Introducción
La vasta y significativa profundidad histórica que presenta el patrimonio cultural de El Salvador aún no ha recibido la merecida atención por parte del Estado, aspecto que ha incidido negativamente en el apoyo otorgado por las autoridades de Gobierno al desarrollo de las investigaciones antropológicas, la calidad de la formación académica, así como la protección, conservación y puesta en valor de tan importante acervo.
Tal como ocurre en muchos países latinoamericanos, la respuesta a esta problemática en las esferas estatales encierra una serie de factores ideológicos, políticos, económicos y sociales, la mayoría de ellos asociados con el debate sobre el rol de los pueblos indígenas en la formulación de las políticas públicas y en la noción de «desarrollo».
En El Salvador, durante el siglo XIX y comienzos del XX, se produjo una sistemática censura —si no la abolición— de muchos elementos que representaban al ancestro prehispánico, incluida la lengua y las tradiciones.
El paradigma de la modernidad que prevaleció en esas épocas imposibilitó la integración social, puesto que las comunidades de ancestro indígena eran consideradas expresiones de ignorancia y retraso social por parte de las élites políticas.
A pesar de ello, muchas de las instituciones no-formales del legado prehispánico perduraron inmersas en los patrones culturales de la sociedad salvadoreña en general.
Al presente, sin embargo, las múltiples expresiones culturales, propias del devenir histórico de El Salvador, no han sido plenamente exploradas y valoradas. Una especie de omisión de la historia —de sus extraordinarios logros y de su legado civilizatorio— ha postergado el reconocimiento de su trascendencia en la sociedad del presente, favoreciendo una percepción de modernidad ajena a la diversidad de matrices culturales que prevalece en El Salvador y que podría constituirse en una de las fortalezas de su desarrollo.
Es, precisamente, el legado cultural el que despierta el potencial innovador que tienen sus protagonistas para insertarse en el mundo contemporáneo. El patrimonio cultural no es una riqueza inerte y, menos, una cuestión de un pasado irreconciliable y disfuncional con los tiempos actuales.
El patrimonio salvadoreño es formidable y está cargado de significados históricos y sociales que de manera implícita producen y reproducen el sentido de pertenencia a la Nación. Es en este sentido que la consideración del patrimonio cultural en las políticas públicas adquiere importancia y contribuye a la toma de decisiones respecto del desarrollo integral y sostenible.
El presente artículo es un breve análisis del desarrollo de la arqueología en El Salvador, tomando en cuenta sus orígenes, los principales sitios arqueológicos y el avance de la investigación. Asimismo, este documento hace un balance de los resultados obtenidos en las investigaciones arqueológicas llevadas a cabo en la región norte y oriental de El Salvador.
Con tal propósito, decidimos incluir el análisis de (i) la importancia de los descubrimientos realizados en el conocimiento de la historia más antigua del actual territorio salvadoreño; (ii) el rol e influencia que tuvieron sus forjadores; y (iii) el significado que actualmente revisten los avances realizados en la arqueología salvadoreña.
Como se verá más adelante, la mayor parte de los estudios se concentran en los valles de la zona occidental y paracentral del país. Sin embargo, los estudios arqueológicos realizados en el norte y oriente, en los últimos diez años, demuestran la importancia que tienen estas zonas para completar y complementar el panorama arqueológico del país en épocas prehispánicas, coloniales y republicanas.
Gran parte del contenido del presente artículo deriva del Estudio de Evaluación de Impacto Arqueológico (EEIAR) de la Carretera Longitudinal de la Zona Norte, dirigido por Albarracín-Jordan, en 2007 y 2008, en colaboración con Valdivieso. No obstante, el contenido de ese estudio ha sido ampliamente enriquecido por investigaciones realizadas en los últimos cuatro años, principalmente en el norte y oriente del país, que se incluyen en el presente análisis.
Los pioneros de la arqueología en El Salvador
Las investigaciones realizadas, desde mediados del siglo XIX, respecto del patrimonio arqueológico de El Salvador, han puesto de manifiesto el extraordinario y complejo legado prehispánico que yace en el país.
John L. Stephens (1839)
Para mediados del siglo XIX, la arqueología centroamericana ya era de conocimiento en el mundo de las ciencias, luego de las publicaciones producidas por John L. Stephens[1] tras su paso por el itsmo en 1839.
Abogado, escritor de viajes y diplomático norteamericano, Stephens, en 1837, ya contaba en su haber con Travels in Egypt, Arabia Petrae and the Holy Land. En 1839, a sus 34 años, fue enviado como encargado de negocios a Centroamérica por el Gobierno de los Estados Unidos, con el objetivo de identificar la fuente del poder político en aquel entonces país confederado centroamericano, para establecer acuerdos con el país del Norte.
Stephens exploró en la región y examinó sitios arqueológicos mayas. Sus descripciones, al mejor estilo de la época romántica, proporcionan importantes y precisos datos sobre su periplo en tierras centroamericanas. Junto al prominente dibujante Frederick Catherwood, Stephens, en 1841, publicó Incidents of Travel in Central America, Chiapas and Yucatán.
Estos viajeros fueron los primeros en visitar algunos sitios mayas desde tiempos coloniales en Yucatán. Stephens examinó más sitios mayas que ningún otro explorador anterior.
En una de sus curiosas anécdotas, Stephens detalla la compra de Copán por la escasa suma de cincuenta dólares. Sus descripciones de los sitios arqueológicos están hechas con un elegante lenguaje, mientras que sus interpretaciones ponían al descubierto una cultura considerada superior a las del centro de México. En aquella época nadie podía alegar desconocer su obra, llegando a colocar a los mayas en el plano arqueológico y cultural del mundo.[2]
A su paso por Salvador (El Salvador), Stephens proporciona una detallada descripción de la provincia y la inestabilidad política de la convulsa época durante las batallas del general Francisco Morazán, presidente de la República Federal de Centroamérica (1830-1834, 1835-1839), a quién, en 1940, llegó a conocer: Morazán tenía aproximadamente 45 años de edad, 5 pies y 10 pulgadas, con mostacho negro y barba poco crecida, vestía un traje militar abotonado hasta el cuello, y una espada (…) Sus características eran las de un hombre bien dotado, física e intelectualmente, y de una gran disciplina propia.
De carácter fuerte y controversial. Sorprendentemente, Stephens no dejó descripción alguna de la arqueología salvadoreña.
Ephraim George Squier (1853)
A mediados del siglo XIX, Ephraim George Squier, arqueólogo y diplomático norteamericano,[3] visitó algunos de los antiguos monumentos de El Salvador, aunque no elaboró descripciones de los mismos.
Sin embargo, Squier infirió acerca de los orígenes de la población local. Enviado por Zachary Taylor, entonces presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Squier llegó inicialmente a Nicaragua, en 1849, como encargado de negocios.
Durante comienzos de 1850, Squier estuvo en Honduras, Costa Rica y El Salvador. En 1853 pasó a ser secretario de la Honduras Interoceanic Railway Co., cargo que le dio la oportunidad de visitar territorio salvadoreño y describir sus riquezas naturales y culturales. Aprovechó la ocasión, asimismo, para realizar descripciones extensas sobre potenciales inversiones en recursos naturales, principalmente azúcar y bálsamo.
Squier pasó el mes de agosto de 1853 en la ciudad de San Salvador, la cual le causó muy grata impresión. Casi un año más tarde, el 16 de abril de 1854, se produjo uno de los terremotos más portentosos del siglo XIX en San Salvador; aunque Squier no presenció el fenómeno sí lo representó, a partir de la descripción publicada en el Boletín Extraordinario del Gobierno del Salvador.[4]
En San Salvador, Squier aprovechó la amistad que cultivó con dos comerciantes que mantenían nexos con indígenas de pueblos ubicados en la «costa del bálsamo»; de esta manera, pudo entrevistar a algunos indígenas que llegaban hasta la capital para obtener información acerca de sus formas de vida.[5]
Sobre la base de esta información y las crónicas que revisó profusamente concluyó que estos pueblos, conocidos como «pipiles», constituían una colonia desprendida de ancestros mexicanos:
“Se ha supuesto que los indios pipiles que ocupan la costa de San Salvador tuvieron un origen mexicano, y que arribaron a Centroamérica al mismo tiempo que la colonia en Nicaragua. No tenemos un vocabulario de su lengua, pero los nombres de la mayoría de los lugares en la región que ellos ocuparon, u ocupan, son claramente mexicanos. Istepec [sic], Usulatán [sic], Sensuntepec [sic], Cuscutlán [sic], Suchiltepec [sic], Cojutepec [sic], Cuyutitán [sic], Jilpango [sic], etc., son inconfundiblemente mexicanos. Se ha sospechado, sin embargo, que los amigables indios de México, quienes acompañaron a Alvarado en su conquista del país, fueron establecidos aquí, y que los nombres a los que me he referido fueron dados por ellos. Este es un punto que todavía está abierto a la investigación; mientras tanto, me inclino a creer que una colonia mexicana también existía en San Salvador.[6]
Squier[7] anotó que la frontera de estos pueblos con otros grupos étnicos constituía el río Lempa. Squier es, indiscutiblemente, el principal forjador de una de las corrientes de pensamiento más importantes de la arqueología salvadoreña, fundamentalmente debido a que sus apreciaciones sobre la presencia pipil en la región dieron inicio a un debate que ha durado más de un siglo y medio en Centroamérica.
Otros exploradores y geógrafos del siglo XIX, entre estos Simeon Habel, Karl Scherzer, Karl Sapper y Montessus de Ballore (estos dos últimos geólogos-vulcanólogos) realizaron descripciones de sitios arqueológicos, con lo cual proporcionaron bases para subsiguientes estudios.
Simeon Habel (1860), Montessus de Ballore (1881)
Habel realizó varios descubrimientos en Ahuachapán y Sonsonate, al suroeste del país, durante la década de 1860. Montessus de Ballore[8] en 1883 fue el fundador del primer observatorio meteorológico y sismológico en la región centroamericana, inaugurado por el Gobierno salvadoreño durante la administración de Rafael Zaldívar.
En la misma gestión presidencial se fundó el primer Museo Nacional en San Salvador. Montessus de Ballore llegó a Salvador (El Salvador) en 1881, año en el que logró compilar una primera e importante relación histórica de sismos registrados desde la época de la intrusión española.
Su obra, denominada Terremotos y erupciones volcánicas en Centro América, publicada en 1884, enlista más de 2,300 sismos ocurridos entre 1526 y 1885. Su texto le permitió ser galardonado por la Academia de Ciencias, siendo este referente un hito en estudios sismológicos y vulcanológicos mundiales. Montessus de Ballore es considerado uno de los padres de la sismología contemporánea.[9]
Muy pocas exploraciones fueron llevadas a cabo en el oriente de El Salvador durante el siglo XIX y comienzos del siglo XX.
Darío González (1891)
Tehuacán,[10] ubicado en San Vicente, fue uno de los sitios visitados por E. G. Squire, reportado en 1853. Se tiene registro de que Darío González visitó el sitio en 1891 e identificó varios montículos en el centro del lugar. Sus descripciones fueron publicadas en 1906 y 1926. Tehuacán también fue mencionado por Montessus de Ballore en 1892. Otras apreciaciones sobre Tehuacán fueron publicadas por Antonio Sol en 1939.
Este importante sitio ha sido pobremente investigado, pese a tener la declaratoria de Monumento Nacional desde 1977.
Hacia inicios del siglo XX, la investigación arqueológica adquirió una dimensión más sistemática y especializada, de tal manera que los sitios arqueológicos fueron descritos, prospectados y excavados, generándose, así, información más contundente.
Ello no implica, sin embargo, que el trabajo arqueológico sistemático en El Salvador haya operado en un vacío temático más amplio en la región. El interés por la arqueología americana, en general, empezaba a tomar cuerpo en los trabajos realizados por Max Uhle y Adolph F. Bandelier, en Sudamérica; y Eric Thompson, Otis Mason y Herbert Spinden, en México y Centroamérica. En ese entonces, la noción de un área histórico-cultural extensa empezaba a madurar.
Bajo la influencia de Max Uhle, Herbert Spinden desarrolló la idea del «horizonte cultural», concepto que permitió examinar fenómenos de expansión en vastas regiones.
Herbert Spinden (1915)
Bajo este marco, Spinden fue uno de los arqueólogos pioneros en suelo salvadoreño. Spinden, hacia 1915, desarrolló un panorama lingüístico de El Salvador a partir de los trabajos de Walter Lehmann, distinguiendo, en ese entonces, los grupos de habla nahua y los pobladores que, según el investigador, eran anteriores: los lenca.
Spinden elogió los trabajos de Santiago Barbarena, Alberto Luna, Rafael Reyes, Juan José Laínez y David J. Guzmán respecto del rescate de los significados que tendrían los nombres de lugares prehispánicos. Como era norma en la época, Spinden elaboró una secuencia-cronológica basada en los estilos artísticos cerámicos que fueron encontrados en México.
Sobre esa base, Spinden examinó estatuillas y otras piezas cerámicas, muchas de las cuales provenían de colecciones privadas, y distinguió un primer período, que denominó «Arcaico», un subsiguiente período de corta duración que llamó «Transicional», un tercero llamado «Maya», un período «Post-Maya» (en el que aparecería una fuerte influencia nahua, la cual habría introducido el juego de pelota) y un último período que Spinden denominó «Azteca».
Spinden sostenía que el elemento azteca en El Salvador era una manifestación derivada del intercambio de bienes, no así producto de la invasión militar. Spinden reconoció la dinámica histórica de los diversos grupos que se asentaron en El Salvador, señalando que el escenario tenía amplia implicancia para con las rutas de intercambio entre territorios del norte (México, Guatemala y Honduras) y el sur (Nicaragua y Costa Rica).
Jorge Lardé y Arthés (1920), Antonio Sol (1920)
En la década de1920, el investigador salvadoreño Jorge Lardé y Arthés fue el primero en elaborar una lista de sitios arqueológicos de El Salvador, incluyendo la región de Chalchuapa, y de prospectar varios lugares alrededor de San Salvador, mientras que Antonio Sol fue el primero en excavar en Cihuatán.
Posteriormente, los trabajos realizados por Samuel K. Lothrop, los esposos Dimick y los esposos Ries, en San Andrés, ampliaron el panorama de los monumentos precolombinos y de la distribución de lenguas prehispánicas en el país. Lothrop,[11] por ejemplo, a partir de los trabajos de Squier, planteó que el río Lempa —en su curso bajo — fue la frontera sureña del mundo maya.
Stanley H. Boggs (1940)
Hacia inicios de la década de 1940, el arqueólogo norteamericano Stanley H. Boggs[12] se convirtió en una de las figuras más importantes de la arqueología salvadoreña. Boggs estudió en Northwestern University y en Harvard (aunque no se graduó de esta) y, posteriormente, cursó una Maestría en Antropología en University of Arizona.
Llegó a El Salvador en octubre de 1940, recomendado por Alfred V. Kidder, para ser director de campo de John M. Dimick en el sitio San Andrés. En 1946 y 1947, Boggs viajó a Guatemala, junto a su esposa Inés Sagrera Rosales, para realizar excavaciones en Zaculeu junto a Gus Stömsvik y Aubrey Trik. Entre 1948 y 1954, fue jefe del Departamento de Arqueología del Ministerio de Cultura de El Salvador.
Entre 1963 y 1968 fue catedrático de la Universidad de El Salvador y director del Departamento de Arqueología del Museo Nacional, dentro de la entonces Dirección Nacional de Patrimonio Cultural, hasta 1988. A partir de ese año encabezó la Dirección de Registro, dentro del Museo Nacional en San Salvador, hasta su muerte en 1991.
Residió en El Salvador durante cincuenta años y fue el pionero de la arqueología en el país.
Su extensa obra abarcó diversos sitios y épocas de la era precolombina, incluyendo excavaciones y trabajos de restauración en San Andrés y Tazumal. Boggs también realizó investigaciones en el Cerro de Zapote, Las Victorias, Cihuatán, Tacuxcalco, Almulunga, Cara Sucia, Igualtepeque y Santa Leticia, entre otros sitios.[13]
Boggs trabajó intensamente para que varios de los sitios arqueológicos fueran declarados monumentos nacionales y para que el Estado adquiriese terrenos que permitieran la preservación de importantes sectores en sitios como San Andrés, Quelepa y Cara Sucia.[14]
Con Boggs se escribe un antes y un después en la arqueología salvadoreña en el siglo XX. También, hacia comienzos de la década de 1940, John M. Longyear III[15] fue el primer arqueólogo en realizar estudios en la zona oriental de El Salvador. Llevó a cabo trabajos de prospección y excavación en Los Llanitos, en el departamento de San Miguel.
Los Llanitos reviste mucha importancia en la arqueología mesoamericana, ya que representa, junto a Quelepa, uno de los sitios con juego de pelota más al sur de la macroregión.
Mesoamérica: hacia un concepto regional para el análisis de la continuidad y el cambio
Paul Kirchhoff
En 1943, Paul Kirchhoff[16] propuso denominar a la macroárea cultural mexicana y norcentroamericana «Mesoamérica», término que desde ese año vino a caracterizar a una formación histórica distintiva, en tiempo y en espacio. Kirchhoff basó su definición en «límites geográficos, composición étnica y características culturales al momento de la Conquista».
Sin embargo, durante las siguientes décadas, el concepto fue replanteado por varios investigadores, cada cual con una distinta manera de enfocar el carácter de su significado.[17]
Si bien el término ha llevado a varios académicos a debatir acerca de su utilidad en términos de la dinámica cultural y de sus fronteras,[18] el concepto, como unidad analítica, forma parte intrínseca de las investigaciones arqueológicas actuales.
Matos Moctezuma[19] definió Mesoamérica como «la conjunción de determinado tipo de sociedades con sus propias características dentro de un tiempo determinado y un espacio que tuvo variaciones a lo largo de ese tiempo».
En todo caso, como término rector de un fenómeno histórico complejo «Mesoamérica» se convirtió en una unidad analítica fundamental para ordenar y explicar continuidades y cambios de los orígenes y desarrollo de la región. En Centroamérica se demarcó una línea variable —según el período— para distinguir entre el sector de influencia mesoamericana y el sector de influencia sudamericana.
Sin embargo, fue dentro de este marco conceptual que se continuaron llevando a cabo los trabajos de investigación en El Salvador.
No cabe duda de que la clasificación taxonómica/cronológica que Gordon R. Willey y Phillip Phillips desarrollaron en 1958 tuvo gran aceptación en las investigaciones realizadas en El Salvador.[20]
Entre 1945 y 1965, al trabajo realizado por Stanley H. Boggs, se sumaron los estudios llevados a cabo por Wolfgang Haberland,[21] Muriel N. Porter,[22] William R. Coe[23] y Carlos Navarrete.[24]
Este primer ciclo de la arqueología salvadoreña está marcado por exploraciones dispersas, muchas de ellas asociadas con estudios de distinta índole. Los primeros viajeros eran, fundamentalmente, diplomáticos y/o científicos que tenían como objetivo principal el establecimiento de acuerdos con los Gobiernos de la región centroamericana.
Squier, por ejemplo, jugó el papel de encargado de negocios en Centroamérica en 1849, con el único propósito de convencer al Gobierno nicaragüense para que una empresa norteamericana, y no británica, se hiciera cargo de la construcción del propuesto canal interoceánico. Cuando Squier retornó a Centroamérica, en 1853, en calidad de secretario encargado de la Honduras Interoceanic Railway Company, aprovechó la ocasión para recolectar datos etnológicos.
Aunque no documentó sitios arqueológicos en El Salvador de la manera en la que lo hizo en su visita a Nicaragua, Squier sentó las bases para las interpretaciones sobre el origen pipil en El Salvador.
Hacia finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, los vulcanólogos, historiadores y médicos se encargaron de realizar las primeras descripciones de sitios arqueológicos. La arqueología no tenía una estructura clara —al margen de su rol utilitario en la reconstrucción de la monumentalidad de centros ceremoniales— y tampoco era considerada como una disciplina que podría aportar al debate acerca de la identidad y la construcción nacional.
Fue la monumentalidad de las estructuras prehispánicas (por ejemplo, Tazumal o Cihuatán) la que generó la mayor atracción. Por otra parte, siguiendo el paradigma establecido en otras áreas de la macroregión denominada «Mesoamérica», los investigadores se concentraron en clasificar tipos cerámicos y secuencias cronológicas.
La propuesta de Willey y Phillips, en particular, influyó en los enfoques de los trabajos arqueológicos realizados en El Salvador, a partir de 1950. Stanley H. Boggs fue, sin duda, el protagonista de la arqueología salvadoreña y claro representante del enfoque histórico-cultural durante varias décadas. Sin su aporte, poco se habría desarrollado, en términos de la institucionalización de la arqueología, tanto en esferas de Gobierno como en círculos académicos.
Debido a la mayor accesibilidad que presenta la mitad oeste del país, una división geográfica y cultural demarcada por el curso del río Lempa, las investigaciones arqueológicas se concentraron en zonas occidentales y sitios, como Tazumal, Cihuatán y San Andrés. La parte oriental recibió poca atención. Probablemente, los únicos dos sitios que mayor importancia cobraron fueron Quelepa, investigado por Andrews; y Corinto, estudiado por Haberland.
La nueva arqueología y la arqueología de rescate
Hacia finales de 1960 y comienzos de 1970, en consonancia con los cambios introducidos en la disciplina (p.ej., nueva arqueología, teoría de sistemas), las investigaciones abandonan la mera reconstrucción cronológica como un fin en sí mismo.
Comienzan a plantearse preguntas sobre la adaptación humana a cambios recurrentes en el medioambiente y a la transformación de los paisajes. En sincronía con la tendencia generalizada que se produjo en otras ramas de las ciencias naturales y sociales, la arqueología empezó a concentrarse en la relación entre la sociedad y los ecosistemas, a través del tiempo.
La noción de «sistemas» de interacción le otorga un enfoque adicional a la mera descripción de objetos arqueológicos.[25] Las investigaciones ya no se orientan a «descubrir» cosas de la antigüedad sino a plantear problemáticas vinculadas con los sistemas sociales y sus contextos regionales. El criterio cronológico se vuelve más riguroso, aunque no suficiente para explicar las sociedades antiguas.
Siguiendo estos cambios de paradigma científico, la investigación arqueológica en El Salvador también experimentó cambios importantes. Rafael Cobos[26] distingue esta fase de la historia de la arqueología en El Salvador y la separa de los cien años anteriores. Aunque Cobos no establece una explicación del porqué los estudios arqueológicos adquieren cierto carácter, distinto del período anterior, sí señala que los nuevos trabajos tienden a profundizar el análisis funcional.
Son dos proyectos que menciona como trascendentales para distinguir la «nueva arqueología» en El Salvador: el estudio de Robert J. Sharer[27] (llevado a cabo principalmente en Chalchuapa) y el de Wyllys E. Andrews[28] (en Quelepa).
Con los estudios de Sharer y Andrews se obtuvieron dos amplias propuestas clasificatorias del material arqueológico localizado en dos regiones del territorio salvadoreño. La cerámica identificada por los investigadores a finales de la década de 1960 responde a la aplicación del sistema tipo-variedad, el cual describe las características físicas mediante la morfología de la pieza, pasta, decoración y acabados.
Los especímenes cerámicos identificados mediante este sistema permiten distinguir y correlacionar cronológicamente la cerámica, reconstruyendo complejos, distinguiendo formas utilizadas durante determinada época y en determinada región.
Este sistema evita renombrar piezas y permite compararlas con otros especímenes en otras regiones, con el objetivo de vincularlas a un mismo grupo o de distinguirlas.[29]
A estos le siguieron los estudios realizados por William R. Fowler, Jr.[30] en El Tanque y Santa María; Howard H. Earnest Jr.[31] en el Valle Central del río Lempa; Karen Olsen Bruhns[32] en Cihuatán; Jorge Mejía[33] en San Andrés; Arthur A. Demarest[34] en Santa Leticia; Payson D. Sheets[35] en el Valle de Zapotitán (Joya de Cerén); Kevin D. Black[36] y Christian J. Zier[37] ambos en el Valle de Zapotitán; Susan M. Chandler[38] en El Cambio (Valle de Zapotitán); y Paul Amaroli[39] en Cara Sucia.
Otro elemento introducido en la década de 1970 es la arqueología de rescate, aplicada a proyectos de desarrollo o proyectos de inversión privada. De esta manera, las prospecciones regionales llevadas a cabo en extensas áreas de embalse para represas empezaron a generar nueva y valiosa información respecto del patrimonio arqueológico en el país.
Asimismo, los rescates arqueológicos en obras civiles expandieron el rol institucional de la arqueología, entre estos los estudios realizados por Casasola,[40] Crane,[41] Fowler,[42] Fowler y Earnest,[43] Boggs[44] y Bello-Suazo.[45]
A partir de estos trabajos, la arqueología de rescate en El Salvador se ha incrementado sustancialmente, haciendo mucho más visible el alcance y significado que tiene la arqueología en términos de la restauración y conservación del patrimonio arqueológico. En algunos casos, la arqueología de emergencia también ha adquirido mayor notoriedad, dado que ha permitido respuestas efectivas a situaciones en las que se involucra la integridad estructural de importantes centros ceremoniales.[46] Tazumal, en particular, ha sido objeto principal de este tipo de trabajos en la década de 2000.[47]
En resumen, la arqueología salvadoreña durante veinte años, desde mediados de los sesenta hasta el inicio de la guerra civil, en 1980, fue más bien receptora de las transformaciones teóricas y metodológicas que tuvieron lugar en los Estados Unidos y en Inglaterra.
La lista de proyectos arqueológicos llevados a cabo durante este período da cuenta de la importancia que tuvo El Salvador en la complementación de la visión macroregional mesoamericana desde la óptica de la escuela norteamericana.
La crítica a la arqueología «tradicional» y la escuela histórico-cultural, inicialmente abanderada por Lewis Binford, devino en el estudio de la cultura (presente y pasada) como un sistema de adaptación al entorno.
El aspecto funcional cobró, en tal sentido, mayor significado en el análisis de la relación entre los subsistemas y el cambio cultural asociado a la adaptación. Si bien algunos de los trabajos en El Salvador continuaron con la práctica «tradicional», muchos de los estudios llevados a cabo entre 1970 y 1980 se alinearon con el planteamiento de la nueva arqueología, en términos del enfoque regional de los trabajos y de su relación con la interpretación funcionalista.
A raíz de la demanda intelectual que provenía de los Estados Unidos, se produjo mayor presión para que en El Salvador se normara y supervisara la implementación de estos estudios. La respuesta fue lenta, principalmente debido a que la arqueología salvadoreña convergía, fundamentalmente, en su personificación a través de la imagen e intelecto de Stanley Boggs.
Si bien existía un marco normativo previo para la protección de sitios con arquitectura monumental (monumentos nacionales), la estructura organizacional era absolutamente precaria para atender las necesidades de un creciente interés académico, principalmente norteamericano, en el país, así como de un creciente número de estudios de impacto arqueológico requerido por los proyectos de desarrollo.
El estado actual del conocimiento arqueológico
A raíz de la guerra civil en El Salvador, entre 1980 y 1992, se produjo un paréntesis en la práctica arqueológica. Boggs falleció en 1991, un año antes de los Acuerdos de Paz, dejando un vacío en la administración pública de la arqueología salvadoreña. Gran parte de los investigadores extranjeros tomaron tiempo en retornar al campo, otros no retornaron.
Sin embargo, el impulso académico y la influencia ejercida por otros países, entre estos México y Japón, fueron factores clave en el surgimiento de la carrera de arqueología en la Universidad Tecnológica (UTEC). Algunos de los estudiantes de arqueología, eventualmente, fueron los forjadores de una nueva época de institucionalización de la disciplina en el país.
Los resultados de la deconstrucción permitieron identificar otras estructuras arqueológicas de origen prehispánico, las cuales permanecían ocultas por la cobertura de concreto. El cemento había sido colocado sobre las evidencias originales con un aislante de piedra entre la superficie de concreto y los rasgos prehispánicos. Los resultados de este trabajo permitieron establecer la equívoca restauración de la antigua estructura.
En las siguientes secciones, sintetizamos el estado actual del conocimiento arqueológico en El Salvador, incluyendo los aportes realizados en los últimos cinco años, la mayoría de ellos representados por estudios de evaluación de impacto arqueológico que se aplicaron a proyectos de desarrollo y de inversión privada.
Cabe enfatizar que la evaluación de impacto arqueológico, aunque con normativa actual propia en El Salvador, forma parte de estudios de evaluación de impacto ambiental (EIA) más extensos, los cuales son requeridos por ley y son comunes en todos los países latinoamericanos.
Las evaluaciones de impacto ambiental se generalizaron en Latinoamérica durante la década de los noventa, principalmente por las políticas operativas y las guías establecidas por el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo. No cabe duda de que la EIA abrió nuevas oportunidades para el desarrollo de la arqueología en el país.
Los primeros pobladores de El Salvador (11,000-5,000 a.C)
Sobre la base de los hallazgos realizados en Panamá, Costa Rica y Guatemala, la colonización temprana de Centroamérica se habría producido hace unos 12,000 años.
Desde esa época, el territorio centroamericano habría conformado una «frontera» dinámica entre el norte y el sur. Tanto las puntas clovis —asociadas con grupos de cazadores en regiones al norte del continente—, como puntas «cola de pescado»— asociadas con grupos de cazadores en Sudamérica—, dan cuenta de la presencia de dos «tradiciones» tecnológicas en Centroamérica.[48]
No obstante, los restos arqueológicos que han sido asociados con una temprana ocupación del actual territorio salvadoreño, entre los 11,000 a.C. y, aproximadamente, el 5,000 a.C., están compuestos principalmente por pinturas y grabados rupestres.
Estos datos, evidentemente, son controversiales, ya que, en ausencia de asociaciones arqueológicas más contundentes (p.ej., artefactos líticos), su relación con períodos precerámicos no es definitiva. Al presente, los artefactos encontrados en dos sitios podrían considerarse como prueba de la existencia de asentamientos humanos precerámicos en El Salvador.
El primero es Chalchuapa, donde se encontraron restos de navajas de obsidiana, reportadas por Sharer en 1978; y colecciones privadas que Payson D. Sheets[49] revisó, y de ellas reportó haber visto puntas de proyectil tipo Folsom.
El sitio denominado Gruta del Espíritu Santo[50] —también conocido como «Capilla de los Cacaoperas»— un abrigo rocoso ubicado en la villa de Corinto (departamento de Morazán), en la zona nororiente del país, fue reportado por vez primera por Santiago I. Barberena en 1892, y fue estudiado, como se mencionó más arriba, por Wolfgang Haberland en la década del cincuenta.
Actualmente, el sitio constituye un «parque arqueológico rupestre». El área donde se encuentran las pinturas y petroglifos fue adquirida por el Estado, gestión de la que fue protagonista Stanley H. Boggs. Haberland realizó excavaciones en áreas adyacentes al abrigo rocoso.
El hallazgo de restos líticos presentes en los estratos más profundos de los pozos de excavación llevó a Haberland a suponer que en la región existió una ocupación humana bastante antigua, mayor a los 5,000 años antes de nuestra era.
Sin embargo, las excavaciones realizadas por Coladán y Amaroli,[51] en áreas adyacentes a los pozos excavados por Haberland, dieron como resultado un cuadro más complejo de ocupación humana. Las últimas investigaciones realizadas en el sitio fueron dirigidas por el Departamento de Arqueología de la Secretaría de Cultura (SECULTURA), financiadas por la Embajada de los Estados Unidos, en 2011.
El reconocimiento arqueológico que llevaron a cabo Coladán y Amaroli a finales de 1990, focalizados en zonas aledañas a la Gruta de Espíritu Santo, puso en evidencia la presencia de un conjunto de sitios rupestres.
Entre los sitios identificados se encuentran los siguientes: La Cueva del Toro, Cueva de Las Figuras y Cueva de Los Fierros. Coladán y Amaroli también identificaron algunas piedras con grabados en las inmediaciones de la entrada a la Gruta de Espíritu Santo.
Si bien algunos de los sitios con arte rupestre en El Salvador apuntan hacia una ocupación humana anterior a la aparición de tecnologías cerámicas y a la agricultura intensiva, el vacío de información respecto del período Arcaico temprano (11,000 a.C. – 5,000 a.C.) está más bien vinculado al reducido número de estudios arqueológicos desarrollados en la zona norte.
Sin embargo, recientemente, los arqueólogos franceses S. Perrot-Minnot y Phillipe Costa sugieren que la mayoría de las representaciones rupestres en El Salvador no corresponden a épocas arcaicas, sino a épocas más tardías.
Al presente, solo las tres puntas de lanza encontradas en uno de los márgenes del río San Esteban (departamento de San Miguel) constituyen la muestra más clara acerca de ocupación humana temprana;[52] aunque en regiones aledañas, en Honduras y Guatemala, dan cuenta de la inobjetable presencia de grupos humanos, durante el período Arcaico temprano,[53] aspecto que refuerza la conclusión de que aún queda mucho por investigarse en El Salvador con relación a sus primeros pobladores.
Período Arcaico tardío (5,000 -1,500 a.C.)
La experimentación con el cultivo de plantas en el continente americano tiene antecedentes de hace unos 10,000 años y precede la formación de la vida sedentaria.[54]
Gradualmente, este vínculo establecido entre los grupos humanos —aún nómadas— y la variabilidad genética de las plantas cultivadas y los animales amaestrados llevó a cambios trascendentales en la economía de las poblaciones, la demografía y la organización política y social.
Una suerte de simbiosis emergió como consecuencia del proceso, lo cual implicó que los cambios morfológicos seleccionados en algunas especies de plantas y animales condujeran a una dependencia mutua entre seres humanos, plantas y animales domesticados.
Por un lado, los seres humanos pasaron a depender en su alimentación de estas nuevas especies domesticadas. Por otro lado, las plantas y animales domésticos pasaron a depender de los seres humanos para su reproducción.
Tanto domesticadores como domesticados pasaron a formar parte de un proceso coevolutivo.[55]
Aún no se han identificado artefactos o sitios asociados con arquitectura de esta época en El Salvador. La evidencia más bien proviene de restos botánicos asociados con el maíz.
En la región oeste de El Salvador, los estudios palinológicos realizados en Laguna Verde (Sierra de Apaneca) dan cuenta del probable uso agrícola de la tierra, principalmente para el cultivo de maíz, alrededor del 3,500 a.C.
En Chalchuapa, los testigos de polen demuestran, de forma contundente, que el cultivo del maíz hacia el 1800 a.C., era componente importante de la dieta.[56]
Período Preclásico (1,500a.C. – 250 d.C.)
El patrón coevolutivo, eventualmente, devino en la agricultura intensiva y en la domesticación plena de animales, una forma productiva que caracterizó a las primeras aldeas del período Preclásico (1,500 a.C. – 200 d.C.).
A ello se debe añadir la cerámica, la cual era utilizada para preparar, cocer y servir alimentos.
Las figurillas cerámicas también se convirtieron en importantes artefactos de las esferas social, ritual y política. En el área mesoamericana empezaban a configurarse grandes centros de poder ideológico, entre los que se destacan los centros olmecas: La Venta y San Lorenzo.
Aunque, en general, se sostiene que lo «olmeca» habría tenido un desarrollo mayor en el Golfo de México, sus orígenes aún no están bien establecidos. Al parecer, el estilo escultórico olmeca formó parte de una ideología común a varias poblaciones en Mesoamérica.[57]
Lo peculiar del proceso de difusión olmeca, sin embargo, es la diversidad lingüística que lo habría caracterizado. Pese a constituir un complejo mosaico lingüístico, estas poblaciones, al parecer, no solo compartían una base ideológica común sino que también tenían una base económica similar —basada en la agricultura—, así como una organización social y política que estableció jerarquías internas.
Los sitios más importantes de El Salvador, representativos del Preclásico, incluyen a El Trapiche, las Victorias, Bolinas y Casa Blanca (en Chalchuapa); San Andrés, La Cuchilla, El Cambio, Sitio Sucio, Sitio del Niño, Agua Caliente y Los Lagartos (en el Valle de Zapotitán) y Quelepa[58] (en la zona oriental de El Salvador).
Acorde a los estilos cerámicos identificados en Chalchuapa, dentro de la fase Cerámico Tok,[59] se advierte que existían relaciones con otros asentamientos del Preclásico, ubicados en las tierras altas y la costa del Pacífico de Guatemala, por ejemplo Salinas La Blanca.[60]
En Chalchuapa, alrededor del siglo VIII antes de nuestra era, el estilo escultórico olmeca aparece manifiesto en las piedras grabadas de Las Victorias. El estilo refleja un segundo momento de influencia olmeca en Mesoamérica que, al parecer, provenía de La Venta.[61] En la cerámica (fase Colos) también se observa influencia olmeca.
Sin duda, el establecimiento de centros maya en El Salvador, a partir del 400 a.C, dio origen a una sucesión de asentamientos importantes en los que se ha venido a denominar «la frontera sur» de Mesoamérica.
Entre los sitios del Preclásico que se destacan por sus edificaciones se encuentran El Trapiche,[62] Santa Leticia[63] y Ataco[64] en el departamento de Ahuachapán; Atalaya[65] en Sonsonate, y Quelepa en el departamento de San Miguel.[66] [67]
En Quelepa, la alfarería típica de este período está compuesta por Usulután y la cerámica de importación, rojo fino y café-negro; estas apuntan hacia vínculos con el centro y occidente de El Salvador, particularmente con los complejos cerámicos Chul y Caynac, en Chalchuapa; con las Tierras Altas de Guatemala (fases Providencia, Miraflores y Arenal de Kaminaljuyú); con el occidente de Honduras (período «Arcaico» de Copán) y con el centro de Honduras.
En lo que se refiere a la escultura del período se reporta la existencia de al menos cincuenta monumentos esculpidos de la tradición Cabeza de Jaguar procedentes de los departamentos de Ahuachapán, Sonsonate y Santa Ana, los cuales dan más luz sobre el componente maya temprano en el occidente de El Salvador.[68]
Las Cabezas de Jaguar se usaron durante el Preclásico tardío junto con barrigones, estelas lisas y estelas talladas. El reciente hallazgo del monumento 1 de Ataco (ca. 200 a.C.- 200 d.C.) es, sin duda, un aporte novedoso al conocimiento que tenemos sobre representaciones de autoridades sagradas en el occidente de El Salvador. Su asociación a tres monumentos de la tradición Cabeza de Jaguar refuerza los hallazgos realizados por Sharer, en el sitio El Trapiche, en Chalchuapa.
El monumento 1 (fragmento de estela con textos jeroglíficos) fue localizado a solo unos metros de un ejemplar de la tradición Cabeza de Jaguar, a su vez bajo la capa de ceniza de Ilopango.
El Altar del Jaguar[69] —en el que aparecen los rostros estilizados de dos felinos y la cabeza de un tercer jaguar que se ubica en medio de los rostros— es único en Quelepa; su estilo está relacionado con Kaminaljuyú.[70]
Hacia el primer siglo de nuestra era, en Quelepa se erigen amplias plataformas, a manera de terrazas, con espacios ceremoniales que le otorgan un carácter particular al sitio. Aunque la cerámica de la fase final del Preclásico en Quelepa presenta vínculos con estilos del oeste salvadoreño, varios atributos la aproximan, incuestionablemente, a Copán y a Los Naranjos, en Honduras.
En el área que actualmente ocupa la Presa Cerrón Grande,[71] se identificaron cinco sitios que pertenecen al período Preclásico: El Perical, El Cocal, El Campanario, Los Flores y río Grande.
En El Perical se encontró la cerámica más antigua, la cual data del 1,000 a.C. Sin embargo, el sitio más extenso y con estructuras redondas similares a las que se encuentran en Kaminaljuyú —en Guatemala— es Los Flores.
Período Clásico (250 -900 d.C.)
Lo «clásico» se caracteriza, fundamentalmente, por el apogeo y expansión cultural manifiestos en los órdenes arquitectónicos y artísticos. Esto no implica que el orbe «clásico» haya absorbido toda variabilidad local. Por el contrario, lo «clásico» hace alusión a formas dinámicas de hegemonía, con pulsaciones centro-periferia que aparecen de manera más incisiva, en determinados momentos, y que se debilitan en otros.
El desarrollo de esferas de interacción más extensas que en siglos anteriores promovió la complejidad política, en sistemas jerárquicos interregionales, los cuales llegaron a conformar el tipo de hegemonías descritas anteriormente. Teotihuacán fue precisamente una de estas formaciones hegemónicas mesoamericanas.
Este período implica profundos cambios en la sociedad prehispánica de la región que hoy ocupa El Salvador. Estos cambios fueron consecuencia, en gran parte, de uno de los eventos volcánicos de mayor trascendencia en la región: la erupción del volcán Ilopango, la cual es claramente identificada por gruesas capas de ceniza blanca, también llamadas TBJ.[72]
Recientes fechamientos ubican este evento hacia el 536 d.C.[73] De acuerdo con Dull (et al.), esta erupción volcánica fue la más formidable en Centroamérica en los últimos 84,000 años. Los efectos que la explosión habría tenido sobre las poblaciones cercanas fueron progresivos. Aquellas comunidades que se ubicaban en las cercanías del volcán no habrían sobrevivido a la erupción y a los agentes físico-químicos que esta emanó.
Poblaciones más lejanas habrían sufrido las consecuencias del fenómeno de manera gradual, pero progresiva. Dull et al. señalan que la población de Chalchuapa, por ejemplo, ubicada a 77 km al oeste del volcán, habría sobrevivido la erupción aunque el asentamiento fue totalmente abandonado.
Asimismo, la acumulación de ceniza y tefra en el río Paz no habría permitido a los pobladores cultivar en la zona.
Según Dull et al., los datos obtenidos de Tazumal corroboran estos resultados, ya que el sitio muestra señales de abandono hacia mediados del siglo VI. Tazumal no habría sido reocupado sino hasta finales del siglo VI. Otra fuente de información que corrobora esta revisión cronológica es el repentino crecimiento demográfico que experimentó Copán, en Honduras.
Dull et al., sostienen que este incremento poblacional se debió, en parte, a la migración de gente del oeste salvadoreño.
Entre los siglos III y IV, su influencia llegó hasta territorio salvadoreño. Tazumal[74] y Casa Blanca son claros ejemplos de esta ascendencia en el oeste de El Salvador.
Allí, los pobladores del Clásico construyeron plataformas piramidales y fachadas que presentan una aparente influencia teotihuacana.
La pirámide principal, en Tazumal, tiene 24 m de altura y presenta 13 etapas de construcción. La cerámica es monócroma, con algunos estilos bícromos. El estilo Usulután es aún producido, aunque aparecen estilos vinculados a Teotihuacán.
Durante la fase tardía (600-800 d.C.), se construyó la pirámide 1, utilizándose las plataformas de las fases anteriores. Se introdujo lo que algunos arqueólogos interpretan como juego de pelota, elemento que habría de conformar parte intrínseca de la ideología de la época y que demuestra que Tazumal tenía vínculos con Copán y otros sitios ubicados en las tierras bajas mayas.
Luego del lapso de tiempo que requirió para que las regiones aledañas al volcán Ilopango, afectadas por la enorme erupción ocurrida a mediados del siglo VI, pudieran rehabilitarse, algunos grupos maya reocuparon el Valle de Zapotitán.[75]
Allí, en San Andrés,[76] a comienzos del siglo VII, se construyó un complejo ceremonial, palaciego y comercial que tiene una extensión aproximada de 3 km2. El sitio incluye la Plaza Norte y la Plaza Sur. En la Plaza Norte yace la estructura (pirámide) más importantes del sitio: La Campana de San Andrés.
Payson Sheets sostiene que San Andrés recibió la influencia de Copán,[77] aunque la evidencia arqueológica apunta a que podría haber existido cierta influencia teotihuacana.[78] El sitio fue abandonado hacia el año 900 d.C.
Quizás, uno de los sitios de mayor significado para la arqueología —en sentido de la preservación de contextos arqueológicos— es Joya de Cerén.[79] El sitio está ubicado cerca de San Juan de Opico, en el Departamento de La Libertad, a unos 35 km al oeste de San Salvador, y tiene una extensión aproximada de 2ha. El área de Cerén presenta evidencia de actividad cultural previo a la erupción del volcán Ilopango hacia el año 530 d.C.
El evento ocasionó el abandono de la aldea.
El lugar fue reocupado, posteriormente, aunque alrededor del 600 d.C., la erupción del volcán Loma Caldera, ubicado a un kilómetro de Cerén, hizo que la aldea quedase sepultada. El sitio fue descubierto en 1976 y, a partir de 1978, Payson Sheets dirigió las excavaciones en el lugar, descubriendo los restos intactos de estructuras, cerámica y otros artefactos empleados en actividades domésticas. Los análisis paleobotánicos y edafológicos han permitido reconstruir, casi en su integridad, la forma de vida de las personas que habitaron la aldea.
En Quelepa, durante este período, se construyeron nuevas estructuras que incluyen una plaza rectangular, un juego de pelota y varias plataformas. La cerámica contiene atributos que la vinculan con las tierras bajas mayas y el Golfo de México, incluyendo instrumentos musicales, como flautas y ocarinas, así como figurillas con ruedas. El vínculo con el Golfo de México también está representado por objetos tallados en piedra.
Otros sitios representativos del período Clásico son Cara Sucia,[80] Amulunga, La Huesera, Los Llanitos, Vividores, Asanyamba, Santa Teresa, Hacienda Colima, Salinas de Ayachapa, Hacienda La Presita, Punian, Mucuyu y La Boquita.
El trabajo de rescate arqueológico realizado en el valle El Paraíso, por Fowler y Earnest,[81] identificó 12 sitios asociados con el período Clásico: La Ciénega, El Rosario, La Criba, Las Guaras, El Remolino, El Perical, Malacatero, El Tamarindo, El Tanque, La Boquita, El Dorado y El Tablón. Estos sitios, a decir de sus componentes cerámicos, muestran vínculos con cerámica de Copán —en Honduras— y de Chalchuapa. De estos, El Tanque presenta evidencia de una alta densidad, a manera de viviendas alrededor de una plazuela, mientras que otros sitios presentan arquitectura típica del juego de pelota.
Período Posclásico (900-1540 d.C.)
Hacia finales del siglo IX, se dan cambios importantes en la composición étnica de los pueblos que se asentaron en territorio salvadoreño. Aunque son diversos los argumentos expuestos para explicar el abandono de la mayoría de los sitios del período Clásico, una de las conclusiones a las que llegan muchos investigadores está relacionada con el arribo de nuevos grupos étnicos al área, quienes luego conformarían los grupos pipiles del Postclásico tardío.
De este modo, algunos investigadores sostienen que los pipiles tienen su origen en pueblos de habla nahua en el norte y centro de México y que el proceso migratorio hacia el sur comenzó posiblemente a mediados del período Clásico.
Otros investigadores sostienen que la migración tuvo lugar durante el Epiclásico[82] (800 d.C.) y Posclásico temprano[83]. Sharer [84] argumenta que grupos predecesores a los pipiles ya se habían establecido en las tierras altas del sur de Mesoamérica durante el período Clásico y que su intrusión en territorio salvadoreño tuvo una arremetida más enérgica en el Postclásico. Otros investigadores, no obstante, señalan que los pipiles estuvieron vinculados con los toltecas.[85] Lo cierto es que los patrones de interacción que mantenían los anteriores centros fueron alterados por la llegada de estos nuevos grupos.[86]
En el valle de Chalchuapa, los pipiles habrían compartido espacios con los Chorti y los Xinca, aspecto que estaría plasmado en el registro arqueológico.[87] Gradualmente, los pipiles habrían ganado mayores espacios de poder y habrían tomado el control de Tazumal hasta el 1200 d.C. Según referencias coloniales, grupos mayas pokomanes aún habitaban en la zona durante la intrusión española.[88] En Chalchuapa, los bienes importados demuestran que esta región mantuvo contacto con pueblos en Honduras (Copán) y con el centro de México (Pachuca). Al margen de Chalchuapa, otros sitios mayores del Postclásico son Tehuacán, Las Marías[89] y Cihuatán.[90]
En la Cuenca de Cerrón Grande, Fowler y Earnest identificaron ocho sitios con componentes cerámicos pertenecientes al período Postclásico. De estos, tres son sitios que fueron identificados hace varios decenios: Cihuatán, San Jerónimo y San Francisco.
Los otros cinco son El Zapote, Chacalingo I, Chacalingo II, Santa María y El Chaparral.
Al igual que en otras regiones de El Salvador, el arribo de grupos pipiles transformó las relaciones de poder en la cuenca. La cultura material que fue introducida en la región es prueba patente de esta transformación.
Con una extensión de aproximadamente 3 km2, Cihuatán tuvo su auge entre el 900 y 1200 d.C. Estuvo compuesto por varias etnias, entre las que se incluye a los pipiles. Al igual que en Chalchuapa, la cerámica de Cihuatán demuestra la existencia de vínculos extensos con poblaciones mexicanas.
La mayoría de las investigaciones en Cihuatán han sido llevadas a cabo en el Centro Ceremonial Poniente, aunque en los últimos diez años las investigaciones se han concentrado en reconocimientos y excavaciones en el sector oriente del sitio, así como en reconocimientos en la región de Guazapa. Estos proyectos en la zona han sido dirigidos por Paul Amaroli y la Fundación Nacional de Arqueología (FUNDAR), otorgando importantes avances para la interpretación del área.[91]
Debido a que Chichén Itza —centro ubicado en la Península de Yucatán— fue parte de la red tolteca,[92] Cihuatán, al parecer, también mantuvo vínculos con poblaciones de la península. El sitio fue abandonado alrededor de 1200 d.C.
La lista de sitios que datan del período Postclásico incluye a los siguientes: Isla El Cajete, Laguna Seca, Carranza, Pampe, Loma China, Cerro La Olla, La Sabana, Cerro Legal, El Mico, San Jerónimo, Lago de Güija, Moquero, Playona Grande, Nuevo Tazumal, Vergeles del Edén, San Rafael, Playitas, Sitio de Jesús II, San Francisco, El Güisnay, El Copinol y Tacuzcalco.
Avances en la arqueología del oriente de El Salvador
Cabe mencionar que la zona oriental del país, hasta no más de una década atrás, había sido poco estudiada. El Salvador cuenta con un registro de más de 671 sitios arqueológicos. De esta cifra, la mayor parte se concentra en la zona de Zapotitán, en el departamento de La Libertad, y Chalchuapa, en el departamento de Santa Ana.
No obstante, las investigaciones en la zona oriental, siguiendo el trabajo pionero de Longyear y Boggs, se han intensificado, debido en gran parte al auge constructivo en la región, sobre todo en el Golfo de Fonseca y zonas adyacentes.[93] En cuanto se refiere a estudios, reconocimientos y observaciones previos en la zona oriental incluyendo el Golfo de Fonseca y la zona norte de San Miguel, estos han permitido ahondar en el formidable patrimonio arqueológico de la región.
Para esta región se cuenta con un importante antecedente en los trabajos de rescate realizados antes de la construcción de la Central Hidroeléctrica 15 de Septiembre, conocida también como presa San Lorenzo, en 1981.
Las intervenciones en el área a ser inundada por la Central Hidroeléctrica requirieron, además de reconocimientos arqueológicos, la ejecución de labores de rescate, los cuales fueron dirigidos por Stanley H. Boggs, en aquel entonces jefe del Departamento de Arqueología de la Dirección Nacional de Patrimonio Cultural.
Como resultado se lograron identificar importantes evidencias posclásicas provenientes de sitios como Loma China, los cuales se acompañaban de entierros asociados a vasijas Naranja Fino Siho, Plomizos Tohil, Nicoya y obsidiana verde. Aquellos resultados permitieron formular teorías relacionadas a la presencia o contactos con grupos venidos del altiplano de México, a más de 2,000 kilómetros de distancia. Aquellos estudios también identifican sitios rupestres los cuales quedaron sumergidos.
Frederic Lange, en 2002, realizó un reconocimiento preliminar en la región a ser inundada por el embalse hidroeléctrico El Chaparral.
Dicho proyecto incluyó las primeras excavaciones arqueológicas en el área, logrando corroborar la existencia de un sitio en la ribera norte del río Torola, denominado Carolina, nombre el cual se deriva por encontrarse próximo a la población del mismo nombre. Luego el área fue nuevamente estudiada por Valdivieso en 2009, reportando el hallazgo de un mayor número de sitios prehispánicos y coloniales.
En 2003, arqueólogos de la entonces Unidad de Arqueología de CONCULTURA identificaron un sitio prehispánico en las inmediaciones de Sesori, consistente en dos montículos. El primero de los montículos es bajo, con aproximadamente 50 a l00 cm de altura, con un diámetro de 20 metros, el cual hasta la fecha carece de excavaciones arqueológicas y mayores estudios. En aquel reconocimiento se registró en superficie, contiguo al montículo, un yacimiento de piedras de moler y material cerámico, posiblemente del período Clásico.
En cuanto se refiere al segundo montículo, este mide aproximadamente diez metros de altura, con unos 40 metros de largo, orientado Este-Oeste. Esta elevación, por contener material arqueológico en superficie y abundante piedra, se presume corresponde a una estructura prehispánica asociada al primer montículo antes descrito.
La Casa de la Cultura de Sesori resguarda material cerámico y lítico, cuya tipología parece mantener relación con Quelepa. Una de las piezas almacenadas en la Casa de la Cultura corresponde a una mano de moler con características mejicanas.
Del mismo modo, en la región de Sesori se han registrado tres sitios arqueológicos más, los cuales carecen de investigación científica formal.[94] Según los materiales encontrados, los sitios prehispánicos de la zona tienen su origen en el período Clásico tardío (600 d.C. – 900 d.C.).
Entre los artefactos recuperados mediante recolección superficial se cuenta con una piedra de moler-efigie, zoomorfa, la cual incluye soportes.
Se tienen otros metates, algunos de bordes abiertos y otros sin bordes, malacates, así como una figurilla similar al tipo 3 descrita por Andrews, en Quelepa y el valle central de San Miguel.
Al margen de Quelepa, otros sitios importantes se ubican próximos a la costa del Golfo de Fonseca, entre los que se encuentran Amapala, o Pueblo Viejo (época colonial) y Punta Chiquirín y Asanyamba, o Chapernalito (período Clásico).
Este último, registrado por Stanley H. Boggs a finales de la década del setenta, proporciona una importante fuente de información, tanto así que parte de las más importantes piezas expuestas en las vitrinas del Museo Nacional de Antropología provienen de este sitio.[95] El estudio de artefactos provenientes de Asanyamba, realizado por Marilyn Beaudry, confirma contactos con regiones lejanas en el interior de Honduras, Nicaragua y El Salvador incluyendo la zona occidental de este último.
Las primeras labores de rescate en Asanyamba fueron realizadas por Ahmed Abdally Posada, asistente del entonces Departamento de Arqueología, en noviembre de 1977. Para aquel tiempo se infería que el sitio era un puerto pre-hispánico en las costas del Golfo de Fonseca, lugar donde partía la importación de moluscos petrificados (supuestamente provenientes de Costa Rica), adornos, cerámica y otros.
La mayor parte del sitio está compuesto por concheros con gran cantidad de restos humanos y artefactos arqueológicos, en una extensión no mayor a 4 ha. Se trata de una cantidad considerable de montículos bajos y de altura regular no mayor de los 3 m, y otros apenas observables en superficie. Estos montículos sobrepasan la veintena, lo cual indica que es uno de los más extensos sitios arqueológicos del Golfo de Fonseca.
Desde la superficie es posible distinguir algunas estructuras edificadas a base de rocas basálticas y abundantes conchas. Gran parte de estos montículos se perciben dispersos y otros parecen ordenarse concéntricamente, a manera de permitir espacios a pequeñas plazas.
Los concheros, o conjunto de concheros, son llamados también conchitajes. Nuevas investigaciones han revelado que otros conchitajes, como los de Asanyamba y Las Tunas (departamento de La Unión) y Huiscoyolate (Sonsonate), se distribuyen también en diversas partes del Golfo de Fonseca.
En los últimos años se ha demostrado, mediante exhaustivos recorridos arqueológicos realizados en las islas Zacatillo, Meanguera, en Conchaguita, en el estero La Manzanilla, y en Plan de la Montaña (noroeste de la ciudad de La Unión) la existencia de un mayor número de asentamientos prehispánicos.
En el caso de las estructuras en la zona del golfo, tal es el caso de Chiquirín, puede sugerirse que existía un sistema constructivo mixto, en el que se utiliza la piedra y concha para las edificaciones. Asanyamba, posiblemente, fue un centro rector de la zona, el cual mantuvo contactos con varias regiones, incluyendo la periferia este de la región maya.[96]
En 2002, se llevaron a cabo rescates arqueológicos en Punta Chiquirín, supervisados por Marlon Escamilla y Shione Shibata.[97] Luego el mismo sitio fue intervenido por Noboyuki Ito de la Universidad de Nagoya, Japón. Por un lado, se tiene una alta concentración de sitios identificados en las islas del golfo, específicamente en Zacatillo, resultado de recientes reconocimientos pedestres, realizados por Esteban Gómez.[98] Por otro lado, a estos trabajos también se suman los proyectos de reconocimiento realizados por Fabio Esteban Amador (parte del proyecto SIEPAC), los cuales han demostrado la existencia de evidencias arqueológicas significativas en el trayecto de la línea de transmisión proyectada en el trazo de la zona oriental del país.
Amador a su vez, junto con Rosa María Ramírez y Frances Paola Garnica, entre 2006 y 2008, llevaron a cabo uno de los más importantes proyectos de reconocimiento en la zona oriental de El Salvador, financiado por FAMSI y la Universidad de El Salvador.
Como resultado, se obtuvo un nuevo atlas arqueológico de la región, habiéndose registrado varios sitios y confirmado el estado actual de otros sitios previamente registrados en los departamentos de San Miguel, La Unión, Cabañas, Usulután, y Morazán.[99]
La vasta presencia de sitios arqueológicos en la región oriental del El Salvador también yace manifiesta en los reconocimientos y excavaciones arqueológicas dirigidas por Valdivieso[100] en San Gerardo y en la región norte de San Miguel, así como los recorridos realizados por Marlon Escamilla en las zonas adyacentes a Nueva Esparta al norte de La Unión, en 2007.
En este último se han registrado sitios con arte rupestre, mientras que en el primero se trata de más de una decena de sitios prehispánicos y coloniales, incluidos los obrajes de añil y haciendas.
En los reconocimientos realizados por Valdivieso[101] en 44.5 kilómetros de área proyectada para la instalación de la línea de transmisión, entre la subestación El Chaparral y 15 de Septiembre, se identificaron sitios del período Clásico, desde la cordillera Cacahuatique hasta la ribera oeste del río Lempa, contiguo a San Ildefonso, en el departamento de San Vicente.
San Gerardo y Sesori comparten una misma región, la cual incluye San Luís de La Reina, Carolina y San Antonio del Mosco. Con estos hallazgos se puede considerar la existencia de corredores culturales y zonas de intercambio, en los cuales se incluía el valle de San Miguel y las regiones hacia el Oeste, en la cuenca alta del río Lempa y el valle El Paraíso.
Al parecer, el Clásico tardío, en el valle El Paraíso, representa un período de repoblamiento, luego de la erupción del volcán Ilopango en el 536 d.C. Esta época fue sujeta a un notorio crecimiento demográfico, desarrollo político y económico.
Muchos de los artefactos encontrados en sitios inundados por Cerrón Grande son semejantes a los de Tazumal y San Andrés, y con algunas cerámicas y líticas encontradas en sitios de la ribera oeste del río Lempa y sitios del río Torola. Lo anterior probablemente indica una unidad étnica entre las poblaciones de la zona central y occidental de El Salvador.
En concordancia con otros investigadores, este intercambio, según la evaluación de artefactos encontrados tanto en Cerrón Grande como en San Andrés y Tazumal, pudo darse con élites mayas de Copán, contribuyendo con ello al reforzamiento de la posición política de aquel lejano sitio en suroeste de Honduras. De conformidad con las evidencias arqueológicas, cabe la posibilidad de un efectivo arribo de nuevos grupos culturales en la zona oriental y occidental del país en el período Clásico tardío, posiblemente relacionada con los problemas en el área maya al final del período.[102]
Sitios como Casa Quemada,[103] El Chaparral, y otros localizados dentro del área proyectada para el futuro embalse de la presa El Chaparral, su origen y desarrollo no se dio de manera aislada, más bien pudo formar parte de los acontecimientos de la época y los intercambios culturales, cuya interpretación es permisible en la evaluación de su ubicación geográfica y artefactos provenientes de recolección superficial y primeras excavaciones.
A estos estudios se suman las intervenciones arqueológicas realizadas en Uluazapa, San Miguel, por Vicente Genovés, en 2006.[104] Genovés realizó reconocimientos en la zona del embalse de la futura presa El Cimarrón en la región norte de Santa Ana y Chalatenango,[105] y registró sitios prehispánicos, coloniales y republicanos.
Entre 2004 y 2006, la misión francesa dirigida por Sebastién Perrot-Minnot, Eric Gelliot y Phillipe Costa realizó reconocimientos en Cabañas y San Vicente, aportando valiosa información relacionada con el arte rupestre. Perrot-Minnot y su equipo realizaron estudios en el sitio El Junquillo en Cabañas, los cuales incluyen el patrón de asentamiento. La misión francesa fue la primera en ejecutar un estudio de carácter antropológico, con el objetivo de identificar el rol de la arqueología en las comunidades.[106]
Misuho Ikeda, de la Cooperación Japonesa, realizó un estudio similar en el área de Nueva Esperanza, en 2010, en la región del Bajo Lempa, en el departamento de San Vicente. Estos últimos estudios se articulan con excavaciones de rescate en un entierro preclásico con ofrendas, el cual fue dirigido por Akira Ichicawa y Shione Shibata, en coordinación con el Departamento de Arqueología de CONCULTURA, entre 2006 y 2009.
Asentamientos preclásicos en el departamento de San Vicente ya habían sido registrados con anterioridad. Erquicia, junto con arqueólogos de la entonces Unidad de Arqueología de CONCULTURA, dirigió en 2001 excavaciones de rescate de un entierro colectivo con al menos 22 ofrendas, en Verapaz, departamento de San Vicente.[107]
En 2007, Albarracín-Jordan llevó a cabo un análisis de situación del patrimonio cultural de El Salvador, en general, y de la arqueología, en particular, incluyendo aspectos institucionales y de desempeño organizacional. Esta evaluación formó parte de la Evaluación Ambiental Estratégica (EAE) del Programa de Desarrollo Sostenible de la Zona Norte, financiada por la Corporación del Reto del Milenio.
Posteriormente, en 2008, Albarracín-Jordan, en colaboración con Valdivieso, dirigió uno de los más amplios diagnósticos realizados en la región norte y nororiente, en el marco del programa de desarrollo financiado por FOMILENIO y el Gobierno de los Estados Unidos (a través de la Corporación del Reto del Milenio) para la construcción de la Carretera Longitudinal del Norte.
El trabajo de campo incluyó el recorrido pedestre de aproximadamente 150 kilómetros, entre los departamentos de Santa Ana, Chalatenango, Cabañas y San Miguel, lográndose registrar 53 sitios arqueológicos, entre estos varios sitios del período Posclásico, en el área de derecho de vía de la carretera.[108]
En resumen, aunque las investigaciones arqueológicas en El Salvador fueron afectadas por el conflicto armado, entre 1980 y 1992, durante inicios del nuevo milenio los estudios empezaron a tomar mayor dinámica y mayor cuidado en cuanto al registro de sitios se refiere.
A ello se suma la formación de arqueólogos salvadoreños en la Universidad Tecnológica (UTEC) y la preparación de otros jóvenes arqueólogos en el exterior. La nueva generación de arqueólogos salvadoreños también devino en una mayor interacción con arqueólogos de países vecinos y de otras regiones.
La intensidad teórica que caracterizó a esta nueva fase coincidió, en la praxis, con la mayor atención otorgada, por ley, al cuidado del patrimonio arqueológico y a la realización de estudios de impacto arqueológico, tal como señala la lista de los estudios mencionados anteriormente.
Estas evaluaciones permitieron ampliar el registro de sitios, particularmente, en zonas marginadas en épocas anteriores.
La zona norte y la región oriental, en general, fueron objeto de prospecciones arqueológicas y de labores de rescate que generaron información valiosa acerca de la profundidad histórica de estas áreas y de sus vínculos con poblaciones de otras regiones.
Este caudal de información ha generado nuevas necesidades en la estructura administrativa y científica del patrimonio arqueológico. Desafortunadamente, la respuesta del Estado, al igual que la época anterior al conflicto armado, ha sido lánguida y estrecha.
El presupuesto asignado para cubrir eficazmente las tareas administrativas, de investigación, restauración, conservación y puesta en valor del patrimonio arqueológico es ínfimo, afectando el desempeño del actual departamento de arqueología. La débil política cultural salvadoreña, no obstante, no solo afecta a la dimensión arqueológica, sino que influye en la forma en la que se articula el legado indígena en la sociedad en su conjunto.
Conclusiones
El patrimonio arqueológico de El Salvador contiene elementos que destacan la diversidad cultural como fuente del potencial de desarrollo del país. Del estado actual del conocimiento, la profundidad y complejidad históricas que encierra la dualidad entre occidente y oriente son extraordinarias.
En particular, la aún poco conocida región oriental esconde importantes antecedentes sobre los vínculos que existieron entre pueblos mesoamericanos y comunidades asociadas con esferas culturales sudamericanas y caribeñas en épocas prehispánicas.
Lo poco que se ha identificado, durante la última década, apunta hacia una importante y compleja red de asentamientos con múltiples vínculos regionales. Esto hace suponer que la denominada «periferia» mesoamericana no tuvo un rol tangencial al desarrollo de los centros ceremoniales, sino que contuvo una expresión propia, creíblemente mucho más articuladora de lo que se pensaba con anterioridad.
Las primeras descripciones de la arquitectura que contienen los principales centros ceremoniales sentaron las bases para que el interés por el pasado prehispánico no perdiera lugar en las políticas de Estado.
Ello, no obstante, no significó que el pasado indígena tuviese el mismo sitial en la participación efectiva de las comunidades con el patrimonio arqueológico.
Por el contrario, la disociación que se hizo entre la arquitectura monumental (entendida como el legado material de culturas «superiores») y las comunidades indígenas de la época (concebidas como la manifestación retrógrada de la «modernidad») fue determinante para que el sistema político instaurado desde la Colonia se asentara con mayor fuerza en el primer siglo de la república. Podría decirse que fue la «forma» del legado indígena, no el «contenido», la que se utilizó para formular e implementar las políticas culturales.
Entrado el siglo XX, sectores de la intelectualidad salvadoreña se interesaron en estudiar —con los métodos de la época— parte del «contenido» histórico de los antiguos monumentos, sin que ello implique influencia alguna en el sistema de poder establecido en el país.
Contrariamente a lo que acontecía en otros países latinoamericanos —como México o Perú— con el movimiento indigenista y su rol en la valoración del pasado prehispánico, en El Salvador se produjo una de las más feroces masacres en contra de las comunidades indígenas acusadas de estar alineadas con movimientos comunistas. Ejemplo de ello fue la dictadura de Maximiliano Hernández Martínez, durante la cual se exterminaron miles de indígenas de descendencia pipil.[109]
Desde la perspectiva indígena, la lucha por sus derechos estaba casi perdida, restando únicamente la conversión forzosa a los códigos de la «modernidad», cambiando su lengua y sus tradiciones.
La arqueología «tradicional» tuvo a su mayor representante en la figura de Stanley H. Boggs. El aporte de Boggs fue decisivo para que los distintos Gobiernos con los que tuvo que interactuar dieran lugar a la creación de secciones administrativas públicas, encargadas de velar por el patrimonio arqueológico.
Fue Boggs quien abrió varios frentes, tanto públicos como privados, para que la arqueología se introdujera en la consciencia social más amplia. Su incansable labor de promoción del patrimonio arqueológico jugó un papel significativo en la protección de varios sitios y en la divulgación de su significado histórico y social.
Sin embargo, uno de los resultados de la personalización de la arqueología salvadoreña en la figura de Boggs fue el débil desarrollo del sistema institucional. Dicho de otro modo, no se formó un grupo de investigadores salvadoreños que generaran discusiones internas o debates sobre el patrimonio arqueológico. Todo descubrimiento o estudio realizado en El Salvador era remitido o puesto en conocimiento de Boggs.
Con el fallecimiento de Boggs, en 1991, se produjo un vacío de liderazgo en el tema del patrimonio arqueológico, probablemente no tan evidente, a consecuencia del conflicto armado. Fueron varios años, después de los Acuerdo de Paz, los que se necesitaron para que la nueva generación de arqueólogos encaminara la arqueología salvadoreña por un nuevo curso.
Los avances en teoría y método en El Salvador, desde comienzos del milenio, han sido resultado de nuevas interacciones con la comunidad académica de otros países.
Aunque los avances en el marco normativo han sido eficaces, en general el insuficiente presupuesto que le asigna el Gobierno para atender las múltiples labores ha sido el principal obstáculo para mejorar el desempeño organizacional del Departamento de Arqueología. Es de suponer que la nueva generación de arqueólogos salvadoreños tendrá un rol más amplio en la influencia que se requiere para que la clase política pueda ensanchar una visión de la identidad salvadoreña basada en la defensa y promoción del legado prehispánico y de su continuidad, tanto en forma como en contenido.
[1] John L. Stephens nació en Nueva Jersey en 1805 y murió en Nueva York, en 1852, a causa de la malaria contraída en Panamá durante la construcción del ferrocarril. Es considerado uno de los fundadores de la arqueología mesoamericana. Michael D. Coe, El desciframiento de los glifos mayas (México: Fondo de Cultura Económica, 1995); J. L. Stephens, Incidentes de viaje en Centroamérica, Chiapas y Yucatán (San José, Costa Rica: EDUCA, 1971).
[2] Michael D. Coe, El desciframiento de los glifos mayas (México: Fondo de Cultura Económica, 1995).
[3] E. G. Squier y Edwin H. Davis fueron los pioneros de la arqueología norteamericana. Su libro Ancient Monuments of the Mississippi Valley fue el primer libro publicado por el Smithsonian Institution en 1848. E. G. Squier, «The Great Ship Canal Question: England and Costa Rica Versus the United States and Nicaragua,»
The American Whig Review 6 (1850): 441-455 (escrito por Squier, pero sin su firma); Nicaragua; Its People, Scenery, Monuments, and the Proposed Interoceanic Canal (New York: Appleton and Co., Publishers, 1852); Notes on Central America; Particularly the States of Honduras and San Salvador; their geography, topography, climate, population, resources, production, etc., etc., and the proposed inter-oceanic railway (New York: Harper and Brothers, Publishers, 1855).
[4] Ephraim G. Squier, Notes on Central America; particularly the states of Honduras and San Salvador, 321-323.
[5] Juan Albarracín-Jordan, Política y etnología norteamericanas del siglo XIX. Ephraim George Squier en Centroamérica, Perú y Bolivia (La Paz: Fundación Bartolomé de Las Casas/Plural Editores, 2011).
[6] «It has been supposed that the Pipil Indians, occupying the coast of San Salvador, were also of Mexican origin, and arrived in Central America at the same time with the colony in Nicaragua. We have no vocabulary of their language, but the names of most of the places in the region which they occupied, or occupy, are clearly Mexican. Istepec, Usulután, Sesultepec, Cuscutlán, Suchiltepec, Cojutepec, Cuyutitan, Jilpango, etc., are unmistakably Mexican. It has, however, been suspected that the friendly Indians from Mexico, who accompanied Alvarado in his conquest of the country, were established here, and that the names to which I have referred were given by them. This is a point which is yet open to investigation; meantime, I incline to the belief that a Mexican colony also existed in San Salvador», Ephraim G. Squier, Travels in Central America, particularly in Nicaragua. With a description of its aboriginal monuments, scenery and people, their languages, institutions, religion, etc. Illustrated by numerous maps and coloured illustrations. Vols. I and II (New York: D. Appleton & Co., Publishers, 1853).
[7] Ephraim G. Squier, Notes on Central America; Particularly the States of Honduras and San Salvador (New York: Harper and Brothers, Publishers, 1855), 340.
[8] Fernand Jean Batiste Marie Montessus de Ballore nació en Domperre-Sauvignes, Francia, en 1851, y falleció en Santiago de Chile en 1923.
[9] Carlos Cañas-Dinarte, «Montessus de Ballore. Un sismólogo francés en El Salvador del siglo XIX,» Hqnngvq» dkqitƒÞeq.» Et„pkecu» fg» pwguvtc» vkgttc0″ Jkuvqtkc» pcvwtcn» fg» Gn» Ucnxcfqt (San Salvador: CONCULTURA, 2001, Telecom, 2003, y Walter Hernández); Carlos Cañas Dinarte et al (San Salvador: Aseguradora Suiza Salvadoreña S. A.-ASESUISA, 2009).
[10] Los pobladores llaman a la zona El León de Piedra, nombre atribuido por la existencia de una escultura grande, la cual adopta la forma de un felino, posiblemente un jaguar. El sitio se ubica en la antigua hacienda Opico, a 10 km de la ciudad de San Vicente. Fue ocupado durante el Clásico tardío (600-900 d.C.). Se le calcula una extensión de 1.5 km2, en cuya área nuclear pueden percibirse terraplenes, rampas, plataformas, murallas bajas y montículos; el más grande de estos últimos puede alcanzar los 20 metros de altura con 40 y 60 metros de largo y ancho. Las edificaciones fueron elaboradas de canto y tierra. La cerámica de Tehuacán sugiere corresponder con las fases Shila y Lepa de Quelepa en el departamento de San Miguel. Para algunos arqueólogos estos dos sitios son muy similares.
[11] Samuel K. Lothrop, «The Southeastern Frontier of the Maya,» American Anthropologist, New Series 41, n.° 1 (1939): 42-54.
[12] Stanley H. Boggs nació el 8 de agosto de 1914, en Warsaw, Indiana.
[13] Stanley H. Boggs, «Notas sobre las excavaciones en la hacienda San Andrés, Departamento de La Libertad,» Tsunpame año III, n.° 1 (1943): 104-126; «Observaciones respecto a la importancia de Tazumal en la prehistoria salvadoreña,» Tsunpame año III, n.° 1 (1943): 127-133; «Excavations in Central and Western El Salvador,» Archaeological Investigations in El Salvador, ed. John M. Longyear III; Memoirs of the Peabody Museum of Archaeology and Ethnology, vol. IX, n.° 2, appendix C (Cambridge: Harvard University, 1944a), 51-72; «A Preconquest Tomb on the Cerro del Zapote, El Salvador,» Notes on Middle American Archaeology and Ethnology, vol. II, n.° 32, (Washington D.C.: Carnegie Institution of Washington, 1944b), 8-15; «Informe sobre la tercera temporada de excavaciones en las ruinas de Tazumal,» Tsunpame V, n.° 4 (1945): 33-45; «Excavations of Tazumal, El Salvador,» Yearbook of the American Philosophical Society (1962), 488-491; «Excavations at Tazumal, El Salvador,» Yearbook of the American Philosophical Society (1963), 505-507; Pottery Jars from the Loma del Tacuazin, El Salvador (Middle American Research Institute, Publication Number 28. New Orleans: Tulane University, 1966); «Excavations at Almulunga, El Salvador,» Katunob 6, n.° 2 (1967): 57; «Figurillas con ruedas de Cihuatán y el oriente de El Salvador,» Colección Antropología, n.° 3 (Ministerio de Educación, El Salvador, 1972); «Current Archaeological Research in El Salvador,» Mexicon I, n.° 4 (1979): 43-44; «Continuing Archaeological Work in El Salvador,» Mexicon III, n.° 4 (1981): 61; «Archaeological Excavations in El Salvador, 1983,» Mexicon VI, n.° 1 (1984): 4-5.
[14] Fabricio Valdivieso, «Remembranzas de un departamento de arqueología con los primeros arqueólogos formados en El Salvador,» Kóot 1, n.° 2 (2010): 77-99.
[15] John M. Longyear III, Archaeological Investigations in El Salvador (Peabody Museum of Archaeology and Ethnology. Harvard University, 1944).
[16] Paul Kirchhoff, «Mesoamérica. Sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales,» Acta Americana 1 (1943): 92-107; «Mesoamérica,» Suplemento de la revista Tlatoani (México, 1960).
[17] Richard E. Blanton, Stephen A. Kowalewski, Gary Feinman y Jill Appel, Ancient Mesoamerica. A comparison of change in three regions (New York: Cambridge University Press, 1981).
[18] Anne Chapman, «Mesoamérica: ¿estructura o historia?,» en La validez teórica del concepto de Mesoamérica (México: INAH/SMA, 1990), 21-29; Winifred Creamer, «Mesoamerica as a Concept: An Archaeological View form Central America,» Latin American Research Review 22, n.°1 (1987): 35-62; Moctezuma Ramiro Matos, «Mesoamérica,» en Historia antigua de México. Vol I. El México antiguo, sus áreas culturales, los orígenes y el horizonte Preclásico, coords. Linda Manzanilla y Leonardo López Luján (México: INAH/UNAM, 2000), 95-119; Enrique Nalda, «¿Qué es lo que define Mesoamérica?,» en La validez teórica del concepto de Mesoamérica (México: INAH/SMA, 1990), 11-20.
[19] Moctezuma Ramiro Matos, «Mesoamérica,» 95-119.
[20] Gordon R. Willey y Philip Phillips, Method and Theory in American Archaeology (The University of Chicago Press, 1958).
[21] Wolfgang Haberland, «A Pre-Classic Complex of Western El Salvador, C.A,» Proceedings of the Thirty-Second International Congress of Americanists [Copenhagen 1956] (Copenhagen: Munksgaard, 1958), 485-490; «Ceramic Sequences in El Salvador,» American Antiquity 26, n.° 1 (1960): 21-29; «Marihua Red-on-Buff and the Pipil Question,» Ethnos 1-2 (1964): 73-86.
[22] «Material Preclásico de San Salvador,» Comunicaciones 4, n.° 3-4 (San Salvador: Instituto Tropical de Investigaciones Científicas, 1955): 105-112.
[23] «Excavations in El Salvador,» The University Museum Bulletin 19, n.° 2 (Philadelphia: University Museum, 1955): 14-21.
[24] «El sitio arqueológico de San Nicolás, Municipio de Ahuachapán, El Salvador,» Estudios de Cultura Maya 7 (1972): 57-66
[25] L. R. Binford, «Archaeology as Anthropology,» American Antiquity 28, n.° 2 (1962): 217–225; «Archaeological systematics and the study of culture process,» en Contemporary Archaeology, ed. M. Leone (Southern Illinois University, Carbondale, 1965), 125–132; New Perspectives in Archaeology (Chicago: Aldine Press, 1968).
[26] Síntesis de la Arqueología de El Salvador, Colección Antropología e Historia n.° 21 (Consejo Nacional para la Cultura y el Arte / Dirección Nacional del Patrimonio Cultural, San Salvador, 1994).
[27] «Investigaciones preclásicas en Chalchuapa, El Salvador,» Anales del Museo Nacional «David J. Guzmán» XI, n.° 37-41 (San Salvador, 1967): 27-34; «The Prehistory of the Southern Maya Periphery,» Current Anthropology 15, n.° 2 (1974): 165-187.
[28] «Excavations at Quelepa, El Salvador» (Disertación de Doctorado, Departamento de Antropología, Tulane University, New Orleans).
[29] Luis Manuel Gamboa y Nadia Verónica Vélez, «Estratigrafía, cerámica y cronología. Pozas de Ventura, Campeche,» en XVII Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, eds. J.P. Laporte, B. Arroyo, H. Escobedo y H. Mejía (Guatemala: Museo Nacional de Arqueología y Etnología, 2003), 379- 391; Robert J. Sharer, The Prehistory of Chalchuapa, El Salvador: Pottery and Conclusions. Vol. 3 (Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1978), 1-204.
[30] William R. Fowler, Jr. «Programa de rescate arqueológico Cerrón Grande: Sub-Proyecto Hacienda Las Flores,» Anales del Museo Nacional «David J. Guzmán», n.° 49 (San Salvador, 1976): 13-49; «Informe preliminar sobre las excavaciones del montículo 3, El Tanque, Hacienda El Morrito, Departamento de Chalatenango,» Anales del Museo Nacional «David J. Guzmán», n.° 49 (San Salvador, 1976): 83-92; Willam R. Fowler, Jr. y E. Margarita Solís Angulo, «El mapa de Santa María: un sitio Posclásico de la región Cerrón Grande,» Anales del Museo Nacional «David J. Guzmán», n.° 50 (San Salvador, 1977): 13-17; William R. Fowler, Jr. y Howard D. Earnest, Jr., «Settlement Patterns and Prehistory of the Paraíso Basin of El Salvador,» Journal of Field Archaeology 12, n.° 1 (1985): 19-32.
[31] Howard D. Earnest, Jr., «Investigaciones efectuadas por el Proyecto No. 1: Programa de rescate arqueológico Cerrón Grande, en la Hacienda Santa Bárbara, Departamento de Chalatenango. Segundo Informe Preliminar,» Anales del Museo Nacional «David J. Guzmán», n.° 49 (San Salvador, 1976): 57-67; «Informe preliminar sobre investigaciones arqueológicas en la Ciénaga, la Hacienda Santa Bárbara y sitios aledaños, Departamento de Chalatenango,» Mesoamérica 12, n.° 21 (1991):122-126.
[32] Karen Olsen Bruhns, «Investigaciones arqueológicas en Cihuatán,» Anales del Museo Nacional «David J. Guzmán», n.° 3 (San Salvador, 1976): 75-82; Cihuatan: An Early Postclassic Town of El Salvador. Monographs in Anthropology, n.° 5 (Columbia, Missouri: University of Missouri, 1980).
[33] Jorge N. Mejía, «Las ruinas de San Andrés,» Flama, n.° 48 (San Salvador, 1984): 33-47.
[34] Arthur A. Demarest, «Santa Leticia and the development of complex society in southeastern Mesoamerica» (Disertación de Doctorado, Harvard University, 1981); «Political Evolution in the Maya Borderlands: The Salvadoran Frontier,» en The Southeast Classic Maya Zone, eds. Elizabeth H. Boone y Gordon R. Willey. Papers form de Dumbarton Oaks Symposium on the Southeast Classic Maya Zone (Washington D.C.: Dumbarton Oaks, 1988), 335-394.
[35] Payson D. Sheets, «The Prehistory of El Salvador: An Interpretive Summary,» en The Archaeology of Lower Central America, eds. F.W. Lange y D.Z. Stone (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1984), 85-112; The Ceren Site. A Prehistoric Village Buried by Volcanic Ash in Central America (Orlando: Harcourt Brace Javanovich Publishers, 1992); «Tropical Time Capsule: An Ancient Village Preserved in Volcanic Ash Yields Evidence of Mesoamerican Peasant Life,» Archaeology (July, 1994): 30-34.
[36] Kevin D. Black, Settlement Patterns n the Zapotitán Valley, El Salvador (Tesis de Maestría, Department of Anthropology, University of Colorado, Boulder, 1979).
[37] Christian J. Zier, «A Functional Análisis of Late Classic Period Maya Residence and Agricultural Field in the Zapotitán Valley, El Salvador» (Disertación de Doctorado, University Microfilms International, Ann Arbor, 1981).
[38] Susan M. Chandler, «Excavations at the El Cambio Site,» en Archaeology and Volcanism in Central America. The Zapotitán Valley of El Salvador, ed. Payson D. Sheets (Austin: University of Teas Press, 1983), 98-118.
[39] Paul E. Amaroli, «Cara Sucia: nueva luz sobre el pasado de la costa occidental de El Salvador,» Universitas 1 (San Salvador, 1984): 15-19.
[40] Luis Casasola García, «Jayaque, un sitio Preclásico de El Salvador» (Tesis de Maestría, Universidad Nacional Autónoma de México, 1977).
[41] Richard S. Crane, «Informe preliminar de las excavaciones arqueológicas de rescate efectuadas en 1974 en la Hacienda Colima, Depto. de Cuscatlán (Proyecto n.° 2, Programa de «Cerrón Grande»),» Anales del Museo Nacional «David J. Guzmán» 42-48 (San Salvador, 1975): 13-27.
[42] William R. Fowler, Jr. «Programa de rescate arqueológico Cerrón Grande: Sub-Proyecto Hacienda Las Flores,» Anales del Museo Nacional «David J. Guzmán», n.° 49 (San Salvador, 1976): 13-49.
[43] William R. Fowler, Jr. y Howard D. Earnest Jr «Settlement Patterns and Prehistpry of the Paraíso Basin of El Salvador,» Journal of Field Archaeology 12, n.°1 (1985): 19-32.
[44] Stanley H. Boggs, «Current Archaeological Research in El Salvador,» Mexicon I, n.° 4 (1979): 43-44; «Continuing Archaeological Work in El Salvador,» Mexicon III, n.° 4 (1981): 61
[45] Gregorio Bello-Suazo, Rescate arqueológico en Santa Teresa: una experiencia de arqueología alternativa. San Martín, San Salvador, El Salvador, C.A. (San Salvador: Fundación Salvadoreña de Desarrollo y Vivienda Mínima (FUNDASAL), Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), 1990); «Rescate arqueológico en Antiguo Cuscatlán: informe preliminar,» Mesoamérica 12, n.° 21 (1991): 115-121.
[46] Roger Atwood, «Deconstructing a Maya Pyramid,» Archaeology 59, n.° 5 (2006): 31-35.
[47] En 2004, una tormenta propició el derrumbe de la fachada sur de la B1-2. Luego de cinco décadas, el derrumbe activó tres años y medio de restauración arqueológica en el inmueble. El proyecto, dirigido por Valdivieso, consistió en la remoción total del cemento, de manera analítica mediante un proceso deconstructivo.
[48] Ernesto Vargas Pacheco, «La frontera meridional de Mesoamérica,» en Historia antigua de México. Vol I. El México antiguo, sus áreas culturales, los orígenes y el horizonte Preclásico, coords. Linda Manzanilla y Leonardo López Luján (México: INAH/UNAM, 2000), 191-220.
[49] Payson D. Sheets, «The Prehistory of El Salvador: An Interpretive Summary,» en The Archaeology of Lower Central America, eds. F.W. Lange y D.Z. Stone (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1984), 85-112.
[50] Esta formación rocosa mide aproximadamente 35 metros de ancho y 15 metros de altura y profundidad promedio. La singularidad de este sitio es tenida en torno a las representaciones gráficas rupestres. Se trata de pinturas con motivos antropomorfos y zoomorfos, entre los que se incluyen figuras humanas en pareja, manos, aves y otros animales y formas, en donde se distinguen colores rojo, negro, amarillo, blanco y verde.
[51] Elisenda Coladán y Paul Amaroli, «Las representaciones rupestres de El Salvador,» en Arte rupestre de México oriental y Centro América, Indiana 16, ed. Martin Künne y Mathias Strecker (Berlin, Alemania: Ibero-Amerikanisches Institut Gebr. Mann Verlag, 2003), 143-161.
[52] Gregorio Bello-Suazo, «La arqueología de El Salvador,» Arqueología Mexicana XIV, n.° 79 (2006).
[53] Hector Neff, Deborah M. Pearsall, John G. Jones, Bárbara Arroyo, Shawn K. Collins y Dorothy E. Freidel, «Early Maya Adaptive Patterns: Mid-Late Holocene Paleoenvironmental Evidence form Pacific Guatemala,» Latin American Antiquity 17, n.° 3 (2006): 287-315.
[54] Kent V. Flannery, Guilá Naquitz. Archaic Foraging and Early Agricultura in Oaxaca, México (New York: Academic Press, 1986).
[55] David Rindos, The Origins of Agriculture: An Evolutionary Perspective (New York: Academic Press, 1984).
[56] Robert A. Dull, «An 8000-Year Record of Vegetation, Climate, and Human Disturbance from the Sierra de Apaneca, El Salvador,» Quaternary Research 61 (2004): 159-167.
[57] Rebecca González Lauck, «La zona del Golfo en el Preclásico: la etapa olmeca,» en Historia antigua de México. Vol I. El México antiguo, sus áreas culturales, los orígenes y el horizonte Preclásico, coords. Linda Manzanilla y Leonardo López Luján (México: INAH/UNAM, 2000), 363-406.
[58] Existen varios sitios menores que también incluyen componentes de este período: Gualacho, Tovar, Apastepeque, laguna Cuzcachapa, San Isidro, Verapaz, Cerro Zapote, Hacienda Las Flores, El Tamarindo, La Ciénega, Río Grande, El Carmen y Las Tunas.
[59] Fase Tok. En Chalchuapa la cerámica de la fase Tok es fechada entre el 1200 y 900 a.C., y es considerada hace algunos años como la cerámica más remota de El Salvador, previo a los estudios en El Carmen, a mediados de la década de 1980. La cerámica Tok de Chalchuapa expone tecomates y ollas con filetes agregados y modelados. Robert J. Sharer, The Prehistory of Chalchuapa, El Salvador: Pottery and conclusions.
[60] Robert J. Sharer y James C. Gifford, «Preclassic Ceramics from Chalchuapa, El Salvador, and Their Relationships with the Maya Lowlands,» American Antiquity 35, n.° 4 (1970): 441-462.
[61]
[62] Rebecca González Lauck, «La zona del Golfo en el Preclásico: la etapa olmeca,» 363-406.
[63] Robert J. Sharer, «The Surface Surveys,» The Prehistory of Chalchuapa, El Salvador. Vol. 1. (Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1978), 15-39; William Fowler, Jr., El Salvador, antiguas civilizaciones (San Salvador, El Salvador: Banco Agrícola de El Salvador, 1995).
[64] Arthur A. Demarest, «Santa Leticia and the development of complex society in southeastern Mesoamerica»; Arthur A. Demarest y Robert J. Sharer, «The Origins and Evolution of Usulután Ceramics,» American Antiquity 47, n.° 4 (1982): 810-822.
[65] Federico Paredes Umaña, «Local Symbols and Regional Dynamics: The Jaguar Head Core Zone in Southeastern Mesoamerica During the Late Preclassic» (A dissertation work presented to the Faculty of the University of Pennsylvania. Degree of Doctor of Philosphy, 2012).
[66] Fabricio Valdivieso, «Atalaya. Un sitio preclásico en las costas de Acajutla,» Revista La Universidad (El Salvador, 2011).
[67] Bello-Suazo, «La arqueología de El Salvador.»
[68] Paredes Umaña, «Local Symbols and Regional Dynamics: The Jaguar Head Core Zone in Southeastern Mesoamérica During the Late Preclassic.»
[69] En conversación personal con Paredes Umaña (2012), este monumento no es necesariamente una estela, pero si un gran depósito de líquidos, similar en función tal vez a los reportados para el sitio Preclásico de Xochitécat, en el centro de México, y similar a Quelepa, por tener rampas de acceso a las estructuras en lugar de escalinatas. El motivo central de este monumento representa iconografía asociada al Preclásico tardío, con un interesante antecedente estilístico de la representación del Disco Jaguar de Cara Sucia (Clásico tardío).
[70] Andrews E., Wyllys V., The Archaeology of Quelepa, El Salvador. Publication 42 (New Orleans: Middle American Research Institute, Tulane University, 1976).
[71] Entre 1976 y 1977, la Presa Cerrón Grande fue concluida y los sitios arqueológicos que se encontraban en el área de embalse fueron cubiertos de agua. Los trabajos de rescate arqueológico, que fueron llevados a cabo antes de que se inundara la presa, fueron dirigidos por Richard S. Crane, Howard H. Earnest y William R. Fowler, Jr. bajo la supervisión de Stanley H. Boggs. El trabajo fue realizado en varias sesiones de campo y de gabinete. La prospección del área fue realizada en 1974. A este primer trabajo se sumaron las excavaciones y análisis llevados a cabo hasta la inundación de la presa. Fowler y Earnest dieron a conocer los resultados del plan de rescate arqueológico, habiéndose identificado un total de 24 sitios en el área, tanto en el sector del embalse como en sectores adyacentes.
[72] La Tierra Blanca Joven (TBJ) es un suelo de origen volcánico, arenoso uniforme, fino y suave, color blanquecino. San Salvador se encuentra asentada sobre esta gruesa capa volcánica. Próximo a la caldera de Ilopango, hoy ocupada por un extenso lago, pueden llegarse a encontrar estratos de esta tierra con espesores mayores de los 60 metros, mientras que en regiones distantes, próximas a las fronteras de Guatemala, esta capa puede apenas ostentar un grosor de 10 cm. Esta ceniza puede percibirse en muchos de los más importantes asentamientos arqueológicos de la zona occidental de El Salvador. En base a la presencia de esta tierra suave, los arqueólogos pueden emitir algunas interpretaciones relacionadas al estudio de un determinado sitio, y la datación del mismo.
[73] Robert Dull, John Southon, Steffen Kutterrolf, Armin Freundt, David Wahl y Payson Sheets. Did the Ilopango TBJ Eruption Cause the AD 536 Event? Afiche presentado en la reunión de la International Geophysical Union, diciembre 2010. PDF en posesión de los autores.
[74] En Tazumal, la estructura B1-1, la más representativa del sitio, es en realidad un grupo de estructuras superpuestas una sobre otra. Este grupo expone varias fases constructivas, que datan desde el período Clásico temprano hasta el Posclásico.
[75] Este valle se localiza en la denominada fosa central del país, la cual trata de una depresión de entre diez y treinta kilómetros de ancho, extendiéndose en eje noreste-suroeste, entre el departamento de Sonsonate y La Libertad. Entre los volcanes que han influido en la formación de suelos en el valle en épocas de actividad humana, se tienen primeramente Ilopango (536 d.C.), Laguna Caldera (590 d.C.), San Salvador o Boquerón (600 +/- 1,300 d.C.) y El Playón (3 de noviembre de 1658). Para principios del siglo XX, gran parte de esta región aún era selvática, cambiando paulatinamente con la agricultura y la industria que hoy impera en la zona. El residuo último de la laguna en el valle fue drenado durante el año de 1966. Aunque en el valle se encuentran sitios de varios períodos, los sitios del Clásico son los más representativos, incluyendo San Andrés y Joya de Cerén.
[76] San Andrés fue el centro regional primario. Tuvo su mayor auge en el período Clásico, con una extensión que alcanzaba los 3 km2, y un área nuclear de estructura ceremoniales que cubría aproximadamente 20 hectáreas. El sitio ha sido atribuido a la cultura maya. El sistema constructivo guarda mucha similitud con las estructuras del Clásico en Tazumal. Los contactos de este sitio se extendían hacia Copán, el área de Petén y la región del centro de México, incluyendo Teotihuacán. La excesiva restauración con cemento ha contaminado la muestra arquitectónica, lo cual puede dar lugar a falsas interpretaciones. Muchas estructuras prehispánicas en El Salvador, de este período denotan patrones arquitectónicos a base de tierra, sumamente degradados, a veces muy difícil de entender en labores de restauración. En años recientes, Paul Amaroli (arqueólogo de FUNDAR) dirigió la apertura de un túnel bajo la acrópolis del sitio, en el cual pueden apreciarse las bases arquitectónicas que dieron lugar a la construcción de la plaza principal, entre otros detalles.
[77] Payson D. Sheets, «The Prehistory of El Salvador: An Interpretive Summary,» en The Archaeology of Lower Central America, eds. F.W. Lange y D.Z. Stone (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1984), 85-112; The Ceren Site. A Prehistoric Village Buried by Volcanic Ash in Central America (Orlando: Harcourt Brace Javanovich Publishers, 1992); «Tropical Time Capsule: An Ancient Village Preserved in Volcanic Ash Yields Evidence of Mesoamerican Peasant Life,» Archaeology (July, 1994): 30-34.
[78] Joya de Cerén fue una aldea en las riberas del Río Sucio, en el valle de Zapotitán. Joya de Cerén debió ser una de tantas comunidades prehispánicas relativamente alejada de los grandes centros ceremoniales. Las excavaciones en el sitio demostraron al menos la existencia de 18 estructuras arqueológicas incluyendo todos los implementos domésticos de quienes allí habitaron. Esta aldea, descubierta en 1976, sepultada por la ceniza de Loma Caldera, es una de las más fieles muestras arqueológicas del ambiente social y cultural de las antiguas poblaciones. Entre sus estructuras se tienen bodegas, dormitorios, una estructura comunal, una sauna, estructuras destinadas a usos chamánicos y cocinas. Este sitio fue nombrado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, en 1993. Por su riqueza cultural y científica representa uno de los más emblemáticos legados arqueológicos de América.
[79] Payson D. Sheets, «Tropical Time Capsule: An Ancient Village Preserved in Volcanic Ash Yields Evidence of Mesoamerican Peasant Life,» Archaeology (July, 1994): 30-34.
[80] Aunque se tienen evidencias de ocupación preclásica, este sitio alcanza su mayor auge en el período Clásico
[81] William R. Fowler, Jr. y Howard D. Earnest, Jr., «Settlement Patterns and Prehistory of the Paraíso Basin of El Salvador,» Journal of Field Archaeology 12, n.° 1 (1985): 19-32.
[82] Conocido también como el Clásico tardío terminal (800 d.C. – 1000 d.C.).
[83] Fase Tollan en Tula (900 d.C. – 1150 d.C.), época en que la metrópolis tolteca alcanzó su máxima extensión. Alba Guadalupe Mastache, Robert Cobean y Dan Healen, Ancient Tollan,Tula and the Toltec Heartland (E.E. U.U.: University Press of Colorado, 2002).
[84] Robert J. Sharer, «The Prehistory of the Southern Maya Periphery,» Current Anthropology 15, n.° 2 (1974): 165-187.
[85] Ma. Josefa Iglesias Ponce de León y Andrés Ciudad Ruiz, «Las tierras altas de la zona maya en el Posclásico,» en Historia Antigua de México. Vol III. El México antiguo, sus áreas culturales, los orígenes y el horizonte Preclásico, coords. Linda Manzanilla y Leonardo López Luján (México: INAH/UNAM, 2000), 93-126; Fabricio Valdivieso, «Tazumal y los contactos toltecas en El Salvador. Nuevas apreciaciones desde la Estructura B1-2,» Divulgata 3 (México: INAH/UNAM, 2009): 19-43; William R. Fowler, Jr., «El complejo Guazapa en El Salvador: la diáspora tolteca y las migraciones pipiles,» La Universidad 14-15 (septiembre-abril, El Salvador, 2011): 17-66.
[86] En Tazumal, los estilos arquitectónicos en la estructura B1-2. muestran paredes saturadas de piedras espigadas, cinco fases constructivas, sistema a base de mortero y mampostería, incluyendo canales de drenaje, las huellas de cimientos y tres habitaciones en la parte superior del edificio, lo cual permite sugerir la existencia de un templo. Así también se encontraron restos de cerámica plomiza, carbón, navajillas de obsidiana y un entierro con restos de un adulto y un infante localizado en las inmediaciones de la escalinata.
Los estilos arquitectónicos encontrados en la B1-2 son muy parecidos a las construcciones en Tula, capital tolteca en el centro de México durante el Posclásico temprano, o Epiclásico (900 d.C.- 1200 d.C.). Las fechas de Carbono 14 aplicadas a las osamentas en la estructura B1-2 datan del año 770 d.C – 1000 d.C. Fabricio Valdivieso, «Tazumal y la estructura B1-2. Registro de una deconstrucción arqueológica y nuevos aportes para su interpretación,» Informe elaborado para CONCULTURA (El Salvador, 2007).
[87] Robert J. Sharer, «The Prehistory of the Southern Maya Periphery,» Current Anthropology 15, n.° 2 (1974): 165-187.
[88] Paul Amaroli, «Linderos Geografía económica de Cuscatlán, provincia pipil del territorio de El Salvador,» Mesoamérica 21, (CIRMA. Guatemala, 1991): 51.
[89] La evidencia más contundente de las migraciones nahuas en El Salvador provienen de Cihuatán, Las Marías y algunos asentamientos localizados en la cuenca del Paraíso. Las Marías se localiza a 12 km al oriente de Cihuatán, en el municipio de Quezaltepeque, departamento de La Libertad. Este sitio es conocido también como Pueblo Viejo, y fue registrado por Manuel López en 1978. El probable que el sitio haya sido visitado por Haberland entre 1954 y 1959. Según Haberland, el nombre Marihua, el cual utiliza para designar el estilo cerámico rojo sobre beige propio del Posclásico, fue tomado de un pequeño caserío cerca de Quetzaltepeque.
Es posible que dicho caserío debió tratarse de Las Marías, y el término Marihua podría tratarse de la degeneración de la palabra María (ver Wolfgang Haberland, Un complejo preclásico del occidente salvadoreño /A Pre-Classic Complex Of Western El Salvador, C. A., Colección Antropología e História, n.° 13. Administración del Patrimonio Cultura (El Salvador, 1977), 12). De ser así, Haberland debió ser el primer arqueólogo en explorar la zona (Amaroli, conversación personal, 2009). Las Marías pertenece al período Posclásico temprano (900-1200 d.C.), y se extiende sobre un área de 3.5 km2. Representa uno de los sitios arqueológicos más extensos de El Salvador.
Expone plazas, terrazas cuadradas, montículos dispersos, y un juego de pelota en forma de I, todos elaborados con basaltos y mortero muy similar al sistema constructivo de Cihuatán, aunque de forma arquitectónica distinta. Pese a que Cihuatán y Las Marías corresponden con el mismo período, los arqueólogos han percibido importantes diferencias entre las dos urbes, muchas de estas notorias en el patrón de asentamiento. Se cree que estos asentamientos fueron ocupados por hablantes nahuat para el Posclásico temprano. El complejo cerámico Guazapa, conocido también como Complejo Cerámico Cihuatán, del Posclásico temprano, fue originalmente definido por Wolfgang Haberland y posteriormente por William Fowler. Según Fowler, el complejo cerámico Guazapa reproduce precisamente la mayoría de las formas, modos decorativos y características tecnológicas del complejo Tollan, en Tula, México. Los marcadores de este complejo pueden distinguirse en otros sitios, como Tazumal, Igualtepeque, El Cajete, Carranza, Tacuzcalco y Cerro Ulata, entre otros. En años recientes, el sitio ha sido estudiado preliminarmente por la Fundación Nacional de Arqueología, proyecto dirigido por Paul Amaroli. William R. Fowler, Jr. The Pipil-Nicarao of Central America (Ph.D. dissertation, Department of Archaeology, University of Calgary. National Library of Canada, Ottawa, 1981), 117-287.
[90] Cihuatán fue edificado durante el período Posclásico temprano, entre el 900 y 1200 d.C. Se localiza en el municipio de Aguilares, en la región norte del departamento de San Salvador. Las primeras referencias de Cihuatán aparecen en las descripciones realizadas por el viajero alemán-americano Simeon Habel, en 1878, época en que este sitio yacía oculto entre la densa vegetación. Luego, en 1920, el sitio fue visitado por Jorge Lardé y Samuel Lothrop. Fue excavado por vez primera por Antonio Sol, en 1929, y se restauraron parcialmente las estructuras P-5 y P-7. Los trabajos de Sol fueron publicados en 1929, y expuestos también en periódicos y revistas de la época. A lo largo del siglo XX, Cihuatán fue explorado por varios arqueólogos, entre ellos Stanley H. Boggs (1954 y 1965), Gloria Hernández (1975-1976), Karen O. Bruhns (1975, 1977, 1978 y 1980), William Fowler, Jr. (1977 a 1979), Earl H. Lubensky (1979) y Jane H. Kelley (1979). Luego del conflicto armado, no fue hasta 1999, en que el sitio y sus alrededores fueron nuevamente investigados por Paul Amaroli. Cihuatán fue declarado Monumento Nacional en 1977. Es uno de los parques arqueológicos más extensos de El Salvador. Cubre una zona de al menos 300 hectáreas. Esta antigua ciudad se distribuye en dos sectores: el primero se considera como zona «ceremonial», y el segundo como la zona «residencial». El área ceremonial cubre aproximadamente 22 hectáreas., donde pueden observarse extensas plataformas rectangulares, plazas, dos juegos de pelota en forma de «I» y montículos; uno de estos últimos, la denominada estructura P-7, alcanza 13 metros de altura. El área ceremonial es rodeada por una muralla, posiblemente defensiva.
[91] Paul Amaroli, «Informe de actividades en Cihuatán» (El Salvador: FUNDAR, 2012).
[92] Kristan-Graham, Cynthia y Jeff Karl Kowalski, «Chichén Itzá, Tula, and Tollan: Changing Perspectives on a Recurrent Problem in Mesoamerican Archaeology and Art History,» en Twin Tollans: Chichén Itzá, Tula, and the Epiclassic to Early Postclassic Mesoameircan World, eds. Jeff Karl Kowalski y Cynthia Kristan-Graham (Harvard University Press, 2007), 13-83
[93] Fabricio Valdivieso (compilador), El Golfo de Fonseca, colección de estudios culturales (El Salvador: Departamento de Arqueología, CONCULTURA, 2006).
[94] Fabricio Valdivieso, «Inspección arqueológica en Sesori,» Informe Inmediato de Actividades. Manuscrito (El Salvador: Unidad de Arqueología, CONCULTURA, 2003).
[95] Asanyamba es un sitio arqueológico costero del período Clásico, nombrado por vez primera en 1977 por Stanley H. Boggs. Este sitio se localiza en el municipio de San Alejo, departamento de La Unión, a 15.3 km al este de la ciudad de San Alejo y 23 km de la boca del Golfo de Fonseca, siendo en la actualidad una importante zona de extracción de sal. Su verdadero nombre es Chapernalito, cuya nominación arqueológica fue dada por Boggs con el objeto de proteger el área, escondiéndolo de los saqueadores. Su nombre es tomado del lenca y significa «caliente»
[96] Fabricio Valdivieso, «Asanyamba, un importante sitio en las costas del golfo,» Revista El Salvador Investiga, Año 2, edición 4 (CONCULTURA, El Salvador, 2007): 5-19.
[97] Marlon Escamilla y Shione Shibata, «Rescate arqueológico en el Chiquirín, Golfo de Fonseca, La Unión, El Salvador,» Manuscrito (Departamento de Arqueología, SECULTURA, 2002).
[98] Esteban Gómes, «Reconocimientos arqueológicos del Golfo de Fonseca,» Informe presentado a CONCULTURA (Universidad de California, Berkeley, 2003).
[99] Fabio E. Amador, Atlas arqueológico de la región oriente de El Salvador (Universidad de El Salvador, 2010); Fabio E. Amador, Rosa María Ramírez y Paola Garnica, La identidad cultural de la región Oriente de El Salvador en base a la evidencia arqueológica. Papeles de Arqueología Salvadoreña (Fundación Clic, San Salvador, 2007); Geoffrey McCafferty, Fabio Esteban Amador, Silvia Salgado González y Carrie Dennett, «Archaeology on Mesoamerica’s Southern Frontier,» en Oxford Handbook of Mesoamerican Archaeology, eds. Deborah L. Nichols y Christopher A. Pool (Oxford University Press, 2012), 83-105.
[100] Fabricio Valdivieso, «Inspección arqueológica en Sesori,» Informe Inmediato de Actividades. Manuscrito (Departamento de Arqueología, SECULTURA, 2003); «San Gerardo y sus montañas con historia y arqueología» (San Salvador: Departamento de Arqueología, SECULTURA, 2005).
[101] Fabricio Valdivieso, «Estudio de reconocimiento arqueológico, estudio de impacto ambiental (EsIA) del proyecto «Línea de Transmisión a 115KV El Chaparral – 15 de Septiembre». Annex 4.7,» ECO Ingenieros S.A. de C.V./CEL (San Salvador, 2009).
[102] William Fowler, Jr. El Salvador: antiguas civilizaciones (San Salvador, El Salvador: Banco Agrícola de El Salvador, 1995).
[103] Este sitio, identificado y excavado por Valdivieso, en 2009, dentro del proyecto de reconocimiento y rescate en el área de inundación por la futura presa El Chaparral, expone al menos trece estructuras estratégicamente ubicadas en el denominado Sector D (ribera sur), próximo a un lugar conocido como Casa Quemada, al cual debe su nombre. La zona representa un importante vado, y un pequeño llano contiguo al Río Torola. Los materiales recuperados permiten confirmar que se trata de un asentamiento del período Clásico (600 d.C. – 900 d.C.), con tipologías muy similares a las percibidas en la zona norcentral y oriental de El Salvador. Este sitio representa uno de los escasos ejemplares arqueológicos excavados ubicado en la periferia sureste maya. Su reconocimiento cultural remiten a considerarle preliminarmente como uno de los grupos previos a los Lencas posclásicos de la zona oriental de El Salvador, con afiliaciones aún desconocidas, posiblemente con contactos en el área maya y la región del valle central de San Miguel, incluyendo Quelepa. Fabricio Valdivieso, «Estudio complementario de investigación arqueológica del área a ser afectada por el futuro embalse del proyecto hidroeléctrico “El Chaparral”» (San Salvador: Departamento de Arqueología, CEL-CONCULTURA, 2009).
[104] José Vicente Genoves, «Proyecto Municipal Nuevo Amanecer, Uluazapa, San Miguel, El Salvador,» Informe presentado a CONCULTURA (El Salvador, 2006).
[105] José Vicente Genovés, «Proyecto El Cimarrón, Santa Ana-Chalatenango, El Salvador. Prospección arqueológica de superficie,» Informe final de actividades presentado a CONCULTURA (El Salvador, 2006).
[106] Nicolas Delsol, «Arqueología y antropología del patrimonio: el caso de San Isidro, Cabañas, El Salvador,» El Salvador Investiga, año 2 (3) (El Salvador, 2006): 42-46.
[107] José Heriberto Erquicia, «Verapáz, un entierro prehispánico del preclásico medio, en San Vicente, El Salvador,» El Salvador Investiga, 1 (1) (El Salvador, 2005): 25-33; «El Hierro de la tierra del Reino de Guatemala: los ingenios de hierro en El Salvador. Un acercamiento desde la arqueología histórica,» La Universidad, n.° 14-15 (El Salvador, 2011).
[108] Juan Albarracín-Jordan, Estudio de evaluación de impacto arqueológico (EEIAR). Carretera Longitudinal del Norte Tramos 1 y 2 (FOMILENIO-CONCULTURA San Salvador, 2008).
[109] Carlos Cañas-Dinarte, La ausencia del otro: las personas indígenas en la legislación salvadoreña. Colección Antropología n.° 5 (El Salvador: UTEC, 2005); Mac Chapin, «La población indígena de El Salvador,» Mesoamérica 21 (CIRMA, Antigua Guatemala, 1991): 1-40; Comité Técnico Multisectorial para los Pueblos Indígenas de El Salvador, RgtÞn»fg»nqu»Rwgdnqu»Kpf‡igpcu»fg»Gn»Ucnxcfqt»(El Salvador: Pueblos Indígenas/BM/RUTA/ CONCULTURA, 2003); Carlos Benjamín Lara Martínez, La población indígena de Santo Domingo de Guzmán: cambio y continuidad social. Colección Antropología e Historia (El Salvador: DPI, 2006); Ramón Rivas, Conceptualización g»kpvgtrtgvcek„p»fg»nc»fgÞpkek„p»kpf‡igpc»gp»Gn»Ucnxcfqt, Colección Antropología n.° 5 (UTEC, 2005).