La transición política. Francisco Fermán. DEM. Febrero 2024

La transición política comprende un periodo de tiempo, pero cuya característica es que es un cambio histórico. La transición no es una idea, ni un esquema preconcebido; no es un proyecto de un grupo de poder ni partido político; no cuenta con un protagonista privilegiado ni sujeto político único, asimismo no es una fecha ni una coyuntura, una reforma ni mucho menos una campaña electoral por más importante y trascendental que esta sea constituye por sí misma la transformación política.

La transición política es la suma de todo eso y mucho más, de tal manera que toda transición política debe de ser analizada en sus alcances, significado y trascendencia, puesto que penetra de forma trasversal en la vida social y política del Estado. La transición política es un proceso que tiende a transformar y adecuar al Estado, lo cual constituye una modalidad de características de gran profundidad de los cambios, las razones y alcances son específicos a cada país y dependen del marco y de las condiciones de reinserción, y de sus tradiciones políticas. Dicho lo anterior, vemos como la transición política en la República de El Salvador se cimenta con los resultados de las Elecciones Presidenciales y Diputados del 4 de Febrero 2024.

El cambio crucial en las relaciones políticas es difícilmente reversible, la transición política salvadoreña se ha decidido y sustentado en las urnas, lo cual ha sentado las bases de una transición desencadenante, pues el efecto principal consiste en poner en ruta las futuras reformas, el resultado electoral contiene una representación política significativa en el sentido de que las elecciones se han convertido en la llave de la transición política. los códigos de entendimiento han cambiado, puesto que el partidismo ha mermado considerablemente, su representación se ha erosionado incluso sin representación en la Asamblea Nacional Legislativa. El órgano ejecutivo se constituye como el eje coordinador, cohesionador lo suficientemente fuerte para ejercer la dirección política de dominación e ideología, la vieja burocracia política ha sido completamente asfixiada convirtiéndose en una clase política fracasada.

El resultado electoral constituye la configuración de un poder hegemónico, las cláusulas de la gobernabilidad quedan claramente establecidas:
1. El presidente de la República es el máximo representante político del Estado y legitimo definidor de los asuntos del mismo. 2. No hay legitimo contradictor para disputar la presidencia de la República por largo tiempo. 3. Se ha conformado un sistema hegemónico por decisión democrática. 4. El partido oficial Nuevas Ideas se convierte en un partido dominante que unifica los intereses nacionales y abona el camino hacia la estabilidad política. 5. El régimen político le da viabilidad para manejar las riendas políticas del país y la estructura política salvadoreña ha experimentado un perfil nuevo que viene a fortalecer y cimentar el régimen político. 6. Los resultados electorales como expresión de la voluntad popular tienen la característica de ser soberana, es el ingrediente que en este caso representa el ejercicio plebiscitario por haber encontrado la formula de ser aceptado por los salvadoreños. 7. El resultado político electoral mas importante es el que conduce a las reformas constitucionales. 8. El sistema presidencial, es decir el presidencialismo es el centro de gravedad del sistema político, y que sin lugar dudas nos encontramos ante los cimientos de un cambio, en consecuencia; podemos afirmar que es una transición política que experimenta en la actualidad la sociedad salvadoreña. 9. Se ha traspuesto el bipartidismo, por un partido político capaz de aglutinar las diversas fuerzas políticas y que a la vez fortalece el presidencialismo que comprende el proceso en el que se da la institucionalización del partido Nuevas Ideas.

La vieja burocracia política no contó con el apoyo de la expresión de la voluntad popular que tiene como función principal la estructuración de las relaciones políticas. El arreglo institucional para garantizar, fortalecer, consolidar la transición política es un reto para el gobierno central, puesto que todo gobierno debe de estar dotado de una gran sensibilidad política y además contar con la capacidad para pulsar el sentir de los diferentes actores sociales en el ejercicio de la toma de decisiones; es diferente la reforma política que la reforma de Estado.

La historia cultural en El Salvador: Un campo de estudio en ciernes. Carlos Gregorio López. Diálogos. 2005

Hacer un balance de la historia cultural en El Salvador, puede parecer un optimismo desmedido o una ignorancia extrema. Eso pensé cuando luego de haber comenzado a elaborar este trabajo, al darme cuenta de la magnitud del problema en que me había metido.

Y es que todos sabemos que la historia no ha sido una disciplina muy favorecida en El Salvador. Un balance general deja ver las carencias historiográficas que enfrentamos en el país, estas falencias se hacen más evidentes cuando se trabaja un campo histórico en específico. En todo caso este artículo tiene un carácter muy preliminar, y en tal condición deberían entenderse sus vacíos, que seguramente son muchos.

No entraré a discutir las especificidades de lo que debiéramos entender por historia cultural; me es más conveniente entenderla en su sentido más amplio, de tal manera que pueda aprovechar el mayor número de posibilidades. En cuanto a las definiciones, me remito a lo planteado por Juan José Marín.

Este autor advierte que en historia cultural los límites son sumamente difusos, “pudiéndose entremezclar con otras demarcaciones propias de la historia de la literatura, la antropología cultural, de las mentalidades, la social, la microhistoria, o de las ideas, sólo para nombrar algunas. Asimismo, la pluralidad de marcos teórico metodológicos, a veces antagónicos entre sí, complican una descripción homogénea de esta área historiográfica. Igualmente, los terrenos de trabajo de la historia cultural son múltiples y diversos por lo cual los investigadores adscritos a este campo recurren con frecuencia al diálogo interdisciplinario.”[1]

Partiendo de una definición tan amplia las posibilidades de conformar un corpus historiográfico aumentan, por supuesto existe el riesgo de incluir trabajos cuyos autores a lo mejor nunca los consideraron como tal. Con esa advertencia en mente se hará una revisión siguiendo una línea cronológica.

1. El debate cultural del último tercio del siglo XIX

Una preocupación por los temas culturales se hace evidente en El Salvador hacia el último tercio del siglo XIX, cuando un dinámico e interesante grupo de intelectuales, muy identificado con el pensamiento modernizante del grupo liberal dominante, comenzó a discutir sobre la manera más expedita de acoplar a la sociedad salvadoreña a los cambios en curso.[2]

Puede afirmarse que en alguna medida, las reflexiones de este grupo orientaron las acciones de los gobiernos. Esta relación no era de absoluta armonía; rupturas y disidencias no faltaron, pero en general predominó la tolerancia y la cooperación, aunque en no pocas ocasiones los intelectuales se mostraron desencantados con los gobernantes, pues consideraban que no les tomaban en cuenta a la hora de tomar decisiones y asignar recursos.

El trabajo de esos intelectuales abarcó desde la educación, el periodismo, la historia, la investigación científica hasta la literatura. A pesar de la diversidad, el denominador común fue el peso del pensamiento europeo, que los llevó a compartir la fe en el progreso, así como el rechazo a la tradición cultural indígena, considerada como muestra de atraso y, en consecuencia, un freno al desarrollo.[3]

Para los años en que los liberales se apoderaron definitivamente del poder, ya existía un pequeño núcleo de intelectuales, que se ensanchó gracias a la bonanza cafetalera y —lo que es más significativo— encontró un ambiente propicio para su trabajo.

Entre los más destacados intelectuales de esos años se pueden mencionar a: Darío González, Jorge Lardé, Santiago I. Barberena, Alberto Sánchez, David J. Guzmán, Pedro Fonseca, Rafael Reyes, Antonio Cevallos, Vicente Acosta y Francisco Gavidia.

La importancia de estos hombres, no reside en su número, si no en el peso que su pensamiento tuvo para justificar y promover el proyecto que el grupo en el poder impulsaba.[4]

Una de las condiciones que facilitó la labor de estos individuos es que casi siempre estuvieron vinculados a instituciones públicas y contaron con el apoyo del Estado.

En general, no ocuparon puestos de poder importantes, pero contaron con un empleo relativamente seguro y pudieron dedicarse sin mayores preocupaciones a sus estudios. Los cambios políticos no les afectaban mayor cosa, a menos que estuvieran directamente involucrados.

Además, en aquellos tiempos los hombres ilustrados eran escasos, así que ningún gobierno podía darse el lujo de prescindir de ellos. Por otra parte, tuvieron la ventaja de contar con periódicos y revistas en los que publicaban sus trabajos, además de que casi todos ejercieron en algún momento la docencia.[5]

Por lo tanto, es plausible creer que, por lo menos en el medio urbano contaron con una audiencia considerable.

David Joaquín Guzmán, fue uno de los pensadores más influyentes de esa época. Sus escritos reflejan una preocupación que, desde perspectivas diferentes, parece haber sido común a los intelectuales contemporáneos: la civilización de los indios y su incorporación a la sociedad, un tema que obviamente estaba relacionado con el campo cultural.

Hacia 1883, Guzmán publicó Apuntamientos sobre la topografía física de la República de El Salvador, un libro que deja ver claramente su posición al respecto. Sus planteamientos eran muy pragmáticos, consideraba que si El Salvador quería progresar debía lograr que los indígenas renunciaran a su cultura ancestral.

Era consciente de que las condiciones de vida de los indígenas, en comparación con tiempos pasados, habían desmejorado notablemente; valoraba que en tales circunstancias estos grupos aportarían muy poco al progreso del país, pues la anterior práctica gubernativa y social los había convertido en ciudadanos de segunda categoría.

«Es necesario que el espíritu realmente liberal y humanitario de nuestras instituciones penetre por todos lados en el hogar del indígena, instruyéndole, sacándole de la apatía, y si es posible haciéndole desaparecer gradualmente en la masa de la civilización actual que es por una parte la suerte reservada á los vestigios espirantes (sic) de otras civilizaciones ya muertas y por otra la gloriosa misión encomendada al apoyo paternal de los gobiernos liberales e ilustrados[6]

En la medida en que los patrones culturales tradicionales eran incompatibles con el proyecto modernizante de la elite se hacía necesaria la imposición. A Guzmán no le interesó preguntarse cuáles eran los intereses de los indígenas, mas creía que al final estos serían beneficiados al ser absorbidos por el mestizaje, borrando de ese modo, las antiguas diferencias. «Su porvenir está en la fusión con la raza criolla ó con la ladina y por consiguiente su incorporación forzosa en el gran movimiento civilizador del siglo.»[7]

La educación era vista como un instrumento idóneo para acelerar la “ladinización” de los indios; Guzmán se dio a la tarea de escribir un voluminoso libro, en el cual hacía un diagnóstico — nada halagador, por cierto— del estado de la escuela salvadoreña y proponía las medidas a tomar para superar las falencias encontradas. Según sus cálculos la población analfabeta alcanzaba el 80%. Esta situación era alarmante para un intelectual que cifraba sus esperanzas de desarrollo del país, precisamente en la educación.

«¡479,217 ignorantes es una cifra terrible para un país que pretende marchar por el camino del adelanto!».[8] Buscando elevar el nivel educativo propuso un impuesto del 1% al valor de la propiedad territorial. Lo recaudado sería destinado exclusivamente a educación y agregado a la suma ya establecida al efecto en el presupuesto ordinario. Según Guzmán, de este modo, se tendrían los 300,000 pesos que se necesitaban para mejorar el sistema educativo.[9] Tal propuesta nunca fue considerada seriamente.

Como buen liberal, Guzmán no ocultaba su deseo de acelerar todo lo posible la marcha del progreso en El Salvador y se impacientaba ante la perspectiva de tener que esperar a que sus compatriotas, especialmente los indios, se convencieran de la necesidad de subirse al carro del progreso. De allí su insistencia en la necesidad de promover la llegada de colonos.

“La inmigración á nuestro suelo está reducida a la que espontáneamente arriba á nuestras playas; esta se dedica especialmente al comercio, con muy pocas excepciones que profesan las artes liberales. Pero no es esta la inmigración que necesitamos, sino que la que saliendo de los campos de Europa, se dirige á los nuestros á darles nueva vida, á ponerse en contacto con nuestra población rural trayendo su contingente de brazos, de industria, de actividad y de conocimientos.”[10]

Otro tema de discusión entre los intelectuales de finales del XIX fue el relacionado con el mundo de las letras, tal y como entonces se entendía lo relacionado con el periodismo y la literatura. Una revisión del clásico trabajo de Ítalo López Vallecillos deja ver que en el último tercio del siglo XIX la publicación de periódicos y revistas pasó por un buen momento en el país.[11]

Las Sociedades Literarias, la Academia e incluso las fiestas particulares brindaban oportunidades para que periodistas, poetas, educadores y escritores — que lo eran todo a la vez — discutieran e intercambiaran puntos de vista en torno a la evolución cultural del país. Afortunadamente ya comienza a estudiarse este tipo de sociabilidad.[12]

Tentativamente, puede afirmarse que el debate intelectual de finales del siglo XIX tuvo entre sus principales ejes, el progreso — entendido a la europea —, la incorporación del indio a la sociedad, mediante el mestizaje biológico y cultural, sin que faltara el debate en torno a los modelos políticos.[13]

A pesar de que se ha avanzado un tanto en el estudio de las elites políticas y culturales de finales del siglo XIX y principios del XX, queda mucho por conocer acerca de la cultura de los sectores sociales subalternos.[14] En este punto, vale destacar los trabajos pioneros de Víctor Hugo Acuña, sobre artesanos y obreros; y los de Patricia Alvarenga sobre el mundo rural, los cuales tienen la ventaja de haber sido elaborados con un marco teórico explícito que vuelve más interesante la discusión de sus hipótesis.[15]

2. La historia cultural en la primera mitad del siglo XX

La incorporación del indio a la república cafetalera fue uno de los temas de discusión de los intelectuales finiseculares, para quienes el indio podía ser a lo sumo un vestigio curioso del pasado que buscaban dejar atrás. Es decir, el único espacio admisible para los indios era el de la leyenda; esta fue la opción que tomó Francisco Gavidia, en la literatura, pero también en la historia.

Gavidia y Roque Dalton resultan autores interesantes para entender cómo en El Salvador, algunas de las más interesantes interpretaciones de la historia se han hecho desde la literatura. Vale decir que ambos escribieron historia, pero que su fuerte fue la literatura.

En 1912 el Subsecretario de Instrucción Pública comisionó «a las más distinguidas personas en asuntos históricos» para que escribieran sobre historia salvadoreña. Los designados fueron Santiago I. Barberena, Alberto Luna y Francisco Gavidia. Este último escribió un libro que abarcó desde los tiempos más antiguos hasta los años anteriores a la declaración de la independencia y que fue publicado en 1917. Combinando relatos mitológicos con datos históricos y sin preocuparse demasiado por el rigor metodológico, Gavidia buscó las raíces de El Salvador en un pasado legendario y heroico.

«Núcleo de la región nahuat en los tiempos legendarios cuando emigran sus habitantes y fundan la Tula famosa; centro a que vuelven en varios éxodos desde climas remotos conservando su lengua y su religión… combatiente a través de los siglos contra sus hermanos los Quichés conservando así su personalidad; triunfante en la primera expedición de Alvarado, autónomo cuando obtiene que el Rey de España nombre directamente su alcalde Mayor.»[16]

Sobra decir que la mayor parte del texto anterior fue producto de la imaginación del autor; sin embargo, él mismo hace una aclaración al respecto: «La Historia, sobre todo cuando está por desenvolverse, tiene prolongaciones en otras ramas de los conocimientos, que a su vez se desenvuelven sucesiva o paralelamente. (…) Nuestra Historia ofrece a las letras —la poesía, en especial, a la narración y el teatro— asuntos en que pueden emplearse los buenos ingenios.»[17]

Más dado a la literatura que a la investigación histórica, pocas veces señala las fuentes que podrían respaldar sus afirmaciones y, algunas veces, como lo hace cuando intenta explicar la vida de los primeros pipiles, se apoya en cierto “documento», a pesar de admitir que: «No se conoce aún hoy día el Manuscrito pipil; sin embargo varios cronistas lo tuvieron a la vista».[18]

Mario Hernández Aguirre destaca el aporte de Gavidia en tanto que «quiso dar al país —y se lo dio en compañía de Jorge Lardé P. — una prehistoria, una mitología, una edad heroica[19] Lo anterior fue posible gracias a una reelaboración literaria del pasado precolombino. «Llevado siempre por su entusiasmo, habla de los años anteriores a la conquista y para ello mezcla los hermosos mitos pipiles del Popol-Vuh con suposiciones de las más variadas»[20]

No obstante, también señala: «El indio de la poesía gavidiana es un indio mítico, tan lejos de lo real como el escudo de oro que le sirve en los combates o como los rebaños de pavorreales que conduce a las orillas del río.»

Sin embargo, reconoce que el mérito del trabajo histórico y poético de Gavidia reside en el hecho de «haber dado los moldes necesarios y el camino para el culto a los héroes, tan necesario a los pueblos que en ello cultivan una de las razones para sentirse orgullosos de sus destinos».[21]

Un detalle que escapa a Hernández Aguirre es que si bien es cierto que Gavidia creó un mito indígena, este no fue favorecido inmediatamente con el necesario patrocinio de las esferas oficiales e intelectuales, para que fuera internalizado y reconocido entre las masas populares. Para entonces la tendencia era precisamente lo contrario: superar el pasado para acercarse cada vez más a la modernidad de los modelos europeos.

Los liberales salvadoreños prefirieron elaborar otros mitos más acordes con sus ideales. En realidad, el discurso dominante fue aquel que propugnaba por la modernización y el progreso. Los mitos indígenas a lo sumo podrían ser aceptados como accesorios, pero no iban a ser incorporados como parte fundamental de la cultura.

Debieron pasar varios años para que se tuviese una concepción diferente del indio y de las posibilidades que este ofrecía para enriquecer la cultura salvadoreña. Este cambio se dio en la década de 1920, cuando un grupo de intelectuales intentaron reformular la idea de nación liberal.

Esta vez se trató de construir una imagen individualizada de El Salvador, recurriendo a elementos culturales. Para ello se reelaboró la imagen del indio, principalmente por medio del rescate y mitificación del cacique Atlacatl. El mundo rural se volvió centro de interés, especialmente para la literatura.

Con el pretexto de proteger al comercio en pequeño se tomaron actitudes discriminatorias contra algunos grupos de inmigrantes, especialmente los procedentes de Asia y medio oriente. Esto último dio espacio para que algunos sectores desarrollaran actitudes de clara xenofobia.

Los trabajos de intelectuales como Miguel Ángel Espino, María de Baratta, Juan Ramón Uriarte, Jorge Lardé, Arturo Ambrogi y otros, muestran los cambios del discurso nacional en la década de 1920. Sus obras tienen como denominador común la revalorización del pasado indígena, de la vida en el campo y de los atributos culturales que podían definir al salvadoreño.[22]

A diferencia de los liberales de finales del siglo XIX, que consideraron al indio como un obstáculo al progreso y vieron en el mestizaje la única opción para aceptarlo dentro de la sociedad, esta vez se hacía énfasis en la conservación de lo indígena. Y basándose en esta herencia se buscaron elementos que ayudaran a redefinir los atributos de la nación salvadoreña, que adquiría así los componentes culturales que los liberales habían rechazado.[23]

Pero, paralelamente a dichas iniciativas, otro grupo de intelectuales, liderados por Alberto Masferrer, comenzaba a reflexionar sobre la problemática social salvadoreña, a la vez que incursionaban en los terrenos del espiritismo y la teosofía.

Inicialmente, los estudios sobre intelectuales en la década de 1920 comenzaron desplazamientos que se han dado en los estudios sobre Alberto Masferrer, abordando sus trabajos en el diario Patria, sus colaboraciones en revistas de la región como Repertorio, sus críticas al sistema social vigente en aquellos años y su doctrina del Mínimun Vital, sus posibles vínculos con corrientes de pensamiento socialista, o las diatribas que en su contra lanzó Roque Dalton.[24]

Actualmente la tendencia es estudiar las redes sociales y las formas de pensamiento que articularon el trabajo de Masferrer, no solo a nivel local, sino regional. En tal sentido vale señalar los trabajos de Carlos López, Marta Cassaus Arzu, María Teresa Giraldes y Carlos Cañas Dinarte.[25]

Una diferencia significativa entre estos trabajos y los mencionados anteriormente, radica en el hecho de que los primeros hacían énfasis en la cuestión social, las corrientes ideológicas y en la viabilidad política de las propuestas masferrerianas. Análisis que indefectiblemente chocaban con el levantamiento de 1932.

Tales perspectivas no permitían una cabal comprensión del pensamiento del maestro que, en el mejor de los casos aparecía como un ingenuo bien intencionado, pero con poco sentido político; o como sucedió con Roque Dalton, ser condenado ipso facto, como aliado e instrumento de la oligarquía salvadoreña.

En la tendencia actual no se insiste tanto en la viabilidad política de las ideas de Masferrer, sino en las redes intelectuales que logró articular y en las influencias espiritistas y teosóficas que nutrieron las propuestas unionistas tales grupos impulsaron, así como los mecanismos mediante los cuales se vincularon con grupos sociales más amplios.

3. La historia cultural en la segunda mitad del siglo XX

En la segunda mitad del siglo XX, algunos intelectuales militantes de izquierda, como Pedro Geoffroy Rivas y Oswaldo Escobar Velado, desde la poesía, y Jorge Arias Gómez, incorporaron a los sectores subalternos, especialmente a los indígenas en la historia nacional, como una forma de rechazo a la tradicional historia liberal que daba todo el protagonismo a los próceres independentistas y a los caudillos.

Los resultados más conocidos de esos esfuerzos son los trabajos de Arias sobre Anastasio Aquino y Farabundo Martí.[26] Pero definitivamente quien más impactó en el imaginario popular fue Roque Dalton, y lo hizo siguiendo un modelo historiográfico muy poco apegado al canon de la historia marxista clásica. La primera obra sobre historia de Dalton, fue una monografía sobre El Salvador.[27]

Esta es una versión más bien convencional de la historia elaborada desde una perspectiva marxista. A pesar de las limitaciones metodológicas y de fuentes, esta obra sigue siendo usada como libro de texto en el país.

Mario Vázquez Olivera, sostiene que en El Salvador el escaso desarrollo de la historia, ha dado lugar a que buena parte de la interpretación de la historia nacional, se haya hecho desde la literatura. Vázquez trabajó como caso paradigmático a Roque Dalton y su particular “re-interpretación” de la historia de El Salvador.

Para entender el planteamiento de Vázquez debe aceptarse que en la obra literaria y poética de Dalton — amén de la propiamente histórica — existe una profunda reflexión sobre la cultura salvadoreña.[28]

Para los fines de este trabajo resultan especialmente interesante Las historias prohibidas del Pulgarcito, “una compleja reflexión acerca de la historia y la identidad de El Salvador, en la que a más de intentar deconstruir la narrativa dominante, de cuño oligárquico, y proponer una nueva genealogía de la patria, se postula el advenimiento de una nueva edad de la nación salvadoreña, un alumbramiento fincado en la valoración de la cultura popular y el impulso del proyecto nacionalista-revolucionario que enarbolaba la izquierda armada”.[29]

Esta cita tomada del estudio de Mario Vázquez resume brillantemente esa obra de Dalton, quien según Vázquez, realizó metódicamente dos trabajos: deconstruir una narrativa nacional comprometida con los sectores dominantes y construir a la vez otra enraizada en lo popular y obviamente revolucionaria.

Resulta interesante constatar que esa subversiva propuesta historiográfica de Dalton, ha logrado arraigar en ciertos sectores sociales ligados a la izquierda revolucionaria e incluso se sigue usando en algunas cátedras universitarias, lastimosamente a veces de manera tan esquemática y doctrinaria, rayana en la castración intelectual del autor y de los estudiantes.[30]

En cierto modo, la obra intelectual de Dalton que más ha trascendido ha sido aquella menos compleja: en historia es la Monografía de El Salvador y en poesía el Poema de amor.

A nivel de divulgación, los trabajos del Equipo Maíz, dejan ver cómo Dalton sigue presente en la historiografía salvadoreña. En 1989, cuando todavía se peleaba la guerra civil, dicho grupo publicó su “Historia de El Salvador”, que usaban en los cursos de historia, desde la perspectiva de la “educación popular”, impartían para sindicalistas, comunidades eclesiales de base, maestros populares y organizaciones de algún modo vinculadas a la izquierda.

Haciendo un uso mínimo de textos, acompañados con ingeniosas caricaturas — a veces fuera de contexto — el folleto da una visión sintética de la historia de El Salvador, que tiene como principal protagonista al “pueblo” y sus luchas de resistencia y liberación.[31]

En cierto modo es una versión jocosa de la Monografía de El Salvador de Dalton. Este libro ha tenido muy buena acogida entre los maestros de educación básica y media, e incluso se usa en cátedras universitarias, al grado de que para 1998 había alcanzado cuatro ediciones. En 1995, se le agregó un capítulo para cubrir los Acuerdos de Paz. Entre 1995 y 2001 se hicieron tres ediciones más. En 2003, se hizo una edición revisada y aumentada.[32] El equipo editor afirma que uno de los factores de su éxito es que el libro tiene poco texto y resulta ameno y divertido. Obviamente es consumido mayoritariamente por sectores afines a la izquierda, que hacen una lectura de la historia en blanco y negro; es decir, una historia de buenos contra malos.

3.1 Estudios sobre la violencia y la delincuencia

Un campo que apenas comienza a explorarse, pero que se muestra muy prometedor es el de la violencia y la delincuencia. En tal punto merece destacarse el trabajo pionero de Patricia Alvarenga, sobre la construcción del aparato represivo a finales del siglo XIX y primeras décadas del XX, el uso de la violencia y los mecanismos de resistencia, pero también de colaboración por parte de los sectores sociales subalternos en el campo salvadoreño.

Uno de los méritos de Alvarenga, es la consistencia entre el marco teórico adoptado y el contenido del trabajo. La veta descubierta en este trabajo puede seguir siendo explotada para años posteriores, o adaptarse a otras temáticas similares.[33]

Cercano al tema de la violencia, se encuentra el de la delincuencia, el cual ha sido más trabajado desde una perspectiva sociológica, mediante consultorías o proyectos de investigación específicos asociados con los procesos de pacificación y democratización que siguieron a los Acuerdos de Paz. La espiral de violencia que siguió a los Acuerdos de Paz, dio lugar para que diferentes instituciones auspiciaran foros para discutir el problema, de los cuales a menudo surgieron publicaciones.[34]

Estas son obras colectivas, que combinan investigaciones de campo con ensayos específicos de especialistas en violencia social. Todos asumen que la violencia es un producto cultural, pero no profundizan en sus raíces históricas.

La mayoría de los trabajos antes citados se centran en la delincuencia de posguerra, situación entendible por el contexto en que se producen: el auge de la delincuencia post Acuerdos de Paz, y aunque en algunos se intenta “historizar” el fenómeno, generalmente no van más atrás de la pasada guerra civil. Diferente es el caso de Ellen Modie, quien estudia la manera cómo a lo largo del siglo XX, en El Salvador se va construyendo “un perfil” del delincuente y cómo esa construcción va siendo asumida por la población en general.

Resulta interesante constatar como la imagen del delincuente se va transformando, sin que pierda su esencia de antisocial; desde el ratero de la década de 1930, al guerrillero de los años 70 y 80, hasta el pandillero de la posguerra. En todo caso, a partir del perfil que elaboran los cuerpos de seguridad y transmiten los medios de comunicación, y las experiencias cotidianas de la gente, la población termina por asumir una imagen del delincuente, del peligroso, del marginal.[35]

3.2 Estudios de género y feminismo

Este tipo de trabajos resultan muy útiles debido a que rebelan aspectos de la cultura salvadoreña. Al revisar la bibliografía al respecto se pueden encontrar distintas vertientes que convergen hacia la situación actual de la mujer, mediante el rastreo histórico de sus acciones y los movimientos asociados a ellas. Se pueden encontrar estudios sobre los movimientos sufragistas y de organización femenina, a menudo liderados por mujeres vinculadas al ámbito intelectual.[36]

En los años ochenta y noventa, se realizaron investigaciones sobre la participación de las mujeres en la guerra civil, tanto en la experiencia de los desplazados como en la lucha armada. Sin embargo, estos trabajos consideran a las mujeres víctimas de la guerra y a las militantes de izquierda, sin darle mayor tratamiento a la población civil y menos a las que pudieron simpatizar y apoyar al ejército salvadoreño y los paramilitares.[37]

En la posguerra, y acompañando a los proyectos de reinserción y desarrollo aparecen trabajos en torno de la organización y participación de las mujeres de cara a los nuevos espacios políticos, económicos y sociales abiertos en el contexto de la democratización.[38]

Una vertiente sumamente interesante que apenas ha comenzado a ser explorada, y con muy buen éxito por Patricia Alvarenga, son los estudios de las mujeres como parte de los marginados sociales. Los trabajos de Alvarenga se han centrado en el últimos tercio del XIX y las primeras décadas del XX, periodo excepcionalmente provocador, no solo por los cambios estructurales que se dieron en el país, sino por las profundas transformaciones sociales que lo acompañaron y que condicionaron las percepciones y valoraciones sobre los hombres y mujeres que transgredieron las normas morales establecidas.[39]

Como contraparte, hay algunos trabajos que exploran a las mujeres de finales del XIX incursionando en el mundo académico y a través de los cuales se puede hacer un acercamiento a la cultura de elite decimonónico. Un contraste entre ambas tendencia arrojaría mucha luz sobre la sociedad salvadoreña.[40]

Conclusiones

Si se compara El Salvador con otros países del área centroamericana, se hace evidente que en este país los estudios históricos tienen mucho camino por andar. No obstante, una revisión como esta -que tiene un carácter muy preliminar – también demuestra que en el campo de la historia cultural, se han logrado avances significativos.

Se tiene un panorama aceptable, y en condiciones de ser comparado con el de otros países de la región, en el caso de la cultura de elite de finales del siglo XIX y principios del XX. Ya se cuenta con algunos estudios sobre identidad nacional y nacionalismo, así como algunos trabajos sobre sectores sociales subalternos del mismo periodo.

En el caso de los estudios sobre el papel jugado por los intelectuales en la configuración de la cultura, la identidad y la interpretación histórica, se cuenta con trabajos sobre la intelectualidad liberal y sobre los intelectuales “autoctonistas” de la década de 1920.

También se ha estudiado con alguna profundidad a Francisco Gavidia, Alberto Masferrer y Roque Dalton. Gavidia y Dalton son importantes no solo por sus trabajos literarios, sino por la influencia de sus interpretaciones de la historia de El Salvador.[41]

Asimismo, han comenzado a explorarse temas como violencia y delincuencia; feminismo y género; y marginados sociales.

Este balance da lugar para pensar que los estudios de historia cultural en El Salvador tienen un futuro prometedor. En los últimos años, algunos organismos internacionales han comenzado a mostrar mayor interés por los estudios culturales; esa tendencia comienza a sentirse en el país; por ejemplo, el “Informe sobre desarrollo humano. El Salvador, 2003”; por primera vez incluyó un capítulo sobre identidad y cultura, el cual pretende sensibilizar sobre la importancia de conocer las raíces culturales del país y su diversidad cultural.[42]


[1] Juan José Marín. ¿Historia cultural: un campo de trabajo en perspectiva o un espacio trabajo histórico?. Ponencia presentada en el Seminario Entre dos siglos: la investigación histórica en Costa Rica, 1992-2002. (Museo Histórico Cultural Juan Santamaría 13 y 14 de noviembre, 2002 Alajuela, Costa Rica).

[2] Palmer, estudiando el caso guatemalteco y costarricense, define a los intelectuales como “individuos ocupados principalmente en la articulación de una cultura nacional.” Ver: Steven Palmer. Racismo intelectual en Costa Rica y Guatemala, 1870-1920. En: Mesoamérica, año 17, N° 31, junio de 1996, pág. 100.

[3] Entre los más destacados intelectuales de esos años se pueden mencionar a: Darío González, Jorge Lardé, Santiago I. Barberena, Alberto Sánchez, David J. Guzmán, Pedro Fonseca, Rafael Reyes, Antonio Cevallos, Vicente Acosta y Francisco Gavidia.

[4] Para más detalles al respecto, véase E. Bradford Burns. La infraestructura intelectual de la modernización en El Salvador, 1870-1900; En: Cáceres, Luis René (editor). Lecturas de Historia de Centroamérica. (San José, BCIE-EDUCA, 1ª edición, 1989); y Carlos Gregorio López Bernal. El proyecto liberal de nación en El Salvador, 1780-1932. (Tesis de maestría en historia, Universidad de Costa Rica, 1998), cap. 2

[5] Características similares son señaladas por Palmer para el caso guatemalteco y costarricense. “El objetivo general de sus esfuerzos consistió en secularizar y civilizar sus respectivas culturas populares a fin de adelantar el progreso y la modernización.” Steven Palmer. Racismo intelectual… Op. Cit. Pág. 101.

[6] David J. Guzmán. Apuntamientos sobre la topografía física de la República de El Salvador. (San Salvador, Tipografía El Cometa, 1ª edición, 1883), pág. 507. El énfasis es mío. Actitudes similares se encuentran en los escritos de Santiago I. Barberena y José Antonio Cevallos

[7] Idem. Pág. 517.

[8] David J. Guzmán. De la organización de la instrucción primaria en El Salvador. (San Salvador, Imprenta Nacional, 1ª edición, 1886), pág. 198.

[9] Idem. Pág. 208.

[10] David J. Guzmán. Apuntamientos topográficos… Op. Cit. pág. 406.

[11] Italo López Vallecillos. El periodismo en El Salvador. San Salvador, UCA Editores, 2ª edición, 1987.

[12] Véase, María Tenorio. Hacia un imaginario salvadoreño en los discursos periodísticos de la década de 1840. Ponencia presentada en el Primer Encuentro de Historia de El Salvador, Universidad de El Salvador, julio de 2003.

[13] Ejemplo de ello son algunos trabajos de Francisco Gavidia, Juan José Samayoa, Francisco Esteban Galindo y otros. Estos autores se preocuparon mucho por las flagrantes contradicciones entre el ideario liberal y las prácticas políticas de los liberales decimonónicos, especialmente por las recurrentes violaciones a los preceptos constitucionales. También discutieron muchos sobre la inculcación de valores ciudadanos y lealtad nacional por medio de la escuela, ejemplo de ello es el trabajo de Francisco Esteban Galindo. Cartilla del ciudadano. (San Salvador, s/e, 1874).

[14] Un panorama de la cultura salvadoreña de finales del XIX se encuentra en Carlos Castro. Sociedad y cultura en siglo XIX. En Alvaro Magaña (coord.) El Salvador; la república. Tomo I, (Fomento Cultural Banco Agrícola, 2000).

[15] Véase Víctor Hugo Acuña. La formación de los sectores medios urbanos en El Salvador: La sociedad de artesanos “La Concordia” (1872-1940). 2001, inédito; Clase obrera, participación política e identidad nacional en El Salvador (1918-1932). Ponencia presentada en el Seminario “Estado Nacional y Participación Política en América Central”. San José, febrero de 1995; Patricia Alvarenga. Cultura y ética de la violencia. El Salvador. 1880-1932. (San José, EDUCA, 1995).

[16] Francisco Gavidia. Historia moderna de El Salvador. Vol. 1. (San Salvador, Ministerio de Cultura, 2ª edición, 1958), pág. 32.

[17] Idem. Págs. 32-33.

[18] Idem. Pág. 22.

[19] Mario Hernández Aguirre. Gavidia. Poesía, literatura y humanismo. (San Salvador, Dirección de Publicaciones, Ministerio de Educación, 1ª edición, 1968), pág. 389.

[20] Idem. Pág. 392.

[21] Idem. Págs. 157-158 y 404. En el fondo Gavidia fue un incomprendido. Su vasta erudición causaba admiración, pero nada más. Los homenajes que recibió de ningún modo significaron una justa valoración y comprensión de su obra.

[22] “La patria, en poesía y en prosa, fue tomando forma en los escritos de Alfredo Espino, de Miguel Angel Espino y de Arturo Ambrogi. A través de su lectura, varias generaciones de salvadoreños sintieron su patria, se identificaron con sus gentes y sus costumbres y se comenzaron a interesar en sus problemas.” Historia de El Salvador. Tomo II (Ministerio de Educación, 1994), pág. 105. entre las obras más destacadas de estos autores se pueden mencionar: María de Baratta. Cuzcatlán Típico. 2 vol., (San Salvador, Ministerio de Cultura, 1951), Miguel Ángel Espino, Mitología de Cuzcatlán y Cómo cantan allá. (San Salvador, UCA Editores, 4ª edición, 1976); Juan Ramón Uriarte. Cuzcatlanología. (San Salvador, Imprenta Cuscatlania, 1926). En esta corriente que buscó afianzar lo autóctono del país debe considerarse además a Salvador Salazar Arrué (Salarrué), Alfredo Espino y Arturo Ambrogi.

[23] Carlos Gregorio López. Identidad nacional, historia e invención de tradiciones en El Salvador en la década de 1920. Revista de Historia, # 45, 2002, Universidad de Costa Rica.

[24] Véase por ejemplo, Jaime Barba. Masferrer: vitalismo y luchas sociales. En Revista Cultura, CONCULTURA, Nº 80, septiembre-diciembre de 1997, Ricardo Roque Baldovinos. Reinventando la nación. Cultura estética y política en los albores del 32. En Revista Cultura, San Salvador, Nº 77, sept.- dic. 1996; Carlos Gregorio López Bernal. Alberto Masferrer y el vitalismo. En Oscar Martínez Peñate (coord.) El Salvador. Historia General. (San Salvador, Editorial Nuevo Enfoque, 2002); Matilde Elena López. ¿Masferrer socialista utópico, reformista o revolucionario? En Revista La Universidad, # 5, septiembre-Octubre de 1968; y Luis Melgar Brizuela. De cómo y por qué Roque Dalton llamó “viejuemierda” a don Alberto Masferrer. En Revista Humanidades, IV época, # 2, 2003.

[25] Véase, Carlos Gregorio López Bernal. Alberto Masferrer y Augusto César Sandino: Espiritualismo y utopía en los veinte. En Revista Humanidades, IV época, # 2, 2003; Marta Elena Casaús Arzú. La disputa de los espacios públicos en Centroamérica de las redes unionistas y teosóficas en la década de 1920: la figura de Alberto Masferrer. En idem., La formación de la nación cultural en las elites teosóficas centroamericanas 1920-1930: Carlos Wyld Ospina y Alberto Masferrer. Ponencia presentada en el Primer Encuentro de Historia de El Salvador, Universidad de El Salvador, julio de 2003; Teresa García Giraldes. La patria grande centroamericana: la elaboración del proyecto nacional por las redes políticas unionistas. Ponencia presentada en el Primer Encuentro de Historia de El Salvador, Universidad de El Salvador, julio de 2003; y Carlos Cañas Dinarte. Redes teosóficas en El Salvador a través de la revista Cypactly. Ponencia a presentarse en el VII Congreso de Historia de Centroamérica, Tegucigalpa, julio de 2004

[26] Jorge Arias Gómez. Anastasio Aquino, recuerdo, valoración y presencia. (San Salvador, Editorial Universitaria, 1963); y Farabundo Martí. Esbozo biográfico. (San José, EDUCA, 1972). En 1996 Arias Gómez publicó con EDUCA una versión ampliada y mejorada de esta última obra; que sigue siendo él estudio más completo sobre la vida y obra de Martí.

[27] Roque Dalton. Monografía de El Salvador (San Salvador, UCA Editores, 1984). La primera edición se hizo en Cuba. El Salvador (La Habana, Casa de las Américas, 1963).

[28] En este punto me apoyo en las sugerentes ideas de Mario Vázquez Olivera. “País mío no existes”. Apuntes sobre Roque Dalton y la historiografía contemporánea de El Salvador. Revista Humanidades, IV época, # 2, 2003.

[29] Idem. Pág. 95.

[30] Al revisar programas de estudio de cátedras de historia de El Salvador, es frecuente encontrar en la bibliografía la Monografía de El Salvador y Las historias prohibidas del Pulgarcito.

[31] Equipo Maíz. Historia de El Salvador: De cómo los guanacos no sucumbieron a los infames ultrajes de españoles, criollos, gringos y otras plagas. (San Salvador, Asociación Equipo Maíz, 1989).

[32] Equipo Maíz. Historia de El Salvador: De cómo la gente guanaca no sucumbió ante los infames ultrajes de españoles, criollos, gringos y otras plagas. (San Salvador, Algier’s Impresores, 2002). Los cambios en el título evidencian cómo en esta última edición se incluye la perspectiva de género. Esta última edición consta de 208 páginas; la de 1995 tenía 156.

[33] Patricia Alvarenga, Cultura y ética de la violencia… Op. Cit.

[34] Véase por ejemplo, PNUD, Programa El Salvador. Violencia en una sociedad en transición. (San Salvador, PNUD, 1998), Carlos Guillermo Ramos (et al) Violencia en una sociedad en transición. Ensayos. (San Salvador, PNUD, 2002); PNUD, Programa El Salvador. Dimensiones de la violencia. (San Salvador, PNUD, 2003); y PNUD. Armas de fuego y violencia. (San Salvador, Talleres Gráficos UCA, 2003).

[35] Ellen Moodie. Como rastrear al delincuente salvadoreño en el siglo veinte. Ponencia presentada en el Primer Encuentro de Historia de El Salvador, Universidad de El Salvador, julio de 2003;

[36] En esta vertiente destacan los trabajos pioneros de Sonia Ticas. “Intelectuales salvadoreñas de los cuarenta: negociando lo privado y lo público”. Istmo, Revista Virtual de Estudios Literarios y Culturales Centroamericanos, No. 6 (July – December 2003), http://www.wooster.edu/istmo; “Hacia una historia del feminismo salvadoreño en los años 20 y 30”. Revista Humanidades, IV época, # 3, 2003, Universidad de El Salvador; “Las escritoras salvadoreñas a principios del siglo XX: expectativas y percepciones socio-culturales”. Eugenia Rodríguez, ed., Historia, Política, Literatura y Relaciones de Género en América Central y México (siglos XVIII, XIX y XX). Edición Especial, Diálogos Revista Electrónica de Historia, Vol. 5, No. 1 (Marzo – Agosto 2004). San José: Escuela de Historia, Universidad de Costa Rica, ISSN 1409-469X, http://historia.fcs.ucr.ac.cr; Fidelina Martínez Castro. Feminización de la educación superior en El Salvador. En Revista Humanidades, IV época, # 4, 2004.

[37] Véase Patricia Hipsher. «Rigth- and Left-Wing Women in Post-Revolutionary El Salvador. Feminist Autonomy and Cross-Political Alliance Building for Gender Equality». En Victoria González y Karen Kampwirth. eds., Radical Women in Latin America. Left and Right. (Pensylvannia: The Pennsylvannia State University Press, 2001); Karen Kampwirth. Women and Guerrilla Movements. Nicaragua, El Salvador, Chiapas, Cuba. Pennsylvania: The Pennsylvania State University Press, 2002; Ilja A. Luciak. After the Revolution. Gender and Democracy in El Salvador, Nicaragua, and Guatemala. Baltimore-Maryland: The Johns Hopkins University Press, 2001; María Candelaria Navas. “Los movimientos femeninos en Centroamérica: 1970-1983”, En Daniel Camacho y Rafael Menjívar, coord., Movimientos populares en Centroamérica. San José: EDUCA, 1985; Norma Vázquez. Las Mujeres Refugiadas y Retornadas. San Salvador – El Salvador: Las Dignas, 2000; Norma Vázquez, Cristina Ibáñez, y Clara Murguialday. Mujeres Montaña. Vivencias de Guerrilleras y Colaboradoras del FMLN. Madrid: Horas y HORAS, 1996.

[38] María Candelaria Navas, y Liza María Domínguez. La Experiencia Organizativa de las Mujeres Rurales en la Transición Post-Conflicto: 1992-1999. San Salvador: UCA, Ayuda Obrera Suiza, 2000; “Las organizaciones de mujeres en El Salvador y sus aportes a la historia socio-política (1957-1999)”. En Eugenia Rodríguez, ed., Mujeres, Género e Historia en América Central durante los Siglos XVIII, XIX y XX. San José: UNIFEM, Plumsock Mesoamerican Studies, 2002; Sonia Ticas. “Compromiso social y discurso profético en la poesía de Liliam Jiménez y Mercedes Durand”. Istmo, Revista Virtual de Estudios Literarios y Culturales Centroamericanos, No. 3 (January – June 2002), http://www.wooster.edu/istmo; y Norma Vázquez. De Sueños y Realidades. Una Experiencia de Capacitar Mujeres en Oficios no Tradicionales. San Salvador – El Salvador: Las Dignas, 2000.

[39] Patricia Alvarenga. “Los marginados en la construcción del mundo citadino. El Salvador, 1880-1930”. Revista de Historia, No. 9, 1997; (Instituto de Historia de Nicaragua, UCA); “Prostitución y control social en El Salvador1900-1930”. En Iván Molina y Francisco Enríquez. eds., Fin de siglo XIX: Identidad Nacional en México y Centroamérica. Alajuela: Museo Histórico Cultural Juan Santamaría, 2000.

[40] Véase. Carlos Cañas Dinarte. Las hijas de Minerva. Hacia una historia educativa y cultural de las mujeres salvadoreñas. Inédito, 1999.

[41] Una reflexión interesante sobre la influencia de estos tres escritores en la cultura salvadoreña se encuentra en Giovanni Galeas. Cultura contemporánea. La entrada a un nuevo siglo. En Alvaro Magaña (coord.) El Salvador, la república. Tomo II. (Fomento Cultural, Banco Agrícola, 2000).

[42] Véase. Carlos Lara Martínez, Carlos G. López y Ricardo Roque. Identidades, cultura nacional y diversidad cultural: las dimensiones olvidadas del desarrollo humano. En PNUD. Informe sobre Desarrollo Humano: El Salvador 2003. (San Salvador, Impresos Múltiples, 2003).

Califican de “telúrico” nuevo poemario de Luis Antonio Chávez, A golpe de fuego

SAN SALVADOR, 8 de febrero de 2024 (SIEP) El escritor salvadoreño Roberto Pineda calificó al nuevo poemario de Luis Antonio Chávez, titulado A golpe de fuego de “telúrico, ya que se aferra la tierra que lo vio nacer y luchar…”

Explicó Pineda que “este poemario es además rupturista porque rompe con los esquemas académicos y se lanza desde la espontaneidad de lo cotidiano a describir la realidad vital que siempre lo acompaña…”

Agregó que “rescato el poema Presagio de un desenlace, en el cual se le rinde merecido homenaje a nuestro Monseñor Oscar Arnulfo Romero, “porque silenciaron al hombre/ pero no apagaron la antorcha.”

Otro poema que me impactó fuertemente-subrayó- fue el titulado Raíces 3, en el q         ue el poeta regresa a su infancia, al afirmar que “mis raíces vienen de otras lluvias/traen la fuerza de la arcilla…/En mis venas/ llevo impresa la sangre pipil.”

En Soliloquio con mi patria, el poeta desde su visión telúrica y de denuncia social, nos revela que en este país “hasta la luna tiene miedo salir/ para no ser confundida con una tortilla/ es que el hambre es hambre / y ni Roma se escaparía de mi canto.”

Finalizó Pineda saludando a este bardo proletario, originario de Apopa, y deseándole que nos siga con sus versos “sacudiendo el corazón.”

Prefacio a Puerto Rico: Identidad nacional y clases sociales. 1979. Arcadio Díaz Quiñonez

El concepto de identidad nacional es un territorio de arenas movedizas, una zona polémica llena de verdades, de exageraciones y de trampas. Raras veces puede tratarse con serena «objetividad». No es materia que se preste fácilmente a la apacible exposición teórica de una tesis. El exasperado debate en torno a su significado ha impregnado —como en otras experiencias históricas análogas— la vida política y cultural puertorriqueña.

El concepto, desde luego, dista de ser unívoco; es fluctuante y ambiguo, muchas veces no sabemos en qué consiste ni donde se encuentra su realidad. Sus múltiples significados van produciéndose en el discurso político, en el discurso poético y en el discurso histórico.

En la búsqueda de una definición de la identidad nacional se han ido gestandotextos literarios, programas políticos, apasionadas ortodoxias y heterodoxias, mitologías poderosas, y un repertorio de lugares comunes psicológicos y sociales que han seducido a algunos y suscitado firmes rechazos en otros.

El debate en torno al problema ha proporcionado ideas y creencias arraigadas, indispensables como apoyo para proyectos culturales y políticos. también ha despertado pasiones y recelos, falseamientos de hechos, tentativas de restauración y voluntad de violentas rupturas. Muchas concepciones de identidad que antes se pretendían absolutas hoy han perdido toda vigencia, otras ocupan todavía una posición eminente.

Para estudiar la validez y utilidad del concepto en su dimensión literaria, histórica e ideológica, se celebró en la Universidad de Princeton, patrocinado y organizado por el Departamento de Lenguas Romances y su Programa de Estudios Latinoamericanos, un Coloquio que tuvo lugar del 10 al 12 de abril de 1978. Las reuniones del Coloquio de Princeton giraron en torno a dos casos antillanos, Haití y Puerto Rico.

Bajo el titulo Identidad Caribeña: Puerto Rico y Haití se leyeron trabajos especialmente preparados para el Coloquio, en el cual participaron distinguidos investigadores e intelectuales: los señores Jean-Jacques Flonorat y Maximilien Laroche, haitianos, se ocuparon de la realidad de su país, junto al profesor León-François Hoffmann, especialista en literatura haitiana; Ángel Quintero Rivera, Juan Flores, Ricardo Campos y José Luis González prepararon trabajos sobre Puerto Rico.

Los temas tratados fueron los siguientes: conflictos de clase y política nacional; la emigración a los Estados Unidos y la identidad nacional; literatura e identidad nacional. Después de la exposición del autor, cada trabajo fue largamente discutido y analizado en las sesiones del Coloquio. En la discusión participaron todos los autores, profesores y alumnos interesados, y el público haitiano y puertorriqueño que asistió al Coloquio.

El volumen que el lector tiene en sus manos reúne solo los trabajos puertorriqueños. Debido a limitaciones de espacio no fue posible la publicación de los correspondientes trabajos sobre Haití. Las ponencias puertorriqueñas han sido revisadas por sus autores para este volumen, con referencias bibliográficas más completas y retoques quo han juzgado necesarios, sin alterar en lo fundamental lo leído en el Coloquio.

Los trabajos ofrecen una riquísima gama de vías para un nuevo examen del problema. Ángel Quintero Rivera, sociólogo y uno de los fundadores del Centro de Estudios de la Realidad Puertorriqueña (CEREP), desarrolla su tema en una serie de «notas» quo resumen sus tesis: Clases sociales e identidad nacional: notas sobre el desarrollo nacional puertorriqueño.

Se circunscribió en su reflexión a las primeras tres décadas del siglo XX en Puerto Rico, precisamente con el propósito de explicar la aguda «crisis de identidad» patente a todos los niveles en la década del treinta. Quintero establece claramente que Puerto Rico es una nación latinoamericana que no se ha constituido aún en un Estado nacional, recalcando que la integración nacional —y sus conflictos— están indisolublemente ligados al imperialismo norteamericano, por un lado, y a los antagonismos de clase, por otro.

Por eso estudia, simultanea y sucesivamente, el marco de la dependencia colonial y los conflictos do clase, la lucha «defensiva» de los hacendados frente a la nueva metrópoli  y el concepto de patria que desarrolló el proletariado puertorriqueño.

Las profundas transformaciones generadas por el capitalismo en  las primeras décadas do dominación norteamericana transformaron radicalmente las clases-eje de la sociedad puertorriqueña según Quintero, y la «crisis do identidad nacional» característica de los treintas es la manifestación ideológica de ese descalabro.

El trabajo de Ricardo Campos y Juan Flores (ambos son investigadores del Centro de Estudios Puertorriqueños de Nueva York) Migración y cultura nacional puertorriqueña: perspectivas proletarias, subraya la incompatibilidad de las aspiraciones de la burguesía y los anhelos de las masas trabajadoras.

La cultura —para Campos y Flores— se forja a través de la contienda clasista.  Las expresiones artísticas son respuestas teóricas y practicas a las fuerzas sociales en pugna.  Dedican buena parte de su trabajo al examen de las concepciones opuestas representadas por José de Diego y Ramon Romero Rosa, con el propósito de establecer las bases que hagan comprensible las perspectivas proletarias. Una amplia discusión de las Memorias de Bernardo Vega-libro do capital importancia- les permitió entrar de lleno en diversos aspectos de la emigración y sus consecuencias.  

Para el escritor José Luis González , la identidad nacional como problema surge como consecuencia del colonialismo norteamericano y la crisis que ello desencadena en la burguesía criolla. La literatura puertorriqueña fundada en el siglo XIX por el sector más progresista de la clase dirigente, no ofrece un verdadero concepto de identidad nacional. Los intelectuales de la burguesía criolla, que constituyen el sector más ilustrado de la sociedad puertorriqueña, representaban una clase en ascenso histórico.

La nación para ellos era, según explica González en su ensayo Literatura e identidad nacional, un proyecto. Elproblemase manifiesta después del 98; los intelectuales se hacen conservadores (hispanofilia, jibarismo, nostalgia, anti cosmopolitismo) Pales Matos es la excepción;  es el verdadero descubridor de la auténtica identidad nacional.

Debo aclarar que esta brevísima síntesis simplifica y reduce la riqueza y complejidad de los trabajos. Es indiscutible,e inevitable. Confío en que la lectura atenta de los ensayos subsane la deformación quo es siempre un resumen. La lectura revelara convergencia y divergencias de diversa índoleentre unos y otros trabajos.

A juzgar por las interrogantes y las críticas que caracterizaron el dialogo en las sesiones dePrinceton, este volumen despertara el más vivo interés, inconformidad, replicas; dará pie a nuevos planteamientos y a rectificaciones importantes. Es un volumen polémico, vivo, quo abre nuevos accesos hacia la comprensión de la realidadpuertorriqueña. Independientemente de las divergencias y de las discrepancias, y a pesar de las insuficiencias o limitaciones de estos trabajos, emerge con toda claridad de ellos unadisposición yunasconviccionesunificadoras.

En primer lugar, los autores comparten el deseo de rumbos nuevos en la comprensión do la realidad histórica y social puertorriqueña.  Ese deseo los lleva a evitar definicionesabstractasde la identidad  nacional.  Han querido iluminar la peculiaridad de lasituación puertorriqueña, sin escamotear su extraordinaria complejidad.

En segundo lugar los autores comparten una misma convicción: para ellos es indispensable admitir la pluralidad do la sociedad puertorriqueña, como paso previo a la comprensión de una difícil cohesión nacional, cuyas formulaciones son inseparables de la configuración de las clases y sus conflictos, tanto como del marco de dependencia colonial.

La propia imagen histórica y social -la «identidad nacional«— no es, ni puede ser, estática: se ha ido modificando a través de los cambios provocados por el tejido de conflictos internos y externos.  Dejar de expresar las contradicciones y los conflictos históricos de nuestra sociedad seria traicionar la inteligencia, e impediría cualquier proyecto de nuevas y posibles integraciones. La historia sería entonces una verdadera pesadilla como para el Stephen de James Joyce de la cual solo se desea escapar.

La hora no puede ser más propicia para un libro como este. Puerto Rico ha sufrido grandes transformaciones en el siglo XX, transformaciones ambiguas, contradictorias, modernizadoras, que se han ido produciendo en el marco da la dependencia colonial. Así se ha ido configurando un país nuevo, escindido en muchos aspectos, pero al mismo tiempo con una firme voluntad nacional.

Ese país nuevo vive en estos años una crisis social y moral que podría —aunque parezca paradójico- fortalecer el deseo de construir una nación moderna.  Para enfrentarse a ese futuro se requerirá, desde luego, imaginación y determinación políticas, y un conocimiento pormenorizado de las realidades qué condicionan cualquier cambio. También será necesario reconciliarnos con nuestra historia, descubrirla, con nuevos instrumentos de análisis y reflexión.

En la más reciento producción literaria y artística puertorriqueña hay signos muy visibles de esa libertad critica ante la propia realidad. La tentación de elaborar el mito de la edad de oro perdida en el pasado, o de proponer el paraíso futuro, va siendo cada vez menos frecuente.  En cambio, la libertad crítica es una necesidad imperiosa. Este volumen es un buen ejemplo.

El Coloquio fue posible gracias a la hospitalidad de la Universidad de Princeton.  Quiero dejar constancia del reconocimiento que merecen los autores, así como los alumnos, Marta Velásquez, Roberto Miranda y Rafael Bernabe, quienes comentaron los trabajos.

El profesor León-François Hoffman coordinó los aspectos organizativos y administrativos, su pasión antillana, no exenta de crítica, animó a todos los colaboradores.  Reconocimiento muy especial debemos todos al Profesor Karl. D. Uitti, entonces chairman del Departamento de Lenguas Romances; él puso en marcha el proyecto, e hizo posibles aquellos días de reflexión, encuentros, participación  y esencial amistad.

Arcadio Diaz Quiñones

Insularismo, falocentrismo, intertextualidad y colonialismo estadounidense. Entrevista con Mario O. Ayala Santiago. Endika Basáñez.

Introducción al concepto generacional

Endika Basáñez  Barrio  (EBB):Las  antologías  literarias  tienden  a  establecer sistemáticamente  una  división  generacional  en  cuanto  al  estudio  diacrónico  de  la literatura  puertorriqueña,  de  forma  que  engloban  así  a  una serie  de  intelectuales dentro de una generación u otra, como el caso de la generación del 30 o la del 40-50.  ¿Qué  opina  de  la  división  generacional  de  autores  y,  particularmente,  de  la generación del 40?

¿Existen razones objetivas para agrupar a una serie de autores en  una  misma  generación  literaria  atendiendo  a  la  época  histórica  en  la  que producen sus textos y/o la hegemonía de sus materiales narrativos?

Mario   O.   Ayala   (MOA):Lo   primero   que   le   tengo   que   decir   es   que, obligatoriamente,  uno  no  puede  escapar  de  lo  que  es  la  utilización  de  las herramientas de la generación como método, como herramienta conceptual, porque en muchos de los acercamientos a la literatura siempre se ha utilizado la generación para  establecer  el  estudio  diacrónico.  Sin  embargo,  yo creo  que  la  generación,  el concepto de generación, es un concepto extremadamente problemático y limitante porque, si bien ayuda a organizar o a periodizar a ciertos escritores que producen unas obras literarias de valía, no toman en cuenta que ese autor puede escribir por mucho más tiempo y puede evolucionar, como en muchos casos han evolucionado.

Desde una perspectiva más teórica, el concepto de generación es demasiado rígido con respecto a la situación de las fechas y a los eventos que agrupan a cierto grupo de escritores o a cierto grupo de obras. Muchas veces cuando se han utilizado los elementos característicos de ese tipo de etiqueta de la generación, se tiende a limitar los  acercamientos  que  se  pueden  hacer  al  análisis  del  texto,  texto  que  puede conllevar  una  serie  de  trabajos  ideológicos  o  estéticos  distintos. 

Básicamente  esa etiqueta comienza a buscar lo que se establece como característico de la generación y muchas veces puede nublar otros elementos constitutivos de la obra literaria como tal, pero también de la evolución del escritor o del lenguaje.

Y en el caso de Puerto Rico  es  extremadamente  problemática  la  utilización  de  la  generación,  pero  es imposible para uno poder no utilizar el concepto de generación como parte de lo que son los estudios dela literatura puertorriqueña.

EBB: Si bien el tema del jíbaro y su reivindicación como emblema distintivo del pueblo puertorriqueño y el seguimiento de los preceptos del Insularismo de Pedreira colonizan  gran  parte  de  las  obras  de  los  treintistas,  la  generación  del  40  parece ampliar  el  espectro  de  materiales  sobre  los  que  ficcionalizan  tales  como  el desplazamiento de sus relatos al ambiente urbano y el impacto de la migración a los Estados Unidos, coincidiendo con la Gran Migración Puertorriqueña.

¿Hasta qué punto opina que puede afirmarse que dicha información sea exhaustiva si podemos observar cómo en los relatos de José Luis González (como en el caso de En Nueva York y otras desgracias, 1973) o Pedro Juan Soto (en el caso de Spiks, 1956) el jíbaro sigue siendo una constante de sus historias?

MOA: El  jíbaro    es  una  constante,  pero  yo  creo  que  lo  que  identifica específicamente a los dos autores que tú acabas de mencionar es que ese jíbaro o ese  ícono  representativo  como  jíbaro  evoluciona.  No  es  que  ellos  abandonen  el jíbaro como sujeto representativo, pero en el caso de González, encuentras cuentos donde, a pesar de que el personaje es víctima, no se trata necesariamente como una víctima. En otros casos sí, pero se empieza a notar ya ciertas diferencias. Lo que es problemático es la situación particular del jíbaro como ícono representativo de una identidad  porque  al  jíbaro  como  ícono  representativo  le  pasa  lo  mismo  que  a  la generación: una vez el jíbaro es parte de un todo que se comienza a establecer desde el Insularismo de Pedreira, entonces es básicamente una guía. Se persigue ese sujeto jíbaro como representativo de una identidad puertorriqueña en todos los elementos de la escritura, no solamente de González o Soto, sino de otros escritores también.

Eso nos  trae  a  nosotros  a  una  problemática  con  respecto  a  los  estudios  de  la literatura puertorriqueña. A un lado siempre vas a tener el canon y la búsqueda de ese ícono de identidad del jíbaro, muchas veces tratado como víctima, en búsqueda de reivindicación y cuando eso se hace, se empaña o se difumina lo que puede ser la evolución del sujeto, u otros tipos de sujetos, que no necesariamente implican un ícono  de  identidad  desde  esa  perspectiva,  sino  que  pueden  ser  incluso  otras identidades que no se tratan con la misma importancia y de la misma manera.

Por ejemplo, para mencionarte otros casos, nosotros tenemos un escritor que se llama Fernando  Sierra  Berdecía  que  tiene  una  obra  que  se  titula Esta  noche  juega  el  Jóker donde se presenta una visión muy distinta a lo que es la educación del jíbaro y ya se presenta un sujeto en evolución. Vamos a tener consecutivamente esa situación con respecto a la fusión icónica del sujeto o de los tipos en sentido educacional, porque muchas veces los críticos buscaban al jíbaro o buscaban establecer coincidencias.

Mientras que el fenómeno histórico o social podía ser más amplio y heterogéneo, como es el fenómeno de la inmigración. Así, pues, se obvia la heterogeneidad de lo que son los sujetos migratorios porque la literatura se concentró básicamente en el ícono del jíbaro, en las reivindicaciones del jíbaro, cuando realmente los fenómenos históricos y sociológicos son mucho más amplios.

EBB: El  concepto  de  generación  del  30  suma  a  un  nutrido  grupo  de  autores masculinos, al igual que la del 40-50, obviando a autoras del calibre de la poetisa y pionera Julia de Burgos, que coinciden en dicha época sincrónica y cuya obra parece estar siendo recuperada por la crítica literaria actualmente.

¿Existe un falocentrismo hegemónico en las generaciones de autores puertorriqueños que se han perpetuado por las antologías literarias o quedan aún nombres femeninos que recuperar y añadir a dichas promociones de autores?

MOA:Yo  creo,  evidentemente,  nuestra  cultura,  nuestra  idiosincrasia  cultural  ha sido  bastante  machista  y  es  todavía  machista.  La  situación  falocéntrica    tiene mucho que ver en términos teóricos, pero más bien a mí me parece que los sujetos de mayor exposición en la gran mayoría, y no estoy hablando de la calidad de su literatura, que muchos sí tienen literatura de mucha calidad y de mucho calibre, la exposición era mayormente masculina porque nuestra cultura ha sido siempre una cultura muy tradicional, donde se le negaban los espacios a los sujetos femeninos; incluso el propio mito que hay sobre Julia de Burgos, Julia de Burgos es un mito y es un sujeto porque en la gran mayoría de ocasiones ella se alejaba de lo que era la idiosincrasia femenina puertorriqueña. Y hay aspectos incluso de la vida de Julia de Burgos que muchos críticos no quieren tocar ni con una vara. Julia de Burgos era nacionalista  y  haber  sido  nacionalista  en  los  años  treinta  cuando  realmente  el nacionalismo  fue  un  movimiento  político  que  enfrentó  el  coloniaje  de  manera directa  era  una  ruptura  total  en  términos  políticos.  […]  Yo  creo  que  hay  que investigar porque el canon privilegió desde una perspectiva idiosincrática y cultural la  exposición  de  las  obras  de  los  varones.  A  veces  no  necesariamente  con  mala intención  sino  porque  por  la  cultura  era  así,  dominada  por  hombres,  y  entonces tenían más exposición. […] La literatura y la poesía de Julia de Burgos no solamente es poesía con matices políticos, con matices eróticos y entonces el que una mujer pudiera  expresar  su  sexualidad  con  un  orgullo  de  la  perspectiva  erótica  eso  era pecado  mortal  en  nuestra  sociedad,  era  pecado  mortal.  Pero,  por  ejemplo,  una compositora como Silvia Rexach es otra rara avis. Cuando buscas las composiciones musicales  de  Silvia  Rexach…es  básicamente  una  Julia  de  Burgos  en  la  canción popular. De todo tipo de exposición: de la sensualidad, de la sexualidad femenina, del elemento erótico… siempre fue muy vedado no solamente por el canon sino por  el  contexto  cultural:  nosotros  vivimos  en  una  sociedad  extremadamente reprimida. Y también hay un discurso de doble moral, nosotros vivimos en un país que   todo   mínimamente   es   doble.   Todo   es   puertorriqueño   o   influencia norteamericana,  o  es  norteamericano  o  es  adaptación  a  lo  puertorriqueño  y  esa disyuntiva que cala muy hondo en los sujetos coloniales, hace muchas veces que las perspectivas no se expandan lo suficiente para examinar un fenómeno como es la literatura, que es un arte que se nutre de la flexibilidad, de la ambigüedad, del juego con los sentidos.

Estrategias de resistencia cultural puertorriqueña frente al Estado Libre Asociado estadounidense e impacto de la migración boricua en la génesis cultural isleña

EBB: Las fechas en las que la llamada generación del 40-50 escribe son testigo de la firma del Estado Libre Asociado (ELA) de Puerto Rico con los Estados Unidos, mantenido  hasta  nuestros  días,  rompiendo  así  las  esperanzas de  estos  en  la obtención de la libertad geo-política para Puerto Rico, ¿cuál es bajo su opinión, el impacto del ELA en los miembros de dicha generación y en la recreación de sus historias?

MOA: Lo  que  pasa  es  que  el  ELA  como  realidad  política  y  geopolítica significó muchas  cosas,  entre…la  peor,  lo  que  significó  el  ELA  para  nosotros,  hablando como  independentista,  es  que  básicamente  el  establecimiento  del  Estado  Libre Asociado  conllevó  una  mentira  histórica:  la  mentira  histórica  de  presentar  o  de promulgar discursivamente que existía un acuerdo y un impacto bilateral entre el colonizado y la metrópolis. Y eso nunca fue cierto.

En las últimas investigaciones, los  que  hemos  investigado  la  historia  de  Puerto  Rico  […]  nosotros  en  los documentos y en todo lo que hemos encontrado nos hemos dado cuenta de que, básicamente,   esto   fue   un   complot.   Los   EE.UU.   necesitaban   apaciguar   al nacionalismo,  eliminar  el  nacionalismo  del  contexto  de  la  participación  en  las guerras mundiales. En los años cincuenta había que eliminar el nacionalismo porque estábamos en plena guerra fría, en los años 30 se salía de la primera guerra mundial y los EE.UU. en las dos guerras se mantuvieron como ejes bélicos, pero también como  ejes  económicos  en  términos  de  inversiones. 

Los  EE.UU.,  dentro de  su perspectiva imperial, necesitaban tener en Puerto Rico una relativa paz por lo que era  la  amenaza  bélica  de  la  Primera  Guerra  Mundial  y,  posteriormente,  de  la Segunda Guerra Mundial. Durante este proceso y después en la tercera guerra fría. Obviamente eso ya ha cambiado, con el avance de la tecnología, pero Puerto Rico, un  país  que  estaba  rodeado  de  campamentos  y  bases  militares  de  todo  tipo…Y tenemos  diez  o  doce  campamentos  militares,  campamentos  de  entrenamientos, campamentos de prácticas militares…que en una situación normal, cualquier país que intenta o quiere tener una base militar en otro país tiene que pagar. Aquí no tiene  que  pagar.  Básicamente,  nosotros  somos  propiedad  de  ellos,  sin  contar  la situación del caso de Vieques que fue campamento de tiro, que la desfachatez era tal que se le alquilaba Vieques a otros países para que vinieran a hacer prácticas de tiro. 

Esa  situación,  evidentemente,  cala  hondo  en  los  sujetos  coloniales  con conciencia  o  los  sujetos  que  pretendemos  no  ser  colonizados,  pero  para  los escritores  era  muchos  más  dura  esa  realidad.  Por  ejemplo,  el  caso  de  Pedro  Juan Soto  y  José  Luis  González,  ellos  conocían,  básicamente,  lo  que  era  este  tipo  de realidad y atacaron ferozmente, discursivamente desde su literatura…muchas veces su literatura se le tacha de literatura comprometida o panfletaria cuando realmente se están encargando de un fenómeno político real que es el fenómeno del coloniaje.

Pero desde que se estableció el establecimiento del ELA y se coge el jíbaro como representante de esa identidad homogénea, esa identidad que no es peligrosa porque es folclórica, porque es suave, porque es discursiva. […] Nuestra literatura siempre tiene,  de  alguna  forma,  una  connotación  política  con  el  coloniaje,  a  favor  o  en contra, pero siempre tiene una disyuntiva con el coloniaje.

EBB: Prácticamente la totalidad de los autores agrupados en la generación del 40-50sufren las consecuencias del desplazamiento por lo que sus obras se convierten en   testimonio   del   trato   de   los   puertorriqueños   en   las   grandes   urbes estadounidenses.  A  pesar  de  hallarnos  frente  a  historias  literarias  y,  por  lo  tanto, ficción artística, ¿cree usted que las obras de González, Soto, Marqués o Valcárcel pueden  ser  analizadas  como  testimonio  autobiográfico de  las  experiencias  del pueblo boricua (e hispano, por extensión) a comienzos del segundo decalustro del siglo XX en la sociedad hegemónica del WASP estadounidense?

MOA: Sí,  podrían  ser  tomadas  como  testimonio,  pero  en  parte.  Yo  creo  que  las obras  de  estos  escritores  que  acabas  de  mencionar,  y  posiblemente  de  otros  más que no se mencionan, puedan presentar una mayor riqueza. No solamente la riqueza que tú acabas de mencionar, sino que puedan presentar una mayor riqueza desde la perspectiva filosófica, donde tú veas un sujeto con contradicciones no solamente en términos de emigración-inmigración sino que veas cómo parte de ese fenómeno, evolución  humana,  situaciones  antropológicas,  de  toma  de  conciencia,  desarrollo del pensamiento y de un cuestionamiento de la existencia misma. Y de cómo, ellos como sujeto, en un momento dado, se tiene que enfrentar a una situación existencial que  es  realmente  lo  que  ampliaría  mucho  más  el  espectro  de  estudio  de  nuestra literatura.  Pero  yo  creo  que  esos  escritores  son  fundamentales  porque  atacar  o tomar  como  punto  de  partida  el  fenómeno  de  la  inmigración  tiene  un  elemento político central. El ELA de Muñoz Marín como parte de su gestión gubernamental promocionaron   la   emigración   como   política   pública   y   entonces   atacar   las consecuencias  de  esa  emigración,  muchas  veces  promocionada  por  el  gobierno, otras veces forzada o forzosa, era aún sin quererlo un discurso contestatario a lo que  era  la  hegemonía  del  Partido  Popular  y  su  gestión  gubernamental  en correspondencia con todo este complot de que “no, nosotros somos, conservamos nuestra  cultura,  nuestra  identidad.  Nosotros  somos  socios”. 

Cuando  realmente nunca hemos sido socios sino que, obviamente, un grupo muy particular, que ha sido  conciliador  en  términos  políticos  y  también  protegiendo  unos  intereses  de clase, unos intereses particulares que han podido insertarse en este tipo de política neocolonial  o  política  colonial  norteamericana  sacando  así  buenos  dividendos. Entonces como tienes un gobierno que promociona que la gente, que los naturales del país, se vayan porque adoptan una misión económica de que en el país existe sobrepoblación, existen toda una serie de elementos que no permiten el desarrollo económico y eso dio paso a la dominación completa de capitalismo norteamericano porque, en un principio, ese jíbaro que se iba era el sujeto que le daba al país unos de  los  elementos  constitutivos  de  la  economía,  eran  los  agricultores. 

Entonces, cuando se abandona la agricultura en pos de un proceso de industrialización en la dependencia, ese sujeto, básicamente obligado por las circunstancias, es un sujeto desarraigado, que entra en conflicto con la nueva realidad de la urbe metropolitana, que no necesariamente quiere estar allí o le gustaría estar allí o quisiera quedarse allí. Por ejemplo, Emilio Díaz Valcárcel en Harlem todos los días tiene un episodio donde “une los muertos del mundo”: está hablando es de la costumbre de la gran mayoría de  los  puertorriqueños  que  cuando  morían  fuera  del  país,  regresaban  a  ser enterrados en el país.

Estableciendo un tipo de empresa económica de traslado de cadáveres.  Fue  una  costumbre  que  vimos  los  puertorriqueños  con  familia  fuera. Todos los que hemos tenido familias como migrantes una vez se moría el tío tal o la prima tal o el primo tal en Nueva York, en Chicago, en cualquier sitio, sobre todo si era de la primera orden migratoria, había dejado por escrito el regreso del cadáver a Puerto Rico y que quería ser enterrado en Puerto Rico.

Eso crea una situación de un  arraigo  con  la  tierra  que  va  mucho  más  allá  que  el  elemento  telúrico  de  la literatura, sino que es una situación de vínculo porque ese sujeto muchas veces ni siquiera aprendió inglés. Aprendió el inglés práctico para la subsistencia, pero nunca se  asimiló  y  mantenía  siempre  un  pie  en  la  Isla, un  contacto  con  la  Isla  que  en muchas   ocasiones   buscaba   capital   fuera   para   entonces   regresar.   Cosa   que, evidentemente,  ahora  ha  cambiado,  pero  ha  sido  parte  de  todo  un  fenómeno migratorio,  político,  económico  que  en  muchos  de  los  libros  de  la  literatura puertorriqueña  nadie  lo  quiere  tocar,  nadie  lo  quiere  ver  así.  Porque  todavía  es chocante para un canon que intenta mantener la hegemonía.

EBB:Los viajes de los intelectuales de la generación del 40-50 al extranjero ponen en contacto su acervo creacional con otros escritores tales como el caso de Faulkner o  Hemingway,  renovando  así  la  cuentística  boricua  de  la  segunda  mitad  de  siglo XX. ¿Hasta qué punto cree usted que se ven influidos sus relatos por los textos de los intelectuales extranjeros como los ya mencionados? ¿Cree que dichas influencias suponen un elemento vital en la renovación de la cuentística puertorriqueña de la generación del 40-50?

MOA: Te voy a decir que sí, pero también tengo que aclarar que a veces es un poco problemático hablar de influencias. Creo que sí hay modelos y que ellos han tenido contacto  con  otros  modelos  y  que  muchas  veces  no  es  que  ellos  reciban  la influencia,  yo  creo  que  comienzan  a  ver  esas  otras  maneras  de  escribir  y  de incorporar  y  reincorporar.  Esas  maneras  de  escribir,  no  solamente  en  el  caso  de Faulkner y Hemingway, y creo que también de otros muchos escritores y eso no es nuevo  en  la  literatura  puertorriqueña.  Los  mejores  escritores  de  Puerto  Rico  del siglo XIX estaban en contacto con la cultura, no solamente europea sino también norteamericana. Un  poco,  tomar  con  seriedad  el  oficio  de  la  escritura,  sí,  pero también es un poco de visión. Los escritores puertorriqueños que se les acusó de ser muy insularistas no necesariamente lo han sido, aunque creo que muchos del canon  sí.  Pero  nosotros  tenemos  casos  en  el  siglo  XIX  como  Hostos,  Tapia,  el propio  Zenon  Gandía,  que  es  considerado  como  uno  de  los  mejores  escritores latinoamericanos, porque creo que la literatura es el primer gran fenómeno mundial desde  la  perspectiva  de  lo  que  puede  entenderse…como  se  entiende  ahora  el internet.

Yo creo que la literatura y el trabajo con el arte con el lenguaje, obviamente, es  mucho  más  limitado  que  el  internet.  Nuestra  literatura  siempre  tuvo  vasos comunicantes  con  el  exterior  en  el  caso  de  estos  escritores  del  siglo  XX,  pero también en todos los del siglo XIX. Tampoco de esos, muchas veces, la crítica se ocupa, de establecer esa situación de vínculo…aun cuando el método de la estética provee  para  eso: en la  estética  y  la  retórica  si  se es  muy  conservador  desde  una perspectiva crítica, aún desde la perspectiva estética y retórica, se pueden establecer el tipo de vasos comunicantes de las obras literarias puertorriqueñas con elementos estéticos  foráneos,  no  necesariamente  europeos,  sino  también  norteamericanos  y latinoamericanos,   sobre   todo   en   la   región   del   Caribe,   porque   el   Caribe, culturalmente,  funciona  como  una  entidad  que  es  un  archipiélago  unido,  pero heterogéneo. […] No es lo mismo cómo afronta la muerte un continental que como la afronta un caribeño y si es negro, menos.

EBB:La impronta de los conflictos bélicos sincrónicos en los que Estados Unidos y, por lo tanto, Puerto Rico, se ven envueltos, influyen también en la temática y el tono reivindicativo de las historias a las que dan lugar los autores de la generación del 40, ¿hasta qué punto considera usted vital la influencia de dichos procesos en la génesis textual de los autores de dicha promoción?

MOA: Creo   que   es   fundamental   con   respecto   a   la   participación   de   los puertorriqueños  en  los  conflictos  bélicos  hay  un  elemento  político  que  muchas veces tampoco la crítica se quiere ocupar de él y es que en puerto Rico existía el servicio  militar  obligatorio,  entonces,  muchas  veces,  por  ejemplo,  José  Luis González en el cuento “Una caja de plomo que no se podía abrir”, hay un elemento de   contradicción   o   aparentemente   un   elemento   de   contradicción   con   la participación  de  los  puertorriqueños  en  un  conflicto  bélico  porque  el  sujeto puertorriqueño  no  tenía  otra  opción. 

Como  dominación  colonial  si  alguien  en Puerto Rico se negaba al servicio militar obligatorio iba preso y podía ser acusado de  traición.  Entonces,  la  participación  de  los  puertorriqueños,  sobre  todo  de  los puertorriqueños que se ven en “la obligación de…”, y no necesariamente tiene una conciencia política o está educado en esos términos de su condición colonial, pues pasaba sin pena y sin gloria, pero en ese cuento de José Luis González, con respecto a cultura, al puertorriqueño de esa época le era fundamental ver el muerto, ver el cadáver.  Entonces  tratar  de  que  ese  sujeto,  el  hijo,  el  hermano,  el  padre,  el  que fuera…estuviera presente como un rito religioso o un rito cultural.

El gran conflicto de ese cuento es, básicamente, la contradicción que representa que no se pudiera abrir la caja. Entonces es tan fuerte la situación de no poderse abrir la caja que a mucha gente le da como por atacar la situación del servicio militar obligatorio, pero lo  que  realmente  está  haciendo  José  Luis  González  en  un  cuento  como  ese  es presentar   la diferencia   cultural   como   un   elemento   de   identidad   para   el puertorriqueño. Era fundamental ver el cadáver y el que a esta persona en una caja de plomo que no se podía abrir conlleva unos elementos particulares de reacciones en  el  velorio,  ¿verdad?  También, en  ese  sentido,  si    buscas  otros  cuentos  de González,  verás  que  el  sujeto  puertorriqueño  comete  los  mismos  abusos  que cometen con él.

Desde la perspectiva colonial él comete los mismos abusos con un prisionero coreano, entonces lo que está haciendo es retratando su propia situación frente a la situación de otro sujeto no enfrentando, básicamente, lo que ha causado que  él  esté  en  esa  situación.  El  enfrentamiento  en  los  conflictos  bélicos  es fundamental  porque,  además,  todos  esos  escritores  lo  trabajan Coexistencia de relaciones interpersonales e intertextuales entre los miembros

EBB: Las  vivencias  de  los  autores  desplazados  a  Nueva  York  suponen  una experiencia  compartida  por  todos  los  autores  en  cuyos  relatos  se  evidencia  la imposibilidad de una relación intercultural entre el pueblo anglófono, hegemónico al otro lado del Estrecho de la Florida, y el boricua desplazado, alterno. ¿Son, bajo su opinión, dichas experiencias testimoniadas con un propósito intrínseco a favor de  la independencia  de  Puerto  Rico  por  la  suma  de  los  autores  agrupados  en  la promoción de los 40? ¿Comparten los intelectuales un activismo político común de manera explícito en pro de la libertad política de la Isla del Encanto en cuanto a sus relaciones con los Estados Unidos continentales?

MOA: Yo creo que eso en un momento histórico sí, fue cierto, pero creo que ya no. Pero en un momento histórico, sobre todo los escritores que estamos hablando, creo que para ellos eso era fundamental. No solamente en las visiones políticas que tenía Pedro Juan Soto, las visiones políticas que podían tener Emilio Díaz Valcárcel, José  Luis  González  y  René  Marqués.  Ellos  sabían  y  su  literatura  fue  siempre contestataria al proyecto hegemónico del ELA y en la relación colonial.

Es como si se hiciera pasar la relación colonial como una relación normal. Entonces la literatura de ellos, en distintas instancias,  siempre  confrontaba,  de  alguna u otra manera, o contestaba de  manera  contradictoria  todo  ese  discurso  hegemónico  y  todo  ese canon cultural protegido y establecido del ELA. Entonces por eso es que eso hace, no desde la perspectiva política únicamente, sino que desde la perspectiva estética que  su  literatura  sea  tan  rica  porque  ellos,  como  no  eran  escritores  panfletarios, tenían una conciencia del oficio de la escritura. Buscaban o intentaban buscar los mejores elementos representativos para poder plasmar esas contradicciones, que no fuera el discurso netamente político.

Porque, yo creo que José Luis González, ha sido lo más cercano a lo que nosotros hemos tenido al intelectual orgánico, pero José  Luis  González  también  tiene  su  evolución.  Ahora  algo  que  es  claro  de  José Luis  González,  es  que  José  Luis  González,  si  bien  se  separa  de  los  desastres  de Stalin y de esa ortodoxia marxista hacia el final de su escritura, José Luis González nunca  abandona  los  grandes  temas  humanos  de  la  explotación  y  de  la  pobreza, incluso del racismo. Eso en José Luis González no lo vas a ver jamás, incluso te diría  que,  en  sus  últimas  obras,  creo  que  en términos  estéticos  es  exacto.  Es  la plasmación  de  una  ideología  propia  de  un  escritor  en  particular  en  un  texto.  La pugna que crea José Luis González con el nacionalismo de los años 30 es una pugna que ha mediado y asediado todo nuestro siglo XX en términos culturales, pero José Luis  González,  para  mí,  comete  un  error  conceptual,  nublado,  un  poco,  por  su ortodoxia  marxista  de  un  momento  dado  cuando  dice  que  Albizu  era  el  mejor representante de la clase hacendada desplazada y eso no es… no solamente no era cierto,  no  podía  ser  cierto  en  términos  de  la  argumentación,  cuando  Albizu  era negro, hijo ilegitimo…y en términos de estructuras mentales, Albizu era un sujeto que  no  solamente  ha  estudiado  en  Estados  Unidos,  en  Harvard, sino  que  el pensamiento   albizuísta,   si   bien   tenía   unas   raíces   hispánicas   profundas,   un pensamiento   político que   fue   evolucionando   a   través   del   tiempo   y   de   las circunstancias  y  el  Albizu  de  1935,  no  el  Albizu  de  1950,  entonces  José  Luis González nunca rectificó.

Pedro  Juan  Soto: activismo  político  y  producción  literaria  como  estrategia  de  lucha  frente  a  la transculturación estadounidense

EBB: A lo largo de su obra, Soto recurre una y otra vez a la ficcionalización de las relaciones culturales y políticas entre Estados Unidos y Puerto Rico. Así en Spiks(1956) alude  a  las  experiencias  de  los  boricuas  desplazados  a  la  ciudad  de  Nueva York, marginales y ajenas al grupo hegemónico cultural estadounidense; en Usmaíl(1959)  relata  los  acontecimientos  de  la  invasión  norteamericana  en  la  isla  de Vieques; o en Ardiente suelo, fría estación(1961) recurre a la figura del nuyorican que no termina de encajar en la cultura hegemónica estadounidense y busca en la Isla una patria utópica que no encuentra.

¿Cree que es posible establecer un ejercicio de abstracción  de  la  lectura  de  la  obra  de  Soto  a  través  de  la  imposibilidad  de  las relaciones  interculturales  entre  ambos  pueblos,  el  anglo  (Estados  Unidos)  y  el hispano (Puerto Rico)?

MOA: Yo creo que es eso, precisamente, lo que identifica la obra de Pedro Juan Soto. Soto mantiene un constante, siempre, que establece la diferenciación, pero no solamente la diferenciación cultural; creo que lo que más le molesta al canon o lo que le molesta a la gente de este tipo de obras es que son obras de insubordinación, son  obras  que  no  se  tragan  el  cuento.  No  es  que  solamente  contestan,  es  que  se atreven a decir y a tomar en consideración estas grandes contradicciones como los elementos constitutivos de sus obras literarias.

Entonces, eso, para el establishment cultural, para el canon, porque nuestra realidad es profundamente colonial y la gran mayoría de las instituciones educativas y culturales están metidas como parte de ese establishment, de manera directa o indirecta. Por eso es que la obra de este tipo de sujeto es problemática porque alguien que fuera a dar con una obra como Harlem todos los días o Ardiente suelo, fría estación tendría que contextualizar para los sujetos del  siglo  XXI  lo  que  ha  sido  una  problemática  de  relación  entre  subordinación colonial por más de 118 años.

Entonces tener que tocar la situación colonial o la de la  subordinación  colonial  que  te  lleva  obligatoriamente  a  cualquier  política  y posteriormente  a  las  grandes  comparaciones  económicas  es  algo  que  el  sujeto puertorriqueño y el sujeto letrado institucionalizado no quiere hacer porque le es problemático, no solamente a la hora de enseñarlo, le es problemático para sí mismo como sujeto[…] desde  distintas perspectivas.

 

Luchando contra quinientos años de colonización en la literatura puertorriqueña. Antonia Domínguez. 2001

El título de esta comunicación puede parecer sin lugar a dudas demasiado ambicioso para tan reducido espacio de tiempo y de hecho mi intención no es profundizar en la historia de la literatura puertorriqueña que aunque joven ya cuenta con casi dos siglos de evolución. Mi propósito es por el contrario presentar una breve panorámica de cómo la producción literaria puertorriqueña ha respondido a las consecuencias políticas, sociales y culturales de la colonización de la isla durante quinientos años por España y Estados Unidos.

Lo que me interesa enfatizar aquí es sobre todo el componente socio-histórico y político que predomina en la literatura puertorriqueña a través del cual podemos apreciar la evolución de la identidad puertorriqueña.

Me permito hacer un breve repaso de la historia de Puerto Rico para aquellos que no estén demasiado familiarizados con la evolución de la isla. El 19 de Noviembre de 1493, descubrió Cristóbal Colón la isla que sus habitantes indígenas llamaban Borinquén e instauró el gobierno de la isla como enclave comercial y militar estratégico en América.

Durante el siglo XVII la colonia sufre un gran atraso debido a la escasez de oro, la falta de comunicación con la metrópolis y la inmigración de sus colonos a otras colonias más prósperas. En el siglo XVIII España facilita el desarrollo de la isla convirtiéndola en segunda plaza fuerte de América, facilitando el comercio con otras naciones e incitando la inmigración de colonos y la explotación de monocultivos.

Durante el siglo XIX Puerto Rico contempla cómo sus colonias hermanas en el continente consiguen la independencia mientras la isla sufre junto a Cuba la decadencia del imperio español. Tan sólo un año después de conseguir la carta autonómica que facilitaba el acceso al poder de la clase criolla, la guerra hispano-americana frustra las esperanzas de independencia para la isla.

Como es de esperar las primeras manifestaciones literarias proceden de los cronistas de indias[1] y hasta 1680 no encontramos al primer poeta criollo, Francisco de Ayerra y Santa María que aún no refleja un claro “sentir puertorriqueño”.

Hasta el siglo XIX no encontramos el verdadero nacimiento de la literatura puertorriqueña con consciencia de identidad cultural y nacional propia. Ya en 1817 aparecen en los primeros periódicos puertorriqueños unas décimas anónimas de tema patriótico donde sus autores son conscientes de la división entre iberos y criollos.

Pero no será hasta la publicación en Barcelona del Aguinaldo Puertorriqueño (1843) y del Album Puertorriqueño (1844) cuando veamos florecer a un grupo de estudiantes de la burguesía criolla con inquietudes literarias e intelectuales empeñados en desarrollar una literatura propia desafiando la censura española en la isla. Este fue el caso de Manuel Alonso que casi provocó la prohibición definitiva del libro debido a uno de sus poemas de corte claramente anti-española:

“Que venga aquí el europeo/codicioso,/ y si acercarse lo veo/ morirá al punto en mis manos;/ para sufrir tiranos/ en mi patria no nací… Que es mi dicha vivir libre,/ sin cadenas que me opriman…”[2].

Este grupo de jóvenes escritores impulsan un criollismo patriótico basado en gran medida en el costumbrismo romántico. Saben que algún día serán ellos la clase privilegiada que habrá de liberar a la sociedad pero observamos una reacción aparentemente contradictoria: por un lado, intentan sustituir lo nativo por lo español, enfatizando aquello que es autóctono de Puerto Rico como su folklore, su modo de ser pero por otro lado y como miembros de una clase burguesa criolla en auge, rechazan lo popular y chabacano del jíbaro, el campesino puertorriqueño, cuya pasividad supone un freno a los proyectos de esta clase. El Jíbaro (1849) de Manuel Alonso, es representante de esa ideología. Sirva como ejemplo el soneto “El puertorriqueño”, que presenta el retrato de un miembro de esta incipiente burguesía criolla[3]:

Color moreno, frente despejada

mirar lánguido, altivo y penetrante,

la barba negra, pálido el semblante,

rostro enjuto, nariz proporcionada.

Mediana talla, marcha acompasada;

el alma de ilusiones anhelante,

agudo ingenio, libre y arrogante,

pensar inquieto, mente acalorada;

humano, afable, justo, dadivoso,

En empresas de amor siempre variable,

tras la gloria y placer siempre afanoso,

y en amor a su patria insuperable.

Este es, a no dudarlo, fiel diseño

para copiar un buen puertorriqueño[4].

Este poema contrasta con cuadros costumbristas dentro del mismo libro como “Un casamiento jíbaro” donde se ensalza la cultura y el folklore popular aunque al mismo tiempo se critica la pasividad y conformismo del campesino. Otros poetas de este grupo son aquellos que escriben dentro del romanticismo tardío como es el caso de José Gautier Benítez, primera figura poética pero cuyo nacionalismo sentimental se pierde en bellas descripciones de la patria y en los sentimientos que ésta inspira.

Junto a Gautier Benítez también destaca Lola Rodríguez de Tió (1843-1924) como una de las primeras conciencias patrióticas que dedica su vida a la actividad independentista con fervor y pasión como podemos apreciar en su poema “La Borinqueña” inspirado por los ideales de la insurrección fallida del Grito de Lares en 1868 y que después se convertiría en himno nacional. Así comienza este poema:

¡Despierta, borinqueño,

que han dado la señal!

¡Despierta de ese sueño,

que es hora de luchar!

A ese llamar patriótico,

¿no arde tu corazón?[5]

Francisco Gonzalo Marín (1863-1896) vivió al igual que Julia de Burgos exiliado gran parte de su vida pero siempre estuvo dentro de la vorágine de la causa libertaria nacionalista colaborando con independentistas en Cuba y otros países. Su poesía apasionada y rebelde que culmina en Romances (1892) le declaran ya como nacionalista revolucionario al que habrían de ver como mito generaciones posteriores de independentistas.

Con el fracaso del Grito de Lares, las esperanzas de conseguir la independencia provocan la frustración y el desánimo y aprovechando la inestabilidad en España se producen revueltas que obligan a España a conceder un estatuto de autonomía que daba más poder a la clase criolla dominante pero que no dejaba espacio para más libertades.

Entre los miembros de esta clase destaca Manuel Zenón Gandía (1855-1930) que profundamente influenciado por el naturalismo de Emile Zola presenta un panorama de decepción con su propio pueblo en su serie de novelas que tituló Crónicas de un mundo enfermo. Nos recuerda Zenón Gandía a aquellos jóvenes del Aguinaldo Puertorriqueño. Según Zenón Gandía y su gran novela La Charca (1894) nada ha cambiado. La enfermedad del jíbaro se ha contagiado a todos los estratos de la sociedad que ven pasivamente como se escapa la posibilidad de liberarse del yugo español.

La fecha de 1898 marca el hito histórico divisorio dentro de la literatura puertorriqueña. A la llegada al poder del coloso norteamericano le sucede un periodo de opresión que supone un paso atrás en la evolución de Puerto Rico y un pesimismo y frustración que hace volver la vista atrás a las raíces hispánicas. La producción literaria se resiente de todo esto mientras en Hispanoamérica triunfa el modernismo como expresión de la revolución ideológica americana. Zenón Gandía ataca de lleno ahora al imperialismo y la explotación norteamericana en El negocio (1922) y Los Redentores (1925).

Esta generación intenta asimilar las consecuencias funestas de 1898: la economía sufre un cambio estructural que beneficia los monopolios norteamericanos del azúcar y la reestructuración de la propiedad acaba con el control local de la propiedad. En la política Estados Unidos ejerce control total y provoca diferentes reacciones en la sociedad: la clase burguesa mercantil del mercado que se abre ante ellos aunque desconfían de las intenciones de Estados Unidos que no solo quiere ampliar su mercado sino controlar la producción de la isla; la clase burguesa de hacendados, heredera de la burguesía criolla, ve como se transforma la economía en perjuicio de las haciendas y su explotación tradicional; los campesinos ven en Estados Unidos una liberación de la explotación que sufrían con los hacendados.

En las primeras décadas Estados Unidos emprende un plan brutal de asimilación cultural y de imposición del inglés. La respuesta intelectual a esta situación es la vuelta a un pasado edénico hispánico. Entre los poetas de esta época destacan José de Diego (1866-1959) y Luis Lloréns Torres (1878-1944) que representan un discurso anticolonial de preocupaciones exclusivamente culturales[6] basado en un pan-hispanismo opuesto a lo anglosajón lingüística, religiosa y culturalmente.

Es necesario mencionar que muchos de estos intelectuales ejercían un patriotismo simbólico, como en el caso de José de Diego ya que por un lado ensalzaban el pasado hispánico, el cristianismo y la herencia española y por otro lado se beneficiaban de la influencia americana económicamente. Este es un pequeño ejemplo de la poesía que abunda en esta época:

Colgadme al pecho, después que muera,

mi verde escudo en un relicario;

cubridme todo con el sudario,

con el sudario de tres colores de mi bandera…[7]

Lloréns, perteneciente a la élite criolla tradicional, es esa vuelta al pasado idílico a través de la poesía pastoral donde el jíbaro ya no es sólo un instrumento de afirmación de lo autóctono sino un símbolo nacional. Lloréns Torres cae en el error de sus predecesores y el que se habrá de repetir en décadas posteriores de dibujar una identidad nacional y cultural puertorriqueña que no se correspondía con el conjunto de la sociedad sino sólo con la clase burguesa.

Para él la identidad nacional se define por medio de unos parámetros de religión, lengua, raza que favorecen el español, el cristianismo pero también al blanco criollo ignorando el importante componente africano de la población.

A llenar ese hueco viene Luis Palés Matos (1898-1959) con savia nueva no sólo para la poesía vanguardista y modernista puertorriqueña sino en el plano ideológico para reclamar la presencia de lo africano como elemento unificador de la nueva raza antillana y fuente de energía vital de la raza que habrá de conquistar su libertad.

Palés Matos se encuadra así con obras como Tun tún de pasa y grifería (1937) dentro de la corriente general de pan-africanismo que recorre América desde Marcus Garvey hasta Nicolás Guillén. Observemos su ritmo innovador en “Danza Negra”: “Calabó y bambú./ Bambú y Calabó./ El Gran Cocoroco dice: tu-cu-tú./ La Gran Cocoroca dice: to-co-tó./ Es el sol de hierro que arde en Tombuctú./ Es la danza negra de Fernando Poó.”[8]

Julia de Burgos se añade a esa lista de escritores/as modernistas que analizan la reacción puertorriqueña al colonialismo desde otro punto de vista añadido a los ya existentes: el de la mujer puertorriqueña. Como apunta Iris Zavala[9], Julia De Burgos interioriza la alienación y rupturas del ser puertorriqueño, la falta de comunicación entre los estamentos sociales, la falsedad de los roles de género como creación cultural y los prejuicios raciales inherentes a la sociedad puertorriqueña que aún no ha aprendido a asimilar su diversidad.

Julia de Burgos rescata la imagen de la mujer como un sujeto doblemente colonizado por la patriarquía y la ideología imperialista norteamericana.

A partir de los años 30 surge un nuevo sentimiento nacionalista más radical acentuado por la crisis económica e impulsado por la creación del Partido Nacionalista (1928) con Albizu Campos al frente. La represión colonial culmina con la masacre de Ponce (1937), el debilitamiento de los independentistas y el comienzo de la emigración a Estados Unidos.

Los años 40 están llenos de enfrentamientos políticos dentro de la isla. Se forma el nuevo Partido Independentista cuya causa va perdiendo respaldo debido a su inclinación marxista y al auge del Partido Popular Democrático liderado por Luis Muñoz Marín que promete progreso económico antes de conseguir la independencia, aunque mantiene una situación de ambigüedad política que continua hasta el presente.

Los intelectuales permanecen frustrados al ver el rumbo que toma la nación perpetuando un sistema neocolonialista que culmina con el Estado Libre Asociado en 1952. Destaca en esta época el pesimismo literario de René Marques, heredero de aquel nacionalismo cultural basado en el paternalismo de la burguesía hacendada cuya expresión fueron Zenón Gandía, Antonio Pedreira, Lloréns Torres. La víspera del hombre (1959) afronta la crisis definitiva de aquella clase y convierte a René Marques en “último representante ‘puro’ de la literatura paternalista”.[10]

Muchos aún hoy se preguntan por la pasividad de los puertorriqueños[11] y la respuesta se encuentra fuera de Puerto Rico. Después de la caída del poder soviético ha sido casi imposible para muchos de los países latinoamericanos luchar contra la hegemonía norteamericana[12].

Excepto una minoría elitista, la mayoría de la población puertorriqueña duda de la capacidad de la isla para seguir adelante sin Estados Unidos y si después de la independencia han de volverse satélites de Norteamérica como ya lo son la mayoría de los otros países resulta casi más provechoso seguir como hasta ahora.

A partir de 1952 Estados Unidos modifica su estrategia sobre Puerto Rico para evitar sentimientos anti-imperialistas y ocultar la absorción económica de la isla mientras se transmitía una ilusión de autonomía cultural. Hoy en día, Puerto Rico parece haber perdido interés para Estados Unidos después de la caída la URSS y su expansión económica por toda América Latina.

La nueva generación es consciente de estos cambios que se han producido en Puerto Rico a nivel político y social ya que añaden una nueva perspectiva a la literatura que hasta ahora había sido casi monopolio exclusivo de la clase burguesa heredada del siglo pasado.

De este modo aparecen nombres como el de José Luis González, Emilio Díaz Valcárcel y Pedro Juan Soto que provienen de las clases trabajadoras o de una pequeña burguesía con reciente acceso a la educación. En Balada de otro tiempo (1981), González pone en duda el nacionalismo criollo que ha persistido desde finales del siglo pasado. De hecho esto nos lleva a pensar en el doble colonialismo al que sigue estando sometida la clase obrera por parte de Estados Unidos y de la clase burguesa privilegiada[13].

Por lo tanto podemos pensar en la exclusión dentro de este nacionalismo tradicional de otros grupos como la clase trabajadora, los negros, las mujeres que ahora comienzan a tomar la palabra.

Así surge un grupo de narradoras que por primera vez atacan las relaciones de género heredadas de la cultura puertorriqueña y supuestos elementos de la identidad nacional. Estas autoras que en cierto modo se beneficiaron de la influencia feminista norteamericana, tienen la dura labor de revisar elementos culturales y sociales que hasta ahora no se habían tratado.

Un ejemplo claro es el de Rosario Ferré y sus Papeles de Pandora (1976) donde reescribe los cuentos de hadas a través de los cuales se han transmitido roles de género impuestos por la sociedad y la cultura puertorriqueña.

El tema de la emigración a Estados Unidos también aparece en la literatura isleña a partir de los años 50 donde se trata el tema de la supervivencia cultural y económica en la sociedad racista norteamericana. Ejemplos de esta literatura son Pedro Juan Soto en Spiks (1970), Emilio Díaz Valcárcel en Harlem todos los días (1978) y José Luis González con En Nueva York y otras desgracias (1981).

En la poesía destaca Iris Zavala y su colección Escritura desatada, poesía comprometida en lucha contra el imperialismo y la opresión de los pueblos más débiles.

En los años 40 y 50 comienza también la gran emigración de la clase trabajadora puertorriqueña a Estados Unidos. La emigración es alentada por la operación “manos a la obra” que intentaba paliar el desempleo de la isla provocado por el hundimiento de la industria azucarera.

Esto traería consigo aún más problemas para la consolidación de la identidad nacional que ahora se veía amenazada por la dislocación espacial y la experiencia del racismo como ciudadanos americanos de segunda clase.

Este es el caso de Piri Thomas, puertorriqueño nacido en Nueva York que Down These Mean Streets (1967) refleja la problemática del puertorriqueño en busca de una identidad que se diluye entre diferencias de clase, raza y lengua. Piri Thomas se plantea lo que significa ser Puertorriqueño para alguien como él que no ha nacido ni vivido nunca en Puerto Rico pero a quien la gente considera afro-americano por el color de su piel.

Desde los años 60 se va creando un círculo de escritores/as en Estados Unidos que comienzan a reclamar una identidad puertorriqueña en oposición a la americana pero que al mismo tiempo se siente diferente a la de la isla por sus circunstancias vitales que les convierten en seres divididos por su biculturalidad y bilingüismo.

Este es el caso del grupo Nuyorican con nombres tan representativos como Tato Laviera, Pedro Pietri, Sandra María Estévez. En los últimos años han surgido nuevas figuras literarias desde diferentes puntos de Estados Unidos como Jack Agüeros, Louis Reyes Rivera y Ed Vega entre otros. Quiero hacer especial mención de las narradoras puertorriqueñas en Estados Unidos que están logrando altas cotas de calidad literaria como en el caso de Judith Ortiz Cofer (The Line of the Sun, 1989), Aurora y Rosario Morales (Getting Home Alive (1986), Nicholasa Mohr (Rituals of Survival, 1985) y Esmeralda Santiago (When I Was Puerto Rican, 1993).

Todas ellas plantean una redefinición de lo que es ser Puertorriqueño después de la emigración que les ha convertido en seres biculturales, con identidades en constante transición.

La literatura puertorriqueña en Estados Unidos es hoy en día quizás la más comprometida con el tema de la identidad. En Puerto Rico sólo se cuestionan su identidad política, nadie se cuestiona su identidad cultural aunque de hecho, la isla está siendo absorbida culturalmente por Estados Unidos, a pesar del purismo lingüístico y de los intentos por mantener una cultura autóctona.

En los últimos años se han multiplicado los estudios sobre la identidad puertorriqueña y a menudo se apunta la posibilidad de que se esté forjando una identidad puertorriqueña basada en gran medida en nociones de raza y cultura más que en nociones de soberanía nacional.

Nicholasa Mohr comenta sobre su relación con la isla:

I love the island but it´s not my place of birth. When I´m in New York I feel my Puerto Rican roots but I´m not an island person. There´s no conflict. I was brought up as a Puerto Rican; I didn´t invent it, it´s my culture… Puerto Rican identity in the States is almost a century old. It´s not circumscribed by the island.[14]

Podemos apreciar como las nociones de cultura y nacionalidad se separan en la obra de muchos de estos escritores cuya cultura e identidad es puertorriqueña pero que no se sienten unidos al espacio territorial de la isla. De esta forma en la actualidad se esta llevando a cabo –especialmente en Estados Unidos- una re-evaluación del concepto de nación no como estado y soberanía territorial sino nación como cultura o lo que se ha dado en llamar recientemente “etno-nación”[15].

Sin duda, en Puerto Rico el colonialismo moderno esta tomando nuevas direcciones y sólo queda preguntarse qué derroteros va a seguir esta colonia postmoderna al fin y al cabo por la inestabilidad de su definición, por su ambigüedad y su desafío a modelos tradicionales de colonialismo.


[1] Gonzalo Fernández de Oviedo. Historia general y natural de las Indias (1526); Juan de Castellanos. Elegías de varones ilustres de Indias y las memorias de evangelización de Fray Bartolomé de las Casa y Fray Tomás de la Torre

[2] Citado en José Luis González, Literatura y sociedad en Puerto Rico: de los cronistas de indias a la generación del 98. Mexico: Fondo de Cultura Económica, 1976.

[3] Nótese la descripción racial que ignora por completo la herencia africana e indígena tan presente en la población puertorriqueña: ‘color moreno’ (bronceado, no negro) > ‘nariz proporcionada’, ‘pálido el semblante.’

[4] Manuel Alonso. El jíbaro. Rio Piedras: Editorial Cultural, 1968, p. 71.

[5] Lola Rodríguez de Tió. Obras Completas. San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1969-71, p.

[6] Recordemos que Jose de Diego todavía pertenece a la clase criolla burguesa que a corto plazo se ha beneficiado de la mejora de las relaciones comerciales con Estados Unidos que España intentaba impedir.

[7] Véase desde el principio del poema cómo se introducen los temas esenciales: ‘escudo’, símbolo de la clase privilegiada; ‘relicario’, ‘sudario’ y ‘bandera’, patrotismo de raigambre religiosa católica. Citado en Francisco Manrique Cabrera. Historia de la Literatura Puertorriqueña. Río Piedras: Ed. Cultural, 1969, p. 223.

[8] Ibid. 256.

[9] Iris Zavala. “Other Modernist Open-ended Beginnings.” Colonialism and Culture. Hispanic Modernisms and the Social Imaginary. Bloomington and Indianapolis: Indiana University Press, 1992, 177-193..

[10] Juan G. Gelpí. Literatura y paternalismo en Puerto Rico. San Juan, PR: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1993, p. 121.

[11] El mito de la pasividad recorre la literatura paternalista desde el siglo XIX hasta el XX: René Marques. El puertorriqueño dócil. Barcelona: Editorial Antillana, 1967.

[12] Recordemos las experiencias revolucionarias que han fracasado por la intromisión directa o indirecta de Estados Unidos: Nicaragua, El Salvador y Cuba.

[13] Véase el libro de Angel G. Quintero Rivera, José Luis González, Ricardo Campos y Juan Flores. Puerto Rico: Identidad nacional y clases sociales. Río Piedras, PR: Ediciones Huracán, 1981

[14] Carmen Dolores Hernández. Puerto Rican Voices in English. Interviews with Writers. Wesport and London: Praeger, 1997, p. 90

[15] El término “ethno-nation” es empleado por los editores del volumen Puerto Rican Jam. Rethinking Colonialism and Nationalism. Frances Negrón-Muntaner y Ramón Grosfoguel eds. Minneapolis and London: University of Minnesota Press, 1997, p. 17

El país de cuatro pisos ( Notas para una definición de la cultura puertorriqueña) José Luis González. 1980

…la historia era propaganda política, tendía a crear la unidad nacional, es decir, la nación, desde fuera y contra la tradición, basándose en la literatura, era un querer ser, no un deber ser porque existieran ya las condiciones de hecho. Por esta misma posición suya, los intelectuales debían distinguirse del pueblo, situarse fuera, crear o reforzar entre ellos mismos el espíritu de casta, y en el fondo desconfiar del pueblo, sentirlo extraño, tenerle miedo, porque en realidad era algo desconocido, una misteriosa hidra de innumerables cabezas […] Por el contrario… muchos movimientos intelectuales iban dirigidos a modernizar y des-retorizar la cultura y aproximarla al pueblo, o sea nacionalizarla. (Nación-pueblo y nación retórica, podría decirse que son las dos tendencias). Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel (III, 82)Un grupo de jóvenes estudiosos puertorriqueños de las ciencias sociales, egresados en su mayor parte de diversas Facultades de la Universidad Nacional Autónoma de México y agrupados en Puerto Rico en el Seminario de Estudios Latinoamericanos, me dirigieron hace poco (escribo en septiembre de 1979) la siguiente pregunta: “¿Cómo crees que ha sido afectada la cultura puertorriqueña por la intervención colonialista norteamericana y cómo ves su desarrollo actual?”. Las líneas que siguen constituyen un intento de respuesta a esa pregunta.Las he subtitulado “Notas…” porque solo aspiran a enunciar el núcleo de un ensayo de interpretación de la realidad histórico-cultural puertorriqueña que indudablemente requeriría un análisis mucho más detenido y unas conclusiones mucho más razonadas. Con todo, espero que sean de alguna utilidad para los miembros del seminario y para los demás lectores que las honren con su atención crítica.              * * *La pregunta, como nos consta a todos, plantea una cuestión importantísima que ha preocupado y sigue preocupando a muchos puertorriqueños comprometidos, desde diversas posiciones ideológicas, con la realidad nacional puertorriqueña y naturalmente interesados en sus proyecciones futuras. Al empezar a contestarla, me he preguntado a la vez qué entienden ustedes —pues sin duda se han enfrentado al problema antes de proponérmelo a mí— por “cultura puertorriqueña”.Me he dicho que tal vez no sea exactamente lo mismo que entiendo yo, y no me ha parecido arbitrario anticipar esa posibilidad porque tengo plena conciencia de que todo lo que diré a continuación presenta el esbozo de una tesis que contradice muchas de las ideas que la mayoría de los intelectuales puertorriqueños han postulado durante varias décadas como verdades establecidas, y en no pocos casos como auténticos artículos de fe patriótica.Trataré, pues, de ser lo más explícito posible dentro del breve espacio que me concede la naturaleza de esta respuesta (que, por otra parte, no pretende ser definitiva sino servir tan solo como punto de partida para un diálogo cuya cordialidad, espero, sepa resistir la prueba de cualquier discrepancia legítima y provechosa).Empezaré, entonces, afirmando mi acuerdo con la idea, sostenida por numerosos sociólogos, de que en el seno de toda sociedad dividida en clases coexisten dos culturas: la cultura de los opresores y la cultura de los oprimidos. Claro está que esas dos culturas, precisamente porque coexisten, no son compartimientos estancos sino vasos intercomunicantes cuya existencia se caracteriza por una constante influencia mutua. La naturaleza dialéctica de esa relación genera habitualmente la impresión de una homogeneidad esencial que en realidad no existe. Tal homogeneidad solo podría darse, en rigor, en una sociedad sin clases (y aun así, solo después de un largo proceso de consolidación). En toda sociedad dividida en clases, la relación real entre las dos culturas es una relación de dominación: la cultura de los opresores es la cultura dominante y la cultura de los oprimidos es la cultura dominada. Y la que se presenta como “cultura general”, vale decir como “cultura nacional”, es, naturalmente, la cultura dominante. Para empezar a dar respuesta a la pregunta que ustedes me hacen resulta necesario, pues, precisar qué era en Puerto Rico la “cultura nacional” a la llegada de los norteamericanos. Pero, para proceder con el mínimo rigor que exige el caso, lo que hay que precisar primero es otra cosa, a saber, ¿qué clase de nación era Puerto Rico en ese momento?Muchos puertorriqueños, sobra decirlo, se han hecho esa pregunta antes que yo. Y las respuestas que se han dado han sido diversas y en ocasiones contradictorias. Hablo, claro, de los puertorriqueños que han concebido a Puerto Rico como nación; los que han negado la existencia de la nación tanto en el siglo pasado como en el presente, plantean otro problema que también merece análisis, pero que por ahora debo dejar de lado. Consideremos, pues, dos ejemplos mayores entre los que nos interesan ahora: Eugenio María de Hostos y Pedro Albizu Campos.Para Hostos, a la altura misma de 1898, lo que el régimen colonial español había dejado en Puerto Rico era una sociedad “donde se vivía bajo la providencia de la barbarie”; apenas tres décadas más tarde, Albizu definía la realidad social de ese mismo régimen como “la vieja felicidad colectiva”. ¿A qué atribuir esa contradicción extrema entre dos hombres inteligentes y honrados que defendían una misma causa política: la independencia nacional de Puerto Rico? Si reconocemos, como evidentemente estamos obligados a reconocer, que Hostos era el que se apegaba a la verdad histórica y Albizu el que la tergiversaba, y si no queremos incurrir en interpretaciones subjetivas que además de posiblemente erróneas serían injustas, es preciso que busquemos la razón de la contradicción en los procesos históricos que la determinaron y no en la personalidad de quienes la expresaron. No se trata, pues, de Hostos versus Albizu, sino de una visión histórica versus otra visión histórica.Empecemos, entonces, por preguntarnos cuál fue la situación que movió a Hostos a apegarse a la verdad histórica en su juicio sobre la realidad puertorriqueña en el momento de la invasión norteamericana. En otras palabras, ¿qué le permitió a Hostos reconocer, sin traicionar por ello su convicción independentista, que a la altura de 1898 “la debilidad individual y social que está a la vista parece que hace incapaz de ayuda a sí mismo a nuestro pueblo”? Lo que le permitió a Hostos esa franqueza crítica fue sin duda su visión del desarrollo histórico de Puerto Rico hasta aquel momento. Esa visión era la de una sociedad en un grado todavía primario de formación nacional y aquejada de enormes males colectivos (los mismos que denunciaba Manuel Zeno Gandía al novelar un “mundo enfermo” y analizaba Salvador Brau en sus “disquisiciones sociológicas”). Si los separatistas puertorriqueños del siglo pasado, con Ramón Emeterio Betances a la cabeza, creían en la independencia nacional y lucharon por ella, fue porque comprendían que esa independencia era necesaria para llevar adelante y hacer culminar el proceso de formación de la nacionalidad, no porque creyeran que ese proceso hubiera culminado ya. No confundían la sociología con la política, y sabían que, en el caso de Puerto Rico, como en el de toda Hispanoamérica, la creación de un Estado nacional estaba llamada a ser, no la expresión de una nación definitivamente formada sino el más poderoso y eficaz instrumento para impulsar y completar el proceso de formación nacional. Ningún país hispanoamericano había llegado a la independencia nacional en el siglo XIX como resultado de la culminación de un proceso de formación nacional, sino por la necesidad de dotarse de un instrumento político y jurídico que asegurara e impulsara el desarrollo de ese proceso.Ahora bien: el hecho es que los separatistas puertorriqueños no lograron la independencia nacional en el siglo pasado y que todavía hoy muchos independentistas puertorriqueños se preguntan por qué no la lograron. Todavía hay quienes piensan que ello se debió a que una delación hizo abortar la insurrección de Lares, o a que los 500 fusiles que Betances tenía en un barco surto en San Thomas no llegaron a Puerto Rico a tiempo, o a que veinte años después los separatistas puertorriqueños estaban combatiendo en Cuba y no en su propio país, o a quién sabe qué otras “razones” igualmente ajenas a una concepción verdaderamente científica de la historia. Porque la única razón real de que los separatistas puertorriqueños no lograran la independencia nacional en el siglo XIX fue la que dio, en más de una ocasión, el propio Ramón Emeterio Betances, un revolucionario que después de su primer fracaso adquirió la sana costumbre de no engañarse a sí mismo, y esa razón era, para citar textualmente al padre del separatismo, que “los puertorriqueños no querían la independencia”. Pero, ¿qué querían decir exactamente esas palabras en boca y en pluma de un hombre como aquel, que nunca aceptó otro destino razonable y justo para su país que la independencia nacional como requisito previo para su ulterior integración en una gran confederación antillana? ¿Quiénes eran “los puertorriqueños” a que aludía Betances y qué significaba eso de “no querer la independencia”? Él mismo lo explicó en una carta escrita desde Port-au-Prince poco después de la intentona de Lares, en la que atribuía esa derrota al hecho de que “los puertorriqueños ricos nos han abandonado”. A Betances no le hacía falta ser marxista para saber que en su tiempo una revolución anticolonial que no contara con el apoyo de la clase dirigente nativa estaba condenada al fracaso. Y en Puerto Rico esa clase, efectivamente, “no quería la independencia”. Y no la quería porque no podía quererla, porque su debilidad como clase, determinada fundamentalmente —lo cual no quiere decir exclusivamente— por el escaso desarrollo de las fuerzas productivas en la sociedad puertorriqueña, no le permitía ir más allá de la aspiración reformista que siempre la caracterizó. El relativo desarrollo de esas fuerzas productivas, y por consiguiente de la ideología de la clase hacendada y profesional criolla (lo que más se asemejaba entonces a una incipiente burguesía nacional) entre 1868 y 1887 fue lo que determinó el tránsito del asimilismo al autonomismo en la actitud política de esa clase. A lo que nunca pudo llegar esta, ni siquiera en 1898, fue a la convicción de que Puerto Rico era ya una nación capaz de regir sus propios destinos a través de un Estado independiente. En el caso de Hostos, pues, la aspiración a la independencia no estaba reñida con una apreciación realista de la situación histórica que vivía. Y fue esa apreciación la que lo llevo a dictaminar en 1898, cuando se enfrentó directamente a la realidad del país después de un exilio de varias décadas, que el pueblo puertorriqueño estaba incapacitado para darse un gobierno propio, y a proponer, para superar esa incapacidad, un proyecto de regeneración física y moral cuyas metas podían alcanzarse, si se aprovechaba bien el tiempo, en plazo de veinte años”.La situación histórica que le tocó vivir a Albizu no se caracterizó tan solo por el escaso desarrollo de la clase dirigente criolla que él quiso movilizar en una lucha independentista, sino por algo todavía peor: por la expropiación, la marginación y el descalabro de esa clase a causa de la irrupción del capitalismo imperialista norteamericano en Puerto Rico. Ese proceso lo ha explicado muy bien Ángel Quintero Rivera en sus aspectos económico y político, dejando muy en claro que la impotencia de esa clase para enfrentarse con un proyecto histórico progresista al imperialismo norteamericano en razón de su cada vez mayor debilidad económica, la llevó a abandonar su liberalismo decimonónico para asumir el conservadorismo que ha caracterizado su ideología en lo que va de este siglo. La idealización —vale decir la tergiversación— del pasado histórico ha sido uno de los rasgos típicos de esa ideología. Pedro Albizu Campos fue, sin duda alguna, el portavoz más coherente y consecuente de esa ideología conservadora.Conservadora en su contenido, pero, en el caso de Albizu, radical en su forma, porque Albizu dio voz especialmente al sector más desesperado (el adjetivo, muy preciso, se lo debo a Juan Antonio Corretjer) de esa clase. Esa desesperación histórica, explicable hasta el punto de que no tendría por qué sorprender a nadie, fue la que obligó a Albizu a tergiversar la verdad refiriéndose al régimen español en Puerto Rico como “la vieja felicidad colectiva”.Ahora establezcamos la relación que guarda todo esto con el problema de la “cultura nacional” puertorriqueña en nuestros días. Si la sociedad puertorriqueña siempre ha sido una sociedad dividida en clases, y si, como afirmamos al principio, en toda sociedad dividida en clases coexisten dos culturas, la de los opresores y la de los oprimidos, y si lo que se conoce como “cultura nacional” es generalmente la cultura de los opresores, entonces es forzoso reconocer que lo que en Puerto Rico siempre hemos entendido por “cultura nacional” es la cultura producida por la clase de los hacendados y los profesionales a que vengo aludiendo hace rato. Conviene aclarar, sin embargo, la aplicación de esta terminología de “opresores” y “oprimidos” al caso puertorriqueño, porque es muy cierto que los opresores criollos han sido al mismo tiempo oprimidos por sus dominadores extranjeros.Eso precisamente es lo que explica que su producción cultural en el siglo pasado, en la medida en que expresaba su lucha contra la dominación española, fuese una producción cultural fundamentalmente progresista, dado el carácter retrogrado, en todos los órdenes, de esa dominación. Pero esa clase oprimida por la metrópoli era a su vez opresora de la otra clase social puertorriqueña, la clase formada por los esclavos (hasta 1873), los peones y los artesanos (obreros, en rigor, hubo muy pocos en el siglo XIX debido a la inexistencia de industrias modernas propiamente dichas en el país). La “cultura de los oprimidos”, en Puerto Rico, ha sido y es la cultura producida por esa clase. (Esa cultura, por cierto, solo ha sido estudiada por los intelectuales de la clase dominante como folklore, ese invento de la burguesía europea que tan bien ha servido para escamotear la verdadera significación de la cultura popular). Y de ahora en adelante, para que podamos entendernos sin equívocos, hablemos de “cultura de élite” y de “cultura popular”.Lo que importa examinar (aunque sea en forma esquemática, por razones de espacio), para responder a la pregunta de ustedes, es en primer término el nacimiento y el desarrollo de cada una de esas culturas. Lo más indicado es empezar por la cultura popular, por la sencilla razón de que fue la que nació primero. Ya es un lugar común decir que esa cultura tiene tres raíces históricas: la taína, la africana y la española. Lo que no es lugar común, sino todo lo contrario, es afirmar que, de esas tres raíces, la más importante, por razones económicas y sociales, y en consecuencia culturales, es la africana. Es cosa bien sabida que la población indígena de la Isla fue exterminada en unas cuantas décadas por la brutalidad genocida de la conquista (bien sabida como dato, pero indudablemente mal asimilada moral e intelectualmente, a juzgar por el hecho de que la principal avenida de nuestra ciudad capital todavía ostenta el nombre de aquel aventurero codicioso y esclavizador de indios que fue Juan Ponce de León). El exterminio, desde luego, no impidió la participación de elementos aborígenes en nuestra formación de pueblo; pero me parece claro que esta participación se dio sobre todo a través de los intercambios culturales entre los indígenas y los otros dos grupos étnicos, especialmente el grupo africano y ello por una razón obvia: indios y negros, confinados en el estrato más oprimido de la pirámide social, estuvieron necesariamente más relacionados entre sí, durante el período inicial de la colonización, que con el grupo español dominante. También es cosa muy sabida, por documentada, que el grupo español, a lo largo de los dos primeros siglos de vida colonial, fue sumamente inestable: recuérdese que en 1534 el gobernador de la colonia daba cuenta de sus afanes por impedir la salida en masa de los pobladores españoles atraídos por las riquezas de Tierra Firme, al punto de que la Isla se veía “tan despoblada, que apenas se ve gente española, sino negros”. El ingrediente español en la formación de la cultura popular puertorriqueña lo deben haber constituido, fundamentalmente, los labradores (sobre todo canarios), importados cuando los descendientes de los primeros esclavos eran ya puertorriqueños negros. De ahí mi convicción, expresada en varias ocasiones para desconcierto o irritación de algunos, de que los primeros puertorriqueños fueron en realidad los puertorriqueños negros. No estoy diciendo, por supuesto, que esos primeros puertorriqueños tuvieran un concepto de “patria nacional” (que nadie, por lo demás, tenía ni podía tener en el Puerto Rico de entonces), sino que ellos, por ser los más atados al territorio que habitaban en virtud de su condición de esclavos, difícilmente podían pensar en la posibilidad del hacerse de otro país.Alguien podía tratar de impugnar este razonamiento aduciendo que varias de las conspiraciones de esclavos que se produjeron en Puerto Rico en el siglo XIX tenían por objeto —según, en todo caso, lo que afirman los documentos oficiales— huir a Santo Domingo, donde ya se había abolido la esclavitud. Pero no hay que olvidar que muchos de esos movimientos fueron encabezados por esclavos nacidos en África—los llamados bozales— o traídos de otras islas del Caribe, y no por negros criollos, como se les llamaba a los nacidos en la Isla antes de que se les empezara a reconocer como puertorriqueños.Por lo que toca al campesinado blanco de esos primeros tiempos, o sea los primeros “jíbaros”, lo cierto es que era un campesinado pobre que se vio obligado a adoptar muchos de los hábitos de la vida de los otros pobres que vivían desde antes en el país, vale decir los esclavos. En relación con esto, no está de más señalar que cuando en el Puerto Rico de hoy se habla, por ejemplo, de “comida jíbara”, se está hablando, en realidad de “comida de negros”: plátanos, arroz, bacalao, funche, etc. Si la “cocina nacional” de todas las islas y las regiones litorales de la cuenca del Caribe es prácticamente la misma por lo que atañe a sus ingredientes esenciales y solo conoce ligeras (aunque en muchos casos imaginativas) variantes combinatorias, pese al hecho de que esos países fueron colonizados por naciones europeas de tan diferentes tradiciones culinarias como la española, la francesa, la inglesa y la holandesa, ello solo puede explicarse, me parece, en virtud de que todos los caribeños —insulares o continentales— comemos y bebemos más bien como negros que como europeos. Lo mismo o cosa muy análoga cabría decir del “traje regional” puertorriqueño cuyas características todavía no acaban de precisar, que yo sepa, nuestros folkloristas: el hecho es que los campesinos blancos, por imperativo estrictamente económico, tuvieron que cubrirse con los mismos vestidos sencillos, holgados y baratos que usaban los negros. Los criollos de clase alta, tan pronto como los hubo, tendieron a vestirse a la europea; y la popular guayabera de nuestros días, como podría atestiguar cualquier puertorriqueño memorioso de mi generación, nos llegó hace apenas tres décadas de Cuba, donde fue creada como prenda de uso cotidiano en el medio de los estancieros.La cultura popular puertorriqueña, de carácter esencialmente afroantillano, nos hizo, durante los tres primeros siglos de nuestra historia pos-colombina, un pueblo caribeño más. El mayoritario sector social que produjo esa cultura produjo también al primer gran personaje histórico puertorriqueño: Miguel Henríquez, un zapatero mestizo que llegó a convertirse, mediante su extraordinaria actividad como contrabandista y corsario, en el hombre más rico de la colonia durante la segunda mitad del siglo XVIII… hasta que las autoridades españolas, alarmadas por su poder, decidieron sacarlo de la Isla y de este mundo. En el seno de ese mismo sector popular nació nuestro primer artista de importancia: José Campeche, mulato hijo de esclavo “coartado” (es decir, de esclavo que iba comprando su libertad a plazos). Si la sociedad puertorriqueña hubiera evolucionado de entonces en delante de la misma manera que las de otras islas del Caribe, nuestra actual “cultura nacional” sería esa cultura popular y mestiza, primordialmente afroantillana. Pero la sociedad puertorriqueña no evolucionó de esa manera en los siglos XIX y XX. A principios del XIX, cuando nadie en Puerto Rico pensaba en una “cultura nacional” puertorriqueña, a esa sociedad, por decirlo así, se le echo un segundo piso, social, económico y cultural (y en consecuencia de todo ello, a la larga, político). La construcción y el amueblado de ese segundo piso corrió a cargo, en una primera etapa, de la oleada inmigratoria que volcó sobre la Isla un nutrido contingente de refugiados de las colonias hispanoamericanas en lucha por su independencia, e inmediatamente, al amparo de la Real Cédula de Gracias de 1815, a numerosos extranjeros -ingleses, franceses, holandeses, irlandeses, etc.—; y, en una segunda etapa, a mediados de siglo, de una nueva oleada compuesta fundamentalmente por corsos, mallorquines y catalanes.Esta última oleada fue la que llevó a cabo, prácticamente, una segunda colonización en la región montañosa del país, apoyada en la institución de la libreta que la dotó de una mano de obra estable y, desde luego, servil. El mundo de las haciendas cafetaleras, que en el siglo XX vendría a ser mitificado como epítome de la “puertorriqueñidad”, fue en realidad un mundo dominado por extranjeros cuya riqueza se fundó en la expropiación de los antiguos estancieros criollos y en la explotación despiadada de un campesinado nativo que hasta entonces había vivido en una economía de subsistencia. Un magnífico retrato de ese mundo es el que nos ofrece Fernando Picó (1979). Esos hacendados peninsulares, corsos y mallorquines, fueron, muy naturalmente, uno de los puntales del régimen colonial español. Y la cultura que produjeron fue, por razones igualmente naturales, una cultura señorial y extranjerizante. Todavía a fines de siglo los hacendados cafetaleros mallorquines hablaban mallorquín entre sí y solo usaban el español para hacerse entender por sus peones puertorriqueños. Y los corsos, como atestiguan no pocos documentos históricos y literarios, fueron vistos como extranjeros, frecuentemente como “franceses”, por el pueblo puertorriqueño hasta bien entrado el siglo XX. Por lo que toca específicamente a los mallorquines, vale la pena llamar la atención sobre un hecho histórico que merecería cierto estudio desde un punto de vista sociocultural: muchos de esos emigrantes eran lo que en Mallorca se conoce como chuetas, o sea descendientes de judíos conversos. Lo que tengo en mente es lo siguiente: ¿qué actitud social puede generar el hecho de que una minoría discriminada en su lugar de origen se convierta en brevísimo plazo, como consecuencia de una emigración en minoría privilegiada en el lugar adonde emigra?Lo mismo podría preguntarse, claro, en relación con los inmigrantes corsos, que en su isla natal eran mayormente campesinos analfabetos o semianalfabetos y en Puerto Rico se convirtieron en señores de hacienda en unos cuantos años. La pobreza de la producción cultural de la clase propietaria cafetalera en toda la segunda mitad del siglo XIX (en comparación con la producción cultural de la élite social de la costa) nos habla de un tipo humano y social fundamentalmente inculto, conservador y arrogante, que despreciaba y oprimía al nativo pobre y era a su vez odiado por este. Ese odio es lo que explica, entre otras cosas, las “partidas sediciosas” que en 1898 se lanzaron al asalto de las haciendas de la “altura”.He dicho 1898, y eso nos sitúa, después de esta necesaria excursión histórica, en el meollo de la pregunta que ustedes me hacen. Comencé diciendo que para precisar qué era en Puerto Rico la “cultura nacional” a la llegada de los norteamericanos, primero había que dilucidar qué clase de nación era Puerto Rico en ese momento. Pues bien, a la luz de todo lo que llevo dicho no me parece exagerado en modo alguno decir que esa nación estaba tan escindida racial, social, económica y culturalmente que más bien deberíamos hablar de dos naciones. O más exactamente, tal vez de dos formaciones nacionales que no habían tenido tiempo de fundirse en una verdadera síntesis nacional. No se sobresalte nadie: el fenómeno no es exclusivamente puertorriqueño sino típicamente latinoamericano. En México y en Perú, por ejemplo, todavía se está bregando con el problema de los “varios países”: el país indígena, el país criollo y el país mestizo; en la Argentina es muy conocido el añejo conflicto entre los “criollos viejos” y los inmigrantes y sus descendientes; en Haití es proverbial la pugna entre negros y mulatos, etc. Todo lo que sucede es que en Puerto Rico se nos ha “vendido” durante más de medio siglo el mito de una homogeneidad social, racial y cultural que ya es tiempo de empezar a desmontar… no para “dividir” al país, como piensan con temor algunos, sino para entenderlo correctamente en su objetiva y real diversidad.Pensemos en dos tipos puertorriqueños como serían, por ejemplo, un poeta (blanco) de Lares y un estibador (negro o mulato) de Puerta de Tierra, y reconozcamos que la diferencia que existe entre ellos (y que no implica, digámoslo con toda claridad para evitar malos entendidos, que el uno sea “más” puertorriqueño que el otro) es una diferencia de tradición cultural, históricamente determinada, que de ninguna manera debemos subestimar. A esa diferencia responden dos visiones del mundo —dos Weltanschauungen— contrapuestas en muchos e importantes sentidos. A todos los puertorriqueños pensantes, y especialmente a los independentistas nos preocupa, y con razón, la persistente falta de consenso que exhibe nuestro pueblo por lo que toca a la futura y definitiva organización política del país, o sea al llamado “problema del status”. En ese sentido, se reconoce mayor reparo la realidad de un “pueblo dividido”. Lo que no hemos logrado hasta ahora es reconocer las causas profundas —vale decir históricas— de esa división.El independentismo tradicional ha sostenido que tal división no existía antes de la invasión norteamericana, que bajo el régimen colonial español lo que caracterizaba a la sociedad puertorriqueña era, como decía Albizu, “una homogeneidad entre todos los componentes y un gran sentido social interesado en la recíproca ayuda para la perpetuidad y conservación de la nación, esto es, un sentimiento raigal y unánime de patria”. Solo la fuerza obnubilante de una ideología radicalmente conservadora podía inducir a semejante visión enajenada de la realidad histórica. Lo que Puerto Rico era en 1898 solo puede definirse, mitologías aparte, como una nación en formación. Así la vio Hostos, y la vio bien. Y si a lo largo del siglo XIX, como llevo dicho, ese proceso de formación nacional sufrió profundos trastornos a causa de dos grandes oleadas inmigratorias que, para insistir en mi metáfora, le echaron un segundo piso a la sociedad puertorriqueña, lo que pasó  en 1898 fue que la invasión norteamericana empezó a echar un tercer piso, sobre el segundo todavía mal amueblado.Ahora bien: en esa nación en formación, que además, como sabemos o deberíamos saber, estaba dividida no solo en clases sino también en etnias que eran verdaderas castas, coexistían las dos culturas de que vengo hablando desde el principio. Pero, precisamente porque se trataba de una nación en formación, esas dos culturas no eran tampoco bloques homogéneos en sí mismas. La élite social tenía dos sectores claramente distinguibles: el sector de los hacendados y el sector de los profesionales. Quintero Rivera ha explicado con mucha claridad cómo se diferenciaban ideológicamente esos dos sectores de la élite: más conservador el primero, más liberal el segundo. Por lo que a la producción cultural se refiere, hay que precisar lo siguiente.La cultura que produjeron los hacendados fue, sobre todo, un modo de vida, señorial y conservador. Los propios hacendados no fueron capaces de expresar y ensalzar literariamente ese modo de vida: de eso tendrían que encargarse, bien entrado ya el siglo XX, sus descendientes venidos a menos como clase (como clase, entiéndase bien, porque individualmente los nietos de los hacendados “arruinados”, convertidos por lo general en profesionales, empresarios o burócratas, disfrutan de un nivel de vida como el que nunca conocieron sus abuelos). Solo a la luz de este enfoque puede entenderse bien, por ejemplo, el contenido ideológico de un texto literario como Los soles truncos, de René Marqués.La cultura que produjeron los profesionales en el siglo XIX, en cambio, se materializó en obras e instituciones: casi toda nuestra literatura de ese período, el Ateneo, etc. Y en esas obras e instituciones lo que predominó fue la ideología liberal de sus creadores. A sí pues —y es muy importante aclarar esto para no incurrir en las simplificaciones y confusiones propias de cierto “marxismo” subdesarrollado—, “cultura de clase dirigente” en la sociedad colonial puertorriqueña del siglo XIX no quiere decir precisa ni necesariamente “cultura reaccionaria”. Reaccionarios hubo, sí, entre los puertorriqueños cultos de esa época, pero no fueron los más ni fueron los más característicos. Los más y los más característicos fueron liberales y progresistas: Alonso, Tapia, Hostos, Brau, Zeno. También los hubo revolucionarios, claro, pero fueron los menos y, además, en muchos casos, característica y reveladoramente, mestizos: piénsese en Betances, en Pachín Marín y en un artesano como Sotero Figueroa que culturalmente alternaba con la élite. Mestizos fueron también —¿alguien se atreverá a decir que por “casualidad”?— los autonomistas más radicales: piénsese en Baldorioty y en Barbosa, tan incomprendidos y despreciados por los independentistas conservadores del siglo XX, el uno por “reformista” y el otro por “yankófilo”. ¡Como si la mitad, cuando menos, de los separatistas del XIX no hubieran querido separarse de España solo para poder anexarse después a los Estados Unidos, espejo de democracia republicana para la mayor parte del mundo ilustrado de la época! Ahí está, para quien quiera estudiarla sin hacerle ascos a la verdad, la historia de la Sección Puerto Rico del Partido Revolucionario Cubano en Nueva York, donde los separatistas-independentistas como Sotero Figueroa co-militaron hasta el 98 con los separatistas-anexionistas (será contrasentido gramatical, pero no político) como Todd y Henna (y estos dos apellidos, por cierto, ¿no nos están hablando del “segundo piso” que los inmigrantes le echaron a la sociedad puertorriqueña a principios y mediados del siglo?).Todo esto parecerá digresión, pero no lo es: la “cultura nacional” puertorriqueña a la altura del 98 estaba hecha de todo eso. Vale decir: expresaba en sus virtudes, en sus debilidades y en sus contradicciones a la clase social que le daba vida. Si esa clase se caracterizaba, como hemos visto, por su debilidad y su inmadurez históricas, ¿podía ser fuerte y madura la cultura producida por ella? Lo que le daba una fortaleza y una madurez relativa era, sobre todo, dos cosas: 1) el hecho de que tenía sus raíces en una vieja y rica cultura europea (la española), y 2) el hecho de que ya había empezado a imprimir a sus expresiones un sello propio, criollo en un sentido hispanoantillano.Esto último es innegable, y por eso se equivocan quienes sostienen (o sostenían, cuando menos, hace dos o tres décadas) que no existe una “cultura nacional” puertorriqueña. Pero también se equivocaban y siguen equivocándose quienes, pasando por alto el carácter clasista de esa cultura, la postulan como la única cultura de todos los puertorriqueños e identifican su deterioro bajo el régimen norteamericano con un supuesto deterioro de la identidad nacional. Tal manera de ver las cosas no solo confunde la parte con el todo, porque esa cultura ha sido efectivamente parte de lo que en un sentido totalizante puede llamarse “cultura nacional puertorriqueña”, pero no ha sido toda la cultura producida por la sociedad insular; sino que, además, deja de reconocer la existencia de la otra cultura puertorriqueña, la cultura popular que, bajo el régimen colonial norteamericano, no ha sufrido nada que pueda definirse como un deterioro, sino más bien como un desarrollo: un desarrollo accidentado y lleno de vicisitudes, sin duda, pero desarrollo al fin. Y decir esto no significa hacer una apología del colonialismo norteamericano desde la izquierda, como se obstinan en creer algunos patriotas conservadores, sino simplemente reconocer un hecho histórico: que el desmantelamiento progresivo de la cultura de la élite puertorriqueña bajo el impacto de las transformaciones operadas en la sociedad nacional por el régimen colonial norteamericano ha tenido como consecuencia, más que la “norteamericanización” de esa sociedad, un trastocamiento interno de valores culturales. El vacío creado por el desmantelamiento de la cultura de los puertorriqueños “de arriba” no ha sido llenado, ni mucho menos, por la intrusión de la cultura norteamericana, sino por el ascenso cada vez más palpable de la cultura de los puertorriqueños “de abajo”.Ahora bien: ¿por qué y cómo ha sucedido eso? Yo no veo manerade dar una respuesta válida a esta pregunta como no sea insertando la cuestión en el contexto de la lucha de clases en el seno de la sociedad puertorriqueña. Tiempo sobrado es ya de que empecemos a entender a la luz de una concepción científica de la historia lo que realmente significó para Puerto Rico el cambio de régimen colonial en 1898. Y cuando digo “lo que realmente significó”, quiero decir lo que significó para las diferentes clases sociales de la sociedad puertorriqueña. Es perfectamente demostrable, porque está perfectamente documentado, que la clase propietaria puertorriqueña acogió la invasión norteamericana, en el momento en que se produjo, con los brazos abiertos.Todos los portavoces políticos de esa clase saludaron la invasión como la llegada a Puerto Rico de la libertad, la democracia y el progreso, porque todos vieron en ella el preludio de la anexión de Puerto Rico a la nación más rica y poderosa —y más “democrática” no hay que olvidarlo— del planeta. El desencanto solo sobrevino cuando la nueva metrópoli hizo claro que la invasión no implicaba la anexión, no implicaba la participación de la clase propietaria puertorriqueña en el opíparo banquete de la expansiva economía capitalista norteamericana, sino su subordinación colonial a esa economía. Fue entonces, y solo entonces, cuando nació el “nacionalismo” de esa clase, o, para decirlo con más exactitud, del sector de esa clase cuya debilidad económica le impidió insertarse en la nueva situación. La famosa oposición de José de Diego —es decir, de la clase social que él representaba como presidente de la Cámara de Delegados— a la extensión de la ciudadanía norteamericana a los puertorriqueños se fundaba (como él mismo lo explicó en un discurso que todos los independentistas puertorriqueños deberían leer o releer) en la categórica declaración del presidente Taft de que la ciudadanía no aparejaba la anexión ni una promesa de anexión. Y cuando, además de eso, se hizo evidente que el nuevo régimen económico —o sea la suplantación de la economía de haciendas por una economía de plantaciones— significaba la ruina de la clase hacendada insular y el comienzo de la participación independiente de la clase trabajadora en la vida política del país, la retórica “patriótica” de los hacendados alcanzó tal nivel de demagogia que incluso el sector liberal de los profesionales no vaciló en ridiculizarla y condenarla. Solo así se explican los virulentos ataques de Rosendo Matienzo Cintrón, Nemesio Canales y Luis Llorens Torres a los desplantes “antiimperialistas” de José de Diego, el próspero abogado de la Guánica Central erigido en tonante “Caballero de la Raza”.Y en directa relación con esto último, permítanme ustedes un paréntesis cuya pertinencia me obliga a no dejarlo en el tintero. La crítica —y “criticar no es censurar, sino ejercitar el criterio”, como decía José Martí— a la ejecutoria política de un personaje histórico de la importancia de José de Diego debe entenderse como un esfuerzo por entender y precisar, con apego a la realidad histórica, las razones que determinaron la conducta de todo un sector de clase de la sociedad puertorriqueña en un momento dado. Esa conducta ha sido mitificada durante medio siglo por los herederos sociales e ideológicos de ese sector. Quienes respondemos o intentamos responder a los intereses históricos de la otra clase social puertorriqueña, o sea de los trabajadores, no debemos combatir esa mitificación con otra mitificación. Y en ese error, me parece, han incurrido dos estimables investigadores de la historia social puertorriqueña como son Juan Flores y Ricardo Campos (1979), quienes en su trabajo oponen a la mitificada figura del prócer reaccionario José de Diego la figura también mitificada del destacado luchador e ideólogo proletario Ramón Romero Rosa. Si Flores y Campos hubieran recordado que los santos tienen su lugar en la estera de la religión, pero no en la de la política, no habrían callado el hecho de que Romero Rosa, después de prestarle eminentes servicios a la clase obrera puertorriqueña, acabó por ingresar en el Partido Unionista, que era, como todos sabemos, el partido de la clase adversaria. Flores y Campos seguramente no carecen de los conocimientos necesarios para explicar este hecho, y por ello precisamente es de lamentar que su trabajo, muy atendible por lo demás, se resienta de cierto maniqueísmo que no favorece la justeza esencial de sus planteamientos.La clase trabajadora puertorriqueña, por su parte, también acogió favorablemente la invasión norteamericana, pero por razones muy distintas de las que animaron en su momento a los hacendados. En la llegada de los norteamericanos a Puerto Rico los trabajadores vieron la oportunidad de un ajuste de cuentas con la clase propietaria en todos los terrenos. Y en el terreno cultural, que es el que nos ocupa ahora, ese ajuste de cuentas ha sido el motor principal de los cambios culturales operados en la sociedad puertorriqueña de 1898 hasta nuestros días. La tantas veces denunciada penetración cultural norteamericana en Puerto Rico no deja de ser un hecho, y yo sería el último en negarlo.Pero, por una parte, me niego a aceptar que esa penetración equivalga a una “transculturación”, es decir a una “norteamericanización” entendida como “despuertorriqueñización” de nuestra sociedad en su conjunto; y, por otra parte, estoy convencido de que las causas y las consecuencias de esa penetración solo pueden entenderse cabalmente en el contexto de la lucha entre las “dos culturas” puertorriqueñas, que no es sino un aspecto de la lucha de clases en el seno de la sociedad nacional. La llamada “norteamericanización” cultural de Puerto Rico ha tenido dos aspectos dialécticamente vinculados entre sí. Por un lado, ha obedecido desde afuera a una política imperialista encaminada a integrar a la sociedad puertorriqueña —claro está que en condiciones de dependencia— al sistema capitalista norteamericano; pero, por otro lado, ha respondido desde adentro a la lucha de las masas puertorriqueñas contra la hegemonía de la clase propietaria. La producción cultural de esta clase bajo el régimen colonial español fue, por las razones que ya hemos explicado, una producción cultural de signo liberal-burgués; pero la nueva relación de fuerzas sociales bajo el régimen norteamericano obligó a la clase propietaria, marginada y expropiada en su mayor parte por el capitalismo norteamericano, a abandonar el liberalismo sostenido por su sector profesional y a luchar por la conservación de los valores culturales de su sector hacendado.El telurismo característico de la literatura producida por la élite puertorriqueña en el siglo XX no responde, como todavía se enseña generalmente en los cursos de literatura puertorriqueña en la Universidad, a una desinteresada y lírica sensibilidad conmovida por las bellezas de nuestro paisaje tropical, sino a una añoranza muy concreta y muy histórica de la tierra perdida, y no de la tierra entendida como símbolo ni como metáfora, sino como medio de producción material cuya propiedad paso a manos extrañas. En otras palabras: quienes ya no pudieron seguir “volteando la finca” a lomos del tradicional caballo, se dedicaron a hacerlo a lomos de una décima, un cuento o una novela. Y estirando un poco (pero no demasiado) la metáfora, sustituyeron, con el mismo espíritu patriarcal de los “buenos tiempos”, a sus antiguos peones y agregados con sus nuevos lectores.Lo que complica las cosas, sin embargo, es el hecho de que un sector importantísimo de los terratenientes en Puerto Rico a la llegada de los norteamericanos no estaba constituido por puertorriqueños sino por españoles, corsos, mallorquines, catalanes, etc. Esos terratenientes eran vistos por las masas puertorriqueñas como lo que eran en realidad: como extranjeros y como explotadores. Su mundo social y cultural era el que añoraban, idealizándolo hasta la mitificación, las tres protagonistas de Los soles truncos. Y presentar ese mundo como el mundo de la “puertorriqueñidad” enfrentado a la “adulteración” norteamericana, constituye no solo una tergiversación flagrante de la realidad histórica, sino además, y ello es lo verdaderamente grave, una agresión a la puertorriqueñidad de la masa popular cuyos antepasados (en muchos casos cercanos) vivieron en ese mundo como esclavos, como arrimados o como peones. Entonces, así como sus valores culturales le sirvieron a la clase propietaria para resistir la “norteamericanización”, esa misma “norteamericanización” le ha servido a la masa popular para impugnar y desplazar los valores culturales de la clase propietaria. Pero no solo a la masa popular -y creo que esto es digno de especial señalamiento—, sino incluso a ciertos sectores muy importantes de la misma clase propietaria que han vivido oprimidos en el interior de su propia clase.Pienso, sobre todo, en las mujeres. ¿A alguien se le ocurrirá negar que el actual movimiento de liberación femenina en Puerto Rico — esencialmente progresista y justo a despecho de todas sus posibles limitaciones— no es en grandísima medida un resultado de la “norteamericanización” de la sociedad puertorriqueña?El desconocimiento o el menosprecio de estas realidades ha tenido, entre otras, una consecuencia nefasta: la idea, sostenida y difundida por el independentismo tradicional, de que la independencia es necesaria para proteger y apuntalar una identidad cultural nacional que las masas puertorriqueñas nunca han sentido como su verdadera identidad. ¿Por qué esos independentistas han sido acusados, una y otra vez, de querer “volver a los tiempos de España”? ¿Por qué los puertorriqueños pobres y los puertorriqueños negros han escaseado notoriamente en las filas del independentismo tradicional y han abundado, en cambio, en las del anexionismo populista? El independentismo tradicional suele responder a esta última pregunta diciendo que los puertorriqueños negros partidarios de la anexión están “enajenados” por el régimen colonial.El razonamiento es el siguiente: si los puertorriqueños negros aspiran a anexarse a una sociedad racista como la norteamericana, esa “aberración” solo puede explicarse en términos de una enajenación.Pero quienes así razonan ignoran u olvidan una realidad histórica elemental: que la experiencia racial de los puertorriqueños negros no se ha dado dentro de la sociedad norteamericana sino dentro de la sociedad puertorriqueña, es decir, que quienes los han discriminado racialmente en Puerto Rico no han sido los norteamericanos sino los puertorriqueños blancos, muchos de los cuales, además, se enorgullecen de su ascendencia extranjera: española, corsa, mallorquina, etc. Lo que un puertorriqueño negro, y un puertorriqueño pobre aunque sea blanco —y nadie ignora que la proporción de pobres entre los negros siempre ha sido muy superior a la proporción entre blancos, entienden por “volver a los tiempos de España”, es volver a una sociedad en la que el sector blanco y propietario de la población siempre oprimió y despreció al sector no-blanco y no-propietario. Pues, en efecto, ¿cuántos puertorriqueños negros o pobres podían participar, aunque solo fuera como simples electores, en la vida política puertorriqueña en tiempos de España? Para ser elector, en aquellos tiempos, había que ser propietario o contribuyente, además de saber leer y escribir, ¿y cuántos puertorriqueños negros o pobres podían satisfacer esos requisitos? Y no digamos lo que le costaba a un negro llegar a ser dirigente político. Barbosa, claro. ¿Y quién más? Pero, además, no era Barbosa a secas, sino el doctor Barbosa. ¿Y dónde se hizo médico Barbosa?No en Puerto Rico (donde España nunca permitió la fundación de una universidad), ni en la propia España (donde los puertorriqueños que estudiaban eran los hijos de los hacendados y los profesionales blancos), sino en los Estados Unidos, en Michigan por más señas, un estado norteño y de vieja tradición abolicionista, lo cual explica fácilmente muchas cosas que los independentistas tradicionales nunca han podido entender en relación con Barbosa y su anexionismo. Pues bien: si el independentismo tradicional puertorriqueño en el siglo XX ha sido —en lo político, en lo social y en lo cultural— una ideología conservadora empeñada en la defensa de los valores de la vieja clase propietaria, ¿a santo de qué atribuir a una “enajenación” la falta de adhesión de las masas al independentismo? ¿Quiénes han sido y son, en realidad, los enajenados en un verdadero sentido histórico?Por lo que a la cultura popular atañe, hay que reconocer que esta tampoco ha sido homogénea en su evolución histórica. Durante el primer siglo de vida colonial y seguramente buena parte del segundo, la masa trabajadora, tanto en el campo como en los pueblos, estuvo concentrada en la región del litoral y fue mayoritariamente negra y mulata, con preponderancia numérica de los esclavos sobre los libertos. Más adelante esa proporción se invirtió y los negros y mulatos libres fueron más numerosos que los esclavos, hasta que la abolición, en 1873, liquidó formalmente el status social de estos últimos. La cultura popular puertorriqueña primeriza fue, pues, fundamentalmente afroantillana. El campesinado blanco que se constituyó más tarde, sobre todo el de la región montañosa, produjo una variante de la cultura popular que se desarrolló de manera relativamente autónoma hasta que el auge de la industria azucarera de la costa y la decadencia de la economía cafetalera de la montaña determinaron el desplazamiento de un considerable sector de la población de la “altura” a la “bajura”.Lo que se dio de entonces en adelante fue la interacción de las dos vertientes de la cultura popular, pero con claro predominio de la vertiente afroantillana por razones demográficas, económicas y sociales. Empero, la actitud conservadora asumida por la clase terrateniente marginada desnaturalizó esta realidad a través de su propia producción cultural, proclamando la cultura popular del campesinado blanco como la cultura popular por excelencia. El “jibarismo” literario de la élite no ha sido otra cosa, en el fondo, que la expresión de su propio prejuicio social y racial. Y así, en el Puerto Rico de nuestros días, donde el jíbaro prácticamente ha dejado de existir como factor demográfico, económico y cultural de importancia, en tanto que el puertorriqueño mestizo y proletario es cada vez más el verdadero representante de la identidad popular, el mito de la “jibaridad” esencial del puertorriqueño sobrevive tercamente en la anacrónica producción cultural de la vieja élite conservadora y abierta o disimuladamente racista.Así, pues, cada vez que los portavoces ideológicos de esa élite le han imputado “enajenación”, “inconsciencia” y “pérdida de identidad” a la masa popular puertorriqueña, lo que han hecho en realidad es exhibir su falta de confianza y su propia enajenación respecto de quienes son, disgústele a quien le disguste, la inmensa mayoría de los puertorriqueños. Y han hecho otra cosa, igualmente negativa y contraproducente: han convencido a muchos extranjeros de buena voluntad y partidarios de nuestra independencia de que el pueblo puertorriqueño está siendo objeto de un “genocidio cultural”. Víctima especialmente lamentable de esa propaganda “antimperialista”, que en rigurosa verdad no es sino el canto de cisne de una clase social moribunda, ha sido el notable poeta revolucionario cubano Nicolás Guillén, quien en su tan bien intencionada cuan mal informada “Canción puertorriqueña” ha difundido por el mundo la imagen de un pueblo culturalmente híbrido y esterilizado, incapaz de expresarse como no sea tartajeando una ridícula mezcla de inglés y español. Todos los puertorriqueños, independentistas o no, saben que esa visión de la situación cultural del país no corresponde ni de lejos a la realidad. Y hay tantas buenas razones de todo tipo para defender la independencia nacional de Puerto Rico, que resulta imperdonable fundar esa defensa en una falsa razón.La buena razón cultural para luchar por la independencia consiste, a mi juicio, en que esta es absolutamente necesaria para proteger, orientar y asegurar el pleno desarrollo de la verdadera identidad nacional puertorriqueña: la identidad que tiene sus raíces en esa cultura popular que el independentismo —si en verdad aspira a representar la auténtica voluntad nacional de este país— está obligado a comprender y a hacer suya sin reservas ni reticencias nacidas de la desconfianza y el prejuicio. Lo que está ocurriendo en el Puerto de nuestros días es el resquebrajamiento espectacular e irreparable del cuarto piso que el capitalismo tardío norteamericano y el populismo oportunista puertorriqueño le añadieron a la sociedad insular a partir de década de los cuarenta. Vistas las cosas en lo que a mí me parece una justa perspectiva histórica, el evidente fracaso del llamado Estado Libre Asociado revela con perfecta claridad que el colonialismo norteamericano —después de haber propiciado, fundamentalmente para satisfacer necesidades del desarrollo expansionista de la metrópoli, una serie de transformaciones que determinaron una muy real modernización en la dependencia de la sociedad puertorriqueña— ya solo es capaz de empujar a esa sociedad a un callejón sin salida y a un desquiciamiento general cuyos síntomas justamente alarmantes todos tenemos a la vista: desempleo y marginación masivos, dependencia desmoralizante de una falsa beneficencia extranjera, incremento incontrolable de una delincuencia y una criminalidad en gran medida importadas, despolitización e irresponsabilidad cívica inducidas por la demagogia institucionalizada y toda una cauda de males que ustedes conocen mejor que yo porque están viviéndolos cotidianamente.Hablar de la bancarrota actual del régimen colonial no quiere decir, de ninguna manera, que este régimen haya sido “bueno” hasta hace poco y que solo ahora empiece a ser “malo”. Lo que estoy tratando de decir —y me interesa mucho que se entienda bien— es que los ochenta años de dominación norteamericana en Puerto Rico representan la historia de un proyecto económico y político cuya viabilidad inmediata en cada una de sus etapas pasadas fue real, pero que siempre estuvo condenado, como todo proyecto histórico fundado en la dependencia colonial, a desembocar a la larga en la inviabilidad que estamos viviendo ahora. Esa inviabilidad del régimen colonial en todos los órdenes es precisamente lo que hace viable, por primera vez en nuestra historia, la independencia nacional. Viable y, como acabo de decir, absolutamente necesaria.Quienes estamos comprometidos desde dentro y desde fuera del país con un futuro socialista para Puerto Rico —y hablo, como ya deben de saberlo ustedes, de un socialismo democrático, pluralista e independiente, que es el único socialismo digno de llamarse tal, a diferencia del “socialismo” burocrático, monolítico y autoritario instituido en nombre de la clase obrera por una nueva clase dominante que solo puedo definir como burguesía de Estado porque es la auténtica propietaria de los medios de producción a través de un aparato estatal inamovible y todopoderoso—, tenemos por delante una tarea que consiste, ni más ni menos, en la reconstrucción de la sociedad puertorriqueña. Mi conocida discrepancia con el independentismo tradicional a este respecto es la discrepancia entre dos concepciones del objetivo histórico de esa reconstrucción. Yo no creo en reconstruir hacia atrás, hacia el pasado que nos legaron el colonialismo español y la vieja élite irrevocablemente condenada por la historia. Creo en reconstruir hacia adelante, hacia un futuro como el que definían los mejores socialistas proletarios puertorriqueños de principios de siglo cuando postulaban una independencia nacional capaz de organizar al país en “una democracia industrial gobernada por los trabajadores”; hacia un futuro que, apoyándose en la tradición cultural de las masas populares, redescubra y rescate la caribeñidad esencial de nuestra identidad colectiva y comprenda de una vez por todas que el destino natural de Puerto Rico es el mismo de todos los demás pueblos, insulares y continentales, del Caribe.En ese sentido, concibo las respectivas independencias nacionales de todos esos pueblos solo como un prerrequisito, pero un prerrequisito indispensable, para el logro de una gran confederación que nos integre definitivamente en una justa y efectiva organización económica, política y cultural. Solo así podremos llegar a ocupar el lugar que por derecho nos corresponde dentro de la gran comunidad latinoamericana y mundial. En lo económico, esto, lejos de constituir una aspiración utópica, se revela ya como una necesidad objetiva. En lo político, responde a una tendencia histórica manifiesta: la liquidación de nuestro común pasado colonial mediante la instauración de regímenes populares y no-capitalistas. Y en lo cultural, que es lo que nos ocupa ahora específicamente, es preciso que reconozcamos y asumamos una realidad que aun los más conscientes de nosotros hemos pasado por alto hasta ahora. El hecho de que en el Caribe se hablen varios idiomas de origen europeo en lugar de uno solo, se ha considerado hasta ahora como un factor de desunión. Y como factor de desunión han utilizado ese hecho, efectivamente, los imperialismos que han hablado a nuestro nombre. Pero, ¿acaso debemos nosotros, los sojuzgados, ver ese hecho con la misma óptica que nuestros sojuzgadores? Por el contrario, debemos verlo como un hecho que nos acerca y nos une porque es un resultado de nuestra historia común.La gran comunidad caribeña es una comunidad plurilingüe. Eso es real e irreversible. Pero eso, en lugar de fragmentarnos y derrotarnos, debe enriquecernos y estimularnos. Y consideradas así las cosas, sucede que, gracias a una de esas “astucias de la historia” de que hablan algunos filósofos, el imperialismo norteamericano, al imponernos a los puertorriqueños el dominio del inglés (¡sin hacernos perder el español, estimado Nicolás Guillén!), nos ha facilitado, claro está que sin proponérselo, el acercamiento a los pueblos hermanos angloparlantes del Caribe. No hemos de saber inglés los puertorriqueños para suicidarnos culturalmente disolviéndonos en el seno turbulento de la Unión norteamericana —“el Norte revuelto y brutal que nos desprecia”, que decía Martí—, sino para integrarnos con mayor facilidad y ganancia en el rico mundo caribeño al que por imperativo histórico pertenecemos. Cuando al fin seamos independientes dentro de la independencia caribeña mestiza, popular y democrática, no solo podremos y deberemos apreciar y cuidar como es debido nuestro idioma nacional, que es el buen español de Puerto Rico, sino que podremos y deberemos instituir en nuestro sistema educativo la enseñanza del inglés y del francés, con especial énfasis en sus variantes criollas, no como idiomas imperiales sino como lenguas al servicio de nuestra descolonización definitiva.BIBLIOGRAFÍAFlores, J.; Campos, R. 1979 “Migración y cultura nacional puertorriqueña: perspectivas proletarias” en Quintero Rivera,, A.G; González, J.L; Campos R.; Flores, J. Puerto Rico: identidad nacional y clases sociales (Río Piedras: Huracán).

Picó, F. 1979 Libertad y servidumbre en el Puerto Rico del siglo XIX (Río Piedras: Hura

China and its role in the world. Jorge Martin. IMT. January 2024

What is the role of China today? While some on the left have celebrated China’s ambitions as a counterweight to the United States, Jorge Martín explains that capitalism has long been restored in China, and today it has all the features of a rising imperialist power. ‘Multipolarity’ will not benefit the workers of the world, who must trust solely in their own strength to throw off the chains of imperialism and capitalism internationally.

The following is a transcript of a talk given by Jorge Martín last year at Revolution Festival, the annual school of communism organised by the British section of the International Marxist Tendency.

First of all, let’s clear something up. In the media in the West, and amongst the leading politicians of western imperialism in Britain, in the United States, and so on, there is a constant, anti-Chinese campaign. They say «China is bad», «China’s doing all these bad things», (which they are obviously also doing themselves, but nevermind that) «China’s very bad», «China is scheming and manipulating», it is apparently paying some some people in Westminster to influence politicians, as if this never happens in this country, and stuff like that.

Now, this is not an anti-China talk. But this is a communist attempt to understand what China is and what role China plays in world relations.

We are internationalists, and we do not support our own ruling class. We do not defend the rights of our own imperialist ruling class. We want to analyse the situation from the point of view of the interests of the working class, the working class in China, and the working class around the world. It is important for communists to understand world relations and where this comes from.

The starting point is this: China is a capitalist country and has been so for some time.

I’m trying to use Chinese official figures. I wouldn’t say that some of these figures need to be taken with a pinch of salt, but they need to be understood, because sometimes the definitions of what is a privately owned company or mixed company or state company is a bit complicated and doesn’t necessarily correspond to what we would normally understand.

But according to Chinese official figures, the private sector, defined restrictively as firms with less than 10 percent state participation in the first half of 2023, was about 40 percent of GDP. This is one figure that you can look at. But this was the lowest that this figure has been since 2019.

During the pandemic, the private sector decreased a little bit, and the state sector has correspondingly increased. The private sector reached a peak of 55 percent of GDP around 2021. But I think that it is not just the weight of the private sector, but also, it’s important to look at where the arrow is pointing. What is the direction of the process? In 2010, the private sector defined in this way was only 8 percent of the GDP, and is now around 50 percent.

According to official figures, over 80 percent of the industrial workforce, i.e. workers who work specifically in industry, are in the private sector. The private sector contributes 50 percent of exports, and exports are obviously an important part of the Chinese economy, more so than in some other capitalist countries.

In 2011, i.e. when this process was still at the beginning, or had started maybe 10 years earlier or so, Shen Danyang, spokesman for the Chinese Ministry of Commerce said, that “after 30 years of reform and opening up, China has completed the transformation from a planned economy to a market economy”. This was the official position of the Chinese state back in 2010. You also have to take this with a slight pinch of salt, because at that time they were in negotiations about joining the WTO, and that involved a dispute over whether the Chinese economy should be considered a planned economy or not. But that gives you an idea of what the situation is.

I will say that for some years now, it cannot be contested that the Chinese state defends and promotes capitalist property relations. Yes, China is a capitalist country in which the state plays a big role in the economy. This is because of its history and other factors that come from having transitioned from a planned economy to a capitalist economy. But nevertheless, the state sector is used in order to defend, promote and foster capitalist property relations.

What dominates in China is not economic planning, but rather the private profit motive. And this is how the capitalist economy works in China after a process that took over 30 years.

Another interesting factor is Chinese capital abroad, i.e. Chinese capitalists from other countries played a big role in the development of capitalism in China. They were the first ones to invest in private companies, bringing plants into China and so on. But obviously international capital also played a big role. And this was a big part of what in the 1990s was called a process of globalisation which included the integration of China into the capitalist market.

There was massive investment by western companies in China, which they originally used as a source of cheap labour. This is what they were looking for. They were looking for cheap labour in order to be able to produce cheaply. And as an aside, this played a big role for the whole period of time in keeping inflation down in the advanced capitalist countries. This was an important part of the political and economic situation in the 1990s and beyond.

A legitimate question that can be asked is: how is it possible that a backward, dominated country, like China was before the Chinese revolution in 1949, has become a powerful part of the world economy, a powerful developed capitalist economy?

If you read Trotsky’s theory of permanent revolution, it says that the national bourgeois in dominated countries and in backward capitalist countries in the epoch of imperialism cannot play a progressive role, and cannot carry out the tasks of the bourgeois revolution, the national democratic revolution.

But China is different, because in China it was not the capitalist class, the Chinese bourgeois, which carried out those tasks. It was the Chinese Revolution that abolished capitalism, and went a long way in solving the national democratic tasks in China, which are mainly agrarian reform with the expropriation of landlordism, and the question of national unification and national sovereignty.

China in 1990 or in 2000, was no longer a backward country dominated by imperialism, it was an independent country, where many of the tasks of the national democratic revolution had been solved decades earlier. And this was the basis on which capitalist development started in China. On top of this, there were other elements: the fact that there was a strong state, there was universal education, a high level of education and cultural level, which allowed China to catch up with a number of advanced technologies, and so on.

China also has not only become a capitalist country, it has become a capitalist country that has changed its character in the international division of labour. It was originally, as I said, a country dominated by cheap labour and the export of cheap commodities; toys, textiles, cheap electronic goods, and so on. But it is now no longer that, or those features of the capitalist economy that China had maybe 20 years ago, are no longer dominant in China.

I would argue, right now, China has moved towards a higher technology and higher wages economy. The average monthly wage in urban areas in China today is about US$1,300, according to CEIC figures. That figure, although it disguises a lot of regional disparities and disparities between sectors, would make Chinese workers’ wages higher than wages, for instance, in Albania, in Romania, in Mexico and in other countries where capitalists go looking for cheap labour.

And that has a number of consequences. There are now some companies (for different reasons, but one of which is wages) that are moving away from China or away from the coastal areas, that are more economically developed, into cheaper labour areas, or into other cheaper labour economies in Asia, or into other cheaper labour economies that are closer to the capitalist markets that these companies want to want to serve (like Mexico). This is a process which has been labelled “near-shoring” or “friend-shoring”.

The Chinese economy has adopted very advanced technologies. In some sectors, Chinese technology is ahead of other capitalist imperialist countries. Just to give one example: electric vehicles, which is a growing sector of the capitalist economy. I’m not an engineer by any stretch of imagination, but what I understand is that the most important thing in an electric vehicle is not so much the engine, but the battery, the battery and the range that this battery might have and so on.

Now, there is a Chinese company called CATL. This is the largest maker of electric vehicle batteries in the world and controls 34 percent of the world’s market for electric vehicle batteries, and it’s well ahead of any other company and supplies all the major car manufacturers in the world, including Tesla, Ford, Volvo (which is obviously no longer a Swedish multinational, it has now been bought or bought off by Chinese capital).

And how has China achieved that? Well, by the traditional methods of a capitalist country: by stealing technology, by sending thousands of students to study in the most prestigious universities in Britain, in the United States, investing a lot of money in research and development campuses, and basically by investing in a series of sectors that they think are sectors that are the future of capitalist economy, and therefore gaining an advantage over other countries.

This is also part of combined and uneven development. A formerly backward economy can jump ahead in certain sectors. China, for instance, has an advantage in that they never had a massive traditional combustion engine car manufacturing industry as the West has, and therefore the transition to electric vehicles is much faster, and this can be replicated in many other sectors of the economy.

China’s role in the world has also changed. And I will argue that China is playing an imperialist role in the world economy and in world relations.

Now what does imperialism mean? When we talk about imperialism from a communist point of view, we don’t mean a general, common sense understanding of imperialism, as in an aggressive foreign policy, military invasions and so on. That is part of imperialism.

But if you look at Lenin’s definition of imperialism, the classic features that Lenin describes in his book, «Imperialism, the highest stage of capitalism», are:

    “1) the concentration of production and capital developed to such a high stage that it created monopolies which play a decisive role in economic life; (2) the merging of banking capital with industrial capital, and the creation, on the basis of this “finance capital,” of a financial oligarchy; (3) the export of capital as distinguished from the export of commodities acquires exceptional importance; (4) the formation of international monopolist capitalist associations which share the world among themselves, and (5) the territorial division of the whole world among the biggest capitalist powers is completed”. (Lenin, Imperialism)

Lenin’s definition is of the imperialist stage of capitalism. Lenin is talking about the world system, he is not trying to define one country by ticking five boxes. This is what he describes as a world system, the division of the world between the biggest capitalist powers. I will argue that China fulfils all of these different conditions to one degree or another, and is now part of the world imperialist system.

Lenin also talks in Imperialism about the inevitability of the rise and fall of imperialist powers:

    “This is because the only conceivable basis under capitalism for the division of spheres of influence, interests, colonies, etc., is a calculation of the strength of those participating, their general economic, financial, military strength, etc. And the strength of these participants in the division does not change to an equal degree, for the even development of different undertakings, trusts, branches of industry, or countries is impossible under capitalism. Half a century ago Germany was a miserable, insignificant country, if her capitalist strength is compared with that of the Britain of that time; Japan compared with Russia in the same way. Is it ‘conceivable’ that in ten or twenty years’ time the relative strength of the imperialist powers will have remained unchanged? It is out of the question.”

First of all, as I said, China is dominated by big monopolies. Chinese companies are huge, and these huge companies dominate a very large percentage of the total of the Chinese economy and these monopolies have a projection in the world economy.

Just to give you an indication, a total of 135 Chinese companies figure in the Forbes 500 list of the biggest companies in the world in 2023, the fifth consecutive year that Chinese companies were at the top of the list in terms of number. The United States has 136, Japan has 41 in the list. So China has more or less the same number of huge companies as the US in this 500 list.

Finance also dominates China’s economy and there’s a fusion between finance capital and industrial capital. This feature is very marked in China. Although there are different ways of measuring size: the amount of deposits, value of capitalisation, number of workers, but by one measure, at least, China possesses the four largest banks in the world: the Industrial Commercial Bank of China, the China Construction Bank, the Bank of China and the Agricultural Bank of China. These are the four largest banks in the world, and they play a big role in China’s economy. They also play a big role in the world economy.

While it is true that these banks are all state-owned, as a result of the way in which capitalism emerged in China, the country also has a large ‘shadow banking’ sector, which according to an official report in 2019 accounted for 86 percent of GDP, US$12 trillion.

China has also exported capital for some time now. If you look at the graph for the Chinese exports of capitals, it goes up and up from approximately 2005, particularly after 2010. And is now very, very high. Of course, there are certain things that have been happening in the last two or three years, the COVID-19 pandemic, the lockdown and the disruption of world trade supply chains, and so on. This has disrupted some of these patterns. But up until that point, the curve was upwards. Just to give you an indication, China’s outgoing foreign direct investment began to rise after 2000. The annual flow of China’s outward foreign debt investment jumped from US$2.7 billion in 2002 to US$200 billion in 2016. In the space of about 15 years, it multiplied by 100.

I’ll give you some other figures for the top 10 countries and regions in the world as sources of outward foreign direct investment, stock, and annual flow for 2015. The source is the Chinese Ministry of Commerce.

In terms of stock, i.e. accumulated foreign direct investment, the USA was at the top with 23 percent share of the global foreign direct investment stock. China was number eight, at only 4.4 percent. But Hong Kong, which is counted separately, was fourth at 5.9 percent in terms of total stock, i.e. accumulated foreign direct investment over a period of time. But in terms of flow, i.e. the money that goes out every year as foreign direct investment, the US in 2015 was still number one with 20 percent of share of the total global foreign direct investment flow, but China was number two, with 10 percent, half that of the United States. Hong Kong was number nine with 3.7 percent. If you add Hong Kong to China that makes about 13.6 percent, which is not that far from the outward foreign direct investment for the United States at that point in 2015. Many Chinese private companies are also registered in Singapore from which they in turn invest elsewhere, and therefore at least a portion of Singaporean investments should be seen as Chinese.

Of course, foreign direct investment is a very misleading category. Some of this money is then stashed in tax havens in the Cayman Islands, in the Seychelles, or in other tax havens like this. But quite a lot of this does go into foreign direct investment, mergers and acquisitions. We have seen China very strongly promoting investment of Chinese companies in buying and investing in other countries and in all sorts of things, which I will go into in a minute.

China’s foreign aid expenditure (this is also another form of imperialism, because we know foreign aid is not really aid, it is about getting political clout and getting countries dependent on your foreign aid, etc.) was a very small amount, but it’s growing very fast. Chinese foreign aid expenditure grew from US$600 million in 2003 to US$2.3 billion in 2016. Now, US$2.3 billion puts China in the range of medium sized capitalist countries like say Belgium or Australia in terms of spending in ‘foreign aid’.

Finally, there’s the question of the division of the world between the main imperialist powers and China is now quite clearly part of this. You have probably heard of the Road and Belt Initiative, also known as the New Silk Road. What is its meaning? China is attempting to spend a lot of money on securing shipping and trading lanes for its export products, trading routes, and also to secure sources of energy and raw materials for its hungry industrial development. It is also securing fields of investment and chaining a whole number of countries to its area of influence, through the export of capital, through investment, and so on.

And this has quite clearly led China into an open conflict with the United States. We can see that there are now many different aspects or elements of a trade war between China and the United States, which started at the time of the Trump presidency, but which has continued with the Biden administration. It is not a partisan policy, it is a capitalist, ruling-class policy of the United States. And you have seen incidents of this. For instance, the United States lobbied Britain very strongly not to allow Huawei to build 5G infrastructure. And this is because right now, Huawei, which many of you might think of as a maker of cheap mobile phones, is now one of the main players in 5G infrastructure in the world.

This is a very sharp development of technology. And China is at the top in this technology. There are other cases. The United States is lobbying Brazil very hard not to allow Huawei in. Canada arrested some Huawei executives. And all of this has nothing to do with industrial espionage or worrying about Whitehall mobile phones being listened in on by China. There might be an element of that, but essentially it comes down to competition between different capitalist companies.

Incidentally, this also proves another point. There were some people 20 years ago, who were arguing that imperialism didn’t exist anymore, that what we had was “Empire”: one world conglomerate of companies that dominate everything without any relation to nation states (for instance, see: Hardt and Negri, Empire, Harvard University Press, 2000). No, imperialism does exist and is divided between different warring and competing imperialist powers. China defends the interests of Huawei, the United States defends the interests of Boeing, and the European Union defends the interests of Airbus in the world market by any means necessary that are at their disposal.

This, as I said, brings China into conflict with the United States. This is very clear, and this conflict is manifested in many different fields. Right now China is not using military power to secure its imperialist interests… or, at least, so far. And that makes some people say, «Oh, but the Chinese investment in Africa is friendly investment, it is not like imperialists, that organised military coups and sent gunboats, etc.» Yes, it is true that the same means have not yet been used. But that doesn’t mean Chinese investments have a different character to imperialist investments from other countries.

China is not using military power to exercise its imperialist interests abroad because it is not yet able to. China is still much weaker than the United States in military terms, although it is catching up in a whole number of areas. The United States has built its military power all around the world for a very long period of time. So China is principally using finance, diplomacy, and so on.

However, it has to be said that China has already built a military base in Djibouti. Djibouti is obviously a very important choke point for international trade at the mouth of the Red Sea. And several of the harbours that are being built, or have been built through the Road and Belt Initiative, potentially have a dual military-civilian use.

Part of this is US propaganda, but part of it is also potentially true, and the classic pattern of Chinese direct foreign investment in different countries runs as follows: a Chinese state owned bank lends money to country A; country A then uses this money to carry out some big infrastructure projects; a dam, hydro-electric power station, railway, the improvement of the capacity of a harbour to offer service to big ship ships, and so on. This infrastructure project is usually then carried out by Chinese infrastructure companies, China’s civil construction, railway construction companies. Chinese companies then operate this infrastructure project, for instance, a Chinese railway company operates the railway, a big Chinese hardware company takes over, etc. And then, in exchange for this investment, which takes the form of a loan, this country becomes indebted to China. In exchange for this, China obtains the right to exploit minerals or other natural resources; obtains preferential trade in soybeans, or meat; or gains some other such concession. And these infrastructure projects, interestingly, link the raw materials that this country possesses to harbours from which they’re going to be shipped to China.

These projects are then put as collateral for this debt, and when this country, as often happens, defaults on its debt, the Chinese get full control of the infrastructure they have been built. And this all builds debt and political leverage, creating a relationship which cannot be described in any other way than that of an imperialist country with a dominated country.

And this is happening everywhere. It is happening in the whole of Africa and Latin America, in many Asian countries. And I can give you many, many examples.

For instance, amongst other things, China has developed a string of investments in harbours around the world that they regard as crucial for shipping lanes. If you look at the map, you will be surprised. I certainly was! (See: China has acquired a global network of strategically vital ports, Washington Post, Nov 6, 2023)

China now controls or has investments in (in some cases a small investment, e.g. 10 percent, 30 percent, and in other cases a dominant position) all the main shipping lanes around the world: the Malacca Straits, Malaysia, Singapore, Indonesia, and obviously this big harbour in Sri Lanka. Then there’s the Gwadar harbour that they have built in Pakistan, which also means that there’s going to be a connecting land route through Central Asia.

Incidentally, all of this also bypasses India, which is a traditional enemy of China in world relations. And then from Gwadar you go to Djibouti, the harbour that I mentioned before, which was built and is owned by a Chinese company. Then, on the other side of the mouth of the Red Sea, there’s the port of Aden, which the Chinese have also invested in.

On the Mediterranean side, you have port sites in Egypt, at the mouth of the Suez Canal, the Haifa harbour in Israel. Then you go to the port of Piraeus in Greece, which is wholly owned by a Chinese company, Cosco. From there you can go on to some harbours in the north of Italy, the harbour in Valencia in Spain, the port in Algiers, ports in Morocco.

From there you can go all the way up to the port of Bilbao, a number of ports in France, a port in Belgium, Rotterdam, which is one of the largest ports in the world. And now it’s been agreed that there will be Chinese investment in the port of Hamburg and other trading routes.

Before the war in Ukraine, China invested in the ports of Odessa and Mykolaiv, which are now, obviously, not very useful. But they have investments like this.

And then also on the Pacific side, China has investments in the Port of Los Angeles and the Port of Seattle, two of the biggest ports on the Pacific coast. And China is now building a port in a new harbour in Chancay in Peru, which is going to cut the time that the trading takes between China and South America by five to ten days.

So that just gives you an idea of what they’re trying to do. They want to secure shipping and trading routes, which is not “evil, plotting and scheming”. It is just the behaviour of an imperialist country that wants to secure its interests in the world.

I’ll just give you one example. In Zambia, a landlocked country in southern Africa, which is very rich in copper, the Chinese have invested and have the rights to extract copper. Zambia is now heavily indebted to China. The Chinese have now built and renovated a railway line that connects the mines in Zambia to the Dar es Salaam harbour in Tanzania, in order to extract copper.

A key region in the world economy right now in terms of mineral resources is Central Africa, particularly Congo, where a lot of cobalt is mined, but also all the other important minerals for development of new technologies. And guess what: the Chinese are building a series of railways that will connect the Indian Ocean coast with Congo, one that connects Rwanda, Malawi, Burundi, with Uganda, another one that connects Kenya with Djibouti, and so on. The idea of this is to provide a proper, fast way of extracting these raw materials from these important areas of the world. Nairobi to Mombasa, Addis Ababa to Djibouti, and there are many other examples like this.

Ecuador is heavily indebted with China, and so too are Sri Lanka, Tanzania, etc.

The same thing is happening in the whole of South America. About two years ago, China became the main trading partner for the whole of South America. And this is quite damaging from the point of view of the interests of US imperialism. About 200 years ago, this year, the Monroe Doctrine was enunciated. And the Monroe Doctrine says «America for the Americans», which basically means the Americas is the backyard of US imperialism, and no other imperialist powers will be allowed to have any say in the whole of America. Well, now you have China, which is the main trading partner with the whole of South America, particularly countries like Chile, Argentina, Ecuador, Peru, Brazil, and Bolivia.

With all these countries, what is the character of this trade? China purchases raw materials, copper, beef, pork, oil, gas, lithium, soybeans, (contributing, by the way, to the deforestation of whole regions of South America) and sells manufactured goods, machinery, transport equipment, chemicals, which are the main items that China exports.

At the same time, China invests money in Latin America through foreign direct investment. China has bought the electricity grid in many of the Brazilian States and Chinese privately owned electric vehicle companies, BYD and Great Wall Motors, have now bought two big car plants in Brazil, one that was formerly owned by Ford, and one that was formerly owned by Mercedes. Two western imperialist companies have left Brazil, and they’ve been taken over now by two Chinese companies that are going to build electric vehicles.

Incidentally, the world’s largest manufacturer of electric vehicles is now BYD, although these figures are a bit of a trick, because BYD produces both pure electric vehicles and hybrid electric vehicles, while Tesla, which is a main competitor, produces only electric vehicles. So it’s not the same, but it’s up there. [Since this talk was delivered, BYD has surpassed Tesla as the world’s largest manufacturer of pure electric vehicles.]

I would argue that all of these facts and figures demonstrate the fact that China is an imperialist country, and this has certain consequences and implications. Some people say that the role that China plays in the world economy is a positive one, progressive even, because this means that we can now hope for a multipolar world, one that is no longer dominated by US imperialism. This, they say, is a positive development for the peoples of the world, particularly in the oppressed countries, who they claim now have free room to develop.

But this is completely wrong. There is no advantage for the working class, either in the advanced capitalist countries or in the dominated capitalist countries, in a change from the world being dominated, or mostly dominated, by one imperialist country, to now having different imperialist powers fighting for control over different countries. This doesn’t improve the situation of the working people, the poor peasants and the poor people in the oppressed nations of the world. It just means there is more conflict. There are more regional wars between the two of them.

If anyone attended the talk yesterday about the situation in Africa and French imperialism, you can see that, clearly, it is not an improvement. For the workers of the world, their interest is to fight against all imperialist powers, not to fight so that different imperialist powers balance one another. It is true, however, that because China now plays a bigger role in the world economy, certain countries are trying to balance one power against the other, and to change allegiances slightly.

For instance, we have seen a whole number of countries that were in the past very close allies of the United States, or that were basically puppets completely dominated by the United States, like Turkey, Saudi Arabia, or even Brazil, for instance, now trying to play a more independent role in world politics. It doesn’t mean that Saudi Arabia has cut off its links with the United States. No, they are trying to play China off against the United States, to gain a bit of an advantage for themselves. This is not beneficial for Saudi Arabian workers, who are still under the yoke of a semi-feudal, reactionary monarchy. Many of them are foreign immigrant workers in conditions where they have no rights, very low wages and are highly exploited. But in the conflict in Ukraine, it’s clear that Saudi Arabia has been leaning towards helping Russia, to keep oil prices up, and is trading with Russia.

There are other factors in the US-Saudi relationship. The United States is almost self-sufficient in terms of oil, which wasn’t the case in the past. But clearly, if you were watching the world this year, you would realise that there was a peace agreement between Saudi Arabia and Iran, that was brokered by China. And this means that the United States are no longer playing as dominant a role in the Middle East as they were able to play in the past. The same was the case with the war in Syria.

Now, the other thing we need to say is that this process has certain limits. We’re not saying that China is growing in influence in the world, is growing in its role as an imperialist power, and at some point will overtake the United States and become the main imperialist power in the world. We’re not saying that. That is because this process has certain limits, which I think the Chinese economy has more or less now reached.

China’s economy has been for many years investing in gross capital formation, i.e. building machinery, factories, industries, and is now facing a classic capitalist crisis of overproduction. It produces too much steel, too many cars, and too much of everything, which they cannot sell anywhere. It is a classic crisis of capitalism.

It is also a crisis of the tendency of the rate of profit to fall. The same amount of investment in machinery and technology in China no longer produces the same amount of GDP growth, as it did in the past. China is still growing, but certainly not at the same rate as in the past.

There are also other factors. The Chinese and US economies are extremely interconnected. Therefore there are US companies that have an interest in avoiding a trade war. For instance, Foxconn has built a huge industrial enterprise in China that builds most of the Apple phones that people use in the West. They are obviously not interested in a trade war, and there are many other western companies invested in China that are playing a restraining role.

From time to time, you see western capitalist leaders going to China for a trade conference, trying to reestablish normal diplomatic relations.

Finally, the United States as a world imperialist power, is declining in its role, but this decline is still a relative decline. Sometimes people say, «Oh, China has already overtaken the United States as the biggest economy, or will overtake the United States», but China has a much bigger population than the United States.

This means that the productivity of labour in the United States is still much higher than in China overall, China being a very uneven and unequal country. It is not the same in the coastal areas, where most of the capitalist development has taken place, as it is in the areas in the interior, which still lag behind.

In terms of military power, the United States is still far ahead. Just to give you an example, China has only two aircraft carriers and the United States has 11, over 5 times more. In many other areas, this is the case.

So, I think that while the situation obviously leads to more tensions, more potential for regional wars and local wars, it does not mean that China will overtake the United States anytime soon. China is facing up to its own limits.

The last point I want to make is this: what is the position of communists in relation to this situation? The position of communists is the following: the main enemy of the working class is at home. In the UK, or in the United States, our main enemy is not China. Our enemy is the ruling class in this country. And our allies are the workers of the world, including the workers in China.

This is the interesting point: economic development and the development of capitalism in China has created a powerful working class, a working class that has no recent traditions of struggle. There have been many strikes, uprisings and explosions of struggle, but the Chinese working class doesn’t have a long-established tradition of reformist parties and trade unions. It is a fresh working class. Many of them are first generation migrants from the countryside into the cities. They’re working in conditions of high exploitation.

And as I’m describing this, some of you might be thinking that there are similar parallels between this and what happened in Russia in 1917. Or what happened in Spain in 1970. Or what happened in Brazil in 1980. A first generation working class under conditions of dictatorship, where there are no avenues for legal trade union, or political development, in conditions of high exploitation, where the conditions have changed very quickly over a short period of time. This led to what? A revolutionary explosion.

And this is what’s being prepared in China. Our task is to link up with the Chinese working class and to fight together to overthrow imperialism and capitalism all over the world. Our task is not to celebrate there being more imperialist countries, and the world being more multipolar, but rather to strengthen our resolve to fight against capitalism and imperialism, which are the main source of wars and exploitation, a system that has already outlived any useful role that it might have played in the past.

Un voto consciente contra la dictadura. Eugenio Chicas. Enero de 2024

Transcurrieron 32 años de construcción democrática que iniciaron con la firma de los Acuerdos de Paz en 1992. Así comenzó la transición de la guerra a la paz. En ese periodo, y con las elecciones de este domingo 4 de febrero y 3 de marzo de 2024, culminaremos siete elecciones presidenciales; 11 elecciones legislativas y municipales; 7 bancadas al PARLACEN. Esa fuerte calistenia electoral contribuyó a los avances -hoy perdidos-, de contrapesos institucionales. Fue en aquel contexto de una elevada polarización política en que floreció el debate y los consensos, las reglas de una incipiente separación e independencia entre los poderes del Estado. El país fue reconocido por el creciente avance institucional que abonó al proceso democrático, el pluralismo y la alternancia en el ejercicio del gobierno; hoy amenazados por la imposición de la candidatura inconstitucional de Bukele para la reelección.

El clima político de esta elección está gravemente polarizado por Bukele, quien controla todos los poderes del Estado; decidió cerrar los mecanismos de diálogo con las fuerzas políticas y sociales; ha desplegado un férreo Régimen de Excepción encarcelando a más de 75,000 personas, la mayoría inocentes, sin el respeto por los Derechos Humanos, ni las más elementales garantías procesales; más de 180 han fallecido en cautiverio, organizaciones de Derechos Humanos han presentado evidencias y testimonios de reclusos torturados bajo responsabilidad de agentes del Estado; las comunidades están militarizadas. Mientras faltan maestros en las escuelas, Bukele decidió incrementar el número de efectivos del Ejército a 40,000, hasta convertirlo en la fuerza letal más grande de la región Centroamericana; cercenó las libertades democráticas, encarcela opositores; crece la amenaza y persecución sobre movimientos gremiales, organizaciones de la sociedad civil y prensa independiente.

Durante el régimen de Bukele, el país ha retrocedido en la lucha contra la corrupción; aun con la existencia de una docena de expedientes sobre sonados casos de corrupción de esta administración, que la misma CICIES (Comisión Internacional Contra la Impunidad en El Salvador) -creada por el Gobierno- entregó al mandatario y al fiscal general. Dichos expedientes permanecen en el olvido. El denso manto de la opacidad ha vuelto inaccesible la información pública. En reciente informe de CRISTOSAL, “Reporte sobre el estado de la transparencia: Instalación de la opacidad”, muestra que, de 1463 solicitudes de información pública, 1063 se negaron, aun cuando la ley determina con claridad la información que debe ser del dominio público. En esta parte administrativa encubren información sobre auditorías a instituciones del estado, bases de licitación, adjudicación de millonarios contratos sobre proyectos gubernamentales; lo mismo ocurre en cualquier área de este Gobierno.

El Gobierno impuso un abultado paquete de reformas electorales inconsulto al Tribunal Supremo Electoral. Estos cambios, ocurridos a menos de un año de la elección y cuando el proceso electoral había iniciado, desnivelaron la competencia, favoreciendo al partido oficial. Primero desmontaron el artículo del Código Electoral que impedía nuevas reformas a menos de un año de las elecciones. A partir de ahí, redujeron los escaños de 84 a 60, so pretexto del presupuesto legislativo que nunca se redujo en proporción; cambiaron la fórmula repartidora del sistema Hare de cocientes y residuos que favorecía la representación plural de minorías en el Congreso, imponiendo el sistema D’Hondt para concentrar más escaños en la bancada de Bukele; canalizarán los votos de residentes en el exterior, -sin importar su origen territorial- a la circunscripción de San Salvador, vulnerando así el principio de representación. Además, buena parte de la organización y logística para el voto en el exterior es manejada por Cancillería, sin el control que por ley le corresponde al TSE, y sin cumplir el derecho de vigilancia que por Constitución les corresponde a los Partidos Políticos. Desde el seis de enero que inició la votación por internet, abundan las evidencias en redes sociales, de cómo esa misma maquinaria gubernamental está volcada a la inducción y presión del voto a favor de Bukele.

La falta de liderazgo y conducción del TSE, su evidente renuncia a la función jurisdiccional, a la actuación de oficio, el silencio por miedo al omnímodo poder de Bukele, terminaron anulando la personalidad y capacidad de arbitraje sobre el proceso electoral; se les acumularon demandas sin resolver sobre campañas adelantadas, propaganda sucia, participación ilegal de funcionarios en campaña, uso de recursos del Estado, inauguraciones fuera de tiempo; hasta terminar ninguneados. Solo una elevada y consciente participación electoral puede rescatar la construcción democrática. Salgamos a votar.

Las tres familias de El Salvador que pisan duro en Colombia con Avianca, Dollarcity y ahora el Éxito. Las dos orillas. 2023

Los Calleja con el Éxito se suman a los Kriete con la aerolínea y los Baldochi con el almacén barato y ya son tres grupos salvadoreños los que lideran en el país La familia Gilinski lo quería, pero su oferta fue rechazada y el Grupo Calleja de El Salvador sí logró firmar un acuerdo con los franceses del Grupo Casino que están en un proceso de reorganización de sus activos e inversiones en todo el mundo.

Mediante el acuerdo suscrito, el Grupo Calleja lanzará una Oferta Pública de Adquisición de Acciones (OPA) en Colombia y Estados Unidos para comprar el 34,05 % de y el 13,31 % de participación accionaria del Grupo Pão de Açucar, GPA, subsidiario brasileño de Grupo Casino, en el Éxito.

Adquirir al menos el 51 % de las acciones (ADR y BDR) del Éxito fue la condición que puso el Grupo Calleja para llevar a feliz término esta operación que fortalece aún más a una poderosa familia de El Salvador en el continente. Los Calleja mandan a partir de su negocio Súper Selectos que tiene cien locales, 12 mil empleados y un surtido de 40 mil productos en todo el país. Su aventura arrancó en 1950 cuando Daniel Calleja, un inmigrante español afincado en el país, abrió una tienda a la que le puso el nombre de Sumesa.

A su hijo, Francisco, el empresario Daniel Calleja, lo fue iniciando en el negocio para abrir otras tiendas. En 1969 ya tenían el músculo financiero para comprar tres cadenas de supermercados: El Sol, Todo por menos, Multimart y la Tapachulteca. Posteriormente, fusionaron las empresas para crear una sola marca: Los Súper Selectos.

Los problemas sociales de El Salvador llevaron a la familia a exiliarse en Estados Unidos. En 2000, Carlos Calleja Hacker, quien lideraba la tercera generación de la familia, se hizo cargo del negocio alargando aún más sus tentáculos y modernizando la compañía. Súper Selectos, antes que ninguna otra marca en Centroamérica, empezó a vender productos a través de internet. 

¿Cómo es la relación de los Calleja con Nayib Bukele?

Con una popularidad que supera el 70 % y una economía en expansión, Nayib Bukele es el suceso político latinoamericano de la última década. Sin embargo, los Calleja han tenido una relación tirante con el actual mandatario.

El último presidente de la compañía, Carlos Calleja, de 45 años, aspiró a la Presidencia de El Salvador en 2019 bajo el tradicional Partido Alianza República Nacionalista (Arena) que gobernó ese país entre los años 1989 y 2009.

Calleja perdió las elecciones precisamente contra Bukele, aunque tenía experiencia y formación suficiente. Es Licenciado en artes liberales en el Middlebury College de Vermont, tiene una Maestría en Administración de Empresas en la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York. Desde 2013, su nombre sonaba en la baraja de posibles presidenciales, pero el fenómeno Bukele lo embistió.

Los dueños de Avianca, otros poderosos de El Salvador

Hasta mediados de la década pasada, muchos colombianos sabían quién era el dueño de Avianca, pues el carismático, populista, Germán Efromovich sorprendía por su liderazgo y capacidad de trabajo. Incluso, a veces se aparecía frente a sus clientes en el counter de alguno de los principales aeropuertos del país y él mismo tomaba los datos de los pasajeros.

En 2019, poco antes de la pandemia, lo perdió todo. Un préstamo de 456 millones de dólares que no pudo pagarle a United Airlines, cuya única garantía eran sus acciones, fue lo que ocasionó su derrumbe financiero. La misma aerolínea fue la que decidió poner la compañía más emblemática de Colombia, creada en 1919, en manos Kingsland Holding, encabezado por el salvadoreño Roberto Kriete

A sus 70 años, Kriete posee una fortuna de 6.000 millones de dólares. Su fuerte han sido las aerolíneas. Él es el creador de la poderosa Taca que su padre, Ricardo, compró en 1961. Roberto Kriete es licenciado de Economía en la Universidad de Santa Clara en California en 1976 y obtuvo un MBA en 1980 en el Boston College. Regresó a El Salvador y durante 26 años fue CEO de Taca hasta que se realizó su fusión con Avianca en 2009. Justo un año después, luego del colapso de Efromovich, se convirtió en el dueño total de la compañía.

Tal como le ocurrió a la familia Calleja, Roberto Kriete también ha tenido una tensa relación con Bukele. En mayo de 2020, en plena pandemia, el joven Presidente le hizo una advertencia a quienes él catalogó como mil millonarios que tendrían tres opciones: enfrentarle abiertamente, resistirle con discreción, someterse a regañadientes o aliarse con él. Kriete es uno de los que se ha sentado, con recelo, en la misma mesa a escucharlo. La confrontación ha sido constante.

Los Baldocchi también dueños de Dollarcity

Desde 2016, se empezaron a ver sus llamativas fachadas verdes en diferentes ciudades de Colombia. Lo que más atraía no eran sus glamurosas tiendas, sino sus precios, su oferta. En el país, pocos sabían era la idea del emprendedor salvadoreño Marco Andrés Baldocchi Kriete, sobrino del poderoso Roberto, que la tenía clara: ninguno de los objetos que vendían en sus tiendas podían costar 10 mil pesos. Con esos precios, difícilmente tendrían competencia.

La idea fue un éxito que no necesitó mucho tiempo para concretarse. Todo arrancó en 2010. Un año después, ya poseían 45 tiendas en todo El Salvador y luego se expandieron a Guatemala. La fusión que hicieron en Panamá con el canadiense Neil Rossy, dueño de Dollorama, una de las tiendas más populares del Canadá, potenciaron aún más la firma. La idea claro que les funcionó. Al 31 de diciembre de 2022, Dollarcity había abierto, en todo ese año, 90 tiendas más en el país. Eso quiere decir que cuenta con 440 establecimientos repartidos así: 261 en Colombia, 89 en Guatemala, 66 en El Salvador y 24 en Perú.