Hacia un pluri-versalismo transmoderno decolonial. Ramón Grosfoguel. 2008

El Universalismo Occidental: Desde Descartes hasta Marx. En Occidente hay una larga tradición de pensamiento acerca de lo Universal. Descartes (1999), fundador de la filosofía moderna con su lema del «yo pienso, luego soy», entendía lo universal como un conocimiento eterno más allá del tiempo y el espacio, es decir, equivalente a la mirada de Dios. En la lucha contra la teología cristiana hegemónica a mediados del siglo XVII, –que, siguiendo a Mignolo (2000), llamaré aquí la teo-política del conocimiento–, Descartes puso como fundamento del conocimiento al «yo» donde antes estaba el «Dios cristiano».

Todos los atributos del «Dios cristiano» quedaron localizados en el «sujeto», el «yo». Para poder reclamar la posibilidad de un conocimiento más allá del tiempo y el espacio, desde el ojo de Dios, era fundamental desvincular al sujeto de todo cuerpo y territorio, es decir, vaciar al sujeto de toda determinación espacial o temporal. De ahí que el dualismo sea un eje fundamental constitutivo del cartesianismo.

El dualismo es lo que le permite situar al sujeto en un «no-lugar» y en un «no-tiempo» que le posibilite hacer un reclamo más allá de todo límite espacio-temporal en la cartografía de poder mundial. Para poder situar al sujeto individual como fundamento de todo conocimiento, el monólogo interno del sujeto sin ninguna relación dialógica con otros seres humanos le permite hacer un reclamo de acceso a la verdad sui generis, es decir, como autogenerado, aislado de todas las relaciones sociales con otros seres humanos.

El mito de la auto-producción de la verdad por parte del sujeto aislado, es parte constitutiva del mito de la modernidad de una Europa auto-generada que se desarrolla por sí misma sin dependencia de nadie en el mundo. Entonces, al igual que el dualismo, el solipsismo es constitutivo de la filosofía cartesiana.

Sin solipsismo no hay mito de un sujeto con racionalidad universal que se confirma a sí mismo como tal. Aquí se inaugura la ego-política del conocimiento que no es otra cosa que una secularización de la cosmología cristiana de la teo-política del conocimiento. En la ego-política del conocimiento el sujeto de enunciación queda borrado, escondido, camuflado en lo que Santiago Castro-Gómez (2005) ha llamado la filosofía del punto cero.

Se trata entonces de una filosofía donde el sujeto epistémico no tiene sexualidad, género, etnicidad, raza, clase, espiritualidad, lengua, ni localización epistémica en ninguna relación de poder y produce la verdad desde un monólogo interior consigo mismo sin relación con nadie fuera de sí.

Es decir, se trata de una filosofía sorda, sin rostro y sin fuerza de gravedad. El sujeto sin rostro flota por los cielos sin ser determinado por nada ni por nadie.

Enrique Dussel (1994) nos ha recordado en múltiples ocasiones que el «ego cogito» cartesiano del «yo pienso, luego soy» está precedido por 150 años del «ego conquirus» imperial del «yo conquisto, luego soy». Recordemos que Descartes escribía su filosofía desde Ámsterdam, justo en el momento en que Holanda pasa a ser centro del sistema-mundo a mediados del siglo XVII.

Lo que Enrique Dussel nos dice con esto es que las condiciones de posibilidad políticas, económicas, culturales y sociales de que un sujeto asuma la arrogancia de hablar como si fuera el ojo de Dios, es el sujeto cuya localización geopolítica está determinada por su existencia como colonizador/conquitador, es decir, el Ser Imperial.

De manera que el mito dualista y solipsista de un sujeto auto-generado sin localización espacio-temporal en las relaciones de poder mundial, inaugura el mito epistemológico de la modernidad eurocentrada de un sujeto autogenerado que tiene acceso a la verdad universal más allá del espacio y el tiempo por medio de un monólogo, es decir, a través de una sordera ante el mundo y por medio de borrar el rostro del sujeto de enunciación, es decir, a través de una ceguera ante su propia localización espacial y corporal en la cartografía de poder mundial.

El solipsismo cartesiano va a ser cuestionado por la filosofía occidental misma. Sin embargo, lo que va a perdurar como una contribución más permanente del cartesianismo hasta hoy en día es la filosofía sin rostro del punto cero que será asumida por las ciencias humanas a partir del siglo XIX como la epistemología de la neutralidad axiológica y la objetividad empírica del sujeto que produce conocimiento científico.

Aún cuando algunas corrientes como el psicoanálisis y el marxismo hayan cuestionado estas premisas, todavía los marxistas y psicoanalistas producen conocimiento desde el punto cero, es decir, sin cuestionar el lugar desde el cual hablan y producen conocimiento. Esto es fundamental para nuestro tema porque el concepto de universalidad que va a quedar impreso en la filosofía occidental a partir de Descartes es el universalismo abstracto.

Abstracto en dos sentidos: el primero tipo, en el sentido de los enunciados, un conocimiento que se abstrae de toda determinación espacio temporal y pretende ser eterno; y el segundo tipo, en el sentido epistémico de un sujeto de enunciación que es abstraído, vaciado de cuerpo y contenido, y de su localización en la cartografía de poder mundial desde el cual produce conocimientos para así proponer un sujeto que produce conocimiento con pretensiones de verdad, como diseño global, universal para todos en el mundo.

El primer tipo de universalismo abstracto (el de los enunciados) es posible solamente si se asume el segundo (el del sujeto de enunciación). El primer sentido de universalismo abstracto, el del universalismo basado en un conocimiento con pretensiones de eternidad espaciotemporal, de enunciados que se «abstraen» de toda espacialidad y temporalidad, ha sido cuestionado dentro de la propia cosmología y filosofía occidental.

Pero el segundo sentido de universalismo abstracto, en el sentido epistémico del sujeto de enunciación sin rostro ni localización espacio-temporal, el de la ego-política del conocimiento, ha continuado hasta nuestros días con el punto cero de las ciencias occidentales aún entre los críticos del propio René Descartes y es uno de los legados más perniciosos del cartesianismo.

Immanuel Kant (2004a), un siglo más tarde (s. XVIII), pretende resolver algunos de los dilemas del universalismo cartesiano poniendo las categorías de espacio y tiempo como localizadas en la mente de los «hombres» y por tanto como categorías universales a priori de todo conocimiento.

El sujeto trascendental kantiano no puede producir conocimiento fuera de las categorías de tiempo y espacio, como pretende el cartesianismo, porque dichas categorías ya están en la mente de todos los hombres (Kant 2004a). Para Kant, estas son las condiciones de posibilidad de la intersubjetividad universalista, es decir, de que todos los hombres puedan reconocer un conocimiento como verdadero y universal.

Contrario a Descartes, para Kant el conocimiento humano tiene límites y no puede conocer «la cosa en sí». Pero reformando y continuando la tradición cartesiana, para Kant son las categorías a priori innatas de la mente compartidas por todos los hombres, las que organizan el caos del mundo empírico de tal manera que se pueda producir un conocimiento que sea reconocido intersubjetivamente como verdadero y universal.

El eurocentrismo implícito en Descartes, Kant (2004b) lo va a hacer explícito. En Kant (2004b) la razón trascendental no va a ser una característica de todos los seres que desde una perspectiva descolonizadora anti-racista y anti-sexista incluiríamos como seres humanos. Para Kant la razón trascendental solamente la tienen aquellos considerados como «hombres».

Si tomamos sus escritos antropológicos, vemos que para Kant (2004b) la razón trascendental es masculina, blanca y europea.

Los hombres africanos, asiáticos indígenas, sureuropeos (españoles, italianos y portugueses) y todas las mujeres (incluidas las europeas) no tienen acceso a la «razón». La geografía de la razón cambia con Kant pues él escribe su filosofía desde Alemania en el siglo XVIII, justo en el momento en que otros imperios en el noroeste de Europa (incluidos Francia, Alemania e Inglaterra) desplazan a Holanda y en competencia entre sí constituyen el nuevo centro del sistema-mundo.

En Kant se mantiene el dualismo mente-cuerpo y el solipsismo cartesiano, pero reformado y actualizado. Kant cuestiona el primer tipo de universalismo abstracto cartesiano (el de los enunciados), es decir, la posibilidad de un conocimiento eterno de la cosa en sí, más allá de toda categoría de espacio-temporalidad. Pero mantiene y profundiza el segundo tipo de universalismo abstracto cartesiano, el epistemológico, en el hace explícito lo que en Descartes era implícito: solamente el hombre europeo tiene acceso a producir conocimientos universales, es decir, un sujeto de enunciación particular define para todos en el planeta lo que es universal. De ahí que cuando Kant propone su cosmopolitismo, se trata de un provincialismo europeo camuflado y vendido al resto del mundo como diseño global / imperial /universal.

Hegel (1999), en las primeras tres décadas del siglo XIX, revoluciona de dos maneras fundamentales la filosofía occidental. Hegel va a cuestionar el solipsismo para situar el sujeto de enunciación en un contexto histórico-universal (Hegel, 1997, 1999) y va a superar el dualismo al plantear la identidad del sujeto y el objeto (Hegel, 2004).

Esto lo logra Hegel cuestionando el trascendentalismo kantiano de dos maneras: 1) en lugar de categorías innatas, Hegel (1999) historiza las categorías filosóficas y 2) en lugar del dualismo kantiano acerca de la imposibilidad de conocer la cosa en sí, para Hegel la verdad es el todo, es decir, el proceso mismo de movimiento dialéctico del pensamiento que capta el movimiento de la cosa misma (Hegel, 2004).

Para Hegel el movimiento del pensamiento va de lo abstracto a lo concreto. El desarrollo de las categorías corre paralelo a la historia universal, siendo ésta una expresión de la primera. Las categorías o conceptos se deducen a partir de las mediaciones, contradicciones y negaciones del pensamiento y se mueven de universales abstractas hacia universales concretas. Por negación de categorías, Hegel no entiende desaparición de las mismas sino subsunción, es decir, que las categorías simples se mantienen como determinaciones de las categorías más complejas.

A través de ese movimiento, Hegel pretende llegar a un Saber Absoluto válido más allá de todo tiempo y espacio. Por universalismo abstracto, Hegel entiende categorías simples, es decir, sin determinaciones, que no contienen dentro de sí otras categorías. Este es el punto de partida hegeliano.

Lo universal concreto para Hegel serían aquellas categorías complejas que, luego de que el pensamiento ha pasado por varias negaciones y mediaciones, son ricas en múltiples determinaciones (Hegel, 1997, 1999). Por múltiples determinaciones, Hegel entiende aquellas categorías complejas que contienen subsumidas (sin que desaparezcan) las categorías más simples luego de éstas ser negadas a través de un proceso dialéctico de pensamiento.

El método dialéctico hegeliano es una maquinaria epistémica que va a subsumir y transformar toda alteridad y diferencia en parte de lo mismo hasta llegar al Saber Absoluto que sería «el saber de todos los saberes» y que coincidiría con el fin de la historia pues de ahí en adelante nada nuevo puede ser producido a nivel del pensamiento y de la historia humana.

En la pretensión de Saber Absoluto, Hegel termina traicionando su innovación a nivel del universalismo epistémico, el de los enunciados, cuando en lugar de continuar con su historización de las categorías y los enunciados, el saber absoluto sería un nuevo tipo de universalismo cartesiano verdadero para toda la Humanidad y para todo tiempo y espacio.

La diferencia entre Descartes y Hegel es que para el primero el universalismo eterno es a priori, mientras que para el segundo el universal eterno solo es posible a través de una reconstrucción histórica a posteriori del Espíritu Universal a través de toda la historia de la humanidad. Pero por «Humanidad», Hegel no reconoce a todos los humanos. Hegel se veía así mismo como el filósofo de los filósofos, como el filósofo del fin de la historia. Hegel, en continuidad con el racismo epistémico de los filósofos occidentales que le antecedieron, concebía el espíritu universal, la razón, moviéndose de Oriente hacia Occidente (Hegel, 1999).

Oriente es el pasado que quedó estancado, Occidente es el presente que desarrolló el Espíritu Universal y la América blanca es el futuro. Si Asia forma una etapa inferior del espíritu universal, África y el mundo indígena no forman parte del mismo y las mujeres ni siquiera son mencionadas excepto para hablar del matrimonio y la familia.

Para Hegel, el Saber Absoluto, si bien es un universal concreto en el sentido de que es el resultado de múltiples determinaciones, solamente podía ser alcanzado por un hombre-blanco-cristiano-heterosexual-europeo y la multiplicidad de las determinaciones del saber absoluto son subsumidas al interior de la cosmología/ filosofía occidental.

Nada queda fuera como alteridad en el Saber Absoluto hegeliano. Por consiguiente, el racismo epistemológico cartesiano y kantiano del universalismo abstracto epistémico (Tipo II), donde desde un particular se define lo universal, queda intacto en Hegel. Filosofías otras como las orientales son  despreciadas y en el caso de filosofías indígenas y africanas no son dignas de ser llamadas filosofía pues el Espíritu Universal nunca pasó por allá.

Marx, a mediados del siglo XIX, hace variaciones importantes dentro de la trayectoria del pensamiento filosófico occidental. Vamos a limitarnos aquí a los dos tipos de universalismo en discusión. Marx hace una crítica a la dialéctica hegeliana por su idealismo y al materialismo de Feuerbach por su mecanicismo/ reduccionismo, por su ausencia de dialéctica frente a la práctica humana de transformación de la naturaleza y de sí mismo.

Para Marx, el movimiento hegeliano de lo abstracto a los concreto no es un movimiento simplemente de categorías filosóficas sino de categorías de la economía política (Marx, 1972). Contrario a Hegel, para Marx las determinaciones de la economía política sobre la vida social de los humanos adquiere primacía sobre las determinaciones conceptuales. De ahí que en Marx, el elevarse de lo abstracto a lo concreto hegeliano sea un movimiento del pensamiento en el interior de las categorías de la economía política de su época (Marx, 1972).

Aunque la definición de abstracto y concreto es muy parecida a la de Hegel, en la que lo concreto es lo rico en múltiples determinaciones, Marx se diferencia de Hegel en la primacía que le da a las categorías de la economía política y en el hecho de que hay un movimiento anterior al elevarse de lo abstracto a lo concreto que Hegel no reconoce y es el movimiento de lo concreto hacia lo abstracto, es decir, desde la percepción sensorial y realidad empírica situada en un momento de la evolución de la economía política y la lucha de clases hacia las categorías más abstractas (Marx, 1972).

Al igual que Hegel, Marx historiza las categorías. Sin embargo, lo que para Hegel es el punto de partida, es decir, las categorías universales más abstractas de las cuales deduce la realidad, en Marx (1972) las categorías abstractas son puntos de llegada. En el giro materialista de Marx, las categorías más abstractas son aquellas que se producen a partir de un proceso histórico-social de pensamiento muy complejo. De manera que para Marx el movimiento del pensamiento va, primero, de lo concreto hacia lo abstracto para producir categorías simples y abstractas y, luego, hace el retorno de lo abstracto hacia lo concreto para producir categorías complejas.

Hegel veía el segundo movimiento (de lo abstracto a lo concreto, de conceptos simples a conceptos complejos), pero por su idealismo era ciego ante el primer movimiento (de lo concreto hacia lo abstracto, de conceptos vacíos hacia los conceptos más simples). Por ejemplo, la categoría trabajo es una categoría simple que surge en un momento particular de la historia humana cuando socialmente el trabajo se abstrae de su multiplicidad concreta.

De acuerdo a Marx, esto solamente se da en el sistema capitalista cuando las relaciones mercantiles se hacen dominantes en las relaciones sociales de producción. El pensamiento económico solamente puede abstraer esta categoría como concepto simple y abstracto en determinado momento de desarrollo de la historia humana. Anteriormente, para hablar de trabajo se hacía referencia al trabajo concreto que realizaba la persona: zapatero, costurero, agricultor, etc.

Es cuando socialmente se miden los diversos trabajos por su valor de cambio (tiempo de trabajo socialmente necesario para producir una mercancía) y no por su valor de uso (el tipo de trabajo cualitativo envuelto para producirla) cuando se posibilita socialmente la emergencia de la categoría «trabajo» como concepto abstracto con indiferencia del trabajo concreto particular.

Es decir que para Marx el pensamiento no surge de la cabeza de la gente en determinado momento de desarrollo del espíritu como pareciera ocurrir con Hegel, sino que surge de determinada situación histórico-social concreta del desarrollo de la economía política. Así, Marx sitúa epistémicamente la producción de conocimiento, no como resultado del desarrollo del Espíritu de una época sino del desarrollo material de las relaciones de producción.

Este aterrizaje de la historia del Espíritu hegeliano hacia la historia de la economía política y su relación con el pensamiento de una época, es lo que hace a Marx darle un viraje materialista a la dialéctica hegeliana. Por consiguiente, Marx va a enfatizar en el carácter de clase de la perspectiva política, teórica y filosófica en cuestión. El punto de vista del proletariado será para Marx el punto de partida epistemológico para una crítica frente a lo que él caracterizaba como la economía política burguesa.

Esto representaba una ruptura importante con la tradición filosófica de occidente en cuanto a los dos tipos de universalismos. En el tipo A, el universalismo de los enunciados, Marx situaba los enunciados, al igual que Hegel, en contexto histórico.

Diferente a Hegel, el contexto histórico ya no era el Espíritu universal sino el desarrollo de la economía-política, del modo de producción y de su correspondiente lucha de clases. Las condiciones de producción toman primacía sobre la conciencia en toda época histórica, enunciado todavía universal abstracto, pero en cada época variaría el cómo opera la determinación «en última instancia» de los proceso económicos.

Tenemos aquí un universal abstracto que se llenaría con los contenidos de la economía política de cada época histórica, haciéndose concreto. Por su parte, en el universalismo abstracto tipo B, Marx situaba el sujeto de enunciación según su relación con las clases y con la lucha de clases. De manera, que contrario a la tradición que va desde Descartes hasta Hegel, Marx sitúa su geopolítica del conocimiento en relación con las clases sociales.

Marx piensa desde la situación histórico-social del proletariado europeo. Desde ahí propone un diseño global / universal como la solución a los problemas de toda la humanidad: el comunismo. Lo que Marx mantiene en común con la tradición filosófica occidental es que su universalismo a pesar de que surge desde una localización particular, en este caso el proletariado, no problematiza el hecho de que dicho sujeto sea europeo, masculino, heterosexual, blanco, judeo-cristiano, etc.

El proletariado de Marx es un sujeto en conflicto con el interior de Europa, lo que no le permite pensar fuera de los límites eurocéntricos del pensamiento occidental. La diversalidad cosmológica y epistemológica así como la multiplicidad de relaciones de poder sexual, de género, racial, espiritual, etc., no queda incorporada ni situada epistémicamente en su pensamiento.

Al igual que los pensadores occidentales que le antecedieron, Marx participa del racismo epistémico en el que solamente existe una sola epistemología con capacidad de universalidad y ésta sólo puede ser la tradición occidental. En Marx, en el universalismo epistémico de segundo tipo, el sujeto de enunciación queda oculto, camuflado, escondido bajo un nuevo universal abstracto que ya no es «el hombre», «el sujeto trascendental», «el yo», sino «el proletariado» y su proyecto político universal es «el comunismo».

De ahí que el proyecto comunista en el siglo XX fuera desde la izquierda otro diseño global imperial / colonial que bajo el imperio soviético intentó exportar al resto del mundo el universal abstracto del «comunismo» como «la solución» a los problemas planetarios. Marx reproduce un racismo epistémico muy parecido al de Hegel que no le permite afirmar que los pueblos y sociedades no-europeas son coetáneos ni que tienen la capacidad de producir pensamiento digno de ser considerado parte del legado filosófico de la humanidad o de la historia mundial.

Para Marx, los pueblos y sociedades no-europeas son primitivos, atrasados, es decir, el pasado de Europa. No habían alcanzado el desarrollo de las fuerzas productivas ni los niveles de evolución social de la civilización europea. De ahí que a nombre de civilizarlos y de sacarlos del estancamiento ahistórico de los modos de producción pre-capitalistas, Marx apoyara la invasión británica de la India en el siglo XVIII y la invasión estadounidense del norte de México en el siglo XIX.

Para Marx, el «modo de producción asiático» era el concepto orientalista con que caracterizaba a las sociedades no occidentales. El «modo de producción asiático» se caracterizaba por su incapacidad de cambio y transformación, es decir, por su siempre infinita y eterna reproducción temporal.

Marx participaba de la linealidad del tiempo del pensamiento evolucionista occidental. El capitalismo era un sistema más avanzado y, siguiendo la retórica de salvación de la modernidad eurocentrada (Mignolo, 2000), era mejor para los pueblos no-europeos acelerar por medio de invasiones imperiales su proceso evolutivo hacia el capitalismo que continuar estancados en formas antiguas de producción social.

Este evolucionismo economicista llevó a los marxistas en el siglo XX a un callejón sin salida. El pensamiento marxista desde la izquierda quedó atrapado en los mismos problemas de eurocentrismo y colonialismo en que quedaron atrapados pensadores eurocentrados desde la derecha.

Hasta aquí quiero destacar dos puntos cruciales:

1.Cualquier cosmopolitismo o propuesta global que se construya  a partir del universalismo abstracto de segundo tipo, es decir, del epistemológico, de la egopolíticadel conocimiento, no escapará de ser un diseño global imperial /colonial.

Si la verdad universal se construye a partir de la epistemología de un territorio, una sola tradición de pensamiento y un cuerpo particular (sea occidental, cristiano o islámico) en exclusión y marginalización de los otros, entonces el cosmopolitismo o propuesta global que se construya desde dicha epistemología universalista abstracta será inherentemente imperialista / colonial.

2. El universalismo abstracto epistémico en la tradición de la filosofía occidental moderna forma parte intrínseca del racismo epistemológico. Si la razón universal y la verdad solamente puede partir de un sujeto blanco-europeomasculino-heterosexual y si la única tradición de pensamiento con dicha capacidad de universalidad y de acceso a la verdad es la occidental, entonces no hay universalismo abstracto sin racismo epistémico.

El racismo epistemológico es intrínseco al «universalismo abstracto» occidental que considera inferiores a todas las epistemologías no-occidentales y encubre quién habla y desde dónde habla en las relaciones de poder global.

Entonces, si no existe pensamiento fuera de alguna localización particular en el mundo, la pregunta es: ¿cómo salir del dilema entre particularismos provinciales aislados versus universalismos abstractos camuflados de «cosmopolitas» pero igualmente particulares y provinciales? ¿Cómo descolonizar el universalismo occidentalista?

Aimé Césaire y su Universalismo Otro

Para salir del atolladero de la ego-política del conocimiento es indispensable mover la geografía de la razón hacia una geopolítica y corpo-política del conocimiento «otra». Aquí cambiaremos la geografía de la razón de los filósofos occidentales hacia el pensador afro-caribeño Aimé Césaire, de la isla de Martinica y quien fuera el maestro de Fanon.

Aimé Césaire en su carta de renuncia al Partido Comunista Francés a mediados de los años cincuenta del siglo pasado y dirigida al Secretario General en la época, Maurice Thorez, ataca el universalismo abstracto del pensamiento marxista eurocéntrico. Césaire dice lo siguiente:

¿Provincialismo? En absoluto. No me encierro en un particularismo estrecho. Pero tampoco quiero perderme en un universalismo descarnado. Hay dos maneras de perderse: por segregación amurallada en lo particular o por disolución en lo “universal”. Mi concepción de lo universal es la de un universal depositario de todo lo particular, depositario de todos los particulares, profundización y coexistencia de todos los particulares (Césaire, 2006: 84)

El eurocentrismo se perdió por la vía de un universalismo descarnado que disuelve todo particular en los universal. El concepto de «descarnado» es aquí crucial. Para Césaire, el universalismo abstracto es aquel que desde un particularismo hegemónico pretende erigirse en diseño global imperial para todo el mundo y que al representarse como «descarnado» esconde la localización epistémica de su locus de enunciación en la geopolítica y la corpo-política del conocimiento.

Este movimiento epistémico típico de las epistemologías eurocéntricas del «punto cero» y de la «ego-política del conocimiento» ha sido central en los proyectos coloniales.

Con esta crítica, Césaire, desde la memoria de la esclavitud y la experiencia de

la corpo-política del conocimiento de un negro caribeño, desvela y visibiliza la geopolítica y la corpo-política de conocimiento blanca-occidental camuflada bajoel universalismo abstracto «descarnado» de la ego-política del conocimiento.

El imperio francés con su republicanismo universalista ha sido uno de los exponentes mayores del universalismo abstracto al pretender subsumir, diluir y asimilar a todos los particulares bajo la hegemonía de una sola particularidad, en este caso, el hombre blanco occidental.

Este es el universalismo que gran parte de las élites criollas blancas latinoamericanas, imitando el republicanismo imperial francés, han reproducido en los discursos de «nación» disolviendo las particularidades africanas e indígenas en el universal abstracto de la «nación» que privilegia la particularidad de la herencia europea de los blancos criollos sobre los demás.

Pero vemos también la reproducción del universalismo colonial eurocentrado no solamente en los discursos de derecha, sino también en corrientes contemporáneas marxistas y pos-marxistas, como discutiremos más adelante.

Frente al proyecto del universalismo abstracto racista e imperial y contrario a los fundamentalismos tercemundistas, la descolonización para Césaire desde la experiencia afro-caribeña no pasa por afirmar un particularismo estrecho y cerrado que conduzca a un provincialismo o a un fundamentalismo segregacionista que se amuralla en su particularidad.

Para Césaire, la descolonización pasa por la afirmación de un universalismo concreto depositario de todos los particulares.

Si el universalismo abstracto establece relaciones verticales entre los pueblos, el universalismo concreto de Césaire es necesariamente horizontal en sus relacionesentre todos los particulares. Aquí la noción de universalismo concreto adquiere otra significación muy distinta a la de Hegel y Marx. Si el universalismo concreto en Hegel y Marx eran aquellos conceptos ricos en múltiples determinaciones pero dentro de una misma cosmología y una mismo episteme (en este caso la Occidental), donde el movimiento de la dialéctica tritura toda alteridad en lo mismo, en Césaire el universalismo concreto es aquel que es resultado de múltiples determinaciones cosmológicas y epistemológicas (un pluri-verso, en lugar de un uni-verso).

El universalismo concreto «césaireano» es el resultado de un proceso horizontal de diálogo crítico entre pueblos que se relacionan de igual a igual. El universalismo abstracto es inherentemente autoritario y racista mientras que el universalismo concreto de Césaire es profundamente democrático. Esta intuición filosófica de Césaire, pensada desde la geopolítica y corpo-política afro-caribeña, ha sido fuente de inspiración para pensar en salidas prácticas a los dilemas contemporáneos de la explotación y dominación del sistema-mundo contemporáneo.

Inspirado en estas intuiciones filosóficas de Césaire intentaré contestar las siguientes preguntas: ¿Qué sería hoy día un proyecto de descolonización universalista concreto césaireano? ¿Cuales son las implicaciones políticas de este proyecto? ¿Cómo concretizar estas intuiciones filosóficas de Césaire en un proyecto de transformación radical del patrón de poder colonial de este «sistema-mundo europeo/ euro-norteamericano capitalista / patriarcal moderno / colonial»?

La transmodernidad como proyecto utópico descolonizador

Un diálogo horizontal liberador, en oposición al monólogo vertical de Occidente, requiere de una descolonización en las relaciones globales de poder. No podemos asumir el consenso habermasiano o las relaciones horizontales de igualdad entre las culturas y los pueblos cuando a nivel global están divididos en los dos polos de la diferencia colonial.

Sin embargo, podemos comenzar a imaginar mundos alter-nativos más allá de la disyuntiva eurocentrismo versus fundamentalismo. La transmodernidad es el proyecto utópico que, desde la mirada epistémica mestiza en América Latina, propone Enrique Dussel (1994) para trascender la versión eurocéntrica de la modernidad.

En oposición al proyecto de Habermas que propone como tarea central la necesidad de culminar el proyecto inacabado e incompleto de la modernidad, la transmodernidad de Dussel es el proyecto para culminar a través de un largo proceso el inacabado e incompleto proyecto de la descolonización.

La transmodernidad sería la concretización en el nivel del proyecto político del universalismo concreto que la intuición filosófica césaireana nos invita a construir.

En lugar de una modernidad centrada en Europa / Euro-norteamérica e impuesta como proyecto global imperial / colonial al resto del mundo, Dussel argumenta por una multiplicidad de propuestas críticas descolonizadoras contra la modernidad eurocentrada y más allá de ella desde las localizaciones culturales y epistémicas diversas de los pueblos colonizados del mundo. Si no hay un afuera absoluto a este sistema-mundo, tampoco hay un adentro absoluto. Las epistemologías alternas podrían proveer lo que el crítico cultural caribeño Edward Glissant propone: una «diversalidad» de respuestas a los problemas de la modernidad realmente existente.

La filosofía de la liberación sólo puede venir de los pensadores críticos de cada cultura en diálogo con otras culturas. La liberación de la mujer, la democracia, los derechos civiles, las formas de organización económicas alternas a este sistema solo pueden venir de las respuestas creativas de los proyectos ético-epistémicos locales.

Por ejemplo, las mujeres occidentales no pueden imponer su noción de liberación a las mujeres del mundo islámico o indígena. De igual forma, el hombre occidental no puede imponer su noción de democracia a los pueblos no-europeos. Esto no representa un llamado a buscar soluciones fundamentalistas o nacionalistas a la colonialidad del poder global. Es un llamado a buscar en la diversalidad epistémica y la transmodernidad una estrategia o mecanismo epistémico hacia un mundo descolonizado transmoderno que nos mueva más allá de los fundamentalismos del tipo eurocentrista primermundista y del tipo eurocentrista tercermundista.

Por los últimos 513 años del sistema-mundo Europeo / Euro-americano moderno / colonial capitalista / patriarcal fuimos del «cristianízate o te mato» en el siglo XVI, al «civilízate o te mato» en los siglos XVIII y XIX, al «desarróllate o te mato» en el siglo XX y, más recientemente, al «democratízate o te mato» a principios del siglo XXI.

Ningún respeto ni reconocimiento a formas de democracia indígenas, islámicas o africanas. Las formas de alteridad democráticas son rechazadas a priori. La forma liberal occidental de democracia es la única legitimada y aceptada, siempre y cuando no comience a atentar contra los intereses hegemónicos occidentales. Si las poblaciones no-europeas no aceptan los términos de la democracia liberal, entonces se les impone por la fuerza en nombre del progreso y la civilización.

La democracia necesita ser reconceptualizada en una forma transmoderna para poder decolonizarla de su forma liberal occidental, es decir, de la forma racializada y capitalista de la democracia occidental.

Por medio de la radicalización de la noción de exterioridad de Levinas, Dussel ve el potencial epistémico de aquellos espacios relativamente exteriores que no han sido completamente colonizados por la modernidad europea. Estos espacios exteriores no son ni puros ni absolutos. Ellos han sido producidos y afectados por la modernidad / colonialidad del sistema-mundo.

Es desde la geopolítica y corpo-política del conocimiento de esta exterioridad o marginalidad relativa que  emerge el pensamiento crítico fronterizo como una crítica de la modernidad hacia un mundo descolonizado transmoderno pluriversal de múltiples y diversos proyectos ético-políticos en los que una real comunicación y diálogo horizontal con igualdad pueda existir entre los pueblos del mundo más allá de las lógicas y prácticas de dominación y explotación del sistema-mundo.

Sin embargo, para lograr este proyecto utópico es fundamental transformar el sistema de dominación y explotación del patrón de poder colonial del presente «sistema-mundo europeo/ euro-norteamericano moderno-colonial capitalista / patriarcal».

¿Pos-modernidad vs. trans-modernidad?

Todo lo dicho hasta ahora no tiene nada que ver con la perspectiva posmodernista.

La perspectiva transmoderna no es equivalente a la crítica posmodernista. La posmodernidad es una crítica eurocéntrica al eurocentrismo. Reproduce todos los problemas de la modernidad / colonialidad. Tomemos de ejemplo al posmodernismo de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (1985) y contrastémoslo con el zapatismo.

Para Laclau y Mouffe los procesos de formación de hegemonía se constituyen cuando un sujeto particular se convierte en significante vacío a través del cual todos los particulares se identifican y lo imprimen de sentido, estableciendo cadenas de equivalencia entre sí y creando simultáneamente cadenas de diferencia contra un enemigo común.

Este bloque de poder contra-hegemónico es siempre hegemonizado por un particular que se convierte en representante de todas las formas de opresión contra un enemigo común pero que no incorpora cada particularidad en sí misma sino que las disuelve en el universal abstracto del significante vacío representativo del sujeto particular que articule las cadenas de equivalencia entre los oprimidos.

Por eso para Laclau un ejemplo de proceso hegemónico es el grito de «Viva Perón» (Laclau, 2005). Este grito de «Viva Perón», a través del cual todos los oprimidos se identificarían, disuelve todas las demandas particulares en un universal abstracto, en este caso privilegiando el movimiento peronista con su significante «Perón», que hegemoniza el bloque de poder popular contra el enemigo común. El problema con Laclau y Mouffe es que no pueden concebir otras formas de universalismo que no sea la del universalismo abstracto eurocentrado donde un particular se erige en representativo de todos los particulares sin reconocerlos a plenitud y disolviéndolos en su particularidad y sin que el nuevo universal sea resultado de una negociación entre todos los particulares.

Por supuesto, para Laclau y Mouffe la diferencia que se alcanza a reconocer tiene un límite: la alteridad epistemológica. La alteridad epistémica de los pueblos no-europeos no es reconocida. Se reconocen solamente las diferencias en el interior del horizonte de significaciones de la cosmología y epistemología occidental. Para Laclau y Mouffe no hay un afuera, ni siquiera un afuera relativo al pensamiento occidental.

Observemos el contraste entre esta forma de universalismo y la que proponen los Zapatistas con la «Otra Campaña». Vale aclarar que aquí no estoy prejuzgando el éxito o fracaso de una visión política pues en la lucha política nada esta garantizado. Se puede ganar o perder, lo que quiero enfatizar aquí es la concepción «otra» de hacer política. Los Zapatistas lejos de ir al pueblo con un programa pre-hecho y enlatado como hacen todos los partidos de derecha e izquierda, parten de la noción de los indígenas tojolabales del «andar preguntando».

El «andar preguntando» plantea una manera otra de hacer política muy distinta al «andar predicando» de la cosmología judeo-cristiana occidental reproducida por marxistas, conservadores y liberales por igual. El «andar preguntado» está ligado al concepto tojolabal de democracia entendida como «mandar obedeciendo» donde «el que manda obedece y el que obedece manda» lo cual es muy distinto a la democracia occidental donde «el que manda no obedece y el que obedece no manda».

Partiendo de esta cosmología «otra», los Zapatistas, con su «marxismo tojolabaleño», comienzan la «Otra Campaña» desde el «retaguardismo» que va «preguntando y escuchando», en lugar del «vanguardismo» que va «predicando y convenciendo». La idea de la «Otra Campaña» es que al final de un largo «Diálogo Crítico Transmoderno» con todo el pueblo mexicano se articule un programa de lucha, un universal concreto que incluya dentro de sí las demandas particulares de todos los sujetos y epistemes de todos los oprimidos mexicanos.

Los zapatistas no parten de un universal abstracto (El Socialismo, El Comunismo, La Democracia, La Nación, como significante flotante o vacío) para luego ir a predicar y convencer de la justeza del mismo a todos los mexicanos. Ellos parten del «andar preguntado» en el que el programa de lucha es un universal concreto construido como resultado, nunca como punto de partida, de un diálogo crítico transmoderno que incluye dentro de sí la diversalidad epistémica y las demandas particulares de todos los oprimidos de México.

Observen cómo éste es un «Universal Otro», como diría Walter Mignolo (2000), un pluriversal muy distinto a los universales abstractos del «significante vacío» de los procesos hegemónicos de Laclau y Mouffe, el «subalterno» de Gramsci o la «multitud» de Hardt y Negri. La descolonización de la noción de universalidad occidental eurocentrada es una tarea central para hacer posible el lema Zapatista de construir «un mundo donde quepan otros mundos».

Partido de Vanguardia vs. Movimiento de Retaguardia

Esta discusión tiene implicaciones fundamentales para los debates de la izquierda contemporánea. El partido leninista parte de una noción cosmológica mesiánica cristiana. Cuando Lenin (1977) nos dice que «sin teoria revolucionaria, no hay movimiento revolucionario» usa a Kautsky como modelo. Lenin cita a Kautsky para decir que los obreros eran incapaces de producir conciencia de clase y teoría revolucionaria porque éstos no tenían la capacidad de producir espontáneamente ni su teoría ni su conciencia de clase.

Por tanto, esto solo les puede llegar desde afuera, es decir, predicándola. ¿Y quienes son los que producen esta teoría y van a predicarla? De acuerdo con Kautsky, apoyado por Lenin, solamente los intelectualesburgueses, críticos de su propia posicionalidad de clase, les es posible producirla conciencia y la teoría que el proletariado necesita para emanciparse. De ahí la necesidad de un partido de vanguardia.

Este es otro viejo debate, que hay que revisar con lentes decoloniales. En Lenin, vía Kautsky, se reproduce la vieja episteme colonial donde la teoría es producida por las élites blancas-burguesas-patriarcales-occidentales y las masas son entes pasivos, objetos y no sujetos de la teoría. Tras el supuesto secularismo, se trata de la reproducción del mesianismo judeo-cristiano encarnado en un discurso secular marxista de izquierda. La diferencia entre Lenin y Kautsky es en el tipo de mesianismo. En Lenin se reproduce de manera muy cruda el mesianismo cristiano, mientras que en Kautsky se reproduce el mesianismo judío.

En el mesianismo judío, como el Mesías nunca ha llegado, lo importante es el mensaje y no el mensajero. Por el contrario, en el mesianismo cristiano, a diferencia del mesianismo judío (¿Kautsky?), como el mesías llegó, resucitó y todavía vive, es más importante el mensajero que el mensaje. En el mesianismo judío están los profetas anunciando la llegada del mesías y el fin de los imperios terrestres. En el mesianismo cristiano está el mesías y se trata no tanto de cuestionar lo que dijo sino de entregarse al mesías sin mucho cuestionamiento. Del mesianismo cristiano leninista, llegamos a Stalin, seminarista cristiano convertido al bolchevismo. En fin: Stalin es un resultado de Lenin.

¿Qué pasa cuando la política sale de la cosmología judeo-cristiana hacia cosmologías otras? Sin negar la posibilidad de mesianismos otros, en los zapatistas el giro decolonial se da en una forma «otra» de hacer política que partiendo de cosmologías indígenas en el sur de México proponen formas alternas de práctica política. Los zapatistas parten del «andar preguntado» y de ahí proponen un «movimiento de retaguardia» que contribuya a articular un amplio movimiento pensado desde los «condenados de la tierra» de todo México.

El «andar preguntando» lleva a lo que los Zapatistas llaman «movimiento de retaguardia» frente al «andar predicando» del leninismo que lleva al «partido de vanguardia».

El partido de vanguardia parte de un programa a priori enlatado que como es caracterizado de «científico» se autodefine como «verdadero». De esta premisa se deriva una política misionera de predicar para convencer y reclutar a las masas a la verdad del programa del partido de vanguardia. Muy distinta es la política posmesiánica Zapatista que parte de «preguntar y escuchar» donde el movimiento de «retaguardia» se convierte en un vehículo de un diálogo crítico transmoderno, epistémicamente diverso, y por consiguiente, decolonial.

Referencias

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El paisaje cultural del chocolate: pipiles izalcos y cambios semánticos en el mundo atlántico. Siglos XVI-XIX. Kathryn Sampeck.2013

El paisaje cultural del chocolate…

Cuando llegaron los españoles al occidente del actual territorio de El Salvador, en 1524, encontraron una de las principales regiones productoras de cacao del mundo. En aquel tiempo, los indígenas de Mesoamérica utilizaban el cacao en contextos sagrados, como ingrediente principal en comidas y bebidas y además, como moneda.

Para entonces, la mayoría de mesoamericanos no se refería a la comida o a las bebidas de cacao con el nombre de ‘chocolate’. ¿Cómo se utilizó, entonces, la palabra ‘chocolate’ para designar comidas y bebidas de cacao? En este estudio sugiero que la zona del occidente de El Salvador tuvo mucha influencia en este cambio semántico. A través de una investigación arqueológica de la zona de los Pipiles Izalcos y de su evidencia histórica, veremos que la carrera política-económica de los izalcos estaba muy relacionada a la del chocolate.

1. Investigaciones etnohistóricas y arqueológicas

El reconocimiento del valle del Río Ceniza realizado durante los años 1994 y 1995 estuvo enfocado en el Izalco colonial. El proyecto investigó un área desconocida arqueológicamente pero para la cual existen muchos documentos históricos que pertenecen a la Conquista española y a los pipiles. Según los cambios en el material cultural, hemos definido varias fases culturales precolombinas e históricas.

Antonio Fuentes y Guzmán fue el único cronista que incluyó dibujos de manuscritos pictóricos procedentes de Sonsonate y Guatemala en su recopilación (Fuentes y Guzmán 1932-3). Fuentes dio prueba documental del uso precolombino del cacao como artículo de tributo o moneda. Se ve en sus dibujos una sola figura de un vaso de cacao.

Los símbolos que son muy comunes en sus dibujos son el sistema de conteo para tributo y comercio. Se pueden observar cada uno de los incrementos: el círculo para el uno; la bandera o pantli para veinte; el cabello o pluma (en nahua zontle) que representa cuatrocientos, y la bolsa de incienso, que representa ocho mil. El uso más común que se le dio a este sistema después de la Conquista fue para contar cacao.

Al menos, estos documentos precolombinos indican que los izalcos ejercían el comercio y la recaudación de tributo, y el cacao era parte de estas actividades. Parece que en el Postclásico Tardío, el cacao habitaba un espacio intermedio entre producto agrícola y moneda. También fabricaron otros bienes —tejidos de algodón y hachas de cobre— que se ocupaban como moneda precolombina, en lugar de productos agrícolas, y su uso era menos problemático.

2. Fase Irarraga (Postclásico Tardío A.D. 1100 a 1500)

¿Cómo era la zona de los izalcos un poco antes de la Conquista? A través de un reconocimiento de casi toda la zona del valle del Río Ceniza y de excavaciones limitadas tenemos una buena idea de cómo fue el asentamiento Postclásico, designado como la Fase Irarraga.

Las características de la cerámica indican que la población mantenía tradiciones culturales asociadas con los nahuas. El tipo cerámico más común fueron los cajetes y jarros con engobe rojo y bruñido. El tipo de cerámica Catalina Rojo-sobre-Blanco era casi exclusivamente cajetes con lados delgados y encorvados, adornados con motivos geométricos como grecas y volutas. Otro tipo de cerámica común en el Postclásico Tardío en la zona de los Izalcos fue Gines Café, que fue análogo al Grupo Joateca designado en Chalchuapa (Sharer, 1978). Los incensarios de este período eran espigados y unos eran del estilo Mayapán, con efigies de animales (monos) y dioses, particularmente del Xipe Totec.

En la Fase Irarraga, el asentamiento fue más extensivo que en la fase anterior (el Postclásico Temprano). Los asentamientos de esta fase estaban colocados en zonas con acceso al control del agua, como vados. Además, se observa más continuidad en los patrones de asentamiento de la Fase Irarraga con las fases siguientes que con las anteriores. El patrón de asentamiento fue en pequeños asentamientos distribuidos uniformemente, sin grandes centros de población. Habían unos asentamientos más grandes que otros, pero las grandes urbanizaciones no dominaban el paisaje cultural de los Izalcos. Este patrón es semejante al de las zonas nahuas del México central y lo que el historiador James Lockhart nombró «celular».

El historiador James Lockhart propuso que el mundo nahua era una unidad en varios aspectos, antes y después de la Conquista española. Una zona extensa ocupaba los mismos conceptos políticos, económicos y sociales. El alcance de estas similitudes llegó mucho más allá de México, ya que los Pipiles Izalcos ocuparon la misma terminología y los mismos principios de organización.

Algunos de los principios nahuas fueron la simetría y la independencia. La unidad política de los nahuas era el altepetl, y cada uno de ellos tenía su territorio, templo, dioses especiales, consejo y líder (tecutli o tlatoani). Cada altepetl era independiente, y sus partes constitutivas (los calpolli) replicaron la independencia del altepetl. Lockhart llamó este sistema “celular”, ya que cada componente tiene la capacidad ser independiente.

Las preferencias nahuas a favor de la simetría y la independencia provocan un patrón de asentamiento esparcido, ya que los asentamientos se ubicaban en intervalos iguales. Un ejemplo de este concepto “celular” es un pequeño templo encontrado cerca de Sonsonate. Normalmente, un templo está ubicado en el asentamiento principal, rodeado por casas de la elite y edificios de gobierno. En este caso, no encontramos otras estructuras más que el templo. El objetivo de la colocación aislada es proveer de un acceso igualitario a toda la comunidad.

La independencia del altepetl se encarnó en el templo, por medio del requisito de movimiento a través del altepetl para realizar las actividades esenciales. Toda la gente, sin importar su rango, tenía que pasar al espacio y paisaje del altepetl para usar el templo. Los ritos y ceremonias no estaban colocados en una villa o capital porque eran parte del paisaje pipil. La jerarquía política creó una red de poder penetrativo en todo el paisaje.

A través de ello la elite pudo mantener su poder sin la necesidad de observar el templo constantemente. La unidad política tal vez ocurrió no porque todo el poder estaba concentrado en un solo lugar, sino porque no lo estaba; todos los elementos de la vida social, política, y económica —callialli (hogar), calpolli y altepetl— eran mantenidos por la jornada a través del paisaje izalco.

Los datos arqueológicos de la Fase Irarraga sugieren que fue la temporada de la llegada de los pipiles, y por otro lado, los manuscritos pictóricos indican que la zona estaba asociada con el cultivo de cacao. Era un período de crecimiento de población que tenía vínculos con los nahuas.

3. La Conquista española

Aunque Pedro de Alvarado, el conquistador de Guatemala, no mencionó el cacao o el chocolate, los colonistas posteriores lo identificaron como un producto especial de la zona. Las referencias más tempranas de este producto son una carta escrita por el jesuita Pedro de Morales y la Relación Geográfica de Zapotitlán, los dos escritos en 1579. Morales y la relación geográfica identificaron el ‘chocolate’ como una bebida de cacao sazonada con achiote. Los dos dijeron que el chocolate fue inventado en Guatemala (Swanton et al., 2010).

Cronistas anteriores, como García de Palacio (1985) y Motolinía (1903), discutieron el cacao primeramente como moneda ya que (según Motolinía ) “…es la principal moneda que por toda la Nueva España se trata” (Motolinía 1903:210).

Los cronistas mejicanos no ocuparon la palabra chocolate como referencia a bebidas o comidas de cacao hasta alrededor de 1580. Aquí se ve el manuscrito del Doctor Francisco Hernández ocupando la palabra chocolatl. El cacao fue la primera fuente monocultural de riqueza para los encomenderos del sur de Mesoamérica, y la fecha de 1580 se podría ver una revolución en su producción, pues en ella se ve el cambio en los niveles de tributo y exportación.

Durante varios años la cantidad de cacao que salía de Acajutla fue alrededor de un billón de granos de cacao. Los izalcos subieron a la gloria del mundo colonial temprano por sus ganancias, pero al mismo tiempo cayeron al abismo por el abuso contra la población indígena (Fowler 1981). La década de 1575 a 1585 se reformó el tributo en cacao hasta niveles más bajos (pero todavía formidables).

Esta evidencia lingüística sugiere que el movimiento de la palabra ‘chocolate’ inició en el sur (en Guatemala) y propagó al norte (a México). La region de Suchitepequez y los Izalcos juntos formaron el fuente de cacao incomparable en toda Mesoamérica y fue en este momento que un producto indígena se agregaba a la lengua común.

4. Fase López (Conquista española, A. D. 1500 a 1580)

Durante las décadas de la Conquista española y las siguientes, el patrón de asentamiento en la zona de los Izalcos fue más nuclear que antes, posiblemente un resultado del proceso de congregación.

Las ciudades españolas son distinguidas por sus trazas rectas y solares cuadráticos. La ciudad fue el centro de comercio y poder político. Mucho más que estas nuevas ciudades españolas, otros asentamientos que se formaron fueron más nucleares que los postclásicos. Además, la cantidad de sitios eran bajos —parecía producto de la despoblación resultante de las guerras de conquista y pandemias de enfermedades del Mundo Viejo—. Generalmente, el patrón de asentamiento de esta fase replicó los patrones anteriores, pero en un área mucho más restringida. Lo más impresionante es la continuación de la preferencia por lugares especialmente situados para el control de agua.

Un asentamiento nombrado Pancota tiene estructuras alineadas simétricamente por cimas de cerros naturales. Se encuentran acequias rodeando al fondo de los cerros. Desde el cerro más grande se mira la planicie cercana a Nahulingo y al sur. Este lugar está situado para ver el movimiento en una parte del valle que siempre estaba poblado y donde los españoles colocaron sus villas y pueblos (Figura 3). Hasta el siglo XVIII, esta zona tenía cacaotales.

La cerámica típica de esta fase lleva diseños muy semejantes a los de Catalina Rojo-sobre-Blanco, pero con pastas distintivas. Cajetes de molcajete se miran frecuentemente y asas de efigie por cántaros. Los artículos más raros son incensarios espigados en forma de vaso y el tipo cerámica de Vajilla (ware) de Mica de Guatemala.

Mientras el uso de la palabra ‘chocolate’ florece, la población indígena disminuía, pero siempre reproducía la organización del Postclásico. Es asombroso que una población tan baja, como lo indican los restos arqueológicos, producían el aumento astronómico del cultivo y uso de cacao, como es indicado por documentos coloniales.

5. El apogeo de cacao en Los Izalcos

Durante los finales del siglo XVI hasta el medio del siglo XVII se ve la palabra ‘chocolate’ en obras populares de Europa, pero todavía no en el uso común. Un buen ejemplo es el holandés Johannes de Laet (1640), quien escribió varias obras que trataron de las Américas. En el volumen de 1640, escrito en francés, ocupó ‘chocolate’ para designar una bebida de cacao.

La frecuencia del uso de la palabra se incrementó en las Américas también. José de Acosta y el Calepino o Diccionario de Motul ocuparon la palabra ‘chocolate’ (Kaufman and Justeson 2007:222). Ciudad Real (1873:295-296), en 1586, afirmó que el cacao es la “moneda minuta” de toda Nueva España, y los españoles ocuparon el cacao como moneda igual que los indígenas. En un sistema de competición entre monedas, el cacao funcionó igual que el maravedi. El cacao todavía ocupaba ambos papeles, de comida y moneda, pero la palabra de chocolate empezó su dominancia del mundo semántico relacionado a bebidas y comidas.

Después de 1580 se redujo la producción de cacao en los Izalcos (Escalante 1991; Fowler 1981). Según los datos documentales, en el momento en que el comercio mundial comenzaba a aceptar su producto, Los Izalcos dejaba de ser el centro de producción. Sin embargo, los datos arqueológicos devuelven otra perspectiva.

6. Fase Marroquín (1580 a 1650)

En la Fase Marroquín el asentamiento se distinguía por el crecimiento de los pueblos y el regreso al patrón de asentamiento esparcido en el campo, semejante a los del Postclásico. Aunque los españoles estaban incrementando su poder en las ciudades, los pipiles que vivían en el campo demostraban que su control no era absoluto.

Además, los artefactos de esta fase son distinguidos por el contrabando, más que todo en la cerámica porcelana Ming. La porcelana es la evidencia arqueológica del intercambio con el Oriente a través los galeones de Manila. El comercio intercolonial estaba prohibido, pero parece que todos estratos de la sociedad de la zona de los Izalcos estaban muy involucrados en el comercio marítimo. El cacao todavía fue una clave a ganancia, aunque empezando en 1625 otros centros de producción como Guayaquil y Venezuela empezaba a dominar el comercio mundial en cacao (Escalante 1991(2):40). En efecto, la producción de cacao se trasladó de manos indígenas con una larga tradición en su cultivo a productores dirigidos por los europeos, pero esta ampliación del mercado incrementó las oportunidades para los inhabitantes de los Izalcos, al mismo tiempo que su sistema de producción era menos opresivo.

Durante el siglo XVII tardío hasta principios del siglo XIX (en otras palabras, el siglo XVIII largo) se utiliza la palabra ‘chocolate’, ocupada por europeos, para referirse a varias comidas y bebidas. El chocolate volvió a ser una necesidad diaria en vez de un artículo de lujo. En realidad, el chocolate ganaba un sentido político para los ingleses, ya que las casas de chocolate fueron asociadas con los loyalistas y las de café, con los revolucionarios.

Despúes del apogeo del comercio de galeones de Manila, los habitantes de los Izalcos no dejaron el cultivo de cacao, pero tampoco intentaban a dominar el comercio. El rechazo a este papel parecía una forma de resistencia al fantasma del pasado dorado de cacao (Escalante 1991).

Los Izalcos mantenían el cultivo de cacao, indicado por los esfuerzos indígenas por mantener control de los cacaotales en el siglo XVIII, y los granos todavía servían de moneda minuta en Guatemala hasta el principio del siglo XIX (García de Palacio 1985:21, nota 9 de Squier). La relación de producción de cacao en los izalcos y el comercio mundial en chocolate se invirtió: mientras uno se disminuía, el otro se incrementaba. La palabra ‘chocolate’ ganaba dominancia para indicar bebidas y comidas de cacao al mismo tiempo que el cacao se convirtía de doble espacio semántico (de comestible y moneda) a uno solo: el de comestible.

7. Fase Shupan (1650 a 1825)

Las características de la Fase Shupan son peor definidas que otras fases. La cerámica de esta fase se está estudiando todavía, pero podemos decir que observamos la presencia de porcelana oriental del siglo XVII y pocos tiestos de pearl-ware, la cerámica pasta blanca de Inglaterra del siglo XVIII.

El patrón de asentamiento demuestra la dominancia de la hacienda indicado por varios sitios pequeños regados por el campo. El movimiento a independencia política estaba también un movimiento a propiedad privada.

8. Conclusiones

El asentamiento en los Izalcos era concentrado, pero seguía tradiciones precolombinas.

Durante de su máxima producción, la palabra ‘chocolate’ avanzó a un uso mas allá de Guatemala. El cacao fue icónico como bebida pipil, que fue comestible y moneda, además, otros empezaron a ocupar su nombre. Despúes de la producción máxima en los Izalcos, los izalqueños mantuvieron sus enlaces con comercio mundial, y el cacao entró a la cocina europea. Al mismo tiempo que la palabra chocolate cambiaba para indicar un producto comestible común, el paisaje cultural de los Izalcos se convertía al cultivo de una mercadería con dominancia de las haciendas. Este cambio marginaba a los mismos indígenas, quienes permitían su producción. Es decir que la carrera de chocolate está inscrita en el paisaje cultural de los Izalcos.

Bibliografía

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Crítica y Aufklärung [“Qu’est-ce que la Critique?”]. Foucault, Michel. 1978

Les agradezco infinitamente el haberme invitado a esta reunión de la Sociedad Francesa de Filosofía. Creo que hace una decena de años presenté ante esta misma Sociedad una reflexión sobre el tema ¿Qué es un Autor?

Al tema del que quisiera hablarles hoy, no le he colocado un título. El señor Gouhier, al presentarme ante Ustedes, ha querido decirles, con indulgencia, que ha sido a causa de mi estadía en el Japón. Pero, eso no es más que una muy amable atenuación de la verdad. Digamos que, efectivamente, hasta estos últimos días yo no había encontrado el título; o más bien, que había uno que me obsesionaba pero que no lo he querido escoger. Ustedes verán por qué: hubiese sido indecente.

1. INTRODUCCION

En realidad el asunto del que quería y quiero hablarles es relativo a la pregunta: ¿Qué es la Crítica? Habría que intentar tener a la mano algunos propósitos en torno a un cierto proyecto que no ha dejado de formarse, prolongarse, renacer en los confines de la filosofía —muy cerca de ella, contra ella, a sus expensas—, en dirección de una filosofía por venir, en el lugar, quizás, de toda filosofía posible.

Entre la alta empresa kantiana y las pequeñas actividades polémico-profesionales que llevan el nombre de crítica, me parece que ha habido en el Occidente moderno (ubicado, toscamente, empíricamente desde los siglos XV y XVI) una cierta manera de pensar, de decir, de actuar, una cierta relación con lo que existe, con lo que se sabe, con lo que se hace, una relación con la sociedad, con la cultura, una relación, también, con los otros y que se pudiera llamar, digamos, la actitud crítica.

Por supuesto que Ustedes se asombrarán al escuchar que haya algo como una actitud crítica y que sería específica de la civilización moderna cuando, como sabemos, ha habido tantas críticas, polémicas, etc. y que incluso los problemas kantianos tienen, sin duda, orígenes más lejanos que los siglos XV y XVI.

Será sorprendente también, ver que se intente buscar una unidad a esta crítica mientras que ella parece consagrada por naturaleza, por función, y diría que hasta por profesión, a la dispersión, a la dependencia, a la pura heteronomía.

Después de todo, la crítica no existe sino en la relación con algo distinto a ella misma. Ella es instrumento, medio para un porvenir o una verdad que ella ni sabrá ni será. Es una mirada sobre un dominio en el que quiere jugar el papel de policía y en el que no es capaz de hacer la ley. Todo ello hace que la crítica sea una función que está subordinada a lo que, positivamente, constituyen la filosofía, la ciencia, la política, la moral, el derecho, la literatura, etc.

Al mismo tiempo, cualesquiera fuesen los placeres o las compensaciones que acompañan a esta curiosa actividad de la crítica, parece que ella lleva consigo muy regularmente, casi siempre, no sólo alguna firme utilidad que reivindica para sí, sino también que a ella subyace una suerte de imperativo más general, más general aún que el de apartar los errores.

Hay algo en la crítica que guarda parentesco con la virtud. En cierto modo, de lo que yo quería hablarles era, precisamente, de la actitud crítica como virtud en general.

2. UNA HISTORIA DE LA “ACTITUD CRITICA”: CRITICA Y AUFKLÄRUNG

Hay muchísimos caminos para hacer la historia de esta actitud crítica.

Quisiera simplemente sugerirles este que, repito, es un camino posible entre muchos otros. Propondría la siguiente variación.

La pastoral cristiana, o la iglesia cristiana en cuanto ella desplegaba una actividad precisamente y específicamente pastoral, desarrolló la siguiente idea, por lo demás, singular y completamente extraña a la cultura antigua. Cada individuo, cualquiera fuese su edad, su status, y a lo largo de su vida y en el detalle de sus acciones, debía ser gobernado y debía dejarse gobernar.

Es decir, ser dirigido hacia su salvación (salut) por alguien a quien estuviese unido mediante una relación global, pero al mismo tiempo meticulosa, detallada y obediente. Esta operación de dirección hacia la salvación bajo una relación de obediencia, debe ocurrir en una triple relación con la verdad: verdad entendida como dogma; verdad en la medida en que esta dirección implica un cierto modo de conocimiento particular e individualizante de los individuos; y finalmente, en la medida en que esta dirección se despliega como una técnica reflexionada que implica reglas generales, conocimientos particulares, preceptos, métodos de examen, confesiones, entrevistas, etc.

No hay que olvidar, después de todo, que aquello que, durante siglos, se llamó en la iglesia griega technè technôn y en la iglesia romana latina ars artium, era precisamente la dirección de consciencia; era el arte de gobernar los hombres.

Por supuesto que este arte de gobernar permaneció mucho tiempo ligado a prácticas relativamente limitadas, incluso en la sociedad medieval, ligado a la existencia conventual, ligado a y practicado sobre todo en grupos espirituales relativamente restringidos.

Pero creo que, a partir del siglo XV y antes de La Reforma, se puede decir que ha habido una verdadera explosión del arte de gobernar los hombres; explosión que puede entenderse en dos sentidos.

Primero, como un alejamiento de su original núcleo religioso; digamos, como laicización, expansión hacia la sociedad civil de este tema del arte de gobernar los hombres y de los métodos para hacerlo.

Segundo, como una diseminación de este arte de gobernar en dominios variados tales cómo gobernar los niños, los pobres y los mendigos, una familia, una casa, los ejércitos, las ciudades, los Estados, su propio cuerpo, su propio espíritu.

“¿Cómo gobernar?”; creo que ha sido esta una de las preguntas fundamentales entre todo lo acontecido en el siglo XV o en el siglo XVI. Pregunta fundamental cuya respuesta ha sido la multiplicación de todos los artes de gobernar —arte pedagógico, arte político, arte económico— y de todas las instituciones de gobierno, en el amplio sentido que la palabra gobierno tenía en esa época.

Ahora bien, esta “gubernamentalización” (gouvernamentalisation), que me

parece bastante característica de esas sociedades del Occidente europeo en el siglo XV, creo que no puede ser disociada de la cuestión relativa a la pregunta “¿cómo no ser gobernado?”. No quiero decir con ello que a la gubernamentalización se habría opuesto, en una suerte de cara-a-cara, la afirmación contraria: “no queremos ser gobernados, y no queremos ser gobernados en absoluto”.

Quiero decir que en esta gran inquietud en torno a la manera de gobernar y en la investigación sobre las maneras de gobernar, se destaca una perpetua pregunta que sería: “¿cómo no ser gobernado de este modo, por tal cosa, en nombre de estos principios, con mira a tales objetivos y por medio de tales procedimientos; no así, no para eso, no por ellos?”

Entonces, si se le otorga la amplitud e inserción histórica que creo le corresponde a ese movimiento de gubernamentalización, tanto de la sociedad como de los individuos, parece que se pudiera colocar, aproximadamente, del lado de esta última pregunta lo que llamaría la actitud crítica.

Frente y como contraparte de las artes de gobernar, o más bien como compañera y adversaria a la vez, como manera de dudar de ellas, de recusarlas, de limitarlas, de encontrarles una justa medida, de transformarlas, de buscar un escape de esas formas de gobernar o, en todo caso, un desplazamiento a título de reticencia esencial, pero también y por ello mismo como línea de desarrollo de las artes de gobernar, habría habido algo que nació en Europa en ese momento, una suerte de forma cultural general, actitud moral y política a la vez, manera de pensar, etc.

Que simplemente llamaría el arte de no ser gobernado o, incluso, el arte de no ser gobernado así y a este precio. Propondría entonces, como primera definición de la crítica esta caracterización general: el arte de no ser gobernado de una cierta manera.

Me dirán que esta definición es, a la vez, tan vaga, tan general, tan débil. ¡Por supuesto! Pero creo, no obstante, que ella permite resaltar algunos puntos de anclaje precisos para lo que intento llamar actitud crítica. Son puntos de anclaje históricos, claro está, y que pudieran fijarse del siguiente modo.

1º ) En una época en que el gobierno de los hombres era esencialmente un arte

espiritual —o una práctica esencialmente religiosa ligada a la autoridad de una Iglesia, al magisterio de una Escritura— no querer ser gobernado de tal modo, era esencialmente buscar en las Escrituras una relación distinta a la que estaba ligado el funcionamiento de la enseñanza de Dios.

No querer ser gobernado, era una cierta manera de rechazar, recusar o limitar (dígase como se quiera) el magisterio eclesiástico; era el retorno a la Escritura; era la cuestión relativa a lo auténtico de la Escritura, de lo que había sido efectivamente escrito en la Escritura; era la pregunta por la especie de verdad de la Escritura en la Escritura a pesar, tal vez, de lo escrito, y hasta llegar incluso, finalmente, a la pregunta muy simple: ¿es verdadera la Escritura?

En resumen, desde Wycliffe hasta Pierre Bayle la crítica se desarrolló, en buena parte, que me parece de primera importancia y no exclusiva por supuesto, en relación con la Escritura. Digamos que, históricamente, la crítica es bíblica.

2º ) No querer ser gobernado, no querer ser gobernado de un cierto modo, es también no querer aceptar esas leyes invocadas porque ellas son injustas, porque en su antigüedad, en la magnitud más o menos amenazante que les da el soberano hoy día, esconden una ilegitimidad esencial. La crítica es, por tanto, desde este punto de vista, frente al gobierno y a la obediencia que exige, la oposición de los derechos universales e imprescriptibles a los que todo gobierno, cualquiera sea — monarca, magistrado, educador, padre de familia— deberá someterse. En resumen, si se quiere, encontramos aquí el problema del derecho natural.

3º ) Finalmente, “no querer ser gobernado” es, por supuesto, no aceptar como verdad lo que una autoridad dice que es la verdad; o, al menos, es no aceptarlo por el simple hecho de que una autoridad diga que sea verdad; es no aceptarlo a menos que uno mismo considere como buenas las razones esgrimidas para aceptarlo. En este caso la crítica coloca su punto de anclaje en el problema de la certidumbre frente a la autoridad.

Tenemos así una triple correspondencia. La Biblia, el derecho, la ciencia; la escritura, la naturaleza, la relación consigo mismo; el magisterio, la ley, la autoridad del dogmatismo. Se ve como el juego de la gubernamentalización y de la crítica, uno con respecto al otro, han dado lugar a fenómenos que son, creo, claves en la historia de la cultura occidental, ya se trate del desarrollo de las ciencias filológicas, del desarrollo de la reflexión, del análisis jurídico o de la reflexión metodológica.

Pero, sobre todo, se ve que el núcleo de la crítica es, esencialmente, el haz de relaciones que ata el poder, la verdad y el sujeto, uno a otro, o cada uno a las otros dos. Y si la gubernamentalización es ese movimiento por el cual se trataba, en la realidad misma, de una práctica social de sujeción de individuos por medio de mecanismos de poder que reclaman para sí una verdad; pues bien, diría que la crítica es el movimiento por medio del cual el sujeto se arroga el derecho de interrogar a la verdad sobre sus efectos de poder y al poder sobre sus discursos de verdad.

En otras palabras, la crítica será el arte de la in-servidumbre voluntaria, el arte de la indocilidad reflexiva. La crítica tendría esencialmente por función la des-sujeción en el juego de lo que pudiéramos llamar la “política de la verdad”.

En relación con esta definición de la crítica, y a pesar de su carácter tanto empírico como aproximado y deliciosamente lejano en relación con la historia que sobrevuela, tendría la arrogancia de pensar que no es muy diferente de aquella que daba Kant; no precisamente de la crítica sino de algo distinto. No es muy lejana, en definitiva, de la que él daba de la Aufklärung.

En efecto, resulta característico que, en su texto de 1784 sobre qué es la Aufklärung, Kant haya definido la Aufklärung en relación con un cierto estado de tutela (minoría) en el cual se habría mantenido, y mantenido autoritariamente, la humanidad. En segundo lugar, él definió tal estado de tutela; lo caracterizó como una cierta incapacidad en la que se tendría a la humanidad, incapacidad de servirse (cada quien) de su propio entendimiento sin la dirección de otro. El término que emplea aquí es leiten (gobernar) que tiene un sentido religioso históricamente bien definido.

En tercer lugar, creo que es de particular importancia el que Kant haya definido esta incapacidad mediante una cierta correlación entre, por una parte, una

autoridad (o exceso de autoridad) que se ejerce y que mantiene a la humanidad en ese estado de minoría y, por otra parte, algo que él llama falta de decisión y de coraje. En consecuencia, esta definición de la Aufklärung no va a ser simplemente una suerte de definición histórica y especulativa; habrá algo, en ella que, sin duda, resultaría ridículo llamar prédica; es más bien, en todo caso, un llamado al coraje que Kant lanza en esa descripción de la Aufklärung.

No hay que olvidar que el texto de Kant era un artículo de periódico. Habría que hacer un estudio sobre las relaciones de la filosofía con el periodismo a partir de fines del siglo XVIII… Es muy interesante notar a partir de qué momento los filósofos intervienen en los periódicos para decir algo que para ellos resulta filosóficamente interesante y que, sin embargo, se inscribe en una cierta relación con el público con efectos de llamado, de solicitud.

En fin, no es casual el que, en este texto sobre la Aufklärung, Kant señale como ejemplos del mantenimiento de la humanidad en estado de minoría –y, en consecuencia, como ejemplos de puntos sobre los que la Aufklärung debe levantar ese estado de minoría y hacer mayores de algún modo a los hombres– precisamente la religión, el derecho y el conocimiento.

Lo que Kant describía como la Aufklärung, es lo que intentaba describir, hace un rato, como la crítica, como esa actitud crítica que vemos aparecer como actitud específica en Occidente a partir, creo, de lo que ha sido históricamente el gran proceso de gubernamentalización de la sociedad. Y, en relación con esta Aufklärung (cuya divisa, bien conocida y que Kant recuerda, es Sapere Aude; no sin que otra voz, la de Federico II, diga en contrapartida “que razonen tanto como quieran siempre y cuando obedezcan”), ¿cómo va a definir Kant la crítica? O, en todo caso, puesto que no tengo la pretensión de retomar aquí lo que era el proyecto crítico kantiano en todo su rigor filosófico —no me lo podría permitir delante de semejante auditorio de filósofos, no siendo yo mismo filósofo sino apenas crítico—, con respecto a esta Aufklärung ¿cómo podría situarse la crítica propiamente dicha?

Si, efectivamente, Kant llama Aufklärung todo el movimiento crítico precedente, ¿cómo va a situar él lo que entiende por crítica? Yo diría —y esto son cosas completamente infantiles— que en relación con la Aufklärung la crítica será, a los ojos de Kant, lo que él va decir al saber: ¿Sabes bien hasta dónde puedes saber?, razona tanto como quieras, pero ¿sabes bien hasta dónde puedes razonar sin peligro?

En resumen, la crítica dirá que nuestra libertad se juega menos en lo que emprendemos, con más o menos coraje, que en la idea que nos hacemos de nuestro conocimiento y de sus límites. En consecuencia, en lugar de dejar decir a otro “obedeced”, es en ese momento, en el que uno tendrá una idea justa de su propio conocimiento, que se podrá descubrir el principio de la autonomía y no tendrá que escuchar más el obedeced; o, más bien, que el obedeced estará fundado en la autonomía misma.

No me detendré a mostrar la oposición que habría, en el caso de Kant, entre el análisis de la Aufklärung y el proyecto crítico. Creo que sería fácil mostrar que, para Kant mismo, el coraje verdadero de saber que era invocado por la Aufklärung consiste en reconocer los límites del conocimiento. Sería fácil mostrar que para él la autonomía está lejos de ser opuesta a la obediencia a los soberanos. Kant fijó a la crítica, en su empresa de des-sujeción en relación con el juego del poder y de la verdad, como tarea primordial, como prolegómeno a toda Aufklärung presente y futura, conocer el conocimiento.

3. UNA DEFENSA HISTORICA DE LA VIGENCIA DE LA “ACTITUD CRITICA”

No quisiera insistir más en las implicaciones de esta suerte de desplazamiento entre Aufklärung y crítica que quiso marcar Kant. Simplemente, quisiera insistir en el aspecto histórico del problema; aspecto sugerido por cuanto aconteció en el siglo XIX. La historia del siglo XIX ha dado mucha más importancia a la continuación de la empresa crítica, tal como Kant, en cierto modo, la había situado en retiro con respecto a la Aufklärung, que a la Aufklärung misma.

Dicho de otro modo, la historia del siglo XIX—y por supuesto, la historia del siglo XX más aun—parecía deber, si no dar la razón a Kant, al menos ofrecer una solidez concreta a esta nueva especie de actitud crítica, a esta actitud crítica en retiro con respecto a la Aufklärung y cuya posibilidad había abierto Kant.

Tal concreción histórica, que parecía mucho más una ofrenda a la crítica kantiana que al coraje de la Aufklärung, correspondía simplemente a estos tres rasgos fundamentales: en primer lugar, una ciencia positivista; es decir, dándose confianza fundamentalmente a sí misma, cuando al mismo tiempo era cuidadosamente crítica en relación con cada uno de sus resultados; en segundo lugar, el desarrollo de un Estado o de un sistema estatal que se daba a sí mismo como razón y como racionalidad profunda de la historia y que, por otra parte, escogía los procedimientos de racionalización de la economía y de la sociedad como sus instrumentos. De allí se desprende el tercer rasgo; en la juntura de ese positivismo científico y del desarrollo de los estados surge una ciencia de un Estado o, si se quiere, un estatismo.

Surge entre ellos un estrecho tejido de relaciones en la medida en que la ciencia va a jugar un rol cada vez más determinante en el desarrollo de las fuerzas productivas y, por otra parte, en la medida en que los poderes de tipo estatal van a ejercerse cada vez más a través de conjuntos técnicos refinados.

Por ello, la interrogante kantiana de 1784, Was ist Aufklärung? (o más bien la manera en que Kant en relación con esa pregunta y con la respuesta que de ella ofreció intentó situar su empresa crítica); esa interrogante sobre las relaciones entre Aufklärung y Crítica va a tomar, de manera legítima, la postura de una desconfianza o, en todo caso, de una interrogación cada vez más suspicaz. Interrogante que se resume en esta pregunta:

¿De cuáles excesos de poder, de cuál gubernamentalización (cada vez más amplia e inaprehensible en cuanto se justifica tomando como base una cierta razón) no es esa misma razón históricamente responsable?

Ahora bien, creo que el devenir de esta última pregunta no ha sido el mismo en Alemania y en Francia. Ocurrió así por dos razones históricas y dignas de análisis dada su complejidad.

Grosso modo pudiera decirse lo siguiente. En Alemania, quizás menos por

causa del reciente desarrollo de un Estado nuevo y racional que por causa de la muy antigua pertenencia de las universidades a la Wissenschaft y a las estructuras administrativas y estatales, se desarrolló esa sospecha de que hay algo en la racionalización, y quizás incluso en la misma razón, que es responsable del exceso de poder.

Esa sospecha se desarrolló sobre todo en lo que pudiera llamarse una izquierda alemana. En todo caso, desde la izquierda hegeliana hasta la Escuela de Frankfurt ha habido toda una crítica del positivismo, del objetivismo, de la racionalización, de la technè y de la tecnificación. Se trata de una crítica del proyecto fundamental de la ciencia y la técnica teniendo como objetivo hacer aparecer las conexiones entre una presunción ingenua de la ciencia, por una parte, y las formas de dominación propias de la conformación de la sociedad contemporánea, por la otra.

Puede tomarse como ejemplo el caso de Husserl, el cual, sin duda, fue, entre todos, el más alejado de lo que pudiera llamarse una crítica de izquierda. En efecto, no hay que olvidar que Husserl en 1936 refería la crisis contemporánea de la humanidad europea a una situación en la que se destaca el problema de las relaciones entre conocimiento y técnica, entre épistèmè y technè.

En Francia las condiciones del ejercicio de la filosofía y de la reflexión política han sido muy diferentes. Por ello la crítica de la razón presuntuosa y de sus efectos específicos de poder no parece haber sido llevado de la misma manera.

Pienso que sería del lado de un cierto pensamiento de derecha, en el curso de los siglos XIX y XX, donde se encontraría la misma acusación histórica a la razón o a la racionalización en nombre de los efectos de poder que ella conlleva. En todo caso, el bloque conformado por la Ilustración y por la Revolución impidió, sin duda, de manera general que hubiese un cuestionamiento real y profundo de la relación entre racionalización y poder. Quizás también, el hecho de que la Reforma —es decir, lo que creo que ha sido en sus raíces más profundas, el primer movimiento crítico entendido como arte de no ser gobernado— no haya tenido en Francia la amplitud y el éxito que conoció en Alemania permitió que, en Francia, esta noción de Aufklärung, con todos los problemas que planteaba, no haya tenido una

significación tan amplia ni una referencia histórica de tan largo alcance como en el caso de Alemania.

Podría decirse que, en Francia, nos conformamos con una cierta valoración política de los filósofos del siglo XVIII al tiempo que se descalifica el pensamiento de la Ilustración como un episodio menor en la historia de la filosofía. Por el contrario, en Alemania, lo que se entendió como Aufklärung fue considerado —para bien o para mal, poco importa; pero, ciertamente, siendo un episodio importante— como una suerte de manifestación espectacular del profundo destino de la razón occidental.

En todo el período que sirve de referencia a la noción de la Aufklärung, desde el siglo XVI al XVIII, se intentó, por una parte, descifrar o reconocer la línea de pendiente más marcada de la razón occidental, mientras que, por otra parte, fue más bien la política a la que estaba ligada la Aufklärung la que fue objeto de un examen de sospecha. Esta es, de manera muy general, la división que caracteriza el modo como, en Alemania y en Francia, fue planteado el problema de la Aufklärung en el curso del siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX.

Ahora bien, en Francia la situación ha cambiado en estos últimos años en relación con este problema de la Aufklärung (con la inmensa importancia que este ha tenido para el pensamiento alemán, desde Mendelssohn y Kant pasando por Hegel, Nietzsche, Husserl, la Escuela de Frankfurt, etc…). Me parece que en Francia ha llegado una época en la que, precisamente ese problema de la Aufklärung, puede ser retomado en una vecindad muy significativa con, digamos, los trabajos de la Escuela de Frankfurt.

Para ser breve, podemos decir que —y esto no debiera sorprender— gracias a la fenomenología, y a los problemas que ella plantea, nos fue devuelta la pregunta por la Aufklärung. En efecto, esta nos fue devuelta a partir de la pregunta por el sentido y por lo que pueda constituir al sentido. ¿Cómo puede ocurrir que haya sentido a partir del sin-sentido? ¿Cómo nos llega el sentido? Preguntas estas que son perfectamente complementarias de esta otra: ¿Cómo es que el gran movimiento de la racionalización nos condujo a tanto ruido, a tanto furor, a tanto silencio y mecanismo sombrío?

Después de todo no hay que olvidar que La Nausée es, con una diferencia de escasos meses, contemporánea con la Krisis. Fue sólo después de la guerra, gracias al análisis de la idea de que el sentido no se constituye sino por sistemas de restricciones característicos de la maquinaria significante, y gracias al análisis del hecho de que no hay sentido sino por efectos de coerción propios de estructuras que, por una extraña perspectiva, se reencontró el problema entre ratio y poder.

Del mismo modo, pienso (y esto, sin duda, es un estudio por realizarse) que los análisis de historia de las ciencias, toda la problematización de la historia de las ciencias (que también, por supuesto, tiene sus raíces en la fenomenología pero que, en Francia, tiene otra historia muy diferente a través de Cavaillès, Bachelard, Georges Canguilhem), vale decir, el problema histórico de la historicidad de las ciencias no deja de tener ciertas relaciones y analogías —haciendo eco, hasta cierto punto— con el problema de la constitución del sentido.

Esto puede formularse con la pregunta: ¿cómo nace y cómo se forma esta racionalidad (científica), a partir de algo que es otra cosa? He aquí la recíproca y el inverso del problema de la Aufklärung: ¿cómo ocurre que la racionalización conduzca al furor del poder?

Ahora bien, parece que tanto las investigaciones sobre la constitución del sentido —con el descubrimiento de que el sentido no se constituye sino por estructuras de coerción del significante—, como los análisis hechos sobre la historia de la racionalidad científica —con los efectos de restricción ligados a su institucionalización y a la constitución de modelos— no han hecho otra cosa que verificar, como por un corto día y a través de una especie de resquicio universitario, lo que fue, después de todo, el movimiento de fondo de nuestra historia desde hace un siglo.

A fuerza de tantos cantos sobre la falta de racionalidad de nuestra organización social o económica, nos encontramos frente a no se si demasiada o insuficiente razón pero, en todo caso, seguramente frente a exagerado poder. A fuerza de escucharnos los cantos sobre las promesas de la revolución, no se si donde ella se ha producido sea buena o mala, nos encontramos frente a la inercia de un poder que se mantenía indefinidamente. A fuerza de escuchar los cantos de la oposición entre las ideologías de la violencia y la verdadera teoría científica de la sociedad, del proletariado y de la historia, nos hemos reencontrado con dos formas de poder que se parecían como dos hermanos: fascismo y estalinismo.

Retorno, en consecuencia, a la pregunta ¿Qué es la Aufklärung? Y de ese modo se reactiva, para nosotros, la serie de problemas que marcaron los análisis de Max Weber; a saber, ¿Qué hay de esa racionalización de la cual convenimos que caracteriza no solo al pensamiento y a la ciencia occidentales desde el siglo XVI, sino también las relaciones sociales, las organizaciones estatales, las prácticas económicas y, tal vez, hasta el comportamiento de los individuos? ¿Qué hay de esa racionalización en sus efectos de restricción y, quizás, de obnubilación, de implantación masiva y creciente —y nunca cuestionada radicalmente— de un vasto sistema científico y técnico?

Este problema de ¿Qué es la Aufklärung?, que estamos completamente obligados en Francia a retomar sobre nuestras espaldas, se puede abordar por diferentes caminos. El camino por el que quisiera abordarlo —quisiera que me creyeran— no lo trazo, absolutamente, ni en un espíritu de polémica ni tampoco de crítica. En consecuencia, he allí dos razones que hacen que yo no busque otra cosa que marcar diferencias y, de algún modo, ver hasta dónde se puede multiplicar, desmultiplicar, demarcar unas con respecto a otras, desencajar, si así se quiere, las formas de análisis de este problema de la Aufklärung que es, quizás, después de todo el problema de la filosofía moderna.

Al abordar este problema que nos hace fraternos con la Escuela de Frankfurt quisiera hacer notar que, de todas maneras, tomar la Aufklärung como la cuestión central quiere decir, con toda seguridad, varias cosas.

En principio, quiere decir que uno se compromete con una cierta práctica que llamaría histórico-filosófica y que no tiene nada que ver ni con la filosofía de la historia ni con la historia de la filosofía. Una cierta práctica histórico-filosófica quiere decir que el dominio de experiencia al que se refiere ese trabajo filosófico no excluye de la reflexión ningún otro dominio de experiencia. No se trata allí de la experiencia interna ni de las estructuras fundamentales del conocimiento científico, pero tampoco de un conjunto de contenidos históricos elaborados en otra parte, preparados por los historiadores y retomados, de manera elaborada, como hechos.

De hecho, se trata, en esta práctica histórico-filosófica, de hacerse su propia historia, de fabricar, como por ficción, la historia que estaría atravesada por la pregunta sobre las relaciones entre las estructuras de racionalidad que articulan el discurso verdadero y los mecanismos de sujeción ligados a esos discursos. Es esta una práctica en la que, sin dificultad, se nota un desplazamiento desde los objetos históricos, habituales y familiares para los historiadores, hacia el problema del sujeto y de la verdad del que no se ocupan los historiadores. Igualmente puede notarse que en esta práctica se invierte el trabajo filosófico, el pensamiento filosófico, el análisis filosófico en contenidos empíricos diseñados por ella misma.

Por ello es que los historiadores, frente a este trabajo histórico o filosófico, dirán: “Sí, sí, por supuesto, puede ser… en todo caso, eso no es nunca, completamente, historia”; esto es el efecto ruidoso de aquel desplazamiento hacia el sujeto y la verdad al que me he referido. Los filósofos, por su parte, si bien no todos toman aires de presa de cacería herida (“pintades offensées”), generalmente piensan: “la filosofía, a pesar de todo, es francamente otra cosa”; esto se debe al efecto de caída debido a ese retorno a una empiricidad que, incluso para sí misma, no está garantizada por una experiencia interior.

Demos a estas voces laterales todo la importancia que tienen; por lo demás, grandísima. Indican, al menos negativamente, que estamos sobre el buen camino; es decir, que a través de contenidos históricos que uno elabora y a los que se está ligado, porque son verdaderos o porque valen como verdaderos, se plantea la pregunta: ¿Qué es lo que, entonces, soy yo que pertenezco a esta humanidad, quizás a esta franja, a este momento, a este instante de humanidad que está sujeto al poder de la verdad en general y de verdades en particular?

El propósito de desubjetivar la cuestión filosófica recurriendo al contenido histórico y de liberar los contenidos históricos gracias a la interrogación sobre los efectos de poder que los afecta en virtud de la verdad que dicen revelar, corresponde a la primera característica de esta práctica histórico-filosófica.

En segundo lugar, esta práctica histórico-filosófica se encuentra, evidentemente, en una relación privilegiada con una cierta época empíricamente determinable. Aunque la definición de esa época es relativa y necesariamente floja, está designada, sin embargo, como el momento de formación de la humanidad moderna; Aufklärung en el sentido extenso al que se referían Kant, Weber, etc.

Es un período sin fecha fija y con múltiples entradas, puesto que se le puede definir por la formación del capitalismo, la constitución del mundo burgués, la puesta en práctica de sistemas estatales, la fundación de la ciencia moderna con todos sus correlatos técnicos, la organización de un cara-a-cara entre el arte de ser gobernado y el de no serlo de ese modo. Ese período define, en consecuencia, un inmenso privilegio de hecho para el trabajo histórico-filosófico porque allí aparecen, de algún modo, en vivo y en la superficie de las transformaciones visibles, las relaciones entre poder, verdad y sujeto que dicho trabajo se propone analizar.

Se agrega otro privilegio en el sentido de que se trata de formar, a partir de aquel trabajo, una matriz para el recorrido de toda una serie de otros recorridos posibles.

Digamos que no es tanto porque se privilegie al siglo XVIII, porque nos interesemos en él, que reencontramos el problema de la Aufklärung; diría, más bien, que es porque se quiere plantear, de manera fundamental, el problema de ¿Qué es la Aufklärung? que reencontramos el esquema histórico de nuestra modernidad. No se tratará de decir que los griegos del siglo V son un tanto como los filósofos del siglo XVIII, o que el siglo XII ya era una especie de Renacimiento, sino de intentar ver bajo qué condiciones, al precio de cuáles modificaciones o de cuáles generalizaciones, se pueda aplicar a cualquier momento de la historia esa pregunta de la Aufklärung, a saber, relaciones de poderes, verdad y sujeto.

Este es el marco general de la investigación que llamaría histórico-filosófica. En lo que sigue, intentaré mostrar cómo puede conducirse esa investigación hoy día.

4. UN RESCATE DE LA “ACTITUD CRITICA”: LA INVESTIGACION HISTORICO-FILOSOFICA

Más arriba me refería a que mi proposición consiste en trazar, muy vagamente, otras vías posibles en relación con las que me parecen que han sido, hasta el presente, las de mayor empeño. En ningún modo debe entenderse esto como una acusación a esas vías de no conducir a nada o de no aportar ningún resultado válido. Quiero simplemente decir y sugerir lo siguiente:

Me parece que este asunto de la Aufklärung —desde Kant, a causa de Kant y, con toda la apariencia de verdad, a causa de esa separación entre Aufklärung y Crítica que él introdujo— ha estado esencialmente planteado en términos de conocimiento.

Es decir, se ha partido de lo que fue el destino histórico del conocimiento en el momento de la constitución de la ciencia moderna; o también, se ha buscado lo que ya, en ese destino, marcaba los efectos de poder indefinidos a los que ese mismo destino iba a estar necesariamente ligado por el objetivismo, el positivismo, el tecnicismo, etc.; o se ha relacionado ese conocimiento con las condiciones de constitución y de legitimidad de todo conocimiento posible o, finalmente, se ha buscado cómo en la historia se había operado el paso fuera de la legitimidad (ilusión, error, olvido, recubrimiento, etc.)

En una palabra, es el procedimiento de análisis lo que me parece que, en el fondo, quedó comprometido con el alejamiento de la Aufklärung, en el retiro de la Crítica en relación con la Aufklärung operado por Kant. Me parece que a partir de allí tenemos un procedimiento de análisis que es, en el fondo, el que se ha seguido con mayor frecuencia; un procedimiento de análisis que se podría denominar una indagación sobre la legitimidad de los modos históricos del conocer. En todo caso fue así como tanto un cierto número de filósofos del siglo XVIII como también Dilthey, Habermas, etc. lo han entendido.

Dicho de un modo más simple, ese procedimiento de análisis alejado de la Aufklärung se formula como pregunta esencial la siguiente: ¿Qué idea falsa se ha hecho el conocimiento de sí mismo, a qué uso excesivo se ha encontrado expuesto y, en consecuencia, a qué dominación se encuentra ligado?

Pues bien, en lugar de este procedimiento que toma la forma de una indagación sobre la legitimidad de los modos históricos del conocer, se podría, tal vez, proyectar un procedimiento diferente. Este procedimiento podría tener como entrada en el asunto de la Aufklärung no el problema del conocimiento, sino el del poder. Avanzaría no como una indagación sobre la legitimidad, sino como algo que llamaría una prueba de “eventualización”.

Y, ¿qué quiere decir esto? Entendería por procedimiento de eventualización —y aquí los historiadores debieran gritar de espanto— los siguientes aspectos metódicos:

4.1 El Carácter Arqueológico de la Investigación Histórico-Filosófica

En primer lugar, tomar conjuntos de elementos donde se pueda descubrir, en primera aproximación, o sea, de manera completamente empírica y provisional, conexiones entre mecanismos de coerción y contenidos de conocimiento. Me refiero a mecanismos de coerción diversos y, puede ser también, conjuntos legislativos, reglamentos, dispositivos materiales, fenómenos de autoridad, etc.

En cuanto concierne a los contenidos de conocimiento, se tomarán igualmente en su diversidad y heterogeneidad, escogiéndolos en función de los efectos de poder de los que son portadores, en la medida en que están validados por ser parte de un sistema de conocimiento. Lo que se busca, entonces, no es saber lo que es cierto o falso, fundamentado o no, real o ilusorio, científico o ideológico, legítimo o abusivo.

Lo que se busca es saber cuáles son los lazos, las conexiones, que pueden ser desencubiertas, entre mecanismos de coerción y elementos de conocimiento; los juegos de envío mutuo y de apoyo que se desarrollan entre esos mecanismos y estos elementos; lo que hace que un cierto elemento de conocimiento pueda tomar efectos de poder al estar inserto en un sistema como un elemento verdadero, probable, incierto o falso, y lo que hace que un cierto procedimiento de coerción adquiera la forma y las justificaciones propias de un elemento racional, calculado, técnicamente eficaz, etc. En este primer nivel, en consecuencia, no se trata de separar legitimidades ni de asignar errores o ilusiones.

Aún en este mismo primer nivel, me parece que pueden usarse dos palabras que no tienen por función designar entidades, potencias o algo como transcendentales, sino únicamente permitir operar, en relación con los dominios a los que se refieren, una reducción sistemática de valor; digamos, una neutralización en cuanto a los efectos de legitimidad y una clarificación de lo que, en un cierto momento, los hace aceptables y que hace que, efectivamente, hayan sido aceptados.

Estas dos palabras son saber y poder.

Con la palabra saber me refiero a todos los procedimientos y todos los efectos de conocimiento que son aceptables en un momento dado y en un dominio definido. Por su parte, el término poder no hace otra cosa que recubrir toda una serie de mecanismos particulares, definibles y definidos, que parecen susceptibles de inducir comportamientos o discursos.

Puede notarse enseguida que el papel que cumplen estos dos términos no es más que metodológico; es decir, no se trata de descubrir, por su intermedio, principios generales de realidad, sino de fijar, de algún modo, el frente del análisis, el tipo de elemento pertinente para este último. De este modo, se trata de evitar la temprana entrada en escena de la perspectiva de legitimación como lo hacen los términos de conocimiento o de dominación.

Igualmente, se trata, en todo momento del análisis, de poder darles —a los términos saber y poder— un contenido determinado y preciso; tal elemento de saber, tal mecanismo de poder. Nunca se debe considerar que existe un saber o un poder; peor aún, el saber o el poder que serían operativos en sí mismos. Saber y poder no constituye más que un marco (grille) del análisis.

Notemos que ese marco de análisis no está compuesto por dos categorías de elementos que sean extraños uno al otro; por un lado lo que sería saber, y por otro lado lo que sería poder. Lo que decía de ellos hace un momento, los hace exteriores uno al otro. Mas no son extraños, puesto que nada puede figurar como elemento de saber si, por una parte, no está en conformidad con un conjunto de reglas y de restricciones características, por ejemplo, de un cierto tipo de discurso científico en una época dada y si, por otra parte, no está dotado de efectos de coerción o, simplemente, de incitación propias de lo que está validado como científico, como simplemente racional o como simplemente recibido de modo común, etc.

Viceversa, nada puede funcionar como mecanismo de poder si no se despliega según procedimientos, instrumentos, medios, objetivos que puedan ser validados en sistemas de saber más o menos coherentes. No se trata, por lo tanto, de describir lo que es saber y lo que es poder y cómo uno reprimiría al otro o cómo el otro abusaría del primero; más bien se trata de describir un nexo de saber-poder que permita aprehender lo que constituye la aceptabilidad de un sistema, ya sea el sistema de laenfermedad mental, de la penalidad, de la delincuencia, de la sexualidad, etc.

En resumen, me parece que el camino, para nosotros, de la observabilidad empírica de un conjunto (de un sistema) a su aceptabilidad histórica (en la época misma en que efectivamente es observable) pasa por un análisis del nexo saberpoder que lo sostiene, que lo retoma a partir del hecho de que es aceptado y en dirección de lo que lo hace aceptable, no en general, por supuesto, sino solamente allí donde es aceptado como tal sistema. Es sólo esto lo que pudiera caracterizarse como una comprensión en su positividad.

Tenemos aquí, por tanto, un tipo de procedimiento que, fuera de la inquietud de legitimación y, en consecuencia, apartando el punto de vista fundamental de la ley, recorre el ciclo de la positividad, yendo del hecho de la aceptación al sistema de aceptabilidad analizado a partir del juego saber-poder. Digamos que este nivel corresponde, aproximadamente, a la Arqueología.

Pasemos a un segundo nivel.

4.2 El Carácter Genealógico de la Investigación Histórico-Filosófica

En segundo lugar, se ve enseguida que, a partir del tipo de análisis descrito, surge, como amenaza, un cierto número de peligros que no pueden dejar de aparecer como las consecuencias negativas y costosas de semejante análisis.

Primera consecuencia. Esas positividades son conjuntos (sistemas) que no

están dados por sí mismos, en el sentido de que cualquiera sea el hábito o el interés que nos lo han podido hacer familiares, cualquiera sea la fuerza de cegamiento de los mecanismos de poder que ponen en acción o cualquiera sean las justificaciones que hayan elaborado, ellos no han llegado a ser aceptables por algún derecho originario. Lo que se trata de sacar a flote, para comprender bien lo que los ha podido hacer aceptables, es que justamente todo eso no estaba dado por sí mismo, no estaba inscrito en ningún a priori, no estaba contenido en ninguna anterioridad.

Hay dos operaciones que son correlativas; a saber, desprender las condiciones de aceptabilidad de un sistema y seguir las líneas de ruptura que marcan su emergencia.

Que la locura y la enfermedad mental se superpongan en el sistema institucional y científico de la psiquiatría no estaba dado por sí mismo; tampoco estaba dado el que los procedimientos punitivos, el encarcelamiento y la disciplina penitenciaria vinieran a articularse en un sistema penal; del mismo modo no estaba dado que el deseo, la concupiscencia, el comportamiento sexual de los individuos deban efectivamente articularse unos sobre otros en un sistema de saber y normalidad llamado sexualidad.

El desencubrimiento de la aceptabilidad de un sistema es indisociable del desencubrimiento de lo que lo hacía difícil de aceptar: su arbitrariedad en términos de conocimiento, su violencia en términos de poder, en suma, su energía. Por todo esto es necesario tomar en cuenta esta estructura para seguir, de mejor modo, los artificios.

Segunda consecuencia, también costosa y negativa. Esos conjuntos (sistemas) no son analizados como suerte de universales a los que la historia aportaría, con sus circunstancias particulares, un cierto número de modificaciones. Está claro que buena cantidad de elementos aceptados, buena cantidad de condiciones de aceptabilidad, pueden tener tras de sí una larga carrera. Pero, lo que se trata de comprender con el análisis de esas positividades son, de algún modo, singularidades puras; ni encarnación de una esencia, ni individualización de una especie.

Singularidad, como la locura en el mundo occidental moderno; singularidad absoluta, como la sexualidad; singularidad absoluta, como el sistema jurídico-moral de nuestras puniciones.

No acudir a ningún recurso fundador ni permitirse un escape hacía una forma pura, constituye, sin duda, uno de los puntos más importantes y más contestables de este camino histórico-filosófico: si no quiere inclinarse ni hacia la filosofía de la historia ni hacia un análisis histórico, debe mantenerse en el campo de inmanencia de las singularidades puras. ¿Y, en ese entonces, qué? Ruptura, discontinuidad, singularidad, descripción pura, cuadro inmóvil, ausencia de explicación, falta de paso a otra cosa; todo eso se conoce. Diría que el análisis de esas positividades no hace valer los llamados procedimientos explicativos, a los que se otorga un valor causal, si estos se ubican bajo alguna de estas tres condiciones:

1) no se reconoce valor causal sino a las explicaciones que se proponen conseguir una última instancia, y sólo ella, valorada como profunda; economía para unos, demografía para otros,

2) no se reconoce como teniendo valor causal sino lo que obedece a una estructuración piramidal que apunta hacia la causa o el núcleo causal, hacia el origen unitario,

3) finalmente, no se reconoce valor causal sino a lo que establece una cierta inevitabilidad o que, al menos, aproxime a la necesidad.

El análisis de las positividades —en la medida en que se trata de singularidades puras puestas en relación, no con una especie o una esencia, sino con simples condiciones de aceptabilidad— supone el despliegue de una red causal, compleja y estrecha a la vez, pero sin duda, de otro tipo. Una red causal que no obedecerá, justamente, a la exigencia de saturación por un principio profundo unitario, que obliga a una estructuración piramidal y exige la necesidad. Se trata de establecer una red que de cuenta de la singularidad como un efecto; por ello, la necesidad de la multiplicidad de relaciones, de la diferenciación entre tipos de relaciones, de la diferenciación entre formas de necesidad de encadenamientos, del desciframiento de interacciones y de acciones circulares y la necesidad de tener en cuenta el entrecruzamiento de procesos heterogéneos. No hay nada más extraño a este análisis que el rechazo de la causalidad. Pero lo que es importante es que, en tales análisis, no se trata de reducir el conjunto de fenómenos derivados a una causa, sino de hacer inteligible una positividad singular, precisamente, en lo que ella tiene de singular.

Digamos, grosso modo, que por oposición a una génesis que se orienta hacia la unidad de una causa principal cargada de una descendencia múltiple, se tratará, en el caso de aquellos análisis, de una Genealogía; es decir, de algo que intenta restituir las condiciones de aparición de una singularidad a partir de múltiples elementos determinantes, en relación con los cuales esa singularidad aparece, no como el producto, sino como el efecto.

4.3 El Carácter Estratégico de la Investigación Histórico-Filosófica

La inteligibilidad que se propone en la genealogía no funciona según un principio de cierre. Hay un cierto número de razones para que no sea así. Veamos algunas de ellas.

Primero que nada, porque las relaciones que permiten dar cuenta de ese efecto singular son, si no en su totalidad al menos en una porción considerable, relaciones de interacciones entre individuos o grupos; es decir, que implican sujetos, tipos de comportamientos, decisiones, escogencias. No es en la naturaleza de las cosas donde se podría conseguir el sostén, el soporte de esa red de relaciones inteligibles; es en la lógica propia de un juego de interacciones con sus márgenes siempre variables de no certidumbre.

En segundo lugar, no hay cierre porque esas relaciones que se intenta establecer para dar cuenta de una singularidad como efecto, esa red de relaciones no debe constituir un único plano. Son relaciones que se encuentran en perpetuo desprendimiento unas con respecto a otras. La lógica de las interacciones, en un nivel dado, se establece entre individuos que, a la vez, pueden mantener sus reglas, su especificidad y sus efectos singulares, al tiempo que constituyen, con otros elementos, interacciones que se juegan en otro nivel; de modo que, hasta cierto punto, ninguna de esas interacciones aparece como primaria o como absolutamente totalizante.

Cada una puede ser reemplazada en un juego que la desborda e, inversamente, ninguna, por local que sea, está libre de efecto sobre aquella de la que forma parte y que la encierra. Por lo tanto podemos designar esto, esquemáticamente, como una movilidad perpetua, como una fragilidad esencial o, más bien, como una intrincación entre lo que reconduce al mismo proceso y lo que lo transforma. En breve, se trataría de desprender toda una forma de análisis que pudiéramos llamar estratégicos.

4.4 Relación de los Tres Caracteres de la Investigación Histórico-Filosófica

Al hablar de arqueología, de estrategia y de genealogía no pienso que se trate de descubrir en ello tres niveles sucesivos que serían desarrollados unos a partir de otros. Más bien se trata de caracterizar tres dimensiones necesariamente simultáneas del mismo análisis; tres dimensiones que deberían permitir, en su simultaneidad misma, comprender, siempre de nuevo, lo que haya de positivo, esto es, las condiciones que hacen aceptable una singularidad cuya inteligibilidad se establece por el desencubrimiento de las interacciones y de las estrategias a las que esa singularidad se integra.

Finalmente, eventualización en aquello en lo que uno se involucra con algo cuya estabilidad, cuyo enraizamiento, cuyo fundamento no es, nunca, tal que no se pueda, de una u otra manera, si no pensar su desaparición, al menos desprender aquello por lo que, y a partir de lo que su desaparición se haga posible.

Había dicho antes que, en lugar de plantear el problema en términos de conocimiento y de legitimación, se trataba de abordar el asunto, más bien, por el pliegue del poder y de la eventualización. Pero, nótese que no se trata de hacer funcionar el poder entendido como dominación o maestría, a título de un dado fundamental, de un principio único, de explicación o de ley imposible de trazarle fronteras.

Por el contrario, se trata de considerarlo siempre como relación en un campo de interacciones, se trata de pensarlo en una relación indisociable con formas de saber, y se trata de pensarlo siempre de tal manera que se le vea asociado a un dominio de posibilidad y, en consecuencia, de reversibilidad, de una destrucción posible.

De ese modo la pregunta ya no será más, ¿Por cuál error, ilusión u olvido, por cuáles defectos de legitimidad llega el conocimiento a inducir efectos de dominación que manifiesta el mundo moderno? Las preguntas ahora serán más bien estas, ¿Cómo lo indisociable del saber y del poder, en el juego de las interacciones y de las estrategias múltiples, puede inducir a la vez singularidades que se fijan a partir de sus condiciones de aceptabilidad y un campo de posibilidades, de aperturas, de indecisiones, de retornos y de dislocaciones eventuales que hace frágiles dichas singularidades, que las hace no permanentes, que hacen de estos efectos de los eventos, nada más y nada menos que eventos?

¿De qué manera los efectos de coerción propios de esas positividades pueden ser, no disipados merced a un retorno al destino legítimo del conocimiento y gracias a una reflexión sobre lo transcendental o lo cuasi-transcendental que lo fija, sino invertidos o desatados en el interior de un campo estratégico concreto, de ese campo estratégico concreto que los ha inducido; inversión posible a partir, justamente, de la decisión de no ser gobernado?

CONCLUSION

En conclusión, en relación con el movimiento que ha hecho bascular la actitud crítica hacia la pregunta por la crítica o aún, en relación con el movimiento que ha hecho volver a tener en cuenta la empresa de la Aufklärung en el proyecto crítico que intentaba que el conocimiento pueda hacerse de sí mismo una idea justa, ¿no habría que intentar ahora, frente a ese movimiento de báscula, frente a ese desplazamiento o esa manera de desterrar la cuestión de la Aufklärung a la crítica, recorrer el camino inverso? ¿no se podría recorrer esta vía pero en el otro sentido? Y si hay que colocar la cuestión del conocimiento en su relación con la dominación sería, en principio y antes que nada, a partir de una cierta voluntad decidida de no ser gobernado, esa voluntad decidida que es actitud, a la vez individual y colectiva, de salir —como decía Kant— de su propio y culpable estado de tutela.

Es un asunto de actitud. Se entiende por qué no había podido dar o, mejor, osar dar a esta conferencia un título que hubiera sido ¿Qué es la Aufklärung?

Al rescate del premio Nobel de Literatura 1960: Saint-John Perse (1887-1975). Dante Galdona

  • Trastabillando entre la diplomacia y la literatura. Cayó en el mundo y fue elemento constitutivo de su política y su belleza. Doble agente entre las sombras del poder y la luz de la poesía.
  • Abandonado
  • Francés. Antillano. Arrastró exilio en su piel por cualquier camino que pisó.
  • Americano. Europeo. La poesía fue su mundo y el mundo su casa.
  • Diplomático. Poeta. De las cosas fundamentales y de la fraternidad hombre natura.
  • Eligió, exigió formas de vida con las reglas del universo y las del alma. Cambió ser por vivir y descubrió un nuevo decir el mundo, fue a los elementos vitales, los modeló en palabras, los transformó en belleza. Y en la tangencial hora de la vida, creó su nuevo ser y sus medidas, la costumbre del vivir en la poesía.
  • Fue una isla unida a todos los continentes pero nació en Pointe-à-pitre, Guadalupe, una isla de la Antilla francesa, donde tuvo una infancia tan feliz que jamás le perdonó el abandono, aunque no fuera su voluntad.
  • Su familia poseía grandes territorios, se crió en la entrelínea de la perversión colonialista y un entorno adornado por la belleza exótica del Caribe. Limitado por las riquezas materiales y la rigidez de la tradición feudal aristócrata de su familia. Hijo del poder de la época, canalizó el espíritu libertario de todo niño en las aventuras diarias que le proponía el entorno idílico de la naturaleza. El mar, el viento y la selva caribeños fueron el alimento de su alma y su poesía. Una vasta biblioteca, el amor infinito de una niñera hindú y el espíritu aventurero cimentaron al poeta.
  • A los once años su familia se vio obligada a trasladarse a Francia, donde, en medio de añoranzas y nostalgias de su tierra natal, a la que jamás volvería a visitar, continuó sus estudios e ingresó en la carrera diplomática.
  • En el año 1917 fue trasladado a Pekín, y comenzó una trashumancia que llevó consigo hasta la muerte. Fue en China donde las religiones orientales lo sedujeron, a tenor de la huella que su niñera había marcado en su espíritu, y donde frecuentó asiduamente los círculos intelectuales del lugar. Pero entonces debió llamarse Alexis Leger, su nombre real, su nombre civil, porque un representante de la política no debe mezclarse en el poco respetable mundo de la poesía.
  • La misma carrera diplomática que lo llevó por el mundo lo trasladó al angustioso rincón del exilio. Su carrera diplomática lo había llevado a ocupar el cargo de secretario general del Ministerio de Relaciones Exteriores, su ideología antinazi era incompatible con la ocupación y debió dejar su cargo en 1940. Exiliado y privado de su nacionalidad por el régimen colaboracionista de Vichy, se dedicó de lleno a la poesía instalado en Estados Unidos y trabajando en la biblioteca del Congreso.

Dos en uno

Sesenta y siete años pasaron entre su primer libro y el último. Y en esos sesenta y siete años, una vida que empezó en un paraíso personal y terminó en un campo francés sembrado de nostalgias. Entre 1904 y 1971, una obra congruente, madura y monótona en calidad. Entre 1887 y 1975 una vida al influjo de los sobresaltados acontecimientos políticos del siglo 20.
Cuando diplomático, silenció al poeta. Cuando poeta, gritó belleza, mundo, tempestad y surrealismo.
El diplomático participó de los hechos políticos más relevantes y, si bien acalló al poeta, el grito de dientes apretados de la poesía se colaba entre sus acciones políticas. Qué más de poético puede haber en la oposición solitaria a la política francesa de restarle apoyo a la República española, a su conocido antinazismo.
También fue parte de la negociación del pacto franco soviético y participó de las negociaciones por la incorporación de la Unión Soviética a la Sociedad de Naciones. Derrotero nada humilde en términos políticos para un simple poeta cuyo oficio era jugar con palabras.
Hundida Francia en la larga noche nazi, nada que hacer tenían ni Saint John Perse ni Alexis Leger. Ambos escapan, se refugian, se exilian y entonces el poeta asume el mando total, premio Nobel mediante, hasta el fin de sus días.

El quinto elemento: la belleza

Demasiado críptica, pero atrapante como un laberinto de flores espinosas. La obra de Perse es, de principio a fin, el resultado de la misma premisa poética: la comunicación hacia y desde lo más primitivo del hombre con la naturaleza como vehículo de su estética.
Lo imperecedero de los elementos, la recurrencia eterna del mar y su fuerza implacable, la tierra y el viento en cadencia estricta, un fuego sagrado envolviendo al poema.
Podría ser cualquier libro, desde el homenaje “Imágenes para Crusoe”, pasando por “Anábasis” y terminando en “Canto para un equinoccio”, salpicando un poco con las aguas de “Lluvias”, la gélida “Nieves”, y matizando con “Exilio”, nos encontramos con un poeta de la sorpresa.
No resulta fácil su lectura, para ser honestos, la intensidad de su inspiración a veces nos deja afuera de su mundo, y a veces el mundo se nos multiplica, se nos expande, se nos transfigura, muta a formas inusuales para mostrarse y, en forma de espejo o caleidoscopio, darnos versiones ocultas de nuestro ser.
Es que la poesía de Perse es el ser y el universo en conjunción antagónica, en permanencia eterna. Lo imperecedero, lo colosal, cobra sentido de vida cuando en la humanidad recala, y la vida asume su ropaje de eternidad al saberse, por oposición y con la esperanza del poeta, hacedora del todo universal.
En toda su obra no hay un solo verso, es una poesía que discurre en prosa, como el mar y el viento y el fuego y la tierra, que son un todo completo hechos de sí mismos, que al fundirse y unirse (nunca al mezclarse) hacen vida. Y vida es, al fin para Saint John Perse, poesía en acción, eternidad y trascendencia. Como los elementos, la poesía de Perse es un todo indescifrable y abstracto, pero bello y sensual, del que se puede obtener vida, poder, luz.

Colonialidad y modernidad/racionalidad. Aníbal Quijano (1992)

Con la conquista de las sociedades y las culturas que habitaban lo que hoy es nombrado como América Latina, comenzó la formación de un orden mundial que culmina, 500 años después, en un poder global que articula todo el planeta. Ese proceso implicó, de una parte, la brutal concentración de los recursos del mundo, bajo el control y en beneficio de la reducida minoría europea de la especie y, ante todo, de sus clases dominantes.

Aunque moderado por momentos frente a la revuelta de los dominados, eso no ha cesado desde entonces. Pero ahora, durante la crisis en curso, tal concentración se realiza con nuevo ímpetu, de modo quizás; aún más violento y a escala largamente mayor, global. Los dominadores europeos «occidentales» y sus descendientes euro-norteamericanos, son todavía los principales beneficiarios, junto con la parte no europea del mundo que, precisamente, no fue antes colonia europea, Japón principalmente. Y en cada caso, sobre todo sus clases dominantes. Los explotados y dominados de América Latina y de África, son las principales víctimas.

De otra parte, fue establecida una relación de dominación directa, política, social y cultural de los europeos sobre los conquistados de todos los continentes.

Esa dominación se conoce como colonialismo. En su aspecto político, sobre todo formal y explicito, la dominación colonial ha sido derrotada en la amplia mayoría de los casos. América fue el primer escenario de esa derrota. Posteriormente, desde la II Guerra Mundial, África y Asia. Así, el colonialismo, en el sentido de un sistema de dominación política formal de unas sociedades sobre otras, parece pues asunto del pasado. El sucesor, el imperialismo, es una asociación de intereses sociales entre los grupos dominantes (clases sociales y/o «etnias») de países desigualmente colocados en una articulación de poder, más que una imposición desde el exterior.

Empero, la estructura colonial de poder produjo las discriminaciones sociales que posteriormente fueron codificadas como «raciales», étnicas, «antropológicas» o “ nacionales», según los momentos, los agentes y las poblaciones implicadas. Esas construcciones intersubjetivas, producto de la dominación colonial por parte de los europeos, fueron inclusive asumidas como categorías (de pretensión «científica» y «objetiva») de significación ahistórica, es decir como fenómenos naturales y no de la historia del poder. Dicha estructura de poder, fue y todavía es el marco dentro del cual operan las otras relaciones sociales, de tipo clasista o estamental.

En efecto, si se observan las líneas principales de la explotación y de la dominación social a escala global, las líneas matrices del poder mundial actual, su distribución de recursos y de trabajo entre la población del mundo, es imposible no ver que la vasta mayoría de los explotados, de los dominados, de los discriminados, son exactamente los miembros de las «razas», de las «etnias», o de las «naciones» en que fueron categorizadas las poblaciones colonizadas, en el proceso de formación de ese poder mundial, desde la conquista de América en adelante.

De la misma manera, no obstante que el colonialismo político fue eliminado, la relación entre la cultura europea, llamada también «occidental», y las otras, sigue siendo una relación de dominación colonial. No se trata solamente de una subordinación de las otras culturas respecto de la europea, en una relación exterior.

Se trata de una colonización de las otras culturas, aunque sin duda en diferente intensidad y profundidad según los casos. Consiste, en primer término, en una colonización del imaginario de los dominados. Es decir, actúa en la interioridad de ese imaginario. En una medida, es parte de él.

Eso fue producto, al comienzo, de una sistemática represión no sólo de específicas creencias, ideas, imágenes, símbolos o conocimientos que no sirvieran para la dominación colonial global. La represión recayó, ante todo, sobre los modos de conocer, de producir conocimiento, de producir perspectivas, imágenes y sistemas de imágenes, símbolos, modos de significación; sobre los recursos, patrones e instrumentos de expresión formalizada y objetivada, intelectual o visual. Fue seguida por la imposición del uso de los propios patrones de expresión de los dominantes, así, como de sus creencias e imágenes referidas a lo sobrenatural, las cuales sirvieron no solamente para impedir la producción cultural de los dominados, sino también como medios muy eficaces de control social y cultural, cuando la represión inmediata dejó de ser constante y sistemática.

Los colonizadores impusieron también una imagen mistificada de sus propios patrones de producción de conocimientos y significaciones. Los colocaron, primero, lejos del acceso de los dominados. Más tarde, los enseñaron de modo parcial y selectivo, para cooptar algunos dominados en algunas instancias del poder de los dominadores. Entonces, la cultura europea se convirtió, además, en una seducción: daba acceso al poder. Después de todo, más allá de la represión, el instrumento principal de todo poder es su seducción. La europeización cultural se convirtió en una aspiración. Era un modo de participar en el poder colonial pero también podía servir para destruirlo y, después, para alcanzar los mismos beneficios materiales y el mismo poder que los europeos; para conquistar la naturaleza.

En fin, para el «desarrollo». La cultura europea pasó a ser un modelo cultural universal. El imaginario en las culturas no-europeas, hoy difícilmente podría existir  y, sobre todo, reproducirse, fuera de esas relaciones.

Las formas y los efectos de esa colonialidad cultural, han sido diferentes según los momentos y los casos. En America Latina, la represión cultural y la colonización del imaginario, fueron acompañadas de un masivo y gigantesco exterminio de los indígenas, principalmente por su uso como mano de obra desechable, además de la violencia de la conquista y de las enfermedades.

La escala de ese exterminio (si se considera que entre el area azteca-maya-caribe y el área tawantinsuyana fueron exterminados alrededor de 35 millones de habitantes, en un periodo menor de 50 años) fue tan vasta que implicó no solamente una gran catástrofe demográfica, sino la destrucción de la sociedad y de la cultura.

Entre la represión cultural y el genocidio masivo, llevaron a que las previas altas culturas de America fueran convertidas en subculturas campesinas iletradas, condenadas a la oralidad. Esto es, despojadas de patrones propios de expresión formalizada y objetivada, intelectual y plástica visual. En adelante, los sobrevivientes no tendrían otros modos de expresión intelectual o plástica formalizada y objetivada, sino a traves de los patrones culturales de los dominantes, aun si subvirtiéndolos en ciertos casos, para trasmitir otras necesidades de expresión.

América Latina es, sin duda, el caso extremo de la colonización cultural por Europa.

En Asia y en el Medio Oriente, las altas culturas no pudieron ser destruidas en esa intensidad y profundidad. Pero fueron colocadas en una relación de subalternidad, no solamente ante la mirada europea, sino también ante sus propios portadores. La cultura europea u occidental, por el poder político-militar y tecnológico de las sociedades portadoras, impuso su imagen paradigmática y sus principales elementos cognoscitivos, como norma orientadora de todo desarrollo cultural, especialmente intelectual y artístico.

Esa relación se convirtió, por consecuencia, en parte constitutiva de las condiciones de reproducción de aquellas sociedades y culturas, empujadas hacia la europeización en todo o en parte.

En el África, la destrucción cultural fue sin duda mucho más intensa que en el Asia; pero menor que en América. Los europeos no lograron tampoco  alli la destrucción completa de los patrones expresivos, en particular de objetivación y formalización visual. Lo que hicieron fue despojarles de legitimidad y de reconocimiento en el orden cultural mundial dominado por los patrones europeos.

Fueron encerrados en la categoría de «exóticos». Eso es, sin duda, lo que se pone de manifiesto, por ejemplo, en la utilización de los productos de la expresión plástica africana como motivo, como punto de partida, como fuente de inspiración, del arte de los artistas occidentales o africanos europeizados, excepto como un modo propio de expresión artística, de jerarquía equivalente a la norma europea.

Y esa es, exactamente, una mirada colonial.

La colonialidad, en consecuencia, es aun el modo más general de dominación en el Mundo actual, una vez que el colonialismo como orden político explícito fue destruido. Ella no agota, obviamente, las condiciones, ni las formas de explotación y de dominación existentes entre las gentes. Pero no ha cesado de ser, desde hace 500 años, su marco principal. Las relaciones coloniales de periodos anteriores, probablemente no produjeron las mismas secuelas y sobre todo no fueron la piedra angular de ningún poder global.

Europa, colonialidad cultural y modernidad/racionalidad

Durante el mismo periodo en que se consolidaba la dominación colonial europea, se fue constituyendo el complejo cultural conocido como la racionalidad/modernidad europea, el cual fue establecido como un paradigma universal de conocimiento y de relación entre la humanidad y el resto del Mundo. Tal coetaneidad entre la colonialidad y la elaboración de la racionalidad/modernidad no fue de ningun modo accidental, como lo revela el modo mismo en que se elaboró el paradigma europeo del conocimiento racional.

En realidad, tuvo implicaciones decisivas en la constitución del paradigma, asociada al proceso de emergencia de las relaciones sociales urbanas y capitalistas, las que, a su turno, no podrian ser plenamente explicadas al margen del colonialismo, sobre America Latina en particular.

La gravitacion decisiva de la colonialidad en la constitucion del paradigma europeo de la racionalidad/modernidad, es revelada con claridad en la crisis actual de ese complejo cultural. Examinar algunas de las cuestiones basicas de esa crisis, ayudan a mostrar ese problema.

La cuestión de la producción del conocimiento

Para comenzar, en la crisis actual del paradigma europeo del conocimiento racional, esta en cuestión su presupuesto fundante, el conocimiento como producto de una relación sujeto-objeto. Aparte de los problemas de validacion del conocimiento en el implicados, ese presupuesto levanta otros que es pertinente aquí presentar, brevemente.

En primer termino, en ese presupuesto, «sujeto» es una categoria referida al individuo aislado, porque se constituye en sí y ante sí mismo, en su discurso y en su capacidad de reflexión. EI «cogito, ergo sum» cartesiano, significa exactamente eso.

En segundo termino, «objeto» es una categoria referida a una entidad no solamente diferente al «sujeto/individuo», sino externo a el por su naturaleza.

Tercero, el «objeto» es tambien idéntico a sí mismo, pues es constituido de «propiedades» que le otorgan esa identidad, lo «definen», esto es, lo deslindan y al mismo tiempo lo ubican respecto de los otros «objetos».

Lo que está en cuestión en ese paradigma., es, primero, el carácter individual e individualista del «sujeto», que como toda verdad a medias falsea el problema al negar la intersubjetividad y la totalidad social, como sedes de la producción de todo conocimiento. Segundo, la idea de «objeto» no es compatible con el conocimiento a que llega la investigación científica actual, según el cual las «propiedades» son modos y momentos de un dado campo de relaciones, y en consecuencia no hay mucho lugar para una idea de identidad, de originalidad ontológicamente irreductible, al margen de un campo de relaciones.

Tercero, la exterioridad de las relaciones entre «sujeto» y «objeto», fundada en diferencias de naturaleza, es una exacerbaci6n arbitraria de las diferencias, puesto que la investigaci6n actual llega mas bien al descubrimiento de que hay una estructura de comunicaci6n mas profunda en el universo.

Se puede, por supuesto, reconocer en la idea de «sujeto» como individuo aislado, un elemento y un momento del proceso de liberación del individuo respecto de estructuras sociales adscriptivas que lo aprisionaban, pues lo condenaban a uno y unico lugar y rol social para toda su vida, como ocurre en todas las sociedades de jerarquias  rigidamente fijadas y sostenidas por la violencia y por ideologias e imaginarios correspondientes, como era el caso de las sociedades/ culturas europeas pre-modemas.  Esa liberación era una lucha social y cultural, asociada a la emergencia de las relaciones sociales del capital y de la vida urbana.

Pero, de otro lado, esa propuesta es hoy inadmisible en el campo actual del conocimiento. La subjetividad individual diferenciada es real; pero no existe solo ante si o por sí. Existe como parte diferenciada, mas no separada, de una intersubjetividad.

Todo discurso, o toda reflexión, individual, remite a una estructura de

intersubjetividad. Esta constituida en ella y ante ella. El conocimiento, en esta perspectiva, es una relación intersubjetiva a propósito de algo, no una relación entre una subjetividad aislada, constituida en sí y ante sí, y ese algo.

Probablemente no es un accidente que el conocimiento fuera pensado entonces del mismo modo que la propiedad, como una relación entre un individuo y algo. El mismo mecanismo mental subyace a ambas ideas, en el momento en que está en emergencia la sociedad moderna. La propiedad, sin embargo, como el conocimiento, es una relación entre las gentes a propósito de algo, no una relación entre un individuo y algo. Lo que diferencia a tales fenómenos, es que la relación de propiedad existe tanto de modo material como intersubjetivo. El conocimiento, solo como una relación intersubjetiva.

Parece, pues, demostrable la asociación entre individualismo y los conflictos sociales y culturales europeos, en el momento de elaboraci6n del principal paradigma europeo de racionalidad. Pero en ese individualismo hay otro componente cuya explicaci6n no se agota en el contexto interno de Europa. La radical ausencia del «otro», no solamente postula una imagen atomística de la existencia social en general.

Esto es, niega la idea de totalidad social. Como lo mostraria la practica colonial europea, el paradigma hace posible tambien omitir toda referencia a todo otro «sujeto» fuera del contexto europeo, esto es hacer invisible el orden colonial como totalidad, en el momento mismo en que la propia idea de Europa esta constituyéndose por relación, precisamente, al resto del mundo en colonización.

La emergencia de la idea de «occidente» o de Europa, es una admisión de identidad, esto es, de relaciones con otras experiencias culturales, de diferencias con las otras culturas. Pero, para esa percepcion «europea» u «occidental» en plena formación, esas diferencias fueron admitidas ante todo como desigualdades, en el sentido jerarquico. Y tales desigualdades son percibidas como de naturaleza: solo la cultura europea es racional, puede contener «sujetos». Las demas, no son racionales. No pueden ser o cobijar «sujetos». En consecuencia, las otras culturas son diferentes en el sentido de ser desiguales, de hecho inferiores, por naturaleza.

Solo pueden ser» objetos» de conocimiento y/o de practicas de dominación. En esa perspectiva, la relación entre la cultura europea y las otras culturas, se establecio y desde entonces se mantiene, como una relación entre «sujeto» y «objeto».

Bloqueó, en consecuencia, toda relación de comunicacion y de intercambio de conocimientos y de modos de producir conocimientos entre las culturas, ya que el paradigma implica que entre «sujeto» y «objeto» no puede haber sino una relaci6n de exterioridad. Semejante perspectiva mental, tan perdurable como su práctica durante 500 años, no podia haber sido sino el producto de una relación de colonialidad entre Europa y el resto del mundo.

En otros terminos, el paradigma europeo de conocimiento racional, no solamente fue elaborado en el contexto de sino como parte de una estructura de poder que implicaba la dominación colonial europea sobre el resto del mundo. Ese paradigma expresó, en un sentido demostrable, la colonialidad de esa estructura de poder.

La formación y el desarrollo de ciertas disciplinas como la Etnología y la Antropologia, como ha sido ya largamente debatido, sobre todo desde la II Guerra Mundial, han demostrado siempre esa clase de relaciones «sujeto» -» objeto» entre la cultura «occidental» y las demas. Por defmici6n, son las otras culturas el «objeto» de estudio. Estudios de ese caracter sobre las sociedades y las culturas occidentales son virtualmente inexistentes, salvo como irónica parodia («The Ritual among the Nacirema» – anagrama de American – es un típico ejemplo).

La cuestión de la totalidad en el conocimiento

A pesar de su ausencia en el paradigma cartesiano, la necesidad intelectual de la idea o de la perspectiva de totalidad, especialmente en referencia a la realidad social, estuvo presente en el debate europeo. En los paises ibericos, desde temprano (Victoria, Suarez) y al servicio de la preservación del poder defendido entre la Iglesia y la Corona. En Francia bastante mas tarde desde el siglo XVIII, y entonces ya como uno de los elementos claves de la critica social y de propuestas sociales alternativas.

Sobre todo a partir de Saint-Simon, la idea de totalidad social fue difundida junto con las propuestas de cambio social revolucionario, en confrontaci6n con la perspectiva atomistica de la existencia social que, entonces, era predominante entre los empiristas y entre los partidarios del orden social y politico vigente. Y en el siglo XX, la totalidad llego a ser una perspectiva y una categoria generalmente admitidas en la investigacion cientifica, en especial sobre la sociedad.

No obstante, la racionalidad/modernidad europeo-occidental se constituye no solamente en conflictivo dialogo con la Iglesia y con la religion, sino también en el mismo proceso de reestructuracion del poder, de una parte, en relaciones sociales urbanas y capitalistas y estados-nacion; y al mismo tiempo, de colonización del resto del mundo. Ese hecho no fue, probablemente, ajeno a que la perspectiva de totalidad social fuera elaborada segun una imagen organicista, que terminó prohijando una vision reduccionista de la realidad.

En efecto, aquella perspectiva fue, sin duda, util para introducir y fijar la idea de totalidad social, esto es, de sociedad. Pero fue también instrumental para hacer lo mismo con dos otras ideas: una, la sociedad como estructura de relaciones funcionales entre todas y cada una de las partes y en consecuencia, vinculadas a la acci6n de una y unica logica. En consecuencia, una totalidad cerrada.

Llevo, mas tarde, a la idea sistémica de la totalidad, en el estructural-funcionalismo. Otra, la sociedad como una estructura en que las partes se relacionan segun las mismas reglas de jerarquia entre los organos, de acuerdo con la imagen que tenemos de todo organismo y en particular del humano.

Es decir, donde existe una parte que rige a las demas (el cerebro), aunque no pueda prescindir de ellas para existir; asi como estas (en particular las extremidades) no podrian existir sin relacionarse subordinadamente a esa parte rectora del organismo (es la imagen que se difunde sobre la empresa y las relaciones entre empresarios y trabajadores, que prolonga la leyenda del ingenioso discurso de Menenio Agripa, en los comienzos de la republica romana, para disuadir a los primeros huelguistas de la historia: los

propietarios son el cerebro y los trabajadores son los brazos, que forman con el resto del cuerpo la sociedad. Sin el cerebro, los brazos no tendrian sentido, así como sin estos el cerebro no podría existir. Ambos son necesarios para que el resto del cuerpo viva y se mantenga sano, sin lo cual ni el cerebro, ni los brazos, a su vez, podrían vivir. Así, los poderosos son el cerebro; los trabajadores, los brazos.

La propuesta de Kautsky, adoptada por Lenin, segun la cual los proletarios no son capaces por si mismos de elaborar su conciencia de clase y la inteligencia burguesa y/o de la pequefia burguesia es la que debe enseñarsela, es una variante de la misma imagen. Y no por accidente: Lenin sostenia, explicitamente, ya en su polemica con los populistas rusos («Quienes son los Amigos del Pueblo»), que la sociedad es una totalidad organica. En America Latina, esa figura ha sido usada reiteradamente.

Por ejemplo, Jaime Paz Zamora, en una entrevista periodistica, para referirse a la relacion entre los partidos politicos y los sindicatos, entre los intelectuales y los obreros, en Bolivia: los partidos son la cabeza, los sindicatos son los pies. Esa idea impregna, con frecuencia, las practicas de la generalidad de los partidos políticos y sus «bases» populares).

Esa idea organicista de totalidad social, de sociedad, no es incompatible con el paradigma general del conocimiento como una relación sujeto-objeto. Tampoco la variante sistemica. Son una opci6n alternativa frente a la perspectiva atomística de la realidad, pero se sustentan en el mismo paradigma. Con todo, durante el siglo XIX y buena parte del XX, la critica social y las propuestas de cambio social pudieron apoyarse en esa imagen organicista, porque ponia de manifiesto la existencia del poder como articulador de la sociedad. Contribuyó, de ese modo, a establecer y debatir la cuestion del poder en la sociedad.

De otro lado, esas ideas implican el presupuesto de una totalidad históricamente homogenea, a pesar de que el orden articulado por el colonialismo no lo era. Por lo tanto, la parte colonizada no estaba, en el fondo, incluida en esa totalidad.

Como es conocido, en la Europa de la Ilustracion las categorías humanidad y sociedad no se extendian a los pueblos no «occidentales» o solamente de manera formal, en el sentido de que tal reconocimiento no tenia efectos prácticos. Y en todo caso, de acuerdo con la imagen organicista de la totalidad, la parte rectora, el cerebro del organismo total, era Europa. Yen cada parte colonizada del mundo, los europeos. La conocida monserga de que los pueblos colonizados eran el «White mans burden», esta directamente asociada a esa imagen.

De ese modo, en fin, aquellas ideas de totalidad que elaboraban una imagen de la sociedad como estructura cerrada, articulada en un orden jerárquico, con relaciones funcionales entre las partes, presuponian una 1ógica historica unica para la totalidad histórica, y una racionalidad que consistia en la sujecion de cada parte a esa logica unica de la totalidad.

Esa idea lleva a concebir la sociedad como un macro sujeto historico, dotado de una racionalidad historica, de una legalidad que permitía prever el comportamiento de la totalidad y de cada parte y la direccion y la finalidad de su desenvolvimiento en el tiempo. La parte rectora de la totalidad encarnaba, de algun modo, esa logica historica. En este caso, respecto del mundo colonial, Europa.

Nada sorprendente, en consecuencia, que la historia fuera concebida como un continuum evolutivo desde lo primitivo a lo civilizado; de lo tradicional a lo moderno; de lo salvaje a lo racional; del precapitalismo al capitalismo, etc. Y que Europa se pensara a si misma como espejo del futuro de todas las demas sociedades y culturas; como el modo avanzado de la historia de toda la especie. Lo que no deja de ser sorprendente, de todos modos, es que Europa lograra imponer ese espejismo a la práctica totalidad de la culturas que colonizó.

Y mucho mas, que semejante quimera sea aun hoy tan atractiva y para tantos.

La reconstitucion epistemologica: la descolonizacion

La idea de totalidad, en general, esta hoy cuestionada y negada en Europa,

ya no solamente por los empiristas de siempre, sino por toda una corriente intelectual que se denomina postmodemista. En efecto, la idea de totalidad es un producto, en Europa, de la modemidad. Y es demostrable, como acaba de verse, que las ideas europeas de la totalidad llevaron al reduccionismo teórico y a la metafisica de un macro sujeto histórico. Tales ideas han estado, ademas, asociadas a practicas politicas indeseablcs, detras del sueño de racionalizacion total de la sociedad.

No es necesario, sin embargo, recusar toda idea de totalidad, para desprcnderse de las ideas e imagenes con las cuales se elaboro esa categoria dentro de la modemidad europea. Lo que hay que hacer es algo muy distinto: liberar la produccion del conocimiento, de la reflexion y de la comunicacion, de los baches de la racionalidad/modernidad europea.

Fuera de «Occidente», en virtualmente todas las culturas conocidas, toda cosmovision, todo imaginario, toda produccion sistematica de conocimiento, estan asociadas a una perspectiva de totalidad. Pero en esas culturas, la perspectiva de totalidad en el conocimiento, incluye el reconocimiento de la heterogeneidad de toda realidad; de su irreductible caracter contradictorio; de la legitimidad, esto es, la deseabilidad, del caracter diverso de los componentes de toda realidad, y de la social en consecuencia.

Por lo tanto, la idea de totalidad social, en particular, no solamente no niega, sino que se apoya en la diversidad y en la heterogeneidad históricas de la sociedad, de toda sociedad. En otros terminos, no solamente no niega, sino requiere la idea del «otro», diverso, diferente. Y esa diferencia no implica, necesariamente, ni la naturaleza desigual del otro y por eso la exterioridad absoluta de las relaciones; ni la desigualdad jerarquica o la inferioridad social dcl otro.

Las diferencias no son, necesariamente, el fundamento de la dominación. Al mismo tiempo y por eso mismo, alIi la heterogeneidad historico-estructural, implica la copresencia y la articulacion de diversas «logicas» historicas en torno de alguna de elIas, hegemonica, pero de ningun modo unica. De esa mancra, cierra el paso a todo reduccionismo, asi como a la metafisica de un macro sujeto histórico capaz de racionalidad propia y de teleologia histórica, de la cual los individuos y los gropos especificos, las clases por ejemplo, serian apenas portadores o … misioneros.

La critica del paradigma europeo de la racionalidad/modernidad es indispensable, mas aun, urgente. Pero es dudoso que el camino consista en la negación simple de todas sus categorias; en la disolucion de la realidad en el discurso; en la pura negacion de la idea y de la perspectiva de totalidad en el conocimiento.

Lejos de eso, es necesario desprenderse de las vinculaciones de la racionalidad/modemidad con la colonialidad, en primer termino, y en definitiva con todo poder no constituido en la decision libre de gentes libres. Es la instrumentalizacion de la razon por el poder, colonial en primer lugar, lo que produjo paradigmas distorsionados de conocimiento y malogro las promesas liberadoras de la modemidad.

La altemativa, en consecuencia, es clara: la destruccion de la colonialidad del poder mundial. En primer termino, la descolonizacion epistemologica para dar paso a una nueva comunicacion intercultural, a un intercambio de experiencias y de significaci ones, como la base de una otra racionalidad que pueda pretender, con legitimidad, alguna universalidad. Pues nada menos racional, finalmente, que la pretensi6n de que la especifica cosmovisi6n de una etnia particular sea impuesta como la racionalidad universal, aunque tal etnia se llame Europa Occidental.

Porque eso, en verdad, es pretender para un provincianismo el titulo de universalidad.

La liberación de las relaciones interculturales de la prisi6n de la colonialidad, entraña tambien la libertad de todas las gentes, de optar individual o colectivamente en tales relaciones; una libertad de opci6n entre las di versas orientaciones culturales. Y, sobre todo, la libertad para producir, criticar y cambiar e intercambiar cultura y sociedad. Es parte, en fin, del proceso de liberaci6n social de poder organizado como desigualdad, como discriminación, como explotación, como dominación.

La crisis del universalismo: redefiniciones, propuestas y debates. Paula Bedin, 2017

Resumen. El objetivo del presente artículo es dar cuenta de las posiciones críticas más relevantes sobre el universal clásico. Para ello explicaremos qué se entiende por crisis del universalismo y por universal abstracto. Mencionaremos las redefiniciones actuales de autores como Badiou, Balibar y Žižek del concepto de universal que intentan superar la dicotomía universal/particular.

Expondremos brevemente las perspectivas de Spivak, Butler y Laclau quienes proponen pensar un universal antitotalitario. Por último nos referiremos a la interpretación de Judith Butler sobre los universales en relación a los movimientos sociales. En la conclusión afirmaremos la necesidad de seguir pensando nociones de universalidad al considerar este concepto como indispensable en todo proyecto que contemple la transformación social.

Palabras clave. Universal, particular, universal antitotalitario, movimientos sociales, transformación social.

Introducción

A finales del siglo xx se producen transformaciones sociales que requieren nuevas herramientas teóricas para ser abordadas y comprendidas desde la teoría política. Esta necesidad de reformulación se expresó cabalmente en dos de los conceptos principales que abordaré en el transcurso de los apartados siguientes, el concepto de universal y el de ciudadanía.  

En este artículo me encargaré de explicar la necesidad de redefinir el primero de los conceptos por medio de lo que postulan autores de la talla de Alain Badiou, Slavoj Žižek y Ernesto Laclau, aunque de modos diferentes, como la crisis del universalismo.

Sin embargo, la originalidad de los autores que abordaré aquí radica en que si bien critican la pretensión de establecer principios o discursos universales no se limitaron a optar por el particularismo, ya que éste también implica un nuevo tipo de cierre, de “esencialismo monádico” (Dallmayr, 2008: 68).

Para comprender a profundidad los debates actuales sobre el universalismo será necesario, primero, vislumbrar que estas reflexiones comienzan a partir de la crisis del universalismo clásico, puesto en jaque, sobre todo, desde la emergencia de nuevas identidades sociales (Arfuch, 2002). Existen dos razones fundamentales por las que estos debates en torno al universalismo y la identidad cobran fuerza.

Por un lado, las transformaciones que se producían en el mundo, por ejemplo la intensificación de las migraciones y el debilitamiento y la fragmentación de las identidades nacionales, ciudadanas, culturales, etcétera, frente a la globalización (Arfuch, 2002: 14); por otro, la crisis de ciertos universales propuestos por el marxismo y los replanteamientos deconstructivos que implicó.

Como bien lo explican Ernesto Laclau y Chantal Mouffe:

Lo que está actualmente en crisis es toda una concepción de socialismo fundada en la centralidad ontológica de la clase obrera, en la afirmación de la Revolución como momento fundacional en el tránsito de un tipo de sociedad a otra, y en la ilusión de una posibilidad de una voluntad colectiva perfectamente una y homogénea que tornaría inútil el momento de la política.

El carácter plural y multifacético que presentan las luchas sociales contemporáneas ha terminado por disolver el fundamento último en el que se basaba este imaginario político, poblado de sujetos “universales” y constituido en torno a una Historia en singular (Laclau y Mouffe, 2006: 26).

En este contexto de crisis del sujeto universal revolucionario, la “clase obrera”, emergen identidades políticas de género, raciales, religiosas, culturales, etcétera, que producen un nuevo discurso en el que se afirman desde sus diferencias. Paralelamente a la emergencia de estas nuevas identidades se desarrollaba el debate modernidad-posmodernidad, en el cual, desde la perspectiva posmoderna, se cuestionaba las categorías como clase, pueblo, partido, revolución, desde una visión descentralizada del sujeto que impedía una conceptualización cerrada y homogénea de estas nociones.

De este modo, este artículo tiene como intención primordial dar cuenta de las posiciones críticas más relevantes sobre el universal clásico, desde las cuales mostraré tanto las necesarias como las diferentes reformulaciones del universal frente a un nuevo contexto histórico, en donde se profundiza la crisis del marxismo como proyecto político emancipador acompañado por el surgimiento de nuevos actores sociales con reivindicaciones propias.

Para ello explicaremos en el primer apartado qué se entiende por crisis del universalismo y por universal abstracto. En el segundo apartado mencionaremos las distintas redefiniciones del concepto de universal de autores como Badiou, Balibar y Žižek, quienes intentan superar la dicotomía universal-particular.

En el siguiente apartado daremos cuenta del problema planteado por Spivak de la homogenización del otro como una lógica propia del universal clásico que continúa incluso luego de su crisis.

Veremos brevemente cómo Butler y Laclau critican este universal, que vuelve a producir totalizaciones, y sus propuestas de superación. En el último apartado mencionaremos la interpretación de Butler sobre los universales en relación con los movimientos sociales. En la conclusión afirmaremos la necesidad de seguir pensando nuevas nociones de universalidad al considerar este concepto como necesario en todo proyecto que contemple la transformación social.

La crisis del universal clásico

Respecto de la crisis del universalismo, el pensador Alain Badiou, en un texto publicado en la revista Archipiélago (Badiou, 2006), da cuenta justamente de la crisis que afronta la concepción tradicional de universal para luego presentar sus reformulaciones que abordaré aquí.

La “concepción clásica del universal”, según dicho autor, se sustenta en dos dimensiones: la científica y la ética. La primera de ellas es la presente en la fórmula aristotélica: “todos los hombres son mortales”, estableciendo así una propiedad, mortales, a un sujeto, “todos los hombres” (Badiou, 2006: 21).

La segunda se encuentra presente en el imperativo ético “todos los hombres deben o no deben…”

Ambas formas de presentar el universal, de un modo aristotélico o kantiano, se corresponden con una ontología de la sustancia o con una doctrina universal de la ley. En los dos casos, lo que Badiou llamará “crisis del universalismo” será el cuestionamiento sobre al universal implícito en la sustancia “hombre”, puesto que su verdadera definición se encontraba presente en su cualidad de ser mortal, ser hombre es ser mortal.

De este modo, al evidenciarse que lo propio de la sustancia son sus cualidades, se abre una lucha histórica de disputa por establecer, distinguir y definir cuáles son las cualidades esenciales y cuáles las secundarias que determinarán qué es ser un ser humano y qué no.

Por tanto, la “crisis del universalismo” comenzó cuando se advirtió que las concebidas como cualidades esenciales de los seres humanos son definiciones que justifican la supremacía racial, colonial, sexual, de clase, etcétera, de un grupo determinado por sobre otros.

A partir de dicha crisis y de la necesidad de disputar el concepto de universal emergen posiciones que intentan desarticular la dicotomía universal vs. particular implícita en el universal clásico, cuestionando la aparente abstracción del universal de las particularidades. De este modo, las preguntas girarán en torno a si lo universal se encuentra o no contaminado por lo particular, si la universalización no es más que una operación hegemónica de un sector para hacer pasar sus particularidades como lo propio del ser humano y, al mismo tiempo, si es posible pensar un universal que reconozca las particularidades sin perder de vista la igualdad.

Este universalismo puede caracterizarse, a grandes rasgos, por la reducción de las diferencias entre diversas identidades particulares a un universal, abstracto e inmóvil, con la pretensión de regularlas y normarlas.

Este proceso de abstracción consiste en elevar a la condición de universal determinadas características particulares, que se esencializan y naturalizan. Así al concebir como primarias y ahistóricas las características otorgadas al universal serán utilizadas como principio de inclusión, es decir, por medio de ellas se evaluará la pertenencia o no a dicho universal al determinar si se poseen o no las características universalizadas.

La consecuencia de este modo de pensar el universal en lo social es la legitimación de la dominación de aquellos que están contemplados por el universal por sobre aquellos que no, mediante una pretensión de homogenización de las identidades sociales. La exclusión de la universalidad tiene como consecuencia que no sean contemplados siquiera los derechos mínimos de las personas que se encuentran excluidas, ya que incluso puede ser negada la pertenencia misma a la humanidad.

De este modo:

El universalismo abstracto es aquel que desde un particularismo hegemónico pretende erigirse en diseño global imperial para todo el mundo y que al representarse como descarnado esconde la localización epistémica de su locus de enunciación en la geopolítica y en la corpo-política del conocimiento (Grosfogel, 2007: 71).

Este encubrimiento de la localización geopolítica y de la corpo-política (Haraway, 1988; Dussel, 2001; Fanon, 1967; Moraga y Anzaldúa, 1983) del conocimiento, realizado por el proceso de abstracción del universal, puede encontrarse en la filosofía occidental en el pensamiento de René Descartes (Grosfogel, 2007). Dicho filósofo propone un sujeto productor de conocimiento científico basado en la neutralidad axiológica y en la objetividad empírica.

Como sujeto autogenerado el ego cogito se encuentra por fuera de una ubicación espacio temporal, de toda relación de poder y, por ello, con acceso a una verdad universal. El ego cogito, entonces, garantiza la objetividad y la verdad del conocimiento de un modo universal y abstracto, es decir, un conocimiento válido para todos en el mundo. Este concepto de universalismo se basa entonces en una doble abstracción que será fundante de las ciencias occidentales: la del sujeto que enuncia como la del enunciado mismo; ambos con pretensiones de validez eterna, instituidos gracias a una profunda “ceguera ante su propia localización espacial y corporal en la cartografía del poder mundial” (Grosfogel, 2007: 64).

El primer filósofo en incorporar la cuestión de la individuación en relación con la categoría de universal fue, según Žižek, Hegel, quien manifestó la tensión entre “universalidad abstracta” y “universalidad concreta” (Žižek, 2008: 165). Según dicho autor, Hegel postula que en un principio el individuo se encuentra inmerso en la familia, la comunidad local, en las primeras formas de vida en las que se insertó luego de su nacimiento. Sin embargo, la única posibilidad que tendrá el sujeto de apartarse de la comunidad primordial para logar afirmarse como individuo autónomo será por medio de una identificación secundaria, universal y artificial.

Este paso de la identificación primaria hacia la secundaria la encontramos en la comunidad local en oposición tanto a la nación como en la relación personalizada del maestro artesano con su aprendiz vs. la profesión moderna.

De este modo, las identificaciones primarias sufren una transformación, que comienza a “funcionar como la forma en que se manifiesta la identificación secundaria universal” (Žižek, 2008: 165). No obstante, la identificación secundaria universal continúa siendo “abstracta” si se opone a las formas de identificación primaria, obligando al sujeto a rechazarlas.

Esta universalidad será “concreta” en la medida en que se produzca la transformación mencionada, en la que el sujeto puede transmutar sus identificaciones primarias en la forma en que se manifiesta la identificación secundaria (Žižek, 2008: 166), por ejemplo: ser un buen miembro de una familia hace que mejore el funcionamiento del Estado-nación. Mediante la universalidad concreta, Hegel propone entonces una posibilidad de conciliación entre la individualidad y la universalidad, en tanto la universalidad concreta posibilita ambas identificaciones.

A partir de estas nociones hegelianas, Žižek plantea una pregunta fundamental que sintetiza el problema de los universales: ¿el universal es “abstracto” (opuesto al contenido concreto) o “concreto” (en el sentido de que yo experimento mi modo particular de vida social como la forma específica en que participo en el orden social mundial)?

Esta pregunta es un interrogante fundamental en la filosofía política contemporánea, ya que abre el debate sobre la dicotomía universal-particular, abstracto-concreto, conformando así un punto de partida para las redefiniciones del concepto de universal, que veremos en el siguiente apartado.

Redefiniciones de la universalidad

Para responder a la pregunta del apartado anterior y argumentar su punto de vista, Žižek retomará la caracterización de los universales realizada por Étienne Balibar. Este filósofo francés, en un intento por sistematizar los distintos tipos de universalidad, enfatizará el carácter construido de este tipo de universales abstractos mediante la caracterización de la universalidad ficticia. Balibar explicará la complejidad de definir a qué nos referimos cuando hablamos de universales puesto que este concepto no puede ser pensado de un modo unívoco, por ejemplo, lo opuesto a la individualidad; sino más bien de un modo equívoco.

En este sentido, intentará describir tres modos de universalidad, la real, la ficticia y la ideal, los cuales se encuentran relacionados entre sí, siendo lo universal ya no lo opuesto a lo individual sino un horizonte de sentido que se refuerza una y otra vez por medio de desplazamiento, desgarros y conflictos, sobre todo en el paso de uno a otro (Balibar, 2006: 181).

La universalidad real, según dicho autor, será la “interdependencia efectiva entre los elementos o unidades a partir de las cuales podemos configurar aquello que llamamos mundo” (Balibar, 2006: 156). Este universal comprende a individuos, grupos, instituciones, como también los procesos que asumen. Poseerá un carácter extensivo, que refiere a sus alcances, por ejemplo la conformación del Estado-nación; e intensivo, a las interdependencias ente unidades, es decir, la vida de cada individuo comienza a depender también de la competencia del libre mercado. En estas dos dimensiones del universal se manifiesta la disputa entre minorías en expansión y mayorías devaluadas, menos estables, es decir, entre la unidad del Estado-nación y las crecientes minorías.

Luego Balibar analizará un concepto totalmente distinto, el del universal como ficción, que mencionábamos anteriormente. Esta universalidad refiere a realidades que fueron construidas e inculcadas mediante instituciones educativas o de experiencias sociales. En sus palabras:

Las instituciones que producen nuestras representaciones comunes de la persona, del yo y del sujeto y las inculcan a los individuos en un proceso educativo o, en términos más generales, de experiencia social. […] Así, lo que se halla en tela de juicio es precisamente el carácter de normas subjetivas y de modelos de individualidad que no son naturales ni arbitrarios; y ahora esa doble negación representa el término ficción (Balibar, 2006: 164).

Con esta doble negación de lo natural y de lo arbitrario de las normas subjetivas, Balibar se distancia tanto de aquellos que sostienen que determinadas características de los sujetos son naturales o esenciales como del relativismo cultural presente en la posición que sostiene que todo sujeto o identidad es producto de una construcción social arbitraria.

Balibar postulará que tanto las religiones universalistas como la hegemonía del Estado-nación serán capaces de sostener ideas totales, pero no totalitarias; ideologías totales pero pluralistas, incluyendo gran cantidad de individualidades particulares en el seno de una universalidad común.

Así opera la universalidad ficticia: “no como una identidad común ya dada, inherente a los individuos, sino como una relativización de las identidades particulares, que en cambio permiten que éstas lleguen a ser mediaciones de la plasmación de un fin superior” (Balibar, 2006: 165).

Sin embargo, el reconocimiento de lo diferente tanto por parte de las religiones como de los Estados-nación se encuadra dentro de límites que hace que los individuos puedan conservar cierto grado de diferencias en la medida en que se conviertan en medios para la realización de objetivos comunes. En el caso del Estado-nación las diferencias son respetadas, pero siempre dentro de los marcos de la ciudadanía nacional (Balibar, 2006: 168), en este sentido, tanto las religiones universales como los Estados-nación poseen la hegemonía en la producción de subjetividades.

Esta relación dentro de los marcos de la ciudadanía genera cierto grado de conflictividad entre los individuos y el Estado, al negárseles la inclusión a este último por poseer ciertas diferencias difíciles de retotalizar.

El problema con esta tensión, que desemboca en reivindicaciones, es que éstas también se encuentran dentro de los marcos propuestos por el Estado-nación, ya que sostendrán la inclusión al ideal de la ciudadanía; fortaleciéndose así las prácticas instituidas de normalización. “No hay medio más eficaz para validar la universalidad de una estructura hegemónica que dirigirse contra ella con una denuncia, en mayor o menor medida lograda, del abismo que separa sus principios de su práctica real, y la ponen en contradicción consigo misma” (Balibar, 2006: 171).

En este sentido, dichas demandas por la inclusión reflejan la identificación con el universal, una interiorización de la “normalidad” bosquejada por la hegemonía, puesto que éstas nunca colisionan con las reglas de la normalidad.

Por último Balibar se referirá a la universalidad como ideal, a la cual la universalidad ficticia tiene como referencia latente (Balibar, 2006: 174), que se encuentra estrechamente ligada a la noción de insurrección, de emancipación, existiendo bajo la forma de requerimientos que pueden ser invocados en contra de los límites institucionales (Balibar, 2006: 173-174).

Este universal también posee una dimensión extensiva y otra intensiva, la primera de ellas da cuenta de la expansión de los ideales de igualdad y libertad tanto geográfica como civil; la segunda hace referencia a que los derechos del hombre no pueden restringirse a un número limitado de beneficiarios sin entrar en contradicción consigo misma. La contradicción se muestra cuando el carácter extensivo de este universal no contempla, dentro de instituciones sociales, a ciertas minorías que comienzan a oscilar entre la represión y la protección.

Puesto que la libertad debe ser considerada como no-constricción y la igualdad como no-discriminación, el carácter extensivo debe garantizar para todos los seres humanos la no constricción y la no discriminación. En este mismo sentido, el carácter interindividual de la universalidad ideal hace referencia a que los derechos de igualdad y libertad pueden ser reivindicados por individuos, sin embargo, para terminar con la segregación de algunos, respecto de la posibilidad de poseer dichos derechos, será necesario un proceso colectivo emancipatorio.

Al igual que Žižek, Balibar sostendrá que esta universalidad ideal se encuentra en permanente tensión con la universalidad real o concreta de la globalización actual; la fuerza desestabilizadora del universal ideal nunca podrá ser integrada en su totalidad por la universalidad concreta.

Sin embargo, según Žižek, existe en nuestras sociedades contemporáneas una tensión entre dos tipos distintos de universalidad concreta: la posmoderna “universalidad concreta” del post-Estado-nación y la “universalidad concreta” anterior, el Estado-Nación (Žižek, 2008: 165).

En los términos de Balibar esta tensión es generada por estrecho y necesario vínculo entre la universalidad real y la universalidad ficticia. El mercado global necesita de una ficción hegemónica que permita la prosperidad de particularidades siempre insertas en su propio marco de regulación; prosperidad de identidades que haga colapsar la homogeneidad necesaria para la estabilidad de los Estado-nación modernos.

A partir de una aparente protección y defensa de los derechos humanos y la democracia se propone una “universalidad concreta”, un orden universal que, al mismo tiempo que ordene, permita la emergencia de diferentes estilos de vida, de particularidades. Sin embargo es mediante esta actitud de tolerancia multiculturalista, según Žižek, que el mercado ejerce su dominio sobre las culturas locales sin anclarse en ninguna de ellas, sosteniendo por ello una posición universal privilegiada.

El multiculturalismo es un racismo que vacía su posición de todo contenido positivo (el multiculturalismo no es directamente racista, no opone al otro los valores particulares de su propia cultura), pero igualmente mantiene esta posición como un privilegiado punto vacío de universalidad, desde la cual uno puede apreciar (y despreciar) adecuadamente las otras culturas particulares: el respeto multiculturalista por la especificidad del otro es precisamente la forma de reafirmar la propia superioridad (Žižek, 2008: 162).

En este sentido Žižek pensará que las posiciones multiculturalistas son propias de una ideología eurocéntrica que legitiman el funcionamiento del mercado global, el cual opera con una lógica transnacional, puesto que ya no se encuentra anclado en ningún Estado-nación en particular, situándose a sí mismo como superador de las particularidades culturales, pero también como límite de la economía de mercado.

El mercado, entonces, rompe con la oposición tradicional entre metrópolis y país colonizado, ya que al quebrar sus vínculos con su país de origen, el mercado comienza a tratar también a éste como un territorio colonizado. Así, el poder colonizador ya no procede de un Estado-nación hacia otro, sino directamente de empresas globales hacia países, sin distinción alguna. El resultado de esta homogenización del mundo entero por la lógica capitalista de las empresas globales se manifiesta en las problemáticas y las posturas desarrolladas por el multiculturalismo, postura que, según Žižek, asume la victoria del capitalismo global al refugiarse en la reivindicación de las diferencias culturales específicas.

Es como si, dado el horizonte de la imaginación social ya no nos permitiera considerar la idea de una eventual caída del capitalismo […], la energía crítica hubiera encontrado una válvula de escape en la pelea por las diferencias culturales que dejan intacta la homogeneidad básica del sistema capitalista mundial. Entonces, nuestras batallas electrónicas giran sobre los derechos de las minorías étnicas, los gays y las lesbianas, los diferentes estilos de vida y otras cuestiones de este tipo, mientras el capitalismo continúa su marcha triunfal (Žižek, 2008: 176).

La propuesta de Žižek será en contraposición con las posiciones multiculturalistas, identificar la cuestión de la universalidad con la cuestión de la exclusión: “somos todos trabajadores inmigrantes” (Žižek, 2008: 186). Visibilizar las exclusiones del universal permite ver el antagonismo como inherente a él tanto como su característica política y no neutral, es decir, todo universalismo aunque posea pretensiones de totalidad expresará una parcialidad. La identificación del universal con lo excluido o abyecto, como único punto de universalidad verdadera, nos posibilita visualizar el punto exacto en el que la universalidad concreta existente se contradice.

Alain Badiou, al igual que Žižek, redefinirán el concepto de universal para proponer un nuevo modo de enfrentarnos al capitalismo global (Badiou, 1999).[1] Sin embargo, sostendrá que es el universalismo clásico (y ya no el multiculturalismo liberal), el que opera fuertemente en favor del capital. Este universalismo está conformado por un universal al que se han atribuido ciertas propiedades y no se ha procurado desvincular a las propiedades de la esencia misma del universal. Durante siglos se discutió el carácter de las cualidades esenciales y las propiedades secundarias del universal. Esta discusión encubría un debate más profundo, es decir, ocultaba la disputa por la definición universal de ser humano desde la cual se justificaba “la supremacía racial o colonial de determinado grupo” (Badiou, 2006: 24).

El mecanismo por el cual se universalizan algunas cualidades secundarias está determinado por el carácter totalizador y valorativo del universal. En el interior de un grupo surgen valores que son universalizados abarcando la totalidad de sus miembros. “La idea de valor se deduce inmediatamente de la totalidad, porque en realidad el valor es una construcción en el interior de una totalidad dada” (Badiou, 2006: 24).

De esta forma se produce una argumentación circular, ya que la totalidad también está construida por los valores dominantes en ella.

Así se descubre el carácter convencional del valor y de la totalidad, porque en ninguno de los dos casos tienen existencia previa para que uno pueda surgir del otro. Por ende, no hay ni valor ni totalidad previa a la universalización, sino que ambas se construyen en una relación circular. “Y esta es una crítica muy importante: si el valor es una construcción no se puede decir con facilidad que es universal lo que tiene valor para todos los elementos de una totalidad, porque ese valor ha sido precisamente construido en el interior y en referencia a esa totalidad” (Badiou, 2006: 24).

El reconocimiento de esta dinámica permite pensar que toda totalidad es una totalidad abierta y es así porque todo lo que tiene carácter construido implica que puede ser construido de otra manera e incluso que ello no tiene por qué abarcar todo, sino únicamente al grupo que comparte estos valores. Esta crítica contemporánea, según Badiou, lleva a reemplazar este universal identificado con la totalidad y el valor por las nociones de identidad y diferencia.

El término identidad permitiría establecer rasgos propios de un conjunto de personas o de un individuo con los cuales se identificarían. Esta identidad se encuentra referida a la diferencia, porque lo que constituye a la identidad es lo “parcialmente invariable” (Badiou, 2006: 26), es decir, que lo que la mantiene “estable” es lo invariable pero, a su vez, le permite diferenciarse de lo que no es, lo que se es en diferencia al resto. De todas maneras, esta idea de identidad no se contrapone en absoluto con la idea de universal.

Badiou redefine este concepto de universal expresando que no debería ser un concepto que impone características culturales a la totalidad, sino que debe ser un universal dirigido a todos:

El mundo está estructurado por desigualdades, a menudo terribles, desigualdades de hecho. Y, sin embargo, todo universalismo exige la igualdad en el orden propio al que corresponde cada proposición. El universalismo no está dado en el mundo: es un acontecimiento. En cierto sentido, siempre es algo que se propone contra el mundo regido normalmente por códigos desigualitarios. Por tanto, tenemos una lucha, una contradicción y un conflicto entre el surgimiento de nuevas posibilidades universales dirigidas a todos y el mundo tal y como es (Badiou, 2006: 32).

En este sentido, Badiou propone un universalismo igualitario, dirigido a todos, más allá de las condiciones identitarias a las que un grupo o individuo pertenezcan. Este universal, al proponer la igualdad frente a las desigualdades existentes en el mundo, es subversivo. Por otro lado, dicho universal no legisla sobre las características identitarias de un grupo o individuo, sino únicamente pretende establecer la igualdad como principio.

En el mismo proyecto de redefinición del concepto de universal y siguiendo los pasos de Donna Haraway (1998), Montserrat Galcerán presenta su propuesta de universal situado, en el mismo número de Archipiélago (2006) citado anteriormente, el cual tiene como eje central la discusión en torno a los universales.

Galcerán rechaza el universalismo abstracto al postular la inexistencia de los abstractos, es decir, tanto de las abstracciones utilizadas por la investigación científica como de la vulgar o cotidiana. La abstracción científica consiste en la teorización que realizamos con palabras y conceptos que debemos abstraer, depurándolos de todos los datos particulares percibidos, para adaptarla a objetivos específicos. La abstracción vulgar sería aquella que opera en el lenguaje cotidiano, en el que necesitamos abstraernos de las diferencia de los datos que percibimos para poder nombrar las cosas a las que hacemos referencia.

Mientras que en las abstracciones utilizadas en la investigación se asume fácilmente la artificialidad de la abstracción, en la vulgar, al no ser objeto de tematización, se tiñe de neutralidad y universalidad del lenguaje y la cultura (Galcerán, 2006: 37). No obstante, en ambos casos las abstracciones mencionadas no existen, es decir, al ser siempre artificiales y culturales los conceptos utilizados es imposible realizar tal abstracción. Este proceso de tomar por entes reales a figuraciones lingüístico-culturales es llamado por los lógicos “falacia de abstracción”.

Asumiendo entonces dicha falacia, propia de los universales abstractos, Montserrat Galcerán sostendrá que:

Los universales son sólo y siempre criterios formales de estructuración de un campo definido por oposiciones y por serie de diferencias que son ocupadas a su vez por los agentes pertinentes. No cabe hablar en él de una posición universal, ya que por definición los campos están estructurados en serie de posiciones diferenciales (2006: 39).

No obstante, dicha autora no negará la existencia de universales, sino la posibilidad de abstracción naturalizada y neutral que con ellos se pretende lograr. Esta pretensión puede ser encontrada en la construcción universal creada por el pensamiento occidental y eurocéntrico, que al elevarse a categoría de universal excluye a “los otros”, con sus características particulares, al considerarlos no-europeos masculinos.

Este universalismo opera desplazando las particularidades materiales y adjudicándoselas como rasgo común e inherente a las mujeres, esclavos, criados o trabajadores.

Este tipo de universal “se construirá como un modelo de legitimación de la dominación por exclusión, a la que contraponemos, al menos desde perspectivas tradicionalmente dominadas, un pensamiento de lo común compartido, sin exclusiones” (Galcerán, 2006: 43).

Lo común será, para Galcerán, lo que puede extenderse e incluir diversas configuraciones, será lo propio de un universal situado y compartido, desde el cual se concibe el poder no como un poder “sobre” otros, sino como una potenciación recíproca, una energía “para” con los otros y el propio yo. De este modo, lo común no es meramente un universal que se opone a lo particular, sino un punto de interacción exitosa, fruto de un proceso de convergencias que posibilitan pensar lo común, compartido en rechazo del universal dicotómico. Así postula los particulares compartidos como universales situados, como lugares de encuentro al mismo tiempo que de transformación social.

Por lo dicho anteriormente, afirmaré entonces que, tanto Žižek como Badiou y Montserrat Galcerán, rechazaron de plano una solución al problema del universalismo clásico que se sustente una concepción de la universalidad unívoca, es decir, opuesta a lo particular, e intentaron proponer nuevos modos de universalidad.

El problema de la homogenización de lo particular

Ahora bien, volviendo un poco hacia atrás, Badiou explicó que una vez dejado de lado el universal totalizador se aborda el problema desde la construcción de las identidades dentro de la relación identidad y diferencia; lo mismo y lo otro. Como explique anteriormente, la crisis del universalismo permite, al mismo tiempo que es producida, el surgimiento como también la visibilización de nuevas identidades sociales que anteriormente habían permanecido encubiertas.

Sin embargo, Gayatri Spivak sostiene que los conceptos como mismidad y otredad pueden ser abordados con la misma lógica reduccionista con la que operaba el universalismo clásico. El Otro puede funcionar como universal que totaliza y homogeniza a todo aquel que aparezca como diferente. Las críticas de Spivak a autores como Deleuze y Foucault dan cuenta de esta perspectiva.

Estos autores, en una entrevista realizada en 1972 (Foucault y Deleuze, 1979), parecen afirmar, a grandes rasgos, que los oprimidos o subalternos pueden hablar por sí mismos. El papel del intelectual es simplemente el de transcribir literalmente las palabras que los presos (los niños o los obreros) les transmiten en sus entrevistas. Con esta práctica se abandona la idea del intelectual como representante, guía o “iluminador” de los oprimidos.

La principal objeción que Spivak realiza a esta posición es la homogenización del Otro por parte de estos intelectuales, que se presentan como los grandes defensores de la otredad frente al sujeto europeo. Esta homogenización evidencia una nueva reducción de todo lo particular, ya no a un universal único pero sí a dos universales posibles.

La noción de otredad negaría las diferencias entre cada una de estas identidades: “granjeros de subsistencia, trabajadores, campesinos desorganizados, tribus, y las comunidades de trabajadores nulos en las calles o en los campos” (Spivak, 2003: 303), etcétera. Un segundo problema que profundiza la homogenización del Otro surge cuando los informantes nativos con los cuales se comunican los intelectuales europeos, interesados en escuchar la voz del Otro, forman parte de la élite, en este caso, india; seguramente es muy distinto lo que dicen ellos a lo quediría quienes nombramos más arriba.

Con la afirmación de que el subalterno es lo suficientemente inteligente como para hablar por sí mismo, se recupera, según Spivak, el “esencialismo subjetivo” (Spivak, 2003: 314) (que estos autores pretendían extinguir), por un lado, del sujeto de deseo, y por otro del sujeto auto-idéntico, sujeto oprimido.

Spivak presenta una objeción muy fuerte al intelectual como vínculo transparente, como portador de la capacidad de reproducir la voz del otro, como expositor de la “experiencia concreta” o de “lo que ocurre realmente” (Spivak, 2003: 307) sin mediaciones. Con este punto de vista se restaura no sólo el empirismo positivista (“el principio justificante del neocolonialismo capitalista avanzado”) (Spivak, 2003: 307), sino también la tan desacreditada Verdad.

Desde el punto de vista de Spivak, estos intelectuales que se posicionaban como críticos del universalismo totalizante profundizan el etnocentrismo con características universalistas por medio de la operación de homogenizar al Otro. Mediante esta universalización se produce la consolidación del sujeto europeo. Esta dicotomía (mismidad-otredad) lejos de abolir el universalismo clásico lo profundiza.

La posición de Spivak nos insta a pensar la dicotomía mismidad-otredad, que encubre la discusión entre los pares universal y particular, de un modo tal que no se produzca nuevamente la rearticulación de un universal totalitario y opresivo desde un concepto en apariencia más inclusivo, como es el de otredad.

En un esfuerzo por pensar un universal que no produzca totalizaciones encontramos el intercambio epistolar sostenido por Ernesto Laclau y Judith Butler (1999), quienes intentan pensar la identidad dentro de una reformulación no opresiva de las categorías de particular y universal. En este sentido se desarrollan algunas de sus reflexiones en el texto “Los usos de la igualdad”, en el que Laclau expresa que la identidad y la diferencia se configuran conjuntamente con una dinámica de inclusión-exclusión.

Ambos pares de categorías dependerán del tipo de hegemonía que se esté realizando. Esto quiere decir que la identidad que se construye en determinada hegemonía se logra a partir de exclusiones e inclusiones que no pueden ser previamente determinadas, ya que dependen de la configuración de dicha hegemonía. Así, el antagonismo es constitutivo de la identidad, la cual se constituye a partir de la exclusión de otras identidades. Por este motivo la identidad es contingente.

En este sentido, Butler sostiene, de acuerdo con lo expuesto por Laclau:

Entiendo que el punto que planteas en un párrafo posterior acerca de la contingencia se refiere a la cuestión de la identidad y también de la equivalencia: en la medida en que ninguna identidad está totalmente estructurada, cada una está igualmente  (aunque no sustancial u “ónticamente”) formada mediante la misma falla constitutiva. Esta “mismidad” es interesante puesto que no debe entenderse rigurosamente en términos de un “contenido” de identidad determinado. Al contrario, es lo que garantiza el fracaso de que todo “contenido” determinado pueda reclamar con éxito la categoría de ontológico o lo que llamo lo “fundacional” (Butler y Laclau, 1999: 127).

El fracaso al que refiere Butler será fundamental a la hora de pensar la formación del sujeto, puesto que impide la ontologización del concepto volviéndolo contingente. Con esto quiero decir que si la formación del sujeto no permaneciera abierta, si éste no fuera producto de una repetición, que siempre fracasará, se produciría nuevamente la totalización del universal que Spivak rechaza.

No obstante, Butler se preguntará si este fracaso en la formación del sujeto no es en sí mismo una condición común que puede asumir un carácter universal, es decir, un límite universal que marca el fracaso de toda constitución ontológica del sujeto. Así, queda como tarea pendiente, que luego Butler resolverá, a mi entender, en la obra que comparte con Laclau y Žižek cómo pensar este límite o fracaso de la constitución del sujeto sin recaer en nuevas formas esencialistas y totalizadoras de universalismo.

Más allá de este problema, ambos autores están de acuerdo en que la hegemonía entendida como universal posee una dinámica en la cual se evidencia que lo particular es irreducible a lo universal. Este último permanece abierto, contingente, produciendo identificaciones y desidentificaciones.

En el campo de lo político es imposible lograr la identificación (o identidad) absoluta de un universal, porque éste se encuentra atravesado por el movimiento de las inclusiones y exclusiones como característica propia de la conformación de lo social. Esta visión permite la conformación de universales no signados por una lógica identitaria cerrada sino, por ejemplo, por un proyecto político contingente y radical que los vincule.

Si bien esta discusión en torno a concepto de universal podría parecer una discusión meramente teórica, su dimensión práctica se nos presenta con toda evidencia al tener en cuenta que estas ideas se encuentran presentes en nuestra vida cotidiana. El impacto en la vida cotidiana de la discusión sobre la dicotomía universal particular será evidenciado por Butler, por un lado, al explicar su concepto de performatividad (que por una cuestión de espacio no abordaremos en este artículo) y, por otro, mediante los distintos modos de pensar la universalidad de las demandas, de los movimientos sociales.

En ese punto dicha autora se referirá a la radicalidad de las demandas evaluando aquellas que pueden otorgarle más poder al Estado para regular tanto nuestras prácticas como las que intentan construir una agenda radical que permita la emergencia de nuevas prácticas anómalas y subversivas. De esto nos encargaremos en el próximo apartado.

El universal concreto y en disputa

Judith Butler aborda el concepto de universal no ya como un lugar vacío sino como un concepto que se encuentra en continua disputa, sobre todo luego de la caída del universal impuesto por el colonialismo.

Dentro del contexto político del postcolonialismo contemporáneo, es quizás especialmente urgente subrayar la categoría misma de lo “universal” como el sitio de una insistente disputa y resignificación. Dado el carácter disputado del término, asumir desde un principio una noción de procedimiento o sustantiva de lo universal es por necesidad imponer una noción culturalmente hegemónica en el campo social (Butler, 2001: 17).

En este sentido, Butler intenta pensar sobre un concepto de universal no esencialista ni totalitario, sino contingente y con resabios de particularidad. Para ello se apropia del concepto de universal concreto de Hegel para explicar su posición al respecto. Este filósofo, según Butler, ofrece tres nombres para una universalidad que identifica como singular, pero insiste también en su carácter plural.

Por un lado, se encuentra el universal abstracto; por otro, el particular y, por último, el sujeto, que opera en la forma de “yo” (universal concreto). Así, “lo universal es lo que pertenece a todas las personas pero no es todo lo que pertenece a cada persona” (Butler, 2004: 23). No obstante, la universalidad aparece como inseparable de sus negaciones, duplicándose (esto no quiere decir que se escinde): por un lado tiene carácter abstracto, pero por otro, también concreto.

La universalidad formalizada, es decir, producto de la abstracción, necesitará previamente que sea separada de lo concreto, pero esta separación no se da de forma pura, sino que lo concreto deja su huella en el funcionamiento mismo de la abstracción.

Si lo abstracto es en sí mismo producido a través de la separación y negación de lo concreto, y lo concreto permanece adherido a lo abstracto con su contaminación necesaria, exponiendo el fracaso de su formalismo para permanecer rigurosamente como tal, se desprende entonces que lo abstracto fundamental depende de lo concreto (Butler, 2004: 25).

Así la universalidad pasa por revisiones de su significado sin que pueda ser anclada en ninguno de esos momentos particulares. La universalidad es “visitada” por lo particular que le imprime su paso produciendo su duplicación abstracto-concreto, con lo cual expone el lado abstracto, un formalismo impuro como respuesta. También estará manchada esta universalidad por las articulaciones culturales en las cuales se realiza a pesar de que intente trascenderlas; por ello no puede anclarse en una cultura determinada. En este sentido, la hegemonía, pensada como universalidad, deberá tener las características de este concepto.

Butler no piensa la hegemonía como vínculo en el cual lo universal y lo particular se disuelven, sino como universal contaminado por lo particular.

Esto imprime, por un lado, contingencia a lo universal y, por otro lado, evita determinar si los reclamos que aún no han ingresado al vínculo hegemónico tienen características universales o particulares.

Se podría afirmar que el carácter formal-concreto de la universalidad permite revisar y modificar nuestras prácticas cotidianas de carácter performativo. Esta revisión se logra gracias a la teoría psicoanalítica que nos permite, dentro de la teoría de la hegemonía, pensar la identificación o el fracaso de la misma respecto de un proyecto hegemónico. Butler piensa que el psicoanálisis también nos ayuda a pensar la opresión en tanto que genera una autodefinición de los oprimidos de acuerdo con las categorías de su opresión y marginación de la vida cultural. Éste es el problema de la identificación con el opresor a lo que Butler llama “inversión psíquica”.

Este concepto da cuenta de cómo “la opresión se genera en la mente de los oprimidos forjando definiciones opresivas de sujeto”. Superar esta “inversión psíquica” requiere pensar, ya no en términos de identidad, sino de identificación, lo cual permitirá que quienes se construyeron como sujetos oprimidos puedan identificarse también con otros vínculos sociales en una dirección contrahegemónica.

Butler propone abordar los límites de la autocomprensión transparente cuando se trata de las identificaciones que nos motorizan. Con esto quiere decir que quienes intentan construir una identificación contraria a la opresiva pueden reproducir la lógica que intentar romper. Por este motivo, no sólo hay que pensar en términos de identificación sino también agregar que toda identificación fracasa, lo que permite un tipo diferente de formación hegemónica, capaz de cuestionar su propio lenguaje y categorías posibilitando así la confección de una “agenda radical”.

Como ejemplo, la autora reflexiona sobre los gays que quieren ser incluidos en las filas de las fuerzas militares o que demandan el derecho de casarse; reclaman que el Estado los acepte como iguales respecto de quienes se definen como heterosexuales. Por este motivo Butler dice que las categorías que están políticamente disponibles para identificarse restringen el juego de la hegemonía. Será necesario que se produzca una “resistencia desidentificatoria” (Butler, 2004: 156) que se propague en los reclamos de quienes son gays en dirección a una agenda radical.

Universalidad, democracia y nuevos movimientos sociales

El análisis de la hegemonía, en relación con diferencias ideológicas dentro del mismo movimiento lésbico y gay, le permite a Butler preguntarse sobre las condiciones de posibilidad de la hegemonía, ya que necesita indagar sobre sus “condiciones de eficacia” (Butler, 2004: 167). Esto la conduce a analizar cómo puede llegar a ser realizable la hegemonía en tiempos actuales sin llegar a conclusiones totalitarias.

Butler concluye que la apertura democrática que debe tener la construcción hegemónica supone que lo universal no puede ser identificado siempre con determinado contenido particular. Esto sería necesario a la hora de pensar nuevas disputas democráticas. Preguntarse por estas condiciones no significa preguntar o proponer el fin de la política desde una visión teleológica, sino pensar su capacidad para abrir campos de posibilidad que reviertan el pesimismo que está amenazando con clausurar todo el conjunto del pensamiento político.

En este análisis sobre los movimientos sociales, Butler realiza una serie de críticas a la postura de Laclau. Ella no está convencida de que los movimientos sociales sean particulares antes del momento en que se realiza la articulación de sus objetivos con los objetivos de la comunidad en general. Esto es porque dichos movimientos pueden incluso vivir en comunidades que funcionen con nociones de universalidad, es decir, no se restringen a reclamos particulares, sino que a partir de necesidades particulares pudieron construir una agenda radical en la cual se proponen nociones diferentes sobre la educación, sobre cómo pensar los espacios, la territorialización del mundo, etcétera.

No me resulta evidente que sectores sociales dados, en realidad, movimientos sociales dados sean necesariamente particularistas antes del momento en que articulan sus objetivos como los objetivos de la comunidad en general. De hecho, los movimientos sociales pueden muy bien constituir comunidades que operan con nociones de universalidad que tienen apenas un aire de familia con otras articulaciones discursivas de la universalidad. En estos casos, el problema no es presentar lo particular como representativo de lo universal, sino decidir entre nociones de universalidad en competencia (Butler, 2004:168).

El problema aquí ya no parece ser la capacidad de universalización de una demanda particular sino la competencia y contingencia de dichas demandas, puesto que éstas exponen los límites variables de la universalización, evidenciando que ningún concepto ahistórico de universalidad funcionará como parámetro de inclusión.

Tanto esta autora como Hegel estarían de acuerdo con la posición de Gramsci y la de Laclau, desde la cual la sociedad puede realizar una universalidad hegemónica contaminada por lo particular. Sin embargo, lo que le preocupa a Butler es que distintos movimientos sociales hablen en nombre de la universalidad y entre sí no coincidan ni en posiciones normativas ni tampoco en su relación con lo universal. Parece que aquí se necesita de la labor de un intelectual que realice una tarea crítica de “traducción”, con la cual mostrar que los reclamos que sostienen algunos sectores de diferentes movimientos sociales pueden ser aunados en una lucha conjunta debido a la posibilidad de configurar una agenda radical, vinculando así universales que hasta ahora se encontraban en competencia.

Según Butler, el argumento de Laclau supone que el campo social está dividido en sectores sociales con demandas particulares que seguirán dentro de ese estatus si no demuestran los efectos universalizantes de sus demandas. Así el campo político se divide entre los modos de resistencia particulares y aquellos que logran plantear su pretensión de universalidad. Estos últimos no pierden su rasgo particular pero logran representar lo universal aunque no son idénticos a él. Lo universal aquí se encuentra vacío mientras no incluya los reclamos particulares.

Esta descripción puede dar cuenta de problemas respecto de algunos movimientos sociales pero no puede abordar el caso en el cual el universal pierde su estatus vacío y comienza a representar, por ejemplo,“una concepción étnica restrictiva de la comunidad y la ciudadanía” (Butler, 2004: 171). En este caso la politización se produce en nombre de un tipo diferente de universalidad.

Butler expresa que si se analizan determinados movimientos sociales como particulares nos encontraremos que dentro de ellos existen ciertas versiones de lo universal en competencia. Por ello, el trabajo con estos movimientos no será relacionar una demanda particular con lo universal, sino establecer “prácticas de traducción” entre universalidades en competencia para que puedan ser parte de un conjunto de objetivos políticos y sociales coincidentes.

La cuestión para estos movimientos sociales no será cómo relacionar un reclamo particular con uno que sea universal, donde lo universal aparece como anterior a lo particular, y donde la suposición es que una inconmensurabilidad lógica rige la relación entre los dos términos. Puede ser, más bien, la de establecer prácticas de traducción entre nociones de universalidad en competencia que, pese a cualquier incompatibilidad lógica aparente, puedan no obstante pertenecer a un conjunto de objetivos sociales y políticos coincidentes (Butler, 2004: 172).

La tarea de traducción no será para Butler volver decible lo indecible, es decir, adecuar lo indecible a las normas de dominación existentes, sino, todo lo contrario, quitarle confianza a la dominación a partir de mostrar cuán equívocas son sus pretensiones de universalidad.

En este punto Butler señala que existen demandas de determinados movimientos que no apuntan a producir esta tarea de traducción, sino más bien legitimar al Estado a partir de una elaboración de los discursos y del poder que no tienden a neutralizar los procesos legitimadores de éste, sino a reforzar sus mecanismos de regulación.

Como ejemplo de esto último, Butler se referirá a ciertos sectores del movimiento lésbico y gay que reclaman al Estado un trato igualitario respecto a los heterosexuales y otro grupo que pretende romper con la regulación del Estado sobre las prácticas sexuales de los ciudadanos.

Estos últimos creen que no deberían existir reglas estatales que establezcan qué prácticas de pareja y parentesco son legítimas y cuáles no. Este sector del movimiento entiende que la inclusión de sus reclamos dentro del Estado remarginaría a otras minorías sexuales que no son reconocidas, por ejemplo las madres solteras, los padres solteros, aquellos que viven en poligamia, los transexuales, etcétera. Por este motivo, existen universales en competencia dentro de los movimientos sociales en los cuales conviven demandas que pretenden construir una agenda radical y aquellas que reafirmarían el estatus privilegiado del Estado.

En el caso del movimiento gay, los reclamos de quienes quieren ser reconocidos por el Estado contradicen incluso otros reclamos históricos de su movimiento, como el de libertad sexual. Aquí se contraponen aquellos que quieren fortalecer la institución del Estado, identificándose con la figura del matrimonio como la que otorga ciertos derechos y autorizaciones, de quienes pretenden desvincular estos derechos y autorizaciones de la institución matrimonial. En este sentido Butler explicará que esta última posición configuraría una demanda radical, inclusiva, una demanda que apuntaría a achicar la brecha entre formas legítimas e ilegítimas de intercambio sexual, y agrega que:

El único camino posible para una democratización radical de los efectos legitimadores sería aliviar al matrimonio de su lugar de condición previa para los derechos de distintos tipos. Este tipo de gesto trataría activamente de desmantelar el término dominante y volver a formas de alianza no centradas en el Estado que aumenten las posibilidades para la existencia de formas múltiples en el nivel de la cultura y la sociedad civil (Butler, 2004: 182).

De esta manera, la hegemonía sólo puede ser realizada si diferentes movimientos sociales logran configurar una agenda radical. Esta agenda contendría demandas inclusivas ligadas a otras que pertenecen a un nivel universal, como una lucha por la igualdad racial que contenga ideas sobre la emancipación global, o una lucha contra la discriminación sexual o de género que contenga un reclamo por una diferente concepción de libertad de asociación. Estas reivindicaciones son de carácter universal y por ello podrían formar parte del itinerario de una agenda radical. Para llevar a cabo esta agenda será necesaria una tarea de traducción que permita ver que los reclamos de movimientos sociales que en apariencia contienen reivindicaciones sólo particulares contienen proyectos coincidentes en pos de una emancipación mundial.

Conclusión

Las distintas posiciones abordadas en el presente artículo nos posibilitan extraer ciertas conclusiones en relación con el concepto de universal y sus redefiniciones. En primer lugar diremos que la crítica al universal clásico no necesariamente conduce a proponer una redefinición que no reproduzca las mismas exclusiones y homogenizaciones que dicho universal.

Continuar pensando desde una lógica binaria, ya sea encarnada en la dicotomía universal-particular o mismidad-otredad no cuestiona de plano el modo de funcionamiento del universal clásico. Ahora bien, la impugnación de estas categorías estructuradas de este modo ¿nos lleva a negar el potencial estratégico que contiene el concepto de universal para sostener sólo la posibilidad de contemplar las diferencias al tener en cuenta únicamente lo particular?

La respuesta a esta pregunta nos brindaría la segunda de las conclusiones, desde la cual sostendremos que abandonar el concepto de universal equivale a abandonar la posibilidad de pensar un proyecto emancipador. Este rechazo nos conduciría a anclarnos en una mera celebración de las particularidades que impide la crítica sobre determinadas prácticas culturales, que desde este punto de vista deberían ser respetadas a priori a pesar de sostener prácticas opresivas y excluyentes hacia ciertos sectores sociales dentro de dicha cultura.

El gran aporte realizado por los autores abordados es, entonces, más allá de los acuerdos que podamos sostener con cada uno de ellos, la actitud teórica de continuar elaborando conceptos que permitan pensar proyectos políticos emancipatorios para intentar cuestionar un sujeto político configurado desde una identidad fija y esencialista.

No obstante, es necesario reconocer que será una tarea primordial, a partir de estas críticas, la construcción de un sujeto político que posibilite cierta unidad en la diferencia para construir una agenda política de demandas radicales. En ese sentido, la propuesta de redefinición butleriana del concepto de universal y de sujeto político es parte de este intento de impedir que retomemos nociones identitarias esencialistas, las cuales producen nuevas exclusiones, para poder pensar sin homogeneizar las demandas de los distintos actores políticos, incluso teniendo en cuenta la heterogeneidad dentro de los movimientos sociales.

Quizá la tarea más ardua será, para aquellos que cuestionan el funcionamiento del universalismo clásico y proponen otros universales radicales, contingentes y emancipadores, sostener una apertura tal del universal que impida nuevas totalizaciones. Ahora bien, esta idea nos obliga a realizar una pregunta fundamental: ¿existe un universal no totalizante o la no totalización implica dejar de pensar en términos de universal? ¿Cómo es posible establecer un límite que nos permita reconocer las diferencias dentro de un universal que posibilite un proyecto emancipador? Estas preguntas quizá encontrarán respuestas parciales en los debates de los que hemos hablado fugazmente más arriba, aunque siempre serán respuestas provisorias, ya que asumiruna respuesta como última implicaría cerrar nuevamente el universal.

Fuentes consultadas

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[1]Este autor, retomando la filosofía de San Pablo, rechazará tanto los universales abstractos (universalidad abstracta del capital, homogeneidad monetaria, etcétera) como las reivindicaciones puramente particularistas. Su principal pregunta al respecto será si es posible una singularidad universal.

Colonialidad, descolonización e interculturalidad. Apuntes desde la Filosofía Intercultural. Josef Estermann (2014)

Introducción[1]

1 Desde hace unas dos décadas, se ha vuelto casi inflacionario el discurso que incluye los conceptos de ‘colonialidad’, ‘descolonización’ e ‘interculturalidad’, no sólo en el contexto de la emergencia de nuevas propuestas políticas en diferentes países de América Latina, sino también en las ciencias sociales críticas y en voces que pretenden “rescatar” la posmodernidad para una teoría crítica y pos-colonial de las sociedades multi- o pluriculturales.[2]

Muestra de ello son las nuevas constituciones políticas de Estado de Ecuador y Bolivia, donde abundan las referencias a estos neologismos que han sido sacados de la esfera netamente académica.[3] Lo que a primera vista parece una victoria de la apropiación popular del discurso “intercultural” y “descolonizador” puede resultar, desde un enfoque emancipador y crítico, un “secuestro etnocéntrico, posmoderno” y un tanto romántico de una herramienta de interpretación socio-política y cultural.

2 La articulación entre ‘descolonización’ e ‘interculturalidad’ no es nada fácil y pasa por una serie de mediaciones que incluyen aspectos históricos, de poder, de hegemonías, de asimetrías y de definiciones críticas de lo que es ‘cultura’ y ‘colonialidad’. Como tesis central de este ensayo planteo que el discurso de la ‘interculturalidad’ –al menos en el contexto latinoamericano– sin una reflexión crítica sobre el proceso de ‘descolonización’ queda en lo meramente intencional e interpersonal, pero también al revés: un discurso político y educativo de la ‘descolonización’ no llega al fondo de la problemática, si no toma en consideración un debate sobre los alcances y limitaciones de un diálogo intercultural. Para aclarar esta compleja dialéctica, la filosofía intercultural crítica y liberacionista ha desarrollado ciertas herramientas que me parecen útil y necesario al momento de meterse a la ‘caja negra’ de esta problemática.[4]

Del colonialismo a la colonialidad

3 Cuando se habla de ‘interculturalidad’ a secas, tal como lo hace por ejemplo la nueva Constitución Política de Estado de Bolivia, suena más a wishful thinking (pensamiento deseoso) que a un proyecto bien pensado y transversal que toca cuestiones de fondo como la (re-) distribución de los recursos, la participación equitativa en el poder o la injusticia del llamado ‘orden global’. El concepto de la ‘colonialidad’ (igual que el de ‘imperialismo’ económico, mediático, cultural y militar) introduce una reflexión crítica necesaria sobre las mismas condiciones de la posibilidad de la ‘interculturalidad’ como un modelo (paradigma) viable para una convivencia pacífica, pero también justa y equitativa de la humanidad.

4 El discurso clásico de la ‘descolonización’[5] tiene su Sitz im Leben en el debate sobre la ‘independencia’ política de los nuevos estados soberanos del África y –en menor medida de Asia. En este sentido, se habla de una primera fase de ‘descolonización’ que abarca los años 1945-1955 y que se concentra en las luchas por la ‘independencia’ política de la India y del Próximo Oriente (entre otros Corea, India, Pakistán, Filipinas, Sri Lanka, Myanmar, Laos, Indonesia, Camboya, Libia y Vietnam). Una segunda fase se produce entre los años 1955 y 1975, iniciada por la Conferencia de Bandung (Indonesia) en 1955 que da origen al Movimiento de Estados no Alineados y que establece el mal llamado ‘Tercer Mundo’ como unión fuera de los dos bloques ideológicos, militares y políticos existentes a lo largo de la época de la Guerra Fría (entre otros Sudán, Túnez, Marruecos, Ghana, Malasia, Nigeria, Costa de Marfil, Congo, Tanzania, Argelia, Jamaica, Trinidad y Tobago, Kenia, Zambia, Zimbabue, Granada y Bahamas).

En la tercera fase de 1975-2002 se produce la independencia política de los estados de África Austral, África Central y Oceanía (entre otros las Seychelles, Papúa Nueva Guinea, Angola, Mozambique, Belice, Namibia, Lituania, Estonia Letonia, Ucrania, Bielorrusia y Timor Oriental). Si se toma ‘descolonización’ en este sentido como el proceso de independización política de una ‘colonia’ del poder colonial, la constitución de Estados Unidos (1776) ha sido el primer acto de ‘descolonización’ en la época moderna.

5 Hay autores que derivan ingenuamente los términos “colonia” y “colonialismo” de Cristóbal Colón, navegante genovés y supuesto “descubridor” de Abya Yala.[6] Para nuestro propósito, es interesante notar que las nociones de “cultura” y “colonia” provienen de una misma raíz lingüística. Probablemente vienen del indoeuropeo kuel (“dar vueltas”) que entró a su vez a la raíz griega  (col-) que significa originariamente ‘podar’ y que rápidamente fue usada también en sentido metafórico de ‘adular’ (“culto” a los dioses).

De ahí que esta raíz pasa al verbo latín colere que significa ‘cultivar’ o ‘labrar’ y que es la base común tanto del conjunto lingüístico de “cultura” (“cultivo”, “cultivar”, “culto”, “interculturalidad”, etc.) como de “colonia” (“colono”, “colonizar”, “colonia”, “colonialismo”, “descolonización”, etc.).[7] Un “colono” ( colonus en latín) es etimológicamente una persona que cultiva la tierra para su propio sustento, lo que queda lejos de la acepción que adquieren los términos derivados tal como “colonia” (aunque ésta mantiene la ambigüedad semántica), “colonización” y “colonialismo”.

El concepto de ‘cultura’ se inserta también en este campo semántico, porque es justamente el “cultivo de la tierra” (la “agri-cultura”) que es el significado genético de toda labor cultural. En la Antigüedad occidental, las civilizaciones fenicia, griega y romana establecieron “colonias”, es decir ocupaciones forzosas de territorios ajenos por personas (los llamados “colonos”) que tenían la tarea de “cultivar” estas tierras. La ciudad alemana de Colonia, por ejemplo, es el resultado de la colonización romana.

6 El proceso de “colonización” conlleva siempre un aspecto de asimetría y hegemonía, tanto en lo físico y económico, como en lo cultural y civilizatorio. La potencia “colonizadora” no sólo ocupa territorio ajeno y lo “cultiva”, sino que lleva e impone su propia “cultura” y “civilización”[8], incluyendo la lengua, religión y las leyes.

Si bien es cierto que hubo ya muchas olas de “colonización” antes de la Conquista del continente americano (Abya Yala) –incluso en contextos no-europeos–[9], esta “colonización moderna”, a partir del siglo XVI, ha formado el paradigma de lo que viene a ser el occidentocentrismo y la asimetría persistente entre el mundo “colonizador” (llamado también “Primer Mundo”) y el mundo “colonizado” (“Tercer Mundo”), entre Norte y Sur.

7 Mientras que “colonización” es el proceso (imperialista) de ocupación y determinación externa de territorios, pueblos, economías y culturas por parte de un poder conquistador que usa medidas militares, políticas, económicas, culturales, religiosas y étnicas, “colonialismo” se refiere a la ideología concomitante que justifica y hasta legitima el orden asimétrico y hegemónico establecido por el poder colonial.

La “colonización” –en el sentido de un sistema político- y “descolonización” –en el sentido de la independencia política formal- clásicas prácticamente se han vuelto fenómenos del pasado[10], pero lo que nos interesa no es la “independencia” o la “descolonización” formales, sino el fenómeno de la “colonialidad” persistente en gran parte de las regiones que fueron objeto del proceso de “colonización” (e incluso en otras como formas de dominación interna).

8 La “colonialidad” representa una gran variedad de fenómenos que abarcan toda una serie de fenómenos desde lo psicológico y existencial hasta lo económico y militar, y que tienen una característica común: la determinación y dominación de uno por otro, de una cultura, cosmovisión, filosofía, religiosidad y un modo de vivir por otros del mismo tipo.

En sentido económico y político, la “colonialidad” es el reflejo de la dominación del sector extractivo, productivo, comercial y financiero de los estados y sectores “neo-colonizados” (“Sur”) por parte de los países industrializados (“Norte”), lo que lleva a la dependencia y del “desarrollo del sub-desarrollo”, la sub-alternidad y marginalidad de las “neocolonias” frente al dominio de los imperios dominadores.[11]

9 Los conceptos de la ‘neo-colonización’ y de ‘colonización interna’ (en el sentido de hegemonía económica del centro sobre las periferias y de relaciones sociales y culturales asimétricas) sostienen que con la “independencia formal” de las colonias no termina su condición de ser “colonizadas” y su “colonialidad” fundamental, sino que se ahonda aún más, sólo que los medios de dominación hayan cambiado de una ocupación militar y política a un imperialismo económico, una ocupación simbólica y mediática, un anatopismo[12] filosófico y una alienación cultural cada vez más sutiles. Es en este contexto que el discurso de la “interculturalidad” puede contribuir a una “descolonización” verdadera y profunda, o más bien puede convertirse en aliado del modelo dominante de la globalización.[13]

De la colonialidad a la descolonización

10 Si el proceso de la “descolonización” consistiera en erradicar en la propia cultura todos los rasgos (culturales, filosóficos, religiosos, gastronómicos, etc.) del poder colonial de antes, gran parte de Europa tendría que abolir o erradicar su calendario, el derecho romano, la herencia de la filosofía helénica y la religión judeo-cristiana (semita), EE.UU. los valores de la Ilustración europea, el espíritu del protestantismo y la misma lengua (inglés), y América Latina (Abya Yala) el arroz, el caballo, las universidades, la biomedicina y las lenguas hispano-lusitanas.

La filosofía intercultural crítica rechaza cualquier esencialismo o purismo cultural y sostiene que todas las culturas de este planeta son el resultado de un proceso complejo y largo de “inter-trans-culturación”[14]. Por lo tanto, el objetivo del proceso de “descolonización” no puede significar la vuelta al status quo ante, ni a un ideal bucólico y romántico de culturas “no contaminadas”.

11 “Colonialidad” no es el hecho (“neutral”) de que todas y todos somos producto de este proceso humano de la inter-trans-culturación –que es un hecho histórico-, sino que contiene un aspecto analítico y crítico que tiene que ver con involuntariedad, dominación, alienación y asimetría de estructuras políticas, injusticia social, exclusión cultural y marginación geopolítica. En los últimos años, un gran número de publicaciones de las ciencias sociales –especialmente en América Latina- dan testimonio de este nuevo enfoque de analizar la “colonialidad” existente y del proceso de “descolonización” en la era de la globalización neoliberal.[15]

En estos trabajos, se intenta hacer una lectura crítica de la “colonialidad” latinoamericana en torno a las tres categorías de raza (lo “étnico”), trabajo (lo “económico”) y género (lo “social”), siempre bajo la hermenéutica de sospecha del eurocentrismo, capitalismo y androcentrismo vigentes en el proyecto actual de la globalización neoliberal.

Según Aníbal Quijano, la idea de raza se encargó de otorgar legitimidad al tipo colonial de relaciones de dominación en la medida en que “naturalizaba las experiencias, las identidades y las relaciones históricas de la colonialidad” (Quijano 2000b: 243). Gran parte de las repúblicas del continente lograron la “independencia” formal de la Colonia gracias a una constitución racista por parte de una minoría criolla, reemplazando el colonialismo “clásico” por un colonialismo republicano interno.

12 La filosofía latinoamericana ha intentado analizar la condición de “colonialidad” bajo las categorías de ‘autenticidad’, ‘alienación’, ‘anatopismo’ y ‘descentramiento’ –sobre todo en la tradición del existencialismo- y de ‘centro’ y ‘periferia’ en la tradición liberacionista. La ‘colonialidad’ puede resumirse, en este sentido, como el veredicto de Hegel sobre América Latina: “Lo que aquí sucede hasta el momento, es sólo el eco del Viejo Mundo y la expresión de una vitalidad foránea…”[16].

Sólo que el “Viejo Mundo” ya no esté presente en forma del poder colonial español o portugués, sino como introyecto mental de las élites criollas y “centro” económico-político en las mismas periferias. Y esto es a la vez la expresión más nítida de la postura eurocéntrica de la originalidad de la filosofía occidental-europea y de la condición mimética de cualquier otra filosofía. Sin embargo, la ‘colonialidad’ va mucho más allá de lo que quiere decir “inautenticidad” o “dependencia”.

13 Al igual que el androcentrismo y patriarcalismo, el colonialismo y occidentalismo establecen una suerte de interdependencia asimétrica o complementariedad vertical, tal como Hegel lo había expuesto en su famosa dialéctica de amo y esclavo. El pensamiento colonizado existe gracias al pensamiento colonizador y legitima éste como su sustento.

La ‘colonialidad’ refleja una epistemología de sujeto (activo) y objeto (pasivo) que puede reproducirse en los niveles de subalternidad: en el ‘colonialismo interno’, el poder colonial de antes (“Europa”) ya no necesita imponer sus ideas, las relaciones de poder que se orientan en características de raza y género, sino que el ‘poder satelital’, la nueva burguesía políticamente independizada, se encarga de mantener y perpetuar el mismo orden colonial.

14 El análisis filosófico de la ‘colonialidad’ del pensamiento, de la ‘academicidad’ del saber, del ‘androcentrismo’ de sus categorías y conceptos directivos, y de la falsa ‘universalidad’ de sus pretensiones no es suficiente, si no plantea al mismo tiempo la cuestión de poder.

Este tiene muchos rostros y se realiza a través de caminos que a menudo son considerados reivindicaciones de movimientos sociales, una izquierda política y un discurso revolucionario, y no simplemente de una derecha recalcitrante e imperialista. Por lo tanto, es de suma importancia que las ciencias sociales y la filosofía críticas no se conviertan en “tontos útiles” de una globalización con etiqueta ‘intercultural’, “plural” y “posmoderna”, un vehículo inconsciente y tal vez inocente de la estrategia de un nuevo “globalcentrismo”[17] capitalista bajo el manto de la diversidad, inclusión y el respeto de la etnicidad.

Incluso la filosofía intercultural que desde sus orígenes tenía el afán de desvelar y cuestionar los múltiples centrismos culturales (o monoculturalismos) y de plantear una universalidad basada en el polílogo multifacético de actores y actoras, puede convertirse en víctima de la ingenuidad de la “celebración posmoderna” de la diversidad y de los diferentes tipos de “indianidad”, “indigenismo” y “romanticismo”.[18]

15 El discurso de la “descolonización” e “interculturalidad”, tal como se lo percibe en los documentos del Estado y de los movimientos indígenas y sociales en Bolivia, es una muestra de este peligro. Los recientemente creados Vice-Ministerios de “Descolonización” e “Interculturalidad”, ambos partes del Ministerio de Culturas (creado como tal en base a la nueva Constitución Política del Estado), -más allá de la buena voluntad y de representar una señal política- no realmente están a la altura del desafío y no son conscientes de la magnitud de la empresa que se le ha asignado.

Mientras que el Vice-Ministerio de Interculturalidad tiene las dos direcciones de “Patrimonio” y “Promoción Cultural”, el de Descolonización tiene como vertientes la “Administración Pública Plurinacional” y “Lucha contra la Discriminación y el Racismo”. Sin menospreciar el gran esfuerzo de introducir al debate público estos temas tan urgentes y polémicos, hay que advertir una cierta tendencia “culturalista” y “etnicista” en la comprensión y recepción de ‘descolonización’ e ‘interculturalidad’.[19]

16 Esta impresión aún se confirma al analizar la nueva Constitución Política del Estado (2009) en la que abunda la terminología intercultural (26 veces) y descolonizadora (2 veces). Aparte de declaraciones de intención sobre el tipo de Estado y sociedad, los conceptos de ‘interculturalidad’ y ‘descolonización’ se refieren sobre todo al campo de la educación en general (art. 17, 18, 30, 78, 79, 80, 91), universidad (art. 93, 95), comunidades (art. 3, 100, 218, 394, 395) y al diálogo (art. 9, 79, 98).

No se los menciona respecto al régimen económico, la estructura política o el sistema judicial (salvo muy general en art. 178). Sin entrar en un análisis de fondo, parece que todavía se confunde la ‘interculturalidad’ con la ‘multiculturalidad’ (¿qué son realmente las “comunidades interculturales”?), y la ‘descolonización’ con una suerte de reconfiguración del universo simbólico y cultural (lenguas, religiosidad, espiritualidad, etnicidad). Por cierto que la actual Constitución Política del Estado es un avance muy significativo en comparación con la modificada de 1993 (que subraya el aspecto “multicultural” y “pluriétnico”) y a la de 1967 (que era todavía “colonial” en muchos sentidos). Sin embargo, refleja una postura un tanto “folclórica” y “culturalista” del proceso de descolonización y del desafío de la interculturalidad.

17 Ante todo da la impresión de que la “descolonización” fuera un logro y un estado que estuviera a la vuelta de la esquina y que se podría introducir e implementar mediante decreto, cambiando los nombres de las calles, los apellidos de las y los indígenas, exigiendo el bilingüismo a los funcionarios públicos o reemplazando en las fiestas públicas el culto católico por una waxt’a andina.[20]

Mientras que la matriz económica, política y social, pero sobre todo los esquemas mentales e introyectos psíquicos[21] quedan enraizados en mentalidades y estructuras coloniales, occidentocéntricas y neo-coloniales, la tan anhelada ‘descolonización’ se convierte en algo de maquillaje y de folclore, y el Vice-Ministerio correspondiente en una torre de marfil que deja intactas las verdaderas relaciones de poder. Puede incluso crear y alimentar la ilusión de que avancemos considerablemente en la dirección de una sociedad más justa e incluyente, mientras que la minoría económicamente pudiente puede seguir haciendo tranquilamente sus negocios millonarios.

De la colonialidad a la interculturalidad

18 Para no caer en la trampa que nos tiende el discurso posmoderno de la diversidad y la tolerancia, ni en la que se nos plantea al llamar a la buena voluntad de un “diálogo” y del “respeto”, la filosofía intercultural crítica nos podría ayudar a discernir conceptos y escenarios. Quisiera señalar en primer lugar que ni la descolonización ni la interculturalidad son entidades estáticas o fenómenos fácticos que se dan en una cierta sociedad y en un cierto momento de la historia. Se trata más bien de procesos siempre abiertos e inconclusos que requieren de un esfuerzo histórico de largo aliento y de un potencial “utópico”.[22]

En segundo lugar, hay que advertir que tanto la ‘descolonización’ como la ‘interculturalidad’ encuentran su fuego de prueba en el campo político, económico y social, aunque las experiencias de encuentros personales y de diálogos entre personas de procedencia étnica y culturalmente distinta sean muy valiosas. En tercer lugar, el discurso de la “inclusión” y del “diálogo” pueden invisibilizar estructuras de asimetría y hegemonía que son características de sociedades coloniales y no de pueblos en vía de emancipación y auto-determinación.[23]

19 Tanto la estrategia colonial como neocolonial han intentado, mediante innumerables intentos, subsumir al/a la otro/otra al proyecto hegemónico, empresa que siempre está destinada a la aniquilación de la alteridad. A lo largo de la historia, podemos distinguir tres tipos ideales (Idealtyp en sentido weberiano) de manejar la alteridad desde una perspectiva monocultural y hegemónica[24]: negación, asimilación e incorporación (con la “inclusión” como variante) de la alteridad. La esclavización de las africanas y los africanos, la conquista y el genocidio de las y los indígenas de América, la colonización de asiáticas y asiáticos sólo han sido posibles gracias a la negación teológica y filosófica de su “humanidad”.

Mientras que Bartolomé de las Casas (para mencionar un solo ejemplo) logró el reconocimiento tardío de la “animidad” –o por ende de la “humanidad”– de los llamados “indios” de Abya Yala, sostuvo al mismo tiempo la sub-humanidad (o “animalidad”) de las y los esclavos/as africanos/as.[25]

20 La negación de la “humanidad” de la otra y del otro pasó por la humillación cultural, sexual y religiosa, llamándole “bárbaro”, “pagano”, “moro”, “indio” o “negro”. Mientras los pueblos europeos en la Antigüedad han sido llamados “bárbaros”, una vez “civilizados” y capaces de conquistar y subyugar a otros pueblos, los (anteriormente “bárbaros”) europeos transferían este título despectivo a aquellos (aunque no llevaban barbas).

Juan Ginés de Sepúlveda, después de “haber descubierto a un indio salvaje, sin ley ni régimen político, errante por la selva y más próximo a las bestias y a los monos que a los hombres”, escribe en su obra Democrates Alter: “Compara estas dotes de prudencia, ingenio, magnanimidad, templanza, humildad y religión de los españoles con las de esos hombrecillos en los que apenas se puede encontrar restos de humanidad, que no sólo carecen de cultura sino que ni siquiera usan o conocen las letras ni conservan monumentos de su historia sino cierta oscura y vaga memoria de algunos hechos consignada en ciertas pinturas, carecen de leyes escritas, y tienen instituciones y costumbres bárbaras”.[26]

21 Lo mismo ocurrió con la población africana, las y los musulmanes/as y las y los asiáticos/as. El primer acto en el “encuentro” ha sido a menudo una “deshumanización” de la otra y del otro[27], para consolidar y fortalecer la “humanidad” de uno/a mismo/a y de la civilización a la que pertenece. Dentro del paradigma occidental, ocurrió algo parecido con las mujeres, los niños y las personas con una discapacidad física y/o psíquica (llamadas hoy “personas con capacidades distintas”). El reconocimiento pleno de su “humanidad” es un logro relativamente reciente.

22 Una vez admitido y reconocido que la otra y el otro son “humanos”, tal como nosotros/as, viene el proceso de asimilación forzada, a través de un imperialismo económico, educativo, religioso y cultural: la otra y el otro es “humano/a” en la medida en que se asemeja a los estándares de la “humanidad” europea y que se inserta a la economía colonial.

Empieza entonces un proceso gigantesco y sistemático de “conversión” civilizatoria, de “circuncisión helénica”[28], de “andromorfización” de la mujer, de “occidentalización” del idioma nativo, de “cristianización” de costumbres religiosas, de la “racionalización” de las cosmovisiones indígenas consideradas “irracionales”, pero sobre todo de la “subalternización” de la economía autóctona a la colonial y neocolonial.

23 Sólo quien pudiera adaptarse al ideal semita-griego del varón blanco erudito indogermánico adulto[29], podría ser llamado plenamente “humano” o “humana”. Este ideal occidental de lo “humano” domina hasta hoy día en lo que se considera las “humanidades” (humanitas) y los esquemas mentales de superioridad y de blancura. Este proceso de asimilación cultural y civilizatoria ha impregnado generaciones de intelectuales latinoamericanos/as, africanos/as y asiáticos/as quienes han pasado por el ojo de la aguja de la “occidentalización”, “androgenización” y el «blanqueamiento», para encontrarse en un “anatopismo” cultural y filosófico total[30].

Sólo quien contribuye a la economía globalizada y a la prosperidad del “Norte”, puede ser llamado un actor económico de verdad y es merecedor de las “bondades” del mercado que caen como un fallout (resultados colaterales) de la abundancia en el Norte sobre las y los “asimilados/as” del Sur.

24 La incorporación –una suerte de canibalismo intelectual– es el acto final de la eliminación de la alteridad y la prueba histórica de la «universalidad» de la concepción occidental del “ser humano”. En la filosofía hegeliana no sólo culmina y se “conserva” (aufheben) la razón occidental y la religión cristiana, sino la humanidad como tal. El proceso totalizador ha llegado a su fin y destino, en el reconocimiento global de que el espíritu europeo (y posteriormente nor-atlántico) es realmente el Espíritu Absoluto. La dialéctica de la negación, asimilación e incorporación, proyecto de la modernidad europea, llega a su plenitud en la ejecución real del proyecto de la extensión globalizada del paradigma civilizatorio occidental, mediante la red de las redes y su telaraña mediática, o en su defecto, mediante las armas y la mercancía.[31]

25 Una variante de esta “incorporación” es la inclusión de los pueblos indígenas, sectores empobrecidos y marginados en el proyecto de la modernidad, la democracia formal y el mercado globalizado. El discurso de la ‘inclusión’, que a primera vista parece emancipador e intercultural, parte de una premisa de asimetría y dominación y de una actitud patriarcal y asistencialista. En el proceso de la inclusión siempre hay un sujeto activo que “incluye” y un objeto más o menos pasivo que es “incluido”. La meta de este proceso es una sociedad basada en un proyecto exógeno de ‘desarrollo’, ‘civilización’ y ‘bienestar’ que se traduce en la actualidad en términos de ‘modernidad’, ‘tecnología’, ‘participación y ‘consumo’.

26 Desde la Revolución Nacional de 1952, el discurso de la ‘inclusión’ en Bolivia ha sido el dominante y fue acompañado por esfuerzos de ampliar la escolaridad entre la población indígena y el acceso a las “bondades de la modernidad occidental”. “Incluir” era sinónimo de “desarrollo”, y éste a su vez de “modernización” y participación en la “civilización”.

Por lo tanto, esta política de ‘inclusión’ ni supera la colonialidad sino la ahonda, ni es intercultural, sino que sigue en el marco de la monoculturalidad occidental o criollamestiza.

La definición de la identidad boliviana, a partir de su condición del mestizaje –lo que ocurrió también a nivel latinoamericano[32]– trataba de subsumir otras identidades étnicas y culturales bajo una categoría ‘colonial’ y no con la perspectiva de una ‘descolonización’ profunda.

27 La filosofía intercultural crítica y liberadora presupone el proceso de esta ‘descolonización’, y la induce a la vez. Lo presupone en el sentido de la toma de conciencia de la ‘colonialidad’ de estructuras, relaciones de poder, valores, introyectos, esquemas mentales y el régimen jurídico, y lo induce como una conditio sine qua non de la interculturalidad.

Una filosofía intercultural crítica parte de la constatación de una asimetría[33] entre culturas, de la hegemonía de ciertas culturas sobre otras (en el caso actual: la hegemonía de la “cultura” occidental globalizadora neoliberal), de relaciones de poder dentro de las culturas y de la asimetría de las relaciones de género dentro y entre culturas.

Este hecho tiene que ver con lo que venimos denominando la “colonialidad”, sea en sentido económico y político, o sea en sentido cultural y de género. El androcentrismo no es estructuralmente del todo distinto al etnocentrismo: en ambos casos se trata de una ideología de superioridad y de dominación que pretende imponer los propios criterios (étnico-culturales, respectivamente masculinos) a la parte subalterna.

28 Una interculturalidad (y un “diálogo intercultural”) que no toma nota de esta situación de poder y asimetría, va ser cooptada e instrumentalizada rápidamente por el poder hegemónico y la “cultura” dominante, con el resultado de su “incorporación” al discurso dominante. Hoy en día, también se habla de “interculturalidad” en las oficinas del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y de los G-8, pero también en los círculos de los yuppies posmodernos. Hay que cuidarse mucho de no llegar a ser el instrumento “incluyente” e “incluido” de un discurso que, en realidad, excluye.

De la interculturalidad a la justicia social

29 La Filosofía de la Liberación latinoamericana se desarrollaba partiendo de un análisis crítico de la realidad socio-económica de los pueblos de este continente y asumió, sobre la base de la Teoría de la Dependencia y la Teología de la Liberación, una postura emancipadora y liberadora. Aunque el discurso de la ‘descolonización’ no jugaba un papel predominante, está presente en forma implícita en el modelo de “centro y periferia”, como también en el método analéctico.[34]

En contraste con la ‘ética del discurso’ (Apel, Habermas), la ‘ética liberadora’ siempre planteaba la asimetría y las relaciones de poder en cualquier discurso entre ‘centro’ y ‘periferia’.[35]

30 La Filosofía Intercultural no es nada homogénea ni uniforme en sus planteamientos, métodos, contextos y objetivos. Ha surgido, por un lado, como una expresión filosófica de la ‘ola culturalista’ e ‘indigenista’, a partir de los 1990, pero, por otro lado, también como una evolución genuina de la clásica Filosofía de la Liberación. Trataba de introducir al debate filosófico el aspecto de la “culturalidad” de todo pensar, de someter a una crítica profunda todo tipo de ‘etnocentrismo’ y ‘universalismo’ monocultural, pero también de poner una base filosófica a la convivencia humana y ecológica.

Hay vertientes de la Filosofía Intercultural que se aproximan más a los planteamientos posmodernos de la ‘diversidad’, ‘diferencia’ y ‘pluriculturalidad’ (una “interculturalidad estética”), pero también hay otras que apuntan a una convergencia entre el planteamiento liberacionista y el tema de la ‘descolonización’ mental, filosófica y de género (una “interculturalidad crítica y emancipadora”).

31 Una interculturalidad como herramienta crítica y emancipadora tiene que apuntar a una reflexión en torno a los grandes parámetros del pensamiento crítico: clase social, identidad (y diversidad) cultural-religiosa y género. El tema de ‘clase social’ o –en términos menos marxistas- de desigualdad y exclusión hoy en día ya no puede ser abordado de manera profunda, si no se va más allá de las categorías sociológicas clásicas (‘clase’, ‘pueblo’, ‘proletariado’, etc.).

Gran parte de la población del planeta ya no tiene, en la terminología de Franz Hinkelammert, el “privilegio de ser explotados/as”, porque no forman parte del “sistema mundo” del capitalismo neoliberal tardío, sino que están fuera de la dialéctica de capital y trabajo y sobreviven como lumpen excluidos/as y masa de sobra. Esta exclusión se traduce también en términos de ‘culturas’ (en el sentido étnico y civilizatorio) y género. Las y los pobres y excluidos/as tienen –en su mayoría- tez oscura y sexo femenino.

32 En los tres grandes temas mencionados, el “colonialismo” (en un sentido muy amplio de ‘subalternización’) se ha incrustado de manera muy profunda. Respecto al aspecto socioeconómico, este ‘colonialismo’ se suele llamar ‘globalización neoliberal’, con las consecuencias de un ‘mundo de los dos tercios’ (llamado también “Tercer Mundo”), la pobreza, el hambre (según datos de las NN. UU., el número de hambrientos en el mundo ha pasado la cifra ‘mágica’ de mil millones), la exclusión y la depredación del planeta.

Respecto al aspecto cultural y civilizatorio, el tipo de ‘colonialismo’ es denominado ‘etnocentrismo’, ‘imperialismo cultural’, ‘etnocidio’, ‘etnofagia’ o simplemente ‘racismo’.

Respecto al ‘colonialismo’ en clave de género, lo conocemos bajo los nombres de ‘patriarcado’, ‘machismo’, ‘sexismo’, ‘androcentrismo’ y ‘misoginia’.

33 Una filosofía intercultural crítica y liberadora debe desarrollar una crítica que toma en cuenta las tres variables de ‘clase social’, ‘cultura/etnia’ y ‘género’.[36] No resulta nada fácil conjugar una teoría intercultural que articule estos tres campos principales de subordinación, dominación y violencia estructural. Hasta el momento de hoy día, las ciencias sociales (incluyendo a la filosofía) han tratado de abordar los temas señalados por caminos separados, estableciendo una jerarquía de importancia y prioridad entre ellos.[37]

Es consabido el debate interminable sobre la “contradicción principal” (entre las clases sociales, respectivamente entre capital y trabajo) y la “contradicciones subalternas” (la cuestión “nacional”; la emancipación femenina; la ecología) en sectores de un marxismo dogmático. Lo mismo se puede apreciar en estudios sobre “género” y círculos feministas, como también en teorías interculturales sobre “etnocentrismo” e imperialismo cultural, sólo que el orden jerárquico se invierte.

34 Lo que urge entonces es una reflexión que sabe articular el debate de ‘clase social’ (económico-sociológico) con el debate de ‘equidad de género’, crítica del androcentrismo y sexismo (sociológico-psicológico-filosófico), y éstos dos con el debate sobre ‘cultura’ y ‘etnia’ (antropológico-filosófico-político). Una filosofía intercultural en clave ‘culturalista’ o ‘posmoderna’ (digamos light) se limita al tercer tipo de debate, sin considerar la cuestión de género y de clase social. Lo mismo ocurre con ciertas teorías monodisciplinarias sobre género y clase social. El concepto de la ‘descolonización’ –en un sentido amplio- nos podría ayudar a construir una teoría filosófica intercultural crítica.

Justicia social, equidad de género e interculturalidad

35 Las asimetrías socio-económicas, de género y de culturas (incluyendo ‘civilizaciones’) atraviesan la vida contemporánea de muchas maneras y están a punto de producir un colapso definitivo de la vida en este planeta. A estas alturas, me parece un debate demasiado académico el de tratar de determinar cuál de las tres desigualdades tiene prioridad y merece ser abordada con más prematura que otras. Hay que pensar las diferentes problemáticas en forma sistémica e interdisciplinaria (y hasta transdisciplinaria), partiendo de una presuposición holística, tal como se nos presenta la Teoría del Caos.[38]

Para aportar a una teoría articuladora, aunque abierta y flexible, quisiera plantear algunos principios como vectores directivos.

a. No existe un verdadero diálogo intercultural, si no se plantea al mismo tiempo la cuestión de las asimetrías económicas y ‘(neo-) coloniales’. La situación de ‘laboratorio’ de un diálogo en la mesa verde, entre representantes de culturas dominantes y subalternas, entre ‘colonizadores’ y ‘colonizados’, no puede prescindir de plantear la cuestión de poder, de la subalternización y dominación, tanto en el pasado como en el presente. Este tema debe ser un punto explícito de debate[39], antes de “encontrarse” en un supuesto inter más o menos equilibrado.

b. No existe un verdadero diálogo intercultural, si no se plantea al mismo tiempo la cuestión de la desigualdad entre los sexos, la discriminación por el género y el sexismo en sus diferentes formas (machismo, misoginia, androcentrismo). La desigualdad de género es un reflejo de una ‘colonialidad’ simbólica y real ejercida por el sexo masculino, a través de relaciones de trabajo, de propiedad, de valores, de conceptos, de teorías y de representaciones religiosas.[40]

c. No existe una verdadera teoría social crítica emancipadora, si no plantea a la vez la cuestión de las asimetrías culturales y civilizatorias, incluyendo a la llamada “cultura del mercado” como la mono-cultura dominante de la actualidad. El imaginario simbólico y cultural ejerce un poder real en la configuración del “sistema mundo”, por lo que requiere de una deconstrucción intercultural crítica y profunda.[41]

d. No existe una verdadera teoría social crítica emancipadora, si no plantea a la vez la cuestión de la injusticia de género, la discriminación social, económica y cultural de la mujer. La cuestión de la división del mundo en Norte y Sur, en ricos/as y pobres, incluidos/as y excluidos/as, atraviesa de manera escandalosa la cuestión de las relaciones de género.[42]

e. No existe una verdadera equidad de género, si no se toma en cuenta las representaciones sociales y económicas de la discriminación de la mujer. Las luchas por la equidad de género entre varones y mujeres tiene que incluir la lucha por la justicia social y la eliminación de la escandalosa brecha entre ‘(neo-) colonizadores/as’ y ‘colonizados/as’, entre las y los que tienen y las y los que ni tienen para venderse.[43]

f. Por último, tampoco existe verdadera equidad de género, si no se plantea a la vez las asimetrías culturales y civilizatorias, tanto en los esquemas mentales y estereotipos sobre roles de género, como en los imaginarios simbólicos, axiológicos y religiosos que fundamentan y perpetuán la desigualdad genérica. Si no se traduce culturalmente la equidad de género y la discriminación correspondiente, uno/a corre el peligro de partir de una concepción monocultural o hasta etnocéntrica de lo que es el ‘feminismo’ y la emancipación de mujer y varón.[44]

36 Para volver a mi tesis inicial: el discurso de la ‘interculturalidad’ –al menos en el contexto latinoamericano– sin una reflexión crítica sobre el proceso de ‘descolonización’ queda en lo meramente intencional e interpersonal, pero también al revés: un discurso político y educativo de la ‘descolonización’ no llega al fondo de la problemática, si no toma en cuenta un debate sobre los alcances y limitaciones de un diálogo intercultural. Habrá que agregar la urgencia de la crítica del androcentrismo en todas sus formas y el enfoque de género.

37 Si tomamos como ejemplo el supuesto caso de un “encuentro” entre un varón blanco adinerado (x) con una mujer indígena pobre, todos los aspectos de la ‘colonialidad’ (étnica, económica, de género) están presentes, sea en forma de dominación o de subalternidad: en la persona (x) se cruzan las líneas estructurales de poder económico, occidentocentrismo cultural y androcentrismo (aunque se trate de una persona consciente y muy abierta), y en la persona (y) las líneas estructurales de injusticia social, imperialismo cultural y discriminación sexual (aún si se trata de una persona militante y crítica).

Desenredar la complejidad de articulaciones de las tres variables o dimensiones, en clave de ‘descolonización’ e ‘interculturación’, es, más allá del encuentro o desencuentro concreto de las personas (“diálogo”), una tarea aún pendiente de una filosofía intercultural crítica y emancipadora.

BIBLIOGRAFÍA

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NOTAS

1. En el sentido que Boaventura de Sousa Santos da al término de un “posmodernismo celebratorio” (de Sousa Santos 2008: 17; 44).

2. A manera de ejemplo menciono a Boaventura de Sousa Santos quien plantea una “teoría crítica posmoderna” que asume la crítica posmoderna a una modernidad occidental, pero que a la vez rescata el potencial emancipador y crítico de esta misma modernidad. Para este fin, de Sousa Santos distingue una “posmodernidad celebratoria” de una “posmodernidad de oposición”. (de Sousa Santos 2008: esencialmente 41-45).

3. En el caso de la Nueva Constitución Política del Estado de Bolivia, la noción “intercultural” (respectivamente “interculturalidad”) aparece 26 veces, “colonialismo”, “neocolonialismo”, “descolonización” y “(neo-) colonial” 7 veces.

4. Al igual que respecto a la ‘filosofía posmoderna’, también referente a la ‘filosofía intercultural’ hay que discernir vertientes “culturalistas” (“etnológicas”) y “liberacionistas”. Las primeras plantean el tema del diálogo intercultural en términos de un encuentro con la alteridad cultural, sin mayor análisis previo de las condiciones históricas, sociales y políticas de intereses y poderes existentes, de asimetrías y de cuestiones socio-económicas de fondo. Las segundas se entienden como una evolución de la tradición liberacionista y crítica de la filosofía. Sin simplificar demasiado, las vertientes “culturalistas” se manifiestan más en los contextos europeo, norteamericano y africano, y las “liberacionistas” más en los contextos latinoamericano y asiático (con sus debidas excepciones).

5. Entre las publicaciones “clásicas” que tienen que ver con este tipo de ‘descolonización formal’, cabe mencionar: Bernstein, S. (1973). Teoría de la descolonización. Buenos Aires. Chamberlain, M. E. (1997). La descolonización. Barcelona: Ariel. Martínez Carreras, J. U. (1987). Historia de la descolonización (1919-1986). Madrid: Istmo. Moreno García, J. (1993). «La descolonización de Asia». En: Cuadernos del Mundo Actual. Historia 16, Madrid. Rifin, J. C. (1993). El imperio y los nuevos bárbaros: El abismo del Tercer Mundo. Madrid: Rialp.

6. Este tipo de referencias es, por supuesto, un anacronismo –los romanos ya tenían ‘colonias’– y una lectura demasiado miope y etnocéntrica, sólo por la coincidencia accidental del apellido español del conquistador con la raíz del término “colonia”. El nombre original del navegante de Génova era Cristoforo Colombo (italiano) o Christophorus Columbus (latín), con la variante de Christophorus Colonus.

7. Cultum es el participio perfecto de colere (“lo cultivado”; “lo labrado”), del cual se deriva cultura, cultus (“cultivado”; “culto”) y agricultura; mientras que colonia, colonus (“labrador”; “agricultor”) y colonatus (“labrado”; “cultivado”; “rural”) se derivan del infinitivo (colere).

8. Mientras que el campo semántico de “cultura” se relaciona con el ámbito rural (“cultivar la tierra”), el de “civilización” se asocia con el ámbito urbano del civis (“ciudadano”) de la polis griega y de la urbe romana.

9. Uno de los ejemplos es la “colonización islámica” de parte del África, de la península hispana y de partes de la Asia. Otro sería la expansión del imperio mongol (s. XIII) y de los imperios de Babilonia, Asiria y Persa (primer y segundo milenio a.C.).

10. El comité de Descolonización de las Naciones Unidas considera, en 2007, que existen todavía 16 territorios con características coloniales: Anguila, territorio británico de ultramar; Bermudas, territorio británico de ultramar autónomo; Gibraltar, territorio británico de ultramar autónomo; Guam, territorio no incorporado de los Estados Unidos, autónomo; Islas Caimán, territorio británico de ultramar autónomo; Islas Malvinas, territorio británico de ultramar, reclamado por la Argentina; Islas Turcas y Caicos, territorio británico de ultramar autónomo; Islas Vírgenes Británicas, territorio británico de ultramar autónomo; Islas Vírgenes de los Estados Unidos, territorio no incorporado de los Estados Unidos, autónomo; Montserrat, territorio británico de ultramar autónomo; Nueva Caledonia, colectividad territorial francesa; Pitcairn, territorio británico de ultramar; Sáhara Occidental, territorio anexado por Marruecos (considerada parte integral de su territorio); Samoa Americana, territorio no incorporado de los Estados Unidos; Santa Helena, territorio británico de ultramar; Tokelau, territorio neozelandés de ultramar. A éstos hay que agregar territorios anexados de facto, tal como Hawái y Puerto Rico (EE.UU.), Rapa Nui o Isla de Pascua (Chile), Irian Jaya o Papúa Occidental (Indonesia), Cachemira (India), etc.

11. En este contexto es revelador que los mapamundi clásicos no sólo “inflan” la parte norteña del globo terráqueo (al colocar el ecuador por debajo de la mitad), sino que inciden en la inconsciencia colectiva al colocar el Sur abajo y el Norte arriba, asociando “arriba” con “superior” y “abajo” con “inferior”.

12. Víctor Andrés Belaúnde (1889-1966) acuñó en sus Meditaciones Peruanas el término “anatopismo” para resaltar el carácter des-contextualizado del pensamiento latinoamericano que simplemente “trasplanta” la filosofía occidental al suelo (topos) americano, sin tomar en cuenta la propia realidad y el contexto específico de América Latina. Véase: Estermann, Josef (2003). “Anatopismo como alineación cultural: Culturas dominantes y dominadas en el ámbito andino de América Latina”. En: Fornet-Betancourt, Raúl (ed.). Culturas y Poder: Interacción y Asimetría entre las Culturas en el Contexto de la globalización. Bilbao: Desclée de Brouwer. 177-202.

13. Véase al respecto: Viaña 2009: especialmente 15ss. y 143 ss.

14. Este término resalta la dialéctica espacial y temporal entre “culturas”: una cultura actual concreta resulta de múltiples procesos de enriquecimiento mutuo entre tradiciones distintas (inter) y de transformaciones históricas (trans) en el seno de una misma cultura.

15. Véase: Quijano, Aníbal (2000a). “Colonialidad del poder: Cultura y conocimiento en América Latina”. En: Mignolo, Walter (comp.). Capitalismo y geopolítica del conocimiento: El eurocentrismo y la filosofía de la liberación en el debate intelectual contemporáneo. Buenos Aires: Ediciones del Signo. 117-131.

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Mignolo, Walter (2009). Historias locales/diseños globales: Ensayos sobre los legados coloniales, los conocimientos subalternos y el pensamiento de frontera. Bogotá: Instituto Pensar/Centro Editorial Javeriana.

16. “Was bis jetzt sich hier ereignet, ist nur der Widerhall der Alten Welt und der Ausdruck fremder Lebendigkeit…”; Hegel 1979: 114.

17. El término “globalcentrismo” (globalcentrism) fue acuñado por Fernando Coronil (Coronil 2000).

18. El discurso “intercultural” ha sido cooptado por actores y sujetos de muy diferente índole: las instituciones representativas del capitalismo neoliberal (Fondo Monetario, Banco Mundial, G-8), los medios de comunicación globalizados, el altermundialismo, los movimientos sociales, las organizaciones indígenas.

19. “El Viceministro de Descolonización, Roberto Choque Canqui, argumentó que ‘el proceso de descolonización consiste en la recuperación de la identidad étnica, social, política, cultural, económica de los pueblos y naciones originarias […] para superar esa imagen de colonizados’” (http://200.87.127.215/unoticias/index.php?option=com_content&task=view&id=818&Itemid=1).

Maria Esthela Vargas Gareca “como Viceministra de Interculturalidad reconoce lo amplio y variado de nuestra riqueza cultural por lo que desde su cargo, plantea rescatar, valorar y difundir nuestra vasta herencia nacional, en primera instancia para hacerla conocer entre nosotros como Bolivianos para así aprender a apreciar lo nuestro y empezar a respetar nuestras diferencias, para después poder mostrar al mundo quienes somos y de donde venimos.” (http://www.boliviaentusmanos.com/agendacultural/articulo.php?nota=12220.

20. Por cierto que estos cambios son, en el plano simbólico, muy significativos y producen reacciones a menudo muy apasionadas y hasta violentas. Sin embargo, el reemplazo del Te Deum católica por un ritual andino (waxt’a) conlleva, en un Estado laico, otro “Estado confesional”, privilegiando una expresión religiosa-espiritual sobre otra.

21. Según la teoría psicoanalítica, el “introyecto” es la aceptación de las proyecciones del otro. Mediante el mecanismo de la introyección incorporamos dentro de nosotros mismos patrones, actitudes, modos de actuar y de pensar que no son verdaderamente nuestros. El introyector depende de los otros para establecer sus propias normas, valores y actitudes. En términos menos psicoterapéuticos, se trata de esquemas mentales no cuestionados, prejuicios y estereotipos que configuran nuestro imaginario moral, cultural y de género.

22. La abolición de la “utopía” como meta narrativa moderna, por la filosofía posmoderna, es una de las razones por la que el potencial emancipador de la ‘descolonización’ e ‘interculturalidad’ no están presentes en los planteamientos del “pensamiento débil” y de un posmodernismo celebratorio.

23. Llama la atención que también sociedades hegemónicas y monoculturales como las occidentales llaman a la “inclusión” de las minorías y a la “integración” de los grupos alóctonos; el discurso de “diálogo” incluso es fomentado por grupos de choques y sociedades muy intolerantes, prácticamente como medio de negociación con y pacificación de la alteridad cultural y religiosa.

24. En esta parte sigo las ideas que expuse en: Estermann, Josef (2008). “Das Humanum in interkultureller Perspektive: Das Warum und Wozu des interkulturellen Dialogs zur ‘anthropologischen Frage’”. En: Fornet-Betancourt, Raúl (ed.). Menschenbilder interkulturell: Kulturen der Humanisierung und der Anerkennung – Concepts of Human Being and Interculturality: Cultures of Humanization and Recognition – Concepciones del Ser Humano e Interculturalidad: Culturas de Humanización y Reconocimiento [Documentación del VII Congreso Internacional de Filosofía Intercultural]. Concordia – Reihe Monographien. Vol. 48. Aachen: Mainz-Verlag. 313-326; especialmente 315ss. La versión en español aún no fue publicada.

25. [25] Independientemente de la grandeza intercultural y el espíritu de respeto que tenía Bartolomé de las Casas (y por ello es denominado «Defensor de los Indios»), el reconocimiento pleno de la «humanidad» de las y los indígenas de Abya Yala fue motivado fuertemente por su afán misionero y evangelizador. A una «bestia» que no tiene alma, no se le puede bautizar; por lo tanto, Bartolomé de las Casas ha luchado por el reconocimiento de la «animidad» (que tengan alma) de los «indios». La diferencia que hizo entre éstos y los esclavos africanos (que no tienen alma) traídos a la fuerza de su tierra lejana, obedece a esquemas mentales «racistas» o incluso a argumentos económicos promovidos por la Corona española.

26. Juan Ginés de Sepúlveda (1490-1572/3), historiador y eclesiástico español, cronista de Carlos V, asumió la contraposición tradicional en la disputa con Bartolomé de Las Casas sobre la legitimidad de la Conquista y el sometimiento de los “indios” a la esclavitud. La cita de Juan Ginés de Sepúlveda es tomada de: Pereña, Luciano (1992). “El Proceso a la Conquista de América”. En: Robles, Laureano (ed.). Filosofía iberoamericana en la época del Encuentro. Madrid: Trotta. 193-222. 209.

27. Según Emmanuel Lévinas, no es posible (éticamente) matar a una persona humana, si se le encuentre verdaderamente cara-a-cara, eso quiere decir que sólo podemos matar a otra persona cuando la deshumanizamos y despersonalizamos antes de este acto de violencia. Y esto significa que siempre hay un «asesinato simbólico», antes del «asesinato real». En los enfrentamientos bélicos, se procura denigrar y deshumanizar al enemigo de tal manera que matarle ya no resulta un acto en contra de la humanidad, sino un «daño colateral» o una «eliminación» de «elementos» peligrosos.

28. Esta expresión (polémica) se refiere a la rendición de San Pablo ante las filosofías del helenismo, después de haber sido victorioso en su lucha contra la “circuncisión judaica”, en su disputa con San Pedro. Es parte de la tragedia de la historia del cristianismo de que la proclamada “circuncisión interior” por el Espíritu (Rm 2: 29) para llevarnos a la libertad en Cristo, se ha convertido poco a poco en una sumisión intelectual al paradigma filosófico del helenismo.

Consecuencias tangibles de esta “circuncisión intelectual” son (entre otros) el fuerte dualismo metafísico y antropológico, el desprecio por la sensitividad, la corporeidad y la mundaneidad, las distintas formas de sexismo y racismo, y un latente determinismo teológico.

29. [29] En el contexto norteamericano, se habla del WASP (White Anglo-Saxon Protestant: «persona Blanca Anglo-Sajona y Protestante») como ideal del ciudadano estadounidense.

30. Víctor Andrés Belaúnde (1889–1966) acuñó en sus Meditaciones Peruanas el término “anatopismo” para resaltar el carácter des-contextualizado del pensamiento latinoamericano que simplemente “trasplanta” la filosofía occidental al suelo (topos) americano, sin tomar en cuenta la propia realidad y el contexto específico de América Latina.

31. Francis Fukuyama aplica esta dialéctica hegeliana al modelo uni-polar del mundo, después de 1989. El «fin de historia» que propone, sólo será para los happy few, los pocos felices que han logrado resolver las «contradicciones» en una apokatástasis (recuperación total) totalizadora del mercado neoliberal y consumidor, mientras que la gran mayoría de la humanidad ni han logrado entrar a esta «historia». El planteamiento de Fukuyama y los teóricos de la escatología neoliberal plantean nuevamente una dicotomía antropológica, esta vez entre las personas que lograron subir al tren de la globalización (los «humanos» en sentido pleno) y los que se quedaron fuera (los «sub-humanos» y víctimas de la globalización).

32. Al respecto hay que pensar en un filósofo tan eminente como Leopoldo Zea quien intentó definir la “identidad latinoamericana” en términos del mestizaje y de la latinidad.

33. Quizás el concepto de ‘asimetría’ resulte demasiado light, al tratarse de situaciones de opresión, subyugación, etnocidio y exterminio. Es un concepto meramente formal (“nosimétrico”) que no dice nada sobre las causas y efectos de tal desequilibrio.

34. Véase al respecto: Dussel 1977: 186ss.

35. Respecto al debate entre la ‘ética del discurso’ (Apel) y la ‘ética liberadora’ (Dussel), véase las publicaciones de los Seminarios de Diálogo Norte-Sur que se llevan a cabo desde 1989, editadas por Raúl Fornet-Betancourt, y un análisis crítico de los mismos por Juan Antonio Senent de Frutos (Senent 2004). Filosofía para la Convivencia: Caminos de Diálogos norte-sur. Sevilla: MAD.

36. En comparación con la ‘Teoría crítica” (Escuela de Fráncfort), se trata de una teoría crítica tridimensional en la que no se subordina una dimensión a otra (tal como en la teoría marxista clásica). El tema de la ‘ecología’ podría ser una cuarta dimensión, aunque también se lo puede abordar desde cualquier de las tres dimensiones mencionadas.

37. Esta jerarquía depende del enfoque principal, pero en la teoría “clásica”, las cuestiones de género y cultura (o “naciones”) siempre han sido subordinadas a la cuestión de ‘clase’ y de la lucha de clases. En la teoría feminista, podemos apreciar otro tipo de jerarquización (subsumiendo la cuestión socio-económica a la de género), y en las teorías ‘culturalistas’, las cuestiones de clase y de género son subordinadas a la cuestión de las identidades culturales.

38. Sólo que no se asume el relativismo epistémico, axiológico y ético inherente a ciertas vertientes de la Teoría del Caos.

39. En otras palabras: las condiciones de la interculturalidad deben ser tema del mismo diálogo intercultural.

40. Más allá de una teoría “feminista” en sentido clásico, se requiere de una profunda deconstrucción crítica del androcentrismo conceptual, epistémico, axiológico y ético.

41. Esto significa que la filosofía intercultural no trata solamente de “culturas” en un sentido común (etnias; identidades; naciones), sino en sentido metafórico y transversal (“cultura de la muerte”; “cultura de consumo”; “cultura de mercado”; sub-culturas; etc.).

42. La “femineidad” de la pobreza y exclusión constituye un hecho que atraviesa fronteras culturales y civilizatorias.

43. La emancipación de la mujer (y del varón) no puede prescindir de la lucha por la justicia social, si no se quiere llegar a replicar las relaciones de poder entre miembros del mismo sexo (ama de casa y empleada, por ejemplo).

44. Una primera muestra de ello es la “diferenciación cultural” del feminismo y de la lucha por la equidad de género, entre, por ejemplo, un feminismo occidental y un feminismo autóctono andino.

RESÚMENES

En este pequeño ensayo se replantea el debate respecto al tema enunciado en el título en perspectiva de una filosofía intercultural crítica y liberacionista, buscando clarificar los conceptos involucrados y discernir entre posturas más o menos “ingenuas” o “celebratorias”1 de la interculturalidad/descolonización, por un lado, y posturas “críticas” y “emancipadoras”, por otro lado. Estamos en un punto histórico en el que el discurso de la “interculturalidad” y “descolonización” sufre un proceso de desgaste y cooptación por parte del modelo hegemónico monocultural y globalizador en sentido de un imperialismo cultural occidental y de una posmodernidad en clave consumista.


¿Por qué volvió a ganar el MAS? Lecturas de las elecciones bolivianas (Nueva Sociedad)

El triunfo del binomio Luis Arce-David Choquehuanca en primera vuelta, con más de 50% de los votos, acabó abruptamente con muchos de los análisis vertidos durante toda la campaña y le permite al Movimiento al Socialismo (MAS) volver al poder a solo un año de haber sido ejecutado por unas movilizaciones combinadas con un motín policial y, finalmente, el aval de las Fuerzas Armadas.

¿Qué explica está victoria y el fracaso de la candidatura de centroderecha de Carlos Mesa? ¿Qué nos dice este proceso electoral, que logró desarrollarse en orden y con un rápido reconocimiento de los resultados, aún preliminares, por parte de todas las fuerzas políticas? Para responder a estas preguntas, Nueva Sociedad pidió la opinión de analistas e investigadores sociales, que proyectan sus miradas más allá y más acá de las elecciones del pasado 18 de octubre.

Pablo Ortiz (periodista)

Un año después de su caída, el MAS vuelve a ser el partido hegemónico de la política boliviana. Es el único realmente estructurado, con una militancia y un voto fidelizado, que resiste incluso la salida del escenario político de su máximo líder y fundador: Evo Morales.

La elección general de 2020 es la primera elección sin Evo Morales desde 1997 y es la primera votación que cumple con el referendo del 21 de febrero de 2016, que le dijo a Morales que no podía aspirar a una nueva reelección. Durante toda la campaña se había hablado del siguiente quinquenio presidencial como un ejercicio de transición antes de llegar al posmasismo, pero las urnas decidieron contradecir a los pronosticadores de la política y dictaron sentencia: no era el proyecto del MAS el que estaba agotado, sino el mando único, la repetición sin fin de la figura de Morales como presidente.

Luis Arce Catacora concluirá primero cuando se termine de contar los votos y habrá logrado entre seis y diez puntos más que Morales en las elecciones fallidas de 2019. Para eso necesitó algunas herramientas que lo llevaron a un triunfo con una ventaja insospechada.

La primera fue la estrategia correcta. Mientras que Carlos Mesa, Luis Fernando Camacho y otras fuerzas menores apostaron al clivaje MAS/anti-MAS (todos se presentaban como la mejor opción para que el anterior partido de gobierno jamás volviera), el MAS puso el acento en la crisis económica y la estabilidad como ejes de discurso y apostó a consolidar su voto duro como objetivo público número uno. El MAS desarrolló una campaña en los márgenes de las ciudades, con caminatas y concentraciones pequeñas, mezclando reuniones sindicales con conferencias académicas para alejarse de la imagen que predominó en la última campaña de Morales.

Arce y sus estrategas apostaron por las barrios alejados, por los pobres y los empobrecidos del coronavirus; por quienes pasaron de la pobreza a la clase media durante los 14 años de gobierno de Morales y volvieron a caer en la pobreza por el coronavirus; por la nostalgia que el agravamiento de la crisis (a principios de mayo, 3,2 millones de bolivianos no tenían lo suficiente para comprar alimentos, por culpa de la pandemia y la cuarentena) creó de los años de bonanza del MAS.

Para eso tuvo aliados involuntarios, ambos llegados desde el Oriente boliviano, las regiones del país que siempre se le resistieron a Morales. La primera «ayuda» fue la del gobierno de transición. El gobierno de Jeanine Áñez era leído como la continuación de la llamada «revolución de las pititas», la revuelta ciudadana que precedió al motín policial y la «sugerencia» de renuncia de la Fuerzas Armadas a Evo Morales. La presidenta, surfeando sobre los 100 días de luna de miel, se animó a lanzar su candidatura en enero pasado para unas elecciones que debían ser en mayo, y con ello destruyó las bases de su gobierno: un pacto no escrito entre todas las figuras del antievismo para asegurar una transición que finalizara con un partido distinto del MAS en el poder, y la colaboración de los dos tercios de diputados y senadores del MAS en la Asamblea Legislativa, que entendían que colaborando con Áñez llegarían antes a unas elecciones que los devolverían al poder.

Con el inicio de la campaña, cayó el coronavirus. Al tiempo que familiares y ministros de Áñez comenzaban a disfrutar de las ventajas del poder (aviones, fiestas), sus aliados de retiraban dejando un reguero de hechos de corrupción que destruyeron uno de los primeros mitos fundacionales del antievismo: ellos eran capaces de cometer los mismos actos de corrupción y abuso de poder que el MAS. El tiro de gracia a la popularidad de Áñez llegó en plena cuarentena: se compraron más de 100 respiradores de origen español que no solo se pagaron cuatro veces más de su precio de lista, sino que no servían para terapia intensiva. Así, los reemplazantes de los supuestos corruptos y fraudulentos no solo eran corruptos, sino también altamente ineficientes. En pocos meses, y en medio de la pandemia, cayó un ministro de Salud tras otro.

Pero hubo una «ayuda» más. De las calles surgió un liderazgo potente y que prometía victoria: Luis Fernando Camacho, el hombre que había liderado la «revolución de las pititas» e incluso había forzado a Morales a abandonar Bolivia (tras la renuncia del presidente, él mismo anunció que estaban buscándolo para arrestarlo, lo cual precipitó la evacuación hacia México), se postuló para presidente aprovechando su gran popularidad en Santa Cruz.

El MAS y Arce aún eran hegemónicos en La Paz y Cochabamba, pero necesitaban que la renuente Santa Cruz, la segunda región con mayor cantidad de votantes de Bolivia e históricamente antimasista, no se inclinara por Mesa, el candidato que más cerca estaba de Arce. En 2019 se había dado un escenario parecido. Morales lideraba las encuestas y Santa Cruz estaba controlada por Óscar Ortiz, candidato local que aspiraba a ser presidente, pero en la última semana la estrategia de «voto útil» de Mesa le dio 47% de los votos cruceños y lo acercó lo suficiente a Morales como para discutir si había ganado en primera vuelta o no.

Esta vez, Camacho no sufrió el mismo efecto de desgaste. Surgido de las calles, religioso y con un discurso que exuda testosterona, tiene una impronta más emocional que propositiva y se planteó a sí mismo como el garante de que Morales no volvería al país. Pero esa no fue la clave para que se impusiera ante la estrategia del voto útil de Mesa, sino que logró exacerbar el orgullo identitario del cruceño y convertirlo en voto. A diferencia de Ortiz, Camacho no trató de «nacionalizarse» para conquistar votos, sino que apostó por convertir al resto de los bolivianos en cruceños. Eso, sumado a la juventud del votante cruceño, convirtieron a Camacho en una fuerza local e irreductible que cerró el territorio de Santa Cruz a Mesa y polarizó el voto con Arce, lo que le permitió a este una victoria más holgada.

Eso sí, nadie se esperaba que Arce, que no es caudillo sino tecnócrata, superara el 50% de los votos. Para ello tuvo que hacer algunas jugadas finales, que lo acercan a priori a ser el primer presidente del posevismo antes que la continuidad de Morales. Lo primero fue tener la capacidad de criticar la gestión de Morales y cuestionar el entorno con el que gobernó el «primer presidente indígena». Arce ha prometido un gobierno de jóvenes, de nuevas figuras. Lo segundo fue alejar del votante boliviano esa idea de que el MAS viene a eternizarse en el poder. Arce ha prometido gobernar solo cinco años y «reencaminar el proceso de cambio». Y la tercera promesa fue desterrar la idea de que con el MAS volverían las persecuciones políticas y el revanchismo. Arce ha prometido también que no perseguirá a policías ni a militares involucrados en la renuncia de Morales.

Así, el tecnócrata logró resetear el proceso de cambio y podrá gobernar con mayoría absoluta en ambas cámaras de la Asamblea Legislativa. Sin embargo, para saber si de verdad el MAS entró en la era posevista, habrá que ver cuál será el rol de Morales cuando regrese a Bolivia. De ello no solo dependerá la autoridad que podrá ejercer Arce sobre su bancada y sobre el país, sino también su estabilidad política. Para ganar, para cerrar el territorio cruceño a Mesa, el MAS hizo crecer a golpes a Camacho. Ahora, con todo el poder territorial conseguido en el Oriente, este será el único opositor con capacidad de movilización con el que tendrán que lidiar.

Julio Córdova Villazón (sociólogo, investigador sobre movimientos religiosos y cultura política)

Según los conteos rápidos no oficiales, el MAS obtuvo una contundente victoria en primera vuelta con 52% de los votos. ¿Por qué el desempeño electoral del MAS fue tan exitoso, excediendo las expectativas, incluso de los más optimistas? Por tres razones principales.

Primero, por la emergencia de un «voto de resistencia» de sectores urbano-populares y campesinos. Estos sectores fueron objeto de varias violencias en los últimos meses: a) la violencia electoral: su voto por el MAS en 2019 fue escamoteado a raíz de una falsa denuncia de fraude avalada por la Organización de Estados Americanos (OEA); b) la violencia simbólica: hubo constantes descalificaciones desde el Estado y en las redes sociales pobladas por sectores conservadores de clases medias, se difundió la imagen de «hordas de violentos e ignorantes» en referencia a estos sectores populares, y en noviembre de 2019 algunos policías quemaron la wiphala (bandera indígena reconocida constitucionalmente); c) la violencia militar-policial, concretada principalmente en las masacres de Sacaba (en los valles) y de Senkata (en el Altiplano); d) la violencia económica: las medidas de cuarentena frente al covid-19 fueron tomadas en desmedro del sector informal de la economía.

Segundo, por la rearticulación de las organizaciones sindicales y campesinas. En los últimos años estas organizaciones resultaron debilitadas por su propia relación clientelar con el gobierno de Evo Morales. Después de la renuncia del presidente en noviembre de 2019, estas organizaciones lograron rearticularse rápidamente, en un tejido social vigoroso, que mostró su musculatura paralizando Bolivia a principios de agosto de este año para impedir el prorroguismo del gobierno de transición. Este tejido organizacional fue la base de un renovado apoyo electoral al MAS.

Tercero, por la propia debilidad política y electoral de los competidores de derecha del MAS, fragmentados y enfrentados entre sí. El candidato de centroderecha Carlos Mesa no logró articular un proyecto de país ni un discurso electoral capaz de seducir a los indecisos del Occidente boliviano. El candidato de la derecha empresarial, Fernando Camacho, tampoco logró convencer a los indecisos del Oriente del país. Hasta una semana antes de las elecciones, en el bastión electoral de Camacho, en el departamento de Santa Cruz, había 28% de indecisos, que representan 7,5% del padrón electoral total. Son personas de sectores pobres que fueron excluidos por los empresarios a los que representa el líder cruceño, y que fueron violentadas en las movilizaciones que lideró este empresario contra Evo Morales hace un año. En la elección del 18 de octubre, estos indecisos de tierras bajas optaron por el MAS, en rechazo a una elite empresarial incapaz de incluirlos en su «modelo de desarrollo». Por eso el MAS obtuvo 35% de los votos en esa región.

El próximo gobierno del MAS, con Arce a la cabeza, estará signado por la crisis económica, el conflicto social y la emergencia sanitaria por el covid-19. El apoyo de 52% del electorado no significa una sólida base social necesariamente. El MAS no logrará controlar los dos tercios de la Asamblea Legislativa como lo hizo en los últimos años. La coyuntura política requiere de una cultura democrática de construcción de acuerdos con otros actores políticos. Y tal cultura es muy débil, casi inexistente, en un MAS acostumbrado a un tipo de hegemonía política que ya no existe en Bolivia.

Verónica Rocha Fuentes (comunicadora social)

Durante toda la campaña para las elecciones del 18 de octubre se evidenció la existencia de una categoría de voto que había tenido poca relevancia en otras elecciones anteriores, aquella que se denominó «voto oculto». Esa categoría de votos, junto con la de «voto indeciso», fue determinante para establecer una diferencia que, según todas las proyecciones, es de más de 20 puntos en favor de Luis Arce Catacora. Los múltiples estudios de opinión que se presentaron durante el periodo de campaña electoral habían logrado detectar la existencia de ese voto con una prevalencia mucho mayor a los datos históricos. Lo que no lograron las instituciones de estudios de opinión fue detectar a dónde se iba a dirigir esa votación. En las primeras horas de conocerse esta tendencia, todo parece indicar que fueron esas categorías de voto las que terminaron definiendo la amplia victoria del MAS en primera vuelta.

Un voto que se llamó oculto durante el periodo de campaña y que, tras la jornada electoral, bien podría apellidarse «paciente» podría ser útil para graficar no solo el inesperado virtual resultado, sino además el proceso electoral más largo y difícil de la reciente historia democrática de Bolivia. El voto oculto y paciente no habría sido otro fenómeno distinto de aquel que durante el periodo de la democracia pactada y neoliberal se conocía como el de la «Bolivia profunda». La misma que, habiendo «salido a la superficie» en los últimos años –proceso constituyente de por medio– casi desapareció por completo durante el año de gobierno transitorio en el que se desarrolló el proceso electoral de 2020, y cuya presencia se extinguió en la maquinaria simbólica, institucional, mediática y empresarial que suele establecer las narrativas en pugna política. Tras un año de cotidiana y sistemática estigmatización del «masismo» (o cualquiera que «pareciera» pertenecer o adherir al MAS), todo apunta a que sus partidarios optaron por ocultarse y esperar las urnas. Ocultarse por miedo, ocultarse por vergüenza o quizá hasta ocultarse por estrategia.

Voto oculto sí, pero también inusitadamente paciente. Ese voto que terminó definiendo una virtual pero amplia e indiscutible victoria en primera vuelta tuvo que atravesar una crisis institucional, un gobierno transitorio, una pandemia, un inicio de crisis económica, cuatro cambios de fecha de votación, una jornada electoral bajo amenazas del gobierno, cambios en los planes del Tribunal Supremo Electoral de ultimísima hora, votar bajo un país militarizado y no contar con ningún resultado durante la jornada electoral para, finalmente, con una paciencia que varias veces rozó el límite pero no cedió, aferrarse a lo último que le quedaba a Bolivia antes del precipicio: las urnas.

Así, en menos de un año, bajo la narrativa de un fraude electoral, Bolivia ha transitado abruptos, forzados y violentos reacomodos de su tejido político, institucional y mediático; todo esto a la sombra de un complejo tejido social que, aunque dañado, pareciera haber mantenido sus estructuras en pie. Y que, oculta y pacientemente solo, parecía esperar la oportunidad legítima para volver a dejarse ver. Al menos, ese pareciera, por ahora, el principal resultado de las recientes elecciones que, sin duda, van mucho más allá de una virtual victoria del MAS, pues establecen los mínimos sobre los cuales tocará establecer un urgente proceso de reconciliación nacional.

Fernando Molina (periodista y escritor)

No cabe duda de que los adversarios del MAS subestimaron el potencial electoral de este partido y de su candidato Luis Arce. Por un lado, las encuestas –que no detectaron la verdadera intención de quienes se presentaban como indecisos– los despistaron. Por el otro lado, esta subestimación se debió a la incapacidad de estos grupos políticos, que representan a las elites tradicionales, de reconocer al MAS como una expresión genuina de los sectores sociales menos pudientes y más indígenas del país. En cambio, normalmente han visto al MAS como «marioneta del chavismo», «organización delincuencial», «grupo de narcoterroristas» y han considerado la adhesión que despierta como un fenómeno puramente clientelar.

En esta miopía existe una fuerte carga de racismo. Desde siempre, los sectores tradicionalmente dominantes del país han concebido la politización de los subalternos –que socava los pilares meritocráticos y hereditarios de su poder– como una irrupción de la irracionalidad y la codicia. Esto viene desde el siglo XIX, cuando los representantes de la oligarquía de la época, los septembristas, se quejaban por «tener que descender» a la actividad política a causa de la invasión de esta por el «cholaje belzista» (por los seguidores de Isidoro Belzu), que era tanto como decir la «barbarie».

La subestimación de la que hablamos estuvo presente en el candidato Carlos Mesa, que fue incapaz de construir un partido con incidencia en el mundo indígena. También estuvo presente en el gobierno interino de Jeanine Áñez, que gobernó con la mente puesta en las clases sociales más elevadas, las cuales querían vengarse del MAS y estaban acostumbradas a ver a los indígenas exclusivamente como empleados o incordios sociales.

Las elites se han revelado incapaces de analizar por qué Evo Morales les ganó en 2005, las razones del predominio político de este durante tantos años y las causas por las que el MAS no se hizo trizas después de su caída en noviembre de 2019. Bolivia no es censitaria desde 1952, pero la mentalidad de sus elites tradicionales sigue siéndolo.

De este modo, pese a que estas triunfaron sobre Morales el año pasado y tenían posibilidades de construir una hegemonía –contaban con el apoyo de la parte más educada y económicamente acomodada de la población, así como con un respaldo «intenso» de las Fuerzas Armadas y la Policía–, perdieron el poder que tanto anhelaban solo un año después de haberse hecho de él.

Unas elites oligárquicas y racistas gobernaron el país de 1825, fecha de su nacimiento, hasta 1952, año de la Revolución Nacional. Lo hicieron sobre la base de la imposición ciega y violenta de su voluntad sobre una mayoría ignorante y a menudo silenciosa. Las condiciones de este dominio fueron desapareciendo en el último medio siglo, pero la elite misma solo cambió superficialmente. Hasta hoy sigue siendo «tradicional» y con tendencias a oligarquizarse. Esta es la «paradoja señorial» de la que hablaba René Zavaleta.

La transformación más importante en las condiciones de dominio se dio cuando los sectores subalternos encontraron la forma de crear su propia expresión político-electoral: el MAS. Desde ese momento, la acción electoral ha resultado manifiestamente adversa a los partidos de las elites tradicionales. Teóricamente hablando, la forma en que estas podrían recuperar el poder de una manera algo más durable sería por medio de la fuerza bruta, como en los años 60 y 70, pero esta vía es imposible hoy por las características «epocales».

Por otra parte, una reforma de las elites tradicionales parece imposible. Si no aprendieron la lección después de que Morales se aprovechara de sus errores, abusos y excesos durante el neoliberalismo para derrotarlas, es difícil pensar que aprenderán alguna vez. En efecto, apenas tuvieron una oportunidad de prevalecer nuevamente, desnudaron los mismos vicios y la misma miopía que tenían en los años 90, o unos vicios y una miopía peores aún, porque en este tiempo no impera el neoliberalismo sino una forma particularmente perversa del conservadurismo, el populismo de derecha.

Al mismo tiempo, el MAS haría mal si también menospreciara a sus adversarios en el futuro. Aunque esta no parece capaz de generar un proyecto sostenible de poder en un país insumiso y mayoritariamente indígena como Bolivia, de todas formas está furiosa, resentida, acumula gran parte del capital económico y casi todo el capital cultural y, como demostró en el último año, tiene fuerza suficiente, en alianza con las clases medias militares y policiales, para destrozar las bases de sustentación del proyecto antagónico. Puede salirse del marco democrático cuando esto le sea posible.

Las elites tradicionales pueden aprovechar las deficiencias y fallas del bloque popular (como hizo con el narcisismo de Morales y la corrupción de su gobierno) y atacar justo cuando este pierda pie, se equivoque, se confunda y entonces deje de ser 50% más uno del pueblo boliviano.

Cristianismo y marxismo en El Salvador. Roberto Pineda, San Salvador, 19 de octubre de 2020

Introducción

El marxismo y el cristianismo representan a dos de las más representativas concepciones del mundo, relatos  y teorías emancipadoras construidas y asumidas desde el occidente capitalista, y extendidas a su entorno periférico colonial.

La de mayor edad, el cristianismo, surge en la antigüedad como una  poderosa visión antiesclavista vinculada al mensaje liberador del judío Jesús de Nazaret, que es luego asimilada por el imperio romano y sirve de fundamento filosófico al pensamiento feudal, y luego alimenta a la vez la espiritualidad mercantil del capitalismo[1].

La más reciente, el marxismo, surge a mediados del siglo XIX vinculada al naciente movimiento obrero europeo y al pensamiento de los revolucionarios alemanes Carlos Marx y Federico Engels y fue el fundamento ideológico de la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS (1917-1981). 

A continuación realizamos un recorrido por la presencia global y local, tanto del cristianismo como del marxismo, examinando sus orígenes, evolución histórica y principales postulados filosóficos y políticos,  para posteriormente señalar sus coincidencias y divergencias, testimonio de vida y finalmente, desde una óptica poscolonial presentar algunas conclusiones.

El cristianismo

Orígenes

El cristianismo surge en la Palestina del siglo I como una de las corrientes religiosas que disputaban la mente y el corazón del pueblo hebreo, oprimido y bajo la dominación extranjera romana. Su fundador, Jesús de Nazaret, como radical reformador religioso judío, desafió en su época  al orden de los sacerdotes (saduceos) del Templo de Jerusalén[2]  y al mismo imperio romano, con una práctica comunitaria y un  mensaje de justicia, fraternidad y rechazo  a las desigualdades sociales, ejemplificado en la solidaridad del compartir el pan y una santa cena, común y popular.

Su movimiento popular liberador enfrentó la oposición de las autoridades religiosas judías que lo condenaron, por lo que fue castigado como se castigaba a los rebeldes al imperio, muerte en cruz, fue crucificado[3]. Luego de su asesinato, sus seguidores extendieron su mensaje de paz y justicia por el Asia Menor y luego por Europa.

Su movimiento asumió como herencia la memoria histórica de resistencia popular del éxodo[4], del relato de liberación de las cadenas de la opresión del faraón en Egipto y la utopía, el sueño de la tierra prometida de los profetas de Moisés, “que mana leche y miel.” [5]

Y del caminar por el desierto, y de la lucha contra las dictaduras en Canaán, por una tierra nueva y cielos nuevos, de una Nueva Jerusalén[6] que baja del cielo, del reinado de Dios opuesto al reino de injusticia de las clases dominantes, de los poderosos. Siglos después a este mismo sueño se le llamaría socialismo.   

Y los cristianos y las cristianas se llamaban hermanos y hermanas en una sociedad de amos y esclavos, siglos después se llamarían camaradas, y hablaban del pan de vida.[7] Todas estas han sido imágenes poderosas, inspiradoras, movilizadoras,  con mucha fuerza, que han convocado a la lucha popular a generaciones de cristianos durante veinte siglos.

Evolución

En el siglo IV, el cristianismo era un movimiento popular subversivo y perseguido en la capital del imperio, en Roma. Sus seguidores en la fe, en su mayoría esclavos, celebraban la Palabra clandestinamente en las catacumbas, o en las afueras de la ciudad. Vivían en la fe, en el temor y el temblor, y a la vez en la esperanza de la llegada del reino del Padre.

Un emperador romano, Constantino, tuvo la visión de apoderarse de este mensaje y utilizarlo para sus propósitos de  fortalecer -al unificar ideológicamente- al imperio. Y el mensaje cristiano, subversivo y radical, fue  edulcorado y convertido en la religión oficial del imperio.  Y el humilde Jesús, que nació en un pesebre, de una familia campesina, fue convertido en el majestuoso Cristo imperial.

Y a los soldados del imperio se les insertó en sus escudos un nuevo símbolo imperial: la cruz, que pasó de representar la imagen de la subversión a representar la imagen del orden del imperio romano. Y desde entonces, cuando llegaban a masacrar e incendiar a las poblaciones rebeldes en la misma Europa, en Irlanda, en España, en Francia, a “evangelizar”, lo hacían con el estandarte de la cruz.

Y la difusión del cristianismo pasó a ser la justificación ideológica de las invasiones de los sucesivos imperios europeos, con sus ejercicios de violencia estructural, simbólica y epistémica.[8] Fue con este símbolo de la cruz que se realizaron las famosas cruzadas medievales contra el mundo árabe, así como la invasión colonial con su respectiva  cristianización de América Latina y el Caribe, que fue la destrucción cultural, masacre y saqueo de nuestras culturas originarias.

Y esta cruz imperial ensangrentada, luego de la mano bondadosa de “misioneros” extendió por el Asia y por el continente africano, su proyecto de “evangelización” de naturaleza “universal” para integrarnos al “progreso de la civilización.”. Incluso se realizó en Edimburgo, Escocia, en 1910 una reunión de las principales iglesias europeas y norteamericanas para distribuirse las regiones y evitar choques y rivalidades en la “misión” colonial.

No obstante esto, en cada época ha existido un remanente que mantuvo las tradiciones emancipadoras originales del cristianismo,  -como Francisco y Clara de Asís- el mensaje de paz y justicia, los sueños de resistencia encarnados en las tradiciones de rebelión y fraternidad. En la misma invasión española y portuguesa a lo que luego fue llamado América, del siglo XVI, existieron frailes rebeldes que denunciaron y se opusieron  a las atrocidades de los conquistadores, como fue el caso de Fray Bartolomé de las Casas.

Situación actual

La rueda de la historia continuó con su marcha. Desde 2013 el Papa de la Iglesia Católica Romana es el jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio, exarzobispo de Buenos Aires, que asume como Francisco.  La Iglesia Católica Romana continúa siendo un poderoso pilar religioso del mundo capitalista actual, y su cabeza visible viene de la periferia y es progresista, ya antes había habido un papa polaco, aunque tradicionalista.   

Pero es hoy una iglesia profundamente dividida entre diversas corrientes ideológicas, incluyendo una vieja teología tradicional, pro-oligárquica y elitista, una reciente teología de la prosperidad que justifica la desigualdad social como mandato divino, y la teología de la liberación, que desde los años sesenta, es una propuesta latinoamericana de rebeldía y compromiso con la lucha de los sectores populares, simbolizada por el cura guerrillero colombiano Camilo Torres y por el obispo mártir salvadoreño, Monseñor Oscar Arnulfo Romero.

El mensaje cristiano

En la Biblia coexisten dos concepciones, una de naturaleza nacionalista y patriarcal, que reivindica la exclusividad de Israel y la subordinación de las mujeres, y otra de naturaleza progresista y universalista[9], que asume la denuncia por los profetas (Isaías[10], Jeremías[11], Miqueas, Oseas, Amós) de las injusticias de su época y anuncia la llegada de un reino de paz e igualdad, constituyéndose así en una poderosa tradición emancipadora, con diversas vertientes.

Esta la vertiente del compartir. En los Hechos de los Apóstoles, Lucas, uno de los cuatro autores del Nuevo Testamento,  describe las características de la comunidad cristiana, el proyecto histórico del cristianismo que siglos después asumirían los comunistas.  Es precisamente de este vocablo “común” que se deriva siglos después el concepto de comunismo y dice así: “Todos los que habían creído, estaban juntos, y tenían en común todas las cosas, y vendían sus propiedades y sus bienes, y los compartían  todos según la necesidad de cada uno.”[12]

Esta la vertiente de la verdadera espiritualidad, simbolizada por el acompañamiento al que sufre: “Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero y me dieron alojamiento; necesite ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron…les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí.”[13]

Y está la vertiente de la lucha por la justicia como aparece reflejada en el Sermón de la Montaña, discurso programático de Jesús de Nazaret en el que se afirma  que son “bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia porque de ellos es el reino de los Cielos.”[14]

Esta la vertiente política antidictatorial, que encuentra su cúspide en el Magníficat: “derribará a los gobernantes de sus tronos, y exaltará a los humildes, llenará de bienes a los hambrientos y a los ricos despedirá sin nada (Lucas 1:52-53).” Esta es la cumbre del pensamiento subversivo, radical, emancipador, del cristianismo, antecedente histórico del Manifiesto Comunista de Marx y Engels, de 1848.

Esto explica porque Jesús fue crucificado entre dos rebeldes zelotes (nacionalistas judíos), que eran llamados ladrones por los romanos. Jesús retoma la tradición política antigubernamental del Antiguo Testamento, la de Gedeón: “No os gobernare yo ni os gobernaran mis hijos, sino que Yahvé os gobernará…” (Jueces 8:22-23); la de la actitud antimonárquica de Samuel cuando le pidieron un rey, Yahve le dice: “me han rechazado a mí para que no reine sobre ellos.”( I Samuel 8:6-7)

Opina el comunista cristiano mexicano José Porfirio Miranda que “El Dios de la Biblia solamente es cognoscible en la alteridad, en la interpelación del pobre, del huérfano, de la viuda, del extranjero…” [15]

El cristianismo en El Salvador

Periodo colonial

En junio de 1524[16], los invasores españoles que penetraron por Acaxual (Acajutla) no solo traían arcabuceros y espadachines, sino también religiosos, entre misioneros dominicos, franciscanos y mercedarios. Luego de la derrota militar a los pueblos indígenas (1524-1539), había que garantizar mediante la evangelización su derrota ideológica, la sumisión religiosa. Y la vez que se les enseñaba el idioma castellano se les enseñaba la religión católica.

Era un mensaje colonizador que enfatizaba la obediencia al orden imperial. Los pueblos indígenas, unos  recurrieron a esconderse en las montañas y en cuevas para practicar sus religiones, mientras otros asistieron a las clases de catecismo como mecanismos de sobrevivencia[17]. Y fueron surgiendo las iglesias al lado de los cabildos como símbolos de poder terrenal, y que predicaban un evangelio colonial de sometimiento al opresor europeo.

Periodo republicano

A principios del siglo XIX, surge en el interior del principal instrumento de dominación ideológica, la iglesia colonial, una ruptura epistemológica, teológica y política.

Algunos sacerdotes criollos[18], de nobles familias añileras, son atraídos por las nuevas doctrinas surgidas en una Europa imperial que se desmorona ante los avances del ejército francés y republicano de Napoleón. Y estos curas se deleitan leyendo a Voltaire y a Rousseau, y van aceptando las ideas democráticas del iluminismo, de los enciclopedistas y al final terminan soñando y luchando por una patria centroamericana independendiente.

Y son encarcelados, perseguidos, pero se rebelan y al final la crisis colonial se precipita y logran conquistar la independencia. La iglesia se partió, quedo dividida en conservadores colonialistas y liberales independentistas. Aquellas ideas de Jesús de la igualdad social se reflejaron en este nuevo momento, en la doctrina liberal de la igualdad constitucional ante la ley.

Periodo moderno

Pero al morir esta generación progresista y avanzada de los padres Aguilar, Delgado, Cañas, y otros, los conservadores recuperan el control de la institución y se vuelva  a convertir en defensora de los privilegios de clase.

Y esta iglesia católica oligárquica, verdadero opio de los pueblos, se enfrenta a las ideas unionistas de Francisco Morazán y  a las reformas democráticas de Gerardo Barrios; se regocija y contribuye a  la derrota de Anastasio Aquino, respalda entusiasta el saqueo de las tierras comunales y ejidales, y acompaña y bendice con misas de campaña la masacre cometida contra los pueblos indígenas en enero y febrero de 1932.  

Periodo contemporáneo

En los años sesenta del siglo XX vuelve a surgir una nueva generación de curas que abrazan las ideas del movimiento popular de Jesús de Nazaret, la llamada teología de la liberación y la institución se vuelve a quebrar como cántaro viejo.

Y estos curas, monjas y celebradores de la palabra, recorren las poblaciones alfabetizando y organizando a los campesinos y uniéndose a las clandestinas organizaciones populares de izquierda. Y la respuesta del régimen militar fue la de empezar a asesinar sacerdotes. Y en 1977 asesinan a Rutilio Grande en El Paisnal.

Y de esta coyuntura de dolor y represión, surge en la iglesia una voz humilde que luego hace temblar a los poderosos, la voz de los sin voz, la poderosa palabra dominical de fe y esperanza de Monseñor Oscar Arnulfo Romero y Catedral Metropolitana se convierte en símbolo de lucha y rebeldía frente al orden oligárquico e imperial.

Durante tres años el pueblo salvadoreño educó, evangelizó, radicalizó desde la fe  a un pastor para que lo defendiera de los atropellos de la jauría militar. Al final, en la mejor tradición de los mártires y profetas, fue crucificado en el altar de una iglesia un 24 de marzo de 1980. Y por esto, la gente mucho antes del Vaticano, a Monseñor Romero lo volvió santo. Luego, en 1984 la dictadura militar arresta, tortura y asesina en San Miguel al pastor luterano David Fernández Espino.

En noviembre de 1989 la dictadura militar vuelve  a derramar sangre de mártires, asesinando a los sacerdotes jesuitas españoles Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró, Armando López, Juan Ramón Moreno y Segundo Montes y al salvadoreño Joaquín López y López, así como  a Elba y Celina Ramos. 

Y las vueltas de la vida, hace tres años, en 2017, el Papa Francisco nombra a un seguidor de Monseñor Romero, al obispo Gregorio Rosa Chávez (1942) , como primer cardenal salvadoreño.

El marxismo

Orígenes

El marxismo como concepción del mundo tiene su origen en la doctrina de la historia como lucha de clases[19] elaborada por los alemanes Carlos Marx y Federico Engels, a mediados del siglo XIX[20],  a partir de tres  grandes contribuciones: el socialismo utópico francés, la economía política inglesa y la filosofía clásica alemana[21].

Fue una teoría construida desde una visión “universal” pero con aplicación exclusivamente para el proletariado de la industrializada Europa,  ya que Marx[22] no pudo superar –hay que reconocerlo- sus prejuicios eurocéntricos[23] con relación a los países coloniales[24], como lo atestiguan sus artículos sobre la India o sobre América Latina.

La filosofía marxista parte de dos criterios básicos: el materialismo y la dialéctica. El materialismo plantea que el universo siempre ha existido y por lo tanto no tuvo un creador, por lo que niega la existencia de un ser divino, y asume la invención eurocéntrica del ateísmo[25].

Por su parte, la dialéctica sostiene que el universo, la sociedad y el pensamiento humano se encuentran en constante movimiento, en una permanente transformación. Marx estuvo fuertemente influenciado en su visión de la religión[26] por Ludwig Feuerbach[27],   y no pudo liberarse de las visiones de los pensadores burgueses y del pensamiento positivista, cientificista, con relación a la religión y su potencial liberador.

En relación a la economía marxista[28] , esta parte del criterio que es la forma como la sociedad resuelve sus necesidades materiales lo determinante en última instancia, de sus ideas y de sus instituciones jurídico-políticas. En lenguaje marxista, el ser social determina la conciencia social.[29] Esta visión condujo a los antiguos estados socialistas a impulsar proyectos faraónicos de desarrollo industrial, que vulneraron fuertemente sus entornos ambientales.

Y la visión social se fundamenta en el principio que todas las sociedades que han existido, han tenido en su devenir histórico[30], como característica  primordial la lucha de clases  y que la sociedad capitalista da origen a una nueva clase social, el proletariado, que asume la tarea de construir una nueva sociedad, donde desaparecerá la propiedad privada como fuente de desigualdad, la sociedad comunista, con una fase inicial, llamada socialismo. Y para esto se necesita organizarse y luchar, mediante sindicatos y partidos políticos de izquierda. 

Evolución y situación actual

Es hasta 1917 que las ideas del marxismo abandonan su espacio teórico y se convierten en ideas guías de  un nuevo Estado, el estado soviético dirigido por Vladimir Lenin, quien muere en 1924, asumiendo la conducción el georgiano José Stalin[31], quien enfrenta la agresión del mundo capitalista y luego de la Alemania nazi, a la que termina derrotando, durante la segunda guerra mundial, en alianza con Estados Unidos e Inglaterra.

En el caso de Lenin si hubo un combate contra la religión[32] incluso antes de la toma del poder, continuado por Stalin, como expresión de la ideología proletaria marxista basada en la ciencia. Pero por otra parte, también hubo luego del fracaso de las esperadas revoluciones en Europa, una mirada hacia el oriente, hacia los llamados entonces países coloniales, y es de esta mirada, que surge la III Internacional, y la tesis leninista de la “revolución democrático-burguesa.”[33]

Del desenlace victorioso de la segunda guerra mundial, se deriva la ampliación del campo socialista, con países de la Europa Oriental, y luego de países asiáticos, entre estos Vietnam, China y Corea. Y en los años sesenta y setenta, incluso de países africanos y en nuestro continente, de Cuba, una revolución popular democrática que se convierte rápidamente en socialista.

En todos estos procesos se fomenta el ateísmo como expresión de la visión marxista. No obstante esto, surgen experiencias alternativas, como la del Partido Comunista Italiano, el partido de Gramsci y Togliati, que incluso llevan a la creación en 1942 de un Partido Comunista Cristiano[34].  Por su parte, el teórico marxista francés Roger Garaudy, expresó en una entrevista en 2000: “yo tengo a Marx en la cabeza y a Jesús en el corazón.”

No pueden obviarse en este breve recuento, cuatro momentos tristes del socialismo real: en 1956 durante el XX Congreso del PCUS se denuncian atropellos e incluso crímenes cometidos por Stalin en su gestión, lo que genera en la izquierda global una gran desilusión.

En 1968 los tanques soviéticos entraron en Praga, Checoslovaquia y lo mismo sucedió en 1979, invadieron Kabul, en Afganistán. Y en agosto de 1980 en los astilleros de Gdansk surge el sindicato independiente Solidaridad, de Lech Walesa, con un apoyo popular mayoritario y como ente tributario del papa polaco Juan Pablo II.  

En noviembre de 1989 con la caída del muro de Berlin, inicia en Alemania un proceso de desmantelamiento de este sistema y la Unión Soviética se desintegra en 1991, y junto con los países de Europa Oriental, todos regresan al capitalismo. El derrumbe de los regímenes socialistas provoca una nueva crisis de la validez del marxismo como teoría emancipadora.

Rusia es hoy un estado capitalista y en el caso de China y Vietnam alegan que su economía es capitalista pero su sistema político socialista.  Cuba sigue siendo socialista. También, en la primera década de siglo, tuvieron lugar procesos de llegada a gobiernos latinoamericanos de partidos y gobernantes de izquierda, proceso ya concluido. Elmarxismo ha perdido relevancia global, pero siguemanteniendo su rol como una de las principales teorías emancipadoras contemporáneas.

El marxismo en El Salvador

Periodo moderno

La primera referencia al marxismo acaece en 1913 con la presentación de la tesis marxista de graduación como abogado en la UES, del vicentino Sarbelio Navarrete[35]. En 1925 surge el primer núcleo marxista que cinco años después, el 30 de marzo de 1930,  se constituye como Partido Comunista de El Salvador, PCS.  En 1970 la izquierda se divide y surgen cinco fuerzas que en diciembre de 1979 inician proceso de unidad, que concluye en octubre de 1980 con la fundación del FMLN, que recientemente cumplió cuarenta años de existencia.

2.2 Periodo contemporáneo

Las ideas del marxismo toman cuerpo en el gobierno salvadoreño a partir de 2009, con el triunfo electoral del periodista Mauricio Funes. El FMLN, partido de izquierda de raíces marxistas, logra mantenerse durante diez años, hasta el 2019,  efectuando múltiples medidas de provecho popular, pero sin realizar los cambios estructurales  esperados.  En el 2019 es desplazado del gobierno.

Los marxistas salvadoreños dentro y fuera del FMLN tienen ahora el desafío de construir una alternativa que sea viable y atractiva para recuperar el respaldo de los sectores populares, los que poseen un fuerte componente religioso, entre católico y evangélico.

Coincidencias y divergencias

Existen múltiples y variadas coincidencias entre el marxismo y la teología de la liberación, así como entre las comunidades eclesiales de base, y los movimientos populares de inspiración marxista. Ambos aspiran a trasformar el mundo; acreditan a un sujeto transformador: el proletariado en el caso marxista y los pobres en el caso de la teología de la liberación

Ambos definen una utopía, un proyecto de futuro, el socialismo en el caso marxista y el reinado de Dios en el caso de la teología de la liberación; valoran la historia como el escenario donde se desarrollan las luchas por la salvación y por la liberación; han transitado asimismo por el estado e incluso por el estado imperial y la violación a los derechos humanos.  

Y también existen múltiples y variadas divergencias: el cristianismo es una religión mientras que el marxismo es una filosofía laica, adopta el cristianismo la modalidad de iglesias y templos mientras que el marxismo se expresa en universidades, partidos políticos y movimientos populares.

Mi testimonio

Durante cuarenta años he sido comunista y cristiano porque la vara de medir está dada por mi participación en las luchas populares. Conocí a los primeros comunistas cristianos allá por 1973 en la colonia Santa Lucía, entre estos al exseminarista Rogelio Cáceres, al mártir bautista y comunista Guillermo Castro, al entonces joven campesino episcopal Ramón Portillo, a Roberto Miranda, joven también episcopal asesinado el 30 de julio de 1975, a Agustín Najarro, joven católico y de los primeros combatientes de las FPL. Éramos una comunidad juvenil, de compartir tristezas, alegrías y fundamentalmente de lucha.

Rogelio, Guillermo, Ramón y Roberto eran militantes de la Juventud Comunista, JCS, y leíamos y discutíamos acerca de la Biblia y del marxismo. Nuestro local era la casa de Guillermo y a veces la de Tito Bazán. En esa época yo estaba todavía enredado en los laberintos del ateísmo, supuestamente “científico.”

En marzo de 1977 viví una experiencia de fe, que hasta después comprendí. Resulta que la dictadura militar asesinó en El Paisnal al sacerdote Rutilio Grande  y el recién nombrado arzobispo de San Salvador, Monseñor Oscar Romero  mandó el siguiente domingo a suspender las misas locales y realizar una gran celebración única en Catedral.

Y mi sorpresa fue ver en esa gran muchedumbre una señora con un cartel condenando el asesinato, esa señora… era mi madre, la que me pasaba advirtiendo que no me metiera en política. Fui y la abrace y nos regresamos juntos  a la casa. La iglesia tuvo la capacidad de movilizarla, y fue hasta después que comprendí el significado político de esta acción.

Luego en 1974, en el marco de la Asociación de Estudiantes de Secundaria, AES, conozco a Napoleón Rodríguez y a Edgar Núñez, entonces estudiantes del Instituto Manuel José Arce y luego del Movimiento Estudiantil Cristiano, el MEC, y también de la JCS.

En 1978 conozco en la ciudad de Nueva York, a Marta Benavides, bautista salvadoreña vinculada al Concejo Nacional de Iglesias de Estados Unidos, en mi caso, trabajaba como periodista en el semanario Voz del Pueblo, del Partido Comunista de Estados Unidos, donde también trabajaba la salvadoreña Cecilia Vega, que había sido del FAU y de la JCS. Ese mismo año se crea en El Salvador el Comité Ecuménico Salvadoreño, dirigido por el joven católico Rogelio Cáceres y con el apoyo de Monseñor Romero.[36]

Con Marta creamos el Comité de Solidaridad Francisco Morazán y  participamos activamente en la solidaridad con la lucha del pueblo nicaragüense contra la dictadura somocista, y contra la dictadura militar salvadoreña. En ese contexto, en agosto de 1979 invitamos a Monseñor Romero y aceptó participar en una grandiosa Misa por la Paz y la Justicia en El Salvador, en la Catedral de San Patricio en Manhattan, pero a última hora se disculpó por el agravamiento de la situación salvadoreña. 

En octubre de 1979, junto con la ya ministra bautista ordenada, viajamos a El Salvador para entregarle a Monseñor Romero[37] una carta de apoyo del Consejo Mundial de Iglesias, CMI[38]. Monseñor Romero le pidió a la Rev. Benavides quedarse en el país y le confió la administración de los refugios católicos de desplazados por la violencia, formándose y coordinando el Comité Ecuménico de Ayuda Humanitaria, CEAH, con la participación de la Iglesia Católica, Iglesia Bautista Emmanuel, y Movimiento Estudiantil Cristiano, MEC.

En febrero de 1980 desaparecen a mi amigo Guillermo Castro, coordinador del MEC, que se congregaba en la Primera Iglesia Bautista de San Salvador. En diciembre de 1980, asediados por la persecución, salimos del país. Nos establecimos en México, donde vivía el entonces joven bautista Hugo Magaña, camarada y parte del staff latinoamericano de la Federación Universal de Movimientos Estudiantiles Cristianos, FUMEC.

Luego viajamos de nuevo  a Nueva York   y por último nos establecimos en Filadelfia, activando por todo Estados Unidos la solidaridad, mediante  los Ministerios Ecuménicos para el Desarrollo y la Paz de El Salvador, MEDEPAZ. En 1985 regrese a El Salvador.

En 1987 cuando trabajaba en la UES como secretario de Comunicaciones, recibo la visita del Dr. Ángel Ibarra, camarada de la Iglesia Luterana, exilado en México. Como resultado de esta visita inició la coordinación de un equipo en esa iglesia, relacionado con el trabajo humanitario, integrado por Cecilia Alfaro, una hermana alemana Brigitte y una francesa, Nicole, así como me relaciono con el obispo Medardo Gómez.

En 1991 ingreso a trabajar al área administrativa de la Iglesia Luterana, asimismo asumo la conducción de la Asociación Cristiana de Jóvenes, ACJ, y participo del Consejo Nacional de Iglesias, CNI.   Ese mismo año habíamos constituido en el PCS la Comisión de Asuntos Religiosos, que estaba dirigida por Dagoberto Gutiérrez, y en la que también participaba Ángel Ibarra, junto a otros camaradas luteranos, bautistas, episcopales y reformados.

Posteriormente asumo el desafío del pastorado que inició en una comunidad rural, en la Comunidad Monseñor Romero, de la Ciudadela Manuel Ungo, en Suchitoto, y luego, ya ordenado, en la Iglesia La Resurrección, de San Salvador. En 2005, junto con Rev. Ricardo Cornejo formamos la Iglesia Luterana Popular de El Salvador, ILPES.

Conclusiones

El siglo XXI presenta retos de tal magnitud que harán necesario la colaboración entre distintas corrientes religiosas y políticas, entre estas el cristianismo y el marxismo, ya que el planeta se encuentra amenazado en su sobrevivencia por la cultura capitalista del consumo, que cada vez más se apodera de nuestras sociedades y establece un discurso individualista y elitista, que será reforzado  con las medidas de la pandemia del coronavirus.

Pero por otra parte, es indispensable también para los sectores populares contribuir a la construcción de un planteamiento alternativo al modelo capitalista global, y en esta tarea, es crucial el desaprender aquellos elementos de visiones emancipadoras, que aún mantengan atributos eurocéntricos, clasistas o patriarcales, para así aprender las lecciones del siglo XX. Debemos trabajar con lo que el teórico hindú Bhabha llama la “violencia epistémica.[39]” En definitiva y con esto concluyo, como marxista cristiano, que es mi caso, porque redescubro mis raíces cristianas desde el marxismo, la tarea es la de decolonizar tanto el cristianismo como el marxismo, arrancarle sus elementos eurocéntricos, ser conscientes de la colonialidad del poder y del saber[40], para que ambas escuelas, junto con el feminismo, contribuyan a la urgente construcción de nuevos horizontes emancipatorios.


[1] Ver Weber, Max. La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Premia Editora, México, 1979

[2] Pineda, Roberto. La entrada de Jesús a Jerusalén: una marcha popular y antiimperialista (2004) https://www.aporrea.org/actualidad/a7692.html

[3] Pineda, Roberto. La cruz de Jesús es la cruz de la resistencia (2006). https://ecumenico.org/la-cruz-de-jesus-es-la-cruz-de-la-resistencia/

[4] Ver Pixley, Jorge. El éxodo. México, 1981

[5] Deuteronomio 26: 8-9. Biblia Latinoamericana

[6] Apocalipsis 21. Biblia Latinoamericana

[7] Pineda, Roberto. El pan de vida de Jesús: desafío al imperio (2003). https://www.alainet.org/es/articulo/108249

[8] Ver Pulido, Genera. Violencia epistémica y decolonización del conocimiento.2009

[9] Macin, Raúl. Lectura revuolucionaria de la Biblia, Editorial Diogenes, México, 1970

[10] “¿No saben cuál es el ayuno que me agrada? Romper las cadenas injustas, desatar las amarras del yugo, dejar libres a los oprimidos y romper toda clase de yugo. Compartirás tu pan con el hambriento, los pobres sin techo entrarán a tu casa, vestirás al que veas desnudo y no volverás la espalda a tu hermano. Entonces tu luz surgirá como la aurora y tus heridas sanarán rápidamente. Tu recto obrar marchará delante de ti y la Gloria de Yavé te seguirá por detrás.”  Isaías, 58: 6-8 Biblia Latinoamericana.

[11] Escucha la palabra de Yavé, rey de Judá que reinas sentado en el trono de David. Así te dice Yavé a ti y a tus servidores y a todo tu pueblo que entra por estas puertas: Practiquen la justicia y hagan el bien, libren de la mano del opresor al que fue despojado; no maltraten al forastero ni al huérfano ni a la viuda; no les hagan violencia, ni derramen sangre inocente en este lugar.” Jeremías 22: 2-3. Biblia Latinoamericana

[12] Ver Hechos 2:44-45, Biblia Latinoamericana  y ver Marx, Carlos. Crítica del Programa de Gotha. Ediciones Progreso, Moscú, 1978

[13] Mateo 25. 35-42

[14] Mateo 5,6 y 7. Biblia Latinoamericana

[15] Miranda, José Porfirio. Comunismo en la Biblia. Siglo XXI, México, 1981  Pág. 13

[16] Pineda, Roberto. “Perversos, malos y belicosos…” nos llamó Pedro de Alvarado. https://www.alainet.org/es/active/69705

[17] Proponen a pastora luterana indígena para Nobel de la Paz. https://ecumenico.org/proponen-a-pastora-luterana-indigena-para-nobel-de/

[18] José Matías Delgado, luchador antiimperialista. https://ecumenico.org/jose-matias-delgado-luchador-antiimperialista/

[19] Marx, Carlos, Engels, Federico. El Manifiesto Comunista, Editorial Progreso, Moscú, 1976

[20] Ibid.

[21] Lenin, V. I. Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo. Editorial Progreso, Moscú, 1977

[22] Ver Galceran, Monserrat. Marxismo y estudios poscoloniales: críticas y contracríticas. Viento Sur.2019

[23] Spivak, Gayatri. ¿Puede el subalterno hablar?

[24] Ver Said, Edward. Orientalismo. Madrid, Debate, 2002

[25] Ver D¨Holbach, Paul. El cristianismo desenmascarado (1761).

[26] “La miseria  religiosa es, de una parte,  la  expresión  de la miseria  real.  La religión   es el  suspiro de la  criatura  agobiada,  el estado de ánimo de un mundo sin  corazón,  porque es el espíritu de los estados   de cosas  carentes   de espíritu.  La   religión   es el  opio del pueblo” Marx, Carlos. En torno a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel y otros ensayos.

[27] Ver Feuerbach, Ludwig. La esencia del cristianismo (1841) Díaz-Salazar, Rafael. La izquierda italiana y el catolicismo político.

[28] Marx, Carlos. El Capital. Fondo de Cultura Económica, México, 1968

[29] Marx, Carlos. Contribución a la crítica de la economía política (1856)

[30] Una de las principales críticas desde las teorías poscoloniales al marxismo es la de los conceptos eurocéntricos de progreso, modernidad, civilización y de universalismo. Ver: Galceran, Montserrat. Marxismo y estudios poscoloniales. Críticas y contracríticas. Viento Sur, septiembre de 2019

[31] Stalin, José. Fundamentos del leninismo, Pekín, Ediciones de Lenguas Extranjeras, 1972.

[32] Lenin, V.I. Actitud del partido obrero hacia la religión (1909)

[33] Ver Rafael Rodríguez, Carlos, “Lenin y la cuestión colonial”, en Casa de las Américas, núm. 59, marzo-abril de 1970.

[34] “El directorio central estaba formado por los comunistas Alicata, Ingrao, Lombardo Radice y Gerratana y por los católicos Rodano y Ossicini.” Díaz,-Salazar, Rafael. La izquierda italiana y el catolicismo político.2000.

[35] Navarrete, Sarbelio. El estado centroamericano.

[36] Pineda, Roberto. Monseñor Romero, el obispo rebelde salvadoreño y la lucha ideológica. https://www.alainet.org/es/articulo/169702

[37] Ver Diario de Monseñor Romero.

[38] Monseñor Oscar A. Romero. “El Consejo Mundial de Iglesias, según dijeron nuestros periódicos, ha manifestado su interés para que los Derechos Humanos sean materia de su trabajo pastoral también en los campos protestantes. La Srta. Marta Benavides que ha venido con una misión especial del Consejo de Iglesias junto con el Sr. Pineda, hicieron esta declaración: En los últimos días han visto manifestaciones populares sin incidentes, los grupos populares se expresan por los medios de comunicación, se resuelven conflictos laborales, pero también en la misma prensa han visto posiciones de sectores que no están de acuerdo con ciertos cambios. «Indudablemente -dicen- aquí hace falta mucho trabajo, hay fascismo también y algunos rescoldos de corrupción administrativa». www.cervantesvirtual.com/obra-visor/monsenor-oscar-a-romero-su-pensamiento-volumen-viii–0/html/ff76e7c8-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html+&cd=10&hl=es-419&ct=clnk&gl=sv

[39] Bhabha, H. K.: El lugar de la cultura, Buenos Aires, Manantial, 2002.

[40] Quijano, Aníbal. Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina. 2000

“Hemos tenido un ejercicio autoritario del poder, sin controles”. Entrevista con Alvaro Artiga (El Mundo, Susana Peñate, 19 de octubre de 2020)

Aunque los distintos órganos del Estado tienen facultades de control, históricamente ha existido una resistencia que se hace más visible en el gobierno de Nayib Bukele frente a una composición legislativa dominada por la oposición, dice el investigador Álvaro Artiga, director de la Maestría y Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (Uca).

En febrero usted caracterizó el actuar del presidente Nayib Bukele como imprudente con una tendencia a usar el poder sin control, ¿se podría hablar de una tendencia de autoritarismo en el país?

Creo que sí hay una continuidad en no querer ser sometido a ningún control por parte del Ejecutivo, no solo el presidente. Lo vemos en las convocatorias que la Asamblea Legislativa, a través de algunas comisiones especiales, ha llamado a los distintos funcionarios para que expliquen el uso de los fondos y no llegan; también, en algunas sentencias de la Sala de lo Constitucional. El otro es el control que viene del Ejecutivo, también ha existido problema desde la Corte de Cuentas, problemas de información sobre distribución de fondos en el caso del ministro de Agricultura. Y , también, el caso del director de la Policía. Una serie de funcionarios del Gobierno en los que se puede constatar, independientemente de la razón, que hay una negación a ser objeto de control, de un control que está contemplado en la misma Constitución. Y, desde ese punto de vista, el ejercicio del poder sin controles es lo que podríamos llamar un ejercicio autoritario del poder. publicidad

¿Considera usted que es una forma de desafío?

Sí es un desafío. Lo que no está del todo claro es por qué lo hacen. No solo es un desafío para la comisión “x”, o la Corte de Cuentas o la Sala de lo Constitucional en cuanto a una sentencia, sino en cuanto es un desafío al sistema de controles que está contemplado en la Constitución. Pero también son controles desde distintas instituciones hacia distintas instituciones. El presidente tiene mecanismos de control, controla la labor legislativa a través del veto presidencial. Pero lo que está desafiando no solo son determinadas instituciones, sino que es todo el sistema de control y eso es lo que hace dudar del carácter democrático del régimen político salvadoreño. Gobiernos de FMLN y de Arena tampoco se sometieron al control. Lo que hay es una continuidad del ejercicio autoritario del poder por parte de los gobiernos desde Arena hasta el actual.

¿No hay cambio en esa forma de resistirse a ser controlados?

No. Lo que pasa que ahora es más visible. Recordemos que hay momentos en los gobiernos del FMLN que también quisieron, por ejemplo, tomarse el edificio de la Corte Suprema, también con acciones desde el Legislativo Arena y el FMLN quisieron neutralizar a la Sala de lo Constitucional con el decreto 743. Han capturado las instituciones como la Fiscalía, el Tribunal de Ética Gubernamental, en ese reparto que hacen por cuotas, es una manera de haber neutralizado el control también.

“A través de procesos de elecciones internas no fueron capaces de lograr una renovación en la dirección de los partidos como en sus candidatos. Cuando la gente ve que son los mismos que van, no son creíbles”.

¿Cómo evalúa el rol que ha desarrollado cada uno de estos órganos de Estado?

Los tres tienen competencias para controles mutuos. El presidente lo ha ejercido en esta pandemia a través de veto. Otra cosa es si esa acción de control mediante el veto es adecuada, es apropiada. Pero lo mismo podemos decir de parte de la Asamblea, a las interpelaciones, las comisiones especiales, en este momento, la discusión sobre el presupuesto. Son mecanismos de control que están contemplados en la Constitución como facultades del órgano Legislativo. Otra cosa es la intención con que las ejerce. Y lo mismo se puede decir de la Sala de lo Constitucional. Eso es lo interesante de la coyuntura que poco a poco las distintas entidades han ido ejerciendo una función que antes no lo hacían. Los dos gobiernos de FMLN y Arena, esas funciones o facultades de control, escasamente las utilizaron. El problema es que las están utilizando en un contexto de pandemia, donde más bien las cosas deberían ser de búsqueda de la coordinación que estar enfrentándose unos contra otros.

¿Habrá detrás de esto una intención de campaña política con miras a las elecciones?

Creo que de parte de todos los que tienen una cuota de poder en estas instituciones, sea la Asamblea, la Corte, la Fiscalía, el Ejecutivo, por supuesto que está presente el tema electoral. Se quiere crear una percepción de que el ejercicio del control es una manera de obstaculizar la función que tiene, en este caso el Ejecutivo. Y eso entra en la línea de su discurso de campaña de las elecciones presidenciales, de ser la víctima del sistema que se opone a los cambios que el país necesita.  Y todo pareciera ser, así es el discurso, que el ejercicio de una facultad que tienen los otros órganos es interpretado como un obstáculo que hay que quitar en las elecciones. Y eso ha sido de alguna manera exitoso en buena parte de la opinión pública. Ambas partes tienen intereses en las próximas elecciones y están utilizando las herramientas que tienen a su disposición para tratar de perjudicar al otro.

¿Cómo podría ser un gobierno con el control en la Asamblea o bien un gobierno donde no tenga el control de la Asamblea?

Un gobierno que no tenga el control de la Asamblea, tenemos este escenario de potenciales y efectivos conflictos, por lo menos hasta la siguiente elección en 2024. En el caso de que tenga el control de la Asamblea, eso es lo que tuvo Arena y en cierta manera es lo que el Frente tuvo cuando hacía alianzas con Gana. O sea que tendríamos más de lo mismo que hemos tenido durante todos estos años. Cuando Arena tiene el control del Ejecutivo y del Legislativo, ahí tenemos a los presidentes acusados de corrupción o de enriquecimiento ilícito o de malversación de fondos, tanto de Arena como del FMLN. Eso es lo que tendríamos si se repite la condición estructural de control que hemos tenido desde 1994. Y podemos irnos atrás, cuando los militares a través del PCN controlaban el Ejecutivo y el Legislativo. Ese ejercicio del poder sin controles ha sido la nota característica de la política en El Salvador.  El único periodo en que eso no se ha dado es justamente entre 2019 y 2021. Ahora es el único momento en que un gobierno no tiene control sobre la Asamblea y no controla las otras instituciones que tienen facultades de control.

“Y todo pareciera ser, así es el discurso, que el ejercicio de una facultad que tienen los otros órganos es interpretado como un obstáculo que hay que quitar en las elecciones del próximo año”.

¿Podría incidir un cambio en la opinión del electorado que se hayan dado a conocer casos de corrupción de funcionarios de este gobierno y una supuesta negociación con pandillas?

El problema es que los que denuncian esos casos son justamente aquellos que cuando estuvieron en el gobierno estaban en la misma situación, entonces, no tienen credibilidad. Los partidos de oposición  no son los mejores voceros de la transparencia, de la probidad. Más bien se les revierte porque caen más en la lógica del discurso presidencial de que todo eso lo hacen para estorbarle, para perjudicarle, toda esta narrativa de que no lo dejan gobernar.

¿Qué podrían hacer para recuperarse en 2021?

Ya eso es difícil. Lo que pudieron hacer no lo hicieron. Que a través de las elecciones internas, tanto de dirección de los partidos como de candidatos hubiesen salido personas que no tenían vinculación con hechos de corrupción o que no tuviesen alguna vinculación porque ocultaron, porque encubrieron, porque permitieron. Pero no hicieron eso. Ahora simplemente el rechazo que hay en la sociedad hacia todo ese pasado la única forma que parece que se va a resolver es cuando ellos sean minimizados en la Asamblea.

La democracia, si la gente no le pone interés, ¿cómo podría percibir la gente que le falte al país?

Lo que pasa es que usted está asumiendo que ha habido democracia en el país. Lo que hemos tenido es un ejercicio autoritario del poder, un ejercicio autoritario quiere decir un ejercicio sin controles, que es un elemento esencial en un régimen democrático. Lo único que hemos tenido en el país son elecciones. El elemento electoral hemos estado aceptablemente. Pero una vez que toman posesión del cargo los que han sido electos, el ejercicio de la autoridad ha sido autoritaria, sin controles.

¿Cómo evalúa la libertad de expresión?

Si uno juzgara solamente a partir de lo que ocurre en las redes sociales, en los ataques a cualquier opositor, a cualquiera que tenga un pensamiento, una crítica a la gestión presidencial, obviamente ahí se percibe un ambiente de terror en el que mejor no decir nada. No se puede acusar directamente que es el Estado el que con sus instancias está persiguiendo en las redes. Eso no quiere decir que no pueda haber alguna incitación. En ese ámbito de la libertad de expresión es como si se han encendido focos amarillos.