PCS: 62 años de lucha por la justicia, la democracia y el socialismo (30 de marzo de 1992)

PCS: 62 años de lucha por la justicia, la democracia y el socialismo (30 de marzo de 1992)

Tuvieron que pasar más de sesenta años para que el Partido Comunista de El Salvador, PCS, saliera a la luz pública para conmemorar su natalicio. Y es que la historia del PCS estuvo vinculada a la existencia de la dictadura militar. Y en 1992 al dejar de existir la dictadura militar la sociedad observó a los comunistas con el rostro descubierto, sus banderas desplegadas, rojas con la hoz y el martillo, que llenaron las graderías del anfiteatro de la Feria Internacional en San Salvador. La clandestinidad impuesta por la dictadura había concluido.

El acto del PCS se realizó en el marco de la entonces reciente firma en enero de ese año, de los Acuerdos de Paz que pusieron fin a12 largos años de Guerra Popular Revolucionaria, así como en el contexto de una situación internacional marcada por el impensable derrumbe del campo socialista, y la imposición novedosa de la globalización neoliberal.

La actividad estuvo presidida por los dirigentes comunistas José Mauricio Rivera, Raúl Granillo, Dagoberto Gutiérrez, Héctor Acevedo, Rafael Benavides, Schafik Handal, Miguel Ángel Sáenz Varela, David Pereira, Benito Lara y Américo Araujo. El discurso principal fue pronunciado por el secretario general del PCS y miembro de la Comandancia General del FMLN, Schafik Handal,y publicado posteriormente por Ediciones Alternativa.
PCS emerge a la nueva legalidad que generan los Acuerdos de Paz
Expresó un emocionado Schafik que “nos encontramos reunidos para celebrar el año 62 del Partido Comunista de El Salvador, 62 años de vida en la ilegalidad y a clandestinidad, que ahora llegan a su final.”
Agregó que “el Partido Comunista es el partido más antiguo de El Salvador; el más perseguido, durante mas tiempo, al cual se intentó una y otra vez hacer desaparecer, incluso por medio del exterminio de su dirigentes y militantes Sobrevivió sin rehuir su deber de luchar por sus ideales de democracia y socialismo, frente a la dictadura militar inaugurada en diciembre de 1931 para asfixiar estos ideales, la misma que está llegando hoy a su fin.”
Afirma que “nuestra decisión de abandonar la clandestinidad y saltar a la legalidad, expresa la convicción de que la puerta hacia la democracia, que abrieron la larga guerra popular revolucionaria y los Acuerdos de Chapultepec, no podrá volver a ser cerrada, porque la mantendrá abierta el pueblo salvadoreño, pase lo que pase, cualquiera sea la nueva cuota de heroísmo que sea necesaria.”
Asegura que “así es como los comunistas deseamos siempre emerger a la legalidad, como fruto de la lucha del pueblo salvadoreño por la democracia, lucha en la cual nuestro Partido siempre estuvo inmerso, aportando lo mejor de su pensamiento y energías, su voluntad inquebrantable de llegar a la meta y su sangre, siempre que fue necesario. Por eso rechazamos en más de una ocasión que se nos ofreció como soborno.”
Explica que “el PCS, en 1977, inició un difícil pero indispensable viraje para unirse a sus hermanos revolucionarios en la lucha armada después de once años de lucha junto a todos los demócratas, buscando alcanzar la democracia mediante las elecciones, frustrada una vez tras otra por los grandes fraudes, cada vez más descarados, a que recurrió la dictadura.”
Señala que “el viraje del PCS hacia la lucha armada se consumó, aportó a la unificación de las fuerzas revolucionarias armadas y, más ampliamente, se unió en la Coordinadora Revolucionaria de Masas y en el Frente Democrático revolucionario (FDR) con las demás fuerzas democráticas. Cumplimos con nuestro deber y compromiso durante la guerra popular revolucionaria, nos enorgullecemos de la calidad combativa y del elevado heroísmo de nuestras Fuerzas Armadas de Liberación (FAL).”
El socialismo sin democracia es la muerte de socialismo
Establece Schafik que “nuestros propósitos durante la participación electoral de once años (1966-77), durante la guerra revolucionaria, durante la negociación, y nuestros propósitos ahora, en el esfuerzo por el cumplimiento cabal de los Acuerdos de Paz, han sido y siguen siendo los mismos: el logro de la democracia, la justicia y el progreso social. Nuestra meta histórica del socialismo es inseparable de la democracia, de la libertad, la justicia y el progreso. Nunca la concebimos de otra manera. Separar el socialismo de la democracia, como se ha visto, es la muerte del socialismo.”
Por otra parte, informa que “estamos transitando hacia constituirnos, como parte del FMLN, en partido político legal. El FMLN será un partido frentista, portador de la unidad en la diversidad revolucionaria; un partido democrático integrado por cinco partidos democráticos, en lucha por la democracia.”
Añade que “el Partido Comunista de El Salvador ha recorrido sus 62 años de existencia luchando de manera consecuente por los ideales de democracia y socialismo, bajo las condiciones más adversas de una dictadura implacable…es bueno repetir por eso que no pensamos cambiar el nombre de nuestro partido, no tenemos nada de qué avergonzarnos, ni de que ocultarnos detrás de otro nombre…Si hay comunistas que en otros países deban de dar cuenta por actos contrarios a la libertad y a la persona humana, esa cuenta corresponde cobrársela a ellos.”
Renovación y defensa: línea de desarrollo partidario
Sostiene Schafik que “cosa distinta es asumir que los comunistas y toda la izquierda estamos ante la perentoria necesidad de renovar nuestro pensamiento, organización, estilos y métodos; replantearnos el diseño de metas y modelos socialistas; de los caminos y estaciones intermedias; de las formas y ritmos de las transformaciones sociales y la marcha hacia esas metas. El Partido Comunista ha iniciado este esfuerzo renovador. Entendemos que sin renovarnos no podríamos cumplir nuestro profundo e histórico compromiso con el pueblo trabajador…”
Aclara que “nosotros partimos del firme principio de que nuestra renovación debemos realizarla defendiendo lo que somos, lo que hemos hecho y los ideales que sustentamos; renovación de nuestro partido y defensa de su existencia, de su naturaleza combativa, de su comprometimiento con el pueblo trabajador, de su vocación unitaria y de su capacidad de promover amplias alianzas por la democracia y los cambios avanzados. Renovación y defensa, defensa y renovación. Esta es hoy nuestra principal línea de desarrollo partidario.”
Subraya que “en el esfuerzo por renovarnos partimos también del análisis crítico del modelo de socialismo que se derrumbó en Europa Oriental y la Unión Soviética, y del análisis del desenvolvimiento del capitalismo en el siglo que está terminando. El modelo que se derrumbó fue de un “socialismo de estado” en el que la propiedad de los medios de producción y de la economía en conjunto, el partido del socialismo, los medios de comunicación social, pertenecían al estado.”
Agrega que “el estado, dueño de todo, generó un sistema político sin democracia, sin espacio para la iniciativa, la crítica y el control de la base social, un sistema económico no competitivo, que le impuso el estancamiento y el crónico retraso tecnológico, lo mismo que el abandono y deterioro de los servicios sociales, que durante una parte considerable de su historia de 70 años fueron su motivo de orgullo.”
Concluye que “por todo esto, rediseñar el socialismo exige ante todo “socializarlo” , es decir, ponerlo en manos de la sociedad; tanto la propiedad, los medios de producción, distribución y comunicación y la gestión económica como el sistema político y el gobierno, lo cual presupone reconocer la diversidad de ideas y partidos…Esta idea del socialismo es, por su esencia, inseparable de la democracia, solo la democracia puede aportar los canales de expresión del multiforme y diferenciado interés y pensamiento de la sociedad. El socialismo democratizado está llamado a ser la expresión más elevado de la democracia.”
Habrá socialismo en el futuro únicamente si el pueblo salvadoreño lo quiere y lo decide.
Considera Schafik que “el derrumbe de socialismo de estado trajo a los comunistas indudables beneficios: primero que todo, nos abrió los ojos ante la realidad de ese modelo de socialismo y nos desmitificó el mundo. Hoy podemos comprenderlo mejor y aprovechar su infinita riqueza de experiencias. En segundo lugar, nos liberó de modelos rígidos. Ahora la rigidez de modelos pertenece a los neoliberales. Y, lo que es decisivo, nos obliga a pensar con nuestra propia cabeza ya buscar respuestas a nuestras realidades.”
Señala que “los comunistas sostenemos que los Acuerdos de Paz perfilan el programa de una revolución democrática. Nosotros estamos muy claros y conscientes de que el próximo paso de nuestra historia es la realización de este programa y aunque nosotros continuaremos luchando por el socialismo, estamos claros y conscientes también de que no constituye el próximo paso y sobre todo tenemos muy entendido que en todo caso habrá socialismo en el futuro únicamente si el pueblo salvadoreño lo quiere y lo decide.”
Los Acuerdos de Paz expresan la bendición del consenso nacional
Considera Schafik que “los Acuerdos de Paz trazan el diseño de un país reformado sin apego a una determinada ideología, expresan la bendición del consenso nacional con un respaldo sin precedentes de la comunidad internacional. Los Acuerdos de Paz son el fruto de la concertación, apoyada en la más plural influencia participativa de todas las fuerzas políticas y sociales desde el Acuerdo de Ginebra, firmado el 4 de julio de 1990. Los Acuerdos de Paz oficializan y hacen perdurable la participación pluralista sin exclusiones, y la concertación como método. Ese es el sentido más profundo de la COPAZ y del Foro de Concertación Económico Social.”
Subraya que “son ante todo reformas indispensables en la institución militar para apartarla del rol hegemónico totalizante que venía desempeñando desde hace 60 años y subordinarla incondicionalmente a la autoridad civil democráticamente generada y constituida; son reformas que harán transparente y confiable el sistema electoral y por tanto respetable para todos el gobierno que surja de elecciones…”
Enfatiza que “lo más importante hoy día es el cumplimiento de los Acuerdos de Paz en su letra y su espíritu. Llamamos a todos a involucrarse en esta lucha, con la decisión de hacerla triunfar. El cumplimiento de los Acuerdo preparara al país para que las elecciones generales de 1994 se realicen en plena libertad y transparencia. Nosotros aspiramos a que esas elecciones generen un poder civil pluralista comprometido con la consolidación y desarrollo de los cambios generados por los Acuerdos de Paz.”
La unidad revolucionaria es el arma más poderosa del FMLN
Concluye Schafik su discurso del 62 aniversario del PCS afirmando que “a lo largo de la dilatada vida de nuestro Partido trabajaron sacrificadamente por sus ideas muchas generaciones de su miembros, miles de ellos perdieron sus vidas. En el último período de nuestra lucha muchísimos comunistas cayeron junto a sus hermanos miembros de las demás organizaciones revolucionarias. Muchos otros sufrieron lesiones que llevarán de por vida. Se selló así la unidad revolucionaria, el arma más poderosa del FMLN. Al rendir nuestro más emocionado homenaje a todos los caídos y lisiados, ratificamos nuestra decisión de mantener y desarrollar la unidad del FMLN.”

Una crítica de las “dos almas” de la teoría marxista del partido

Una crítica de las “dos almas” de la teoría marxista del partido
Martín Mosquera y Tomás Callegari
Miércoles 14 de mayo de 2014
Introducción a una problemática
Este texto pretende ser una introducción a un trabajo teórico de largo aliento sobre la cuestión de la organización política en la historia del movimiento socialista y la tradición marxista. Intentaremos avanzar con cautela y precaución en un terreno sedimentado por un siglo de polémicas y donde se anudan algunos de los dilemas más significativos de la estrategia socialista.
Las actuales discusiones sobre la “forma-partido”, la crítica a las organizaciones burocráticas y el rechazo a la centralización, no son una novedad en el movimiento socialista. Más allá de lo abusivo de ciertas críticas, éstas señalan dificultades reales de la práctica política y puntos ciegos de la teoría marxista a atender cuidadosamente por parte de cualquier intento serio de renovar las aspiraciones emancipatorias.
Es recurrente en la historia del movimiento obrero que en paralelo a la degeneración burocrática de organizaciones políticas o experiencias revolucionarias surjan como reacción concepciones ingenuas que, apelando a algún tipo de unificación espontánea de las luchas sociales, buscan volver superflua la mediación estrictamente política. Aparece, entonces, la siempre renovada tentación de proponer una vinculación directa, inmediata, entre el sujeto social y su praxis política, cultural y productiva, como simple solución a la “cuestión burocrática”, reactivando el tópico idealista de la reabsorción de lo político en lo social. De este modo, en rigor no se resuelve el grueso problema teórico y político que constituye el fenómeno de la burocracia para toda perspectiva emancipatoria, sino que se anula el terreno en el que cobraba sentido como problema.
El activismo surgido durante la última década desarrolló una fuerte desconfianza respecto a la lógica partidaria. Este rechazo es previsible si reparamos en los rasgos sectarios y burocráticos de la izquierda tradicional, así como el impacto del fracaso de las experiencias del “socialismo real”, con sus partidos únicos y sus lógicas autoritarias.
Frente al progresivo desencanto con este espontaneismo, que lleva a cuestas la frustración de las ilusiones más ambiciosas que surgieron al calor de la movilización de 2001-2002, se corre el riesgo de pretender volver a un “centralismo puro”, sin beneficio de inventario. Las mieles de la centralización “redescubierta” por el nuevo activismo puede recaer en una subestimación de los perpetuos riesgos del vanguardismo, el burocratismo y el sustituismo del movimiento de masas.
Si bien es comprensible el recelo ante la organización partidaria, resulta excesivo responsabilizar a la “forma-partido” como tal del devenir burocrático de las tentativas revolucionarias del siglo pasado. La tendencia a la burocratización se asienta, más bien, en fenómenos de largo alcance histórico, como son la autonomía del campo político, la dinámica de la división social del trabajo y la creciente complejidad de las sociedades modernas. Su imbricación con los procesos sociales generales, donde encuentra en la inercia de la vida social su complemento necesario, vuelve impensable el diseño de una ingeniería organizativa que permita desterrar de antemano los riesgos del sustituismo.
Las organizaciones sin estructuras estables no están más a salvo de las cristalizaciones burocráticas que los partidos políticos1. Esto no significa que las formas organizativas de las que se doten las clases subalternas sean neutras respecto a sus resultados. Luego de un siglo de miserias burocráticas surgidas desde el seno de las tentativas revolucionarias, debemos advertir que la más amplia democracia y la auto-actividad popular han de ser el fundamento de cualquier proyecto de emancipación. Partiendo de este suelo común, nuestro problema consiste en identificar el lugar, el rol y la fisonomía de la, o mejor dicho, las organizaciones políticas que intervienen en todo proceso de construcción anticapitalista.
A los fines de aportar a la actualización de la teoría sobre la organización política retrocederemos hacia algunos de los momentos que establecieron las coordenadas fundamentales de la concepción del partido y su relación con los movimientos de masas en la tradición marxista (Marx, Kautsky, Lenin, Luxemburgo, Gramsci).
Un juego de oposiciones atraviesa este largo debate: espontaneidad/conciencia, clase/partido, movimiento/institución. Estas oposiciones suelen proyectarse hacia dos concepciones organizativas diferentes: el partido como auto-organización política del conjunto de la clase y el partido como destacamento de vanguardia de los obreros más conscientes y los intelectuales socialistas. Estas “dos almas” de la teoría marxista del partido político, por supuesto, conllevan sus estrategias revolucionarias correspondientes.
Sin ninguna pretensión de síntesis ecléctica, en el presente trabajo intentaremos reexaminar críticamente ambas concepciones para lograr desplazarnos hacia un terreno donde se debilite la polaridad excluyente entre ambas propuestas organizativas. Intentaremos mostrar que reconocer la multiplicidad y complementariedad de los instrumentos organizativos de las clases subalternas resulta decisivo para una estrategia socialista que sea, a la vez, estrategia de desgaste y de enfrentamiento.
Y en esta multiplicidad tanto los movimientos amplios, transitorios y laxos como las organizaciones centralizadas de cuadros cumplen un rol, no necesariamente contrapuesto o excluyente. También intentaremos mostrar, en algunas de las experiencias más decisivas de la lucha de clases del siglo pasado, que la historia del movimiento socialista presenta, al revés de las interpretaciones canónicas, momentos de articulación entre ambas formas organizativas.
No buscamos acercarnos a ninguno de estos temas, autores o experiencias con una pretensión de análisis exhaustivo. Más bien queremos comenzar a dar forma a algunas hipótesis que permitan repensar la cuestión de las herramientas organizativas en las condiciones sociales y políticas actualmente existentes.
Marx y las organizaciones obreras. Espontaneísmo y partido-clase
Las concepciones espontaneístas tienen una larga historia en la filosofía política y el marxismo, y pueden remitir a dos fundamentos diferentes: o bien se considera que una determinación objetiva externa a la acción política de los hombres (como las anónimas fuerzas productivas) “hacen todo el trabajo”, o se postula cierta armonía preestablecida de las relaciones humanas, cierta disposición originaria inhibida del sujeto social, de modo que para alcanzar la emancipación sólo hace falta despojarse de las instituciones que, rousseneanamente, estropean la bondad natural, el “comunismo” espontáneo de las masas.
Como veremos, en la obra de Marx podemos encontrar ambas versiones de este razonamiento que soslaya el lugar diferenciado de la política como un campo autónomo e irreductible. Desde un enfoque hegeliano, la concepción de lo político como mera forma expresiva de lo social impone a Marx la tendencia a reducirlo a resultado pasivo de un proceso que le es exterior. En ambos casos, la “emancipación humana” se identifica con la extinción del Estado y la desaparición de la política como tal2.
Ya tempranamente Marx, tal como lo enuncia explícitamente en el Manifiesto comunista, fue contrario a la idea de fundar o participar de lo que hoy denominaríamos, después del bolchevismo, un “partido revolucionario” en sentido estricto. No se preocupaba por crear organizaciones que se ajustaran a sus ideas, sino que se unía a las organizaciones obreras existentes con el objeto de influirlas y ganarlas para las posiciones del socialismo científico.
La determinación del ser social contenía por sí misma el acceso consciente, más o menos demorado, a la opción política por el comunismo. Por tanto, la tarea política de los comunistas consistía en mezclarse entre los trabajadores, en las organizaciones más dinámicas, con cierta independencia de su programa explícito, facilitando la expansión de las posiciones revolucionarias aun en el seno de las organizaciones con direcciones pequeño burguesas o reformistas.
Complementariamente, no puede encontrarse en la obra de Marx una teoría sistemática y articulada sobre el partido o la organización política. Como han señalado sucesivos autores, la cuestión del partido se enmarca en el déficit más general relativo a la inexistencia de una teoría marxista específica sobre la política (es decir, sobre el Estado, la representación, el derecho, la organización), que acompaña la subestimación del lugar propio de la mediación partidaria.
En el joven Marx, el ser genérico, de raíz feuerbachiana, le permite identificar la realidad social como el reflejo dialéctico, alienado, de una unidad desgarrada: ya no la Idea especulativa de Hegel, sino la naturaleza humana como sociabilidad armónicamente libre. Dice Marx en los Manuscritos de París: “El hombre es un ser genérico, no sólo porque práctica y teóricamente convierte en objeto suyo al género, tanto al propio como al de las restantes cosas, sino también (…) porque se relaciona consigo mismo como con un ser universal y, por ello, libre.”[3]. Cada hombre individual es un ser que lleva en sí la totalidad de la esencia humana, ya plenamente constituida; en razón de lo cual se entiende que lleve también en sí, ya plenamente constituidas, las condiciones necesarias y suficientes para la redefinición de sus relaciones sociales de manera espontáneamente armónica, autónomamente libre, y esencialmente universal.
Una vez identificado el momento de la unidad (el ser genérico) y su “ruptura” (su objetivación alienada en la sociedad de clases), se puede proyectar el nivel superior de la “recomposición” que lleve a cabo la “negación de la negación”, es decir, una sociedad plena que se ajuste cabalmente a la naturaleza del hombre, una realidad social que se atenga íntegramente a su verdad.
Marx llama, en la Cuestión judía, “democracia” a este punto de partida, modelo-esencia que sirve de referencia antitética de lo realmente existente (el “Estado abstracto”): un régimen de convivencia igualitaria donde los nexos interhumanos se universalizan directamente, sin necesidad de la mediación artificial de la política, donde el hombre se refleja sin contradicción”[4]. El hombre de la “democracia”, o el comunismo, no necesita de la política ni del Estado, porque en tanto puede expresar su esencia sin contradicciones, ha retornado a su unidad perdida, a la vinculación plenamente armónica con la sociedad universal sin mediaciones. Lo político en la “sociedad transparente” se reduce, en la línea del positivismo saintsimoniano, a la dimensión técnico-administrativa de la “gestión de las cosas”, entendida como la antítesis superadora de lo político como “dominio de los hombres”.
El Marx maduro, que deja atrás en buena medida el lenguaje humanista feuerbachiano, parte de una fuerte previsión sociológica que lo conduce a conclusiones similares por otros medios. Marx supone que el propio desarrollo capitalista iría haciendo madurar naturalmente al proletariado en su constitución como sujeto social y político. En la medida en que se profundizara el desarrollo capitalista se simplificaría la estructura social y se unificaría la clase obrera, facilitando la toma de conciencia y la organización.
La transparente continuidad entre la posición social y la opción política garantizaba la espontánea convergencia revolucionaria del proletariado unificado por el programa común de sus verdaderos intereses. Un fuerte “optimismo del intelecto” dictaba que el desarrollo industrial estaba conduciendo a una crisis económica, a la par que crecían exigencias en el seno del capitalismo incompatibles con él, según la fórmula de que el desarrollo de las fuerzas productivas chocaría y superaría a las relaciones sociales burguesas de producción en una contradicción última y definitiva. De esta forma, el proletariado se expresaría inmediatamente como fuerza revolucionaria, sin la ayuda de una mediación política “exterior”.
Con estos presupuestos, Marx aborda la cuestión del partido político. Es así que el partido no puede tener para él carácter alguno de exterioridad respecto de la clase misma. Por el contrario, para Marx el partido es el mismo proletariado organizado políticamente en la medida en que asume sus intereses y se eleva al nivel de sus tareas históricas.
El significado del término “partido” indicaba, en este sentido, no una determinada organización instituida, sino el rol histórico y político que la clase tenía por sí misma, dado su ser social específico: una u otra organización política surgida de su seno podía ser la expresión contingente y variable de ese partido. Del mismo modo en que la nueva sociedad no segregaría un Estado propio, por fuera de su ser social inmediato, el proletariado en lucha tampoco produciría una institución aparte, distinta de su existencia inmediata. “Si en Marx, por consiguiente, no hay una teoría del partido, es porque en su teoría de la revolución no existe necesidad de ella ni espacio para la misma”.[5]
Marx diferencia entre el “partido efímero”, las diversas organizaciones políticas del proletariado, y el “partido histórico”, la clase obrera en su devenir sujeto, a la vez que casi los vuelve indistinguibles. El primero es la forma provisoria y transitoria del segundo. Así, con Marx se inicia una concepción del partido que piensa a éste como el movimiento hacia la auto-organización política de toda la clase obrera, en base a una virtual indistinción entre la fuerza social (la clase) y el agente político (el partido).
Una lógica común en la concepción de lo político (y por tanto del partido) subyace a las orientaciones estratégicas que primaron en las experiencias de la I y II Internacional, a pesar de los evidentes desplazamientos organizativos y programáticos. Ambas basaron sus estrategias en una visión del partido como expresión inmediata de la lucha de clases y del estadío vigente del capitalismo. Según este modelo, el rol del partido tiende a reducirse a tareas pedagógicas, de propaganda, de acompañamiento y sistematización de la experiencia de las masas y de las múltiples luchas en curso.
De esta manera, los grandes partidos socialdemócratas europeos del siglo XIX encaran tareas educativas e ideológicas en el seno de la clase trabajadora que los convierten en fuerzas de masas e inmensos aparatos políticos, casi indistinguibles del movimiento obrero mismo, tanto en su extensión como en su heterogeneidad ideológica. El marco estratégico social-demócrata no pasaba por la búsqueda de la confrontación directa con el Estado burgués sino por un gradual desgaste de sus condiciones de posibilidad. Decía Kautsky, “la socialdemocracia es un partido revolucionario, no un partido que hace revoluciones”.[6]
A tal punto el partido es concebido a lo largo de todo este período como la cáscara residual del desarrollo espontáneo e inmanente del agente real de la historia que Engels llega a preguntarse en 1891 si la clase obrera alemana no podría prescindir del Partido Socialdemócrata, si no haría mejor en deshacerse de esa “banda de burócratas” que integraban la dirección del partido y arreglárselas por su cuenta, liberada de su jurisdicción y su guía7.
Innumerables veces cuando se quiso encontrar un refugio o un punto de referencia para una concepción socialista de la organización alternativa a las formas dominantes (al paradigma leninista de partido, ante todo) se creyó encontrarla en el retorno a los mismos textos del viejo y buen Marx (Luxemburgo, Pannekoek, Hal Draper). ¿Quedan, sin más, comprometidas estas concepciones fuertemente centradas en la auto-actividad de la clase obrera, críticas de todo sectarismo o sustituismo, en tanto parte orgánica de un cuadro general donde no se identifica el lugar diferenciado de la política?
Para Marx las organizaciones políticas particulares del proletariado siempre son instrumentos transitorios, que en ciertas coyunturas permiten apuntalar el avance de la clase obrera, “el partido histórico”. Nunca una organización política particular constituye una forma acabada, un modelo organizativo consumado, sino expresiones circunstanciales del movimiento real de la clase obrera. Incluso, la idea misma de una forma organizativa consumada sería, para Marx, un oxímoron, un artificio anti-histórico. Los partidos obreros son la forma de expresión, siempre parcial e imperfecta, del sujeto social emergente. De allí la furibunda crítica de Marx a los sectarios y utopistas, a los que pregonan verdades eternas al margen del movimiento vivo de las luchas reales, aquellos “alquimistas de la revolución”.
Más allá de la ingenua tendencia a la identificación entre el partido y la clase, entre lo político y lo social, encontramos poderosas intuiciones que alertan respecto a los peligros del vanguardismo y el sustituismo. La organización revolucionaria debe considerarse permanentemente al servicio de una lucha que tiene “sus momentos propios, sus niveles políticos autónomos”[8].
Esto vale tanto para la autonomía del movimiento social, como para la relación entre los núcleos ideológicos del marxismo revolucionario y los movimientos políticos amplios. El partido debe aspirar a establecer formas de relacionamiento con las organizaciones y movimientos en los que participa que no se reduzcan a la instrumentalización y la subordinación para no devaluar su propio programa basado en el creciente protagonismo democrático de las clases subalternas.
Esto implica superar el modelo de la separación necesaria entre el momento puramente reivindicativo de la lucha social y el momento político como responsabilidad exclusiva del partido, para pensar la politización como un proceso multifacético, sin centros monopólicos. Estas advertencias constituyen una valiosísima referencia para evitar el desplazamiento del sujeto histórico de la clase a una vanguardia política externa que se erija a sí misma como único principio de evaluación y regulación del proceso de masas.
El carácter imperfecto y transitorio de la organización política permite pensar en base a una ductilidad y apertura organizativa más radical que las frecuentes versiones jacobinas del partido-vanguardia cerrado sobre su propio auto-discurso. La lucha política puede adoptar formas muy diferentes, según los contextos y las características sociales y nacionales. En etapas defensivas, de repliegue y recomposición, la dimensión política bien puede, por ejemplo, casi indistinguirse con la construcción social.
La mejor continuación de este concepto difuso, dúctil y procesual que Marx forja sobre la organización política la realiza Hal Draper en su crítica al sectarismo. “La alternativa [a la forma-secta] era actuar como una corriente en el movimiento de clase. Debe distinguirse claramente entre estas dos formas de organización. El movimiento de clase está basado y cementado por su rol en la lucha de clases. La secta se basa y se cementa en sus ideas especiales o programa.
La historia del movimiento socialista comenzó en la mayoría de los casos con sectas (continuando la tradición de los movimientos religiosos). Fue el continuo desarrollo de la clase trabajadora lo que posibilitó llegar a partidos de masa que también procuraban representar y reflejar a toda la clase-en-movimiento. El ejemplo del movimiento de clase, en contraposición a la secta, fue dado por la Primera Internacional: ésta quebró las líneas sectarias (incluso inicialmente no incluyó el socialismo en su programa). Los estatutos, presentados por Marx, procuraban organizar el movimiento de la clase obrera en todas sus formas. Muchas de sus características fueron continuadas por la Segunda Internacional, a la cual sólo los sindicatos no estaban afiliados”[9].
Haciendo un balance de las experiencias partidarias de la posguerra que se consideraban herederas del bolchevismo, sostiene Draper: “hay una falacia fundamental en la idea de que el camino de la miniaturización (imitando un partido de masas en miniatura) es el camino al partido revolucionario de masas. Si se intenta crear una miniatura de un partido de masas, no se consigue un partido de masas miniaturizado, sino un monstruo.
La razón básica es la siguiente: el principio vital de un partido revolucionario de masas no es simplemente su programa completo, que puede copiarse sin más que un activista mecanógrafo y puede ser ampliado o reducido como un acordeón. Su principio vital es su involucramiento integral como una parte del movimiento de la clase obrera, su inmersión en la lucha de clases no por la decisión de un Comité Central, sino porque vive en ella. Este principio vital no puede imitarse o miniaturizarse; no se reduce como un dibujo animado ni se encoge como una camisa de lana. Como una reacción nuclear, este fenómeno se produce únicamente cuando existe una masa crítica, por debajo de la cual el fenómeno no es menor, sino que desaparece”.[10]
Rosa Luxemburgo es otra continuadora de la lógica organizativa propuesta por Marx, fundamentalmente a partir de su concepto de partido-proceso. Pese a cierto arrastre de resabios hegelianos – donde el proceso se identifica con la exteriorización evolutiva de las determinaciones que la clase conlleva “en si”[11] -, hay en Luxemburgo una penetrante intuición crítica respecto a las concepciones organizativas que consideran que lo que separa un pequeño núcleo político de una dirección revolucionaria de masas es una mera cuestión cuantitativa.
El partido-proceso involucra sus aspectos cualitativos más íntimos en el transcurso histórico y en la coyuntura específica de la lucha de clases. Despojado de todo concepto “universal” de organización política, se arma de una amplia ductilidad táctica y organizativa, por la cual puede transformarse en partido amplio o estrecho, puede convertirse en un grupo de propaganda o indistinguirse con el movimiento social, según las presiones y las características de la etapa.
Nuestra historia reciente brinda un ejemplo paradigmático de esta lógica en el proceso de recomposición organizativa de las clases subalternas que se inicia a fines de los noventa. La primera fase de ascenso de las luchas debió lidiar con un contexto marcado por el más amplio desarme político y organizativo de los sectores populares, producto de la derrota histórica que había sufrido la clase trabajadora en las últimas décadas del siglo.
En tal etapa, el surgimiento de las luchas sociales más elementales, de movimientos reivindicativos sin mayor elaboración programática, constituyeron una genuina forma de lucha política para un momento en que lo prioritario pasaba por la regeneración del tejido social y organizativo, requisito elemental para una posible reconstrucción política del movimiento socialista.
“Un paso del movimiento real vale más que mil programas”, va a ser la sentencia que expresa la prioridad estratégica que toda organización debe fijar en aquello que la trasciende. Esta es el “núcleo racional” de la intuición de Marx que hay que desgajar de la “corteza mística” de la identificación del ser social y la conciencia política, y la derivada pretensión de extinción del Estado.
Por su parte, será justamente aquella indistinción entre clase y organización política lo que cuestionará Lenin, enfatizando la necesidad de introducir los vectores de la ciencia socialista “desde afuera” del ser inmediato de la clase trabajadora. Sin embargo, tan fuerte es la influencia de aquellas visiones espontaneístas que incluso Lenin, el primer político del marxismo, elabora una concepción del Estado y la política que se mueve íntegramente en el campo idealista de la reabsorción de lo político en lo social, retrocediendo sobre sus mejores intuiciones politicistas.
En efecto, a la hora de delinear los trazos gruesos de su teoría del Estado en el pasaje de la fase socialista a la comunista, Lenin acude acríticamente en El Estado y la revolución a los planteos gradualistas y economicistas de Engels sobre la extinción natural del Estado. Una vez abolida la “contradicción principal” de la explotación del trabajo, destruida por tanto la ideología que la clase capitalista hacía pesar sobre los trabajadores, el optimismo de Lenin reposará en la capacidad de la clase obrera para apropiarse progresivamente del Estado, volviéndolo tendencialmente indistinto respecto de su ser social.
Ninguna necesidad de una táctica específica para la clase trabajadora en el terreno particular del Estado y la compleja cuestión de la “contradicción política” sino, nuevamente, la vieja confianza en la espontaneidad del curso de las cosas, desembarazadas de los obstáculos que encorsetaban su potencia transformadora.
Tan pesado es el acervo teórico espontaneísta legado por las tradiciones revolucionarias, que la fuerte intuición política de Lenin no basta para despejar el misticismo de una teoría que guardaba mayor coherencia y cohesión con el marco estratégico de la socialdemocracia que con la ruptura que significaba el concepto leninista del partido.
Este lastre idealista no será inocente en la subestimación por parte de Lenin del problema burocrático, que recién va a comenzar a advertir en sus últimos meses de vida, cuando se vuelve crecientemente sensible a los “peligros profesionales del poder” mientras observaba la emergencia a su alrededor del vasto fenómeno burocrático que conoceríamos como estalinismo.
La ruptura de Lenin: el partido-vanguardia
Hacer un balance serio y recuperar críticamente el legado teórico de Lenin supone partir de una fuerte delimitación respecto de las corrientes mayoritarias en la izquierda revolucionaria que, considerándose herederas directas del bolchevismo, redujeron la rica y multifacética obra teórica y práctica del revolucionario ruso a la fórmula del hiper-centralismo y el monolitismo organizativo.
Para estas concepciones, al igual que para los anti-leninistas tout cour, la imagen construida de Lenin es la de quien, al estilo blanquista, propone una organización política alejada de las masas a las que pretende dirigir. “Un grupo de especialistas profesionales colocados ‘afuera’ del movimiento de masas real, unido por una completa coherencia de doctrina, homogénea en sus procedimientos, absolutamente centralizado en sus acciones, que procede de manera conspirativa y que se ha venido arrogando la propiedad indiscutida de los intereses históricos de la clase trabajadora”[12].
¿Cuál es el núcleo de ruptura que aporta Lenin a la teoría socialista del partido? En la famosa discusión con Martov sobre los estatutos13, que divide a bolcheviques y mencheviques, “Lenin está llevando a fondo, y por primera vez de manera explícita, su ruptura con la concepción del «partido-clase» (esto es, partido de toda la clase), presente hasta el momento en toda la literatura marxista”[14].
Para Lenin únicamente deben ser miembros del partido los obreros más conscientes, junto a la intelectualidad socialista proveniente de la pequeña burguesía. La clase puede despojarse de su subordinación a la burguesía, puede convertirse en sujeto, sólo a través de la mediación del partido. Éste no debe limitarse a acompañar y esclarecer la experiencia de las masas, sino que debe anteponerse a esa experiencia: poseer un análisis general de la coyuntura y la situación relativa de los distintos conflictos particulares, llevar una evaluación permanente de las correlaciones de fuerza, agitar consignas adecuadas a un determinado momento político y ser capaz de señalar el rumbo a tomar. “La idea es la de un partido estratega, un partido que organiza las luchas proponiendo sus objetivos y que puede, por otra parte, organizar y limitar las derrotas, preparando la retirada cuando fuera necesario”[15].
Si el partido-clase acompaña y esclarece la experiencia de las masas, el partido-estratega combate los elementos burgueses, reformistas y conservadores arraigados en la propia clase obrera, a los fines de articular una estrategia de confrontación directa con el poder. Esta concepción de la política y el partido por parte de Lenin supone el reconocimiento del carácter inevitablemente heterogéneo de la clase obrera.
En contraste con la influencia romántica del marxismo donde se piensa lo social como una unidad sólo temporalmente desgarrada, desde el momento en que se afirma que partido y clase no se confunden emerge el terreno de lo político, cuya mediación se vuelve ahora un paso obligado. Pero, por esto mismo, engendra nuevos peligros, consustanciales a la delicada cuestión de la organización política “externa”.
El planteo de Lenin en el ¿Qué hacer? parte del supuesto, simétricamente contrario al paradigma del partido-clase, de que la clase obrera es incapaz de alcanzar espontáneamente conocimiento cabal de su situación real, elevarse hacia el plano político y tomar conciencia de sus tareas históricas. En su combate contra la dominación del capital, por muy contundentes que sean sus enfrentamientos, el obrero está incapacitado para rebasar justamente la conciencia dominante, que lo ubica como un vendedor de esa mercancía muy especial que es su fuerza de trabajo y lo ciñe, por tanto, a los límites del nivel de conciencia tradeunionista o economicista.
Así, la tarea del partido consiste en una operación externa de sustracción de la influencia de la ideología burguesa sobre la clase obrera. La conciencia “de clase” en sentido estricto, el punto de vista revolucionario a la altura de su rol histórico, ha de ser indefectiblemente aportada por el influjo de la ciencia marxista, lejos de la fábrica y al margen de los sindicatos, separada de los ámbitos de sociabilidad inmediatos del proletariado y encarnada por el partido.
El concepto de la “introducción de la conciencia socialista desde el exterior” a las luchas obreras tiene su antecedente directo en el pensamiento de Kautsky y, todavía antes, en los “conspiradores” que Marx critica por su secretismo sectario. Lenin utiliza esta concepción para apuntalar la novedad de un partido de combate que debe tomar en sus manos la tarea de preparar la revolución, descartadas las expectativas de que el curso natural de las cosas se oriente en esa dirección.
Lenin en el ¿Qué hacer? sólo puede fundar este nuevo desafío a condición de despojarse de la ilusión de una clase obrera esencialmente revolucionaria, pero funda su necesidad en un nuevo esencialismo: el de una clase obrera naturalmente incapaz de superar por si misma el plano reivindicativo. La externalidad, como momento irreductiblemente político, que se separa de la inercia de las cosas para actuar sobre ella y darle forma, asume por tanto en 1902 las características de un Iluminismo jacobino en base a la intelligentsia socialista, de militantes profesionales del partido, erigido como epicentro de la auténtica actividad revolucionaria.

Por el contrario, como muestran distintas experiencias históricas concretas de la clase trabajadora, en momentos de alta conflictividad, ésta es capaz de alcanzar niveles de politización que superan largamente el nivel tradeunionista. Una amplia variedad de movimientos, surgidos directamente del seno de la clase trabajadora, demostraron tener un carácter superior al economicista, como fueron las jornadas de junio de 1848, la comuna de París, las revoluciones de 1905 y febrero de 1917, las de las repúblicas húngara y bávara de los soviets en 1918 y 191916.

Lenin mismo reconocería que estos fenómenos desmentían su distinción concluyente. En rigor, tal como el mismo Lenin reclama que se entienda su folleto, las tesis del ¿Qué hacer?, lejos de postular un modelo general de partido universalmente válido, responden a urgencias de una coyuntura atravesada por fuertes debates con tendencias espontaneistas del POSDR y en un contexto marcado por la clandestinidad.
Varios autores – como Norman Geras, Daniel Bensaid, Slavoj Zizek o, en nuestro medio, Rolando Astarita17 – han intentado rescatar el desplazamiento, imperceptible para el propio Lenin, que su planteo realiza frente a la posición estrictamente positivista e intelectualista de Kautsky.
Mientras este último entiende la conciencia política como “exterior a la lucha de clases” como tal, Lenin está refiriéndose a la conciencia socialista exterior “a la lucha económica de la clase”. Mientras que Kautsky establece efectivamente el asiento preferencial en los cerebros de los intelectuales pequeño burgueses que tienen la función de ilustrar a las masas inconscientes, el escrito de Lenin se refiere a la conciencia política elaborada por un partido obrero (del cual son miembros intelectuales socialistas burgueses, así como trabajadores que, en tanto militantes de partido, cumplen una función intelectual). Este señalamiento semántico es correcto, pero no alcanza para desmentir la tendencia sustituista y excesivamente partido-céntrica del concepto de “introducción desde afuera de la conciencia socialista”.
A más de un siglo de la redacción de este documento de polémica, no es difícil, ni significa un gran hallazgo teórico, criticar ciertas fórmulas toscas allí elaboradas. Sin embargo, el ¿Qué hacer? no deja de plantear – con sus elementales recursos a la mano y recurriendo a la autoridad del teórico marxista más reconocido de su época – un tema que sobrevive a la inflexión jacobina del texto y que plantea un corte definitivo en la teoría marxista del partido: la cuestión de la externalidad.
La organización política de los trabajadores siempre es externa al ser social, pero no como portadora iluminada del conocimiento científico que ellos no pueden alcanzar por sí mismos, sino en el sentido de que no le es natural. La organización política es necesariamente un medio artificial, en el sentido estricto de la palabra, exterior a los ámbitos de sociabilidad natural de la clase trabajadora. Es una construcción de la que se dotan sectores siempre parciales de las clases populares.
En este sentido, cualquier pretensión de “interioridad” del partido a la clase o al movimiento social es una ilusión que disimula el fenómeno real e impide actuar frente a los riesgos reales de esta exterioridad. De la misma manera en que el plano político no puede ser absorbido plenamente en lo social, las organizaciones de la clase guardan siempre su carácter de opacidad y refracción respecto del ser social inmediato del conjunto de los trabajadores, primordialmente porque se fundan como resistencia a la inercia hegemónica de la ideología burguesa.
Que lo político no sea continuidad homogénea de lo social nos enfrenta a una dificultad real e irreductible que se mostró en toda su crudeza en las experiencias burocráticas del siglo pasado: la representación de unos por otros pierde armonía y se expone a los riesgos del burocratismo y el verticalismo autoritario. Las concepciones del partido como representante inequívoco de la clase trabajadora, depositario de la ciencia marxista y Sujeto Absoluto de la emancipación social, son los términos de la degeneración burocrática que conocimos como estalinismo.
Si bien resultaría equivocado identificar la revolución bolchevique con su contra-revolución burocrática, no podemos desconocer que algunos de los dispositivos organizativos y de las decisiones tomadas en situación de “emergencia” por los bolcheviques tuvieron continuidad y facilitaron la concepción autoritaria y policial del partido del estalinismo.
Lejos de cualquier idealización de la experiencia bolchevique, no podemos desconocer momentos burocráticos y sectarios en la profusa obra teórico-práctica de Lenin que, hipostasiada ésta y unilateralizados aquellos, han dado lugar a una concepción de la organización política que es un obstáculo mayor para las actuales experiencias emancipatorias.
La experiencia rusa y el partido orgánico
La interpretación que hace el leninismo “oficial” de la revolución rusa y del papel dirigente de Lenin refiere a la aplicación escrupulosa de las fórmulas centralistas del ¿Qué hacer? por parte de los bolcheviques, quienes, por la corrección de su programa y la disciplina de su metodología, pudieron pasar en cuestión de meses de ser una “insignificante minoría” a encabezar la primera revolución obrera triunfante. Sin embargo, la historia de la socialdemocracia rusa, la ruptura bolchevique y la insurrección de octubre poco tienen que ver con esta imagen simplificada, hecha a la medida del sectarismo de la izquierda tradicional.
La extendida pertenencia de la corriente bolchevique al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso no es un hecho que pueda menospreciarse como efecto de un déficit o error convenientemente corregido. Su convergencia en la organización más representativa de las masas trabajadoras fue, por el contrario, la condición de su inserción en la vida política del proletariado, habilitada precisamente por la heterogeneidad ideológica, la incesante proliferación de debates y la conformación permanente de tendencias internas que caracterizaron a la socialdemocracia rusa.
Sin esa convivencia perseverante y sin esa imbricación con la pluralidad de elementos existentes al interior del partido de la clase trabajadora no sería posible concebir su carnadura en las masas rusas. Ninguna corrección programática ni política de delimitación habrían valido como sustituto de ese arraigo en la cultura popular que, aun tras periodos de incidencia minoritaria, le permitió ganar la confianza de las mayorías y terminar erigiéndose en dirección del proceso revolucionario.
Es pertinente el concepto de partido orgánico que algunos autores utilizan para describir la trayectoria del bolchevismo, desde ala izquierda del POSDR a partido independiente que encabeza la insurrección y conquista la mayoría en los soviets18. Permite visibilizar la diferencia sustancial entre un núcleo militante con vocación abstracta de conducción de un proceso revolucionario pero recortado del movimiento social real, y un partido o tendencia que parte de tradiciones arraigadas en los sectores subalternos para construir una hegemonía revolucionaria.
El concepto de partido orgánico recupera un aspecto decisivo que el planteo del partido-clase originalmente proponía, pese a sus limitaciones teóricas. La organización política, aunque no puede dejar de ser una organización particular y, por tanto, con su grado de “externalidad” respecto de la vida social, debe lograr un alto nivel de conexión con las tradiciones, la cultura, la sensibilidad, el estilo de vida y las aspiraciones de las clases subalternas de modo que el hiato irreductible entre lo social y lo político no se convierta en un abismo. La “continuidad” entre lo social y lo político, así, se vuelve una aspiración de cara a la conquista de las masas.
No puede soslayarse el hecho de que los esfuerzos argumentativos leninistas a favor del centralismo y la homogeneidad partidaria, correctos en numerosas ocasiones, se daban en un contexto diametralmente inverso, con el objeto de “enderezar la vara” en una cultura política caracterizada por un amplio pluralismo político y un excesivo federalismo organizativo.
El partido bolchevique, muy lejos de la imagen convencional de una organización íntegramente compacta, en sus momentos de cierta masividad nunca fue más que una red de células militantes, con muchos márgenes de autonomía, y poca comunicación horizontal y vertical. En muchos casos, los círculos de bolcheviques y mencheviques se mantenían unificados, o con muchísimo intercambio y convivencia militante, aún después de la ruptura de la socialdemocracia.
Si el “centralista” partido bolchevique admitía en los hechos tamaña promiscuidad organizativa, la socialdemocracia apenas representaba un vago movimiento político. Estas concepciones, protagonizadas por quienes son considerados los fundadores del monolitismo partidario, se encuentran muy alejadas de las formas organizativas y la cultura política de nuestra época. De hecho, se encuentran más cerca del “movimientismo” de Marx y los orígenes de las organizaciones obreras que del encierro sectario y el centralismo burocrático característico de buena parte de la izquierda tradicional.
La búsqueda organizativa de nuestro siglo
Una teoría de la organización se halla íntimamente vinculada con una hipótesis estratégica sobre la revolución y no puede ser abstraída de ella. El partido-vanguardia de Lenin, así como el partido-clase de Marx y la socialdemocracia europea, se enmarcan en hipótesis estratégicas disímiles. Para la socialdemocracia, la lucha anticapitalista se basaba en un desarrollo social y político gradual, donde el partido se concentra en desarrollar tareas culturales, educativas e ideológicas en la clase trabajadora, al calor de la conquista de reformas sociales, con la aspiración de que el capitalismo terminaría por caer como fruto maduro luego de un extendido proceso histórico.
En una época donde los mecanismos de integración de la clase trabajadora al sistema social apenas estaban comenzando, esta estrategia dio lugar a inmensas construcciones culturales y sociales por parte del movimiento obrero. La socialdemocracia alemana y el laborismo inglés son las mayores expresiones de esta “sociedad dentro de la sociedad” que significó el socialismo europeo a comienzos del siglo XX.
La vida del trabajador se desarrollaba casi completamente en ámbitos de distinto tipo pertenecientes o vinculados al partido (el sindicato, la biblioteca, la cooperativa, la casa de cultura, el club, etc.), dando lugar a un riquísimo espacio público de la clase trabajadora. La traición social-demócrata ante la “gran guerra”, en el marco de una estrategia gradualista, reformista y progresivamente conservadora, suele obliterar la mirada sobre el fenómeno global más significativo.
La experiencia de 1917-1921 – con procesos revolucionarios atravesando a la mitad de Europa, protagonizados por fracciones revolucionarias que rompían con el reformismo de la socialdemocracia para embarcarse en una estrategia de enfrentamiento directo con el Estado – resultaría impensable sin el precedente de aquel inmenso y largo trabajo cultural (de hegemonía política y moral, diría Gramsci).
Este trabajo previo, protagonizado por el socialismo europeo, requirió de otras formas organizativas, más laxas, más abiertas, que las propias del enfrentamiento directo con el Estado, que después se generalizarían y podrían demostrar también su eficacia. Aún en sociedades con un escaso desarrollo de las instituciones de la sociedad civil, no puede dimensionarse la efectividad de las estrategias de enfrentamiento y de los partidos de combate sin reconocer las décadas de construcción social y política que la socialdemocracia venía desenvolviendo desde el siglo XIX.
Una cuestión de método es importante para captar el fenómeno global que estamos queriendo señalar. Cuando se identifica el valor de cierta intervención (por ejemplo los esfuerzos por “enderezar la vara” de Lenin contra el excesivo federalismo y movimientismo ruso) haciendo abstracción de las características del medio social de su aplicación, se comete el error de perder la esencia misma del gesto en cuestión.
Cuando se reivindica el duro centralismo que pregona Lenin, ignorando que su contexto de aplicación era el de un amplísimo pluralismo ideológico, se pierde la razón de ser y la eficacia de dicho centralismo. Lo mismo puede afirmarse en relación al partido-vanguardia, del cual sólo puede estimarse cabalmente su valor y eficacia como dispositivo organizativo si se lo integra al cuadro del ambiente social y cultural construido por la social-democracia. Para utilizar una metáfora hegeliana, el centralismo leninista es una unidad que “contiene” la inmensa multiplicidad previa del pluralismo ideológico y organizativo, una unidad que “supera y conserva” la diferencia. En cambio, cuando se aplica el férreo centralismo “en el vacío” sólo nos queda la unidad indiferenciada, monolítica. Esta unidad monolítica abstracta, que hoy es mayoritaria en el amplio espectro de la izquierda revolucionaria, es en rigor invención del estalinismo (con el antecedente de los excesos centralistas de Lenin, como las 21 condiciones de ingreso al Comintern).
El partido-monolítico era para ese entonces absolutamente extraño a las tradiciones organizativas del socialismo, donde estaba naturalizada la existencia de tendencias, la intensa vida interna y las múltiples influencias ideológicas. Comparemos la rica producción teórica del movimiento socialista de principios de siglo (desde Karl Koch y Pannekoek al mismo Lenin o Trotsky, del austro-marxismo al debate Berstein-Kautsky, desde Rosa Luxemburgo a Hilferding, de Plejanov a Bogdanov), contra el silencio de la ortodoxia que recorrió el marxismo hasta entrados los años ’60.
Como los camellos en el Corán según Borges, a nadie se le ocurrió teorizar lo que era el hábitat natural del movimiento socialista, el pluralismo, el debate ideológico, la heterogeneidad organizativa. Luego, cuando el prestigio de Lenin y la revolución de Octubre, se hipostasió en sus fórmulas ultra-centralistas y, mucho peor, se lo pasó por la traducción que el estalinismo hizo de él, se consumó la defunción de toda una cultura democrática característica de los movimientos anti-capitalistas hasta ese momento.
Cuando se quiso replicar el centralismo bolchevique, desconociendo sus condiciones históricas de posibilidad, se reprodujeron esqueletos sin carne, artificios organizativos aislados de las masas y con fuertes tendencias burocráticas. El centralismo leninista es un proceso orgánico, no administrativo19.
No puede decretarse sino que debe conquistarse. Y el proceso de adquisición es un trayecto complejo y multifacético, imposible de reducir a la lógica de evolución lineal del mini-partido. El “movimientismo” de cierto periodo puede ser la condición del centralismo del siguiente. O mejor, más que precederlo, puede ser su complemento permanente. La articulación de un momento unitario, de centralización y homogeneidad ideológica, junto a la construcción de movimientos de masas amplios, tiene una larga trayectoria en la tradición organizativa de las clases subalternas.
Además de la historia de la social-democracia de principios de siglo y sus alas revolucionarias, podemos pensar al mismo Partido Bolchevique y su intensa vida interna, al caso del POUM español, o incluso a la breve experiencia del FAS argentino como ejemplos de articulación virtuosa de un momento centralista y otro “movimientista”. En la actualidad los partidos anticapitalistas amplios de la izquierda radical europea recuperan parte de esta tradición organizativa. Y en nuestro país, los variados procesos de estructuración de organizaciones sociales en diversas formas de corrientes políticas también expresan parcialmente una lógica similar.
En cierto modo, todavía estamos bajo la égida de los debates programáticos de la Internacional comunista en sus III y IV congresos cuando, tras el fracaso del Levantamiento Espartaquista en Alemania, se identificó una insuficiencia estratégica fundamental de cara a la nueva situación mundial y a las características de las sociedades desarrolladas. Lenin se enfrentaba al fracaso de la revolución en Europa con poderosas intuiciones, dimensionando la complejidad de las sociedades occidentales, las fuertes identidades de sus clases trabajadoras, sus mecanismos de integración, su resistencia a una confrontación rápida “a la rusa”.
Nuestro pensamiento estratégico debe comenzar por retomar los conceptos fundamentales que surgen del balance realizado al calor de esa derrota de alcance histórico: las tesis del “frente único” y la hegemonía, el “ir a las masas” y la táctica del “gobierno obrero”[20]. Este nuevo punto de partida estratégico – que entrevió Lenin y Gramsci profundizó genialmente en sus Cuadernos de la cárcel – fue abortado primero por el izquierdismo del VI congreso y su consigna “clase contra clase” e, inmediatamente después, por la estrategia de los frentes populares.
La “conquista de la mayoría” en nuestras sociedades es inseparable de un largo proceso de construcción de una nueva hegemonía. No podemos prever una identificación extendida de las masas con un proyecto de cambio radical sino en la medida en que tiendan a sentirlo como efectivamente posible y no sólo como racionalmente pensable.
Y esto será viable en tanto los sectores populares, en alguna medida, se hayan adelantado al cambio y experimenten los “prototipos” de una nueva sociedad. El partido, los movimientos, las reformas sociales conquistadas, las organizaciones gremiales, la cultura popular, deben estar atravesados – aunque parcial y contradictoriamente – por elementos de la sociedad futura, como una alternativa presente en la sociedad burguesa. Para esta construcción contra-hegemónica, “la organización es la instancia transitoria que permite su realización inacabada y que es pues, también aquí, una «prefiguración» de la sociedad socialista y de la revolución”[21].
A diferencia del pasaje del feudalismo al capitalismo, donde la burguesía pudo desarrollar su poder económico en paralelo a la sociedad feudal, la transición al socialismo no puede gozar de esa ventaja. Las limitaciones estructurales que impone el capitalismo a la expectativa de construir una sociedad comunista en su propio seno, ya fueron señaladas por Marx en su famosa discusión con los cooperativistas.
Esto da lugar al dilema fundamental de la lucha anticapitalista, el carácter constitutivamente inmaduro de la transición al socialismo en base a la asimetría fundamental entre la dimensión “política” de la revolución y la profundidad de las aspiraciones sociales, culturales y subjetivas de la transformación.
Sólo una inmensa construcción social y cultural previa a la revolución política permite que el “peligroso salto” que significa la ruptura revolucionaria no sea nuevamente ocasión para la conformación de una casta burocrática que crezca en base a las limitaciones subjetivas y organizativas de las clases subalternas, en los intersticios que deja la inmadurez de todo proceso de transición al socialismo. La guerra de posiciones en el ámbito social es una condición necesaria para la conquista del poder político y el inicio de una transición factible al socialismo.
Una estrategia socialista no puede ser otra cosa que, simultáneamente, estrategia de desgaste y de enfrentamiento. Despojada de sus ingenuas connotaciones espontaneístas, debemos entonces recuperar y actualizar las mejores intuiciones de la concepción del partido-clase: la apertura y ductilidad organizativa, el fomento de instancias de auto-organización, el enraizamiento en las tradiciones e identidades culturales de los sectores subalternos.
La posición del viejo Marx nunca hubiera sido, en nombre del centralismo, simplemente denunciar como centristas o reformistas a los nuevos movimientos que surgen acarreando sus confusiones y contradicciones, al tiempo que sus propias preguntas e innovaciones.
Una articulación “movimientista” de corrientes del marxismo revolucionario, junto a movimientos sociales y las nuevas camadas de activistas combativos, es fundamental para encarar un proceso de recomposición organizativa de las clases subalternas. A su vez, un concepto de la organización política como estratega y vanguardia, lejos de todo jacobinismo, es indispensable para enfrentar al Estado capitalista, resistir las presiones reformistas y oportunistas propias de la sociedad burguesa, y articular una estrategia y un programa global.
Estableciendo énfasis diferentes y con sus correspondientes limitaciones teóricas, tanto Marx como Lenin parecían ser sensibles a esta pluralidad organizativa de la clase trabajadora. Marx funda la concepción del partido-clase, pero, a su vez, considera necesario la organización diferenciada de los comunistas como destacamento político de avanzada, tal como queda señalado en las últimas páginas del Manifiesto. Para Lenin – como señala Astarita – “la clave de la organización es un partido de revolucionarios rodeado de un amplio «movimiento obrero socialdemócrata». No se trataba de una «suma de conspiradores», como decían sus críticos, sino de crear organizaciones «del» partido del más diverso tipo, hasta las más amplias: círculos de lectores, círculos de actividad sindical, sindicatos dirigidos o influidos por el partido”[22].
Despojados de sus fundamentos espontaneístas, por un lado, y preparados frente a los riesgos sustituistas, por otro, las “dos almas” de la teoría marxista de la organización suavizan su oposición para manifestarse como momentos internos del amplio y multifacético proceso de construcción organizativa que requieren las condiciones actuales.
En sociedades crecientemente complejas – con una extendida institucionalidad inmersa en la sociedad civil, con múltiples puntos de conflicto y contradicciones que no se reducen automáticamente a la “cuestión obrera” – el complemento entre una multiplicidad de formas organizativas resulta palmariamente necesario. En la articulación inteligente entre la apertura organizativa y la homogeneidad política se juegan las posibilidades de avanzar en la construcción de un nuevo bloque histórico emancipatorio. Estas son las coordenadas fundamentales que estructuran el terreno desde el cual pueden emerger las formas organizativas para las revoluciones de este siglo. Nuevamente retomamos las intuiciones de Marx y Lenin para, subidos a los hombros de gigantes, convertirnos en contemporáneos de nuestro tiempo.
El presente texto fue publicado en el número cero de la Revista Contra-tiempos.
12/5/2014
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Notas
[1] Ver Freeman, J., “La tiranía de la falta de estructuras” en El Rodaballo, n° 15, Bs. As., 2004
[2] Existe en Marx, es cierto, una concepción embrionaria de lo político que late, sobre todo, en sus textos históricos. Podríamos decir que Marx entrevió a la lucha política como “guerras y revoluciones”, como intervención intempestiva de las fuerzas sociales en el plano político, alterando el funcionamiento normal e “inmanente” de la sociedad. Podríamos decir, en lenguaje contemporáneo, que se acercaba a entender a la lucha política como “acontecimiento”. (Ver al respecto la entrevista a Bensaid, “Actualidad del marxismo”, en este mismo número.) Sin embargo, esto no desmiente la ausencia en la obra de Marx y Engels de un análisis de la autonomía irreductible del campo político y sobre las posibles formas institucionales y políticas de un tentativo Estado de transición (más allá de las referencias genéricas a la Comuna de París, en algunos casos, o a la “república democrática”, en otros, como la forma política de la “dictadura del proletariado”). Todas estas cuestiones resultaban oscurecidas por el mito de la extinción del Estado y la desaparición de la política que Marx y Engels nunca abandonan.
[3] Marx, K., Manuscritos económico-filosóficos de 1844, Colihue, Bs.As., 2006, p. 111
[4] Dotti, J., Dialéctica y derecho, Hachette, Bs. As., 1985, p. 247
[5] Rossanda, R., “De Marx a Marx: clase y partido” en Teoría marxista del partido político/3, Cuadernos de Pasado y Presente, Siglo XXI, Bs. As., 1973, p. 5.
[6] Kautsky, K., El camino del poder, Ed. Grijalbo, México D.F., 1968, p. 65.
[7] Fay, V., “Del partido como instrumento de lucha por el poder al partido como prefiguración de una sociedad socialista” en Teoría marxista del partido político/3, Cuadernos de Pasado y Presente, Siglo XXI, Bs. As., 1973, p. 34.
[8] Il Manifiesto/Jean Paul Sartre., “Masas, espontaneidad, partido” en Teoría marxista del partido político/3, Cuadernos de Pasado y Presente, Siglo XXI, Bs. As., 1973, p. 28.
[9] Draper, H., “El mito del “concepto de partido” de Lenin. Qué hicieron con el ¿Qué hacer?”, en Revista Herramienta, n° 11, Bs. As., 1999.
[10] Draper, H. “Hacia un nuevo comienzo… por otro camino”, en Marxist Internet Archive, 2001. En su justa crítica a la forma-secta y el mini-partido Draper saca conclusiones desmedidas, al reducir la organización política a tareas de propaganda y descartando que las definiciones programáticas justifiquen delimitaciones orgánicas. El afán de superar todo rasgo sectario lo conduce a una solución terminante, muy similar al planteo de Marx, donde la delimitación ideológica sólo justicia centros de propaganda y no también organizaciones para la intervención política.
[11] Ver Daniel Bensaïd & Alain Nair, “El problema de la organización. Lenin y Rosa Luxemburgo”, en Teoría Marxista del Partido Político (Problemas de Organización), Cuadernos de Pasado y Presente, Siglo XXI, Bs. As., 1975.
[12] Sanmartino, J., “Pasado y presente de la teoría socialista de partido”, en Revista Corriente Praxis, Número especial, Buenos Aires, octubre 2005, pág. 12.
[13]El debate sobre los estatutos del partido en el II congreso del POSDR que enfrentó a Lenin con Martov, consistía en definir quiénes eran considerado miembros del partido: todos los adherentes al programa socialdemócrata (Martov) o quienes formaban parte disciplinadamente de alguna de sus organizaciones (Lenin). En Un paso adelante, dos pasos atrás (Ediciones en lenguas extranjeras, Pekín, 1977, p. 91), Lenin se detiene nuevamente en la fórmula de Martov, que dice “nuestro partido es el intérprete consciente de un proceso inconsciente”, y concluye : “esto está bien porque es un error querer que cada huelguista pueda titularse miembro del partido; puesto que si cada huelga no fuera la expresión simple y espontánea de un poderoso instinto de clase, sino la expresión consciente del proceso que lleva a la revolución social., entonces nuestro partido se identifica inmediatamente de un solo golpe, con toda la clase obrera, y en consecuencia terminaría de un solo golpe con toda la sociedad burguesa”. Citado en Daniel Bensaïd & Alain Nair, “El problema de la organización. Lenin y Rosa Luxemburgo”, en Teoría Marxista del Partido Político (Problemas de Organización), Cuadernos de Pasado y Presente, Siglo XXI, Bs. As., 1975.
[14] Garmendia, O. (seudónimo de Rolando Astarita), “La importancia de la teoría leninista del partido”, en Debate marxista, n° 7, Bs.As., 1996, p. 10 [15] Bensaid, D., Estrategia y partido: un curso de formación, disponible en http://danielbensaid.org/Estrategia…. [16] Ver Víctor Fay, “Del partido como instrumento de lucha por el poder al partido como prefiguración de una sociedad socialista”, en Teoría marxista del partido político / 3, Cuadernos de Pasado y Presente N° 38. [17] Ver Geras, N., “Lenin, Trotsky y el partido” en Masas, partido y dirección, Fontamara, Barcelona, 1980. Bensaid, D., Strategie et Partie, La Bréche, Montreuil-sous-Bois, 1987. Zizek, S., A propósito de Lenin, Atuel, Buenos Aires, 2004. Garmendia, O. (seudónimo de Rolando Astarita), “La importancia de la teoría leninista del partido”, en Debate marxista, n° 7, Bs.As., 1996. [18] Ver Sanmartino, J., “Pasado y presente de la teoría socialista de partido”, en Revista Corriente Praxis, Número especial, Buenos Aires, octubre 2005, pág. 20. [19] El mismo Lenin afirmaba, en este sentido: “El bolchevismo existe como corriente del pensamiento político y como partido político desde 1903. Sólo la historia del bolchevismo en todo el periodo de su existencia puede explicar de un modo satisfactorio por qué él pudo forjar y mantener, en las condiciones más difíciles, la férrea disciplina necesaria para la victoria del proletariado”. Lenin, V.I.: “El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo” en Obras escogidas, Editorial Progreso, Moscú, 1961, vol. 1, pp. 353-354. [20] La táctica del “gobierno obrero” es una fórmula adoptada por la Internacional Comunista que se aplicó frente a los gobiernos de Sajonia y Turingia dominados por sectores reformistas de izquierda. La táctica consistía en habilitar la participación de los revolucionarios en gobiernos parlamentarios encabezados por corrientes obreras reformistas, en condiciones de aguda crisis social y política pero donde las instituciones burguesas no habían sido destruidas. La IC entendía esta política como la posibilidad de establecer un gobierno “intermedio”, que facilitara el desarrollo político de los trabajadores, quebrara la resistencia de la burguesía y sedimentara las condiciones para una ruptura definitiva con el estado burgués. No se trataría de la “dictadura del proletariado”, pero tampoco de un funcionamiento normal de las instituciones “democrático liberales”. Para una posible actualización de la “táctica del gobierno obrero” en las actuales condiciones sociales y políticas, ver Bensaid, D., Sobre el retorno de la cuestión político-estratégica en:http://www.vientosur.info/articulos…. [21] Castoriadis, C.: “Proletariado y organización II (frag.)”, en Políticas de la memoria, n° 8/9, Bs. As., 2008/2009, pp. 92-93. [22] Garmendia, O. (seudónimo de Rolando Astarita), “La importancia de la teoría leninista del partido”, en Debate marxista, n° 7, Bs.As., 1996, p. 11.
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La sociedad del espectaculo (1967)

La sociedad del espectáculo, Guy Debord (1967)
Capítulo 4 El proletariado como sujeto y como representación

“El derecho igualitario de todos a los bienes y placeres de este mundo, la destrucción de toda autoridad, la negación de todo freno moral; he ahí, si descendemos hasta el fondo de las cosas, la razón de ser de la insurrección del 18 de marzo y el programa de la temible asociación que le ha suministrado un ejército.” Investigación parlamentaria sobre la insurrección del 18 de marzo
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El movimiento real que suprime las condiciones existentes gobierna la sociedad a partir de la victoria de la burguesía en la economía, y lo hace visiblemente tras la traducción política de esta victoria. El desarrollo de las fuerzas productivas ha hecho estallar las antiguas relaciones de producción y todo orden estático se desploma. Todo lo que era absoluto se convierte en histórico.
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Al ser lanzados en la historia, al tener que participar en el trabajo y las luchas que la constituyen, los hombres se ven forzados a afrontar sus relaciones de una forma que no sea engañosa. Esta historia no tiene otro objeto que el que ella realiza sobre sí misma, aunque la visión metafísica última inconsciente de la época histórica pueda contemplar la progresión productiva a través de la cual la historia se despliega como el objeto mismo de la historia. El sujeto de la historia no puede ser sino lo viviente produciéndose a sí mismo, convirtiéndose en dueño y poseedor de su mundo que es la historia y existiendo como conciencia de su juego.
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Como una misma corriente se desarrollan las luchas de clases de la larga época revolucionaria inaugurada por el ascenso de la burguesía y el pensamiento de la historia, la dialéctica, el pensamiento que ya no se detiene en la búsqueda del sentido de lo existente, sino que se eleva al conocimiento de la disolución de todo lo que es; y en el movimiento disuelve toda separación.
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Hegel ya no tuvo que interpretar el mundo, sino la transformación del mundo. Al interpretar solamente la transformación Hegel no es sino la conclusión filosófica de la filosofía. Quiere comprender un mundo que se hace a sí mismo. Este pensamiento histórico no es todavía sino la conciencia que siempre llega demasiado tarde y que enuncia la justificación post festum. De modo que no supera la separación más que en el pensamiento. La paradoja que consiste en suspender el sentido de toda realidad en su consumación histórica y en revelar al mismo tiempo este sentido constituyéndose en consumación de la historia se desprende del simple hecho de que el pensador de las revoluciones burguesas de los siglos XVII y XVIII no buscó en su filosofía más que la reconciliación con el resultado de éstas. “Del mismo modo como filosofía de la revolución burguesa no expresa todo el proceso de esta revolución, sino solamente su conclusión última. En este sentido, ésta no es una filosofía de la revolución, sino de la restauración.” (Karl Korsch. Tesis sobre Hegel y la revolución). Hegel hizo por última vez el trabajo del filósofo, la “glorificación de lo que existe”; pero aquello que existía para él ya no podía ser sino la totalidad del movimiento histórico. La posición exterior del pensamiento, que en realidad se mantenía, sólo podía ser enmascarada mediante su identificación con un proyecto previo del Espíritu, héroe absoluto que ha hecho lo que ha querido y ha querido lo que ha hecho, y cuya realización coincide con el presente. Así, la filosofía que muere en el pensamiento de la historia no puede ya glorificar su mundo más que renegando de él, pues para tomar la palabra es preciso suponer concluida esta historia total allí donde ella condujo todo; y cerrar la sesión del único tribunal donde puede ser dictada la sentencia de la verdad.
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Cuando el proletariado manifiesta por su propia existencia en actos que este pensamiento de la historia no se ha olvidado el desmentido de la conclusión es también la confirmación del método.
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El pensamiento de la historia no puede ser salvado más que transformándose en pensamiento práctico; y la práctica del proletariado como clase revolucionaria no puede ser menos que la conciencia histórica operando sobre la totalidad de su mundo. Todas las corrientes teóricas del movimiento obrero revolucionario han surgido de un enfrentamiento crítico con el pensamiento hegeliano, tanto en el caso de Marx como en el de Stirner o Bakunin.
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El carácter inseparable de la teoría de Marx y del método hegeliano es a su vez inseparable del carácter revolucionario de esta teoría, es decir, de su verdad. Es en esto en lo que esta primera relación ha sido generalmente ignorada o mal comprendida, o incluso denunciada como el punto débil de lo que devenía engañosamente en una doctrina marxista. Bernstein, en Socialismo teórico y socialdemocracia práctica, revela perfectamente esta conexión del método dialéctico y de la toma de posición histórica, lamentando las previsiones poco científicas del Manifiesto de 1847 sobre la inminencia de la revolución proletaria en Alemania: “Esta autosugestión histórica, tan errónea como la podría haber concebido cualquier visionario político, sería incomprensible en el caso de Marx, que en esta época ya había estudiado seriamente la economía, si no se viera en ella el resultado de un resto de dialéctica antitética hegeliana de la que ni Marx ni Engels supieron nunca deshacerse completamente. En estos tiempos de efervescencia general esto fue más fatal aún para ellos”.
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La inversión que Marx efectúa para una “salvación por transferencia” del pensamiento de las revoluciones burguesas no consiste en reemplazar trivialmente por el desarrollo materialista de las fuerzas productivas el recorrido del Espíritu hegeliano yendo a su propio encuentro en el tiempo, cuya objetivación es idéntica a su alienación y cuyas heridas históricas no dejan cicatrices. La historia que deviene real ya no tiene fin. Marx destruyó la posición separada de Hegel ante lo que sucede; y la contemplación de un agente supremo exterior, sea el que sea. La teoría no tiene que conocer más que lo que ella hace. Por el contrario la contemplación del movimiento de la economía, en el pensamiento dominante de la sociedad actual es la heredera no subvertida de la parte no-dialéctica del intento hegeliano de componer un sistema circular: es una aprobación que ha perdido la dimensión del concepto y que no necesita justificarse en un hegelianismo, puesto que el movimiento que se trata de ensalzar no es más que un sector sin pensamiento del mundo, cuyo desarrollo mecánico domina efectivamente el todo. El proyecto de Marx es el de una historia consciente. Lo cuantitativo que surge en el desarrollo ciego de las fuerzas productivas simplemente económicas debe cambiarse por la apropiación histórica cualitativa. La crítica de la economía política es el primer acto de este fin de la prehistoria: “De todos los instrumentos de producción, el de mayor poder productivo es la clase revolucionaria misma”.
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Lo que ata estrechamente la teoría de Marx al pensamiento científico es la comprensión racional de las fuerzas que se ejercen realmente en la sociedad. Sin embargo es fundamentalmente un más allá del pensamiento científico, donde éste está conservado en tanto que superado: se trata de una comprensión de la lucha, y en modo alguno de la ley. “Conocemos una sola ciencia: la ciencia de la historia”, dice La ideología alemana.
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La época burguesa, que pretende fundar científicamente la historia, descuida el hecho de que esta ciencia disponible debió más bien ser ella misma fundada históricamente con la economía. Inversamente, la historia sólo depende radicalmente de este conocimiento en tanto que sigue siendo historia económica. El punto de vista de la observación científica ha podido descuidar por otro lado en qué medida toma parte la historia en la economía misma el proceso global que modifica sus propios datos científicos de base. Es lo que muestra la vanidad de los cálculos socialistas que creían haber establecido la periodicidad exacta de las crisis; y desde que la intervención constante del Estado ha logrado compensar el efecto de las tendencias a la crisis el mismo género de razonamiento ve en este equilibrio una armonía económica definitiva. El proyecto de superar la economía, de la toma de posesión de la historia, debe conocer – y atraer hacia sí – la ciencia de la sociedad, no puede ser él mismo científico. En este último movimiento que cree dominar la historia presente mediante un conocimiento científico el punto de vista revolucionario sigue siendo burgués.
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Las corrientes utópicas del socialismo, aunque fundadas a su vez históricamente en la crítica de la organización social existente, pueden ser justamente calificadas de utópicas en la medida en que rechazan la historia es decir, la lucha real en curso, así como el movimiento del tiempo más allá de la perfección inmutable de su imagen de sociedad feliz, pero no porque rechacen la ciencia. Los pensadores utopistas están por el contrario enteramente dominados por el pensamiento científico, tal como se había impuesto en los siglos precedentes. Ellos buscan el perfeccionamiento de este sistema racional general: no se consideran en modo alguno como profetas desarmados, puesto que creen en el poder social de la demostración científica e incluso, en el caso del saintsimonismo, en la toma del poder por la ciencia. Al respecto, dice Sombart, “¿Pretendían arrancar mediante luchas lo que debe ser probado?” No obstante la concepción científica de los utópicos no se extiende a este conocimiento de que los grupos sociales tienen intereses en una situación existente, fuerzas para mantenerla, y también formas de falsa conciencia correspondientes a tales posiciones. Queda muy retrasada respecto a la realidad histórica del desarrollo de la ciencia misma, que se ha encontrado en gran parte orientada por la demanda social derivada de tales factores, que selecciona no solamente lo que puede ser admitido, sino también lo que puede ser investigado. Los socialistas utópicos siguen prisioneros del modo de exposición de la verdad científica, conciben esta verdad según su pura imagen abstracta, tal como les había sido impuesta en una etapa muy anterior de la sociedad. Como subrayó Sorel, los utópicos piensan descubrir y demostrar las leyes de la sociedad sobre el modelo de la astronomía. La armonía a la que aspiran, hostil a la historia, deriva de un intento de aplicación de la ciencia a la sociedad menos dependiente de la historia. Intenta hacerse reconocer con la misma inocencia experimental que el newtonismo, y el destino feliz constantemente postulado “juega en su ciencia social un papel análogo al que le corresponde a la inercia en la mecánica racional” (Materiales para una historia del proletariado).
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El aspecto determinista-científico en el pensamiento de Marx fue precisamente la brecha por la cual penetró el proceso de “ideologización”, todavía vivo él, y en mayor medida en la herencia teórica legada al movimiento obrero. La llegada del sujeto de la historia es retrasada todavía para más tarde, y es la ciencia histórica por excelencia, la economía, quien tiende cada vez en mayor medida a garantizar la necesidad de su propia negación futura. Pero con ello se rechaza fuera del campo de la visión teórica la práctica revolucionaria que es la única verdad de esta negación. Así, es importante estudiar pacientemente el desarrollo económico, y admitir todavía, con una tranquilidad hegeliana, la aflicción, lo que sigue siendo, en su resultado, “un cementerio de buenas intenciones”. Se descubre que ahora, según la ciencia de las revoluciones, la conciencia llega siempre demasiado pronto y deberá ser enseñada. “La historia nos ha desmentido, a nosotros y a todos los que pensaban como nosotros. Ha demostrado claramente que el estado del desarrollo económico en el continente no se hallaba todavía ni mucho menos maduro…”, dirá Engels en 1895. Toda su vida Marx ha mantenido el punto de vista unitario de su teoría, pero la exposición de su teoría fue planteada sobre el terreno del pensamiento dominante precisándose bajo la forma de críticas de disciplinas particulares, principalmente la crítica a la ciencia fundamental de la sociedad burguesa, la economía política. Esta mutilación, ulteriormente aceptada como definitiva, es la que ha constituido el “marxismo”.
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El defecto en la teoría de Marx es naturalmente el defecto de la lucha revolucionaria del proletariado de su época. La clase obrera no decretó la revolución en permanencia en la Alemania de 1848; la Comuna fue vencida en el aislamiento. De esa manera la teoría revolucionaria no puede alcanzar todavía su existencia propia total. El encontrarse reducido a defenderla y precisarla en la separación del trabajo académico en el British Museum implicaba una pérdida en la teoría misma. Son precisamente las justificaciones científicas extraídas sobre el futuro del desarrollo de la clase obrera y la práctica organizativa ligada a estas justificaciones las que se convertirán en los obstáculos de la conciencia proletaria en un estadio más avanzado.
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Toda insuficiencia teórica en la defensa científica de la revolución proletaria puede estar relacionada, tanto por el contenido como por la forma de la exposición, con una identificación del proletariado con la burguesía desde el punto de vista de la toma revolucionaria del poder.
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La tendencia a fundamentar una demostración de la legalidad científica del poder proletario haciendo inventario de experimentaciones repetidas del pasado oscurece desde el Manifiesto el pensamiento histórico de Marx, haciéndole sostener una imagen lineal del desarrollo de los modos de producción, arrastrada por luchas de clases que terminarían en cada caso “en una transformación revolucionaria de la sociedad entera o en la destrucción común de las clases en lucha”. Pero en la realidad observable de la historia, así como en “el modo de producción asiático”, como Marx constató en otro lugar, conservaba su inmovilidad a pesar de todos los enfrentamientos de clase, y ni las sublevaciones de los siervos vencieron jamás a los barones ni las revueltas de esclavos de la antigüedad a los hombres libres. El esquema lineal pierde de vista ante todo el hecho de que la burguesía es la única clase revolucionaria que ha llegado a vencer; y al mismo tiempo la única para la cual el desarrollo de la economía ha sido causa y consecuencia de su apropiación de la sociedad. La misma simplificación condujo a Marx a descuidar el papel económico del Estado en la gestión de una sociedad: la de clases. Si la burguesía ascendente pareció liberar la economía del Estado fue sólo en la medida en que el antiguo Estado se confundía con el instrumento de una dominación de clase en una economía estática. La burguesía desarrolló su poderío económico autónomo en el período medieval de debilitamiento del Estado, en el momento de fragmentación feudal del equilibrio de poderes. Pero el Estado moderno que con el mercantilismo comenzó a apoyar el desarrollo de la burguesía y que finalmente se convirtió en su Estado a la hora de “laissez faire, laissez passer” va a revelarse ulteriormente dotado de un poder central en la gestión calculada del proceso económico. Marx pudo sin embargo describir en el bonapartismo este esbozo de la burocracia estatal moderna, fusión del capital y del Estado, constitución de un “poder nacional del capital sobre el trabajo, de una fuerza pública organizada para la esclavización social”, donde la burguesía renuncia a toda vía histórica que no sea su reducción a la historia económica de las cosas y ve bien “estar condenada a la misma nulidad política que las otras clases”. Aquí están ya puestas las bases sociopolíticas del espectáculo moderno, que define negativamente al proletariado como el único pretendiente a la vía histórica.
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Las dos únicas clases que corresponden efectivamente a la teoría de Marx, las dos clases puras hacia las cuales conduce todo el análisis de El Capital, la burguesía y el proletariado, son igualmente las dos únicas clases revolucionarias de la historia, pero en condiciones diferentes: la revolución burguesa está hecha; la revolución proletaria es un proyecto nacido sobre la base de la revolución precedente, pero difiriendo de ella cualitativamente. Descuidando la originalidad del papel histórico de la burguesía se enmascara la originalidad concreta de este proyecto proletario que no puede esperar nada si no es llevando sus propios colores y conociendo “la inmensidad de sus tareas”. La burguesía ha llegado al poder porque es la clase de la economía en desarrollo. El proletariado sólo puede tener él mismo el poder transformándose en la clase de la conciencia. La maduración de las fuerzas productivas no puede garantizar un poder tal, ni siquiera por el desvío de la desposesión acrecentada que entraña. La toma jacobina del Estado no puede ser su instrumento. Ninguna ideología puede servirle para disfrazar los fines parciales bajo fines generales, porque no puede conservar ninguna realidad parcial que sea efectivamente suya.
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Si Marx, en un periodo determinado de su participación en la lucha del proletariado, esperó demasiado de la previsión científica, hasta el punto de crear la base intelectual de las ilusiones del economicismo, sabemos que él no sucumbió personalmente a ella. En una carta muy conocida del 7 de diciembre de 1867, acompañando un artículo donde él mismo critica El Capital, artículo que Engels debía hacer pasar a la prensa como si procediese de un adversario, Marx ha expuesto claramente el límite de su propia ciencia: “…La tendencia subjetiva del autor (que tal vez le imponían su posición política y su pasado), es decir la manera en que presentaba a los otros el resultado último del movimiento actual, del proceso social actual, no tiene ninguna relación con su análisis real”. Así Marx, denunciando él mismo las “conclusiones tendenciosas” de su análisis objetivo y mediante la ironía del “tal-vez” al referirse a las opciones extracientíficas que se le habrían impuesto muestra al mismo tiempo la clave metodológica de la fusión de ambos aspectos.
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Es en la lucha histórica misma donde es necesario realizar la fusión de conocimiento y de acción, de tal forma que cada uno de estos términos sitúe en el otro la garantía de su verdad. La constitución de la clase proletaria en sujeto es la organización de las luchas revolucionarias y la organización de la sociedad en el momento revolucionario: es allí donde deben existir las condiciones prácticas de la conciencia, en las cuales la teoría de la praxis se confirma convirtiéndose en teoría práctica. Sin embargo esta cuestión central de la organización ha sido la menos enfrentada por la teoría revolucionaria en la época en que se fundó el movimiento obrero, es decir, cuando esta teoría poseía todavía el carácter unitario derivado del pensamiento de la historia (que precisamente se había propuesto tratar de desarrollar como una práctica histórica unitaria). Allí reside por el contrario la inconsecuencia de esta teoría, que asume el recuperar los métodos de aplicación estatistas y jerárquicos adoptados de la revolución burguesa. Las formas de organización del movimiento obrero desarrolladas a partir de esta renuncia de la teoría tendieron a su vez a impedir el mantenimiento de una teoría unitaria, disolviéndola en diversos conocimientos especializados y parcelarios. Esta alienación ideológica de la teoría ya no puede reconocer entonces la verificación práctica del pensamiento histórico unitario que ella ha traicionado, cuando tal verificación surge en la lucha espontánea de los obreros: solamente puede cooperar en la represión de su manifestación y su memoria. Si embargo estas formas históricas aparecidas en la lucha son justamente el medio práctico que faltaba a la teoría para ser verdadera. Son una exigencia de la teoría, pero que no había sido formulada teóricamente. El soviet no fue un descubrimiento de la teoría. Y la más alta verdad teórica de la Asociación Internacional de los Trabajadores era su propia existencia en la práctica.
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Los primeros éxitos de la lucha de la Internacional la llevaban a liberarse de las influencias confusas de la ideología dominante que subsistían en ella. Pero la derrota y la represión que pronto halló hicieron pasar al primer plano un conflicto entre dos concepciones de la revolución proletaria que contienen ambas una dimensión autoritaria para la cual la auto-emancipación consciente de la clase es abandonada. En efecto, la querella que llegó a ser irreconciliable entre los marxistas y los bakuninistas era doble, tratando a la vez sobre el poder en la sociedad revolucionaria y sobre la organización presente del movimiento, y al pasar de uno a otro de estos aspectos, la posición de los adversarios se invierte. Bakunin combatía la ilusión de una abolición de las clases por el uso autoritario del poder estatal, previendo la reconstitución de una clase dominante burocrática y la dictadura de los más sabios o de quienes fueran reputados como tales. Marx, que creía que una maduración inseparable de las contradicciones económicas y de la educación democrática de los obreros reduciría el papel de un Estado proletario a una simple fase de legislación de nuevas relaciones sociales objetivamente impuestas, denunciaba en Bakunin y sus partidarios el autoritarismo de una élite conspirativa que se había colocado deliberadamente por encima de la Internacional y concebía el extravagante designio de imponer a la sociedad la dictadura irresponsable de los más revolucionarios o de quienes se designasen a sí mismos como tales. Bakunin reclutaba efectivamente a sus partidarios sobre una perspectiva tal: “Pilotos invisibles en medio de la tempestad popular, nosotros debemos dirigirla, no por un poder ostensible sino por la dictadura colectiva de todos los aliados. Dictadura sin banda, sin título, sin derecho oficial, y tanto más poderosa cuanto que no tendrá ninguna de las apariencias del poder.” Así se enfrentaron dos ideologías de la revolución obrera conteniendo cada una una crítica parcialmente verdadera, pero perdiendo la unidad del pensamiento de la historia e instituyéndose ellas mismas en autoridades ideológicas. Organizaciones poderosas, como la social-democracia alemana y la Federación Anarquista Ibérica sirvieron fielmente a una u otra de estas ideologías; y en todas partes el resultado ha sido enormemente diferente del que se deseaba.
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El hecho de considerar la finalidad de la revolución proletaria como inmediatamente presente constituye a la vez la grandeza y la debilidad de la lucha anarquista real (ya que en sus variantes individualistas, las pretensiones del anarquismo resultan irrisorias). Del pensamiento histórico de las luchas de clases modernas el anarquismo colectivista retiene únicamente la conclusión, y su exigencia absoluta de esta conclusión se traduce igualmente en un desprecio deliberado del método. Así su crítica de la lucha política ha seguido siendo abstracta, mientras que su elección de la lucha económica sólo es afirmada en función de la ilusión de una solución definitiva arrancada de un solo golpe en este terreno, el día de la huelga general o de la insurrección. Los anarquistas tienen un ideal a realizar. El anarquismo es la negación todavía ideológica del Estado y de las clases, es decir, de las condiciones sociales mismas de la ideología separada. Es la ideología de la pura libertad que todo lo iguala y que aleja toda idea del mal histórico. Este punto de vista de la fusión de todas las exigencias parciales ha dado al anarquismo el mérito de representar el rechazo de las condiciones existentes para el conjunto de la vida, y no alrededor de una especialización crítica privilegiada; pero siendo considerada esta fusión en lo absoluto según el capricho individual antes que en su realización efectiva ha condenado también al anarquismo a una incoherencia fácilmente constatable. El anarquismo no tiene más que repetir y poner en juego en cada lucha su misma y simple conclusión total, porque esta primera conclusión era identificada desde el origen con la culminación integral del movimiento. Bakunin podía pues escribir en 1873, al abandonar la Federación Jurasiana: “En los últimos nueve años se han desarrollado en el seno de la Internacional más ideas de las que serían necesarias para salvar el mundo, si las ideas solas pudieran salvarlo, y desafío a cualquiera a inventar una nueva. El tiempo ya no pertenece a las ideas, sino a los hechos y a los actos.” Sin duda esta concepción conserva del pensamiento histórico del proletariado esta certeza de que las ideas deben llegar a ser prácticas, pero abandona el terreno histórico suponiendo que las formas adecuadas de este paso a la práctica están ya encontradas y no variarán más.
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Los anarquistas, que se distinguen explícitamente del conjunto del movimiento obrero por su convicción ideológica, van a reproducir entre ellos esta separación de competencias, proporcionando un terreno favorable a la dominación informal sobre toda organización anarquista de los propagandistas y defensores de su propia ideología, especialistas tanto más mediocres cuanto que por regla general su actividad intelectual se propone principalmente la repetición de algunas verdades definitivas. El respeto ideológico de la unanimidad en la decisión ha favorecido más bien la autoridad incontrolada en la organización misma de especialistas de la libertad; y el anarquismo revolucionario espera del pueblo liberado el mismo tipo de unanimidad, obtenida por los mismos medios. Por otra parte, el rechazo a considerar la oposición de las condiciones entre una minoría agrupada en la lucha actual y la sociedad de los individuos libres ha alimentado una permanente separación de los anarquistas en el momento de la decisión común, como lo muestra el ejemplo de una infinidad de insurrecciones anarquistas en España, limitadas y aplastadas en un plano local.
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La ilusión sostenida más o menos explícitamente en el anarquismo auténtico es la inminencia permanente de una revolución que deberá dar razón a la ideología y al modo de organización práctica derivado de la ideología, llevándose a término instantáneamente. El anarquismo ha conducido realmente, en 1936, una revolución social y el esbozo más avanzado que ha existido de un poder proletario. En esta circunstancia todavía hay que hacer notar, por una parte, que la señal de insurrección general fue impuesta por el pronunciamiento del ejército. Por otra parte, en la medida en que esta revolución no había sido concluida en los primeros días, por el hecho de la existencia de un poder franquista en la mitad del país, apoyado fuertemente por el extranjero mientras que el resto del movimiento proletario internacional ya estaba vencido, y por el hecho de la supervivencia de fuerzas burguesas o de otros partidos obreros estatistas en el campo de la República, el movimiento anarquista organizado se ha mostrado incapaz de extender las semi-victorias de la revolución e incluso de defenderlas. Sus jefes reconocidos han llegado a ser ministros y rehenes del Estado burgués que destruía la revolución para perder la guerra civil.
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El “marxismo ortodoxo” de la II Internacional es la ideología científica de la revolución socialista que identifica toda su verdad con el proceso objetivo en la economía y con el progreso de un reconocimiento de esta necesidad en la clase obrera educada por la organización. Esta ideología reencuentra la confianza en la demostración pedagógica que había caracterizado el socialismo utópico, pero ajustada a una referencia contemplativa hacia el curso de la historia: sin embargo, tal actitud ha perdido la dimensión hegeliana de una historia total tanto como la imagen inmóvil de la totalidad presente en la crítica utopista (al más alto grado, en el caso de Fourier). De semejante actitud científica, que no podía menos que relanzar en simetría las elecciones éticas, proceden las frivolidades de Hilferding cuando precisa que reconocer la necesidad del socialismo no aporta “ninguna indicación sobre la actitud práctica a adoptar. Pues una cosa es reconocer una necesidad y otra ponerse al servicio de esta necesidad” (Capital financiero). Los que han ignorado que el pensamiento unitario de la historia, para Marx y para el proletariado revolucionario no se distinguía en nada de una actitud práctica a adoptar debían ser normalmente víctimas de la práctica que simultáneamente habían adoptado.
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La ideología de la organización social-demócrata se ponía en manos de los profesores que educaban a la clase obrera, y la forma de organización adoptada era la forma adecuada a este aprendizaje pasivo. La participación de los socialistas de la II Internacional en las luchas políticas y económicas era efectivamente concreta, pero profundamente no-crítica. Estaba dirigida, en nombre de la ilusión revolucionaria, según una práctica manifiestamente reformista. Así la ideología revolucionaria debía ser destruida por el éxito mismo de quienes la sostenían. La separación de los diputados y los periodistas en el movimiento arrastraba hacia el modo de vida burgués a los que ya habían sido reclutados de entre los intelectuales burgueses. La burocracia sindical constituía en agentes comerciales de la fuerza de trabajo, para venderla como mercancía a su justo precio, a aquellos mismos que eran reclutados a partir de las luchas de los obreros industriales y escogidos entre ellos. Para que la actividad de todos ellos conservara algo de revolucionaria hubiera hecho falta que el capitalismo se encontrara oportunamente incapaz de soportar económicamente este reformismo cuya agitación legalista toleraba políticamente. Su ciencia garantizaba tal incompatibilidad; y la historia la desmentía en todo momento.
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Esta contradicción que Bernstein, al ser el socialdemócrata más alejado de la ideología política y el más francamente adherido a la metodología de la ciencia burguesa, tuvo la honestidad de querer mostrar – y el movimiento reformista de los obreros ingleses lo había mostrado también al prescindir de la ideología revolucionaria – no debía sin embargo ser demostrada de modo terminante más que por el propio desarrollo histórico. Bernstein, por otra parte lleno de ilusiones, había negado que una crisis de la producción capitalista viniera milagrosamente a empujar hacia delante a los socialistas que no querían heredar la revolución más que por esta consagración legítima. El momento de profundos trastornos sociales que surgió con la primera guerra mundial, aunque fue fértil en toma de conciencia, demostró por dos veces que la jerarquía social-demócrata no había educado revolucionariamente a los obreros alemanes, ni los había convertido en teóricos: la primera cuando la gran mayoría del partido se unió a la guerra imperialista, la segunda cuando, en el fracaso, aplastó a los revolucionarios espartaquistas. El ex-obrero Ebert creía todavía en el pecado, puesto que confesaba odiar la revolución “como al pecado”. Y este mismo dirigente se mostró buen precursor de la representación socialista que debía poco después oponerse como enemigo absoluto al proletariado de Rusia y de otros países, al formular el programa exacto de esta nueva alienación: “El socialismo quiere decir trabajar mucho”.
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Lenin no ha sido, como pensador marxista, sino el kautskista fiel y consecuente que aplicaba la ideología revolucionaria de este “marxismo ortodoxo” en las condiciones rusas, condiciones que no permitían la práctica reformista que la II Internacional llevaba consigo en contrapartida. La dirección exterior del proletariado, actuando por medio de un partido clandestino disciplinado, sometido a los intelectuales convertidos en “revolucionarios profesionales”, constituye aquí una profesión que no quiere pactar con ninguna profesión dirigente de la sociedad capitalista (el régimen político zarista era por otra parte incapaz de ofrecer tal apertura que se basa en un estado avanzado del poder de la burguesía). Se convierte pues en la profesión de la dirección absoluta de la sociedad.
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El radicalismo ideológico autoritario de los bolcheviques se desplegó a escala mundial con la guerra y el hundimiento ante ella de la socialdemocracia internacional. El sangriento final de las ilusiones democráticas del movimiento obrero había hecho del mundo entero una Rusia, y el bolchevismo, reinando sobre la primera ruptura revolucionaria que había traído consigo esta época de crisis, ofrecía al proletariado de todos los países su modelo jerárquico e ideológico para “hablar en ruso” a la clase dominante. Lenin no reprochó al marxismo de la II Internacional ser una ideología revolucionaria, sino haber dejado de serlo.
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El mismo momento histórico en que el bolchevismo ha triunfado por sí mismo en Rusia y la social-democracia ha combatido victoriosamente por el viejo mundo marca el nacimiento acabado de un orden de cosas que es el centro de la dominación del espectáculo moderno: la representación obrera se ha opuesto radicalmente a la clase.
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“En todas las revoluciones anteriores”, escribía Rosa Luxemburgo en la Rote Fahne del 21 de diciembre de 1918, “los combatientes se enfrentaban a cara descubierta: clase contra clase, programa contra programa. En la revolución presente las tropas de protección del antiguo régimen no intervienen bajo el estandarte de las clases dirigentes, sino bajo la bandera de un ‘partido social-demócrata’. Si la cuestión central de la revolución fuera planteada abierta y honradamente: capitalismo o socialismo, ninguna duda, ninguna vacilación serían hoy posibles en la gran masa del proletariado.” Así, días antes de su destrucción, la corriente radical del proletariado alemán descubría el secreto de las nuevas condiciones que había creado todo el proceso anterior (al que la representación obrera habría contribuido de modo importante): la organización espectacular de la defensa del orden existente, el reino social de las apariencias donde ninguna “cuestión central” puede ser ya planteada “abierta y honradamente”. La representación revolucionaria del proletariado en este estadio había llegado a ser a la vez el factor principal y el resultado central de la falsificación general de la sociedad.
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La organización del proletariado sobre el modelo bolchevique, que había nacido del atraso ruso y de la capitulación del movimiento obrero de los países avanzados ante la lucha revolucionaria, encontró también en el atraso ruso todas las condiciones que llevaban esta forma de organización hacia la inversión contrarrevolucionaria que contenía inconscientemente en su germen original; y la capitulación reiterada de la masa del movimiento obrero europeo ante el Hic Rhodus, hic salta del período 1918-1920, capitulación que incluía la destrucción violenta de su minoría radical, favoreció el desarrollo completo del proceso y permitió que el falaz resultado se afirmara ante el mundo como la única solución proletaria. La apropiación del monopolio estático de la representación y de la defensa del poder de los obreros, que justificó al partido bolchevique, le hizo llegar a ser lo que ya era: el partido de los propietarios del proletario, eliminando en lo esencial las formas precedentes de propiedad.
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Todas las condiciones de la liquidación del zarismo examinadas en el debate teórico siempre insatisfactorio durante veinte años entre las diversas tendencias de la socialdemocracia rusa – debilidad de la burguesía, peso de la mayoría campesina, papel decisivo de un proletariado concentrado y combativo pero extremadamente minoritario en el país – revelaron finalmente en la práctica sus soluciones, a través de una premisa que no estaba presente en las hipótesis: la burocracia revolucionaria que dirigía el proletariado, apoderándose del Estado, impuso a la sociedad una nueva dominación de clase. La revolución estrictamente burguesa era imposible; la “dictadura democrática de los obreros y de los campesinos” estaba vacía de sentido; el poder proletario de los soviets no podía mantenerse a la vez contra la clase de los campesinos propietarios, la reacción blanca nacional e internacional y su propia representación exteriorizada y alienada en partido obrero de los dueños absolutos del Estado, de la economía, de la expresión y pronto hasta del pensamiento. La teoría de la revolución permanente de Trotsky y Parvus, a la cual Lenin se unió de modo efectivo en abril de 1917, fue la única que llegó a verificarse en los países atrasados desde el punto de vista del desarrollo social de la burguesía, pero sólo tras la introducción de este factor desconocido que era el poder de clase de la burocracia. La concentración de la dictadura en las manos de la representación suprema de la ideología fue defendida con la mayor consecuencia por Lenin en los numerosos enfrentamientos de la dirección bolchevique. Lenin tenía razón contra sus adversarios cada vez que sostenía la solución implicada en las elecciones precedentes del poder absoluto minoritario: la democracia negada estatalmente a los campesinos debía negarse a los obreros, lo que llevaba a negarla a los dirigentes comunistas de los sindicatos, y en todo el partido, y finalmente hasta en la cima del partido jerárquico. En el X Congreso, en el momento en que el soviet de Cronstad era abatido por las armas y enterrado bajo la calumnia, Lenin pronunciaba contra los burócratas izquierdistas organizados en “Oposición Obrera” esta conclusión, cuya lógica extendería Stalin hasta una perfecta división del mundo: “Aquí, o bien allá con un fusil, pero no con la oposición… Estamos hartos de la oposición.”
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Al permanecer la burocracia como única propietaria de un capitalismo de Estado trató primero de asegurar su poder en el interior mediante una alianza temporal con el campesinado, después de Cronstadt, y con la “nueva política económica”, tal y como la defendió en el exterior utilizando a los obreros regimentados en los partidos burocráticos de la III Internacional como fuerza de apoyo de la diplomacia rusa, para sabotear todo movimiento revolucionario y sostener gobiernos burgueses con cuyo apoyo contaba en política internacional (el poder de Kuo-Min-Tang en la China de 1925-27, el Frente Popular en España y en Francia, etc.). Pero la sociedad burocrática debía proseguir su propia culminación mediante el terror ejercido sobre el campesinado para realizar la acumulación capitalista primitiva más brutal de la historia. Esta industrialización de la época estalinista revela la realidad última de la burocracia: es la continuación del poder de la economía, el salvamiento de lo esencial de la sociedad mercantil mediante el mantenimiento del trabajo-mercancía. Es la prueba de la economía independiente que domina la sociedad hasta el punto de recrear para sus propios fines la dominación de clase que le es necesaria: lo que equivale a decir que la burguesía ha creado un poder autónomo que, mientras subsista esta autonomía, puede hasta llegar a prescindir de la burguesía. La burocracia totalitaria no es “la última clase propietaria de la historia” en el sentido de Bruno Rizzi, sino solamente una clase dominante de sustitución para la economía mercantil. La propiedad privada del capitalismo decadente es reemplazada por un sub-producto simplificado, menos diversificado, concentrado en propiedad colectiva de la clase burocrática. Esta forma subdesarrollada de clase dominante es también la expresión del subdesarrollo económico; y no tiene otra perspectiva que superar el retraso de este desarrollo en ciertas regiones del mundo. El partido obrero, organizado según el modelo burgués de la separación, ha proporcionado el cuadro jerárquico-estatal a esta edición suplementaria de la clase dominante. Anton Ciliga anotaba en una prisión de Stalin que “las cuestiones técnicas de organización resultaban ser cuestiones sociales” (Lenin y la revolución).
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La ideología revolucionaria, la coherencia de lo separado de la que el leninismo constituye el más alto esfuerzo voluntarista, que detenta la gestión de una realidad que la rechaza, con el stalinismo reencontrará su verdad en la incoherencia. En este momento la ideología ya no es un arma, sino un fin. La mentira que ya no es contradicha se convierte en locura. Tanto la realidad como el fin son disueltos en la proclamación ideológica totalitaria: todo lo que ella dice es todo lo que es. Es un primitivismo local del espectáculo, cuyo papel es sin embargo esencial en el desarrollo del espectáculo mundial. La ideología que aquí se materializa no ha transformado económicamente el mundo, como el capitalismo que ha alcanzado el estadio de la abundancia; solo ha transformado políticamente la percepción.
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La clase ideológica-totalitaria en el poder es el poder de un mundo invertido: cuanto más fuerte es, más afirma que no existe, y su fuerza le sirve antes que nada para afirmar su inexistencia. Es modesta sólo en este punto, pues su inexistencia oficial debe coincidir también con el nec plus ultra del desarrollo histórico, que simultáneamente se debería a su dominio infalible. Expuesta por todas partes, la burocracia debe ser la clase invisible para la conciencia, de forma que toda la vida social se vuelve demente. La organización social de la mentira absoluta dimana de esta contradicción fundamental.
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El stalinismo fue el reino del terror para la clase burocrática misma. El terrorismo que funda el poder de esta clase debe golpear también a esta clase, ya que no posee ninguna garantía jurídica, ninguna existencia reconocida en tanto que clase propietaria que pudiera extender a cada uno de sus miembros. Su propiedad real está disimulada, y no ha llegado a ser propietaria sino a través de la falsa conciencia. La falsa conciencia solo mantiene su poder absoluto por el terror absoluto, donde todo verdadero motivo termina por perderse. Los miembros de la clase burocrática en el poder no tienen derecho de posesión sobre la sociedad más que colectivamente, en tanto que participantes en una mentira fundamental: es necesario que representen el papel del proletariado dirigiendo una sociedad socialista; que sean los actores fieles al texto de una infidelidad ideológica. Pero la participación efectiva en esta mentira debe verse reconocida como una participación verídica. Ningún burócrata puede sostener individualmente su derecho al poder, pues probar que es un proletario socialista sería manifestarse como lo contrario de un burócrata; y probar que es un burócrata es imposible porque la verdad oficial de la burocracia es que no existe. Así, cada burócrata está en dependencia absoluta con una garantía central de la ideología que reconoce una participación colectiva de su “poder socialista” a todos los burócratas que no destruye. Aunque los burócratas tomados en conjunto deciden sobre todas las cosas, la cohesión de su propia clase no puede ser asegurada más que mediante la concentración de su poder terrorista en una sola persona. En esta persona reside la única verdad práctica de la mentira en el poder: la fijación indiscutible de su frontera siempre rectificada. Stalin decide sin apelación quién es finalmente burócrata poseedor; es decir, quién debe ser llamado “proletario en el poder” o bien “traidor a sueldo de Mikado y de Wall Street”. Los átomos burocráticos sólo encuentran la esencia común de su derecho en la persona de Stalin. Stalin es el soberano del mundo que de esta forma se conoce como persona absoluta, para cuya conciencia no existe espíritu más elevado. “El soberano del mundo posee la conciencia efectiva de lo que él es – el poder universal de la efectividad – en la violencia destructiva que ejerce contra el Sí mismo de los sujetos que le hacen frente.” Es a la vez el poder que define el terreno de la dominación y “el poder que arrasa este terreno”.
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Cuando la ideología, convertida en absoluta por la posesión del poder absoluto, se ha transformado de conocimiento parcelario en mentira totalitaria, el pensamiento de la historia ha sido anulado tan perfectamente que la historia misma, al nivel del conocimiento más empírico, no puede ya existir. La sociedad burocrática totalitaria vive en un presente perpetuo, donde todo lo que ha sucedido existe para ella solamente como un espacio accesible a su política. El proyecto, ya formulado por Napoleón, de “dirigir monárquicamente la energía de los recuerdos” ha encontrado su concreción total en una manipulación permanente del pasado no solamente en las significaciones, sino también en los hechos. Pero el precio de esta liberación de toda realidad histórica es la pérdida de la referencia racional que es indispensable a la sociedad histórica del capitalismo. Sabemos lo que la aplicación científica de la ideología convertida en locura ha podido costar a la economía rusa, aunque sólo sea con la impostura de Lyssenko. Esta contradicción de la burocracia totalitaria administrando una sociedad industrializada, atrapada entre su necesidad y su rechazo de lo racional, constituye una de las deficiencias principales con respecto al desarrollo capitalista normal. Así como la burocracia no puede resolver como él la cuestión de la agricultura, es finalmente inferior a él en la producción industrial, planificada autoritariamente sobre las bases del irrealismo y de la mentira generalizada.
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El movimiento obrero revolucionario fue aniquilado entre las dos guerras por la acción conjugada de la burocracia estalinista y del totalitarismo fascista, que había adoptado su forma de organización como partido totalitario experimentado en Rusia. El fascismo ha sido una defensa extremista de la economía burguesa amenazada por la crisis y la subversión proletaria, el estado de sitio en la sociedad capitalista, por el que esta sociedad se salva y se aplica una primera racionalización de urgencia haciendo intervenir masivamente al Estado en su gestión. Pero tal racionalización está ella misma gravada por la inmensa irracionalidad de su medio. Si el fascismo se alza en defensa de los principales aspectos de la ideología burguesa convertida en conservadora (la familia, la propiedad, el orden moral, la nación) reuniendo a la pequeña burguesía y a los parados aterrados por la crisis o desilusionados por la impotencia de la revolución socialista, él mismo no es fundamentalmente ideológico. Se presenta como lo que es: una resurrección violenta del mito que exige la participación de una comunidad definida por seudo-valores arcaicos: la raza, la sangre, el jefe. El fascismo es el arcaísmo técnicamente equipado. Su ersatz descompuesto del mito es retomado en el contexto espectacular de los medios de condicionamiento e ilusión más modernos. Así, es uno de los factores en la formación del espectáculo moderno, del mismo modo que su participación en la destrucción del antiguo movimiento obrero hace de él una de las potencias fundadoras de la sociedad presente; pero como el fascismo resulta ser también la forma más costosa del mantenimiento del orden capitalista, debió abandonar normalmente el primer plano de la escena que ocupan las grandes representaciones de los Estados capitalistas, eliminado por formas más racionales y más fuertes de este orden.
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Cuando la burocracia rusa logró por fin deshacerse de las marcas de la propiedad burguesa que trababan su reino sobre la economía al desarrollar ésta para su propio uso y ser reconocida en el exterior entre las grandes potencias, quiso gozar tranquilamente de su propio mundo suprimiendo esta parte de arbitrariedad que se ejercía sobre ella misma: denunció el estalinismo de su origen. Pero tal denuncia sigue siendo estalinista, arbitraria, inexplicada e incesantemente corregida, pues la mentira ideológica de su origen no puede jamás revelarse. Así la burocracia no puede liberarse ni cultural ni políticamente porque su existencia como clase depende de su monopolio ideológico que, con todo su peso, es su único título de propiedad. La ideología ha perdido ciertamente la pasión de su afirmación positiva, pero lo que de ella subsiste de trivialidad indiferente tiene todavía esta función represiva de prohibir la menor concurrencia, de tener cautiva la totalidad del pensamiento. La burocracia está así ligada a una ideología que ya no es creída por nadie. Lo que era terrorista se ha vuelto irrisorio, pero esta misma irrisión no puede mantenerse si no es conservando en segundo plano el terrorismo del que hubiera querido deshacerse. Así, al mismo tiempo que la burocracia quiere demostrar su superioridad en el terreno del capitalismo se reconoce como pariente pobre del capitalismo. De la misma forma que su historia efectiva está en contradicción con su derecho y su ignorancia groseramente mantenida en contradicción con sus pretensiones científicas, su proyecto de rivalizar con la burguesía en la producción de una abundancia mercantil está entorpecido por el hecho de que tal abundancia lleva en sí misma su ideología implícita y surte normalmente una libertad indefinidamente extendida de falsas elecciones espectaculares, seudo-libertad que sigue siendo inconciliable con la ideología burocrática.
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En este momento del desarrollo el título de propiedad ideológica de la burocracia se derrumba ya a escala internacional. El poder que se había establecido nacionalmente como modelo fundamentalmente internacionalista debe admitir que no puede pretender sostener su falsa cohesión más allá de cada frontera nacional. El desigual desarrollo económico que conocen las burocracias, con intereses concurrentes, que han logrado poseer su “socialismo” fuera de un solo país, ha conducido al enfrentamiento público y completo de la mentira rusa y la mentira china. A partir de este punto cada burocracia en el poder o cada partido totalitario candidato al poder dejado por el periodo estalinista en algunas clases obreras nacionales debe seguir su propia vía. Sumándose a las manifestaciones de negación interior que comenzaron a afirmarse ante el mundo con la revuelta obrera de Berlín-Este que opuso a los burócratas su exigencia de “un gobierno de metalúrgicos” y que ya llegaron una vez hasta el poder con los consejos obreros de Hungría, la descomposición mundial de la alianza de la mistificación burocrática es, en último término, el factor más desfavorable para el desarrollo actual de la sociedad capitalista. La burguesía está en el trance de perder el adversario que la sostenía objetivamente unificando ilusoriamente toda negación del orden existente. Tal división del trabajo espectacular ve su fin cuando el rol seudo-revolucionario se divide a su vez. El elemento espectacular de la disolución del movimiento obrero va a ser él mismo disuelto.
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La ilusión leninista no tiene hoy otra base que las diversas tendencias trotskistas, en las que la identificación del proyecto proletario con una organización jerárquica de la ideología sobrevive firmamente a la experiencia de todos sus resultados. La distancia que separa el trotskismo de la crítica revolucionaria de la sociedad actual le permite también observar una distancia respetuosa respecto de posiciones que ya sostenían cuando se utilizaron en un combate real. Trotski permaneció hasta 1927 fundamentalmente solidario con la alta burocracia para intentar apoderarse de ella con el fin de hacerle reemprender una acción realmente bolchevique en el exterior (se sabe que en ese momento, para que el famoso “testamento de Lenin” pasara inadvertido, llegó a desautorizar calumniosamente a su partidario Max Eastman que lo había divulgado). Trotski fue condenado por su perspectiva fundamental, puesto que en el momento en que la burocracia se reconoce en su resultado como clase contrarrevolucionaria en el interior debe escoger también ser efectivamente contrarevolucionaria hacia el exterior en nombre de la revolución como el lugar en que ella reside. La lucha posterior de Trotski por una V Internacional contiene la misma inconsecuencia. Él se negó toda su vida a reconocer en la burocracia el poder de una clase separada porque se había convertido durante la segunda revolución rusa en partidario incondicional de la forma bolchevique de organización. Cuando Lukàcs mostró en 1923 de esta forma la mediación al fin descubierta entre la teoría y la práctica, en que los proletarios dejan de ser “espectadores” de los sucesos ocurridos en su organización para elegirlos y vivirlos de modo consciente, describía como méritos efectivos del partido bolchevique todo lo que el partido bolchevique no era. Lukàcs era todavía, a pesar de su profundo trabajo teórico, un ideólogo que habla en nombre del poder más vulgarmente exterior al movimiento proletario, que creía y hacía creer que se encontraba él mismo, con su personalidad total, en el poder como en lo que le es propio. Cuando las consecuencias mostraron de qué manera este poder deniega y suprime a sus lacayos, Lukàcs, desmintiéndose sin cesar, hizo ver con una nitidez caricatural con qué se había identificado exactamente: con lo contrario de sí mismo y de lo que había sostenido en Historia y conciencia de clase. Lukàcs verifica a la perfección la regla fundamental que juzga a todos los intelectuales de este siglo: lo que ellos respetan da la medida exacta su propia realidad despreciable. Lenin sin embargo nunca había fomentado este tipo de ilusiones sobre su actividad, y admitía que “un partido político no puede examinar a sus miembros para ver si hay contradicciones entre su filosofía y el programa del partido”. El partido real cuyo retrato soñado había presentado Lukàcs a destiempo no era coherente más que para una tarea precisa y parcial: tomar el poder en el Estado.
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La ilusión neo-leninista del trotskismo actual, al ser desmentida a cada instante por la realidad de la sociedad capitalista moderna, tanto burguesa como burocrática, encuentra normalmente un campo de aplicación privilegiado en los paises “subdesarrollados” formalmente independientes, donde la ilusión de una variante cualquiera de socialismo estatal y burocrático está consciente manipulada por las clases dirigentes locales como simple ideología del desarrollo económico. La composición híbrida de estas clases se vincula con más o menos nitidez con una gradación sobre el espectro burguesía-burocracia. Su juego a escala internacional entre estos dos polos del poder capitalista existente, así como sus compromisos ideológicos – notablemente con el islamismo -, que expresan la realidad híbrida de su base social, llegan a arrebatar a este último subproducto del socialismo ideológico de toda otra seriedad que no sea la policial. Una burocracia ha podido formarse encuadrando la lucha nacional y la revuelta agraria de los campesinos: entonces tiende, como en China, a aplicar el modelo estalinista de industrialización en una sociedad menos desarrollada que la Rusia de 1917. Una burocracia capaz de industrializar la nación puede formarse a partir de la pequeña burguesía de cuadros del ejército apoderándose del poder, como muestra el ejemplo de Egipto. En ciertos puntos, como en Argelia a la salida de su guerra de independencia, la burocracia que se constituyó como dirección para-estatal durante la lucha busca el punto de equilibrio de un compromiso para fusionarse con una débil burguesía nacional. Por último en las antiguas colonias de África Negra que siguen abiertamente ligadas a la burguesía occidental, americana o europea, una burguesía se constituye – con frecuencia a partir del poder de los jefes tradicionales del tribalismo – mediante la posesión del Estado: en estos paises donde el imperialismo extranjero sigue siendo el verdadero dueño de la economía llega un momento en que los compradores han recibido en compensación por su venta de productos indígenas la propiedad de un estado indígena, independiente de las masas locales pero no del imperialismo. En este caso se trata de una burguesía artificial que no es capaz de acumular, sino que simplemente dilapida tanto la parte de plusvalía del trabajo local que le corresponde como los subsidios extranjeros de los Estados o monopolios que son sus protectores. La evidencia de la incapacidad de estas clases burguesas para llevar a cabo la función económica normal de la burguesía compone ante cada una de ellas una subversión del modelo burocrático más o menos adaptado a las particularidades locales, que quiere apoderarse de su herencia. Pero el éxito mismo de una burocracia en su proyecto fundamental de industrialización contiene necesariamente la perspectiva de su fracaso histórico: acumulando el capital, acumula el proletariado, y crea su propio desmentido en un país donde éste todavía no existía.
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En este desarrollo complejo y terrible que ha arrastrado la época de las luchas de clases hacia nuevas condiciones el proletariado de los países industriales ha perdido completamente la afirmación de su perspectiva autónoma y, en último análisis, sus ilusiones, pero no su ser. No ha sido suprimido. Mora irreductiblemente existiendo en la alienación intensificada del capitalismo moderno: es la inmensa mayoría de trabajadores que han perdido todo el poder sobre el empleo de sus vidas y que, los que lo saben, se redefinen como proletariado, el negativo del obrero en esta sociedad. Este proletariado es reforzado objetivamente por el movimiento de desaparición del campesinado así como por la extensión de la lógica del trabajo en la fábrica que se aplica a gran parte de los “servicios” y de las profesiones intelectuales. Este proletariado se halla todavía subjetivamente alejado de su conciencia práctica de clase, no sólo entre los empleados sino también entre los obreros que todavía no han descubierto más que la impotencia y la mistificación de la vieja política. Sin embargo, cuando el proletariado descubre que su propia fuerza exteriorizada contribuye al fortalecimiento permanente de la sociedad capitalista, ya no solamente bajo la forma de su trabajo, sino también bajo la forma de los sindicatos, los partidos o el poder estatal que él había construido para emanciparse, descubre también por la experiencia histórica concreta que él es la clase totalmente enemiga de toda exteriorización fijada y de toda especialización del poder. Es portador de la revolución que no puede dejar nada fuera de sí misma, la exigencia de la dominación permanente del presente sobre el pasado y la crítica total de la separación; y es aquí donde debe encontrar la forma adecuada en la acción. Ninguna mejora cuantitativa de su miseria, ninguna ilusión de integración jerárquica son un remedio durable contra su insatisfacción, porque el proletariado no puede reconocerse verídicamente en una injusticia particular que haya sufrido ni tampoco en la reparación de una injusticia particular, ni de un gran número de injusticias, sino solamente en la absoluta injusticia de ser arrojado al margen de la vida.
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De los nuevos signos de negación, incomprendidos y falsificados por la organización espectacular, que se multiplican en los países más avanzados económicamente, se puede ya sacar la conclusión de que una nueva época ha comenzado: tras la primera tentativa de subversión obrera ahora es la abundancia capitalista la que ha fracasado. Cuando las luchas antisindicales de los obreros occidentales son reprimidas en primer lugar por los propios sindicatos y cuando las revueltas actuales de la juventud lanzan una primera contestación informe, que implica de modo inmediato el rechazo de la antigua política especializada, de arte y de la vida cotidiana, están aquí presentes las dos caras de una lucha espontánea que comienza bajo el aspecto criminal. Son los signos precursores del segundo asalto proletario contra la sociedad de clases. Cuando los hijos perdidos de este ejército todavía inmóvil reaparecen sobre este terreno, devenido otro y permaneciendo él mismo, siguen a un nuevo “general Ludd” que, esta vez, los lanza a la destrucción de las máquinas del consumo permitido.
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“La forma política por fin descubierta bajo la cual la emancipación económica del trabajo podría realizarse” ha tomado en este siglo una nítida figura en los Consejos obreros revolucionarios, concentrando en ellos todas las funciones de decisión y ejecución, y federándose por medio de delegados responsables ante la base y revocables en todo momento. Su existencia efectiva no ha sido hasta ahora más que un breve esbozo, enseguida combatido y vencido por las diferentes fuerzas de defensa de la sociedad de clases, entre las cuales a menudo hay que contar su propia falsa conciencia. Pannekoek insistía justamente sobre el hecho de que la elección de un poder de los Consejos obreros “plantea problemas” más que aporta una solución. Pero es precisamente en este poder donde los problemas de la revolución del proletariado pueden tener su verdadera solución. Es el lugar donde las condiciones objetivas de la conciencia histórica se reúnen; donde se da la realización de la comunicación directa activa, donde terminan la especialización, la jerarquía y la separación, donde las condiciones existentes han sido transformadas “en condiciones de unidad”. Aquí el sujeto proletario puede emerger de su lucha contra la contemplación: su conciencia equivale a la organización práctica que ella se ha dado, porque esta misma conciencia es inseparable de la intervención coherente en la historia.
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En el poder de los Consejos, que debe suplantar internacionalmente a cualquier otro poder, el movimiento proletario es su propio producto, y este producto es el productor mismo. Él mismo es su propio fin. Sólo ahí la negación espectacular de la vida es negada a su vez.
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La aparición de los Consejos fue la más alta realidad del movimiento proletario en el primer cuarto de siglo, realidad que pasó inadvertida o disfrazada porque desaparecía con el resto del movimiento que el conjunto de la experiencia histórica de entonces desmentía y eliminaba. En el nuevo momento de la crítica proletaria, este resultado vuelve como el único punto invicto del movimiento vencido. La conciencia histórica que sabe que tiene en sí misma su único medio de existencia puede reconocerlo ahora no ya en la periferia de lo que refluye sino en el centro de lo que aumenta.
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Una organización revolucionaria existente ante el poder de los Consejos – deberá encontrar su propia forma luchando – sabe ya por todas estas razones históricas que no representa a la clase. Debe reconocerse a sí misma solamente como una separación radical del mundo de la separación.
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La organización revolucionaria es la expresión coherente de la teoría de la praxis entrando en comunicación no-unilateral con las luchas prácticas y transformándose en teoría práctica. Su propia práctica es la generalización de la comunicación y la coherencia en estas luchas. En el momento revolucionario de la disolución de la separación social, esta organización debe reconocer su propia disolución en tanto que organización separada.
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La organización revolucionaria no puede ser más que la crítica unitaria de la sociedad, es decir, una crítica que no pacta con ninguna forma de poder separado, en ningún lugar del mundo, y una crítica pronunciada globalmente contra todos los aspectos de la vida social alienada. En la lucha de la organización revolucionaria contra la sociedad de clases, las armas no son otra cosa que la esencia de los propios combatientes: la organización revolucionaria no puede reproducir en sí misma las condiciones de escisión y de jerarquía de la sociedad dominante. Debe luchar permanentemente contra su deformación en el espectáculo reinante. El único límite de la participación en la democracia total de la organización revolucionaria es el reconocimiento y la autoapropiación efectiva, por todos sus miembros, de la coherencia de su crítica, coherencia que debe probarse en la teoría crítica propiamente dicha y en la relación entre ésta y la actividad práctica.
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Mientras la realización cada vez más instalada de la alienación capitalista a todos los niveles hace cada vez más difícil a los trabajadores reconocer y nombrar su propia miseria, los pone en la alternativa de rechazar la totalidad de su miseria o nada, la organización revolucionaria ha debido aprender que no puede ya combatir la alienación bajo formas alienadas.
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La revolución proletaria se halla enteramente supeditada a esta necesidad de que, por primera vez, la teoría como inteligencia de la práctica humana sea reconocida y vivida por las masas. Exige que los obreros lleguen a ser dialécticos e inscriban su pensamiento en la práctica; así pide a los hombres sin cualificar mucho más de lo que la revolución burguesa exigía a los hombres cualificados en quienes delegó su puesta en práctica: pues la conciencia ideológica parcial edificada por una parte de la clase burguesa tenía su base en esta parte central de la vida social, la economía, sobre la que esta clase tenía ya el poder. El desarrollo mismo de la sociedad de clases hasta la organización espectacular de la no-vida lleva al proyecto revolucionario a ser visiblemente lo que ya era esencialmente.
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La teoría revolucionaria es ahora enemiga de toda ideología revolucionaria y sabe que lo es.

La PPE: lucha, avance, compromiso y esperanza en un El Salvador más justo, incluyente y democrático

La PPE: lucha, avance, compromiso y esperanza en un El Salvador más justo, incluyente y democrático*

Por María Isabel Villegas 18 de agosto de 2015

“Oportunidades y desafíos para el país en el acceso a la PPE en situaciones de violencia sexual desde la perspectiva de la sociedad civil”.

Estimadas amigas y amigos, compañeras y compañeros:

Es un honor poder dirigirme a ustedes a nombre del FORO DE ONGs EN LA LUCHA CONTRA EL VIH, en esta importante ocasión en la cual damos a conocer el fruto de múltiples esfuerzos para que la sociedad salvadoreña pueda contar con un protocolo de Profilaxis Post Exposición, PPE, que permita a las personas (mujeres, hombres, niñas y niños), víctimas de violación sexual tener acceso a un régimen de tratamiento de corta duración, inmediatamente después de un posible contacto con el VIH para evitar la transmisión de la infección, protocolo que será aplicado tanto en el sector salud como en el sector justicia de nuestra administración pública.

Ha sido un largo camino recorrido para llegar al cumplimiento de esta meta. Permítanme compartirles algunas reflexiones sobre las oportunidades y desafíos que aún tenemos pendientes.

Como FORO DE ONGs EN LA LUCHA CONTRA EL VIH, uno de nuestros esfuerzos principales ha estado enfocado en influir en que el Gobierno proporcione una respuesta idónea al VIH en materia de prevención, retomando el tema de salud sexual y salud reproductiva, especialmente con las juventudes, pues aún no podemos asegurar que la epidemia está totalmente controlada.

Nuestra preocupante realidad.

Vivimos en una sociedad que cada vez se vuelve más insensible al dolor humano, y lo digo porque cuando se revisan documentos, cifras, todo es alarmante.
El Instituto Salvadoreño para el Desarrollo de la Mujer (ISDEMU) presentó el año pasado el Informe de Situación y Condición de las Mujeres Salvadoreñas 2009- 2014, donde se plantea que en él año 2013 la:
Procuraduría General de la República (PGR) atendió 937 casos de violencia sexual,
Policía Nacional Civil (PNC) atendió 2,737 casos, la
Fiscalía General de la República (FGR) atendió 6,624 casos y la
Corte Suprema de Justicia (CSJ) atendió 1,617 casos.
Y en el Ministerio de Salud, para el año 2013 se atendieron 502 personas que sufrieron violencia sexual (Fuente VIGEPES) de las cuáles fueron únicamente 350 personas las que fueron atendidas con Profilaxis post exposición (Fuente SUMEVE).
Se puede evidenciar como causas de este grave problema el vacío de coordinación que existe entre el sector Justicia y Salud, en la no referencia oportuna de los casos de violación sexual desde Justicia a Salud. Como causa se identifica la poca descentralización de los servicios de salud para la atención en PPE, demostrado porque solamente 22 hospitales ofrecen atención para PPE. Otra de las causas del problema es que posiblemente, el personal de justicia y salud desconoce las normativas médicas de urgencia en la atención, y además existe poca sensibilización en el tema.
Hemos revisado también como la PNC, FGR y CSJ han identificado en su mayoría, los siguientes delitos de violencia sexual: violaciones, violación en menor e incapaz, estupro, acoso sexual y otras agresiones sexuales.

Lo que permite evidenciar que la violencia sexual tiene como una de sus más abyectas expresiones la violación sexual, la cual es el medio para la transmisión del VIH. En este caso la aplicación de la PPE se convierte en una urgencia médica indispensable.
Es por todo lo anterior que miramos con mucha alegría la aprobación de éste protocolo, el cual constituye un paso muy importante que debemos de registrar desde la sociedad civil, no se pueden negar los avances que como país se tienen, quizás no con la rapidez que quisiéramos…pero avanzamos, y debemos de felicitarnos y a la vez comprometernos a acompañar en la implementación del protocolo ya que de no atender oportunamente este problema se tiene el riesgo de que los casos de VIH aumenten por causa de violaciones sexuales, aumenten las infecciones de transmisión sexual, se agudice y profundice la crisis social, económica y de salud, y al no estar coordinados los sectores las personas son re victimizadas, provocando mayor rechazo para buscar ayuda en el sistema judicial y de salud.
Cronología del proceso para aprobación del protocolo de PPE
Permítanme reseñar algunos momentos clave de este proceso. En el 2012 se aprobó la Guía de Atención para PPE, en la que se declara la atención por Violación Sexual como una urgencia médica y da el mandato a todo el personal de salud de actuar con la Profilaxis Post Exposición antes que sea atendido por el personal de justicia, pero sin menoscabo del resguardo de todas las evidencias jurídico legales.

Con el objetivo de hacer una coordinación efectiva entre el Sector de Justicia y el Sector Salud para la atención integral a las personas que sufren violencia sexual, la Mesa de Género del Sector Justicia elaboró la Ruta de atención para la coordinación interinstitucional, la que se presentó a la Comisión Coordinadora del Sector de Justicia en el año 2013. La Comisión Coordinadora compuesta por el Ministerio de Justicia y Seguridad Pública, La Fiscalía General de la República, La Procuraduría General de la República, la Corte Suprema de Justicia y el Consejo Nacional de la Judicatura, dieron el mandato para que se hiciera un Protocolo de coordinación interinstitucional.
La mesa de Género del Sector de Justicia, elaboró el Protocolo, el que fue presentado nuevamente a la Comisión Coordinadora en el 2014. La Comisión Coordinadora designó personal para su revisión, en el segundo semestre de 2014 en donde se introdujeron los aportes de las diferentes instancias. En noviembre de 2014 se vuelve a presentar el Protocolo a la Comisión Coordinadora y finalmente gracias a la incidencia que se realizó a través del FORO DE ONGs VIH, es aprobado y firmado este día, 18 de agosto.
Oportunidades y desafíos
Este proceso de implementación del protocolo de la PPE en el ramo de salud y de justicia nos permite encontrar múltiples oportunidades de colaboración, de coordinación, de generar una sinergia que potencia nuestra respuesta al flagelo del VIH. Es una oportunidad que no debemos de desaprovechar.
Como Foro de Ongs, queremos plantear cuatro principios básicos que deben ser el marco de referencia para los operadores de este sistema y que es necesario enfatizarlos, porque constituyen a la vez desafíos de una conducta basada en la calidad y la calidez de las relaciones entre personal, usuarias y usuarios del sistema de salud y de justicia. Me refiero a:
1.- Respeto: debemos de garantizar el trato cortés, en condiciones de privacidad adecuadas y por personal especializado.
2.- A la igualdad, preocuparnos por evitar la discriminación, la marginación, el estigma.
3.- A la Privacidad: se debe de guardar la debida confidencialidad sobre los datos de la persona atendida y a la
4.- Integralidad: las personas deben de recibir servicios de salud de las diferentes disciplinas para garantizar una adecuada atención, por parte del personal médico, psicológico, de trabajo social, etc.
Llamado final
Concluyo exhortando al funcionariado público, a servidoras y servidores públicos a asumir este nuevo desafío a favor de la ciudadanía salvadoreña así como también esperamos que en un mediano plazo, no sean solo 22 hospitales con los que se pueda contar con la PPE, sino todo el sistema de salud, haciendo más accesible a todas las personas que han sufrido violencia sexual.
Manifestamos nuestra voluntad como parte de la sociedad civil de acompañar este proceso para garantizar que avance y que cualquier dificultad, que seguramente las habrá en el camino, podamos resolverla siempre velando por el interés de las mayorías populares.
Asimismo, esperamos una mejor articulación entre el Sector Justicia y el Sector Salud para la atención integral y oportuna de las personas que sufren violencia sexual, mediante la implementación del Protocolo interinstitucional de atención a personas que sufren violencia sexual.
Muchas gracias ¡!!!!
*Ponencia realizada el 18 de agosto por Licda. María Isabel Villegas, a nombre del
FORO DE ONGs EN LA LUCHA CONTRA EL VIH, durante acto celebrado en Hotel Sheraton en el que se firma el Protocolo Inter-Institucional de la Profilaxis Pos Exposición (PPE) al VIH por parte de Ministerio de Salud, Ministerio de Justicia, Fiscalía General de la República y otros entes estatales.

¿Profundización de la confrontación hacia la crisis nacional?

Desde la denuncia del gobierno del partido y del partido de gobierno, hace un mes, de una estrategia deliberada de desgaste de la derecha conducente a un golpe de Estado, se ha conformado aceleradamente una nueva situación en El Salvador, profundizándose la confrontación nacional con consecuencias nefastas en la capacidad del gobierno y del país entero de enfrentar los grandes problemas nacionales. De seguir su curso y agudizarse, se profundizaría el entrampamiento nacional y una crisis cada vez mas generalizada que sometería a nuestro pueblo a sufrimientos mucho mayores de los que ya padece, volviéndose mucho mas difícil levantar al país después. Todavía estamos a tiempo de salirnos de semejante trampa, contribuyendo –todos– a evitar otra debacle nacional.

Después de la denuncia de la estrategia de desgaste conducente al golpe, citando recurrentemente al estadounidense Gene Sharp, teórico y estratega de los “golpes blandos”, identificaron como parte de dicha estrategia los asesinatos y el paro de las maras del Gran San Salvador la última semana de julio, luego lo denunciaron con sus contrapartes del ALBA solicitándoles su solidaridad. Inmediatamente después el presidente Maduro, de Venezuela, denunció la agresión de la derecha y el imperialismo al gobierno de izquierda en El Salvador, seguido de diversos representantes de gobiernos y partidos afines en Latinoamérica.

A continuación, en una reunión extraordinaria, los cancilleres del ALBA decidieron hacer frente a las amenazas de “golpes suaves” contra los Gobiernos de Ecuador y El Salvador, anunciándose una próxima misión de sus cancilleres al país. Y la prestigiosa revista académica estadounidense, de izquierda, The Nation, publicó un artículo donde analiza la estrategia de desgaste de la derecha contra el gobierno con la ayuda de Washington.

A principios de esta semana la Unión de Partidos Latinoamericanos (UPLA) se pronunció en San Salvador frente al agravamiento de la violencia y denunció la persecución política al partido ARENA, mientras el presidente de ANEP convocó a sus contrapartes de Venezuela y Ecuador para hablar del fracaso en sus países del “Socialismo del Siglo XXI” y advertir de los peligros de implementar ese modelo en El Salvador. El secretario general del FMLN interpretó dicha reunión con las contrapartes “golpistas” del presidente de ANEP como prueba de lo que vienen denunciando.

Dicha narrativa llega a El Salvador un año después del primer año de gobierno del presidente Sánchez Cerén, en que los crímenes han roto los récords históricos y el crecimiento lento de la economía se consolida. Pero el presidente de la República –que ganó por solo 6 mil votos y tiene un año después los niveles de popularidad más bajos del primer año de los gobiernos del último cuarto de siglo– y los otros dos líderes del partido creen que efectivamente hay una estrategia de golpe en ejecución. Esa es la línea que le han bajado a toda su militancia y amigos cercanos. Yo mismo lo comprobé cuando dos personas que aprecio vinculados históricamente con la tendencia hegemónica en el FMLN me dijeron, separadamente, que el gobierno y el partido “enfrentan una guerra de la oligarquía y del imperialismo…”. Esta semana convocaron a líderes afines del movimiento social a cerrar filas contra al golpe y por la gobernabilidad. Si han impulsado con tanta determinación esa estrategia es porque creen que les ayudará a cambiar progresivamente la correlación de fuerzas a su favor y a gobernar mejor.

Es posible que en este primer mes hayan avanzado en sensibilizar y cohesionar a la militancia y a sus más próximos aliados nacionales e internacionales, pero no creo que hayan logrado, todavía, nuevos apoyos y aliados a nivel nacional e internacional. Anteayer, en un evento de rendición de cuentas de la gestión del Ministerio de Relaciones Exteriores, el canciller Hugo Martínez invitó, con muy buen criterio, a tres buenos y distintos comentaristas. Al joven y moderado empresario Carlos Calleja –que ha acompañado al gobierno en las reuniones de la Alianza para la Prosperidad, por eso criticado por algunos de sus colegas más conservadores–, al embajador de la Unión Europea acreditado en nuestro país, Jaume Segura, y a la directora de la escuela de Relaciones Internacionales de la Universidad de El Salvador, Jackeline Rodas. Todos le apostaron a la unidad del país para enfrentar los problemas. Y ayer, el editorial siempre moderado y constructivo de LA PRENSA GRÁFICA, después de no darle crédito a los propósitos e intentos desestabilizadores, afirmaba “…en todos los casos en que esto se da, los efectos de insostenibilidad y de fracaso no son ocultables y el argumento más trillado para buscar escudos protectores por parte de aquellos que se han sumado a la aventura populista consiste en achacarles todas la responsabilidad de los trastornos en la vida diaria a los “enemigos” ideológicos”.

Bajo esta línea de conducción política se exacerbará la intolerancia, la estigmatización y la polarización, restándole espacios y legitimidad a las voces sensatas que desean que el gobierno y el país salgan adelante. Hay que actuar ahora y mañana, porque pasado mañana será mucho más difícil y costoso levantar al país que, por esta vía, se deteriorará aceleradamente en los próximos cuatro años, estallando antes una gran crisis nacional. Salgámonos ya de semejante trampa. Construyamos juntos otro camino. – See more at: http://www.laprensagrafica.com/2015/08/20/profundizacion-de-la-confrontacion-hacia-la-crisis-nacional#sthash.2RfMSpUv.dpuf

Desestabilización ¿Quién gana? ¿Quién pierde?

Desestabilización ¿Quién gana? ¿Quién pierde?
Eugenio Chicas 18 de agosto de 2015

En los últimos meses se ha debatido sobre la existencia o no de un proceso de desestabilización política en el país, que pueda desencadenar eventualmente en un golpe de estado tradición antigua o en un “golpe suave”, como han sido comunes en el periodo de postguerra fría. Para el análisis debemos empezar por nuestra historia, la que desafortunadamente ha sido muy prolífica en estos males.

En el siglo XIX se registraron en El Salvador cinco golpes de estado (1883, 1885, 1890, 1894, 1898); en el XX, siete (1913, 1931, 1944, 1948, 1960, 1961, 1979) y mientras éstos llegaban habían elecciones fraudulentas. Por supuesto en aquellos momentos carecíamos de institucionalidad electoral, sistema de libertades democráticas y pluralismo político e ideológico; teníamos un sistema de partidos y estado de derecho endebles. El Salvador funcionaba mediante decisiones ejecutivas, juntas de notables y, fundamentalmente, por la incidencia y control del poder económico y dictatorial de la época. Parte de esto nos condujo a la guerra civil, capítulo que fue superado con la suscripción de los Acuerdos de Paz, hecho de mayor trascendencia después de nuestra independencia patria.

En el periodo de posguerra fría cobró notoriedad mundialmente Gene Sharp, teórico ultraderechista promotor de nuevas modalidades de desestabilización, golpes de nuevo tipo y gestor de las nuevas guerras de este siglo, cuya propuesta es usurpar el poder de gobiernos legítimamente constituidos mediante operaciones enmarcadas fuera de convencionalismos tradicionales. Sus recetas están publicadas a los ojos de todos y son ávidamente estudiadas en alguna escuela de comunicaciones del país.

Como parte de ese diseño, la Primavera Árabe inaugura una nueva etapa de disputa del poder político que combina diversos ingredientes, que van desde la acción militar quirúrgica y la efervescencia social, hasta procesos de desestabilización política. Como núcleo de esta estrategia por recomponer correlaciones está el análisis, seguimiento, estímulo y potenciación de los conflictos internos de cualquier tipo, incluso el delincuencial-criminal, según los textos. A esto se agrega el uso de tecnología, comunicación –convencional y no convencional–, sumado a un neo oenegismo disfrazado de sociedad civil.

En América Latina esta diabólica aplicación tiene mayores componentes políticos, mediáticos, exposición en redes sociales y participación de grupos, hasta transnacionales, de una supuesta sociedad civil articulada coincidentemente con injerencia diplomática. Hay un fuerte componente comunicacional para estimular el desaliento, malestar y movilización antigubernamental, erosión de la institucionalidad policial y de las fuerzas armadas, descalificación sistemática del liderazgo institucional, boicot a programas de beneficio social y el consecuente bloqueo de toda iniciativa gubernamental progresista de corte social, así lo reflejan los estudiosos.

En El Salvador es notorio y demostrable un proceso de desestabilización política contra la institucionalidad de gobierno, en la que coinciden en tiempo y espacio tanto la oposición política partidaria de derecha, un sector empresarial ideologizado y un agrupamiento de medios de comunicación, acuerpados por sectores de derecha latinoamericana, bajo la complacencia de algunos diplomáticos extranjeros. Este proceso de desestabilización coincide –y esto no significa de ninguna manera responsabilizar a los referidos– con la agresión criminal pandillera, sabotaje económico vía extorsión, boicot al transporte, terror sistemático, rumores, bloqueo a obras y acciones del Estado en muchos territorios; lo que aunado a la desinformación y la invisibilización de las obras y acciones del gobierno, que se impone desde los mismos medios, produce desaliento y desesperanza absoluta en la población, generando un odio tal que llega al límite de identificar como única salida al problema de seguridad, la muerte de cada miembro de pandillas, no importando cómo.

Se agrega a esta situación la gestión en redes sociales exacerbando el descontento, estimulando el desbordamiento y la sedición dentro de las filas de la policía y del ejército, así como la permanente deslegitimación del actuar de los órganos de seguridad. Además, la movilización de sujetos que asumen el rol de portavoces de la sociedad civil promoviendo mecanismos que vulneren, por la vía de comisiones internacionales, la institucionalidad surgida de los Acuerdos de Paz y que terminan estimulando de manera artificial una agenda de reivindicaciones sociales, con el objeto de propiciar un permanente clima de malestar social. Otro factor es el bloqueo permanente del principal partido de oposición a toda iniciativa gubernamental desde la Asamblea Legislativa y en todo espacio de diálogo multisectorial, lo que podrá parecer normal por su rol natural pero contribuye en el escenario descrito.

El Salvador cuenta con un equilibrio a favor de las fuerzas revolucionarias democráticas y progresistas, somos producto del proceso de nuestra propia historia, lo que como país nos da la fortaleza de contar con la institucionalidad constitucional, política y social para defender las conquistas que tanto sacrificio costaron a nuestro pueblo y para enfrentar cualquier aventura desestabilizadora de quienes se resisten a comprender que somos una nueva sociedad y no estamos dispuestos a retroceder.

Colonialidad y Modernidad/Racionalidad (1992)

COLONIALIDAD Y MODERNIDAD- RACIONALIDAD
Aníbal Quijano (1992)

Con la conquista de las sociedades y de las culturas que habitan lo que hoy es nombrado como América Latina comenzó la formación de un orden mundial que culmina, 500 años después, en un poder global que articula todo el planeta. Ese proceso implicó, por una parte, la brutal concentración de los recursos del mundo, bajo el control y en beneficio de la reducida minoría europea de la especie y, ante todo, de sus clases dominantes. Aunque moderado por momentos frente a la revuelta de los dominados, eso no ha cesado desde entonces. Pero ahora, durante la crisis en curso, tal concentración se realiza con nuevo ímpetu, de modo quizás aún más violento y a escala largamente mayor, global. Los dominadores europeos “occidentales” y sus descendientes euro-norteamericanos son todavía los principales beneficiarios junto con la parte no europea del mundo que, precisamente, no fue antes colonia europea, Japón principalmente. Y en cada caso, sobre todo sus clases dominantes. Los explotados y dominados de América Latina y del África son las principales víctimas.
Por otra parte, fue establecida una relación de dominación directa, política, social y cultural de los europeos sobre los conquistados de todos los continentes. Esa dominación se conoce como colonialismo. En su aspecto político, sobre todo formal y explícito, la dominación colonial ha sido derrotada en la amplia mayoría de los casos. América fue el primer escenario de esa derrota. Posteriormente, desde la segunda guerra mundial, África y Asia. Así, el colonialismo, en el sentido de un sistema de dominación política formal de unas sociedades sobre otras, parece asunto del pasado. El sucesor, el imperialismo, es una asociación de intereses sociales entre los grupos dominantes (clases sociales o “etnias”) de países desigualmente colocados en una articulación de poder, más que una imposición desde el exterior.
Empero, la estructura colonial de poder produjo las discriminaciones sociales que posteriormente fueron codificadas como “raciales”, “étnicas”, “antropológicas” o “nacionales”, según los momentos, los agentes y las poblaciones implicadas. Esas construcciones intersubjetivas, producto de la dominación colonial por parte de los europeos, fueron inclusive asumidas como categorías (de pretensión “científica-objetiva”) de significación ahistórica, es decir como fenómenos naturales y no de la historia del poder. Dicha estructura de poder fue y todavía es el marco dentro el cual operan las otras relaciones sociales, de tipo clasista o estamental. En efecto, si se observan las líneas principales de la explotación y de la dominación social a escala global, las líneas matrices del poder mundial actual, su distribución de recursos y de trabajo entre la población del mundo, es imposible no ver que la vasta mayoría de los explotados, de los dominados, de los discriminados, son entre los miembros de las “razas”, de las “etnias” de las “naciones” en que fueron categorizadas las poblaciones colonizadas, en el proceso de formación de ese poder mundial , desde la conquista de América en adelante.
De la misma manera, no obstante que el colonialismo político fue eliminado, la relación entre la cultura europea, llamada también “occidental”, y las otras, sigue siendo una relación de dominación colonial. No se trata solamente de una subordinación de las otras culturas respecto de la europea, en una relación exterior. Se trata de una colonización de las otras culturas, aunque sin duda en diferente intensidad y profundidad según los casos. Consiste, en primer término, en una colonización del imaginario de los dominados. Es decir, actúa en la interioridad de ese imaginario. En una medida, es parte de él.
Eso fue producto, al comienzo, de una sistemática represión no sólo de específicas creencias, ideas, imágenes, símbolos o conocimientos que no sirvieran para la dominación colonial global. La represión recayó ante todo sobre los modos de conocer, de producir conocimiento, de producir perspectivas, imágenes y sistemas de imágenes, símbolos, modos de significación; sobre los recursos, patrones e instrumentos de expresión formalizada y objetivada, intelectual o visual. Fue seguida por la imposición del uso de los propios patrones de expresión de los dominantes, así como de sus creencias e imágenes referidas a lo sobrenatural, las cuales sirvieron no solamente para impedir la producción cultural de los dominados sino también como medios muy eficaces de control social y cultural, cuando la represión inmediata dejó de ser constante y sistemática.
Los colonizadores impusieron también una imagen mistificada de sus propios patrones de producción de conocimientos y significaciones. Los colocaron primero lejos del acceso de los dominados. Más tarde los enseñaron de modo parcial y selectivo, para cooptar algunos dominados en algunas instancias del poder de los dominadores. Entonces, la cultura europea se convirtió además en una seducción; daba acceso al poder. Después de todo, más allá de la represión, el instrumento principal de todo poder es su seducción. La europeización cultural se convirtió en una aspiración. Era un modo de participar en el poder colonial. Pero también podía servir para destruirlo y, después, para alcanzar los mismos beneficios materiales y el mismo poder que los europeos, para conquistar la naturaleza. En fin, para el “desarrollo”. La cultura europeas pasó a ser un modelo cultural universal. El imaginario en las culturas no europeas, hoy difícilmente podría existir y sobre todo, reproducirse fuera de esas relaciones.
Las formas y los efectos de esa colonialidad cultural han sido diferentes
según los momentos y los casos. En América Latina, la represión cultural y la colonización del imaginario fueron acompañadas de un masivo y gigantesco exterminio de los indígenas, principalmente por su uso como mano de obra desechable, además de la violencia de la conquista y de las enfermedades. La escala de ese exterminio (si se considera que entre el área azteca-maya-caribe y el área tawantinsuyana fueron exterminados alrededor de 35 millones de habitantes en un período menor de 50 años) fue tan vasta que implicó no solamente una gran catástrofe demográfica, sino la destrucción de la sociedad y de la cultura. La represión cultural junto con el genocidio masivo llevaron a que las previas altas culturas de América fueran convertidas en subculturas campesinas iletradas, condenadas a la oralidad. Esto es, despojadas de patrones propios de expresión formalizada y objetivada, intelectualmente adelante, los sobrevivientes no tendrían otros modos de expresión intelectual o plástica formalizada y objetivada, sino a través de los patrones culturales de los dominantes, aun subvirtiéndolos en ciertos casos, para trasmitir otras necesidades de expresión. América Latina es, sin duda, el caso extremo de la colonización cultural de Europa.
En Asia y en el Oriente Medio, las altas culturas no pudieron ser destruidas en esa intensidad y profundidad. Pero fueron colocadas en una relación de subalternidad, no solamente ante la mirada europea sino también ante sus propios portadores. La cultura europea u occidental, por el poder político militar y tecnológico de las sociedades portadoras, impuso su imagen paradigmática y sus principales elementos cognoscitivos como norma orientadora de todo desarrollo cultural, especialmente intelectual y artístico. Esa relación se convirtió, por consecuencia, en parte constitutiva de las condiciones de reproducción de aquellas sociedades y culturas, empujadas hacia la europeización en todo o en parte.
En el África, la destrucción cultural fue sin duda mucho más intensa que en Ásia, pero menor que en América. Los europeos no lograron tampoco allí la destrucción completa de los patrones expresivos, en particular de objetivación y formalización visual. Lo que hicieron fue despojarles de legitimidad y de reconocimiento en el orden cultural mundial dominado por los patrones europeos. Fueron encerrados en la categoría de “exóticos”. Eso es, sin duda, lo que se pone de manifiesto, por ejemplo, en la utilización de los productos de la expresión plástica africana como motivo, como punto de partida, como fuente de inspiración, del arte de los artistas occidentales o africanos europeizados, y no como un modo propio de expresión artística, de jerarquía equivalente a la norma europea. Y esa es, exactamente, una mirada colonial.
La colonialidad, en consecuencia, es aún el modo más general de dominación en el mundo actual una vez que el colonialismo como orden político explícito fue destruido. Ella no agota, obviamente, las condiciones ni las formas de explotación y de dominación existentes entre las gentes. Pero no ha cesado de ser, desde hace 500 años, su marco principal. Las relaciones coloniales de períodos anteriores probablemente no produjeron las mismas secuelas y sobre todo no fueron la piedra angular de ningún poder global.
A su vez no podrían ser plenamente explicadas al margen del colonialismo, sobre América Latina en particular. La gravitación decisiva de la colonialidad en la constitución del paradigma europeo de la racionalidad-modernidad, es revelada con claridad en la crisis actual de ese complejo cultural. Examinar algunas de las cuestiones básicas de esa crisis ayudará a mostrar ese problema.
EUROPA, COLONIALIDAD CULTURAL Y MODERNIDAD-RACIONALIDAD
Durante el mismo período en que se consolidaba la dominación colonial europea se fue constituyendo el complejo cultural conocido como la racionalidad/modernidad europea, el cual fue establecido como un paradigma universal de conocimiento y de relación entre la humanidad y el resto del mundo. Tal coetaneidad entre la colonialidad y la elaboración de la racionalidad-modernidad no fue de ningún modo accidental, como lo revela el modo mismo en que se elaboró el paradigma europeo del conocimiento racional. En realidad, tuvo implicaciones decisivas en la constitución del paradigma, asociada al proceso de emergencia de las relaciones sociales urbanas y capitalistas, las cuales a su vez no podrían ser plenamente explicadas al margen del colonialismo, sobre América Latina en particular.
La gravitación decisiva de la colonialidad en la construcción del paradigma europeo de la racionalidad/modernidad, es revelada con claridad en la crisis actual de este complejo cultural. Examinar algunas de las cuestiones básicas de esa crisis ayudara a mostrar ese problema.
LA CUESTIÓN DE LA PRODUCCIÓN DEL CONOCIMIENTO

Para comenzar, en la crisis actual del paradigma europeo de conocimiento racional está en cuestión su presupuesto fundamental, el conocimiento como producto de una relación sujeto-objeto. Aparte de los problemas de validación del conocimiento en él implicados, ese presupuesto levanta otros que es pertinente presentar brevemente aquí.
En primer término, en ese presupuesto, “sujeto” es una categoría referida al individuo aislado, porque se constituye en sí y ante sí mismo, en su discurso y en su capacidad de reflexión. El cogito, ergo sum cartesiano, significa exactamente eso. En segundo término, “objeto” es una categoría referida a una entidad no solamente diferente del “sujeto”-individuo, sino externo a él por su naturaleza. Tercero, el “objeto” es también idéntico a sí mismo, pues es constituido de “propiedades” que le otorgan esa identidad, le “definen”, esto es, lo deslindan y al mismo tiempo lo ubican respecto de los otros “objetos”.
Lo que está en cuestión en ese paradigma es, primero, el carácter individual e individualista del “sujeto” que como toda verdad a medias falsea el problema al negar la intersubjetividad y la totalidad social como sedes de la producción de todo conocimiento. Segundo, la idea de “objeto” no es compatible con el conocimiento a que llega la investigación científica actual, según el cual las “propiedades” son modos y momentos de un campo de relaciones dado, y en consecuencia no hay mucho lugar para una idea de identidad, de originalidad ontológicamente irreductible, al margen de un campo de relaciones. Tercero, la exterioridad de las relaciones entre “sujeto” y “objeto” fundada en diferencias de naturaleza, es una exacerbación arbitraria de las diferencias, puesto que la investigación actual llega más bien al descubrimiento de que hay una estructura de comunicación más profunda en el universo.

Se puede, por supuesto, reconocer en la idea de “sujeto” como individuo aislado, un elemento y un momento del proceso de liberación del individuo respecto de estructuras sociales adscriptivas que lo aprisionaban, pues lo condenaban a un único lugar y rol social para toda su vida, como ocurre en todas las sociedades de jerarquías rígidamente fijadas y sostenidas por la violencia y por ideologías e imaginarios correspondientes, como era el caso de las sociedades-culturas europeas premodernas. Esa liberación era una lucha social y cultural, asociada a la emergencia de las relaciones sociales del capital y de la vida urbana. Pero de otro lado, esa propuesta es hoy inadmisible en el campo actual del conocimiento. La subjetividad individual diferenciada es real; pero no existe sólo ante sí o por sí. Existe como parte diferenciada, mas no separada, de una intersubjetividad. Todo discurso, toda reflexión individual remite a una estructura de intersubjetividad. Está constituida en ella y ante ella. El conocimiento, en esta perspectiva, es una relación intersubjetiva a propósito de algo, no una relación entre una subjetividad aislada, constituida en sí y ante sí, y ese algo.

Probablemente no es un accidente que e1 conocimiento fuera pensado entonces del mismo modo que la propiedad, como una relación entre un individuo y algo. El mismo mecanismo mental subyace a ambas ideas, en el momento en que está en emergencia la sociedad moderna. La propiedad,sin embargo, como el conocimiento, es una relación entre las gentes a propósito de algo, no una relación entre un individuo y algo. Lo que diferencia a tales fenómenos es que la relación de propiedad existe tanto de modo material como intersubjetivo. El conocimiento, sólo como una relación intersubjetiva.

Parece, pues, demostrable la asociación entre individualismo y los conflictos sociales y culturales europeos en el momento de elaboración del principal paradigma europeo de racionalidad. Pero en ese individualismo hay otro componente cuya explicación no se agota en el contexto interno de Europa. La radical usencia del “otro” no solamente postula una imagen atomística de la existencia social en general. Esto es, niega la idea de totalidad social. Como lo mostraría la práctica colonial europea, el paradigma hace posible también omitir toda referencia a todo otro “sujeto” fuera del contexto europeo, esto es, hacer invisible el orden colonial como totalidad, en el momento mismo en que la propia idea de Europa está constituyéndose precisamente por relación con le resto del mundo en colonización.

La emergencia de la idea de occidente o de “Europa” , es una admisión de identidad, esto es, de relaciones con otras experiencias culturales, de diferencias con las otras culturas. Pero para esa percepción “europea” u “occidental” en plena formación, esas diferencias fueron admitidas ante todo como desigualdades en el sentido jerárquico. Y tales desigualdades son percibidas como de naturaleza: solo la cultura europea es racional, puede contener “sujetos”. Las demás, no son racionales. No pueden ser o cobijar “sujetos”. En consecuencia, las otras culturas son diferentes en el sentido de ser desiguales, de hecho inferiores, por naturaleza. Sólo pueden ser “objetos” de conocimiento o de prácticas de dominación. En esa perspectiva, la reacción entre la cultura europea y las otras culturas se estableció y desde entonces se mantiene como una relación entre “sujeto” y “objeto”. Bloqueó en consecuencia toda relación de comunicación y de intercambio de conocimientos y de modos d eproducir conocmientos entre las culturas, ya que el paradigma indica que entre “sujeto y “objeto” no puede haber sino una relación de exterioridad. Semejante perspectiva mental, tan perdurable corno su práctica durante 500 años, no podría haber sido sino el producto de una relación de colonialidad entre Europa y el resto del mundo. En otros términos, el paradigma europeo de conocimiento racional no solamente fue elaborado en el contexto de, sino como parte de una estructura de poder que implicaba la dominación colonial europea sobre el resto del mundo. Ese paradigma expresó, en un sentido demostrable, la colonialidad de esa estructura de poder.
La formación y el desarrollo de ciertas disciplinas como la etnología y la antropología como ha sido ya largamente debatido, sobre todo desde la segunda guerra mundial, han mostrado siempre esa clase de relaciones “sujeto-objeto” entre la cultura “occidental” y las demás. Por definición, son las otras culturas el “objeto” de estudio. Estudios de ese carácter sobre las sociedades y culturas occidentales son virtualmente inexistentes, salvo como ironica parodia.”The ritual among the Nachtema”-anagrama de American- es un típico ejemplo.
LA CUESTIÓN DE LA TOTALIDAD EN EL CONOCIMIENTO
A pesar de su ausencia en el paradigma cartesiano, la necesidad intelectual de la idea o de la perspectiva de totalidad, especialmente en referencia a la realidad social, estuvo presente en el debate europeo. En los países ibéricos, desde temprano (Vitoria, Suárez) estuvo al servicio de la preservación del poder defendido entre la Iglesia y la corona. En Francia, bastante más tarde, desde el siglo XVIII, y entonces ya como uno de los elementos claves de la crítica social y de propuestas sociales alternativas. Sobre todo a partir de Saint-Simon, la idea de totalidad social fue difundida junto con las propuestas de cambio socia revolucionario, en confrontación con la perspectiva atomística de la existencia social que entonces era predominante entre los empiristas y entre los partidarios del orden social y político vigente. Y en el siglo XX, la totalidad llegó a ser una perspectiva y una categoría generalmente admitida en la investigación científica, en especial sobre la sociedad.
No obstante, la racionalidad/modernidad europeo-occidental se constituye no solamente en diálogo conflictivo con la Iglesia y con la religión, sino también en el mismo proceso de reestructuración del poder, por una parte, en relaciones sociales urbanas y capitalistas y estados-nación; y por otra, de colonización del resto del mundo. Ese hecho no fue, probablemente, ajeno a que la perspectiva de totalidad social fuera elaborada según una imagen organicista, que terminó prohijando una visión reduccionista de la realidad.
En efecto, aquella perspectiva fue, sin duda, útil para introducir y fijar la idea de totalidad social, esto es, de sociedad. Pero fue también instrumental para hacer los mismo con dos ideas una, la sociedad como estructura de relaciones funcionales entre todas y cada una de las partes y en consecuencia, vinculadas a la acción de una y única lógica. En consecuencia, una totalidad cerrada. Llevó más tarde a la idea sistémica de la totalidad, en el estructural-funcionalismo. Otra, la sociedad como una estructura en donde las partes se relacionan según las mismas reglas de jerarquía entre los órganos, de acuerdo con la imagen que tenemos de todo organismo y en particular del humano. Es decir, donde existe una parte que rige a las demás (el cerebro) aunque no puda prescindir de ellas para existir; así como estás ( en particular las extremidades) no podrían existir sin relacionarse subordinadamente a esa parte rectora del organismo. Es la imagen que se difunde sobre la empresa y las relaciones entre empresarios y trabajadores, que prolonga la leyenda del ingenioso discurso de Menenio Agripa, en los comienzos de la república romana, para disuadir a los primeros huelguistas de la historia: los propietarios son el cerebro y los trabajadores son los brazos, que forman con el resto del cuerpo la sociedad. Sin el cerebro, los brazos no tendrían sentido, así como sin éstos el cerebro no podría existir. Ambos son necesarios para que el resto del cuerpo viva y se mantenga sano, sin lo cual ni el cerebro, ni los brazos, a su vez, podrían vivir. Así, los poderosos son el cerebro; los trabajadores, los brazos. La propuesta de Kautsky, adoptada por Lenin, según la cual los proletarios no son capaces por sí mismos de elaborar su conciencia de clase y la inteligencia burguesa o de la pequeña burguesía es la que debe enseñársela, es una variante de la misma imagen. Y no por accidente: Lenin sostenía, explícitamente, ya en su polémica con los populistas rusos (“quiénes son los Amigos del Pueblo’”), que la sociedad es una totalidad orgánica. En América Latina, esa figura ha sido usada reiteradamente. Por ejemplo, Jaime Paz Zamora en una entrevista periodística, para referirse a la relación entre los partidos políticos y los sindicatos, entre los intelectuales y los obreros en Bolivia afirma: los partidos son la cabeza, los sindicatos son los pies. Esa idea impregna, con frecuencia, las prácticas de la generalidad de los partidos políticos y sus “bases” populares.
Esa idea organicista de totalidad social, de sociedad, no es incompatible con el paradigma general del conocimiento como una relación sujeto-objeto. Tampoco la variante sistemática. Son una opción alternativa frente a la perspectiva atomística de la realidad, pero se sustentan en el mismo paradigma. Con todo, durante el siglo XIX y buena parte del siglo XX, la crítica social y las propuestas de cambio social pudieron apoyarse en esa imagen organicista, porque ponía de manifiesto la existencia del poder como articulador de la sociedad. Contribuyó, de ese modo, a establecer y debatir la cuestión del poder en la sociedad.
De otro lado, esas ideas implican el presupuesto de una totalidad históricamente homogénea, a pesar de que el orden articulado por el colonialismo no lo era. Por tanto, la parte colonizada no estaba en el fondo, incluida en esa totalidad. Como es conocidoo, en la Europa de la Ilustración las categorías de humanidad y sociedad no se extendían a los pueblos no “occidentales” o solamente de manera formal, en el sentido de que tal reconocimiento no tenía efectos prácticos. Y en todo caso, de acuerdo con la imagen organicista de la totalidad, la parte rectora, el cerebro del organismo total, era Europa. Y en cada parte colonizada del mundo, los europeos. La conocida monserga de que los pueblos colonizados eran el white man’s burden, está directamente asociada a esa imagen.
De ese modo, finalmente, aquellas ideas de totalidad que elaboraban una imagen de la sociedad como estructura cerrada, articulada en un orden jerárquico, con relaciones funcionales entre las partes, presuponían una lógica histórica única para la totalidad histórica, y una racionalidad que consistía en la sujeción de cada parte a esa lógica única de la totalidad. Esa idea lleva a concebir la sociedad como un macrosujeto histórico, dotado de uan racionalidad histórica, de una legalidad que permitía prever el comportamiento de la totalidad y de cada parte y 1a dirección y la finalidad de su desenvolvimiento en el tiempo. La parte rectora de la totalidad encarnaba, de algún modo, esa lógica histórica. En este caso, respecto del mundo colonial, Europa. Nada sorprendente en consecuencia, que la historia fuera concebida como un continuum evolutivo desde lo primitivo a lo civilizado; de lo tradicional a lo moderno; de lo salvaje a lo racional; del precapitalismo al capitalismo, etc. Y que Europa se pensara a sí misma como espejo del futuro de todas las demás sociedades y culturas; como el modo avanzado de la historia de toda la especie. Lo que no deja de ser sorprendente, de todos modos, es que Europa 1ograra imponer ese espejismo prácticamente a la totalidad de las culturas que colonizo. Y mucho más, que semejante quimera, sea aún hoy tan atractiva y para tantos.
LA RECONSTITUCIÓN EPISTEMOLÓGICA: LA DESCOLONIZACIÓN
La idea de totalidad en general está hoy cuestionada y negada en Europa, ya no solamente por los empiristas de siempre, sino por toda una corriente intelectual que se denomina postmodernista. En efecto, la idea de totalidad es un producto en Europa, de la modernidad. Y es demostrable, como acaba de verse, que las ideas europeas de la totalidad llevaron al reduccionismo teórico y a la metafísica de un macrosujeto histórico. Tales ideas han estado, además, asociadas a prácticas políticas indeseables, detrás del sueño de racionalización total de la sociedad.
No es necesario, sin embargo, recusar toda idea de totalidad para desprenderse de las ideas e imágenes con las cuales se elaboró esa categoría dentro de la modernidad europea. Lo que hay que hacer es algo muy distinto: liberar la producción del conocimiento, de la reflexión y de la comunicación de los baches de la racionalidad/modernidad europea.
Fuera de occidente, virtualmente en todas las culturas conocidas, toda cosmovisión, todo imaginario, toda producción sistemática de conocimiento, están asociados a una perspectiva de totalidad. Pero en esas culturas la perspectiva de totalidad en el conocimiento incluye el reconocimiento de la heterogeneidad de toda realidad, de su irreductible carácter contradictorio; de la legitimidad, esto es, la deseabilidad del carácter diverso de los componentes de toda realidad y de la social en consecuencia. Por tanto, la idea de totalidad social en particular no solamente no niega sino que se apoya en la diversidad y en la heterogeneidad históricas de la sociedad, de toda sociedad. En otras términos, no solamente no niega sino que requiere la idea del “otro” diverso, diferente. Y esa diferencia no implica necesariamente, ni la naturaleza desigual del otro y por eso la exterioridad absoluta de las relaciones, ni la desigualdad jerárquica o la inferioridad social del otro. Las diferencias no son necesariamente el fundamento de la dominación. Al mismo tiempo y por eso mismo, allí la heterogeneidad histórico-estructural implica la copresencia y la articulación de diversas “lógicas” históricas en torno de alguna de ellas, hegemónica, pero de ningún modo única. De esa manera cierra el paso a todo reduccionismo, así como a la metafísica de un macrosujeto histórico capaz de racionalidad propia y de teleología histórica, de la cual los individuos y los grupos específicos, las clases, por ejemplo, serían apenas portadores o… misioneros.
La crítica del paradigma europeo de la racionalidad/modernidad es indispensable. Más aún, urgente. Pero es dudoso que el camino consista en la negación simple de todas sus categorías; en la disolución de la realidad en el discurso; en la pura negación de la idea y de la perspectiva de totalidad en el conocimiento. Lejos de eso, es necesario desprenderse de las vinculaciones de la racionalidad-modernidad con la colonialidad, en primer término, y en definitiva con todo poder no constituido en la decisión libre de gentes libres. Es la instrumentalización de la razón por el poder colonial, en primer lugar, lo que produjo paradigmas distorsionados de conocimiento y malogró las promesas liberadoras de la modernidad. La alternativa, en consecuencia, es clara: la destrucción de la colonialidad del poder mundial. En primer término, la descolonización epistemológica para dar paso a una nueva comunicación intercultural, a un intercambio de experiencias y de significaciones, como la base de otra racionalidad que pueda pretender, con legitimidad, alguna universalidad. Pues nada menos racional, finalmente, que la pretensión de que la específica cosmovisión de una etnia particular sea impuesta como la racionalidad universal, aunque tal etnia se llame Europa occidental. Porque eso, en verdad, es pretender para un provincianismo el título de universalidad.
La liberación de las relaciones interculturales de la prisión de la colonialidad también entraña también la a libertad de todas las gentes, de optar individual o colectivamente en tales relaciones; una libertad de opción entre las diversas orientaciones culturales. Y sobre todo, la libertad para producir, criticar cambiar e intercambiar cultura sociedad. Es parte, finalmente, el proceso de liberación social de todo poder organizado como desigualdad, como discriminación, como explotación, como dominación.

Cuba, Estados Unidos y la bandera invicta

Cuba, Estados Unidos y la bandera invicta
agosto 18, 2015 Voces Comentar
Publicado en: Actualidad, Contracorriente – Dagoberto Gutiérrez, Foro de opiniones, Voces Ciudadanas

Dagoberto Gutiérrez

Más de 50 años después del triunfo de la Revolución Cubana y la derrota estadounidense en impedir y sabotear esa revolución, se informó, para sorpresa y desagrado de algunos, alegría de muchos y preocupaciones realistas de otros, de negociaciones entre los dos gobiernos.

Sabemos muy bien que la negociación es una confrontación continuada que se corresponde con una correlación que la hace inevitable, necesaria y posible. Esto es así porque resulta que solo los fuertes negocian y esta aparece cuando ninguna parte puede vencer a la otra en otros terrenos.

Es cierto que el Papa Francisco también tejió, con sus hilos finos y sabios, parte de este tejido de relaciones diferentes entre los dos países y gobiernos; pese a lo cual, el nervio de la situación lo constituyen las condiciones materiales, reales, del imperio estadounidense y de la misma revolución cubana.

Se trata de la confrontación continuada y llevada al terreno propio de los dos países, porque las relaciones diplomáticas, que es de lo que se trata en estos momentos, no implica la normalización de las relaciones, y en realidad, el núcleo del asunto parece estar en la posibilidad de esa normalización, porque aquí, en este terreno, está situado el fin del bloqueo, el fin de Guantánamo como territorio estadounidense enclavado en Cuba, el fin de las intervenciones abiertas o solapadas contra la revolución, y esto, al mismo tiempo, significa el verdadero reconocimiento estadounidense al hecho, que hasta ahora es amargo, de que Cuba, estando en el área natural de influencia del imperio, es independiente y se gobierna por sí misma.

Suponiendo que esta normalización se alcanzara, lo que es un supuesto, en realidad, se estaría abriendo una especie de capítulo decisivo de una misma confrontación histórica, en donde la revolución cubana enfrentará en su propia casa, en su propio dormitorio y su sala de estar, al enemigo histórico, dispuesto a batir en el terreno ideológico y económico a ese enemigo terco que insiste en mantenerse en pie y en actualizarse, que se llama socialismo.

Para Cuba, la confrontación aparece situada en el terreno de la sociedad, y es una especie de prueba de fuego en donde la conciencia se enfrentará al mercado con sus perfumes exóticos, sus atrayentes mercancías y su consumo, ocultando las necesidades. En este terreno, el mercado sabe cómo hacer de cada persona un simple consumidor, es decir, un animal que se preocupa por adquirir lo que desea y no lo que necesita, y un ser humano, cuyo valor depende de las cosas que adquiere, es decir, un ser humano sin humanidad. En este escenario, todo cubano se enfrentará al capital, al mercado y a la propiedad privada de los medios de producción. Es el capitalismo con sus trajes atrayentes el que desfilará por las calles de La Habana.

Esta confrontación, inevitable, requiere de la dirigencia cubana la mayor de sus firmezas y sabidurías, la mayor flexibilidad sin rendiciones, la mayor ausencia de concesiones ideológicas, la mayor vinculación con el pueblo y su conciencia, el mayor conocimiento del pálpito subjetivo de cada cubano y cubana, y del mayor conocimiento del escenario estadounidense. Porque hemos de saber que el discurso que el Canciller Kerry dio en La Habana, en ocasión de izar su bandera en su embajada, no fue para Cuba ni para los cubanos, más bien fue para los republicanos y demócratas de su propio país.

Es bueno saber que en esta coyuntura, el imperio se encuentra dividido y debilitado, tanto geopolíticamente como psicológicamente, como nación. Y Cuba es un tema sangrante que divide y mortifica al imperio. No olvidemos que Cuba es para Washington, algo parecido a lo que Cartago significó para el Imperio Romano en su época. Pues bien, los republicanos han anunciado que de ganar las elecciones venideras, desvanecerán todo lo hecho en La Habana hasta ahora. Y es que saben que para Obama, la normalización de las relaciones con Cuba es una especie de legado histórico de su gestión, es como lo último y quizá lo único, que este presidente débil y fiel puede atesorar en su vida política. Por supuesto que sus enemigos no se lo permitirán fácilmente. Frente a esta división y debilidad imperial, Cuba aparece unida, más cohesionada, pero también con más expectativa y expectante, pareciendo saber que ese mercado que inundará sus calles de mercancías, que romperá las ventajas de Cuba en el mundo, que destruirá su ambiente, su oxigeno, que colgará televisores en sus palmeras y regará sus avenidas con perfumes.

Ese mercado que lleva cuchillos en sus luces, también lleva la libertad y la democracia del capitalismo, que es la libertad del mercado por encima de la del ser humano, y la democracia capitalista, que es la dictadura de una minoría, dueña de toda la riqueza y el poder, frente a una mayoría dedicada a rumiar y a consumir la esclavitud ante las cosas.

Claro que la Casa Blanca responde a las presiones y pulsaciones de su economía, porque en el planeta aparecen otros centros de poder que pugnan por un mundo multipolar, con fuerza y prestigio, y ya no es Washington el único poder. Cuba se ha desconectado del bloque imperial y se ha conectado a este bloque nuevo, al camino que lleva a la multipolaridad, y por eso es que la clave parece estar en las negociaciones decisivas y determinantes, situadas en el terreno de la normalización. Aquí están los temas que siguen siendo amargos y siguen siendo las claves de una nueva relación.

Para el imperio es traumático reconocer a Cuba y su revolución; para Cuba es una victoria y una continuación de la lucha en momentos particularmente peligrosos para la paz mundial, cuando todo está dispuesto para confrontaciones que pueden ser las últimas. En estos momentos es cuando se abre para la revolución este escenario lleno de riesgos y de posibilidades, en donde se camina sobre brasas encendidas, cubiertas de aserrín en algunos tamos, y en donde la mayor firmeza de la revolución es el requisito minino para remontar con victoria este tramo, porque aun cuando los demócratas fueran derrotados por los republicanos en sus próximas elecciones presidenciales, deshacer lo hecho por Obama, no será una derrota para Cuba. Pero, aún en medio de la provisionalidad de lo actuado hasta ahora, la dignidad de la revolución, su firmeza, su flexibilidad, ha de garantizar su seguridad. Porque toda aquella fuerza imperial que eche para atrás lo hecho por esta administración de Obama, tendrá que hacer algo diferente que sustituya la espectacularidad de un anuncio que para los estadounidenses significa que Cuba vuelve a ser de ellos. Así interpretarán muchos ciudadanos de ese país el anuncio de la apertura de relaciones diplomáticas. Y pensarán, al mismo tiempo, que es Cuba la que necesita regresar al redil para sobrevivir.

Todos estos factores están en juego en la coyuntura y este es el momento más crucial de cruz de caminos, donde distinguir entre el rumbo y la dirección es determinante, porque el rumbo es el norte que te guía, es la montaña azul que se mira en la distancia y es para dónde vas y a donde te diriges, y la dirección son los caminos diferentes que te conducen a ese rumbo, pero en esa bifurcación de direcciones puedes perder el rumbo, y todo esto está en juego en todo momento, y mucho más, en los actuales, donde se construye, ni más ni menos, que un nuevo mundo multipolar que se enfrenta a la unipolaridad imperial.

Estamos seguros que Cuba sabrá remontar el fulgor de las luces, la humedad del camino y el temblor del riesgo inevitable.

Usulután gente de aquí y de allá gente mágica

Usulután gente de aquí y de allá gente mágica

Publicado por: Tres Mil 15 agosto, 2015 en Suplemento Tres Mil | 3000 2 Comentarios

Manuel Luna

Escritor y poeta salvadoreño

Lo que aquí escribo, es tratar de conservar ese tiempo que viví en la ciudad de Usulután, así como también rescatar todas esas personas del pueblo, gente humilde que con el tiempo se me convirtieron en mi memoria en personajes míticos. Muchas de ellas no merecieron vivir de la manera que cuento y lo que relato lo escuche de otras personas y otras escenas las viví. Hay personas que dejaron esta vida de una manera violenta cuando llego la guerra y otras dejaron esta existencia con los pasos de los años y otras en ciudades a las que emigraron de las que yo fui testigo. Y otras que fallecieron, en ese poblado que hoy es una ciudad donde todo esto desapareció, un poblado que tuvo su magia. Y hoy lo conforma otra generación de habitantes.

Lo que aquí se escribe es tratado con el debido respeto que ellas se merecen en su memoria y dedicado para aquellas que aun viven.

Usulután 1969

Parecía un Zompopo, le bautice con ese sobre nombre era un señor vagabundo medio tuerto, medio desmemoriado, con bastón de mangle curtido por toda la inclemencia de vivir en la calle y por sus manos sudorosas, apareció un día en el pueblo, vivía en la estación del tren, nos aterrorizaba a todos los pequeños, cuando le veíamos caminar por la misma cuadra y corríamos en dirección contraria para no encontrarlo, se parecía más a un hombre escarabajo, que a un zompopo.

Gil amigo de infancia estudiábamos segundo grado en la escuela Salvador Castillo, vivía junto a mi casa del barrio el calvario, su padrastro era el Lucero, luchador rudo le veíamos en televisión de otras casas, porque estos aparatos eran escasos El Lucero luchaba contra: El Olímpico, El águila Migueleña, El Sordomudo Cruz, Tonina Jacson, Kaly Valdez, El Bucanero, The Tempest, El Apache, El Mongol, Celso Sotelo,

La caminata, que hacía por las mañanas con mi madre que me crío, caminaba junto a ella hacia la escuela rural del cantón Santa Bárbara donde daba clases a niños campesinos.

Las fiestas patronales del pueblo por la Virgen de Santa Catarina, en el mes de noviembre, los juegos mecánicos la voladora la chicago llegaba la Preilam Pard y las otras ruedas de Don Enrique Santos, y las muchachas que se paseaban en derredor del parque y nosotros detrás de ellas.

La temporada de Los trompos, yoyos y capiruchos de madera de Changue, Don Ángel Hueso el carpintero de aspecto antillano, moreno, flaco, alto, que todos los cipotes ayudábamos a girar el torno grande de carpintería a cambio de estos juguetes que él nos obsequiaba.

El día de los faroles o día de las conchas: colocaban faroles en los marcos de las puertas de las casas y velas a la orilla de la acera. Los faroles eran derribados desde la calle por otros cipotes de las barriadas, que pasaban disparando con sus hondillas de cuéreta iban parapetados adentro de las posesiones o pasaban caminando en pandillas derribando los faroles que colgaban de los marcos de las puertas con certeros disparos.

Los días sábados cuando íbamos a nadar al río el molino con el primo Milton o a la laguna del Palo Galán que estaba a varios kilómetros y llegábamos caminando, por un camino empolvado y encontrábamos pestilencias de animales muertos cubiertos por hormigas o zopilotes que los devoraban. Permanecíamos en esa laguna un par de horas y regresábamos al pueblo.

Aquellas noches que iba a leer o hacer las tareas de escuela a la biblioteca municipal estaba en quinto grado. Era un lugar mágico donde mi imaginación flotaba en ese recinto que para mí era especial, situado dentro de la alcaldía.

1979, El primer crimen horrendo que cometieron los soldados con Leo Monterrosa lo subieron a un camión militar, lo dejaron sin vida desnudo en las puertas del instituto nacional, como aviso a los demás estudiantes, en donde habíamos sacado nuestro bachillerato.

Después, nuestra maestra Ana Duarte, asesinada por los mismos escuadrones de la muerte, la sacaron de su casa, la fueron a tirar en la entrada del pueblo junto al cementerio.

Mi vecino frente a mi casa, Don Rosendo el zapatero, amigo de Miguel Mármol – le veíamos en la esquina de su casa, con su radio de bulbos a todo sonar, por la mañana de domingo a todo volumen se escuchaba “Transmite Radio Habana Cuba único territorio libre en América, esto por supuesto en tiempos que no había llegado la guerra.

Lo conocíamos por el Kricho (Manuel Osegueda) perfecto albañil impecable en su trabajo era el dicharachero del pueblo por sus dichos y juegos de palabras y trabalenguas, militante del partido comunista otro conocido de Miguel Mármol, decía: El dicho que dijo Kricho: Tricalhuevo, sombras las de mi puro, humo de mi ceniza, son de los sones sones vuelan mis pantalones sobre este pueblo de ventarrones, su familia hermanos y sobrinos todos eran excelentes albañiles les decían Los Patasletas

Los Thomson, que llegaron de Panamá la única familia afroamericana en el pueblo, dueños de la pensión Monterrey y expertos reparadores de refrigeradoras, cocinas de gas.

Los negristios colochos del barrio el Calvario, que trabajan bajando cocos de los árboles y que uno de los hermanos, se cayó de un cocotero falleciendo instantáneamente del azotón .

Mauricio Letona, quien me saludaba cuando pasaba frente a mi casa o cuando lo veía en el parque después guerrillero comandante formo parte de la célula guerrillera, que tomaron el cuartel de San Ana durante la primera ofensiva del FMLN, el y otros combatientes, fueron emboscados por el ejercito e incinerados en Tucumay Camones. Después Marín, asesinado, por la policía-política

Los dueños del comercio del pueblo, sus almacenes de ropa, telas, ferreterías, abarroterías, terratenientes agricultores algodoneros, dueños de rutas de autobuses: Palestinos, árabes, libaneses, italianos, chinos: Los Saca, los Handal, los Esmahan, Abolevan, los Siu, Los Quan , Meardi, Infantozi, Los Lazo, Los Munguía, Abdalá, y los criollos que llegaron a atesorar fortuna terratenientes y negociantes

Los tiempos de elecciones de alcalde, con Farid Handal, Tito Ruiz cuando aquella noche la policía y la guardia, se abrió a culatazos contra los pobladores en la plaza pública y de esa manera arrebataban el triunfo de los partidos opositores al gobierno en turno, mi padre salió corriendo y tuvo que salir huyendo esa noche, para refugiarse en la primera puerta abierta que encontró.

Mi padre enfermero del pueblo de la cooperativa algodonera de Usulután y del Martillo, iba de casa en casa recentando inyectando, curando, asistiendo partos. Cuando solicitaban sus servicios

La tienda de Don Luis del Barrio el Calvario con sus vasitos de leche, paletas, fruta congelada, también la tienda de Don Emilio Menjívar con sus helados de leche y de piña.

Las vendedoras de horchata, a pleno medio día eran familia de las que hacían las enchiladas frente al cine Alameda, que más parecían mujeres afro-antillanas de una piel color chocolate,

Las vendedoras de panes con gallina a la hora de la cena en el parque Alameda y a un costado la iglesia de Santa Catarina y en su otro costado la alcaldía con su reloj que anuncia la hora hasta hoy con el clásico Bin Ben inglés.

El sacerdote de la iglesia El Calvario que mi amigo y compañero de escuela le decía tío pero era su padre y todos lo sabíamos. Era Sarbelio mi amigo

Don Pedro, el pianista de la iglesia, con su voz gregoriana cantando en las misas de las dos iglesias del pueblo y don Arturo el violinista con su clase de música en la escuela Salvador Castillo a la una de la tarde a la hora en aquel calor del trópico y que el sueño nos llegaba de ese sopor y de las cuerdas del violín y el que se dormía lo despertaba con toque en la cabeza con la batuta del violín.

Los sorbetes de don Nicho padre, en aquel carrito de madera, de leche, coco, tamarindo, zapote, piña, que los vendía de calle en calle con su preparado de miel de jarabe roja, que después heredo su hijo Nicho porque su padre falleció.

El alcalde del pueblo Dr. Vital Osegueda, hermano del Kricho

La señora alta, morena, fuerte, que vendía de casa en casa atol de piña sabrosísimo, la mirábamos sudorosa cargando en su cabeza aquella olla enorme caliente a las dos de la tarde de toda su vida, después se quedaría ciega por el efecto de esa olla hirviente que cargo por todos sus días. – así me lo contaron-

Y la figura del flaco Emilio- Bejuquilla con su melena desafiante, subiendo por la calle del Hotel España y en cada bolsa veinte carrujos mágicos, para la mara, cuando en esa época no era delito la palabra “Mara”. “Mara” éramos todos los jóvenes

Chepe Villareal (Chepe Comida) diseñador de carrozas paganas y religiosas –Me contaron- que perdió la memoria un día antes de viajar a México, le golpearon para robarle de esa paliza quedo desmemoriado – esto lo supe cuando estuve de regreso en el país-

Ángel Hueso (Changue) mi compañero de escuela que se fue a la guerrilla con mis demás compañeros: Borromeo Sandoval, Salvador Ramírez, German Benítez, Axel Orellana, Jesús Osegueda, Chito Silis, muerto en combate en un bombardeo en las montañas de Jucuarán.

Los conocíamos por Flasch Man (Manuel) no se sabe si está vivo combatiente de la guerrilla cuentan que en los años de la guerra: un reten militar detuvo el autobús donde viajaba y antes de que lo apresaran se suicido en su asiento.

El niño con el que jugaba de pequeño hijo de don Manuel Sayas, fue encontrado muerto ya adolescente en las afueras del pueblo, fue hallado violado y estrangulado, nunca se supo de su asesino, lo dejaron en el lugar conocido como: La pila seca.

El sacristán del pueblo el Sr. Cosme, que guardaba los secretos de los a costones que se daban las señoras beatas y viudas y ricachonas y cachondas con los curas españoles-agustinos, encabezados por el sacerdote Carmelo y sus secuaces de esta orden católica. Dueños del colegio San Agustín, de cache de esos tiempos.

El Hotel España y bar España su dueña Lidia Courtade donde se preparaba un pollo encebolladlo riquísimo y Martita la encargada del bar. En su esquina sitio de reunión de todos nosotros y de aquellos de más edad, así como: Roberto González, Luis Zelaya, Manuel Gavidia, Milton Peña, Pedro Celaya, Muñinga, Meme Quiroz, El chino Yanez, Douglas Jarquín, Oscar Jarquín,

Omar López, Nelson Hueso (el finado) descanse en paz. Chavita (otro finado que descanse en paz)

El primer lupanar que visite el de la Paca ( Urraca ) a la orilla del pueblo, del que mi padre mantenía el control sanitario como enfermero de cabecera por las que salían enfermas de sífilis. El otro lupanar el de la Mejoral, que era habitado por trabajadoras del sexo quienes regentaban habitaciones lúgubres de aquel viejo mesón situado camino al rastro del pueblo – que irónico camino a un matadero-

Aquellos conocidos mas por su mote que por su verdadero nombre: Grapete, Tintan, Fosforito, El Tripas, Carne Seca, Buchaca,, Los Parras, Chepe Peiba, Los piojos, Los Gualaches, Las Calandrias, Las yoyo, Chepe Comida, Los Curiles, El Piloto, Moromo, El Mosco, Culue Palo, Chumpafrita, El Chato Guerner, El pollo y el Pollito.

Las carretas repletas de sacos de algodón que eran conducidas por los campesinos, invadían el pueblo formando caravanas en las calles del pueblo, que eran tiradas por bueyes, cuando era la bonanza de la producción de algodón en el país

Los conocidos mas por su mote que por su nombre El Tiburón a quien le comprábamos mota y hoy saber donde estará, el Chato Werner que también nos vendía y fuimos compañeros en el grupo Scout en la adolescencia el buena onda,- cuentan- que murió aquí en Los Angeles CA hace dos años , iba de regreso a El Salvador conduciendo con su esposa Margot, le vio morir y falleció en un hospital de esta misma ciudad –me conto Jaime Monjaras-

El Pollo Quiroz, mi amigo quien falleció electrocutado saliendo del bañarse metió no sé porque su mano debajo del refrigerador y ahí lo encontraron

– cuentan las malas lenguas-

Milo Moreno mi primo hermano de los Viking’s que murió hace un par de años, lo encontraron por la mañana en las calles del pueblo muerto de un infarto, así me conto Rosi su hermana aun con lagrimas en su mirada.

Y el otro Pollito Cocal, porque vivía en la Colonia el Cocal, que lo asesinaron aquí en Los Ángeles CA, quienes mal lo querían, lo asesinaron aquí en Los Ángeles CA con una cuchillada certera – descanse en paz mi amigo.

Los conocidos más por su mote que por su nombre pero no se olvidan sus rostros: Tintán, manejando el autobús de Los Vikings, Fosforito o Keko el mecánico, Buchaca ( Ricardo), quien murió a quí en Los Ángeles de puro tomar, Chepe Peiba, La niña Maigo.

Llega a mi memoria William con quien jugábamos de niño y llegaba a la casa, me contaron que lo saco de su hogar uno de los escuadrones de la muerte para asesinarlo, lo habían confundido con su hermano El Chato y Belén asesinada a plena luz del día por las calles del mercado, también por un escuadrón de la muerte, cuando esperaba el autobús. Drácula que se hizo escuadronero, asi cuentan.

Les decían los Caracoles, una familia de zapateros y lustradores de zapatos que vivían trabajando en el parque, El Caracol padre, ciego y su compañera de vida otra cieguita, los veías ir y venir con una niña recién nacida

Camilo el músico, ciego también que se ganaba la vida con su guitarra y armónica, después lo vi en las calles de San Salvador en tiempos de la guerra

Pilar Lagos, asesinado por otro escuadrón de la muerte a las doce del día en un restaurante de la capital mientras almorzaba, Chusito Bran, militante del partido comunista, amigo de mi padre, asesinado por la noche en su casa, por otro escuadrón de la muerte, Quincho Trejo, maestro asesinado una tarde en la puerta de su casa por otro escuadrón .

El puesto del Parque Alameda de lustradores y reparadores de zapatos su Líder era polio, a quien de chico le dio polio y usaba unos zapatos ortopédicos que él se las había ingeniado en confeccionarlos y le permitían caminar, ahí también estaban los Caramelos.

Mario Cachucha, mi amigo, quien falleciera joven de tanta copa y algo más que no soporto de la vida vida, El Pingo excelente futbolista también falleció de lo mismo, Chombito que la libro y pertenecía a este trío, el otro lupanar el de La Lita a quien asesinaron antes de la guerra a balazos un novio celoso

El Chicochato, a quien le veíamos a caballo y cinturón con pistola en la cintura, cuentan que se agarro a balazos con la Guardia Nacional , a quien le veíamos a caballo y cinturón con pistola en la cintura, cuentan que se agarro a balazos con la Guardia Nacional, pues le quisieron quitar su revólver y pensó: mujer, caballo y revolver no se dan y ahí quedo acribillado en esas calles, por la estación del tren, frente al prostíbulo de la Hurraca. Y caballo y hombre murió. Esto paso a principios de la guerra. Me contó Gerber Baires

Los conocidos más por su mote que por su nombre: Panteón, La Chacalinas, la madre de ellas que por su pobreza explotaba a sus hijas , Y por ahí andaba La tres platos le decían ya sabrán por qué.

El Penjamo cantina y otro sitio de concupiscencia del pueblo lo atendía Reynaldo casi con una rosa entre la oreja, hombre mayor, para nosotros en esa época –cuentan que un salvaje, en no se sabe porque discusión- lo partió de un solo machetazo en tiempos de la guerra. Y ahí estaba Ethelvina, que en varias ocasiones me hizo sentir, que había un cielo en la tierra entre sus piernas y yo todo feliz y aún sin cedula de identidad.

Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina

Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina1

Aníbal Quijano2

2 Centro de Investigaciones sociales (CIES), Lima.

La globalización en curso es, en primer término, la culminación de un proceso que comenzó con la constitución de América y la del capitalismo colonial/moderno y eurocentrado como un nuevo patrón de poder mundial. Uno de los ejes fundamentales de ese patrón de poder es la clasificación social de la población mundial sobre la idea de raza, una construcción mental que expresa la experiencia básica de la dominación colonial y que desde entonces permea las dimensiones más importantes del poder mundial, incluyendo su racionalidad específica, el eurocentrismo.

Dicho eje tiene, pues, origen y carácter colonial, pero ha probado ser más duradero y estable que el colonialismo en cuya matriz fue establecido. Implica, en consecuencia, un elemento de colonialidad en el patrón de poder hoy mundialmente hegemónico. En lo que sigue, el propósito principal es abrir algunas de las cuestiones teóricamente necesarias acerca de las implicancias de esa colonialidad del poder respecto de la historia de América Latina3.

I. América y el nuevo patrón de poder mundial

América se constituyó como el primer espacio/tiempo de un nuevo patrón de poder de vocación mundial y, de ese modo y por eso, como la primera id-entidad de la modernidad. Dos procesos históricos convergieron y se asociaron en la producción de dicho espacio/tiempo y se establecieron como los dos ejes fundamentales del nuevo patrón de poder.

De una parte, la codificación de las diferencias entre conquistadores y conquistados en la idea de raza, es decir, una supuesta diferente estructura biológica que ubicaba a los unos en situación natural de inferioridad respecto de los otros. Esa idea fue asumida por los conquistadores como el principal elemento constitutivo, fundante, de las relaciones de dominación que la conquista imponía. Sobre esa base, en consecuencia, fue clasificada la población de América, y del mundo después, en dicho nuevo patrón de poder”.
De otra parte, la articulación de todas las formas históricas de control del trabajo, de sus recursos y de sus productos, en torno del capital y del mercado mundial4.

Raza, una categoría mental de la modernidad

La idea de raza, en su sentido moderno, no tiene historia conocida antes de América5. Quizás se originó como referencia a las diferencias fenotípicas entre conquistadores y conquistados, pero lo que importa es que muy pronto fue construida como referencia a supuestas estructuras biológicas diferenciales entre esos grupos.

La formación de relaciones sociales fundadas en dicha idea, produjo en América identidades sociales históricamente nuevas: indios, negros y mestizos y redefinió otras. Así términos como español y portugués, más tarde europeo, que hasta entonces indicaban solamente procedencia geográfica o país de origen, desde entonces cobraron también, en referencia a las nuevas identidades, una connotación racial.

Y en la medida en que las relaciones sociales que estaban configurándose eran relaciones de dominación, tales identidades fueron asociadas a las jerarquías, lugares y roles sociales correspondientes, como constitutivas de ellas y, en consecuencia, al patrón de dominación colonial que se imponía. En otros términos, raza e identidad racial fueron establecidas como instrumentos de clasificación social básica de la población.

Con el tiempo, los colonizadores codificaron como color los rasgos fenotípicos de los colonizados y lo asumieron como la característica emblemática de la categoría racial. Esa codificación fue inicialmente establecida, probablemente, en el área britano-americana. Los negros eran allí no solamente los explotados más importantes, pues la parte principal de la economía reposaba en su trabajo. Eran, sobre todo, la raza colonizada más importante, ya que los indios no formaban parte de esa sociedad colonial. En consecuencia, los dominantes se llamaron a sí mismos blancos6.

En América, la idea de raza fue un modo de otorgar legitimidad a las relaciones de dominación impuestas por la conquista. La posterior constitución de Europa como nueva id-entidad después de América y la expansión del colonialismo europeo sobre el resto del mundo, llevaron a la elaboración de la perspectiva eurocéntrica de conocimiento y con ella a la elaboración teórica de la idea de raza como naturalización de esas relaciones coloniales de dominación entre europeos y no-europeos. Históricamente, eso significó una nueva manera de legitimar las ya antiguas ideas y prácticas de relaciones de superioridad/inferioridad entre dominados y dominantes. Desde entonces ha demostrado ser el más eficaz y perdurable instrumento de dominación social universal, pues de él pasó a depender inclusive otro igualmente universal, pero más antiguo, el inter-sexual o de género: los pueblos conquistados y dominados fueron situados en una posición natural de inferioridad y, en consecuencia, también sus rasgos fenotípicos, así como sus descubrimientos mentales y culturales7.

De ese modo, raza se convirtió en el primer criterio fundamental para la distribución de la población mundial en los rangos, lugares y roles en la estructura de poder de la nueva sociedad. En otros términos, en el modo básico de clasificación social universal de la población mundial.

El Capitalismo: la nueva estructura de control del trabajo

De otro lado, en el proceso de constitución histórica de América, todas las formas de control y de explotación del trabajo y de control de la producción-apropiación-distribución de productos, fueron articuladas alrededor de la relación capital-salario (en adelante capital) y del mercado mundial.

Quedaron incluidas la esclavitud, la servidumbre, la pequeña producción mercantil, la reciprocidad y el salario. En tal ensamblaje, cada una de dichas formas de control del trabajo no era una mera extensión de sus antecedentes históricos. Todas eran histórica y sociológicamente nuevas.

En primer lugar, porque fueron deliberadamente establecidas y organizadas para producir mercaderías para el mercado mundial. En segundo lugar, porque no existían sólo de manera simultánea en el mismo espacio/tiempo, sino todas y cada una articuladas al capital y a su mercado, y por ese medio entre sí.

Configuraron así un nuevo patrón global de control del trabajo, a su vez un elemento fundamental de un nuevo patrón de poder, del cual eran conjunta e individualmente dependientes histórico-estructuralmente. Esto es, no sólo por su lugar y función como partes subordinadas de una totalidad, sino porque sin perder sus respectivas características específicas y sin perjuicio de las discontinuidades de sus relaciones con el orden conjunto y entre ellas mismas, su movimiento histórico dependía en adelante de su pertenencia al patrón global de poder. En tercer lugar, y como consecuencia, para colmar las nuevas funciones cada una de ellas desarrolló nuevos rasgos y nuevas configuraciones histórico-estructurales.

En la medida en que aquella estructura de control del trabajo, de recursos y de productos, consistía en la articulación conjunta de todas las respectivas formas históricamente conocidas, se establecía, por primera vez en la historia conocida, un patrón global de control del trabajo, de sus recursos y de sus productos. Y en tanto que se constituía en torno a y en función del capital, su carácter de conjunto se establecía también con carácter capitalista. De ese modo se establecía una nueva, original y singular estructura de relaciones de producción en la experiencia histórica del mundo: el capitalismo mundial.

Colonialidad del poder y capitalismo mundial

Las nuevas identidades históricas producidas sobre la base de la idea de raza, fueron asociadas a la naturaleza de los roles y lugares en la nueva estructura global de control del trabajo. Así, ambos elementos, raza y división del trabajo, quedaron estructuralmente asociados y reforzándose mutuamente, a pesar de que ninguno de los dos era necesariamente dependiente el uno del otro para existir o para cambiar.

De ese modo se impuso una sistemática división racial del trabajo. En el área hispana, la Corona de Castilla decidió temprano el cese de la esclavitud de los indios, para prevenir su total exterminio. Entonces fueron confinados a la servidumbre. A los que vivían en sus comunidades, les fue permitida la práctica de su antigua reciprocidad i.e. el intercambio de fuerza de trabajo y de trabajo sin mercado como una manera de reproducir su fuerza de trabajo en tanto siervos.

En algunos casos, la nobleza india, una reducida minoría, fue eximida de la servidumbre y recibió un trato especial, debido a sus roles como intermediaria con la raza dominante y le fue también permitido participar en algunos de los oficios en los cuales eran empleados los españoles que no pertenecían a la nobleza. En cambio, los negros fueron reducidos a la esclavitud. Los españoles y los portugueses, como raza dominante, podían recibir salario, ser comerciantes independientes, artesanos independientes o agricultores independientes, en suma, productores independientes de mercancías. No obstante, sólo los nobles podían participar en los puestos altos y medios de la administración colonial, civil y militar.

Desde el siglo XVIII, en la América hispánica muchos de los mestizos de españoles y mujeres indias, ya un estrato social extendido e importante en la sociedad colonial, comenzaron a participar en los mismos oficios y actividades que ejercían los ibéricos que no eran nobles. En menor medida y sobre todo en actividades de servicio o que requerían de talentos o habilidades especiales (música, por ejemplo), también los más “ablancados” entre los mestizos de mujeres negras e ibéricos (españoles o portugueses), pero tardaron en legitimar sus nuevos roles ya que sus madres eran esclavas. La distribución racista del trabajo al interior del capitalismo colonial/moderno se mantuvo a lo largo de todo el período colonial.

En el curso de la expansión mundial de la dominación colonial por parte de la misma raza dominante los blancos (o a partir del siglo XVIII en adelante, los europeos) fue impuesto el mismo criterio de clasificación social a toda la población mundial a escala global.

En consecuencia, nuevas identidades históricas y sociales fueron producidas: amarillos y aceitunados (u oliváceos) fueron sumados a blancos, indios, negros y mestizos. Dicha distribución racista de nuevas identidades sociales fue combinada, tal como había sido tan exitosamente lograda en América, con una distribución racista del trabajo y de las formas de explotación del capitalismo colonial. Esto se expresó, sobre todo, en una cuasi exclusiva asociación de la blanquitud social con el salario y por supuesto con los puestos de mando de la administración colonial.

Así, cada forma de control del trabajo estuvo articulada con una raza particular. Consecuentemente, el control de una forma específica de trabajo podía ser al mismo tiempo el control de un grupo específico de gente dominada. Una nueva tecnología de dominación/explotación, en este caso raza/trabajo, se articuló de manera que apareciera como naturalmente asociada. Lo cual, hasta ahora, ha sido excepcionalmente exitoso.

Colonialidad y eurocentramiento del capitalismo mundial

La privilegiada posición ganada con América para el control del oro, la plata y otras mercancías producidas por medio del trabajo gratuito de indios, negros y mestizos, y su ventajosa ubicación en la vertiente del Atlántico por donde, necesariamente, tenía que hacerse el tráfico de esas mercancías para el mercado mundial, otorgó a dichos blancos una ventaja decisiva para disputar el control del tráfico comercial mundial.

La progresiva monetización del mercado mundial que los metales preciosos de América estimulaban y permitían, así como el control de tan ingentes recursos, hizo que a tales blancos les fuera posible el control de la vasta red preexistente de intercambio comercial que incluía, sobre todo, China, India, Ceylán, Egipto, Siria, los futuros Lejano y Medio Oriente. Eso también les hizo posible concentrar el control del capital comercial, del trabajo y de los recursos de producción en el conjunto del mercado mundial. Y todo ello fue, posteriormente, reforzado y consolidado a través de la expansión de la dominación colonial blanca sobre la diversa población mundial.

Como es sabido, el control del tráfico comercial mundial por los grupos dominantes, nuevos o no, en las zonas del Atlántico donde tenían sus sedes, impulsó un nuevo proceso de urbanización en esos lugares, la expansión del tráfico comercial entre ellos, y de ese modo la formación de un mercado regional crecientemente integrado y monetizado gracias al flujo de metales preciosos procedentes de América.

Una región históricamente nueva se constituía como una nueva id-entidad geocultural: Europa y más específicamente Europa Occidental8. Esa nueva id-entidad geocultural, emergía como la sede central del control del mercado mundial. En el mismo movimiento histórico se producía también el desplazamiento de hegemonía desde las costas del Mediterráneo y desde las costas ibéricas, hacia las del Atlántico Noroccidental.

Esa condición de sede central del nuevo mercado mundial, no permite explicar por sí misma, o por sí sola, por qué Europa se convirtió también, hasta el siglo XIX y virtualmente hasta la crisis mundial alrededor de 1870, en la sede central del proceso de mercantilización de la fuerza de trabajo, es decir del desarrollo de la relación capital-salario como forma específica de control del trabajo, de sus recursos y de sus productos.

Mientras, en cambio, todo el resto de las regiones y poblaciones incorporadas al nuevo mercado mundial y colonizadas o en curso de colonización bajo dominio europeo, permanecían básicamente bajo relaciones no-salariales de trabajo, aunque, desde luego ese trabajo, sus recursos y sus productos, se articulaban en una cadena de transferencia de valor y de beneficios cuyo control correspondía a Europa Occidental. En las regiones no-europeas, el trabajo asalariado se concentraba cuasi exclusivamente entre los blancos.

No hay nada en la relación social misma del capital, o en los mecanismos del mercado mundial, en general en el capitalismo, que implique la necesariedad histórica de la concentración, no sólo, pero sobre todo en Europa, del trabajo asalariado y después, precisamente sobre esa base, de la concentración de la producción industrial capitalista durante más de dos siglos.

Habría sido perfectamente factible, como lo demuestra el hecho de que así ocurriera en verdad después de 1870, el control europeo-occidental del trabajo asalariado de cualquier sector de la población mundial. Y probablemente más beneficioso para los europeo-occidentales. La explicación debe ser, pues, buscada en otra parte de la historia.

El hecho es que ya desde el comienzo mismo de América, los futuros europeos asociaron el trabajo no pagado o no-asalariado con las razas dominadas, porque eran razas inferiores. El vasto genocidio de los indios en las primeras décadas de la colonización no fue causado principalmente por la violencia de la conquista, ni por las enfermedades que los conquistadores portaban, sino porque tales indios fueron usados como mano de obra desechable, forzados a trabajar hasta morir.

La eliminación de esa práctica colonial no culmina, de hecho, sino con la derrota de los encomenderos, a mediados del siglo XVI. La subsiguiente reorganización política del colonialismo ibérico, implicó una nueva política de reorganización poblacional de los indios y de sus relaciones con los colonizadores. Pero no por eso los indios fueron en adelante trabajadores libres y asalariados. En adelante fueron adscritos a la servidumbre no pagada.

La servidumbre de los indios en América no puede ser, por otro lado, simplemente equiparada a la servidumbre en el feudalismo europeo, puesto que no incluía la supuesta protección de ningún señor feudal, ni siempre, ni necesariamente, la tenencia de una porción de tierra para cultivar, en lugar de salario. Sobre todo antes de la Independencia, la reproducción de la fuerza de trabajo del siervo indio se hacía en las comunidades. Pero inclusive más de cien años después de la Independencia, una parte amplia de la servidumbre india estaba obligada a reproducir su fuerza de trabajo por su propia cuenta9. Y la otra forma de trabajo no-asalariado, o no pagado simplemente, el trabajo esclavo, fue adscrita, exclusivamente, a la población traída desde la futura Africa y llamada negra.

La clasificación racial de la población y la temprana asociación de las nuevas identidades raciales de los colonizados con las formas de control no pagado, no asalariado, del trabajo, desarrolló entre los europeos o blancos la específica percepción de que el trabajo pagado era privilegio de los blancos. La inferioridad racial de los colonizados implicaba que no eran dignos del pago de salario. Estaban naturalmente obligados a trabajar en beneficio de sus amos.

No es muy difícil encontrar, hoy mismo, esa actitud extendida entre los terratenientes blancos de cualquier lugar del mundo. Y el menor salario de las razas inferiores por igual trabajo que el de los blancos, en los actuales centros capitalistas, no podría ser, tampoco, explicado al margen de la clasificación social racista de la población del mundo. En otros términos, por separado de la colonialidad del poder capitalista mundial.

El control del trabajo en el nuevo patrón de poder mundial se constituyó, así, articulando todas las formas históricas de control del trabajo en torno de la relación capital-trabajo asalariado, y de ese modo bajo el dominio de ésta. Pero dicha articulación fue constitutivamente colonial, pues se fundó, primero, en la adscripción de todas las formas de trabajo no pagadas a las razas colonizadas, originalmente indios, negros y de modo más complejo, los mestizos, en América y más tarde a las demás razas colonizadas en el resto del mundo, oliváceos y amarillos. Y, segundo, en la adscripción del trabajo pagado, asalariado, a la raza colonizadora, los blancos.

Esa colonialidad del control del trabajo determinó la distribución geográfica de cada una de las formas integradas en el capitalismo mundial. En otros términos, decidió la geografía social del capitalismo: el capital, en tanto que relación social de control del trabajo asalariado, era el eje en torno del cual se articulaban todas las demás formas de control del trabajo, de sus recursos y de sus productos. Eso lo hacía dominante sobre todas ellas y daba carácter capitalista al conjunto de dicha estructura de control del trabajo. Pero al mismo tiempo, dicha relación social específica fue geográficamente concentrada en Europa, sobre todo, y socialmente entre los europeos en todo el mundo del capitalismo. Y en esa medida y manera, Europa y lo europeo se constituyeron en el centro del mundo capitalista.

Cuando Raúl Prebisch10 acuñó la célebre imagen de “Centro-Periferia”, para describir la configuración mundial del capitalismo después de la Segunda Guerra Mundial, apuntó, sabiéndolo o sin saber, al núcleo principal del carácter histórico del patrón de control del trabajo, de sus recursos y de sus productos, que formaba parte central del nuevo patrón mundial de poder constituido a partir de América.

El capitalismo mundial fue, desde la partida, colonial/moderno y eurocentrado. Sin relación clara con esas específicas características históricas del capitalismo, el propio concepto de “moderno sistema-mundo” desarrollado, principalmente, por Immanuel Wallerstein11 a partir de Prebisch y del concepto marxiano de capitalismo mundial, no podría ser apropiada y plenamente entendido.

Nuevo patrón de poder mundial y nueva intersubjetividad mundial

Ya en su condición de centro del capitalismo mundial, Europa no solamente tenía el control del mercado mundial, sino que pudo imponer su dominio colonial sobre todas las regiones y poblaciones del planeta, incorporándolas al “sistema-mundo” que así se constituía, y a su específico patrón de poder. Para tales regiones y poblaciones, eso implicó un proceso de re-identificación histórica, pues desde Europa les fueron atribuidas nuevas identidades geoculturales.

De ese modo, después de América y de Europa, fueron establecidas Africa, Asia y eventualmente Oceanía. En la producción de esas nuevas identidades, la colonialidad del nuevo patrón de poder fue, sin duda, una de las más activas determinaciones. Pero las formas y el nivel de desarrollo político y cultural, más específicamente intelectual, en cada caso, jugaron también un papel de primer plano. Sin esos factores, la categoría Oriente no habría sido elaborada como la única con la dignidad suficiente para ser el Otro, aunque por definición inferior, de Occidente, sin que alguna equivalente fuera acuñada para indios o negros12. Pero esta misma omisión pone al descubierto que esos otros factores actuaron también dentro del patrón racista de clasificación social universal de la población mundial.

La incorporación de tan diversas y heterogéneas historias culturales a un único mundo dominado por Europa, significó para ese mundo una configuración cultural, intelectual, en suma intersubjetiva, equivalente a la articulación de todas las formas de control del trabajo en torno del capital, para establecer el capitalismo mundial.

En efecto, todas las experiencias, historias, recursos y productos culturales, terminaron también articulados en un sólo orden cultural global en torno de la hegemonía europea u occidental. En otros términos, como parte del nuevo patrón de poder mundial, Europa también concentró bajo su hegemonía el control de todas las formas de control de la subjetividad, de la cultura, y en especial del conocimiento, de la producción del conocimiento.

En el proceso que llevó a ese resultado, los colonizadores ejercieron diversas operaciones que dan cuenta de las condiciones que llevaron a la configuración de un nuevo universo de relaciones intersubjetivas de dominación entre Europa y lo europeo y las demás regiones y poblaciones del mundo, a las cuales les estaban siendo atribuidas, en el mismo proceso, nuevas identidades geoculturales.

En primer lugar, expropiaron a las poblaciones colonizadas entre sus descubrimientos culturales aquellos que resultaban más aptos para el desarrollo del capitalismo y en beneficio del centro europeo. En segundo lugar, reprimieron tanto como pudieron, es decir en variables medidas según los casos, las formas de producción de conocimiento de los colonizados, sus patrones de producción de sentidos, su universo simbólico, sus patrones de expresión y de objetivación de la subjetividad.

La represión en este campo fue conocidamente más violenta, profunda y duradera entre los indios de América ibérica, a los que condenaron a ser una subcultura campesina, iletrada, despojándolos de su herencia intelectual objetivada. Algo equivalente ocurrió en Africa. Sin duda mucho menor fue la represión en el caso de Asia, en donde por lo tanto una parte importante de la historia y de la herencia intelectual, escrita, pudo ser preservada. Y fue eso, precisamente, lo que dio origen a la categoría de Oriente.

En tercer lugar, forzaron también en medidas variables en cada caso a los colonizados a aprender parcialmente la cultura de los dominadores en todo lo que fuera útil para la reproducción de la dominación, sea en el campo de la actividad material, tecnológica, como de la subjetiva, especialmente religiosa. Es este el caso de la religiosidad judeo-cristiana. Todo ese accidentado proceso implicó a largo plazo una colonización de las perspectivas cognitivas, de los modos de producir u otorgar sentido a los resultados de la experiencia material o intersubjetiva, del imaginario, del universo de relaciones intersubjetivas del mundo, de la cultura en suma13.

En fin, el éxito de Europa Occidental en convertirse en el centro del moderno sistema-mundo, según la apta formulación de Wallerstein, desarrolló en los europeos un rasgo común a todos los dominadores coloniales e imperiales de la historia, el etnocentrismo. Pero en el caso europeo ese rasgo tenía un fundamento y una justificación peculiar: la clasificación racial de la población del mundo después de América.

La asociación entre ambos fenómenos, el etnocentrismo colonial y la clasificación racial universal, ayuda a explicar por qué los europeos fueron llevados a sentirse no sólo superiores a todos los demás pueblos del mundo, sino, en particular, naturalmente superiores.
Esa instancia histórica se expresó en una operación mental de fundamental importancia para todo el patrón de poder mundial, sobre todo respecto de las relaciones intersubjetivas que le son hegemónicas y en especial de su perspectiva de conocimiento: los europeos generaron una nueva perspectiva temporal de la historia y re-ubicaron a los pueblos colonizados, y a sus respectivas historias y culturas, en el pasado de una trayectoria histórica cuya culminación era Europa14. Pero, notablemente, no en una misma línea de continuidad con los europeos, sino en otra categoría naturalmente diferente. Los pueblos colonizados eran razas inferiores y por ello anteriores a los europeos.

Con acuerdo a esa perspectiva, la modernidad y la racionalidad fueron imaginadas como experiencias y productos exclusivamente europeos. Desde ese punto de vista, las relaciones intersubjetivas y culturales entre Europa, es decir Europa Occidental, y el resto del mundo, fueron codificadas en un juego entero de nuevas categorías: Oriente-Occidente, primitivo-civilizado, mágico/mítico-científico, irracional-racional, tradicional-moderno.

En suma, Europa y no-Europa. Incluso así, la única categoría con el debido honor de ser reconocida como el Otro de Europa u “Occidente”, fue “Oriente”. No los “indios” de América, tampoco los “negros” del Africa. Estos eran simplemente “primitivos”. Por debajo de esa codificación de las relaciones entre europeo/no-europeo, raza es, sin duda, la categoría básica15.

Esa perspectiva binaria, dualista, de conocimiento, peculiar del eurocentrismo, se impuso como mundialmente hegemónica en el mismo cauce de la expansión del dominio colonial de Europa sobre el mundo. No sería posible explicar de otro modo, satisfactoriamente en todo caso, la elaboración del eurocentrismo como perspectiva hegemónica de conocimiento, de la versión eurocéntrica de la modernidad y sus dos principales mitos fundantes: uno, la idea-imagen de la historia de la civilización humana como una trayectoria que parte de un estado de naturaleza y culmina en Europa. Y dos, otorgar sentido a las diferencias entre Europa y no-Europa como diferencias de naturaleza (racial) y no de historia del poder. Ambos mitos pueden ser reconocidos, inequívocamente, en el fundamento del evolucionismo y del dualismo, dos de los elementos nucleares del eurocentrismo.

La cuestión de la modernidad

No me propongo aquí entrar en una discusión detenida de la cuestión de la modernidad y de su versión eurocéntrica. Le he dedicado antes otros estudios y volveré sobre ella después. En particular, no prolongaré este trabajo con una discusión acerca del debate modernidad-postmodernidad y su vasta bibliografía. Pero es pertinente, para los fines de este trabajo, en especial de la parte siguiente, insistir en algunas cuestiones16.

El hecho de que los europeos occidentales imaginaran ser la culminación de una trayectoria civilizatoria desde un estado de naturaleza, les llevó también a pensarse como los modernos de la humanidad y de su historia, esto es, como lo nuevo y al mismo tiempo lo más avanzado de la especie. Pero puesto que al mismo tiempo atribuían al resto de la especie la pertenencia a una categoría, por naturaleza, inferior y por eso anterior, esto es, el pasado en el proceso de la especie, los europeos imaginaron también ser no solamente los portadores exclusivos de tal modernidad, sino igualmente sus exclusivos creadores y protagonistas.

Lo notable de eso no es que los europeos se imaginaran y pensaran a sí mismos y al resto de la especie de ese modo eso no es un privilegio de los europeos sino el hecho de que fueran capaces de difundir y de establecer esa perspectiva histórica como hegemónica dentro del nuevo universo intersubjetivo del patrón mundial de poder.

Desde luego, la resistencia intelectual a esa perspectiva histórica no tardó en emerger. En América Latina desde fines del siglo XIX, pero se afirmó sobre todo durante el siglo XX y en especial después de la Segunda Guerra Mundial, en vinculación con el debate sobre la cuestión del desarrollo-subdesarrollo. Como ese debate fue dominado durante un buen tiempo por la denominada teoría de la modernización17, en sus vertientes opuestas, para sostener que la modernización no implica necesariamente la occidentalización de las sociedades y de las culturas no-europeas, uno de los argumentos más usados fue que la modernidad es un fenómeno de todas las culturas, no sólo de la europea u occidental.

Si el concepto de modernidad es referido, sólo o fundamentalmente, a las ideas de novedad, de lo avanzado, de lo racional-científico, laico, secular, que son las ideas y experiencias normalmente asociadas a ese concepto, no cabe duda de que es necesario admitir que es un fenómeno posible en todas las culturas y en todas las épocas históricas. Con todas sus respectivas particularidades y diferencias, todas las llamadas altas culturas (China, India, Egipto, Grecia, Maya-Azteca, Tawantinsuyo) anteriores al actual sistema-mundo, muestran inequívocamente las señales de esa modernidad, incluido lo racional científico, la secularización del pensamiento, etc.
En verdad, a estas alturas de la investigación histórica sería casi ridículo atribuir a las altas culturas no-europeas una mentalidad mítico-mágica como rasgo definitorio, por ejemplo, en oposición a la racionalidad y a la ciencia como características de Europa, pues aparte de los posibles o más bien conjeturados contenidos simbólicos, las ciudades, los templos y palacios, las pirámides, o las ciudades monumentales, sea Machu Pichu o Boro Budur, las irrigaciones, las grandes vías de trasporte, las tecnologías metalíferas, agropecuarias, las matemáticas, los calendarios, la escritura, la filosofía, las historias, las armas y las guerras, dan cuenta del desarrollo científico y tecnológico en cada una de tales altas culturas, desde mucho antes de la formación de Europa como nueva id-entidad.

Lo más que realmente puede decirse es que, en el actual período, se ha ido más lejos en el desarrollo científico-tecnológico y se han hecho mayores descubrimientos y realizaciones, con el papel hegemónico de Europa y, en general, de Occidente.

Los defensores de la patente europea de la modernidad suelen apelar a la historia cultural del antiguo mundo heleno-románico y al mundo del Mediterráneo antes de América, para legitimar su reclamo a la exclusividad de esa patente. Lo que es curioso de ese argumento es que escamotea, primero, el hecho de que la parte realmente avanzada de ese mundo del Mediterráneo, antes de América, área por área de esa modernidad, era islamo-judaica.

Segundo, que fue dentro de ese mundo que se mantuvo la herencia cultural greco-romana, las ciudades, el comercio, la agricultura comercial, la minería, la textilería, la filosofía, la historia, cuando la futura Europa Occidental estaba dominada por el feudalismo y su oscurantismo cultural.

Tercero que, muy probablemente, la mercantilización de la fuerza de trabajo, la relación capital-salario, emergió, precisamente, en esa área y fue en su desarrollo que se expandió posteriormente hacia el norte de la futura Europa. Cuarto, que solamente a partir de la derrota del Islam y del posterior desplazamiento de la hegemonía sobre el mercado mundial al centro-norte de la futura Europa, gracias a América, comienza también a desplazarse el centro de la actividad cultural a esa nueva región.

Por eso, la nueva perspectiva geográfica de la historia y de la cultura, que allí es elaborada y que se impone como mundialmente hegemónica, implica, por supuesto, una nueva geografía del poder. La idea misma de Occidente-Oriente es tardía y parte desde la hegemonía británica. ¿O aún hace falta recordar que el meridiano de Greenwich atraviesa Londres y no Sevilla o Venecia?18

En ese sentido, la pretensión eurocéntrica de ser la exclusiva productora y protagonista de la modernidad, y de que toda modernización de poblaciones no-europeas es, por lo tanto, una europeización, es una pretensión etnocentrista y a la postre provinciana.

Pero, de otro lado, si se admite que el concepto de modernidad se refiere solamente a la racionalidad, a la ciencia, a la tecnología, etc., la cuestión que le estaríamos planteando a la experiencia histórica no sería diferente de la propuesta por el etnocentrismo europeo, el debate consistiría apenas en la disputa por la originalidad y la exclusividad de la propiedad del fenómeno así llamado modernidad, y, en consecuencia, moviéndose en el mismo terreno y según la misma perspectiva del eurocentrismo.

Hay, sin embargo, un conjunto de elementos demostrables que apuntan a un concepto de modernidad diferente, que da cuenta de un proceso histórico específico al actual sistema-mundo. En ese concepto no están, obviamente, ausentes sus referencias y sus rasgos anteriores. Pero más bien en tanto y en cuanto forman parte de un universo de relaciones sociales, materiales e intersubjetivas, cuya cuestión central es la liberación humana como interés histórico de la sociedad y también, en consecuencia, su campo central de conflicto. En los límites de este trabajo, me restringiré solamente a adelantar, de modo breve y esquemático, algunas proposiciones19.

En primer término, el actual patrón de poder mundial es el primero efectivamente global de la historia conocida. En varios sentidos específicos. Uno, es el primero donde en cada uno de los ámbitos de la existencia social están articuladas todas las formas históricamente conocidas de control de las relaciones sociales correspondientes, configurando en cada área una sola estructura con relaciones sistemáticas entre sus componentes y del mismo modo en su conjunto.

Dos, es el primero donde cada una de esas estructuras de cada ámbito de existencia social, está bajo la hegemonía de una institución producida dentro del proceso de formación y desarrollo de este mismo patrón de poder. Así, en el control del trabajo, de sus recursos y de sus productos, está la empresa capitalista; en el control del sexo, de sus recursos y productos, la familia burguesa; en el control de la autoridad, sus recursos y productos, el Estado-nación; en el control de la intersubjetividad, el eurocentrismo20. Tres, cada una de esas instituciones existe en relaciones de interdependencia con cada una de las otras. Por lo cual el patrón de poder está configurado como un sistema21. Cuatro, en fin, este patrón de poder mundial es el primero que cubre a la totalidad de la población del planeta.

En ese específico sentido, la humanidad actual en su conjunto constituye el primer sistema-mundo global históricamente conocido, no solamente un mundo como el que quizás fueron el chino, el hindú, el egipcio, el helénico-románico, el maya-azteca o el tawantinsuyano.

Ninguno de esos posibles mundos tuvo en común sino un dominador colonial/imperial y, aunque así se propone desde la visión colonial eurocéntrica, no es seguro que todos los pueblos incorporados a uno de aquellos mundos tuvieran también en común una perspectiva básica respecto de las relaciones entre lo humano y el resto del universo.

Los dominadores coloniales de cada uno de esos mundos, no tenían las condiciones, ni probablemente el interés, de homogenizar las formas básicas de existencia social de todas las poblaciones de sus dominios. En cambio, el actual, el que comenzó a formarse con América, tiene en común tres elementos centrales que afectan la vida cotidiana de la totalidad de la población mundial: la colonialidad del poder, el capitalismo y el eurocentrismo.

Por supuesto que este patrón de poder, ni otro alguno, puede implicar que la heterogeneidad histórico-estructural haya sido erradicada dentro de sus dominios. Lo que su globalidad implica es un piso básico de prácticas sociales comunes para todo el mundo, y una esfera intersubjetiva que existe y actúa como esfera central de orientación valórica del conjunto. Por lo cual las instituciones hegemónicas de cada ámbito de existencia social, son universales a la población del mundo como modelos intersubjetivos. Así, el Estado-nación, la familia burguesa, la empresa, la racionalidad eurocéntrica.

Por lo tanto, sea lo que sea lo que el término modernidad mienta, hoy involucra al conjunto de la población mundial y a toda su historia de los últimos 500 años, a todos los mundos o ex-mundos articulados en el patrón global de poder, a cada uno de sus segmentos diferenciados o diferenciables, pues se constituyó junto con, como parte de, la redefinición o reconstitución histórica de cada uno de ellos por su incorporación al nuevo y común patrón de poder mundial. Por lo tanto, también como articulación de muchas racionalidades.

En otros términos, puesto que se trata de una historia nueva y diferente, con experiencias específicas, las cuestiones que esta historia permite y obliga a abrir no pueden ser indagadas, mucho menos contestadas, con el concepto eurocéntrico de modernidad. Por lo mismo, decir que es un fenómeno puramente europeo o que ocurre en todas las culturas, tendría hoy un imposible sentido. Se trata de algo nuevo y diferente, específico de este patrón de poder mundial. Si hay que preservar el nombre, debe tratarse, de todos modos, de otra modernidad.

La cuestión central que nos interesa aquí es la siguiente: ¿qué es lo realmente nuevo respecto de la modernidad? ¿No solamente lo que desarrolla y redefine experiencias, tendencias y procesos de otros mundos, sino lo que fue producido en la historia propia del actual patrón de poder mundial?

Dussel ha propuesto la categoría de transmodernidad como alternativa a la pretensión eurocéntrica de que Europa es la productora original de la modernidad22. Según esa propuesta, la constitución del Ego individual diferenciado es lo nuevo que ocurre con América y es la marca de la modernidad, pero tiene lugar no sólo en Europa sino en todo el mundo que se configura a partir de América. Dussel da en el blanco al recusar uno de los mitos predilectos del eurocentrismo. Pero no es seguro que el ego individual diferenciado sea un fenómeno exclusivamente perteneciente al período iniciado con América.

Hay, por supuesto, una relación umbilical entre los procesos históricos que se generan a partir de América y los cambios de la subjetividad o, mejor dicho, de la intersubjetividad de todos los pueblos que se van integrando en el nuevo patrón de poder mundial. Y esos cambios llevan a la constitución de una nueva subjetividad, no sólo individual, sino colectiva, de una nueva intersubjetividad. Ese es, por lo tanto, un fenómeno nuevo que ingresa a la historia con América y en ese sentido hace parte de la modernidad.

Pero cualesquiera que fuesen, esos cambios no se constituyen desde la subjetividad individual, ni colectiva, del mundo preexistente, vuelta sobre sí misma, o, para repetir la vieja imagen, esos cambios no nacen como Minerva de la cabeza de Zeus, sino que son la expresión subjetiva o intersubjetiva de lo que las gentes del mundo están haciendo en ese momento.

Desde esa perspectiva, es necesario admitir que América y sus consecuencias inmediatas en el mercado mundial y en la formación de un nuevo patrón de poder mundial, son un cambio histórico verdaderamente enorme y que no afecta solamente a Europa sino al conjunto del mundo. No se trata de cambios dentro del mundo conocido, que no alteran sino algunos de sus rasgos. Se trata del cambio del mundo como tal. Este es, sin duda, el elemento fundante de la nueva subjetividad: la percepción del cambio histórico.

Es ese elemento lo que desencadena el proceso de constitución de una nueva perspectiva sobre el tiempo y sobre la historia. La percepción del cambio lleva a la idea del futuro, puesto que es el único territorio del tiempo donde pueden ocurrir los cambios. El futuro es un territorio temporal abierto. El tiempo puede ser nuevo, pues no es solamente la extensión del pasado. Y, de esa manera, la historia puede ser percibida ya no sólo como algo que ocurre, sea como algo natural o producido por decisiones divinas o misteriosas como el destino, sino como algo que puede ser producido por la acción de las gentes, por sus cálculos, sus intenciones, sus decisiones, por lo tanto como algo que puede ser proyectado, y, en consecuencia, tener sentido23.

Con América se inicia, pues, un entero universo de nuevas relaciones materiales e intersubjetivas. Es pertinente, por todo eso, admitir que el concepto de modernidad no se refiere solamente a lo que ocurre con la subjetividad, no obstante toda la tremenda importancia de ese proceso, sea que se trate de la emergencia del ego individual, o de un nuevo universo de relaciones intersubjetivas entre los individuos y entre los pueblos integrados o que se integran en el nuevo sistema-mundo y su específico patrón de poder mundial.

El concepto de modernidad da cuenta, igualmente, de los cambios en la dimensión material de las relaciones sociales. Es decir, los cambios ocurren en todos los ámbitos de la existencia social de los pueblos y, por tanto de sus miembros individuales, lo mismo en la dimensión material que en la dimensión subjetiva de esas relaciones. Y puesto que se trata de procesos que se inician con la constitución de América, de un nuevo patrón de poder mundial y de la integración de los pueblos de todo el mundo en ese proceso, de un entero y complejo sistema-mundo, es también imprescindible admitir que se trata de todo un período histórico. En otros términos, a partir de América un nuevo espacio/tiempo se constituye, material y subjetivamente: eso es lo que mienta el concepto de modernidad.

No obstante, fue decisivo para el proceso de modernidad que el centro hegemónico de ese mundo estuviera localizado en las zonas centro-norte de Europa Occidental. Eso ayuda a explicar por qué el centro de elaboración intelectual de ese proceso se localizará también allí, y por qué esa versión fue la que ganó hegemonía mundial. Ayuda igualmente a explicar por qué la colonialidad del poder jugará un papel de primer orden en esa elaboración eurocéntrica de la modernidad.

Esto último no es muy difícil de percibir si se tiene en cuenta lo que ya ha sido mostrado antes, el modo como la colonialidad del poder está vinculada a la concentración en Europa del capital, del salariado, del mercado del capital, en fin, de la sociedad y de la cultura asociadas a esas determinaciones. En ese sentido, la modernidad fue también colonial desde su punto de partida. Pero ayuda también a entender por qué fue en Europa mucho más directo e inmediato el impacto del proceso mundial de modernización.

En efecto, las nuevas prácticas sociales implicadas en el patrón de poder mundial, capitalista, la concentración del capital y del salariado, el nuevo mercado del capital, todo ello asociado a la nueva perspectiva sobre el tiempo y sobre la historia, a la centralidad de la cuestión del cambio histórico en dicha perspectiva, como experiencia y como idea, requieren, necesariamente, la des-sacralización de las jerarquías y de las autoridades, tanto en la dimensión material de las relaciones sociales como en su intersubjetividad; la des-sacralización, el cambio o el desmantelamiento de las correspondientes estructuras e instituciones. La individuación de las gentes sólo adquiere su sentido en ese contexto, la necesidad de un foro propio para pensar, para dudar, para decidir; la libertad individual, en suma, contra las adscripciones sociales fijadas y en consecuencia la necesidad de igualdad social entre los individuos.

Las determinaciones capitalistas, sin embargo, requerían también, y en el mismo movimiento histórico, que esos procesos sociales, materiales e intersubjetivos, no pudieran tener lugar sino dentro de relaciones sociales de explotación y de dominación. En consecuencia, como un campo de conflictos por la orientación, es decir, los fines, los medios y los límites de esos procesos. Para los controladores del poder, el control del capital y del mercado eran y son los que deciden los fines, los medios y los límites del proceso.

El mercado es el piso, pero también el límite de la posible igualdad social entre las gentes. Para los explotados del capital y en general para los dominados del patrón de poder, la modernidad generó un horizonte de liberación de las gentes de toda relación, estructura o institución vinculada a la dominación y a la explotación, pero también las condiciones sociales para avanzar en dirección a ese horizonte. La modernidad es, pues, también una cuestión de conflicto de intereses sociales. Uno de ellos es la continuada democratización de la existencia social de las gentes. En ese sentido, todo concepto de modernidad es necesariamente ambiguo y contradictorio24.

Es allí, precisamente, donde la historia de esos procesos diferencia tan claramente a Europa Occidental y el resto del mundo, para el caso, América Latina. En Europa Occidental, la concentración de la relación capital-salario es el eje principal de las tendencias de las relaciones de clasificación social y de la correspondiente estructura de poder. Eso subyace a los enfrentamientos con el antiguo orden, con el Imperio, con el Papado, durante el período del llamado capital competitivo. Esos enfrentamientos permiten a los sectores no dominantes del capital y a los explotados, mejores condiciones de negociar su lugar en el poder y la venta de su fuerza de trabajo.

De otro lado, abre también condiciones para una secularización específicamente burguesa de la cultura y de la subjetividad. El liberalismo es una de las claras expresiones de ese contexto material y subjetivo de la sociedad en Europa Occidental. En cambio, en el resto del mundo, en América Latina en particular, las formas más extendidas de control del trabajo son no-salariales, aunque en beneficio global del capital, lo que implica que las relaciones de explotación y de dominación tienen carácter colonial. La Independencia política, desde comienzos del siglo XIX, está acompañada en la mayoría de los nuevos países por el estancamiento y retroceso del capital y fortalece el carácter colonial de la dominación social y política bajo Estados formalmente independientes. El eurocentramiento del capitalismo colonial/moderno, fue en ese sentido decisivo para el destino diferente del proceso de la modernidad entre Europa y el resto del mundo25.

II. Colonialidad del poder y eurocentrismo

La elaboración intelectual del proceso de modernidad produjo una perspectiva de conocimiento y un modo de producir conocimiento que dan muy ceñida cuenta del carácter del patrón mundial de poder: colonial/moderno, capitalista y eurocentrado. Esa perspectiva y modo concreto de producir conocimiento se reconocen como eurocentrismo26.

Eurocentrismo es, aquí, el nombre de una perspectiva de conocimiento cuya elaboración sistemática comenzó en Europa Occidental antes de mediados del siglo XVII, aunque algunas de sus raíces son sin duda más viejas, incluso antiguas, y que en las centurias siguientes se hizo mundialmente hegemónica recorriendo el mismo cauce del dominio de la Europa burguesa. Su constitución ocurrió asociada a la específica secularización burguesa del pensamiento europeo y a la experiencia y las necesidades del patrón mundial de poder capitalista, colonial/moderno, eurocentrado, establecido a partir de América.

No se trata, en consecuencia, de una categoría que implica a toda la historia cognoscitiva en toda Europa, ni en Europa Occidental en particular. En otros términos, no se refiere a todos los modos de conocer de todos los europeos y en todas las épocas, sino a una específica racionalidad o perspectiva de conocimiento que se hace mundialmente hegemónica colonizando y sobreponiéndose a todas las demás, previas o diferentes, y a sus respectivos saberes concretos, tanto en Europa como en el resto del mundo. En el marco de este trabajo lo que me propongo es discutir algunas de sus cuestiones más directamente vinculadas a la experiencia histórica de América Latina, pero que, obviamente, no se refieren solamente a ella.

Capital y capitalismo

Primero que nada, la teoría de una secuencia histórica unilineal y universalmente válida entre las formas conocidas de trabajo y de control del trabajo, que fueran también conceptualizadas como relaciones o modos de producción, especialmente entre capital y pre-capital, precisa ser, en todo caso respecto de América, abierta de nuevo como cuestión mayor del debate científico-social contemporáneo.

Desde el punto de vista eurocéntrico, reciprocidad, esclavitud, servidumbre y producción mercantil independiente, son todas percibidas como una secuencia histórica previa a la mercantilización de la fuerza de trabajo. Son pre-capital. Y son consideradas no sólo como diferentes sino como radicalmente incompatibles con el capital. El hecho es, sin embargo, que en América ellas no emergieron en una secuencia histórica unilineal; ninguna de ellas fue una mera extensión de antiguas formas precapitalistas, ni fueron tampoco incompatibles con el capital.

En América la esclavitud fue deliberadamente establecida y organizada como mercancía para producir mercancías para el mercado mundial y, de ese modo, para servir a los propósitos y necesidades del capitalismo. Así mismo, la servidumbre impuesta sobre los indios, inclusive la redefinición de las instituciones de la reciprocidad, para servir los mismos fines, i.e. para producir mercancías para el mercado mundial. Y en fin, la producción mercantil independiente fue establecida y expandida para los mismos propósitos.

Eso significa que todas esas formas de trabajo y de control del trabajo en América no sólo actuaban simultáneamente, sino que estuvieron articuladas alrededor del eje del capital y del mercado mundial. Consecuentemente, fueron parte de un nuevo patrón de organización y de control del trabajo en todas sus formas históricamente conocidas, juntas y alrededor del capital. Juntas configuraron un nuevo sistema: el capitalismo.

El capital, como relación social basada en la mercantilización de la fuerza de trabajo, nació probablemente en algún momento circa los siglos XI-XII, en algún lugar en la región meridional de las penínsulas ibérica y/o itálica y por consecuencia, y por conocidas razones, en el mundo islámico.

Es pues bastante más antiguo que América. Pero antes de la emergencia de América, no está en ningún lugar estructuralmente articulado a todas las demás formas de organización y control de la fuerza de trabajo y del trabajo, ni tampoco era aún predominante sobre ninguna de ellas. Sólo con América pudo el capital consolidarse y obtener predominancia mundial, deviniendo precisamente en el eje alrededor del cual todas las demás formas fueron articuladas para los fines del mercado mundial.

Sólo de ese modo, el capital se convirtió en el modo de producción dominante. Así, el capital existió mucho tiempo antes que América. Sin embargo, el capitalismo como sistema de relaciones de producción, esto es, el heterogéneo engranaje de todas las formas de control del trabajo y de sus productos bajo el dominio del capital, en que de allí en adelante consistió la economía mundial y su mercado, se constituyó en la historia sólo con la emergencia de América. A partir de ese momento, el capital siempre ha existido y continúa existiendo hoy en día sólo como el eje central del capitalismo, no de manera separada, mucho menos aislada. Nunca ha sido predominante de otro modo, a escala mundial y global, y con toda probabilidad no habría podido desarrollarse de otro modo.

Evolucionismo y dualismo

Como en el caso de las relaciones entre capital y pre-capital, una línea similar de ideas fue elaborada acerca de las relaciones entre Europa y no-Europa. Como ya fue señalado, el mito fundacional de la versión eurocéntrica de la modernidad es la idea del estado de naturaleza como punto de partida del curso civilizatorio cuya culminación es la civilización europea u occidental.
De ese mito se origina la específicamente eurocéntrica perspectiva evolucionista, de movimiento y de cambio unilineal y unidireccional de la historia humana. Dicho mito fue asociado con la clasificación racial de la población del mundo. Esa asociación produjo una visión en la cual se amalgaman, paradójicamente, evolucionismo y dualismo. Esa visión sólo adquiere sentido como expresión del exacerbado etnocentrismo de la recién constituida Europa, por su lugar central y dominante en el capitalismo mundial colonial/moderno, de la vigencia nueva de las ideas mitificadas de humanidad y de progreso, entrañables productos de la Ilustración, y e la vigencia de la idea de raza como criterio básico de clasificación social universal de la población del mundo.

La historia es, sin embargo, muy distinta. Por un lado, en el momento en que los ibéricos conquistaron, nombraron y colonizaron América (cuya región norte o Norte América, colonizarán los británicos un siglo más tarde), hallaron un gran número de diferentes pueblos, cada uno con su propia historia, lenguaje, descubrimientos y productos culturales, memoria e identidad.

Son conocidos los nombres de los más desarrollados y sofisticados de ellos: aztecas, mayas, chimús, aymaras, incas, chibchas, etc. Trescientos años más tarde todos ellos quedaban reunidos en una sola identidad: indios. Esta nueva identidad era racial, colonial y negativa. Así también sucedió con las gentes traídas forzadamente desde la futura Africa como esclavas: ashantis, yorubas, zulús, congos, bacongos, etc. En el lapso de trescientos años, todos ellos no eran ya sino negros.

Ese resultado de la historia del poder colonial tuvo dos implicaciones decisivas. La primera es obvia: todos aquellos pueblos fueron despojados de sus propias y singulares identidades históricas. La segunda es, quizás, menos obvia, pero no es menos decisiva: su nueva identidad racial, colonial y negativa, implicaba el despojo de su lugar en la historia de la producción cultural de la humanidad.

En adelante no eran sino razas inferiores, capaces sólo de producir culturas inferiores. Implicaba también su reubicación en el nuevo tiempo histórico constituido con América primero y con Europa después: en adelante eran el pasado. En otros términos, el patrón de poder fundado en la colonialidad implicaba también un patrón cognitivo, una nueva perspectiva de conocimiento dentro de la cual lo no-europeo era el pasado y de ese modo inferior, siempre primitivo.

Por otro lado, la primera identidad geocultural moderna y mundial fue América. Europa fue la segunda y fue constituida como consecuencia de América, no a la inversa. La constitución de Europa como nueva entidad/identidad histórica se hizo posible, en primer lugar, con el trabajo gratuito de los indios, negros y mestizos de América, con su avanzada tecnología en la minería y en la agricultura, y con sus respectivos productos, el oro, la plata, la papa, el tomate, el tabaco, etc., etc27.

Porque fue sobre esa base que se configuró una región como sede del control de las rutas atlánticas, a su vez convertidas, precisamente sobre esa misma base, en las decisivas del mercado mundial. Esa región no tardó en emerger como Europa. América y Europa se produjeron históricamente, así, mutuamente, como las dos primeras nuevas identidades geoculturales del mundo moderno.

Sin embargo, los europeos se persuadieron a sí mismos, desde mediados del siglo XVII, pero sobre todo durante el siglo XVIII, no sólo de que de algún modo se habían autoproducido a sí mismos como civilización, al margen de la historia iniciada con América, culminando una línea independiente que empezaba con Grecia como única fuente original. También concluyeron que eran naturalmente (i.e., racialmente) superiores a todos los demás, puesto que habían conquistado a todos y les habían impuesto su dominio.

La confrontación entre la experiencia histórica y la perspectiva eurocéntrica de conocimiento permite señalar algunos de los elementos más importantes del eurocentrismo: a) una articulación peculiar entre un dualismo (precapital-capital, no europeo-europeo, primitivo-civilizado, tradicional-moderno, etc.) y un evolucionismo lineal, unidireccional, desde algún estado de naturaleza a la sociedad moderna europea; b) la naturalización de las diferencias culturales entre grupos humanos por medio de su codificación con la idea de raza; y c) la distorsionada reubicación temporal de todas esas diferencias, de modo que todo lo no-europeo es percibido como pasado. Todas estas operaciones intelectuales son claramente interdependientes. Y no habrían podido ser cultivadas y desarrolladas sin la colonialidad del poder.

Homogeneidad/continuidad y heterogeneidad/discontinuidad

Como es observable ahora, la perspectiva eurocéntrica de conocimiento, debido a su radical crisis, es hoy un campo pletórico de cuestiones. Aquí es pertinente aún dejar planteadas dos de ellas. Primero, una idea del cambio histórico como un proceso o un momento en el cual una entidad o unidad se transforma de manera continua, homogénea y completa en otra cosa y abandona de manera absoluta la escena histórica. Esto le permite a otra entidad equivalente ocupar el lugar, y todo esto continúa en una cadena secuencial. De otro modo no tendría sentido, ni lugar, la idea de la historia como una evolución unidireccional y unilineal.

Segundo, de allí se desprende que cada unidad diferenciada, por ejemplo una “economía/sociedad” o un “modo de producción” en el caso del control del trabajo (capital o esclavitud) o una “raza/civilización” en el caso de grupos humanos, es una entidad/identidad homogénea. Más aún, que son, cada una, estructuras de elementos homogéneos relacionados de manera continua y sistémica (lo que es distinto de sistemática).

La experiencia histórica demuestra sin embargo que el capitalismo mundial está lejos de ser una totalidad homogénea y continua. Al contrario, como lo demuestra América, el patrón de poder mundial que se conoce como capitalismo es, en lo fundamental, una estructura de elementos heterogéneos, tanto en términos de las formas de control del trabajo-recursos-productos (o relaciones de producción) o en términos de los pueblos e historias articulados en él. En consecuencia, tales elementos se relacionan entre sí y con el conjunto de manera también heterogénea y discontinua, incluso conflictiva. Y son ellos mismos, cada uno, configurados del mismo modo.

Así, cada una de esas relaciones de producción es en sí misma una estructura heterogénea. Especialmente el capital, desde que todos los estadios y formas históricas de producción de valor y de apropiación de plusvalor (por ejemplo, acumulación primitiva, plusvalía absoluta y relativa, extensiva o intensiva, o en otra nomenclatura, manufactura, capital competitivo, capital monopólico, capital transnacional o global, o prefordista, fordista, de mano de obra intensiva, de capital intensivo, de información intensiva, etc., etc.) están simultáneamente en actividad y trabajan juntos en una compleja malla de transferencia de valor y de plusvalor. Esto es igualmente cierto respecto de las razas, ya que tantos pueblos diversos y heterogéneos, con heterogéneas historias y tendencias históricas de movimiento y de cambio fueron reunidos bajo un solo membrete racial, por ejemplo indio o negro.

Esta heterogeneidad no es simplemente estructural, basada en las relaciones entre elementos coetáneos. Ya que historias diversas y heterogéneas de este tipo fueron articuladas en una sola estructura de poder, es pertinente admitir el carácter histórico- estructural de esa heterogeneidad.

Consecuentemente, el proceso de cambio de dicha totalidad capitalista no puede, de ningún modo, ser una transformación homogénea y continua del sistema entero, ni tampoco de cada uno de sus componentes mayores. Tampoco podría dicha totalidad desvanecerse completa y homogéneamente de la escena histórica y ser reemplazada por otra equivalente. El cambio histórico no puede ser unilineal, unidireccional, secuencial o total. El sistema, o el específico patrón de articulación estructural, podría ser desmantelado. Pero aún así cada uno o algunos de sus elementos puede y habrá de rearticularse en algún otro patrón estructural, como ocurrió, obviamente, con los componentes del patrón de poder pre-colonial en, digamos, el Tawantinsuyu28.

El nuevo dualismo

Finalmente, por el momento y para nuestros propósitos aquí, es pertinente abrir la cuestión de las relaciones entre el cuerpo y el no-cuerpo en la perspectiva eurocéntrica, tanto por su gravitación en el modo eurocéntrico de producir conocimiento, como debido a que en nuestra experiencia tiene una estrecha relación con las de raza y género.

La idea de la diferenciación entre el “cuerpo” y el “no-cuerpo” en la experiencia humana es virtualmente universal a la historia de la humanidad, común a todas las “culturas” o “civilizaciones” históricamente conocidas. Pero es también común a todas hasta la aparición del eurocentrismo la permanente co-presencia de los dos elementos como dos dimensiones no separables del ser humano, en cualquier aspecto, instancia o comportamiento.

El proceso de separación de estos elementos del ser humano es parte de una larga historia del mundo cristiano sobre la base de la idea de la primacía del “alma” sobre el “cuerpo”. Pero esta historia muestra también una larga e irresuelta ambivalencia de la teología cristiana sobre este punto en particular. Ciertamente, es el “alma” el objeto privilegiado de salvación. Pero al final, es el “cuerpo” el resurrecto, como culminación de la salvación.

Ciertamente, también, fue durante la cultura represiva del cristianismo, como resultado de los conflictos con musulmanes y judíos, sobre todo entre los siglos XV y XVI en plena Inquisición, que la primacía del “alma” fue enfatizada, quizás exasperada. Y porque el “cuerpo” fue el objeto básico de la represión, el “alma” pudo aparecer casi separada de las relaciones intersubjetivas al interior del mundo cristiano. Pero esto no fue teorizado, es decir, sistemáticamente discutido y elaborado hasta Descartes, culminando el proceso de la secularización burguesa del pensamiento cristiano29.

Con Descartes30 lo que sucede es la mutación del antiguo abordaje dualista sobre el “cuerpo” y el “no-cuerpo”. Lo que era una co-presencia permanente de ambos elementos en cada etapa del ser humano, en Descartes se convierte en una radical separación entre “razón/sujeto” y “cuerpo”.

La razón no es solamente una secularización de la idea de “alma” en el sentido teológico, sino que es una mutación en una nueva id-entidad, la “razón/sujeto”, la única entidad capaz de conocimiento “racional”, respecto del cual el “cuerpo” es y no puede ser otra cosa que “objeto” de conocimiento. Desde ese punto de vista el ser humano es, por excelencia, un ser dotado de “razón”, y ese don se concibe como localizado exclusivamente en el alma.

Así el “cuerpo”, por definición incapaz de razonar, no tiene nada que ver con la razon/sujeto. Producida esa separación radical entre “razon/sujeto” y “cuerpo”, las relaciones entre ambos deben ser vistas únicamente como relaciones entre la razón/sujeto humana y el cuerpo/naturaleza humana, o entre “espíritu” y “naturaleza”. De este modo, en la racionalidad eurocéntrica el “cuerpo” fue fijado como “objeto” de conocimiento, fuera del entorno del “sujeto/razón”.

Sin esa “objetivización” del “cuerpo” como “naturaleza”, de su expulsión del ámbito del “espíritu”, difícilmente hubiera sido posible intentar la teorización “científica” del problema de la raza, como fue el caso del Conde de Gobineau durante el siglo XIX31. Desde esa perspectiva eurocéntrica, ciertas razas son condenadas como “inferiores” por no ser sujetos “racionales”.

Son objetos de estudio, “cuerpo” en consecuencia, más próximos a la “naturaleza”. En un sentido, esto los convierte en dominables y explotables. De acuerdo al mito del estado de naturaleza y de la cadena del proceso civilizatorio que culmina en la civilización europea, algunas razas —negros (o africanos), indios, oliváceos, amarillos (o asiáticos) y en esa secuencia- están más próximas a la “naturaleza” que los blancos32. Sólo desde esa peculiar perspectiva fue posible que los pueblos no-europeos fueran considerados, virtualmente hasta la Segunda Guerra Mundial, ante todo como objeto de conocimiento y de dominación/explotación por los europeos.

Ese nuevo y radical dualismo no afectó solamente a las relaciones raciales de dominación, sino también a las más antiguas, las relaciones sexuales de dominación. En adelante, el lugar de las mujeres, muy en especial el de las mujeres de las razas inferiores, quedó estereotipado junto con el resto de los cuerpos, y tanto más inferiores fueran sus razas, tanto más cerca de la naturaleza o directamente, como en el caso de las esclavas negras, dentro de la naturaleza.

Es probable, aunque la cuestión queda por indagar, que la idea de género se haya elaborado después del nuevo y radical dualismo como parte de la perspectiva cognitiva eurocentrista.

Durante el siglo XVIII, ese nuevo dualismo radical fue amalgamado con las ideas mitificadas de “progreso” y de un estado de naturaleza en la trayectoria humana, los mitos fundacionales de la versión eurocentrista de la modernidad. Esto dio pie a la peculiar perspectiva histórica dualista/evolucionista. Así todos los no-europeos pudieron ser considerados, de un lado, como pre-europeos y al mismo tiempo dispuestos en cierta cadena histórica y continua desde lo primitivo a lo civilizado, de lo irracional a lo racional, de lo tradicional a lo moderno, de lo mágico-mítico a lo científico. En otras palabras, desde lo no-europeo/pre-europeo a algo que en el tiempo se europeizará o “modernizará”.

Sin considerar la experiencia entera del colonialismo y de la colonialidad, esa marca intelectual sería difícilmente explicable, así como la duradera hegemonía mundial del eurocentrismo. Las solas necesidades del capital como tal, no agotan, no podrían agotar, la explicación del carácter y de la trayectoria de esa perspectiva de conocimiento.

III. Eurocentrismo y experiencia histórica en América Latina

Aplicada de manera específica a la experiencia histórica latinoamericana, la perspectiva eurocéntrica de conocimiento opera como un espejo que distorsiona lo que refleja. Es decir, la imagen que encontramos en ese espejo no es del todo quimérica, ya que poseemos tantos y tan importantes rasgos históricos europeos en tantos aspectos, materiales e intersubjetivos. Pero, al mismo tiempo, somos tan profundamente distintos. De ahí que cuando miramos a nuestro espejo eurocéntrico, la imagen que vemos sea necesariamente parcial y distorsionada.

Aquí la tragedia es que todos hemos sido conducidos, sabiéndolo o no, queriéndolo o no, a ver y aceptar aquella imagen como nuestra y como perteneciente a nosotros solamente. De esa manera seguimos siendo lo que no somos. Y como resultado no podemos nunca identificar nuestros verdaderos problemas, mucho menos resolverlos, a no ser de una manera parcial y distorsionada.

El eurocentrismo y la “cuestión nacional”: El Estado-nación

Uno de los ejemplos más claros de esta tragedia de equivocaciones en América Latina es la historia de la llamada cuestión nacional. Dicho de otro modo, del problema del moderno Estado-nación en América Latina.

Naciones y Estados son un viejo fenómeno. Sin embargo, aquello que llamamos el moderno Estado-nación es una experiencia muy específica. Se trata de una sociedad nacionalizada y por eso políticamente organizada como un Estado-nación. Implica a las instituciones modernas de ciudadanía y democracia política. Es decir, implica una cierta democracia, dado que cada proceso conocido de nacionalización societal en los tiempos modernos ha ocurrido solamente a través de una relativa (o sea, dentro de los límites del capitalismo) pero importante y real democratización del control del trabajo, de los recursos productivos y del control de la generación y gestión de las instituciones políticas. De este modo, la ciudadanía puede llegar a servir como igualdad legal, civil y política para gentes socialmente desiguales33.

Un Estado-nación es una suerte de sociedad individualizada entre las demás. Por eso, entre sus miembros puede ser sentida como identidad. Sin embargo, toda sociedad es una estructura de poder. Es el poder aquello que articula formas de existencia social dispersas y diversas en una totalidad única, una sociedad. Toda estructura de poder es siempre, parcial o totalmente, la imposición de algunos, a menudo cierto grupo, sobre los demás. Consecuentemente, todo Estado-nación posible es una estructura de poder, del mismo modo en que es producto del poder. En otros términos, del modo en que han quedado configuradas las disputas por el control del trabajo, sus recursos y productos; del sexo, sus recursos y productos; de la autoridad y de su específica violencia; de la intersubjetividad y del conocimiento.

No obstante, si un Estado-nación moderno puede expresarse en sus miembros como una identidad, no es solamente debido a que puede ser imaginado como una comunidad34. Los miembros precisan tener en común algo real, no sólo imaginado, algo que compartir. Y eso, en todos los reales Estados-nación modernos, es una participación más o menos democrática en la distribución del control del poder. Esta es la manera específica de homogeneización de la gente en un Estado-nación moderno. Toda homogeneización de la población de un Estado-nación moderno, es desde luego parcial y temporal y consiste en la común participación democrática en el control de la generación y de la gestión de las instituciones de autoridad pública y de sus específicos mecanismos de violencia.

Esto es, se ejerce, en lo fundamental, en todo el ámbito de la existencia social vinculado al Estado y que por ello se asume como lo explícitamente político. Pero dicho ámbito no podría ser democrático, esto es, implicar ciudadanía como igualdad jurídica y civil de gentes desigualmente ubicadas en las relaciones de poder, si las relaciones sociales en todos los otros ámbitos de la existencia social fueran radicalmente no democráticas o antidemocráticas35.

Puesto que todo Estado-nación es una estructura de poder, eso implica que se trata de un poder que se configura en ese sentido. El proceso empieza siempre con un poder político central sobre un territorio y su población, porque cualquier proceso de nacionalización posible sólo puede ocurrir en un espacio dado, a lo largo de un prolongado período de tiempo. Dicho espacio precisa ser más o menos estable por un largo período. En consecuencia, se precisa de un poder político estable y centralizado. Este espacio es, en ese sentido, necesariamente un espacio de dominación disputado y ganado frente a otros rivales.

En Europa el proceso que llevó a la formación de estructuras de poder configuradas como Estado-nación, empezó con la emergencia de algunos pocos núcleos políticos que conquistaron su espacio de dominación y se impusieron sobre los diversos y heterogéneos pueblos e identidades que lo habitaban. De este modo el Estado-nación empezó como un proceso de colonización de algunos pueblos sobre otros que, en ese sentido, eran pueblos extranjeros.

En algunos casos particulares, como en la España que se constituía sobre la base de América y sus ingentes y gratuitos recursos, el proceso incluyó la expulsión de algunos grupos, como los musulmanes y judíos, considerados como extranjeros indeseables. Esta fue la primera experiencia de limpieza étnica en el período moderno, seguida por la imposición de esa peculiar institución llamada “certificado de limpieza de sangre“36.

Por otro lado, el proceso de centralización estatal que antecedió en Europa Occidental a la formación de Estados-nación, fue paralelo a la imposición de la dominación colonial que comenzó con América. Es decir, simultáneamente con la formación de los imperios coloniales de esos primeros Estados centrales europeos. El proceso tiene, pues, un doble movimiento histórico.
Comenzó como una colonización interna de pueblos con identidades diferentes, pero que habitaban los mismos territorios convertidos en espacios de dominación interna, es decir, en los mismos territorios de los futuros Estados-nación. Y siguió paralelamente a la colonización imperial o externa de pueblos que no sólo tenían identidades diferentes a las de los colonizadores, sino que habitaban territorios que no eran considerados como los espacios de dominación interna de los colonizadores, es decir no eran los mismos territorios de los futuros Estados-nación de los colonizadores.

Si indagamos desde nuestra actual perspectiva histórica aquello que sucedió con los primeros Estados centrales europeos, sus espacios de dominación (poblaciones y territorios) y sus respectivos procesos de nacionalización, se observa que las diferencias son muy visibles. La existencia de un fuerte Estado central no es suficiente para producir un proceso de relativa homogeneización de una población previamente diversa y heterogénea, para producir así una identidad común y una fuerte y duradera lealtad a dicha identidad. Entre esos casos, Francia es probablemente la más lograda experiencia, así como España es la menos exitosa.

¿Por qué Francia sí y España no? España era en sus inicios mucho más rica y poderosa que sus pares. Sin embargo, luego de la expulsión de los musulmanes y judíos dejó de ser productiva y próspera para convertirse en correa de trasmisión de los recursos de América a los centros emergentes del capital financiero mercantil. Al mismo tiempo, luego del violento y exitoso ataque en contra de la autonomía de las comunidades campesinas y de las ciudades y burgos, quedó atrapada en una estructura señorial de poder y bajo la autoridad de una monarquía y de una iglesia represivas y corruptas.

La Monarquía de España se dedicó, además, a una política bélica en busca de la expansión de su poder señorial en Europa, en lugar de una hegemonía sobre el mercado mundial y el capital comercial y financiero como hicieran luego Inglaterra o Francia. Todas las luchas por forzar a los controladores del poder a admitir o negociar alguna democratización de la sociedad y del Estado fueron derrotadas, notablemente la revolución liberal de 1810-12. De este modo, el colonialismo interno y los patrones señoriales de poder político y social, combinados, demostraron ser fatales para la nacionalización de la sociedad y el Estado españoles, en la medida en que ese tipo de poder no sólo probó ser incapaz de sostener cualquier ventaja proveniente de ese rico y vasto colonialismo imperial o externo: probó igualmente que era muy poderosa valla a todo proceso democratizador de las relaciones sociales y políticas y no sólo dentro del espacio propio de dominación.

Por el contrario, en Francia, a través de la democratización radical de las relaciones sociales y políticas con la Revolución Francesa, el previo colonialismo interno evolucionó hacia una “francesización” efectiva, aunque no total, de los pueblos que habitaban el territorio de Francia, originalmente tan diversos e histórico-estructuralmente heterogéneos como en el espacio de dominación que se llamaría España. Los vascos franceses, por ejemplo son, en primer lugar, franceses, como los occitanos o los navarros. No así en España.

En cada uno de los casos de exitosa nacionalización de sociedades y Estados en Europa, la experiencia es la misma: un importante proceso de democratización de la sociedad es la condición básica para la nacionalización de esa sociedad y de su organización política en un Estado-nación moderno. No hay, en verdad, excepción conocida a esa trayectoria histórica del proceso que conduce a la formación del Estado-nación.

El Estado-nación en América: Estados Unidos

Si examinamos la experiencia de América, sea en sus áreas hispánica o británica, podemos reconocer diferencias y factores básicos equivalentes. En el área britano-americana, la ocupación del territorio fue desde el comienzo violenta. Pero antes de la Independencia, conocida en Estados Unidos como la Revolución Americana, el territorio ocupado era muy pequeño. Por eso los indios no fueron habitantes del territorio ocupado, no estaban colonizados.

Por eso, los diversos pueblos indios fueron formalmente reconocidos como naciones y con ellos se practicó relaciones comerciales inter-naciones, inclusive se formaron alianzas militares en las guerras entre colonialistas ingleses y franceses, sobre todo. Los indios no eran parte de la población incorporada al espacio de dominación colonial britano-americana. Por eso mismo, cuando se inicia la historia del nuevo Estado-nación llamado Estados Unidos de América del Norte, los indios fueron excluidos de esa nueva sociedad. Fueron considerados extranjeros.
Pero más adelante sus tierras fueron conquistadas y ellos casi exterminados. Sólo entonces, los sobrevivientes fueron encerrados en la sociedad norteamericana como raza colonizada. En el comienzo, pues, relaciones colonial/raciales existieron solamente entre blancos y negros. Este último grupo era fundamental para la economía de la sociedad colonial, como durante un primer largo momento para la economía de la nueva nación. Sin embargo, demográficamente los negros eran una relativamente reducida minoría, mientras que los blancos componían la gran mayoría.

Al fundarse Estados Unidos como país independiente, el proceso de constitución del nuevo patrón de poder llevó desde el comienzo a la configuración de un Estado-nación. En primer término, a pesar de la relación colonial de dominación entre blancos y negros y del exterminio colonialista de la población india, dada la condición abrumadoramente mayoritaria de los blancos, es inevitable admitir que dicho nuevo Estado-nación era genuinamente representativo de la mayoría de la población.

Esa blanquitud social de la sociedad norteamericana fue incluso más lejos con la inmigración de millones de europeos durante el siglo XIX. En segundo término, la conquista de los territorios indios resultó en la abundancia de la oferta de un recurso básico de producción, la tierra. Este pudo ser, por consecuencia, apropiado y distribuido de manera no únicamente concentrada bajo el control de muy pocas gentes, sino por el contrario pudo ser, al mismo tiempo, parcialmente concentrado en grandes latifundios y también apropiado o distribuido en una vasta proporción de mediana y pequeña propiedad. Equivalente, pues, a una distribución democrática del recurso.

Eso fundó para los blancos una participación notablemente democrática en el control de la generación y la gestión de la autoridad publica. La colonialidad del nuevo patrón de poder no fue anulada, sin embargo, ya que negros e indios no podían tener lugar, en absoluto, en el control de los recursos de producción, ni de las instituciones y mecanismos de la autoridad pública.

Hacia mediados del siglo XIX, Tocqueville37 observó que en Estados Unidos de América, gente de orígenes tan diversos cultural, étnica e incluso nacionalmente, eran incorporados todos en algo parecido a una máquina de re-identificación nacional; rápidamente se convertían en ciudadanos estadounidenses y adquirían una nueva identidad nacional, incluso preservando por algún tiempo sus identidades originales.

Tocqueville encontró que el mecanismo básico de ese proceso de nacionalización era la apertura de la participación democrática en la vida política para todos los recién llegados. Todos ellos eran atraídos hacia una intensa participación política y con la libertad de decisión de participar o no. Pero vio también que dos grupos específicos no estaban autorizados a de participar en la vida política. Estos eran, evidentemente, negros e indios.

Esa discriminación era, pues, el límite de ese impresionante y masivo proceso de formación del Estado-nación moderno en la joven república de Estados Unidos de América. Tocqueville no dejó de advertir que a menos que esa discriminación social y política fuera eliminada, el proceso de construcción nacional se vería limitado. Un siglo más tarde, otro europeo, Gunnar Myrdall38, observó esas mismas limitaciones en el proceso nacional de Estados Unidos. Vio también que debido a que los nuevos inmigrantes eran no-blancos (provenían de América Latina y de Asia, en su mayoría), las relaciones coloniales de los blancos con esos otros pueblos podrían ser un serio riesgo para la reproducción de esa nación. Sin duda esos riesgos van en aumento hoy en día, a medida en que el viejo mito del melting pot ha sido abandonado forzosamente y el racismo tiende a ser de nuevo agudo y violento.

En suma, la colonialidad de las relaciones de dominación/explotación/conflicto entre blancos y no-blancos, no obstante su intensa vigencia, dada la condición vastamente mayoritaria de los primeros no fue tan fuerte como para impedir la relativa, pero real e importante, democratización del control de recursos de producción y del Estado, entre blancos, es verdad, pero con el vigor necesario para que pudiera ser reclamada más tarde también por los no-blancos. El poder pudo ser configurado en la trayectoria y la orientación de un Estado-nación. Es a eso que se refiere, sin duda, la idea de la Revolución Americana.

América Latina: Cono Sur y mayoría blanca

A primera vista, la situación en los países del llamado Cono Sur de América Latina (Argentina, Chile y Uruguay) fue similar a la ocurrida en Estados Unidos. Los indios, en su mayoría, tampoco fueron integrados a la sociedad colonial, en la medida en que eran pueblos de más o menos la misma estructura que aquellos de Norteamérica, sin disponibilidad para convertirse en trabajadores explotados, no condenables a trabajar forzosamente y de manera disciplinada para los colonos.

En esos tres países, también la población negra fue una minoría durante el período colonial, en comparación con otras regiones dominadas por españoles o portugueses. Y los dominantes de los nuevos países del Cono Sur consideraron, como en el caso de los Estados Unidos, necesaria la conquista del territorio que los indios poblaban y el exterminio de éstos como forma expeditiva de homogenizar la población nacional y de ese modo facilitar el proceso de constitución de un Estado-nación moderno, a la europea. En Argentina y Uruguay eso fue hecho en el siglo XIX. Y en Chile durante las tres primeras décadas del siglo XX. Estos países atrajeron también millones de inmigrantes europeos, consolidando en apariencia la blanquitud de las sociedades de Argentina, Chile y Uruguay. En un sentido, esto también consolidó en apariencia el proceso de homogeneización en dichos países.

Un elemento crucial introdujo, sin embargo, una diferencia básica en esos países en comparación con el caso norteamericano, muy en especial en Argentina. Mientras en Estados Unidos la distribución de la tierra se produjo de una manera menos concentrada durante un importante período, en Argentina la apropiación de la tierra ocurrió de una manera completamente distinta. La extrema concentración de la tenencia de la tierra, en particular de las tierras conquistadas a los indios, hizo imposible cualquier tipo de relaciones sociales democráticas entre los propios blancos y en consecuencia de toda relación política democrática.

Sobre esa base, en lugar de una sociedad democrática, capaz de representarse y organizarse políticamente en un Estado democrático, lo que se constituyó fue una sociedad y un Estado oligárquicos, sólo parcialmente desmantelados desde la Segunda Guerra Mundial. Sin duda, esas determinaciones se asociaron al hecho de que la sociedad colonial en ese territorio, sobre todo en la costa atlántica que devino hegemónica sobre el resto, fue poco desarrollada y por eso su reconocimiento como sede de un Virreinato fue tardío (segunda mitad del Siglo XVIII).

Su emergencia como una de las áreas prósperas del mercado mundial fue rápida desde el último cuarto del siglo XVIII, lo que impulsó en el siglo siguiente una masiva migración desde Europa del Sur, del Centro y del Este. Pero esa vasta población migratoria no encontró una sociedad con estructura, historia e identidad suficientemente densas y estables, para incorporarse a ella e identificarse con ella, como ocurrió en el caso de Estados Unidos y sin duda en Chile y Uruguay.

A fines del XIX la población de Buenos Aires estaba formada en más de un 80% por migrantes de origen europeo. Tardaron, por eso probablemente, en considerarse con identidad nacional y cultural propias diferentes de la europea, mientras rechazaban explícitamente la identidad asociada a la herencia histórica latinoamericana y, en particular, cualquier parentesco con la población india39.

La concentración de la tierra fue igualmente fuerte en Chile y algo menor en Uruguay. De todos modos, a diferencia de Argentina, los migrantes europeos encontraron en esos países una sociedad, un Estado, una identidad, ya suficientemente densos y constituidos, a los cuales incorporarse y con los cuales identificarse más pronto y más completamente que en el otro caso.

En el caso de Chile, por otra parte, la expansión territorial a costa de Bolivia y de Perú, permitió a la burguesía chilena el control de recursos cuya importancia ha marcado desde entonces la historia del país: salitre primero, y cobre poco después. En las pampas salitreras se formó el primer gran contingente de asalariados obreros de América Latina, desde mediados del siglo XIX, y más tarde fue en el cobre que se formó la columna vertebral de las organizaciones sociales y políticas de los obreros chilenos de la vieja república.

Los beneficios, distribuidos entre la burguesía británica y la chilena, permitieron el impulso de la agricultura comercial y de la economía comercial urbana. Se formaron nuevas capas de asalariados urbanos y nuevas capas medias relativamente amplias, junto con la modernización de una parte importante de la burguesía señorial. Fueron esas condiciones las que hicieron posible que los trabajadores y las capas medias pudieran negociar con algún éxito, desde 1930-35, las condiciones de la dominación/explotación/conflicto.

Esto es, de la democracia en las condiciones del capitalismo. De ese modo, pudo ser establecido un poder configurado como Estado-nación de blancos, por supuesto. Los indios, exigua minoría de sobrevivientes habitando las tierras más pobres e inhóspitas del país, fueron excluidos de ese Estado-nación. Hasta hace poco eran sociológicamente invisibles. Ahora no lo son tanto, comienzan a movilizarse en defensa de esas mismas tierras que también arriesgan perder frente al capital global.

El proceso de homogeneización de los miembros de la sociedad imaginada desde una perspectiva eurocéntrica como característica y condición de los Estados-nación modernos, fue llevado a cabo en los países del Cono Sur latinoamericano no por medio de la descolonización de las relaciones sociales y políticas entre los diversos componentes de la población, sino por la eliminación masiva de unos de ellos (indios, negros y mestizos). Es decir, no por medio de la democratización fundamental de las relaciones sociales y políticas, sino por la exclusión de una parte de la población. Dadas esas condiciones originales, la democracia alcanzada y el Estado-nación constituido, no podían ser afirmados y estables. La historia política de esos países, muy especial desde fines de los 60 hasta hoy, no podría ser explicada al margen de esas determinaciones40.

Mayoría india, negra y mestiza: el imposible “moderno Estado-nación”

En el resto de países latinoamericanos, esa trayectoria eurocéntrica hacia el Estado-nación se ha demostrado hasta ahora imposible de culminar. Tras la derrota de Tupac Amaru y de Haití, sólo en los casos de México y de Bolivia se llegó tan lejos como se pudo en el camino de la descolonización social, a través de un proceso revolucionario más o menos radical, durante el cual la descolonización del poder pudo recorrer un trecho importante antes de ser contenida y derrotada.

En esos países, al comenzar la Independencia, principalmente aquellos que fueron demográfica y territorialmente extensos a principios del siglo XIX, aproximadamente poco más del 90% del total de la población estaba compuesta de negros, indios y mestizos. Sin embargo, en todos estos países, durante el proceso de organización de los nuevos Estados, a dichas razas les fue negada toda posible participación en las decisiones sobre la organización social y política.

La pequeña minoría blanca que asumió el control de esos Estados se encontró inclusive con la ventaja de estar libre de las restricciones de la legislación de la Corona Española, que se dirigían formalmente a la protección de las razas colonizadas. A partir de ahí llegaron inclusive a imponer nuevos tributos coloniales sobre los indios, sin perjuicio de mantener la esclavitud de los negros por muchas décadas. Por supuesto, esta minoría dominante se hallaba ahora en libertad para expandir su propiedad de la tierra a expensas de los territorios reservados para los indios por la reglamentación de la Corona Española. En el caso del Brasil, los negros no eran sino esclavos y la mayoría de indios estaba constituida por pueblos de la Amazonía, siendo de esta manera extranjeros para el nuevo Estado.

Haití fue un caso excepcional donde se produjo, en el mismo movimiento histórico, una revolución nacional, social y racial. Es decir, una descolonización real y global del poder. Su derrota se produjo por las repetidas intervenciones militares por parte de los Estados Unidos. El otro proceso nacional en América Latina, en el Virreinato del Perú, liderado por Tupac Amaru II en 1780, fue tempranamente derrotado. Desde entonces, en todas las demás colonias ibéricas los grupos dominantes tuvieron éxito en tratar precisamente de evitar la descolonización de la sociedad mientras peleaban por tener Estados independientes.

Tales nuevos Estados no podrían ser considerados en modo alguno como nacionales, salvo que se admita que esa exigua minoría de colonizadores en el control fuera genuinamente representante del conjunto de la población colonizada. Las respectivas sociedades, fundadas en la dominación colonial de indios, negros y mestizos, no podrían tampoco ser consideradas nacionales, y ciertamente mucho menos, democráticas. Esto presenta una situación en apariencia paradójica: Estados independientes y sociedades coloniales41.

La paradoja es sólo parcial o superficial, sin embargo, cuando observamos con más cuidado los intereses sociales de los grupos dominantes de aquellas sociedades coloniales y sus Estados independientes. En la sociedad colonial britano-americana, ya que los indios constituían un pueblo extranjero, viviendo más allá de los confines de la sociedad colonial, la servidumbre no estuvo tan extendida como en la sociedad colonial de la América Ibérica.

Los sirvientes (indentured servants) traídos de la Gran Bretaña no eran legalmente siervos, y luego de la Independencia no lo fueron por mucho tiempo. Los esclavos negros fueron de importancia básica para la economía, pero demográficamente fueron una minoría. Y desde el comienzo, después de la Independencia, la producción fue hecha en gran medida por trabajadores asalariados y productores independientes. En Chile, durante el período colonial, la servidumbre india fue restringida, ya que los sirvientes indios locales eran una pequeña minoría. Y los esclavos negros, a pesar de ser más importantes para la economía, eran también una pequeña minoría. De este modo, esas razas no eran una gran fuente de trabajo gratuito como en el caso de los demás países ibéricos.

Consecuentemente, desde el inicio de la Independencia una creciente proporción de la producción local hubo de estar basada en el salario y el capital, y por esa razón el mercado interno fue vital para la burguesía pre-monopólica. Así, para las clases dominantes de ambos países —toutes distances gardées- el trabajo asalariado local, la producción y el mercado interno fueron preservados y protegidos de la competencia externa como la única y la más importante fuente de beneficio capitalista. Aún más, el mercado interno tuvo que ser expandido y protegido. En ese sentido, había algunas áreas de intereses comunes entre los trabajadores asalariados, los productores independientes y la burguesía local. Esto, en consecuencia, con las limitaciones derivadas de la exclusión de negros y mestizos, era un interés nacional para la gran mayoría de la población del nuevo Estado-nación.

Estado independiente y sociedad colonial: dependencia histórico-estructural

En cambio, en las otras sociedades ibero-americanas, la pequeña minoría blanca en el control de los Estados independientes y las sociedades coloniales no podía haber tenido, ni sentido, ningún interés social en común con los indios y negros y mestizos. Al contrario, sus intereses sociales eran explícitamente antagónicos respecto de los siervos indios y los esclavos negros, dado que sus privilegios estuvieron, precisamente, hechos del dominio/explotación de dichas gentes. De modo que no había ningún terreno de intereses comunes entre blancos y no blancos y, en consecuencia, ningún interés nacional común a todos ellos. Por eso, desde el punto de vista de los dominadores, sus intereses sociales estuvieron mucho más cerca de los intereses de sus pares europeos y en consecuencia estuvieron siempre inclinados a seguir los intereses de la burguesía europea. Eran pues, dependientes.

Eran dependientes de esa manera específica, no porque estuvieran subordinados por un mayor poder económico o político. ¿De quién? España o Portugal eran entonces demasiado débiles, se subdesarrollaban, no podían ejercer ningún neocolonialismo como ingleses o franceses en ciertos países de Africa después de la independencia política de esos países. Estados Unidos estaba absorbido en la conquista de las tierras de los indios y en el exterminio de esa población, iniciando su expansión imperial sobre parte del Caribe, sin capacidad aún de expandir su dominio económico o político más allá. Inglaterra intentó la ocupación de Buenos Aires y fue derrotada.

Los señores blancos latinoamericanos, dueños del poder político y de siervos y de esclavos, no tenían intereses comunes, sino exactamente antagónicos a los de esos trabajadores, que eran la abrumadora mayoría de la población de los nuevos Estados. Y mientras en Europa y Estados Unidos la burguesía blanca expandía la relación social llamada capital como eje de articulación de la economía y de la sociedad, los señores latinoamericanos no podían acumular sus cuantiosos beneficios comerciales comprando fuerza de trabajo asalariada, precisamente porque eso iba en contra de la reproducción de su señorío. Y destinaban esos beneficios comerciales al consumo ostentoso de las mercancías producidas, sobre todo, en Europa.

La dependencia de los capitalistas señoriales de esos países tenía en consecuencia una fuente inescapable: la colonialidad de su poder los llevaba a percibir sus intereses sociales como iguales a los de los otros blancos dominantes, en Europa y en Estados Unidos. Esa misma colonialidad del poder les impedía, sin embargo, desarrollar realmente sus intereses sociales en la misma dirección que los de sus pares europeos, esto es, convertir capital comercial (beneficio producido lo mismo en la esclavitud, en la servidumbre, o en la reciprocidad) en capital industrial, puesto que eso implicaba liberar indios siervos y esclavos negros y convertirlos en trabajadores asalariados.

Por obvias razones, los dominadores coloniales de los nuevos Estados independientes, en especial en América del Sur después de la crisis de fines del siglo XVIII, no podían ser en esa configuración sino socios menores de la burguesía europea. Cuando mucho más tarde fue preciso liberar a los esclavos, no fue para asalariarlos, sino para reemplazarlos por trabajadores inmigrantes de otros países, europeos y asiáticos. La eliminación de la servidumbre de los indios es reciente. No había ningún interés social común, ningún mercado propio que defender, lo que habría incluido el salariado, ya que ningún mercado local era de interés de los dominadores. No había, simplemente, ningún interés nacional.

La dependencia de los señores capitalistas no provenía de la subordinación nacional. Esta fue, por el contrario, la consecuencia de la comunidad de intereses raciales. Estamos tratando aquí con el concepto de la dependencia histórico-estructural, que es muy diferente de las propuestas nacionalistas de la dependencia externa o estructural42. La subordinación vino más adelante, precisamente debido a la dependencia y no a la inversa: durante la crisis económica mundial de los 30, la burguesía con más capital comercial de América Latina (Argentina, Brasil, México, Chile, Uruguay y hasta cierto punto Colombia) fue forzada a producir localmente los bienes que servían para su consumo ostentoso y que antes tenían que importar.

Este fue el inicio del peculiar camino latinoamericano de industrialización dependiente: la sustitución de los bienes importados para el consumo ostentoso de los señores y de sus pequeños grupos medios asociados, por productos locales destinados a ese consumo. Para esa finalidad no era necesario reorganizar globalmente las economías locales, asalariar masivamente a siervos, ni producir tecnología propia. La industrialización a través de la sustitución de importaciones es, en América Latina, un caso diáfano de las implicaciones de la colonialidad del poder43.

En este sentido, el proceso de independencia de los Estados en América Latina sin la descolonización de la sociedad no pudo ser, no fue, un proceso hacia el desarrollo de los Estados-nación modernos, sino una rearticulación de la colonialidad del poder sobre nuevas bases institucionales. Desde entonces, durante casi 200 años, hemos estado ocupados en el intento de avanzar en el camino de la nacionalización de nuestras sociedades y nuestros Estados. Todavía, en ningún país latinoamericano es posible encontrar una sociedad plenamente nacionalizada ni tampoco un genuino Estado-nación.

La homogeneización nacional de la población, según el modelo eurocéntrico de nación, sólo hubiera podido ser alcanzada a través de un proceso radical y global de democratización de la sociedad y del Estado. Primero que nada, esa democratización hubiera implicado, y aún debe implicar, el proceso de la descolonización de las relaciones sociales, políticas y culturales entre las razas, o más propiamente entre grupos y elementos de existencia social europeos y no europeos. No obstante, la estructura de poder fue y aún sigue estando organizada sobre y alrededor del eje colonial. La construcción de la nación y sobre todo del Estado-nación han sido conceptualizadas y trabajadas en contra de la mayoría de la población, en este caso, de los indios, negros y mestizos. La colonialidad del poder aún ejerce su dominio, en la mayor parte de América Latina, en contra de la democracia, la ciudadanía, la nación y el Estado-nación moderno.

Actualmente se puede distinguir cuatro trayectorias históricas y líneas ideológicas acerca del problema del Estado-nación:

1. Un limitado pero real proceso de descolonización/democratización a través de revoluciones radicales como en México y en Bolivia, después de las derrotas de Haití y de Tupac Amaru. En México, el proceso de descolonización del poder empezó a verse paulatinamente limitado desde los 60 hasta entrar finalmente en un período de crisis al final de los 70. En Bolivia la revolución fue derrotada en 1965.
2. Un limitado pero real proceso de homogeneización colonial (racial), como en el Cono Sur (Chile, Uruguay, Argentina), por medio de un genocidio masivo de la población aborigen. Una variante de esa línea es Colombia, en donde la población original fue cuasi exterminada durante la colonia y reemplazada con los negros.
3. Un siempre frustrado intento de homogeneización cultural a través del genocidio cultural de los indios, negros y mestizos, como en México, Perú, Ecuador, Guatemala-Centro América y Bolivia.
4. La imposición de una ideología de “democracia racial” que enmascara la verdadera discriminación y la dominación colonial de los negros, como en Brasil, Colombia y Venezuela. Difícilmente alguien puede reconocer con seriedad una verdadera ciudadanía de la población de origen africano en esos países, aunque las tensiones y conflictos raciales no son tan violentos y explícitos como en Sudáfrica o en el sur de los Estados Unidos.

Lo que estas comprobaciones indican es que hay, sin duda, un elemento que impide radicalmente el desarrollo y culminación de la nacionalización de la sociedad y del Estado, en la misma medida en que impide su democratización, puesto que no se encuentra ningún ejemplo histórico de modernos Estado-nación que no sean el resultado de dicha democratización social y política. ¿Cuál es o puede ser ese elemento?

En el mundo europeo, y por eso en la perspectiva eurocéntrica, la formación de Estados-nación ha sido teorizada, imaginada en verdad, como expresión de la homogeneización de la población en términos de experiencias históricas comunes. Y a primera vista, los casos exitosos de nacionalización de sociedades y Estados en Europa parece darle la razón a ese enfoque. Lo que encontramos en la historia conocida es, desde luego, que esa homogeneización consiste en la formación de un espacio común de identidad y de sentido para la población de un espacio de dominación.

Y eso, en todos los casos, es el resultado de la democratización de la sociedad, la cual de ese modo puede organizarse y expresarse en un Estado democrático. La pregunta pertinente, a estas alturas del debate, es ¿por qué eso ha sido posible en Europa Occidental, y con las limitaciones sabidas, en todo el mundo de identidad europea (Canada, EE.UU., Australia, Nueva Zelandia, por ejemplo)? ¿Por qué no ha sido posible, hasta hoy sino de modo parcial y precario, en América Latina?

Para empezar, ¿hubiera sido posible en Francia, el caso clásico de Estado-nación moderno, esa democratización social y radical si el factor racial hubiera estado incluido? Es muy poco probable. Hoy en día es fácil observar en Francia el problema nacional y el debate producido por la presencia de población no-blanca, originaria de las ex-colonias francesas. Obviamente no es un asunto de etnicidad ni creencias religiosas.

Nuevamente basta con recordar que un siglo atrás el Caso Dreyfus demostró la capacidad de discriminación de los franceses, pero su final también demostró que para muchos de ellos la identidad de origen no era requisito determinante para ser miembro de la nación francesa, hasta tanto el color fuera francés. Los judíos franceses son hoy más franceses que los hijos de africanos, árabes y latinoamericanos nacidos en Francia. Esto para no mencionar lo sucedido con los inmigrantes rusos y españoles cuyos hijos, por haber nacido en Francia, son franceses.

Esto quiere decir que la colonialidad del poder basada en la imposición de la idea de raza como instrumento de dominación, ha sido siempre un factor limitante de estos procesos de construcción del Estado-nación basados en el modelo eurocéntrico, sea en menor medida como en el caso norteamericano o de modo decisivo como en América Latina. El grado actual de limitación depende, como ha sido mostrado, de la proporción de las razas colonizadas dentro de la población total y de la densidad de sus instituciones sociales y culturales.

Por todo eso, la colonialidad del poder establecida sobre la idea de raza debe ser admitida como un factor básico en la cuestión nacional y del Estado-nación. El problema es, sin embargo, que en América Latina la perspectiva eurocéntrica fue adoptada por los grupos dominantes como propia y los llevó a imponer el modelo europeo de formación del Estado-nación para estructuras de poder organizadas alrededor de relaciones coloniales. Así aún nos encontramos hoy en un laberinto donde el Minotauro es siempre visible, pero ninguna Ariadna para mostrarnos la ansiada salida.

Eurocentrismo y revolución en América Latina

Otro caso claro de ese trágico desencuentro entre nuestra experiencia y nuestra perspectiva de conocimiento es el debate y la práctica de proyectos revolucionarios. En el siglo XX la abrumadora mayoría de la izquierda latinoamericana, adherida al Materialismo Histórico, ha debatido básicamente en torno a dos tipos de revoluciones: democrático-burguesa o socialista.

Rivalizando con esa izquierda, el movimiento denominado aprista el APRA (Alianza Popular Revolucionaria Antiimperialista) en el Perú, AD (Acción Democrática en Venezuela), MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario) en Bolivia, MLN (Movimiento de Liberación Nacional) en Costa Rica, Movimiento Revolucionario Auténtico y los Ortodoxos en Cuba entre los más importantes por boca de su mayor teórico, el peruano Haya de la Torre, propuso originalmente, entre 1925-1935, la llamada Revolución Antiimperialista, como un proceso de depuración del carácter capitalista de la economía y de la sociedad latinoamericanas, sobre la base del control nacional-estatal de los principales recursos de producción, como una transición hacia una revolución socialista. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, ese proyecto transitó definitivamente a una suerte de social-liberalismo44, y se va agotando de ese modo.

De manera breve y esquemática, pero no arbitraria, se puede presentar el debate latinoamericano sobre la revolución democrático-burguesa como un proyecto en el cual la burguesía organiza a la clase obrera, a los campesinos y a otros grupos dominados para arrancar al señorío feudal del control del Estado y para reorganizar la sociedad y el Estado en los términos del capital y de la burguesía. El supuesto central de ese proyecto es que la sociedad en América Latina es, en lo fundamental, feudal, o a lo sumo semi-feudal, ya que el capitalismo es aún incipiente, marginal y subordinado.

La revolución socialista, en cambio, se concibe como la erradicación de la burguesía del control del Estado por la clase obrera, la clase trabajadora por excelencia, a la cabeza de una coalición de las clases explotadas y dominadas, para imponer el control estatal de los medios de producción, y construir desde el Estado la nueva sociedad. El supuesto de esa propuesta es, obviamente, que la economía y por lo tanto la sociedad y el Estado en América Latina son básicamente capitalistas. En su lenguaje, eso implica que el capital como relación social de producción es ya dominante y que en consecuencia lo burgués es también dominante en la sociedad y en el Estado. Admite que hay rezagos feudales y en consecuencia tareas democrático-burguesas en el trayecto de la revolución socialista.

De hecho, el debate político del último medio siglo en América Latina ha estado anclado en si la economía, la sociedad y el Estado eran feudales/semifeudales o capitalistas. La mayoría de la izquierda latinoamericana, hasta hace pocos años, adhería a la propuesta democrático-burguesa siguiendo ante todo los lineamientos centrales del socialismo real o campo socialista, sea con sede en Moscú o en Pekín.

Para creer que en América Latina una revolución democrático-burguesa basada en el modelo europeo es no sólo posible, sino necesaria, primero es preciso admitir en América y más precisamente en América Latina: 1) la relación secuencial entre feudalismo y capitalismo. 2) la existencia histórica del feudalismo y en consecuencia el conflicto histórico antagónico entre la aristocracia feudal y la burguesía; 3) una burguesía interesada en llevar a cabo semejante empresa revolucionaria. Sabemos que en China a inicios de los 30, Mao propuso la idea de la revolución democrática de nuevo tipo, porque la burguesía ya no está interesada en, y tampoco es capaz de llevar a cabo, esa su misión histórica. En este caso, una coalición de clases explotadas/dominadas, bajo el liderazgo de la clase trabajadora, debe sustituir a la burguesía y emprender la nueva revolución democrática.

En América, sin embargo, como en escala mundial desde hace 500 años, el capital ha existido sólo como el eje dominante de la articulación conjunta de todas las formas históricamente conocidas de control y explotación del trabajo, configurando así un único patrón de poder, histórico-estructuralmente heterogéneo, con relaciones discontinuas y conflictivas entre sus componentes. Ninguna secuencia evolucionista entre los modos de producción, ningún feudalismo anterior, separado y antagónico del capital, ningún señorío feudal en el control del Estado, al cual una burguesía urgida de poder tuviera que desalojar por medios revolucionarios.

Si secuencia hubiera, es sin duda sorprendente que el movimiento seguidor del Materialismo Histórico no haya luchado por una revolución antiesclavista, previa a la revolución antifeudal, previa a su vez a la revolución anticapitalista. Porque en la mayor parte de este continente (EE.UU., todo el Caribe, incluyendo Venezuela, Colombia, las costas de Ecuador y Perú, Brasil), el esclavismo ha sido más extendido y más poderoso. Pero, claro, la esclavitud terminó antes del siglo XX. Y fueron los señores feudales los que heredaron el poder. ¿No es verdad?

Una revolución antifeudal, ergo democrático-burguesa, en el sentido eurocéntrico ha sido, pues, siempre, una imposibilidad histórica. Las únicas revoluciones democráticas realmente ocurridas en América (aparte de la Revolución Americana) han sido las de México y de Bolivia, como revoluciones populares, nacionalistas-antimperialistas, anticoloniales, esto es contra la colonialidad del poder, y antioligárquicas, esto es contra el control del Estado por la burguesía señorial bajo la protección de la burguesía imperial. En la mayoría de los otros países, el proceso ha sido un proceso de depuración gradual y desigual del carácter social, capitalista, de la sociedad y el Estado. En consecuencia, el proceso ha sido siempre muy lento, irregular y parcial.

¿Podría haber sido de otra manera? Toda democratización posible de la sociedad en América Latina debe ocurrir en la mayoría de estos países, al mismo tiempo y en el mismo movimiento histórico como una descolonización y como una redistribución del poder. En otras palabras, como una redistribución radical del poder. Esto es debido, primero, a que las “clases sociales”, en América Latina, tienen “color”, cualquier “color” que pueda encontrarse en cualquier país, en cualquier momento. Eso quiere decir, definitivamente, que la clasificación de las gentes no se realiza solamente en un ámbito del poder, la economía, por ejemplo, sino en todos y en cada uno de los ámbitos.

La dominación es el requisito de la explotación, y la raza es el más eficaz instrumento de dominación que, asociado a la explotación, sirve como el clasificador universal en el actual patrón mundial de poder capitalista. En términos de la cuestión nacional, sólo a través de ese proceso de democratización de la sociedad puede ser posible y finalmente exitosa la construcción de un Estado-nación moderno, con todas sus implicancias, incluyendo la ciudadanía y la representación política.

En cuanto al espejismo eurocéntrico acerca de las revoluciones “socialistas”, como control del Estado y como estatización del control del trabajo/recursos/productos, de la subjetividad/recursos/productos, del sexo/recursos/productos, esa perspectiva se funda en dos supuestos teóricos radicalmente falsos.

Primero, la idea de una sociedad capitalista homogénea, en el sentido de que sólo el capital como relación social existe y en consecuencia la clase obrera industrial asalariada es la parte mayoritaria de la población. Pero ya hemos visto que así no ha sido nunca, ni en América Latina, ni en el resto del mundo, y que casi seguramente así no ocurrirá nunca. Segundo, la idea de que el socialismo consiste en la estatización de todos y cada uno de los ámbitos del poder y de la existencia social, comenzando con el control del trabajo, porque desde el Estado se puede construir la nueva sociedad.

Ese supuesto coloca toda la historia, de nuevo, sobre su cabeza. Inclusive en los toscos términos del Materialismo Histórico, hace de una superestructura, el Estado, la base de la sociedad. Y escamotea el hecho de una total reconcentración del control del poder, lo que lleva necesariamente al total despotismo de los controladores, haciéndola aparecer como si fuera una socialización del poder, esto es la redistribución radical del control del poder. Pero, precisamente, el socialismo no puede ser otra cosa que la trayectoria de una radical devolución del control sobre el trabajo/recursos/productos, sobre el sexo/recursos/productos, sobre la autoridad/instituciones/violencia, y sobre la intersubjetividad/conocimiento/comunicación, a la vida cotidiana de las gentes. Eso es lo que propongo, desde 1972, como socialización del poder45.

Solitariamente, en 1928, José Carlos Mariátegui fue sin duda el primero en vislumbrar, no sólo en América Latina, que en este espacio/tiempo las relaciones sociales de poder, cualquiera que fuera su carácter previo, existían y actuaban simultánea y articuladamente, en una única y conjunta estructura de poder; que ésta no podía ser una unidad homogénea, con relaciones continuas entre sus elementos, moviéndose en la historia continua y sistémicamente.

Por lo tanto, que la idea de una revolución socialista tenía que ser, por necesidad histórica, dirigida contra el conjunto de ese poder y que lejos de consistir en una nueva reconcentración burocrática del poder, sólo podía tener sentido como redistribución entre las gentes, en su vida cotidiana, del control sobre las condiciones de su existencia social46. El debate no será retomado en América Latina sino a partir de los años 60 del siglo que recién terminó, y en el resto del mundo a partir de la derrota mundial del campo socialista.

En realidad, cada categoría usada para caracterizar el proceso político latinoamericano ha sido siempre un modo parcial y distorsionado de mirar esta realidad. Esa es una consecuencia inevitable de la perspectiva eurocéntrica, en la cual un evolucionismo unilineal y unidireccional se amalgama contradictoriamente con la visión dualista de la historia; un dualismo nuevo y radical que separa la naturaleza de la sociedad, el cuerpo de la razón; que no sabe qué hacer con la cuestión de la totalidad, negándola simplemente, como el viejo empirismo o el nuevo postmodernismo, o entendiéndola sólo de modo organicista o sistémico, convirtiéndola así en una perspectiva distorsionante, imposible de ser usada salvo para el error.

No es, pues, un accidente que hayamos sido, por el momento, derrotados en ambos proyectos revolucionarios, en América y en todo el mundo. Lo que pudimos avanzar y conquistar en términos de derechos políticos y civiles, en una necesaria redistribución del poder, de la cual la descolonización de la sociedad es presupuesto y punto de partida, está ahora siendo arrasado en el proceso de reconcentración del control del poder en el capitalismo mundial y con la gestión de los mismos funcionarios de la colonialidad del poder.

En consecuencia, es tiempo de aprender a liberarnos del espejo eurocéntrico donde nuestra imagen es siempre, necesariamente, distorsionada. Es tiempo, en fin, de dejar de ser lo que no somos.

Notas
1. Quiero agradecer, principalmente, a Edgardo Lander y a Walter Mignolo, por su ayuda en la revisión de este artículo. Y a un comentarista, cuyo nombre ignoro, por sus útiles críticas a una versión anterior. Ellos, por supuesto, no son responsables de los errores y limitaciones del texto.
2. Centro de Investigaciones sociales (CIES), Lima.
3. Sobre el concepto de colonialidad del poder, de Aníbal Quijano: “Colonialidad y modernidad/racionalidad”, en Perú Indígena, vol. 13, no. 29, Lima, 1992.
4. Ver de Aníbal Quijano e Immanuel Wallerstein: “Americanity as a Concept or the Americas in the Modern World-System”, en International Social Science Journal, no. 134, noviembre 1992, UNESCO, París. También “América, el capitalismo y la modernidad nacieron el mismo día”, entrevista a Aníbal Quijano, en ILLA, no. 10, Lima, enero 1991. Sobre el concepto de espacio/tiempo, ver de Immanuel Wallerstein: “El Espacio/Tiempo como base del conocimiento”, en Anuario Mariateguiano, vol. IX, no 9, Lima, 1997.
5. Sobre esta cuestión y sobre los posibles antecedentes de la idea de raza antes de América, remito a mi “‘Raza’, ‘etnia’ y ‘nación’ en Mariátegui: cuestiones abiertas”, en Roland Forgues (editor) José Carlos Mariátegui y Europa. La otra cara del descubrimiento, Editorial Amauta, Lima, 1992.
6. La invención de la categoría de color primero como la más visible indicación de raza, luego simplemente como el equivalente de ella, tanto como la invención de la particular categoría de blanco, requieren aún una investigación histórica más exhaustiva. En todo caso, muy probablemente fueron inventos britano-americanos, ya que no hay huellas de esas categorías en las crónicas y otros documentos de los primeros cien años del colonialismo ibérico en América. Para el caso britano-americano existe una extensa bibliografía (Theodore W. Allen, The Invention of White Race, 2 vols, Verso, Londres, 1994; Mathew Frye Jacobson, Whiteness of a Different Color, Harvard University Press, Cambridge, 1998, entre los más importantes). El problema es que ésta ignora lo sucedido en la América Ibérica. Debido a eso, para esta región carecemos aún de información suficiente sobre este aspecto específico. Por eso ésta sigue siendo una cuestión abierta. Es muy interesante que a pesar de que quienes habrían de ser europeos en el futuro, conocían a los futuros africanos desde la época del imperio romano, inclusive los íberos que eran más o menos familiares con ellos mucho antes de la Conquista, nunca se pensó en ellos en términos raciales antes de la aparición de América. De hecho, raza es una categoría aplicada por primera vez a los “indios”, no a los “negros”. De este modo, raza apareció mucho antes que color en la historia de la clasificación social de la población mundial.
7. La idea de raza es, literalmente, un invento. No tiene nada que ver con la estructura biológica de la especie humana. En cuanto a los rasgos fenotípicos, éstos se hallan obviamente en el código genético de los individuos y grupos y en ese sentido específico son biológicos. Sin embargo, no tienen ninguna relación con ninguno de los subsistemas y procesos biológicos del organismo humano, incluyendo por cierto aquellos implicados en los subsistemas neurológicos y mentales y sus funciones. Véase Jonathan Mark, Human Biodiversity, Genes, Race and History, Aldyne de Gruyter, Nueva York, 1994 y Aníbal Quijano, “¡Qué tal raza!”, en Familia y cambio social, CECOSAM, Lima, 1999.
8. Fernando Coronil ha discutido la construcción de la categoría Occidente como parte de la formación de un poder global, en “Beyond Occidentalism: Toward Nonimperial Geohistorical Categories”, en Cultural Anthropology, vol. 11, no.1, febrero 1996.
9. Eso fue lo que, según comunicación personal, encontró Alfred Metraux, el conocido antropólogo francés, a fines de los años 50 en el Sur del Perú, y lo mismo que también encontré en 1963, en el Cusco: un peón indio obligado a viajar desde su aldea, en La Convención, hasta la ciudad, para cumplir su turno de servir durante una semana a sus patrones. Pero éstos no le proporcionaban vivienda, ni alimento, ni, desde luego, salario. Metraux proponía que esa situación estaba más cercana del colonato romano del siglo IV d.c., que del feudalismo europeo.
10. Ver “Commercial policy in the underdeveloped countries”, American Economic Review, Papers and Proceedings, vol XLIX, mayo 1959. También The Economic Development in Latin America and its Principal Problems, ECLA, United Nations, Nueva York, 1960. De Werner Baer, “The Economics of Prebisch and ECLA”, en Economic Development and Cultural Change, vol. X, enero 1962.
11. De Immanuel Wallerstein ver, principalmente, The Modern World-System, 3 vol., Academic Press Inc., Nueva York, 1974-1989, 3 vols. De Terence Hopkins e Immanuel Wallerstein, World-Systems Analysis. Theory and Methodology, vol. 1, Sage Publications, Beverly Hills, 1982.
12. Sobre el proceso de producción de nuevas identidades histórico-geoculturales véase de Edmundo O’Gorman, La invención de América, Fondo de Cultura Económica, México, 1954; José Rabasa, Inventing America, Norman, Oklahoma University Press, 1993; Enrique Dussel, The Invention of the Americas, Continuum, Nueva York, 1995; V. Y. Mudimbe, The Invention of Africa. Gnosis, Philosophy and the Order of Knowledge, Bloomington University Press, Bloomington, 1988; Charles Tilly, Coercion, Capital and European States AD 990-1992, Blackwell, Cambridge,1990; Edward Said, Orientalism, Vintage Books, Nueva York, !979; Fernando Coronil, op. cit.
13. Acerca de esas cuestiones, ver George W. Stocking Jr., Race, Culture and Evolution. Essays in the History of Anthropology, The Free Press, Nueva York, 1968; Robert. C. Young: Colonial Desire. Hybridity in Theory, Culture and Race, Routledge, Londres, 1995. De Aníbal Quijano, “Colonialidad y modernidad/racionalidad”, ya citado. También “Colonialidad del poder, cultura y conocimiento en América Latina”, en Anuario Mariateguiano, vol. IX, no.9, Lima, 1997; y “Réflexions sur l’Interdisciplinarité, le Développement et les Relations Inter culturelles”, en Entre Savoirs. Interdisciplinarité en acte: enjeux, obstacles, résultats. UNESCO-ERES, París, 1992; Serge Gruzinski, La colonisation de l’imaginaire. Sociétés indigènes et occidentalisation dans le Mexique espagnol XVI-XVIII siècle, Gallimard, París, 1988.
14. Véase de Walter Mignolo, The Darker Side of the Renaissance. Literacy, Territoriality and Colonization, Michigan University Press, Ann Arbor ,1995. De J.M. Blaut, The Colonizers Model of the World. Geographical Diffusionism and Eurocentric History, The Guilford Press, Nueva York,1993; y de Edgardo Lander, “Colonialidad, modernidad, postmodernidad”, Anuario Mariateguiano, vol. IX, no. 9, Lima, 1997.
15. Acerca de las categorías producidas durante el dominio colonial europeo del mundo, existen un buen número de líneas de debate: “estudios de la subalternidad”, “estudios postcoloniales”, “estudios culturales”, “multiculturalismo”, entre los actuales. También una floreciente bibliografía demasiado larga para ser aquí citada y con nombres famosos como Guha, Spivak, Said, Bhabha, Hall, entre ellos.
16. De mis anteriores estudios, ver, principalmente, Modernidad, Identidad y Utopía en América Latina, Ediciones Sociedad y Política, Lima, 1988; “Colonialidad y modernidad/racionalidad”, ya citado; y “Estado-nación, ciudadanía y democracia: cuestiones abiertas”, en Helena González y Heidulf Schmidt, (editores), Democracia para una nueva sociedad, Nueva Sociedad, Caracas, 1998.
17. Hay una vasta literatura en torno de ese debate. Un sumario puede ser encontrado en mi texto “El fantasma del desarrollo en América Latina”, Revista venezolana de economía y ciencias sociales, no. 2, 2000.
18. Sobre esto las agudas observaciones de Robert J.C Young, op. cit.
19. Un debate más detenido en “Modernidad y democracia: intereses y conflictos” (de próxima publicación en Anuario Mariateguiano, vol. XII, no. 12, Lima, 2000).
20. Acerca de las proposiciones teóricas de esta concepción del poder, ver “Coloniality of power and its institutions”, Simposio sobre Colonialidad del poder y sus ámbitos sociales, Binghamton University, Binghamton, Nueva York, abril de 1999 (mimeo).
21. En el sentido de que las relaciones entre las partes y la totalidad no son arbitrarias y la última tiene hegemonía sobre las partes en la orientación del movimiento del conjunto. No en el sentido sistémico, es decir en que las relaciones de las partes entre sí y con el conjunto son lógico-funcionales. Esto no ocurre sino en las máquinas y en los organismos. Nunca en las relaciones sociales.
22. Enrique Dussel, The Invention of the Americas. Eclipse of the Other and the Myth of Modernity, Continuum, Nueva York, 1995.
23. Ver Modernidad, Identidad y Utopia en América Latina, op. cit.
24. Ver “Estado-nación, ciudadanía y democracia: cuestiones abiertas”, op. cit. También “El fantasma del desarrollo”, op. cit.
25. Ver Modernidad, Identidad y Utopía en América Latina, op.cit. “Colonialité du Pouvoir, Démocratie et Citoyenneté en Amérique Latine”, en Amérique Latine: Démocratie et Exclusion, L’Harmattan, París, 1994.
26. La literatura del debate sobre el eurocentrismo crece rápidamente. Una posición diferente de la que orienta este artículo, aunque emparentada, es la de Samir Amin, Eurocentrism. Monthly Review Press, Nueva York, 1989.
27. Véase sobre este punto: Herman Viola y Carolyn Margolis (editores), Seeds of Change. A Quincentennial Commemoration, Smithsonian Institute Press, Washington, 1991.
28. Sobre el origen de la categoría de heterogeneidad histórico-estructural véase mis “Notas sobre el concepto de marginalidad social”, CEPAL, Santiago de Chile, 1966. Incorporado después al volumen Imperialismo y Marginalidad en América Latina, Mosca Azul, Lima, 1977. Puede verse también, del mismo autor, “La nueva heterogeneidad estructural de América Latina”, en Heinz Sonntag (editor), Nuevos temas, nuevos contenidos, UNESCO-Nueva Sociedad, Caracas, 1988.
29. Siempre me he preguntado por el origen de una de las más caras propuestas del Liberalismo: las ideas deben ser respetadas. El cuerpo, en cambio, puede ser torturado, triturado y muerto. Los latinoamericanos solemos citar con admiración la desafiante frase de un mártir de las luchas anticoloniales, en el momento mismo de ser degollado: “¡Bárbaros, las ideas no se degüellan!”. Sugiero ahora que su origen debe buscarse en ese nuevo dualismo cartesiano, que convirtió al “cuerpo” en mera “naturaleza”.
30. Cf. Discours de la méthode. También Méditations y Description du corps humain, en Oeuvres Philosophiques, Editions Alquie, Paris, 1963-1967. Paul Bousquié acierta en este punto: el cartesianismo es un nuevo dualismo radical. Véase Le corps cet inconnu, L’Harmattan, París, 1994.
31. Arthur de Gobineau, Essais sur l’inégalité des races humaines, París, 1853-1857.
32. Acerca de esos procesos en la subjetividad eurocentrada, dice mucho el que la única categoría alterna a Occidente era, y aún lo es, Oriente, mientras que los negros (Africa) o los indios (América antes de los Estados Unidos) no tenían el honor de ser el Otro de Europa u Occidente.
33. Sobre este punto véase mi “Estado nación, ciudadanía y democracia: cuestiones abiertas”, op. cit.
34. Como sugiere Benedict Anderson en Imagined Communities, Verso, Londres, 1991. Una discusión más extensa sobre este punto en mi “Estado nación, ciudadanía y democracia: cuestiones abiertas”, ya citado.
35. Una discusión más amplia sobre los límites y las condiciones de la democracia en una estructura de poder capitalista, en mi “El fantasma del desarrollo en América Latina” op. cit. y en “Estado-nación, ciudadanía y democracia cuestiones abiertas”, op. cit.
36. Probablemente el antecedente más cercano de la idea de raza producida por los castellanos en América. Véase mi “‘Raza’, ‘etnia’, ‘nación’ en Mariátegui: cuestiones abiertas”, op. cit.
37. Alexis de Tocqueville, Democracy in America (1835), vol. 1, chaps, XVI y XVII.
38. Gunnar Myrdall, American Dilemma, Harper and Brothers, Nueva York, 1944.
39. Todavía en los años 20 en pleno siglo XX, H. Murena, un miembro importante de la inteligencia argentina, no dudaba en proclamar: “somos europeos exilados en estas salvajes pampas”. Ver de Eugenio Imaz, Nosotros Mañana, Buenos Aires, 1964. Y tan tarde como en los años 60, en las luchas sociales, culturales y políticas de Argentina, cabecita negra era el despectivo mote de la discriminación específicamente racial.
40. La homogeneización es un elemento básico de la perspectiva eurocentrista de la nacionalización. Si así no fuera, no se podría explicar, ni entender, los conflictos nacionales en los países europeos cada vez que se plantea el problema de las diferencias racial-étnicas dentro de la población. No se podría entender tampoco, de otro modo, la política eurocéntrica de poblamiento favorecida por los liberales del Cono Sur de América Latina, ni el origen y el sentido del así llamado “problema indígena” en toda América Latina. Si los hacendados peruanos del siglo XIX importaron culíes chinos, fue, precisamente, porque la cuestión nacional no estaba en juego para ellos, sino el desnudo interés social. Ha sido por esa perspectiva eurocentrista, fundada en la colonialidad del poder, que la burguesía señorial latinoamericana ha sido enemiga de la democratización social y política, como condición de nacionalización de la sociedad y del Estado.
41. En los 60 y 70 muchos científicos sociales dentro y fuera de América Latina, entre los que me incluyo, usamos el concepto de “colonialismo interno” para caracterizar la aparente relación paradójica de los Estados independientes respecto de sus poblaciones colonizadas. En América Latina, Pablo González Casanova (“Internal colonialism and national development”, en Studies in Comparative International Development, vol. 1, no. 4, 1965) y Rodolfo Stavenhagen (“Classes, colonialism and acculturation”, en Studies in Comparative International Development, vol. 1, no. 7, 1965) fueron seguramente los más importantes entre quienes trataron de teorizar el problema de manera sistemática. Ahora sabemos que esos son problemas acerca de la colonialidad que van mucho más allá de la trama institucional del Estado-nación.
42. Véase sobre este aspecto mi “Urbanización, cambio social y dependencia”, originalmente publicado en Fernando Henrique Cardoso y Francisco Weffort (editores), América Latina. Ensayos de interpretación sociológica, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1967.
43. Sobre estas cuestiones he adelantado algunas propuestas de debate en “América Latina en la economía mundial”, en Problemas del desarrollo, vol. XXIV, no. 95, UNAM, México, octubre-diciembre 1993.
44. La miopía eurocéntrica, no sólo de estudiosos de Europa o de Estados Unidos sino también de los de América Latina, ha difundido y cuasi impuesto universalmente el nombre de populismo para esos movimientos y proyectos que, sin embargo, tienen poco en común con el movimiento de los narodnikis rusos del siglo XIX o del populismo norteamericano posterior. Una discusión de estas cuestiones en mi texto “Fujimorismo y populismo”, en Burbano de Lara (editor), El fantasma del populismo, Nueva Sociedad, Caracas, 1998.
45. ¿Qué es y qué no es el socialismo?, Ediciones Sociedad y Política, Lima, 1972. También “Poder y Democracia en el Socialismo”, en Sociedad y Política, no. 12, Lima, 1981.
46. Ese descubrimiento es, sin duda, lo que otorga a Mariátegui su mayor valor y su continuada vigencia, derrotados los socialismos y su materialismo histórico. Véase, sobre todo, el tramo final del primero de sus 7 Ensayos de Interpretación de la realidad peruana, Lima,1928 (numerosamente reimpreso); “Punto de Vista Antiimperialista” presentado a la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana, Buenos Aires 1929 (publicado en Ideología y Política, vol.11 de sus Obras completas); y el célebre “Aniversario y balance”, editorial de la revista Amauta, Lima, septiembre 1928.

Referencias bibliográficas
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