Una cierta idea de los problemas del marxismo contemporaneo

UNA CIERTA IDEA (RADICAL) DE LOS PROBLEMAS DEL MARXISMO CONTEMPORÁNEO (1)
Alejandro Dorna (2) – Horacio Hormazábal (3)

Plural. Revista del Instituto para el Nuevo Chile. Nº 3. Rotterdam Junio 1984

La polémica en torno al marxismo se hace equívoca e inagotable. Mientras los detractores acumulan antecedentes tanto en el terreno teórico como en las consecuencias de sus aplicaciones políticas, sus defensores reiteran su pertinencia y vitalidad. Una cosa es cierta y evidente: el pensamiento de Marx es un fenómeno cultural y su impacto perdura a través de su mensaje social.

La natural sequedad de un corto artículo sólo permite poner de relieve la extensión y profundidad de algunos de los problemas que el marxismo encarna. En lugar de entregarnos a la saludable demostración de nuestras reflexiones, nos vemos obligados sólo a mostrar algunos fragmentos. A nuestro juicio, al menos hay cuatro grandes ejes de análisis que pueden aproximarnos a una cierta idea (radical) de los alcances y vicisitudes de los fundamentos preposicionales del «socialismo científico»: la identificación que se ha producido entre marxismo y socialismo; la canonización del cuerpo de proposiciones establecidos por Marx y Engels; la enorme influencia de los intelectuales en la tradición marxista, y las dificultades epistemológicas del llamado materialismo dialéctico.
Finalmente, expondremos cómo la superación de tales impasses depende en gran medida de nuestra disposición para incorporar, a nuestro repertorio metodológico, una actitud experimental.
1. La identificación del marxismo con el socialismo
La identificación del marxismo con el socialismo (la teoría con la práctica) constituye una de las paradojas y tal vez el más grave equívoco ideológico de nuestro tiempo. Ofrece sin embargo la mejor explicación de la crisis ya crónica del “socialismo científico”.
La asimilación del proyecto a la idea se produjo progresiva e insidiosamente y al margen del mismo Marx. Y pese a que esta identificación puede imputarse a Engels, la discusión de fondo es otra. El apelativo «marxista» constituyó una etiqueta eminentemente política durante el siglo XIX, pues se trataba de diferenciar a los socialistas partidarios de Marx de aquellos otros, numerosos, que reivindicaban para sí el rótulo de socialistas.
En cambio, durante el siglo XX, a partir de la Revolución Rusa, el término marxista se transforma en la apelación genérica de una teoría y en la doctrina del «socialismo científico», bajo la forma canonizada impuesta por la dirigencia soviética, Lenin tanto como Bujarin, y Trotsky tanto como Stalin.
La fusión del objeto y la idea se produce justamente en el momento preciso en que (hoy es posible medir la profundidad) se produce el repliegue y sobre todo la transformación de las condiciones de vida y trabajo del movimiento obrero en Europa.
Por cierto que la discusión sobre este tema adquiere rasgos completamente distintos según los interlocutores y el contexto donde ésta se realice. En el caso latinoamericano, algunos elementos inherentes a su condición, lo hacen particularmente conflictivo, entre ellos tenemos:
a) En pocas regiones como en A. L. se ha vivido más intensa y dramáticamente la asimilación entre marxismo y socialismo: los sacrificios de un Che Guevara y de un Salvador Allende son dos testimonios de un extenso y profundo proceso.
b) La fuerza emocional del mensaje marxista verdadero credo evangelizador y la brillante lógica argumentativa de muchos de sus introductores, sumada a las condiciones objetivas de explotación infrahumana que sufre la mayoría de la población, hacen que el marxismo adquiera un status marcado de «teoría de la liberación».
c) El marxismo constituye para muchos una lengua universal de comunicación y en los hechos ha funcionado como un puente entre la Intelectualidad progresista de los países desarrollados y los «intelectuales orgánicos» de los países atrasados.
2. La canonización del marxismo
Actualmente es preciso evaluar como la obra de Marx en tanto teoría, ha dejado definitivamente paso al marxismo «realmente existente». La paradoja no siendo nueva pone en cuestión toda la estructura de la argumentación del propio Marx, y revela la importancia de los factores propiamente políticos y culturales de los procesos de cambio social.
2. 1. La canonización de Marx y Engels y luego de Lenin es producto de la revolución rusa (la vieja guardia bolchevique), de Stalin y la burocracia soviética, como justificación ideológica y razón de Estado.
La enseñanza del «materialismo dialéctico» y del llamado «comunismo científico» en los países socialistas, y la vulgarización escolar del marxismo, constituyen uno de los mejores criterios para medir la utilización canonizada de la palabra de Marx.
Este proceso de mistificación del marxismo en el cual el poder de la doctrina es la doctrina en el poder, ha sido descrito por Rakovski (1977), para quien el materialismo dialéctico no significa sino elevar a la categoría de principio sistemático una lógica de la ambigüedad.
2. 2. La canonización del marxismo no obedece solamente a una simple manipulación política y/o a la voluntad cínicamente inteligente de ciertos hombres en el poder. Sería un error desconocer las raíces sociales de la devoción marxista en los países subdesarrollados. El mensaje marxista extrae su fuerza concreta del sufrimiento de las criaturas oprimidas, de la esperanza que representa una política alternativa al hambre.
La palabra marxista es capaz de competir exitosamente con otras, pues es la apasionada y sostenida denuncia de una enorme Verdad: que la ganancia, la comodidad y el lujo de un hombre se paga con la pérdida, la miseria y la privación de otro hombre. Y aunque Marx se haya equivocado en la forma y en el mecanismo de explicación de la injusticia social, para muchos el marxismo representa esa verdad, y la promesa de un mundo terrenal mejor.
2. 3. En este proceso de canonización del marxismo, hay un elemento en la propia obra de Marx que lo hace también responsable: su lectura de Hegel y la formulación del materialismo dialéctico. Aunque pueda parecer aventurado afirmarlo, es la resurrección de Hegel en el marxismo que abre la brecha a su sello característico: su pretensión totalizante y su política totalitaria.
Lenin es el antecedente más directo de la vuelta a Hegel dentro del marxismo soviético. La razón está lejos de ser académica.
Los trabajos bastantes abstractos sobre el empiro criticismo y las múltiples lecturas sobre Hegel, en las cuales Lenin descarga su agresiva habilidad polémica, corresponden a la lucha entre la fracción bolchevique y los otros grupos socialistas de la inmigración rusa. Posteriormente, la fascinación de la revolución triunfante y el peso científico otorgado a la obra de Lenin hacen que la polémica entre socialdemócratas «dialécticos» (bolcheviques) y social-demócratas «mecanicistas» (mencheviques) se termine con la eliminación teórica y en algunos casos física de estos últimos y otros «renegados».
Imposible olvidar el notable escrito escolástico de Stalin sobre las «cuestiones del Leninismo» en el cual hace un esquemático y persuasivo ejercicio de comparación entre las posiciones metafísicas (mecanicistas) y las dialéctico marxistas, inaugurando así la extensa serie de versiones seculares de la «filosofía de partido».
2. 4. Uno de los elementos claves de la canonización ha sido la manipulación de la historia. De la misma manera como la imagen de Trotsky fue borrada de un cuadro en el cual aparecía junto a Lenin, muchas de las obras «completas» de los clásicos del marxismo han sufrido mutilaciones, otras han desaparecido de la circulación y algunas resucitan sorpresivamente toda vez que permiten justificar alguna decisión suprema.
La adulteración de la historia es flagrante y sin pudor cuando se comparan las distintas ediciones, por ejemplo de la historia del PCUS y de los diccionarios enciclopédicos.
3. El marxismo y la revolución de los intelectuales
Lenin, cristaliza y proyecta políticamente el rol y el status de los intelectuales dentro del proceso revolucionario y en la formación del partido revolucionario. La necesidad de introducir la ideología revolucionaria «desde fuera» del movimiento obrero, a causa de su tendencia espontánea al reformismo, coloca al intelectual en el centro de todo el debate teórico y político.
La esencia de la relación entre intelectual y revolución es desarrollada, posteriormente al triunfo bolchevique, por Antonio Gramsci, quien llegara a sintetizar la idea en la fórmula: «el intelectual orgánico».
Esta actitud ya pesquizable en Kautsky tuvo y sigue teniendo numerosos detractores: Rosa Luxemburgo, Otto Bauer, Gustav Landauer y muchos otros.
Y en esa vertiente crítica también se sitúa J. W. Makhaiski (1976), obrero revolucionario polaco, cuya gran actividad a comienzos de siglo en Rusia, fue descrita por L. Trotsky en sus memorias y permite apreciar el impacto que sus ideas tuvieron en los círculos de deportados.
La reciente publicación de fragmentos de su obra, hasta la fecha prácticamente inédita en Occidente, nos hace medir la profundidad del problema y aproximamos con ojos nuevos a una de sus conclusiones más audaces (para la época) y cuya vigencia tiene hoy parámetros concretos en las estructuras burocráticas (intelectuales) del llamado socialismo real: «el socialismo es el régimen social basado en la explotación de los obreros por los intelectuales profesionales.»
Para Makhaiski (1979), el profeta de esta nueva clave dominante es el propio Marx, y Lenin el conductor de la conspiración de los intelectuales (revolucionarios profesionales), quienes esconden los intereses de clase de la «sociedad culta» en el proceso de industrialización.
La originalidad de la reflexión de este autor consiste en desentrañar por una parte un antagonismo social más profundo en las relaciones de producción: la división entre trabajo intelectual y manual. En otras palabras, más allá de la lucha entre capital y trabajo, se sitúa el conflicto entre dirigentes y dirigidos. Por otra parte, demuestra que la remuneración elevada atribuida a las tareas de dirección se otorgan en detrimento del trabajo de ejecución, y en consecuencia de la apropiación de una parte de la plusvalía.
Makhaiski denuncia el enfoque «industrial-productivista» de Marx, el análisis precario que se hace de la organización del trabajo, y la poca sensibilidad de Lenin, Trotsky y la dirigencia (intelectual) del bolchevismo, respecto a las condiciones de vida y trabajo de los obreros y la estructura de poder de la fábrica. Recordamos que son justamente los bolcheviques quienes instauran con entusiasmo la militarización del trabajo, subrayan el carácter beneficioso de la disciplina industrial, y proponen la utilización de la administración «científica» introducida por Taylor a comienzos del siglo en EE. UU. y posteriormente adaptada al sistema soviético por el camarada Stajanov, héroe del trabajo de la URSS.
La presencia de una nueva forma de poder jerarquizado constituye otra de las finas intuiciones de Makhaiski, para quien los intelectuales ya representaban aquello que posteriormente Gramsci llamara entusiasta y voluntaristamente «los intelectuales orgánicos», los letrados del aparato, los revolucionario evangelizadores profesionalizados: los «capitalistas del saber» según la chocante fórmula utilizada por Makhaiski.
En definitiva, el marxismo no buscaría abolir los antagonismos fundamentales de clase, sino que sustituiría una vieja clase dirigente por otra nueva, introduciendo nuevas condiciones de opresión mucho más sutiles y eficaces.
La reflexión de Makhaiski se adelanta y completamente la célebre «ley de hierro de la oligarquía» propuesta por Michels y a través de la cual se analiza la tendencia de las organizaciones a generar una mayoría dirigida y una minoría dirigente, la cual se aleja progresivamente del control de la base, que se transforma en un simple órgano de ejecución.
4. La cuestión epistemológica en el marxismo
En un artículo anterior (Dorna y Hormazábal 1980) hemos discutido críticamente el status científico del marxismo, nos limitaremos entonces a reafirmar algunos criterios.
Durante décadas las cuestiones de orden epistemológico fueron soslayadas por los marxistas quienes presentaron al marxismo como un todo coherente y necesariamente cierto, puesto que científico. La adhesión fervorosa de no pocos científicos de laboratorio, más precisamente a la causa revolucionaria, propuesta por el (los) partido (s) marxista (s), permitió que la argumentación tuviera una fuerza persuasiva suficiente.
4. 1. El marxismo ha mostrado ser más un cientísmo que un enfoque científico.
La razón una vez más es política. Para Marx la argumentación científica y luego para Engels la cientificidad del socialismo marxista, era la manera más eficaz para demarcarse de (los) otros socialistas (llamados peyorativamente «utópicos») y del colectivismo anarquista a la Bakunin.
En consecuencia, la preocupación científica muchas veces se subordina a la contingencia política, contradiciendo los criterios más elementales de! método de la ciencia.
a) Los hechos están en seria oposición de las principales predicciones efectuadas por el propio Marx: la pauperización creciente de la clase obrera, la proximidad de la revolución en Inglaterra, el colapso del capitalismo, la sobredeterminación de la superestructura (ideología, cultura) por la infraestructura (economía, modo de producción), etc.
En la actualidad ningún marxista culto negará estos hechos, pero pocos son aquellos que están dispuestos a extraer la conclusión fundamental: buscar qué falla en la metodología y porqué la teoría predice falsedades.
b) La poca operacionalidad de las categorías de análisis utilizadas por el marxismo; a título de ejemplo, el concepto de «clase» se ha prestado a más de una polémica.
c) Las llamadas «leyes» de la historia pueden ponerse en duda desde el instante mismo en que se reconoce la imposibilidad de establecer experimentos capaces de validar el carácter explicativo de tales «leyes».
d) La dificultad para comunicar las experiencias y la tendencia a reiterar los errores de método están profundamente reñidas con el propósito del método de la ciencia.
e) Si una de las características del enfoque científico es la búsqueda de solución a problemas específicos, el procedimiento utilizado por el marxismo en el terreno social hace del problema un fenómeno global, cuya solución sólo puede ser global.
f) El diagnóstico al cual se libra el análisis marxista, se desolidariza de los criterios técnicos que propone la metodología científica: los programas de acción se conciben sin definir operacionalmente los objetivos específicos a alcanzar.
g) La dificultad de introducir elementos correctivos, sea bajo la acusación de «revisionismo», sea ante el «reconocimiento de los porfiados hechos».
Cierto es que el anatema de revisionista ha dejado de castigar al menos en Occidente las observaciones críticas de los marxistas respecto al marxismo e incluso a Marx. Incluso, en la Unión Soviética de tanto en tanto se reconocen algunos errores, especialmente después del célebre XX congreso del PCUS. El caso del economista E. Varga, deportado y perseguido en 1946, por afirmar que «una próxima crisis económica en USA no sería fatal», es aparentemente un argumento en favor del «reconocimiento y corrección de errores», puesto que en 1963 no sólo es rehabilitado sino que recibe el premio Lenin.
Sin embargo, nosotros cometeríamos un grave error aceptando esta retórica política, al confundir la aceptación de los hechos siempre «post-mortem») con la verdadera introducción de modificaciones en la metodología de diagnóstico y predicción, es decir en la naturaleza (dialéctica) del razonamiento marxista. En ese sentido, cabe subrayar que una cosa es reconocer un hecho y otra cosa distinta es remediar las causas de las fallas de nuestro aparato explicativo.
En suma, el pensamiento de Marx se desarrolla y consolida como reacción al racionalismo: el espíritu no es más que el reflejo del mundo. No obstante, el marxismo extrae de su materialismo una (su) interpretación de la ciencia, sin adoptar completamente el método de la ciencia ni plantearse el significado de la experimentación social.
4. 2. La dialéctica de la materia no es materialista.
El marxismo es perfectamente coherente para quienes admiten sus premisas epistemológicas. Marx mismo funda su enfoque sobre una (su) base «científica» que rechaza desde la partida, la confrontación con los hechos empíricos, puesto que la (su) teoría de la prueba se encierra en la dialéctica materialista y cuya evidencia se muestra más que demuestra, bajo la forma de un proceso siempre cambiante, por tanto jamás completamente comparable ni confrontable.
La dialéctica y sus leyes constituyen la plataforma sobre la cual se estructura la argumentación y la cientificidad del marxismo. La gran diferencia entre Hegel y Marx a propósito de la dialéctica, será el reemplazo de la noción de espíritu (como expresión de la idea absoluta), por la de materia. En la medida en que todo es devenir, la materia misma es dialéctica y todas las cosas son contradictorias. Mientras que en la dialéctica hegeliana, la dialéctica aborda sólo las ideas y los conceptos; en la versión marxista, la inversión materialista permite que sea aplicada a las cosas y a los objetos reales.
Lenin elevó a la categoría de ley dialéctica fundamental, el principio de contradicción y su aplicación, al análisis del «proceso» social. Pero serán Stalin y Mao Tsé Tung quienes generalizarán e] predominio de la dialéctica contraponiendo materialismo a idealismo y dialéctica a metafísica, con lo cual progresivamente la síntesis nos entregó una fórmula persuasiva: el materialismo dialéctico, con sus reglas y leyes «científicas».
Es justamente por estas razones que la crítica sobre la pertinencia científica del enfoque dialéctico provoca un enorme revuelo en el interior de la cultura marxista contemporánea. Sin embargo, esto no es nuevo: las poco conocidas críticas de E. Duhuring, tan severamente apostrofado por Engels, son un ejemplo temprano de las serias dudas planteadas en torno al naciente «materialismo dialéctico»; el ensayo de Pannekoek (1976) sobre la filosofía de Lenin, marca otro hito importante en la larga cadena de interrogantes (desde dentro) que permiten observar con una mirada más tolerante las afirmaciones empiro-criticistas de un Mach y un Avenarius, y juzgar con justicia la vehemencia polémica de Lenin.
En años cercanos, un conocido Premio Nobel, J. Monod (1970) llega a denunciar el carácter «animista» del método dialéctico. Sin embargo, sin duda es la moderna vertiente crítica de los epistemólogos italianas, con Della Volpe y sus discípulos, que se inicia a comienzos de la década de los cincuenta, el verdadero proceso de clarificación en torno al materialismo de la dialéctica.
En este sentido, cobra una importancia capital la crítica de Colleti (1977-1983), que denuncia con agudeza al «materialismo dialéctico» como el equívoco fundamental sobre el cual reposa un siglo de teorización marxista: «El marxismo y Lenin han interpretado la dialéctica de la materia, que encuentran desarrollada en la filosofía de Hegel, como un testimonio y un documento del realismo y del materialismo» (pero…) «la dialéctica de la materia no es materialista. Al contrario, es su negación.»
Imposible resumir ni desarrollar en pocas líneas la brillante demostración de Colletti, por tanto nos limitaremos a señalar dos de sus conclusiones más provocativas:
a) No existe la contradicción en la realidad. La realidad no puede contradecirse. Por tanto no existe una dialéctica de la materia. Afirmar la existencia de contradicciones reales, constituye colocarse al lado del neo-platonismo y de la teología.
El hecho de que el análisis del capitalismo y de los conflictos sociales haya sido desarrollado por Marx en términos de «contradicción dialéctica» plantea interrogantes fundamentales respecto al valor científico de dicho análisis, en la medida en que la ciencia rechaza la dialéctica.
b) La insistencia del marxismo en la dialéctica lo ha colocado en un callejón sin salida. La ciencia moderna no reconoce la dialéctica de la materia, y la considera como una filosofía romántica de la naturaleza. La exigencia del marxismo sobre la dialectización de la ciencia, comenzando por las ciencias de la naturaleza (actualmente menos insistente que hace algunos años) tuvo como consecuencia, entre otras, el «caso Lyssenko» y haber puesto en la picota los trabajos de gran cantidad de científicos, particularmente los de Einstein.
En resumen: cuestionar la cientificidad del marxismo y la pertinencia del método de la dialéctica en ciencia, exige reconocer simultáneamente dos cosas. Por una parte, que esto no puede entenderse como un «abandono» o «ejecución» sumaria de la obra de Marx (aspecto sobre el cual nuestra posición se clarifica más adelante); y por otra parte, que mientras frente a los problemas físicos y «micro-sociales» el enfoque científico experimental de las ciencias de la conducta social obtiene una capacidad predictiva y una fuerza explicativa incuestionables, no ocurre lo mismo ante el universo de los factores (entrecruzados) de lo «macro-social». Razón más que suficiente como para mantener un criterio de estudio y reflexión riguroso frente a las interesantes proposiciones que surgen a partir de la obra de Marx, cuyo pensamiento se encuentra ubicado en la galena de los grandes representantes de la Filosofía Social de todos los tiempos.
5. ¿Por dónde empezar?
Esta es una pregunta, que la confrontación de la teoría (marxista) con los hechos (empíricos), hace urgente responder.
Para quien se interrogue sobre la problemática marxista y sus implicaciones epistemológicas y repercusiones prácticas, la pregunta no consiste a nuestro juicio en hacer un inventario de los elementos «rescatables» del marxismo, sino más bien como mejor valorar en forma singular y contingente los aportes de Marx, de Engels, y de la larga legión de seguidores, en lugar de buscar en el «marxismo» («horizonte insuperable de nuestra época») las respuestas que debido a su propia estructura es incapaz de entregar, pues en el «marxismo» ni la falsedad ni la verdad de la(s) teoría(s) confirmarán lo adecuado del modelo, en la medida que sería preciso renunciar a su totalismo y a su inherente cosmovisión y puesto que su rol es un efecto no deseado por el propio Marx: convertirse en una filosofía social, en una devoción para muchos y en un hábil mecanismo de dominación de unos pocos.
La obra de Marx, más que una teoría «todopoderosa porque es verdadera» como gustaba repetir Lenin, una teoría científica de valor universal como lo divulgan los manuales escolares; es un modelo, un inventario más o menos sistemático de los elementos a los que debemos prestar atención, útil y creativo en la medida en que no sea postulado en tanto ciencia.
En otras palabras, resulta significativo que mientras en el caso de los fenómenos físicos ningún científico se proclama newtoniano o copernicano o einsteiniano, pese a la indudable simpatía o aprecio que una u otra teoría puede despertar entre sus continuadores; ante los fenómenos sociales sean justamente aquellos socialistas que se quieren científicos quienes con más fuerza hacen de la obra de un hombre un objeto de culto, en algunos casos, y peor aún, de justificación en otros.
Una manera de contrarrestar las consecuencias de la implantación de una visión dogmática a escala planetaria, como es actualmente el caso, consiste en desarrollar, no sólo en lo político, un proceso sólido de democratización de la(s) sociedad(es), sino también, en equipar a los más en el conocimiento y aplicación de los preceptos básicos de una actitud experimental.
La actitud experimental consiste en: – Evaluar permanentemente el soporte empírico de las teorías que sustentamos. – Habituarse a explicitar los supuestos y las hipótesis de lo que afirmamos, a fin de poder corregir los elementos de la teoría que no concuerdan con los hechos. – Considerar que ninguna teoría (por muy científica que sea) podrá dar completamente cuenta del problema que se plantea resolver. – Reconocer que las teorías se establecen para encontrar solución a ciertos problemas más que para dar satisfacción estética a sus adeptos. – Aceptar que cada problema tiene varios niveles de solución. – Exigir la verificación empírica de las teorías, especialmente cuando se explora un nuevo terreno. – Dudar (respetuosamente) de las teorías, por muy consagradas que sean. – Ser consistentes con la noción de experimentar, experimentar y volver a experimentar.
En conclusión: los elementos fragmentarios que hemos presentado, exigen sin duda un desarrollo ulterior. Muchas de las afirmaciones son esquemáticas, las proposiciones alternativas faltan. Pero, lo fundamental nos parece considerar que si el marxismo no es una ciencia sino una filosofía social, tendremos que equilibrar cotidianamente la fuerza de nuestras pasiones con el peso de nuestras razones, y ambas validarías con el rigor del método experimental.
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Bibliografía
Colletti, L. (1977), La dialéctica de la materia de Hegel y el materialismo dialéctico, Grijalbo (México).
Colletti, L. (1983), Le materialisme dialectique et Hegel, Socialism in the World Belgrado, 36, 39-47.
Dorna, A. y Hormazábal, H. (1980): Sobre el Status Científico del Marxismo, Nueva Sociedad (Caracas).
Michels, R. (1971), Les partis politiques, Flammarion (París)
Makhaiski, J. W. (1979), Le socialisme des intellectuels. Seuil (París).
Rokovski, M (1977), Le marxisme face aux pays de l’Est, Savelli (París).
1. Dejamos constancia de reconocimiento a nuestro colega y amigo. Profesor Jorge Tapia, quien nos ha hecho parte de sus comentarios, a una primera versión de este trabajo.
2. Sociólogo, docente e investigador en la Universidad de París VIII, docente en la Escuela Internacional de Verano (ESIN)
3. Sociólogo.

Doce tesis sobre la crisis del socialismo realmente existente (Mayo de 1991)

DOCE TESIS SOBRE LA CRISIS DEL SOCIALISMO REALMENTE EXISTENTE (mayo de 1991)

Michael Löwy
1.

Uno no puede morir antes de nacer. El comunismo no está muerto porque no ha nacido todavía. Lo mismo se aplica al socialismo. Lo que los medios de comunicación occidentales llaman los estados comunistas y la ideología oficial de Oriente socialismo realmente existente tampoco fueron tales. A lo sumo, uno podría llamar sociedades no capitalistas a aquellas donde la propiedad privada de los principales medios de producción fue abolida. Pero estuvieron muy lejos del socialismo: una forma de sociedad en la que los productores asociados son los dueños del proceso de producción; una sociedad basada sobre la más amplia democracia económica, social y política; una comunidad liberada de toda explotación y opresión de clase, etnia o genero. Cualesquiera que hayan sido sus logros o fallas económicas y sociales, estas sociedades realmente existentes tuvieron una básica y común deficiencia: la ausencia de democracia; la exclusión de los trabajadores, de la mayoría del pueblo, del poder político.

Los derechos democráticos —libertad de expresión y organización; sufragio universal; pluralismo político— no son meras “instituciones burguesas”, sino duras conquistas ganadas por el movimiento obrero. Su restricción en el nombre del socialismo es despotismo burocrático. Como Rosa Luxemburgo (quien activamente apoyo a la revolución rusa) advirtió en una fraternal critica a los bolcheviques en 1918: “sin elecciones generales, sin libertad de opinión, la vida muere en cada institución publica, deviene una mera apariencia de vida en la cual solamente la burocracia permanece como elemento activo“. Si bien algunos aspectos del pluralismo y democracia de los trabajadores existieron aun durante los años 1918-1923, progresivamente fueron tomadas medidas autoritarias. Este error, junto con el retraso, la guerra civil, la hambruna, la intervención extranjera en la URSS durante estos años, crearon las condiciones para la aparición de la maldad burocrática que, bajo Stalin, destruyó al partido bolchevique y su liderazgo histórico.
2.

Lo que los medios de comunicación liberales o conservadores llaman la muerte del comunismo es de hecho la crisis del sistema de desarrollo burocrático y autoritario establecido primero en la URSS en la década de los años veinte y treinta sobre las cenizas de la revolución rusa. Es un modelo que ya fue criticado y rechazado en el nombre del marxismo por toda una generación de radicales, incluyendo a Leon Trotsky y Christian Rakovsky, Issac Deutscher y Abraham Leon, Heinrich Brandier y Willy Muenzenberg, Victor Serge y André Breton.

Lo que esta moribundo o muriéndose en Europa del Este no es el comunismo, sino su caricatura burocrática: el monopolio del poder por la nomenklatura.
3.

Esta crisis esta desarrollándose también en la URSS en una forma más contradictoria. Después de muchas décadas de inmovilidad y estancamiento burocrático, tuvo lugar un vigoroso proceso de demolición de la herencia estalinista, proceso impulsado por la dialéctica de las reformas desde arriba —promovidas por Mijail Gorbachov y sus colaboradores— y el movimiento democrático desde abajo —los frentes populares y clubes socialistas, ecologistas y reformistas.

La política de reformas del nuevo liderazgo soviético es una bendita mezcla de una importante apertura política (glastnost); una reestructuración económica mercantilmente orientada (perestroika), que pone en peligro algunos de los derechos tradicionales de los trabajadores; y algunas iniciativas muy positivas por el desarme nuclear, junto a una reducción substancial del apoyo a las revoluciones del Tercer Mundo (particularmente de Centroamérica).
4.

En la lucha política y social que está desarrollándose en la URSS y en otras sociedades no capitalistas, tanto dentro de la nomenklatura, como en la sociedad civil, muchas alternativas se confrontan en la vía para salir del modelo estalinista: a) la conservación del sistema político autoritario combinado con significativas reformas orientadas al mercado —el modelo Deng Xiaoping—; b) la relativa democratización de estructuras políticas y la introducción de mecanismos de mercado, y de dirección económica empresarial —la URSS, Bulgaria, Rumania—; c) la democratización según el modelo occidental y la generalización de la economía de mercado —esto es, la restauración del capitalismo—, como en otros países este-europeos; y d) la cabal democratización del poder político y una planeación socialista democrática de la economía —el programa radical de sindicatos obreros y opositores socialistas no logradas en ninguna parte hasta ahora.
5.

No hay mucho espacio para el optimismo sobre el resultado de la lucha, por lo menos, en el corto plazo. En la mayoría de los países de Europa del Este, los movimientos radicales que luchan por la alternativa socialista democrática o reclaman alguna relación con la tradición marxista han sido derrotados, incluso aquellos que poseían una historia de ríspida oposición al sistema burocrático. Además de las razones específicas de cada país, un elemento común explica este retroceso: durante 40 años, socialismo y marxismo han sido identificados con el sistema burocrático estalinista. Este ha sido el único punto de acuerdo entre propagandistas de los gobiernos del Este y sus antagonistas occidentales, entre Radio Praga y Radio Europa Libre —que esos estados son socialistas, que sus líderes están siguiendo políticas marxistas—. Confrontada con este unánime y formidable consenso, ¿qué peso podría tener la oposición de un pequeño grupo de disidentes marxistas? La propaganda occidental esta, claro, tratando de explotar esta situación para sus propios fines. Nadie podría hacer a Descartes responsable de las guerras francesas coloniales, ni a Jesús de la Inquisición; menos, inclusive, a Thomas Jefferson por la invasión norteamericana a Vietnam; y sin embargo, se ha hecho aparecer a Marx como el responsable de la construcción del muro de Berlín y del nombramiento de Ceaucescu como líder del Partido Comunista Rumano.
6.

No hay razón para aceptar el argumento —presentado como una suerte de verdad autoevidente por economistas del stablishment, ideólogos neoliberales, lideres políticos occidentales y editorialistas— de que la economía de mercado, el capitalismo y el sistema de beneficio son las únicas alternativas posibles para la fracasada economía de comando totalitario que existió en los países no capitalistas —un sistema en el cual un pequeño grupo de (incompetentes) tecnócratas decidió que hacer con la economía y despóticamente impuso sus decisiones sobre la sociedad—. Tertium datur. Hay otro camino, la planeación democrática de la economía por la sociedad, en la cual el pueblo decide, después de un debate plural y abierto, las principales opciones económicas, las prioridades de inversión, las líneas generales de política económica, esto es, democracia socialista.
7.

Ha sido un dogma impuesto por muchos economistas reformistas y líderes de países del Este decir que existe una directa y lógica relación entre las reformas orientadas a una economía de mercado y la democracia política, libertad económica y libertad política. El modelo Deng Xiaoping es un buen ejemplo en contra, como lo son algunos países del Tercer Mundo, que combinan economías neoliberales con formas extremadamente autoritarias de poder estatal. Por otra parte, la reciente experiencia china demuestra que, si bien las reformas orientadas al mercado pueden temporalmente resolver ciertas dificultades creadas por la planeación burocrática centralizada, esto genera nuevos e igualmente serios problemas: desempleo, éxodo rural, corrupción, inflación, crecimiento de desigualdades sociales, declinación de los servicios sociales, desarrollo de la criminalidad, subordinación de la economía a los bancos multinacionales.
8.

Los crímenes cometidos en nombre del comunismo y del socialismo por los regímenes burocráticos —desde las sangrientas purgas de los años treinta hasta la invasión a Checoslovaquia en 1968— han dañado profundamente incluso la misma idea de un futuro socialista y reforzaran la ideología burguesa entre amplios núcleos de población, tanto en el Este como en el Oeste. Sin embargo, las aspiraciones por una sociedad libre e igualitaria, por una democracia económica y social, por la auto administración y control desde abajo, están profundamente enraizadas en sectores significativos de la clase obrera y de la juventud en el Este y en el Oeste. Desde este punto de vista, socialismo y comunismo, no como un Estado existente, sino como un programa que ha inspirado luchas emancipatorias de las víctimas del capitalismo y el imperialismo durante siglo y medio, permanecerán vivos, tanto como la explotación y la opresión.
9.

Comprensiblemente, en la presente situación de crisis, uno puede encontrar entre muchos izquierdistas un estado de profunda confusión ideológica, desorden y perplejidad. Inclusive aquellos que no están todavía listos para abandonar toda la herencia marxista están preparándose a sí mismos para retirarse en buen orden. La tendencia dominante en la izquierda, tanto en el Este como en el Oeste —con la excepción de unos cuantos heréticos que aun creen en la necesidad de la revolución social—, es a una modernización del marxismo, adaptándolo a las ideas dominantes del liberalismo, el individualismo, el positivismo y sobre todo el mercado, sus ídolos, sus ritos y sus dogmas. En esta perspectiva, el fracaso del socialismo realmente existente tiene sus orígenes en el intento de la revolución rusa de romper (por lo menos parcialmente) con el modelo de civilización capitalista, con el mundo del mercado; la modernización del marxismo podría, entonces, implicar un cierto retorno a los cánones del sistema económico y social occidentales. La social democratización de varios partidos comunistas, en Este y Oeste, es una de las mayores formas de este intento de diluir el programa socialista. Lo que está siendo tirado, junto con el agua (extremadamente) sucia de la bañera —la naturaleza antidemocrática, burocrática y frecuentemente totalitaria de las sociedades no capitalistas y de su sistema de planeación centralizada—, es al niño, es la idea de transitar mas allá del capitalismo, hacia una economía planificada democráticamente. Lo que se está echando a rodar en este intento de “reconciliación con la realidad” (para usar una venerable formula hegeliana), no son los valores universales negados o pervertidos por el estalinismo —democracia, derechos humanos, libertad de expresión, igualdad social, solidaridad—, sino aquellos publicitados por élites occidentales —libre competencia, libre empresa, monetarismo, cultura de mercado.
10.

No hay duda de que el marxismo necesita ser cuestionado, criticado y renovado, pero esto deberá hacerse exactamente por la razón opuesta ofrecida por sus críticos burgueses: debido a que su ruptura con el modelo productivista del capitalismo industrial y con los fundamentos de la moderna civilización burguesa no fueron suficientemente radicales. Marx y los marxistas frecuentemente han ido tras los pasos de la ideología del progreso típica de los siglos XVIII y XIX, particularmente al presentar el desarrollo de las fuerzas productivas como el objetivo fundamental de la revolución y como el principal argumento de legitimación del socialismo. En ciertas formas de marxismo vulgar, el objetivo supremo de la revolución social no es una fraternal e igualitaria reorganización de la sociedad, no una utopía, junto a un nuevo modo de producir y de vivir, junto a fuerzas productivas de una naturaleza cualitativamente diferente, sino simplemente remover esas relaciones de producción como obstáculos al libre desarrollo de las fuerzas productivas. Uno difícilmente puede encontrar en El capital —exceptuando una o dos frases— elementos para comprender que “el desarrollo de las fuerzas productivas” puede poner en peligro la sobrevivencia humana, por intentar destruir el medio ambiente natural.

Como científico social, Marx no siempre trascendió el modelo burgués-positivista, basado en la arbitraria extensión de la esfera histórica del paradigma epistemológico de las ciencias naturales, con sus leyes, su determinismo, sus predicciones puramente objetivas y su desarrollo lineal —una tendencia llevada a sus conclusiones lógicas por una cierta clase de marxismo desde Plejanov a Louis Althusser.
11.

La esencia del marxismo esta dondequiera: en la filosofía de la praxis y el método dialectico-materialista, en el análisis del fetichismo mercantil y de la alienación capitalista, en la perspectiva de la auto emancipación de los trabajadores revolucionarios y en la utopía de una sociedad sin clases y sin Estado. Esta es la razón por la cual el marxismo tiene un potencial extraordinario para el pensamiento y la acción critica y subversiva. La renovación del marxismo debe empezar con la herencia humanista, democrática, revolucionaria, dialéctica, que se encuentra en Marx y en sus mejores seguidores: Luxemburgo, Trotsky y Gramsci, entre otros, una tradición que fue derrotada durante los años veinte y treinta por la contrarrevolución, el estalinismo y el fascismo. Por otra parte, para radicalizar la ruptura con la civilización burguesa, el marxismo debe poder integrar los desafíos prácticos y teóricos propuestos por la ecología, los movimientos feministas, la teología de la liberación y el pacifismo. Esto requiere la visión de una nueva civilización que no podría ser solo una versión más progresista del sistema capitalista industrial, con base en el desarrollo controlado estatalmente de las mismas fuerzas productivas, sino un nuevo modo de vida basado en el valor de uso y la planeación democrática; en la energía renovable y el cuidado ecológico, en la igualdad de raza y genero, en la fraternidad, en la sorority* y en la solidaridad internacional.

El triunfo presente del neoliberalismo y de la modernización burguesa a lo largo del mundo resulta de la imposibilidad de la socialdemocracia y el postestalinismo de ofrecer una alternativa significativa —que sea tanto radical como democrática— al sistema capitalista mundial.
12.

Más que nunca, el marxismo deber ser, como Marx sugiere: “la critica despiadada de todo lo que existe“. Rechazando las apologías modernistas del orden establecido; los discursos realistas que legitiman el mercado capitalista o el despotismo burocrático; el marxismo representa lo que Bloch llamo “el principio de esperanza”, la utopía de una sociedad emancipada.

Pero no hay una respuesta prefabricada para todas las cuestiones de la transición al socialismo: cómo combinar democracia representativa y directa; cómo articular planeación democrática con los residuos del mercado; como reconciliar desarrollo económico con imperativos ecológicos. Nadie puede reclamar el monopolio de la verdad; estas cuestiones exigen un debate plural y abierto en un proceso de mutuo aprendizaje.

  • Sorority: hermandad entre las mujeres.

El marxismo contemporáneo

El marxismo contemporáneo
Gabriel Vargas Lozano

En 2009 fue publicado en paperback el voluminoso libro titulado
Critical companion to contemporary marxism (*), compilado por Jacques Bidet, conocido filósofo francés y fundador de la revista Actuel Marx,
junto a Jacques Texier, en una primera época, y Stathis Kouvelakis, profesor de filosofía política del King’s College de Londres y autor del libro, Philosophy and Revolution: from Kant to Marx, entre otros.

En la contraportada se dice que “se trata de un volumen interdisciplinario que ofrece un panorama preciso de los recientes desarrollos de la teoría marxista en Estados Unidos, Europa (sin España), Asia (sólo un autor japonés) y mas allá”. Supongo que “el más allá” será Latinoamérica y África aunque, en realidad, se trata del marxismo europeo, que obviamente ha influido en el
mundo.

El libro está compuesto por 814 páginas y dividido en tres grandes temáticas: prefiguraciones, en donde se exponen las claves interpretativas del marxismo por Bidet, Kouvelakis, Tosel, Callinicos, Duménil y Levy; configuraciones, en donde se aborda el marxismo analítico, la escuela de Frankfurt, Lukács y la escuela de Budapest, la escuela de la regulación, el marxismo ecológico, las teorías del sistema-mundo capitalista, marxismo y teología de la liberación, socialismo de mercado, los radicales americanos, el marxismo político, el operaismo italiano, los estudios poscoloniales, la historia marxista británica, los análisis de clase marxistas, la nuevas interpretaciones de El Capital; la teoría del Estado, las teorías del racismo, el materialismo histórico y las relaciones internacionales, marxismo y lenguaje; y la tercera parte titulada figuras, conformada por estudios sobre Adorno y Marx, Althusser, Alain Badiou, Walter Benjamin, Roy Bhaskar, Bourdieu y el materialismo histórico, Deleuze, Marx y revolución, Jacques Derridá, Foucault, lector y crítico de Marx, el legado de Gramsci, la concepción de Habermas sobre Marx, Frederic Jameson, Henry Lefebvre, Kózó Uno y Raymond Wiliams.

Lo que uno puede decir después de esta simple mención es que el libro es impresionante y hay que felicitar a Bidet y Kouvelakis por esta iniciativa, al
tiempo que echamos de menos que no se haya hecho algo similar con las mejores iniciativas del marxismo latinoamericano durante la segunda mitad del siglo xx, para que, al menos, hubiera tenido un capítulo
en este libro.

Como se comprenderá, no es posible, en una reseña, abordar todas las
posiciones expuestas, sin embargo, la introducción y los cuatro primeros artículos nos ofrecen un panorama bastante completo de la perspectiva adoptada.

De entrada, Bidet y Kouvelakis nos dan una nota de optimismo: “El marxismo
está demostrando su persistencia, su productividad y su capacidad para adaptarse a contextos y coyunturas” (p. XI), y luego tres precisiones: en primer lugar, la posición ortodoxa se ha hecho añicos y no es ya sostenible; en segundo, asumir un post-marxismo implica la presunción de que el marxismo está agotado, lo cual no se puede sostener debido a las múltiples razones que se ofrecen en los trabajos incluidos y, en tercer lugar, la adopción de un neomarxismo, como el que los autores sostienen, implica una re-interpretación de Marx, pero a partir de nuevos contextos y descubrimientos.

En efecto, si el mundo ha cambiado en cierto sentido, y se han presentado nuevos fenómenos como el del capitalismo globalizado, la crisis ecológica, cambios en el proceso de trabajo, la urbanización, los nuevos movimientos sociales, etcétera, se requiere también ofrecer nuevas reflexiones, pero que no impliquen una ruptura con algunas de las tesis fundamentales de Marx. Por
tal motivo, podemos decir que en este libro se registran una serie de aportes que apuntan hacia una profunda renovación del marxismo.

En el prólogo también se registra un desplazamiento del interés por el marxismo del sur de Europa y Latinoamérica hacia el mundo anglófono. ¿Cuáles son las causas de este desplazamiento? La respuesta a esta
pregunta se desprende de los diversos ensayos incluidos, pero podemos considerar que se trata de un fenómeno relacionado con dos grandes fracasos políticos: por un lado, el derrumbe del llamado socialismo real y, por otro, el fracaso del eurocomunismo, que fue adoptado activamente por los
partidos comunistas de Francia, Italia y España.

En el caso de diversos países latinoamericanos influyeron los fracasos políticos de la izquierda y la influencia del neoliberalismo, sin embargo se registra una cierta recuperación en países como Ecuador, Brasil, Argentina, Venezuela y Bolivia, debido a la necesidad de fortalecer la resistencia.

En el análisis que hacen los autores sobre corrientes de pensamiento y temáticas podemos reconocer prácticamente a todas, debido a que han estado presentes en los debates del mundo hispánico. Por ejemplo, Callinicos se refiere a los aportes de los historiadores ingleses como Thompson,
Dobb, Hobsbawm, Anderson, así como el marxismo analítico en sus tres etapas: la iniciada por Cohen, a través de su Teoría de la historia en Karl Marx
; de Jon Elster (aplicando el individualismo metodológico en su Making sense of Marx), John Roemer (en su A General theory of explotation and class, en
donde separa la teoría de la explotación de la teoría del valor/trabajo) y las tesis de Wright y Brener.

Frente a la tesis de Ronald Aronson, en el sentido de que el marxismo ha muerto, la hipótesis de Callinicos es que “el marxismo no ha sido técnicamente refutado pero ha sufrido severos golpes políticos”. En otras
palabras, el marxismo sigue siendo viable pero no niega que existan anomalías, silencios y otras limitaciones que requieren más análisis y propuestas.

Al final de su interesante ensayo, en donde da a conocer autores que no se han
traducido al español, como Chris Harman, dice que el problema central es cubrir el vacío existente entre teoría y praxis, y ofrece tres opciones: primera, la de validar la interpretación de Marx a través de una teoría de la modernidad, como hace Jacques Bidet, quien efectúa un deslinde crítico con Habermas y Rawls.

Por cierto, en México acaba de morir prematuramente Bolívar
Echeverría, quien trabajó también en una teoría de la modernidad y sobre la hipótesis de una modernidad barroca que sería propia de Latinoamérica; segundo, la posición posmoderna de un Fredric Jameson que implica su reconstrucción en vista de que estamos en una nueva época. (Como nota
al calce, creo que Callinicos, en su pregunta ¿hacia dónde va el marxismo anglo-sajón?, se quedó corto en el análisis del marxismo norteamericano)

Y tercero, el registro de que entramos en una nueva etapa de luchas suscitadas por el capitalismo en su fase neoliberal, lo que permitirá al marxismo convertirse de nuevo en fuerza material. Esta última tesis es la del filósofo griego radicado en Inglaterra.

Por su lado, André Tosel, profesor emérito de la Universidad de Niza, hace un
balance muy amplio e incisivo del desarrollo del marxismo en Italia y Francia. Con respecto al marxismo italiano, que fue conocido por su riqueza teórica que convoca a figuras como Della Volpe, Luporini, el primer Colletti, Mario Dal Pra, Ludovico Geymonat, Umberto Cerroni, Giusseppe Vacca, etcétera, se nos ofrece la hipótesis de la incapacidad del pcipara sortear dos crisis: la que provino de la transformación del capitalismo globalizado y la del derrumbe
del llamado socialismo real aunque, en este último caso, conocemos la posición crítica frente a dicha experiencia que tuvo sus raíces en Gramsci y Togliatti.

A juicio de Tosel, el comunismo italiano no fue capaz de responder a problemas como: las funciones que tendría el estado socialista para preservar las libertades civiles; qué pasaría con las instituciones de libertad después de la conquista del poder y cuál sería una alternativa a la democracia representativa. Cuestiones planteadas por Bobbio en su momento, a fines de los setenta.

Tosel dice: “por lo general, el marxismo italiano cometió, en términos generales, un suicidio, a través de una precipitada metamorfosis social-liberal, terminando por aceptar e liberalismo de las teorías de la justicia de John Rawls” (p.59). Sería interesante contrastar esta hipótesis con parte de lo ocurrido en España.

A pesar de lo anterior, el marxismo italiano ha tenido a otros autores como Costanzo Preve (La filosofía imperffeta- Una proposta di riconstruzioni del marxismo contemporáneo1984) y Domenico Losurdo, un excelente historiador de la filosofía que publicó, en 2006, una Controhistoria del liberalismo, aparte de una biografía intelectual de Nietzsche, entre otros.

Nuevamente encontramos aquí que el marxismo tiene dos registros, uno es el teórico, en donde encontramos mil marxismos (Wallerstein), y otro es el práctico político, como en Italia y en Francia. También en el último país se observa una pérdida de la identidad del Partido Comunista Francés frente a la socialdemocracia. Las dos preguntas que plantea Tosel son: ¿qué clase de
democracia es posible o deseable después de la autodisolución de la democracia representativa capitalista?, y ¿qué clase de revolución puede haber después del fracaso del comunismo soviético y el fin de cierto tipo de violencia? A ello responde el propio Tosel a través de su libro Democratie et liberalisme, 1995.

En el caso de Francia se registran, en los últimos tiempos, importantes iniciativas, como la desarrollada por Jacques Bidet en su último libro,
Théorie General(1999), insuficientemente discutida y que arranca con una nueva lectura de El Capital de Marx; las polémicas reflexiones de Balibar
en sus libros, como el dedicado a la filosofía en Marx o Race, Class, Nature
de 1988 que abandona la tesis del marxismo como concepción del mundo o de un partido; y la poco conocida tesis de Jean Robelin, Marxisme et socialisation (1989), entre otras.

Como hemos dicho, no es posible analizar todos y cada una de los ensayos que conforman esta rica antología. Pienso que el libro es de lectura y discusión obligadas para los que se interesan en la situación del marxismo actual y sus posibilidades futuras, en forma seria. Los demás podrán seguir pensando que el único mundo posible es el neoliberalismo o, peor aún, el neoconservadurismo.

(*) Critical companion to Contemporary Marxism.
Edited by Jacques Bidet and Stathis Kouvelakis. First published in 2005, Brill Academic Publishers; Paperback 2009, Chicago, Ill. Haymarket books.
(**) Profesor-investigador de la uam-i y director de la revista Dialéctica.

La nueva geopolítica del petróleo

La nueva geopolítica del petróleo

Ignacio Ramonet

¿En qué contexto general se está dibujando la nueva geopolítica del petróleo? El país hegemónico, Estados Unidos, considera a China como la única potencia contemporánea capaz, a medio plazo (en la segunda mitad del siglo XXI), de rivalizar con él y de amenazar su hegemonía solitaria a nivel mundial. Por ello, Washington instauró secretamente, desde principio de los años 2000, una “desconfianza estratégica” con respecto a Pekín.

El presidente Barack Obama decidió reorientar la política exterior norteamericana considerando como criterio principal este parámetro. Estados Unidos no quiere encontrarse de nuevo en la humillante situación de la Guerra Fría (1948-1989), cuando tuvo que compartir su hegemonía mundial con otra “superpotencia”, la Unión Soviética. Los consejeros de Obama formulan esta teoría de la siguiente manera: “Un sólo planeta, una sola superpotencia”.

En consecuencia, Washington no deja de incrementar sus fuerzas y sus bases militares en Asia Oriental para intentar “contener” a China. Pekín constata ya el bloqueo de su capacidad de expansión marítima por los múltiples “conflictos de los islotes” con Corea del Sur, Taiwán, Japón, Vietnam, Filipinas… Y por la poderosa presencia de la VIIª flota de Estados Unidos. Paralelamente, la diplomacia norteamericana refuerza sus relaciones con todos los Estados que poseen fronteras terrestres con China (exceptuando a Rusia). Lo que explica el reciente y espectacular acercamiento de Washington con Vietnam y con Birmania.

Esta política prioritaria de atención hacia el Extremo Oriente y de contención de China sólo es posible si Estados Unidos logra poder alejarse de Oriente Próximo. En este escenario estratégico, Washington interviene tradicionalmente en tres ámbitos. En primer lugar, en el ámbito militar: Washington se encuentra inmerso en varios conflictos, especialmente en Afganistán contra los talibanes y en Irak-Siria contra la Organización del Estado Islámico. En segundo lugar, en el ámbito de la diplomacia, en particular con la República Islámica de Irán, con el objetivo de limitar su expansión ideológica e impedir el acceso de Teherán a la fuerza nuclear. Y, en tercer lugar, en el ámbito de la solidaridad, especialmente con respecto a Israel, para quien Estados Unidos sigue siendo una especie de “protector en última instancia”.

Esta “sobreimplicación” directa de Washington en la región (particularmente después de la Guerra del Golfo en 1991) ha mostrado los “límites de la potencia norteamericana”, que no ha podido ganar realmente ninguno de los conflictos en los cuales se ha implicado fuertemente (Irak, Afganistán). Conflictos que han tenido, para las arcas de Washington, un coste astronómico con consecuencias desastrosas incluso para el sistema financiero internacional.

Actualmente, Washington tiene claro que Estados Unidos no puede realizar simultáneamente dos grandes guerras de alcance mundial. Por lo tanto, la alternativa es la siguiente: o Estados Unidos continúa implicándose en el “pantanal” de Oriente Próximo en conflictos típicos del siglo XIX; o se concentra en la urgente contención de China, cuyo fulgurante impulso podría anunciar a medio plazo la decadencia de Estados Unidos.

La decisión de Barack Obama es obvia: debe hacer frente al segundo reto, pues éste será decisivo para el futuro de Estados Unidos en el siglo XXI. En consecuencia, este país debe retirarse progresivamente –pero imperativamente– de Oriente Próximo.

Aquí se plantea una pregunta: ¿por qué Estados Unidos se ha implicado tanto en Oriente Próximo, hasta el punto de descuidar al resto del mundo, desde el fin de la Guerra Fría? Para esta pregunta, la repuesta puede limitarse a una palabra: petróleo.

Desde que Estados Unidos dejó de ser autosuficiente en lo que al petróleo se refiere, a finales de los años 1940, el control de las principales zonas de producción de hidrocarburos se convirtió en una “obsesión estratégica” norteamericana. Lo cual explica parcialmente la “diplomacia de los golpes de Estado” de Washington, especialmente en Oriente Medio y en América Latina.

En Oriente Próximo, en los años 1950, a medida que el viejo Imperio Británico se retiraba y quedaba reducido a su archipiélago inicial, el Imperio estadounidense lo reemplazaba mientras colocaba a la cabeza de los países de esas regiones a sus “hombres”, sobre todo en Arabia Saudí y en Irán, principales productores de petróleo del mundo, junto con Venezuela, ya bajo control estadounidense en la época.
Hasta hace poco, la dependencia de Washington respecto al petróleo y al gas de Oriente Próximo le impidió considerar la posibilidad de retirarse de la región. ¿Qué ha cambiado entonces para que Estados Unidos piense ahora en retirarse de Oriente Próximo? El petróleo y el gas de esquisto, cuya producción por el método llamado “fracking” aumentó significativamente a comienzos de los años 2000. Eso modificó todos los parámetros. La explotación de ese tipo de hidrocarburos (cuyo coste es más elevado que el del petróleo “tradicional”) fue favorecida por el importante aumento del precio de los hidrocarburos que, en promedio, superaron los 100 dólares por barril entre 2010 y 2013.

Actualmente, Estados Unidos ha recuperado la autosuficiencia energética e incluso está convirtiéndose otra vez en un importante exportador de hidrocarburos. Por lo tanto, ya puede por fin considerar la posibilidad de retirarse de Oriente Próximo, con la condición de cauterizar rápidamente varias heridas que, en algunos casos, datan de más de un siglo.

Por esa razón, Obama retiró casi la totalidad de las tropas norteamericanas de Irak y de Afganistán. Estados Unidos participó muy discretamente en los bombardeos de Libia y se negó a intervenir contra las autoridades de Damasco, en Siria. Por otra parte, Washington busca a marchas forzadas un acuerdo con Teherán sobre el tema nuclear y presiona a Israel para que su gobierno progrese urgentemente hacia un acuerdo con los palestinos. En todos estos temas se percibe el deseo de Washington de cerrar los frentes en Oriente Próximo para pasar a otra cuestión (China) y olvidar así las pesadillas de Oriente Próximo.

Todo esto se desarrollaba perfectamente mientras los precios del petróleo seguían altos, cerca de 100 dólares el barril. El precio de explotación del barril de petróleo de esquisto es de aproximadamente 60 dólares, lo que deja a los productores un margen considerable (entre 30 y 40 dólares el barril).

Aquí es donde Arabia Saudí ha decidido intervenir. Riad se opone a que Estados Unidos se retire de Oriente Próximo. Sobre todo si Washington establece antes un acuerdo sobre el tema nuclear con Teherán, lo que los saudíes consideran demasiado favorable a Irán. Además, según la monarquía wahabita, expondría a los saudíes, y a los suníes en general, a convertirse en víctimas de lo que llaman “el expansionismo chií”. Hay que tener presente que los principales yacimientos de hidrocarburos saudíes se encuentran en zonas de población chií.

Considerando que dispone de las segundas reservas mundiales de petróleo, Arabia Saudí decidió usar el petróleo para sabotear la estrategia norteamericana. Oponiéndose a las consignas de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), Riad decidió, contra toda lógica comercial aparente, aumentar considerablemente su producción y hacer de ese modo bajar los precios del petróleo, inundando el mercado de petróleo barato. La estrategia dio rápidamente resultados. En poco tiempo, los precios del petróleo bajaron un 50%. El precio del barril descendió a 40 dólares (antes de subir ligeramente hasta aproximadamente 55-60 dólares actualmente).

Esta política asestó un duro golpe al “fracking”. La mayoría de los grandes productores estadounidenses de gas de esquisto están actualmente en crisis, endeudados y corren el riesgo de quebrar (lo que implica una amenaza para el sistema bancario norteamericano que, generosamente, había ofrecido abundantes créditos a los neopetroleros). A 40 dólares el barril, el esquisto ya no resulta rentable. Ni las excavaciones profundas “off shore”. Numerosas compañías petroleras importantes ya han anunciado que cesan sus explotaciones en alta mar porque no son rentables, provocando la pérdida de decenas de miles de empleos.

Una vez más, el petróleo es menos abundante. Y los precios suben ligeramente. Pero las reservas de Arabia Saudí son suficientemente importantes para que Riad regule el flujo y ajuste su producción de manera que permita un ligero aumento del precio (hasta 60 dólares aproximadamente) pero sin que se lleguen a superar los límites que permitirían reanudar la producción mediante el “fracking” y en los yacimientos marítimos a gran profundidad. De este modo, Riad se ha convertido en el árbitro absoluto en materia de precio del petróleo (parámetro decisivo para las economías de decenas de países entre los cuales figuran Argelia, Venezuela, Nigeria, México, Indonesia, etc.).

Estas nuevas circunstancias obligan a Barack Obama a reconsiderar sus planes. La crisis del “fracking” podría representar el fin de la autosuficiencia de energía fósil en Estados Unidos. Y, por lo tanto, la vuelta a la dependencia de Oriente Próximo (y también de Venezuela, por ejemplo). Por ahora, Riad parece haber ganado su apuesta. ¿Hasta cuándo?

El viaje de Diana Minero

El viaje de Diana Minero
junio 12, 2015 Voces Comentar
Publicado en: Contracorriente – Dagoberto Gutiérrez, Foro de opiniones, Nacionales, Voces Ciudadanas

Dagoberto Gutiérrez

Todo el lugar estaba lleno de actividad, la gente iba y venía, los papeles se cruzaban unos con otros. Estamos en los años 70 del siglo pasado. Esta es la década encendida, la que tiene las llaves del proceso político salvadoreño, y es la Universidad de El Salvador. Diana es una secretaria inteligente, diligente y guapa.

Parece mover el mundo en su ir y venir, siempre sonriendo pero sin detenerse. Es la esposa del Ingeniero Luis Melara, conocido hombre de izquierda, y ella, por supuesto, una mujer de izquierda, capacitada para moverse en el filo de la navaja de la crisis, palpitante en la tensión de la lucha que avanzaba inexorablemente hacia la guerra de veinte años.

Vivía en el Pasaje Brasilia de San Salvador, histórico lugar cerca del antiguo hospital psiquiátrico, donde hoy está el Instituto Francisco Menéndez. Ahí estaba el taller de su padre, el pintor Camilo Minero. Y ahí mismo, en ciertos días, se reunía la dirección del clandestino e ilegal Partido Comunista de El Salvador.

Luis y Diana tenían 3 hijos: Tamara, la mayor, Pavel, el segundo, y Michelle, la menor. Los 3 de buen apetito, pero Pavel superaba a sus dos hermanas en el arte de comer. En esas fechas, los 3 estaban pequeños, y la familia transcurría en una tensa normalidad que anunciaba aceleradamente la confrontación.

Luis, en sus días estudiantiles, había sido dirigente en la Facultad de Ingeniería de la UES del FURIA (Frente Unido Revolucionario de Ingeniería y Arquitectura), de los cuadros del Partido Comunista que encabezaban la lucha estudiantil e iniciaron las primeras expresiones de lo que sería después la lucha armada y la guerra. En uno de esos experimentos con explosivos, Luis perdió dos dedos de una de sus manos.

En su grupo familiar, Diana siempre fue un centro de mucha actividad en la relación con sus hermanas porque Camilo Minero y Doña Carmencita solo tuvieron hijas y ella, que era la hermana mayor, siempre estuvo atenta a los cumpleaños de sus hermanas y a las actividades sociales y familiares más relevantes. Tenía una capacidad y una habilidad especial para las relaciones humanas, y era dueña de una importante y útil inteligencia emocional que le permitía trascender de su familia hacia el complejo, peligroso y abigarrado mundo político que se movía de manera revuelta en esas décadas de acero.

La lucha de clases elevó su temperatura, como suele ocurrir, y las formas de dominación perdieron su elegancia y sus estilos, la dictadura real, la de todos los días, tuvo que mostrar su verdadero rostro, asesino y sangriento. Llegó la hora de las horas y la familia Minero en su conjunto se incorporó a la guerra. También llegó la hora del exilio. Este fue un momento clave en la vida de Diana, sus hijos se hacen combatientes, y en una hora aciaga, Tamara cae en combate en el volcán de San Salvador, fue en un traslado de campamento, que era un movimiento realizado cada 3 ó 4 días. En esa ocasión, el enemigo pudo ubicar el lugar al que se había llegado y emboscaron a la unidad guerrillera. Ahí cayó Tamara. Durante la ofensiva de 1989, murió Pavel en Ciudad Delgado, era un combatiente consumado, encargado del lanza cohetes.

Diana seguía, en medio de la pena y la amargura por la pérdida de sus dos hijos, sin flaquear, y aunque compartíamos el barbasco de la muerte, no es fácil capturar el dolor de una madre. Todo esto iba, sin embargo, lentamente acumulados en su organismo.

Ella seguía siendo una mujer central, encargada de documentos importantes e información fina, pero siempre tenía tiempo y condiciones para atender y hasta cuidar a otras personas, a combatientes en curación y restablecimiento o en descanso, ella sabía entablar la comunicación conveniente, también sabía capturar las necesidades de las otras y los otros, y tenía la capacidad para colaborar en su solución. Su facilidad de comunicación llegó a ser muy conocida, propia de una persona recordada por mucha gente que conoció de su atención y esmero.

El fin de la guerra abrió un momento incierto que fue definiendo una etapa que no era familiar o vinculado con todo aquello por lo que se había trabajado y luchado tanto. Diana y Luis mantuvieron una posición digna frente a la coyuntura adversa que la post guerra había abierto, cuando los sueños fueron sacrificados por los intereses menos leales y cuando los sacrificios y entregas naufragaban en un mar de negocios y utilidades. Se trataba de un momento oscuro aunque esperable.

Luis muere primero y toda aquella carga y presión de la inmensa guerra y la post guerra oscura golpeó el organismo y la salud de Diana que fue perdiendo el vigor y la vida en medio de una enfermedad indetenible.

Amalia, que era como se llamaba en la guerra, encontró la manera de prolongar la vida dentro de la muerte de una enfermedad pesada y de brazos largos.

Amaba la vida de manera extraordinaria y no perdió la comunicación con las personas, mantuvo el sentido del humor que siempre acompañaba su carácter y su trato, y afirmaba que no quería irse, pero de todas maneras, todos parecemos tener los días contados, y Amalia también tenía su hora, su minuto y su segundo. El jueves 4 de junio, emprendió el viaje final y sin retorno.

Amalia nos deja un ejemplo de vitalidad, de inteligencia y de entrega. Una mujer que jugó la vida minuto a minuto en toda su integralidad y conoció del rostro feliz y del rostro duro, de la miel y de la hiel, y tiene pleno derecho a descansar en paz. Tratándose de estas personalidades, pareciera que nunca mueren y siempre andarán en medio de la gente, conversando, platicando, sonriendo con humor. Por eso Amalia estará siempre entre nosotros, en todos los minutos y los siglos que faltan.

Salvador, 12 de junio del 2015.

Internet debe ayudar a hacer nuestra sociedad más dinámica, eficiente, participativa y justa

Internet debe ayudar a hacer nuestra sociedad más dinámica, eficiente, participativa y justa (+ Video)
Por: Abel Prieto Jiménez
En este artículo: Ciberguerra, Cuba, Cultura, Gobierno, Internet, Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX), Nuevas Tecnologías, Red de Redes en Defensa de la Humanidad
7 junio 2015 | 55 |
191

El mundo virtual de las TIC refleja los principales problemas y contradicciones del mundo real del presente, aseguró Abel Prieto Jiménez, en la clausura de la Conferencia Internacional “Nuevos escenarios de la comunicación política en el ámbito digital 2015”. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate

He preparado algunas notas para leer y comentar aquí; no con el propósito de hacer ningún tipo de conclusión sobre los temas específicos tratados en el evento, sino para describir, primero, a grandes rasgos, el entorno cultural realmente inédito, estremecedor, en que se está produciendo este debate y compartir luego con ustedes algunas apreciaciones sobre el papel de las TIC en la coyuntura actual. Y es que (como me decía un amigo aquí presente el viernes por la tarde, cuando muchos delegados hacían énfasis en la necesidad de generar contenidos), el problema sobre el que hemos estado reflexionando es también en última instancia cultural.

1) La crisis cultural global

-Habría que empezar diciendo que vivimos en medio de una crisis cultural gravísima, la más grave y devastadora de que se tenga memoria. Los paradigmas de la tradición cultural humanista están en franco retroceso frente a la avalancha irresistible de una industria del entretenimiento que no reconoce jerarquías, que ha reducido el arte definitivamente a la condición de la mercancía más vulgar, que expulsó de los altares a los llamados clásicos, que lo mezcla todo, sin orden ni concierto, aquello que puede ser artísticamente valioso con la cultura-chatarra, con fetiches vacíos, con símbolos de la mayor estupidez y frivolidad, y que va más allá en su afán caótico y mezcla realidad y ficción, historia y leyenda, y crea vertiginosamente nuevos mitos y recicla otros, en el torbellino de un espectáculo permanente concebido solo para vender y divertir.

-Con todos estos componentes se pretende formar una criatura rendida ante la tecnología (idealizada más allá de sus funciones y de todo sentido ético) y los fetiches de la industria del entretenimiento; una criatura sin raíces, sin memoria, desamparada frente a la manipulación, egoísta hasta el delirio, sometida, colonizada, incapaz de luchar por su emancipación, que sabe muy bien, siempre, en todo momento, quiénes son los “malos” y quiénes los “buenos” en las guerras virtuales y en las reales; una criatura indefensa ante la arremetida publicitaria, cuyo destino e identidad dependen de su condición de consumidora potencial.

-Todo esto tiene que ver con la llamada globalización, ese fenómeno que Frei Betto ha rebautizado con razón “globocolonización”.

-Alessandro Baricco ha calificado (en Los bárbaros) las experiencias intelectuales del presente como un “surfeo” sobre las olas, siempre en la superficie. Aunque no concuerdo con la benevolencia post-moderna de Baricco, creo que esta idea de “surfear” sintetiza muy bien la superficialidad que propone el proyecto “educativo” del sistema, extraño por esencia al más mínimo afán de rigor y profundidad. Superficialidad, modas, marcas, frivolidad, “surfeo”, en este ámbito deben formarse nuestros jóvenes. En términos de información, el “surfeo” se puede traducir en quedarse, en el mejor de los casos, con los titulares de las noticias, con cápsulas muy simplificadas de los procesos históricos, sociales y culturales, con estereotipos de pueblos, naciones, razas, que nutren forzosamente el desprecio al “otro”. Hay un segundo mensaje central en el proyecto del sistema que es también comentado por Baricco: la impresión de que vivimos un eterno presente; la subvaloración de la historia y la consiguiente amnesia o (en todo caso) una utilización libérrima, fuera de contexto, de “fragmentos” del pasado.

-El entretenimiento ha sido colocado en un trono incuestionable. Es el rey supremo. El valor principal. Sólo él le otorga significado a la producción cultural hegemónica. Se trata además de un entretenimiento amoral, insulso, asociado a la trivialidad más absoluta, al rechazo del más mínimo ejercicio intelectual, al vouyerismo implícito enlos realitys shows y en las distintas plataformas donde se cuentan chismes de “famosos”.Para colmo, se han ido agotando las reservas de historias más o menos divertidas, y la industria se ve obligada a acudir una y otra vez a remakes, a fábulas ya contadas, a personajes de antiguos cómics.

-El entretenimiento ha llegado a dominar incluso el mundo de la información, que está obligada a presentarse de manera “divertida”. Hasta un escritor tan reaccionario como Vargas Llosa, un “intelectual orgánico” del sistema, habla en su libro La civilización del espectáculo de que la profusión de información ha derivado en convertir al entretenimiento y a la diversión en los valores más altos de nuestra época, ocasionando “un trastorno recóndito de las prioridades: las noticias pasan a ser importantes o secundarias sobre todo, y a veces exclusivamente, no tanto por su significación económica, política, cultural y social como por su carácter novedoso, sorprendente, insólito, escandaloso y espectacular” (p. 54). Se está produciendo incluso un tipo de censura por sobresaturación, de modo que un hecho de importancia pierde visibilidad al sumergirse en un torrente de noticias y detalles accesorios.

-El capitalismo, como sabemos, propició momentos de un portentoso esplendor cultural, desde el Renacimiento hasta las vanguardias de la primera mitad del siglo XX, pasando por la Ilustración, los románticos, la gran narrativa realista, la poesía de los llamados “decadentes” y la pintura deslumbrante de aquellos que al decir de Martí quisieron vencer al sol. (No sé si esto suena demasiado “nostálgico”.) Esta acumulación literaria y artística admirable, tan diversa en estilos y expresiones, tenía un componente común: su humanismo. El ser humano, con todos sus demonios y ángeles, con sus deseos más oscuros, con sus esperanzas más hermosas e iluminadas, estaba ahí, en el centro de las búsquedas de los creadores y en el centro de la batalla íntima del público por hacer suyo aquel caudal que lo enriquecía y podía marcar su vida.

-Ese arte y esa literatura de extraordinaria calidad estuvieron siempre acompañados con más o menos suerte por “chatarra” kitsch. Recuerdo que Hauser decía que con el pintor Greuze en el siglo XVIII se había inaugurado en cierto modo el kitsch.

-No olvidemos que, al margen de un Balzac, un Stendahl, un Flaubert, Eugenio de Sue estaba publicando en los periódicos los capítulos de sus novelas con un éxito colosal. Dublinenses de Joyce se publicó en 1914, el mismo año en que naceTarzán de los monos, el libro inicial de la interminable serie de best sellers de Edgar Rice Burroughs. Las 4 mil novelas de Corín Tellado, que llegaron a vender 400 millones de ejemplares, acompañaron durante décadas a muchas obras capitales del siglo XX. Sin embargo, de alguna manera, lo kitsch y la creación auténtica vivían en ámbitos separados.

-Lo que ha pasado en los últimos tiempos es difícil de describir. La creación que tiene valor cultural o se somete a los requerimientos implacables del mercado, se traiciona a sí misma y se prostituye o es desterrada, suprimida o arrinconada, si navega con suerte, a los rincones alternativos.

-Y el éxito en sí mismo de una película mediocre o de un libro mediocre, por ejemplo, propagandizado adecuadamente, es un gancho para que el público vaya a ver la película o a comprar desesperadamente ese libro. Las cifras de recaudación funcionan como parte de la campaña publicitaria. “Si eso lo busca tanta gente, no puedo perdérmelo.” También funcionan del mismo modo los costos millonarios de las superproducciones. “Algo que costó tanto tiene que ser imprescindible para mi vida.”

-La escritora croata Dubravka Ugresic traza en Gracias por no leer un panorama impresionante del mercado literario actual. Describe una Feria del Libro de Londres que se inauguró con la presentación de la primera obra “literaria” de una popular actriz. Según esta autora, “lo trivial ha anegado la vida literaria contemporánea”, en un mundo “donde las memorias de Mónica Lewinsky merecen mil veces más publicidad que las obras completas de Marcel Proust…” (35-36)

-Resulta ineludible recordar ahora la encrucijada que planteaba aquel libro de Umberto Eco que se hizo muy popular a finales de los 60: Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas. Los primeros, los apocalípticos, por supuesto, serían los intelectuales herederos de la crítica muy radical, muy dura, en ocasiones exagerada, de Adorno y Horkheimer, contra la simplificación mutiladora y degradante que estaba sufriendo la gran cultura burguesa europea a manos de los medios de difusión y del empresariado norteamericano. Los segundos, los integrados, vendrían a ser aquellos que se dejan absorber por el sistema sin conflictos de conciencia, que trabajan para él, que aplauden como signo de una nueva época la expansión a través del cine, de la radio y la televisión, del disco, de los cómics, del teatro musical, de la prensa, de un producto cultural ingenuo, sencillo, ajeno a las ambigüedades y a los enigmas. Eco se colocaba, si mal no recuerdo, en un punto intermedio: no asumía el rechazo apocalíptico ni la integración a plenitud. Su posición podría definirse como la de un “integrado crítico”.

-Es útil, repito, recordar hoy aquella encrucijada planteada por Eco, aunque hay que tener en cuenta que en los 50 años transcurridos desde la publicación de aquel libro los avances de la llamada “industria cultural” han sido aplastantes como han sido francamente trágicos los retrocesos de la cultura humanista, la europea en particular, aunque de todas partes. Ya hay cada vez menos espacio para el “integrado crítico” que proponía Umberto Eco. Ahora la encrucijada que propone la maquinaria hegemónica es más radical: o te integras definitivamente o no existes. Es así. (El propio Umberto Eco anunció no hace mucho una versión abreviada, más “ligera”, más light, de El nombre de la rosa, que en su momento fue un best seller, y provocó un debate muy virulento. Muchos vieron una capitulación vergonzosa, por dinero, en ese proyecto.)

2) Las TIC y la crisis cultural global

-Es evidente que el mundo virtual de las TIC refleja los principales problemas y contradicciones del mundo real del presente: la concentración de poder en manos de transnacionales; la desigualdad creciente, abismal, entre pobres y ricos, entre el Norte y el Sur; la privatización del conocimiento y la cultura; la visión imperial y belicista que concibe la Web como un espacio militarizado; la injerencia, la violación de la soberanía de las naciones y de la privacidad más elemental de los individuos; la reducción del ciudadano al estatus de consumidor potencial y el manejo inescrupuloso de sus inclinaciones más íntimas para crearle falsas necesidades.

-Pueden distinguirse dos polos extremos, antagónicos, entre los usuarios de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación: (1) aquellos que se han apropiado de estas herramientas para construir desde distintos ángulos núcleos de resistencia cultural que de un modo u otro se orientan hacia la emancipación humana; y (2) los que comparten los códigos y modelos de los medios tradicionales de difusión y se entregan a la mezcla amorfa, desjerarquizada, característica de la crisis cultural de la contemporaneidad.

–Un ejemplo del primer grupo, el de la vanguardia (no “apocalíptica” en este caso; sino crítica y capaz de generar alternativas), son las comunidades de software libre o los científicos que presionaron a través de sus blogs para divulgar la verdad sobre la central nuclear de Fukushima o aquellos que han sido capaces de fundar agrupaciones colaborativas ecológicamente racionales y sustentables en medio del torbellino consumista. Otros muchos los hemos escuchado aquí, de compañeros argentinos, venezolanos, ecuatorianos, brasileños, que emplean las TIC en defensa de las causas populares.

-Los segundos, absolutamente “integrados”, aprovechan al máximo las posibilidades ofrecidas por las redes para disfrutar el encanto de la frivolidad; son los seguidores en Twitter de los “famosos”, los que nutren las estadísticas del llamado Golden Tweet, ganado por la selfie de Ellen DeGeneres con diversas celebridades durante la transmisión de los premios Oscar (foto que suma tres millones 367 mil 950 retuits y dos millones 018 mil 644 favoritos); los que se han sumado a la marea de seguidores de Katy Perry, que le ha permitido batir el recórd de los 50 millones de seguidores en Twitter; los que han colocado en segundo lugar a Justin Bieber motivados por sus últimos problemas con la justicia en EEUU, y que le han llevado a tener 49.214.521 seguidores. Según el ranking de una cadena de noticias sobre los diez momentos más tuiteados en la historia de la red social el hecho que más tráfico generó fue el embarazo de Beyonce, que alcanzó los 8.868 tweets por segundo, cuando la cantante anunció la noticia en la gala de los MTV Video Music Awards. El segundo y el tercer momentos que tuvieron más reacción están vinculados a dos noticias del fútbol, con 7.196 y 7.166 tweets por segundo. Hubo que esperar al noveno y al décimo lugar para llegar a temas no asociados al universo del espectáculo (cultura y deportes), aunque también presentados de modo “espectacular”: el terremoto en la costa este de Estados Unidos y, finalmente, la muerte de Osama Bin Laden. Entre las trampas del sistema hay que subrayar que estas personas del segundo grupo creen que están debidamente informadas y que participan con decisiones libres en estos procesos. En realidad, escogen a quién seguir o qué hecho los motiva más para retweetear a partir de la agenda que se les ofrece y termina imponiéndose.

-Al propio tiempo, en esta zona de las TIC “integradas” al sistema hay que resaltar el empleo de las mismas por la reacción para reiterar la agenda mediática hegémonica y circular mensajes falsos para desacreditar a líderes y procesos progresistas. En el 1er panel de este evento el viceministro bolivariano de redes sociales puso ejemplos de cómo, através de Twitter, la oposición puso a circular fotos de actos violentos provocados supuestamente por el gobierno que en realidad pertenecían a imágenes de hechos ocurridos en otros contextos y países.

-Entre esos dos extremos, podrían añadirse otros internautas que utilizan las redes para hacer negocios o con propósitos educativos o para mantener vínculos profesionales de utilidad o emprender proyectos colectivos de creación o incluso de modo más personal, para combatir la soledad o el aburrimiento, o combinar cualquiera de los objetivos mencionados con la búsqueda de información general, distracción o placer.
Abel Prieto, asesor del Presidente Raúl Castro. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate

Abel Prieto, asesor del Presidente Raúl Castro. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate

3) Papel de las vanguardias en el uso de las TIC como instrumento de emancipación

-Alfredo Guevara decía que no creía en las élites pero sí en las vanguardias. Es importante el hecho de que lo haya dicho el fundador del ICAIC (siglas que significan Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos), es decir, la persona que dirigió la gestación de un cine nacional, dirigido a las masas, sí, pero con alto valor artístico, sin perder de vista que había un componente industrial en esa creación.

-Creo que esta idea es esencial para enfrentar el desafío de las nuevas tecnologías y su doble rostro, como instrumento de emancipación y como espacio reproductor de la dominación. Es imprescindible conectar a los núcleos de vanguardia que están utilizando las TIC en la defensa de la verdad, la justicia, la democracia real, de un mundo mejor, e intentar trabajar de manera más articulada.

-La diferencia entre las élites y las vanguardias es que las primeras se enclaustran, se aíslan, intentan no contagiarse con bacterias plebeyas, y las segundas se empeñan en reclutar a todo aquel que sea reclutable para una causa que vale la pena.

-No hay que criticar al que habita, fascinado, el mundo de las nuevas tecnologías solo por entretenimiento o por sumar obsesivamente “amigos” que compartan sus aficiones en Facebook u otra red social. No podemos reprocharlos en nombre de un uso exclusivamente “culto” o de “activismo social” de las nuevas tecnologías. Pienso que el reto de la vanguardia sería atraer de manera respetuosa a algunos de ellos, que quizás podrían multiplicarse. Un miembro del panel del viernes por la tarde, un compañero brasileño que creo que vive en Ecuador, al debatir la necesidad de crear redes sociales propias, ajenas al control de las ya conocidas, decía: “Hay que estar donde esté la gente, y, si la gente está en Facebook y en Twitter, tenemos que estar también ahí.” Recuerdo que Chomsky contó en una visita que nos hizo, hace varios años, que a los primeros conversatorios que organizó contra la guerra de Viet Nam iban cinco o seis personas, muy poca gente. Tenía que anunciarlos con un añadido, no sé, “Hoy se hablará en tal sitio de la guerra de Viet Nam y de la vigencia de Freud” o algo así, un tema “gancho” que motivara a la gente. Y se fueron sumando a esas charlas más y más jóvenes.

-Tal vez nuestra vanguardia pudiera emplear aquella técnica de Chomsky y convidar a foros virtuales para debatir temas diversos, atractivos (no la vigencia de Freud, quizás no funcionaría) y, entre esos temas, incluir otros con cierta sustancia. Habría que promover la idea de que el conocimiento puede ser placentero, de que no solo las lentejuelas de la farándula son atractivas y alegres, de que ejercitar un poco la inteligencia y entender algunas cuestiones esenciales del mundo en que vivimos puede ser atractivo y alegre, “dulce y útil”, como decía el clásico. Quizás podrían usarse como pretexto una fecha importante, qué sé yo, el nacimiento de Hemingway (ya casi nadie lee a Hemingway, ni casi nadie lee a casi nadie, pero al menos la gente tiene una idea de que existió un individuo algo exótico llamado así), y hablar un poco de él y de su obra, y hasta circular alguno de sus breves y excelentes cuentos. O un evento de mucha resonancia, tratando de llegar a las causas, adonde nunca llegan los medios hegemónicos.

-No soy quién para aconsejar a nuestra vanguardia en el uso de las redes; pero creo que tenemos que reflexionar sobre la polarización que se produce automáticamente (y con mucha pasión y virulencia) cuando aparece un “apocalíptico” cuestionándose algún aspecto de estas tecnologías en nombre de la tradición cultural humanista. Inmediatamente es acusado de “nostálgico”, de fósil viviente incapaz de entender las posibilidades infinitas que ofrecen las TIC y de asumir que este planeta cambió definitivamente y que ya aquellos paradigmas culturales pertenecen al pasado. Lo vi cuando Vargas Llosa publicó el libro que mencioné, La civilización del espectáculo, que es un refrito, lo sé, del de Guy Debord (La sociedad del espectáculo) y de muchos otros estudios anteriores. Sé que se permite descalificaciones absurdas de las artes visuales contemporáneas y no entiende lo esencial del problema denunciado: se autotitula un neoliberal convencido, fundamentalista, pero se escandaliza con las consecuencias culturales del neoliberalismo. Sin embargo, dice cosas atendibles; describe fenómenos reales que tienen que preocuparnos. No podemos asumir posiciones nostálgicas; pero hay que defender la memoria cultural de la humanidad. La burguesía, que la propició y financió gran parte de esa memoria, está terminando de aniquilarla; pero, si es patrimonio de alguien, lo es sin duda de la izquierda, de la gente que cree aún en las utopías, y debemos seguirla defendiendo hasta que el planeta desaparezca.

-Por otra parte, hay observaciones que nuestra vanguardia debe evaluar con cierto detenimiento. ¿Hasta qué punto, por ejemplo, las TIC están afectando los hábitos de lectura, de expresión escrita, de pensamiento? ¿La percepción que trasmite Nicholas Carr sobre cómo fue perdiendo su capacidad para “la lectura profunda” y para el propio ejercicio del pensar pertenece a una dramatizada alarma “apocalíptica” o describe un proceso genuino? Dice Carr: “¿quién podría negar que es un avance casi milagroso que, ahora, en pocos segundos, haciendo un pequeño clic con el mouse, un internauta obtenga una información que hace pocos años le exigía semanas o meses de consultas en bibliotecas? Pero también hay pruebas de que, cuando la memoria de una persona deja de ejercitarse porque para ello cuenta con el archivo infinito que pone a su alcance un ordenador, se entumece y debilita.” ¿Será cierto eso? Creo en todo caso que los intelectuales más preparados para responder estas preguntas son los miembros de esa vanguardia emancipatoria de las TIC.

-A su vez, el teórico, activista y crítico de Internet holandés Geert Lovink, profesor de la Universidad de Ámsterdam y fundador del Instituto de Culturas de Red, denuncia que la mezcla caótica de elementos que no valen la pena con otros de importancia (un rasgo esencial, como hemos visto, de todo el panorama cultural contemporáneo) está presente en los propios “motores de búsqueda” de Internet: “Con el auge de los motores de búsqueda, ya no es posible distinguir entre perspicaces percepciones patricias y el chismorreo plebeyo. (…) Hoy día un fenómeno completamente nuevo está causando alarma: los motores de búsqueda disponen en orden de acuerdo con la popularidad, no con la Verdad. (…) Pronto buscaremos y solo nos perderemos. El espectro de la sobrecarga de información ronda a las élites intelectuales del mundo. (…) No solo han hecho implosión las viejas jerarquías de la comunicación: la comunicación misma ha asumido el estatus de una agresión al cerebro.” (Geert Lovink, “La sociedad de la consulta: la googlización de nuestras vidas”, nueva versión de un ensayo de junio de 2008, Denken Pensée Thought Myśl. E-zine de Pensamiento Cultural Europeo, Criterios, volumen 1, p. 52-3.) (Fíjense: la idea de la popularidad como cualidad dominante para “saltar” a los primeros puestos de los buscadores coincide casi literalmente con los pilares del universo de los “famosos”.)

-Lovink acusa directamente a Google de recopilar información de sus usuarios para venderla luego y rinde homenaje en el texto citado a Joseph Weizenbaum (autor de El poder de las computadoras y la razón humana, 1976). Para Weizenbaum, “El problema de Internet (…) es que se nos invita a verla como un oráculo de Delfos (…) (que) proporcionará la respuesta a todas nuestras preguntas y problemas. Pero Internet no es una máquina tragamonedas (…) para obtener lo que se quiere. La adquisición de una adecuada educación y pericia para formular la consulta correcta es esencial. (…) Escribe Weizenbaum: La posibilidad de que cualquiera ponga algo en Internet no significa gran cosa. Tirar en ella cosas al azar es tan inútil como pescar de ella al azar. (…) Desde el auge de los motores de búsqueda en los 90 vivimos en la Sociedad de la Consulta, que, como indica Weizenbaum, no está tan alejada de La sociedad del espectáculo de Guy Debord (…) [que] se basaba en el auge de las industrias del filme, la televisión y la publicidad. La principal diferencia de hoy es que se nos pide explícitamente que interactuemos…” Lovink, cit., p. 60-61.

-Por supuesto, creo que la descalificación brutal de la “interactividad” por parte de Weizenbaum no puede tomarse al pie de la letra. Hay muchos ejemplos de cómo “tirar cosas al azar en Internet NO es siempre inútil”, sobre todo si no se hace al azar y en especial si logramos articular los empeños de muchos. Ramonet, por ejemplo, habla de que la información de los blogs y las redes “puede ser muy buena o muy mala”; pero, al referirse a lo que hemos llamado “vanguardia”, dice que “hoy día, por ejemplo, las redes funcionan como un gran corrector”. “Si un medio dice una enorme mentira [asegura], las redes lo van a corregir y van a difundir el error. Las redes han hecho las principales revelaciones de este tiempo. No son los periódicos, no son los medios, los que han hecho las dos grandes revelaciones de los últimos 5 años, como son Wikileaks y Edward Snowden (…). Hoy, las redes son el complemento indispensable y, en sí, un medio de información. (Entrevista para El Telégrafo, Ecuador)”

4) Las TIC y su influencia en la vida política. La Red EDH

-Cuando escuchaba al periodista mexicano Pedro Miguel, de La Jornada, diciéndonos en el panel del viernes que “el escenario bélico, de confrontación” de Internet y de las TIC “es menos desventajoso para las mayorías” (“los pueblos”, dijo él, “tienen más chances” de hacer oír sus voces en este nuevo espacio), recordé la gestación, precisamente en México y por Pablo González Casanova y otros intelectuales vinculados casi todos a La Jornada, de una red de escritores, artistas, comunicadores, activistas y luchadores sociales para movilizar la opinión pública frente a la ofensiva armada imperial encabezada por Bush en el año 2003. Era un momento extremadamente peligroso: todavía no había señales de la resistencia irakí y los tanques norteamericanos avanzaban hacia Bagdag en una marcha triunfal, mesiánica, escoltados por sus fieles cronistas de CNN. En Miami la ultraderecha de origen cubano organizaba marchas con la consigna “Irak ahora, Cuba después”. En una graduación de oficiales en West Point, Bush había dicho que las fuerzas armadas de los Estados Unidos tenían que estar dispuestas a atacar de inmediato, tan pronto se les indicara, a “sesenta o más oscuros lugares del mundo”.

-Nunca olvidaré cuando Fidel invitó al núcleo que estaba gestando la red, y nos reunimos aquí en la Habana, en un saloncito de este mismo Palacio, con varios intelectuales cubanos, para hablar del proyecto. Invertimos varias horas discutiendo si debía llamarse “frente antifascista” (algunos pensaban que el fascismo era un fenómeno europeo, históricamente enmarcado, y que Bush y su equipo de halcones no podían clasificarse propiamente como fascistas) hasta que finalmente uno de los amigos mexicanos, Gilberto López y Rivas, fundamentó que el nombre no debía ser “anti” o “contra” algo, sino “en defensa de algo”, y por aclamación quedó bautizada como red “En defensa de la humanidad”. Se hizo un 1er encuentro en México, en octubre de 2003, al que asistió, por cierto, el líder de un movimiento social que sería después presidente de Bolivia: Evo Morales; uno segundo en Oviedo (España), en abril de 2004; y un congreso muy trascendente, casi multitudinario, con varios cientos de participantes, en Caracas, en diciembre de 2004, presidido por el Comandante Hugo Chávez. Al año siguiente, la Red EDH participó muy activamente en los eventos paralelos a la Cumbre de las Américas de Mar del Plata, cuando el ALCA (que pretendía imponer Bush) fue derrotado.

-Esta red ha trabajado durante todos estos años, utilizando Internet y más recientemente las redes sociales, en el esfuerzo por interconectar a muchísimas personas y grupos que trabajan en América Latina y el Caribe, en España, en Francia, en Italia y otros países europeos, para mover las ideas anti hegemónicas, sin sectarismos, sin dogmatismos, sin exclusiones, en torno a los llamados “ejes temáticos” aprobados en el evento de Caracas: en defensa de la verdad y frente a la mentira mediática; en defensa del medio ambiente; en defensa de la diversidad cultural; en defensa de la soberanía y de la legalidad internacional; en defensa de la cultura y el conocimiento para todos… Ha tenido altibajos, momentos opacos y otros brillantes, como su contribución (de gran valor conceptual) a la Cumbre de los Pueblos, en Río de Janeiro (2012). Tuvimos incluso el privilegio de que Fidel se reuniera dos años consecutivos, en 2011 y 2012, en torno a la celebración de nuestra Feria del Libro, con integrantes de la Red EDH y de que nos propusiera el lanzamiento simultáneo en varias ciudades de un folleto con la transcripción de esos diálogos en formato digital.

-Ha sido difícil: la derecha actúa férreamente unida cuando siente que su reinado está en peligro; la izquierda tiende por desgracia a dividirse. La maquinaria hegemónica, ya lo sabemos, legitima con su enorme poder mediático a las celebridades sin ideas y descarta a los incómodos. E impide que se unan por todas las vías a su alcance. Pero, de todos modos, sería muy estimulante para la Red EDH que algunos luchadores de las TIC se aproximaran a lo que hemos hecho desde Cuba, desde Venezuela, desde Ecuador (que convocó un interesantísimo evento de la Red exclusivamente dedicado a los jóvenes), desde Bolivia, desde los demás países del ALBA, desde el increíble Festival de Poesía de Medellín. Había un principio que Pablo Glez Casanova defendía con mucha insistencia: no es una Internacional; se trata de una red de redes. Se le suman redes que no pierden su identidad. La red de poetas, por ejemplo, que coordina Fernando Rendón en Medellín, se sumó. Y así lo hicieron Alex Pausides y Aitana Alberti con su Red Poesía Sur, y así lo han hecho muchas otras. Qué útil sería establecer contactos con los amigos de Argentina que fundaron su propia red social y con otras compañeras y compañeros que trajeron aquí sus experiencias. La Red En defensa de la humanidad está presente en la web con varios sitios, blogs, y está en distintas redes sociales: en Twitter, en Facebook, Google+, Youtube, y otras.

-En cuanto a las TIC, hay que tener en cuenta que estos nuevos instrumentos para hacer política, para movilizar a la gente, para construir afinidades y consensos, para gestar comunidades, para mover ideas, surgen en una etapa en que los sectores políticos tradicionales han venido cayendo en el descrédito. Corrupción, mediocridad, juego sucio, falta de transparencia, golpes bajos, demagogia barata, subordinación a las grandes corporaciones, todo esto junto y mucho más, ha hecho que la política toque fondo en términos éticos.

-En general es un momento en que las diferencias entre los políticos que compiten por un determinado puesto tienen más que ver con la imagen que proyectan que con sus programas o sus ideas.

-Uno de los principales retos de nuestra vanguardia tiene que ver precisamente con el tema de este evento. ¿Cómo utilizar las nuevas tecnologías para propiciar la participación ciudadana y hacer política de verdad, política revolucionaria, política emancipadora?

-Hay un artículo muy interesante publicado en la revista Temas de nuestro Ministerio de Cultura, de un profesor de la Universidad Sur de California, Roberto Suro, sobre la movilización que logró en el 2012 el equipo de campaña de Obama a través de las redes sociales. Se llegó a movilizar a los jóvenes votantes de entre 18 y 29 años (las dos terceras partes del voto juvenil) y esto fue decisivo para el triunfo del candidato demócrata. “La campaña de Obama (dice Suro) generó un flujo estable de contenido digital sumamente atractivo que alcanzó al público en una variedad de plataformas en línea (…), mensajes de correo electrónico, colocaciones en Facebook, mensajes en Twitter y videos en You Tube. (…) Los videos de campaña de Obama colocados en la Red fueron vistos alrededor de 133 millones de veces.” Con mucho mayor impacto, según Suro, que si se hubieran exhibido a través de la TV. Los receptores de los mensajes emitidos por el equipo de campaña se convertían a su vez en “creadores” (al incorporarles elementos de su cosecha y circularlos a su propia red) y miles de ellos terminaron siendo activistas voluntarios. “La organización política digital de Obama (…) imprimió en los participantes la sensación de involucrarse en algo diferente, de hacer algo por vez primera, de estar a la vanguardia. Y así, aunque estaban sirviendo a los intereses de alguien en el poder y de un partido político profundamente enredado con la élite de negocios y de los medios (…), los soldados digitales de a pie podían sentirse como si fuesen rebeldes, gente de afuera.” “El contenido en línea fue diseñado específicamente para hacer que los receptores se sintieran tentados a compartirlos con sus amigos.” Se utilizó el humor y fue una campaña “inspiradora en su tono, alentadora e inexorablemente positiva porque se estimó que un material así tenía muchas más probabilidades de ser compartido”. El monitoreo sistemático del “centro” le proporcionó información continua sobre qué mensajes eran mejor acogidos. La red estaba diseñada además “para permitir que el centro le inyectara contenido en múltiples puntos al flujo de información”. Por otra parte, Suro reconoce que “Lo que mostró la campaña de Obama fue que, en la sociedad de la información, la calidad del contenido es importante, pero no decisiva”. Aunque se diferenció de otros modelos tradicionales, muy sucios y a menudo escandalosos, de búsqueda de apoyo y financiamiento electorales, Suro reconoce que “Esto no quiere decir que Internet haya acabado con el clientelismo, la corrupción y la compra de influencias. En lo absoluto. El dinero sigue contando y los empleos siguen siendo la moneda de cambio de la lealtad. (…) Por lo tanto (se pregunta), ¿cuál es, entonces, el producto final de esta nueva forma de activismo político? ¿Cuánto está cambiando la sociedad de la información los modos en que se practica la política? ¿Acaso todo esto es apenas un poco más de la sobrexpectación que asociamos al último aparato o software?”

-Debo decir que este analista me pareció muy honesto: aunque se confiesa deslumbrado por la campaña digital de Obama, por su novedad, por su originalidad, aunque exagera a mi juicio los aportes personales con que los receptores-creadores-difusores pudieron enriquecer los mensajes del “centro”, Suro se ve obligado a describir cómo se diseñaron esos mensajes “optimistas”, con un toque de humor, concebidos para gustar a los jóvenes e incitarlos a su circulación. Tampoco oculta el papel decisivo del “centro” y su pertenencia orgánica al sistema. Y lo que siempre ha sido el fundamento de ese sistema: el dinero.

-Por otra parte, recordemos la alerta de un grupo de especialistas de la coalición Just Net (“Por un Internet Justo y Equitativo”) sobre la influencia directa que han logrado o pudieran lograr las redes sociales en los resultados electorales: “¿Cuánto poder tendría, en una campaña electoral, o en un momento crucial de decisión gubernamental, un Facebook desregulado, armado con datos masivos sobre gran parte del electorado, y con el control sobre los algoritmos que determinan lo que este electorado ve en su suministrador de noticias?” (www.justnetcoalition.org)

-Recordemos el papel de “sargento político” que le tocó desempeñar a Bin Laden cada vez que la popularidad de Bush bajaba. Siempre aparecía un video muy oportuno y satánico del líder de Al Quaeda donde amenazaba con volar en pedazos a la mitad de Estados Unidos. (Una aclaración: un “sargento político” en nuestra carnavalesca república neocolonial era una especie de “recaudador de votos” con métodos muy personales de persuasión, compra, chantaje.)

-Ahora, luego de echar un vistazo a la experiencia de Obama y teniendo en cuenta estas alertas, volvamos a la pregunta anterior: ¿cómo utilizar las nuevas tecnologías para propiciar la participación ciudadana y hacer política de verdad? Ya sabemos que se han usado para la politiquería, para vender un candidato, una imagen, un par de slogans vacíos, alguna promesa de las que se lleva el viento. Pero aquí hablamos de otra cosa.

-Díaz-Canel abordó el tema en la clausura del 1er Taller Nacional de Informatización y Ciberseguridad, en febrero de este año: “Internet (…) impone desafíos a las formas hasta ahora prevalecientes de organización y participación social. El socialismo le otorga un lugar preferencial al derecho a la información como condición para el pleno ejercicio de la crítica y la participación del pueblo. Internet plantea desafíos a las formas tradicionales de comunicación social, al uso de los medios de comunicación, al papel de los individuos en el espacio público y exige la existencia de políticas, normas y formas de funcionar nuevas (…) para garantizar ese derecho. Internet, además de un espacio de acceso a la información, es un espacio para la comunicación social, la cooperación, la asociación y el trabajo en sus más variadas manifestaciones y como tal debe favorecerse.”

-En esa ocasión, dejó establecida con total claridad la posición de Cuba en torno a las nuevas tecnologías, algo que en este evento se ha ratificado por otras autoridades cubanas. Insistió allí en “la determinación de la dirección de la Revolución en llevar a cabo un proceso de informatización de la sociedad, masificando el uso de las TIC, satisfacer las necesidades crecientes de información y servicios, elevar el bienestar de la población, acelerar el desarrollo económico y social y dar a conocer las razones de Cuba y nuestra verdad en la red”. Señaló que se garantizará “el uso seguro y amplio de Internet de manera inclusiva en función del desarrollo del país. El Estado trabajará para que este recurso esté disponible, accesible y costeable para todos”. “La estrategia para su acceso [añadió] debe convertirse en un arma fundamental de los revolucionarios para lograr la participación social en el proyecto de sociedad que queremos.”

-Como puede verse, hay diferencias sustanciales entre un uso coyuntural de las TIC para la movilización política, basado en ciertas habilidades, en ciertos trucos, en aspectos más formales que de contenido en el diseño de los mensajes, en lo que Suro llama “sobrexpectación” ante un nuevo dispositivo o un nuevo software, y las bases conceptuales que explicó Díaz-Canel. La participación real de nuestros ciudadanos, su ejercicio sistemático y comprometido de la crítica revolucionaria, la convocatoria transparente (nunca manipuladora) al debate y a la intervención en los procesos para alcanzar el socialismo próspero y sostenible que nos hemos propuesto, son características del modo en que Cuba se ha venido apropiando de las TIC y de cómo aspiramos a convertirlas en un instrumento democrático genuino y no engañoso.

-Para nosotros no se trata de darle una utilización pragmática, instrumental, al uso de plataformas digitales, es decir, concebirlas únicamente para facilitar transacciones financieras o hacer más visibles nuestras instituciones o aprovechar las redes para gestionar más eficientemente determinados servicios. De lo que se trata es de pensar la tecnología como un proceso que, integrado a la economía, la política y la cultura, sea parte esencial del desarrollo de la sociedad y del crecimiento (intelectual, profesional, espiritual, político) de los seres humanos.

5) La influencia de la industria hegemónica del entretenimiento en Cuba y su coincidencia con proyectos subversivos

-Todos los elementos nocivos para la inteligencia, para nuestros valores, para nuestra identidad cultural, que caracterizan a la industria hegemónica del entretenimiento, tienen una fuerte presencia hoy en Cuba. Por supuesto, nuestro criterio para enfrentar este desafío no tiene nada que ver con censuras ni prohibiciones. Aparte de que ya es una verdad suficientemente verificada que prohibir algo equivale a contribuir de inmediato a promoverlo, las nuevas tecnologías convierten esa pretensión en algo inútil.

-Esta guerra de símbolos, esta guerra cultural, de valores e ideas, tenemos que ganarla dentro del individuo, en su tejido espiritual y moral, en su intelecto, en su comprensión cabal de quién es, dónde habita y qué aspira para su país y para la humanidad. Y es de vida o muerte para nosotros ganarla entre los jóvenes que nacieron y se formaron en medio de las gravísimas limitaciones materiales del Período Especial y no conocieron la Cuba capitalista.

-Sobre nosotros coinciden la campaña universal de “globocolonización” al decir de Betto y proyectos específicos de subversión. Tienen obviamente muchos puntos en común; porque la “globocolonización” aspira a liquidar toda resistencia frente al gobierno mundial de las corporaciones y a conducirnos a la aceptación del capitalismo como el sistema “natural” e inevitable de organizar la sociedad y las relaciones entre seres humanos.

-El proyecto a escala global se propone desmantelar cualquier forma de pensamiento crítico que surja en los jóvenes, incorporarlos al sistema o hacerlos derivar hacia un cinismo inocuo, apartar su atención de los problemas sociales, llevarlos a seguir creyendo en el mito de Rockefeller y en la leyenda de Cenicienta, a fantasear sobre el golpe de suerte que los sacará de las sombras y los conducirá hacia una recompensa dorada. La lotería, el matrimonio con un príncipe o una princesa azules o también dorados, una herencia imprevista, la victoria de tu caballo o de tu perro en las carreras, el empleo prometedor de un ascenso vertiginoso, la visita inesperada del Hada Madrina o del Ángel de la Guarda o de un amigo de la infancia que se ha vuelto millonario, el éxito en una audición para actuar en una película y dar el primer paso hacia el club de las estrellas, cualquiera de los miles de caminos que pueden tomar los “elegidos”.

-El proyecto de subversión específico contra Cuba incluye todo el plan anterior, con un énfasis particular en la promoción de un ideario anticomunista, antipatriótico, anexionista, que conduzca a pensar en la restauración del capitalismo en nuestro país como sinónimo de progreso y desarrollo.

-Hay un artículo de Rosa Miriam Elizalde, precisamente en el número de la revista Temas que les mencioné, que es excelente: “La glasnost: paradoja en la era de la Web 3.0”. Allí Rosa Miriam revela varios antecedentes de los proyectos de nuestros enemigos de utilizar las nuevas tecnologías contra la Revolución. Habla del Grupo de Trabajo para la Libertad de la Internet Global (GIFT), que fue creado en febrero de 2006 por Condoleezza Rice y se planteó entre sus objetivos principales monitorear a Irán, China y Cuba las 24 horas del día para crear herramientas “contra la censura”. Hillary Clinton revitalizó el GIFT “como foro para abordar las amenazas a la libertad de Internet en todo el mundo” y “desafiar a los gobiernos extranjeros que practican la censura y la vigilancia”. El GIFT estuvo vinculado activamente a la llamada revolución verde iraní, una campaña a través de Twitter contra las elecciones en Irán. Se demostró que de los 10 mil usuarios de esa plataforma que enviaron mensajes durante la “rebelión” solo cien estaban ubicados en el país islámico. Este Grupo de Tareas recibió en 2010 el nombre de NetFreedom y sigue siendo clave para dar fondos, construir líderes locales y generar proyectos contra Cuba en el espacio digital. El proyecto ZunZuneo (una operación encubierta del gobierno de los Estados Unidos contra nuestro país develada por la agencia de prensa AP) muestra las fórmulas de este tipo de plataforma ilegal: crear, sin alertar a sus usuarios, una base de datos potente que segmenta a la población, identifica entre multitudes a aquellos propensos a movilizarse para el cambio de sistema político y activarlos en momentos de conflicto.

-Rosa Miriam profundiza en este artículo en las diferencias radicales que separan a la Revolución Cubana de aquel socialismo europeo que, para emplear la expresión tan gráfica de Fidel, “se desmerengó”. Sin embargo, nos alerta con mucha lucidez y muchos argumentos sobre cómo no podemos descuidar, incluso en medio de la batalla económica, el terreno de “la subjetividad”. “A diferencia de la Isla (dice Rosa Miriam), bajo influencia de la industria cultural de EEUU y con un notable número de emigrados cubanos en ese país, la URSS se había cerrado a cal y canto a la influencia occidental, mientras excluía de sus instituciones políticas todo instrumento teórico que resaltara la importancia de la subjetividad.” Y cita a Julio García Luis: la comunicación social fue “el punto neurálgico más débil por donde se abrió paso la estrategia de desmontaje político y moral de la sociedad soviética…”

-En este punto es inevitable recordar a Gramsci (un marxista considerado heterodoxo en el llamado “socialismo real”) y sus ideas acerca de la hegemonía cultural. Sin ella, sin esa hegemonía cultural, aunque las fuerzas anticapitalistas tengan el poder político, económico y militar, todo termina siendo frágil y reversible. Por fortuna, Martí fue gramsciano antes de que naciera Gramsci, y Fidel, Raúl y la generación del Centenario lo fueron, aunque quizás no por lecturas directas, sino por la vía martiana. “Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras”, dijo Martí, algo que Gramsci hubiera suscrito sin dudarlo. “Toda Revolución es hija de la cultura y de las ideas”, dijo Fidel, y Gramsci le hubiera dado enseguida la razón. De ahí que la transformación de la sociedad cubana que comenzó en enero de 1959 se acompañó de la alfabetización del ciento por ciento de la población, de la fundación de la Imprenta Nacional y la publicación de miles y miles de libros, de cubrir el país de escuelas y maestros. Para transformar la sociedad había que transformar al ser humano y la única vía para hacerlo eran la educación y la cultura.

-Martí fue uno de los más trascendentes pensadores de la descolonización de todos los tiempos y, aunque obviamente no llegó a conocer las TIC, nos dejó un instrumental magnífico para apropiarnos de ellas y utilizarlas a plenitud de una manera descolonizada. Como mismo ocurre en el orden político y económico, debemos promover, Cuba, el ALBA, la CELAC, otros actores progresistas de la comunidad internacional, la difusión de un pensamiento descolonizador sobre el uso de estas tecnologías. Eso y la promoción del uso de Internet en beneficio de los que menos tienen, es lo que esperan los pueblos de nosotros. Internet es un derecho social que debemos promover para todos. Tenemos que rechazar la pretensión de aquel que por tener mayor poder adquisitivo pueda considerarse con mayor derecho. Como dijera en la inauguración de este evento Abelardo Moreno, “Debemos apostar por un uso de las TIC que promueva la solidaridad social, el compartir y cooperar, valores que deben estar asociados a la sostenibilidad económica, cultural y política de nuestras naciones”.

-Cuba cuenta con el acceso masivo al conocimiento y la cultura de sucesivas generaciones, que forman parte de las reservas de capital humano de la Isla, para estar a la ofensiva en estos nuevos escenarios. Tenemos que construir un socialismo digital, no la imitación del internauta como consumidor enajenado. Hay que acompañar el reto tecnológico con el desafío cultural, y enfrentar ambos reforzando una conciencia crítica colectiva, con la participación de todos los ciudadanos. Como decía Díaz-Canel en el Taller Nacional ya mencionado, estamos aplicando en esta área el estilo de siempre de la Revolución Cubana: la convocatoria al debate, a la consulta popular, al análisis entre todos. Las cifras de participantes en ese Taller, por vía de los foros online y en los encuentros presenciales, fueron de varios miles. Aquella recomendación capital de Weizenbaum sobre la “educación” y la “pericia” indispensables para buscar en Internet tenemos que convertirla en un patrimonio masivo de nuestro pueblo, en una brújula para todos.

-En Cuba Internet debe ayudar a hacer nuestra sociedad más dinámica, eficiente, participativa y justa. Vemos Internet como una herramienta al servicio del desarrollo humano sostenible del país y de su inserción efectiva en el concierto de naciones. Nuestra estrategia de acceso está siendo diseñada sobre la base de la más amplia participación, a partir de las prioridades del país y de la búsqueda de la soberanía tecnológica. Internet debe ponerse en función de la defensa de la identidad y de la cultura nacional y de la apropiación por parte de los cubanos del patrimonio cultural y científico del mundo. Dará cada vez más un apoyo decisivo a la promoción internacional de los frutos del capital humano formado en todos los campos por la Revolución.

6) La Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información de 2003. Breve recuento

-Hace más de once años de la primera fase de la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (CMSI) realizada en Ginebra en diciembre de 2003, en la que por vez primera el debate acerca de estos asuntos dejó de ser estrictamente técnico para convertirse en político y despertar el interés de la comunidad internacional.

-Esta Cumbre se destacó por el choque entre representantes de los gobiernos de los países ricos y el bloque de países llamados “en desarrollo”. El bloque del sur se pronunció por “ahondar en el intercambio del conocimiento tecnológico entre los pueblos como un método más adecuado para el desarrollo de una Sociedad de la Información democrática e incluyente”. En cambio, los gobiernos de los países ricos, guiados por Estados Unidos, exigieron “mantener el control absoluto y egoísta sobre la tecnología a través de las leyes de propiedad intelectual. (…) Para nosotros (es decir, para el Sur) restaría el papel de consumidores tecnológicos y de productos enlatados producidos en el norte del planeta, privando a nuestras universidades, centros de investigación, empresas privadas, gobiernos y población de tener dominio y conocimiento de la tecnología que está (o debería estar) siendo diseminada.” “Defendieron que el mercado debería imponer las reglas de la inclusión digital, o sea, quien tiene dinero para pagar y comprar de las grandes empresas monopolistas del hemisferio norte podrá participar de la sociedad de la información. Los demás deben aguardar su hora en la larga fila de los excluidos digitales. Todos estos puntos tuvieron un desenlace ambiguo y contradictorio, fruto de las duras negociaciones diplomáticas.” (Marcelo D’Elia Branco)

-Hay consenso en calificar de trascendente la “Declaración de la sociedad civil” en la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información de 2003, que tuvo como título “Construir sociedades de la información que atiendan a las necesidades humanas”. Eso, colocar al ser humano en el centro de los debates y examinar “las regulaciones y prácticas de las TIC (…) y su conformidad con (…) los derechos humanos”, como el derecho a la libertad de expresión, asociación e información, a los que añaden el derecho al desarrollo, a la educación, a la salud, a la alimentación, a la vivienda. Las TIC deben favorecer el respeto y el ejercicio de los derechos de los pueblos y contribuir a una distribución más equitativa de los recursos y a la eliminación de la pobreza. Los conocimientos, la creatividad, la cooperación y la solidaridad humanos deben ser considerados principios esenciales; y los recursos del conocimiento, información y comunicación, reconocidos y protegidos como patrimonio común de la humanidad. Respecto a la gobernanza de Internet, la sociedad civil se manifestó en contra de un gobierno mundial diseñado para proteger los intereses de corporaciones.

-En la segunda etapa de la Cumbre, en 2005, en Túnez, se acordó que, cualesquiera que sean los mecanismos de gobernanza que se establezcan, deberán ser multilaterales, democráticos y transparentes y hacerse con la plena participación de los gobiernos, el sector privado, la sociedad civil y las organizaciones internacionales.

-Las grandes corporaciones estadounidenses dominan casi todas las áreas de Internet: desde la infraestructura base, el comercio electrónico, el mercado publicitario, los buscadores y el almacenamiento de datos. A ellos les interesa un mercado desregulado, con leyes de propiedad intelectual muy estrictas, en oposición a acuerdos internacionales que establezcan normas para su funcionamiento en defensa del interés público.

-Si en la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información 2003 se decidió que las cuestiones de política pública de Internet competen como derecho soberano a los Estados, en el 2005 se da un paso atrás y se señala que las políticas públicas internacionales relacionadas con Internet deben desarrollarse “por consenso y con la participación de todos los actores” o sea los “multistakeholder”. Existe un acuerdo amplio de que la participación “multisectorial” en la gobernanza es vital; pero no está claro qué puede significar esto.

-El sistema multisectorial (multi-stakeholders) debe ser democrático, transparente y responsable y no hay ninguna garantía que así sea. Muchas ONG han sido cooptadas por intereses transnacionales y va siendo costumbre que las grandes empresas participen al mismo nivel que los gobiernos, e incluso con más protagonismo, y en los debates de la sociedad civil los más desposeídos quedan marginados.

-En abril de 2014 en Sao Paulo se celebra la “Reunión Multisectorial Global sobre el futuro de la Gobernanza de Internet” (NETmundial). El objetivo del encuentro fue elaborar principios sobre este tema y proponer un camino a seguir. De una manera un tanto arbitraria, allí se decidió qué criterios incluir o no de los planteados por los participantes en el documento final. Se mantienen las indefiniciones esenciales.

9) Este evento

-Las ricas discusiones de este evento nos reafirman la validez de muchos de los reclamos que se han venido haciendo desde la Cumbre del 2003, sobre todo los relacionados con la eliminación de la brecha digital, un espejismo que oculta la brecha primigenia: la del desarrollo, la que nos ratifica la urgencia de un nuevo orden económico internacional más justo y sustentable.

-El debate sobre el uso de las TIC resulta imprescindible y nos involucra a todos, a toda la sociedad, a todas las instituciones, a todos los ciudadanos.

-En el desarrollo y manejo de Internet en el mundo prevalece un modelo neoliberal que impulsa la privatización y comercialización. Se trata de un contexto donde unas pocas empresas estadounidenses ostentan un dominio monopólico, y el propio Gobierno de los Estados Unidos controla algunos de los nodos más importantes de la red. Estos dos poderes son los que definen hoy la forma en que se usa y controla Internet.

-Ante el actual escenario, resulta imprescindible promover alternativas en el uso de las TIC que generen redes de conocimiento a nivel regional e internacional que contrarresten las prácticas hegemónicas en el ámbito digital.

-A causade la actual gobernanza de Internet, han tomado fuerza amenazas que pueden provocar conflictos muy graves: el empleo de las tecnologías de la información y las comunicaciones como arma de guerra, el ataque a un Estado a través de un tercero y la promoción del racismo, del odio más violento, del terrorismo, del nuevo fascismo. El uso hostil de las TIC con el propósito declarado o encubierto de subvertir el orden jurídico y político de los Estados, es una violación de todas las normas reconocidas en esta materia. La cooperación mancomunada entre todos los Estados es el único camino para prevenir y enfrentar tales peligros.

-Internet y las TIC deben ser objeto de regulaciones compatibles con el Derecho Internacional, la soberanía de los Estados, los derechos de las personas y las normas de convivencia reconocidas mundialmente.

-Cuba apoya la adopción de un mecanismo intergubernamental que permita a los países cumplir en igualdad de condiciones su papel y responsabilidades en las políticas relativas a la red de redes.

-Tiene que ser un empeño de todos los gobiernos lograr en un futuro cercano que Internet sea (como la CELAC ha propuesto para nuestra región) una zona de paz y no un teatro de operaciones militares. Hay que han llegado a expresar, incluso, la posibilidad de responder a los ataques cibernéticos con armas convencionales. Por tanto, llegar a acuerdos de ciberseguridad debe ser una meta y un punto de convergencia y cooperación entre los Estados.

-Debemos avanzar hacia la obtención de una cultura de Ciberseguridad sólida, con acciones de adiestramiento y sensibilización que permitan a los ciudadanos y organizaciones tomar conciencia de la importancia de la seguridad de la información y del empleo responsable de las nuevas tecnologías y de los servicios de la sociedad del conocimiento. Se trata de un tema que no puede ser función exclusiva de los órganos especializados de la defensa, ya que por sus implicaciones tiene ser asumida conscientemente por todos los usuarios de las TIC.

-El área de las comunicaciones cubanas es una de las más sensibles para el país y ha sido y es blanco de todo tipo de ataques. Junto al daño económico causado por la política de hostilidad de Estados Unidos, se suman las violaciones de nuestro espacio radioelectrónico y el uso de las TIC para promover la desestabilización. La Empresa de Telecomunicaciones de Cuba, ETECSA, ha venido denunciando envíos masivos de mensajes no deseados desde EEUU hacia la red de telefonía móvil de la Isla. No solo provinieron de la ya referida red ZunZuneo, sino de otros proyectos gubernamentales estadounidenses para el “cambio de régimen”. Estas acciones violan las leyes que regulan las comunicaciones, tanto en Cuba como en Estados Unidos. Todo lo anterior contrasta con la negativa a nuestro país, por parte de las autoridades estadounidenses, del acceso a equipamiento, tecnología, conexión a las redes, cables de fibra óptica que rodean la Isla y otros recursos.

-En este evento se han resaltado conceptos muy importantes, que tienen que ver con los principios de Cuba (compartidos, como se hizo explícito, por delegados de otros países) en su política de informatización, auténticamente democrática, inclusiva, avanzada. Se habló de la necesidad de alcanzar la soberanía tecnológica y de diseñar nuestras propias plataformas para no depender de los poderosos. Un compañero de Argentina, que ha fundado con un grupo de amigos (de amigos de verdad, no como muchos “amigos” de Facebook) una red social independiente, recordó la fábula del pequeño David enfrentado a Goliat, el gigante, el monstruo al parecer invencible. Esa fábula para los cubanos (que por las leyes de la geopolítica parecíamos destinados a subordinarnos al Imperio del Norte) es muy entrañable: Martí la hizo suya; después la usaron muchos otros patriotas dignos; y, por supuesto, la usó Fidel. En nuestro país vamos a trabajar muy duro por acceder a Internet y a las redes sociales para beneficio de David y de su pueblo, no para servir a Goliat.

-Se habló de cómo a pesar de las Cumbres de la Sociedad de la Información que se han realizado, de los compromisos y promesas y de los reclamos de la sociedad civil y de los movimientos sociales, la llamada brecha digital entre países ricos y pobres se ha ido haciendo mayor. Hay que exigir en todos los espacios a nuestro alcance erradicar esa brecha digital, que es un reflejo directo del orden mundial injusto que se ha impuesto al planeta.

-Como han expresado los máximos dirigentes de Cuba, y reiteró el viernes aquí el secretario del Consejo de Informatización y Ciberseguridad Senén Casas, el gobierno cubano se opone enérgicamente al uso del ciberespacio con un polígono de guerra y como plataforma para la subversión política, y ha expresado claramente que jamás nuestro gobierno ejercerá de manera unilateral acciones de este tipo contra otros Estados.

-Debemos mantener activos los mecanismos para la protección, con un análisis exhaustivo de las vulnerabilidades en nuestros países.

-Aunque no pude estar todo el tiempo que hubiera querido en el evento, sus organizadores me han comentado la calidad y profundidad de los debates que se han suscitado en estos tres días de Conferencia. También me hablaron de la Reunión de Alto Nivel de las Naciones Unidas que tendrá lugar en diciembre de 2015 para revisar los acuerdos de la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información, y, intercambiando con ellos, surgió la idea de enviar la Relatoría de este evento al Secretario General de las Naciones Unidas para que sea incluida como una contribución para esa Reunión de Alto Nivel. Y enviársela también al Presidente de la Comisión de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo y al Secretario General de la UIT.

-Resulta evidente que el ámbito de las nuevas tecnologías está contaminado inevitablemente del cúmulo de plagas de este siglo XXI, hegemonismo imperial, manipulación informativa, crueles privatizaciones, miseria en las mayorías y egoísmo fatuo y enloquecido de las élites, irracionalidad consumista y suicida, insensibilidad, morbo, banalidad, vacío espiritual. No obstante, utilizadas con responsabilidad, con ética, con sentido de la justicia, con humanismo, las TIC son un importantísimo factor de transformación para sociedades que promuevan el conocimiento, la innovación productiva y sustentable y la mejora de la calidad de vida de la población.

La complejidad de los derechos humanos

LA COMPLEJIDAD DE LOS DERECHOS HUMANOS. BASES TEÓRICAS PARA UNA REDEFINICIÓN CONTEXTUALIZADA
Joaquín Herrera Flores*

  • Director del Programa de Doctorado en “Derechos Humanos y Desarrollo” de la Universidad Pablo de Olavide, Sevilla y Presidente de la Fundación

Iberoamericana de Derechos Humanos (www.fiadh.org)

1. Vivimos en un nuevo contexto

Los derechos humanos se han convertido en el reto del siglo XXI. Un reto, tanto teórico como práctico. En primer lugar, nadie puede negar el gigantesco esfuerzo internacional realizado para llegar a formular jurídicamente una base mínima de derechos que alcance a todos los individuos y formas de vida que componen la idea abstracta de humanidad.

Basta con citar textos internacionales como La Declaración Universal de los Derechos Humanos2, el Pacto Internacional sobre derechos sociales3 y el Pacto Internacional sobre derechos civiles4, para que tengamos una buena prueba de lo que decimos.

Desde 1948 hasta nuestros días, hemos asistido cotidianamente a ese trabajo llevado a cabo por la comunidad internacional para que los seres humanos puedan ir controlando sus destinos. Sin embargo, y como iremos viendo más adelante, el contexto en el que surgieron los textos arriba citados (1948 y 1966) es muy diferente del que tenemos hoy en día (2005).

La Declaración y los Textos se situaban en el contexto de la guerra fría entre dos grandes sistemas de relaciones sociales enfrentados por conseguir la hegemonía mundial; y, asimismo, dichos textos surgieron en una época en la que se ponían en práctica políticas públicas decididamente interventoras sobre las consecuencias más perversas de la aplicación del mercado a la sociedad.

Por aquellos tiempos proliferaban las empresas públicas, las negociaciones estatales entre sindicatos y gobiernos sobre las condiciones de trabajo de los trabajadores y, por supuesto, una labor legislativa tendente a reconocer cada vez más derechos a las ciudadanas y los ciudadanos de los países, sobre todo, más desarrollados. Además, los textos citados
tuvieron que convivir con el final de los procesos descolonizadores y la progresiva aparición de nuevas nacionalidades y nuevos actores internacionales.

Hoy en día, estamos ante un nuevo contexto social, económico, político y cultural que, por poner una fecha de inicio, se despliega políticamente a partir de la caída del Muro de Berlín y la proclamación del “fin de la historia” por parte de los auto-proclamados vencedores de la guerra fría. En este nuevo contexto, se ha dado una paralización de esas medidas interventoras por parte del Estado con respecto a las actividades económicas. Si hace cuatro décadas el Estado controlaba las consecuencias del mercado (polución, destrucción del patrimonio histórico-artístico…) aplicando medidas interventoras; en la actualidad, es el mercado el que está imponiendo las reglas a los Estados desde instituciones globales como la Organización Mundial del Comercio.

De un modo sutil, pero continuado, hemos asistido durante las últimas décadas a la sustitución de los derechos conseguidos (es decir, de las garantías jurídicas para el acceso a determinados bienes, como el empleo o las formas de contratación laboral) por lo que ahora se denominan “libertades” (entre las que destaca la libertad de trabajar: que, como tal, no exige políticas públicas de intervención).

En definitiva, hemos entrado en un contexto en el que la extensión y la generalización del
mercado ha provocado que los derechos humanos comiencen a considerarse como “costes sociales” de las empresas que hay que ir suprimiendo en nombre de la competitividad.

Toda esta nueva problemática hace que gran parte de la literatura vertida sobre los derechos
(desde su etapa de “internacionalización” con la Carta de San Francisco de 1945, hasta los últimos informes del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo –PNUD—5, exija “una teoría” que parta de una atención especial a los contextos concretos en que vivimos y “una práctica” –educativa y social— acorde con el presente que estamos atravesando.

El deterioro del medio ambiente, las injusticias propiciadas por un comercio y por un consumo indiscriminado y desigual, la continuidad de una cultura de violencia y guerras, la realidad de las relaciones trans-culturales y de las deficiencias en materias de salud y de convivencia individual y social, nos obligan a pensar y, por consiguiente, a enseñar los derechos desde una perspectiva nueva, integradora, crítica y contextualizada en prácticas sociales emancipadoras.

2 (http://laurel.datsi.fi.upm.es/~rpons/personal/hrights.php)
3 (http://www.unhchr.ch/spanish/html/menu3/b/a_cescr_sp.htm)
4 (http://www.unhchr.ch/spanish/html/menu3/b/a_ccpr_sp.htm)
5 http://unstats.un.org/unsd/statcom/doc05/2005-13s.pdf

Nuestro compromiso, como personas que reflexionan sobre –y se comprometen con— los derechos humanos, reside en poner las “frases” a las prácticas sociales de individuos y grupos que luchan cotidianamente para que esos “hechos” que se dan en los contextos concretos y materiales en que vivimos puedan ser transformados por otros más justos, equilibrados e igualitarios. Por eso, la verdad la ponen los que luchan por los derechos.

A nosotros nos compete el papel de poner las frases. Y este es el único modo de ir complementando la teoría con la práctica y las dinámicas sociales con las reflexiones intelectuales.

1. ¿Qué son y qué significan los derechos humanos?: ¿derechos o practicas por el acceso a los bienes?.-

2. En esta materia, como en cualquier otra, es muy importante saber distinguir entre lo que el fenómeno que estudiamos “es” y lo que dicho fenómeno “significa”. Es decir, diferenciar el “qué” (lo que son los derechos) del “por qué” y del “para qué” (lo que los derechos significan).

Como veremos, la perspectiva tradicional y hegemónica de los derechos confunde ambos planos en la misma Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. En el Preámbulo de la Declaración se nos dice primero que los derechos humanos “son” un ideal a conseguir. Concretamente se dice que estamos ante “el ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos, tanto entre los pueblos de los Estados Miembros como entre los de los territorios colocados bajo su jurisdicción”6.

Y, justo unos párrafos después, en los famosísimos artículos 1 y 2 de la Declaración,
ya no se nos habla de “ideal a conquistar”, sino de una realidad ya conseguida: artículo 1.- todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. Y, en el artículo 2.1, se dice: toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.

Fijémonos bien, pues esto es muy importante para nuestros objetivos de construir una teoría
nueva sobre esta materia. Para la reflexión teórica dominante: los derechos “son” los derechos: es decir, los derechos humanos se satisfarían si todos tenemos los derechos. Los derechos, pues, no serían más que una plataforma para obtener más derechos. Y esto es así, pues, desde dicha perspectiva tradicional, la idea de “qué” son los derechos se reduce a la extensión y generalización de los derechos. La idea que inunda todo el discurso tradicional reside en la siguiente fórmula: el contenido básico de los derechos es el
“derecho a tener derechos”. ¡Cuántos derechos! ¿Y los bienes que dichos derechos deben garantizar?

Estamos ante una lógica bastante simplista que, sin embargo, tiene consecuencias muy importantes, puesto que conduce a una concepción “a priori” de los derechos humanos. Si estamos atentos, esta lógica hace pensar a todas y a todos que tenemos los derechos, aún antes de tener las capacidades y las condiciones adecuadas para poder ejercerlos. De este modo, las personas que luchan por ellos acaban desencantadas, pues, a pesar de que nos dicen que tenemos derechos, la inmensa mayoría de la población mundial no puede ejercerlos por falta de condiciones materiales para ello.6

Dejemos de lado, por el momento, la última frase de este texto, pues una Declaración que se presenta como Universal acepta desde el primer momento la realidad del colonialismo: tanto entre los pueblos de los Estados Miembros como entre los de los territorios colocados bajo su jurisdicción. Y ello en un momento en que ya comenzaba a hablarse de procesos de descolonización. El colonialismo ha sido y sigue siendo una de las mayores violaciones a la idea de derechos humanos, pues coloca a unos, los colonizadores, en el papel de superiores y civilizados y a los otros, los colonizados, en el papel de inferiores y bárbaros.

Nosotros queremos salir de ese círculo vicioso en el que nos encierra el aparente “simplismo” de la teoría tradicional que comienza hablándonos de los derechos y termina
haciéndolo de los derechos. ¿Es que no hay nada “fuera” de los derechos? ¿Sirve de mucho tener cada vez más y más derechos si no sabemos por qué surgen y para qué se formulan?

3) Vayamos precisando a través de tres planos de trabajo.-

Primer plano.- “el qué de los derechos”

Desde el punto de vista de una “nueva teoría”, las cosas no son tan “aparentemente”
simples. Los derechos humanos, más que derechos “propiamente dichos” son procesos; es decir, el resultado, siempre provisional, de las luchas que los seres humanos ponen en práctica para poder acceder a los bienes necesarios para la vida.

Por tanto, nosotros no comenzamos por “los derechos”, sino por los “bienes” exigibles
para vivir: expresión, confesión religiosa, educación, vivienda, trabajo, medio ambiente, patrimonio histórico-artístico…

Por eso, cuando hablamos de derechos, más que de objetos obtenidos de una vez para
siempre, hablamos de dinámicas sociales que tienden a conseguir determinados objetivos genéricos: dotarnos de medios e instrumentos, sean políticos, sociales, económicos, jurídicos o culturales, que nos induzcan a pensar los derechos humanos desde una teoría en la que las verdades las ponen las prácticas sociales que intentan día tras día conseguir el acceso de todas y todos a los bienes materiales e inmateriales que se han ido conquistando en el proceso de humanización.

Segundo plano.- “el porqué de los derechos”

Por tanto, una vez establecido el “qué” son los derechos: esos procesos dirigidos a la
obtención de bienes materiales e inmateriales, tenemos que preguntarnos el “por qué” de todas estas luchas.

La teoría tradicional se queda en el “qué” son los derechos, pues para los que la defienden se habla de algo ya conseguido que no tiene por qué ser objeto de mayor investigación, ni de contextualización histórica, social, cultural y política. Como hemos visto, nos lo dicen el preámbulo y los dos primeros artículos de la Declaración Universal de 1948: todos tenemos los derechos reconocidos en esta Declaración.

Sin embargo, para nosotros, es muy importante ampliar el análisis y trabajar en el “por qué” de todos estos procesos. Cuestión que ya no atañe a lo que son los derechos, sino a su “significado”. ¿”Por qué” luchamos por los derechos?

Nuestra respuesta tiene unas bases muy concretas. Abrimos procesos de derechos humanos,
primero, porque necesitamos acceder a los bienes exigibles para vivir y, segundo, porque
estos no caen del cielo ni van a fluir por los ríos de miel de algún paraíso terrenal. El acceso a los bienes, siempre y en todo momento, ha estado inserto en un proceso más general que hace que unos tengan más facilidad para obtenerlos y que a otros les sea más difícil o, incluso, imposible de obtener.

Hablamos, por consiguiente, de los procesos de división social, sexual, étnica y territorial del hacer humano. Según la “posición” que ocupemos en tales marcos de división del hacer humano, así tendremos una mayor o una menor facilidad para acceder a la educación, a la vivienda, a la salud, a la expresión, al medio ambiente, etcétera. ¿Ocupan la misma posición en dichos sistemas de división del hacer humano los habitantes de Noruega que los que han nacido en Somalia? Algo ocurre para que estono sea así.

Comenzamos a luchar por los derechos, porque tenemos que vivir, y para ello necesitamos condiciones materiales concretas que permitan acceder a los bienes necesarios para la existencia.

Tercer Plano.- “el para qué de los derechos”

Si afirmamos que los derechos “son” procesos de lucha por el acceso a los bienes porque
vivimos inmersos en procesos jerárquicos y desiguales que facilitan u obstaculizan su
obtención, la pregunta es ¿cuáles son los objetivos de tales luchas y dinámicas sociales?

Es decir, entramos en el para qué de tales prácticas sociales ¿Luchamos por la obtención de los bienes única y exclusivamente para sobrevivir sean cuales sean las condiciones de esa supervivencia? ¿O bien, luchamos por la creación de condiciones materiales concretas que nos permitan una satisfacción “digna” de los mismos?

Estamos, pues, dirimiendo la dirección que deberían tomar esas luchas por el acceso a los bienes: la mera supervivencia, o la dignidad. Es decir, estamos marcando los fines a los que tender a la hora de llevar adelante dichas prácticas sociales. Como puede verse, hemos añadido un nuevo elemento en nuestro primer acercamiento a los derechos, el cual podemos llamar “dignidad humana”.

De este modo, los derechos humanos serían los resultados siempre provisionales de las
luchas sociales por la dignidad. Entendiendo por dignidad, no el simple acceso a los bienes, sino que dicho acceso sea justo y se generalice por igual a todas y a todos los que conforman la idea abstracta de humanidad. Hablar de dignidad humana no implica hacerlo de un concepto ideal o abstracto. La dignidad es un fin material. Un objetivo que se concreta en dicho acceso igualitario y generalizado a los bienes que hacen que la vida sea “digna” de ser vivida.

Nuestro objetivo no es acabar con el conjunto de buenas intenciones de los que luchan por
los derechos siguiendo las pautas de la teoría tradicional. Como veremos más adelante, la
lucha jurídica es muy importante para una efectiva implementación de los derechos. Con
lo que queremos acabar es con las pretensiones intelectuales que se presentan como “neutrales” con respecto a las condiciones reales en las que vive la gente. Si no tenemos en cuenta en nuestros análisis dichas condiciones materiales, los derechos aparecen como “ideales abstractos” universales que han emanado de algún cielo estrellado que se cierne trascendentalmente sobre nosotros. Y, realmente, lo que ocurre es que se está imponiendo una sola forma de entenderlos y llevarlos a la práctica: la forma y la práctica dominantes, que se va eternizando a pesar de que los hechos las contradigan una y otra vez.

Si existe un fenómeno que se resiste a la supuesta “neutralidad” científica, es el de los
derechos humanos. Sobre todo, para una teoría como la nuestra que se compromete a reflexionar intelectualmente y a proponer dinámicas sociales de lucha contra los procesos hegemónicos de división del hacer humano, los cuales dividen el mundo entre los que tienen fácil el acceso a los bienes y los que de un modo o de otro ven dificultado tal fin.

¿Qué neutralidad podemos defender si nuestro objetivo es empoderar a las personas y a los grupos dotándolos de los medios e instrumentos necesarios para que, plural y diferenciadamente, puedan luchar por la dignidad: es decir, por los bienes materiales e
inmateriales que están desigual e injustamente distribuidos entre los seres humanos por los procesos de división social, sexual, étnica y territorial del hacer humano. De ahí, nuestra insistencia en que una visión actual de los derechos tenga que partir de nuevas bases teóricas e inducir a prácticas renovadas en las luchas “universales” por la dignidad.

Por lo tanto, y esquemáticamente, estas serían las bases de la teoría que proponemos:

1- Debemos comenzar reconociendo que nacemos y vivimos necesitando la satisfacción
de conjuntos culturalmente determinados de bienes materiales e inmateriales. Según el entorno de relaciones en el que vivamos, así serán los bienes a los que intentaremos acceder. Pero, lo primero no son los derechos, sino los bienes.

2- En un segundo momento, hay que poner sobre el tapete que tenemos que satisfacer
nuestras necesidades inmersos en sistemas de valores y procesos que imponen un acceso restringido, desigual y jerarquizado a los bienes. Lo cual se materializa a lo largo de la historia a través de los marcos hegemónicos de división social, sexual, étnica y territorial del hacer humano.

3- La historia de los grupos marginados y oprimidos por esos procesos de división del hacer humano, es la historia del esfuerzo por llevar adelante prácticas y dinámicas sociales de lucha contra los mismos. De ahí, que a nosotros nos corresponda poner las frases de los derechos, pero admitiendo que la verdad de los mismos radica en estas luchas raramente recompensadas con el éxito.

4- El objetivo fundamental de dichas luchas no es otro que el de poder vivir con dignidad. Lo que en términos materiales significa generalizar procesos igualitarios de acceso a los bienes materiales e inmateriales que conforman el valor de la “dignidad humana”
5- Y, al final –si tenemos el poder político y legislativo necesario— establecer sistemas de
garantías (económicas, políticas, sociales y, sobre todo, jurídicas) que comprometan a las
instituciones nacionales e internacionales al cumplimiento de lo conseguido por esas
luchas por la dignidad de todas y de todos.

Como se ve, para nosotros, el contenido básico de los derechos humanos no es el derecho a
tener derechos (círculo cerrado que no ha cumplido con sus objetivos desde que se “declaró” hace casi seis décadas). Para nosotros, el contenido básico de los derechos humanos será el conjunto de luchas por la dignidad (cuyos resultados, si es que tenemos el poder necesario para ello, deberán ser garantizados por las normas jurídicas, las políticas públicas y una economía abierta a las exigencias de la dignidad).

De este modo, nos atreveríamos a proponer una nueva redacción de los primeros párrafos
de la Declaración Universal en los siguientes términos:

Preámbulo: “…reconociendo que los derechos humanos no constituyen un “ideal
abstracto” que como todo horizonte se aleja a medida que nos acercamos, proclamamos que tales derechos son el conjunto de procesos que los individuos y los grupos humanos ponen en marcha cotidianamente para acceder a los bienes exigibles para una vida digna de ser vivida”

Artículo 1º.- Todos los seres humanos deben tener los instrumentos, medios y condiciones necesarias para poder poner en práctica “procesos de lucha por la dignidad humana”

Artículo 2º.- La dignidad humana es el fin perseguido por los derechos humanos. La
dignidad consiste en la obtención de un acceso igualitario a los bienes tanto materiales como inmateriales que se han ido consiguiendo en el constante proceso de humanización del ser humano
Artículo 3.- Para conseguir lo anterior, los seres humanos en lucha por abrir procesos de
dignidad deben tener el suficiente poder individual y colectivo para exigir a las instituciones legislativas, tanto internacionales como nacionales, un sistema de garantías (políticas, sociales, económicas y jurídicas) que les permitan disfrutar del resultado de sus luchas. A tal efecto, se declaran como garantías mínimas las que a continuación se relatan…

Comparemos el prólogo y los dos primeros artículos de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos de 1948 y la nueva redacción que proponemos, teniendo siempre presente que, como cualquier producción cultural, los derechos humanos hay que entenderlos y ponerlos en práctica en sus contextos históricos concretos.

Acudamos a dos links de internet con el objetivo de complementar este primer texto con
dos ejemplos de lucha por los derechos húmanos: el de los pueblos indígenas y el de las mujeres.

La cuestión a responder sería la siguiente: ¿tenemos los derechos o hay que luchar por
conseguirlos?
http://www.sipaz.org/documentos/ghandi/burguete_esp.htm
http://www.chasque.net/cotidian/1998/cladem27.htm

II- Los derechos humanos en su complejidad: una nueva cultura de los derechos humanos.

“Mi principal cometido no es separar sino vincular, lo cual me interesa sobre todo por
una razón metodológica: filosóficamente las formas de la cultura son híbridas, mezcladas,
impuras, y ha llegado el momento, para el análisis de la cultura de volver a ligar el
análisis con sus realidades” (Edward W. Said, Cultura e imperialismo)
“La objetividad siempre actúa en contra del oprimido” (F.Fanon, Los condenados de la tierra)
“The best lack all conviction, while the worst are full of passionate intensity” (W.B. Yeats, The Second Coming)

1.- La complejidad de los derechos en 9 puntos básicos.-

1) En primer lugar, en los derechos humanos se da una confluencia estrecha entre elementos ideológicos (que se presentan como “universales”) y culturales (que tienen con ver con los entornos de relaciones “particulares” donde la gente vive).

Como veremos a lo largo de todo el texto, vamos a partir de una afirmación muy importante para comenzar a comprender los derechos humanos desde su complejidad: los derechos humanos, como tales, han surgido en Occidente como respuesta a las reacciones sociales y filosóficas que supuso la conciencia de la expansión global de un nuevo modo de relación social: concretamente, la basada en la constante acumulación de capital.

Recuérdese la polémica sobre el Nuevo Mundo del siglo XVI y los esfuerzos de Francisco de Vitoria por extender lo que se denomina el ius commercii: es decir, el derecho a establecerse comercialmente en las tierras conquistadas. Desde el siglo XVI hasta nuestros días, la cuestión acerca de la nueva naturaleza que iba asumiendo la “condición humana” en el marco de un nuevo contexto de relaciones ha sido un tema recurrente. Tales
polémicas confluyeron en el siglo XX con la categorización de lo humano bajo el concepto “aparentemente” universal de derechos humanos.

Concretamente fueron formulados por primera vez, bajo esta denominación, en la Declaración Universal de “Derechos Humanos” de 1948 (anteriormente se hablaba de los
derechos del “hombre” y del “ciudadano”). Vistos los desastres a los que había conducido el desacuerdo de las, por aquel entonces, grandes potencias en el reparto del botín colonial, los procesos de des-colonización y de formulación de independencias nacionales de los antiguos países sometidos a los caprichos de las metrópolis, y, situada en los primeros balbuceos de lo que se denominó durante cuarenta años la “guerra fría”, la Declaración Universal constituye, aún hoy, un hito importantísimo en la lucha por el proceso de humanización de la humanidad.

Sin embargo, no podemos ocultar que sus fundamentos ideológicos y filosóficos, es decir, culturales, son puramente occidentales. Esta constatación no quita un ápice a la importancia del texto. Pero, nos ayuda a colocarlo en su contexto concreto, lo cual, en momentos posteriores, puede servirnos para explicarnos algunas de las dificultades
que encuentra para su implementación práctica real. No podemos analizar los derechos humanos desde fuera de sus contextos occidentales.

Pero, tampoco debemos olvidar su enorme capacidad de generar esperanzas en la lucha contra las injusticias y explotaciones que sufre gran parte de la humanidad. Han sido estas luchas las que, en realidad, han logrado que dicho concepto se “universalice” como base ética y jurídica de toda práctica social dirigida a crear y garantizar instrumentos útiles a la hora de poder acceder a los bienes materiales e inmateriales exigibles para vivir con dignidad.

De este modo, un concepto que ha surgido en un contexto cultural particular (Occidente), se ha difundido por todo el globo como si fuera el mínimo ético necesario para luchar por la dignidad. Es fácil, pues, ver la complejidad de los derechos, pues, en gran cantidad de ocasiones se intentan imponer a concepciones culturales que ni siquiera tienen en su bagaje lingüístico el concepto de derecho, sino, por ejemplo, el de “justa exigencia”.

Esto genera graves conflictos de interpretación con respecto a los derechos humanos que hay que saber gestionar sin imposiciones ni colonialismos.

2- En segundo lugar, esa complejidad se agudiza cuando vemos que el fundamento que
justifica la “universalidad” de los derechos se sustenta en un pretendido conjunto de premisas empíricas: los seres humanos tienen todos los derechos reconocidos en los textos internacionales por el mero hecho de haber nacido. Los derechos se presentan como un hecho que está ahí, dado de una vez por todas. Además, es algo que tenemos todos sin tomar en consideración nuestras circunstancias particulares. Esto puede
ser visto como algo positivo, pues “parece” generalizar a todos y a todas lo que se dice en la Declaración “Universal”. Es como si nos dijeran, todos tenéis los instrumentos y los medios para construiros vuestro palacio de cristal. Dos preguntas surgen inmediatamente cuando partimos de la complejidad del concepto: ¿Por qué, entonces, no todos podemos construirlo? E, incluso, ¿no habrá pueblos en los que sus habitantes no quieran el palacio de cristal prometido por los derechos, sino una pequeña tienda en medio del desierto, pero, ¡claro está!, situada cerca o al lado de una fuente de agua potable?.

Las cosas no son fáciles. Intentemos explicarnos con un poco más de detalle. Por mucho que una norma (sea el reglamento de la circulación, sean los textos internacionales de derechos humanos) diga que “tenemos” los derechos para conseguir, por ejemplo, la igualdad de trato en la carretera o en los palacios de justicia, de pronto nos encontramos con la realidad, con los hechos concretos que vivimos y el resultado definitivo puede ser muy diferente para unos que para otros. Todo dependerá de la situación que cada uno ocupe en los procesos que facilitan u obstaculizan el acceso a los bienes materiales e inmateriales exigibles en cada contexto cultural para alcanzar la dignidad.

Veamos brevemente lo que ocurre con el trabajo de las mujeres. A pesar del inmenso
desarrollo económico y social de nuestras democracias, aún no se consigue considerar el
trabajo doméstico como una actividad creadora de valor social, sino, simplemente como una “obligación” familiar que les corresponde, sobre todo, a las mujeres (trabajen fuera de casa o lo hagan únicamente en el interior de los domicilios conyugales: lugares donde la violencia machista se despliega con toda su brutalidad).¿Se tienen los derechos en el ámbito privado?

Esto nos lleva a otras cuestiones aplicables a otros ámbitos. Por ejemplo, a los ámbitos
laborales. Si vemos las recientes formas de contratar a las personas y la reproducción continua de situaciones de desempleo, ¿puede decirse que existe realmente igualdad de trato en el marco empresarial, cuando los trabajadores y trabajadoras no tienen seguridad de mantener su puesto de trabajo? Según las estadísticas oficiales, a pesar de que en todas nuestras constituciones democráticas se consagra el principio de igualdad formal de todos y todas ante la ley, por un lado, constatamos que la realidad salarial de las mujeres aún sigue estando por debajo de la de los hombres (partiendo de las mismas condiciones y titulaciones) y, en segundo lugar, el ámbito del “antiguo” derecho laboral está siendo
sustituido por el concepto de “libertad” de trabajar (es decir, hay que ir reduciendo las políticas públicas de empleo y dejar que sea el mercado, en el que confluyen individuos “libres” el que decida quién y cómo se trabaja)..

Como puede verse las cosas no son tan fáciles. No podemos quedarnos tranquilos
creyendo que con la existencia de una norma ya tenemos el acceso a los bienes, (incluso si nos referimos a la situación de los derechos en los países desarrollados económica y jurídicamente).

Puede que la norma no pueda aplicarse por falta de medios económicos. Puede que no se quiera aplicar por falta de voluntad política. O, quizá se dé el caso de que una persona o de un grupo partan de coordenadas culturales que impidan su puesta en práctica. ¿Qué hacer con un instrumento que “tenemos” si no podemos ponerlo a funcionar por falta de medios, por falta de políticas públicas o por razones que apelan a alguna tradición considerada inamovible?

3- A este grado de complejidad hay que añadir algunas consideraciones jurídicas. Muy necesarias, puesto que los defensores de los “derechos humanos” luchan por extender política y judicialmente que estamos ante “normas jurídicas” integralmente exigibles frente a los tribunales.

Si esto es así –y de hecho ocurre de esta manera en el caso de algunos derechos, como
los individuales: libertades de expresión, información, de concepción religiosa, etcétera—
debemos detenernos un momento para saber un poco más acerca de lo que es una norma jurídica.

Quizá esto nos explique las razones por las cuales los derechos individuales (civiles y polí
ticos) son inmediatamente aplicables y los derechos sociales, económicos y culturales son
sólo principios para “orientar” las políticas económicas.

Aunque parezca algo redundante, toda norma–sea jurídica o moral—, tiene una naturaleza
“normativa”. Esto puede parecer un juego de palabras, pero no es así. Las normas, sean de la índole que sean, nunca describen hechos. Una norma nunca dice esto es así. Excepto, claro está, las normas programáticas que no pueden llevarse ante los tribunales (por ejemplo, Art.1 de la Constitución Española de 1978: España es un Estado social y democrático de derecho).

Las normas jurídicas siempre postulan un deber ser, nunca un ser, pues, si no fuera así, no serían normas, sino “descripciones sociológicas” o propuestas ideológicas dominantes en el momento en que se formulan.

Una norma, y esto hay que reconocerlo desde un principio, no es más que un medio, un
instrumento a partir del cual se satisfacen, de un modo “normativo”, las necesidades y demandas de la sociedad. Una norma nada puede hacer por sí sola, ya que siempre depende del conjunto de valores que impera en una sociedad concreta.

Son de los sistemas de “valores dominantes” de donde surgen las normas y de donde surgen los criterios más importantes para su justificación, interpretación o legitimación frente a los
ciudadanos y ciudadanas que están obligados a cumplirlas.

A partir de dicho sistema, las necesidades y expectativas humanas se satisfarán de un modo
concreto y no de otro. Si dicho sistema de valores defiende lo público como un espacio necesario de intervención institucional para procurar una satisfacción igualitaria de dichas
necesidades y expectativas, así serán las normas que los actores que defienden dicho sistema intentarán imponer (caso de los famosos, pero ahora considerados como especies en extensión, “estados de bienestar”).

Pero, si el sistema de valores que predomina es contrario a dicha satisfacción igualitaria, y afirma que la mejor forma de satisfacer las necesidades es integrándose en el marco de la competencia privada por la acumulación creciente de beneficios (lo que ahora se denomina neo-liberalismo), los actores que tengan el poder y que defiendan dicho sistema de valores intentarán denodadamente imponer las normas –es decir, la forma de satisfacer las necesidades y expectativas humanas— que más les convengan para reproducirlo lo más
posible.

Una norma, pues, no describe ni crea nada por sí sola. Las normas están inscritas en sistemas de valores, a partir de los cuales, por seguir con nuestro ejemplo anterior, en nuestras sociedades, las mujeres –o, por poner otro ejemplo, los trabajadores y trabajadoras migrantes—, ocupan puestos de menor responsabilidad y, en términos estadísticos, cobran menos por el mismo trabajo que el que hipotéticamente pueda realizar un ciudadano/ hombre.

Por tanto, estamos ante medios, ante instrumentos que prescriben comportamientos e
imponen deberes y compromisos individuales y grupales, siempre interpretados desde el sistema de valores dominante. Por ello, cuando hablamos de derechos humanos como si de un “hecho” se tratara, podemos llegar incluso a confundir a los ciudadanos y a las ciudadanas de un determinado entorno político y cultural, pues puede que crean que con el sólo hecho de que sus expectativas se conviertan en normas, ya tienen asegurado el acceso a los bienes para cuyo acceso esas normas debieron ser creadas.

Pero, claro, uno se encuentra con que el sistema de valores hegemónico en nuestros días,
es mayoritariamente neo-liberal, y, por consiguiente, pone por encima a las libertades funcionales al mercado y por debajo a las políticas públicas de igualdad social, económica y cultural.

De este modo, la aplicación efectiva de las normas reconocidas en las constituciones o en
los diferentes ordenamientos jurídicos no van a poder ser aplicadas en beneficio de un acceso igualitario a los bienes, sino en función de los “valores” que se postulan desde dicho sistema económico, que tanta influencia ha tenido en el desmantelamiento de lo que en nuestra constitución se denomina Estado Social.

De ahí, las serias dificultades y obstáculos con que se encuentran determinados grupos de
personas. En primer lugar, como decimos, las mujeres, y, junto a ellas, el resto de grupos humanos excluidos de las ventajas de la modernidad occidental. Asimismo, podemos referirnos a las dificultades de los sindicatos para imponer convenios colectivos a nivel nacional, dado que lo que predomina es la tendencia a negociar empresa por empresa y, casi, trabajador por trabajador. Lo mismo puede decirse de otras comunidades, como los pueblos indígenas o los colectivos de migrantes, o de la gente que ha crecido, a lo mejor al lado nuestro, percibiendo culturalmente el mundo de otra manera diferente a como ha crecido un profesor de derecho occidental.

No todos “tenemos” por igual los derechos, o sea, los instrumentos y medios para llevar
adelante nuestras luchas por el acceso a los bienes necesarios para afirmar su propia
dignidad.

Pero –y aquí nos estamos acercando ya a los derechos humanos tal y como nosotros proponemos—, todos los seres humanos deberían tener estos medios y también otros de mayor alcance (políticos y económicos) que les doten del suficiente poder a la hora de ejercer sus prácticas sociales en aras de la dignidad: es decir, tengan un acceso igualitario a los bienes y recursos materiales e inmateriales que hacen digna la vida de las personas.

4- Como puede verse, la complejidad del concepto de “derechos humanos” es alta. Y tal y
como estamos intentando exponer aquí, dicha complejidad sube muchos grados cuando confundimos, primero, lo “empírico” (el tener los derechos) con lo “normativo” (lo que debemos tener todas y todos); y, segundo, las buenas intenciones de entidades e individuos (que están comprometidos con la generalización real y efectiva de los derechos), con las realidades concretas y los obstáculos, sobre todo, políticos, económicos y culturales que se interponen entre la proclama humanitaria y los resultados concretos que se obtienen.

Al confundir lo empírico con lo normativo, parece que los derechos están desde el primer
momento conseguidos e incluidos en la vida concreta de las personas. Y, con sólo echar un
vistazo a nuestro alrededor, vemos que esto no ocurre así. Únicamente acudiendo a los Informes Anuales del prestigioso Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), vemos, muchas veces aterrados, cómo el abismo entre los países pobres y los países ricos crece cada año un poco más. Incluso, dentro de los países ricos se están creando enormes bolsas de pobreza y desempleo, ante las cuales las teorías económicas y jurídicas no pueden, o no quieren, reaccionar. Y, sin embargo, se sigue diciendo,
quizá con buena voluntad, que todos “tienen” los mismos derechos por el simple hecho de haber nacido. ¿Haber nacido dónde?

Esta complejidad del concepto nos va a obligar a realizar dos tipos de análisis que, a la
postre, clarificarán nuestro fuerte compromiso con la capacidad humana genérica de luchar por la dignidad humana. Por un lado, analizaremos los elementos “empíricos” de los derechos humanos (qué son, cuál puede ser su concepto, cómo están fundamentados y positivizados internacionalmente).

Por otro, nunca olvidaremos que estamos en una materia que tiene claros matices “normativos” (qué condiciones habrá que cumplir para que los seres tengan y puedan
disfrutar de los derechos). Según nuestra opción, no podremos comprender de qué estamos hablando sin un análisis que no parta de dicha complejidad teórica y dicho compromiso humano.

5- Sin embargo, sea por la propia generalidad de sus premisas o por la dispersión de enfoques, gran parte de los acercamientos teóricos que han intentado comprender la naturaleza de los derechos han caído en puras abstracciones, en vacías declaraciones de principios o en meras confusiones con categorías afines. Cualquier acercamiento
a los derechos que simplifique o reduzca su complejidad, supone siempre una deformación
de peligrosas consecuencias para los que cada día sufren las injusticias de un orden global
basado en la desigualdad y en la invisibilización de las causas profundas de su empobrecimiento.

Como defendía el gran filósofo alemán de la primera mitad del siglo XX, nos referimos
a Theodor W. Adorno, los conflictos y desigualdades se dan a conocer, más que en sus manifestaciones institucionales, en las cicatrices y heridas que son la expresión humana de las ofensas producidas. No podemos ser indiferentes a esas cicatrices y heridas. ¿No somos cómplices de todo aquello que nos produce indiferencia?

Los hechos, a pesar de la enormidad de sus efectos, pueden resumirse brevemente. En
primer lugar, hay que destacar el gran esfuerzo que se realiza cotidianamente por generalizar los derechos humanos a todos los que habitan el planeta. Este derroche de energías tiene componentes políticos (instituciones encargadas de ponerlos en práctica), sociales (entidades que cumplen, tanto un papel de denuncia como de propuestas de solución), económicas (desde las que se intentan desenterrar teorías y procedimientos en el que los derechos no sean vistos como “costes”, sino como “derechos”) y jurídicas (cualquier lego en la materia quedaría anonadado al ver la ingente y grandiosa labor que
hacen todos los que luchan diariamente para que los Estados y las jurisdicciones nacionales reconozcan que todos los derechos deben poder exigirse ante un tribunal).

De hecho, ahí están ya instituciones judiciales importantes, entre las que destacaríamos la labor de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en su labor por reconocer las particularidades jurídicas de los derechos indígenas, y la del Tribunal Penal Internacional, como instancia de la que podemos servirnos para “intentar” que los
culpables de torturas y genocidios se sienten en el banquillo de los acusados.

Existe todo un cuerpo jurídico de normas, convenciones y jurisprudencia internacional que no se puede tirar por la borda. Ha costado mucho esfuerzo conseguirlo. Pues, tras ese esfuerzo, laten los corazones y las ilusiones de miles de militantes de derechos humanos repartidos por todo el mundo.

Es un elemento positivo para la historia de la humanidad toda esta “lucha” por los derechos que se lleva a cabo tanto por parte de los organismos internacionales como de las entidades u ONG’s dedicadas a la defensa y promoción de los mismos.

Pero, también debemos ser conscientes de que, al lado de toda esta lucha diaria en nombre
de los derechos, nos encontramos con una serie de obstáculos que impiden su plena implementación. Entre dichos obstáculos destacan los siguientes: la concentración del poder económico, político y cultural en manos de organizaciones públicas y privadas que tienen su sede en los países desarrollados, representando únicamente a un quinto de la población mundial que es la que se beneficia del llamado “desarrollo”; la destrucción sistemática de conquistas sociales, económicas, políticas y culturales logradas con tanta y tanta sangre y que ahora peligra por culpa de las tendencias políticas y económicas dirigidas a la desregulación laboral y social; la situación de abandono en la que sobreviven miles de millones de personas en lugares del mundo que no entran en las agendas públicas de los países enriquecidos, etcétera.

Estos hechos –tanto los positivos como los negativos— nos obligan a una toma de posición
de claros matices normativos (aunque, como vemos, siempre basados en hechos “empíricos”): toda pretensión de objetividad y neutralidad en el estudio y práctica de los derechos humanos es parte de esa mirada indiferente que constituye, en palabras de Eduardo Galeano, el mito irresponsable de los privilegiados.

Sobre todo, porque todo análisis que se pretende absolutamente neutral y/o objetivo viene a ser sinónimo de especialización y formalización. Y tanto la una como la otra nos inducen a la pasividad. Si todo está tan bien “formalizado” y es tan coherente, pues ¡qué actúen los especialistas! Y, sobre todo, en el caso de los derechos humanos las cosas no son así: son las luchas sociales las que impulsan a la creación de nuevas teorías e, incluso, a que las normas jurídicas internacionales vayan cambiando de rumbo. Estas perspectivas tienden a ver el objeto de investigación –en nuestro caso, los derechos humanos— como si fuera algo “autónomo” (sin contacto con las realidades “reales” en las que vivimos), “neutral” (son derechos de toda la humanidad y, por tanto, en sus fundamentos y en su concepto no entran las diferentes y desiguales condiciones en las que se vive) y, en último lugar, “conseguido” de una vez por todas (por lo que ¿para qué luchar por algo que ya se tiene?)

6- Por ello comenzamos estas páginas con el texto de Edward W. Said. Las formas de la cultura,de las que los derechos humanos son una parte inescindible en estos inicios de siglo, son siempre híbridas, mezcladas e impuras. No hay formas culturales puras o neutrales, aunque esta sea la tendencia ideológica de gran parte de la investigación social. Nuestras producciones culturales y, en consecuencia, aquellas con trascendencia jurídica y política, son ficciones culturales que aplicamos al proceso de construcción social de la realidad. Reconocer que nuestras categorías e instituciones se basan en ficciones culturales, no implica degradar su naturaleza de instrumentos, de técnicas adecuadas para llevar a la práctica nuestra concepción de la sociedad.

Al contrario, es precisamente una forma de “saber” cuál es su verdadera naturaleza y poner en evidencia que si han sido creadas por seres humanos, éstos pueden cambiarlas si lo
consideran conveniente y tienen el suficiente poder para ello. Lo que queremos resaltar es algo muy importante para el diálogo y la capacidad de transformación de lo real: todas estas construcciones están determinadas por la historia y por la labor interpretativa de la humanidad.

Por algo en la raíz etimológica del término ficción está el verbo “hacer”. Como afirma el
gran escritor norteamericano Ray Bradbury, el peligro de los seres humanos no reside en que creen ficciones, sino en que les otorgan realidad separada de sí mismos y son capaces de matarse por ellas.

Cuando nos introducimos en el estudio de los derechos humanos (tanto de un modo
empírico como normativo), estamos entrando en un ámbito de ficciones necesarias y de construcciones sociales, económicas, políticas y culturales entrecruzadas y complejas.

Los derechos humanos, como cualquier producto cultural que manejemos, son producciones simbólicas que determinados grupos humanos crean para reaccionar frente al entorno de relaciones en los que viven. Por tanto, es una grave irresponsabilidad
hacer análisis neutrales de los mismos.Confundiendo “neutralidad” con seriedad científica.

Los derechos humanos, si queremos acercarnos a ellos desde su intrínseca complejidad, hay que entenderlos, pues, situados en un marco, en un contexto, en un sistema de valores a partir del cual será más difícil o más fácil su implementación práctica.

7- Por ello, no nos cansaremos de repetir que en nuestro mundo –a pesar de la influencia de la filosofía platónica y su división de la realidad en un mundo de esencias puras y otro de apariencias impuras—, no hay cabida para esencialismos de uno u otro tipo. Todo esencialismo, sea de la clase que sea, es el resultado de una tendencia filosófica, desgraciadamente muy extendida, a considerar una forma de reaccionar frente al mundo por encima de cualquier otro modo de percibir y actuar en él.

Postular esencias consiste, por tanto, en superponer a la pluralidad de significados y símbolos que los seres humanos proponemos para entendernos mutuamente una esfera unitaria y homogénea de productos culturales que reduce la complejidad de lo real.
Esta tendencia, al final termina en alguna forma de dogmatismo a partir del cual unos –los privilegiados por él— quieren o pretenden convencer a los desfavorecidos de que, aunque sean víctimas de un determinado orden, esto no es más que una apariencia o un momento temporal que acabará culminando por sí mismo en la felicidad universal. En definitiva, el esencialismo de los derechos humanos (los seres humanos tienen ya los derechos) propicia la ignorancia y la pasividad, en lugar de promover el conocimiento y la acción.

La búsqueda filosófica de la esencia, nos induce a encontrar la “sustancia” de los fenómenos, en algún lugar sagrado o trascendente. Lugar alejado de nuestra condición humana, desde el cual se juzgará –externamente a nuestra impura e incierta naturaleza de “animales culturales”— todos nuestros actos.

Sin embargo, nosotros, en vez de buscar esas trascendencias separadas de lo humano, indagaremos en la sustancia real y material de los derechos, en lo que “está” debajo, en lo que subyace, en lo que soporta todo el edificio de esas luchas mencionadas más arriba. Es decir, investigaremos el fondo necesario desde el que entenderlos y ponerlos en práctica. El cual, para nuestro punto de vista, no es otro que el contexto social, económico, político y cultural en el que tales derechos, como productos culturales que son, se dan. Utilicemos algunas metáforas:

Las estrellas no pueden ser conocidas si previamente no conocemos qué es el espacio. Ellas
están “situadas” y son una función del espacio. Del mismo modo, los campesinos están situados en la tierra, en sus diferentes formas de apropiación y de producción, e, incluso, en su amor y respeto por el territorio donde y para el cual viven. Los trabajadores y trabajadoras industriales están situados en una específica forma de producir que, como veremos más adelante, influirá decisivamente en sus relaciones individuales y colectivas.

De ahí, que generalizando los derechos humanos no puedan ser comprendidos fuera de los
contextos sociales, económicos, políticos y territoriales en los que, y para los que, se dan. Por ello, para conocer un objeto cultural, como son los derechos humanos, se debe huir
de todo tipo de metafísicas u ontologías trascendentes. Antes que eso es aconsejable una investigación que saque a relucir los vínculos que dicho objeto tiene con la realidad. Con esto, abandonamos toda pretensión de pureza conceptual y los contaminamos de contextos.

“Mundanizamos” el objeto, para que el análisis no se quede en la contemplación y control de la autonomía, neutralidad o coherencia interna de las reglas, sino que se extienda a descubrir y potenciar las relaciones que dicho objeto tiene con el mundo híbrido, mezclado e impuro en el que vivimos.

Por desgracia, esta contextualización de los derechos no es algo que predomine en los
análisis y convenciones internaciones a ellos dirigidas. El contexto de los derechos no es
visible. Cada día se celebran más y más reuniones y se leen más y más argumentos que proclaman –formalista, especializada y “esencialistamente”— el éxito del sistema, su carácter único e inmodificable. Estamos como aquel marinero escocés que, después de haber tomado bastantes pintas de cerveza, buscaba su cartera bajo la luz del único farol que iluminaba la acera. En ese momento, se le acerca otro marinero, menos afectado por la mezcla de whisky y cerveza, y le pregunta qué hace ahí y qué está buscando. Nuestro marinero borrachín dice que busca su cartera. El otro mira a su alrededor y no viéndola por ningún lado le dice que allí no hay ninguna cartera. Eso ya lo sabía nuestro personaje. Se le había olvidado en la mesa de la taberna donde sin duda alguien se la había “encontrado” hacía tiempo. Nuestro marinero, a pesar de las nubes etílicas, sabía con toda seguridad que su cartera no iba a estar allí, pero también sabía que era el único lugar iluminado en muchos kilómetros a la redonda.

Efectivamente, después de casi tres décadas de ofensiva neoliberal y conservadora, seguimos buscando respuestas en los lugares donde los que nos han robado la cartera han colocado su farol.

Sabiendo que allí no encontraremos nada, estamos empeñados en mirar únicamente donde
se nos indica, con lo que las sombras que se extienden alrededor de nuestra forma de conocer el mundo son mucho más amplias que las luces que pretendidamente iluminan nuestras preguntas.

Desde las “sombras” de un orden global no transparente ni sometido a controles democráticos nos gobiernan, y nosotros seguimos empeñados en mirar en el lugar equivocado.

8- Las preguntas son muchas. Veamos algunas: ¿Podemos hoy entender los derechos
del mismo modo que lo hacían los que redactaron la Declaración de 1948? Dada la situación actual de predominio global de grandes corporaciones empeñadas en apropiarse de lo público en su beneficio privado. ¿Nos podemos sentir satisfechos ante análisis puramente formales y descontextualizados de los derechos? Si respondemos
afirmativamente a tales cuestiones, surge otra aún más inquietante: ¿Estamos buscando
en el lugar adecuado? ¿Llegaremos algún día a recobrar nuestra “cartera”?¿Nos situamos en
un lugar seguro o más bien nos tambaleamos como marionetas en manos de magníficos y poderosos creadores de opinión?

Recurramos a nuestra mitología para encontrar una referencia que aclare la posición que
tenemos en este mundo de sombras. En Después de Babel, el gran maestro George Steiner,
afirmaba lo siguiente: “en casi todas las lenguas y ciclos legendarios encontramos un mito del enfrentamiento de rivales; duelo, lucha cuerpo a cuerpo, confrontación de enigmas, cuyo premio es la vida del perdedor”7.

Nuestro enigma viene representado por dos figuras, la de Anteo y la de Heracles. Anteo, hijo de Poseidón (dios del mar) y de Gea (diosa de la tierra), precursor de la enigmática ciudad de Tánger, seguro de ser el protegido de su madre la diosa de la tierra, obligaba a todos los viajeros que se adentraban en su territorio a luchar contra él. Anteo era
invulnerable siempre que sus pies tocasen la Tierra, su madre. Se sentía seguro e invencible mientras mantenía el contacto con su mundo de certezas. El gigante se enfrentaba al mundo sin plantearse el enigma que, como afirma Steiner, domina todas las historias legendarias; es decir, actuaba creyendo con toda seguridad que nada cambia, que todo permanece igual a sí mismo.

Pero en este escenario aparece la otra figura portadora también de su propio enigma; un enigma que asume el cambio y la transformación como formas de lucha contra todo tipo de certezas y de deseos de inmutabilidad. Heracles, en su camino hacia las manzanas de oro situadas en el anhelado Jardín de las Hespérides, se topa con Anteo. Los dos enigmas se enfrentan: el mundo de las certezas, de los que no creen u ocultan ideológicamente que las cosas cambien; el mundo de los que manejan la historia a su antojo estableciendo como universal su modelo de acción y de conocimiento.

Y el mundo de la astucia; del que sabe que con su acción puede transformar hasta misma voluntad de los dioses y nos pone en evidencia que podemos ser “seres humanos” completos si somos capaces de llevar a la práctica nuestra capacidad humana genérica
de transformación de las cosas existentes.

Heracles conocía el poder que puede otorgarnos esa convicción y actuaba en consecuencia. Como era de esperar, Anteo desafió al intruso y ambos se enzarzaron en la pelea. Rápidamente Heracles percibió el “enigma” de Anteo. Con un movimiento certero lo alzó sobre sus hombros separándolo de la base sobre la cual radicaba todo su poder, y logró vencerlo con toda facilidad.

No estar preparado para pensar y actuar en un mundo donde las certezas y las seguridades
de antaño han pasado a mejor vida, nos deja indemnes frente a los que conociendo nuestra
debilidad se aprovechan y consiguen sus objetivos.

En el vuelo de Anteo, se reproduce simbólicamente la imagen de investigadores y actores
sociales que se quedan únicamente con la luz que procede de un solo foco ideológico y
desprecian el amplio mundo de “sombras” que se proyecta más allá de nuestra mirada. Esta
tendencia nos hace sentir seguros en nuestro reino particular que consideramos el único, el universal, el inmutable. Sin embargo, con sólo levantarnos de ese suelo repleto de ficciones –elevadas a dogmas— quedamos a merced de los que conocen bien el contexto en el que nos movemos.

Ya no habrá dos enigmas. Habitaremos en uno solo. Nos han movido de la base y nos
tambaleamos de acá para allá sin saber adónde dirigir nuestras miradas. La derrota está asegurada. Bien para vencer, bien para vender cara nuestra derrota, proponemos asumir la tarea de investigar y poner en práctica los derechos humanos desde toda su complejidad y desde todo el compromiso que nos exigen. Los derechos humanos, como, por lo general, todo fenómeno jurídico y político, están penetrados por intereses ideológicos y no pueden ser entendidos al margen de su trasfondo cultural y contextual.

Sin embargo, como ocurre cuando un fenómeno se reconoce jurídicamente, se comienza a negar su carácter ideológico, su estrecha vinculación con intereses concretos, y su carácter cultural; es decir, se le saca del contexto, se universaliza y, por ello, se le sustrae su capacidad y su posibilidad de transformarse y transformar el mundo. Esta tendencia es la que permite que el derecho pueda ser objeto exclusivamente de análisis lógico-formales y esté sometido a cierres epistemológicos que lo separan de los contextos y los intereses que necesariamente subyacen al mismo.

Si por ideología entendemos un saber “lagunar”, es decir, una forma de presentar nuestras
perspectivas e intereses ocultando lo fundamental de las mismas. Y, por cultura, planteamos la malla compleja de significados, símbolos y formas de conocimiento que constituyen la matriz, el trasfondo de la conciencia y de la acción8.

Los derechos humanos deben ser estudiados y llevados a la práctica, primero, desde un saber crítico que desvele las elecciones y conflictos de intereses que se hallan detrás de todo debate preñado de ideología, y, segundo, insertándolos en los contextos sociales, culturales y políticos en que necesariamente nacen, se reproducen y se transforman.

Sólo de esta manera podremos adaptarnos a las situaciones cambiantes y poder luchar con más armas que el conjunto de certezas heredado de una visión del mundo caduca e
irreal. Frente a hechos nuevos, nuevas formas de resistencia. Así la derrota de Anteo preanunciará nuestra victoria.

9- Por lo que respecta a nuestro tema, los derechos humanos en el siglo XXI, el enfrentamiento entre Heracles y Anteo nos advierte de dos cosas: primero, no debemos anquilosar el discurso y la práctica de los derechos en las décadas de influencia de la economía keynesiana y su correlato político de Estado benefactor.

Desde los años 70, con las llamadas teorías neocontractuales de la justicia, el orden capitalista ha cambiado radicalmente el contexto en el que vivíamos. Los no tan nuevos “amos del mundo” han aprendido de aquel procónsul británico para Oriente Medio que escribió lo siguiente: “nosotros no gobernamos Egipto; sólo gobernamos a sus gobernantes”9.

El papel regulador del Estado ha cambiado, pues, de un modo radical. Lo mismo ocurre con el trabajo, como forma de acción humana creadora de valor social. En este “cambio de contexto”, el trabajo productivo y todos los valores a él asociados han
pasado a ser algo secundario con relación a la especulación financiera y al afán predatorio de empresas transnacionales que, amparadas bajo el principio liberal de lo que no está expresamente prohibido está permitido, actúan mundialmente trastocando e impidiendo cualquier política de redistribución social de la renta.

Estamos ante otro contexto. Ya no nos podemos sentir seguros del universo conceptual de certezas que predominaban en los 60 y 70. Nos han levantado del suelo y no debemos seguir dando patadas al aire. Y, segundo, el vuelo de Anteo nos advierte de otra cosa. Pensar que el único ámbito de libertad es el mercado, supone otro orden de certezas al cual debemos y podemos atacar. De ser “anteos” debemos pasar a ocupar el papel de
“heracles”. Nuestra labor de denuncia y nuestro activismo contra las injusticias que cada día comete el orden global surgido de la reformulación neoliberal de Bretton Woods (es decir, la reordenación del orden global representado por las acciones integradas de las siguientes instituciones: Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y Organización Mundial del Comercio), debe servir de acicate para que entre todos podamos levantar al gigante de su mundo de certezas y vencerlo en todos sus frentes.

La lucha ideológica, cultural, asociativa y, por qué no, sindical y política, aún tiene su campo de acción, tal y como se está demostrando en las anuales reuniones de decenas de miles de entidades sociales que se celebran en el denominado Foro Social Mundial.

Rebelarnos es asumir el testigo de la historia. Como dijo Cortázar, la esperanza no nos
pertenece a nosotros, sujetos cambiantes y, a menudo, indiferentes; la esperanza –afirmó el
autor de Rayuela— le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose. Incluso de nuestra peligrosa tendencia a la pasividad y al abandono de la lucha. Activemos lo que nos hace ser “seres humanos completos”. Echémosle una mano a la esperanza.

8 Herrera Flores, J., El Proceso Cultural. Materiales para la creatividad humana, Aconcagua Libros, Sevilla, 2005; y, del mismo autor, Los derechos humanos como productos culturales. Crítica del Humanismo Abstracto, Libros de la Catarata, Madrid, 2005.
9 Al-Sayid, A.L., Egypt and Cromer, Praeger, N.Y., p. 68.

2. Cuatro condiciones y cuatro deberes básicos para una teoría realista y crítica de los derechos humanos.

Pretendemos, pues, plantear las bases de una “teoría realista” de los derechos que no se quede encerrada entre los barrotes de la jaula de hierro de la teoría tradicional. Vamos en busca de una “exterioridad” desde la que plantear nuevas reflexiones y nuevas prácticas. Por “exterioridad” entendemos la necesidad de salirnos del círculo vicioso en el que han caído las proclamas idealistas acerca de los derechos humanos.

Desde estas idealizaciones de lo jurídico se proponen cada vez más y más textos y convenciones de derechos humanos y, paralelamente, y esta tendencia convive con cada vez más y más violaciones de los mismos. Antes de comentar las cuatro condiciones de nuestra teoría crítica, veamos un ejemplo paradigmático de esa búsqueda de exterioridad a los principios de una teoría tradicional de los derechos puede encontrarse en la Carta de Principios que dirige las actividades del Foro Social Mundial10.

I- Las cuatro condiciones.-

1) La primera condición es asegurar una visión realista del mundo en el que vivimos y
sobre el que deseamos actuar utilizando los medios que nos aportan los derechos humanos.
Es decir, es nuestro objetivo profundizar en el entendimiento de la realidad para poder orientar racionalmente la actividad social. En este aspecto, el pensamiento crítico cumple su cometido cuando resulta esclarecedor, cuando nutre nuestra lucidez. Optamos, pues, por plantear una predisposición positiva a la hora de enfrentar los múltiples problemas con los que nos encontramos todas y todos los que estamos comprometidos con los derechos humanos. En otros términos, pretendemos generar la capacidad para
captar aquello que nos resulta más propicio a la hora de reforzar una voluntad de hacer frente a los problemas de acceso a los bienes.Queremos ser conscientes de las dificultades y obstáculos con los que nos vamos a encontrar.

Una mala noticia, la misma mala noticia, puede ser abordada de manera diferente según sea este ánimo. Una actitud pesimista no es más que el producto del reconocimiento de la impotencia frente a la ideología hegemónica, es decir, dominante. El pesimismo hace que la propia realidad pierde su carácter “real”y se convierta en algo así como una “cosa” que no podemos cambiar o un “ideal” que nunca podremos alcanzar. Nosotros defenderemos que toda realidad es susceptible de quiebra y transformación. No hay, pues, realidades “totales” o absolutamente “construidas”.

Como decía el poeta Gabriel Celaya, “todo está por inventar”. Apostamos, por consiguiente, por una actitud optimista y realista a partir de la cual apuntar
decididamente por el cambio y la transformación de los procesos de división del hacer humano que facilitan a unos el acceso a los bienes y a otros les pone trabas infranqueables. Partimos, pues, del reconocimiento de nuestra humana capacidad de hacer y des-hacer los mundos que nos vienen dados. Con ello, asumimos una visión estrictamente “real” de la realidad, pues somos conscientes de las quiebras, fisuras y porosidades del mundo en que nos ha tocado vivir. Ser realistas significa, pues, saber en donde estamos y proponer caminos hacia donde ir. Ser realistas supone, por tanto, apostar por la vida.4

2) Pero el pensamiento crítico va más allá. Es un pensamiento de combate. Debe, pues,
desempeñar un fuerte papel de concienciación que ayude a luchar contra el adversario y a
reforzar los propios objetivos y fines. Es decir, que sea eficaz con vistas a la movilización.
No basta con el empleo del llamado “lenguaje políticamente correcto”, es decir, con el uso de una forma de hablar que no resulte ofensiva para los grupos oprimidos (sean etnias o minorías, mujeres, personas con diferentes opciones sexuales a las consideradas “normales”, inmigrantes, medio ambiente, personas y grupos que ejercen su derecho a migrar, etcétera).

El lenguaje políticamente correcto no es un fenómeno simple. Por un lado, muestra los avances que se van imponiendo en la superación de muchas opresiones. Además, el cambio de lenguaje produce también, de rebote, un efecto positivo: a fuerza de nombrar a las cosas de otra forma puede modificarse la manera de verlas.

10 http://ciudadanosporsegovia.iespana.es/documentos.htm
11 (http://ciudadanosporsegovia.iespana.es/documentos.htm)

Pero, por otro lado, tiene algunas vertientes no tan positivas, como por ejemplo la superficialidad formalista. Se cambian las palabras más rápidamente que las mentalidades, y no siempre por convicción o por motivos de transformación de los procesos de opresión, sino para evitar problemas con los grupos de presión que defienden el nuevo léxico. En realidad, el éxito del lenguaje políticamente correcto, junto a sus puntos positivos, denota un “seguidismo acrítico” hacia aquellos grupos de presión que consiguen una posición de fuerza en el interior de un campo social o de una sociedad.

Cuando un grupo determinado de personas o un movimiento social alternativo que encauza
la acción de las mismas en una dirección diferente a la impuesta por el orden hegemónico,
alcanzan esa posición de fuerza que les permite hablar en su propio lenguaje, nos estamos acercando a algo muy importante para una teoría crítica de los derechos humanos: el empoderamiento ciudadano. De todo lo cual, se deduce la necesidad de complementar la adopción de esa “forma de hablar” políticamente correcta con un tipo de “acciones políticas, sociales y culturales incorrectas”, es decir, no susceptibles de ser absorbidas por el leviathan de turno, sea el Estado o las Grandes Corporaciones Transnacionales.

Veamos una prueba de pensamiento de combate en la siguiente declaración que denuncia
el abandono por parte de las Naciones Unidas de la lucha contra las violaciones de derechos
que imponen las empresas transnacionales y la necesidad de un control sobre las actividades de las mismas12

3) En tercer lugar, el pensamiento crítico vive en colectividades sociales determinadas, que necesitan de él para configurar una visión del mundo y sentirse seguras y cohesionadas. Luc Boltanski y Ève Chiapello, en su libro sobre El nuevo espíritu del capitalismo13 llaman justamente la atención sobre el hecho de que durante veinte años el capitalismo se ha visto favorecido por el debilitamiento de la crítica que ha supuesto la separación absoluta entre los acercamientos crítico/sociales14 y los que Boltanski y Chiapello denominan acercamientos crítico/artistas15. Estamos entrando en un nuevo período en el que ambas críticas deben unirse9, como único paso para enfrentarse a las políticas liberales y a la mundialización de una sola forma de entender las relaciones sociales: la neoliberal.

Los desarrollos económicos, sociales, culturales y técnicos del mundo contemporáneo se mueven en el sentido de la complejidad y no ponen las cosas fáciles a la labor crítica.
Véase, por ejemplo, el caso del derecho como arma o como obstáculo para una acción crítica afirmativa y constructiva. Como afirmaba el mismo Max Weber, el derecho “formal” del obrero a contratar con el empresario no supone para el obrero la menor libertad en cuanto a la determinación de las condiciones de trabajo, puesto que en el mercado, dominado por los intereses acumulativos del capital, el empresario es quien dispone de la capacidad y la posibilidad de imponerlas16.

10 Weber, M., Sociología del Derecho, Comares, Granada, 2001. Ver, como complemento crítico, Supiot, A., “Du bon usage des lois en matière d’emploi”, Droit Social, 3, 1997, pp. 229-242; Thévenot, L., “Les investissements de forme” en Conventions économiques, Cahiers du Centre d’Études de l’Emploi, Paris, PUF, 1985; García, M.F., “La construction sociale d’un marché parfait: le marché au cadran de Fontaines-en Sologne”,
Actes de la Recherche en Sciences Sociales, 65, 1986. Cfr. Boltanski y Chiapello, El nuevo espíritu del capitalismo, op. cit. pp. 524 y ss.
11 http://www.eurosur.org/futuro/fut54.htm
12 (http://www.cetim.ch/oldsite/2000/00FS04R4.htm)
13 Le nouvel esprit du capitalisme, París: Gallimard, 1999, p. 415. Hay traducción al castellano con el título de El nuevo espíritu del capitalismo, Akal, Cuestiones de Antagonismo, Madrid, 2002.
14 Esta crítica social tendría dos vertientes: 1ª) El capitalismo como fuente de miseria de los trabajadores y de desigualdades de alcance desconocido en el pasado; y 2ª) el capitalismo como fuente de oportunismo y de egoísmo que, favoreciendo solamente intereses particulares, actúa como destructor de los lazos sociales y de las solidaridades comunitarias, en particular de una solidaridad mínima entre ricos y pobres.
15 Esta crítica artista tendría, asimismo, dos vertientes: 1ª) El capitalismo como fuente de desencanto y de inautenticidad de los objetos, de las personas, de los sentimientos y, en general, del tipo de vida que se encuentra a él asociado; y 2ª) El capitalismo como fuente de opresión, en la medida en que se opone a la libertad, a la autonomía y a la creatividad de los seres humanos sometidos bajo su imperio, por un lado, a la dominación del mercado como fuerza impersonal que fija los precios, designa los hombres y los productos-servicios deseables y rechaza al resto y, por otro, a las formas de subordinación de la condición salarial (disciplina de empresa, estrecha vigilancia por parte de los jefes y encuadramiento mediante reglamentos y procedimientos).
16 Boltanski y Chiapello, op. cit. pp. 84 y ss (de la edición en castellano).

Sin embargo, la existencia de unas normas jurídicas “garantizadoras” de los derechos
laborales es algo importantísimo. Desde ellas, podemos hacer evidentes las situaciones de
desventaja en que nos sitúan las puras relaciones de mercado. Asimismo, con una legislación laboral garantizadora de los derechos de los trabajadores y trabajadoras podremos denunciar las situaciones legitimadas por principios de justicia que, desde sus fundamentos, están sesgados en beneficio de un solo grupo, el cual transgrede continuamente los procedimientos reconocidos “públicamente” como válidos en función de sus propios intereses.

Nunca debemos olvidar que el derecho es un producto cultural que persigue determinados objetivos en el marco de los procesos “hegemónicos” de división social, sexual, étnica y territorial del hacer humano. Las normas jurídicas no están ahí por casualidad o por la voluntad abstracta de un “legislador”. Las normas jurídicas establecen una forma precisa a partir de la cual se satisfará, o se obstaculizará, la satisfacción de los bienes exigibles para la dignidad.

Por tanto, es importante generar concepciones y prácticas que trabajen política, económica,
cultural y “jurídicamente” para transformar esos contextos que condicionan la satisfacción de las necesidades humanas en aras de un acceso más igualitario y generalizado a los bienes sociales. Esto nos permite dejar de lado la consideración de los derechos que defiende lo que está reconocido aquí y ahora como si lo estuviera ad aeternum, impidiendo, con ello, la adaptación de las normas a las nuevas luchas sociales que pugnan por una transformación del sistema económico y político dominante.

Una teoría crítica del derecho debe sostenerse, pues, sobre dos pilares: el reforzamiento
de las garantías formales reconocidas jurídicamente, pero, asimismo, en el empoderamiento de los grupos más desfavorecidos a la hora de poder luchar por nuevas formas, más igualitarias y generalizadas, de acceso a los bienes protegidos por el derecho.

Es decir –y en términos de Boltanski y Chiapello—, debemos unir la crítica social a la crítica artista y cultural. La fuerza del derecho se manifiesta básicamente en la posibilidad que tengamos de huir de las propias constricciones que impone la forma dominante de considerar la labor jurídica, con el objetivo de crear nuevas formas de garantizar los resultados de las luchas sociales. En la medida en que nos vamos
convirtiendo en críticos del formalismo, que sólo ve el derecho en sí mismo (sin contacto con los contextos en los que vivimos), cada vez nos vamos a conformar menos con regulaciones concebidas desde el punto de vista interno (o puro) de la lógica jurídica, y más atenderemos a exigencias normativas externas que se apoyen en definiciones revisables de lo que se entiende por bien común y su sometimiento a los procesos
de división social, sexual, étnica y territorial del hacer humano. Consúltense como información añadida las siguientes reflexiones sobre cómo gestionar los bienes comunes de la humanidad11.

4- Por tales razones, el pensamiento crítico demanda la búsqueda permanente de
exterioridad al sistema dominante. Esto no significa de ningún modo que en la acción social
debamos partir siempre de cero. Todo movimiento o corriente vive en buena medida de ideas heredadas. De ahí la necesidad de afinar bien antes de tomar como propia una idea, de someter a crítica las concepciones que nos llegan, discriminarlas, quedarnos con lo mejor o al menos con lo que resulta más aceptable para nuestra concepción de cómo se debe acceder a los bienes. Es decir, planteamos la construcción de una plataforma de crítica que sea consciente de la complejidad grupal en la que vivimos y en la que tenemos que desplegar nuestra voluntad de trabajar activamente en nuestra realidad, saliéndonos
cuanto podamos del marco hegemónico de ideas y valores.

La crítica, tanto social como cultural supone, pues, la construcción de voluntades que nos
empoderen a la hora de elegir lo que es más conveniente para conseguir objetivos de dignidad. Ser críticos de un determinado orden es siempre una actitud abierta a nuestra capacidad humana de indignación. Lo distintivo del pensamiento crítico es, pues, y valga la redundancia, su función crítica, es decir, su riqueza en el rigor con el que acomete esta tarea de aumentar nuestra indignación y en su potencialidad de expandirse multilateralmente, tanto en lo que se refiere a las cuestiones de justicia como a las de explotación.

Criticar no consiste en destruir para crear o en negar para afirmar. Un pensamiento crítico
es siempre creativo y afirmativo. Y, al afirmar y al crear, se distancian de lo que impide a la mayoría de los seres humanos ejercer sus capacidades genéricas de hacer y de plantear alternativas al orden existente. Por tanto, ser crítico supone, afirmarse en los propios valores como algo que es preciso implementar en luchas y garantizar con todos los medios posibles. Y, paralelamente, mostrar las contradicciones y las debilidades de los argumentos y las prácticas que se nos oponen. Es, primero, apuntar la debilidad de una idea, de un argumento, de un razonamiento, inclusive de los nuestros cuando no son consistentes, intentando corregirlos para reforzarlos.

Pero no consiste en la destrucción de lo que no nos conviene como resultado de una pasión ciega, sino como el despliegue de una acción racional necesaria para poder avanzar. Como decía Ernst Bloch, críticar no consiste únicamente en decir “no”, sino en afirmar un “sí a algo diferente”.

Sólo en este caso la crítica deja de ser una “afirmación que subyace a una negación” y se
convierte en una “negación que subyace a una afirmación”. La afirmación de algo nuevo nos debe servir para negar lo que rechazamos, y no al revés: negar para afirmar. Lo previo es la afirmación productiva de nuestros valores, de lo que se deducirá como consecuencia la
negación de lo que no es conveniente a nuestros esfuerzos por superar las condiciones de las injusticias y las explotaciones que sufrimos.
Es difícil decirlo mejor de como lo hizo Walter Benjamin en sus notas sobre esa
capacidad humana genérica de hacer y des-hacer mundos. El filósofo alemán afirmaba que si pretendemos superar los condicionamientos con los que nos encontramos en la acción social, lo primero que tenemos que hacer es no ver nada como eterno e inmutable. Esta forma de encarar el pensamiento crítico nos permitirá ver y construir caminos por todas partes. Donde otros tropiezan con muros o con montañas, nosotros vemos también un camino. Concretamente, dice Benjamín: “(el pensamiento crítico) hace escombros de lo existente, (pero) no por los escombros mismos, sino por el camino que pasa a través
de ellos»12.

II- Los cuatro deberes básicos.-

Para construir ese camino sin imposiciones colonialistas ni universalistas y que tengan
puesta la vista siempre en la necesidad de generar espacios de lucha por la dignidad debemos articular esas cuatro condiciones previas a una serie de deberes que nos induzcan a prácticas emancipadores basadas en las luchas por la dignidad.

Compromisos y deberes, pues, que deben constituir la plataforma desde la que desplegar
la voluntad de encuentro necesaria para la construcción de zonas de contacto emancipadoras, es decir, de zonas en las que los que se encuentren en ellas puedan disfrutar de posiciones de igualdad en el acceso a los bienes necesarios para una vida digna.

En primer lugar, el “reconocimiento” de que todos debemos tener la posibilidad de reaccionar culturalmente frente al entorno de relaciones en el que vivimos. En segundo lugar, el respeto como forma de concebir el reconocimiento como condición necesaria, pero no suficiente a la hora de la construcción de la zona de contacto emancipadora;
a través del respeto aprendemos a distinguir quién tiene la posición de privilegio y
quién la de subordinación en el hipotético encuentro entre culturas.

En tercer lugar, la reciprocidad, como base para saber devolver lo que hemos tomado de los otros para construir nuestros privilegios, sea de los otros seres humanos, sea de la misma naturaleza de la que dependemos para la reproducción primaria de la vida.

12 Benjamín, W., “El carácter destructivo”, Discursos Interrumpidos I, Taurus, Medrid, 1973, pp. 160-161.

Y, en cuarto lugar, la redistribución, es decir, el establecimiento de reglas jurídicas, fórmulas institucionales y acciones políticas y económicas concretas que posibiliten a todos, no sólo satisfacer las necesidades vitales “primarias” –elemento, por lo demás, básico e irrenunciable—, sino, además, la reproducción secundaria de la vida, es decir, la construcción de una “dignidad humana” no sometida a los procesos depredadores del sistema impuesto por el capital, en el que unos tienen en sus manos todo el control de
los recursos necesarios para dignificar sus vidas y otros no tienen más que aquello que Pandora no dejó escapar de entre sus manos: la esperanza en un mundo mejor.

Sólo de este modo podremos construir una nueva cultura de derechos humanos que tienda a la apertura y no al cierre de la acción social.
En primer lugar, una apertura epistemológica: todas y todos, al compartir las características básicas de todo “animal cultural”, es decir, la capacidad de reaccionar “culturalmente” frente al entorno de relaciones en el que se vive, tendrán la posibilidad de actuar, desde sus propias producciones culturales, a favor de procesos de división social, sexual, étnica y territorial del hacer humanos más igualitarios y justos.

En segundo lugar, una apertura intercultural: no hay una sola vía cultural para alcanzar tales objetivos. En nuestro mundo coexisten muchas formas de lucha por la dignidad. Si existe algún universal es éste: todas y todos luchamos por una vida más digna de ser vivida. Sólo tenemos que estar atentos a las mismas y construir los puentes necesarios para que todos puedan “hacer valer” sus propuestas.

Y, en tercer lugar, una apertura política: todo esto no va a venir por sí solo, ni va a derivarse del cumplimiento de reglas procedimentales ideales o trascendentales a la praxis política del ser humano. Es preciso, pues crear las condiciones institucionales que profundicen y radicalicen el concepto de democracia, complementando los
necesarios procedimientos de garantía formal con sistemas de garantías sociales, económicas y culturales en los que la voz y el voto se lleve a la práctica a través de la mayor cantidad posible de participación y decisión populares.

Para nosotros, este es el único camino para una nueva cultura de los derechos que actualice el principio de esperanza que subyace a toda acción humana consciente del mundo en que vive y de la posición que ocupa en él.

Veamos dos links adonde se trata de la problemática de los derechos sociales, económicos
y culturales como medios e instrumentos para implementar una teoría crítica de los derechos humanos en general. La cuestión sería la siguiente ¿estamos en realidad en el “fin de la historia” o cabe alguna plataforma para construir un “Sí a algo diferente”, tal y como decía Bloch?

http://www.attacmadrid.org/d/3/021221220627.php
http://64.233.161.104/search?q=cache:chPGKHnuxvsJ:www.eurosur.org/
acc/html/revista/r58/58ceds.pdf+%22derechos+sociales%22&hl=es

III- La nueva perspectiva de los derechos humanos.-

I- Actitudes teóricas ante la realidad contemporánea de los derechos humanos.-

I.1)- Los derechos humanos, en la actualidad, deben entenderse de un modo diferente a como fueron establecidos en 1948 en la Declaración – autoproclamada—Universal. Necesitamos, pues, una perspectiva nueva, en cuanto que el contexto es nuevo. Para los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, el problema principal era la descolonización de los países y regiones sometidas al poder de las grandes metrópolis y la consolidación de un régimen internacional ajustado a la nueva configuración de poder surgida tras la terrible experiencia de las dos guerras mundiales, que confluyó en la Guerra Fría entre dos sistemas contrapuestos.

Para nosotros, a finales de siglo, y después de la caída de uno de los dos sistemas en confrontación, el desafío radica en defendernos de la avalancha ideológica de un neoliberalismo agresivo y destructor de las conquistas sociales tan trabajosamente
conquistadas durante las luchas de los años 60 y 70 del siglo pasado.

En los momentos actuales se ve preciso armarse de ideas y de conceptos que nos permitan avanzar en la lucha por la dignidad humana, comenzando por asegurar las conquistas sociales conseguidas en las décadas de brillo del llamado Estado del Bienestar. Incluso en los países donde éste tuvo alguna virtualidad, dichas conquistas
sociales se ven cada día más amenazadas.

Qué decir de aquellas otras regiones y países que ni siquiera gozaron de los medios y oportunidades necesarios –tanto políticos como económicos— para lograr un desarrollo equitativo e integral que les permitiera re-distribuir de un modo más igualitario sus propios recursos. La situación es “trágicamente” paradójica, pues en las regiones más desfavorecidas por el orden económico global es de donde están surgiendo los capitales que financian gran parte del inmenso desarrollo de los países y regiones del mundo desarrollado.

Es lo que la famosa militante por los derechos humanos, Susan George,
ha llamado “la trampa de la deuda”, pues los países endeudados no pueden dedicar sus ya
exiguos presupuestos nacionales para favorecer medidas sociales de integración y de redistribución de sus propios recursos. Sus obligaciones “internacionales” hacen que gran parte de los mismos se dediquen a la devolución de los intereses de una deuda que supera ya cualquier límite pensable hace tan solo unos años. Todo ello, sin contar con la omnipresente corrupción que impone un sistema donde los capitales circulan con total libertad, mientras que las personas encuentran cada vez más obstáculos para ir de un lado a otro.

Cualquiera que esté interesado en constatar tal hecho, no tiene más que informarse de los sucesos que están ocurriendo en la recientemente pacificada Angola. Entre la rapiña de las elites corruptas y la apropiación de las minas de diamante y las reservas de hidrocarburos por parte de los grandes capitales internacionales, sobrevive una población en absoluto estado de pobreza y emergencia humanitaria. Solamente la presión del pago de los exorbitantes intereses de la deuda externa, llega en algunos países a alcanzar más
del 30% de su PIB13.

Esto nos induce a la exigencia de rearmarnos de ideas, conceptos y prácticas a partir de las cuales poder luchar contra un orden global basado en la rápida y desigual obtención de beneficios económicos que fluyen, no de actividades productivas, sino de movimientos de capitales financieros que forman una burbuja invisible casi imposible de controlar por parte de los gobiernos nacionales.

Desde principios de los años setenta, estamos asistiendo a la consolidación de un nuevo orden global que se basa en la reestructuración del sistema propuesto por John M. Keynes en Bretton Woods, cuyo objetivo básico era evitar el abismo económico entre ricos y pobres en el marco del Estado Nación y en el ámbito de las relaciones internacionales.

Hoy en día, Bretton Woods ha sido reformulado14 y sus instituciones básicas como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial han quedado sometidas a las premisas neo-liberales del bosque de reglas, principios y valores que componen lo que se denomina la Organización Mundial del Comercio (la famosa OMC) que está impidiendo, entre otras muchas cosas, que los Estados nacionales puedan sacar del mercado algunos servicios esenciales para la comunidad, como, por ejemplo, el agua potable o lo recursos
energéticos.

Desde la implantación efectiva de la OMC en 1994, cualquier empresa pueda
apropiarse de tales servicios y sacar tajada de lo que deben ser bienes comunes a todas y a todos los que habitan las ciudades y regiones del planeta15.

13 (http://www.eurosur.org/deudaexterna/)
14 (http://www.boell.org/spanish/431.html)
15 (http://www.tni.org/archives/bello/wsf-s.htm)

Pero, asimismo, estamos asistiendo al renacimiento de nuevas luchas contra este nuevo
orden global. Los nombres de Seattle, Génova,Porto Alegre…, son ya símbolos de esas nuevas luchas y están entrando, aunque con dificultades, en las agendas de los medios de comunicación mundiales. Estos nuevos movimientos se están esforzando por construir lo que se viene denominando the globalization from bellow (la globalización desde abajo: o, en otros términos, una “alter-globalización” atenta a las necesarias interrelaciones entre lo global y lo local).

Junto a estas luchas, vemos cómo cada día se va generalizando la conciencia por imponer
un “comercio con justicia” entre los países enriquecidos y empobrecidos. E, incluso, asistimos a los inicios de un movimiento de estudio del cumplimiento de los derechos sociales, económicos y laborales por parte de las Empresas Transnacionales que se han marchado a los países del Sur para que cumplan los mismos requisitos laborales, financieros y medioambientales que cumplen en los países donde tienen su sede (ejemplo de ello es el Observatorio Social que se está llevando a cabo en Brasil por parte de la Central Única de Trabajadores y en multitud de ciudades y regiones de nuestro planeta).
Todos estos son esfuerzos por llevar a la práctica esa perspectiva “nueva” que aquí defendemos16.

Los derechos humanos deben convertirse en la “horma” bajo la cual construir un nuevo concepto de justicia y de equidad que tenga en cuenta la realidad de la exclusión de
casi el 80% de la humanidad de los “beneficios” de ese nuevo orden global.

I.2-Integradora

Partimos de la base, y esto lo veremos más detenidamente a lo largo de todas estas páginas,
que ya no podemos hablar sin rubor de dos clases de derechos humanos: los individuales
(libertades públicas) y los sociales, económicos y culturales. Sólo hay una clase de derechos para todas y todos: los derechos humanos (sobre todo, en los países donde se ha alcanzado un suficiente grado de desarrollo y distribución equitativa de los recursos). Entre la libertad y la igualdad no puede darse ya, ni a nivel histórico ni conceptual, una división absoluta. La libertad y la igualdad son las dos caras de la misma moneda. Una sin la otra no son nada. Sin condiciones que pongan en práctica (políticas de igualdad, que se concretan en los Derechos Sociales, Económicos y Culturales) las libertades individuales (es decir, los Derechos Civiles y Políticos), ni aquellas ni éstas encontrarán cabida en nuestro mundo17

Como afirma el economista indio Amartya Sen, ya no debe hablarse sólo del “valor de la
libertad” sino de la “igualdad de la libertad”: todo el mundo importa y la libertad que se
garantiza a uno debe garantizarse a todos. El problema no reside, pues, en descifrar teóricamente qué derechos son los más importantes, sino en ir entendiendo que desde sus orígenes la lucha por la dignidad ha tenido un carácter global, no parcelado. Esta lucha por la dignidad es el componente “universal” que nosotros proponemos.

Si existe algo así como un elemento ético y político universal, éste se reduce, para
nosotros, a la lucha por la dignidad, de la cual pueden y deben reclamarse beneficiarios todos los grupos y todas las personas que habitan nuestro mundo. De este modo, los derechos humanos, no serían, ni más ni menos, que uno de los medios –quizá el más importante—para llegar a ella.

16 (http://uuhome.de/global/espanol/responsabilidad.html)
17http://64.233.161.104/search?q=cache:fTDsrR4w5TMJ:tpdh.net/contenido/publicaciones/docs/rev-5/instrumentos.pdf+%22declaraci%
C3%B3n+de+Viena+1993%22&hl=es)

La dignidad es, por consiguiente, el objetivo global por el que se lucha utilizando, entre otros medios, el derecho. Por eso, y aunque sea una buena medida pedagógica, debemos tener cuidado en el uso de la famosa y extendida teoría de las generaciones de derechos (1ª generación: los derechos individuales; 2ª generación: los derechos sociales; 3ª generación: los derechos medioambientales; 4ª generación: los derechos culturales…) pues pensamos que supone una visión demasiado unilineal de la historia del concepto. Como decimos, tal teoría permite que pedagógicamente “visualicemos” cómo se ha ido
avanzando en el reconocimiento jurídico de las luchas por la dignidad.

Pero tiene sus peligros, pues puede hacer pensar que, del mismo modo que las tecnologías de última generación, la actual fase o generación de derechos ha superado ya las fases anteriores: los derechos de cuarta generación han vuelto obsoletas las viejas luchas por los derechos civiles y los derechos sociales.

Con sólo estar atento a lo que ocurre en el mundo, percibimos que eso no es así y que hay que seguir luchando cotidianamente y complementariamente por todas ellas (véase si no lo que está ocurriendo en el mundo de las libertades después del 11 de Septiembre de 2001 y el consecuente “efecto Guantánamo” de exclusión indiscriminada y, sin las mínimas garantías procesales, de los derechos de la primera generación a todos aquellos meramente
sospechosos de terrorismo ¿y la presunción de inocencia? ¿no era un derecho de primera
generación?).

Partiendo que la lucha por la dignidad debe tener un carácter global –y reconociendo la
virtualidad “pedagógica” de la teoría de las generaciones de derechos—nos vemos, pues, en la necesidad de complementarla con otra que se centra en analizar las generaciones de problemas y de luchas que, primero, nos obligan a ir adaptando y readaptando nuestros anhelos y necesidades a las nuevas problemáticas; y, segundo, a potenciar nuevas y alternativas prácticas sociales en aras de la extensión de los instrumentos jurídicos que gozan unos pocos a toda la humanidad.

Lo principal –y esto no es un anacronismo dada la persistencia en seguir manteniendo la distinción entre ideales de libertad y políticas de igualdad—, es reivindicar la interdependencia e indivisibilidad de “todos” los derechos humanos, siendo las
condiciones de ejercicio de la libertad un tema tan importante y urgente como la defensa de las libertades individuales.

I.3- Crítica

En el terreno de los derechos se ha dado una gran paradoja: la cada vez mayor consolidación y proliferación de Textos Internacionales, Conferencias, Protocolos…, y la paralela profundización en las desigualdades e injusticias que hacen cada vez más amplia la separación entre los polos, no sólo geográficos sino también económicos y sociales, del Sur y del Norte. Se ve, pues, como una necesidad entender los derechos humanos desde la perspectiva de la estrecha vinculación entre ellos y las políticas de desarrollo.

¿Cómo respetar derechos humanos concretos en países agobiados económica y políticamente por tener que pagar una deuda y unos intereses que les impiden crear condiciones (desarrollo) que posibiliten prácticas sociales a favor de los derechos? Debemos configurar una práctica social, educativa y movilizadora de carácter crítico que evidencie esa terrible y profunda paradoja. Entre los diferentes modelos de desarrollo que se han dado existe un criterio, un trágico criterio de validez que nos debe permitir
discernir sobre los mismos: ¿cuántas personas han perdido sus tierras o han tenido que abandonar sus lugares de origen a causa de políticas económicas neoliberales?, ¿de qué modo repercute la creciente distancia entre la riqueza y la pobreza denunciada por el reciente informe del PNUD sobre la riqueza y el desarrollo humano? ¿cuántas muertes inocentes ocurren a causa de enfermedades evitables o por consumo de agua no potable?18

18 Véase el caso del Sida en África en http://elmundosalud.elmundo.es/elmundosalud/especiales/pulitzer/sida.html

Es ya una evidencia el fracaso de las políticas de condicionalidad al desarrollo: “te
ayudamos al desarrollo si primero cumples con nuestra idea de los derechos humanos”. Al
separarse las dos ideas (desarrollo y derechos humanos), como si fueran dos momentos
temporales distintos: primero, el cumplimiento de los derechos humanos y, en un segundo momento, la ayuda al desarrollo, al final nos chocamos con una realidad terrible: ni se respetan los derechos ni existe desarrollo, ya que una cosa lleva necesariamente a la otra y viceversa. No hay desarrollo si no se respetan los derechos humanos en el proceso mismo de desarrollo. Y, del mismo modo, no habrá derechos humanos si no se potencian políticas de desarrollo integral, comunitario, local y, por supuesto, controlable por los propios afectados, insertos en el proceso mismo de respeto y consolidación de los derechos19.

I.4-Y, finalmente, contextualizada en prácticas sociales emancipadoras.-

No podemos entender los derechos sin verlos como parte de la lucha de grupos sociales empeñados en promover la emancipación humana por encima de las cadenas con las que se sigue encontrando la humanidad en la mayor parte de nuestro planeta. Los derechos humanos no sólo se logran en el marco de las normas jurídicas que propician su reconocimiento, sino también, y de un modo muy especial, en el de las prácticas sociales de ONGs, de Asociaciones, de Movimientos Sociales, de Partidos Políticos, de
Iniciativas Ciudadanas y de reivindicaciones de grupos, sean minoritarios (indígenas) o no
(mujeres), que de un modo u otro han quedado tradicionalmente marginados del proceso de
positivación y reconocimiento institucional de sus expectativas.

Contextualizar los derechos como prácticas sociales concretas nos facilitaría ir contra la
homogeneización, invisibilización, centralización y jerarquización de las prácticas institucionales tradicionales. Estaríamos ante un “intervencionismo humanitaro” llevado a cabo por los propios actores sociales, una “guerra humanitaria de baja o nula intensidad violenta” contra un orden desigual en el que 200 personas poseen casi las dos terceras partes de la riqueza mundial, mientras que los 582 millones de habitantes de los 43 países menos desarrollados sólo llegan al 15% de las mismas20.

2. Construyendo la alternativa.-

Escribía nuestro gran poeta Juan Ramón Jiménez: si os dan papel pautado/ escribid por
el otro lado. Y nosotros queremos escribimospor el otro lado del papel. Desde nuestra concepción de los derechos, consideramos un compromiso humano resistirnos a esa pretendida “fuerza compulsiva de los hechos” y plantear una alternativa que rechace todo tipo de naturalización de una ideología, en favor de una concepción histórica y contextualizada de la realidad de los derechos humanos.

Esta alternativa debe pasar por los siguientes pasos: 1)- recuperar la acción política de seres humanos corporales, con necesidades y expectativas concretas e insatisfechas; 2) la formulación de una filosofía impura de los derechos, es decir, siempre contaminada de contexto; y 3)- la recuperación de una metodología relacional: que busque los vínculos que unen los derechos humanos a otras esferas de la realidad social, teórica e institucional.

I- Recuperar la acción política.-

La recuperación de lo político (polemos y polis: es decir, la posibilidad de los antagonismos frente y dentro del orden de la ciudad), es una de las tareas más importantes de una teoría crítica y compleja de los derechos humanos. Con ello romperíamos del todo con las posiciones naturalistas que conciben los derechos como una esfera separada y previa a la acción política democrática.

Lo cual, como veremos más adelante con mayor detalle, nos conduce a dos consecuencias perversas. Por un lado, a una concepción escindida de la acción social: a) la acción dirigida a la persecución de los intereses individuales y privados; y b) la acción dirigida a
la construcción de espacios sociales, económicos y culturales colectivos, públicos y democráticos.

Y, por otro lado, dicha condición previa de los derechos nos conduce una visión estrecha de los mismos, pues parece que, al no estar afectados por lo político, por lo polémico, por lo que cambia en función de los contextos y las relaciones de poder, deben considerar como un mundo de “cosas” inmodificables e inmutables.

19 (http://www.campus-oei.org/pensariberoamerica/ric00a04.htm)
20 Véanse las opiniones del activista por un movimiento social global emancipador François Houtart en (http://latinoamericana.org/2002/textos/castellano/Houtart.htm

Sin embargo, los derechos humanos no pueden existir en un mundo ideal que espera ser
puesto en práctica por una acción social escindida entre lo público y lo privado. Y, ni mucho menos, se trata de categorías abstraídas de los contextos reales en los que vivimos. Al contrario, los derechos humanos se van creando y recreando a medida que vamos actuando en el proceso de construcción social de la realidad.

Veamos un poco más detenidamente estos postulados desde tres planos de análisis.

1º).- Los derechos humanos no pueden ser entendidos separados de lo político. Entender los derechos como algo previo a la acción social supone establecer una dicotomía absoluta entre “ideales” y “hechos”. Los ideales, o las esencias –en términos platónicos—, formarían parte, bien de un mundo trascendente separado de las realidades cotidianas, bien de una subjetividad abstracta no situada en contextos reales de convivencia. Mientras que, por su parte, los hechos serían vistos como los elementos que conforman la objetividad social, es decir, el conjunto de obstáculos “objetivos” –situados más acá del mundo tranquilo de las ideas— que impiden la implementación real de esos ideales abstractos. Por esa razón, los derechos humanos “vistos como ideales” se presentan como instancias neutrales y previas con respecto a lo político.

Como esferas escindidas de todo lo que significa la vida, con todos sus conflictos, sus
consensos y sus incertidumbres. Sin embargo la realidad es la contraria, pues todo producto cultural es siempre una categoría impura, es decir, contaminada de contexto y siempre sometida a las ineludibles relaciones de poder. En definitiva, una concepción de los derechos como ideales previos a la acción social conduce a una concepción muy restringida de lo político, pues lo reduce a la mera puesta en práctica de valores que conforman algo así como un “consenso ideal a priori”. Los ideales –en nuestro caso los derechos humanos—, se piensan como productos dados de antemano y sin relación alguna con los conflictos sociales.

Es decir, estaríamos ante una concepción restringida de lo político: búsqueda de consensos
al margen de los antagonismos reales que se dan en los contextos, desplazando el conflicto y la oposición a la esfera autónoma y separada de toda intervención institucional; es decir, enviados al ámbito de lo privado o al ámbito de lo espiritual.

Como afirma Chantal Mouffe, la base del liberalismo político “racionalista” y “formalista”
que tuvo una gran influencia teórica en el últlimo tercio del siglo XX, reside en la creencia
del fin de los antagonismos “clásicos”: fin de las luchas de clase, fin de la historia… Con lo
que se intentaba legitimar y justificar la hegemonía global de un solo sistema de valores
(el del mercado auto-regulado y el de la democracia reducida a sus aspectos puramente electorales), una vez caído el muro de Berlín.

Por esta razón, tales teorías se imaginaban que el derecho y la moral vendrían a ocupar el lugar de la política y que la victoria del capitalismo sobre el socialismo real de los países del Este europeo aseguraría el triunfo de la razón sobre la barbarie.

El último tercio del siglo XX fue el inicio de una etapa de ceguera frente al continuo proceso de definición y redefinición de identidades colectivas y de prácticas sociales que habían encontrado su “modus vivendi” en el marco de la guerra fría entre dos sistemas contrapuestos.

Casi sin percibirlo, fuimos poco a poco sometidos a nuevos y, cada vez, más agresivos procedimientos de acumulación de capital (por ejemplo, nuevos tipos de contratos laborales, flexibilidad en los despidos…) y del establecimiento de nuevas fronteras de acumulación (en la actualidad se están patentando hasta los propios conocimientos tradicionales de los pueblos indígenas). Tal ceguera nos indujo a dedicarnos a estudiar las nuevas “teorías de la justicia” de autores tan premiados como el economista James Buchanan o el filósofo Robert Nozick, como si las mismas no tuvieran como objetivo la eliminación de las conquistas sociales obtenidas con tanto sufrimiento a lo largo del
segundo tercio del siglo.

Al considerar lo político como algo ajeno a las luchas por la dignidad humana se dejó en
suspenso todo lo que depende de la política en su dimensión de relaciones de fuerza, de alte
ridad, de adversario y de antagonismo. Y, cuando nos dimos cuenta, el nuevo orden ya estaba funcionando a toda máquina. En esa lucha por conquistar la “República del Centro” se fue negando la posibilidad de una oposición real y la irracionalidad de cualquier alternativa o de experiencia conflictiva con todo aquello que “a priori” se planteaba como lo “universal”. Al final, esta epidemia de centrismo está siendo utilizada por posiciones extremistas que, apoyadas en esa eliminación de lo político, están desplazando el conflicto hacia posiciones de plena irracionalidad, sean nacionalistas o de pura xenofobia.

2º).- Los derechos humanos deben servirnos para aumentar nuestra “potencia” y nuestra “capacidad” de actuar en el mundo. Entender los derechos como algo previo a la acción social, supone partir de una posición filosófica con consecuencias políticas conservadoras. Si los derechos humanos pertenecen a una esfera trascendente a toda acción política se llega a asumir pasivamente el mundo que nos ha tocado vivir. Existiría algo así como una realidad – una ontología de la pasividad— que no podemos modificar, dado que está por encima de nuestra capacidad de actuar en sociedad. El “mundo” se concibe bajo la forma de lo existente, de lo dado, de lo hegemónico, reduciendo el campo de lo político-estratégico a lo lógicamente compatible con la idea de una objetividad social cerrada sobre sí misma.

Para construir una teoría crítica y compleja de los derechos, necesitamos otra forma de entender la acción social. Nosotros la denominamos como ontología de la potencia, de la acción política ciudadana siempre en tensión con las tendencias que tienden a reificar, es decir, a cosificar, las relaciones sociales. Una ontología, pues, que permita comprender y llevar a la práctica lo político-estratégico de un modo socialmente compatible con una política democrática de textura abierta. El ser no es lo estático, sino lo que se entiende bajo la forma de lo posible. Y, por tanto, entre los derechos humanos y las políticas concretas hay una estrecha relación de interdependencia.

Lo político no es algo separado del contexto en el que nos encontramos y del lugar al que
pretendemos encaminarnos. Desde luego no podemos estar inventando a cada segundo
cualquier historia sobre nosotros mismos, pero sí podemos y debemos hacer uso de nuestra
imaginación21 y nuestra capacidad genérica de hacer y des-hacer mundos.

Y 3º).- Necesitamos recuperar lo político como esfera complementaria y paralela a la lucha por la dignidad “desde” los derechos humanos.

Teniendo siempre en mente que:

Primero.- Recuperar lo político no consiste en entender la política como la búsqueda de un
mejor o peor sistema de gobierno Desde aquí se reduce la acción pública a una mera gestión de las crisis. Lo político es, más bien, una actividad compartida con otros a la hora de crear mundos alternativos al existente. La dignidad de lo político no reside únicamente en la gestión, sino, asimismo, en la creación de condiciones para el
desarrollo de las potencialidades humanas.

Segundo.- Es preciso apostar por una concepción amplia y no fragmentada de la acción. En todo acto de conocimiento hay siempre una propuesta normativa. No hay hiatos insalvables entre lo que es y lo que debe ser. Una cosa lleva necesariamente a la otra. Tanto el empirismo como el idealismo, al no relacionar sus propuestas con el trasfondo ni con el contexto de la acción, acaban, como decíamos, naturalizando su objeto de estudio.

Como afirmaba Nietzsche, al mentir sobre lo que es se cierra toda posibilidad de hablar sobre lo que debe ser. En el ámbito de los derechos humanos no hay mayor falacia naturalista que la falacia del naturalismo, a partir de la cual, se nos pretende convencer que las propuestas normativas de unos pocos hay que entenderlas como “hechos” incontrovertibles y universalizables a todas y a todos. La parte se presenta como el todo y el particularismo como un universalismo

21(http://64.233.161.104/search?q=cache:vhbHcPpiRGQJ:www.crin.org/docs/resources/publications/sesion_especial.pdf+%22Convenci%C3%B3n+de+los+derechos+del+ni%C3%B1o+1989%22&hl=es)
Y tercero.- Hay que reivindicar una concepción amplia y corporal de los derechos humanos.

Vivimos un mundo en el que los prejuicios ideológicos se viven como realidades. Si hay un conflicto entre aquellos y éstas, peor para la realidad. Uno de estos prejuicios es el del predominio de una concepción que privilegia una subjetividad reducida a lo mental (a los derechos individuales y políticos) por encima de otra que considere relevante la corporalidad (a la complementariedad de los derechos individuales y los derechos sociales, económicos y culturales).

El “yo pienso” aparece como la única evidencia de nuestra existencia. Como defendía
el racionalismo del siglo XVII –con la honrosa excepción de Baruch Spinoza—, la existencia del otro, o de “lo otro”, sólo puede ser garantizada por la intervención de algo externo a nosotros mismos (Dios, la Armonía Preestablecida, la Mano Invisible del Mercado…). Nuestra subjetividad parece quedar encerrada en el espacio que va desde nuestros ojos a nuestras orejas. Lo mental predomina sobre lo corporal. Lo espiritual sobre el conjunto de necesidades que nos hace ser seres humanos.

Como ya veíamos, este imaginario cultural ha conducido, entre otras muchas derivaciones, a una concepción restringida de los derechos: las libertades individuales (lo que otros llaman los “bienes básicos”) se dan por garantizadas al ser incluidas en los textos normativos, sin necesidad de hacer referencia a las condiciones sociales, económicas o culturales que permitan su puesta en práctica: lo mental triunfa sobre lo corporal. Por ello, lo que tenga que ver con lo corporal (la salud, el medio ambiente, la vivienda, el trabajo, las pensiones…), exige la existencia de esas condiciones sociales, económicas y culturales para poder ser garantizadas a todos.

Lo corporal, dado que está sometido a los contextos y nos une a los otros, hace que
necesitemos la comunidad para poder satisfacer nuestras exigencias; mientras que las libertades individuales no necesitan contexto alguno para ser consideradas como derechos de plena satisfacción. Los derechos sociales, económicos y culturales son relegados a un segundo plano. Es lo impuro, lo híbrido, lo mezclado. Podemos pensar, rezar y opinar libres de cualquier condicionamiento social y, además, con todas las garantías estatales imaginables. Pero disfrutar de la salud, de un entorno limpio o de tener una vivienda digna, depende de elementos extraños a lo jurídico formal. Depende, como todo en nuestro mundo (incluidos los derechos individuales), de los contextos en los que se sitúan.
Pero, ¡claro está!, el sistema de valores dominante apuesta por unos derechos y reniega de
los otros.

Al separar lo mental de lo corporal llegamos a entendernos como centros aislados de conciencia y acción. Nuestras necesidades, nuestros cuerpos, el mundo que habitamos constituyen una realidad mundana que no es la nuestra, que nos es ajena, extraña y contra la cual hay que enfrentarse. Como el Adán pintado por Masaccio nos tapamos la cara para no ver el mundo que hemos creado por nuestro pecado: de ser un paraíso, la vida se ha convertido en una condena que hay que cumplir atravesando este valle de lágrimas.

Esto hay que cambiarlo. La propia interpretación de los derechos humanos y fundamentales
debe adaptarse a un mundo no dualista en el que mente y cuerpo vayan unidos. Y, como consecuencia, defendemos una concepción “integral” de los derechos, en los que se supere la dicotomía entre derechos individuales y los derechos sociales, económicos y culturales. Para ello, deberíamos comenzar reivindicando tres tipos de derechos:
a) -derechos a la integridad corporal (contra todo tipo de torturas; de restricciones
a nuestras potencialidades de expresión y creencia; de muertes violentas; de muertes
evitables…);
b) -derechos a la satisfacción de necesidades (derechos sociales, económicos…);
c) -derechos de reconocimiento (de género, étnicos, culturales, en definitiva, derechos de diferencia).

Todas estas propuestas, tienen, por consiguiente un objetivo último: ir contra la naturalización de los procesos a los que nos conduce el neo-liberalismo económico, político y cultural que nos domina. Y, a la vez, supone enfrentarse directamente a lo que más arriba denominábamos como fuerza compulsiva de los hechos en aras de una ontología de la potencia y del empoderamiento ciudadanos.

Es hora ya de inventarnos un nuevo derecho de habeas corpus que saque al cuerpo y a la
subjetividad, con todas sus necesidades, debilidades y fortalezas, de la “jaula de hierro” en los que la racionalidad dominante los ha encerrado.

II- Una filosofía impura de los derechos.-

Desde las paradojas de Zenón (en las que vemos al pobre de Aquiles intentando inútilmente
alcanzar a la lenta y sonriente tortuga) hasta el “patriotismo constitucional” (que nos obliga a aceptar la actual configuración de derechos sin poder discutir la división establecida entre los derechos individuales y los derechos sociales, económicos y culturales), en nuestra forma cultural de ver el mundo ha predominado el secuestro de la realidad.

Como hemos ido viendo una y otra vez, el contexto, las circunstancias a partir de las cuales
se crean y se reproducen los ideales, constituyen para la teoría dominante distorsiones comunicativas que hay que eliminar. Con ello, se pone entre paréntesis el objeto de nuestro conocimiento: los derechos humanos en sus contextos.

Incluso entregamos a una mano invisible (la del mercado auto-regulado), la solución de los
problemas con los que se enfrentan diariamente los militantes y defensores de los derechos. En definitiva, la filosofía y la cultura occidentales ha apostado desde sus inicios en Grecia por una reflexión sobre lo puro, lo incontaminado, lo único, y por un rechazo de todo lo que se consideraba impuro, contaminado, mezclado, plural.

La influencia del Uno incontaminado y separado de la realidad puede rastrearse desde muy
antiguo. Sin irnos muy lejos, la encontramos en la idea de Leibniz de un “relojero universal” que garantiza una “armonía” entre los átomos en que, según su filosofía, está constituida la realidad.

Asimismo, hallamos tal influencia de ese “uno” en la hipótesis del velo de ignorancia,
defendida por el filósofo de Harvard John Rawls a principios de los años setenta del siglo pasado en su libro Una Teoría de la Justicia. Según Rawls, a la hora de poner en práctica las instituciones debemos “olvidar” lo que éramos y lo que teníamos. Sólo debemos tener en mente lo que él denomina los “bienes básicos”; en otros términos, los derechos individuales y políticos.

Rawls defiende en su libro que la libertad es un valor separado y jerárquicamente superior a la igualdad. Toda política pública, por ejemplo, de impuestos progresivos que sirvan para financiar la implementación de los derechos sociales (políticas, pues, de igualdad), puede quedar bloqueada dado que, al ser progresiva, afectaría ineludiblemente a esa libertad abstracta de actuar libremente en el mercado. Es una libertad concebida como principio puro y neutral de autonomía personal que se coloca en el frontispicio de todo el edificio jurídico y político. Quedando todo lo demás, subordinado a esa defensa a ultranza de la iniciativa privada liberada de cualquier obstáculo institucional y social.

Contra estas abstracciones (que tienen, por supuesto, objetivos de justificación del orden de dominación existente), nosotros pretendemos construir una teoría que, abandonando las purezas e idealizaciones (de un único sistema de relaciones sociales y una única forma de entender los derechos), apueste por una concepción materialista de la realidad. Es decir, por una forma de concebir nuestro mundo como un mundo real, repleto de situaciones de desigualdad, de diferencias y disparidades, de impurezas y de mestizajes. En definitiva, lleno de contexto. Para nosotros, sólo lo impuro –lo contaminado de contexto— puede ser objeto de nuestros conocimientos.

Veamos, en primer lugar, adónde nos conducen los purismos intelectuales. Plantear una teoría pura de lo que sea, supone una contradictio in terminis, ya que no podemos teorizar sobre lo que no podemos conocer, sino meramente contemplar. Lo puro no tiene partes y sólo admite una narración indirecta. Lo puro es lo intrínsecamente simple, lo únicamente “él mismo”. Sólo admite la contemplación inmediata de la mística. Como decimos, a lo puro sólo puede llegarse por vía negativa, es decir, despojando al pretendido objeto de conocimiento de todas sus impurezas y negándole sucesivamente los atributos de una existencia en sí y por sí. Hacia lo puro sólo puede marcharse remontando desde lo impuro
(lo plural, lo relacionable, lo narrable) hacia lo que, en última instancia, no puede (ni quizá,
deba ser) descrito ni analizado.

Estamos ante el método dialéctico (parmenídeo-platónico) de aproximaciones sucesivas e “infinitas” hacia algo que nunca llegaremos a conocer. Desde esta metodología filosófica, Aquiles nunca alcanzará a la tortuga. Pero lo peor de todas estas tendencias hacia la “pureza” de los análisis teóricos y de los fenómenos sociales, es que, para una investigación
crítica y compleja de los derechos, el mismo método nos va a impedir en el futuro volver a tomar contacto con el contexto (con lo plural, lo relacionable, lo narrable). La tortuga se alejará sonriente, pues siempre habrá un obstáculo formal –una mitad de una mitad— que
impida a Aquiles dar el salto mortal hacia la realidad.

Los planteamientos que defienden la “pureza” de sus objetos de estudio –sean el arte, la
lógica o los derechos— parten, pues, de un repudio o un ocultamiento de tres factores absolutamente necesarios para entender los derechos humanos en toda la complejidad de su
naturaleza: la acción, la pluralidad y el tiempo.

Tal pretensión de pureza supondría, por tanto, una triple fobia; 1) fobia a la acción; 2) fobia
a la pluralidad; y 3) fobia al tiempo. Veámoslas una a una, para encontrar los caminos de salida.

1) La “fobia a la acción” supone la apariencia de movilidad. El único movimiento, la única
acción que permite lo que se considera puro y neutral es la que continuamente se va deteniendo en los grados intermedios. Va aplazando continuamente la llegada. Así, quedamos atrapados en un juego socrático de palabras y en una sofística de la peor especie. Sabemos desde el principio que, a pesar de la apariencia de movimiento, nunca llegaremos a la contemplación de la idea pura o a la realización terrenal del bien. La cuestión reside en que no nos movemos, sólo aplazamos indefinidamente el salto final hacia el conocimiento, puesto que lo que se niega es precisamente el espacio donde los términos de la discusión hallarían su contexto.

Al hurtar la categoría de espacio –de punto de apoyo para mover el mundo—, nos quedamos sin la posibilidad de actuar sobre la realidad. Sólo tenemos una apariencia de acción. Apariencia de movimiento.

2) La segunda fobia nos conduce a la apariencia de pluralidad. La diversidad de las
posiciones “puristas” se reduce al establecimiento de la dualidad como mecanismo básico de la comprensión del mundo: mente-cuerpo; sujeto-objeto; individual-colectivo, etcétera. Con ello, el purismo reniega de la pluralidad, estabilizando en dos la multiplicidad de conexiones de lo real.

Sin embargo, la dualidad es algo ajeno a la experiencia, dado que ésta es múltiple y diferenciada. El dualismo, supone una esquematización y una reducción de la realidad a dos polos. Y, lo que es más grave, promueve el predominio de un polo sobre el otro: lo mental está por encima de lo corporal, el sujeto es superior al objeto, lo individual es más apreciado que lo colectivo, etcétera. Se establece, por tanto, una lógica de orden que desplaza la importancia del conflicto y la complementariedad de las múltiples y diferenciadas opciones en cuestión.

En nuestro mundo no hay dualismos absolutos, al estilo de la verdad relativa “versus” la
verdad absoluta; la libertad “versus” la necesidad; la inspiración estética “versus” la racionalidad técnica; intuición “versus” ciencia; particularidad “versus” universalidad; teoría “versus” práctica; forma “versus” contenido…Todos estos falsos dilemas esquematizan nuestra forma de comprender y reaccionar frente a nuestros entornos de relaciones.

Nos colocan ante pretendidas oposiciones irresolubles, que no encuentran más salida que la imposición de una como la buena, la mejor o la universal y desplazando la otra a lo malo, lo peor y lo particular/irracional. En definitiva, la dualidad es disyunción, desgarramiento, elección entre polos ficticios y reductores de toda complejidad.

3) Por último, el purismo se sostiene en la apariencia de temporalidad. Lo puro se sitúa
en el origen de todo. Está excluido del devenir. Por un lado, idealiza un pasado (edad de oro) que estuvo y ya no está y nunca volverá a estar. Y, por otro, postula de un modo escatológico un futuro al que nunca se llegará. De un modo u otro, niega el presente y las posibilidades de transformación. El devenir purista no es más que la repetición mediante la cual lo mismo se convierte en lo mismo. No hay más futuro que la extensión de lo que domina en el presente. ¡TINA! (There Is No Alternative), proclamaban los neoliberales de los años setenta y ochenta. Los tiempos se han cumplido. Estamos ya en el “final de la historia”.

Rechazando el movimiento, se desprecia la conciencia del espacio y de la relación entre los
fenómenos. Desdibujando la pluralidad, despreciamos la diferencia. Abominando del tiempo, se abandona la historia. A lo puro sólo puede llegarse, pues, despojándonos
de todo lo impuro. Veamos, pues, en qué consiste la afirmación de la impureza de la
realidad, y, por consiguiente, de las teorías, sobre todo aplicables a los derechos humanos.

Sólo lo impuro es cognoscible, en tanto que se halla situado en un espacio, en un contexto,
en un determinado conjunto de situaciones. Asimismo, sólo lo impuro es describible, pues
puede ser dividido en partes y estudiado en su complejidad. Y, en último lugar, sólo lo impuro es relatable, es decir, puede ser objeto de nuestros diálogos, pues nos permite establecer vínculos entre los fenómenos y está sometido a la “historia”, al devenir, a las narraciones que nos vamos contando unos a otros en el constante proceso de humanización de nuestra propia humanidad. Lo impuro exige, por tanto, una vía positiva de acercamiento.

Lo único que podemos conocer es aquello que está situado, lo que tiene una posición en un espacio concreto. El conocimiento de lo impuro exige reconocer los vínculos que se dan entre los fenómenos que componen el objeto de nuestra investigación. Asimismo, tomar conciencia de la esencial pluralidad de todo objeto de conocimiento, o, lo que es lo mismo, su dis-posición a reconocer e integrar las diferencias. Lo impuro nos induce, pues, a reconocer los contenidos y las diferencias que hacen de un determinado objeto la meta
de nuestro infinito afán de conocer. Al ser narrable, lo impuro está inserto en la historia.

Por ello, necesitamos entender las razones de su movilidad, de sus transformaciones, de sus cambios. Conociendo lo real con todos sus matices, sus rugosidades y sus circunstancias a Aquiles le resultará muy fácil adelantar a la tortuga. El sentido común –es decir, el sentido de “lo común”— triunfa. Y el rápido Aquiles saltará fácil y grácilmente por encima del lento animal. La tortuga mira sorprendida la sombra del filósofo Zenón que se aleja confuso, pues el movimiento de lo real se ha interpuesto en sus pretensiones de considerar estáticamente al mundo en que vivimos.

Para nosotros lo humano es lo impuro. Y esto se constata acudiendo al “libro” al que de un
modo u otro se remiten las tres grandes religiones monoteístas: El Génesis. La expulsión del paraíso terrenal y la colocación en la puerta del mismo de un ángel con una espada flamígera que nos impedirá, hagamos lo que hagamos, volver a él, constituye una imagen
simbólica de gran alcance para comprender nuestras posteriores reacciones culturales. Al
“pecar” contra la orden divina, los primeros seres asumen la naturaleza impura de nuestra
condición humana, pero lo hacen con un fuerte sentimiento de culpa y frustración. De ese modo, Adán y Eva aprehenden su cuerpo (pero, desde la vergüenza), el espacio donde están (pero, sintiendo la pérdida irreparable del paraíso), la realidad de lo otro (la mujer como apéndice del hombre) y asumen el tiempo, su tiempo como castigo (la vejez, la inevitabilidad de la muerte). Vamos convirtiéndonos en seres humanos, pero con la nostalgia y el deseo irreprimibles de “ser como dioses”.

Una filosofía de lo impuro reivindicará, por el contrario, el pecado y la rebeldía como forma de percibir nuestros cuerpos (sin vergüenza), nuestros otros (sin imposiciones) y nuestro tiempo (sin escatologías trascendentes). Es decir, apostamos por un modo de percibir y actuar en el mundo que nos obliga a estar siempre atentos a lo que llamamos los “matices de la condición” que son el movimiento, la pluralidad y el tiempo como base de todo nuestro afán de conocimiento.

Consecuentemente una filosofía de lo impuro entenderá los derechos humanos desde la
realidad de lo corporal, como la respuesta normativa a un conjunto de necesidades y expectativas que pretendemos satisfacer.

Asimismo, es una filosofía que está siempre y en todo momento sometida a los avatares del
tiempo, visto como la posibilidad de cambio y transformación de lo real. Es una filosofía de la alteridad, o, lo que es lo mismo, de la diferencia y de la pluralidad. Y, para terminar, es una filosofía que toma en cuenta el espacio, el contexto físico y simbólico mundano al que hemos sido “arrojados” –quizá afortunadamente— sin compasión.

Resumiendo, una metodología impura de los derechos humanos nos pondría delante de las
siguientes categorías o instrumentos de trabajo: Veamos cómo se pone en práctica una
teoría impura de los derechos, acudiendo a los esfuerzos internacionales por consagrar los derechos de los niños21.

Acudamos, para tal fin, a una de las problemáticas más terribles con las que se encuentra gran parte de niños y niñas en el mundo empobrecido: la prostitución y abusos sexuales ¿cabría una interpretación y una práctica “puristas” en tal materia? Veamos la Resolución
de la Asamblea General de Naciones Unidas A/RES/54/263 del 25 de mayo de 2000, en la que se establece un Protocolo facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989 22 relativo a la venta de niños, la prostitución infantil y la utilización de niños en la pornografía23.

22 (http://www.unicef.org/spanish/crc/crc.htm)
23 (http://www.unhchr.ch/spanish/html/menu2/dopchild_sp.htm)

ESPACIO Contextos sociales, económicos y culturales Posiciones ocupadas
en los procesos de
acceso a los bienes
Los derechos
humanos
comprendidos en
función de los
vínculos entre lo
jurídico, lo político,
lo económico, lo
social y lo cultural
PLURALIDAD Reconocimiento de
las “diferencias”
como recursos
públicos que deben
ser tenidos en cuenta
por las instituciones
públicas y privadas
Disposiciones
activas de los
agentes a enfrentarse
a las posiciones
desigualmente
ocupadas en los
procesos de acceso a
os bienes
Los derechos
humanos
comprendidos como
normas que nos
proporcionan medios
concretos para
actuar frente a la
desigualdad de
posiciones ocupadas
en los procesos de
acceso a los bienes

NARRACIONES Todo lo impuro es
susceptible de ser
narrado en tanto que
está sometido a la
historia que crean
los seres humanos
en sus distintas y
plurales formas de
reaccionar ante los
entornos de
relaciones en los que
viven
Todo lo impuro es
susceptible de ser
transformado, ya
que depende de
nuestra voluntad de
lucha por conseguir
cada vez mayores
cotas de dignidad
Los derechos
humanos
comprendidos como
productos culturales
occidentales que,
poco a poco e,
impulsados por las
luchas sociales,
pueden generalizarse
sin imposiciones
coloniales o
imperialistas.

III- Una metodología relacional.-

Colocar los derechos humanos en el espacio donde nos movemos (acción), en la pluralidad
(corporalidad) y en el tiempo (historia), exige una nueva metodología que abarque estos
conceptos en sus mutuas relaciones consigo mismos y con los procesos sociales donde están insertos.

Esto significa que nunca deberemos entender ni los derechos humanos, ni ningún otro
objeto de investigación de un modo aislado, sino siempre en relación con el resto de objetos y fenómenos que se dan en una determinada sociedad. Analizando las culturas de clase, Paul Willis afirma que todo fenómeno cultural “comprende experiencias, relaciones y conjuntos de tipos sistemáticos de relaciones que no sólo establecen un conjunto de ‘opciones’ y ‘decisiones’ concretas en momentos concretos, sino que también estructuran de manera real y experimental la forma en que se realizan y definen en primer lugar estas ‘opciones”.

Investigar y ejercer los derechos humanos desde las categorías de espacio/acción,
pluralidad, y tiempo exige una metodología holística y, sobre todo, relacional: cada derecho, cada interpretación y cada práctica social que tenga que ver con los derechos no hay que considerarla como el resultado casual o accidental del trabajo de individuos o grupos aislados, sino formando parte de un proceso amplio de relaciones sociales, políticas, teóricas y productivas.

Esto no quiere decirse que cada vez que analicemos un derecho, una interpretación del
mismo o una ación política dirigida a él, tengamos que conocer todas sus relaciones, tanto internas como externas. Esto conduciría a un efecto paralizador del análisis. Lo que se quiere decir es que debemos tener siempre presente que un proceso singular sólo puede ser entendido completamente en términos del conjunto social del cual forma parte. Una concepción aislada de un fenómeno sólo puede conducirnos a malentendidos y a una reducción de su complejidad.

Estas razones nos inducen, por poner un ejemplo actual, a rechazar todo tipo de reduccionismo economicista que sólo vea a los seres humanos como productos de la tendencia natural de los humanos a maximizar sus preferencias, sus utilidades y sus beneficios sin tomar en consideración los contextos en los que la actividad económica se realiza. Este reduccionismo supone dos cosas: 1- que la economía determina todas las cosas en una sociedad; y 2) que nada hay en la sociedad que pueda determinar la estructura económica..

¿Qué papel cumplirían los derechos humanos, como categorías normativas, ante una estructura económica que se presenta como si fuera una cosa que funciona por sí misma y que, por consiguiente, aparece como inmutable?

Nosotros pensamos que los fenómenos que se dan en una formación social determinada –
entre ellos, cómo no, los derechos humanos—, sólo pueden ser entendidos en el ámbito de la suma de los procesos sociales y económicos que predominan en un contexto espacio/temporal concreto. Pero, también partimos de que podemos construir propuestas normativas y realizar prácticas sociales que pueden usarse para transformar tales sistemas hegemónicos y proponer la búsqueda de alternativas reales y concretas si es que percibimos que los mismos conducen a injusticias y explotaciones del ser humano.

De ahí, nuestra reivindicación de una metodología relacional que tenga en cuenta la
complejidad de los derechos humanos situados en sus contextos.

En primer lugar, debemos tener presentes el conjunto de ideas (producciones culturales, científicas, artísticas, psicológica…) y de instituciones (gobierno, familia, sistema educativo, medios de comunicación, partidos políticos, movimientos sociales…). Y, en segundo lugar, la interacción continua entre las fuerzas productivas (trabajo humano, equipamientos, recursos, tecnologías…) y las relaciones sociales de producción (interconexiones entre grupos de seres humanos en el proceso de crear, producir
y distribuir productos: relaciones de clase, de género, de etnia, mercantiles…).

La interacción estrecha entre ideas, instituciones, fuerzas productivas y relaciones sociales
de producción nos es muy útil a la hora de superar los reduccionismos a que nos tiene acostumbrados la teoría tradicional de los derechos.

Esquemáticamente estaríamos ante lo siguiente: Analicemos algunos fenómenos actuales desde esta metodología relacional. En primer lugar, atendamos a fenómenos tales como el analfabetismo o la falta de acceso al agua potable que afectan a miles de millones de personas; a hechos brutales como el que muestra que 250 millones de niños son explotados laboralmente y en el que 30000 niños en el mundo mueren cada día por enfermedades evitables24. ¿Cómo abordar estas terribles “realidades” desde concepciones ideales o metafísicas. ¿Es que acaso no vivimos en un mundo donde hay suficientes recursos y capitales para evitar todo esto : redistribuyendo tales recursos y capitales con el
objetivo de facilitar un acceso igualitario a los bienes por parte de todas y de todos25.

24 (Informe sobre el Desarrollo Humano 2000, Fuente ONU. Asequible en http://www.undp.org/hdr2000/spanish/HDR2000.html)
25 Leamos el extenso informe sobre las virtualidades y deficiencias de los programas de naciones unidas para el desarrollo y la necesidad de su complementación con medidas democráticas en http://64.233.161.104/search?q=cache:KxAnkXM6yoYJ:www.rebelion.org/
noticia.php%3Fid%3D13566+%22pnud+2004%22+cr%C3%ADticas&hl=es

La pregunta es ¿cabe la indiferencia frente al contexto que vivimos a inicios del siglo XXI?

En el 53 aniversario de la fundación del PCS (Marzo de 1983)

En el 53 aniversario de la fundación del PCS (Marzo de 1983)

El 53 aniversario de fundación del Partido Comunista de El Salvador, PCS, en marzo de 1983 encontró a esta organización formando parte del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN y participando ya por dos años en la Guerra Popular Revolucionaria, iniciada en enero de 1981 y que concluiría en enero de 1992 con una sustancial reforma del sistema político salvadoreño, que incluso le permite alcanzar el gobierno en el 2009 y luego en el 2014.

A continuación rescatamos partes medulares de este histórico documento, titulado “Saludo del Comité Central del Partido Comunista de El Salvador a sus militantes, a los combatientes de las Fuerzas Armadas de Liberación y a pueblo en general al celebrarse el cincuenta y tres aniversario de su fundación.”
Inicia el documento con lo siguiente: “El 28 de marzo* se cumplen 53 años de fundación del Partido Comunista de El Salvador, PCS. Han sido 53 largos años de azarosas experiencias, llenas de enormes satisfacciones revolucionarias y también de grandes reveses sufridos, de avances y retrocesos, de aciertos y desaciertos, pero que en definitiva nos han permitido arribar a una situación en la que la victoria revolucionaria de nuestro pueblo es un hecho que no podrá ser detenido y que pronto llegará.”

Señala que “fundado en el torbellino de una tumultuosa situación revolucionaria, el PCS tuvo que encabezar a los pocos meses el levantamiento insurreccional armado de las grandes masas de campesinos, artesanos y obreros, y junto a ellos sufrió la bárbara matanza con que la dictadura ensangrentó desenfrenadamente a nuestra patria.”

Reconoce que “la feroz persecución que esta desató en contra de los comunistas, privó al PCS de valiosos cuadros y le impuso condiciones sumamente adversas de existencia que lo llevaron al borde del aniquilamiento.”
Evalúa autocríticamente que “la horrible carnicería con que al dictadura se ensañó en contra de nuestro pueblo dio pie a que dentro del Partido surgieran corrientes liquidacionistas, que impidieron al joven PCS de entonces convertir a derrota en victoria aprovechando las lecciones y enseñanzas del más grande acontecimiento revolucionario de nuestra patria y que lo condujeron a llevar por un largo periodo una vida política de catacumbas.”

Subraya que “el terror anticomunista infundido por la dictadura se extendió entre amplias masas de trabajadores y echó raíces entre otros sectores de la población. Bajo estas adversas y duras condiciones, el PCS se limitó a conservar sus raíces entre pequeños grupos de artesanos y obreros manuales, estudiantes universitarios y ciertos elementos de los profesionales liberales y de otros sectores de la intelectualidad. Pese a todo, los opresores no lograron aniquilar a nuestro partido.”

Precisa que “al precio de grandes sacrificios, de lucha abnegada, de entrega sin límites a la causa revolucionaria durante más de medio siglo de incansable trabajo en el más duro clandestinaje, el PCS logró contrarrestar e imponerse progresivamente a aquellas condiciones hostiles a su desarrollo. No hubo acontecimientos políticos importantes librados por las grandes masas de nuestro pueblo, en los que no hay estado presente, de una u otra forma, el PCS junto a su pueblo, entregando lo mejor de sí.”

Comparte que “hoy día, a dirigir una mirada hacia atrás y recordar las grandes dificultades que tuvieron que enfrentar los comunistas de entonces para emprender aquella memorable hazaña, comprendemos de juna mejor manera la gigantesca dimensión y el alto significado histórico que tuvieron las batallas que nuestro pueblo libró en pro de una soñada liberación.”

“Emocionados rendimos homenaje a los heroicos revolucionarios que con su luminosa gesta, con aquella maravillosa epopeya de la guerra que el pueblo libra desde aquel entonces contra su opresores, entraron a la eternidad de la historia de nuestra patria.”

Proclama que “a cincuenta y tres años, nuestra patria es sacudida, como entonces por una efervescente situación revolucionaria, pero hoy el campo de las fuerzas que están a favor de la revolución en El Salvador se ha ampliado y se ha fortalecido con la confluencia del caudaloso movimiento de masas de los últimos años, de las organizaciones hermanas que iniciaron la lucha armada a partir de los años setenta y del mismo viraje del PCS a la lucha armada y de la creación de sus Fuerzas Armadas de Liberación, FAL, todo lo cual creó nuevas condiciones para el desarrollo del movimiento revolucionario y para la construcción de una vanguardia unificada y poderosa, el FMLN.”

Considera que “desde que entramos de lleno a la Guerra Popular Revolucionaria, los enemigos de nuestro pueblo han fracasado en sus intentos de aniquilarnos primero y de derrotarnos después y finalmente ellos han sido derrotados cada vez que han intentado obtener alguna pequeña victoria sobre nuestro pueblo. Hoy, pese a la voluminosa ayuda en armas y en municiones y en asesores militares por parte de los imperialistas, e ejército está a punto de derrumbarse.”

Analiza que “mientras los norteamericanos levantan hipócritamente la bandera de la solución política por vía electoral, para encubrir sus verdaderas intensiones militaristas, las fuerzas revolucionarias y democráticas mantienen invariable su propuesta de diálogo y negociaciones sin precondiciones para acortar los sufrimientos de nuestro pueblo y alcanzar más rápidamente la paz anhelada.”
Plantea que “el enemigo interno y los imperialistas están condenados a caer derrotados por nuestro pueblo; pero los enemigos no caerán por sí solos, habrá que hacerlos morder el polvo de la derrota reforzando nuestro empuje ofensivo, manteniendo la iniciativa y no dándoles tregua en ninguno de los terrenos de la lucha.”

Finaliza el manifiesto del PCS afirmando que “el fin de la dictadura militar fascista y sus amos imperialistas está acercándose y el triunfo militar es el mejor tributo que podemos brindar a todos los héroes y mártires caídos a lo largo de cincuenta y tres años de continuada lucha en contra de los opresores. ¡Vivan los mártires y héroes de la insurrección de 1932!”

*Durante muchos años se conmemoró la fundación del PCS el 28 de marzo, hasta que en 1978 se corrige con la fecha precisa del 30 de marzo.

Entrevista con el Comandante Guerrillero Roberto López (Salvador Cárcamo)

A continuación presentamos un resumen de una entrevista aparecida en el número 5 de la revista teórica del PCS, Fundamentos y Perspectivas, de marzo de 1983, con el Comandante Guerrillero Salvador Cárcamo, (Roberto pero conocido cariñosamente como El Cacho) responsable de uno de los principales campamentos de las FAL de esa época, ubicado en Cerros de San Pedro, San Vicente. Durante la década de los setentas Salvador fue un destacado dirigente juvenil comunista.

Plantea que “en su desarrollo las FAL han tenido que recorrer básicamente las mismas etapas que han recorrido las otras organizaciones revolucionarias hermanas, aunque el momento, el ritmo y la intensidad de las etapas recorridas han sido desiguales. En nuestro caso la autodefensa estuvo relacionada con la lucha electoral, las actividades reivindicativas del movimiento sindical y las actividades políticas que trascendían el marco legal.”

Agrega que “los grupos de autodefensa se fueron organizando para la protección de las acciones de masas, para las actividades de masas en el área urbana, en los principales centros urbanos y estaban orientadas para ir preparándolas a través del cumplimiento de ciertas tareas concretas, para lo que era nuestra concepción en ese momento inicial acerca de la vía para la toma del poder: la insurrección general.”

Subraya que “posterior a la etapa de la formación de los grupos de autodefensa, con el establecimiento de las bases de apoyo, es decir con la creación de la retaguardia, se abrió la posibilidad de desarrollar las fuerzas armadas locales, el ejército local. Estas fuerzas locales se fogueaban y tenían como objetivo y tarea, cumplir misiones en una zona de operaciones determinada para defenderla y desarrollarla como base de apoyo.”

Explica que “en el desarrollo de la guerra revolucionaria, las funcione de las fuerzas locales cambian de complejidad, a medida que se avanza de una fase o otra de la Guerra Popular Revolucionaria…Una vez que se ha consolidado nuestra retaguardia, se pasa la etapa de la formación de las fuerzas estratégicas móviles que se desplazan a cumplir misiones de un punto a otro del territorio nacional. Y cada misión, se apoya en las fuerzas locales, las que a su vez continúan desarrollándose al apoyar y nutrir a las fuerzas estratégicas.”

Añade que “en el caso nuestro de las FAL, ya se constituyó a fuerza estratégica principal y ay está operando con el nombre de Batallón Rafael Aguiñada Carranza, que hace poco cumplió misiones de importancia estratégica en la Ruta san Martín-Suchitoto y que participó en el asedio de esta última ciudad por más de doce días.”

Comenta que “el desarrollo de las FAL se ha producido en medio de situaciones muy particulares, el asentamiento de sus fuerzas no se ha producido en las mejores condiciones; debe entenderse como mejores condiciones aquellas en donde hay una correspondencia entre las condiciones topográficas de un lugar con la existencia de una base social avanzada del partido en ese mismo lugar; esto no siempre sucedió así.”

Indica que “la línea de solución a este problema está en el desarrollo del trabajo de expansión y en los resultados de la operatividad militar de las FAL que le permitió ganar prestigio; también el trato correcto a la población y el papel positivo jugado por las FAL en la defensa de las bases de apoyo nos permitieron ir cambiando la situación, fortalecer las bases de apoyo.”

Asegura que “para poder triunfar es necesario que se llegue a la formación de fuerzas estratégicas, desarrollando los otros niveles de tropas de las fuerzas armadas revolucionarias… La construcción de las fuerzas estratégicas que son las encargadas de aniquilar las fuerzas estratégicas del ejército enemigo, es una necesidad que puede tener fuerza de ley, en eso no nos cabe la menor duda.”

“Nuestro propósito consiste en quebrar la moral y voluntad de la tropa del ejército enemigo; quebrar su columna vertebral, lo que no significa aniquilar hasta el último soldado del ejército enemigo, y tal propósito se logra desarrollando una guerra no solamente en el terreno militar, sino que también a nivel económico, a nivel político y a nivel diplomático, aunque fundamentalmente es a nivel militar en donde se realizan las acciones decisivas.”

Considera que “a la luz de nuestra experiencia después de 3 años de Guerra Popular Revolucionaria, el impacto ideológico y político que tienen la rendición de fuerzas vivas del enemigo y la recuperación de medios de guerra, ha sido muy importante.”

Explica que en las FAL “la célula realiza en las unidades militares actividades propiamente políticas que están orientadas a cumplir determinadas campañas, algunas de esta son ideológicas. De la misma manera se procede con los problemas de la disciplina revolucionaria, con el mando único y centralizado, sobre estas cuestiones, las células realizan un trabajo de difusión dentro de las unidades militares pero al mismo tiempo que a nivel general se desarrollan actividades políticas.”

En relación al problema de la retaguardia opina que “hay zonas donde el terreno es sumamente desventajoso., en donde, de acuerdo a la concepción clásica acerca de los elementos a tener en cuenta para la construcción de las bases guerrilleras, no llenan los requisitos. Por ejemplo: la base guerrillera tiene que estar alejada de las principales vías de comunicación, de puestos económicos importantes del enemigo, de su centro político administrativo, de la ubicación de sus principales unidades militares, no ser accesibles a través de calles, presentar facilidades para el enmascaramiento, el terreno tiene que ser ventajoso, etc.”

Pero agrega que “en nuestra experiencia no se cumple en forma absoluta con esas condiciones y sería por tano desde el punto de vista teórico, difícil construir una zona guerrillera. Sin embargo, en zonas geográficas tan adversas no sólo se han construido zonas guerrilleras, sino que se ha desarrollado y extendido su control, y ellos ha sido posible por el apoyo político de las masas, por las bases de apoyo de la revolución, No se explica de otra manera.”

Concluye que “hemos tenido la experiencia que nosotros realizamos en la región entre Sonsonate y Ahuachapán, al occidente del país; una zona bastante buena en cuanto a características topográficas pero sin base de apoyo organizada y sin ella no se pudo mantener. Sin embargo, unidades peor armadas se mantiene en zonas más deficientes para su defensa, porque cuentan con bases de apoyo, es decir con condiciones políticas favorables. Así vemos nosotros nuestra experiencia en la construcción de la retaguardia en la Guerra Revolucionaria.”

Autografía Precoz

AUTOBIOGRAFIA PRECOZ
Evgueni Evtushenko

CAPITULO PRIMERO

1. La autobiografía de un poeta son sus poemas. El resto es sólo comentario.
El poeta tiene el deber de presentarse a sus lectores con sus sentimientos, sus pensamientos y sus actos en la palma de la mano.

Para tener el privilegio de expresar la verdad de los demás, debe pagar el precio: entregarse, sin compasión en su verdad.

Engañar le está prohibido. Si desdobla su personalidad el hombre real por una parte; el hombre que se expresa, por otra se volverá inevitablemente estéril

Cuando Rimbaud, convertido en negrero, se condujo en contradicción con sus ideales poéticos, dejó de escribir. Era la solución honesta.

Desgraciadamente, hay otros. Algunos se obstinan en escribir, aun cuando su vida no coincida ya con su poesía. Esta se venga desertándolos. Mujer rencorosa, no perdona la mentira, ni aun la verdad a medias.

Algunos hombres se envanecen de no haber mentido jamás. Que se miren en el espejo y nos digan, no cuántas contra verdades han proferido, sino cuántas
veces eligieron, simplemente, la comodidad del silencio.

Sé que esos hombres tienen una coartada que debieron de inventar sus hermanos: el silencio es oro.

Les respondo: ese oro no puede ser puro. El silencio es oro falso.

Eso vale para todos los mortales, pero es aún cien veces más verdadero para los poetas, que tienen que encarnar una verdad concentrada. Cuando uno
comienza a callar la suya, termina inevitablemente por guardar silencio sobre las verdades, los sufrimientos y las desgracias de los otros.

Durante mucho tiempo, numerosos poetas soviéticos se rehusaron a develar sus propios pensamientos, sus contradicciones y la complejidad de sus
problemas personales. Entonces, naturalmente, llegaron a no poder decir nada de quienes los rodeaban.

Hubo un tiempo, después de la Revolución, en que los poetas comunistas fundaron la asociación de la “cultura proletaria”, y, creyendo ingenuamente servir así a su ideal, al hablar decidieron servirse únicamente del “nosotros”. Utilizaron desesperadamente su talento para sofocar su propio método.

Los sucesores escribieron ya en primera persona de singular. Pero siguieron soportando el peso de ese gigantesco accesorio llamado “nosotros”. Si uno
de ellos decía: “amo”, se escuchaba “amarnos”, de tal modo estaban prisioneros de sus artificios.

En esta época nuestros críticos literarios se ingeniaron para inventar la teoría del “héroe lírico”. El poeta, dijeron, debe cantar las virtudes superiores.
Debe aparecer, en sus obras, no como es, sino como un prototipo del hombre-perfecto.

Los adeptos de esta teoría escribieron frecuentemente lo que creían eran poemas autobiográficos. Allí se encontraban, en efecto, el nombre de su ciudad natal, la lista de los países que visitaron y otros detalles personales.

Pero sus obras estaban vacías, al punto que era imposible distinguir unas de otras.

Lo sé bien, algunos tuvieron bastante talento para expresarse con más fortuna que los otros. Pero su pensamiento estaba estereotipado. Y lo que distingue a los seres vivientes, no es la forma que adopta su modo de expresión, sino la singularidad de su pensamiento. No existe autobiografía posible que no sea
el reflejo de lo que cada uno lleva en sí de único e inimitable.

No deseo abatir aquí a toda la poesía soviética. No quiero acusarla de haber desnaturalizado el “yo” del poeta.

Maiakovsky escribió: “Nosotros”, era Maiakovsky. El “yo” de Pasternak es precisamente el “yo” de Pasternak.

Podría citar muchos otros poetas que tienen el mérito insigne de haber conservado su individualidad durante este período difícil, pero sus nombres no
dirían gran cosa a los lectores occidentales.
La obra de un auténtico poeta es la imagen viva que respira, marcha y habla de su tiempo. Pero es también su autorretrato permanente y total.

Puesto que creo en esto, ¿por qué he aceptado escribir un ensayo autobiográfico? Porque los poemas se traducen mal, y porque en Occidente, en vez de conocer mi obra, se conocen ciertos artículos que dan de mí una imagen muy diferente de la real.

Se ha querido hacer de mí una figura aparte, que se destaca como una mancha luminosa sobre el fondo gris de la sociedad soviética.

Pero no soy esa figura.

Un gran número de hombres soviéticos detestan, tan apasionadamente como yo, todo aquello contra lo que lucho.

Lo que me es querido, por lo que combato, lo es igualmente para innumerables soviéticos.

Sé que hay hombres capaces de marcar su época con sus ideas personales. Las proporcionan a la sociedad como armas de combate. Es la forma más elevada de la creación del espíritu. Desgraciadamente, no pertenezco a esta categoría de creadores.

Las ideas nuevas, los sentimientos nuevos que se encuentran en mis poemas, existían en la sociedad soviética mucho antes que comenzara yo a escribir.

Cierto, no habían recibido aún forma poética. Pero si no hubiera sido yo, otro los habría expresado.

Ustedes dirán que me contradigo de una página a otra, que después de haber alabado el individualismo indivisible del poeta, me presento como un cantor de las ideas colectivas.

Pero es una falsa contradicción.

Creo que es necesario tener una personalidad muy propia, muy determinada, para poder expresar en su obra lo que es común a muchos hombres. Mi ambición de poeta no es más que esa. Quisiera poder, en el curso de mi vida, incorporar a mis poemas el aliento de los demás sin renunciar a mi propio “yo”. Por otra parte, estoy convencido de que el día en que perdiera ese “yo”, perdería al mismo tiempo mi facultad de escribir.

Pero, ¿quién soy “yo”?

Reflexionando acerca de la vida material y la vida económica

1. REFLEXIONANDO ACERCA DE LA VIDA MATERIAL 
Y LA VIDA ECONÓMICA
Comencé a pensar en Civilización material, economía y capitalismo, obra larga y ambiciosa, hace ya muchos años, en 1950. El tema me había sido propuesto entonces o, mejor dicho, amistosamente impuesto, por Lucien Febvre, que acababa de sentar las bases de una colección de historia general, “Destins du Monde”, de la cual tuve que asumir la difícil continuación tras la muerte de su director, en 1956. Lucien Febvre se proponía escribir, por su parte, Pensées et croyances d’Occident, du XV au XVIII siécles, libro que debía acompañar y completar el mío, formando pareja con él, y que desgraciadamente no se publicará nunca. Mi obra se ha visto definitivamente privada de este acompañamiento.
Sin embargo, pese a limitarse en general al campo de la economía, esta obra me ha planteado numerosos problemas, debido a la enorme cantidad de documentos que he tenido que manejar, a las controversias que suscita el tema tratado –la economía, en sí, es evidente que no existe– y a las incesantes dificultades que suscita una historiografía en constante evolución, ya que incorpora necesariamente, aunque con bastante lentitud, de buen o mal grado, las demás ciencias humanas.
A esta historiografía en estado de perpetuo alumbramiento, que nunca es la misma de un año para otro, sólo podemos seguirla corriendo y trastornando nuestros trabajos habituales, adaptándonos mejor o peor a exigencias y ruegos siempre distintos. Yo, por mi parte, siento siempre un gran placer cuando escucho este canto de sirenas. Y los años van pasando. Habré consagrado veinticinco años de mi vida a la historia del Mediterráneo, y casi veinte a la Civilización material. Sin duda es mucho, demasiado.
La llamada historia económica, que se encuentra todavía en proceso de construcción, tropieza con una serie de prejuicios: no es la historia noble. La historia noble es el navío que construía Lucien Febvre: no se trataba de Jacob Fugger, sino de Martín Lutero o de François Rebelais. Sea o no sea noble, o menos noble que otra, la historia económica no deja por ello de plantear todos los problemas inherentes a nuestro oficio: es la historia íntegra de los hombres, contemplada desde cierto punto de vista. Es a la vez la historia de los que son considerados como sus grandes actores, por ejemplo: Jacques Coeur o John Law; la historia de los grandes acontecimientos, la historia de la coyuntura y de las crisis y, finalmente, la historia masiva y estructural que evoluciona lentamente a lo largo de amplios periodos.
Y en esto reside precisamente la dificultad, ya que, tratándose de cuatro siglos y del conjunto del mundo, ¿cómo podíamos organizar semejante cúmulo de hechos y explicaciones? Había que escoger. En lo que a mí respecta, he elegido los equilibrios y desequilibrios profundos que se producen a largo plazo. Lo que me parece primordial en la economía preindustrial es, en efecto, la coexistencia de las rigideces, inercias y torpezas de una economía aún elemental con los movimientos limitados y minoritarios, aunque vivos y poderosos, de un crecimiento moderno. Por un lado, están los campesinos en sus pueblos, que viven de forma casi autónoma, prácticamente autárquica; por otro, una economía de mercado y un capitalismo en expansión que se extienden como una mancha de aceite, se van forjando poco a poco y prefiguran ya este mismo mundo en el que vivimos. Hay, por lo tanto, al menos dos universos, dos géneros de vida que son ajenos uno al otro, y cuyas masas respectivas encuentran su explicación, sin embargo, una gracias a la otra.
Quise empezar por las inercias, a primera vista una historia oscura y fuera de la conciencia clara de los hombres, que en este juego son bastante más pasivos que activos. Es lo que trato de explicar mejor o peor en el primer volumen de mi obra, que yo había pensado titular en 1967, con ocasión de su primera edición, Lo posible y lo imposible: los hombres frente a su vida cotidiana, título que cambié poco después por el de Las estructuras de lo cotidiano. ¡Pero qué más da el título!
El objeto de la investigación está tan claro como el agua, si bien esta búsqueda resulta aleatoria, plagada de lagunas, trampas y posibles errores. En efecto, todos los términos resaltados: inconsciente, cotidianeidad, estructuras, profundidad resultan oscuros por sí mismos. Y no puede tratarse, en este caso, del inconsciente del psicoanálisis, pese a que éste también entra en juego, pese a que quizás haya que descubrir un inconsciente colectivo, cuya realidad tanto atormentó a Carl Gustav Jung. Pero es poco corriente que este tema tan amplio sea abordado, a no ser en sus aspectos laterales. Aún está esperando a su historiador.
Me he ceñido, por mi parte, a unos criterios concretos. He partido de lo cotidiano, de aquello que, en la vida, se hace cargo de nosotros sin que ni siquiera nos demos cuenta de ello: la costumbre
–mejor dicho, la rutina–, mil ademanes que prosperan y se rematan por sí mismos y con respecto a los cuales a nadie le es preciso tomar una decisión, que suceden sin que seamos plenamente conscientes de ellos. Creo que la humanidad se halla algo más que semisumergida en lo cotidiano.
Innumerables gestos heredados, acumulados confusamente, repetidos de manera infinita hasta nuestros días, nos ayudan a vivir, nos encierran y deciden por nosotros durante toda nuestra existencia. Son incitaciones, pulsiones, modelos, formas u obligaciones de actuar que se remontan a veces, y más a menudo de lo que suponemos, a la noche de los tiempos. Un pasado multisecular, muy antiguo y muy vivo, desemboca en el tiempo presente al igual que el Amazonas vierte en el Atlántico la enorme masa de sus turbias aguas.
Todo esto es lo que he tratado de englobar con el cómodo nombre aunque inexacto como todos los términos de significado demasiado amplio de vida material. No se trata, claro está, más que de una parte de la vida activa de los hombres, tan congénitamente inventores como rutinarios. Pero al principio, repito, no me preocupé de precisar los límites o la naturaleza de esta vida más bien soportada que protagonizada. He querido ver y mostrar este conjunto de historia generalmente mal apreciado vivido de forma mediocre, y sumergirme en él, familiarizarme con él.
Después de esto, y sólo entonces, habrá llegado el momento de salir del mismo. La impresión profunda, inmediata, que se obtiene tras esta pesca submarina, es la de que nos encontramos en unas aguas muy antiguas, en medio de una historia que, en cierto modo, no tiene edad, que podríamos encontrar tal cual dos, tres o diez siglos antes y que, en ocasiones, podemos percibir durante un momento aún hoy en día, con nuestros propios ojos. Esta vida material, tal como yo la entiendo, es lo que la humanidad ha incorporado profundamente a su propia vida a lo largo de su historia anterior, como si formara parte de las mismas entrañas de los hombres, para quienes estas intoxicaciones y experiencias de antaño se han convertido en necesidades cotidianas, en banalidades. Y nadie parece prestarles atención.
2
Tal es el hilo conductor de mi primer volumen; su objetivo: una exploración. Sus capítulos se presentan por sí mismos, con tan sólo enunciar sus títulos, que coinciden con la enumeración de las fuerzas oscuras que trabajan e impulsan hacia adelante al conjunto de la vida material y, más allá de la misma o por encima de ella, a la historia entera de los hombres.
Primer capítulo: “El número de hombres”. Es la potencia biológica por excelencia la que empuja al hombre, como a todos los seres vivos, a reproducirse; el “tropismo de primavera”, como lo llamaba Georges Lefebvre. Pero existen otros tropismos, otros determinismos. Esta materia humana en perpetuo movimiento rige, sin que los individuos sean conscientes de ello, buena parte de los destinos de los distintos grupos de seres vivos. Alternativamente, éstos, según sean las condiciones generales, son demasiado numerosos o demasiado escasos; el juego demográfico tiende al equilibrio, pero éste se alcanza en contadas ocasiones.
A partir de 1450, en Europa, el número de hombres aumenta con rapidez, porque entonces resulta necesario y posible compensar las enormes pérdidas del siglo anterior, después de la Peste Negra. Se produce una recuperación que dura hasta el siguiente reflujo. Sucesivos y como si estuvieran previstos de antemano, en opinión de los historiadores, flujo y reflujo dibujan y revelan una serie de tendencias generales, de reglas a largo plazo que seguirán presentes hasta el siglo XVIII. Y sólo en el siglo XVIII se producirá una ruptura de las fronteras de lo imposible, la superación de un techo hasta entonces infranqueable. A partir de entonces, el número de hombres no ha cesado de aumentar, no ha habido ya frenazo ni inversión del movimiento. ¿Podría quizás producirse tal inversión el día de mañana?
En cualquier caso, hasta el siglo XVIII el sistema de vida se encuentra encerrado dentro de un círculo casi intangible. En cuanto se alcanza la circunferencia, se produce casi inmediatamente una retracción, un retroceso. No faltan las maneras y ocasiones de restablecer el equilibrio: penurias, escaseces, carestías, duras condiciones de la vida diaria, guerras y, finalmente, una larga sucesión de enfermedades. Actualmente aún están presentes; ayer eran auténticas plagas apocalípticas: la peste con sus epidemias regulares, que no abandonará Europa hasta el siglo XVIII el tifus que, con la llegada del invierno, bloqueará a Napoleón con su ejército en pleno corazón de Rusia; la fiebre tifoidea y la viruela, enfermedades endémicas; la tuberculosis, que pronto hará acto de presencia en el campo y que, en el siglo XIX, inunda las ciudades y se convierte en el mal romántico por excelencia; y, finalmente, las enfermedades venéreas, la sífilis que renace o, mejor dicho, que se propaga debido a la combinación de diferentes especies microbianas tras el descubrimiento de América. Las deficiencias de la higiene y la mala calidad del agua potable harán el resto.
¿Cómo podía el hombre, desde el momento de su frágil nacimiento, escapar a todas estas agresiones? La mortalidad infantil es enorme, al igual que en ciertos países subdesarrollados de ayer y de hoy, y la situación sanitaria general precaria. Contamos con cientos de informes sobre autopsias a partir del siglo xvi. Son alucinantes: la descripción de las deformaciones, del deterioro de los cuerpos y de la piel, la anormal población de parásitos alojados en los pulmones y en las entrañas asombraría a un médico actual. Hasta época reciente, por lo tanto, una realidad biológica malsana domina implacablemente la historia de los hombres. Debemos tenerlo en cuenta cuando nos preguntamos: ¿cómo son? ¿de qué males sufren? ¿pueden acaso conjurar sus males?
Otras preguntas planteadas en los siguientes capítulos: ¿qué es lo que comen? ¿qué beben? ¿cómo visten? ¿dónde se alojan? Preguntas incongruentes, que exigen casi una expedición de descubridores porque, como es sabido, en los libros de historia tradicional, el hombre ni come ni bebe. Se dijo hace tiempo, no obstante, que Der Mensch ist was er isst [el hombre es lo que come], pero quizás fuera tan sólo por el gusto de hacer juegos de palabras que la lengua alemana permite. No creo, sin embargo, que debamos relegar al terreno de lo anecdótico la aparición de tantos productos alimenticios, del azúcar, del café, del té al alcohol.
Constituyen de hecho, en cada ocasión, interminables e importantes flujos históricos. No insistiremos nunca lo bastante en la importancia de los cereales, plantas dominantes en la alimentación antigua. El trigo, el arroz y el maíz son el resultado de selecciones antiquísimas y de innumerables y sucesivas experiencias que, debido al efecto de “derivas” multiseculares (adoptando el término empleado por Pierre Gourou, el más grande de los geógrafos franceses), se han convertido en opciones de civilización.
El trigo, que devora a la tierra, que exige que ésta descanse regularmente implica y posibilita la ganadería: ¿podríamos acaso imaginarnos la historia de Europa sin sus animales domésticos, sus arados, sus yuntas, sus distintos tipos de acarreo? El arroz nace de cierto tipo de jardinería, de un cultivo intenso en el cual no participan para nada los animales. El maíz es, sin duda, el más cómodo, el más fácil de obtener de los alimentos cotidianos: facilita el tiempo libre, y de ahí las faenas campesinas y los enormes monumentos amerindios. Una fuerza de trabajo no utilizada fue confiscada por la sociedad.
Y podríamos discutir también acerca de las distintas raciones y calorías que representan los cereales, acerca de las insuficiencias y cambios de dieta a través de los siglos. ¿Acaso no son temas tan apasionantes como el del destino del Imperio de Carlos V o el de los esplendores fugaces y discutibles de lo que llamamos la primacía francesa en tiempos de Luis XIV? Y bien es cierto que son asimismo temas cargados de consecuencias, la historia de las drogas antiguas, del alcohol, del tabaco, la manera fulgurante con que el tabaco, especialmente, le ha dado la vuelta al mundo, ¿no constituye acaso una advertencia frente a las drogas actuales, mucho más peligrosas?
Consideraciones análogas se imponen con respecto a las técnicas. Maravillosa historia en verdad, que atañe al trabajo de los hombres y a sus lentísimos progresos dentro del marco de su lucha cotidiana contra el mundo exterior y contra sí mismos. Todo es técnica desde siempre: tanto el esfuerzo violento como el esfuerzo paciente y monótono de los hombres modelando una piedra, un trozo de madera o de hierro para fabricar una herramienta o un arma. ¿Acaso no se trata de una actividad realizada a ras del suelo, esencialmente conservadora y lenta en transformarse, y a la que la ciencia (que es su superestructura tardía) recubre lentamente, si es que llega a cubrirla? Las grandes concentraciones económicas traen consigo la concentración de medios técnicos y el desarrollo de una tecnología: así ocurre con el Arsenal de Venecia en el siglo XV con la Holanda del siglo XVII y con la Inglaterra del XVIII. Y en cada ocasión la ciencia, por muy en sus comienzos que esté, acudirá a la cita, porque se ve llevada a ella por la fuerza.
Desde siempre, todas las técnicas, todos los elementos de la ciencia, se intercambian y viajan alrededor del mundo; hay una incesante difusión. Pero otra cosa que se difunde, aunque mal, son las asociaciones, las agrupaciones de técnicas: el timón de codaste, más el casco de tingladillo, más la artillería naval, más la navegación de altura así como el capitalismo, suma de artificios, procedimientos, costumbres y realizaciones. ¿Acaso fueron la navegación de altura y el capitalismo los que forjaron la supremacía de Europa, por el mero hecho de no haberse difundido en bloque?
Pero me preguntarán ustedes: ¿por qué están sus dos últimos capítulos dedicados a la moneda y a las ciudades? Es verdad que he querido aligerar el volumen siguiente. Pero esta razón por sí sola, evidentemente, no es ni Podría ser suficiente. La verdad es que las monedas y las ciudades participan a la vez de la cotidianeidad inmemorial y de la más reciente modernidad. La moneda es un invento antiquísimo, si entendemos como tal todo medio que agilita los intercambios. Y sin intercambios no hay sociedad.
En cuanto a las ciudades, existen desde la Prehistoria. Se trata de estructuras multiseculares que forman parte de la vida más común. Pero son asimismo multiplicadores capaces de adaptarse al cambio, de ayudarle poderosamente. Podríamos afirmar que las ciudades y la moneda fabricaron la modernidad; pero también, siguiendo la regla de reciprocidad tan cara a Georges Gurvitch, que la modernidad, la masa en movimiento de la vida de los hombres, impulsó la expansión de la moneda y construyó la creciente tiranía de las ciudades. Ciudades y monedas son, al mismo tiempo, motores e indicadores; provocan y señalan el cambio. Y también son su consecuencia.
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Digamos que no es fácil delimitar el inmenso terreno de lo habitual, de lo rutinario, “ese gran ausente de la historia”. En realidad, lo habitual invade el conjunto de la vida de los hombres y se difunde en ella al igual que las sombras del atardecer invaden un paisaje. Pero estas sombras, esta falta de memoria y de lucidez admiten a la vez zonas menos iluminadas y zonas más iluminadas que otras. Sería necesario establecer el límite entre sombra y luz, entre rutina y decisión consciente. Una vez establecido, nos sería posible distinguir lo que está a la derecha y lo que está a la izquierda del espectador o, mejor dicho, lo que está por debajo y lo que está por encima de él.
Pues bien, imagínense ustedes la enorme y múltiple capa que representan para una región determinada todos los mercados elementales con los que cuenta una nube de puntos, para ventas a menudo mediocres. Por estas múltiples salidas comienza lo que denominamos la economía de intercambio, tendida entre el enorme campo de la producción y el del consumo, igualmente enorme. Durante los siglos del Antiguo Régimen, entre 1400 y 1800, se trata aún de una economía de intercambio llena de imperfecciones. Sin duda, y debido a sus orígenes, esta economía se pierde en la noche de los tiempos, pero no logra asociar toda la producción a todo el consumo, ya que una inmensa parte de aquélla se pierde en el autoconsumo, de la familia o del pueblo, y no entra en el circuito del mercado.
Una vez considerada esta imperfección, nos queda que la economía de mercado se encuentra en vías de desarrollo, y que enlaza ya un número suficiente de burgos y ciudades como para poder comenzar a organizar ya la producción, a orientar y a dirigir el consumo. Habrán de pasar siglos, sin duda, pero entre estos dos universos la producción, en la que todo nace, y el consumo, en el que todo perece, la economía de mercado constituye el nexo de unión, el motor, la zona estrecha pero viva en la que surgen las incitaciones, las fuerzas vivas, las novedades, las iniciativas, las múltiples tomas de conciencia, los desarrollos e incluso el progreso.
Me gusta, aunque no la comparto totalmente, la observación de Carl Brinkman, para quien la historia económica se reduce a la historia de la economía de mercado, observada desde sus orígenes hasta fin. Por eso he observado atentamente, he descrito y he hecho revivir aquellos mercados elementales que se encontraban a mi alcance. Estos marcan una frontera, un límite inferior de la economía. Todo lo que queda fuera del mercado no tiene sino un valor de uso, mientras que todo lo que traspasa su estrecha puerta adquiere un valor de intercambio. Según se encuentre a uno o a otro lado del mercado elemental, el individuo, el “agente”, se encuentra o no incluido dentro del intercambio, dentro de lo que he llamado la vida económica, para contraponerla a la vida material, y para distinguirlo también pero vamos a dejar esta discusión para más adelante del capitalismo.
El artesano itinerante que va de pueblo en pueblo ofreciendo sus pobres servicios de reparador de sillas o de deshollinador, pese a ser un mediocre consumidor, pertenece, sin embargo, al mundo del mercado; debe recurrir a él para asegurarse su alimento cotidiano. Si ha conservado unos lazos con su campo natal y, llegado el momento de la siega o de la vendimia, vuelve a su pueblo para convertirse de nuevo en un campesino, cruzará entonces la frontera del mercado, pero en el otro sentido. El campesino que comercializa personalmente con cierta regularidad una parte de su cosecha y compra regularmente herramientas y ropas forma ya parte del mercado.
Aquel que sólo acude al pueblo para vender pequeñas mercancías, unos huevos o una gallina, con el fin de obtener las monedas necesarias para pagar sus impuestos o comprar una reja para el arado, roza tan sólo el límite del mercado. Permanece inmerso en la enorme masa del autoconsumo. El buhonero, que vende por las calles y por las campiñas unas mercancías en pequeñas cantidades, se halla situado del lado de los intercambios, del cálculo, del debe y el haber, por muy modestos que sean tanto sus intercambios como sus cálculos.
En cuanto al tendero, es claramente un agente de la economía de mercado. 0 vende lo que fabrica, entonces es un tenderoartesano, o bien vende lo que otros han producido, y pertenece desde ese mismo momento a la escala de los comerciantes. La tienda, siempre abierta, presenta la ventaja de ofrecer un intercambio continuo, mientras que el mercado sólo está presente uno o dos días a la semana. Más aún, la tienda representa el intercambio acompañado del crédito, ya que el tendero recibe sus mercancías a crédito y las vende a crédito. En este caso, una larga secuencia de deudas y de créditos se tiende a través del intercambio.
Por encima de los mercados y de los agentes elementales del intercambio, las ferias y las bolsas (abiertas estas últimas todos los días y celebrándose aquéllas sólo en fechas fijas, durante algunos días, para volver al mismo lugar tras largos intervalos de tiempo) desempeñan un papel importantísimo. Incluso cuando se da el caso, muy frecuente, de que están abiertas a los pequeños vendedores y a los comerciantes medianos, las ferias aparecen dominadas, al igual que las bolsas, por los grandes mercaderes, aquellos a los que pronto se denominará negociantes y que ya apenas se ocupan del comercio detallista.
En los primeros capítulos del volumen II de mi obra, titulado Los juegos del intercambio, he descrito ampliamente estos diversos elementos de la economía de mercado, tratando siempre de ver las cosas tan de cerca como fuese posible. Quizás lo haya hecho con excesivo entusiasmo y el lector lo encontrará seguramente demasiado largo. Pero, ¿no es bueno acaso que la historia sea ante todo una descripción, una simple observación, una clasificación sin excesivas ideas preconcebidas?
Ver, mostrar, en eso consiste la mitad de nuestra tarea. Y ver, si es posible, con nuestros propios ojos. Porque les puedo asegurar que nada resulta más fácil en Europa en Estados Unidos es diferente que observar todavía lo que puede ser un mercado en la calle de una ciudad, o una tienda de antaño, o un buhonero dispuesto a contarnos sus viajes, o una feria, o una bolsa. Vayan ustedes a Brasil, tierras adentro de Bahía, a Cabilla o al África negra, y encontrarán mercados arcaicos que aún viven ante nuestros ojos. Además, si se quiere leerlos, existen mil documentos que nos hablan de los intercambios del pasado: archivos de ciudades, registros notariales, documentos policiales, y tantos y tantos relatos de viajeros, por no hablar ya de los pintores.
Tomemos, por ejemplo, el caso de Venecia. Al pasearnos por la ciudad, tan milagrosamente intacta, después de haber vagado por archivos y museos, podemos reconstruir prácticamente del todo los espectáculos del pasado. En Venecia ya no hay ferias o, mejor dicho, ya no hay ferias de mercancías. La Sensa, feria de la Ascensión, es una fiesta que tiene lugar en la plaza de San Marcos con puestos de mercaderes, máscaras, música y el espectáculo ritual de los esponsales del Dux y el mar a la altura de San Nicolo. Algunos mercados se establecen en la plaza de San Marcos, especialmente los de joyas y pieles no menos valiosas. Pero tanto ayer como hoy, el gran espectáculo mercantil es el de la plaza de Rialto, frente al puente y al Fondaco del Tedeschi, que es actualmente la oficina central de Correos de Venecia. Hacia 1530, el Aretino, que tenía una mansión situada sobre el Canal Grande, se entretenía observando las barcas cargadas de frutas y de montañas de melones procedentes de las islas de la laguna y que acudían a este “vientre” de Venecia, ya que la doble plaza de Rialto, Rialto Nuovo y Rialto Vecchio, era el “vientre” y el centro activo de todos los intercambios y de todos los negocios, grandes y pequeños.
A dos pasos de los ruidosos escaparates de la doble plaza se encuentran los grandes negociantes de la ciudad, en su Loggia construida en 1455, y a la que podríamos llamar su Bolsa, discutiendo discretamente cada mañana acerca de sus negocios, seguros marítimos y fletes, y comprando, vendiendo, firmando contratos entre ellos o con comerciantes extranjeros. A dos pasos están los banchieri, en sus estrechas tiendas, dispuestos a arreglar transacciones en el acto mediante transferencias de cuenta a cuenta. Muy cerca también, allí donde se encuentran todavía hoy, están la Herberia, el mercado de verduras, la Pescheria, el mercado de pescado, y, un poco más lejos, en la antigua Ca Quarini, las Beccarie, las carnicerías, situadas en las cercanías de la iglesia de San Mateo, la iglesia de los carniceros, que no fue destruida hasta finales del siglo XIX.
Nos sentiríamos un poco más desorientados en medio del estruendo de la Bolsa de Ámsterdam, pongamos en el siglo XVII pero un agente (el Cambio y Bolsa actual que se hubiera entretenido leyendo el curioso libro de José de la Vega: Confusión de confusiones (1688), no tendría, me imagino, problemas para desenvolverse en ella, en el juego ya por aquel entonces complicado y sofisticado de las acciones que se compran y se venden sin poseerlas, siguiendo los muy modernos procedimientos de la venta a plazos o con prima. Un viaje a Londres, a los célebres cafés de Change Alley, revelaría las mismas marrullerías y acrobacias.
Pero dejemos estas enumeraciones. Hemos distinguido, para simplificar, dos registros de la economía de mercado: uno inferior, los mercados, tiendas y buhoneros, y otro superior, las ferias y las bolsas. Primera pregunta planteada: ¿en qué nos pueden ayudar estos instrumentos del intercambio para explicar, grosso modo, las vicisitudes de la economía europea del Antiguo Régimen, del siglo xv al XVIII? Segunda pregunta: ¿cómo pueden esclarecernos, por semejanza o por contraste, los mecanismos de la economía no europea, de la que sólo estamos comenzando a saber algunas cosas? Estas son las dos preguntas a las que quisiéramos responder para’ concluir esta conferencia.
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En primer lugar, la evolución de Occidente a lo largo de estos cuatro siglos: XV XVI, XVII y XVIII.
El siglo XV, sobre todo a partir de 1450, presencia un resurgir general de la economía en beneficio de las ciudades que, favorecidas por la subida de los precios “industriales”, mientras que los precios agrícolas se estabilizan o bajan, despegan más rápidamente que el campo. En ese momento, el papel motor corresponde con toda seguridad a las tiendas de artesanos o, mejor aún, a los mercados urbanos. Son estos mercados los que dictan las normas. El resurgir se inicia por lo tanto en la base de la vida económica.
En el siglo siguiente, cuando la máquina reactivada se complica precisamente a causa de su recobrada velocidad (los siglos xiii y XIV, antes de la Peste Negra, habían sido épocas de franca aceleración) y debido a la expansión de la economía atlántica, la fuerza motriz del movimiento se sitúa en las ferias internacionales: ferias de Amberes, de BergopZoom, de Francfort, de Medina del Campo y de Lyon, que fue por un instante el centro de Occidente, sobre todo a partir de las llamadas ferias de “Besancon”, sumamente complejas y especializadas en el tráfico de dinero y créditos, que fueron instrumento de dominación durante al menos cuarenta años, de 1579 a 1621 de los genoveses, maestros indiscutibles de los movimientos monetarios internacionales.
Raymond de Rooker, poco dado a las generalizaciones debido a su innata prudencia, no dudaba en definir el siglo XVI como el del apogeo de las grandes ferias. La expansión característica de este siglo tan activo correspondería, según un análisis reciente, a la exuberancia de un último estadio, de una superestructura, y, de resultas, a la proliferación de esta superestructura, agrandada entonces por las llegadas de metales preciosos de América y, más aún, por un sistema de cambios y recambios que permite la circulación de una gran masa de papel a la venta y de crédito. Esta frágil obra maestra de los banqueros genoveses se derrumbará en la década de 1620 por mil razones a la vez.
La vida activa del siglo XVII, una vez liberada de los sortilegios del Mediterráneo, se desarrolla a través de la vasta superficie del Océano Atlántico. Se ha descrito a menudo este siglo como una época de retroceso o de estancamiento económico. Habría, no obstante, que matizar. Porque si bien el impulso del siglo XVI se ve indudablemente cortado en Italia y en otras partes, la fantástica subida de Ámsterdam no se halla situada, sin embargo, bajo el signo del marasmo económico.
En todo caso, con respecto a este punto, los historiadores están todos de acuerdo: la actividad que persiste se apoya en un decisivo retorno a la mercancía, a un intercambio de base en definitiva, y todo ello en beneficio de Holanda, de sus flotas y de la Bolsa de Ámsterdam. Al mismo tiempo, la feria cede el paso a las Bolsas y a las plazas mercantiles, que son a la feria lo que la tienda normal es al mercado urbano, es decir, un flujo continuo que sustituye a unos encuentros intermitentes. Se trata en este caso de una historia archiconocida y clásica. Pero no sólo entra en juego la Bolsa. Los esplendores de Ámsterdam corren el peligro de ocultarnos ciertas realizaciones más corrientes. El siglo xvii, de hecho, es asimismo el del florecimiento masivo de las tiendas, otro gran triunfo de lo continuo. Éstas se multiplican a lo largo de Europa, en donde crean apretadas redes de distribución. Es Lope de Vega (1607) quien dice del Madrid del Siglo de Oro que “todo se ha vuelto tiendas”.
En el XVIII, siglo de aceleración económica general, todos los instrumentos del intercambio entran lógicamente en juego: las Bolsas amplían sus actividades; Londres imita y trata de suplantar a Ámsterdam que tiende a especializarse como la gran plaza de los préstamos internacionales; Ginebra y Génova participan en este peligroso juego; París se anima y empieza a ponerse a tono; el dinero y el crédito fluyen así cada vez más libremente de una plaza a otra. Dentro de este ambiente, es natural que las ferias salgan perdiendo: hechas para activar los intercambios tradicionales, gracias, entre otras cosas, a sus privilegios fiscales, pierden su razón de ser en un periodo de intercambios y de créditos fáciles. No obstante, si bien comienzan a declinar allí donde la vida se precipita, florecen y se mantienen allá donde subsisten economías aún tradicionales. Además, enumerar las ferias activas durante el siglo XVII supone señalar las regiones marginales de la economía europea: en Francia, la zona de las ferias de Beaucaise; en Italia, la región de los Alpes (Bolzano) o el Mezziogiorno; más aún en los Balcanes, Polonia, Rusia y hacia el oeste, al otro lado del Atlántico, en el Nuevo Mundo.
Resulta superfluo decirlo, pero en este periodo de consumo y de crecientes intercambios, los mercados urbanos y las tiendas se hallan más animados que nunca. ¿Acaso no es entonces cuando éstas llegan a los pueblos? Hasta los buhoneros multiplican por dos sus actividades. Finalmente, se desarrollará lo que la historiografía inglesa denomina el private market para oponerlo al public market, vigilado éste por las altivas autoridades urbanas y fuera aquél de estos controles. Este private market, que comenzó a organizar en toda Inglaterra, bastante antes del siglo xviii, las compras directas y a menudo anticipadas a los productores y la compra a los campesinos fuera de los circuitos del mercado de lana, trigo, telas, etc., consiste en el montaje en contra de la reglamentación tradicional del mercado de cadenas comerciales autónomas y muy largas, con gran libertad de movimiento y que, además, se aprovechan sin ningún escrúpulo de dicha libertad. Se impusieron por su eficacia, aprovechando los grandes suministros necesarios al ejército o a las grandes capitales. El “vientre” de Londres y el “vientre” de París fueron, en definitiva, revolucionarios. En resumen, el siglo XVIII lo incrementaría todo en Europa, incluido el “contramercado”.
Todo esto es verdad por lo que se refiere a Europa. Hasta ahora sólo hemos hablado de ella. Y no es porque queramos centrarlo todo en su vida particular, siguiendo una visión eurocentrista demasiado cómoda, sino simplemente porque el oficio de historiador se ha desarrollado en Europa y los historiadores se han aferrado a su propio pasado. Desde hace algunos decenios, se ha producido un profundo cambio; las fuentes documentales en la India, en Japón y en Turquía son explotadas sistemáticamente, y empezamos a conocer la historia de estos países por otra vía, que ya no es la de las crónicas de los viajeros o la de los libros de historiadores europeos.
Sabemos ya lo suficiente como para poder plantearnos la siguiente pregunta: si los engranajes del intercambio que acabamos de describir para el caso europeo existen fuera de Europa y existen en China, en la India, a lo largo del Islam y en Japón, ¿podemos acaso utilizarlos para un ensayo de análisis comparativo? El objetivo sería, en el caso de ser posible, situar en líneas generales la noEuropa con relación a la misma Europa, ver si el creciente abismo que entre ellas se abre durante el siglo xix era ya visible antes de la Revolución industrial, y si Europa se encontraba o no adelantada con respecto al resto del mundo.
Primera constatación: en todas partes hay instalados mercados, incluso en aquellas sociedades apenas esbozadas, como en África negra y en las civilizaciones amerindias. A fortiori, en las sociedades más densas y evolucionadas, que aparecen literalmente acribilladas de mercados elementales Haciendo un pequeño esfuerzo, estos mercados aparecerán ante nuestros ojos aún vivos y fáciles de reconstruir. En los países islámicos, las ciudades han despojado prácticamente a los pueblos de sus mercados, al igual que en Europa los han devorado. Los más desarrollados de estos mercados se extienden al pie de las puertas monumentales de las ciudades, en unos espacios que no son, en definitiva, ni campo ni ciudad, y donde el ciudadano por un lado y el campesino por otro se encuentran en terreno neutral.
En la misma ciudad, de estrechas calles y plazas, algunos mercados de barrio llegan a esbozarse: el cliente encuentra en ellos el pan recién hecho, algunas mercancías y, contrariamente a la costumbre europea, muchos platos cocinados: albóndigas de carne, cabezas de cordero asadas, buñuelos, pasteles. Los grandes centros comerciales a un mismo tiempo mercados, agrupaciones de tiendas y lonjas a la europea son los fonduks y los bazares, como el Besestán de Estambul.
En la India, señalaremos una particularidad: no hay pueblo que no cuente con su propio mercado, debido a la necesidad de transformar en él mediante la intervención del mercader banyan los censos pagados en especie por la comunidad aldeana en censos en metálico, bien sea para el Gran Mogol, bien para los señores de su séquito. ¿Hemos de ver, quizá, en esta nebulosa de mercados rurales, una imperfección del acaparamiento urbano en la India? ¿0 bien. Por el contrario, debemos imaginar que los mercaderes banyan practicaban cierto tipo de private market al acaparar la producción en su origen, en el mismo pueblo?
La organización más sorprendente, en el nivel de los mercados elementales, es indudablemente la de China, hasta el punto de que su caso nos muestra una geografía exacta, casi matemática. Tomemos un pueblo o una ciudad pequeña Marquen ustedes un punto en una hoja en blanco. Alrededor de ese punto se sitúan de seis a diez pueblos, a una distancia tal que el campesino puede ir al pueblo y regresar en un mismo día. Este conjunto geométrico un punto en el centro y diez alrededor es lo que podríamos llamar un cantón, la zona de irradiación de un mercado de pueblo. Prácticamente, este mercado se subdivide siguiendo las calles y plazas del pueblo y engloba las tiendas de los revendedores, usureros, escribanos y comerciantes detallistas, las casas de té y saké.
W. Skinner tenía razón; en este espacio cantonal es donde se sitúa la matriz de la China campesina, y no en el pueblo. Admitirán ustedes también sin dificultad que los burgos giran, por su parte, en torno a una ciudad a la que envuelven a distancia conveniente, a la que surten y a través de la cual están ligados a los tráficos lejanos y a las mercancías que no se producen in situ. Que todo ello constituye un sistema, lo demuestra claramente el hecho de que el calendario de los mercados en los distintos pueblos y en la ciudad se establecen de forma que no se superpongan unos y otros. De un mercado a otro, de un pueblo a otro, circulan sin cesar buhoneros y artesanos, pues en China la tienda M artesano es ambulante, y es en el mercado donde contratan sus servicios; tanto es así que el herrero o el barbero trabajan a domicilio En resumen, la masa china se encuentra atravesada y animada por cadenas de mercados regulares, ligados unos a otros y todos ellos estrechamente vigilados.
Las tiendas y los buhoneros también son muy numerosos, proliferan pero las ferias y las Bolsas, engranajes superiores, se echan de menos, Sí hay algunas ferias, pero marginales, en las fronteras de Mongolia o en Cantón, para los mercaderes extranjeros, lo cual es también una manera de vigilarlos,
Por lo tanto, una de dos: o el gobierno es hostil a estas formas superiores de intercambio, o bien la circulación capilar de los mercados elementales resulta suficiente para la economía china: las arterias y venas no les serían, entonces, necesarias. Por una u otra de estas razones, o por ambas al mismo tiempo, el intercambio en China se encuentra, en definitiva, yugulado, arrasado, y en otra conferencia veremos cómo este hecho ha tenido gran importancia para el no desarrollo del capitalismo chino.
Los estadios superiores del intercambio aparecen mejor desarrollados en Japón, en donde las redes de los grandes comerciantes se hallan perfectamente organizadas. También lo están en Insulindia, vieja encrucijada comercial que cuenta con sus ferias regulares y sus Bolsas, si entendemos por tales, lo mismo que en la Europa de los siglos xv y XVI, e incluso más tarde, las reuniones cotidianas de los grandes mercaderes de una zona determinada. Así en Bantam, en la isla de Java durante mucho tiempo la ciudad más activa, incluso después de la fundación de Batavia en 1619, los negociantes se reúnen todos los días en una de las plazas de la ciudad a la hora en que acaba el mercado.
La India es, por excelencia, el país de las ferias, vastas reuniones mercantiles y religiosas a un mismo tiempo, ya que suelen montarse en los lugares de peregrinación. Toda la península aparece removida por estas reuniones gigantescas. Admiremos su omnipresencia y su importancia; pero, ¿no constituían, por otra parte, el signo de una economía tradicional, orientada en cierto modo hacia el pasado? En cambio, en el mundo islámico, pese a que las ferias existían, no eran ni tan numerosas ni tan grandes como las de la India.
Excepciones como las ferias de La Meca no hacen más que confirmar la regla. En efecto, las ciudades musulmanas, superdesarrolladas y superdinámicas, poseían los mecanismos y los instrumentos de los estadios superiores del intercambio. Los pagarés circulaban con tanta frecuencia como en la India e iban a la par con la utilización directa del dinero en metálico. Toda una red de crédito relacionaba las ciudades musulmanas con el Extremo Oriente. Un viajero inglés, de vuelta de las Indias en 1789, y a punto de pasar de Basora a Constantinopla, al no querer dejar su dinero en depósito en la East India Company, pagaba 2 000 piastras en metálico a un banquero de Basora, que le entregó una carta redactada en lingua franca para un banquero de Alepo. Debería haber sacado de ello, en teoría, algún beneficio, pero no ganó tanto como se esperaba. No hay nadie que gane siempre, en todas las ocasiones.
En resumen, la economía europea, si la comparamos con las del resto del mundo, parece haber debido su desarrollo más avanzado a la superioridad de sus instrumentos e instituciones: las Bolsas y las diversas formas de crédito. Pero, sin excepción alguna, todos los mecanismos y artificios del intercambio pueden encontrarse fuera de Europa, desarrollados y utilizados en grados diversos, y podemos distinguir aquí una jerarquía: en un estadio casi superior, Japón, tal vez también Insulindia y el Islam, y seguramente la India, con su red de crédito desarrollada por sus mercaderes banyan, la práctica de los préstamos monetarios para empresas arriesgadas y sus seguros marítimos; en un estadio inferior y acostumbrada a vivir replegada sobre sí misma, la China; y, para terminar, justo por debajo de ella, miles de economías aún primitivas.
El hecho de establecer una clasificación de las economías del mundo no deja de tener una significación. Tendré en cuenta esta jerarquía en el siguiente capítulo, cuando intente evaluar las posiciones ocupadas por la economía de mercado y el capitalismo. En efecto, esta ordenación en sentido vertical hará que el análisis dé sus frutos. Por encima de la enorme masa de la vida material diaria, la economía de mercado ha tendido sus redes y mantenido vivos sus diversos entramados. Y fue, de ordinario, por encima de la economía de mercado propiamente dicha por donde prosperó el capitalismo. Podríamos afirmar que la economía del mundo entero se hace visible en un auténtico mapa de relieve.