Charles Chaplin: El anarquista que rompió los esquemas

(Se dice que en las oficinas del FBI se decía que era comunista hasta que su acérrimo enemigo Edgar Hoover dijo, es más peligroso que eso es un Anarquista. )

Actor, director, escritor, productor y compositor inglés, es considerado como la figura más representativa del cine mudo y uno de los más grandes genios de la historia del cine, sin embargo, su figura es mucho más que esto.

Charles Chaplin nació en una familia de artistas de variedades en decadencia, comenzando a actuar desde muy pequeño en musicales y pantomimas. Su familia vivía en la pobreza extrema, con un padre alcohólico y una madre que padecía esquizofrenia.

En 1901 murió su padre y Charles Chaplin y su hermano estuvieron viviendo en diferentes orfanatos. En 1908 Chaplin inició su carrera como actor cómico en la compañía de variedades Karno. En 1910 viajó a Estados Unidos en una gira con la compañía para la que trabajaba, y se estableció allí. En 1913, Charles Chaplin hizo su primera aparición en cine actuando en la película “Charlot periodista”, personaje que lo marcaría por siempre.

Este vagabundo, con una acentuada emotividad sentimental y melancolía profunda frente a la injusticia social, le hicieron un emblema de la alienación humana y la explotación de las clases sociales menos pudientes.

Sólo durante 1914 rodó 35 cortometrajes que hicieron famoso a su personaje Charlot. Entonces Chaplin reclamó su independencia y se alejó de Mack Sennett. Sin embargo, ésta no era totalmente de su agrado, y en 1917 escogió la First National por una retribución que superaba el millón de dólares. Rompiendo las tradiciones de Hollywood, Chaplin quería controlar la totalidad de sus películas, desde la escritura del guión la distribución. Con este fin creó la independiente United Artists, con Douglas Fairbanks y Mary Pickford. Desde entonces tuvo sus propios estudios y produjo sus películas

Con el corto “El inmigrante” de 1917, Chaplin se ganó las antipatías de los sectores patrióticos conservadores norteamericanos. En la pantalla aparece la estatua de la libertad, a continuación un grupo de policías cerca de forma brusca a los inmigrantes con una cuerda. Por si alguien tenía alguna duda, entre una escena y otra el cineasta imprimó la leyenda: “La Tierra de la Libertad”.

Anti-Capitalista, Anti-Religión y Anti-Nacionalista, en 1952 debido a sus constantes críticas sociales no se le permitió volver a los Estados Unidos. En ese entonces el “zar” del FBI, el siniestro Edgar Hoover, trató de implicar a los servicios secretos británicos como parte de un “internacionalismo” activo y reaccionario. Todo como un plan de largo alcance que, aunque tuvo su mayor protagonismo en Hollywood, estaba destinado a descabezar al movimiento obrero de tal manera que hasta la socialdemocracia más moderada pudiera ser tachada de “comunista”.

Hoover parecía obsesionado por encontrar la prueba de una militancia comunista en Chaplin, instó a que se investigara si había pertenecido al partido comunista en su juventud, algo descabellado pero que le habría servido para crear un juego para amedrentar a todos aquellos que hubieran tenido algún tipo de militancia, ya que lo de “comunista” servía por igual para socialistas, anarquistas, o simplemente liberales o radicales de izquierda, de todo lo cual se podía culpar al autor de “El Gran Dictador”. Una clara crítica al régimen de Hitler que le sirvió para ser tachado de “comunista”. No olvidemos que en esos momentos, para ciertos sectores norteamericanos, la posibilidad de entrar en guerra con los nazis se vinculaba con la izquierda más extremista.

Chaplin reaccionó a su expulsión con la película “Un Rey en Nueva York” (1957), rodada en Londres, si bien el resultado se resiente por la ausencia del equipo habitual, con el que Chaplin trabajó durante los últimos años, esta película sorprende por varios motivos: Primero por la crítica a un sistema dominado por la banalidad comercial, la manipulación de elementos políticos y la crueldad que demuestra el sistema, incluso contra sus propios ciudadanos. Segundo, porque varias de las escenas que en su momento resultaban sátiras, ahora comprobamos que los contextos, entonces delirantes, ahora participan de nuestra “normalidad”.

Chaplin, perfeccionista y obsesivo por conseguir en sus películas lo que se proponía, no sólo fue guionista, interprete y director, sino también compositor. Muchas de sus melodías poseen una cuidada elegancia y las interpretaron cantantes como Nat King Cole o Frank Sinatra. Hoy en día su canción Smile, compuesta para Tiempos Modernos, figura como una pieza standard de muchos músicos de jazz y baladistas.

Chaplin es mucho más que su personaje de vagabundo, que no es poco. Recomiendo la lectura atenta de su autobiografía, una de las más apasionantes que mis ojos han digerido. Y, la recuperación de otro de sus films menos citados y que partió de una idea de Orson Wells, me refiero a Monsieur Verdaux (1947). Quien desee encontrarse con el cineasta más próximo a las vanguardias de su época, como el surrealismo, puede visionar la popularísima La quimera del oro (1925).

Chaplin, deteriorado y enfermo, regresó a EE.UU. en 1971 , durante un breve periodo, para recibir un oscar honorífico. El 25 de diciembre de 1977 murió en su retiro en Suiza mientras dormía.

La obra de Chaplin, incluyendo la más conocida, siempre latía un filo subversivo, donde la policía, los militares, las religiones y el poder en general eran objeto de escarnio. Charlot fue definido como un “anarquista lírico”. Quizás sea esta una manera de calificar una cierta tendencia próxima al ideal anarquista, y que logra expresarse mediante alegorías y vericuetos muy diversos, sobre todo a través del humor, por ejemplo, satirizando el autoritarismo y el egoísmo propietario.

Chaplin no era comunista, pero admiraba y respetaba profundamente la lucha que el pueblo ruso había protagonizada contra la peste parda, y lo mismo de Einstein, Bertrand Russell, y tantos otros, sabía que el gran dinero y el militarismo eran los peores enemigos que tenía la humanidad.

Una humanidad que el veía a través de los ojos de los últimos, de los humillados y ofendidos que sobrevivían a las guerras, tenían que emigrar en condiciones infrahumanas, y trabajar hasta la extenuación para garantizar los beneficios de los que tienen el dinero y poseen los medios para corromper.

Chaplin fue uno de esos hombres decididos, uno de esos pocos que son capaces de renegar de su realidad. De los mismos hombre que se niegan a repetir las malas costumbres que nos impulsan los instintos. Uno de esos hombres que hacen de su vida un homenaje para los demás mediante la lucha constante sin importar cuan fuerte sean las adversidades. La misma clase de hombres que quiere ser uno, pero no uno para si mismo, uno para y por los demás.

Son los pocos hombres que realmente saben vivir la libertad, y no tan solo pensarla como muchos solemos hacer. Para estos hombres la vida es una constante resistencia a lo habitual, a lo establecido, a lo que realmente no vale la pena, para estos hombres la vida no solo tiene sentido en lo hermoso y bello de la misma… Tiene sentido en la justicia y en la verdad.

The death of Israel. Settler colonial states have a terminal shelf life. Israel is no exception. Chris Hedges. December ,2023

Israel will appear triumphant after it finishes its genocidal campaign in Gaza and the West Bank. Backed by the United States, it will achieve its demented goal. Its murderous rampages and genocidal violence will exterminate or ethnically cleanse Palestinians. Its dream of a state exclusively for Jews, with any Palestinians who remain stripped of basic rights, will be realized. It will revel in its blood-soaked victory. It will celebrate its war criminals. Its genocide will be erased from public consciousness and tossed into Israel’s huge black hole of historical amnesia. Those with a conscience in Israel will be silenced and persecuted

But by the time Israel achieves its decimation of Gaza — Israel is talking about months of warfare — it will have signed its own death sentence. Its facade of civility, its supposed vaunted respect for the rule of law and democracy, its mythical story of the courageous Israeli military and miraculous birth of the Jewish nation, will lie in ash heaps. Israel’s social capital will be spent. It will be revealed as an ugly, repressive, hate-filled apartheid regime, alienating younger generations of American Jews. Its patron, the United States, as new generations come into power, will distance itself from Israel the way it is distancing itself from Ukraine. Its popular support, already eroded in the U.S., will come from America’s Christianized fascists who see Israel’s domination of ancient Biblical land as a harbinger of the Second Coming and see in its subjugation of Arabs a kindred racism and white supremacy. 

Palestinian blood and suffering — 10 times the number of children have been killed in Gaza as in two years of war in Ukraine — will pave the road to Israel’s oblivion. The tens, perhaps hundreds, of thousands of ghosts will have their revenge. Israel will become synonymous with its victims the way Turks are synonymous with the Armenians, Germans are with the Namibians and later the Jews, and Serbs are with the Bosniaks. Israel’s cultural, artistic, journalistic and intellectual life will be exterminated. Israel will be a stagnant nation where the religious fanatics, bigots and Jewish extremists who have seized power will dominate public discourse. It will find its allies among other despotic regimes. Israel’s repugnant racial and religious supremacy will be its defining attribute, which is why the most retrograde white supremists in the U.S. and Europe, including philo-semites such as John Hagee, Paul Gosar and Marjorie Taylor Greene, fervently back Israel. The vaunted fight against anti-Semitism is a thinly disguised celebration of White Power.

Despotisms can exist long after their past due date. But they are terminal. You don’t have to be a Biblical scholar to see that Israel’s lust for rivers of blood is antithetical to the core values of Judaism. The cynical weaponization of the Holocaust, including branding Palestinians as Nazis, has little efficacy when you carry out a live streamed genocide against 2.3 million people trapped in a concentration camp.

Upgrade to paid

Nations need more than force to survive. They need a mystique. This mystique provides purpose, civility and even nobility to inspire citizens to sacrifice for the nation. The mystique offers hope for the future. It provides meaning. It provides national identity. 

When mystiques implode, when they are exposed as lies, a central foundation of state power collapses. I reported on the death of the communist mystiques in 1989 during the revolutions in East Germany, Czechoslovakia and Romania. The police and the military decided there was nothing left to defend. Israel’s decay will engender the same lassitude and apathy. It will not be able to recruit indigenous collaborators, such as Mahmoud Abbas and the Palestinian Authority — reviled by most Palestinians — to do the bidding of the colonizers. The historian Ronald Robinson cites the inability to recruit indigenous allies by the British Empire as the point at which collaboration inverted into noncooperation, a defining moment for the start of decolonization. Once noncooperation by native elites morphs into active opposition, Robinson explains, the Empire’s “rapid retreat” is assured. 

All Israel has left is escalating violence, including torture, which accelerates the decline. This wholesale violence works in the short term, as it did in the war waged by the French in Algeria, the Dirty War waged by Argentina’s military dictatorship and during Britain’s conflict in Northern Ireland. But in the long term it is suicidal.

“You might say that the battle of Algiers was won through the use of torture,” the British historian Alistair Horne observed, “but that the war, the Algerian war, was lost.”

The genocide in Gaza has turned Hamas fighters into heroes in the Muslim world and the Global South. Israel may wipe out the Hamas leadership. But the past — and current — assassinations of scores of Palestinian leaders has done little to blunt resistance. The siege and genocide in Gaza has produced a new generation of deeply traumatized and enraged young men and women whose families have been killed and whose communities have been obliterated. They are prepared to take the place of martyred leaders. Israel has sent the stock of its adversary into the stratosphere.

Israel was at war with itself before Oct. 7. Israelis were protesting to prevent Prime Minister Benjamin Netanyahu’s abolition of judicial independence. Its religious bigots and fanatics, currently in power, had mounted a determined attack on Israeli secularism. Israel’s unity since the attacks is precarious. It is a negative unity. It is held together by hatred. And even this hatred is not enough to keep protestors from decrying the government’s abandonment of Israeli hostages in Gaza.

Hatred is a dangerous political commodity. Once finished with one enemy, those who stoke hatred go in search of another. The Palestinian “human animals,” when eradicated or subdued, will be replaced by Jewish apostates and traitors. The demonized group can never be redeemed or cured. A politics of hatred creates a permanent instability that is exploited by those seeking the destruction of civil society.

Israel was far down this road on Oct. 7 when it promulgated a series of discriminatory laws against non-Jews that resemble the racist Nuremberg Laws that disenfranchised Jews in Nazi Germany. The Communities Acceptance Law permits exclusively Jewish settlements to bar applicants for residency on the basis of “suitability to the community’s fundamental outlook.” 

Many of Israel’s best educated and young have left the country to places like Canada, Australia and the U.K., with as many as one million moving to the United States. Even Germany has seen an influx of around 20,000 Israelis in the first two decades of this century. Around 470,000 Israelis have left the country since Oct. 7. Within Israel, human rights campaigners, intellectuals and journalists — Israeli and Palestinian — are attacked as traitors in government-sponsored smear campaigns, placed under state surveillance and subjected to arbitrary arrests. The Israeli educational system is an indoctrination machine for the military.

The Israeli scholar Yeshayahu Leibowitz warned that if Israel did not separate church and state and end its occupation of the Palestinians, it would give rise to a corrupt Rabbinate that would warp Judaism into a fascistic cult. “Israel,” he said, “would not deserve to exist, and it will not be worthwhile to preserve it.”

The global mystique of the U.S., after two decades of disastrous wars in the Middle East and the assault on the Capitol on Jan. 6, is as contaminated as its Israeli ally. The Biden administration, in its fervor to unconditionally support Israel and appease the powerful Israel lobby, has bypassed the congressional review process with the Department of State to approve the transfer of 14,000 rounds of tank ammunition to Israel. Secretary of State Antony Blinken argued that “an emergency exists that requires the immediate sale.” At the same time he has cynically called on Israel to minimize civilian casualties.

Israel has no intention of minimizing civilian casualties. It has already killed 18,800 Palestinians, 0.82 percent of the Gazan population — the equivalent of around 2.7 million Americans. Another 51,000 have been wounded. Half of Gaza’s population is starving, according to the U.N. All Palestinian institutions and services that sustain life — hospitals (only 11 out of 36 hospitals in Gaza are still “partially functioning”), water treatment plants, power grids, sewer systems, housing, schools, government buildings, cultural centers, telecommunications systems, mosques, churches, U.N. food distribution points — have been destroyed. Israel has assassinated at least 80 Palestinian journalists alongside dozens of their family members and over 130 U.N. aid workers along with members of their families. Civilian casualties are the point. This is not a war against Hamas. It is a war against the Palestinians. The objective is to kill or remove 2.3 million Palestinians from Gaza. 

The shooting dead of three Israeli hostages who apparently escaped their captors and approached Israeli forces with their shirts off, waving a white flag and calling out for help in Hebrew is not only tragic, but a glimpse of Israel’s rules of engagement in Gaza. These rules are — kill anything that moves.

As the retired Israeli Major General Giora Eiland, who formerly headed the Israeli National Security Council, wrote in Yedioth Ahronoth, “[T]he State of Israel has no choice but to turn Gaza into a place that is temporarily or permanently impossible to live in…Creating a severe humanitarian crisis in Gaza is a necessary means to achieve the goal.” “Gaza will become a place where no human being can exist,” he wrote. Major General Ghassan Alian declared that in Gaza, “there will be no electricity and no water, there will only be destruction. You wanted hell; you will get hell.” 

The Biden presidency, which ironically may have signed its own political death certificate, is tethered to Israel’s genocide. It will try to distance itself rhetorically, but at the same time it will funnel the billions of dollars of weapons demanded by Israel — including $14.3 billion in supplemental military aid to augment the $3.8 billion in annual aid — to “finish the job.” It is a full partner in Israel’s genocide project.

Israel is a pariah state. This was publically on display on Dec. 12 when 153 member states at the U.N. General Assembly voted for a ceasefire, with only 10 — including the U.S. and Israel — opposed and 23 abstaining. Israel’s scorched earth campaign in Gaza means there will be no peace. There will be no two state solution. Apartheid and genocide will define Israel. This presages a long, long conflict, one the Jewish State cannot ultimately win.

La Identidad Cultural de Oriente de El Salvador en base a la evidencia arqueológica. Fabio Amador. 2009

La región oriente de El Salvador ha sido escasamente estudiada a nivel arqueológico.

Los pocos estudios profundos realizados en la zona datan de los años 40 a 70 y los recientes han sido mayormente reconocimientos y estudios relacionados a la protección del patrimonio cultural. Esto quiere decir que sabemos poco acerca de los grupos culturales que vivieron en esta área en la época prehispánica.

No obstante, es posible sentar las bases para una aproximación a la reconstrucción de la prehistoria de la ocupación de la región oriental, a través de la compilación y análisis de toda la información al respecto.

Es por ello que el objetivo de esta presentación es examinar las principales investigaciones arqueológicas que aportan elementos para la construcción de identidades culturales en la región oriente de El Salvador, con el fin de establecer las características específicas que determinan a la región oriental como un área cultural diferenciada.

Esto significa que no solo expondremos las interpretaciones escritas por los autores acerca de la identidad de oriente, sino también haremos referencia a la evidencia arqueológica en la cual se basa su razonamiento.

Planteamiento

¿Qué sabemos sobre la población prehispánica de la región oriental de El Salvador? Lo primero a lo que se hace referenciapara dar respuesta a esta pregunta es a las poblaciones lencas, ulúa y cacaopera principalmente, de las cuales nos hablan los cronistasy los estudios de lingüística[1].

En tiempos de la conquista, la zona lenca comprendía las partes sur, central y oeste de Honduras y toda la parte oriental de El Salvador hasta el río Lempa, frontera tradicional entre los pipiles y los lencas. Se supone que los actuales departamentos hondureños de Olancho y El Paraíso fueron poblados por grupos lencas que huían de los españoles. Los documentos coloniales mencionan cuatro grupos hablantes de lenca:                                                                 (1) potón en la parte oriental de El Salvador;                                            (2) Care, en Honduras, específicamente en los actuales departamentos de Intibucá y La Paz, norte de Lempira y sur de Santa Bárbara,                                                                                                         (3) Cerquen, en la parte sur del departamento Intibucá, centro y sur del de Lempira;                                                                                                (4) Lenca, en los departamentos de Comayagua y Valle, en la parte oriental del departamento de Choluteca, y en El Salvador en la parte oriental de La Paz y en el centro y sur de Morazán. Pero ¿cuál es la identidad cultural arraigada a cada uno de estos pueblos?

En la actualidad se conoce muy poco sobre los lencas, ulúas y cacaoperas prehispánicos, pero según relatos y escritos de los cronistas, sacerdotes, gobernadores e historiadores, se sabe que por lo menos los lencas, antes de la llegada de los españoles, eran el pueblo más extendido que habitaba las partes sur, central y oeste de Honduras y toda la parte oriental de El Salvador hasta el río Lempa, frontera tradicional entre los pipiles y los lencas (Fabre 2005).

Si bien es cierto que los cronistas y los estudios mayormente de lingüística hacen referencia a poblaciones lencas, eso no quiere decir que toda la ocupación prehispánica desde el Preclásico haya tenido esta adscripción. Es entonces cuando el estudio de esta región cobra mayor interés, ya que al ahondar en los datos arqueológicos y las interpretaciones hasta ahora descritas, el panorama empieza a tener mayor heterogeneidad.

Ya no se trata de la profundización del estudio de unos pocos grupos étnicos, sino de cuál fue la historia de la ocupación prehispánica en el oriente de El Salvador.

Para este cometido, la necesidad de la investigación arqueológica para dar respuestas más concluyentes a estas interrogantes, se hace evidente. La arqueología tiene algunos aspectos en común con la historia.

Como la historia, la arqueología está interesada en documentar y entender el pasado humano, pero los arqueólogos operan en un margen de tiempo más amplio que los periodos estudiados por los historiadores (Renfrew y Bahn 2007:9).

Es así como nuestro recorrido se basará en evidencia arqueológica que cubrirá principalmente estudios cerámicos.

Queremos hacer énfasis en cuatro puntos importantes de los cuales se desprende nuestro particular interés en este tema:                                    1) Es importante tener claro que la historia de la ocupación del oriente de El Salvador no es homogénea,                                                         2) es necesario tomar en cuenta que ningún análisis de las regiones culturales puede limitarse a las fronteras políticas actuales, ya que éstas no existían en la época prehispánica, sino que es necesario recabar datos de la arqueología que se está haciendo en otros países para complementar y enriquecer nuestro razonamiento;                    3) sería un gran acontecimiento poder dar una conclusión definitiva en esta ponencia, pero esto es imposible, en primer lugar por la ya mencionada escasa evidencia, y en segundo lugar por la misma naturaleza dinámica de las ciencias sociales, en la que los resultados van retroalimentándose con nuevos hallazgos que perpetúan la discusión; y                                                                                                   4) cuestionarse la identidad cultural del oriente de El Salvador es también hacer una reflexión acerca de la historia de la arqueología de nuestro país y de sus aportes teóricos y metodológicos, discusiones que alentarán la creatividad y el cuestionamiento en el pensamiento arqueológico.

Antecedentes

Uno de los primeros artículos publicado en 1915 sobre arqueología de El Salvador fue del antropólogo Herbert Spinden.

La propuesta del autor se basa mayormente en evidencia sustraída de colecciones privadas, de la cual hace un resumen de la prehistoria del país en general, basándose sobre todo en un estudio comparativo de la zona mesoamericana.

El segundo artículo proviene del arqueólogo norteamericano Samuel K. Lothrop, publicado en 1939. La propuesta de este autor no aborda directamente una cronología para El Salvador, sino que vislumbra el tema a partir de la búsqueda de la frontera suroriente Maya, basándose en referentes históricos y lingüísticos e integrando la información a la evidencia arqueológica hasta ese momento recuperada.

Esto es importante para la arqueología de oriente, pues Lothrop hace uno de los primeros intentos por definir intercambios culturales para esta zona.

El autor establece cuatro áreas ubicadas en el occidente y centro de El Salvador en las que grupos lingüísticos mayas se encontraban asentados a la llegada de los españoles (Lothrop, 1939). En consecuencia, el autor sitúa los límites de la frontera maya en la ribera occidental del río Lempa. Posteriormente se publican los resultados de las exploraciones de John M. Longyear, resultando dos estudios importantes (1944 y 1960) en el que, entre otras cosas, Longyear muestra los datos de la excavación en el sitio oriental Los Llanitos y hace una comparación cerámica entre diferentes sitios de oriente y occidente.

En ambas, el autor, por primera vez, establece con evidencia arqueológica una diferencia clara entre el área cultural occidental y oriental. La evidencia arqueológica que sustenta esta división son las poblaciones aborígenes.

Según el autor, antes de la Conquista el occidente de El Salvador fue poblado principalmente por grupos mayas, los cuales fueron restringidos a Chalchuapa y otras áreas por los pipiles.

En cuanto al oriente, según Longyear y de acuerdo a todas sus fuentes, fue poblado por Lencas, excepto por una isla de hablantes Matagalpa en el extremo noreste. El grupo lingüístico Lenca se extendió hasta el norte de Honduras, por lo menos hasta el Valle de Comayagua.

En 1960 el arqueólogo alemán Wolfgang Haberland, hace una interesante división regional de El Salvador basada en las fases cerámicas de diferentes sitios, que difiere de la de Longyear.

El objetivo de Haberland es establecer una secuencia cerámica para el oriente de El Salvador basada en sus reconocimientos y excavaciones así como en referencias de los estudios de Lothrop, Longyear y Coe que lo precedían. El autor logra identificar tres áreas culturales que dividen El Salvador: 1) occidente, 2) centro y 3) oriente.

Haberland interpreta la zona central como una especie de frontera entre occidente y oriente, donde se pueden encontrar tradiciones cerámicas de ambas zonas.

De acuerdo a Haberland, hay algunos problemas históricos interesantes, como la importancia del alcance costero en el desarrollo, el origen de la técnica Usulután y la interconexión de las culturas de Centroamérica y Mesoamérica que ocuparon la región central.

En 1976 se publica el estudio por Wyllys Andrews V en Quelepa, departamento de San Miguel, que lleva por nombre «Arqueología de Quelepa». Andrews establece algunas generalidades para la región oriental, pero su propuesta es una secuencia de ocupación específicamente para el sitio Quelepa.

La cronología de Andrews es la única y por tanto más importante evidencia arqueológica para el oriente de El Salvador, ya que establece una secuencia de ocupación bien documentada, basada en análisis cerámico, de arquitectura y de carbono 14. También es importante resaltar que los materiales que recuperó son los mejores contextualizados para esta región.

No podemos olvidar los excelentes trabajos del arqueólogo Robert Sharer quien elaboró un completo análisis cerámico producto de 5 temporadas de campo en excavaciones arqueológicas en Chalchuapa. En él se pueden encontrar grupos cerámicos bien descritos que el autor atribuye a intercambios entre oriente y occidente.

Existen otros estudios arqueológicos importantes, el caso del trabajo efectuado en el sitio Loma China, situado en el lado oriental del Río Lempa, cerca de Estanzuelas, realizado en 1982-83 por Manuel Méndez y Manuel Murcia.

Análisis

Uno de los temas que ha sido discutido por algunos autores es el establecimiento de áreas culturales, concepto que se desarrolló en el siglo XIX dentro de la corriente difusionista, la cual concebía la existencia de un centro creador de cultura, que difundía sus rasgos culturales a lo largo de una zona, estableciéndose así áreas culturales.

Esta concepción implicaba que existía un núcleo y su periferia. Con respecto a El Salvador el concepto de áreas culturales en arqueología ha sido ampliamente aplicado, especialmente en el establecimiento de la periferia suroriente maya (Lothrop 1939, Sharer 1974), en donde tradicionalmente el oriente de El Salvador se ha considerado el límite cultural.

Pero de acuerdo a estos autores, ¿cuáles son los componentes que diferencian al oriente del resto del actual territorio salvadoreño? ¿Qué similitudes existen? Para vislumbrar estas relaciones se presenta a continuación un breve análisis comparativo de las evidencias culturales que componen esta área cultural.

1) Período Preclásico

El conocimiento que se tiene sobre el período Preclásico en el oriente de El Salvador es escaso, debido a las pocas excavaciones que se han llevado a cabo (entre ellas la realizada por Haberland y Grebe 1957).

Sin embargo, estas excavaciones han provisto información sobre varios grupos cerámicos presentes durante este período.

Uno de los grupos cerámicos representativo durante este período es la cerámica Usulután, la cual ha sido reportada no sólo en oriente, sino también en el resto del actual territorio salvadoreño.

A menudo se ha sugerido a El Salvador como punto de origen de la cerámica Usulután (Demarest y Sharer 1982:811). De acuerdo a Haberland el origen de este grupo cerámico podría encontrarse en el oriente, en el departamento de Usulután, razón por la que recibiría este nombre.

Sin embargo cuando se compara la cerámica Usulután de Chalchuapa con la de Quelepa, Kaminaljuyú y otros sitios pareciera que la de Chalchuapa es más temprana y variada (Demarest y Sharer 1982:812). De acuerdo a Andrews (1976:239) entre 500 y 400 a.C. la técnica batik de Usulután parece haberse esparcido desde el occidente de El Salvador y la altiplanicie central guatemalteca hasta muchas partes de Honduras, Nicaragua y el oriente de El Salvador.

De acuerdo a Andrews (1976: 237) durante la Fase Uapala (500-400 a.C al 150 d.C.) en Quelepa, la alfarería decorada pertenecía casi enteramente a un grupo de engobe rojo y un grupo batik usuluteca. La alfarería para comercio eran Café-negros y Rojos Finos, ambos comunes en el centro y occidente de El Salvador y tierras altas de Guatemala. Estos grupos junto con el Usulután indican fuertes relaciones con las zonas anteriormente mencionadas.

El factor unificante de la cerámica es la decoración batik del tipo usuluteco, pero otros rasgos, incluyendo soportes de botón, modelos en pestaña, bordes con ranuras y vueltos hacia fuera y ciertas formas de vasijas, unen a El Salvador, muchas partes de Honduras, partes de tierras altas de Guatemala y Chiapas y áreas vecinas de las tierras bajas Mayas.

Otros artefactos, tal es el caso de figurillas y el altar de Jaguar confirman esta relación.

2) Período Clásico

Uno de los sitios más representativos del período Clásico Tardío en el oriente es Los Llanitos, ubicado en el departamento de San Miguel. La colección documentada por Longyear (1944:42) está dividida en dos grupos: cerámica local, la cual define la tradición cerámica del sitio y cerámica importada, la cual define las relaciones del sitio con otros sitios o áreas culturales. De acuerdo a Longyear (1944:43) el contacto entre Los Llanitos y el área maya fue limitado, debido probablemente a que la distancia y el río Lempa formaron barreras que limitaron la interrelación entre estas áreas.

Sin embargo, hace notar que algunos tiestos de intercambio encontrados en Los Llanitos son similares a especímenes del occidente de El Salvador, como el grupo policromo de Línea Fina, similar a un grupo de Tazumal.

Longyear establece que este último punto sustenta su hipótesis de que los contactos de Los Llanitos se dieron en gran medida con el occidente y centro de El Salvador.

Lingüísticamente, el sitio Los Llanitos se encuentra localizado en lo que fue el territorio lenca (Lothrop y Johnson en Longyear 1944:43). Sin embargo, Longyear (1944:43) considera que la afinidad del sitio con los lencas en un sentido arqueológico no es fácil de definir, debido a la poca excavación que se ha realizado en el centro de Honduras y el oriente de El Salvador. El autor considera que poca es la evidencia cerámica que pueda ser adscrita a lo “lenca”.

Por otro lado, Haberland (1960: 27) presenta una breve caracterización de una secuencia cerámica que abarcó parte del Clásico Tardío hasta el Posclásico Temprano, es decir la cultura del Bajo Lempa, la que es considerada por este autor como el complejo más importante de oriente; no obstante, ha sido reconocida además en ambas riberas del Río Lempa (1960:22).

Es importante hacer notar las semejanzas que este autor establece entre la cultura del Bajo Lempa y el sitio Los Llanitos, entre ellas: la presencia de policromos, especialmente policromo Línea Fina.

Haberland (1960:27) establece la existencia de una fuerte conexión, aunque al parecer el sitio Los Llanitos es ligeramente más tardío que la cultura del Bajo Lempa (Longyear en Haberland 1960:27).

En el sitio Quelepa, la Fase Shila (150-625 d.C.) y la Fase Lepa (625-1000 d.C.) corresponden al Clásico Temprano yClásico Tardío respectivamente. Andrews (1976:241) establece que las características de la cerámica Clásica Temprana o Shila son similares a las que aparecieron en este tiempo en Chalchuapa (Boggs en Andrews 1976:241) y también varios rasgos característicos de ella son encontradas en el Protoclásico y Clásico Temprano de las Tierras Altas de Guatemala.

Las influencias centroamericanas son más fuertes en esta fase que anteriormente.

Pequeñas cuentas de jade grabadas, metates tallados con soportes y bolas de piedra picoteadas encontradas en pares de tres, son en Quelepa, todas características del Clásico Temprano que aparentemente derivó de áreas al sur, posiblemente Costa Rica.

Sin embargo, la cerámica Shila parecería indicar una continua ocupación por los grupos que habitaron el sitio desde el período más temprano.

En cuanto a la cerámica del Clásico Tardío en Quelepa, Andrews considera que ésta muestra una salida radical del complejo Shila: la cerámica Batik Usuluteca desapareció, para ser reemplazada por el grupo Policromo Quelepa de engobe blanco.

Este grupo de cerámica no tenía predecesores locales, y sus afinidades más cercanas parecen estar con la fina pasta del Período Clásico y tradiciones cerámicas policromas de la Costa del Golfo de Veracruz. Artículos de alfarería para comercio enlazan a Quelepa con Los Llanitos y con el sur de Honduras, pero el policromo Copador, característico del Clásico Tardío del occidente de El Salvador y Copán está ausente.

Algunas otras características de la fase Lepa conectan Quelepa y la costa del Golfo de México durante el período Clásico, entre ellas el complejo yugo-hacha-palma y flautas (Martí y Franco en Andrews 1976:244).

Esta influencia se puede explicar por la presencia de un grupo del Golfo de México que emigró al oriente de El Salvador cerca del 700 d.C. y que al parecer evadió las tierras altas, lo que se enfatiza por la ausencia durante la Fase Lepa en Quelepa, de artículos de comercio del occidente de El Salvador y Guatemala.

3) Período Posclásico Temprano(950-1150 d.C.)

Pocas son las evidencias de ocupación posclásica en el Oriente de El Salvador. Sin embargo, estudiosos interesados en la zona oriental han hecho referencia primordialmente a la presencia de dos grupos cerámicos durante el período Posclásico Temprano: cerámica Nicoya y cerámica plomiza Tohil, ambos fuertemente relacionados, ya que han sido recuperados juntos a lo largo del actual territorio salvadoreño.

En oriente la cerámica plomiza ha sido documentada en Usulután (Shepard en Longyear 1966:151), así como en San Miguel, en el sitio de Quelepa (opus cit.). De acuerdo a Shepard (1948) la cerámica plomiza tendría su origen entre Chiapas y Guatemala (Neff 1988:506).

Con respecto a la cerámica Nicoya, de acuerdo a Amaroli (1988:28) el término Nicoya Polícromo abarca una amplia variedad de cerámica polícroma, que fue manufacturada en el límite sur de Mesoamérica, entre los períodos Clásico y Posclásico (Healy en Amaroli 1988: 28). La variedad específica asociada a la cerámica plomiza Tohil ha sido identificada por Healy como Papagayo, recuperada en la región de Rivas, Nicaragua. Sin embargo las vasijas completas documentadas en El Salvador no corresponden a la descripción de este grupo, lo cual se ha interpretado como manufactura local (Amaroli 1988:29).

Ambos grupos cerámicos, Plomizo y Nicoya representan la transición entre el período Clásico Tardío y el Posclásico, mejor evidenciado en el sitio Loma China, en el que se encontró una gran cantidad de esta cerámica en la estructura B, junto con otros hallazgos.

4) Período Histórico

Uno de los cronistas que hace referencia a los pobladores del oriente de El Salvador durante esa época fue García de Palacio (2000:36), quien refiriéndose a las lenguas usadas en las provincias de Guatemala durante el tercer cuarto del siglo XVI, menciona que en la de San Miguel se hablaba ulúa además de ytaulepa, potón, cholulteca, mangue y chontal. Especifíca, igualmente, que aquella también se hablaba en la provincia de “Onduras” (Honduras).

En sus notas, Ciudad Real (2000:118-119) describe el viaje de regreso con el comisario desde el occidente de Nicaragua por el Golfo de Fonseca, pasando por Conchagua y Amapala, llegando hasta Tzirama, mencionando que ahí había muy pocos vecinos, de los cuales al menos tres hablaban ulúa; los demás lengua “potona” (potón).

De acuerdo a Spinden (1915:447) existen buenas razones para creer que parte de El Salvador se encontraba en manos de los lencas antes de la llegada de los pipiles. Lehman (Lehman en Spinden 1915:447) compara vocabularios, con el objetivo de probar que muchas áreas culturales supuestamente independientes estuvieron unificadas. El observa similitudes entre el Lenca, el Xinca del sur de Guatemala y el Jicaque y Payan del norte de Honduras.

Estudios recientes como el de Lara Pinto en el valle de Comayagua, como el resto de la zona central de Honduras, ha sido considerado explícitamente lenca desde que Squier y más tarde Stone postularon su bien conocida delimitación de una-así entendida por ellos-unidad geográfica de afiliación cultural homogénea, fundamentada lingüísticamente.

Conclusiones

Después de hacer una revisión de las propuestas que presentan los autores, se puede concluir que la escasez de evidencia arqueológica no permite explicar con mayor precisión la identidad cultural en el oriente de El Salvador, a excepción de Quelepa, en donde Andrews establece una ocupación ancestral lenca para el sitio desde el Preclásico hasta el Clásico Tardío.

¿Pero se podría hacer una generalización de esta ocupación para todo el oriente?

Como vimos en el Preclásico, la discusión del origen de la cerámica Usulután nos lleva a varias preguntas. ¿Qué significa la aparición de este grupo cerámico a lo largo de todo el territorio? ¿Es simplemente un grupo surgido en la región occidental y que fue imitado por distintas poblaciones? ¿Es un grupo que surgió localmente en el oriente? Las respuestas a estas preguntas podrían darnos un poco de luz acerca de las relaciones culturales en este temprano período y por consiguiente a la sociedad que generó este importante grupo cerámico.

De lo que no hay duda es que existió una fuerte relación entre el occidente y el oriente de El Salvador, según la evidencia en Quelepa. ¿Significa que las poblaciones que ocupaban el territorio nacional para el Preclásico tenían una identidad común?

En cuanto al Clásico, Longyear es claro al decir que en Los Llanitos la cerámica y la arquitectura no arrojaron una conclusión acerca de una identidad lenca, debido a que con la evidencia arqueológica no se pudo definir que es ser lenca y que no. Sin embargo, al igual que en Quelepa, la relación entre occidente, centro y oriente de El Salvador es evidente.

A diferencia de Los Llanitos, Andrews si establece una identidad lenca para Quelepa. No obstante, para el Clásico Tardío esta población se vio influenciada por grupos mexicanos que introdujeron nuevas formas de construcción, nuevos estilos cerámicos y probablemente una nueva ideología. Esta ruptura es importante ya que señala un cambio cultural muy marcado para el oriente y por consiguiente la redefinición de identidades culturales.

La transición entre el Clásico Tardío hacia el Posclásico Temprano está marcado por una influencia de los grupos cerámicos Tohil y Nicoya que no son evidentes en Quelepa por la falta de continuidad de ocupación. Sin embargo, hasta la fecha la única evidencia de esta influencia, luego de la caída de Quelepa llega espacial y temporalmente con el sitio Loma China, en donde estos grupos cerámicos fueron documentados ampliamente.

Durante el Posclásico existe una continuidad de la influencia mexicana evidenciada por materiales culturales ideológicos tal como un culto a Ehecatl-Quetzalcoatl. ¿Significa que el cambio cultural dio paso a una sociedad mexicanizada o que simplemente grupos locales emularon esta influencia ideológica conservando su propia identidad?

Finalmente en el período histórico no existe ninguna duda de que el oriente de El Salvador estaba ocupado por lencas en su mayoría. Sin embargo, ¿qué sucedió con la influencia mexicana que se venía desarrollando desde el Clásico Tardío?

El desarrollo de esta ponencia plantea más preguntas que respuestas para definir la identidad del oriente de El Salvador.

Preguntas que apuntan no solamente a la escasez de evidencia arqueológica, sino a la necesidad de reflexionar acerca de la interpretación y las bases teóricas del pensamiento arqueológico en El Salvador para el establecimiento científico de identidades culturales en la época prehispánica.

Para llenar estos vacíos el Proyecto Atlas arqueológico de Oriente aportará nueva información sobre la identidad no solamente de Quelepa, sino de otros sitios excavados este año y cuyos resultados están siendo analizados. A diferencia de Los Llanitos, Andrews si establece una identidad lenca para Quelepa.

No obstante, para el Clásico Tardío esta población se vio influenciada por grupos mexicanos que introdujeron nuevas formas de construcción, nuevos estilos cerámicos y probablemente una nueva ideología. Esta ruptura es importante ya que señala un cambio cultural muy marcado para el oriente y por consiguiente la redefinición de identidades culturales.

Cuadros cronológicos

A continuación se presentan cuatro cuadros que resumen las líneas cronológicas que fueron creadas por los distintos autores aquí mencionados:

Cuadro 1. Cronología de Herbert Spinden para El Salvador

Cuadro 2. , Longyear, Haberland y Andrews IV.

Se incluyó la cronología de Longyear y Haberland tanto para el oriente como para el centro y occidente de El Salvador, con fines comparativos.

BIBLIOGRAFÍA

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Spinden, H. J. 1915 Notes on the Archeology of Salvador. American Anthropologist, New Series 17, No. 3:446-487.

ÍNDICE DE FIGURAS

Figura 1. Máxima expansión de los Mayas hacia el sur y el este, sin reconocer un período, como indica la evidencia arqueológica y lingüística.

Figura 2. Mapa de El Salvador mostrando sitios mencionados en el artículo de Haberland. Las líneas punteadas son las fronteras entre las tres regiones arqueológicas.

Figura 3. Estructura 9 de Quelepa vista desde el occidente.

Figura 4. Distribución de centros culturales durante el período Preclásico y Clásico en la periferia suroriental mesoamericana

Figura 5. Distribución de lenguas durante el siglo XVI.

ÌNDICE DE ILUSTRACIONES

1. Figurillas arcaicas de Cara Sucia, colección del Dr. Alberto Luna (Spinden, 1915: 454).

2. Cerámica arcaica de la colección del Sr. Andrés Bang (Spinden 1915: 456).

3. Vasijas arcaicas con marcas de «peine», colección del Sr. Andrés Bang (Spinden 1915: 458).

4. Escultura de piedra con características arcaicas, colección del Sr. Alberto Imery (Spinden 1915: 460).

5. Detalle de una vasija polícroma, colección del Sr. Justo Armas (Spinden 1915: 461).

6. Diseño de una vasija cilíndrica, período Maya. Colección del Sr. Andrés Bang (Spinden 1915: 466).

7 y 8. Cabezas del período Maya, en el Museo Americano de Historia Natural (Spinden 1915: 466 b).

9. Vasijas con rasgos transicionales, colección del Sr. Alberto Imery (Spinden 1915: 467).

10, 11 y 12. Cerámica vidriada, colección del Sr. Andrés Bang

(Spinden 1915: 469).

13. Disco de piedra de Cara Sucia, ahora en San Salvador,

período de Santa Lucía Cozumalhuapa (Spinden 1915: 471).

14. Cerámica vidriada, colección del Sr. Andrés Bang (Spinden

1915: 470).

15. Vasijas Tlaloc del período Azteca, departamento de

Chalatenango. Colección del Sr. Justo Armas (Spinden 1915: 475).

16. Incensario, colección del Sr. Justo Armas (Spinden 1915: 477).

17. Figuras huecas de ranas, Quezaltepeque, departamento de San

Salvador. Colección del Sr. Justo Armas (Spinden 1915: 478).

18 y 19. Diseño de pelícano y diseño de serpiente emplumada de

la Bermuda, colección del Sr. Alberto Imery (Spinden 1915: 480).

20. Diseño de la base de un cajete poco profundo, colección del

Sr. Alberto Imery (Spinden 1915: 482).

21. Cajete con decoración batik usuluteca, procedencia desconocida. colección del Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán (Fowler 1995: 69).

22. Vasija miniatura del tipo Olocuilta anaranjado, Chalchuapa, departamento de Santa Ana.

23 y 24. Vasija con decoración Usulután y vasija de cerámica roja, Quelepa (Longyear 1966:144).

25. Vasija Copador procedente de San Antonio Monte Rico, departamento de Sonsonate. Colección del Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán (Fowler 1995: 125).

26. Vasija Salúa (Ulúa) procedente de El Dorado, departamento de Chalatenango. Colección particular (Fowler 1995: 129).

27. Vasija Salúa (Ulúa) procedente de Mapilapa. Colección particular (Fowler 1995: 131).

28. Incensario procedente de Tazumal, Chalchuapa, departamento de Santa Ana. Colección del Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán (Fowler 1995:118).

29. Monumento 12 o Piedra de Las Victorias procedente de Chalchuapa, departamento de Santa Ana. Museo de sitio de Tazumal (Fowler 1995: 61).

30. Plano del sitio Los Llanitos publicado por Longyear en 1944 (Fowler 1995: 13).

31. Los Llanitos polícromo; dibujos de tiestos cerámicos encontrados y clasificados por Longyear en su excavación en Los Llanitos (Longyear, 1944: 37).

32. Vasija Tláloc procedente de Cihuatán, departamento de San Salvador. Colección del Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán (Fowler 1995:148).

33. Vasija Tohil plomizo representando a Huehuetéotl. Colección del Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán (Fowler 1995:148).

34. Monumento 21, estela procedente de Tazumal, departamento de Santa Ana. Colección del Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán (Fowler 1995:8).

35. Figura 8b, escultura en piedra de un sapo procedente de Cihuatán (fotografía inédita proporcionada por Paul Amaroli y Karen Bruhns, 2007).

36. Vasija Nicoya procedente de la Hacienda El Ángel. Colección particular (Fowler 1995:159).

37. Vasija Nicoya procedente de Loma China, departamento de Usulután. Colección del Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán (Fowler 1995:159).

38. Vasija Tohil plomizo procedente de Loma China, departamento de Usulután. Colección del Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán (Fowler 1995:159).

39. Vasija Nicoya procedente de Loma China, departamento de Usulután. Colección del Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán (Fowler 1995:159).

40. Cajete Ulúa procedente de Quelepa, departamento de San Miguel, recuperada en lasexcavaciones de Andrews. Colección del Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán (fotografía por Fabio E. Amador).

41. Hacha procedente de Quelepa, departamento de San Miguel, recuperada en las excavaciones de Andrews (1986: 229). Colección del Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán (fotografía por Fabio E. Amador.)

42. Palma que representa a Ehécatl procedente de Quelepa, departamento de San Miguel, recuperada en las excavaciones de Andrews. Colección del Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán (Andrews 1976: 170).

43. Cajete Rojo sobre blanco Delirio procedente de Quelepa departamento de San Miguel, recuperada en las excavaciones de Andrews. Colección del Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán (fotografía por Fabio E. Amador).

44. Cajete miniatura Rojo sobre blanco Delirio procedente de Quelepa departamento de San Miguel, recuperada en las excavaciones de Andrews. Colección del Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán (fotografía por Fabio E. Amador).

45. Soporte de pedestal Anaranjado Tongolona procedente de Quelepa, departamento de San Miguel. Colección del Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán (fotografía por Fabio E. Amador).

46. Altar del Jaguar procedente de Quelepa departamento de San Miguel, recuperada en las excavaciones de Andrews. Colección del Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán (Andrews 1986:234).


[1] Varios aspectos de la lengua lenca, cacaopera y ulúa se conocen a través de los siguientes estudios: Amaroli (1992), Amaya (1985), Andrews (1970, 1979), Arguedas (1987), Campbell (1976, 1979), Campbell, Chapman y Dakin (1978), Campbell y Muntzel (1989), Carmack (1994), Chapin (1991), Ciudad Real (2000), Del Río (1985,1999), Doblado y Girard (1951), Escalante (2004), Fabré (2005), Hasemann y Lara (1994), Herranz (1984, 1987), Lardé y Larín (1946, 2000a, 2000b), García de Palacio (2000), Genovéz (2006), Lehmann (1920), Peccorini (1910) y Richards (1998).

Cerámica Precolombina de El Salvador

La cerámica de El Salvador y la de toda Mesoamérica empiezan a utilizarse durante finales del periodo arcaico lo que nos da muestra de la sedentarización de los pueblos semi-nomadas.

Estas son las principales cerámicas precolombinas de El Salvador:

Cerámica Usulután

La cerámica Usulután fue la primera cerámica de El Salvador fue hecha a partir aproximadamente en el 1800 antes a.C. en el departamento de Usulután y desde ahí se expande por todo El Salvador hasta llegar por medio del comercio a algunos lugares de Guatemala, Honduras y Nicaragua.

Fue influenciada por los grupos de Suramérica que se asentaron en la costa mesoamericana (sureña-costeña) alrededor del 2,000 a.C. desde ese momento la cerámica Usulután es pintada de forma monocroma (de un solo color) en especial de: negro, gris, naranja, roja y blanca o crema. Y aparece en forma de tecomates, cuencos sencillos y ollas.

Durante el periodo preclásico la cerámica Usulután empieza a ser pintada de forma bi-croma (de solo 2 colores) en especial de: rojo sobre blanco, rojo sobre café, rojo sobre crema, rojo sobre naranja, negro sobre crema, etc.; y cerámica naranja-cafetosa con negativo nuboso. Entre las forma en que aparece podemos mencionar: vasijas silbadoras, incensarios con mangos, jarras o floreros, platos con anchos bordes acanalados, cuencos trípodes y vasijas miniaturas; a la vez que se modelan figurillas con los ojos perforados, algunas de ellas con los miembros o extremidades desarmables, y orejeras de barro, tubulares y huecas.

La cerámica Usulután va evolucionando hasta la policromía (pintada de muchos colores), en colores rojo y negro sobre naranja. Y tiene su centro de dispersión en Chalchuapa (desde el 1,200 hasta el 400 a.C., en sus fases Tok (1,200 – 900 a.C.), Colos (900 – 700 a.C.) y Kal (700 – 400 a.C.) hasta ser reemplazada por la cerámica negativo Usulután durante el preclásico medio.

Cerámica Negativo-Usulután o Batik

La cerámica negativo-Usulután o batik es hecha en Quelepa en el 500 a.C. y comerciada con Chalchuapa en el 400 a.C., estos sitios comercian esta cerámica haciendo que llegue a Guatemala, Honduras y Nicaragua. Durante el periodo clásico temprano y parte del medio sigue siendo utilizada por Chalchuapa y Quelepa.

Y es reemplazada totalmente a finales del clásico medio, en el caso de Chalchuapa y los sitios en el occidente y centro de El Salvador lo es por la cerámica Copador y salua; el caso del oriente y partes del centro de El salvador lo es por cerámica de pasta fina de Veracruz, Tabasco y Chiapas.

Cerámica Copador

Hecha por la unión de los estilos cerámicos de Copan y El Salvador (negativo Usulután), esta cerámica estaba extendida entre Copan y en los sitios del occidente y centro de El Salvador ya sean mayas o no.

Tuvo se centro de dispersión en Chalchuapa en su fase Payu (600 – 900 d.C.)

Durante el periodo posclásico temprano o epiclásico es reemplazada por la cerámica Nicoya policroma, Tohil plomiza y Mixteca puebla.

Cerámica Salua

Hecha por la unión de los estilos cerámicos del Valle de Ulua y El Salvador (negativo Usulután), se extendió en los sitios mayas y no mayas del occidente, oriente y centro de El Salvador, es reemplazada durante el periodo posclásico temprano o epiclásico.

Cerámica plomiza

Hay dos variedades de la cerámica plomiza, la primera la variedad San Juan fue usada durante el clásico terminal y la segunda la variedad Tohil fue usada durante el posclásico temprano.

Recipientes sin pintar con un aspecto esmaltado. El color superficial se extiende de marrón-negro oscuro a conducir-coloreado a salmón-anaranjado, y todos se encuentran a veces en un solo recipiente. Algunas aéreas pueden ser iridiscentes. Este es de una cerámica extremadamente dura y suena cuando se golpea ligeramente. Las formas del recipiente incluyen una variedad de formas de tarros, tazones, floreros cilíndricos, y pueden incluso incluir los figuras. La decoración del Efigie es común.

Cerámica Nicoya policroma

Cerámica Nicoya fue hecha en el golfo de Nicoya, Costa Rica; comerciada con Nicaragua y El Salvador durante el Posclásico temprano. Tazones hemisféricos, tazones con redondeado en las bases casi planas y paredes que señalan por medio de luces (Estos pueden tener tres soportes cilíndricos o cónicos huecos con la decoración de efigies como opción, a menudo bajo la forma de cabezas del pájaro), floreros cilíndricos con las bases del anillo, tarros.

La pintura roja, negra, y amarilla fue aplicada sobre un blanco muy liso con una textura “jabonosa”. Generalmente la mitad del recipiente fue dejada blanca. Los diseños incluyen registros con diseños geométricos, figuras humanas, y otras. Los recipientes raros pueden tener formas y accesorios inusuales.

Cerámica Mixteca Puebla

Fue hecha por los Mixtecos en los valles de Puebla, Tlaxcala y porciones de la Mixteca en el 1,000 d.C. y comerciado con El Salvador y casi toda Mesoamérica, fue usada hasta la conquista española.

Mi Alberto Masferrer. Pedro Geoffroy Rivas. La pájara pinta. 1968

Sembradores de ideas: ¡El pueblo es el terreno de la siembra! Masferrer

Nace Masferrer en una aldea perdida entre montañas, junto a una laguna de encantamiento. Alegría, es su paradójico nombre.  ¿Su estirpe? ¿Su genealogía? ¡Qué pueden importarle a nadie! Bástenos saber que fue un hijo del pueblo, un moreno e hirsuto producto de la tierra, un duro mestizo de ardorosa sangre. Parido con dolor y con tristeza, acaso en una destartalada choza, donde la miseria fue la única partera que ayudó a la madre solitaria; quizá en el inhóspito cuarto de un mesón, ausente el responsable de su nacimiento.

«Hijo ilegítimo de Leonor Mónico», escribió en el Registro un indiferente secretario municipal.

Nada sabemos de sus primeros años. Crecería a la buena de Dios, como crecen los hijos de los pobres. Subsistiría de milagro, desnudo, mocoso, lombriciento. Jugaría con piedras y con palos mientras la madre proletaria se prepara para ganar el sustento. Daría sus primeros pasos sin que nadie celebrase la hazaña. Comería frijoles y chuparía tortilla tiesa desde los cuatro meses…¡Quién sabe!

Años más tarde lo encontramos en la casa del padre, un criollo acomodado, casado y con familia. Don Enrique Masferrer ha recogido al fruto de sus veleidades de conquistador. Sería un muchachito flaco y triste, de ojos soñadores, de despejada frente, que se pasaba las horas inmóvil, mirando hacia ninguna parte, cohibido, entre hermanos con mayores derechos que él en aquel hogar que no era suyo, en el que no había nacido y al cual seguramente le estaba vedado el acceso a su madre.

Ya se alzaría un día -implacable y condenador- contra esta diferenciación entre hijos legítimos e ilegítimos, contra esta injusta división en la que los niños sufren castigo por faltas que no han cometido. «No hay hijos ilegítimos» -ha de clamar en EL LIBRO DE LA VIDA- no los hubo nunca, no los habrá jamás. Sin duda que hay uniones ilegítimas: todas aquellas que determinaron el orgullo, la vanidad, la ambición, la sensualidad, el dinero; todas aquellas que ayuntasen a cónyuges sifilíticos, alcohólicos, leprosos, alienados, contagiados de cualquier enfermedad grave, incurable o hereditaria; todas aquellas en que la degeneración física o mental extrema de quienes se aparean, no puede originar más que frutos podridos, que vendrán seguramente, a envenenar y corromper la vida»…

«Son los padres los ilegítimos, los responsables, los culpables; no el niño; tal como no es responsable de su fealdad la estatua, sino quien la esculpió»…»El niño es de necesidad legítimo, total y permanentemente legítimo».

No decimos -ni queremos suponer siquiera- que Masferrer fuese maltratado en aquel hogar. Pero necesariamente tuvo que sentir que había una diferencia entre él y sus hermanos, que éstos eran plenamente hijos de aquel hogar, mientras él sólo lo era a medias -el recogido, el natural, el arrimado – , que aquéllos tenían padre y madre en la casa, en tanto que él sólo tenía allí padre y una madre lejana, afuera, que no compartía el hogar.

Quiso el padre educarlo debidamente, darle una carrera, y fue así como una mañana el muchachito de Alegría abandonó los verdeantes cerros y la azul laguna y se metió entre las cuatro paredes de un colegio capitalino. Nadie lo recuerda como estudiante destacad.

¿ Cómo podría serlo un soñador de sus tamaños? ¿ Qué tenía que ver con la Gramática un poeta de su empuje? ¿Qué le importaba la Historia a un apasionado del cuento y la leyenda? ¿ Cómo iba a interesarse por la árida geografía de los textos quien conocía mejor que nadie los senderos del monte, las piedras que bordean el río y

cada amate, cada maquilihue, cada tempisque de las sierras? Se pasaría las aburridas horas de clase mirando a la ventana, tan azul en verano, tan cambiante de nubes en invierno, inundada de luz – ¡de luz!- a todas horas.

Una carrera académica . .. ¿Qué especie de monstruo antediluviano habría sido -por ejemplo- un Masferrer abogado? ¿ Qué pequeño y ridículo un don Alberto bachiller? No. No eran para él las aulas donde un dómine rellena cabezas con inútiles conocimientos, no eran para él los libros plagados de fórmulas vacuas y de sentencias rimbombantes. No eran para él los títulos, ni los chalecos de fantasía, ni las levas fastuosas, ni los bastones de dorada empuñadura, ni los pretensiosos boleros…

Para él eran el espacio abierto y sin límites, los sombreados caminos que no llevan a ninguna parte, la grata sombra de los árboles, la canción de los ríos, la tierra húmeda contra el pie desnudo…

«Si somos hermanos carnales del pájaro, del árbol, del musgo y de la flor…» «Somos la misma sangre con el pez y la roca, con la nieve y el viento, con el arroyo y con la nube, con el zafiro y el carbón…»

«Somos la escama del caimán y la sedosidad del armiño; la bronca cerviz del hipopótamo y el undívago cuello del cisne; el fulgor del diamante y la opacidad de la arcilla» -exclamó en LAS SIETE CUERDAS DE LA LIRA. Ya lo sentía entonces seguramente. Lo había sentido siempre desde antes de nacer. Lo traía en la sangre de sus recios antepasados pipiles. Le quemaba el alma un ansia irrefrenable de identificarse con la naturaleza, de fundirse en el violento paisaje, del cual se consideraba un elemento más.

Y así principió el conflicto, el tremendo conflicto interior. Que habría de atormentarlo siempre. ¿ Cuál era el porvenir, si seguía el camino escogido por el padre? Magistralmente nos lo describe en ese tremendo examen de conciencia que tituló ESTUDIOS Y FIGURACIONES SOBRE LA VIDA DE JESUS: ser buen hijo, obediente, sumiso; estudiar, estudiar mucho, obtener brillantes notas en los exámenes y llevar a casa certificados llenos de sobresalientes que el padre pudiera mostrar con orgullo en todas las tertulias; seguir una carrera, doctorarse, trabajar…

«Hasta el momento en que escogemos honorablemente una esposa honorable, tenemos hijos honorables, pagamos honorablemente nuestros impuestos, servimos a la patria mediante retribuciones honorables, cubrimos nuestros vicios y nuestra sordidez con formas honorables, y por fin nos podrimos honorablemente, dejando un ejemplo de honorabilidad a los que vienen tras de nosotros».

¡Ah, no! ¿Qué haría él con semejante porvenir? El había escuchado el llamado y su alma se agitaba, conmovida por tremendas luchas. La voz del medio familiar lo reclamaba, mas la voz interior decía una cosa distinta.

«La vida, la justicia, el amor, necesitan ser comprendidos y realizados de distinta manera», gritaba la íntima voz.

¿ Cuál era la voz válida? ¿ Qué llamado obedecer? ¿A dónde ir? Dolorosa y tremenda depuración, entre vacilaciones, entre huracanadas idas y vueltas del entusiasmo al desaliento, entre oscilaciones de la claridad de la idea a la oscuridad de la tradición.

¿ Y si él estuviese equivocado? ¿ Si el poderoso llamado que estremecía su alma fuese tan sólo una alucinación, un calenturiento desvarío? ¿Iba a causar un dolor a su padre, iba a decepcionar a sus hermanos, por seguir una vana ilusión? ¿ Y si seguía su inspiración, qué provocaría con su doctrina y con su empresa? «Dolor, sangre, muerte quizá?”

La vida interior se ha vuelto una tragedia, insospechada para quienes en él ven solamente al pálido y desgalichado estudiante, en cuya libreta abundan los ceros. Pero adentro … iAh!

«Un corazón que se está desangrando, una cabeza que se está enloqueciendo; una pobre alma agitada como mar tempestuoso, en que las olas furiosas, desatadas, se amontonan golpeándose en aquella cárcel de su pecho»…y un día regresó al luminoso pueblo de la sierra como estudiante fracasado.

El padre, adusto, apenas le dirigía la palabra. Los hermanos hablarían de sus éxitos estudiantiles. Los vecinos lo verían con compasión, moviendo la cabeza o llevándose el índice a las sienes. Y él seguiría encerrado dentro de sí, rumiando resignadamente su conflicto interior, soportando – por no chocar, por no “escandalizar»- todo aquello que le repugnaba, degustando la hedionda pócima de la paz cotidiana, ahogándose en el ambiente de aquel pueblo «de suelo corrompido donde el error y el vicio y la ignorancia y la estulticia han estado por siglos, infiltrándose e inficionando hasta la raíz de la vida y el alma de todas las cosas».

Y un día sintió que de continuar así acabaría idiota, amargado , sumido en el pesimismo y en el odio, que tendría que renunciar para siempre a la luz – ¡él, que llevaba en el corazón un lucero! – que debería sepultar para siempre todo cuanto de inmortal y divino sentía bullir en su interior.

Pero «nadie – le había enseñado Pitágoras-, nadie debe sacrificar su alma por salvar el alma de los demás» . No.

El no podía quedarse en el pueblo.

«En el pueblo no puede quedarse nadie que lleve una luz que debe hacer brillar para socorro y elevación de los hombres … » «En el pueblo reinan y tiranizan el prejuicio, la frase hecha, la idea rancia, la creencia apolillada, el refrán estúpi do, el cuento resobado … «

«No, ahí las almas tienen moho y las mentes duermen bajo una costra de orín petrificado». Tenía que huir de todo aquello, tenía que irse lejos. A andar, andar y más andar. A recorrer todos los caminos de la Tierra, conociendo el mal, penetrando la miseria, apoderándose del dolor, escudriñando las almas de los hombres, de aquellos pobres hombres a quienes – impotente- veía sufrir y a los que sentía que era necesario salvar. El había oído el llamado, poderoso, subyugador, y ya nada en el pueblo podía retenerlo. ¿ La voluntad del padre? ¿La dura pobreza de la madre? ¿ La bondad de la madrastra? ¿ El cariño de los hermanos? Sufriría acaso con su huida, les causaría dolor su alejamiento…

¿Pero qué podía hacer él, un romántico atormentado a quien la lucha llamaba con imponentes voces? El pertenecía a esa «clase desventurada y luminosa» de la que «no suelen salir hijos modelos, esposos ejemplares y distinguidos ciudadanos, sino hombres extraños, dolorosos, contradictorios, punzantes, que trastornan las cosas, entristecen los hogares, escandalizan al vecindario, hieren las creencias establecidas y faltan a las buenas costumbres».

Y se fue. Los ásperos caminos de Centro América vieron pasar su enteca figura, con el achín al hombro. Los bulliciosos mercados de los pueblos miraron con asombro a aquel moreno adolescente que extendía meticulosamente, con aire distante, su ingenua mercancía de buhonero. Lo sintieron llegar los caseríos misérrimos, de perros escandalosos y tristes mujeres sentadas a las puertas. Los valles luminosos lo contemplaron descansando en los tórrido s mediodías a la sombra de un árbol acogedor o junto al murmullo encantado de los arroyos. Los hombres lo oyeron detenerse al lado de los barbechos y mirar fijamente los primitivos arados que hendían la buena tierra, como erectos miembros que violaran vientres ansiosos.

Lo rodearon los niños, en las acogedoras veladas de una casucha campesina, para oír los cuentos maravillosos que sabía inventar. Las mujeres escucharon incrédulas sus sencillos consejos higiénicos. El viento y la lluvia y los relámpagos fueron sus amigos y lo amaron. Lo cobijaron las noches coruscantes del trópico y la dura tierra  palpitante durmió con él como una amante acogedora y buena.

II

Identificado con el violento paisaje del trópico, heredero de una tradición de lucha, de opresión, de odio y amores extremos, con una sangre en que la tragedia del mestizaje seguía librando su enconada batalla, Masferrer fue necesariamente un hombre contradictorio, de internas pugnas agotadoras, enemigo de sí mismo, dulce y terrible, áspero y acariciador, conmovido hasta las lágrimas por todos los dolores humanos y odiando furiosamente a los hombres que no sabían librarse del verdugo que cada quien lleva en su alma.

Anhelando con todas sus fuerzas redimir a la humanidad y gritando desaforadamente contra el género inicuo que cerraba sus puertas a la luz. Poeta intenso, de profundas raíces emocionales que a toda hora agitaba hasta lo más recóndito de su ser y pésimo versificador. Maestro por vocación sin una sola regla didáctica en su haber cultural. Disparatado autodidacto, con anchas y hondas lagunas de ignorancia que su inmenso talento salvaba con gracia sin igual.

Revolucionario nato y tolstoyano a la hora de la acción. Hoy iconoclasta, destructor de mitos, que trata de borrar hasta la más remota huella de milagro en la leyenda de Jesús, y mañana ocultista obsecado, viendo misterio hasta en el acto más simple, descubriendo destinos preconcebidos y preparados por los siglos de los siglos hasta para la más elemental ameba.

En 1920, anda ya metido en los vericuetos del orientalismo. Escribe entonces su ENSAYO SOBRE EL DESTINO, libro en el que –como siempre- el enorme poeta que hay en él lo salva de la tontería ridícula y del absurdo filosófico. Acepta y afirma rotundamente la transmigración y la predestinación.

«Cada uno, como dicen las gentes, trae lo que ha de ser». ¿De dónde? «De los abismos de la Vida. De los viajes y peregrinaciones a través de mil existencias diversas . .. » Todo está sometido a una férrea ley determinante, en la que cada vida es la continuación esencial de una vida anterior. El agente continuador de la vida es para él la forma; el agente liberador es la aspiración. ¿Y a qué se imagina Masferrer que aspira el hombre a través de todas sus transmigraciones? «A volver a entrar en la fuente, en la Unidad, en Dios».

¿El medio? La renunciación, predicada por Sidhartha Gautama. Renunciar al deseo, a la voluntad, para anular el poder del Destino, para alcanzar el Nirvana.

Viejas y resobadas teorías ocultistas cobran en él un acento nuevo, un candoroso y encantador acento poético , en el que la fuerza de la expresión, la magia de la palabra, la cautivadora imagen, nos hacen olvidar las incongruencias filosóficas y su palpable ignorancia hasta del más simple clasicismo griego.

Pero el hombrecillo primitivo y rural que hay dentro de él lo llama constantemente a la realidad, lo arrastra a la Tierra, lo planta en medio de los hombres y le grita rudamente la verdad humana.

«Esta Ley, que rige la creación actual y regirá toda creación futura, quiere que TODA CAUSA PRODUZCA EFECTOS ESENCIALMENTE SEMEJANTES A LA CAUSA GENERADORA», exclama de pronto el hombrecillo, haciendo contra punto al vuelo fantasioso del poeta. Se ha derrumbado el soñador, las alas han rozado la tierra, ha tomado la palabra el hombre.

«¿ Qué dará la espiga del trigal ? Trigo . ¿ Que dará el

pantano? Miasmas. El fuego consumirá, el agua quitará sed, la sal purificará, la luz habrá de alumbrar y el virus de emponzoñar, hoy , mañana, eternamente «.

Masferrer ignoraba seguramente que 26 siglos antes que él, Heráclito había proclamado: » El mundo forma una unidad por sí mismo y no ha sido creado por ningún Dios ni por ningún hombre, sino que ha sido, es y será eternamente con arreglo a leyes».

Pero si ignoraba a Heráclito, Masferrer conocía suficientemente al hombre y poseía la profunda intuición de los poetas; » pues en último análisis, no hay mundo físico , anímico y mental, sino UNO SOLO, cuya unidad no percibimos por la limitación de nuestro entendimiento. El Universo, la palabra lo dice, es lo UNO, DIVERSIFICADO ; lo UN O que se presenta como vario : uno en esencia y múltiple en aspectos. Y, necesariamente, regido por una sola e inmutable ley».

Y aquí tenemos ya al ocultista, al orientalista que acepta el misterio, la predestinación y la metempsicosis, hundido hasta el cuello en el más puro y absoluto materialismo.

Las alas recobraban su vigor y el soñador remonta nuevamente el vuelo: la ley de la causalidad es una manifestación de la voluntad divina. La relación de causa a efecto es, en el plano de la responsabilidad, justicia. «Justicia, en cuanto rige las formas de la vida consciente, en la esfera total del Cosmos ; Destino en cuanto se cumple, de peculiar manera , en el plano de mi existencia personal».

Las alas suben, elevan la visión onírica hasta los planos de la más pura poesía y cuando ya no encuentran una salida lógica, cuando se impone el descenso, dejan caer al poeta empedernido hasta las profundidades del «hombre-abismo «, donde descubre, enceguecida, que » nadie comprende a nadie y el alma de cada uno es un aforo tal fortaleza sin ventanas, que circunda un foso de tinieblas» .

Pero allí está, esperándolo y pronto a salvarlo, el terco hombrecillo de la Tierra : » El Destino – le dice- no anda fuera de nosotros sino en nosotros ; que lo lleva cada uno consigo y que, como aquella túnica de Neso, que abrasaba con fuego invisible, no podemos arrancarlo de nosotros sin que se nos lleve la carne a pedazos.

Una vez repuesto del golpe, el poeta se enfurece contra el hombrecillo burlón y sarcástico. Se siente descontento del prosaico mundo que lo rodea y evade  afirmando que el hombre es aquí un inadaptado, un descontento eterno, porque no pertenece a la Tierra, que es para él un medio extraño. En el hombre predomina lo anímico y es natural que no logre encontrar en la Tierra – tan material, tan llena de planta s y de piedras- una plena y satisfactoria felicidad. El hombre ansía paz, pero el mundo es lucha; es cambio violento y constante, y el pensamiento y la conciencia reclaman perennidad y armonía.

Hemos dicho que escribía en 1920. Acaba de concluir la primera guerra mundial. Su fino espíritu, su exquisita sensibilidad, han sido duramente lastimados por el espectáculo de la lucha, » la más bárbara, desastrosa, mezquina y cruel que ha visto el mundo»,

El, que abrevó en las fuentes de la literatura europea, ve el Continente dilecto desgarrado, sangrante, feroz , vuelto al primitivo. ¿ Qué han podido la cultura, el arte, la filosofía, la ciencia ? Se hunde en un confuso mar de terribles interrogaciones. ¿ Qué es lo que puede salvar a la humanidad, qué elementos habría que aportar para convertir al lobo en oveja ? Todo se ha ensayado ya, todo se ha discutido, todo ha fracasado.

» ¿ Qué levadura, qué influencia benéfica, qué sugestión, qué leyes, qué creación artística, qué instituciones, qué doctrinas, qué ejemplos pueden imaginarse que no hayan sido empleados , y siempre con los mismos frutos , estrechos y efímeros … ?» No encuentra salida para su confusa y trastornada indignación… ¡Esa Europa…! El la ha visto, culta, suave, limpia, amable. Ahí aparecía un libro de hora en hora ; las universidades, donde la ciencia era como lluvia perenne ; los niños liberando a los pájaros cautivos ; los municipios construyendo nidos para las cigüeñas… Pintores, escultores, sacerdotes, socialistas, teósofos, profesores, espiritistas, novelistas, poetas … » ¡a quien más suave, a quien más generoso, a quien más fraternal, a quien más ansioso de paz, de belleza, de unión y comunión y unificación … ! » ¡Y toda esa gente era caníbal… !

» No puede haber paz entre los pueblos, como no sea la paz impuesta por una nueva Roma. Porque los hombres son fieras y lo que necesitan es un domador, un hombre de látigo y hierro candente que imponga concordia en la casa de fieras…¡Aunque se llame Nerón!”

Bueno, la verdad es que hay un sistema que se llama «Capitalismo», a cuya sombra castas imperialistas » han sorbido tanta savia y tanta sangre de los indios, de los negros, de los chinos, de los hindúes, de los moros, de los armenios , de los egipcios, de los australianos, de todos los que son débiles e inermes … «

Hay que hacer desaparecer esas castas, hay que destruir ese inicuo sistema. P ero, ¿de qué nos está hablando ahora el poeta amargado? ¿ Hay, pues, una esperanza, hay una salida, hay una solución? No. El que ha hablado ha sido el entrometido hombrecillo de allá abajo, que aún se aferra a la bondad del hombre y cree en una posibilidad de humana superación.

El poeta no cree en esas cosas ; aunque desaparezcan esas castas y esos sistemas, no tendremos paz porque el hombre es un extranjero en la Tierra…Los animales viven en ella a gusto porque de ella son nativos, porque están en su medio, se organizan cómodamente, hacen vida en común, trabajan todos y disfrutan todos del trabajo colectivo…Pero el hombre… «¿ Qué pasa en las sociedades humanas? » Esto, sencillamente : buen número de los asociados no trabajan o trabajan muy poco. Y la gran mayoría de los que trabajan no disfrutan del Haber Social, sino en la cantidad indispensable para no perecer violentamente. Una minoría, en todo el mundo, se apodera del producto del trabajo común y lo gasta y derrocha sin medida, o lo atesora y guarda par a sus descendientes, obligando a una considerable porción de los asociados a vivir en la escasez y en las privaciones, y a los restantes, a consumirse en la abyección, en la estrechez, la suciedad y el hambre» . ¡Ah, malvado y terco hombrecillo de la Tierra! Ha terminado por dominar al poeta, por atar sus alas, por extinguir su sueño. Este suspira y acaba por aceptar:

 » En suma, el Destino, cuyas apariencias de arbitrariedad y fatalidad han desconcertado siempre a los hombres…no es sino una fuerza que nosotros mismos creamos…» «ahora soy víctima de esta pantera que me ha derribado por el suelo, destroza mi pecho con sus uñas de hierro y con su áspera lengua sorbe mi sangre. Pero YO SE que no habrá de matarme, si YO NO QUIERO; y que un día vendrá en que, cerradas mis heridas, recobradas mis fuerzas y confortado mi valor, domaré y amansaré a esta fi era, y su cabeza, que es ahora mi espanto, servirá de escabel a mis pies».

En LAS SIETE CUERDAS DE LA LIRA , su obra de mayor aliento poético, volvemos a encontrar esta enconada pugna: entre  el soñador inveterado y el hombrecillo de la eterna vigilia. El poeta lucha por desasirse de lo humano, niega al hombre, abomina de él. Trata de escapar de su terrestre condición por el camino de la incomprensión : «Si no comprendo a otro hombre, que es mi semejante, casi una reproducción de mí mismo ; si no comprendo la mayor parte de los fenómenos que se operan en mi propio ser, ¿cómo voy a comprender a la Tierra, tan amplia, tan varia, tan silenciosa y concentrada en su trabajo, y de la cual no sé, a conciencia, sino que me lleva pacientemente en su regazo…?»

Nadie puede explicarse nada. Mienten l os sabios en sus teorías, mienten l os investigadores en sus experimentos , mienten los maestros en sus enseñanzas . . . «Los sabios, con sus feos anteojos y sus calvas odiosas, se levantan a proclamar que todo es ciego y sordo, menos ellos; que la ley es la lucha y que es científico que unos hombres perezcan de necesidad y otros de hartura…a lo cual, los pueblos, tan bestias como ellos, responden echándose unos contra otros, a despojarse y a devorarse…La ciencia… Los sabios…”

Mas el terrestre hombrecillo de la vigilia se aferra a los pies del soñador, lo arrastra  pesadamente y lo ancla definitivamente en la Tierra … Despierta iluso – parece decirle irónico– , ¡cómo no vas a comprenderla si eres uno con ella, si estás dentro de ella, identificado con ella, como uno de sus tantos elementos! Si todos nosotros, «con las plantas, los animales y las piedras, con todo lo que vive sobre nuestro planeta, respirando el mismo aire, confortados por las mismas aguas, reanimados por el mismo calor, nutridos por la misma tierra, impulsados por la misma energía, mantenidos por la misma atracción e iluminados por la misma luz, somos distintos y extraños en apariencia; mas, en realidad, somos y vivimos una sola vida. Como las notas de un mismo acorde, como las ondas de una misma ola, como las olas de un mismo mar … «

El poeta comprende entonces y canta jubiloso : » Somos hermanos carnales del pájaro, del árbol, del musgo y de la flor. . . Somos garra en el águila, canto en el ruiseñor, plumaje en la oropéndola, llama en las flores del granado, raíces en la ceiba, relámpago en la nube, dardo en el escorpión, fragancia en el jazmín y espuma de muerte en la víbora».

El poeta se ha quedado por fin sobre la Tierra, ha afirmado el pie en el planeta, comprendiéndolo, amándolo, descubriendo el mundo con infantil alborozo y proclamando a gritos cada uno de sus descubrimientos. Si, todas aquellas cosas en la s que no había reparado nunca con la s cuales tropezaban sus pies mientras anduvo con la vista en el cielo, eran bellas y amables ; todos aquellos seres entre los cuales había deambulado hasta entonces y que le parecían torpes , despreciables e indignos, eran semejantes a él, sufrían, amaban, soñaban también y merecían ser redimidos…

III

A Masferrer le repugna el institucionalismo religioso. El lleva en su carne y en su espíritu un Cristo humano y acongojado, cargado con toda la flaqueza del género y duro como diamante en bruto. Un Cristo siempre desfalleciente, agobiado por la tarea que se ha echado sobre los hombros, pero sostenido a toda hora -en el largo y doloroso vía crucis de la vida- por una idea galvanizante.

Y aborrece con toda su alma la tesis del origen divino, en un afán de reconocer a la raza humana la posibilidad de crear excelsitud sin metafísicas intervenciones.

Y lo concibe así, como un hombre más entre los hombres, engendrado por hombres, como una ruda herencia humana, acrecentada a través de innúmeras generaciones por siglos y más siglos de sufrimiento, en posesión de un pensamiento que se ha ido acumulando y potencializando y enriqueciendo y que en él se concentra y concreta y se hace verbo y luz, pan y vino, para los ciegos y los hambrientos y los que no han podido gritar, fuerza para los débiles, sostén para el caído, resurrección para los muertos. Todo en su Cristo se empeña en ser humano, divinamente humano, desde su nacimiento hasta su muerte.

Como lo hemos dicho ya, más que un relato histórico, más que una interpretación de hechos, Masferrer nos dice cómo es que él siente el cristianismo, cuál es el Jesús, que a él le desgarra las entrañas. Así, cuando trata de pintarnos la situación del pueblo judío lo que hace es reflejar el ambiente que a el lo rodea, pintar crudamente con sus líneas y colores exactos la situación del pueblo suyo, el pipil al cual él anhela redimir. El mesianismo de que nos habla es el de una masa desesperada, hambrienta, explotada, enferma, miserable, sobre cuyo dolor descansan la opulencia y el placer de una casta de expoliadores y detentadores de la riqueza.

El ansia de liberación que palpita en las páginas de sus ESTUDIOS y FIGURACIONES , no es sino la que él ha recogido en sus peregrinaciones por las tierras centroamericanas. La fe que exalta es su propia fe. La esperanza que enarbola es la que siente palpitar en todos los pechos a los cuales se acerca. Entonces, como antes y ahora – dice- “al hambre del hambriento se le engañaba con derechos; al frío del desnudo, con verdades científicas; al peregrino que no tenía techo, se le ofrecían por abrigo sistemas económicos, a toda forma de miseria, el espejismo de un progreso que jamás acaba de cumplirse y que no apaga la sed ni quieta el hambre».

Su estudio de Jesús y del cristianismo no es, pues, en realidad, sino un pretexto, una manera de gritar su verdad, una forma de acusar implacablemente a los vampiros que se alimentan con la sangre de su pueblo. El, sutil observador, había auscultado el corazón de las muchedumbres. El las había visto recorrer las calles de la ciudad y arremolinarse amenazadoras como mar tempestuoso.

El había presenciado cómo –un 25 de diciembre que aún no se castiga– la multitud había sido asesinada fríamente, mientras gritaba en las calles su desesperación: ¡Queremos comer! ¡Queremos vestirnos!  ¡Queremos tener como los pájaros un nido y como las raposas una cueva! ¡Queremos vivir! ¡Queremos ya, para hoy, para todos los días, para siempre, esto que es nuestro y se nos está robando siempre: el pan!”

Y sabía también que «millares de miserables y oprimidos comenzaban a decir se que el pan y el agua son antes que la patria; que un cobertizo abriga de la lluvia, mejor que un atrio de un templo, y que una túnica libra mejor del frío que una sentencia de la ley y que una verdad de la ciencia». Nadie podía saberlo mejor que él. Nadie había convivido las hambres y miserias del pueblo como él.

Nadie había pulsado el sentir de las muchedumbres como lo había hecho él. Sabía ya que el derecho a comer no pueden darlo las leyes sino ese formidable título que se llama HAMBRE, y que el derecho a vestirse se funda en la buena y total razón de encontrarse desnudo.

Es entonces quizá cuando su espíritu fino y sensible de poeta sufre su más tremenda crisis. Es entonces quizá cuando entre agonías y vacilaciones, entre entusiasmos y decaimientos -los que tan magistralmente describe, atribuyéndolos a Jesús- percibe claramente el Llamado y acepta su misión.

De estos ESTUDIOS y FIGURACIONES surge el Masferrer luchador, el terrible profeta imprecador y justiciero. En estos ESTUDIOS y FIGURACIONES encontramos los embriones de EL DINERO MALDITO, EL LIBRO DE LA VIDA, LEER Y ESCRIBIR, LA CULTURA POR MEDIO DEL LIBRO y de todo el resto de su formidable labor como director de PATRIA, el primer gran periódico de aliento social que conoció Centro América.

Pero más que un Jesús redentor y dispuesto al sacrificio, Masferrer es un tremendo San Juan que fustiga fieramente a fariseos y escribas, príncipes y sacerdotes, que arrastra a las multitudes tras su verbo encendido, que pone al rojo al horno de la ira popular, en el que -a una señal suya- » todas, aquellas víboras que anidaban por la casa del Señor, revestidas de sacerdotes y doctores», habrían ardido como paja seca.

Pero Masferrer nunca se decidió a dar la señal. El conflicto interior suyo se tradujo siempre en su posición frente a los problemas sociales. Los planteó con toda claridad, encontró los males, señaló las lacras, sentó las premisas justas, pero a la hora de sacar conclusiones, su otro yo se interpuso, lo detuvo, lo hizo tragarse la consigna que ya asomaba a sus labios.

Examinemos – por ejemplo- DINERO MALDITO. Comienza Masferrer por estudiar el problema del alcoholismo del pueblo. Por la calle donde él vive bajan los campesinos a la capital, a dejar en estancos y cantinas sus miserables salarios. Por esa misma calle r regresan, algunos en un lamentable estado de embriaguez, conducidos por sus amigos; otros, camino de la cárcel; otros hacia el hospital…

«Calle del Aguardiente, Calle de la Sangre, Calle de la Cárcel, Calle del Infierno»… Calle de la Sangre… Sí, «vivimos y gozamos de la sangre que mancha y enrojece el suelo de esta calle. De esa sangre, cristalizada en el Presupuesto y transformada luego en la mentira de la Cultura, vivimos y gozamos nosotros, los privilegiados» … Esa sangre da la posibilidad de viajar por Europa, de celebrar fiestas diplomáticas y banquetes patrióticos, de sostener una vida de monerías que imaginamos civilización y cultura …

«Con esa sangre se pagan nuestros lujos, nuestras joyas, nuestras mansiones, nuestras quintas, toda nuestra vida ociosa y mentirosa, gris y charlatana, alimentada incesantemente con el dinero maldito…!

«El dinero maldito … Esa es nuestra vida. .. Esa también será nuestra ruina … «, clama San Juan, adusto y admonitorio.

Le sigue así su libro tremendo, relatando la vida miserable del ebrio, la tragedia de los hogares humildes, presas del alcohol, las tribulaciones de las madres, las angustias de las esposas, la desesperación de los hijos… Se alza contra los hombres del revólver y predica el pan, la vida limpia, humana, para que «los hombres, en vez de abominables demonios, sean hombres, o siquiera merezcan ser hombres».

Pero Masferrer ha descubierto la verdad que hay en el fondo del alcoholismo del pueblo. «¡Hay tanto dolor! j Hay tanta opresión! ¡Hay tanta soledad !» «Hambre y sed de justicia hay a veces en la copa de lico r que apuramos, hambre y sed de amor, de compasión, de comprensión, de perdón, de reposo … » y hay también la horrenda corrupción patrocinada por el Estado, que vive a costa de la embriaguez, que se interesa en que se venda cada día más alcohol para acrecentar sus rentas…

«En verdad, tales naciones apenas merecen vivir. Y de las clases directoras de tales pueblos, lo más caritativo es suponer que su mentalidad es tan nebulosa e incipiente que todavía no alcanza a ser verdadera mentalidad de hombres … » y describe al lucrador, al explotador del vicio, al bebedor de sangre del pueblo, tal como lo ve, sin entrañas, sin capacidad alguna para comprender, sin posibilidad de ser alterado en su estructura pensante.

«Son ciegos guiando ciegos y mudos enseñando a hablar a sordos». Y el sañudo San Juan lo señala a la furia popular con índice de fuego y grita su sentencia apocalíptica:

«Sembrasteis vientos … No esperéis sino tempestades … » Todo está listo ya para que sus labios lancen la consigna que aniquilará a los verdugos. La multitud, electrizada, aguarda la señal de luminoso guía. Está arado el campo y húmedo y ansioso y el sembrador tiene en la mano la semilla… ¿ Qué pasa? ¿ Por qué no grita la palabra que todo el mundo espera? ¿Por qué detiene el brazo en el aire? Es que Masferrer odia la violencia, aborrece la sangre, detesta la venganza. Cuando el horno está listo y sólo falta la chispa de una palabra suya para que en él ardan como secos sarmientos los fariseos y los escribas, se le oye murmurar: «Paz a los hombres de buena voluntad».

Y les desea paz y prosperidad a los fabricantes del demoníaco brebaje, a los lucradores, a los miserables explotadores, a los estadistas cómplices, a todos los que hacen el mal «por ignorancia».

«Pasemos una esponja sobre el ayer, y que nadie os cuente la sangre vertida, ni las prisiones desastrosas, ni los hogares deshechos, ni los niños abandonados, ni las madres desamparadas, ni las tranquilas heredades vendidas para el vicio, ni la salud perdida, ni el alma caída en tinieblas, ni el fracaso total de las vidas, a que llevó el tóxico fatal que vosotros vertisteis en la copa insaciable del lucro».

«Paz a vosotros». Ante semejante retroceso del líder, ante semejante desfallecimiento del guía, ante el perdón otorgado por el terrible acusador, dan ganas de gritar, con las mismas palabras con que él apostrofa a San Juan: ¡Ah, Masferrer, Masferrer! ¿Por qué no dijiste la palabra ni diste la señal?

La misma contradicción encontramos en EL LIBRO DE LA VIDA, en su campaña de PATRIA, en todas sus obras de acusación social y de agitación popular. Su sangre pipil se rebela ante las tremendas injusticias que se cometen con su raza, pero el gachupín ambicioso y calculador que se esconde en un pliegue de su espíritu, frena sus impulsos, inhibe su acción, lo vuelve temeroso y le obstaculiza la victoria.

Presiente que el abismo entre uno y otro es insalvable, pero busca ansiosamente un puente que le ayude a cruzarlo. Sabe que no hay reconciliación posible entre explotadores y explotados, pero se estrecha febrilmente las manos, soñando con una unión que ni en su propio ser ha podido realizar. Presiente ya por dónde ha de desatarse la tormenta:

«La separación profunda entre la clase campesina, indios los más, o semi-indios, que forman los tres cuartos de la población, y la otra cuarta parte de privilegiados, que ven con la indiferencia más cruel y absurda la suerte de quienes son, podemos decirlo, el nervio del país». «Día vendrá en que comprendamos que esa indiferencia, esa hostilidad con que vemos al indio, al trabajador del campo, es la causa de muchos de los males que nos agobian. .. Este país, tal como se halla ahora constituido, es un monstruo». ¿Y qué remedio propone Masferrer contra semejante monstruosidad? «Ama a tu prójimo, trabaja por tu prójimo», es todo cuanto se le ocurre, como una solución para el tremendo problema que ha planteado.

Pero la espantosa tensión a que lo somete su conflicto interior no puede durar mucho tiempo. O encuentra la manera de reconciliar a los dos rivales que lo habitan o estallará de un momento a otro; o su contradicción se resuelve dialécticamente en una síntesis armoniosa, o los elementos antagónicos que lo forman acabarán por destruirse.

Es así como llega al MINIMUM VITAL, pacto de amistad, armisticio que celebran su gachupín y su pipil: que el de abajo trabaje y se pliegue a los caprichos del de arriba, pero que el de arriba tenga un poco de misericordia para el de abajo. Que se dé a todo el mundo la posibilidad de llevar una vida humana, que cada habitante de la República tenga asegurado un mínimum de recursos para subsistir; que el niño, por el solo hecho de nacer, adquiera el derecho a ser protegido y cuidado por la comunidad, que haya paz, por encima de todo y a pesar de todo, que haya paz, paz, paz … La paz con que ha soñado toda la vida y que jamás ha logrado alcanzar.

Así se embarca en su última aventura política, a sabiendas de que cornete un error. En efecto, mucho tiempo antes había expresado: «No será difícil explicarse aquel extraño fenómeno de nuestra historia, que muchas veces nos ha mostrado a los peores tiranos rodeados y seguidos por los hombres de mejor intención. Ardorosos reformadores, convencidos de que abajo, en el pueblo, no podían encontrar sostén ni ayuda para sus instintos de reforma, buscaron el patrocinio de los gobernantes y les colocaron a la cabeza de movimientos que éstos ni comprendían ni amaban. Fueron burlados, como debían serlo, y se sacrificaron sin más fruto que dar prestigio a ídolos de barro y fortificar el egoísmo y la mentira, cuando todos sus anhelos los llevaban a ser los servidores del desinterés y la verdad».

A sabiendas pues del resultado único que obtendría, Masferrer se liga a uno de los candidatos a la Presidencia en la campaña electoral de 1930. Lo prestigia con su nombre y da a la propaganda un programa – su MINIMUM VITAL– y un sentido social y reivindicador de los oprimidos . El pueblo lo sigue – no al candidato sino a Masferrer– y determina el triunfo de su planilla por una abrumadora mayoría de votos.

El candidato era un pobre señor ignaro, terrateniente fracasado que había disipado su fortuna y eterno pretendiente a la primera magistratura. Nada podía esperar se de él, ni siquiera que comprendiera en sus más elementales lineamientos el programa masferrereano. Sólo su temor a la revolución popular, sólo sus dudas acerca de la capacidad del pueblo, pueden haber empujado a Masferrer a semejante suicidio.

Si mucho tiempo antes había escrito: «Una mejora social, toda reforma que tienda a elevar la cultura y la felicidad del pueblo, no es ni más ni menos que una semilla, la cual, por escogida y vigorosa que sea, no dará fruto si se la siembra en un terreno estéril.. . Sembradores de ideas, el pueblo es el terreno de la siembra». Su duda acerca de la comprensión del pueblo fue lo que perdió a Masferer como líder, lo que hizo imposible el triunfo de su idea, lo que proclamó irrealizable su programa.

Quiso hacerlo todo desde arriba, gracias a la magnanimidad de los señores, aliándose al explotador para tratar de humanizarlo. Predicó el amor donde existía un odio de siglos, abogó por la comprensión donde sólo había obcecación y ceguera, luchó por la fraternidad entre las ovejas y los lobos y, naturalmente, fracasó en forma lamentable. Su gachupín y su pipil jamás pudieron darse el abrazo con el cual soñó toda su vida y la pugna feroz que libraban en su espíritu acabó con su flaca envoltura corporal.

Cuando los modernos teules se lanzaron a la sangrienta orgía de 1932, ya Masferrer vivía en un exilio voluntario, amargo y desolado. La matanza sin precedente a que la raza pipil fue sometida en aquellas trágicas jornadas, debe haber sido devastadora para aquel hombre que amó al pueblo con todas las fuerzas de su espíritu, que buscó afanosamente una solución para sus problemas, que por luchar por él, renunció a los honores y a la fácil gloria que su impulso poético habría conquistado sin mayor esfuerzo.

Cometió indudablemente graves y serios errores como político, como pensador, como maestro y como líder. P ero lo valedero de su obra, lo noble de su gesto, el gran aliento profético de su palabra, quedarán para siempre y a medida que pase el tiempo cobrarán mayor valor y un más depurado brillo.

Lo vi por última vez a fines de 1931. Vencido, derrotado escarnecido, vino a refugiarse a Guatemala. Se le veía viejo, enfermo, sin fuerzas ya para iniciar nuevamente la batalla. Estaba solo. La mujer que iluminó su madurez con un amor esplendente, estaba lejos y no podía suavizarle el instante. Comprendía que se había equivocado, que -siendo justas sus premisas- el camino escogido para llegar a una conclusión no había sido el apropiado.

Creyó que su palabra de luz, su verbo fulgurante, su encendido acento, serían capaces de ablandar los corazones de piedra y taladrar los espesos cerebros de alcornoque.

Se lanzó lleno de fe, seguro de realizar el ideal que había atormentado su vida, urgido por el anhelo de ver cristalizar su doctrina antes de que llegase la noche. Se entregó en cuerpo y alma a la tarea. Pero su impulso se estrelló contra una tupida muralla de incomprensión, se hundieron sus pies en la ciénaga de las más bajas ambiciones y de los más rastreros designios . Fue mentira la promesa del falso candidato. Mentira la oferta de acaudalados irresponsables. Mentira la propaganda de intelectuales sin escrúpulos…

Meses antes, a raíz del triunfo electoral de su partido, lo vi recorrer las calles de San Salvador, clamando como un iluminado : » ¡Ha triunfado el pueblo, ha triunfado el pueblo!» Estaba seguro de que inmediatamente se pondría en práctica su MINIMUM VITAL; de que la tierra sería nuevamente la tierra, la Santa Madre de todos, la fiel compañera del hombre que se esfuerza sobre ella y libra la batalla de la siembra y la cosecha; de que su apostolado de tantos años llegaba a un glorioso Pentecostés.

Con esta fe fue a la Cámara de Diputados como Representante del Pueblo. Con esta certidumbre se entregó a la tarea. Pero pronto descubrió que todo era mentira, que se le había engañado miserablemente, que se le había usado como instrumento de fraude y opresión, que se hacía irrisión de su prédica. Y entonces huyó.

Huyó aterrorizado. Se alejó con asco de la plaga de ignaros que no le comprrndían y se resignó a morir, no esperando ya ver a su pueblo iluminado por la LUZ, la eterna LUZ por la que había clamado siempre. Pero no perdió la fe.

Mi juvenil incomprensión lo apostrofó en aquel frío noviembre de 1931.

-Usted – le dije-, usted es el culpable. Por usted siguió el pueblo a Araujo. Por usted los campesinos han sido engañados y escarnecidos … Usted fue quien sembró vientos . .. Responda de la tempestad que se avecina.

Mi estupidez – merecedora apenas de su desprecio– fue acogida bondadosamente :

– No – me respondió- . Yo no engañé, yo no mentí… He sido yo el engañado, el burlado, el estafado … He cometido MI ULTIMO ERROR. Creí sinceramente que era posible convencerlos. Me engañé. No son hombres. Son fieras, son alimañas sanguinarias . . . Es preciso destruirlos, destruirlos… Pero yo ya no puedo. Estoy enfermo, viejo … Ya no puedo . . . A ustedes, los jóvenes, les toca seguir en el empeño. .. Que mis errores les sirvan de lección … No he arado en el mar. Dejé buena semilla en tierra noble y fecunda … Cuídenla, cultívenla, riéguenla .. . A su tiempo brotará, fructificará , y ustedes recogerán la cosecha.

Las lágrimas lo transfiguraban. Yo comprendí entonces y lo vi tal cual era, tal cual había sido siempre, en toda su pequeñez y en toda su grandeza, en toda su miseria y en toda su excelsitud . Humano, noble y profundamente humano, entregado en todo momento, con su inmenso afán de ser luz en las tinieblas, amor en medio de todos los odios, bálsamo en todos los dolores, cayendo y levantándose, con los pies hundidos en los légamos de las humanas pasiones y la frente perdida en las alturas de un sueño sin fronteras …

Y me di cuenta de que en realidad él había sido el Cristo de que habla en sus ESTUDIOS Y FIGURACIONES, de que aquél no era sino un autorretrato, una entrega de sí mismo, una explicación de lo que él sentía y de lo que para él debía ser el hombre :

«El Jesús nuestro, el real , el que nos dio su cuerpo y su sangre, es un hombre que sabe de dudas, de vacilaciones y de tentaciones ; de gritos en el interior de su alma ; de sombras en el abismo de su conciencia; de desfallecimientos que le hacen prorrumpir en aquella queja desesperada, cuando dice :

» Dios mío, ¿ por qué me has abandonado?» ; que sabe de insomnios, de rebeldías y de exasperaciones; que sin hablar, sin indicio ninguno de su tempestad interior, sirve, a veces, de campo de batalla en que luchan un as contra todas las potencias del cielo y del infierno … A ti es a quien yo venero, adoro y reverencio; a ti a quien yo compadezco desde lo íntimo de mi alma con toda la ternura de mi corazón; no por la cruz, no por los azotes, ni por los clavos desgarrando tus pies, ni por la lanzada en el costado . . . sino por el otro calvario.. . el otro, largo, callado, tremendo, pavoroso, que recorriste desde que comenzaste a tener conciencia de la vida y del dolor, hasta el día en que aceptaste beber en el cáliz de ser tú el que nos redimiera …

El esfuerzo inaudito, inconcebible, de transformar al hombre en Cristo, el carbón en diamante, la sangre en aurora, y el nervio y el músculo en cordaje milagroso para himnos y plegarias ; el ímpetu del corazón tras la belleza, el amor sereno y paternal para todo el que sufre . .. esa es la verdadera pasión, el verdadero martirio, el que te hizo superhombre, Hijo del Hombre, Hijo de Dios, Cristo y Redentor».

Sí. Así había sido él siempre y tal había sido su pasión y así concluía su martirio.

Yo he aceptado, humildemente, la mínima parte que me corresponde de aquella excelsa herencia y he vivido en el afán de realizar el cuido y el riego que él me encomendó. Y así, humano y transfigurado por la pasión, lo he llevado desde entonces en lo más entrañable de mi alma. Aquel viejo triste, enfermo, derrotado, vencido, sin fuerzas para luchar, pero lleno de fe y alentando una esperanza sin límites, irradiando luz – mucha más luz que nunca- ha sido desde entonces MI ALBERTO MASFERRER. (De «Diario Latino», San Salvador).

Una necesidad urgente. Ricardo Ayala. Diciembre de 2023

Una de las principales lecciones que podemos extraer de las experiencias de la izquierda latinoamericana en el gobierno es que, las insuficiencias, desaciertos y errores cometidos, así como la falta de voluntad para la corrección, allanan el camino de la ultraderecha hacia el poder, iniciando una enconada revancha contra todos los avances logrados en materia de inversión social implementados para paliar el empobrecimiento del pueblo causado por el colonialismo, primero, el capitalismo, después, y el neoliberalismo, por último.

El más reciente capítulo de estas experiencias lo vive el pueblo y la izquierda argentina frente a la voracidad de la ultraderecha más cavernícola del momento, encabezada por el ahora presidente Javier Milei, espécimen del mismo orden taxonómico que Donald Trump, Jair Bolsonaro, Mauricio Macri, Dina Boluarte y Nayib Bukele, así como de Benjamín Netanyahu, de Israel, y Volodímir Zelenski, de Ucrania.

Esto no es nada nuevo. Hace poco más de cien años, el intelectual y dirigente italiano Antonio Gramsci arribaba a las mismas conclusiones luego del llamado Bienio Rojo (1919-1929), que tras su derrota cedió paso al fascismo de Benito Mussolini. Una década después, en parecidas circunstancias y sumadas a las particularidades propias de ese país, el nazismo aparecía en Alemania. Como se aprecia, la salida de las crisis hacia la ultraderecha es recurrente, principalmente cuando la izquierda flaquea; y también, es evidente la imperecedera necesidad de hacer balance sobre los caminos transitados a lo largo de los dos últimos siglos.

Más allá de los factores externos, a los que asiduamente recurrimos para explicar nuestras derrotas, que tampoco deben soslayarse en manera alguna, porque ahí están los planes de nuestros enemigos, debemos prestar más atención a aquellos de índole interna, los cuales determinan nuestros programas, estrategias, planes y acciones.

El dirigente nacional del Movimiento de Trabajadores Sin Tierra (MST) de Brasil, Joao Pedro Stédile, en su intervención en la III Conferencia Internacional Dilemas de la Humanidad, celebrada en Sudáfrica en octubre de este año, nos convoca a analizar fríamente el funcionamiento de nuestras propias filas para poder derrotar los planes del capitalismo neoliberal y sus aliados locales.

A riesgo de caer en generalizaciones, podemos identificar, a grandes rasgos, dos premisas que están presentes en estas experiencias de gobiernos de izquierda y progresistas: la primera, creer que puede cambiarse el sistema capitalista sólo desde el Ejecutivo y el Legislativo (ni tan siquiera desde todo el Estado, sino sólo desde la Presidencia y la Asamblea); y la segunda, plantearse y creerse que lo primero se puede hacer sin la participación protagónica, directa e integral del pueblo.

En cuanto a la primera premisa, el cambio de época a partir del final del mundo multipolar obligó a la izquierda revolucionaria a continuar su programa y estrategia por la vía política electoral, confluyendo con la socialdemocracia en el mismo campo luego de más de 70 años de haberse bifurcado sus caminos.

La continuidad del programa y estrategia de la izquierda se enfrentó a los candados de la democracia representativa impuesta a partir de la configuración unipolar de la política mundial, dirigida por el neoliberalismo imperante y la mano del gobierno de Estados Unidos. En esa coyuntura, la izquierda aprendió a manejar las reglas del juego de la democracia representativa, logró sortearlas y acceder al Legislativo y los gobiernos locales, y más tarde al Ejecutivo; pero el Estado se blinda para conjurar los intentos de transformación empujados por las fuerzas políticas transformadoras, y estas se ahogan al no contar con una correlación de fuerzas para enfrentar las artimañas de las clases dominantes; correlación que debe venir desde abajo para enfrentar a los poderes fácticos de la burguesía, como bien señala Isabel Rauber, intelectual y militante argentina.

En conclusión, la izquierda revolucionaria que aspira a superar el capitalismo debe hacerlo desde arriba, o sea, desde el Estado, y desde abajo, es decir, desde el pueblo. Esto no significa apartarse de la lucha electoral, sino que mantener un pie ahí y otro en la lucha popular.

Y en cuanto a la segunda premisa, pensar y creer que puede cambiarse el capitalismo sin la participación protagónica y directa del pueblo, no es más que una ilusión, porque los grandes cambios sociales, las llamadas revoluciones sociales, no son obras de individuos, por muy brillantes que estos sean, o de partidos, sino de pueblos enteros, decididos resueltamente a cambiar de raíz la sociedad.

Lo que sí debemos asumir como rol de la izquierda, sea política o social, es la labor de organización, concientización y movilización de ese pueblo, no porque se atribuya el conocimiento de qué hacer, sino por la convicción que dentro del capitalismo no existe opción para este pueblo más que como mano de obra barata.

De ahí la urgente necesidad que la izquierda abrace y promueva la creación de otra lógica de poder y de democracia, donde los sectores explotados llamados pueblo sean participes efectivos y protagonistas de las decisiones de su destino, a diferencia de la democracia representativa, burguesa y elitista, que opera como cerrojo de los intereses de la clase explotadora y sustituye a los oprimidos de su derecho de decidir.

Y es urgente, porque también los mismos personeros de la democracia burguesa y neoliberal pretenden robarse de esa creación de la lucha popular, y financian una democracia participativa “sin colmillos”, sin capacidad de enfrentarse a los intereses de los explotadores.

Trauma nacional y cultura indígena. Los sucesos de 1932 en El Salvador. David Hernández. 2016

Estructura y métodos

El presente estudio se divide en tres partes principales subdivididas a su vez en capítulos. La primera parte se ocupa de los acontecimientos de 1932 como forma traumática de ingreso de El Salvador a la modernidad y hace la genealogía de los discursos de la identidad salvadoreña, a partir de esa fecha.

En la segunda se analizan las búsquedas, a través de diferentes caminos, de los posibles discursos sobre los procesos de mestizaje, la identidad cultural y la heterogenidad hasta los años 50, como también las carencias de dichos trabajos y sus causas. En este contexto es válido situar, como un punto de especial referencia, los trabajos investigativos de Leonhard Schultze Jena, así como el hecho de que no se les haya prestado la debida atención investigativa hasta el momento.

En la tercera se sitúan las reinvenciones de los elementos culturales indígenas en la literatura entre 1959 y 1979 y se reconstruye lo ocurrido con las herencias indígenas nahua y pipil y la redefinición de la identidad cultural durante la guerra civil y la actual postguerra.[1]

Estos planteamientos hacen una lectura de las huellas, así como del papel que juega la suplantación y/o represión de los hechos del 32 y su trauma histórico en todo el inconsciente colectivo de la nación.

La primera parte se abre proponiendo un examen de las cuatro interpretaciones principales de los acontecimientos del año 1932. En el occidente del país, en la llamada Región de los izalcos, una insurrección indígena enfrentó amplias capas de la sociedad salvadoreña, el recién fundado Partido Comunista, los sindicatos y parte del Ejército, al grueso del Ejército como fuerza represora del Estado oligárquico-liberal. La represión que siguió tras la derrota de la insurrección costó la vida a decenas de miles de indígenas en dicha región.

Entre las principales causas que originaron la insurrección están las siguientes:

a) la injusta distribución de la tierra en El Salvador, producida por la Reforma Liberal de 1881-1882 que promovió el presidente Rafael Zaldívar, y que arrebató las tierras comunales y los ejidos a las comunidades indígenas para entregarlas a la oligarquía terrateniente que había puesto en marcha el monocultivo del café.

Las comunidades indígenas fueron despojadas de sus tierras, convirtiéndose los indios en jornaleros agrícolas asalariados durante los seis meses que duraba la recolección del café (de octubre a mayo). El Salvador pasó a ser en menos de dos décadas (de 1880 a 1900) un país de monocultivo de café, cuyo principal rubro económico dependía de los precios internacionales del “grano de oro”;

b) el “crac” de la bolsa de Nueva York de 1929, detonador de la primera crisis mundial capitalista. A raíz de esta, los precios del café se vinieron abajo, generando una crisis económica en El Salvador. Hambre y desempleo empujaron a los indios izalcos a su desesperado levantamiento.

Dadas esas causas y el transcurso de los acontecimientos del 32, han cristalizado históricamente, en la lucha por su interpretación, cuatro versiones que pueden condensarse en la forma que sigue:

a) la autointerpretación que proponen los protagonistas vencedores, es decir, la oligarquía y su dictadura militar. Esta interpretación esgrime el fantasma de la amenaza “comunista”, asociando a las masas insurrectas indígenas a la barbarie. El estereotipo así acuñado es el de la amenaza de la “barbarie roja”. En este punto es representativo el análisis y comentario del libro Revolución comunista. ¿Guatemala en peligro?[2] escrito por el periodista guatemalteco Jorge Schlesinger por encargo de la tiranía de Maximiliano Hernández Martínez;

b) las interpretaciones que da la historia oficial desde los años 50, incluidas en los libros de texto de la historia nacional;

c) la gran contra-interpretación que trató de proponer Roque Dalton con un texto de interpretación político-sociológica puramente narrativo: el testimonio Miguel Mármol. Esta contra-interpretación sacó a la palestra el importantísimo aspecto que juega la rebelión del 32 en la valoración que le dan las vanguardias revolucionarias armadas que surgen a partir de los años setenta en El Salvador y que conforman el grueso del FMLN que libra la guerra de liberación nacional del año 1980 hasta la firma de los acuerdos de paz en 1992;

d) La interpretación de los sucesos de 1932 como una insurrección propiamente indígena propuesta por el historiador centroamericano Héctor Pérez Brignoli en su trabajo Indios, comunistas y campesinos. La rebelión de 1932 en El Salvador. A la luz de esa interpretación se confirma una hipótesis de largo alcance: la represión de la rebelión indígena de 1932 anuló los restos de cultura indígena y acabó de unificar culturalmente (idioma español y religión católica) al campesinado salvadoreño.

Después de la “matazón del 32” las culturas indígenas salvadoreñas, en especial la de los pipiles de Izalco, pasaron a existir sólo como culturas sonámbulas, clandestinas, subversivas y prohibidas. A partir de 1932, sobre todo en el Occidente del país, hablar en nahuat, portar los trajes típicos indígenas, y en general, practicar la danza o los cantos pipiles, era una forma de exponerse a ser asesinado o cuando menos arrestado por la Guardia Nacional, la Policía de Hacienda o por las “Guardias cívicas” formadas por paramilitares, que patrullaban la región.

La cultura pipil fue condenada al ostracismo, y en menos de una generación, prácticamente perdió toda su vitalidad debido a que se experimentó un proceso de “ladinización” forzada en el territorio Occidental del país. Los nombres indígenas de las familias fueron españolizados, los indios sobrevivientes de la masacre tuvieron que emigrar al Oriente del país y a Honduras huyendo de la represión, hablar en pipil era causa suficiente para ser considerado un “rojo”.

La oligarquía salvadoreña aprovechó el fantasma de la “barbarie comunista india” para hacer un “borrón y cuenta nueva” con las aldeas, pueblos y comunidades pipiles.

Quizás esta sea una de las causas para que al libro de Schultze Jena se le prestara poca atención: sus informantes habrían sido “los pipiles comunistas de Izalco”; Indiana Pipil recoge la herencia cultural de la “barbarie india”.

No puede pasar desapercibido en este contexto sociopolítico la aparición de Cuentos de barro, en 1933, de Salarrué. Esta obra, que recoge el lenguaje coloquial español del campesino salvadoreño, presenta también en sus narraciones numerosos étimos pipiles y da una visión de la vida en la campiña salvadoreña a través de un español cargado de arcaísmos de la época colonial.

Este libro ha devenido en un paradigma de la literatura nacional; y de ahí su importancia, ya que fue traducido al ruso, promovido por los intelectuales de izquierda, y en 1965 fue publicado en Cuba a instancias del poeta Roque Dalton.

Cuentos de barro es una obra que rescata parte de “las memorias de larga duración” en el campesinado salvadoreño e incluye elementos étnicos propios de “los procesos de resistencia” salvadoreños. Decisivo es, en todo caso, uno de los reproches que se le hacen, sin embargo, a Salarrué: no mencionar en absoluto en su libro la masacre de 1932. Respecto a este reproche, hemos querido profundizar la discusión en este trabajo; y por ello nos referimos a él haciendo un balance crítico.

Por otro lado, si se piensa en el destino de las culturas étnicas en El Salvador hasta 1956, es necesario tomar en cuenta los movimientos populares que hay en Centro américa en la década de los cincuenta, y que tienen sus puntos álgidos en tres hechos fundamentales de la historia reciente:

a) el derrocamiento en El Salvador de la dictadura de Maximiliano Hernández Martínez (1931-1944) por la huelga general de brazos caídos de abril y mayo de 1944, luego del cual se abre un breve período democrático que es acallado a sangre y fuego por el golpe de Estado del coronel Osmín Aguirre y Salinas (exdirector de la Policía Nacional en 1932) en octubre de 1944.

A partir del 14 de diciembre de 1948, sin embargo, con el golpe de Estado que inicia la “revolución de los mayores”, surge en El Salvador un movimiento reformista encabezado por el coronel Óscar Osorio, que es favorecido por la bonanza de los precios internacionales del café, lo cual permite a los gobiernos militares salvadoreños realizar una serie de reformas sociales de carácter cosmético en los renglones de salud, vivienda y seguridad social, así como la construcción de diferentes obras de infraestructura, una de las cuales, la Presa Hidroeléctrica del Río Lempa, va a convertirse en símbolo de esta década de empuje económico y nacimiento de una industria regional;

b) el golpe de Estado contrarrevolucionario y la intervención directa de los arquitectos de “la guerra fría”, los hermanos Foster Dulles, a través de la CIA y la compañía bananera United Fruit Company contra el gobierno democrático de Jacobo Arbenz en 1954 en Guatemala;

c) los procesos de descomposición de las tiranías unipersonales y de presión redemocratizadora en toda América Latina en los 50, que lleva directamente en la región de Centroamérica y el Caribe a las muertes del dictador nicaragüense Anastasio Somoza García y del general Leónidas Trujillo de República Dominicana, a los derrocamientos en Venezuela de Andrés Pérez Jiménez y al fin de la dictadura de Fulgencio Batista en Cuba.

En este contexto sociopolítico, hay que analizar las formas de supervivencia de las culturas étnicas salvadoreñas, y en especial el pipil después de la masacre de 1932 con base en preguntas claves como las siguientes:

Enigma demográfico: ¿Es El Salvador un país mestizo?

– ¿Qué ocurre con el idioma náhuat?

– ¿Qué ocurre con las formas de organización familiar y con los modos de educación en general?

– Lo que eran los modos de la cultura material indígena y modernización (por ejemplo, la “españolización” de los nombres y apellidos pipiles, la muerte del idioma náhuat).

La segunda parte de este trabajo se ocupa de los discursos de la identidad en El Salvador. A partir de este análisis se abordará el proceso de industrialización en El Salvador en los años cincuenta, en el que la misma oligarquía cafetalera deviene en burguesía industrial, generándose una concentración del poder económico particular. Esta hegemonía financiera y política es el origen de la polarización de las fuerzas sociales en el país, debido a la injusta distribución de la riqueza nacional.

Por lo que toca a la redefinición de la identidad cultural salvadoreña después de 1932, basándose en los discursos sobre la cultura nacional existentes, debe destacarse la necesidad de hacer un balance de la obra del pensador salvadoreño Alberto Masferrer (1865-1932), el “Maestro de la juventud” salvadoreño, ya que es el único pensador que deja una obra sobre una moderna identidad cultural salvadoreña.

Influido por ideas orientalistas (el budismo y la actitud contemplativa hindú), así como por el laborismo inglés (fue ministro de cultura varios meses en 1931 bajo el gobierno del presidente laborista salvadoreño Arturo Araujo), su obra presenta para la realidad salvadoreña una propuesta social mezcla de reformismo contemplativo y resignación social.

Su doctrina del “Minimum vital” propone que cada ser humano se conforme con lo esencialmente necesario para vivir (“un cuarto limpio con una ventana donde entre el sol”) y declara la guerra a “los vicios nacionales” como el alcoholismo, la prostitución, el bandidaje e incluso hasta el comunismo.

Enemigo del progreso material (Dinero maldito) su propuesta se encamina hacia un orden contemplativo y pacifista en la línea de Mahatma Gandhi (Pan o revólver).

Tales ideas no consiguieron echar pie en la realidad salvadoreña. La oligarquía las rechazó y a la vez fueron blanco de la crítica de intelectuales de izquierda, como Pedro Geoffroy Rivas (“Mi Alberto Masferrer”) y Roque Dalton (“Viejuemierda”).

A partir de lo sucedido con Masferrer, debe señalarse la carencia de un discurso complejo acerca de la identidad cultural salvadoreña. No hay tampoco, por lo mismo, una articulación del problema de la multiplicidad de culturas y la heterogeneidad cultural.

En El Salvador el discurso del mestizaje no se articula teóricamente, como sí se articula a lo largo y ancho de América Latina a partir de los años treinta con obras como El laberinto de la soledad, de Octavio Paz; Siete ensayos de interpetación de la realidad peruana, de José Carlos Mariátegui; Radiografía de la Pampa, de Ezequiel Martínez Estrada; El Nicaragüense, de Pablo Antonio Cuadra; o de Guatemala, las líneas de su mano, de Luis Cardoza y Aragón.

Mi hipótesis es que la carencia de un estudio que articule el mestizaje salvadoreño tiene que ver con la ausencia de una universidad modernizada, con la ausencia de una vida cultural estabilizada y con la ausencia de una tradición cultural que enfrente el problema sociocultural que surge a partir de 1932.

Esta carencia también se debe a que la oligarquía y burguesía salvadoreñas, así como los principales actores sociales del país, como el Ejército títere, no necesitaron de discursos articulados en este terreno para afianzar su hegemonía, sino que les bastaron discursos generales para sostenerse, pues, luego del etnocidio de 1932, en El Salvador reina una especie de “paz de los cementerios” por más de cincuenta años bajo la égida de la bota de las tiranías militares prooligárquicas.

Dentro del tratamiento de estas “carencias”, también es necesario detenerse en el etnólogo alemán Leonhard Schultze Jena para especificar cuáles fueron las condiciones de su trabajo de campo en El Salvador (su ruta, sus informantes, su estadía de tres meses en Izalco) y los presupuestos científicos que le sirven para construir la gramática del idioma pipil (por ejemplo, al desconocer a Ferdinand de Saussure, se regía por un esquema clásico-ortodoxo basándose en sus conocimientos enciclopédicos de los idiomas clásicos como el arameo, el griego, el hebreo y el latín); explicar cómo recopila la serie de mitos, leyendas, tradiciones, usos y costumbres de los pipiles de Izalco, así como su entendimiento de las culturas indígenas centroamericanas, valiéndose de sus diferentes ensayos y trabajos científicos, escritos al respecto (por ejemplo: “Investigaciones etnológicas y lingüísticas en las tierras altas de Guatemala” o “Indianisches Sprachgut im Gebrauch bei den Europäern”; explicar la importancia de Indiana II. Mythen in der Muttersprache der Pipil von Izalco in El Salvador, como posible obra capaz de comprender las dimensiones de lo étnico dentro de lo que podría ser una cultura salvadoreña y centroamericana.

¿Por qué no pudieron tener eco ni recepción de ninguna especie en El Salvador los trabajos de Schultze Jena? ¿Por qué se le ignora después? ¿Qué pasó con sus informantes de 1930? Estas preguntas se relacionan con la ausencia del interés por su obra. Contribuye al desinterés y desconocimiento del libro de Schultze Jena el que este sea publicado en Europa, bajo condiciones especiales en un momento político muy álgido y en los comienzos de una “Alemania nazi”.

Junto con el desconocimiento de Indiana Pipil también existe el desconocimiento en El Salvador de la continuación de la obra de Schultze Jena realizada posteriormente por científicos como Lyle Campbell (Diccionario Pipil) y en menor medida de William Fowler Jr. (El Salvador: Antiguas civilizaciones).

Por otro lado, volviendo a la década de los cincuenta, si se sale de la idea de los movimientos intelectuales generacionales y se trata de analizar la realidad latinoamericana en términos de procesos generales, la pregunta básica es: ¿Qué procesos generales tienen lugar en los años 50 en toda América Latina?

En dicha década se experimentan procesos generales de redemocratización unidos a procesos acelerados de modernización en América Latina en general y en El Salvador en particular. ¿Cuáles son los procesos de redemocratización a que ya aludimos? Son los que se llevan en la década de los cincuenta al final de gobiernos autoritarios o al final de gobiernos de tipo oligárquicopatriarcal en toda América Latina. El de Odría en el Perú; el de Pérez Jiménez, en Venezuela; el de Juan Domingo Perón, en la Argentina; el de Rojas Pinilla, en Colombia; el del gran populista Getulio Vargas, en el Brasil.

En Centroamérica esto se enmarca en el intento fallido de los democrátas nicaragüenses de un cambio social con la muerte de Anastasio Somoza García.

Todos estos procesos de redemocratización tienen su colofón, alcanzan su cima, con el triunfo de las fuerzas armadas rebeldes de Fidel Castro Ruz contra la tiranía de Fulgencio Batista en Cuba en 1959. Estos procesos políticos están directamente emparentados con la nueva dinámica económica.

La industrialización en El Salvador “despega” con la “Revolución de 1948”, el movimiento reformista de la oligarquía y los militares. En este contexto acaece un fenómeno muy atípico en la sociedad salvadoreña, como es el hecho de que la misma oligarquía caficultora terrateniente, rural y semifeudal, aprovechando la coyuntura internacional de los excelentes precios del café en el mercado mundial, se transforma en burguesía industrial, urbana y capitalista.

De esta forma, en El Salvador no se experimentan las contradicciones antagónicas de clase, entre la oligarquía rural semifeudal y la burguesía urbana capitalista, que son propias en general para estos cambios estructurales en la sociedad. Eliminando las contradicciones entre una vieja oligarquía terrateniente cafetalera y una nueva burguesía industrial, el status quo salvadoreño mantiene en el poder hegemónico al mismo grupo de poderosas familias (“las catorce familias” o “los barones del café”) que detentan el monopolio del poder económico, social y cultural en El Salvador.

En la tercera parte de esta investigación se trata la problemática de la supervivencia, de la nueva definición y de la reinvención de los elementos de las culturas indígenas, sus instituciones sociales y sus huellas lingüísticas.

En la década de los cincuenta surge en El Salvador un campo cultural relativamente autónomo, que conlleva el afianzamiento de una serie de subsistemas que se modernizan. En primer lugar surge un subsistema de enseñanza y de formación, que quiere decir Universidad Nacional, escuelas superiores, academia militar modernizada, mejoramiento de la escuela secundaria, enseñanza bilingüe (español e inglés), que repercutirá en las reformas educativas del país comenzadas en los años cincuenta y que tienen su coronación en la Reforma Educativa del período 1967-1971.

En segundo lugar, en la década de los cincuenta surge un subsistema de artes, esto quiere decir que aparecen editoriales independientes, revistas, periódicos, nuevos grupos de artistas que se alejan de la bohemia, que ya no practican “l´art pour l´art” sino se constituyen en “inteligentzia”: intelectuales militantes comprometidos en las luchas sociales de las fuerzas democráticas salvadoreñas.

Estos grupos, que tienen su cristalización en la “Generación comprometida” de 1956, van a darse: una estructura propia; van a inventarse y a otorgarse una genealogía en base a preguntas como: ¿Quiénes son nuestros antecesores? ¿Quién es Salarrué? ¿De dónde venimos?; se harán un panorama de interlocutores internacionales. Ellos son los primeros que se plantean el problema de la identidad nacional. La “búsqueda del alma salvdoreña” (a través de estudios etnológicos en México o del rescate de la mitología pipil), en realidad no es ninguna búsqueda sino “la invención” o la “construcción”, el “montaje” de las piezas básicas dadas por la tradición oral y el inconsciente colectivo, de la identidad nacional.

En este sentido, el papel que le dan al elemento indígena es de vital importancia, sobre todo el enfoque que toman a partir de los elementos que tienen, a partir de los cuales inventan, construyen, recolectan o estructuran el bagaje cultural propio y colectivo.

El examen de las reinvenciones de los elementos culturales indígenas entre 1959-1979 exige pormenorización a partir del triunfo de la Revolución cubana en 1959.

Lo ocurrido con las reinvenciones y la documentación de los elementos culturales indígenas en la literatura, la política y la sociedad en general, llevados a cabo por las capas intelectuales urbanas de El Salvador, y en especial las realizadas por el “Círculo Cultural Universitario” en 1956 dio origen a la “Generación comprometida”. Varios de sus miembros, como Manlio Argueta y Roque Dalton, se cuentan entre los autores más representativos de la literatura salvadoreña del siglo XX.

La “Generación comprometida” trató de reinventar la nacionalidad y de redefinir la identidad cultural salvadoreña con una literatura contestataria acompañada de una militancia política de izquierda (“apoyo combatiente” a la Revolución cubana y defensa contra la “agresión imperialista”).

A la vez, introdujo elementos de heterogeneidad cultural, subvirtiendo de esta forma el canon de la ciudadanía salvadoreña, y al mismo tiempo, ampliándolo.

Pues la ciudadanía salvadoreña en la década de los cincuenta se definía como españolaparlante, católica de religión y mestiza de “raza” (una lengua, una religión, una raza). Sin embargo, los escritores mencionados introducen en la literatura salvadoreña elementos indígenas, heterogeneidad que subvierte y da un vuelco a la definición de la nacionalidad.

Al nivel de la escritura, finalmente, a través de la cristalización de elementos culturales míticos, apuntaron hacia una redefinición de los modos de existencia humana en medio de un acelerado proceso de modernización socioeconómica, política y cultural.

Como propuesta para una invención de lo nacional debe destacarse un corpus básico constituido por Tierra azul donde el venado cruza, un libro de poemas de Oswaldo Escobar Velado escrito en los años 50 y publicado en 1997; Cenizas de Izalco, novela escrita por Claribel Alegría y Darwin J. Flakoll en París entre 1960 y 1961 y publicada en Barcelona por Seix Barral en 1964; El Salvador, de Roque Dalton, estudio sociológico y antropológico publicado en La Habana en 1963.

Estas tres obras —un libro de poemas que rescata el elemento campesino-indígena de El Salvador y Centroamérica; una novela con un nombre emblemático, así como una monografía sociohistórica sobre El Salvador que intenta “buscar” unas raíces precolombinas y mitológicas del país— articulan la invención de la identidad cultural salvadoreña en la década de los cincuenta.

En estas tres obras se encuentran las huellas y los signos de lo indígena. Fundan un discurso moderno sobre lo nacional y la nación en El Salvador en donde, de una manera u otra, vuelven a lo indígena.

En los sesenta los escritores de la “Generación comprometida” acrecientan ese corpus con una serie de textos. Entre ellos se destacan: El Valle de las Hamacas, novela de Manlio Argueta que busca una reinvención de El Salvador a partir de la época de la Conquista. El título de la novela es el nombre con el cual los conquistadores españoles conocían a la capital del país, San Salvador, debido a sus frecuentes terremotos. La novela fue publicada por la editorial “Sudamerica” de Argentina, en 1970.

Además, Las historias prohibidas del Pulgarcito, un libro de poemas-collage de Roque Dalton, editado en México en 1974. En este poemario se hace un recorrido histórico de El Salvador, partiendo de la resistencia indígena pipil en la región de los izalcos en 1524 y terminando con la resistencia armada de la guerra de guerrilla en El Salvador de los primeros años de la década de los setenta.

Lo notable del caso es que los mitos y elementos culturales recopilados por Schultze Jena son detectables en los textos de ficción de autores salvadoreños que no han podido leer esos materiales existentes en alemán.

Al enfocar el estado de guerra civil que experimentó el país en las dos décadas últimas, así como de las diferentes preocupaciones literarias y del pensamiento social por la articulación de lo indígena dentro del discurso de la invención de la identidad cultural salvadorena, las novelas de Manlio Argueta proporcionan material central.

Entre ellas está Cuzcatlán, donde bate la mar del sur, novela editada en Costa Rica en 1987, que abarca una mirada histórica, desde la época precolombina hasta la guerra civil, sobre El Salvador. También se revisará la acción del grupo “La Masacuata”, de finales de la década de los sesenta y principios de los setenta, cuyos miembros, todos poetas, se suman a la lucha política, lo cual impidió su desarrollo literario.

También el grupo “La Cebolla Púrpura” fundado en abril de 1971, cuyos miembros tienen los más disimiles destinos: Jaime Suárez (1950-80) es asesinado por los escuadrones de la muerte en San Salvador; Rigoberto Góngora (1950-82) cae como combatiente del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional en medio de la guerra civil en Guazapa; y David Hernández (1955), luego de una estadía de siete años en la ex-Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, termina instalándose en Europa.

Al analizar finalmente el estado sociopolítico del país después de la guerra, con la reconstrucción nacional, una de las cosas que se destaca, en las actuales circunstancias, es la revisión del canon cultural salvadoreno. Dentro de esta redefinición, el presente artículo aboga para que se introduzca, a un nuevo nivel teórico y político-cultural en la actual discusión cultural, por fin un elemento clave, decisivo: el elemento cultural indígena de origen pipil, herencia cultural que ha sido recogida y editada en alemán por Schultze Jena.

Se imponen, como imperativos, la divulgación de la obra Indiana Pipil, así como la discusión en torno a los elementos culturales de los izalcos recogidos en dicha obra. A este propósito queremos retener la propuesta de Reinhold Görling:

Debemos deconstruir las figuras de pensamiento del siglo XIX para conectarnos con lo que pueda haber todavía en ellas de validez. Y quizas no se trata tanto de figuras de pensamiento, de categorías, sino más bien de características propias, de principios éticos que estaban unidos con esas figuras de pensamiento pero que en parte también fueron recubiertos por ellas. Me refiero en el caso de los cosmopolitas a la curiosidad hacia lo extranjero, entre los nacionalistas se trata del reconocimiento de particularidades, entre los internacionalistas del principio de la solidaridad. Y todavía más importante es que se trata de elementos surgidos históricamente en contramovimientos y por lo tanto no pueden seguir siendo pensados como exclusividades.

Curiosidad por lo extranjero: debe dejarse orientar por un reconocimiento del otro, sin transformar la diferencia en algo esencialista, en algo que solo corrobora la propia especificidad. La solidaridad, la percepción no solo de lo propio sino tambien de lo diferente como igual, presupone en nosotros al mismo tiempo curiosidad y un saber acerca de lo extranjero.[3]

El presente trabajo cobró vida a partir de la confrontación de mi experiencia de la cultura salvadoreña dentro y fuera de El Salvador con la lectura del libro de Schultze Jena sobre los pipiles de Izalco, escrito en 1931, antes de la hecatombe que puso en cuestión la existencia misma de la comunidad indígena.

A partir de esa confrontación busqué desarrollar hipótesis científicas metodológicamente operacionables para bosquejar respuestas a una serie de preguntas que han servido de punto de arranque: acerca del destino de las culturas indígenas en El Salvador; del valor y las limitaciones de las explicaciones formuladas sobre las bases para la necesaria revisión del desarrollo histórico-social del país a partir de dicha fecha hasta nuestros días; acerca de las formas cómo los principales escritores de El Salvador consiguen o no dar cabida a la cultura indígena en sus textos.

También fue necesario intentar explicar impresionantes vacíos en el discurso cultural salvadoreño, lo que nos llevó a revaluar textos de muy distintos géneros leídos aquí desde una perspectiva de análisis del discurso.

Para llevar adelante la investigación, me han sido de mucha utilidad trabajos investigativos parciales y proyectos de edición que había adelantado en el transcurso de los últimos diez años. Entre ellos está la antología de poesía; Pobrecito pulgarcito poeta país. 200 años de poesía en El Salvador (terminada en 1994, parcialmente traducida en francés por la Universidad de Perpignon, Francia), así como diferentes estudios sobre la novelística de Manlio Argueta.

Un primer bosquejo general de la hipótesis aquí desarrollada y los resultados investigativos alcanzados aparece en el ensayo “El Salvador, exilio y literatura”, publicado en diferentes medios de comunicación y libros en El Salvador, Estados Unidos y Alemania. Debo agregar también que me ha sido muy útil mi trabajo en el periodismo cultural, en particular para diarios de los Estados Unidos, ante todo La Opinión, de Los Ángeles, y, más recientemente, para publicaciones de El Salvador.

La bibliografía usada en este trabajo se encuentra en gran parte en la biblioteca del Instituto Iberoamericano de Berlin, la más importante de Europa en lo que a fondos latinoamericanos se refiere, y cuyos fondos de hemeroteca y biblioteca sobre El Salvador son más ricos que los disponibles en este país.

En este sentido, este trabajo es también deudor de la riqueza bibliográfica existente en esta importante institución, que viene prestando invaluables servicios a la investigación sobre América Latina. Expreso, así mismo, mis agradecimientos a diferentes instituciones que de una u otra forma me han apoyado para la realización de esta tesis, en especial a la Universidad de Hannover.

También a los directores científicos de este trabajo: Prof. Dr. Reinhold Görling, de la Universidad de Hannover; y de manera muy especial al Prof. Dr. Carlos Rincón, del Lateinamerika-Institut der Freien Universität Berlin (Instituto Latinoamérica de la Universidad Libre de Berlín). Así mismo, debo agradecer a mis compañeros de estudio de la Universidad de Hannover del coloquio interdisciplinario para doctorantes, por la discusión de algunos aspectos de nuestras investigaciones científicas y sus valiosas opiniones.

Notas

[1] Ver: Comisión de la Verdad, 1993. De la locura a la esperanza. La guerra de doce años en El Salvador. Informe de la Comisión de la Verdad. San Salvador, Editorial Arcoiris.

[2] Schlesinger, Jorge. 1946. Revolución comunista. ¿Guatemala en peligro?, Ciudad de Guatemala, Unión Tipográfica Castañeda, Ávila y Cía.

[3] Görling, R., Heterotopía, Pág. 9


El CBGB: la meca del Punk. Moisés Flores

Hace exactamente medio siglo (50 años), una noche del 10 de diciembre de 1973, entre junkies y mendigos, en el 315 de Bowery del mugriento barrio Lower East Side de Manhattan, abría el más infesto y trasngresor bar neoyorquino que haya conocido la humanidad: el CBGB.

Un bar de mala muerte que estaba destinado a convertirse en la meca del punk y sus más impensables derivados, abría sus puertas el 10 de diciembre de 1973, una época donde los alcohólicos campaban a sus anchas por el Bowery y en el edificio había una pensión maloliente.

La decoración del CBGB era simple, una barra alargada, un pasillo y al final el escenario en una sala no muy amplia. En cambio, el equipo de sonido era de los mejores.

Y lo que en un principio estaba pensado para el country y el blues se convirtió en el nicho del rock experimental, la escena contracultural y destroyer que cambió el curso de la historia de la música.

El barrio neoyorquino del Bowery representaba la desesperación y la decadencia de su momento y el punk llegaba allí para quedarse.

Lo último que tenía en mente el fundador del CBGB, Hilly Kristal, era crear un templo punk o algo parecido. De hecho, el nombre del local responde a las iniciales Country, BlueGrass & Blues, ya que, su dueño tenía la intención de dar cabida en su escenario a música de raíces americanas. Pero la falta de éxito y las circunstancias lo llevaron a cambiar el plan inicial.

A principios de los 70 Nueva York no tenía nada que ver con la ciudad segura y cosmopolita de la actualidad. En aquellos días, dar un paseo por algunas de sus calles era riesgoso, una actividad peligrosa, especialmente por el barrio de Bowery, en el East Side de Manhattan, enclave del CBGB.

Drogadictos, mendigos, moteros y hasta criminales formaban parte del paisaje habitual en torno del local. Quizás por eso aquellos jóvenes pálidos y de aspecto desaliñado que empezaron a frecuentar el barrio no llamaron la atención de nadie.

Kristal abrió el CBGB a finales de 1973 y viendo que el negocio se aventuraba ruinoso, decidió acoger en su escenario a bandas principiantes bastante raras que poco o nada tenían que ver con el country o el blues.

Los primeros fueron unos desconocidos llamados «Television», la banda liderada por Tom Verlaine y Richard Hell que ofreció una serie de tres conciertos en el local. No tuvieron mucho éxito -apenas 25 personas presenciaron su primer show- pero atrajeron una clientela poco habitual que pagaba un dólar en la puerta para acceder al interior. De allí en adelante, Ramones, Blondie, Patti Smith, Talking Heads, Dead Boys, Mink DeVille, Johnny Thunders and The Heartbreakers, The Dictators, Suicide entre tantos otros debutarían en ese bar de mala muerte, perfectamente adecuado para toda la fauna punk, disidente y underground de entonces.

De pronto, actuar en el CBGB era sinónimo de ser alguien en la escena punk y new wave que imperaba a finales de los 70. el local era una auténtica pocilga y eso terminó siendo uno de sus atributos más llamativos y cautivantes. Prueba de ello es que durante la primera gira de «The Police» por EE.UU. la banda de Sting hizo parada en el club neoyorquino pese a tratarse de una banda algo famosa; lo que se respiraba ahí dentro era vanguardia y subversión, lo demás es historia, si, una historia bestial, donde no había limites ni prejuicios a la hora de decir y hacer en las entrañas de ese incendiario antro de perdición creativa y vivencial.

Miles de anécdotas acontecieron en ese lugar, que involucraban sexo, drogas, violencia y por supuesto rock and roll.

El CBGB fue un altar para los más marginal de la escena artística, donde una generación de excluidos torcieron el rumbo de la música con inauditas propuestas que tenían en común la desesperación, la rabia y un profundo desarraigo a la realidad de un tiempo convulso y profundamente injusto que les tocó vivir en un miserable barrio y tuvieron la osadia de hacer de eso canciones que fueron himnos en un rincón infecto que les abrigó y les convirtió en leyendas.

¿Que hubiese sido del punk, de la new wave sin el CBGB? cuesta imaginárselo.

La historia cultural en El Salvador: Un campo de estudio en ciernes. Carlos Gregorio López. Diálogos. 2005

Hacer un balance de la historia cultural en El Salvador, puede parecer un optimismo desmedido o una ignorancia extrema. Eso pensé cuando luego de haber comenzado a elaborar este trabajo, al darme cuenta de la magnitud del problema en que me había metido. Y es que todos sabemos que la historia no ha sido una disciplina muy favorecida en El Salvador. Un balance general deja ver las carencias historiográficas que enfrentamos en el país, estas falencias se hacen más evidentes cuando se trabaja un campo histórico en específico. En todo caso este artículo tiene un carácter muy preliminar, y en tal condición deberían entenderse sus vacíos, que seguramente son muchos.

No entraré a discutir las especificidades de lo que debiéramos entender por historia cultural; me es más conveniente entenderla en su sentido más amplio, de tal manera que pueda aprovechar el mayor número de posibilidades. En cuanto a las definiciones, me remito a lo planteado por Juan José Marín. Este autor advierte que en historia cultural los límites son sumamente difusos, “pudiéndose entremezclar con otras demarcaciones propias de la historia de la literatura, la antropología cultural, de las mentalidades, la social, la microhistoria, o de las ideas, sólo para nombrar algunas. Asimismo, la pluralidad de marcos teórico metodológicos, a veces antagónicos entre sí, complican una descripción homogénea de esta área historiográfica. Igualmente, los terrenos de trabajo de la historia cultural son múltiples y diversos por lo cual los investigadores adscritos a este campo recurren con frecuencia al diálogo interdisciplinario.”[1]

Partiendo de una definición tan amplia las posibilidades de conformar un corpus historiográfico aumentan, por supuesto existe el riesgo de incluir trabajos cuyos autores a lo mejor nunca los consideraron como tal. Con esa advertencia en mente se hará una revisión siguiendo una línea cronológica.

1. El debate cultural del último tercio del siglo XIX

Una preocupación por los temas culturales se hace evidente en El Salvador hacia el último tercio del siglo XIX, cuando un dinámico e interesante grupo de intelectuales, muy identificado con el pensamiento modernizante del grupo liberal dominante, comenzó a discutir sobre la manera más expedita de acoplar a la sociedad salvadoreña a los cambios en curso.[2]

Puede afirmarse que en alguna medida, las reflexiones de este grupo orientaron las acciones de los gobiernos. Esta relación no era de absoluta armonía; rupturas y disidencias no faltaron, pero en general predominó la tolerancia y la cooperación, aunque en no pocas ocasiones los intelectuales se mostraron desencantados con los gobernantes, pues consideraban que no les tomaban en cuenta a la hora de tomar decisiones y asignar recursos.

El trabajo de esos intelectuales abarcó desde la educación, el periodismo, la historia, la investigación científica hasta la literatura. A pesar de la diversidad, el denominador común fue el peso del pensamiento europeo, que los llevó a compartir la fe en el progreso, así como el rechazo a la tradición cultural indígena, considerada como muestra de atraso y, en consecuencia, un freno al desarrollo.[3] Para los años en que los liberales se apoderaron definitivamente del poder, ya existía un pequeño núcleo de intelectuales, que se ensanchó gracias a la bonanza cafetalera y —lo que es más significativo— encontró un ambiente propicio para su trabajo.

Entre los más destacados intelectuales de esos años se pueden mencionar a: Darío González, Jorge Lardé, Santiago I. Barberena, Alberto Sánchez, David J. Guzmán, Pedro Fonseca, Rafael Reyes, Antonio Cevallos, Vicente Acosta y Francisco Gavidia.

La importancia de estos hombres, no reside en su número, si no en el peso que su pensamiento tuvo para justificar y promover el proyecto que el grupo en el poder impulsaba.[4]

Una de las condiciones que facilitó la labor de estos individuos es que casi siempre estuvieron vinculados a instituciones públicas y contaron con el apoyo del Estado.

En general, no ocuparon puestos de poder importantes, pero contaron con un empleo relativamente seguro y pudieron dedicarse sin mayores preocupaciones a sus estudios. Los cambios políticos no les afectaban mayor cosa, a menos que estuvieran directamente involucrados.

Además, en aquellos tiempos los hombres ilustrados eran escasos, así que ningún gobierno podía darse el lujo de prescindir de ellos. Por otra parte, tuvieron la ventaja de contar con periódicos y revistas en los que publicaban sus trabajos, además de que casi todos ejercieron en algún momento la docencia.[5]

Por lo tanto, es plausible creer que, por lo menos en el medio urbano contaron con una audiencia considerable.

David Joaquín Guzmán, fue uno de los pensadores más influyentes de esa época. Sus escritos reflejan una preocupación que, desde perspectivas diferentes, parece haber sido común a los intelectuales contemporáneos: la civilización de los indios y su incorporación a la sociedad, un tema que obviamente estaba relacionado con el campo cultural.

Hacia 1883, Guzmán publicó Apuntamientos sobre la topografía física de la República de El Salvador, un libro que deja ver claramente su posición al respecto. Sus planteamientos eran muy pragmáticos, consideraba que si El Salvador quería progresar debía lograr que los indígenas renunciaran a su cultura ancestral.

Era consciente de que las condiciones de vida de los indígenas, en comparación con tiempos pasados, habían desmejorado notablemente; valoraba que en tales circunstancias estos grupos aportarían muy poco al progreso del país, pues la anterior práctica gubernativa y social los había convertido en ciudadanos de segunda categoría.

«Es necesario que el espíritu realmente liberal y humanitario de nuestras instituciones penetre por todos lados en el hogar del indígena, instruyéndole, sacándole de la apatía, y si es posible haciéndole desaparecer gradualmente en la masa de la civilización actual que es por una parte la suerte reservada á los vestigios espirantes (sic) de otras civilizaciones ya muertas y por otra la gloriosa misión encomendada al apoyo paternal de los gobiernos liberales e ilustrados[6]

En la medida en que los patrones culturales tradicionales eran incompatibles con el proyecto modernizante de la elite se hacía necesaria la imposición. A Guzmán no le interesó preguntarse cuáles eran los intereses de los indígenas, mas creía que al final estos serían beneficiados al ser absorbidos por el mestizaje, borrando de ese modo, las antiguas diferencias. «Su porvenir está en la fusión con la raza criolla ó con la ladina y por consiguiente su incorporación forzosa en el gran movimiento civilizador del siglo.»[7]

La educación era vista como un instrumento idóneo para acelerar la “ladinización” de los indios; Guzmán se dio a la tarea de escribir un voluminoso libro, en el cual hacía un diagnóstico — nada halagador, por cierto— del estado de la escuela salvadoreña y proponía las medidas a tomar para superar las falencias encontradas. Según sus cálculos la población analfabeta alcanzaba el 80%. Esta situación era alarmante para un intelectual que cifraba sus esperanzas de desarrollo del país, precisamente en la educación.

«¡479,217 ignorantes es una cifra terrible para un país que pretende marchar por el camino del adelanto!».[8] Buscando elevar el nivel educativo propuso un impuesto del 1% al valor de la propiedad territorial. Lo recaudado sería destinado exclusivamente a educación y agregado a la suma ya establecida al efecto en el presupuesto ordinario. Según Guzmán, de este modo, se tendrían los 300,000 pesos que se necesitaban para mejorar el sistema educativo.[9] Tal propuesta nunca fue considerada seriamente.

Como buen liberal, Guzmán no ocultaba su deseo de acelerar todo lo posible la marcha del progreso en El Salvador y se impacientaba ante la perspectiva de tener que esperar a que sus compatriotas, especialmente los indios, se convencieran de la necesidad de subirse al carro del progreso. De allí su insistencia en la necesidad de promover la llegada de colonos.

“La inmigración á nuestro suelo está reducida a la que espontáneamente arriba á nuestras playas; esta se dedica especialmente al comercio, con muy pocas excepciones que profesan las artes liberales. Pero no es esta la inmigración que necesitamos, sino que la que saliendo de los campos de Europa, se dirige á los nuestros á darles nueva vida, á ponerse en contacto con nuestra población rural trayendo su contingente de brazos, de industria, de actividad y de conocimientos.”[10]

Otro tema de discusión entre los intelectuales de finales del XIX fue el relacionado con el mundo de las letras, tal y como entonces se entendía lo relacionado con el periodismo y la literatura. Una revisión del clásico trabajo de Italo López Vallecillos deja ver que en el último tercio del siglo XIX la publicación de periódicos y revistas pasó por un buen momento en el país.[11]

Las Sociedades Literarias, la Academia e incluso las fiestas particulares brindaban oportunidades para que periodistas, poetas, educadores y escritores — que lo eran todo a la vez — discutieran e intercambiaran puntos de vista en torno a la evolución cultural del país. Afortunadamente ya comienza a estudiarse este tipo de sociabilidad.[12]

Tentativamente, puede afirmarse que el debate intelectual de finales del siglo XIX tuvo entre sus principales ejes, el progreso — entendido a la europea —, la incorporación del indio a la sociedad, mediante el mestizaje biológico y cultural, sin que faltara el debate en torno a los modelos políticos.[13]

A pesar de que se ha avanzado un tanto en el estudio de las elites políticas y culturales de finales del siglo XIX y principios del XX, queda mucho por conocer acerca de la cultura de los sectores sociales subalternos.[14] En este punto, vale destacar los trabajos pioneros de Víctor Hugo Acuña, sobre artesanos y obreros; y los de Patricia Alvarenga sobre el mundo rural, los cuales tienen la ventaja de haber sido elaborados con un marco teórico explícito que vuelve más interesante la discusión de sus hipótesis.[15]

2. La historia cultural en la primera mitad del siglo XX

La incorporación del indio a la república cafetalera fue uno de los temas de discusión de los intelectuales finiseculares, para quienes el indio podía ser a lo sumo un vestigio curioso del pasado que buscaban dejar atrás. Es decir, el único espacio admisible para los indios era el de la leyenda; esta fue la opción que tomó Francisco Gavidia, en la literatura, pero también en la historia.

Gavidia y Roque Dalton resultan autores interesantes para entender cómo en El Salvador, algunas de las más interesantes interpretaciones de la historia se han hecho desde la literatura. Vale decir que ambos escribieron historia, pero que su fuerte fue la literatura.

En 1912 el Subsecretario de Instrucción Pública comisionó «a las más distinguidas personas en asuntos históricos» para que escribieran sobre historia salvadoreña. Los designados fueron Santiago I. Barberena, Alberto Luna y Francisco Gavidia. Este último escribió un libro que abarcó desde los tiempos más antiguos hasta los años anteriores a la declaración de la independencia y que fue publicado en 1917. Combinando relatos mitológicos con datos históricos y sin preocuparse demasiado por el rigor metodológico, Gavidia buscó las raíces de El Salvador en un pasado legendario y heroico.

«Núcleo de la región nahuat en los tiempos legendarios cuando emigran sus habitantes y fundan la Tula famosa; centro a que vuelven en varios éxodos desde climas remotos conservando su lengua y su religión… combatiente a través de los siglos contra sus hermanos los Quichés conservando así su personalidad; triunfante en la primera expedición de Alvarado, autónomo cuando obtiene que el Rey de España nombre directamente su alcalde Mayor.»[16]

Sobra decir que la mayor parte del texto anterior fue producto de la imaginación del autor; sin embargo, él mismo hace una aclaración al respecto: «La Historia, sobre todo cuando está por desenvolverse, tiene prolongaciones en otras ramas de los conocimientos, que a su vez se desenvuelven sucesiva o paralelamente. (…) Nuestra Historia ofrece a las letras —la poesía, en especial, a la narración y el teatro— asuntos en que pueden emplearse los buenos ingenios.»[17]

Más dado a la literatura que a la investigación histórica, pocas veces señala las fuentes que podrían respaldar sus afirmaciones y, algunas veces, como lo hace cuando intenta explicar la vida de los primeros pipiles, se apoya en cierto “documento», a pesar de admitir que: «No se conoce aún hoy día el Manuscrito pipil; sin embargo varios cronistas lo tuvieron a la vista».[18]

Mario Hernández Aguirre destaca el aporte de Gavidia en tanto que «quiso dar al país —y se lo dio en compañía de Jorge Lardé P. — una prehistoria, una mitología, una edad heroica[19] Lo anterior fue posible gracias a una reelaboración literaria del pasado precolombino. «Llevado siempre por su entusiasmo, habla de los años anteriores a la conquista y para ello mezcla los hermosos mitos pipiles del Popol-Vuh con suposiciones de las más variadas»[20]

No obstante, también señala: «El indio de la poesía gavidiana es un indio mítico, tan lejos de lo real como el escudo de oro que le sirve en los combates o como los rebaños de pavorreales que conduce a las orillas del río.»

Sin embargo, reconoce que el mérito del trabajo histórico y poético de Gavidia reside en el hecho de «haber dado los moldes necesarios y el camino para el culto a los héroes, tan necesario a los pueblos que en ello cultivan una de las razones para sentirse orgullosos de sus destinos».[21]

Un detalle que escapa a Hernández Aguirre es que si bien es cierto que Gavidia creó un mito indígena, este no fue favorecido inmediatamente con el necesario patrocinio de las esferas oficiales e intelectuales, para que fuera internalizado y reconocido entre las masas populares. Para entonces la tendencia era precisamente lo contrario: superar el pasado para acercarse cada vez más a la modernidad de los modelos europeos.

Los liberales salvadoreños prefirieron elaborar otros mitos más acordes con sus ideales. En realidad, el discurso dominante fue aquel que propugnaba por la modernización y el progreso. Los mitos indígenas a lo sumo podrían ser aceptados como accesorios, pero no iban a ser incorporados como parte fundamental de la cultura.

Debieron pasar varios años para que se tuviese una concepción diferente del indio y de las posibilidades que este ofrecía para enriquecer la cultura salvadoreña. Este cambio se dio en la década de 1920, cuando un grupo de intelectuales intentaron reformular la idea de nación liberal.

Esta vez se trató de construir una imagen individualizada de El Salvador, recurriendo a elementos culturales. Para ello se reelaboró la imagen del indio, principalmente por medio del rescate y mitificación del cacique Atlacatl. El mundo rural se volvió centro de interés, especialmente para la literatura.

Con el pretexto de proteger al comercio en pequeño se tomaron actitudes discriminatorias contra algunos grupos de inmigrantes, especialmente los procedentes de Asia y medio oriente. Esto último dio espacio para que algunos sectores desarrollaran actitudes de clara xenofobia.

Los trabajos de intelectuales como Miguel Angel Espino, María de Baratta, Juan Ramón Uriarte, Jorge Lardé, Arturo Ambrogi y otros, muestran los cambios del discurso nacional en la década de 1920. Sus obras tienen como denominador común la revalorización del pasado indígena, de la vida en el campo y de los atributos culturales que podían definir al salvadoreño.[22]

A diferencia de los liberales de finales del siglo XIX, que consideraron al indio como un obstáculo al progreso y vieron en el mestizaje la única opción para aceptarlo dentro de la sociedad, esta vez se hacía énfasis en la conservación de lo indígena. Y basándose en esta herencia se buscaron elementos que ayudaran a redefinir los atributos de la nación salvadoreña, que adquiría así los componentes culturales que los liberales habían rechazado.[23]

Pero, paralelamente a dichas iniciativas, otro grupo de intelectuales, liderados por Alberto Masferrer, comenzaba a reflexionar sobre la problemática social salvadoreña, a la vez que incursionaban en los terrenos del espiritismo y la teosofía.

Inicialmente, los estudios sobre intelectuales en la década de 1920 comenzaron desplazamientos que se han dado en los estudios sobre Alberto Masferrer, abordando sus trabajos en el diario Patria, sus colaboraciones en revistas de la región como Repertorio, sus críticas al sistema social vigente en aquellos años y su doctrina del Mínimun Vital, sus posibles vínculos con corrientes de pensamiento socialista, o las diatribas que en su contra lanzó Roque Dalton.[24]

Actualmente la tendencia es estudiar las redes sociales y las formas de pensamiento que articularon el trabajo de Masferrer, no solo a nivel local, sino regional. En tal sentido vale señalar los trabajos de Carlos López, Marta Cassaus Arzu, María Teresa Giraldes y Carlos Cañas Dinarte.[25]

Una diferencia significativa entre estos trabajos y los mencionados anteriormente, radica en el hecho de que los primeros hacían énfasis en la cuestión social, las corrientes ideológicas y en la viabilidad política de las propuestas masferrerianas. Análisis que indefectiblemente chocaban con el levantamiento de 1932.

Tales perspectivas no permitían una cabal comprensión del pensamiento del maestro que, en el mejor de los casos aparecía como un ingenuo bien intencionado, pero con poco sentido político; o como sucedió con Roque Dalton, ser condenado ipso facto, como aliado e instrumento de la oligarquía salvadoreña.

En la tendencia actual no se insiste tanto en la viabilidad política de las ideas de Masferrer, sino en las redes intelectuales que logró articular y en las influencias espiritistas y teosóficas que nutrieron las propuestas unionistas tales grupos impulsaron, así como los mecanismos mediante los cuales se vincularon con grupos sociales más amplios.

3. La historia cultural en la segunda mitad del siglo XX

En la segunda mitad del siglo XX, algunos intelectuales militantes de izquierda, como Pedro Geoffroy Rivas y Oswaldo Escobar Velado, desde la poesía, y Jorge Arias Gómez, incorporaron a los sectores subalternos, especialmente a los indígenas en la historia nacional, como una forma de rechazo a la tradicional historia liberal que daba todo el protagonismo a los próceres independentistas y a los caudillos.

Los resultados más conocidos de esos esfuerzos son los trabajos de Arias sobre Anastasio Aquino y Farabundo Martí.[26] Pero definitivamente quien más impactó en el imaginario popular fue Roque Dalton, y lo hizo siguiendo un modelo historiográfico muy poco apegado al canon de la historia marxista clásica. La primera obra sobre historia de Dalton, fue una monografía sobre El Salvador.[27]

Esta es una versión más bien convencional de la historia elaborada desde una perspectiva marxista. A pesar de las limitaciones metodológicas y de fuentes, esta obra sigue siendo usada como libro de texto en el país.

Mario Vázquez Olivera, sostiene que en El Salvador el escaso desarrollo de la historia, ha dado lugar a que buena parte de la interpretación de la historia nacional, se haya hecho desde la literatura. Vázquez trabajó como caso paradigmático a Roque Dalton y su particular “re-interpretación” de la historia de El Salvador.

Para entender el planteamiento de Vázquez debe aceptarse que en la obra literaria y poética de Dalton — amén de la propiamente histórica — existe una profunda reflexión sobre la cultura salvadoreña.[28]

Para los fines de este trabajo resultan especialmente interesante Las historias prohibidas del Pulgarcito, “una compleja reflexión acerca de la historia y la identidad de El Salvador, en la que a más de intentar deconstruir la narrativa dominante, de cuño oligárquico, y proponer una nueva genealogía de la patria, se postula el advenimiento de una nueva edad de la nación salvadoreña, un alumbramiento fincado en la valoración de la cultura popular y el impulso del proyecto nacionalista-revolucionario que enarbolaba la izquierda armada”.[29]

Esta cita tomada del estudio de Mario Vázquez resume brillantemente esa obra de Dalton, quien según Vázquez, realizó metódicamente dos trabajos: deconstruir una narrativa nacional comprometida con los sectores dominantes y construir a la vez otra enraizada en lo popular y obviamente revolucionaria.

Resulta interesante constatar que esa subversiva propuesta historiográfica de Dalton, ha logrado arraigar en ciertos sectores sociales ligados a la izquierda revolucionaria e incluso se sigue usando en algunas cátedras universitarias, lastimosamente a veces de manera tan esquemática y doctrinaria, rayana en la castración intelectual del autor y de los estudiantes.[30]

En cierto modo, la obra intelectual de Dalton que más ha trascendido ha sido aquella menos compleja: en historia es la Monografía de El Salvador y en poesía el Poema de amor.

A nivel de divulgación, los trabajos del Equipo Maíz, dejan ver cómo Dalton sigue presente en la historiografía salvadoreña. En 1989, cuando todavía se peleaba la guerra civil, dicho grupo publicó su “Historia de El Salvador”, que usaban en los cursos de historia, desde la perspectiva de la “educación popular”, impartían para sindicalistas, comunidades eclesiales de base, maestros populares y organizaciones de algún modo vinculadas a la izquierda.

Haciendo un uso mínimo de textos, acompañados con ingeniosas caricaturas — a veces fuera de contexto — el folleto da una visión sintética de la historia de El Salvador, que tiene como principal protagonista al “pueblo” y sus luchas de resistencia y liberación.[31]

En cierto modo es una versión jocosa de la Monografía de El Salvador de Dalton. Este libro ha tenido muy buena acogida entre los maestros de educación básica y media, e incluso se usa en cátedras universitarias, al grado de que para 1998 había alcanzado cuatro ediciones. En 1995, se le agregó un capítulo para cubrir los Acuerdos de Paz. Entre 1995 y 2001 se hicieron tres ediciones más. En 2003, se hizo una edición revisada y aumentada.[32] El equipo editor afirma que uno de los factores de su éxito es que el libro tiene poco texto y resulta ameno y divertido. Obviamente es consumido mayoritariamente por sectores afines a la izquierda, que hacen una lectura de la historia en blanco y negro; es decir, una historia de buenos contra malos.

3.1 Estudios sobre la violencia y la delincuencia

Un campo que apenas comienza a explorarse, pero que se muestra muy prometedor es el de la violencia y la delincuencia. En tal punto merece destacarse el trabajo pionero de Patricia Alvarenga, sobre la construcción del aparato represivo a finales del siglo XIX y primeras décadas del XX, el uso de la violencia y los mecanismos de resistencia, pero también de colaboración por parte de los sectores sociales subalternos en el campo salvadoreño.

Uno de los méritos de Alvarenga, es la consistencia entre el marco teórico adoptado y el contenido del trabajo. La veta descubierta en este trabajo puede seguir siendo explotada para años posteriores, o adaptarse a otras temáticas similares.[33]

Cercano al tema de la violencia, se encuentra el de la delincuencia, el cual ha sido más trabajado desde una perspectiva sociológica, mediante consultorías o proyectos de investigación específicos asociados con los procesos de pacificación y democratización que siguieron a los Acuerdos de Paz. La espiral de violencia que siguió a los Acuerdos de Paz, dio lugar para que diferentes instituciones auspiciaran foros para discutir el problema, de los cuales a menudo surgieron publicaciones.[34]

Estas son obras colectivas, que combinan investigaciones de campo con ensayos específicos de especialistas en violencia social. Todos asumen que la violencia es un producto cultural, pero no profundizan en sus raíces históricas.

La mayoría de los trabajos antes citados se centran en la delincuencia de posguerra, situación entendible por el contexto en que se producen: el auge de la delincuencia post Acuerdos de Paz, y aunque en algunos se intenta “historizar” el fenómeno, generalmente no van más atrás de la pasada guerra civil. Diferente es el caso de Ellen Modie, quien estudia la manera cómo a lo largo del siglo XX, en El Salvador se va construyendo “un perfil” del delincuente y cómo esa construcción va siendo asumida por la población en general.

Resulta interesante constatar como la imagen del delincuente se va transformando, sin que pierda su esencia de antisocial; desde el ratero de la década de 1930, al guerrillero de los años 70 y 80, hasta el pandillero de la posguerra. En todo caso, a partir del perfil que elaboran los cuerpos de seguridad y transmiten los medios de comunicación, y las experiencias cotidianas de la gente, la población termina por asumir una imagen del delincuente, del peligroso, del marginal.[35]

3.2 Estudios de género y feminismo

Este tipo de trabajos resultan muy útiles debido a que rebelan aspectos de la cultura salvadoreña. Al revisar la bibliografía al respecto se pueden encontrar distintas vertientes que convergen hacia la situación actual de la mujer, mediante el rastreo histórico de sus acciones y los movimientos asociados a ellas. Se pueden encontrar estudios sobre los movimientos sufragistas y de organización femenina, a menudo liderados por mujeres vinculadas al ámbito intelectual.[36]

En los años ochenta y noventa, se realizaron investigaciones sobre la participación de las mujeres en la guerra civil, tanto en la experiencia de los desplazados como en la lucha armada. Sin embargo, estos trabajos consideran a las mujeres víctimas de la

guerra y a las militantes de izquierda, sin darle mayor tratamiento a la población civil y menos a las que pudieron simpatizar y apoyar al ejército salvadoreño y los paramilitares.[37]

En la posguerra, y acompañando a los proyectos de reinserción y desarrollo aparecen trabajos en torno de la organización y participación de las mujeres de cara a los nuevos espacios políticos, económicos y sociales abiertos en el contexto de la democratización.[38]

Una vertiente sumamente interesante que apenas ha comenzado a ser explorada, y con muy buen éxito por Patricia Alvarenga, son los estudios de las mujeres como parte de los marginados sociales. Los trabajos de Alvarenga se han centrado en el últimos tercio del XIX y las primeras décadas del XX, periodo excepcionalmente provocador, no solo por los cambios estructurales que se dieron en el país, sino por las profundas transformaciones sociales que lo acompañaron y que condicionaron las percepciones y valoraciones sobre los hombres y mujeres que transgredieron las normas morales establecidas.[39]

Como contraparte, hay algunos trabajos que exploran a las mujeres de finales del XIX incursionando en el mundo académico y a través de los cuales se puede hacer un acercamiento a la cultura de elite decimonónico. Un contraste entre ambas tendencia arrojaría mucha luz sobre la sociedad salvadoreña.[40]

Conclusiones

Si se compara El Salvador con otros países del área centroamericana, se hace evidente que en este país los estudios históricos tienen mucho camino por andar. No obstante, una revisión como esta -que tiene un carácter muy preliminar – también demuestra que en el campo de la historia cultural, se han logrado avances significativos.

Se tiene un panorama aceptable, y en condiciones de ser comparado con el de otros países de la región, en el caso de la cultura de elite de finales del siglo XIX y principios del XX. Ya se cuenta con algunos estudios sobre identidad nacional y nacionalismo, así como algunos trabajos sobre sectores sociales subalternos del mismo periodo.

En el caso de los estudios sobre el papel jugado por los intelectuales en la configuración de la cultura, la identidad y la interpretación histórica, se cuenta con trabajos sobre la intelectualidad liberal y sobre los intelectuales “autoctonistas” de la década de 1920.

También se ha estudiado con alguna profundidad a Francisco Gavidia, Alberto Masferrer y Roque Dalton. Gaviria y Dalton son importantes no solo por sus trabajos literarios, sino por la influencia de sus interpretaciones de la historia de El Salvador.[41]

Asimismo, han comenzado a explorarse temas como violencia y delincuencia; feminismo y género; y marginados sociales.

Este balance da lugar para pensar que los estudios de historia cultural en El Salvador tienen un futuro prometedor. En los últimos años, algunos organismos internacionales han comenzado a mostrar mayor interés por los estudios culturales; esa tendencia comienza a sentirse en el país; por ejemplo, el “Informe sobre desarrollo humano. El Salvador, 2003”; por primera vez incluyó un capítulo sobre identidad y cultura, el cual pretende sensibilizar sobre la importancia de conocer las raíces culturales del país y su diversidad cultural.[42]


[1] Juan José Marín. ¿Historia cultural: un campo de trabajo en perspectiva o un espacio trabajo histórico?. Ponencia presentada en el Seminario Entre dos siglos: la investigación histórica en Costa Rica, 1992-2002. (Museo Histórico Cultural Juan Santamaría 13 y 14 de noviembre, 2002 Alajuela, Costa Rica).

[2] Palmer, estudiando el caso guatemalteco y costarricense, define a los intelectuales como “individuos ocupados principalmente en la articulación de una cultura nacional.” Ver: Steven Palmer. Racismo intelectual en Costa Rica y Guatemala, 1870-1920. En: Mesoamérica, año 17, N° 31, junio de 1996, pág. 100.

[3] Entre los más destacados intelectuales de esos años se pueden mencionar a: Darío González, Jorge Lardé, Santiago I. Barberena, Alberto Sánchez, David J. Guzmán, Pedro Fonseca, Rafael Reyes, Antonio Cevallos, Vicente Acosta y Francisco Gavidia.

[4] Para más detalles al respecto, véase E. Bradford Burns. La infraestructura intelectual de la modernización en El Salvador, 1870-1900; En: Cáceres, Luis René (editor). Lecturas de Historia de Centroamérica. (San José, BCIE-EDUCA, 1ª edición, 1989); y Carlos Gregorio López Bernal. El proyecto liberal de nación en El Salvador, 1780-1932. (Tesis de maestría en historia, Universidad de Costa Rica, 1998), cap. 2

[5] Características similares son señaladas por Palmer para el caso guatemalteco y costarricense. “El objetivo general de sus esfuerzos consistió en secularizar y civilizar sus respectivas culturas populares a fin de adelantar el progreso y la modernización.” Steven Palmer. Racismo intelectual… Op. Cit. Pág. 101.

[6] David J. Guzmán. Apuntamientos sobre la topografía física de la República de El Salvador. (San Salvador, Tipografía El Cometa, 1ª edición, 1883), pág. 507. El énfasis es mío. Actitudes similares se encuentran en los escritos de Santiago I. Barberena y José Antonio Cevallos

[7] Idem. Pág. 517.

[8] David J. Guzmán. De la organización de la instrucción primaria en El Salvador. (San Salvador, Imprenta Nacional, 1ª edición, 1886), pág. 198.

[9] Idem. Pág. 208.

[10] David J. Guzmán. Apuntamientos topográficos… Op. Cit. pág. 406.

[11] Italo López Vallecillos. El periodismo en El Salvador. San Salvador, UCA Editores, 2ª edición, 1987.

[12] Véase, María Tenorio. Hacia un imaginario salvadoreño en los discursos periodísticos de la década de 1840. Ponencia presentada en el Primer Encuentro de Historia de El Salvador, Universidad de El Salvador, julio de 2003.

[13] Ejemplo de ello son algunos trabajos de Francisco Gavidia, Juan José Samayoa, Francisco Esteban Galindo y otros. Estos autores se preocuparon mucho por las flagrantes contradicciones entre el ideario liberal y las prácticas políticas de los liberales decimonónicos, especialmente por las recurrentes violaciones a los preceptos constitucionales. También discutieron muchos sobre la inculcación de valores ciudadanos y lealtad nacional por medio de la escuela, ejemplo de ello es el trabajo de Francisco Esteban Galindo. Cartilla del ciudadano. (San Salvador, s/e, 1874).

[14] Un panorama de la cultura salvadoreña de finales del XIX se encuentra en Carlos Castro. Sociedad y cultura en siglo XIX. En Alvaro Magaña (coord.) El Salvador; la república. Tomo I, (Fomento Cultural Banco Agrícola, 2000).

[15] Véase Víctor Hugo Acuña. La formación de los sectores medios urbanos en El Salvador: La sociedad de artesanos “La Concordia” (1872-1940). 2001, inédito; Clase obrera, participación política e identidad nacional en El Salvador (1918-1932). Ponencia presentada en el Seminario “Estado Nacional y Participación Política en América Central”. San José, febrero de 1995; Patricia Alvarenga. Cultura y ética de la violencia. El Salvador. 1880-1932. (San José, EDUCA, 1995).

[16] Francisco Gavidia. Historia moderna de El Salvador. Vol. 1. (San Salvador, Ministerio de Cultura, 2ª edición, 1958), pág. 32.

[17] Idem. Págs. 32-33.

[18] Idem. Pág. 22.

[19] Mario Hernández Aguirre. Gavidia. Poesía, literatura y humanismo. (San Salvador, Dirección de Publicaciones, Ministerio de Educación, 1ª edición, 1968), pág. 389.

[20] Idem. Pág. 392.

[21] Idem. Págs. 157-158 y 404. En el fondo Gavidia fue un incomprendido. Su vasta erudición causaba admiración, pero nada más. Los homenajes que recibió de ningún modo significaron una justa valoración y comprensión de su obra.

[22] “La patria, en poesía y en prosa, fue tomando forma en los escritos de Alfredo Espino, de Miguel Angel Espino y de Arturo Ambrogi. A través de su lectura, varias generaciones de salvadoreños sintieron su patria, se identificaron con sus gentes y sus costumbres y se comenzaron a interesar en sus problemas.” Historia de El Salvador. Tomo II (Ministerio de Educación, 1994), pág. 105. entre las obras más destacadas de estos autores se pueden mencionar: María de Baratta. Cuzcatlán Típico. 2 vol., (San Salvador, Ministerio de Cultura, 1951), Miguel Ángel Espino, Mitología de Cuzcatlán y Cómo cantan allá. (San Salvador, UCA Editores, 4ª edición, 1976); Juan Ramón Uriarte. Cuzcatlanología. (San Salvador, Imprenta Cuscatlania, 1926). En esta corriente que buscó afianzar lo autóctono del país debe considerarse además a Salvador Salazar Arrué (Salarrué), Alfredo Espino y Arturo Ambrogi.

[23] Carlos Gregorio López. Identidad nacional, historia e invención de tradiciones en El Salvador en la década de 1920. Revista de Historia, # 45, 2002, Universidad de Costa Rica.

[24] Véase por ejemplo, Jaime Barba. Masferrer: vitalismo y luchas sociales. En Revista Cultura, CONCULTURA, Nº 80, septiembre-diciembre de 1997, Ricardo Roque Baldovinos. Reinventando la nación. Cultura estética y política en los albores del 32. En Revista Cultura, San Salvador, Nº 77, sept.- dic. 1996; Carlos Gregorio López Bernal. Alberto Masferrer y el vitalismo. En Oscar Martínez Peñate (coord.) El Salvador. Historia General. (San Salvador, Editorial Nuevo Enfoque, 2002); Matilde Elena López. ¿Masferrer socialista utópico, reformista o revolucionario? En Revista La Universidad, # 5, septiembre-Octubre de 1968; y Luis Melgar Brizuela. De cómo y por qué Roque Dalton llamó “viejuemierda” a don Alberto Masferrer. En Revista Humanidades, IV época, # 2, 2003.

[25] Véase, Carlos Gregorio López Bernal. Alberto Masferrer y Augusto César Sandino: Espiritualismo y utopía en los veinte. En Revista Humanidades, IV época, # 2, 2003; Marta Elena Casaús Arzú. La disputa de los espacios públicos en Centroamérica de las redes unionistas y teosóficas en la década de 1920: la figura de Alberto Masferrer. En idem., La formación de la nación cultural en las elites teosóficas centroamericanas 1920-1930: Carlos Wyld Ospina y Alberto Masferrer. Ponencia presentada en el Primer Encuentro de Historia de El Salvador, Universidad de El Salvador, julio de 2003; Teresa García Giraldes. La patria grande centroamericana: la elaboración del proyecto nacional por las redes políticas unionistas. Ponencia presentada en el Primer Encuentro de Historia de El Salvador, Universidad de El Salvador, julio de 2003; y Carlos Cañas Dinarte. Redes teosóficas en El Salvador a través de la revista Cypactly. Ponencia a presentarse en el VII Congreso de Historia de Centroamérica, Tegucigalpa, julio de 2004

[26] Jorge Arias Gómez. Anastasio Aquino, recuerdo, valoración y presencia. (San Salvador, Editorial Universitaria, 1963); y Farabundo Martí. Esbozo biográfico. (San José, EDUCA, 1972). En 1996 Arias Gómez publicó con EDUCA una versión ampliada y mejorada de esta última obra; que sigue siendo él estudio más completo sobre la vida y obra de Martí.

[27] Roque Dalton. Monografía de El Salvador (San Salvador, UCA Editores, 1984). La primera edición se hizo en Cuba. El Salvador (La Habana, Casa de las Américas, 1963).

[28] En este punto me apoyo en las sugerentes ideas de Mario Vázquez Olivera. “País mío no existes”. Apuntes sobre Roque Dalton y la historiografía contemporánea de El Salvador. Revista Humanidades, IV época, # 2, 2003.

[29] Idem. Pág. 95.

[30] Al revisar programas de estudio de cátedras de historia de El Salvador, es frecuente encontrar en la bibliografía la Monografía de El Salvador y Las historias prohibidas del Pulgarcito.

[31] Equipo Maíz. Historia de El Salvador: De cómo los guanacos no sucumbieron a los infames ultrajes de españoles, criollos, gringos y otras plagas. (San Salvador, Asociación Equipo Maíz, 1989).

[32] Equipo Maíz. Historia de El Salvador: De cómo la gente guanaca no sucumbió ante los infames ultrajes de españoles, criollos, gringos y otras plagas. (San Salvador, Algier’s Impresores, 2002). Los cambios en el título evidencian cómo en esta última edición se incluye la perspectiva de género. Esta última edición consta de 208 páginas; la de 1995 tenía 156.

[33] Patricia Alvarenga, Cultura y ética de la violencia… Op. Cit.

[34] Véase por ejemplo, PNUD, Programa El Salvador. Violencia en una sociedad en transición. (San Salvador, PNUD, 1998), Carlos Guillermo Ramos (et al) Violencia en una sociedad en transición. Ensayos. (San Salvador, PNUD, 2002); PNUD, Programa El Salvador. Dimensiones de la violencia. (San Salvador, PNUD, 2003); y PNUD. Armas de fuego y violencia. (San Salvador, Talleres Gráficos UCA, 2003).

[35] Ellen Moodie. Como rastrear al delincuente salvadoreño en el siglo veinte. Ponencia presentada en el Primer Encuentro de Historia de El Salvador, Universidad de El Salvador, julio de 2003;

[36] En esta vertiente destacan los trabajos pioneros de Sonia Ticas. “Intelectuales salvadoreñas de los cuarenta: negociando lo privado y lo público”. Istmo, Revista Virtual de Estudios Literarios y Culturales Centroamericanos, No. 6 (July – December 2003), http://www.wooster.edu/istmo; “Hacia una historia del feminismo salvadoreño en los años 20 y 30”. Revista Humanidades, IV época, # 3, 2003, Universidad de El Salvador; “Las escritoras salvadoreñas a principios del siglo XX: expectativas y percepciones socio-culturales”. Eugenia Rodríguez, ed., Historia, Política, Literatura y Relaciones de Género en América Central y México (siglos XVIII, XIX y XX). Edición Especial, Diálogos Revista Electrónica de Historia, Vol. 5, No. 1 (Marzo – Agosto 2004). San José: Escuela de Historia, Universidad de Costa Rica, ISSN 1409-469X, http://historia.fcs.ucr.ac.cr; Fidelina Martínez Castro. Feminización de la educación superior en El Salvador. En Revista Humanidades, IV época, # 4, 2004.

[37] Véase Patricia Hipsher. «Rigth- and Left-Wing Women in Post-Revolutionary El Salvador. Feminist Autonomy and Cross-Political Alliance Building for Gender Equality». En Victoria González y Karen Kampwirth. eds., Radical Women in Latin America. Left and Right. (Pensylvannia: The Pennsylvannia State University Press, 2001); Karen Kampwirth. Women and Guerrilla Movements. Nicaragua, El Salvador, Chiapas, Cuba. Pennsylvania: The Pennsylvania State University Press, 2002; Ilja A. Luciak. After the Revolution. Gender and Democracy in El Salvador, Nicaragua, and Guatemala. Baltimore-Maryland: The Johns Hopkins University Press, 2001; María Candelaria Navas. “Los movimientos femeninos en Centroamérica: 1970-1983”, En Daniel Camacho y Rafael Menjívar, coord., Movimientos populares en Centroamérica. San José: EDUCA, 1985; Norma Vázquez. Las Mujeres Refugiadas y Retornadas. San Salvador – El Salvador: Las Dignas, 2000; Norma Vázquez, Cristina Ibáñez, y Clara Murguialday. Mujeres Montaña. Vivencias de Guerrilleras y Colaboradoras del FMLN. Madrid: Horas y HORAS, 1996.

[38] María Candelaria Navas, y Liza María Domínguez. La Experiencia Organizativa de las Mujeres Rurales en la Transición Post-Conflicto: 1992-1999. San Salvador: UCA, Ayuda Obrera Suiza, 2000; “Las organizaciones de mujeres en El Salvador y sus aportes a la historia socio-política (1957-1999)”. En Eugenia Rodríguez, ed., Mujeres, Género e Historia en América Central durante los Siglos XVIII, XIX y XX. San José: UNIFEM, Plumsock Mesoamerican Studies, 2002; Sonia Ticas. “Compromiso social y discurso profético en la poesía de Liliam Jiménez y Mercedes Durand”. Istmo, Revista Virtual de Estudios Literarios y Culturales Centroamericanos, No. 3 (January – June 2002), http://www.wooster.edu/istmo; y Norma Vázquez. De Sueños y Realidades. Una Experiencia de Capacitar Mujeres en Oficios no Tradicionales. San Salvador – El Salvador: Las Dignas, 2000.

[39] Patricia Alvarenga. “Los marginados en la construcción del mundo citadino. El Salvador, 1880-1930”. Revista de Historia, No. 9, 1997; (Instituto de Historia de Nicaragua, UCA); “Prostitución y control social en El Salvador1900-1930”. En Iván Molina y Francisco Enríquez. eds., Fin de siglo XIX: Identidad Nacional en México y Centroamérica. Alajuela: Museo Histórico Cultural Juan Santamaría, 2000.

[40] Véase. Carlos Cañas Dinarte. Las hijas de Minerva. Hacia una historia educativa y cultural de las mujeres salvadoreñas. Inédito, 1999.

[41] Una reflexión interesante sobre la influencia de estos tres escritores en la cultura salvadoreña se encuentra en Giovanni Galeas. Cultura contemporánea. La entrada a un nuevo siglo. En Alvaro Magaña (coord.) El Salvador, la república. Tomo II. (Fomento Cultural, Banco Agrícola, 2000).

[42] Véase. Carlos Lara Martínez, Carlos G. López y Ricardo Roque. Identidades, cultura nacional y diversidad cultural: las dimensiones olvidadas del desarrollo humano. En PNUD. Informe sobre Desarrollo Humano: El Salvador 2003. (San Salvador, Impresos Múltiples, 2003).

El cateo del Clan. A Norman Douglas. 1978

Sábado 12 de octubre de 1978.

6:00 A.M.

La mañana amanece un tanto fresca, oscura y ventosa. La “peña” del viernes se prolongó después de la media noche y por eso despierto con mucho sueño y no quisiera levantarme. Pero recuerdo que tengo un compromiso: “¿Voy o no voy?”, pregunta mi diablito. “Tenés que ir” –dice el angelito de adentro. Y haciendo de tripas chorizos, me obligo, no sin continuar por mucho rato las cavilaciones y sin querer renunciar a la tibieza de la cama.

Así perdí el tiempo. Al reaccionar ya estaba retrasado. Eran pasadas las siete. Al fin me desembaracé de la sábana y, sin desayuno, me dirigí a El local, como llamábamos al Centro Libre de Artistas Nacionales, CLAN, antes “El Taller de los vagos”, situado en el número cuatrocientos ocho, segundo piso del gris “Edificio Salandra”, en la esquina formada por la Sexta Avenida Norte y la Quinta Calle Oriente de la capital, en cuyos bajos, en la esquina, funcionaba el “Golden Fish”, una concurrida cervecería.

El CLAN fue fruto de “El Taller de los vagos” que el destacado actor teatral Norman Douglas fundó en sus inicios como un proyecto de teatro independiente que buscaba, en primer lugar, contar con un local en el que se hiciera teatro, a la par que tuviera un componente atractivo, que lo fue un “Café-teatro”, espacio destinado a las tertulias, especialmente de teatro, y para hacer teatro en una pequeña sala. Esa fue la idea, que Norman compartió con otros amigos, a quienes propuso buscar financiamiento para el alquiler del local.

“El Taller de los vagos”, devino en su último momento en el “Centro Libre de Artistas Nacionales”, CLAN, que creció con la incorporación de muchos artistas que rebasaron la pretensión inicial de dedicar el Taller exclusivamente al teatro. En corto tiempo todo tipo de artistas de diferentes lugares se acercaron. Acudieron personalidades del teatro como Enmanuel Jaen, que llegó en calidad de actor. Otros muchos actores concurrieron y presentaron sus obras. Entre otros, Jaime Olmedo presentó el monólogo Informe para una academia, de Frank Kafka, que inauguró en el Teatro Nacional. El CLAN fue la floración del crecimiento artístico que se gestaba en medio de una sociedad convulsa, y de la necesidad del gremio artístico de contar con un lugar donde llegar para conversar y desarrollar sus proyectos artísticos.

El núcleo primigenio del grupo teatral “Taller de los vagos” estuvo constituido por Norman Douglas, Enmanuel Jaen y Mario Pleitez, que procedían del Taller Teatral Universitario, TATEU, un proyecto estudiantil, integrado en la Universidad de El Salvador, dirigido por Norman, paralelamente al Teatro Universitario, del maestro Edmundo Barbero

El CLAN se volvió un refugio para artistas y trabajadores del arte en sus diversos géneros, incluyendo estudiantes del entonces Centro Nacional de Artes, CENAR, situado en el barrio San Jacinto, que encontraron un lugar para ensayar y difundir sus obras, casi todos vinculados al movimiento estudiantil de secundaria. Muchos fueron participantes de la lucha revolucionaria que desembocó en la guerra civil finalizada en 1992, por lo que sufrieron persecución, cárcel, exilio, muerte y desaparición, como la del bien recordado Roberto Franco, “Tapia” o “La ranita”.

Entre paréntesis, a propósito del “Taller de los vagos”: No recuerdo quién me contó la siguiente pasadita: Iba la madre, sobre la 5ª Calle Oriente con el hijo chillón y rezongón jalándolo de la oreja. Al pasar frente al Local vio el rótulo colgante que decía: “Taller de los vagos”…, y sin pensarlo, creyendo haber encontrado la solución le espetó con otro jalón de oreja: “-¡Aquí te voy a traer para que aprendás algo, hijo de puta!”. Entre rabietas y tironeando al cipote desaparecieron al doblar la esquina de “La Casa del Banderín”. Cierro paréntesis.

Los viernes y sábados realizábamos “peñas”, amenas anochecidas culturales en las que unos cantaban o declamaban sus poemas, hacían títeres, pantomimas, presentaciones teatrales etc. El grupo musical “Yolocamba I Tá”, integrado por Franklin y Roberto Quezada, Paulino Espinoza y Manuel Gómez, fueron de los principales participantes que deleitaban a la concurrencia.

Fue allí donde el cantautor Saúl “El zanate” López, adaptó musicalmente y presentó por primera vez el Poema de amor, de Roque Dalton. Entonces, Saúl había integrado el dueto “Dúo-deno” con Félix Morán, el “Cherito Catarino”, un excelente intérprete de la guitarra que trabajaba en Televisión Educativa. Ellos amenizaron el “Café teatro” y continuaron con el CLAN

Para entonar las jornadas vendíamos a la concurrencia guacaladitas de chicha dulcita y con hielo, que bautizamos “La CLANdestina”, y que nos preparaba el “tío Beto”. En cierta ocasión fui con Franklin Quezada a traer la cubeta plástica con chicha hasta el cantón. Veníamos ya hacia el centro ocupando uno de los asientos traseros del bus cuando alguno de los pasajeros dijo: “¡Qué rico, huele a marañón!” Volví los ojos a nuestra damajuana y noté una escorrentía que corría por el pasillo del bus. “Ya nos llevó Candanga”, dije, utilizando otra palabra, por supuesto. A tiempo revisé el depósito, que aunque estaba herméticamente cerrado, parecía ya un sapo inflado a punto de reventar, efecto del gas emanado por la chicha debido al bamboleo del bus durante el accidentado viaje desde el cantón a la ciudad.

Como si se hubiese tratado del recalentado radiador de un vehículo, desenrosqué cuidadosamente el tapón para liberar la presión y se produjo un dulce chiflido con olor a marañón. Sin embargo, el chorrito de líquido que pasaba debajo del garrafón era precisamente fresco de marañón que se le había derramado de la bolsa plástica a una señora sentada un par de asientos atrás.

Eran veladas que se prolongaban hasta el amanecer, y muchas veces terminábamos precisamente en aquel lugar así llamado, en la plaza Hula Hula, otrora Mercadito Meléndez, en el corazón del centro capitalino, donde se vendían platos típicos en aquellas altas horas de la madrugada (Carne de chucho, dicen), o en alguna esquina del barrio Modelo, uno de los más antiguos de la capital, alrededor de una humeante olla donde una vieja que apodamos La Barnabasa, nos servía humeantes guacaladas de aquel Quijote de maíz, Samaritano de la madrugada, como llama el poeta Castrorrivas al ancestral atole de maíz negrito de las abuelas.

En aquel periodo varios jóvenes integraron grupos artísticos, como “Trapiche”, de corta vida, que integró Salomón Chamorro, el “Seco” Ramiro Torres, y otros. Pero el grupo teatral que desplegó mayor actividad desde el CLAN y destacó por su calidad actoral y compromiso con la causa popular fue “Maíz”, integrado por Dimas Castellón, Mariano Espinoza, Donald Paz y Raúl “La lagartija” que se graduaron en las primeras promociones del Bachillerato en Artes y difundían sus trabajos en las calles y plazas de la ciudad.

Por su parte, desde la ventana de la sala que daba a la calle, Roberto Franco, el titiritero desaparecido por los Escuadrones de la Muerte, solía hacer la delicia de los niños escueleros que pasaban camino a casa a la salida de la escuela. Desde la segunda planta asomaba su famosa rana roja. A la misma hora, todos los días, los niños reclamaban desde la acera de enfrente la presencia de “Aurora”, la ranita roja con pelos amarillos que los embromaba: “-¿Ya vienen de estudiar, cipotes feyos? –Feya vos, porque las ranas no son rojas y no tienen pelos, rana feya, lero, lero –y los niños soltban por decenas las carcajadas y esperaban la respuesta de la rana: -Vos, cipote, el del bolsón, ¿Qué aprendiste hoy en la escuela? ¿Cuánto es dos por dos por ocho, mil por mil, tres por nada…? ¡Tan grandote y no te podés las tablas de multiplicar…! Y así, poco a poco, se iban quedando 15 o 20 niños en la acera de enfrente. Claro que al final siempre terminaban peleados y en los días más trágicos llegaron hasta el grado de estrellar semillas de mango en las ventanas del departamento. Cuando a Tapia se le olvidaba salir a la hora acostumbrada, los niños gritaban: Rana feya, rana bruta… Esperaban unos minutos y luego, al ver que la rana no salía, se retiraban entre tristes y sonrientes”, como narra, a propósito de aquellas vivencias, Roberto Quezada en su novela Diles que aún vivo.

Las apariciones de la rana Aurora, lejos de propiciar cobertura al Local, le daban más “color” porque quién no sabía que se trataba de la misma rana roja que al rato estaba amenizando algún acto político cultural en la Plaza Libertad o en algún local sindical, narrando un divertido partido de fútbol que perdía la oligarquía ante la guerrilla.

Fue en aquel Local que representantes de distintas expresiones artísticas integraron el Movimiento de la Cultura Popular, M. C. P., que realizó diversas actividades culturales en calles, plazas, colegios, universidades, sindicatos, refugios, etc. Con Roberto Quezada, Raúl Fernández Richardson, Roberto Franco y el fotógrafo David “El Papo” Méndez, juntamos esfuerzos para publicar La Pasarraya, una revistita que fue lo que ostentosamente llamamos Órgano de difusión de la Sección literaria del Nuevo Taller Experimental.

Con mucha dificultad logramos publicar un segundo y último número porque precisamente el día que nos entregaron las revistas en La Casa del Maestro, donde conseguimos la impresión, y cuando con Quezada salimos, paquetes al hombro, y llegábamos a la esquina, a unos cuarenta metros, en ese momento un contingente de policías entró a la sede magisterial para realizar un cateo en busca de armas y “delincuentes terroristas”. Tomamos un taxi y ¡Patas para qué os queremos…! Nos dirigimos al CLAN para dejar los paquetes pero ya estaba bajo vigilancia desde días anteriores.

Creo que fue con el “Seco” Ramiro, un estudiante de teatro, que según supe años después, murió asesinado por unos afro americanos en los Estados Unidos, con quien habíamos quedado en que iríamos a comprar tela de manta para hacer unas pancartas que se utilizarían en alguna de las tantas manifestaciones populares que precedieron al conflicto armado.

Seguí caminando. Todo parecía normal. Llegué a “La Casa del banderín” y recorrí los escasos metros que faltaban para alcanzar la entrada del CLAN. Solamente llamó mi atención un guardia apostado en la esquina nor poniente, sede de un hospedaje, como a unos cuarenta metros, pero como esa imagen era el pan nuestro de cada día, seguí caminando los pocos pasos que me faltaban.

En eso noté un pick-up doble cabina estacionado exactamente a la entrada, y vi, casi de soslayo, en el asiento trasero a un obrero moreno y pequeñito, con corte de pelo de “cepillo” que cubría su frente, con alguien más sentado a su lado. Me pareció que gesticuló, pero no me percaté que quiso transmitirme una señal de advertencia.

Era uno de los obreros que asistían a los ensayos para la formación de un grupo de teatro obrero campesino que estaba integrando Norman Douglas. Después alguien me dijo que el tipo había sido capturado y que por no delatar ningún local verdaderamente comprometedor decidió señalar el CLAN, a sabiendas de que allí no había nada, pues días antes se había “limpiado” de cualquier cosa que pudiera ocasionar problemas, ya que en la atmósfera se percibía la inminencia de un cateo.

Contiguo al CLAN estaba “La caverna de los licuados”, un comedor popular que distaba únicamente dos casas. Avancé. En la esquina el guardia seguía tieso como un riel.

No advertí el gesto que hizo aquel joven obrero sino demasiado tarde, pues ya había puesto pie en la primera grada de la entrada, que estaba abierta, y subí uno o dos escalones cuando oí que desde el rellano me ordenaban: “-¡Subí!” Vi hacia arriba y distinguí a un tipo que me apuntaba con un arma larga.

De súbito siento que el cielo se derrumba y que las piernas me flaquean. A la vez contengo cierto castañeo de mandíbula y me digo que debo ser fuerte y no inmutarme. Subí las gradas hasta llegar frente al “Topo Gigio”, como supe después que le decían, quien, a la par que ponía la boquilla de su arma justo en mi pecho, soltó la andanada de preguntas:

-¿Quién sos? ¿Qué querés? ¿Qué buscás…?

La Providencia me iluminó en aquel instante y respondí:

-Busco a mi profesor.

-¿Quién es?

-Mi profesor Norman Douglas…

-¿Para qué?

-Vengo a hacer un examen de reposición. Me dijo que viniera temprano.

Me empujó y con el cañón de su arma en mi espinazo me ordenó subir los escalones faltantes. En ese momento, a la entrada del apartamento apareció un tipo vestido con una chaqueta caqui. Terciada sobre el pecho colgaba una sub ametralladora. En la mano derecha un cigarro recién encendido y en la izquierda un fascículo mimeografiado con un artículo de Lenin que la noche anterior habíamos leído y comentado con Norman.

En aquellas circunstancias el sólo nombre del autor del fascículo era suficiente motivo para sufrir las consecuencias de ser considerado “delincuente terrorista” y, probablemente, no volver a ver la luz del día. Lo tenía en su mano izquierda el entonces teniente Roberto D´Abuisson, segundo al mando de la S-2 de la Guardia Nacional, después del teniente José Antonio “Chato Castillo”, quien comandaba el operativo y posteriormente muriera acribillado por guerrilleros del E.R.P., en Santa Ana. D´Abuisson le sustituyó en el mando.

-¿Y éste?” –preguntó al verme.

-Acaba de venir, contestó el Topo Gigio.

-Otro semoviente –dijo con sorna y desprecio. Y ordenó: Llevalo donde están los otros, a la par que me propinó en el espinazo el primer culatazo de mi vida cuando pasaba frente a él.

“¿¡Los otros!? ¿Quiénes?” Por mi mente pasó un carrusel con los rostros de compañeros artistas, obreros y campesinos que nos reuníamos en El local. Sin dejar de encañonarme el guardia me condujo al “Cuarto de los títeres” como llamábamos al cuarto último que estaba a la vuelta de la cocina. Allí descansaba la utilería de algunos montajes teatrales y en unos anaqueles los títeres elaborados en un taller que impartió Roberto Franco, “Tapia” o “La ranita”, como también fue conocido debido a que popularizó un muñeco en forma de rana roja con un copete amarillo (los colores emblemáticos de las F. P. L.) con el que satirizaba, parodiando un partido de futbol, el conflicto político militar que se vivía entre las fuerzas populares, el ejército y la oligarquía. Roberto desapareció en las inmediaciones del Teatro Nacional de San Salvador, hacia 1983.

La entrada del cuarto estaba resguardada por un guardia viejón y adentro uno joven con cara de diablo. De cara a la pared, con los pulgares amarrados hacia atrás estaban Chalo Chamorro –Chamorrito- un actor teatral egresado del Centro Nacional de Artes, CENAR, y Ricardo Guevara, escritor y guionista televisivo. Me alinearon de cara a la pared junto a ellos. Una abierta ventana de guillotina me dejaba ver a una bonita niña pecosa y pelirroja que desde el piso superior nos veía con curiosidad y cierto gesto de compasión.

El CLAN tenía la característica de que no sólo se utilizaba para realizar actividad artística sino que algunos, por diversas circunstancias, se alojaban allí temporalmente, tenían llave y entraban y salían a discreción. Norman había instalado allí su casa-estudio.

Cuando los guardias entraron al local, el primer encañonado fue Ricardo que estaba en el “Cuarto de los títeres”, mientras Chalo se bañaba. El guardia joven tocó fuertemente la puerta del baño: “-¿Quién?”, preguntó Chalo. “-¡La Guardia!” “-¡Tu madre!” respondió Chalito, creyendo que se trataba de alguno de los tantos embromadores que acudían. De nuevo los golpes a la puerta: “-¿Quién?”, volvió a preguntar Chalo. “-¡La Guardia, hijo de puta!” “-¡Tu madre!” volvió a responder. Y fue la subsecuente patada del guardia contra la puerta, que cedió. Enjabonado fue sacado del baño. Apenas pudo cubrirse con una toalla y tomar sus redondos lentes de “Beattles” untados con jabón. Lo amarraron de los pulgares y llevaron al lado de Ricardo. Habían pasado apenas unos minutos cuando yo entré a la boca del lobo.

En los ojos del guardia joven –más enrojecidos que los del más negro cadejo- se leía un vehemente deseo de pulverizarnos, como si nos dijera rabiando entre dientes: “¡Ya los voy a tener en mis manos!”. Era en verdad fulminante y rabiosa su mirada; parecía desprender chispas que incendiaban el cuarto. Con su fusil G-3 simulaba fusilarnos disparando una ráfaga de balas en abanico a nuestras espaldas. “-Prrrrrrrrrrr.., Prrrrrrrrrrr…”, le hacía imitando la onomatopeya de aquel siniestro “papagayo”, como bautizaron los guerrilleros a esa clase de arma.

En aquellos días Norman preparaba el montaje de una obra de creación colectiva con un grupo que llamó Teatro Obrero Campesino, integrado por jóvenes del sector obrero y campesino. Entre ellos recuerdo muy especialmente a “Valentín” y a “Chilo”, muerto este último, y no recuerdo si “Valentín” también, en los sucesos en que asesinaron al padre Ernesto “Neto” Barrera, en la colonia La Providencia, al Sur de la capital. También a “Marta”, una robusta campesina que calzaba “Siete leguas” y que una vez me “ahuevó” en una aquellas prolongadas y muchas veces redundantes reuniones.

Al notar mi incomodidad, me jaló el aire diciéndome con aire marcial: “¡Compañero: Le recuerdo que estamos a tiempo completo para la revolución…!” Fue un balde de agua fría. Mi soberbio espíritu de “pequeño burgués” –o “Pequebú”, se sintió humillado ante aquella increpación. Me dijo que yo era un “Pequebú”, utilizando el término que acuñó el magnífico y bien recordado titiritero Roberto Franco, desaparecido cerca del Teatro Nacional, hacia 1983, por los fatídicos Escuadrones de la Muerte”, y como llamó al teatrillo que creó, después de compartir actuación con el titiritero argentino Sergio Kristensen que pasó por nuestro país con su teatrillo el “Pequeño molino”. Al “Pequebú” de Roberto Franco, se integró Narciso “Chicho” de la Cruz, que destacó por sus actuaciones y su compromiso con la causa popular, sufriendo cárcel, represión y secular pobreza.

De “Marta” y Roberto “Tapia” guardé una foto que nos hicimos en la borda del ferry en que cruzamos el Golfo de Fonseca cuando fuimos a Costa Rica en 1978 al festival preparatorio del Festival de la Juventud y los Estudiantes, en Cuba.

Al regresar, el bus en que viajábamos se fundió en Liberia y debimos esperar largo tiempo a la orilla de la carretera mientras acudió otro bus que nos transportó hasta Corinto. En Managua, casi a orillas del lago, bajo un sol y calor cenital, conocimos y compartimos con Ileana Benavides, una heroína sandinista, ex prisionera de Somoza. Al llegar a Corinto debimos esperar el ferry que durante la noche surcó el Golfo de Fonseca hasta atracar en Cutuco. A media travesía se dio la orden de tirar al mar cualquier cosa que pudiera ser comprometedora. Ya se nos había dicho que fuéramos prudentes ante la presencia y cercanía de extraños y que, si acaso, que hiciéramos comentarios de que veníamos de una excursión, que habíamos escalado el Irazú, que habíamos ido a Guásimo, a Heredia…; en fin, que inventáramos.

Con pesar debí lancé por la borda un paquete de libros que me había regalado Ernesto “Chancleta” Zamora, a quien encontré en una librería de San José. Entre aquellos libros recuerdo “El arte de la guerra”, de Kim Il Sum. El paquete de libros fue engullido en un santiamén entre el espumarajo de la estela platinada por la luna que dejaba el ferry.

Durante la travesía permanecimos en la cubierta desafiando al caminar el balanceo de la embarcación. Amanecía cuando atracamos en Cutuco. Al acercarnos, desde la cubierta del ferry columbramos en el parqueo del atracadero un bus gris de la Policía Nacional. “¡Ya nos cayeron!” –me dijo Roberto Franco. Desembarcamos y nos dirigimos a la Aduana para registrar nuestro ingreso, y sin ningún inconveniente nos dirigimos a San Salvador. Sin embargo, uno o dos días después La Prensa Gráfica publicó en su última página la mayor parte de fotografías de los asistentes al festival en San José y, posteriormente, muchos de los publicados fueron reprimidos.

Después de un primer intento fallido por llevar a cabo el montaje de Las monjas, de Eduardo Manet, en el que habría participado el propio Norman, Enmanuel Jaen, Paco Campos, Jorge Escalón y Mario Pleitez, aquel dispuso intentar nuevamente llevar dicha obra a las tablas. Esta vez actuaría Telma, la esposa del poeta Jaime Suárez, Miguel Ángel Chinchilla, y creo que Mario Pleitez también, y el propio Norman. En esta ocasión yo llevaba el Diario de trabajo, que fue encontrado por los guardias en un clóset y cuya mala letra habrá dado qué hablar, o reír, a los paleógrafos de la benemérita institución porque sus últimas páginas consignaban una parodia de ejercicio teatral en la que unos militares se encontraban sitiados durante un golpe de estado.

Al Local acudían algunos dirigentes del Bloque Popular Revolucionario, B.P.R. y de las Fuerzas Populares de Liberación, F.P.L., algunos clandestinamente, a desarrollar charlas de estudio y orientación, entre otros, a militantes de la organizaciones FECCAS y UTC, que aprovechaban aquella hospitalidad y riesgosa solidaridad de Norman.

Se vivía en aquellos días una aguda situación de opresión y persecución a la clase intelectual contestataria que abarcaba desde la Universidad de El Salvador a toda expresión cultural que atentara mellar siquiera los cimientos de la cultura oficial. La “inteligencia” militar identificaba a la Universidad de El Salvador como el “cuartel central” de la guerrilla, y por ello fue constantemente intervenida, invadida, asediada, bombardeada, saqueada, bloqueada económicamente, etc.

En la época en que el régimen del coronel Molina y del general Romero mantuvieron una Comisión de Administración Provisional, CAPUES, sufrimos la agresión y represión de los “Verdes”, como llamábamos a los guardias internos que, además vigilaban y denunciaban cualquier movimiento “sospechoso”.

Durante la última intervención militar debí salir del campus universitario arrastrarme “de lagartija” para salir bajo una lluvia de balas, al tiempo que las fuerzas militares invadían el campus y se acercaban al edificio en que me encontraba y sobre el que caían balas. Dentro de la universidad el “orejismo” era grande. La infiltración en las organizaciones políticas era parte de los planes del gobierno. Secretarias, trabajadores, docentes, (seudo) alumnos, etc. proporcionaban información a los organismos de “inteligencia” y fueron responsables por las capturas, desapariciones y muertes de muchos universitarios.

Nos tocó sufrir toda carencia de recursos, recibir clases en el exilio, literalmente en la calle, sentados en una acera, o colectando dinero entre todos para pagar locales, pero “negándonos a morir”, pese a que el solo hecho de ser universitario se constituyó en un estigma comprometedor ante los ojos de cualquier soldadito con poder de vida o muerte ante quien considerara “terengo” o “piricuaco”, como acuñó el fátidico mayor D´Abuisson para referirse a quienes luchaban contra el régimen militar, brazo armado de la oligarquía.

Pero en aquellos días, como ahora, no solo la garantía física de la vida estaba en juego, sino la salud sicológica de toda la sociedad que se alteró, tornándose en uno de los muchos factores generadores de la violencia y descomposición social que vivimos en la actualidad. El “ser” salvadoreño se trocó. La secular “sencillez” del campesino desapareció en buena medida y adquirió conciencia de que es sujeto de la historia.

La percepción y valoración de la vida misma llegó hasta el desprecio sin fondo. Salíamos de la casa, pero no sabíamos si nuestro retorno estaba asegurado. Los enfrentamientos bélicos se daban a cualquier hora, en cualquier calle. Muchas veces me salvé “por un pelito”, como decimos. Personalmente creo que la guerra “me trató bien”, porque estoy vivo, aunque su nefasta influencia fue en todo orden.

Era tiempo de trepidar de metrallas y estallido de bombas por doquier. Desde la escuela primaria la mención de problemas sociales era tema en algunas clases que recibí. Resulta que fue mi maestra de tercer grado la profesora Emma, hija del líder revolucionario, fundador de las Fuerzas Populares para la Liberación, F. P. L., Cayetano Carpio. También fue mi maestra la niña Inesita Dimas, suave y abnegada maestra, premio magisterial “ANDES 21 de junio” hermana del líder revolucionario Dimas Alas, fundador también de las F. P. L., y muerto durante uno de los primeros enfrentamientos entre guerrilleros y policías. Ambas murieron cerca de la entonces “Wolkswagen”, en la colonia Médica. Con ellas murió Justo, un joven que trabajaba como ordenanza en FUNDASAL. Ellas, recuerdo, fueron las primeras maestras que en los primeros años escolares nos daban pildoritas de conciencia social.

Ya el nombre del fatídico general “Chele Medrano” y el escuadrón de la muerte “La mano blanca”, tintinearon mis oídos desde temprana edad. En aquel entonces el río Lempa engulló los cadáveres de cientos de personas que fueron ejecutadas con la justificación de que eran ladrones.

Escuché hablar en aquel tiempo de Manuelón Cornejo, un Policía Nacional que fue de los que manejaban las motos “Harley” que escoltaban al presidente Julio Adalberto Rivera. Se decía que Manuelón contaba que los condenados a morir le pedían a él que fuera quien los matara porque casi no los hacía sufrir.

Se popularizó la expresión: “Te van a comer los chimbolos del Lempa”, como una manera de amenaza, porque en el referencial colectivo estaba consignado su significado. De esa época recuerdo la mención del asesinato de dos obreros que aparecieron al Sur de la capital. Si no me equivoco era Saúl o Santiago, o Saul Santiago Contreras uno de ellos. Recuerdo haber estado en medio de la gente que acompañó la huelga de hambre de “Marcial” en el propio Centro capitalino y las primeras huelgas magisteriales de ANDES 21 de junio. Tenía entonces unos doce años.

La guerra con Honduras me hizo caminar hasta un refugio que habilitó la Cruz Roja a la entrada de Santa Tecla, con la esperanza de encontrar a un tío que se marchó joven para allá y no volvió. Pensé que podría encontrarlo entre los refugiados, aunque sólo tenía la memoria de lo que de él contaba mi papá.

Uno de esos días de guerra presenciamos en el cielo, al sur oriente de la capital la persecución en círculos y escuchábamos el rafagueo que disparaba un avión de la Fuerza Aérea Salvadoreña a otro hondureño que, al parecer, fue derribado y cayó en el departamento de La Unión.

Años después conocí a Luis Samayoa, “Caballo”, pero le decíamos “Caballo loco”, para enojarlo, “-Simplemente Caballo”, nos aclaraba, un promotor social que había sido seminarista y soldado anteriormente. Aseguraba que había sido él quien derribó ese avión y que por ello lo habían condecorado. A saber…

Otro evento que acicateó mi curiosidad juvenil fueron los primeros traqueteos de ametralladora, estallido de bombas y sobrevuelo de aviones de la Fuerza Aérea el 25 de marzo de 1972. Desde la casa veíamos cómo el avión de la Fuerza Aérea, al Sur de la capital, dejaba caer unas bombas, que al parecer impactaron el edificio del Hospicio de niños, a no poca distancia del cuartel El Zapote, al que estaban destinadas.

Al enterarme de lo que ocurría salí subrepticiamente de la casa y me dirigí al centro de la ciudad, que ya estaba militarizado. En cada esquina del Palacio Nacional estaba emplazada una ametralladora anti aérea. Caminé por la Calle Rubén Darío en medio de soldados apostados a lo largo de la vía. Frente al edificio de la antigua Administración Nacional de Telecomunicaciones, ANTEL, un soldado acababa de disparar contra la fachada, dejando entre otras marcas algunas celosías rotas que a la fecha se mantienen testimoniando aquella mañana del fallido golpe de estado contra el general Fidel Sánchez Hernández.

De boca de otros curiosos me enteré de que en la Guardia Nacional había enfrentamientos y dispuse dirigirme hacia allá, pero al saber que lo mismo ocurría en el cuartel de la Policía de Hacienda, caminé en aquella dirección por quedar más cerca. Llegué, sobre la Calle Concepción, hasta el edificio de la entonces “Maestranza de la Fuerza Armada”, cuya entrada estaba flanqueada por dos pequeños cañones antiguos. Me quedé junto a un cañoncito haciendo corro con otros mirones.

Desde allí vimos que en el garitón de la Policía de Hacienda, protegido entre las almenas, un agente nos hizo algunos disparos de advertencia que cayeron en la calle a escasos metros de donde estábamos, levantando capitas de asfalto. Frente a la entrada principal del cuartel estaba estacionado un carro “Wolkswagen”, escarabajo. De pronto se abrió el portón y un grupo de militares se dirigió presuroso al vehículo al que, después de examinarlo, rompieron la ventana de un culatazo y empujaron hacia dentro del cuartel. Al parecer contenía cajas con armamentos o munición, o a saber qué.

Acto seguido salió un pelotón de Policías de Hacienda trotando en dirección hacia donde estábamos. Al verlos venir, uno de los mirones gritó: “¡Corramos!” Pero alcancé a escuchar que alguien dijo que no porque entonces nos dispararían, y decidí quedarme. Cuando ya el pelotón se acercaba al trote, torné la mirada hacia atrás buscando al grupo, pero se había esfumado. Quedaba yo solo, literalmente al pie del cañón. El pelotón siguió de largo, sin reparar en mí, y se esparcieron en una precaria comunidad que se erigió a raíz del terremoto del 3 de mayo de 1965 sobre la Calle Concepción, en el predio que hoy ocupa el mercado “La tiendona”. De una de las champas alineadas a la orilla de la calle sacaron a un soldado que alzaba su fusil en señal de rendición. Desde lejos le dispararon. El fusil voló por el aire y el soldadito cayó.

Eran ya como las cinco de la tarde cuando regresé a la casa con mi trofeo. Había recogido esquirlas y casquillos de bala que, como caramelos, colmaban mis bolsillos. Llegué tiznado como si hubiera andado entre potreros quemados. Mi papá me vio entrar y no dijo nada. En silencio se dirigió a tomar “La justa razón”, como llamaba al acial con que nos acariciaba. Le llamaba así porque no lo aplicaba si no le ocasionásemos una “justa razón” que nos hiciera meritorios de aquellas cundundiadas, decía. Cuántos cardenales me habrán amanecido de aquella flagelación.

De la masacre del 30 de julio de 1975 me salvó el compromiso de entregar un libro en la biblioteca del colegio, que quedaba al paso de la marcha, sobre la 25 Avenida Norte. Creo que con “El Pelón”, “El Chele”, y no recuerdo quienes más, acordamos ir a la marcha. Salimos desde la Universidad, integrándonos al grupo Universitarios Revolucionarios 19 de julio, UR-19. Al aproximarnos al colegio, sobre la 25 Avenida Norte, dispuse adelantarme para subir a devolver el libro a la biblioteca del colegio e incorporarme luego. No habían transcurrido muchos minutos cuando se escuchó el trepidar de las armas contra los estudiantes. Subimos a la azotea y desde allí vimos el caos que se originó. La historia es conocida. Se atacó con tanquetas a una marcha pacífica de estudiantes que protestaban por la intervención al Centro Universitario de Occidente. Muchos se lanzaron desde el paso a desnivel, de considerable altura. Otros se refugiaron en la Comunidad Tutunichapa -el “Río de las arenas calientes”- o escaparon por la quebrada, atrás del Instituto Salvadoreño del Seguro Social. El número de víctimas sigue siendo desconocido. Cuando transcurrió un tiempo prudencial y comenzaba a oscurecer, salí y caminé hacia el propio escenario de la tragedia cuyo telón se intentaba cerrar lavando la sangre de los estudiantes que resultaron muertos o heridos, como lo vi hacer a los Bomberos Nacionales que lanzaban sus manguerazos a presión contra el asfalto y las paredes. Caminé sintiendo que profanaba aquella sangre que se diluía por las cunetas, cuando en verdad caminaba sobre el rostro tinto del presidente Arturo Armando Molina.

Viví la toma de la Plaza Libertad por los candidatos de la Unión Nacional Opositora, U. N. O., el coronel Ernesto Claramount Roseville y el doctor Antonio Morales Erlich, en febrero de 1977. “Nos damos en la madre”, cacareaba a cada rato Claramount desde la peana del monumento, pero como al panameño Noriega, le salió el tiro por la culata.

La noche de la masacre del 28 de febrero, con mi primo Humberto, desaparecido en enero de 1981, caminábamos de la plaza hacia un parqueo cerca del edificio de La Prensa Gráfica, sobre la 3ª Calle Poniente, cuando vimos unos tres o cinco camiones que transportaban efectivos militares. Llegamos al parqueo a sacar algo y volvimos a la plaza. Todo parecía normal. Los oradores continuaban sus discursos y arengas. La muchedumbre concentrada en repudio al fraude electoral cometido contra la oposición expresada en la U. N. O., se había mantenido por varios días. La gente se solidarizaba ofrendando alimento y apoyo a quienes dirigían la toma de la plaza. Mi primo Humberto entregó un chompipe, al que seguramente le llegó su treinta y uno aquel veintiocho. Los oradores que participaron durante aquella jornada cruentamente finalizada, entre otros, eran Marianela García Villas, Jorge Pinto, los hermanos Rubén y Mario Zamora; creo que también los hermanos Rafael y Mario Aguiñada y el doctor Víctor Manuel Ungo; no recuerdo si aquella fatídica noche, o en alguna jornada anterior. La cosa es que se anunció que se haría una transmisión radial, creo que por la YSAX, y que a continuación se difundiría una misa, no recuerdo si oficiada por el padre Octavio Ortíz. Quise que en mi casa escucharan la radio y dije a mi primo que volvería. Pero ya no fue así. Me quedé escuchando la reveladora homilía. Desde mi casa, a sólo siete cuadras, se escuchó el traqueteo y gritería que se alzaba hasta el cielo. A tempranas horas volví al centro y pude ver nuevamente agua teñida con sangre que bajaba por las cunetas cuando los bomberos lavaban la plaza.

Pasé por la plaza Gerardo Barrios y subí por la calle Rubén Darío. La ciudad estaba tranquila. Parecía que nada había ocurrido. Poca gente circulaba. Era temprano. Pero unas horas más tarde el centro capitalino era un hervidero de gente que deambulaba sin rumbo, vociferando frustración y rabia. Aquella mañana la agitación de las masas populares se desbordó y desató su violencia desorganizada contra algunos bienes que identificaban con la oligarquía y el gobierno, como algunos edificios públicos y el de La Prensa Gráfica. Grupos de gente enardecida se armaba con piedras y garrotes.

Andaba yo acompañado por “Tacuba”, estudiante de Ciudad Normal “Alberto Masferrer”, recién llegado de aquel pueblo. Presenciábamos aquella “Toma de la Bastilla” contra el edificio del periódico, a cuya fachada lanzaban cuanto podían, hasta envases con gaseosas. A golpes y puros golpes lograron romper una puerta metálica de cortina, sobre la 1ª Avenida Norte, y penetraron con la fuerza de un torbellino dispuestos a destruir. Tiraron bobinas de papel y barriles de tina, y prendieron fuego. Comenzaba el humo negro a alzarse al cielo saliendo por el portón roto, cuando se activó la “sirena” del edificio, que en otros tiempos anunciaba con su característico aullido el medio día exacto, “La hora de la gallina”, decía la gente.

Al momento se escuchó distante una pequeña ráfaga. “-Son cuetillos”, me dijo “Tacuba”. “-Má”, le dije, aunque en verdad así me pareció haber escuchado también, pero echamos a correr cuando vimos que atrás la gente corría. Grupos de gente iban y venían sin rumbo, enardecidos. Algunos arrancaban a pura fuerza los barrotes de los barandales de la plazuela San Martín para armarse. Nos dirigimos por la 3ª Avenida y al llegar a la esquina con la Calle Arce nos topamos con un camión de la Policía Nacional que venían disparando. Dimos la media vuelta y, patas para qué os queremos. En la loca carrera buscando salvar el pellejo de las balas que ya desde la boca calle lanzaban los policías, vi caer a varios, tal vez tropezados o heridos. No lo sé. Sólo me consta haber visto a un estudiante de la ex Escuela Nacional de Comercio, ENCO, que cayó delante de mí con las vísceras de fuera. “Tacuba” corrió delante de mí, pero lo perdí en la estampida y pensé que había caído herido o muerto, hasta que nos reencontramos a unas cuadras. Había perdido un zapato en la huida. Por suerte un sobreviviente del ametrallamiento dijo haberlo recogido y colocado en el alféizar de la vitrina del almacén “Pablo Llort”, que era una de las principales ferreterías de la ciudad. Regresamos y ciertamente allí estaba el zapato. “Tacuba” se lo encajó bien contento y pudimos regresar a casa.

Fue aquel periodo de constante agitación política. Retumbaban las calles con las marchas de protestas que eran continuas e igualmente reprimidas a fuego de metralla. Se acuñaron consignas como “¡A fuego de metralla, el pueblo no se calla!”, “¡A más represión, más lucha!”, “-¿Qué es lo que quiere el pueblo? -¡Insurrección popular!”, etc. Lejos de amilanarse, el pueblo se incorporó más y más al proceso que en pocos años desembocó en una primera ofensiva militar por parte del ejército popular, lanzada el 10 de enero de 1981. Cuatro días después desapareció mi primo Humberto.

En medio de aquella vorágine social, con fondo cotidiano de bombardeos y traqueteos, en condiciones adversas, muchas veces desafiando los constantes y prolongados Estados de Sitio y leyes marciales y represivas, continuábamos realizando nuestra labor. En fin, la muerte era el “pan nuestro de cada día”, y cada día vimos y vivimos cosas horrendas. Me encontré con cuerpos mutilados, carbonizados, cabezas metidas dentro del cuenco del abdomen de las víctimas, miembros cortados con guillotinas en los “Mataderos de El Salvador” y, al parecer la “Quality Meats”, cuerpos abandonados en carreteras, sindicalistas asesinados envueltos en una alfombra lujosa tirados en un camino vecinal, ejecuciones sumarias desde un taxi, atropellos a personas inocentes y a mí mismo.

En varias ocasiones me tocó saltar los cuerpos de compañeros que caían heridos o muertos en una manifestación ametrallada. En otra ocasión, viajando sobre el Boulevard Venezuela explotó una bomba en un poste justo cuando pasábamos frente a él. Vi el “luzón” y, soplarse literalmente, y sacudirse el bus, a la par que caían los vidrios de la ventana sobre mi pecho.

La capital verdeaba de milicos por todos lados. La sobrevivencia diaria era toda una aventura por los continuos enfrentamientos callejeros entre los insurgentes y las fuerzas del gobierno, los retenes militares y los cateos masivos y sorpresivos. Compañeros de estudio o trabajo capturados, torturados, desaparecidos o muertos. Sobre muriendo la vida todos los días; cuidando el pelito que la sostiene. Tal era la atmósfera social, política y cultural que nos tocó en suerte. Entonces se comprenderá cuál era nuestra situación sicológica, tanto personal como socialmente.

La guerra, que ya estaba a las puertas, nos generó angustia, desazón, escepticismo, existencialismo; quizás cierto nihilismo. La verdad es que la situación anímica de la sociedad se notaba en la expresión de los rostros de la gente. ¿Y cómo no? Si prácticamente no hubo familia que escapara al zarpazo de la bestia. Entonces, en medio de toda aquella pesadilla, yo también sufrí muchas pesadillas. Pesadillas de verdad. Pesadillas de carne y hueso. Pesadillas verde olivo. Negras pesadillas. Negras. Pesadas. También livianas. De mentiras. Pesadillas fantasma. Huecas. De humo. De paja. Pesadillas producto de la paranoia, o de la psicosis, o de cualquier cosa. Pesadillas que me hicieron ver guardias nacionales en lo que eran solo trapos tendidos en el patio. Pesadillas que nos sobresaltaban cuando se oía el motor de un vehículo que se acercaba en la medianía de la noche, bajo Ley Marcial o Estado de Sitio.

Angustioso ensueño en que se mira la cara de la muerte bajo el casco de un policía o en los ojos inyectados de sangre de un guardia, o en el guardia mismo, como aquel que me contó en Tejutla que había bebido sangre de guerrillero. “-Tenía sed”, me dijo. Solo él y otro guardia sobrevivieron a la emboscada de un francotirador, gracias a que a éste se le embaló el fusil y a que se quebró la rama del árbol en que se apostaba. Lo agarraron vivo. El otro guardia –dice él- puso en práctica las enseñanzas y aplicó el yatagán al cuello y ¡ras…! brotó el chorro rojo. “Yo tenía sed”, me dijo. Mucha sed. Sed insaciable. Sed de guerrillero. De sangre de guerrillero.

Por eso, al ver brotar la sangre, y como impulsado por un resorte, se lanzó vampiresamente a la yugular del francotirador y comenzó a beber. A chupar. A sorbos. Trago a trago, sin desprenderse del cuello que todavía palpitaba en contorsiones burbujeantes, mostrando en su corte la anatomía deformada, mientras él seguía succionando aquella espita elástica, aquel “popote”, aquella “pajilla” o manguerita que era el ducto que transportaba hasta los labios del benemérito “agente de seguridad pública” el caliente y rojo vino de la vida que se le iba al francotirador en cada gota absorbida.

Estaba “tibia…, calientita…” Así degustó aquella sangre “terrorista”. “Después -me dijo el drácula verde olivo- le cortamos la cabeza. La trajimos colgando del pelo. Los ojos le bailaban. Le hacían así… Y la colgamos en la puerta de la Comandancia”.

Atrás del escritorio del comandante, una pequeña pizarra tapizada con fotos arracadas de cédulas de identidad, mostraba cantidad de gente asesinada por ellos y exhibidas como trofeos de guerra. Entre todas atrajo mi atención una por el honroso pie de grabado que tenía escrito a mano en un pedazo de papel de cuaderno, clavado con alfiler: “Este hijo de puta ya lo matamos”. Era la foto del francotirador que diezmo su patrulla, cuya cabeza colgó para escarnio de la población, del vano de la puerta de aquella fatídica comandancia.

Y pensar que aquello era de todos los días. Pesadillas de todos los días, de todas las horas, todas las semanas, los meses, los años. Pesadillas de nunca acabar. Amargas pesadillas. Pesadillas pesadas, amargas, muy amargas. Sin embargo, apenas dulces sueños en comparación con el dolor de tanta madre, tanta viuda, tantos huérfanos, refugiados, desplazados, exiliados, capturados, desaparecidos, torturados, asesinados… Esa fue la realidad social que nos tocó echarnos al hombro. Una realidad amargamente amarga. Una realidad que el pueblo sintetizó en dos palabras que lo abarcaban todo: La situación. Esa fue nuestra situación: una amarga realidad social que he querido testimoniar desde mi propia vivencia. Por eso, como dice el poeta chileno Gustavo Rojas: “si un día / os parecen torpes nuestros versos / recordad solamente / que se han escrito / delante de las narices de los guardianes / y con las bayonetas siempre a nuestro lado”.

Cierta tarde, mientras se desarrollaba una de esas reuniones, sentados en el suelo de la sala vacía, con la espalda recostada contra la pared, un grupo de unos treinta o cuarenta obreros y campesinos miembros de las dichas organizaciones escuchaba atentamente la información cuando tocaron fuertemente a la puerta de la calle.

Norman salió a atender el llamado, y desde la puerta de acceso al departamento gritó: “-¡Adelante!” La puerta de la calle se abrió y entró un Guardia Nacional armado con su fusil G-3.

-Aquí nomás -dijo el guardia desde abajo, absteniéndose de subir las gradas y le preguntó tontamente si sabía de un accidente de vehículos en la esquina.

Gracias a la actuación teatral de Norman, la cosa no pasó a más y el guardia se despidió cerrando la puerta. De entre el grupo de unos treinta o cuarenta campesinos pertenecientes a la Federación Cristiana de Campesinos Salvadoreños, FECCAS, y de la Unión de Trabajadores del Campo, UTC, sólo uno de los campesinos estaba armado con un viejo revólver .38, pero “estaba dicidido”, dijo.

Un hecho curioso ocurrió durante el cateo: Roberto Franco, “Tapia” o “La ranita”, ignorando la presencia de los guardias, entró al Local, subió las gradas y pasó frente al guardia que me detuvo, quien creyéndolo militar vestido de civil, le hizo el saludo de rigor. “La ranita” le siguió el juego y repitió el gesto del guardia y alcanzó las gradas faltantes. Se dirigió al “Cuarto de los títeres”.

Al vernos se paró en seco en el vano de la puerta. Nos dimos un vistazo. Dio media vuelta. Cruzó el pasillo. Atravesó la sala. Bajó las gradas. En el rellano, G-3 en mano, permanecía el guardia que se le cuadró nuevamente. “La ranita” saltó a la calle y brincó y brincó y brincó lo más rápido que pudo y se fue directo a la casa de Roberto Quezada. Entró hasta su dormitorio. Lo despertó con el golpe de un periódico enrollado, y en lugar del “Buenos días”, de cortesía, le dijo: “-¡Le cayeron al Local!”

Mucha de la actividad cultural que se realizó en aquel periodo fue, incluso, en desafío a la malhadada “Ley de Garantía del Orden Público”, que impuso el represivo presidente general Carlos Humberto Romero, como un desfile bufo que hizo el M. C. P. y que fue masacrado cerca del Mercado Central de San Salvador. De esa ocasión guardé mucho tiempo una máscara ensangrentada que recogí en medio de todo aquel caos de la balacera, una de las que había hecho el “Seco” Ramiro, a quien yo había ayudado para aprender a hacerlas.

Mientras tanto, Norman se encontraba desayunando en “La caverna de los licuados” y no se daba cuenta de lo que pasaba, pero dueña del comedor vio el movimiento de efectivos militares, salió y de inmediato le alertó Un grupo un grupo de hombres armados allanaban El local.

Salió a mirar desde la puerta, a dos casas de distancia, y vio el movimiento de guardias en la entrada. Cuando vio eso, así como estaba vestido con bermudas y pantuflas, salió con quince centavos que le prestó la señora para el bus. A los pocos pasos se detuvo conteniendo la respiración ante uno de tipos que le vio saliendo de “La caverna” y simulando un saludo a alguien que supuestamente pasaba a espaldas del milico, alzó y agitó la mano y dijo cordialmente“¡Salú!” al hombre ficticio y siguió caminando, efectuando la mejor actuación teatral de su vida, y haciéndose invisible para los guardias, pasó frente a ellos, a la entrada del Local, desde donde se podían observar las gradas y la puerta interna del apartamento. Pasó como cualquier curioso. Se detuvo un instante, vio hacia arriba donde se movían unos guardias y continuó el camino como cualquier persona hacia la parada de buses, y de allí directamente se dirigió al Externado San José, donde laboraba. Allí se refugió unos días y luego se asiló en la Embajada de Panamá, que le otorgó el salvoconducto al cabo de un par de meses.

Al fondo en el estudio de Norman, el Chato Castillo, D´Abuisson y la plana mayor de la S-II de la Guardia Nacional hurgaban, tomaban lo que les interesaba: máquinas de escribir, teléfono, grabadoras, cámaras, utilería, etc., y destruían cuanto podían: libros, macetas, colchones, adornos, afiches, en fin todo lo que no pudieron arrasar.

De cara a la pared, con los pulgares sumamente amoratados por los cordeles que hendían la carne, Chalo suplicó al guardia viejón que aflojara un poco el cáñamo. “¡A la puta…! Esto que no has visto cómo traemos a los de Oriente…!” fue su burlona respuesta y soltó una risotada.

El guardión dio media vuelta, caminó unos dos pasos y regresó: “En fin…, decile a mi teniente. Aquí yo sólo obedezco órdenes”, dijo a Chalo, que desesperaba. Sus dedos ya parecían bombones. Entre lo hurgado encontraron algo que pertenecía a Roberto Franco, pero sólo tenía como firma su apodo: “Tapia”. Entonces el guardia joven cara de diablo se soltó con la andanada de la misma pregunta: “-¿Quién es Cascarita Tapia? Le asociaba con un famoso negrito panameño futbolista que jugó con el Alianza F. C., durante mis años juveniles. Pero el guardia insistía en querer saber quién era Cáscarita Tapia.

Valorando que de los dos demonios que nos custodiaban en el “Cuarto de los títeres”, el guardión era un poco más bonanchón, me atreví a pedirle que me dejara ir al escusado porque no aguantaba las ganas. “A la puta”, me contestó colérico. “Estas nos son horas de cagar”. Salió del cuarto y regresó en unos minutos después. “Vení”, me dijo. El viejo había abierto la puerta del baño, pero cuando quise cerrarla, me lo impidió, diciendo: “Así dejala. Por ahí te podés escapar…” Se refería a la ventana de guillotina que daba a un pequeño patio en la primera planta del edificio. Arriba tenía dos pisos más. “Puta –quise decirle- Ni que fuera El Hombre araña”, pero sólo me bajé el pantalón frente a él y me senté, más bien a cavilar y a tratar de aprovechar la ocasión para beber agua, porque lo de las ganas de caguaspaniar era puro pretexto. Me quedé sentado en el inodoro, frunciendo la cara como si la cosa era de verdad, el tiempo que quise con el guardia por testigo. Quise fumar uno de los dos cigarros que tenía en el bolsillo de la camisa, pero pensé en que si nos llevaban presos me harían más falta en la cárcel.

En un closet encontraron una peluca que era parte de la utilería del montaje de “Dos viejos pánicos”, de Virgilio Piñera, que se estrenó en la entonces “Arena Metropolitana”, sobre la Calle Concepción y que después se presentó varias veces en El Local; la traía en sus manos el guardia joven cara de diablo. Caminó parsimoniosamente hacia mí y me la colocó, ajustándola a mi cabeza. “Con estas se disfrazan para cometer asaltos”, me dijo, pero acto seguido me la quitó y colocó a Chalo, y se dirigió a la puerta.

Entonces, Chamorrito, que a estas alturas gemía y sollozaba por el dolor que le causaban las cuerdas que hendían sus pulgares se deshizo de la peluca con un movimiento de cabeza contra la pared. Pero el guardia cara de diablo lo advirtió y regresó nuevamente con parsimonia. Fingiendo calma, recogió la peluca y la volvió a colocar a Chalo. Enseguida le propinó el primer patadón, diciéndole: “Si te ves bonito, hijo de puta”. Y después otro y otro.

Después de unas horas nos sacaron de aquel cuarto y nos pasaron al que tenía ventanal hacia la calle, desde donde Roberto Franco deleitaba a los niños escueleros con su rana roja. Allí nos sentaron en el suelo, siempre con las manos hacia atrás. Los guardias entraban y salían sacando cosas. En el closet de este cuarto encontraron un plano de la ciudad y comenzaron a decir que allí se planificaban secuestros y otros atentados; que allí era una célula de las F. P. L.; que Norman era el Secretario de Finanzas de la organización y otra sarta de afirmaciones totalmente descabelladas que sólo evidenciaban su desinformación y justificaban los zarpazos que, ya sintiéndose acorralado, el régimen lanzaba como fiera herida a diestra y siniestra, realizando cateos por doquier, queriendo siquiera causar un arañón al enemigo.

Transcurrieron unas ocho horas mientras buscaban y rebuscaban, revolvían, destruían y cargaban con lo que podían, hasta con un cráneo que, shakespereanamente tenía Norman en su escritorio, cuando entró el teniente “Chato” Castillo y nos dijo: “Levántense, nos vamos…” Sentí terror. Entonces se soltó con una perorata contra los “delincuentes terroristas”; nos dijo que el fulano que tenían en el pick up que estaba a la entrada había señalado el Local como célula de las F. P. L., y terminó aconsejándonos que no fuéramos •tontos útiles”. Nos ordenó permanecer allí hasta dos horas después y que no volviéramos a juntarnos con comunistas, y otras linduras.

Desde el ventanal vi cuando se alejaban y, desafiando su orden, no esperé más y salí casi detrás de ellos. Ricardo, a quien no he vuelto a ver, enmochiló sus bártulos y salió después. Chalo se mudó a unas cuadras y después se fue a Canadá.

Al día siguiente, el poeta y periodista Jaime Suárez Quemáin (1950-198), entonces director del bombardeado periódico La Crónica, publicó en primera plana la siguiente nota:

CATEAN CLAN DE ARTISTAS Y ROBAN OBJETOS

Guardias Nacionales y oficiales de civil, después de allanar con lujo de barbarie el Centro Libre de Artistas Nacionales (CLAN), se dedicaron a saquear el patrimonio del centro cultural, según revelaron miembros de la entidad ubicada en la 5ª Calle Oriente número 408, edificio Salandra, de esta capital.

Expresaron a La Crónica del Pueblo que los guardias para entrar al local rompieron a culatazos la puerta de acceso. Un actor que se encontraba bañando en esos momentos fue sacado desnudo del baño, obligado a colocarse una peluca y a servir de mofa para los agentes. Agregan nuestros informantes que los guardias buscaban a Norman Douglas, actor y director teatral con larga trayectoria en el país, a quien las autoridades de manera antojadiza acusan de ser miembro dirigente de las clandestinas Fuerzas Populares para la Liberación Farabundo Martín (F.P.L.)

Las autoridades se llevaron dos máquinas de escribir, una cámara fotográfica valorada en mil doscientos colones, dos grabadoras y alrededor de quinientos colones; todo esto perteneciente a los artistas aglutinados en el CLAN.

El CLAN (Centro Libre de Artistas Nacionales) es una entidad cultural que aglutina a varios artistas, creadores y especialistas de las diversas manifestaciones del arte y la literatura. El CLAN busca ayudar a la formación de nuevos artistas y creadores, estimulando expresiones artísticas que conduzcan a la realización de una auténtica cultura nacional, a partir de la raíz de nuestra propia idiosincrasia, agregan nuestros informantes.

Afirman que los guardias destruyeron utensilios de trabajo esenciales para su labor, entre ellos varios juegos de títeres. Norman Douglas, en su labor como actor teatral ha ofrecido al pueblo salvadoreño un inmenso repertorio contenido en “La paz”, de Aristófanes, “El cementerio de los automóviles”, de Fernando Arrabal, “El juicio final y amanecer de brujas” de Manuel de Jesús Martínez, “Dos viejos pánicos”, de Virgilio Piñera, y “Luz Negra”, de Álvaro Méndez Leal.

Actualmente se encuentra trabajando la obra “Las monjas”, de Eduardo Manet.

Los artistas niegan rotundamente las afirmaciones de las autoridades y manifiestan que esto es un plan preconcebido para militarizar la cultura ya que no les basta que el Estado no haga absolutamente nada por fomentar la cultura sino que ahora quieren que hasta los artista que trabajan de manera independiente ahora dejen de hacerlo.

Por otra parte, Norman Douglas pide a las autoridades que devuelvan lo que se llevaron y que reconozcan que han sido víctimas de una broma teatral, ya que los “orejas” que utilizan, con tal de ganarse las treinta monedas, no atinan a la hora de cumplir con su oficio y dan informes falsos tratándose de entidades que hacen “puro teatro”.

Los artistas condenan el atropello cometido en el local del CLAN y exigen a la autoridades superiores se respeten los derechos humanos de las personas honradas y dedicadas a labores en beneficio del pueblo salvadoreño.”

Jaime Suárez, auto proclamado poeta anarquista, continuó dirigiendo el periódico La Crónica desde aquel año de 1978 hasta el 11 de julio de 1980, fecha en que fue secuestrado cuando departía con el fotógrafo César Najarro y otro amigo en el café “Bella Nápoles”, en el centro de San Salvador. Apenas dos días antes habíamos compartido en el mismo lugar temas literarios mientras bebíamos una taza de café.