En síntesis, la formulación de la multipolaridad como la simple coexistencia de múltiples polos cuyas fuerzas tienden a un equilibrio pacífico es incompleta al ignorar la naturaleza de los regímenes político-económicos que constituyen esos polos. Estos sí son determinantes importantes de la forma en que la multipolaridad contribuye o no con objetivos de tipo progresistas y revolucionarios.

Por todo esto, los marxistas no pueden aceptar una visión de la multipolaridad que ignore la importancia de las relaciones de producción al interior de los nuevos polos emergentes y el papel que desempeñan en ellos las masas populares.

Y, a pesar de esto, no hay duda de que, partiendo del desarrollo real en la configuración de fuerzas, el mundo multipolar que emerge seguiría siendo un mundo capitalista, en tanto los nuevos polos de desarrollo seguirían estando caracterizados por relaciones capitalistas de producción al interior y entre los países que los conforman, con la excepción, siempre en disputa interna, de la República Popular China.

En el resto de países no habrá desaparecido la explotación del trabajo ni la anarquía de la producción, con sus implicaciones en términos de pobreza, desigualdad, crisis, destrucción ambiental y el riesgo de nuevas guerras mundiales y nucleares. Todo esto, claro, con una menor fuerza que en el mundo unipolar actual.

Si este es el caso: ¿por qué poner como objetivo la multipolaridad y no directamente el socialismo? La respuesta más simple al cuestionamiento anterior es que la multipolaridad, que no es sinónimo de socialismo, sí crea las condiciones para una eventual transición a éste.

La razón es que, en un mundo unipolar, todo proyecto político que vaya en contra de los intereses estratégicos de las potencias dominantes (dentro de los que se encuentran a la cabeza los proyectos socialistas) pueden ser dañados hasta niveles que vuelven al proyecto insostenible o sostenible con costos enormes.

Los medios para provocar estos daños incluyen medidas económicas, políticas y militares, como bloqueos y sanciones, el aislamiento internacional, el sabotaje, o la intervención militar directa. Estas medidas, cuando no logran provocar el colapso definitivo del proyecto, obligan al gobierno en turno a adoptar medidas de emergencia en todos los ámbitos, lo que suele acompañar una enorme centralización del poder político que, en la práctica, se ha mostrado muy difícil de revertir. Desde esta perspectiva, la unipolaridad imperialista es un obstáculo casi infranqueable en la lucha revolucionaria.

En conclusión, habría que apoyar la formación de un mundo multipolar, fundamentalmente, porque creará mejores condiciones para una transición socialista. Pero, una vez más, incluso esta tesis bastante razonable merece ser sometida a un escrutinio detallado, y éste puede iniciar con las siguientes preguntas: ¿por qué ni Marx ni los clásicos del marxismo hablaron nunca del multipolarismo como una etapa intermedia entre el capitalismo y el socialismo?

O, puesto, en otros términos, ¿qué transformaciones en el capitalismo global y en la experiencia revolucionaria han determinado la necesidad del multipolarismo como esa etapa intermedia necesaria? A estas dos cuestiones trataremos de dar respuesta en la segunda parte de este trabajo.

Jesús Lara es economista por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Contra el imperialismo multipolar. Promise Li. Enero 2023

Como escribió el difunto Samir Amin en 2006 , “los desafíos a los que se enfrenta la construcción de un mundo multipolar real son más serios de lo que piensan muchos ‘alterglobalistas’”. Dieciséis años después, el llamado de Amin para que las naciones se “desvinculen” del orden económico liderado por Occidente parece ser más ignorado ahora que nunca por las élites estatales del Sur global. A principios de este año, en un discurso en Davos, Xi Jinping reafirmóque “China seguirá permitiendo que el mercado desempeñe un papel decisivo en la asignación de recursos”, mientras “mantiene el sistema de comercio multilateral con la Organización Mundial del Comercio en su centro”. Y los ataques de Rusia a Siria y Ucrania, respaldados financieramente por sus saqueos en regiones como Sudán, sirven como un recordatorio de que el surgimiento de potencias nacionales que supuestamente desafían la hegemonía estadounidense no garantiza que las condiciones sean más favorables para la izquierda internacional. Por lo tanto, como señaló recientemente Aziz Rana , la izquierda necesita un marco internacionalista que “universal y efectivamente una la ética antiimperialista y antiautoritaria”, y rechace tanto “una Pax Americana vieja y rota” como “un nuevo orden multipolar dictado por gobiernos en competencia”. autoritarismos capitalistas”.

Pero la praxis solo puede surgir de una comprensión teórica precisa de las condiciones objetivas del imperialismo hoy. ¿Qué caracteriza este nuevo orden multipolar y la naturaleza de la competencia intercapitalista? En su conjunto, este mundo multipolar emergente de estados burgueses no crea mejores condiciones para desafiar al imperialismo global, sino que simplemente preserva e incluso aumenta estas dinámicas capitalistas. Martín Arboleda advierte contra “fetichizar” el papel del Estado en la facilitación del imperialismo hoy a expensas de dar cuenta del papel de los actores internacionales y, por el contrario, tampoco debemos exagerar la capacidad del Estado, incluso los desarrollistas, para resistir al imperialismo. . 1El declive del poder imperial estadounidense y el surgimiento de múltiples “polos” en el escenario global solo reorganiza qué estados están mediando en las relaciones globales de producción existentes, sin reorganizar estas últimas de manera diferente y sin empoderar fundamentalmente a los movimientos independientes en cada región. Identificar la estrategia más efectiva para que la izquierda global construya poder requiere entender cómo funciona esta nueva expresión del imperialismo. En lugar de ver la multipolaridad como la apertura de un espacio para las luchas revolucionarias contra el imperialismo, sostengo que la multipolaridad contemporánea funciona como una nueva etapa del sistema imperialista global, un alejamiento de la hegemonía unipolar de EE.UU. sin caer claramente en el modo tradicional de rivalidad interimperialista como tal. descrito por Vladimir Lenin y Nikolai Bujarin comentando el siglo pasado.

El imperialismo multipolar de hoy representa una intensificación del sistema mundial esbozado por Bujarin, que ve la internacionalización del capital financiero y el desarrollo de grupos capitalistas nacionales como dos aspectos del mismo proceso. Si bien la globalización neoliberal ha dejado cada vez más de lado a los bloques económicos nacionales en favor de las instituciones multinacionales, vemos, sin embargo, el fortalecimiento del poder de los estados-nación para ayudar a facilitar el capital financiero para contener aún más a la clase trabajadora. Por lo tanto, una teoría marxista del imperialismo actual no debe exagerar la dinámica de la rivalidad interimperialista sin respaldar la perspectiva de que los estados capitalistas ahora están entrando en una etapa de coexistencia pacífica habilitada por la interdependencia financiera, o lo que Karl Kautsky llamó “ultraimperialismo”. Este entrelazamiento más profundo del estado y el capital permite dinámicas nuevas y más complejas entre las élites gobernantes.múltiples geografías de relaciones interimperiales, con diferentes ciclos y capas de colaboración y competencia entre diferentes sectores de la clase dominante. Ahora, junto con una clase a menudo invisible de inversionistas institucionales, las élites estatales recurren a tecnologías más sofisticadas de represión y control a través de bloques geopolíticos, lo que lleva a un desarrollo desigual de autoritarismos globales para contrarrestar los movimientos independientes y populares. Esta erosión generalizada de la democracia política, que adopta diversas formas, es, por lo tanto, una política central del imperialismo en la actualidad.

Todo esto no sería sorprendente para Amin y otros defensores de izquierda de la multipolaridad. Pero necesitamos concepciones de la revolución mundial que amplíen creativamente lo que Amin llama “frente[s] nacional, popular y democrático”. 2 Esto implica dejar atrás una concepción de la geopolítica que ve la multipolaridad tal como existecomo requisito previo necesario para la descolonización y la democratización mundiales. Una alternativa genuinamente democrática al imperialismo requiere construir nuevas relaciones entre varios movimientos antiautoritarios que pueden no ser fácilmente percibidos como conmensurables, desde las luchas indígenas contra las corporaciones transnacionales hasta la izquierda de los movimientos a favor de la democracia. Las luchas desde abajo deben trabajar hacia la institucionalización y la cooperación internacional de alguna forma, pero también debemos entender cómo un nuevo “Bandung” del siglo XXI debe ir más allá de los límites de la nación.liberación. La democracia socialista revolucionaria puede surgir de una pluralidad organizada de diferentes fuerzas antiautoritarias en todas las regiones que promueva la asamblea y la gobernabilidad democráticas para forzar al sistema imperialista global hasta sus límites, ya sea un mundo unipolar o multipolar de estados imperiales.

Multipolaridad capitalista de estado

La defensa izquierdista de la multipolaridad se ha convertido en el marco político implícito para la mayoría de las organizaciones occidentales contra la guerra. La mayoría no se hace ilusiones de que la multipolaridad en sí misma produciría las condiciones adecuadas para el socialismo global. Más bien, creen que la multipolaridad abriría más espacio para las luchas independientes por la soberanía y la autodeterminación. Como lo describe Ignatz Maria , “la multipolaridad ha permitido una mayor capacidad de respuesta a las condiciones locales sobre el terreno”, y la multipolaridad se trata como una especie de “neutralidad positiva” que deja espacio para que florezcan los movimientos populares. Esta perspectiva tiende a citar los movimientos de descolonización de la posguerra como precedentes históricos de tal lógica.

Pero nunca hubo ninguna garantía de que la progresión de la historia hacia un mundo multipolar necesariamente amplió el espacio para la lucha de los movimientos democráticos: la mayoría de los estados del Tercer Mundo del pasado no han podido perdurar, mientras que la multipolaridad moderna en general no logra expresar la diversidad que encarnaron los estados anticoloniales del siglo pasado. Uno no puede crear paralelismos simples entre las oportunidades brindadas a los movimientos de la clase trabajadora por la última marea rosa en América Latina y los desarrollos políticos dentro de los regímenes en toda Asia que defienden la retórica antioccidental. Algunos expertos de izquierda defienden a países como China y Vietnam como modelos para la gestión de la salud pública en el manejo de la pandemia de COVID-19 por parte de esos regímenes en 2020,

La negativa a resistir activamente las tendencias autoritarias de regímenes como China, Rusia, Siria, Venezuela, Nicaragua e Irán nos prohíbe estructuralmente organizarnos contra el imperialismo como sistema global.

De hecho, los países que han denunciado abiertamente la unipolaridad estadounidense se alinean mucho más con su orden imperial global que con cualquier supuesta multipolaridad. Estados de diferentes bloques geopolíticos han diseñado políticas inspiradas en la “Guerra contra el Terror” liderada por Estados Unidos. Algunos países están estableciendo relaciones de dominación hacia minorías racializadas dentro de los límites del Estado, o lo que Pablo González Casanova llama “colonialismo interno”. Etiopía, por su parte, ha apoyado de cerca a los EE. UU. durante sus operaciones de la Guerra de Irak, y ahora cambia el nombre de la retórica de la «Guerra contra el terrorismo» en una ofensa genocida contra los tigrayanos. Lo hace vendiendo retórica antioccidental con una comisura de la boca mientras exigiendo más reestructuración de la deuda del Banco Mundial con la otra. Mientras tanto, China está incorporandoantiguos socios de Blackwater en los centros de seguridad de Xinjiang mientras adopta métodos de contrainsurgencia israelíes para vigilar a las minorías étnicas y uigures en Xinjiang. Las tecnologías que surgieron de la marca china de “Guerra contra el terrorismo” ahora también son utilizadas por el gobierno de Malasia para vigilar a los inmigrantes musulmanes indocumentados.

Estos regímenes a menudo se ven como parte de un bloque antiimperialista opuesto a los EE. UU., pero como Salar Mohandesiobserva, “es precisamente porque el estado está tan completamente plagado de contradicciones que el imperialismo a menudo toma formas tan contradictorias”. Pero mientras que Mohandesi advierte contra asumir que el imperialismo puede reducirse a formas tradicionales de acumulación de capital, su caso puede estar exagerado. Mucho más que nunca, vemos nuevas relaciones entrelazadas entre el estado y el capital, lo que debería llamarnos a actualizar cómo y dónde podemos ubicar las expresiones del imperialismo en estas nuevas configuraciones. Por un lado, el deseo de China de atrincherarse en el sistema neoliberal global acerca al país a las instituciones multilaterales internacionales (una realidad que predijo Amin), lo que entra en tensión con la retórica feroz de China contra Estados Unidos y Occidente. Promocionó programas a favor del Sur global como el New Development Bankcofinancia la mayoría de sus proyectos con las entidades financieras a las que pretende desafiar, al tiempo que promueve acuerdos de préstamos corruptos y descuida sistemáticamente la consulta a las poblaciones necesitadas. La Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda (DSSI, por sus siglas en inglés) liderada por el Banco Mundial ha sido una de las principales soluciones de China para países africanos como Zambia y Angola que están muy endeudados con él desde la pandemia: simplemente ofrece la suspensión de la deuda, no el alivio. Y aunque el alivio de la deuda que China prometió recientemente a los países africanos es bienvenido, la estructura fundamental de extracción financiera de los países africanos para la acumulación de capital global permanece intacta. Los detalles de los préstamos chinos siempre se han oscurecido, ya que a menudo se destinan afinanciar proyectos de desarrollo con estándares ambientales o laborales mínimos. Ahora que Beijing corteja a países como Arabia Saudita para que se unan a los BRICS, cualquier concepción coherente de la multipolaridad progresiva, incluso para los estándares más bajos, como describe el economista político Patrick Bond, amenaza con desmoronarse en “una mezcolanza de miembros ideológica y funcional más allá de cualquier comprensión lógica. ”

No solo no ha surgido un mundo multipolar más equitativo, sino que esta nueva configuración del imperialismo global también está innovando técnicas centradas en el poder de gestión del » desarrollo impulsado por la infraestructura «, desde China hasta varios estados regionales y de tamaño medio. En otras palabras, no solo la forma estatal, incluso en el Tercer Mundo, no sirve como vehículo para desarrollar la soberanía anticolonial de los pueblos oprimidos, sino que está siendo empujada activamente para facilitar nuevas fuerzas de acumulación de capital global. Como observan Ilias Alami, Adam Dixon y Emma Mawdsley(sobre la base de lo que Daniela Gabor llama “el Consenso de Wall Street”), la “dinámica global de la acumulación de capital” ha empujado aún más al estado “como promotor, supervisor y propietario del capital”, en la forma de “modernización de híbridos de estado y capital”. … que imitan las prácticas y los objetivos organizativos de entidades comparables del sector privado, adoptan las técnicas de gobernanza liberal y, en términos generales, confirman el mercado”. Este intento de “preservar y consagrar aún más la centralidad de la regulación del mercado en el desarrollo en una era de capitalismo de estado en ascenso y reordenamiento geopolítico turbulento [requiere] el desarrollo desigual y combinado de formas más poderosas de estatismo y la expansión de híbridos de capital de estado”. Y entonces,

En lugar de revertir las estructuras globales de desigualdad, estos desarrollos señalan nuevas tecnologías de explotación para la clase trabajadora. Alami y Dixon señalan cómo lo que ellos denominan “desarrollo capitalista de estado desigual y combinado” se ha convertido en un modo cada vez más preferido por los estados-nación para ayudar a expandir las operaciones del capital. Más precisamente, muchos estados están cada vez más dispuestos a asumir riesgos financieros para reforzar el poder de los inversionistas institucionales directamente dentro de los proyectos de desarrollo nacional para administrar y contener la fuerza laboral. En los últimos años, las palancas centrales de la acumulación de capital global han pasado de los accionistas a unos pocos administradores de activos, como Blackrock y Vanguard, siendo este último uno de los bloques de accionistas más grandes tanto en Exxon como en la estatal china Sinopec .. Los proyectos de desarrollo de infraestructura como la Iniciativa de la Franja y la Ruta no solo no logran desafiar al imperialismo global, sino que también representan nuevas formas de capital financiero que trabajan de la mano con varios estados-nación y sus bancos estatales (como asociaciones público-privadas). La implicación aún mayor es que la oposición de la izquierda al imperialismo multipolar no solo debe abordar el papel de las grandes potencias, sino también de las potencias medianas y regionales como facilitadores clave del imperialismo global.

Autoritarismos desiguales y antiautoritarismos

Lo que Alami, Dixon y Mawdsley ven como “formas musculares de estatismo” crecientes pero desiguales apunta a un motor fundamental del imperialismo que Amin y muchos otros han observado pero no han logrado abordar con rigor: el autoritarismo. Si bien Amin reconoce que la democratización es fundamental para la multipolaridad socialista, sus recomendaciones políticas se centran únicamente en los ajustes de política económica. Sin embargo, correctamente señala que “las estructuras autoritarias aquí favorecen a las fracciones compradoras cuyos intereses están ligados a la expansión del capitalismo imperialista global”. 3De hecho, esta perspectiva ha sido constantemente minimizada en muchas discusiones marxistas contemporáneas sobre el imperialismo, especialmente entre aquellos que están interesados en mantener la transferencia de valor tradicionalmente imperialista de las periferias al centro. En cambio, debemos reconocer cómo los crecientes autoritarismos en todo el mundo son un síntoma de la competencia interimperialista entre los estados-nación. Para mantener sus posiciones en un sistema mundial imperialista, cada una de estas naciones se ve obligada a explotar a los trabajadores, en ocasiones fortalecer las medidas de austeridad y contener sus movimientos independientes para beneficiarse de la dinámica global en desarrollo de la acumulación de capital.

La negativa a resistir activamente las tendencias autoritarias de regímenes como China, Rusia, Siria, Venezuela, Nicaragua e Irán nos prohíbe estructuralmente organizarnos contra el imperialismo como sistema global. Centrarse solo en ciertos aspectos de la influencia de los EE. UU. a expensas de abordar la complicidad de otros estados en la economía global, trabajando junto con otros aspectos del dominio de los EE. UU., solo de manera selectiva .critica el imperialismo global. De hecho, los pilares de la izquierda contra la guerra se ven obligados a adoptar una posición que se centra únicamente en el desmantelamiento del militarismo de EE. UU., mientras que son incapaces de ofrecer un apoyo positivo a los movimientos democráticos en otros regímenes a medida que se acercan a la integración económica capitalista. Aferrarse a un análisis de la “desvinculación” de la economía global sin una comprensión de la democracia política no lograría controlar las crecientes fuerzas del autoritarismo que dificultan la promoción de un mundo multipolar más democrático. Por un lado, el estado autocrático de Eritrea, que había estado ayudando militarmente a la campaña genocida de Etiopía contra los tigrayanos, ha recibido elogios de algunos eritreos proestatales en el extranjero . Medios “anti-guerra” como Black Agenda Report y Black Alliance for Peaceelogie a Eritrea como uno de los pocos países africanos que rechaza a los EE. UU. y otras formas de ayuda e influencia occidentales, alabando su postura “antiimperialista”. Su incapacidad para dar cuenta de los graves excesos autocráticos del régimen de Eritrea demuestra los límites de tal antiimperialismo que guarda silencio sobre la contención del poder independiente de la clase trabajadora por parte de este régimen.

¿Dónde podemos ubicar el lugar más libre para que los movimientos actúen y expandan su poder y capacidad —bajo las condiciones menos coercitivas— en cada coyuntura histórica precisa?

Dado que, para citar nuevamente a Mohandesi, las relaciones imperiales “siempre están condicionadas e impulsadas por una pluralidad de otras fuerzas, a menudo contradictorias”, y por lo tanto “muchas naciones-estado que intentaban liberarse del imperialismo a menudo se encontraron exhibiendo un comportamiento que se acercaba peligrosamente a el mismo imperialismo que buscaban abolir”. Tal régimen es insostenible ya que su legitimidad política deriva únicamente de su jefe de estado, en el caso de Eritrea, Isaias Afwerki. Y con las organizaciones independientes y la sociedad civil neutralizadas casi por completo por el estado, el futuro político más probable para Eritrea después del reinado de Afwerki sería el mismo libro de jugadas neoliberal dictado por el FMI y otros actores financieros globales.

Nuestra alternativa no es suscribirnos a la línea del establecimiento occidental de demarcar las «democracias» liberales occidentales de los regímenes «autoritarios» del Sur global. En cambio, debemos reconocer la adopción y el desarrollo desiguales de estrategias autoritarias de gobierno en entornos geopolíticos, como lo muestra la incorporación de la contrainsurgencia de la “Guerra contra el Terror” en diversos contextos nacionales. Es importante reconocer esta desigualdad porque los diferentes tipos de autoritarismo requieren diferentes movimientos y estrategias para combatirlos. Sobre la base del análisis de Alami, Dixon y Mawdsley sobre el desarrollo del estatismo en la economía capitalista global, una praxis antiimperialista genuina debería tener en cuenta cómo los estados aprenden unos de otros y desarrollan sus propios regímenes represivos de control. El ataque generalizado de China a las libertades civiles estructura la relación del Estado con el capital a su manera, que difiere solo en grado y método de la privación de derechos de las minorías dirigida e inestable por parte de Estados Unidos. Ambos encuentran un denominador común, para tomar prestado deTrotsky , al “frustrar la cristalización independiente del proletariado”. Esta contención de los movimientos de masas de ambos lados ayuda a estabilizar el capitalismo global. Sin embargo, cada uno personaliza sus métodos de control de acuerdo con una confluencia compleja de factores en un momento dado: su relación particular con las cadenas de suministro globales, la fuerza de las organizaciones de masas independientes nacionales o locales, y la escala y expresión del malestar entre su gente.

A partir de este análisis del autoritarismo y el imperialismo, podemos imaginar cómo puede ser una “multipolaridad” genuinamente socialista: reunir movimientos antiautoritarios para fortalecer las instituciones democráticas de lo global a lo local. Este objetivo exige más que simplemente formas estatistas de soberanía o confiar en la reorganización del poder entre los estados-nación en el contexto de la hegemonía estadounidense en declive. Es imperativo construir alianzas entre movimientos que luchan contra diferentes formas de autoritarismo creciente. Al mismo tiempo, debemos entender que para los movimientos que actúan dentro de estados no liberales y autoritarios, esto último se vuelve casi imposible sin las libertades básicas que brinda la democracia burguesa. En tales casos, como en Rusia o Hong Kong bajo las leyes de seguridad nacional,

Y así como no nos aferramos a una definición rígida de autoritarismo, tal asamblea de movimientos antiautoritarios no debe conceptualizarse en términos utópicos. Como revelan las protestas contra el proyecto de ley de extradición de Hong Kong, la resistencia masiva contra la junta de Myanmar, la autodefensa militar de Ucrania contra Rusia y el movimiento de Sri Lanka contra los Rajapaksas, las tensiones étnicas y los prejuicios políticos han plagado a estos movimientos desde el principio. Los esfuerzos del imperio estadounidense para afirmar su influencia, desde el apoyo militar de la OTAN hasta las subvenciones del National Endowment for Democracy, han continuado sin cesar. Entonces, ¿cómo localizamos fuerzas independientes para apoyar? En tales casos, debemos definir la independencia no como un espacio de suma cero (ya que ninguno puede existir en geopolítica), sino como un espectro.condiciones menos coercitivas —en cada coyuntura histórica precisa? No se puede responder a esta pregunta de manera preventiva, especialmente cuando diferentes fuerzas reaccionarias están presentes en diferentes lados del conflicto; y debería, en cambio, discernir críticamente las relaciones de fuerza en sus propios términos.

Una breve reseña de algunos levantamientos más recientes demuestra que no se puede generalizar ningún modelo de lucha. Bajo el aparato estatal controlado por la junta militar de Myanmar o el gobierno de Hong Kong, existe una flexibilidad mínima para que los movimientos puedan maniobrar. Las recientes luchas de masas en China e Irán obligaron a sus regímenes a contemplar algunas reformas, pero sigue siendo difícil que estos movimientos se mantengan en cualquier nivel legal o institucional, ya que activistas clave han sido incapacitados rápidamente. La insurgencia actual en Sudán ha dado lugar a comités de resistencia políticamente diversos y el futuro del movimiento aún está por determinarse. Mientras que algunos, como los comités de Mayurnu, abogan por construir un gobierno revolucionario autónomofuera del estado, otros piden la institucionalización de nuevas infraestructuras democráticas mediante la reconstrucción del estado existente. En todos los casos, la izquierda debe centrarse en cultivar fuerzas lo más independientes posible del liderazgo político de los movimientos burgueses o de liberación nacional, diferenciando entre lo que Hal Draper llama “apoyo militar” y “apoyo político” de movimientos con elementos burgueses prominentes que ejercen el control. En todo momento, debemos tratar de superar en organización a los componentes reaccionarios de los movimientos sociales, desde los chovinistas nacionales de derecha hasta los afiliados al imperialismo estadounidense, sin abandonar por completo el movimiento de masas.

Y por lo tanto, debemos fortalecer las alianzas entre las fuerzas que resisten los desafíos autoritarios a las democracias liberales y las que resisten los regímenes autoritarios desde el exterior. Como se describió anteriormente, la actual tendencia objetiva del imperialismo global obliga a los estados en todos los ámbitos a consolidar aún más su poder antidemocrático al servicio del capital financiero. Además, la última instanciación histórica de la multipolaridad de los estados burgueses generó un panorama de rivalidad interimperial que resultó en un costo humano extraordinario. Abogar por condiciones similares, incluso como una etapa de transición, solo sería un aceleracionismo intransigente que aplastaría, no empoderaría, lo que queda de los movimientos independientes en algunas regiones. Los desarrollos positivos para los movimientos en regiones seleccionadas de América Latina no indican un destino similar en otras regiones bajo este mundo en desarrollo de multipolaridad, como pueden atestiguar los movimientos disidentes en dificultades en regiones como China e Irán. Incluso Amin admite que “las opciones económicas y los instrumentos políticos necesarios [para la multipolaridad socialista] tendrán que desarrollarse de acuerdo con un plan coherente; no surgirán espontáneamente dentro de los modelos actuales influenciados por el dogma capitalista neoliberal”.4

La autodeterminación contra el imperialismo global implica la creación de plataformas para la asamblea democrática y la deliberación de los movimientos independientes.

Además, el desarrollo de nuevos capitalismos de estado autoritarios debería hacernos aún más escépticos de confiar acríticamente en el desarrollo dirigido por el estado como antídoto contra el capitalismo actual. Como escribe el socialista iraquí Muhammed Ja’far en una crítica a Amin en 1979, “solo es posible entender la formación nacional como la contrapartida social del modo capitalista de producción económica”. Alami actualiza y matiza aún más este análisis, explicando que para que el estado “asegure su propia reproducción así como la del dinero, se ve obligado a… canalizar los flujos [financieros] y manipular su contenido de clase con el fin de gestionar las relaciones de clase… en formas compatibles con la acumulación de capital global”. 5Esto no es para descartar la participación dentro de cualquier estado al por mayor, sino para reconocer que, en última instancia, la infraestructura del estado-nación hoy necesariamente sirve a los intereses de la acumulación de capital global. Incluso los movimientos que operan en el terreno del estado deben comprender que solo están presentes allí porque, de manera contingente, ofrece el mayor espacio para prosperar solo en condiciones políticas muy específicas que pueden transformarse rápidamente. Por otro lado, los movimientos empujados fuera del Estado a través de la represión autoritaria pueden encontrarse en condiciones más favorables frente al Estado tan pronto como fueron aislados de él.

Y así, la forma de resistir esta nueva instanciación del imperialismo multipolar es analizar objetivamente dónde y en qué formas emergen hoy los movimientos de masas independientes, y encontrar nuevas formas de institucionalizar la solidaridad más allá de los modelos que privilegian a las élites estatales. Por un lado, la rivalidad interimperial en el último siglo en sí misma no determinó las ganancias de los movimientos independientes para la descolonización en el vacío; no debemos pasar por alto el papel subjetivo de estos últimos en cambiar el curso de la historia. Si bien algunos de esos movimientos pueden servir de inspiración hoy, no debemos ser dogmáticamente nostálgicos acerca de sus expresiones históricas. Se requieren nuevas formas de organización de la clase obrera y de las masas populares a medida que la misma división imperialista del trabajo global pasa a ser mediada por diferentes estados, un cambio solo en la forma, pero no en el contenido.

Un nuevo internacionalismo

Una forma verdaderamente emancipadora de multipolaridad proporcionaría una infraestructura a un terreno muy variado de movimientos independientes, cada uno de los cuales se desarrollaría para maximizar su máximo poder de acción para democratizar su capacidad de autodeterminación. Estos movimientos pueden asumir diversas formas, desde comités de resistencia y sindicatos hasta partidos socialistas de masas. Cada uno encarna diferentes niveles de conciencia política, pero puede ser estimulado de diferentes maneras para militar contra diferentes aspectos del sistema capitalista global, aunque el éxito o el fracaso nunca pueden ser predeterminados. En este sentido, la autodeterminación contra el imperialismo global implica la creación de plataformas para la asamblea democrática y la deliberación de los movimientos independientes. Estos espacios pueden promover demandas revolucionarias que son incompatibles con los regímenes actuales, pero mientras tanto, puede construir poder exponiendo los límites de las formas degeneradas de gobierno hoy en día, desde el parlamentarismo burgués hasta el autoritarismo iliberal. Este difícil acto de equilibrio, como Devaka Gunawardena, significa tanto negarse a aceptar que la democracia burguesa es «suficiente» como estar abierto a «recurrir a elementos de los estados socialistas realmente existentes para criticarla, pero empujar los límites de la democracia tal como existe actualmente requiere comprometerse seriamente con su propia democracia interna». contradicciones y limitaciones”.

¿Cómo cambia esto exactamente nuestra estrategia en torno a la solidaridad internacional como socialistas? Debemos repensar qué significa en la práctica “el principal enemigo está en casa”. Por supuesto, esto no es para abandonar la lucha contra el imperialismo en Occidente, sino para expandir nuestros horizontes para apuntar a sitios donde diferentes estados se cruzan entre sí e instituciones internacionales. Estos son algunos ejemplos de oportunidades para la solidaridad. La demanda de los socialistas ucranianos de Sotsialnyi Rukh de la “democratización del orden de seguridad internacional” para salvaguardar a las minorías y los pueblos oprimidos puede conectarse con otras luchas contra el colonialismo como en Papúa Occidental. BRICS desde abajoy se pueden seguir fortaleciendo otras iniciativas de base con movimientos locales para presionar contra la deuda y las instituciones financieras. La situación actual en Etiopía muestra que los países rivales , desde Irán hasta Israel, trabajan codo con codo para financiar la guerra de Etiopía contra los tigrayanos, lo que exige la necesidad de campañas coordinadas a nivel mundial contra las políticas de » guerra contra el terrorismo » de diferentes regímenes. Estos pueden basarse en campañas activas a favor de la abolición por parte de organizadores negros y musulmanes, como el trabajo de Muslim Abolitionist Futures . También podemos ayudar a los movimientos de puente que luchan en las intersecciones de diferentes capitales nacionales, desde Tagaeri y Taromenane.pueblos que luchan contra el gobierno ecuatoriano y la intrusión de las empresas chinas en su existencia aislada hasta las luchas contra la gentrificación en Flushing, Nueva York, donde los principales desarrollos corporativos estadounidenses se financian con la ayuda del capital bancario chino. Los partidos y organizaciones socialistas pueden ayudar a formalizar estos puentes respetando la existencia autónoma de cada lucha, construyendo el poder de manera plural sin subsumirlas todas bajo las filas de aquéllas. Más que nunca, reflexionar sobre los fracasos de la izquierda socialista en el siglo XX debería reivindicar aún más el principio de Ernest Mandel.hoy: que las vanguardias socialistas no deben “subordinar los intereses de la clase en su conjunto a los intereses de ninguna secta, ninguna capilla, ninguna organización separada”.

Si bien Amin creía que “las fuerzas y proyectos sociales [deben] tomar forma primero a nivel nacional como un vehículo para las reformas necesarias”, la idea de distintos niveles nacionales de lucha y desarrollo se vuelve cada vez más difícil de aislar con el rostro cambiante del imperialismo. 6Con la amenaza cada vez mayor de un desastre climático en medio de un sistema económico fallido que no brinda soluciones, debemos continuar construyendo organizaciones de masas para luchar por instituciones democráticas con claridad programática siempre que sea posible. Pero depositar nuestra fe en la reorganización del poder hegemónico de EE. UU. en una multipolaridad de élites nacionales para desbloquear mejores condiciones de lucha sería idealismo por derecho propio. Las luchas revolucionarias antiimperialistas deben permanecer vigilantes, pluralistas y antiautoritarias, y ver la multipolaridad sin democracia socialista como una mera expresión más del imperialismo, en lugar de su sentencia de muerte.

Promise Li es socialista de Hong Kong y Los Ángeles y miembro de Tempest Collective and Solidarity (EE. UU.). Está involucrado en el trabajo de solidaridad internacional con Lausan Collective e Internationalism from Below, y organiza inquilinos con Chinatown Community for Equitable Development (CCED) en Los Ángeles Chinatown.

¿Hacia dónde va el FMLN? Análisis de la crisis del FMLN y las posibilidades de superación. David López. ECA. Abril de 1999

Introducción: identificación y reconocimiento de la crisis en el FMLN

En los momentos de crisis de asociaciones humanas con fines objetivos, así como también en crisis de tipo personal, solemos hacernos 3 preguntas básicas: ¿de dónde venimos, quiénes somos y hacia dónde vamos? Y aunque estas preguntas no sean apropiadas únicamente para momentos de crisis, sería conveniente que en las actuales circunstancias se las hiciera el FMLN. Pero antes de ello es necesario identificar la crisis misma.

Es muy poco probable que la crisis que en la actualidad vive el FMLN se deba, predominantemente, a una lucha ideológica. Este tipo de crisis supondría la existencia, entre otras cosas, de un cuerpo objetivo y ordenado de ideas bastante definido que el partido cree y confiesa, una militancia sumamente ideologizada y cualificada; del mismo modo que personas o grupos que pretendan socavar o modificar ese cuerpo doctrinal frente a otro que quiera defenderlas.

Pero ninguna de estas condiciones existe en el FMLN y, por lo tanto, la raíz de la crisis puede ser cualquiera otra, menos un problema en esencia ideológico[1]. Sin embargo, resulta más gratificante, cómodo y elegante el enmascarar una lucha hegemónica bajo la forma de la defensa de la pureza ideológica o doctrinal, que presentarla como una disputa de poder, intereses personales o grupales. En este sentido, hay que desideologizar la ideologización de la crisis en el FMLN, pero también se debe ideologizar su superación.

Tampoco hay que buscar la raíz de la crisis en los resultados de las últimas elecciones. Un fracaso o una derrota en un grupo o persona bastante maduros y con ideas y fines objetivos, suele ser la ocasión más privilegiada para un examen de sus ideas y su modo de proceder con miras al resurgimiento personal o político, y no la causa de su hundimiento o de cargar a otros la propia responsabilidad del fracaso. En todo caso, el fracaso electoral no es la causa de la crisis, sino un fenómeno de la misma y quizás el más importante.

2. La pluralidad de causas de la crisis del FMLN

La raíz de la crisis del FMLN debemos buscarla en una pluralidad de causas. Cualquier intento de una comprensión monocausal de la crisis nos parece incompleto e incorrecto. Y dentro de dichas causas, mencionaremos las más relevantes.

(1) El FMLN no se preparó internamente para el nuevo escenario, que suponía su conversión en partido político tras el fin de la lucha armada. El paso de ser una fuerza militar a convertirse en un partido no es automático ni se da con la mera desmovilización y entrega de las armas. La astucia militar no se transforma de manera automática en astucia política. Con ello se cayó en una desactualización y en un desfase para los nuevos desafíos que presentaba el nuevo escenario político, tras la firma de los acuerdos de paz.

(2) El FMLN carece de un «credo político» básico, claramente definido y común a su membresía, de tal manera que toda su militancia sepa cuando está dentro y cuando está fuera o, dicho en otros términos, no hay un encuadre de ideales básicos comunes que sean la referencia fundamental de la razón de ser y las aspiraciones del partido.

Las ideas que hay al respecto son demasiado borrosas y desordenadas. En la guerra, en cambio, existía un cuerpo básico de ideas comunes, compartidas incluso por mucha gente fuera de sus filas y con las que muchos terminaban simpatizando.

Muchas de estas ideas, algunas utópicas, atraían y arrastraban a la gente, aun a la más diversa y plural. Y por eso nunca podría entenderse la necesidad de conformar un credo político básico como una amenaza al pluralismo, sino como una ayuda a la articulación y coherencia del desorden de ideas que actualmente existe, sin un núcleo básico que las articule. Se debe promover y respetar la pluralidad, pero a partir de un cuerpo básico de ideas, actualizables y vivas, sujetas a diversos desarrollos y actualizaciones. No se puede hablar de pluralismo sin un fondo común de ideas. Muchos pueblos antiguos, en especial los de carácter tribal, lograron articular la pluralidad y la diferencia con base en la conformación de un credo político religioso básico. El conformar y tener dicho credo ayudaría al FMLN a desideologizar la lucha interna, pues si este núcleo básico existiera, difícilmente la lucha interna actual podría enmarcararse como «lucha ideológica» o «lucha de creencias».

(3) La forma de gobierno interno del FMLN no ha logrado separar y distinguir lo que es un liderazgo institucional de un liderazgo carismático.

Ambas formas no tienen por qué contradecirse. En la guerra estas formas de liderazgo se concentraban en las mismas personas -lo cual es propio de un liderazgo de tipo caudillista-, pero eso ya no tiene que ser así necesariamente, aunque son dos formas que tienen que coexistir y han coexistido hasta la muerte del portador o los portadores del carisma en muchas instituciones que tienen un origen carismático. Pero esta coexistencia debe ser normada en forma institucional, aunque no sin tensiones. Cuando un grupo con liderazgo carismático se institucionaliza y no se administra con sabiduría, la tensión normal entre institución y carisma fácilmente puede caer en dos peligros: el sobrepeso y anquilosamiento institucional o la formación de sectas cismáticas.

(4) Para la nueva fase tras los acuerdos de paz, ya como partido político, el FMLN no se preparó para un imperativo político de primer orden que debía enfrentar para convertirse en una opción de poder: la masificación de su membresía. Un grupo en su forma carismática nunca puede ser masivo, pero un partido institucionalizado y de origen carismático sí. Al no estar preparados para la masificación, esto se convirtió no sólo en nuevos adeptos e incremento de la militancia, sino también en nuevos problemas: se cayó rápidamente en la pérdida o desdibujamiento de ideales, sin poder sustituirlos por otros; se dio un relajamiento de la moral; se perdió el sentido de camaradería y compañerismo. Muchos entraron al partido sin saber por qué y para qué; otros entraron llevando sus propias tradiciones políticas, las que, al no contar el FMLN con un credo político básico, podrían haber propiciado el sincretismo político, o incluso haberse impuesto frente a la debilidad ideológica del FMLN. Y todo esto, y no por responsabilidad de los advenedizos o recién llegados, hizo que el

FMLN entrara rápidamente en el proceso de conversión en un partido tradicional y pragmático, en el que actualmente se encuentra.

(5) Tras la adquisición de una ingente cuota de poder a través de gobiernos municipales (54) y diputaciones (27), algunos cuadros y subgrupos dentro y fuera del FMLN han visto que es mejor vivir de la política que vivir para la política. La mayoría de los que ahora son funcionarios por elección popular quisieran continuar siéndolo frente a otros que aspiran a candidaturas.

Es más, algunos incluso propugnan una reforma estatutaria, por razones de pureza ideológica, para que sea posible aspirar a un tercer período en un cargo de elección popular, cosa expresamente prohibida en la actualidad. Y éste no es un problema de corrientes o tendencias, sino que trasciende, en general, a todo el partido, aunque es más manifiesto en aquellos que enmascaran sus pretensiones en aras de la pureza ideológica.

Algunos, en su falso análisis, creen que obtener una candidatura es equivalente a ganar las elecciones. Poco se mira a las necesidades y a la captatio benevolentiae[2] del electorado, a los retos que presenta el cargo al que se aspira y a la idoneidad[3] y cualidades morales del candidato: candidaturas fuera de estos criterios básicos no tienen razón de ser y, todavía peor, si con la candidatura el aspirante pretende resolver sus problemas económicos o existenciales.

El FMLN debería responder a los problemas existenciales o materiales de sus cuadros sin necesidad de que se caiga en semejantes aberraciones, aunque la mera crisis existencial o material no sea per se un impedimento para una candidatura porque, por otro lado, podrían existir funcionarios actuales o potenciales, con solvencia económica, que consideraran la actividad política como una extensión de su quehacer empresarial o profesional.

Ninguna de ambas situaciones, por sí misma, es garantía u obstáculo de una buena o mala candidatura.

(6) Por último, el FMLN carece de una política institucional de formación y cualificación política de sus cuadros y militantes. Y esta carencia se ha manifestado de varias formas: conducción impropia del partido en la mayoría de estructuras de gobierno interno, debilidad en el análisis político, falta de lucidez para decir la palabra apropiada en el momento oportuno, decisiones equivocadas en la escogitación de candidatos a puestos de elección popular, gestiones municipales flojas y desgastantes. Sin una adecuada decisión institucional que apueste a la formación y cualificación política de los cuadros y militantes, el FMLN tiene escasas posibilidades de convertirse en una opción de poder, a no ser por inercia, desgaste de la derecha o por un milagro político, pero en cualquiera de estos casos siempre se haría un mal papel.

Estas son, a mi juicio, las principales causas de la crisis del FMLN. Hay que reconocerlas e identificarlas, pues de lo contrario no se podrán superar.

La crisis que no se identifica y reconoce, no se supera.

3. Elementos esenciales para superar la crisis

Una vez identificada la crisis del FMLN, y si nuestro análisis es correcto, podemos ahora indicar los elementos esenciales para la superación de la misma. Nos vamos a mover aquí en una perspectiva fundamental, sin llegar a proponer medidas concretas, aunque la tentación de mencionar alguna de ellas no pueda ser del todo superada.

3.1. La conformación de un credo político básico

Una de las cosas que más sorprende en la actual militancia del FMLN es la disimilitud en las creencias políticas: se carece de un núcleo o conjunto de ideales básicos comunes a toda la militancia y con los que ésta se identifique, y a partir del cual se pueda hablar de pluralismo. No hay un complejo de ideas a las que todos se adhieran.

Hace falta un cuadro fundamental que marque los límites de lo que se cree y se quiere. Un verdadero credo político no va contra el pluralismo, sino contra la promiscuidad en las concepciones políticas.

El credo político de un partido que surge de un movimiento revolucionario armado que aspiraba al socialismo, no puede dejar de contener, en las nuevas circunstancias, ideas firmes y perennes: unos fines objetivos concretos, unos principios abstractos y una utopía que constituyan un fondo estable, inamovible, pero actualizable. En este sentido, el FMLN debe ser un partido ideológico, es decir, que tenga una «concepción del mundo» o Weltanschauung, como se dice en la filosofía alemana. Esto ayudaría, por un lado, a que la adhesión al partido sea racional y, por otro, impediría que se convierta en un partido para la mera cacería de votos.

3.2. La necesidad de una definición del partido

En la teoría política clásica existen varias formas de ser de los partidos políticos. Algunas deben ser rechazadas radicalmente como modelo político ejemplar para el FMLN: los partidos que aspiran a que sus líderes lleguen a los más altos cargos públicos; el partido como una maquinaria que se dedica a la «caza de cargos públicos»; los que consideran el Estado como una institución de prebendas; el partido como una sociedad cerrada o testimonial o, lo que es peor, un partido estamental, clasista o de patronazgo[4]

El FMLN debería ser, en cambio, un partido con fines objetivos y orientado hacia ellos, que aspire a representar la voluntad política de la mayoría de salvadoreños y que tenga un credo político de carácter firme y perenne. No puede ser un partido que modifique su proyecto político según las circunstancias o coyunturas electorales, pero tampoco puede ser un partido cerrado e incapaz de actualizarse. En este sentido, el FMLN debería ser un partido altamente ideológico, que tenga fines objetivos y racionales, así como un credo político fundamental, con una militancia viva, definida y activa. La militancia en un partido así es una militancia racional, no emotiva, irracional u oportunista; pero además es una militancia que sabe lo que quiere y hacia dónde va.

Ser un partido ideológico no es un anacronismo ni es contrario a la concepción de un partido moderno. Una definición ideológica de un partido, a condición de que sea racional y actualizable, genera mayor estabilidad interna y mucha más mística en su militancia.

3.3. La necesidad de un liderazgo institucional, racional y democrático

Un partido moderno e ideológico, como creemos que debería ser el FMLN, necesita un liderazgo institucional, democrático y fuerte. Pero dada nuestra historia, creemos que este liderazgo no debe matar el espíritu ni los fuertes componentes de autoridad carismática que aún le quedan. Sin embargo, debe predominar el liderazgo institucional, pues es ello lo que da estabilidad a una institución;en cambio, un partido fundado predominantemente en una autoridad carismática -llámese ésta»caudillo», «profeta» o «líder»- genera, por supropia naturaleza, inestabilidad e incertidumbre, ypodría favorecer subpartidos de carácter semipermanente. La autoridad carismática puede convivir con la autoridad institucional, pero sometida a ésta, aunque se debe estar consciente de que la autoridad institucional nunca debe aspirar a ser aceptada de manera universal en el FMLN.

El liderazgo institucional, o gobierno interno del partido, debe ser el primero en imbuirse del credo político, de la definición del partido y de la formación y cualificación política. Y se debe estar muy consciente de que en un partido, como el que creemos que debería ser el FMLN, es impensable creer que los cargos públicos serán para los líderes y cuadros dirigentes. En un partido como el que aquí se esboza, es el liderazgo institucional el garante y depositario de la tradición del partido, de su credo y sus ideales y, por lo tanto, difícilmente puede aspirar a un cargo público sin socavar los fundamentos del partido.

Pero un liderazgo institucional requiere, además, que sus cuadros de dirección sean personas que conserven lo mejor de la tradición política del FMLN. Es mejor que el gobierno del partido, local y nacional, esté formado, fundamentalmente, por el homo vetus («hombre viejo»), cuando sea posible, pero en una sana combinación con el homo novus («hombre nuevo»). Sí se debe evitar un gobierno de partido de puros «homo novus». Y para esto hay razones de tipo sociológico y político: la militancia y el electorado, en general, sienten más confianza con el que le es más conocido y conservador de una determinada tradición. Se debe evitar en el gobierno del partido al mero advenedizo, a menos que haya sido suficientemente probado.

3.4. La necesidad de la formación y cualificación política

El FMLN necesita una estrategia de formación y capacitación de su dirigencia, cuadros intermedios, funcionarios y potenciales dirigentes, una formación política seria, excelente y actualizada a las nuevas circunstancias y desafíos. En el fondo de la crisis del FMLN no hay sólo un problema de intereses, disputas de liderazgo o aspiraciones a candidaturas -por lo demás legítimas y normales en cualquier partido político-, sino también un problema de comprensión de la realidad del país, sus desafíos, el rumbo que hay que seguir para sacar al país adelante, las nuevas realidades económicas, políticas e internacionales, entre otras cosas.

No sólo hay, entonces, un problema de comprensión o desconocimiento de la realidad objetiva en la que se debe actuar y transformar, sino también un problema de incomprensión del instrumento, el partido, que debe impulsar y vanguardizar los cambios que el país necesita.

En un breve diagnóstico sobre la formación y actualización política del FMLN, constatamos que la mayoría de su militancia -situación de la que también participan sus cuadros– carece de un adecuado instrumental teórico-práctico para analizar la realidad del país. La mayoría de la militancia desconoce qué tipo de partido es el FMLN, su naturaleza, su historia, es decir, de dónde viene, qué es y qué quiere. Tampoco hay claridad sobre lo que se quiere ser.

Casi nadie puede responder a la pregunta sobre qué tipo de partido es o quiere ser el FMLN.

Una formación política en el FMLN no debería pretender, obviamente, la creación de «espíritus ilustrados», sino la dotación a la militancia de instrumentos básicos de análisis político, la internalización de los ideales políticos, la creación de una mística y un ethos político, y la necesaria actualización de la militancia y del partido a las nuevas realidades nacionales e internacionales.

Para salir de la crisis, por tanto, el FMLN necesita crear, entre otras cosas, una adecuada política de formación y educación política de sus cuadros y militantes. Y esta «escuela» sería el lugar para la difusión y el análisis de las ideas ya mencionadas y para la superación de la formación política concebida como adoctrinamiento o «toma de conciencia».

3.5. La necesidad de candidaturas razonables

Una de las experiencias más claras y aleccionadoras de la gestión municipal y legislativa del FMLN, es la necesidad de ordenar y regular los procesos de selección de candidatos a puestos de elección popular. La forma actual de selección de candidatos, basada en la correlación numérica, el problema de género o el respaldo de grupos de poder, no tiene razón de ser si son los únicos criterios válidos que se tienen en cuenta. Hay que mirar por lo menos otros elementos importantes: la idoneidad y moralidad del candidato, las necesidades, expectativas y captación de la simpatía del electorado y las exigencias propias de la función que se va a desempeñar. Es posible armonizar todos estos elementos, pero iniciando desde el punto de partida correcto, el cual no puede ser la correlación numérica o el apoyo de grupos de poder. Dicho en otros términos: es necesaria la racionalidad en los procesos de selección de candidatos, pero también es necesaria la escogitación de candidatos racionales y sensatos[5]. Esto evitaría la aparición de espíritus poco ilustrados en las candidaturas o, lo que sería todavía peor, la emergencia de espíritus bastardos.

La ausencia de una política de selección de candidatos, ordenada y regulada racionalmente ha hecho mucho daño al FMLN, de tal manera que hay quienes se preguntan: ¿qué sentido tiene haber ganado 54 alcaldías y 27 diputados, si esto no sirvió para acumular y fortalecer al partido y que la buena gestión que se debería haber hecho fuera la principal carta de presentación en las elecciones presidenciales de 1999? ¿Acaso será razón suficiente ganar numerosos gobiernos municipales y diputaciones para emplear a cuadros y militantes?

Sin esta política, el terreno de las ambiciones desmedidas e irracionales podría continuar minando al partido, sobre todo cuando a lo que se aspira es desproporcional a las cualidades del aspirante, pues no todos los que en el FMLN desean una candidatura han aprendido y practican la lección de Julio César, que cuando pasaba por un miserable pueblo de los Alpes exclamó: «prefiero ser el primero en este pueblo que el segundo en Roma».

3.6. La necesidad de una nueva ética política

Un partido político de izquierda, con la historia y como debería ser el FMLN, no puede seguir haciendo lo mismo, de igual manera y en nuevas circunstancias. Las relaciones en el partido ya no son

tan primarias e inmediatas como eran en el tiempo de la guerra. Las nuevas situaciones ya no permiten la vieja camaradería y fraternidad revolucionarias. Esta perspectiva de alteridad, de ver en el otro al compañero y a un sujeto moral, se ha perdido casi en su totalidad. La lucha de poder ha deshumanizado al partido, sin que aparezca una nueva forma de relación política fundada en principios morales válidos. Y lo mismo podría decirse, en general; de aquellos que ejercen un cargo público.

Por todo esto es necesario que el FMLN cree una nueva ética política y una nueva relación entre ética y política. Tal vez las viejas relaciones inmediatas de antaño, en que el individuo lleno de ideales vivía para la política, no sean reproducibles en la actualidad, pero sí es necesario mantener el principio de que el partido busca la transformación social, el actuar responsablemente en la sociedad, dignificarla actividad política, no vivir de la política y crearun ethos en la militancia. Y esto es válido también para quienes ejercen un cargo público: no se puedever el mismo como ocasión de un jugoso salario,altas dietas, prebendas, cupones de combustible,disputas por viajes al exterior, viáticos y la colocación en empleos de allegados y amigos. Es necesaria, entonces, una nueva moral en el FMLN. No sepuede ser un partido de izquierda, con la trayectoria del FMLN, con la identidad y aspiraciones queaquí expresamos, y con una moral de un partido de derecha. Hay que trascender esto mediante lacreación de una nueva ética política[6]

4. Conclusión: ¿libanización política, atomización o resurgimiento del FMLN?

La crisis del FMLN, que hemos descrito someramente, si no es superada, podría conducirlo a dos salidas igual y altamente peligrosas para el país. Por un lado, a una guerra política interna entre sus diversas facciones o a una especie de libanización -lucha entre diferentes clanes y señores, como en la guerra del Líbano, en que peleaban territorialidad, cuotas de poder, y por eso se mataban entre ellos, terminando por olvidar que su lucha era contra Israel y, en otros casos, pactando con él-, aunque esta libanización en el FMLN sea, en las condiciones actuales, estrictamente política. En todo caso, si el FMLN sigue esta ruta, habrá olvidado el viejo proverbio que reza que «cuando el gato no está bailan los ratones».

Pero también la crisis podría resolverse en la atomización del partido, convirtiéndolo en eterna oposición, irrelevante y sin perspectiva de poder, hasta llegar a la muerte por inanición. Estas dosposibles salidas a la crisis no son incompatiblescon soluciones intermedias como, por ejemplo, que se «resuelva» la crisis mediante negociaciones de cuotas de poder y candidaturas para que probablemente algunos, como los niños, mientras tengan un juguete en sus manos, no lloren ni gruñan.

Pero una izquierda así no tiene futuro ni razón de ser y, mucho menos, es beneficiosa para el país y, por lo tanto, debe desaparecer, aunque su espacio sea llenado por sectas políticas y por partidos minúsculos, oportunistas, de centro, de izquierda, o como se quieran llamar.

Pero la crisis, a nuestro juicio, puede y debe ser superada, por respeto a la memoria de los caídos en la lucha y a las víctimas del conflicto y por respeto a las mayorías del país, que merecen algo mucho mejor que ser gobernados por sus opresores, explotadores y verdugos. Y en este caso, el FMLN resurgiría renovado y firme, con nuevas ideas y con un nuevo liderazgo democrático e institucional, con una nueva visión de sus relaciones con las diversas fuerzas sociales y con mayor responsabilidad histórica.

Pero esta salida -la que muchos deseamos- no es posible sin identificar y aceptar la crisis, y sin recorrer el camino de superación que hemos trazado y que, en nuestra opinión, es el correcto.

El FMLN tiene en sus manos, entonces, la libanización o atomización del partido o la superación de la crisis y su resurgimiento. Esperamos que la razón se imponga y que resurja como una fuerza viva y pujante, capaz de sacar al país adelante en beneficio de las mayorías pobres y desposeídas.


[1] Algunas personas y grupos, dentro y fuera del FMLN, han querido ver la raíz de la crisis -tal vez por ingenuidad, malicia o simplismo- en una disputa entre defensores de una ortodoxia marxista frente a un grupo social-demócrata. Nada más equivocado que esto: la formación marxista de la dirigencia del FMLN, tanto de los así llamados «ortodoxos» como «renovadores» y otros subpartidos, no llega, en general, ni a un conocimiento del Manifiesto del Partido Comunista y de los Manuscritos del 44. Y lo mismo sucede con el conocimiento de los postulados básicos de la socialdemocracia. El FMLN es actualmente un partido bastante pragmático, y este tipo de disquisiciones están ausentes de la discusión en un partido con tales características.

[2] «Captación de la buena voluntad», es decir, tratar de captar o cautivar la simpatía de los electores.

[3] Convendría recordar a todos los aspirantes que para que los marineros se disputen el timón del barco, como dice Platón, es necesario que tengan conocimientos «del arte del piloto» (Cf. Platón, la República,- Libro VI), y esto sin ánimos de ser excluyentes, sino de llamar a la reflexión.

[4] No pretendo entrar en el uso de la terminología clásica para no hacer de estas ideas prácticas un ejercicio académico.

[5] Tal vez ayuden a este proceso algunas de las enseñanzas de Platón: (1) se debe confiar la autoridad a aquellos que no están celosos de poseerla, pues, de otra manera, la rivalidad hará surgir disputas; y (2) conviene que acepten un mando aquellos que, mejor instruidos que nadie en la ciencia de gobernar, tengan otra vida y otros honores que prefieran a los que la vida política les ofrece (Cf La República, Libro VII).

[6] He desarrollado ampliamente este tema en un artículo de próxima publicación y, por ello, creo innecesario cansar al lector con una disertación al respecto.

En su ocaso, el FMLN se niega a entender lo que le pasó. LPG. 5 de marzo de 2024

El Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional anuncia una reorganización total luego de las elecciones municipales, que lo dejaron sin un solo gobierno local por vez primera desde su debut en la contienda democrática hace ya tres décadas. Su secretario general sostuvo que al partido de izquierda pueden acusarlo de cualquier cosa excepto de haberse arrodillado, vendido o sometido sin sentido.

Es un discurso vulnerable, que admite muchas enmiendas y observaciones; su principal aporte es que revela la falta de autocrítica y de pragmatismo, las dos deficiencias que llevaron al otrora partido mayoritario a una irrelevancia impensable hace apenas unos años.

Nuevas Ideas no gobernará en al menos 15 de 44 alcaldías, incluida alguna cabecera departamental; fue un voto con un alto componente de castigo a gestiones municipales mediocres, reflejadas en una campaña en la que el principal discurso de los jefes edilicios que buscaban la reelección fue alrededor de su obediencia al presidente de la República y no centrada en las necesidades de las comunidades, azuzadas por el destripamiento del Fondo para el Desarrollo Económico y Social. Creer que ese votante eligió castigar al partido cyan pero no salirse del oficialismo y que por eso votó por Concertación Nacional, Democracia Cristiana o Gran Alianza por la Unidad Nacional es una abstracción falaz. Las y los ciudadanos de esos municipios, un porcentaje importante del padrón, eligieron esas banderas y no las del FMLN o ARENA porque en la mayoría de los casos esas dos fuerzas no presentaron una candidata o candidato digerible y competitivo.

Una de las explicaciones a esa incapacidad del Farabundo Martí para atraer líderes regionales potables y con posibilidades es que muy pocos en la sociedad civil quieren relacionarse con ese instituto político, sobre todo porque se sabe que desde el centro del poder hay una animadversión personal, que se ha traducido en disuasión, intimidación y bloqueos contra su dirigencia. En los tiempos que corren, ser cuadro del FMLN es un deporte extremo.

Pero los dirigentes del partido de izquierda no deben ser benevolentes consigo mismos: son los culpables de que el FMLN se haya quedado sin nada que decirle a la sociedad, con un contenido agotado y en un descrédito importante luego de traicionar primero su programa de gobierno durante la gestión de Mauricio Funes y después sus principios y ética durante el olvidable quinquenio de Sánchez Cerén. En ese decenio, en lugar de desmontar la telaraña de tecnocracia onerosa y abusiva y el parasitismo del erario público construido por Antonio Saca, el Frente se esmeró en perfeccionar esa estructura y sus principales líderes y allegados se beneficiaron del gobierno de una manera grosera.

Que uno de los vicepresidentes de esa década pretenda ser el líder de una renovación efemelenista lo dice todo: ese partido morirá sin que la nación se entere si hubo o no cuadros jóvenes dispuestos a recuperarlo. Los mismos que lo construyeron como formidable vehículo electoral se encargarán de enterrarlo.

No todos los actores de la partidocracia sobreviven a los ciclos de la historia y como no podía ser de otro modo, el ascenso del autoritarismo y la crisis democrática y republicana suponen un triunfo de la derecha en su versión más conservadora y torva y el ocaso del pensamiento de izquierda.

El “mundo multipolar”: eufemismo para apoyar los múltiples imperialismos. Frederick Thon. Momento Crítico. 2023

“Los imperialistas no luchan por principios políticos sino por mercados, colonias, materias primas, la hegemonía sobre el mundo y toda su riqueza”

– León Trotsky, 1938

[1] Después de la caída del Muro de Berlín y el colapso del bloque soviético, entre los nuevos mitos de la ideología del capitalismo tardío – del lado del “fin de la historia” y los nuevos bríos del “mercado libre” – surgió el concepto del “mundo unipolar”. En síntesis, se planteaba que, al terminar la Guerra Fría entre los dos “campos” rivales, el campo capitalista (representado principalmente por los Estados Unidos) y el campo socialista (que incluía a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, a China, Vietnam, Cuba, Corea del Norte, etc.), pasaríamos entonces, a un mundo con un solo “campo”, o un solo polo, un mundo “unipolar”, en el que el capitalismo se mostraba triunfante a lo largo y ancho de la tierra. Pero, realmente, rara vez se hablaba del “capital” como fuerza dominante, sino que se le presentaba, digamos, un rostro nacional a este dominio: los Estados Unidos de América. En ese sentido, y a pesar de las múltiples acepciones del término, cuando se habla del mundo unipolar posterior a la caída del bloque soviético, se hace referencia mayormente a un mundo dominado por la hegemonía estadounidense*.

[2] Esta noción de la hegemonía estadounidense, sin embargo, hay que matizarla. Pues, si bien es cierto que la potencia principal a finales del siglo XX fue los Estados Unidos, también es cierto que era una potencia que ya evidenciaba una tendencia hacia su declive. Desde la recesión del 1973-1974, se empezaba a ver el debilitamiento de su influencia en el mercado mundial, a la vez que sufría derrotas militares humillantes, principalmente representadas por la Guerra de Vietnam, aunque sin perder de vista sus fracasos reiterados con respecto a los intentos de derrocar la Revolución Cubana. Con esa recesión del 1973-1974, se inicia en el capitalismo mundial una onda larga de desarrollo desacelerado, es decir, un periodo extendido en el que el capitalismo global experimenta, dentro de sus fluctuaciones recurrentes, un crecimiento débil. Y, en efecto, una de las características de las ondas largas de desarrollo desacelerado del capitalismo es el debilitamiento de la potencia hegemónica.

[3] A los pocos años (1981-1982), una nueva recesión demostró la continua fragilidad del sistema económico capitalista. La posterior caída del bloque soviético permitió un gran respiro para el capitalismo global debido a que el capital se expandió a áreas geográficas previamente dominadas por la planificación económica burocratizada de la URSS, y así aumentó sus ganancias rápida y momentáneamente. La caída del bloque soviético, además, significó que el capitalismo había triunfado en el mercado mundial. Era cierto, pues, que el sistema de producción capitalista se coronaba campeón hacia finales del siglo XX. Era cierto, también, que la potencia principal seguía siendo los Estados Unidos. Lo que es desacertado es confundir estas dos afirmaciones y suponer que Estados Unidos seguía siendo una potencia hegemónica a nivel mundial. Lo que se convirtió hegemónico no era Estados Unidos, sino el capital.

[4] Incluso previo a la Gran Recesión del 2008, la hegemonía estadounidense se veía aminorada por el desarrollo de nuevos actores globales, principalmente China, en su continuo proceso de restauración capitalista y expansión imperialista por el globo. Se vieron, también, proyectos de integración mundial, como el BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) o la Alianza Bolivariana y la CELAC, que experimentaron avances en la manera de intercambiar bienes a nivel mundial e incluso hicieron referencia a la posible creación de nuevos bancos mundiales para retar al dólar y al sistema financiero estadounidense.

[5] Pero el sistema de producción capitalista genera en sí mismo contradicciones que no puede superar, lo que implica crisis económicas y políticas periódicas. A su vez, la periodicidad de las crisis rompe cualquier hegemonía que pareciera ser absoluta o incuestionable. Los elementos subyacentes a la crisis del 1973-1974, si bien pudieron constreñirse, no pudieron detenerse, y con la Gran Recesión del 2008 volvieron a tronar las profundas debilidades del actual sistema económico.

[6] Nos encontramos ahora en una situación en la que múltiples sectores críticos del capitalismo estadounidense reconocen la existencia de un mundo “multipolar”. Al hablar sobre un mundo multipolar, hacen referencia a un momento histórico que se aleja del mundo unipolar previo, en el que nuevas potencias económicas (“nuevos actores geopolíticos”) retan el dominio de los Estados Unidos a nivel mundial. A China, potencia creciente desde finales del siglo XX, se le une, también, Rusia, y vuelven a sonar proyectos de colaboración internacional como el BRICS.

[7] Ante esta ¿nueva? situación, ¿cómo debe responder la izquierda revolucionaria? Conviene, para contestar esta pregunta, exponer brevemente lo que sucedió previo a la hegemonía estadounidense en la historia del capitalismo.

[8] La onda larga de desarrollo desacelerado de comienzos del siglo XX vio el debilitamiento de lo que antes fue la gran potencia capitalista, el Reino Unido. En el proceso de debilitamiento, en la época que la teoría marxista cataloga como la época (o fase) del imperialismo, las potencias capitalistas en ascenso y que retaban al Reino Unido buscaron aumentar su dominio. En el proceso, se dieron la Primera y la Segunda Guerra Mundial, dos guerras producto del interés de expansión del capital monopolista. Los múltiples imperialismos, pues, desembocaron en guerras mundiales. El que la competencia entre los distintos sectores del capital monopólico desembocara en guerra era una idea central de todo el análisis de ese periodo de la historia del capitalismo por parte del marxismo revolucionario (Lenin, Luxemburgo, Trotsky). El marxismo revolucionario rechazaba tomar partido con alguna potencia revolucionaria, sino que rechazaba el imperialismo de su faz.

[9] No es hasta el final de la Segunda Guerra Mundial que Estados Unidos se posiciona como la potencia mundial hegemónica ante una transformación de la economía global. Este es el periodo de un crecimiento económico sin precedentes en la historia del capitalismo. Posterior a la Segunda Guerra Mundial comienza, pues, una onda larga de desarrollo acelerado caracterizado por la hegemonía de los Estados Unidos a nivel del mercado mundial capitalista, y que duraría poco más de tres décadas. La recesión del 1973-1974 representa el cambio de esa onda larga de desarrollo acelerado a una onda larga de desarrollo desacelerado.

[10] Comparemos, entonces, estas dos ondas largas de desarrollo desacelerado. En una, tenemos al Reino Unido debilitándose como potencia capitalista, el surgimiento de nuevas potencias imperialistas (principalmente en Europa, aunque también Japón), guerras mundiales entre las potencias imperialistas como mecanismos para ejercer su dominio. Alrededor de estas potencias, otros países se alinean. En la otra, tenemos a los Estados Unidos debilitándose como potencia capitalista, el surgimiento de nuevas potencias imperialistas (China, Rusia), el inicio de las amenazas de guerras mundiales entre las potencias imperialistas como mecanismos para ejercer su dominio. Alrededor de estas potencias, otros países se alinean. En todo este panorama, en toda esta competencia entre países imperialistas, independientemente de quien gane, siempre hay un mismo triunfador: el capital.

[11] Como indicamos, múltiples sectores críticos del capitalismo estadounidense – quizás incluso la mayoría en Puerto Rico – hacen referencia a lo positivo que es el supuesto mundo multipolar. Este mundo nuevo, nos dicen, cuenta con múltiples potencias, principalmente los Estados Unidos, China y Rusia. Ya no tenemos una única visión hegemónica, sino un mundo plural. Ante las atrocidades que ha cometido los Estados Unidos, además, es positivo que esta potencia pierda su fuerza.

[12] Sin embargo, hay múltiples errores en estas afirmaciones. En primer lugar, el debilitamiento de los Estados Unidos es una realidad de la crisis actual del capitalismo y su onda de desarrollo desacelerado. El fortalecimiento de nuevas fuerzas imperialistas o potencialmente imperialistas, también. Poco tiene que ver con el acierto o desacierto de otras potencias económicas capitalistas. En segundo lugar, ninguno de estos países reta el sistema de producción capitalista. Más bien, lo que hacen es reintroducir la competencia entre países imperialistas, como se vio a inicios del siglo XX. Y la competencia entre países imperialistas no hace más que allanar el camino hacia las guerras mundiales. El actual conflicto en Ucrania es el ejemplo más reciente. Y las atrocidades que han cometido y cometen estas nuevas potencias no se pueden ignorar. Ver en Rusia y en China (o en aliados como Nicaragua) fuerzas antiimperialistas porque «retan» a la potencia estadounidense es perder de vista que no desean más que desvestir a un santo para vestir a otro, o, más bien, vestirse ellos mismos como nuevas potencias imperialistas.

[13] Si parte de la argumentación de estos sectores críticos del capitalismo sería afirmar que el mundo unipolar consistía en la hegemonía de los Estados Unidos posterior a la caída del bloque soviético, nuestra postura sería reconocer que nunca hubo tal hegemonía, sino una potencia imperialista, todavía dominante, pero en un proceso agudo de debilitamiento. No estamos pasando, entonces, de un mundo unipolar a uno multipolar, sino que sencillamente se está apreciando el deterioro de una potencia imperialista, deterioro que se inicia en la década del 1970.

[14] Por otro lado, si fuésemos a referirnos al mundo unipolar, no como uno dominado por los Estados Unidos, sino por el capital, la realidad actual sería la siguiente: la competencia entre estos distintos países imperialistas no representa una pugna entre polos con visiones antagónicas, sino que son conflictos interimperialistas y capitalistas, cuya rivalidad se sigue intensificando en una coyuntura global de tasas de ganancias estancadas y decrecientes.

[15] La división del mundo en “polos” o en “campos” tiene el gran inconveniente de segmentarlo a partir del balance de fuerzas globales expresado políticamente por distintos Estados-Nación. Los diversos actores sociales en cada país se quedan fuera de este mapa, tanto los movimientos revolucionarios en países imperialistas – con los que la izquierda revolucionaria debería aliarse y apoyar – como las resistencias a la burocratización y restauración capitalista que pueden darse en países socialistas, o las luchas populares que se dan contra gobiernos asociados con las nuevas potencias imperialistas. La fácil definición por polo o campo, si bien puede ser útil por su esquematización del plano global, también se aleja del análisis marxista centrado en las relaciones sociales y las fuerzas productivas. Se sustituye la relación entre los pueblos en lucha por relaciones con representantes de esos Estados-Nación (**).

[16] Con respecto a las grandes potencias capitalistas, la izquierda revolucionaria no debiera ni añorar la competencia entre países imperialistas ni desear que exista un país capitalista hegemónico, sino luchar en contra del dominio del capital. La coyuntura política y económica deberá trazar las especificidades de cada momento, pero el rechazo al imperialismo en todas sus manifestaciones es una posición de principio. Y el rechazo (no solo retórico) al imperialismo debería conllevar, también, un apoyo a las luchas populares en los distintos rincones de la tierra, y una defensa intransigente de los derechos y las libertades democráticas.

[17] Con respecto a los países “periféricos” que se alinean con alguna de estas fuerzas (Estados Unidos, principalmente, en un lado, Rusia y China en el otro), la posición no varía. Ni la dictadura reaccionaria de Daniel Ortega representa una amenaza al capitalismo, ni la debemos apoyar por su retórica “antiimperialista”. Todo lo contrario: en la medida en que se representa como una fuerza de la izquierda, no hace más que retrasar la lucha a nivel internacional, a la vez que violenta los derechos democráticos más básicos en su país.

[18] Por tanto, la izquierda que apoya este nuevo “mundo multipolar”, e incluso simpatiza con las nuevas potencias imperialistas (China, Rusia) o sus aliados, no hace más que repetir los errores del renegado Kautsky en la época de las guerras imperialistas de la primera mitad del siglo XX. Distorsionan los principios revolucionarios del marxismo de tal manera que las aleja de la lucha por el socialismo y le abre el camino a la guerra y a la destrucción.

Notas

(*) Usamos el término «hegemonía» con su acepción habitual, «supremacía que un Estado ejerce sobre otros». No usamos el término «hegemonía» en el sentido que le da Antonio Gramsci, aunque en algunos momentos del escrito aplique su conceptualización.

(**) En el campo de los estudios de las relaciones internacionales, hay excepciones, desde la izquierda, a esta visión de “campos” o de “polos” globales. Algunos ejemplos son: Robert W. Cox, Fuerzas sociales, estados y órdenes mundiales: Mas allá de la Teoría de Relaciones Internacionales; Benno Teschke, The Myth of 1648; Justin Rosenberg, International relations in the prison of political science y Debating uneven and combined development/debating international relations: a forum).

La «multipolaridad», el mantra del autoritarismo. Kavita Krishnan. Abril 2024

La defensa de la multipolaridad, sin valores democráticos añadidos, se transforma en una coartada para diversos regímenes despóticos en diferentes partes del mundo. El presidente ruso Vladímir Putin ha utilizado también esta figura mientras emprendía la invasión de Ucrania, que parte de la izquierda vacila en condenar con claridad.

La multipolaridad es hoy la brújula que orienta la visión de la izquierda de las relaciones internacionales. Todas las corrientes de la izquierda, en la India y todo el mundo, abogan desde hace tiempo por un mundo multipolar, en lugar del unipolar dominado por el imperialismo estadounidense.

Al mismo tiempo, la multipolaridad se ha convertido en piedra angular del lenguaje compartido de los fascismos y autoritarismos globales. Es un grito de guerra de los déspotas, que sirve para disfrazar de guerra contra el imperialismo su ofensiva contra la democracia.

El enmascaramiento y la legitimación del despotismo a través de la multipolaridad se ven reforzados por el respaldo rotundo que la izquierda global le presta, celebrándola como una democratización antiimperialista de las relaciones internacionales.

Al enmarcar las confrontaciones políticas dentro de, o entre, los Estados-nación en un juego de suma cero entre respaldar la multipolaridad o la unipolaridad, la izquierda perpetúa una ficción que incluso en su momento menos innoble era engañosa e inexacta. Ahora es manifiestamente peligrosa, y sirve tan solo como instrumento narrativo y dramático en favor del prestigio de autoritarios y fascistas.

Las consecuencias desafortunadas del compromiso de la izquierda con una multipolaridad despojada de valores se ven muy crudamente ilustradas en su respuesta a la invasión rusa de Ucrania. La izquierda global y la india han legitimado y amplificado en diversos grados el discurso fascista ruso, amparando la invasión como un desafío multipolar al imperialismo unipolar liderado por Estados Unidos.

La libertad de ser fascista

El 30 de septiembre de 2022, mientras anunciaba la anexión ilegal de cuatro territorios ucranianos, el presidente ruso Vladímir Putin explicó lo que significaban la multipolaridad y la democracia en su marco ideológico[1].

Definía Putin la multipolaridad como la liberación de la pretensión de las elites occidentales de asentar como universales sus propios valores «degenerados» de democracia y derechos humanos; valores «ajenos» a la inmensa mayoría de la gente en Occidente y otros lugares.

Su estratagema retórica consistía en aseverar que la noción de un orden basado en reglas, democracia y justicia no es más que una imposición ideológica e imperialista de Occidente, que en ella encuentra un pretexto para violentar la soberanía de otras naciones.

Viendo a Putin jugar con la indignación legítima por la larga lista de crímenes de los países occidentales (el colonialismo, el imperialismo, las invasiones, las ocupaciones, los genocidios, los golpes de Estado), era fácil olvidar que el suyo no era un discurso que exigiera justicia, reparaciones o el fin de tales crímenes. De hecho, su afirmación del hecho evidente de que los gobiernos occidentales no tenían «ningún derecho moral a opinar, siquiera a pronunciar una palabra sobre la democracia» eliminaba mañosamente a la gente de la ecuación.

La gente de las naciones colonizadas ha luchado, y continúa luchando, por la libertad. Los pueblos de las naciones imperialistas salen a las calles a demandar democracia y justicia y combatir el racismo, las guerras, las invasiones, las ocupaciones cometidas por sus propios gobiernos. Pero Putin no mostraba su apoyo a esta gente.

Antes bien, animaba a las fuerzas de «ideas afines» en todo el mundo (movimientos políticos de extrema derecha, supremacistas blancos, racistas, antifeministas, homófobos, tránsfobos) a apoyar la invasión como parte de un proyecto ventajoso para ellos: derrocar la «hegemonía unipolar» de los valores universales de la democracia y los derechos humanos y «obtener la verdadera libertad: una perspectiva histórica».

Putin utiliza una «perspectiva histórica» de su propia elección para apoyar una versión supremacista de un «país-civilización» ruso en el que las leyes deshumanizan a las personas lgtb+ y donde las referencias a acontecimientos históricos se criminalizan en nombre del «fortalecimiento de la soberanía [de Rusia]».

Proclama la libertad de Rusia para negar y oponerse a las normas democráticas y las leyes internacionales definidas «universalmente» por instituciones como la Organización de las Naciones Unidas (onu). El proyecto de «integración eurasiática» que Putin maneja como un desafío multipolar a la Unión Europea «imperialista» y a la unipolaridad occidental solo puede entenderse correctamente como parte de un plan ideológico y político explícitamente antidemocrático.

(Otra cosa es que la apariencia de la competición entre eeuu y Rusia como grandes potencias se complique aquí por el proyecto político compartido representado por Donald Trump en el primer país y Putin en el segundo).

Un lenguaje común

El lenguaje de la multipolaridad y el antiimperialismo también halla resonancia en el totalitarismo hipernacionalista chino. Una declaración conjunta de Putin y Xi Jinping en febrero de 2022, poco antes de que Rusia invadiera Ucrania, expresaba su rechazo compartido a los estándares universalmente aceptados de democracia y derechos humanos, a favor de definiciones de estos términos acogidas al relativismo cultural:

«Una nación puede elegir las formas y métodos de implementación de la democracia que mejor se adapten a sus (…) tradiciones y características culturales singulares (…). Solo corresponde al pueblo del país decidir si su Estado debe ser democrático». A partir de esta idea, se elogiaban «los esfuerzos realizados por la parte rusa en pos de establecer un sistema multipolar justo de relaciones internacionales»[2].

Para Xi, los «valores universales de libertad, democracia y derechos humanos» fueron fulcros de «la desintegración de la Unión Soviética, los cambios drásticos en Europa del Este, las revoluciones de colores[3] y las primaveras árabes, todo ello causado por la intervención de eeuu y Occidente»[4]. Cualquier movimiento popular que exija derechos humanos y democracia es tratado como una imperialista revolución de color, inherentemente ilegítima.

La demanda de una democracia acogida a los criterios universales planteada por el movimiento contra la represión en nombre del cero covid que se desarrolló a lo largo y ancho de China resalta a la luz del relativismo cultural que promueve el gobierno de ese país. Un Libro Blanco de 2021 sobre «la concepción china de la democracia, la libertad y los derechos humanos» definía estos últimos como «felicidad» resultante del bienestar y los beneficios, no como protección contra el poder gubernamental desenfrenado[5].

En él se omite clamorosamente el derecho a cuestionar al gobierno, disentir u organizarse libremente. Definir la «democracia con características chinas» como «buen gobierno» y los derechos humanos como «felicidad» permite a Xi justificar la represión de la minoría musulmana de los uigures[6].

Sostiene que los campos de concentración para «reeducar» a estas poblaciones y remodelar su práctica del islam para hacerlo «de orientación china» han proporcionado «buen gobierno» y una mayor «felicidad»[7].

Incluso entre los líderes del supremacismo hindú en la India se advierten poderosas reverberaciones del discurso fascista y autoritario de un «mundo multipolar», en el que las potencias civilizadoras se alzarán nuevamente para reafirmar su antigua gloria imperialista y la hegemonía de la democracia liberal dará paso al nacionalismo de derecha.

Mohan Bhagwat, jefe del Rashtriya Swayamsevak Sangh –Asociación Nacional de Voluntarios, una organización paramilitar india de extrema derecha–, dice con admiración que «en un mundo multipolar» que desafía a eeuu, «China se ha levantado. No le preocupa lo que el mundo piense al respecto. Persigue su objetivo (…) [recuperando] el expansionismo de sus antiguos emperadores»[8].

Del mismo modo, «en el mundo multipolar, Rusia también hace su juego y trata de progresar reprimiendo a Occidente». El primer ministro indio Narendra Modi también ataca una y otra vez a los defensores de los derechos humanos como antiindios, incluso cuando declara que la India es «la madre de la democracia»[9]. Esto se hace posible si se contempla la democracia india, no a través de un prisma occidental, sino como parte de su «ethos civilizatorio»[10].

Una nota distribuida por el gobierno vincula la democracia de la India con la «cultura y civilización hindúes», la «teoría política hindú», el «Estado hindú» y los (a menudo reaccionarios) consejos de castas tradicionales, que imponen jerarquías de casta y género[11]. Tales ideas reflejan asimismo los intentos de incorporar a los supremacistas hindúes a una red global de fuerzas autoritarias y de extrema derecha[12]. El ideólogo fascista ruso Aleksandr Duguin –al igual que Putin– proclama que «la multipolaridad (…) aboga por el retorno a los fundamentos civilizatorios de cada civilización no occidental [y el rechazo de] la democracia liberal y la ideología de los derechos humanos»[13].

La influencia es bidireccional. Duguin aprueba la jerarquía de castas como un modelo social[14]. Incorporando directamente los valores brahmánicos de las Leyes de Manu[15] al fascismo internacional, ve el «orden actual de las cosas», representado por «derechos humanos, antijerarquía y corrección política», como «Kaliyuga»: una calamidad que trae consigo la mezcla de castas –mestizaje provocado a su vez por la libertad de las mujeres, también un aspecto calamitoso del Kaliyuga, la «era de riña e hipocresía» que aparece en las escrituras hindúes– y el desmantelamiento de la jerarquía.

El intelectual ruso ha descrito el éxito electoral de Modi como una victoria de la «multipolaridad», feliz proclamación de «valores indios» y derrota de la hegemonía de la «ideología de la democracia liberal y los derechos humanos». Sin embargo, la izquierda continúa usando la «multipolaridad» sin delatar la más mínima conciencia de cómo los fascistas y los autoritarios expresan en el mismo lenguaje sus propios objetivos.

Cuando la izquierda se encuentra con la derecha

El discurso de Putin sobre la «multipolaridad» está pensado para resonar en la izquierda global. Su reconfortante familiaridad parece impedir que la izquierda, que siempre ha hecho un excelente trabajo poniendo al descubierto las mentiras que sustentaban las pretensiones de «salvar la democracia» de los belicistas imperialistas estadounidenses, aplique la misma lente crítica a la retórica anticolonial y antiimperialista de Putin.

Es de hecho extraño que la izquierda haya hecho suyo el lenguaje de la polaridad, discurso que pertenece a la escuela realista en las relaciones internacionales. El realismo político ve el orden global en términos de competencia entre los objetivos de política exterior –que se supone que reflejan «intereses nacionales» objetivos– de un puñado de polos.

Y es fundamentalmente incompatible con la visión marxista, que se basa en comprender que el «interés nacional», lejos de ser un hecho objetivo y neutral en cuanto a valores, se define subjetivamente por el «carácter político (y por lo tanto moral) de los estratos de liderazgo que dan forma a decisiones de política exterior, y las toman»[16].

Así, por ejemplo, Vijay Prashad, uno de los entusiastas y defensores de la multipolaridad más prominentes de la izquierda global, observa con aprobación que «Rusia y China buscan soberanía, no poder global». No menciona Prashad cómo estos poderes interpretan la soberanía como desentendimiento de la rendición de cuentas ante los estándares universales de democracia, derechos humanos e igualdad[17].

Un ensayo reciente del secretario general del Partido Comunista de la India (Marxista-Leninista), Dipankar Bhattacharya, presenta problemas similares: explica la decisión del partido de equilibrar la solidaridad con Ucrania mediante su preferencia por la multipolaridad y su prioridad nacional de resistir al fascismo en la India[18].

(Disclosure: yo he sido activista del Partido Comunista de la India [Marxista-Leninista] durante tres décadas y miembro de su politburó, pero abandoné el partido a principios del año pasado, debido a diferencias, que alcanzaron un punto crítico, referentes a la tibia solidaridad de la formación con Ucrania).

La formulación de Bhattacharya es que, «independientemente de la configuración interna de las potencias globales competidoras, un mundo multipolar es ciertamente más ventajoso para las fuerzas y movimientos progresistas de todo el mundo en su búsqueda de revertir las políticas neoliberales, de la transformación social y del avance político».

En otras palabras, el pci (m-l) da la bienvenida al alzamiento de las grandes potencias no occidentales incluso si son internamente fascistas o autoritarias, porque cree que ofrecerán un desafío multipolar a la unipolaridad estadounidense. Semejante formulación no ofrece resistencia alguna a los proyectos autoritarios que se describen a sí mismos como campeones de la multipolaridad imperialista. De hecho, los arropa con una capa de legitimación.

Bhattacharya percibe el apoyo incondicional a la resistencia ucraniana como difícil de conciliar con la «prioridad nacional» de «luchar contra el fascismo en la India».

La idea de que los deberes de solidaridad internacional de la izquierda deban posponerse en favor de lo que se percibe como prioridad nacional es un caso de marxismo internacionalista enturbiado por el concepto «realista» de interés nacional, aplicado esta vez no solo a los Estados-nación, sino también a los propios partidos nacionales de izquierda. Pero ¿cómo puede estar reñida la solidaridad incondicional con Ucrania contra una invasión fascista con la lucha contra el fascismo en la India?

El razonamiento de Bhattacharya es forzado, sesgado y retorcido. Toma un desvío desconcertante hacia la necesidad de que los movimientos comunistas tengan cuidado con el peligro de «priorizar lo internacional a expensas de la situación nacional».

Bhattacharya atribuye incorrectamente el error del Partido Comunista de la India en 1942 de mantenerse al margen del movimiento Quit India[19] a que priorizó su compromiso internacional con la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial sobre el nacional de derrocar al colonialismo británico, entonces un aliado en la guerra contra el Eje[20].

El único propósito plausible de este desvío parece ser hacer una analogía con la situación actual de la izquierda india frente a la invasión de Ucrania. Dado que la principal alianza exterior del régimen de Modi es con el Occidente liderado por eeuu, se sugiere que la lucha contra el fascismo de Modi se debilitaría si Rusia, un rival multipolar de eeuu, fuera derrotada por la resistencia ucraniana.

Este cálculo retorcido oscurece el simple hecho de que una derrota de la invasión fascista de Putin en Ucrania envalentonaría a quienes combaten por la derrota del fascismo de Modi en la India. Del mismo modo, una victoria de las personas que resisten la tiranía mayoritarista de Xi inspiraría a quienes resisten la tiranía mayoritarista de Modi en la India.

En palabras de Martin Luther King, «la injusticia en cualquier parte es una amenaza para la justicia en todas partes». Debilitamos nuestras propias luchas democráticas cuando elegimos ver las luchas de los demás a través de una lente campista distorsionadora. La nuestra no es una elección de suma cero entre unipolaridad y multipolaridad.

En cada situación, nuestras opciones son claras: podemos apoyar la resistencia y la supervivencia de los oprimidos o preocuparnos por la supervivencia del opresor. Cuando la izquierda asume el deber de apoyar la supervivencia de los regímenes multipolares (Rusia, China y, para cierta izquierda, incluso Irán), incumple su deber real de apoyar a aquellas personas que luchan por sobrevivir a la dimensión genocida de estos regímenes.

Cualquier beneficio que eeuu pueda obtener de su apoyo material o militar a tales luchas es menos importante que el beneficio de la supervivencia de las personas en tales condiciones. Haríamos bien en recordar que el apoyo material y militar estadounidense a la urss en la Segunda Guerra Mundial contribuyó a la derrota de la Alemania nazi.

Los regímenes tiránicos interpretan el apoyo a quienes se resisten a ellos como una «interferencia» extranjera o imperialista en su «soberanía». Si nosotros, en la izquierda, hacemos lo mismo, serviremos como facilitadores y apologetas de tales tiranías.

Quienes están inmersos en combates a vida o muerte necesitan que respetemos su autonomía y soberanía para decidir qué tipo de apoyo moral, material, militar, exigen, aceptan o rechazan. La brújula moral de la izquierda global e india necesita un reinicio urgente que corrija el curso catastrófico que le ha hecho hablar el mismo idioma que los tiranos.

Nota: la versión original de este artículo en inglés se publicó en The India Forum, 20/12/2022, y se reprodujo en español en El Cuaderno, 2/2023. Traducción: Pablo Batalla Cueto.


[1] Guillaume Lancereau: «La guerra mundial de Putin» en El Grand Continent, 1/10/2022.

[2] «Joint Statement of the Russian Federation and the People’s Republic of China on the International Relations Entering a New Era and the Global Sustainable Development», 4/2/2022, disponible en en.kremlin.ru/supplement/5770

[3] Grandes movilizaciones e insurrecciones contra regímenes autoritarios, especialmente en antiguas repúblicas soviéticas, a principios del siglo xxi, consideradas por algunos como producto de conspiraciones imperialistas [N. del E.].

[4]     «Xi Jinping Thought on Socialism with Chinese Characteristics for a New Era», 29/10/2018, disponible en www.china.org.cn/english/china_key_words/2018-10/29/content_68857761.htm.

[5]     «Full Text: Pursuing Common Values of Humanity – China’s Approach to Democracy, Freedom and Human Rights», 7/12/2021, disponible en english.www.gov.cn/archive/whi…

[6] «Chinese President Xi Jinping Defends Xinjiang Detention Network, Claiming ‘Happiness’ is on the Rise» en ABC News, 27/6/2020.

[7] «Islam in China Must be Chinese in Orientation: President Xi Jinping» en The Indian Express, 17/7/2022.

[8] Deeptiman Tiwary: «China Has Now Risen, Doesn’t Care What World Thinks of It: RSS Chief» en The Indian Express, 3/12/2020.

[9]  «India Must Save itself from ‘Foreign Destructive Ideology’: PM Modi in Rajya Sabha» en The Indian Express, 8/2/2021.

[10]     «Narendra Modi Slams ‘Selective’ Reading of Rights Issues» en The Hindu, 12/10/2021.

[11] K. Krishnan: «On Constitution Day, the Modi Government Is Exacting the rss’s Revenge on Ambedkar» en The Wire, 26/11/2022.

[12] A. Duguin: «Fascism—Borderless and Red», 1997, disponible en www.stephenhicks.org/wp-conten…

[13]     A. Duguin: «The Indian Moment of Multipolarity» en Seminar No 728, 4/2020, disponible en www.india-seminar.com/2020/728…

[14]  A. Duguin: La cuarta teoría política, Fides, Tarragona, 2013

[15] Texto en sánscrito de la sociedad antigua de la India [N. del E.].

[16] Achin Vanaik: «National Interest: A Flawed Notion» en Economic and Political Weekly vol. 41 No 49, 9/12/2006.

[17]   «Full Text of Putin’s Speech at Annexation Ceremony», 1/12/2022, disponible en www.miragenews.com/full-text-o…

[18]   D. Bhattacharya: «On the Current Juncture in India and the International Context» en Liberation, 27/9/2022.

[19]     Movimiento independentista lanzado por Mahatma Gandhi [N. del E.].

[20] La posición del PCI de tratar los dos primeros años de la Segunda Guerra Mundial como una guerra entre imperialistas estaba en consonancia con la directiva de la Comintern de la época: cuando se firmó el Pacto Molotov-Ribbentrop entre la URSS y la Alemania nazi en 1939, la Comintern cambió bruscamente su directiva de 1935 que instaba a los comunistas a formar amplios frentes populares antifascistas y caracterizó la guerra que inició Alemania como una mera guerra entre potencias imperialistas rivales. El cambio en la posición del PCI coincidió con el cambio en la posición de la Comintern: la guerra fue caracterizada como una «guerra popular contra el fascismo» solo cuando la Alemania nazi rompió el pacto e invadió la URSS. El problema del PCI no era la dificultad para combinar el internacionalismo con sus prioridades nacionales. Más bien fue el resultado de dejarse guiar no por una resistencia consecuente al fascismo y al imperialismo, sino por el enfoque sin principios y oportunista de Stalin hacia la Alemania nazi y la guerra.

Israel ya tiene la victoria que buscaba, aunque Netanyahu no vuelva a atacar a Irán. Yahoo! Noticias. 16 de abril de 2024

Los últimos años han sido tensos a nivel geopolítico. Si 2022 estuvo marcado por la invasión de Rusia a Ucrania y el 2023 tuvo como protagonista a la Franja de Gaza, en 2024 la posible guerra entre Israel e Irán marca la actualidad.

Tras varios meses de amenazas, el pasado 1 de abril Israel atacó la embajada iraní en Damasco (Siria) y la respuesta persa se produjo casi dos semanas después. El 13 de abril, Teherán lanzó la que fue su primera ofensiva directa contra Israel en la historia, aunque las defensas judías consiguieron repeler la gran mayoría de misiles y drones, minimizando los daños.

Estos ataques cruzados suponen un paso más para una internacionalización del conflicto en la región que ninguna de las principales potencias quiere ahora mismo. Mientras que los rusos están centrados en Ucrania, los estadounidenses miran con el rabillo del ojo a las elecciones presidenciales de noviembre. En sus planes, no se encuentra ahora mismo verse arrastrados a un conflicto directo entre dos grandes potencias regionales.

Israel amenaza con tomar nuevas represalias contra Irán, pero lo cierto es que el Gobierno de Netanyahu ya ha conseguido los objetivos que se marcó al agitar estas hostilidades. Por un lado, desviar la atención internacional de lo que está pasando en Gaza y recuperar el apoyo incondicional de sus aliados. Por el otro, afianzar su posición en la región tras décadas de rechazo de los países árabes.

De esta manera, la situación israelí es ahora mismo mucho más cómoda de lo que lo era hace apenas dos semanas y puede permitirse destensar, en lugar de seguir una estrategia más arriesgada que le puede llevar a consecuencias imprevisibles.

No cabe duda que ese ataque contra la embajada iraní fue muy peligroso, ya que podría haber derivado en una guerra entre ambos países. Aunque no se puede descartar esta confrontación, lo cierto es que la respuesta de Irán ha sido muy medida, por lo que Netanyahu puede darse por contento con lo obtenido, que no ha sido poco.

La ofensiva sobre Gaza

En los últimos seis meses, Israel ha ido perdido paulatinamente el gran apoyo internacional que tenía debido a su actuación en Gaza. Tanto las organizaciones humanitarias como la ONU han sugerido que en la Franja se podía estar cometiendo un genocidio. Los ataques israelíes han causado la muerte a más de 30.000 personas, la mayoría de ellos mujeres y niños.

Así, el apoyo entusiasta de Occidente ha ido dando paso a manifestaciones de repulsa en ciudades como Nueva York o Londres y un apoyo más tibio por parte de los Gobiernos, que ahora presionan por un alto el fuego permanente.

Consciente de que lo que se estaba transmitiendo al mundo era que Israel masacraba impunemente a civiles, el Gobierno ha cambiado radicalmente de estrategia y el ataque contra la embajada iraní juega un papel clave. En estas dos semanas, han seguido bombardeando Gaza, pero el foco está puesto en el conflicto con Irán, por lo que han conseguido desviar la atención sobre las lamentables condiciones que están viviendo los palestinos.

Además, sus aliados tradicionales (Estados Unidos, Reino Unido o Francia, entre otros), que se habían alejado un poco por las noticias que llegaban desde Gaza, han vuelto a mostrar su apoyo unánime en el conflicto con Irán.

El apoyo de países árabes

Quitar el foco de Gaza y recuperar a sus aliados han sido hechos importantes para Israel, pero afianzar su posición en la región ha sido la mayor victoria para el Gobierno de Netanyahu. Fueron varios los países que ayudaron a repeler el ataque de Irán y algunos de ellos eran árabes. Muy comentado fue que Jordania envió a su fuerza aérea, pero parece que no fueron los únicos.

«Los Estados del Golfo, incluida Arabia Saudita, podrían haber desempeñado también un papel indirecto, ya que albergan sistemas occidentales de defensa aérea y aviones de vigilancia y reabastecimiento que habrían sido vitales para el esfuerzo», ha señalado The Economist.

Conviene recordar que en 1948, cuando se fundó el estado de Israel, varias naciones árabes se opusieron y le declararon la guerra. En todas estas décadas, el Estado judío no ha sido bienvenido en la región, aunque con el paso de los años las posturas se han ido suavizando e incluso se han llegado a establecer relaciones diplomáticas con algunos de ellos. De hecho, Arabia Saudí e Israel estaban a punto de hacerlo antes de los ataques de Hamás del 7 de octubre.

La participación de varias naciones árabes en defensa de Israel muestra que existe miedo a que se produzca una guerra de grandes dimensiones, pero también que Israel ya no está tan aislado como antaño en la región y que empiezan a darse escenarios de colaboración, lo que supone la mejor de las noticias para la nación judía.

Ahora la pelota está en el tejado de Israel, que puede optar por seguir aumentando la tensión o rebajarla. La única certeza es que su posición ha mejorado sensiblemente en apenas unas semanas y que ha conseguido sacar un gran rédito de su ataque a Irán. Netanyahu puede darse por satisfecho.